Almunias: Las fincas de las élites en el Occidente islámico: poder, solaz y producción [1 ed.] 8433862685, 9788433862686

Este libro es una obra colectiva elaborada por arabistas, historiadores, arqueólogos, arquitectos, botánicos, historiado

125 14 40MB

Spanish Pages 660 [661] Year 2019

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD PDF FILE

Table of contents :
CUBIERTA
PORTADA
CREDITOS
Contenido
A modo de prólogo
TERMINOLOGÍA Y FUNCIONALIDAD DE LAS ALMUNIAS ANDALUSÍES A TRAVÉS DE LOS TEXTOS AGRONÓMICOS
LA APORTACIÓN DE LA ARQUEOLOGÍA AL ESTUDIO DE LAS ALMUNIAS CORDOBESAS: EL EJEMPLO DE AL-RUṢAFA
INVESTIGACIÓN EN LA ALMUNIA DE AL-RUMMANIYYA (CÓRDOBA) 2006-2014
APROXIMACIÓN ARQUEOLÓGICA AL ESPACIO PERIURBANO DEL PONIENTE DE CÓRDOBA: LA ALMUNIA DE AL-NA‘ŪRA
ALMUNIAS GANADERAS EN EL DISTRITO ISLÁMICO DE LLEIDA
LAS ALMUNIAS DEL VALLE DEL CINCA (HUESCA-LÉRIDA) EN ÉPOCA TAIFA
LA FINCA RÚSTICA DEL PALACIO ALJAFERÍA DE ZARAGOZA EN LA EDAD MEDIA
ZÓCALOS PINTADOS EN FINCAS MURCIANAS: DAR AṢ ṢUGRA Y QAṢR IBN SA‘D (CASTILLEJO DE MONTEAGUDO)
EL PAISAJE PERIURBANO DE MARRAKECH: LA MENARA Y OTRAS FINCAS DE RECREO (SIGLOS XII-XX)
LAS HUERTAS DE MARRAKECH EN LAS FUENTES ESCRITAS: BUSTAN, BUḤAYRA, ŶANNA, RAWḌ Y AGDAL (SIGLOS XII-XX)
RESTAURACIÓN DE LA FINCA DEL AGDAL DE MARRAKECH: ANÁLISIS DE LA VEGETACIÓN Y PROPUESTA INICIAL DE INTERVENCIÓN
LAS ALMUNIAS DE LA SEVILLA ALMOHADE: BUHAYRA Y AZNALFARACHE
ABU FIHR: UNA FINCA REAL DE ÉPOCA HAFSÍ EN TÚNEZ
LOS REALES (RIYAḌAT) DE VALENCIA ANTES Y DESPUÉS DE LA CONQUISTA CRISTIANA
REALES Y RAHALES DE LA MURCIA ANDALUSÍ: LA PENETRACIÓN DE LAS ÉLITES URBANAS EN EL MEDIO RURAL
EL GARVÍ (ALCARAZ, ALBACETE): ¿UNA ALMUNIA ESTATAL ALEJADA DE LOS CENTROS URBANOS DEL PODER?
ALMUNIAS EN LOS REINOS DE CASTILLA Y ARAGÓN SEGÚN LA DOCUMENTACIÓN MEDIEVAL (SIGLOS XI-XIII)
LAS ALMUNIAS NAZARÍES A TRAVÉS DE LAS FUENTES ÁRABES
EL ALCÁZAR GENIL DE GRANADA Y SU ENTORNO: PAISAJE, PODER, HISTORIA
LA ALMUNIA DEL GENERALIFE (ŶANNAT AL-‘ARĪF)
CREACIÓN, EXPANSIÓN Y DECADENCIA DE LAS FINCAS NAZARÍES DEL ENTORNO DE LA ALHAMBRA
FINCAS DE RECREO DE LA GRANADA NAZARÍ SEGÚN LAS FUENTES CASTELLANAS: EL NUBLO, LA ALBERZANA Y CÁRMENES DE AYNADAMAR
LOS ESTANQUES PALATINOS EN EL OCCIDENTE MUSULMÁN: LA FAVARA DE PALERMO Y EL ALBERCÓN DE CARTUJA EN GRANADA
FEDERICO II Y LA NATURALEZA: LOCA SOLACIORUM Y MASSERIE EN LA APULIA SUABO-ANGEVINA
CUBIERTA POSTERIOR
Recommend Papers

Almunias: Las fincas de las élites en el Occidente islámico: poder, solaz y producción [1 ed.]
 8433862685, 9788433862686

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

Julio Navarro Palazón / Carmen Trillo San José (eds.)

Almunias

Las fincas de las élites en el Occidente islámico: poder, solaz y producción

Julio Navarro Palazón / Carmen Trillo San José (eds.)

Almunias

Las fincas de las élites en el Occidente islámico: poder, solaz y producción

GRANADA

2018

C olección A rquitectura , U rbanismo

y

R estauración

La presente monografía se enmarca en el proyecto de investigación coordinado Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales, que contempla dos subproyectos complementarios: «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P, dirigido por Julio Navarro Palazón) y «La propiedad aristocrática en la Granada nazarí y su traspaso a la sociedad castellana después de la conquista (siglos XIII-XVI)» (HAR2015-64605-C2-2-P, dirigido por Carmen Trillo San José). Ambos proyectos pertenecen al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del antiguo Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015; y han sido cofinanciados con fondos FEDER. La publicación ha contado con aportaciones económicas de los mismos. Esta obra es también un fruto destacado del trabajo realizado en el marco de la Unidad Asociada de I+D+i Patrimonio Cultural Árabe e Islámico, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Universidad de Granada, a través de la Escuela de Estudios Árabes de Granada. Publicación incluida en el programa editorial del suprimido Ministerio de Economía, Industria y Competitividad y editada por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades (de acuerdo con la reestructuración ministerial establecida por Real Decreto 355/2018, de 6 de junio).

Almunias

proyecto i+d

© JULIO NAVARRO PALAZÓN / CARMEN TRILLO SAN JOSÉ (EDS.). © DE LOS TEXTOS E ILUSTRACIONES: SUS AUTORES. © DE LA EDICIÓN: CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS, PATRONATO DE LA ALHAMBRA Y GENERALIFE, UNIVERSIDAD DE SEVILLA, UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA, UNIVERSIDAD DE GRANADA. ALMUNIAS. LAS FINCAS DE LAS ÉLITES EN EL OCCIDENTE ISLÁMICO: PODER, SOLAZ Y PRODUCCIÓN Depósito legal: GR./ 684-2018. ISBN: 978-84-338-6268-6 (Universidad de Granada). e-ISBN: 978-84-338-6412-3 (Universidad de Granada). ISBN: 978-84-9927-389-1 (Universidad de Córdoba). e-ISBN: 978-84-9927-420-1 (Universidad de Córdoba). ISBN: 978-84-472-2816-4 (Universidad de Sevilla). e-ISBN: 978-84-472-2173-8 (Universidad de Sevilla). ISBN: 978-84-00-10395-8 (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). e-ISBN: 978-84-00-10396-5 (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). NIPO: 059-18-115-9. e-NIPO: 059-18-116-4. Edita: Editorial Universidad de Granada. Campus Universitario de Cartuja, Colegio Máximo, s/n. Granada. UCOPress. Editorial Universidad de Córdoba. Campus Universitario de Rabanales, Ctra. Nacional IV. Km 396. Córdoba. Editorial Universidad de Sevilla. C/ Porvenir, 27. Sevilla. JUNTA DE ANDALUCÍA. Consejería de Cultura. Patronato de la Alhambra y Generalife. C/ Real de la Alhambra, s/n. Granada. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. C/ Vitruvio, 8. Madrid. Diseño de cubierta: Cristóbal Rivas Rodríguez. Fotocomposición: Juan Antonio García Granados y Cristóbal Rivas Rodríguez. Imprime: Imprenta Comercial. Motril. Granada. Printed in Spain

Impreso en España

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titularse, salvo excepción prevista por la ley. En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

Contenido Las almunias: una mirada al libro a modo de prólogo

7

Julio Navarro Palazón / Carmen Trillo San José

01.

Terminología y funcionalidad de las almunias andalusíes a través de los textos agronómicos

17

Expiración García Sánchez 02.

La aportación de la arqueología al estudio de las almunias cordobesas: el ejemplo de al-Ruṣāfa

27

Juan F. Murillo Redondo / Alberto León Muñoz / Fernando López Cuevas 03.

Investigación en la almunia de al-Rummaniyya (Córdoba) 2006-2014

47

Félix Arnold / Alberto Canto García / Antonio Vallejo Triano 04.

Aproximación arqueológica al espacio periurbano del poniente de Córdoba: la almunia de al-Nā‘ūra

55

Ángel Rodríguez Aguilera 05.

Almunias ganaderas en el distrito islámico de Lleida

89

Jesús Brufal Sucarrat 06.

Las almunias del valle del Cinca (Huesca-Lérida) en época taifa

105

Carlos Laliena Corbera / Julián M. Ortega Ortega 07.

La finca rústica del Palacio Aljafería de Zaragoza en la Edad Media

127

Bernabé Cabañero Subiza / Esther Lupón González 08.

Zócalos pintados en las fincas murcianas: Dār aṣ Ṣugrā y Qaṣr Ibn Sa‘d (Castillejo de Monteagudo)

153

Juan Antonio García Granados 09.

El paisaje periurbano de Marrakech: la Menara y otras fincas de recreo (siglos XII-XX)

195

Julio Navarro Palazón / Fidel Garrido Carretero 10.

Las huertas de Marrakech en las fuentes escritas: bustān, buḥayra, ŷanna, rawḍ y agdāl (siglos XII-XX)

285

Julio Navarro Palazón / José Miguel Puerta Vílchez 11.

Restauración de la finca del Agdal de Marrakech: análisis de la vegetación y propuesta inicial de intervención

307

Manuel Casares Porcel / Miguel Ángel Casares Porcel / José Tito Rojo 12.

Las almunias de la Sevilla almohade: Buhayra y Aznalfarache

323

Magdalena Valor Piechotta / Alejandro Jiménez Hernández

[V]

13.

Abu Fihr: una finca real de época hafsí en Túnez

343

Lamia Hadda 14.

Los reales (riyāḍāt) de Valencia antes y después de la conquista cristiana

355

Josep Torró / Enric Guinot 15.

Reales y Rahales de la Murcia andalusí: la penetración de las élites urbanas en el medio rural

389

Pedro Jiménez Castillo 16.

El Garví (Alcaraz, Albacete): ¿una almunia estatal alejada de los centros urbanos del poder?

437

José Luis Simón García / Pedro Jiménez Castillo 17.

Almunias en los reinos de Castilla y Aragón según la documentación medieval (siglos XI-XIII)

453

Luis Ramón-Laca Menéndez de Luarca 18.

Las almunias nazaríes a través de las fuentes árabes

463

Bárbara Boloix Gallardo 19.

El Alcázar Genil de Granada y su entorno: paisaje, poder, historia

487

Ángel Rodríguez Aguilera / José Tito Rojo / Manuel Casares Porcel 20.

La almunia del Generalife (Ŷannat al-‘Arīf )

521

Carlos Vílchez Vílchez 21.

Creación, expansión y decadencia de las fincas nazaríes del entorno de la Alhambra

539

Luis José García-Pulido / Manuel Pérez Asensio / Paula Sánchez Gómez 22.

Fincas de recreo de la Granada nazarí según las fuentes castellanas: El Nublo, la Alberzana y cármenes de Aynadamar

573

Carmen Trillo San José 23.

Los estanques palatinos en el Occidente musulmán: la Favara de Palermo y el Albercón de Cartuja en Granada

593

José Tito Rojo 24.

Federico II y la naturaleza: loca solaciorum y masserie en la Apulia suabo-angevina Maria Stella Calò Mariani

[ VI ]

629

JULIO NAVARRO PALAZÓN Escuela de Estudios Árabes (CSIC) CARMEN TRILLO SAN JOSÉ Universidad de Granada

Las almunias: una mirada al libro a modo de prólogo La obra colectiva que tiene el lector en sus manos es una aproximación al tema de la propiedad fundiaria de las élites del Occidente islámico. Con ella pretendemos contribuir a conocer mejor la Historia económica de la sociedad que las produjo, profundizando en aspectos como el papel jugado por el Estado y las clases urbanas como agentes acaparadores de tierras, la producción agropecuaria y la estratificación social, así como, en términos generales, la relación entre la ciudad y el mundo rural. Este libro ha sido elaborado en el marco de un proyecto coordinado del Plan Nacional de Proyectos de Excelencia de 20151 y en él se recogen los resultados de la investigación de un grupo de especialistas que compartimos interés por el estudio de esta sociedad en sentido amplio y, en particular, por la economía y las expresiones materiales de sus élites. Por este motivo, nos hemos centrado en el análisis de susfincas agrícolas como fenómeno de singular relevancia, tanto por su valor económico como por su importancia como signo de ostentación. La elección de la palabra Almunias para el título se debe a que en español ese término, que proviene del árabe andalusí al-mūnya2, es una expresión que está en uso y que un hispanohablante culto la reconoce con facilidad referida a una finca o huerta de recreo. Por el contrario, otras denominaciones que también aparecen en las fuentes árabes, bustān, ŷanna, ŷinān o buḥayra, no han generado vocablos en español que tengan este significado, por lo que solo las conocen arabistas y otros colectivos relacionados con la Historia o la Arqueología medievales. Siendo conscientes de que el título Almunias podría confundir a los lectores que no dominan la lengua española, decidimos introducir un subtítulo que creemos informa con precisión del contenido del libro: Las fincas de las élites en el Occidente Islámico: poder, solaz y producción. La existencia de este tipo de fincas, con características más o menos similares, puede rastrearse desde tiempos muy antiguos y acompaña a todas las civilizaciones del Mediterráneo. En al-Ándalus se conocen prácticamente desde los orígenes mismos de esta entidad político-cultural, cuando ‘Abd al-Raḥmān el Emigrado mandó construir, a mediados del siglo VIII, la Ruzafa en memoria de la finca homónima de su abuelo en Siria, hasta su ocaso histórico en 1492 en tiempos de los últimos nazaríes. No obstante, su proliferación en determinados momentos y lugares demuestra el valor científico del estudio de estas propiedades rústicas de la aristocracia para la investigación de la Historia social y económica de al-Ándalus. Aunque la función del Estado en relación con la creación de las almunias es muy importante en un primer El proyecto coordinado «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P) tiene como IP a Julio Navarro Palazón, científico titular del CSIC adscrito a la Escuela de Estudios Árabes (Granada). El subproyecto «La propiedad aristocrática en la Granada nazarí y su traspaso a la sociedad castellana después de la conquista (siglos XIII-XVI)» (HAR2015-64605-C2-2-P), está dirigido por la profesora Carmen Trillo San José de la Universidad de Granada. 2. A su vez es evolución semántica del árabe clásico munya (pl. munān), que significa «deseo» y esta del verbo manā «hacer desear». 1.

7

momento, su difusión pudo obedecer a cambios en la estructura social andalusí, que llevaron a las élites a procurar los beneficios crecientes de la producción agrícola, incrementados por una demanda en expansión, lo que seguramente les llevó a entrar en conflicto con las comunidades campesinas de las alquerías. El presente libro es el resultado de un largo recorrido de sus dos editores cuyo inicio hay que situarlo en mayo de 2013; fue en esa fecha cuando decidieron organizar un seminario en Granada dedicado a reflexionar sobre los resultados obtenidos en las prospecciones arqueológicas realizadas en la finca del Agdal de Marrakech en 2012. En aquel encuentro se quiso dar a conocer las novedades extraidas de la finca marroquí confrontándolas con la información que entonces teníamos de las almunias andalusíes más conocidas3. Esta obra es el fruto del encuentro de un grupo de investigadores, con inquietudes y sensibilidades distintas, que se han dado cita en torno al estudio de estas fincas a través de dos caminos. Uno ha sido el de la Arqueología en la búsqueda de sus realidades materiales, especialmente gracias a las prospecciones y excavaciones dirigidas por el Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC), adscrito a la Escuela de Estudios Árabes del CSIC, en el Agdāl de Marrakech4 y en las fincas murcianas de Qaṣr Ibn Sa‘d (Castillejo de Monteagudo)5 y Dār al-Ṣugrā (Santa Clara la Real)6. Estos trabajos nos están permitiendo conocer físicamente la organización y evolución de estos espacios productivos y de recreo vinculados a algunos de los Estados más poderosos de su tiempo. Otro de los senderos transitados ha sido el análisis de las fuentes escritas, centrado en el estudio de los procesos de cambio cultural de época nazarí a castellana que, en el caso de Carmen Trillo, pone en evidencia la estratificación social existente especialmente en el ámbito urbano y periurbano, pues es precisamente en el entorno de la ciudad donde se puede advertir una complejidad del poblamiento —almunias, alquerías de diversa entidad, torres, etc.—, así como diferencias destacadas en la propiedad de la tierra —patrimonio real, habices, propietarios particulares de distinta categoría, zonas comunales, etc.— cuya correcta interpretación permitirá un mejor conocimiento de la historia de al-Ándalus7. En este libro hemos intentado que los términos más frecuentes que aparecen en las fuentes árabes (bustān, ŷanna, ŷinān, buḥayra, etc.) denominando a este tipo de finca de carácter productivo, no sean traducidos por «jardín», pues en español esta palabra 3.

4.

5. 6.

7.

8

El seminario «Almunias del Occidente islámico: solaz y producción» se celebró en Granada entre los días 9 y 12 de mayo de 2013. Fue organizado por la Universidad de Granada y la Escuela de Estudios Árabes (CSIC). La dirección científica corrió a cargo de Julio Navarro y de Carmen Trillo. Puede consultarse como mínima referencia el siguiente trabajo: Julio Navarro, Fidel Garrido e Íñigo Almela, 2017, «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 1: History», Muqarnas 34, pp. 23-42. En la presente monografía hay una contribución de Manuel Casares Porcel et al., «Restauración del Agdal...», en la que el lector podrá encontrar una exhaustiva bibliografía de la finca marroquí. El 20 de agosto de 2018, uno de nosotros (JNP) ha iniciado las primeras excavaciones que se han llevado a cabo en la parte baja de la finca, junto a la gran alberca que la preside. Pueden consultarse como mínimas referencias los siguientes trabajos: Julio Navarro Palazón y Pedro Jiménez Castillo, 1993, «Aproximación al estudio del Castillejo de Monteagudo y otros monumentos de su entorno», Memorias de Arqueología, 4 (1989), pp. 433-453; ibid., 1995a, «El Castillejo de Monteagudo: Qasr Ibn Sa’d», Casas y Palacios de Al-Andalus. Siglos XII-XIII, Barcelona; Madrid: Lunwerg, pp. 63-104; ibid., 2011, «El Alcázar Menor de Murcia en el siglo XIII. Reconstrucción de una finca palatina andalusí», en Jean Passini (coord.), La ciudad medieval. De la casa principal al palacio urbano, Toledo, pp. 145-188. En la presente monografía hay una contribución de Pedro Jiménez, «Reales y Rahales de la Murcia andalusí...», en la que el lector podrá encontrar una exhaustiva bibliografía de las fincas murcianas. Carmen Trillo San José, 2014, «Les munya-s et le patrimoine royale à l’époque nasride (XIIIèmeXVème siècles): entre le souverain et les élites», Annales Islamologiques, 48.2, pp. 167-190; ibid., 2017, «La Vega de Granada al final de la Edad Media (siglos XIV-XVI): almunias versus alquerías», Reti Medievali, 18-2, pp. 1-26.

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / C AR M E N T R IL L O S AN J OS É

está reservada a los terrenos cultivados con fines ornamentales. Lamentablemente, el peso de la historiografía francesa ha dificultado este objetivo pues la expresión jardin, que abarca una realidad más amplia en la que entra el huerto productivo (jardin potager), ha sido traducido al español como «jardín» sin reparar que les jardins del Agdāl o de la Menara de Marrakech son plantaciones de olivos y frutales que no se entienden bajo la denominación «jardín». Este problema terminológico que se plantea a la hora de mencionar fincas actuales como las marroquíes, existe por igual con las medievales; en todos estos casos el término «jardín» debería sustituirse por otras expresiones como «finca», «huerto» o «huerta». Lo dicho hasta ahora no pretende negar que las fincas medievales, propiedad de las élites, tuvieran espacios exquisitos, especialmente ajardinados, en los que se daban cita todos los refinamientos posibles. La investigación que uno de nosotros está desarrollando en el Agdāl de Marrakech le ha permitido descubrir, por un lado, que los espacios cultivados estuvieron perfectamente diferenciados y separados por tapias en función de su valor y de sus necesidades hídricas y, por otro, que existió una gran huerta de primor en el interior del área palatina de Dār al-Hanā’. Tenemos la sospecha de que esta manera de organizar los espacios cultivados no es una singularidad del Agdāl y que por tanto esta solución estuvo presente en otras fincas, especialmente la existencia de la huerta o jardín de primor anexa al edificio palatino. El análisis del surgimiento de las élites ha ido adquiriendo un protagonismo creciente en el ámbito del medievalismo. En principio, este interés se centró especialmente en la Baja Edad Media8. Recientemente, y sobre todo desde la Arqueología medieval, se ha puesto el foco de atención sobre las sociedades altomedievales, la jerarquización en las comunidades campesinas y el proceso de incastellamento para comprender el feudalismo9. En cambio, Picard puso de relieve lo poco que sabemos acerca de las élites en relación al Occidente islámico medieval, lo que resulta especialmente cierto en el caso de al-Ándalus y se agrava aún más cuando se trata del ámbito rural10. No cabe duda de que los estudios sobre estos temas han avanzado espectacularmente en las últimas décadas con nuevos planteamientos, ediciones de nuevas fuentes, el desarrollo de la Arqueología hidráulica, etc. No obstante, aunque cada vez se conocen mejor algunos aspectos como la cultura material, los tratados de agricultura, los estudios onomásticobiográficos, etc., queda aún mucho por hacer. Todavía a nivel teórico estamos en continuo debate y evolución. Desde las primeras tesis de Guichard (1976), que daban prioridad a la sociedad oriental en al-Ándalus, y, en concreto a las estructuras tribales, por un lado, y al Estado, por el otro, se han sucedido otras perspectivas diferentes11. En los años ochenta y noventa del pasado siglo M. Barceló ahondó sobre estos temas centrando su atención en la organización de los procesos de trabajo campesinos12. Ambos especialistas indicaban también la ausencia de poderes señoriales en al-Ándalus, 8.

9.

10.

11. 12.

Rodney Hilton, 1988, Conflicto de clases y crisis del feudalismo, Barcelona, 1988; T. H. Aston y C. H. E. Philpin (eds.), 1988, El debate Brenner: estructura de clases agraria y desarrollo económico en la Europa preindustrial, Barcelona. Miquel Barceló y Pierre Toubert (dirs.), 1998, L’Incastellamento (Actes des rencontres de Gérone 1992 et de Rome 1994), Roma; Helena Hamerow, 2004, Early Medieval Settlements. The archaeology of Rural Communities in North West Europe 400-900, Oxford. Christophe Picard, 2012, «Les élites du monde musulman méditerranéen. Les enjeux historiographiques», Mélanges de l’École Française de Rome, Élites rurales méditerranéens au Moyen Âge, 124-2, http://mefrm.revues.org/794; DOI: 10.4000/mefrm.794 Pierre Guichard y Nicanor Ancochea, 1976, Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente, Barcelona. Miquel Barceló, 1990, «Vísperas de feudales. La sociedad de Šarq al-Andalus justo antes de la conquista catalana», en Felipe Maíllo Salgado (ed.), España, Al-Andalus, Sefarad. Síntesis y nuevas perspectivas, Salamanca.

L A S A L M U N I A S : U N A M I R A D A A L L I B R O A M O D O D E P R Ó L OGO

9

mientras que el campesinado mantendría una relación de carácter fiscal con el Estado a través de las ciudades, en donde estaban presentes los agentes de la administración13. En 1991 Guichard publicó Les Musulmans de Valènce et la Reconquête (XIeXIIIe siècles) en donde sus tesis anteriores quedaban más matizadas y enriquecidas14. Así, por ejemplo, se cuestiona el tema de la tribalidad, sobre todo a partir del siglo X, planteándose la aparición de una sociedad más bien aldeana o vecinal para las comunidades rurales de Šarq al-Ándalus. Por otra parte, analizó con detalle el aparato del Estado en esas centurias para concluir que, además de la ausencia de una clase señorial, existió una clase funcionarial que se mantuvo separada de la población. También en la década de los noventa, Manuel Acién enunció su concepción de la sociedad existente en la primera época de al-Ándalus como una realidad más compleja15, que estaba compuesta por varios elementos en confrontación: por un lado, la formación social feudal propia del sustrato indígena, por otro, la tribal, que correspondería a los conquistadores recién llegados, mientras que finalmente va a desarrollarse una sociedad islámica, jerarquizada, apoyada en el Estado de Córdoba. Es esta última la que saldrá triunfante después de un proceso de rebeliones protagonizadas por la antigua aristocracia visigoda y por diversos elementos de los conquistadores. Eduardo Manzano, en su revisión del modo de producción tributario16, indicó que habría que considerar al Estado y las comunidades no como dos esferas separadas y unidas únicamente por la tributación sino que es necesario revisar el papel de las ciudades y de los agentes estatales en esta relación. Se mostró también en desacuerdo con la idea de la existencia de una sociedad tribal en al-Ándalus, llegando a la conclusión de que, por el contrario, estaba fuertemente jerarquizada y que incluso una parte de los conquistadores compartieron las formas de vida de la aristocracia visigoda como grandes propietarios, es decir, instalados en el sistema feudal17. En particular el autor señaló la necesidad de abordar el estudio de la sociedad no solo desde la perspectiva de la islamización sino también de la jerarquización social que en ella se produce. En la organización de los artículos que componen este libro se ha intentado seguir un orden cronológico, que es a su vez histórico y geográfico: desde la Córdoba emiral a la Granada nazarí y castellana, pasando por el califato, los reinos taifas y los imperios almorávide y almohade. Las perspectivas de análisis han sido también muy distintas, pues abarcan entre otras disciplinas la Arqueología, la Arquitectura, la Historia, la Historia del Arte, la Filología semítica, la Botánica, etc. Asimismo, los temas que se abordan son también diferentes, aunque, en general, los trabajos se pueden dividir en dos grandes grupos: por una parte, los de orientación históricaarqueológica que intentan explicar la propiedad aristocrática desde el punto de vista de la organización espacial, las actividades económicas y las relaciones sociales de producción; por otra, aquellos que analizan los restos materiales desde una óptica arquitectónica y arqueológica. El estudio de la terminología empleada en las fuentes árabes ha sido fundamental para intentar conocer la realidad diversa de estas fincas. De esta forma, Expiración García dedica su trabajo a concretar el significado de los diferentes términos que han 13.

14. 15. 16. 17.

10

Pierre Guichard, 1984, «El problema de la existencia de estructuras de tipo “feudal” en la sociedad de Al-Andalus (el ejemplo de la región valenciana)», en P. Bonnassie, T. N. Bisson, R. Pastor, P. Guichard et al., Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo (siglos X-XIII), Barcelona, pp. 117-145. Pierre Guichard, 1991, Les Musulmans de Valènce et la Reconquête (XIe-XIIIe siècle), Damasco, 2 vols. Manuel Acién Almansa, 1994, Entre el feudalismo y el Islam: Omar Ibn Hafsun en los historiadores, en las fuentes y en la Historia, Jaén. Eduardo Manzano Moreno, 1998, «Relaciones sociales en sociedades precapitalistas: una crítica al concepto de ‘modo de producción’ tributario», Hispania, LVIII/3, n.º 200, pp. 881-913. Eduardo Manzano Moreno, 2006, Conquistadores, emires y califas: los omeyas y la formación de al-Andalus, Madrid.

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / C AR M E N T R IL L O S AN J OS É

servido para designar este tipo de propiedades aristocráticas. De hecho, el vocablo almunia aparece más ligado a la Córdoba califal mientras que en periodos posteriores se diversifican las palabras que aluden a este tipo de explotación. La Córdoba emiral y califal está presente en tres capítulos de este libro. Así, Juan F. Murillo, Alberto Muñoz y Fernando López presentan los resultados de su investigación arqueológica dedicada a una de las primeras almunias cordobesas, como es al-Ruṣāfa, emblema de la dinastía omeya y eslabón simbólico que permite unir Siria y al-Ándalus. Félix Arnold, Alberto Canto y Antonio Vallejo se centran en el estudio de otra de las grandes fincas cordobesas como es el caso de al-Rummaniyya, cuyo análisis permite saber cuál era su disposición espacial, la importancia de sus tierras de labor en relación con las áreas residenciales, las especies cultivadas, etc. La almunia de al-Nā‘ūra, fundada en el siglo IX por el emir ‘Abd Allāh, era junto con Madīna al-Zahrā uno de los lugares de mayor prestigio; a pesar de ser una de las fincas mejor documentadas en las fuentes escritas, es una de las menos conocidas arqueológicamente, por lo que el trabajo de Ángel Rodríguez tiene un gran valor al intentar reunir toda esa información actualizada, incluyendo los hallazgos más recientes. En cuanto a la época taifa, Jesús Brufal propone el estudio de las almunias leridanas, que aparecen ligadas al uso de tierras comunales y/o estatales, así como a la práctica de la ganadería y la agricultura de regadío. También a este periodo corresponde el trabajo de Carlos Laliena y Julián M. Ortega, centrado en el análisis de las almunias de las comarcas del Medio y Bajo Cinca y del Segrià, lo que les permite deducir que hubo una penetración significativa de las élites urbanas en el mundo rural. El hito más significativo del siglo XI es la Aljafería de Zaragoza, que tradicionalmente ha sido considerada un palacio aislado18, sin reparar en que estuvo presidiendo una gran finca cercada similar al Agdāl de Marrakech19, por lo que el estudio de Bernabé Cabañero y Esther Lupón se ha centrado en analizar los espacios cultivados que durante siglos rodearon este edificio que, actualmente, ha sido absorbido por la ciudad. Las dos fincas estatales murcianas más conocidas son el Castillejo de Monteagudo (Qaṣr Ibn Sa‘d ) y Dār al-Ṣugrā. Su emplazamiento respecto a la ciudad de Murcia es muy diferente, pues mientras la primera se ubica a 5 km de distancia, la segunda está situada extramuros junto a las murallas de la ciudad. El trabajo de Juan Antonio García Granados está dedicado al estudio de los zócalos pintados que decoraron las salas principales de los dos palacios, cuyo objetivo final es contribuir a la definición y caracterización del repertorio formal desarrollado por los alarifes que trabajaron al servicio del Rey Lobo (1147-1172). Magdalena Valor y Alejandro Jiménez nos informan sobre dos huertas de época almohade, como son la Buhayra de Sevilla y la de Aznalfarache, en cuya creación y mantenimiento se documenta la iniciativa del Estado. Es oportuno subrayar que, en Marrakech, en época almohade, el término más utilizado para denominarlas era buḥayra, en detrimento del uso de bustān y ŷanna, y prueba de ello es que el Agdāl de Marrakech era conocido en esa época como al-buḥayra (La Buhayra), nombre propio que pocos años después se le dará también a la finca sevillana. No es casual Con anterioridad a este trabajo de Bernabé Cabañero y Esther Lupón, muy pocos investigadores han identificado correctamente el palacio de la Aljafería como el recinto de primor de una amplia finca que debió de tener su propia cerca siguiendo el modelo que vemos en el Agdāl de Marrakech. Véase Pedro Jiménez Castillo y Julio Navarro Palazón, 2016, «Alcázares, alcazabas y almunias durante el periodo taifa (siglo XI): los espacios palatinos al servicio de unos poderes en formación», en Lorenzo Cara Barrionuevo (coord.), Cuando Almería era al-Mariyya. Mil años en la historia de un reino, Almería, pp. 263-266. 19. Las plantas más actualizadas de esta finca marroquí están publicadas en: Julio Navarro, Fidel Garrido e Íñigo Almela, 2017, «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 1: History», Muqarnas 34, pp. 23-42. 18.

L A S A L M U N I A S : U N A M I R A D A A L L I B R O A M O D O D E P R Ó L OGO

11

Castillejo de Monteagudo (Murcia). En primer plano podemos apreciar la presencia de un acueducto construido con tapial de hormigón y arcos de ladrillo. Al fondo, sobre la colina, se alza el palacio fortificado que presidió la finca de recreo de Ibn Mardanīš. Fotografía realizada en septiembre de 2018 durante los trabajos de excavación.

que ambas fundaciones sean obra del mismo califa Abū Ya’qūb Yusūf, aunque la norteafricana sea algo más antigua. También a época almohade se remontan muchas de las huertas que poblaron el alfoz de Marrakech, entre las que destaca la gran finca del Agdāl que, junto a la Menara y al Generalife de Granada, es la única huerta medieval del Occidente islámico que ha llegado viva hasta nuestros días. Su proyecto de restauración integral, iniciado en 2012, reunió a un amplio equipo de investigadores que, desde diversas disciplinas, han venido estudiándola desde entonces. A primera vista llama la atención en este libro la ausencia de un trabajo de carácter histórico-arqueológico dedicado a esta finca, lo que se explica por el elevado número de artículos de este tipo que entre 2013 y 2018 hemos venido publicando. Es indudable que otros miembros del equipo podrían haber enriquecido esta monografía con otras aportaciones sobre diversos aspectos de la finca, pero finalmente hemos visto oportuno que Marrakech solo esté representada con tres contribuciones con el fin de mantener un cierto equilibrio territorial que no altere el objetivo inicial de este libro, que no era otro que el de ofrecer una amplia panorámica de este fenómeno. A continuación, haremos una breve reseña de los tres trabajos relacionados con las fincas de Marrakech: El primero, firmado por Manuel Casares, Miguel Ángel Casares y José Tito, aborda dos temas complementarios, el primero de ellos es la investigación botánica y paisajística de la realidad actual del sitio, que se ve como fruto de una evolución compleja que ha respetado en gran medida sus valores incluso a pesar de su reciente deriva, que atiende más los aspectos de explotación agrícola que los relativos a sus componentes patrimoniales y estéticos. Tras ese análisis se presentan las propuestas de intervención correspondientes a la primera fase del mencionado proyecto del Agdāl, con especial detalle en los espacios más interesantes desde el punto de vista paisajístico que son además los que se encuentran más deteriorados. El segundo, redactado por Julio Navarro y Fidel Garrido, ofrece un estudio detallado de la Menara y de otras 28 fincas, realizado con la información obtenida en las prospecciones arqueológicas que hicieron en 2014. Además del interés histórico de este trabajo, conviene subrayar su oportunidad como llamada de atención encaminada a intentar salvar este rico patrimonio arqueológico, que en los últimos años está siendo

12

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / C AR M E N T R IL L O S AN J OS É

destruido a causa del desarrollo urbanístico que sufre la antigua capital del califato almohade, especialmente los vestigios monumentales de las albercas que daban servicio a estas fincas. El tercero es obra de Julio Navarro y José Miguel Puerta. Inicialmente estuvo concebido como parte del anterior artículo, pero debido a su importancia y a la necesidad de una mayor implicación de un arabista se decidió darle la autonomía con la que ahora aparece. En este ensayo se persigue el mismo objetivo que en el anterior, con la diferencia de que ahora se hace a partir de la información obtenida en las fuentes escritas, tanto manuscritas como impresas, que de una u otra manera mencionan o describen las fincas que rodearon la ciudad entre los siglos XII y XX. Lamia Hadda analiza otra finca norteafricana, la huerta real de Abū Fihr en Túnez, de la que aún se conserva una parte del espacio agrícola y algunas evidencias arqueológicas relativas, principalmente, a las infraestructuras hidráulicas medievales y a dos pabellones que se asomaban a una gran alberca. La documentación disponible sobre la finca de Garví (Alcaraz), estudiada por José Luis Simón y Pedro Jiménez, data del periodo inmediatamente posterior a la conquista, aunque su creación debe de ser bastante anterior al siglo XIII; su interés reside en que presenta dos características que no suelen darse juntas: por un lado, existen fuertes indicios de que se trataba de una propiedad estatal vinculada al alcaide o gobernador de la zona y, por otro, no estaba localizada en el alfoz de ciudad alguna, como suele ser habitual en las fincas de este tipo asociadas al poder, sino que se hallaba en un ámbito plenamente rural, muy alejado de los núcleos de población importantes de la zona. Josep Torró y Enric Guinot se ocupan de los reales (riyāḍāt) de Valencia, según los documentos redactados después de la conquista (1238), hasta principios del siglo XIV. Los textos muestran que se trataba de huertas rodeadas de tapias, de dimensiones variables, que incluían casas o pabellones en su interior. El trabajo trata, también, de los problemas relativos a las explotaciones agrarias anejas a estas fincas, de las alteraciones que su creación pudo generar en los sistemas hidráulicos de la huerta de Valencia y de las transformaciones que sufrieron tras la conquista. Pedro Jiménez estudia los reales y rahales murcianos a partir, fundamentalmente, del texto del repartimiento de Murcia. En la huerta próxima al casco urbano proliferaban los reales, fincas de características análogas a las descritas por los autores anteriores en relación a Valencia, mientras que en el campo y en la periferia de la vega, se hacían presentes los rahales, en los que predominaban los cultivos de secano, quizás complementados con la ganadería. Este trabajo ofrece una perspectiva diferente al resto de los estudios contenidos en esta monografía puesto que las propiedades del campo murciano, en ocasiones tan poco valiosas que los conquistadores cristianos las rechazaban, se alejan sensiblemente de las fincas vinculadas directamente al sultán o al Majzén, y se interpretan en el contexto de la expansión de los estamentos urbanos en el medio rural, en este caso mediante la colonización de nuevas tierras, impulsada por el desarrollo de la agricultura comercial a partir de los siglos X-XI. Cuando las tierras de al-Ándalus fueron conquistadas por castellanos y aragoneses, estas fincas, como cualquier otro espacio cultivado, pasaron a manos cristianas. Este traspaso generó una rica documentación escrita que ha sido utilizada en varios de los trabajos anteriormente reseñados, con el fin de intentar reconstruir la realidad andalusí, de la que se conserva muy poca documentación textual. El capítulo de Luis Ramón-Laca, elaborado con la información extraída de las fuentes escritas, examina el contenido del concepto «almunia» en Castilla y Aragón, intentando conocer qué era y qué elementos la conformaban, sobre todo durante los siglos XI y XII y su evolución en la centuria siguiente. Para el periodo nazarí contamos con cinco contribuciones. La de Bárbara Boloix es una investigación que explota las fuentes árabes, proponiendo una sistematización

L A S A L M U N I A S : U N A M I R A D A A L L I B R O A M O D O D E P R Ó L OGO

13

de términos y conceptos, así como una identificación entre topónimos y lugares de la capital nazarí. La famosa almunia granadina conocida como Alcázar Genil es estudiada por Ángel Rodríguez, José Tito y Manuel Casares; aunque su fundación se remonta a época almohade, perduró durante todo el periodo nazarí, siendo incluso mejorada y ampliada con la construcción de un nuevo pabellón o qubba en el reinado de Isma‘īl I o Yusūf I. Carmen Trillo también analiza las almunias nazaríes, pero lo hace a partir de la documentación árabe romanceada y castellana posconquista, fijándose en tres casos: El Nublo, la Alberzana y los cármenes de Aynadamar. La finca nazarí mejor conservada en la actualidad es, indudablemente, la del Generalife, llamada en las fuentes árabes ŷannat al-‘Arīf (la huerta del Alarife o Arquitecto). Se trata del único caso en el que los principales elementos que componen una finca han pervivido: palacio, infraestructuras hidráulicas y huertas. Era propiedad de los sultanes granadinos, pero tenía la peculiaridad de que estaba situada junto a la medina de la Alhambra, solo separada por la barranquera de la actual cuesta de los Chinos, y su cercanía permitía que los sultanes se retiran a ella a descansar y disfrutar de sus huertos y jardines. Esta realidad del Generalife como espacio dedicado al solaz no puede hacernos olvidar su carácter rentable ya que su producción agrícola y ganadera abastecía parte de las necesidades de la Alhambra. El trabajo de Carlos Vílchez se centra precisamente en aquellos aspectos que la caracterizan como explotación agrícola. Otra contribución, elaborado por Luis J. García-Pulido, Manuel Pérez y Paula Sánchez, analiza de nuevo el Generalife, junto a otras fincas nazaríes que se extendían por el valle del Darro y el cerro del Sol, en el contexto de un estudio de arqueología espacial basado en la prospección intensiva y en el análisis de los sistemas hidráulicos de origen medieval, que pone de manifiesto la ocupación y explotación económica emprendida por la dinastía nazarí en ese territorio. En el penúltimo de los trabajos contenidos en este libro, José Tito estudia algunas de las grandes albercas asociadas a las fincas nazaríes y árabo-normandas; especialmente se ocupa del Albercón del Moro de Cartuja (Granada) y del lago artificial de la Favara de Palermo. Estas infraestructuras hidráulicas eran construcciones destinadas a asegurar el riego de los espacios agrícolas en los periodos secos, lo que no excluía su uso recreativo, según se puede comprobar también en otro capítulo de la presente monografía dedicado a las fincas de Marrakech; por ello el autor, consciente de su importancia, profundiza en su evolución y en su constante presencia a lo largo del tiempo, subrayando sus funciones, e incluso su carácter simbólico. Finalmente, el trabajo que cierra la monografía, elaborado por Maria Stella Calò, está dedicado a los palacios y residencias rurales que Federico II de Suabia (1194-1250) mandó construir en sus dominios de Apulia, abarcando, desde una perspectiva comprensiva, diferentes aspectos: productivos, residenciales, funcionales y decorativos. Destaca igualmente el análisis de la relación de estos establecimientos fundiarios con las artes venatorias y, en general, con una naturaleza humanizada que tiene su más estrecho correlato en la literatura cortesana de la época y en la iconografía que la iluminaba. Llegados al término de esta breve introducción podemos afirmar que las fincas del Occidente musulmán se presentan como propiedades aristocráticas en las que el peso del Estado y del rey es muy destacado; no obstante, son muchos los datos que apuntan a que los grupos privilegiados que vivían en las ciudades tuvieron una importancia progresiva como propietarios y beneficiarios de estas fincas, en el marco de un contexto económico y social en crecimiento a partir del califato y hasta la gran expansión de los reinos cristianos a mediados del siglo XIII, en coincidencia con la revolución económica plenomedieval que, según Marc Bloch, constituye el hecho de consecuencias más trascendentales en la civilización europea20. Por tanto, parece 20.

14

Marc Bloch, 1931, Les caractères originaux de l’histoire rurale française, Oslo y París, p. 17.

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / C AR M E N T R IL L O S AN J OS É

necesario continuar trabajando en el futuro con el fin de conocer mejor los resortes empleados por las élites para expandir su presencia en el medio rural y hacerse con el control de estas propiedades, dado que estamos, más allá de un simple modelo de implantación territorial aristocrático, ante un aspecto clave de un proceso histórico complejo y relevante por su extensión en la sociedad. Como es de esperar de un libro de estas características, sus conclusiones no pueden ser definitivas pues, al contrario, se debe entender más bien como el inicio de un camino apenas transitado; no obstante, sus veinticuatro contribuciones no son una mera suma de datos, pues su contraste y complementariedad multiplican sus posibilidades aisladas y logran hacer de esta obra un magnifico balance del estado actual de la investigación, a la vez que la convierten en guía de los futuros trabajos que se inicien tras su publicación. Este libro ha sido posible gracias a la generosidad de los autores, a su profesionalidad y al interés que han tenido por conquistar parcelas de conocimiento. Por todo ello, los dos editores científicos, queremos agradecerles sinceramente el esfuerzo que han realizado y la paciencia que han tenido esperando que esta obra viera la luz. En otro orden de cosas tampoco hubiéramos llegado a buen puerto sin el apoyo de las instituciones que han financiado esta edición, nos referimos a la Editorial Universidad de Granada, cuya directora, la profesora M.ª Isabel Cabrera García, ha sido la que ha estado en continuo contacto con nosotros, a la vez que se ha ocupado de coordinar a todas las partes implicadas; al Patronato de la Alhambra y Generalife, cuyo director, Reynaldo Fernandez Manzano, apoyó desde el primer momento la publicación, siendo consciente de su importancia como instrumento para conocer mejor la singularísima finca del Generalife, cuya conservación, en la actualidad, está bajo su responsabilidad; a la Editorial CSIC, cuyo director, Ramón B. Rodríguez Martínez, ha sido consciente de que esta obra es uno de los frutos más destacados de la Unidad Asociada de I+D+i Patrimonio Cultural Árabe e Islámico, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Universidad de Granada, a través de la Escuela de Estudios Árabes de Granada. Por último, deseamos expresar públicamente nuestro agradecimiento a Juan Antonio García Granados y a Cristóbal Rivas Rodríguez por el esmerado trabajo de corrección ortotipográfica, maquetación y diseño de la presente monografía.

L A S A L M U N I A S : U N A M I R A D A A L L I B R O A M O D O D E P R Ó L OGO

15

EXPIRACIÓN GARCÍA SÁNCHEZ Escuela de Estudios Árabes (CSIC)

01

TERMINOLOGÍA Y FUNCIONALIDAD DE LAS ALMUNIAS ANDALUSÍES A TRAVÉS DE LOS TEXTOS AGRONÓMICOS Terminology and functionality of Andalusi almunias from agronomic texts

RESUMEN Son numerosos los elementos que definen el concepto y funcionalidad de las almunias, fincas periurbanas distribuidas por el territorio andalusí a lo largo de su historia. Esta complejidad arranca desde la terminología aplicada a las mismas en las fuentes textuales árabes, extendiéndose a la conceptualización que esta encierra. Junto al término de partida, munya (pl. munà), surgido en Oriente islámico, fueron apareciendo unos nuevos como bustān y ŷanna, a los que a partir del siglo XI se unirán otros, entre los que ḥadīqa, ḥā’iṭ y ḥayr son los más frecuentes. Esta terminología es muy rica y compleja, por lo que no se puede hablar de términos unívocos sino cambiantes, de acuerdo con unas coordenadas espacio-temporales y, sobre todo, en función de las fuentes de información. Lógicamente, ningún término tendrá el mismo significado y, sobre todo, igual funcionalidad, en un texto histórico-geográfico que en uno agrícola o, por supuesto, en uno de carácter poético. No obstante, con independencia de la terminología empleada, las fuentes textuales andalusíes aluden a la multifuncionalidad de las almunias, siendo las características específicas de cada género literario las que van a determinar el énfasis puesto en resaltar su carácter residencial y aristocrático o su actividad productiva y experimental. Por ello, tomando como punto de inflexión los tratados agrícolas y botánicos andalusíes, su información se ha completado y contrastado con la de otros textos andalusíes, especialmente los de carácter histórico y geográfico y, en menor proporción, los poéticos. PALABRAS CLAVE Almunias | Al-Ándalus | Terminología | Funcionalidad | Tratados agrícolas | Fuentes historiográficas ABSTRACT There are many elements that define the concept and functionality of almunias, peri-urban estates that were widespread across Andalusi territory throughout its history. This complexity stems from the terminology applied to these in Arabic textual sources and extends to the conceptualization that this involves. Alongside the original term of munya (pl. munà), which arose in the Islamic Orient, other new terms were appearing, such as bustān and ŷanna, to which from the 11th century onwards others would be added, amongst which ḥadīqa, ḥā’iṭ and ḥayr are the most common. This terminology is extremely rich and complex, as a result of which we should not speak of univ­ocal but rather of changing terms, according to certain spatial and temporal coordinates and, in particular, depending on the information sources. Logically, no term will have the same meaning, and above all the same functionality, in a historical and geographical text as it does in an agricultural text or, of course, one that is poetic in nature. Nevertheless, regardless of the terminology used, Andalusi textual sources allude to the multifunctional nature of almunias. It is the specific characteristics of each literary genre that will determine whether emphasis is placed on highlighting their residential and aristocratic nature or their productive and experimental activity. As such, taking Andalusi agricultural and botanical treatises as a turning point, the information contained in these has been supplemented and confirmed with that of other Andalusi texts, especially those of a historical and geographical nature and, to a lesser extent, poetic texts. KEYWORDS Almunias | Al-Andalus | Terminology | Functionality | Agricultural treatises | Historiographical sources

17

El estudio de cada uno de los elementos arquitectónicos, agrícolas y paisajísticos integrados en el concepto de las almunias andalusíes ha despertado en los últimos años gran interés, si bien es cierto que, pese a algunas aportaciones que se han hecho a partir de las fuentes textuales árabes y, especialmente, desde la arqueología, queda un largo camino por recorrer, comenzando por la terminología aplicada y la conceptualización que esta encierra. Es a través de las fuentes escritas árabes como nos hemos acercado a estas huertas periurbanas, con unas características muy peculiares, dispersas por el territorio andalusí a lo largo de su historia. Los tratados agrícolas, junto con las obras botánicas, no han sido las únicas fuentes de información manejadas como pudiera inferirse del título del trabajo; su principal aportación ha sido la de servir como punto de referencia o contraste con otros textos andalusíes analizados, especialmente los de carácter histórico y geográfico y, en menor proporción, los poéticos.

1. Análisis de la terminología aplicada a estos espacios 1.1.

Munya

Almunia es la forma castellanizada del término árabe andalusí almúnya, a su vez evolución semántica del árabe clásico munya (pl. munà). Se acuñó en el Oriente islámico durante la época omeya y fue después trasladado a al-Ándalus por los descendientes de esta dinastía que se instalaron en su territorio, extendiéndose en siglos posteriores al norte de África. Son varias las opiniones acerca del primitivo origen del vocablo munya, aunque la más generalizada incide en su procedencia del griego y su posterior adopción por los coptos, siendo utilizado en Egipto, con la vocalización minya, para indicar: station, port de navigation, monastère, como indica Lévi-Provençal (1932, p. 52).

18

EXPIR AC IÓN GAR CÍA S ÁNC HE Z

No obstante, su significado original en árabe clásico es: an object of wish o wish, a thing wished for (referido al Hombre) (Lane, 2003, p. 3025). En la obra del gran lexicógrafo árabe Ibn Manẓūr (1233-1311), Lisān al-‘arab al-muḥīṭ, considerado el diccionario más exhaustivo del árabe clásico, se recogen diferentes acepciones de la raíz MNY, con sus diferentes vocalizaciones y variantes morfológicas aunque, al igual que sucede en los diccionarios árabes de los siglos XIX y XX, no aparece ninguna referencia a la munya andalusí. Así, en el Lisān al-‘arab se define el término manà, manya como «muerte» (mawt), «porque es nuestro destino (li-anna-hu al-qadr ‘alay-nā)», mientras que munà (plural de munya), significa «lo que el hombre desea (mā yatamannà al-rāŷul)» (Ibn Manẓūr, ed. 1988, V, pp. 539-541). Por otra parte, en la mayoría de los diccionarios y glosarios árabes actuales no se recoge la definición de la munya andalusí o, si se hace, es de manera poco precisa, como vaste jardin (Dozy, 1967, II, p. 620), o como «jardín», «huerto» o «granja», indistintamente; Corriente (1997, p. 514) lo define country-house. García Gómez (1965, p. 334) la explicaba como «un cortijo, casa de campo rodeada por un jardín y tierras de labor, que servía de residencia ocasional, y era, al mismo tiempo, finca de recreo y explotación que pertenecía a emires, califas y altos funcionarios», matización algo más esclarecedora que las anteriores, pero no totalmente representativa del conjunto de almunias andalusíes sino parcial; más bien, sería solo el reflejo de las cordobesas hasta la época califal, pues a lo largo del periodo andalusí hubo también otras de carácter semi-privado y proporciones más modestas que se apartaban algo de este modelo aristocrático. Pasando a los glosarios arábigo-latinos redactados en la Península vemos que en el Vocabulista in arabico (s. XIII), en el registro latino-árabe, incluye munya, munā como equivalente árabe de ortus junto a las voces ŷanna -āt, ŷinān, aŷanna; ḍay‘a -āt, ḍiyyā‘; galqa -āt, gilāq; ḥadīqa, ḥadā’iq, mientras que en la ordenación arábigo-latina que presenta esta obra de­siderium

y ortus son los términos correspondientes a munya (Vocabulista in arabico, 1871, pp. 505 y 198). El término munya se aplicaba a este tipo de propiedades en la zona sur de al-Ándalus, correspondiente a la actual Andalucía, e incluso en la periferia de las ciudades de las zonas fronterizas de la Marca Superior, como Huesca. Estas últimas eran, en su mayoría: établissements agricoles ou domaines ruraux appartenant à un seul propriétaire (Lagardère, 1993, p. 56). En este sentido, resulta muy sugerente que el término almunia aparezca recogido en documentos latinos (de 1068 a 1168) escritos en Cataluña, como el siguiente, de 1068: «habet siquidem terminum [...] a meridie in arenno de Vercio et in ipsa almunia que fuit Adalberti de Lubricato (1068 LFeud. I 362, p. 387)» (Glossarium Mediae Latinitatis Cataloniae, recurso electrónico). Igualmente se mantuvo en el sureste peninsular, al menos hasta el siglo XVI en la Alpujarra granadina, para designar distintos pagos o parcelas agrícolas (Martínez Ruiz, 2002, p. 337). Por el contrario, apenas hay huellas del término en el Levante, pese a que algunas fincas ubicadas en el entorno de determinadas ciudades lo llevan, caso de Munyat Ibn ‘Abd al-‘Azīz y Munyat Abī ‘Āmir, ambas en Valencia (al-Maqqarī, ed. 1968, IV, p. 54 y I, p. 179). En esta zona es sustituido por la voz raḥal (pl. riḥāl), que solía aplicarse a propiedades periurbanas pertenecientes a familias aristocráticas; no obstante su similitud con munya, hay elementos que separan ambas denominaciones (Guichard, 1991, II, pp. 374-387). Un ejemplo de esta pluralidad terminológica en la zona lo encontramos en la situada en torno al Castillejo de Monteagudo, en Murcia, de época mardanīší (tercer cuarto del siglo XII), Qaṣr Ibn Sa‘d, cuya primitiva denominación debió ser raḥal (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995, p. 95). 1.2.

Términos relacionados

Hasta finales del periodo califal se emplea casi exclusivamente la voz munya para referirse a este tipo de fincas o propiedades, salvo en autores orientales —caso de al-Muqaddasī (946-988)— o más tardíos, como al-Maqqarī (m. 1632), que utilizan munya y bustān como sinónimos. Este último término (pl. basātīn), derivado del persa (bū, «aromas», y -stān, «lugar»), en los textos agrícolas tiene un sentido muy amplio, como espacio en el que se dan especies cultivadas (bustāniyya), opuestas a barriyya (silvestres) y, como consecuencia de ello, el de espacio dedicado a especies de regadío, especialmente a las hortícolas. Al mismo tiempo, en estas fuentes bustān presenta también un carácter más específico o restrictivo, en alusión a un espacio en

el que producción y ornato se encuentran reunidos, en definitiva, a una almunia. A partir del siglo XI la terminología recogida en los textos literarios y poéticos andalusíes se amplía y diversifica. Es muy rica y compleja, por lo que no se puede hablar de términos unívocos sino cambiantes, de acuerdo con unas coordenadas espacio-temporales y, sobre todo, en función de las fuentes de información. Por ello, ningún término tendrá el mismo significado y, sobre todo, igual funcionalidad, en un texto históricogeográfico que en uno agrícola o, por supuesto, en uno de carácter poético1. Junto con bustān, uno de los vocablos más utilizados a partir de este periodo es ŷanna (pl. ŷannāt, ŷinān, aŷinna), con un sentido primario de «vergel», opuesto a «desierto». Estos dos nuevos términos, bustān y ŷanna, son los más frecuentes en las fuentes histórico-geográficas, aunque el concepto que representan sigue siendo el mismo, sin dejar por ello de utilizarse la voz munya que, por el contrario, no se registra en las obras agrícolas y botánicas, que alcanzan su máximo apogeo en este siglo —XI— y en el siguiente. Su uso resulta fluctuante, utilizándose a modo de sinónimos en algunas épocas y en determinados textos; se observa que, con mayor o menor frecuencia, dependiendo de la época, los autores árabes utilizan indistintamente uno u otro para referirse a este tipo de explotaciones. Por ello, resulta interesante constatar cómo tres términos —aunque no son los únicos—, que en un principio implican realidades diferentes, llegan a fluctuar hasta utilizarse como sinónimos. Es decir, el concepto es el mismo, aunque aparece expresado bajo distintos nombres, dependiendo del género de la fuente que lo recoja. Así, entre los agrónomos, el almeriense Ibn Luyūn (m. 1349), en su conocida descripción de lo que parece una almunia ideal, en la que en numerosas ocasiones se ha querido ver reflejada la del Generalife, utiliza el término bustān para designarla (Ibn Luyūn, ed. 1988, p. 272). Igual ocurre en los tratados de Ibn Wāfid (Carabaza Bravo, 1988) y de Ibn al-‘Awwām (ed. 1988), redactados en Toledo y Sevilla en los siglos XI y XII-XIII, respectivamente. El agrónomo granadino al-Ṭignarī (ss. XI-XII) es el único que cita, y solo en una ocasión, el término en plural, munà (al-Ṭignarī, ed. 2006, p. 343). Entre los historiadores, citando algunos ejemplos, Ibn al-Jaṭīb (m. 1374) utiliza ŷanna como sinónimo de munya al hablar de la relación de estas fincas que rodean la ciudad de Granada: [...] hay una serie de almunias (munà), entre las que se encuentran la conocida como... (al-ŷanna al-ma‘rūfa...) (Ibn al-Jaṭīb, ed. 1973, I, p. 116).

T E R M INOL OGÍA Y F UNC I O N A L I D A D D E L A S A L M U N I A S A N D A L U S Í E S A T R A V É S D E L O S T E X T O S A G R O N Ó M I COS

19

Es decir, establece una clara equivalencia terminológica, haciendo sinónimas las voces ŷanna y munya y, a la vez, esta correspondencia la traslada al plano conceptual. Unos siglos más tarde, al-Maqqarī utiliza indistintamente bustān y munya para describir algunas almunias cordobesas, al mismo tiempo que emplea un término muy peculiar en el epígrafe que encabeza el apartado: «mutanazzahāt Qurṭuba» (fincas de recreo cordobesas), en alusión al predomino del carácter lúdico en ellas. Un nuevo término, no muy frecuente, es ḥā’iṭ, cuyo primer significado es «muro» o «tapia» y, por extensión, a modo de sinécdoque, se aplicaba a determinadas almunias, como la denominada Ḥā’iṭ al-Sulṭān citada en el Kitāb al-filāḥa de Abū l-Jayr, almunia muy posiblemente ubicada en la sevillana taifa ‘abbādí (Abū l-Jayr, ed. 1991, p. 60 ed./ p. 229 trad.). Por lo que respecta a las obras poéticas, es muy variada la terminología que siguen, siendo la más frecuente ḥadīqa (pl. ḥadā’iq), rawḍ (pl. riyāḍ) y, en algunos casos, ḥayr, además de las antes señaladas.

2.

Elementos básicos y funcionalidad

Resulta muy difícil establecer una estricta separación entre la funcionalidad y los elementos característicos de las almunias ya que, en la información recogida en las diversas fuentes árabes, todos se encuentran totalmente imbricados. Por ello, vamos a analizar algunos ejemplos siguiendo una secuencia cronológica, con independencia del género de las fuentes analizadas. La primera almunia andalusí de la que se tiene registro histórico es la situada al oeste de Córdoba, propiedad de ʻĀmir, uno de los primeros jefes yemeníes instalados en la Península, antes del año 746, y enfrentado con el emir Yūsuf al-Fihrī. El pasaje, recogido en la obra cronística Ajbār Maŷmū‘a —y no muy bien interpretado en ocasiones— señala que este notable yemení había construido en la almunia una jaṭṭāra, término aplicado también a qanaṭ en el norte de África, rodeando con un muro un gran espacio de terreno en torno a esta almunia, que tomó el nombre de qanāt ‘Āmir (Ajbār Maŷmū‘a, ed. 1984, p. 63 ed./ pp. 67-68 trad.). Este fragmento resulta especialmente interesante por varios motivos, aparte de ser la primera noticia transmitida textualmente acerca de la presencia de una almunia en al-Ándalus: la construcción de un qanāt previo a la almunia y, consecuencia de ello, la creación de espacios irrigados por parte de yemeníes, espacios que van a estar ligados a los primeros asentamientos de estos grupos clánicos. Igualmente es muy significativo el nombre que recibe, qanāt ‘Āmir, en memoria de su propietario y del

20

EXPIR AC IÓN GAR CÍA S ÁNC HE Z

sistema de drenaje de agua que la había originado. En definitiva, el agua aparece como primer elemento, indispensable para establecer todo asentamiento humano y diseñar cualquier espacio agrícola, productivo. También se alude a la necesidad de cerramiento y delimitación que requieren estas propiedades periurbanas. Ya en el periodo califal, y referida a Granada, contamos con una definición muy ilustrativa de la almunia andalusí, recogida por el geógrafo oriental al-Muqaddasī (946-988), en la que también aparece el dualismo o duplicidad en su denominación: Garnāṭa está sobre un río cerca del cual se encuentra una almunia (munya) de trece millas de larga, propiedad del soberano. En ella hay toda clase de frutos, excelentes y maravillosos. Es llana y tiene muchas tierras de labor. Yo le pregunté [al sabio andalusí que le informaba] ¿qué es una munya?, y me respondió: un bustān (al-Muqaddasī, ed. 1988, p. 193).

Y aunque no todas compartan por igual los elementos esenciales recogidos en el anterior texto, hay que destacar que, ya desde los primeros momentos de su aparición en el suelo peninsular, las almunias andalusíes tuvieron una doble —y fundamental— función, aunque no única: por un lado, la propiamente agrícola —como en el ejemplo anterior— y, por otro, la de espacio ornamental, lugar para el recreo y descanso de emires, califas y demás miembros de las élites urbanas. Las más conocidas, tanto a nivel de información textual como arqueológica, tal vez sean las cordobesas de época emiral y califal, en las que encontramos una serie de elementos básicos que las definen y que, en gran parte, se prolongan en las surgidas en diversos puntos del suelo andalusí en épocas posteriores hasta concluir en el periodo nazarí. Se trata, en su origen, de estructuras básicamente productivas, de grandes dimensiones, por lo general emplazadas a poca distancia de los núcleos urbanos, alcanzando en algunos casos un grado de desarrollo tal que llegaron a propiciar la formación de barrios periféricos que tomaban el nombre de la munya que los había generado, como el arrabal de Šaqunda y el de Munyat ‘Aŷab, entre otros citados por el historiador cordobés Ibn Baškuwāl (1101-1183) y recogidos por al-Maqqarī (ed. 1968, I, p. 465); incluso, se convirtieron en ciudades palatinas (Madīnat al-Zahrā’). Los elementos arquitectónicos adquieren en algunas de ellas una especial relevancia, de forma tal que la conjunción de todos estos componentes nos presenta a las almunias como la manifestación del poder político y económico de sus propietarios.

Pese a la excepcionalidad de la almunia de ‘Āmir, la más destacada y, al mismo tiempo, la que ha detentado siempre la primacía temporal ha sido Munyat al-Ruṣāfa, mandada edificar a las afueras de Córdoba, hacia el noroeste, por el emir ‘Abd al-Raḥmān I (756788) en recuerdo de la homónima construida por su abuelo el califa Ḥišām b. ‘Abd al-Malik (724-743) junto a la ciudad de Raqqa, al norte de Siria. De ella interesa destacar algunos elementos esenciales que la configuran, transmitidos por varios autores. El historiador magrebí al-Maqqarī, al enumerar en su obra Nafḥ al-ṭīb algunas de las almunias ubicadas en los alrededores de Córdoba, destaca que esta fue construida por el primer emir omeya de al-Ándalus al inicio de su mandato «para su disfrute y descanso (li-nuzhi-hi wa-sukni-hi)», y que en esta hermosa residencia pasaba largos periodos (al-Maqqarī, ed. 1968, I, pp. 466-467). Unida a este claro objetivo de solaz y descanso, en al-Ruṣāfa está presente su función agrícola y productiva, dentro de la que también se desarrolla una actividad, que podríamos definir como «de carácter experimental», impulsada por el propio monarca y plasmada en las labores de introducción y aclimatación de especies importadas de Oriente, así como de ensayos de nuevos usos alimentarios y farmacológicos de las mismas. En esta almunia también debieron realizarse, casi con toda seguridad, la mejora y selección de variedades de algunos de los cultivos y especies ornamentales ya existentes en el suelo peninsular. A este respecto, hay un famoso relato transmitido por varios autores andalusíes acerca de la introducción, entre otras, de una variedad de granada (rummān) conocida como safarī, procedente de al-Ruṣāfa del califa Hišām en Siria, que destacaba por su belleza. Una de las interpretaciones referidas al nombre de esta variedad es que fue Safar b. ‘Ubayd al-Kalā‘ī, uno de los amigos más cercanos de ‘Abd al-Raḥmān I, quien la trajo de Siria y, tras experimentar con sus semillas en unos terrenos que poseía en una alquería de la zona de Málaga, ubicados en la actual Casarabonela (Martínez Enamorado, 2003, pp. 114-116), consiguió producir un fruto con características similares a la procedente de la Ruṣāfa oriental. Inmediatamente, el califa mandó cultivarla en su homónima de Córdoba y en otros jardines de esta ciudad, siendo así cómo esta especie se introdujo en al-Ándalus, «extendiéndose por todos sus confines» (al-Maqqarī, ed. 1968, I, pp. 467-8). Casi seis siglos más tarde el anónimo autor de la crónica titulada Ḏikr bilād al-Andalus confirma su arraigo en el suelo peninsular y su expansión fuera del mismo: «esta planta se da tanto en al-Ándalus como en la otra orilla del Estrecho» (Ḏikr bilād al-Andalus, ed. 1983, p. 117 ed./p. 124 trad.).

Como se ha adelantado, a partir del siglo XI se multiplican las denominaciones aplicadas a estas propiedades: Ḥā’iṭ —o Ŷannat— al-Sulṭān en la corte ‘abbādí, Bustān al-Ṣumādiḥiyya en Almería y Bustān al-Nā‘ūra en Toledo, son los nombres de algunas de las almunias pertenecientes a los monarcas del periodo de taifas, muchas de las cuales se conocerán posteriormente como Huerta del Rey. Con independencia de la terminología empleada, las fuentes textuales andalusíes continúan aludiendo a la multifuncionalidad de tales espacios, siendo las características específicas de cada género literario las que van a determinar el énfasis puesto en resaltar su carácter residencial y aristocrático o su actividad productiva y experimental. Entre los numerosos ejemplos referidos a estas almunias «reales», se han escogido algunos representativos que proceden tanto de agrónomos y botánicos que hablan de sus propias experiencias en estas propiedades de los monarcas, como de historiadores y geógrafos que también se interesan por datos de carácter productivo y económico. De ellos unos están referidos a la importación de semillas exóticas desde Oriente y su aclimatación en estos espacios, o a procesos de mejora de variedades: En la Huerta de la Noria (Bustān al-Nā‘ūra) [en Toledo] había una variedad de higos (tīn) en los que una mitad era verde y la otra blanca, los cuales eran, además, de una extremada dulzura (Ibn Sa‘īd al-Magribī, ed. 1997, II, p. 9). Yo he visto esta especie de espárrago hortense (hal­yūn bustānī) sembrada por Ibn Baṣṣāl en la Huerta del Sultán (Ŷannat al-Sulṭān) (Abū l-Jayr, ed. 2007, p. 749). Me informó Faraŷ, el alarife de al-Ṣumādiḥiyya [en Almería], que los dátiles (tamar) que se plantan con la pulpa fructifican a los seis o siete años, mientras que si se plantan sin ella lo hacen a los nueve años (al-Ṭignarī, ed. 2006, p. 278).

Otras citas aúnan ornato y producción, como la descripción que el historiador y geógrafo almeriense al-‘Uḏrī (s. XI) hace de la ya citada almunia del rey alMu‘taṣim Ibn Ṣumādiḥ, posiblemente ubicada en el valle del río Pechina: En las afueras de Almería al-Muʿtaṣim construyó una almunia (bustān) de artística traza con palacios de peregrina factura. A ella llevó, entre otras cosas, los más singulares frutales, como el platanero (mawz), en sus diversas especies, la caña de azúcar (qaṣab al-sukkar) y otros muchos frutos. En su centro hay un gran estanque

T E R M INOL OGÍA Y F UNC I O N A L I D A D D E L A S A L M U N I A S A N D A L U S Í E S A T R A V É S D E L O S T E X T O S A G R O N Ó M I COS

21

(buḥayra aẓīma) rodeado por templetes pavimentados de mármol blanco. Esta almunia es conocida por al-Ṣumādiḥiyya y se encuentra muy cerca de la ciudad, rodeada por otras muchas parecidas (al-‘Uḏrī, ed. 1965, p. 85).

Otra célebre almunia, ya en el periodo almohade, es al-Buḥayra, en alusión al elemento hidráulico más destacado en ella: la gran alberca que la recorría. Mandada construir por el califa Abū Ya‘qūb Yūsuf en las afueras de Sevilla, junto al Guadalquivir, y dotada de hermosas construcciones, en ella también se realizaron labores de mejora e introducción de nuevas especies. El historiador andalusí Ibn Ṣāḥib al-Ṣalāt (s. XII) alude al plantío de olivos, árboles variados, vides y frutales raros, de las más variadas y dulces especies, que se llevó a cabo en la zona. En relación con las especies arbóreas destaca que se dispuso que agricultores expertos trasplantaran en la Buḥayra pies de olivo escogidos del Aljarafe, y que también se llevaran selectas variedades de perales, ciruelos y manzanos procedentes de Granada y Guadix para su plantío en los terrenos de la almunia (Ibn Ṣāḥib al-Ṣalāt, ed. 1969, pp. 189-190). Otras van apareciendo en los contornos de la capital granadina, aunque no son denominadas con este término ni tampoco las fuentes árabes proporcionan información directa acerca de su funcionalidad. En época almohade destaca Qaṣr al-Sayyid, construido en 1218 en el entor-­ no del actual Alcázar Genil por el gobernador de Granada Isḥāq b. Yūsuf, padre del califa almohade ‘Umār alMurtaḍā, dotada también, como en el caso de la Buḥayra sevillana, de un estanque de grandes proporciones con fines lúdicos y agrícolas (Orihuela Uzal, 1996). En época nazarí, dejando aparte las numerosas ubicadas en la Vega granadina de las que dan cuenta los textos históricos, y la de Aynadamar, propiedad de Ibn al-Jaṭīb, otra citada como tal —munya— en los textos árabes es la de los Alijares (al-Dišār). De vida muy efímera (fue destruida por un terremoto de gran intensidad que asoló la Vega granadina en 1431), estuvo situada en los terrenos de la colina de la Alhambra hoy conocidos como Dehesa de los Alijares. Construida entre 1375 y 1394, tanto sus edificaciones como los espacios de huerta y jardines, fueron diseñados, de acuerdo con las fuentes árabes, por Muḥammad V (Higuera Rodríguez y Morales Delgado, 1999, p. 33). A través de Ŷannat al-riḍā, obra del autor granadino de mediados del siglo XV Ibn ‘Āṣim, podemos recordar el papel que desempeñaron los jardines y huertas de estas propiedades reales en los procesos de introducción y aclimatación de nuevas especies en al-Ándalus o de la mejora de las ya existentes. Al referirse a la alberca o zafariche que en ella había indica que:

22

EXPIR AC IÓN GAR CÍA S ÁNC HE Z

[...] proporcionaba el riego a zonas escogidas para plantarlas con los árboles más exóticos de los que abunda el Aljarafe de Sevilla y las plantaciones de Génova, además de lo que es costumbre en el Islam poner en estos espacios (Ibn ‘Āṣim, ed. 1989, II, p. 27).

Más adelante expresa cómo el concepto de estética y utilidad van íntimamente unidos, formando un todo inseparable: Aquí [Alijares] los árboles superan en producción, maduración y aprecio de sus frutos, cuya consecuencia es la dulzura y fragancia de las frutas, siendo también un lugar tranquilo para sus moradores, deleite de los ojos y goce del olfato (Ibn ‘Āṣim, ed. 1989, II, p. 27).

En cuanto a la más conocida de las almunias nazaríes, el Generalife, es citada como ŷanna —Ŷannat al‘Arīf— en la relación que proporciona de las huertas/ almunias del entorno de la capital granadina (Ibn alJaṭīb, ed. 1973, I, p. 116), y de igual manera es nombrada por autores nazaríes posteriores, como Ibn Zamrak (1333-1393), Ibn ‘Āṣim (m. c. 1453) e Ibn Furkūn (m. d. 1417). Al contrario de lo que sucedió con buena parte de las almunias dispersas por el territorio andalusí, que fueron destruidas y desaparecieron sus estructuras constructivas junto con la evidencia de su funcionalidad, afortunadamente no sucedió igual con esta, la única que se ha conservado hasta nuestros días y en la que se ha mantenido de forma ininterrumpida su activi­dad productiva. Y si bien los textos históricos y geográficos registran una multiplicidad de funciones en las almunias, en el caso de las obras poéticas y agronómicas estas se ven reducidas. Por lo que respecta a estas últimas, en ellas no podemos encontrar descripciones de almunias aristocráticas, de gran extensión, pero sí de otras de proporciones más reducidas y construcciones más humildes. Para designarlas, como se ha señalado antes, se emplea bustān, en ningún caso ŷanna, término este que queda reservado para las huertas y huertos cercanos a los núcleos de población. Al mismo tiempo, en las breves descripciones presentes en algunos de los tratados agrícolas, como el de Ibn Wāfid2, encontramos recogido el sentido de multifuncionalidad que encierran estos espacios periurbanos: Si quieres disponer de una almunia (bustān), escoge un lugar adecuado que se halle en vecindad con las gentes para hacerles compañía, pues las más hermosas (aḥsan), placenteras (anzah) y útiles (anfa‘) son las que están próximas (Carabaza Bravo, 1988, I, p. 318).

Ibn al-‘Awwām (ss. XII-XII), por otra parte, alude a elementos imprescindibles, como abundante agua, y otros de carácter lúdico, placentero y, en cierto sentido, también ecológicos: Para los huertos/almunias (basātīn) se han de elegir los sitios de bastante agua, cercanos á la casa del dueño, si fuere posible, por lo que conviene á conservar el ayre sano, y lo mismo los ojos de los espectadores, demas de la alegría que causa tender la vista por ellos (Ibn al‘Awwām, ed. 1988, I, p. 152).

Los poetas, como cabría esperar, en las descripciones que dedican a estas fincas, con independencia de la terminología utilizada —ŷanna, riyāḍ y ḥadīqa, entre otra—, solo destacan su condición de lugares de recreo y descanso, con hermosas construcciones y jardines adornados con las más variadas y raras especies en los que se celebraban espléndidas fiestas minuciosamente descritas. Las almunias reales también se dedicaron en oca­ siones a servir de alojamiento temporal de personajes ilustres. Es el caso de la Buḥayra, en donde se instaló el califa Abū Yūsuf Ya‘qūb al-Manṣūr y su ejército cuando, procedente de Marruecos llegó a la ciudad en 1195; en los años siguientes se albergaron en ella otros califas almohades (Bosch Vilá, 1984, p. 282). Igual servicio prestaron otras, como el ya citado Alcázar Genil o Qaṣr al-Sayyid, mandado edificar en 1218-19 por Sayyid Isḥāq b. Yūsuf, padre del califa almohade ‘Umar al-Murtaḍā. Ya en época nazarí pasó a formar parte del patrimonio real y se utilizó como Dār al-diyāf o residencia de huéspedes ilustres, especialmente durante los gobiernos de Muḥammad I y Muḥammad II (Orihuela Uzal, 1996, p. 335). Volviendo a las restantes fuentes analizadas, en las historiográficas encontramos una nueva funcionalidad, pocas veces señalada de las almunias: la de servir de sede administrativa del gobierno, como se detecta ya en el siglo XI en la Granada zīrí. En este periodo histórico tenemos constancia de, tal vez, una de las primeras citas de munya en él datadas: la ubicada en el futuro arrabal de al-Ramla, en el exterior de la puerta del mismo nombre. A ella alude el monarca de la taifa granadina, ‘Abd Allāh b. Buluggīn, en sus Memorias: Tenía el nuevo sultán [Bādīs b. Ḥabūs] por costumbre salir a un lugar llamado al-Ramla (la Rambla), a cuyo lado había una almunia (munya) con dos puertas, que era donde su padre, Ḥabūs, solía tener su consejo de gobierno3. Los conjurados decidieron celebrar en al-Ramla una carrera de caballos y asesinar al soberano cuando saliese de la almu-

nia [...]; Bādīs salió por la otra puerta camino de su alcazaba (‘Abd Allāh b. Buluggīn, ed. 1982, p. 104).

3.

Elementos y estructuras vegetales

Junto con los cerramientos arquitectónicos —cercas y muros—, destinados a delimitar la propiedad y protegerla, totalmente indispensables en la disposición de una almunia, hay otros de carácter vegetal que pueden suplir esta función o constituirse en elementos ornamentales y de protección en los espacios internos. Unos de los más representativos —ciñéndonos a las almunias granadinas— dentro de determinadas estructuras y elementos vegetales, lo constituyen los emparrados y bóvedas de laureles, cuya presencia se ha visto corroborada por la arqueología y/o los textos. En el primero de los casos, los emparrados, constituyen una forma constructiva vegetal indisoluble del paisaje granadino a lo largo de siglos. Su presencia en las huertas y almunias es imprescindible, tanto como elemento de ornato como de sombra y, a comienzos del periodo almorávide, al-Ṭignarī, el autor originario de una pequeña alquería granadina, recomienda en su tratado agrícola que: En las grandes almunias (al-munà al-kibār), las horcas o pértigas deben de colocarse sobre los paseos de forma que sobrepasen la altura de las personas que circulen por ellos; en el caso de los jardines (riyāḍāt) y en aquellos lugares en los que nadie pasee por debajo de las parras (dawālī), estas estarán a la altura de los que caminen por los andenes a su alrededor, dejando entre los racimos de uvas y la cabeza de quien vaya paseando un espacio no inferior a dos palmos (al-Ṭignarī, ed. 2006, pp. 343-344).

Podemos concluir que, bajo una u otra denominación, este tipo de propiedades periurbanas proliferaron por el territorio andalusí a lo largo de sus distintas etapas históricas, al mismo tiempo que, aunque en alternancia con otros en determinados textos, se siguió empleando el término munya para designarlas, manteniéndose incluso, como se ha visto, en el siglo XVI en la Alpujarra granadina para designar distintos pagos o parcelas agrícolas. Del mismo modo, la voz almunia se registra en documentos latinos redactados en la zona aragonesacatalana a finales del siglo XI. En definitiva, se confirma que en las almunias andalusíes destaca la imbricación entre una predominante actividad agrícola, productiva y experimental, y otra orientada hacia el puro placer de los sentidos, de forma tal que ambas conviven en estos espacios sin que

T E R M INOL OGÍA Y F UNC I O N A L I D A D D E L A S A L M U N I A S A N D A L U S Í E S A T R A V É S D E L O S T E X T O S A G R O N Ó M I COS

23

ninguna resulte excluyente. Finalmente, no podemos obviar que, si bien las almunias constituyen uno de los ejemplos más representativos de la agricultura de regadío intensiva, las prácticas de secano, aunque en menor proporción, no estaban del todo ausentes en ellas, entre cuyas edificaciones y zonas de servicios agrícolas se encontraban las eras dedicadas a los cereales: «Todas tienen casas magníficas, torres elevadas, eras amplias, palomares y gallineros bien acondicionados» (Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, p. 10).

24

EXPIR AC IÓN GAR CÍA S ÁNC HE Z

NOTAS Un resumido análisis de la problemática que presenta esta terminología, partiendo básicamente de textos agrícolas, se encuentra en García Sánchez (1995). 2. La obra de este médico y agrónomo toledano (s. XI) se encuentra recogida en la primera parte de una edición árabe cuyo texto completo se atribuye a otro agrónomo andalusí del mismo siglo, Ibn Ḥaŷŷāŷ. Ambos tratados han sido traducidos al castellano por Julia María Carabaza Bravo (1988). 3. Es de destacar esta funcionalidad, no muy conocida, que presentaban algunas almunias pertenecientes a los soberanos. 1.

Bibliografía ‘ABD ALLĀH B. BULUGGĪN (ed. 1982). El siglo XI en 1ª persona: las “Memorias” de ‘Abd Allāh, último rey zīrí de Granada destronado por los almorávides (1090), trad. cast. de Évariste LéviProvençal y Emilio García Gómez, Madrid, Alianza. ABŪ L-JAYR (ed. 1991). Kitāb al-filāḥa. Tratado de agricultura, ed. y trad. de Julia María Carabaza Bravo, Madrid, ICMA. —— (ed. 2007). Kitābu ‘Umdati ṭṭabīb fī ma‘rifati nnabāt likulli labīb [Libro base del médico para el conocimiento de la Botánica por todo experto], trad. cast. de Joaquín Bustamante, Federico Corriente y Mohamed Tilmatine, Madrid, CSIC. Ajbār Maŷmū‘a (ed. 1984). Ajbar Machmua [colección de tradiciones]: crónica anónima del siglo XI, dada a luz por primera vez, traducida y anotada por Emilio Lafuente y Alcántara, Madrid, Guillermo Blázquez. BOSCH VILÁ, Jacinto (1984). Historia de Sevilla. La Sevilla islámica: 712-1248, Sevilla, Universidad. CARABAZA BRAVO, Julia María (1988). Aḥmad b. Muḥammad b. Ḥaŷŷāŷ al-Išbīlī: al-Muqni‘ fī l-filāḥa, Granada, Universidad, 2 vols. Disponible en: http://hdl.handle.net/10481/5929 [Consulta: 28/11/2014]. CORRIENTE, Federico (1997). A dictionary of Andalusi Arabic, Leiden, E. J. Brill. Ḏikr bilād al-Andalus. Una descripción anónima de al-Andalus (ed. 1983). Ed. y trad. de Luis Molina, Madrid, Instituto Miguel Asín, 2 vols. DOZY, Reinhart (1967). Supplément aux dictionnaires arabes, 3ème. ed., Leyde, E. J. Brill, 2 vols. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1965). «Notas sobre topografía cordobesa en los Anales de al-Haken II», Al-Andalus, XXX/2, pp. 319-379. GARCÍA SÁNCHEZ, Expiración (1995). «Cultivos y espacios agrícolas irrigados en al-Andalus», en Lorenzo Cara Barrionuevo y Antonio Malpica Cuello (coords.), Agricultura y regadío en AlAndalus: síntesis y problemas: actas del coloquio, Almería, 9 y 10 de Junio de 1995, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, pp. 17-37. Glossarium Mediae Latinitatis Cataloniae (GMLC). Institución Milá y Fontanals, CSIC-Universidad de Barcelona. Disponible en: http://gmlc.imf.csic.es/codolcat [Consulta: 7/10/2014]. GUICHARD, Pierre (1990-1991). Les musulmans de Valence et la Reconquête (XIe-XIIe siècles), Damas-Paris, Institut FrançaisAdrien Maisonneuve, 2 vols. HIGUERA RODRÍGUEZ, Alicia de la; MORALES DELGADO, Antonio (1999). «La Almunia de los Alijares según dos autores árabes: Ibn ‘Āṣim e Ibn Zamrak», Cuadernos de la Alhambra, 35, pp. 31-48. IBN ‘ĀṢIM (ed. 1989). Ŷannat al-riḍà fī l-taslim li-mā qaddara Allāh wa-qaḍà, ed. de Ṣalāḥ Ŷarrār, Ammān, Dār al-Bašīr, 3 vols. IBN AL-‘AWWĀM (ed. 1988). Libro de agricultura: su autor el doctor excelente Abu Zacaria Iahia, estudio preliminar y notas de Expiración García Sánchez y J. Esteban Hernández Berme-

jo, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 2 vols. IBN AL-JAṬĪB (ed. 1973-1977). Al-Iḥāta fī ajbār Garnāṭa, ed. de Muḥammad ‘Abd Allāh ‘Inān, Al-Qāhira, Maktabat al-Janŷī, 4 vols. —— (ed. 1998). Historia de los reyes de la Alhambra: el resplandor de la luna llena (Al-Lamḥa al-badriyya), estudio preliminar por Emilio Molina López, traducción e introducción de José María Casciaro Ramírez, Granada, Universidad. IBN LUYŪN (ed. 1988). Tratado de agricultura: Kitāb Ibdā’ almalāḥa wa-inhā’ al-raŷāḥa fī uṣūl ṣinā’at al-filāḥa, ed. y trad. de Joaquina Eguaras Ibáñez, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. IBN MANẒŪR (ed. 1988). Lisān al-‘Arab al-Muḥīṭ, ed. de Yūsuf Jayyāṭ, Bayrūt, Dār al-Ŷīl, 7 vols. IBN ṢĀḤIB AL-ṢALĀT (ed. 1969). Al-Mann bi-l-imāma, estudio preliminar, traducción e índices por Ambrosio Huici Miranda, Valencia, Anubar. IBN SAʻĪD AL-MAGRIBĪ (ed. 1997). Al-Mugrib fī hulà l-Magrib, ed. de Manṣūr Jalīl, Bayrūt, Dār al-Kutub al-‘Ilmiyya, 2 vols. LAGARDÈRE, Vincent (1993). Campagnes et paysans d’Al-Andalus VIIIe-XVe s., Paris, Maisonneuve et Larose. LANE, Edward William (2003). Arabic-English lexicon [Cd-Rom], Vaduz, Thesaurus Islamicus Foundation. LÉVI-PROVENÇAL, Évariste (1932). L’Espagne musulmane au Xéme siècle: institutions et vie sociale, Paris, Larose. AL-MAQQARĪ (ed. 1968). Nafḥ al-ṭīb min guṣn al-Andalus al-ratīb, ed. de Iḥsān ‘Abbās, Bayrūt, Dār Ṣādir, 8 vols. MARTÍNEZ ENAMORADO, Virgilio (2003). Al-Andalus desde la periferia:la formación de una sociedad musulmana en tierras malagueñas (siglos VIII-X), Málaga, Diputación. MARTÍNEZ RUIZ, Juan (2002). «Toponimia menor de las tahas de Ferreyra, Poqueyra y Xubiles según el libro manuscrito inédito de Habices de 1527», en Martínez Ruiz, Juan, El lenguaje del suelo: (toponimia), Jaén, Universidad, pp. 329-342. AL-MUQADDASĪ (ed. 1988). Aḥsan al-taqāsim fī ma‘rifat al-aqālim, ed. de Muḥammad Majzūm, Bayrūt: Dār Ihḥyā’ al-turāṯ al-‘arabī. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1995). «El Castillejo de Monteagudo: Qaṣr Ibn Sa‘d», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus. Siglos XII y XIII, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 63-103. ORIHUELA UZAL, Antonio (1996). Casas y palacios nazaríes. Siglos XIII-XV, Barcelona-Madrid, Lunwerg. AL-ṬIGNARĪ (ed. 2006). Kitāb Zuhrat al-bustān wa-nuzhat al-aḏhān, ed. de Expiración García Sánchez, Madrid, CSIC. AL-‘UḎRĪ (ed. 1965). Nuṣūṣ ‘an al-Andalus min Kitāb Tarṣī‘ al-ajbār wa-tanwī‘ al-āṯār, wa-l-bustān fī garā’ib al-buldān wa-l-masālik ilà ŷamī‘ al-mamālik, ed. de ‘Abd al-‘Azīz al-Ahwānī, Madrid, Instituto de Estudios Islámicos. Vocabulista in arabico: pubblicato per la prima volta sopra un codice della Biblioteca Riccardiana di Firenze (1871). Ed. de Celestino Schiaparelli, Firenze, Le Monnier.

T E R M INOL OGÍA Y F UNC I O N A L I D A D D E L A S A L M U N I A S A N D A L U S Í E S A T R A V É S D E L O S T E X T O S A G R O N Ó M I COS

25

JUAN F. MURILLO REDONDO Ayuntamiento de Córdoba ALBERTO LEÓN MUÑOZ Universidad de Córdoba FERNANDO LÓPEZ CUEVAS Universidad de Córdoba

02

LA APORTACIÓN DE LA ARQUEOLOGÍA AL ESTUDIO DE LAS ALMUNIAS CORDOBESAS: EL EJEMPLO DE AL-RUṢĀFA The contribution of archeology to the study of the Cordova’s almunias: the example of al-Ruṣāfa

RESUMEN En este trabajo proponemos una revisión del concepto de almunia aplicado a las grandes propiedades suburbanas de la Córdoba omeya. Estas instalaciones aúnan la función residencial, recreativa y de representación de un personaje real o de elevado rango, con una importante actividad productiva de carácter agropecuario. Además de esta prioritaria vertiente productiva, las almunias se convierten en uno de los factores más determinantes en la configuración de la Córdoba islámica, como elementos vertebradores del paisaje suburbano y periurbano, como piezas claves en la integración entre la ciudad y su territorio. Como ejemplo de este carácter polifuncional de las almunias tomamos como modelo el caso de la almunia al-Ruṣāfa, erigida por ‘Abd al-Raḥmān I, y recientemente identificada en el sector noroeste del área periurbana de Córdoba. Finalmente exponemos algunas de las nuevas perspectivas que se abren de cara a la futura investigación sobre estas instalaciones periurbanas cordobesas. PALABRAS CLAVE Almunia | Córdoba | Etapa emiral | Etapa califal | Al-Ruṣāfa | Arrabales | Explotación agropecuaria | Proceso urbanístico ABSTRACT In this work we propose a revision of the concept of almunia applied to the large suburban properties of the Umayyad Cordova. These facilities combine the residential, recreational and representative functions of members of the court or of high rank, with an important productive activity of agricultural character. In addition to this priority productive aspect, the almunias become one of the most determining factors in the configuration of the Islamic Cordova, as elements around which it is organized the suburban and peri-urban landscape, as key pieces in the integration between the city and its territory. As an example of this polyfunctional character of the almunias we take as a model the case of almunia al-Ruṣāfa, erected by ‘Abd al-Raḥmān, and recently identified in the northwest sector of the peri-urban area of Cordova. Finally we expose some of the new perspectives that are opened in the future research on these Cordovan peri-urban properties. KEYWORDS Almunia | Cordova | Emiral period | Caliphal period | Al-Ruṣāfa | Suburbs | Agropecuary exploitation | Urban process

27

1. Introducción El conocimiento sobre las instalaciones genéricamente agrupadas bajo el término de «almunias» ha experimentado un significativo desarrollo en Córdoba durante los últimos años. Las numerosas intervenciones arqueológicas preventivas desarrolladas en las dos últimas décadas han renovado el panorama de la información sobre estos testimonios, aportando una ingente cantidad de información que, convenientemente procesada y combinada con los resultados de estudios que incidan en su distribución territorial e inserción paisajística, estamos seguros contribuirán a una más precisa definición conceptual, funcional, material y cronológica. Tradicionalmente, la orientación de la investigación ha estado muy condicionada por varias circunstancias: —— La mención (no siempre precisa y unívoca) de estas instalaciones en las fuentes cronísticas palatinas, que ha llevado a asociarlas casi exclusivamente con los círculos de poder omeya1. Los ejemplos más conocidos serían la propia al-Ruṣāfa de ‘Abd al-Raḥmān I, la munyat Naṣr, la almunia al-Nā‘ūra, de ‘Abd Allāh, o al-‘Āmiri­yya de Ibn Abi Amir al-Manṣūr. —— Otro factor condicionante vino marcado por los primeros hallazgos arqueológicos documentados desde mediados del s. XX, en particular, los asociados con el denominado camino de las Almunias de Madīnat al-Zahrā’ (Huerta de Valladares, Vado de Casillas y Cortijo del Alcaide). La exuberancia decorativa de los paneles de ataurique (en particular del Cortijo del Alcaide) han llevado a relacionar (casi mecánicamente) estas almunias de forma prioritaria con la vertiente palaciega2, a la manera que ha sucedido tradicionalmente con la pars urbana de las villae clásicas. De hecho, así han sido interpretadas y revisadas recientemente por G. Anderson (2005, 2007 y 2013), en cuyos estudios incluye una vinculación arquitectónica y tipológica con las villae tardorromanas.

28

—— Se da la circunstancia añadida de que ninguna de dichas grandes construcciones fue excavada con unos criterios estratigráficos ni con un sistema de registro y documentación que garantizase una mínima calidad de la información. No disponemos aún de una planimetría que permita tener una visión de conjunto de las mismas; sin embargo, sí se han realizado estudios de los elementos de decoración arquitectónica descontextualizados recuperados de estos enclaves (cf. Ewert, 1998). Como veremos, este panorama se ha enriquecido notablemente en lo relativo al número de testimonios arqueológicos documentados en las dos últimas décadas; aunque en muchos casos con evidentes limitaciones. Fruto de lo anterior, y por extensión, se ha considerado como almunia cualquiera de las grandes construcciones con carácter palatino extendidas por los suburbios de la capital cordobesa, sin atender apenas a su inherente vertiente productiva ni a las evidentes transformaciones que, a lo largo de la dilatada historia de la Córdoba omeya, experimentaron estos conjuntos, que en varios casos pasaron de extensa unidad de producción agropecuaria a «simple» conjunto residencial engullido por el desarrollo suburbano de Madīnat Qurṭuba. Pese a todo, la mejor definición que se ha hecho de estas instalaciones, acuñada a partir de las referencias textuales árabes, fue la elaborada por García Gómez, entendida como: «una casa de campo, rodeada de un poco o un mucho de jardín y de tierras de labor [...], al mismo tiempo finca de recreo y explotación» (García Gómez, 1965, p. 334). En esta definición se hacía hincapié, precisamente, en la faceta productiva de estos complejos, sin desdeñar la vertiente representativa y residencial de sus construcciones. En esta misma línea se inserta la definición que de la voz «almunia» realizó con posterioridad H. Kirchner: La almunia es un tipo de explotación agrícola de los alfoces de las ciudades [...]. Eran residencias de miembros de

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

las oligarquías urbanas y a la vez explotaciones agrícolas que, en algunos casos vecinos a Córdoba, constituyeron también verdaderos jardines botánicos de experimentación (Argemí et al., 1995, pp. 165-166).

Resulta paradójico que desde una óptica casi opuesta a la que venimos comentando, la única almunia entendida como tal a mediados de los noventa fuese una modesta instalación «en los Llanos del Castillo, donde fueron descubiertos restos [...] que consistían fundamentalmente en una alberca, un posible pozo de noria, dos atarjeas y restos de construcciones que, junto con la cerámica hallada [...]», permitían fechar la almunia en el siglo X y habría estado en funcionamiento hasta la primera mitad del XI (Moreno Garrido y Costa Palacios, 1989). Por otro lado, desde un punto de vista urbanístico, las almunias por lo general se habían venido considerando como un elemento más en la pléyade de edificios aislados que conformaban el paisaje suburbano, junto a baños, mezquitas, etc., con la pretensión prioritaria de identificar obsesivamente restos arqueológicos con topónimos recogidos en las crónicas. No obstante, en los últimos años, la inserción de toda la información arqueológica en una lectura integral del proceso de formación de la ciudad andalusí, ha llevado a contemplar estas instalaciones como un elemento esencial en la vertebración del paisaje urbano, en el proceso de captación, integración e islamización de la población urbana y del entorno inmediato. Más allá de su consideración genérica, el análisis de la información arqueológica existente, el replanteamiento de su cronología —matizando, cuando no corrigiendo por completo, la genérica asignación califal—, ha hecho que se puedan considerar, con bastantes visos de verosimilitud, como uno de los factores más determinantes en la configuración de la Córdoba islámica, estructurada en un modelo polinuclear en torno a algunos de estos enclaves (Murillo Redondo, Fuertes Santos y Luna Osuna, 1999; Murillo Redondo, Casal García y Castro del Río, 2004). La revisión de la cronología inicial (o fundacional) de estos conjuntos ha llevado a plantear el origen emiral de muchos de ellos, inicialmente distribuidos en torno a caminos históricos y propiedades dispersas, provistos de áreas de explotación agropecuaria, pero que en fases avanzadas de su desarrollo y como consecuencia del crecimiento de la conurbación califal, se vieron absorbidos por las nuevas construcciones y vieron reducido su espacio exclusivamente a la parte residencial (Ruiz Lara y Murillo Redondo, 2001; Murillo Redondo et al., 2004).

Por otra parte, la integración de estas instalaciones en la constitución de un paisaje periurbano y su condición de piezas claves en la integración entre la ciudad y su territorio conduce necesariamente al análisis de su vertiente productiva. A ello ha contribuido la documentación de un variado elenco de infraestructuras hidráulicas de época romana, y reutilizadas en el diseño de los espacios hidráulicos de las propiedades islámicas, distribuidas en el sector noroccidental de Córdoba, cuya ubicación coincide, según nuestra propuesta, con la almunia al-Ruṣāfa (Murillo Redondo, 2009).

2. Al-Ruṣāfa y el origen de las almunias omeyas cordobesas Fundada en el tercer cuarto del siglo VIII por ‘Abd al-Raḥmān I, la munya al-Ruṣāfa constituirá no solo la residencia habitual del primer emir independiente de al-Ándalus, sino también el referente, hasta su destrucción en el año 1011, para un modelo de explotación agropecuaria que será característico de la Córdoba omeya, aunando la componente económica con la de residencia estacional de marcado carácter recreativo y suntuario. Consciente de encarnar la perdida legitimidad omeya, ‘Abd al-Raḥmān I pondrá en marcha un ambicioso programa de gobierno que sentará las bases de la reorganización de al-Ándalus, materializada en la capital cordobesa con la centralización en el Alcázar de la infraestructura básica del Estado y la fundación de la Mezquita aljama en el año 786. Con ambas actuaciones ‘Abd al-Raḥmān al-Dājil dará a Qurṭuba una imagen urbana que marcará su ulterior evolución, configurando un conjunto «central» equiparable al de Damasco y en el que, de acuerdo con la explicitación ideológica imperante, política y religión se encarnan en la figura del emir. En paralelo, los embrionarios aparatos estatales reunidos en el Alcázar y el papel reservado a la oración del viernes en la Mezquita aljama servirán de contrapunto, como factores de integración, a una segmentación urbana definida por los ya incipientes arrabales islámicos de Balāṭ Mugīṯ, Šabular y Šaqunda (Murillo Redondo et al., 2004; León Muñoz y Casal García, 2013). Estos arrabales, localizados junto a las principales puertas del sector meridional de la Medina y el puente, representan un modelo hasta cierto punto espontáneo de poblamiento a partir de núcleos (vici) anteriores a la conquista islámica y en los que los primeros musulmanes recibirán casas y propiedades, iniciando un desarrollo urbanístico diferenciado respecto a los específicamente mozárabes, configurados alrededor de

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

29

fig. 1 Madinat Qurtuba a finales del s. X. (1) Aqua Vetus; (2) Ramal de Vallehermoso; (3) Acueducto de Santa Ana de la Albaida; (4) Aqua Nova; (A) Camino de los Nogales; (B) Camino «Intermedio»; (C) Camino Viejo de Almodóvar; (D) Camino de El Alcaide; (E) Camino de Casillas; (F) Camino «de las Almunias»; (G) Camino de El Pretorio; (H) Camino del Arroyo del Moro; (I) Camino de La Albaida; (J) Camino de Turruñuelos; (K) Camino Viejo de Trassierra. (GMU-UCO).

basílicas suburbanas que se mantendrán en uso durante varias generaciones. Con estos ingredientes, tendríamos puestas algunas de las bases de la ulterior evolución urbana de la capital de al-Ándalus, a las que debemos sumar la almunia de al-Ruṣāfa como prototipo de gran propiedad agrícola y de residencia periurbana que gozará de un enorme prestigio entre cronistas y poetas de la Corte, como consecuencia de su vinculación con el fundador de la dinastía y, tras su destrucción durante la fitna, de su nostálgica identificación con el perdido esplendor de la capital del Califato3. Nuestro conocimiento de al-Ruṣāfa, como del resto de almunias cordobesas, se fundamenta en lo que los textos árabes nos han transmitido y, fundamentalmente, en la reciente y trascendental aportación de la Arqueología. Desde el punto de vista topográfico, los textos son unánimes al situarla a escasa distancia al noroeste de Córdoba, con la que estaba unida mediante sendos caminos que partían de la puerta septentrional conocida como Bāb al-Yahūd, y de la occidental denominada Bāb ‘Amir 4. La historiografía cordobesa ha identificado siempre la Ruṣāfa omeya con el topónimo Arrizafa o Arruzafa, documentado a partir de la gran finca agrícola que co-

30

rrespondió al rey Fernando III en el repartimiento que siguió a la conquista castellana de Córdoba en 12365, y que con posterioridad experimentaría sucesivos cambios de propiedad, vinculándose de una parte al Señorío de la Albaida y de otra al Convento de San Francisco de la Arruzafa, desde su fundación en 1417 hasta la desamortización del mismo en 1835. Ya en el siglo XX, la propiedad fue dividida en varias fincas, sobre una de las cuales se construiría el Parador Nacional de la Arruzafa (cf. Murillo Redondo, 2009). Esta gran propiedad, la munyat al-Ruṣāfa, se encontraba perfectamente comunicada con las puertas abiertas en los lados norte y oeste de la Medina a través de varios caminos cuyo origen romano es incontestable al estar flanqueados por necrópolis, por villae y por el trazado de dos acueductos. A lo largo de estos caminos surgirán, desde mediados del s. IX, núcleos de población que acabarán conformando lo que andando el tiempo, ya en el s. X, las fuentes árabes denominarán rabad al-Ruṣāfa, al que se asocia un cementerio del mismo nombre6 (fig. 1). ‘Abd al-Raḥmān I no fundará la almunia ex novo, sino sobre la base de una gran propiedad que había pertenecido a Razin al-Burnusī, uno de los primeros conquistadores llegados con las tropas de Ṭārik, lo que a su vez nos indica que este la habría obtenido de un ante-

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

rior propietario hispano-visigodo7. En este sentido, las recientes investigaciones arqueológicas que han acompañado a la urbanización del Plan Parcial O-1, sobre los terrenos pertenecientes al antiguo Convento de San Francisco de la Arruzafa, han demostrado que la residencia favorita de ‘Abd al-Raḥmān I se configuró, en efecto, sobre una gran propiedad romano-visigoda que ya contaba con una depurada infraestructura hidráulica desde mediados del s. I d.C. (Murillo Redondo, 2009; Murillo et al., 2010a). Este sistema, que comprendía al menos dos captaciones en la zona actualmente conocida como El Patriarca, pequeños acueductos, cisternas y una red de canalizaciones secundarias que se extendían hasta la vecina zona del Tablero Alto, se ha mantenido en uso hasta la actualidad, con las lógicas modificaciones y renovaciones en algunos de sus elementos (fig. 2). Será la preexistencia de este sistema hidráulico, uno de los más complejos entre los hasta ahora conocidos en el entorno de Qurṭuba, el que explique la elección del primer emir omeya, pues sin él habría sido imposible satisfacer las necesidades tanto de los jardines y huertos8, como de las residencias y pa-

bellones de recreo9, incluyendo el hamman citado con motivo del intento de asesinato sufrido por al-Dājil10. La línea de rigidez del sistema, situada en la parte más alta de la actual Huerta de la Arruzafa, en torno a la cota 170 m, propició la puesta en riego de una extensa superficie próxima a las 50 ha, sin que podamos descartar que en algún momento se viera complementado con otro sistema hidráulico existente inmediatamente al este, en la zona del Tablero, donde recientemente se están documentando edificaciones fechables en los siglos IX y X (fig. 3). Ruṣāfa será la residencia favorita y habitual del emir, quien no se planteará la remodelación del Alcázar de Córdoba hasta los últimos años de su reinado, actuando hasta entonces la almunia como sede oficiosa del gobierno, de un modo similar al papel dado por ‘Abd al-Raḥmān III a la almunia de al-Nā‘ūra en los primeros años de su reinado, antes de su traslado a Madīnat al-Zahrā’. El sentido dinástico que impera en todas las actuaciones de ‘Abd al-Raḥmān I está presente en el acto fundacional, tanto en el concepto como en el nombre elegido, coincidente con la Rusafa (o Resafa) siria de su abuelo, el califa Hishām (724-743), como tendremos

fig. 2 Estructura hidráulica «A», excavada en el Plan Parcial O-1 (al-Ruṣāfa). Construida en el siglo I, fue objeto de diversas reformas hasta su abandono y colmatación a lo largo del siglo VIII. (Fotografía: Fátima Castillo).

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

31

fig. 3 El sistema hidráulico de La Arruzafa, El Brillante y El Tablero a comienzos del s. XX. (Planimetría municipal de 1928).

oportunidad de ver. Este principio se plasmará en la vinculación de sus inmediatos sucesores con esta almunia, bien manifestada por la profunda remodelación a la que la sometió el emir Muhammad (852-886), que atendió tanto a la cerca que la delimitaba, incluyendo la construcción de nuevas puertas, como a la reconfiguración de los jardines y a su monumentalización con un nuevo maylis o salón de recepciones. En ella residiría esporádicamente el emir ‘Abd Allāh, y aún en época de ‘Abd al-Raḥmān III (912-961), al-Ruṣāfa se encontraba en perfecto estado de conservación, sirviendo de alojamiento a ilustres visitantes y contando con extensos jardines y huertos en los que se alzaban innumerables árboles, que fueron talados y destruidos en el año 1011.

Al-Ruṣāfa como nodo del crecimiento suburbano de Madīnat Qurṭuba 3.

Como ya hemos señalado, desde momentos relativamente tempranos, los textos árabes asocian topográfica-

32

mente a esta almunia un cementerio y un arrabal, en el que instalarán sus lujosas residencias varios personajes próximos a la Corte, como es el caso de Ibn Abi ‘Amir (el futuro al-Manṣūr) en torno al año 972, en su época al servicio de al-Ḥakam II (961-976)11. Y por último, en este mismo arrabal se situarían las casas de los contingentes bereberes al servicio de los amiríes12 cuyo asalto en 1009 por el populacho cordobés serviría de detonante para la guerra civil que acabó con el Califato y con la unidad política de al-Ándalus13. En el estado actual de la investigación, el sector con una ocupación más temprana es el situado junto al camino del Arroyo del Moro, en el extremo oriental de al-Ruṣāfa, donde se localizan contextos emirales de la segunda mitad del s. IX y de las primeras décadas del X, sobre unos terrenos en los que previamente se emplazaba un gran fundus romano que perdurará hasta época islámica, cuando se transformará en otra unidad productiva del tipo almunia (Morena López, 1994). En todo este sector, y hasta el inmediato camino que unía la parte septentrional de al-Ruṣāfa con la Bāb al-Yahūd,

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

fig. 4 Excavaciones en el extremo oriental del arrabal de al-Ruṣāfa. (1) Gran edificio de probable funcionalidad agrícola; (2) Necrópolis; (3) Arrabal. (GMU-UCO).

abierta en el lienzo septentrional de la Medina, se desarrolló un área de arrabal en el que, en determinados puntos, se ha podido constatar la existencia de una fase emiral previa al máximo desarrollo alcanzado en la segunda mitad del s. X, cuando parte de las dependencias de la almunia quedarán absorbidas por la trama suburbana (fig. 4). También aquí se configurará, desde época emiral, un cementerio islámico de cierta extensión y que debemos de identificar con el de al-Ruṣāfa citado por las fuentes árabes (Casal García, 2003). Otra zona con una ocupación pre-califal se sitúa en la parte suroccidental de al-Ruṣāfa, si bien aquí, y a diferencia de lo visto para el extremo oriental, no tenemos constancia de una presencia romana o tardoantigua previa, vinculándose la primera ocupación islámica a un área industrial dedicada a la producción alfarera, con numerosos hornos y otras instalaciones, cuya puesta en funcionamiento se remontaría a los últimos años del s. IX o a comienzos del s. X14. Similar cronología muestra otra posible almunia situada inmediatamente al este de los talleres alfareros,

junto a la bifurcación del camino que unía la parte occidental de al-Ruṣāfa con las puertas occidentales de Madīnat Qurṭuba. Esta almunia experimentó una importante renovación a mediados del s. X (Rodero Pérez y Asensi Llácer, 2006), coincidiendo también aquí con la urbanización de los terrenos, y consistente en la construcción de un nuevo edificio o, más probablemente, en la restauración de uno preexistente, como evidencia el estudio de los numerosos elementos de decoración arquitectónica recuperados (Bermúdez Cano, Rodero Pérez y Asensi Llácer, 2006). Por estos mismos años, o poco después, cabe situar la intensificación en la urbanización experimentada por este sector occidental de al-Ruṣāfa, junto a la almunia y a ambos lados del antiguo camino, que aún experimentará un proceso de pavimentación en el tránsito del s. X al XI, además del encauzamiento de al menos uno de los arroyos que atravesaba15 (fig. 5). Una postrera fase de urbanización, ya de la última década del s. X la constatamos a poniente del área industrial, en el punto de máxima expansión del arrabal

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

33

fig. 5 Interpretación de las principales áreas funcionales del sector de arrabal de al-Ruṣāfa excavado en el Plan Parcial MA-1.2 y en el PERI MA-9. (Elaborado a partir del diseño original de Rodero Pérez y Molina Mahedero, 2006).

de al-Ruṣāfa y frente al flanco oriental de Turruñuelos. Se trata de un barrio residencial surgido absolutamente ex novo y con una cuidada ordenación regular que contrasta con la observada en el resto del arrabal (fig. 6). Su avanzada cronología viene avalada tanto por el carácter evolucionado de los contextos cerámicos, como por el hecho de que para la eliminación de las aguas residuales se aproveche un antiguo acueducto romano, conocido como Aqua Augusta, hecho absolutamente anómalo y solo explicable por la pérdida total de su primigenia funcionalidad tras haberse reconvertido para el abastecimiento de agua a Madīnat al-Zahrā’. Tanto su posición en el extremo occidental de alRuṣāfa, en un punto más allá del cual ya no se constata la presencia de áreas urbanizadas, como su cronología tardía, ya claramente amirí, y las características del trazado urbano y de la propia tipología residencial (cf. Murillo et al., 2010a), han llevado recientemente a plantear la hipótesis de su identificación con aquellas casas del arrabal de al-Ruṣāfa habitadas por las tropas bere-

34

beres al servicio de los amiríes y cuyo asalto y saqueo en 1009 por los cordobeses seguidores de Muhammad b. Hishām ‘Abd al-Jabbar al-Mahdi dio origen al sangriento enfrentamiento conocido por la fitna y que acabó con el califato omeya16. La verificación de esta hipótesis está sujeta a futuras investigaciones arqueológicas en este sector del arrabal, siendo fundamental su relación directa, a través del camino del Puente de los Nogales, con Turruñuelos (fig. 7), inmenso y complejo yacimiento arqueológico cuya interpretación permanece por el momento abierta pero que posiblemente habría que poner en relación con las necesidades militares del Estado andalusí, si no como emplazamiento de Faḥṣ al-Surādiq, como ha sido propuesto (Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998), tal vez como arsenales, fábricas de armamento o cualquier otro complejo de edificios estatales o semiestatales de funcionalidad castrense. En esta línea podría apuntar la evidencia proporcionada por las excavaciones recién culminadas en el Plan Parcial Huerta de Santa Isabel, a tres kilómetros

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

fig. 6 Extremo occidental del arrabal de al-Ruṣāfa, excavado en el Plan Parcial O-4. Fotografía aérea e interpretación del trazado de las manzanas y de la distribución de las casas. (GMU-UCO).

al oeste de las murallas de la Medina e inmediatamente al sur de Turruñuelos, en las que se ha documenta-­ do parte de una villa romana altoimperial con la que se relacionanuna necrópolis que incluye sepulturas de incinera­ción con ajuares fechables en el s. II y otras de inhumación con elementos de ajuar ya claramente tardoantiguos. Forma parte del fundus un sistema hidráulico del que se han localizado dos pequeños acueductos y una serie de grandes depósitos hidráulicos, de los que el mayor, de al menos setenta metros de longitud por diez de anchura, fue objeto de varias reparaciones que lo mantuvieron en uso hasta época califal. El que la mayor parte de este yacimiento no haya sido aún excavado, hace muy provisionales las conclusiones, especialmente en lo relativo a la gran propiedad romana. Más clara se presenta su heredera islámica, de la que se han excavado cuatro grandes edificios (fig. 8). Dos de ellos presentan una cronología emiral, en tanto que los otros dos se fechan ya en época califal, destacando el dispuesto junto al camino que lo une con

Turruñuelos, situado apenas 600 m al norte. Un gran qanat, cuya captación se localiza en los terrenos de la propia finca, debió de usarse para su abastecimiento. Las excepcionales características del gran patio rectangular de este edificio, pavimentado con un cuidado empedrado de cantos, y la estrechez y regularidad de las crujías que se abren a él recuerdan la estructura de una gran caballeriza y sus dependencias auxiliares, al tiempo que la patente relación con Turruñuelos, nos evocan el texto de al-Maqqari sobre la cría de caballos y las fábricas de armas instaladas por al-Mansur en su almunia de al-‘Āmiriyya (Murillo et al., 2010a).

4. ¿Qué es una almunia en la Córdoba omeya? Desde un primer momento, las fuentes árabes que se refieren a al-Ruṣāfa expresan una nítida dualidad: por un lado la existencia de un edificio o grupo de edificios de carácter áulico, incluyendo un qasr con su hamman, y

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

35

fig. 7 Fotografía oblicua del yacimiento arqueológico de Turruñuelos (GMU, 1999). Al fondo, a la derecha, los terrenos de La Arruzafa y El Patriarca. En el recuadro, ortofoto de Turruñuelos (Vallejo Triano, 1995).

por otro la presencia de huertas y jardines, en los que el propio al-Dājil crearía el primer «jardín botánico» de al-Ándalus, cercados por una tapia en la que se abrían varias puertas, una de ellas de carácter monumental mandada construir por el emir Muhammad. Sin embargo, estos textos son unánimes a la hora de calificar a al-Ruṣāfa como una almunia, por lo que no cabe considerar. Ahora bien, ¿qué debemos entender por almunia? Según García Gómez, quien sigue a Lévi Provençal, la palabra al-munya podría tener un origen griego, habiendo llegado al árabe por intermedio copto y siendo usada en Oriente con la vocalización minya para designar una estación, un puerto de navegación, un monasterio o un lugar de retiro espiritual. Por el contrario, en al-Ándalus, y con la vocalización munya, designaba «una casa de campo, rodeada de un poco o un mucho de jardín y de tierras de labor, que servía de residencia ocasional, y era, al mismo tiempo, finca de recreo y de explotación»17. Tal acepción para el término es evidente, al menos para el periodo cronológico comprendido

36

entre mediados del s. VIII y las primeras décadas del s. XI, siendo la recogida por las fuentes árabes que narran la historia de los omeyas cordobesas. A este respecto, quizá el texto más descriptivo de lo que era una de estas grandes propiedades periurbanas cordobesas sea el transmitido por Ibn Ḥayyān a propósito de la almunia de Guadarromán, regalada por Durrī a su señor, el califa al-Ḥakam II: Esta almunia había sido creación personal suya, su lugar de retiro, y la inversión de todo su caudal. Había llegado en ella al colmo de la perfección, que se aproximaba a muchos de los deseos de su señor y daba satisfacción a buena parte de sus aficiones, por lo cual el Califa iba a ella con frecuencia en sus días de vacaciones y la utilizaba en algunas de sus temporadas de descanso. En vista de ello el fatà Durrī, queriendo darle gusto, una vez que estuvo completa y terminada, se la ofreció al Califa con cuanto tenía dentro y fuera de ella: jardines bien regados, tierras de labor, esclavos, esclavas, bueyes y bestias de

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

fig. 8 Fotografía aérea de los terrenos comprendidos entre el arrabal de al-Ruṣāfa (primer plano) y Madīnat al-Zahrā’ (al fondo). (GMUUCO).

fig. 9 Localización del arrabal de alRuṣāfa (primer plano) en relación con la almunia de ‘Abd alRaḥmān I (fondo). (GMU-UCO).

carga. [...] Como [el Califa] había pensado pasar en ella la noche, le fueron preparadas en su interior varias alcobas, y en su alrededor se levantaron tiendas y pabellones destinados a los criados y pajes de su séquito18.

La reiterada y contrapuesta distinción que en el texto se hace entre «dentro» y «fuera», entre «interior» y «alrededor», estarían indicando el carácter dual del término munyat, aplicado en primera instancia al conjunto edificado, y a partir de él, por extensión, a la totalidad de la propiedad, incluyendo jardines, campos de labor y pas-

tos19. Igualmente, y aunque la mayor parte de las almunias cordobesas conocidas20 estaban de un modo u otro vinculadas a la familia omeya, este texto nos informa de que su creación no era privativa del príncipe, pudiendo deberse a la iniciativa de un privado, aún cuando este normalmente fuera un personaje de alto rango. La más antigua almunia conocida es precisamente la de al-Ruṣāfa, no aplicándose tal denominación en al-Ándalus con anterioridad a ‘Abd al-Raḥmān I, lo que ha llevado a E. García Sánchez a considerar que «esta estructura de dominio no existía en al-Ándalus

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

37

fig. 10 Estado actual (2004) del sistema hidráulico de la Huerta de la Arruzafa. (GMU-UCO).

hasta que los descendientes de los califas omeyas de Damasco —para quienes les era bastante familiar—, la implantaron en Córdoba» (García Sánchez, 1996, p. 20). Compartimos la relación entre la aparición del término almunia y la instauración del emirato omeya en Córdoba, así como la existencia de este modelo de gran propiedad periurbana en las actuales Siria y Jordania, pero nos parece dudoso que el término munyat fuera aplicado con idéntico sentido en Oriente, donde parece tener un significado netamente diferenciado, y aún más que bustān fuera «su equivalente andalusí»21. Con independencia del origen terminológico y de la evolución semántica que el concepto almunia tuvo a lo largo del desarrollo histórico de al-Ándalus, resulta evidente, a la luz de la información actualmente existente, que en su origen y durante toda la etapa omeya designa a una gran propiedad periurbana que aúna una función eminentemente residencial, recreativa y de representación, vinculada con la ocasional residencia en ella de un personaje real o de elevado rango, con una no menos importante función productiva de carácter agropecuario22.

38

Tras la desintegración del Califato, y durante el siglo XI, los poetas andalusíes se encargarían de difundir una imagen esencialmente estereotipada de las almunias cordobesas, resaltando su faceta de lugar de recreo. En paralelo, muchos de los reyes de taifas se apresuraron a repetir el modelo en las proximidades de sus nuevas capitales, si bien habría que analizar si estas nuevas almunias respondían al viejo modelo omeya o presentan ya un carácter «evolucionado» en el que priman el palacio y el jardín sobre la gran propiedad agrícola23.

Delimitación y caracterización arqueológica de la almunia de al-Ruṣāfa

5.

Una vez definido espacial y cronológicamente el ámbito urbanizado ocupado por el arrabal de al-Ruṣāfa y por aquellas otras grandes residencias, pertenecientes a altos personajes, existentes en el mismo, nos queda un amplio espacio (fig. 9) en el que la evidencia arqueológica, en este caso negativa, permite situar una zona no urbanizada en la que se emplazaría la almunia de

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

al-Ruṣāfa, delimitada por una cerca con contrafuertes al exterior, construida con una técnica edilicia característica del siglo IX que, probablemente, habría que poner en relación con la amplia remodelación que de la finca realizara el emir Muhammad, en la que es posible que incluso se le añadieran nuevos terrenos situados al oeste del núcleo inicial, en la actual zona del Tablero Alto. A diferencia de otras almunias localizadas en la periferia occidental de Qurṭuba y que quedaron reducidas al sector edificado de carácter residencial (cf. Murillo et al., 2010b), al-Ruṣāfa no llegaría a desaparecer víctima del desarrollo urbano de la segunda mitad del siglo X, manteniéndose en toda su extensión y esplendor hasta su destrucción durante el inicio de la fitna. Este hecho diferencial constituye otra evidencia de su especial consideración entre las fundaciones omeyas cordobesas. Su núcleo central se situaba en las inmediaciones de la actual Huerta de la Arruzafa (fig. 10), en la que se ha documentado el sistema hidráulico fundado en época imperial romana y en uso hasta la actualidad (Murillo Redondo, 2009). Por debajo de la línea de rigidez de este sistema se situarían los jardines y huertas susceptibles de ser regados, así como buena parte de las dependencias residenciales y de servicio de la almunia, incluyendo un hamman ya en funcionamiento en el último tercio del siglo VIII y varios edificios o salones de representación, como el maŷlis construido por Muhammad. Entre estas edificaciones destaca la documentada por las investigaciones geofísicas realizadas en 2005 en los terrenos situados inmediatamente al sur de la Huerta y del Parador de la Arruzafa, que evidencian la presencia de un edificio aislado, de unos 50 m de lado, con un recio muro perimetral, dotado de contrafuertes en su fachada, que encierra un área residencial con varias estancias dispuestas en crujías alrededor de un gran patio (fig. 11). Al no haber sido aún excavado, poco podemos añadir a esta primera aproximación, no contándose por el momento con evidencias sobre su edilicia, detalles de la planta y, fundamentalmente, encuadre cronológico. No obstante, las características tipológicas de su planta, tal y como revelan los magnetogramas, son sorprendentes y enormemente sugerentes dada la evidente similitud que muestra con la serie de edificios omeyas localizados en las actuales Siria y Jordania, conocidos genéricamente, bajo la denominación de «castillos del desierto». Este término es poco preciso y al mismo tiempo engañoso por cuanto oculta la esencia de los mismos, su carácter de centro residencial de una extensa propiedad destinada simultáneamente al recreo y solaz de sus propietarios, califas y otros miembros de la familia omeya, y a la puesta en explotación de un espacio agrícola irrigado24.

fig. 11 Prospección geomagnética en al-Ruṣāfa. (Eastern Atlas, 2004).

Aunque la comparación con edificios orientales bien conocidos como Khirbat al-Minya, Qasr al-Hayr al-Sharqi o Qasr Kharana es patente, tal vez la mayor similitud, tanto en planta como en dimensiones se de con az-Zaytuna25, edificio situado a escasa distancia de la antigua Sergiópolis, la ciudad que cambió su nombre por el de Resafa Hishām cuando el califa Hishām (724-743) fijó en ella su residencia y en la que pasó largas temporadas su nieto, el futuro ‘Abd al-Rahmān I26 (fig. 12). Años después, al-Dājil fundaría su residencia predilecta en las inmediaciones de su nueva capital, la vieja Corduba, sobre una gran propiedad romano-visigoda preexistente, y le aplicó el significativo nombre, cargado de un enorme contenido en la nueva simbología omeya occidental, de al-Ruṣāfa en manifiesto recuerdo de la Rusafa siria y de su abuelo, con el que restablece la línea de legitimidad dinástica. Posiblemente en ese discurso dinástico tenga pleno sentido el traslado a al-Ándalus de una tipología arquitectónica netamente identificada con su Siria natal y, muy específicamente con la Resafa Hishām en la que discurrió su infancia27.

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

39

fig. 12 Comparación del «palacio» de alRuṣāfa con el de Az-Zaituna (según Thilo Ulbert).

Nuevas perspectivas en la investigación sobre las almunias cordobesas 6.

Tras su fundación, al-Ruṣāfa servirá de modelo para las almunias creadas por los sucesivos emires y por otros personajes directamente vinculados con la familia omeya (Murillo Redondo et al., 2004). Así, los textos árabes nos han transmitido el nombre de más de una treintena de almunias cordobesas y la arqueología nos proporciona evidencias de casi medio centenar (López Cuevas, 2013; 2014), si bien la posibilidad de identificar unos determinados vestigios arqueológicos con uno de esos nombres no siempre es tan factible como en el caso de la almunia de ‘Abd al-Rahman I. Sirva como ejemplo el caso de Velázquez Bosco, el primer excavador de Madīnat al-Zahrā’, quien identificó la almunia por el excavada junto al arroyo Guadarromán, al oeste de la ciudad palatina, con la al-‘Āmiriyya almanzoreña, siendo necesario medio siglo, y la publicación y traducción de nuevos textos salidos de la pluma de Ibn Ḥayyān, para que M. Ocaña (1984) deshiciera el error y pudiera relacionarla con la munyat al-Rummaniyya fundada por Durri el Chico en época de al-Ḥakam II. Aunque históricamente importante, esta identificación entre vestigios exhumados por la investigación arqueológica y nombres transmitidos por los textos árabes no es el principal reto que tiene ante sí la investigación sobre las almunias cordobesas, que deberá afrontar la revisión de la ingente cantidad de documentación generada por la febril actividad excavadora de la última década, y de poner en marcha nuevos proyectos de arqueología extensiva que permitan una aproximación a las funciones productivas y de articulación del espacio periurbano y rural de este singular modelo de explotación agropecuaria y de representación social y política de las élites omeyas.

40

En este sentido, desde nuestro grupo de investigación Sísifo, encuadrado en el Área de Arqueología de la Universidad de Córdoba, hemos iniciado una línea de investigación que pretende reconstruir el proceso de transición de Corduba a Qurṭuba a través de los modelos de implantación suburbana y periurbana, en los que los asentamientos tipo almunia desempeñaron un importante papel. La diferenciación entre urbano, suburbano, periurbano y rural, aunque nítida si consideramos segmentos cronológicos estáticos, se vuelve imprecisa y cambiante si adoptamos una perspectiva diacrónica instalada en la longue durée del fenómeno urbano y de la antropización del territorio, proporcionando una gradación y matices que es necesario aquilatar sobre la base de una investigación arqueológica que debe atender a una renovación conceptual y metodológica. En 1999, en una reunión en Sta. Maria Capua Vetere, el profesor Panciera, se preguntaba: ¿dove finisce la città? Una cuestión a la que varias generaciones de geógrafos y urbanistas llevan más de un siglo sin conseguir dar respuesta y ante la que cabría formular otras preguntas: ¿Qué es la ciudad? ¿Se ha entendido por ciudad siempre lo mismo? ¿Tenía el mismo concepto de ciudad un «cordobés» del s. VIII a.C., otro del s. I d.C., el del s. VI o el del s. X? Y en cuanto al «suburbio», ¿ofrece las mismas características en la Corduba del s. I a.C., en la Colonia Patricia altoimperial, en la Corduba tardoantigua y en la Qurṭuba omeya? La respuesta a estas preguntas es evidentemente negativa. Sendas variables, ciudad y suburbio, entendidas no obstante como partes indisociables de una única realidad, han adoptado diferentes fisonomías, funciones y peso de acuerdo con las especificidades de las sucesivas formaciones sociales y culturales que han modelado Córdoba a lo largo de cinco milenios de devenir his-

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

fig. 13 Distribución del poblamiento islámico en el territorio de madinat Qurtuba. En el recuadro, los yacimientos existentes en el ámbito periurbano que podrían encuadrarse en el «tipo almunia». (GMU-UCO).

tórico en los que la ciudad ha mantenido una estrecha simbiosis con un territorio del que ha obtenido los recursos básicos y sobre el que ha proyectado una particular forma de ordenación económica, político-social e incluso simbólica. Un territorio en el que, a su vez, se dispone una pléyade de yacimientos arqueológicos dispuestos en la franja periurbana y en el más alejado ámbito rural que, de un modo u otro, han mantenido relaciones de colaboración o de dependencia respecto al yacimiento principal (fig. 13). Unas relaciones que no han sido inmutables, sino sometidas a una dinámica histórica. Este territorio directamente dependiente de Córdoba no ha sido siempre el mismo. El actual término municipal del Córdoba es heredero del territorio abarcado, desde su incorporación a la Corona castellana en 1236, por el antiguo Reino de Córdoba, cuya delimitación no coincidía con la de la kura de Madīnat Qurṭuba, ni con la del Conventus cordubensis. Pese a esos cambios, es fácil señalar una serie de características que han acompañado siempre a ese territorio, diversificado desde el punto de

vista físico y ecológico, constituido por tres unidades fundamentales (Sierra, Vega fluvial y Campiña) que han aportado a la comunidad humana asentada en Córdoba una gran variedad de recursos. El Proyecto que, fundamentado en varias tesis doctorales, estamos poniendo en marcha, parte de una sistematización metodológica en la obtención y depuración de la información mediante los siguientes niveles: —— Fuentes secundarias de carácter archivístico y bibliográfico. —— Análisis cartográfico e interpretación de series de fotografías aéreas en las que es posible detectar estructuras soterradas susceptibles de ser vinculadas con estos asentamientos tipo almunia. —— Aplicación de técnicas de muestreo para el diseño de las estrategias de trabajo arqueológico de campo, fundamentadas en el empleo de métodos escasamente agresivos para el registro arqueológico. —— Prospección arqueológica extensiva.

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

41

—— Desbroce de grandes superficies para una prospección arqueológica intensiva. —— Excavación de sondeos de control y evaluación que nos permitan confirmar la cronología y adscripción de las estructuras documentadas; no solo las vinculadas con las áreas monumentales o palaciegas, ya documentadas parcialmente en intervenciones pre-estratigráficas, sino especialmente aquellos sectores asociados a la actividad agropecuaria, que son los que, en última instancia, le confieren la función económica que venimos resaltando. —— Toma de muestras edafológicas, paleobotánicas, bioarqueológicas y arqueológicas. —— Adopción de las pertinentes medidas de protección y conservación del registro arqueológico. Toda la documentación obtenida será integrada en un Sistema de Información Geográfica que facilitará la gestión y el procesado de la información para el establecimiento de los siguientes parámetros básicos: —— Análisis del patrón de asentamiento, que a tenor de la información arqueológica disponible hasta el momento distribuye las almunias en dos áreas muy concretas que en gran medida son continuidad de las grandes propiedades de la etapa romana: en el piedemonte de Sierra Morena, y entre la tercera y cuarta terrazas fluviales, en la ribera derecha del Guadalquivir, condicionadas por la existencia de los abundantes manantiales y veneros esenciales para la creación de los espacios irrigados. En este segundo caso, almunias ubicadas junto al río, sería factible la utilización de norias y otros ingenios hidráulicos para la extracción y aprovechamiento directo del agua del río mediante su elevación. —— Jerarquización del poblamiento, estableciendo la correspondiente tipología y características de los distintos asentamientos y las pautas de su evolución/transformación. —— Usos del suelo y grado de antropización. En un segundo nivel de análisis, y a partir de la información obtenida en la fase anterior, nos proponemos profundizar en una serie de cuestiones que trascienden a la propia materialidad de la antropización del territorio para atender a la proyección del dominio de la ciudad sobre el territorio desde una múltiple perspectiva: —— Relaciones de dominio político y social en el medio periurbano y rural, mediante la definición del

42

territorio administrativo dependiente de la ciudad, el análisis de la red viaria, de la estructura de la propiedad y de las relaciones sociales entre propietarios, aparceros y mano de obra libre, y siervos. —— Formas de gestión, almacenaje y redistribución de la producción agraria, atendiendo a los tipos y tamaño de las explotaciones agrícolas, que estaría en función de la estructura de la propiedad preexistente, pero también de las transformaciones en los cultivos y técnicas de producción y, fundamentalmente, de las necesidades de acumulación de excedentes y/o comercialización de los productos en el mercado cordobés. —— Una especial importancia en la articulación del espacio periurbano comienza a cobrar la combinación de cultivos de secano y de regadío, para los que se emplean las diversas posibilidades y recursos hídricos disponibles en el territorio y que se plasman en la trascendencia, ya desde época romana, de los sistemas hidráulicos a ba­se de albercas, como las del Cañito de María Ruiz, Huerta de Santa Isabel o al-Ruṣāfa, y su continuidad como soporte de la estructura de la propiedad (fig. 14). En este sentido son especialmente representativos los vestigios registrados en el área de Rabanales, en el sector periurbano oriental, donde se aprecia con claridad la continuidad de complejos de actividad agropecuaria e industrial vinculado a una villa romana. Al igual que hemos expuesto en relación con las propias instalaciones de la almunia al-Ruṣāfa, en esta zona volvemos a encontrarnos con la reutilización y continuidad de los sistemas hidráulicos, documentándose una compleja infraestructura de captación, almacenamiento y distribución dotada de una gran alberca de origen altoimperial, remodelada en época tardoantigua, y acequias y canales de distribución, que fueron reutilizados sin solución de continuidad por una almunia islámica (probablemente identificable con la munyat Rabanališ), y por instalaciones posteriores (fig. 15). —— Las analíticas realizadas sobre los diferentes tipos de muestras obtenidas en el trabajo de campo, deberán de arrojar información sobre los tipos de cultivos, la incidencia de la ganadería y otras actividades primarias en el ámbito rural, y sobre la acumulación de excedentes mediante sistemas de almacenamiento, que a primera vista, son muy diferentes a los conocidos silos de las poblaciones campesinas de otras regiones. —— Un aspecto esencial para entender la dinámica ciudad/territorio es la materialización, redis-

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

tribución, inversión y amortización de la renta agraria, para lo que trataremos de reconstruir, de un lado, la transferencia de parte de la misma al poder político mediante los mecanismos fiscales estatales, y de otro la comercialización de una parte de los excedentes en los zocos urbanos y su papel esencial en el abastecimiento, en determinados productos perecederos, de una creciente población urbana. —— Visibilidad de las élites en el mundo rural a través de la arquitectura y la cultura material. Creemos que es a partir de este momento cuando verdaderamente tendría sentido la consideración específica de la vertiente arquitectónica que hasta ahora, como decíamos al principio, ha venido monopolizando el interés por estas instalaciones. La complejidad de los objetivos propuestos nos lleva a ser cautos y, sobre todo, conscientes de que el modelo que comenzamos a vislumbrar para las almunias cordobesas no es, sin duda, ni el más extendido ni el más representativo de la mayoría de almunias existentes en otros ámbitos andalusíes, especialmente en aquellos con una cronología posterior al siglo XII o situados en zonas ecológico-espaciales muy diferenciadas respecto al valle del Guadalquivir. Con todo, ciertos paralelismos parecen intuirse respecto a la situación existente en Toledo y, en menor medida, en Sevilla y Mérida a lo largo de la etapa omeya y taifa, constituyendo una línea de trabajo en la que es necesario continuar incidiendo, al igual que en el análisis de las evidentes diferencias respecto al ámbito levantino y nazarí. Esto solo es posible mediante el contacto, el intercambio metodológico y la confrontación de resultados entre diferentes grupos de investigación, por lo que reuniones científicas como «Almunias del Occidente islámico: solaz y producción», celebrada en Granada en mayo de 2013, son de una vital importancia.

6.

7.

8.

9.

10.

11.

12.

13.

14.

NOTAS 1. 2. 3.

4.

5.

Esta es la visión que se desprende, fundamentalmente, de Ibn Ḥayyān (cf. García Gómez, 1965; 1967). Sobre el Cortijo del Alcaide, cf. Castejón Calderón, 1960; Hernández Jiménez, 1985; Ewert, 1998; ibid., 1999. Así, y en los siglos XI y XII, la recordarán, además de Ibn Ḥazm, Ibn Zaydūn, Qāsim ibn ‘Abbud al-Riyahi y Abu-l-Qāsim Ibn Hishām al-Qurṭubī (cf. Pérès, 1990, pp. 135-137). Yaqut, Kitāb Mu’jam al-Buldān, IV, pp. 58-61, Beirut; traducción de Gamal al-Karim, 1974, «La España musulmana en la obra de Yaqut», Cuadernos de Historia del Islam, VI, p. 244. Cf. García y García, Cantelar Rodríguez y Nieto Cumplido, 1976, Catálogo de los manuscritos e incunables de la Catedral de Córdoba, Salamanca, p. 305.

15.

16.

17.

Cf. v. gr. Ibn Ḥawqal, ed. 1938, Kitāb Ṣūrat al-Arḍ, ed. de Johannes H. Kramers, Leiden, pp. 112-113; Ibn Ḥazm, ed. 1952, Ṭawq al-Ḥamāma, traducción de Emilio García Gómez, Madrid, p. 102. El primer personaje conocido cuyo enterramiento está documentado en el cementerio de al-Rusafa es Aḥmad b. Qarlumān, muerto en 988 según Ibn al-Faraḍī, Ta’rij, n. 180 (citado por Manzano Moreno, 2006, p. 545, nota 24). La noticia es transmitida por Ibn Ḥayyān, quien la toma de alRazi; cf. Ibn Ḥayyān, ed. 1973, Al-Muqtabis min anbā’ ahl alAndalus, ed. de Mahmud ‘Ali Makki, Beirut, pp. 227 y 234. El emir se preocupó personalmente de hacerse traer plantas exóticas, especialmente desde Siria, para su aclimatación en Córdoba, por lo que al-Rusafa actuó como jardín botánico desde el que las nuevas plantas y cultivos se difundieron por todo al-Ándalus; cf. Ibn Ḥayyān, ed. 1973, Al-Muqtabis, p. 227; Al-Maqqari, ed. 1968, Naft al-tib min gusn al-Andalus al-ratib, ed. de Ihsan ‘Abbas, Beirut. Tanto los construidos por el propio ‘Abd al-Raḥmān I, como el célebre maylis edificado por orden del emir Muhammad (852886); cf. Ibn Ḥayyān, ed. 1973, Al-Muqtabis, pp. 170-171; Ibn al-Qūṭiyya, ed. 1868, Ta‘rīh Iftitāḥ al-Andalus, p. 84 del texto árabe editado por Pascual de Gayangos (Madrid); y p. 68 de la traducción de Julián Ribera (Ibn al-Qūṭiyya, ed. 1926, Historia de la conquista de España de Abenalcotía el Cordobés, Madrid). Cf. Ajbar Machmuâ [colección de tradiciones]: crónica anónima del siglo XI, dada a luz por primera vez, ed. 1867, traducida y anotada por Emilio Lafuente y Alcántara, Madrid, p. 105. Ibn ‘Idari, ed. 1951, Kitāb al-Bayān al-Mugrib fī ajbār al-Andalus wa-l-Magrib, vol. II, ed. de Georges S. Colin y Évariste Lévi-Provençal, Leiden, p. 429. De «incomparable magnificencia» es calificado el palacio construido por el futuro dictador en al-Rusafa, en el cual vivía con lujo «fastuoso y casi regio» (cf. Reinhart P. Dozy, 1988, Historia de los musulmanes de España, vol. III, El Califato, Madrid, p. 109); Évariste Lévi Provençal (1950, España Musulmana, HEMP, vol. IV, Madrid, p. 401) nos proporciona la fecha de 972 para la construcción de este palacio, tras promocionarlo al-Ḥakam II al desempeño de la shurta media y convertirse en uno de los altos dignatarios del Estado. Ibn ‘Idari, ed. 1930, Al-Bayān al-Mugrib fī ajbār Muluk al-Andalus wa-l-Magrib, [Kitāb al-Bayān al-Mugrib...] vol. III, p. 75 del texto árabe editado por Évariste Lévi Provençal (Paris); y p. 75 de la traducción de Felipe Maíllo Salgado (Ibn ‘Idari, ed. 1993, La caída del Califato de Córdoba y los reyes de taifas (al-Bayān al-Mugrib), Salamanca). Ibn ‘Idari, ed. 1930, Al-Bayān al-Mugrib, III, pp. 99 y 102 del texto árabe; y pp. 92 y 94 de la traducción de Maíllo Salgado (Ibn ‘Idari, ed. 1993, La caída del Califato de Córdoba). Cf. Rodero Pérez y Molina Mahedero, 2006; excavaciones de Fátima Castillo Pérez de Siles y Enrique León Pastor en las manzanas 18 y 19 del Plan Parcial O-4 (Cortijo del Cura). Cf. Rodero Pérez y Molina Mahedero, 2006, p. 292. Con esta fase se relacionaría una pequeña maqbara excavada en el polígono 2 del Plan Parcial MA-1.2 (ibid., pp. 226 y sigs.). Es posible que esta expansión operada a partir del tercer cuarto del s. X deba de ponerse en relación con la conversión de al-Rusafa en una zona cotizada de la ciudad en la que fijarán su residencia importantes personajes, y entre ellos Ibn Abi ‘Amir, el futuro Almanzor. Cf. Ibn ‘Idari, Al-Bayān al-Mugrib, III, pp. 74 y sigs. de la traducción de Maíllo Salgado (Ibn ‘Idari, ed. 1993, La caída del Califato de Córdoba). García Gómez, 1965, p. 334. En el debate de la sesión celebrada el 9 de mayo de 2013 en la Escuela de Estudios Árabes, uno de los asistentes planteó la posible derivación del vocablo munya del

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

43

18.

19.

20.

21.

44

árabe clásico munyah en su acepción de «deseo», citando en su apoyo un texto coránico. Con independencia de cuál sea el origen y significado semántico del término, lo cierto es que los vocablos «deseo», «gusto» y «afición» están implícitamente recogidos en el texto sobre la almunia de Guadarromán que comentaremos a continuación. Por otro lado, esta idea de satisfacción de los deseos y gustos del propietario está implícita en los célebres cigarrales o fincas señoriales de la periferia de Toledo, documentados desde el siglo XV y cuya atmósfera hedonista será descrita por Tirso de Molina (cf. María Dolores Alonso Rey, 2009, «Sociabilidad y emblemática en Los Cigarrales de Toledo de Tirso de Molina», Tonos, Revista Electrónica de Estudios Filológicos, XVII, julio de 2009. Recurso electrónico disponible en: www.um.es/tonosdigital/znum17/secciones/estudios-1-cigarrales.htm). Cf. Ibn Ḥayyān, ed. 1967, [El Califato de Córdoba en el Muqtabis de Ibn Ḥayyān] Anales palatinos del Califa de Córdoba alHakam II, por ‘Isà Ibn Ahmad al-Rāzī, traducción de Emilio García Gómez, Madrid, pp. 136-137. Sobre la identificación de esta almunia de al-Rummaniyya con la excavada por Ricardo Velázquez Bosco (1912, Medina Azzahra y Alamiriya, Madrid) y por él identificada con al-‘Āmiriyya, cf. Manuel Ocaña Jiménez, 1984, «Las ruinas de Alamiría, un yacimiento arqueológico erróneamente denominado», Al-Qantara, 5:1/2, pp. 367-381. Como han reiterado numerosos investigadores, tal característica asimilaría conceptualmente la almunia a la villa clásica de época romana, en la que el término villa se reserva, sensu stricto, para el conjunto edificado (con su pars rustica y fructuaria y, en su caso, pars urbana) del fundus, si bien en época tardía acabará por identificar a la totalidad de la propiedad. Cf. v. gr. Jean-Gérard Gorges, 1979, Les villas hispano-romaines, Paris; Alain Ferdière, 1988, Les campagnes en Gaule Romaine, vol. 1, Les hommes et l’environnement en Gaule rurale, Paris; María Cruz Fernández Castro, 1982, Villas romanas en España, Madrid; John Percival, 1988, The roman villa, London; Klavs Randsborg, 1991, The first millenium a.D. in Europe and the Mediterranean, Cambridge. La nómina de almunias cordobesas cuyo nombre ha llegado hasta nosotros es bastante amplia. Para un estudio reciente, cf. Fernando López Cuevas, 2013; 2014. Podemos destacar las siguientes: ‘Abd Allāh, al-Mugīra, Abu-l-Ḥakam, al-‘Āmiriyya, al-Buntī/al-Muntalī, al-Nasir, al-Nā‘ūra, Naṣr, al-Ramla, al-Samamat, al-‘Uqab, al-Yânna, Arhā’ Nāṣiḥ, Armilāṭ, ‘Aŷab, Dhat al-Wadiyayn, Ya’far, al-Rummaniyya/Guadarromán, Ibn ‘Abd al-‘Azīz, Naŷda, al-Surūr, Urṭaniyya. Un análisis, no exhaustivo obviamente, de la documentación oriental a partir de las entradas contenidas en la Encyclopaedia of Islam [CD-ROM edition v.1.1], demuestra que los topónimos que incluyen minyat (el más difundido, como atestigua su frecuencia en Egipto) o munyat siempre hacen referencia a núcleos de población con una patente impronta portuario-co-

22.

23.

24.

25.

26.

27.

mercial (como es el caso de Munyat al-Aṣbagh, en las cercanías de Fustat) y características urbanas (como en Munyat Ibn alKhaṣīb, con la Mezquita de Abraham, o en Munyat Abi ‘l-Khusayb, donde fijó su residencia al-Kurtubi). Esta función productiva está evidenciada tanto por los datos ya aportados para la descripción de la almunia de Durrī, como por el hecho de que la munyat ‘Aŷab, fundada por una de las concubinas de al-Ḥakam I, estuviera destinada a sostener con sus rentas una leprosería. Así, García Sánchez (1996, p. 22) resalta cómo a partir del s. XI bustān sustituye con frecuencia a munyat para designar a estas propiedades periurbanas. Estos singulares edificios son conocidos desde antiguo y han sido objeto de diversas aproximaciones, como las de Jean Sauvaget, 1967 («Chateaux umayyades de Syrie. Contribution à l’étude de la colonisation arabe aux Ier et IIe siècles de l’Hégire», Revue des Études Islamiques, pp. 1-52); y Oleg Grabar, Renata Holod, James Knudstad y William Trousdale, 1978 (City in the Desert: Qasr al-Hayr East, Cambridge, Mass, 2 vols.), aunque aún está pendiente un análisis global y pluridisciplinar de los mismos. No obstante, recientes investigaciones encuadradas en ambiciosos proyectos, como los desarrollados por el DAI en torno a Resafa o por el equipo franco-suizo dirigido por Denis Genequand («Implantations umayyades de Syrie et de Jordanie»), están poniendo de relieve la complejidad de estos edificios, enmarcados en un contexto, tanto espacial como cronológico, mucho más amplio que el inicialmente considerado y en el que, junto al carácter residencial y hedonista inicialmente considerado, cada vez toma más fuerza su vinculación con grandes obras de irrigación para la puesta en explotación de unas tierras que, en los siglos VII y VIII ofrecerían un paisaje muy diferente al actual (Genequand, 2002). En esta propiedad rural próxima a Resafa, que Ulbert identifica con el edificio por él excavado junto a la antigua fortaleza romana de Halul-Cholle, recibió Hisham la noticia de su ascenso al califato. Cf. Thilo Ulbert, 2001, «La residencia rural omeya de Hallul-Cholle (Siria)», en La islamización de la Extremadura romana, Mérida, pp. 193-221. Cf. Thilo Ulbert, 2004, «Resafa en Siria. Una residencia califal de los últimos omeyas en Oriente», Cuadernos de Madīnat alZahrā’, 5, pp. 377-390. Esta posibilidad ya fue sugerida por Ulbert (2004, p. 378), quien planteó con gran acierto la hipótesis de «si además de meros recuerdos nostálgicos no hubo influencias arquitectónicas más concretas en la planificación que hizo ‘Abd al-Rahman de su nuevo palacio y su gran mezquita de Córdoba». Las nuevas evidencias arqueológicas de al-Rusafa podrían apuntar en esta dirección, iniciando en Qurṭuba una tradición arquitectónica omeya oriental que cuenta con magníficos ejemplos en otros «edificios singulares» recientemente excavados (cf. Murillo et al., 2003, pp. 365-369).

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

Bibliografía ACIÉN ALMANSA, Manuel; VALLEJO TRIANO, Antonio (1998). «Urbanismo y Estado islámico: de Corduba a Qurṭuba -Madīnat alZahrā’», en Patrice Cressier y Mercedes García-Arenal (coords.), Génèse de la ville islamique en al-Andalus et au Maghreb occidental, Madrid, pp. 107-136. Ajbar Machmuâ [colección de tradiciones]: crónica anónima del siglo XI, dada a luz por primera vez (ed. 1867). Traducida y anotada por Emilio Lafuente y Alcántara, Madrid. ALONSO REY, María Dolores (2009). «Sociabilidad y emblemática en Los Cigarrales de Toledo de Tirso de Molina», Tonos, Revista Electrónica de Estudios Filológicos, XVII, julio de 2009. ANDERSON, Glaire D. (2005). The Suburbian Villa (munya) and Court Culture in Ummayyad Cordoba (756-976 CE), Boston. —— (2007). «Villa (munya) architecture in Umayyad Córdoba: preliminary considerations», en Glaire D. Anderson y Mariam RosserOwen, Revisiting al-Andalus. Perspectives on the Material Culture of Islamic Iberia and Beyond, Leiden, pp. 53-79. —— (2013). The islamic Villa in Early Medieval Iberia. Architecture and Court Culture in Umayyad Córdoba, Fanham and Burlington. ARGEMÍ, Mercé; BARCELÓ, Miquel; CRESSIER, Patrice; KIRCH­ NER, Helena; NAVARRO, Carmen (1995). «Glosario de términos hidráulicos», en El agua en la agricultura de al-Andalus, Barcelona, pp. 163-189. BERMÚDEZ CANO, José Manuel; RODERO PÉREZ, Santiago; ASENSI LLÁCER, María José (2006). «Elementos arquitectónicos sustentantes en el arrabal de la Carretera de Trassierra», Romula 5, Sevilla, pp. 337-368. CASAL GARCÍA, María Teresa (2003). Los cementerios musulmanes de Qurṭuba, Córdoba. CASTEJÓN CALDERÓN, Rosario (1960). «Los Monumentos árabes de Córdoba. Excavaciones en el Cortijo El Alcaide. Dar al-Naura», al-Mulk, 4, Córdoba, pp. 58-65. DOZY, Reinhart P. (1988). Historia de los musulmanes de España, vol. III, El Califato, Madrid. EWERT, Christian (1998). «Die dekorelemente des söatumaiyadischem fund-komplexes aus dem Cortijo del Alcaide (Córdoba)», MM 39, Mainz, pp. 356-491. —— (1999). «El arte omeya andalusí en su última fase: el Cortijo del Alcaide», en Fernando Valdés Fernández (coord.), La Península Ibérica y el Mediterráneo entre los siglos XI y XII, Codex Aquilarensis 14, pp. 111-132. FERDIÈRE, Alain (1988). Les campagnes en Gaule Romaine, vol. 1, Les hommes et l’environnement en Gaule rurale, Paris. FERNÁNDEZ CASTRO, María Cruz (1982). Villas romanas en España, Madrid. GARCÍA Y GARCÍA, Antonio; CANTELAR RODRÍGUEZ, Francisco; NIETO CUMPLIDO, Manuel (1976). Catálogo de los manuscritos e incunables de la Catedral de Córdoba, Salamanca. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1965). «Notas sobre la topografía cordobesa en los Anales Palatinos del califa de Córdoba al-Hakam II por Isa Razi», Al-Andalus 30-2, Madrid, pp. 319-379. —— (1996). «Cultivos y espacios irrigados en al-Andalus», II Coloquio de Historia y Medio Físico. Agricultura y regadío en al-Andalus, Almería, pp. 17-37. GENEQUAND, Denis (2002). «Projet Implantations umayyades de Syrie et de Jordanie. Rapport sur une campagne de prospection et reconnaissance (2001)», Schweizerisch-Liechtensteinische Stiftung für Archäologische Forschungen im Ausland (SLSA/ FSLA/SLFA), pp. 131-161. GORGES, Jean-Gérard (1979). Les villas hispano-romaines, Paris. GRABAR, Oleg; HOLOD, Renata; KNUDSTAD, James; TROUS-

DALE, William (1978). City in the Desert: Qasr al-Hayr East, Cambridge, Mass, 2 vols. HERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Félix (1985). Madīnat al-Zahrā’. Arquitectura y decoración, Granada. IBN ḤAWQAL (ed. 1938). Kitāb Ṣūrat al-Arḍ, ed. de Johannes H. Kramers, Leiden. IBN ḤAYYĀN (ed. 1967). [El Califato de Córdoba en el Muqtabis de Ibn Ḥayyān] Anales Palatinos del califa de Córdoba al-Hakam II: el califato de Córdoba en el Muqtabis por Isa Ibn Ahmad al-Razi, editado y traducido por Emilio García Gómez, Madrid. —— (ed. 1973). Al-Muqtabis min anbā’ ahl al-Andalus, ed. de Mahmud ‘Ali Makki, Beirut. IBN ḤAZM (ed. 1952). Ṭawq al-Ḥamāma, traducción de Emilio García Gómez, Madrid. IBN ‘IDARI (ed. 1930). Al-Bayān al-Mugrib fī ajbār Muluk al-Andalus wa-l-Magrib, [Kitāb al-Bayān al-Mugrib...] vol. III, texto árabe editado por Évariste Lévi Provençal, Paris. —— (ed. 1951). Kitāb al-Bayān al-Mugrib fī ajbār al-Andalus wa-lMagrib, vol. II, ed. de Georges S. Colin y Évariste Lévi-Provençal, Leiden. —— (ed. 1993). La caída del Califato de Córdoba y los reyes de taifas (al-Bayān al-Mugrib), traducción de Felipe Maíllo Salgado, Salamanca. IBN AL-QŪṬIYYA (ed. 1868). Ta‘rīh Iftitāḥ al-Andalus, texto árabe editado por Pascual de Gayangos, Madrid. —— (ed. 1926). Historia de la conquista de España de Abenalcotía el Cordobés, traducción de Julián Ribera, Madrid. KARIM, Gamal ‘Abd al (1974). «La España musulmana en la obra de Yaqut», Cuadernos de Historia del Islam, VI, pp. 13-315. LEÓN MUÑOZ, Alberto; CASAL GARCÍA, María Teresa (2013). «El arrabal de Sequnda (Córdoba). La fugaz vida de un barrio andalusí a inicios del emirato omeya», Andalucía en la Historia, 39, Sevilla, pp. 34-38. LÉVI-PROVENÇAL, Évariste (1950). España Musulmana, HEMP, vol. IV, Madrid. LÓPEZ CUEVAS, Fernando (2013). «La almunia cordobesa: entre las fuentes historiográficas y arqueológicas», Revista Onoba, n.º 1, pp. 243-260. —— (2014). «Las Almunias de Madīnat Qurṭuba. Aproximación preliminar y nuevos enfoques», Revista Anahgramas, n.º I, pp. 161-207. MANZANO MORENO, Eduardo (2006). Conquistadores, emires y califas. Los Omeyas y la formación de al-Andalus, Barcelona. AL-MAQQARI, (ed. 1968). Naft al-tib min gusn al-Andalus al-ratib, ed. de Ihsan ‘Abbas, Beirut. MORENA LÓPEZ, José Antonio (1994). «Nuevas aportaciones sobre el Aqua Vetus Augusta y la necrópolis occidental de Colonia Patricia Corduba», AAC, 5, Córdoba, pp. 155-171. MORENO GARRIDO, María Jesús; COSTA PALACIOS, Mercedes (1989). «Excavación de urgencia en el yacimiento Llanos del Castillo», AAA 1987, vol. III, Sevilla, pp. 182-186. MURILLO REDONDO, Juan Francisco (2009). «La almunia de al-Rusafa en Córdoba», Madrider Mitteilungen 50, Mainz, pp. 450-482. MURILLO REDONDO, Juan Francisco; CASAL GARCÍA, María Teresa; CASTRO DEL RÍO, Elena (2004). «Madinat Qurṭuba. Aproximación al proceso de formación de la ciudad emiral y califal a partir de la información arqueológica», Cuadernos de Madīnat al-Zahrā’, 4, Córdoba, pp. 257-281. MURILLO REDONDO, Juan Francisco; FUERTES SANTOS, María del Camino; LUNA OSUNA, María Dolores (1999). «Aproximación al análisis de los espacios domésticos en la Córdoba andalusí», en Francisco García Verdugo y Francisco Acosta Ra-

L A AP OR T AC IÓN DE L A AR Q U E O L O G Í A A L E S T U D I O D E L A S A L M U N I A S C O R D O B E S A S : E L E J E M P L O D E A L - R U ṢĀFA

45

mírez (coords.), Córdoba en la Historia: La construcción de la urbe, Actas del Congreso, Córdoba 1997, Córdoba, pp. 129-154. MURILLO, Juan Francisco; CASTILLO, Fátima; CASTRO, Elena; CASAL, María Teresa; DORTEZ, María Teresa (2010a). «Los arrabales del sector septentrional del Yanib al-Garbi», en Desi­ derio Vaquerizo Gil y Juan Francisco Murillo Redondo (eds.), El anfiteatro romano de Córdoba y su entorno urbano. Análisis arqueológico (ss. I-XIII d.C.), Córdoba, pp. 565-615. MURILLO, Juan Francisco; LEÓN, Alberto; CASTRO, Elena; CASAL, María Teresa; ORTIZ, Raimundo; GONZÁLEZ, Antonio (2010b). «La transición de la civitas clásica cristianizada a la madina islámica a través de las transformaciones operadas en las áreas suburbiales», en Desiderio Vaquerizo Gil y Juan Francisco Murillo Redondo (eds.), El anfiteatro romano de Córdoba y su entorno urbano. Análisis arqueológico (ss. I-XIII d.C.), Córdoba, pp. 503-547. MURILLO, Juan Francisco; VENTURA, Ángel; HIDALGO, Rafael; BERMÚDEZ, José Manuel; FUERTES, María del Camino; GONZÁLEZ, Marina; CARMONA, Silvia; LÓPEZ, Isabel (2003). «Informe­Memoria de la intervención arqueológica de urgencia en el Aparcamiento bajo el Vial Norte del Plan Parcial Renfe (Segunda Fase)», Anuario Arqueológico de Andalucía 2000, Sevilla, vol. III, pp. 356-369. OCAÑA JIMÉNEZ, Manuel (1984). «Las ruínas de Alamiría, un yacimiento arqueológico erróneamente denominado», Al-Qantara, 5:1/2, Madrid, pp. 367-381. PERCIVAL, John (1988). The roman villa, London.

46

PÉRÈS, Henri (1990). Esplendor de al-Andalus. La poesía andaluza en árabe clásico en el siglo XI, Madrid. RANDSBORG, Klavs (1991). The first millenium a.D. in Europe and the Mediterranean, Cambridge. RODERO PÉREZ, Santiago; ASENSI LLÁCER, María José (2006). «Un sector de la expansión occidental de la Córdoba islámica: el arrabal de la Carretera de Trassierra (II)», Romula 5, Sevilla, pp. 295-336. RODERO PÉREZ, Santiago; MOLINA MAHEDERO, Juan Antonio (2006). «Un sector de la expansión occidental de la Córdoba islámica: el arrabal de la Carretera de Trassierra (I)», Romula 5, Sevilla, pp. 219-294. RUIZ LARA, Dolores; MURILLO REDONDO, Juan Francisco (2001). «Resultados de la Intervención arqueológica realizada en el Zoológico municipal de Córdoba», Anuario Arqueológico de Andalucía 1996, Sevilla, vol. III, pp. 123-142. SAUVAGET, Jean (1967). «Chateaux umayyades de Syrie. Contribution à l’étude de la colonisation arabe aux Ier et IIe siècles de l’Hégire», Revue des Études Islamiques, pp. 1-52. ULBERT, Thilo (2001). «La residencia rural omeya de Hallul-Cholle (Siria)», en La islamización de la Extremadura romana, Mérida, pp. 193-221. —— (2004). «Resafa en Siria. Una residencia califal de los últimos omeyas en Oriente», Cuadernos de Madīnat al-Zahrā’, n.º 5, pp. 377-390 VELÁZQUEZ BOSCO, Ricardo (1912). Medina Azzahra y Alamiriya, Madrid.

JUAN F . MUR ILLO RE DONDO / AL B E R T O L E ÓN M UÑOZ / F E R N A N D O L Ó P E Z C U E V A S

FÉLIX ARNOLD Instituto Arqueológico Alemán de Madrid ALBERTO CANTO GARCÍA Universidad Autónoma de Madrid ANTONIO VALLEJO TRIANO Museo de Bellas Artes de Córdoba

03

INVESTIGACIÓN EN LA ALMUNIA DE AL-RUMMANIYYA (CÓRDOBA) 2006-2014 Research Project in the almunia of al-Rummaniyya (Cordova) 2006-2014

RESUMEN La almunia de al-Rummaniyya fue estudiada por Velázquez Bosco en 1910 e identificada por M. Ocaña como la propiedad de Durri al-Sagir, tesorero y visir de al-Hakam II (961-976); es una de las más grandes entre las almunias conocidas y se encuentra entre las mejores documentadas en al-Ándalus. Ha sido objeto de un proyecto de investigación por parte del Instituto Arqueológico Alemán con la colaboración del Conjunto Arqueológico de madinat al-Zahra y la Universidad Autónoma de Madrid entre los años 2006-2014. Establecida en las faldas de la serranía de Córdoba, está distribuida en cuatro terrazas, tres de ellas como espacios agrícolas y jardines y la superior con la residencia principal, viviendas y dependencias anejas y la gran alberca de 30 x 50 y 4 m de ancho. Sobre su muro sur se levantaba un pabellón con arquerías, tanto a la alberca como a los jardines. La gran alberca es la pieza central de un complejo sistema hidráulico que abastece a todo el proceso productivo junto con otras captaciones de agua para el consumo de baños y residencias. Se han identificado galerías de drenaje, captación de aguas subterráneas, canalizaciones a media ladera y los restos de una red de canales de riego en las terrazas inferiores. Constituye el mejor, por no decir el único, ejemplo tan documentado de la arquitectura al servicio del poder de los altos dignatarios de la corte califal omeya. PALABRAS CLAVE Almunia | Al-Rumaniyya | Córdoba | Arqueología | Califal | Jardines | Terrazas | Sistemas hidráulicos | Albercas ABSTRACT The almunia (country estate) of al-Rummaniyya was partially excavated by Velázquez Bosco in 1910 and identified by M. Ocaña as the prop­erty of Durri al-Saghir, one of the finance minister and Treasurer of the Caliph al-Hakam II (961-976); is one of the biggest and best known of this kind of estructures in alAndalus. Has been studied by a joint research Project of the German Archaeological Institute, Archaeological Site of madinat al-Zahra and Universidad Autónoma de Madrid between 2006 and 2014. Located at the lower slopes of hills near Cordova is arranged in four terraces, three of them for agricultural and gardens use and the fourth and higher with the living quarters, services areas, baths and the great pool (30 x 50 m and 4 m deep). On its south wall was erected a hall or pavillion with arcades both to pool and gardens. The large pool is key-stone of a complex hydraulic system that caters to the entire production process along with other souces of water for the baths and residences. The water supply was secured by different means as a well chamber, an underground filtration gallery, a channel bringing water from a spring higher in the hill and the remains of a regular network of irrigation channels for use in the garden terraces. It is the best, not to mention the only one, documented example of architecture in the service of the power of the high dignitaries of the Umayyad Caliphate. KEYWORDS Almunia | Al-Rummaniyya | Cordova | Archaeology | Caliphal | Gardens terraces | Hydraulic systems | Pools

47

En su búsqueda de restos de arquitectura califal, Ricardo Velázquez Bosco excavó, en 1910, los restos de una extensa almunia situada a unos 10 km al oeste de la ciudad de Córdoba y en las proximidades de Madinat al-Zahra1. Algunos años más tarde, Ocaña Jiménez identificó el recinto como la finca de recreo de al-Durrī al-Sagir, el tesorero del califa al-Hakam II2. A pesar de la importancia del hallazgo para la historia arquitectónica del califato, el lugar apenas fue investigado desde los trabajos de Velázquez Bosco, a excepción de un proyecto dirigido por Miquel Barceló sobre las instalaciones hidráulicas3. Por este motivo, en el año 2006, los autores decidieron acometer el estudio exhaustivo del complejo4. El objetivo del proyecto conjunto era determinar la forma original, así como el significado y la función de la almunia. En 2006 y 2007 se documentaron los restos visibles hoy en día. En 2008 y 2009 se llevaron a cabo excavaciones puntuales en el entorno de la gran alberca durante las cuales se descubrieron los restos de un salón, cuya existencia se desconocía hasta entonces. En la campaña siguiente —en 2013 y 2014— se procedió a estudiar el jardín y su diseño original. A continuación se ofrece un breve resumen de los resultados de estos trabajos. La almunia está situada al pie de Sierra Morena, a unos 2 km al oeste de Madinat al-Zahra. El recinto comprende cuatro terrazas, de las que tres estaban dedicadas a espacio cultivado y la cuarta, a zona residencial (fig. 1). En total mide cerca de 150 m de ancho. Las terrazas superiores tienen una profundidad de unos 50 m, mientras que la inferior mide 83 m. La diferencia de nivel entre las terrazas es de 3 a 4 m. La almunia se inserta en un paisaje suavemente montañoso y la terraza superior se encuentra rodeada en gran parte por dos colinas, por lo que no existe contacto visual directo con el vecino palacio de Madinat al-Zahra. No obstante, desde las terrazas se tenía una amplia vista sobre el valle del Guadalquivir, que hoy en día está obstaculizada por una avenida de grandes eucaliptos. A lo largo del lado oeste discurre un cauce en parte bastante profundo (el «Arroyo de la Huerta de la Gorgojuela»), que, sin

48

FÉLIX AR NOLD / AL B E R T O C ANT O GAR C ÍA / ANT ONIO VAL L E J O T R I A N O

embargo, solo lleva agua cuando las precipitaciones son abundantes. En el centro de la terraza superior, Velázquez Bosco excavó lo que él llamó el «cuerpo central» de la edificación. El conjunto arquitectónico comprende un amplio salón central, que se abre a un vestíbulo a través de tres puertas, comparable a la estructura de la Dar al-Mulk de Madinat al-Zahra5. En 1926 se destruyeron las edificaciones o, al menos, se aplanó el terreno en el curso de la construcción de una residencia de verano para el marqués de Murrieta6. En el este, el «cuerpo central» lindaba con un edificio destinado, según Velázquez Bosco, a caballerizas, del que tampoco se han conservado sus restos tras la construcción de esa residencia. En el lado oeste existía una alberca de gran tamaño que todavía hoy representa el elemento arquitectónico más importante del complejo palaciego. Sus dimensiones —50 m de largo, casi 30 m de ancho y 4,2 m de profundidad— la convierten en la alberca más grande de la época califal de cuantas se conocen en la actualidad. Estaba rodeada por un andén perimetral que discurría por la parte interior del borde superior y era soportado por arcos escarzanos que, a su vez, apoyaban sobre sillares dispuestos a manera de ménsulas. En cada uno de los lados estrechos había 9 arcos y en los largos, 15. Tan solo en el lado oeste, una de cada dos ménsulas está reforzada además por un contrafuerte. No se conoce ningún modelo directo de un andén de estas características, ni se sabe tampoco si, al margen de sus valores estéticos, tenía alguna función complementaria, más allá de constituir un original paseo volado sobre la lámina de agua7. Otra incógnita no aclarada todavía es cómo se llenaba la alberca, aunque pensamos que debió de alimentarse por varios medios. Una posibilidad apunta al agua de lluvia procedente del arroyo cercano, que debió de conducirse originalmente hasta la alberca, aunque no hemos encontrado ningún elemento constructivo que respalde esta hipótesis. En la base de la alberca parece existir, además, un manantial, que no ha sido estudiado todavía en detalle. Por otra parte, en el extremo noroeste se

fig. 1 Plano general de la almunia alRummaniyya (Félix Arnold).

conserva un aljibe con cubierta abovedada que formaba parte de un sistema independiente de alimentación de agua. La cisterna se alimentaba por la pared posterior y probablemente se utilizaba como depósito de agua potable. El techo de la bóveda presenta dos orificios a través de los cuales era posible llevar el agua al nivel inmediatamente superior. Solamente una pequeña abertura de desagüe unía la cisterna con la gran alberca. Adicionalmente, el agua era transportada a la almunia desde un manantial situado al norte, a través de un sistema de canalización abierto que terminaba en un pe-

queño depósito; desde aquí originariamente partía una conducción hacia el complejo residencial y, probablemente también, hacia un baño que pudo existir en el lado este de la gran alberca. Otro rebosadero del depósito desembocaba en un pozo en conexión con una grieta que constituye una especie de galería por la que todavía hoy se filtra el agua. Desde aquí, una tubería discurría, por un lado, hacia la cisterna citada, y por otro, directamente hacia la gran alberca. En 2006 se descubrió un segundo salón en el lado sur de la alberca (fig. 2), situado sobre la gruesa estruc-

I N V E S T I G A C I Ó N E N L A A L M U N I A D E A L - R U M M A N I Y Y A ( C Ó R D O B A ) 2 0 0 6 - 2014

49

tura muraria que cierra la alberca hacia el sur. Se trata de un espacio rectangular, cuyos lados estrechos están flanqueados por estancias cuadradas. En comparación con otros salones de la misma época, este tiene una longitud menor: el espacio interior mide 12 m de largo y 5 m de ancho. El elemento singular y único hasta ahora es que la sala se abre por ambos lados: al norte, hacia la alberca, y al sur, hacia el jardín. Las dependencias anejas presentan también aberturas en ambos lados, aunque notablemente más pequeñas. Las aberturas del salón central estaban diseñadas en forma de arquerías de tres arcos8 de las que se han encontrado en las excavaciones diversos restos de los soportes, entre ellos, cinco fragmentos de basas, la mitad de un fuste y dos fragmentos de capiteles. Asimismo, se ha hallado un fragmento de un panel decorativo que, presumiblemente, procede del intradós de una de las arquerías. Todos los elementos de decoración arquitectónica eran de mármol blanco y de una factura de gran calidad. Tal vez puedan pertenecer a estas arquerías algunos de los fragmentos de mármol de las excavaciones de Velázquez Bosco, que fueron trasladados al Museo Arqueológico de Córdoba, destacando por su singularidad una voluta de capitel decorada con pájaros y una cabeza de león9. Notables son igualmente las dimensiones de los vanos. El ancho de la arquería (6,42 m) se corresponde

con la longitud de la base de un triángulo equilátero, cuyo vértice coincide con el centro de la pared opuesta. Este dimensionado se da también en diversos palacios de la época taifa, por ejemplo, en la Aljafería y en Almería10. Las arquerías podían cerrarse con puertas de hojas batientes de madera, cuyos herrajes se han encontrado en la excavación realizada al pie del muro de la terraza11, al igual que las ménsulas en las que se montaban los goznes. Debajo del eje central del salón se encontraba el desagüe principal de la gran alberca y más hacia el oeste existe un segundo desagüe, más pequeño, en el eje de la saleta occidental. Los dos desembocaban en un canal que, al parecer, llevaba directamente el agua a los niveles inferiores del jardín. Por el contrario, el nivel superior podría haber sido irrigado desde una alberca más pequeña, situada delante del «cuerpo central» del conjunto. Las excavaciones no han aportado ninguna información sobre el sistema de distribución del agua en los niveles ajardinados, pues los orificios existentes al pie del muro de la terraza inferior, practicados a una distancia regular de 8,5 m, servían para drenar las tierras de la terraza superior, pero no para irrigar el jardín. El estudio de las terrazas de cultivo ha resultado ser una tarea extremadamente laboriosa. Dichas terrazas fueron utilizadas reiteradamente para explotaciones agrícolas, tal como sucedió en los siglos XV, XIX y XX, fig. 2 Reconstrucción del salón junto a la gran alberca (Félix Arnold).

50

FÉLIX AR NOLD / AL B E R T O C ANT O GAR C ÍA / ANT ONIO VAL L E J O T R I A N O

fig. 3 Sección reconstruida a través del muro inferior y del jardín colindante (Félix Arnold).

de manera que los hoyos abiertos para las plantas que se han conservado en el subsuelo no pueden adscribirse con seguridad a una fase concreta de explotación del jardín. El jardín original se caracteriza por una capa nivelada de tierra de color naranja con un porcentaje irrelevante de humus, situada directamente sobre la roca (vulcanita). Precisamente al pie de los muros de las terrazas, esta capa de tierra tenía menos de 10 cm de espesor, por lo que no era adecuada para la plantación de árboles o arbustos. A lo largo del muro norte de la terraza inferior se han hallado diversos fosos, situados respectivamente delante de los orificios practicados al pie del muro de la terraza (fig. 3), en los que podrían haberse plantado árboles para formar una avenida que delimitaría un camino. La ausencia de fosos similares en el terreno limítrofe podría indicar que, en lugar de árboles, ahí crecerían plantas de pequeño tamaño. El análisis de los restos botánicos ha suministrado información sobre la plantación12. Así, se han podido documentar, entre otros, restos de cerezos, ciruelos y almendros, pero ningún indicio de la existencia de cítricos o de plantas que podamos considerar exóticas. La presunción de que en el recinto había sobre todo árboles frutales sigue siendo una hipótesis. Los distintos niveles del jardín estaban rodeados por muros altos, realizados con sillares de piedra caliza dispuestos en hiladas a soga y tizón, como las construcciones oficiales del califato. Algunos tramos, en cambio, como el muro de cierre occidental de la segunda terraza, se levantaron con una especie de entramado de piedra,

un armazón de pilares de sillería cuyos huecos se rellenaron con arcilla apisonada. Los pilares quedaron unidos mediante tirantes horizontales de madera que ataban e impedían el derrumbe del entramado. La almunia fue abandonada en el siglo XI. En el salón situado al sur de la alberca se han detectado huellas de un incendio, que es posible que se produjera en el curso de la fitna iniciada en el año 1010. Todo parece indicar que tras el incendio el terreno quedó baldío. Tan solo después de la conquista castellana, en la primera mitad del s. XIII, volvieron a utilizarse algunas partes del recinto. El salón, por ejemplo, fue reconstruido, aunque con algunas modificaciones en su planta pues en la saleta occidental se han encontrado restos de una instalación doméstica. Los hallazgos cerámicos apuntan, igualmente, a un uso intensivo en el siglo XV, observado también en el jardín donde se han encontrado restos de un nuevo tipo de explotación. En la tercera terraza, por ejemplo, se han hallado indicios de un uso agrícola destacando, entre otros, el cultivo de cebada, avena y apio. En la segunda terraza se han conservado diversos fosos pequeños que forman una densa retícula y que podrían remitir a un uso como viñedo. La datación de estos fosos no es, sin embargo, segura. Los trabajos realizados en al-Rummaniyya permiten reconstruir en gran medida la configuración original de la almunia (fig. 4) y plantear algunas cuestiones sobre su función e importancia. Todo parece indicar que los dueños de la misma no la utilizaron como residencia permanente, sino tan solo como finca de recreo y

I N V E S T I G A C I Ó N E N L A A L M U N I A D E A L - R U M M A N I Y Y A ( C Ó R D O B A ) 2 0 0 6 - 2014

51

fig. 4 Reconstrucción del complejo (Félix Arnold).

residencia temporal. Es digno de destacar asimismo el lujo desplegado en sus construcciones. La disposición del salón junto a la alberca debía de imponer a todos sus visitantes por su espectacularidad y es que la almunia estaba ante todo al servicio de la representación y, en particular, a la recepción de invitados en el marco de los festejos y las fiestas que en ella se celebraban. De lo que no cabe la menor duda es que la finca no se había concebido y diseñado exclusivamente como una mera explotación agrícola. El uso como residencia temporal y las manifestaciones de lujo que hemos documentado son aspectos característicos también de otras almunias según las fuentes. En la Península Ibérica no se ha hallado hasta ahora ningún modelo directo de la arquitectura de la almunia. Algunas villas romanas incluían también jardines aterrazados, pero no en una disposición tan estrictamente geométrica como la que encontramos en al-Rummaniyya. Los modelos más cercanos hay que buscarlos más bien en Oriente Próximo. Es posible que la almunia al-Rusafa, la primera construcción de esta naturaleza levantada en Córdoba, desempeñara un papel de intermediaria en su transmisión. Esta residencia campestre

52

FÉLIX AR NOLD / AL B E R T O C ANT O GAR C ÍA / ANT ONIO VAL L E J O T R I A N O

fue erigida a finales del siglo VIII y contaba con jardines dispuestos en terrazas, aunque hasta el momento no disponemos de datos concretos acerca de su diseño arquitectónico13. NOTAS Ricardo Velázquez Bosco, 1912 (reimpr. 2009), Medina Azzahra y Alamiriya, Madrid (reimpresión, Sevilla), pp. 23-33, fig. 15, láms. 4-12. 2. Manuel Ocaña Jiménez, 1984, «Las ruinas de “Alamiría”, un yacimiento arqueológico erróneamente denominado», Al-Qantara 5, pp. 367-382. 3. Helena Kirchner y Carmen Navarro, 1996, Objetivos, Métodos y Práctica de la arqueología hidráulica, en Miquel Barceló, Helena Kirchner y Carmen Navarro (eds.), El agua que no duerme. Fundamentos de la arqueología hidráulica andalusí, Granada, p. 95, fig. 2. 4. Véanse los resultados provisionales del proyecto en Félix Arnold, Alberto Canto García y Antonio Vallejo Triano, 2009, «Das islamische Landgut ar-Rumanīya bei Córdoba. Vorbericht einer Bauaufnahme», Madrider Mitteilungen 50, pp. 503-523; y de los mismos autores, 2008, «La almunia de al-Rummaniyya. Resultados de una documentación arquitectónica», Cuadernos de Madinat al-Zahra 6, pp. 181-204. El informe final sobre los trabajos de los años 2006-2009 en: Félix Arnold, Alberto Canto García 1.

y Antonio Vallejo Triano, 2015, Munyat ar-Rummānīya. Ein islamischer Landsitz bei Córdoba, 1. Palastanlagen, Madrider Beiträge 34, Wiesbaden. 5. Antonio Vallejo Triano, 2010, La ciudad califal de Madīnat alZahrā’. Arqueología de su excavación, Jaén, pp. 466-485, figs. 41 y 46. 6. Rafael Castejón y Martínez de Arizala, Luis María Cabello Lapiedra, Enrique Romero de Torres y Samuel de los Santos Gener, 1926, «Las ruinas de Alamiría», Anales de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Córdoba, pp. 17-21. 7. Es conocida la cria de peces en algunas albercas islámicas de época abbasí y fatimí, y, por supuesto, en las de Madinat alZahra. Las estructuras constructivas existentes en el interior de algunas de esas albercas (como pabellones) o las formas polilobuladas de las mismas han sido interpretadas en su función arquitectónica específica y, en ocasiones y de manera secundaria, en relación con esa actividad, para favorecer su desarrollo. Véase Terry Allen, 2009, «An Abbasid fishpond Villa near Makkah», en Solipsist Press Occidental, Publicación electróni-

8.

9. 10.

11.

12.

13.

ca. Disponible en: http://sonic.net/~tallen/palmtree/fishpond/ fishpond.htm. El diámetro de las columnas (28 cm) encaja con esta estructura de arquerías tripartitas. Todas las columnas del Salón Rico tienen el mismo diámetro. Velázquez Bosco, 1912 (reimpr. 2009), lám. X, 1-5, así como XXXV, 5. Véase Christian Ewert y Jens-Peter Wisshak, 1984, Die Moschee von Tinmal (Marokko), MB 10, Mainz, pp. 86-88; así como Félix Arnold, 2008, Der islamische Palast auf der Alcazaba von Almería, MB 30, Wiesbaden, pp. 80-81. Otros objetos metálicos procedentes de esa excavación, como un candado, que por sus reducidas dimensiones debió de servir para cerrar algún mueble. Los análisis antracológicos y carpológicos han sido realizados por la Dras. Oliva Rodríguez Ariza y Eva Montes Playa, de la Universidad de Jaén. Juan Francisco Murillo Redondo, 2009, «La almunia de al-Rusafa en Córdoba», Madrider Mitteilungen 50, pp. 449-482, tab. 57-64.

I N V E S T I G A C I Ó N E N L A A L M U N I A D E A L - R U M M A N I Y Y A ( C Ó R D O B A ) 2 0 0 6 - 2014

53

Bibliografía ALLEN, Terry (2009). «An Abbasid fishpond Villa near Makkah», Solipsist Press Occidental, California, Publicación electrónica. Disponible en: http://sonic.net/~tallen/palmtree/fishpond/ fishpond.htm. ARNOLD, Felix (2008). Der islamische Palast auf der Alcazaba von Almería, Madrider Beiträge 30, Wiesbaden, Reichert Verlag. ARNOLD, Felix; CANTO GARCÍA, Alberto; VALLEJO TRIANO, Antonio (2008). «La almunia de al-Rummaniyya. Resultados de una documentación arquitectónica», Cuadernos de Madinat alZahra 6, pp. 181-204. —— (2009). «Das islamische Landgut ar-Rumanīya bei Córdoba. Vorbericht einer Bauaufnahme», Madrider Mitteilungen 50, pp. 503-523. —— (2015). Munyat ar-Rummānīya. Ein islamicher Landsitz bei Córdoba, 1. Palastanlagen, Madrider Beiträge 34, Wiesbaden, Reichert. CASTEJÓN Y MARTÍNEZ DE ARIZALA, Rafael; CABELLO LAPIEDRA, Luis María; ROMERO DE TORRES, Enrique; SANTOS GENER, Samuel de los (1926). «Las ruinas de Alamiría»,

54

FÉLIX AR NOLD / AL B E R T O C ANT O GAR C ÍA / ANT ONIO VAL L E J O T R I A N O

Anales de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Córdoba, pp. 17-21. EWERT, Christian; WISSHAK, Jens-Peter (1984). Die Moschee von Tinmal (Marokko), Madrider Beiträge 10, Mainz, Zabern. KIRCHNER, Helena; NAVARRO, Carmen (1996). «Objetivos, Métodos y Práctica de la arqueología hidráulica», en Miquel Barceló, Helena Kirchner y Carmen Navarro (coord.), El agua que no duerme. Fundamentos de la arqueología hidráulica andalusí, Granada, El Legado Andalusí, pp. 91-114. MURILLO REDONDO, Juan Francisco (2009). «La almunia de al-Rusafa en Córdoba», Madrider Mitteilungen 50, pp. 447-482. OCAÑA JIMÉNEZ, Manuel (1984). «Las ruinas de “Alamiría”, un yacimiento arqueológico erróneamente denominado», Al-Qantara 5, pp. 367-382. VALLEJO TRIANO, Antonio (2010). La ciudad califal de Madīnat al-Zahrī’. Arqueología de su excavación, Jaén, Almuzara. VELÁZQUEZ BOSCO, Ricardo (1912, reimpr. 2009). Medina Azzahra y Alamiriya, Madrid, José Blass y Compañía (reimpresión, Sevilla, Extramuros Edición).

ÁNGEL RODRÍGUEZ AGUILERA Arqueólogo. Gespad al-Andalus S.L.U. *

04

APROXIMACIÓN ARQUEOLÓGICA AL ESPACIO PERIURBANO DEL PONIENTE DE CÓRDOBA: LA ALMUNIA DE AL-NĀ‘ŪRA1 An archaeological approach to the peri-urban area of the west of Cordova: the almunia of al-Nā‘ūra

RESUMEN El fenómeno de constitución de almunias en el entorno periurbano de Córdoba tiene su origen en la instauración de la dinastía Omeya, a imagen y semejanza de las prácticas de Oriente. En el siglo IX el emir Abd Allah fundó la almunia de al-Nā‘ūra al occidente de la ciudad, junto al río Guadalquivir y tuvo un papel muy especial durante el califato. Junto con Medina al-Zahra era uno de los lugares de mayor prestigio. Se conoce su emplazamiento general pero no han sido identificados con claridad sus restos. Por las fuentes árabes sabemos que tenía varios pabellones o palacios, zonas cultivadas, y grandes espacios abiertos en su interior que se utilizaron como punto de salida o llegada de las tropas omeyas en sus campañas a lo largo del siglo X. En el poniente de Córdoba existen varias construcciones que se vinculan a esta finca (alberca del Cañito de María Ruiz y el puente del Cañito). Históricamente han aparecido restos arqueológicos que se asocian a la almunia, como las excavaciones en el Cortijo del Alcaide(1957); varios edificios junto al vado de Casillas (2001) y más recientemente en las excavaciones de la autovía CO-32 (2005-2009). Se documentaron una serie de hallazgos arqueológicos destacando una muralla, parte del «camino de las Almunias» y una zona de trabajo que vinculamos a la existencia de esta almunia, proponiendo en este trabajo una hipótesis sobre su localización, organización y estructura. PALABRAS CLAVE Almunia de al-Nā‘ūra | Omeya | Córdoba | Califal | Arqueología ABSTRACT The phenomenon of building almunias (country estates) in the peri-urban environment of Cordova has its origin in the establishment of the Umayyad dynasty, in the image and likeness of the practices of the East. In the 9th century the emir Abd Allah founded the almunia of al-Nā‘ūra to the west side of the city, by the river Guadalquivir and had a very special role during the caliphate. Together with Medina al-Zahra was one of the most prestigious places. Its general location is known but the archaeological remains have not been clearly identified. By Arab reference sources we know that it had several pavilions or palaces, farmed lands, and large open spaces inside that were used as a point of departure or arrival of the Umayyad troops in their campaigns throughout the 10th century. In the west of Cordova there are a series of archaeological remains that we associate with the existence of this almunia (Alberca del Cañito de María Ruiz and Puente del Cañito). Historically, some archaeological remains have been discovered what are related to this almunia, as well as the archaeological excavations in Cortijo del Alcaide (1957); some buildings next to Vado de Casillas (2001) and recently in the excavation works of CO-32 highway (2005-2009). A series of archaeological discoveries, among which we highlight a wall, part of the “Almunias road” and a work area that we associate with this almunia, proposed in this work a hypothesis about its location, organization and structure. KEYWORDS Almunia of al-Nā‘ūra | Umayyad dynasty | Cordova | Caliphate period | Archaeology

55

1. Introducción La almunias de Córdoba es un tema de investigación que tiene una gran tradición, primero por las profusas referencias históricas que conservamos a las mismas2, vinculadas en la mayor parte de los casos a hechos relevantes de los emires y califas, y en segundo lugar porque desde principios del siglo XX los restos arqueológicos que han aparecido en las inmediaciones de la ciudad llamaron la atención de los investigadores3. Además, el estudio de estas fincas y del fenómeno de su implantación en el mundo periurbano cordobés se ha visto revitalizado por la frenética actividad arqueológica desarrollada en los últimos años, pero sobre todo con la identificación de la legendaria almunia de al-Rusafa4 y los nuevos análisis sobre al-Rumaniyya5, que ha provocado que de nuevo sea objeto de investigación sistematizada en los recientes trabajos de F. López Cuevas6. Dentro de este panorama hay un hito que destaca sobre el resto y es la almunia de al-Nā‘ūra, que se localizaba al suroeste de la madīna, fuera de sus murallas y alejada relativamente de los arrabales, junto al río Guadalquivir. A pesar de los datos históricos a la misma y algunos antecedentes arqueológicos, se conoce poco de su estructura que se presta a una interpretación controvertida ya que las excavaciones realizadas no pueden considerarse concluyentes. Solamente A. Arjona Castro7 le ha dedicado una especial atención a la misma, recopilando los datos procedentes de las fuentes árabes, su evolución posterior y los restos arqueológicos de su entorno, si bien sin un análisis profundo. Sin entrar de lleno en la problemática que supone al-Nā‘ūra, en el conjunto de las almunias normalmente los elementos mejor conocidos son los espacios residenciales, por su carácter aristocrático y monumental pero no debemos olvidar que el concepto de gran propiedad implica la existencia de grandes extensiones productivas agropecuarias en las que debemos suponer la existencia de infraestructuras de regadío, de lugares de hábitat para los campesinos y de edificios para almacenar y transformar los productos agrícolas, además de otras necesarias

56

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

en cualquier caso para hacerlas rentables desde el punto de vista productivo. A pesar de esto, estos elementos son casi invisibles, rara vez se documentan arqueológicamente y cuando se hace no siempre está clara su adscripción a una almunia porque los límites de las mismas tampoco son evidentes, cuando no desconocidos. Hace unos años, con ocasión de la construcción del acceso al aeropuerto de Córdoba, tuvimos la oportunidad de realizar una serie de trabajos arqueológicos8 en una zona donde un tiempo antes habían aparecido unos restos que fueron identificados por sus excavadores como parte de al-Nā‘ūra9. Independientemente de las dudas que pudo suscitar su identificación con este lugar tan emblemático, provocado esencialmente por la falta de un estudio más detallado y profundo que nunca se llegó a abordar, es evidente que su emplazamiento y la singularidad del hallazgo hacen muy plausible esta hipótesis. Nuestra intervención, acotada por la propia obra, finalmente se nos presentó como la oportunidad de hacer un gran transect orientado de norte a sur de 2 km de longitud, desde la carretera del aeropuerto de Córdoba hasta el cauce del río Guadalquivir, en un territorio en el que inicialmente se supone que existió esta almunia10. El punto de inicio coincidía con un espacio al que no llegaron los arrabales califales y terminaba en el vado de Casillas, paso histórico y estratégico para cruzar el río, muy cerca del lugar excavado unos años antes. Transcurre por un espacio agrícola y periurbano en el que existen algunos hitos monumentales y antecedentes arqueológicos ya conocidos como por ejemplo la alberca monumental del Cañito de María Ruiz o el puente del mismo nombre, en el arroyo de Cantarranas que apuntaban a la existencia de elementos arqueológicos de interés que pudieran estar asociados a la explotación del territorio occidental de Córdoba, entre la ciudad y madīna al-Zahrā. El objeto de este trabajo es vincular todos los hallazgos arqueológicos de este territorio con el emplazamiento de la almunia de al-Nā‘ūra y hacer una primera propuesta, bien es cierto que aún hipotética, de sus

fig. 1 Localización de la zona de estudio.

dimensiones, estructura y organización espacial partiendo de los trabajos previos y de la información recogida por nosotros, pero desde una perspectiva espacial y arqueológica.

2. El espacio físico y el territorio de al-Nā‘ūra El territorio en el que se inserta el emplazamiento de la almunia de al-Nā‘ūra se encuentra como hemos dicho, al oeste de Córdoba, en un amplio territorio que va desde el río Guadalquivir, en concreto desde el vado de Casillas, hasta la carretera N-437, conocida también como carretera del aeropuerto. De hecho, podríamos tomar este elemento antrópico como límite norte de la zona que estudiamos ya que los caminos históricos que se desarrollan por debajo del mismo mantienen una orientación noreste-suroeste y marcan el trazado que sigue esta carretera. Es un territorio propio de la terraza cuaternaria de origen aluvial, de tendencia horizontal con una ligera pendiente hacia el sur, delimitado hacia el oeste por afloramientos de conglomerados y areniscas en los que se encaja el arroyo de Cantarranas. La cota más alta son los 103 m s. n. m., al norte, y la más baja, en el propio cauce del río, los 90 m s. n. m. en el vado y molino de

Casillas. Su forma geométrica queda delimitada hacia el este por la Alameda del Obispo y es la de un triángulo con vértice hacia el sur, coincidiendo con el vado, y una amplia base en las tierras de cultivo en el lado opuesto, con una superficie aproximada de 300 hectáreas, aunque no sabemos si toda formaría parte de la finca. Esta topografía, y la naturaleza de sus suelos ha condicionado un uso agrícola desde la antigüedad hasta la actualidad, ya que la expansión urbana no ha llegado a alcanzar esta zona. Solamente en la parte septentrional se concentra una serie de edificaciones y parcelaciones, algunas de ellas como por ejemplo el Cortijo del Alcaide, que ya existen desde antiguo y que se han intensificado en las últimas décadas. A pesar de todo, el carácter agrícola se mantiene intacto. Se encuentra articulado por varios caminos históricos, deslindados en 1884 en las Ordenanzas Municipales de la ciudad de Córdoba11. En el apéndice 4 de las mismas se citan varios de los que recorren este espacio de la siguiente forma: El camino vecinal 1 es el que: [...] partiendo de esta capital en el camino nombrado de Abolafía se dirige por las Alamedas del Corregidor y del Obispo y el llano de Casillas á terminar en el puente de hierro del cortijo del Alcaide.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

57

fig. 2 Organización de las parcelas agrícolas en la zona de Casillas y Alameda del Obispo. En verde, caminos actuales, en azul, arroyo Cantarranas.

El segundo es el conocido como Camino alto de la Alameda o del Naranjal de Almagro descrito de la siguiente forma: Parte de la Puerta de Sevilla, y dirigiéndose por la izquierda del Cementerio de la Salud, lindando con la cerca de las huertas, se une con el anterior, cruzándolo en el llano de la casa de la Alameda del Obispo, y continúa hasta el molino de Casillas, en que atravesando el Guadalquivir, se incorpora al de la campiña.

Por último hay un tercer camino vecinal que: [...] partiendo del abrevadero situado en el campo de la Victoria se dirige por entre las cercas de la huerta del mismo nombre y huertas Cardosa y Grande al ejido de la Cruz de Lara, continuando por entre las hazas del pago de la Salud, la de la Encomienda, Cañito de María Ruiz y cortijos del Alcaide, del Castillo y del Lavadero, á la esquina de la cerca de Majaneque, hasta unirse con el que se dirige al del Higuero.

Este sector por tanto no se incluye dentro de la campiña y sí en el ruedo de la ciudad de Córdoba. El carácter productivo de las huertas que ocupaban el territorio entre Córdoba, la margen derecha del Guadalquivir y las primeras estribaciones de la sierra todavía se conservaba de forma muy notable en la primer mitad del siglo XIX. En el Diccionario Geográfico-Estadístico-

58

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

Histórico de Pascual Madoz se describen de la siguiente forma: La parte de sierra inmediata a Córdoba es uno de los parajes más amenos y feraces que se encuentran en toda ella. Las vertientes de las montañas que suavemente se elevan a la vista de la ciudad, están plantadas de huertas en que por lo regular se cultivan naranjos y limoneros: el aroma de estos árboles unido al que exhala la infinita variedad de flores que allí nacen espontáneamente, embalsama el aire, que con placer se respira en medio de los bosques y arboledas por donde serpean multitud de arroyos de cristalinas y saludables aguas, todo lo cual hace de aquellos parajes el lugar donde ostenta con preferencia sus encantos y caprichos la fecunda naturaleza. Las citadas huertas, además de los dulces limones y exquisitas naranjas, producen granadas, higos, ciruelas, aunque no en la abundancia de otros tiempos12.

Actualmente, los pagos agrícolas de la Alameda del Obispo, Fontanar, Alcaide y Abejorreras están destinados a distintos cultivos, tanto arbóreos (olivo y almendro principalmente) como a huerta y secano que hace que no sea necesario una red de acequias importantes, algo que parece que no fue así en el pasado. Otro aspecto es la morfología de las parcelas de cultivo: son muy regulares, articuladas en función de la estructura viaria y que se han mantenido sin grandes cambios si cotejamos la organización en las fotografías

aéreas de 1946, 1956 y en otra más reciente de 2010, lo cual es un indicador de que ha sufrido procesos de parcelación poco intensos, al contrario de lo que ocurre en el sector norte, alrededor del Cortijo del Alcaide en donde la división parcelaría es más evidente, provocada por el urbanismo generado en las últimas décadas que hace más difícil rastrar la estructura primigenia. A primera vista se identifican dos sectores y esta diferencia viene marcada por el trazado del camino de Córdoba al Cortijo del Alcaide por la Alameda del Obispo. Al sur se distribuyen grandes parcelas rectangulares, orientadas de norte a sur, que llegan hasta el cauce del río y con un trazado rectilíneo siguiendo el eje marcado por este camino y el de Casillas, hoy la autovía CO-32. Al norte la organización es diferente con un proceso de división parcelaria y con unas líneas menos definidas. Sí se observa un cambio en la zona más próxima al camino con dos grandes franjas orientadas en este caso de este a oeste. Si hacemos un análisis comparativo entre 1956 y 2010 podemos observar cómo se mantiene las princi-

pales líneas generales de organización, con un marcado eje norte-sur aunque destaca también la existencia de una alineación en dirección sureste a noreste, que se une con la que viene fijada por la orilla del río, haciendo casi ángulo recto y que podría ser un indicador fosilizado del antiguo límite de una finca. Llama también la atención actualmente la ausencia de albercas y sistemas de irrigación que contrasta con la existencia de albercones islámicos (Cañito de María Ruiz o albercón del cortijo de la Huerta del Caño de María Ruiz) hoy en desuso. Son un indicador de que el paisaje agrícola ha sufrido una profunda transformación desde la Edad Media a nuestros días. Aún en el siglo XVIII se podía reconocer parte de esta infraestructura. B. Sánchez de Feria nos lo describe en 1772 de la siguiente forma: Desde las haciendas, que dicen el caño de Mari Ruiz en la punta occidental de la antigua ciudad hay muchas huertas, y fontanares con aguas conducidas de la parte de la sierra, que hoy sirven á estos predios: muchas hay per-

fig. 3 Localización de caminos históricos, trazado de alineación del eje sureste-noroeste. (Fotografía base: Vuelo 1956).

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

59

didas, cuyos aqueductos se descubre a cada paso. Otras hay que en todos los llanos, que hay por aquella parte, las aguas estancadas, y perdidas forman en sus quiebras varias lagunas, que están patentes a todos lo que hicieren el reconocimiento, desde la Córdoba presente, hasta una legua de distancia por la parte occidental, que hablamos, y el camino que va a Córdoba la vieja [madīnat al-Zahrā]13.

Según la información histórica parece que gran parte de este sistema de irrigación, perdido en época moderna pero aún reconocible, fue diseñado en 941 en la época de ‘Abd al-Rahmān III para garantizar el abastecimiento de las fincas del occidente de Córdoba. A parte de esta información y de algunos restos de dicha conducción que existen en la zona norte, también conocemos la existencia de fuentes, en el borde de la terraza cuaternaria, y que suministraban agua a varias huertas muy próximas, como la del Maimón o Valladares14, ambas asociadas importantes restos arqueológicos. El diseño actual de regadío es resultado de la puesta en cultivo de todo este sector entre los años 30 y 50 del siglo XX con el trazado del Camino Puesta de Riego que luego será la carretera del Aeropuerto.

Esquema general de las almunias: de la teoría a la práctica

3.

Para poder analizar los restos arqueológicos y el paisaje en el que inserta al-Nā‘ūra, en primer lugar debemos hacer una valoración general de la estructura de las almunias. Es cierto que el concepto como tal, de gran propiedad de tipo aristocrático que conjuga arquitectura residencial y explotación agraria, es introducida en al-Ándalus en la primera época omeya, ya en el siglo VIII d.C. Pero es precisamente el carácter productivo el que impone una serie de características comunes: en primer lugar, una topografía adecuada para la puesta en explotación y, en segundo lugar, la existencia y mejora, o en caso contrario el diseño ex novo, de un sistema de captación de agua y distribución. Así, en función de estas dos variables, se jerarquizará el espacio entre la zona residencial y la zona productiva de la finca. Por tanto, las principales construcciones de tipo doméstico se localizan por lo general en la parte más alta, por encima de la línea de rigidez de la zona irrigada, normalmente hacia el norte, y cuando no es posible por los condicionamientos topográficos y de captación de agua, en la zona más óptima que no obstaculice su desarrollo. La presencia de una o varias albercas, edificios auxiliares y la existencia de una tapia que proteje la finca es otra de las constantes históricas.

60

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

De hecho si comparamos la descripción que hacen los agrónomos andalusíes —cuyo origen está en la Córdoba califal y que tuvo su apogeo en el siglo XI15— sobre las características de la almunia y las documentadas arqueológicamente, veremos las similitudes. Ibn al-‘Awwam (s. XII) dice que: [...] los mejores sitios para edificios que sean muy útiles y cómodos a los que hayan de habitar son los construidos en terreno elevado, y los más a propósito aquellos cuyos cuartos tienen las puertas y ventanas a oriente por lo que esto contribuye a la salud de los que hayan de ocuparlos. Estos han de ser capaces y altos de techo, y según otros dicen no han de ser estrechos, ni las crujías cortas ni oscuras, y con las puertas altas para que los aires las ventiles16.

Más datos aporta el agrónomo nazarí Ibn Luyūn17, que vivió en la primera mitad del siglo XIV. La describe de la siguiente forma: Para emplazamiento de una casa entre jardines se debe elegir un altozano que facilite su guarda y vigilancia. Se orienta el edificio a mediodía, a la entrada de la finca, y se instala en los más alto el pozo y la alberca, o mejor que pozo se abre una acequia que corra entre la umbría. La vivienda debe tener dos puertas, para que quede más protegida y sea mayor el descanso del que la habita. Junto a la alberca se planta macizos que se mantengan siempre verdes y alegren la vista. Algo más lejos debe haber cuadros de flores y árboles de hoja perenne. Se rodea la heredad con viñas, y en los paseos que la atraviesan se plantan parrales. El jardín debe quedar ceñido por uno de estos paseos con objeto de separarlo del resto de la heredad. Entre los frutales, además del viñedo, debe haber almeces y otros árboles semejantes, porque sus maderas son útiles. A cierta distancia de las viñas, lo que quede de finca se destina a tierra de labor y así prosperará lo que en ella se siembre18.

Más adelante nos dice que: [...] en el centro de la finca debe haber un pabellón dotado de asientos y que dé vista a todos lados, pero de tal suerte que el que entre en el pabellón no pueda oír lo que hablan los que están dentro de aquél, procurando que el que se dirija al pabellón no pase inadvertido. El pabellón estará rodeado de rosales trepadores, así como de macizos de arrayán y de toda planta propia de un vergel. Será más largo que ancho, para que la vista pueda explayarse en su contemplación.

Otro elemento arquitectónico más que debe estar presente según Ibn Luyūn es un aposento para huéspedes, que se localizará en la parte baja, «con puerta independiente, y una alberquilla oculta por árboles a las miradas de los de arriba. Si se añade un palomar y una torreta habitable no habrá más que pedir». La finca se debe proteger con una tapia y la puerta principal: [...] tendrá bancos de piedra y un zaguán proporcionado a la capacidad del edificio. Es fundamental para todo lo que se convierta en jardín la proximidad a la vivienda, porque de esta manera estará bien guardado.

Termina dando también una nota sobre las instalaciones auxiliares: El establo para los animales y los aperos de labranza se deben situar cerca de la entrada del inmueble. Conviene instalar los establos del ganado lanar y vacuno en la par-­ te más baja del edificio, muy cerca y de forma que pueda ser fácilmente vigilado. Deberán estar rodeados de aposentos y soportales para protegerlos del frío y de lo vientos impetuosos19.

Ambos personajes transmiten y reproducen informaciones de distintos autores del siglo X y XI, como al-Ṭignarī o Ibn Bassal, entre otros, que perduran hasta época nazarí. La realidad arqueológica y monumental conocida se ajusta con bastante precisión a las líneas generales que hemos visto. Podemos citar varios ejemplos —y de distinta cronología— como por ejemplo, la almunia califal de al-Rumaniyya20, ubicada en una ladera en donde los pabellones y la gran alberca se localizan en la parte más alta y por debajo se desarrollan tres grandes terrazas de cultivo, protegidas por una cerca. Sabemos que en la Granada zirí, Badīs poseía una almunia en la zona de al-Ramla (plaza de Bibarrambla) con dos puertas en la que su padre, el rey Habus, solía tener su consejo de gobierno21. En Sevilla, los almohades construyeron la Buhayra, con una gran alberca22. Para época tardo-almohade contamos con el caso del Alcázar Genil, de Granada23. Esta finca quedaba delimitada por el cauce del río Genil y los caminos que llevaban a las alquerías de la vega, siendo irrigada por medio de una acequia de la que tomaba el agua que era almacenada en un gran albercón que tenía funciones tanto lúdicas como de regulación del riego. En este caso existían varios pabellones, construidos en distintas épocas, y elementos simbólicos, como un ribat a la entrada de la finca.

En la Granada nazarí casos como el Generalife24, la almunia de los Alijares25 y las huertas de la Casa del Chapiz26, repiten un esquema muy parecido. Pero el ejemplo que más puede ilustrar el funcionamiento y la estructura de este tipo de fincas es la del Agdal de Marrakech27, que sigue hoy día viva y precisamente por eso, y que ha sido objeto de un estudio extenso, vamos a analizar más en profundidad para comprobar sus características. En primer lugar se trata de una fundación estatal, promovida por Abū Ya‘qūb Yūsuf (1163-1184), en la que en su diseño original ya encontramos los elementos esenciales como son una gran extensión cultivable, un sistema de riego y almacenamiento de agua en una gran alberca y pabellones de arquitectura áulica28. Sobre esta base se sucedieron ampliaciones y mejoras en época saadí (ss. XVI-XVII) y alauí (mediados del s. XVII-finales del s. XIX) que le dan el aspecto que tiene hoy día. Protegida por una muralla exterior, jalonada por torres, su estructura interior es claramente ortogonal y existe un eje central ocupado por un camino que es el que vertebra todo el espacio. De su análisis, Navarro y sus colaboradores deducen ocho características que definen el modelo, siendo las siguientes: en primer lugar su emplazamiento extramuros de la madīna, a una distancia intermedia; creación de un sistema propio de abastecimiento de agua para el riego y el consumo humano; presencia de una gran alberca, con funciones además de las propias, también de representación simbólica; una clara actividad productiva con amplios espacios irrigados que se compagina un uso residencial con la construcción de pabellones y edificios que podían alcanzar a convertirse en verdaderos palacios. Predomina el diseño regular de la finca que viene marcado por uno o varios ejes, existe una cerca o muralla perimetral y tiene una clara vinculación con el majzén y las élites urbanas29. Tampoco están exentas otro tipo de construcciones de tipo productivo, como molinos, almazaras, caballerizas etc. que se ubican en una zona periférica del conjunto30. Como vemos, este ejemplo marroquí, fundado en el siglo XII y que ha perdurado hasta hoy día recoge en gran medida la tradición de las almunias omeyas cordobesas que se mantiene a lo largo de toda la historia de al-Ándalus.

4. Los datos históricos de al-Nā‘ūra y su presencia en la historiografía La zona que estudiamos se localiza al oeste del núcleo de población de Córdoba, entre en la ribera del río

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

61

Guadalquivir y el conjunto arqueológico de Madīna alZahrā, en una zona que históricamente ha mantenido una situación periférica con respecto a la ciudad. Como hemos visto se encuentra estructurada a través de varios ejes este-oeste y uno norte-sur, hoy ocupado por la autovía CO-32. La ciudad de Córdoba presenta un dilatado desarrollo durante la Antigüedad y la Edad Media, tanto islámica como cristiana, fluctuando este en torno a la ciudad y su espacio periurbano que configuran distintas realidades arqueológicas del periodo clásico, tardorromano y medieval. A partir del siglo III d.C. se constata arqueológicamente una paulatina disolución de la trama urbana y de los viarios internos que van unidos a una clara transformación de los espacios públicos31 que se une a la aparición de conjuntos de cierta entidad en la periferia que pasa a convertirse en uno de los polos urbanos32. El caso más significativo es el del palatium imperial de Cercadilla33, situado al noroeste de la ciudad, como un elemento importante en la organización del territorio suburbano y que se mantuvo hasta el 711, probablemente vinculado al centro de culto que conformó la basílica martirial de San Ascisclo, aunque se desconoce si en el entorno al mismo pudo generarse un suburbium. Por tanto, el territorio que queda entre la orilla derecha del Guadalquivir y las murallas de la Córdoba romana, contaba con antecedentes históricos que fueron en cierta medida determinantes entre los siglos VIII y X, experimentando un proceso de urbanización muy intenso a partir del siglo IX. Para M. Acién y A. Vallejo durante el siglo V y VI parece que se produce una despoblación en beneficio de la ocupación de la zona sur, próxima al río. Esta situación se consolida en época visigoda al que se suman la expansión bajo la forma de vici en la zona Saqunda y en la parte oriental34. Tras la conquista no parece que exista una segregación en la ocupación, quizás debido al pacto de entrega de la ciudad, pero ya el hecho de fundar la mezquita, bajo el emirato de Yūsuf al-Firhī, necesitó previamente la expropiación de la iglesia de San Vicente. Para los autores puede ser un indicio de progresiva marginación o concentración, extramuros de la población cristiana y judía, algo que ya habría comenzado a producirse de forma previa a la conquista35. Ahora bien el punto de inflexión es el 756 con la llegada de ‘Abd al-Rahmān I y el inicio de la islamización de la ciudad (demolición de la antigua iglesia, construcción de primera mezquita aljama ex novo e infraestructuras de abastecimiento a la ciudad)36 y la construcción de los primeros servicios estatales como la casa de correos y la ceca.

62

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

No debemos olvidar que también se «inicia igualmente un proceso de construcción de grandes almunias exteriores al perímetro amurallado que va a caracterizar la imagen física de la ciudad como una urbe abierta»37. Este proceso se afianza durante el emirato de ‘Abd al-Rahmān II quien introduce una estructura estatal de corte abasí con la consiguiente pérdida de influencia de y poder de la aristocracia mozárabe que desembocó en la crisis de los mártires como último episodio de la desarticulación de la antigua aristocracia mozárabe. En este periodo confluye islamización y orientalización, con numerosas las fundaciones de nuevas mezquitas en la zona occidental38. Los acontecimientos de la primera fitna en los emiratos de Muhammad, al-Mundir y ‘Abd Allāh provocaron una situación de cierta penuria y de hecho: [...] solo el emir Abd Allah construyó una almunia, alNā‘ūra, en la orilla derecha del Guadalquivir, que acabará jugando un papel importante en la época de ‘Abd al-Rahmān III como referente último del crecimiento urbano de Córdoba en la zona de expansión occidental39.

La estructura urbana de la primera expansión del mediado del siglo IX se fundamenta en la ordenación de una sector amplio formado por necrópolis o espacio de cultivo, con algunas construcciones, salvo en la zona en la que se instalan servicios administrativos (Dar al-sina’a por ejemplo). Más allá de este perímetro se extienden los arrabales. Para los autores todo este proceso es un programa estatal para islamizar a la ciudad y en el que están ausentes la aristocracia40. El último impulso de islamización es la fundación de madīna al-Zahrā aunque mantiene el protagonismo con Córdoba41. Su construcción afectó de forma importante a al-Nā‘ūra: La fundación de la ciudad produjo también que algunos de los asentamiento ya existentes en el territorio próximo pasaran a ejercer una función si no dependiente, al menos vinculada al nuevo centro urbano. El caso más significativo lo constituye la almunia de al-Nā‘ūra que fue conectada de inmediato con la ciudad, al tiempo que debió experimentar un proceso de renovación muy importante en esos años centrales del califato, pasando a cumplir un papel de servicio como lugar de acogida y pernocta de algunas de las embajadas que llegaban a madīna al-Zahrā42.

Por tanto para M. Acién y A. Vallejo este fenómeno urbano responde más a la dinámica histórica que a

fig. 4 Vado de Casillas. Sitio histórico, probablemente escenario de los acontecimientos del 756 d.C., cerca del emplazamiento posterior de la almunia de al-Nā‘ūra.

la propia urbanística: en el esquema de evolución de la ciudad islámica podría ser interpretado también como la consecuencia del proceso de saturación del espacio originario y ante las necesidades de crecimiento de la nueva ciudad islámica43. Siguiendo esta línea las almunias también han sido consideradas como elementos de islamización del territorio periurbano de Córdoba44. La saturación de la madīna, circunscrita al perímetro de la ciudad romana, implica su desbordamiento y la creación de arrabales de mayor o menor entidad. Este hecho documentado en todas las ciudades islámicas con un periodo de vida lo suficientemente dilatado es especialmente significativo en Córdoba ya que como apuntamos, la transformación del alfoz de la ciudad se produjo de manera rápida a partir del siglo X, alcanzando un grado de conurbación a partir de la fundación de madīna al-Zahrā45. El establecimiento de los arrabales se hizo principalmente a partir de elementos suburbanos ya existentes y que podían ser: 1. Las antiguas vías de comunicación, todavía en uso. 2. Elementos de época tardoantigua. 3. Grandes propiedades de tipo agrícola vinculadas a la aristocracia, es decir, almunias. El arrabal excavado en las obras de la Ronda Oeste de Córdoba46 podría tener un origen vinculado al entramado de infraestructuras viarias, si bien los arqueólogos no definen este aspecto. Dichos arrabales se encontra-

ban bien estructurados, con todos los elementos propios de la vida urbana, incluyendo sus áreas de cementerio y sus mezquitas. Un ejemplo es la maqbara también excavada en las obras de la Ronda Oeste y que en este caso se vincula con el arrabal munyat ‘Ayab47. Otro de los arrabales estructurados en torno a una vía de comunicación fue el de Balāṭ Mughīţ al que se vinculan los restos excavados en la Colina de los Quemados48. Más evidente es la asociación con antecedentes Tardoantiguos y con el establecimiento de almunias. Con respecto a los primeros el ejemplo más destacado es el del arrabal o barrio mozárabe que se configuró en torno a San Ascisclo, aunque también sucede algo similar en el de al-Rusāfa, ya que en sus proximidades se documentan algunos vestigios tardoantiguos, estudiado ampliamente por J. Murillo49. En cuanto a la configuración de núcleos urbanos en torno a almunias, también se documentan varios casos además de los ya citados y para la valoración que se puede hacer de las mismas nos remitimos a los trabajos de J. Murillo y F. López Cuevas50. Ahora solamente haremos mención a algunas cuestiones de tipo general y en particular sobre al-Nā‘ūra para contextualizar las excavaciones arqueológicas. El término de almunia proviene del árabe munya y conceptualmente implica una vinculación clara con el mundo productivo agrícola, estrechamente ligado al de ŷanna y bustān, llegando a ser casi sinónimos hasta el final del califato51 tal como pone de manifiesto el análisis comparativo de las fuentes árabes de la época.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

63

De hecho, según la arabista E. García Sánchez, pueden ser intercambiados con cierta facilidad52. Para el caso de Córdoba, no todos los investigadores coinciden con esta valoración53. El origen de las almunias se vincula directamente con la llegada de ‘Abd al-Rahmān I (756-788) que fundó la primera conocida en las cercanías de Córdoba —al-Ruṣāfa— con el fin de imitar la que poseía su abuelo, Hišām en Siria54. En las diversas fuentes árabes se citan hasta veinticuatro almunias en el entorno de Córdoba, si bien no todas responden a la misma tipología55. El modelo clásico es el de una gran propiedad fundiaria que pertenece al califa o a su familia que se caracteriza por tener una zona residencial con uno o varios edificios, jardines en sus proximidades, amplias zonas de cultivo, e incluso áreas de experimentación botánica56. Suelen estar acotadas bien por medio de una muralla —al-Ruṣāfa, almunia de Casillas— o de una simple cerca (Dār al-Hudayl?, en Granada)57. Por tanto, su presencia en el paisaje se hace de forma temprana. En la zona occidental, entre el emplazamiento de Madīnat al-Zahrā y la orilla del Guadalquivir existieron varias de estas, ya que no en vano el paraje del vado natural de Casillas tuvo cierta incidencia en la historia de Córdoba. De hecho en un lugar cercano a esta zona pero no definido con claridad, conocido desde el siglo VIII como al-Musāra, se produjo el enfrentamiento entre Yūsuf alFirhi y ‘Abd al-Rahmān I, en el 756, que permitió al ome­ ya la entrada en Córdoba y el inicio de su emirato58. El suceso se relata de la siguiente forma en el Fath al-Andalus: El emir ‘Abd al-Rahmān emprendió la marcha y acampó en Bābiš, a orillas del río de Córdoba, el lunes 6 de du l-hiyya [11 mayo 756]. Yūsuf al-Firhī salió a su encuentro y estableció sus reales en la musara, donde estaba el Qaṣr al-Nā‘ūra, enfrente del campamento de Ibn Mu‘āwiya. Pasaron tres días unos frente a otros, separados por el río, cuyo caudal impedía atravesarlo59.

Más tarde, ya en el siglo IX en concreto en 867, el emir ‘Abd Allāh fundó una de las principales almunias de la zona occidental de Córdoba: la de al-Nā‘ūra, si bien es posible que existiera con anterioridad con un carácter distinto según los datos que hemos visto del Fath. El hecho es relatado por Ibn Hayyan de la siguiente forma: Conocemos que el emir ‘Abd Allāh construyó en el tiempo de su califato tan solo una almunia que era la de la Noria, en la orilla más abajo de Córdoba, contigua a

64

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

la musalla del campo antiguo de la musara. Fue su compra en los días de su padre Muhammad60.

Los datos que sigue aportando el historiador son de gran interés, confirmando la definición realizada para la almunia: La cultivó e hizo de ella un vergel hermoso, ampliamente delineado, pues su deseo era convertir su propiedad en un lugar ameno y delicioso. Con ese fin la ensanchó y la pobló de árboles y plantas61.

Es probable que en su origen fuera una propiedad de origen preislámico que en el siglo IX pertenecía a Jalid al-Baytar, de quien la adquirió el emir y la transformó en residencia de tipo palaciego. Pasó luego a ‘Abd alRahmān III, quien, sigue diciendo el Muqtabis, «introdujo en ella mejoras considerables». En la fuentes ocasionalmente también aparece citada como dār o qaṣr. Esta no fue la única almunia ya que este mismo emir construyó otra también en la orilla del río, la almunia de Nasr, y la Dār al Zawamil. Con el paso del tiempo, y hasta la construcción de madīna al-Zahrā, al-Nā‘ūra fue adquiriendo mayor importancia especialmente durante el califato de ‘Abd alRahmān III: tanto como lugar de hospedaje de personajes ilustres como lugar de partida o llegada de sus campañas militares, por ejemplo cuando regresó de la campaña del año 928 «entraba en Munyat al-Nā‘ūra, tras haber empleado veintiséis días en este viaje»62, o incluso la partida a una de sus incursiones más fructíferas a Bobastro, la del 929: «Partió de Munyat al-Nā‘ūra el jueves día 13 del mes de sawwal y llegó a la montaña de Bobastro el jueves, a diez días por pasar del mismo mes»63. Dada su relevancia dentro de la vida de los emires, fue objeto de importantes reformas, siendo la más destacada, por el alcance en sus infraestructuras, la emprendida entre el 940 y 941 d.C. consistente en la construcción de una canalización de agua que abastecía la almunia, conduciéndola desde la sierra, y el diseño del «camino de las almunias». La primera la conocemos por al-Maqqarī quien nos informa que entre octubre del 940 a septiembre del 941, mandó construir un qanāt que traía el agua potable desde la sierra de Córdoba hasta el alcázar de al-Nā‘ūra. Terminaba en una gran alberca que además de dar algunos datos sobre su decoración y carácter áulico, dice que «regaba los jardines del alcázar citado en toda su extensión, así como los terrenos de la almunia, y la sobrante la arrojaba al río grande»64. La segunda fue la construcción del «arrecife» o camino de las almunias, que se empezó a pavimentar en el 941:

Allanó dicho camino de asperezas después de que alNāsir cabalgara por él en persona, tomara el asunto en sus manos y concentrara todos los esfuerzos disponibles. Personalmente señaló su trazado y señaló los mojones de sus límites. Por todo ello se terminó en un mes la citada pavimentación65.

Por los datos de las fuentes árabes conocemos algunos elementos más: En octubre de 971, al-Hakam II ordeno ciertos cambios en el emplazamiento de edificios emblemáticos, como la casa de Correos o la casa de las Acémilas, que se encontraba en la Musāra y que ordenó fuese trasladada «a la casa situada cerca de la cárcel junto al alcázar de al-Nā‘ūra»66. También al-Nā‘ūra es paso obligado en la expedición contra los normandos emprendida en 972: Una vez que todo estuvo a punto y que llegaron a la puerta del Alcázar los destacamentos militares y los diferentes pertrechos que habían de ir con ellos, se pusieron inmediatamente en camino, precedidos y seguidos por las tropas, y pasando por la Puerta de los Jardines, una de las del alcázar, y luego por la musara, llegaron a al-Nā‘ūra. Salió tanta gente, entre la distinguida y el vulgo, que no podría contarlos más que un Creador (¡ensalzado sea su rostro¡). De allí siguieron hacia su destino67.

En el 974 es escenario de la llegada del general Gālib ibn ‘Abd al-Rahmān victorioso de sus campañas en el Magreb: [...] el visir Gālib desfiló con su ejército, rodeado de los cadíes ya dichos, precedido de las tropas y formaciones que habían ido en su busca, y seguido de los šerīfes Banū Idrīs, que iban situados en el cortejo con arreglo a sus edades y categorías. Atravesada la ciudad, y una vez dejado atrás el caserío de Córdoba, fue a sentar sus reales en el Fahs al-Nā‘ūra e instaló allí su pabellón. Los generales compañeros suyos y los šerīfes se instalaron también en tiendas que les estaban destinadas. Permanecieron acampados en este lugar aquel jueves y el viernes siguiente68.

Su carácter protocolario frente a otras almunias también se pone de manifiesto en los sucesos de marzo del 975, cuando el califa, acompañado de su hijo Hišām, se trasladó desde al-Zahrā al alcázar de Córdoba, haciendo parada en al-Nā‘ūra. Dicen los anales palatinos: [...] al día siguiente domingo 12 de rayab (28 de marzo 975) volvió a cabalgar, con el príncipe su hijo y con los

demás allegados de su séquito desde la almunia de Arhā’ Nāsih hasta la almunia de al-Nā‘ūra en cuyo palacio hizo alto y permaneció hasta rezar la oración del mediodía. Previamente habían recibido orden los visires, los ashāb al-šurta los altos funcionarios palatinos, los hukkām y los demás dignatarios del Estado de ir a caballo para reunirse con él en el Alcázar de al-Nā‘ūra. Cuando estuvieron todos congregados, salió el Príncipe de los Creyentes por la gran Bāb al-mansaba de dicho palacio, en compañía de su hijo Hišām, con dirección al Alcázar de Córdoba69.

Completamos un poco más imagen de la finca con otros edificios, como la cárcel, una puerta monumental, un alcázar posiblemente con una mezquita y una vega o amplia explanada, que servía ocasionalmente para que acampasen los ejércitos, conocido como Fahs al-Nā‘ūra. Todo esto, en el contexto de conurbación en el que desemboca el urbanismo de Qurtuba entre el siglo IX y X son indicios suficientes como para plantear la posibilidad de que en torno a estos hitos singulares se produjesen fenómenos de urbanización similares a los conocidos para los arrabales pero parece que realmente el carácter dinástico de al-Nā‘ūra y su vinculación con madīna al-Zahrā, impidieron este hecho. Al menos a día de hoy la arqueología no permite hablar del mismo patrón evolutivo con respecto a otras almunias. Desconocemos lo que sucedió con esta finca perteneciente a la familia omeya entre el siglo XI y la conquista castellana de 1236, pero suponemos que debió de mantenerse más o menos intacta y que así pasó a manos de los conquistadores, siguiendo el patrón de otras ciudades. Gracias a M. Nieto Cumplido70 podemos reconstruir su evolución a partir del segundo cuarto del siglo XIII. En el libro de donadíos de la catedral de Córdoba, creado en 1248 a raíz de un pleito entre el obispado de la ciudad y las parroquias por la posesión del diezmo de una serie de fincas, se menciona: [...] el cortijo que diçen de don Luys, çerca de Alfadra, son doçe yugadas que fueron del infante don Loys. Obo este cortijo don Samuel Abrabaniel, e óvolo después Alfonso Ferrandez, alguacil. Alo agora Ferrant Alfonso. Es todo el diesmo de la Eglesia71.

De su análisis deduce que dicho cortijo se corresponde con el actual Cortijo del Alcaide, donde aparecieron en 1956 los restos de una construcción palaciega identificada con al-Nā‘ūra. Don Luis era hijo del rey Fernando III y Juana de Ponthieu, quien parece que lo heredó de su madre, ven-

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

65

diéndolos en 1252. Es posible que a partir de este momento pasara a manos del judío Samuel Abrabaniel, y más tarde, tal como informa el libro, a Alfonso Fernández. En el siglo XIV seguía manteniendo el mismo nombre y pasó por herencia a Ferrant Alfonso, casado con María Ruiz, con la que tuvo cuatro hijos, entre ellos Gonzalo Fernández de Córdoba y Diego Fernández, que fue más tarde alcaide de los Donceles72. De aquí surgen los dos topónimos que aún hoy día se conservan en la zona, el de María Ruiz, que acompaña a una de las albercas y al puente sobre el arroyo de Cantarranas, y el del Alcaide, que se le da al antiguo cortijo de Don Luis. Según Nieto Cumplido, la extensión de la finca era de 432 fanegas, es decir algo más de 270 hectáreas. Recordemos que la zona que estudiamos tiene una superficie parecida. Todas estas referencias la convierten realmente en un sitio emblemático y que por tanto es citado con cierta frecuencia por los historiadores y arqueólogos pero sin profundizar en exceso en su caracterización. Antonio Arjona, A. Ramirez y P. Marfil en el año 1998 publicaron un artículo dedicado a esta almunia incidiendo en su relación con los hallazgos aparecidos en el Cortijo del Alcaide, recopilando todos los datos históricos que permiten trazar una primera evolución histórica de la finca. Realmente el objeto de dicho trabajo era denunciar públicamente que estos elementos, especialmente el cortijo del Alcaide y la alberca del Cañito de María Ruiz, habían quedado excluidos del Plan Especial de madīnat al-Zahrā73. Más recientemente, A. Arjona volvió sobre la cuestión de al-Nā‘ūra con la intención de posicionarla topográficamente en el plano de Córdoba, aunque realmente no aporta nada nuevo a lo que ya había publicado anteriormente, salvo una referencia muy superficial a las excavaciones que se hicieron en el año 2001 en el vado de Casillas74. Más preciso es cuando en 2013 dice que «la finca de Dar al-Na’ura es grosso modo la finca del Cortijo del Alcaide, que linda por el este con la finca del Fontanar de Cábanos y el naranjal de Almagro»75. A parte de estos trabajos genéricos, podemos citar también los estudios de las piezas escultóricas excavadas en el Cortijo del Alcaide y su papel en los estudios de síntesis publicados por F. López Cuevas.

Sánchez de Feria describía las murallas que aún estaban en pie, paralelas al cauce del río de la siguiente forma:

5. Evidencias arqueológicas en el

Estos datos provocaron que a principio del siglo XX se hicieran las primeras exploraciones de tipo arqueológico en la zona. En concreto R. Castejón en 192478 tomando como referencia esta descripción publica un artículo en el que hace un recorrido por todos los elementos arqueológicos emergentes, algunos ya des-

emplazamiento de al-Nā‘ūra

La abundancia de restos arqueológicos superficiales —algo que hoy no es tan evidente— llamó la atención de algunos eruditos locales. En 1772 Bartolomé

66

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

Tomaba el muro antiguo por la huerta de Maimón rio abaxo, cortando por la Alameda del Obispo, hasta el Molino de Casillas. Este era el muro antiguo meridional. Por el cortijo, que llaman del Alcayde, y á el Caño de Mari-Ruiz cortaba el muro Occidental, buscando los llanos de la Albaida; pero sin llegar a ella, y desde aquí subia la muralla cerca de la falda de la Sierra por baxo de la Arrizafa, y detrás de la Huerta de la Reyna, comprehendiendo el Campo de la Merced, hasta dar en la Puerta del Rincón76.

Aunque el autor no alcanza a diferenciar unas de otras, lo cierto es que da una información muy valiosa para posteriormente contrastarla con las evidencias arqueológicas. Pero su atención no solo se centra en las murallas sino también en la gran abundancia de restos arqueológicos, aún reconocibles en superficie desde la huerta del Maimón hasta la de Valladares, alcanzando el ámbito que nos interesa: Sobre este sitio caen varios como nacimientos de agua, que son aqueductos antiguos perdidos. En los llanos, que hay desde la Huerta de Valladares hasta Casillas, que son tierras del Obispo, y la huerta de la Arrizafa, y demás allí junto: en estos llanos digo son innumerables los descubrimientos de piedras labradas, que estos años hizo la curiosidad laboriosa de Don Gregorio Pérez pavía presbítero, Beneficiado de Montoro, mayordomo y tesorero del Illmo. Señor obispo Don Martín de Barcia. Este caballero ha hecho cavar en varios sitios por aquel espacio con motivo de las obras, que por su dirección se han hecho en la Alameda, su plantío, cerca y construcción del palacio, y se ha sacado una inmensa multitud de piedras labradas muy grandes, y aun queda sembrado de ellas todo el terreno a poco trecho de profundidad. Caminan los rastros después cerca del Molino de Casillas por el cortijo del Alcayde hasta la Hacienda, que dicen el Higueron, con tanta abundancia de fragmentos y cimientos que pareciera increíble si no se hubiera examinado, siendo también notable que a estos sitios baxan muchas ataxeas y cañerías perdidas de la parte de la sierra que son claramente las aguas de la antigua ciudad77.

aparecidos, como parte de la muralla de la huerta del Maimón, y otros que se inserta dentro de nuestro trabajo (alberca del Cañito de María Ruiz, alberca de la Huerta del Caño y puente sobre el arroyo Cantarranas). De esta zona nos dice: Llegamos al Cañito de María Ruiz. Es una hermosa huerta, bordeada de bonitas alamedas y abundantísima en aguas, llevadas por largas conducciones. Y allí, en la misma casa de la Huerta, se ve un viejo torreón no sabemos si de piedra o tapial, que sirve de núcleo constructivo a dicha casa. Y frente a él, un albercón grande, espléndido, embadurnado de aquel cemento rojo que solo los árabes ponían en sus construcciones hidráulicas. Poco antes de llegar a esta huerta, en una suave colina que está a unos quinientos metros de ella, existe otra bonita alberca, inservible y seca, que tiene detalles de la más graciosa construcción arábiga. El muro sur de este albercón está construido sobre arquitos de medio punto que, entrelazándose, originan unas esbeltas ojivas túmidas, muy elegantes, a cuya liviana sombra podrían encontrar abrigo de los rayos solares del mediodía unos posibles peces de este viejísimo estanque, u otros posibles bañistas de la no menos vieja Córdoba musulmana79.

Esta información es de gran importancia porque nos está hablando de elementos que hoy no podemos identificar, como el torreón —suponemos que un pabellón— frente a la gran alberca, y el sistema de canalización del agua. Después pasa a describir, de forma mucho más somera, el puente. Unos años más tarde, R. Castejón y Martínez de Ariza80, publicará un artículo muy parecido pero centrándose en los hallazgos de la Huerta de Valladares, más próxima a Córdoba y fuera del ámbito de al-Nā‘ūra. A parte de estos trabajos, y de la importancia de los restos que describen, las intervenciones arqueológicas en este sector no son muy numerosas, pero sí significativas como para poder relacionarlas entre si y ver de qué manera se vinculan o no con la presencia de la almunia. Hasta la fecha se reducen a cuatro: los restos excavados en 1957 en el Cortijo del Alcaide, la aparición de unas construcciones junto al vado de Casillas en el año 2001, la intervención de apoyo a la restauración del puente del Cañito de María Ruiz, en el 2002, y las intervenciones vinculadas a la construcción de la autovía CO-32, entre 2006 y 2009. 5.1.

Cortijo del Alcaide

En 1957 Félix Hernández hizo unas excavaciones junto al Cortijo del Alcaide en donde debió de apa-

recer un complejo residencial, del que nunca publicó su planta ni se han conservado los planos, solamente una magnífica colección de tableros de decoración escultórica, publicados inicialmente por R. Castejón81 y estudiados más tarde por Ch. Ewert82, fechándolo en el último periodo califal. Este hallazgo ha sido determinante para identificar este lugar con el emplazamiento de la almunia. De hecho la existencia de una gran alberca dentro de un cortijo en la Huerta del Caño, los restos de la estructura de una posible noria en sus proximidades, ambos construidos con sillares de calcarenita y la presencia muy cerca de ese punto de la alberca del Cañito de María Ruiz, llevó a A. Arjona junto con otros investigadores a insistir en que este es el lugar donde se encontraba la edificación palatina de la almunia, e incluso proponen que la segunda alberca formaría parte del primitivo palacio de al-Nā‘ūra, mientras que los restos excavados por Félix Hernández serían de una reconstrucción tardocalifal83. Muy próximo a este emplazamiento se localiza la alberca del Cañito de María Ruiz; es un depósito rectangular de 10 por 8 m, construido con grandes muros de argamasa que en su lateral sur conserva una decoración de arcos de ladrillo de medio punto entrelazados, generando otros apuntados. Para algunos autores se trata de una obra plenamente califal, tal como hemos visto en las líneas anteriores, pero recientemente se apunta más hacia un origen romano con una reforma, en la que se introduce esta ornamentación, en época califal84. En cualquier caso, se encuentra sin estudiar arqueológicamente y está muy próxima a la zona excavada por nosotros. 5.2.

El puente del Cañito de María Ruiz

Otro de los elementos monumentales que se insertan en el paisaje y que tienen que ver con lo que venimos analizando sobre el espacio entre al-Nā‘ūra y al-Zahrā, es el puente del Cañito de María Ruiz, que formaría en la red viaria construida por al-Nāsir para comunicar al alcázar de la almunia con la ciudad palatina. Fue excavado recientemente, confirmando su cronología califal, con un abandono acusado a partir del siglo XI d.C.85 su estructura está excavada en ambas márgenes del arroyo de Cantarranas y tiene en la base una estructura de zampeado sobre la que asientan los estribos, con un contrafuerte y cuatro tajamares de planta semicircular. Esta construido con sillares de calcarenita, dispuestos a soga y tizones, según las zonas, y conserva un arco de medio punto sobre el que se ubicaría el tableo o paso del camino. La fachada norte conserva en su base el arranque de una moldura de un posible alfiz.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

67

fig. 5 Puente del Cañito de María Ruiz. (Fotografía: Antonio Paniagua).

fig. 6 Vista actual del emplazamiento de los restos excavados en 2004 del supuesto alcázar de al-Nā‘ūra por Galeano Cuenca y Gil Fernández. (Fotografía: Antonio Paniagua).

5.3. Excavaciones en las proximidades del vado de Casillas

Además de la excavación del puente califal, en las proximidades de la margen derecha del Guadalquivir se excavaron en el año 2001 los restos de un edificio de gran porte que podría estar relacionado con al-Nā‘ūra, si bien su adscripción no queda clara86. Durante las obras de acondicionamiento del cauce del Guadalquivir ejecutadas en 2001, al realizar los primeros movimientos de tierras apareció un muro o muralla, de unos 100 m de longitud, discurriendo de forma paralela al cauce, construido

68

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

con sillares de calcarenita dispuestos en aparejo califal. No podemos aportar más datos porque en la memoria publicada los arqueólogos tampoco explican con detalle sus características. El hallazgo derivó en una excavación arqueológica en la que nos vamos a detener un poco más. Se diferenciaron dos sectores de excavación: el sector I se corresponde con la muralla, y se ejecutaron tres catas que luego fueron unificadas. El sector II es el ámbito intramuros de esta estructura87. El resultado de sus excavaciones concluye que nos encontramos ante un complejo acotado por murallas por lo menos en sus lados este y sur, con la presencia de una posible torre,

y que los restos documentados en el sector I formarían parte de un alcázar: Los espacios E1, E2 y E4 conformados por los muros M1, M2, M5, M6, M7, M8, M9. M10, M11 y M12 se corresponderían con estancias del supuesto alcázar mencionado sin que hayamos podido definir con exactitud la utilidad de las mismas pues al punto debimos finalizar la intervención88.

Junto a este identifican un espacio abierto, probablemente un jardín, esta vez con argumentos arqueológicos más sólidos: la ausencia de pavimentación y la presencia de una acequia y un repartidor. En el sector II se excavaron otras estructuras de tipo doméstico que sufrieron una transformación en espacio industrial por la presencia de restos de cocción defectuosos de tejas. En definitiva, en función del re-

gistro arqueológico los autores establecen la existencia de varias fases: la primera se centra entre los siglos IX y X, con un uso aristocrático, para transformarse parcialmente en el siglo XI en una zona industrial con una ocupación residual hasta el XII89. Ciertamente el informe es muy parco y suscita muchos interrogantes, pero sin duda hay elementos lo suficientemente singulares, como la cerca o muralla de sillares con contrafuertes, y la entidad de las estructuras que se intuyen en las fotografías que permiten relacionarlo de alguna manera con al-Nā‘ūra. Para finalizar, hacemos mención al contexto arqueológico que se encuentra al norte, en la zona más próxima al inicio de nuestra intervención. En un espacio también periférico a la madīna, es decir extramuros, pero en una posición intermedia entre esta y la Musāra, se han realizado una serie de actuaciones arqueológicas vinculadas al proyecto de construcción de la Ronda Oeste de

fig. 7 Vista aérea de la zona estudiada con indicación de todos los elementos arqueológicos existentes. (1) Vado de Casillas, sitio histórico; (2) Cortijo del Alcaide; (3) Restos del alcázar y muralla excavados en 2001; (4) Muralla meridional, 2006; (5) Calzada o Camino de las Almunias (2006) y su trazado hacia el norte; (6) Conjunto doméstico y agropecuario excavado en 2006-2008; (7) Alberca del Cañito de María Ruiz; (8) Puente sobre el arroyo de Cantarranas; (9) Albercón de la Huerta del Caño; (10) Depósitos romanos y silo califal; (11) Alberca; (12) Camino histórico de la Alameda del Obispo al Cortijo del Alcaide; (13) Camino de las Abejorreras.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

69

Córdoba. Destacamos los trabajos realizados en el yacimiento E, formado por un gran maqbara en las proximidades del actual Polígono Industrial de la Torrecilla que presenta unos antecedentes del Bronce Final y de época ibero-romana90. Junto a esta, en el yacimiento D se documentó un amplio sector de arrabal, definido por un viario de trazado de tendencia ortogonal91 pero sin duda los más destacados son los restos del arrabal excavados entre 2005 y 2006 junto a la carretera del aeropuerto92. Todo este conjunto de arrabales se encuentran al norte de la zona de la intervención, siendo el límite occidental de expansión suburbana, por tanto el ámbito de la actual autovía CO-32, que mantiene el eje del antiguo camino de Casillas. 5.4.

Excavaciones asociadas a la autovía CO-32

Finalmente completa el panorama arqueológico del entorno de al-Nā‘ūra las excavaciones que están relacionadas con la construcción de una autovía que de norte a sur, cruzaba el Guadalquivir por el vado de Casillas. Aunque las obras afectaban a ambas orillas del río, enlazando la carretera del aeropuerto con la autovía de Málaga, lo cierto es que los resultados arqueológicos de mayor importancia y los que ahora nos interesan para el objeto del presente trabajo, se concentran al norte, en la margen derecha. La intervención compaginó los trabajos de control arqueológico del desbroce superficial de la traza y la excavación arqueológica de los puntos en los que se detectó la presencia de yacimientos. Siguiendo esta metodología al final se individualizaron 5 zonas de excavación a las que más tarde se le sumaron algunos hallazgos puntuales. 5.4.1. Zona 1

A unos 300 m de la carretera del aeropuerto y de forma paralela al conocido como camino de Casillas, ocupado hoy por la autovía CO-32, se realizó una excavación en extensión motivada por la aparición de restos arqueológicos durante el desbroce superficial y por la necesidad de construir un paso inferior y obras de drenaje. Las excavaciones se desarrollaron en dos momentos distintos. La mayor parte de ellas en 2006 y una segunda fase en el año 2008-2009, afectando en su totalidad a una superficie aproximada de 5.000 m2. Partimos de la hipótesis de que el conjunto de espacios que vamos a describir a continuación formaría parte de las dependencias de servicio de una finca mayor, es posible que la almunia de al-Nā‘ūra pues presenta algunas características que responderían a esta función y que lo distinguirían del urbanismo que conocemos en

70

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

los arrabales califales. Se trata, principalmente, de la presencia de extensos edificios y áreas de carácter productivo, quizás relacionadas con el almacenamiento de productos agrícolas, asociadas a unos edificios que, si bien nos parecen domésticos, pensamos que estarían destinados a alojar al personal de la almunia a juzgar por algunas características que iremos viendo. Se trata de un vasto complejo que parece bien acotado en sus extremos norte y sur por muros perimetrales, con una gran espacio abierto central de forma trapezoidal, orientado de suroeste a noreste que nos permite plantear una hipótesis sobre su estructura y funcionamiento ya que no pudo ser excavado en su totalidad. Al norte existe un núcleo de pequeñas construcciones (sector 2), orientadas de este a oeste y con fachada hacia el sur, en conexión con el patio, y el cierre situado a unos 15 m más al norte. De hecho por las características de la excavación, condicionada por la obra, solo se pudo excavar ambos extremos quedando la franja intermedia sin documentar. No obstante analizando ambos y trazando las líneas hipotéticas de continuidad de las estructuras nos encontramos ante un área de al menos 600 m2 destinada a uso doméstico en el que podemos intuir la existencia de tres manzanas y dos adarves de 1,80 m de anchura, que permitirían acceder a los edificios del interior. Se han podido documentar tres, y parcialmente los restos de un cuarto. El primero (edificio 1a) es quizás el más completa, de planta cuadrada, presenta una crujía en el lateral oeste y el resto es una única estancia en la que existe un pilar central formado por tres sillarejos a tizón. Debió de tener un acceso por el lateral dando al adarve que comunicaba con la sala y que funcionaba como zaguán, y otro en la fachada sur, donde además, junto a la puerta quedan los restos de un banco. Está delimitado, como hemos dicho, por el posible adarve por el que transcurre una canalización de aguas residuales conduciéndolas hacia el espacio central y que muestra distintas reconstrucciones. Al otro lado se ubica el edificio 2a. Existen restos de una estructura anterior y una reconstrucción que es la que le da el aspecto final. En este caso hubo un primer acceso desde el adarve lateral, amortizado, y una entrada principal por el sur, delimitada por dos muros y un escalón marcado en el umbral por un sillar de calcarenita. Interiormente se prolongan los dos muros, a modo de co­ rredor, y en la zona central, encontramos otro pilar de sillares además de un relleno de cantos pequeños y apelmazados que serviría de preparación para el pavimento. En este caso conocemos que en el momento principal de ocupación al menos en el pasillo de acceso fue de losas de barro cuadradas, ya que han quedado restos adosados

fig. 8 Zona 1. Sector 2. Vista general de la casa 1, con el pilar central de tres sillares a tizón.

fig. 9 Zona 1. Sector 2. Calle o adarve con identificación del trazado de canalización de evacuación de aguas residuales y accesos laterales de las casas 1 y 2.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

71

fig. 10 Zona 1. Sector 2. Detalle del sistema de distribución de agua entre los espacios domésticos.

al escalón de la entrada. Por debajo documentamos la salida de aguas residuales y también la presencia de un banco exterior en el muro de fachada. En este edificio además existe un momento tardío de abandono con la construcción de un pozo ciego en el interior de la única sala y una zanja vinculada al mismo. Se le adosa el edificio 3a, formada por una crujía muy estrecha, con la puerta en el centro del muro. Adosada existe una letrina con su pozo ciego en el exterior y una canalización de aguas residuales pasa por debajo del escalón de la entrada para desembocar en un pequeño pozo situado a 1,5 m de la fachada. Al exterior de su muro lateral oeste se le adosa otra canalización, esta de mayor capacidad, también orientada de norte a sur. A partir de este punto los restos se encuentran muy arrasados, solo podemos identificar fragmentos de muros, niveles de derrumbe y tres pozos ciegos más, todos muy pequeños con restos de sus respectivas conducciones. Como hemos indicado, el trazado de las canalizaciones de evacuación aguas residuales es lo que nos hace pensar en que se trata de calles o accesos al espacio central desde una zona abierta en un caso y un posible adarve en otro; dichas infraestructuras de evacuación presentan una cierta jerarquización ya que unas son de menor capacidad, se asocian directamente a cada una de las viviendas y van a morir a sus respectivos pozos ciegos, presentado varias reparaciones o reconstrucciones,

72

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

y otras dos son de mayor capacidad y se dirigen hacia el patio central, probablemente al pozo ciego que hay en el mismo. Tipológicamente no son homogéneas: unas son de atanores cubiertos por tejas, otras están construidas con sillarejos de arenisca trabados con cal y finalmente otras son menos cuidadas, utilizando cualquier elemento (guijarros, trozos de arenisca, tejas o tégulas) impermeabilizadas con mortero de cal. Cada uno de estos edificios son de planta sencilla con una única estancia, salvo el edificio 1 que se asocia a un espacio acotado en su extremo este y que podría ser un corral o patio muy modesto ya que no conserva ningún tipo de pavimento salvo el propio de tierra compactada. Cuentan con dos accesos, desde la calle lateral y desde la fachada que da al patio central. Los vanos tienen 1 m de anchura y quedan definidos por un sillar de calcarenita a modo de escalón adosándosele en el intradós las quicialeras que en los dos casos excavados son dos por puerta. En la fachada hacia el patio encontramos adosados pequeños bancos de mampostería junto a la puerta. El cierre de todo este conjunto doméstico lo localizamos al norte, a unos 15 m (sector 5). Se trata del muro de cierre que discurre de este a oeste realizado con sillares y cantos rodados, conservando restos de enlucido en su tramo más oriental. En él se intuyen diversas compartimentaciones que se desarrollan hacia el sur que presentan la misma fábrica y que se alinean con las del

sector 2. Por este motivo, tal como apuntábamos, trazando las líneas hipotéticas de conexión podemos plantear a modo de hipótesis, que entre este muro de cierre y las casas descritas podrían desarrollarse una segunda batería de viviendas. Al sur del patio encontramos una serie de edificios alargados, orientados del norte a sur, con fachada hacia el patio y que tipológicamente no se corresponden con viviendas ya que todos tienen en común la presencia de grandes espacios abiertos y una o dos construcciones en su interior. Comenzando por el este, el primero que encontramos (edificio 1b) es el único que tiene una planta más corta que el resto. No se ha podido excavar en su totalidad pero es fácil suponer sus límites. Su superficie aproximada es de unos 210 m2. La fachada conserva una longitud de 5,17 m con un vano de puerta de 1,25 m de achura, delimitado por jambas de sillares de calcarenita. Da paso a un espacio abierto, a modo de patio, en el que se han localizado hasta 7 fosas para tinajas, conservando algunas en su interior. Al fondo del edificio encontramos una construcción rectangular, de 5,26 m por 3 m, que estaría cubierta y a la que se adosa otra pe-

queña estancia en cuyo interior se conservan los restos de un pavimento de cantos y lajas de gran tamaño, que quizás pudiera ser una pequeña cuadra. Al exterior del mismo existe un pozo con un brocal de mampostería. Adosado a su muro oeste hay otro edificio (edificio 2b) en este caso de planta casi rectangular 7,30 por 16,50 m. El muro de fachada es de sillarejos de calcarenita dispuestos a soga y dos tizones, y en el centro se abre una puerta de 1,10 m. Se le adosan hacia el patio los restos de dos muros de modo que debió de existir un cuerpo delantero, probablemente abierto a modo de porche. En el interior se repite la misma organización: un espacio abierto y diáfano, en el que quedan restos de un suelo de tierra apisonada, un pozo de 2,22 m de diámetro, y al sur una crujía de 5,70 m de longitud por 3,95 m. A diferencia del anterior este tiene un acceso alternativo desde el patio a modo de pequeño corredor delimitado por dos muros, con una anchura de 1,35 m. La siguiente unidad (edificio 3b) presenta mayores problemas de interpretación porque los restos se encuentran muy arrasados y se ha perdido su continuidad en varios puntos, de forma que debemos hacer un anáfig. 11 Planta general de la excavación e hipótesis propuesta de su organización.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

73

fig. 12 Zona 1. Sector 1. Edificio 1. Detalle de la zona de tinajeros.

fig. 13 Zona 1. Sector 1. Excavación del edificio 1. Vista desde el exterior, identificando el vano de acceso, la cota de cimentación y los distintos tinajeros y/o fosas.

lisis hipotético. En este caso la crujía interior, que en los edificios anteriores se encontraba al sur, ahora está al norte, de hecho el acceso se hacía a través de este cuerpo, de 4 m por 4 m. Es posible que hubiera otra nave en el sur, pero solo nos queda un tramo de uno de sus muros, y el resto del espacio es patio, en este caso con otro pozo y parte de una pequeña pileta de piedra calcarenita. Esta distribución sugiere la existencia de dos fases con una transformación del diseño original incorporando una nave más. Al igual que en el anterior la presencia de restos de un muro en la zona de fachada apuntan a la existencia de una zona cubierta abierta hacia el patio.

74

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

El cuarto edificio (edificio 4b) es de planta trapezoidal con 8,85 m en el lado norte, 11,64 m en el este, 11,71 en el oeste y 10,47 en el sur. Está dividido en dos naves, una de 4,30 m de anchura y otra de 4,03 m, separados por un muro de sillares de piedra calcarenita, presentando varias fases. En el extremo sur se conservan los restos de un pequeño edifico de planta cuadrangular similar a los anteriores, amortizado por la construcción de otros muros. En la segunda nave se conservan un pozo, un tinajero y restos de un pavimento de tierra apisonada con restos de calcarenita machacada. En este caso el acceso desde el patio no se aprecia con claridad. La compartimentación del núcleo original parece corresponder a una fase más

fig. 14 Edificio 2, con fosa central y muro de fachada al patio.

fig. 15 Vista parcial del Edificio 3. En primer plano, fosa y en segundo, restos de pileta.

fig. 16 Zona 1. Vista general de los sectores 1 y 4.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

75

tardía. Finalmente, se le adosan los restos de otro cuerpo del que solo se ha conservado el muro de fachada. Todo este conjunto de construcciones quedan englobadas por un muro perimetral que cierra por el sur todo el complejo y la presencia de varios tramos de otro intermedio entre este de cierre y el de los edificios sugieren la existencia de un corredor interior de 1,40 m que permitía la circulación por fuera, sin salir del recinto. En este caso, si bien la presencia de este pasillo queda fuera de toda duda, el nivel de arrasamiento de las estructuras hacen posible dos hipótesis: la primera es que este corredor se uniera al que desde el patio permite el acceso alternativo al edificio 2, quedando entonces configurado con una planta en L; la segunda que solamente fuera de trazado recto y que tuviera su punto de partida en la zona más ancha que se genera en la trasera del edificio 1. En cuanto al patio o espacio central (sector 4) tiene una superficie de 578 m2 y no se ha identificado ningún tipo de pavimento especial, siendo de tierra. Solo excavamos varios pozos ciegos, en concreto tres, y el asiento de cinco pilares (PL 4005, 4006, 4007, 4008 y 4009). Conservan la base compuesta por un sillar de piedras, reforzado por mortero de cal y algunos cantos para ajustarlo a la fosa de cimentación. Tres de ellos están alineados, separados el primero del segundo por 4,64 m y el tercero a 5,16 m del anterior. La distancia que hay hasta la fachada de las naves es de 5,25 m. Además existe otro entre los dos primeros pero sin mantener la alineación y un quinto frente al edificio 2. No sabemos si podrían formar parte de una estructura porticada —debido a la falta de más datos— o de algún otro tipo de elemento vinculado al uso del patio. El transcurso de las obras hizo que unos años más tarde, en 2008 y en 2009, se acometieron nuevas excavacio-

nes en las que volvieron a aparecer nuevas estructuras en el entorno que complementan la información disponible. La zona 1B se encuentra al norte, en línea del camino agrícola perpendicular al de Casillas y en línea con el sector 5 en donde existe el muro de cierre del complejo, documentando de nuevo esta estructura, lo cual indica que su extensión es mayor a la vista en la primera fase. También existe una conducción de agua formada por una red de atanores cubiertos con tejas, que se introduce desde el norte en dirección sur, desconociendo si abastecía algún tipo de aljibe o cisterna, o por el contrario tenía una función doméstica que por sus característica parece que sería de agua limpia, coincidiendo con un espacio abierto de 5,80 m de anchura en donde se identifican los restos de la cimentación de algunos pilares. Destacamos también que al exterior se adosan tres muros, de 0,50 m de anchura y de los que solo se excavó un pequeño tramo, que conforman dos estancias, una de 2,10 m y otra de 3 m, por la que discurre la conducción. Por lo reducido de la excavación no sabemos si estas estructuras forman parte de nuevas viviendas o de otro complejo agropecuario. La ampliación de la excavación identificada como zona 1C también fue muy significativa. Se encuentra al este del complejo y tiene una extensión 340 m2. En primer lugar destaca la continuidad del muro de cierre por el sur, que en este caso muestra sus dos caras bien definidas, con una anchura de 0,70 m, utilizando mampuestos de calcarenita y relleno interior de guijarros. Se le adosa de forma transversal un muro de 0,50 m de anchura y 2,80 m de longitud definiendo una crujía, que si la relacionamos con el corredor exterior citado anteriormente, sería la zona en la que queda abortada el tránsito. Hacia el norte se registra una nave orienta-

fig. 17 Zona 1C. Vista general de los restos. En primer plano muro que delimita un espacio abierto al sur de todo el complejo.

76

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

fig. 18 Vista aérea de la excavación de la Zona 1.

da de este a oeste, de 4,80 m en su lado mayor y una anchura de 2 m, dividida interiormente en dos estancias por un pequeño muro de compartimentación y con un acceso al patio central por medio de un vano de 1 m, por el que transcurre una atarjea de evacuación de agua residual con un trazado sinuoso. Lo más significativo es que todo el conjunto está acotado hacia el sur por un gran muro de mampostería de casi 1 m de anchura, y que se prolonga por debajo del cierre meridional a modo de cerca. Los rebajes de tierra realizados posteriormente en toda la zona que queda en este sector no han mostrado que en lo que se intuye como el espacio cercado hubiera existido ocupación alguna por medio de estructuras construidas, de modo que se configura como una zona acotada, no sabemos si de cultivo o de estabulación.

Recapitulando, nos encontramos ante un vasto complejo estructural de unos 2.800 m2 acotado por sus extremos norte y sur en el que se identifican cuatro partes claramente diferentes: un sector con pequeñas viviendas de planta muy sencilla organizadas en baterías orientadas de norte a sur, en el que reconocemos al menos una calle y un adarve de acceso; un gran patio central en torno a la cual se organiza toda la distribución interna; al sur un conjunto de edificios de grandes dimensiones, muy sencillos en el diseño de suplanta, en el que predominan los espacios abiertos y la presencia de edificios menores en su interior. La abundancia de fosas de tinajas en el edificio 1 y la falta de otros elementos domésticos, como pavimentos o una distribución doméstica nos hacen interpretarlos como un lugar destinado al almacenamiento y/o transformación de productos agrícolas.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

77

fig. 19 Planta general de los sectores I, III y IV e hipótesis.

Finalmente se completa con una zona acotada, de la cual desconocemos su extensión y uso pero que no presenta una ocupación por medio ni de viviendas ni de edificios agropecuarios. 5.4.2. Zona 2

Ocupa la zona más próxima al cauce del río, al vado y al molino de Casillas, situada a una cota similar en la que unos años antes habían aparecido los restos arqueológicos identificados como los de al-Nā‘ūra. Aquí se excavo un área abierta de 46,30 m por 5 m quedando caracterizada desde el principio por la aparición de un gran muro construido con grandes bloques de arenisca, cuyas dimensiones son de 1,10 m de largo, 0,40 m de ancho y 0,30 m de alto, dispuestos a soga y uno o dos tizones, tomados como mortero de cal de gran calidad, jalonado por una serie de contrafuertes. Su aspecto es el de una muralla con pequeños torreones macizos, muy similar a los documentados en otros lugares, como por ejemplo en las excavaciones del

78

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

2001 en Casillas con claras similitudes con el esquema utilizado en la muralla del alcázar. El tramo mejor conservado tiene 24 m en su cara norte, es decir intramuros, y 27,25 m hacia el exterior, siendo su anchura de 1,60 m. Se excavaron un total de seis contrafuertes, construidos también con grandes bloques de arenisca que se imbrican a tizón con el resto de la estructura. Tres de ellos en el intradós y los tres restantes en la cara exterior. Todos ellos sobresalen unos 0,80 m de la línea de muro y tienen una anchura de 1,10 m. Se alternan a modo de cremallera a banda y banda de la muralla y las distancias entre ellos oscilan entre los 7,50 m y los 8,50 m, según el tramo. Para conocer la potencia de esta estructura excavamos dos catas dando como resultado un alzado conservado de cuatro hiladas las cuales proporcionan una altura máxima de 2 m en la cual se mantiene el mismo tipo de fábrica a soga y dos tizones, a excepción del zócalo de cimentación que está formado por nueve si-

fig. 20 Zona 2. Vista general de la muralla con indicación de los contrafuertes interiores y exteriores.

fig. 21 Zona 2. Muralla. Detalle de uno de los contrafuertes exteriores y su relación con el muro (izquierda); Detalle del aparejo de la cara exterior (derecha).

llares a tizón. También se detectó la interfacies de la fosa de cimentación gracias a la conservación de su relleno, compuesto por cantos de río de tamaño medio y tejas todo compactado con argamasa. Asociados al nivel de uso y abandono de esta cerca se relacionan un par de estratos. El primero es un derrumbe con dos capas diferenciadas (UE 2005 y UE 2006) compuesto en su totalidad por fragmentos de tejas y algunos nódulos de cal, con una potencia de entre

0,15-0,20 m. En el intradós, este derrumbe (en concreto UE 2005) asienta sobre los restos de un suelo de cal (SL 2003) bastante maltrecho y erosionado que cuenta con una preparación de arenisca disgregada y apisonada (UE 2007). En el sustrato geológico en el que está construida esta cerca similar a una muralla se encuentran restos materiales que evidencian una ocupación anterior como fragmentos de Terra Sigillata Itálica, Terra Sigillata

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

79

fig. 22 Zona 2. Contrafuerte de la muralla y estratigrafía arqueológica asociada.

Sudgálica y cerámica de Paredes Finas; además de algún fragmento de material ibérico. 5.4.3. Zona 3 y Zona 4

Muy próxima a la zona en la que excavamos esta muralla, y dentro del ámbito intramuros, realizamos dos excavaciones, una por medio de un sondeo de unos 125 m2 y otra, por medio de una zanja al aparecer un muro de sillares durante el control arqueológico, ambos bajo la capa de tierra vegetal, a escasos centímetros de superficie, nos encontramos con los restos de una calzada, probablemente parte del camino real de las almunias que hemos mencionado anteriormente o del sistema de comunicación interno de la almunia a la que pertenece. Queda configurada como vía de comunicación en la zona 3, en donde aparece con una longitud de 12,5 m delimitada por dos muros perimetrales. El situado en el extremo oeste tiene 1 m de anchura, construido con grandes bloques de arenisca cogidos con cal y dispuestos a soga y tizón en una alternancia de cuatro bloques quedando imbricado con un contrafuerte hacia el exterior de 0,70 m por 1 m de frente.

80

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

La anchura del pavimento es de 3 m y queda acotado por el este por otro muro similar al anterior, y con idénticas dimensiones pero en peor estado de conservación. Respecto a la calzada propiamente dicha, presenta un diseño en retículas que alterna paños de empedrado de cantos medianos, con una anchura de 1 m y 1,5 m, separados por muros de piedra arenisca dispuesto de forma transversal a los perimetrales. Parece que existió una zona sin pavimentar de 0,50 m adosada al intradós del muro interior delimitado por un pequeño muro también de piedra calcarenita cuya función probablemente sería la de un canal de recogida y evacuación de agua. A unos 70 m hacia el norte en línea recta desde esta zona de excavación, durante el control arqueológico apareció otro muro —zona 4— del mismo material, con 17 m de longitud y 1 m de anchura. Al poner en relación ambas estructuras comprobamos que se trata de la prolongación del muro de delimitación por el este de la calzada. En este caso se ha conservado una de las hiladas de la base, con todos los sillares dispuestos a tizón, con una anchura de 0,200,25 m, y el arranque de uno de los muretes perpendiculares del interior del pavimento. Tendríamos por tanto un tramo de 97,13 m de este camino. Esta solución de pavimentación la encontramos en la calzada del Jardín Bajo de madīna al-Zahrā, incluso con el canal perimetral para la recogida de agua93, y la solución de contrafuertes en el muro exterior en el camino septentrional, paralelo a la muralla de la ciudad palatina94, lo cual refuerza su vinculación con el camino de las almunias que la unía con la almunia de al-Nā‘ūra. También se han documentado en otros puntos de Córdoba pavimentando espacios de mayores dimensiones que podrían considerarse plazas95. 5.4.4. Otros hallazgos

En un punto intermedio del trazado, entre la zona 1 y la zona 2, con motivo de la explotación de un préstamo de la obra, aparecieron de forma dispersa varios restos arqueológicos que vienen a completar el conocimiento histórico de la ocupación del territorio de la almunia de al-Nā‘ūra. Han sido identificados en tres áreas distintas y en cada una de ellas se procedió a una limpieza manual de los restos con el objeto de analizar secuencia estratigráfica. El área 1 es un perfil de la zona de explotación de 11 m de longitud en donde apareció un pequeño depósito con revestimiento de mortero hidráulico del tipo opus signinum, habiéndose conservado la base, dos medias cañas y un alzado de escasamente unos 0,05 m. Dicha estructura queda delimitada por muros de mampostería

fig. 23 Zona 3. Vista general del tramo excavado del Camino de las Almunias.

fig. 24 Vista general de la excavación en la Zona 3. Detalle de la calzada del Camino de las Almunias.

fig. 25 Zona 3. Detalle del pavimento de la calzada y de los elementos asociados.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

81

fig. 26 Planta de la muralla y del camino excavados con propuesta hipotética de la relación de ambos elementos.

de fragmentos de arenisca de mediano tamaño y trabados en seco, conservando un alzado de unos 0,20 m. Todo ello asienta sobre una preparación a base de cantos de pequeño tamaño la cual, a su vez, apoya sobre el nivel geológico, representado en este caso por arcillas de tonalidad rojiza muy heterogéneas y compactas. Por otro lado, en el extremo norte del perfil apareció en la mitad inferior una fosa de sección acampanada, posiblemente un silo de época califal, a tenor de la cerámica asociada. Finalmente el área 3 se sitúa en el extremo noroeste de la zona del préstamo, colindante al trazado de la Autovía en proceso de construcción. Se trata de la exhumación de una gran estructura de hormigón de planta rectangular (5,70 m por 3,20 m) dispuesta norte-sur y conservada en su totalidad. En su interior está revestida de mortero hidráulico con media caña en la base. La pequeña cata realizada (0,90 m por 1,50 m) en el extremo norte puso de manifiesto, bajo el nivel super-

82

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

ficial (UE 301), dos grandes estratos de relleno (UU. EE. 303 y 304) muy heterogéneos con fragmentos de material constructivo de época romana que amortizan e inutilizan la capacidad del depósito. Por otro lado hemos podido documentar la presencia en los lados cortos (norte y sur) de los restos de cañerías de plomo (UU.EE. 305 y 308) que tenían como finalidad la captación y evacuación de agua.

6. Interpretación y discusión La almunia de al-Nā‘ūra es una de las fincas omeyas más singulares e importantes por su extensión y su valor simbólico, tanto en el emirato de su fundador, como en el de califato de al-Nāsir y sus sucesores. Paradójicamente esta importancia contrasta con una escasez de información arqueológica de la misma. De hecho ni siquiera se ha hecho una propuesta sobre sus límites o sobre su

fig. 27 Área 1. Localización del depósito o pileta de opus signinum y del silo califal.

fig. 28 Área 3. Estanque romano. Vista general.

fig. 29 Detalle de la cañería de plomo norte (UE 305).

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

83

organización espacial a pesar de que los hallazgos arqueológicos, y tal como dijimos en la introducción, solo Antonio Arjona se ha aproximado a su estudio, quizás de una forma imprecisa y desordenada. Fernando López Cuevas también recopila toda la información dedicándole un epígrafe en uno de sus trabajos96. Con este trabajo pretendemos precisamente sistematizar la información existente, no solo la textual y arqueológica sino también aquella que puede aportar el análisis del paisaje y del parcelario actual para empezar a plantear una hipótesis más sólida sobre el territorio en el que se implantó al-Nā‘ūra. La investigación de las almunias o de las residencias suburbanas, como las denomina J. Murillo97, en la Córdoba emiral y califal, ha experimentado un salto cualitativo a partir de las investigaciones realizadas en dos yacimientos, el de al-Ruṣāfa y al-Rumaniyya. De hecho, tal como decíamos al principio, la puesta al día y la síntesis de todos los datos ponen en relevancia aspectos muy importantes, como por ejemplo, el sentido estricto de la almunia, su relación con la producción agrícola y el mundo periurbano, o finalmente, su papel como agente focalizador de la expansión urbana de los arrabales en el siglo X. Pero también es importante destacar que las investigaciones en otras fincas similares, aunque de cronología más tardía, y especialmente la del Agdal, permiten replantear cuestiones que tiene más que ver con el modelo de la organización espacial, su función social y productiva. No olvidemos que el modelo omeya, por el prestigio que supone la tradición califal en los siglos posteriores de al-Ándalus, se imita en las etapas más tardías, especialmente en el periodo taifa y norte africano (almorávide-almohade). Si hacemos un análisis comparativo de los datos parciales arqueológicos y documentales de las almunias que conocemos, los de aquellas que han llegado en un estado de conservación aceptable, y los que disponemos sobre al-Nā‘ūra podremos hacer una propuesta hipotética sobre su extensión, su distribución y organización interna. En primer lugar, existen dos zonas que por los restos excavados son evidentemente palaciegas: una ubicada al norte, en la zona de la Huerta del Caño en donde existe un gran albercón construido con sillares que quizás pueda relacionarse con los datos que el compilador al-Maqqarī nos ha dejado la misma: [...] alberca sobre la que había la figura de un león enorme, construido con arte maravilloso de tal modo que su visita por sorpresa daba pavor, pues parecía de aquellas figuras de los reyes de la antigüedad; estaba recubierto de oro puro y sus ojos eran dos perlas de inestimable valor

84

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

que emitían una luz intensa. El agua le entraba por la parte posterior y salía por su boca en aquella alberca en un gran chorro98.

El relato recoge todos los elementos simbólicos, tanto iconográficos como en la ubicación del mismo que luego veremos en otros palacios (la Alhambra o el Agdal, por ejemplo). A este elemento debemos asociar con cautela el «torreón» que identificó vagamente R. Castejón, en 1949, frente al albercón. La presencia de grandes albercas está relacionada con la constitución de un sistema de abastecimiento de agua independiente y autónomo para la finca, en este caso mandado construir por ‘Abd al-Rahmān III en el 940 que la traía directamente desde la sierra. No sabemos hasta que punto se utilizan infraestructuras preexistentes pues la alberca del Cañito de María Ruiz podría ser una construcción romana reformada en el siglo X99, aunque ya hemos visto que a falta de un estudio arqueológico esto solo puede ser planteado como hipótesis. Sí que hemos encontrado a una cota inferior de este elemento y más cerca del cauce del río, una cisterna y una pileta de época romana, que efectivamente confirma la existencia de una infraestructura previa a la gran reforma califal. La distribución de estos elementos parece que guardan una relación directa con la organización del parcelario, de grandes dimensiones, de tendencia rectangular y orientas de norte a sur que estaría en función de dos elementos: el sistema de riego, que solo podemos rastrear por dichos depósitos, y los caminos interiores. Existe un eje norte-sur, el antiguo camino de Casillas, que sigue el trazado de caminos anteriores. De forma paralela al mismo ha aparecido un tramo del camino de las almunias, construido en 941 que confirma la existencia de este eje. Junto al mismo existen otros dos que son los caminos tradicionales que atraviesan la finca de este a oeste —el del Cortijo del Alcaide y el de las Abejorreras— que podrían formar parte de la estructura interna de la almunia. El resultado es la perduración de una organización de tendencia ortogonal. Por otra parte, partiendo de los datos arqueológicos, es evidente que el límite meridional de la finca queda bien definido por los hallazgos arqueológicos de 2001 y 2006. Se trata de una muralla de sillares de calcarenita que sigue la orientación del cauce del río, jalonada por contrafuertes interiores y exteriores. En esta cerca es muy probable que se abrieran varias puertas. Si trazamos las líneas hipotéticas que unen ambos tramos conocidos podemos proponer la existencia de una de ellas junto en la salida hacia el vado de Casillas y es posible que existiera otra un poco más hacia occidente, coincidiendo con el trazado de la calzada excavada en el sec-

tor 3 y 4. La extensión de este muro es incierta pero si hacemos caso a la descripción que el siglo XVIII hizo Sánchez de Feria100 de todas estas huertas, se prolongaría por margen derecha del río en la zona del vado. En la zona sur y oeste se concentraron al menos dos conjuntos de edificios, uno en el entorno del Cortijo del Alcaide, del que solo conocemos las placas escultóricas aparecidas en los años 50; y otro en la zona excavada cerca del vado de Casillas, con un pabellón o «alcázar» y otros edificios más alejados asociados con zonas ajardinadas, que perduró hasta el siglo XI-XII. En definitiva, la finca, que tenía una extensión superior a 270 hectáreas, coincide en gran medida con la propuesta hipotética que hacemos, ocupando todo el espacio que queda entre el vado de Casillas y el camino de las Abejorreras, situándose la zona palaciega en varios sectores, y controlando una amplia zona agrícola que sin duda debió de ser enormemente productiva ya que se ha mantenido sin apenas alteraciones hasta hoy día.

12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27.

28. 29. 30. 31. 32. 33. 34.

NOTAS

35. 36.

*

1.

2.

3. 4. 5. 6. 7. 8.

9. 10.

11.

Gespad al-Andalus S.L.U. ([email protected]). Miembro del grupo de investigación Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC) (HUM104), Escuela de Estudios Árabes de Granada (CSIC). Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro, EEA (CSIC). Quiero agradecer a Antonio Paniagua Risueño la inestimable colaboración, conocimiento y la ayuda prestada para la redacción de este trabajo, y a Pedro Jiménez Castillo, por sus puntualizaciones y comentarios acertados. Se pueden rastrear referencias en el Muqtabis V, en los anales palatinos de al-Hakam II o en los datos aportados tardíamente por al-Maqqari. Casi todos han sido recopilados por Arjona Castro, 1982; 2001. Castejón y Martínez de Ariza, 1960. Murillo Redondo, 2009. Arnold, 2008; Arnold, Canto García y Vallejo Triano, 2008. López Cuevas, 2013; 2014. Arjona Castro, Ramírez Laguna y Marfil Ruiz, 1998; Arjona Castro, 2006; ibid., 2012; ibid., 2013. Actividad Arqueológica preventiva mediante sondeos y control arqueológico de movimientos de tierras del nuevo acceso al aeropuerto de Córdoba. CO-32. Zona Norte, dirigido por los arqueólogos José Manuel Peña Rodríguez y Ángel Rodríguez Aguilera. Galeano Cuenca y Gil Fernández, 2004. Esto parece evidente, pero aún no es fácil establecer la localización del palacio o palacios que pudieron existir. Arjona Castro et al., 1998. Ordenanzas Municipales de Córdoba, Sevilla, 1884. Apéndice 4.

37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57.

58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 66.

Madoz, 1987, p. 130. Sánchez de Feria, 1772, pp. 156-157. Castejón y Martínez de Ariza, 1949. García Sánchez, 1987-88. Cubero Salmerón, 2003, p. 759. Eguaras Ibáñez, 1988. Eguaras Ibáñez, 1988, p. 272. Eguaras Ibáñez, 1988, p. 273. Arnold, 2008; Arnold et al., 2008. Lévi-Provençal y García Gómez, 1982, p. 102. Valor Piechotta, 2008. Artículo en esta misma monografía sobre el Alcázar Genil. Vílchez Vílchez, 1992. García Pulido, 2007. Álvarez de Morales y Orihuela Uzal, 2013. Navarro Palazón, Garrido Carretero, Torres Carbonell y Triki, 2013; Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014. Navarro Palazón et al., 2013, p. 7. Navarro Palazón et al., 2013, pp. 26-27. Navarro Palazón et al., 2014, p. 93 y sigs. Murillo Redondo, Casal García y Castro del Río, 2004. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998. Hidalgo, Alarcón, Fuertes, González y Moreno, 1996. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 110. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 113. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 114. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 114. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 117. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 120. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 121. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 124. Acién Almansa y Vallejo Triano, 1998, p. 126. Según el modelo propuesto por Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 2003. León Muñoz y Murillo Redondo, 2014, p. 13. Murillo Redondo et al., 2004, p. 269. Camacho Cruz, Haro Torres, Lara Fuillerat y Pérez Navarro, 2004. Camacho Cruz, 2004. Murillo Redondo et al., 2004, p. 269. Murillo Redondo, 2009. Murillo Redondo, 2009; ibid., 2014; López Cuevas, 2013; ibid., 2014. García Sánchez, 1995. García Sánchez, 1995. Especialmente Murillo Redondo, 2009. Murillo Redondo, 2009, pp. 481-482. López Cuevas, 2013. García Sánchez, 1995, p. 24. Nos referimos a los restos que excavamos en el actual patio del colegio de los Escolapios, en donde apareció una cerca de una finca, construida en tapial con varias decenas de metros de longitud. Existe una referencia publicada en Orfila Pons, 2011. Arjona Castro, 2001, p. 62. Penelas Meléndez, 2002, p. 74. Ibn Hayyan, Muqtabis, traducido por Arjona Castro, 1982, p. 63. Ibn Hayyan, Muqtabis, traducido por Arjona Castro, 1982, p. 63. Castilla Brazales, 1992, p. 202. Castilla Brazales, 1992, p. 212. Al-Maqqarī, traducido por Arjona Castro, 1982, p. 99. Ibn Hayyan, citado por Arjona Castro, 1982, p. 99. García Gómez, 1967, p. 87.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

85

67. 68. 69. 70. 71. 72. 73. 74. 75. 76. 77. 78. 79. 80. 81. 82. 83. 84. 85.

86

García Gómez, 1967, p. 102. García Gómez, 1967, p. 237. García Gómez, 1967, p. 252. Nieto Cumplido, 1979. Nieto Cumplido, 1979, p. 157. Nieto Cumplido, 1979, p. 134. Arjona Castro et al., 1998. Arjona Castro, 2012. Arjona Castro, 2013, p. 202. Sánchez de Feria, 1772, pp. 149-150. Sánchez de Feria, 1772, pp. 153-154. Castejón y Martínez de Ariza, 1924. Castejón y Martínez de Ariza, 1924, p. 164. Castejón y Martínez de Ariza, 1949. Castejón y Martínez de Ariza, 1960. Ewert, 1999. Arjona Castro et al., 1998. López Cuevas, 2013, p. 256. Salado Escaño, 2008, p. 241.

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

Galeano Cuenca y Gil Fernández, 2004. Galeano Cuenca y Gil Fernández, 2004, p. 286. 88. Galeano Cuenca y Gil Fernández, 2004, p. 286. Lamentablemente en el artículo no se describe ninguno de estos muros y estructuras ni tampoco aparecen identificados con claridad en la planimetría adjunta. 89. Galeano Cuenca y Gil Fernández, 2004, p. 289. 90. Camacho Cruz, 2004. 91. Camacho Cruz et al., 2004. 92. Camacho Cruz y Haro Torres, 2010. 93. Vallejo Triano, 2010, p. 189 y sigs. 94. Vallejo Triano, 2010, p. 192. 95. León Pastor y Castro del Río, 2008; 2010. 96. López Cuevas, 2013, pp. 248-249. 97. Murillo Redondo, 2009. 98. Al-Maqqari, Analectes, I, recopilado por Arjona Castro, 1982, p. 99. 99. López Cuevas, 2013, p. 252. 100. Sánchez de Feria, 1772. 86. 87.

Bibliografía ACIÉN ALMANSA, Manuel; VALLEJO TRIANO, Antonio (1998). «Urbanismo y Estado islámico: de Corduba a Qurtuba-Madinat al-Zahara», Genese de la ville islamique en al-Andalus et au Maghreb Occidental, Madrid, pp. 107-136. ÁLVAREZ DE MORALES, Camilo; ORIHUELA UZAL, Antonio (2013). La casa del Chapiz, Granada, Universidad-CSIC. ARJONA CASTRO, Antonio (1982). Anales de Córdoba musulmana (711-1008), Córdoba. —— (2001). Córdoba en la historia de al-Andalus. Desarrollo, apogeo y ruina de la Córdoba omeya, Córdoba. —— (2006). «Restos de una alcázar de la Almunia Dar al-Na’ura (Casa de la Noria), en el vado de Casillas de Córdoba», Al-Mulk, 6, pp. 129-143. —— (2012). «Localización en el plano de Córdoba de: Dar al-Nau’ra (casa de la noria), el cementerio de Mu’ammara y la mezquita de Murchana en el extremo de los arrabales de Córdoba», al-Mulk, 10, pp. 9-24. —— (2013). «Pervivencias de Qurtuba en la Córdoba contemporánea», AWRAQ, 7, pp. 199-224. ARJONA CASTRO, Antonio; RAMÍREZ LAGUNA, Arturo; MARFIL RUIZ, Pedro (1998). «Los restos de la famosa almunia “Dar al-Nau’ra” en el cortijo del Alcaide y Huerta del Caño de María Ruiz excluidos del Plan Especial de Madinat al-Zahra», Boletín de la Real Academia de Córdoba, de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, Córdoba, pp. 245-255. ARNOLD, Félix (2008). «La almunia de al-Rummaniyya. Resultado de una documentación arquitectónica», Cuadernos de Madinat al-Zahra, n.º 6, pp. 181-204. ARNOLD, Félix; CANTO GARCÍA, Alberto; VALLEJO TRIANO, Antonio (2008). «La almunia de al-Rummaniyya. Resultados de una documentación arquitectónica», Cuadernos de Madinat al-Zahra, n.º 6, pp. 1-22. CAMACHO CRUZ, Cristina (2004). «Intervención arqueológica de urgencia en la necrópolis hispanomusulmana “polígono Industrial la Torrecilla”. Yacimiento E. Ronda Oeste de Córdoba», Anuario Arqueológico de Andalucía 2001, T. III, pp. 231-243. CAMACHO CRUZ, Cristina; HARO TORRES, Miguel (2010). «Arrabales occidentales de Qurṭuba: estudio sobre pavimentación en el siglo X. Intervención arqueológica de urgencia en yacimiento carretera del aeropuerto. Arrabal (campaña 2005-2006). Ronda Oeste de Córdoba», Anuario Arqueológico Andalucía 2006, pp. 1209-1223. CAMACHO CRUZ, Cristina; HARO TORRES, Miguel; LARA FUILLERAT, José Manuel; PÉREZ NAVARRO, César (2004). «Intervención arqueológica de urgencia en el arrabal hispanomusulmán “Casas del naranjal”. Yacimiento C. Ronda Oeste de Córdoba», Anuario Arqueológico de Andalucía 2001, T. III, pp. 210-230. CASAL GARCÍA, María Teresa (2003). Los cementerios musulmanes de Qurtuba, Córdoba. CASTEJÓN Y MARTÍNEZ DE ARIZA, Rafael (1924). «Medina Zahira. Una Córdoba desaparecida y misteriosa», Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, n.º 8, pp. 153-175. —— (1949). «Vestigios de alcázares musulmanes», Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, n.º 62, pp. 213-222. —— (1960). «Los monumentos árabes de Córdoba. Excavaciones en el Cortijo El Alcaide. Dar al-Naura», al-Mulk, 4, pp. 58-65. CASTILLA BRAZALES, Juan (1992). La crónica de ‘Arīb sobre al-Andalus, Granada.

CASTRO MARTÍNEZ, Teresa de (2001). «De nuevo sobre el tannur en al-Andalus: un ejemplo etnohistórico en el estudio de la alimentación andalusí», Fundamentos de Antropología, 10 y 11, Granada. CASTRO DEL RÍO, Elena (2005). El arrabal en época califal de la zona arqueológica de Cercadilla: la arquitectura doméstica, Córdoba. CUBERO SALMERÓN, José Ignacio (2003). El libro de agricultura de al-Awwan, Vol. I y II, Sevilla. EGUARAS IBÁÑEZ, Joaquina (1988). Ibn Luyun: Tratado de agricultura, Granada. EWERT, Christian (1999). «El arte omeya andalusí en su última fase: el Cortijo del Alcaide», Codex quiarensis: cuadernos de investigación del Monasterio de Santa María la Real, 4, pp. 111-132. FUERTES SANTOS, María del Camino (2002). La cerámica califal del yacimiento de Cercadilla, Córdoba, Sevilla. GALEANO CUENCA, Gloria; GIL FERNÁNDEZ, Raquel (2004). «Intervención Arqueológica de Urgencia en “Casillas” (T.M. Córdoba)», Anuario Arqueológico de Andalucía 2001, T. III, Sevilla, pp. 285-290. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1967). Anales palatinos de al-Hakam II, por Isa ibn Ahmad al-Razi, Madrid. GARCÍA PULIDO, Luis José (2007). «El sistema de abastecimiento hidráulico de la almunia de los Alijares. Estado de la cuestión», En la España medieval, 30, pp. 245-280. GARCÍA SÁNCHEZ, Expiración (1987-88). «El tratado agrícola del granadino al-Tignari», Quaderni di Studi Arabi, 5-6, pp. 278-291. —— (1995). «Cultivos y espacios agrícolas irrigados en al-Andalus», Agricultura y regadío en al-Andalus, Granada, pp. 17-37. HIDALGO, Rafael; ALARCÓN, Francisco J.; FUERTES, María del Camino; GONZÁLEZ, María; MORENO, Maudillo (1996). El criptopórtico de Cercadilla. Análisis arquitectónico y secuencia estratigráfica, Sevilla. LEÓN MUÑOZ, Alberto; MURILLO REDONDO, Juan Francisco (2014). «Advances in research on islamic Cordoba», Journal of Islamic Archaeoloy. LEÓN PASTOR, Enrique; CASTRO DEL RÍO, Elena (2008). «Nuevos datos sobre la ocupación islámica en al-Yanib al-Yawfi de Qurtuba», AnAAC, 1, pp. 221-232. —— (2010). «Nuevos datos sobre la ocupación islámica en el Al-­ Chanib Al-Ŷawfi de Qurtuba. La Actividad Arqueológica Preventiva en la Parcela 3.15 del Plan Parcial Renfe», Anuario Arqueológico de Andalucía 2005, pp. 610-621. LÓPEZ CUEVAS, Fernando (2013). «La almunia codobesa, entre las fuentes historiográficas y arqueológicas», Revisto Onoba, n.º1, pp. 243-260. —— (2014). «Las almunias de madinat Qurtuba. Aproximación preliminar y nuevos enfoques», Revista Anahgramas, 1, pp. 161-207. MURILLO REDONDO, Juan Francisco (2009). «La almunia de al-Rusafa en Córdoba», Madrider Mitteilungen, 50, Mainz, pp. 450-482. —— (2014). «Grandes residencia suburbanas en la Córdoba omeya. Estado de la cuestión», Al-Mulk, 12, pp. 75-108. MURILLO REDONDO, Juan Francisco; CASAL GARCÍA, María Teresa; CASTRO DEL RÍO, Elena (2004). «Madinat Qurtuba. Aproximación al proceso de formación de la ciudad emiral y califal a partir de la información arqueológica», Cuadernos de Madinat al-Zahra, 5, pp. 257-290. —— (inédito). «Estado de la investigación arqueológica en la medina de Qurtuba», La ciudad en el Occidente islámico medieval. La medina andalusí, Granada.

AP R OXIM AC IÓN AR QUE OL ÓGIC A A L E S P A C I O P E R I U R B A N O D E L P O N I E N T E D E C Ó R D O B A : L A A L M U N I A D E A L - NĀ‘ Ū R A

87

NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (2003). «Sobre la ciudad islámica y su evolución», Estudios de arqueología dedicados a la profesora Ana María Muñoz Amilibia, Murcia. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel (2014). «El Agdal de Marrakech. Hidráulica y producción de una finca real (ss. XIIXX)», PHICARIA, Murcia, pp. 54-115. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel; TRIKI, Hamid (2013). «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)», Arqueología de la Arquitectura, 10, e007. Doi http://dx.dol.org/10.3989/arq. arqt.2013.014 NIETO CUMPLIDO, Manuel (1979). «El Libro de diezmos de donadíos de la Catedral de Córdoba», Cuadernos de Estudios Medievales, Granada, pp. 125-162. ORFILA PONS, Margarita (2011). Florentia Iliberritana. La ciudad de Granada en época romana, Granada. PENELAS MELÉNDEZ, María Teresa (2002). La conquista de al-Andalus, Madrid.

88

Á N G E L RO D R Í G U E Z AG U I L E R A

RUIZ, Ana; MORENO, Esther; MOYA, Ángel; ESPINOSA, Fermín; JABALQUINTO, Isabel (2001). «Los arrabales en la Córdoba musulmana. De las fuentes escritas a la realidad arqueológica», Anales de Arqueología Cordobesa, 12, pp. 145-158. SALADO ESCAÑO, Juan Bautista (2008). «El puente califal del Cañito de María Ruiz, Córdoba. Resultados de la intervención arqueológica en apoyo de su restauración», Cuadernos del Madinat al-Zahra, 8, pp. 235-254. SÁNCHEZ DE FERIA Y MORALES, Bartolomé (1772). Palestra sagrada o memorial de santos de Córdoba, vol. 4. VALLEJO TRIANO, Antonio (2004). Madinat al-Zahra. Guía oficial del conjunto arqueológico, Sevilla. —— (2010). La ciudad califal de madinat al-Zahra. Arqueología de su arquitectura, Jaén. VALLEJO TRIANO, Antonio; ESCUDERO ARANDA, José (1999). «Aportaciones para una tipología de la cerámica común califal de Madinat al-Zahra», Arqueología y Territorio Medieval, 6, Jaén, pp. 133-176. VALOR PIECHOTTA, Magdalena (2008). Sevilla almohade, Málaga. VÍLCHEZ VÍLCHEZ, Carlos (1992). El Generalife, Granada. VV. AA. (2003). Guía Arqueológica de Córdoba, Córdoba.

JESÚS BRUFAL SUCARRAT Universidad de Lleida

05

ALMUNIAS GANADERAS EN EL DISTRITO ISLÁMICO DE LLEIDA Livestock almunias in the Islamic district of Lleida

RESUMEN El paisaje islámico leridano se configura a partir de cuatro elementos claves: la ciudad, la frontera, el aprovechamiento de los recursos naturales y las almunias. En el presente estudio se analizan los elementos medioambientales que determinan la ocupación y explotación del territorio conocido por las fuentes árabes como el faḥs Maškīğan. Este, se localiza al este de la ciudad de Lleida y se configura a partir de una enorme depresión geográfica la cual se caracteriza, según el área, por suelos excelentes, suelos salinos y más pobres, lagunas endorreicas con aguas de diversa calidad y llanuras que favorecen, en general, la práctica de la agricultura y la ganadería. En el faḥs Maškīğan, la tipología de asentamiento rural que conocemos por las fuentes latinas como almuniae, las almunias, desarrollan un papel clave para la cohesión del espacio rural, por su extensión en el territorio y densificación, y desarrollan con intensidad la actividad ganadera, especialmente en el área central y oriental de dicho territorio. Veremos cómo estas propiedades se adaptan a las singularidades medio ambientales para implementar una compleja red de infraestructuras que propician la extensión y práctica ganadera: redes hidráulicas para abrevar los ganados, red viaria para la movilidad de los ganados, y la salvaguarda de espacios húmedos para pastos o marj (Margalef actualmente) para apacentar los ganados. PALABRAS CLAVE Almunias | Ganadería | Medio natural | Lleida islámica ABSTRACT The Islamic landscape of Lleida is made up of four key elements: the city, the border, the use of natural resources and the almunias. This study analyses the environmental elements that determine the occupation and exploitation of the territory known by Arab sources as faḥs Maškīğan. This is located to the east of the city of Lleida and is formed by an enormous geographical depression which is characterized, depending on the area, by excellent soils, saline and poorer soils, endorheic lagoons with water of varying quality and plains that generally favour the practice of agriculture and livestock. In faḥs Maškīğan, the typology of rural settlement that we know from Latin sources such as the almuniae, the almunias play a key role in the cohesion of rural areas, due to their extension and densification in the territory, and intensely develop livestock activity, especially in the central and eastern areas of this territory. We will see how these properties adapt to environmental peculiarities to implement a complex network of infrastructures that promote the extension and practice of livestock farming: hydraulic networks to water livestock, road networks for livestock mobility, and the safeguarding of wetlands for pastures or marj (currently Margalef) to graze livestock. KEYWORDS Almunias | Livestock | Environment | Islamic Lleida

89

1. Introducción1 Durante el periodo islámico, en Lleida, la ganadería incidió en la configuración del paisaje rural, especialmente en las áreas que hoy denominamos de secano y en áreas pantanosas donde el agua se caracterizaba por contener índices de sal. Esta actividad se desarrolla en el centro mismo del territorio del distrito leridano, sobre todo, en la depresión geográfica que las fuentes islámicas denominaban el faḥs Maškīğan. ¿Quiénes eran los ganaderos? ¿Cómo se organizaba la ganadería? Son preguntas que intentamos dar respuesta desde el enfoque metodológico de la arqueología del paisaje. Es precisamente en el estudio de los elementos paisajísticos del periodo islámico, que la almunia toma un papel fundamental para entender no únicamente la ganadería, sino también la formación del paisaje islámico, la sociedad e identidad islámica y el aprovechamiento social y económico de los recursos naturales.

2. Características del medio físico del faḥs Maškīğan El conocimiento del medio natural del área de estudio es básica para comprender el tipo de actividades que en él se desarrollaban. El faḥs Maškīğan islámico se identifica con casi la totalidad de una enorme depresión geográfica de baja altitud, que oscila entre los 180 y 400 metros sobre el nivel del mar. Rodeada por un semicírculo de cordilleras que van de norte a sureste, queda únicamente abierta hacia el oeste. Esta inmensa llanura prácticamente se describe por su horizontalidad, que solo interrumpen los cerrillos característicos y las huellas de los estanques naturales hoy convertidos en campos agrícolas. Precisamente el carácter horizontal de la llanura, además de la porosidad de sus suelos, ha incidido en el fenómeno endorreico de sus ríos, formando estanques naturales en prácticamente todo el territorio. Únicamente el río Segre consigue mantener el valle

90

JESÚS BRUFAL SUCARRAT

fluvial bien definido, a la vez que sigue tiñendo de azul y verde la aridez del paisaje. La génesis de la depresión geográfica se fecha durante el Terciario. Nace como un mar que recoge sedimentos depositados por los ríos de entonces, para, posteriormente, transformarse en un inmenso lago interior. Por ese motivo, en su base se encuentran los sedimentos marinos y, en cotas más elevadas, los lacustres, separados todos ellos por una gruesa capa de yesos y sales. Las presiones orogénicas no afectaron la parte central de la depresión y por ese motivo sus estratos conservan la primitiva horizontalidad. Posteriormente, los ríos pirenaicos esparcieron sedimentos que hoy son visibles en el nivel superior de la estratigrafía geológica en forma de gravas. Así pues, los materiales se depositaron en zonas concéntricas: en el centro rocas calizas, sales y yesos, y en la periferia materiales detríticos como los conglomerados. Las crisis climáticas del Cuaternario determinaron la fisiografía de las tierras que se extienden al sur del Prepirineo. La cubeta sedimentaria del Ebro, configurada por estratos horizontales, progresivamente se retalló con la creación y ensanchamiento de los ríos Segre, Noguera Ribagorçana, Set, Femosa, Sió, Ondara y Corb. Probablemente desde hace 5000 años, el clima predominante en la depresión geográfica que estudiamos sea el mediterráneo continental subárido. Bajo estas condiciones, la mayoría de los ríos citados yacían secos durante buena parte del año. En la actualidad, los valles de estos cursos de agua y otros de secundarios presentan vertientes rectilíneas y de fondo llano cubierto de aluviones, o bien vertientes curvilíneas que generan un perfil transversal del valle en cuna como resultado de la convergencia del glacis. Cabe resaltar la uniformidad del relieve de la depresión geográfica, determinada por la existencia de un extenso estrato de gravas y limos. Su origen se atribuye a los ríos Ondara y Corb que durante el Cuaternario inicial depositaron importantes cantidades de sedimentos aluviales2.

La salinidad es otro elemento de tipo natural a tener en cuenta en la configuración del paisaje en áreas concretas, ya sea por su influencia en la vegetación y en los usos agropecuarios de los suelos. Este territorio que estudiamos, por su ubicación en el valle del Ebro, tiene como materiales subyacentes calcilutitas con altos contenidos de sales solubles. Esto condiciona que las aguas que afloran en la superficie y que se acumulan en fondos de valle y en pequeñas depresiones contengan altas cantidades de sales3. Esta característica hidrológica condiciona el uso del agua para actividades agropecuarias, principalmente la agricultura. Retomamos brevemente el clima para destacar algunas características que son importantes para entender la adaptación al medio natural de la sociedad islámica medieval. Las condiciones climáticas son las propias del clima mediterráneo continental extremo. Las temperaturas en invierno y verano son muy extremas: así pues, en los meses centrales de invierno la temperatura puede bajar a -10 ºC y en los meses de julio y agosto la temperatura puede llegar a 40 ºC. Además, durante el año cabe destacar la fuerte oscilación térmica entre día y noche. La pluviometría viene condicionada por los obstáculos orográficos que delimitan la depresión geo-

gráfica, evitando la llegada de los vientos húmedos del Mediterráneo y del Atlántico y acentuando la sequía en el territorio. Las precipitaciones se concentran en los meses abril-mayo y octubre-noviembre, lo cual indica que el déficit interanual de precipitaciones es elevado. Las características del medio físico de la depresión geográfica son lo suficientemente evidentes para que la sociedad islámica que se desarrollará en este territorio las conozca y se adapte a ellas mediante el aprendizaje cultural y tecnológico.

3. La ganadería en el distrito islámico de

Lleida

Durante el periodo islámico, en el noreste de al-Ándalus, la ganadería era una actividad económica nítidamente visible en el territorio. Tal afirmación ya se expuso y publicó en estudios presentados tanto en las jornadas sobre «Sal, agricultura y ganadería: la formación de los paisajes rurales en la Edad Media» celebradas en la Malahá (Granada)4, como en el libro publicado recientemente sobre la Lleida islámica5. Ambas publicaciones desmienten las propuestas de concentrar exfig. 1 Mapa del faḥs Maškīğan donde se aprecian los espacios húmedos.

A L M U N I A S G A N A D E R A S E N E L D I S T R I T O I S L Á M I C O D E L L E IDA

91

fig. 2 Mapa de la zona de estudio donde se destacan los espacios húmedos y los asentamientos islámicos.

clusivamente la actividad ganadera en áreas geográficas marginales. Estas se identifican con pastos de alta o media montaña, áreas alejadas de los centros urbanos y con baja densidad demográfica. No obstante, esas afirmaciones no consideran que estos pastos en verano son fundamentales para alimentar los ganados y por consiguiente tienen valor económico para los propietarios ganaderos. Entonces la pregunta es ¿a qué tipo de marginalidad se refieren? Sin lugar a dudas, el concepto historiográfico marginal es necesario repensarlo y plantear de nuevo el concepto y su utilización en el estudio de las sociedades históricas. Los ganados se criaban, se movían y apacentaban en sectores geográficos cuyas características medio ambientales lo propiciaban. Así pues, se localizan asentamientos donde se practicaba la ganadería cerca de la ciudad de Lleida, mientras que en el faḥs Maškīğan, estos se instalan en áreas donde las condiciones del medio natural propiciaban esta actividad económica. En el estado actual de la investigación no se contempla la posibilidad de afirmar que haya tipologías de asentamientos exclusivamente ganaderos o agrarios, sino más bien se defiende que ambas prácticas podían convivir en un mismo asentamiento. No obstante, como explicaremos, en sectores concretos como Barbens y Marcafava, se apreciaría un mayor protagonismo de la ganadería, pero en ningún caso se aceptaría como práctica económica única. Concretamente, en los lugares de Barbens, Marcafava, Margalef, Bovera y Castell del Remei sobresalen como sectores donde la ganadería se desarrollaría con mayor intensidad (fig. 1). Estos comparten características medioambientales: abundancia de agua y suelos óptimos que favorecen tanto la regeneración de los pastos en las estaciones secas, como abrevar los ganados.

92

JESÚS BRUFAL SUCARRAT

Sobre el terreno, estos lugares mencionados tenían una extensión condicionada por el relieve6. En Marcafava la extensión del área practicable para apacentar oscilaría entre las 400 ha y 430 ha; en cambio, en Margalef, a veinte quilómetros de Marcafava, la extensión del área húmeda se reduce a poco más de 100 ha (fig. 2). A pesar de la diferencia en la extensión entre los estanques naturales, su presencia en el territorio es notable condicionando la apuesta por la actividad ganadera. Además, cabe mencionar que entre ellos se intercalan pequeños estanques que en su momento también desarrollarían su papel dentro de la dinámica ganadera. Esto es bien visible en la figura 2, concretamente en el estanque que estaba cerca de Mollerussa o los estanques o lagunas (según informa la toponimia) que sobresalían al sur de Els Alamús. El presente estudio se centra en el área de Margalef, siendo esta una de las de máxima actividad ganadera en el territorio del faḥs Maškīğan (fig. 3). El topónimo Margalef es significativo para nuestro estudio, pues Pere Balañà lo relacionó con el nombre árabe marj que significa pastos (Balañà i Abadia, 2002, p. 81)7. Dentro de los límites del distrito islámico de Lleida se localizan otros dos topónimos Margalef, el primero en el confín entre los distritos de Lleida y Tortosa, y el segundo en el norte de Balaguer ubicado dentro de la frontera. Las tres áreas que comparten el mismo nombre tienen como características comunes la presencia de agua que favorece la regeneración de las hierbas y abrevar el ganado, y la fácil obtención de sales. El ejemplo del Margalef próximo a Balaguer es bien representativo pues en sus inmediaciones se halla una fuente de agua salada. Asimismo, en los alrededores de los tres Margalef se localizan cañadas históricas lo cual es muy interesante para definir el es-

fig. 3 Mapa del área de estudio.

pacio de pasto, pues estas acostumbran a rodear un área central. Creemos que esta área se usaría para apacentar el ganado, mientras que las cañadas conducían el ganado desde diversos sectores del distrito leridano, pero sin entrar en la zona de hierbas buenas. Relacionado con el vocablo árabe marj, el nombre morellas se localiza en la documentación del repartimiento del hisn de la Ràpita. El fragmento del documento es el siguiente: ad ipsam Rapitam que est ante Balagarium [...] almunias II quas sarraceni vocant morellas (Bach i Riu, 1987, pp. 224-225). Se ha considerado que dentro de las propiedades de las almunias existan las morellas que se relacionan con una zona extensa de pastos. Es pues una constatación de como la sociedad islámica en un área árida como es la de la Ràpita, donde la agricultura difícilmente es productiva, la producción ganadera de algunos de estos asentamientos es viable por las características medioambientales. Los marj que citamos pueden corresponder a tierras colectivas cuyo uso de explotación iría a cargo de los campesinos residentes en los asentamientos próximos, aunque desconocemos si existiría algun tipo de arbitraje para su uso. El estudio del paisaje de Margalef ha localizado asentamientos islámicos que corresponden con la tipología almunia como es el caso de Vencilló, Vinquint y Vimpelec. Estos se instalaron en las proximidades de

este espacio húmedo para explotarlo. Esto nos da a entender que Margalef no se integraba dentro del patrimonio de la almunia, y en cambio eran tierras colectivas para el uso de la comunidad. En el faḥs Maškīğan se localizan más ejemplos de marjales como en el área de Barbens y Castell del Remei. Constatando la repetición de esa forma de ocupar el territorio, da cuerpo a la hipótesis que formulamos sobre el uso de las tierras colectivas. En cambio, las morellas pueden corresponder a pastos propios de las almunias, las cuales los hubieran incorporado a su patrimonio exclusivamente para el propio uso. No obstante, se desconoce si esas tierras fueron apropiadas de las colectivas controladas por el Estado o eran tierras ḥarīm de las alquerías. Cabe señalar, sin embargo, que además de apacentar en los espacios húmedos, los ganados también encontraban pastos en los rastrojos del cereal de secano o regadío (Malpica Cuello, 2013, pp. 35-36). En esta práctica el beneficio era retroactivo, mientras que el propietario del ganado obtenía alimento para su cabaña, el agricultor conseguía fertilizar las tierras con cierta homogeneidad, algo que de otra forma no sería posible. Los agricultores que conreaban parcelas de regadío tenían cierto interés en que los ganados apacentasen durante el verano, con el propósito de obtener abono para sus tierras. De este modo intentaban asegurar una cosecha que de otro modo

A L M U N I A S G A N A D E R A S E N E L D I S T R I T O I S L Á M I C O D E L L E IDA

93

fig. 4 Pozo de la Unilla.

seguramente no sería así. No obstante, son altamente sugerentes los análisis de Carmen Trillo cuando se refiere a la posibilidad y sus efectos de que los ganados pastasen en parcelas de regadío. Concretamente, afirma que las redes hidráulicas se configuraban a partir de elementos frágiles lo que podía suponer una fácil destrucción una vez los ganados entrasen dentro; también propone las dificultades de mover el ganado entre las redes de acequias y finalmente, la producción continuada del regadío lo hace vulnerable ya que constantemente hay frutos y brotes que se están renovando (Trillo San José, 2004, pp. 80-81). El estudio de las cañadas islámicas sigue sin resolverse. Parece que la utilización en el transcurso de la historia de los pastos de Margalef es evidente. Buen ejemplo de ello es la constatación en la cantidad de estas vías pecuarias en sus proximidades. La documentación latina y árabe no aporta datos sustanciales que permitan fechar con cierta exactitud su génesis. Sí, en cambio, hay documentos latinos bajomedievales y de época moderna que dan referencias muy puntuales de algunas cañadas. De estas destacamos las cañadas de Torre Rivera, de Moradilla y de Margalef. No obstante, el estudio diacrónico de estas sigue sin cerrarse8, pues seguimos estratificando las cañadas con el estudio de la documentación latina y analizando las imágenes de radar y Lidar9. Aun así, una vía pecuaria que recorría el territorio pasando cerca de aljibes, estanques, fuentes, descansaderos, etc., difícilmente cambia su recorrido o deja de utilizarse (Villar Mañas, 2013, p. 63). Así pues, nos atrevimos a destacar las cañadas que unían los principales espacios húmedos del faḥs Maškīğan como las de uso más pretérito, incluyendo

94

JESÚS BRUFAL SUCARRAT

aquí, el periodo islámico. De estas destacamos la cañada de Lleida, la cual sobre el terreno parece que o bien era la misma que la vía de comunicación que discurría por el centro del faḥs Maškīğan, o bien era un eje pecuario importante que concentraba cañadas menores del área meridional del Maškīğan. De hecho, esta cañada era la clave para entender la presencia de ganado en las proximidades de la ciudad de Lleida. Más allá del espacio ganadero que estudiamos, trasladamos brevemente el foco de interés en el altiplano del Sas10; Xavier Eritja estudió un pequeño espacio ganadero que se articulaba en las proximidades de una cuenca endorreica que se denomina la Unilla. De su estudio cabe destacar en primer lugar como era de importante el aprovechamiento de los recursos naturales, sobre todo, el agua para la supervivencia de los grupos humanos que vivían en el espacio rural. En segundo lugar, una vez se localizaban áreas óptimas, estas se transformaban en espacios domésticos y de explotación del paisaje. Así pues, en el estanque de la Unilla era posible abrevar y apacentar los ganados, y por ello se crearon espacios de descanso para el ganado donde las hierbas se regeneraban con cierta rapidez y en las estaciones secas se obtenía el agua mediante la excavación de pozos (fig. 4). En este espacio ganadero es interesante resaltar como los asentamientos islámicos se instalaban en los límites del espacio de producción y además como las cañadas llegaban a él. Es muy sugerente destacar como actualmente aún persiste la cañada Real que dibuja un trazado norte-sur (Eritja i Ciuró, 1996, pp. 75-90), siendo quizá una reminiscencia de una cañada islámica que comunicaba la zona del bajo río Cinca, en la Litera, con el norte del distrito islámico de Lleida.

Cabe indicar que caminos principales que hoy comunican los municipios del área de estudio [véase figura 3] pudieron usarse como vía pecuaria. Son los ejemplos de los caminos de Margalef y de Puigverd de Lleida. La lectura del paisaje indica que el camino de Margalef pudiese usarse como cañada por su estratégica situación dentro del contexto de caminos del área de estudio, siendo, además, una de las vías más pretéritas. En el caso del camino de Puigverd de Lleida, este en un primer tramo es cañada de Bell-lloc d’Urgell y después se reconoce como camino. Aquí se constata como el continuado uso en el transcurso de la historia de las vías puede cambiar el concepto original por el que se ideó. Los asentamientos ganaderos disponían de albacares para controlar el ciclo reproductivo y vital de la cabaña y protegerlo. Estas infraestructuras son de construcción muy tosca; habitualmente son muros de poca envergadura compuestos por mampuestos y poco mortero que se ubican en las inmediaciones del ámbito doméstico del asentamiento islámico. De acuerdo con el tamaño del ganado, estos ocupaban más o menos espacio, adaptándose al terreno y a los recursos naturales. Durante las excavaciones arqueológicas del yacimiento del Tossal de Solibernat (Torres de Segre, Lleida), se localizó un albacar en la ladera septentrional del cerrillo donde se alzó el asentamiento islámico de tipología almúnia (González, Rovira, Casanovas, García y Rodríguez, 1997, pp. 241-244). La técnica constructiva de este albacar responde al modelo habitualmente utilizado y que ya hemos descrito. Su utilización debió de ser generalizada, pues también nos han llegado noticias de albacares a partir de la documentación latina de conquista del territorio islámico de Lleida: Quod vocamus predictam turrim Belchaire. Terminaum autem suum alaudum a parte orientis usque in termino de turrim de Affif et in terminio de Terroz quod vocamus Fileles; et terminamos a parte [meridie] in unam turrim destructam ubi unum Pennal abet et crucemin porta de ipso albacar qui ibi fuit (Altisent i Altisent, 1993, doc. 92, pp. 92-93).

Estos dos asentamientos rurales se identifican dentro de la tipología almunia, y su ubicación en el territorio es bastante alejada. Mientras que el Pennal se ubicaba en el límite septentrional del faḥs Maškīğan, el Tossal de Solibernat se instaló en el sector meridional del distrito leridano. Esta distancia nos da a entender que no se trataba de un fenómeno puntual en un área concreta, sino más bien de una forma de criar ganado. También no debemos perder la perspectiva de la notable presencia de ganado en prácticamente todo el distrito leridano.

Como se ha descrito en el apartado de las características medioambientales del área de estudio, las sequías son persistentes, hecho que conlleva un importante déficit hídrico en todo el territorio. Partiendo de esa premisa y teniendo en cuenta la movilidad de las cabañas, era necesario crear infraestructuras en el territorio para abrevarlas. Sería una movilidad estacional y a nivel local o regional, lo cual puede ser indicativo sobre el tamaño reducido de los ganados que circulaban por el territorio leridano. Además, este tránsito parece que no generaría conflictos con los agricultores, pues tanto el tamaño como el reducido recorrido lo impedirían. Con el propósito de abrevar los ganados, en los itinerarios se construyeron aljibes que recogían el agua o bien de la lluvia o de un manantial (fig. 5). Este es el ejemplo de Albelda, asentamiento islámico dotado en sus proximidades y dentro del itinerario de la cañada de aljibes que almacenaban agua para los ganados transeúntes. Estos aljibes se construyeron excavándolos en la roca arenisca y se dispusieron de tal forma que entre ellos se conectaban con el fin de almacenar el máximo de agua posible y que siempre hubiera disponibilidad de ella. Sin lugar a dudas es un ejemplo de infraestructura hidráulica dirigida e ideada exclusivamente para el ganado. En las inmediaciones de los aljibes de Albelda se detectan hiladas de sillares que dibujan una planta cuadrada, pudiendo ser una torre (fig. 6). Su disposición en las hiladas es a soga y tizón, característico del valle del Ebro, donde la irregularidad en la cadencia de las sogas y tizones es habitual y el mortero utilizado para dar consistencia a la estructura es más bien escaso (Brufal Sucarrat, 2013a, pp. 69-72; Gurriarán Daza, 2008, p. 266). Esta torre ofrecería cobijo tanto a los pastores como defendería la ruta y los ganados que por ella transitaban sin olvidar una posible función de fiscalidad. Torres de esta morfología se localizan en otras áreas del distrito islámico de Lleida, como la torre de Santa Quitéria en Fraga, o en cambio ha perdurado en el tiempo su recuerdo gracias a la toponimia, como el caso de las burj de Borges Blanques o Burgebut (Balañà i Abadia, 2002, pp. 70, 75 y 80). Progresivamente, comenzamos a esclarecer cómo los grupos muladíes de los siglos VIII, IX y X (hasta la génesis del Califato), desarrollan importantes proyectos de arquitectura defensiva en los territorios del Valle del Ebro. Esta edilicia singular del valle del Ebro quiere imitar la edilicia del poder Omeya, la soga y tizón cordobesa pero a partir de elementos propios de tradición clásica (Brufal Sucarrat, 2018, pp. 17-42). Aún así, persisten dudas en la datación de las torres, pues únicamente se han fechado a partir de la cerámica encontrada en sus proximidades o bien de excavaciones arqueológicas no finalizadas. Es necesario analizar morteros y establecer

A L M U N I A S G A N A D E R A S E N E L D I S T R I T O I S L Á M I C O D E L L E IDA

95

fig. 5 Imagen de los aljibes de Albelda.

fig. 6 Posible torre de los aljibes de Albelda.

todas las tipologías constructivas para asegurar el contexto de construcción de todas las infraestructuras defensivas islámicas en el territorio leridano.

La organización del paisaje en el faḥs Maškīğan: almunias y ganados 4.

Sin lugar a dudas, la presencia de agua en la superficie del faḥs Maškīğan condicionaba su ocupación y explotación. Como se advertía en el apartado precedente, la salinidad de los suelos es notable en buena parte del territorio. Esto afectaba la hidrología de estos espacios húmedos, de tal modo que el agua no siempre era apta para el uso doméstico y agrario. Estas características

96

JESÚS BRUFAL SUCARRAT

del medio natural incidían directamente en la ubicación de los asentamientos rurales, hasta el punto que no siempre los localizamos inmediatamente cerca de los estanques o lagunas, sino más bien a una distancia prudencial. Este es el caso de Marcafava, o también co­ nocido por las fuentes documentales como Utxafava, asentamiento que se instaló a dos quilómetros del área húmeda. No obstante, en el área de la Bovera de Bellvís los asentamientos islámicos se ubican en las inmediaciones del río Corb, probablemente inducidos por la buena calidad del agua, pues eran aguas en movimiento, y además por su escasez (fig. 7). Pascual Madoz ya advertía de la diversidad de aguas en sus recopilaciones de informaciones sobre los pueblos de la provincia de Lleida, cuando describía la geo-

fig. 7 Mapa de la ubicación de los asentamientos islámicos en la Bovera de Bellvís.

grafía de los términos municipales. Concretamente, de Torregrossa describe: Dos pozos, uno de agua salada que utilizan para lavar, y otro conocido con el nombre de Pou bo (pozo bueno), el cual se halla construido, según tradición,desde el tiempo de los moros, ofreciendo la singularidad de tener en su fondo la forma de un aljibe con varios arcos y figuras de piedra [...] se crían algunos pastos para el ganado, denominados de Vilaplana, Vimpelí, Margalef y Pradell (Madoz, 1985a, p. 433).

En Bellvís tienen más dificultades para disponer de agua apta para el consumo humano. Hay 2 fuentes de aguas crudas y malas que solo se aprovechan en algunos casos para abrevadero de ganados. Los habitantes se surten para usos domésticos de las balsas, que, aunque muy escasas algunos años, son de buena calidad (Madoz, 1985b, p. 338).

Esta descripción, aunque del siglo XIX, es sugerente para constatar como el agua cruda, la cual contiene sales, se usa preferentemente para el ganado. Creemos que durante el periodo islámico esta práctica ya se realizaba como se ha anotado en el apartado precedente cuando nos referíamos a la fuente de agua salada de Margalef, cerca de Balaguer. De este modo se localizan asentamientos islámicos en las proximidades de fuentes, po-

zos o estanques de agua apta para el consumo humano, pero a su vez, los propietarios de ganado no perdían de vista el agua salada o los espacios con flora que contiene índices de sal. Enlazando con el hilo argumental del punto precedente, en las rutas ganaderas se construían aljibes y pozos en las zonas de descanso para los ganados con el propósito de recoger y almacenar el agua de la lluvia, de los manantiales o de la capa freática. No obstante, en el área de estudio no hemos localizado infraestructuras de estas características, aunque no debe de descartarse que existieran. Quizá una primera explicación se deba a la gran transformación de la fisonomía del relieve del área de estudio como consecuencia de la agricultura industrial del siglo XX. También, cabe valorar la hipótesis que la obtención del agua en el faḥs Maškīğan sea relativamente fácil, y por tanto se opte por prescindir de aljibes y pozos, mientras que en las áreas más áridas y de secano se deban ingeniar estas infraestructuras para garantizar el abastecimiento de agua para el ganado. Sin lugar a dudas, la actividad ganadera organizaba el territorio desde una perspectiva económica. Las tierras destinadas a apacentar eran las mejores para tal uso, como ya hemos explicado, cosa que determinaba la ubicación de los asentamientos y las reparticiones de las tierras entre los musulmanes. Así pues, estas eran colectivas y controladas por el Estado para su uso comunal. Es interesante constatar cómo estas tierras no fueron sustraídas por los propietarios de las almunias

A L M U N I A S G A N A D E R A S E N E L D I S T R I T O I S L Á M I C O D E L L E IDA

97

fig. 8 Mapa con el esquema del territorio de la alquería y la disposición circular de las almunias.

para incorporarlas a su patrimonio familiar. En cambio, sí que se corrobora como las alquerías recibían una importante presión territorial, viendo incluso reducido su margen de actuación en su entorno paisajístico. Los propietarios de almunias las instalaban en las proximidades de las alquerías, quizá en los límites de las tierras ḥarīm, que eran gestionadas por los vecinos de cada alquería que las tenían asignadas (Trillo San José, 2000-2001, p. 53). Esta hipótesis se fundamenta en el estudio del paisaje del área de la fortificación y alquería de Castelldans y de la alquería de Palau d’Anglesola. En estos dos observatorios se constata lo que veníamos afirmando: alrededor de la alquería se instalan almunias que toman como propiedad una importante cantidad de terreno, impidiendo que la alquería pudiese crecer o disponer de más tierras para su uso agropecuario. En Palau d’Anglesola (fig. 8) es muy evidente la presión de las almunias sobre dicha alquería, dejándola prácticamente ahogada y limitada desde una perspectiva territorial. Seguramente el margen de territorio de la alquería que no se integra dentro el dominio de la almunia fue el que tenía propietario y quizá eran tierras ḥarīm. En Castelldans la presión no es tan abrumadora, aunque el esquema es similar, pues las almunias se instalan alrededor de la alquería limitándola principalmente por su ladera meridional. Aquí cabe señalar, a diferencia de Palau d’Anglesola, que el terreno es de secano y el agua escasea. Esta se encuentra únicamente en el subsuelo y para extraerla es necesario excavar pozos. El factor medioambiental es determinante para entender también tanto la ubicación, así como el bajo número de asentamientos rurales islámicos en Castelldans (fig. 9). La tipología de asentamientos almunia se fecha desde el siglo X, encontrándolas ya como un modelo de

98

JESÚS BRUFAL SUCARRAT

ocupación del territorio consolidado. El propietario de una almunia es un patriarca y su familia11, que pueden residir o bien en la ciudad, en este caso Lleida, y tener propiedades tanto en el núcleo urbano como en el rural (se entiende la almunia y otras tierras): illas casas in Lerida de Avinchona Alfadu [...] cum omni tenedone, et pertinenciis earum que sibi pertinent vel pertinere debent in omnibus locis (Sarobe i Huesca, 1998, doc. 23, p. 113), o bien pueden residir en el medio rural, refugiados en la torre de la almunia, como fue el caso del musulmán Avinaçalon que poseía las almunias de Vencillón (Huesca) y Vensilló (Lleida), además de tierras en la huerta urbana leridana de Fontanet (Sarobe i Huesca, 1998, doc. 52, p. 142). La almunia patrimonializa el territorio en favor de familias islámicas con cierta proyección sobre el territorio y en el escalón social localizadas en la élite islámica leridana (Brufal Sucarrat, 2014, pp. 274-290). Xavier Eritja plantea la transmisión del patrimonio de la almunia como «no constituïen patrimonis hereditaris com els seus homòlegs feudals, sinó que, més aviat, correspondrien a assignacions temporals» (1998, p. 36). Esta afirmación se sustenta en el siguiente fragmento de documento latino que dice así: turris davin Pelach que fuit damnalçdeb de Ilerda (Gras y de Esteva, 1911, pp. 142-145). Aun así, se considera que la almunia se incorpora en un conjunto patrimonial más extenso que incluye, como se ha mencionado, casas y propiedades en las huertas de la ciudad de Lleida. De este modo consideramos que la transmisión se realizaría o bien a través de la herencia o bien en forma de donaciones. La extensión de una almunia es considerable, aun sabiendo que puede variar su tamaño según su posición en el territorio. No obstante, es casi norma general que en su

fig. 9 Mapa del área de Castelldans.

interior se hallen tierras: eremum et condirectum alodios laboratos et eremos et cum pratis vel pascuis (Sarobe i Huesca, 1998, doc. 104, pp. 210-211). Esta cita se extrae del repartimiento de la almunia de Vensilló, una de las más grandes del faḥs Maškīğan, además de desarrollar un mayor protagonismo en la configuración del paisaje islámico. Así pues, son bien visibles los límites fosilizados en el paisaje de esta almunia y bien delimitados por las vías pecuarias de Margalef y del Pla. Además, estas vías prosiguen hacia el noreste y suroeste con nombres distintos como consecuencia de su uso a lo largo de la historia. De este modo hacia el noreste la vía principal se divide en dos cañadas, la de les Forques y la del Tossal, mientras que por el suroeste la cañada de Margalef se une en el mismo cruce con otras tres, Bell-lloc d’Urgell, Moradilla y Torre Ribera. El caso de Vensilló es el más singular del área de estudio [véase figura 3], aunque la almunia de Vimpèlec también viene delimitada por las cañadas de les Forques (que tiene su punto de partida en Vensilló), y la Real. En Vinquin se repite el mismo modelo de organización del paisaje: el asentamiento bien delimitado por dos vías pecuarias la de Bell-lloc y el camino de Margalef, que podemos interpretar como eje de tránsito para el ganado, pues su trazado viene del centro de Margalef dirigiéndose hacia Vinquin. El patrimonio de las almunias leridanas era bastante heterogéneo. Ya hemos visto que sus propiedades eran

pastos y tierras trabajadas o sin labrar. También es habitual que una almunia tuviera tierras en: regani et I almut per ortum et II fanecas per terz per honorem sechani (Sarobe i Huesca, 1997, p. 12). En el área conocida por las fuentes latinas como el Segriano, las almunias tenían una pequeña porción de tierras de regadío y una extensa propiedad de secano. Se considera pues este el modelo organizativo de las tierras, además de las proporciones entre las tierras de regadío y de secano. Sin lugar a dudas, en estas últimas la ganadería desarrollaba su principal tarea de pastoreo y a la vez adobar las tierras, aunque no se descarta el mismo proceso en las tierras de regadío. En la almunia de Matxerri, en Castelldans, se constata como en las proximidades de los pozos había pequeñas parcelas de regadío. En el valle de Matxerri (un barranco) se organizaba como espacio de secano donde se conreaba cereal o se destinaba a pastos (Brufal Sucarrat, 2014, pp. 277-279). Respecto el ámbito doméstico de las almunias, escasas son las informaciones arqueológicas. Se diferencian dos ámbitos: el defensivo y doméstico, y el productivo. A raíz de las excavaciones del Tossal de Solibernat, se dieron a conocer las dos divisiones del área residencial de la almunia. En este caso, la almunia era de tamaño reducido y los materiales de construcción recibieron un tratamiento bastante simple. Así pues, en Solibernat se edificó en el extremo oriental de la residencia una pequeña torre de base cuadrada subida por mampuestos

A L M U N I A S G A N A D E R A S E N E L D I S T R I T O I S L Á M I C O D E L L E IDA

99

fig. 10 Torre del Tossal de Solibernat.

fig. 11 Imagen de la torre de la almunia de Avinganya.

y tapia12 (fig. 10). A continuación y en forma ovalada y articulado por un patio interior, se edificaron pequeños almacenes para sus productos. Sin lugar a dudas, la almunia responde a la perfección a las necesidades de la sociedad rural islámica de frontera en el distrito leridano: defenderse de los asaltos de combatientes de los condados catalanes, almacenar la producción y la religión, aunque en este caso no hay datos arqueológicos al respeto. Si nos trasladamos a la almunia de Avinganya, esta aún no ha sido excavada, pero cabe destacar el tamaño y la construcción de la torre de defensa (fig. 11). En este

100

JESÚS BRUFAL SUCARRAT

caso, la torre se edifica a partir de grandes sillares dispuestos en las hileras a soga y tizón pero su cadencia es irregular y el mortero de cal se distingue entre las piezas por su finura (no más de 1 cm de espesor). El trabajo de cantería en los sillares es excelente, dato que se debe interpretar que quien financió esta torre de almunia era un personaje destacado de la oligarquía leridana. Respecto al nombre Avinganya, se asocia al general almorávide Ibn Ganiya, que durante los años 30 y 40 del siglo XII gobernó desde Valencia el sector oriental de al-Ándalus. Desconocemos si esta torre la ordenó construir Ibn

Ganiya o ya se edificó antes de su victoria de Fraga el 1134 ante el rey Alfonso I el Batallador. No obstante, es sugerente la imitación de la edilicia del poder, bien establecida por los omeyas, la cual en el Valle del Ebro se imitó estableciendo prácticamente un modelo propio de construir durante el periodo islámico. Sin lugar a dudas, las almunias son un símbolo del poder de las elites islámicas. Su posesión es sinónimo de identificación con el estrato superior de la sociedad. Además, su modelo productivo es altamente eficiente, de aquí su extensión, su ubicación en el territorio y las divisiones de las tierras según el uso productivo que se les puede destinar. La ganadería es una actividad económica que tiene una especial repercusión no exclusivamente en la configuración del paisaje, sino también en la definición de las almunias.

5.

Conclusiones

El estudio de Margalef es un reflejo de la ocupación y explotación del territorio en el faḥs Maškīğan. El medio natural condiciona la instalación de los asentamientos islámicos en el ámbito rural leridano. Este pone a prueba los conocimientos técnicos adquiridos por la civilización islámica que coloniza el este del Valle del Ebro. Sin duda, sin los conocimientos técnicos y su implantación en el paisaje, difícilmente se hubiese desarrollado tal tipología de ocupación y explotación de las zonas más llanas del distrito islámico de Lleida. Así pues, la tecnología permitió adaptar a los grupos humanos que se trasladaron al campo, o bien permitió a los que ya vivían allí sobrevivir ante un medio no siempre fácil al que adaptarse y a la vez dar respuesta a las nuevas necesidades culturales del Islam. Ante esta coyuntura, la almunia es un tipo de asentamiento rural islámico que se extiende con cierta rapidez en todo el Valle del Ebro. Concretamente, en el distrito leridano, las almunias colonizan el espacio rural hasta el punto de ahogar la capacidad de crecimiento de las villas rurales islámicas, también conocidas como alquerías. Quizá una explicación ante ese fenómeno que se consolida en el siglo X sea el alto componente muladí en la elite social leridana. Aunque las fuentes den por asentado que las grandes familias muladíes como los Banū Qasī desaparezcan del poder con el Califato Omeya de Córdoba, creemos que las comunidades urbanas y rurales de todo el Valle del Ebro mantienen una alta composición de grupos de muladíes altamente arraigados a su propio territorio. La almunia es una forma de representación de poder e identidad social. Familias urbanas adquieren propie-

dades rurales que las convierten en almunias y familias de clara adscripción rural como los Avinaçalon consolidan su cota de poder en el espacio donde ellos tienen sus raíces. No obstante, es desde la ciudad islámica, que se organiza el paisaje y es en ese contexto que se debe entender el fenómeno de las almunias: clara hegemonía de las oligarquías urbanas sobre el territorio que organizan y dirigen. El distrito islámico de Lleida es básicamente urbano, pues Lleida es la capital y la siguen importantes ciudades como Balaguer, Fraga y Monzón. Además, desde las capitalidades se entretejen importantes fortalezas que dan cohesión al territorio, destacando entre otras, Castelldans, Mequinenza, Corbins, Tamarit, Alguaire, Barbens. Las almunias son grandes propiedades que se distribuían entre distintas actividades económicas de acuerdo con las capacidades del medio natural. Hemos estudia­ do el caso de Margalef, un área ubicada en el sur del faḥs Maškīğan, donde se constata la ganadería como principal actividad económica y como esta genera una serie de necesidades de acuerdo con su idiosincrasia: logística y adaptación del paisaje. Sin lugar a dudas la ganadería tenía un papel destacado en los mercados urbanos, ya que tanto la carne como la lana y la piel eran bien recibidas en las carnicerías, curtidurías y peleterías de las ciudades, destacando la de Lleida. El mercado de la piel era pues una actividad económica dinamizadora que tenía una fuerte impronta en el territorio y además generaba una importante actividad comercial, tanto a nivel local como regional. Las almunias como sistema productivo son altamente eficientes, pues concentran un importante patrimonio que alberga desde tierras, agua, vías de comunicación y zona residencial. Esta tipología de asentamiento permite colonizar e intensificar la explotación del medio rural leridano ocupando las tierras colectivas del Estado. Sin duda, esta práctica dañó la proyección de las villas islámicas sobre el territorio, pero, por otro lado, y como hemos citado, se densificó la colonización. Por eso la conquista resultó más lenta en el faḥs Maškīğan y gracias a la producción de cereales, carne, piel y otros productos la sociedad islámica sobrevivió a la presión de la frontera y se mantuvo bien cohesionada como colectivo. NOTAS 1.

La presente investigación se ha realizado durante el contrato como investigador del Subprograma Juan de la Cierva del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (JCI-201109154), que se ha desarrollado en el Grupo de Investigación Consolidado en Estudios Medievales «Espacio, Poder y Cultura» de la Universitat de Lleida (2014SGR-665). Ha recibido el apoyo científico de los proyectos de investigación «Paisaje, arquitectura

A L M U N I A S G A N A D E R A S E N E L D I S T R I T O I S L Á M I C O D E L L E IDA

101

2.

3.

4.

5.

102

e identidad local en el valle del Ebro medieval: Nuevos horizontes de registro, análisis arqueológico y valorización del patrimonio» reconocido por el Campus de Excelencia Internacional Iberus, y «Auctoritas. Iglesia, cultura y poder (siglos XII-XV)» (HAR2012-31484) reconocido por el Ministerio de Economía y Competitividad. Actualmente estos dos ríos se han reconvertido en dos sistemas de drenaje de los regadíos de la Llanura de Urgell, dejando de funcionar como vías naturales. Los fondos de valle y las pequeñas depresiones no tienen drenajes naturales. Esto acentúa su salinidad y además en las estaciones más cálidas del año puede conllevar a la proliferación de infecciones gástricas. Jesús Brufal Sucarrat, 2013b, «Ganadería y sal en la configuración del paisaje andalusí leridano», en Sonia Villar Mañas (ed.), Sal, agricultura y ganadería. La formación de los paisajes rurales en la Edad Media, Granada, Vessants, pp. 127-150. Jesús Brufal Sucarrat, 2014, El món rural i urbà en la Lleida islàmica (s. XI-XII). Lleida i l’est del districte: Castelldans i el Pla del Mascançà, Lleida, Pagès Editors.

JESÚS BRUFAL SUCARRAT

6.

7. 8.

9. 10.

11.

12.

Anoto que el cálculo de la extensión de estas áreas húmedas se ha realizado una vez el territorio ha sufrido grandes modificaciones como consecuencia de la extensión de la agricultura mecanizada e industrial. Concretamente, el estudio de Balañà, afirma que este topónimo procede de las palabras árabes marj halaf. Advertimos que las grandes transformaciones del relieve con el propósito de ampliar la red de irrigación para la agricultura y la ganadería industriales han modificado sustancialmente la fisonomía del paisaje histórico. Las imágenes de radar y Lidar son una cesión para uso científico del Instituto Cartográfico y Geológico de Catalunya. Este altiplano divide de norte a sur el distrito de Lleida, separando las llanuras de la Litera (hoy provincia de Huesca) y la de Lleida. Actualmente aún no estamos en condiciones de aportar más datos sobre la composición familiar de los propietarios de las almunias leridanas. Probablemente sea tapia con mezcla de argila, cantos rodados y baja cantidad de cal.

Bibliografía ALTISENT I ALTISENT, Agustí, (1993). Diplomatari de Santa Maria de Poblet (Anys 960-1177), Barcelona, Abadia de Poblet-­ Generalitat de Catalunya, Departament de Cultura. BACH I RIU, Antoni (1987). «Els documents del priorat de Santa Maria de Gualter de l’Arxiu Episcopal de Solsona (segles XIXIII)», Urgellia, VIII, pp. 211-269. BALAÑÀ I ABADIA, Pere (2002). L’Islam a Catalunya (segles VIII-XII), Barcelona, R. Dalmau Editor. BRUFAL SUCARRAT, Jesús (2013a). «Identificación y sistematización de las técnicas constructivas andalusíes en el distrito de Lleida», Nuevas investigaciones de jóvenes medievalistas, Murcia, EDITUM, pp. 69-80. —— (2013b). «Ganadería y sal en la configuración del paisaje andalusí leridano», en Sonia Villar Mañas (ed.), Sal, agricultura y ganadería. La formación de los paisajes rurales en la Edad Media, Granada, Vessants, pp. 127-150. —— (2014). El món rural i urbà en la Lleida islàmica (s. XI-XII). Lleida i l’est del districte: Castelldans i el pla del Mascançà, Lleida, Pagès Editors. —— (2018). «La arquitectura del poder en los distritos islámicos de Lleida, Tortosa y Huesca», en Flocel Sabaté (ed.), El poder entre la ciutat i la regió, Lleida, Pagès Editors, pp. 16-42. ERITJA I CIURÓ, Xavier (1996). «Hàbitat i espai ramader a la regió de Lleida (s. XII)», Béns comunals als Països Catalans i a l’Europa contemporània. Sistemes agraris, organització social i poder local als Països Catalans, Lleida, pp. 75-90. —— (1998). De l’Almunia a la Turris: organització de l’espai a la regió de Lleida (segles XI-XIII), Lleida, Edicions Universitat de Lleida. GRAS Y DE ESTEVA, Rafael (1988). La Paeria de Lleida. Organització municipal (1149-1707), Lleida, Ajuntament de Lleida. GONZÁLEZ, Joan Ramon; ROVIRA, Jordi; CASANOVAS, Àngels; GARCÍA Josep Eusebi; RODRÍGUEZ, Josep Ignasi (1997). «Jaciment del Tossal de Solibernat», Catalunya Romànica, XXIV, Barcelona, Enciclopèdia Catalana, pp. 241-244.

GURRIARÁN DAZA, Pedro (2008). «Una arquitectura para el Califato: poder y construcción en al-Andalus durante el siglo X», Anales de Arqueología Cordovesa, 19, pp. 261-276. MADOZ, Pascual (1985a). «Torregrossa», Articles sobre el Principat de Catalunya, Andorra i zona de parla catalana del regne d’Aragó, Barcelona, Curial, p. 433. [MADOZ, Pascual (1845). Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, Madrid]. —— (1985b). «Bellvís», Articles sobre el Principat de Catalunya, Andorra i zona de parla catalana del regne d’Aragó, Barcelona, Curial, p. 338. [MADOZ, Pascual (1845). Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, Madrid]. MALPICA CUELLO, Antonio (2013). «Organización del territorio y estructuras económicas en la frontera nororiental del reino de Granada», en Sonia Villar Mañas (ed.), Sal, agricultura y ganadería. La formación de los paisajes rurales en la Edad Media, Granada, Universidad de Granada, pp. 21-41. SAROBE I HUESCA, Ramon (1997). Els molins dels templers al Segrià al segle XII. Estudi a través dels seus documents, tesina de licenciatura, Universitat de Barcelona. —— (1998). Col·lecció diplomàtica de la Casa del Temple de Gardeny (1070-1200), Barcelona, Fundació Noguera. TRILLO SAN JOSÉ, Carmen (2000-2001). «El mundo rural nazarí: una evolución a partir de al-Andalus», Studia Historica. Historia Medieval, 18-19, pp. 123-161. —— (2004). Agua, tierra y hombres en al-Andalus. La dimensión agrícola del mundo nazarí, Granada, Ajbar (Colección de Historia). VILLAR MAÑAS, Sonia (2013). «El Quempe habitado y explotado: alquerías y recursos naturales en época andalusí», en Sonia Villar Mañas (ed.), Sal, agricultura y ganadería. La formación de los paisajes rurales en la Edad Media, Granada, Universidad de Granada, pp. 45-70.

A L M U N I A S G A N A D E R A S E N E L D I S T R I T O I S L Á M I C O D E L L E IDA

103

CARLOS LALIENA CORBERA Universidad de Zaragoza JULIÁN M. ORTEGA ORTEGA Universidad de Zaragoza

06

LAS ALMUNIAS DEL VALLE DEL CINCA (HUESCA-LÉRIDA) EN ÉPOCA TAIFA The almunias of the valley of Cinca (Huesca-Lérida) during the Taifa period

RESUMEN Este trabajo se centra en las «almunias» del Valle medio del Ebro y, en concreto, de las comarcas del Medio y Bajo Cinca, así como del Segrià, situadas en los límites entre Aragón y Cataluña, entendidas como las unidades de poblamiento de más bajo nivel poblacional y mayor dispersión espacial, una capa que responde, en principio, a la dinámica de crecimiento de la época taifa. El análisis que realizamos se basa en la combinación del registro arqueológico, las fuentes documentales latinas de la conquista, particularmente completas en relación con este territorio, y la toponimia. En él, las almunias se manifiestan como una malla delgada que cubre la región. Cuantificarlas a partir de las fuentes escritas y mostrar su inserción espacial constituye el primer objetivo de este trabajo. El segundo lo forma la descripción morfológica de estos hábitats en el horizonte de un poblamiento disperso. Finalmente, el tercero incluye un comentario sobre los vínculos que unen propiedad de la tierra y élites urbanas en este territorio concreto del Valle del Ebro. PALABRAS CLAVE Al-Ándalus | Periodo taifa | Noreste peninsular | Poblamiento disperso | Arqueología | Historia social ABSTRACT This paper focuses on the almunias of the middle Ebro Valley and, more precisely, on those in the counties of the Medio and Bajo Cinca, as well as Segrià, in north-eastern Spain. Understood as settlements with the lowest population and higher spatial dispersion, this layer belongs, at least initially, to the growth dynamic of the taifa era. Our analysis is based on the combination of the archaeological record, Latin written sources of the conquest —particularly complete in relation with this territory—, and toponymy. By doing so, the almunias appear as a thin mesh that covers the region. Quantifying them from documentary evidence, and showing their spatial insertion is the first goal of this paper. Its second goal is the morphological description of these habitats in the horizon of a scattered settlement. Finally, a third one includes a comment on ties that link land property and urban elites in this specific territory of the Ebro Valley. KEYWORDS Al-Andalus | Taifa period | North-eastern Spain | Scattered settlement | Archeology | Social history

105

1. Introducción Es un tópico de la investigación sobre la historia social andalusí la afirmación de que los cronistas árabes de la época taifa describen con fruición la brillante fachada de las cortes califales o principescas, pero muestran muy poco interés por las estructuras de base que sostenían el aparato cortesano. En particular, son profundamente elusivos respecto a la configuración del poblamiento en cuanto se aleja de las ciudades o de las fortificaciones que jalonan los itinerarios de las expediciones militares; la pequeñas poblaciones semiurbanas, las alquerías o el hábitat disperso están fuera por completo de las preocupaciones de estos autores, que solamente en el caso de los geógrafos o enciclopedistas condescienden de manera ocasional a proporcionar algún detalle sobre el aspecto del mundo rural1. Este condicionante de las fuentes obliga a recurrir a la documentación latina relacionada con la conquista feudal y a la arqueología, que, por el contrario, tienen la virtud de proporcionar un conocimiento local muy matizado, pero con evidentes sesgos. Las fuentes latinas han sido concebidas generalmente desde la perspectiva del reparto de los bienes capturados a los musulmanes vencidos y se conforman con enumeraciones poco expresivas; el análisis arqueológico depende de los intereses de los arqueólogos ­—una afirmación menos tautológica de lo que parece—, que en los últimos años se han decantado por la investigación en ámbitos urbanos, y, sobre todo, de la financiación, como se sabe, bastante escasa en la actualidad. El Valle del Ebro andalusí no escapa en absoluto a estas desalentadoras premisas y la consecuencia más evidente es que la bibliografía sobre la organización del poblamiento y, en sentido amplio, la ordenación social del espacio durante el largo periodo que media entre el siglo VIII y el XII, es una terra incognita, para la que solo algunos estudios pioneros ofrecen hitos a través de los cuales guiarse2. Sin embargo, durante los últimos veinticinco años, y por circunstancias muy diversas, se han realizado prospecciones arqueológicas, que no siempre han conducido a publicaciones formales, pero han

106

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

creado una masa de información que puede completar los datos procedentes de documentos que nunca han sido despojados sistemáticamente desde esta perspectiva. Con esta doble exigencia, la de contribuir provisionalmente a un debate inexcusable pero todavía sin formalizar sobre los recursos y las relaciones de producción en la sociedad andalusí a partir del estudio del poblamiento, y hacerlo combinando la dimensión local y la interdisciplinariedad, este trabajo pretende recuperar una imagen cartográfica y morfológica de las almunias de las comarcas del Medio y Bajo Cinca (Huesca), eventualmente con referencias a las tierras del Segre entre Balaguer y Lérida, a partir de la cual efectuar razonamientos sobre las características de la gran y mediana propiedad en este sector del Valle del Ebro, dominado por dos ciudades de rango menor, Monzón y Fraga, y otras dos de un tamaño sensiblemente mayor, Balaguer y Lérida. Nuestra atención se centrará en las almunias, entendidas como las unidades de poblamiento de más bajo nivel poblacional y mayor dispersión espacial, lo que obliga a señalar que, además de las medinas citadas, existía un grupo de husun, entre los que se cuentan Corbins, Alcolea de Cinca, o Mequinenza3 y una trama de localidades de perfil más decididamente campesino, compuesta por alquerías de plano compacto, a menudo dotadas de obras de fortificación, a las que la documentación feudal suele calificar de castra. Dejaremos a un lado en esta introducción los husun y los problemas de identificación que plantean, no sin dejar constancia de que estaban asociados a poblaciones de mayor o menor entidad4, para reseñar brevemente el aspecto de las alquerías con el fin de distinguirlas de las almunias que, como veremos, presentaban también signos de instalaciones defensivas, normalmente torres. Las alquerías andalusíes de esta región constituían asentamientos de cierta complejidad, en los que, además de un número estimable de habitantes, era posible encontrar una o dos mezquitas y eventualmente otras infraestructuras comunitarias, como hornos o baños. Algunas son citadas en el pacto suscrito en noviembre de 1120 entre Ramón Berenguer III y el cadí de Lérida, Ibn Hilal5.

Se trata de las de Chalamera, Zaidín, Escarpe, Serós, Aytona, Soses, Castelldans, Alcoletge, Albesa y los despoblados de Calaterra, en término de Aytona; Gebut, en el de Soses; Montagut, en el de Alcarrás; y Efesta, una población que no podemos localizar pero que se hallaba en las cercanías de Albesa. Los restos materiales de estos núcleos, visibles sobre todo en los lugares despoblados, como Carretelá o Gebut, pero también en los reocupados por los conquistadores cristianos, como Castelldans, Albesa o Almenar, evidencian obras de fortificación que comportaban la construcción de recintos fortificados con potentes zócalos de sillería bien escuadrada, reforzados en algunos casos con torres de flanqueo de planta cuadrangular. Ello justificaba no solo el apelativo de castra en las fuentes latinas, sino también la etimología de los topónimos en qal‘a que portaban algunos en origen, como Castelldans, el antiguo Qal‘a al-Hamar 6, Carratelá (Calaterra) o Alcalá, en el entorno de Algerri7. La ausencia de intervenciones arqueológicas constituye un considerable impedimento para analizar la morfología de este tipo de asentamientos de las cuencas Cinca-Segre. Probablemente, sus rasgos eran muy similares a los que observa Philippe Sénac en el yacimiento de Las Sillas (Marcén, sudeste de Huesca), donde las excavaciones han descubierto un núcleo aldeano fundado en la segunda mitad del siglo X sobre una plataforma rocosa de algo más de media hectárea de extensión, situada a mediana altura y con las paredes de la gruesa placa de arenisca talladas a pico para dificultar moderadamente el acceso excepto por los lugares habilitados para ello. Esta alquería debió de contar con un máximo de treinta o cuarenta viviendas que se repartían un espacio cuidadosamente organizado, con un plano reticular que confluye en una mezquita de proporciones medianas (12 x 7,30 m), colocada en el extremo oriental del promontorio8. La destrucción parcial del poblado de La Iglesieta (Usón, Huesca) ha reducido la actuación arqueológica de este mismo investigador a la zona que rodea a una pequeña pero maciza torre, que dominaba la zona de residencia desde una afloración de arenisca de parecidas características. Sin embargo, este lugar puede ser catalogado como una de estas alquerías fortificadas y, en este caso, es importante señalar que un documento de 1103 confirma su relación con un «alcaide del malik» (alcait Almech) que era nieto o sobrino (neptus) de Azube, al que califica como senior de Gabarda —uno de los grandes husun de la zona—, un personaje cuyo control de La Iglesieta resulta altamente expresivo de la capacidad de inserción en el medio rural de estos delegados del mulk 9. En contraste con las alquerías, las almunias se manifiestan como una malla delgada que cubre la región y

se intercala entre estos nodos del poblamiento agrupado. Como se ha indicado, cuantificarlas a partir de las fuentes escritas y mostrar su inserción espacial constituirá el primer objetivo de este trabajo. El segundo lo formará la descripción morfológica de estos hábitats en el horizonte de un poblamiento disperso. Finalmente, el tercero incluye un comentario sobre los vínculos que unen propiedad de la tierra y élites urbanas en este territorio concreto del Valle del Ebro.

Las almunias del curso medio del Cinca: un ensayo cuantitativo y cartográfico

2.

Los testimonios escritos y las prospecciones arqueológicas han mostrado la significación de las almunias en este sector del Valle del Ebro. Xavier Eritja ha cartografiado la posición de muchas de ellas en las cercanías de Balaguer, ciudad definitivamente tomada por los feudales en 1105, dispersas por los llanos del sector conocido en época andalusí como fahs Maskiyun10. Más al sur, el trabajo de campo realizado por Jesús Brufal en torno a Castelldans, una de las alquerías fortificadas antes mencionadas, muestra una densidad similar de estos establecimientos, cuya cronología, a juzgar por la cerámica recuperada, suele ser tardía, taifa para la mayor parte de los hallazgos11. Estas referencias sirven para contextualizar las características del poblamiento de la comarca de Monzón (Huesca), a la que vamos a dedicar nuestra atención. La caída de esta pequeña medina de la taifa ilerdense en junio de 1089 puso en manos de los nobles y de las gentes venidas de «Pamplona, Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y Pallars», como señala uno de los textos que manejaremos a continuación, un amplio territorio a lo largo del cual se desparramaba un elevado número de almunias12. La información escrita que permite aproximarse a la articulación del poblamiento rural en los alrededores de Monzón fue elaborada en el transcurso de las semanas siguientes. Así, en agosto, Sancho Ramírez llegó a un acuerdo con el obispo de Roda para asignar a la iglesia de Santa María los diezmos de las principales localidades de la zona, tanto las conquistadas como las que se hallaban todavía en poder de los musulmanes, y de numerosas almunias convenientemente repartidas entre los barones del reino13. Este documento incluía ya una delimitación del término de Monzón, pero los ajustes producidos en los años siguientes obligaron a efectuar una caracterización más concreta del espacio montisonense, que realizó el infante Pedro en junio de 1092, y que venía acompañada por una enumeración de las almunias que retenía bajo su dominio

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

107

directo14. La suma de estos dos documentos ofrece un material excepcional, puesto que proporciona una lista muy amplia aunque no exhaustiva de los lugares de poblamiento andalusíes de cualquier categoría existentes en esta comarca sobre la cual es posible aplicar un análisis del registro toponímico y de los resultados de las prospecciones. El segundo de estos textos incluye una sucinta fijación de los límites del antiguo distrito de Monzón, que se extendían por el este y sureste hasta el barranco de La Clamor —actual de la Clamor de la Virgen—, al otro lado del Cinca; por el oeste, hasta colindar con los términos de Berbegal, cuyo trazado seguían a lo largo de la alineación marcada por las alturas de El Saso, Peña Blanca y Terreu; y por el sur, hasta la divisoria con Albalate y Zaidín, lugares no incluidos dentro del territorio de la medina. No se indica cuál era el límite septentrional, pero con seguridad alcanzaba hasta Ariéstolas, junto al Cinca. Además, como consecuencia de la caída de Monzón, los aragoneses consiguieron ocupar las poblaciones de Alcolea de Cinca, Ontiñena y Ballobar, así como otras situadas más al norte, pero no las de Fraga, Albalate de Cinca, Chalamera, Zaidín, ni Kalavera, una fortificación ubicada en los llanos de Bellver de Cinca15. Tampoco fue conquistado Osso de Cinca, ni las dos aldeas que antecedieron a la tardía puebla de Bellver de Cinca, Filcena/Fiçena y Urencia/Orçuyera16. De hecho, y contra las previsiones de Sancho Ramírez, esta franja de tierra fue objeto de disputas durante largo tiempo. En este sentido, el desastre de Fraga en 1134 supuso un avance de las posiciones almorávides, de modo que al menos Chalamera y Ontiñena volvieron a ser musulmanas. La primera de esta poblaciones cayó de nuevo en poder de Ramón Berenguer IV junto con Alcolea de Cinca en abril de 114117, mientras Ontiñena solo pudo ser conquistada en mayo de 1147, tras una severa derrota de la caballería andalusí18. En total, estos listados comprenden 169 núcleos de población de diferente envergadura, no todos los cuales están dentro del territorio que capitula en 1089, puesto que algunos son citados como limítrofes del espacio controlado por la medina y por sus nuevos dueños. El primero, fechado como decimos en 1089, abarca 17 localidades que, por su clara supervivencia posterior debemos considerar alquerías, 10 más cuyo estatuto es muy incierto y que probablemente se pueden adscribir también al estrato de las almunias —pero no son calificadas expresamente así por el texto— y aproximadamente 99 almunias. Esta última reserva, la imposibilidad de fijar exactamente la cantidad de almunias existente, es consecuencia de que el documento en una ocasión este vocablo en plural —almunias de comite

108

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

Sancio— y cuatro veces más señala que las posesiones de los nobles estaban constituidas por dos, tres o cuatro almunias, cuyo nombre no detalla. Cabe la posibilidad también de que alguno de estos asentamientos estuviera repartido entre varios beneficiarios, pero no es seguro19. La mayoría de estos lugares aparece designada por el nombre del nuevo propietario feudal, pero en ocho casos el indicador toponímico es la identidad del anterior dueño musulmán —de Avin Febrero, de Avin Cepoller, etc.— Esta circunstancia hace difícil o imposible localizar gran parte de estos hábitats campesinos mediante su contrastación con la toponimia posterior. Sin embargo, algunos de los nombres árabes y otros sin especial configuración han podido ser situados en el mapa gracias a la pervivencia de los topónimos. En la tabla que figura en apéndice se pueden comprobar estas identificaciones20. Tres años después, la lista del infante Pedro recoge 47 núcleos de poblamiento, de los que 4 figuraban ya en el elenco anterior y se descartan en la mencionada tabla; de los restantes 43, hay 5 pueden ser calificados de alquerías de acuerdo con el criterio de su continuidad post-andalusí, otros 17 de los que se indica únicamente el topónimo21 y 21 que admiten la posibilidad de ser almunias, bien porque esta palabra está unida al nombre, bien porque entendemos que la expresión «illa de» alude implícitamente a «la almunia de», interpretación que creemos justificada a la luz de otros testimonios22. De nuevo, esta clasificación es susceptible de un largo comentario individual que no es posible hacer aquí, salvo para mostrar algunos detalles interesantes. Así, entre las almunias del infante hay indicios de fortificaciones, visibles tanto a través de la toponimia —castrum Devols (no localizado), Castillon de illas Carboneras (Castillo de la Mora, Binaced) o Borgexaras (sin localizar), que contiene en su denominación la evidencia de una torre—, como del registro material23. Además, la toponimia respeta en mucha mayor medida que en la nómina anterior las alusiones a los propietarios musulmanes, tanto bajo la forma -Avin (Avin Habanon, Avenrampo, etc.) como -Bini (Binacmeth, Binizendor, etc.), lo cual es probablemente resultado de que el nuevo propietario es el mismo siempre, el infante Pedro (fig. 1). El conjunto de todas estas menciones agrupa entre 120 y 150 establecimientos rurales que son calificados expresamente como almunias o que se integran en el mismo rango poblacional. Sin embargo, estas dos listas no agotan la totalidad de este tipo de explotaciones agrarias existentes en el área de Monzón en el momento de su conquista. Así lo confirman algunos textos posteriores, en los que se alude a otras almunias, sitas igualmente dentro de su término o en sus cercanías, en-

tre las cuales se pueden citar las de Medalaflag, Iben Gelar 24, Ibn Zahuda25, Confita26, Rota y la perteneciente a Santa María de Alaón27, Adarant 28, Aliazar 29, Lacu30, Avinamum31, Iben Gamar y Abin Feldal, una de las pocas de este grupo que es posible localizar con cierta seguridad, en este caso al noreste de Binéfar32. Finalmente, cerca de esta última población y de Binaced se encontraban también las almunias de La Petiella y Binipharagon33. Sin duda, alguno de estos lugares puede corresponder con los que son mencionados en el documento de 1089 por la onomástica de sus nuevos propietarios, pero es razonable pensar que los establecimientos agrarios enumerados en estos pergamino suponían una fracción bastante elevada de la totalidad de hábitats, almunias o no, del distrito andalusí de Monzón. Hay que advertir que junto a estas almunias se citan también, en estos y otros documentos, algunos ra-

hal(es) como el que dio nombre a la amplia partida de Arraal o Ráfales (Esplús), donde se concentran la mayor parte de las menciones, a las que se deben sumar los testimonios toponímicos todavía conservados en el entorno de Albalate y las cercanías de Altorricón34. La densidad de los asentamientos rurales que revelan estas noticias textuales es bastante elevada. Por tanto, las distancias que separaban a unas almunias de otras eran cortas: entre la de Amil, muy cercana a Monzón, y la de Saravalla (Zaraballa) mediaban menos de dos kilómetros y medio; entre esta y la de Aiarnez (Fajarnés) poco más de tres, la misma distancia que mediaba con la de Avinefar (Binéfar). Alrededor de las citadas, las de Avincud (Benafut), Abin Feldal y Binaflach se encuentran dentro del mismo círculo, lo que hace pensar que la norma general era una separación media de dos kilómetros entre las almunias (fig. 2).

fig. 1 Mapa de la estructura del poblamiento en los alfoces de Munt Sun/Monzón.

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

109

fig. 2 Localización de las almunias identificadas al sureste de Monzón.

3.

La morfología de las almunias

Incluso aunque sea un azar que las almunias localizadas con mayor seguridad sean las más próximas entre sí, resulta evidente que, en términos generales, los secanos de Monzón de ambas orillas del Cinca constituían un territorio intensamente ocupado por una red de pequeñas alquerías y asentamientos intercalares de reducidas dimensiones a los que los conquistadores feudales atribuyeron sistemáticamente el apelativo de almunias. Los sucesivos traspasos de algunas de estas unidades de poblamiento dejan claro que contaban con linderos y, por tanto, controlaban un espacio cultivado e inculto que proporcionaba los recursos necesarios para las familias instaladas en ellas. Los documentos latinos indi­can también que algunas almunias comprendían dentro de sus límites a otras semejantes, como sucedía con la de Binefar, en cuyo ámbito se localizaban sendas almunias dotadas igualmente de tierras asignadas y delimitadas35. Una de las raras excepciones que permite comprobar el tamaño y las características del espacio propio de estas explotaciones es la de Binahut, antigua posesión templaria, cuyo topónimo se conserva, deformado, en la partida de La Vinaut (o Venau), en término de Castejón del Puente36. Un simple vistazo al trazado del territorio municipal de esta última localidad muestra en su extremo

110

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

oriental un apéndice que engloba los terrazgos adscritos a esta antigua almunia que apenas superan los tres km2 de extensión (fig. 3). En cualquier caso, y aún teniendo en cuenta que únicamente una pequeña parte de los lugares citados en los documentos puede situarse con razonable seguridad, resulta evidente que la mayoría se localizaban, no junto a las riberas del Cinca, sino en los páramos de La Litera y los llanos que se extienden en el interior de interfluvio Segre-Cinca. La profunda transformación paisajística producida por los regadíos recientes del Canal de Aragón dificulta hacerse una idea aproximada del ambiente que rodeaba a estas explotaciones, pero resulta lógico pensar que la mayoría estaban vinculadas a pequeñas superficies de cultivos de secano y pastos37. Algunas pudieron haberse beneficiado de la posibilidad de irrigar algunas parcelas con métodos diversos. Hasta hace poco no era raro encontrar pozos dotados con cigüeñales en los sectores del Somontano que habían quedado al margen de la creación de regadíos recientes y es posible que la elevada capa freática permitiera construir norias de sangre. Las referencias documentales aportan algunos datos sobre la morfología de estas almunias. Con toda seguridad muchas de ellas estaban provistas de edificaciones defensivas, en general torres, tal y como sugieren sus nombres previos a la conquista: Borgexaras, entre

fig. 3 Delimitación hipotética de la almunia de Binahut, hoy La Vinaut (Castejón del Puente, Huesca).

las de Monzón; Butxogues, cerca de Algerri; Butsenit, al sureste de Lérida; Burjebut, en Aytona; Burtxesa/ Uxtesa, en Torres del Segre o Borges Blanques38. Los documentos latinos también son concluyentes a la hora de homologar «almunias» y «torres», como sinónimos o casi sinónimos39. Los textos arrojan otras informaciones al respecto. Una de las torres cercanas a Balaguer, por ejemplo, disponía de un albacar anexo40. La «memoria» de la almunia de la Moza, propiedad de San Juan de la Peña, menciona la presencia de la torre, del corral que se había levantado delante y de dos silos que se habían abierto junto a la base de la torre41. La expresión empleada para aludir a estos depósitos es la de zeis, étimo relacionado con las «síes» o «cías» (lat. cella), que con esta forma u otras parecidas ha servido en las comarcas meridionales de Huesca para referirse a las agrupaciones de silos excavados en el sustrato rocoso42. En Albelda, también en La Litera, a una veintena de kilómetros de Monzón, Javier Rey ha excavado uno de estos conjuntos en el Camí d’Escombrius, con 23 silos de forma acampanada que tienen más de dos metros de altura y casi dos y medio de diámetro en su base (fig. 4)43. No obstante, las prospecciones arqueológicas y las excavaciones emprendidas en varias zonas ribereñas del

Cinca y del Segre brindan la mejor serie de evidencias sobre el aspecto material de torres y almunias. Para empezar, se comprueba que los lotes cerámicos de superficie incluyen piezas fechables en la primera mitad del siglo V/XI, pero sobre todo ejemplares pertenecientes a su segunda mitad44. Las excavaciones llevadas a cabo en establecimientos de este tipo, como Zafranales (Fraga, Huesca) o el Tossal de Solibernat (Torres de Soses, Lérida), donde no se han hallado cerámicas anteriores a mediados del siglo V/XI, confirman una cronología relativamente tardía, taifa o almorávide, para la mayor parte de estos asentamientos. También sugieren que se trataba de instalaciones agrarias pequeñas, con espacios de habitación apropiados para parentelas relativamente extensas o agrupaciones de pocas o muy pocas familias más reducidas. Muchos de estos lugares muestran restos de torres de tapial y/o sillería más o menos bien escuadrada, realizadas según los esquemas habituales en las medinas y husun. Los mejores ejemplos se pueden encontrar en El Pilaret de Santa Quiteria (Fraga), Els Budells (Massalcoreig), La Torre dels Moros/de Algorfa (Serós), el monasterio de Avinganya (Serós), Utxesa (Torres del Segre) o Vinferri (Puigverd de Lleida), además de los que comentamos a continuación45.

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

111

fig. 4 Silos del Camí d’Escombrius (Albelda, Huesca), según Rey Lanaspa, 1997, fig. 2.

Zafranales es un establecimiento creado a mediados del siglo V/XI particularmente revelador de la sencilla morfología de estos hábitats rurales. El asentamiento se halla a menos de dos kilómetros al norte del casco urbano de Fraga, sobre una loma de laderas escarpadas, que dispone de unos 300 m2 de superficie útil y se alza en el reborde de la más elevada de las terrazas que, por la margen izquierda, flanquea el curso del Cinca. Los espacios de residencia, protegidos por un muro perimetral y un torreón situado en el extremo suroriental del conjunto, se organizaron en torno a un corredor central que se abría al exterior a través de un corto zaguán. Junto a él, a la izquierda, se dispusieron la cocina y, tras ella, una despensa anexa. A uno y otro lado del pasillo se levantaron, además, cuatro estancias de planta rectangular. Las dos occidentales sirvieron tal vez como alcobas, siendo más difícil determinar la función de las que se abrían enfrente. Una de ellas, que carecía de techumbre, quizá era un almacén, mientras la segunda pudo ser una especie de comedor, a juzgar por los restos de la mesa y el taburete hallados en su interior. En el otro extremo del corredor, un vestíbulo daba acceso a la torre que contaba al menos con dos plantas a través de una corta escalera46. El asentamiento del Tossal de Solibernat es bastante similar, aunque su fundación parece haber sido algo posterior, de principios del siglo VI/XII seguramente. Se trata de un cerro testigo de escasa altitud, pero claramente destacado sobre el terreno circundante —la terraza

112

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

superior del río Segre—, coronado por una plataforma rocosa de 56 x 13 m de ejes máximos, que fue aprovechada para la instalación de una explotación agraria compuesta por dos sectores principales, rodeados por un muro que circunvalaba el caserío, con dos torres levantadas en sus extremos. El sector que ocupa la mitad nororiental comprendía las cuadras, corrales y almacenes, mientras que el espacio restante, separado del anterior por un muro transversal, estaba compuesto por estancias con funciones residenciales47. También es posible recurrir a una conocida noticia transmitida por al-Qazwiní y al-Himyarí que describe algunos de los rasgos generales de las almunias del fahs Maskiyan, el llano que se extendía al este de Corbins, que completan la información arqueológica que hemos resumido: En cuanto a la llanura (fahs) de Maskiyan, hay granjas (diy‘a), cultivos y pastos en cantidad. Todas las granjas sin excepción poseen un torreón (bury) o un refugio subterráneo (sirdab) en el que se atrincheran los colonos (‘amirun) en caso de ataque enemigo. Para poder hacer estos refugios las gentes de las Marcas descuentan dineros de los testamentos y donaciones48.

Aunque luego volveremos sobre este texto, que ambos autores tomaron de una fuente anterior, probablemente al-‘Udrí, hay en él dos detalles interesantes que conviene retener ahora. El primero es la alusión a gale-

fig. 5 Plantas y reconstrucciones ideales de dos almunias: A) Zafranales (Fraga, Huesca). B) Tossal de Solibernat (Torres de Soses, Lérida).

A

rías subterráneas como sistema de defensa, un fenómeno confirmado por el estudio del yacimiento de Castellots (La Portella, Lérida), donde subsiste una guarida excavada bajo el estrato rocoso que corona una de los típicos tossals de la zona. La galería, que no posee más de un metro de altura, se introduce en el terreno para bifurcarse después de pasar por una pequeña puerta que podía ser cerrada deslizando una gran piedra circular 49. Debemos destacar también que estas construcciones defensivas empleadas por los ‘amirun del entorno de Lérida, Balaguer, Monzón y Fraga estaban sufragadas con cargo a fundaciones piadosas (ahbas), fundaciones que requerían de una administración centralizada, necesariamente ubicada en las ciudades, para su gestión. No se trata de un asunto excepcional, puesto que las consultas jurídicas hacen frecuentes alusiones a legados destinados a subvenir las necesidades del yihad, ya fuera para el sostenimiento de los husun o para la compra de equipos militares, caballos incluidos50.

4.

El paisaje agrario

Como hemos indicado, la comarca ha sido objeto de una intensa intervención a través de las políticas hidráulicas estatales desde principios del siglo XX, lo que exige abordar el estudio del medio paisajístico dentro del cual se insertaban estas almunias a partir de la arqueología hidráulica, la toponimia y los análisis

B

faunísticos y carpológicos, problemáticas que desarrollaremos sucesivamente. Una parte importante de estas explotaciones se encuentra claramente alejada de las vegas periurbanas y se adentra en la vasta llanura circundante, aprovechando los manantiales diseminados por la campiña. Otras, en cambio, se encaraman a las terrazas que bordeaban las riberas de los ríos Cinca y del Segre, a la vista de huertas extensas configuradas a partir de largas acequias. Se trata, por tanto, de un sector del Valle del Ebro donde el característico contraste entre las fértiles planas aluviales irrigadas y las polvorientas estepas de su entorno más elevado se deja sentir de manera especialmente marcada. Aguas abajo del Cinca, en Fraga —la otra medina gemela de Monzón que articulaba el poblamiento en esta zona del Ebro—, la Acequia Vieja llamada durante toda la Edad Media de Supris sostenía los sistemas de regadío al menos desde época califal y puede servir como ejemplo de los principales rasgos de los espacios de irrigación de las tierras situadas entre ambas cuencas. Como ocurría con otros sistemas de la región, el diseño de la Acequia Vieja fragatina era relativamente simple, con un gran azud y una ancha canalización de varios kilómetros de longitud, que permitía irrigar un espacio de medianas proporciones, a caballo de los actuales términos municipales de Velilla, Fraga y Torrente51. En realidad, la superficie sometida a riego en el periodo andalusí era bastante menor que la de etapas más recientes. En época moderna fueron reducidos a

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

113

fig. 6 Mapa hipotético de usos de suelo del entorno de Fraga entre los siglos XI y XII.

cultivo los sotos que se escalonaban a lo largo de la ribera del río, especialmente en el siglo XVIII, y el regadío se amplió a su costa. De estas antiguas formaciones vegetales de ribera ha quedado un neto rastro toponímico. Así, en la huerta de Monzón existe una partida denominada El Merche (ár. mary) que denota la importancia de estas tierras de marjal utilizadas principalmente para pastos. La misma impresión se obtiene si se examinan los nombres de las partidas más cercanas al río dentro del perímetro marcado por la citada Acequia Vieja de Fraga, que son (de norte a sur): El Sodedal, Las Balsas, Tierra Nueva, El Bovar, El Soto, Prats de Carleig, Los Arenals, Lo Sot, Les Ribes. Esta toponimia, fijada tras la conquista cristiana, resulta muy expresiva de los saucedales y mimbreras que tapizaban los sectores más próximos al cauce fluvial y sobre todo de la rica vegetación higronitrófila que componía los prados húmedos que, en una segunda cinta, rodeaban las formaciones de ribera y servían para la alimentación del ganado bovino.

114

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

El espacio que se extendía entre las acequias y los estrechos pies de monte, sobre todo en la margen occidental de la depresión, se encontraba en época andalusí en buena medida infraexplotado. Sin duda, no debían de ser extraños los rincones dedicados al cultivo del olivo, pero el aprovechamiento integral de la franja llana fue el resultado de las roturas realizadas a raíz de las conquistas feudales de medidos del siglo VI/XII. Ello explica que todavía algunas de las partidas regadas desde el siglo XVIII por la Acequia Nueva lleven nombres como El Secano y Lo Secá (fig. 6)52. Una vez pasadas las empinadas cuestas que salvan el desnivel entre la escasa orla de secano y las cornisas de las terrazas fluviales, se extiende un altiplano de aspecto semidesértico ­—el topónimo árabe mancha (ár. manya‘) que alude a este tipo de paisaje se ha conservado, por ejemplo, en el camino de Fraga a Serós53—, surcado por algunos barrancos y ramblas, que inciden sobre un relieve alomado en el que destacan los cerros testigos coronados por capas duras de arenisca, que se oponen a

fig. 7 Lérida

Balaguer

x

x

Solibernat

Zafranales

Cereales

Cebada vestida (Hordeum vulgare var. vulgare) Cebada desnuda (Hordeum vulgare var. nundum) Trigo duro (Triticum durum) Trigo común (Triticum aestivum) Trigo común (Triticum aestivum ssp. compactum) Mijo (Setaria italica) Avena común (Avena sativa) Centeno (Secale cereale)

x x

Repertorio de cultivos andalusíes testimoniados en los análisis carpológicos efectuados en distintos yacimientos del interfluvio CincaSegre.

x

x

x x

x

x x x

x

Leguminosas

Lenteja (Lens culinaris) Yero (Ervum ervilia) Arveja (Vicia ervilia)

x

x x x

Frutas árboreas o arbustivas

Higo (Ficus carica) Uva (Vitis vinifera ssp. vinifera) Melocotón (Prunus domestica) Cereza (Prunus persica) Manzana (Malus domesticus) Pera (Pyrus communis) Nuez común (Juglans regia) Granada (Punica granatum) Oliva (Olea europea)

x x x x

x x

x x

x x

x x

x x

Frutas

Melón (Cucumis melo/sativus)

x

Plantas industriales

Camelina (Camelina sativa) Lino (Linum usitatissimum)

x x

x

las leves depresiones del terreno circundante, donde era fácil encontrar en otro tiempo pequeños humedales que dieron lugar a topónimos como el de Buars sobre los Llanos de Cardiel, o Las Bufarras (ar. buhayra = «laguna»), al sureste de Zaidín, entre otros similares. Si los sectores de secano más próximos a los rebordes de las terrazas del Cinca y del Segre eran las tierras preferidas para el cultivo del azafrán, y así lo atestiguan numerosos topónimos —como el de Zafranales sin ir más lejos—, las planas esteparias del interior eran especialmente aptas para la actividad ganadera en razón de las áreas encharcadas señaladas. Por ello, resultaba fácil encontrar en este dominio del secano pequeños establecimientos, aunque ciertamente más espaciados, como los de Cardiel o Buriat (ar. bury), en la margen derecha del tramo final del Cinca. Los topónimos alusivos a pastizales prueban esta relación entre ganadería y terrazgos de secano, como sucede con Marchantona, al sur de Binaced, o en las actuales localidades ilerdenses de Margalef y

Matxerri, cuyos étimos derivan en todos estos casos del árabe mary. El análisis de los restos de fauna recuperados en Zafranales manifiesta algunos fenómenos interesantes en esta dirección. Dejando a un lado los indicadores de algunas especies cazadas que no han sido halladas en contextos urbanos, como la perdiz o los suidos, y la ausencia de otras domésticas, como la gallina, que suele estar bien representada en las excavaciones urbanas de Lérida, lo más llamativo del registro faunístico es la importancia de los bóvidos en la dieta de los campesinos de esta almunia54. Son resultados que divergen bastante de los obtenidos en Balaguer, en las excavaciones del Castell Formós y del Pla d’Almatá, que mostraban un absoluto predominio de los ovicápridos55 en el consumo de carne, un fenómeno confirmado en las intervenciones recientes56. Es significativo, por tanto, que en Zafranales haya al menos 26 fragmentos óseos recuperados de este tipo de animales, sin que sepamos a cuántos ejemplares pudieron pertenecer.

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

115

Por lo que se refiere a los cultivos, los estudios carpológicos efectuados sobre contextos arqueológicos provenientes de esta zona y fechados entre finales del siglo IV/X y mediados del siglo VIX/XII, ofrecen informaciones del mayor interés57. Los yacimientos de Balaguer, Fraga, Zafranales, El Tossal de Solibernat y Torres del Segre, además de los hallazgos de ambiente urbano de Lérida, muestran algunas tendencias reconocibles. Sobresale, lógicamente, la presencia de restos de cereales, perfectamente coherente con la aparición de los campos de silos antes mencionados. Entre las especies, sobresale la cebada —se ignora si desnuda o vestida—, que se detecta en todos los yacimientos junto a un tipo de trigo no especificado58, que, a juzgar por lo hallado en el Tossal de Solibernat, podría tratarse de una variedad vestida, el Triticum aestivum ssp. compactum. La aportación del panizo y del mijo es apreciable, pero es infrecuente hallar indicios de centeno, un cereal resistente al frío y a la sequedad, poco exigente edafológicamente y que rinde bien en zonas de roturación59. Es difícil averiguar cuál era la lógica que regía la combinación de este elenco de granos, pero seguramente haya que pensar en un balance entre las virtudes nutritivas del trigo o la cebada y la mejor conservación del panizo y el mijo, usados para sopas y gachas (fig. 7). Junto con las diferentes clases de granos, el catálogo de hallazgos que refiere la tabla pone de relieve el cultivo de frutales beneficiados con riegos —la ausencia de estos restos en el Tossal de Solibernat, un asentamiento alejado de las terrazas fluviales del Segre, es bastante sintomática—, entre los que se cuentan las higueras y las vides y, algo por detrás, los melocotoneros, cerezos, manzanos y perales, a los que hay que añadir los nogales y, ya en menor proporción, los granados. El cultivo del olivo, por el contrario parece restringirse a los alrededores de Fraga. Las plantas de uso industrial cuentan con dos representantes, el lino y la camelina, una especie vegetal esta última catalogada como adventicia, que podría sido también plantada para su uso como fibra textil y en especial por el aceite obtenido de sus semillas. Este repertorio de cultivos puede ser completado con detalles procedentes de los comentarios de autores árabes, muy difíciles de ser ubicados temporalmente, aunque siempre se refieren a etapas anteriores a mediados del siglo VI/XII. Confirman que los principales husun de la región, Monzón, Alcolea de Cinca o Fraga, contaban con sistemas de irrigación dentro de los cuales se plantaban viñas y frutales diversos combinados con el cereal. Dado que estas producciones eran comunes en las huertas de las grandes ciudades del Valle del Ebro, desde Tudela, Zaragoza, Huesca y Lérida hasta Tortosa, es previsible que su comercialización

116

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

fuera limitada60. Sin embargo, alguna de estas noticias manifiesta una orientación mercantil de la producción agraria, como ocurría en Fraga, cuya huerta proporcionaba azafrán y miel —un tinte y un edulcorante con una buena salida hacia los mercados urbanos61— o con Lérida, que exportaba lino según al-Himyarí a las restantes ciudades de la Frontera Superior62. El lino es una fibra textil que proviene de un cultivo de invierno de gran capacidad de adaptación a toda clase de suelos y cuya producción, altamente especializada, estaba encaminada como señala expresamente este geógrafo —más bien, sus fuentes sobre al-Ándalus, en particular al-Idrisi— a abastecer la demanda de los telares de las ciudades entre la Marca Superior (Zaragoza) y la Oriental (Tortosa).

5. La organización social de las explotaciones El análisis de los patrones de poblamiento y del paisaje agrario en los tramos inferiores de los ríos Cinca y Segre sugiere que a finales del siglo V/XI había tenido lugar en esta zona del Valle del Ebro una significativa penetración de los terratenientes urbanos en el mundo rural63. La posibilidad de una amplia expansión de la gran propiedad está corroborada por los datos de índole toponímica. Como se habrá podido observar, muchas de estas almunias eran conocidas en el momento de la conquista feudal por el nombre de su propietario, como sin duda sucedía con la almunia que vocatur de Avinferruz, pero también con las de Avinefar, Avin Habanon, Avincud (o Avinçud), Avinmomen, Avencal y Avenrampo en las listas que hemos comentado y figuran en apéndice. Lo mismo podría decirse de la extensa lista de las torres situadas a lo largo de los límites del término de Lérida que, en las comarcas del Bajo Cinca y el Segriá muestran el mismo fenómeno (fig. 8). Esta relación de torres y almunias, fechada en 1170, que procede de la delimitación de Lérida y en la cual se señala explícitamente que fue realizada por musulmanes64, muestra de nuevo diversos nombres en -Avin y -Abd que son muy evidentes, así como otros de consonancia árabe. Pero, sobre todo, hay algunas noticias más claras al alcance de la propiedad agraria de las élites urbanas andalusíes: así, al sudoeste de Lérida hay una turris de Ramon Roig qui fuit d’Alboatab de Ilerda, mientras que en la tabla, que concierne exclusivamente a las emplazadas a lo largo de la divisoria entre Fraga, Zaidín, Tamarite, Almenara y Alguaire con la capital, hallamos una «Torre del Zalmedina» que, obviamente, se refiere al magistrado urbano que llevaba ese título.

Turrim de las Archas Turrim d’Alroge Turrim de Çalmedina Turrim que est in Sas et fuit d’Avincalof [Turrim] d’Avinsigri [Turrim] d’Avinfortunyols Collata de Turre d’Açlen Turre de Guilabert Almenara la Veylla (...) fuit d’Avinfere Turris d’Aviniuniç [Turris] de Vacariça [Turris] d’Avacanicelas [Turris] dels Quadros [Turris] d’Abalachin [Turris] de Moreillon [Turris] de las Molas Casas d’Abdalaçiç Turres d’Abdagag [Turres] d’Avinbaxir fig. 8 Cuadro de torres documentadas en las comarcas del Bajo Cinca y el Segriá.

Algo semejante cabría pensar también de otros casos en los que este tipo de denominaciones han perdurado hasta la actualidad dispersos por los alrededores de Lérida, como sucede con Vinferri, Vensilló, Vinquin, Vinatesa, Vimpèlec, Vinaixa, etc.65. Alguno de estos topónimos, como los de Binifama/Benimafa, Binizandor, Bininavarro o Binipharagon66, podrían estar formados a partir de la partícula Beni-, indicadora de un asentamiento clánico y no de una posesión particular, pero no puede desestimarse que su formación se realizara a partir de antropónimos personales derivados de Ibn-. Eso sugieren, entre otros, los ejemplos de la almunia de Abin Feldal, cerca de Binéfar, conocida ya en el siglo XIV como Binofelda67 o Biniafamet/Binicameth, un topónimo en apariencia clánico, mencionado en 1089, pero que emerge más tarde con las formas Abin Aamet y Abinaameht, con seguridad más cercanas a la original68. En consecuencia, nos inclinamos a pensar, como hace Philippe Sénac, que en su mayor parte se trata de una toponomástica alusiva a propietarios individuales de estas instalaciones agrarias69. La documentación latina generada a raíz de los repartos posteriores a la conquista de Balaguer y Lérida corrobora esta hipótesis. En la primera de estas ciudades se mencionan en 1167 los «molinos viejos que fue-

ron de Almudafar» y un poco más tarde, en 1172, los «huertos de Almudafar», que sin duda aluden a Yusuf al-Muzaffar Sayf ad-Dawla, el soberano de la taifa de Lérida (1047-1078/1081), que también debió de disfrutar en el Cinca de la gran propiedad que —convertida en población— todavía porta como nombre su laqab, «Almudafar»70. Cabe añadir a esta lista provisional las alusiones a potentados de Balaguer, como Auemom/ Auimor, cuya almunia y torre se citan en textos de 1079 y 110871, o de Lérida, como un cierto Ahmad al-Saraqustí (Azmed Alsaraguzi), cuyas posesiones cercanas a los muros de la ciudad fueron entregadas a Arnau de Monpaó en 114872. Es posible que, en el caso de Lérida, algunas de estas fincas agrarias que revisten la forma de almunias surgiesen en época almorávide, pero en el Bajo Cinca, conquistado antes de la llegada de los bereberes a finales del siglo XI, no cabe duda de que el fenómeno es anterior73. Lamentablemente, los indicios toponímicos o arqueológicos apenas permiten discernir la identidad social de los posesores. Aunque los yacimientos de Zafranales y el Tossal de Solibernat han sido interpretados como reductos militares destinados a asegurar la defensa de las ciudades cercanas, esta es una solución casi arquetípica de los arqueólogos ante cualquier elemento fortificado, y lo cierto es que no hay razones para dudar de que se trate de explotaciones agrícolas de carácter plurifamiliar74. No obstante, la aparición en ambos asentamientos de un nutrido elenco de armas y elementos de panoplia (cuchillos, puntas de flecha, de dardo y de lanza, nueces de ballesta, etc.) plantea la cuestión, muy relevante, de la vinculación de las almunias con el ejército y más concretamente, la posibilidad de que una parte de estas explotaciones hubiera estado destinada, en calidad de iqta‘ o inzal, al sostén del yund de la taifa. Este género de concesiones plantea suficientes problemas como para adoptar las máximas precauciones al abordarlo, de modo que aquí nos conformaremos con indicar que es necesario comprobar en el registro material las conexiones entre las élites armadas de los ejércitos taifas y las explotaciones agrarias que, al menos parcialmente, remuneraban sus prestaciones75. La hipótesis de que las almunias se relacionaban con propietarios urbanos es, en principio, sólida, pero no es fácil ir más allá de esta propuesta genérica. Tanto en las comarcas del medio y bajo Cinca como en Balaguer o Lérida, los antropónimos que se repiten para designarlas son muy escasos, lo que implica que probablemente los terratenientes, sea cual fuere su naturaleza, rural o urbana, no disponían de un número elevado de estas posesiones. Esta circunstancia es coherente con el volumen demográfico de las medinas como Monzón

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

117

y Fraga, a las que no cabe atribuir una capa social elevada demasiado rica o poderosa, y sugiere que Lérida, constituida como taifa tardíamente, tampoco contaba con una élite de potentados desmesuradamente enriquecida. Pero la gran o mediana propiedad no depende en exclusiva de la cantidad de almunias sino también de su superficie y de la intensidad del cultivo de sus tierras. Desde este punto de vista, los datos disponibles son desesperantemente pobres por el momento. Las excavaciones de los yacimientos citados muestran áreas residenciales reducidas, que se ciñen a dos o tres familias —cuya amplitud tampoco podemos medir—, y las distancias entre almunias dejan claro que sus términos no eran tan vastos como para albergar a comunidades campesinas como tales. En sentido opuesto, resulta complicado imaginar explotaciones campesinas familiares dotadas de términos que, a juzgar por la separación entre ellas, podían alcanzar en algunos casos varios cientos de hectáreas, dotadas de torres y recintos defensivos por sumarios que fuesen, y que, en última instancia, constituyeron parte esencial de las riquezas transferidas a los grandes nobles navarro-aragoneses o catalanes, a las iglesias y monasterios o que los reyes conservaron para sí mismos. Por consiguiente, quizá haya que pensar en que bajo el apelativo de «almunia», haya realidades poblaciones diversas, desde un pequeño núcleo con dos o tres familias de cultivadores a otras que se hallaban en el umbral de las alquerías. Siendo una forma de poblamiento eminentemente dispersa, esta gradación permitiría explicar las razones por las cuales algunas de estas almunias desaparecieron, otras se han mantenido hasta nuestros días como grandes explotaciones aisladas y un número nada desdeñable recibió cartas de población y se transformó en villas o aldeas durante el periodo feudal. La variedad morfológica no impide subrayar que, hasta donde llegan nuestros conocimientos, las almunias del Bajo Cinca y el Segre parecen explotaciones trabajadas por cultivadores que no eran sus propietarios y, por tanto, se relacionan con una distribución de la propiedad agraria desequilibrada en favor de las madinas y ciudades comarcales o regionales y sus grupos dirigentes. Si retornamos ahora al texto que transmitieron alQazwiní y al-Himyarí, se puede comprobar que el léxico utilizado en él es bastante revelador. Así, la palabra empleada para denominar a estos establecimientos —recordemos de paso que «almunia» asoma únicamente en los textos latinos y, muy esporádicamente, en la toponimia— es el ar. diy‘a, esp. «aldea», generalmente reservado en al-Ándalus para aludir a fundos trabajados por aparceros, un uso en este fragmento que encaja perfectamente con el vocablo ar. ‘amirun, esp. «colo-

118

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

nos», utilizado para referirse a sus habitantes. En este sentido, la documentación posconquista del Valle del Ebro distingue ocasionalmente entre moros horros, es decir, «libres», dueños de las tierras que labraban, de los exaricos, campesinos vinculados a explotaciones de las que eran tenentes pero no propietarios y por las que estaban obligados a satisfacer rentas agrarias76. Si bien muchos de estos exaricos eran musulmanes que entraron en relaciones de dependencia con los nuevos nobles y eclesiásticos cristianos, no cabe duda de que otros continuaron cultivando las tierras que habían heredado de sus antepasados trasladando a los conquistadores los derechos que antes ostentaban los miembros de las elites urbanas andalusíes. En ambos casos, es posible que estas rentas estuvieran basadas en contratos de jamsa, en los que el «quintero» (ar. mas’alat al-jams) ponía su trabajo y un quinto de la simiente y el propietario el resto de los elementos necesarios, a cambio de esa misma proporción de la cosecha77. La conclusión que se desprende de estos razonamientos es que las almunias formaban parte durante el periodo taifa, al menos en los territorios del norte de la Depresión del Ebro, de un conjunto institucional y económico en el que el poblamiento disperso, la gran y mediana propiedad rural, el mercado, la producción agraria y los contratos de aparcería se desarrollaban en paralelo con el fin último de abastecer a las medinas. Según este argumento, en alguna fase todavía indeterminada del crecimiento demográfico los propietarios urbanos comenzaron a competir con las comunidades rurales por el dominio de la tierra y el agua. Si los elementos que hemos recuperado para cartografiar la distribución de las almunias no mienten, esta pugna se desarrolló principalmente alrededor de las tierras comunales, en la zona estudiada los interfluvios semiáridos entre los cursos del Cinca y el Segre. Es verosímil además que las autoridades urbanas, en particular los dirigentes taifas, apoyasen a los terratenientes radicados en las ciudades, y que esta ayuda fuera en detrimento de los campesinos peor dotados de tierras de las alquería rurales, convertidos en aparceros o exaricos de las explotaciones creadas o adquiridas por los terratenientes. La presión ejercida desde las ciudades no fue suficiente para desarticular a las alquerías, que continuaron existiendo hasta la conquista feudal y normalmente también después (con población mudéjar o pobladores cristianos), pero sí para que se ocupasen de una manera todavía liviana, pero ya eficaz, los terrazgos periféricos de los paisajes agrarios. Y, naturalmente, para que progresara la desigualdad social en el seno de las comunidades campesinas y en la relación entre estas y los núcleos urbanos, cada vez más favorable a la medinas.

NOTAS 1. 2.

3. 4.

5. 6. 7.

8. 9. 10. 11. 12. 13.

14. 15.

16. 17. 18. 19.

20.

Manzano Moreno, 2006, p. 274, por ejemplo. Sénac, 2000, que resume y amplía sus trabajos anteriores relativos a la región de Huesca-Barbastro. Respecto a la zona del Segre, véase Eritja i Ciuró, 1998; Brufal Sucarrat, 2013a. No hace falta decir que se trata de estudios llevados a cabo con la metodología señalada en el texto, es decir, mediante una combinación variable de fuentes escritas, especialmente posconquista, y arqueología. A título comparativo, véase Trillo San José (ed.), 2002. Sénac, 1988, pp. 53-69; Giralt i Balagueró, 1991. No obstante, se puede consultar, además de los trabajos de Ph. Sénac citados en las notas anteriores, Laliena Corbera y Ortega Ortega, 2010, pp. 157-182. PACB, II, n.º 525 [1120.XI.14]. Ibn al-Kardabus, ed. 1986, p. 149. Para el Bajo Segre y Bajo Cinca, véase: Pita Mercé, 1957; García Biosca y Rodríguez Duque, 1992. Sobre alguno de los yacimientos en concreto, véase: Scales, 1990, p. 65 (Montagut); Brufal Sucarrat, 2008, pp. 631-687 (Castelldans); González Pérez, Markalain Torres, Rubio Ruiz y García Biosca, 1987, pp. 57-71 (Albesa); ibid., 1987, pp. 71-80 (Alcoletge); Bolós Masclans y Rodríguez Duque, 1997 (Carratelá); García Biosca, 1997 (Gebut). Sénac, 2010. El doc. en CDPI, n.º 130 [1103.08]. Sobre las excavaciones, véase Sénac, 1990; 2000, pp. 237-244. Eritja i Ciuró, 1998, pp. 20-24; ibid., 2000; Monjo Gallego, Alòs Trepat y Solanes Potrony, 2009, pp. 172-175. Brufal Sucarrat, J., 2008. Laliena Corbera, 1996, pp. 127-128. Hemos manejado dos copias de este reparto de diezmos: Archivo de la Catedral de Lleida, carp. 09-00889, perg. 4 (copia de 1150) y, en el mismo archivo Llivre Vert, fols. 13-14 (copia de ca. 1200). Agradecemos cordialmente la ayuda de Guillermo Tomás respecto a la primera. Existe una edición: Canellas López, n.º 110, incompleta y con problemas de transcripción. Respecto a las características de los repartos de tierras tras la conquista aragonesa véase Laliena Corbera, 2007, pp. 17-50. También, para el caso de Lérida, Eritja i Ciuró, 2003. CDPI, n.º 11. Las localidades ocupadas y las que se preveía que cayeran próximamente se indican en el doc. de 1089, ya citado. Sobre la localización de Kalavera, véase Utrilla Utrilla, 1986, p. 29. La población de Bellver tuvo lugar en 1240: CPRA, n.º 180 [1240.09.2]. DERRVE, n.º 304 [1141.04.26]. DERRVE, n.º 345 [1147.05]. En general, Ubieto Arteta, 1981, pp. 219 y 223. Doc. cit. nota 12. El texto comienza en este apartado: De almuniis vero de Litera que pertinent ad Sanctam Mariam de Montson et sunt de termino eiusdem castri de Montson: almunia de Belasc Fertugnons, alia de senior Forti Fortiz, almunias de comite Sancio [...] y continúa con la enumeración de las restantes almunias. Hemos entendido que alia, que se repite frecuentemente, equivale a «otra [almunia]». Puede servir de ejemplo de estas conexiones toponímicas la almunia de Surraal (en el listado de 1089-1092) que debe de ser la de Zaraballa, conservada por Sancho Ramírez bajo su dominio directo antes de donarla a la catedral de Roda: CDPI, doc. 84 [1100]: illa almunia quod dicitur Saravalla que fuit de meo patre, cui sit requies, cum totos suos terminos, sicut erat inde tenente ista predicta almunie die quando eam donavi ad hoc locum superius scriptum.

21.

22. 23. 24.

25.

26. 27.

28. 29.

30. 31.

32.

33.

34. 35. 36.

37. 38. 39. 40. 41.

Probablemente se trate de almunias o hábitats equivalentes. En 1106, uno de estos lugares, Pinos, es señalado por Asuero Fafilaz, un noble gallego al servicio de Pedro I, como illa almunia qui dicitur Pinus in eodem territorio (Monzón): CDCH, n.º 97 [1106.05]. Así sucede con la llamada Moza (illa Moza qui est subtus Selgua), citada en DERRVE, n.º 272 [ca. 1136-1150]. Se conservan en Gimenells restos de una torre de planta cuadrada (9 x 9 m) y de un aljibe (6,7 x 4,7): Scales, 1990, p. 65. CDPI, n.º 9 [ca. 1090]: illa almunia de Medalaflag et illa almunia de Iben Gelar ambas cum eorum terminis quod abebat et tenebat die quod Deus omnipotens donauit nobis Montson. CDPI, n.º 104 [1101.11]: illam meam almuniam que dicitur almunia de Iben Zahuda, cum omnibus suis propiis terminis et pertenenciis. La donación se realiza en favor de la catedral de Roda y la iglesia de Santiago de Chalamera, lo que sugiere que se hallaba dentro de la zona comprendida por el reparto de diezmos. DERRVE, n.º 340 [1146.12.11]: illa almunia que dicitur Comfita, que est in illa ripa de Cincha. DERRVE, n.º 272 [ca. 1136-1150]: illa quatra de valle de Lerita subtus illo camino, et abet ad aquilonem almunia de Rota, et a septentrione almunia de Sancta Maria de Alaon, et ad oriente caminum de Lerita. CDCH, n.º 335 [1176-1177]: almuniam d’Adarant que est in termino de Monzon. DERRVE, n.º 410 [1174.05]: menciona la almuniam nomine Abinaameht, que debe de ser la de Biniafamet o la de Binacmeth en los listados arriba estudiados. El doc. añade: medietatem unius almunie nomine Aliazar, que est in terme et dominium Bergarium de Tamariht (sic.). CDSV, n.º 136 [1102.01]: illa almunia de Leu (o Lacu) cum totis suis terminis ad integro circumdata. Grau Quiroga, 2010, doc. 261 [1169.06.18]: medietate de illa almunia quam habeo in termino de Montson, que advenit mihi per patrimonium que antiquitus vocabatur almunia de Avinamum. CDPI, n.º 107 [1100.01]: Pedro I dona a San Victorián de Sobrarbe una almunia in Campo de Litera, suptus ipso molare; illa almunia de Abin Feldal, cum toto suo termino ad integro et totas ipsas terras quas ad ipso die quod castrum Montson captum fuit ad christianos erat ipsa almunia tenente; et alia almunia in termino Montson ad Ipsas Iesas; illa almunia de Lacu, cum toto termino ad integro, sicut erat tenente in die quando dedit Deus Montson ad christianos [...] et medietate de ipsa almunia de Iben Gamar et totos suos terminos et totas suas terras. Binafelda aparece en el monedaje de 1397: Utrilla Utrilla, 1986, p. 83. CPRA, n.º 90 [1169.01.1]: illas almunias La Pitella et Vinaçet et Binipharagon [infra campo Litera subtus Moncson], que habían sido donadas por Pedro I a Íñigo Aznárez de Esposa. Sénac, 1991, p. 400; 2000, pp. 256-257. CPRA, n.º 84 [1158.01.27]: illa almunia [de Binéfar] cum suis terminis, cum ipsas duas almunias cum suis terminis subtus. El lugar existía todavía a finales del siglo XIV y aparece mencionado en el registro del monedaje de 1397 como Labenahut: Utrilla Utrilla, 1986, p. 63. Para una comparación con los alrededores de Lérida, Brufal Sucarrat, 2009. Borgexaras se cita en CDPI, n.º 11. Los restantes topónimos se conservan en la actualidad. Eritja i Ciuró, 1998. Eritja i Ciuró, 1998, p. 23: una turrim destructam ubi unum penal habet et crucem in porta de ipso albacar qui ibi fuit. DERRVE, n.º 272 [ca. 1136-1150]: Retinuit sibi illa canna de illa turre de La Moza cum illo corral denante, et cum duabus zeis que sunt ad illa calze de illa turre ex meridiana parte.

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

119

42.

43. 44. 45.

46. 47.

48. 49. 50. 51. 52.

53. 54. 55. 56. 57. 58. 59. 60.

61.

120

El topónimo del yacimiento de Marcén que excava Philippe Sénac, Las Sillas, es, en realidad, una reinterpretación popular del correcto Las Cías, evolución de cillas, que muestra el conocimiento local de la existencia de estos silos: Sénac, 2009, p. 16. Rey Lanaspa, 1997. Rodríguez Duque y González Pérez, 1986; García Biosca y Rodríguez Duque, 1992. En general, García Biosca y Rodríguez Duque, 1992. También, sobre los casos concretos de Avingaya y Vinferri, véase González Pérez y Xandri Solè, 2003; Brufal Sucarrat, 2013a, pp. 210-214 y 286-288, respectivamente. La edilicia de estas construcciones ha sido tratada por este último autor en Brufal Sucarrat, 2013b. Montón Broto, 1997a; 1997b; 1997c. Rovira i Port, González Pérez y Rodríguez Duque, 1983-1984; Rovira i Port, Casanovas i Romeu, Gon­zález Pérez y Rodríguez Duque, 1997; Rovira i Port y Casanovas i Romeu, 2006. Al-Himyarí, ed. 1938, Rawd al-mi‘tar, p. 202. González Pérez, 1997. Al respecto, Carballeira Debasa, 2002, pp. 140-148 y 148-161; García Sanjuán, 2002, pp. 259-291. El reparto de aguas entre estas localidades figura en un doc. de 1296: Iranzo Muñío, 1999, pp. 107-110. En 1199 el obispo de Lérida, concedió a los templarios la mitad de los diezmos de totum secanum quod hodie habent predicti fratres a cequia Supris usque ad pedem montis siempre que lo pusieran en cultivo a su propia costa, al igual que omni autem alio secano ultra Cinca in termino de Fraga constituto que ya cultivaban o pensaban roturar asumiendo los gastos. Naturalmente, en caso de que lo entregasen a otros para su labranza, estos pagaban íntegramente los diezmos a la iglesia de Fraga: Castillón Cortada, 1980, p. 389. Pita Mercé, 1954, p. 334. Castaños Ugarte, 1988, pp. 147-149 Cortés, Lluró y Torres, 1986. Alòs et al., 2007, pp. 163-164. Los restos de bovinos y cérvidos son muy escasos. Alonso Martínez, 2005, pp. 352-357; Alòs et al., 2007, pp. 161-163. Las dificultades para identificarlo son mayores: Comet, 1992, p. 228. Comet, 1992, pp. 244-252. Al-Razí, ed. 1975, Crónica, pp. 43-44: «E el otro castillo es el de Monçon e es muy fuerte a maravilla e muy alto, es yaze sobre este rrio de las Olivas, e a muy buenas vegas e muy bien plantadas de arboles e de viñas e es muy gran villa e muy buena e muy fermosa» (Monzón); «E el otro castillo a nombre Alcolea e yaze sobre este rrio de las Olivas, e a muy buenas vegas rregantias e muy bien plantadas de arboles y vinas, e es lugar muy placentero. E bien plantado e bien conplido de todas las cosas» (Alcolea de Cinca); «E el otro [castillo] es Fraga. E Fraga yaze sobre el rrio de las Olivas; e Fraga a muy buena vega e de muchos buenos arboles e muy buenos regantios» (Fraga). Ḏikr bilad al-Andalus, ed. 1983, p. 77: «Fraga es una de las capitales del oriente de al-Ándalus, ciudad antigua y de remota fundación, sus habitantes son árabes de origen, pues en al época de la conquista se establecieron allí unas tribus yemeníes cuta

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

62.

63.

64. 65. 66.

67. 68.

69. 70. 71.

72.

73.

74.

75. 76.

77.

descendencia continúa habitándola; son gente piadosa y de fe firme. Produce mucha miel y azafrán de calidad». Al-Himyarí, ed. 1938, Rawd al-mi‘tar, p. 202: «La ciudad de Lérida tiene un territorio fértil, aunque el suelo de la región vecina sea estéril; posee numerosos jardines y frutos en abundancia. Esta especializada en el cultivo del lino, del que hay muchas plantaciones y es excelente. Se exporta de allí a todas las regiones de la zona de las Fronteras». Sobre la producción de lino en al-Ándalus, Lagardère, 1991; 1993, pp. 413-439. Nuestro planteamiento intenta ser más concreto que el de Brufal Sucarrat, 2010, pp. 343-358. Este proceso puede insertarse en el de urbanización que muestra para Lérida Sabaté i Curull, 2003, pp. 41-214. Gras y de Esteva, 1916, pp. 167-172. Sobre estas torres, Eritja i Ciuró, 1998, pp. 73-75. Binifama aparece en el doc. de 1089, ya citado (nota 11). Ph. Sénac lo transcribe como Benimafa: Sénac, 2000, p. 229. El resto de los topónimos se encuentran en los docs. cit. de 1089 y 1092 (notas 13 y 14). CDPI, n.º 107 [1100.01]; Utrilla Utrilla, 1986, p. 83. Doc. cit. nota 11 y CDAI, n.º 31 [1108.XII]: illa almunia de Abin Aamet que est in Litera; DERRVE, n.º 410 [1174.V]: unam almuniam nomine Abinaameht, que mihi ex comparatione contigit. Sénac, 2000, p. 256; Eritja i Ciuró, 1998, pp. 33-39. CDSPA, n.º 443 [1172.06.28]: ortum de Almin Dafar y Brufal Sucarrat, 2008, p. 404. CDSPA, n.º 113 [1079.04.22]: in termino de Balaguer, ubi uocant ipsa almunia de Auemom; y n.º 203 [1108.02.5]: ecclesiam de Castellonis cum illa turre de Auimor et de Auimheba (Castelló de Farfanya, junto a Balaguer). Brufal Sucarrat, 2008, p. 404: infra muros Ilerde ipsum capudmansum de Azmed Alsaraguzi, cum suis domibus integre et cum omnibus suis tenedonibus ac pertinentiis que sibi pertinent vel pertinere debent in omnibus locis infra Ilerdam et de foris. Eritja i Ciuró, 1997, señala que dos almunias, una en término Seròs y otra en Alcarrás, conservan el topónimo Avinganya, derivado del nasab de Yahya b. Ganiya, gobernador de Valencia y Murcia, jefe de las tropas almorávides que rompieron el cerco aragonés de Fraga en 1134. En general, Brufal Sucarrat, 2007. Montón Broto, 1997a, pp. 191-198; ibid., 1997b, p. 58; Rovira i Port et al., 1997, pp. 105-110; Rovira i Port y Casanovas i Romeu, 2006, p. 164. Con buen criterio, Eritja i Ciuró, 1998, p. 19 ha puesto en duda esta interpretación. Chalmeta Gendrón, 1975, pp. 1-90. La información es particularmente clara respecto a Grisén, en el valle del Jalón, donde se mencionan en 1134 suos moros horros —DERRVE, n.º 237 [1134.09.30]— y, en 1178, se distingue entre illis sarracenis qui fuerint exarichs de christianis de Grisenich y aliis vero sarracenis qui no fuerint exarichs —CPRA, n.º 112—. Un modelo de este tipo de contratos en Ibn al-Attar, ed. 2000, p. 165 y el comentario de Pedro Chalmeta en pp. 153-154 y, en general sobre los contratos agrarios andalusíes, pp. 147-199. En la capitulación suscrita en 1119 por Alfonso I y las autoridades de Tudela, donde también son frecuentes las almunias, se reconocía el derecho del propietario en el marco de un contrato de esta naturaleza, es decir, al quinto: CDAI. n.º 91 1119.03].

Apéndice Cuadro general de almunias documentadas en el valle del Cinca (siglos XI-XII) nombre

Castellon Ceboler Pomar Sancta Lezinia Alcoleram Untignana Vallopar Sancti Stephani de Litera Barcharchar Arestolas Selgua Gil Almunia de La Campania [Almunia de] Cardel [Almunia de] Primisan Ilx Orriols Orriol Odina Rubio Murella Xalannera Fraga Ceidin Oso Filzena Urzeia Albalat Calavera (Kalavera) Arrafals Almunia [Almunia] Almunias [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia]

localización

posesor feudal

posesor musulmán

Castejón del Puente Pomar de Cinca Santa Lecina Alcolea de Cinca Ontiñena Ballobar San Esteban de Litera Valcarca Ariéstolas Selgua Selgua La Campaña (Selgua) Torre Cardiel (Castejón del Puente) Permisán Ilche

Monte Odina (Ilche) Morilla (Ilche) Chalamera Fraga Zaidín Osso de Cinca

Albalate de Cinca Monte Juliá (Belver de Cinca) ¿Ráfales? Belasc Fertugnons Forti Fortiz comite Sancio Lop Enegons de illa Zuda de Abdalmec scrivan Ramon Guillem [de Binnech] Bernard Gombad Pere Ramón de Eril Fertun Sanz de Cuella Garcia Cecodin Enneco de Isiro Garcia Acenarç de Orçasso Lop Lopez Pere Ramon comite de Paillars Ennec Galinz de Soso senior Eneg Ferugnons Exemen Sanz de Salamanga Acenar Acenarç Garcia [Enegons] merino Sanz de Grads Dominico de Alkezar Sang Lopez Garcia Martin

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

121

[Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] de Ripa Freta [Almunia] [Almunia] de Ovo [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia] de Surraal [Almunia] de Tapio[las] [Almunia] de Petra Retunda [Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunia]

Ramon Guillem Galin Belasc Johan [Avingarcia] Garcia Exemenons Zaalmedina senior Fertun Dat senior Sang Acenarç de Odina Garcia Pepiniz Exemen Sanz de Belarra [Sanz] Acenarz de Burro Sang Garcez de Gavin senior Galin Garçez, suo nepote Tarin senior Lop Fertunons de Castillon Dextre [Galin Sanz de] Baon Ramon Guillem Ciclao Pere de Valencia Vicent de Valencia Lop Garcez de Sancto Celedonio Bertran Ot et de Pilzan dona Lopa [Sancto Petro de] Iacha Garcia Exemenons de Grostan Sancta Maria de Solsona Sang Sanz de Grads don Calvet Sancti Victoriani Pere Brocard [Avin]albes Gombad Ramon de Gudel comite de Erro Atarrevi Avin Febrero Exemen Sanz de Salamanga [Petro] Sanz Ovico Sanz Avin Ferrozol Sang Exemenons Ramon Guillem de Bignec Sang Acenarz Binifama Zaraballa (Monzón) Tapió (El Plá de la Font) ¿Peñarroa (Bellver de Cinca)? Avin Cepoller Biniafamet

[Almunia] Almunias (tres) [Almunia] in Sosa [Almunia] in Sosa [Almunia] in Sosa [Almunia] in Sosa

122

La Sosa (Monzón) La Sosa (Monzón) La Sosa (Monzón) La Sosa (Monzón)

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

Mir Arnal Exemen Sanz de la Perola senior Lopz Garcez de Sancto Celedonio domna Caritas [...] Ramon Arnal Garcez Lob Sanz Mir Arnal frater

[Almunia] [Almunia] [Almunia] [Almunias] (cuatro) [Almunia] [Almunias] (dos) [Almunias] (dos) [Almunia] [Almunia] [Almunia] ad illas Gipsas Illa Ceida Almaceger Subes Gemenells Almunia de illas Archas Almunia Almunia de Rivol et Sancti Stephani Vila Roia Vinazecha castrum Devols Binacmeth Illo Gancho [Almunia] Coscolla Arraal Borgexaras Splues Forabal

Las Yesas (?)

Gemenells

Ramon Gombal Bernard Gombal Ramon Guillem de Castro Pere Bertran [Gaizbert de] Acanue Mir Guillem Amat Ricolf Berenguer Gombal Bernard Ramon Garcia Martini

infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro

¿La Menudilla (Monzón)?

infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro infante Pedro

Castillo de la Mora

infante Pedro

¿Binaced? ¿Binaced?

infante Pedro infante Pedro

[Almunia]

Farachon (Binaced)

infante Pedro

Pinos Mathas Aiarnez [Almunia] illa Moza qui est subtus Selga [Almunia] illa Cardosa

Pins (Binaced) Las Matas (Monzón) Fajarnés

infante Pedro infante Pedro infante Pedro

Selgua

infante Pedro

¿La Cardosa (Ilche)?

infante Pedro

[Almunia]

¿Benafut (Binéfar)?

[Almunia] illa de Gervesa [Almunia] [Almunia] Almuniola [Almunia] Binizendor Almolel [Almunia] [Almunia] Almanarella [Almunia] Castillos de illas Carboneras Benezeide [Almunia] illa Petiella

Avinferruz

¿Binaced?

¿La Coscolla (Esplús)? ¿Ráfales (Esplús)? Esplús

Binéfar

Binacmeth illa de Alfarra

Binanavarro (?) illa de Avencal illa de Avenrampo illa de Alboarro Binizendor Almolel illa de Avinefar illa de Avinmomen

Benezeide illa [de] Faraion Binipharagon (?)

infante Pedro

illa de Avincud

[Almunia]

infante Pedro

illa de Avin Habanon

[Almunia]

infante Pedro

illa de Arenas

infante Pedro

illa de Amil

infante Pedro

illa de Ram

[Almunia] [Almunia]

Adamil (Monzón)

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

123

Abreviaturas CDAI. Colección Diplomática de Alfonso I de Aragón y Pamplona (1104-1134), ed. de José Ángel Lema Pueyo, San Sebastián, 1990. CDPI. Colección diplomática de Pedro I de Aragón y Navarra, ed. de Antonio Ubieto Arteta, Zaragoza, 1951. CDSPA. Col.lecció diplomàtica de Sant Pere d’Àger fins 1198, ed. de Ramón Chesé Lapeña, Barcelona, 2011. CPRA. Cartas de población del reino de Aragón en los siglos medievales, ed. de María Luisa Ledesma Rubio, Zaragoza, 1991.

DERRVE. Documentos para el estudio de la reconquista y repoblación del Valle del Ebro, ed. de José María Lacarra de Miguel, Zaragoza, 1982-1983. PACB. Els pergamins de l’Arxiu Comtal de Barcelona, de Ramón Berenguer II a Ramón Berenguer IV, ed. de Ignasi J. Baiges, Gaspar Feliu y Josep Maria Salrach (dirs.), Barcelona, 2010.

Bibliografía ALONSO MARTÍNEZ, Natàlia (2005). «Agriculture and food from the Roman to the Islamic Period in the North-East of the Iberian peninsula: archaeobotanical studies in the city of Lleida (Catalonia, Spain)», Vegetation History and Archaeobotany, 14, pp. 341-361. ALÒS, Carme; CAMATS, Anna; MONJO, Marta; SOLANES, Eva; ALONSO, Natàlia; MARTÍNEZ, Jorge (2007). «El Pla d’Almatà (Balaguer, la Noguera): primeres aportacions interdisciplinàries a l’estudi de les sitges i els pous negres de la Zona 5», Revista d’Arqueologia de Ponent, 16-17, pp. 145-168. BOLÓS MASCLANS, Jordi; RODRÍGUEZ DUQUE, Josep Ignasi (1997). «Castell y vilatage de Carratalà», en El Segrià. Les Garrigues. El Pla d’Urgell. La Segarra. L’Urgell. Catalunya Romànica, XXIV, Barcelona, pp. 105-106. BRUFAL SUCARRAT, Jesús (2007). «La sociedad almorávide en el distrito de Lérida (1102-1146). La representación del poder mediante las propiedades rurales», Medievalismo, 17, pp. 3-15. —— (2009). «La Lleida de secano en los siglos XI-XII: nueva interpretación del territorio», en Antonio Malpica Cuello (ed.), Análisis de los paisajes históricos. De al-Andalus a la sociedad feudal, Granada, pp. 241-267. —— (2010). «Las élites urbanas y sus vínculos con el espacio rural del distrito musulmán de Lleida (s. XI)», en Philippe Sénac (ed.), Villa 3. Histoire et archéologie des sociétés de la Vallée de l’Èbre (VIIe-XIe siècles), Toulouse, pp. 343-358. —— (2013a). El món rural i urbá en la Lleida islàmica (s. XI-XII). Lleida i l’est del districte: Castelldans i el pla del Mascançà, Lleida. —— (2013b). «Identificación y sistematización de las técnicas constructivas andalusíes en el distrito musulmán de Lleida», Nuevas investigaciones de Jóvenes Medievalistas, Murcia, pp. 69-80. CANELLAS LÓPEZ, Ángel (1993). La colección diplomática de Sancho Ramírez, Zaragoza. CARBALLEIRA DEBASA, Ana María (2002). Legados píos y fundaciones familiares en al-Andalus, Madrid. CASTAÑOS UGARTE, Pedro (1988). «Estudio de los restos faunísticos del yacimiento de Zafranales», Annales. Anuario del Centro de la UNED de Barbastro, V, pp. 147-161. CASTILLÓN CORTADA, Francisco (1980). «Política hidráulica de templarios y sanjuanistas en el valle del Cinca (Huesca)», Cuadernos de Historia Jerónimo Zurita, 35-36, pp. 381-443. CHALMETA GENDRÓN, Pedro (1975). «Concesiones territoriales en al-Andalus (hasta la llegada de los almorávides)», Hispania, 35, pp. 1-90. COMET, Georges (1992). Le paysan et son outil: essai d’histoire technique des céréales (France, VIIIe-XVe siècles), Roma. CORTÉS, María del Agua; LLURÓ, Josep Maria; TORRES, José Manuel (1986). «La fauna dels jaciments medievals del Castell

124

C AR LOS LALIENA COR B E R A / J UL IÁN M . OR T E GA OR T E GA

Formós i Pla d’Almatà (Balaguer)», I Congreso de Arqueología Medieval Española, Zaragoza, t. I, pp. 377-407. Ḏikr bilad al-Andalus. Una descripción anónima de al-Andalus (ed. 1983). Ed. y trad. de Luis Molina, Madrid, 2 vols. ERITJA I CIURÓ, Xavier (1998). De l’almunia a la turris: organització de l’espai rura a la regió de Lleida (segles XI-XIII), Lérida. —— (1997). «Les turres-almuniae d’Avinganya», Territori i Societat a l’Edat Mitjana. Historia. Arqueologia. Documentació, I, Lérida, pp. 179-189. —— (2000). «Qüestions entorn de la frontera meridional del fahs Maskigan (s. XI-XII)», Territori i Societat a l’Edat Mitjana, Lleida, pp. 295-304. —— (2003). «Estructuració feudal d’un nou territori al segel XII: l’exemple de Lleida», en Miquel Barceló, Gaspar Feliú, Antoni Furió, M. Miquel y Jaume Sobrequés (eds.), El feudalisme comptat y debatut. Formació y expansió del feudalime català, Barcelona, pp. 293-313. GARCÍA BIOSCA, Joan Eusebi (1997). «Castell y vilatage de Gebut», en El Segrià. Les Garrigues. El Pla d’Urgell. La Segarra. L’Urgell. Catalunya Romànica, XXIV, Barcelona, pp. 232-234. GARCÍA BIOSCA, Joan Eusebi; RODRÍGUEZ DUQUE, Josep Ignasi (1992). «Aproximación al poblamiento árabe del Bajo Segre: hábitat y fortificaciones», III Congreso de Arqueología Medieval Española, Oviedo, pp. 360-368. GARCÍA SANJUAN, Alejandro (2002). Hasta que Dios herede la tierra. Los bienes habices en al-Andalus (siglos X-XV), Huelva. GIRALT I BALAGUERÓ, Josep (1991). «Fortificacions andalusines a la Marca Superior d’Al-Andalus: aproximació a l’estudi de la zona nord del districte de Lleida», en Philippe Sénac (coord.), La Marche Supérieure d’Al-Andalus et l’Occident chrétien, Madrid, pp. 67-76. GONZÁLEZ PÉREZ, Joan Ramon (1997). «Vilatge dels Castellots», en El Segrià. Les Garrigues. El Pla d’Urgell. La Segarra. L’Urgell. Catalunya Romànica, XXIV, Barcelona, p. 221. GONZÁLEZ PÉREZ, Joan Ramon; XANDRI SOLÈ, Joana (2003). «El procés de recuperació de l’antiga casa trinitària d’Avinganya (Seròs, el Segrià)», II Congrés d’Arqueologia Medieval i Moderna a Catalunya, t. I, Barcelona, pp. 49-64. GONZÁLEZ PÉREZ, Joan Ramon; MARKALAIN TORRES, Juli; RUBIO RUIZ, Daniel; GARCÍA BIOSCA, Joan Eusebi (1987). «Fortificacions entre Lleida i Balaguer. Preliminars», Fortaleses, torres, guaites i castells de la Catalunya medieval. Acta Mediaevalia. Anex, 3, Barcelona, pp. 53-112. GRAS Y DE ESTEVA, Rafael (1911). La Pahería de Lérida. Notas sobre la antigua organización municipal de la ciudad (11491707), Lérida. GRAU QUIROGA, Núria (2010). Roda de Isábena en los siglos X-XIII. La documentación episcopal y del cabildo catedralicio, Zaragoza.

AL-HIMYARÍ (ed. 1938). La Péninsule Ibérique au Moyen Age d’après le Kitab Ar-rawd al-Mi’tar fi Habar al-Aktar d’Ibn ‘Abd Al-Mun’im al-Himyari, ed. de Évariste Lévi-Provençal, Leiden. IBN AL-ATTAR (ed. 2000). Formulario notarial y judicial andalusí del alfaquí y notario cordobés m. 399/1009, estudio y transcripción de Pedro Chalmeta y Marina Marugán, Madrid. IBN AL-KARDABUS (ed. 1986). Historia de al-Andalus, ed. de Felipe Maíllo Salgado, Madrid. IRANZO MUÑÍO, María Teresa (1999). «Transcripción del Cartulario», Libro de Privilegios de Fraga y sus aldeas. II. Estudios y transcripción, Zaragoza, pp. 99-184. LAGARDÈRE, Vincent (1991). «Culture et industrie du lin en al-Andalus au Moyen Âge», Studia Islamica, 7, pp. 143-165. —— (1993). Campagnes et paysans d’al-Andalus VIIIe-XVe, Paris. LALIENA CORBERA, Carlos (2007 ). «Repartos de tierras en el transcurso de la conquista feudal del Valle del Ebro (10801160)», en Enric Guinot Rodríguez y Josep Torró Abad (coord.), Repartiments medievals a la Corona d’Aragó (segles XII-XIII), Valencia, pp. 17-50. —— (1996). La formación del Estado feudal. Aragón y Navarra en la época de Pedro I, Huesca. LALIENA CORBERA, Carlos; ORTEGA ORTEGA, Julián M. (2010). «Un hisn entre otros: fortificaciones, regadíos y distritos administrativos en la región del Ebro. El ejemplo de Alcañiz el Viejo (Teruel)», en Philippe Sénac (ed.), Villa 3. Histoire et archéologie des sociétés de la Vallée de l’Èbre (VIIe-XIe siècles), Toulouse, pp. 157-182. MANZANO MORENO, Eduardo (2006). Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formación de Al-Andalus, Barcelona. MONJO GALLEGO, Marta; ALÒS TREPAT, Carme; SOLANES POTRONY, Eva (2009). «El Pla d’Almatà (Balaguer, la No­ guera): vint anys de recerca arqueològica», en Flocel Sabaté i Curull (dir.) y Jesús Brufal Sucarrat (coord.), Arqueología Medieval. La transformación de la frontera medieval musulmana, Lérida, pp. 177-195. MONTÓN BROTO, Félix J. (1997a). «Los materiales islámicos del yacimiento de Zafranales (Fraga, Huesca)», Bolskan, 14, pp. 157-231. —— (1997b). «El poblamiento de la frontera hispano-musulmana en al-Andalus durante el siglo XI: Zafranales (Huesca)», Archéo­ logie Islamique, 7, pp. 45-60. —— (1997c). Zafranales. Un asentamiento de la frontera hispano-­ musulmana en el siglo XI (Fraga, Huesca), (Catálogo), Huesca. PITA MERCÉ, Rodrigo (1954). «La Fraga musulmana», Argensola, 20, pp. 315-340.

—— (1957). «El sistema defensivo musulmán de Fraga en el siglo XII», Argensola, 30, pp.109-138. AL-RAZÍ (ed. 1975). Crónica del Moro Rasis, ed. de Diego Catalán y María Soledad de Andrés, Madrid. REY LANASPA, Javier (1997). «Excavaciones durante 1993 en los Sies y Aljubs de Albelda (La Litera, Huesca)», Arqueología Aragonesa 1993, Zaragoza, pp. 157-161. RODRÍGUEZ DUQUE, Josep Ignasi; GONZÁLEZ PÉREZ, Joan Ramon (1986). «El poblamiento medieval en el Segrià (Lérida)», I Congreso de Arqueología Medieval Española, Zaragoza, pp. 191-209. ROVIRA I PORT, Jordi; CASANOVAS I ROMEU, Angels (2006). «Armas y equipos militares en la Marca Superior de al-Andalus. El reducto rural islámico de Solibernat (Lleida) y su panoplia militar en la primera mitad del siglo XII», Gladius, XXV, pp. 149-174. ROVIRA I PORT, Jordi; GONZÁLEZ PÉREZ, Joan Ramon; RODRÍGUEZ DUQUE, Josep Ignasi (1983-1984). «Els materials musulmans de l’establiment islàmic del Tossal de Solibernat (Torres de Segre, Segrià)», Empúries, 45-46, pp. 234-245. ROVIRA I PORT, Jordi; CASANOVAS I ROMEU, Angels; GON­ ZÁLEZ PÉREZ, Joan Ramon; RODRÍGUEZ DUQUE, Josep Ignasi (1997). «Solibernat (Lleida). Un asentamiento rural islámico con finalidades militares de la primera mitad del siglo XII», Archéologie Islamique, 7, pp. 93-110. SABATÉ I CURULL, Flocel (2003). Història de Lleida. Alta Edat Mitjana, Lérida. SCALES, Peter C. (1990). «La red militar en el Tagr al-a’la en los siglos X y XI. Análisis e índice topográfico», Boletín de Arqueología medieval, 4, pp. 7-133. SÉNAC, Philippe (1988). «Note sur les husun de Lérida», Mélanges de la Casa de Velázquez, 24, pp. 53-69. —— (1990). «Une fortification musulmane au nord de l’Ebre: le site de La Iglesieta», Archéologie Islamique, 1, pp. 123-145. —— (1991 ). «Hábitats rurales en la Marca Superior de al-Andalus», Aragón en la Edad Media, IX, pp. 389-399. —— (2000). La frontière et les hommes (VIIIe-XIIe siècle). Le peuplement musulman au nord de l’Ebre et les débuts de la reconquête aragonais, Paris. —— (2010). Un village d’Al-Andalus aux alentours de l’an Mil. Las Sillas (Marcén, province de Huesca), Toulouse. TRILLO SAN JOSÉ, Carmen (ed.) (2002). Asentamientos rurales y territorio en el Mediterráneo medieval, Granada. UBIETO ARTETA, Antonio (1981). Historia de Aragón. 1. La formación territorial, Zaragoza. UTRILLA UTRILLA, Juan F. (ed.) (1986). Libro del monedaje de 1397. Zona del Cinca y La Litera, Zaragoza.

L A S A L M U N I A S D E L V A L L E D E L C I N C A ( H U E S C A - L É R I D A ) E N É P O C A T A IFA

125

BERNABÉ CABAÑERO SUBIZA Universidad de Zaragoza ESTHER LUPÓN GONZÁLEZ Universidad de Zaragoza

07

LA FINCA RÚSTICA DEL PALACIO ALJAFERÍA DE ZARAGOZA EN LA EDAD MEDIA The country estate of the Aljafería Palace in the Middle Ages

RESUMEN Entre los años 975 y 1039 se construyó en el lugar más fresco de los alrededores de Zaragoza, con el fin de poder pasar allí el verano tórrido de esta ciudad su mandatario, una primera almunia fortificada (a la que pertenecía la «Torre del Trovador»), en un lugar que además es de gran importancia estratégica, puesto que justo allí se unían los caminos que venían de Toledo, Pamplona y Burgos. Al-Ḥimyarī precisa que todas las almunias de al-Ṯagr al-Aqṣā, a diferencia con las del resto de al-Ándalus, contaban con una torre de defensa. Entre 1039 y 1075 se construyó el Palacio Aljafería en el que se integró la «Torre del Trovador», que con posterioridad a 1118 fue utilizado por los reyes de Aragón. Gracias a numerosos documentos cristianos y un plano de planta muy esclarecedor del año 1757 ha sido posible delimitar la finca rústica de dicho palacio y estudiar sus características. Así, se conoce la extensión (que fluctuó entre unos siglos y otros) que ocupaba en el plano descendente que existe entre la «Torre del Trovador» y el río Ebro, las acequias que la regaban, la existencia de una «casa de fieras», y los cuatro grandes arcos apuntados a través de los cuales el monarca aragonés, montado a caballo, accedía a dicha finca rústica desde su palacio; finca que cumplía también la función de reserva de caza y a la que sus cuidadores accedían por una puerta independiente, mucho más modesta. PALABRAS CLAVE Palacio Aljafería | Zaragoza | Almunia | Finca rústica islámica | Arte islámico | Arte taifa | Siglo XI ABSTRACT Between the years 975 and 1039, in the coolest place on the outskirts of Zaragoza, and so that its governor could spend the city’s torrid summers there, the first fortified almunia (to which the “Troubadour’s Tower” belonged) was constructed on a site that is also of great strategic importance, given that the roads from Toledo, Pamplona and Burgos converge there. Al-Ḥimyarī specifies that each al-munya of al-Ṯagr al-Aqṣā, unlike to the rest of al-Andalus, should have a defensive tower. Between 1039 and 1075 the Aljafería Palace was built, which included the “Troubadour’s Tower”, which, after 1118, was used by the kings of Aragón. Thanks to numerous Christian documents and a very illuminating floor plan from the year 1757, it has been possible to trace the outline of the aforementioned palace’s country estate and study its characteristics. Thus, we know the expanse (which fluctuated between some centuries and others) it occupied in the descending plane that exists between the “Troubadour’s Tower” and the river Ebro, the canals that irrigated it, the existence of a “house of beasts” and the four pointed arches through which the Crown of Aragón Monarch would arrive, on horseback, at the aforementioned country estate from his palace; a country estate that also served as a hunting reserve and to which its keepers would enter through a much more modest separated gate. KEYWORDS Aljafería Palace | Zaragoza | Almunia | Islamic country estate | Islamic art | Taifa art | 11th century

127

El Palacio Aljafería de Zaragoza se encuentra en un lugar de gran valor estratégico, donde se juntaba el camino medieval procedente de Calatayud, Medinaceli y Toledo, con el que procedía de Tudela, Pamplona y Burgos1. Por eso en este lugar se decidió construir una gran torre que vigilara este nudo de comunicaciones de importancia vital y que al mismo tiempo sirviera de lugar de refugio en caso de una adversidad repentina al mandatario de Zaragoza durante sus estancias en su almunia estival. A la hora de elegir este lugar para construir una almunia jugaría un papel muy importante el hecho de que se encuentra en el lugar más frío y húmedo del entorno de Zaragoza, donde predomina el viento de componente noroeste dirección sureste, que es el único que refresca algo en esta ciudad los meses del verano, que se caracterizan por un calor tórrido, muy seco y abrasador. Este viento tan fuerte y frío ya llamó la atención a Catón el Censor en el siglo II a.C., quien lo menciona como cercio, palabra de la que «cierzo» solo es una pequeña deformación; cercio debe de ser una palabra de origen prerromano, sería el nombre con el que lo denominaban en su lengua los íberos cuando Catón estuvo en Hispania. Este carácter polivalente que vemos en la primera almunia fortificada de la Aljafería se observa también en la almunia mencionada en las fuentes en lengua árabe como Dār al-Nā‘ūra2, que en castellano quiere decir «El Palacio de la Noria», que se encontraba a 5,5 km al oeste de Córdoba, junto a un vado del río Guadalquivir conocido como vado de Casillas, de gran importancia militar puesto que en épocas de estiaje es fácil cruzar por este punto dicho río. Sobre esta almunia califal se construyó siglos más tarde un cortijo denominado «Cortijo del Alcaide», de tal manera que ambas denominaciones («Palacio de la Noria» y «Cortijo del Alcaide») se corresponden a una única realidad arqueológica en época islámica. La primera almunia fortificada construida donde luego se alzaría el Palacio Aljafería fue construida entre los años 975 y 1039 y a ella pertenece la planta baja (esto es, el primer nivel) de la torre denomina-

128

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

da en época medieval como «Torre Mayor» y «Torre del Homenaje»3 y conocida después con el nombre procedente de la literatura romántica de «Torre del Trovador» (fig. 1). También son de este momento constructivo el espacio cilíndrico subterráneo, excavado artificialmente, situado al oeste de dicha torre, que permite descender hasta un pozo cuadrado situado en el fondo —hasta donde llega el agua procedente de la capa freática del río Ebro—, los restos de un muro de cierre por el lado sur, y finalmente una cimentación (hallada en la excavación de Juan Antonio Souto Lasala de 1985)4 dispuesta en ángulo recto respecto a la «Torre del Trovador», que además es tangente con el vértice de la estrella de ocho puntas cuyos dos cuadrados que la generan toman como longitud la del lado de la cara meridional de la «Torre del Trovador». Esto quiere decir que si la mitad de la longitud del muro sur de la «Torre del Trovador» vale 1/2, la distancia que existe entre el centro de la cara sur y la cimentación oriental es de √2/2. También es interesante apuntar que la diagonal del cuadrado cuyo vértice es tangente al muro perpendicular al «Torreón del Trovador» es prácticamente coaxial con la puerta de acceso al torreón pre-hūdí. La interpretación que hacemos de estos restos arqueológicos es la siguiente: En la parte más alta de una suave pendiente que desciende progresivamente hacia el cauce del río Ebro y muy cerca del camino que entraba a Zaragoza desde el oeste, que aunaba el que procedía de Calatayud con el que tenía su origen en Tudela, Burgos y Pamplona, se construyó una almunia fortificada. De ella se conservan algunos sillares de piedra caliza, dispuestos todos ellos a tizón, del muro de cierre del lado sur. Adosado al norte de dicho muro se construyó una sala (quizás dotada de alguna alcoba), de la que se conserva una cimentación de cal y canto exactamente perpendicular a la cara sur de la «Torre de el Trovador» y a dicho muro de sillería. Esta sala estaba concebida para proporcionar a las personas que la ocupaban una vida más amable que la del interior de la torre, cuyos

fig. 1 Plano de planta de los elementos conservados de la almunia fortificada erigida en Zaragoza junto al camino de Calatayud y de Tudela entre los años 975 y 1039.

muros tienen un grosor de 4,15 metros y en cuya planta baja, que es la única que procede de los años 975 a 1039, no existe ninguna ventana, lo que demuestra que solamente era utilizada en casos de episodios bélicos. Todavía más al norte de esta vivienda se erigió una gran torre-refugio de sillería que contaba con elementos morfológicos muy sofisticados para la época, como puerta de acceso a poca altura, vestíbulo de entrada, escalera intra-mural, superficie interior muy amplia con dos naves de tres tramos cada una, arcos de herradura muy rebajados de sustentación de las bóvedas de las dos naves, y planos rehundidos para albergar los batientes de la puerta cuando estos se encontraban abiertos. A esto hay que añadir que dicha torre cuenta con un pasillo intra-mural en recodo que une el interior de la torre con un espacio cilíndrico excavado en las gravas naturales, con un diámetro de 5,20 metros y una altura de 15,70 metros, en cuyo fondo existe un pozo cuadrado hasta donde llega el agua procedente de la capa freática del río Ebro. Este cilindro subterráneo se debía de cerrar en su parte superior, a juzgar por una serie de rebajes rectangulares concebidos para empotrar vigas, con una

plataforma de madera, en cuya parte central existiría un brocal cilíndrico y que se utilizaría para que un animal proveyese la fuerza mecánica necesaria para accionar una noria de rosario (de la que se conservan algunos arcaduces islámicos) que permitiera elevar el agua. Este cilindro subterráneo demuestra que la diferencia de altura sobre el nivel del mar en el siglo X entre la «Torre del Trovador» y el curso del río Ebro era de unos 15,70 metros, puesto que esta altura es la que hubo que excavar en el suelo natural para que llegara a la «Torre del Trovador» el agua procedente de la capa freática del río Ebro. No quedan restos de la muralla del lado norte de esta primera almunia fortificada, probablemente por la construcción en ese lugar en el siglo XI de un nuevo recinto y con posterioridad de un gran foso, pero no cabe duda de que dicha muralla debió de existir, puesto que la fuente de abastecimiento de agua se encontraba fuera de la torre y sin ella es impensable defenderse ante el enemigo si este asediaba la almunia, especialmente vulnerable por encontrarse fuera de la ciudad. La muralla de cierre del lado norte, que sería de buena sillería, solo cerraría un espacio bastante pequeño en torno a la torre, mientras que lo que fuera la finca rústica contaría con un cerramiento mucho más modesto, esto se aprecia en Balaguer (Lérida) donde la sillería del Castell Formós es de talla mucho más cuidada que la del resto de la ciudad, hasta el punto de que algunos lienzos son de tierra apisonada, y en las torres islámicas de Biota (Zaragoza)5 y de Mareca (en el término municipal de Épila, Zaragoza)6 que cuentan con una camisa o recinto exterior cuyos sillares están tallados de una manera mucho menos esmerada. Así, pues, como sucede en la almunia al-Rummānī­ ya de Córdoba y luego en la almunia del Generalife de Granada, en la Aljafería de Zaragoza el edificio se encontraba en la parte más alta y las huertas en la pendiente que desciende hasta el cauce del río Ebro. En la actualidad este plano descendente está ocupado por casas y parece menos acusado de lo que debió de ser en época medieval, esto se debe a que en los últimos mil años el río Ebro ha cambiado su curso hacia el norte y a que en realidad la diferencia de cotas es solo de 15,70 metros; no obstante la existencia de este plano descendente sí que debía de ser claramente perceptible en la Edad Media, puesto que un documento de 1268 se refiere a la «hondonada» (el término latino es tallyata) de la Aljafería7; del mismo modo otro documento de 1311 menciona el monte de la Aljafería (el término latino es montem Aljaferiae), cuya sensación de altura y de aislamiento estaría acentuada por el hecho de que el palacio contaba con un foso de grandes

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

129

dimensiones, al menos en el lado este, del que habla este mismo documento8. Esta tipología de almunia con una torre, protegida por una muralla, con una habitación de vivienda, y el espacio rústico anexo cercado con un recinto más modesto, debió de ser muy característica de la Marca Superior de al-Ándalus. Esta diferencia estructural y formal entre las almunias de la Marca Superior y las del entorno de Córdoba es algo que le llamó la atención a al-Ḥimyarī (que vivió hacia el siglo XV)9, quien al describir el distrito de Lérida afirma que todas las almunias y alquerías, sin excepción, poseían una torre (en árabe: burŷ) o un refugio subterráneo (en árabe: sirdāb). al-Qazwīnī (1203-1283)10 describe las galerías subterráneas existentes en Fraga (Huesca) que eran denominadas en esta ciudad como al-fuŷūŷ (en castellano: los desfiladeros). Philippe Sénac11 ha sugerido que los refugios troglodíticos inaccesibles existentes en los farallones rocosos de los alrededores de Alcolea de Cinca (Huesca) pueden obedecer a las descripciones efectuadas por al-Ḥimyarī y al-Qazwīnī. Lo que afirma al-Ḥimyarī, que es que las almunias de la Marca Superior —sin excepción, dice— contaban con su propia torre o un refugio subterráneo, lo corroboran las fuentes cristianas, la realidad arqueológica e incluso el léxico empleado en Aragón. En Aragón se utiliza, aún en nuestros días, la palabra «torre» para referirse a una explotación agrícola que no presenta ningún elemento de carácter defensivo12. Esta realidad arqueológica de las almunias fortificadas de la Marca Superior recuerda la de las villae romanas fortificadas de época tardo republicana. En el año 1100 el rey Pedro I de Pamplona y de Ara­ gón donó a la catedral de Huesca la almunia de Alboreg (el texto latino dice: ...dono vobis illam almuniam prenominatam Alvoreg), es decir, la almunia de la torre de defensa13. No menos interesante es el fuero concedido en este mismo año de 1100 por el rey Pedro I a los habitantes de Barbastro (Huesca)14 en el que se deja constancia de que el monarca se reserva para sí la almuniam de Turre retundo; debía de tratarse de una almunia musulmana que contaba con una torre cilíndrica exenta similar a las que también en época islámica se construyeron en Rada (Comunidad Foral de Navarra)15 y en Rosel (Huesca)16. En este mismo sentido no puede ser más revelador otro documento del año [1103]17 en el que el mismo monarca dona al monasterio de Montearagón y a su monjes «la almunia de la Reina» que está junto a Sariñena (Huesca) con la torre que allí hay y con todo su término (el texto latino dice: dono... tota illa almunia de illa regina que est iuxta de Saragena cum illa turre que ibidem est cum tuto suo termino).

130

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

Y las cosas no eran diferentes en torno a la ciudad de Zaragoza. El 14 de abril de 1121 Bonet de Bordel vendió a Raol de Arassunna un huerto con una parte de viña que está en el término del Gállego, más allá de aquella torre que está en Alpeñes (el documento dice: ...vendo tibi Raol de Arasunna uno orto misclato vinea quod est in Gallico ultra illam turrem, que est Alpennes...)18. [Hacia 1141] Calbet y Oger, con el consentimiento de sus esposas, vendieron a los canónigos de San Salvador de Zaragoza unas tierras sitas en los alrededores de Zaragoza que habían heredado de su suegra, de las que una estaba junto a la torre de Abindanech (el texto latino dice: ...et alia parte est in illo campo qui est iuxta turrim de Abindanech)19. Y en 1152 Michael y su esposa Marta vendieron a don Dominicus y su mujer Tota un campo que tenían en la Almozara en el término de aquella torre de Bital de Bonlluch (el documento original dice: ...venditores sumus vobis de uno nostro campo quod abemus in Almoçara ad illo termino de illa Torre de Bital de Bonlluch)20. La mayor parte de estas torres (singular: burŷ; plural: burūŷ) estaban asociadas a explotaciones agrarias o alquerías. En algunos casos estaban construidas enteramente en sillería o mediante un encofrado (ya fuera utilizando tierra apisonada o pequeña mampostería con mucha argamasa), y en otros se empleó una técnica mixta: El basamento era de sillería o de mampostería mientras que la parte superior estaba levantada en tierra apisonada o madera. Dichas torres están ubicadas en la vega de los ríos, en lugares sin apenas visibilidad. Aunque parecería lógico que estos torreones pudieran cumplir otras funciones además de las defensivas, como las recaudatorias, no cabe duda de que al menos algunos de estos torreones eran de propiedad privada, como los mencionados de Abindanech y de Bital de Bonlluch, junto a Zaragoza, así como un torrelgone de Ibn Barbicula que es mencionado en un documento de 1099, por el que el rey Pedro I dona a la iglesia de Santa María de Alquézar la villa de Huerta de Vero21. Ibn Barbicula debió de ser un rico hacendado de la región, porque gracias a la documentación de la práctica se sabe también que este mismo año poseía casas en Barbastro y una almunia en los alrededores de la ciudad del Vero22, a la que habría que sumar esta otra de Huerta de Vero que se protegería con una torre en un su punto más alto23. La concentración de estas torres de almunias en los alrededores de Borja (Zaragoza) es notable24, conservándose testimonios en Novillas, Bureta, Agón, Magallón (torre de El Quez), Alberite de San Juan25 y Maleján26, todos ellos en la provincia de Zaragoza.

También en el valle del río Jalón se conservan al menos otras tres de estas torres en Pleitas (Zaragoza), y en los despoblados de Mareca y Caulor (en el término municipal de Plasencia de Jalón, Zaragoza)27. Otros ejemplos son las torres de Lindar (término municipal de Villanueva de Gállego, Zaragoza) y Biota. En el valle del río Queiles, son cuatro ejemplos muy paradigmáticos de este tipo de torres: La del despoblado de Pedriz (término municipal de Ablitas), la que hoy se encuentra en el interior del Real Monasterio de Santa María de la Caridad de Tulebras, la de Urzante y la de Cortes de Navarra (las cuatro en la Comunidad Foral de Navarra)28. Alrededor de las entidades poblacionales más importantes, en los límites de la frontera o controlando las principales vías de comunicación, los musulmanes construyeron torres tácticas o de vigilancia de reducido tamaño en lo alto de enormes farallones rocosos o de montañas cónicas muy elevadas que les proporcionaban una gran visibilidad. La estructura de estas construcciones es muy simple: Una torre rectangular aislada, puede estar protegida por un pequeño recinto o un foso; los vanos son escasos y la superficie interior reducida. Los tres casos más obvios son el de la torre de la Peña de San Miguel o de Sen (en el Salto de Roldán, en el término municipal de Nueno, Huesca)29, la torre de San Mitiel o de San Emeterio (en el término municipal de Loscorrales, Huesca) y la torre de Rosel (Huesca); menos extremo, pero en una ubicación igualmente parecida, es el ejemplo de la torre de Tormos (Huesca)30, mejor conservada que las anteriores. Existen tres variaciones funcionales y formales a los dos tipos generales de torre que hemos apuntado, el de torre de almunia y el de torre de vigilancia: La primera es la de las torres de almunias o alquerías que se encuentran en lugares con un campo visual muy amplio, junto a cortados en el extremo de una planicie, y por tanto conjugan la función de torre de almunia con la de torre de vigilancia; este es el caso de la torre conocida como «El Pilaret» de Santa Quiteria (término municipal de Fraga, Huesca)31. La segunda variación es la de las torres que al estar integradas en algunos recintos amurallados de núcleos de habitación y tener un mayor campo visual se construyeron con dimensiones inusualmente grandes, para que pudieran cumplir una doble función: La de torre de vigilancia y la de torre integrada en la muralla. Se pueden mencionar dos casos paradigmáticos en este sentido: La «Torre del Andador» de Albarracín (Teruel) y la torre de Tramacastilla (Teruel)32. Y la tercera variación es la de la «Torre del Trovador» puesto que por un lado es la torre de la almu-

nia del mandatario de Zaragoza y por el otro posee la misión, propia de una torre de vigilancia, de controlar el acceso a la ciudad desde el oeste. El hecho de que esta torre sea la de la almunia del señor de Zaragoza también se refleja en que no es como las de las otras almunias sino de dimensiones mucho mayores y de ejecución mucho más cuidada tanto en la talla de los sillares como en los diferentes elementos morfológicos. También es la única que hemos estudiado que presenta evidentes señales de haber sufrido un ataque militar, puesto que todos los sillares de la planta baja están sumamente calcinados, especialmente los de la cara sur en la que se encuentra la puerta de ingreso, tal como sucede por ejemplo en los hornos de cal. Este asedio debe de corresponderse con la ocupación de la ciudad de Zaragoza por los hūdíes en el año 1039, desplazando del poder a los tuŷībíes. Quizás debido a que la parte superior de la torre era de madera o de un material poco consistente (como la tierra apisonada) el segundo nivel tuvo que ser reconstruido enteramente en ladrillo entre los años 1039 y 1065. Lo que era propiamente la finca rústica en el siglo X de esta almunia fortificada debía de encontrarse en el plano descendente que hay hacia el Ebro al norte de la «Torre del Trovador», puesto que es imposible que esta se extendiera por el sur y el este, ya que al sur se encuentra el camino ya unificado que procede de Calatayud y Tudela, y al este la muralla de la ciudad de Zaragoza. Al poco de llegar al poder los hūdíes estos comenzaron la ampliación de la almunia fortificada de finales del siglo X, que debió de quedar bastante deteriorada tras el asedio y conquista de 1039. Entre 1039 y 1065 se construyó el recinto amurallado exterior, cuyos sillares de alabastro no presentan signos de haber sufrido incendio alguno, y el testero norte, donde se encuentran todos los elementos fundamentales del palacio (el salón del trono, las alcobas, el oratorio, la fuente de abastecimiento de agua, los baños, la letrina y los establos). Y la tercera etapa constructiva de época islámica tiene lugar de 1065 a 1075 y en ella se levantaron los dos frentes del pórtico del testero sur, los dos arcos transversales en sentido norte-sur del interior de dicho pórtico, la arquería de triple vano por la que se accede a la sala meridional, la decoración pintada del segundo orden de arcos del interior del oratorio, una banda con decoración geométrica pintada situada sobre la fachada de acceso al mencionado oratorio, y finalmente la reparación que hubo que hacer en la esquina noroeste del pórtico del testero norte por un problema de incorrecta evacuación del agua de las cubiertas (fig. 2).

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

131

fig. 2 Reconstitución hipotética del plano de planta del Palacio Aljafería hacia 1075.

Los principales esfuerzos constructivos y decorativos realizados en el Palacio Aljafería fueron llevados a cabo durante el gobierno del segundo mandatario de la dinastía hūdí, que fue el más activo y poderoso de todos los de la Ṭā’ifa de Zaragoza, Abū Ŷa‘far Aḥmad al-Muqtadir bi-Llāh (r. 1046-1081 y murió en 1082), tal como consta en cuatro inscripciones epigráficas conservadas. Sobre la cuestión de la finca rústica del Palacio Aljafería en el siglo XI es fundamental un documento dado el 14 de abril de 1121 conservado en la Catedral de San Salvador de Zaragoza33. En este documento se dice que en dicha fecha Raol de Larussunna compró a Ponz Sporonero tres campos en la Aljafería. Este documento se complementa con otro de febrero de 1138 que figura copiado en los cartularios de dicha catedral, por el que Iohannes y su esposa Maria venden a los canónigos de San Salvador de Zaragoza un campo en la Almozara que fue de Cefli34. Estos dos documentos los interpretamos de la siguiente manera: El Palacio Aljafería contaba en época islámica con una finca rústica que tras la ocupación cristiana de Zaragoza de 1118 pasó a ser propiedad junto al alcázar del rey Alfonso I de Pamplona y de Aragón. Esta finca del palacio islámico limitaba al sur con el camino que lleva a Calatayud y Tudela, al Este con la muralla de Zaragoza, y al norte con la Almozara; es decir, la finca rústica de la Aljafería no llegaba hasta el río Ebro. Almozara es una deformación de la palabra del

132

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

árabe andalusí al-Muṣara, que quiere decir «el paseo», según Alberto Montaner Frutos era «donde se realizaban determinados actos públicos solemnes, como los alardes de las tropas»35. Existe un motivo por el que el espacio entre el Palacio Aljafería y el río Ebro estaba dividido en dos zonas de cultivo, la meridional conocida como «Aljafería» y la septentrional denominada como «Almozara», que es que desde la puerta de la muralla de la ciudad de Zaragoza conocida con el nombre medieval de «Puerta de Sancho» salía un camino que llevaba hasta Monzalbarba, un lugar que aparece mencionado ya en 112336. Monzalbarba es un topónimo árabe, que se utilizaba con anterioridad a que los cristianos ocuparan Zaragoza en 1118; Monzalbarba deriva del árabe andalusí Manzil al-Barbar, es decir, «asentamiento de beréberes»37. De cara a precisar la etimología de este topónimo es interesante un documento expedido [hacia 1138] por el que Randulfus de Mezalbarbar hace una donación a la iglesia de San Salvador de Zaragoza38. Este camino debía de existir ya antes de la construcción de la primera almunia fortificada de la Aljafería a finales del siglo X. Así, pues, al sur del camino que unía la «Puerta de Sancho» con Monzalbarba se encontraba la finca rústica de la Aljafería que perteneció primero al mandatario de la Ṭā’ifa de Zaragoza e inmediatamente después al rey Alfonso I de Pamplona y de Aragón, mientras que las propiedades situadas al norte de dicho camino estaban en manos de particulares, como por ejemplo este musulmán llamada Cefli, que tenía en la Almozara un campo que tras 1118 pasó a pertenecer a Iohannes y su esposa Maria, quienes lo vendieron a los canónigos de San Salvador de Zaragoza en 1138. Volvamos a la compra de tres campos por parte de Raol de Larussunna a Ponz Sporonero en 1121 en la Aljafería. En la mayoría de los documentos medievales cristianos no se distingue entre la palabra Aljafería referida al castillo medieval y el término Aljafería referido a la finca rústica dentro de la cual estaba el palacio fortificado. Es algo parecido a lo que sucede en la actualidad con el término «Generalife» que generalmente, excepto en ámbitos científicos muy especializados, se utiliza de manera inapropiada para referirse al palacio de la finca rústica dentro de la cual se encontraba, por más que en época islámica tenían nombres diferentes: La finca rústica el de Ŷinān al-‘Arīf, que quiere decir «la Huerta del Maestro de Obras» y el edificio el de Dār al-Mamlaka al-Sa‘īda, esto es «el Feliz Palacio del Reino». En Zaragoza, en época islámica, el palacio fue denominado por su comanditario como Qaṣr al-Surūr, es decir «El Palacio fortificado de la alegría», aunque la denominación más habitual debió de ser la de Qaṣr

al-Ŷa‘fariyya, que se puede traducir como «el Palacio fortificado Ŷafarí», y de donde procede la simplificación y deformación «Aljafería»; en 1291-1312 todavía se utilizaba el término, mucho más próximo al original árabe de «Aljaffaria»39 y en 1339 de «Aljafaria»40. Solo en algunas ocasiones la documentación refleja un ligerísimo matiz, que hace pensar que se está hablando del palacio propiamente dicho o de la finca rústica. Así por ejemplo en un documento del 18 de enero de 1354, el merino de Zaragoza, requiere a don Bernart, clavero de la Aljafería, que mantenga abierta la puerta de la Aljafería para que el leonero pudiese tomar agua del pozo para los leones dos o tres veces al día, porque el rey así lo había mandado41. En el LibroRegistro de Lop Sanchez Ahuero se hizo constar que el 24 de mayo de 1387 «...fueron compradas para el dito ortet de la reina que ye dentro el Aliaffaria dos docenas de palerones para drezar las parras del ortet...»42. El llamado «huertecito de la señora reina» (en el documento original: «ortet de la sennyora reyna»)43 debía de estar dentro del Palacio Aljafería. En casos contados los documentos se refieren a la finca rústica con la denominación de «huerto mayor», así en el Libro-Registro de Lop Sanchez Ahuero se dice que el 28 de abril de 1386, Iohan Garcia, lugarteniente de dicho merino, empezó a dirigir los trabajos de reconstrucción de las tapias, «[o] si [se] quiere paretes del huerto mayor del Aliaffaria, que trobo caydas»44. Estas tapias que Iohan Garcia encontró hundidas no son las del alcázar real sino las de su finca rústica; de hecho en las siguientes páginas del Libro-Registro puede seguirse como en los días siguientes personas profesionalmente muy poco cualificadas, entre ellas un niño mudéjar (el Libro-Registro las denomina «peones» y no «maestros» como los que este mismo año decoran la techumbre de la «cambra vermella»)45 levantan estos muros de tierra apisonada, y nunca de ladrillo, que sí se utilizó en las obras contemporáneas del Palacio Aljafería. Otro documento muy claro es uno de 4 de junio de 1356, por el que el rey Pedro IV escribe a Blascho Aznarez de Borau, comisionado suyo, para mandarle expresamente que no se inmiscuya en absoluto en los huertos ni en las obras de la llamada Aljafería (debe de referirse a las tapias que delimitan la finca y los huertos, a la noria, a la acequia y sus atarjeas) que está llevando a cabo Johan Eximiniz d’Osca, circunscribiéndose exclusivamente a la obra del llamado palacio. El texto original es: Perque declarants, per la manera demunt dita, la entencio nostra sobre aço, vos dehim e expressament manam, que dels orts ne de les obres de la dita Aliafferia, en nenguna

manera no us entremetats, sino tan solamente de la obra del dit palau46.

También son muy claras las noticias referentes a las fiestas de la coronación regia del monarca Fernando I de Aragón en Zaragoza el año 1414. Los datos sobre esta coronación proceden de las siguientes fuentes: La Crónica de Juan II, cuyas dos primeras partes fueron compiladas por Álvar García de Santa María entre los años 1406 y 1419; la Historia de Ferdinando Aragoniae rege, escrita por Laurentius Valla en 1445 y publicada en París en 1521; el libro cuyo título citamos abreviadamente como Anales de la Corona de Aragón, escrito por Jerónimo Zurita, cuya edición príncipe fue la llevada a cabo por Pedro Bernuz en Zaragoza en 1562 y cuya edición definitiva corregida y ampliada por Zurita de los diez primeros libros de sus Anales fue la editada tras su muerte por Domingo de Portonariis en 1585; y las Coronaciones de los sereníssimos reyes de Aragón, escrita por Jerónimo de Blancas en 1585 y publicada en 164147. Durante la coronación del rey Fernando I y sus días previos y posteriores se realizaron actos tanto dentro del palacio como fuera en la finca rústica. Los festejos llevados a cabo fuera del palacio debieron de tener lugar en el lado este y en el lado norte de la propiedad agrícola, puesto que al sur se encontraba el camino que llevaba a Calatayud y Tudela y al este las tapias de la «huerta mayor» estaban levantadas junto a las de la huerta del convento de Predicadoras [de Santa Inés] sin que hubiera ninguna propiedad en medio; en un documento del año 1301 el rey Jaime II ordena que se demuelan unas tapias de la huerta que habían levantado las religiosas Predicadoras puesto que entiende que están levantadas en el dominio real48. Entre las atracciones y actos celebrados en la finca rústica cabe destacar los siguientes: 1.º Desde comienzos del año 1414, los zaragozanos empezaron a vivir el ambiente de fiesta que la próxima coronación real iba necesariamente a traer. La constante llegada de gentes de todas partes obligaba a preparar y crear espectáculos con los que entretener a la concurrencia, para ello se celebraron justas en dos lugares de la ciudad: El primero en el exterior de la Puerta de Toledo (que es la del lado oeste) donde se celebraba el mercado y el segundo, delante de la puerta del Palacio Aljafería en los terrenos de la finca rústica. El mantenedor principal de dichas justas fue don Juan Martínez de Luna, señor de Illueca. Estas justas duraron hasta la víspera de la Coronación, es decir, hasta el 10 de febrero. 2.º Jerónimo de Blancas cuenta que en vísperas de la jornada del 11 de febrero, la gente de los oficios de la

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

133

ciudad bailó junto a los juglares de cuerda, trompetas y órganos de mano que danzaban tañendo sus instrumentos y mostrando sus habilidades tanto en las calles de Zaragoza como en la finca rústica de la Aljafería. En dicha propiedad real lucharon en distintas justas delante del palacio los infantes con otros caballeros principales tanto castellanos como aragoneses y catalanes. Para la ceremonia de coronación llegaron embajadores del rey nazarí de Granada, con sus vestimentas habituales, que traían misivas de su sultán para el rey Fernando I. Prosigue Jerónimo de Blancas diciendo que los miembros del séquito de los embajadores nazaríes jugaban entre sí a herirse con cañas cortadas en punta a modo de saetas; y que el griterío que hacían era tan grande que los zaragozanos preferían contemplarlos, en vez de reparar en las justas y torneos simultáneos, hasta el punto de que algunos de los jinetes que participaban en una justa al contemplar el cortejo nazarí quedaron descalabrados o caídos en el suelo49. 3.º Durante los diez días siguientes a la coronación el rey ordenó dar de comer a todos los que se acercaron hasta la Aljafería para asistir a los festejos, cuyas mesas circundaban una fuente dispuesta delante del palacio de la que manaba ininterrumpidamente por uno de sus lados vino blanco y por el otro vino tinto50. Y 4.º El lunes siguiente al domingo de la coronación, es decir, el día 12 de febrero de 1414, los trabajadores de los distintos oficios de Zaragoza agrupados en sus respectivos gremios fueron hasta la finca rústica de la Aljafería para mostrar su alegría por lo ocurrido el día anterior participando en entretenimientos y espectáculos propios de cada corporación. Después de comer, don Juan de Luna trajo al torneo de justas que se celebraba frente a la Aljafería a muchos caballeros y aventureros, como el conde de Cortes —hijo del rey de Navarra— que se hacía acompañar por nueve caballeros armados con cimeras azules y soles dorados en la librea. Jerónimo de Blancas termina diciendo que allí se enfrentaron en buena lid, rompiendo sus lanzas unos contra otros, hasta que se hizo de noche51. Sin embargo, no todas las fuentes escritas son igual de explícitas, por desgracia en la mayoría de las ocasiones es el propio sentido del documento el que pone de manifiesto si se trata de los huertos que estaban dentro del palacio o los situados fuera de la muralla del alcázar del siglo XI. Así en el Libro-Registro del merino Miguel Royo, este anotó en el folio 28 vuelto que en 1301 les pagó diez dineros a dos hombres que demolieron, por mandato del rey, las tapias que estaban delante de la Aljafería que habían levantado las Predicadoras [de Santa Inés] para su huerto; necesariamente tiene que tratarse de la finca rústica porque había una distancia

134

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

notable entre el palacio y el huerto del convento de Santa Inés52. Del mismo modo en un documento de 20 de febrero de 1360 se dice que las huertas del rey llegaban hasta la «Puerta de Sancho», una distancia todavía mayor que la expresada en el documento anterior y que no cabe duda de que hace referencia a la propiedad rústica de la Aljafería53. Este es el caso que sucede en el documento de compra de tres campos por parte de Raol de Larussunna a Ponz Sporonero en 1121 en la Aljafería. Los campos tenían que estar en la finca rústica que había pertenecido al Palacio Aljafería, y no dentro del propio edificio, no solo porque difícilmente dentro del palacio real podían existir tres campos sino porque el Palacio Aljafería durante la Edad Media siempre fue propiedad del monarca y nunca de particulares. Al ocupar Zaragoza en 1118 el rey Alfonso I de Pamplona y de Aragón tomó posesión del Palacio Aljafería y su finca rústica anexa. A Ponz Sporonero le llegaría la propiedad de los tres campos que vendió en 1121 en la Aljafería por una donación del rey, para satisfacer alguna cantidad de dinero que le debiera, como premio por un favor personal o como recompensa por un hecho de armas especialmente heroico. Es posible que la donación del rey hubiera sido en primera instancia a otra persona y que esta le hubiera vendido los tres campos a Ponz Sporonero, y que incluso dichos campos hubieran pasado antes de llegarle a Ponz Sporonero por varias manos. En cualquier caso, el soberano no se deshizo de toda la finca rústica de la Aljafería puesto que en un documento de 30 de noviembre de 1238 el rey Jaime I de Aragón dona a Dominicus Iohannis de Azcon una propiedad de tierra, para que en ella haga un huerto, que está desgajada del conjunto de la finca del soberano, puesto que tras dicha donación la porción de tierra de Dominicus Iohannis de Azcon linda con la propiedad real de la Aljafería54. Aunque en ambos documentos, el de 1121 y el de 1238, se pueden ver enajenaciones de porciones de tierra de la finca rústica de la Aljafería por parte del rey, creemos que la extensión de esta, limitada al sur por el camino de Calatayud y de Tudela, al este por la muralla de la ciudad de Zaragoza y al norte por el camino de Monzalbarba permaneció relativamente estable, ya que existen otros documentos posteriores en los que el monarca ordena que se adquieran nuevos campos para la finca rústica de la Aljafería, compensando así las donaciones de sus antepasados. Así, el 28 de enero de 1348 el rey Pedro IV de Aragón concede poderes al merino de Zaragoza, Johannes Çapata para que adquiera por compra o permuta las huertas y posesiones

que se hallaban contiguas al palacio55. Adquisiciones y permutas que, sin duda, se llevaron a cabo, puesto que aparecen sustanciadas en un documento de 20 de febrero de 1360, mencionándose todavía los nombres de quienes habían sido hasta hacía poco sus propietarios56. En dicho documento, que debe de corresponder con el momento de máxima extensión de la finca rústica de la Aljafería, el rey Pedro IV concedió a Dominicus Pertusa, hortelano de los vergeles y los huertos de la Aljafería en la ciudad de Zaragoza, de por vida, los frutos, rentas y provechos de las huertas, terrenos y posesiones reales que son mencionados a continuación: El avellanar que fue de Gracia Borgi, el nogueral que fue de Dominicus de Agraz, el higueral que fue de [la Orden de Santa María de] Roncesvalles, la mitad de un campo que fue de Guisabell Dionisi, la mitad de un huerto que fue de Johann Petri de Magallon, así como lo que dividió la vía que discurre por medio hasta el huerto que fue de Ennecus de Liso y sus parientes, y el huerto que fue de Ennecus de Lisio que llega hasta la puerta de los huertos reales que se encontraba junto a la «Puerta de Sancho»57.

En cualquier caso aunque en su momento de mayor expansión la finca rústica de la Aljafería llegara hasta la «Puerta de Sancho», no creemos que nunca se extendiera al norte del camino que llevaba a Monzalbarba, por dos razones: 1.ª La documentación consultada diferencia muy claramente las propiedades que se encuentran en la Aljafería de las que están sitas en la Almozara. La documentación consultada no menciona nunca ningún campo que comprenda tierra de la Aljafería y de la Almozara, y tampoco nunca los documentos que se conservan se refieren a la Aljafería y a la Almozara como un mismo lugar (por ejemplo, con una expresión del tipo «ortus Aliafarie vel Almuzare»). Y 2.ª Los linderos de los campos o huertos existentes en la Almozara nunca limitan con otros pertenecientes a la Aljafería. Muy al contrario en un documento de 1163, por el que Iordana con sus hijos Vidal y Dominicus venden un campo en la Almozara a Arnald d’Almuçara y su esposa doña Jordana se precisa que el campo limita al este con otro campo perteneciente al Hospital de Santa Cristina de Somport, al oeste con un alfoz del rey y de la otra parte con un campo de aquel puente; es decir, el rey tenía un campo en la Almozara, y este ya no es considerado como perteneciente a la Aljafería o como una prolongación de esta, puesto que se encontraba al norte del camino que lleva a Monzalbarba, sino que es considerado y denominado alfoz58.

Para el estudio de la finca rústica del Palacio Aljafería en la Edad Media existen dos series de fuentes fundamentales: De un lado, varios documentos concernientes a un pleito de aguas que tuvo lugar entre las Religiosas de Santa Inés del convento de Zaragoza y el rey Fernando VI en el año 1749, y, de otro, un plano muy completo de 1757, firmado por el ingeniero Miguel Marín, en el que aparece representada la finca rústica del Palacio Aljafería, con los campos y con las acequias con los que se regaba en esta fecha. Según se desprende del análisis de los documentos del primer grupo la finca rústica del Palacio Aljafería poseía dos derechos de agua: El primero de la acequia de la Romareda (cuya agua procedía del río Huerva) conocido con el nombre de quincena, por el que cada quince días toda el agua de dicha acequia era utilizada en la finca real desde el sábado a las 14 horas hasta la misma hora del domingo. Y el segundo de la acequia de la Almozara (cuya agua tiene su origen en el río Jalón) por el que se utiliza su agua para regar la finca real durante 24 horas en cada semana, desde que amanece el sábado hasta que vuelve a salir el sol el domingo. De los dos derechos el más apreciado era el segundo, puesto que el río Jalón proporcionaba un caudal de agua mucho más regular que el río Huerva cuyas aportaciones eran más inciertas. En una real cédula dada en el Palacio del Buen Retiro de Madrid el 30 de enero de 1749 por el rey Fernando VI se le concedieron al convento de las Capuchinas de Zaragoza cuatro horas de agua para el riego de las plantas de la huerta, la colada de la ropa interior y el abastecimiento de su cocina y refectorio, de las veinticuatro horas de riego a las que tenía derecho la finca real de la Aljafería, finca en la que se incluyen los huertos y un campo con una plantación de avellanos propiedad del monarca. Ante la promulgación de esta real cédula el convento de Religiosas de Santa Inés de Zaragoza expuso ante el rey que por especiales privilegios dados por los reyes don Alonso, don Jaime y don Fernando de Aragón de los años 1307, 1325, 1328, 1336, 1411 y ejecutoria de 1493, confirmados por el rey Felipe II en 1583, se concedió al citado convento toda el agua que en las veinticuatro horas de cada quincena viniese del término de la Romareda al Palacio Aljafería, y que sobrase después de regado el jardín interior de dicho alcázar y la partida de las Almendreras en la huerta llamada del rey, y en la cantidad correspondiente a la que no pudieran tomar de la acequia del río Jalón para el riego de la huerta y el olivar de la extensión de cinco cahizadas de tierra que el convento de Santa Inés tenía dentro de su clausura y que habiendo acorda-

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

135

do Fernando VI donar al convento de las Capuchinas cuatro horas de riego sin tener en cuenta sus derechos adquiridos, suplicaba al rey tuviese a bien ordenar que de las veinticuatro horas de la quincena se aplicasen en adelante diez para el riego de la huerta del Palacio y la partida de las Almendreras, otras diez para el referido convento de Santa Inés y las cuatro restantes para el con­­vento de las Capuchinas59. El rey Fernando VI, en cédula real dada en el Palacio del Buen Retiro de Madrid el 21 de septiembre de 1749, reconoció la veracidad de los documentos invocados en su defensa por el convento de Santa Inés y le dio la razón a dichas religiosas aprobando lo que ellas proponían, con la única salvedad de que la preferencia de las horas de uso pasaría a ser de las Capuchinas y a continuación se servirían del agua de la acequia de la Romareda las religiosas de Santa Inés. Aunque en la reclamación realizada por el convento de Santa Inés se mencionan documentos que no se conservan o no están publicados (serían las religiosas las que poseerían y guardarían dichos diplomas con las concesiones y ratificaciones reales que les beneficiaban), y las fechas y los nombres de los monarcas no coinciden, no queda ninguna duda de que lo que se afirma es cierto puesto que han sido publicados en su integridad documentos o regesta de otros que se refieren a esta donación del agua de riego: 1.º En un documento fechado el 26 de diciembre de 1134, el rey Alfonso VII de Castilla y de León (el título que utiliza el soberano en este diploma es el de Ispanie imperator y el de Ispaniarum imperator) dona a la iglesia de San Salvador de Zaragoza la pescadería que está junto a dicha acequia que corre delante de la Aljafería (el texto latino dice: ...piscarium vero quod est iuxta illam açequiam que currit ante Algafariam...)60. 2.º En enero de 1184 Petro Zaragoza, zalmedina de Zaragoza, acepta que la acequia de Celten, que va a la Almozara (es la que toma el agua del río Jalón) la tenga la Orden del Temple, y conviene con fray Petro de Granana y fray Bernardo de Granana y los otros hermanos presentes y futuros, que mantengan el azud abierto y en condiciones, y limpia [de escombros y suciedad] la mencionada acequia hasta la Aljafería (el texto latino dice: ...illam acequiam suprascriptam usque ad illam Alfaiariam...), determinando la alfarda a pagar y otras obligaciones61. 3.º El 30 de noviembre de 1268 el rey Jaime I dona aquella hondonada que existe junto a la Aljafería a Dominicus Iohannis de Azcon y a sus hijos para hacer un huerto que afronta con el brazal con el que es regado el huerto que fue de Petrus de Huesca (el texto

136

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

latino dice: ...et affrontat cum brazale cum quo rigatur ortus qui fuit Petri de Oscha...)62. 4.º El 8 de julio de 1281 rey Pedro III de Aragón manda a Garcia Garcesii, zalmedina de Zaragoza, que pregone la pena de sesenta sueldos para quien tome agua de nuestra acequia que va junto a la Aljafería (el texto latino dice: ...quod ne aliqui rigent honores suos de aqua cequie nostre que vadit apud Aljafariam...)63. 5.º El 19 de septiembre de [1282] el infante de Aragón Alfonso manda a Bartholomeo Thomasii, merino de Zaragoza, que nombre a Sancium de Albero encargado de la supervisión de la acequia que va a la Aljafería del señor rey si lo ve suficientemente capacitado y sino que le busque otro oficio conveniente para él (el texto latino dice: Mandamus vobis quatenus in officio supraiunctare cequie que venit ad Aljaferiam domini regis ponatis Sancium de Albero si eum sufficientem videritis...)64. 6.º El 13 de mayo de [1283] el infante de Aragón Alfonso encarga a Petro Martini de Artasona, justicia de Aragón, que investigue sobre la acequia que hiciese de nuevo Bernardus Riquerii para conducir el agua hacia la Aljafería de Zaragoza, en perjuicio de los términos de Zaragoza, en concreto de «l’Almotilla», «Orbellito», «l’Atalaya» y «Salcez»65. 7.º El 5 de agosto de 1306 Geraldus del Parer, tutor de los hijos de Peregrinus Baldovini y la esposa de este, en cumplimiento del testamento del fallecido Peregrinus Baldovini dado para salvar su alma, vende al príncipe Jaime II perpetuamente la mitad de las aguas del río Huerva, que tenía el nombre de agua del Señor Rey, recibiéndola y cogiéndola continuamente en el azud de la acequia de la Romareda, término de Zaragoza, desde la hora de vísperas del sábado hasta la misma del domingo primero siguiente, por precio de mil quinientos sueldos jaqueses, que confesó ante el notario Guillelmus de Porta haber recibido del príncipe Jaime II, por mano de Stephanus de Roda de su real casa y familia66. 8.º El 4 de marzo de 1311 el rey Jaime II manda a Guillermo Palacin, merino de Zaragoza, que del agua que se toma a ciertas horas para la obra de la Aljafería dé y complazca a la Priora y Comunidad del monasterio de Predicadoras [de Santa Inés], para regar un huerto de dicho monasterio67. 9.º El 9 de marzo de 1311 el rey Jaime II manda a Guillermo Palacin, merino de Zaragoza, que del agua que se toma a ciertas horas para la obra de la Aljafería, dé y complazca a la Priora y Comunidad del monasterio de Predicadoras [de Santa Inés], para regar un huerto de dicho monasterio, mientras no se necesitase para la Aljafería, y que como esta agua no puede atravesar

fig. 3 Madrid. Instituto de Historia y Cultura Militar. Signatura: Z-07-01. Plano del ingeniero Miguel Marín de 1757 en el que se representa el Castillo de la Aljafería de Zaragoza y sus tierras dependientes.

si no se construye un acueducto con arcos o alguna obra el foso que hay entre el monte de la Aljafería y el muro de tierra de la ciudad, que se le permita al prior o procurador de ellas la obra necesaria en el foso sin perjuicio de nadie68. 10.º El 21 de mayo de 1336 el rey Pedro IV ratifica la concesión otorgada por su padre, Alfonso IV, a Ato de Jasa en la persona de su hija, Maria Gil, en relación con el uso del agua que viene del río Huerva, entre la Aljafería y el Convento de Predicadoras [de Santa Inés] para riego, mandando a los diferentes oficiales de la ciudad que velen por el cumplimiento de lo establecido69. A juzgar por los documentos mencionados del siglo XII la finca rústica del Palacio Aljafería se regaba desde época islámica con la acequia que toma sus aguas del río Jalón y que es conocida como acequia de la Almozara, de la que existía un brazal que pasaba junto al lado norte del alcázar. En 1306 es cuando se menciona por primera vez que la finca rústica de la

Aljafería va a ser regada además por la acequia de la Romareda, que tomaba el agua del río Huerva y que por su incertidumbre era menos valorada que la de la Almozara; en esta fecha Geraldus del Parer, tutor de los hijos de Peregrinus Baldovini y la esposa de este, en cumplimiento del testamento del mencionado Peregrinus Baldovini dado para salvar su alma, vende al príncipe Jaime II perpetuamente la mitad de las aguas del río Huerva por un precio de mil quinientos sueldos jaqueses. A los pocos años, en 1311, el rey Jaime II cede parte de los caudales que le corresponden de la acequia de la Romareda a las religiosas del convento de Santa Inés, cesión que había perdurado sin modificaciones hasta el año 1749. El segundo documento fundamental que se conserva para el estudio de la finca rústica del Palacio Aljafería es un plano que se guarda en Madrid, en el Instituto de Historia y Cultura Militar, con signatura Z-07-01 (fig. 3). El plano cuenta con el siguiente título: Plano en pequeno del Cast.º [sic.] de la Aljaferia de Zaragoza

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

137

con sus contornos para Yndicar donde se halla colocado, como assi mismo las tierras dependientes de el y el Regadio que reciven de las dos Azequias de los rios Xalon y la Guerba; después figura la leyenda del plano y finalmente en una nota se explicita que el plano fue concluido en Zaragoza el 15 de julio de 1757 por el ingeniero Miguel Marín que rubrica el documento con su firma autógrafa70. Este plano, pese a lo tardío de su fecha es de gran interés, puesto que el Palacio Aljafería —debido a que tan apenas fue utilizado por la familia real durante la Edad Moderna— conservó su estructura medieval casi íntegra hasta la gran reforma llevada a cabo en este monumento entre los años 1769 y 1798, destinada a transformarlo en cuartel, y con la que comenzó su martirio. Al estudiar el plano de la finca rústica de la Aljafería lo primero que se observa es que este es completamente coherente con las informaciones que proporcionan las fuentes escritas medievales que hemos analizado, incluso las más antiguas del siglo XII: En el plano se observa en primer lugar como partes integrantes de la finca real primitiva habían sido donadas a particulares por donaciones del rey; esto es lo que sucede con un huerto designado con la letra N que la leyenda explica «N. Huerto de un particular con su cerca». Es el mismo caso de aquellos tres campos que eran propiedad de Ponz Sporonero en 1121, que habrían llegado a pertenecerle por una donación real directa o por una donación con personas interpuestas71; o aquella propiedad de tierra que el rey Jaime I donó a Dominicus Iohannis de Azcon para que en ella hiciera un huerto72. Estas propiedades particulares estaban delimitadas por sus propios muros de tierra apisonada por lo que en los casos en los que revirtieron a la Corona estos perduraron, a lo que hay que añadir que la propia finca rústica del monarca también contaba con un recinto externo de tapial, al parecer, bastante precario, puesto que la documentación de la práctica en numerosas ocasiones recoge mandatos del rey o de su merino de que se rehaga. El documento de fecha 20 de febrero de 1360 por el que el rey Pedro IV de Aragón hace concesión de por vida a Dominicus Pertusa, hortelano de los vergeles y huertos reales de la Aljafería de sus frutos, rentas y beneficios, pone en evidencia esta situación por la que el monarca había adquirido de nuevo propiedades muradas con cultivos específicos que habían llegado a manos de particulares73. En el plano de 1757 se constata que junto a huertas para plantar hortalizas y legumbres hay una propiedad real murada que en su interior contiene cepas de vid, tal como se explicita en la leyenda del plano («D. Vina con su cerca de tapia»). Precisamente en un documento del 26 de enero de 1386 el rey Pedro IV da

138

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

instrucciones al merino de Zaragoza para la plantación de sarmientos de vid sobre los emparrados del vergel («verger») de la Aljafería74. El 6 de julio de 1337 el rey Pedro IV ordena a Pegerinus de Oblitas, merino de Zaragoza, que se cierre el huerto de la Aljafería con dos tapias, una sobre otra (el documento dice: «...sia feta closura de dues tapies una sobrealta...»), en el lugar donde se encuentra la noria (el documento dice: «cenia»)75, de manera que ni los obreros ni ninguna persona pueda entrar por donde está emplazada dicha noria; del mismo modo, el rey manda que ningún obrero ni ninguna persona, por motivo alguno, entre en el mencionado huerto, antes de que sea vaciada una torre que allí hay donde hay madera y otras cosas76. El 29 de marzo de 1583 Pablo de los Barrios, receptor de los mil ducados que el rey Felipe II le entregó para la reparación de la Aljafería informa a los muy ilustres señores del Consejo de Su Majestad que el dinero entregado por el monarca se está gastando en cerrar la huerta mayor y arreglar los tejados, «que todo ha sido tan necesario que sin las tapias no había huerta»77; estas reparaciones tuvieron que hacerse a raíz de una fuerte tromba de agua que cayó ese año sobre Zaragoza lo que comportó una gran crecida del río Ebro. Al final de dicho documento, además se dan por separado los «gastos hechos en la tapia de la huerta del rey» de los llevados a cabo «en la obra de los tejados del patio principal del Real palacio de la Aljafería». Del recinto perimetral de la finca rústica de la Aljafería no se han podido localizar hasta el momento restos de su parte aérea, empresa que parece un trabajo de titanes dada la mala calidad de los muros de tierra apisonada que lo conformaban; estos muros de cierre sí que han llegado hasta nuestros días en otras almunias islámicas donde se utilizaron materiales más consistentes. También existe una plena coincidencia entre el plano de 1757 y la documentación medieval en el hecho de que la finca rústica de la Aljafería se encontraba en el espacio delimitado al sur por el camino que llevaba a Calatayud y Tudela, al este por la muralla medieval de Zaragoza y al norte por el camino de Monzalbarba, de tal manera que aunque la finca rústica cambió de dimensiones a lo largo de los siglos alcanzando, al parecer, su máxima extensión con el rey Pedro IV, siempre estuvo acotada por estas tres servidumbres que preexistían a la construcción de la primera almunia fortificada a finales del siglo X. Del mismo modo las acequias representadas son aquellas dos de las que hablan las fuentes escritas, la de la Almozara (que tomaba el agua del río Jalón), que era la más rica en agua, y por tanto, la principal y la que se utilizaría desde época islámica, y la de la Romareda

(cuya agua procedía del río Huerva) que probablemente empezó a utilizarse en época tardía, ya que el primer documento que habla de esta acequia en relación con la finca rústica de la Aljafería y de la compra del uso de su agua por parte del rey solo remonta al año 1306. El plano de 1757 indica que al norte de la acequia que riega la finca rústica existe otro brazal que delimita la propiedad real. Es probable que este brazal existiera ya antes del siglo XI, puesto que no existe ningún documento en el que los reyes de Aragón cedan el agua de la acequia de la Almozara a otros regantes;

muy al contrario en 1281 el rey Pedro III de Aragón manda a Garcia Garcesii, zalmedina de Zaragoza, que pregone que quien tome agua de la acequia real que va junto a la Aljafería será condenado a pagar la cantidad de sesenta sueldos78. Del mismo modo en 1403 se produce un pleito de aguas entre el rey Martín I y Ramon de Torrellis, debido a que este último pretendía aprovechar el agua sobrante del riego de los jardines del interior del palacio y de los huertos más meridionales de la finca rústica del rey, y utilizarla para regar sus propiedades, aunque esto supusiera la falta de agua

fig. 4 Madrid. Instituto de Historia y Cultura Militar. Signatura: Z-07-01. Plano del ingeniero Miguel Marín de 1757 en el que se aislado de su contorno el Palacio Aljafería y su finca rústica (detalle).

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

139

para regar los campos y huertos más septentrionales de la propiedad rústica del monarca y que se secasen los árboles y las plantas de dichos huertos; lógicamente Martín I reacciona en contra de Ramon de Torrellis no tolerando el perjuicio que el uso del agua que era de su propiedad le hubiera producido79. Así, pues, es probable que la superficie de la finca rústica del Palacio Aljafería, tras la ampliación de época del rey Pedro IV, nunca excediera la representada en el plano de 1757, puesto que la posibilidad de su expansión hacia el norte está cercenada por la existencia de un brazal de la acequia de la Almozara de época islámica que no era propiedad del rey. En 1757 esta finca rústica tenía una superficie aproximada de 10 hectáreas 59 áreas, de las que el palacio medieval ocupaba 68 áreas excluidos los fosos que tuviera (fig. 4). Una superficie que es notable comparada con la del huerto cercado de «El Castillejo» de Monteagudo (Murcia), denominado en las fuentes en lengua árabe como Qaṣr ibn Sa‘d, que era de 4 hectáreas 29 áreas, pero, lógicamente muy inferior a la de Qaṣr al-Ḥair al-Šarqī (Siria) que era de mil hectáreas80. Aunque en los castillos omeyas del desierto de Quṣayr ‘Amra (Jordania) ya de Qaṣr al-Ḥair al-Šarqī, construido el primero entre 711 y 715 y el segundo hacia 727, existía un gran jardín cercado que cumplía también la función de reserva de caza (en árabe: ḥair), como sucede a luego entre 1147 y 1172 en los palacios que a instancias de Muḥammad ibn Sa‘d ibn Mardaniš se construyeron en sus dominios en «El Castillejo» de Monteagudo a y en la residencia fortificada de Larache (Murcia)81, también existían otras almunias en las que el palacio se encontraba en el centro de la explotación agrícola, b como es el caso de la finca del Agdal de Marrakech, o en su extremo más alto, que era el de más fácil defensa, como es el caso de la almunia al-Rummānīya de Córdoba del siglo X y la del Generalife de Granada de los siglosb XIV y XV. La documentación histórica y el plano de 1757 demuestran que b la finca rústica de la Aljafería obedecía a este segundo modelo, es decir, el alcázar real se encontraba en el lugar más alto de toda la finca rústica, que además coincide que se corresponde con una esquina c de la propiedad. Además la finca rústica de la Aljafería presentaba una peculiaridad respecto a las almunias de Córdoba y Granada comentadas, que es que, en el siglo XIV, secdemolió el lienzo de tierra apisonada que unía la «Torre del Trovador» con el torreón de planta ultrasemicircular existente inmediatamente al oeste c y se sustituyó por un pórtico abierto de cuatro arcos apuntados, que por su aspecto a lo que más recuerda es a una lonja abierta de mercaderes, como las exis-

140

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

a

d

a

d

a) Aspecto en 1387 d

a

b

e

b) Aspecto en 1593 e

b

b

e 0

5m

0

5m

c) Aspecto en 1772

c

0

d c

c d

d) Aspecto en 1940

d

e

e) Aspecto en 1997

e 0

e

5m

10m

fig. 5 Zaragoza. Palacio Aljafería. Plano de alzado del muro norte de la «cambra vermella» (el salón rojo). 0

5m

10m

tentes todavía en Sos del Rey Católico (Zaragoza) y Alcañiz (Teruel). Estos arcos de gran tamaño estaban concebidos para estar siempre abiertos, puesto que no se conservan restos ni de gorroneras ni de quicialeras (fig. 5a), lo que por un lado demuestra que estos arcos abrían a unos terrenos que eran de propiedad real y por el otro explica que este era el motivo por el que el monarca en numerosas ocasiones incide en que se reparen 0

5m

10m

5m

las tapias de la «huerta mayor», ya que una vez dentro de la huerta el acceso al interior del palacio por esta especie de belvedere (en castellano: una galería abierta a un jardín que se encuentra a un nivel más bajo) debía de resultar bastante fácil82. Estos arcos imitaban la solución existente en el lado sur de la iglesia de Santa María y de San Martín de la Aljafería (construida entre 1338 y 1339), que era de cuatro arcos apuntados completamente abiertos, excepto en la parte inferior de aquél en el que se encuentra la puerta. De estos cuatro arcos solo abrían a la iglesia los tres más orientales siendo el del lado oeste, de dimensiones más pequeñas, pero que forma parte del conjunto unitario de cuatro arcos, un paso en alto desde las habitaciones privadas de la primera planta (segundo nivel) y el mirador que existía encima de la iglesia que no ha sido reconstruido en la intervención restauradora de los años 1947 a 1997. Se sabe que los arcos de la iglesia de Santa María y de San Martín estaban completamente abiertos porque la decoración incisa mudéjar ocupa todo la anchura del intradós del arco, demostrando que allí no existió nunca un muro de cierre83. En el siglo XIV a esta solución arquitectónica le llamaban «porche», tal como revela un asiento del Libro-Registro del merino Lop Sanchez de Ahuero correspondiente al 12 de diciembre de 1387 que indica que ese día se pagaron cinco sueldos por dos asnos con los que se sacó la suciedad que se había acumulado en «el porche de Santa Martin»84. Estos vanos aunque no contaran con un cierre de obra ni de madera, sí que por las noches o en ciertas ocasiones se cerrarían con lienzos encerados85. A los cuatro arcos abiertos en el siglo XIV por los que el rey accedía a su finca rústica a caballo (fig. 5a), la documentación contemporánea los denomina el «porche do cavalga el sennyor rey»86. Estos vanos que permitían el acceso montado a caballo desde el palacio a la finca rústica son mencionados por primera vez en las fuentes escritas al referirse a unas obras que se llevaron a cabo junto a ellos el 12 de septiembre de 138787; este dato tiene su interés puesto que no fue hasta el 18 de noviembre de ese año cuando se empiezan las obras de acondicionamiento del palacio ante la inminente llegada del nuevo monarca Juan I. Estos trabajos consistieron en la construcción de una chimenea en la «cambra vermella» (el salón rojo), en abrir una gran ventana en la «cambra verde» (el salón verde) con vistas hacia el «huerto mayor», y en pintar las paredes y la techumbre de la «cambra vermella» con la nueva decoración heráldica de los monarcas. El Libro-Registro del merino Lop Sanchez de Ahuero recoge la noticia de que el:

[...] martes XIX de noviembre empeçoron a obrar en el palacio mayor del sennyor rey, que sale (en la zona donde da) enta (hacia) el huerto mayor, una finestra grant, e fueron logados III peones que picavan e abrian la dita finestra, XVIII dineros cada uno, que monta IIII sueldos, VI dineros88.

La interpretamos como que en esta fecha se abrió en la pared89 de la «cambra verde» (el salón verde), que se encontraba inmediatamente encima de la «cambra vermella» (el salón rojo), y con la misma superficie, una ventana con vistas hacia el norte y desde la cual se divisaba la finca rústica de la Aljafería, que en este documento es denominada «huerto mayor», en contraposición con el «ortet de la sennyora reyna» que se encontraba dentro del palacio. Todavía en la actualidad se conservan restos de esta ventana, de dimensiones considerables para la época90, decorada en yeso con temas de ornamentación vegetal que corresponde a esta fecha91. La ventana no se pudo abrir en la pared norte de la «cambra vermella» puesto que dicho muro ya estaba perforado por cuatro enormes arcos apuntados por los que se salía a caballo a la finca rústica. El asiento del 29 de noviembre deja entrever que el «porche do cavalga el sennyor rey» se encuentra en la «cambra vermella»92. Todo, en realidad, tiene su lógica funcional y formal, atravesada la puerta del Palacio Aljafería (fig. 2), las personas que entraban andando daban un giro de 90º hacia el sur y atravesaban dos puertas, una detrás de otra con sus correspondientes batientes, entre las que estaba apostada la guardia, y los que llegaban montados a caballo tras dar un giro de 90º hacia el norte accedían directamente al primer patio, donde se encontraban los establos con los pesebres93. Junto al lado norte del establo, había un cuarto más pequeño, que pudo ser reservado para el caballo del rey o para guardar las sillas de montar y las cinchas de más peso. Una vez aparejado el equino y subido a él el soberano este era conducido por el pasillo de servicio que existe entre el «Torreón del Trovador» y la «cambra dorada» (el antiguo «Salón de oro» del palacio islámico con su respectiva alcoba del lado este, a la que estaba adosada otra habitación también aproximadamente cuadrada a la que se entraba por el lado oriental)94 hasta la «cambra vermella», y desde allí a través del «porche do cavalga el sennyor rey» salía este a montar a caballo al «huerto mayor». Estos cuatro arcos del muro norte de la «cambra vermella» están en consonancia con los otro cuatro, de aspecto casi idéntico, que pueden verse en el frente meridional de la iglesia de Santa María y de San Martín. De hecho los cuatro arcos apuntados sobre los que se

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

141

fig. 6 Zaragoza. Palacio Aljafería. Lado occidental del muro norte de la «cambra vermella» donde se ven los dos arcos apuntados del siglo XIV, la puerta en la parte central del muro abierta en 1593 tras condenar los vanos góticos, y los restos de ventanas (ahora condenadas) y los dos mechinales cuadrados de las vigas del forjado perteneciente a las obras de 1769 a 1772.

sustenta el Salón del Trono del palacio de los Reyes Católicos (un documento de 1493 le llama «la sala mayor dorada»), pese a ser obra del siglo XV, puesto que sobre ellos la rasante de suelo se encuentra a una cota inferior a la del palacio del siglo XIV, solo presentan al ser doblados una ligera variación respecto a los construidos en el reinado de Pedro IV. Esta «armonía creada por semejanza» también es coherente con el pórtico del testero norte y la arquería de acceso al «Salón de oro» del palacio islámico, situados detrás de los vanos del siglo XV, puesto que en los tres planos existen cuatro arcos; una solución esta de una arquería de cuatro vanos que es un caso único en el arte andalusí, donde hasta en el arte nazarí podemos ver la predilección por las puertas y ventanas de tres vanos. El 17 de junio de 1593 Andrés de Prada envía al conde de Chinchón el despacho recibido de Tiburcio

142

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

Spanoqui en respuesta de lo que se le ordenó respecto a la fortificación del Palacio Aljafería, para que se lo muestre al rey Felipe II y le responda en lo relativo a la asignación de fondos para la continuación de las obras. Tiburcio Spanoqui envía a Andrés de Prada cuatro perspectivas de los cuatro lados de la Aljafería explicados en un texto adjunto. Estas cuatro perspectivas comentadas se conservan en la actualidad en el Archivo de Simancas (Valladolid) con las siguientes signaturas: España. Ministerio de Cultura. Archivo General de Simancas. MPD, 5, 85; MPD, 5, 86; MPD, 5, 87; y MPD, 5, 88. El día 2 de julio Andrés de Prada remite al conde de Chinchón los planos de alzado del proyecto que le ha enviado Tiburcio Spanoqui para que se los muestre al rey Felipe II y vea si conviene proveer dinero. El 5 de julio el conde de Chinchón vuelve a escribir a Andrés de Prada diciéndole que el rey ha visto las perspectivas de Spanoqui y que le devuelve todo, mandándole que se le responda a Spanoqui que se dé mucha prisa y que el dinero ya ha sido provisto95. En realidad, la información que proporcionan las perspectivas de Tiburcio Spanoqui, llena por lo demás de inexactitudes, hay que «cogerla con pinzas», puesto que se trata de dibujos de proyecto, de los que había elementos que ya se habían construido a fecha de 5 de julio de 1593, pero de los que se ignora si todo lo proyectado fue ejecutado y si hubo modificados respecto a los dibujos del proyecto. Afortunadamente, en el muro que a nosotros nos interesa, el del lado norte de la «sala vermella» se conservan tres tipos de vanos cegados: Los arcos apuntados del siglo XIV (figs. 5a, 6 y 7), la puerta abierta en el centro del lado en la reforma del siglo XVI (fig. 5b y 6) y los vanos en dos series que deben de pertenecer ya a la transformación del palacio real en cuartel en el siglo XVIII (fig. 5c). Del estudio comparativo de ambas fuentes se deduce lo siguiente: Los cuatro arcos abiertos a la finca rústica del «porche do cavalga el sennyor rey», que aparecen mencionados por primera vez en 1387 (figs. 5a, 6 y 7), fueron cegados en 1593. Fue en las obras dirigidas por Tiburcio Spanochi cuando se abrió, una vez cegados los cuatro arcos góticos, una única puerta central concebida para poder salir por ella a la «huerta mayor» a caballo, a través de la llamada «puerta del Socorro» y una vez bajado el puente levadizo (figs. 5b y 6)96. Esta puerta en el último plano de planta en la que está representada es en el del ingeniero Manuel Marín de 175797, lo que hace pensar que se condenaría en la gran reforma que tuvo lugar en el Palacio Aljafería entre los años 1769 y 1798, y para la que no se hizo ningún pro-

fig. 7 Zaragoza. Palacio Aljafería. Lado oriental del muro norte de la «cambra vermella» donde se ven los dos arcos apuntados del siglo XIV condenados en 1593, y los restos de ventanas (ahora condenadas) y de dos puertas efectivas, a una cota de nivel más bajo que las ventanas, que daban acceso a una caja de escaleras pertenecientes a las obras de 1769 a 1772.

yecto de modificación específico98. En una reforma que se prolongó a lo largo de tantos años no faltarían contradicciones y cambios de planes que explicarían que una vez cegada la puerta abierta por Tiburcio Spanochi se abrieran las dos series horizontales de ventanas que pueden verse en la actualidad en el muro norte de lo que fue la «cambra vermella» y las dos puertas que daban acceso a una caja de escaleras (fig. 5c). No obstante, pese a la falta de planos de la Aljafería para esta época lo más verosímil es que la puerta del siglo XVI se condenara entre los años 1769 y 1772. Siguiendo el famoso proverbio inglés last but not least, es decir, lo último en llegar pero no por eso lo menos interesante, vamos a terminar este artículo hablando de la «casa de fieras» de la Aljafería. Tanto los califas cordobeses como los califas fāṭimíes poseyeron su propia «casa de fieras». Son muy famosos y conocidos dos

ataifores con números de inventario 749 y 11119 del Museo Benaki de Atenas, de finales del siglo X o inicios del siglo XI, que representan dos momentos muy concretos: El primero la llegada a la «casa de fieras» de El Cairo de una jirafa que es conducida por su correspondiente cuidador (fig. 8) y el segundo un leopardo de dicha «casa de fieras» con su respectivo guardián que con las manos trata de amansarlo (fig. 9)99. Como ha estudiado Asunción Blasco Martínez a estos cuidadores se les menciona siempre por su nombre, y siendo casi siempre de baja extracción social, consiguieron gracias a su trabajo, las franquicias y prebendas otorgadas por el rey, gozar de un notable respeto entre sus contemporáneos, hasta el punto de recibir el título de «don» como otros miembros ilustres de su comunidad100. En el alcázar urbano de Córdoba existía una casa detrás de la alcazaba militar, edificada a instancias del califa ‘Abd al-Raḥmān III, utilizada para guardar los leones con los que el califa atormentaba a criminales y enemigos; dicho edificio fue construido junto a un barranco y un puente que pasó a ser conocido por esta razón como «Puente de los Leones», y que posiblemente dio nombre también a la torre situada en el ángulo suroeste del Alcázar, Burŷ al-’Asad («Torre del León»); creándose así en esta zona un topónimo que se mantiene después en la «Torre de los Leones» del Alcázar de los Reyes Cristianos101. En relación con esta «casa de los leones» del alcázar califal urbano de Córdoba, es interesante llamar la atención sobre el hecho de que en el Libro-Registro del merino de Zaragoza Lop Sanchez de Ahuero de 1387 se habla de la «casa de los leones», junto a la cual se encontraría «la caseta del leon chico», puesto que se apuntó en el Libro-Registro que el 7 de octubre de este año dos maestros que encarcelaban las puertas y las rejas de hierro suprimieron una puerta que existía en medio con el fin de que los leones no pudiesen pasar de una casa a otra102. Aunque ningún documento lo afirma con precisión creemos que la «casa de fieras», dentro de la que se encontraría la «casa de los leones», se encontraba en la finca rústica y no dentro del palacio medieval. Junto a la «casa de fieras» debía de encontrarse la propia casa del «leonero real», que pernoctaría cerca de los animales salvajes para poder alimentarlos y cuidar de ellos durante las enfermedades y los partos. Un dato importante a tener en cuenta es que los numerosos planos de planta y planos de alzado anotados que existen del Palacio Aljafería y luego del Cuartel de la Aljafería, así como sus descripciones escritas, nunca mencionan ningún espacio (ya sea habitación, torreón o zona al aire libre) vinculado con ningún tipo de animal; no

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

143

144

fig. 8

fig. 9

Atenas. Museo Benaki. Ataifor con n.º de inventario 749. Finales del siglo X o comienzos del siglo XI. Una jirafa de la «casa de fieras» con su correspondiente cuidador.

Atenas. Museo Benaki. Ataifor con n.º de inventario 11119. Finales del siglo X o comienzos del siglo XI. Un leopardo de la «casa de fieras» con su respectivo cuidador que trata de amansarlo.

existe ningún micro-topónimo de este tipo, como sí ocurre en el alcázar de Córdoba. El documento más esclarecedor a estos efectos es uno del 18 de enero de 1354, por el que el merino de Zaragoza, requiere a don Bernart, que era la persona que tenía a su cargo la custodia de las llaves del Palacio Aljafería, que mantenga abierta la puerta de la Aljafería para que el leonero pudiese tomar para los leones agua del pozo dos o tres veces al día, porque el rey así lo había mandado103. Por la razón que fuera, el «leonero del rey» no podía coger agua para dar de beber a sus animales ni de la acequia que tomaba el agua del río Jalón ni de la que se surtía de agua del río Huerva (lo que facilitaba su trabajo puesto que una de las dos acequias debía de llegar hasta la casa de fieras misma), quizás el agua estuviera helada, hubiera una gran sequía o no llegara el agua hasta la Aljafería porque se había cortado el agua para hacer reparaciones en las acequias; ante tal circunstancia el rey, con el fin de evitar que murieran de sed los animales de su zoológico, da orden al encargado de controlar el acceso al palacio medieval, que deje pasar dos o tres veces al día al «leonero del rey» para que tome agua del pozo adosado al lado oeste de la «Torre del Trovador», que nunca se quedaba seco porque tomaba el agua del río Ebro, y que era en esta época el único que existía dentro del Palacio Aljafería.

En un documento fechado el 30 de noviembre de 1316 el rey Jaime II ordena al Maestro Racional que admita las cuentas que le presente P[etrus] de Martorello, merino de Zaragoza, de los gastos realizados en la reparación de diversas dependencias de la Aljafería, como la cámara que está debajo de la cámara mayor en el mirador sobre el corral de los leones104. Lo que se deduce de este documento es que en 1316 en un lugar inconcreto de la Aljafería existían dos salas superpuestas, de tal manera que desde el mirador de la sala superior, que era la principal, se podía ver, sin peligro, desde un mirador, el corral de los leones, que quedaba a una altura mucho más baja. Asunción Blasco cree que los leones se encontraban en la Aljafería dentro de un foso que les impedía escapar105. Es curioso que este término, «corral», es el que se utiliza también en el plano de 1757 dibujado por el ingeniero Miguel Marín para representar un edificio situado al este del palacio («C. Corral con su cubierto»); hasta dicho corral llega la acequia que toma el agua del río Huerva, que es la más incierta de las dos, lo que explicaría que en enero de 1354 no llevara agua o esta se hubiera helado al llevar un caudal muy escaso, y que el «leonero del rey» tuviera que entrar al alcázar real a coger agua para sus animales. Podría parecer que un corral en un plano de 1757 puede referirse también a un corral de animales do-

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

mésticos, como, por ejemplo, gallinas, ovejas o cerdos, pero esto es improbable, porque las tierras donde está representado este corral siempre pertenecieron al rey, los documentos de la práctica y los LibrosRegistro del Merino nunca hablan de una explotación pecuaria de la «huerta del rey», ni de animales domésticos, y además la propiedad de animales salvajes era un símbolo de la fuerza y del poder real, al tiempo que una demostración de lujo y riqueza dado que comportaban una serie de problemas continuos y unos gastos de mantenimiento enormes. En última instancia, lo que se pretende con la existencia de esta «casa de fieras» es mostrar al rey como dueño de la naturaleza, como cosmócrator, una presentación tomada de la de los emperadores romanos deificados106. Así, pues, un ganado de ovejas o de cerdos a la entrada del palacio hubiese puesto al rey en pie de igualdad con sus súbditos, y hubiera conseguido expresar precisamente todo lo contrario de lo que se quería plasmar en imágenes visuales. Este corral está representado en el plano de 1757 junto al único acceso posible al interior del Palacio Aljafería, por lo que cumpliría perfectamente la función de impresionar e intimidar a los notables que visitaran al soberano, consiguiendo de esta manera que aumentara su respeto hacia él. La «casa de fieras» de la Aljafería era una de las más antiguas y prestigiosas de la Corona de Aragón, sirviendo de modelo para el acondicionamiento de otras como la de Barcelona y Valencia; por eso del hecho de que en Barcelona los leones estuviesen en 1401 en el «Palacio Menor», en una dependencia del jardín107, se desprende que en Zaragoza debía de ocurrir lo mismo. Además la «casa de fieras» de la Aljafería debía de ser verdaderamente grande: En 1342 se murieron en extrañas circunstancias cinco leones (probablemente no se trataría de cinco leones machos sino que entre los cinco se incluirían los machos, las hembras y los leonci­ llos)108; en 1387 el rey Juan I ordena que se compre una jaula para transportar a su palacio de Barcelona los lobos de la «casa de fieras» de Zaragoza (debía de tratarse al menos de un macho y de una hembra para que pudieran procrear puesto que aparecen mencionados en plural)109; finalmente, un documento de 1396 habla de los leones, leopardos, osos y otras fieras salvajes de la Aljafería de Zaragoza110. Además de la «casa de fieras» también debía de haber animales sueltos en el «huerto mayor», que en ocasiones cumpliría la función de reserva de caza. En un documento de 1387 el rey Juan I el Cazador ordena al merino de Zaragoza, Luppo Sanchez d’Ahuero, que haga soltar en el «huerto mayor» tantas liebres vivas como pueda111. La presencia de ciervos en la finca rústica

de la Aljafería también está frecuentemente documentada; poco después de 1342 el rey Martín I ordena que sean llevados un ciervo y una cierva desde la Aljafería hasta la dehesa de Valldaura, [en Barcelona]112. En las épocas de celo desde el palacio se podría ver y oír la berrea de los ciervos en la finca rústica con la que estos pretenderían atraer a las hembras. Algunos de estos animales de la «casa de fieras» tenían nombre propio, como el oso Anteoni113 o el león Marzot o Marzoc114, que el rey Pedro IV de Aragón regaló al rey de Navarra. Basándose en este hecho, algunos autores han pensado que se trataba de animales domesticados, pero esta hipótesis no es muy consistente, ya que los toros de lidia en la actualidad también tienen un nombre propio y no por eso dejan de ser toros bravos. La ubicación de la «casa de fieras» de la Aljafería en la finca rústica se confirma por el hecho de que el propio rey Pedro IV dice a Arnau Torrelles en un documento de 1384, que solo existe costumbre de tener leones en Barcelona, Perpiñán, Valencia, Zaragoza y Calatayud («casa de fieras» está ultima que en 1448 había dejado de existir115), porque en estas ciudades hay lugares amplios y adecuados para tenerlos, y una aljama de judíos capaz de costear los elevados gastos que estos animales ocasionan116. La necesidad de contar con grandes espacios queda demostrada por la celebración en 1369 en la Aljafería de un espectáculo en honor del infante Juan, en el que participó el Concejo de Zaragoza, en el que un toro se enfrentó a varios leones117. La presencia de varios leones a la vez, un documento afirma que llegó a haber en la Aljafería hasta cinco leones al mismo tiempo118, exigiría de notables medidas de seguridad119, tanto más cuanto que en 1370 un león se escapó de su jaula (el documento dice de su «casa») y mató a una persona, y para reducirlo fue preciso sacrificarlo. En este caso tanto el infante Juan en 1370 como su padre Pedro IV en 1372, que no debían de ser ajenos al peligro que comportaba la presencia de leones, consideraron que el accidente había sido totalmente fortuito y de todo punto inevitable, absolviendo de cualquier responsabilidad al «leonero real» Açach Taboch120. Açach Taboch debía de gozar de la total confianza del rey y debía de ser muy experto en el trato con los leones, puesto que pese a lo sucedido en 1370, no solo fue nombrado «leonero regio» con carácter vitalicio y se convirtió en una persona respetable que recibía el título de «don», sino que a él le sucedió como responsable de por vida de las fieras del rey su propio hijo y heredero Çaçon Taboch, que desde 1379 era su sucesor oficial, que accedió al cargo de «leonero real» en 1402 y que lo fue al menos hasta el año 1432121.

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

145

NOTAS

5. 6.

Los autores de este artículo, que trata un tema que no se había estudiado nunca, mucho más próximo a la Historia Medieval que a la Arqueología o a la Historia del Arte, quieren expresar su agradecimiento público hacia todas las personas que les han orientado en la elaboración de este trabajo, y especialmente a María Teresa Ainaga Andrés, Beatriz Canellas Anoz y Mario Lafuente Gómez. 1. Incluso, hasta hace muy pocos años, con anterioridad a la construcción de la autovía de circunvalación de Zaragoza (conocida como Z-40), era justamente delante del frente sur del Palacio donde se unían la Carretera Nacional II, procedente de Calatayud, con la Carretera Nacional 232 y la Autopista de Peaje Vasco-Aragonesa (AP-68), procedentes de Burgos y Pamplona. 2. Para la transliteración de los grafemas del alifato árabe al abecedario latino se sigue el sistema adoptado por las revistas Al-Andalus y Al-Qanṭara, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que es el más empleado en España, que reproduce así el alifato: ­’, b, t, ṯ, ŷ, ḥ, j, d, ḏ, r, z, s, š, ṣ, ḍ, ṭ, ẓ, ‘, g, f, q, k, l, m, n, h, w, y; vocales largas: ā, ī, ū. No se transcribe la hamza inicial, y la tā’ marbūṭa solo se transcribe cuando se encuentra en estado constructivo (-at). La letra lām del artículo determinado árabe al cuando se encuentra delante de una «letra solar» se transcribe al abecedario latino como «l», aunque asimila el sonido de la «letra solar» que se escribe tras ella. Para evitar confusiones en la transcripción de los textos árabes antiguos a grafía árabe moderna y en su transliteración a caracteres latinos, se obvian las peculiaridades de la escritura del dialecto árabe andalusí y su evolución en el tiempo, y nos atenemos a la escritura del árabe clásico. 3. La «Torre del Homenaje» del Palacio Aljafería probablemente era también conocida como «Torre Maestra», ya que en un documento de 6 de enero de 1516, bastante confuso en lo que concierne a este particular, se dice: «Con los capitoles infrascriptos mossen Joan de Soria, cauallero [sic.], da a Mahoma de Gali, moro, maestro mayor de las obras del Castillo de la Aljaferia, la obra que se ha de fazer en la torre maestra junto a la torre del Homenaje». Del documento parece desprenderse que Mahoma de Gali recibe el encargo de reparar una torre que está junto a la del Homenaje pero que es distinta de esta, pero hay otras razones que hacen pensar que la «Torre Maestra» y la «Torre del Homenaje» son la misma, entre estas razones se encuentran las siguientes: 1ª. Que el Diccionario de la lengua española define «torre maestra» como «torre del homenaje»; 2ª. Que en la realidad junto a la «Torre del Homenaje» no ha habido nunca ninguna otra torre, junto a ella se encontraba en 1516 la «cambra vermella» (el salón rojo) en la planta baja y la «cambra verde» en la primera planta, de hecho, el lienzo norte de la Aljafería es el que menos torreones tiene de todo el palacio puesto que excluida la «Torre del Homenaje» y los dos de las esquinas, en él solo se construyó uno, mientras que en el lado sur, excluidos los dos de las esquinas se construyeron cuatro; 3ª. La «Torre Mayor» en esta fecha estaba compartimentada en su interior en distintos tipos de estancias por lo que es fácil que a una parte de ellas se le llamara «Torre del Homenaje», la ocupada con fines palaciales, como dormitorios, y a otra «Torre Maestra», la que cumpliera funciones propias de la vida castrense como cuartos para la guardia, calabozos, etc. con lo que al formar parte de una misma masa prismática de hecho la «Torre Maestra» estaba junto a la «Torre del Homenaje»; y 4ª. Que los documentos históricos de la práctica están escritos muy deprisa lo que provoca que estén llenos de inexactitudes; Abizanda y Broto (1917), «Mahoma de Gali. Torre maestra de la Aljafería», p. 353. 4. Souto Lasala, 1987.

146

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

7. 8. 9. 10. 11. 12.

13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23.

24. 25. 26. 27.

28. 29.

30.

31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43.

Cabañero Subiza, 1988, pp. 32-33. Cantos Carnicer y Giménez Ferreruela, 2004. Canellas López, 1972, doc. n.º 123, p. 222. Nougués Secall, 1846, nota (id est: documento) n.º 11, p. 131. Al-Ḥimyarī, ed. 1963, pp. 337-338. Cabañero Subiza, 1985, pp. 172-173. Sénac, 2000, pp. 222 y 250. En Ubieto Arteta (1987), dicho autor define el significado del término «torre» en Zaragoza como una «finca de labor, comprendiendo varias edificaciones de terreno, con diferentes cultivos —que pueden ser cereales— aunque dedicados principalmente al de árboles frutales, huerta y jardín, por estar enclavados en zona de regadío». Ubieto Arteta, 1951, doc. n.º 87, pp. 331-332. Ibid., doc. n.º 89, pp. 333-335. Bienes Calvo, 2004, pp. 290, 291 y 298. Castán Sarasa, 2004, pp. 426-427. Ubieto Arteta, 1951, doc. n.º 79, pp. 322-323. Canellas López, 1990, doc. n.º 12, pp. 9-10. Ibid., doc. n.º 104, pp. 60-61. Ibid., doc. n.º 209, p. 115. Ubieto Arteta, 1951, doc. n.º 72, pp. 311-313. Ibid., doc. n.º 68, pp. 306-307. Aunque el documento n.º 72 de la Colección diplomática de Pedro I de Aragón y Navarra publicado por Antonio Ubieto Arteta no precisa que el torreón de Ibn Barbicula en Huerta de Vero fuera utilizado como refugio en caso de ataque a esta almunia esto es lo que cabe pensar en buena lógica. Zueco Jiménez, 2011. Casabona Sebastián y Delgado Ceamanos, 1997. Cabañero Subiza, 1992. Sobre aquellas torres musulmanas de Aragón para las que no existe una monografía específica véase como trabajo de conjunto Cabañero Subiza, Cantos Carnicer y Giménez Ferreruela, 2006. Bienes Calvo, 2004, pp. 287, 288, 289, 296 y 297; Zueco Jiménez, 2011, p. 76. Esta fortificación que ocupaba ambos afloramientos rocosos que generan un estrecho congosto por el que discurre el río Flumen es conocida como Sen (Peña de San Miguel) y Men (Peña de Amán). Las fuentes árabes presentan muchas variantes ortográficas del nombre de esta fortaleza: al-‘Uḏrī (1002-1086) la cita como Tān wa Mān y Bān wa Mān; e Ibn Ḥayyān (9881076) como Fān wa Mān; estas diferencias se deben a la ausencia de puntos diacríticos en el manuscrito de Aḥmad al-Rāzī (siglo X) en el que se basan ambos autores. Las torres de San Mitiel y de Tormos fueron dadas a conocer en Galtier Martí, 1987, pp. 171-185. Véase además sobre dichas torres: Castán Sarasa, 2004, pp. 351-353 y 464-467. Castán Sarasa, 2004, pp. 230-232; Pladevall i Font, 1997, pp. 308-310. Ambas torres fueron estudiadas en Almagro Gorbea, 1976. Canellas López, 1990, doc. n.º 13, pp. 10-11. Canellas López, 1990, doc. n.º 90, pp. 53-54. Montaner Frutos, 1998, p. 44. Canellas López, 1990, doc. n.º 21, pp. 16-17. Viguera Molins, 1995, p. 39. Canellas López, 1990, doc. n.º 94, p. 55. Bofarull y de Sartório, 1889, p. 5. Orcástegui Gros y Sarasa Sánchez, 1977, p. 76. Serrano y Sanz, 1922-1923, «18 de Enero de 1354», p. 366. Sarasa Sánchez, 2004, p. 39. Ibid., aunque en un asiento diferente al mencionado en la nota anterior.

44. 45. 46. 47.

48. 49. 50.

51. 52. 53. 54.

55.

56. 57. 58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 66. 67. 68. 69.

Ibid., p. 38. Ibid., p. 66. Madurell Marimón, 1961, doc. n.º 12, pp. 519-520. Todas estas fuentes han sido publicadas por distintos autores, y posteriormente recopiladas y estudiadas en Sarasa Sánchez, 1977; 1998. Orcástegui Gros y Sarasa Sánchez, 1981, p. 134. Sarasa Sánchez, 1977, p. 20. La Crónica de Juan II dice textualmente: «...las fiestas [de la coronación] duraron diez dias; en el qual tiempo el Rey mando dar raciones muy complidamente a todos los que a las fiestas vinieron; y estuvo siempre delante del Palacio una fuente, que todos los dias manaba por la una parte vino blanco e por otra [vino] tinto, donde todos levaban dende el vino que les placia»; Sarasa Sánchez, 1998, pp. 101 y 103. Sarasa Sánchez, 1977, p. 22. Orcástegui Gros y Sarasa Sánchez, 1981, p. 134. Apéndice documental. Canellas López, 1972, doc. n.º 123, p. 222. Este documento es bastante explícito y dice lo siguiente: [ Noverint universi quod nos Iacobus, Dei Gratia, rex Aragonum, Maioricarum et Valentie, comes Barchinone et Urgelli et Dominus Montispessulani ] per nos et nostros damus et concedimos tibi Dominico Iohannis de Azcon et tuis filiis per hereditatem propriam francham et liberam, illam tallyatam quam est prope Aliafariam nostram Cesarauguste; et tenet de portale clauso mauris veteris Cesarauguste usque ad tallyadam dicte Aliaferie; et affrontat cum brazale cum quo rigatur ortus que fuit Petri de Oscha, et cum dicto muro sive portali ex altera, et cum parietibus sive muribus vicinalibus, et cum dicta tallyata dicte Aliaferie... ad faciendum ibi ortum...; que se puede traducir al castellano como «[Conozcan en el universo que nos Jaime, por la gracia de Dios, rey de Aragón, de las Mallorcas y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgell, y señor de Montpellier] por nos y los nuestros, damos y concedemos a ti, Dominico Iohannis de Azcon y a tus hijos, por propia herencia, franca y libre, aquella hondonada que está junto a nuestra Aljafería de Zaragoza, y [que] comprende desde el portal cerrado de las murallas viejas de Zaragoza hasta la hondonada de dicha Aljafería, y afronta con el brazal con el que es regado el huerto que fue de Pedro de Huesca, y del otro lado con dicho muro o portal, y con las paredes o muros vecinos, y con dicha hondonada de la Aljafería... para que sea hecho allí un huerto...». Existe una alusión a esta concesión de poderes en Albareda Piazuelo, 1935, p. 60. El documento está inédito y se conserva en Barcelona, Archivo de la Corona de Aragón, Real Cancillería, Registro n.º 1315, fols. 191v y 192r. Apéndice documental. Ibid. Lacarra de Miguel, 1985, doc. n.º 395, p. 73. Sobradiel [Valenzuela], 2009, docs. núms. 390 (pp. 412 y 413) y 395 (pp. 414-416), con su comentario en pp. 152-153. Canellas López, 1990, doc. n.º 79, pp. 45-48. Canellas López, 1972, doc. n.º 21, p. 108. Ibid., doc. n.º 123, p. 222. Canellas López, 1975, doc. n.º 227, p. 170. Ibid., doc. n.º 267, p. 191. Ibid., doc. n.º 291, p. 203. Nougués Secall, 1846), nota (id est: documento) n.º 10, pp. 127130. Véase además Bofarull y de Sartório, 1889, pp. 23-27. Ibid., nota (id est: documento) n.º 11, pp. 130-131. Ibid., nota (id est: documento) n.º 11, p. 131. El documento, escrito en latín, está inédito, pero se ha publicado

70. 71. 72. 73. 74. 75.

76.

77. 78. 79.

80. 81. 82. 83. 84. 85.

86. 87. 88. 89.

90.

91.

de él un resumen en castellano en Paulino [Montero] y Sobradiel [Valenzuela], 2010, doc. n.º 53, pp. 100-101. Sobradiel [Valenzuela], 2009, docs. núms. 400 (pp. 418 y 419) y 409 (pp. 421 y 422) y comentario en pp. 156-158 y 227. Canellas López, 1990, doc. n.º 13, pp. 10-11. Canellas López, 1972, doc. n.º 123, p. 222. Apéndice documental. Madurell Marimón, 1961, doc. n.º 46, p. 540. En el Libro-Registro del merino de Zaragoza Miguel Royo, este anotó los gastos que tuvieron lugar en la Aljafería el [8 de mayo de 1301] en la [reparación o colocación] de una «çenia», e inmediatamente después, ese mismo día anotó lo que costaron «los alcaduçes de ligar», es decir, los arcaduces que iban atados a dicha noria. Así, pues en este fragmento del Libro-Registro, publicado en Orcástegui Gros y Sarasa Sánchez, 1981, p. 121, se ve con claridad que la palabra cenia es utilizada como sinónimo de noria y no de azud. En este punto concreto, donde se rehace con una mayor altura el muro de la finca rústica, dicha tapia había devenido en ruina. Además dicho lugar debía de encontrarse en un lugar especialmente accesible lo que facilitaba que penetrara en la propiedad real cualquier intruso, seguramente porque la noria había sido construida en uno de los lugares más bajos sobre el nivel del mar de la finca rústica y por tanto donde de manera menos trabajosa se podía elevar el agua de la capa freática del río Ebro. Para evitar estas entradas furtivas de ladrones, que facilitaban las características topográficas del terreno, se había construido en este lugar con anterioridad a 1337 una torre, en la que en este momento guardaban madera y otras cosas; Rius Serra, 1928, doc. n.º XXVI, p. 148. Paulino [Montero] y Sobradiel [Valenzuela], 2010, doc. n.º 257, p. 171, con el comentario en p. 57. Canellas López, 1975, doc. n.º 227, p. 170. Estos dos documentos en los que se dirime este pleito de aguas han sido publicados en Nougués Secall, 1846, nota (id est: documento) n.º 9 (pp. 125 y 126) y nota (id est: documento) n.º 9 (p. 126), y sendos resúmenes en castellano en Paulino [Montero] y Sobradiel [Valenzuela], 2010, docs. núms. 226 (p. 161) y 227 (p. 161). Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995, pp. 97 y 103. Ibid. Rius Serra, 1928, doc. n.º XXVI, p. 148. Borrás Gualis, 1998, pp. 182-189. Sarasa Sánchez, 2004, p. 72. En el Libro-Registro del merino de Zaragoza de 1387 este anotó que el 31 de agosto pagó cinco sueldos por un «...lienço encerado pora la finestra de la cappiella dorada»; ibid., p. 51. Ibid., p. 55. Ibid. Ibid., pp. 61-62. Es decir, según el Libro-Registro se abrió una ventana totalmente nueva en el lienzo ciego del lado norte de la «cambra verde», en un lugar donde con anterioridad no existía ningún vano de iluminación. Compárese, por ejemplo, con aquella otra ventana que perteneció al Palacio Arzobispal de Zaragoza de la segunda mitad del siglo XIV y que actualmente se expone, en el orden originario en el que estuvieron sus fragmentos, en el Museo Diocesano de esta misma ciudad. Esta ventana es tan sumamente pequeña que casi parece una micro-arquitectura; fue dada a conocer en Borrás Gualis, 1986. Katharina Pieper basándose exclusivamente en detalles formales, es decir, sin poner en relación esta ventana con esta noticia,

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

147

92.

93.

94.

95.

96.

97. 98. 99.

148

dató dicha ventana entre los años 1350 y 1390, Pieper, 2009, pp. 133 y 316 (con lám. 265). El Libro-Registro dice: «Viernes XXIX de noviembre obraron IX maestros, el uno que obrava de algenz en la dita caminera e los VII pintavan en las lomeras e quayrones del dito palacio mayor, e el uno obrava de fusta pora scudos a la sala e a los porches, II sueldos cada uno, que monta XVIII sueldos»; Sarasa Sánchez, 2004, p. 66. En un documento del 18 de abril de 1388 el rey Juan I ordena al merino de Zaragoza que limpie y disponga todo lo necesario para los caballos en los establos y pesebres del Palacio Aljafería ante su próxima llegada a Zaragoza; Madurell Marimón, 1961, doc. n.º 49, p. 542. A la habitación anexa a la alcoba oriental del Salón del Trono, que contaba únicamente con una altura, y a la que se accedía desde el este, la documentación medieval la denomina el «cobertiço de Sant Martin»; Sarasa Sánchez, 2004, p. 58. El pasillo de servicio existente entre la «Torre del Trovador» y el «testero» norte del palacio es denominado en un documento de 16 de diciembre de 1359 como «carreron por do pueya homen a la torre mayor»; este documento ha sido publicado en Madurell Marimón, 1961, doc. n.º 22, p. 526, pero la transcripción que nosotros ofrecemos la hemos hecho directamente del documento original y nos parece más correcta que la que en su día hizo José María Madurell Marimón. Todas estas cuestiones han sido estudiadas en Sobradiel [Valenzuela], 2006, pp. 49-56, 197-214 (con docs. núms. 92-108) y 219220 (con doc. n.º 110). El comentario a la perspectiva del lado norte de Tiburcio Spanochi dice lo siguiente: «...y [se ha] hecho puerta y ventana de una ventanota que tenia por donde se puede salir a la puerta del Socorro y a la huerta siempre a cavallo»; Sobradiel [Valenzuela], 2006, doc. n.º 93, pp. 197-198. Sobradiel [Valenzuela], 2009, doc. n.º 405, p. 420. Ibid., pp. 177-182 y 445-478 (docs. núms. 458-519). Viktoria Meinecke-Berg ha conseguido reconstituir gráficamente el aspecto de un ataifor de gran tamaño, cuyos fragmentos se conservan en el Museo de Arte Islámico de Berlín con n.º de inventario 143/64.135, en el que están representadas dos jirafas enfrentadas con sus respectivos cuidadores; en realidad parece la duplicación especular de la representación del ataifor con n.º de inventario 749 del Museo Benaki de Atenas. Este ataifor de Berlín, que fue vidriado a finales del siglo X o comienzos del siglo XI, en su momento debió de ser muy apreciado puesto que está firmado por su autor en un lugar muy visible (la parte superior central del ataifor) y en el sentido habitual de la lectura, frente al del Museo Benaki que es anónimo. En el ataifor de Berlín, Viktoria Meinecke-Berg ha podido reconstituir la inscripción [‘ama]l Muslim [ibn] al-Dahhān, que en castellano quiere decir

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

«fabricado por Muslim ibn al-Dahhān»; Meinecke-Berg, 1999, pp. 354 (con fig. 11) y 355 (con fig. 12), y p. de láms. 24 (con lám. III.69). 100. Blasco Martínez, 1996, pp. 305-309. 101. León Muñoz, Monterroso Checa y Garriguet Mata, 2003, entre otra bibliografía más especializada. 102. Sarasa Sánchez, 2004, p. 59. 103. Serrano y Sanz, 1922-1923, «18 de Enero de 1354», p. 366. 104. Martínez Ferrando, 1948, doc. n.º 228, pp. 163-164. 105. Blasco Martínez, 1996, p. 295. 106. Cabañero Subiza, 1996. 107. Adroer i Tasis, 1996, p. 262. 108. Orcástegui Gros y Sarasa Sánchez, 1977, pp. 54 y 57. 109. Sarasa Sánchez, 2004, p. 51. 110. Blasco Martínez, 1996, p. 295. 111. El documento original dice: «Otrossi, queremos que fagades meter en el huerto mayor quantas liebres poredes vivas»; Madurell Marimón, 1961, doc. n.º 48, p. 541. 112. Adroer i Tasis, 1989, p. 11. 113. Nougués Secall, 1846, nota (id est: documento) n.º 14, p. 133. 114. Blasco Martínez, 1996, pp. 297 y 301. 115. Ibid., p. 298 116. Ibid., p. 294. 117. El documento dice textualmente que el mayordomo de la ciudad abonó 140 sueldos jaqueses a un particular «por el precio de un thoro que yo vendie a la dita ciudat, para itar a los leones quando el senior Duch hera en la avantdita ciudat»; ibid., p. 301. El verbo «itar» puede querer decir «arrojar», «echar» a los leones un animal manso. Quizás esta noticia guarde relación con otra anterior de 1316 por la que el rey Jaime II le pide al Maestro Racional que admita las cuentas que le presente P[etrus] de Martorello, merino de Zaragoza, y entre las que se encuentra la compra de un caballo para arrojarlo a los leones; Martínez Ferrando, 1948, doc. n.º 228, pp. 163-164. 118. Orcástegui [Gros] y Sarasa [Sánchez], 1977, pp. 54 y 57. 119. Es interesante llamar la atención sobre el hecho de que se conserva un dibujo en tinta marrón sobre papel en el Institut du monde arabe de París, con n.º de inventario AI 87-30, procedente de al-Fusṭāṭ de los siglos XI o XII, en el que un león ataca y devora a un hombre desnudo que se defiende con una espada en la mano derecha y probablemente una red en la izquierda; véase este dibujo en Barrucand, 1998, pieza n.º 19, p. 101. En realidad, estos espectáculos de luchas entre animales, y la muerte ocasional de personas a manos de leones, sin ser exactamente lo mismo, recuerdan un poco las venationes ferarum de los antiguos anfiteatros romanos. 120. Blasco Martínez, 1996, doc. n.º 2, pp. 310-311, y comentario en p. 307. 121. Ibid., doc. n.º 3, p. 312, y comentario en pp. 307-309.

Apéndice documental 1360, febrero 20

Zaragoza

El rey Pedro IV concede a Dominicus Pertusa, hortelano de los vergeles y los huertos de la Aljafería en la ciudad de Zaragoza, de por vida, los frutos, rentas y provechos de las huertas, terrenos y posesiones reales que son mencionados a continuación: El avellanar que fue de Gracia Borgi, el nogueral que fue de Dominicus de Agraz, el higueral que fue de [la Orden de Santa María de] Roncesvalles, la mitad de un campo que fue de Guisabell Dionisi, la mitad de un huerto que fue de Johann Petri de Magallon, así como lo que dividió la vía que discurre por medio hasta el huerto que fue de Ennecus de Liso y sus parientes, y el huerto que fue de Ennecus de Lisio que llega hasta la puerta de los huertos reales que se encuentra junto a la Puerta de Sancho. El rey le autoriza, finalmente, a Dominicus Pertusa a reparar y volver a levantar las paredes de los campos que se hayan hundido pero no a erigir nuevas tapias de separación. Barcelona, Archivo de la Corona de Aragón, Cancillería Real, Registro n.º 904, fols. 87v-88r. Documento inédito y auténtico. Ref. [Joaquín y José] ALBAREDA [PIAZUELO], La Aljafería. Datos para su conocimiento histórico y artístico y orientaciones para una restauración y aprovechamiento del edificio, Zaragoza, 1935, pp. 60 y 61. Ref. Elena PAULINO y Pedro I. SOBRADIEL, La Aljafería: 1118-1583. El Palacio de los Reyes de Aragón, Zaragoza, 2010, doc. n.º 128, p. 128. [Añadido en letra diferente: Dominicus Pertusa] Nos, Petrus et cetera, attendentes vos, fidelem Dominicum Pertusa, ortolanum viridariorum [interlineado: et] ortorum nostrorum Aliaffarie civitatis Cesarauguste, ex concessionibus nostris pro vestro salario et labore debere habere et percipere annuatim ad vitam vestram octo kaficia tritici balatin et octo nietra [tachado: tiis] vini, et centum solidos pro vestitu, que omnia merinus Cesarauguste, ex iuribus et redditibus dicti merinatus officii, vobis ex assignacione ac mandato nostro exsolvere debet, ut per cartas sive provisiones nostras clare liguet; attendentes inquam propter diversa et non nulla onera reddituum et iurium dicti officii merinatus, tam violariorum [interlineado: quam] perpetualium et salariorum super ipsis iuribus assignatorum vos comode [fol. 188r] non posse habere redditus vel salaria vestra predicta, idcirco restitutis per vos in cancellaria nostra [tachado: provisionibus sive] carta [tachado: s] salarioum predictorum vobis per nos super dictis iuribus merinatus vel alia assignatorum, et inibi pro cautela curie liniata [tachado: s] in renunciacione omnium premissorum, tenore presentium damus et concedimus vobis, dicto Dominico, ad vitam vestram, fructus [tachado: exaticium], redditus et expletum ortorum, terrarum vel posesionum [tachado: premissorum] subscriptarum, videlicet: Orti vocati Avellanar, qui fuit Gracie [tachado: facto] Borgi [tachado: e]. Et Iugleralis, qui fuit Dominici de Agraz. Et Fitulnearis, qui fuit de Ronçasvalles. Et medietatis terre orti sive campi qui fuit Guisabellis Dionisi, partis scilicet que est coram domo vel casa dicti orti. Et medietatis orti qui fuit Johannis Petri de Magallon, sicut dividit via qua itur per medium usque ad ortum qui fuit Enneci de Liso vel parentium eius. Et orti etiam qui fuit Enneci de Lisio, prout [tachado: tenditur] [interlineado: dividit via] et continuatur usque ad ianuam dictorum nostrorum ortorum, que est coram ianua vocatur de Sancho. De quorum quidem ortorum, terrarum et possesionum, fructibus, redditibus et espletie ipsarum possitis facere et faciatis vestras libere voluntates et ea vestris utiliatibus aplicetis residium, vero [tachado: omne] [interlineado: totum] dictorum ortorum nostrorum volumus quod excolatur et dirigatur bene et fideliter per vos, plantando arbores et alia opera inibi, faciendo que necessaria fuerint sumptibus tamen terris et fructus ac redditus inde provenientes ponantur, distribuantur ac convertantur in alfardis dictorum nostorum ortorum nostrorum [sic.] et in reparatione etiam tapiarum vel parietum eorumdem, sub hac tamen condicione fructus [tachado: extractuum], redditus et explectum terrarum, possesionum et ortorum predictorum, vobis damus et concedimus, ut prefertur, quod vos teneamini ipsos excolere, laborare et dirigere bene et fideliter vestris propiis sumptibus, ad cognitionem merini Cesarauguste, quod nisi per vos fieret, volumus ipso casu quod concessio vel donacio presens habeatur [interlineado: de] penitus pro non facta. In super, volumus quod vos, dictus Dominicus, non possitis claudere vel facere aliquam clausuram, parietum vel alia, vel aliquas foveas inter ortos quorum fructus vobis ut predicitur donamus et alios quos nobis retinemus, que impediant vel impedire possent quovis modo viam dictorum ortorum et viridariorum vel transitum eorumdem. Mandantes per presentes merino Cesarauguste presenti, vel qui pro tempore fuerit, vel eius locum tenenti, quod hanc nostram concessionem teneant firmiter et observent, et contra non veniant vel aliquem contravenire permittant aliqua ratione. In cuius rei testimonium presentem facere iussimus nostro pendenti sigillo munitam. Data Cesarauguste, XXª die februarii anno a nativitate Domini Mº CCCº LXº, nostrique regni vicesimo quinto. Sb. Exi. Martinus Egidii, mandato domini regis fecit, per Raimundum de Impuriis, IIII consilium.

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

149

Bibliografía ABIZANDA Y BROTO, Manuel (1917). Documentos para la historia artística y literaria de Aragón, procedentes del Archivo de Protocolos de Zaragoza. Siglo XVI, tomo II, Zaragoza. ADROER I TASIS, Ana Maria (1989). «Animals exòtics als palaus reials de Barcelona», Medievalia, 8, pp. 9-22. —— (1996). «La possessiò de lleons simbol de poder», XVº (sic.) Congreso de Historia de la Corona de Aragón. 20-25 septiembre 1993, Jaca (Huesca), Actas, tomo I, vol. 3º, El poder real en la Corona de Aragón (siglos XIV y XV). Comunicaciones a las ponencias I/3 y I/4, Zaragoza, pp. 257-268. ALBAREDA [PIAZUELO], [Joaquín y José] (1935). La Aljafería. Datos para su conocimiento histórico y artístico y orientaciones para una restauración y aprovechamiento del edificio, Zaragoza. ALMAGRO GORBEA, Antonio (1976). «Las torres bereberes de la Marca Media. Aportaciones a su estudio», Cuadernos de la Alhambra, 12, pp. 278-307. BARRUCAND, Marianne (dir. científica) (1998). Trésors fatimides du Caire. Exposition présentée à l’Institut du monde arabe du 28 avril au 30 août, Paris. BIENES CALVO, Juan José (2004). «La fortificación islámica en el Valle Medio del Ebro», en Carlos de la Casa y Yolanda Martínez (dirs.), Cuando las horas primeras. En el Milenario de la batalla de Catalañazor, Soria, pp. 285-301. BLASCO MARTÍNEZ, Asunción (1996). «La Casa de Fieras de la Aljafería de Zaragoza y los judíos», XVº (sic.) Congreso de Historia de la Corona de Aragón. 20-25 septiembre 1993, Jaca (Huesca), Actas, tomo I, vol. 3º, El poder real en la Corona de Aragón (siglos XIV y XV). Comunicaciones a las ponencias I/3 y I/4, Zaragoza, pp. 291-318. BOFARULL Y DE SARTÓRIO, Manuel de (1889). El registro del merino de Zaragoza, el caballero Don Gil Tarin (sic.), 12911312. Transcrito, anotado y acompañado de apuntes biográficos de la familia de Tarin (sic.), Zaragoza. BORRÁS GUALIS, Gonzalo M. (1986). «El palacio mudéjar de los arzobispos de Zaragoza», en Estudios en homenaje al Dr. Antonio Beltrán Martínez, Zaragoza, pp. 1006-1014. —— (1998). «Descripción artística», en Antonio Beltrán Martínez (dir.), La Aljafería, Zaragoza, vol. II, pp. 35-65. —— (2010). comisario, Mudéjar/El legado andalusí en la cultura española. Paraninfo Universidad de Zaragoza. Del 6 de octubre de 2010 al 9 de enero de 2011, [Zaragoza]. CABAÑERO SUBIZA, Bernabé (1985). «De las cuevas a los primeros castillos de piedra: algunos problemas del origen de la castellología altomedieval en el norte peninsular», Tvriaso. Revista del Centro de Estudios Turiasonenses, VI, pp. 167-188. —— (1988). Los orígenes de la arquitectura medieval de las Cinco Villas (891-1105): Entre la tradición y la renovación, Ejea de los Caballeros (Zaragoza). —— (1992). Los restos islámicos de Maleján (Zaragoza). (Nuevos datos para el estudio de la evolución de la decoración de época del Califato al período Ṭā’ifa), con estudio epigráfico de Carmelo Lasa Gracia y prólogo de Christian Ewert, Zaragoza. —— (1996). «La representación del Califa en el Arte Islámico: Origen y desarrollo de una imagen creada en el arte de la Antigüedad», Difusión del Arte Romano en Aragón, Zaragoza, pp. 189-236. CABAÑERO SUBIZA, Bernabé; CANTOS CARNICER, Álvaro; GIMÉNEZ FERRERUELA, Héctor (2006). «Fortificaciones musulmanas de Aragón», Actas de las II Jornadas de Castellología Aragonesa: Fortificaciones del siglo IX al XX. Calatorao, 5, 6 y 7 de Noviembre de 2004, Zaragoza, pp. 17-92.

150

B ER NAB É C AB AÑER O S UB IZ A / E S T HE R L UP ÓN GONZ ÁL E Z

CANELLAS LÓPEZ, Ángel (ed.) (1972). Colección diplomática del Concejo de Zaragoza, tomo 1, Años 1119-1276, Zaragoza. —— (ed.) (1975). Colección diplomática del Concejo de Zaragoza, tomo 2, Diez años de vida zaragozana (1276-1285), Zaragoza. —— (ed.) (1990). Monumenta Diplomatica Aragonensia. Los cartularios de San Salvador de Zaragoza, Zaragoza, tomo I. CANTOS CARNICER, Álvaro; GIMÉNEZ FERRERUELA, Héctor (2004). «La torre islámica de Mareca (Épila, Zaragoza)», Saldvie. Estudios de Prehistoria y Arqueología, 4, pp. 303-329. CASABONA SEBASTIÁN, José Francisco; DELGADO CEAMANOS, José (1997). «Excavaciones arqueológicas en el castillo de Alberite de San Juan (Zaragoza)», Arqueología Aragonesa 1994, Zaragoza, pp. 303-306. CASTÁN [SARASA], Adolfo (2004). Torres y castillos del Alto Aragón, Huesca. FRANCO LAHOZ, Luis; PEMÁN GAVÍN, Mariano (1998). «De las partes al todo», en Antonio Beltrán Martínez (dir.), La Aljafería, Zaragoza, 1998, vol. II, pp. 7-81. GALTIER MARTÍ, Fernando (1987). «El verdadero castillo de Samitier», Tvriaso. Revista del Centro de Estudios Turiasonenses, VII, Monográfico: El Islam en Aragón, pp. 159-194. AL-ḤIMYARĪ (ed. 1963). Kitāb ar-Rawḍ al-Mi‘ṭār, traducido por María Pilar Maestro González, Valencia. LACARRA DE MIGUEL, José María (1985). Documentos para el estudio de la reconquista y repoblación del Valle del Ebro, índices por María Teresa Iranzo Muñío y María José Sánchez Usón, vol. II, (Números 320 a 433), Zaragoza, colección «Textos Medievales», 63. LEÓN MUÑOZ, Alberto; MONTERROSO CHECA, Antonio; GARRIGUET MATA, José Antonio (2003). «El alcázar andalusí», en Desiderio Vaquerizo Gil (dir.), Guía arqueológica de Córdoba. Una visión de Córdoba en el tiempo a través de su patrimonio arqueológico, Córdoba, pp. 144-147. MADURELL MARIMÓN, José María (1961). «La Aljafería Real de Zaragoza. Notas para su historia», Hispania, tomo XXI, 84, pp. 495-548. MARTÍNEZ FERRANDO, Jesús Ernesto (1948). Jaime II de Aragón. Su vida familiar, vol. II, Documentos, Barcelona, colección «Escuela de Estudios Medievales, Estudios», X. MEINECKE-BERG, Viktoria (1999). «Fatimid Painting: on Tradition and Style. The Workshop of Muslim», en Marianne Barrucand (dir.), L’Égypte fatimide son art et son histoire. Actes du colloque organisé a Paris les 28, 29 et 30 mai 1998, Paris, pp. 349-358 y pp. de láms. en color 23 y 24. MONTANER FRUTOS, Alberto (1998). «Introducción histórica», en Antonio Beltrán Martínez, (dir.), La Aljafería, Zaragoza, vol. I, pp. 35-65. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1995). «El Castillejo de Monteagudo: Qaṣr ibn Sa‘d», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y Palacios de al-Andalus. Siglos XII y XIII, Barcelona-Madrid, pp. 63-103. NOUGUÉS SECALL, Mariano (1846). Descripción e historia del castillo de la Aljafería sito extramuros de la ciudad de Zaragoza, Zaragoza. ORCÁSTEGUI [GROS], Carmen; SARASA [SÁNCHEZ], Esteban (1977). «Miguel Palacín, Merino de Zaragoza en el Siglo XIV», Aragón en la Edad Media, IV, Estudios de economía y sociedad (siglos XII al XV), Zaragoza, pp. 51-131. —— (1981). «El Libro-Registro de Miguel Royo, merino de Zaragoza en 1301: Una fuente para el estudio de la Sociedad y Economía Zaragozanas a comienzos del siglo XIV», Aragón en la Edad

Media, I, Estudios de economía y sociedad en la Baja Edad Media, Zaragoza, pp. 87-156. PAULINO [MONTERO], Elena; SOBRADIEL [VALENZUELA], Pedro I. (2010). La Aljafería: 1118-1583. El Palacio de los Reyes de Aragón, Zaragoza, 2010. PIEPER, Katharina (2009). Der mudejare Bauschmuck im mittelalterlichen Aragón am Beispiel der Stuckfenster. Eine Untersuchung der spanisch-islamischen und christlichen Elemente in Komposition und Einzelformen, Maguncia, colección «Iberia Archaeologica», 11. PLADEVALL I FONT, Antoni (dir.) (1997). Catalunya romànica, tomo XXVI, Tortosa i les terres de l’Ebre. La Llitera i el Baix Cinca. Obra no arquitectònica, dispersa i restaurada, Barcelona. RIUS [SERRA], Josep (1928). «Més documents sobre la cultura catalana medieval», Estudis Universitaris Catalans, vol. XIII, tercero de la segunda época, n.º1 (enero-junio 1928), pp. 135-170. SARASA SÁNCHEZ, Esteban (1977). Fernando I y Zaragoza. (La Coronación de 1414), Zaragoza, colección «Cuadernos de Zaragoza», n.º 10. —— (1998). «Textos cristianos y medievales», en Antonio Beltrán Martínez (dir.), La Aljafería, Zaragoza, vol. II, pp. 91-103. —— (2004). Libro-registro del merino de Zaragoza de 1387, transcripción y edición, con estudios introductorios de Esteban Sarasa [Sánchez] y Gonzalo M. Borrás [Gualis], Zaragoza. SÉNAC, Philippe (2000). La frontière et les hommes (VIIIe-XIIe siècle).

Le peuplement musulman au nord de l’Ebre et les debuts de la reconquête aragonaise, con Introducción de Pierre Toubert, Paris. [SERRANO Y SANZ, Manuel] (1922-1923). «Capitulaciones para el arriendo de la sisa del vino de la judería de Zaragoza, desde el 26 de Septiembre de 1464 a igual fecha de 1465», Universidad de Zaragoza. Memorias de la Facultad de Filosofía y Letras, tomo I, Zaragoza, pp. 356-368 SOBRADIEL [VALENZUELA], Pedro I. (2006). La Aljafería filipina: 1591-1597. Los años de hierro, Zaragoza. —— (2009). El castillo de la Aljafería: 1600-1800. De medieval a ilustrado, Zaragoza. SOUTO LASALA, Juan Antonio (1987). «La puerta de entrada de la Aljafería en época Taifa a la luz de las excavaciones realizadas en 1985», Arqueología Medieval Española. II Congreso, Madrid 19-24 Enero 1987, tomo II, Comunicaciones, Madrid, pp. 273-280. UBIETO ARTETA, Antonio (1951). Colección diplomática de Pedro I de Aragón y Navarra, Zaragoza. —— (1987). «El topónimo Torre/Torres en Aragón», Homenaje al profesor Juan Torres Fontes, vol. II, Murcia, pp. 1681-1687. VIGUERA MOLINS, María Jesús (1995). El Islam en Aragón, Zaragoza, colección «Mariano de Pano y Ruata», 9. ZUECO JIMÉNEZ, Luis (2011). «El torreón de Novillas (Zaragoza) y la red de fortificaciones andalusíes del valle del Huecha (siglos IX-XI)», Cuadernos de Estudios Borjanos, LIV, pp. 39-89.

L A F I N C A R Ú S T I C A D E L P A L A C I O A L J A F E R Í A D E Z A R A G O Z A E N L A E D A D M E DIA

151

JUAN ANTONIO GARCÍA GRANADOS Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC) (EEA, CSIC)

08

ZÓCALOS PINTADOS EN FINCAS MURCIANAS: DĀR AṢ ṢUGRĀ Y QAṢR IBN SA‘D (CASTILLEJO DE MONTEAGUDO)1 Painted dado panels in states of Murcia: Dār aṣ Ṣugrā and Qaṣr Ibn Sa‘d (Castillejo of Monteagudo)

RESUMEN En este trabajo nos proponemos analizar el problema de la identificación de la producción mardanisí en función de la decoración de los zócalos pintados, uno de los elementos más característicos de su repertorio formal. El análisis solo se puede desarrollar con eficacia si introducimos en el discurso dos conjuntos documentales: las composiciones correspondientes al segundo momento de la Dār aṣ Ṣugrā y el Qaṣr Ibn Sa‘d, por un lado, y las novedades producidas en el conocimiento de la decoración almorávide, por otro. En las primeras es indispensable restituir los diseños de los paneles. En la Dār aṣ Ṣugrā nadie lo ha intentado salvo en dos paneles; en el Qaṣr Ibn Sa‘d Alfonso Robles afronta el difícil tema y propone unas restituciones dibujadas por Elvira Navarro Santa-Cruz. Presentamos aquí nuestra propia interpretación de ambos conjuntos completos, con importantes diferencias respecto a las propuestas por el investigador murciano. En el segundo grupo incorporamos datos disponibles para definir los modos almorávides como los zócalos de las viviendas descubiertas en la excavación de la mezquita Qarawiyín de Fez y otras obras nunca utilizadas hasta hoy que modifican en profundidad las ideas vigentes sobre la decoración almorávide. Asimismo incorporamos al repertorio mardanisí obras con fechas puntuales conocidas para redefinir sus elementos más allá de los tópicos hoy día vigentes. PALABRAS CLAVE Decoración islámica pintada | Siglo XII | Arquitectura almorávide | Murcia islámica | Decoración geométrica andalusí ABSTRACT In this project, we analyze the identification of the buildings erected during the reign of Muhammad Ibn Mardanîsh based on the decoration of the painted plinths, one of the most characteristic elements of the formal repertoire mardanisi. The analysis can only be develop effectively if we introduce in the speech two documentary sets: compositions corresponding to the second moment of the Dār aṣ-Ṣugrā and the Qaṣr Ibn Sa‘d, on one side, and the produced innovations in the knowledge of the Almoravid decoration, on the other hand. On the first one, it is indispensable to restore the designs of the panels. The Dār aṣ-Ṣugrā no one has tried it except in two panels; in the Qaṣr Ibn Sa‘d Alfonso Robles, it faces the hard issue and proposes some restitutions drawns by Elvira Navarro Cruz. We present here, our own interpretation of both complete sets, with important differences with respect to the proposals by the Murcian investigator. The second documentary group is given by the data available to define the almoravides modes. We incorporate the plinths of the dwellings discovered in the excavation of the mosque of Qarawiyyin of FES and other works, never used until today, that change in depth current ideas about the Almoravid decoration. Additionally we incorporated into the Repertoire mardanisi new data with known specific dates to redefine its elements beyond the valid subjects. KEYWORDS Medieval Islamic painting | 12th century | Almoravid architecture | Islamic Murcia | Islamic geometric patterns

153

1.

Dār aṣ Ṣugrā

El eje de la problemática se centra en la Dār aṣ Ṣugrā, complejo palatino ubicado en el arrabal murciano. La tesis doctoral de Alfonso Robles Fernández2 proporciona abundante documentación sin la cual hubiera sido imposible el estudio de los problemas que aquí abordamos. El punto inicial no se discute: hubo un palacio anterior a 1145, fecha en que es nombrado por Ibn Al-Abbâr, el cual sería reformado o rehecho por completo por Ibn Mardanîs a partir de 1147. El palacio será usado por los almohades tras la conquista de 1172 introduciendo reformas y finalmente será demolido y sustituido por otro de nueva planta en el siglo XIII. Las discrepancias se refieren al reconocimiento de las estructuras correspondientes a cada momento. Para Indalecio Pozo y Alfonso Robles3 el conjunto arquitectónico recuperado sería fundación almorávide y las intervenciones mardanisíes quedan limitadas a reformas puntuales y a renovar la decoración. Para Julio Navarro y Pedro Jiménez el palacio almorávide habría sido rehecho en gran parte y su enorme tamaño correspondería a los ideales de un poder autónomo co­ mo el de Ibn Mardanîs4. La primera opción se fundamenta en el reconocimiento de una serie de reformas que evidencian dos fases funcionales anteriores a su uso por los almohades que son asociadas a momentos políticos diferentes en función de las características de los zócalos pintados. Para Navarro y Jiménez ambas fases corresponderían al mismo momento político aunque realizadas en distintos tiempos, uno inicial y otro ya maduro. Alfonso Robles también considera la existencia de dos momentos constructivos en periodo mardanisí: [...] creemos que en lo referente a las construcciones áulicas y su ornato quizás deberíamos comenzar a plantear la existencia de dos etapas en este gobierno de un cuarto de siglo. Las primeras actuaciones no se habrían apartado demasiado o nada de la estilística almorávide... más adelante, a medida que avanza el emirato, las nue-

154

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

vas construcciones o remodelaciones se apartan del estilo anterior y reflejan un influencia clara de lo que se ha dado en llamar estilo fatimí 5.

En consecuencia, el problema se centra en qué criterios deberíamos utilizar para distinguir la producción almorávide de la correspondiente al primer momento mardanisí. 1.1.

El salón sur

La caracterización del primer momento constructivo y la naturaleza de las reformas introducidas, tal como se presenta en la documentación publicada por Alfonso Robles, muestran algunos puntos conflictivos que, en nuestra opinión, deberían ser aclarados. Las dimensiones y organización general de la Dār aṣ Ṣugrā han sido establecidas mediante proyección de la simetría a partir de la qubba central del patio. La alineación del conjunto viene dada por las edificaciones de su lado oeste y dicha qubba central, sin embargo ambos elementos tienen orientación distinta de la marcada por el cuerpo sur, algo que parece indicar dos momentos constructivos. Por lógica compositiva, la organización del complejo correspondería a un segundo momento funcional, siendo el cuerpo sur residuo de un primer momento. A su vez las dos fases decorativas identificadas en el salón sur marcan también tiempos distintos. Pero una decoración adosada no fecha por si misma las estructuras que la soportan. A lo largo de la vida útil de un edificio la decoración puede añadirse y sustituirse varias veces. En consecuencia, debemos analizar las reformas reconocibles en las estructuras con independencia de la decoración superficial. Tal como ha sido descrita, en su forma inicial el salón principal consistiría en un espacio alargado con dos alhanías en los extremos, «De ellas solo se ha documentado en su totalidad la occidental, [...] a la cual se ingresaba a partir de un escalón que salvaba unos 0,21 m de desnivel. De la alhanía oriental únicamente se localizó un atajo»6. La figura 88 de su tesis doctoral es la

fig. 1 Yuxtaposición de los zócalos pintados correspondientes a las dos fases constructivas. Queda en evidencia la incompatibilidad entre el muro de cierre de la alhanía y el zócalo primitivo (Robles Fernández, 2016a, p. 469, fig. 123).

Organización espacial tras las reformas introducidas. (Robles Fernández, 2016a; con anotaciones nuestras)

planta arqueológica correspondiente a época almorávide. La fábrica de los muros sería elemento determinante en su adscripción cronológica hasta el punto de que utiliza la descripción de las estructuras del palacio de Marrakech tomada de Meunié y Terrasse para caracterizar la construcción del palacio murciano7. La reforma posterior se limitaría a «la simple construcción de uno de los atajos pertenecientes a una nueva alhanía oriental que se sitúa en el extremo de esta estancia». Para ello la nueva esquina sureste generada en el salón fue engrosada con argamasa de cal y ladrillo el anterior paramento en 28 cm, de forma que el muro alcanza los 94 cm de ancho. «El nuevo atajo... fue levantado en fábrica de ladrillo trabado en ese tramo sin necesidad de picar las paredes para trabar su estructura con las del muro de cierre, quedando embutido el zócalo de la fase almorávide en el interior»8. Esta sería obra de Ibn Mardanîs. Una tercera fase, atribuida a época almohade, eleva el suelo y elimina la decoración del paramento. La zona enterrada conservó la decoración ahora recuperada. En los dibujos de plantas y fotografías observamos la presencia de una fábrica de ladrillo con una organización que parece marcar pilares a tramos9 de la que nada se dice en el texto. Supone un cambio estructural

que implica demoliciones importantes ¿entre el primer y el segundo momento constructivo o ya en el tercero, en la fase almohade?, ¿debemos asociarlo al amplio conjunto de estructuras en ladrillo visibles en otras zonas del palacio? Es un problema que no se ha abordado. Tampoco acabamos de entender los motivos que llevan a engrosar el muro de fondo del salón y darle una orientación distinta de la original. Nos parecen indicios de una transformación más profunda que la indicada por Alfonso Robles. Respecto a la organización espacial propuesta para la fase fundacional lo que muestra el plano entra en conflicto con la explicación dada. La ubicación de una alhanía oriental es incompatible con el zócalo pintado primitivo porque el muro transversal que cerraría el salón en el extremo este se yuxtapone a la decora­ción pintada. A partir de los datos disponibles parece claro que la reforma del salón modifica sus dimensiones. El análisis de las plantas correspondientes a ambos momentos deja claro el problema (fig. 1). Si llevamos la distancia entre el eje del salón y la sala occidental al lado opuesto el primitivo zócalo queda incorporado al salón. El ancho del segundo momento implica un cambio del

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

155

fig. 2 Dār aṣ Ṣugrā. Zócalo primitivo. 1. Vista parcial de los restos conservados del zócalo correspondientes a la primera fase funcional del salón sur de la Dār aṣ Ṣugrā. 2. Restitución del zócalo (Elvira Navarro Santa-Cruz).

1

2

fig. 3

33 2 33 3222 2

11 11 1

2-3

4 4 4 55 5 44 55 66 6 66

3

Componentes formales del tablero y paralelos identificados en ejemplares almorávides. Todos corresponden a los zocalos de las dos viviendas destruidas el año 1134 para la ampliación de la mezquita Qarawiyin en Fez salvo uno de Marrakech.

5

6

1-4

eje transversal, o lo que es lo mismo, el salón es más pequeño que en la fase precedente. Supone también anchos distintos en el hueco de acceso a la sala desde el patio. En consecuencia, de las plantas publicadas se deducen cambios muy relevantes entre los dos momentos constructivos. Dado que mantienen la misma rasante funcional, la identificación de las relaciones entre las distintas estructuras observadas en este cuerpo sur y las del resto de las zonas del palacio es muy problemática y deja abierta la posibilidad a distintas interpretaciones. Nada sabemos del cuerpo norte. El reconocimiento de sus estructuras y su relación, tanto en alineaciones como en su decoración con alguna de las dos fases visibles en el salón sur, permitiría mayores precisiones.

156

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

1.2.

Zócalo de la primera fase

Los zócalos pintados son documentos determinantes para fechar las estructuras correspondientes a cada momento funcional. El más antiguo está exhaustivamente documentado de forma gráfica tanto en el catálogo del año 2007 como en la tesis doctoral de Alfonso Robles10 (fig. 2), con una amplia argumentación estilística en defensa de las decoraciones del palacio de Marrakech como el paralelo más inmediato al ejemplar murciano, lo que fundamenta la cronología almorávide de la decoración y, en consecuencia, de la estructura que la sustenta. Es cierto que el patrón responde con fidelidad a las características de la decoración pintada almorávide. Los

fig. 4 Sistema de yuxtaposición en la decoración almorávide.

Dār aṣ Ṣuğrā

Marrakech

Almería. Casa de la Chanca

temas derivan de una estrella de ocho puntas en segundo cruce a la que se yuxtaponen otros elementos derivados igualmente de dicha estrella como explicamos de forma gráfica (fig. 3), sin embargo en los detalles el referente más próximo no es el palacio de Marrakech sino las viviendas excavadas bajo la mezquita Qarawiyin de Fez11 (fig. 4). Por lo demás, en nuestra opinión el zócalo define fase distinta de la que marcan las pinturas de Marrakech. Frente a la organización tradicional de tableros cuadrados separados por otros estrechos rectangulares aquí el ritmo es más complejo. Dos tableros cuadrados con diseños geométricos se conectan por un tema común y forma un panel rectangular que alterna con otros posiblemente cuadrados con temas vegetales en reserva separados por tableros estrechos. La manera como se enlazan las composiciones, sin panel intermedio y con el borde de la composición común a las dos trazas, es la misma que vemos en el zócalo encontrado bajo la catedral de Sevilla12, (fig. 5) un ejemplar excepcional para entender la transición de lo almorávide a lo almohade. Los dos paneles de la izquierda responden a modelos almorávides y de presentarse descontextualizados se habrían adscrito a la primera mitad del siglo XII. El panel de la derecha, por el contrario, ya contiene todos los elementos prototípicos del sistema almohade. Las imágenes que adjuntamos son bien expresivas. En consecuencia, salvo que

Marrakech

nuevos hallazgos permitan establecer una cronología anterior, pensamos que la traza murciana más antigua corresponde a un momento bastante tardío en el ciclo almorávide. Comparada con la traza sevillana podría ubicarse sin problemas a finales de la primera mitad del siglo XII. Es cierto que existen opiniones contrapuestas sobre la adscripción cronológica de los zócalos pintados sevillanos13 que reiteran el dilema de la distinción entre lo almorávide y lo almohade, ahora referido a los zócalos sevillanos, y la supuesta similitud entre el Castillejo de Monteagudo y el palacio de Marrakech. Más adelante volvemos sobre este tema. El zócalo quedó oculto por las reformas de la sala. Se plantea así el problema de cuánto tiempo transcurre entre la realización de ambos zócalos. 1.3.

Zócalo de la segunda fase

Cubría todos los lados del salón, un espacio de 10,40 m de largo y 2,75 m de ancho, aunque solo se ha conservado de manera legible el frente opuesto a la entrada. El mayor reto que plantea es la identificación de los diseños. Los apenas treinta centímetros de altura conservados por la elevación del suelo (fig. 6) no han invitado a intentar su reconstrucción salvo uno del salón principal y otro en la alhanía oriental. En este trabajo vamos a proponer una restitución de todo el conjunto.

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

157

fig. 5 Comparación entre la primera decoración de la Dār aṣ Ṣugrā y los zócalos en contexto sevillano.

Murcia. Dār aṣ Ṣugrā. 1er momento constructivo

Sevilla. Vivienda bajo la catedral. Anterior a 1172

Sevilla. Vivienda bajo la catedral. Restitución de los paneles

Niebla (Huelva). (Restitución según Beltrán Pinzón)

Sevilla. Alcázar. (Restitución según Respaldiza Lama)

Para resolver las trazas hemos completado por simetría uno de los lados y lo hemos trasladado por rotación a los otros tres. Con esta operación la visión del conjunto se enriquece de manera notable. Solo queda aplicar las normas de lacería para resolver el diseño. La descripción de los distintos paneles sigue el orden real, desde los extremos hacia el centro, y se le han dado las referencias establecidas por Alfonso Robles en su tesis doctoral14. C-1/AM. Corresponde a los extremos del salón. Solo quedan pequeños fragmentos. Por suerte en uno de ellos se reconoce el eje de la composición y puede ser restituida su anchura15. Nos vamos a detener en tres motivos: 1. Remates de las esquinas. Cada lado da solución distinta. En el derecho (sureste), se entrelazan las cintas para dejar un motivo ovalado que repite al pie de la letra la solución del zócalo primitivo mientras que el opuesto las líneas cierran en ángulo recto. El motivo está identificado en una de las viviendas bajo la Qarawiyín en Fez y reproduce fielmente el tema del zócalo trasdosado. (fig. 7, tema 1).

158

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

2. Nudo del eje vertical. El nudo central (fig. 7, tema 2) puede resolverse por aplicación lógica de la simetría. Consideramos que el tema, y en consecuencia la forma del remate superior, no conservada, corresponde a un tipo muy común en la decoración almorávide que, como en el caso anterior, tiene su correspondiente paralelo en el ejemplar sustituido y en las viviendas de Fez. A la vista de las fotografías no acabamos de entender la solución asimétrica dibujada por Elvira Navarro Santa-Cruz16. 3. Elemento básico de la composición. El tercer motivo (fig. 8, tema 3) también puede reconocerse en las viviendas almorávides de la ciudad marroquí. Es suficiente para identificar la traza. El resultado no es más que una trama homogénea de estrellas de ocho puntas resuelta con curvas. La traza corresponde en su totalidad a modos almorávides. El diseño admite variantes, entre las que queremos incidir en una por sus relaciones a otro nivel con el conjunto murciano: la Qubba de Palermo, con la que se ha establecido el paralelo a propósito de las

1

2

3

4

5

6

8

7

9 fig. 6 Conjunto decorativo correspondiente al cuerpo sur de la Dār aṣ Ṣugrā (Robles Fernández, 2016a).

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

159

fig. 7 Dār aṣ Ṣugrā. C-1/AM. Componentes formales.

Elementos conservados de los dos tableros extremos (Robles Fernández, 2016a)

Restitución del ancho del tablero en función del eje de simetría reconocible

Tema 1

Tema 2

Viviendas bajo la Qarawiyin (Fez). Antes de 1134

Vivienda. (Fez)

Interpretación del tema central del tablero

Dār aṣ Ṣugrā. Detalle del zócalo de la 1ª fase

muqarnas17. El diseño geométrico del paramento en la obra siciliana tiene el mismo patrón y pertenece al mismo grupo tipológico. La única diferencia con el diseño murciano es la parte de la curva seleccionada. C-2/AM. Es difícil reconocer la composición, porque entre los restos conservados no se encuentra su elemento más definitorio: la estrella de ocho puntas; por suerte habíamos trabajado con ella el año 2014 y la teníamos fresca en la memoria. Proyectados los restos por simetría a los cuatro lados identificamos una trama cuadrangular donde se insertan estrellas de ocho puntas, giradas 22,5º respecto la vertical. Prolongadas las líneas de la estrella hasta los lados de la cuadrícula se origina la traza (fig. 9). Es una composición muy versátil, muy característica de la decoración geométrica musulmana oriental, que admite numerosas variantes por simplificación de líneas. C-3/AM. Con el mismo procedimiento anterior obtenemos una trama cuadrangular idéntica pero aquí los

160

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

Solución angular del zócalo trasdosado

Marrakech (Dibujo E. N. S.)

restos visibles muestran estrellas de seis puntas giradas 15º respecto la vertical y dispuestos a uno y otro lado del eje vertical con simetría especular que prolongan sus lados hasta el borde de cada uno de los cuadrados de la retícula. La trama así obtenida explica en detalle todos sus componentes (fig. 10). La identidad del procedimiento con el panel anterior nos reafirma en el modo de razonar del tracista para generar los diseños. Es un tema que, en su posición diagonal, pasará al mudéjar, con buenos ejemplos sevillanos: Casa Mañara18 y el Alcázar19. C-4/AM. Es el único panel restituido por completo desde el primer momento, lo que prueba que la dificultad para la identificación de las composiciones no está tanto en el tamaño de los restos conservados como en la capacidad de reconocer los temas de lacería. Una vez más se trata de una trama cuadrangular donde se insertan círculos en el centro de los lados según un procedimiento que remonta a la de-

Tema 3

Organización del tablero en función de su simetría

Composición restituida en base al tema identificado. Se ha usado el motivo marroquí para resolver la composición

Palermo. Qubba (s. XII)

Temas formales en las viviendas de Fez

Trama base identificada

Restitución del tablero

Museo de El Cairo, n.º 3391 (s. XI según catálogo de E. Pauty, 1931)

fig. 8 Dār aṣ Ṣugrā. C-1/AM.

coración omeya. Es evolución de diseños visibles en Madinat Ilbira20, Almería21 y la propia Murcia (Calle Jabonerías22). A este tema básico se añaden formas cuadrilobuladas que se inscriben o circunscriben de forma alterna en la retícula (fig. 11). En la restitución propuesta por los investigadores murcianos23 los temas centrales de la retícula son alargados, dispuestos en horizontal y vertical de manera alterna. Esto no altera el patrón propuesto y solo supondría una variante más respecto el modelo antiguo, pero no parece que los restos conservados permitan distinguir con claridad este detalle24. C-5-6/AM. Los dos paneles siguientes corresponden al eje del salón (fig. 12). El mismo diseño se repite de forma que genera un tramo claramente diferenciado frente al arco de acceso marcando su centralidad. Mediante el procedimiento usado en los ejemplares anteriores podemos identificar una composición cuadrangular basada en estrellas de ocho puntas, aunque

resuelto de manera más básica. Se trata de estrellas de ocho puntas en segundo cruce, como las indicadas en el zócalo del palacio de Marrakech, a un tamaño grande que permite insertar en su interior otra estrella, según el criterio de yuxtaposición propio de uno de los tipos de la decoración geométrica almorávide. Vistas en detalle las líneas auxiliares se verifica que las puntas de la estrella correspondientes a las diagonales de la cuadrícula están en contacto, por lo que necesariamente las otras cuatro puntas se intersectan. La yuxtaposición de un tema cuadrilobulado permite crear una solución muy original. Por su interacción entre curvas y rectas es muy posible que esta composición genere un tema central polilobulado o alguna otra forma equivalente, mientras que en los demás casos su sometimiento a la retícula cuadrangular hace que la inserción de motivos ajenos a la misma en el centro de los paneles sea muy improbable.

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

161

fig. 9 Dār aṣ Ṣugrā. C-2/AM.

Resto conservado del tablero (Robles Fernández, 2016a)

Restitución de los datos reconocibles

Trama geométrica identificada

Restitución del tablero

fig. 10 Dār aṣ Ṣugrā. C-3/AM.

Resto conservado del tablero (Robles Fernández, 2016a)

Restitución de los datos reconocibles

Trama geométrica identificada

Restitución del tablero

fig. 11 Dār aṣ Ṣugrā. C-4/AM.

Resto conservado del zócalo (Robles Fernández, 2016a)

Restitución de los datos identificables

162

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

Trama geométrica identificada

Restitución del tablero

fig. 12 Dār aṣ Ṣugrā. C-5-6/AM.

Resto conservado del tablero (Robles Fernández, 2016a)

Restitución de los datos reconocibles

Trama geométrica identificada

Restitución del tablero

1.4.

Panel de la alhanía oriental

El último diseño a analizar no corresponde al salón sur sino a un ámbito independiente, adosado al lateral oriental de dicho salón. Del mismo se han publicado dos restituciones distintas siendo la última, contenida en la tesis doctoral de Alfonso Robles25, la más correcta en sus proporciones, aunque el diseño tiene importantes errores ya que prescinde de criterios de simetría. El elemento que nos permite reconocer la dimensión del lado es el nudo ovalado de la cinta perimetral, que marca el eje de la misma manera que en los paneles del salón. Es este un elemento que constituye un indicador cronológico relevante. En lo demás no es sino variante de temas ya vistos: una trama de estrellas de ocho puntas a gran tamaño en cuyo interior se insertan otras estrellas en segundo cruce a la manera de los paneles gemelos del centro del salón sur solo que aquí están en posición normal. Como en el caso anterior esta traza admite una solución específica para el tema central, pero aún en el caso de que hubiera alguna diferencia entre este y los periféricos se ajustaría al patrón reconocido que no es más que una trama básica de estrellas de ocho puntas (fig. 13).

1.5.

Series tipológicas

Una vez restituidos los patrones de cada uno de los paneles observamos la existencia de varias series tipológicas: 1.5.1. Serie 1

Se compone de una trama cuadrangular donde se insertan polígonos estrellados, de seis o de ocho puntas y prolongados sus lados hasta el borde de la cuadrícula (fig. 14). Mediante giros adecuados, de 22,5º en el caso de las estrellas de ocho puntas y de 15º en el caso de la estrella de seis, se generan composiciones mayores que son las que se imponen visualmente. El tamaño de la estrella generadora es indiferente en este tipo de composiciones; solo influye en la distinta proporción entre sus formas. Como en general todos los procedimientos del siglo XII, se deja amplia libertad de proporciones entre sus componentes. Se generan así estrellas de cuatro puntas que aparecen como el centro de las temas mayores. No conocemos en lo andalusí ningún ejemplar del tipo anterior a estos murcianos y pensamos que es importación oriental. Comparado con el repertorio almohade, vemos que tanto los ejempla-

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

163

fig. 13 Dār aṣ Ṣugrā. Alhania oriental.

Resto conservado del zócalo de la sala oriental. (Robles Fernández, 2016a)

Restitución de los datos identificables

res sevillanos como los que pasan al mudéjar del siglo XIII, discurren por otros caminos. El que inicia esta serie murciana evolucionará hasta lo nazarí que lleva el método a sus últimas consecuencias. 1.5.2. Serie 2

Se sustenta en una retícula cuadrangular que en esencia no es más que una trama de estrellas de ocho puntas adosadas donde caben dos posiciones: normal y diagonal. De larga tradición en la arquitectura andalusí, adopta numerosas variantes, tanto mediante la introduc-

fig. 14 Patrones y composición en los zócalos de la Dār aṣ Ṣugrā. Serie 1.

Trama geométrica identificada

Restitución del tablero

ción de curvas como de temas yuxtapuestos añadidos, sin que en ningún caso lleguen a configurar temas de orden superior. Los motivos usados corresponden al repertorio almorávide con gran fidelidad. Por su menor creatividad se utiliza para acompañar otras composiciones más relevantes o se ubica en espacios secundarios. En la figura 15 mostramos un repertorio que se continúa en el Castillejo de Monteagudo. 1.5.3. Serie 3

Los dos paneles centrales constituyen caso especial. En rigor no deben incluirse en la serie 1 en cuanto no configuran temas mayores a partir de las estrellas sino que mantienen su individualidad, lo que en cierto modo permitiría incluirlas en la segunda serie. Se basan en la yuxtaposición de estrellas de ocho puntas según el modo almorávide pero asociadas según una retícula cuadrangular. En este sentido puede entenderse como una síntesis de las dos series anteriores. En todos los casos el trazado se somete a una trama reguladora que condiciona el tipo de diseño a desarrollar por contraposición al sistema observado en los zócalos de Marrakech donde las trazas se resuelven mediante yuxtaposición de distintos motivos en torno a un centro de simetría, tal como hemos visto a propósito del zócalo trasdosado. 1.5.4. Serie 4

Una cuarta serie viene definida por los paneles estrechos intermedios, resueltos con decoración de ataurique. Conocemos poco de ellos. El deficiente estado de conservación no ha invitado a su análisis. Las mejores imágenes están en la tesis doctoral de Alfonso Robles26 pero no quedan claros los detalles. La impor-

164

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

fig. 15 Dār aṣ Ṣugrā. Serie 2.

Variantes formales sobre el mismo patrón

tancia de estos paneles es enorme. Son la última manifestación de una tipología que se remonta al siglo XI, como muestran los ejemplares almerienses y permanece en época almorávide, donde alcanza su máximo esplendor. Se encuentra en los zócalos de Fez; esquemas similares se ven en el mimbar de la Qutubiya y perdura en el tercer cuarto del siglo XII en territorio mardanisí. Además del conjunto murciano en la zona levantina tenemos el ejemplar procedente del castillo de Orihuela27, en nuestra opinión erróneamente presentado como faja horizontal pues todo indica que se trata de una faja vertical intermedia, muy probablemente de este periodo o inmediatamente posterior. El ataurique de estos paneles rompe con la idea de exclusividad de la decoración geométrica en el siglo XII. Junto con otros conjuntos como los restos de la bóveda de mocárabes localizados en la Dār aṣ Ṣugrā y el mihrab bajo la iglesia de San Juan de Dios en Murcia forman un grupo que debe ser analizado adecuadamente para comprender en toda su amplitud la difusión y variedad de la decoración vegetal pintada en territorio murciano durante el siglo XII. Es un estudio por hacer. En el ámbito almohade lo más parecido es la decoración de las ventanas ciegas en el alminar de la Qutubiya28. 1.6.

Zócalo de la vivienda secundaria

Procede de una vivienda medianera con el salón sur de la Dār aṣ Ṣugrā 29. Ha llegado en muy mal estado de conservación, muy fragmentado. En su forma actual el diseño produce perplejidad porque es inconcebible que en un contexto palatino o simplemente señorial se pudiera dar una ejecución de tan pésima calidad como

la que muestran los fragmentos conservados, con una geometría absolutamente arbitraria. Queda la duda de si ese aspecto corresponde a su forma original o es resultado de una difícil restauración, como apunta Alfonso Robles, donde se han interpretado los fragmentos de forma intuitiva, sin un conocimiento adecuado de las normas de lacería. La restitución gráfica dada a conocer tiene más irregularidades aún que el fragmento original, pero ofrece un dato básico para intentar resolver el problema del diseño: la escala. El tema reconocible a partir del principal fragmento conservado mide apenas treinta centímetros, por lo que dadas las dimensiones normales del tablero de un zócalo —en torno a los 70 cm sin los temas periféricos— entendemos que el tema restituido corresponde a un cuarto del zócalo total (fig. 16). En función de este dato presentamos el patrón más adecuado a los elementos identificados, sin entrar en detalles secundarios como las esquinas o los temas de remate perimetrales, estos irreconocibles por desgracia. Hablamos de patrón en el sentido de diseño geométrico base sobre el que se pueden introducir modificaciones puntuales para producir una serie de variantes. La tipología resultante es coherente no solo con los datos disponibles sino también con lo que vemos en el zócalo encontrado en Alzira, que consideramos de cronología más tardía, aunque se encuentra en el mismo contexto geográfico. Las semejanzas entre ambos ejemplares verifican la existencia del tipo y su difusión por el área levantina. La traza corresponde a lo que Pavón Maldonado denomina «doble trama cuadrangular yuxtapuesta»30 sistema que caracteriza el lazo de ocho desde época omeya hasta el siglo XIII.

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

165

fig. 16 Dār aṣ Ṣugrā. Zócalo en vivienda secundaria.

Restos del panel en la vivienda secundaria. (Robles Fernández, 2016a)

Restitución fotográfica de la composición mínima

Restitución gráfica con escala. (Robles Fernández, 2016a)

Restitución fotográfica del tablero en función de la escala

Patrón reconocible

Alzira. Zócalo

Hay dudas sobre su cronología. Alfonso Robles opta por el momento almorávide a partir de una comparación, a nuestro parecer arbitraria, con el mimbar de la Qutubiya [véase nuestra figura 27]. Ignacio González Cavero en su tesis doctoral sobre la arquitectura civil y religiosa almohade en Sevilla y Murcia compara este zócalo con el existente en el palacio del yeso del Alcázar de Sevilla con el que piensa que «guarda una

166

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

estrecha relación... permitiéndonos confirmar dicha cronología [almohade]»31, relación que nosotros no vemos por ninguna parte; también lo relaciona con el hallado bajo la Catedral en la misma ciudad, quizás en función del tema de esquina. Los mismos ejemplares sevillanos que antes hemos visto caracterizados como almorávides son utilizados ahora para identificar la decoración almohade. Es un buen ejemplo de

Casa del barrio de la Chanca, Almería (detalle). (Cara Barrionuevo, 1991)

Corán del año 1147 (detalle)

Vivienda bajo la mezquita Qarawiyín (Fez) antes de 1134

Alzira (detalle)

Segovia. Alcázar (detalle)

Costa Castell. Xativa

fig. 17 Fondo con decoración vegetal en zócalos andalusíes.

la confusión vigente cuando se trabaja con decoración geométrica musulmana. Es difícil darle una cronología precisa a falta de los elementos segundarios de enmarque. La traza responde a un modelo muy tradicional que se remonta a época omeya y va a estar presente en la decoración basada en el repertorio andalusí hasta los ejemplares más tardíos del mudéjar. En cuanto supone una trama regular homogénea encaja bien con el procedimiento mardanisí pero es un tipo que se incorpora al repertorio almohade, muy presente en las yeserías. Otros fragmentos muestran una traza a base de líneas curvas, dato interesante para no considerar el conjunto en momento muy avanzado en el siglo XII, pero no permite identificarla. Quizás un análisis físico-químico de sus materiales podría establecer semejanzas de composición con alguna de las dos fases del salón. 1.7.

El fondo con decoración vegetal

Uno de los elementos más singulares del zócalo del salón sur de la Dār aṣ Ṣugrā en su segunda fase es el relleno de los espacios intermedios de la cinta con motivos muy esquemáticos de ataurique. Sin duda los

murcianos son los ejemplares más exuberantes conocidos en territorio andalusí, pero no creemos que el relleno de los fondos tenga la relevancia que se le ha querido dar como indicador del estilo mardanisí. No es novedad introducida en fase posterior a la almorávide sino al contrario. La casa 2 bajo la Qarawiyín en Fez es el ejemplar más notable de este tipo y la mejor prueba de su presencia en las decoraciones del primer tercio del siglo XII. Como tipo, es el equivalente en pintura de la talla en madera propia de los grandes mimbares y de los paramentos de yesería al estilo de la Qubba de Palermo, que ya hemos visto, y debió de tener cierta difusión en esta época, aunque los fragmentos de yeserías conocidos no nos permiten identificarlo. Se han conservado escasos ejemplares de este tipo. Estas obras exigían mayor trabajo y en consecuencia suponen mayor coste económico que las resueltas a base de lacería en exclusiva, por lo que debemos suponer que su uso quedaba restringido a un grupo social privilegiado. Podemos seguir su rastro a través del siglo XII. En la figura adjunta (fig. 17) vemos algunos de los ejemplares más notables del grupo. La vivienda bajo la Qarawiyin, demolida en 1134, nos da referencia cronológica precisa de su uso en contexto almorávide no palatino. El

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

167

fig. 18 Desarrollo del zócalo con indicación de los cuadrados correspondientes a cada tablero (dibujo base: Elvira Navarro Santa-Cruz).

Corán cordobés de 1147 es un magnífico ejemplo del repertorio decorativo en la primera mitad del siglo XII que pasa a zócalos pintados; la casa de la Chanca y el zócalo de Alzira, así como el zócalo de Costa Castell en Xativa son muestras del amplio uso del relleno de los fondos en una composición geométrica, con distintos grados de elaboración y calidad; los ejemplares segovianos, por último, muestran la trasposición del tipo a la decoración mudéjar castellana. Pesamos que estos son datos suficientes para no considerar excepcional la solución adoptada en la Dār aṣ Ṣugrā. 1.8.

La composición del conjunto

Gracias a haberse conservado todo el desarrollo del zócalo a lo largo del paramento podemos analizar cómo se organiza el conjunto. La distribución de los tipos compositivos revela un ritmo en el que los diseños de la segunda serie flanquean dos de la primera según la disposición siguiente, correspondiendo cada número a la serie a que pertenece y las letras a los paneles centrales: 2-1-1-2-A-A-2-1-1-2. En lo formal la segunda serie se resuelve a base de curvas y en la primera dominan las líneas rectas. La tendencia a asociar dos paneles y la simetría única correspondiente al eje del salón no hace más que continuar la tendencia observada en el zócalo primitivo. Una característica singular de este zócalo es la distinta anchura de sus paneles, según el alzado publicado32. Es un problema importante que condiciona su interpretación. En función del principio de que en un zócalo el remate superior es una faja continua, las diferencias de ancho hacen que los autores citados presenten un esquema del conjunto donde todas las composiciones, salvo una, son rectangulares debido a que se ha tomado por altura la del único panel restituido, y se da la circunstancia de que dicho tablero es el más estrecho del grupo. El argumento no es determinante pues una vez restituidos el resto de los paneles podría-

168

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

mos utilizar cualquier otro como referencia para establecer la altura del zócalo. En unas composiciones como las que hemos analizado las diferencias de tamaño entre paneles no tienen razón de ser. Es muy fácil ajustar el módulo de la retícula base a las dimensiones disponibles para encajar las trazas; también se podían compensar posibles diferencias ajustando el espacio perimetral, por lo que su existencia debemos entenderla como algo voluntario. En la figu­ra del conjunto (fig. 18) hemos proyectado los cuadrados correspondientes a cada uno de los tableros para hacer visible el problema. Los dos gemelos centrales son claramente mayores que el resto. Hay voluntad clara de resaltar el tramo central del paramento, circunstancia enfatizada al disponer a su lado el panel más estrecho. Esta manera de acentuar el tramo correspondiente al eje del salón responde a lo que vemos en la propia arquitectura. En los lados menores del salón el tramo central queda en segundo plano, lo que indica la existencia de un arco, muy posiblemente resuelto con decoración de yesería, para crear un esquema tripartito. Es una pena que no se haya conservado mejor el zócalo correspondiente a estos tramos retrasados porque habrían sido muy útiles para entender la lógica compositiva del salón. El nudo ovalado de la base marca el eje de simetría y al menos es posible reconocer la organización de la zona. En correspondencia con esta organización tripartita, insólita en la tipología arquitectónica andalusí, creemos posible que el frente de la sala también se articulara de la misma manera: un tramo central diferenciado de los laterales mediante una organización de los elementos del alzado que no nos ha llegado, como tampoco nada del friso de remate del zócalo, una faja epigráfica lo más probable. Pudiera ser que en lugar de un friso corrido a todo lo largo del paramento se articulara en tres zonas: dos laterales y un tramo central, resueltos de distinta manera. Quizá esta característica compositiva del zócalo debamos de entenderla como una novedad más de lo mardanisí respecto a los usos anteriores.

2.

Qaṣr Ibn Ṣa‘d (Castillejo de Monteagudo)

El otro conjunto de zócalos pintados adscrito a periodo mardanisí se encuentra ubicado en el Castillejo de Monteagudo. Descubiertos en las excavaciones efectuadas en los años 20 del siglo pasado, son, junto con el zócalo de la casa del barrio de la Chanca, referente ineludible de la decoración pintada del siglo XII33. Todas las cronologías de los zócalos que han ido apareciendo en las excavaciones urbanas de las últimas décadas se comparan con estas del Castillejo. Mal documentados, desconocemos datos fundamentales como la ubicación exacta de los paneles en el espacio arquitectónico y solo una fotografía permite relacionar dos de ellos. Se une a ello que quedaron abandonados y todos, salvo parte de uno, quedaron destruidos junto con los restos de la organización del patio en uno de los episodios más vergonzosos de la historia de nuestro patrimonio histórico, por lo que nuestro conocimiento del conjunto decorativo es en gran parte indirecto. Solo tenemos unas fotografías de detalle y una serie de dibujos publicados de manera sistemática por Gómez Moreno en 1951. Alfonso Robles ha indicado muy acertadamente en su tesis doctoral las discrepancias entre fotografías y dibujos y la relevancia de las primeras para un correcto entendimiento de las trazas, pues solo a partir de la asociación entre fotografías y dibujos es posible abordar su reconstrucción. Las mostramos de forma gráfica en la figura adjunta (fig. 19). Son imágenes elaboradas en el contexto de nuestra propia investigación sobre decoración geométrica musulmana, de forma paralela y previa al conocimiento del trabajo de Alfonso Robles, aunque debemos reconocer al investigador murciano el mérito de haber sido el primero en dar a conocer el valor de dicho dato. La comparación entre ambos documentos gráficos muestra que los calcos de las pinturas fueron parciales; hechos más para documentar el tipo de diseño que para dejar constancia de la amplitud de los restos conservados. En algún caso el dibujo es erróneo y prescinde de elementos esenciales para una restitución. Las fotografías tampoco recogen la totalidad de cada panel sino que se centran en detalles y no permiten identificar con exactitud su ubicación, ni en el conjunto arquitectónico ni en el paramento. Estos defectos a la hora de documentar los zócalos pintados se mantienen hasta hoy día. Las decoraciones pictóricas se contemplan como objetos con un valor propio, independiente del soporte arquitectónico. Su relación con los espacios arquitectónicos y con el paramento donde se ubican no interesa, por desconocer su relevancia informativa no solo para

entender de manera adecuada el complejo arquitectónico sino incluso la propia decoración pintada. Vamos a presentar nuestras propias restituciones, en algunos casos bastante distintas de las mostradas por Alfonso Robles en su tesis doctoral. En la enumeración de las composiciones variamos ligeramente el orden presentado en dicha tesis para una mejor claridad de los grupos estilísticos. CM-1. El único fragmento conservado muestra parte de lo que aparenta ser una rueda de lazo de ocho que no resuelve de manera adecuada las cabezas de sus zafates. Es el diseño que ha motivado que se hable de similitud con el zócalo del barrio de la Chanca en Almería y la equivalencia estilística y temporal establecida por Gómez Moreno entre ambas construcciones, que nadie ha discutido, pese a que hoy la cronología de La Chanca es bien distinta de la que el investigador granadino propuso en su día. La traza no es más que el diseño C3 de la Dār aṣ Ṣugrā a otra escala. La estrella de ocho puntas inserta en una cuadricula prolonga sus lados hasta el borde de la misma; al unir cuatro unidades se forma la composición. El perímetro está formado por una cinta doble que se cruza a tramos con un tratamiento formal idéntico a la cinta exterior que enmarca el tablero (fig. 20), lo que descarta la idea de «rueda» en la concepción del diseño. Los dibujos incluidos aquí dejan bien claro este aspecto. El conjunto genera una composición de orden superior donde el tema básico indicado no se percibe. La traza enlaza con el marco mediante una forma oval que resalta el eje vertical del panel. La fotografía conocida revela que se conservaba toda la mitad inferior y muestra la organización decorativa de conjunto del paramento, aunque nada de ello nos ha llegado. 2.1.

Las líneas auxiliares. Su interpretación

El dibujo publicado por Navarro y Jiménez en 1995 permite analizar las líneas auxiliares y reconocer en detalle la forma de trabajar del maestro. Las líneas visibles son un círculo interior a la cuadrícula donde se inscribe una estrella de ocho puntas en segundo cruce y una serie de líneas paralelas a los lados de dicha estrella que definen el ancho de la cinta. El proceso sería el siguiente: 1. Se traza una cuadrícula y se marcan sus diagonales y ejes vertical y horizontal. 2. Se marca un círculo interior a la cuadrícula. 3. Se dibuja la estrella inscrita en dicho círculo, corresponde a su cruce en segundo orden (líneas en verde en el dibujo).

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

169

fig. 19 Castillejo de Monteagudo. Documentación gráfica conocida.

4. El paso siguiente es definir el ancho de la cinta. Lo que vemos es que para ello se configura otra estrella similar a la interior tangente a la cuadrícula (líneas en morado en el dibujo adjunto). El proceso realizado de este modo no necesita controlar ángulos ni usar cartabones. Basta con las diagonales de la cuadrícula y el círculo. El principal problema del método tal como lo hemos descrito está en el control

170

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

del ancho de cinta. Si primero se dibuja la estrella exterior, tangente a la cuadrícula, el ancho de cinta o lo que es lo mismo, el diámetro del círculo interior se puede fijar con comodidad, aunque para ello es imprescindible conocer el punto donde el lado corta las diagonales del cuadrado y no se ven marcas que verifiquen su control. A la inversa no acabamos de entender cómo se establece, salvo que el ancho de la cinta sea aleatorio, propio de este tablero e independiente del resto del

fig. 20 Castillejo de Monteagudo CM1. A. Dibujo del resto conservado (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995b, fig. 53). B. Tema principal completado. C. Tema principal. D. Borde del tema central interpretado como cinta independiente.

A

B

C

D

conjunto decorativo, algo que no podemos verificar. Dato más interesante es que la estrella exterior sea tangente a la cuadrícula. En la imagen adjunta (fig. 21) mostramos distintas opciones del diseño con el mismo trazado regulador. Las líneas incisas nos remiten al esquema A, estrellas de ocho puntas con sus vértices en contacto, pero el resultado visual es el que se muestra en B donde la cinta es continua de una a otra cuadrícula y forma un rombo sobre las líneas de la misma. Aunque en la práctica no hay diferencia a la hora de ejecutar el trazado, en teoría el primer diseño (A) sería consecuencia de insertar un círculo tangente a la cuadrícula mientras que el B sería resultado de insertar un círculo con un diámetro menor que el lado de la cuadrícula. Una tercera opción de enlace sería el C, propio de un alicatado nazarí, donde la continuidad de la cinta es total. En este último caso las líneas del trazado regulador corresponden al eje longitudinal de la cinta, es decir, se traza a ambos lados. Este es un buen ejemplo de las diferencias entre la traza teórica lineal y su puesta en obra y de la relevancia de la cinta a la hora de transcribir una traza geométrica. La línea marcada con trazos (línea de trazos en rojo en el dibujo) es un error interesante. Va desde el vértice superior hasta el cruce de una prolongación de la estrella interior con el círculo exterior. Parece que se quería trazar el ancho de la cinta y se han equivocado al identificar el punto de cruce inferior. Muestra que el cruce correspondiente al círculo inscrito en el cuadrado estaba señalado de alguna manera, aunque no vemos rastro de ella.

CM-2. El panel del lado inmediato utiliza el mismo tema para obtener un resultado formal diferente mediante simplificación de líneas (fig. 22). Si el tablero se hubiera conservado quizás se habría podido apreciar la identidad de las líneas auxiliares. A lo anterior se le añade una retícula cuadrangular con sinos o estrellas de ocho puntas en sus vértices, como en el zócalo de la vivienda secundaria de la Dār aṣ Ṣugrā. Dicha trama remata en los lados del octógono en lugar de llegar al cuadrado de la trama base, configura así zafates de alfardón, aunque de forma involuntaria, lejos de una auténtica rueda de ocho. La fotografía, mucho más clara en la tesis doctoral de Alfonso Robles que en la reproducción de 1995, permite reconocer un desarrollo rectangular del tablero, cuando solo por el dibujo y su paralelo con el tablero anterior se hubiera pensado en una composición cuadrada. De cualquier manera una u otra opción no implica cambios en el diseño. Al tratarse de composiciones basadas en una retícula cuadrangular es posible el desarrollo apaisado de las composiciones a diferencia de lo que sucede con los zócalos del tipo de la Chanca; en este sentido el sistema del Castillejo supone un importante cambio de criterio en la composición y un avance en la búsqueda de un sistema que permita rellenar de manera continua el paramento. CM-3. El tercer tablero era uno de los mejor conservados (fig. 23), aproximadamente un cuarto de la superficie, suficiente para resolver sin problemas importantes la composición. A ello contribuye también que se disponga de los bordes inferior y lateral para resol-

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

171

fig. 21 Trazado regulador de CM1 y posibles variantes formales.

A

B

C

fig. 22 Castillejo de Monteagudo. CM2.

Restitución según Robles Fernández, 2016a

ver la simetría y el perímetro de la composición. Nada tenemos que objetar a la restitución de Elvira Navarro Santa Cruz. Se trata de una trama rómbica propia de las composiciones de lazo de seis. El diseño se resuelve de manera bastante sencilla mediante hexágonos que al yuxtaponerse generan estrellas de seis puntas y grandes rombos en las intersecciones. Las formas resultantes son producto de la interacción entre los polígonos y la trama rómbica. Es el mismo patrón que aparece en la decoración pictórica de la Qubba Bārūdiyīn en Marrakech34 y un buen ejemplo de la flexibilidad con que se usan las trazas geométricas en el siglo XII a la vez que un perfecto ejemplo de la permanencia de los modos almorávides en época mardanisí. CM-4. Es la más compleja de las trazas del Castillejo y uno de los casos más interesantes de lazo de seis que conocemos (fig. 24). Compuesta sobre la misma trama rómbica anterior el resultado es mucho más sofisticado.

172

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

El fragmento conocido muestra una sucesión de estrellas de seis puntas alternando en posición y tamaño y una cenefa de remate. La restitución propuesta en el dibujo de Elvira Navarro Santa-Cruz se limita a repetir la secuencia alterna en sucesivas fajas superpuestas con anulación de cualquier simetría. En este caso las diferencias entre calco y fotografía son muy relevantes. Solo con el dibujo no es posible resolver el problema porque las posibles ubicaciones del eje de simetría vertical, fuera del fragmento conservado, son amplias. Una fotografía u otra imagen equivalente que abarcara todo el ancho del paramento y reflejara la posición de los restos decorativos habría sido suficiente para dar una solución, pues eje del paramento y eje del zócalo coinciden. Insistimos en que esta deficiencia no es algo específico de la documentación del Castillejo o propia de tiempos pasados, sino que se sigue produciendo hoy día. Solo de manera excepcional vemos en la documentación arqueológica de contextos con decoración

fig. 23 Castillejo de Monteagudo. CM3.

Qubba Bārūdiyīn. Marrakech

El mismo diseño con la estrella de seis puntas a mayor tamaño

parietal la ubicación exacta de los restos pictóricos en el espacio arquitectónico. Lo único que se concluye del dibujo es que el tema de enlace del tablero con la cinta de enmarque (fig. 24, eje 1) no define ningún eje de simetría. Cabría pensar que se trata del eje 2, correspondiente al tema A, pero esta opción crea problemas en los enlaces entre los distintos temas que no hemos podido resolver de manera satisfactoria con ninguna hipótesis. La fotografía nos permite precisar algunos aspectos. Con la opción del eje 2 los nudos de la cinta doble del marco no tendrían una disposición simétrica. Sobre la fotografía hemos marcado la distancia desde el eje vertical hasta el quiebro de la cinta a uno y otro lado y podemos ver que no hay simetría pues no aparece el quiebro en el lado izquierdo. Además, la distancia entre cruces en la cinta de enmarque sería muy pequeña de manera anómala. Solo con variar el eje de simetría a la posición 3 el conjunto cambia por completo y se enriquece de manera notabilísima, dando lugar a una composición de gran calidad. El centro queda adecuadamente resaltado por un tema hexagonal en lugar del rómbico propio del eje anterior, enmarcado por dos

Diseño anterior girado 30 grados. Castillejo de Monteagudo

zonas rectangulares. Aunque la traza obtenida así es solo una hipótesis, porque no conocemos el ancho total del tablero, la solución propuesta respeta en su integridad los datos disponibles y ofrece una imagen mucho más convincente que otras publicadas, con un esquema compositivo similar al otro panel hexagonal. El patrón lo vemos en la Capilla Palatina de Palermo35, cuya única diferencia con este del Castillejo está en la forma de solucionar los bordes verticales. Las tramas romboidales correspondientes a esta serie van a tener importantes repercusiones en otros territorios y nos permite entender mejor algunos aspectos de lo que se ha denominado «primer mudéjar castellano», con especial incidencia en Toledo y su zona de influencia36. CM-5. La única fotografía general que nos ha llegado con los zócalos in situ muestra los tableros en el eje del paramento y una amplia superficie libre hasta las esquinas de la sala37. Alfonso Robles llama la atención sobre la posibilidad de que hubiera otro panel decorado lateral a CM-1 aunque la mala definición de la imagen impide percibir si era una superficie lisa o contenía alguna traza. En principio podemos suponer que de ha-

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

173

fig. 24 Eje de simetría 2

¿Eje de simetría 1?

3

2

A

1 Ejes de simetría

B

A

Castillejo de Monteagudo. CM4.

B

Trama reguladora

Organización en base al eje de simetría 2

Estructura resultante

Organización en base al eje de simetría 3

Capilla Palatina de Palermo

berse visto decoración se habría recogido. A diferencia de ello, la fotografía del tablero CM-5 muestra que la decoración llega hasta la esquina de la sala (fig. 25), y lo mismo parece deducirse, aunque no de manera tan evidente, en el tablero CM-3 por la proyección de las sombras. No sabemos si esta circunstancia está relacionada con la distinta tipología de esta traza y la siguiente (CM-6), ambas diseñadas a partir de una retícula cuadrangular con temas más rutinarios que los primeros analizados. La diferencia formal entre unos tableros ubicados en los ejes de los paramentos y otros en las esquinas vendría a revelar un programa más complejo del que muestra la única fotografía del conjunto. Cabe la posibilidad de que estuvieran ubicados a ambos lados del frente de acceso a las salas dentro de las torres. Por su misma naturaleza este tipo de trazas permite tanto un

174

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

desarrollo rectangular como cuadrado por lo que, con más motivo aún que en el caso anterior, sin conocer su posición en el paramento, lo que nos permitiría identificar su eje de simetría, no es posible resolver la forma del tablero. Hay dos diferencias relevantes entre el dibujo y la fotografía. En el primero las distancias horizontal y vertical entre el panel central y la cinta de enmarque son diferentes. Este dato por sí mismo permite proponer un desarrollo apaisado de la composición. En la fotografía esa diferencia no existe. Otro detalle solo visible en la fotografía es un tema de enlace entre el tablero y el marco, que sirve como referencia para proponer una dimensión mínima de la traza si se toma como eje vertical, lo que no es totalmente seguro pues, como en otros tableros, dicho enlace podía tener una posición lateral.

fig. 25 Castillejo de Monteagudo. CM5.

Versión cuadrada del panel

fig. 26 Castillejo de Monteagudo. CM6.

Vivienda bajo la Qarawiyin. Fez

Patrón

Zócalo de Almería. Siglo XI

En esta tipología es imprescindible conocer el tamaño del módulo de la cuadrícula para resolver el tablero. Frente a la restitución rectangular presentada por Alfonso Robles mostramos aquí también la opción cuadrada38. En lo que corresponde a lo formal, podemos entender la traza como dos tramas yuxtapuestas. Es posible eliminar una de ellas y lo restante seguiría siendo coherente. Junto con el dominio de las curvas, frente a lo observado en el resto de las composiciones del conjunto, esta traza es equivalente al tablero C4 de la Dār aṣ Ṣugrā, de la que constituye variante. Un último rasgo relevante es la distinta manera de resolver los bordes vertical y horizontal de la composición. Es un rasgo novedoso del Castillejo respecto a todo lo anterior conocido que invita a pensar en una composición apaisada.

CM-6. Composición trazada sobre una retícula cuadrangular. Aunque la primera impresión es de una trama de estrellas de ocho puntas en primer cruce con sus crucetas intermedias que alternan su posición en hiladas (fig. 26), la traza es más compleja. La secuencia de estrellas de ocho con sus puntas en contacto es la más sencilla de las series de lazo de ocho tal como las definiera en su día Prieto Vives39. Caben dos posiciones de la trama (fig. 27) dando lugar la segunda a una retícula cuadrangular que facilita el encaje de la composición por lo que tendrá uso preferente. Las distintas trazas de esta serie se obtienen simplificando líneas, lo que amplía el patrón de la retícula básica. En ella se incluye la geometría del mimbar de la Qutubiya, obra cordobesa de 1137 que sirve para verificar el dominio del sistema en época almorávide.

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

175

fig. 27 Tipología y variantes formales.

Trama base en dos posiciones

Trama base

Mimbar de la Qutubiya

Castillo de Orihuela

Aljafería de Zaragoza. Mimbar de la Qasba (Marrakech) Solería capilla palatina (Palermo)

La composición ya aparece en un zócalo pintado almeriense que fechamos, al igual que los autores de la excavación40, en el siglo XI y también en yeserías de la Aljafería de Zaragoza41. La variante del Castillejo sustituye una de las hiladas de sinos de ocho por crucetas. El mismo procedimiento se ve en el zócalo pintado del castillo de Orihuela42 que corresponde a la primera posición de la trama base donde se sustituyen estrellas de ocho por crucetas. La similitud de procedimiento en ambos casos nos sirve para documentar la difusión de la serie y nos hace pensar que el ejemplar de Orihuela, por este y por otros motivos, es obra del siglo XII o comienzos del XIII. El remate en curvas de la faja inferior es una fórmula característica almorávide, como mostramos en la figura 24. En la restitución presentada por Alfonso Robles se ofrecen dos soluciones para el borde vertical43 según se repita o no el horizontal. El tablero CM-5 muestra que en las composiciones sobre trama cuadrangular los bordes verticales y horizontales se resolvían de distinto modo, por lo que consideramos más acorde con los principios generales que gobiernan la decoración del Castillejo la desigualdad entre los bordes. En el zócalo de Orihuela también hay bordes distintos. 2.2.

Las series tipológicas

En el Castillejo de Monteagudo distinguimos tres series de las que dos ya están en la Dār aṣ Ṣugrā, y se

176

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

Castillejo de Monteagudo

suma una tercera dada por la trama rómbica. Es posible que dichas series correspondan a ámbitos específicos, por ejemplo que la serie octogonal pertenezca a uno de los frentes menores del palacio y la hexagonal al lado opuesto. La fotografía de uno de los paneles correspondiente a la retícula cuadrangular muestra su inmediatez al ángulo de una sala mientras que la disposición central de los tableros de la serie octogonal deja amplio espacio hasta las esquinas. Estos detalles indican que de haberse documentado de forma adecuada podríamos reconocer los criterios compositivos y valorar de manera correcta la decoración como parte de lo que realmente es: la composición ar­ quitectónica. No se trata tanto de identificar nuevas formas sino de ver cómo unas mismas formas se usan de distinta manera y estructuran el espacio desde nuevos conceptos. 2.2.1. Serie 1

Octogonal. La primera serie del Castillejo (fig. 28) no es más que la primera de la Dār aṣ Ṣugrā desarrollada. Revela su origen en una trama de octógonos adosados, que da lugar a toda una serie que Prieto Vives denominaba «autogenerada»44 pues surge de la simple prolongación de los lados de los octógonos. A diferencia de la almunia urbana, la mayor escala de los temas busca mostrar la traza con simetría central y relega la retícula a mero procedimiento instrumental sin ninguna relevancia en la imagen final. Es procedimiento oriental que se adapta en lo andalusí a los modos del

Patrón Base

1. Castillejo

2. Dār aṣ Ṣuğrā

3. Dār aṣ Ṣuğrā y Castillejo

Tipo 1

Tipo 2

Tipo 3

Tipo 3

fig. 28 Patrones y composición en los zócalos del Castillejo. Serie 1. Octogonal.

Trama base en sus dos posiciones. Queda de manifiesto su raíz oriental

lazo de ocho occidental. Su presencia en los dos conjuntos arquitectónicos murcianos es la mejor evidencia de su pertenencia al mismo momento y quizás equipo de trabajo, a la vez que la introducción de nuevos modos importados de Oriente. 2.2.2. Serie 2

Cuadrangular (fig. 29). Corresponde a la segunda serie de la Dār aṣ Ṣugrā. A diferencia de la anterior la retícula se impone visualmente y crea unas composiciones a base de temas de menor tamaño que rellenan el espacio de manera homogénea. Es procedimiento más tradicional con variantes dispersas por todo el territorio andalusí. 2.2.3. Serie 3

En la serie rómbica ambas trazas siguen el mismo criterio que la serie octogonal: presentar temas con simetría centralizada donde la retícula es meramente instrumental, sin repercusión en la imagen final del tablero45.

2.3.

Del diseño a la puesta en obra

Una vez analizados los restos disponibles e interpretados, consideramos necesarias una serie de reflexiones generales sobre los zócalos pintados andalusíes. Al contrario de lo que ocurre con las yeserías, que solo de manera excepcional aparecen en la arquitectura doméstica no palatina, contamos con un amplio repertorio de decoración pintada que abarca tanto palacios y otras edificaciones asociadas al poder dominante como simples viviendas urbanas. Las decoraciones pintadas en las viviendas andalusíes comprenden distintos niveles sociales. Esta circunstancia obliga a no considerar todos los ejemplares al mismo nivel interpretativo. La idea de que las manifestaciones formales del poder se imponen a toda la sociedad de manera excluyente, principio implícito en muchas comparaciones, está lejos de explicar el conjunto de restos de la cultura material observable. La relación entre poder dominante y formas decorativas en una determinada época debe entenderse de una manera flexible. Un estilo no se crea

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

177

Valencia 1169

Murcia. Dār aṣ Ṣugrā

Zaragoza. Aljafería

Castillejo de Monteagudo

Castillejo de Monteagudo. Versión rectangular. (Robles Fernández, 2016a)

Serie 2. Cuadrangular

Serie 3. Hexagonal fig. 29 Patrones y composición en los zócalos del Castillejo. Series 2 y 3.

de la noche a la mañana. Necesita tanteos y pruebas hasta lograr su eficacia representativa. El uso de un tipo decorativo tampoco finaliza de manera brusca con la pérdida de poder de un grupo social. Parece razonable hablar de ciclos en sentido amplio, con un desarrollo independiente de los periodos políticos y con una evolución que puede tener tiempos distintos si la referimos al grupo social dominante en sentido estricto o al resto de la sociedad. Frente al esquematismo del «estilo de época», término que no se debe aplicar de manera exclusiva a criterios metodológicos histórico-artísticos sino que está presente en los razonamientos arqueológicos bastante más de lo que muchos están dispuestos a reconocer, a cada momento histórico no corresponde un único estilo sino que se produce una cierta variedad atribuible a diversos factores como pueden ser el gusto del comitente, su capacidad económica o su adscripción étnica;

178

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

aparte de los criterios generacionales: existen talleres dirigidos por maestros formados en distintos tiempos que trabajan en un mismo momento histórico. Tal como aparece en textos de la época, en una sociedad como la andalusí el dominio de las tribus beréberes desde finales del siglo XI se veía en muchos casos como una influencia contraria a las tradiciones y usos locales; y si en las manifestaciones públicas no parece lógico que se expusieran formas que entren en conflicto con las establecidas desde el poder, en el ámbito de lo privado, del que la decoración de una vivienda es un buen exponente, ese rechazo podía manifestarse de manera amplia; bien manteniendo modos tradicionales; bien mediante el desarrollo de novedades ajenas a los criterios y gustos defendidos por el grupo social dominante. Puede darse tanto el caso de una familia relacionada de algún modo con el grupo social en el poder que adopte sus modos decorativos como una forma

fig. 30 Problemas en la ejecución material del diseño.

Córdoba. (Blanco Guzmán, 2014)

Sevilla. Palacio Mañara

Dār aṣ Ṣugrā. C/AM. Trama geométrica superpuesta

Conexión con la cinta perimetral

Otra solución más correcta

El mismo enlace en el tablero simétrico

de expresar su identificación con el mismo, como el de una familia perjudicada por los nuevos señores, lo que no favorecería la asimilación de usos y costumbres propios de quienes los han perjudicado. De la mayor o menor riqueza de un programa decorativo no cabe extraer la conclusión de que se trata de momentos diferentes; antes se debería pensar en la distinta capacidad económica de los propietarios para costear una determinada decoración. El importante hallazgo de las viviendas demolidas el año 1134 para la ampliación de la mezquita Qarawiyin refleja bien estas circunstancias. Coexisten modos formales diferentes en un mismo momento. La casuística puede ser amplia y da lugar a matices que hasta el momento no se han

tenido en cuenta. Caso distinto es cuando en un mismo complejo espacial, como es el caso de la Dār aṣ Ṣugrā, se encuentran modos distintos de resolver las decoraciones. Salvo que haya diferencias estilísticas evidentes, cabe pensar más en jerarquías espaciales que en cronologías distintas. Las relaciones entre un diseño geométrico y su trasposición al paramento dan lugar a múltiples matices difíciles de apreciar si no se dibujan. La ejecución material de una traza implica siempre una interpretación de la misma en función del ancho de la cinta y una determinada técnica. Testimonio de cómo trabajaban son las líneas auxiliares preliminares, incisas o marcadas a cordel, que sirven de guía para la pintura. Aunque co-

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

179

nocemos suficientes ejemplos, nunca se han estudiado en lo que implican de transcripción de un diseño que puede dar lugar a variantes respecto al trazado teórico. En principio debemos distinguir dos grupos en dichas líneas auxiliares: 1) Aquellas que sirve para encajar la geometría base; 2) Las que sirven para resolver los anchos de las cintas; se apoyan en las anteriores y según se dispongan pueden dar lugar a variantes sobre un mismo diseño geométrico base. En bastantes ocasiones observamos errores, incoherencias o discrepancias entre lo que exige el diseño elegido y lo que se ejecuta. Unas veces pueden explicarse por falta de atención en la ejecución; otras por clara incompetencia (el maestro deja la ejecución a un aprendiz, por ejemplo). En el salón meridional de la Dār aṣ Ṣugrā hay claras diferencias de calidad entre los paneles a uno y otro lado (fig. 30) que sugieren manos diferentes. En otras ocasiones la irregularidad introducida facilita la ejecución sin repercusiones sobre el diseño: trasformar una relación 1/√2, o lo que es lo mismo 1/1,41 en una proporción 2/3 —en lugar de 2/2,8 como sería lo correcto— no tiene ningún impacto visual y permite resolver una composición basada en la estrella de ocho puntas en segundo cruce mediante una cuadrícula. Otras veces debemos explicarlas por una deficiente comprensión del diseño, quizás por la novedad que supone. El sistema de trama reticular donde se inserta un tema complejo introduce nuevas exigencias respecto al modo anterior en aspectos como la forma de rematar su perímetro. En el procedimiento-tipo almorávide la yuxtaposición de temas dejaba amplia libertad de maniobra para solucionar detalles y conexiones de líneas, pero el diseño en función de una trama reticular es más rígido; ya no vale cualquier variante y, en consecuencia, si quien ejecuta la obra está acostumbrado a resolver con amplia libertad de criterio, los detalles puede incurrir fácilmente en soluciones defectuosas. El tracista va a prestar especial atención a la composición en el centro del panel mientras que los detalles accesorios, como las fajas perimetrales, son más rutinarios que creativos; no se consideran significativos y es fácil que se limiten a reiterar los usos dominantes. Es probable que, en el hipotético caso de usar un diseño ajeno, el maestro que va a realizar la obra reciba el tema principal, quedando a su criterio la solución de los encuadramientos perimetrales y la organización general del conjunto. En función de dichos elementos secundarios podemos identificar paralelos entre series que abarcan tipos decorativos variados, como trazas de ataurique y geométricas, por lo que son muy eficaces para caracterizar un determinado ciclo estilístico. En la figura adjunta

180

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

(fig. 31) mostramos los temas-tipo que a nuestro entender caracterizan el grupo formal almorávide. Son bien distintos de los que definen el ciclo en torno a los siglos X y XI. Comparados con el grupo al que pertenece el zócalo en el Palacio del Yeso del Alcázar de Sevilla, el de Niebla o el aparecido bajo la catedral de Sevilla, constatamos que dichos elementos desaparecen46. En el ámbito de lo estudiado aquí, la diferencia entre la Dār aṣ Ṣugra y el Castillejo de Monteagudo en el tratamiento de esos elementos secundarios marca con claridad dos momentos en el proceso de configuración del «estilo mardanisí». En el primero se mantiene el tipo genérico almorávide con independencia de los nuevos desarrollos de la composición principal. En el segundo se abandona lo precedente y se simplifica. En el primer caso el ritmo venía marcado por el tipo de curva, oval o circular; en el segundo siempre es recto y el ritmo viene dado por el número de cruces de las cintas. Es cierto que bajo estas premisas el segundo momento de la Dār aṣ Ṣugrā supone un retroceso estilístico respecto a lo que muestra el zócalo del momento inicial, una vuelta a los orígenes de lo almorávide, bien compensado por la novedad de las trazas que centran los paneles. En el Castillejo de Monteagudo se abandona de forma definitiva. 2.4.

De lo almorávide a lo mardanisí

La adscripción de un conjunto de obras a época mardanisí presentada en 199547, se fundamentaba en la identificación del Castillejo de Monteagudo como obra indudable mardanisí y a partir de sus elementos se identifican paralelos, tanto en la arquitectura como en la decoración de yeserías. En ningún momento se niega la semejanza con la decoración almorávide. En varias ocasiones los autores indican su naturaleza tardoalmorávide; sin embargo la polémica no ha cesado desde entonces bajo la premisa, implícita, de que deben considerarse como dos momentos estilísticos diferentes; idea correcta desde el principio de que se trata de las expresiones formales de dos poderes contrapuestos. La historiografía integraba las obras murcianas en el ciclo almorávide de forma genérica, con independencia de su fecha de construcción48. Ello ha servido a algunos investigadores para ratificarse en la cronología almorávide de una obra como el Castillejo de Monteagudo49; pero debemos entender esa adscripción en su exacto significado. Cuando Torres Balbás, al mismo tiempo que incluye el Castillejo en el marco de la arquitectura almorávide, contempla la posibilidad de que sea obra de Ibn Mardanîs es porque no ve contradicción entre ambos hechos. De la misma manera Gómez Moreno50

fig. 31 Temas-tipo, zócalos almorávides: 1-2-3-4. Córdoba. Palacio Orive. 5-7-11-12-13. Marrakech (Meunie y Terrasse, 1952). 6-14-17. Almería. Casa de la Chanca (Torres Balbás, 1945).

4 1

2

8-9-10-15. Fez. Viviendas bajo la mezquita Qarawiyín (Ettahiri, 2007; 2014a).

3

16. Sevilla. Alcázar. Vivienda bajo el patio de la Montería (Tabales Rodríguez, 2010). 5

18. Almería. Calle Méndez Núñez (García Granados, en prensa). 19. Xativa. Costa Castell (Velasco et al., 1997). 20. Córdoba (Blanco Guzmán, 2014).

6

14

7

15

8

16

9

10

17

11

18

integra las construcciones sicilianas en el ciclo almorávide, como extensión de la influencia andalusí, pese a sus evidentes singularidades. El problema que plantea la relación entre la producción almorávide y la mardanisí es equivalente al que existe entre la decoración taifa y la almorávide, donde la continuidad es grande en algunos aspectos, tal como ha sido indicado en numerosas ocasiones por la historiografía51. Este hecho no implica que sea imposible diferenciar ambos momentos. En lo propiamente arquitectónico, la singularidad de las fortificaciones murcianas deja en manos de los que se oponen a considerar el Castillejo de Monteagudo construcción de época mardanisí la demostración de sus relaciones con lo almorávide. Resulta sorprendente que mientras que en el resto del territorio andalusí la distinción entre las fortificaciones almorávides y almohades sea muy problemática —una buena muestra la tenemos en la larga discusión sobre la autoría de las

12

19

13

20

murallas de Sevilla— en territorio murciano se generara una tipología completamente nueva al margen del resto del imperio almorávide. En lo decorativo, no existen criterios claros y evidentes que permitan diferenciar las yeserías de un momento y de otro: si bien es cierto que buena parte de los restos encontrados en la Dār aṣ Ṣugrā siguen inéditos y que los razonamientos se basan en los escasos fragmentos conocidos, lo que deja el análisis al nivel del detalle; sin que sea posible identificar modos de componer y articular la decoración de paramentos. Respecto a los zócalos pintados la situación es la misma: la historiografía no distingue entre ambos momentos. La mejor prueba de ello es la expresión «como en los zócalos de la Chanca y el Castillejo de Monteagudo» usada en 1951 por Manuel Gómez Moreno para establecer la identidad formal, y por añadidura cronológica, de ambos conjuntos y mantenida como referencia obligada hasta hoy en cualquier estudio sobre decoración pintada

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

181

1090

Taifa Almorávide

1161

Antes de1134

1120

1137

1143

Almorávide

1162 Mardanisí

1169

Antes de1172 Almohade

1182

fig. 32 Secuencia decorativa en el siglo XII. Obras con fecha conocida.

andalusí; aunque se olvida que Gómez Moreno ubicó el zócalo almeriense a finales del siglo XI. La confusión se mantiene también para los ejemplares de Marrakech, tal como recoge acertadamente Alfonso Robles52; por ello, la superposición de zócalos pintados en la Dār aṣ Ṣugrā constituye un valiosísimo documento arqueológico para ayudarnos a caracterizar dos momentos consecutivos, discutido el primero como almorávide pero aceptado como seguro mardanisí el segundo. Pero estos no son los únicos datos disponibles para caracterizar las formas del tercer cuarto del siglo XII. De pocos momentos de la historia de Al-Ándalus tenemos tantos datos con cronología puntual precisa a lo largo de un siglo como en el XII. En la tabla adjunta (fig. 32) vemos las obras con año de realización o fecha límite de referencia conocida. Abarcan desde 1190 hasta 1182. Las obras con cronología puntual corresponden a miniaturas53. El primer ejemplar, de la biblioteca universitaria de Uppsala54, magrebí o andalusí, marca el momento de confusión entre lo taifa y lo almorávide. De ser obra elaborada en al-Ándalus sería taifa; de realizarse en el Magreb, almorávide. El segundo, n.º 1740 de la biblioteca de El Escorial55 es del año 112056. Fija la existencia de la red hexagonal en época almorávide, aunque al modo ya visible en lo omeya; a lo que se añade la decoración pintada de la Qubba Bārūdiyīn. Los zóca-

182

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

los bajo la Qarawiyín57 nos dan el año de 1134 como fecha límite, por lo que de forma genérica pueden adscribirse al primer tercio del siglo XII. El mimbar de la Qutubiya58 muestra los modos decorativos cordobeses al final de la década de los 30 del siglo XII, es decir, del momento más avanzado de época almorávide. El ejemplar cordobés de 114359 marca el momento final del dominio almorávide. Que sea obra cordobesa tiene gran importancia porque es el patrón usado en algunos de los zócalos del palacio Orive. Las tres obras siguientes son producción valenciana de época de Ibn Mardanîs60 fechadas en los años 1161, 1162 y 1169. El zócalo localizado bajo la catedral de Sevilla61 es anterior al año 1172, cuando comienzan los trabajos de construcción de la gran mezquita mayor almohade y se derriban las viviendas. El último ejemplar es también valenciano pero ya bajo dominio almohade, del año 118262. No recogemos otras obras almohades posteriores. Tenemos, pues, identificadas con fechas precisas, decoraciones realizadas en territorio y tiempo mardanisí, que podemos añadir a los zócalos pintados para analizar sus especificidades63. En cuanto a la decoración de zócalos, ya hemos indicado que lo almorávide se identifica en lo fundamental con lo descubierto en el palacio de Marrakech a mediados del siglo XX64. La imagen ofrecida por este

conjunto se ha visto alterada de manera substancial por las viviendas localizadas bajo la mezquita Qarawiyin en Fez durante las excavaciones del año 2006, cuya decoración ha sido dada a conocer de manera parcial en diversas publicaciones65 aunque nunca han sido objeto de análisis pormenorizado. Tienen el valor de ofrecer una fecha absoluta: están en uso hasta el año 1134. Los restos recuperados de los zócalos de la vivienda 2 permiten la restitución de los paneles (fig. 30), en su totalidad en un caso, tal como mostramos aquí, aunque para ello hay que corregir un error muy evidente en el montaje del tablero mostrado en la exposición del Louvre de 201466. La composición se forma a partir de dos temas complementarios: una roseta de ocho arcos agudos y otra donde alternan los arcos agudos con los círculos. Se ha interpretado como una trama reticular donde dichos temas alternan en filas; pero de esta manera es imposible enlazar las cintas. Además, en el fragmento correspondiente a la esquina el centro de ambos temas muestra una roseta de ocho pétalos mientras que en el fragmento de la izquierda se ve un tema vegetal. Si resolvemos la traza por simetría a partir del fragmento de la esquina, obtenemos el diseño sin problemas y vemos que las curvas que componen los lados de dichos temas forman grandes círculos que articulan toda la traza. Si consideramos que el fragmento de la izquierda corresponde al tema central del panel todo encaja en una composición de extraordinaria calidad. En el otro tablero solo queda por conocer el tema central, pues la solución de las esquinas se ve en un fragmento no presentado en la citada exposición. El friso de remate muestra una composición epigráfica, equivalente en todo a los aliceres de madera tallada. Véase el ejemplar de Tarifa publicado por Gómez Moreno67. Ambos ejemplares muestran modos estilísticos hasta ahora inéditos en el panorama de la decoración islámica occidental que cambian de manera substancial el concepto que teníamos de la manera almorávide, bien resumido en el estudio de María Marcos Cobaleda68, y hacen de estos zócalos obras maestras al mismo nivel que el mimbar de la Qutubiya. Hasta hoy nadie se ha atrevido a darles una cronología precisa y remiten al límite temporal «antes de 1134» como única referencia. Para nosotros no hay ninguna duda: son obra almorávide. La epigrafía de la faja de remate es un dato relevante. Las composiciones muestran un nivel de desarrollo de la lacería muy superior al de los zócalos de Qaṣr alḤaŷar y de cualquier otro ejemplar andalusí del siglo XII. De haberse encontrado en otro contexto es muy probable que se hubieran atribuido al siglo XIII. No podemos entrar aquí en el análisis pormenorizado del repertorio almorávide, sobre el que seguimos traba-

jando y esperamos presentar en un trabajo específico. En resumen, tal como la conocemos hoy, en la decoración almorávide pintada debemos distinguir al menos cinco grupos tipológicos en función de los datos seguros: 1. Composición de temas centralizados yuxtapuestos. Hasta donde sabemos es uno de los métodos más extendidos en época almorávide donde los temas a base de círculos y curvas pueden desarrollarse con comodidad. A este tipo pertenecen los ejemplares del palacio de Marrakech, los del palacio Orive de Córdoba y algunos de la Chanca. Un patrón básico nos lo ofrece el Corán cordobés de 1143. 2. Composiciones a partir de la proporción √2. La estrella de ocho puntas en segundo cruce sirve para estructurar las distintas partes de la composición. Lo vemos en la casa 2 bajo la Qarawiyin y en un tablero de la Chanca. 3. Paneles resueltos en su totalidad con ataurique. Sigue una tipología ya presente en el siglo XI documentada en Almería (Alcazaba y calle Arco). El ejemplar más notable se encuentra en Fez, en la casa 2 bajo la Qarawiyin. 4. Trama geométrica cuadrangular con o sin fondo de ataurique. El principal referente sería el mimbar de la Kutubiya de Marrakech, obra ejecutada en Córdoba el año 1137. Muestra que ya en la primera mitad del siglo XII las tramas reticulares, en especial las basadas en la estrella de ocho puntas, habían alcanzado un importante desarrollo sobre la manera como se usaban desde época omeya. Los dos paneles de la casa bajo la Qarawiyín (fig. 33) derivan de este procedimiento y pueden constituir ejemplos de los mismos con leves modificaciones proporcionales. En su manifestación más sencilla, sin fondo vegetal, deberemos incluir ejemplares como algunos de la vivienda 1 bajo la Qarawiyin y otros almerienses inéditos. 5. Tramas rómbicas generadoras de temas de lazo de seis. Corán de 1120 y Qubba Bārūdiyīn en Marrakech. Aunque el primero sigue modos tradicionales conocidos desde época omeya el segundo muestra su evolución en el mismo sentido que los temas desarrollado sobre la estrella de ocho puntas. Caracterizada la decoración almorávide, queda por ver su relación con la existente en los edificios atribuidos a época mardanisí. De lo que mantiene la historiografía y de los análisis presentados en este trababajo

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

183

fig. 33 Vivienda bajo la mezquita Qarawiyin (Fez). (Restituciones: Juan A. García Granados).

al­gunos podrían concluir que la evidente continuidad almorávide-mardanisí imposibilita la distinción del segundo momento y, en consecuencia, queda abierta la posibilidad de adscripción a uno u otro momento a criterio del investigador. Como hemos señalado, sin la superposición de zócalos en la Dār aṣ Ṣugrā todo quedaría en hipótesis mejor o peor argumentadas, aunque para obtener conclusiones era requisito obligado la restitución de los diseños usados en la almunia urbana. Un primer dato revelador nos lo ofrecen las ilustraciones de libros. Los ejemplares de 1143 y 1161, con dieciocho años de diferencia y pertenecientes a territorios (Córdoba y Valencia) y momentos políticos distintos, son la misma composición (fig. 34). Es el mejor testimonio de la continuidad cultural entre ambos periodos; pero no olvidemos que se trata de diseños realizados en un contexto independiente tanto de las necesidades representativas del nuevo poder dominante como de la influencia almohade. Es más que dudoso que un poder recién instaurado renuncie a expresar mediante formas su singularidad frente a momentos o grupos de poder distintos. El ejemplar de 1169, a solo

184

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

tres años del final del gobierno de Ibn Mardanîs69, marca el último momento del periodo. Define un tipo al que asociamos una de las trazas de la Dār aṣ Ṣugrā (C-4/AM) y otra del Castillejo de Monteagudo (CM-5). Las miniaturas refuerzan lo que ya se ve en los zócalos pintados: la evolución desde los modos iniciales almorávides basados en yuxtaposiciones a otros basados en la articulación sobre una trama reticular, aunque se mantienen en su expresión menos innovadora. En síntesis, se trata de viejas formas usadas con criterios compositivos renovados. En las nuevas trazas los temas-tipo preexistentes se agrupan para generar otros a mayor escala donde los primeros dejan de percibirse visualmente. Los temas octogonales, con su rica variedad de usos y clara comprensión de sus posibilidades, superan composiciones como las de La Chanca en Almería70 o el Palacio Orive en Córdoba71 para ofrecernos un sistema de lacería próximo a su versión oriental, lejos aún de lo que Gómez Moreno denominará «lazo de ocho occidental». Para restituir las composiciones efectuamos dos operaciones de simetría, una especular, para completar en lo posible uno de los lados, y otra de traslación para

fig. 34 Comparación entre los diseños de 1143 y 1161.

repetir el mismo orden en los otros tres lados; es lo que hemos hecho en la Dār aṣ Ṣugrā y en otros muchos ejemplares. En el Castillejo esta operación no es posible pues mientras que en la totalidad de los ejemplares anteriores no había duda sobre la composición cuadrangular de los tableros, ahora cabe un desarrollo apaisado en la mayoría de las trazas. En los dos diseños sobre trama rómbica del Castillejo de Monteagudo el desarrollo horizontal viene propiciado por su geometría, pues la retícula no admite el cuadrado. Se podría pensar que la faja inferior añadida es un recurso para compensar el patrón rectangular y presentar así tableros cuadrados, pero en composiciones con estrellas de ocho puntas sobre cuadrícula también vemos esa banda perimetral; debe entenderse como recurso genérico, específico de este conjunto, no usado antes. La manera como se resuelve dicha faja, a base de curvas, no es más que la versión de un tema básico almorávide visible en el zócalo de la primera fase de la Dār aṣ Ṣugrā, con variante en el tablero C1-AM, resuelto también según el modo almorávide; pero en los zócalos del Castillejo no hay simetría de rotación y se acentúa la horizontalidad del zócalo. Se rompe así con la tradición almorávide tal como la conocemos y queda de manifiesto la voluntad de generar un estilo nuevo. Hemos indicado a propósito del conjunto de la Dār aṣ Ṣugrā el conflicto existente entre los nuevos diseños generados sobre una trama reticular y los enlaces tradicionales con el marco periférico. En el Castillejo este problema se reconoce, se afronta y se resuelve de manera adecuada a las exigencias de los nuevos procedi-

mientos compositivos. Se eliminan los nudos ovalados y en general las curvas en los enlaces con los elementos de enmarque. Los cruces de la cinta perimetral son todos rectos. En este aspecto, como en otros detalles, el Castillejo muestra un momento posterior a la Dār aṣ Ṣugrā y amplía las novedades sobre los patrones característicos de época almorávide. En resumen: Todo lo dicho hasta ahora por la historiografía sobre los zócalos pintados mardanisíes ha sido sin identificar las composiciones, atendiendo solo a la similitud del detalle. Hemos mostrado que con frecuencia esos detalles reproducen al pie de la letra temas almorávides, pero cuando restituimos la traza completa vemos que se usan de modo diferente: en función de tramas reticulares que remiten más a los modos orientales que a los típicos andalusíes desarrollados hasta ese momento. Los viejos temas se transforman en otros más complejos. La primitiva retícula cuadrangular heredada del califato omeya evoluciona y los temas básicos se agrupan para formar motivos mayores que articulan el módulo compositivo. Son trazas que se generan ahora y van a permanecer en la decoración posterior. Junto con ello, el abandono de las recetas tradicionales en las conexiones del tablero central con la cinta perimetral, en buena parte consecuencia de su incompatibilidad con los nuevos patrones compositivos, contribuye a definir el momento avanzado denominado mardanisí en lo que se refiere a la decoración geométrica. En los zócalos murcianos vemos el repertorio almorávide renovado en algunos aspectos junto con otros elementos que pensamos venidos de Oriente. Hasta donde

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

185

podemos conocer, esta es la característica que nos permite reconocer el «estilo» mardanisí. Lo que viene después, con los almohades, irá en la línea que muestra la miniatura valenciana de 1182. Aunque a simple vista se pudiera pensar que es similar al zócalo de la Chanca hay una diferencia substancial que condiciona todo el desarrollo posterior de la lacería. Hasta este momento las cintas cambiaban de dirección en los cruces con otras líneas; a partir de ahora esto se va a evitar cuidadosamente. Frente a la yuxtaposición de temas se busca la continuidad e interacción de las formas, de manera que el conjunto de la composición constituya un tema único más o menos complejo. No es posible eliminar una línea sin deshacer toda la composición. Otro aspecto que los almohades desarrollan de modo especial es la síntesis entre la pura decoración geométrica basada en tramas reticulares y la decoración vegetal. La cinta se transforma en una serie de palmas esquemáticas que en su expresión más lograda genera la sebka en sus distintas variantes y un grupo tipológico que llega hasta lo nazarí (Cuarto Real de Santo Domingo) y meriní (Ceuta, Huerta Rufino). Un fragmento encontrado en Marrakech72, almorávide según el contexto arqueológico, sería el ejemplar más antiguo y el origen de toda la serie, donde se encuentran también los ejemplares sevillanos. Lo dicho no implica que las yuxtaposiciones desaparezcan. Junto con las formas dominantes, que sirven para definir el «estilo de época», siempre tendremos otra serie de manifestaciones formales «heterodoxas» que no se ajustan al mismo. Estilo «oficial» y tendencias tradicionales o populares coexisten siempre sin problemas, aunque este sea un fenómeno que rara vez ha merecido la atención de los investigadores. Los motivos a base de líneas curvas y rectas se mantienen y llegan hasta lo nazarí, pero, en general, asociados a motivos nuevos entre los que predomina una auténtica rueda de lazo de ocho, que se va a imponer a partir de ahora como el tema preferente. Este cambio tan simple supone una manera nueva de entender la geometría decorativa que tendrá especial desarrollo en el siglo XIII. 2.5. Decoración mardanisí y primer mudéjar castellano

Algunas de las discrepancias más relevantes entre investigadores, como las ya indicadas acerca del origen de las puertas de la sacristía en las Huelgas de Burgos; toledana de comienzos del siglo XIII73 o almeriense de comienzos del siglo XII74; del Castillejo de Monteagudo: construcción almorávide reformada75 u obra mardanisí 76; o el peregrinaje del zócalo de La

186

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

Chanca, al que se han dado cronologías que van desde finales del siglo XI77 hasta comienzos del siglo XIII78, y que finalmente parece haber encontrado su sitio en la primera mitad del siglo XII79, entre otros casos, son consecuencia de los escasos datos materiales disponibles para reconocer matices y fijar tendencias dominantes en lo almorávide. La restitución de los composiciones de los zócalos de la Dār aṣ Ṣugrā y el Castillejo permite ahora comparaciones más precisas con las formas desarrolladas en el primer mudéjar y fundamentar de manera más objetiva el origen de las influencias. Es un tópico en la historiografía sobre la decoración mudéjar caracterizar el primer momento toledano como una síntesis de los modos almorávides y almohade80. Referencias genéricas a la conquista de Almería durante la década 1147-1157, al regreso de una numerosa población mozárabe desde Marrakech a raíz de su conquista por los almohades y a la permanencia de modos almorávides en los territorios dominados por Ibn Mardanîs han servido para justificar de algún modo dicha síntesis81. Pero estos argumentos no pasan del nivel de hipótesis y la referencia básica es siempre la primera mitad del siglo XII, pues las formas mardanisíes se limitarían a mantener modos anteriores. El primer mudéjar castellano aparece en parte como manifestación residual de tiempos pasados, con arcaísmos propios de una comunidad que ha quedado aislada del devenir de los estilos islámicos. Una de las principales consecuencia de la identificación de los diseños mardanisíes es que podemos reconocer su trasposición al llamado primer mudéjar castellano (fig. 35). Cuando Pavón Maldonado analiza una traza del monasterio de las Huelgas considerada inédita, es decir, de la que no encuentra ningún ejemplar en el repertorio andalusí, se pregunta «si estos lazos de 8 hispánicos no se inspiraron en modelos orientales llegados a la Península durante su dominación almorávide y almohade»82; pues bien, se trata del tablero C3/AM de la Dār aṣ Ṣugrā; y también vemos allí una variante del otro panel hexagonal del Castillejo. El dominio de Ibn Mardanîs finaliza el año 1172; tan solo trece años después, en 1185, está en marcha la construcción del monasterio de las Huelgas; dos años más tarde se entrega a la comunidad de monjas, aunque la donación definitiva al Cister se efectúa el año 1199. Cabe ubicar el inicio de las obras hacia comienzos de la década de los ochenta. Alfonso VIII construye junto al monasterio un palacio del que no ha quedado ningún resto bien documentado, aunque se ha pensado que alguna de las obras más andalusíes hoy descontextualizadas en el espacio del monasterio pudiera pertenecer a dicho palacio83, hipótesis negada en varios de los estudios más recientes. ¿Es posible que a la obra del mismo

fig. 35 Comparación entre trazas mardanisíes y mudéjares.

Dār aṣ Ṣugrā. Segunda fase decorativa

Monasterio de las Huelgas. Burgos. (Pavón Maldonado, 1975)

Dār aṣ Ṣugrā. Vivienda secundaria

Sinagoga de Santa María la Blanca. Toledo. (De Monumentos arquitectónicos de España)

se incorporaran maestros llegados de tierras levantinas? ¿Por qué se piensa en la influencia de Toledo, que a su vez debe de recibirla de otros, puesto que la ciudad carece de una fase andalusí almorávide, cuando era posible una transferencia directa desde las fuentes originales andalusíes?84 ¿Hay decoraciones de tipo almorávide en Toledo antes del último cuarto del siglo XII? Cuando más tarde se construye el claustro de San Fernando se transcriben los modelos preexistentes, co­ mo bien muestra la copia en yeso de la puerta de la sacristía, y de uno de los tableros de la Dār aṣ Ṣugrā. En cualquier caso parece claro que el «arcaísmo» de las fórmulas almorávides usadas en las construcciones castellanas hacia finales del siglo XII, deja de serlo cuando incorporamos la producción mardanisí. Las tramas rómbicas y las composiciones hexagonales, tan presentes en el primer mudéjar castellano, como muestran la portada del convento de Santa Clara en Toledo y los discos de la sinagoga de Santa María la Blanca85, habían desarrollado en época almorávide nuevos modos respecto a los antiguos califales, como muestra la decoración de la Qubba Bārūdiyīn de Marrakech, y alcanza importante desarrollo en el Castillejo de Monteagudo. Está presente en contexto oriental86 así como en la decoración italiana de este momento —Capilla Palatina de Palermo— o inmediatamente posterior87 (fig. 36) indica otro tipo de relacio-

nes a tener en cuenta, que también incluyen elementos como las muqarnas o determinados tipos compositivos arquitectónicos. A este respecto quizás habría que contemplar la posibilidad de intercambios entre Sicilia y Castilla sin intermediarios andalusíes. Como han indicado varios investigadores, se da la circunstancia de que las esposas de Alfonso VIII de Castilla y Guillermo II de Sicilia, Leonor y Juana, eran hermanas, lo cual hace más compleja todavía la situación.

3.

Conclusión

Es posible definir lo mardanisí desde un enfoque distinto al propuesto en su día por Julio Navarro y Pedro Jiménez, quienes parten de un referente seguro: la identificación de El Castillejo de Monteagudo con el Qaṣr Ibn Sa‘d y a partir de sus elementos agrupan una serie de obras similares. Nosotros partimos del análisis de los zócalos de la Dār aṣ Ṣugrā. Afecta a otros aspectos de las formas mardanisíes. Desde mediados del siglo XX se estableció la identidad entre lo almorávide, fijado por los zócalos del barrio de la Chanca en Almería, y lo mardanisí, identificado por el Castillejo de Monteagudo. El gobierno de Ibn Mardanîs supondría la continuidad de las formas almorávides sin añadir ningún rasgo específico diferenciador.

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

187

fig. 36 Paralelos de lazo de seis en los siglos XII-XIII.

El Cairo. Museo de arte islámico n.º 421. Mihrab procedente del mausoleo de Saiyida Nafisa (1138-1145)

Palermo. Capilla Palatina

Pistoia. Antepecho del púlpito. Vidrio pintado. Siglo XIII

El hallazgo de los zócalos pintados de la Dār aṣ Ṣugrā, con la excepcional circunstancia de conservar dos decoraciones superpuestas, ha puesto a prueba dicha identidad estilística. El paralelo entre el primer zócalo y los restos del Qaṣr al-Ḥaŷar en Marrakech fecharía aquel en época almorávide y las evidentes diferencias formales con el segundo zócalo serían claro testimonio de la ruptura estilística de las obras promovidas por Ibn Mardanîs con lo anterior; en consecuencia, anula la identidad almorávide-mardanisí establecida por la historiografía. Resulta, sin embargo, que dicha ruptura se refiere de manera exclusiva al zócalo del palacio en el arrabal murciano, sin que afecte a la reconsideración del Castillejo, que era el referente tradicional. Las diferencias entre ambos conjuntos mardanisíes hacen que Alfonso Robles dude de la adscripción del Castillejo a dicha época y, aunque la mantiene, admite la posibilidad de su pertenencia al último momento almorávide: los diseños del Castillejo estarían más próximos a los ejemplares almorávides marrakusíes que a lo visible en la Dār aṣ Ṣugrā88. Hay pues dos aspectos sobre los que giran los argumentos: 1) La relación entre los zócalos murcianos y la decoración almorávide; 2) La relación entre la decoración de la Dār aṣ Ṣugrā y la del Castillejo de Monteagudo. Para abarcar el primer punto es imprescindible incorporar al análisis todos los datos sobre decoración al-

188

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

morávide disponibles en este momento. El hallazgo de las viviendas bajo la mezquita Qarawiyín en Fez cambia de manera substancial la visión que se tenía de la decoración pintada en época almorávide; pero hasta ahora nadie los había incluido en su repertorio, ni hay referencia a ellos en los estudios publicados. A estos añadimos otros datos nunca utilizados en el análisis de las formas del siglo XII, en especial la producción de miniaturas, de las que contamos con ejemplares tanto almorávides como mardanisíes. La restitución de las trazas, o lo que es lo mismo, la identificación de los diseños, tanto de los ejemplares marroquíes como de los murcianos, era requisito indispensable para abordar el problema con eficacia y aquí presentamos nuestra interpretación, inédita en el caso de los ejemplares de Fez y la mayoría de los ejemplares de la Dār aṣ Ṣugrā y correctora de la propuesta por Alfonso Robles y Elvira Navarro Santa Cruz en dos ejemplares de la Dār aṣ Ṣugrā y en otros del Castillejo de Monteagudo. No aceptamos la identificación del primer momento de la Dār aṣ Ṣugrā como obra indudable almorávide. Aunque su adscripción tipológica es correcta, su similitud con el zócalo bajo la mezquita mayor de Sevilla, permite ubicar el zócalo murciano al final del periodo almorávide. En consecuencia, desde criterios estilísticos podría corresponder tanto al momento final almorávide

como a una construcción inicial mardanisí en función de dos principios claramente establecidos: 1) La fecha de una decoración superficial no determina de manera automática la cronología de la estructura que lo sustenta; 2) No es posible diferenciar por criterios estilísticos las primeras obras mardanisíes de las almorávides. La identificación del primitivo zócalo de la Dār aṣ Ṣugrā como obra almorávide, aunque posible, necesita otros argumentos además de los estilísticos para ser irrefutable. Un análisis más detallado del proceso constructivo del complejo palatino puede ayudar a precisar algunos aspectos del problema. El zócalo más reciente de la Dār aṣ Ṣugrā muestra tantos elementos almorávides como el primitivo, según hemos mostrado en páginas anteriores, pero la identificación de las trazas nos permite apreciar sus aspectos innovadores. El nuevo sistema de tramas reticulares con temas complejos, a partir de los cuales se generan otros temas a mayor tamaño, es su rasgo más relevante. El paso de sus patrones al Castillejo de Monteagudo sirve para verificar de manera objetiva la relación entre ambos edificios y momentos e identificar con claridad los modos de trabajo mardanisíes. El aparente retroceso de los zócalos del Castillejo respecto a los de la almunia urbana cabe explicarlo en el mismo contexto que la diferencia entre los dos lados del zócalo de la Dār aṣ Ṣugrā pone en evidencia: un maestro llegado de fuera introduce nuevos modos, ensayados por maestros locales en la mitad izquierda del zócalo, donde la inercia de sus modos de trabajo les lleva a cometer errores. Quizá dichos maestros locales fueron los encargados de desarrollar todo el programa decorativo del Castillejo. Mantienen el nuevo sistema de diseño a la hora de resolver los paneles centrales pero recurren a sus propios criterios en todo lo demás. También en el Castillejo encontramos referencias claras a lo almorávide, aunque en contextos bien distintos de los fijados por la historiografía. No hay ningún paralelo con los zócalos almerienses, pero que uno de los paneles reproduzca la decoración pintada de la Qubba Bārūdiyīn de Marrakech es el mejor testimonio de la persistencia de lo almorávide a lo largo del tercer cuarto del siglo XII, tal como en su día indicaron Julio Navarro y Pedro Jiménez, a quienes se ha reprochado que forzaran los argumentos para atribuir a época mardanisí lo que era claramente almorávide. Pensamos que las principales diferencias entre uno y otro momento histórico, en este aspecto, se deben a la incorporación de nuevos conceptos compositivos venidos del este del Mediterráneo, en especial Sicilia y Egipto89, un hecho reconocido por todos los investigadores para otras manifestaciones formales mardanisíes, que permiten utilizar

de otra manera los viejos temas almorávides. Permanece su modo de resolver los detalles, por lo que desde el fragmento es imposible distinguir ambas producciones. Se entiende así el equívoco de asimilar los zócalos de la Chanca a los del Castillejo de Monteagudo: se usan temas equivalentes en sistemas compositivos diferentes. Cabe pensar que algo parecido puede suceder con las yeserías. La manera de resolver los bordes del panel central, con motivos ajenos a su composición geométrica, es una clara novedad que distingue las trazas del Castillejo de cualquier otra composición andalusí, tanto anterior como posterior. Puede pensarse que es influencia foránea no consolidada. Por último, la presencia de esos mismos diseños en obras del mudéjar castellano obliga, con los datos disponibles en este momento, a que entendamos sus elementos almorávides como resultado de la influencia mardanisí por encima de otras hipótesis referidas a tiempos más lejanos. De esta manera su presencia en el último cuarto del siglo XII y comienzos del XIII se explica mejor que desde su consideración como arcaísmos propios de una sociedad aislada de las influencias andalusíes. NOTAS 1.

2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13.

Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro Palazón, EEA (CSIC). Robles Fernández, 2016a. Pozo Martínez, Robles Fernández y Navarro-Santa Cruz, 2007. Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995b; Jiménez Castillo, 2013, p. 1079 y sigs. Robles Fernández, 2016a, p. 461. Robles Fernández, 2016a, pp. 329-333. Robles Fernández, 2016a, pp. 329-330. Robles Fernández, 2016a, p. 467. Robles Fernández, 2016a, láms. 127 y 129. Robles Fernández, 2016a, pp. 360-368. Ettahiri, 2007; 2014a. Jiménez Sancho, 1999; 2014. María Marcos Cobaleda (2015, pp. 255-257) ve en el conjunto de ejemplares hoy en el Museo arqueológico provincial de Sevilla la influencia de los zócalos de Marrakech y los incluye en el repertorio almorávide, pero prescinde de la pieza más importante del grupo: el zócalo en sala junto al Patio del Yeso en el Alcázar de Sevilla (Valle Fernández y Respaldiza Lama, 2000), incluido por Dolores Villalba (2015, pp. 214-215) en su estudio de la arquitectura almohade. Tampoco cita el zócalo de Niebla. M.ª Teresa Pérez Higuera (1977, p. 372), se inclina a considerar el zócalo del Patio del Yeso obra almorávide, opinión que sigue

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

189

14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21.

22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38.

39. 40. 41. 42. 43. 44.

45.

46.

47. 48. 49. 50. 51.

190

Rallo Gruss (2002, p. 181) a partir de la similitud de la solución de sus esquinas con el Castillejo y con el palacio de Marrakech. Robles Fernández, 2016a, pp. 477-500. Nos limitamos a indicar cada una de las trazas sin incluir su correspondiente simétrica. Robles Fernández, 2016a, pp. 498-499. Robles Fernández, 2016a, fig. 127. Robles Fernández, 2016a, lám. 82, p. 334, Oliva Alonso (coord.), 1993, p. 203. González Ramírez, 1995, pp. 176-178, figs. 10-14. Gómez-Moreno González, 1888. Inédito. Las referencias a zócalos pintados almerienses se basan en nuestro catálogo de los mismos, encargado por el Museo Arqueológico de Almería con motivo de la exposición conmemorativa del milenio de la fundación de la ciudad. García Ruiz, 2013. Pozo Martínez et al. 2007; Robles Fernández, 2016, fig. 130. Robles Fernández, 2016a, láms. 135 y 138, ilustración en p. 679 y lám. 229. Robles Fernández, 2016a, p. 473, fig. 124. Robles Fernández, 2016a, láms. 132 y 134. Jiménez Castillo, 2014, p. 269. Basset y Terrasse, 1932, lám. XX, figs. 48, 49, 53 y 54. Robles Fernández, 2016a, pp. 371-376. Pavón Maldonado, 1975, pp. 245-252. González Cavero, 2013, p. 364. Pozo Martínez et al., 2007, pp. 218-219, fig. 7. Torres Balbás, 1942. Meunie, Terrasse y Deverdun, 1957, p. 34, fig. 25. En los dos paneles que flanquean el escudo real en el muro que cierra al fondo la nave central (Antista, 2013). Pavón Maldonado, 2001. Robles Fernández hace una propuesta de ubicación de los tableros (2016b). En las restituciones dibujadas por Navarro Santa-Cruz hay una escala, aunque no hemos visto ninguna indicación del criterio seguido para su obtención. En nuestra opinión el único elemento que permitiría dar escala a todo el conjunto sería el ancho de la cinta, que en principio suponemos homogéneo. Prieto Vives, 1932. Santos Ibarra, 2012. Franco Mata, 2005, p. 81, fig. 5. Jiménez Castillo, 2014, p. 269. Robles Fernández, 2016a, fig. 157. Prieto Vives, 1932 (ed. 1977). El uso de dicho procedimiento tiene ejemplar destacado en el Corán del año 1000 de la biblioteca Chester Beatty de Dublin (CBL Is. 1431, ff. 7b-8ª). Es procedimiento que aparece ya en Irán en el siglo XI. Uno de los zócalos del castillo de Onda muestra la trama rómbica propia del lazo de seis aunque el color está perdido y no puede identificarse el tema (agradezco a Julio Navarro la información al respecto). Este hecho no puede entenderse como una variante local sevillana: no se encuentra en ninguna obra fechada a finales del siglo XII o en el siglo XIII, ya sea almohade o mudéjar. Bajo este criterio el grupo sevillano no puede ser adscrito al mismo grupo que los zócalos marroquíes ni en general a lo almorávide. Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995b. Gómez Moreno, 1951; Torres Balbás, 1955. Pavón Maldonado, 2004. Gómez Moreno, 1951. El paso de lo taifa a lo almorávide en la decoración de la yesería fue abordado por Natascha Kubisch a propósito de los restos almerienses (2012). Las distintas opiniones acerca del mihrab

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

52. 53.

54. 55. 56. 57. 58. 59. 60. 61. 62. 63.

64. 65. 66. 67. 68. 69. 70. 71. 72. 73. 74. 75. 76. 77. 78. 79. 80. 81. 82. 83. 84.

85. 86. 87. 88.

localizado en el Alcázar Mayor en Murcia inciden en esta problemática (Calvo Capilla, 2011; ibid., 2014, p. 644; Robles Fernández, 2016a). Piezas como las puertas de la sacristía del monasterio de las Huelgas en Burgos mantienen la ambigüedad (Gómez Moreno, 1951; Pavón Maldonado, 2004) y queda bastante por estudiar. Este hecho no implica que sea imposible diferenciar ambos momentos. Robles Fernández, 2016a, p. 361. Salvo en el estudio de Natascha Kubisch sobre Santa María la Blanca, las miniaturas no se han integrado en el conjunto de la decoración de un periodo histórico. Se consideraba que la ilustración de manuscritos constituía campo específico sin influencia en las demás artes debido a que no se conocían suficientes ejemplares de zócalos pintados para establecer comparaciones. Dodds, 1992, n.º 75; Barrucand, 1995; ibid., 2005; Lintz, Delery y Bulle Tuil, 2014, n.º 127. Barrucand, 2005, n.º128. Natascha Kubisch (1995, lám. 22a) da como fecha el año 1326, creemos que por error. Ettahiri, 2014b. Bloom et al., 1998. Sabiha Kemir, 1992, p. 304; Barrucand, 1995; ibid., 2005. Dandel, 1993; Barrucand, 2005. Jiménez Sancho, 1999; 2014, p. 327. Dandel, 1993; Barrucand, 2005. Marianne Barrucand integra todos las miniaturas conocidas con fecha posterior a 1147 en el ámbito de lo almohade bajo el principio de que no existen diferencias substanciales entre este y la producción en territorio mardanisí; no es eso lo que muestran los diseños. Meunie, Terrasse y Deverdun, 1952. Ettahiri, 2007; 2014a; 2014b. Lintz et al., 2014, p. 196, n.º 98. Gómez Moreno, 1951, p. 254, fig. 309. Marcos Cobaleda, 2015. Lintz et al., 2014, p. 354, n.º 209. Retoma un tema del siglo XI visible en la Aljafería de Zaragoza. Torres Balbás, 1945. García Bueno y Medina Flórez, 2001. Kafas et al., 2008. Pavón Maldonado, 1975, pp. 345-346. En 2016, p. 45, fig. 3-3, lo considera «siglo XI-XII». Gómez Moreno, 1951, p. 278. Pavón Maldonado, 2016, p. 44. Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995b. Gómez Moreno, 1951, pp. 268-269. Torres Balbás, 1945. Torres Balbás 1955; Pavón Maldonado, 2016, p. 11. Pavón Maldonado, 1973; 2004. Pérez Higuera, 1995, p. 309. Pavón Maldonado, 1975, p. 226. Pérez Higuera, 1995, p. 311; López Guzmán, 2000, p. 204. Según Pavón Maldonado (2016, pp. 39-40): «Desde que lo escribiera Gómez-Moreno es evidente que las yeserías toledanas del siglo XII evolucionaron hasta bien entronizado el arte mudéjar en sentido almorávide»; lo explica como producto de «un arte almorávide de lujo sin duda llevado allí por un taller de tradición almorávide de los que debieron existir en Andalucía en plena etapa almohade». Kubisch, 1995. Museo Benaki, Atenas, n.º inv. 9185. Bertelli, 1970. Robles Fernández, 2016a, p. 586.

89.

J. M. Bloom propuso una clara influencia de lo almorávide en la decoración siciliana en base del estudio de la decoración geométrica del pavimento de la capilla palatina de Palermo (Bloom, 2005. Repite los argumentos de manera sintética en Bloom, 2005-2007, p. 192). Nada nuevo; Gómez Moreno incluyó lo sículo-normando en el contexto de lo almorávide en 1951. No podemos entrar aquí en el análisis de dichas trazas porque nos apartaría demasiado del objeto de esta publicación; no obstante, pensamos que la influencia fue inversa, desde Oriente a Occidente. Pese a que Bloom no encuentra ningún paralelo para las trazas del pavimento, lo cierto es que otros elementos decorativos de la Capilla, como los paneles que flanquean el escudo

real en el muro que cierra al fondo la nave central, corresponden al mismo patrón que el mimbar de madera de la mezquita de Sayyida Nafissa (1137-38 o 1146-47), hoy en el museo de arte islámico de El Cairo, que el propio Bloom reproduce en su monografía sobre el arte fatimí (Bloom, 2007, fig. 133). El ejemplar más antiguo de la misma se remonta a Nishapur (s. X) (Wilkinson, 1986, fig. 3.42), y un siglo después aparece en el mausoleo de Qarrakan en Irán, obra selyuquí, (1067-68) (Stronach y Cuyler, 1966). Su presencia en la decoración toledana más primitiva y en las Huelgas de Burgos (Pavón Maldonado, 2016, p. 18, fig. 17) ayuda a entender el ciclo completo. Sobre esta serie ver Bonner, 2017, p. 228.

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

191

Bibliografía ANTISTA, Giuseppe (2010). «Disegni di architetture normanne dei pensionnaires dell’Academia di Francia a Roma», Conoscere il territorio: Arte e Storia delle Madonia. Studi in memoria di Nico Marino, Vol. I, Cefalù, pp. 97-110. BARRUCAND, Marianne (1995). «Observaciones sobre las iluminaciones de Coranes hispano-magrebíes», Arte islámico en Granada. Propuesta para un museo de la Alhambra, Granada, pp. 165-171. —— (2005). «Les enluminures de l’époque almohade: frontispices et unwan-s», en Patrice Cressier, María Isabel Fierro y Luis Molina (eds.), Los almohades: Problemas y perspectiva, Vol. 1, Madrid, pp. 71-121. BASSET, Henri; TERRASSE, Henri (1932). Sanctuaires et forteresses almohades, Collection Hespéris n.º 5, Paris, Institut des hautes-études marocaines. BELTRAN PINZÓN, José Manuel (2003). «Apuntes sobre un zócalo pintado de época almohade encontrado en Niebla», Huelva en su historia 2ª época. Vol. 10, Universidad de Huelva, pp. 53-69. BERTELLI, Carlo (1970). «Vetri italiani a fondo d’oro del sicolo XIII», Journal of glass studies 12, pp. 70-78. BLANCO GUZMÁN, Rafael (2014). La arquitectura doméstica tardo­islámica de Qurtuba. (Siglos XII-XIII), tesis doctoral dirigida por el Dr. Desiderio Vaquerizo Gil y el Dr. Alberto León Muñoz, Universidad de Córdoba. Disponible en: http://helvia. uco.es/xmlui/handle/10396/12212. BLOOM, Jonathan M. (2005-2007). «Almoravid geometric designs in the pavement of the Capella Palatina in Palermo», en Bernard O’Kane (ed.), The iconography of islamic art. Studies in honour of Robert Hillebarnd, Edimburgh University Press, pp. 61-80. —— (2007). Arts of the city victorious. Islamic art and architecture in fatimid north Africa and Egypt, Yale University Press. BLOOM, Jonathan M.; TOUFIQ, Ahmed; CARBONI, Stefano; SOULTANIAN, Jack; WILMERING, Antoine M.; MINOR, Mark D.; ZAWACKI, Andrew; HBIBI, El Mostafa (1998). The mimbar from the Qutubiyya Mosque, New York, The Metropolitan Museum of Art-Ediciones El Viso-Ministère des Affaires Culturelles, Kingdom of Morocco. BONNER, Jay (2017). Islamic geometric patterns. Their historical development and traditional methods of construction, Springer. BORRAS GUALIS, Gonzalo M.; CABAÑERO SUBIZA, Bernabé (eds.) (2012). La Aljafería y el arte del Islam Occidental en el siglo XI, Actas del seminario internacional celebrado en Zaragoza los días 1, 2 y 3 de diciembre de 2004, Zaragoza. CALVO CAPILLA, Susana (2011). «El arte de los reinos taifas: tradición y ruptura», Anales de Historia del arte, vol. extraordinario 2. Alfonso VI y el arte de su época, Madrid, pp. 69-92. —— (2014). Las mezquitas de al-Ándalus, Almería, Fundación Ibn Tufail. CRESSIER, Patrice; FIERRO BELLO, María Isabel; MOLINA MARTÍNEZ, Luis (eds.) (2005). Los almohades: Problemas y perspectiva, Madrid, 2 vols. DANDEL, Elisabeth (1993). «Ibn Ġaṭṭūs: une famille de copistes-illuminateurs à Valence (Espagne)», Histoire de l’art 24, diciembre 1993, pp. 13-24. DODDS, Jerrilyn (ed.) (1992). Las artes islámicas en España, Madrid, Ediciones El Viso-The Metropolitan Museum of Art. ETTAHIRI, Ahmed Saleh (2007). «Vestiges archéologiques sous la mosquée Al Qarawiyine», AM. Architecture du Maroc, 34, septiembre-octubre 2007, pp. 103-106. —— (2014a). «À l’aube de la ville de Fès. Découvertes sous la mosquée al-Qarawiyyin», Dossiers d’archéologie nº 365, Septembreoctobre 2014, pp. 42-49.

192

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

—— (2014b). «La Qarawiyyin de Fès: solennité et magnificence d’une mosquée», en Yannick Lintz, Claire Delery y Leonetti Bulle Tuil (dirs.), Maroc Médiéval. Un empire de l’Afrique a l’Espagne, [Catálogo] Exposición 17 octubre 2014 a 19 febrero 2015, Paris, Museo del Louvre, pp. 193-197. ETTAHIRI, Ahmed Saleh; FILI, Abdallah; VAN STAEVEL, Jean Pierre (2012). «Nouvelles recherches archéologiques sur le période islamique au Maroc: Fes, Aghmat et Igiliz», en Philippe Senac (ed.), Histoire et archéologie de l’occident musulman (VII-XV siècle): al-Andalus, Maghreb, Sicile. Villa 4, Toulouse, pp. 157-181. FRANCO MATA, Ángela (2005). «Arte y arqueología medievales de Aragón en el Museo Arqueológico Nacional», Artigrama 20, Zaragoza, pp. 77-109. GARCÍA BUENO, Ana; MEDINA FLÓREZ, Víctor (2001). «Zócalos hispanomusulmanes en el palacio de Orive», Anales de arqueología cordobesa, 12, pp.113-139. GONZÁLEZ CAVERO, Ignacio (2013). Arquitectura civil y religiosa en época almohade: Sevilla y Murcia, tesis doctoral dirigida por la Dra. Concepción Abad Castro, Universidad Autónoma de Madrid, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Historia del Arte. Disponible en: https://repositorio.uam. es/handle/10486/661836. GONZÁLEZ RAMÍREZ, María Isabel. (1995). El trazado geométrico en la ornamentación del alcázar de Sevilla, Sevilla. JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (2013). Murcia de la Antigüedad al Islam, tesis doctoral dirigida por el Dr. Julio Navarro Palazón, Universidad de Granada, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Historia Antigua. —— (2014). «Zócalo pintado», Orihuela. Arqueología y Museo, Alicante, p. 269. JIMÉNEZ SANCHO, Álvaro (1999a). «Hallazgo de un zócalo pintado islámico en la Catedral de Sevilla», Al-Qantara XX, 1999, pp. 377-385. —— (1999b). «Excavación arqueológica de dos pilares de la catedral de Sevilla», Anuario Arqueológico de Andalucía, III, Actividades de urgencia, vol. 2, pp. 883-898. —— (2014). «Des maisons sous la grande-mosquée almohade de Séville», en Yannick Lintz, Claire Delery y Leonetti Bulle Tuil (dirs.), Maroc Médiéval. Un empire de l’Afrique a l’E spagne, [Catálogo] Exposición 17 octubre 2014 a 19 febrero 2015, Paris, Museo del Louvre, p. 327. GARCÍA RUIZ, Mario (2013). «Contextualización arqueológica de un conjunto monetario: la excavación de una vivienda del siglo XI en la calle Jabonerías de Murcia», Tudmir, Revista del Museo de Santa Clara, n.º 3, Murcia, pp. 25-49. GÓMEZ MORENO, Manuel (1888). Medina Elvira, Granada, Imprenta de La Lealtad. [Hay edición facsímil con estudio introductorio de Manuel Barrios Aguilera, Granada, Grupo de Autores Unidos, 1986. La edición más reciente se encuentra en Manuel Gómez Moreno González. Obra dispersa e inédita, compilación y estudio preliminar de Javier Moya Morales, Granada, 2004, pp. 359-385]. —— (1951). El arte árabe español hasta los almohades, Ars Hispaniae, III, Madrid. KAFAS, Samir; BELATIK, Mohamed; KHIARA, Youssef; ARHARBI, Rachid; DOUDANI, Zouheir (2008). «Fouilles de sauvetage aux abords de la Kouboubiya Marrakech 1995-96», Patrimoine marocain, Revue de l’ALINSAP nº 1, Marzo 2008. KHEMIR, Sabiha (1992). «Las artes del libro», en Jerrilyn Dodds (ed.), Al-Andalus. Las artes islámicas en España, Madrid, The Metropolitan Museum of art-Ediciones el Viso, pp. 115-125.

KUBICH, Natascha (1995). Die synagoge santa Maria la Blanca in Toledo. Eine untrsuchung zur maurischen ornamentik, Frankfurt am Main. —— (2012). «El tránsito de la decoración taifal a la almorávide a la luz de las yeserías de Almería», en Gonzalo M. Borrás Gualis y Bernabé Cabañero Subiza (eds.), La Aljafería y el arte del Islam Occidental en el siglo XI, Actas del seminario internacional celebrado en Zaragoza los días 1, 2 y 3 de diciembre de 2004, Zaragoza, pp. 249-290. LINTZ, Yannick; DELERY, Claire; BULLE TUIL, Leonetti (dirs.) (2014). Maroc Médiéval. Un empire de l’Afrique a l’Espagne, [Catálogo] Exposición 17 octubre 2014 a 19 febrero 2015, Paris, Museo del Louvre. LÓPEZ GUZMÁN, Rafael (2000). Arquitectura mudéjar, Madrid, Manuales Arte Cátedra. MARCOS COBALEDA, María (2015). Los almorávides. Arquitectura de un imperio, Granada, Editorial Universidad de Granada-Casa Árabe. MEUNIE, Jacques; TERRASSE, Henri; DEVERDUM, Gaston (1952). Recherches archéologiques à Marrakech, Paris, Publications de l’institut des hautes études marocaines, Tome LIV. —— (1957). Nouvelles recherches archéologiques à Marrakech, Paris. Publications de l’Institut des Hautes-Études marocaines, Tome LXII. NAVARRO PALAZÓN, Julio (ed.) (1995). Casas y palacios de alAndalus. Siglos XII y XIII, Barcelona-Madrid, Lunwerg. —— (1998). «La Dār aṣ Ṣuğrā de Murcia. Un palacio andalusí del siglo XII», en Roland Pierre Gauraud (ed.), Colloque International d’Archéologie Islamique. IFAO. Le Caire 3-7 février 1993, pp. 97-139. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1995a). «Arquitectura mardanisí», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam Occidental, Barcelona-Madrid, Lumwerg, pp. 117-137. —— (1995b). «El Castillejo de Monteagudo: Qasr Ibn Sad», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus. Siglos XII y XIII, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 63-103. —— (2012). «La arquitectura de Ibn Mardanish: Revisión y nuevas aportaciones», en Gonzalo M. Borrás Gualis y Bernabé Cabañero Subiza (eds.), La Aljafería y el arte del Islam Occidental en el siglo XI, Actas del seminario internacional celebrado en Zaragoza los días 1, 2 y 3 de diciembre de 2004, Zaragoza, pp. 291-350. OLIVA ALONSO, Diego (coord.) (1995). Casa palacio de Miguel de Mañara, Sevilla, Junta de Andalucía. PAVÓN MALDONADO, Basilio (1975). El arte hispanomusulmán en su decoración geométrica. Una teoría para un estilo, Madrid. —— (2001). «El lazo de 6 en la Alcudia de Elche (Alicante). El primer ejemplo conocido de Occidente. Las tramas hexagonales en el arte árabe», Al Qantara, XXII, pp. 171-204. —— (2004). Tratado de arquitectura hispanomusulmana. Tomo III. Palacios, Madrid, CSIC. —— (2016). «Miscelánea de arte hispanomusulmán. Los discos de la sinagoga de Santa María la Blanca de Toledo. La arquitectura en las miniaturas árabes. Decoración almorávide-almohade: geométrica, zócalos pintados, y floral, yeserías talladas». Disponible en: http:// www.basiliopavonmaldonado.es/Documentos/Miscelanea.pdf. PÉREZ HIGUERA, María Teresa (1995). «El primer mudéjar castellano. Casas y palacios», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus. Siglos XII y XIII, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 303-314. —— (1997) «El arte». Historia de España de Menéndez Pidal, tomo VIII B: el retroceso territorial de Al-Andalus. Almorávides y almohades, Madrid, Espasa Calpe.

POZO MARTÍNEZ, Indalecio (1999). «Arquitectura y arqueología islámica en el monasterio de Santa Clara la Real (Murcia)», Paraísos perdidos. Patios y claustros, pp. 53-104. POZO MARTÍNEZ, Indalecio; ROBLES FERNÁNDEZ, Alonso; NAVARRO-SANTA CRUZ, Elvira (2007). «Arquitectura y artes decorativas en el siglo XII: el alcázar menor de Santa Clara, Murcia (Dār aṣ Ṣuğrā)», Las artes y las ciencias en el occidente musulmán, Murcia, pp. 234-250. PRIETO VIVES, Antonio (1932, ed. 1977). «La simetría y la composición de los tracistas musulmanes», Investigación y Progreso, marzo 1932, incluido en El arte de la lacería, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, pp. 82-121. RALLO GRUSS, Carmen (2002). Aportaciones a la técnica y estilística de la pintura mural en Castilla a final de la Edad Media. Tradición e influencia islámica, Madrid, Fundación Universitaria Española. ROBLES FERNÁNDEZ, Alfonso (2016a). Estudio arqueológico de los palacios andalusíes de Murcia (ss. X-XV). Tratamiento ornamental e influencia en el entorno, tesis docotral dirigida por el Dr. Jorge Alejandro Eiroa Rodríguez, Universidad de Murcia, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Historia Medieval y Ciencias y Técnicas Historiográficas. Disponible en: http://www.tdx.cat/ handle/10803/371146. —— (2016b). «El palacio tardoalmorávide del Castillejo de Monte­ agudo, Murcia. Restitución geométrica de los revestimientos murales decorativos procedentes de las salas de aparato», Debates de arqueología medieval, 6. pp. 41-63. RUIZ LARA, María Dolores; MURILLO REDONDO, Juan Francisco; CARRILLO DIAZ-PINES, José Ramon; CARMONA BEREN­GUER, Silvia; MORENO ALMENARA, Maudilio (2003). «Resultados de la intervención arqueológica realizada en el Palacio de Orive de Córdoba (1996-1998)», Anuario arqueológico de Andalucía 2000, Vol. 3, Tomo 1, (Actividades de urgencia), pp. 299-321. SANTOS IBARRA, Jerónimo (2012). Intervención arqueológica puntual en el exterior del mercado central de abastos de Almería, informe inédito depositado en la Delegación Provincial de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía en Almería. SEVERINO, Nicola (2014). Capella Regia primun occurrit sumptuosis operis pavimento contrasta... Nueve osservazioni sul pavimento musivo della Capella Palatina nel palazzo dei normanni a Palermo, Collana studies in cosmatesque pavements n.º 14, Noviembre 2014. STRONACH, David; CUYLER YOUNG Jr., T. (1966). «Three Seljuq Tomb Towers», Iran, Vol. 4, British Institute of Persian Studies, pp. 1-20. TABALES RODRÍGUEZ, Miguel Ángel (1997). «El palacio islámico descubierto bajo el Patio de la Montería del Real Alcázar de Sevilla», Anuario Arqueológico de Andalucía 1997, t. II, pp. 224-241. —— (2010). El Alcázar de Sevilla. Reflexiones sobre su origen y transformación durante la Edad Media, Memoria de Investigación arqueológica 2000-2005, Sevilla, Junta de Andalucía. TORRES BALBÁS, Leopoldo (1942a). «Las yeserías descubiertas recientemente en las Huelgas de Burgos», Al-Andalus VIII, pp. 209-254. —— (1942b). «Los zócalos pintados en la arquitectura hispanomusulmana», Al-Andalus, VII, pp. 393- 417. —— (1945). (R). «Restos de una casa árabe en Almería», Al-Andalus X, pp. 170-177. —— (1955). Artes almorávide y almohade, Madrid, Instituto de Estudios Africanos-Instituto Diego Velázquez del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Colección Artes y artistas.

Z ÓC AL OS P INT ADOS E N FI N C A S M U R C I A N A S : D Ā R A Ṣ Ṣ U G R Ā Y Q A Ṣ R I B N S A ‘ D ( C A S T I L L E J O D E M O N T E A G UDO)

193

VALLE FERNÁNDEZ, Teresa; RESPALDIZA LAMA, Pedro José (2000). «La pintura mural almohade en el palacio del Yeso», Apuntes del Alcázar, I. Sevilla, Patronato del Real Alcázar de Sevilla, pp. 56-73. VELASCO, Ángel; MATEU, Consuelo; CERDÁ, Manuel; GANDÍA, Enrique; PUERTES, Consuelo; ESCRIG, María José (1997). Conservación y restauración del zócalo islámico de la “Costa del

194

JUAN ANTONIO GA R C ÍA GR ANADOS

Castell” de Xativa, Valencia, Conselleria de cultura, educació i ciència. VILLALBA SOLA, Dolores (2015). La senda de los almohades. Arquitectura y patrimonio, Granada, Editorial Universidad de Granada-Casa Árabe. WILKINSON, Charles (1986). Nishapur: Some Early Islamic Buildings and Their decoration, New York, Metropolitan Museum of Art.

JULIO NAVARRO PALAZÓN Escuela de Estudios Árabes (CSIC) FIDEL GARRIDO CARRETERO Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC) (EEA, CSIC)

09

EL PAISAJE PERIURBANO DE MARRAKECH: LA MENARA Y OTRAS FINCAS DE RECREO (SIGLOS XII-XX)1 Peri-urban landscape in Marrakesh: the Menara and other recreational estates (12th-20th centuries)

RESUMEN Este trabajo aborda el estudio de las fincas periurbanas de Marrakech desde la Edad Media hasta la actualidad. Se trata de propiedades pertenecientes a las élites urbanas, en las que es posible identificar sus principales funciones: productiva, lúdica y residencial, esta última entendida como espacio de retiro temporal de sus propietarios. Para su estudio utilizaremos por igual la información que proporcionan las fuentes literarias e iconográficas y los datos obtenidos en la prospección arqueológica llevada a cabo en 2014. Todo ello nos permitió localizar numerosos vestigios, en su mayor parte pertenecientes a grandes albercas que estuvieron abastecidas con agua extraída del subsuelo mediante jaṭṭāra/s. Estas infraestructuras hidráulicas permitieron la irrigación de un amplio número de fincas, hoy desaparecidas, dispersas en un vasto territorio al suroeste de la ciudad. Se trata de la llanura de Tasltante, que debe su nombre a la acequia estatal de Tassoultant cuyas aguas sirvieron para regar, en algún momento de su historia, dos fincas reales que han llegado en uso hasta nuestros días: el Agdāl y la Menara. Este tipo de fincas debió de implantarse en época almorávide, poco después de la fundación de la ciudad, aunque su difusión está bien documentada en época almohade. Su cíclica aparición y desaparición siempre estuvo unida a las vicisitudes políticas, sociales y económicas de sus promotores y muy especialmente a la permanencia intermitente del poder central en Marrakech. PALABRAS CLAVE Marrakech | Almohades | Saadíes | Agricultura | Hidráulica | Jaṭṭāra | Albercas | Fincas de recreo | Sufíes | Menara | Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī | Semelalia ABSTRACT This article analyzes the peri-urban estates of Marrakesh, from the Middle Ages to the present. These are properties belonging to urban elites in which it is possible to identify their main functions: productive, recreational and residential, the latter understood as a space for temporary retirement of their owners. For this study, we will use the information provided by literary and iconographic sources and by the archaeological survey carried out in 2014. All this allows us to locate numerous vestiges, mostly belonging to large water reservoirs that were supplied with water extracted from the subsoil through khaṭṭāra/s. These hydraulic infrastructures allowed the irrigation of a large number of estates, now disappeared, scattered in a vast territory southwest of the city. It is the plain of Tasltante, which owes its name to the state ditch of Tassoultant whose waters served to irrigate, at some point in its history, two royal estates that are still in use nowadays: the Agdāl and the Menara. This type of property must have been established in the Almoravid period, shortly after the founding of the city, although its diffusion is well documented in the Almohad period. Its cyclical appearance and disappearance was always linked to the political, social and economic variations of its promoters and especially to the discontinuous permanence of the central power in Marrakesh. KEYWORDS Marrakesh | Almohads | Saadi | Agriculture | Hydraulics | Khaṭṭāra | Pools | Recreational estates | Sufi | Menara | Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī | Semelalia

195

El presente trabajo tiene su origen en un proyecto de investigación dedicado al Agdāl de Marrakech, liderado por la Escuela de Estudios Árabes de Granada (CSIC). Este sitio arqueológico es una gran finca agrícola y de recreo situada en el extremo sur de esta ciudad marroquí. Fue fundada en el siglo XII por la dinastía almohade y se ha conservado hasta la actualidad como posesión real, aunque lógicamente muy transformada y, en cierta medida, degradada. En enero de 2012 hicimos la primera campaña de prospección arqueológica y documentación de sus elementos patrimoniales cuyos resultados fueron publicados2. Al finalizar esta campaña ya se vio la necesidad de ampliar nuestro objeto de estudio a otra gran propiedad real contemporánea, la Menara (al-Manāra), y a los restos arqueológicos de otras fincas que hay esparcidos por el entorno de la ciudad (figs. 10 y 11). La segunda campaña la realizamos en 20143 en el sector meridional de Marrakech, especialmente en la llanura del Tasltante, con el objetivo de estudiar los elementos conservados de la red hidráulica tradicional, en particular las galerías drenantes conocidas localmente como jaṭṭāra/s4, y las ruinas de las grandes albercas que estuvieron asociadas a las fincas de recreo5. La presencia de todos estos restos evidencia una intensa colonización del entorno de esta ciudad llevada a cabo por las élites urbanas, las cuales disponían de los recursos financieros y de los medios técnicos adecuados para transformar con éxito ese territorio que sin duda era muy hostil; estos grupos humanos fueron los impulsores de un patrón de ocupación del territorio extremadamente sofisticado pero muy sensible y vulnerable a los episodios de crisis política y social. Las fuentes escritas medievales y de época moderna6, que analizamos en otro artículo de esta misma monografía, también confirman que la periferia de Marrakech tuvo un paisaje muy diferente del páramo que la caracterizó entre los siglos XVIII y XX. En el presente trabajo, en el que damos a conocer los resultados obtenidos en la prospección de 2014, excluimos la finca del Agdāl al haber sido ya tratada en publicaciones anteriores.

196

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

La cambiante historia de Marrakech ha estado salpicada de épocas de esplendor que han alternado con otras de decadencia, todas ellas ligadas a la fortuna de los poderes dinásticos de turno. Estas vicisitudes históricas por las que atravesó la ciudad desde su fundación en época almorávide tuvieron su correlato en los fenómenos de ocupación y abandono alternativos que se produjeron en la llanura inmediata, especialmente en relación a este tipo de huertas que fueron las primeras en desaparecer en los periodos de crisis, dejando como testimonio visible de su existencia las ruinas de sus albercas. El estudio de estas fincas no solo nos ha ayudado a entender este modelo de propiedad al que pertenecen el Agdāl y la Menara, sino que también nos ha facilitado la compresión de su historia, pues los fenómenos de crisis y restauración afectaron, en mayor o menor medida, a todas ellas. La fundación de Marrakech por los almorávides en 1070 en medio de una región aparentemente hostil para la vida urbana, carente de cursos estables de agua y con pocas tierras cultivables, tiene su razón de ser en varias circunstancias que fueron analizadas por Hamid Triki al describir el origen de la ciudad (1995, pp. 93-94). El enclave elegido tenía antiguas connotaciones sagradas y constituía un espacio común y neutral sobre el que las tribus del entorno poseían derechos de uso desde época inmemorial7. Era el sitio ideal para la instalación de campamentos nómadas y mercados periódicos en los que se intercambiaban los productos de la llanura y los de la montaña. Una vez fundada allí la ciudad, esta se convertiría en etapa importante de las rutas caravaneras que realizaban el comercio transahariano. Los factores climáticos no parecen haber sido un problema a la hora de escoger el emplazamiento. Hay que tener presente que en esta época apenas había comenzado la degradación del medio físico (Pascon, 1977, pp. 72-76). Según los cronistas de entonces, el sitio estaba poblado de azufaifos silvestres y las gacelas y los avestruces corrían por él8. En una fuente árabe se afirma que en la llanura de los Dukkāla, «¡sus tierras eran tan fértiles que la hier-

fig. 1 Haouz Central de Marrakech. Se encuentra entre los oued/s Rdat y Nfis. (Fotografía base: Google Earth, 2013).

ba crecía al día siguiente de las lluvias!» (Ibn Qunfud, ed. 1965, p. 71)9. Otro texto, también contemporáneo, precisa que la elección del lugar en el que se fundó la ciudad se hizo de modo que «el Wādī Nafīs sea su vergel, los Dukkāla su granero, y que las riendas del Ŷabal Daran [Monte de la Vida (Atlas)] sean sujetadas por las manos de su príncipe»10. Se explica así que al-Bakrī afirmara, refiriéndose a las llanuras situadas entre Marrakech y Agmāt, que «una gran abundancia reina en el país y todo es barato» (al-Bakrī, ed. 1965, p. 292). Esta feracidad de las tierras que acabamos de mencionar se debía en última instancia a la posibilidad de recurrir a la irrigación, tanto captando aguas subterráneas como derivando acequias de los principales oued/s11, especialmente del Tensift.

1. El medio físico: relieve, climatología e hidrología

El Haouz (Ḥawz) de Marrakech, región o alfoz en que se ubica la ciudad, se encuentra al pie de la cordillera del Atlas, en el sector centro-occidental de Marruecos, una región fuertemente condicionada por el relieve, el clima y la hidrología. Es relativamente llana, limitada al sur por el Alto Atlas, al norte por la cadena montañosa de Jbilet y por los cauces del oued Tensift y Oum Errabia, al oeste por las llanuras de Essaouira-Chichaoua, y al este por las primeras estribaciones del Medio Atlas.

Está atravesado de sur a norte por varios oued/s que drenan el Alto Atlas y que vierten en el Tensift, el principal colector de aguas superficiales de la cuenca, que circula de este a oeste (fig. 1). El Haouz es una cuenca de sedimentación de origen tectónico y se divide geográficamente en tres grandes áreas: Oriental, Occidental y Central. El último es el que realmente nos interesa. Está limitado al este por el oued Rdat y al oeste por el oued Nfis (Nafīs). Tiene una longitud aproximada de 65 km y una anchura de unos 40 km, abarcando una superficie de unos 2600 km2. Su topografía es bastante uniforme, con unas altitudes sobre el nivel del mar que rondan los 300 m al norte de la llanura y aumentan progresivamente hacia el sur, hasta llegar a los 900 m al pie del Alto Atlas. Su clima se caracteriza por temperaturas medias elevadas, lluvias débiles y variables, una higrometría débil y una fuerte evaporación. Una buena discusión de sus características puede encontrarse en la obra del principal estudioso de la hidrología del entorno de Marrakech, Paul Pascon (1977, pp. 59-67). La clasificación bioclimática de Rivas-Martínez y Rivas-Sáenz (2009) lo incluye dentro del bioclima mediterráneo xérico-oceánico, asignándole la clasificación específica de termo-mediterráneo y semiárido. La temperatura media anual es de 19,9 ºC, con 11,6 ºC de media en enero y 28,8 ºC en agosto. Las temperaturas elevadas tienen el inconveniente de aumentar mucho la evaporación y la evapotranspiración, en una zona

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

197

llanura; en las demás épocas se recurre a la irrigación de los campos (Pascon, 1977, p. 63). Los caudales de los oued/s Ourika (Ūrīka) y Nfis (Nafīs) son los más importantes del Haouz Central. Sus débitos anuales medios son de 161 millones de m3/año para el primero y de 170 millones de m3/año para el segundo, según datos de los años 1932-1970 (Pascon, 1977, p. 45). La variación estacional de los débitos es muy acu­sada: en el caso del Ourika, son de 1,5 millones de m3 en agosto frente a 33,4 millones de m3 en abril, con un coeficiente de variación de 22 (Pascon, 1977, p. 47). Cabe destacar que la principal captación de aguas superficiales que abastece el entorno de Marrakech procede del oued Ourika y se realiza mediante la acequia Tassoultant, excavada por los almohades a mediados del siglo XII. Los débitos sólidos de este río se estimaban a mediados de la década de 1970 en 2,5 kg/m3, lo que supone un volumen anual de 300.000 m3. Estos limos, arrastrados por la corriente, pasan a las acequias y terminan siendo depositados en los campos. La capa freática del Haouz se alimenta de cuatro fuentes diferentes (Pascon, 1977, pp. 51-58):

fig. 2 Red hidráulica superficial del Haouz en el entorno de Marrakech. La distinción de colores atiende a los distintos grupos tribales regantes a partir de los oued/s Rhirhaia y Ourika.

con higrometría baja, lo que tiene importantes consecuencias sobre los cultivos, ya que incrementa la necesi­ dad de agua de las plantas y hace imprescindible la irri­gación y el uso de corta-vientos como elemento de protección (Pascon, 1977, p. 65). La media anual de precipitaciones es de 241 mm. Su reparto anual se caracteriza por una estación lluviosa de octubre a abril-mayo, con dos máximos en noviembre-diciembre y en marzo-abril, y una sequía casi absoluta en verano, con fuertes subidas de temperatura y vientos secos (chergui, siroco). Los meses de junio, julio y agosto suman menos del 5% de la pluviosidad media anual. La variabilidad interanual es muy acusada: de 137 a 468 mm en Marrakech, para el periodo 1924-1963 (Pascon, 1977, p. 63). Para los agricultores del Haouz, la única lluvia que cuenta realmente por su utilidad inmediata es la que cae antes de diciembre en zonas de montaña y después del mes de febrero en la

198

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

1. Las aguas del Atlas. Las crecidas de los oued/s se infiltran en el lecho reseco o en las áreas de inundación, siendo estas últimas poco importantes. 2. Las precipitaciones directas que caen en la llanura, útiles para las zonas de cultivos de secano (būr) que solamente cuentan con este aporte hídrico. 3. La reinfiltración de las aguas que son captadas para la irrigación. La extensa red de acequias de tierra que recorre muchos parajes produce infiltraciones que terminan en la capa freática, y lo mismo ocurre con los terrenos regados. 4. Finalmente, la percolación que se produce a lo largo del trayecto subterráneo de los antiguos lechos de oued/s con alta porosidad y permeabilidad. No existen capas freáticas profundas en el Haouz. Su espesor útil, relativamente pequeño, raramente supera los 40 m y es heterogéneo tanto vertical como lateralmente, aumentando en general en dirección sur-norte: de menos de 10 m a más de 60 m. Las condiciones hídricas del entorno de la ciudad no presentan unas características homogéneas, lo que explica las diferencias paisajísticas que históricamente se han dado entre la zona norte más húmeda, cercana al oued Tensift, y la meridional más seca. La importancia de este río es puesta de relieve por al-Idrīsī: A tres millas de distancia pasa un pequeño wādī llamado Tensift, que jamás se seca. Durante el invierno, es un

fig. 3 Plano de las jaṭṭāra/s del entorno de Marrakech según Braun (1974, Fig. 22).

AGDĀL

fig. 4 Marrakech. Detalle de la fotografía aérea de 1917. Los recorridos de las jaṭṭāra/s, con sus pozos de aireación, marcan el paisaje cercano a la ciudad.

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

199

torrente que se lleva todo en su impetuosidad. El príncipe de musulmanes ‘Alī ibn Yūsuf había hecho elevar, sobre este río, un puente (qanṭara) de una construcción sólida e ingeniosa; había hecho venir, con este fin, a los artesanos de al-Ándalus (ṣunnā‘ al-Andalus) y a otros conocedores de la construcción (ahl al-ma‘rifa bi-l-binā’); la obra fue realizada con toda la solidez posible; pero, al cabo de algunos años, las aguas que venían con una fuerza irresistible, se llevaron la parte mayor de los pilares, dislocaron los arcos, destruyeron el puente de arriba abajo y arrastraron los materiales hasta el mar. Este río es alimentado por fuentes (‘uyūn) y aguas que brotan de la montaña de Deran [Atlas], del lado de Agmāt-Aylān (al-Idrīsī, ed. 1866, p. 79).

La zona cercana al oued Tensift tenía su nivel freático próximo a la superficie, lo que permitiría extraer el agua sin necesidad de recurrir al complejo sistema de excavación de jaṭṭāra/s12, máxime si tenemos en cuenta la existencia de acequias regando la franja de tierra más próxima al río. La llanura se puede dividir en dos zonas: una alta, donde domina la irrigación realizada con aguas subterráneas, y otra más baja donde predominan las captaciones de aguas superficiales (Pascon, 1977, p. 82). La distinción no excluye la existencia de zonas mixtas, debido a los factores cambiantes del medio natural y las adaptaciones concretas producidas en distintos periodos históricos. La pendiente topográfica que desciende hacia el oued Tensift, a partir del piedemonte del Atlas, es la que permite una mayor disponibilidad y una mejor accesibilidad al agua freática en la zona norte que es la más baja. Esto se acusa en la propia distribución de jaṭṭāra/s que podemos observar en torno a la ciudad: la zona sur presenta una mayor densidad, con largos recorridos de captación y transporte de aguas, mientras que en el sector septentrional son más escasas y de longitudes sensiblemente más cortas (fig. 3). Como resultado de estas distintas disponibilidades hídricas, el paisaje de ambas zonas difiere notablemente, como se puede apreciar en la iconografía histórica, tanto en vistas panorámicas como en las cartografías modernas. Entre las primeras se encuentran un grabado, realizado a finales del siglo XVIII por G. Höst (1781) en donde aparece la llanura de los Dukkāla llena de palmeras (fig. 78); y otro más reciente, fechado en 1829, de Willians Prinsep, que representa la llanura reseca de Tasltante, al sur de la ciudad (fig. 17). Entre las representaciones cartográficas destacaremos dos de los planos de Marrakech levantado por el capitán Nestor Larras en 1899 (figs. 12 y 13) que, coincidiendo con los anteriores, diferencia claramente la zona al sur de

200

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

la ciudad, donde la poca vegetación que aparece está confinada dentro de los perímetros de las fincas reales del Agdāl y la Menara, de la zona septentrional, donde se aprecian abundantes manchas de vegetación.

El aprovisionamiento tradicional de agua de Marrakech

2.

La severidad del medio natural del Haouz hace que tanto el desarrollo de la agricultura como el de la vida urbana estén estrechamente ligados a la obtención y movilización de recursos hídricos. Desde el momento de la fundación de Marrakech su supervivencia dependió de la implementación de sistemas eficientes de captación, transporte y almacenamiento de agua. Esto se hacía recurriendo a procedimientos de baja tecnología, lo que implicaba la movilización de grandes cantidades de mano de obra que, al hilo de las vicisitudes políticas, no siempre estuvieron disponibles. La ciudad de Marrakech se aprovisionó originalmente de agua mediante pozos, pero ya a principios del siglo XII los almorávides desarrollaron la excavación de jaṭṭāra/s (figs. 3-7), principalmente destinadas a regar aunque una vez puestas en funcionamiento también sirvieron para abastecer puntos privilegiados de la ciu-

fig. 5 Sección ideal y principio de funcionamiento de una galería drenante (jaṭṭāra). La escala vertical se ha exagerado para facilitar su comprensión.

fig. 6 Labores de mantenimiento de una jaṭṭāra de Marrakech (Troussu, 1919, p. 248).

fig. 7 Marrakech. Pozos de jaṭṭāra al sur de la muralla meridional del Agdāl. Fotografía de 2012.

dad13. No había otra manera de atender a las necesidades de riego de los huertos situados tanto intramuros como en la periferia y de las múltiples actividades artesanales e industriales. Los almohades añadirán a este equipamiento técnico la construcción de grandes acequias destinadas a beneficiar las fincas y propiedades del Majzén (del árabe Majzan). Paul Pascon estimaba que bajo los almorávides hubo 5.000 ha regadas en el Haouz, que aumentaron hasta 15.000 en época almohade (1977, pp. 74-75). A media­ dos del siglo XVI, tras el paréntesis meriní y con el ascenso al poder de los saadíes, la superficie llegó a las 20.000 ha, una extensión que no se volvería a dar hasta mediados del siglo XX. En 1915 los datos oficiales registraban solamente 5.000 ha irrigadas en el Haouz sobre un total de 20.000 ha cultivadas. De estas el 98% estaban dedicadas al cereal, mientras que el número de olivos no alcanzaba la cifra de 300.000. A título de comparación,

en 1960 se labraban 80.000 ha, destinadas en un 70% al cereal, y había 2.000.000 de olivos (Pascon, 1977, p. 76). Vemos por tanto que el grado de colonización del Haouz ha sido muy variable a lo largo de la historia, hecho que podemos relacionar con la discontinua pujanza de la vida urbana en Marrakech hasta la implantación de los sistemas hidráulicos modernos, que permitieron a mediados del siglo XX un desarrollo hasta entonces inédito. Los cambios que se han producido en el sistema de aprovisionamiento hídrico del entorno de Marrakech desde mediados de la década de 1980 han sido estudiados por Mohammed El Faïz14 y por este mismo en colaboración con Thierry Ruf (El Faïz y Ruf, 2006; 2010). En esa época tuvo lugar la definitiva entrada en obsolescencia de las jaṭṭāra/s y la puesta en funcionamiento del Canal de Rocade, una conducción de 120 km procedente de las presas de Sīdī Drīs y Ḥasan I, al este del Haouz (fig. 2).

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

201

2.1.

Las aguas subterráneas

El aprovechamiento de las aguas subterráneas en el Haouz se ha realizado tradicionalmente mediante la excavación de pozos y galerías drenantes (jaṭṭāra/s). Esta segunda opción es la que tiene mayor interés para nuestros propósitos, pues ha sido el recurso más importante de aprovisionamiento hasta la llegada de los sistemas de bombeo y distribución modernos. Una jaṭṭāra es, en la terminología local de Marrakech, una galería que drena la capa freática con una pendiente menor que la de la capa drenada y que la del terreno natural, lo que permite que el agua captada aflore por gravedad a la superficie y pueda ser utilizada para usos agrícolas o domésticos (fig. 5). Se trata de un sistema subterráneo que recibe el nombre de qanāt en otras zonas de África y Próximo Oriente15. El drenaje del acuífero se produce solo en una parte de la galería, la más alta, el resto de la infraestructura tiene la función de transportar el caudal extraído hasta la salida o boca. El proceso de construcción de una jaṭṭāra comenzaba con la perforación de un primer pozo, llamado «pozo madre», situado en el punto de mayor cota y más alejado del lugar al que se deseaba conducir el agua (Parroche, 1925, p. 39). Una vez localizado allí el nivel freático los trabajos continuaban con la excavación de la galería, destinada a drenar el acuífero y transportar el agua a la superficie, iniciándose en la parte más baja y no desde el primer pozo (Goblot, 1979, p. 31). A medida que avanzaba la excavación de esta galería, desde la superficie del terreno, se iban abriendo nuevos pozos que conectaban con ella y cuya función era facilitar la extracción de tierra, dar acceso a los operarios y la necesaria ventilación (Wilkinson, 2013, p. 80). Una vez concluida la obra estos pozos no se sellaban, sino que quedaban abiertos para permitir las posteriores operaciones de limpieza y mantenimiento (fig. 6). Como resultado de esto, el paisaje de los territorios por donde discurren jaṭṭāra/s queda muy marcado por la presencia de las bocas de los pozos que, a modo de pequeños cráteres, aparecen dispuestas en alineaciones rectilíneas a intervalos regulares (figs. 4, 21 y 36). Para evitar que las áreas de drenaje de la capa freática de cada jaṭṭāra se solapasen, en los tramos de captación las galerías debían mantener una separación mínima de unos 200 m con objeto de maximizar su aporte, pero en las zonas bajas de su recorrido, en los tramos dedicados exclusivamente al transporte, podían discurrir mucho más próximas (Pascon, 1977, p. 108). Las jaṭṭāra/s funcionan como sistemas auto-reguladores: en periodo de subida de la capa freática la captación aumenta, disminuyendo en el estío. Dado que

202

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

existe un lapso de tiempo entre la caída de las aguas de lluvia, su infiltración en el terreno y su drenaje, el débito de las jaṭṭāra/s es más regular que el de las aguas superficiales, pudiendo de esta manera realizar un aporte importante de agua en la estación seca, justamente cuando los oued/s ven severamente disminuido o desaparecido su caudal. Las jaṭṭāra/s de mayor longitud eran las que obtenían el agua a una profundidad más considerable y en consecuencia eran las que aportaban un caudal mayor. También eran las más costosas, tanto en trabajo inicial de construcción como en su posterior mantenimiento. Son probablemente las más antiguas y hay indicios para pensar que la mayoría son de época medieval, lo que no excluye que hayan estado sujetas, para su buen funcionamiento, a continuas reparaciones y restauraciones (Parroche 1925; Pascon, 1977, pp. 111-112, 377; Wilbaux, 2001, pp. 146 y sigs). La existencia de galerías drenantes condicionaba el uso agrícola de las áreas por las que circulaban debido a la presencia de los pozos de aireación. Estas zonas de cultivo, próximas a la ciudad, debían gestionar muy bien la circulación superficial de sus aguas de riego y la distribución de sus plantíos, con el fin de evitar la entrada del agua en los pozos, ocasionando su degradación, arrastrando tierra a su interior y taponando la conducción. Una jaṭṭāra, para funcionar como sistema de aprovisionamiento, necesita otros dos elementos esenciales: una balsa de acumulación a su salida y una red de distribución. La primera es imprescindible porque el agua fluye continuamente, pero con un caudal débil16, y es necesario almacenarla durante el invierno para la época de estiaje. El hecho de que el flujo de agua sea continuo implica también la necesidad de prever unos tipos de cultivo que rentabilicen su riego todo el año (Pascon, 1977, p. 106). A diferencia del agua de una acequia a cielo abierto, que normalmente no era potable, la procedente de una jaṭṭāra sí podía destinarse al consumo humano, lo que obligaba a adoptar soluciones más complejas en su transporte con el fin de evitar cualquier contaminación. En este caso el agua que salía de la galería, tras ser acumulada en una alberca, era conducida mediante canalizaciones subterráneas, conocidas en Marrakech como qādūs; se trata de conductos estancos, en unos casos construidos en mampostería y en otros compuestos con atanores cerámicos que se ajustan entre sí con mortero de cal y aceite. Circulaban próximos a la superficie protegidos por bovedillas de ladrillo. Su calibre era variable y disminuía según iban distribuyendo el agua a lo largo de su trayectoria (Deverdun, 1959, p. 16). En las canalizaciones de largo recorrido, cuando no existían deri-

fig. 8

fig. 9

Reparto de los débitos extraídos de los oued/s Ourika y Rhirhaia hacia 1970. (Fuente: Pascon, 1970, p. 15).

Marrakech. Acequia Tassoultant dirigiéndose hacia el norte. Al fondo, la muralla meridional del Agdāl.

vaciones ni partidores, se realizaban unas sofisticadas estructuras, en forma de pequeñas torres piezométricas de forma cúbica (madda) dispuestas regularmente, cuya función era la ventilación y el control de la presión interna de los conductos17. La distribución macroespacial de las jaṭṭāra/s muestra un trazado aproximadamente paralelo en dirección sureste-noroeste, coincidente con la línea de máxima pendiente topográfica, con una densa concentración alrededor de Marrakech, donde se encuentran las de superior recorrido. A medida que nos alejamos de la ciudad se observa una mayor dispersión así como longitudes sensiblemente más reducidas (fig. 3). La red de jaṭṭāra/s que aprovisionaba tradicionalmente Marrakech es difícil de reconstruir en la actualidad, debido a su total abandono y a los enormes cambios urbanos que se han producido tanto en la medina como en sus alrededores; estos últimos han terminado borrando las trazas de la mayor parte de ellas. La fecha de excavación de una jaṭṭāra es difícil de establecer con exactitud en ausencia de documentación

escrita o de estudios arqueológicos precisos. Existen dos criterios que pueden ayudarnos a conocer su datación, ambos con grandes limitaciones. El primero es su débito, pues cuanto mayor sea, más longitud de galería podemos suponerle y por lo tanto más probable es que se trate de una jaṭṭāra importante que ha sido revivificada a lo largo del tiempo; este criterio fue utilizado por Parroche (1925), en combinación con otras informaciones locales, para sugerir las fechas de fundación de las jaṭṭāra/s que describió y sus apreciaciones pueden ser útiles para nosotros como punto de partida. El segundo es el destino que tuvo el agua en el momento en el que se excavó la infraestructura; este dato no es fácil conocerlo, excepto en casos muy concretos en los que se sabe que aprovisionaron espacios muy señeros como fue la Qaṣba. Ya a mediados de la década de 1970 se afirmaba que: la carte de la distribution des khettara ne manque pas d’être difficile à interpreter (Pascon, 1977, p. 112), razón por la cual este investigador no realizó, deliberadamente, un análisis de conjunto de los recorridos de

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

203

fig. 10 Marrakech, el Agdāl y la llanura de Tasltante a comienzos del siglo XX, con indicación de los restos de las albercas abandonadas.

la red de captaciones subterráneas. Posteriormente se sistematizó el conocimiento que se tenía de ella a finales del siglo XX a partir de varios estudios efectuados en la década de 1920 (principalmente la tesis de Parroche), de los planos urbanos de la época del Protectorado y de su conocimiento personal de la realidad urbana de Marrakech (Wilbaux, 2001, pp. 140 y sigs.). Las jaṭṭāra/s eran la principal fuente de agua potable de la medina (fig. 3). Las mayores pertenecían al Majzén18 que, además de contar con los medios suficientes para construirlas movilizando los recursos ne-

204

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

cesarios (mano de obra, materiales, etc.), también se encargaba de su mantenimiento19, y estaban destinadas al servicio del palacio real y la Qaṣba (‘Ayn Dār, ‘Ayn Zemzemia y ‘Ayn Sīdī Maymūn). Otras tres eran bienes habices20 (‘Ayn Mawāsīn, ‘Ayn al-Qubba y ‘Ayn al-Baraka). Estas últimas proporcionaban 4/5 partes del volumen total de agua que entraba en la ciudad y aprovisionaban 70 mezquitas, 61 salas de abluciones, 86 fuentes públicas, 23 baños (hammam/s), 75 casas y 10 huertas (Luccioni, 1982, p. 108). Desgraciadamente, dada la ausencia de estudios arqueológicos y docu-

fig. 11 Marrakech. Hipótesis de los perímetros irrigados (en verde) de las fincas de su entorno.

mentales no se dispone de detalles sobre el trazado ni la cronología de esta red de abastecimiento. Las jaṭṭāra/s censadas en 1970 eran 567, de las que 500 estaban aún en funcionamiento; tenían un débito de 5 m3 por segundo y regaban 20.000 ha, principalmente las plantaciones de palmeras de la periferia y las fincas reales, entre ellas el Agdāl (El Faïz, 2002; El Faïz y Ruf, 2010, p. 153). Su organización en sistemas paralelos sucesivos —anteriormente descritos— daba lugar a la interdependencia mutua y propiciaba una gestión colectiva del agua (El Faïz y Ruf, 2006, pp. 2-3; 2010, pp. 154 y 157).

2.2.

Las aguas superficiales

El Haouz cuenta con una extensa red de acequias de riego que, en las zonas de piedemonte, se remonta a épocas muy antiguas. Este sistema tradicional de captación y circulación de agua es más rentable que el de las jaṭṭāra/s debido a que permite regar mayores extensiones de tierra con menores costes; por este motivo era el sistema preferido por las comunidades de regantes siempre que garantizara una irrigación perenne; cuando esto no era posible se recurría a las captaciones subte-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

205

1

3

4 fig. 12 Marrakech. Detalle de la ciudad y de su entorno extraído del plano de Larras (1899 A) a escala 1:25.000. Lo representado a la derecha está a escala 1:250.000.

rráneas (Pascon, 1977, p. 111). El agua se tomaba directamente de los ríos mediante sencillas presas de tierra y los cauces de las acequias se trazaban en la superficie sin necesidad de hacer obras complejas. Después de un recorrido pasivo más o menos largo, cada acequia regaba una superficie muy variable que dependía tanto de factores topográficos como sociales. Al transportar en suspensión gran cantidad de lodos, no era habitual almacenar esa agua en albercas21 a no ser de que dispusiera de algún tipo de sistema de decantación situado por encima de la alberca. Las zonas más antiguas regadas por canalizaciones de superficie fueron los famm (pl. afmān) o desembocaduras de los ríos en la llanura, entre otras razones porque es el sitio donde existe una relación óptima entre los terrenos cultivables y la disponibilidad de agua. La estrategia seguida por los campesinos locales era llevar el agua a su destino intentando que el trabajo invertido en la excavación del cauce del trayecto pasivo, el que

206

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

solamente transporta y no riega, fuera mínimo y la superficie regada máxima. La solidaridad de los pequeños clanes permitía construir y mantener acequias relativa­ mente modestas bajo la autoridad de la comunidad local. Las de mayor tamaño, que movilizaban caudales más importantes a lo largo de decenas de kilómetros, fueron promovidas por poderes más fuertes con el fin de traer el agua a zonas de su propiedad, muy alejadas del área de captación. Las del Haouz fueron construidas por instancias como el Majzén, los personajes notables o las zauías (Pascon, 1977, pp. 90-91). Aunque los principios técnicos de funcionamiento que las regían eran los mismos que existían en las acequias comunitarias, sus implicaciones sociales eran muy diferentes. Las grandes conducciones estatales, al situar sus captaciones en zonas ocupadas desde antiguo por comunidades de regantes, daban lugar a conflictos seculares (Pascon, 1977; Ennaji y Herzenni, 1987) ya que contravenían uno de los principios fundamentales de funciona-

fig. 13 Marrakech. Detalle del entorno de la ciudad extraído del plano de Larras (1899 B) a escala 1:250.000.

miento de dichas comunidades: el de que los agricultores asentados más tempranamente, situados en las cabeceras de los cursos de agua, tenían prioridad de uso respecto a los situados más abajo (Madani, 2005). Esta ruptura del orden social comunitario daba lugar a enfrentamientos por los derechos de derivación. El uso de jaṭṭāra/s para regar evitaba conflictos de este tipo; de hecho buena parte de las fincas periurbanas de Marrakech parecen haberse regado con ellas. Desde época almohade el Majzén, para aprovisionar de agua sus grandes fincas, recurrió a derivaciones superficiales del oued Ourika, en cuyas tierras ya estaba asentado el grupo tribal del mismo nombre; su dominación fue lo que permitió al califa ‘Abd alMu’min, a mediados del siglo XII, construir la acequia Tassoultant captándola por encima de la localidad de Agmāt (fig. 2). Esta acequia dio su nombre a la llanura de Tasltante, al sur de la ciudad, a la que llevaba el agua. Conocida también como Targa n’Ouglid o «acequia del rey» (González Villaescusa, 2002, p. 360), se situó entre las acequias Ourika de Tamentaght y Tassoultant Qbila, ocupando el séptimo puesto en la secuencia de ocho acequias importantes que se derivaban del río en tierras de este grupo tribal22. Los datos disponibles permiten imaginar el gran impacto que esta apropiación tuvo para las tribus locales: mientras que a finales de la década de 1960 la Tassoultant recibía un débito de 1200 l/s (24.493 m3/año) para regar 6.700 ha de tierras majzén23, las acequias tribales recibían 600 l/s para regar 7.400 ha 24. El resultado de este reparto desigual del agua, que puede verse representado gráficamente (fig. 8), permite

comprobar cómo las áreas majzén regadas por las acequias Tassoultant y El-Bachia, situadas lejos de las zonas de captación, recibían proporcionalmente mayor cantidad de agua por hectárea y año que la mayor parte de las áreas cultivadas desde antiguo próximas a los ríos. La derivación de agua que hacía la Tassoultant del Ourika era sustancial y tenía un gran impacto en la gestión comunitaria del agua. A ello había que añadir, hasta principios del siglo XX, la obligación de cerrar las acequias comunitarias situadas por encima de ella una semana por mes, de mayo a septiembre, para que pudieran regarse los olivos o las plantaciones de caña de azúcar y algodón de la llanura. Con todo, no eran los Ourika los principales afectados por la injerencia del Majzén. Los Mesfioua, asentados en el mismo río más al norte, tenían las tomas de sus acequias por debajo de la Tassoultant y estaban necesariamente en competición con Marrakech por las aguas del río (Pascon, 1977, pp. 156-174). Entre ellos y el Majzén había pocas posibilidades de negociación (fig. 2). En época saadí se realizó una segunda captación lejana de aguas, la acequia El-Bachia (al-Bāšiya), derivada del Rhirhaia (fig. 2). Originalmente su punto de extracción estuvo situado casi una decena de kilómetros más abajo de donde se encuentra hoy, a 800 m por encima de Tahanaout, pero fue remontado en época del Protectorado para que la acequia disfrutara de prioridad en la captación de las aguas del río. La finalidad de esta acequia era doble: por una parte permitir el riego de un área cultivable situada en la margen derecha del oued

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

207

20

1

19

2

3 23 4

fig. 14 Plan de Marrakech de 1924 a escala 1:10.000, con indicación mediante círculos de las albercas localizadas.

Rhirhaia y por otra aumentar el caudal de la acequia Tassoultant, con la que confluía. La Tassoultant era una conducción excavada en la tierra de poco más de 1,50 m de anchura, como puede comprobarse todavía en el Agdāl Barrānī observando alguno de los brazos secundarios que han sobrevivido en su estado original (fig. 9). Tras recorrer la llanura y recibir el aporte suplementario de El-Bachia, la Tassoultant atravesaba el Agdāl Barrānī en dirección suroeste-noreste y penetraba en el Agdāl propiamente dicho por el sur, a la izquierda de la puerta Bāb al-Naṣr.

3. Fuentes iconográficas Las fuentes iconográficas nos aportan más datos acerca de otras huertas del entorno de Marrakech. El análisis de las mismas requiere, al igual que las fuentes literarias, una reflexión acerca de las intenciones, rigu-

208

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

rosidad y grado de interpretación en cada caso particular, pues obviamente están muy condicionadas por la subjetividad del autor y los recursos gráficos empleados. Aun con estas limitaciones, nos ofrecen una valiosísima herramienta para el estudio de la evolución del paisaje periurbano de Marrakech en época moderna. Las primeras vistas panorámicas de la ciudad son de Adriaen Matham (1641)25, Pieter van der Aa (1684)26 y Johann Christoph Homann (1728)27. A pesar de su altísimo valor descriptivo, su focalización en la imagen urbana limita sensiblemente la información que podemos obtener para el conocimiento de las fincas periurbanas. Tan solo llegan a mostrarnos algunos edificios en ruinas en el entorno inmediato a las murallas de la ciudad y las recurrentes escenas costumbristas. Los demás elementos del paisaje quedan vagamente representados y no apreciamos en ellos ningún rastro de cercados, plantaciones ordenadas, etc., que nos permitan identificar algún huerto. Tan solo la gran finca real de la Masarra, más tarde

3

4

7 24 6

8

9

10

11 Dar Cherifia

12

fig. 15 Plan de Marrakech de 1950 a escala 1:10.000, con indicación mediante círculos de las albercas localizadas.

conocida como el Agdāl, es objeto de atención por parte de estos autores. No excluimos la posibilidad de que se obviasen otros huertos, en caso de haberlos observado, aunque nos inclinamos a pensar que si estos hubiesen sido un elemento característico y notable del paisaje en esa época habrían sido mínimamente representados. Cotejando la información gráfica con los textos y crónicas coetáneos, véase el caso de Thomas le Gendre, observamos que existe coherencia entre ambas fuentes al describir un entorno periurbano en decadencia. Entre los años 1760 y 1768 el cónsul danés Georg Höst (1734-1794) estuvo en Marruecos, lo que le permitió elaborar un relato de viaje que fue publicado en Copenhague en 1779 y dos años después saldría la edición alemana. Una traducción francesa vio la luz en 2002 (Höst, 2002). Se trata de una obra que contiene una información muy detallada acerca de la historia, lengua, geografía, comercio, religión y costumbre en general de las gentes de este país. Entre los 34 grabados

que contiene el libro hay dos vistas de la ciudad de Marrakech que tienen gran interés para nosotros. La primera aparece en las diferentes ediciones como «Tab. V» y está firmada por los arquitectos daneses W. Schröder y Heine (fig. 78). Nos muestra una vista general de la ciudad y su entorno, tomada desde el alto de Guéliz, al noroeste de la ciudad. En ella vemos el territorio al norte de Marrakech salpicado de palmeras dispersas y un huerto plantado de árboles, señalado con la letra «l», dispuestos de forma ordenada junto al camino que parte de Bāb Dukkāla. Cuando Höst explica el grabado especifica que dicha letra «l»: est une des oliveraies du Roi (Höst, 2002, p. 32). Se trata de la finca de Semelalia, sobre la que volveremos más adelante en el capítulo dedicado específicamente a ella. La segunda es la «Tab. VIII» y está firmada por Heine. Muestra con cierto detalle el frente suroriental de la Qaṣba, antes de que se uniera a la finca del Agdāl. El punto desde donde está hecha se encuentra a unos

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

209

fig. 16 Marrakech. Vista del frente sur de la Qaṣba según de grabado de G. Höst (1781). Para esa fecha, ya se habían construido, de izquierda a derecha los siguientes espacios: Djenan Redouan (1), el Gran Mechuar (5), Djenan alAfiya (9) y un primer palacio en Dār al-Bayḍā’ (situado al sur de Djenan Redouan, no visible en la imagen). Todas estas obras fueron promovidas por Muḥammad III (1757-1790), que durante su reinado construirá también los Mechuares interior y exterior y el barrio de Bāb Aḥmar.

cientos de metros al sureste de la fortaleza, mirando hacia el noroeste (fig. 16). En ella observamos que el espacio extramuros es una llanura yerma, donde la única vegetación visible es la que sobrepasa las tapias de los huertos de Djenan Redouan (Ŷinān Ridwān), en el sector noroccidental del actual Agdāl, y Djenan al-Afiya (Ŷinān ‘Āfiya), situado intramuros, en el ángulo suroriental de la medina. El único elemento que podríamos asociar a un hipotético huerto periurbano en esta zona es una estructura cuadrangular que hemos identificado como una alberca abandonada, posiblemente un vestigio de alguna finca por entonces desaparecida que se habría ubicado en la zona más tarde ocupada por la parcela de Dakhlani (Dajlānī) en el último crecimiento del Agdāl hacia el norte28. Ya en el siglo XIX, una parte de la llanura yerma que describieran Chénier y Alí Bey fue dibujada en 1829 por el británico William Prinsep; a partir de esta imagen se hizo un grabado que fue publicado en 187829 (fig. 17). Aunque lo representado es una panorámica de la Qaṣba y el Agdāl, vistos desde el ángulo suroeste de la ciudad, las montañas del Atlas tienen un especial protagonismo al aparecer como fondo de la composición. En primer término se ve el cementerio de Bāb al-Rubb, adosado a la muralla, y más allá las murallas occidentales de la Qaṣba y el Agdāl, trazadas con suficiente detalle como para que se reconozcan sus principales formas arquitectónicas. La imagen recoge también buena parte de la llanura de Tasltante, que aparece prácticamente vacía, con la excepción de un campamento de chozas (nuwālā), situado en el centro de la imagen, y una finca cercada, provista de una puerta de aparato y llena de árboles, emplazada a la derecha de la vista. A juzgar por su localización, podría tratarse de un huerto asociado a Ṣahrīŷ al-Baqar (alberca n.º 3), sobre la que

210

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

volveremos más adelante, aunque no se tiene constancia fehaciente de que esta hubiera estado vinculada a una finca en algún momento de su historia. También es posible que estemos ante un elemento situado en otra parte de la llanura y que Prinsep lo termina emplazando aquí en un ejercicio de libertad artística o por requerimiento de la composición, pero esto último es solamente una conjetura. De lo que no cabe duda es que la finca que representa Prinsep es resultado de la observación directa y reproduce con sorprendente fidelidad la imagen que podemos formarnos de este tipo de explotaciones a partir de los testimonios literarios, en particular la descripción que hiciera Chénier medio siglo antes. Las causas del estado de abandono de la periferia de Marrakech reflejado por las fuentes del siglo XVIII y principios del XIX vienen de una combinación de circunstancias: por un lado la debilidad del Majzén, incapaz de imponer su autoridad sobre las tribus del Haouz; por el otro la existencia de grupos tribales que, desfavorecidos por el Estado y no formando parte del círculo gobernante, entran en disenso (sība) y maniobran política y militarmente para generar una alternativa dinástica. La inseguridad derivada de este precario equilibrio de fuerzas no podía sino producir una contracción del poblamiento periurbano. Cuando en la primera mitad del siglo XIX los alauíes intenten regularizar parte de sus fuentes de ingresos mediante una doble política de revivificación de las plantaciones reales y colonización de nuevas tierras, la primera medida que toman es asegurar su aprovisionamiento de agua. Muḥammad ibn Aḥmad Akansūs (m. 1877), secretario de la cancillería e historiógrafo oficial de los sultanes ‘Abd al-Raḥmān (1822-1859) y Muḥammad IV (1859-1873), narró cómo lo hicieron. Describe cinco grandes proyectos relacionados directa o indirectamente

fig. 17 Vista de Marrakech según el grabado de William Prinsep, Panorama of the Great Atlas from the city of Marocco (1829). Fue publicado como desplegable por Hooker y Ball, 1878. A-B. Detalles de las dos mitades del grabado. C. Detalle de una finca fortificada (n.º 11). A juzgar por su localización, podría ser Ṣahrīŷ al-Baqar, que corresponde a la alberca 3.

A

B

A

B

C

con la colonización agrícola del Haouz: la replantación del Agdāl; la revivificación de la jaṭṭāra de Bou ‘Okkaz (Bū ‘Akkāz), al suroeste de Marrakech, junto con la restauración de su alberca; la replantación de la Menara; la excavación de la acequia Targa, derivada del Nfis, y la construcción del canal de Tassaout, en el Haouz Oriental. Según el autor todos estos proyectos fueron ejecutados bajo el reinado de ‘Abd al-Raḥmān con la colaboración de su hijo el príncipe heredero, el futuro Muḥammad IV.

Los trabajos realizados en el Agdāl fueron analizados en varios artículos ya publicados30, y los de la Menara se comentarán más adelante en un capítulo específico. Los otros tres proyectos se describen a continuación. El primero fue la recuperación de la jaṭṭāra de Bou ‘Okkaz (Bū ‘Akkāz), situada al suroeste de la ciudad, la restauración de su alberca y la creación de un perímetro de cultivo, así como la construcción de una fortaleza para alojar a los cultivadores:

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

211

fig. 18 Túnez. Vista de la ciudad y de su entorno realizada por Agostino Veneziano en 1535. Fue publicada en 1598 en la edición alemana Cosmographie Universalis de Sébastien Munster. En este detalle del grabado se representan de manera concéntrica los diferentes espacios que componían la ciudad: medina, arrabal y periferia. En esta última se representan las tres fincas más importantes, dotadas de una cerca y de un edificio residencial. En la de la derecha, de planta circular, se indica claramente que se trata de un parque zoológico o campo de caza.

Esta jaṭṭāra [‘ayn]31 data de la época de los almohades. Sus aguas vertían en una alberca [birka] abandonada de la misma manera que hemos descrito antes [en el caso del Agdāl]. Nuestro señor [el sultán] le prestó la misma atención, e hizo conducir el agua hasta la alberca, que estaba colmatada por varias capas de arcilla. Ordenó [...] limpiarla y repararla; el espacio llano que se encuentra cerca de ella se transformó en parcelas cultivadas cuyo producto enriquece a los cultivadores y cuyo aspecto maravilla a los que lo contemplan. Cerca de esta alberca, hizo construir una fortaleza [qal‘a] maravillosa donde fueron instalados los trabajadores, que pueden tener ahí sus bestias y ganados32.

La fortaleza (qal‘a) que menciona el texto es el actual Douar Bou ‘Okkaz (Duwwār Bū ‘Akkāz) (fig. 10). A una distancia de algo menos de 1 km del núcleo original de este aduar, en dirección este, se encontraban hasta hace poco los restos de una gran alberca (n.º 6) de unos 121 x 125 m que pudo haber sido la alberca restaurada que menciona el texto (fig. 31)33. Otro proyecto de Muḥammad como virrey fue la construcción de la acequia Targa, en el Nfis: Entre las obras [de Muḥammad IV realizadas en vida de su padre] está la traída de aguas mediante el canal [nahr] llamado Targa, derivada del Nfis. Gracias a esta acequia la obra ha podido rivalizar con el antiguo canal real [al-nahr al-qadīm al-sulṭānī ] llamado Azkaŷūr, y hay que hacer notar que el canal [de Muḥammad IV] es de mayor utilidad, y más largo. Por la gracia de Dios, las llanuras que riega, entre Marrakech y el Nfis, han sido revivificadas. Los dos canales, el antiguo y el nuevo, se parecen así al Eufrates y al Tigris de Irak34.

212

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

Esto permitió regar unas 4.000 ó 5.000 ha en uno de los sectores de la margen derecha del Nfis más alejados y complicados de regar. Su recorrido se prolongó hasta alcanzar la periferia de la medina y sirvió para reforzar el aprovisionamiento de la finca de la Menara, como veremos (fig. 64). El quinto y último proyecto de plantación mencionado por Akansūs es la construcción de la acequia de Tassaout, en el Haouz oriental. Aunque no está directamente relacionada con la colonización de la llanura de Tasltante, es una buena muestra de los ambiciosos proyectos alauíes de colonización: Se cuenta también entre las obras [de Muḥammad IV realizadas en vida de su padre] el canal [nahr] derivado del río Tassaout para regar las tierras áridas situadas entre el país de Zemran, los Rehamna y los Sraghna, región llamada Faytut, que comprende, entre otros pueblos, el de Tamalelt. Gracias a este canal todas esas regiones han sido transformadas en espacios verdes [riyāḍ], vergeles [basātīn] con flores, cultivos y plantaciones protegidas, y bosques de olivos que dan sombra [...]. Hizo construir una fortaleza [qaṣaba] poblada en la que los campesinos y aparceros pusieran sus bienes a resguardo. Estos espacios eran antes verdaderos desiertos y sitios de paso que perjudicaban a los viajeros a causa de la sed que tenían que soportar, espacios ocupados por las perdices en los que había que apretar el paso [por miedo]. Por la gracia de nuestro señor [el sultán] la región fue poblada tras haber estado desierta35.

La colonización alauí de Tassaout se inició con la construcción de una acequia majzén en un área que disponía de buenas tierras pero que estaba falta de agua, y

fig. 19

A

B

Argel. Vista de la ciudad y de su entorno según un grabado anónimo de 1541. Las fincas periurbanas (señaladas en rojo), aparecen rotuladas como giardini y adoptan formas regulares delimitadas por una cerca, en cuyo interior se aprecian diversos diseños geométricos de espacios ajardinados que consideramos son una idealización. Sorprende que el dibujante no incluyera en el interior de los recintos las habituales residencias o pabellones que solían presidir estas huertas periurbanas (Bibliothèque nationale de France, département Cartes et plans, CPL GE DD-2987 [8029]).

A

B

dio lugar al dominio real de Tamalelt, donde se construyó la qaṣba que menciona el texto36. Se creó así un espacio de cultivo propiedad del Estado en el que en principio los trabajos agrícolas eran dirigidos por gerentes especializados, y la cosecha se repartía entre el Majzén y sus asociados según la tarea realizada. Sin embargo, cada vez que el Majzén se debilitaba, tanto la acequia como los campos que dependían de ella pasaban a estar bajo control de otra forma de autoridad capaz de gestionarlos. En la época del Protectorado, Tamalelt y su qaṣba pasaron a depender de la autoridad del pachá al-Kalāwī, mientras que una parte de las tierras de cultivo se convirtió en granjas de colonos europeos (Louhmadi, 1999, pp. 115-117).

4. Fuentes arqueológicas Tras analizar la información general que proporcionan las fuentes iconográficas37, se presentan a continuación los datos que aporta el registro arqueológico. Por un lado contamos con tres fincas que han llegado vivas hasta nuestros días: el Agdāl38, la Menara y el Agdāl de Baḥmad; y por otro disponemos de numerosos restos arqueológicos de albercas diseminadas por el territorio periurbano. Durante la prospección realizada en 2014 conseguimos inventariar 24 de ellas que, finalmente, se han convertido en un valioso muestrario que ha permitido realizar el estudio que presentamos a continuación (figs. 10 y 11). No obstante, es oportuno advertir que se

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

213

fig. 20 Alberca 2. Su trazado es ajeno a la orientación del olivar que la amortiza. Fotografía aérea de 2006 (Google Earth).

trata de una pequeña fracción del elevado número de grandes albercas que han estado jalonando este territorio. Para dar una idea de su concentración en torno a la ciudad, podemos apuntar que en un radio de aproximadamente 15 km hemos localizado 121. Desgraciadamente la única información que tenemos de ellas la hemos obtenido de la observación de sus fotografías aéreas y por razones obvias no podemos saber con seguridad si son albercas históricas o no; tampoco es posible conocer su morfología, pues la falta de detalle de las fotos lo impide; extraer otro tipo de datos como son los relacionados con los edificios residenciales que solían tener anexos o con los espacios irrigados que las rodeaban es tarea imposible hasta que no hagamos la necesaria prospección arqueológica. No obstante, lo observado en las fotografías aéreas es muy prometedor por lo que esperamos en breve emprender una nueva prospección que cubra todo este territorio. De las 27 albercas objeto del presente estudio, 20 se encuentran en la llanura de Tasltante al oeste de la ciudad y del Agdāl, 4 se sitúan al este, cercanas al Issil, mientras que las 3 restantes las hemos localizado al norte, cerca del Tensift. Por su proximidad al núcleo urbano, estas zonas son las únicas partes del territorio periurbano recogidas en las diferentes cartografías históricas, circunstancia que ha facilitado la localización de un buen número de ellas. Especial interés tiene para nosotros uno de los planos de 1899 del capitán Nestor Prosper Larras, titulado Environs de Marrakech (figs. 61, 91 y 92). Las diversas fotografías aéreas, de cronología dispar, también han sido de gran utilidad. Esta documentación gráfica ha terminado siendo, en muchos casos, la principal fuente de información pues, lamentablemen-

214

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

te, algunas de estas estructuras fueron destruidas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX o principios del actual. Las que no sucumbieron a la expansión urbana anterior al año 2014 sí las pudimos documentar prospectando el lugar, si bien de manera muy somera. Lo que se puede afirmar antes de continuar es que los datos arqueológicos y la información proporcionada por las fuentes escritas son concordantes. La combinación de ambos registros permitirá abordar con cierto éxito el estudio histórico de parte del paisaje periurbano de Marrakech. Dado el carácter preliminar de esta exploración del terreno conocemos pocos detalles sobre las características y cronología de las albercas, lo que impide que podamos ofrecer dataciones absolutas para su fundación, aunque todos los indicios señalan que la mayor parte de ellas han estado abandonadas desde antiguo. Su estado de conservación podría, en algún caso, ser tenido en cuenta como un indicio de su mayor o menor antigüedad. Se trata de obras de tapia, conformadas por muros muy gruesos, en cuyo interior se aprecia la presencia de mampuestos de diferentes tamaños. Los aportes de hormigón estaban distribuidos por las zonas de los muros que tenían contacto con el agua o presentaban cara al exterior, lo que las hacía muy resistentes. La dificultad de reutilizar la escasa piedra que contenían los muros ha evitado, en gran medida, su expolio. Gracias a su tamaño y solidez han soportado los efectos de la erosión, producida por las lluvias torrenciales y la acción del viento. Todos estos factores explican que sus restos hayan permanecido en el paisaje, mientras que los edificios que las acompañaron no resistieron el expolio ni el paso del tiempo. Solamente la acción urbanizadora llevada a cabo en las últimas décadas las ha puesto en peligro

fig. 21 Albercas 2 y 3. En el centro y en la mitad izquierda de la fotografía pueden observarse los pozos de aireación de varias jaṭṭāra/s. Fotografía aérea de 1948.

2

3

fig. 22 Alberca 3. Ṣahrīŷ al-Baqar. Fotografía aérea de 2004 (Google Earth).

inminente de desaparición, dado el carácter irreversible de las explanaciones de tierras que permite la maquinaria moderna. Sorprende que estos restos arqueológicos no hayan sido hasta ahora objeto de atención por parte de la comunidad científica a pesar de que es pública y notoria su destrucción. Esta situación nos urgió en 2014 a iniciar su inventario y documentación. Los planos de Marrakech a escala 1:10.000 de 1924, 1935 y 1950 recogen los trazados de las jaṭṭāra/s, acequias y cauces menores de agua que recorrían la llanura en la primera mitad del siglo XX, y en concreto están representados los sistemas de aprovisionamiento de la Menara, el Ṣahrīŷ al-Baqar y el Agdāl, así como las

jaṭṭāra/s que se dirigían hacia el interior de la medina y su extrarradio noroeste (figs. 14, 15 y 57). Especial interés tienen para nosotros estos planos, pues también reflejan la mayor parte de las albercas abandonadas, las cuales fueron dibujadas con un grafismo diferente respecto a las que estaban en uso y sin presentar conexión alguna a un sistema de alimentación, lo que parece indicar una antigüedad relativa. Cabe pensar que se llenaban mediante jaṭṭāra/s que terminaron desapareciendo con el tiempo, pero solamente la arqueología permitiría comprobar este punto. Desafortunadamente, esta tarea futura se verá dificultada por la urbanización acelerada de la zona.

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

215

4.1.

fig. 23 Alberca 3. Ṣahrīŷ al-Baqar.

Todas las albercas que hemos inventariado son de un tamaño sensiblemente menor que las que presiden el Agdāl y la Menara (figs. 88-90). A juzgar por sus dimensiones y orientación respecto a la pendiente de la llanura debieron de estar destinadas a acumular el agua procedente de las jaṭṭāra/s con el fin de regular el riego de grandes áreas de cultivo. A continuación hacemos una descripción sucinta de cada una de ellas, proporcionando algunos datos básicos. Las coordenadas UTM que se ofrecen están tomadas aproximadamente en el centro de cada alberca y se han redondeado, prescindiendo de los decimales. Se aporta asimismo la distancia a la ciudad, medida como distancia mínima en línea recta hasta la muralla de la medina o de la Qaṣba, según el caso. Los datos referidos a las desaparecidas antes de 2004, primera fecha para la que se dispone de cobertura de Google Earth para Marrakech, se han extraído de los planos mencionados de 1924, 1935 y 1950. El estudio de cada una de las albercas lo iniciamos en la n.º 2, ya que para la n.º 1 defendemos la hipótesis de que formó parte de la primitiva finca almohade de la Menara y por ello, será analizada más adelante dentro del capítulo dedicado a la mencionada propiedad.

216

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

Alberca 2

Se sitúa en el olivar de Bāb Ŷadīd, aproximadamente entre la Menara y la medina, a 1,4 km de está última junto a la margen occidental de la Av. Mohammed VI (figs. 20 y 21). No figura en los planos de Larras de 1899, pero sí la localizamos como estructura abandonada en el de 1950 (fig. 57). Es la única de las que estudiamos aquí que presenta una orientación suroeste-noreste, hecho que señalamos como anómalo, sin que por el momento tengamos argumentos para explicar esta singularidad. Según los planos de 1924 y 1935 recibía el agua de una jaṭṭāra que atravesaba de sur a norte la llanura de Tasltante y daba un brusco giro al este para desaguar en ella, acometiéndola en el punto medio de su frente suroccidental (figs. 14 y 57). Esto parece indicar que la alberca se creó para regar el espacio situado entre ella y la muralla occidental de la medina. Sus medidas aproximadas son 78 x 60 m, con un área de unos 4.680 m2. Se trata de una estructura muy arrasada y poco visible en el terreno. El olivar que actualmente la cubre presenta una orientación completamente ajena a ella. En las fotografías aéreas aún se aprecia parte de su trazado en la mitad meridional. También se observa una extensión de terreno sin cultivar inmediata a su frente suroriental, aunque a falta de excavaciones arqueológicas no podemos aventurar si la causa de esta irregularidad se debe a condicionantes del subsuelo, tales como estructuras enterradas. Este olivar, fruto de una plantación realizada en el siglo XX, es una de las pocas propiedades agrícolas grandes del entorno de la ciudad que no están siendo urbanizadas, aunque recientemente se han realizado importantes cambios en el trazado de la mencionada avenida que han estado a punto de destruir los restos conservados, dada su proximidad. Coord. UTM: Huso 29 R, 594332E, 3497786N. 4.2.

Alberca 3. Ṣahrīŷ al-Baqar

Se sitúa a unos 700 m al sureste de la anterior, en la margen oriental de la Av. Mohammed VI, junto a su intersección con la Route du Barrage, y a unos 880 m aproximadamente de la Qaṣba (figs. 10, 14, 15 y 79). Se trata de una de las albercas mejor conservadas y conocidas de la ciudad. Sus medidas aproximadas son 118 x 117 m, cubriendo un área aproximada de 13.806 m2 (figs. 21-28 y 89). Las paredes del vaso alcanzan un espesor de 2,62 m. Su cara superior es un andén perimetral de 2,22 m de ancho, bordeado por un pretil de 40 cm de espesor (figs. 23 y 24). En su interior se ob-

fig. 24 Alberca 3. Ṣahrīŷ al-Baqar. Muro del vaso seccionado en el que puede apreciarse la capa superior de pavimento y el pretil. Fotografía 2014.

fig. 25 Alberca 3. Ṣahrīŷ al-Baqar. Contrafuertes en el frente norte. Fotografía 2014.

fig. 26 Alberca 3. Ṣahrīŷ al-Baqar. Contrafuerte central del frente norte en el que se sitúa la cavidad por donde desaguaba la alberca. Fotografía 2014.

servan grandes mampuestos como parte del relleno (fig. 24). Presenta contrafuertes en las esquinas noreste y noroeste de 6,20 m de ancho que se proyectan 3,40 m al exterior. El muro norte tiene adosados tres contrafuertes menores regularmente espaciados, que se proyectan 3,40 m: los dos laterales son menores, con un ancho de 1,95 m, mientras que el central alcanza 3,20 m. Este úl-

timo acoge dos salidas de agua, una en forma de rebosadero en la parte superior y otra en el fondo. Ambos desagües convergen y emergen al exterior a través de una salida en la base del contrafuerte, realizada con un arco de ladrillo (figs. 23 y 26). El vaso y los contrafuertes muestran signos de reformas, tanto en la cara externa como en la interna. Las

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

217

fig. 27 Alberca 3. Ṣahrīŷ al-Baqar. Grandes fragmentos de tapia diseminados por el frente meridional. Fotografía 2014.

fig. 28 Alberca 3. Ṣahrīŷ al-Baqar. Puede verse la alberca en funcionamiento. Al fondo, las murallas de la Qaṣba. Fotografía antigua sin fechar.

reparaciones de los contrafuertes se hicieron habitualmente con ladrillo y mampostería, siendo la base de sus muros la zona donde se produjeron mayores pérdidas de la masa de la tapia debido a los efectos de la humedad por capilaridad. Embalsaba el agua de una canalización que la acometía desde el sur y desembocaba en el centro de su la­do meridional, aunque el origen de esta es distinto en las diferentes cartografías históricas consultadas. En los planos de Larras de 1899, donde aparece con el rótulo Saharij (figs. 12, 91 y 92), y en el esquema de Gueytat de 1913 se representa una acequia que parte del frente occidental del Agdāl hacia el oeste y gira al norte hasta alcanzar la alberca, mientras que en los planos de 1924, 1935 y 1950 se trata de una canalización rectilínea, nombrada Ain Bachiat (‘Ayn al-Bāšiya), por lo que entendemos que es una derivación de la antigua acequia saadí El-Bachia (al-Bāšiya), y que se bifurca en dos brazos a unos 300 m al sur de la alberca: el occidental la rodea por el oeste mientras que el oriental se dirige directamente a eje con la alberca. Este tiene un primer tramo en superficie, de unos 100 m de recorrido, para luego hacerse subterráneo hasta desembocar en ella (fig. 15). Este mismo plano nos informa de que en 1935

218

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

aún embalsaba agua, tal y como nos muestra una fotografía antigua, que no hemos podido fechar, pero que adscribimos a las primeras décadas del siglo XX (fig. 28). Se la ha identificado habitualmente con la alberca que ordenara construir ‘Abd al-Mu’min fuera de la Menara (Deverdun, 1959, pp. 196-197), aunque nosotros defendemos que aquélla fue al-Ṣahrīŷ al-Barrānī, más próxima a la Menara, como veremos más adelante. El nombre de Ṣahrīŷ al-Baqar (alberca de las Vacas) con el que se la conoce hasta nuestros días se debe probablemente a la existencia en las proximidades, ya en época almohade, de un mercado de ganado (Deverdun, 1959, p. 197). Al-‘Umarī, un autor de mediados del siglo XIV que utilizó fuentes de la segunda mitad del XII para Marrakech, parece describir el Ṣahrīŷ al-Baqar cuando, al enumerar las puertas de la ciudad, afirma que fuera de Bāb al-Rubb: [...] se extiende el Gran Zafariche [al-ṣahrīŷ al-kabīr], palabra que en el dialecto de las gentes del Magreb significa alberca [birka]; es una gran alberca [birka ‘aẓīma] rodeada de un muro [‘alay-ha sūr] (al-‘Umarī, ed. 1988, p. 88; Gaudefroy-Demombynes, 1927, p. 187).

fig. 29 Alberca 4. Aparece rodeada por la ampliación de las instalaciones del aeropuerto Marrakech-Menara. Fotografía aérea de 2004 (Google Earth).

El hecho de que este autor cite la alberca y no mencione otros elementos característicos de estas fincas de Marrakech, como sería su huerto (ŷanna, bustān) o su pabellón, podría hacernos pensar que se trataba de una alberca aislada sin función agrícola ni residencial, aunque dotada de algún control de acceso, dado que el texto menciona la presencia de un muro rodeándola; de este último no ha quedado evidencia arqueológica, ya que el pretil del vaso no puede considerarse como tal. Sin embargo, la presencia en su lado sur de gruesos cimientos de tapia de hormigón de cal permite defender la hipótesis de la existencia, en algún momento de su historia, de un edificio residencial o pabellón, lo que vendría de nuevo a confirmar el modelo asociativo de alberca-pabellón, habitual en este tipo de fincas (fig. 27). No conocemos detalles sobre su evolución reciente. Durante buena parte del siglo XX el Lazareto Municipal se alzó al oeste de ella, y hasta mediados de la década de 2000 tuvo adosada a sus muros septentrional y occidental una agrupación de viviendas que fue demolida. A linde con el muro sur se ha excavado una piscina pública cuya construcción ha destruido los cimientos del hipotético edificio residencial mencionado, imposibilitando futuras investigaciones arqueológicas. En la actualidad se encuentra en estado de abandono, aunque aparentemente no sufre riesgo de demolición. Se halla dentro de una zona de protección non aedificandi declarada en 1998, según consta en documentación y planos de la Inspection des Monuments Historiques de Marrakech39. Coord. UTM: Huso 29 R, 594993E, 3497392N.

4.3.

Alberca 4

Se encontraba situada a unos 700 m al sur de la Menara y a 3,3 km al oeste de la medina, en la zona actualmente ocupada por el aeropuerto Marrakech-Menara (figs. 10, 14, 15, 60, 64 y 79). La ampliación de este último la destruyó, por lo que los datos que se ofrecen proceden exclusivamente del análisis de la cartografía histórica y las fotografías aéreas. La alberca presentaba forma de paralelogramo romboidal con dos pares de ángulos de 94 y 86 grados; sus lados mayores medían 89 m y los menores unos 67, lo que arroja un área de 5.963 m2. Formó parte del sistema de aprovisionamiento de agua de la Menara desde la revivificación de esta en el siglo XIX, como muestran los planos de Larras de 1899 (figs. 12, 91 y 92), donde aparece con la leyenda Ancien bassin à sec, así como los planos de 1924, 1935 y 1950 (figs. 14, 15 y 57). Embalsaba el agua de una jaṭṭāra40 que salía a la superficie en los alrededores del Douar Bou ‘Okkaz, y de ella partía una conducción a cielo abierto que vertía en la acequia de la jaṭṭāra de la Menara. Su ubicación más al sur de la ampliación meridional de esta gran finca permitía que irrigara sus huertos, ya que la alberca de la Menara quedaba a una cota más baja. Con independencia de su historia final, fruto de la revivificación del siglo XIX, somos partidarios de la hipótesis de que la alberca n.º 4, en origen, fue independiente y contó con un espacio irrigado propio (fig. 11). En este sentido, cabe preguntarse si la existencia de una franja de terreno inmediata a su frente meridional (fig. 29), englobada junto a la alberca por

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

219

fig. 30 Alberca 5. A su derecha se pueden observar los pozos de aireación de dos jaṭṭāra/s. Fotografía aérea de 2009 (Google Earth).

una tapia moderna que las delimitaba por el sur, estaba relacionada con alguna estructura previa, tal vez un pabellón, según el modelo que venimos observando. Las fotografías aéreas nos permiten seguir los pasos de su destrucción en años recientes. En 2006 aún se conservaban los muros de su vaso; en 2009 ya se había derribado su mitad septentrional para crear una zona de servicio y aparcamientos, y en 2013 había desaparecido totalmente como resultado de la ampliación del aeropuerto, por lo que no pudimos documentarla. Su demolición completa y la de su entorno debido al desarrollo del aeropuerto imposibilitan cualquier investigación arqueológica. Coord. UTM: Huso 29 R, 592610E, 3496945N. 4.4.

Alberca 5

Se encuentra en las proximidades de la Av. Mohammed VI, a medio camino entre el cruce con la Route du Barrage y la Av. Mahdi Ben Barka. Está a una distancia de 1,2 km de la Qaṣba (figs. 10, 30 y 90). Mide 61 x 53 m, arrojando un área aproximada de 3.233 m2. Su abandono es de antiguo, pues no aparece reflejada en los planos de Larras de 1899 ni en los de 1924, 1935 y 1950. No hay evidencia de que tuviera asociada una huerta, aunque por su posición equidistante del Ṣahrīŷ al-Baqar, localizado a unos 600 m al norte, y de la alberca 7, ubicada unos 400 m al sur, podría haber estado en la cabecera de una finca situada entre ambos y prueba de ello es que la alberca está unos grados más inclinada al oeste que la 7, lo que permite afirmar que no formó parte de del espacio irrigado de

220

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

esta última. En la figura en la que hemos reconstruido las huertas dependientes de cada alberca se puede observar cómo el área de la 7 se superpone al de la 5, lo que permite concluir que esta última es una fundación más antigua que fue amortizado por la 7 (fig. 11). El peor estado de conservación de los muros de la 5 es otro indicio a favor de su mayor antigüedad. La zona en la que se encuentran ambas albercas presenta un elevado potencial arqueológico, habida cuenta de la presencia de varias líneas de jaṭṭāra/s en las inmediaciones. Esta zona, que hasta 2012 se había mantenido libre de construcciones modernas, está sufriendo un rápido proceso de urbanización en los últimos años. Ya en 2015 su vaso se encontraba parcialmente sepultado por los vertidos procedentes de los movimientos de tierras de unas obras próximas, y en 2017 ha quedado parcialmente sepultada bajo la construcción de nuevas cercas parcelarias, por lo que tememos que su completa desaparición es inminente. Debemos expresar la necesidad de proteger este sector, considerándolo reserva arqueológica y área de protección del Agdāl, pues es uno de los escasísimos casos en el entorno de Marrakech en que aún podrían conservarse estos vestigios con cierta coherencia paisajística y como testimonio de lo que fue su antiguo paisaje periurbano. Coord. UTM: Huso 29 R, 595248E, 349678N. 4.5.

Alberca 6

Estaba emplazada a unos 2,2 km al sur de la Menara, a casi 1 km al este del Douar Bou ‘Okkaz, junto a la margen oriental del actual Boulevard Bouakazz y

fig. 31 Alberca 6. Fotografía aérea de 2010 (Google Earth).

a 2,87 km de la Qaṣba (figs. 10 y 31). Su desaparición debió de producirse poco antes de nuestra visita en 2014, por lo que los datos que ofrecemos a continuación proceden del análisis de la cartografía histórica y las fotografías aéreas. Sus medidas aproximadas son 125 x 121 m, con una superficie de unos 15.125 m2. En el plano de Larras de 1899 C aparece con la leyenda Ancien bassin à sec (figs. 91 y 92), mientras que en el de Marrakech de 1950 se la representa con fondo de puntos con el fin de indicar que estaba abandonada (fig. 15). Es muy probable que se trate de la alberca restaurada por ‘Abd al-Raḥmān (1822-1859) tras la revivificación de la jaṭṭāra de Bou ‘Okkaz, hechos de los que informa el cronista Akansūs (ed. 1918, I, p. 23). Esta jaṭṭāra y su alberca aprovisionaban de agua una finca para cuyos trabajadores se creó, según Akansūs, una fortaleza (qal‘a) que es el actual Douar Bou ‘Okkaz. En la cartografía antigua manejada no existen trazas de las zonas de cultivo que la alberca pudiera haber tenido, ni aparece representada la jaṭṭāra que la alimentaba. Las fotografías aéreas muestran que hasta 2010 aún se distinguían en el entorno inmediato distintas líneas parcelarias coherentes con la orientación de esta alberca, presumiblemente heredadas de la antigua configuración de la finca a la que pudo dar servicio. La parcela de forma cuadrangular en la que estaba inscrita muestra también esta coherencia, pues sus límites son siempre paralelos a las estructuras de la alberca, especialmente en su frente meridional (fig. 31). Esta alberca, al igual que el parcelario de su entorno, ha desaparecido bajo un campo de golf, cuya construc-

ción ya se encontraba iniciada en 2012. Actualmente tan solo es vagamente apreciable la antigua línea parcelaria que la limitaba por el sur. Coord. UTM: Huso 29 R, 593593E, 3495900N. 4.6.

Alberca 7

Está situada inmediatamente al norte de la intersección entre las Avs. Mohammed VI y Mahdi Ben Barka y a unos 400 m al suroeste de la alberca 5. Dista 1,4 km de la Qaṣba (figs. 10 y 32). Tiene unas medidas aproximadas de 154 x 119 m y una superficie de 18.326 m2. A juzgar por su pobre estado de conservación su abandono parece bastante antiguo (figs. 33, 34 y 89). No está reflejada en los planos de Larras de 1899, pero sí en el de 1950, que no recoge su sistema de alimentación (fig. 15). Este debió de consistir en una o varias jaṭṭāra/s. Dado su gran tamaño, es muy probable que sirviera para regar una importante extensión de terreno situada inmediatamente al norte. En este sentido, debemos plantearnos qué relación existió entre esta alberca y la número 5 ya que, dada su proximidad, las superficies irrigadas por ambas se solaparían espacialmente. Ante este conflicto cabe plantear dos hipótesis. La primera consideraría ambas fincas diferentes en una relación diacrónica y por lo tanto defendería que no fueron contemporáneas, sino que la n.º 5 sería anterior y en algún momento fue amortizada por la finca de la alberca 7; el peor estado de conservación de la 5 y su falta de coherencia con el diseño de la 7 así parecen indicarlo. La segunda hipótesis contemplaría que am-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

221

fig. 32 Alberca 7. Al norte y al oeste se pueden observar pozos de aireación de jaṭṭāra/s. Fotografía aérea de 2009 (Google Earth).

fig. 33 Alberca 7. Vista del muro occidental del vaso tomada durante los trabajos de urbanización de la parcela. Fotografía de 2014.

fig. 34 Alberca 7. Muro oriental del vaso con restos de los revestimientos interior de cal. Fotografía de 2014.

bas fueron contemporáneas, en ese caso deberíamos entender que la n.º 5, de menor tamaño, actuaría como alberca secundaria o subordinada a la 7, algo parecido a lo que hemos comprobado en el Agdāl, donde la red hidráulica presidida por la gran alberca de Dār al-Hanā’ queda completada con otras albercas secundarias. Para nosotros esta segunda hipótesis nos parece muy poco

222

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

probable debido a que el tamaño de la 5 es muy grande para lo que se espera de una alberca secundaria y sobre todo a su orientación. Al igual que la mayor parte de las albercas documentadas, sus restos están muy amenazados por la expansión urbana. Perdió su esquina sureste por la construcción de la mencionada Av. Mahdi Ben Barka; en mayo de 2013

fig. 35 Alberca 8. Fotografía aérea de 2004 (Google Earth).

se realizaron obras en sus proximidades que hicieron peligrar parte de sus muros; en 2017 se construyó un gran aparcamiento inmediato a su esquina noreste, indicios todos ellos de que su desaparición es inminente. A pocos metros, en el lado oriental, existía una alberca menor, que identificamos con el número 24 y que analizaremos más adelante. Coord. UTM: Huso 29 R, 595539E, 3496289N. 4.7.

Alberca 8

Se encontraba a unos 330 m al suroeste de la alberca 7, en la margen meridional de la actual Av. Agdal, en las inmediaciones de su intersección con la Av. Mohammed VI. La distancia que la separa de la Qaṣba es de 1,9 km (figs. 10 y 11). No se conservaba en el momento de la prospección, por lo que los datos aquí expuestos se han obtenido a partir de la cartografía histórica. Aparece reflejada en el plano de 1950, de donde se han tomado sus medidas, que eran aproximadamente de 45 x 45 m y una superficie de 2.025 m2 (figs. 15 y 35). Sus alzados debieron de desaparecer con anterioridad a 1987, pues en el plano fotogramétrico de esa fecha no se la representa, a pesar de su relativamente alto nivel de detalle. En las fotografías aéreas de 2004 todavía se podía intuir su forma, que quedó totalmente borrada con la construcción en 2009 de una vivienda. En años posteriores se ha iniciado la edificación de las parcelas próximas, por lo que ya no es posible realizar documentación alguna de las estructuras asociadas, redes hidráulicas del entorno, etc. Coord. UTM: Huso 29 R, 595322E, 3495874N.

4.8.

Alberca 9

Se encontraba al oeste del Agdāl, a unos 330 m de su frente occidental, junto a la actual Av. du 7ème art, y a 1,8 km de la Qaṣba (figs. 10 y 36). Sus restos fueron demolidos a principios de la década de 2000 y sobre ella se construyó un complejo residencial. Todo su entorno inmediato se encuentra en la actualidad densamente urbanizado. Aparece recogida como la anterior en el plano de 1950, de donde se han tomado sus medidas (fig. 15). Era cuadrada, con unas dimensiones aproximadas de 65 x 65 m y un área de 4.225 m2. También es visible en la fotografía aérea de 1917 (fig. 36), donde se pueden apreciar los restos de sus muros. Sin embargo, ninguno de estos documentos nos aporta información acerca de su sistema de abastecimiento, que suponemos se trató de una jaṭṭāra. Pudo haber generado un perímetro de riego inmediatamente al norte de su emplazamiento (fig. 11). El plano de 1950 muestra una línea de jaṭṭāra partiendo de su frente septentrional en dirección noroeste, aunque no llegamos a identificar qué relación existió entre la alberca y esta hipotética canalización de salida (fig. 15). Coord. UTM: Huso 29 R, 595955E, 3495922N. 4.9.

Alberca 10

Se halla situada a pocos metros de la muralla occidental del Agdāl, junto al margen oriental de la Route d’Ourika, y a 2,6 km de la Qaṣba (figs. 10, 36 y 37). Tiene unas medidas aproximadas de 42 x 42 m, con un área de 1.764 m2.

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

223

fig. 36 Albercas 9 y 10. A la izquierda de la fotografía se pueden observar los pozos de aireación de tres jaṭṭāra/s, cuyos trazados discurren en paralelo. Fotografía aérea de 1917.

AGDĀL 9

Dār al-Hanāʾ

10

fig. 37 Alberca 10. Restos de sus muros oriental y septentrional. Fotografía de 2014.

Aparece recogida en uno de los planos de Larras de 1899, con la leyenda Acien bassin (figs. 91 y 92), y en el de 1950 (fig. 15). Desconocemos si pudo tener un perímetro de riego asociado o si su función quedaba limitada a la regulación de una o varias acequias que circulaban próximas a la cara exterior de la muralla occidental del Agdāl, en dirección norte. De haber estado destinada a la irrigación de un huerto, su proximidad al Agdāl nos obliga a plantearnos la relación que existió entre ambas fincas, al igual que lo hemos hecho anteriormente al estudiar las albercas 5 y 7. El espacio irrigado de la 10 parece entrar en conflicto con el ángulo suroccidental del primitivo Agdāl, lo

224

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

que nos permite defender la hipótesis que la alberca 10 perteneció a una finca anterior a la fundación del Agdāl almohade (fig. 11). La ubicación de estos restos en la franja de protección del Agdāl ofrece unas condiciones ideales para realizar exploraciones arqueológicas que permitan confirmar o desmentir esta hipótesis. Coord. UTM: Huso 29 R, 596398E, 3500812N. 4.10.

Alberca 11

Está situada a 1,5 km al oeste del extremo sur del Agdāl, entre la Av. du Grand Atlas y el Boulevard du MoyenOrient, y a unos 3,14 km de la Qaṣba (figs. 10 y 89).

fig. 38 Alberca 11. Puede apreciarse la construcción del aduar que ocupa la mitad meridional del vaso. Al sur las nuevas urbanizaciones anuncian su destrucción. Fotografía aérea de 2009.

fig. 39 Alberca 11. Vista del contrafuerte de la esquina nororiental del vaso. Puede apreciarse la erosión diferencial en las capas de distinta dureza, evidenciando las tongadas más ricas en cal. Fotografía de 2014.

Aparece en uno de los planos de Larras de 1899, con la leyenda Ancien bassin à sec (figs. 91 y 92), y en el de 1950 (fig. 15), en el que se representa exclusivamente el perímetro de la alberca sin incluir otros pormenores; tampoco se refleja nada del grupo de casas (aduar) que hoy ocupa su mitad meridional (fig. 38). La alberca tiene unas dimensiones aproximadas de 105 x 76 m, con una superficie de 7.980 m2. Su fábrica es una potente obra de tapia que incorpora alguna hilada de mampuestos y bolos, con tongadas ricas en cal (fig. 39). El ancho mínimo del muro del vaso es de 2,9 m. Quedan de ella abundantes restos en superficie que permiten saber que disponía de contrafuertes bien desarrollados en las dos esquinas orientadas al norte. Su mal estado de conservación impidió que pudiéramos averiguar si tuvo algún tipo de pretil. Sobre sus restos se construyó, como veíamos, un aduar, que debemos datar a partir de mediados del siglo XX a juzgar por la información cartográfica mencionada. Una ocupación similar se dio en la gran alberca de Dār al-Hanā’ del Agdāl durante el periodo de abandono

previo a la restauración del alauí ‘Abd al-Raḥmān en el siglo XIX. No es de extrañar que se produzca esta amortización de albercas abandonadas, ya que las potentes estructuras de sus muros y sus fondos perfectamente planos pueden ser fácilmente reutilizados como defensa y soporte de nuevas construcciones. Gracias a las fotografías aéreas podemos seguir desde 2004 la degradación que viene sufriendo el paisaje que rodea a la alberca y comprobar que este proceso es similar al que está sucediendo en el sector suroccidental del entorno de la ciudad. Su progresiva urbanización está borrando el parcelario agrícola tradicional, los caminos históricos y las antiguas redes hidráulicas. Coord. UTM: Huso 29 R, 595028E, 3494688N. 4.11.

Alberca 12

Se encuentra situada a unos 850 m al suroeste de la anterior, próxima al cruce del Bulevard du MoyenOrient con Bulevard Bouakkaz, a una distancia de 4 km de la Qaṣba (fig. 10).

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

225

fig. 40 Alberca 12. Muro occidental del vaso en el que puede apreciarse los vestigios del pretil. El interior de la alberca presenta un espacio cultivado a una cota inferior. Fotografía de 2014.

Sus dimensiones aproximadas son 127 x 100 m, con una superficie de 12.700 m2. En 2014 se conservaban suficientes restos superficiales que mostraban que el muro del vaso tenía un ancho mínimo de 2,50 m y que disponía de un andén con pretil de unos 44 cm de espesor. Aparece en uno de los planos de Larras de 1899, con la leyenda Ancien bassin à sec (figs. 91 y 92), y en el de 1950, en el que se la representa también como abandonada (fig. 15). El hecho de que la alberca estuviera en desuso desde antiguo coincide con otro dato relevante relacionado con el parcelario agrícola que la rodea, pues su orientación nada tiene que ver con la implantación de la alberca (fig. 89). Aunque es de suponer que contó con un espacio irrigado situado al norte, ningún rastro de su existencia hemos localizado. De la presencia de una jaṭṭāra en sus inmediaciones lo único que hemos detectado en fotografías aéreas es una alineación de boqueras discurriendo en diagonal a unos metros de su muro occidental; todo indica que esta jaṭṭāra nada tuvo que ver con la que debió de alimentar la alberca que nos ocupa. En la fotografía aérea de 2004 se ve una estructura cuadrangular en su esquina noroccidental, que por su forma y ubicación recuerda a un contrafuerte. En fotos más recientes se aprecia una construcción en este mismo punto, que podría haber reutilizado el antiguo contrafuerte como cimentación. Desgraciadamente la resolución de la fotografía no permite extraer datos más concretos, y en el momento de la prospección dichas estructuras ya estaban demolidas. Es oportuno señalar que en el plano de 1950 no se representa el contrafuerte a pesar de que el dibujo de los restos es bastante preciso, dado que se

226

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

molestaron en señalar qué tramos de sus muros se conservaban y cuáles estaban reducidos a montículos de tierra (fig. 15). Lo que sí es un dato seguro son las grandes dimensiones de la alberca y estas apoyan la hipótesis de que debió de tenerlos en su frente septentrional, tal y como aparecen en otros casos de dimensiones parecidas o incluso menores: nos referimos a Ṣahrīŷ al-Baqar o a la alberca 15. No debemos olvidar que estos reservorios necesitaban los contrafuertes para contrarrestar los importantes empujes que producían las aguas embalsadas. Al igual que en tantos otros casos aquí presentados, los restos de esta alberca se encuentran en peligro de desaparición por la expansión urbanística de la zona. En el año 2017 una nueva promoción inmobiliaria estaba siendo construida al norte en sus inmediaciones. Coord. UTM: Huso 29 R, 594817E, 3493817N. 4.12.

Alberca 13

Se ubica a unos 400 m al oeste de la anterior, junto al margen norte de un vial moderno. Dista 4,3 km de la Qaṣba (fig. 10). Tiene unas medidas aproximadas de 42 x 40 m, con una superficie de 1.680 m2 (figs. 41 y 90). Se trata de una construcción moderna, realizada en hormigón. En el ángulo suroeste tiene una rampa, probablemente para poder acceder a desenlodar el fondo con maquinaria. En sus inmediaciones existen dos pequeñas construcciones que albergan un pozo de jaṭṭāra y otras instalaciones hidráulicas. El análisis de las fotografías aéreas permite determinar que estuvo en funcionamiento hasta finales de la

fig. 41 Alberca 13. Vaso construido en hormigón moderno. Fotografía de 2014.

fig. 42 Alberca 14. Las plantaciones actuales que la rodean presentan un trazado completamente ajeno a la orientación de la misma. Fotografía aérea de 2004 (Google Earth).

década de 2000. Pudo tener asociado un perímetro de riego al norte de su emplazamiento. Desconocemos si la alberca actual, que se halla abandonada, reproduce una antigua que hubiese existido en este mismo punto. Lamentablemente no está representada en los planos de Larras de 1899 ni en el de 1950. Coord. UTM: Huso 29 R, 594407E, 3493746N. 4.13.

Alberca 14

Se encontraba aproximadamente a 1,1 km al suroeste de la anterior, y a una distancia de 5,4 km de la Qaṣba (fig. 10).

No aparece representada en los planos de Larras de 1899 ni en los de 1924, 1935 y 1950. Su destrucción se inició en 2012 con la construcción de una urbanización y del campo de golf Argan Golf Resort. Sin embargo, incluso durante las obras, en 2012, la alberca estuvo en uso, para más tarde desaparecer completamente entre 2014 y 2015. La fotografía aérea del año 2004 permite apreciar que la alberca se encontraba llena de agua y que los campos de olivo de su entorno estaban en plena producción. En cuanto al parcelario agrícola circundante se aprecia que en esa fecha todavía no había sufrido agresión alguna y que se organizaba según unas orien-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

227

fig. 43 Alberca 15. Obsérvense los dos muros que dividen su interior. Fotografía aérea de 2004. (Google Earth).

fig. 44 Alberca 15. Vista del ángulo noroccidental. En primer plano, la rampa de acceso a la alberca situada en el ángulo suroccidental. Fotografía de 2014.

taciones que nada tenían que ver con la de la alberca, lo que evidencia que se reutilizó una estructura hidráulica antigua en el diseño de una nueva finca (fig. 42). Un primer análisis de las fotografías aéreas permitió obtener unas medidas aproximadas de la alberca (47 x 26 m) que la sitúan entre las más pequeñas y la convierten en el ejemplar más alejado de la forma cuadrada más habitual. Un análisis más detallado de las mismas fotos hizo posible reconocer la presencia de dos franjas de terreno sin cultivar flanqueando el vaso, una en su lado oriental y otra en el occidental, que corresponderían a zonas segregadas de la estructura original. Si lo que acabamos de plantear es correcto estaríamos ante la

228

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

reducción de una alberca originalmente cuadrada, con unas medidas aproximadas de 47 x 47 m y con una superficie de unos 2.209 m2. Coord. UTM: Huso 29 R, 593836E, 3492736N. 4.14.

Alberca 15

De todos los restos arqueológicos de albercas que inventariamos en la llanura de Tasltante en 2014, esta es la que se sitúa más al sur (figs. 10 y 11). Las imágenes aéreas de Google Earth muestran el proceso de urbanización que su entorno viene sufriendo desde los primeros años del siglo XXI, lo cual está suponiendo

fig. 45 Alberca 15. Planta elaborada a partir de fotografía aérea y de los datos recogidos en la prospección de 2014.

su desaparición progresiva. En la fotografía de 2009 ya podemos apreciar el trazado de una nueva red viaria en esta zona, con el objetivo de crear el club de golf Noria y los complejos residenciales anexos. Varias de estas calles recién trazadas rodean completamente la antigua alberca, sin que se haya previsto ningún margen de cautela arqueológica. La fotografía de 2017 muestra que aún no se han destruido todos los restos, aunque sí se han mutilado gravemente, pues parte de sus estructuras se han demolido para crear aparcamientos en el interior del vaso y se están vertiendo escombros y tierras en él. En la actualidad las nuevas edificaciones residenciales que la rodean por casi todos sus frentes están construidas en su totalidad, a falta de finalizar el ajardinamiento de los espacios exteriores. Hasta donde podemos prever por el trazado de la urbanización aún por completar, debemos de esperar que los vestigios de la alberca desaparezcan totalmente en los próximos años. Durante la prospección de 2014 pudimos asistir a la destrucción de sus elementos más significativos y hacer un detallado reportaje fotográfico de los destrozos que en ese momento se estaban realizando. Además conseguimos hacernos con otro reportaje que fue realizado poco antes

de que se iniciaran los trabajos de demolición. Ambos nos han permitido dar sucinta cuenta de lo que allí hubo. Su importante alberca debía de embalsar las aguas de una jaṭṭāra. Sus dimensiones eran 100,60 x 92,20 m, con una superficie de 9.275 m2 (figs. 43 y 45). Sus muros presentaban diversas reparaciones modernas hechas con cemento y ladrillos huecos que evidenciaban que estuvo en uso hasta época muy reciente. Como es habitual los muros del vaso eran el soporte de un andén perimetral; de su pavimento y pretil no quedaba resto alguno, lo que viene a indicar que sus funciones lúdicas y recreativas habían sido abandonas hacía mucho tiempo. Los grosores de los muros son los siguientes: el septentrional 3 m, el oriental y occidental 2,50 m y el meridional 2,60 m. La buena calidad de sus fábricas de tapia la pudimos comprobar durante la visita de 2014 al ver los muros que habían sido seccionados por la maquinaria de obras; entonces comprobamos el altísimo porcentaje de cal y cantos rodados que tenían los muros y contrafuertes. Manejando solo estos datos podemos decir que estamos ante una de las albercas mejor construidas y prueba de ello fue la resistencia que ofreció a su destrucción con grandes martillos neumáticos.

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

229

fig. 46 Alberca 15. Vista de su frente meridional tomada desde el interior del vaso. Pueden apreciarse los restos de una fuente ornamental, situada en el centro de ese lado, y de los tres canalillos que vertían el agua. Fotografía de 2012.

fig. 47 Alberca 15. Frente meridional. Pueden apreciarse los restos de una fuente ornamental con canalillo, que era alimentada por unas conducciones ocultas de las que solo se conservan sus rozas. En el ángulo inferior derecho obsérvense los restos de un pavimento elaborado con losetas vidriadas en damero, blanco y negro, circunscrito con un encintado de losetas verdes. Fotografía de 2012.

fig. 48 Alberca 15. Frente meridional. Pueden apreciarse los restos del pavimento que rodeaba la fuente ornamental y su canalillo. Estaba compuesto mediante losetas vidriadas en damero, blanco y negro, delimitado con un encintado de losetas negras. Fotografía de 2012.

230

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

La alberca contaba con contrafuertes bien desarrollados en sus dos esquinas septentrionales (7 x 8 m), proyectados hacia el exterior 2,30 m. Restos muy deformes de dos contrafuertes se localizaron, aproximadamente, en el centro de los muros oriental y occidental (fig. 45); su mal estado de conservación impidió reconocer sus dimensiones y forma, aunque sí distinguimos en cada uno de ellos los restos de un canalillo conformado en el mortero de cal. En el muro septentrional también localizamos restos de una estructura que por su ubicación en el centro de este frente debió de estar en el eje norte-sur de la alberca; aunque resultó igualmente imposible determinar su forma y dimensiones, debido a que la cubría una canalización moderna y abundante tierra, sí comprobamos que se extendía más al norte que los contrafuertes de esquina. La distribución de contrafuertes que acabamos de enumerar, además de responder a las necesidades de contrarrestar las presiones que ejercía el agua en un reservorio con pendiente hacia el norte, atiende a una lógica compositiva que organiza la alberca y su entorno en dos ejes. El principal sería el sur-norte, marcado por la presencia en el frente meridional del edificio más importante, y el secundario que siempre es el eje este-oeste. En este último es necesario que exista algún elemento arquitectónico que, en los casos más sencillos, suele ser un contrafuerte grande que sirva como plataforma para acoger una fuente o/y una escalera. Este mismo esquema compositivo, más desarrollado, lo podemos apreciar en las albercas de Dār al-Hanā’ en el Agdāl y en la Menara. El vaso fue dividido longitudinalmente en dos mitades mediante la construcción de un muro de cemento (figs. 45 y 47). Esta división se hizo con el objeto de optimizar el almacenamiento de agua y solamente la mitad occidental estuvo en uso en su última época. Esta fue seguramente la razón de que el muro occidental de la alberca fuera parcialmente reconstruido con el mismo tipo de obra de cemento encofrado que se utilizó en el muro divisorio. Nos encontramos ante un nuevo caso de reutilización de viejas estructuras reduciendo su capacidad de almacenamiento. La otra mitad de la alberca conserva restos de otros dos muros muy arrasados situados en las inmediaciones de la estructura divisoria de cemento; su ubicación hace pensar que pudieran haber tenido la misma función de compartimentación, pero al estar desplazados más hacia el este es evidente que conformaron albercas con una mayor capacidad de almacenamiento que la proporcionada por la última subdivisión. De los dos muros que acabamos de comentar el oriental parece más ancho y a pesar de que se descompuso casi íntegramente, formando un montículo de tierra, hemos observado los restos de su base de tapia, que al ser más rica en cal se ha conservado. El prolongado estado de abando-

fig. 49 Alberca 15. Frente meridional. Planta de detalle de los restos de la fuente ornamental, elaborada a partir de fotografías tomadas en 2012 y de los datos recogidos en la prospección de 2014.

no de esta mitad oriental de la alberca permitió el crecimiento en su interior de árboles, algunos de los cuales, adosados al muro oriental, alcanzaron un cierto porte. En el frente septentrional de la alberca, a una cota más baja respecto al vaso, pudimos documentar la presencia de un canalillo de cemento que ha estado funcionando como canal de riego hasta el abandono de la finca. No podemos descartar que esta conducción moderna estuviera reemplazando a otra más antigua asociada a un andén perimetral que habría estado situado a la cota de los cultivos, lo que facilitaba la distribución del agua por todas las parcelas inmediatas a la alberca. En coherencia con la pendiente topográfica, que des­ciende suavemente hacia el norte, el andén del muro meridional de las albercas de la llanura del Tasltante se caracteriza por estar habitualmente a una cota aproxima-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

231

da a la del suelo circundante, debido a que las acequias que las alimentan las acometen desde el sur (fig. 46). Otra razón que justifica esta similitud de cotas es que es en este frente meridional donde se solían emplazar los pabellones y palacetes que se abrían a las albercas de las fincas de recreo. En el caso que nos ocupa es de lamentar que, ya en 2014, esta zona estuviera arrasada y con el terreno muy alterado por las remociones que se estaban haciendo; entre los escombros localizamos diversos fragmentos de muros de gran tamaño pertenecientes, muy probablemente, a los cimientos del edificio que hubo allí. Una observación atenta de las fotografías aéreas anteriores a 2014 permite detectar, en el lugar en el que suponemos estuvo el edificio, una zona sin cultivar y con algo más de vegetación. En la fotografía de 2004 parecen intuirse restos de muros al este de lo que sería el eje del edificio (fig. 43). A pesar de las remociones anteriormente comentadas, durante nuestra visita localizamos en la parte central de este frente meridional los restos de un pavimento de losetas vidriadas cuadradas, blancas y negras, cubriendo el andén (figs. 47-49); su límite meridional estaba conformado por una cinta de losetas de color verde, a modo de alicer, adosada a un pequeño escalón que, en su día, debió de dar acceso al edificio que allí hubo; el límite septentrional del andén, correspondiente al borde de la alberca, presenta unas improntas en las dos capas de mortero que subyacen al pavimento que podrían pertenecer a unas piezas de esquina de cierto tamaño, probablemente ladrillos vidriados o algún tipo de piedra (fig. 46). En este mismo borde se aprecian tres puntos de vertido de agua: el central es un canal ancho y poco profundo que discurría en superficie conectado a una fuente circular, los otros dos tienen un cajeado más profundo y debieron de ser las bocas por donde entraba el agua a la alberca procedente de la acequia que la alimentaba y que al no poder entestar a la alberca por su eje principal, debido a la presencia de la fuente, se bifurcaba en dos atarjeas que habrían quedado cubiertas por los pavimentos del andén (fig. 49). En la amplia plataforma del andén se localizaron los restos de la mencionada fuente circular de la que partía un canal que vertía en la alberca; ambos elementos estaban conformados en la fábrica de hormigón de cal del andén y estuvieron cubiertos de losetas vidriadas, lo que no excluye que pudiera haber tenido algún complemento pétreo (fig. 49). Restos de su sistema de alimentación y evacuación parecen ser las dos rozas curvilíneas que rompen el pavimento y que confluyen en el extremo norte de la fuente (figs. 47 y 49). La presencia de estos restos suntuarios no se entiende sin que allí hubiera un edificio asomado a la alberca,

232

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

probablemente un pabellón. Aun siendo conscientes de que no contamos con información arqueológica suficiente para poder fechar los restos hallados, nos inclinamos por datar la fuente y los pavimentos de losetas vidriadas en época saadí. La demolición de todas estas estructuras hace muy difícil que en un futuro se puedan continuar las investigaciones que permitan conocer el auténtico alcance de la finca y la cronología de la residencia que allí existió. En la Inspection des Monuments Historiques et Sites de Marrakech se nos informó que a esta alberca se la consideraba parte de un gran dominio histórico agríco­ la denominado Dar Cherifia. Este topónimo se conserva en la actualidad como Chrifia o Chrifiya, identificando una zona residencial en la margen occidental de la Route du Barrage, sobre la que volveremos más adelante. Con independencia de esta información procedente de los archivos internos de dicha administración, nosotros intentamos recabar otras fuentes que nos permitieran probar que la alberca n.º 15 ha estado asociada tradicionalmente con este topónimo. Tras una ardua búsqueda, el único documento histórico que hemos localizado con información acerca de este topónimo es el plano de 1950, donde se representa una finca cercada rotulada como Dar Cherifia (fig. 50). Sin embargo, esta se encuentra muy alejada, a 2,3 km al noreste de la alberca que nos ocupa. Lo representado en este plano es una plantación de árboles delimitada por una cerca que conforma un recinto de planta irregular, alargada en sentido norte-sur, con unas dimensiones de 510 x 410 m. Sus frentes norte y oeste son los más regulares y conforman un ángulo aproximado de 90º en cuyo interior se representa una forma rectangular rotulada en rojo que parece ser un edificio comunicado con el exterior mediante un pasillo murado. En el eje norte-sur de la finca hay dos líneas negras paralelas que parecen indicar la existencia de un camino principal que al aproximarse al sur se interrumpe por lo que podría ser el paso de una canalización relacionada con una presa o balsa de riego situada en la mitad occidental de la finca; la ubicación de esta supuesta presa en la parte más alta de la finca es coherente con su función de reservorio de agua destinado al riego de los espacios cultivados. La canalización que la alimentaba, conectada con una jaṭṭāra que hay al sur en el borde del plano, es representada entrando por su frente meridional siguiendo los patrones ya analizados en las albercas anteriormente estudiadas. A partir del análisis de las fotografías aéreas comprobamos que ya en 2004 la finca estaba urbanizada. No obstante, y a pesar de todas las transformaciones sufridas, todavía se identificaba la mayor parte de su muro perimetral y unos tramos del camino central. El interior

11

Dar Cherifia

12

fig. 50 Detalle del Plan de Marrakech de 1950 a escala 1:10.000. Mediante círculos se señalan la finca de Dar Cherifia y las albercas localizadas.

de la finca quedó dividido en varias parcelas; la mayor parte de ellas tienen función residencial, con grandes casas aisladas rodeadas de jardines a la europea y una agrupación plurifamiliar. El resto de la superficie contiene algunas plantaciones de árboles y espacios libres, atravesados por nuevos viales. En el extremo sur existe un pequeño aduar. Tanto los terrenos situados inmediatamente al norte como al sur están siendo edificados en los últimos años, según un modelo de expansión urbanística de grandes edificaciones residenciales aisladas y rodeadas de espacios verdes junto a instalaciones de ocio tales como campos de golf y un parque acuático. Curiosamente, una nueva promoción inmobiliaria en las proximidades toma el nombre de Chrifia, aunque esté fuera del recinto antiguo; esto podría ser indicativo de la importancia del topónimo, que podría caracterizar de manera importante toda esta zona, hecho por el cual nuestra alberca 15, a pesar de estar relativamente alejada de la finca descrita, habría quedado identificada con el mismo. La etimología del topónimo Dar Charifia proviene seguramente del árabe Dār Šarīfiyya, en donde Dār en este contexto no posee el significado común de «casa» ni tampoco hace referencia a algún tipo de vivienda, sino que más bien se está refiriendo a un palacio. Por su parte, Šarīfiyya es el adjetivo en forma femenina que lo acompaña, (dār es femenino), que señala la procedencia noble de la familia a la cual pertenecía la propiedad. Corriente y Ferrando traducen el término árabe šarīf 41, como «noble, excelente, superior, honroso y jerife» (2005, p. 597). Mármol Carvajal, en el siglo XVI, aplica el título «xerife» a los sultanes saadíes de Marruecos.

Este término ha llegado hasta nosotros en la forma de «jerife» que, según recoge el diccionario de la RAE, nombra a los «descendientes de Mahoma por su hija Fátima, esposa de Alí», así como a un «individuo de la dinastía reinante en Marruecos». Por tanto, este adjetivo que acompaña al palacio lo vincula a la élite, y posiblemente a la familia del soberano42. En otros casos hemos visto formas parecidas para nombrar a una residencia de la familia real, como: —— La almunia cordobesa al-‘Āmiriyya, procedente del nombre Abū ‘Āmir, conocido también como al-Manṣūr (s. X). —— El Bustān al-Ṣumādiḥiyya (s. XI), propiedad del rey taifa almeriense al-Mu‘taṣim ibn Ṣumādiḥ. —— El llamado hoy en día palacio de la Aljafería, una almunia del siglo XI, cuyo nombre procede de al-Ŷa‘fariyya, término derivado de Abū Ŷa‘far al-Muqtadir, rey de la taifa de Zaragoza. El topónimo que ahora nos interesa, localizado en Marrakech, ha llegado hasta nuestros días grafiado como Dar Charifia. Sin embargo, se trata de una forma indeterminada que no suele ser común en la onomástica de fincas y palacios del mundo musulmán, y por esa razón planteamos la posibilidad de que originalmente se tratase de Dār al-Šarīfiyya (El Palacio del Jerifazgo) o al-Dār al-Šarīfiyya (El Palacio Jerifiano). Para explicar esta alteración del topónimo ofrecemos dos argumentos posibles. El primero es la asimilación que podría haberse producido del artículo que precede a las palabras «Dar» y «Charifia», las cuales comienzan con una letra solar. Un

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

233

fig. 51 Alberca 16. Fotografía aérea de 1917.

fig. 52 Alberca 16. Frentes septentrional, en primer plano, y occidental, al fondo. Fotografía de 2014.

fig. 53 Alberca 16. Pavimento del andén perimetral de circulación, con losetas vidriadas en damero, blanco y negro, delimitado con un encintado de losetas verdes. Fotografía de 2014.

234

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

fig. 54 Albercas 17 y 18. Plano fotogra­ métrico de 1987 a escala 1:2.000.

17

18

fig. 55 Albercas 17 y 18. Fotografía aérea de 2004 (Google Earth).

17

18

fenómeno parecido lo encontramos también en el caso de Dār al-Bayḍā’, palacio alauí emplazado en el frente norte del Agdāl de Marrakech, el cual sabemos por las fuentes escritas que realmente era al-Dār al-Bayḍā’. El segundo argumento tiene que ver con el hecho de tratarse con toda seguridad de una transcripción francesa que no ha reparado en la escritura ni en la fonética original. Coord. UTM: Huso 29 R, 593687E, 3491846N. 4.14.

Alberca 16

A diferencia de las anteriores albercas, esta se localiza al este del Agdāl, en la vertiente izquierda del oued Issil dentro del cementerio de la puerta de Agmāt (figs. 10 y 90). No aparece representada en los planos

de Larras de 1899 ni en los de 1924, 1935 y 1950. La foto aérea de 1917 ofrece una imagen suya muy nítida, probablemente debido a que en ese momento el cementerio no estaba tan densificado como ahora (fig. 51). Tiene unas dimensiones aproximadas de 57 x 54 m, con una superficie de 3.078 m2. Conviene subrayar que esta alberca, al igual que la mayoría de las estudiadas, tiene su lado más largo con orientación sur-norte. Su precario estado de conservación solo nos permite intuir su forma debido a las intensas remociones que ha sufrido el terreno a raíz de la excavación de las tumbas (fig. 52). En su frente occidental, el mejor conservado, emergen en superficie restos de varias conducciones hidráulicas y de un pavimento, probablemente perteneciente al andén de la alberca, formado por losetas vidriadas cuadradas

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

235

fig. 56 Alberca 19. A su izquierda pueden observarse los pozos de aireación de una jaṭṭāra. Fotografía aérea de 1917.

AGDĀL

de color blanco y negro, delimitadas por un encintado de losetas rectangulares verdes (fig. 53), muy similar al aparecido en la alberca 15. Es un dato conocido que bajo dominio almorávide y almohade esta área extramuros estuvo ocupada por una famosa huerta (Ŷinān al-Ṣāliḥa) y que sobre parte de ella se construyó la Qaṣba almohade. También sabemos que en esta zona es donde hay que ubicar los cementerios y las fincas (maqābir wa-basātīn) que al-‘Umarī sitúa fuera de la puerta de al-Ṣāliḥa y que debieron de estar entre la puerta de Agmāt y la Qaṣba (al-‘Umarī, ed. 1988, p. 89; Gaudefroy-Demombynes, 1927, p. 190). La alberca es pues, con toda probabilidad, anterior al menos a época saadí, ya que fue en este periodo cuando, tras construirse el barrio judío (la Mellah) y su cementerio, el rincón de las murallas donde se asienta el cementerio adquirió la forma con la que ha llegado hasta nuestros días. Debido a la pendiente del terreno que se inclina hacia el este, no debió de formar parte del sistema de riego de Ŷinān al-Ṣāliḥa; más bien creemos que es una finca independiente, de las muchas que sitúa al-‘Umarī en esta zona. No es descabellado pensar que su fundación se podría remontar al siglo XII, aunque el pavimento antes comentado es posterior. Coord. UTM: Huso 29 R, 597102E, 3498804N. 4.15.

Albercas 17 y 18

Al igual que la anterior, estas albercas se hallan en la vertiente izquierda del oued Issil. Se ubican al sur del Douar Boumbier, al este de la Av. Al Adarissa, a unos 2,6 km de la medina (figs. 10 y 55).

236

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

No pudieron ser prospectadas sobre el terreno, ya que las localizamos a partir de la observación de la cartografía y de la fotografía aérea tras finalizar la campaña de 2014. No aparecen representadas en los planos de Larras de 1899 ni en los de 1924, 1935 y 1950, aunque sí las recoge el fotogramétrico de 1987 (fig. 54). La alberca 17 se encuentra en estado de ruina. Sus medidas aproximadas son 46 x 43 m, con una superficie de 1.978 m2. Debió de regar una extensión de terreno que resultó urbanizada prácticamente en su totalidad en la segunda mitad del siglo XX. Tiene una orientación notoriamente distinta a la del parcelario agrícola que actualmente la rodea. En las proximidades de lo que fue su muro sur se aprecia una elevación del terreno bien reflejada en el plano fotogramétrico de 1987 que, junto con lo observado en las fotografías aéreas, permite sugerir la existencia allí de una estructura centrada sobre el muro, lindando con la alberca, que podría interpretarse como los restos de una residencia o pabellón desaparecido (figs. 55 y 90). La alberca 18 está arrasada por la plantación de un olivar y su frente occidental está cubierto por una carretera. Su planta era cuadrada, con un lado de aproximadamente 66 m. Su orientación sí es coherente con las líneas del parcelario que se han conservado, lo que podría ser un indicio para considerarla más reciente que la 17 (fig. 55). Coord. UTM: Huso 29 R, 598491E, 3495826N. 4.16.

Alberca 19

Se trata de la cuarta alberca que no se ubica en la llanura de Tasltante. Estaba situada al este del actual

Agdāl en la vertiente izquierda del oued Issil y al sur de la Av. Al Mssalla, a tan solo 400 m de la muralla de la medina (fig. 10). Esta alberca desapareció bajo una urbanización reciente, por lo que no pudimos documentarla en 2014. No aparece en los planos de Larras de 1899, pero sí en los de 1924 (fig. 14), 1935 (fig. 79), 1953 (fig. 63) y en la fotografía aérea de 1917 (fig. 56). Sus dimensiones aproximadas eran de 57 x 54 m y 2.846 m2 de superficie. El plano esquemático elaborado por Gueytat en 1913 la vincula con la jaṭṭāra XXVI, llamada ‘Ayn Sidi Mimoun o Mamoun (‘Ayn Sīdī Maymūn). Esta nacía a 1 km al sur del Douar Zemrane (Duwwār Zemrane) y a la altura de las grandes albercas del Agdāl se convertía en acequia. Probablemente recogía el agua sobrante en el trayecto final de la acequia Tassoultant y quizá de la jaṭṭāra vecina, también proveniente de las inmediaciones del Douar Zemrane, identificada por Parroche con el n.º XXVII. Distintos autores indican que esta sería la principal fuente de abastecimiento del complejo palatino de la Bahia y del llamado Agdāl de Baḥmad43, que trataremos más adelante.

El estado de ruina que observamos en la fotografía de 1917 nos lleva a descartar que este depósito sea contemporáneo de la construcción de la Bahia y el Agdāl de Baḥmad, entre 1896-1897, debido al escaso margen de tiempo transcurrido (fig. 56). Más bien cabría considerar que se trata de una construcción más antigua que formaba parte de una red hidráulica que el nuevo complejo amortiza. A partir de este punto estaba canalizada en qādūs, atravesando el cementerio de Bāb Agmāt y penetrando en el Agdāl de Baḥmad. Coord. UTM: Huso 29 R, 597299E, 3498109N. 4.17.

Albercas 20 y 21

Se situaban entre al-Ṣahrīŷ al-Barrānī y la medina, en el barrio hoy conocido como l’Hivernage, a unos 635 m al oeste de la medina (figs. 10 y 11). Ambas han desaparecido bajo la urbanización moderna que ha cubierto esta zona, por lo que la información aquí aportada proviene de la observación de la cartografía histórica. En los planos de Larras de 1899 la zona en la que se encontraban estas albercas está representada como una

fig. 57 Detalle del Plan de Marrakech de 1935 a escala 1:10.000, con indicación de las albercas localizadas.

21

20

1

2

3 23

4

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

237

fig. 58 Alberca 22. Plano fotogramétrico de 1987 a escala 1:2.000.

AGDĀL BARRĀNĪ

fig. 59 Alberca 22. Fotografía aérea de 2004 (Google Earth).

AGDĀL BARRĀNĪ

finca cercada de unas 615 ha de superficie, algo superior a la de la Menara en ese momento (520 ha). Desgraciadamente, este plano no aporta información alguna acerca del interior de este recinto más allá de esbozar una edificación indeterminada en el ángulo suroccidental y sugerir una mayor concentración de vegetación en la zona sur (figs. 12 y 91). Las albercas sí aparecen recogidas en el plano de Marrakech de 1918 elaborado por el Service Topographique du Maroc, a escala 1:25.000 (Bibliothèque Nationale de France, GED-7427), aunque son representadas de manera muy imprecisa, tanto por su escala como su ubicación relativa. En este plano la representación de los cultivos es grafiada de manera similar

238

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

a los de la Menara, aunque no aporte información suficiente como para proponer una organización espacial de estos huertos. El plano ligeramente posterior, de 1920, editado por Blondel la Rougery, obvia la presencia de estas albercas, aunque coincide con el anterior al representar una amplia extensión de terreno cultivado, palmeral y olivar, aportando el nombre de Djenane el Hartsi. Los planos de 1924 y 1935 son algo más precisos en cuanto a su representación. En ellos se observan algunas trazas parcelarias, que podrían estar relacionadas con la organización interna de estos huertos, y se indica la leyenda Jardin Public (fig. 57). A partir de su análisis podemos aportar unas medidas aproximadas para las

albercas 20 (40 x 35 m) y 21 (25 x 20 m); la última parece que se alimentaba de dos jaṭṭāra/s: una de ellas probablemente fuese la n.º VII del listado de Gueytat44, que ya discurría descubierta en las proximidades de la alberca, a la que se le unía otra por el lado oriental, a unos 300 m al sur de la alberca. El plano publicado en 1953 por el Institut Géographique National muestra la zona ya completamente urbanizada, aunque todavía se aprecian importantes espacios verdes. En él se vuelven a representar ambas albercas y en el caso de la 20 aparece rotulada con el n.º 56 que corresponde en el listado de la base del plano con la Piscine pour enfants (fig. 63). Este fenómeno de reutilización de una antigua alberca como piscina pública lo volveremos a ver más adelante al tratar al-Ṣahrīŷ al-Barrānī. Las conclusiones que podemos aportar acerca de estas albercas es que habrían regado la amplia extensión de huertos que, al menos hasta comienzos del siglo XX, se extendían entre la Menara y la medina, los cuales desaparecieron con la progresiva urbanización de la zona acontecida a partir del Protectorado. Coord. UTM (20): Huso 29 R, 594184E, 3499022O. Coord. UTM (21): Huso 29 R, 594024E, 3499267O. 4.18.

Alberca 22

Se situaba a unos 727 m al suroeste del Agdāl, en la margen occidental de la Av. Mohammed VI, en la zona actualmente ocupada por el complejo hotelero Club Kenzi Agdal Medina. Estaba a una distancia de la Qaṣba de 3,7 km (figs. 10 y 11). Su desaparición tuvo lugar entre 2004 y 2009, por lo que no pudo ser prospectada por nosotros en 2014. No aparece en los planos de Larras de 1899 ni en el de 1950, pero sí en fotogramétrico de Marrakech de 1987, de donde se han tomado sus dimensiones, y en la fotografía aérea de 2004 (figs. 58 y 59). Su forma era casi cuadrada, con unas medidas de 54,50 x 52,60 m, arrojando una superficie de 2.867 m2. Estaba alimentada por una canalización que la acometía desde el sur, aproximadamente centrada con su eje de simetría. Una jaṭṭāra discurría en las proximidades, a unos 130 m al oeste. Hasta donde podemos apreciar, las líneas parcelarias de su entorno inmediato mostraban una cierta coherencia con la planta de la alberca, ya que esta se inscribía en una parcela cuyos límites eran sensiblemente paralelos a sus muros, y además quedaba emplazada en el extremo meridional, el de cota más alta; no obstante, se aprecia que las alineaciones del arbolado no son del todo coherentes con la implantación de la alberca. El proceso de deterioro de la finca se puede apreciar si comparamos

el plano fotogramétrico de 1987 y la fotografía aérea de 2004. Algunas de las líneas parcelarias se han conservado en la urbanización actual, aunque la construcción del mencionado complejo hotelero haya borrado la alberca y el tramo de la jaṭṭāra a su paso por esta parcela. Coord. UTM: Huso 29 R, 596338E, 3494053O. 4.19.

Alberca 23

Se encontraba a unos 400 m al sur de la Menara, en la zona oriental del actual aeropuerto, muy próxima a la avenida Guemassa. Quedaba a una distancia de 2,7 km respecto de la medina (figs. 10 y 11). No pudo ser prospectada en 2014 ya que las ampliaciones recientes del aeropuerto habían cubierto esta zona entre 2006 y 2009. Los trabajos de explanación y reconfiguración de este sector la hicieron desaparecer, lo que impide cualquier prospección futura. Aunque no aparece en los planos de Larras de 1899, sí está en el de 1924 (fig. 14) y en los de 1935 (figs. 57 y 79). En todos se la representa en uso y de ellos se han tomado sus medidas aproximadas. También se dispone de una fotografía aérea de 1942 en la que se puede observar la relación espacial que había entre esta alberca, la n.º 4, la granja de los avestruces, el Douar Achaouf y la pista de aterrizaje de la base aérea45 (fig. 60). Gracias a las fotografías aéreas de Google Earth sabemos que entre 2004 y 2006 todavía se conservaba, pero a partir de esta última fecha se observa en el entorno inmediato a la alberca el inicio de diferentes obras de ampliación del aeropuerto que terminaron destruyéndola. Tenía una forma rectangular, con unas dimensiones de 47 x 39 m aproximadamente, arrojando una superficie de unos 1.833 m2. Estaba alimentada por una jaṭṭāra, que la acometía desde sur, y cuyo recorrido era muy reducido, según el plano de 1935. Coord. UTM: Huso 29 R, 593280E, 3496981O. 4.20.

Alberca 24

Se encontraba en las inmediaciones de la alberca 7, junto a su esquina suroriental, a una distancia de 1,5 km la separaba de la Qaṣba (fig. 10). No se conserva, pues sobre su emplazamiento discurre actualmente la Av. Mehdi Ben Barka. La completa urbanización de su entorno impide que pueda ser investigada en el futuro. No aparece reflejada en los planos de Larras de 1899, pero sí en el de 1950 (fig. 15). Su reducido tamaño la convierte en una de las más pequeñas de este elenco, con unas dimensiones de 42 x 28 m. El plano de 1950 no representa claramente su sistema de abastecimiento, aunque es posible que este se

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

239

23 1

Menara 4

fig. 60 Aeropuerto Marrkech-Menara en 1942, con indicación mediante círculos de las albercas que lo rodean.

realizase a partir de una jaṭṭāra próxima, que discurría junto a su flanco oriental, identificada como la n.º XI del listado de Gueytat de 1913. Esta canalización afloraba a la superficie unos cientos de metros al sur de esta alberca, y estaba jalonada por varios molinos hidráulicos. A pesar de su proximidad con la alberca 7, no hemos identificado relación funcional entre ambas. Diferencias en sus orientaciones, junto con el hecho de que dos reservorios con dimensiones tan dispares convivan a escasos 30 m de distancia, obligan a descartar que formasen parte de un mismo diseño de red de abastecimiento perteneciente a una misma finca. Más bien cabría considerar que se tratara de dos albercas con funciones independi­ entes o bien que han estado funcionando en mo­men­­ tos distintos. Coord. UTM: Huso 29 R, 595528E, 3496170O. 4.21.

Complejo hidráulico de la alberca 25

La denominación de «complejo» se debe al hecho de que estamos ante tres albercas articuladas por una acequia, cuyos restos se encontraban al noroeste de la medina, próximos al río Tensift. Esta zona está actualmente urbanizada y en ella se han edificado varias áreas residenciales, pertenecientes a los barrios de Sanaoubar y Hay Charaf, que han destruido la mayor parte de las estructuras objeto de estudio, como veremos. Los datos que a continuación vamos a examinar provienen exclusivamente de uno de los cuatro planos que Larras publicó en 1899, titulado Environs de Marrakech

240

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

(figs. 61B y 91). Dicho documento gráfico ha sido particularmente valioso a la hora de analizar la zona septentrional del territorio periurbano, ya que las demás cartografías históricas de la ciudad dejan fuera todo el territorio situado entre la medina y el Tensift. Por este motivo, es el único que conocemos en el que aparece representado este complejo hidráulico y las dos albercas que estudiaremos más adelante (26 y 27). A pesar de que este plano de Larras no ofrece suficiente detalle, debido a la escala cartográfica empleada (1:20.000) y al alto grado de esquematización utilizados, hay que reconocerle la especial atención que presta a todos aquellos elementos que a nosotros más nos incumben, como son: huertos cercados, plantaciones, albercas y redes hidráulicas llegando, en algunos casos, a incluir ciertos pormenores aparentemente anecdóticos como es el hecho de señalar la existencia de un grupo de 4 palmeras. Igualmente es minucioso a la hora de referenciar los diversos asentamientos agropecuarios (azib, douar y nouaïl) y los variados tipos de plantaciones, diferenciando entre olivares, palmerales y huertos bien irrigados (jardins). Examinado el plano, la impresión que produce es que en él se quiso señalar todo aquello que tenía cierto interés económico o que podría tenerlo si se procedía a su restauración. Aunque los elementos arquitectónicamente más notables de este complejo son 3 albercas, especialmente una de grandes dimensiones identificada como la principal, la acequia que las articula debe ser analizada con el mayor interés, pues en el diseño de un sistema hidráuli-

co como este, la acequia siempre es más importante que los estanques (fig. 61B). Lo representado de este cauce en el plano de Larras tiene un desarrollo de más de 2 km y en su mayor parte fue construido con obra de albañilería. Simplificando su descripción distinguimos dos sectores bien diferenciados en función de su ubicación respecto al pequeño montículo de Koudiat el-Abid. El más meridional estaba conformado por un acueducto de tramos rectos con varios quiebros, grafiado como Seguia maçonnee surélevée 5 m, que finalizaba al penetrar en el mencionado montículo. Si comparamos lo representado en este plano de Larras con la trama urbana actual, es posible detectar en las alineaciones parcelarias indicios de lo que fue el trazado del canal; este hecho se nota, especialmente, en un muro que cruza diagonalmente una manzana del flanco septentrional del Boulevard Almachaar Alharan, entre las calles Halima Saadia y Khabab ben Al Arth; no obstante, debemos ser cautos a la hora de valorar este dato, ya que todavía no lo hemos verificado con una prospección sobre el terreno. Volviendo a la información aportada por el plano de Larras, el acueducto se convertía en canal subterráneo al acometer por el sur el montículo de Koudiat el-Abid, discurriendo por su interior unos 960 m para volver a aflorar a la superficie al otro lado, ya como un canal de fábrica. Esta salida se hacía ya por el lado septentrional del altozano, junto a un douar y a un recinto murado de planta cuadrada grafiado como Enclos. La combinación de trayectos construidos en superficie con otros subterráneos permitió salvar una topografía desfavorable debido a la presencia del mencionado montículo. La primera de las tres albercas que jalonaban la acequia es cuadrada y tiene unas dimensiones de 40 x 40 m aproximadamente, mucho menor que la alberca principal. Su ubicación, precediendo a la mayor, permite que formulemos la hipótesis de que pudo funcionar en un momento dado como balsa de decantación, tal y como lo hace la cadena de estanques que hay al norte de Dār al-Hanā’ en el Agdāl. Sin embargo, su forma, tamaño, axialidad y cercanía al estanque principal nos obliga a ir más allá de lo ya dicho y plantear que este reservorio menor, en origen, pudo estar en el centro del patio del palacio que, casi con seguridad, hubo en este lugar. Conviene advertir que es el único caso que hemos observado en el que no se le grafía con la habitual expresión de Ancien bassin. Tras pasar por esta primera alberca, el agua hacía un recorrido de unos 80 m hasta desembocar en la segunda que por sus características es la principal de todo este sistema. Se encontraba a unos 4,5 km de las murallas de la ciudad y aparece grafiada como Ancien bassin à sec, lo que indica que estaba seca y en estado ruinoso.

Su forma era rectangular, con unas dimensiones aproximadas de 112 x 130 m, lo que arroja una superficie de 14.560 m2. Para hacernos una idea de su envergadura e importancia conviene subrayar que se trata de una obra mayor que Ṣahrīŷ al-Baqār (118 x 117 m) y poco menor que Ṣahrīŷ al-Barrānī (166 x 120 m). Su orientación es perfectamente sur-norte, coherente con la pendiente del terreno. Según indica el plano, tuvo en su frente septentrional tres imponentes machones o contrafuertes con forma de torre: uno central y dos en las esquinas, en disposición simétrica. Sin embargo, su gran tamaño no parece verosímil, ya que alcanzan los 15 m de ancho y se proyectan unos 18 m hacia el norte, medidas que a todas luces son exageradas y que debemos entender como un mero recurso gráfico de simplificación con el objeto de que se vieran mejor en el plano. Lo más probable es que fueran cinco los contrafuertes, tal y como sucede en Ṣahrīŷ al-Baqār (figs. 23 y 88). Como es habitual en todas las albercas estudiadas el agua le entraba por su frente meridional procedente de la acequia que articula todo el complejo hidráulico. A juzgar por sus dimensiones y por la detallada representación que de ella hace el autor del plano, debió de ser una de las más importantes que hubo en el entorno de Marrakech. Continuando el discurrir de las aguas comprobamos que la gran alberca desaguaba por su lado norte, donde de nuevo se grafía la acequia con línea discontinua siguiendo la pendiente del terreno. A juzgar por lo representado, parece que se trata de un mero canal excavado en la tierra, incluso es posible que fuera subterráneo, o podría tratarse de un tramo arruinado que no conservaba sus fábricas. Tras un recorrido de unos 430 m vuelve a ser caracterizado como un canal de obra (maçonnee) que transita unos 290 m hasta finalizar en la tercera y última alberca del complejo, cuyas dimensiones eran muy similares a las que proporciona la primera (40 x 40 m) y que también es grafiada como Ancien bassin. Llegados al punto donde finalizaba esta gran acequia cabría preguntarse ahora por el lugar en el que tuvo su inicio y de dónde captaba el agua que transportaba. Lamentablemente, el documento gráfico no ofrece datos suficientes para responder a estas preguntas. Aunque no tenemos argumentos suficientes para hacer una propuesta precisa sobre la procedencia del agua, nos inclinamos por defender que fue alguna de las jaṭṭāra/s que surcaban el territorio al oeste y norte de la medina la que aprovisionó la acequia. Por proximidad y alineación nos decantamos por señalar las numeradas como XVII, XVIII y XIX por Gueytat46, que tras un largo trayecto terminaban por regar los huertos situados al norte de la ciudad, aunque no podemos descartar que se trate de otra no recogida por este autor.

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

241

26

A

25

B

27

C fig. 61

Detalles del plano Environs de Marrakech (Larras, 1899 C) a escala 1:20.000, con indicación mediante círculos de las albercas localizadas.

En el plano se aprecia que el canal de obra que nos ocupa, perteneciente a la primera acequia, finaliza cuando alcanza a una segunda que viene del este. Si remontamos la trayectoria de esta última comprobaremos que además de tener su inicio al norte de la medina, en las inmediaciones de Bāb Dukkāla, discurría por un profundo barranco que aparece grafiado como séguia trés profonde infranchissable 47; tanto su ubicación como su hon-

242

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

dura nos llevan a pensar que se trata de una conducción que recogía las aguas sobrantes de distintas jaṭṭāra/s tras abastecer a la medina y las dirigía hacia el norte. Tras un recorrido de unos 4 km se ponía en contacto con la cola de la primera para superarla y seguir avanzando hacia el oeste; su trazado dejaba al norte una franja de terreno que por cota podía ser atendida con su agua. La franja en cuestión alcanza los 200 m de anchura y se va

reduciendo conforme se extiende hacia el oeste en los escasos 1000 m que tiene de desarrollo. Aparece grafiada como zona de huertas (jardins) en la que hay un azib, un nouaïl y un cementerio, en cuyas proximidades había una plantación de chumberas (figuiers de Barbarie). Conviene subrayar que la última alberca, anteriormente comentada, se encuentra dentro del área susceptible de ser irrigada por esta segunda acequia, lo que demuestra que esta franja de terreno podía ser provista con agua de ambas acequias. Este dato es suficiente para defender la hipótesis de que la zona irrigada por la segunda acequia y la huerta abastecida por la alberca n.º 25 formaron parte de la misma finca (fig. 61B). Unos cientos de metros más al oeste la segunda acequia confluye con una tercera que toma las aguas del río Issil, en un lugar llamado Nzala du Madhzen. En su trayecto más occidental, junto al camino de Saffi, aparece rotulada como Seguia trés importante. En todo su itinerario va dejando al norte una segunda franja de terreno, bastante regular, situada junto al río Tensift y rotulada como palmiers; en la zona inmediata a nuestro complejo hidráulico, esta última franja llega a alcanzar los 1.000 m de anchura. En principio, no hay ningún dato para pensar que el palmeral haya tenido alguna relación con el complejo hidráulico que venimos analizando, pues su sistema de irrigación es muy extenso y nada tiene en común con las dos primeras acequias. Si todas las infraestructuras hidráulicas de la primera acequia estaban abandonadas a finales del siglo XIX, es evidente que la finca que, seguramente, hubo asociada a todas ellas hacía bastante tiempo que había desaparecido, por lo que el autor del plano no representó en torno a la gran alberca ningún tipo de plantación ni tampoco los habituales cercados que las delimitan. Es muy probable que Larras solamente reflejara aquellas ruinas que pudieran ser reutilizadas en una hipotética restauración. Podemos concluir diciendo que los importantes restos arquitectónicos que hemos analizado señalan la existencia de una finca cuya categoría debió de estar acorde con ellos; al menos, el tamaño de la alberca principal es uno de los datos objetivos que permiten hacer una propuesta sobre la extensión que pudo tener el espacio irrigado asociado a ella, por este motivo siempre hemos utilizado este dato en los intentos que hemos hecho de reconstruir el perímetro de las otras fincas. A diferencia de las otras albercas, anteriormente inventariadas, la que ahora nos ocupa cuenta con más datos que ayudan a conocer mejor su relevancia. El primero de ellos es su sistema hidráulico del que solo conocemos una parte, que tiene cerca de 3 km de desarrollo, en gran medida diseñado al aire libre mediante canales de obra, o subterráneos excavados en la montaña. Con solo esta infor-

mación podemos decir que estamos ante la finca que ha hecho mayores esfuerzos constructivos, excluyendo el Agdāl y la Menara almohades, para traer el agua a su alberca. Lamentablemente desconocemos el origen del agua que la alimentaba, aunque tenemos la sospecha de que fue una jaṭṭāra muy importante la que la abasteció. Ya hemos comentado con anterioridad que la ubicación del estanque que hay al sur de la gran alberca podría ser un apoyo importante para defender que allí hubo un palacio, conforme al patrón de implantación visto en las otras fincas que rodearon Marrakech. Si esta hipótesis es acertada debemos de imaginar una organización muy similar a la documentada en el Agdāl, en donde existió una gran alberca precedida por un palacio en cuyo patio hubo un estanque adornado con una fuente monumental. Con todos estos datos e hipótesis se podría fechar el último periodo de vida de este conjunto en época saadí. Por su ubicación al norte de la medina, próxima al río Tensift, suponemos que la colonización de esta zona debió de hacerse en fecha muy temprana por lo que no es arriesgado suponerle una fundación almohade o incluso almorávide. Coord. UTM aprox.: Huso 29 R, 592607E, 3504427O. 4.22.

Alberca 26

De nuevo es el mencionado plano de Larras de 1899 C la única fuente de información con que contamos para describir esta alberca (figs. 61A y 91). Estaba situada al noroeste de la medina, a unos 5,5 km de la puerta Bāb Dukkāla, en el flanco occidental del camino histórico hacia Saffi. En la actualidad, la zona en la que estuvo ha sido urbanizada por un gran polígono industrial. Se trata de una alberca aislada, de planta rectangular, con unas medidas aproximadas de 42 x 39 m, lo que arrojaría una superficie de 1.638 m2. Como en los casos anteriores, el autor indica que estaba abandonada con la expresión Ancien bassin à sec. No se nos ofrece más información acerca de su forma de abastecimiento ni otros detalles. En las proximidades se aprecian una pequeña plantación de olivos y huertos cercados (jardins), especificándose que se trata de plantaciones de arbres trés rares, datos todos ellos insuficientes para poder avanzar en el conocimiento de la finca irrigada por esta alberca. Coord. UTM aprox.: Huso 29 R, 589662E, 3505520O. 4.23.

Alberca 27

Como ha sucedido con los dos casos anteriores, el plano de Larras Environs de Marrakech es el único que aporta información sobre esta alberca. Estaba si-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

243

tuada a unos 4,5 km al norte de la medina, en la zona próxima al palmeral de Marrakech, tradicional lugar de residencias de recreo de la élite urbana (figs. 61C y 91). Se encontraba en la margen oriental del río Issil, muy cerca del camino histórico de Mazagan que partían desde Bāb el Khemis. Sus restos no se conservan, pues en la actualidad la zona está urbanizada por los complejos residenciales del palmeral. Sus dimensiones, según el mencionado plano, serían aproximadamente 72 x 67 m, con una superficie de 4.824 m2. Aparece grafiada como Ancien bassin, aunque en esta ocasión, a diferencia de los dos casos anteriores, no se indica que esté seca. Lamentablemente, no se nos ofrece información adicional acerca de su abastecimiento ni más detalles sobre la hipotética finca a la que servía más allá de vagas alusiones a palmerales y huertos cercados (jardins) en su entorno próximo. Coord. UTM aprox.: Huso 29 R, 595899E, 3506004O.

5.

La Menara y al-Ṣahrīŷ al-Barrānī

La Menara (al-Manāra), situada a unos 2 km al oeste de la muralla de la medina, es sin duda la finca más conocida de Marrakech. No obstante, nunca ha sido objeto de un estudio pormenorizado ni se ha abordado su análisis arqueológico o arquitectónico. Junto al Agdāl y al Generalife de Granada constituyen los únicos casos de huertas reales medievales que siguen en cultivo. Para los dos casos marroquíes contamos con suficiente información para defender que han sufrido importantes modificaciones tanto en su extensión como en su configuración interna (figs. 10 y 11). La Menara, tal y como la conocemos hoy día, ocupa una extensión aproximada de unas 91,5 ha, dedicadas al cultivo del olivar. Está presidida por una gran alberca a la que se le adosa en su frente meridional un pabellón de carácter residencial. Fundada en época almohade, a lo largo de su dilatada historia ha padecido grandes crisis que en alguna ocasión supusieron su completo abandono, así como restauraciones o revivificaciones en épocas saadí y alauí. Una de sus transformaciones más importantes fue el desmembramiento de una parte de la finca fundacional situada al este de la actual propiedad y que incluía la huerta vecina regada por la alberca de al-Ṣahrīŷ al-Barrānī. Ambas fincas formaron parte de un mismo proyecto, llevado a cabo por el califa almohade ‘Abd al-Mu’min, por lo que hemos creído oportuno incluirlas bajo el mismo epígrafe (fig. 11). A falta de datos que nos permitan precisar cuáles fueron los límites de cada una de estas partes de la finca fundacional y qué articulación espacial existió entre

244

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

ellas, sí podemos escrutar el modelo de finca que representa la otra gran huerta real almohade de Marrakech, el Agdāl. Esta última se caracteriza por la yuxtaposición de diferentes huertos, cada uno formalizado por un recinto propio, y todos ellos sujetos a una jerarquía espacial presidida por la zona áulica de Dār al-Hanā’; a este núcleo principal, ocupado por el gran palacio y por su huerto de primor, es al que se le subordinan todas las otras parcelas de carácter más agrícola y que pueden acoger otras funciones distintas de la palatina. Es evidente que en la actual Menara no hay un área palaciega similar a la existente en el Agdāl, aunque estamos convencidos de que debió de tenerla en época almohade. La práctica desaparición de su recinto áulico pone de relieve que la restauración más reciente de la finca, llevada a cabo en época alauí, recuperó muy pocos elementos de la primitiva finca almohade, debido en gran medida a la gran ruina sufrida durante los amplios periodos en los que esta quedó completamente abandonada. En la Menara actual podemos ver que el pabellón que preside la alberca tiene un área ajardinada en su entorno, separada del resto de la finca por una tapia (figs. 65 y 68), que podría ser considerada la versión reducida del huerto de primor que preside el Agdāl, la mencionada Dār al-Hanā’. Las fuentes escritas que citan a la Menara aportan datos relevantes sobre diferentes aspectos: su fundación y su primer sistema de aprovisionamiento de agua en época almohade; su dedicación a cultivos especulativos, olivos y frutales, destinados a los mercados locales; la presencia en la finca de edificios residenciales, documentados al menos en época saadí, y por último el momento de su abandono. Tres fuentes medievales, dos de ellas contemporáneas de los hechos, atribuyen la construcción de la Menara al primer califa almohade ‘Abd al-Mu’min (1130-1163). Las precisiones espaciales y toponímicas que ofrecen estos dos textos permiten descartar que la finca en cuestión se trate del Agdāl, dado que este último está situado al sur de la medina y no al oeste como es el caso de la Menara (Deverdun, 1959, pp. 194-197). La primera fuente es un testimonio de al-Bayḏaq, personaje que formó parte de la corte almohade, por el que sabemos que la fundación fue en los años 11571158 y que el lugar elegido para plantar el califa su buḥayra fue Shuntululya (Šantalūlyā)48: En 550 [1155-1156], el califa [‘Abd al-Mu’min] visitó la tumba del Mahdī [en Tinmal], después fue a Salé, donde permaneció dos años. Volvió después a Marrakech e hizo plantar (garasa) la buḥayra que está en Shuntululya (Šantalūlyā)49.

fig. 62 Vista de la Menara desde el noroeste. Fotografía de Yann ArthusBertrand, 1992.

Un segundo texto, un pasaje del Kitāb al-Istibṣār, nos da más datos sobre su ubicación: [...] hizo plantar (garasa) una inmensa finca (buḥayra ‘aẓīma) al oeste de la ciudad, hacia el Nfis, de un perímetro de seis millas. Construyó dentro y fuera de ella (fī-hā wajāriŷi-hā) dos albercas enormes (sahrīŷayn ‘aẓīmayn)50.

Tal y como se puede comprobar en este pasaje fue ‘Abd al-Mu’min el que también construyó una alberca de grandes dimensiones fuera de la finca pues, como veremos a continuación, la función que le dio el califa a este gran reservorio no era compatible con los usos y privacidad de su huerta. Será el Kitāb al-ḥulal al-mawšiyya el que informe de cómo en ella aprendían a nadar los ḥāfiẓ/s, jóvenes destinados a los altos cargos de la administración almohade, como parte de su instrucción: Los cogía un día para aprender a montar a caballo, otro para nadar en la buḥayra, que hizo fuera de su huerta (bustān) y era cuadrada, de unas trescientos brazas (ba’)51 en cuadro, [otro día] los cogía para que remasen en cárabos y barcas que les construyó en esta buḥayra52.

A pesar de que tradicionalmente se ha venido identificado esta alberca exterior con el Ṣahrīŷ al-Baqar, anteriormente analizado (Deverdun, 1959, pp. 196-197), nosotros rechazamos esta propuesta basándonos en dos datos que consideramos relevantes: el primero es su ubicación alejada de la Menara, que impide una relación complementaria entre ambas fundaciones; el segundo

es el hecho de que existen otras albercas (al-Ṣahrīŷ alBarrānī y las n.º 2 y 4) situadas más cerca de la Menara (fig. 10). Todas ellas se hallaban en funcionamiento en la primera mitad del siglo XX, aunque no sabemos nada sobre la época de su construcción53. De las tres que tienen más tamaño, consideramos que es al-Ṣahrīŷ al-Barrānī la alberca que construyó ‘Abd al-Mu’min «fuera de su huerto»; esta hipótesis la sustentamos en los siguientes argumentos: el primero contempla la proximidad que existe entre ambas albercas como un dato especialmente importante; el segundo tiene en cuenta que la alberca más antigua de al-Ṣahrīŷ al-Barrānī tiene unas medidas (166,30 x 120,90 m) adecuadas para las funciones que se le atribuían en las fuentes árabes, dimensiones muy superiores a las que ofrece Ṣahrīŷ al-Baqar (118 x 117 m); el tercero valora mucho el significado del topónimo alṢahrīŷ al-Barrānī (la alberca exterior), pues hace una clara alusión a una relación espacial entre dos recintos o lugares que debían de estar separados, o bien diferenciados, pero a la vez tenían que estar muy próximos. Todos estos datos son coherentes con la realidad topográfica que nos encontramos actualmente en la Menara y en al-Ṣahrīŷ al-Barrānī y que por tanto permiten hacer una propuesta de reconstrucción hipotética de una gran finca en la que se podían diferenciar un recinto principal, presidido por su alberca «interior», y un segundo recinto «exterior», subordinado al primero, que también dispuso de su propia alberca de grandes dimensiones (fig. 11). Un ejemplo que puede ayudarnos a entender este fenómeno de subordinación dentro de una misma finca, y que además comparte el mismo topónimo, es el Agdāl Barrānī, situado fuera del perímetro del Agdāl

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

245

almohade y saadí pero anexo a la finca histórica (figs. 10 y 11). Con todos los datos que hemos ofrecido creemos razonable defender que al-Ṣahrīŷ al-Barrānī es la alberca que mandó construir ‘Abd al-Mu’min fuera de la Menara pero anexa a ella. La tercera fuente que relata la fundación de la Menara es precisamente el Kitāb al-ḥulal al-mawšiyya, que proporciona una descripción de la finca: El califa ‘Abd al-Mu’min plantó en las afueras de Marrakech una huerta (bustān) de tres millas de largo y una anchura parecida; en ella había toda clase de frutas apetecibles; llevó a ella el agua desde Agmāt (ŷalaba ilay-hi almā’ min Agmāt) y excavó numerosas jaṭṭāra/s (istanbaṭa ‘uyūnan kaṯirat an). Dice Ibn al-Yasa‘: «No salí yo de Marrakech el año 543 —1148— sin que esta huerta, que plantó, produjese por la venta del aceite y de las frutas 30.000 dinares muminíes, a pesar de la baratura de la fruta»54.

Una versión algo diferente de la que acabamos de ver, hace mención a la presencia de ganado dentro de la finca y a su relevancia económica: Ibn Ilyasa‘ (m. 1179) dijo: cuando salí de Marrakech en el año 543/1148 el ganado de este huerto (bustān), de olivo y frutas, el cual cultivó ‘Abd al-Mu’min, alcanzó 30 mil dinares Māmūniyya, con lo baratas que son las frutas (alSamlālī, ed. 2002, vol. X, p. 276).

Hay un cuarto texto, extraído del Kitāb al-mu‘yib de ‘Abd al-Wāḥid al-Marrākušī, en el que se menciona la huerta (bustān) del primer califa almohade ‘Abd alMu’min y en el que se relata el encuentro acaecido allí entre este personaje y su visir Abū Ŷa‘far ibn ‘Aṭiyya. A pesar de que el texto no indica el nombre de la finca ni la zona en la que se encontraba, no parece arriesgado defender que se trata de la Menara y no del Agdāl, pues el segundo será fundado más tarde por Abū Ya‘qūb Yūsuf (1163-1184). La fecha en la que se celebró este encuentro podemos precisarla a partir de algunos datos biográficos referidos al visir Ibn ‘Aṭiyya, que ejerció su cargo entre los años 1148, cuando empieza su relación con el califa, y 1156, año en el que fue enviado a al-Ándalus con su hijo, y a cuyo regreso fue ejecutado inmediatamente. Con independencia de que las fuentes analizadas anteriormente ofrezcan dos fechas diferentes para la creación de la Menara (1148 y 1156-57) es evidente que el texto que nos ocupa no entra en conflicto con ellas ni tampoco cierra la horquilla cronológica que ambas establecen. Por tanto, una vez fijado el marco temporal y espacial del relato, interesa ahora conocer su contenido:

246

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

‘Abd al-Mu’min era por naturaleza de fluida resolución, de alma honesta, muy regio, como si la realeza la hubiera heredado de padre y abuelo, y no le satisfacían más que los asuntos elevados. El versado alfaquí Abū l-Qāsim ‘Abd al-Raḥmān b. Muḥammad b. Abī Ŷa‘far me informó, transmitiéndolo de su padre, que su abuelo, el visir Abū Ŷa‘far, dijo: entré donde estaba ‘Abd al-Mu’min en una huerta (bustān) que poseía, y en la que habían madurado sus frutos y se habían abierto las flores, y en cuyas ramas encajaban convenientemente sus aves. La belleza (ḥusn) de la huerta (bustān) era perfecta por doquier. Él se encontraba sentado en una qubba asomada (abierta) a la huerta (bustān). Le saludé, me senté y me puse a mirar a derecha e izquierda, maravillándome con la belleza que veía en aquella huerta. «¡Oh Abū Ŷa‘far! —me dijo—, te veo mirar mucho esta huerta». «¡Que Dios prolongue la vida del Príncipe de los Creyentes! ¡Por Dios, qué bello paisaje (manẓar)!» —le contesté—. Y añadió: «¡Abū Ŷa‘far!, ¿esto es un bello paisaje?». «Sí», le dije, y guardó silencio. Pero dos o tres días después, ordenó hacer un alarde a sus tropas portando armas, y se sentó en un lugar que le permitía dominar con la mirada (makān muṭill). Las tropas fueron pasando ante él, cabila tras cabila y escuadrón tras escuadrón, siendo cada uno de estos más bello que el anterior tanto por la excelencia del armamento como por la fogosidad de los caballos y por la exhibición de fuerza. Al ver aquello, se volvió hacia mí y me dijo: «¡Abū Ŷa‘far!, este es el bello paisaje (al-manẓar al-ḥasan), no tus frutos y tus árboles» (‘Abd al-Wāḥid al-Marrākušī, ed. 1994, pp. 172-173)55.

Tras la lectura atenta del texto es posible identificar dos conversaciones diferentes mantenidas entre el califa y su visir, separadas en el tiempo por «dos o tres días». Aunque no se dice nada explícitamente sobre si la segunda plática tuvo lugar o no en la misma finca, el modo en que está descrita la doble escena, el vocabulario y el contexto, parecen sugerir que se trata del mismo lugar, de la misma huerta (bustān); no obstante, hay algunos datos que permiten sustentar la hipótesis de que los dos coloquios se realizaron en edificios diferentes. El primero, sucedió con toda seguridad en el interior de una qubba que, en principio, identificamos con una construcción pequeña y aislada56, rematada con una cúpula de obra o cubierta con una armadura de madera; la precisión que se hace en el texto de que el visir se puso «a mirar a derecha e izquierda» refuerza la idea de que se trata de una obra abierta a la huerta (bustān) por algunos o por todos sus lados. Gracias a la arqueología, a las fuentes escritas y a la iconografía sabemos que existían pabellones o quioscos que se alzaban en medio de los plantíos, sobre una plataforma escasa-

21 20

1

fig. 63 Detalle del Plan de Marrakech de 1953, realizado a escala 1:10.000 (Institut Géographique National-Annexe du Maroc). Destaca la finca de la Menara en la que se aprecia su flanco occidental ocupado totalmente por las instalaciones militares; en su frente meridional se localiza el antiguo criadero de avestruces. Al este encontramos la Ferme expérimentale y al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (n.º 1) convertida en piscina municipal.

mente elevada sobre el suelo57. Este modelo arquitectónico conjuga dos características fundamentales para el disfrute de los jardines en un sentido amplio: por un lado, la necesidad de estar sobreelevados respecto a las zonas cultivadas otorgaba una vista privilegiada sobre estas y el paisaje circundante; sin embargo, estos pabellones debían quedar lo suficientemente próximos a los caminos y andenes de los bancales colindantes, para así poderlos disfrutar recorriéndolos, cogiendo sus frutos o deleitándose con sus flores; también servían, en última instancia, como ambientes techados en los que descansar tras los paseos o protegerse del sol y de la intensa luz, a la vez que eran espacios apartados que propiciaban la intimidad, la negociación o el disfrute de la música y de la poesía con un grupo reducido de invitados. El segundo es un lugar en alto en el que sabemos que el califa se sentó y desde el que se podía «dominar con la mirada» una amplia superficie, libre de vegetación, y en la que se hacían los alardes militares que ‘Abd

al-Mu’min presidía. Con estos escasos datos extraídos del texto árabe y sobre todo conociendo las soluciones constructivas que se le dieron a estos miradores en los palacios de otras huertas58, podemos apuntar algunos datos acerca de la hipotética configuración de la finca que ahora nos ocupa y de la organización y de la distribución espacial de sus elementos principales. Sabemos, según el modelo de finca periurbana que venimos estudiando, que el palacio o edificación principal se situaría en el punto de mayor cota del recinto, que en la periferia de Marrakech coincide con el extremo meridional, y contiguo a la principal alberca, quedando por debajo de ella los espacios cultivados, hacia el norte. De este modo el palacio contaba con una fachada y una puerta que miraba al sur, hacia el exterior de la finca. No cabe duda de que la explanada donde se celebraban los alardes que menciona el texto se encontraría en la zona meridional, bien en un espacio no cultivado dentro del recinto de la propiedad, bien en un lugar exterior inmediato a la misma. La presencia de estas áreas libres, aun

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

247

cuando tuviesen un uso eventual, debe ser tenida muy en cuenta. Tanto en la Menara como en el Agdāl las fuentes nos indican los usos representativos y festivos como el descrito; estos congregaban un gran número de asistentes y participantes, además de la elevada cantidad de caballos. Esto sin duda suponía un importante condicionante para el diseño de estas fincas califales, que debían reservar amplias zonas libres, disponer sistemas de accesos adecuados a tal afluencia y caminos debidamente dimensionados que permitiesen realizar semejantes alardes en los que el orden y la buena organización eran una de sus características más aplaudidas. Dominando visualmente la explanada de la celebración se encontraba el sitio en el que se sentaba el califa. Con independencia del tamaño que tuviera esta residencia, y aún sin descartarse completamente que ‘Abd al-Mu’min utilizara algún pabellón o terreno elevado para contemplar el desfile59, lo más probable es que se tratara de un mirador en planta alta situado sobre la puerta principal, desde el que se podía mostrar el califa a sus súbditos sin correr ningún peligro. Esta solución arquitectónica está muy presente en los palacios desde la Antigüedad. Ya hemos visto que las dimensiones que ofrecen las fuentes medievales de la finca no son coherentes entre sí. Para la discusión de este conflicto y apuntar alguna hipótesis sobre su extensión fundacional debemos en pri­ mer lugar preguntarnos si la finca que nos describen y las medidas que ofrecen hacen referencia solamente a ese recinto principal o si por el contrario incluyen también las zonas exteriores o subordinadas, como sería el caso del espacio cultivado asociado a al-Ṣahrīŷ alBarrānī. Para hacer más comprensible el discurso, de­ bemos trasladar las unidades a metros, considerando que la milla equivale a 1995 m. A título comparativo, presentamos las medidas de la finca que ofrece el plano de Larras de 1899 (figs. 91 y 92), momento anterior a las transformaciones más recientes que han reducido las áreas cultivadas. En 1899 la Menara tenía un perímetro de 5 km y una superficie de 136 ha aproximadamente. El Kitāb al- Istibṣār, como veíamos, indica un perímetro de 6 millas, esto es, 11,97 km, cifra muy superior a las medidas de 1899. Por su parte, el Kitāb al-ḥulal al-mawšiyya indica «tres millas de largo y una anchura parecida», lo que arrojaría un perímetro de 12 millas, o sea 23,94 km, mucho mayor aún. También puede ser útil la comparación con el Agdāl fundacional, la Buḥayra almohade60, de la que conocemos su perímetro (5,80 km), con una superficie irrigada de 207 ha, y las dimensiones de su alberca principal, Dār al-Hanā’ (208 x 181 m), incluida su profundidad media de 2,20 m; con todos estos datos es

248

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

posible obtener la proporción que existió entre la superficie cultivada y el tamaño de la alberca. Dado que las dos fundaciones almohades, la Menara y el Agdāl, estuvieron alimentadas a la vez por acequias y jaṭṭāra/s parece oportuno que extrapolemos la información conseguida en el Agdāl a la Menara, pues de esta última, al menos, sabemos las medidas de su alberca (195 x 158 m) y su profundidad media de 2 m. Con la información que acabamos de exponer podemos afirmar que la superficie irrigada de la Menara que había en 1899 (136 ha) era casi un 35% menor de la que debió de tener en el siglo XII. Tras la comparación que hemos hecho con el Agdāl es posible llegar a la conclusión que las medidas aportadas por las fuentes literarias para la Menara, además de parecernos exageradas son contradictorias entre sí, incluso aceptando que los cronistas medievales consideraran el espacio irrigado de al-Ṣahrīŷ al-Barrānī como parte de la misma finca. No obstante, creemos que la extensión de la Menara en época almohade debió de ser sensiblemente mayor que la actual. La hipótesis que defendemos es que los espacios irrigados por las dos albercas funcionaron en época almohade como una sola finca, aunque la zona afectada por la alberca de al-Ṣahrīŷ al-Barrānī estuviera aislada del resto por una cerca y dispusiera de un acceso propio que permitiera la entrada y salida del elevado número de jóvenes que eran adiestrados en sus aguas. La presencia de dos grandes albercas y de otras menores formando parte de una amplia huerta está documentada dentro del Agdāl, pues allí conviven el estanque de Dār al-Hanā’ y el que hay fuera de su recinto en la parcela de al-Garsia (fig. 10); lamentablemente esta solución no es de época almohade pues la construcción de la segunda alberca es obra del siglo XIX y estuvo destinada a atender las nuevas necesidades hídricas derivadas de la gran ampliación que se hizo de los espacios de cultivo en esas fechas (Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014, pp. 80-81). El agua que trajo ‘Abd al-Mu’min a la Menara desde Aghmāt de la que habla el Kitāb al-ḥulal al-mawšiyya es la acequia Tassoultant, utilizada todavía en nuestros días para abastecer el Agdāl. Pero en el caso de la Menara, su revivificación en el siglo XIX no recurrió a esta acequia para regarla sino que utilizó tres jaṭṭāra/s y un brazo de la acequia Targa, derivada del Nfis (fig. 64B). Este sistema sería también el que abastecería a la vecina alberca de al-Ṣahrīŷ al-Barrānī, como veremos más adelante. Así pues, el aprovisionamiento original de la finca sufrió un cambio en un momento posterior a los almohades, aunque no podemos saber si este se produjo en época saadí y fue asumido por los alauíes, o fue

fig. 64 Sistema de abastecimiento hidráulico de la Menara y al-Ṣahrīŷ al-Barrānī, en los siglos XIX y XX. El croquis central (B) se ha elaborado a partir de los planos de 1935 y 1950 (A) y se ha proyectado sobre la fotografía aérea de 2010 (Google Earth) (C).

obra de estos últimos en el contexto de la restauración de la finca. La dedicación a cultivos destinados al mercado que especifica el Kitāb al-ḥulal al-mawšiyya, olivos y frutales, está atestiguada también para el Agdāl de época almohade y será algo que se repita en la revivificación de la finca en el siglo XIX, una dualidad productiva que es posible extrapolar al resto de las fincas periurbanas de Marrakech. Aunque la fecha de 1148 que aparece en la fuente árabe relacionada con el rendimiento económico de la finca es imposible, ya que la Menara fue creada en 1157, y la cifra de 30.000 dinares anuales podría ser exagerada, no cabe duda de que el dato es revelador de la importancia económica que tenían tanto la explotación del olivo como la de los frutales. En época saadí la Menara era conocida ya con el nombre de Ṣahrīŷ al-Manāra, aunque las fuentes mencionan exclusivamente una gran alberca, obviando la

otra (al-Ṣahrīŷ al-Barrānī) que debía de estar ya desgajada de la finca, por lo que solamente el recinto principal habría quedado consolidado como finca real en uso. De 1581 tenemos dos versiones de la visita a Marrakech de Pedro Venegas de Córdoba, embajador de Felipe II ante el sultán Aḥmad al-Manṣūr (Cabanelas Rodríguez, 1973). La primera, titulada Relaçion de todo al enbaxador Pedro Vanegas de Cordova en el viaje que haze á la ciudad de marruecos con çierta embaxada que su magestad le enbia al rrei muley hamete rrei de marruecos y fez, la conocemos gracias a un manuscrito conservado en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, en el que se relata cómo el embajador fue hospedado en: [...] una huerta que se llamaba xaharia almenara ques suya y asi hizo el cual jardin tiene entre muchas cosas que ai que ver un estanque de agua que tiene mill e dozientos

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

249

pasos en quadro cosa a la bista mui hermosa entre los moros (Venegas de Córdoba, ed. 1880, p. 201).

La segunda fue publicada en francés con fecha errónea (1579): Le lendemain, on fit route jusqu’a un jardin du Roi, qui s’appelle Paraïz de l’Almenara, qui faisait les délices de Moulay Abd el-Malek. Par ordre du Roi, l’Ambassadeur y alla, et avec lui ceux des gens de sa maison qui étaient nécessaires; tout le reste avec les bagages demeura dans la campagne sous les tentes. Il y a beaucoup de choses à voir, parmi lesquelles un bassin de onze cents par carrés, profond de deux hauteurs d’homme, dans lequel il y a une galiote pour se promener. Il s’y trouvait beaucoup de citronniers et d’orangers (Venegas de Córdoba, ed. 1909, p. 45).

Otro testimonio ligeramente posterior, de 15891592, menciona: Chafaris de Menara, maison royale de l’Empereur, richement meublée, hors de la ville (Christophe, ed. 1909, p. 199). De este palacio de época saadí no nos han llegado restos conocidos, e ignoramos sus dimensiones. La información que contienen estos textos, fechados en el último cuarto del siglo XVI, permite afirmar que tanto la finca como la alberca de la Menara se encontraban en esa época en buen estado. En cuanto a que allí hubo una maison royale no cabe duda de que existió una edificación notable, pues el texto afirma que estaba richement meublée, aunque sus dimensiones no debieron de ser grandes pues parte de la comitiva de esta importante embajada fue instalada en tiendas61. Tras un largo periodo de abandono de la finca durante gran parte del siglo XVII y la primera mitad del XVIII, sabemos que en 1767 ya estaba restaurada. En ese mismo año el embajador español Jorge Juan fue recibido en la finca (Merry y Colom, 1864, p. 17), quien la denomina «jardín de fuego», probablemente por relacionar este topónimo con la palabra española «almenara»62. La comitiva, al pasar «por el gran estanque o Naumaquia», fue saludada por «un pequeño jabeque de recreo que había en sus aguas», para más tarde llegar a «las tiendas morunas» que les tenían preparadas para su alojamiento, entre las que destacaban tres «hechas en firme»63, siendo la más grande y mejor dotada la destinada al embajador. La no mención de un palacio y el hecho seguro de que el embajador fue alojado en una de las tres tiendas que allí había, permiten concluir que en 1767 la finca y la alberca estaban en unas condiciones lo suficientemente buenas como para recibir embajadas y acoger los festejos descritos, no así el palacio saadí que para entonces había desaparecido o estaba en ruinas64.

250

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

Es también probable que el único edifico residencial que allí hubiera fuera un simple pabellón de los llamados Menses o menzeh —tipo sobre el que nos extenderemos más adelante—, que por sus características arquitectónicas y reducidas dimensiones no tenía capacidad para pernoctar en él. Será el propio Jorge Juan quien al visitar la finca de Semelalia nos aclare la función a la que estaban destinados estos edificios y las dificultades que había para alojar en ellos a los invitados: [...] llaman Menses, y sirven al Emperador para dar en ellas las audiencias ordinarias echado sobre tapetes [...] y como en todo el jardín no había otra casa se armaron las tiendas entre los árboles (Rodríguez Casado, 1941, pp. 27-28).

Un siglo más tarde, en el segundo cuarto del siglo XIX, la finca fue recuperada del abandono en el que había estado, tal y como lo narra Akansūs, el cronista oficial de los monarcas alauíes: Se cuentan también entre [las obras de Muḥammad IV realizadas en vida de su padre] la revivificación de la jaṭṭāra (‘ayn) de la Menara y su inmensa alberca [birka] cuyas dimensiones están próximas a las del pequeño Mar (al-baḥr al-ṣagīr) que está en Dār al-Hanā’ [...]. La Menara es igualmente uno de los vestigios de los almohades [...]. También había sido abandonada hacía mucho. Dios inspiró al sultán [la idea de] llevar hasta ella las jaṭṭāra/s y canales (al-‘uyūn wa-l-anhār), de reunir a los hombres para limpiarla y sacar al exterior las montañas de tierra que se habían acumulado dentro. Organizó el trabajo para reparar los muros alrededor de la alberca65, lo que fue ejecutado muy rápidamente. Así recobró su aspecto original. Ordenó [...] enseguida cultivar las tierras que rodean la alberca, muy extensas y plantadas de todas las variedades de árboles, olivos, higueras, frutales de verano y de otoño. Con esto, la Menara rivalizó con el Agdāl, que su padre [‘Abd al-Raḥmān] había creado. Cuando nuestro señor vio la obra de su hijo, manifestó su admiración por lo que Dios le había permitido conseguir, algo que los predecesores antiguos, y otros menos antiguos, habían sido incapaces de hacer 66.

Es importante indicar que en este texto no se menciona el pabellón que hoy preside la alberca, pues su construcción es más tardía. La restauración que pondera y ensalza Akansūs en su crónica parece que fue un proyecto eminentemente agrícola. El texto de Akansūs deja muy claro que fue entonces cuando la alberca fue liberada de «las montañas de tierra que se habían acumulado» en su interior, a la vez que sus muros fueron reforzados.

La restauración de la alberca de la Menara fue muy similar a la que se hizo con la del Agdāl, en donde no se modificaron sus dimensiones. Posteriormente la alberca de la Menara ha sido objeto de otras reparaciones menores según lo acredita una fotografía de comienzos del siglo XX en la que se aprecia un grupo de operarios arreglando los revestimientos del interior del vaso67. Recientemente se han construido una serie de graderíos en el frente norte y plataformas dentro del vaso para realizar espectáculos audiovisuales, cuya presencia desvirtúa profundamente la esencia del monumento. A principios del siglo XX la finca ocupaba una superficie de unas 136 ha, con un perímetro de 5 km, como veíamos (figs. 91 y 92). Su forma era, al igual que actualmente, de paralelogramo romboide, con dos pares de ángulos de 105 y 75 grados. Los lados menores medían 877 m y los mayores 1.270 m aproximadamente. Posteriormente perdió una sexta parte de su extensión a causa de la instalación que se hizo en su frente occidental de una zona de servicios perteneciente al primer campo de aviación que se fundó en Marrakech durante la época del Protectorado y de otras instalaciones militares (figs. 60-63). En la actualidad su perímetro mide unos 4,03 km, siendo sus lados menores de 749 m y los mayores de 1.270 m. Además de cultivar olivos, en la finca se criaban avestruces, animales muy populares dada la difusión que se hacía de ellos en las postales a comienzos del siglo XX68 (fig. 70). En el plano de Marrakech de 1920 se rotula en el ángulo noroeste Parc à autruches; en el de 1935 hay un recinto al sur, fuera del perímetro cultivado, en el que se puede leer la palabra autrucherie (fig. 57); en el plano de 1953 aparece la frase Anc.ne Autrucherie, lo que parece indicar que para esas fechas ya estaba abandonada (fig. 63). El sistema tradicional de aprovisionamiento de agua puede conocerse gracias a los planos de 1924 y 1935 (figs. 14 y 57), a la información que aporta Parroche (1925, p. 42 y lám. I), y a la obra de Akansūs. A principios del siglo XX la finca se alimentaba mediante tres jaṭṭāra/s que habían sido revivificadas a mediados del siglo XIX, a las que se añadían los aportes procedentes de la acequia Targa, obra también de esa época (fig. 64). La jaṭṭāra principal, llamada «de la Menara» e identificada con el número IV en el estudio de Parroche, tenía varios brazos de cabecera y sus galerías probablemente llegaron a tener los 9 ó 10 km. Otras dos jaṭṭāra/s, identificadas por Parroche como II y II bis, se le unían para aumentar su caudal. La jaṭṭāra II, cuya galería medía unos 5 km, salía a la superficie en los alrededores del Douar Bou ‘Okkaz y daba lugar a una acequia cuya agua se embalsaba en una alberca (n.º 4) que quedó den-

tro del perímetro del aeropuerto de Marrakech-Menara y fue demolida en 2014, como veíamos anteriormente. De ella partía una conducción a cielo abierto que vertía en la acequia de la jaṭṭāra de la Menara. La otra jaṭṭāra, identificada como II bis, tenía una galería de algo más de 3 km y sus aguas vertían en la acequia de la jaṭṭāra de la Menara a unos 100 m de la cerca sur de la finca. Se hallaba seca en 1913 (Parroche, 1925, lám. I). La acequia Targa, por su parte, aportaba sus aguas a la acequia de la jaṭṭāra de la Menara poco después del desagüe de la mencionada alberca (fig. 64). La alberca n.º 4, situada a más de 1 km del reservorio de la Menara, debió de estar destinada a irrigar los espacios cultivados existentes por encima de la misma. Este uso excluye interpretarla como balsa de decantación, máxime si tenemos en cuenta que el aporte de la Targa, una acequia cargada de limos, se realizaba aguas abajo de ella. Cabe la posibilidad de que hubiera formado parte de un perímetro irrigado total o parcialmente desaparecido y que fuera reutilizada en la revivificación alauí, que la habría integrado en el sistema de aprovisionamiento de la Menara y de la vecina al-Ṣahrīŷ al-Barrānī. A unos 100 m al sur de la cerca de la finca y tras haber recibido todos los aportes adicionales mencionados, la acequia de la jaṭṭāra de la Menara se dividía en tres brazos. Uno de ellos se desviaba hacia el oeste para regar el cuadrante suroeste de la finca, otro seguía el paseo central de la misma hasta desembocar en la alberca, mientras que un tercero partía hacia el este para abastecer al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (fig. 64). El sistema de aprovisionamiento que se acaba de describir se remonta a la época de la replantación de la finca a mediados del siglo XIX. En este diseño son de destacar dos cosas: por una parte que la principal fuen­te de suministro de agua son las jaṭṭāra/s, y por otra que el agua, además de almacenarse en la gran alberca, también se acumulaba en una más pequeña, situada por encima de la principal. Este es el único caso que conocemos en el que una alberca secundaria no se subordina espacialmente a la de mayor tamaño. La excepcionalidad de esta solución se debe a que la organización de la Menara del siglo XIX rompe con los equilibrios fundacionales, especialmente con su ampliación meridional en zonas situadas por encima de los límites de la finca almohade. El hecho de que la gran alberca no se halle situada en la cabecera de la superficie irrigada de la Menara, sino relativamente próxima a su centro geométrico, es muy similar a lo que sucedió también en el Agdāl69 (figs. 10 y 11). La forma que tiene la Menara de paralelogramo romboide, con dos pares de ángulos de 105 y 75 grados rompiendo su ortogonalidad70, también parece ser fruto de la reforma

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

251

alauí muy tardía, pues en el plano de Larras de 1899 la Menara es un rectángulo muy regular (figs. 12, 91 y 92). En el caso que esto fuera efectivamente así, estaríamos ante una alteración importante del diseño original de este huerto, de época almohade, en el que la alberca dejaría de estar situada en el frente meridional71, allí donde se produciría la entrada de agua en el recinto con el fin de poder irrigar por gravedad. La hipotética disposición original de la Menara se puede contemplar en la figura 11, donde hemos realizado una propuesta muy esquemática de cómo fue la finca en el momento de su fundación. Aunque creemos que la hipótesis más verosímil es que fue en la restauración del siglo XIX cuando se rediseñaron sus límites, especialmente sus frentes norte y sur, no podemos excluir completamente que se trate de una modificación más antigua asumida por los alauíes. La tarea futura de identificar estos posibles cambios se verá dificultada, sin duda, por las transformaciones urbanísticas sufridas en el entorno de la Menara, en particular las obras de ampliación del aeropuerto del mismo nombre. En la actualidad ya es imposible reconocer sobre el terreno la mayor parte del recorrido de las jaṭṭāra/s y cauces a cielo abierto que alimentaban la finca; hay que remontarse hasta el sur del Douar Bou ‘Okkaz, a algo más de 2 km, para encontrar restos visibles en superficie de las jaṭṭāra/s que la abastecían (fig. 64). Así pues, aún sin haber realizado la prospección sistemática del sitio, puede afirmarse que la Menara conserva pocos elementos de su diseño fundacional a excepción de la alberca y de la estructura general de su parcelario72, ya que la finca fue abandonada varias veces y su última restauración se produjo en el siglo XIX. En su estado actual, la composición arquitectónica de la Menara presenta una marcada axialidad a partir de dos ejes ortogonales que parten de la alberca, elemento generador de la geometría del conjunto, en una disposición muy similar a la que podemos observar en el Agdāl. El eje principal, en dirección sureste-noroeste, coincide aproximadamente con la línea de máxima pendiente del terreno, en suave descenso hacia el norte; en el lado meridional de la alberca, algo desplazado al oeste, se dispone un pabellón73 y en el lado septentrional una alberquilla, que analizaremos más adelante. Este eje se prolonga a lo largo de toda la finca gracias al camino central que la recorre en toda su longitud (figs. 62 y 63). El eje secundario, en dirección suroeste-noreste, queda marcado por la presencia de dos alberquillas simétricas a ambos lados de la gran alberca, que serán tratadas posteriormente. Actualmente la importancia de este segundo eje queda disminuida, por un lado, debido a las transformaciones sufridas en el lado occidental, cuya alberquilla se encuentra abandonada y se ha des-

252

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

fig. 65 Menara. Obsérvese el desplazamiento hacia el oeste, respecto al eje de simetría, del pabellón que preside la alberca.

dibujado el camino que partía de ella hacia el oeste y, por otro, por la apertura de un gran paseo peatonal que parte del pabellón meridional y comunica la finca con la medina a través de una avenida que llega hasta la Koutoubia (Kutubiyya) y que fue trazada a comienzos del Protectorado. Previamente a la creación de esta nueva vía el camino histórico que llevaba a la finca la acometía por el centro del lado oriental, alineado con el eje de la alberca, como puede observarse en los planos de Larras (figs. 12, 91 y 92). El pabellón que domina la alberca en la actualidad responde al modelo conocido con el nombre de menzeh como veíamos; se trata de una construcción exenta, de superficie relativamente contenida, con una gran salamirador en su planta alta; la inferior estaba concebida como un basamento o zócalo sobre el que se podía construir un mirador que permitiera contemplar la finca y los amplios horizontes de la llanura (figs. 65, 66 y 68).

fig. 66 Menara. Plataforma con alberquilla y canalillo perimetral situada en el centro del lado oriental. Obsérvense las dos escaleras que comunicaban el andén perimetral superior con las huertas emplazadas a una cota inferior. Fotografía de 2014.

fig. 67 Menara. Andén perimetral y contrafuerte de la esquina noreste de la alberca. Fotografía de 2014.

En Marrakech solían estar muy presentes en las fincas de recreo alauíes y especialmente en las huertas del sultán con la finalidad de celebrar en su interior audiencias y actos festivos. A estas edificaciones se les llama manzeh o menzeh, y están bien documentadas en otras fincas, como es el caso del Agdāl. El término manzah (pl. manāzih) proviene de la raíz nazaha, de donde también deriva nuzha (diversión, excursión, picnic). De tal modo hace referencia a un espacio construido en el que tienen lugar estas acciones. Según Dozy manzah podría traducirse como: appartement sur une terrasse, belvéder (1877-1881, II, p. 663). Asimismo, de esta raíz derivan otros términos asociados con las fincas de recreo, como es el caso de muntazah o muntazaha, lo que se entiende como lugar de placer. De hecho, en la Crónica almohade de Ibn Ṣāḥib al-Ṣalā se utiliza esta palabra para referirse a la finca del Castillejo de Monteagudo:

[...] y se establecieron en él, y celebraron la fiesta de los sacrificios en su vega y en su lugar de descanso de su residencia, a la vista de ella, en las afueras de Murcia, destruyendo sus huertas (basātīn), y permitiéndose toda clase de licencias en los lugares de su esparcimiento (muntazahāt) y diversión; y llenaron aquella comarca de ruinas, y la raziaron en toda su extensión74.

El pabellón de la Menara no lo menciona Akansūs por ser una obra más tardía. Lo mandó hacer Muḥammad IV (1859-1873) y según consta por una inscripción fue construido en 1286/1869-70 (Deverdun, 1959, p. 531). Otro autor lo considera obra de ‘Abd al-Raḥmān (182259) y lo fecha en torno a 1850, identificando sus elementos arquitectónicos clásicos como influencia de un oficial francés llamado Saulty (Vaillat, 1930, p. 457). Su planta inferior tiene forma rectangular, con unas medidas de 20,44 x 11,8 m, siendo la dimensión mayor

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

253

fig. 68 Menara. Vista de su pabellón desde el ángulo noroeste. Obsérvese la tapia y las dos puertas que lo rodean, que además de impedir el recorrido circular completo de la alberca, delimitan un espacio ajardinado con pérgolas para uso exclusivo de quienes residían en él. El encuentro de las puertas con el borde de la alberca adopta una solución arquitectónica en «L» encaminada a impedir una entrada furtiva al área más restingida de la finca. Fotografía de 2014.

fig. 69 Menara. Embocadura de salida de agua de la albercabajo una de las escaleras del frente septentrional. Fotografía de 2014.

perpendicular a la alberca. Su interior tiene una organización tripartita en la que destaca el elemento central cuadrado, definido por unos muros muy gruesos, construidos para soportar la gran qubba de la planta alta. Esta gran sala central queda flanqueada al norte y al sur por sendos espacios de transición: el meridional contiene el sistema de accesos desde el exterior y el septentrional se abre hacia la alberca a través de un pórtico de triple arcada. Todos estos ámbitos quedan cubiertos por bóvedas de medio punto, al igual que los arcos de las puertas. La planta alta contiene la estancia principal, de forma cuadrada, con un mirador hacia la alberca (figs. 65, 66 y 68).

254

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

El pabellón está rodeado de una tapia que tiene tres puertas: una se sitúa en el eje, en el frente sur; otras dos lo flanquean y lo comunican con el andén de circulación75. Dentro de este recinto existen zonas ajardina­ das con pérgolas, donde se cultivan plantas ornamentales (fig. 68). Anteriormente ya comentamos que el modelo arquitectónico y paisajístico que venimos manejando en las fincas de cierta categoría recurre habitualmente a la clausura de un espacio cultivado de este tipo, segregado del resto de la finca, que podemos considerar como huerto de primor. En el diseño formal de la arquitectura del pabellón de la Menara observamos un eclecticismo estilístico que

fig. 70 Los avestruces de la Menara en una tarjeta postal. Éditions Willemse, ca. 1920-30.

se repite en otras edificaciones alauíes. Se trata de la combinación de elementos propios de la tradición islámica, tales como la ornamentación de las albanegas con motivos vegetales entrelazados y cartelas con inscripciones en árabe, con otros que pertenecen al lenguaje ar­ quitectónico europeo, manifestado en el empleo de arcos y pilastras de cantería de traza clasicista76. Aunque esta combinación se repite en muchas otras edificaciones alauíes, nosotros solamente mencionaremos un ejemplo que hemos estudiado en el cercano Agdāl; se trata de la puerta que da acceso al complejo industrial septentrional de Dār al-Hanā’, la llamada puerta de la Muṣallà, construida años antes por el antecesor de Muḥammad IV, ‘Abd al-Raḥmān77. La gran alberca de la Menara es un reservorio cuyo vaso tiene unas dimensiones interiores de 195 x 158 m (30.810 m2) y una profundidad media de unos 2 m, lo que supone una capacidad de embalse de aproximadamente 61.620 m3. Sus muros perimetrales tienen unos 4,20 m de grosor, lo que permite utilizarlos como una plataforma de circulación protegida por sus correspondientes pretiles (fig. 67). Aunque no tenemos datos para defender que hubo en la Menara un segundo andén inferior, situado a la cota de los cultivos adyacentes, el existente en la gran alberca del Agdāl nos sugiere esta posibilidad. El frente septentrional del vaso es el lado que sufre una mayor presión del agua almacenada, debido a su ubicación en la parte más baja de la pendiente en la que fue construida la alberca. Estas circunstancias obligan a dotar especialmente a este muro de siete contrafuertes que se formalizan con tres formatos diferentes, aunque

todos ellos comparten una misma proyección hacia el exterior de 5 m. Los dos situados en las esquinas son los más grandes ya que miden 13 m de lado; les siguen otros dos cuyo ancho alcanza los 8 m; por ultimo están los tres menores, de unos 2,50 m de ancho, intercalados entre los de mayor tamaño (fig. 65). Próximas al centro de este frente y flanqueando la alberca que lo preside existen dos escalinatas simétricas, de unos 2,30 m de ancho, cuya finalidad era la de conectar el andén perimetral, situado en altura, con el terreno circundante destinado al cultivo emplazado a una cota inferior; debajo de estas escalinatas se ubican las compuertas que permiten la salida del agua (fig. 69), siguiendo una disposición similar a la existente en la alberca de Dār al-Hanā’ 78. El elemento que preside este frente septentrional es una obra exenta que se encuentra aproximadamente en el eje de simetría; se trata de una alberquilla de 6,60 m de lado, inscrita en una plataforma solada de 17,50 m de lado provista de un canalillo perimetral (fig. 65). Los contrafuertes de los frentes oriental y occidental se diferencian de los existentes en el septentrional porque su número y su tamaño son menores y por tener una distribución menos regular; esta última característica se debe a que mayoritariamente están emplazados en las dos mitades septentrionales, correspondientes con los tramos que tienen mayor alzado debido a la pendiente y por ende donde la presión del agua es mayor. El muro ori­ental tiene además en las proximidades de su extremo norte un contrafuerte de 8 m de ancho, cuya presencia genera una llamativa asimetría en el diseño general de la alberca; las razones de su existencia probablemente debamos de buscarlas en las labores de restauración alauíes,

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

255

fig. 71

Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (1)

Menara y al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (alberca 1). El vaso de la segunda aparece compartimentado, como consecuencia de su conversión en piscina municipal. Fotografía aérea de 1948.

MENARA

fig. 72 Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (alberca 1). Detalle del plano fotogramétrico de 1987 a escala 1:2.000.

que habrían reforzado este frente en el punto donde la pendiente del terreno experimenta un mayor descenso. Anteriormente ya comentamos que en el centro de cada uno de los frentes este y oeste existe una plataforma que acoge una alberquilla de planta octogonal, con un ancho de 3,80 m, dotada de surtidor central. La del lado oriental se encuentra en relativo buen estado de conservación y cuenta con una doble escalinata que da acceso al andén superior y un canalillo perimetral (fig. 66). La del lado occidental está abandonada y semienterrada, lo que impide comprobar si contó con una escalinata similar a la oriental, aunque por criterios de simetría debemos considerar que la tuvo. Estas fuentes, además de su

256

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

función ornamental, integraban una salida de agua que permitía regar las áreas situadas a ambos costados de la alberca, inalcanzables desde su desagüe septentrional. Con independencia de su funcionalidad y diseño estos dos apéndices son los que marcan el eje este-oeste de la alberca. Una solución similar, pero mucho más elaborada, señalando el mismo eje la ofrecen los dos pabellones que hubo en la alberca de Dār al-Hanā’ 79. La otra gran alberca que formaba parte de la finca fundacional de la Menara, al-Ṣahrīŷ al-Barrānī, se encontraba muy próxima al actual frente oriental de esta y a unos 700 m al noreste de su alberca. Cuando la prospectamos en 2014 se hallaba abandonada y en estado

de ruina, aunque conservaba en gran medida sus estructuras (figs. 75-77). En las fotografías aéreas de 2017 ya no se la reconoce, bien porque haya sido destruida bien por haber sido colmatada con escombros o tierra. Desafortunadamente no podemos decir nada sobre la antigüedad de su topónimo. Anteriormente ya planteamos la hipótesis de que fuera la alberca que ordenara construir en 1157 ‘Abd al-Mu’min (1130-1163) fuera de su buḥayra, la actual Menara. Es una de las albercas mejor documentadas a través de las fotografías aéreas y de la cartografía antigua. En los planos de Larras de 1899 aparece con la leyenda Ancien bassin, lo que indica que estaba abandonada, al igual que la antigua finca (figs. 12 y 91). En el plano de 1924, sin embargo, es representada en uso (fig. 14). En la fotografía aérea de 1948 se aprecia que su vaso ha sido compartimentado, dejando su mitad meridional abandonada, mientras que la septentrional se mantuvo útil, subdividida a su vez en 4 depósitos (fig. 71): dos mayores al oeste y dos menores al este; hay evidencias claras de que esta modificación está relacionada con su reutilización como piscinas de recreo de un camping, habiéndosele adosado dos graderíos, aseos y otras construcciones anexas (fig. 73). Esta función continuó durante varias décadas, tal y como lo prueba el plano de 1953, donde aparece la misma compartimentación del vaso acompañada de la leyenda Piscine municipale (fig. 63). El plano fotogramétrico de 1987 es el más preciso, pues ofrece muchos detalles de la alberca y de los restos de su entorno (fig. 72). Las fotografías de satélite modernas, por su parte, documentan muy bien el proceso de deterioro que ha sufrido en los últimos años. En 2004 todavía se podía apreciar que una de las cuatro piscinas modernas tenía agua y en 2006 aún se mantenía la zona sin alterar. En mayo de 2014, fecha de nuestra visita, la demolición ya se había iniciado. En el verano de 2017 el vaso de la alberca había desaparecido sin que podamos saber si los restos arqueológicos fueron destruidos completamente o cubiertos por escombros. Desconocemos si esta operación será seguida de la urbanización del lugar y de la consiguiente eliminación de los restos ar­ queológicos, tal y como viene sucediendo en tantos otros casos. El análisis de toda la documentación comentada ha permitido descubrir que la alberca que visitamos en 2014 no era un elemento aislado, sino que estaba integrada dentro de un conjunto mayor, al que pertenecían los restos arqueológicos que hemos identificado rodeándola por tres de sus frentes (fig. 73). Se trata de una serie de potentes muros cuya disposición y orientación es coherente con las de la alberca; los exteriores dibujan un perímetro rectangular en torno a ella, a los que

se suman otros que hemos identificado como andenes. De ser cierta nuestra interpretación, estaríamos ante una ambiciosa composición arquitectónica en forma de crucero organizado alrededor de la alberca, conformando cuatro zonas de cultivo delimitadas por el perímetro exterior y por los andenes en cruz (fig. 74). Este diseño de jardín, sea interior o exterior a un edificio, lo tenemos bien documentado en dos palacios medievales hispanos: el más antiguo fue exhumado en el alcázar de Guadalajara (siglos XIII-XIV) y el más reciente presidió el patio del palacio de los Alijares (Granada), obra de Muḥammad V, abandonado tempranamente tras verse muy afectado por los terremotos de 1431. La interpretación que hacemos de este conjunto parte de una hipótesis que considera a la alberca menor y a su crucero como obras de un mismo proyecto que reaprovecha las ruinas de una alberca más antigua y de mayor tamaño, que debemos considerar almohade, por lo que estaríamos ante otro caso de reutilización. La amortización de una alberca antigua por otra de menor tamaño es frecuente, aunque habitualmente esto se hace situando la nueva en un ángulo de la antigua o, al menos, compartiendo uno de sus frentes. En el caso de ser correcta nuestra propuesta se trataría de dos albercas de tamaños y fechas diferentes. La más grande es la que suponemos tiene una cronología más antigua y la que se encontraba en estado muy fragmentario. Sus dimensiones aproximadas son 166,30 x 120,90 m. En la prospección de 2014 sus restos más visibles ya habían desaparecido y fue el análisis de la fotografía aérea el que facilitó su identificación. La planta de vestigios conservados logramos confeccionarla gracias al plano fotogramétrico de 1987 y a la fotografía aérea de 2006 (fig. 73). El único de los cuatro lados del que no tenemos resto alguno es el meridional, aunque ha sido posible restituirlo debido a la simetría que domina este tipo de composiciones. El lado oeste es el que cuenta con un mayor número de fragmentos y el que da más información sobre su posible conformación interna a partir de dos fragmentos que parecen pertenecer a la misma estructura, que fue construida mediante dos muros y un relleno central; conviene advertir que su ancho alcanza los 7,2 m, lo cual supone un caso excepcional ya que supera ampliamente el espesor de los muros de la mayor alberca de Marrakech, la de Dār al-Hanā’ en el Agdāl, que tienen 5,50 m de grosor. Esta disparidad se podría justificar alegando una función diferente y específica que, en el caso que nos ocupa, podría ser su posible uso como piscina en la que los jóvenes destinados a los altos cargos de la administración almohade aprendían a nadar y a remar, tal y como lo describen las fuentes escritas antes recogidas. La presencia de embar-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

257

caciones y de un elevado número de personas en torno al vaso, a la espera de realizar los ejercicios que se les ordenaba, pueden ser los motivos por los que los andenes fueron diseñados con una anchura mayor de lo habitual. La función específica que le atribuimos a esta alberca no excluye que sirviera, como todas las demás, para regar la huerta que hubo a su alrededor. Tras este breve análisis podemos concluir defendiendo la hipótesis de que esta alberca más antigua es la que mandó construir el califa almohade ‘Abd al-Mu’min. La alberca de tamaño más reducido es la que todavía en 2014 estaba visible, aunque su demolición ya había comenzado. Durante la prospección de ese año hicimos un exhaustivo reportaje fotográfico de la totalidad de sus muros y procedimos a realizar un croquis. La alberca tiene unas medidas exteriores de 89,70 x 73,50 m, lo que supone una superficie de unos 6.593 m2. La profundidad de su vaso es de unos 2,80 m. Sus muros, realizados en tapia, son de un grosor de 3 m en los frentes oriental y occidental, mientras que el septentrional alcanza los 3,50 m, debido a que la pendiente del terreno al descender hacia el norte obliga a contrarrestar los empujes de la masa de agua engrosando el muro; las diferentes anchuras dadas a estos muros facilitaron que pudieran ser utilizados como andenes. En todos los frentes de la alberca, excepto en el septentrional, documentamos la presencia de un pretil perimetral (fig. 73), similar al existente en Ṣahrīŷ al-Baqar y en Dār al-Hanā’ (Agdāl). Aunque el frente meridional estaba muy arrasado se pudo observar los restos de una plataforma de 11,50 x 5,80 m, delimitada por muros y con restos de pavimentos, adosada al vaso de la alberca (figs. 74 y 76). Lamentablemente, durante la visita de 2014 no fuimos capaces de darnos cuenta de que estábamos ante los vestigios del brazo principal del crucero, pues en ese momento creímos ver la cimentación de una construcción, a modo de pabellón, ubicada en el lugar que habitualmente ocupan los edificios que presiden estas albercas. La hipótesis del crucero la elaboramos tiempo después analizando las fotografías aéreas anteriores a 2014. La demolición de un tramo del muro oriental de la alberca hizo un corte en el muro, a modo de sección, que permitió ver ciertos detalles constructivos que documentan un recrecido de la alberca: la parte inferior del muro es la más ancha y sobre esta base se asientan dos pretiles superpuestos a los que se le adosan dos gruesas capas de mortero que conforman la parte superior del muro. El pretil inferior y la capa que se le adosa son contemporáneos y eran el remate de la alberca antes de ser recrecida; el pretil superior, en cuyo interior hay una tubería de cemento, y la capa más alta, en la que se encuentra el actual pavimento, elevaron el andén en el

258

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

fig. 73 Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (alberca 1). Planta de los restos identificados y sección del vaso.

siglo XX. Parece que el recrecido del andén que hemos examinado en este punto fue una reforma generalizada en toda la alberca, pues en los lugares donde se ha conservado el pretil se observa que este quedó demasiado bajo lo que se debe, muy probablemente, a que la ele-

vación del andén no supuso un acrecentamiento de este elemento protector (fig. 75). En el extremo sur de este mismo frente oriental se observa en la cara interna del muro la existencia de dos aliviaderos: el inferior es circular y está bien integrado, mientras que el superior es un canal que interrumpe la normal circulación por el andén, lo que pone de manifiesto que se hizo en un momento muy reciente cuando la alberca solo tenía funciones de riego agrícola (fig. 73). Al otro lado del muro se observa una estructura rectangular, de 4,83 x 3,22 m, colmatada de tierra, que podría ser una alberquilla. Es razonable pensar que el aliviadero inferior es contemporáneo de esta estructura (fig. 77). Esta alberca embalsaba aguas de la acequia Targa, excavada en el siglo XIX como veíamos, y la abastecían brazos que se derivaban hacia el este desde el sistema de canalizaciones de la Menara, a partir de la alberca n.º 4. No obstante, si efectivamente estamos ante una alberca de origen medieval, deberíamos de considerar que inicialmente estuvo vinculada a un sistema de jaṭṭāra/s más antiguo (fig. 64). Un canal la alimentaba acometiéndola desde el centro de su lado sur, del que se ha podido do­cu­ mentar un recorrido de unos 150 m, el cual partía de una alberquilla de forma circular o poligonal que tenía un ancho de 1,13 m definido por muretes de 30 cm de espesor (figs. 72 y 73). En cuanto a la huerta que hubo asociada a ella, la cartografía histórica y las fotografías aéreas nos permiten esbozar su evolución a lo largo del siglo XX. El hecho de que la alberca esté representada en los planos de Larras de 1899 como abandonada, y no se dibuje nin­guna canalización que la alimente ni se representen indicios de espacios irrigados dependientes de ella, más bien induce a pensar que la antigua huerta había desaparecido o que al menos no se encontraba demarcada por un recinto murado, pues la zona aparece cruzada por varios caminos que partían de la medina hacia el oeste (figs. 12, 91 y 92). La fotografía aérea de 1917 no llega a cubrir esta zona lo que nos priva de información para esta fecha. El plano de 1924, como veíamos, muestra la alberca en uso (fig. 14), sin embargo, no se representa ningún espacio cultivado en las inmediaciones que podamos relacionar con esta alberca, sino el trazado de nuevos viales y avenidas proyectados para la urbanización de este sector. Estos últimos no llegarían a construirse, pues la fotografía aérea de 1948 (fig. 71) y el plano de 1935 (fig. 57) coinciden al mostrarnos una amplia superficie de terreno cultivado, inmediatamente al norte de la alberca. Se trata de la Estación Experimental de la Menara, que no es otra cosa que un campo agrícola creado durante el Protectorado (fig. 63). Este estaba dividido en cuadros de cultivo de forma cuadrada o rectangular, separados por

fig. 74 Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (alberca 1). Planta hipotética de la alberca y de sus andenes de crucero, con indicación de los restos arqueológicos identificados.

una red de caminos ortogonales, según un esquema de organización interna muy similar al de otras fincas de Marrakech. No sabemos si en su trazado influyeron las posibles trazas vestigiales de la antigua finca que pudiera haber existido allí en época almohade o/y saadí. Su superficie a mediados del siglo XX era de unas 24 ha, aunque hay varios indicios que apuntan a que su extensión no llegaba a ocupar toda la superficie cultivada de la hipotética finca anterior. Prueba de ello es que la alberca no estaba centrada en el eje de la huerta, sino desplazada hacia el este, generándose una llamativa asimetría. Si observamos con detenimiento el frente oriental de la finca es posible identificar una franja de terreno cuyas líneas parcelarias parecen indicar que los límites de la misma se habían extendido unos 150 m más hacia el este, lo que le terminaría dando una mayor anchura. Si estas observaciones fueran ciertas, la alberca quedaría en su posición canónica respecto a la huerta, esto es, centrada en su eje de simetría y lindando con la cabecera, en el frente meridional (fig. 11). Podemos concluir afirmando que esta explotación agrícola del siglo XX es en parte heredera de la finca almohade anexa a la Menara fundacional.

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

259

fig. 75 Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (alberca 1). Sección del muro oriental del vaso en el que se puede apreciar la solidez de la fábrica y el recrecido de su andén. Fotografía de 2014.

fig. 76 Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (alberca 1). Canal de abastecimiento que la acometía desde el sur. La artificialidad de estos espacios cultivados se evi­dencia en el hecho de que el arbolado no puede vivir en una finca abandonada sin un riego regular. Fotografía de 2014.

fig. 77 Al-Ṣahrīŷ al-Barrānī (alberca 1). Alberquilla o arqueta de salida situada en el frente oriental del vaso. Fotografía de 2014.

260

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

fig. 78 Marrakech. Vista panorámica de la ciudad y su entorno desde el alto del Guéliz en 1760 (Höst, 1781, Tab. V). En el detalle, obsérvese en primer plano, una plantación marcada con la letra «l» (l’Oliveraie du roi), que identificamos con la finca de Semelalia, contigua al camino que parte de Bāb Dukkāla (k).

La Estación Experimental, por su parte, fue urbanizada en la primera década del siglo XXI. En 2009 ya se había edificado en toda su mitad meridional; en 2010 habían desaparecido casi todos los cultivos de su mitad septentrional y se había iniciado la construcción de nuevos edificios en el resto de espacios libres. Coord. UTM: Huso 29 R, 593425E, 3498518N.

6. Semelalia El topónimo Semelalia existe en la actualidad designando a un barrio de Marrakech situado entre el monte Guéliz y la puerta Bāb Dukkāla, a unos 2 km al noroeste de la medina (fig. 10). En la cartografía francesa de

1935 aparece representado en este lugar un jardín con planta de crucero (fig. 80), que podría ser un vestigio de esta antigua finca. En la década de 1950 aún existía un espacio cultivado perteneciente a este huerto, aunque ya estaba siendo parcelado para urbanizarse (Deverdun, 1959, p. 508). Lamentablemente no contamos con restos arqueológicos que podamos analizar. Por el contrario, las fuentes escritas que la mencionan son relativamente abundantes y ricas, especialmente las descripciones de los dignatarios extranjeros que residieron allí: tres de ellos españoles y uno alemán. Esta secuencia de relatos nos permitirá esbozar la evolución sufrida por la finca a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII y el XIX. El primero de los españoles es el veterano marino español, Jorge Juan y Santacilia, quien en mayo de 1767

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

261

DETALLE

21

20

1 19

2

3 23 4

fig. 79 Plan de Marrakech de 1935, realizado a escala 1:10.000 (Army Map Service, U. S. Army), con indicación de las albercas localizadas.

llegaba a la ciudad de Marrakech como embajador de Carlos III ante el sultán Muḥammad ibn ‘Abd Allāh. La descripción de la finca es la siguiente: [...] un jardín del Emperador nombrado Smelalia [sic.], que quiere decir junta de frutas, distante poco más de una milla de Marruecos, pasando antes como una legua el río Tensif por un puente bastante largo aunque estrecho y mal tratado; entre este puente y el jardín hay varias huertas de palmas, ruinas de edificios, y el grande acueducto subterráneo por donde va el agua que se gasta en toda la ciudad, [...] El Jardín se reduce a una huerta regular de mucha arboleda y frutales, sin adorno, ni particular hermosura. Tiene un mirador con una pequeña especie de galería enlosada de azulejos, y dos fuentecitas cuya

262

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

agua, que es muy buena, sale por otras dos tazas de mármol. A estas como galerías, de que abundan casi todos los jardines, llaman Menses, y sirven al Emperador para dar en ellas las audiencias ordinarias echado sobre tapetes, a diferencia de otras que hay cuadradas, y sirven para lo mismo, que se llaman copas porque sus techos están algo levantados; y como en todo el jardín no había otra casa se armaron las tiendas entre los árboles (Rodríguez Casado, 1941, pp. 27-28).

El texto indica claramente que el «jardín» de Semelalia «se reduce a una huerta» que, además, está «sin adorno, ni particular hermosura», evidenciando de esta manera que el término «jardín» no era adecuado para describir un espacio cultivado de carácter emi-

se estaban recuperando antiguas fincas o fundándolas de nuevo, de modo que unos pocos años más tarde Jorge Juan ya pudo ver el mencionado pabellón. El segundo de los personajes españoles es Alí Bey (Domingo Badía). Su descripción del edificio que tenía la finca no coincide con el Menses descrito por Jorge Juan, ni con lo representado en la vista de Höst. Es muy probable que en el último cuarto del siglo XVIII se hicieran obras de ampliación congruentes con la descripción que hace Alí Bey. Durante su estancia en Marrakech en 1804 le fueron donados dos inmuebles que menciona en su obra:

fig. 80 Detalle del Plan de Marrakech de 1935. En el lugar que aún conserva el topónimo de Semelelia se aprecian los restos de un jardín de crucero que identificamos con la antigua finca.

nentemente productivo. De manera más explícita lo dice Édouard Montet (1856-1934) al describir el Agdāl de Marrakech: [...] c’est une très vaste plantation d’oliviers, d’orangers, de citronniers, de palmiers, mais qui, pareille à tout ce qui porte le nom de jardin (jenân) au Maroc, n’a rien de commun avec ce que nous désignons par ce terme en Europe (Montet, 1903, p. 414).

Esta última característica no era incompatible con la presencia de elementos suntuarios como es un pabellón mirador con galería, del tipo al que «llaman Menses»80, o diversas fuentes y tazas de mármol. El reducido tamaño de estas construcciones exentas impidió que la comitiva se alojara en su interior, lo que hizo necesario el uso de tiendas de campaña para acomodar a los invitados81. En la vista de Höst, realizada pocos años antes, podemos observar en este lugar una plantación ordenada de árboles, denominada «Olivar del Rey» (fig. 78), que Deverdun identifica con Semelalia (1959, p. 508). No se representa ninguna cerca ni edificación, lo cual es solo parcialmente coherente con la descripción contemporánea de Jorge Juan, pues no hay rastro alguno del pabellón mencionado. Esta ausencia de construcciones en la vista de Höst podría ser debida a que en esos años

[...] el sultán me hacía donación absoluta de una casa de recreo llamada Semelalia82, con bienes raíces, que consistían en tierras, palmeras, olivares, huertas, etc., y una casa grande en la ciudad, conocida con el nombre de Sidi Benhamend Duqueli. La casa y plantación de Semelalia fueron cuidadas por el sultán Sidi Mohamed, padre de Muley Soliman, que allí habitó. Hizo plantar las más bellas y mejores especies de árboles frutales y la adornó con deliciosos jardines. Gran abundancia de agua, que viene del Atlas por un conducto magnífico, aumenta aún más el encanto de aquella residencia, que tiene más de media legua de terreno, cercado todo de murallas; las grandes posesiones y las palmeras se hallan fuera de la cerca general, y por la parte de dentro, cada jardín de recreo, cada huerto o plantación de olivos tienen su cerca particular (Alí Bey, ed. 1984, cap. XIV, pp. 290-291).

Es manifiesto que se está describiendo una gran finca cercana a la ciudad, dotada de los siguientes elementos: gran cerca perimetral, edificio residencial, jaṭṭāra y plantaciones de olivos y frutales distribuidos en pequeños huertos separados por muros. Esta descripción concuerda en todo con la realidad que hemos estudiado en el interior del Agdāl. Aunque no se menciona en el texto la existencia de una alberca es seguro que la tuvo, pues unas páginas más adelante el autor nos explica que la razón del buen abastecimiento de agua de esta propiedad se debía a una jaṭṭāra, cuya presencia necesariamente implica la existencia de una alberca, como veíamos anteriormente: El acueducto subterráneo que provee de agua a Semelalia es tan capaz que los hombres encargados de limpiarlo caminaban derechos [erguidos] por él hasta larguísima distancia. El agua es excelente (Alí Bey, ed. 1984, p. 314).

De ser cierto todo lo que se dice de la finca podemos concluir que Semelalia era muy similar al Agdāl, si ex-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

263

ceptuamos que la primera no tuvo una acequia con aguas procedentes de un río como sí sucede en la segunda. A lo largo de su crónica podemos espigar la magnificencia de la finca por sucintas alusiones a los pabellones o cenadores en los que se realizaba una comida, la referencia a la vivienda como château o la descripción en cada época del año de las numerosas especies vegetales ornamentales y productivas que pueblan los huertos. Se menciona incluso la existencia de gacelas en cautividad: Mis jardineros les hacían la guerra porque comían y destruían las plantas, pero yo las protegía porque los jardines son bastante grandes para que fuese nulo o insgnificante el daño que ellas podían causar (Alí Bey, ed. 1984, cap. XVI, p. 328).

El tercero es Francisco Merry y Colom. Este diplomático nos ha dejado otra descripción de la finca similar a la de Jorge Juan. Se le puede considerar el primer embajador de España en Marruecos, acreditado como tal, tras la llamada «Guerra de África» de 1859-1860. Su viaje oficial a Marrakech fue realizado el año 1863 y de él dejó escrito un diario en el que encontramos lo siguiente: Pasado un puente de piedra largo y ruinoso, se dirigió la comitiva por entre puertas, ruinas y grandes excavaciones, hechas para conducir las aguas por los cautivos portugueses del tiempo de D. Sebastián, a un jardín llamado Smelalia [sic.] o sea «Colección de frutas» de la pertenencia del Sultán, el cual lo había puesto a disposición del Embajador, a fin de que descansase y se preparase para entrar en la ciudad. Este jardín, separado de Marruecos por varios cerros, era una huerta llena de frutales, con una galería o mirador y un terrado cubierto de azulejos. Estaba además adornado con dos fuentes de mármol (Merry y Colom, 1863, p. 16).

Gérard Rohlfs (1831-1896) es un reconocido explorador, geógrafo, botánico, médico, escritor y aventurero alemán que viajó a través de las zonas desérticas de Marruecos, Argelia, Libia, Níger y Egipto entre los años 1862 y 1879. Residió en Marruecos en 1861 y nos dejó la siguiente mención de la finca que nos ocupa: [...] j’ai pu visiter le grand et beau jardin de l’Empereur, hors de la ville, et qui contient le château Sémélalia (Rohlfs, 1863, p. 225). Esta alusión a château nos parece indicativa de que se trataba de una edificación de cierta relevancia. Vemos cómo las referencias a la propiedad han variado sustancialmente a lo largo de un siglo, pasando de ser un simple huerto de frutales a un conjunto residencial con edificaciones notables. Planteamos por tanto que la

264

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

alusión de Alí Bey, al mencionar que su casa y plantaciones «fueron cuidadas por el sultán Sidi Mohamed» apunte a una serie de intervenciones de revivificación y construcción durante la última época del sultanato de Muḥammad ibn ‘Abd Allāh (1757-1790), interviniendo sobre una finca cuyo origen era más antiguo. En cualquier caso, estaríamos ante una importante propiedad real, cuya relevancia queda atestiguada también por el hecho de darle su nombre al antiguo camino que partía desde Bāb Dukkāla hacia el noroeste.

7. El pequeño Agdāl o Agdāl de

Baḥmad

A continuación estudiaremos una gran finca, llamada Agdāl de Baḥmad, que es la única de las que hemos estudiado que se encuentra intramuros; no cabe duda de que se trata de un caso excepcional (fig. 11). Se localiza en el extremo sudoriental de la medina, en el ángulo producido por el cruce de dos importantes avenidas: la homónima Ba Ahmad, que recorre la finca por el este, y la Imam El Gazhali, que lo hace por el sur. Al norte y al oeste está delimitada por vías menores: la calle Douar Graoua y Djane Ben Chegra, respectivamente. Salvando esta última existe un pasadizo elevado que la conecta con el palacio de la Bahia. El origen de la realidad que hoy conocemos se remonta a la década final del siglo XIX, aunque existen varios indicios que nos permiten afirmar que no fue el primer gran huerto creado en esta zona, como más adelante veremos. Tras la muerte de Hassan I en 1894, será su hijo ‘Abd al-‘Azīz quien heredará el trono a la temprana edad de 14 años, por lo que el poder será ostentado por el visir regente Aḥmad b. Mūsā b. Aḥmad b. Mubārak, llamado Ba-Ḥmad83 (m. 1900). Este último, nacido en Meknes en 1841, perteneció a una familia que ocupó el cargo de visir durante tres generaciones. En relación con la finca conocida con el nombre del Pequeño Agdāl, sabemos que este personaje continuó la labor emprendida por su padre, Sī Mūsā, el cual había iniciado la compra de numerosas propiedades en la zona suroriental de la ciudad para construir el gran complejo palatino de la Bahia, ejecutado entre 1896-1897 por al-Ḥāŷŷ Muḥammad b. Makkī al-Masfīwī84. En el diccionario biográfico de ‘Abbās b. Ibrāhīm al-Marrākušī, escrito en árabe a finales del siglo XIX, se menciona que para poner en funcionamiento la finca fue necesario excavar una jaṭṭāra y construir una alberca: Y luego cuando se le estableció el ministerio, se le reclutaron muchos recursos, y los funcionarios trataron muy

fig. 81 Marrakech. Detalle del Plan de la ville de Maroc de Paul Lambert (1867). En la mitad derecha se aprecia una zona de huertos (jardins) que a finales del siglo XIX serán transformados en el Agdāl de Baḥmad. El área en cuestión se encuentra en el ángulo sureste de la medina, entre Bab Debagh (1), Bab Aghmat (2) y Bab Berima (3).

1

2

3

fig. 82 Marrakech. Detalle del plano de Larras (1899 D), orientado con el norte hacia la derecha. El área que ocupará el Agdāl de Baḥmad aparece rotulada con dos denominaciones: Jenan ben Chegra y Jardins du grand-vizir. Ambos topónimos parecen hacer alusión a b. Šaqra, visir del sultán Moulay ‘Abd-Allāh (1557-1574).

3

2 1

mal al público. Este ministro puso su atención en la construcción, pues le construyeron grandes palacios en Marrakech, Fez y Meknes, cultivó un agdāl en Marrakech, excavó una fuente (‘ayn) para su uso privado, construyó una amplia alberca (ṣahrīŷ) y lo cultivó (al-Samlālī, ed. 2002, vol. I, p. 262).

La categoría de esta finca queda evidenciada en el texto por dos hechos: el carácter privado de la jaṭṭāra y

la dimensión de su alberca. Es interesante hacer notar que en este caso el término agdāl es utilizado para designar a una finca que no es la del sultán. El conjunto palatino presenta un contorno y organización espacial altamente irregular, fruto del proceso de fusión parcelaria y de las constricciones derivadas de su inserción en una zona ya condicionada por una trama urbana previa. Este hecho es extensible al mismo huerto, que ocupó la superficie de 16 parcelas preexis-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

265

fig. 83 Marrakech. Detalle del plano de 1920 en el que se representa el palacio de la Bahia. La huerta del Agdāl de Baḥmad se articula en torno a la alberca central, generando una retícula que aparece rotulada como Arsa el Bahia (Ed. E. Blondel La Rougery, Paris. BNF, GED-7551).

tentes que fueron adquiridas a tal efecto, alcanzando una extensión de unas 20 ha. Entre las medidas forzadas que hubieron de tomarse para resolver la circulación entre las distintas partes del complejo se encuentra la construcción del mencionado pasadizo elevado que conecta el huerto con el palacio salvando la calle Djane Ben Chegra. Aquí observamos una solución comparable con la que une la Qaṣba y el Agdāl a través de la Bāb al-Bustān, que tiene un pasadizo elevado en dirección norte-sur que pasa por encima del paso este-oeste que existe entre los Mechuares, evitando que ambas circulaciones se interfieran y permitiendo un acceso totalmente privado a la finca85. Observamos por tanto la repetición de este esquema de organización que surge por la combinación de dos unidades espacial y funcionalmente bien diferenciadas: un complejo palatino y su huerto aledaño; el primero se dispone más próximo a la vida urbana, mientras que el segundo queda en una posición más periférica. La comunicación entre ambos se resuelve a través de un elemento de unión de uso privado, solventando las interferencias provocadas por el cruce con las vías públicas. Una consecuencia del proceso de concentración parcelaria ya comentado pudo ser la modificación del trazado de la calle que bordea el complejo por el sur, la llamada Trik el Amlak. En el mencionado plano histórico de Lambert de 1867 (fig. 81), previo a la construcción de la Bahia y del Agdāl de Baḥmad, esta calle aparece representada con un trazado sencillo: realiza un doble recodo rodeando el antiguo barrio judío de la

266

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

Mellah para después dirigirse rectilíneamente hasta la puerta Bāb Agmāt, bordeando el cementerio judío de Miiara y el islámico de Bāb Agmāt. Sin embargo, tras la construcción del complejo, la calle presenta hasta 6 recodos sucesivos antes de enfilarse a la mencionada puerta (fig. 83). Este hecho, recogido por Deverdun (1959, p. 545), no solamente nos habla del irregular proceso formativo de este conjunto sino que nos deja vislumbrar el enorme poder que sus promotores debieron de ostentar para permitirse intervenir hasta ese punto en el trazado viario. En ambos planos además observamos que esta parte de la medina concentraba la mayor superficie de espacios libres cultivados, nombrados como jardins, aunque no se precisan sus límites ni se ofrecen otros indicios que nos permitan indagar el parcelario preexistente. Su ubicación próxima a la Qaṣba y a la cabecera de las canalizaciones hidráulicas que entraban en la medina nos inclinan a pensar que, al menos en época saadí, estos debieron de ser huertos relevantes, vinculados a las élites urbanas. En uno de los planos de Larras (1899), la amplia extensión de espacio libre aparece nombrada como Jenan ben Chegra (fig. 82). El nombre es debido a Ibn Šaqra, visir del sultán saadí Mawlāy ‘Abd Allāh (1557-1574)86. En otro plano de Larras el mismo espacio es designado como Palais et jardins de Si. Ahmed ben Moussa. Le grand vizir actuel (1899) (fig. 91). Según El Faïz, el complejo se abastecía de agua a partir de tres jaṭṭāra/s principales: ‘Ayn Sidi Moussa, un tercio de ‘Ayn Zemrane y un tercio de ‘Ayn Sidi Mimoun (o Mamoun), recibiendo un débito conjunto de

fig. 84 Marrakech. Agdāl de Baḥmad. Evolución de la finca en las fotografías aéreas entre los 1917 y 2014. Se ha marcado el contorno del palacio de la Bahia (en naranja) y la ubicación de pequeñas edificaciones entre los cultivos, posiblemente pabellones de recreo.

18 l/s en los años 30 87. Sin embargo, y como veíamos anteriormente, otros autores mencionan a ésa última como principal fuente de abastecimiento, al que se destinaba exclusivamente (Parroche, 1925, p. 52; Wilbaux, 2001, p. 153). Hemos observado una infraestructura hidráulica conservada, asociada a la ‘Ayn Sidi Mimoun, emplazada en el punto en que esta atravesaba la tapia meridional de la propiedad. Se trata de una pequeña alberquilla octogonal cuya planta se genera por un cuadrado de unos 4 m de lado con las esquinas achaflanadas por trompas de sencillos mocárabes (fig. 87).

Además de las mencionadas similitudes con el Agdāl, también el diseño interior de la finca evidencia claramente la influencia de su precedente, que se reproduce aquí a menor escala. Prueba de ello es que se le denominó coloquialmente como «el pequeño Agdāl», en contraposición al «gran Agdāl». La alberca tiene planta cuadrada, con 61 m de lado. Su vaso queda definido por un muro de unos 5,50 m de espesor, cuya cara superior forma un andén de circulación acompañado por un pretil perimetral (figs. 85 y 86). En el centro de los frentes norte y sur, este ante-

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

267

fig. 85 Agdāl de Baḥmad. Planta de la alberca y del pabellón.

pecho se recrece para acoger sendas puertas, que dan acceso a las respectivas escaleras para descender a los espacios de cultivo. Estas puertas presentan un vano adintelado y quedan cubiertas por un tejaroz de tejas verdes sobre alero de molduras flanqueado por pilarillos con remate de piña gallonada. En cada ángulo de la alberca se dispone un doble juego de escaleras para acceder al fondo del vaso. Este tipo de soluciones ornamentales son similares a las observadas en las albercas principales del Agdāl y la Menara. La alberca se encuentra aproximadamente en el centro de la finca, y a partir de ella se distribuye un sistema de caminos que dividen ortogonalmente su superficie para crear cuadros de cultivo rectangulares (figs. 83 y 84). Acerca de la implantación de la alberca podemos aportar algunas reflexiones: su ubicación central en el conjunto podría parecer coherente con un diseño general del huerto pivotando en torno a este elemento principal, sin embargo, aplicando criterios de eficiencia hidráulica resulta anómalo que no se emplace en el frente sur, el de mayor cota del terreno e inmediata a la entrada de las canalizaciones hidráulicas que la acometen desde ese lado. Este y otros argumentos permiten plantear la hipótesis de que la alberca no se deba al proyecto decimonónico de Ba-Ḥmad, sino que la finca esté amortizando

268

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

los restos de otra previa y recuperando algunas de sus construcciones. Las planimetrías históricas y la toponimia aportan algunos datos más en este sentido. Aunque no se haya realizado un estudio arqueológico que lo demuestre, hay suficientes indicios para afirmar la existencia de al menos un gran huerto saadí en este lugar, como veíamos. Si efectivamente la alberca pertenece a dicha fase, la cuestión de su anómala posición en la finca alauí quedaría explicada, al haberse integrado en un nuevo proyecto que no mantuvo los antiguos límites parcelarios. De ser así, y aplicando el modelo que venimos defendiendo, cabría plantear la hipótesis de que en el frente sur de la alberca y alineada con su eje de simetría habría existido una edificación de carácter residencial, que en época alauí ya habría desaparecido. Con el paso del tiempo, la superficie de esa gran finca saadí se habría ido desmembrando, llegando a finales del XIX fragmentada en distintas propiedades. El proyecto de Ba-Ḥmad supondría una reagrupación parcela­ ria para volver a construir un gran huerto, comprando las 16 parcelas que antes mencionamos, aunque no necesariamente se habrían mantenido ni la superficie ni la forma de época saadí 88. El proyecto alauí no dispondría de ninguna gran edificación residencial al borde de la alberca, ni habría intentado recuperar las ruinas que eventualmente pudieran existir de un antiguo palacio saadí, habida cuenta de la proximidad del conjunto palatino de la Bahia, aunque no podemos descartar que se ejecutase algún pequeño pabellón de recreo para disfrutar de los huertos. En la fotografía aérea de 1917 se aprecian dos pequeñas construcciones aisladas: una próxima al ángulo noroccidental y otra en el sector sur, a eje con la alberca. Ambas podrían responder a esta función, aunque por el momento no estamos en condiciones de asegurarlo (fig. 84). El carácter productivo de la finca de Ba-Ḥmad queda atestiguado por los dos inventarios realizados durante el Protectorado89. El primero, fechado en 1918, contabiliza 5525 árboles, arrojando una elevada densidad (276 árboles por hectárea), todos ellos productivos90. El segundo inventario se realizaría en 1926, contabilizando 4087 ejemplares. Entre ambas fechas se observa una importante reducción en el número de árboles, síntoma del progresivo deterioro que iría sufriendo la finca a lo largo del siglo XX. Al abandono de los cultivos se le unirá un proceso paulatino de ocupación y urbanización por parte de distintos equipamientos públicos, el mayor de los cuales ha causado la segregación de un importante sector en el extremo norte, ahora destinado a instituto de enseñanza. En la actualidad la finca conserva una superficie de 7,2 ha, convertida en parque público. La fotografía área

fig. 86 Agdāl de Baḥmad. La finca y la alberca en 2014. Obsérvese el estado de abandono de los andenes de esta última en los que crece la vegetación, siendo su interior utilizado como improvisado campo deportivo.

histórica se hace eco de esta evolución. Este hecho es observable también en los numerosos jardines y huertos que la rodeaban. Todo el barrio ha sufrido un proceso continuado de densificación a lo largo del siglo XX, a costa de perder los espacios cultivados (fig. 84). En época reciente se ha intentado revertir este proceso de degradación de la finca con un proyecto de rehabilitación como parque público, llevado a cabo en la primera década del siglo XXI. Además de la replantación se realizaron varias intervenciones poco acordes con el antiguo diseño de la finca. Se construyó un pabellón mirador de nueva planta en el frente oeste de la alberca, de escaso interés arquitectónico (fig. 85); se trazaron nuevos caminos que modificaron la estructura original y la tapia que cerraba la finca por el sur fue sustituida por una verja de hierro. Tras ese breve y fallido intento de recuperación el jardín vuelve a decaer, fig. 87 Agdāl de Baḥmad. Alberquilla de la jaṭṭāra ‘Ayn Sidi Mimoun a su entrada en la finca.

carente del mantenimiento necesario: la gran alberca, vacía, se usa como campo de juego (fig. 86); el nuevo pabellón está abandonado y la mayor parte de las plantaciones están desapareciendo. A pesar de las particularidades y la poca fortuna de este «pequeño Agdāl», se trata de un interesante caso de estudio, pues viene a subrayar la importancia y capacidad de permanencia del modelo de finca al que pertenecen el Agdāl o la Menara, el cual se repite con pocas variaciones a lo largo del tiempo y es empleado desde época medieval hasta los albores del siglo XX.

8.

Análisis comparativo de las fincas

y albercas

El estudio comparado de las albercas permite extraer una serie de características comunes, tanto en lo referente a su implantación geográfica como por las particularidades de su diseño y construcción (fig. 88). Por lo que respecta a su implantación geográfica, es necesario considerar a priori cuatro aspectos fundamentales: distribución en la llanura, orientación, sistema de alimentación y su asociación a un área irrigada. Aunque el catálogo de albercas aquí presentado es solo una pequeña muestra de lo que existió, lo inventariado es suficiente para poder concluir que la distribución espacial de las fincas asociadas a las albercas era relativamente uniforme; no obstante, en el plano en el que las hemos cartografiado se observan ciertos casos de «colisión» que evidencian que en un mismo lugar hubo, al menos, dos diseños diferentes de fincas superpuestos (fig. 11).

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

269

fig. 88 Marrakech. Comparación a escala de las plantas de las albercas más representativas.

La muestra analizada permite que planteemos la hipótesis de que el fenómeno más extendido fue la restauración de las fincas en el mismo emplazamiento sin que ello suponga negar la creación de nuevas huertas después del periodo fundacional almorávide-almohade. El argumento que ofrecemos para defender que la mayoría de las restauraciones alauíes y gran parte de las saadíes se hicieron recuperando albercas y jaṭṭāra/s más antiguas es el siguiente: construir una gran alberca, excavar una jaṭṭāra y acondicionar un terreno natural para poderlo irrigar supone un esfuerzo económico y humano de gran calado que deja señales indelebles en el paisaje durante mucho tiempo, por lo que defendemos que estas fincas, tras periodos largos de abandono, solían ser restauradas varias veces en el mismo lugar recuperando los elementos fundamentales de la antigua finca; lo que no significa que en cada restauración no se pudieran producir modificaciones y pérdidas relevantes. Lo dicho anteriormente no pretende negar que en época saadí y alauí se crearan ex novo fincas de recreo en zonas donde no las hubo o sobre fincas más antiguas cuyos restos fueron arrasados por los nuevos diseños. Estamos bastante convencidos de que la creación almo-

270

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

hade del Agdāl arrasó huertas más antiguas, probablemente la perteneciente a la alberca n.º 10 (fig. 11). En el interior del Agdāl, en la parcela Belhaj, hay una gran estructura que creemos pertenece a una alberca amortizada anterior. Otros casos de colisión que podrían evidenciar la superposición de dos diseños de finca son las albercas n.º 2 y 3, la 5 y la 7 y muy especialmente las n.º 17 y 18 (fig. 11). Es muy importante que tengamos en cuenta, a la hora de estudiar el significado y valor de cada alberca, que su simple presencia no hace necesaria la existencia de un espacio irrigado propio asociado a ella. Sabemos que hubo albercas secundarias, integradas en un sistema de riego en el que hay un vaso principal de mayor tamaño; este es el caso de las albercas Batata y Chouirjat en el Agdāl. También sabemos que la n.º 4, después de su restauración sirvió para atender las necesidades hídricas de la ampliación de la Menara hacia el sur. Las albercas de Tasltante tienen un eje de circulación orientado en dirección sureste-noroeste que se corresponde con la línea de menor resistencia de la pendiente en esta parte de la llanura. Las ligeras variaciones observables parecen estar ligadas a la micro-topografía

fig. 89 Marrakech. Comparación a escala de las albercas de mayor tamaño, por encima de 100 m de lado.

del entorno de cada alberca. Esta orientación a favor de la pendiente coincidía con la existente en las superficies cultivadas que regaban, lo que facilitaba la circulación del agua en la finca. Una excepción entre los casos observados es la alberca 2, orientada en dirección suroestenoreste, que debió de regar una finca situada entre ella y la muralla occidental de la medina (fig. 11). El sistema de alimentación de la inmensa mayoría de las albercas pertenecientes a las fincas que venimos estudiando fue la jaṭṭāra. Excepción en este panorama es el gran reservorio de Dār al-Hanā’ (Agdāl), diseñado en la segunda mitad del siglo XII, debido a que embalsaba, principalmente, el agua de la acequia Tassoultant. El carácter anómalo de esta última se debe a su condición de acequia estatal, creada para conducir hasta la llanura, al sur de Marrakech, aguas captadas muy lejos.

La alberca de la Menara, construida unos años antes, también parece que almacenó en sus inicios las aguas de esta acequia, pero en un momento que no podemos precisar perdió este suministro en favor de los cultivos del Agdāl. La información más antigua de que disponemos corresponde a la revivificación alauí de la Menara a mediados del siglo XIX, que recurrió a tres jaṭṭāra/s y a un brazo de acequia de nueva construcción, la Targa, para aprovisionarla. El recurso habitual de los grandes propietarios privados, por su parte, no era la derivación de acequias sino la construcción de jaṭṭāra/s, un sistema que no entraba en conflicto con los derechos de captación de aguas de las comunidades locales, sobre los que no tenían la capacidad que disponía el Estado de imponerse. Se explica así la extensa y compleja red de jaṭṭāra/s

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

271

fig. 90

Marrakech. Comparación a escala de las albercas de menor tamaño, por debajo de 100 m de lado.

que recorre la llanura de sur a norte, y que son en buena parte el resultado de siglos de colonización y abandono alternativos (fig. 3). El análisis del conjunto de albercas estudiadas permite hacer algunas consideraciones sobre diversos asuntos: tamaño, materiales empleados en su fábrica, características formales que presentan y su eventual asociación a un edificio residencial. El tamaño es uno de los aspectos más llamativos de este conjunto de albercas. La mitad supera con creces los 100 m de lado. Sus grandes dimensiones se explican por la necesidad de embalsar una gran cantidad de agua que posibilitara el riego durante la estación seca, que dura ocho meses. El material y la técnica de edificación utilizados en las albercas que han podido prospectarse sobre el terreno es la tapia de hormigón. Dado lo que sabemos sobre las tradiciones constructivas locales, esto puede extrapolarse a aquellas que no se han observado directamente. Los muros del vaso presentan en general grosores importantes, no necesariamente relacionados con el tamaño de cada alberca, ya que en las de mayores dimensiones se recurrió al uso de contrafuertes para asegurar su solidez.

272

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

Se ha constatado la existencia de contrafuertes de esquina en las albercas mayores mejor conservadas: la Menara, Ṣahrīŷ al-Baqar (n.º 3), Dār al-Hanā’ y en las albercas 11, 12 y 15 (fig. 88). En todas ellas estos refuerzos se extienden a algún punto de los frentes oriental y occidental. Los de esquina suelen sobresalir notablemente respecto al vaso, como se detalla más arriba en la descripción de las siguientes albercas: Menara, Ṣahrīŷ al-Baqar y las n.º 11 y 15. En el caso de la alberca de Dār al-Hanā’, en cambio, los contrafuertes de esquina sobresalen relativamente poco, lo que se podría explicar por el hecho de tener los muros del vaso más gruesos: 5,60 m frente a los 4,20 de la Menara; esta última es la más parecida al reservorio de Dār al-Hanā’ en cuanto a superficie y volumen embalsado se refiere. Se da la circunstancia de que la alberca de Dār al-Hanā’ es una obra muy poco posterior a la Menara, lo que podría hacer más difícil entender las importantes diferencias que hay entre dos obras que son, prácticamente, contemporáneas. Sin excluir que la topografía sobre la que se cimentaron pudo influir en algún aspecto de su diseño, nosotros defendemos que han sido sus historias reconstructivas y sus restauraciones las que mejor explican sus diferencias de grosores de muros y el mayor o menor desarrollo de

sus contrafuertes, pues sabemos que la alberca de Dār al-Hanā’ sufrió una restauración de gran envergadura en época saadí que la reforzó con un potente forro adosado a todo su perímetro exterior. No cabe duda de que la construcción de un forro de estas características, además de ensanchar los muros del vaso, puede reducir la proyección de los contrafuertes en el caso de que el forro no los envuelva también. Otro aspecto común a la mayor parte de las albercas analizadas es la presencia de andenes perimetrales constituidos por los muros del vaso, y en varios ejemplos se ha comprobado la existencia de pretiles (la Menara, Dār al-Hanā’, al-Ṣahrīŷ al-Barrānī, Ṣahrīŷ al-Baqar, Agdāl de Baḥmad y la n.º 12). La ausencia de estos últimos en otros casos, como en las albercas 7, 11 y 15, se debe probablemente más a los efectos de la erosión que al hecho de que no los tuvieran; está comprobado que las albercas que fueron abandonadas de antiguo nunca conservan el pretil; por el contrario, las que lo mantienen en mayor o menor medida son aquellas que llegaron en uso al siglo XX. Varias de las albercas recogidas aquí dispusieron de edificaciones asociadas, emplazadas en su frente meridional. En algunos casos sabemos de su existencia gracias a las fuentes escritas. En los más señeros, como es la Menara y Dār al-Hanā’, los edificios han llegado en pie, mejor o peor conservados. En otros, como es el caso de Ṣahrīŷ al-Baqar y el de la alberca n.º 15, lo único documentado han sido restos de cimentaciones exhumadas por las palas mecánicas. Otras albercas que no pudimos visitar en 2014 podrían arrojar resultados similares, especialmente la n.º 1, 7, 14 y 17. La alberca 4, desaparecida en 2014, presentaba según las fotografías aéreas anteriores a su demolición un amplio espacio cercado situado al sur que podría haber albergado un edificio con su área de servicio; desafortunadamente, su destrucción impide una futura comprobación. La asociación de una alberca y un edificio residencial, en particular los pabellones de recreo, está bien documentada en todos los territorios de lo que fue el Islam occidental durante la Edad Media y siglos posteriores (figs. 18 y 19). Los principales referentes próximos los tenemos en Fez y en Túnez. En el primer caso se trata de El Mosara, el jardín real meriní de Fez, donde dos albercas de proporciones modestas (40 x 35,85 m y 22 x 22 m), una de ellas cercada por un muro, disponían de pabellones situados en su cabecera91; otra (46 x 46 m) que embalsaba el excedente de las anteriores, no parece sin embargo haber tenido asociado un pabellón y estuvo exclusivamente dedicada al riego de la finca92. El segundo caso es la finca de Abū-Fihr, mandada construir por al-Mustanṣir (1249-77) en la periferia de la ciudad

de Túnez; sobre el frente norte de su gran alberca (241 x 79 m) montaba un pabellón, con un ancho de 31 m, que avanzaba 27 m hacia su interior93.

9.

Conclusiones

La prospección arqueológica llevada a cabo en 2014 de la llanura de Tasltante, en la que se encuentran el Agdāl y la Menara, ha permitido identificar en el entorno de Marrakech un paisaje periurbano salpicado de fincas agrícolas desde la Edad Media (fig. 11), muy distinto del panorama asolado que vemos en el grabado de 1829 de William Prinsep (fig. 17). Las 27 albercas que hemos analizado en este trabajo las hemos localizado tanto a través de la prospección arqueológica como del análisis de la planimetría y otras imágenes históricas, pero nos permite colegir que el territorio que rodeaba la ciudad contaba con un amplio conjunto de fincas de regadío cercadas. Las fuentes textuales demuestran que un número significativo de las fundaciones de estas fincas agrícolas era medieval y los restos arqueológicos corresponden, al menos en tres casos, a propiedades de origen almohade. Una de las albercas posiblemente pueda datarse incluso antes, ya en época almorávide (n.º 10). A la luz de los datos recabados y el análisis comparativo de los restos arqueológicos de estas fundaciones podemos concluir que existió un patrón común con las siguientes características: 1. Emplazamiento extramuros. Todas las fincas que hemos estudiado en este trabajo estuvieron situadas fuera de las murallas de la medina, a excepción del Agdāl Baḥmad (fig. 11). Se trata de un modelo de implantación que venimos observando en la periferia de las grandes ciudades del Occidente islámico (figs. 18 y 19). En este sentido, conviene advertir que Marrakech es uno de los casos más atípicos debido a que sus murallas delimitan uno de los mayores núcleos urbanos del Occidente musulmán, acogiendo en su interior un elevado número de huertos que, hacia 1917, llegaron a alcanzar algo más de un tercio de la superficie de la ciudad. La problemática específica de estos espacios cultivados intramuros merece un trabajo pormenorizado, muy distinto del que ahora planteamos. La muestra de fincas que hemos estudiado no se alejan de la ciudad más de 7 km, lo que posibilitaba llegar a ellas desde el núcleo urbano sin hacer grandes desplazamientos (figs. 10 y 11). Cabe recordar que estas propiedades estaban indisolublemente ligadas a la vida urbana. La evidencia arqueológica proporcionada por las albercas de Tasltante permite imaginar el aspecto

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

273

26 25

27

1 3 4

6

11 10 12

fig. 91

Environs de Marrakech (Larras, 1899 C) a escala 1:20.000, con indicación mediante círculos de las albercas localizadas.

274

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

1

3

4

6

11 10

12

fig. 92

Detalle del plano Environs de Marrakech (Larras, 1899 C) a escala 1:20.000, en el que se pueden observar las albercas que salpicaban el entorno periurbano Marrakech al oeste de la ciudad, indicadas mediante círculos.

de esta parte del área periurbana de la medina en época almohade y saadí como un paisaje salpicado de fincas provistas de grandes albercas y edificios suntuosos, réplicas menores de la Menara y el Agdāl. Su distribución en la llanura de Tasltante les garantizaba el espacio suficiente para alcanzar dimensiones importantes (figs. 10 y 11) y su ubicación, a vista de la Qaṣba, era ideal tanto en cuanto hubiera una cierta estabilidad política, lo que no siempre fue posible. Conviene advertir que las fincas analizadas en el presente trabajo son una pequeña muestra de una realidad mucho más numerosa, amplia y alejada de la ciudad. Por este motivo queremos, en un futuro cercano,

extender la prospección que realizamos en 2014 a la franja oriental de la ciudad, más allá del Issil, y a todo el frente situado al sur del Agdāl, en donde sabemos existe un elevado número de albercas abandonadas, muy similares a las estudiadas aquí. Su examen permitirá saber si el modelo que hemos identificado en las zonas más cercanas a la ciudad se mantiene en las fincas situadas en áreas más distantes. 2. Red hidráulica. La existencia de estas fincas dependía de las posibilidades que tenían sus propietarios para crear un sistema propio de captación de agua destinado tanto a la agricultura como al consumo humano. Para ello se recurría a drenar el acuífero mediante

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

275

jaṭṭāra/s, cuyos trazados atravesaban la llanura de Marrakech de sureste a noroeste (figs. 3 y 5). Exclusivamente las grandes propiedades majzén podían hacer uso de las acequias estatales, cuya construcción implicaba enormes costos y negociar con las comunidades tribales asentadas en las áreas de captación, algo que solamente el Estado tenía la capacidad de conseguir con éxito recurriendo a la fuerza en caso necesario. Esto explica el hecho de que con el agua de la gran acequia Tassoultant se regaran únicamente la Menara, la primera gran almunia creada por los almohades, y posteriormente el Agdāl, la otra finca majzén, que finalmente fue la destinataria exclusiva de sus aguas. 3. Alberca. El propio sistema de extracción de aguas subterráneas mediante jaṭṭāra/s obligaba a que en todas las fincas se construyera una alberca reguladora. El gran tamaño de la mayoría de ellas se explica por la necesidad de embalsar un gran volumen de agua destinada al riego durante los meses secos, de mayo a octubre, y variaba en función de la mayor o menor extensión que se pretendía atender. La alberca, además de ser una pieza clave dentro del diseño de la explotación agrícola, jugaba un papel importante en las estrategias de los promotores como espacio de ocio y representación; por este motivo solía estar asociada a las residencias y palacios de los propietarios. La forma de estos reservorios es siempre la de un contenedor de planta cuadrada o rectangular, cuyo eje principal se orientaba normalmente en sentido sureste-noroeste para hacerlo coincidir con la pendiente del terreno. El papel de las albercas como contenedor, en el que se vertía y almacenaba el agua procedente de las jaṭṭāra/s, y como punto de partida de la red de acequias impedía situarlas en el centro de las fincas, ya que la línea de rigidez que separa los terrenos irrigados de los que no recibían agua obligaba a situarlas en el punto topográficamente más elevado de cada finca, que en el caso de la llanura de Marrakech se encuentra siempre al sur. Las albercas se construían en tapia de hormigón. A las de mayores dimensiones se las dotaba de contrafuertes para reforzarlas, que se ubicaban generalmente en las esquinas situadas al norte; esto es, en los tramos de los vasos que alcanzaban mayor altura sobre el terreno. Los muros de la alberca solían ser utilizados como andén de circulación perimetral y podían estar dotados de ciertas estructuras suntuarias como escalinatas, canalillos perimetrales, fuentes de surtidor central o pabellones, elementos todos ellos que posibilitaban convertir una infraestructura eminentemente práctica en una construcción de carácter lúdico y estético. Además de las funciones más habituales de estas albercas, riego y esparcimiento, sabemos de algunas que

276

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

fueron construidas con la finalidad principal de ser uti­lizadas como piscinas en las que aprender a nadar y remar, lo que no excluye que su agua fuera utilizada también para el riego de una huerta. El caso mejor documentado es al-Ṣahrīŷ al-Barrānī, pues las fuentes escritas de época almohade lo dicen explícitamente; la excepcional anchura de su muro perimetral podría estar relacionada con este uso. 4. Diseño regular. Tanto los espacios cultivados como el área residencial de la finca solían presentar un diseño basado en los principios de axialidad, ortogonalidad y simetría. Este tipo de ordenación era idóneo para la explotación óptima de los espacios irrigados y buscaba producir también un innegable deleite estético. Se trata de un principio general que conoce pocas excepciones; cuando existen, pueden afectar a la geometría del perímetro exterior de la finca, pero se evita en la medida de lo posible que afecte a la organización interna de los espacios cultivados, como puede comprobarse en la muralla occidental del recinto del Agdāl (fig. 11). Aunque su alineación no es simétrica respecto a la orientación general de la finca, esta asimetría no se refleja en la disposición de los cuadros de cultivo, que siguen un patrón perfectamente ortogonal ordenado a partir de la alberca de Dār al-Hanā’. Esta disociación entre perímetro y organización interna de la finca también se puede observar en la Menara del siglo XX (fig. 64). 5. Cerca perimetral. Contaban siempre con una cerca o muralla que rodeaba el perímetro de la finca. Este elemento se ha conservado solamente en la Menara y el Agdāl, las únicas que han sobrevivido hasta nuestros días. La vista que realizara el artista William Prinsep en 1829 de un huerto hoy desaparecido en la llanura de Tasltante (fig. 17), muestra la importancia que tenían estos cercados, cuya presencia respondía tanto a requerimientos funcionales como propagandísticos y simbólicos. Entre los primeros destaca la necesidad de garantizar un adecuado aislamiento y protección respecto al exterior, que facilite la defensa frente al robo y la generación de una pantalla cortavientos. Entre los segundos, la construcción de un alto muro, que en ocasiones incorporaba torres almenadas y puertas de aparato, era una poderosa herramienta de escenificación del poder de los promotores. Las fuentes escritas también mencionan la existencia de todos estos elementos arquitectónicos y especialmente se detienen en las puertas atendiendo a su misión de control. 6. Función productiva. La mayor parte de las albercas debieron de contar con un amplio espacio cultivado de regadío. Dada la débil pluviometría de la zona hasta los olivos requerían de riego durante ocho meses al año. Disponemos de información suficiente, contrastada en

el curso del estudio del Agdāl, para pensar que los constructores de estas fincas organizaron los espacios irrigados teniendo en cuenta las necesidades específicas de agua de cada tipo de plantación, disponiéndolas en zonas separadas. La presencia del olivar y de los frutales, cultivos especulativos destinados a los mercados locales, está atestiguada desde época almohade y era una característica que destacaron los observadores de todas las épocas. Con objeto de optimizar el reparto de agua entre plantaciones con necesidades diferentes, se adoptaron soluciones como dividir la finca longitudinalmente en dos mitades, una destinada al olivar y la otra a los frutales, lo que facilitaba el reparto del agua. Como mostró Pascon al estudiar el Haouz de Marrakech (Pascon, 1970; 1977, pp. 87 y sigs.), la disponibilidad de agua en una parcela de riego disminuye conforme aumenta la distancia entre el punto de entrada y las zonas situadas al final del sistema, para las que no siempre existen garantías de poder llevarla, dependiendo por tanto la recepción de agua de las contingencias pluviométricas del año. En la expresión utilizada por algunas actas notariales, el límite extremo de una parcela de tierra se considera que llega «hasta el límite de su utilidad» (ilà ḥadd al-manfa‘a), es decir, hasta donde se pueda regar (Moussaoui, 2002, p. 162). Dividir las plantaciones en sectores longitudinales según el sentido de la circulación del agua y dedicar cada sector a un tipo de cultivo aseguraba que ninguno de ellos se quedara sin recibir una parte del caudal. La existencia de silos en el interior de algunas fincas la conocemos gracias a las fuentes escritas, al tiempo que la arqueología nos ha permitido documentar la presencia de una almazara y de varios molinos en el Agdāl; estos últimos son construcciones muy tardías vinculadas a un uso industrial ajeno a la finca. 7. Función residencial. Con independencia de las dos fincas conservadas, Agdāl y Menara, en las que está probado que siempre hubo un palacio, parece que en el resto también fue una constante la presencia de algún tipo de edificio residencial destinado al solaz y recreo de sus dueños. Su número y monumentalidad iba en consonancia con la categoría de la finca, siendo la expresión más sencilla de estas construcciones un pequeño pabellón, residencia temporal del propietario. Cuando había necesidad de permanecer más tiempo o se deseaba incrementar el carácter protocolario del edificio aparecía el auténtico palacio y se multiplicaban las construcciones de recreo a modo de pabellones exentos, así como dependencias de servicio. El edificio principal solía estar situado en el frente meridional de la alberca, en el punto de mayor cota del terreno y por donde se producía la entrada de agua, como hemos podido identificar a través

de los restos arqueológicos localizados durante la prospección de 2014. En algunos casos documentamos en superficie la existencia de grandes estructuras de tapia, sillares, fuentes suntuarias y pavimentos ornamentales pertenecientes a estos edificios de carácter residencial. El análisis de la obra de al-Tādilī, compuesta en el año 617/1220, nos ha deparado la sorpresa de descubrir que estas fincas fueron espacios en los que también vivieron hombres y mujeres considerados santos y místicos sufíes. Es evidente que estos personjes no buscaban en estas huertas una vida de lujo ni placer; por el contrario, deseaban el retiro y el aislamiento que les proporcionaban los amplios huertos de olivos y frutales. Allí, a la sombra de estos árboles, desarrollaban sus prácticas de piedad y convivían fraternalmente con los amigos y correligionarios que los visitaban. Su presencia dentro de las fincas demuestra la alta estima social que en ciertas ocasiones tuvieron para que los propietarios les permitieran residir permanentemente allí. 8. Asociación con el Majzén y con las élites urba­nas. La presencia de estas fincas fue una forma de colonización del entorno de la ciudad de Marrakech promovida por el Majzén y por las élites urbanas, que eran los únicos que disponían de la capacidad financiera para movili­ zar los recursos humanos necesarios. A diferencia de los perímetros de regadío gestionados por las comunidades campesinas del Haouz, sistemas muy estables fruto de órdenes agrarios especialmente perdurables, las fincas periurbanas eran sofisticadas creaciones extremadamente frágiles. Su dependencia de la fortuna cambiante de los promotores las hacía vulnerables durante los episodios recurrentes de crisis política y social. Esto explica que, según las épocas, viajeros y cronistas describan, bien una extensión de huertos y vergeles que no se cansan de elogiar, bien una llanura deshabitada y yerma. No se trata de una contradicción: la agitada historia de Marrakech, ligada desde su fundación a la suerte de las dinastías gobernantes, tuvo siempre un reflejo más allá de las murallas, en el entorno inmediato de la ciudad. El modelo de finca descrito se ha mantenido a lo largo del tiempo, tanto en sus aspectos compositivos y funcionales como en el propio diseño de los cultivos. Los casos analizados demuestran que el trazado detectado en el Agdāl y la Menara, de origen almohade, fue repetido fielmente en Semelalia (s. XVIII) y el Agdāl Baḥmad, fundado a finales del XIX. De entre todas estas fincas, el Agdāl es la única que parece que nunca fue abandonada y ello es lo que explica su coherencia tipológica. La Menara, aunque hoy está viva, ha sufrido importantes periodos de abandono que le han hecho perder muchos de los elementos que configuraban su diseño original.

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

277

NOTAS Queremos agradecer al profesor José Miguel Puerta Vílchez la revisión y transcripción de los términos y topónimos árabes del presente artículo; si bien algunos se han mantenido según la grafía francesa con la que se han popularizado en mapas, artículos y libros. 1. Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro Palazón (EEA-CSIC). El material gráfico que acompaña el texto es elaboración de los autores con la colaboración de Juan Antonio Hernández Pérez, Adrián Rasero Bruzón Cristóbal Rivas Rodríguez y Pilar Ruiz Cuenca. 2. Navarro Palazón, Garrido Carretero, Torres Carbonell y Triki, 2013; Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014; Navarro, Garrido y Almela, 2017; ibid., 2018 (en prensa). 3. Los trabajos de campo se realizaron entre los días 22 de abril y 11 de mayo de 2014 y fueron subvencionados por la Subdirección General del Instituto del Patrimonio Cultural de España, con la colaboración de FUNCI. El equipo desplazado a Marrakech, bajo la dirección de Julio Navarro Palazón, estuvo formado por los siguientes miembros: Íñigo Almela, Juan Luis Benítez, Jesús García, Fidel Garrido, Juan Antonio Hernández, Francisco Martínez y José Manuel Torres. 4. Para facilitar la lectura, castellanizamos el plural árabe jaṭṭārāt. 5. De esta prospección llevada a cabo en 2014 solo se ha hecho una breve publicación (Navarro Palazón y Garrido Carretero, 2015). 6. Hay un texto, especialmente elocuente, de época saadí que reproducimos en el apartado «Fuentes escritas» (Mocquet, 1617, libro III, p. 178). 7. El nombre de Marrakech procede de la forma murwkush, que descompuesta consiste en dos términos: murw = protección, con un matiz sagrado, y akush = divinidad. Marrakech sería el nombre de un lugar que está bajo la protección divina de Akush (Triki, 1995, p. 93). 8. Estas especies salvajes podían encontrarse todavía en el siglo XVII, igual que los leones. 9. La traducción de este texto la ofrece Hamid Triki (1995, p. 93). 10. La traducción de este texto de Ibn ‘Iḏārī al-Marrākušī la ofrece Hamid Triki (1995, p. 93). 11. La palabra árabe oued/wādī no significa literalmente «río» sino thalweg, en el sentido de «pendiente máxima de evacuación» del agua. El término no presupone la existencia de una corrien­ te continua. 12. Las diferentes condiciones hídricas que se observan en los sectores sur y norte de la ciudad fueron subrayadas en el Trabajo Fin de Máster (TFM) de Adrián Rasero Bruzón, «Estudio diacrónico del paisaje periurbano de Marrakech a partir de los restos arqueológicos de sus albercas», dirigido por el profesor Julio Navarro Palazón en el marco del Máster Oficial en Rehabilitación Arquitectónica (MARA) de la Universidad de Granada. Fue leído el lunes 26 de septiembre de 2016. 13. Véase Pascon, 1977, pp. 373, 376-377. Mediante este sistema de jaṭṭāra/s aprovisionaron el recinto palatino de Qaṣr al-Ḥaŷar, según mostraron las excavaciones arqueológicas realizadas en la década de 1950 (Meunié, Terrasse y Deverdun, 1952; Deverdun, 1959, p. 96), así como la mezquita que fundara ‘Ali ibn Yūsuf, de la que se conservan los restos de su sala de abluciones, or-

278

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

14.

15.

16. 17.

18.

19.

20. 21.

22.

23.

ganizada en torno a la Qubba al-Bārūdiyyin, y su gran cisterna (Meunié, Terrasse y Deverdun, 1957). El agua se encauzaba mediante atanores desde Qaṣr al-Ḥaŷar, primer destino de la traída, hasta la mezquita, aprovisionando así los dos polos principales de un núcleo urbano que se extendía de suroeste a noreste (Triki, 1995, pp. 96-97). Véase El Faïz, 1996, pp. 45-56; 2001; 2002. Su estudio de 1996 fue vuelto a publicar con ligeras variaciones en una edición ilustrada (El Faïz, 2000a); un extracto de los pasajes específicos sobre el Agdāl se publicó ese mismo año en italiano (El Faïz, 2000b). En 2007 se publicó en inglés parte del texto anterior (El Faïz, 2007). Dada la similitud que existe entre los cuatro textos, en adelante se citará solamente la edición de 1996, origen de las otras tres. El sistema de captación de aguas subterráneas por qanāts era conocido ya en el siglo VIII a.C. en Mesopotamia. La técnica fue recuperada por el Imperio Persa y difundida ampliamente por el entorno mediterráneo de manos del Islam. Según Pascon el 93% de las jaṭṭāra/s tenía un débito inferior a 20 litros por segundo. Los autores han desarrollado ampliamente el estudio de las madda de las jaṭṭāra/s que atraviesan el Agdāl en el artículo «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans)», Muqarnas, 35, 2018 (en prensa). En el siglo XVI el español Luis del Mármol realizó una interesante descripción del sistema de jaṭṭāra/s que pudo observar durante su estancia como cautivo en Marrakech. En su Descripción general de África muestra su asombro ante esta compleja red subterránea. Indica cómo se ejecutaron las jaṭṭāra/s que mandó excavar el sultán saadí ‘Abd Allāh para abastecer la ciudad y menciona expresamente el empleo de mano de obra de cautivos cristianos. Incluye un interesante pasaje que puede servirnos para ilustrar la complejidad de la red de jaṭṭāra/s de la ciudad. Sostiene el autor que «algunos reyes» quisieron tener certidumbre del origen de estas aguas, pues «nadie sabia atinar por donde corría el agua», y mandaron hombres con antorchas y víveres a recorrer las galerías de las jaṭṭāra/s, con resultado infructuoso (Mármol Carvajal, 1573, fol. 33). El mantenimiento o recuperación de una jaṭṭāra abandonada podía recaer sobre un determinado grupo tribal al que también se le cedía los derechos de uso. Así, cuando los Amghariyines se asentaron en Tamesloht (a unos 15 km de Marrakech) recibieron del sultán saadí ‘Abd Allāh el derecho de uso de una antigua jaṭṭāra, que había quedado seca, con la condición de reactivarla. Habus, sing. habis, donación religiosa inalienable. En los casos en los que sí se hizo siempre se adoptaron medidas preventivas para evitar que los lodos colmataran las albercas; una de ellas fue construir decantadores donde el caudal de agua se ralentizaba para favorecer la precipitación de las partículas en suspensión previamente a la entrada en la alberca. A pesar de estas medidas las albercas terminaban recibiendo limos y con el paso de los años era necesario proceder a su limpieza. El recorrido de la acequia Tassoultant fue modificado en época colonial, remontándola por encima de las acequias tribales (Pascon, 1977, pp. 496-501). Esta acequia se conoce con el nombre de Tassoultant Majzén y también con el de Rumia, que delata su origen (rūmī tiene el significado de europeo por contraposición a baladi, del país) (González Villaescusa, 2002, p. 361). La nueva conducción atravesaba la acequia Bachia antes de dirigirse a la llanura de Tasltante (fig. 2). Uno de sus destinos principales era la finca del Agdāl: el brazo que la alimentaba tenía un débito de 200 l/s, una sexta parte del

24.

25.

26. 27.

28.

29.

30. 31. 32. 33. 34. 35. 36.

37.

38.

39. 40. 41.

débito total de la acequia. Esto supone que el Agdāl, con una superficie regable de unas 400 ha, menos del 6% de la superficie total regable, disfrutaba en esa época de más del 16% del agua disponible. Véase Pascon, 1970, cuadro p. 5. Los Ourika estaban obligados también a participar en el mantenimiento de la acequia estatal, lo que podía llegar a suponer la movilización de equipos de obreros durante dos semanas, dos o tres veces al año. Estaban también las corveas de laboreo y siega de los campos realizadas en tierras del Majzén, que tenían lugar en las mismas épocas del año en las que las tribus necesitaban movilizar a los hombres válidos para sus propias faenas (Ennaji y Herzenni, 1987, p. 227). Esta vista panorámica de Marrakech es recogida, en formato desplegable, al comienzo de la obra de Le Comte Henry de Castries, 1913 (Les Sources Inédites de l’Histoire du Maroc, 1re série: Dynastie saadienne, Archives et bibliothèques des Pays-Bas, T. IV, Paris-La Haye). Más adelante, en el capítulo «Le Palais d’ElBedi et l’oeuvre de Matham» de la citada obra (pp. 570-583, Pl. XI), pueden contemplarse también dos vistas parciales de dicho grabado a partir del diseño original de Adriaen Matham. Véase Dapper, 1686. Statuum Maroccanorum regnorum nempe Fessani, Maroccani, Tafiletani et Segelomessani..., Johann Christoph Homann, 1728. Bibliothèque nationale de France, département Cartes et plans, CPL GE DD-2987 (8045). Djenan Redouan (Ŷinān Ridwān) y Agdhal Dakhlani (Agdāl Dajlāni) son las parcelas septentrionales del actual Agdāl, fruto de las expansiones que la antigua finca experimentó hacia el norte en época alauí. La primera se sitúa en el ángulo noroccidental, y fue plantada a mediados del siglo XVIII; la segunda, en el extremo nororiental, fue plantada hacia 1830. El grabado se titula Panorama of the Great Atlas from the city of Marocco. En su esquina inferior izquierda puede apreciarse el nombre del autor y la fecha de realización: From a Drawing by W. Prinsep, December 1829. Fue publicado como frontispicio plegable en Hooker y Ball (1878). Véase la nota 2. La palabra ‘ayn (fuente) se usa tradicionalmente en Marrakech para designar una jaṭṭāra. Véase Akansūs, ed. 1918, I, p. 23. La traducción es de Hamid Triki. Esta alberca es la n.º 6 en la relación de restos arqueológicos. Su situación puede verse en las figuras 10 y 11. Véase Akansūs, ed. 1918, I, p. 23. La traducción es de Hamid Triki. Véase Akansūs, ed. 1918, I, p. 23. La traducción es de Hamid Triki. Con anterioridad a la dinastía alauí, el Tassaout y la llanura adyacente habían sido objeto de atención tanto por parte de los almohades, que construyeron la acequia Ya‘qūbiyya, como de los saadíes, que crearon la acequia al-Garbiyya al-Ŷadīda (Louhmadi, 1999). El estudio de las fuentes escritas lo abordamos en otro artículo, «Las huertas de Marrakech en las fuentes escritas: bustān, buḥayra, ŷanna, rawḍ y agdāl (siglos XII-XX)», que forma parte de esta misma monografía. Como apuntábamos al comienzo, y con el fin de no hacer más extenso este texto, remitimos al lector a los trabajos del Agdāl ya publicados, referidos en la nota 2. Agradecemos esta información a Abdellatif Marou, arqueólogo de la Inspection des Monuments Historiques de Marrakech. La n.º II del inventario de Parroche de 1925. Tiene dos formas de plural: šurafā’ o ašrāf.

42.

43. 44.

45. 46.

47.

48.

49. 50. 51.

52.

53.

54.

55. 56.

Un ejemplo de topónimo muy parecido lo encontramos en la documentación castellana como Dar Axarife, referido a un palacio andalusí que existió en el interior de la alcazaba de Murcia. En este caso, se emplean las mismas raíces y el título de jerife, aunque siguiendo la estructura Dār al-Šarīf que se traduce literalmente como Palacio del Jerife. El documento más antiguo que lo documenta es un privilegio de Alfonso X, concedido al concejo de Murcia de 18 de mayo de 1267 en el que se dice lo siguiente: «Otrosi, les damos e les otorgamos que la casa que en tiempo de moros solian decir Dar Ayarif, que sea del concejo e los juezes que iudguen en ella, mas queremos que la justicia la tenga e guarde los presos en ella» y más adelante «e cada que ovieren acuerdo que lo ayan en Dar Axarif o los juezes deuen jusgar los pleytos» (Torres Fontes, 1963, doc. XXXI, pp. 44 y 46). Este mismo documento lo cita R. Dozy (1881, I, p. 749) cuando dice: «al-dār al-šarīfa, le palais de justice, Privilége donné par Alphonse X à Murcie (Memor. hist. I, 282): que lo hayan en Dajarife o los juices deven juzgar los pleitos». Véase Parroche, 1925, p. 52, donde aparece nombrada como «de la Baïa» e identificada con el n.º XXV; Wilbaux, 2001, p. 153. Plano elaborado por el Mayor Médico Gueytat en 1913, utilizado por André-Pierre Parroche para ilustrar su Contribution à la connaissance des eaux de la región de Marrakech (1925). La foto está disponible en: http://mangin2marrakech.canalblog. com/archives/2010/02/26/17026646.html Plano elaborado por el Mayor Médico Gueytat en 1913, utilizado por André-Pierre Parroche para ilustrar su tesis doctoral Contribution à la connaissance des eaux de la región de Marra­ kech en 1925 (Pl-I). La profundidad a que discurre esta acequia nos obliga a descartarla como hipotético origen del abastecimiento del complejo que venimos describiendo, puesto que resultaría imposible salvar la acusada diferencia de cotas entre esta acequia encajonada en una zanja y los tramos en acueducto que antes describíamos en una distancia tan corta. Sobre este topónimo Lévi-Provençal interpreta una evolución de Santa Eulalia u Olalla, en posible alusión a una iglesia u oratorio existente en época almorávide (Lévi-Provençal, 1928, p. 200), que habría sido destruido por lo almohades en 1147 tras tomar la ciudad (Deverdun, 1959, p. 139). Véase Lévi-Provençal, 1928, p. 125 [texto árabe], pp. 199-200 [trad. francesa]. Véase Sa‘ad Zaglūl, ed. 1985, pp. 209-210 [texto árabe]; Fagnan, 1900, p. 181 [trad. francesa]. La braza equivale a cuatro codos. Se acepta generalmente que el codo rashshashi utilizado en el Magreb y al-Ándalus equivalía a 54,04 cm. Pero el codo almohade utilizado en Marrakech equivalía a 64 cm, según se ha podido comprobar a partir de las medidas de las mezquitas de la Kutubiyya y de Tinmal proporcionadas por al-‘Umarī (Wilbaux, 2001, p. 180). Véase Zakkār y Zamāma, 1979, p. 150 [texto árabe]; Huici Miranda, 1951, p. 180 [texto español]. Nuestra traducción difiere en algún detalle de la de Huici. Con la excepción de al-Ṣahrīŷ al-Barrānī, las otras dos son de dimensiones mucho menores que la alberca de la Menara, alcanzando en torno a una quinta parte de su superficie, mientras que el Ṣahrīŷ al-Baqar tiene aproximadamente la mitad (fig. 88) y ya existía en época almohade. Véase Zakkār y Zamāma, 1979, pp. 145-146 [texto árabe]; Huici Miranda, 1951, p. 174 [texto español]. Nuestra traducción difiere en algún detalle de la de Huici. La traducción es del profesor José Miguel Puerta Vílchez. La interpretación del término árabe qubba como un pabellón

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

279

57. 58.

59.

60. 61.

62. 63. 64.

65.

66. 67.

68.

69.

70.

280

aislado la hacemos desde el conocimiento arqueológico, arquitectónico y tipológico que tenemos de estas fincas, reconociendo a la vez que el texto árabe no excluye, necesariamente, que la qubba estuviera dentro de un edifico más grande que un simple pabellón. No es descartable aquí que fuese una torreta algo elevada, al menos con escalones, que incluyera cúpula-mirador. Esta problemática ya la estudiamos en el Agdāl, la otra huerta califal de Marrakech, al analizar los accesos al área palatina. Véase Navarro, Garrido y Almela, 2018 (en prensa). Es oportuno reconocer que la expresión árabe makānmuṭill no indica, necesariamente, la existencia de una arquitectura en la que poder encumbrarse, aunque en la llanura que rodea Marrakech no es posible contemplar el paisaje sin disponer de una construcción que de alguna manera te eleve. Remitimos al lector a otros trabajos previos sobre el Agdāl en los que estudiamos los límites de la finca original. Véase la nota 2. En un viaje anterior de este embajador, realizado entre Safi y Marrakech, su amplio séquito fue también hospedado en tiendas. Debemos de entender que estas mismas tiendas se usarían para su estancia en la finca. Un emisario enviado por Aḥmad al-Manṣūr se desplazó a la Menara para entrevistarse con el diplomático español, para lo que igualmente dispusieron tiendas. Otros embajadores mencionan asimismo que fueron instalados en tiendas en este y otros jardines reales, como veremos (Merry y Colom, 1864, p. 17). Parece, por tanto, que el alojamiento temporal de este tipo de visitantes podía organizarse en un espacio sin grandes edificios residenciales. Almenara, del árabe al-manāra «el faro» o «la atalaya», de nār, «fuego». Esta expresión se podría entender como una obra mixta en la que la parte inferior de la tienda estuviera construida. Como veremos más adelante, Jorge Juan había estado antes en la finca de Semelalia, cuyo pabellón describe. Sin embargo, en la Menara no hace mención a ningún edificio. El texto parece referirse al muro perimetral de la alberca. Una restauración similar se produjo en el estanque de Dār al-Hanā’ del Agdāl en época saadí (Navarro, Garrido y Almela, 2018, en prensa). Véase Akansūs, ed. 1918, I, p. 23. La traducción es de Hamid Triki. Esta fotografía histórica puede verse en la contribución de José Tito Rojo: «Los estanques palatinos del Occidente musulmán...», recogida en esta monografía. Era frecuente la tenencia de todo tipo de animales, algunos exóticos, en las fincas periurbanas. Los avestruces estaban presentes también en el Agdāl alauí de Mequinez. Lo ampliado al sur de la alberca de Dār al-Hanā’ fueron dos parcelas de grandes dimensiones conocidas con el nombre de Haj Lahcen y Belfkih. Este crecimiento de la finca respetó la ortogonalidad de su diseño fundacional, hecho que no ocurrió en la Menara. Al analizar la geometría del trazado de las murallas de Marrakech, Quentin Wilbaux notó que los muros oriental y occidental del perímetro de la Menara son paralelos a la dirección de los principales muros de los lados oriental y occidental de la medina, y que los muros septentrional y meridional son paralelos a un eje que une las puertas de Bāb al-Dabbāgīn (Puerta de los Curtidores) y Bāb al-Raḥā o Bāb Larissa (Wilbaux, 2001, pp. 175-176). La forma aparentemente anómala de la finca se debería según el autor a un sometimiento a principios de diseño distintos de la búsqueda de la ortogonalidad. El hecho de que la finca fuera refundada en época alauí, tras muchos años de completo abandono, introduce dudas sobre el valor de estos paralelismos.

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

71. 72.

73.

74. 75.

76.

77.

78. 79.

80. 81. 82.

83.

84.

85.

En la llanura de Tasltante, donde se encuentra la Menara, la cota más alta siempre está en el frente meridional de las fincas. La disposición interna de la finca, su parcelario y red de caminos, parece coherente con la disposición y orientación de la alberca lo que permitiría afirmar que se trata de elementos que podrían pertenecer al diseño original de la finca. No hemos encontrado razones convincentes para justificar la falta de simetría que genera la implantación del pabellón, desplazado hacia el oeste respecto al eje de la alberca. Algo similar sucede en el Agdāl, donde el edificio residencial de Dār al-Hanā’ está desplazado varios metros hacia el oeste respecto al eje de simetría de la alberca. Véase Ibn Ṣāḥib al-Ṣalā, ed. 1969, trad. de Huici Miranda, p. 78; Ibn Ṣāḥib al-Ṣalā, ed. 1987, p. 200 [texto árabe]. En sus puertas observamos el mismo diseño de arco abocinado de directriz carpanel e intradós avenerado de una de las puertas del complejo industrial septentrional de Dār al-Hanā’ en el Agdāl. Véase Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014, p. 103, fig. 52. Se sabe que ya Muḥammad III había contratado los servicios de varios arquitectos extranjeros: los silos gubernamentales construidos en la muralla oriental de la Mellah fueron diseñados por W. Schroder, un arquitecto danés (Deverdun, 1959, p. 495) y Bāb Aḥmar fue encargada a un arquitecto británico, llamado al-Inglīsī (Deverdun, 1959, pp. 497-498). Este último podría haber sido el autor de la obra del palacio real alauí, al-Manshiya (Deverdun, 1959, p. 482). Remitimos al lector al artículo que publicamos sobre los aspectos productivos y la arquitectura industrial del Agdāl, donde esta construcción ha sido ampliamente tratada (Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014, p. 98). En Dār al-Hanā’ debieron de existir tres bocas de vertido; en el caso de la Menara, solamente dos. Véase Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014, pp. 38-39, fig. 19 y 26; Navarro, Garrido y Almela, 2017, fig. 12, n.º 26. La raiz etimológica del término «Menses» ya fue comentada al estudiar el pabellón de la Menara. El mismo embajador cuando es recibido en la Menara también se alojó en tiendas (Merry y Colom, 1864, p. 17). Sobre el origen del topónimo, Gaston Deverdun opina que debemos buscarlo en el nombre de una favorita de Muḥammad ibn ‘Abd Allāh, originaria de la tribu de Semlāl (1959, p. 508). Salvador Barberá, por su parte, propone que se trataría sencillamente del sobrenombre de un propietario de la finca oriundo de dicha tribu, conocido por as-Semlāli (Alí Bey, ed. 1984, p. 291). En el siglo XIX y comienzos del XX encontramos toda una serie de personajes pertenecientes a la élite urbana que poseen extensas propiedades en la ciudad: grandes caïds (Glaoui, M’touggi, Goundafi, etc); pachás de la ciudad (Ouarzazi, Ben Daoud, Boucetta); personajes ligados al Majzén (Moulay ‘ali, Bel Larbi, etc.); familias ilustres (El ‘Amri, Berdaï, Kabbaj, Charaï, etc.). El propio hermano de Ba-Ḥmad, Si Sa’îd, ministro de guerra, hizo construir un gran palacio (Dar Si Sa’îd, hoy Museo de las Artes Marroquíes), formado por numerosos patios (Wilboux, 2001, p. 289). Sin embargo, ninguna de estas propiedades alcanzó la extensión y notoriedad de la Bahia y su finca aledaña. Muḥammad b. Makkî al-Masfîwî (1857-1926), originario de Safi, había aprendido el oficio de carpintero en el taller su tío, para más tarde trabajar realizando planos para el capitán Erckman, quien dirigió la misión francesa en Marrakech (Deverdun, 1959, pp. 542-544). El nombre de este paso, que existe aún hoy en día, es Ṭla’ ū

Habeṭ, o «Sube y Baja» en relación al sistema de rampas que salvan el paso inferior. 86. En el plano se aprecian las leyendas Jardins y Jardins du grandvizir. En el ángulo sudoeste aparece segregada una parcela identificada como maisons des serviteurs de l’ouzir, en la misma zona que más tarde ocuparía el espacio de tránsito que relaciona la finca con el palacio de La Bahia. La coincidencia de fechas (el plano se publica en los mismos años en que el complejo se estaba construyendo) nos plantea la duda de si la atribución de estos jardines al grand-vizir ya está haciendo referencia al nuevo proyecto alauí, o por el contrario se debe a la memoria del visir saadí Ibn Šaqra (Deverdun, 1959, p. 419, Wilbaux, 2001, p. 283). El topónimo Ben Chegra se ha conservado, dándole nombre a la calle anteriormente mencionada y por extensión al barrio situado al noreste de la Bahia. 87. Véase El Faïz, 1996, p. 40. A este respecto nos cabe la duda de si realmente recibiría débito de ‘Ain Sidi Moussa, pues esta, numerada como khettara (jaṭṭāra) XV en el plano de Gueytat, acomete la medina desde el oeste, al lado opuesto de Bahia. 88. Resulta frecuente observar este tipo de procesos consecutivos de agregación-disgregación parcelaria, del mismo modo que de

89. 90.

91. 92. 93.

ruralización-reurbanización en determinadas zonas de las medinas medievales en las que se han sucedido etapas históricas con diferentes grados de densidad poblacional, pujanza económica, necesidades habitacionales, etc. Normalmente estos procesos dejan huellas visibles en el parcelario y son el origen de muchas de las anomalías que se pueden observar al estudiarlo con detalle. El Faïz, 1996, p. 41. El hecho de que no se recoja ninguna planta ornamental no quiere decir que no existiesen en absoluto, pues el interés económico del inventario las habría obviado. No obstante, queda claro que la principal función de las plantaciones era la producción. Las especies más numerosas son el naranjo (1010 pies en 1918), el manzano (956), la higuera (526), el membrillero (487), el granado (478), etc. En 1926 se atestigua la introducción de algunos pies de especies nuevas como la lima, el níspero o el kaki. Véase Bressolette y Delarozière, 1978-79, pp. 59-60 y planos II y III y fig. III-20. Véase Bressolette y Delarozière, 1978-79, pp. 58-59 y plano II y fig. III-20. En esta monografía puede consultarse el trabajo de Lamia Hada titulado «Abu Fihr: una finca real de época Hafsí en Túnez».

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

281

Bibliografía ‘ABD AL-WĀḤID AL-MARRĀKUŠĪ (ed. 1994). Al-mu‘yib fi taljis ajbar al-Magrib, ed. de Muḥammad Zaynu-hum Muḥammad Azab, Al-Qahira, Dar al-Faryani. AKANSŪS, Muḥammad ibn Aḥmad (ed. 1918). Al-Ŷayš al-‘Aramram, edición litográfica, Fez, 2 vols. ALÍ BEY [Domingo Badía] (ed. 1984). Viajes por Marruecos, estudio y traducción de Salvador Barberá, Madrid, Editora Nacional [Edición original de 1814, Voyages d’Ali Bey El Abbassi en Afrique et en Asie, Paris]. AMORES CARREDANO, Fernando J.; VERA REINA, Manuel (1995). «Al Buhayra, Huerta del Rey», en Magdalena Valor Piechotta (ed.), El último siglo de la Sevilla Islámica (1147-1248), Salamanca, Universidad de Sevilla, pp. 135-143. —— (1999). «Al-Buhayra, Huerta del Rey», en Ahmed Tahirī, y Magdalena Valor Piechotta (eds.), Sevilla almohade, Sevilla-Rabat, pp. 184-189. AL-BAKRĪ (ed. 1965). Description de l’Afrique Septentrionale, trad. de Mac Guckin de Slane, Paris, Adrien-Maisonneuve. BIDÉ DE MAURVILLE, F. J. H. (ed. 1940). Relato de la expedición de Larache, Tanger, Instituto General Franco [Versión española de la ed. francesa de 1775, Relation de l’affaire de Larache, Amsterdam]. BRAUN, Cornel (1974). Teheran, Marrakesch und Madrid: Ihre Wasserversorgung mit Hilfe von Qanaten. Eine stadgeographische Konvergenz auf Kulturhistorischer Grundlage, Bonn, Ferd. Dümmlers. BRESSOLETTE, Henri; DELAROZIÈRE, Jean (1978). «El Mosara, Jardin royas des Merinides», Hespéris Tamuda, XVIII. CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío (1973). «Pedro Venegas de Córdoba, embajador de Felipe II en Marruecos», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, 22, pp. 129-144. CASTILLO FERNÁNDEZ, Javier (2013). La historiografía española del siglo XVI: Luis del Mármol Carvajal y su historia «Del Rebelión y Castigo de los Moriscos del Reino de Granada». Análisis histórico y estudio crítico, tesis doctoral dirigida por el Dr. Manuel Barrios Aguilera, Universidad de Granada. CASTRIES, Le Comte Henry de (1913). Les Sources Inédites de l’Histoire du Maroc, 1re série: Dynastie saadienne, Archives et bibliothèques des Pays-Bas, T. IV, Paris-La Haye. COLLANTES DE TERÁN, Francisco; ZOZAYA, Joaquín (1972). «Excavaciones en el palacio almohade de la Buhayra (Sevilla)», Noticiario Arqueológico Hispánico 1, pp. 223-259. CORRIENTE, Federico; FERRANDO, Ignacio (2005). Diccionario avanzado árabe, Barcelona, Herder. CHÉNIER, Louis de (1787). Recherches historiques sur les maures et histoire de l’empire de Maroc, Paris. —— (ed. 1943). Journal du Consulat Général de France à Maroc (1767-1785), ed. de Charles Penz, Casablanca, pp. 4-5. CHRISTOPHE, D. (ed. 1909). «Relation du séjour de D. Christophe au Maroc», en Le Comte Henry de Castries, Les Sources Inédites de l’Histoire du Maroc, 1re série: Dynastie saadienne, Archives et bibliothèques de France, T. II, Paris, pp. 198-201. DAPPER, Olfert (1686). Description de l’Afrique, Amsterdam. DEVERDUN, Gaston (1959). Marrakech des origines à 1912, Rabat, Éditions Techniques Nord-Africaines. DOZY, Reinhart P. A. (1877-1881). Supplément aux dictionnaires arabes, Leyden, E. J. Brill, 2 vols. —— (1967). Supplément aux dictionnaires arabes, 3ème. ed., Leyde, E. J. Brill, 2 vols. DOZY, Reinhart P. A.; ENGELMAN, Willem Herman (1982). Glossaire des mots espagñols et portugais dérivés de l’árabe, deuxième réimpression de l’édition Leiden 1869, Amsterdam.

282

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

EL FAÏZ, Mohammed (1996). Les jardins historiques de Marrakech. Mémoire écologique d’une ville impériale, Firenze, EDIFIR. —— (2000a). Jardins de Marrakech, Arles, Actes Sud. —— (2000b). «L’Agdal e i giardini di Marrakech nella storia della città», en Domenico Luciani, Patrizia Boschiero y Luigi Latini (eds.), L’Agdal di Marrakech, dossier Premio Internazionale Carlo Scarpa per il Giardino, Treviso, Fondazione Benetton Studi Ricerche, pp. 12-30. —— (2001). «La Grande Hydraulique dans le Haouz de Marrakech: fascination technologique et émergence du pouvoir des ingénieurs», en Éric Gobe (dir.), Les ingénieurs maghrébins dans les systèmes de formation, Tunis, Institut de Recherche sur le Maghreb Contemporain, pp. 213-225. —— (2002). Marrakech, patrimoine en péril, Marrakech, Ed. Actes du Sud. —— (2007). «The Garden Strategy of the Almohad Sultans and Their Successors (1157-1900)», en Middle East Garden Traditions: Unity and Diversity, Washington, ed. M. Conan. EL FAÏZ, Mohammed; RUF, Thierry (2006). «La gestion collective de l’eau est-elle encore posible dans le N’fis à l’ouest de Marrakech?», en Patrick Caron, Jean-Yves Jamin, Audrey Richard y Thierry Ruf (eds.), Coordinations hydrauliques et justices sociales. Actes du séminaire, novembre 2004, Montpellier, France, Montpellier, Cirad. —— (2010). «An Introduction to the Khettara in Morocco: Two Contrasting Cases», en Graciela Scheneier-Madanes y Marie-Francoise Courel (coords.), Water and sustainability in arid regions: bridging the gap between physical and social sciences, Dordrecht. Springer, pp. 151-163. ENNAJI, Mohammed; HERZENNI, Abdellah (1987). «L’irrigation des terres makhzen dans le Haouz de Marrakech sous le regne de Hassan premier», Revue ANAFIDE, n.º 68-69 (Sept./Dic.), pp. 221-232. FAGNAN, Edmond (trad.) (1900). L’Afrique septentrionale au XIIe siècle de notre ère, description extraite du «Kitāb-el-Istibçar» et traduite par E. Fagnan, Constantine, D. Braham fils (repr. Frankfurt, 1993). GAUDEFROY-DEMOMBYNES, Maurice (1927). Masalik el Absar fi Mamalik el Amsar. I. L’afrique, moins l’Égypte. Traduit et annoté [...] par Gaudefroy-Demombynes, Paris. GOBLOT, Henri (1979). Les qanats: Une technique d’acquisition de l’eau, Paris, Mouton. GONZÁLEZ VILLAESCUSA, Ricardo, (2002). «Morfología agraria y prospecciones hidráulicas del Valle del Ourika-Aghmat (Provincia de Tahannawt)», en Ricardo González Villaescusa, Las formas de los paisajes mediterráneos, Jaén, Universidad de Jaén, pp. 355-371. HOOKER, Joseph Dalton; BALL, John (1878). Journal of a Tour in Marocco and the Great Atlas, London. HÖST, Georg (1781). Efterretninger om Marókos og Fes, samlede der landee fra 1760 til 1768, Copenhague. —— (ed. 2002). Relations sur les Royaumes de Marrakech et Fès, recueillies dans ce pays de 1760 à 1768, trad. de Frédéric Damgaard y Pierre Gailhanou, Rabat, Éditions La porte. HUICI MIRANDA, Ambrosio (trad.) (1951). Al Hulal al-Mausiyya. Crónica árabe de las dinastías almorávide, almohade y benimerín, Tetuán, Editora Marroquí. —— (1953). Colección de crónicas árabes de la Reconquista, Vol. II. Al-Bayān al-mugrib fi ijtisar ajbār muluk al-andalus wa al-Magrib por Ibn ‘Idari al-Marrakusi. Los Almohades, Tetuán. IBN ‘IḎĀRĪ AL-MARRĀKUŠĪ (ed. 1963). Al-Bayān al-mugrib,

nuevos fragmentos almorávides y almohades, ed. de Ambrosio Huici Miranda, Valencia, pp. 310-313. —— (ed. 1985). Kitāb al-bayān al-mugrib fī ajbār al-Andalus wa-lMagrib. Qism al-Muwaḥḥidīn, ed. de M. I. al-Kattānī, M. Zanibar, M. ibn Taouit y A. Zamama, Beirut. —— (ed. 2009). Al-Bayān al-mugrib, ed. de Georges Séraphin Colin y Évariste Lévi-Provençal, vol. IV, Beirut. IBN MARZŪQ, Muḥammad ibn Aḥmad (ed. 1981). Al-Musnad alṣaḥiḥ al-ḥasan fī ma‘āṯir mawlā-nā Abī l-Ḥasan, texto árabe establecido por María Jesús Viguera, Argel, SNED. IBN AL-QAṬṬĀN (1990). Naẓm al-Ŷumān li-tartīb ma-salafa min ajbār al-zamān, ed. de Maḥmud ‘Ali Makkī, Beirut. IBN QUNFUD, Ahmad (ed. 1965). Uns al-faqīr wa-‘izz al-ḥaqīr, ed. de M. el-Fasi y A. For, Rabat. IBN ṢĀHIB AL-ṢALĀT, ‘Abd al-Malik ibn Muḥammad (ed. 1969). Al-Mann bi-l-Imāma. Estudio preliminar, traducción e índices, trad. de Ambrosio Huici Miranda, Valencia, Anubar. —— (ed. 1987). Al-Mann bi-l-Imāma, ed. de al-Tāzī ‘Abd al-Hādī, Beirut, Dār al-Garb al-Islāmī, 3ª ed. AL-IDRĪSĪ, Muḥammad (ed. 1866). Description de l’Afrique et de l’Espagne, trad. de Reinhart Dozy y M. J. de Goege, Leyde, E. J. Brill. LE GENDRE, Thomas (1911). «Relation de Thomas Le Gendre», en Le Comte Henry de Castries, Les Sources Inédites de l’Histoire du Maroc, 1re série: Dynastie saadienne, Archives et bibliothèques de France, T. III, Paris, pp. 691-740. LEÓN EL AFRICANO, Juan (ed. 1995). Descripción general del África y de las cosas peregrinas que allí hay, Barcelona, Lunwerg. LÉVI-PROVENÇAL, Évariste (1925). «Six fragments inédits d’une chronique anonyme du début des Almohades», en Mélanges René Basset, T. II, Paris, pp. 335-393. —— (1928). Documents inédits d’histoire almohade, Paris. LOUHMADI, Bahija (1999). «L’aménagement d’un espace agricole à l’époque almohade: la seguia Yaqoubia au 12e siècle», Archéologie Islamique, 8-9, pp. 95-118. LUCCIONI, Joseph (1982). Les fondations pieuses habous au Maroc, depuis les origines jusqu´a 1956, Rabat, Imprimerie Royale. MADANI, Tariq (2005). «La question du partage de l’eau entre amont et aval dans le monde rural marocain médiéval», en Water management in medieval rural economy. Les usages de l’eau en milieu rural au Moyen Âge. Ruralia V, Supplementum 17, Prague, Institute of Archaeology-Academy of Sciences of the Czech Republic, pp. 68-72. MÁRMOL CARVAJAL, Luis del (1573). Descripción general de África, Granada, Rene Rabut, 2 vols. MEUNIÉ, Jacques; TERRASSE, Henri; DEVERDUN, Gaston (1952). Recherches archéologiques à Marrakech, Publications de l’Institut des Hautes Études Marocaines, 54, Paris, Arts et métiers graphiques. —— (1957). Nouvelles recherches archéologiques à Marrakech, Publications de l’Institut des Hautes Études Marocaines, 62, Paris, Arts et métiers graphiques. MERRY Y COLOM, Francisco (1864). Relación del viaje a la ciudad de Marruecos, Madrid, Imp. Nacional. MOCQUET, Jean (1617). Voyages en Afrique, Asie, Indes orientales et occidentales, Roven, Iacques Caillove, libro III. MONTET, Édouard (1903). «Voyage au Maroc», Le Tour du Monde: journal des voyages et des voyageurs, Nouvelle Série - 9e Année (2me semestre), pp. 337-432. MOUSSAOUI, Abderrahmane (2002). Espace et sacré au Sahara. Ksour et oasis du sud-ouest algérien, Paris, CNRS Éditions (col. «CNRS Anthropologie»).

NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel (2015). «Paisaje periurbano y gestión del agua en una capital del islam: el Agdal y las fincas de recreo de Marrakech (siglos XII-XX)», Informes y Trabajos: excavaciones en el exterior 2013, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1996). «Plantas altas en edificios andalusíes: la aportación de la arqueología», Arqueología medieval, n.º 4, pp. 107-137. NAVARRO, Julio; GARRIDO, Fidel; ALMELA, Íñigo (2017). «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 1: History», Muqarnas: An Annual on the Visual Cultures of the Islamic World, Leiden-Boston, Brill Academic Publishers, vol. 34, pp. 23-42. —— (2018, en prensa). «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 2: Hydraulics, Architecture, and Agriculture», Muqarnas: An Annual on the Visual Cultures of the Islamic World, LeidenBoston, Brill Academic Publishers, vol. 35. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel (2014). «El Agdal de Marrakech. Hidráulica y producción de una finca real (ss. XII-XX)», Phicaria II. Encuentro internacional del Mediterráneo: “Uso y gestión de recursos naturales en medios semiáridos del ámbito mediterráneo”, pp. 54-115. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES, José Manuel; TRIKI, Hamid (2013). «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)», Arqueología de la Arquitectura, 10: e007. doi: http://dx.doi.org/10.3989/arq.arqt.2013.014 PARROCHE, Andre-Pierre (1925). Connaissance des eaux de la région de Marrakech, Burdeos, Imprimerie de l´Académie et des Facultés. PASCON, Paul (1970). «Théorie générale de la distribution des eaux et de l’occupation des terres dans le Haouz de Marrakech», Revue de Géographie du Maroc, 18, pp. 3-19. —— (1977). Le Haouz de Marrakech, Rabat, Éditions Marocaines et Internationales. RIVAS-MARTÍNEZ, Salvador; RIVAS SÁENZ, Salvador (2009). Worldwide bioclimatic classification system (summarized table), Phytosociological Research Center, Website: www.globalbioclimatics.org/book/namerica2/table.htm RODRÍGUEZ CASADO, Vicente (1941). Jorge Juan en la Corte de Marruecos, Madrid, Revista General de Marina. ROHLFS, Gérard (1863). «Voyage au Maroc», Revue africaine: journal des travaux de la Société historique algérienne, n.º 39 (Mai), pp. 205-226. ROSENBERGER, Bernard; TRIKI, Hamid (1973). «Famines et épidémies au Maroc aux XVIe et XVIIe siècles», Hespéris-Tamuda, vol. XIV, pp. 109-176. —— (1974). «Famines et épidémies au Maroc aux XVIe et XVIIe siècles (suite)», Hespéris-Tamuda, vol. XV, pp. 5-104. SA’AD ZAGLŪL, ‘Abd al-Ḥamid (ed.) (1985). Kitāb al-Istibṣār fī ‘aŷa’ib al-amṣār, Casablanca, Les Éditions Maghrébines. AL-SAMLĀLĪ, al-‘Abbās (ed. 2002). Kitāb al-I‘lām bi-man ḥalla Marrākuš wa-Agmāt min al-a‘lām, ed. de ‘Abd Al-Wahhāb b. Manṣūr, vols. I y X, Rabat, al-Maṭaba‘a al-Malakiyya. AL-TĀDILĪ, Ibn al-Zayyāt (ed. 1984). Al-Tašawwuf ila riyāl altaṣawwuf wa ajbār Ibn al-‘Abbās al-Sabtī, Rabat. —— (ed. 1995). Regards sur le temps de Soufis, ed. de Ahmed Toufiq y trans. de Maurice de Fenoyl, Casablanca. TORRES FONTES, Juan (1963). Documentos de Alfonso X el Sabio, vol. I, Murcia, Colección de documentos para la historia del reino de Murcia.

E L P AIS AJ E P E R I U R B A N O D E M A R R A K E C H : L A M E N A R A Y O T R A S F I N C A S D E R E C R E O ( S I G L O S X I I - XX)

283

TRIKI, Hamid (1995). «Marrakech: Retrato histórico de una metrópolis medieval. (Siglos XI-XIII)», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 93-106. TROUSSU, Pierre (1919). «Les Rétharas de Marrakech», en FranceMaroc: reveu mensuelle illustrée, n.º 9 (septembre), pp. 246-249. AL-‘UMARĪ (ed. 1988). Routes toward insight into the capital empires. Masalik al-absar fi mamalik alamsar by Ibn Fadlallah al‘Umarī, ed. de Fuat Sezgin, A. Jokhosha, y Eckhard Neubauer, Frankfurt. VAILLAT, Léandre (1930). «Les Jardins de Marrakech», La Revue hebdomadaire, n.º 39 (Septembre), pp. 439-458. VENEGAS DE CÓRDOBA, Pedro (ed. 1880). «Embajada á Marruecos de Pedro Venegas de Córdoba, año de 1581», Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, n.º 9 (Septiembre), pp. 198-205.

284

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / F IDE L GAR R IDO C AR R E T E R O

—— (ed. 1909). «Relation d’une ambassade au Maroc», [traducción francesa de un documento conservado en los archivos españoles del Gobierno General de Argelia], en Le Comte Henry de Castries, Les Sources Inédites de l’Histoire du Maroc, 1re série: Dynastie saadienne, Archives et bibliothèques de France, T. II, Paris, pp. 33-54. WILBAUX, Quentin (2001). La médina de Marrakech. Formation des espaces urbains d’une ancienne capitale du Maroc, Paris. L’Harmattan. WILKINSON, J. C. (2013). Water and tribal settlement in SouthEast Arabia: a study of the Aflāj of Oman, Hildesheim, Georg Olms. ZAKKĀR, Suhayl; ZAMĀMA, ‘Abd al-Qādir (eds.) (1979). Kitāb al-ḥulal al-mawšiyya fī ḏikr al-ajbār al-marrakušiyya, Dār alBayḍā’, Dār al-Raṣad al-Hadīṯha.

JULIO NAVARRO PALAZÓN Escuela de Estudios Árabes (CSIC) JOSÉ MIGUEL PUERTA VÍLCHEZ Universidad de Granada

10

LAS HUERTAS DE MARRAKECH EN LAS FUENTES ESCRITAS: BUSTĀN, BUḤAYRA, ŶANNA, RAWḌ Y AGDĀL (SIGLOS XII-XX)1 The orchards of Marrakesh in written sources: bustān, buḥayra, ŷanna, rawḍ and agdāl (12th-20th centuries)

RESUMEN El estudio de las numerosas huertas que rodearon Marrakech a lo largo de su historia, mediante el análisis de las fuentes literarias, es una labor ardua que ahora iniciamos con este trabajo siendo conscientes de que los resultados que ofrecemos son todavía una visión incompleta. El gran protagonismo que tuvo esta ciudad debido al estatus de capital que ostentó en varias ocasiones explica el rico registro de textos medievales disponibles que, a partir del siglo XVI, se incrementó con otros producidos en diversas lenguas occidentales. Aun teniendo muy presente el hecho de que nos faltan muchos archivos por explorar, lo escrutado es suficiente para conocer las principales funciones que tuvieron estas fincas: productiva, lúdica, protocolaria y residencial. Esta última tiene que ver con su uso como morada temporal, o estacional, que sus propietarios les dieron, ya que podían desplazarse a ellas cómodamente gracias a su proximidad con la ciudad. Estas excepcionales explotaciones agropecuarias situadas en la amplia llanura que rodea Marrakech, fueron contempladas por todos como signo de prestigio y manifestación del poder de sus titulares. En contraste con las fuentes arqueológicas, los textos ofrecen un tipo de información diferente que enriquece el conocimiento que tenemos, porque iluminan aspectos tan diversos como son la fecha de fundación, la identidad de sus dueños, las ceremonias y fiestas que se realizaban, las especies que se cultivaban o los diferentes términos árabes que se utilizaron para referirse a ellas. PALABRAS CLAVE Marrakech | Almorávides | Almohades | Saadíes | Agricultura | Hidráulica | Huertas de recreo | Sufíes | Fuentes árabes | Bustān | Buḥayra | Ŷanna | Rawḍ | Agdāl | Relato de viajeros ABSTRACT The study of the many orchards that surrounded Marrakesh throughout its history, through the analysis of literary sources, is an arduous task that we actually start with this work, being aware that the results we offer still represent an incomplete vision. The great role of this city, due to the status of capital that it held several times, explains the rich corpus of medieval documents available that, from the sixteenth century onwards, increased with others texts produced in various Western languages. Even bearing in mind the fact that we still need to explore many archives, documents analysed are enough to define the main functions of these estates: production, leisure, protocol and residency. The latter regards their use as a temporary, or seasonal, home for their owners, because of their proximity to the city. These exceptional agricultural estates, located in the large plain that surrounds Marrakesh, were considered by all as a sign of prestige and manifestation of the power of their landlords. In contrast to archaeological sources, texts offer a different type of information that enriches our knowledge, because they shine a light on aspects as diverse as the date of foundation, the identity of their owners, the ceremonies and celebrations that were held there, the vegetable species that were cultivated or the different Arabic terms that were used to refer to them. KEYWORDS Marrakesh | Almoravid | Almohad | Saadi | Agriculture | Hydraulics | Recreational orchards | Sufi | Arabic sources | Bustān | Buḥayra | Ŷanna | Rawḍ | Agdāl | Travel chronicles

285

La compleja historia de la ciudad de Marrakech, desde su fundación, ha generado un rico registro de fuentes árabes que a partir del siglo XVI se ha visto complementado con otros textos escritos en diversas lenguas occidentales2. En este artículo intentaremos analizarlas, tanto las manuscritas como las impresas, siempre que mencionen o describan las fincas que la rodearon. Su número e importancia fue muy significativo, dada la relevancia históricamente que ha tenido Marrakech al haber sido capital de grandes imperios. Debido a estos hechos político-administrativos su devenir histórico ha estado muy ligado a la residencia en esta ciudad del poder de turno, razón que nos empuja a agrupar los textos que vamos a estudiar en el marco de las cuatro dinastías que la fundaron y restauraron: almorávides (10701147), almohades (1147-1269), saadíes (1521-1659) y alauíes (1669-actualidad). El estudio de las crónicas, obras laudatorias, relatos de viajeros, diccionarios biográficos, etc., ha permitido elaborar un elenco bastante amplio de referencias a fincas y huertas de Marrakech, si bien han sido muy pocas las veces que hemos podido relacionar la información textual con los restos arqueológicos que hemos inventariado y estu­diado en otro artículo publicado en esta mo­nografía; ambos trabajos forman parte de un mismo proyecto de investigación. Con el análisis de todos estos textos intentaremos hacer una aproximación al paisaje periurbano de la ciudad Marrakech, incluyendo las referencias de carácter general a dicho paisaje y aquellas otras, más específicas, relativas a fincas desaparecidas que no hemos sido capaces de identificar en el terreno. Los textos referidos a la Menara (al-Manāra), al-Ṣahrīŷ al-Barrānī, Semelalia y al Pequeño Agdāl no los trataremos aquí, ya que han sido analizados en otro artículo nuestro de esta monografía.

1.

Cuestiones terminológicas

Los términos bustān, buḥayra, ŷanna, rawḍ y agdāl nos interesan aquí en la medida en que fueron utiliza-

286

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

dos en algún momento para designar las fincas de Marrakech. Su origen es el siguiente: el primero es persa, los tres siguientes árabes y el último bereber. Algunos son de uso generalizado en el mundo árabo-parlante, mientras que otros son específicos del Magreb. Los factores geográficos, sociológicos e históricos hacen que cada uno pueda tener varios significados dentro de su ámbito lingüístico de aplicación. El resultado de todo esto es que sea poco útil emprender una discusión sobre el uso general de los términos; por el contrario, sí será fructífero centrarse en un análisis comparado de su empleo en el área que nos ocupa, Marrakech, a partir de las fuentes históricas y etnográficas disponibles. 1.1.

Buḥayra

Especial relevancia adquiere en Marrakech en relación con sus huertas y toponimia el concepto de buḥayra, que en árabe es buḥayra, diminutivo de baḥr y de baḥra, y significa «pequeño mar» o «lago», tal como viene expresado en el más célebre diccionario árabe clásico, Lisān al-‘arab de Ibn Manẓūr (El Cairo, s. XIV) (raíz BḤR), diccionario en el que se recoge, asimismo la acepción de baḥra como «inmenso y abundante vergel (rawḍ)» o como sinónimo de «rawḍa» (jardín), y «lugares con muchas aguas»; también se aplica en árabe a un valle o depresión del terreno en la que se recoge agua (Ibn Manẓūr, ibid.). En los textos históricos, literarios y poéticos andalusíes, de época almohade y nazarí, por ejemplo, con los términos baḥr y buḥayra se designaron las albercas palatinas de mayores o menores dimensiones3. En regiones del África septentrional como el norte de Túnez, el este de Argelia y el sur de Marruecos, bḥẹ̄ra (pl. bḥāyr) alude específicamente al fondo de una llanura (Huici Miranda, ed. 2012). Sin embargo, en el área de Marrakech también se utilizó para referirse a una gran alberca de acumulación y por extensión también se empleó para aludir a toda la finca regada con su agua, incluidas las dependencias y construcciones que allí habían (El Faïz, 1996, p. 1)4; todo parece indicar que en ellas se excavó, habitualmente, una gran alberca destinada al riego de la finca.

Según Deverdun, una buḥayra en Marrakech era: [...] un immense verger clos doté d’un grand bassin (ṣahrīŷ) destiné à assurer une abondante provision d’eau pour l’irrigation des arbres fruitiers au milieu desquels des cultures intercalaires de légumes ou de légumineuses trouvaient place (Deverdun, 1959, p. 194).

El mismo autor afirma que esto es lo que se llama en Marrakech un aguedal. Por consiguiente, el término buḥayra fue utilizado en época almohade como sinónimo de bustān (pl. basātīn) y ŷanna (pl. ŷannāt, ŷinān), los cuales fueron, a su vez, con mucha frecuencia sinónimos también, como se ha indicado en capítulos precedentes de esta misma obra. Conviene aclarar que no defendemos la homogeneidad en el abastecimiento de agua de las fincas que rodearon Marrakech, pues sus necesidades pudieron variar en función de su emplazamiento. Hay datos suficientes para afirmar que las condiciones hídricas del área meridional de Marrakech fueron más exigentes, pues la zona septentrional además de estar a una cota más baja se encontraba más cerca del oued Tensift. Estas diferencias pueden explicar la presencia de diversos tamaños de albercas e incluso su inexistencia en algunas fincas situadas al norte de la ciudad. Es posible que el término buḥayra solo se aplicara a aquellas fincas que disponían de una alberca de grandes dimensiones y que estas infraestructuras hidráulicas se hicieran especialmente en las zonas más secas del entorno de Marrakech, alimentadas por jaṭṭāra/s5. El término árabe que ahora nos ocupa lo tenemos documentado a finales de época almorávide (1130) en dos obras importantes: Kitāb al-Ansāb y Naẓm al-Ŷumān. En ambas se le menciona ligado a la célebre batalla entre almorávides y almohades que tuvo lugar en Marrakech, junto a una huerta llamada «Buḥayrat al-Raqā’iq». Para época almohade contamos con diversos textos en los que se puede comprobar como el término buḥayra es usado, indistintamente, con el sentido de alberca y el de huerta. Con el primero lo encontramos en el Kitāb al-ḥulal al-mawšiyya6, cuando se relata la formación que recibían los ḥāfiẓ/s bajo el gobierno de ‘Abd al-Mu’min: según esta fuente árabe los jóvenes aprendían a nadar y remar en una buḥayra que el califa había hecho construir fuera de su bustān (actual Menara). Con el segundo sentido, referido a una huerta, lo hallamos en el Kitāb al-­Istibṣār (ed. 1985, pp. 209-210), cuando la misma finca es denominada buḥayra ‘aẓīma (inmensa huerta). A mediados del siglo XIV, será al-‘Umarī el que cite otra buḥayra, pero en este caso se verá obligado a explicar que se trataba de un bustān7.

Para época almohade temprana se sabe de la existencia de una buhayra propiedad de dos hermanos llamados ‘Abd al-‘Azīz e ‘Isà (Banū Amgār), familiares del Mahdī 8. En relación con las fincas periurbanas de los califas almohades, Agdāl9 y Menara10, hay dos fuentes de ese periodo, el citado Kitāb al-Istibṣār (ed. 1985, pp. 209210) y el Al-Mann bi-l-Imāma (Ibn Ṣāhib al-Ṣalāt, ed. 1987, p. 344), que se refieren a ellas como buḥayra, y a sus grandes albercas como birka o ṣahrīŷ; este último nombre ha sido muy común en Marrakech y todavía se le utiliza para designar una gran reservorio de agua. El cultivo principal de estas huertas reales era el olivo y según una fuente de la segunda mitad del siglo XII la buḥayra creada por ‘Abd al-Mu’min (Menara), al oeste de la madina, producía rentas anuales del orden de los 30.000 dinares (Zakkār y Zamāma, 1979, p. 146). Pero en estas fincas también existieron cultivos ornamentales que las fuentes no dejan de señalar: en el entorno inmediato de la «alberca que otra igual no ha sido hecha» (al-birka al-lātī lam yu‘mal miṯlu-hā) que hay dentro del recinto de Dār al-Hanā’ (Agdāl) había plantados, según al-‘Umarī, cuatrocientos naranjos separados por limoneros y flores11. Todo parece indicar que en el interior de una buḥayra existieron espacios diferenciados dedicados tanto a cultivos productivos (cítricos, olivos, palmeras, granados), cuyos frutos se comercializaban, como a plantas ornamentales, experimentales o curiosas. Estas últimas, eran más numerosas en las áreas inmediatas al palacio, en la zona que venimos denominando «huerta de primor» que, en el Agdāl, se corresponde con el recinto Dār al-Hanā’ y en el Generalife de Granada con la Huerta Grande. Además de las dos buḥayra/s famosas de Marrakech, propiedad del majzén, en Sevilla hubo otra de la que conocemos con detalle su proceso de construcción (El Faïz, 1996, pp. 8-15); de la finca sevillana contamos con diversos estudios que han explotado por igual la información arqueológica y la textual12. Sabemos también por las fuentes escritas que estas huertas no fueron creación exclusiva de los califas almohades, pues hay un buen número de menciones que prueban que existieron otras menores pertenecientes a las élites de Marrakech. El Kitāb al-Bayān al-Mugrib recoge dos, la de Yati y la de Walharb, cuya localización precisa se desconoce, y a partir de otras fuentes, sobre todo de la obra de al-Tādilī (Kitāb al-Tašawwuf ), se sabe el nombre de seis más, sin contar con varias cuya denominación no consta (Deverdun, 1959, p. 195). Las numerosas referencias textuales que acabamos de citar, junto con los restos arqueológicos que hemos documentado13, ponen de manifiesto la existencia de un

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

287

modelo específico de finca, llamado buḥayra, caracterizado por albergar en su interior una alberca de dimensiones notables. El gran desarrollo que adquirió este tipo de embalses en Marrakech debido, en gran medida, a la necesidad de almacenar el agua extraída de las jaṭṭāra/s, con el fin de poder regar en la estación seca, es lo que puede explicar el origen de este nombre. El término buḥayra parece que cayó en desuso con posterioridad a la época almohade en el entorno de Marrakech, a juzgar por su ausencia en las crónicas que mencionan este tipo de fincas. No obstante, hay que reconocer que esta realidad permaneció bajo otras denominaciones, algunas relativamente genéricas como bustān y ŷinān, y otras más específicas como rawḍ o agdāl. 1.2.

Bustān

La segunda edición de la Enciclopedia del Islam remite las entradas «horticultura» y «jardín» a la voz bustān, bajo la que se discute la problemática general de ambos conceptos. En su etimología persa el término designa un jardín floral, y parece haber evoluciona­ do para aludir a una huerta en la que el componente ornamental, aunque no sea el único, es el preponderante (García Sánchez, 1995, pp. 19-26 y 34-35)14. En el contexto del Marrakech que hemos estudiado, bustān parece haberse utilizado para denominar las grandes fincas de las élites en las que convivían, sin conflicto alguno, los espacios agrícolas de carácter productivo y las áreas cultivadas en las que se primaban los valores estéticos y placenteros. El Kitāb al-ḥulal al mawšiyya (Zakkār y Zamāma, 1979, pp. 145-146, 150) utiliza la expresión bustān para referirse a la Menara, para la que otras fuentes utilizan el término buḥayra. El Kitāb al-Bayān al-Mugrib (Ibn ‘Iḏārī al-Marrākušī, ed. 2009, vol. IV, p. 172), redactado a finales del siglo XIII o principios del XIV, se refiere también a lo que hoy es el Agdāl como bustān. Dado que ambos términos parecen ser sinónimos, la explicación debemos buscarla en el hecho de que algunos cronistas procedentes de otras zonas del mundo musulmán prefieren utilizar términos genéricos mejor conocidos frente a denominaciones locales como buḥayra. Para la época saadí (finales s. XVI-principios s. XVII) contamos con los textos del cronista y primer ministro al-Fištālī (m. 1621-22) y de al-Maqqarī (m. 1629), que fue colaborador suyo y cortesano de Aḥmad al-Manṣūr. El primero de ambos aplica el término bustān a los jardines y huertas interiores de la Qaṣba (al-Fištālī, ed. 1964, pp. 178-179), entre los que destacaba el Bustān al-Nahr (Jardín del Canal), situado en lo que posteriormente, en época alauita, fue el Arsat al-Nil, el principal jardín interior del

288

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

complejo palatino. Al-Fištālī afirma que Bustān al-Nahr «es el nombre que le puso Aḥmad al-Manṣūr al vergel (rawḍ) que se extiende al sureste, entre los muros del palacio y de la Qaṣba» (ibid., p. 179). Se observa aquí un uso específico del término bustān como jardín noble, y otro genérico de rawḍ para referirse a un espacio ajardinado. En efecto, al-Fištālī se refiere al actual Agdāl, entonces llamado Rawḍ o Riyāḍ al-Masarra (al-Fištālī, ed. 1964, p. 178), diciendo que estaba dividido en sectores a los que llama de dos maneras distintas: ḥadā’iq (sing. ḥadīqa, huerto cercado) y ŷannāt (sing. ŷanna), cada uno de los cuales albergaba un tipo de plantación, como se comenta más adelante. La alusión que hace el mismo autor a los «huertos regios (basātīn al-mulk)» sugiere que estamos ante las parcelas con jardines y árboles para solaz anejas al palacio, el citado al-Masarra y al-Muštahà (El Deseado), al que se menciona como «el jardín (alrawḍ) tupido que se ordena en la parte oriental de al-Badī‘» (ibid.), y al que se abría directamenete la Cúpula de Cristal. Al-Maqqarī considera al-Masarra, además, como mutanazzah (parque de recreo) y comenta alguna velada poético-báquica al borde del ṣahrīŷ al-Masarra en la que participó en 1601 (al-Maqqarī, ed. 1964, p. 26), y de al-Muštahà dice que era un «bustān construido por nuestro señor [al-Manṣūr]» (ibid.), con lo que confirma de primera mano el sentido de jardín áulico que se dio a este término entre los saadíes. En el siglo XIX, el historiador marroquí Aḥmad b. Jālid al-Nāṣirī (m. 1897), en su obra Kitāb al-Istiqṣā15, una historia de Marruecos hasta 1894, usa la expresión bustān para describir la finca del Agdāl16, que tras haber sido replantado por los sultanes alauitas ‘Abd alRaḥmān (1822-1859) y Muḥammad IV (1859-1873) ya era conocido con ese nombre17. Al-Nāṣirī afirma que «este bustān es uno de los paraísos de este mundo» (inna hāḏa al-bustān ŷanna min ŷinān al-dunya), haciendo referencia al concepto islámico de jardín del paraíso, y lo describe como «bustān ‘aẓīm ŷiddan (un bustān enormemente grande)», utilizando el énfasis para comunicar lo excepcional de sus proporciones. Como hizo al-Fištālī casi tres siglos antes, especifica que el bustān comprende numerosos ŷannāt (huertos interiores), cada uno con sus límites, sus nombres y sus labradores, y describe las plantaciones que hay en ellos sin dejar de hacer notar, cuando es el caso, los ingresos que producen, como se detalla después. En medio del gran bustān hay albercas enormes (birakun ‘iẓām) en las que circulan embarcaciones; allí hay numerosos molinos de agua (arḥā’). Alguna de las albercas mide doscientos pasos de lado. Al-Nāṣirī añade que hay construcciones que rivalizan con «los quioscos persas, las cúpulas romanas y los pabellones omeyas, como por ejemplo Dār al-Hanā’,

Dār al-Bayḍā’, al-Ṣāliḥa y al-Zahra»18. La descripción del autor es ajustada a la realidad por lo que toca a los elementos concretos que describe. No la empañan las comparaciones hiperbólicas por las que se deja llevar, interesantes en sí mismas por lo que tienen de aspiración a una gloria antigua. 1.3.

Ŷanna y ŷinān

Estos términos parecen haber designado de manera genérica un huerto. Aunque en los tratados agrícolas andalusíes existe una ambivalencia entre los términos bustān y ŷanna, este último suele designar huertos desprovistos de las características ornamentales, recreativas y de habitación que suelen acompañar al bustān (García Sánchez, 1995, pp. 34-35). Ŷinān es el apelativo utilizado en Marrakech hasta época contemporánea para designar cierto tipo de jardín tanto intramuros como peri-urbano poblado de árboles, en el que nunca falta una alberca19. Sus dimensiones pueden ser importantes, pero no llegan nunca a las alcanzadas por las buḥayra/s conocidas. En época almorávide existió al sur de Marrakech un ŷanna conocido como al-Ṣāliḥa sobre parte del cual se asentó la Qaṣba almohade. Tenía una gran extensión; aparentemente llegó a ocupar todo el frente sur de las murallas de la ciudad. Deverdun (1959, p. 88) señaló que una gran alberca visible en fotografías aéreas dentro del cementerio situado al suroeste de la puerta de Agmāt podía ser parte de la antigua red de albercas de al-Ṣāliḥa. Esta alberca es visible todavía en la actualidad en las imágenes de Google Earth. En época almohade las fincas periurbanas de los miembros de la aristocracia (a‘yān) situadas hacia el suroeste de la madīna son llamadas ŷanā’in (pl. de ŷanna) por al-‘Umarī, el mismo autor que habla de «un bustān conocido como la Buḥayra» para referirse al actual Agdāl20. Esos ŷanā’in son, según el cronista, «de una belleza infinita en sus construcciones (mabānī) y en sus plantaciones (girās)»; se trataba pues de fincas destinadas tanto a usos productivos como recreativos y de representación. Lo que diferenciaba el bustān del califa del ŷanna de un aristócrata digno de elogio por su belleza era seguramente una cuestión de grado, no de cualidad. En época saadí el término ŷanna es utilizado por al-Fištālī cuando describe la disposición interior de Rawḍ al-Masarra, el actual Agdāl. Según su descripción, la Masarra se hallaba perfectamente ordenada y dividida en sectores de dos tipos: había ḥadā’iq, principalmente plantados de viñas, olivos, granados y palmeras, cuyos plantones estaban dispuestos por parejas o

por grupos, y ŷannāt, que califica de «frondosos» (alfāf ), separados a lo largo y ancho por avenidas bordeadas de plantas aromáticas y de mirtos, limoneros, saúcos, rosales, jazmines, «y un bosque de olivos innumerables cuyo producto cubre las necesidades del país (bilād)». Al-Fištālī es el único autor que, al describir la Masarra, recoge la distinción entre dos tipos de espacios cultivados, ḥadīqa y ŷanna, cada uno dedicado a cultivos específicos. Pero la percepción que tiene el autor de la organización interna de la finca coincide con informaciones menos explícitas de época almohade que permiten llegar a la misma conclusión: en grandes fincas como la Masarra, que en época almohade fue la Buḥayra, se cultivaban distintos tipos de plantas, arbóreas y ornamentales, con propósitos diferentes, en áreas específicas. Esta misma imagen nos será transmitida por el testimonio de al-Nāṣirī a finales del siglo XIX. Efectivamente, en el Kitāb al-lstiqṣà de al-Nāṣirī21 se describe el bustān del Agdāl como una gran finca compuesta de numerosos ŷannat (ŷannat kaṯīra), plantados de olivos, granados, manzanos, limoneros y naranjos, viñas, higueras, nogales, almendros, etc. Afirma que cada una de estas especies produce cosechas de miles de meticales; la de naranjos y limoneros se vende por cincuenta mil cuando es abundante. En estos huertos había flores, plantas odoríferas y leguminosas, de colores, olores, gustos y propiedades variados, en cantidad incalculable. Entre ellas las había que eran desconocidas para los habitantes del Magreb, porque se importaban de otros países. El autor destaca entre todos los ŷannat el Djenan Redwan (Ŷinān Ridwān), creación del sultán Muḥammad III (1757-1790) (Akansūs, ed. 1918, vol. I, p. 9), por sus qubba/s y sus pabellones (maqā’id). Esta huerta estaba situada al noroeste del Agdāl, entre la Qaṣba y Dār al-Bayḍā’, y hoy es campo de golf privado de su Majestad Muḥammad VI. Hasta la actualidad, las grandes parcelas en las que se subdividió el Agdāl durante la replantación del siglo XIX reciben el nombre de ŷinan (ŷnan en dialecto). Al-Samlālī la describe así en el siglo XIX: El sultán ‘Abd al-Raḥmān [al-‘alawī], cuando se le estableció la situación en al-Magreb, empezó a cultivar el Agdāl al-Sa‘īd (el Agdāl feliz) situado al oeste de Marrakech [la ubicación al oeste parece ser un error]. Es un bustān muy grande que incluye muchos huertos (ŷannāt) cada uno con sus nombres (asmā’i-hā), límites (ḥudūdi-hā) y balsas de agua (ukrati-hā). Cada una de estas huertas tiene un tipo o varios tipos de árboles frutales (ašŷār naffā‘a): olivo, granado, manzano, limón, vid, higueras, nogal, almendro y otros más. La cosecha de cada tipo de estos alcanza miles por año, ya que por ejemplo solamente el

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

289

limón, si es bueno, se vende por 50.000 o más. En estos huertos (ŷannāt) hay parcelas que tienen flores (azhār), albahacas (rayāḥīn) y hortalizas incontables, diferentes por sus características, sabor, olor y color, incluso algunas variedades no son conocidas por la mayor parte de las gentes del Magreb, ni nunca fueron vistas, debido a que se trajeron de otros países. En medio de este bustān hay grandes albercas (birak ‘iẓām) que cruzan barcas y en donde desembocan fuentes (‘uyūn) como ríos (anhār), con el fin de regar estos huertos (ŷannāt), y sobre el agua [de las fuentes] hay muchos molinos (arḥā’). Entre estas alber­cas (al-birak) hay algunas con 200 pasos de anchura22. 1.4.

Rawḍ

La palabra rawḍ (sing. rawḍa) forma parte de una familia de términos que incluye también riyāḍ. Históricamente el término parece haber designado de manera genérica un huerto o jardín, como se desprende de alguna mención en los tratados agrícolas andalusíes (García Sánchez, 1995, p. 22). En el contexto del Marrakech contemporáneo riyāḍ designa específicamente una vivienda dotada de un jardín interior dividido en parterres, con un fuerte componente ornamental (Gallotti, 1926, pp. 219-242). Es la arquitectura la que dicta su disposición, de manera que este riyāḍ (otro pl. de rawḍa) parece, de hecho, una extensión y elaboración del patio cuyos orígenes pueden rastrearse en el siglo XII (Marçais, 1957)23. Por lo que respecta al término rawḍ, parece ser que al-Fištālī es la única fuente que lo aplica al conjunto de la finca del actual Agdāl, la Masarra saadí, como cuando escribe «este vergel llamado al-Masarra ordenado en la Huerta del Canal (hāḏā l-rawḍ al-madū‘ bi-lMasarra al-muntaẓam bi-Bustān al-Nahr)» (al-Fištālī, ed. 1964, pp. 176-179)24. De al-Masarra el autor destaca varias cosas: se hallaba dividida en hadā’iq y ŷannāt perfectamente ordenados; estaba comunicada con la Qaṣba mediante una puerta situada al sur de la misma, de donde partía un largo camino, bordeado de árboles, que llevaba hasta «el edificio mayor (al-binya al­‘uẓmà) levantado al borde de la alberca mayor situada en lo alto de la Masarra (‘alà l-­birka al­‘uẓmà fī a‘là l-Masarra)». Esta alberca era por su tamaño «como un mar onduloso» y estaba rodeada de árboles perennes. El edificio que se levantaba sobre ella estaba atravesado por el canal (nahr) que vertía en la alberca. Las descripciones de viajeros europeos de los siglos XVI-XVII coinciden con los elementos esenciales detallados por al-Fištālī (Deverdun, 1959, pp. 390-391) y se refieren a la Masarra como lieu de plaisance o jardin, en francés, y garden, en inglés.

290

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

La descripción que hace al-Fištālī de la disposición de la Masarra es, además, congruente con las que ofrecen las fuentes árabes de época almohade de la Buḥayra de esa época, aunque estas últimas son mucho menos explícitas y dan menos detalles, como era de esperar. En las fuentes del siglo XIX no se tiene constancia de que la expresión rawḍ se utilizara para referirse al Agdāl: como se señala más arriba, en esta época se le califica de bustān. Es de mencionar, sin embargo, que la expresión riyāḍ aparece utilizada por Muḥammad ibn Aḥmad Akansūs cuando habla de los proyectos hidráulicos de Muḥammad IV (1859-1873) en el Haouz (Ḥawz) de Marrakech, de los que afirma que transformaron «tierras áridas en riyāḍ florecientes» (Akansūs, ed. 1918, vol. II, p. 22). Claramente, el autor se refiere aquí no a pequeños jardines domésticos (los riyāḍ actuales o sus precedentes) sino a las explotaciones que, en la misma época, se llamaba también bustān o ŷannāt, según se describe más arriba. Uno de estos proyectos era precisamente la plantación del Agdāl (gars Agdāl), para la que el sultán reunió labradores especialistas de varias regiones del reino a los que hizo plantar árboles y viñas, y sembrar (Akansūs, ed. 1918, vol. II, pp. 10 y 22). 1.5.

Agdāl

La palabra agdāl, de origen bereber, se encuentra en multitud de lugares a lo largo y ancho del Magreb, y en contextos tan diversos como ambientes de montaña, oasis, áreas litorales e incluso núcleos urbanos, por lo que es enormemente polisémica25. La noción que parece subyacer en los distintos contextos de manera más predominante es la de «prohibición», probablemente análoga a la de ḥarām en árabe (Simenel, 2011, p. 328). De hecho, el apelativo agdāl está cargado de una fuerte connotación de interdicción como señalaron Mezzine y Domínguez al estudiar el derecho consuetudinario (‘urf ) de las zonas rurales del Atlas marroquí y los aspectos religiosos que conlleva su gestión26. De tal modo, la prohibición que expresa el termino agdāl es a veces referida explícitamente por las propias poblaciones bereberes como ḥarām, y alude a áreas reservadas y de acceso limitado con recursos naturales de propiedad colectiva (o comunal). Especialmente, durante los periodos críticos de crecimiento, reproducción y/o fructificación de las plantas: en primavera, para ciertos pastos de alta montaña; en primavera y verano, para el caso de algunos encinares o, incluso, en otoño para ciertos frutales. Con estas limitaciones se maximiza la producción y se proporciona a toda la comunidad con derecho de usufructo un banco de recursos cuando no

hay disponibilidad en otras zonas de su propio territorio (Domínguez y Benessaiah, 2015). La idea que parece permanecer siempre es la de prohibición de un recurso de gran valor económico o espiritual para cada comunidad concreta, sobre el que existe un acuerdo colectivo para su regulación. Es precisamente esta apropiación de los recursos, la que provoca que la noción de agdāl por extensión acabe a menudo refiriéndose a los recursos naturales en sí, como pueden ser pastos y bosques27, y por tanto también puede terminar, frecuentemente, aludiendo al espacio o incluso al conjunto del territorio que alberga dichos recursos. De esta manera el agdāl se convierte en un concepto que hace referencia primeramente a la prohibición, pero también a la idea de un espacio o territorio sujeto a dichas prohibiciones y recursos. Con la llegada de las dinastías bereberes provenientes del Alto Atlas, parece que el término agdāl se incorporó definitivamente al mundo urbano (El Faïz, 2002, p. 188). Hoy reciben ese nombre las fincas y huertos de propiedad real anejos a las qaṣba/s de las ciudades imperiales de Marrakech, Rabat, Fez y Mequínez. Con este sentido aparece utilizado por primera vez en los textos históricos en el siglo XIX28. Como ha señalado El Faïz (1996, p. 2), agdāl y buḥayra son, en este contexto, una misma cosa, y la cuestión es saber cuándo un nombre sustituye al otro para designar la gran finca de Marrakech. Esto no se sabe, pero puede suponerse, como hace el autor, que el termino agdāl haya sido utilizado desde una época antigua en el habla popular y no fuera incorporado a la lengua culta de los historiadores hasta una época tardía. De alguna manera, en las fincas periurbanas de propiedad real, los topónimos agdāl siguen haciendo referencia a principios similares, anteriormente comentados, como la prohibición de acceso a un recurso vegetal de gran productividad agrícola y a un espacio con fronteras claramente definidas y generalmente marcadas con la construcción de muros. Es probablemente la conjunción de todos los aspectos mencionados lo que explica que finalmente el término agdāl se aplicara también a los espacios privativos del sultán, situados extramuros y perfectamente delimitados, con independencia de que estuvieran cultivados o no.

2. Época almorávide La fundación de Marrakech por los almorávides tuvo lugar en 1070. Las fuentes árabes mencionan que el emir Abū Bakr ibn ‘Umar salió de Agmāt en 1069 con el fin de localizar un lugar en el que fundar una ciudad. Un año más tarde lo encontramos en Marrakech

construyendo Qaṣr al-Ḥaŷar, la alcazaba de piedra. Gracias al autor de al-Bayān al-Mugrib, sabemos que estas obras fueron inauguradas el 8 de mayo de 1070. Según Hamid Triki la creación de Marrakech se puede descomponer en tres etapas: Abū Bakr es el que escogió el lugar de emplazamiento, Yūsuf ibn Tašufīn es el auténtico fundador y su sucesor Alī ibn Yūsuf será el que la urbanice (Triki, 1995, p. 94). Al-Idrīsī (m. 1166) explica en un fragmento de su obra Nuzhat al-Muštāq, refiriéndose a acontecimientos cercanos a la fundación de Marrakech, que la expansión de estas fincas en el entorno de la ciudad fue debida a la introducción del sistema de captación de aguas subterráneas conocido con el nombre de jaṭṭāra/s. También comenta el modo de construirlas y como, gracias a ellas, cambió por completo su paisaje periurbano: El agua que los habitantes necesitan para regar sus huertas (basātīn) es traída por medio de un procedimiento mecánico ingenioso, cuya invención se debe a ‘Ubayd ‘Allāh ibn Yūnis al-Muhandis (el ingeniero). La causa de ello es que para encontrar agua no es necesario excavar el subsuelo a una gran profundidad. Sin embargo, cuando el mencionado ‘Ubayd ‘Allāh ibn Yūnis llegó a Marrakech, poco después de la fundación de esa ciudad, solo había una huerta (bustān) perteneciente a Abū l-Faḍl, un cliente (mawlà) del Príncipe de los Musulmanes, del que se acaba de hacer mención. [El ingeniero] se dirigió a la parte superior del terreno contiguo a esta huerta, excavó un pozo cuadrado de grandes dimensiones, desde donde hizo partir una acequia (sāqiya) dirigida directamente hacia la superficie del suelo; continuó su excavación escalonadamente, de arriba a abajo, manteniendo la pendiente para que, cuando llegase a la huerta (bustān), el agua corriera sobre la superficie de la tierra y se extendiera por el suelo, sin que se haya detenido desde entonces. A primera vista, no observamos una diferencia de altura suficiente para explicar cómo aflora el agua desde el fondo a la superficie, y no entendemos la causa; solo hay alguien que sabe que este fenómeno se debe a la correcta nivelación de la tierra, que puede darse cuenta de eso. Al Príncipe de los Musulmanes le gustó lo que hizo el ingeniero ‘Ubayd ‘Allāh ibn Yūnis al-Muhandis y le dio dinero y regalos durante su estancia cerca de él. Los habitantes de la ciudad, viendo el éxito de este procedimiento, se apresuraron a excavar la tierra y a llevar el agua a las huertas (basātīn) [...]; a partir de entonces, las huertas (basātīn) y los vergeles (ŷannāt, pl. de ŷanna) comenzaron a multiplicarse y a unirse con los edificios (‘imārāt) de Marrakech, cuyo territorio y aspecto mejoraron. En la época [en la que escribimos], esta ciudad es de las más grandes del Magreb occidental, debido a que ella

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

291

fig. 1 Agdāl de Marrakech. En primer plano la alberca de Dār al-Hanā’ y las plantaciones de olivos y palmeras; al fondo la llanura reseca que rodea la ciudad.

ha sido la capital [literalmente: Casa de Gobierno] de los Lamtūna [...] (al-Idrīsī, ed. 1866, pp. 68 y 78)29.

De la lectura atenta del texto de al-Idrīsī que acabamos de ver, podemos extraer algunos datos que nos parecen relevantes. El primero tiene que ver con el hecho de que la primera huerta (bustān) que existió en Marrakech, anterior a la introducción de la técnica de captación de aguas mediante jaṭṭāra/s, perteneció a un personaje relevante, pero no al príncipe de los musulmanes, con lo que queda probado que la decisión de crear allí grandes fincas no partió del emir almorávide. El segundo, en línea con el primero, hace referencia a que fueron los habitantes de la ciudad, y no el Majzén, los que extendieron y multiplicaron las huertas (basātīn) regadas con agua procedente de jaṭṭāra/s, lo que a la postre dio a la ciudad su aspecto esplendoroso. Este texto nos ayuda a plantear la conveniencia, por un lado, de reducir la importancia que se le viene dando a la iniciativa del Majzén en la creación de este tipo de fincas, y por otro, de aumentar el protagonismo que tuvieron diversos grupos urbanos, vinculados con la administración del estado y con el comercio, a la hora de generalizar este modelo de explotación agraria. Estas noticias parecen demostrar que, al menos en este contexto cronológico en sentido amplio, el paisaje urbano y su prolongación en las periferias de las ciudades en el Occidente islámico se debe más a impulsos privados o de grupos de particulares, que a los designios de una autoridad vinculada al Majzén o a iniciativas tribales. Otra observación que se puede extraer del texto de al-Idrīsī es el hecho de que solo emplea los términos bustān y ŷanna. Aunque estas denominaciones son muy

292

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

usuales en cualquier texto medieval en árabe, no podemos dejar de subrayar la no utilización de buḥayra30, que fue el más usado en Marrakech en época almohade. Una de las fincas más famosa de Marrakech fue Buḥayrat al-Raqā’iq (Huerta de las Sutilezas)31. Estaba situada extramuros, al este de la ciudad, donde tuvo lugar en 1130 la célebre batalla de la Buḥayra por el control de la ciudad, entre almorávides y almohades, que terminó con la derrota de estos últimos. El autor anónimo del Kitāb al-Ansāb fī ma‘rifat al-aṣḥāb, en relación con la muerte en esta batalla de ‘Abd ‘Allāh b. Muḥsin al-Bašīr afirma que: Lo perdió en al-Buḥayra. Dijo al-Šayj [el Maestro] Abū ‘Alī Yūnis: estábamos con ‘Abd ‘Allāh b. Muḥsin alBašīr en la campaña militar de al-Buḥayra, siendo él comandante del ejército, comandancia que le había asignado el Imām al-Mahdī (Dios esté satisfecho de él) desde Tinmal (que Dios Altísimo la honre), en el último discernimiento (tamyīz)32 realizado por al-Mahdī, que se prolongó durante cuarenta días. Pasados estos días se salió a la campaña de al-Buḥayra en las afueras de Marrakech. Era el año 524/1130. El día en que desapareció (gāba) estábamos con él sentados en la puerta de al-Buḥayra, donde la torre (burŷ). Él predicaba y advertía, hasta que dijo: ¿Qué haréis, cómo actuaréis si vuestro jefe os es arrebatado? 33.

Varios fragmentos de la crónica de Ibn al-Qaṭṭān, Naẓm al-Ŷumān li-tartīb mā salafa min ajbār al-zamān, fueron publicados y traducidos por Lévi-Provençal en 1925, cuando aún no se conocía el autor de la obra. La edición completa del texto árabe la hizo Maḥmūd ‘Alī

Makkī en 1990. Esta obra de Ibn al-Qaṭṭān también se hace eco de los mismos acontecimientos bélicos, sucedidos en el entorno de la finca que ahora nos ocupa: Fue un gran día. Los almohades —que Dios Altísimo los glorifique— marcharon hacia la Buḥayrat al-Raqā’iq, delante de la puerta de los Curtidores (Bāb al-Dabbāgīn) y de la puerta de Aylān (Bāb Aylān), y tomaron los silos de grano (murūs) que había en ella. Las luchas (mudāfa‘āt) entre ambos se produjeron en las cabeceras de las fuentes (‘uyūn) de las acequias (sawāqī) de al-Raqā’iq. Parte de los almohades se dieron al martirio y el resto optaron por hacerse fuertes dentro de la huerta (buḥayra)34.

La información proporcionada por las últimas dos obras que acabamos de comentar permite que sepamos que Buḥayrat al-Raqā’iq era una finca cercada, provista de una puerta fortificada dotada de una torre (burŷ), que se regaba mediante acequias (sawāqī) alimentadas por jaṭṭāra/s (‘uyūn) y que en su interior había silos de grano (murūs)35.

3.

Épocas almohade y meriní

Entre los términos que aparecen en las fuentes árabes de época almohade, el más utilizado para referirse a las huertas de Marrakech fue el de buḥayra. Sabemos que en época almohade (1147-1269) la periferia de Marrakech estuvo sembrada de numerosas fincas de regadío. Tras la conquista almohade de Marrakech, ‘Abd al-Mu’min (1130-1163) continuó los grandes trabajos hidráulicos iniciados por los almorávides, trazando la acequia Tassoultant que captaba sus aguas del oued Ourika, por encima de la localidad de Agmāt, a 40 km al sureste de Marrakech. También construyó en 1157 la gran buḥayra de la Menara, situada al oeste de la medina. Del geógrafo Yāqūt al-Ḥamwī (1179-1228) tenemos un texto que hace mención a diferentes aspectos de la hidráulica de Marrakech durante el califato de ‘Abd al-Mu’min b. Alī:

Qaṣba37, en el extremo meridional de la medina sobre la antigua huerta de al-Ṣāliḥa. Además, puso en explotación huertas (baḥā’ir, pl. de buḥayra) con albercas de proporciones hasta entonces desconocidas, entre las que creemos debió de estar el Agdāl fundacional. Toda esta información la proporciona el Kitāb al-Istibṣār, obra anónima de finales del siglo XII: [... Al sur de la ciudad] había buḥayras grandes. [Abū Yūsuf, Ya‘qūb] construyó en ella [Marrakech] palacios (qusūr), una mezquita, zocos y alhóndigas (fanādiq), y trajo a los comerciantes a una gran alcaicería, y no hubo ciudad mayor en la Tierra. Mandó construirla a principios del año 585/1189. La ciudad de Marrakech es la que tiene más vergeles (ŷannāt), huertos (basātīn) y vides (a‘nāb) de todo el Magreb (Kitāb al-Istibṣār, ed. 1985, p. 210).

En otro párrafo de la misma obra se informa que Marrakech era la ciudad con mayor número de huertas, que había tenido un entorno muy árido y que gracias a la irrigación había cambiado radicalmente, y que las plantaciones de olivo eran las más numerosas: Marrakech es la ciudad del Magreb donde hay más vergeles (ŷannāt) y huertas (basātīn), donde se encuentra la mayoría de las uvas, frutas y árboles frutales de todo tipo, mientras que en el pasado las aves que volaban alrededor caían [muertas] de sed y de calor. Es el olivo el que predomina principalmente, y este territorio proporciona suficientes aceitunas y aceite para suplir la producción de todos los demás lugares; también abastece a otras muchas regiones38.

En esta misma obra se vuelve a comentar la gran importancia de la producción de aceite de oliva así como la capacidad que tuvo Marrakech para exportarlo a otras ciudades: El árbol más abundante [en Marrakech] es el olivo (alzaytūn). En Marrakech hay hoy en día tantos olivos y aceite que prescinde de otras ciudades y le suministra a muchas. Antes, el aceite utilizado en Marrakech era el de Argán (duhn al-Harŷān) por su abundancia en aquella tierra. En Marrakech hay más olivos que en Meknes y su aceite es más barato y quizá más sabroso. (Kitāb alIstibṣār, ed. 1985, p. 210).

[Marrakech] en bereber significa «¡camina de prisa!». Su gente, durante un tiempo, bebía del agua de los pozos (ābār) hasta que trajeron el agua de Agmāt para regar algunos de sus huertos (basātīn). El primero que cultivó huertos en Marrakech fue ‘Abd al-Mu’mīn b. ‘Alī. Uno de estos huertos (bustān)36, según dicen, tiene una longitud de tres parasangas. (Yāqūt al-Ḥamawī, ed. 1997, vol. 5, p. 94).

Esta misma fuente árabe menciona que el agua se encontraba allí a poca profundidad y podía ser conducida mediante jaṭṭāra/s hasta las fincas:

Su sucesor, Abū Ya‘qūb Yūsuf (1163-1184), emprendió el ambicioso proyecto de construir la nueva

Es [Marrakech] una ciudad, con buena tierra como si las piedras estuviesen amontonadas [...]; sus aguas son dul-

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

293

ces y poco profundas a una o dos qāmas (medida de longitud que equivale a seis pies) y sus huertos (basātīn) están irrigados con pozos que se nutren los unos de los otros hasta que afloran a la superficie de la tierra [jaṭṭāra/s]. Entre ella y Daran hay aproximadamente 20 millas; en ella hay numerosos sembrados y cultivos que se labran. Dukkāla y sus jardines son agradables y alrededor de ella [Marrakech] hay huertos (basātīn) y vergeles (ŷannāt), los cuales son llamados baḥā’ir [pl. de buḥayra] por su inmensidad que no es posible contabilizar por su cantidad, en cuanto a sus edificaciones, están dispuestas en propiedad, entre ellas, el monte Daran por sus muchos habitantes. Queda fuera de las regiones desérticas en las que se combate con los infieles Bargūta (tribu bereber no islamizada) que se oponen a la religión islámica39.

Este testimonio temprano, generado en la época del esplendor almohade de Marrakech, puede ser la referencia con la que medir la salud de la ciudad en los siglos venideros: muchos de los observadores que dejarán relatos de su paso por ella hacen mención a sus huertas situadas extramuros, bien para describirlas, bien para lamentar su desaparición. La obra al-Mann bi-l-Imāma de Ibn Ṣāḥib al-Ṣalāt, otra de las referencias fundamentales para este periodo, también se refiere a ellas como baḥā’ir, y a sus albercas y balsas de riego como birka o ṣahrīŷ. Especial interés tiene la noticia que proporciona este autor sobre una parada militar en la periferia de Marrakech celebrada en diciembre de 1170, en la que el califa Abū Ya‘qūb Yūsuf se vio obligado a buscar una explanada lo suficientemente grande para recibir a todos sus invitados. El texto señala la dificultad que tuvo para encontrarla debido al gran número de huertas que rodeaban la ciudad: Cuando nuestro señor, el Príncipe de los Creyentes (Amīr al-Mu’minīn), traspasó la puerta de al-Šarī‘a, se paró a mirar con sus propios ojos y a pensar con su feliz y certero criterio en qué sitio se produciría la reunión, porque los sitios contiguos a la ciudad se habían quedado con espacios libres muy reducidos debido a las huertas (baḥāyr) y vergeles (ŷannāt) sembrados (magrūsāt), por lo que decidió con su venerable juicio traspasar la Šarī‘a hacia el extenso llano que hay allí (Ibn Ṣāhib al-Ṣalāt, ed. 1987, p. 343).

En línea con el texto que acabamos de ver hay tradiciones locales, referidas al periodo almohade, que indican que todo el área circundante de la ciudad era muy prospera y que estaba tan cubierta de huertas y viñas que un gallo podía saltar de rama en rama desde oued Nfis a Bāb Dukkāla (Deverdun, 1959, p. 195).

294

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

La obra de al-Tādilī40, compuesta en el año 617/1220, recoge 279 biografías de hombres y mujeres considerados santos y místicos sufíes, de las que 19 pertenecen a individuos de los que no se conoce su nombre. De entre todas, destaca un número importante de biografías dedicadas a personajes que vivieron y/o murieron en Marrakech, y es en ellas donde encontramos algunos datos topográficos de esta ciudad que consideramos de especial interés. Parece una constante en este grupo de biografiados el hecho de que todos vivieran al este de la ciudad41, que prácticamente todas las referencias toponímicas las localicemos en este sector y que fueran enterrados habitualmente en cementerios situados cerca de las puertas de esta zona: Bāb al-Dabbāgīn42, Bāb Īntān43, Bāb Agmāt44 y Bāb Fās45. Entre toda esta información lo que más nos interesa son las menciones a las huertas que había extramuros, debido a que eran lugares frecuentemente visitados por ellos y, en ocasiones, el espacio de retiro en el que algunos residían, probablemente formando una comunidad. Es interesante subrayar que sus estancias en estas fincas solían hacerlas en grupo. De las siete fincas de Marrakech mencionadas, seis son denominadas buḥayra, mientras que solo una aparece como bustān. Esta diferencia a favor del uso del término buḥayra se puede deber al hecho de que estos ejemplos estén recogidos en una misma fuente árabe dedicada a biografiar a personajes que vivieron en el mismo barrio. Creemos que no es casual que la única finca que no es denominada buḥayra, y que tampoco está al este de la ciudad, se la llame bustān y que se encuentre en el exterior de la puerta de Dukkāla (jāriŷ bāb Dukkāla), al noroeste de Marrakech. A continuación, nos detendremos en cada una de las huertas exponiendo los datos extraídos de las biografías que las mencionan46. 3.1.

Buḥayrat al-Raqā’iq (Huerta de las Sutilezas)

Esta huerta, como veíamos, se encontraba al este de Marrakech y en las inmediaciones de la puerta de los Curtidores (Bāb al-Dabbāgīn). Es mencionada en dos biografías diferentes. La primera es la de Abū Ibrāhīm Ishāq Ibn Muḥammad al-Ḥazraŷī (n.º 96), habitante del lado este de Ma­ rrakech, donde murió en la noche de Ša‘bān 581/ noviembre de 1185 (al-Tādilī, ed. 1984, p. 241; ed. 1995, p. 177). Fue sepultado fuera de la puerta de los Curtido­ res (Bāb al-Dabbāgīn). Es Abū ‘Abd ‘Allāh Muḥammad b. Tamīm el que proporciona la siguiente noticia: Me contó Abū ‘Abd ‘Allāh Muḥammad b. Tamīm que una mujer que asistió al sepelio de Abū Ibrāhīm dijo lo

siguiente: Cuando la gente se alineó para rezar por él, vi que las palmeras que había [en la Buḥayrat al-Raqā’iq] retrocedieron hasta ponerse detrás del funeral (ŷināza). Y cuando el imām finalizó la oración, vi que volvieron a su posición (al-Tādilī, ed. 1984, pp. 242-243; ed. 1995, p. 178).

La segunda es la biografía de Abū l-‘Abbās al-Sabtī47. De él se sabe que nació en Ceuta en 524/1130 y que habitó en Marrakech, muriendo en esta última ciudad en Ŷumādā al-awwal 601/febrero de 1205, siendo enterrado en la Bāb Tāgzūt. Es Abū l-Ḥasan ‘Alī ibn Aḥmad al-Ṣanḥāŷī el que transmite la siguiente noticia: Abū al‘Abbās y su discípulo llegaron a la puerta de los Curtidores (Bāb al-Dabbāgīn) y la encontraron cerrada; allí el maestro le indicó que en el momento en el que se abriera debía dar todo el dinero que llevaba a la primera persona que se encontrara, y esta fue una anciana; después continuaron juntos hasta Buḥayrat al-Raqā’iq en cuyo interior realizaron diferentes actos de piedad que a continuación se relatan: Y salimos para la Buḥayrat al-Raqā’iq, precediéndome él mientras miraba de reojo hacia el cielo y movía los labios. Llegamos al final de la Buḥayra a una alberca (ṣaḥrīŷ) en la arboleda de los granados (gābat al-rummān) [...]. Me introduje entre los granados, me puse en dirección a la alquibla y realicé dos prosternaciones, mientras él me miraba [...]. Y como a la espalda de la alberca (bi-ẓahri l-ṣahrīŷ) estaba el origen del agua de la acequia (‘unṣur mā’ l-sāqiya), me dijo que llamaríamos a este día el Día de Árafa por la misericordia que en él se expande a quien es reconocido por sus obras pías. Y comparó la fuente con la Caaba, y el origen del agua de la acequia con la Piedra Negra y otro lugar de allí con la estación de Abrahán [que se sitúa junto a la pared noreste de la Caaba] [...]. Realizó las siete circunvalaciones alrededor de la fuente, y yo las hice con él, y exclamó «Dios es el más grande» al origen del agua en cada circunvalación y en la «estación de Abrahán» rezó haciendo dos prosternaciones completas, demorándose arrodillado en la segunda. Después se apoyó en un árbol (šaŷāra). En mi alma sentí algo enorme que no puedo expresar (al-Tādilī, ed. 1984, pp. 456-457; ed. 1995, pp. 329-330).

En el texto de al-Tādilī que acabamos de ver se hace una breve descripción de la finca que es en todo coherente con la realidad organizativa que hemos estudiado en numerosos ejemplos. La fuente árabe indica claramente que al final de la huerta era donde se encontraba la alberca y que en su parte trasera estaba el origen de la acequia que la alimentaba.

3.2.

Buḥayrat al-Ṭalaba (Huerta de los Estudiantes)48

Al igual que la anterior huerta se encontraba al este de Marrakech, en las inmediaciones de la puerta de Īntān (Bāb Īntān). Es mencionada en la biografía de Abū al‘Abbās al-Sabtī y es Abū Yaḥyā Abū Bakr b. Musā‘id quien proporciona la siguiente información: Salí con él un día hacia la Buḥayrat al-Ṭalaba al exterior de la puerta de Īntān (al-Tādilī, ed. 1984, p. 470; ed. 1995, p. 341).

La mencionada puerta de Īntān no está bien localizada. Al-‘Umarī la cita al lado de Bāb Agmāt y LèviProvençal la identifica con Bāb Aylān. Deverdun no se decanta por una ni otra, admitiendo que se trataría de un sinónimo de alguna de las otras dos mencionadas (Deverdun, 1959, pp. 126-128)49. Buḥayra jāriŷ Bāb Agmāt (Huerta al exterior de la puerta de Agmāt) 3.3.

Al igual que las anteriores huertas se encontraba al este de Marrakech, en las inmediaciones de la puerta de Agmāt. Es mencionada en la biografía de Abū l-‘Abbās al-Sabtī y será Ibn Musā‘id el que nos transmita la siguiente anécdota: Salí con Abū l-‘Abbās, con Abū Ya‘qūb al-Mubtalà y con Abū l-Ḥasan al-Balansī [el Valenciano] hacia la huerta (buḥayra) que hay por fuera de la puerta de Agmāt (Bāb Agmāt) y quisimos que Abū l-Ḥasan implorara para nosotros lluvia (yastasqī), porque era tiempo de sequía. Abū l-Ḥasan nos trajo abundante comida y nos pusimos a comer, y Ya‘qūb al-Mubtalà preguntó: «¿Cuándo va a implorar lluvia para nosotros el alfaquí Abū l-‘Abbās? No le he visto rogar». Cuando regresamos a la ciudad, le dije: «Mi señor, hemos salido para rogar que llueva, pero no nos has hecho la rogativa». Y respondió: «Sí, rogamos lluvia para vosotros, es decir, con la comida que comisteis, pues ya se había regado el país, y nosotros también». Y le pregunté: «¿Cuándo se nos ha dado lluvia?». A lo que me contestó: «Ha llovido para nosotros en otra tierra, no en esta, pero mañana nos tocará a nosotros». Y volví a preguntarle: «¿Por qué ya les ha llovido a otros y mañana nos tocará a nosotros?». Y dijo: «Porque ¡quien da de beber a la gente es el último en beber! [conocido Hadiz del Profeta]». Y añadió: «¡Por Dios, el segundo día nos ha caído una abundantísima lluvia!». Entonces, pregunté acerca de esas otras regiones a quienes llegaban desde ellas, y me informaron de que a ellos les llovió un día antes que a nosotros (al-Tādilī, ed. 1984, p. 474; ed. 1995, p. 345).

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

295

Sobre el texto anterior de al-Tādilī, el Kitāb al-I‘lām nos ofrece otra versión de los hechos. Sorprende que el autor anónimo del Kitāb al-I‘lām siga manteniendo el término buḥayra en una época, finales del siglo XIX, en el que este término ya no se usaba: Aḥmad b. ‘Alī al-Ṣanhāŷī me contó que durante un tiempo la lluvia se detuvo, y que Abū al-Ḥasan al-Balansī («el valenciano»), el hortelano (al-ŷannān), le dijo a Abū l-‘Abbās [al-Sabtī]: «acaso no ves lo que la gente sufre por la sequía». Y Abū l-‘Abbās le contestó: «La codicia es la causa de la ausencia de lluvia. Si hubieran dado limosna habría llovido. Así que di a tus amigos agricultores: dad tanta limosna como lo que habéis gastado, y lloverá para vosotros». Abū l-Ḥasan le dijo: «No va a creerme ni uno de ellos. Pídeme otra cosa especial y la hago». [al-Sabtī] le dijo entonces: «Da tú tanta limosna como tú has gastado». A lo que contestó: «Cuando llueva daré del precio de la cosecha igual que lo que he gastado». ‘Abū l-‘Abbās repuso: «¡A Dios Altísimo no se le trata con deudas! Pero puedes pedir la cantidad por adelantado en préstamo». [Abū l-Ḥasan] se las arregló para conseguir esa cantidad y dió la limosna según le había ordenado [al-Sabtī]. Y ‘Abū l-Ḥasan añadió: «Después salí a la huerta (buḥayra), que dejé preparada, y el sol producía un intenso calor, lo que me hizo perder la esperanza de que lloviera. Vi que todo lo que había sembrado estaba a punto de morir. Mas me quedé allí un rato y vi cómo una nube llovió sobre la huerta (buḥayra) hasta que la regó por completo»50. 3.4.

La segunda es la de Abū ‘Alī ‘Umar ibn ‘Alī ibn ‘Abd al-‘Azīz al-Hazraŷī (nº 148). De él sabemos que vivió en el lado este de Marrakecu (min ahli al-ŷānib al-šarqī min Marrākuš), donde murió en 59253/1196. Fue sepultado fuera de Bāb Īntān. Es Muḥammad Ibn Sa‘īd quien nos informa que: Abū ‘Alī había elegido la soledad y el aislamiento. Pernoctaba en las mezquitas vacías y habitaba en una maṣriyya [habitáculo en planta alta]54 en la Buḥayrat al-Faṣfaṣa (al-Tādilī, ed. 1984, p. 304; ed. 1995, p. 219). 3.5.

Visité a mi hijo Ḥassūna en el barrio de Abū Ya‘bdīn en la estación de la lluvia y del barro. Salí de su casa para ir a la mía en la Buḥayrat Abī Marwān (al-Tādilī, ed. 1984, p. 317; ed. 1995, p. 227).

Buḥayrat al-Faṣfaṣa (Huerta del Sauce)

Abū Zakariyyā’ Yaḥyà b. Wāṣil al-Išbīlī. Oriundo de Sevilla, llegó a Marrakech y se alojó en su parte oriental en la Buḥayrat al-Faṣfaṣa (del Sauce). Murió hacia el año 580/1184 y se le sepultó en la Rawḍa del alfaquí Marwān,

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

Buḥayrat Abī Marwān (Huerta de Abū Marwān)

Esta huerta se encontraba al este de Marrakech. Es mencionada en la biografía de [Munayya o Munayna] Bint Maymūn al-Dukkālī 55 (n.º 160), oriunda de Meknes. Esta mujer se estableció en el lado este de Marrakech donde murió en 595/1199. Fue sepultada fuera de la puerta de los Curtidores (Bāb al-Dabbāgīn). Especial interés tiene el hecho de que viviera también en esta huerta, lo que demuestra que lo sucedido en la anterior (Buḥayrat al-Faṣfaṣa) no fue un fenómeno aislado. Es Muḥammad ibn ‘Alī el que nos transmite que Munayya le dijo:

51

Esta huerta se encontraba al noreste de Marrakech, en las inmediaciones de la puerta de Fez (Bāb Fās). Aparece mencionada en dos biografías de santones que vivieron y murieron en esta huerta en fechas muy próximas. Estos datos ponen de relieve que estas fincas funcionaron, en ciertas ocasiones, como espacios en los que se podían retirar a seguir una vida ascética, favorecida por el silencio y el aislamiento que les proporcionaban los amplios huertos de olivos y frutales que había en su interior. La primera es la de Abū Zakariyya’ Yaḥyā Ibn Wāṣil al-Išbīlī («el Sevillano») (n.º 98). Se alojó en el lado este de Marrakech, en la huerta (buḥayra) «del Sauce (al-Faṣfaṣa)». Murió en 58052/1184 y fue sepultado en el mausoleo del jurista Marwān, fuera de la puerta de Fez:

296

a las afueras de la puerta de Fez (al-Tādilī, ed. 1984, p. 245; ed. 1995, p. 179).

El editor del texto árabe (1984) cree que el barrio mencionado de «los devotos» puede ser el actual barrio de ‘Ubayd Allāh, y también considera probable que esta «Buḥayrat Abī Marwān» sea la que se conoció como Huerta de Tābŷirt, en la que modernamente se construyó un barrio residencial. 3.6.

Buḥayrat al-Nā‘ūra (Huerta de la Noria)

Desconocemos su ubicación. Es mencionada en la biografía de Abī l-‘Abbās al-Sabtī y será Abū Yaḥyà Abū Bakr b. Musā‘id al-Lamaṭī el que nos transmita la siguiente anécdota: Salí con Abū l-‘Abbās, acompañándonos un tercero, y llegamos a la puerta de la Buḥayrat al-Nā‘ūra, que estaba cerrada, pero al llegar Abū l-‘Abbās a la puerta, esta se abrió y entramos en la huerta (buḥayra) pensando que la había

abierto un hombre que había detrás de la puerta. Miramos a derecha e izquierda y no vimos a nadie, lo que nos asombró. Entonces, [Abū l-‘Abbās] se volvió y nos dijo: «¿Os asombráis de que se abra la puerta y no de esta nube que acabo de invocar para que me dé sombra?». Y levantamos la cabeza y vimos una nube sobre él que le daba sombra (al-Tādilī ed. 1984, p. 469; ed. 1995, p. 341).

Este texto aporta claros indicios de que se trata de una propiedad demarcada por tapias y con una puerta para controlar el acceso. Bustān jāriŷ Bāb Dukkāla (Huerto al exterior de la puerta de Dukkāla) 3.7.

A diferencia de las otras huertas se encontraba al noroeste de Marrakech, en las inmediaciones de la puerta de Dukkāla (Bāb Dukkāla). Conviene hacer notar que es el único caso de las siete fincas estudiadas en donde no se utiliza el término buḥayra para denominarla. Es mencionada en la biografía de Abū l-‘Abbās al-Sabtī y será de nuevo Ibn Musā‘id el que nos transmita la siguiente anécdota: Salí con él [Abū l-‘Abbās al-Sabtī] un día al huerto (bustān)56 que hay fuera de la puerta de Dukkāla (Bāb Dukkāla), después de que me hubiera estimulado a hacerlo uno de nuestros parientes57 (aṣhāru-nā), quien nos obsequió con las frutas que tenía. El alfaquí Abū l-‘Abbās se alegró, llamó al trabajador del huerto (bustān) y le dijo: «¿Qué quieres que sea?». Y le respondió: «Señor, yo no quiero nada, pero a nosotros los jardineros (ma‘āšir al-ŷannānīn) nos perjudica el viento de levante, que nos estropea las flores (nuwwār), y lo único que deseamos es que el viento sea de poniente». Él [Abū l-‘Abbās], cuando quería algo de Dios se callaba un buen rato con la cabeza gacha y ensimismado, y nadie osaba hablarle. Luego, tras reflexionar largo tiempo, nos dijo: «Aspirad el aire». Lo aspiramos, y era de poniente (al-Tādilī, ed. 1984, p. 474; ed. 1995, p. 345).

El texto que acabamos de ver tiene especial interés para nosotros debido a que permite reflexionar sobre el régimen de explotación de la finca, pues en el relato sale un personaje que la trabajaba y que se presenta como portavoz de un grupo de «compañeros del huerto que padecemos un gran daño» en las cosechas debido al viento. Si efectivamente este bustān constituía una sola propiedad, como parece deducirse en general de las indicaciones que las fuentes nos proporcionan sobre este tipo de terreno agrícola, es muy probable que ninguno de estos hortelanos fuera el dueño (terrateniente) de

ella. Por otra parte, el interés y preocupación que muestran por el buen estado de los cultivos y el futuro de los mismos, no es el propio de asalariados o braceros, lo que nos induce a pensar que podrían ser arrendatarios o aparceros de pequeñas porciones de tierras. Esta división enfitéutica de las grandes fincas podría explicar la existencia de cercas de obra, con una puerta bien elaborada, individualizando pequeños huertos en el interior de algunas de ellas, tal y como lo hemos documentado en el Agdāl y en Semelalia58. Al-‘Umarī proporciona más datos sobre estas fincas (ŷannāt, basātīn en la terminología del autor) y sobre el lugar en el que estaban emplazadas. Aunque escribe a mediados del siglo XIV, utiliza para Marrakech fuentes del siglo XII. Refiriéndose a época almohade afirma que fuera de la Bāb al-Sāda (puerta de los Señores), situada en la muralla occidental de la Qaṣba, estaba: [...] la puerta de los Señores (Bāb al-Sāda), que conduce al exterior de Marrakech y está reservada para los Banū ‘Abd al-Mu’min, quienes llegan a esta puerta con sus caballos y desmontan ante la cadena que hay sobre la puerta. Allí están las tumbas de sus grandes (maqābir akābiri-him) y se realizan los funerales de los nobles (ŷanā’iz al-a‘yān) en edificios y plantaciones (girās) de suma hermosura59.

Otras menciones del mismo autor precisan los siguientes extremos: que fuera de la ciudad y frente a la puerta de al-Ṣāliḥa60 hay cementerios y vergeles (maqābir wa-basātīn); que en las cercanías de Bāb al-Rubb estaba la gran Alberca (al-ṣahrīŷ al-kabīr), conocida después con el nombre de Ṣahrīŷ al-Baqar (alberca de las Vacas), que más adelante veremos, y que más allá de la puerta de Nfis había otra alberca en la que los niños aprendían a nadar61. La supervivencia de estas fincas periurbanas dependía de la existencia de ciertas condiciones de seguridad, que solo podían ser garantizadas por el Majzén. Cuando los meriníes (1258-1456) establecen la capitalidad de su imperio en Fez, Marrakech pierde los recursos asociados a la presencia del sultán y esto se deja notar tanto en la ciudad como en sus alrededores. Aun así, una fuente de mediados del siglo XIV nos ofrece los siguientes datos: que los palacios y dependencias de la Qaṣba estaban en uso y que su red de abastecimiento de agua funcionaba; que el sultán meriní residía en los antiguos palacios almohades y que estos conservaban los mismos nombres; por último, nos informa que la llamada «acequia del Mexuar» llevaba agua a la Qaṣba (Ibn Marzūq, ed. 1981, pp. 70-71, 156, 337). Cuando León el Africano visita Marrakech a principios del siglo XVI afirma que el mayor daño sufrido por

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

297

la ciudad lo produjeron los meriníes «asentando en Fez su corte y dejando en Marruecos un virrey...» (ed. 1995, p. 106). En su descripción comenta que Marrakech «goza de escasa fama y anda muy agobiada por los nómadas» (ed. 1995, p. 107). Tras hacer alusión a la grandiosidad de la ciudad almohade y al esplendor de los palacios que de esa época había en la Qaṣba, nos informa que: [...] la pobre ciudad está vacía en sus dos terceras partes. En los solares se han plantado palmeras, uvas y otros frutales, ya que en los campos de fuera no puede la gente disponer de un palmo de terreno a causa de los árabes. En verdad cabe decir que esta ciudad ha envejecido antes de tiempo [...] y ello se debe a las guerras y a los cambios de amo (León el Africano, ed. 1995, p. 104).

De toda esta información lo que más nos interesa destacar es el fenómeno de inseguridad reinante que obligó a instalar los campos de cultivo en el interior de la ciudad, pues los alrededores de Marrakech ya no eran seguros para mantener las numerosas huertas fundadas en época almohade debido al riesgo de ataques por parte de las tribus árabes.

4. Época saadí Tras el paréntesis meriní, la dinastía saadí que estaba en el Valle del Sous se instaló en Marrakech en 1521 y la convirtió en su capital, expulsando de allí a los emires Hintata. A partir de esa fecha identificamos una cierta alternancia de periodos en los que el poder de estos sultanes es más fuerte con otros en los que su autoridad estaba en crisis y se percibían como débiles; entre los primeros destacan los más de 15 años de gobierno de ‘Abd ‘Allāh al-Gālib (1557-1574) y el aún más largo de Aḥmad al-Manṣūr (1578-1603), este último contemporáneo de Felipe II y de Isabel I de Inglaterra. El fin de esta dinastía sucede en 1659 con la muerte del sultán Aḥmad al-‘Abbās. El establecimiento de esta dinastía en Marrakech supuso la reactivación de la vida urbana y la restauración de las fincas que rodeaban la ciudad, entre las que se encontraban el Agdāl y la Menara, así como los huertos áulicos de al-Muštahà y al-Masarra situados en el interior e inmediaciones, respectivamente, del gran palacio de Qaṣr al-Badī‘, de los que ya hablamos al principio de este trabajo, fijándonos en descripciones de primera mano aportadas por al-Fištālī, ministro de Aḥmad alManṣūr, y al-Maqqarī, literato ayudante de ambos. Además, hay abundantes y prolijos textos de este periodo escritos por viajeros, diplomáticos y prisione-

298

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

ros europeos, en los que pueden encontrarse numerosas narraciones y referencias a estas fincas. El célebre historiador granadino Luis del Mármol Carvajal estuvo en poder de los saadíes, bajo el gobierno de Aḥmad al-A‘raŷ (1517-1544) y de Muḥammad al-Šayj (1544-1557), debiendo de quedar en libertad hacia 1546 (Castillo Fernández, 2013, pp. 101-102 y 438). En su Descripción general de África dejó constancia de las numerosas obras que emprendió el sultán ‘Abd ‘Allāh al-Gālib en aquella ciudad. Entre ellas menciona la recuperación de una gran acequia que debe de ser la Tassoultant: [...] dos leguas a Levante de esta ciudad pasa el río Tencife [Tensif], que riega toda aquella comarca, y de poco tiempo a esta parte el Xerife Abdala [‘Abd ‘Allāh al-Gālib] ha traído un gran golpe de agua que viene desde la tierra de Agmet [Agmāt] hasta Marruecos sobre la tierra, con la cual muelen más de cincuenta molinos, repartidos a trechos por la ribera, hasta llegar a los muros de la ciudad, y se riegan muchas huertas que han hecho los moros andaluces (Mármol Carvajal, 1573, II, libro III, fol. 33).

Casi un siglo después, el viajero francés Jean Mocquet, que recorre Marruecos entre 1601 y 1607, pinta un panorama de Marrakech bien diferente. Según su relato: Hors la ville, aux environs, par la campagne, y a grand nombre de jardins et vergers à toutes sortes de fruits et vignes, avec des eaux, et une petite habitation pour s’aller recreer; ils tiennent là quelques esclaves à travailler. Toute la terre y est bone et fertile, et ne la faut quasi que gratter et la semence fructifie incontinent [...]. Il n’y a point d’arbres en la campagne, sinon de quelques palmiers. Tous les arbres sont és [sic.] jardins, qui sont comme nos vergers (Mocquet, 1617, p. 178).

Tal y como se describe en el texto que acabamos de ver, los alrededores de Marrakech estaban salpicados de fincas de recreo en cuyos huertos había un edificio de mayor o menor tamaño. Este último no tenía por qué ser un palacio, pues el documento que ahora comentamos alude a «una pequeña residencia» de carácter recreativo; no obstante, hay una mención a la presencia de «algunos esclavos para trabajar», lo que indica claramente el alto poder adquisitivo de sus propietarios, sin duda, pertenecientes a las élites urbanas. El texto francés también señala que no hay más árboles que aquellos que se cultivan en jardins, y con el fin de no dejar duda sobre su identidad aclara que se trata de vergers, que en español es necesario traducir por «vergel» o «huerto» y no por jardín. En otras crónicas de viajeros españoles

fig. 2 Agdāl de Marrakech. Atardecer en la alberca de al-Gharsia; al fondo la cordillera del Atlas.

y portugueses, redactados entre los siglos XVI y XVIII, los términos utilizados para denominar estas fincas fueron los de huerto y huerta. La presencia de un poder fuerte como el del Majzén saadí explica la existencia en este periodo de un paisaje periurbano floreciente tal y como lo describe Mocquet. Pero la amenaza de la desintegración estaba siempre presente. El mismo Mocquet afirma unas líneas después, hablando de los impuestos que recoge el sultán, que estos habían de ser recaudados a las tribus del Atlas con el concurso del ejército, «a mano armada»: [...] ses tributs ordinaires qu’il envoie lever ça et là par le pays par ses gardes, et dans les monts d’Atlas à main armée (Mocquet, 1617, p. 179).

La fuerza de la dinastía se podía medir por su capacidad para imponerse militarmente. Cuando esto no era así los alrededores de Marrakech se resentían y perdían su esplendor. Para Thomas Le Gendre, comerciante francés que visitó la ciudad entre 1618 y 1625, pocos años después que Mocquet, Marrakech es la única urbe del reino de Marruecos en la que sus habitantes no tienen posesiones ni huertos (jardinages) más allá del perímetro que se podía defender desde las murallas con los mosquetes, todo ello por miedo a ser robados por «los árabes», es decir, por las tribus árabes anteriormente mencionadas: [...] le royaume de Maroc n’a pour toutes villes dans ses terres que la ville de Maroc [...]; ainsi la campagne d’entre Maroc et la mer n’a aucunes villes, villages ny bourgades, mais seulement des adouars ambulans [...].

Les Mores mesme n’ont pas de possessions ni de jardinages au-delà de la portée du mousquet des murailles de leurs villes, parce qu’ils n’en jouyraient pas, les Alarbes déroberaient tout de nuit; ce qui est cause que ces genslà ne cultivent point, et ne se servent point de la bonté de leur pays (Le Gendre, 1911, pp. 717 y 721).

La similitud de esta descripción con la que hiciera León el Africano algo más de un siglo antes resulta aleccionadora sobre el carácter cíclico de las crisis que sufrió la ciudad de Marrakech. La explicación de la situación de inestabilidad descrita por Le Gendre hay que buscarla en una combinación de circunstancias: a los problemas sucesorios que siguieron a la muerte de Aḥmad al-Manṣūr en 1603 hay que añadir el impacto de las grandes epidemias de peste (el propio al-Manṣūr murió de ella), y las hambrunas que se sucedieron en la primera mitad del siglo XVII y que, indudablemente, contribuyeron a la despoblación de muchas áreas (Rosenberger y Triki, 1973; 1974).

5. Época alauí Desde que los alauíes tomaron Marrakech en 1669, la ciudad quedó relegada como capital regional hasta que Muḥammad III (1757-1790) se trasladó a ella acompañado del aparato cortesano. A partir de ese momento el monarca emprendió diversas reformas urbanas y obras civiles como la reconstrucción de la Qaṣba, la ampliación de las murallas septentrionales de la ciudad y la creación de nuevos espacios dentro del Agdāl. Sus sucesores siguieron prefiriendo Marrakech como

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

299

lugar de residencia, aunque finalmente la capital se trasladó de nuevo a Fez en el siglo XIX (Deverdun, 1959, pp. 475-511). Viajeros y cronistas de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX certifican que algo había cambiado para mal en el entorno de Marrakech respecto a un esplendor pasado que en esas fechas todavía era reconocible por la presencia de ruinas. El primero en hacerlo es un cautivo francés, François Bidé de Maurville, que en la década de 1770 describe así los alrededores de la ciudad: Los alrededores de Marrakech son, en general, feísimos; el único lado susceptible de algún cultivo y que ofrezca un golpe de vista soportable es el del Palacio del Rey, que está en frente de los Montes Atlas; todos los demás son de una aridez y de un aspecto tan desagradable que no se puede imaginar nada de parecido (Bidé de Maurville, ed. 1940, p. 101).

Según este autor, la única zona susceptible de cultivo y soportable a la vista era el sector inmediato a la Qaṣba (el «Palacio del Rey») que corresponde con el Agdāl, situado frente a los montes Atlas; lo demás era de una fealdad inimaginable. A este panorama desagradable contribuía según él la omnipresencia en el paisaje de los pozos de aireación de las jaṭṭāra/s, algo que describe de la siguiente manera: Además de estos defectos naturales, lo que contribuye a que sea aún más feo este lugar es un inverosímil trastorno de tierra, como el que pudiera formar una infinidad de erupciones extendidas sobre toda la superficie de una llanura, que no son sino montones de tierra procedente de una gran cantidad de agujeros muy profundos, de gran anchura interiormente, que se comunican entre sí, que los moros llaman «matamoras» y que se destinan a facilitar el derrame de las aguas por toda la planicie de Marrakech [...] (Bidé de Maurville, ed. 1940, p. 101).

El paisaje que describe Bidé de Maurville ha sido un rasgo característico de la llanura de Tasltante, al sur de Marrakech, hasta tiempos recientes, como veíamos: largas hileras de pozos señalaban los recorridos de las jaṭṭāra/s, tanto las abandonadas como las que estaban en funcionamiento, que aprovisionaban la ciudad y las fincas de su entorno. También de la segunda mitad del siglo XVIII es el testimonio de Louis de Chénier, diplomático francés que, en el desempeño de sus cargos, conoció Marrakech entre 1767 y 1784. Su percepción del entorno de la ciudad es muy rica en detalles:

300

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

La ville de Maroc est dans une plaine agréable, plantée de palmiers, ayant à l’est le mont Atlas qui fait un très-bel effet. Cette plaine fertile, et susceptible d’une grande culture par l’abondance des eaux, était autrefois divisée en un nombre infini de jardins clos, enrichis par de belles plantations d’oliviers qui ont survécu à la barbarie des hommes. Ces enclos, qui renfermaient les maisons de campagne des particuliers, et leurs plantations, étaient arrosés par plus de six mille sources, qui, du mont Atlas, venaient rafraîchir et féconder cette plaine. Ces riches propriétés ont été dévastées dans les révolutions qui ont précédé et distingué le règne de Muley Ismaël; il n’en reste plus que les ruines, et à peine, en 1768, avait-on rétabli le cours de mille deux cents sources qu’on voit serpenter dans cette fertile champagne (Chénier, 1787, III, p. 49).

Es oportuno subrayar que la descripción que hace Chénier de la llanura de Marrakech se refiere en gran medida a un paisaje que existió y del que aún quedaban restos visibles. La inicia señalando que es fértil y susceptible de cultivo por la abundancia de agua; a continuación, señala que estuvo «dividida en un número infinito de huertos cercados», plantados de olivos «que han sobrevivido a la barbarie de los hombres». Esta mención a los árboles que no se han secado es propia de un testigo ocular que todavía los vio. Las fincas que des­ cribe habían albergado en otro tiempo las «casas de campo de los particulares y sus plantaciones», regadas por «más de seis mil fuentes». El panorama que dibuja Chénier no puede ser más explícito sobre el tipo de ocupación que existió en la llanura: una constelación de huertos propiedad de particulares, protegidos por cercas, plantados principalmente de olivos y dotados de edificios residenciales. Todo eso había desaparecido ya; según el autor «esas ricas propiedades fueron devastadas en las revoluciones que precedieron y caracterizaron el reinado de Moulay Ismail [1672-1727]», y no quedaban sino sus ruinas. Esfuerzos recientes, de 1768, habían conseguido restablecer «el curso de mil doscientas fuentes que se ven serpentear en este fértil campo», apenas una quinta parte de las más de seis mil que afirma llegaron a estar en servicio. Veinte años después, en 1803, en otra descripción de la ciudad hecha por el viajero español Alí Bey (Domingo Badía) encontramos un eco de lo que describió Chénier: Antiguamente rodeaban la ciudad de marruecos jardines y plantaciones que se extendían a mucha distancia. Para regarlos, se conducía el agua de millares de fuentes del Atlas por medio de canales o arroyos descubiertos y por acueductos o grandes conductos subterráneos, ahora solo

quedan las ruinas de obras tan vastas; el hombre instruido padece al ver aquella multitud de canales destruidos y la tierra, que sus aguas hacían antes fértil y productiva, convertida en árido desierto. Queda, no obstante, cierto número de conductos que aún llevan agua y mantienen la frescura y verdor en muchos jardines (Alí Bey, ed. 1984, cap. XV, p. 314).

En este texto también se nos habla en pasado de los huertos (jardins) y plantaciones que rodeaban la ciudad y se perdían en la distancia, la mayor parte de ellos desolados y convertidos en campo de ruinas; algunos se conservaban vivos alimentados por unas pocas acequias y jaṭṭāra/s aún en funcionamiento. No hay motivos para pensar que Alí Bey, un observador metódico que residió durante casi un año en Marrakech como huésped del sultán, reprodujera acríticamente el texto de Chénier, publicado en 1787 y que gozó de gran notoriedad. Lo que describe es seguramente lo que ve, y esto era esencialmente lo mismo que contempló el diplomático francés años antes: un paisaje desolado en el que todavía era posible descubrir indicios de un pasado esplendoroso. Contamos con un diccionario biográfico escrito en árabe a finales del siglo XIX titulado Al-I‘lām bi-man ḥalla Marrākuš wa-Agmāt min al-a‘lām. Su autor, ‘Abbās b. Ibrāhīm al-Samalālī al-Marrākušī (n. 1877 o 1878, m. en 1959), compiló un gran número de biografías de personajes de todas las épocas relacionados con Marrakech. De entre todas ellas nos interesan dos en las que las fincas son mencionadas con el término árabe ŷannāt: La primera es la de Muḥammed ibn Idrīs al-Amrāwī (1794-1847)62. Este personaje nacido en Fez fue visir del sultán Abderramán. Se trata de una de las figuras literarias más destacadas del Marruecos del siglo XIX (Lakhdar, 1971, pp. 327-335), amigo y compañero de otro gran talento literario de ese mismo siglo llamado Muḥammad Akansūs. Su numerosa obra poética fue recopilada por su hijo Abū l-‘Alā’ Idrīs en un dīwān. En su biografía se hace mención a una de las huertas de Marrakech: Qué bueno y generoso es el visir Ibn Idrīs cuando describe un día que pasó en las huertas (ŷinān) llamadas alMāmūniyya y en la Estepa (al-sahb), que es una de las huertas (ŷannāt) de la parte alta (al-ŷānib al-‘ālī) de Marrakech (al-Samlālī, ed. 2002, vol. I, p. 91).

La segunda biografía es la de Aḥmad b. al-‘Arabī al-Tangarāsī (1834-1901). En ella se mencionan dos fincas situadas al noroeste de la ciudad, en las inmediaciones de Guéliz (Ŷilīz):

Le gustaba el retiro por lo que se dirigía a las huertas (ŷannāt) lejanas, Guéliz (Ŷilīz), a las huertas (ŷinān) de Ibn al-Ḥaddād y al-Kutubiyya; allí me encontré con él varias veces (al-Samlālī, ed. 2002, vol. I, p. 451).

NOTAS Queremos agradecer a Fidel Garrido Carretero su colaboración en la redacción de este artículo. Algunos topónimos árabes se han mantenido según la transcripción francesa con la que se han popularizado en mapas, artículos y libros. 1. Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro Palazón (EEA-CSIC). 2. El presente artículo es dependiente de otro mayor, «El paisaje periurbano de Marrakech: la Menara y otras fincas de recreo (siglos XII-XX)», que forma parte de esta misma monografía. Por este motivo remitimos a su parte introductoria con el fin de no hacerlo en este. 3. Además de la célebre al-Buḥayra sevillana, a la que nos referiremos más adelante, basta con leer algunos poemas de Ibn Zamrak para comprobar cómo denomina buḥayra a la alberca de Arrayanes o a la de los Alijares (Ibn Zamrak, ed. 1997, p. 307). 4. El estudio de El Faïz de 1996 fue vuelto a publicar con ligeras variaciones en una edición bellamente ilustrada (El Faïz, 2000a); un extracto de los pasajes específicos sobre el Agdāl se publicó ese mismo año en italiano (El Faïz, 2000b). En 2007 se publicó en inglés parte del texto de 1996 (El Faïz, 2007). Dada la similitud que existe entre los cuatro textos, en adelante se citará solamente la edición de 1996, origen de las otras tres. 5. Para facilitar la lectura, castellanizamos el plural árabe jaṭṭārāt. 6. Zakkār y Zamāma, 1979, p. 150; traducción francesa de LéviProvençal, 1928, p. 73, n.º 3. 7. No puede descartarse que al-‘Umarī, natural de Damasco, utilice bustān en un intento de explicar el sentido de un término, buḥayra, que tal vez empleara el autor al que cita, ‘Abd al-Malik ibn Sa‘īd, personaje magrebí que estuvo al cargo de varias misiones para ‘Abd al-Mu’min. En este sentido, es de señalar que en el mismo párrafo al-‘Umarī emplea el término birka para referirse a la gran alberca de Dār al-Hanā’, a la que autores almohades se refieren como ṣahrīŷ. Probablemente estamos tal vez ante dos intentos de explicación de un término local. 8. Lévi-Provençal, 1928, «“L’Histoire des Almohades” d’Abu Bakr b. ‘Ali as-Sanhagi, surnommé Al-Baidak», tercera parte de su obra Documents inédits d’histoire Almohade, vol. I: Textes árabes relatifs a l’histoire de l’Occident musulman, p. 118 [texto árabe], p. 196 [traducción]. 9. La finca del Agdāl ha sido objeto de varios proyectos de investigación cuyos resultados los hemos publicados entre 2013 y 2018: Navarro Palazón, Garrido Carretero, Torres Carbonell y Triki, 2013; Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014; Navarro, Garrido y Almela, 2017; ibid., 2018 (en prensa). 10. Esta finca la estudiamos en otro artículo, «El paisaje periurbano de Marrakech...», que forma parte de esta misma monografía.

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

301

11. 12.

13.

14.

15.

16.

17.

18.

19.

20. 21. 22. 23.

24. 25.

26. 27. 28.

29.

302

Al-‘Umarī, ed. 1988, vol. IV, p. 86; traducción francesa de Gaudefroy-Demombynes, 1927, p. 181. Cf. Amores Carredano y Vera Reina, 1995; ibid., 1999; Collantes de Terán y Zozaya, 1972. En esta misma monografía puede consultarse la contribución de Magdalena Valor y Alejandro Jiménez: «Las almunias de la Sevilla almohade: Buhayra y Aznalfarache». Los resultados de la prospección arqueológica que realizamos en 2014 en el entorno más inmediato de Marrakech los presentamos en otro artículo ya mencionado, «El paisaje periurbano de Marrakech...», que forma parte de esta misma monografía. Simplemente a título de ejemplo, cabe recordar que los textos de época abasida usan bustān para referirse a las grandes áreas ajardinadas de los complejos palatinos de Samarra (Northedge, 2005, pp. 134-136, 144). Al-Nāṣirī al-Salāwī, ed. 2001-2005, vol. VIII (2001), p. 20. La primera edición fue impresa en El Cairo (1894). La traducción francesa se puede encontrar en Archives Marocaines, X (1907), pp. 117-118. Al-Nāṣirī no considera bustān a la Menara, a la que se refiere como Ŷannat al-Manāra, lo que no hace sino mostrar el carácter monumental del Agdāl dentro del panorama de las fincas palatinas de Marrakech a finales del siglo XIX. El nombre Agdāl aparece por primera vez en la cronística oficial en el al-Ŷayš al­-‘Aramram, obra de Muḥammad ibn Aḥmad Akansūs redactada en 1865. Dār al-Hanā’ y Dār al-Bayḍā’ son bien conocidas; en al-Zahra existió un quiosco llamado Dār al-Insaha que ardió a principios del siglo XX y del que solo quedan restos de la planta; en alṢāliḥa se desconoce la existencia de pabellón o quiosco alguno, aunque pudo haber estado situado al sur de las albercas Chouirjat. El vocablo ŷinān es traducido por Corriente y Ferrando (2005, p. 186) como jardín, huerto, paraíso. Sabido es que, como en el caso del plural clásico Riyāḍ —sobre el que más adelante hablaremos—, en al-Ándalus se usaron ambos plurales como singular. Al-‘Umarī, ed. 1988, vol. IV, p. 86; traducción francesa de Gaudefroy-Demombynes, p. 181. Véase nota 14. Cf. Kitāb al-I‘lām (al-Samlālī, ed. 2002, vol. I, p. 90); esta obra es de época alauí, s. XIX, anterior a 1859. Como avanzamos, el plural riyāḍ tuvo en al-Ándalus uso y concordancias en singular (cf. Pedro de Alcalá, 1505 [ed. 1989], p. 604; García Gómez, 1985, p. 51). Al-Fištālī usa la expresión rml’d para referirse también, en términos generales, al bustān al-Nahr. La diversidad de pronunciaciones del término, ha dado lugar a la doble interpretación fonética, principalmente francófona, «agdal» y «aguedal». Nosotros optamos por agdāl, debido al predominio geográfico de la raíz gdl (Auclair y Alifriqui, 2005, pp. 61-79). Mezzine, 1998, p. 69; Domínguez, Zorondo y Reyes-García, 2010, pp. 351-362. Asiduamente está ligado a pastos situados en el fondo de valles (Laoust, 1939, pp. 220-246). Muḥanmmd Ibn Aḥmad Akansūs: Al-Ŷayš al-‘Aramram (ed. 1918). Aḥmad b. Jālid al-Nāṣirī al­-Salāwī: Kitāb al-Istiqṣā’ li-ajbār duwal al-Magrib al-Aqsà (ed. 2001-2005). Del este texto de al-Idrīsī tenemos una versión de finales del siglo XIX que dice lo siguiente: «Ya que el hombre mencionado que es ‘Abd Allāh b. Yūnus [al-Muhandis] vino a Marrakech en su primera etapa de construcción. En este momento no había nada en ella excepto una huerta (bustān) propiedad de Abū al-Faḍl siervo del antes mencionado el príncipe de los musulmanes [Yūsuf b.

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

30.

31.

32.

33. 34. 35.

36.

37.

38.

39.

40.

41.

42.

Tašufīn]. Este [‘Abd Allāh] se dirigió a la parte alta del terreno próximo al mencionado bustān, allí cavó un pozo cuadrado grande, desde el que partía una conducción (sāquiya) continua en la tierra, así siguió haciéndolo de lo alto o lo bajo gradualmente hacia el fondo del pozo, con una balanza, hasta que el agua llegó a la huerta (bustān) derramada en la superficie de la tierra y desembocada en la dicha huerta» (al-Samlālī, ed. 2002, vol. I, p. 62). Nos parece que no es casual que una fuente de época almorávide prescinda de este término, ya que buḥayra como denominación de una finca pudo ser adoptado más tarde, en época almohade, en la ciudad de Marrakech. Al-Raqā’iq: sutilezas, exquisiteces (materiales o espirituales), y también hojas o láminas, laminillas, y hasta ciertos tipos de tierra fina, de plantas, etc. Pero la interpretación que ofrece la traducción francesa de «esclavos» no parece justificada. El tamyīz (discernimiento) fue un procedimiento establecido por Ibn Tumart y que los almohades aplicaban a los almorávides para discernir entre fiables, es decir, los que habían aceptado el nuevo orden político-religioso, y los «hipócritas» o no fiables, a los que consideraban infieles y los ejecutaban. Cf. Kitāb al-Ansāb (Lévi-Provençal, 1928, pp. 28 y 41). Ibn al-Qaṭṭān, ed. 1990, pp. 159-160; traducción francesa de Lévi-Provençal (1925, pp. 354-355 y 383-384). El vocablo murūs es de origen bereber. La presencia de graneros en el interior de la finca es un indicio claro de que en una parte sustancial de su superficie se cultivaría el cereal. Según al-‘Abbās al-Samlālī, autor de época alauí del siglo XIX, anterior a 1819, este bustān es la Masarra, situada a las a fueras de las huertas de al-Ṣāliḥa (al-Samlālī, ed. 2002, vol. I, p. 61). La traducción de todos los pasajes de las diferentes fuentes que se citan y estudian en este trabajo, se ha realizado a partir de los originales árabes editados, los cuales han sido cotejados en ocasiones con algunas traducciones francesas existentes, en las que, por otro lado, se han detectado a veces errores de interpretación que hemos tratado de subsanar. Fue este califa el que en 1163 trasladó la residencia palatina desde el Qaṣr al-Ḥaŷar hasta su nueva localización al sur de la ciudad, en un lugar llamado al-Ṣāliḥa donde existía un gran huerto extramuros de época almorávide. Allí fundó una ciudad palatina que conocemos hoy día como la qaṣba de Marrakech. Cf. Ibn ‘Iḏārī al-Marrākušī, ed. 1985, pp. 174, 186 y 230; Huici Miranda, 1953, pp. 97-98, 122 y 207. L’Afrique septentrionale au XIIe siècle de notre ère: Description extraite du Kitāb el-Istibṣār, trad. de Edmond Fagnan (1900 [repr. 1993], p. 182); Kitāb al-Istibṣār fī ‘aŷā’ib al-amṣār, ed. de ‘Abd al-Ḥamīd Sa‘d Zaglūl (1985, p. 210). Traducido al español a partir de la versión francesa. L’Afrique septentrionale au XIIe siècle de notre ère: Description extraite du Kitāb el-Istibṣār, trad. de Edmond Fagnan (1900 [repr. 1993], p. 180); Kitāb al-Istibṣār fī ‘aŷā’ib al-amṣār, ed. de ‘Abd al-Ḥamīd Sa‘d Zaglūl (1985), p. 208. De esta obra hay una versión en francés de Ibn al-Zayyāt al-Tādilī, ed. 1995, Regards sur le temps de Soufis, ed. de Ahmed Toufiq y trans. de Maurice de Fenoyl. En adelante, todas las transcripciones entre paréntesis de nombres de fincas que hemos extraído de esta obra han sido incorporadas por nosotros de la versión árabe: al-Tādilī, ed. 1984, Al-Tašawwf ilà riŷāl al-taṣawwuf wa-ajbār Ibn al-‘Abbās al-Sabtī. En la biografía n.º 183 de la obra de al-Tādilī (ed. 1984) se dice claramente que el lado este de Marrakech estaba «nuestro campamento» (maḥallati-nā). N.º de las biografías de los sepultados en este cementerio: 95, 96, 150, 160, 170, 202, 218, 234, 250, 267, 271, 276.

43. 44. 45. 46.

47. 48. 49.

50. 51.

52.

53. 54.

N.º de las biografías de los sepultados en este cementerio: 143, 148, 257. N.º de las biografías de los sepultados en este cementerio: 156, 175, 228. N.º de las biografías de los sepultados en este cementerio: 93, 98. En la traducción de los fragmentos de esta obra de al-Tādilī referidos a las siete huertas que estudiamos se han subsanado errores existentes en la versión francesa publicada en 1995. La biografía de este personaje no está numerada. En la edición francesa se encuentra en la p. 325 y en la árabe en la p. 451. Este topónimo parece hacer referencia a los ṭalaba o estamento de estudiantes almohades que soportaban y difundían este califato. En cualquier caso, se trata de una puerta del frente suroriental de la medina. Sobre esta buḥayra, el editor del texto árabe añade: «Es una de las buhairas, es decir los huertos (al-basātīn) y espacios plantados (al-girāsāt) que rodean la ciudad de Marrakech, y que los almorávides y los almohades se preocupaban de fundarlas y cuidarlas». Cf. Kitāb al-I‘lām (al-Samlālī, ed. 2002, vol. I, p. 249); biografía de al-Sabtī (m. 1205). El traductor de la obra comenta que cerca de la mezquita Tawārga había un sauce y que lo más probable es que este le diera el nombre (al-Tādilī, ed. 1995, pp. 179, 392 y nota 594). El traductor de la obra al francés ofrece la data 570 (al-Tādilī, ed. 1995, p. 179), pero en el original árabe viene el año 580 (al-Tādilī, ed. 1984, p. 245). La traducción francesa da el año 572 (al-Tādilī, ed. 1995, p. 218) donde el texto árabe editado dice 592 (al-Tādilī, ed. 1984, p. 303). Según Dozy y Engelmann: maṣriyya est une chambre ou appartement supérieur isolé, soit qu’il tienne à une maison, ou qu’il

55. 56. 57.

58.

59. 60. 61. 62.

soit placé au-dessus d’une boutique. On y monte par un escaliere dont la porte est toujours practiquée sur la rue. Cet appartement, qui ne forme qu’une seule pièce, a toujours une petite fenetre sur la rue, et jamais sur la cour intérieur des habitations: il sert ordinairement de logement aux personnes qui ne sont pas mariées (Dozy y Engelmann, 1982, p. 383). Algunos ejemplos arqueológicos han sido estudiados por Julio Navarro y Pedro Jiménez (1996, pp. 107-137). Su nombre es Munayya hija de Maymūn al-Dukkālī. El texto árabe se refiere todo el tiempo a ella en femenino. Bustān es traducido por Corriente y Ferrando (2005, p. 68) como jardín, huerto. El traductor de la obra al francés (al-Tādilī, ed. 1995, p. 345) traduce el término aṣhārinā como «yerno», pero su polisemia es mayor y puede significar afinidad, o los parentescos por matrimonio suegro, yerno o cuñado (Corriente y Ferrando (2005, p. 672). Como aquí el vocablo árabe está en plural y engloba a «nuestros» —probablemente Abū l-‘Abbās e Ibn Musā‘id—, optamos en este caso por traducirlo como «nuestros parientes». La finca de Semelalia la hemos estudiado en otro artículo, «El paisaje periurbano de Marrakech...», que forma parte de esta misma monografía. Al-‘Umarī (ed. 1988, vol. IV, p. 87); traducción francesa de Gaudefroy-Demombynes (1927, p. 184). Esta puerta estuvo situada al sureste de la medina, entre la puerta de Agmāt y la Qaṣba almohade. Al-‘Umarī, ed. 1988, vol. IV, p. 88-89; traducción francesa de Gaudefroy-Demombynes, p. 187-190. Su biografia se puede encontrar en al-Saŷlamāsī, 2008, vol. IV, p. 223.

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

303

Bibliografía AKANSŪS, Muḥammad ibn Aḥmad (ed. 1918). Al-Ŷayš al-‘Aramram, edición litográfica, Fez, 2 vols. ALCALÁ, Pedro de (1515, ed. 1989). El Vocabulario de Pedro de Alcalá, ed. de Elena Pezzi, Almería, Editorial Cajal. ALÍ BEY [Domingo Badía] (ed. 1984). Viajes por Marruecos, estudio y traducción de Salvador Barberá, Madrid, Editora Nacional [Edición original de 1814, Voyages d’Ali Bey El Abbassi en Afrique et en Asie, Paris]. AMORES CARREDANO, Fernando J.; VERA REINA, Manuel (1995). «Al Buhayra, Huerta del Rey», en Magdalena Valor Piechotta (ed.), El último siglo de la Sevilla Islámica (1147-1248), Salamanca, Universidad de Sevilla, pp. 135-143. —— (1999). «Al-Buhayra, Huerta del Rey», en Ahmed Tahirī, y Magdalena Valor Piechotta (eds.), Sevilla almohade, Sevilla-Rabat, pp. 184-189. AUCLAIR, Laurent; ALIFRIQUI, Mohamed (2005). «Les agdals du Haut Atlas marocain en Enjeux d’une recherche pluridisciplinaire», Cahiers de Recherche du Centre Jacques Berque, 3, pp. 61-79. BIDÉ DE MAURVILLE, F. J. H. (ed. 1940). Relato de la expedición de Larache, Tanger, Instituto General Franco [Versión española de la ed. francesa de 1775, Relation de l’affaire de Larache, Amsterdam]. CASTILLO FERNÁNDEZ, Javier (2013). La historiografía española del siglo XVI: Luis del Mármol Carvajal y su historia «Del Rebelión y Castigo de los Moriscos del Reino de Granada». Análisis histórico y estudio crítico, tesis doctoral dirigida por el Dr. Manuel Barrios Aguilera, Universidad de Granada. CHÉNIER, Louis de (1787). Recherches historiques sur les maures et histoire de l’empire de Maroc, Paris. COLLANTES DE TERÁN, Francisco; ZOZAYA, Joaquín (1972). «Excavaciones en el palacio almohade de la Buhayra (Sevilla)», Noticiario Arqueológico Hispánico 1, pp. 223-259. CORRIENTE, Federico; FERRANDO, Ignacio (2005). Diccionario avanzado árabe, Barcelona, Herder. DEVERDUN, Gaston (1959). Marrakech des origines à 1912, Rabat, Éditions Techniques Nord-Africaines. DOMÍNGUEZ, Pablo; BENESSAIAH, Nejm (2015). «Multi-agentive transformations of rural livelihoods in Mountain ICCAs», Quaternary international, XXX, pp. 1-11. DOMÍNGUEZ, Pablo; ZORONDO, Francisco; REYES-GARCÍA, Victoria (2010). «Relationships between saints’ beliefs and mountain pasture uses», Human Ecology, 38, pp. 351-362. DOZY, Reinhart P. A.; ENGELMAN, Willem Herman (1982). Glossaire des mots espagñols et portugais dérivés de l’árabe, deuxième réimpression de l’édition Leiden 1869, Amsterdam. EL FAÏZ, Mohammed (1996). Les jardins historiques de Marrakech. Mémoire écologique d’une ville impériale, Firenze, EDIFIR. —— (2000a). Jardins de Marrakech, Arles, Actes Sud. —— (2000b). «L’Agdal e i giardini di Marrakech nella storia della città», en Domenico Luciani, Patrizia Boschiero y Luigi Latini (eds.), L’Agdal di Marrakech, dossier Premio Internazionale Carlo Scarpa per il Giardino, Treviso, Fondazione Benetton Studi Ricerche, pp. 12-30. —— (2002). Marrakech, patrimoine en péril, Marrakech, Actes du Sud. —— (2007). «The Garden Strategy of the Almohad Sultans and Their Successors (1157-1900)», en Middle East Garden Traditions: Unity and Diversity, Washington, Ed. M. Conan. FAGNAN, Edmond (trad.) (1900). L’Afrique septentrionale au XIIe siècle de notre ère, description extraite du «Kitāb-el-Istibçar» et traduite par E. Fagnan, Constantine, D. Braham fils (repr. Frankfurt, 1993).

304

JULIO NAVAR R O PA L AZ ÓN / J OS É M IGUE L P UE R T A VÍL C HE Z

Al-FIŠTĀLĪ (ed. 1964). Manāhil al-Ṣafā’ fī ma’āṯir mawālī-nā l-šurafā’, ed. de ‘Abdallah Guennun, Rabat, Faculté des Lettres et des Sciences Humaines de Tétouan, Institut Moulay. —— (ed. 1972). Manāhil al-Ṣafā’ fī ma’āṯir mawālī-nā l-šurafā’, ed. de ‘Abd al-Karīm Karīm, Rabat, Wizārat al-Awqāf. GALLOTTI, Jean (1926). Le jardin et la maison arabes au Maroc, Paris, Albert Levy. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1985). Poemas árabes en los muros y fuentes de la Alhambra, Madrid, Instituto Egipcio de Estudios Islámicos. GARCÍA SÁNCHEZ, Expiración (1995). «Cultivos y espacios agrícolas irrigados en al-Andalus», en Lorenzo Cara Barrionuevo y Antonio Malpica Cuello (coords.), Agricultura y regadío en Al-Andalus: síntesis y problemas: actas del coloquio, Almería, 9 y 10 de Junio de 1995, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, pp. 17-37. GAUDEFROY-DEMOMBYNES, Maurice (1927). Masalik el Absar fi Mamalik el Amsar. I. L’afrique, moins l’Égypte. Traduit et annoté [...] par Gaudefroy-Demombynes, Paris. HUICI MIRANDA, Ambrosio (1953). Colección de crónicas árabes de la Reconquista, Vol. II. Al-Bayān al-Mugrib fi ijtisar ajbār muluk al-andalus wa al-Magrib por Ibn ‘Idari al-Marrakusi. Los Almohades, Tetuán. —— (ed. 2012). «Buḥayra», en Encyclopaedia of Islam, Second Edition, ed. de P. Bearman, Th. Bianquis, C. E. Bosworth, E. van Donzel y W.P. Heinrichs, BrillOnline. Disponible en: http://dx.doi.org/ 10.1163/1573-3912_islam_SIM_1497 [Consulta: 6/2018]. IBN ‘IḎĀRĪ AL-MARRĀKUŠĪ (ed. 1985). Kitāb al-Bayān al-Mugrib fī ajbār al-Andalus wa-l-Magrib. Qism al-Muwaḥḥidīn, ed. de M. I. al-Kattānī, M. Zanibar, M. ibn Taouit y A. Zamāma, Beirut. —— (ed. 2009). Al-Bayān al-Mugrib, ed. de Georges Séraphin Colin y Évariste Lévi-Provençal, vol. IV, Beirut. IBN MARZŪQ, Muḥammad ibn Aḥmad (ed. 1981). Al-Musnad alṣaḥiḥ al-ḥasan fī ma‘āṯir mawlā-nā Abī l-Ḥasan, texto árabe establecido por María Jesús Viguera, Argel, SNED. IBN AL-QAṬṬĀN (1990). Naẓm al-Ŷumān li-tartīb ma-salafa min ajbār al-zamān, ed. de Maḥmūd ‘Alī Makkī, Beirut. IBN QUNFUḎ, Aḥmad (ed. 1965). Uns al-faqīr wa-‘izz al-ḥaqīr, ed. de M. el-Fāsī y A. For, Rabat. IBN ṢĀHIB AL-ṢALĀT, ‘Abd al-Malik ibn Muḥammad (ed. 1969). Al-Mann bi-l-Imāma. Estudio preliminar, traducción e índices, trad. de Ambrosio Huici Miranda, Valencia, Anubar. —— (ed. 1987). Al-Mann bi-l-Imāma. Ed. de ‘Abd al-Hādī al-Tāzī, Beirut, Dār al-Garb al-Islāmī, 3ª ed. IBN ZAMRAK (ed. 1997). Dīwān Ibn Zamrak al-Andalusī, ed. de M. T. al-Nayfar, Beirut, Dār al-Garb al-Islāmī. AL-IDRĪSĪ, Muḥammad (ed. 1866). Description de l’Afrique et de l’Espagne, trad. de Reinhart Dozy y M. J. de Goege, Leyde, E. J. Brill. Kitab al-Istibṣār fī ‘aŷa’ib al-amṣār (ed. 1985). Ed. de Sa‘d Abd al-Hamīd, Casablanca, Dār al-Našr al-Magribiyya. LAKHDAR, Mohammed (1971). La Vie Littéraire au Maroc sous la dynastie alawite (1075/1311/1664-1894), Rabat, Ed. Techniques Nord-Africaines. LAOUST, Emile (1939). «Contribution à une étude de la toponymie du Haut Atlas», Révue des études islamiques, 2, pp. 220-246. LE GENDRE, Thomas (1911). «Relation de Thomas Le Gendre», en Le Comte Henry de Castries, Les Sources Inédites de l’Histoire du Maroc, 1re série: Dynastie saadienne, Archives et bibliothèques de France, T. III, Paris, pp. 691-740.

LEÓN EL AFRICANO, Juan (ed. 1995). Descripción general del África y de las cosas peregrinas que allí hay, trad. de Serafín Fanjul con la colaboración de Nadia Consolani, Barcelona, Lunwerg. LÉVI-PROVENÇAL, Évariste (1925). «Six fragments inédits d’une chronique anonyme du début des Almohades», en Mélanges René Basset, T. II, Paris, pp. 335-393. —— (1928). Documents inédits d’histoire almohade, Paris. AL-MAQQARĪ (ed. 1964). Rawḍat al-ās al-‘āṭira al-anfas fī ḏikr man laqaytu-hu min a‘lām al-ḥaḍratayn Marrakuš wa-Fās, ed. de ‘Abd al-Wahhāb b. Manṣūr, Rabat, (2ª ed.: 1983). MARÇAIS, George (1957). «Les jardins de l’Islam», en George Marçais, Mélanges d’histoire et d’archéologie de l’Occident musulman, vol. I, Algiers, pp. 233-244. MÁRMOL CARVAJAL, Luis del (1573). Descripción general de África, Granada, Rene Rabut, 2 vols. MEZZINE, Larbi (1998). «Le droit coutumier», en I. Grammet y M. de Meersman, Splendeurs du Maroc, Tervuren, Musée royal de l’Afrique central, p. 69. MOCQUET, Jean (1617). Voyages en Afrique, Asie, Indes orientales et occidentales, Roven, Iacques Caillove, libro III. AL-NĀṢIRĪ AL-SALĀWĪ, Aḥmad b. Jālid (ed. 2001-2005). Kitāb al-Istiqṣā li-ajbār duwal al-Magrib al-Aqsà, vol. VIII (2001), Casablanca; 1ª edición impresa en El Cairo (1894); trad. francesa en Archives Marocaines, X (1907). NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1996). «Plantas altas en edificios andalusíes: la aportación de la arqueología», Arqueología medieval, n.º 4, pp. 107-137. NAVARRO, Julio; GARRIDO, Fidel; ALMELA, Íñigo (2017). «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Parte 1: History», Mu­ qarnas: An Annual on the Visual Cultures of the Islamic World, Leiden-Boston, Brill Academic Publishers, vol. 34, pp. 23-42. —— (2018, en prensa). «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Parte 2: Hydraulics, Architecture, and Agriculture», Muqarnas: An Annual on the Visual Cultures of the Islamic World, LeidenBoston, Brill Academic Publishers, vol. 35. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel (2014). «El Agdal de Marrakech. Hidráulica y producción de una finca real (ss. XII-XX)», Phicaria II. Encuentro internacional del Mediterráneo: “Uso y gestión de recursos naturales en medios semiáridos del ámbito mediterráneo”, pp. 54-115.

NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES, José Manuel; TRIKI, Hamid (2013). «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)», Arqueología de la Arquitectura, 10: e007. doi: http://dx.doi.org/10.3989/arq.arqt.2013.014 NORTHEDGE, Alastair (2005). The Historical Topography of Samarra, Londres, British School of Archaeology in Iraq-Oxbow Books, (Samarra Studies 1). ROSENBERGER, Bernard; TRIKI, Hamid (1973). «Famines et épidémies au Maroc aux XVIe et XVIIe siècles», Hespéris-Tamuda, vol. XIV, pp. 109-176. —— (1974). «Famines et épidémies au Maroc aux XVIe et XVIIe siècles (suite)», Hespéris-Tamuda, vol. XV, pp. 5-104. SA‘D ZAGLŪL, ‘Abd al-Ḥamid (ed.) (1985). Kitāb al-Istibṣār fī ‘aŷa’ib al-amṣār, Casablanca, Les Éditions Maghrébines. AL-SAMLĀLĪ, al-‘Abbās (ed. 2002). Kitāb al-I‘lām bi-man ḥalla Marrākuš wa-Agmāt min al-a‘lām, ed. de ‘Abd Al-Wahhāb b. Manṣūr, vol. I, Rabat, al-Maṭaba‘a al-Malakiyya. AL-SAŶLAMĀSĪ, Ibn Zaydān (2008). Itḥāf a‘lām al-nās fī bi ŷamāl ajbār ḥaḍirat miknās (‘alī ‘umar ed.), vol. IV, El Cairo, maktabat al-ṯaqāfa al-diniyya. SIMENEL, Romain (2011). L’origine est aux frontières. Les Aït Ba‘amran, un exil en terre d’arganiers (Sud Maroc), Paris, Éditions de la Maison des sciences de l’homme-CNRS Éditions, coll. «Chemins de l’ethnologie». AL-TĀDILĪ, Ibn al-Zayyāt (ed. 1984). Al-Tašawwuf ilà riŷāl altaṣawwuf wa-ajbār Ibn al-‘Abbās al-Sabtī, ed. de Aḥmad Tawfīq, Rabat. —— (ed. 1995). Regards sur le temps de Soufis, ed. de Ahmed Toufiq y trans. de Maurice de Fenoyl, Casablanca. TRIKI, Hamid (1995). «Marrakech: Retrato histórico de una metrópolis medieval. (Siglos XI-XIII)», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 93-106. AL-‘UMARĪ (ed. 1988). Routes toward insight into the capital empires. Masalik al-absar fi mamalik alamsar by Ibn Fadlallah al‘Umarī, ed. de Fuat Sezgin, A. Jokhosha, y Eckhard Neubauer, vol. IV, Frankfurt. YĀQŪT AL-ḤAMWĪ (ed. 1997). Mu‘ŷam al-Buldān, vol. 5, Beirut, Dār Ṣādir. ZAKKĀR, Suhayl; ZAMĀMA, ‘Abd al-Qādir (eds.) (1979). Kitāb al-Ḥulal al-mawšiyya fī ḏikr al-ajbār al-marrakušiyya, Dār alBayḍā’, Dār al-Raṣad al-Hadīṯa.

L AS HUE R T AS DE M AR R AKE C H E N L A S F U E N T E S E S C R I T A S : B U S T Ā N , B U Ḥ A Y R A , Ŷ A N N A , R A W Ḍ Y A G D Ā L ( S I G L O S X I I - XX)

305

MANUEL CASARES PORCEL Universidad de Granada * MIGUEL ÁNGEL CASARES PORCEL Universidad de Granada ** JOSÉ TITO ROJO Universidad de Granada *

11

RESTAURACIÓN DE LA FINCA DEL AGDAL DE MARRAKECH: ANÁLISIS DE LA VEGETACIÓN Y PROPUESTA INICIAL DE INTERVENCIÓN1 The restoration of the estate of the Agdal of Marrakesh: analysis of the vegetation and first intervention proposal

RESUMEN La palabra bereber «Agdal» se usa actualmente en Marruecos, para denominar a las fincas de propiedad real situadas en las afueras de las ciudades. Este tipo de haciendas, frecuente en época almohade, solía organizarse entorno a grandes reservorios de agua. El de Marrakech, fundado en el siglo XII y circundado por unos 9 km de muralla, acoge una enorme extensión de huertos, edificaciones de recreo, estructuras hidráulicas e industriales de interés patrimonial. A diferencia del resto de las fincas coetáneas de este tipo, que hoy son solo vestigios arqueológicos, o se han diluido en el crecimiento urbano, el Agdal ha conservado una buena parte de su estructura y ha mantenido virtualmente ininterrumpido su uso agrícola. Su grado de conservación y su riqueza vegetal, lo convierten en un lugar excepcional, reconocido con una mención específica en el documento de inclusión de la Medina de Marrakech en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1985. En este texto avanzamos los resultados del análisis paisajístico, investigación botánica y propuestas de intervención, de la primera fase del Proyecto de Restauración Integral del Agdal, promovido y financiado por la Fundación de Cultura Islámica (FUNCI) en el programa MED-O-MED (Paisajes Culturales del Mediterráneo y Oriente Medio). El objetivo principal del proyecto es la restauración completa de la finca del Agdal y su adecuación al uso público, haciendo compatible el interés patrimonial, el uso agrario, su uso lúdico y su papel como elemento de conocimiento y conservación de la diversidad vegetal. PALABRAS CLAVE Agdal | Restauración | Paisaje | Flora | Jardín islámico ABSTRACT The berber word “Agdal” is currently used in Morocco, to denominate the royal-owned estates located in the outskirts of the cities. This type of haciendas, usual in the Almohad period, used to be organized around big water reservoirs. The one in Marrakesh, founded in the XII century and surrounded by some 9 Km of walls, houses a huge extension of orchards, buildings for leisure, hydraulic and industrial structures of heritage interest. Unlike the rest of contemporary estates of this class, that today are only archaeological remains, or have become diluted into the urban growth, the Agdal has kept a great deal of its structure and has maintained its agricultural use virtually without interruption. Its level of conservation and wealth of vegetation turns it into an exceptional place, acknowledged with an honourable mention in the document for the inclusion of the Marrakesh Medina in the UNESCO World Heritage List of 1985. In this paper, we advance the results of the landscape analysis, botanical research and intervention proposals from the first phase of the Integral Restoration Project of the Agdal, promoted and financed by the Islamic Culture Foundation (FUNCI) in the program MED-O-MED (Cultural Landscapes of the Mediterranean and Middle East). The main goal of the project is the full restoration of the Agdal estate and its adequacy for public use, making it compatible with heritage interest, agricultural use, recreational use and its role as an element of knowledge and conservation of plant diversity. KEYWORDS Agdal | Restauration | Landscape | Flore | Islamic garden

307

308

1. Introducción

2. El Paisaje vegetal del

El Agdal es uno de los escasos ejemplares supervivientes de las grandes fincas agrícolas que en el Medievo formaban el entorno de las principales ciudades de Marruecos y al-Ándalus. La mayoría de estos espacios, tanto en el Magreb como en el territorio andalusí, son en la actualidad restos arqueológicos o están tan alterados por el crecimiento urbano que resulta difícil comprender como estaban organizados y la importancia de su papel como elementos productivos y ecosistemas agrarios. El Agdal destaca entre ellos por haber mantenido virtualmente ininterrumpido su uso agrícola original, y puede considerarse la mejor representación de una tipología medieval especialmente desarrollada en época almohade, que combinaba plantaciones de primor con grandes estanques de riego de alto valor ornamental y recreativo. La densidad y el buen grado de mantenimiento de las plantaciones hacen de él un objeto patrimonial único, testigo excepcional del pasado, reconocido con una mención específica en la inclusión de la Medina de Marrakech en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1985 integrándolo dentro su área de protección. Sin embargo, a pesar de ser el principal espacio verde de la ciudad de Marrakech, de sus potencialidades culturales, paisajísticas y turísticas, el lugar es poco conocido por los habitantes y visitantes de la ciudad, muchos de sus elementos están desaprovechados y necesitados de una rehabilitación urgente y de un plan de gestión que ponga de relieve sus valores. En este texto avanzamos las líneas principales de los trabajos de campo realizados en 2011 y 2012 sobre los aspectos vegetales y el tratamiento paisajístico de los espacios más necesitados de intervención, todo ello enmarcado dentro las investigaciones previas de un proyecto mucho más ambicioso, planteado a largo plazo, que tiene como objetivo la restauración de la finca del Agdal y su compatibilización con la apertura a la visita pública2.

El bioclima del Haouz es de tipo Mediterráneo caracterizado por un largo periodo seco que dura todo el verano y está generalmente marcado por fuertes calores (temperatura máxima superior a 40 ºC) y vientos secos (chergui y siroco) que soplan durante una cuarentena de días. La débil precipitación, inferior a 250 mm en toda la planicie, es irregular en el tiempo y el espacio. Las lluvias generalmente de forma tormentosa, se producen de octubre hasta abril o mayo, pero desde principios de abril hasta mediados de noviembre el suelo se encuentra en déficit hídrico. A partir de Rivas-Martínez (2004), podemos definir bioclimáticamente la zona como de macrobioclima Mediterráneo, xérico oceánico. El piso bioclimático es un termomediterráneo inferior con ombroclima semiárido. En estas condiciones, la vegetación potencial natural está constituida por pequeñas masas forestales esclerófilas, con pies de altura menor de 10 m, frecuentemente espinosas para defenderse de los herbívoros (microbosques y arbustedas, Rivas-Martínez, 2004). La vegetación potencial del área pertenece a la serie Termomediterránea xerófila de Pistacia atlántica y Ziziphus lotus (Benabid, 2000). Dada la escasa capacidad de regeneración de la vegetación natural en condiciones tan adversas y como consecuencia de la actividad antrópica, en las planicies donde se ha producido el asentamiento humano y la ganadería, las etapas de mayor entidad de la serie están hoy día muy alteradas, de manera que en los entornos urbanos la vegetación natural de cierto porte prácticamente ha desaparecido. En la actualidad las formaciones presentes en el área perimetral del Agdal son de tipo estepario con elementos como Salsola vermiculata, Aizoon hispanicum, Atriplex halimus, Anacyclus radiatus, Diplotaxis tenuisiliqua, etc. A partir de nuestro estudio preliminar, centrado solamente en las parcelas necesitadas de intervención y cuyo objetivo no era realizar un inventario exhaustivo de la flora espontánea, se han identificado 214 espe-

MANUEL C ASAR ES P OR C E L / M IGUE L ÁNGE L C AS AR E S P OR C E L / J O S É T I T O R O J O

Agdal

fig. 1 Croquis general de la finca del Agdal con indicación de las diferentes huertas, estanques, edificos y de las estructuras arquitectónicas y arqueológicas más importantes. Publicado en Julio Navarro, Fidel Garrido e Íñigo Almela, 2017, «The Agdal of Marrakech (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 1: History», Muqarnas 34).

R ES T AUR AC IÓN DE L A F INC A DE L AGDAL DE M A R R A K E C H : A N Á L I S I S D E L A V E G E T A C I Ó N Y P R O P U E S T A I N I C I A L D E I N T E R V E N CIÓN

309

fig. 2 La muralla separa dos realidades biológicas distintas. Fotografía aérea del Agdal publicada en Chombart de Lauvwe, 1948, La découverte aérienne du monde, Paris, Horizonts de France (copia facilitada por la Fondazione Benetton Studi Ricerche).

cies vegetales pertenecientes a 65 familias, aunque estimamos que la flora real del lugar puede duplicar con creces esta cifra.

Los cultivos y la diversidad vegetal asociada 3.

Fuentes del siglo XVII registran, en el interior del Agdal, más de 66.000 árboles frutales, en torno a la mitad de los mismos olivos y el resto cítricos y palmeras (Matham, 1913). Otros testimonios sitúan en la finca plantaciones de limoneros, higueras, granados, almendros, albaricoqueros y melocotoneros (Duc Des Cars, 1890; Le Gendre, 1911). Pero las vicisitudes políticas hicieron que la finca llegara al siglo XIX bastante deteriorada, con la gran alberca de Dar al-Hana seca y la infraestructura de riego arruinada. La estructura actual y seguramente una parte importante de las plantaciones de olivos datan de la segunda mitad del s. XIX, y son fruto del esfuerzo por recuperar la finca de tres sultanes alauíes: Abd

310

al-Rahman (1822-1859), Muhammad IV (1859-1873) y Hassan I (1873-1894) (Navarro Palazón, Garrido Carretero, Torres Carbonell y Triki, 2013; Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014). En 1916, al inicio del protectorado francés, fueron catalogados más 51.000 árboles de fruto, en su mayoría (29.227) olivos, el resto naranjos (9.851) y granados y otros frutales (11.717) (El Faïz, 1996). La estructura agraria actual puede apreciarse ya en una fotografía aérea de 1917 en la que la finca está parcelada según un patrón ortogonal organizado a ambos lados de una gran avenida, aproximadamente dispuesta en dirección norte-sur, por cuyo centro discurre una acequia, hoy desaparecida. Las parcelas de cultivo estaban delimitadas por tapias que en su mayoría han desaparecido también y comunicadas, mediante puertas relativamente ornamentadas, por una retícula de caminos. A partir de la imagen se deduce que, en lo esencial, la configuración se ha conservado de forma ininterrumpida desde entonces aunque los testimonios arqueológicos apuntan claramente que la pauta de división del territorio y la dirección de los ejes debe ser mucho

MANUEL C ASAR ES P OR C E L / M IGUE L ÁNGE L C AS AR E S P OR C E L / J O S É T I T O R O J O

fig. 3 Avenida del Agdal con grandes olivos. Tarjeta postal anterior a 1918.

más antigua (Navarro Palazón et al., 2014). La mitad oriental de la explotación era, como ahora, un cultivo continuo de olivos, mientras la occidental que en la actualidad está mayoritariamente dedicada al cultivo de cítricos, en la foto muestra una mayor diversidad con muchas parcelas dedicadas a hortalizas. En todas ellas el cultivo central está rodeado por una línea de olivos. En las imágenes de principios del siglo XX los árboles eran de gran tamaño, generalmente monocaules y producían un dosel que sombreaba los caminos. Esta situación se ha mantenido hasta hoy aunque como consecuencia de podas de rejuvenecimiento para mejorar la recolección y nuevas plantaciones los olivos son de menor tamaño y tienen tres o cuatro pies por ejemplar. Este sistema de cultivo genera en los márgenes de cada parcela una banda sombreada que es colonizada por vegetación espontánea de gran diversidad, favorecida por la sombra y el bajo laboreo que requieren estos márgenes. En este sustrato de porte herbáceo y arbustivo predominan gramíneas (Cynodon dactylon, Poa annua, Avena sterilis, Lamarckia aurea, Hordeum sp., etc.), malváceas, rubiáceas, papaveráceas y en menor medida Vicia sp. y Asparagus albus junto a la especie oportunista Oxalis pes-capre. Nos encontramos ante un estrato de vegetación mucho más diverso que el resto de campo de cultivo, donde la flora arvense está constituida básicamente por brassicáceas y en menor medida convolvuláceas. El método de riego tradicional por inundación se está sustituyendo paulatinamente por el goteo, lo que supone una disminución de los elementos herbáceos, que antes se distribuirían uniformemente dentro de todo el campo

de cultivo y que han ido quedando acantonados a zonas con sombra, bajo palmeras, en las áreas inmediatas a las acequias o en el antes mencionado borde de olivos, donde se sigue practicando el riego por inundación. El interior defendido en su perímetro por una muralla continúa que lo abriga del viento seco y de la agresión antrópica (recolección de leña, pastoreo intensivo, compactación de suelo, etc.), las técnicas agrarias que siguen un criterio ecológico sin usar pesticidas ni herbicidas y el aporte continuo de agua de riego en un entorno tan seco, hacen que el Agdal funcione como un refugio donde es posible encontrar elementos florísticos desaparecidos de las inmediaciones (Ziziphus lotus, Pistacia atlantica, Asparagus horridus, Rosmarinus officinalis, Ephedra altissima, Withania frutescens) y que sean frecuentes dentro especies como Arum hygrophyllum, Scrophularia canina de fuertes requerimientos hídricos o directamente acuáticas como la interesante carnívora Utricularia australis cuya presencia en un ambiente tan árido es especialmente llamativa. La diversidad asociada al agroecosistema hace que el Agdal funcione como un santuario biológico en el que se refugian numerosas especies animales y vegetales.

4.

Las palmeras y el paisaje actual

Las citas disponibles en la literatura sobre el paisaje del Agdal subrayan como desde antiguo la disposición de los cultivos ha sido una de las señas de identidad del entorno. En 1677, según el relato del embajador portugués Da Silva en la finca había «naranjos ordena-

R ES T AUR AC IÓN DE L A F INC A DE L AGDAL DE M A R R A K E C H : A N Á L I S I S D E L A V E G E T A C I Ó N Y P R O P U E S T A I N I C I A L D E I N T E R V E N CIÓN

311

dos por hileras, y detrás de ellos olivos y palmeras, que como unas son más altas y otras más bajas, hacen una espesura vistosa» (Da Silva Pereira, 1864, p. 107). Este paisaje se ha mantenido en lo esencial hasta hoy, aunque en la actualidad la palma datilera no se trata en el Agdal como cultivo. Hemos podido constatar que la gestión agraria conserva centenares de pies dispersos de forma azarosa por toda la finca que se siguen reproduciendo de forma espontánea. Además de su papel en la configuración de una identidad propia del paisaje del Agdal, por su forma de crecimiento, generalmente multicaule, la palmera datilera produce en su base macollas donde se mezclan los pies adultos con rebrotes de hijuelos que ocupan un área de varios metros de diámetro. Por la densidad y morfología de las hojas las bases de los grupos de palmeras son un espacio virtualmente impenetrable al que no accede la maquinaria agraria. Estos lugares actúan como refugio de multitud de especies animales y vegetales entre las que podemos señalar: Volutaria crupinoides, Asteriscus valentinus, Ephedra altissima, Pistacia atlántica o Lonicera biflora. Todas especies de requerimientos mésicos y de área restringida de difícil localización en un lugar climatológicamente tan extremo y próximo al ambiente urbano. Estas macollas son por tanto auténticas islas vegetales dentro de unas condiciones tan desfavorables para la vegetación espontánea como son los campos de cultivo. Las especies que las habitan se benefician no obstante del laboreo inmediato, riego, abonado, ausencia de herbívoros, etc. Sin embargo también hemos observado que sirven de refugio a especies oportunistas, como Oxalis pes-capre, Atriplex semibaccata, Parkinsonia aculeata o Arundo donax por lo que estos lugares deben controlarse para que mantengan su papel de refugio sin llegar a convertirse en focos de proliferación de especies no deseadas. Además de la palmera datilera (Phoenix dactylifera) existen en la finca otras palmáceas introducidas como ornamentales en época reciente: Phoenix canariensis, la palma canaria, de aspecto parecido a la datilera, Washingtonia filifera y Washingtonia robusta, dos palmeras norteamericanas comunes en jardinería pero muy diferentes morfológicamente de las anteriores. Aunque no hemos encontrado datos acerca de su fecha de introducción, por el tamaño de los pies, estimamos que esta se produjo de forma reciente. Se trata de especies monocaules que no llegan a formar el efecto protector que antes hemos comentado. Además las dos washingtonias son especialmente vigorosas y se han asilvestrado en las proximidades de las áreas donde se plantaron amenazando con cambiar la estética de este paisaje secular si no se controla su proliferación, todavía incipiente.

312

5.

El uso de la finca

Existe una larga tradición de uso público de la finca por parte de los habitantes de Marrakech que utilizaban el Agdal para pasear y hacer picnic bajo la sombra de los árboles en los días festivos, en la actualidad hemos podido observar que la población hace un uso muy restringido, prácticamente limitado a pasear por la avenida principal hasta el estanque de Dar-Hana del que solo se puede visitar un pequeño espacio acotado, suponemos que por razones de seguridad. El Agdal presenta la paradoja de ser el mayor de los jardines históricos marroquíes3, mantener razonablemente bien conservadas sus plantaciones y ser, sin embargo, el más desconocido y olvidado de ese conjunto paisajístico. A partir de los estudios realizados por el grupo de expertos auspiciado por la Fundación de Cultura Islámica (FUNCI) en colaboración con las autoridades locales, se han identificado los principales elementos de interés de la finca y se ha diseñado un recorrido turístico en el que se integran. El proyecto propone facilitar el uso tradicional de la población que ya se produce, regulándolo y habilitando zonas de estancia que deberán ser dotadas de servicios de apoyo. Se han estudiado también las formas de conectar el Agdal con la ciudad mediante un sistema de transporte propio, no contaminante, que dentro del Agdal realice un recorrido, sin perjuicio de que además puedan establecerse otros medios de acceso desde el centro urbano, tanto para los visitantes individuales como para los grupos. La gran dimensión del conjunto es uno de sus principales valores y la mejor manera de percibirla es teniendo la posibilidad de recorrerlo de forma amable. El proyecto contempla las experiencias puestas en marcha en otros grandes parques y jardines muy visitados estableciendo itinerarios compatibles con el interés turístico y didáctico, que pueden desarrollarse para ofrecer visitas en medios de transporte no contaminantes (paseos a pie, segway, bicicleta, caballo, tren...). En cualquier caso las zonas de estancia y la red de circuitos se han diseñado de manera que no colisionen con los condicionantes de la explotación agrícola. En este artículo avanzamos las propuestas de intervención paisajística en los puntos de interés prioritario y su adecuación para su apertura al público. Sin que esto signifique olvidar que hay otro tipo de intervenciones imprescindibles, como es el caso de algunas edificaciones en precario estado de conservación. Considerando el tamaño de la finca y la cantidad de estructuras hidráulicas, edificios y áreas de interés que contiene, la propuesta ha de entenderse como una fase urgente y muy

MANUEL C ASAR ES P OR C E L / M IGUE L ÁNGE L C AS AR E S P OR C E L / J O S É T I T O R O J O

inicial de intervención, centrada en los elementos más necesitados de actuación y estudiada de manera que permita un uso público, turístico y local, con suficiente interés como para resultar rentable y generar la conciencia del valor del Agdal y la necesidad ineludible de su restauración integral que, dada la dimensión del conjunto, forzosamente tiene ser un proceso a largo plazo (fig. 4). La identidad paisajística del Agdal se basa en ser una explotación agraria viva. La permanencia de sus cultivos es la mejor garantía de conservación por eso cualquier estrategia de preservación y mejora debe partir de la continuidad del sistema actual de explotación. La intervención propuesta se limita a recuperar los elementos ornamentales deteriorados o perdidos de manera que el foco de interés siga siendo el paisaje agrario. En fases posteriores podrían añadirse recursos complementarios de tipo didáctico y recreativo,

dispuestos en algunas parcelas, actualmente baldías, próximas a las zonas de mayor visita. De acuerdo con la vocación agraria del Agdal sería útil presentar allí, por ejemplo, variedades tradicionales de antiguos cultivos marroquíes y otros tipos de jardines temáticos.

6.

La avenida principal

Tiene 830 metros de longitud y una anchura de unos 25. Conecta la carretera abierta al tráfico rodado que actualmente divide el Agdal, con el Manzeh, pabellón de acceso a la antigua huerta y estanque de Dar-Hana, actuando como línea divisoria entre las huertas de Zahira y de Belhaj. Por su situación es el punto de entrada a la finca y el eje que liga los diversos puntos de interés. Durante los días de apertura al público pasean por ella

fig. 4 Estudio del recorrido y zonificación del transporte proyectado dentro del Agdal. En amarillo circuito del tren turístico. En verde, recorridos peatonales asociados. Los números indican diferentes paradas con elementos de interés patrimonial o natural.

R ES T AUR AC IÓN DE L A F INC A DE L AGDAL DE M A R R A K E C H : A N Á L I S I S D E L A V E G E T A C I Ó N Y P R O P U E S T A I N I C I A L D E I N T E R V E N CIÓN

313

los visitantes que se dirigen al estanque de Dar Hâna, ofreciendo un aspecto animado, con grupos de familias y jóvenes, la mayoría a pie pero también en bicicleta. Ya que es el primer contacto del visitante con el lugar, debe ser respetuosa con la historia del sitio y ni su aspecto ni su uso actual tienen nada que ver con los auténticos valores patrimoniales del Agdal (fig. 5). El paseo era, como puede verse en una fotografía de 1917 conservada en la sede de la Inspection des Monuments de Marrakech, un camino flanqueado por las tapias de las huertas laterales, alineado con la puerta del Manzeh hacia donde se dirigía. Tenía un canal en su eje que separaba dos calzadas paralelas, siguiendo una tipología que todavía se conserva en otros lugares del Agdal. Las transformaciones sufridas a lo largo del siglo XX han ido alejándola de su estado original. Ha perdido la acequia central que funcionaba como eje de simetría y se ha transformado la organización del espacio, que ahora, en una disposición asimétrica, concentra las plantaciones en el margen oriental y deja el paso en el lateral contrario junto a la tapia de la Huerta Zahiria. Los intentos recientes de ajardinamiento realizados en varias fases superpuestas durante los últimos 20 o 30 años, lejos de generar un lugar agradable han conformado un espacio de aspecto anárquico, impropio de este tipo de paseos que suele ser perfectamente or-

denado en su vegetación. Además las especies usadas son en su mayoría plantas banales, poco apropiadas para un jardín histórico por su origen geográfico o por su fecha de introducción y en algún caso como sucede con Washingtonia filifera, cuya problemática hemos comentado arriba, muy agresivas con el paisaje local. Estos intentos de ornamentación lejos de acercase a las formas habituales de los jardines históricos marraquíes, en los que lo tradicional son los caminos bordeados de grandes olivos que funcionan como árboles de sombra, han conseguido un aspecto inhóspito y poco atractivo que no ofrece ningún refugio para el visitante. De esta avenida se ha realizado un plano de estado actual preciso, con mediciones lo mas exactas posible y con la identificación de todos los pies vegetales leñosos de tallo superior a 2,5 cm de diámetro. A partir de este plano se han podido identificar los problemas de circulación, seleccionar los pies en función de su idoneidad y planificar las intervenciones y gestión futuras. Para el levantamiento se dividió la avenida en sectores, de cada uno se tomaron secuencias fotográficas y se levantó un plano en detalle, situando los vegetales con ayuda de cinta métrica sobre cuadernos de campo preparados previamente donde se incluían fotografías aéreas y un pequeño plano de cada parcela. En ellos se realizaron las anotaciones oportunas, que servirían como base para

fig. 5 Estado actual de la Avenida principal.

314

MANUEL C ASAR ES P OR C E L / M IGUE L ÁNGE L C AS AR E S P OR C E L / J O S É T I T O R O J O

su digitalización. Para la identificación de las especies cuando fue necesario se recogieron muestras que se determinaron posteriormente en el laboratorio.

7. Síntesis de las soluciones propuestas El objetivo de la intervención es recuperar el eje histórico y darle un aspecto acorde con los paseos tradicionales de Marrakech que ofrezca refugio y sombra e invite al visitante a adentrarse en la finca. Se plantea así recuperar el canal central que puede verse en las fotografías antiguas, construyéndolo en la tipología que conservan los canales de los paseos de las huertas del Agdal, elevado sobre dos muretes cuya altura permite incluso su uso como asiento (fig. 6). Las plantaciones se hacen en dos bandas simétricas al eje del canal. El árbol elegido es el olivo formado en un solo tronco que se dejará elevado para que con el tiempo dé sombra al paseo y recupere una estética marrachí. A sus pies se genera una banda que se planta de hierba y dos líneas de rosales rojos (fig. 7). Las dos calzadas centrales son compatibles con el uso a pie por los visitantes, el paso de maquinaria agrícola y medios de transporte turístico no contaminantes. Se complementan con dos carriles exteriores para uso de bicicletas, forma de transporte respetuosa con el entorno y adecuada para una finca tan extensa como el Agdal. La intervención contempla también el actual alineamiento de cipreses que sustituye la tapia que limitaba la huerta Beljah y que suponemos que se introdujo con la intención de generar un muro vegetal que sirviese de réplica al tapial conservado en el otro margen de la avenida. Los cipreses se han dejado crecer libremente, alcanzando gran altura y sobrepasando al resto de los cultivos lo que genera una barrera que desde los paseos de Dar Hâna se percibe como una pantalla visual paisajísticamente incoherente. La propuesta mantiene la alineación pero recorta su altura para evitar la contaminación visual que hoy produce. La recuperación del eje histórico del paseo permite que el edificio del Manzeh hoy descentrado y oculto por las plantaciones vuelva a ser la referencia visual de la avenida. La construcción se verá desde el inicio del paseo como el punto de llegada. El proyecto propone su rehabilitación y sugiere su uso como punto de recepción de los visitantes en coherencia con el nuevo planeamiento del paseo y la apertura al público de la finca (figs. 8 y 9). A lo largo de la avenida, protegidos por la vegetación, se plantean tres pequeños pabellones con asiento y sombra que se adaptarán a las necesidades de los vi-

fig. 6 Paseo tradicional con acequia central en el Agdal. Tarjeta postal anterior a 1915.

fig. 7 Paseo ornamentado en el Agdal que muestra dos bandas de rosales bajo las alineaciones de olivos. Postal ca. 1925.

sitantes. Tendrán información con datos útiles para la visita, con los itinerarios e indicación de los puntos de interés visitables. Se colocan uno a la entrada que puede funcionar como control de acceso, otro en punto intermedio y otro cerca del Pabellón (Manzeh). Desde esos

R ES T AUR AC IÓN DE L A F INC A DE L AGDAL DE M A R R A K E C H : A N Á L I S I S D E L A V E G E T A C I Ó N Y P R O P U E S T A I N I C I A L D E I N T E R V E N CIÓN

315

fig. 8 Bocetos del estado actual (izquierda) y propuesta de intervención (derecha) de la Avenida principal.

fig. 9 Infografía de la Avenida Principal tras la intervención.

puntos se conecta también con la entrada a la parte occidental de los jardines, sirviendo para ordenar las visitas a la Huerta Zahira, Pabellón de los Periodistas (Dar al-Insaha) y Estanques de los Nenúfares (Chouirjat). El pabellón central es idóneo, por su situación estratégica, para ubicar allí aseos y servicios, imprescindibles para su apertura al público pero que hoy no existen en la finca. Esos pabellones funcionarían también como lugares de espera de medios de transporte para la visita que se proponen en el proyecto.

316

8. Dar al-Insaha (Pabellón de los Periodistas) En el centro de la Huerta Zahiria se localizan los restos del antiguo Pabellón de los Periodistas, que desapareció en un incendio en el siglo XX pero del que se conserva la estructura del sitio y parte de los pavimentos. Esos vestigios, junto con las diversas fotografías existentes, permiten saber con bastante precisión cómo era. Se trataba de uno de los espacios más interesantes del Agdal y una de las evidencias de la doble

MANUEL C ASAR ES P OR C E L / M IGUE L ÁNGE L C AS AR E S P OR C E L / J O S É T I T O R O J O

fig. 10 Imagen del Pabellón de los Periodistas antes de su desaparición. (Fotografía: Vogel publicada en Gallotti 1926).

fig. 11 Estado actual de los restos del Pabellón de los Periodistas, con el pavimento y las basas de los pilares y columnas.

vocación de la finca que era a la vez lugar de explotación agrícola y jardín con espacios para el recreo y el bienestar. Su situación cercana a la avenida principal, bien conectada con el recinto y estanque de Dar Hâna y con la otra zona recreativa, la de los Estanques de los Nenúfares, lo convierten en un elemento estratégico de los nuevos usos y circulaciones del Agdal restaurado (figs. 10 y 11). La propuesta contempla la restitución del pabellón y la recuperación de sus funciones, usando modernos

criterios de restauro que permitan verlo como obra contemporánea que salva la imagen y, sobre todo, la función de un elemento tradicional perdido. La propuesta recupera también el área recreativa que rodea el edificio, marcada por el pavimento y delimitada por el juego de acequias elevadas y genera un espacio inmediato utilizable como lugar de picnic por los ciudadanos de Marrakech, actividad que en la actualidad se realiza de forma incontrolada por las huertas inmediatas a la avenida principal. En la propuesta de rehabi-

R ES T AUR AC IÓN DE L A F INC A DE L AGDAL DE M A R R A K E C H : A N Á L I S I S D E L A V E G E T A C I Ó N Y P R O P U E S T A I N I C I A L D E I N T E R V E N CIÓN

317

litación este uso se ordena en una porción de huerta cercana al Pabellón de los Periodistas y dotada de los servicios mínimos imprescindibles. La zona queda delimitada por el camino central de la huerta, dos caminos transversales y un ramal de la acequia, todos elevados aproximadamente un metro sobre el terreno. La recreación infográfica permite ver dos tipos de zona de estancia, la cercana al pabellón, que funciona como un restaurante al aire libre, y la zona de picnic familiar, que se planta de árboles tradicionales de sombra sobre un suelo de pradera adecuado para ese uso. De hecho el nombre original (Dar al-Insaha) alude a esa práctica. En la infografía se han colocado unas mesas con asientos de modelo convencional para permitir que se perciba el uso de la zona. La pradera permite compatibilizar el uso familiar sentándose en las mesas o de manera tradicional en el suelo sobre alfombras. La intención es que el diseño sea muy libre y permita que el uso esté determinado por las preferencias de los visitantes (fig. 12). Por su tamaño el Pabellón permite también que dentro de él exista una zona aún más formal que puede acoger una instalación permanente generando tres niveles de uso, dentro del pabellón, con mesas más elegantes, tipo restaurant, zona de restaurant al aire libre y la zona de picnic.

9.

Estanques Chouirjat (Nenúfares)

Los Estanques de los Nenúfares son una de las piezas jardinísticas más sugestivas del Agdal. Por su situación en el entorno de Dar al-Hana, su estado de conservación y sus características paisajísticas estimamos que deben ser considerados como uno de los más valiosos enclaves paisajísticos de la finca. Se trata de dos estanques interconectados de aproximadamente 650 m2 de superficie cada uno, dispuestos a ambos lados del camino central, junto a la puerta de entrada, hoy de­ saparecida, de la de la antigua Huerta Salha. Su disposición en el punto más alto de la huerta y su conexión hidráulica con los espacios cultivados de las inmediaciones indican su utilidad agraria como reservorios de agua para el riego, si bien la ornamentación y los restos de jardín que los rodean, muestran que el lugar tuvo un importante uso lúdico que la intervención que proponemos pretende recuperar.

10. Situación actual del conjunto El uso exclusivamente agrario que los estanques tienen en la actualidad ha hecho que se pierda la casi totalidad de las plantaciones ornamentales que debieron de

fig. 12 Recreación del Pabellón tras la intervención.

318

MANUEL C ASAR ES P OR C E L / M IGUE L ÁNGE L C AS AR E S P OR C E L / J O S É T I T O R O J O

fig. 13 Situación actual de los Estanques Chouirjat.

fig. 14 Detalles de los adornos de las salidas de agua.

ocupar los pequeños parterres delimitados por muretes de ladrillo que rodean los estanques. También están fuera de servicio y en algún tramo muy deteriorados, los juegos de agua que eran sin duda uno de sus principales elementos ornamentales. Por los restos que aún se conservan sabemos que los parterres perimetrales estuvieron plantados de naranjos sobre un lecho de plantas de flor. La desaparición de la compartimentación interior de la finca, visible todavía en la fotografía aérea de 1917,

ha desdibujado el espacio y las nuevas plantaciones han ocupado parte del ámbito libre alrededor de los estanques que se aprecia en las imágenes antiguas. A pesar de todo el lugar mantiene un importante valor visual subrayado por la presencia de elementos ornamentales seguramente supervivientes de su pasado jardinero, entre ellos destacan la población de nenúfares (Nymphaea alba) y las plantaciones de uña de gato (Carpobrotus acinaciformis) que caracterizan el lugar. La vegetación

R ES T AUR AC IÓN DE L A F INC A DE L AGDAL DE M A R R A K E C H : A N Á L I S I S D E L A V E G E T A C I Ó N Y P R O P U E S T A I N I C I A L D E I N T E R V E N CIÓN

319

espontánea, sobre todo Phoenix dactylifera, ha colonizado parte de sitio aportando un punto de naturalidad que unifica el paisaje con el resto de la finca (fig. 13). Un valor añadido de este espacio es su funcionamiento como refugio biológico para especies acuáticas, lo que en un entorno tan árido ya es motivo suficiente para plantear su protección y conservar el modo actual de uso. Entre las especies acuáticas que hemos observado destacan los nenúfares (Nymphaea sp.) que dan nombre al conjunto, la antes citada planta carnívora Utricularia australis, el galápago Mauremys leprosa y varios tipos de garcetas y garzas. El suministro hídrico de los estanques se realiza a partir de un canal que partiendo de un sifón llena el estanque oriental y desde allí, mediante un sistema de pequeños canales perimetrales en superficie y algunos sifones se lleva el agua hasta el estanque occidental y se distribuye por la periferia para regar los cuadros de jardín que rodean a ambos estanques. La incorporación del sistema de riego como elemento ornamental era un recurso habitual en algunos jardines medievales de al-Ándalus que se recuperó a principios del siglo XX por la jardinería regionalista del Magreb y del sur de España. En cualquier caso el proyecto propone recuperar el sistema hidráulico que está relativamente bien conservado. De él son piezas fundamentales las cuatro

salidas de agua que sirven para alimentar las acequias de riego a partir de las albercas, se trata de artificios muy elaborados ornamentadas y con una conexión con los estanques que esta hoy obstruida y fue sustituida por un tallado burdo en el muro del estanque (fig. 14).

11. Propuesta de restauración El proyecto contempla la recuperación completa del sistema hidráulico y del jardín perimetral de ambos estanques, reponiendo las plantaciones perdidas en los bordes y reordenando ligeramente las plantaciones agrarias, para devolverlas a la situación original y permitir la circulación alrededor de las dos albercas. Se incorpora además una orla de olivos que delimita el espacio y conserva la identidad con el resto de la finca. Para facilitar la estancia en el espacio proponemos la construcción de dos pequeños kioscos que ofrezcan el apoyo mínimo imprescindible para hacer compatible el lugar con su uso como estancia para los visitantes. Los pabellones se situarían a ambos lados del camino en el lugar de la antigua puerta de la huerta reponiendo el volumen perdido. El conjunto se completa con unas pérgolas que ofrezcan sombra a los usuarios. La ordenación del lugar incorpora los pies de Phoenix fig. 15 Infografía de la ordenación paisajística propuesta para los Estanques Chouirjat.

320

MANUEL C ASAR ES P OR C E L / M IGUE L ÁNGE L C AS AR E S P OR C E L / J O S É T I T O R O J O

dactylifera que han crecido de forma espontánea en las inmediaciones. Pero elimina la vegetación inadecuada como algún pie de Washingtonia filifera y Melia acederach cuya situación amenaza la estabilidad de la construcción. Como medida opcional se ha considerado la posibilidad de instalar una cerca que aísle el lugar mediante una maya de torsión dispuesta discretamente tras la primera línea de olivos para evitar el impacto visual (fig. 15).

12.

Conclusiones

Estas tres propuestas de intervención en áreas especialmente sensibles, aún en estudio y por tanto provisionales, se apuntan aquí como ejemplo de las potencialidades que el lugar tiene, tanto desde el punto de vista de su relevancia patrimonial como desde su valor como elemento de bienestar de la población, local y visitante. Obviamente la propuesta global y definitiva de restauración del Agdal, que será el resultado de los debates del equipo multidisciplinar y de las aportaciones y necesidades de las autoridades locales y regionales, deberá incluir el detalle de todas las zonas y, mucho más importante, el plan de uso que permita aprovechar paisajística, cultural y turísticamente el conjunto, incluyendo sus edificaciones, la más importante de las cuales, el palacio de Dar al-Hana, está aún hoy inacabado y con indicios de permanencias arqueológicas aún sin conocer.

NOTAS Departamento de Botánica, UGR. Departamento de Expresión Gráfica en la Arquitectura y la Ingeniería, UGR. 1. Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se *

**

titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro, EEA (CSIC). 2. La restauración paisajística recogida en este artículo se apoya en los estudios realizados por los diferentes grupos de trabajo del equipo formado para la redacción del Proyecto de Restauración Integral del Agdal, promovido y financiado por la Fundación de Cultura Islámica (FUNCI) en el programa MEDO-MED (Paisajes Culturales del Mediterráneo y Oriente Medio). Los estudios históricos y arqueológicos, todavía en marcha, han sido avanzados en diversas conferencias y publicaciones. Pueden consultarse especialmente: Navarro Palazón y Garrido Carretero, 2015; Navarro, Garrido y Almela, 2017; Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014; Navarro Palazón, Garrido Carretero, Torres Carbonell y Triki, 2013. En esta misma monografía se incluyen dos artículos relacionados con el Agdal, uno sobre las fincas agrícolas de su entorno (Julio Navarro Palazón y Fidel Garrido Carretero, «El paisaje periurbano de Marrakech: la Menara y otras fincas de recreo (siglos XII-XX)») y otro sobre el contexto de los grandes estanques de agua (José Tito Rojo, «Los estanques palatinos en el Occidente musulmán: la Favara de Palermo y el Albercón de Cartuja en Granada»). 3. Tradicionalmente se utiliza para la finca la denominación «Jardines (o Jardín) del Agdal». Esto viene determinado por la preponderancia en la historiografía del idioma francés en el que el término «jardín» se usa también para los espacios productivos, que en castellano serían huertas o huertos. En el caso de las fincas como el Agdal, en las que junto a los amplios terrenos de explotación agrícola se localizan espacios de placer, a veces asociados a construcciones, a veces intercalados en los cultivos, es frecuente, incluso en la historiografía castellana, el uso del término jardín para el conjunto. Ocurre así, por ejemplo, en las villas renacentistas. Se dice así «Jardín de Villa d’Este», aunque en origen la mayor parte de sus terrenos correspondían a huertos de frutales (frutteti). En nuestro estudio hemos preferido usar términos como «finca» o «cultivos» que engloban en castellano diversidad de usos, tanto de producción como de placer. En cualquier caso, como en las villas italianas, las huertas del Agdal se tratan en su conjunto como si de un jardín se tratara, sometiendo gran parte de los elementos productivos (partición del terreno, trazado de caminos, ubicación y tipo de acequias, tratamiento formal de los estanques) a criterios estéticos. En ese sentido el concepto de «huerto de primor» que en alguno de sus artículos usa Julio Navarro se adecua perfectamente a lo que se encuentra en muchas áreas del Agdal y su misma articulación se aproxima a lo que puede considerarse «jardín».

R ES T AUR AC IÓN DE L A F INC A DE L AGDAL DE M A R R A K E C H : A N Á L I S I S D E L A V E G E T A C I Ó N Y P R O P U E S T A I N I C I A L D E I N T E R V E N CIÓN

321

Bibliografía BENABID, Abdelmalek (2000). Flore et écosystemèmes du Maroc. Evaluation et preservation de la biodiversité, Paris, IBIS PRESS. DA SILVA PEREIRA, Antonio (1864). «Relación de Antonio da Silva Pereira», en Luís Maria do Couto Alburquerque e Cunha, Memorias para a historia da praça de Mazagam, Lisboa, Academia Real das Sciencias, cap. XIV. DUC DES CARS (1890). Mémoires du Duc des Cars publiés par son neveu le Duc des Cars, vol. I, Paris, 47. EL FAÏZ, Mohamed (1996). Les jardins historiques de Marrakech. Mémoire écologique d’une ville impériale, Florencia, EDIFIR., 30, 35. LE GENDRE, Thomas (1911). Les Sources Inédites de l´Histoire du Maroc, Par Le Comte Henry de Castries. Primera serie, Dinastía Saadí, Francia, Tomo III, Paris, pp. 726-727. MATHAM, Adrien (1913). Sources Inédites de l´Histoire du Maroc, Par Le Comte Henry de Castries. Primera serie, Dinastía Saadí, Países Bajos, Tomo IV, Paris-La Haya. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel (2015). «Paisaje periurbano y gestión del agua en una capital del islam: el Agdal y las fincas de recreo de Marrakech (siglos XII-

322

XX)», Informes y trabajos. Excavaciones en el exterior 2013, n.º 12, pp. 113-124. NAVARRO, Julio; GARRIDO, Fidel; ALMELA, Íñigo (2017). «The Agdal of Marrakech (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 1: History», Muqarnas 34, pp. 23-42. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José María (2014). «El Agdal de Mar­ rakech. Hidráulica y producción de una finca real (ss. XII-XX)», Phicaria, II Encuentros Internacionales del Mediterráneo: “Uso y gestión de recursos naturales en medios semiáridos del ámbito mediterráneo”, Murcia, pp. 54-115. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel; TRIKI, Hamid (2013). «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)», Arqueología de la arquitectura, 10, pp. 1-43. RIVAS-MARTÍNEZ, Salvador (2004). Clasificación Bioclimática Mundial, en Centro de Investigaciones Fitosociológicas. Disponible en: http://www.globalbioclimatics.org/book/bioc/global_ bioclimatics_0.htm [Consultado el 30/01/2014].

MANUEL C ASAR ES P OR C E L / M IGUE L ÁNGE L C AS AR E S P OR C E L / J O S É T I T O R O J O

MAGDALENA VALOR PIECHOTTA Universidad de Sevilla ALEJANDRO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ Otto-Friedrich Universität Bamberg

12

LAS ALMUNIAS DE LA SEVILLA ALMOHADE: BUHAYRA Y AZNALFARACHE The Almohad Seville’s almunias: Buhayra and Aznalfarache

RESUMEN Las almunias de la Sevilla almohade que conocemos a través de las fuentes árabes son dos, la Buhayra y Hisn al-Faray o Aznalfarache, la primera construida por el califa Abu Yaqub Yusuf a partir del año 1172, y la segunda de tiempos del califa Abu Yusuf Yaqub, mandada hacer en 1193. Los trabajos arqueológicos sobre la Buhayra emprendidos desde 1971 han sido suficientes para diagnosticar el yacimiento; no es este el caso de Aznalfarache, donde la actividad arqueológica es escasa y además prácticamente inédita e inaccesible. Este trabajo es una aproximación a ambas almunias teniendo en cuenta la información impresa que nos precede y la prospección arqueológica superficial de ambos lugares. Las dos fundaciones corresponden a la etapa álgida del califato almohade en al-Ándalus, entre 1172 y 1199. Mientras que la Buhayra responde al modelo surgido en Marrakech (la Menara y Dar al-Hana en el Agdal), Hisn al-Faray era una fortaleza en altura con paralelos en Sharq al-Ándalus (castillo de Monteagudo, Murcia). La determinación de la cronología almohade de los distintos elementos estructurales que componen la Buhayra y la detección de las distintas fases constructivas de Aznalfarache son las principales aportaciones de este trabajo. PALABRAS CLAVE Jardines islámicos | Arquitectura almohade | Arqueología de la arquitectura | Mensiocronología | Muralla | Almunias | SIG ABSTRACT Two Almohad Seville’s almunias are known though the written sources, the Buhayra and Hisn alFarach (Aznalfarache). The Buhayra built by the Abu Yaqub Yusuf caliph in 1172 and Hisn al-Farach by his son and successor Abu Yusuf Yaqub in 1193. Archaeological research was developed in the Buhayra since 1971 thanks to that the site is approximately defined; this is not the case of Aznalfarache, where scarce and practically unpublished research is produced at present. This contribution tries to bring a renovated interpretation in base of the published information and the archaeological survey. Both foundations were done in the decisive period of the Almohad caliphate in al-Andalus, between 1172 and 1199. The Buhayra model corresponds to Marrakech almunias (the Menara and Dar al-Hana in the Agdal), but Aznalfarache as a hill-top castle inspired in a Sharq al-Andalus model (castillo de Monteagudo, Murcia). The main contribution of this publication is the chronological analyse of the different Buhayra’s architectural elements and the detection of the odd constructive phases at Aznalfarache castle. KEYWORDS Islamic gardens | Almohad architecture | Building archaeology | Mensiochronology | Almohad city walls | Almunias | GIS

323

1. Introducción Las almunias de la Sevilla almohade que conocemos a través de las fuentes árabes son dos, la Buhayra y Hisn al-Faray o Aznalfarache, la primera construida por el califa Abu Yaqub Yusuf a partir del año 1172, y la segunda de tiempos del califa Abu Yusuf Yaqub, mandada hacer en 1193 (Valor Piechotta, 2008, pp. 213-222). El grado de conocimiento que tenemos sobre cada una de estas almunias es bien diferente. En lo que se refiere a la actividad arqueológica, en el caso de la Buhayra se han realizado desde el año 1971 diversas intervenciones arqueológicas además de estudios históricos. Sin embargo, a pesar de las numerosas investigaciones, lo cierto es que estas apenas han sido objeto de publicación y las pocas que hay publicadas exponen de forma resumida los resultados de tan interesantes trabajos. En Aznalfarache1, la situación es distinta ya que la actividad arqueológica ha sido mucho más escasa, reduciéndose a una breve intervención en el cerro de San Juan a propósito de obras de infraestructura —prácticamente un control de obras— y una intervención arqueológica en la plaza del Dr. Cariñanos, bajo la dirección de Laura Mercado Hervás, lugar donde apareció una puerta de la fortificación almohade. En este caso, todavía queda pendiente la publicación de los resultados, en especial los que se refieren a la etapa medieval. Por tanto, el texto que presentamos en esta publicación no será más que un trabajo preliminar resultado del análisis de los pocos datos publicados y de la observación de los autores firmantes, gracias al acercamiento prospectivo que hemos realizado en estos últimos meses en ambos yacimientos.

2. Buhayra En el catálogo de Patrimonio de Bienes Inmuebles de Andalucía se denomina como «Buhaira» y también como «Antiguos palacios y jardines de la Buhaira», «Yacimientos arqueológicos de la Huerta del Rey»; y

324

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

«Alcázares de la Buhayra». Su código es 01410910046 y tipológicamente se califica de palacio con actividad residencial, declarado Monumento Histórico Artístico en el BOE del 22/2/1972. La Buhayra se encuentra al este del casco histórico de Sevilla a 1 km escaso de la puerta de Yahwar, hoy conocida como puerta de la Carne. Actualmente forma parte de un barrio de la ciudad llamado Nervión, subsistiendo de la finca real almohade apenas una pequeñísima parte. Los avatares de su construcción, a partir del año 1172 podemos conocerlos gracias a la valiosa crónica de Ibn Sahib al-Sala2, donde encontramos importantes detalles sobre su fundación que pasamos a describir detalladamente, eludiendo repetir citas que ya han sido recogidas en trabajos precedentes. La orden para la construcción de la Buhayra fue dada por el califa Yusuf I el 18 de rabi del 568H/7 de noviembre de 1172 a su vuelta de la campaña de Murcia en la que venció a Ibn Mardanis3. Esta obra, sin duda, hay que entenderla dentro del proyecto del califa de hacer de Isbiliya la capital indiscutible de al-Ándalus. La cuestión es que la mencionada crónica nos detalla el proceso para la elección del lugar de la finca real y la distribución de los palacios y la plantación, así como el abastecimiento de agua, produciéndose todo ello en el siguiente orden: 2.1.

Los edificios y la alberca

El núcleo principal se denominaba en el siglo XVI el Naranjal de la Torrecilla, se trata de un conjunto cerrado por un muro (que parcialmente se conserva) que tiene una extensión de 9 ha, aunque el conjunto de la finca en esta centuria parece alcanzar las 24 ha (Vera Reina, Amores Carredano y Herrera Ruiz, 1998, p. 111). Debe de ser en este punto donde según el cronista al-Sala se edificaron «villas y casas» que sobrepujaron a las que su hermano (Abu Hafs) había construido «sobre el río de Sevilla, fuera de la puerta del al-Kuhl». Estos palacios fueron edificados por el alarife Ahmad ben Basu y una

fig. 1 Vista aérea de la Buhayra tomada desde el sur. (Fotografía: Magdalena Valor).

vez terminados fueron rodeados por «un muro hecho de cal, arena y piedras por su frente y por todos sus costados» (Ibn Sahib al-Sala, ed. 1969 p. 188). Hay que señalar que el texto de la crónica dedica un espacio mucho más extenso y detallado a la plantación que a la construcción de los edificios. De manera que, salvo la mención a la que acabamos de referirnos, no volvemos a encontrar en el texto de al-Sala más detalles sobre los pabellones de la almunia. Los únicos datos que podemos espigar de otros autores se refieren al uso que de la finca hicieron los califas almohades. Está claro que para su fundador tenía la función de almunia, es decir, de finca de recreo con un uso eminentemente agrícola, pero ya en últimos meses de vida de Abu Yaqub tenemos constancia del uso del lugar para la concentración de los jeques y de las tropas cuando acudían a al-Ándalus para la yihad. Así el 13 de safar del 580H/ 26 de mayo de 1184 Abu Yaqub venido desde Fez se dirigió a la Buhayra donde fue recibido por los sevillanos y donde permanecieron concentradas las tropas que le acompañaban4. También, su hijo y sucesor Abu Yusuf usó este lugar con la finali-

dad de «acampar» en 592H/1194-55. Y, finalmente, el califa Yusuf al-Nasir que el 15 de Dulhiyya del 607H/ 30 de mayo de 1211 de nuevo se alojó en los palacios de la Buhayra, esta vez sin concretar el carácter de la estancia, aunque también parece ligado a la guerra6. En cuanto a las evidencias arquitectónicas de la Buhayra almohade, las investigaciones arqueológicas han permitido localizar una alberca de gran tamaño, un edificio que responde a una casa o palacio adosado al frente oriental de la alberca y un pequeño pabellón adosado también al flanco meridional de la alberca (fig. 1). 2.1.1. La alberca

La alberca es un cuadrado casi perfecto de 47 (en el eje E-W) x 47,9 m (eje N-S) cuyas dimensiones desde los paramentos exteriores son de 150 pies islámicos o 100 codos mamuníes de lado (47,14 m)7. La alberca cuenta con un andén perimetral que corresponde a la anchura del muro, pero además estos paramentos se reforzaron con pequeños contrafuertes de 1,00 m de anchura que se separaban unos 60 cm del paramento de la alberca equidistantes 33 pies entre ejes de contrafuertes

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

325

Sin duda, a lo largo de los siglos esta alberca ha sido retocada, detectándose distintas fases constructivas, numerosos añadidos y reparaciones que no sabemos si fueron estudiados y sobre los que apenas se dan algunas indicaciones nada sistemáticas en el artículo que recoge la citada campaña de intervención arqueológica de 1994. Según el informe preceptivo, sabemos que la base del estanque lo conforma una capa de más 13 cm de cal hidráulica con pendiente hacia el centro del vaso, que debía de estar pintada de rojo almagra. El desagüe y fosa limaria se encontraba en el centro, pero en unas obras previas a la intervención arqueológica del 94 se cubrieron con hormigón y por lo tanto no se pudo comprobar ya entonces (Amores Carredano y Vera Reina, 1995, p. 141). 2.1.2. El Pabellón al este de la alberca

fig. 2 Buhayra. Muros machihembrados de la alberca. (Fotografía: Magdalena Valor).

(10,4 m), contando con cinco en cada paramento. La técnica constructiva de la alberca fue estudiada en la campaña de 19948. Así, sabemos que los muros del vaso se componen de dos caras externas y un núcleo interior, que se construyeron mediante potentes muros ejecutados a partir de dos hojas externas realizadas con ladrillo de 11 pulgadas islámicas (28,8 x 14,4 cm)9 dispuestos a tizón en hiladas de un palmo de altura (7,8 cm), rellenas de tierra; los dos materiales constructivos —ladrillo y tapia— están trabados por adarajas machihembradas que aparecen a lo largo de las caras internas de los muros de ladrillos (fig. 2). Como es característico en estas grandes albercas, cada una de las esquinas tiene un fuerte refuerzo a modo de estribo, que algunos autores han llegado a confundir con torres, pero cuya altura no rebasaba al propio andén que corona la alberca. Las dimensiones internas de la alberca son 43 x 43 m de lado y 1,70 m de profundidad, lo que significa que tiene una capacidad de poco más de 3.000 m3 de agua.

326

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

Este edificio, en su forma reconocible tras las intervenciones arqueológicas y posterior restauración, es un pabellón alargado conformado por un salón y dos alhanías laterales, rodeado por un pórtico (fig. 3). La crujía principal tiene una longitud de 39,9 m y una anchura de 7,3 m; la alhanía norte es un cuadrado de 7,3 x 7,3 m mientras que la sur alcanza una longitud de 11,3 m, dimensiones estas tomadas desde el paramento exterior de los muros. Rodeando el edificio en todo su perímetro existió una galería porticada con arcos sustentados sobre pilares ochavados de ladrillos con un ritmo simétrico que se rompe en el lado sur con la ampliación del palacio, con una restitución que bien pudiera asemejarse a la propuesta por Manzano (Manzano Martos, 1995, pp. 339-341), a excepción de las torres de las esquinas que, en realidad, son contrafuertes para la cimentación y que, si se hubiesen proyectado en alzado, impedirían el tránsito por el andén de la alberca. Este pórtico tendría en su centro un arco de mayores dimensiones que el resto con una luz de 3,9 m, mientras que a ambos lados se añadirían sendas series de tres y dos arcos de 2,8 m de luz a la que se añade un arco más en el tramo sur. Este pabellón fue excavado parcialmente en la primera campaña de 1971, por Collantes de Terán y Zozaya y documentado en su totalidad en la campaña de 1994 de Amores Carredano y Vera Reina. El edificio en la actualidad está recrecido (anastylosis), no obstante, se puede reconocer en la base la parte original de ladrillo. No cabe duda de que se trata de un edificio construido de un solo impulso, aunque da la impresión de haberse producido un cambio en el proyecto inicial, concretamente en lo que se refiere a la ampliación hacia el sur, debido probablemente a la decisión de incorporar el pórtico en los lados menores, convirtiéndolo así en perimetral y ampliándose también la alhanía sur del edificio.

fig. 3 Buhayra. Restitución del edificio construido (izquierda) y del hipotético proyecto inicial (derecha). (Planos: Alejandro Jiménez).

La corrección de la disimetría presente en el edificio ejecutado permite una restitución de lo que podría haber sido el proyecto inicialmente pensado por Ahmad ben Basu. El tramo del acueducto amortizado al sur (fig. 4) nos marca el límite de este proyecto inicial al tiempo que el eje de la alberca y el arco mayor del pórtico indica el eje transversal del edificio quedando un edificio simétrico de 15,6 m (50 pies) de anchura y una longitud total de 44,9 m (143 pies), con una crujía dividida en un salón central y dos saletas laterales cuadradas y simétricas. La cronología almohade de este edificio no deja duda, atendiendo a sus características constructivas, estratigráficas, metrológicas y tipológicas. El material principal con el que está construido todo el complejo, incluyendo la alberca, acueductos, pabellón y palacio es el ladrillo, de color rojo, con un formato de 11 pulgadas (28,8 x 14,4 cm) aparejado con hiladas de un palmo (7,8 cm). Estratigráficamente, la secuencia constructiva que hemos detectado corresponde a las siguientes actividades: 1. Construcción de la alberca, pabellón cuadrado y sistema hidráulico que la abastece y riega la huerta que se genera en torno a ella. 2. Refuerzo de las esquinas de la alberca con contrafuertes cuadrados. 3. Se construye el pabellón oriental, eliminando el tramo de acueducto para la ampliación de la saleta sur, siendo sustituido por otro tramo de acueducto que rodea la construcción, pero realizado al mismo tiempo.

De esto podemos deducir que, aunque realizado en un segundo momento, este cambio de proyecto corresponde también a la fase de construcción almohade. Metrológicamente, el edificio se diseñó y ejecutó según el sistema de medidas árabes y tipológicamente, su organización es muy similar a otras construcciones palatinas rurales como la Rummaniyya (Arnold, Canto García y Vallejo Triano, 2008) o Dar al-Hana en el Agdal de Marrakech (Navarro Palazón, Garrido Carretero, Torres Carbonell y Triki, 2013). 2.1.3. El pabellón al sur de la alberca

En las excavaciones de 1994 se descubrió un pabellón desconocido hasta entonces, que apareció adosado en el eje central del muro meridional de la alberca, justo en el punto por el que entra el agua procedente del ramal del acueducto de los Caños de Carmona. El pequeño pabellón cuadrado de 25 pies de lado (7,8 m) está realizado con aparejo de ladrillo de 11 pulgadas dispuesto a soga y tizón formando muros de 2 pies de ancho (64 cm), trabados con la fábrica de la alberca, que rodeado en tres de sus lados por una atarjea debía de tratarse de un lugar fresco y placentero en los días calurosos. El pabellón apareció totalmente arrasado y muy por debajo del nivel de andén de la alberca (fig. 5). 2.2.

La plantación

Después del trazado de los palacios, el cadi (Abu-lQasim Ahmad b. Muhammas al-Haufi) y el imam de la mezquita (Abu Bakr Muhammad b. Yahya b. al-Haza) fueron los encargados —por sus conocimientos en

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

327

fig. 4 Buhayra. Detalle del tramo de acueducto destruido para la construcción del edificio en el lado este de la alberca. (Fotografía: Alejandro Jiménez).

fig. 5 Buhayra. Pabellón al sur de la alberca antes de su consolidación. (Fotografía: Magdalena Valor).

agrimensura y cultivos— de acotar la tierra baldía «que lindaba con los palacios edificados y los rodeaba». Realizándose en su entorno una «plantación de olivos y árboles y viñas y frutales exóticos de todas clases [...]»10. El primer paso al inicio del proyecto fue acotar la finca, que afectó a tierras que «pertenecían a la gente de Sevilla». Por ello, el emir compensó, con tierra por tierra o con su precio al contado a los propietarios afectados. Así se mencionan «huertos y sitios de placer»,

328

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

entre los que se describe el caso particular del cordobés Ibn Maslama cuyos descendientes fueron compensados con unos huertos iguales. El cronista, también se refiere a un tal Muhammad b. Manzub que poseía cerca de 800 marjales11 de terreno (4,2 ha); a quién el califa entregó a cambio de la cesión «tierra fértil en la Isla de Los Leones, contiguo a la isla de Qabtil» (Isla Menor del Guadalquivir)12. En lo que se refiere al topónimo «Buhayra» identificamos al menos dos acepciones:

La más habitual en al-Ándalus, que corresponde a una depresión donde puede almacenarse el agua. Este topónimo se aplica concretamente a lagos y lagunas, caso de albufera (Valencia, Alicante y Mallorca), albuera (Cáceres y Badajoz) o Albufeira (Algarbe, Portugal). Sin embargo, es en la época almohade cuando la palabra buhayra hay que asociarla a un huerto irrigado (Huici, 1986, 1288). Esta misma interpretación es admitida por diversos investigadores, término que parece provenir del Magreb donde tiene el significado de jardín real en las proximidades de los palacios (El Faïz, 2006, p. 6; Navarro Palazón et al., 2013, p. 6). En el caso sevillano y datado en época almohade nos encontramos con la existencia de dos topónimos «buhayra»: La Buhayra del Río (Valor Piechotta, 1999a, p. 177) que parece debería de identificarse con el palacio aparecido bajo el monasterio de San Clemente (Tabales Rodríguez, 1999, p. 151) y la Buhayra de bab Yahwar, que es la finca real almohade objeto de este estudio. La importante reforma que experimentó Isbiliya a partir de la primera venida de Abu Yaqub como califa a al-Ándalus, hay que entenderla como un reflejo de lo que ocurrió en Marrakech y en otras ciudades del imperio (Viguera Molins, 2004, p. 17) y es en este contexto donde hay que interpretar la construcción de la almunia de al-Buhayra. Proyecto que se alargó en el tiempo durante unos veinte años y que supuso la transformación del paisaje del sector oriental periurbano de la ciudad, dotándose de huertas gracias a la abundante provisión de agua traída por un ramal del acueducto de los Caños de Carmona hasta la almunia. Por tanto, el topónimo de buhayra que se había aplicado a las fincas reales almohades en Marrakech, aparece también en Sevilla ligado a esta misma condición y función. No obstante, es importante señalar que ambas «buhayra» sevillanas fueron creadas en espacios que eran originariamente de carácter palustre, que en el caso que nos ocupa debió ser desecado y mejorado, para hacer posible esta nueva función de finca de recreo. Las pruebas de la existencia de un humedal en este lugar son varias: el propio topónimo y también la aparente condición de baldío de gran parte del espacio acotado para la finca real y con ello la necesidad de emprender una plantación que duró unos veinte años, no concluyéndose hasta el 592H/ 1195-613. Otro posible indicio de su condición palustre es que a uno de los expropiados (Muhammad b. Manzub) se le conceden tierras en la Isla Menor, probablemente en un entorno similar al que tenía su finca de 4,5 ha seguramente ligada a una actividad agropecuaria propia de este medio (¿ganadería caballar?, por ejemplo). Finalmente, los estudios geológicos-edafológicos de la intervención arqueológica de

1985 pusieron de manifiesto la presencia de un curso fluvial desecado en época medieval y rellenado con dos cubiertas vegetales, una más antigua de bosques de álamos, salix y adelfas con juncales en zonas más húmedas ligadas al sustrato anterior a 1171 y, la superior con olivos, encinas, algarrobos; junto con taxones propios de huertas (Moreno Menayo, 1987, p. 49). Por tanto, la primera capa hay que interpretarla como la previa a la finca real y la segunda resultado de su conversión en plantación del califa. Así, en el estudio mencionado se comprobó que las lagunas que quedaban como testimonio del antiguo cauce fluvial fueron desecadas con suelos rojos mediterráneos procedentes del Aljarafe, posiblemente de Bollullos de la Mitación (Vera Reina et al., 1998, p. 141). Como era habitual en las reformas almohades, este proyecto se desarrolló desde el majzan, así el encargado de realizar la plantación y los palacios fue un jeque (Abu Dawud Yalul b. Yaldasan) cuyo cargo en la corte era el de almojarife y tesorero, añadiendo al-Sala que fueron las propias recuas del califa las que transportaron los materiales constructivos y los árboles hasta la finca acotada. Una vez allí, era un visir (Abu-l-Ala Idris) y su hijo (Yahya) los que se ocuparon cada día de los trabajos controlándolos de sol a sol hasta que estuvieron concluidos14. La plantación se ejecutó con «decenas de millares» de olivos de distintas clases procedentes del Aljarafe, que fueron plantados «ordenadamente año tras año»15. También en la crónica se cita la orden dada a los gobernadores de Granada y Guadix para que enviaran «diversas clases de la pera [...] y manzanas». La extensión de esta plantación en época almohade la desconocemos y hay que esperar a 1581 para saber que la «Huerta del Rey» se componía de once suertes distintas. La superficie total en época islámica debía de estar en torno a las 24 ha, aunque el «Naranjal de la Torrecilla» que es donde se localiza la alberca y los pabellones que conocemos, tenía 9 ha y estaba claramente individualizada con su muro alto y puerta16 (fig. 6). 2.3.

El acueducto

Una vez acabada la construcción el paso siguiente fue llevar agua «para regar lo que había plantado»; para ello fue el ingeniero al-Hayy Ya’is el encargado de investigar «una línea de piedras» cuya funcionalidad se desconocía y que finalmente resultó ser un acueducto (los llamados Caños de Carmona), el cual una vez descubierto y reparado «condujo el agua por el terreno nivelado hasta la Buhayra [...]»17 (fig. 7). El tramo de acueducto que, en primer lugar, abasteció la alberca estaba construido sobre una arquería

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

329

continua de arcos de medio punto realizados en ladrillo de 11 pulgadas, 5 pies de luz (1,57 m) sobre pilares de 2,5 pies, lo que hace una distancia total entre ejes de pilares de 7,5 pies o 5 codos mamuníes que contrastarán con la reforma posterior de este mismo acueducto. Este nuevo tramo de acueducto se montó sobre una arquería de arcos de menor tamaño que los anteriores, con una luz de 3 pies (94 cm) y pilares de 2 pies de anchura lo que hace que, entre los ejes de los pilares, el arco alcanzase una anchura total de 5 pies, construido con la misma forma de aparejar y el mismo tipo de ladrillo que el sustituido. En su nuevo recorrido, rodea dos grandes contrafuertes cuadrados que, al igual que sucediera en la alberca, refuerzan los cimientos del palacio elevado sobre la cota circundante, y se adosa a la parte sur de la alberca hasta llegar al pabellón cuadrado. Por tanto, en la secuencia constructiva del complejo, primero se realiza la alberca y el acueducto que la abastece y, en un segundo momento coincidiendo con

la erección del pabellón oriental, se modifica el trazado del ramal, destruyéndose la conducción precedente que queda amortizada bajo el andén del pórtico meridional y adosándose una nueva acequia al extremo sur del palacio. 2.4. La

Necrópolis

A propósito de las obras del metropolitano de Sevilla se realizó en 1985 una intervención arqueológica en los puntos en los que afectaba dicha obra y fue al norte del muro de cierre de la suerte del Naranjal de la Torrecilla donde al trazar un sondeo de 8 x 8 m se descubrió un conjunto de treinta y tres tumbas, algunas de ellas señaladas con tejas, otras con pequeñas tégulas y algunas sin ningún tipo de cubierta. Los esqueletos estaban en decúbito lateral derecho con la cabeza hacia el oeste y la cara al sur, solo se encontraron dos excepciones (tumbas 22 y 29) con esqueletos en decúbito supino y cabeza

fig. 6 Buhayra. Detalle del plano de Manuel Galiano, 1839 (Instituto Geográfico Nacional, ref. 31-E-3), que corresponde al espacio entre las puertas de Carmona y la Carne y las instalaciones, y están representadas las parcelas de huertas y olivar, así como los Caños de Carmona y las distintas instalaciones modernas y contemporáneas.

330

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

fig. 7 Buhayra. Detalle del vuelo AMS 46/47 [Ministerio de Defensa (CECAF). Imagen procedente de los archivos del Ejército del Aire] con fecha 24/01/1946.

en el este. El material cerámico que aparece es romano y almohade. Los autores de la publicación datan esta necrópolis como islámica, aunque anterior a la Buhayra, a excepción de las tumbas 22 y 29, considerándose la 22 como judía (Fernández Gómez y De La Hoz Gándara, 1986, pp. 52-58). Lo cierto es que teniendo en cuenta que la cerámica islámica que se detecta es almohade unido a la orientación este-oeste de los esqueletos con cara hacia el sur, no podemos descartar una cronología almohade y su asociación a la almunia.

3. San Juan de Aznalfarache. Castillo y villa Calificado en el catálogo de Patrimonio Inmueble de Andalucía como «Muralla urbana» o «Recinto amurallado» y con el código asignado 01410860004, está inscrito como Bien de Interés Cultural en la tipología de «Monumento», publicado en BOE el 29/06/198518. El cerro del castillo de San Juan de Aznalfarache está a una altura de 49 m sobre el nivel del mar, se sitúa en la cornisa del Aljarafe dominando el antiguo cauce del río Guadalquivir y la ciudad de Sevilla desde el oeste. 3.1.

Las fuentes escritas

En el conocido como cerro de Chavoya o de los Sagrados Corazones debía de encontrarse el lugar de Osset, posible ciudad estipendiaria romana que conocemos a través de Plinio. El castrum de Osset aparece mencionado también en la Historia de los Francos de Gregorio de Tours, a propósito de la expedición de con-

quista organizada por el rey visigodo Leovigildo para someter a su hijo Hermenegildo declarado en rebeldía (Escacena Carrasco, 1986; Escacena Carrasco y Padilla Monge, 1992; Ruiz Prieto, Pérez-Aguilar, Gómez Peña y Guillén Rodríguez, 2014). Teniendo en cuenta el itinerario descrito por Idrisi para llegar hasta Sevilla, parece que este emplazamiento podría haber sido el elegido por el rey taifa al-Mutamid para construir su palacio de Hisn al-Zahir (Torres Balbás, 1960, pp. 223-224). Sin embargo, las fuentes árabes que claramente identifican su fundación son muy posteriores, correspondiendo a la época almohade. Según el cronista Ibn al-Idari en su libro al-Bayan al-Mugrib fue en el 589H/1193 cuando: [...] ordenó al-Mansur proyectar un alojamiento fuera de Sevilla que sirviera para albergar a los combatientes por la fe y para espantar a los infieles. Ordenó que estuviera en la cima del Aljarafe para que controlara la garganta del río [...]. Se erigió en el más corto plazo la silueta de sus muros, se adecuó el lugar de las casas y se terminó el alcázar grande, con su mirador elevado sobre Sevilla. No se distinguía desde el llano, y la vista no alcanzaba la cumbre. Estas construcciones fueron de lo más grande que hizo, y estaban por encima de sus esperanzas. Al-Mansur desde la capital atendía sus noticias, y dirigía preguntas sobre lo que habían avanzado en la construcción, hasta que se le hizo acuciante conocer sus características e inspeccionar la forma en que se estaba construyendo. Envió a un inspector, que llegó a él y le informó. El anhelo de al-Mansur incrementó, y lo llamó Hisn al-Faray. Ya había antes de este un hisn llamado así en la provincia de Sevilla19.

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

331

fig. 8 Aznalfarache según Georg Braun y Joris Hoefnagel (1541-1622) Civitatis Orbis Terrarum.

Casi al año siguiente ya debía de encontrarse el palacio en condiciones de uso, de manera que el califa a su vuelta de una expedición a Silves realizada el 591H/ 1194-95 «se sentó para recibir a las delegaciones en uno de esos pabellones sobre el río Grande»20. Unos meses después, en el 592H/ 1195-96, encontramos referencias a la construcción de los jardines, así que una vez que se trasladó al-Mansur al castillo de al-Faray «Mandó hacer las norias a la orilla del río, bajo el castillo, para completar su hermosura y ornato». No cabe duda, a través del relato de Ibn Idari, sobre el interés que tenía el califa Yaqub I por esta nueva construcción que desde su nacimiento estaba destinada a cumplir múltiples funciones: de un lado, residencia de los combatientes por la fe; también como bastión defensivo controlando el curso del río Guadalquivir y finalmente como lugar de recepción y de esparcimiento del monarca aprovechando su magnífico emplazamiento desde el que se domina la vega del Guadalquivir, la dehesa de Tablada y la ciudad de Sevilla. Por todo ello este lugar debe considerarse tipológicamente como una almunia fortificada integrada por un alcázar y un barrio de casas (Valor Piechotta, 2014, p. 184). El papel de guarda de Sevilla y del río queda de manifiesto durante el cerco castellano de la ciudad desde 1247, hecho en el que los castillos de Hisn al-Faray y de Triana fueron dos auténticos bastiones defensivos que por su inexpugnabilidad provocaron un enorme desgaste en los ejércitos castellanos aposentados a las puertas de Sevilla. Así el campamento real en Tablada fue hostigado en diversas ocasiones desde Hisn al-Faray, de la misma manera que los castellanos comandados por don Pelay Pérez Correa realizaron diversas expediciones con el resultado de la tala y

332

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

quema de árboles en múltiples alquerías del término de Aznalfarache. Aznalfarache aparece mencionado en las capitulaciones de Sevilla. No obstante, y según la cronística árabe, parece que todavía después de 1248 (fecha de la conquista cristiana de Sevilla) continuó creando problemas para su control, gracias a la protección del reino de Niebla21. Este lugar fue una de las cabeceras del Repartimiento de Sevilla (1252) y, por él sabemos que el territorio dependiente del castillo era aproximadamente un tercio del Aljarafe actual, y que estaba densamente poblado —mencionándose en el texto hasta sesenta y nueve alquerías, tres machares y un cortijo—. En su paisaje rural predominaba el olivar, seguido del higueral y mucho más escaso el viñedo y las huertas (Valor Piechotta, Carabaza Bravo y Porras Crevillent, 2002, p. 353). Aunque en el momento de la conquista el lugar se entregó a la orden de San Juan unos decenios después (y, como consecuencia de la ausencia de defensa de la Orden frente a los ataques benimerines de la década de 1275-1285), hacia 1284 volvió a la Corona, así debido a su importancia estratégica debemos de suponer que dependió directamente del rey, como otros castillos y alcázares del reino de Sevilla. A partir de esa fecha apenas encontramos noticias de Aznalfarache, hasta que en el año 1400 a instancias del arzobispo don Gonzalo de Mena se establece en San Iuan de Haznalpharache una congregación de frailes franciscanos, para los que se construyó una iglesia parroquial dotándose la fundación de término y rentas para su sustento (Torres Balbás, 1960, p. 227). En el grabado que aparece en el Civitatis Orbis Terrarum (de fines del siglo XVI y comienzos del

fig. 9 Aznalfarache. Detalle del plano de la población de San Juan de Aznalfarache realizado en 1905 (© Instituto Geográfico Nacional).

XVII), San Juan de Aznalfarache aparece como un lugar totalmente yermo y ruinoso. Parece claro que después de la conquista cristiana nunca volvió a recuperar la relevancia que había tenido en los días del califato almohade (fig. 8). 3.2.

Las evidencias arquitectónicas

El castillo de Aznalfarache se encuentra en la población aljarafeña de San Juan de Aznalfarache22. La fortificación debió de mantenerse en un estado ruinoso (así lo testimonian numerosas fotos) hasta que a mediados del siglo XX de desarrollaron en el cerro una serie de proyectos que enmascararon y parcialmente destruyeron la antigua fortaleza que, aunque muy degradada, todavía subsistía por aquellas fechas. Las dos actuaciones a que nos referimos fueron la construcción de la barriada de Ntra. Sra. de Loreto en el ámbito que correspondía a la villa y al cerro de Chavoya, realizada por el Ministerio del Aire entre 1942 y 1950 y el monumento al Sagrado Corazón de Jesús erigido por el arzobispado de Sevilla entre los años 1945 y 1949, en

la zona en que se encontraba un convento franciscano fundado allí a comienzos del siglo XV en lo que debían de ser las ruinas del antiguo alcázar almohade (fig. 9). El recinto fortificado se conserva en su práctica totalidad a excepción del lienzo septentrional y de la esquina noroeste, que es el punto en el que se encontraba la que parece puerta principal del recinto, totalmente soterrada, aunque ha sido localizada a nivel de cimientos bajo la plaza del Doctor Cariñanos en diferentes campañas de excavación arqueológica que han tenido lugar en los años 2008 y 2010 (fig. 10). La planta del castillo es prácticamente rectangular, adaptándose al perfil del cerro, aunque estamos convencidos de que la plataforma casi horizontal que buza hacia el sur es el resultado de un importante movimiento de explanación de tierras. El perímetro amurallado es de unos 1.450 m, en los que el eje mayor —norte-sur— tiene unos 504 m, mientras que el menor —este-oeste— tiene 204 m. El cerro, seguramente a resultas de las obras de mediados del siglo XX, está colmatado hasta la altura del adarve de la muralla, no conservando el coronamiento. En cuanto a los vestigios emergentes y

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

333

fig. 10 Excavación de la puerta del castillo de Aznalfarache en la plaza del Dr. Cariñanos (San Juan de Aznalfarache). (Fotografía: Magdalena Valor).

exentos de su cerca se conservan los flancos este, sur y oeste, habiendo desaparecido el norte. 3.2.1. Análisis estratigráfico preliminar

A partir del análisis de las estructuras emergentes podemos establecer una secuencia de eventos que sugieren diferentes fases de actuación y uso del espacio: —— Fase 1. Construcción del hisn al-Farach: La construcción de la fortaleza almohade se caracteriza por estar realizada íntegramente en tapial con unas características materiales, formales y métricas que describiremos más abajo. Esta técnica constructiva se empleó tanto para las cortinas como para las torres sin que podamos observar el uso de otros materiales. —— Fase 2. Construcción del convento: El antiguo castillo, una vez abandonado, se destinó a otros usos, posiblemente agrícolas, al tiempo que se construyeron otras edificaciones como el convento hacia 1400, en la zona que correspondía al alcázar de la fortaleza almohade. —— Fase 3. Abandono y destrucción: A fines del siglo XVI se observa, en el flanco oriental del castillo, un profundo deterioro e intenso proceso de destrucción, del que es una fiel representación la vista de Braun y Hoefnagel (Civitatis Orbis Terrarum) [véase figura 8], que afecta a muchas de las torres que se desmoronan, a la apertura de grandes huecos en los lienzos,

334

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

presumiblemente para facilitar el acceso al interior, y el desmonte generalizado del coronamiento y parte del alzado de las estructuras defensivas. —— Fase 4. Reconstrucción de la fortificación: Presumiblemente vinculable con la Guerra de Independencia (1810-1812), la fortificación fue parcialmente reconstruida para adaptarla a un uso artillero. Este cambio lo podemos observar en el frente occidental, donde se reconstruyen los lienzos hasta la cota actual del terreno y, donde las torres ruinosas, fueron reconstruidas con una proyección hacia el exterior tan pequeña que en lugar de torres las hacen parecer estribos. Gran parte del costado oriental fue rehecho completamente, adelantando la línea de muralla a la fundacional almohade, cuyos restos deben de estar soterrados en la barriada actual. Este cambio de trazado se observa en el hecho de que la construcción es de nueva planta sin aprovechar estructuras previas, su forma y tamaño difiere de las del resto del recinto en lo que se refiere al tamaño de las torres y espaciado entre ellas; además, este tramo se desvía de la alineación general de la mitad norte de este lienzo cuya cota es sensiblemente inferior a la del resto, generando una plataforma a una cota más baja. Los dibujos de Ford (de mediados del siglo XIX) muestran ya el castillo reformado. Estas obras están realizadas con tapial con unas características formales muy diferentes a las de los tapiales

islámicos. Se trata de tapiales muy blancos con un abundante material de cascote (cerámica, piedras), muy tosco (fig. 11). Esperamos que esta hipótesis pueda ser probada con documentación de archivo, trabajo que aún está por hacer. No obstante, después de este episodio de nuevo el castillo debió de caer en desuso como muestra el plano (fig. 9) de 1905 que aportamos, y que es previo a la construcción de estos complejos, donde obtenemos la representación de un lugar abandonado y baldío. —— Fase 5. Construcción del Monumento y barriada de Ntra. Sra. de Loreto: Tras la Guerra Civil española, el lugar se transforma de manera radical para adaptarlo a la construcción de la barriada de Loreto y del monumento al Sagrado Corazón. Este proyecto contaba entre sus actuaciones la reparación de los lienzos de la primitiva edificación cuyo alcance es fácilmente rastreable al emplear la mampostería como técni-

fig. 11 Aznalfarache. Detalle de una de las torres del flanco occidental donde se observa la reparación a principios del siglo XIX con un tapial de características diferentes al original almohade. (Fotografía: Alejandro Jiménez).

ca constructiva, que contrasta con el material empleado en las dos fases constructivas anteriores (tapiales). En general, esta actuación se centró en el saneado de los paramentos en aquellos lugares donde la erosión había generado cárcavas en los tapiales principalmente en las zonas bajas de los muros. Esta actividad fue especialmente intensa en el sector sur, donde incluso se rehízo la puerta original del recinto amurallado. 3.2.2. Hacia una reconstrucción del Hisn al Farach

El castillo se erigió sobre una colina que había quedado aislada del conjunto del Aljarafe por una serie de vaguadas creadas por la red de drenaje, en una posición de buena defensa y con una situación estratégica para controlar la otra orilla del Guadalquivir, ya que justo a sus pies, discurría un amplio meandro que zigzagueaba antes de su llegada a Sevilla. La estructura defensiva modeló el accidente natural para conseguir un recinto casi rectangular de 475 metros de longitud por entre 202 y 212 metros de anchura englobando una superficie de 8,4 hectáreas. El límite del conjunto se defendió mediante una muralla y torres realizadas en tapial aparejado mediante cajones de 78 cm de altura (2,5 pies islámicos) y una longitud entre 2,2 y 2,5 metros (7 u 8 pies islámicos) con agujas redondas separadas entre 2 y 2,5 pies (63 o 78 cm respectivamente) que ha sido analizado en laboratorio (Alejandre Sánchez y Martín del Río, 2006). En el perímetro amurallado observamos tramos diferentes en su forma que quizás sean muestra de un uso diferente de los espacios. Para una más fácil descripción del recinto, hemos diferenciado siete tramos diferentes (fig. 12) que pasamos a describir: —— El tramo 1 que se sitúa en el extremo nordeste del recinto y tiene unas características particulares que lo diferencian del resto. Aunque está profundamente transformado por las obras de acondicionamiento para la erección del monumento del Sagrado Corazón, momento en el que repararon completamente los paramentos, podemos aceptar que esta es su forma originaria como corrobora el grabado de Braun y Hoefnagel. Tiene una longitud de 78 m (250 pies islámicos) con una torre poligonal en la esquina NE y cuatro torres adosadas al lienzo equidistantes 15,7 m entre ejes de las torres (50 pies islámicos). Estas son de pequeño tamaño con un frente de algo más de 3 m (10 pies) y separadas del paramento del lienzo 4,4 m (14 pies que junto con los 6 de anchura de la muralla hacen un total de

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

335

fig. 12 Muralla con puertas detectadas (1, 2 y 5) y puertas posibles (3, 4 y 6). También con los tramos objeto de estudio sobre plano obtenido a partir del LiDAR-PNOA cedido por © Instituto Geográfico Nacional. (Plano: Alejandro Jiménez).

20 pies). En esta zona es donde posiblemente se encontrase el alcázar, orientado hacia la ciudad de Sevilla. —— El tramo 2 cuenta también con un alto número de torres con respecto al resto de los lienzos. En este caso el tramo mide 123 m y está muy transformado por las obras para la construcción del monumento, aunque todavía son reconocibles algunas torres fabricadas en tapial. Este lienzo se adelanta con respecto al tramo 1 y sus torres son de mayor tamaño, en torno a los 6-6,5 m de anchura (20 pies) y de fondo se separan 4,5 m del paramento (14 pies); estas torres están unidas por lienzos de muralla de entre 7 y 8 m, de media unos 7,8 (en torno a los 25 pies). —— El tramo 3 corresponde con la reedificación del lienzo oriental posiblemente durante la Guerra de Independencia, que ya en la vista de Braun y Hoefnagel aparecía casi completamente derruido. Este lienzo se adelanta unos 10 m de la primitiva cerca y en sus 354 m de recorrido rehace el lienzo este y parte del sur hasta la puerta número 5. Está construido en tapiales que difieren

336

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

en tamaño y composición de sus precedentes almohades; la forma y tamaño de sus torres a diferencia de las andalusíes tienen una anchura muy inferior y apenas avanzan de la línea de las cortinas pareciendo estribos, ya que estarían destinadas al asiento de piezas de artillería. —— El tramo 4 ha sido muy transformado durante las obras de la segunda mitad del siglo XX y, aunque la alineación de la muralla parece que conserva la forma original por algunos restos de tapial que surgen entre los mampuestos de la obra de reparación, no podemos estar seguros de que las torres no sean una obra de principios del XIX, dado que, salvo las de las esquinas, las torres están construidas con los tapiales decimonónicos. —— El tramo 5 del flanco occidental es el que mejor conserva las estructuras originales, está construido mediante cortinas y torres distribuidas de manera que las primeras alcanzan longitudes entre 150 y 200 pies (47 a 63 m) con torres de planta cuadrada de 25 pies de lado (7,8 m) que sobresalen del paramento 5,9 m (19 pies que junto con los 6 de ancho de la muralla completan los 25).

De las cuatro torres de este tramo, solo las dos más septentrionales conservan su forma originaria ya que las otras dos fueron reconstruidas recortando sensiblemente su distancia respecto a los paramentos de los lienzos. —— El tramo norte está muy transformado por las reparaciones de los años 40 del siglo XX pero pensamos que siguen el recorrido original de las fábricas almohades como se puede observar en el plano de 1905 [véase figura 9]. En la esquina noroeste se han hallado restos de una puerta de aparato, como resultado de las excavaciones llevadas a cabo a propósito de las obras de la línea 1 del metropolitano de Sevilla (plaza del Doctor Cariñanos). —— El tramo 7 corresponde al trazado hipotético del flanco oriental, fosilizado en el muro de contención que salva la diferencia de cota entre la plataforma superior y el mirador creado por el nuevo lienzo de muralla. Para conocer los accesos originales al recinto contamos con diversas fuentes: como el grabado de Braun y Hoefnagel, los primeros planos topográficos (1905), las fotografías históricas y las intervenciones arqueológicas. Observando el grabado del Civitatis, que re-

presenta la vista del costado oriental de la fortaleza, podemos adivinar la existencia de tres puertas. La primera de ellas en el sector nordeste que permitiría la entrada al alcázar, una segunda tras el segundo tramo de torres y una tercera casi en el centro del flanco. El plano del Instituto Geográfico y Estadístico de 1905 muestra, como acceso principal, el camino del cementerio que unía el caserío con el castillo en un largo camino que atravesaba la fortaleza hasta llegar al convento; al que hay que añadir otro ingreso por el ángulo noroeste, reseñado en el plano como camino del castillo. De estas imágenes podemos deducir la existencia de dos accesos importantes, uno al noroeste, confirmado por los resultados de la excavación arqueológica en la plaza del Dr. Cariñanos, y otro al sur. Finalmente, una cuarta puerta facilitaría el acceso al sector del alcázar en el tramo noreste del recinto. En otras ocasiones hemos utilizado una de las herramientas que proporcionan los sistemas de información geográficos (SIG) (Jiménez Hernández, 2012), para deducir los accesos principales a ciudades amuralladas como Ategua o Carmona con muy buenos resultados, por lo que su empleo en este caso puede ser de utilidad23. La premisa de partida es que las fortalezas se construyen en lugares difícilmente accesibles aunque dejando, eso sí, tramos por los que la entrada sea factible y, eso

fig. 13 Aznalfarache, análisis mediante SIG del camino más corto para acceder al interior del recinto y que muestra los lugares óptimos para la ubicación de las puertas.

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

337

se encuentra el monumento al Sagrado Corazón y por él entran dos de las rutas; un único camino ingresa por el cuarto punto, ubicado en el tercio inferior del flanco oriental; el quinto está situado justo al sur del recinto donde hoy se encuentra una escalera que permite el ingreso desde San Juan bajo a la barriada, por el que entran un total de nueve rutas; por último, el sexto ingreso se efectúa en la esquina suroeste, donde actualmente hay una escalera para subir al centro docente ubicado en este sector de la barriada, aunque solo entran las restantes cinco rutas teóricas. Este modelo matemático certifica la importancia de los dos principales accesos conocidos, al noroeste y al sur, al tiempo que muestra las puertas ya dibujadas por Braun y Hoefnagel con bastante aproximación a donde ellos las ubicaron, a pesar de que hay que tener en cuenta que el modelo digital del terreno de base es un reflejo de la situación actual, esto es, tras la profunda transformación que sufrió el recinto con la reconstrucción a principios del siglo XIX y los añadidos de mediados del siglo XX que transformaron especialmente el lado oriental, adelantando la línea de muralla y cerrando los accesos primitivos visibles en la vista del Civitatis Orbis Terrarum. 3.2.3. Análisis de visibilidad

fig. 14 Aznalfarache, cuenca visual desde el perímetro amurallado del recinto. (Plano: Alejandro Jiménez).

precisamente, es lo que buscamos detectar. Para el cálculo de las rutas más accesibles, tomamos como punto de destino un lugar en el centro geométrico del recinto, buscando equidistancia entre todos los bordes y como origen una serie de treinta y dos puntos distribuidos simétricamente en torno al recinto y a la misma distancia. Una vez realizado el cálculo, las distintas rutas nos marcarán los puntos más factibles del perímetro y establecerán una jerarquía de esos accesos en función del número de rutas que entren por cada uno de ellos. El resultado muestra seis puntos en el perímetro más accesibles que el resto coincidentes, en gran medida, con los accesos conocidos por otras fuentes (fig. 13). El primero se sitúa en la esquina noroccidental y por él penetran diez de las treinta y dos rutas calculadas; el segundo, en la esquina nordeste, en el encuentro entre las dos series de torres que marcan posiblemente el límite del alcázar, por donde ingresan cinco de las rutas teóricas planteadas; el tercero se sitúa en el flanco oriental donde hoy

338

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

Resulta patente que entre las virtudes del lugar elegido para la erección del castillo está su topografía y el control visual que se ejerce desde él. Pero hasta dónde alcanzaba realmente este control visual es una cuestión importante para conocer los motivos geo-estratégicos de la construcción del castillo, que en este caso combinaba un motivo paisajístico con el control militar. Para conocer el alcance real del dominio visual de la fortaleza de Aznalfarache realizamos un análisis de cuenca visual con herramientas SIG con unos resultados que, a nuestro entender, pueden ser clarificadores24. El resultado muestra una cuenca visual potencial muy amplia aunque no regularmente repartida (fig. 14). Hacia el oeste, y debido a la altura de las colinas del Aljarafe, la cuenca visual es muy limitada, adentrándose un máximo de 3 km en el interior del Aljarafe; al norte, la cuenca visual solo queda interrumpida por Sierra Morena, con excelentes vistas sobre el tramo final del curso del Guadalquivir; al este, domina la ciudad de Sevilla y llega a contactar con puntos de los Alcores y, entre ellos, con la ciudad de Carmona y el castillo de Alcalá de Guadaira; al sur, la vista hacia la desembocadura del Guadalquivir es muy limitada, alcanzando solamente el tramo más próximo a Sevilla con lo que difícilmente podría controlar el ascenso del Guadalquivir desde su desembocadura sin el apoyo de otras torres vigías que complementaran

el control visual del río. La construcción de la torre del Oro, años más tarde (1221-22), permitiría un control visual del último tramo del Guadalquivir que facilitaría la navegación en el último tramo del río antes de llegar a la ciudad y que permitiría prevenir cualquier incursión que ascendiera por el río.

4.

Conclusiones provisionales

Este trabajo podríamos calificarlo como una puesta al día de ambos Bienes de Interés Cultural: la Buhayra y Aznalfarache. En ambos lugares se han realizado diversas intervenciones arqueológicas que desgraciadamente apenas han sido publicadas y cuyos resultados no han revertido en el aprovechamiento de la comunidad científica. Las dos fundaciones corresponden a grandes inversiones realizadas en la época más pujante de la dinastía almohade, bajo los califatos de Abu Yaqub Yusuf y Abu Yusuf Yaqub, por lo que su estudio nos permite conocer múltiples aspectos en cuanto a técnicas constructivas y a cultura material, de este periodo concreto que se desarrolla entre 1172 y 1199. La naturaleza de cada una de estas residencias reales es bien distinta: La Buhayra es un reflejo del modelo surgido en Marrakech en las fincas reales de La Menara al oeste de la ciudad, fundada por el primer califa almohade Abd al Mumimy por la Buhayra, construida en tiempos de Abu Yaqub al sur de Marrakech y frente al alcázar urbano, que hoy se encuentra en los jardínes de al Agdal, identificándose con el recinto de Dar al-Hana (así la llamaremos de ahora en adelante)25. Estas almunias periurbanas de Marrakech y Sevilla tienen una serie de rasgos comunes que las caracterizan y que son los siguientes: Las obras son controladas desde el majzén y por ello son funcionarios de la corte los que personalmente supervisan los trabajos. Las fincas se construyen extramuros, pero apenas a 1 km de las ciudades. Es imprescindible el abastecimiento de agua ya que su uso agrícola vinculado al regadío así lo requiere. La distribución de agua se basa en una gran alberca que ocupa un lugar central, que en el caso de La Menara alcanza los 198 x 195 m, en Dar al-Hana 347 x 384 m y en la Buhayra 47 x 47,9 m. La función residencial, podemos identificarla con diversos pabellones, que fueron utilizados por la familia real, pero también en el caso de Sevilla como lugar de acampada de la jerarquía militar y las tropas venidas del Magreb y de otros puntos de al-Ándalus en los momentos previos y posteriores a las campañas de yihad. Sin embargo, más importante

parece ser la función agrícola y productiva. En el caso sevillano, que conocemos bastante bien gracias a la crónica de al-Sala, el elemento más significativo parece ser la plantación, que es en la que más esfuerzos se invirtieron prolongándose los trabajos durante veinte años. Estos complejos están protegidos por altos muros, que en el caso de Dar al-Hana cuentan con torres de flanqueo. El diseño de las fincas reales responde a una axialidad, ortogonalidad y simetría, que en el caso de la Buhayra responde a una axialidad este-oeste, la simetría existente entre los pabellones con la alberca y, en cuanto a la ortogonalidad de las parcelas de cultivo carecemos de información, aunque en la planimetría del siglo XIX queda reflejada [véase figura 6], lo que en los casos magrebíes también está documentado (Navarro Palazón et al., 2013a, pp. 1-40). Este particular modelo de almunia es identificado como el nacimiento de un nuevo tipo de jardines «a la almohade»26 caracterizados por la presencia de una gran alberca que además de servir para el almacenamiento y regulación en la distribución del agua de riego, tiene una función simbólica —ligada al califato— y una función lúdica, claramente vinculada con los grandes estanques de Marrakech. Hisn al-Faray, situada en alto y dominando el valle del río Guadalquivir e Isbiliya tuvo un carácter bien distinto como residencia real, ya que se trataba de una fortaleza construida en una eminencia y con jardines en la ladera este, orientada hacia el río Guadalquivir. También su función fue más compleja, la de almunia real, la de retiro de campeones de guerra, vigilancia y defensa del acceso a la ciudad desde el sur, así como cabecera de un rico distrito dedicado a la explotación especializada en el olivar e higueral. En al-Ándalus se conserva un paralelo tipológico que es el castillo de Monteagudo en Murcia (Valor Piechotta, 2014, pp. 19-23), construido bajo la égida del rey taifa Ibn Mardanis27 y que aunque cuenta con numerosas publicaciones todavía apenas ha sido objeto de intervención arqueológica. Las dimensiones de este monumento son más reducidas y a buen seguro también sus funciones, pero sin duda el emplazamiento y la tipología constructiva guarda concomitancias evidentes. El avance en el conocimiento sobre estas almunias es absolutamente necesario para determinar con claridad la edilicia y la cultura material bajo los reinados de ambos califas, Abu Yaqub y Abu Yusuf. En el caso de la Buhayra podría hacerse este trabajo a partir de la lectura detenida de los informes y memorias de excavación nunca publicados; y en el caso de Aznalfarache, aparte del análisis de la documentación inédita no cabe duda de la necesidad de una intervención arqueológica para la

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

339

realización de los estudios paramentales de sus estructuras defensivas y también determinar las cotas de uso del conjunto, la secuencia estratigráfica y la localización del alcázar y los barrios de casas. A todo ello hay que añadir la necesidad de una investigación histórica sistemática desde su fundación hasta la actualidad en los dos casos. En la modesta aportación de este trabajo hemos determinado la cronología almohade de la alberca y los pabellones de la Buhayra, detectando además un cambio de proyecto sobre la marcha que provocó la amortización del ramal del acueducto de los «Caños de Carmona» y su nueva construcción rodeando el pabellón oriental. En lo que se refiere a Aznalfarache, hemos presentado de forma provisional las diferentes fases constructivas de la fortaleza y también su extraordinaria potencialidad como yacimiento arqueológico.

10. 11. 12. 13.

14. 15. 16.

17. 18. 19. 20. 21.

22.

NOTAS 1.

2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

340

La población actual en la que se encuentra Hisn al-Faray se denomina San Juan de Aznalfarache, no obstante, hemos decidido mencionarlo en el texto simplemente como Aznalfarache, usando el topónimo original cristianizado tal y como aparece en el Repartimiento de Sevilla, «Aznalfarach». Ibn Sahib al-Sala, ed. 1969, Al-Mann bi-l-Imama, trad. de Ambrosio Huici Miranda, pp. 188-191 y 227. Ibn Sahib al-Sala, ed. 1969, pp. 226-227. Ibn Idari al-Marrakusi, ed. 1953-1954, I, Al-Bayan al-Mugrib, trad. de Ambrosio Huici Miranda, p. 59. Ibn Idari al-Marrakusi, ed. 1917, El anónimo de Madrid y Copenhague, trad. de Ambrosio Huici Miranda, p. 76. Ibn Idari al-Marrakusi, ed. 1953-1954, I, p. 263; ed. 1917, p. 118. Las unidades de medidas lineales aquí empleadas corresponden con las establecidas por Félix Hernández (1961). Realizada por Amores Carredano y Vera Reina, 1995, pp. 135­-143. El análisis mensiocronológico de los ladrillos de construcciones islámicas en el Alcázar de Sevilla ha permitido definir una serie de formatos cuyos tamaños varían en pulgadas (Jiménez Hernández, 2015, fig. 16).

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

23.

24.

25. 26. 27.

Ibn Sahib al-Sala, ed. 1969, p. 189. 1 marjal= 5,25 áreas. Ibn Sahib al-Sala, ed. 1969, p. 189. Ibn Sahib al-Sala, ed. 1969, pp. 189-190; Ibn Idari al-Marrakusi, ed. 1917, p. 83. Evitamos los textos literales de la crónica ya que su traducción es muy accesible y de otro lado ya ha sido recogida por numerosos autores. Ibn Sahib al-Sala, ed. 1969, p. 190. Ibid., p. 189. Vera Reina, Amores Carredano y Herrera Ruiz, 1998, pp. 109113. Este espacio agrícola llega hasta 1928 conservando su topónimo medieval «Huerta del Rey» y con un total de 24 ha. Ibn Sahib al-Sala, ed. 1969, pp. 190-191. www.iaph.es/patrimonio-inmueble-andalucia Ibn Idari, trad. de José Ramírez en Valor Piechotta y Ramírez del Río, 2000, p. 191. Abd Wahid al-Marrakusi, ed. 1955, Kitab al-Muyib, trad. de Ambrosio Huici Miranda, p. 244. La conquista del Aljarafe fue posterior a la de la ciudad de Sevilla. Debió de producirse al menos dos años después, hacia 1250. Véase Ramírez del Río, 2012, pp. 19-22. Según el censo de 1897 (que es cuando se segrega como municipio) contaba con 1.682 pobladores; hoy en día es una auténtica ciudad dormitorio que en el 2011 contaba ya con 21.484 habitantes censados. Fuente: www.ine.es Partimos del modelo digital del terreno con resolución de 5 m por píxel (PNOA cedido por © Instituto Geográfico Nacional) que se ha mostrado suficiente en los otros casos citados. Hemos trabajado con el modelo digital de pendientes calculadas en tanto por ciento reclasificado en tramos de 5%, que va a ser el único factor de impedancia para el cálculo de la ruta óptima. En todos los casos en que hemos usado esta herramienta, hemos preferido no modelar el ráster de impedancia con otros factores como vados, puentes, o terrenos de cultivo que podrían condicionar el resultado final. Como base tomamos el modelo digital de elevaciones de resolución 5m/píxel (PNOA cedido por © Instituto Geográfico Nacional); el origen del cálculo no fue un punto sino un análisis de visibilidad acumulada desde el perímetro amurallado, considerando una altura del observador de 15 metros sobre la cota de rasante del modelo digital de elevaciones. El Faïz, 2006. El Faïz, 2006. Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 2012, pp. 336-338.

Fuentes ABD AL-WAHID AL-MARRAKUSI (ed. 1955). Kitab al-Muyib fi taljis ajbar al-Magrib, trad. de Ambrosio Huici Miranda, Tetuán. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Julio (1951). Repartimiento de Sevilla, Madrid. IBN IDARI AL-MARRAKUSI (ed. 1917). El anónimo de Madrid y Copenhague, trad. de Ambrosio Huici Miranda, Valencia.

—— (ed. 1953-1954). Al-Bayan al-Mugrib fi ijtisar ajbar muluk al-Andalus wa-l-Magrib, trad. de Ambrosio Huici Miranda, Tetuán, (1953), I, y (1954), II. IBN SAHIB AL-SALA (ed. 1969). Al-Mann bil-Imama, trad. de Ambrosio Huici Miranda, Valencia.

Bibliografía ALEJANDRE SÁNCHEZ, Francisco Javier; MARTÍN DEL RÍO, Juan Jesús (2006). «Caracterización analítica de la muralla de tapial almohade de San Juan de Aznalfarache», Construir con tierra ayer y hoy: V Seminario Iberoamericano de Construcción con Tierra, Mendoza, Argentina, p. 119. Disponible en: http:// www.cricyt.edu.ar/ AMORES CARREDANO, Fernando; VERA REINA, Manuel (1995). «Al Buhayra, Huerta del Rey», en Magdalena Valor Piechotta (ed.), El último siglo de la Sevilla Islámica (1147-1248), Salamanca, Universidad de Sevilla, pp. 135-143. ARNOLD, Félix; CANTO GARCÍA, Alberto; VALLEJO TRIANO, Antonio (2008). «La almunia de al-Rummaniyya. Resultados de una documentación arquitectónica», Cuadernos de Madinat alZahra: Revista de difusión científica del Conjunto Arqueológico Madinat al-Zahra, 6, pp. 181-204. CAMPOS CARRASCO, Juan Manuel; MORENO MENAYO, María Teresa; LORENZO MORILLA, José; VERA REINA, Manuel; AMORES CARREDANO, Fernando (1987). «Estudio histórico-arqueológico de la Huerta del Rey (Sevilla), 1985», AAA/1985, III, pp. 366-371. COLLANTES DE TERÁN, Francisco; ZOZAYA STABEL-HANSEN, Juan (1972). «Excavaciones en el palacio almohade de la Buayra (Sevilla)», Noticiario Arqueológico Hispánico, pp. 223-259. EL FAÏZ, Mohanned (2006). «Usage de l’eau et hydralique árabe. Jardins et deserts», I Encuentro Hispanoárabe de Jardinería, Sevilla, pp. 1-11. ESCACENA CARRASCO, José Luis (1986). «Osset Ivulia Constantia: San Juan de Aznalfarache (Sevilla)», Habis, 17, pp. 539-548. ESCACENA CARRASCO, José Luis; PADILLA MONGE, Aurelio (1992). El poblamiento romano en las márgenes del antiguo estuario del Guadalquivir, Écija. FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando; DE LA HOZ GÁNDARA, Antonio (1986). «El cementerio judío de la Buhayra (Huerta del rey, Sevilla)», Actas del I Congreso de Arqueología Medieval Española, Zaragoza, IV, pp. 49-72. GONZÁLEZ JIMÉNEZ, Manuel (ed.) (1991). Diplomatario Andaluz de Alfonso X El Sabio, Sevilla. HERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Félix (1961). «El codo en la Historiografía árabe de la Mezquita Mayor de Córdoba. Contribución al estudio del monumento», Al-Mulk, 2, pp. 5-52. HUICI MIRANDA, Ambrosio (1986). «Buhayra», en H. A. R. Gibb, J. H. Kramers, E. Lévi-Provençal y J. Schacht (eds.), The encyclopaedia of Islam. New Edition, Leiden, E. J. Brill, I, p. 1288. JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, Alejandro (2012). «Herramientas SIG para el estudio de la Carmona Romana», Romula, 11, pp. 7-26. —— (2015). «La metrología histórica como herramienta para la Arqueología de la Arquitectura. La experiencia en los Reales Alcázares de Sevilla», Arqueología de la Arquitectura, 11, e022. MANZANO MARTOS, Rafael (1995). «Casas y palacios en la Sevilla Almohade. Sus antecedentes hispánicos», en Julio Navarro

Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 315-352. MORENO MENAYO, María Teresa (1987). «Los jardines y alcázares de la Buhayra (Sevilla)», II Congreso de Arqueología Medieval Española, III, pp. 43-51. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (2012). «La arquitectura de IbnMardanish: Revisión y nuevas aportaciones», en Gonzalo M. Borrás Gualis y Bernabé Cabañero Subiza (coords.), La Aljafería y el Arte del Islam Occidental en el siglo XI, Zaragoza, pp. 291-350. NAVARRO PALAZÓN Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel; TRIKI, Hamid (2013). «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)», Arqueología de la Arquitectura, 10, pp. 1-43. QUINTERO MORÓN, Victoria; VALCUENDE DEL RÍO, José María (2001). «Transformaciones del espacio urbano en San Juan de Aznalfarache: el Monumento, de barriada militar a barriada obrera», en Esteban Ruiz Ballesteros (ed.), Espacio y estigma en la corona metropolitana de Sevilla, Sevilla, pp. 189-216. RAMÍREZ DEL RÍO, José (2012). «Al-Dajira al-saniyya: una fuente relevante para el siglo XIII en la Península Ibérica», Al-Qantara, XXXIII, 1, pp. 7-44. RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, Gilberto (2002). «Seguimiento arqueológico en la barriada de Nuestra Señora de Loreto, San Juan de Aznalfarache, Sevilla», AAA/1999, vol. III, pp. 1054-1061. RUIZ PRIETO, Enrique; PÉREZ-AGUILAR Luis-Gethsemaní; GÓMEZ PEÑA, Álvaro; GUILLÉN RODRÍGUEZ, Livia (2014). «El poblamiento romano en torno a Osset (San Juan de Aznalfarache, Sevilla)», Onoba, 2, pp. 91-106. TABALES RODRÍGUEZ, Miguel Ángel (1999). «El edificio musulmán localizado bajo el monasterio de San Clemente», en Magdalena Valor Piechotta y Ahmed Tahiri (eds.), Sevilla Almohade, Madrid, pp. 151-153. TORRES BALBÁS, Leopoldo (1945). «Notas sobre Sevilla en la época musulmana: los baños, las casas y los alcázares de la Buhayra», al-Andalus, XX, pp. 189-196. —— (1960). «Aznalfarache: Hisn al-Faray», al-Andalus, XLVI, pp. 222-228. VALOR PIECHOTTA, Magdalena (1999a). «El puerto de la ciudad», en Magdalena Valor Piechotta y Ahmed Tahiri (eds.), Sevilla Almohade, Madrid, pp. 175-177. —— (1999b). «Hisn al-Faray», en Magdalena Valor Piechotta y Ahmed Tahiri (eds.), Sevilla Almohade, Madrid, pp. 191-193. —— (2008). Sevilla Almohade, Málaga. VALOR PIECHOTTA, Magdalena; GARCÍA CAMINO, Iñaki (2014). «Rural settlement and landscape», en Magdalena Valor y Avelino Gutiérrez (eds.), The Archaeology of Medieval Spain 1100-1500, Shefield-Oakville. VALOR PIECHOTTA, Magdalena; RAMÍREZ DEL RÍO, José

L A S A L M U N I A S D E L A S E V I L L A A L M O H A D E : B U H A Y R A Y A Z N A L F A R A CHE

341

(2000). «Las defensas de Sevilla», en Manuel González Jiménez (coord.), Sevilla 1248. Congreso Internacional Conmemorativo del 750 Aniversario de la Conquista de la Ciudad de Sevilla por Fernando III, Rey de Castilla y León, [Sevilla, Real Alcázar, 2327 de noviembre de 1998], Madrid, pp. 85-98. VALOR PIECHOTTA, Magdalena; CARABAZA BRAVO, Julia María; PORRAS CREVILLENT, Ana Isabel (2002). «Espacio rural y territorio en el Aljarafe de Sevilla: Hisn Al-Faray», en Carmen Trillo San José (coord.), Asentamientos rurales y territorio en el Mediterráneo medieval, Granada, Athos-Pérgamos, pp. 337-372. VERA REINA, Manuel; AMORES CARREDANO, Fernando de; HERRERA RUIZ, Carmen (1998). «La Huerta del Rey: el es-

342

MAGDALENA VALOR P IE C HOT T A / AL E J ANDR O J IM É NE Z HE R N Á N D E Z

pacio y sus usos a través de la Historia», en Magdalena Valor Piechotta y Carlos Romero Moragas (eds.), Sevilla Extramuros: la huella de la historia en el sector oriental de la ciudad, Sevilla, Universidad de Sevilla, pp. 103-148. VIGIL ESCALERA, Manuel (1992). «Al-Buhayra al-Kubra. Una huerta real en la Sevilla almohade (I)», Aparejadores, 42, pp. 35-42. VIGUERA MOLINS, María Jesús (2004). «Espacio y construcciones en textos almohades», en Magdalena Valor Piechotta, José Luis Villar Iglesias y José Ramírez del Río (eds.), Los Almohades. Su Patrimonio Arquitectónico en el Sur de al-Andalus, Sevilla, pp. 1-24. www.iaph.es/patrimonio-inmueble-andalucia www.ine.es

LAMIA HADDA Università di Napoli “Suor Orsola Benincasa”

13

ABU FIHR: UNA FINCA REAL DE ÉPOCA HAFSÍ EN TÚNEZ Abu Fihr: a royal estate from the Hafsid period in Tunisia

RESUMEN El presente estudio se centra en la arquitectura palaciega y huertas reales de la finca de Abu Fihr en Túnez, descritas por viajeros a lo largo de los siglos. Está ubicada al norte de la ciudad de Túnez y forma parte de una zona de desarrollo urbano de seis hectáreas situada en la entrada a la localidad de Ariana. El espacio verde de Abu Fihr, a pesar de haberse transformado con la construcción de nuevos edificios y carreteras, todavía conserva una abundante vegetación y algunas evidencias arqueológicas relativas, principalmente, a las infraestructuras hidráulicas medievales. De hecho, aún quedan vestigios de una gran alberca (birka) alimentada por una derivación del acueducto romano de Cartago, restaurado en 1267 durante el gobierno de al-Mustansir ibn Abi Zakariya. En los lados este y oeste de la gran alberca se levantan muros de tapial de gran envergadura, que muy probablemente pertenecieron a dos pabellones, de diferentes tamaños, sostenidos por columnas de mármol blanco, recubiertos de mosaicos. PALABRAS CLAVES Túnez | Abu Fihr | Época hafsí | Finca real | Arqueología islámica | Alberca ABSTRACT The research focuses the attention on the civil architecture and the royal estate of the Abu Fihr estate in Tunis, as described by travellers along the centuries. The estate is located in the northern area of Tunis and is part of an urban housing development of seven acres just at the entrance of the locality of Ariana. Even though the Abu Fihr green area has been transformed by the building of new streets and houses, it still has abundant vegetation and some archaeological evidence, mostly related to medieval hydraulic infrastructures. In fact, it remains some vestiges of a great water reservoir (birka) fed by a Roman aqueduct branch of Cartage, which was consolidated in the 1267 during the reign of Prince al-Mustansir ibn Abi Zakariya. On the East and West sides of the big water reservoir, walls of great importance were raised in pies, which probably belonged to two pavilions of different sizes that were supported by white marble columns and covered in mosaics. KEYWORDS Tunis | Abu Fihr | Hafsid period | Royal estate | Islamic archaeology | Pool

343

La ciudad de Túnez ha sido capaz1, con el paso de los años, de adquirir un papel de liderazgo e, incluso, sustituir a otras ciudades con una historia plurisecular como la antigua Cartago y la primera capital islámica Qairawān. Las razones de este éxito deben buscarse en los gobernantes de una sola dinastía, los Hafsíes, que literalmente planearon con perspectiva su desarrollo urbano, hasta realizar en la ciudad de Túnez la configuración que aún presenta hoy en día2. Después de la conquista musulmana de la medina de Túnez, que tuvo lugar en 698, el general árabe Hassan Ibn Noman estimuló en la comunidad una vocación marítima con el fin de conquistar nuevos espacios en el Mediterráneo3; los aghlabíes de Qairawān reconocieron su rol marítimo y su importancia. Después,

y una vez que la ciudad Santa fue destruida por la invasión de las tribus hilalíes, la pequeña dinastía de los Banu Khorasan (1054-1160) logró hacer de Túnez una ciudad próspera. Nombrada capital de Ifriqiya por los conquistadores almohades (1159-1228), el rol de la ciudad creció y su morfología urbana se transformó gradualmente durante los tres siglos de dominación hafsí (desde 1228 hasta 1574). Es necesario recordar que la Túnez hafsí, a pesar de sufrir varias luchas, vivió un periodo de gran prosperidad económica y cultural, especialmente bajo el reinado de los príncipes al-Mustansir ibn Abi Zakariya (12491276), Abu Faris ‘Abd al-‘Aziz (1394-1434) y Abu ‘Amr ‘Uthman (1436-1488). Muchos monumentos fueron edificados en esta época. Entre los más destacados

fig. 1 Vista de la ciudad de Túnez con palacios y huertas situadas extramuros, de Georg Braun y Frans Hogenberg, 1575, Civitates Orbis Terrarum, II, 57. (© The Hebrew University of Jerusalem & The Jewish National & University Library).

344

LAMIA HADDA

mencionaremos los siguientes: la qasba con su mezquita, la remodelación de la Gran Mezquita al-Zaytuna y la construcción de su biblioteca anexa, la sala de abluciones conocida como Mid’at es-Soltane, los palacios reales de Ras Tabia y los famosos jardines de Abu Fihr4. La investigación se centra básicamente en las huertas de Abu Fihr y en su arquitectura palaciega, descritas a lo largo de los siglos por varios viajeros que se ocuparon de contar las bellezas histórico-arquitectónico-ambientales de los edificios que tuvieron la suerte de visitar. En la actualidad quedan pocos testimonios arqueológicos de las residencias hafsíes de Ras Tabia, aunque sí que se conservan algunos vestigios de la gran alberca (birka) de la finca real de Abu Fihr5. Esta última es famosa, sobre todo, por la importancia de sus infraestructuras hidráulicas, especialmente su gran alberca alimentada por una derivación del acueducto romano de Cartago, restaurado durante el gobierno del príncipe al-Mustansir en 1267. Desafortunadamente, a partir de la información que proporcionan las fuentes escritas disponibles hoy en día, no tenemos suficientes datos sobre la finca de Abu Fihr que nos permitan reconstruir con precisión su extensión y, por tanto, conocer exactamente la ubicación de la antigua alberca. En 1912, gracias a los escasos restos aún visibles en alzado, el secretario general del gobierno de Túnez declaró la estructura hídrica monumento histórico6. La huerta (jinan) de Abu Fihr se encuentra en el sector septentrional de la ciudad de Túnez y forma parte de una zona de desarrollo urbano de seis hectáreas de extensión, situada en la entrada de la localidad de Ariana. La superficie, donde un tiempo atrás se encontraba una vegetación floreciente, se ha transformado con la construcción de nuevos inmuebles, carreteras e infraestructuras. En los extremos este y oeste, donde ahora crece una vegetación silvestre, se elevan actualmente algunos tramos de muros de tapial de cierta envergadura, que posiblemente pertenecieron a dos pabellones de diferente tamaño. Durante la época de al-Mustansir la finca de Abu Fihr fue utilizada por los familiares del soberano y la aristocracia de la capital que construyeron allí edificios suntuosos y de gran magnificencia, que impresionaron a los visitantes de la época. Las residencias recordaban el lujo y la opulencia de los palacios de la Alhambra de Granada, con sus huertas y jardines donde el agua, fuente eterna de la vida, constituye el elemento vital del que nace todo. Ibn Khaldun subraya que la cultura urbana tunecina se inspiraba en la tradición andalusí: Esta es también la situación de Túnez, donde la cultura urbana fue establecida por las dinastías sinhaga y por la al-

A

B

C

fig. 2 Túnez, plano de Agostino Veneziano, 1598: (A) El Bardo; (B) Ras Tabia; (C) Abu Fihr.

mohade que vino tras ellas [...] y, aunque la cultura fue inferior a la de al-Ándalus, se vio incrementada con muchos detalles que llegaron a ella provenientes de Egipto [...]. Con ello su situación se hizo semejante a la de Egipto debido a lo que antes dijimos. Y también a la de los andalusíes, porque muchos vinieron a sentarse en ella desde el Levante de al Andalus cuando el exilio del siglo VII, y algunos aspectos de su civilización arraigaron en Túnez, a pesar de que, en esa época, su población no estaba en situación adecuada para recibirla7.

En este sentido, vale la pena recordar que, durante la gran rebelión de la ciudad de Córdoba en el siglo IX, el emir al-Hakam ibn Hisham (al-Hakam I 796-822) había expulsado a muchos andalusíes que fueron recibidos en el territorio actualmente ocupado por Marruecos, Argelia y Túnez. Las conquistas de Sevilla en 1248 y de Granada en 1492 también dieron lugar a una emigración masiva, que se repitió entre 1609 y 1614, periodo en el que se produjo la definitiva expulsión de los musulmanes de España. A Túnez, de hecho, llegaban constantemente refugiados andalusíes8. Abu Bakr ibn Saïd afirma que el

A B U F I H R : U N A F I N C A R E A L D E É P O C A H A F S Í E N T Ú NEZ

345

fig. 3 Vista general de la Medina de Túnez y sus arrabales, con el tramo de época hafsí del acueducto romano (L. Golvin): (A) Tramo de época hafsí del acueducto romano; (B) El Bardo; (C) Ras Tabia; (D) Abu Fihr.

fig. 4 Vestigios de la Gran alberca de la finca de Abu Fihr actualmente conservados en la Ciudad de las Ciencias.

esplendor artístico de Marruecos se podía encontrar en Túnez, donde el sultán hafsí había construido numerosos monumentos, edificado palacios y planificado huertas y jardines a la manera de las andalusíes y del Agdal de Marrakech9. Todos los arquitectos eran de origen andalusí, así como los albañiles, carpinteros, artistas y jardineros. Sus edificios están diseñados por andalusíes, o son copias de los monumentos edificados allí 10. La instalación hidráulica, construida en nombre de los sultanes hafsíes para la finca de Abu Fihr, utiliza, como resultado de varias reconstrucciones, restauraciones y consolidaciones, una parte considerable del antiguo acueducto romano de Cartago. El suministro de agua provenía de las fuentes de las montañas Juqqar, cerca de la ciudad de Zaghuan situada a unos 60 km. La gran in-

346

LAMIA HADDA

fraestructura pública fue construida bajo el mandato del emperador Adriano (120-138 d.C.) y muy probablemente terminada en tiempos de Séptimo Severo (193211 d.C.), que agregó algunos sistemas de captación de las aguas procedentes desde las montañas Juqqar11. El acueducto estaba formado por un canal rectangular de 80-90 cm de ancho y 100 cm de alto para asegurar un suministro hídrico de 32.000 m³, es decir 320 litros por segundo. La estructura dentro de la cual fluía el agua consistía en un arco de medio punto de 30 cm de espesor apoyado sobre pies de 40 cm de alto, conectada a los paramentos verticales de la infraestructura que determinan el aislamiento completo. La infraestructura hídrica, sostenida por arcos monumentales, seguía la geomorfología del territorio ex-

cavando a menudo túneles profundos o serpenteando a través de relieves montañosos o flanqueando colinas y territorios llanos atravesados por ríos (Río Miliana, El Lil y Soukra)12. El famoso acueducto de Cartago se mantuvo en un estado precario de conservación hasta la época hafsí, sufriendo muchas mutilaciones y alteraciones, a partir de la destrucción causada por los vándalos en 439, durante la toma de la ciudad, para ser después restaurado por el mismo Belisario en el año 534. Posteriormente, en 698, la conducción fue nuevamente interrumpida por los árabes cuando sitiaron la misma ciudad. Finalmente, los Fatimíes en el siglo X recuperaron ciertos tramos y los fortalecieron restaurando su antigua función. Las consolidaciones y renovaciones llevadas a cabo en el siglo XIII por el sultán al-Mustansir no afectaron a la obra en su conjunto. Uno de los principales objetivos del sultán fue la restauración del tramo de acueducto que abastecía a la ciudad de Túnez y a la finca real de Abu Fihr que, como hemos dicho, se encuentran en las proximidades del distrito Ariana. Los trabajos se centraron esencialmente en 116 kilómetros sobre 132, pero también y, sobre todo, en la construcción de un nuevo sector que pudiera satisfacer las necesidades hídricas de la capital, pasando por la medina, la Gran Mezquita de Túnez, hasta discurrir sinuosamente con una interminable serie de arcos sobre la llanura que conecta a lo largo de 980 m la colina Rabta y Ras Tabia en dirección noreste, donde el sultán tenía un palacio con algunas huertas. Cabe señalar que el trabajo de al-Mustansir consta de 160 arcos, y el agua fluye a través de bóvedas de cañón de 25-29 cm de ancho y 30 cm de alto13. La belleza paisajística y ambiental de la finca de Abu Fihr y la suntuosa obra del acueducto romano restaurado han encantado a poetas, historiadores y viajeros. En los textos medievales la mención de sus huertas es siempre precedida por la palabra jinan o bustan. Según la cultura árabe-islámica el huerto-jardín refleja el Paraíso del Corán, del árabe clásico jennat (pl. jinan), indica una superficie agrícola productiva situada a menudo fuera de las murallas urbanas: huertas, jardines y vergeles. La misma palabra se usa para indicar las regiones de la vida después de la muerte, preparadas por Dios para los justos. Entre los textos de la época se encuentra la Qasida Maqsura de Abu el-Hasan Hazim al-Qartayanni, un poema de 974 versos consagrados al príncipe al-Mustansir, en el que se celebra la gran obra de restauración del acueducto y el abastecimiento hídrico de la ciudad de Túnez (versos 53 al 171)14. El viajero árabe al-Abdari, que visitó Túnez entre 1289 y 1290, escribió en su diario de viaje (rihla) a fina-

figs. 5-6 Ruinas de la alberca de la finca de Abu Fihr.

les del siglo XIII: quant à l’aqueduc du mont Zaghouan, l’eau qu’il apporte est destinée au palais et aux jardins du sultan15. Además, especifica que el soberano hafsí ha decidido hacer este prestigioso y costoso proyecto por dos razones: la devoción y la diversión. Al-Omari (1301-1349), sin embargo, informa que Abu Fihr estaba: [...] à une distance de trois milles environ de la ville. L’eau est amenée dans l’un et dans l’autre par un canal que vient du Zaġwān, une montagne a deux journées de Tunis; une branche en pénètre dans la citadelle16.

Además, la crónica de Az Zarkashi (siglo XV) da fe de que la restauración del antiguo acueducto, terminado en 1267, estuvo destinada al suministro de agua de las huertas reales de Abu Fihr17. El mismo historiador Ibn Khaldun (1332-1406) nos ofrece una descripción mucho más detallada: Dans le voisinage de la capitale il forma un jardin auquel il donna le nom d’Abou-Fehr et que l’admiration universelle a rendu célèbre. On y voyait une forêt d’arbres dont une partie servait à garnir des treillages pendant que le reste croissait en pleine liberté. C’étaient

A B U F I H R : U N A F I N C A R E A L D E É P O C A H A F S Í E N T Ú NEZ

347

fig. 7

fig. 8

Estructuras restauradas del antiguo acueducto romano.

El «Templo de agua» romano de Zaghuan.

des figuiers, des oliviers, des grenadiers, des dattiers, des vignes et d’autres arbres à fruit; puis, les diverses variétés d’arbrisseaux sauvages, tels que le jujubier et le tamarisc, et tout cela disposé de manière à former de chaque espèce un groupe à part. On donna à ce massif le nom d’Es-Chára (le bocage). Entre ces bosquets se déployaient des parterres, des étangs, des champs de verdure ornés de fabriques et couverts d’arbres dont les fleurs et le feuillage charmaient les regards. Le citronnier et l’oranger mêlaient leurs branches à celles du cyprès, pendant que le myrte et le jasmin souriaient au nénufar. Au milieu de ces prairies, un grand jardin servait de ceinture à un bassin tellement étendu qu’il paraissait comme une mer. L’eau y arrivait par l’ancien aqueduc; ouvrage colossal qui s’étend depuis les sources de Zaghouan jusqu’à Carthage et dont la voie passe tantôt au niveau du sol et tantôt sur d’énormes arcades à plusieurs étages, soutenus par des piles massives et dont la construction remonte à une époque très-reculée. Ce conduit part d’une région voisine du ciel, et pénètre dans le jardin sous la forme d’un mur; de sorte que les eaux, sourd issant d’abord d’une vaste bouche pour tomber dans un grand et profond bassin de forme carrée, construit de pierres et enduit de plâtre, descendent par un canal assez court jusqu’au bassin [du jardin] qu’elles remplissent de leurs flots agités. Telle est la grandeur de cette pièce d’eau que les dames du sultan trouvent moins de plaisir à se promener sur le rivage que de s’asseoir chacune dans une nacelle et de la pousser en avant, afin de remporter sur ses compagnes le prix de la vitesse. A chaque extrémité du bassin s’élève un pavillon, l’un grand, l’autre petit, soutenus, tous deux, par des colonnes de marbre blanc et revêtus de mosaïques en marbre. Les plafonds sont en bois artistement travaillé et se font admirer par leur construction solide autant que par la beauté des

348

LAMIA HADDA

arabesques dont ils sont ornés. En somme; les kiosques, les portiques, les bassins de ce jardin, ses palais à plusieurs étages, ses ruisseaux qui coulent à l’ombre des arbres, tous les soins prodigués à ce lieu enchanteur, le rendaient si cher au sultan que, pour mieux en jouir, il abandonna pour toujours les lieux de plaisir construits par ses prédécesseurs. Rien ne fut négligé, de son côté, pour augmenter les charmes d’un endroit dont la renommée devait remplir l’univers18.

En el siglo XVI, el viajero español Luis de Mármol describe el parque hafsí: Y estos pocos vecinos son pobres y soberbios, y los mas dellos son hortelanos porque tienen aderredor (especialmente a la parte de Poniente y Mediodía) grandes huertas donde se crían muchas frutas de toda suerte que son extremadamente buenas y muy grandes... Cuando el emperador don Carlos fue sobre la ciudad de Tunez assentó su exercito en esta playa, donde aún se parescian en algunas partes los soberbios y famosos edificios de los cartaginenses [...] y aún se veían pedaços de los muros enteros de los Alcáçares labrados de mármol blanco, y una grandísima cisterna muy honda y ancha, y los arcos enteros y las canales por donde venía el agua diez leguas de allí hasta entrar en la ciudad19.

Aparte las paredes en tapial que delinean la disposición general del estanque, las descripciones de los viajeros no aportan ninguna información sobre la colocación real de los jardines, aunque es absolutamente obvio que las estructuras en alzado tenían varias órdenes de arcos, coincidiendo exactamente con lo representado en algunos grabados del siglo XVI20. De hecho, esta realidad se puede verificar en los dibujos publicados

fig. 9 Dibujos de los sistemas hidráulicos de la ciudad de Túnez en época hafsí (J.-M. Solignac).

por el diseñador Frans Hogenberg en Civitates Orbis Terrarum (1575), en los que se puede apreciar como esta estructura penetraba en las huertas con la apariencia de un muro que cruzaba un depósito profundo, en el que descargaba el agua antes de alcanzar la alberca21. En 1992, el arqueólogo tunecino Adnan Louhichi trató de averiguar, a través de una excavación llevada a cabo con métodos científicos, lo que todavía quedaba de la descripción de Ibn Jaldún de las huertas hafsíes. De hecho, tanto la pared del acueducto como la pequeña alberca habían desaparecido. Lo que se sabía, antes de las prospecciones arqueológicas de Louhichi, provenía de un informe de excavación llevado a cabo en 1936 por el arqueólogo francés Solignac que informó de la presencia de la pequeña alberca de drenaje localizada a 80 m al sureste de los restos de la gran alberca. Para resumir, presentamos un pasaje escrito por el mismo arqueólogo francés:

Le grand bassin d’Abū Fihr était rectangulaire. Actuellement, seules subsistent la paroi de l’Ouest, presque entièrement, et la paroi du Sud, conservée à demi. De la paroi orientale, il ne resta plus qu’un contrefort. Malgré un pareil état de délabrement, il est pourtant extrêmement facile de reconstituer le plan de la construction [...] Nous pouvons, nonobstant une certaine réserve sur la position précise de la paroi septentrionales entièrement disparue, donner les dimensions probables suivantes: longueur 209 mètres, largueur 80 m. 50, soit une superficie de plus de 16.824 mètres carrés22.

De acuerdo con la excavación de Louhichi de la gran alberca quedan: el muro oeste, de 183 m de longitud; el muro sur, desde la esquina oeste, con 39 m; el muro este con solo 60 m desde la esquina sur. El arqueólogo también anota el espesor de los muros, de 2,5 m, pudiendo alcanzar hasta 2 m de altura. El inte-

A B U F I H R : U N A F I N C A R E A L D E É P O C A H A F S Í E N T Ú NEZ

349

fig. 10 Planimetría de los sistemas hidráulicos de Abu Fihr.

rior de las paredes está cubierto por un mortero hidráulico muy grueso (aproximadamente 5 cm) hecho de una mezcla de cal, yeso, carbón de leña y una pequeña cantidad de cerámica machacada. En las esquinas sur y norte de la alberca, el arqueólogo tunecino ha encontrado los restos de una estructura rectangular, confirmando lo que Ibn Jaldún señaló: à chaque extrémité du bassin s’élève un pavillon. Los pabellones tenían un pavimento de arcilla roja por encima de una tubería de agua que estaba conectada a un pozo. Recientes estudios de los materiales de construcción utilizados para hacer la gran alberca y el pabellón sur muestran que fueron construidos con un tapial de tierra. Esta técnica es muy común en la arquitectura islámica del norte de África y también está bien descrita en la Muqaddima de Ibn Khaldun: Existe también la construcción con tierra solamente, a la que se le da forma usando planchas de madera cuyas medidas de largo y de ancho difieren según las costumbres, aunque por término medio son de cuatro codos por dos. Se colocan sobre una base firme a una distancia entre ellas variable, según lo que considere el maestro albañil en función de la anchura que vaya a tener la planta. Se las une con traviesas de madera que se sujetan con cuerdas

350

LAMIA HADDA

y sogas, y las dos caras que quedan abiertas entre ambas planchas de madera se cierran con otras dos tablas pequeñas. En el hueco se hecha tierra mezclada con cal, que se bate con pilones de madera especiales para ello hasta que alcanza la solidez adecuada y sus componentes están bien trabados con la cal. Se añade mezcla una segunda y tercera vez hasta que se llena el espacio vacío entre las dos placas de madera. Los elementos de la cal y de la tierra se mezclan íntimamente y se convierten en una única sustancia. Luego se colocan otras dos planchas en la misma forma que antes, y se hace de nuevo la mezcla hasta que se acaba la operación y todas las hileras quedan dispuestas y colocadas una sobre otra de manera que todo el muro queda formado como si constituyese una sola pieza. A esto se llama “tapia·, y a quien lo hace se le denomina tapiador23.

Los estanques representan una especie de espejo en el que se reflejan las fachadas de los palacios. La dificultad del suministro de agua y la opulencia representada por estas vastas extensiones de agua simbolizaban la riqueza y el poder de los gobernantes. Los pabellones, por otra parte, fueron concebidos para descansar, para permitir que el gobernante y su corte disfrutaran del espectáculo de la naturaleza mientras se protegían de los rayos del sol en verano.

La tradición de los estanques construidos frente a la fachada principal de los palacios reales es típica de la arquitectura islámica. En la Tunicia medieval, los aghlabíes se distinguieron por ser excelentes constructores de importantes infraestructuras hidráulicas. De hecho, la ciudad de Raqqāda estaba equipada con instalaciones de grandes dimensiones, muy similares a las llevadas a cabo en la ciudad de Qairawān. El gran estanque del palacio de Raqqāda, del que aún quedan algunos vestigios, posee una forma trapezoidal y una altura de 3 m, soportada por contrafuertes de sección semicircular24. El Palacio del Mar, en Sabra al-Mansuriya, construido en el siglo X por al-Mansur, tenía una gran alberca (140 x 70 m) delante del complejo palatino25. Según el historiador de la dinastía fatimí Qadi an-Nu’man (muerto en 974), fue Ptolomeo quien sugirió en un sueño a los príncipes fatimíes la ubicación exacta del edificio real en el centro del lago artificial26. Otro complejo, en el Qal’a de los Banu Hammad en Argelia, el dar al-Bahr (el Palacio del Mar), comprendía una gran alberca frente al edificio palatino. Dentro del agua se llevaban a cabo, incluso, juegos náuticos como se lee en el Kitāb al-Istibsār: Du nombre était celui dit Dâr el-bah’r, au centre duquel était un vaste bassin où avaient lieu des joules nautiques et où la quantité considérable de liquide nécessaire était amenée de fort loin27.

Ejemplos típicos de esta organización espacial son los palacios andalusíes en los que la naturaleza condiciona la residencia del soberano, especialmente la de los califas omeyas28. En la Alhambra de Granada de los siglos XIII y XIV, todavía podemos tener una idea más precisa de la importancia de estos estanques dentro de los complejos palaciegos29. En la cultura árabe, la importancia del agua es fundamental ya que, según la versión coránica, está en el origen del universo y por lo tanto de la vida: ¿Acaso quienes no creen no ven que los cielos y la Tierra formaban un todo único y Nosotros los separamos e hicimos del agua toda cosa viva? 30.

Por esta razón y por la particular situación climática del mundo árabe, el agua juega un papel clave en las residencias reales. Además, gracias a especiales precauciones ambientales, el agua puede convertirse en ese elemento natural que une el palacio a la naturaleza circundante. Nada se dejaba al azar, siendo todo realizado con cuidadoso detalle por los arquitectos que hacían realidad las aspiraciones de sus mecenas, es decir,

figs. 11-12 Vista de un tramo del acueducto hafsí reconstruido por al-Mustansir.

realizar la simbiosis correcta entre lo construido y la naturaleza que lo rodea. La finca de Abu Fihr con sus huertas, albercas, pabellón y palacios cayó en el olvido después de la muerte del príncipe al-Mustansir en 1277. Según el historiador Brunschvig, Túnez atravesó entonces un largo periodo de inestabilidad política que duró hasta el reinado del califa Abu Faris (1394-1434): après la période de troubles, d’affaiblissement et de scissions que l’Ifriqiya avait traversée pendant près de cent ans, depuis la mort du grand Mustansir 31. Probablemente el abandono de la finca se debió a la falta de funcionamiento del acueducto y a la construcción de los grandes edificios reales en el distrito del Bardo. De hecho, en el siglo XVI, el viajero León el Africano describió los palacios y huertas del Bardo: Un número infinito de huertos están plantados con naranjos, limoneros, rosales y otras lindas flores; en particu-

A B U F I H R : U N A F I N C A R E A L D E É P O C A H A F S Í E N T Ú NEZ

351

lar en el lugar llamado el Bardo se encuentran los huertos y palacios mejores del rey, soberbiamente construidos con esculturas y pinturas muy cuidadas32.

3. 4.

Con motivo del asedio del emperador Carlos V a la ciudad de Túnez, el viajero Georg Braun en Civitates Orbis Terrarum (1575), nos ofrece otro testimonio detallado de la ciudad de Túnez enriquecido por varios dibujos y grabados: Las casas están decoradas con piedras muy hermosas y mosaicos, y usan un yeso muy elegante y lo colorean. La madera es escasa. Los pavimentos de las habitaciones están decorados con piedras pulidísimas. Todas las casas son de un solo color. Cada una de ellas tiene dos puertas, una mira a la calle, la otra a la cocina, y entre una y otra puerta hay casi siempre un elegante atrio donde charlar con los amigos. Hay baños muy cómodos que se pueden encontrar en Fez, aunque allí las casas no son tan espaciosas. En el arrabal se encuentran a menudo huertas ordenadas que producen poca fruta, pero de alta calidad: manzanas, limones, rosas, y todo tipo de flores, sobretodo en el lugar llamado Bardo, donde está el palacio real, rodeado de numerosas huertas muy hermosas. La ciudad tiene alrededor, hasta cuatro o cinco millas, hermosísimos y numerosos campos de olivos, de donde obtienen un buen aceite, que no solo es suficiente para la ciudad, sino que también se exporta en grandes cantidades a Egipto. Queman la madera de estos olivos y producen carbones, de todos modos la madera es muy escasa, y no sé dónde es más escasa que allí 33.

5.

6. 7.

8.

9.

Finalmente, en el siglo XVII, el historiador tunecino Ibn Abi Dinar nos confirma que en la finca Abu Fihr solo quedaba la gran alberca y algunas ruinas34. 10.

NOTAS 11.

Una primera versión de este artículo se publicó en italiano: «I giardini hafsidi d’Abu Fihr a Tunisi nelle testimonianze dei viaggiatori», en Spazi e culture del Mediterraneo, Nápoles, 2015. La traducción al español del presente artículo ha sido realizada por Maurizio Toscano y revisada por Julio Navarro Palazón, en el marco del Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula: «Almunias del Occidente Islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR 201564605- C2-1- P), cofinanciado con fondos FEDER. 2. En concreto acerca de la dinastía hafsí véase Ibn Khaldūn, ed. 1999, Histoire des Berbères, trad. de Baron de Slane, vol. II, Paris, pp. 280-481; Robert Brunschvig, 1940, La Berbérie Orientale sous les Hafsides des origines à la fin du XVème siècle, Paris. 1.

352

LAMIA HADDA

12. 13. 14.

15.

16.

Ibn Abi Dinar, ed. 1967, Al-mu’nis fi akhbāri Ifriqiya wa Tunis, ed. de Mahmoud Chammam, Túnez, p. 33. Acerca de la arquitectura hafside véase Abdelaziz Daoulatli, 1976, Tunis sous les Hafsides, Túnez, pp. 176-243; Lamia Hadda, 2004, Il decoro architettonico hafside. Materiali per una storia dell’arte islamica in Ifriqiya (XIII-XIV), Nápoles (texto en árabe); ibid., 2008, Nella Tunisia Medievale. Architettura e decorazione islamica (IX-XVI secolo), Nápoles, pp.119-166; ibid., 2013, «The Ablution Room of the Hafsid dynasty in Tunis: architectural and artistic aspects», en Carmine Gambardella (ed.), XI Forum International di Studi «Le vie dei Mercanti», Aversa-Capri 1315 Giugno 2013, Fabbrica della conoscenza, vol. 39, Napoli, pp. 1044-1050. En la actualidad los restos de la gran alberca del parque de Abu Fihr quedan al interior del complejo de la ciudad de las ciencias de Túnez. El decreto del 13 de marzo 1912 se publicó en el Boletín oficial el 23 de marzo de 1912. Ibn Jaldun, ed. 2008, Introducción a la historia universal: (AlMuqaddimah), ed. y trad. de Francisco Ruiz Girela, Córdoba, Editorial Almuzara, p. 730. Mohamed Talbi, 1973, «Les contacts culturels entre l’Ifriqiya hafside (1230-1569) et le sultanat nasride d’Espagne (12321492)», en Actas del II. Coloquio Hispano-Tunecino de Estudios Históricos, Madrid, pp. 63-90; Ahmed Saadaoui, 2000, «Les Andalous», en Ifriqiya: treize siècles d’art et d’architecture en Tunisie, Tunis-Aix-en-Provence, pp. 112-135. La finca del Agdal viene siendo estudiada desde 2012 por nuestro colega el arqueólogo Julio Navarro. Los resultados de sus investigaciones se pueden consultar en las siguientes publicaciones: Julio Navarro Palazón, Fidel Garrido Carretero y José Manuel Torres Carbonell, 2014, «El Agdal de Marrakech. Hidráulica y producción de una finca real (ss. XII-XX)». Phicaria. II Encuentros Internacionales del Mediterráneo: “Uso y gestión de recursos naturales en medios semiáridos del ámbito mediterráneo”, Murcia, pp. 54-115; Julio Navarro Palazón, Fidel Garrido Carretero, José Manuel Torres Carbonell y Hamid Triki, 2013, «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)». Arqueología de la Arquitectura, vol. 10, e007, pp. 1-43; Julio Navarro, Fidel Garrido e Íñigo Almela, 2017, «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 1: History», Muqarnas 34, pp. 23-42. Ibn Saïd, citado en Henri Saladin, 1908, Tunis et Kairouan. Voyages à travers l’architecture, l’artisanat et les mœurs du début du XX ème siècle, Paris, p. 52. Naïdé Ferchiou, 1999, «Les aqueducs de Zaghouan à Carthage et leurs structures complémentaires. Note Préliminaire», Africa, XVII, pp. 69-86. Ibid., 2008, Le chant des Nymphes: les aqueducs et les temples des eaux de Zaghouan à Carthage, Tunis, pp. 50-53. J.-M. Solignac, 1936, «Travaux hydrauliques hafsides de Tunis», Revue Africaine, 79, pp. 517-580. Emilio García Gόmez, 1933, «Observaciones sobre la “qasida maqsura” de Abu-l-Hasan Hazim al-Qartayanni», Al-Andalus, 1-1, pp. 81-104. Al-Abdari, ed. 1854, «Notices et extraits du voyage d’El-Abdery à travers l’Afrique septentrionale au VII siècle de l’Hègire», trad. de Auguste Cherbonneau, Journal Asiatique, IV, pp. 144176, en part. p. 165. Ibn Fadhl Allah Al-Omari, ed. 1927, Masalik al-Absar fi Mamalik al-Amsar, vol. I., trad. de Maurice Gaudefroy-Demombynes, L’Afrique moins l’Egypte, Paris.

17. 18. 19. 20.

21. 22. 23.

24.

25. 26. 27.

Az-Zarkashī, ed. 1998, Tarikh al-dawlatayn al-Muwahidiyya wa al-Hafsiyya, ed. de H. Yakoubi, Tunisi, p. 81. Ibn Khaldūn, ed. 1999, Histoire des Berbères, vol. II, pp. 339-341. Luis de Mármol Carvajal, 1573, Descripción general de África vol. 2, Libro sexto, fol. 240 (p. 852). Civitates Orbis Terrarum (1575), escritos de Georg Braun, dibujos de Frans Hogenberg y grabados de Jan Cornelisz Vermeyen (1555-1590). Solignac, 1936, «Travaux hydrauliques...», p. 532. Solignac, 1936, «Travaux hydrauliques...», p. 537. Ibn Jaldún, ed. 2008, Introducción a la historia universal: (AlMuqaddimah), ed. y trad. de Francisco Ruiz Girela, Córdoba, Editorial Almuzara, pp. 739-740. Véase J.-M. Solignac, 1952, «Recherches sur les installations hydrauliques de Kairouan et des steppes tunisiennes du VIIe au Xle siècle (J.-C.)», Annales de l’Institut d’Etudes Orientales, 10, pp. 5-273, en part. pp. 237-239; Faouzi Mahfoudh, 2003, Architecture et urbanisme en Ifriqiya Médiévale (Proposition pour une nouvelle approche), Tunis, pp. 96-103. Lamia Hadda, 2015, L’architettura palaziale tra Africa del Nord e Sicilia normanna (secoli X-XII), Napoli, pp. 50-65, fig. 44. Qadi an-Nu’man, ed. 1978, Al-Majalis wa al-Musayarat, ed. de H. Fekih, B. Chabbouh y M. Yaalaoui, Tunisi, p. 325. Kitab al-Istibsar fi ‘aja’ib al-amsar, ed. 1900, trad. de Edmond

28.

29.

30.

31. 32. 33. 34.

Fagnan, «L’Afrique septentrionale au Xlle siècle de notr ère», Recuel des Notices et Mémoires de la Société archéologique de Constantine, XXXIII, pp. 1-229, en part. p. 101. Entre las aportaciones más interesantes sobre la arquitectura palaciega en la España medieval, véase Julio Navarro Palazón, 2005, «Sobre Palacios Andalusíes (siglos XII-XIV)», en Vivir en Palacio en la Edad Media, Siglos XII-XV, Segovia, pp. 111-144; Antonio Almagro Gorbea, 2008, Palacios medievales hispanos, (discurso del 27 de enero de 2008), Madrid, Real academia de bellas artes de San Fernando. Véase Fairchild Ruggles, 1992, «Los jardines de la Alhambra y el concepto de jardín en la Espagna islámica», en Jerrilynn D. Dodds (ed.), Al Andalus, Las Artes Islámicas en España, Madrid, pp. 162-171; Luigi Zangheri, Brunella Lorenzi y Nausikaa Mandana Rahmati, 2006, Il giardino islamico, Firenze, pp. 390-402. El Corán, ed. 2008, ed. comentada de Raúl González Bórnez, Centro de traducciones del Sagrado Corán, cap. 21, (surat) AlAnbiya’, Los profetas, p. 325, versículo (aya) 30 (trad.). Brunschvig, 1940, La Berbérie Orientale, t. I, p. 187. Juan León el Africano, ed. 1995, Description de Africa, trad. española de Serafin Fanjul, Barcelona, p. 243. Georg Braun y Frans Hogenberg, 1575, Civitates Orbis Terrarum, vol. II, Colonia, p. 57. Ibn Abi Dinar, ed. 1967, Al-mu’nis fi akhbari Ifriqiya, pp. 19-20.

A B U F I H R : U N A F I N C A R E A L D E É P O C A H A F S Í E N T Ú NEZ

353

Bibliografía AL-ABDARI (ed. 1854). «Notices et extraits du voyage d’El-Abdery à travers l’Afrique septentrionale au VII siècle de l’Hègire», trad. de Auguste Cherbonneau, Journal Asiatique, IV, pp. 144-176. ALMAGRO GORBEA, Antonio (2008). Palacios medievales hispanos, (discurso del 27 de enero de 2008), Madrid, Real academia de bellas artes de San Fernando. BRAUN, Georg; HOGENBERG, Frans (1575). Civitates Orbis Terrarum, vol. II, Colonia. BRUNSCHVIG, Robert (1940). La Berbérie Orientale sous les Hafsides des origines à la fin du XVème siècle, Paris. DAOULATLI, Abdelaziz (1976). Tunis sous les Hafsides, Túnez. El Corán (ed. 2008). Ed. comentada de Raúl González Bórnez, Centro de traducciones del Sagrado Corán. FERCHIOU, Naïdé, (1999). «Les aqueducs de Zaghouan à Carthage et leurs structures complémentaires. Note Préliminaire», Africa, XVII, pp. 69-86. —— (2008). Le chant des Nymphes: les aqueducs et les temples des eaux de Zaghouan à Carthage, Tunis. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1933). «Observaciones sobre la “qasida maqsura” de Abu-l-Hasan Hazim al-Qartayanni», Al-Andalus, 1-1, pp. 81-104. HADDA, Lamia (2004). Il decoro architettonico hafside. Materiali per una storia dell’arte islamica in Ifriqiya (XIII-XIV), Napoli (texto en árabe). —— (2008). Nella Tunisia Medievale. Architettura e decorazione islamica (IX-XVI secolo), Napoli. —— (2013). «The Ablution Room of the Hafsid dynasty in Tunis: architectural and artistic aspects», en Carmine Gambardella (ed.), XI Forum International di Studi «Le vie dei Mercanti», AversaCapri 13-15 Giugno 2013, Fabbrica della conoscenza, vol. 39, Napoli, pp. 1044-1050. —— (2015). L’architettura palaziale tra Africa del Nord e Sicilia normanna (secoli X-XII), Napoli. IBN ABI DINAR (ed. 1967). Al-mu’nis fi akhbāri Ifriqiya wa Tunis, ed. de Mahmoud Chammam, Túnez. IBN KHALDŪN (ed. 1999). Histoire des Berbères, trad. de Baron de Slane, Paris. IBN JALDUN (ed. 2008). Introducción a la historia universal: (AlMuqaddimah), ed. y trad. de Francisco Ruiz Girela, Córdoba, Editorial Almuzara. Kitab al-Istibsar fi ‘aja’ib al-amsar (ed. 1900). Trad. de Edmond Fagnan, «L’Afrique septentrionale au Xlle siècle de notr ère», Recuel des Notices et Mémoires de la Société archéologique de Constantine, XXXIII, pp. 1-229. LEÓN EL AFRICANO, Juan (ed. 1995). Description de Africa, trad. española de Serafin Fanjul, Barcelona. MAHFOUDH, Faouzi (2003). Architecture et urbanisme en Ifriqiya Médiévale (Proposition pour une nouvelle approche), Tunis.

354

LAMIA HADDA

MÁRMOL CARVAJAL, Luis de (1573). Descripción general de África, En Granada: en casa de Rene Rabut. NAVARRO PALAZÓN, Julio (2005). «Sobre Palacios Andalusíes (siglos XII-XIV)», en Vivir en Palacio en la Edad Media, Siglos XII-XV, Segovia, pp. 111-144. NAVARRO, Julio; GARRIDO, Fidel; ALMELA, Íñigo (2017). «The Agdal of Marrakesh (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 1: History», Muqarnas 34, pp. 23-42. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel (2014). «El Agdal de Marrakech. Hidráulica y producción de una finca real (ss. XIIXX)», Phicaria. II Encuentros Internacionales del Mediterráneo: “Uso y gestión de recursos naturales en medios semiáridos del ámbito mediterráneo”, Murcia, pp. 54-115. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel; TRIKI, Hamid (2013). «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)», Arqueología de la Arquitectura, vol. 10, e007, pp. 1-43. AL-OMARI, Ibn Fadhl Allah (ed. 1927). Masalik al-Absar fi Mamalik al-Amsar, vol. I., trad. de Maurice Gaudefroy-Demombynes, L’Afrique moins l’Egypte, Paris. QADI AN-NU’MAN (ed. 1978). Al-Majalis wa al-Musayarat, ed. de H. Fekih, B. Chabbouh y M. Yaalaoui, Tunisi. RUGGLES, Fairchild (1992). «Los jardines de la Alhambra y el concepto de jardín en la Espagna islámica», en Jerrilynn D. Dodds (ed.), Al Andalus, Las Artes Islámicas en España, Madrid, pp. 162-171. SAADAOUI, Ahmed (2000). «Les Andalous», en Ifriqiya: treize siècles d’art et d’architecture en Tunisie, Tunis-Aix-en-Provence, pp. 112-135. SALADIN, Henri (1908). Tunis et Kairouan. Voyages à travers l’architecture, l’artisanat et les mœurs du début du XX ème siècle, Paris. SOLIGNAC, J.-M. (1936). «Travaux hydrauliques hafsides de Tunis», Revue Africaine, 79, pp. 517-580. —— (1952). «Recherches sur les installations hydrauliques de Kairouan et des steppes tunisiennes du VIIe au Xle siècle (J.-C.)», Annales de l’Institut d’Etudes Orientales, 10, pp. 5-273. TALBI, Mohamed (1973). «Les contacts culturels entre l’Ifriqiya hafside (1230-1569) et le sultanat nasride d’Espagne (12321492)», en Actas del II. Coloquio Hispano-Tunecino de Estudios Históricos, Madrid, pp. 63-90. ZANGHERI, Luigi; LORENZI, Brunella; RAHMATI, Nausikaa Mandana (2006). Il giardino islamico, Firenze. AZ-ZARKASHĪ (ed. 1998). Tarikh al-dawlatayn al-Muwahidiyya wa al-Hafsiyya, ed. de H. Yakoubi, Tunisi.

JOSEP TORRÓ Universitat de València ENRIC GUINOT Universitat de València

14

LOS REALES (RIYĀḌĀT) DE VALENCIA ANTES Y DESPUÉS DE LA CONQUISTA CRISTIANA The reales (riyāḍāt) of Valencia before and after the Christian conquest

RESUMEN Se lleva a cabo un intento de cuantificación, localización y caracterización de las fincas denominadas reales —los riyāḍāt de época almohade— en los documentos latinos y vernáculos redactados después de la conquista de Valencia (1238), hasta los inicios del siglo XIV. Para ello se ha reunido un amplio, casi exhaustivo, conjunto de referencias que han permitido identificar un centenar largo de reales, situados en su gran mayoría en las inmediaciones de las medinas de Valencia y Xàtiva. Los textos muestran que se trataba de huertos rodeados de tapias, de dimensiones variables, que incluían casas o pabellones en su interior. No se distribuían de forma homogénea, sino formando agrupaciones que parecen coincidir con lugares donde anteriormente se localizaban almunias, las cuales debieron de ser bastante menos numerosas. El trabajo trata, también, de los problemas relativos a las explotaciones agrarias anejas a estas fincas, las alteraciones que su creación pudo generar en los sistemas hidráulicos de la huerta de Valencia y las transformaciones que sufrieron tras la conquista. Con raras excepciones terminaron absorbidas por fundaciones conventuales o por la expansión de las tramas urbanas, o bien fragmentadas en parcelas menores cedidas a censo. La función dispensadora de prestigio propia del riyāḍ andalusí apenas tuvo eco en la sociedad cristiana, para la cual un real no importaba mucho más que su mero valor como bien inmueble. PALABRAS CLAVE Real | Almunia | Huerto | Irrigación | Conquista cristiana | Valencia ABSTRACT This paper tries to quantify, locate and characterise references to the so-called reales estates —the Almohad riyāḍāt— in the documents written in Latin and vernacular between the conquest of Valencia (1238) and the early 14th century. The nearly exhaustive collection of references under consideration has yielded information concern­ing over a hundred reales, which were chiefly located in the vicinity of the medinas of Valencia and Xàtiva. The texts indicate that these orchards were surrounded by walls and were variable in size, and also that they were furnished with houses or pavilions. They were not homogenously distributed, but formed clusters in the location of former almunias, which must have been fewer in number. The article also deals with the exploitation of agricultural estates situated near these reales, the changes that their emergence may have induced in the irrigation systems of the huerta of Valencia, and the transformations undergone by these estates after the conquest. With rare exceptions, most of these estates were ultimately integrated into the conventual complexes of the mendicant orders, encroached upon by the urban growth of nearby cities, or subdivided into smaller properties. The prestige which the ownership of these estates had granted within the Andalusi conception of the riyāḍ played a residual role in the post-conquest Christian society, in which their value was mainly measured in economic terms. KEYWORDS Real | Almunia | Orchard | Irrigation | Christian conquest | Valencia

355

1. Introducción El problema de los reales en los territorios del Šarq al-Ándalus conquistados por las coronas de Aragón y Castilla en el siglo XIII no ha recibido hasta la fecha toda la atención que merecía1. Cabe reconocer que su planteamiento ha sido relativamente tardío debido a que durante mucho tiempo los estudiosos de la documentación latina y romance han confundido los reales (< riyāḍ) con los más numerosos rafales (< raḥal). El error, expuesto por María J. Rubiera de forma un tanto abrupta, fue reconocido y subsanado por Pierre Guichard, quien definió el real como un fenómeno urbano, una «forma de propiedad periurbana acomodada, constituida por un jardín probablemente cercado, cuyo elemento central es una residencia de recreo más que de explotación». Además, este mismo autor estableció un par de criterios cuya combinación permite distinguir reales de rafales en los textos latinos relativos al territorio valenciano, lo cual resulta particularmente útil cuando aparece la ambigua forma raal en las menciones más antiguas. El primero reside en las dimensiones, ya que, a diferencia de lo que sucede con los rafales, casi nunca hallamos donaciones de jovades (unidades de agrimensura establecidas para el reino de Valencia equivalentes a 2,99 ha) en el interior de un real. El segundo se basa en la ausencia de declinación del término rafal o «rahal», que contrasta con la desinencia de caso que sí presentan las diferentes variedades de real (por ejemplo en -um: reallum realium, riallum, regalium, y por ende raallum), y que atribuye a una integración más antigua de este término en el vocabulario latino2. De la observación de Guichard se infiere que en el momento de la conquista ya hacía bastante tiempo que se empleaba la denominación riyāḍ para un determinado tipo de fincas periurbanas destinadas no solo a una selecta producción agraria, sino también a procurar solaz y prestigio a sus poseedores. De esta constatación se deriva claramente el problema de la munya, que es la palabra utilizada de forma habitual en los textos árabes para designar jardines residenciales de características

356

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

iguales o muy similares. Al parecer, su uso en la marca superior y el Šarq al-Ándalus se halla plenamente vigente en la época de la conquista del valle del Ebro, durante la primera mitad del siglo XII. De hecho, la documentación latina relacionada con esta etapa de la expansión cristiana no habla aún de reales, sino de almunias, dando además la sensación de que se trataba de las unidades más comunes de ocupación y explotación del espacio. Ahora bien, como ya han puesto de manifiesto X. Eritja y J. Ortega, el término almunia que utilizan los textos latinos catalano-aragoneses del siglo XII unifica, en realidad, tanto posesiones privadas con residencias de terratenientes —las verdaderas munān—, como alquerías dotadas de aljamas y otros asentamientos campesinos de menores dimensiones3. Lo que importa, en todo caso, es que a mediados del siglo XII la palabra riyāḍ todavía no era de uso frecuente, aunque su generalización difícilmente puede ser posterior a las décadas finales de dicha centuria si tenemos en cuenta que los conquistadores del siglo XIII, como indica Guichard, ya se hallaban familiarizados con dicha expresión. En este sentido vale la pena destacar un estudio reciente de M. Ghouirgate donde ha dado a entender que la difusión del término riyāḍ, asociado a connotaciones palatinas y recreativas, tuvo lugar, justamente, desde finales del siglo XII en estrecha relación con los programas áulicos de la dinastía almohade4. El repartimiento de Valencia registra todavía en 1238 la existencia de tres fincas denominadas almunias, y ninguna aparece vinculada al emir Zayyān ni a su depuesto predecesor, el sayyid almohade Abū Zayd. Dos de ellas se hallaban muy cerca de las murallas: la que tenía Ibn Šalbūn en el arrabal de la Xerea, al este de la ciudad, y la del judío Aharón al-Yahūdī, situada junto a una de las puertas; de la tercera, perteneciente a un tal Ibn Ṭāriq (Abintarich), no se dan indicaciones5. Nada se nos dice, tampoco, de las dimensiones y características físicas de estas posesiones. Dado que la documentación cristiana del reino de Valencia ya no ofrece otras menciones de almunias, a efectos prácticos hemos decidido contabilizarlas entre los reales.

Es difícil, pues, explicar la solitaria presencia terminológica de estas almunias en la Valencia del tiempo de la conquista, como lo es determinar si existía alguna diferencia entre las mismas y los reales, abrumadoramente mayoritarios. Ciertamente, en época andalusí las referencias a Valencia de las fuentes árabes solo mencionan almunias, y en particular dos muy destacadas: la de al-Ruṣāfa y la de ‘Abd al-‘Azīz. La construcción de la primera, como es bien sabido, se atribuye al príncipe omeya ‘Abd Allāh al-Balansī, quien la habría hecho levantar a principios del s. IX a imitación de la Ruṣāfa cordobesa de su padre, el emir ‘Abd al-Raḥman I, y al igual que esta, un tanto apartada de la ciudad. La almunia como edificio y finca individualizada desaparece pronto, sin duda, pero los escritores andalusíes de los siglos XII y XIII aún dedican alabanzas a la belleza y calidad del paraje que ha conservado el nombre6. Por lo que se refiere a la almunia de Ibn Abī ‘Āmir o del emir ‘Abd al-‘Azīz (1021-1061), nieto de alManṣūr, tanto A. Huici como Guichard coinciden en localizarla al noreste de la madīna, en la orilla izquierda del río Turia, identificándola con el riyāḍ que había pertenecido al sayyid Abū Zayd (y presumiblemente al emir Zayyān), donde Jaime I estableció la sede palatina de la monarquía en la ciudad7. Sin embargo, en fechas más recientes Carmen Barceló ha sostenido que esta localización es errónea y que la almunia se hallaba al oeste de la ciudad, cerca del cementerio de Roteros y de la puerta de Bāb al-Ḥanaš, añadiendo que pudo sufrir graves desperfectos a causa de una fuerte crecida del río a fines del siglo XI8. Si verdaderamente es así, tampoco debe perderse de vista que después de la época amirí, como recuerda Guichard, Valencia se convirtió en una capital administrativa, más que verdaderamente política, a diferencia de Murcia, y apenas funcionó ya como sede de poderes con capacidad de afirmar su soberanía mediante la creación de jardines y espacios áulicos. Sea lo que fuere, las descripciones de los poetas solo dan una idea muy vaga de la arquitectura de la original almunia de ‘Abd al-‘Azīz, o de la distribución y adorno de sus salones, vergeles, fuentes y cursos de agua artificiales que, según el mismo autor, parece que seguían el modelo de la Ṣumādiḥiyya de Almería.

Los riyāḍāt antes de la conquista: cuántos, dónde, de quién 2.

El examen de los libros de repartimiento, junto con una amplia revisión de la documentación regia, catedralicia y municipal del siglo XIII y primeros años del XIV nos ha permitido identificar un centenar largo

fig. 1 Distribución general de los reales documentados en el territorio del reino de Valencia (1237-1308).

de reales en el territorio del reino de Valencia. Se ha tomado como referencia de partida la información, más antigua y sistemática, de los repartimientos, tratando de reducir las menciones posteriores, más ricas en detalles, a los «únicos» originales. Esto ha sido posible particularmente en las ciudades de Valencia y Xàtiva, donde los datos del repartimiento son más completos, aunque fuera de ellas la documentación posterior ha sido una fuente indispensable para rastrear la presencia de este tipo de posesiones. Evidentemente no se trata de un recuento exacto de los riyāḍāt existentes en esta parte del Šarq al-Ándalus al producirse la conquista, sino de una aproximación. Faltan datos para los centros urbanos medianos y pequeños, puede haber errores de identificación, confusiones relacionadas con la variante raal y, posiblemente, algún caso de real creado después de la conquista, pero el volumen de documentación manejada es muy significativo, como se advierte en la reiteración de los datos y el rendimiento marginal que proporciona el vaciado de las fuentes más tardías

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

357

utilizadas. Creemos, por todo ello, que la cuantificación obtenida debe ser considerada como una cifra mínima, aunque no demasiado alejada de la realidad. Podría ampliarse algo más si tuviésemos mayor cantidad de datos sobre esos centros urbanos secundarios, pero creemos que muy difícilmente llegaría a incrementarse de forma significativa. En cualquier caso, los reales más importantes por su ubicación, tamaño o valor quedan identificados en nuestro recuento. El cómputo que hemos podido realizar para el conjunto del reino de Valencia en sus fronteras anteriores a 1304 se sitúa entre 112 y 124 reales (fig. 1; apéndice). La mayor parte, como era previsible, se localiza en el entorno de la capital, con unos 60 —entre 55 y 61—, seguida de Xàtiva, que tenía entre 31 y 369. Estos datos resultan coherentes con los 25 o 27 reales contabilizados en el repartimiento de Murcia y reflejan la importancia política y demográfica de lo que, sin duda, eran las tres principales ciudades del Šarq al-Ándalus en el siglo XIII10. El problema se plantea, como hemos dicho, en las mudun pequeñas y los ḥuṣūn urbanos que, en el recuento de reales, aparecen muy desigualmente representados y en proporciones un tanto dispares. Cabría esperar, sobre todo, una mayor presencia de reales en Dénia, madīna portuaria que debía de conservar aún cierta importancia, pese a lo cual solo encontramos dos o tres, aunque también hay que tener en cuenta que tras la conquista hubo muchas dificultades para poblar esta antigua ciudad, por lo que la documentación es escasa. También sorprende que en Alzira solo se documenten dos, o ninguno en lugares como Onda, Morvedre y Borriana, tal vez debido al sesgo territorial de la información conservada. Entre los núcleos urbanos pequeños destaca claramente Cocentaina, con ocho reales, seguida del término del castillo de Corbera —un distrito de alquerías más que un centro con rasgos «urbanos»— con cuatro. El caso de Corbera puede explicarse tanto por la calidad de sus tierras ribereñas del Júcar como por la cercanía a la mencionada madīna de Alzira. Tres, quizá cuatro, son los reales identificados, respectivamente, en Bairén (actual término de Gandia) y Ontinyent, que pueden considerarse centros pequeños, más bien ḥuṣūn con rasgos urbanos, así como en Castalla, de importancia probablemente menor. Final­ mente, encontramos un real en Alcoi y otro en el valle de Alfàndec (actual Valldigna). Sostenía P. Guichard que la elaboración de una lista de reales valencianos no podía ofrecer un gran interés, dando por sentado que su presencia «debía salpicar el paisaje de la huerta en los inmediatos alrededores de las ciudades»11. Sin embargo, una visión impresionista del fenómeno puede conducir a errores de apreciación.

358

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

Por el contrario, el recuento detallado permite advertir que su número no era especialmente elevado en ninguna parte, más allá de unas pocas decenas de unidades, y que no eran omnipresentes en las huertas y llanuras aluviales. De hecho, ha sido posible llevar a cabo una localización aproximada de una amplia porción de los reales de Valencia (35) y Xàtiva (12) en la cual se puede observar que estas posesiones periurbanas tienden a presentarse formando agrupaciones en zonas concretas: en Valencia, alrededor de la alquería de Russafa, en la zona de Campanar o a lo largo del camino de Morvedre; en Xàtiva, junto al arrabal y en la ribera situada entre el monte de El Puig y el río Albaida (figs. 2 y 3). P. Guichard ha destacado pertinentemente el valor de la escueta descripción que Jaime I ofrece, en su crónica, de la huerta de Xàtiva. El pasaje que le dedica distingue entre una franja más inmediata al recinto urbano, la «huerta» propiamente dicha, ocupada por «más de doscientas algorfas», y otra exterior, «alrededor de la huerta», donde se localizaban las alquerías en gran número12. Este comentario del rey plantea, no obstante, el problema de un uso bastante singular del término «algorfa», derivado del árabe andalusí gurfa («desván», «altillo», «cámara»), aparentemente como sinónimo de habitáculo o pequeña edificación aislada, lo que permite a Guichard afirmar que el monarca alude, sin duda, a «reales dispersos por la huerta». Como hemos visto, los datos disponibles quedan lejos de poder refrendar semejante visión. No dudamos que el historiador francés reconoce, por obvia, cierta carga de exageración en la cantidad expresada por Jaime I, pero la imagen de una huerta densamente ocupada por este tipo de posesiones, que es lo que a la postre defiende, no resulta coherente con los datos de la amplia documentación conocida. No todas las construcciones auxiliares dispersas por la huerta debían de ser consideradas reales. Ciertamente se habla de «las algorfas más bellas que se pudiesen encontrar», pese a las connotaciones más bien prosaicas que caracterizan al término gurfa (estancia auxiliar con funciones de dormitorio o almacén), pero es probable que en su mirada el rey esté agrupando bajo la misma calificación la treintena larga de reales y todas las demás construcciones que destacaban sobre el verde fondo de la vega en mayo. También es posible que escogiera la palabra algorfa para significar que eran construcciones con terrado, sin cubierta tejada, lo que pondría en entredicho la calidad arquitectónica de las mismas13. En cualquier caso, habría que explicar por qué el rey utiliza esa denominación en lugar de real, de uso corriente por entonces en la lengua catalana y que el mismo monarca utiliza en su crónica en repetidas ocasiones.

fig. 2 Situación aproximada de reales localizados (35) en la huerta de la ciudad de Valencia.

fig. 3 Situación aproximada de reales localizados (12) en la huerta de Xàtiva.

Para Guichard, la supuesta abundancia de reales se explicaría por el hecho de que una gran parte de los mismos eran «pequeños» y que, a diferencia de los pertenecientes a la «aristocracia estatal» (entorno de los gobernadores, jefes militares, grandes kuttāb, cadíes de las ciudades principales), presumiblemente de mayores dimensiones y entidad arquitectónica, serían poseídos por una «clase urbana acomodada» (grandes comerciantes, por ejemplo), cuyo rastro —reconoce— es imposible detectar. Propone, en consecuencia, diferenciar entre ricas propiedades de recreo, en manos de la clase dirigente, y los pequeños reales vinculados

a «ciudadanos medianamente acomodados». Parece una distinción razonable y no contradice la evidencia documental, siempre que se prescinda del elevado número de reales atribuidos a los segundos. El problema es que no sabemos nada de sus poseedores, esos «ciudadanos medianamente acomodados»: ni de sus actividades, ni de su riqueza, ni de su número. Y sobre una base tan débil resulta un tanto arriesgado admitir que en la madīna de Xàtiva, donde residirían unos pocos miles de habitantes, hubiese dos centenares de familias de comerciantes acomodados, o de nivel social equiparable, con sus respectivos reales.

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

359

No es este el lugar para llevar a cabo un completo ensayo de identificación de los individuos o linajes andalusíes poseedores de reales que conocemos a través de la documentación cristiana del reino de Valencia. Además, una tarea de estas características no solo excede nuestra competencia, sino que carece de sentido si se circunscribe solo a las referencias relacionadas con los reales. Guichard recuerda a este respecto el caso de un tal Alarif, poseedor de un real ante Valenciam, que también cuenta entre sus bienes con una casa en la zona del alcázar, otro real en Xerea, y un rafal cerca del mar de más de 20 ha14. Quien tiene un real tendrá, normalmente, otros bienes inmuebles de consideración. Con todo, sí vale la pena hacer notar que contamos con una nómina bastante significativa de personajes vinculados a reales en vísperas de la conquista, procedente en gran medida de las anotaciones del repartimiento. Así, es posible poner nombre a los reales en, al menos, unos 59 casos (45 en Valencia, 6 en Xàtiva, 3 en Bairén y Ontinyent, 2 en Dénia), es decir, la mitad de los conocidos (véase el cuadro en apéndice). Como los nombres árabes suelen aparecer muy simplificados —por no hablar de la deformación que representa su versión latina por escribanos desconocedores de la lengua—, la mayoría de las veces no parece factible establecer relaciones fiables con personajes documentados en las fuentes árabes, especialmente en los diccionarios biográficos. Por otra parte, con independencia de los nombres personales, la mención más o menos corrompida de dignidades o magistraturas parece permitir una primera valoración del alcance que podía tener la posesión de reales por parte de lo que Guichard denomina aristocracia estatal y aparato jurídico-religioso. Es indudable que el rey se apodera en la ciudad de Valencia del real principal, el del emir Zayyān b. Mardāniš, por el cual se siente en la obligación de otorgar ciertas compensaciones a su anterior titular el sayyid Abū Zayd15. Se documentan, además, otros dos reales pertenecientes a familiares directos del emir Zayyān: el que su padre Mudāfi‘ tenía en la zona de Beniferri, y el de su sobrina, la hija de Gālib b. Mardāniš, casada con su sobrino, el rā’is Abū l-Hamlat que negoció la rendición de la ciudad16. Otro rā’is no identificado, Amazleca, es mencionado como dueño de un real en Alcúdia, donde también lo tiene un jefe militar (qā’id) al que se denomina Alpic. Tampoco está clara la personalidad de ‘Abd Allāh Abinbedel, agente administrativo o fiscal (mušrīf) en cuyo real se alojó Guillem d’Aguiló durante el asedio17. Caso especial es el de la almunia que poseía el judío Aharón al-Yahūdī junto a una de las puertas de Valencia, ya que no sabemos si se trataba de un comerciante o de un servidor de la administración del Estado18.

360

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

Se dice de un real en Russafa «que fue» de al-Saraqusṭī (Alcesaraugoci), personaje que podría identificarse o relacionarse con Abū Bakr b. Malik al-Saraqusṭī, que ejerció los cargos de visir y secretario (katīb) durante las épocas mardaniší y almohade, compuso poesía y, al parecer, murió en Valencia a fines del siglo XII o principios del XIII19. En el mismo círculo de altos servidores del Estado cabe incluir el linaje de los banū Šalbūn, a los que el repartimiento atribuye diversas posesiones inmuebles, entre ellas el real «de Abdela Abensalbo» entregado a Abū Zayd en julio de 1238, lo que permite suponer que se trataba de un finca de cierta importancia. Puede tratarse de Abū ‘Abd Allāh b. Šalbūn, un literato de inicios del siglo XIII cuya biografía recoge la Takmila de Ibn al-Abbār, emparentado sin duda con el visir y poeta Abū l-Ḥasan b. Šalbūn, activo entre 1227 y 123720. El real y torre de al-‘Umarī (Lomeri) en Russafa pertenecían, con casi toda seguridad, al reputado al-‘Umarī al-Balansī, nacido en Valencia en 1192, autor de numerosas obras y encuadrable en el mismo ambiente social de los personajes anteriores21. Entre los poseedores de reales de Valencia encontramos, también, miembros del aparato jurídico-religioso, particularmente los alfaquíes (fuqahā’), no siempre identificables, como un tal Alfaquimus, dueño de un real en Rascanya. En Russafa se habla de un real «que fue» del alfaquí Abū ‘Īsā b. Nadīr (Aboeça Abenadir), aunque se aclara que últimamente (mayo de 1238) lo tenía su yerno Ibn Ya‘qūb (Aven Iacob). El primero debía de estar relacionado, probablemente, con Abū l-‘Aṭā’ b. Nadīr, maestro de recitación, alfaquí, notario y cadí de Valencia durante el s. XII. Cabe mencionar asimismo un real en Alcúdia del cual se dice que perteneció a Maymūn Abū Wakīl al-Manṣafī, posiblemente del mismo linaje del alfaquí al-Manṣafī documentado en el s. XII22. Finalmente llama la atención Muḥammad Walad ibn ‘Abd al-Azīz (Mahomat Ualet Abenhadelaciz), poseedor de un real en Campanar y que, como indica su nombre, debía de formar parte de los banū ‘Abd al-‘Azīz, uno de los grandes linajes de cadíes valencianos23. Por lo que se refiere a Xàtiva, es posible establecer la identidad social de cinco de los seis poseedores de reales nombrados en el repartimiento de 1248. Tres de ellos pertenecen a la familia de los banū ‘Īsā, un linaje de quwwād a cargo del castillo desde la época de Ibn Hūd, que en el momento de la conquista actuaban de hecho como gobernadores independientes. Se hace donación del real del propio qā’id gobernante, Abū Bakr b. ‘Īsā, que sorprendentemente no es el que se queda el rey, además del real de su tío y el de la madre de un qā’id llamado Abū ‘Umar, presumiblemente miembro

de la misma familia24. También se menciona el real de Abinferro (Ibn Fīrruh?), a quien podemos identificar con el notable Setxi Abenferri enviado a negociar la rendición y que la crónica de Jaime I describe como «muy poderoso en la ciudad y del consejo del alcaide». Un cadí o magistrado llamado Muḥammad b. Ya‘qūb completa esta breve relación de poseedores de reales en Xàtiva25. Son muy pocos, en fin, los poseedores de reales identificables en otros núcleos urbanos. En Bairén encontramos un real del qā’id Ibn Sīdrāy (Avencedrel) situado en Xeraco, y otro de un alfaquí llamado Ibn Isḥāq26. En Ontinyent, uno perteneciente a alguien vagamente nombrado como visir (Alguazir) y a su tío. En Dénia, tan solo el posible recuerdo del general almorávide Ibn ‘Āiša en la denominación de cierto reallum de Abnaxe27. En resumidas cuentas, las informaciones proporcionadas por los repartimientos permiten identificar con mayor o menor precisión, entre los poseedores de reales en el momento de la conquista, a unos 23 personajes relacionados con las clases dirigentes, como lo son la familia del emir, los altos cargos del Estado y el aparato jurídico-religioso; trece de ellos en la ciudad de Valencia. Estos datos ponen de manifiesto el elevado porcentaje de reales controlados por este grupo social, los cuales representan al menos una quinta parte de los contabilizados —sin duda los mejores y de mayores dimensiones—, y probablemente muchos más, habida cuenta de lo limitado de la muestra de nombres personales y de las dificultades de identificación ya mencionadas. Recordemos, por ejemplo, el ya mencionado Alarif, dueño de dos reales, que no es relacionado expresamente con ninguna magistratura u oficio de gobierno, pero residía en el barrio del alcázar. Queda margen, no obstante, para la presencia de reales poseídos por otros grupos urbanos acomodados, aparentemente no encuadrados en la aristocracia estatal y el aparato jurídico-religioso, aunque lejos, a nuestro parecer, de la magnitud que le supone Guichard.

3. Caracterización física y funcional 3.1.

Fortificaciones y cercas

Un rasgo general de las almunias del valle del Ebro consiste en la presencia de torres defensivas adyacentes o integradas de algún modo en el complejo arquitectónico. Esta característica es compartida, por cierto, con todos los asentamientos de cualquier otro tipo que los conquistadores identificaron, sin distinciones, con la denominación almunia y responde, indudablemente,

a la prolongada condición fronteriza de la región28. En el territorio valenciano, por el contrario, es poco habitual encontrar reales provistos de torres u otros elementos de fortificación, aunque existen algunos casos. Uno de los más claros es el de la «torre en Russafa que se llama real de Lomeri» (al-‘Umarī), junto a la cual había un foso. La torre en cuestión es mencionada por la crónica de Jaime I cuando narra el inicio del sitio de Valencia y señala que el emir Zayyān con todas sus fuerzas salió hasta una torre «a medio camino entre Valencia y Russafa, la cual tiene ahora Ramon Riquer». En efecto, el real y la torre fueron entregados a Ramon de Riquer en mayo de 1238, siendo la segunda pasto de las llamas unos pocos años después29. Un caso similar podría haber sido el de la Torre Cremada, así conocida durante muchas décadas porque se le prendió fuego deliberadamente, con sus defensores dentro, durante el asedio. Se levantaba al suroeste de la madīna, en las inmediaciones meridionales del arrabal de la Boatella (Bāb Bayṭāla), junto al camino de Sant Vicent y a unos 200 m de la muralla. En el repartimiento es mencionada como referencia topográfica de un huerto y unas domunculas existentes a su lado30. En el término de Xàtiva encontramos tres posibles ejemplos de reales fortificados: el reallum et turrem situado en la alquería de Benixequir (Vall d’Albaida) y mencionado en el repartimiento de 1248; el real de Abū l-Qāsim, entregado en la misma fecha a Guillem Bernat con «un huerto y la torre de Abocacim»; y el real «con una torre» que tenía el caballero Ferrando Zapata antes de 1273, cuya localización es insegura31. La asociación con una torre resulta más dudosa en el caso del real de Domingo de Sant Joan, en la parte norte de la huerta de Valencia. Este personaje vendió en 1242 un huerto que tenía «junto a la torre de Montcada» y que limitaba con su real, pero sabemos que la de Montcada era una gran torre de alquería —«de las mejores torres de toda la huerta»— provista de un albacar adyacente, además de una cerca o empalizada («barreres») que rodeaba el poblado y que fue defendida por los habitantes del lugar durante el asalto dirigido por Jaime I en 1235. Además, la ubicación ofrecida por el texto es puramente aproximativa (apud turre) y nada indica que la torre perteneciese al vendedor32. Lo que sí deja patente este ejemplo es la proximidad del real a una fortificación usada por la comunidad local, que hacía innecesario dotarlo de defensas propias. Si tenemos en cuenta que en el territorio valenciano —como en Murcia— la gran mayoría de los reales se hallaba junto a murallas urbanas o un poco más lejos, en vegas densamente ocupadas por alquerías, las más importantes de las cuales disponían

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

361

de sus propias defensas (torres, albacares, cercas), se entiende que los elementos de fortificación propios se limitasen a unos pocos casos. Más frecuentes son las menciones a las cercas («tapias», «paredes») que rodean los reales o, al menos, sus espacios más importantes. De hecho, la presencia de tapias parece constituir uno de los principales elementos distintivos de los reales respecto a los huertos ordinarios. En el entorno de la ciudad de Valencia hallamos al menos media docena de referencias explícitas a reales tapiados (reallum tapiatum), cercados por una pared en todo su contorno (clausum in circuitum) en la cual se abre una puerta. Entre ellos se cuenta el real mayor del monarca y otros emplazados en localizaciones dispares: Patraix, Mislata, Rajosa, Russafa, Alcúdia33. En Xàtiva se mencionan las tapias del real de Jaime I y se deja constancia, también, de que el real donde se había pactado la primera sumisión de la ciudad estaba «circundado de paredes»34. Esos recintos, como indica claramente la forma en que son denominados, estaban construidos mediante la técnica del tapial (tapiatum). Considerando la gran longitud que podía alcanzar el recorrido y que el muro resultante no tenía por qué ser particularmente resistente y duradero, es probable que el tapial se realizase en su variante más sencilla de tierra apisonada para reducir gastos, aunque podía haber excepciones. Por los mismos motivos no parece que la altura fuera, normalmente, muy elevada. En 1280, con motivo de establecerse a censo un campo en La Alcudia de Valencia, junto al real de los monjes de Santa María de Escarp, el censatario adquiría el compromiso de cerrar su perímetro, antes de un año, con una cerca de una tapiada de altura. Una sola tapiada alcanzaría, quizá, 1,13 o 1,36 m a lo sumo (5 y 6 palmos forales valencianos respectivamente), y podría pensarse que se trata de un ejemplo poco adecuado, dado su carácter de obra nueva posterior a la conquista, no asociada expresamente a un real. Por otra parte es posible que la altura de una tapiada se considerara como lo mínimo que debía estar construido en ese plazo de un año. La descripción de un real de Almería ofrecida por el relato de un cautivo cristiano fugitivo, en 1285, indica que el huerto donde este y su compañero eran obligados a trabajar estaba rodeado de una cerca de solo «dos tapias en alta», lo suficiente no obstante como para que al cerrar la puerta con llave, el dueño considerase que podía dejarlos allí a buen recaudo35. Las tapias, pues, debían de ser más bien bajas —un par de tapiadas, unos dos metros de altura—, exceptuando tal vez las de los reales de mayor importancia. En tal caso, y dada su gran longitud, podrían estar aseguradas con contrafuertes.

362

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

La posibilidad formal más simple del perímetro cercado era la cuadrada o rectangular. Esta es justamente la morfología que, a partir de las informaciones del repartimiento murciano, propuso R. Pocklington para los reales de Abū l-Qāsim y Abū l-Sulṭān b. Waḍḍāḥ, en Aljucer. En la interesante representación gráfica presentada por este autor las dimensiones de las superficies cercadas corresponden a las indicadas por el texto del repartimiento: una hectárea (9 tahúllas) el primer real, aproximadamente, y un tercio de hectárea (3 tahúllas) el segundo, es decir, 231 y 401 m de tapia perimetral36. Desgraciadamente los datos relativos a Valencia no permiten, por ahora, efectuar aproximaciones con este grado de detalle, si bien sabemos que la delimitación de un real cercado en Rajosa precisa cuatro lados37. Por otra parte, no es del todo seguro que los reales estuviesen siempre rodeados de tapia, tal y como señala D. Menjot en relación a Murcia38. Cuando menos, parece que los había que no estaban cercados ab integro: eso puede dar a entender la insistencia en este aspecto por parte de algunos documentos. En tales casos, cabría la posibilidad de que solo hubiera tapias en los lados recayentes a las vías públicas. Otro problema a tener en cuenta es si todos los huertos cercados eran considerados reales. Es verdad que se conocen algunos huertos tapiados no nombrados expresamente como reales, aunque las referencias a los mismos son un tanto tardías y en ciertos casos muestran que se trata de algo nuevo, como sucede en el campo de Alcúdia antes mencionado39. Conviene tener presente que la formación de algunos conjuntos de parcelas hortícolas tapiadas se documenta en Valencia a inicios del siglo XIV, en el contexto de la proliferación de las pueblas (pobles, barrios de nueva planta) periurbanas40. Quedan, pues, detalles por esclarecer en lo relativo a las cercas de los reales. Se trataba, sin duda, de un elemento distintivo de gran importancia, pero no necesariamente determinante. 3.2.

Las casas y sus huéspedes

Había un segundo componente arquitectónico esencial en la definición del real: la presencia de casas o edificios habitables en su interior. En la huerta de Valencia encontramos referencias muy claras a las construcciones (domibus, edificiis, casalibus) circundadas por la tapia, que en algún caso llegan a distinguir entre edificaciones situadas en el interior y el exterior, aludiendo incluso al estado (asolado) de las mismas.41 En otras ocasiones los documentos no hacen tan explícita la inclusión de las casas en el perímetro cercado, pero las menciones de «real con casas» o «casas del real» dan a

entender sin demasiada ambigüedad que forman parte del conjunto42. Lo mismo sucede con los reales del rey en Cocentaina y Alzira, o el real del ra’īs de Crevillent en Elx43. En el repartimiento de Murcia algunos reales van expresamente «con las casas» y, en un caso, se menciona un palomar «que se tiene con él»44. Es muy posible que las propias edificaciones actuasen también como cierre del recinto en uno o más lados. Los trabajos arqueológicos realizados en el entorno de Córdoba han puesto de manifiesto la existencia de restos identificados como almunias menores, consistentes en estructuras edificadas que forman una planta en L envolviendo un espacio de cultivo y que presumiblemente se completaban con muros para terminar de rodearlo45. Desafortunadamente los datos que nos ofrecen los documentos sobre las construcciones cubiertas de los reales son extremadamente vagos cuando no inexistentes. El registro material disponible tampoco es consistente. La única información arqueológica aprovechable es la que han proporcionado las excavaciones realizadas en el solar del Palau del Real de Valencia, donde estuvo el riyāḍ de los últimos gobernadores y emires de la ciudad. Los fragmentarios restos de su planta han perfilado un «pabellón» con espacioso patio central en el que se desarrollaba una «jardinería rectangular, rodeada por andenes y atravesada por un pequeño canal», todo ello de época almohade46. Tenemos constancia de que la presencia de estas edificaciones extramuros fue aprovechada, durante las conquistas, por el rey de Aragón y sus acompañantes al formar sus campamentos de asedio. El de Valencia se inició en la primavera de 1238 con la ocupación de Russafa, «a dos tiros de ballesta» al sur de la ciudad, por parte de almogávares y peones que «tomaron posada» en dicha qarya, mientras nobles como Pelegrín de Atrosillo, Rodrigo de Lizana, Sancho Muñoz, Martín Garcés de Roda y Guillem d’Aguiló se alojaban en buenos reales próximos al lugar47. El monarca no podía ser menos y, de hecho, alude en su crónica a la convalecencia que tuvo, después de ser herido por un cuadrillo de ballesta, en «un real donde posaba», no lejos de otro real de Russafa donde se hospedaban sus escribanos. Con casi toda seguridad es el mismo donde disponía de varias habitaciones, lo suficientemente amuebladas y adornadas como para alojar a la reina o recibir dignamente al rā’is Abū l-Hamlat, enviado del emir Zayyān. Es interesante observar que este real disponía también de un baño de tipo ḥammām. Parece, en efecto, que el rey decidió conservar la finca donde había residido durante el asedio entre sus bienes personales, aunque no encontramos referencias claras a la misma hasta 1308, justamente cuando Jaime II concede al caballero Bernat de Llibià que pueda poner en funcionamien-

to y utilizar el baño del real que el monarca tiene junto a Russafa, «construido y edificado desde antiguo»48. La crónica de Jaime I menciona, asimismo, el real donde había bebido, comido y dormido tras acordar la capitulación de la ciudad. Este segundo real no se hallaba en Russafa y corresponde, con casi toda seguridad, al real del propio emir, tradicionalmente identificado con la antigua almunia de ‘Abd al-‘Azīz), situado al noreste de la ciudad, frente a la torre sobre la cual debía colocarse la bandera regia en señal de rendición49. Poco después, cuando Jaime I hostigó Xàtiva en 1240, forzando la negociación con el qā’id Abū Bakr b. ‘Īsā, las conversaciones se llevaron a cabo en un real que el monarca hizo preparar adecuadamente con sillas o bancos y que al cabo de nueve años concedió al obispo de Valencia. De un modo similar, llegado el momento de establecer el campamento de asedio de Murcia, en enero de 1266, un adalid condujo a Jaime I hasta un real situado «a tiro de ballesta» de las murallas, donde el rey podría posar convenientemente. No obstante sus buenas condiciones, la casa de este real fue adornada con buenas cortinas o paños para recibir en ella, con el debido decoro, a los negociadores musulmanes50. Pese a esta utilización oportunista y episódica, las informaciones disponibles apenas sugieren que tras la conquista hubiese un uso residencial de los reales, ni siquiera cierta preocupación por el mantenimiento de sus construcciones. La excepción más importante la constituye el real del rey en Valencia, convertido en palacio mediante una importante remodelación, aunque ya antes de las obras, iniciadas en la década de 1270, se advierte su utilización como sede del poder regio y residencia del monarca durante sus estancias en la ciudad51. En términos generales, sin embargo, la conservación de los reales andalusíes como construcciones habitables fue muy poco significativa y parece haberse limitado a casos especiales. Un ejemplo de explicación aparentemente sencilla es el de Bernat de Centelles, que en 1272 obtuvo de Alfonso X el real de Abū l-Qāsim al-Qumayḥī para «que fuere su morada, pues que non avie morada en la villa de Murcia»52. Parece similar el caso del obispo de Mallorca, a quien Jaime I dio licencia en 1276 para adquirir un real en Valencia donde pudiese hospedarse durante sus estancias en la ciudad53. Ahora bien, quizá no convendría considerar una opción inocente este alojamiento extramuros de una alta dignidad eclesiástica, y no sería extraño que tuviese como objetivo evitar tensiones con el clero local. El real del rey en Xàtiva fue objeto, por su parte, de varias cesiones peculiares. Una de ellas, en 1261 y mientras placiere al rey, a Abū Ŷa‘far Yaḥyā b. Muḥammad b. ‘Īsā, qā’id de Montesa sucesor de Abū Bakr b. ‘Īsā, más que

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

363

nada como dotación de renta, aunque es posible que lo pudiese utilizar como residencia durante sus estancias en Xàtiva. Otra, en 1286, la efectuó Alfonso III a la princesa griega Eudoxia Láscaris («doña Láscara») y a su hija Beatriz en calidad de residencia principal54. No son las únicas como veremos. Por otra parte, resultan de especial interés las informaciones que sugieren cierta valoración por parte de las élites judías (y los monarcas a los que servían) de las ventajas que podían proporcionarles estas residencias exteriores a la ciudad. Cabe mencionar, en este sentido, el papel de Vives b. Jucef b. Vives como guardián del real del rey en Valencia y administrador de sus obras en los años 1270 y 1280, pero hay mucho más55. Hacia 1280 Alazar de Huesca compró el real que poseía el obispo de Barcelona en Valencia, y Jafuda b. Lavi de la Cavallería, baile de Zaragoza, tuvo un real en esta ciudad, cerca del que pertenecía al rey, aunque al parecer era usado por quien no debía: en 1263 Jaime I mandaba a sus oficiales que no permitiesen a nadie entrar o alojarse en dicho real, a no ser que contasen con el beneplácito de su dueño56. No sabemos qué clase de personas intentaban hospedarse furtivamente en este real ni bajo qué justificación, si es que la había, pero podría tratarse de un caso similar al sucedido, en 1285, con el real del rey en Xàtiva, que había sido cedido a su servidor, el ḥakīm —«alfaquim», sabio en medicina y lengua árabe— Samuel. El justicia de dicha villa recibió de Pedro III la orden de impedir que entrasen allí vecinos de Xàtiva y que «hombres extraños» se alojaran sin el permiso del ḥakīm. Entre estos últimos se mencionan expresamente los jinetes magrebíes (ianetis) que acababan de ponerse al servicio del monarca y que presumiblemente habrían acampado en las afueras de Xàtiva, como sucedería de nuevo en 130457. Es posible que Samuel tuviese una relación estrecha con estas fuerzas mercenarias en su calidad de intérprete y transmisor de las órdenes regias; de hecho, entre las posesiones personales que dejó a su muerte, acaecida un año después, se contaba una magnífica panoplia que correspondía al equipo de combate utilizado por dichos jinetes: silla jineta, adarga, azagaya, etc.58. Otro importante ḥakīm, Salomón b. Baḥya, miembro de una destacada familia de servidores de la corona, llegó a poseer varios reales en el término de Valencia, en Rascanya y Benimaclet, que el rey había recuperado en 125859. No es nada seguro que residiese en ellos, pero al igual que en los casos anteriores, se aprecia un vínculo especial de las élites judías con este tipo de fincas, que pudieron utilizar eventualmente, prolongando en cierto modo la tradición andalusí, como fincas de recreo. Parece, cuando menos, que los edificios reunían

364

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

condiciones para la habitación y el esparcimiento: en 1263 Salamah b. Shulana, judío de Xàtiva, fue sorprendido en el real de su hermano Ismael yaciendo con una conversa llamada María60. 3.3.

El real como huerto: dispositivos hidráulicos

La gestión del variado botín inmueble obtenido por obra de la conquista hubo de recurrir a una clasificación formal en categorías reconocibles y combinables que se integraron en la terminología notarial de la documentación generada. Estas categorías distinguen el real de otros tipos bien definidos de «heredades» o «posesiones», como son castillos, alquerías, rafales, torres, casas (tanto domos como simples statica), huertos, viñas y campos61. De forma eventual, como hemos visto, los reales pueden asociarse a torres y, más normalmente, a casas y otras construcciones, pero la relación más constantemente expresada en los textos es con los huertos, bien por vacilación en el uso de un término u otro, bien por asociación (reallum et ortum), bien por equivalencia (reallum sive ortum). Difícilmente podría ser de otro modo en tanto que un real, como su étimo árabe indica, es, ante todo, un huerto o vergel. Se trata, ciertamente, de un huerto con valores añadidos que lo distinguen de los huertos ordinarios designados por la documentación latina como ortos y de cuya correspondencia terminológica en el árabe local (ŷinān, ’iṭlāq, bustān) no podemos estar completamente seguros. En la caracterización de estos espacios de cultivo tan peculiares el primer aspecto a tener en cuenta debe ser el tamaño, pero la documentación valenciana carece por completo de informaciones directas sobre el particular, más allá de alguna calificación genérica, como la del «real pequeño» situado junto a un huerto de Roteros62. El repartimiento de Murcia, por el contrario, ofrece medidas muy precisas, en tahúllas, para los reales mencionados, unos veintisiete. Así, los datos murcianos nos permiten afirmar que, en su calidad de explotaciones agrarias, los reales eran de pequeñas dimensiones: la mitad tenían superficies inferiores a una hectárea y se les calificaba habitualmente mediante diminutivos («realejo», «realet», «realete»); ocho o nueve se situaban entre una y dos hectáreas, y solo dos superaban esa extensión, aunque sobradamente, por encima de las cuatro hectáreas63. La superficie media era de poco más de 9 tahúllas —digamos una hectárea— que coincide con la media global de las más de 5.000 parcelas registradas en dicho repartimiento. Enclavados entre las alquerías, los reales ocupan una parte ínfima de la huerta murciana, pero su productividad, estimada en alfabas por expertos reconocidos, es excepcional, tratándose en todos los casos de

buenas tierras irrigadas, de las mejores incluso, aunque no parece diferir mucho de la de los huertos en general64. La diferencia, pues, entre real y huerto ordinario no es una cuestión de dimensiones ni de valor de la tierra. Pese a esta riqueza de informaciones, la documentación murciana no ofrece ninguna indicación clara sobre los cultivos practicados en los reales. Desgraciadamente los textos valencianos no son mucho más precisos. Quizá la referencia más interesante es la del real del infante Pedro en Gandia, donde se producía fruta, uvas y lino hacia 1269. La viña aparece plantada en un real cerca de Mislata en 1253 y junto a otro de Cocentaina en 1295, aunque es posible que ambas plantaciones sean posteriores a la conquista65. Las referencias a árboles son genéricas y no completamente fiables, dado que se reproducen en fórmulas diplomáticas rutinarias, junto a las aguas y acequias (cum cequis, aquis, arboribus...). Con todo, el hecho de que el campo de Alcúdia que se pretendía rodear de tapia en 1280 tuviese que estar plantado de árboles y parras, rodeando la casa que también debía construirse, podría estar reproduciendo una práctica habitual de reales y huertos cercados, donde las frutas y la uva de mesa parecen haber tenido un papel destacado66. Llama la atención la ausencia de menciones a pozos y norias, así como de albercas o balsas, exceptuando quizá la balsa que tenía Berenguer de Canelles ante su real de Russafa, la mitad de la cual cedió a censo en 128967. Más aún cuando entre los escasos restos de época almohade documentados en la excavación arqueológica del real regio de Valencia destaca, justamente, una gran alberca (9 m de anchura), por no mencionar balsas menores, algunos pozos y, como ya hemos dicho, un pequeño canal68. En tanto que jardines o tierras irrigadas de la mejor calidad, los reales dependían estrechamente del suministro de agua que podían proporcionar los pozos dotados de norias o, más normalmente, los canales de riego. El poeta Ibn Ḥāqān, que tuvo la fortuna de ser invitado por el emir ‘Abd al-‘Azīz a su almunia describe «un jardín por el que cruzaba un arroyuelo, que parecía una espada desnuda o una serpiente al deslizarse», agregando la observación de que el canal se hallaba bordeado de «corpulentos árboles»69. Ya hemos mencionado las alusiones a aguas y acequias que rutinariamente se incluyen en las escrituras de enajenación, aunque en otras ocasiones contamos con referencias más concretas, especialmente en las menciones de los lindes parcelarios. Conocemos, de este modo, reales bordeados por uno o más canales, tanto acequias madres con nombre propio, como brazos secundarios de riego local. Un buen ejemplo es el del real cercado en Rajosa que Ramon de

Soler establece a censo a Pere de Ginestar en 1267, el cual limita con dos caminos principales (el de Torrent y el de los molinos de Ferrer de Piera), con una acequia menor que lo separa de otra heredad, y por el cuarto lado con el cauce de la acequia de Favara, controlada por una de las siete comunidades de regantes con asiento en el Tribunal de las Aguas de Valencia70. Ahora bien, el aspecto más significativo de la relación entre canales de riego y reales andalusíes no reside particularmente en la vecindad física, ya que por fuerza los primeros han de existir entre los segundos, en sus límites o pasando por su interior, para poder suministrarles agua. La cuestión es si esos canales siguen un trazado específico, independiente o diferenciado respecto al conjunto de la red hidráulica. No es un problema menor, ya que las posibles respuestas tienen relación con la génesis constructiva de los sistemas de riego y los criterios sociales que la presidieron. Si el diseño de esos sistemas tuvo como objeto el reparto de agua entre espacios de cultivo asociados a comunidades campesinas radicadas en alquerías, se trataría de discernir de qué modo encajaban en ellos unos espacios privados, cerrados incluso, poseídos por personas extrañas a dichas comunidades. Habría que determinar, también, si la aparición de los reales alteró la red de canales para desviar agua hacia los mismos, y si esa alteración pudo comportar un acceso privilegiado al agua. La documentación conservada no permite, por sí misma, responder de forma satisfactoria a estas cuestiones, aunque a veces los silencios también pueden ser muy elocuentes. Por ejemplo, en la excepcional acta redactada en 1244 para esclarecer la distribución de aguas del río Serpis en el distrito de Bairén (Gandia) solo se mencionan alquerías y rafales, ningún real71. Lo cierto es que los únicos indicios relativos a un canal propio se circunscriben al real del rey en la ciudad de Valencia y se trata, indudablemente, de un caso muy especial, si no del todo singular. La acequia del real es mencionada en diversas escrituras, acompañada de calificativos como «pública» (1273) y «mayor» (1313)72. Debe tenerse en cuenta que estas expresiones son poco usuales, pues los documentos de la época las reservan exclusivamente para designar los canales principales (acequias madre) de cada uno de los ocho sistemas hidráulicos de la huerta de Valencia. La existencia de un canal específico para este real es corroborada por los planos del Palau del Real de Valencia realizados entre los siglos XVII y XIX que, además, concuerdan con descripciones de los siglos XV y XVI. Lo que se advierte es que la acequia principal de Algirós se dividía en tres canales separados por un partidor «corrible» (siempre abierto) situado junto al actual

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

365

fig. 4 El brazo de Algirós de la acequia de Mestalla se divide en tres canales al lado del puente de la Trinitat de Valencia (situado ante la puerta señalada con el n.º 2): el más cercano al río es solo para el palacio del Real (n.º 89), el central para dos molinos y el más alejado irriga tierras en dirección al mar. Plano Antonio Mancelli (1608): orientación invertida (sur arriba, norte abajo); el tercer canal aparece cortado por la cartela de leyendas.

puente de la Trinitat sobre el río Turia, y que dichos canales circulaban paralelos a corta distancia, con la diferencia de que el más cercano al río entraba directamente en el recinto cerrado del real o palacio, pasando junto a los edificios y regando sus huertos, mientras los otros dos seguían, uno como canal para un molino, y el otro como canal colectivo de los regantes del entorno y los situados aguas abajo (fig. 4). Ambos canales volvían a unirse en una misma acequia justo al salir el primero de ellos del recinto del real y pasar por otro molino anejo a él73. Es evidente que ese trazado paralelo era inútil desde el punto de vista de la eficiencia del sistema de riego de la zona y que su existencia solo tenía sentido en la medida que garantizaba una corriente fija de agua para el real. No podemos olvidar, sin embargo, que se trata de un caso excepcional. Normalmente los reales no parecen haber necesitado ni impuesto alteraciones significativas de las derivaciones de agua ni de los trazados preexistentes de los diversos sistemas hidráulicos. Hemos visto que el canal particular del real del rey no se reincorporaba a la acequia de Algirós hasta des-

366

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

pués de haber movido unos molinos adyacentes que, como sugiere su emplazamiento, pudieron haber sido una instalación aneja o asociada al mismo. Cabe decir que la posesión de estos molinos quedó claramente segregada del real a partir 1240, cuando pasó a manos de una serie de particulares del entorno de Jaime I, empezando por Guillemó Escrivà, uno de los principales escribanos del monarca en los años del repartimiento de Valencia74. En cualquier caso, la asociación topográfica real-molino parece haber sido lo bastante frecuente como para merecer atención. Así, en el repartimiento de Xàtiva (1248) Pere Desbosc recibe un casal de molinos contiguo al real del maestro Soler, aunque lo más habitual es que los reales y las instalaciones molinares adyacentes formen una misma posesión75. Es lo que podemos comprobar en dos donaciones del ámbito de la alquería de Campanar: cuando Pere Ortella recibe allí, en 1240, un molino situado junto al real que ya le había sido entregado, o en 1246, cuando el monarca entrega a Ximén Pérez de Arenós, lugarteniente general del nuevo reino de Valencia, «el real, casal de molinos y

toda la heredad que Salīm tenía en Campanar». Otra donación conjunta es la recibida en Patraix por Martí de Sicilia en julio de 1237, antes de la rendición de la ciudad, que incluye un real tapiado, un molino contiguo y tierras anejas fuera de la cerca76. Estas combinaciones perduraron en algunos casos durante bastantes décadas. En 1292 poseía don Enrique, intitulado señor de Vizcaya, un real con molinos en Valencia, el cual había sido saqueado cinco años atrás por vecinos de la ciudad en el contexto de la guerra de la Unión aragonesa; y todavía en 1306 podemos encontrar un caso como el del molino de dos ruedas que Ramon de Salt tenía en Altell, también en la huerta valenciana, contiguo a unas casas, un corral y un «realet»77. Bastante significativo, finalmente, es el caso del real de Abū Ŷafar Abdarra, situado en la partida de Rambla sobre la acequia de Algirós, que Jaime I entregó a Ferrando López de Barea durante el asedio de la ciudad, al parecer con un molino que en 1321 quería reconstruir el nuevo poseedor de la finca, Pons de Soler78. 3.4.

El real, centro de explotación agraria

Como acabamos de comprobar, los reales aparecen asociados frecuentemente a molinos contiguos y, también, a otras construcciones como corrales y palomares, además de superficies de tierra exteriores al espacio acotado de los mismos. Podemos recordar, a este respecto, el real de Rajosa, junto a la acequia de Favara, donde se hacía distinción entre las casas existentes dentro y las situadas fuera, junto al mismo79. Hay ejemplos bastante claros, como el real de Xàtiva levantado ante la puerta de Valencia, que contaba en 1248 con un huerto y un corral adyacentes, o el real de la alquería de Soterna, huerta de Valencia, que en 1283 era vendido con unas casas, un palomar y un pedazo de tierra contiguos. Existen, no obstante, casos más inseguros, como el de las casas, reales, palomares, eras, viñas y «otras heredades» sin vínculos explícitos, que son enajenadas en Russafa por Pero Aznárez de Caseda hacia 125980. Ahora bien, aunque la relación entre los reales y las instalaciones agrarias situadas en sus inmediaciones no siempre sea obvia, es posible advertir que un real podía constituir el centro de una explotación que se extendía más allá de sus límites cercados o reconocidos. Es lo que sucede de forma muy patente en el real llamado de Benibiscaix (Gandia) que el infante Pedro cede a Gilabert de Cruïlles en 1272 con los «lindes, molinos, posesiones y heredades pertenecientes al mismo», o en el real de la alquería de Cinyent (Corbera) comprado por Ramon Safont en 1328 con un palomar, tres molinos, una almazara y otras instalaciones auxiliares81.

La posesión de un real, pues, podía comportar la de un bloque de tierras anejas de extensión mayor. Es importante destacar que este vínculo aparece ya en las primeras donaciones de los repartimientos de los años de la conquista. Así, el real que Mudāfi‘, padre del emir Zayyān, tenía en la zona de Beniferri y fue entregado en 1239 al obispo de Barcelona, incluía una jovada de tierra (3 ha) contigua y perteneciente al mismo82. No obstante, en buena parte de los casos la forma en que se hallan redactadas las donaciones regias o las compraventas posteriores puede plantear dudas respecto a la cuestión fundamental: si el real andalusí contaba ya con tierras anejas que se consideraban parte del mismo, o si este hecho es, más bien, un efecto de los repartimientos; es decir, que al entregar un real se incluyesen en la donación tierras de su entorno que anteriormente no habían formado parte de la misma posesión. De hecho, la relación entre real y tierras anejas que se expresa en los primeros documentos cristianos es, la mayoría de las veces, de simple contigüidad. Por ejemplo, el real que se vende en Mislata en 1245: «huerto o real con sus casas y casales y con toda nuestra tierra contigua al mismo», lo que ciertamente —a diferencia del caso anterior— no demuestra de forma inequívoca que esa tierra contigua perteneciese al real antes de la conquista83. Por otra parte, es más bien poco lo que se dice sobre las características de esas parcelas adyacentes, que hemos de suponer cualitativamente distintas al real y a las que se suele aludir simplemente como «tierra contigua», «pedazo de tierra» o «campo»84. Aunque los datos de los repartimientos de Valencia y Xàtiva ofrecen superficies bastante dispares, entre 4 hanegadas (0,3 ha) y 8 jovades (24 ha), no es muy frecuente que se indique la extensión, como tampoco son habituales las menciones al tipo de cultivo practicado: un huerto en Russafa, viñas en Mislata y en Cocentaina85. Sin duda, la posesión de estas tierras contiguas puede haber sido producto de donaciones o adquisiciones posteriores, como lo es la entrega al obispo de Valencia de un campo de forraje situado ante su real en 124286. Con todo, no faltan indicios que apuntan, en muchos casos, hacia otra dirección. Si las tierras anejas lo rodean completamente, parece más improbable que su vinculación con el real pueda tener un carácter accidental. Es lo que sucede con las 6 jovades (18 ha) asociadas al real de Benibiscaix (Gandia), antes mencionado, tal y como se indica en la donación de 124487. Un conjunto de donaciones llevadas a cabo durante el repartimiento de Xàtiva (1248-49) muestra claramente a los reales como elementos integrados en unidades de cultivo mayores, como las 2,5 jovades (7,5 ha) que recibe Bernat de Clarmont o las 8 jovades (24 ha) que se contabilizan

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

367

con el real y torre de Benixequir; un real de Cocentaina cuenta, en 1258, con 5 jovades (15 ha) de «viñas y otras tierras». Particularmente interesante en este sentido es la agrupación formada por cuatro reales localizados en la estrecha franja de tierras irrigadas existente entre el cerro de El Puig y el río Albaida. Estos reales se presentan como el centro de unas posesiones mayores, dispuestas una al lado de otra a lo largo de la franja, cada una de las cuales abarca una superficie de 3,5 jovades (10,5 ha) donde se halla «situado» o «edificado» el real correspondiente (fig. 3)88. Guichard supone que se trata de cuatro lotes cortados artificialmente en un paisaje anteriormente organizado de forma distinta alrededor de los reales azarosamente «situados o edificados» allí, si bien afirma esto porque presume la presencia ubicua de los reales como forma generalizada de explotación de la huerta de Xàtiva basándose en las 200 algorfas a las que alude Jaime I en su crónica, como ya hemos visto89. Nosotros creemos que se trata, más bien, de una situación excepcional, relacionada a su vez con donaciones también excepcionales. Todo parece indicar que, no siempre pero al menos en muchos casos, los reales tenían como propias tierras de cultivo situadas en su entorno ya antes de los repartimientos cristianos. Esta constatación es coherente con lo observado por D. Menjot en Murcia, donde la mayoría de los propietarios andalusíes de reales mencionados en el repartimiento tenían, también, una heredad situada normalmente en el mismo sector, de manera que el real propiamente dicho constituía el centro de una posesión agraria mayor. Esto no quiere decir que las heredades anejas sean necesariamente «grandes». De hecho, en dos de los cuatro casos reunidos por Menjot donde se expresan medidas, las tierras «externas» son menores que el real mismo: 2 tahúllas (0,22 ha) frente a 6 y 14 tahúllas; y cuando son mayores tampoco tienen tamaños muy considerables: 4 tahúllas (0,44 ha) frente a 2, y 9,75 (1,09 ha) frente a 1,75. Comprobamos que el mayor real-heredad registrado en Murcia solo alcanza un total de 1,53 ha (1,75 tahúllas del real más 9,75 en dos parcelas anejas de 8 y 1,75 tahúllas respectivamente), lo que lo sitúa muy por detrás de las dimensiones de los reales-heredades valencianos que hemos examinado anteriormente90. Otro aspecto de interés que ponen de relieve las in­ formaciones del repartimiento murciano es que las explotaciones agrarias asociadas a los reales no necesariamente formaban un bloque compacto adyacente o a su alrededor. El caso más explícito es el real de Abū Bakr ibn Ḥamīd en Beniaján Algarbía, con 14 tahúllas, que fue entregado a García Ordóñez, dejando aparte 4 tahúllas que le pertenecían y no estaban a su lado, sino

368

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

en un lugar alejado91. Más allá de sus límites acotados, la prolongación del real a tierras adyacentes o apartadas permitía configurar una explotación diversificada en la que, además del vergel del real propiamente dicho, podían incluirse otros huertos, viñas e, incluso, campos de secano: en Murcia, junto a la acequia de Zaraíche el real de Abū l-Qāsim al-Qumayḥī incluía en 1272 una alfaba «de albayat», y el real que tenía el ra’īs de Crevillent en Elx se acompañaba de terra alba. En Cocentaina se documenta en 1257 un real con una jovada de regadío y dos de secano, situado tras «la peña del castillo», fuera del perímetro hortícola92. Finalmente conviene mencionar un caso bastante excepcional como lo es el de la llamada Almúnia de Xàtiva. Se trata de una amplia superficie de cultivo adscrita al real del monarca, situada cerca del mismo, en la huerta de Xàtiva. Era trabajada, como veremos, por labradores musulmanes y debía de tener una extensión considerable aunque carecemos de datos precisos al respecto. El documento de cesión a Yaḥyā b. Muḥammad b. ‘Īsā de 1261 señala que el real de Jaime I tiene «casas, límites, pertenencias y rentas», pero no es hasta el año 1283 cuando encontramos una mención expresa de este «lugar» —así se le califica— de Almúnia93. Se podría especular, pues, que se tratase de una creación posterior a la conquista, pero el propio topónimo tiende a desmentir dicha posibilidad. De hecho, es muy razonable su identificación con la Munya al-Kubrā mencionada a fines del siglo XII en una riḥla de Ṣafwān b. Idrīs. Según dice el autor, tras haber pasado la noche en Xàtiva el visir Abū Muḥammad le habría conducido a esta «almunia mayor» para pasar una jornada de recreo94. Por otra parte, este caso sugiere una interesante disociación terminológica por la cual la explotación agrícola retiene la denominación antigua de munya y el huerto-residencia cercado adopta la nueva de riyāḍ. Naturalmente esta hipótesis no explica por sí misma por qué esto solo sucedió —que sepamos— en el caso de la almunia-real de Xàtiva, si bien podría deberse al tamaño y calidad aparentemente excepcionales de la explotación agraria.

4. Posesión y gestión 4.1.

El real como botín: los beneficiarios

Uno de los aspectos más significativos del corpus de reales documentados en los años de la conquista valenciana es el de la identidad de aquellos que los recibieron en donación (cuadro en apéndice). Aunque el monarca se quedó con un real propio en la capital valenciana y, también, que sepamos, con otro menor en Russafa, ade-

más de los de la villas de Xàtiva, Alzira y Cocentaina, el resto fue distribuido en forma de donaciones inmediatamente después de tomar cada lugar. Los beneficiarios pertenecen en buena medida, sobre todo en el caso de la ciudad y huerta de Valencia, a la más destacada aristocracia laica y eclesiástica de Cataluña y Aragón durante las décadas de 1230 y 1240. Se trataba normalmente, eso sí, de quienes habían participado de un modo u otro en las campañas militares. Entre los eclesiásticos encontramos al recién nombrado obispo de Valencia, además de los obispos de Barcelona, Vic, Huesca y Segorbe, así como al arcediano de la catedral de Barcelona, Ferrer Desllor. Por parte del clero regular tenemos tres grandes monasterios cistercienses vinculados a la corona (Santes Creus, Sigena, Escarp) y las dos principales órdenes mendicantes —franciscanos y dominicos—, con la particularidad de que estas últimas hicieron de sus reales, cercanos a las murallas, la sede inicial de sus conventos, mientras que el resto de personalidades e instituciones eclesiásticas los ligaron, más bien, al conjunto de su patrimonio agrario. Por lo que se refiere a la nobleza, podemos señalar en primer lugar un grupo vinculado a los linajes más importantes del reino de Aragón que participaron en el asedio de Valencia. Hallamos entre ellos al infante Fernando de Aragón y a los dos primeros lugartenientes del reino de Valencia: Ximén Pérez de Arenós y Rodrigo de Lizana; también a Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarracín, Artal de Alagón, Ximén de Urrea y don Ladrón. Con todo, las ausencias son llamativas. Es el caso de Blasco de Alagón, señor de Morella y antiguo mayordomo del reino de Aragón, que en esas fechas estaba enfrentado al rey y no participó en el sitio, pero tampoco recibieron reales Pero Cornel, Artal de Luna, Berenguer d’Entença o Garcia Romeu entre otros, que sí estuvieron allí, pues aparecen entre los firmantes de los diplomas reales expedidos durante los últimos meses del asedio. Ahora bien, es importante advertir que estos personajes recibieron señoríos rurales en la región central de Valencia: Pero Cornel, Vilamarxant y Cheste; Artal de Luna, Paterna y Manises; Berenguer d’Entença, los castillos de Chiva y Pedralba95. Recibieron también casas en Valencia, pero no reales, lo que permite pensar que los agraciados con este tipo de señoríos en la región de la capital quedaron excluidos del reparto de reales en la huerta. Otro grupo de receptores de reales cerca de Valencia lo forman las personas ligadas a la casa del monarca, como los dos escribanos reales (Guillemó Escrivà y Pere Sanç), el mayordomo —y noble— Ferrando Díez, el ḥakīm «Bahiel» (padre del ya mencionado Salomón b. Baḥya), el también alfaquinus Martín Pérez y los

maestros Martí y Ricard de Barcelona. Este último es, muy probablemente, el «mestre Ricard» mencionado en esta época como senescal de la casa del rey, es decir, su jefe de aprovisionamiento particular. Más difícil resulta la identificación del «mestre Martí», aunque podría tratarse, tal vez, del primer arcediano de la catedral de Valencia, el único que encontramos con dicho nombre en estos años. Podemos establecer un tercer conjunto de beneficiarios formado por una veintena de personajes, parte de los cuales son caballeros, aragoneses en su mayoría, como Lope de Albero, Pero Aznar de Caseda, Íñigo García, Ramon de Bell·lloc, Ramon de Tellet y, posiblemente, Ferrando López de Barea. Otros son miembros de las oligarquías urbanas que participaron, con sus milicias, en el asedio de Valencia. Es el caso de Tamàs Garidell y Joan Carbonell, de Tortosa; el primero pertenece a un linaje de ciudadanos documentado en la primera mitad del siglo XIII, y él mismo es uno de los testigos de la concesión del Costum de la ciudad de Valencia en 123996. Cabe señalar que, además del real, Garidell recibió una buena dotación de casas y tierras en la ciudad y huerta de Valencia, por lo que nos inclinamos a pensar que pudo ser jefe de la milicia urbana de Tortosa participante en la conquista de la ciudad. Finalmente, la individualidad más peculiar puede que sea la de Ximén Jaume Altevicí, descendiente con casi toda seguridad del qā’id andalusí al-Tābisī (Tevicino), a quien el rey confió el control de cuatro castillos en la frontera meridional del reino algunos años después de la conquista y tuvo descendencia con una mujer cristiana llamada Mascarosa97. Se trata, pues, de un caso bastante excepcional de conversión e integración en la sociedad cristiana colonizadora, aunque la propia naturaleza de la mención conocida (1283) se inscribe en un proceso contra el mismo, acusado del asesinato de su mujer, que comporta el embargo y venta judicial del real que posee en Soterna y otros bienes inmuebles. Por lo que se refiere a Xàtiva, la nómina de beneficiarios de reales ofrece diferencias relevantes respecto a la capital del reino. Es cierto que tanto el rey como el obispo de Valencia se quedaron sendos reales, y que otro sirvió de sede para el nuevo convento de la orden de la Merced, pero no aparece ningún otro eclesiástico como receptor titular de este tipo de finca, ni siquiera en el caso de los dominicos, establecidos aquí desde el primer momento. La alta nobleza cuenta con cinco beneficiarios: Ximén Pérez de Arenós, procurador general del reino, el conde Dionís de Hungría, familiar de la reina, el noble catalán Guillem de Montcada y los nobles aragoneses Ato Orella y Ximén de Tovia. Un pequeño grupo lo forman gente del entorno de la casa

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

369

real: un tal Benet Gil de la Reina y los notarios Jaqués Sanç y Arnau Escrivà, pero tenemos otra veintena de personajes de los que muy poco podemos decir. Entre ellos encontramos muchos apellidos catalanes, a diferencia de lo que sucede en Valencia, lo que sin duda está relacionado con la naturaleza del repartimiento setabense de 1248-49, planteado para establecer como colonos a los hombres de las compañías organizadas durante la guerra contra al-Azraq98. Seguramente algunos de ellos, como Ramon de Sentmenat o Ramon de Gallac, eran caballeros; otros, como Ferrer Descloquer o Guillem d’Espígol, que formarán parte de la oligarquía local de Xàtiva, debían de ser ciudadanos, pero la identidad de la mayoría permanece oscura. No deja de tratarse de un hecho indicativo del diferente nivel social que, en general, tenían los beneficiarios de reales en Xàtiva respecto a los de Valencia diez años antes. Algo muy parecido es lo que se puede decir de los reales identificados en otros lugares del reino de Valencia. En Dénia encontramos un noble aragonés, don Ladrón, y un caballero de fortuna italiano, Carròs, que gozaba del título de almirante y que desempeñó un papel decisivo en la toma de esta madīna. Ambos personajes actuaron repetidamente junto con Jaime I durante los años de la conquista. En Alzira se quedó el monarca uno de los dos reales conocidos; cerca de allí, en Fortaleny (distrito de Corbera) un real correspondió a Guillem de Rocafull, uno de los nobles de Montpellier que participó en el asedio de Valencia. En Cocentaina se quedaron reales el propio monarca, y tres miembros de la baja nobleza que actuaban en la zona como agentes del rey: Ponç Guillem de Vilafranca, Ximén Pérez de Orís y Pero Díez (cuyo real fue adquirido más tarde por el almirante Roger de Lloria). El resto de beneficiarios forma un conjunto de nombres difíciles de perfilar. En algunos casos hay motivos para pensar que pueda tratarse de los cabecillas de pequeñas agrupaciones de peones o almogávares que reciben un real y sus tierras para repartírselas, como los llamados Paganot y Jaumet en Bairén (Gandia) en 1242, o bien Ramon Garrigosa y Narbonet Sabater en Ontinyent en 1248. 4.2.

La explotación de los reales

Más que bienes de prestigio o fincas de recreo, el destino preferente y general de los reales repartidos entre los beneficiarios cristianos fue el de explotaciones agrarias con capacidad de garantizar unas determinadas rentas a sus poseedores. En 1296 Joan Escorna destinaba el real que tenía en Russafa «tapiado y cerrado a su alrededor», con sus casas y un huerto contiguo, a la fundación de una capellanía consagrada a Sant Lluc en la

370

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

catedral de Valencia, de modo que el capellán pudiese contar a perpetuidad con los ingresos proporcionados por el real y el huerto, cuyo importe no se indica99. Es de suponer, no obstante, que estos bienes inmuebles se darían a cultivar a terceros a cambio de un censo anual. La fórmula de explotación más habitual de los reales, en efecto, parece haber sido la enajenación del dominio útil a los cultivadores mediante establecimiento a censo a uno o a varios enfiteutas. Un buen ejemplo de entrega a una sola persona o familia es el del real que tenía en Rajosa, muy cerca de las murallas de Valencia, el ciudadano Ramon de Soler, quien lo estableció en 1267 a Pere de Ginestar y a su mujer Mansilia al completo, con su tapia, las casas y las tierras anejas, por un importante censo anual de 30 mazmudinas (210 s.) y una entrada equivalente a dicho censo. El documento, reproduce todas las características y detalles de los establecimientos de tierras del siglo XIII, y particularmente el compromiso del enfiteuta de trabajar y mejorar la tierra, de cultivarla y vivificarla «a costumbre de buenos labradores». Cabe recordar que la tenencia en enfiteusis o dominio útil era una forma de posesión perpetua que permitía al enfiteuta enajenar el bien, tal y como hizo Pere Ballester en 1263 al vender a Ximén Batedor d’Alcotán un huerto y trozo de tierra o «real contiguo» que tenía en la partida de Ollería (huerta de Valencia), sujeto a un censo de 79 sueldos anuales que debían pagarse al caballero Arnau de Romaní; o como hizo en 1305 el tutor de Marieta, hija de Esquerdo de Vilanova, al entregarle como dote un «huerto cerrado y tapiado a su alrededor» en Cinqueros, huerta de Valencia, bajo el dominio directo de Tomàs Fabra y por el cual se le debía pagar un censo de 50 s.100. En Cocentaina un mercader de paños llamado Pere de Golmers cedió a censo un real entero cerca de la alquería de Fraga a un musulmán llamado Abdulhuaheb, pero no parece haberse tratado de un verdadero establecimiento enfitéutico, y en 1275 se acusó a este último de haber causado a la finca un menoscabo valorado en 100 s.101. La otra posibilidad consistía en dividir el real, total o parcialmente, en parcelas menores, como hizo en 1270 Jaume Sarroca, deán de la catedral de Valencia, con el que poseía en la partida de Alcúdia, al norte del Turia y cerca del real del rey. Sabemos que una las parcelas creadas allí tenía una cahizada de extensión (0,5 ha), que es una superficie bastante típica de las unidades de cultivo delimitadas en la huerta de Valencia tras la conquista. Por lo demás, las cláusulas del establecimiento enfitéutico, fijado en un importe de 72 s. anuales, no difieren en lo esencial de las anteriores o de cualquier otra de la época. Ofrecen, no obstante, una particularidad de interés, como lo es el permiso para subestablecer la

tierra, observando intactos los derechos del deán como titular del dominio directo102. Es importante advertir que esta forma de gestionar la finca representaba, en la práctica, la fragmentación irreversible del real y su desaparición, dado el carácter perpetuo, transmisible y enajenable del dominio útil de cada parcela. Aunque es indudable que la mayoría de los reales que se siguieron cultivando —enteros o fragmentados—, lo fueron en régimen de enfiteusis, cabe señalar algunos casos excepcionales, pero muy significativos, de explotaciones de carácter más directo. La finca adquirida en Rambla por Pons de Soler es calificada indistintamente como real y como alquería en 1321, lo que sugiere que alguno de los reales de Valencia pudo pervivir en el siglo XIV con denominación de «alquería», término que en la huerta había perdido entonces su sentido original y se usaba para designar explotaciones agrarias más o menos compactas, dotadas de vivienda —la «alquería» propiamente dicha— y otras instalaciones103. Más claro es lo que sucede con el real de Benibiscaix que tenía en Gandia el infante Pedro y que en 1269 le proporcionaba fruta, uvas y lino por valor de 60 s., entre otras cosas aparentemente. La finca, sin duda, era trabajada por los labradores musulmanes de las alquerías situadas al sur de la villa de Gandia, donde se hallaba, aunque no sabemos exactamente bajo qué condiciones. Lo cierto, en todo caso, es que formaba un complejo que iba más allá del real estricto e incluía molinos y tenencias campesinas. En 1272 el infante pudo ceder temporalmente a Gilabert de Cruïlles 500 s. anuales de las rentas del real, con los «molinos, posesiones y heredades» pertenecientes al mismo; y en 1296 Jaime II lo concedió todo de forma vitalicia al ra’īs de Crevillent, Muḥammad b. Huḏayl como muestra de favor ante su actitud favorable a la anexión del reino de Murcia por el rey de Aragón104. En tanto que centro de una explotación de estas características no es extraño que los edificios cercados del real desempeñasen funciones de almacenaje. Una anotación contable de 1265 sugiere que el real regio de Alzira, entonces —como toda la villa— en manos del infante Pedro, podía tener graneros. También es digno de consideración el hecho de que el real con molinos anejos que tenía junto a Valencia la madre de don Enrique, «señor de Vizcaya», fuese saqueado en 1287, dando a entender la posible presencia de granos o provisiones almacenadas105. Las informaciones anteriormente expuestas obligan a traer de nuevo a colación el problema de si los reales, cuando servían como centros de explotaciones agrarias mayores —de dimensiones considerables incluso—, prolongaban una situación de época andalusí o eran el resultado de reorganizaciones posteriores a la conquista.

Al menos en el caso de reales regios con tierras trabajadas por musulmanes, como el de Gandia (Benibiscaix), la primera posibilidad parece creíble. Y lo es, particularmente, en lo relativo a la ya mencionada Almúnia asociada al real regio de Xàtiva. Ya hemos dicho que las tierras de este lugar eran cultivadas por labradores musulmanes, lo que no significa una «continuidad» de los cultivadores antes y después de la conquista; menos aún en el caso de Xàtiva, donde la expulsión de 1248 había comportado una profunda recomposición de la aljama local. Fue tras obtener la Almúnia del rey, hacia 1282, cuando el ḥakīm Samuel cedió dichas tierras a diversos «sarracenos» mediante arrendamientos formalizados con escrituras árabes. Por algún motivo, el rey tuvo que ordenar en 1283 a los oficiales de Xàtiva que obligasen a los labradores a quienes se les había «establecido o arrendado» la Almúnia a satisfacer los pagos que les correspondían. Lo cierto es que el baile local cumplió tan bien su cometido que, pocos meses después, la aljama de Xàtiva se quejó al monarca porque obligaba «violentamente» a algunos a trabajar en la Almúnia y a pagar a Samuel rentas más altas de lo pactado106. Más allá del tipo de contrato formalmente utilizado con estos labradores musulmanes, existía un claro componente de coacción y arbitrariedad. Como hemos visto, las rentas que podían obtenerse de un real, aunque altas en términos generales, eran muy variables: entre 50 y más de 500 s. anuales. Algo parecido puede decirse del valor de compraventa que tenían estas fincas, que podía ir de unos pocos cientos de sueldos a los 4.000 o quizá más. En 1326 el real del rey en Alzira, que era entonces más bien un palacio sin tierras, englobado en la villa «con casas, edificios y patios», era valorado en 3.000 s., aunque el repostero de la infanta se mostraba dispuesto a adquirirlo por 4.000 s. No es un precio extraordinario, ya que podemos encontrar valoraciones muy próximas: en 1284 un real situado en Sant Julià, huerta de Valencia, era puesto a la venta por la corte judicial para obtener 3.200 s., y en 1271 se confirmaba la enajenación de un real en Rajosa, tapiado, con las casas de dentro y fuera y un campo contiguo por 2.650 s.107. También conocemos casos en los que no se indica el precio concreto del real, pero sí el de un conjunto de bienes inmuebles de los que forma parte destacada y que sugieren valoraciones de un orden similar108. En un nivel inferior, digamos «medio», cabe considerar el real de Campanar que tres judíos pusieron en venta en 1283 para pagar una deuda de 1.400 s., o el real con casas, palomar y tierra aneja que tenía Ximén Jaume Altevicí en Soternes, valorado por la justicia el mismo año en 1.000 s. «tan solament»109. Sin embargo, una buena cantidad de reales, posiblemente la mayoría, no

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

371

superaban los 500 o 600 s. de valoración, tanto en los alrededores de Valencia como en poblaciones menores (Cocentaina, Alcoi), donde estos precios bajos parecen ser lo habitual110. En Cocentaina, hacia 1258, el rey podía compensar con un lote formado por 5 jovades en el secano y una en regadío el valor de otro compuesto por un real y 5 jovades de viña y «otras tierras», lo que da a entender que el real en cuestión se estima como similar a una jovada de tierras irrigadas111.

5.

La transformación de los reales

El palacio del Real de Valencia y los otros reales regios 5.1.

Jaime I se quedó media docena de reales en el territorio valenciano: los de Valencia, Xàtiva, Alzira, Cocentaina, Russafa y Gandia (Benibiscaix). Del uso y gestión de los tres últimos debió de desentenderse muy pronto; del de Russafa sabemos muy poco y el de Gandia lo documentamos ya en manos de su hijo el infante Pedro. Por el contrario, en los tres primeros casos parece bastante claro que se pretendía utilizarlos como residencia temporal del monarca durante sus estancias, aunque en la capital este papel fue compartido con el antiguo alcázar intramuros durante los primeros años posteriores a la conquista112. Dicha dualidad se despeja definitivamente a partir de los trabajos de reforma que, iniciados hacia 1270, convierten el antiguo real en el palacio llamado Palau del Real o simplemente Real, sede regia de la ciudad de Valencia, que perdura como tal hasta su demolición en 1810. Las noticias sobre las primeras obras coinciden con las referencias que hacen del real el lugar donde el monarca actúa como juez, recibe a las partes y emite sentencias113. La presencia de una capilla permanente, al menos desde 1272, constituye también una clara muestra de su consolidación como sede regia a partir de estas fechas, resaltada escénicamente por la construcción en piedra del Pont dels Catalans entre el palacio y la puerta del Temple (fig. 4)114. El Real cuenta desde ahora con un «guardián» o encargado permanente de su custodia: Joan d’Aguilera, bodeguero del rey (de botelleria nostra) lo es desde 1272, Vives b. Jucef b. Vives en 1280, al menos en lo relativo a las obras115. De hecho, este mismo Vives ya había administrado anteriormente los trabajos de reforma del Real. Si en 1270 rindió cuentas de los mismos sin detallar, al año siguiente lo hizo por un gasto de 2.865 s., y en 1280 los judíos de Valencia le entregaron una contribución específica para dichas obras que ascendía a 8.000 s. Todo parece indicar que por entonces la transforma-

372

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

ción física de la finca se llevaba a cabo a buen ritmo: en 1285 encontramos aportaciones sucesivas de 8.000 y 4.000 s. procedentes de diferentes rentas reales116. Son cifras ciertamente elevadas. De las dimensiones de lo nuevamente construido pueden dar buena idea los encargos de carpintería efectuados por Pedro III en 1284, consistentes en 1.680 vigas de 5,4 m de longitud, 480 jácenas de 5,4 y 6,8 m, todo de coraznada, además de un millar de maderos de Camarena de 5 m117. Los muy fragmentarios restos arqueológicos indican que la fachada del edificio principal tenía 28 m de longitud y un gran portal central abierto a un vergel exterior118. Un aspecto particularmente interesante de la transformación del antiguo real en palacio y sede regia reside en el hecho de que el primer maestro de obra conocido, al menos desde 1282, fue Muḥammad Bellido, miembro de una destacada familia de alarifes musulmanes de Zaragoza119. El maestro debió de ejercer su oficio durante un lapso significativo de tiempo y llegó a estar acompañado de varios parientes, como ‘Ā’iša, viuda de ‘Īsā (Haiçe), los hijos de esta y su yerno Ibrāhīm Bellido, que estuvieron a cargo de la custodia del Real entre 1286 y 1290, año en que pasó a Pere d’Olivella y fueron desalojados expeditivamente del mismo. Posiblemente Muḥammad dejó de dirigir la obra por entonces si no antes, pero su huella perduró: cuando en 1298 se nombró a un nuevo maestro, el carpintero Soriano de Molina, se comprometió a ejercer su magisterio «del mismo modo que el sarraceno Muḥammad Bellido»120. Este hecho tiene dos implicaciones relevantes. La primera es que se llevó a cabo, deliberadamente, una obra de estilo «mudéjar» o, cuando menos, dotada de carpintería y ornamentación arquitectónica de este tipo, tal y como indican los restos de yeserías parietales, o las basas y capiteles de época califal reaprovechados y descubiertos en las excavaciones121. Sabemos que en 1279 trabajaron cautivos musulmanes en las obras y que el custodio Vives contaba, en 1280, con capacidad para obligar a musulmanes y conversos de la mitad norte del reino a ayudar en lo que se les requiriera en relación con la obra del Real, pero no es del todo seguro que estas medidas estén relacionadas con la mencionada orientación estilística de los trabajos. Lo que sí está claro, y esta es la segunda implicación que queremos subrayar, es que no había en Valencia, pese al poco tiempo transcurrido desde la conquista y pese a la abundante población andalusí relicta, maestros musulmanes capacitados para un trabajo de este tipo y hubo que traerlos de Aragón. La opción de erigir un palacio con características propias de la arquitectura áulica musulmana no debería entenderse como un efecto condicionado por la preexistencia del real de Abū Zayd. Se trataría, más bien,

de una operación destinada a exhibir una imagen vigorosa de la monarquía, distanciada de aquello que la asemejaba al resto de la aristocracia feudal. Se recurrió a un referente conocido, aunque exótico, y de probada eficacia. Es posible que se emulasen prácticas propias del reino de Sicilia, buscando un efecto similar al que podía producir la presencia de jinetes musulmanes en la corte del rey de Aragón en esos mismos años, particularmente críticos para el proyecto de afirmación monárquica de Pedro III. Con todo, esta orientación estilística en la obra de la sede regia de Valencia no tuvo un gran recorrido tras la destitución de los Bellido. En 1304 Berenguer de Sant Joan era nombrado «obrero mayor» del Real, con autoridad sobre los diversos maestros que trabajaban allí, cargo en el que fue sucedido por sus hijos122. Se iniciaba de este modo una prolongada etapa de trabajos de gran alcance y complejidad, sufragados con importantes dispendios, que debieron de difuminar bastante la impronta mudéjar original123. El real regio de Xàtiva también fue objeto de obras, aunque de mucha menor entidad. Hacia 1276 Ferrer de Cotlliure gastó 1.000 s. para su mejora, pero los trabajos no tuvieron continuidad ni comportaron una verdadera transformación áulica124. Tampoco ocurrió nada de eso en el real regio de Alzira, convertido en un palacio, relativamente modesto, absorbido por la villa. Es evidente el contraste existente entre el gran proyecto constructivo desarrollado en Valencia, verdaderamente excepcional, y el desuso, la creciente falta de atención hacia los reales regios de otras villas del reino. La monarquía, cada vez menos necesitada de la itinerancia para ejercer su autoridad, terminó, como hemos visto, cediéndolos definitivamente a particulares. El de una villa pequeña como era Cocentaina aparece dividido ya en una fecha tan temprana como 1258, cuando Jaime I dona a Martín Ximénez de Soraure la mitad del real «con las casas allí construidas»; la otra mitad, indica el texto, ya había sido entregada anteriormente a Ponç Guillem de Vilafranca125. El de Gandia, por su parte, no tardó en convertirse en un asentamiento de labradores musulmanes similar a las alquerías de su entorno al sur de la villa, llamado justamente El Real. Desmembramiento y absorción urbana de los reales 5.2.

Ya se ha señalado que un fenómeno bastante generalizado como lo fue la cesión de reales en enfiteusis favoreció la división de los mismos en parcelas poseídas por diferentes censatarios. Este fue un destino compartido con la práctica totalidad de las «grandes donaciones» efectuadas al llevarse a cabo el repartimiento de

la huerta de Valencia126. Probablemente resultaba más fácil y más rentable llevar a cabo los establecimientos de este modo que manteniendo la unidad de la finca, sobre todo si esta tenía una extensión considerable. También hemos subrayado el carácter irreversible de la fragmentación provocada por los establecimientos enfitéuticos, que implicaba la desaparición del real. Incluso en los casos en que el real se había establecido en su totalidad a un único enfiteuta no resultaba fácil evitar la división. El real que compró en Valencia el judío Alazar de Huesca se hallaba bajo el dominio directo de Ramon de Riusec y, a la muerte del primero, se dividió proindiviso entre sus hijos. Pese a esta cautela, en 1292 el mismo Riusec intentó privar a uno de ellos —Jafuda Alazar— del «trozo de tierra» que le correspondía, lo que en la práctica suponía romper la unidad del real. La justicia lo impidió, al menos momentáneamente, pero podía suceder justo lo contrario: en Cocentaina fueron ventas judiciales lo que provocó la fragmentación de dos reales en 1295127. El caso de Cocentaina es particularmente interesante por lo que se refiere al otro gran proceso que dio lugar a la desaparición de los reales. La recomposición de las áreas de residencia llevada a cabo por los colonos cristianos tras la conquista provocó, en efecto, que muchas de estas fincas, originalmente tan cercanas a los perímetros urbanos andalusíes, fuesen absorbidas por las tramas de edificaciones de nueva construcción. La Cocentaina cristiana no se levantó exactamente sobre la musulmana, cuya parte principal ocupaba las laderas bajas del monte del castillo, sino que se creó de nueva planta en el espacio adyacente inferior, sobre la cabecera de la huerta, donde estaban los reales más destacados128. De este modo, el real regio de Cocentaina antes mencionado quedó incluido en el ámbito de la villa, concretamente en la plaza formada ante la iglesia, flanqueado por dos calles; de hecho, parece que en 1258, como acabamos de ver, ya contaba con casas nuevas edificadas en su solar. Otro real, el que Pere de Golmers reclamaba en 1269 a Pero Díez, quedaba por entonces en los límites de lo que se denomina «la villa nueva». Pero el contorno de la villa —que no tardaría en adquirir rígida forma de muralla— no se había perfilado aún por completo, toda vez que el rey acababa de ceder en 1268 a sus habitantes cristianos otro real, entregado originalmente a ‘Alī al-Jaṭṭāb, para que «construyeran casas y otras habitaciones a sus efectos»; se trata probablemente del «real de Cocentaina» donde un solar sería objeto de venta judicial en 1277129. En Alzira el real regio también fue absorbido por el casco urbano con bastante rapidez. En 1269 Jaime I concedía a un juglar gallego llamado Pedro «un solar

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

373

de casas junto a nuestro real, para hacer casas en el mismo», el cual limitaba ya con otras casas, otro solar y la muralla. Y no solo eso, puesto que casi al mismo tiempo, en 1270, el propio interior de la parcela del real empezaba a estar ocupado, tal y como pone de manifiesto la donación de un solar para casas que recibe allí Bernat de Viver130. El proceso no tardaría en completarse, ya que en 1326, como hemos visto, este real era claramente un edificio palaciego situado en el interior de la villa y carente de tierras de cultivo. Un caso merecedor de interés es el de la transformación de la antigua qarya andalusí de Russafa, muy cercana a la ciudad de Valencia, en un «lugar» de población cristiana. En este proceso los reales de su entorno debieron de desempeñar un papel de cierta importancia, tal y como sugiere el establecimiento de solares «para construir casas» que lleva a cabo Berenguer de Canelles junto a su real en 1289131. Es posible que cuando Bernat de Llibià intentaba poner en funcionamiento el baño del real regio de Russafa en 1308 pretendiese lucrarse abriéndolo a la creciente población del lugar, justamente en un contexto de proliferación de los baños públicos en la ciudad de Valencia132. Los reales pudieron servir precisamente de puntos de apoyo para el ensanche urbano, como sucedió claramente en Valencia a raíz de la implantación de las órdenes mendicantes en los reales de Alarif (dominicos) y Aḥmad ibn al-Barā’ (franciscanos), situados respectivamente junto al arrabal de Xerea y ante la puerta de Boatella, muy cerca ambos de la muralla. Los terrenos de estos dos reales se convirtieron en complejos conventuales que actuaron como avanzadas de la expansión de la ciudad extramuros, cuyo auge tuvo lugar durante las primeras décadas del siglo XIV, y condicionaron su morfología133. En Xàtiva la orden de la Merced también recibió en 1249 uno de los reales situados en el arrabal mayor (al oeste de la ciudad) y edificó allí su convento, contribuyendo a la densificación constructiva de esta área extramuros134.

6.

Conclusiones

Los riyāḍāt no eran realmente muy numerosos ni ofrecían una presencia ubicua en los núcleos urbanos del Šarq al-Ándalus. De hecho, por lo que se refiere al territorio valenciano, las únicas concentraciones destacables se limitan a las vegas de Valencia y Xàtiva, lugares a los que podríamos añadir, a una escala mucho menor, el caso un tanto sorprendente de Cocentaina. En Valencia y Xàtiva se contaban varias decenas de este tipo de fincas, que ciertamente no son cantidades desde-

374

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

ñables, pero quedan muy lejos de los cientos sugeridos por Guichard. Debe tenerse en cuenta, también, que su distribución en el ámbito de dichas huertas dista mucho de ser uniforme, apreciándose claramente ciertas áreas en las que se dan con mayor frecuencia, tanto en Valencia como en Xàtiva, dejando amplios espacios en los que no se ha podido constatar que existiesen. La ausencia de reales se hace más patente conforme nos alejamos de las murallas urbanas: la gran mayoría parece hallarse dentro de un radio inferior a los dos kilómetros de distancia. Por lo demás, tampoco ocupan una porción verdaderamente significativa de las huertas. Si nos ceñimos al riyāḍ estricto y a su perímetro cercado o delimitado, y considerando las dimensiones medias constatadas en Murcia (una hectárea), tendríamos solo unas 60 ha hortícolas de este tipo en Valencia y quizá 36 en Xàtiva. Otra cosa, claro está, es el problema de las tierras anejas o pertenecientes a los riyāḍāt. Algunas de estas fincas cercadas y dotadas de construcciones, que rara vez superarían una hectárea de superficie, funcionaban, en realidad, como centros de explotaciones agrarias de cierta amplitud, que incluso podían llegar a incluir molinos hidráulicos. Dado que la información manejada procede de los registros de donaciones de tierra llevadas a cabo tras las conquistas, muchas veces no es fácil determinar si realmente esas parcelas anejas se vinculaban al correspondiente riyāḍ antes de la llegada de los cristianos o si dicha configuración es consecuencia de los repartimientos realizados por estos. En unos casos lo que sabemos sugiere más bien la segunda posibilidad, pero no son pocos los ejemplos en sentido contrario, como hemos tenido ocasión de señalar. Por otra parte, y aun admitiendo una cierta importancia de los riyāḍāt asociados a explotaciones mayores en época andalusí, quedaría por dilucidar si esas tierras se vinculaban a la finca desde el momento de su creación y se entendían realmente como parte constitutiva de la misma, o si fueron adquisiciones posteriores llevadas a cabo por alguno de sus propietarios y se relacionaban solo de forma eventual con el riyāḍ. Ambas cosas son posibles. Las parcelas anejas no adyacentes a los riyāḍāt sugieren una adquisición posterior, mientras que las tierras de la Almúnia de Xàtiva, vinculadas al real que se quedó Jaime I, corresponden a una gran explotación de cierta antigüedad, mencionada a fines del siglo XII. Un caso similar podría ser el del real de Benibiscaix en Gandia, el cual, debido a su gran extensión, terminó convirtiéndose en una alquería como las otras algunas décadas después de la conquista. De hecho, no deja de resultar significativo que una de las mayores concentraciones de reales conocidas, la

de la alquería de Russafa en Valencia, coincida con el emplazamiento atribuido a la primitiva munya de ‘Abd Allāh al-Balansī. Muchos riyāḍāt pudieron, en efecto, surgir como resultado de la fragmentación de parques o complejos hortícolas de gran extensión, tal y como lo sugiere, también, la presencia agrupada de los mismos en las inmediaciones del riyāḍ emiral de Valencia o el conjunto existente en el arrabal de Xàtiva. La propuesta puede ser contrastada. Así, C. Trillo recuerda las grandes almunias que el sulṭān nazarí tenía en la vega de Granada, tal y como las describe Ibn al-Jaṭīb en el siglo XIV, aunque también presenta varias enajenaciones de parcelas realizadas por los emires para saldar deudas a servidores del Estado, lo que podría implicar procesos similares de fragmentación y réplica a menor escala. Los datos de superficie registrados en los apeos granadinos del siglo XVI ofrecen, por lo general, dimensiones bastante reducidas para este tipo de fincas135. De estar en lo cierto podríamos afirmar que las munān originales del ámbito valenciano constituían unidades de considerable magnitud, toda vez que sobre una sola de ellas pudieron constituirse, más tardíamente, hasta seis u ocho riyāḍāt, como parece haber sucedido en Russafa. Por supuesto, el número de aquellas debió de ser también mucho menor, y por lo que sabemos, se trataba, fundamentalmente, de fincas vinculadas a la dawla gobernante. Por otra parte, el hecho de que los reales tiendan a quedar circunscritos en ámbitos limitados resulta coherente con el predomino de las alquerías en la ocupación del espacio agrario de las vegas urbanas, marcando restricciones claras a la expansión de fincas privadas. También lo es, como hemos dicho, la práctica ausencia de alteraciones significativas en la estructura de los sistemas hidráulicos que pudieran haber estado determinadas por una inserción forzada de los reales. Dice mucho en este sentido que la única excepción detectada corresponda al riyāḍ emiral de Valencia. En vísperas de la conquista cristiana una parte importante de los riyāḍāt se halla en manos de personajes integrados en la estructura política (miembros de la familia dinástica, altos cargos gubernativos, magistrados y doctores de la ley): como mínimo un 20 % y, con toda seguridad, un porcentaje bastante mayor, incluyendo siempre los más valiosos e importantes, algunos de ellos asociados a molinos hidráulicos. Es posible, sin embargo, que comerciantes o ciudadanos acomodados, no relacionados directamente con la aristocracia estatal, poseyesen algunas de las fincas de segundo orden, aunque no contamos con indicios claros en este sentido. Lo que parece innegable es que la mayoría de los reales formaban parte de esta categoría «menor» que los cristianos valoraron bastante por debajo de los 1.000 s.

Las características comunes, compartidas en mayor o menor medida por este tipo de inmuebles, se limitaban a unos pocos rasgos generales. En primer lugar, la delimitación mediante recintos de tapia: un elemento distintivo pero no completamente generalizado. Estas cercas permitían salvaguardar la privacidad de los huéspedes, pero también prevenir el hurto de frutos o, incluso, proteger los vergeles del viento, las plagas y los animales. En segundo lugar, la presencia interior de casas o pabellones que presumiblemente combinaban aspectos residenciales y recreativos con otros de carácter más práctico (almacenaje, conservación de útiles de labranza, alojamiento de hortelanos), proyectándose al exterior mediante áreas de sombra cubiertas por emparrados y andenes alrededor de los jardines principales. Finalmente, sabemos que su superficie correspondía a tierras irrigadas de alta calidad, aunque no muy diferentes de los huertos ordinarios que había en las mismas vegas. Es posible que se distinguiesen por la mayor diversidad de plantas cultivadas, la abundancia de árboles frutales y la presencia de viñas (como en los kurūm o «cármenes» granadinos). Resulta de gran interés, por otra parte, la coherencia de esta somera caracterización, elaborada a partir de los documentos cristianos, con las recomendaciones efectuadas por Ibn Luyūn (Almería, s. XIV), al final de su tratado de agricultura, sobre la disposición de los jardines (basātīn), sus viviendas y casas de labor136. Todo ello sugiere una producción escasamente especializada y formas directas de explotación (hortelanos, cautivos, labradores a jornal), aunque es probable que las tierras de los reales mayores, como la Munya al-Kubrā de Xàtiva, se arrendasen o cediesen en aparcería a cultivadores locales. Los reales podían proporcionar fácilmente frutas y hortalizas al mercado de la muy cercana ciudad, si bien su primer destino debía consistir en asegurar el abastecimiento diario de la mesa de sus dueños con productos frescos, abundantes y variados. Esto no solo tiene que ver con la alimentación sino también, y sobre todo, con el buen nombre, la honra de la familia. Al producirse la conquista cristiana parece haberse puesto en práctica, en cierta medida, lo que C. Laliena ha descrito como «principio de homología», según el cual los bienes inmuebles eran asignados a dignidades o instituciones que los vencedores consideraban equivalentes a las del orden político destruido137. Es lo que sucede en el caso de los grandes riyāḍāt emirales que pasaron a manos del rey, aunque sería más discutible su aplicación en las demás donaciones. En todo caso, sí que había, al menos, conciencia de que la posesión de este tipo de fincas conllevaba cierta carga de prestigio. Es por ello que entre los principales beneficiarios, ade-

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

375

más del monarca, el infante y otros parientes cercanos, se contaban personajes de la alta aristocracia laica y eclesiástica, las órdenes mendicantes y los mercedarios. Es verdad, sin embargo, que también recibieron reales individuos de segunda fila, como servidores de la casa real, caballeros, ciudadanos o jefes militares, y más adelante, incluso, personas de muy escaso relieve, sobre todo después del reparto de Valencia, al colonizarse las tierras fronterizas del sur del reino. Si el prestigio inherente a este tipo de bienes en el contexto social andalusí fue tomado en consideración al realizarse las donaciones —al menos en el caso de los reales más valiosos—, lo cierto es que inmediatamente después casi nadie parece haberlo tenido en cuenta a la hora de conservar (o no) la finca. Mientras los reales más importantes mantuvieron su integridad lo hicieron con un grado notable de abandono en cuanto a su dimensión residencial o recreativa, utilizándose en el mejor de los casos para dar alojamiento temporal a «outsiders», como lo eran los obispos de otras diócesis, los judíos al servicio de la corona, el qā’id de Montesa, el ra’īs de Crevillent o una princesa griega: gentes, en definitiva, ajenas a las jerarquías políticas del nuevo reino de Valencia. Los conventos, por su parte, solo utilizaron los reales como solar inicial de implantación urbana a partir del cual extender sus edificios e instalaciones, sin preocuparse por conservar ninguna característica del inmueble original. La consideración de los reales como botín convertible en valor monetario o rentas perpetuas prevaleció generalmente sobre cualquier otra. Estas fincas no tardaron en ser objeto de compraventas sucesivas, solas o formando parte indiferenciada de lotes mayores. Una gran parte de ellas acabaron establecidas a censo, bien de forma íntegra o, más frecuentemente, fragmentadas en parcelas menores, a fin de procurar ingresos estables a quienes conservaban el dominio directo. Solo es posible documentar un caso claro de «continuidad», al menos hasta el año 1321: el real de Rambla donado por Jaime I a Ferrando López de Barea, transmitido en su integridad y explotado, al parecer, de forma directa. La mayoría de los reales, por el contario, no escaparon a las enajenaciones y los establecimientos enfitéuticos que frecuentemente comportaban su desmembramiento. En este contexto, fueron bastantes los que quedaron absorbidos por los procesos de expansión de las tramas urbanas, no solo en la ciudad de Valencia, sino también en villas como Alzira y Cocentaina. Una notable excepción escapa a esta dinámica general: el Real de Valencia que, en su primera configuración, constituyó una experiencia aislada de arte mudéjar al servicio de un episódico proyecto de representación

376

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

del poder regio, prolongando en cierto modo la función simbólica que el inmueble original había desempeñado. Pero las analogías terminan aquí y terminan pronto. La restauración mudéjar de Pedro III no tardó en dar paso a otro tipo de concepciones arquitectónicas que, con independencia de la visibilidad y el tamaño, poco o nada tenían que ver con los signos de poder exhibidos por los complejos áulicos de época musulmana. En la medida que, más allá de las estructuras del Estado, «no se hallan concentraciones de riqueza y poderío suficientes para dar lugar a construcciones verdaderamente destacables», el riyāḍ palatino andalusí puede ser considerado como un programa político dispensador de prestigio y legitimidad138. Estas consideraciones resultan del todo extrañas para la monarquía y el conjunto de la aristocracia feudal cristiana. Sin el valor añadido de sus edificios e instalaciones, un real no importaba para ellos más que la tierra que abarcaba. NOTAS 1.

2.

3.

4.

5. 6.

7. 8.

9.

Trabajo realizado en el marco de los proyectos HAR2011-27662 («Modificaciones del ecosistema cultivado bajomedieval en el reino de Valencia») y HAR2014-58730-P («Crecimiento económico y desigualdad social en la Europa mediterránea»), financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad. María Jesús Rubiera Mata, 1984, «Rafals y raales; ravals y arrabales; reals y reales», Sharq al-Andalus. Estudios árabes, 1, pp. 117-122; Pierre Guichard, 1989, «A propos des rahals de l’Espagne musulmane», Miscelánea medieval murciana, 15, pp. 9-24; ibid., 1990-91, Les musulmans de Valence et la Reconquête (XIe-XIIIe siècles), Damasco, Institut Français de Damas, II, pp. 374-379. Xavier Eritja i Ciuró, 1998, De l’Almunia a la Turris: organització de l’espai a la regió de Lleida (segles XI-XIII), Lleida, Universitat de Lleida; Julián M. Ortega Ortega, 2010, «La agricultura de los vencedores y la agricultura de los vencidos: la investigación de las transformaciones feudales de los paisajes agrarios en el valle del Ebro (siglos XII-XIII)», en Helena Kirchner (ed.), Por una arqueología agraria. Perspectivas de investigación sobre espacios de cultivo en las sociedades medievales hispánicas, Oxford, Archaeopress, pp. 123-145. Mehdi Ghouirgate, 2014, L’Ordre almohade (1120-1269). Une nouvelle lecture anthropologique, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, pp. 399-400. RCF I, n.º 562: muniam de Exarea; n.º 401: muniam... iuxta portam; n.º 437: munia Abintarich. Ambrosio Huici Miranda, 1969-70, Historia musulmana de Valencia y su región. Novedades y rectificaciones, Valencia, Ayuntamiento, I, pp. 120-127). Huici Miranda, 1969-70, Historia musulmana, I, pp. 168-173; Guichard, 1990-91, Les musulmans de Valence, II, pp. 305-307. María del Carmen Barceló Torres, 1998, La escritura árabe en el País Valenciano. Inscripciones monumentales, Valencia, Área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universitat de València, I, pp. 44-45. Las horquillas de cifras se deben a posibles duplicaciones y casos dudosos, algunos de ellos no reflejados en el cuadro.

10. 11. 12.

13.

14. 15. 16.

17. 18. 19. 20. 21. 22.

23. 24. 25. 26. 27. 28. 29.

30.

31.

32.

33.

Guichard, 1990-91, Les musulmans de Valence, I, pp. 191-194. Guichard, 1990-91, Les musulmans de Valence, II, p. 378. Guichard, 1990-91, Les musulmans de Valence, II, p. 379; LF 318: «veem la pus bella horta que anc havíem vista... e que hi havia més de dues-centes algorfes per l’horta, les pus belles que hom pogués trobar, e les alqueries entorn de l’horta, moltes e espesses...». Sobre las algorfas, Antoni Maria Alcover Sureda y Francesc de B. Moll Casanovas, 1993, Diccionari català-valencià-balear, Palma de Mallorca, Ed. Moll, I, p. 502; y María del Carmen Barceló Torres, 1984, Minorías islámicas en el País Valenciano. Historia y dialecto, Valencia, Universidad de Valencia, pp. 106-108. Guichard, 1990-91, Les musulmans de Valence, II, p. 376. RCF I, n.º 562 (1238). Gobernador almohade de Valencia depuesto en 1229, Abū Zayd se hallaba bajo la protección de Jaime I. RCF I, n.º 182, 297, 1380 (1238-39); DJIA, II, n.º 294 (1239); ACV, perg. 1532 (1237); RCF I, n.º 76 (1237); Guichard, Les musulmans de Valence, II, p. 407. RCF I, n.º 1430 (1239), n.º 405, 105 y 1098 (1238), n.º 361 y 365 (1238). RCF I, n.º 401 (1238): muniam de Haroni Aliahod Fecmacçel, iuxta portam. RCF I, n.º 1328 (1239); BAA IV, p. 87. RCF I, n.º 562 (1238); Guichard, 1990-91, Les musulmans de Valence, II, p. 319. RCF I, n.º 284 (1238); BAA VII, p. 573. RCF I, n.º 1181 (1238); RCF I, n.º 244, 253, 890, 893 (1238); BAA A, p. 333-340 (V. C. Navarro); RCF I, n.º 954 (1238); María Isabel Fierro Bello (ed.), 1992, Abū Bakr al-Ṭurṭūšī (m. 520/1126). Kitāb al-ḥawādit wa-l-bidac, Madrid, CSIC, pp. 104-105. Guichard, 1990-91, Les musulmans de Valence, I, p. 102, doc. 22. RCF II, n.º 550, 607 = 1208, 554 (1248). RCF II, n.º 621; LF 322, 325; RCF II, n.º 639 (1248). RCF II, n.º 1091 = 1326 (1249) y n.º 266 (1242). El qā’id Ibn Sīdrāy es mencionado en LF 314. RCF II, n.º 809 = 1255 (1248) y n.º 288 (1242). Eritja i Ciuró, 1998, De l’Almunia a la Turris; Ortega Ortega, 2010, «La agricultura de los vencedores», pp. 129-131. LF 258: «e veem estar Zaén ab tot lo poder de València en una torre que és en la mitjania de València e Ruçafa... la qual torre té ara en Ramon Riquer»; RF: turrim in Roçafa que vocatur Real de Lomeri... et quandam foveam; DJIA II, n.º 255: turrim in Ruçafa sive reallum... et quandam foveam contiguam turri. En 1246 Ramon de Riquer jura haber perdido diversos documentos al haberse producido un incendio en su torre (AHN OM, Montesa, pergs., carpeta 512, n.º 98-P). Josep Torró Abad y Enric Guinot Rodríguez, 2001-02, «De la madīna a la ciutat. Les pobles del sud i la urbanització dels extramurs de València (1270-1370)», Saitabi, 51-52, pp. 54-58, 72-73. RCF II, n.º 757=1225 (Benixequir) incluye 8 jovades situadas in circuitu eiusdem turris, computato cum reallo in dictis iovatis; RCF II, n.º 685: unum realem et unum ortum et turrim de Abocacim; DCKV IV, n.º 1380: unum reallum cum quadam turre (1273). AHN OM Montesa, pergs., carpeta 512, n.º 32-P: illum ortum quem habemus apud turre de Montecatano... sicut confrontatur de una parte in nostro riallo; LF caps. 196-203 «de les mellors torres de tota l’horta». La torre fue derruida al finalizar el asalto. AHN Clero, San Vicente de la Roqueta, pergs., carpeta 3222, n.º 6-P: precium realli tapiati... ante portam dicti realli tapiati, junto al molino de Patraix (1242); ACV perg. 4613: riallum cum suis domibus et casalibus et cum totat terra eidem contigua

34. 35.

36.

37. 38.

39.

40. 41.

42.

43.

44.

prout... tapiis includuntur, cerca de Mislata (1245); ACV perg. 4715: real en Rajosa, junto a la acequia de Favara, ab integro in circuitu tapiatum (1267); ACV perg. 1230: el mismo de antes descrito como clauso in circuitu et tapiato (1271); ACV perg. 1387: regale meum tapiatum en Russafa (1296); ARV Fondos Notariales, 11179, fols. 24r-25r: reallum tapiatum en Alcúdia (1298). En 1261 se establecen a censo unos huertos del rey situados junto a su real de Valencia y que limitan con las parietes de este (DCKV II, n.º 342). RCF II, n.º 546 (1248); ACV perg. 2305 = 5973: sicut undique circumdatur parietibus (1249). ACV perg. 6016: claudatis dictum campum in circuitu ex una tapiata in altu, aunque parece que no se cumplió esta condición (DDV n.º 17); «Miráculos romançados» de Pero Marín, ed. de K.-H. Anton, Santo Domingo de Silos, Abadía de Silos, 1988, pp. 160-161: «mandó su sennor a la mora su manceba Haxa que levasse este Benito, et Domingo Munnoz que yacía con él, al real, a una huerta que labrassen en ella, et que les cerrasse bien la puerta con la lave, et que se viniesse a amassar su pan. La mora levólos allá, et la huerta era cercada de dos tapias en alto, et cerrólos la puerta et fue su vía». RM pp. 184, 198; Robert Pocklington, 1985, «Nombres propios árabes en la antigua toponimia menor de la Huerta y Campo de Murcia», Murgetana (Murcia), 67, pp. 88-89. ACV perg. 4715 (1267). Denis Menjot, 2002, Murcie castillane. Une ville au temps de la frontière (1243-milieu du XVe siècle), Madrid, Casa de Velázquez, I, p. 76. ACV perg. 1245: ortum tapiatum et clusum in circuitu en Vilanova, junto al camino de Morvedre (1287); ACV perg. 3108: trocium orti de parietibus circuitum en Almussafes (1304); ACV perg. 1621: ortum clausum et tapiatum in circuitu en Cinqueros, Valencia (1305). Torró Abad y Guinot Rodríguez, 2001-02, «De la madīna a la ciutat», pp. 67-68. ACV perg. 4613: ortum sive riallum cum suis domibus et casalibus... et tapiis includuntur, cerca de Mislata (1245); ACV perg. 1387: regale meum tapiatum et clausum in circuitum... cum domibus et edificiis ibi positis et constructis, en Russafa (1296); ACV perg. 4715: regale... ab integro in circuitu tapiatum, cum omnibus domibus ei, eo et circa eum constructis et dirutis, en Rajosa (1267). Este último es el mismo descrito en ACV perg. 1230: reallo clauso... et omnibus domibus in dicto reallo et iuxta ipsum constructis et dirutis (1271). AHN Clero, Valldigna, pergs., carpeta 3361, n.º 3-P: realium meum cum omnibus domibus in se habentibus, en Alcúdia, junto al real de Escarp (1256); ACV perg. 304: reallum quem habebat in termino Valencie... cum domibus ipsius realli, en Alcúdia, cerca del real del rey (1267). En octubre de 1237, un año antes de conquistar la ciudad, Jaime I entrega a Guillemó Escrivà el huerto (ortum integrum) de la hija de Gālib b. Mardāniš con las domibus que sunt ibi (ACV perg. 1532); no se le llama real expresamente, pero se trata con casi toda seguridad del reallum et ortum de Gālib b. Mardāniš que el Repartiment (RCF I, n.º 76) adjudica al mismo Guillemó. No se llega a calificar de real un ortum... cum domibus ei eodem constructus situado en Roteros y menciondo en 1303 (ACV pergs. 5027, 1272). DCKV I, n.º 60: domum ipsius reyalli, en Cocentaina (1257); DCKV II, n.º 166: medietatem nostram regalis Cocentanie cum domibus ibi [constructis] (1258); ACA C reg. 228, fol. 120rv: regale cum domibus, hedificiis, patuis, en Alzira (1326); ACA C reg. 219, fol. 194r: regale nostrum cum domibus suis, en Elx (1320). RM pp. 162, 183, 200, 226.

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

377

45.

46.

47.

48.

49.

50.

51. 52. 53. 54.

55.

56.

378

Fernando López Cuevas, 2014, «Las almunias de madīnat Qurṭuba. Aproximación preliminar y nuevos enfoques», Anahgramas, 1, pp. 165-169. Josep V. Lerma Alegría, 1998, «El Palau Reial», en Albert Ribera i Lacomba (coord.), 50 años de viaje arqueológico en Valencia, Valencia, Ajuntament, p. 80; Víctor Algarra, Josep Vicent Lerma, Pepa Pascual, Albert Ribera, Juan V. Salavert, 2006, «Las excavaciones arqueológica en el Palacio Real», en Josep Vicent Boira Maiqués (coord.), El Palacio Real de Valencia. Los planos de Manuel Caballero (1802), Valencia, Ajuntament, p. 35. LF 257; RCF I, n.º 252; DJIA II, n.º 254: reallum de Mahomat Avixelo, in quo hospitabatur Pelegrinus d’Atrosiello... reallum de Habenadir, in quo hospitabatur dominus Rodericus de Liçana; RCF I, n.º 237: reallum de Janaut, in quo hospitabatur Sancius Moynoz; ACV leg. 26:6: hortum in Roçafa in quo hospitabatur Martinus Garcez de Roda et fuit de Zale Abenbalela; RCF I, n.º 361: ortum sive reallum de Abinbedel, in quo hospitabatur G(uillelmus) de Aquilone. ACA C reg. 205, fols. 130rv, 132r: concedimus vobis et vestris quod balnea in regalis nostro sito iuxta Ruçafam, iam olim constructam et hedificata possitis calefacere se calefieri facere quocienscumque volueritis ad vestre libitum voluntatis; possitis etiam in balneis ipsis recipere seu recipi facere quoscumque tam privatis quam extraneis volentes se inibi balneare absque iuris tamen preiudicius alieni. LF 266: «entram-nos-en en un reial en què nós posàvem»; RCF I, n.º 244: reallus de Aboeça Abenadir, et erat modo de Aven Iacob, genero suo, in quo hospitabantur scriptores domini regis; LF 274: «en nostres cases ben guarnides e bé adobades»; LF 278: «eixí’s de la cambra». LF 281: «haguem begut, menjat e dormit en un reial qui era prop de la nostra albergada»; LF 282: «nós fom entre la rambla e el reial e la torre... vim nostra senyera». LF 327: «e havíem feits aparellar setis en lo reial que nós donam al bisbe de València»; LF 337: «e lo alcaid... quan feu lo pleit ab nós en lo reial que és prop la vila se feu nostre vassall»; ACV perg. 2305 = 5973: illum reallum in termino Xative quid est prope reallum Raymundi de Sancto Minato, et in quo primam composicionem fecimus cum alcaydo et sarracenis Xative de castro et villa de Xativa... (1249); LF 434: «un adalil nos guiava, llevà’ns ell en un reial, e dix que aquí poríem nós posar... on era Múrcia... n’érem prop bé un treit de ballesta»; LF 436: «faem encortinar nostra casa de bons draps e fer bons setis...». ACV perg. 3774: Quod est actum in presencia domini regis et in reallo suo Valencie (1261). RM p. 230. ACA C reg. 20, fol. 341r: unum reallum ad opus vestri in quo vos cum in Valencie fueritis hospitari possitis. ACA C reg. 90, fol. 279v: ipsum regali... adquisivit ab episcopo Barchinone... sui fuerunt per XI annos vel amplius (1292); DCKV II, n.º 330: concedimus tibi Jahie Abenmahomet Abenaysa, alcaido de Montesa, realum nostrum Xative cum domibus, terminis, et pertinenciis suis dum nostre placuerit voluntati (1261); ACA C reg. 65, fol. 103v: faciatis accomodari... regale nostrum Xative ad morandum...; reg. 64, fol. 109r: teneatis et habitetis ad habitagium vestrum regale nostrum Xative prout ipsum tenebat Samuel quondam alfaquimus... (1286). David Romano Ventura, 1983, Judíos al servicio de Pedro el Grande de Aragón (1276-1285), Barcelona, Universidad de Barcelona, pp. 165-167. DCKV II, n.º 495: non permittatis aliquem vel aliquos intrare domos nec regalia [sic., por regalis] fidelis nostri Iahudani de la Cavalleria... nec in eisdem hospitari...; Robert I. Burns, 1984, Muslims, Christians and Jews in the Crusader Kingdom

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

57.

58.

59.

60. 61.

62. 63. 64. 65.

66. 67. 68. 69. 70. 71.

72.

73.

74.

75. 76.

of Valencia. Societies in symbiosis, Cambridge, Cambridge University Press, pp. 142-144, 297-198. Faustino D. Gazulla Galve, 1927, «Las compañías de zenetes en el reino de Aragón (1284-1291)», Boletín de la Real Academia de Historia, 90, pp. 174-196; Maria Teresa Ferrer i Mallol, 1988, La frontera amb l’islam en el segle XIV. Cristians i sarraïns al País Valencià, Barcelona, CSIC, pp. 79-82. ACA C reg. 43, fol. 100r: quod prohibat ne ianetus vel aliquis hominem extraneus hospitetur in reali Xative absque licenciam alfaquimi... ne aliquis vicinus Xativa ibi intret absque licenciam eiusdem alfaquimi (1285); reg. 65, fol. 97v: sellam ianetam, et adarga, et unum ensem, et unam arçagayam et unum archum turquesium que fuerunt (Sa)muelis alfaquini... (1286). En 1287 un judío llegó a incorporarse a una compañía de jinetes musulmanes al servicio del rey de Aragón: Elena Lourie, 1978, «A Jewish Mercenary in the Service of the King of Aragon», Revue des études juives (Paris), 137, pp. 367-373. Burns, 1984, Muslims, Christians, pp. 160-161; DJIA IV, n.º 1096: pro reallis et hereditate tota, videlicet, que fuit Salamoni, alfachim domini regis, que omnia sunt in termino Valencie, in locis vocatis Rascayna et Benimaclet... DCKV II, n.º 460: quod tu fuisti cum Maria, baptizata, inventus in realo Ismaelis, iudei, fratris tui, per iusticiam Xative... Josepa Cortès Escrivà (ed.), 2001, Liber privilegiorum civitatis et regni Valencie, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, n.º 19 (1245); DCKV IV, n.º 1332 (1272). RCF I, n.º 1214: ortum in Roteros ante cimenterium quondam sarracenorum... cum raallo parvo eidem contiguo... (1239). RM, pp. 2, 97, 98, 162, 181, 183, 184, 192, 193, 198, 200, 201, 226, 230, 231. Menjot, 2002, Murcie castillane, I, pp. 51-55, 74-77. ACA C reg. 35, fol. 3r: «la fruyta del reyal, e las uvas e el lino» (1269); ACV perg. 1092: unum reallum plantatum vineam (1253); LCJC II, p. 862: «aquela viyna qu·él ha atinent del real seu» (1295). DDV n.º 17: plantetis arbores et parras in circuitum, fructifferos et bonos. ACV perg. 2926: coram regali meo... trado medietatem illius bassie quam habeo in Ruçafa... Lerma Alegría, 1998, «El Palau Reial», p. 80; Algarra et al., 2006, «Las excavaciones arqueológicas», p. 35. Huici Miranda, 1969-70, Historia musulmana, I, p. 171. ACV perg. 4715. Roque Chabás Llorens, 1898, Distribución de las aguas en 1244 y donaciones del término de Gandia por Jaime I, Valencia, Imprenta de Francisco Vives. DJIA II, n.º 263: canale qui vadit ad realem (1238); DCKV IV, n.º 1209: [ po]nte que est supra cequiam per quam itur ad ipsum reallum... extremum cequie versus reallum (1271); DCKV IV, n.º 1403: sequia publica que fluit ad reallum nostrum Valencie (1273); ACA C reg. 234, f. 61rv: cequia maior ipsius regalis (1313). Enric Guinot Rodríguez y Sergi Selma Castell, 2006, Les séquies de l’Horta Nord de València: Mestalla, Rascanya i Tormos, Valencia, Generalitat Valenciana, p. 96. RCF II, n.º 123: unum casale molendinorum cum universis rotis contiguum reallo nostro (1240); RCF I, n.º 1656: ante molendinum realli nostri (1240); DCKV III, n.º 715: molendina nostra que sunt subtus reallum nostrum (1267); DCKV IV, n.º 1367: molendino quod est subtus reallum nostrum Valencie (1272). RCF II, n.º 732. RCF II, n.º 129: molendinum in Campanario contiguum reallo suo (1240); RCF II, n.º 1: reallum et casale molendinorum et

77.

78.

79.

80.

81.

82.

83. 84.

85.

totam hereditatem quam Celim habebat in Campanario (1246); RCF I, n.º 11 (1237); AHN Clero, San Vicente de la Roqueta, pergs., carpeta 3222, n.º 6-P: precium realli tapiati contigui predictis molendinis... alterius pecie terre nostre que est ante portam dicti realli tapiati (1242). ACA C reg. 91, fol. 46r: tempore quo dictus regali et molendina, ratione exercitum Aragonum qui contra dictam civitatem venerunt, extiterunt barrigiata (1292); ACV perg. 1628: casale molendinorum duorum rotarum... et quodam domos, et quodam retrocorralli et unum realetum contigua eisdem (1306). RCF I, n.º 409 (1238) menciona genéricamente la hereditatem Abiafar Abdarra mauro, sin aludir al real, pero la concesión efectuada en 1321 recoge directamente los términos de la escritura de donación a López de Barea: domibus in Valencia de Abiaphar Abdarra, mauro, et ortis, reallis, campis, vineis, furnis et molendinis, et tota suam hereditate integriter quam habebat in termino Valencie. Por su parte, Pons de Soler obtuvo de Jaime II la licencia de «restauración o construcción» del molino: ut in reallo seu alcarea que fuit ex dicta donacione quam vos nunc habetis et possidetis sitam in termino predicte civitatis iuxta rambla, redigendi seu construendi molendina licenciam concedere dignaremur, videlicet in cequia que transit per dictam hereditatem vestram que vocatur cequia de Mistalla seu cequia d’Algeroç, videlicet de partitoribus cequia de Rambla et cequie de Algeroç usque ad portale hospicii quod habetis in predicta hereditate vestra. También se le otorgó permiso para construir un horno de pan en dicho real «o alquería» (ACA C, reg. 219, fols. 268v-269r). ACV perg. 4715 (1267) y perg. 1230: omnibus domibus in dicto reallo et iuxta ipsum constructis et dirutis, et quodam campo dicto reallo contiguo (1271). RCF II, n.º 553: reallum ante portam Valencie, et ortum et corrallum eidem reallo contiguo (1248); LCJV III, p. 501-502: «unes cases ab i real contingüe a aqueles e i tros de terra e i colomer» (1283); ACV perg. 8056: domorum, realli, columbarii, aree, vinee, et totius alterius hereditatis (1259). DCKV IV, n.º 1428: regali nostro quod est in termino de Gandia quod vocatum est Real de Benibiscax cum terminis suis, molendinis, possessionibus et hereditatibus ad ipsum regale pertinentibus (1272); ACA C reg. 482, fols. 88v-89r: alchaream cum quodam regali eidem contiguo, et cum quodam palumbario infra dictum regale sito, et cum tribus molendinis, almaceriis sive truylls cum suo operatorio, calderia et bassa ad oleum conficiendum, que omnia sita sunt in loco et territorio de Cinnynen (1328). ACV leg. 26:8; pergs. 5957, 5958: raallum... qui est in Beniferre et fuit de Mudef, patre de Zaen, cum una iovata terre dicto raallo pertinente et contigua (1239). ACV perg. 4613: ortum sive riallum... cum tota terra nostra eidem contigua... RCF I, n.º 503: real de Binabendaut, cum II iovatis eidem contiguis (1238); RCF I, n.º 954: reallo in Alcudia... cum duabus cafiçatis et medie terre eidem realli contiguis (1238); RCF II, n.º 1: reallum... in Campanario et VI iovatas contiguas eidem reallo (1246); AHN Clero, Valldigna, pergs., c. 3361, n.º 3-P: cum tota illa terra mea eidem reallo contigua (Valencia, camino de Morvedre, 1256); ACV perg. 1573: quodam reallo et quadam pecia terre eidem contigua (Olleria, entre Alcúdia y Alboraia, 1258); DCKV IV, n.º 1202 y n.º 1208: unum reallum cum una pecia terre (el mismo, 1271); AHN Clero, Valldigna, pergs., c. 3363, n.º 18-P: domibus, campo et reallo in orta Valencie, in loco nominato Olleria (el mismo, 1273). Las superfícies de Xàtiva, en RCF II, n.º 869 (real de Arnau Guillem, 1249), y n.º 553 (real ante puerta de Valencia, 1248). ACV perg. 1387: quodam orto contiguo eidem regali (Russafa,

1296); LCJV I, p. 350-353: «Ítem, i real e una viy[na] que·s té ab aquell real...» Item, quandam vineam cum quodam regali contiguo eidem... (Mislata, 1282); DCKV II, n.º 147: unius regalis cum quinque iovatis inter vineas et aliam terram... (Cocentaina, 1258); LCJC II, p. 862: Pere de Castalla vende en la corte parte de una viña «qu·él ha atinent del real seu e de son pare» y «iª fanequa[d]a de terra de rech en lo real del dit P(ere) de Castalla, de Muro, atinent de les cases del dit real...» (Cocentaina, 1295). 86. ACV leg. 12:19: queddam farraginale ante reallum vestrum... 87. RCF II, n.º 281: reallum in Bairen que fuit de Mahomat Ayavaix et de Mahomat Abianich cum VI iovatis circum positis ipsis reallis. 88. RCF II, n.º 617: unum reale quod est computatum in dictis iovatis; n.º 757=1225: computato cum reallo in dictis iovatis; n.º 882-886: reallis in eis sitis vel hedificatis; DCKV II, n.º 147 (1258). 89. Guichard, 1989, Les musulmans de Valence, II, pp. 378-379. 90. Menjot, 2002, Murcie castillane, I, p. 76. 91. RM p. 183: «que solien seer deste real pora dar en otro logar, porque non eran a tenente del, et que eran en otro logar lexos del real». 92. RM p. 230 (1272); ACA C reg. 219, fol. 194r: regale nostrum cum domibus suis et cum terra alba constitutum prope villam Elchii quod fuit arrayci Criviylen (1320); DCKV II, n.º 60: unam iovatam terre in regadivo et duas iovatas terre in seccano, in loco illo qui dicitur reyal, qui est retro castrum de Cocentania contiguo pinne ipsius castri, et domum ipsius reyalli (1257). 93. DCKV II, n.º 330: realum cum domibus, terminis et pertinenciis suis... colligatis et percipiatis omnes reditus et exitus eiusdem... (1261); ACA C reg. 60, fol. 19r: locavit almuniam suam... (1283); ACA C reg. 196, fol. 137v: locum nostrum vocatum l’Almunia, situm in orta Xative iuxta regale nostrum (1298); ACA C reg. 197, fol. 34v: regale nostrum situm in orta Xative iuxta locum vocatum l’Almunia (1299); ACA C reg. 226, fols. 151v-152r: regale nostrum situm in orta Xative necnon locum nostrum vocatum l’Almunia situm in dicta orta prope dictum regale... (1301). 94. Jasim Alubudi, 1993-94, «Dos viajes inéditos de Ṣafwān b. Idrīs», Sharq al-Andalus. Estudios árabes, 10-11, p. 217. 95. Enric Guinot Rodríguez, 2007, «El repartiment feudal de l’Horta de València al segle XIII: jerarquització social i reordenació del paisatge rural», en Enric Guinot Rodríguez y Josep Torró Abad (eds.), Repartiments a la Corona d’Aragó (segles XII-XIII), Valencia, Publicacions de la Universitat de València, pp. 144-148. 96. Pedro López Elum, 2001, Los orígenes de los Furs de València y de las Cortes en el siglo XIII, Valencia, Generalitat, pp. 44, 111. 97. Robert I. Burns, 1990, L’Islam sota els croats. Supervivència colonial en el segle XIII al regne de València, Valencia, Eliseu Climent Ed., II, pp. 61-64. 98. Josep Torró Abad, 2007, «Guerra, repartiment i colonització al regne de València (1248-1249)», en Enric Guinot Rodríguez y Josep Torró Abad(eds.), Repartiments a la Corona d’Aragó (segles XII-XIII), Valencia, Publicacions de la Universitat de València, pp. 210-222, 267-269. 99. ACV perg. 1387. 100. ACV perg. 4715: bene et utilem laboretis seu excolatis, vivificetis et non in aliquo peioretis, ad usum et consuetudinem boni laboratoris (1267); AHN Clero, Valldigna, pergs., c. 3362, n.º 2-P (1263); ACV perg. 1621 (1305). 101. LCJC I, p. 199: «un rial assentat prop de Fraga, de pijorament e de affollament que avia en lo dit reyal...». 102. ACV perg. 1346. 103. Véase la nota 78.

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

379

104. ACA C reg. 35, fol. 3r (1269); DCKV IV, n.º 1428 (1472); ACA

C, CR, Jaume II, n.º 306: regali vocato Abenicaycax cum pertinenciis suis, quod est de terminis loci de Beniopa... (1296). 105. DCKV III, n.º 610: Preparacio reallis et granarii, CXXV solidos (1265); ACA C reg. 91, fol. 46r: indebiti barrigiaverunt regali dompne Maioris quondam et molendina sua... (1292). 106. ACA C reg. 60, fol. 19r: compellatis omnes illos sarracenos et bona eorum quibus fidelis noster Samuel, alfaquinus dicti domini regis, stabilivit seu locavit almuniam suam ad solvendum eidem vel cui voluerit loco sui illud quod ei solvere teneantur ratione ipsius almunie iuxta tenorem carte sarracenice facta inter eos (1283); reg. 61, fol. 101v: ad colendam per violentiam... non compellatis ipsos ad colendam ipsam almuniam contra predicta pacta nec ad solvendum amplius quam solvere teneantur... (1283). 107. ACA C reg. 228, fol. 120rv (1326); LCJV II, p. 755 (1284); ACV perg. 1230 (1271). 108. ACV perg. 1217: unas casas con una heredad «de pan y vino» y un real en Russafa vendidos por 11.250 s. (1257); ACV perg. 8056: casas, real, palomar, eras, viñas y «resto de la heredad» vendidos por 865 morabatines, unos 8.000 s. (1259); AHN Clero, Santo Domingo, pergs., c. 3255, n.º 12-P: un real con dos campos vecinos y derechos sobre dos casas, más otro real y campos en Alcúdia, vendidos por 4.500 s. (1260). 109. LCJV II, pp. 501-502, 567 (1283). 110. ACV perg. 4613: un real en Mislata con tapias, casas, casales y tierras contiguas se vende por 415 s. jaqueses (1245); ACV perg. 1092: un real en el camino de Mislata, plantado de viña, vendido por 320 s. (1253); LCJV I, pp. 350-353: dos viñas, con un real contiguo a una de ellas, en Mislata, son estimadas en 500 s. (1282); AHN OM, Montesa, pergs., c. 521, n.º 452-P: el dominio útil de un real en Montcada es vendido por 300 s. (1286); ACV perg. 1245: el dominio útil de un «huerto tapiado y cerrado» en Vilanova de Valencia se vende por 280 s. (1287); DCKV III, n.º 774: el rey paga 600 s. a cAlī al-Jaṭṭāb por recuperar el real que previamente le había dado en Cocentaina (1268); ACA C reg. 44, fol. 190v: Roger de Llòria compra un real en Cocentaina por 500 s. (1280); Ricard Bañó i Armiñana (ed.), 2013, Un notal alcoià dels anys 1296-1303, Barcelona, Fundació Noguera, n.º 397: «un pedazo de tierra llamado Real», junto a la muralla de Alcoi, se vende con un campo de higueras por 330 s. (1298). 111. DCKV II, n.º 147. 112. Mención al alcázar como «casas del rey» en ACV perg. 5976: turri intrate domorum domini regis (1252). 113. Por ejemplo, en septiembre de 1270 Jaime sentencia en el Real el pleito entre la villa de Llíria y el noble Blasco Eiximén d’Arenós por la posesión de Alcublas (DCKV IV, n.º 1055). 114. DCKV IV, n.º 1367: capellanie capelle nostre realli nostri Valencie (1272); LCJV I, p. 343: «la eglésia de Sen Johan Evangeliste, que és edificada en lo Real de València» (1282); ACA C reg. 65, fols. 34v, 136v: cera, aceite y plumas para la capilla y el capellán del Real de Valencia (1286); ACA C reg. 41, fol. 116v: incipiant pontem facere de tribus pilariis et duabus voltis super rivum de Godalaviar in loco quo itur de Porta Templi ad regale regis (1279). 115. DCKV IV, n.º 1374: custodiam realli (1272); ACA reg. 48, fol. 67r: custodie in opere regale (1280). 116. DCKV IV, n.º 1070 (1270) y 1211 (1271); ACA C reg. 46, fol. 50r (1280); ACA C reg. 58, fols. 28v, 41 r (1285). 117. ACA C reg. 52, fol. 58r: quod mitat ad regale Valencie domini regis CXX duodenas de cayratz doblers de XXIIII palmis; et XL duodenas de iassenes, videlicet medietatem de XXX palmis de quaernes, et aliam medietatem de quaernes de XXIIII palmis; et XX duodenas de terçes de XXIIII palmis; et quod tota dicta

380

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

fusta sit melissenche... quod faciat scindi et portari apud regali Valencie mille fustz de Camar[e]na, D doblers e tirans, et alii D de XXII palmis. Et habeant palmum et medium de tabula, et unum palmum de grossitudinem. 118. Lerma Alegría, 1998, «El Palau Reial», p. 95. 119. Maria Teresa Ferrer i Mallol, 2007, «Francos, pero excluidos de la mezquita y del cementerio: los Bellito y los Galip de la morería de Zaragoza», en María del Val González de la Peña (ed.), Estudios en memoria del profesor dr. Carlos Sáez. Homenaje, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá, pp. 341-352. 120. LCJC I, pp. 302-303: «Mahomet, mestre major de la obra del Real del seynor rey» (1282); ACA C reg. 65, fol. 40 rv: Ibrāhīm Bellido presiona a aljamas musulmanas del reino para que paguen una cantidad destinada a la obra del Real (1286); ACA C reg. 63, fol. 40r: comandamus vobis Axie, sarracene, uxore quondam Haiçe, [s]arraceni, et Abrafim Bellido, genero tuo, et filiis vestris, reallum nostrum Valencie tenendum dum nobis placuit, secundum quod... Petrus ... rex Aragonum... vobis comendaverat reallum predictum (1286); ACA C reg. 83, fol. 47v: regalem nostrum Valencie... prout ipsam Axia tenere et custodire consuevit... (1290); ACA C reg. 81, fol. 179v: el portero real recibe la orden de desalojar a Ibrāhīm y cĀ’iša (expellatis de regali nostro Abrafim Bel[lido et] Axiam ac omnes illos sarracenos et sarracenas ibi habitantes) porque Constanza, exemperatriz de los griegos va a establecerse en el Real durante su estancia en Valencia (1290); ACA C reg. 196, fol. 189v: concedemus tibi, Soriano de Molina, carpentario, magistratum operis regalis nostri Valencie, ita quod tu sis magister dicti operis prout erat Mahomet Bellido, sarracenus, per nos olim in dicto opere constituto... (1298). 121. Lerma Alegría, 1998, «El Palau Reial», p. 95. 122. ACA C reg. 231, fols. 37v y 41r (1304); reg. 232, fols. 338v-339r y 349v (1315); reg. 234, fols. 62v y 63v (1320-21). 123. Algarra et al., 2006, «Las excavaciones arqueológicas», pp. 35-36. 124. ACA C reg. 22, fol. 69r: operis et melioramenti quod fecistis in reallo nostro Xative (1276). 125. DCKV II, n.º 166: medietatem nostram regalis Cocentanie cum domibus ibi [constructis]. 126. Guinot, «El repartiment feudal», pp. 137 y 143. 127. ACA C reg. 90, fol. 279v: eiessit ipsum Iahudanum a posessione qua erat cuiusdam partis sue quam habebat in quodam regali, sive quadam pecia terre quam ipse et aliis fratris suis… pro indiviso possidebat et tenebat per dictum Raimundum de Rivo Sicco... (1292); LCJC II, p. 862: «a vendre la meytat de tot aquel troç de terra de rech... lo qual és asegut en lo real que era dit dels Serrayns, atinent del real d’en Johan Garcés... e a vendre una fanequada de terra de rech en lo real del dit Pere de Vastalla, de Muro, a tinent de les cases del dit real...» (1295). No es relevante que en este último ejemplo las parcelas, según parece, no se tuvieran a censo. 128. Josep Torró Abad y Josep Ivars Pérez, 1992, «Villas fortificadas y repoblación en el sur del País Valenciano. Los casos de Cocentaina, Alcoi y Penàguila», en III Congreso de Arqueología Medieval Española, Oviedo, Universidad de Oviedo, II, p. 473; Enrique Català Ferrer, 2009, «Poblament musulmà a Cocentaina. Antecedents històrics i evolució», en Els musulmans al Comtat, Cocentaina, Centre d’Estudis Contestans, pp. 39-51. 129. DCKV II, n.º 166: sicut affrontant... ex [alia] parte in illa platea que est ante ecclesiam illius loci, et de duabus partibus in viis publicis... (1258); LCJC I, pp. 65-66: «affronta lo dit reyal ab la vila nova, e ab lo reyal d’en Ruyz Martínez» (1269); DCKV III, n.º 774: quod in dicto reallo possitis de cetero facere et construere domos et alia statica ad opus vestri... (1268); LCJC I,

p. 333: «un solar del dit Pere del Bosch, asentat en lo rial de Cocentaina...» (1277). 130. DCKV III, n.º 878: unum solare domorum quod est iuxta reallum nostrum Algezire, ad faciendum domos ibidem (1269); DCKV IV, n.º 1065: patuum ad opus domorum in reallo Alyazire... (1270). 131. ACV perg. 3892, 2926. 132. Véase nota 48. Concha Camps García y Josep Torró Abad, 2002, «Baños, hornos y pueblas. La Pobla de Vila-rasa y la reordenación urbana de Valencia en el siglo XIV», en Sonia Dauksis Ortola y Francisco Taberner Pastor (eds.), Historia de la ciudad, II. Territorio, sociedad y patrimonio, Valencia, Icaro, pp. 126-129. 133. Torró Abad y Guinot Rodríguez, 2001-02, «De la madīna a la ciutat».

134. RCF

I, n.º 84 y 248 (1238); RCF II, n.º 890 (1249).

135. Carmen Trillo San José, 2004, Agua, tierra y hombres en al-An-

dalus. La dimensión agrícola del mundo nazarí, Granada, Ajbar, pp. 219-242. 136. Joaquina Eguaras Ibáñez (ed. y trad.), 1988, Ibn Luyūn: Tratado de agricultura, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, pp. 191-195, 272-274. 137. Carlos Laliena Corbera, 2007, «Repartos de tierras en el transcurso de la conquista feudal del valle del Ebro (1080-1160)», en Enric Guinot Rodríguez y Josep Torró Abad (eds.), Repartiments a la Corona d’Aragó (segles XII-XIII), Valencia, Publicacions de la Universitat de València, pp. 22-26. 138. Guichard, 1989, Les musulmans de Valence, II, pp. 306-310.

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

381

Apéndice Cuadro general de reales documentados en el reino de Valencia (1237-1304) Lugar

382

Beneficiario

Antiguo propietario

1

Valencia

Alagón, Artal de

Aborrabe Abincelim

2

Valencia

Albalat, Jaume d’

3

Valencia

Albero, Lope de

4

Valencia

Altevicí, Ximén Jaume

5

Valencia

Aragón, infante Ferrando de

6

Valencia

Aznar de Caseda, Pero

7

Valencia

Bafiel, alfaquí del rey

8

Valencia

Bell·lloc, Ramon de

9

Valencia

Berat

Janaut, mujer de Alí Abnalgelet

10

Valencia

Cambra, Domingo de

11

Valencia

12

Valencia

13 14

Año

Referencia

1238

RCF I, 223

1260

AHN Clero, Valldigna, pergs, c. 3361, n.º 14-P

1238

RCF I, 252

1283

LCJV II, pp. 501-502

1238

RCF I, 246

1238

RCF I, 217

1237

RCF I, 026

1238

RCF I, 640

1238

RCF I, 237

Binabendaut

1238

RCF I, 503

Carbonell, Joan, de Tortosa

Ceyt Abinfiara, cuñado de Naquaix

1238

RCF I, 92

Català, Pelai

Alcesaraugoci

1239

RCF I, 1328

Valencia

Convento de Dominicos

Alarif

1238

RCF I, 84

Valencia

Convento de Franciscanos

Açmet Abnalbara

1238

RCF I, 248

15

Valencia

Desllor, Ferrer, arcediano de la catedral de Barcelona

Abenjucel o Abdelaziz Abin Jucel

1237

RCF I, 85

16

Valencia

Desmàs, Ramon

1284

LCJV II, p. 755

17

Valencia

Díez, Ferrando, mayordomo real

Fayo

1238

RCF I, 261

18

Valencia

Don Ladrón

Said Hualed Alforra

1238

RCF I, 182

19

Valencia

Escrivà, Guillemó notario real

Galip Iban Mardanix

1238

RCF I, 076

20

Valencia

Fernández de Azagra, Pedro

rais Ahazlacha o Amazloca

1239

RCF I, 1232

21

Valencia

Fernández de Azagra, Pedro

Abrahim Alifragi y Abdoliabar

1238

RCF I, 990

22

Valencia

Garcia, Enyeco

Abengebir

1239

RCF I, 1383

23

Valencia

Garidell, Tomàs, de Tortosa

Mahomat Abentaher

1238

RCF I, 125

24

Valencia

Gil de Vidaure, Teresa

1258

ACV perg. 1573

1238

RCF I, 562

1308

ACA C, reg. 205, fol. 132r

Mahomat Avixelo Alí Abdarra, yerno de Abinfiara Anaxe

Aceyt Aboceyt Zayan ibn Mardanis

25

Valencia

Jaime I

26

Valencia (Russafa)

Jaime I

27

Valencia (almunia)

Lacera, Guillem de

Haroni Aliahiod Fecmacçel

1238

RCF I, 401

28

Valencia

Lizana, Rodrigo de

Model, hijo de Alboamech

1238

RCF I, 262

29

Valencia

Ferrando López de Barea

Abiafar Abdarra

1238

RCF I, 409

30

Valencia (almunia)

Martell, Ferrer

Abintarich

1238

RCF I, 437

31

Valencia

Mestre Martí

Aben Coztal

1238

RCF I, 320

32

Valencia

Mestre Ricard, de Barcelona

Alí Ardit Alfalay

1238

RCF I, 378

33

Valencia

Monasterio de Escarp

Cideu

1238

RCF I, 65

34

Valencia

Monasterio de Santes Creus

Alí Alafhi

1238

RCF I, 461

35

Valencia

Monasterio de Sigena

Ayça Danyacrem

1238

RCF I, 357

36

Valencia

Montbrú, Arnau de

Aben Hapdulmech

1238

RCF I, 285

37

Valencia

Mordefai, Mosquet, judío

1283

LCJV II, p. 567

38

Valencia

Obispo de Barcelona

Modef, padre de Zayan ibn Mardanis

1238

RCF I, 182

39

Valencia

Obispo de Huesca

Maymo Habohachil Amançafi

1238

RCF I, 954

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

40

Valencia

Obispo de Segorbe-Albarracín

Mahomat Almailol, cuñado de Alarif

1238

RCF I, 313

41

Valencia

Obispo de Valencia

42

Valencia

Obispo de Vic

alcaide Alpic

1242

RCF I, 1686

1238

RCF I, 405

43

Valencia

Ortella, Pero

Muça Alhagy

44

Valencia

Peralada, en

1239

RCF I, 1411

1284

45

Valencia

Pere, Arnau hijo de Ramon, de Lleida

LCJV II, p. 643

Muhammad Ualed ibn al-Aziz

1239

RCF I, 1483

46

Valencia

Pérez de Arenós, Ximén

Celim o Abrahim Cehely

1238

RCF II, 1

47 48

Valencia

Pérez de Arenós, Ximén

Hubecar Aveneyça

1248

RCF II, 550

Valencia

Pérez de Arenós, Ximén

1268

DCKV III, n.º 796

49

Valencia

Riquer, Ramon de

1238

RCF I, 284

50

Valencia

Samarra, Joan

1282

LCJV I, pp. 350-353

51

Valencia

Sanç, Pere, notario real

1242

ACV leg. 12:19

52

Valencia

Sant Meló, Pere de

Annaxahar, antes de Aljecirí

1239

RCF I, 1427

53

Valencia

sayyid Abū Zayd

Abdela Abensalbo

1238

RCF I, 562

54

Valencia (almunia)

sayyid Abū Zayd

Abdela Abensalbo

1238

RCF I, 562

55

Valencia

Sicilia, Martí de

1237

RCF I, 11

56

Valencia

Tellet, Ramon de

1238

RCF I, 233

57

Valencia

Teruel, Bertran de

Aboeça Abenadir

1238

RCF I, 244

58

Valencia

Urrea, Ximén de

Alí Abinbedel, almoxarif

1238

RCF I, 361

59

Xàtiva

Arbeiza, Martín de

1249

RCF II, 883

60

Xàtiva

Austeig, Guillem

1248

RCF II, 1373

61

Xàtiva

Barcelona, Pere de

1249

RCF II, 881

62

Xàtiva

Bernat, Guillem

1248

RCF II, 685

63

Xàtiva

Bernat, Pere

1248

RCF II, 807

Lomeri

Abocacim

64

Xàtiva

Castillón, Miguel de

1249

RCF II, 884

65

Xàtiva

Clarmont, Bernat de

1248

RCF II, 587

66

Xàtiva

Comadoms, en

1248

RCF II, 698

67

Xàtiva

Conde Dionís de Hungría

1253

ACA C, reg. 44, fol. 164v

68

Xàtiva

Convento de los Mercedarios

69

Xàtiva

Descloquer, Ferrer

1248

RCF II, 890 RCF II, 749

70

Xàtiva

Duran, Guillem

1249

RCF II, 882

71

Xàtiva

Escrivà, Arnau

1248

RCF II, 750

72

Xàtiva

Espígol, Guillem d’

1249

RCF II, 867

73

Xàtiva

Esteve, Guillem

1248

RCF II, 553

1248

RCF II, 721

1248

RCF II, 639

74

Xàtiva

Gallac, Ramon de

75

Xàtiva

Gil de la Reina, Benet

76

Xàtiva

Guillem, Arnau

1249

RCF, II, 869

77

Xàtiva

Húcar, Gil de

1249

RCF, II, 885

78

Xàtiva

Ismael, jueu

1263

DCKV II, n.º 460

79

Xàtiva

Jaime I

1248

RCF II, 546

80

Xàtiva

Mestre Soler

1248

RCF II, 732

1248

RCF II, 554

1249

ACV perg. 2305

81

Xàtiva

Montcada, Guillem de

82

Xàtiva

Obispo de Valencia

Mahomat Abeniacob, cadí

Alforra, madre del alcaide Abohomar

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

383

384

83

Xàtiva

Orella, Ato

1248

RCF II, 551

84

Xàtiva

Pérez de Arenós, Eximén

1248

RCF II, 550

85

Xàtiva

Puig-monçó, Arnau de

1262

DCKV II, n.º 411

86

Xàtiva

Reixac, Guillem de

1300

ACA C, Cartas reales, Jaume II, n.º 774

87

Xàtiva

Sanç, Jaqués

1248

RCF II, 621

88

Xàtiva

Sant Joan, Jaume de

1270

ACV perg. 1535

89

Xàtiva

Sarroca, Romeu

1248

RCF II, 757

90

Xàtiva

Sentmenat, Ramon de

1248

RCF II, 753

91

Xàtiva

Tarragona, mestre Joan de

1249

RCF II, 857

92

Xàtiva

Tovia, Eximén de

1248

RCF II, 607

93

Xàtiva

Vaquer, Pere

1248

RCF II, 769

94

Cocentaina

Castalla, Guillem de

1295

LCJC II, p. 862

Hubecar Aveneyça

Abinferro

Del tío del alcaide de Xàtiva

95

Cocentaina

Díez, Pero

1257

DCKV II, n.º 60

96

Cocentaina

Golmers, Ramon de

1269

LCJC I, pp. 65-66

97

Cocentaina

Jaime I

1258

DCKV II, n.º 4

98

Cocentaina

Martínez de Azagra, Ruy

1269

LCJC I, pp. 65-66

99

Cocentaina

Pérez d’Orís, Ximén

1258

DCKV II, n.º 147

100

Cocentaina

Sarraïns, real dels

1295

LCJC II, p. 862

101

Cocentaina

Vilafranca, Ponç Guillem de

1258

DCKV II, n.º 4

102

Polinyà (Corbera)

Vic, Guillem de

1254

ACV perg. 1524

103

Riola (Corbera)

Salell, Guillem de

1262

ACV perg. 1529

104

Cinyent (Corbera)

Corretger, Domingo

1280

AHN Clero, Valldigna, pergs, c. 3364, n.º 18-P

105

Fortaleny (Corbera)

Rocafull, Guillem de

1300

AHN Clero, Valldigna, pergs, c. 3370, n.º 7-P

106

Castalla

López de Castellote, Martín

1308

ACA C, Pergs. Jaume II, 2534

107

Castalla

Martínez, Sancha

1308

ACA, C, Pergs. Jaume II, 2497

108

Castalla

Martinis d’Aibar, Gil

1308

ACA, C, Pergs. Jaume II, 2534

109

Bairén (Gandia)

Busquet, Arnau

Avincedrel

1244

RCF II, 1091

110

Bairén (Gandia)

Paganot y Jaumet

alfaquí Avenaxach

1242

RCF II, 266

111

Bairén (Gandia)

Vigorós, Pere

Almoemal

1244

RCF II, 279

112

Ontinyent

Carnaçó, Bonanat

Xafat Albam Alí Huarat Mendor

1248 1248

RCF II, 808

113

Ontinyent

Garrigosa, Ramon de, i Sabater, Narbonet

Alguazir

1248

RCF II, 809

114

Dénia

Bisbal, Pere de

Abnaxe

1242

RCF II, 288

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

1287

ACA C, reg. 64, fols. 162v-163r

1240

RCF II, 286

Jaime I

1248

RCF II, 932

López de Riglos, Martín

1249

RCF II, 961

-

1286

DDV 25

Montalbán, Sancho de

1298

Bañó, 2013: n.º 397

Abenvives, Samuel, judío

1280

ACA C, reg. 194, fol. 275v

115

Dénia

Don Carrós

116

Dénia

Don Ladrón

117

Alzira

118

Alzira

119

Segorbe

120

Alcoi

121

Alfàndec (Valldigna)

Muhammad Dadabeix

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

385

Abreviaturas Archivos ACA. Archivo de la Corona de Aragón (Barcelona). ACV. Archivo de la Catedral de Valencia. AHN. Archivo Histórico Nacional (Madrid). C. Cancillería (sección ACA). OM. Órdenes Militares (sección AHN).

Diccionarios, textos y documentos editados BAA. Biblioteca de al-Andalus, ed. de Jorge Lirola Delgado y José Miguel Puerta Vílchez, Almería, Fundación Ibn Tufayl, 200412, 9 vols. DCKV. Diplomatarium of the Crusader Kingdom of Valencia. The Registered Charters of its Conqueror Jaume I, 1257-1276, ed. de Robert I. Burns, Princeton (New Jersey), Princeton University Press, 1985-2007, 4 vols. DDV. Pergamins, processos i cartes reials. Documentació dispersa valenciana del segle XIII, ed. de Enric Guinot Rodríguez, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2010, (col. Fonts Històriques Valencianes, n.º 46). DJIA. Documentos de Jaime I de Aragón, ed. de Ambrosio Huici Miranda y María de los Desamparados Cabanes Pecourt, Valencia-Zaragoza, Anubar, 1976-82, 5 vols.

LCJC. Llibre de la Cort del Justícia de Cocentaina (1269, 12751278, 1288-1290, 1294-1295), ed. de Josep Torró Abad, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2009, (col. Fonts Històriques Valencianes, n.º 43a y 43b), 2 vols. LCJV I. Llibre de la Cort del Justícia de València (1280-1282), ed. de Enric Guinot Rodríguez, Maria Àngels Diéguez Seguí y Carmel Ferragut Domingo, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2008, (col. Fonts Històriques Valencianes, n.º 38a). LCJV II. Llibre de la Cort del Justícia de València (1283-1287), ed. de Rosa María Gregori Roig, Juan Vicente García Marsilla y Ramon J. Pujades i Bataller, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2008, (col. Fonts Històriques Valencianes, n.º 38b). LCJV III. Llibre de la Cort del Justícia de València (1287-1288, 1298), ed. de Aureli Silvestre Romero, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2008, (col. Fonts Històriques Valencianes, n.º 38c). LF. Llibre dels feits del rei en Jaume, ed. de Ferran Soldevila, Jordi Burguera y Maria Teresa Ferrer i Mallol, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 2008. RCF. Libre del Repartiment del Regne de València, ed. de María de los Desamparados Cabanes Pecourt y Ramón Ferrer Navarro, Zaragoza, Anubar, 1979-80, 3 vols. RM. Repartimiento de Murcia, ed. de Juan Torres Fontes, Madrid, CSIC, 1960.

Bibliografía ALCOVER SUREDA, Antoni Maria; MOLL CASANOVAS, Francesc de B. (1993). Diccionari català-valencià-balear, Palma de Mallorca, Ed. Moll, 10 vols. ALGARRA, Víctor; LERMA, Josep Vicent; PASCUAL, Josefa; RIBERA, Albert; SALAVERT, Juan V. (2006). «Las excavaciones arqueológica en el Palacio Real», en Josep Vicent Boira Maiqués (coord.), El Palacio Real de Valencia. Los planos de Manuel Caballero (1802), Valencia, Ajuntament, pp. 33-46. ALUBUDI, Jasim (1993-94). «Dos viajes inéditos de Ṣafwān b. Idrīs», Sharq al-Andalus. Estudios árabes, 10-11, pp. 211-243. BAÑÓ I ARMIÑANA, Ricard (ed.) (2013). Un notal alcoià dels anys 1296-1303, Barcelona, Fundació Noguera. BARCELÓ TORRES, María del Carmen (1984). Minorías islámicas en el País Valenciano. Historia y dialecto, Valencia, Universidad de Valencia. —— (1998). La escritura árabe en el País Valenciano. Inscripciones monumentales, Valencia, Área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universitat de València, 2 vols. BURNS, Robert I. (1984). Muslims, Christians and Jews in the Crusader Kingdom of Valencia. Societies in symbiosis, Cambridge, Cambridge University Press. —— (1990). L’Islam sota els croats. Supervivència colonial en el segle XIII al regne de València, Valencia, Eliseu Climent Ed., 2 vols. CAMPS GARCÍA, Concha; TORRÓ ABAD, Josep (2002). «Baños, hornos y pueblas. La Pobla de Vila-rasa y la reordenación urbana de Valencia en el siglo XIV», en Sonia Dauksis Ortola y Francisco Taberner Pastor (eds.), Historia de la ciudad, II. Territorio, sociedad y patrimonio, Valencia, Icaro, pp. 126-146. CATALÀ FERRER, Enrique (2009). «Poblament musulmà a Cocentaina. Antecedents històrics i evolució», en Els musulmans al Comtat, Cocentaina, Centre d’Estudis Contestans, pp. 39-51. CHABÁS LLORENS, Roque (1898). Distribución de las aguas en

386

JOSEP TOR R Ó / ENRIC GUINOT

1244 y donaciones del término de Gandia por Jaime I, Valencia, Imprenta de Francisco Vives. CORTÈS ESCRIVÀ, Josepa (ed.) (2001). Liber privilegiorum civitatis et regni Valencie, Valencia, Publicacions de la Universitat de València (col. Fonts Històriques Valencianes, n.º 1). EGUARAS IBÁÑEZ, Joaquina (ed. y trad.) (1988). Ibn Luyūn: Tratado de agricultura, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. ERITJA I CIURÓ, Xavier (1998). De l’Almunia a la Turris: organització de l’espai a la regió de Lleida (segles XI-XIII), Lleida, Universitat de Lleida. FERRER I MALLOL, Maria Teresa (1988). La frontera amb l’islam en el segle XIV. Cristians i sarraïns al País Valencià, Barcelona, CSIC. —— (2007). «Francos, pero excluidos de la mezquita y del cementerio: los Bellito y los Galip de la morería de Zaragoza», en María del Val González de la Peña (ed.), Estudios en memoria del profesor dr. Carlos Sáez. Homenaje, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá, pp. 341-352. FIERRO BELLO, María Isabel (ed.) (1993). Abū Bakr al-Ṭurṭūšī (m. 520/1126). Kitāb al-ḥawādit wa-l-bidac, Madrid, CSIC. GAZULLA GALVE, Faustino D. (1927). «Las compañías de zenetes en el reino de Aragón (1284-1291)», Boletín de la Real Academia de Historia, 90, pp. 174-196. GHOUIRGATE, Mehdi (2014). L’Ordre almohade (1120-1269). Une nouvelle lecture anthropologique, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail. GUICHARD, Pierre (1989). «A propos des rahals de l’Espagne musulmane», Miscelánea medieval murciana, 15, pp. 9-24. —— (1990-91). Les musulmans de Valence et la Reconquête (XIeXIIIe siècles), Damasco, Institut Français de Damas, 2 vols. GUINOT RODRÍGUEZ, Enric (2007). «El repartiment feudal de

l’Horta de València al segle XIII: jerarquització social i reordenació del paisatge rural», en Enric Guinot Rodríguez y Josep Torró Abad (eds.), Repartiments a la Corona d’Aragó (segles XII-XIII), Valencia, Publicacions de la Universitat de València, pp. 115-199. GUINOT RODRÍGUEZ, Enric; SELMA CASTELL, Sergi (2006). Les séquies de l’Horta Nord de València: Mestalla, Rascanya i Tormos, Valencia, Generalitat Valenciana (col. Camins d’Aigua, n.º 6). HUICI MIRANDA, Ambrosio (1969-70). Historia musulmana de Valencia y su región. Novedades y rectificaciones, Valencia, Ayuntamiento, 3 vols. LALIENA CORBERA, Carlos (2007). «Repartos de tierras en el transcurso de la conquista feudal del valle del Ebro (1080-1160)», en Enric Guinot Rodríguez y Josep Torró Abad (eds.), Repartiments a la Corona d’Aragó (segles XII-XIII), Valencia, Publicacions de la Universitat de València, pp. 17-50. LERMA ALEGRÍA, Josep V. (1998). «El Palau Reial», en Albert Ribera i Lacomba (coord.), 50 años de viaje arqueológico en Valencia, Valencia, Ajuntament. Llibre dels feits del rei en Jaume (ed. 2008). Ed. de Ferran Soldevila, Jordi Bruguera y Maria Teresa Ferrer i Mallol, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans. LÓPEZ CUEVAS, Fernando (2014). «Las almunias de madīnat Qur­ ṭuba. Aproximación preliminar y nuevos enfoques», Anahgra­mas, 1, pp. 161-207. LÓPEZ ELUM, Pedro (2001). Los orígenes de los Furs de València y de las Cortes en el siglo XIII, Valencia, Generalitat. LOURIE, Elena (1978). «A Jewish Mercenary in the Service of the King of Aragon», Revue des études juives (Paris), 137, pp. 367-373. MENJOT, Denis (2002). Murcie castillane. Une ville au temps de la frontière (1243-milieu du XVe siècle), Madrid, Casa de Velázquez, 2 vols. “Miráculos romançados” de Pero Marín (ed. 1988). Ed. de Karl-

Heinz Anton, Santo Domingo de Silos, Abadía de Silos (col. Studia Silensia, n.º XIV). ORTEGA ORTEGA, Julián M. (2010). «La agricultura de los vencedores y la agricultura de los vencidos: la investigación de las transformaciones feudales de los paisajes agrarios en el valle del Ebro (siglos XII-XIII)», en Helena Kirchner (ed.), Por una arqueología agraria. Perspectivas de investigación sobre espacios de cultivo en las sociedades medievales hispánicas, Oxford, Archaeopress (col. BAR International Series, n.º 2062), pp. 123-145. POCKLINGTON, Robert (1985). «Nombres propios árabes en la antigua toponimia menor de la Huerta y Campo de Murcia», Murgetana (Murcia), 67, pp. 87-119. ROMANO VENTURA, David (1983). Judíos al servicio de Pedro el Grande de Aragón (1276-1285), Barcelona, Universidad de Barcelona. RUBIERA MATA, María Jesús (1984). «Rafals y raales; ravals y arrabales; reals y reales», Sharq al-Andalus. Estudios árabes, 1, pp. 117-122. TORRÓ ABAD, Josep (2007). «Guerra, repartiment i colonització al regne de València (1248-1249)», en Enric Guinot Rodríguez y Josep Torró Abad (eds.), Repartiments a la Corona d’Aragó (segles XII-XIII), Valencia, Publicacions de la Universitat de València, pp. 201-276. TORRÓ ABAD, Josep; GUINOT RODRÍGUEZ, Enric (2001-02). «De la madīna a la ciutat. Les pobles del sud i la urbanització dels extramurs de València (1270-1370)», Saitabi, 51-52, pp. 51-103. TORRÓ ABAD, Josep; IVARS PÉREZ, Josep (1992). «Villas fortificadas y repoblación en el sur del País Valenciano. Los casos de Cocentaina, Alcoi y Penàguila», en III Congreso de Arqueología Medieval Española, Oviedo, Universidad de Oviedo, II, pp. 472-482. TRILLO SAN JOSÉ, Carmen (2004). Agua, tierra y hombres en al-Andalus. La dimensión agrícola del mundo nazarí, Granada, Ajbar.

L O S R E A L E S ( R I Y Ā Ḍ Ā T ) D E V A L E N C I A A N T E S Y D E S P U É S D E L A C O N Q U I S T A C R I S T I ANA

387

PEDRO JIMÉNEZ CASTILLO Escuela de Estudios Árabes (CSIC) *

15

REALES Y RAHALES DE LA MURCIA ANDALUSÍ: LA PENETRACIÓN DE LAS ÉLITES URBANAS EN EL MEDIO RURAL1 Reales and rahales of the andalusian Murcia: the penetration of the urban elites in the rural environment

RESUMEN En este trabajo hemos intentado reunir la información, fundamentalmente arqueológica y documental, relativa a la explotación y poblamiento aristocrático del alfoz urbano de la Murcia andalusí. Los bienes rústicos de la élite urbana de Murcia en época andalusí se distribuían por un territorio castral que comprendía dos paisajes bien diferenciados: la huerta en torno a la ciudad, irrigada por una red de acequias que tomaban sus aguas del río Segura; y el campo de secano que se extendía hasta el Mar Menor y el límite con Cartagena, ambos separados por una estrecha franja montañosa árida y poco poblada. En la huerta proliferaban las alquerías, pequeñas localidades habitadas por campesinos minifundistas, que alternaban con haciendas aristocráticas, los reales, más abundantes conforme nos acercamos al casco urbano. No están claras las características de estos, aunque parece que se trataba de fincas cercadas, de alto valor, que podían comprender huertos —tal vez con un especial derecho de aguas—, explotación ganadera y, en algunos casos, residencias. En el campo y en los contornos de la huerta, sin embargo, donde escaseaban las alquerías y desaparecían los reales, se hacían presentes los rahales, en los que predominaba la ganadería y los cultivos de secano, aunque también podían contar con áreas irrigadas. Los había aristocráticos e incluso pertenecientes al sultán, aunque mayoritariamente parecen haber pertenecido a ciudadanos poco destacados, a juzgar por el escaso valor de muchos de ellos. PALABRAS CLAVE Rahales | Reales | Almunias | Torres | Fincas de recreo | Explotaciones agrícolas | Al-Ándalus | Murcia ABSTRACT We have tried to gather information, fundamentally archaeological and documentary, concerning the exploitation and aristocratic settlement of the urban alfoz of Murcia during the andalusí period. The rustic properties of the urban elite of Murcia were scattered across a territory that included two well differentiated landscapes: the huerta around the city, irrigated by a network of channels that took their waters from the Segura River; and the dry land that stretched to the Mar Menor and the border with Cartagena, both separated by a narrow, arid and sparsely populated mountain strip. In the huerta proliferated the alquerías, small villages inhabited by small-scale farmers, that alternated with aristocratic estates, the reales, more abundant as we approached the urban area. The characteristics of these are not clear, although it seems that they were fenced, high-value farms, which could include orchards —perhaps with special water rights—, livestock exploitation and, in some cases, residences. In the countryside and in the contours of the huerta, however, where the alquerías were scarce and the reales disappeared, the rahales were present, in which livestock and rainfed crops predominated, although they could be provided with irrigated areas. There were aristocratic and even belonging to the sultan, although mostly they seem to have belonged to common citizens, judging by the low value of many of them. KEYWORDS Rahales | Reales | Almunias | Towers | Recreational estate | Landed properties | Al-Andalus | Murcia

389

1. Introducción Dedicaremos la primera parte del presente trabajo a ordenar y analizar la información documental, fundamentalmente la que proporciona el texto del Repartimiento, en relación con las propiedades fundiarias de origen andalusí denominadas como «reales» y «rahales», que tradicionalmente han sido examinadas de manera conjunta en la historiografía puesto que presentan bastantes rasgos comunes, aunque también algunas diferencias de las que también trataremos. Esta tarea se concretará en unas tablas comentadas cuya finalidad fundamental es la de sistematizar los datos con que contamos para facilitar su uso. Incluiremos también un apartado en el que se examinan las referencias documentales y arqueológicas a las «torres», dado que existen razones para pensar que con frecuencia, no siempre, estamos ante elementos que forman parte del tipo de propiedades que nos interesan, o bien incluso que se trata de realidades análogas. También trataremos las menciones, mucho más escasas, que se hacen a esta clase de bienes en los textos árabes sobre Murcia y en algunos posteriores a la conquista, a través de términos sinónimos como «almunia (munya)»2, bustān o, incluso, qaṣr y dār, estos dos últimos en relación a unas fincas áulicas muy concretas que también examinaremos a la luz de la arqueología. La segunda parte de esta contribución la dedicaremos a desarrollar una interpretación hipotética acerca del significado histórico de la presencia y proliferación de estas fincas. Para ello, abordaremos con cierto detalle el contexto económico y social en el que se encuadra y trataremos de demostrar que se trata de un fenómeno cargado de valor para entender el proceso histórico del que forma parte. Durante el periodo comprendido entre los siglos X y XIV, hasta la crisis demográfica provocada por las epidemias de peste negra, en la Europa occidental tuvo lugar un proceso de desarrollo demográfico, agrícola y económico en general, conocido en la historiografía como «la gran expansión», o como la «revolución co-

390

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

mercial» pues también se vio acompañado por un notable aumento de los intercambios mercantiles y de la producción para el mercado3, que, según Marc Bloch, tuvo consecuencias trascendentales en la civilización europea4. Se caracterizó principalmente por un considerable aumento de la población, por la expansión agrícola y por el incremento de las actividades comerciales. Estos aspectos generales se vieron acompañados por la extensión de las tierras de cultivo, un cierto progreso técnico aplicado tanto a la agricultura como al comercio, así como un notable crecimiento de la producción agrícola para el mercado5, que permitió alimentar a la creciente población. La expansión económica no fue exclusiva de la Europa cristiana, sino que también se extendió por el mundo musulmán, incluido al-Ándalus, aunque en general no ha venido siendo reconocida apropiadamente por razones seguramente historiográfica, pues, como decía Torres Balbás, «los historiadores suelen encerrarse para sus estudios en compartimentos estancos. Entre sus muchos rótulos figuran los de “occidentalistas” y “orientalistas”»6. En cualquier caso, el fenómeno necesariamente presentó algunas características peculiares en el mundo islámico a causa de las diferencias sociales, geoeconómicas y también derivadas del contexto político, pues no podemos olvidar que durante el periodo en cuestión al-Ándalus estuvo sometido a un estado permanente de amenaza y presión por parte de los reinos del norte, sujeto con frecuencia a duras exigencias económicas y en proceso de acelerada mengua territorial por conquista. Existen estudios que se han ocupado de diferentes aspectos de este complejo proceso en al-Ándalus; por ejemplo, del desarrollo comercial7; o del despegue demográfico8, generalmente atestiguado por el crecimiento de los núcleos urbanos en ausencia de otro tipo de documentación como los censos. No obstante, el asunto sobre el que se ha investigado de manera más intensa ha sido seguramente el de la expansión agrícola andalusí, equivalente a la europea de los siglos X-XIII, quizás algo más temprana, y caracterizada por

rasgos singulares: mientras que en la Europa cristiana se sustentó en el incremento de la mano de obra, la extensión de la superficie puesta en explotación, la rotación de cultivos y en un conjunto de mejoras técnicas que permitieron aumentar el rendimiento; en al-Ándalus, además del crecimiento demográfico y la colonización de nuevas tierras, también tuvo un papel muy destacado el desarrollo de grandes sistemas hidráulicos de regadío, puesto que la agricultura andalusí no se basaba exclusivamente en la tríada mediterránea (olivo, trigo y vid) sino también en un buen número de nuevas especies cultivables procedentes de las regiones monzónicas orientales9. Esta agricultura tendría un carácter primordialmente comercial, puesto que no estaría destinada de manera preferente al autoconsumo sino al aprovisionamiento de los mercados urbanos de unas medinas en proceso de eclosión. La expansión de este modelo económico a partir de época califal avanzada debió de contrastar con el que hasta entonces prodominaba en el medio rural andalusí, muy diferente del propio de la Europa feudal, constituido fundamentalmente por campesinos libres que cultivaban sus propias tierras, organizados en comunidades de origen clánico que residían en núcleos de población pequeños (alquerías), cuya producción tendía al autoabastecimiento y a evitar la formación de excedentes fácilmente almacenables y en consecuencia susceptibles de apropiación por parte del Estado. La concentración de la población en las ciudades andalusíes a lo largo del siglo XI y la consiguiente demanda de alimentos por parte de un número creciente de ciudadanos de todos los estamentos, debió de hacer muy lucrativa la agricultura orientada al mercado y, consecuentemente, revalorizar las tierras, especialmente las más ricas por su productividad y proximidad a los puntos de comercialización de los centros urbanos. Por consiguiente, no es de extrañar que también los habitantes más o menos acomodados de las medinas —desde la élite conformada por los gobernantes y sus allegados así como por los altos cargos de la administración, hasta los comerciantes e incluso los artesanos más prósperos—, se sintieran atraídos por el floreciente negocio agrícola e invirtieran en el mismo a diferentes niveles. Las maneras de acceder a la posesión de tierras para cualquiera de ellos se podían agrupar en dos, según acreditan las fuentes: la colonización de nuevas tierras o la apropiación de las de los campesinos de las alquerías. De esta manera, proliferaron unas haciendas que podríamos calificar como burguesas, en el sentido de que sus dueños eran habitantes de las ciudades que no residían en ellas de manera permanente. Al parecer, las había por casi todo

el territorio andalusí, incluidas áreas desfavorecidas y alejadas de las ciudades, aunque parecen haber sido relativamente más numerosas en los espacios más productivos y valiosos del entorno de los núcleos urbanos. Allí aparecían adyacentes a las propiedades de los campesinos, lo que llegó a ocasionar litigios, según se desprende del tratado de Ibn ‘Abdūn: El cadí debe ordenar a los habitantes de la ciudad que cada pueblo tenga un guarda jurado para impedir que las propiedades particulares sean tratadas como las comunes, porque los campesinos suelen mirar como propias las fincas de la gente de la ciudad10.

Podían ser muy diversas al igual que lo eran aquellos que las detentaban: desde el sultán hasta ciudadanos particulares. Cuando pertenecían a la élite más poderosa, en medio de las explotaciones agrícolas dispusieron de residencias solariegas dotadas con dependencias de aparato, y se rodearon de cercas torreadas como expresión hacia el exterior del carácter «oficial» de la residencia. Por el contrario, algunos cármenes de la Granada nazarí o rahales del campo murciano parecen haber sido extremadamente modestos, hasta el punto de que algunos de estos fueron rechazados como donación por los repobladores cristianos. Es probable que estas importantes diferencias cuantitativas; la diversidad de funciones de este tipo de propiedades (agrícolas, ganaderas, residenciales, protocolarias, re­ creativas); así como el amplio margen temporal de la documentación escrita que manejamos, sean las razones de que en los documentos árabes no exista unanimidad acerca de su denominación. Aunque genériricamente se les llamaba munya o bustān, términos que al parecer eran prácticamente sinónimos11, a veces aparecen identificadas como qaṣr (palacio); ŷanna (huerto o jardín); o dār (casa). Todas estas denominaciones se han detectado en las fuentes árabes sobre Murcia, aunque en el tercer cuarto del siglo XIII, momento en el que se redactan los sucesivos repartimientos que serán la base documental de nuestro trabajo, los términos más extendidos para referirse a estos bienes son los de «real» y «rahal» con sus diferentes variantes, lo mismo que sucede por estas fechas en otros territorios del Sarq al-Ándalus como los que hoy forman parte del País Valenciano. Estas entidades solariegas presentarían particularidades que fueron reconocidas por los conquistadores pues las distinguen de entre otras formas de dominio de la tierra; así por ejemplo, un decreto real de 1245 refiere los bienes que les habían sido concedidos a los valencianos «hortos, reallos, rafallos, alchareas, turres, vinnas, hereditates»12. Sin

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

391

embargo, a pesar de las abundantes menciones documentales, aún desconocemos la naturaleza exacta de las realidades socio-jurídicas a que hacían alusión estos términos, pues las diferencias semánticas no se han conservado en la actualidad ni existen fuentes escritas donde se especifiquen con claridad, además de que a veces son confundidos entre sí por los escribanos cristianos o con otros parecidos como molino (raḥā) o arrabal (rabaḍ). El conocimiento de estas realidades parece esencial para el análisis histórico de las formas de la propiedad de la tierra en al-Ándalus, como han puesto en evidencia los diferentes investigadores que han tratado este tema durante las últimas décadas y las polémicas que se han suscitado13. Pierre Guichard sostuvo en su tesis que, a diferencia de la qarya/alquería cuyas tierras y casas eran de varios propietarios, el rahal pertenecía a un solo individuo y correspondía con frecuencia a un dominio aristocrático que comprendía residencia de recreo y propiedad de renta. Influenciado por el parecido semántico de ambos términos y las frecuentes confusiones entre ambos en las fuentes cristianas, Guichard no distinguió entre «real» y «rahal», lo que fue puesto de manifiesto por M.ª Jesús Rubiera, quien determinó que el primer término derivaría de riyāḍ, que significa «jardín», y el segundo de raḥal, que significaría «aprisco», «majada» o «redil», establecimiento ganadero en definitiva, a partir de lo cual habría evolucionado un poco tendiendo a aplicarse a «casa de labor». Los reales, según Rubiera, serían mucho más valiosos que los rahales y el término «rahal» no ofrecería ninguna indicación sobre la forma de apropiación de la tierra sino tan solo la función ganadera de la entidad. Guichard admitió el diferente origen de las palabras pero rebatió la interpretación de «rahal» como explotación exclusivamente ganadera, concluyendo que ambos términos designarían a un mismo tipo de explotaciones agrícolas de carácter privado y aristocrático que albergaban edificios residenciales junto con las áreas de cultivo14. Se distinguirían en que los reales serían una forma de propiedad periurbana de las clases acomodadas, constituida por un jardín probablemente cercado, en la que predominaba el elemento residencial; mientras que los rahales o rafales corresponderían a fincas, también privadas, aunque situadas normalmente en la periferia de los espacios irrigados de las alquerías. Guichard desarrolló también dos criterios para distinguir real de rahal de acuerdo con la documentación disponible en el reino de Valencia: el primero, es que no se registra la donación de jovades15 en el interior de los reales, a diferencia de lo que sucede con los rahales, debido probablemente a

392

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

las dimensiones reducidas de aquellos; el segundo, que el término real aparece declinado en los documentos cristianos a diferencia de rahal, lo que podría deberse a una integración más temprana de aquel en el vocabulario latino.

2.

El alfoz de Murcia

En el análisis de los reales y rahales murcianos resulta fundamental atender a su distribución geográfica en el alfoz de Murcia y, de hecho, este ha sido un criterio esencial a la hora de clasificarlos, siguiendo por cierto la organización que igualmente presenta el texto del Repartmiento; por consiguientes, es necesario comenzar revisando sumariamente las características físicas y humanas de las diferentes comarcas que comprende el territorio en cuestión. El alfoz de Murcia coincidiría, aproximadamente, con lo que después se denominaría como término municipal, y comprendía tres ámbitos geoeconómicos bien diferenciados. En primer lugar, la huerta, en medio de la cual se levanta la ciudad; a mediodía, la línea montañosa que se extiende este a oeste, conformada por las sierras de Carrascoy, Cresta del Gallo, Altaona y Escalona, que conformaría el segundo ámbito; el tercero se situaba más al sur y estaba constituido por el campo, mayoritariamente de secano, que se extendía hasta el Mar Menor y el límite con el término de Cartagena. 2.1.

La huerta

Lo más destacado del alfoz murciano, que ha condicionado el paisaje y la historia socioeconómica de la ciudad desde época andalusí hasta nuestros días, es el complejo sistema agrícola y poblacional que se denomina huerta de Murcia y que se basa en el aprovechamiento intensivo del cauce del río Segura para regar la llanura aluvial en cuyo centro se sitúa l a capital, mediante una intrincada red jerarquizada de canales de irrigación y avenamiento (fig. 1). Está conformado, básicamente, por una presa de derivación en el cauce del río, la Contraparada, que eleva el nivel de las aguas hasta alcanzar la altura a la que arrancan las dos acequias mayores, una por cada margen. De esta manera se consigue ganar cota en origen, lo que luego permite irrigar una mayor extensión de superficie. La Contraparada está situada 7 km aguas arribas de Murcia, junto a la población de Javalí Nuevo, aprovechando un punto en que el río queda encajonado en un terreno rocoso. De ella arrancan con el mismo caudal las dos acequias mayores, llamadas Aljufía, la del

fig. 1 La huerta tradicional de Murcia; algunas acequias y azarbes son bajomedievales o de comienzos de época moderna; sin embargo, hemos intentado que solo aparezcan las alquerías documentadas en el momento de la conquista castellana. En rojo, hemos destacado algunos de los lugares y yacimientos de los que se habla en el presente texto.

margen norte, y Alquibla, la del sur; de ellas derivan de manera jerarquizada el resto de las numerosas acequias que distribuyen el agua por toda la huerta. Las Ordenanzas lo explican así: «El río divide la huerta en dos heredamientos generales, uno al lado del norte y otro al Mediodía; los cuales se subdividen en heredamientos particulares, que toman el nombre de las acequias de que se riegan»16. Las acequias mayores presentan características diferentes en relación a su trazado: la Aljufía no se aleja mucho del cauce del río y, dado que la ciudad de Murcia se situaba en la margen izquierda del río Segura, atraviesa de oeste a este el arrabal del Arrixaca irrigando los huertos y reales que allí se encontraban; la Alquibla describe un amplio arco por el sur al encuentro del delta interior que describe el Guadalentín en su desembocadura al valle del Segura. El agua sobrante de los riegos es recogida mediante unos canales de avenamiento denominados azarbes o landronas, que permiten irrigar con estos recursos las tierras situadas aguas debajo de Murcia. En

algunos puntos el caudal de las acequias era elevado mediante ingenios hidráulicos que permitían ampliar la superficie irrigada, como los cigüeñales y las norias o ruedas hidráulicas17, aunque las tierras así beneficiadas tenían un valor menor que aquellas que podían regarse directamente desde las tomas de las acequias. A pesar de que la huerta responde a un modelo productivo y social plenamente andalusí, algunos autores opinaron que su origen podría remontarse a época romana, pero esta hipótesis ha quedado firmemente desmentida en varias intervenciones arqueológicas18. Las referencias escritas más antiguas son árabes y proporcionan una información muy poco detallada, repetitiva y llena de tópicos, que además puede resultar ambigua en las escasas ocasiones en que desciende a detalles de interés. No obstante, es necesario examinarlas para extraer los indicios, fundamentalmente cronológicos, que puedan proporcionar. La mayor parte de los textos son de carácter geográfico, aunque también se pueden espigar menciones en algunas crónicas, y por lo general

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

393

hacen referencia de manera elogiosa a la fertilidad de la vega y a las posibilidades de riego que proporcionaban los ríos Segura y Guadalentín. La primera cita es de al-Rāzī (s. X) y es así de escueta: «E Tudemir es muy preciado lugar e de muy buenos árboles e toda su tierra rriegan de rríos, así como fazen en tierras de Promisión»19. Aunque la noticia aprovechable más antigua la proporciona al-‘Uḏrī (1003-1085) quien escribe: El río de Tudmīr posee norias que riegan la huertas de este territorio. El comienzo de la acequia que se toma del río está en Qanṭarat Aškāba (Alcantarilla). Esta acequia atraviesa las propiedades de los habitantes de la ciudad de Murcia hasta alcanzar el límite de la alquería de Ṭaws, perteneciente a la jurisdicción de Orihuela20.

De la referencia anterior se ha venido deduciendo que en el siglo XI solo existía una acequia madre, la Aljufía o del norte que efectivamente parece la más estrechamente vinculada a la ciudad por estar en la misma margen, y que la otra aún no se había excavado. Es muy probable que esta interpretación sea la acertada, aunque creemos que a partir del texto de al-‛Uḏrī no se puede tener completa certeza de tal conclusión, pues no dice explícitamente que solo haya una acequia y, por tanto, cabe la posibilidad de que sencillamente ignore la meridional. Al-Ḥimyarī (s. XIV-XV) ofrece una descripción detallada basándose en fuentes anteriores que desgraciadamente no podemos identificar apropiadamente ni, por consiguiente, datarlas: Un canal sale del río de Murcia en las proximidades de Qanṭarat Aškāba. Su primer tramo fue excavado en la montaña, de roca dura, la cual perforaron alrededor de una milla, y este canal es el que riega la zona sur de Murcia. Enfrente de esta perforación, en la montaña opuesta, hicieron otra mina, de unas dos millas de longitud, sacando, a través de ella, un segundo canal; este es el que riega la zona norte de Murcia. Ambos canales tienen respiraderos en lo alto de sus respectivas montañas, y aliviaderos que salen en dirección al río, mediante cuya apertura, y el descenso rápido del agua, los dos canales se limpian de todos los materiales de arrastre que se hayan acumulado en ellos. Todos los regadíos abastecidos desde el río de Murcia se derivan de estos dos canales, exceptuando los que se benefician de agua elevada mediante ruedas hidráulicas o de tracción animal. Entre el lugar de estas perforaciones y Murcia hay seis millas21.

Estos primeros tramos subterráneos de las acequias mayores, que en la actualidad no se conservan, sí existían al parecer en época andalusí pues existen tes-

394

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

timonios de los mismos, ya abandonados, en la documentación bajomedieval; al tramo de la Aljufía parece hacer referencia un texto de 1393, cuando se pensaba recuperar «una çequia que llaman de los Infiernos, que hace tiempo que por ella non viene el agua [...]» y en relación con la Alquibla se mencionan en 1503 «las lumbreras viejas» situadas aguas arriba del azud22. En época andalusí buena parte de la población del término murciano se hallaba diseminada por la huerta o agrupada en pequeños caseríos, las alquerías, que reunían a un número reducido de familias (fig. 1). Se registran en el Repartimiento unas 75 alquerías, de las que dependería como media una superficie de 523 tahúllas, unas 57,5 ha, de tierras de cultivo. José Antonio Manzano trató de establecer la relación de propietarios de seis de las alquerías (Albadel, Aljucer, Rabad Algidid, Benabía, Beniaján Algarbía y Benihuadah), lo que le permitió calcular en 80 la cifra media de propietarios por alquería y una suma de 480 habitantes para cada una; de todo ello se deduce una densidad demográfica de 8,5 habitantes por hectárea y una población total de 45.000 habitantes23. También estudió la estructura de la propiedad en esas alquerías, llegando a la conclusión de que no era igualitaria sino que se hallaba disparmente repartida: un 15% de los propietarios poseía el 50% del total de la tierra con explotaciones superiores a 1 ha (9 tahúllas); un 35% tenía parcelas de entre 3 y 9 tahúllas mientras que el 50% de los campesinos controlaba el 15% restante de la tierra con parcelas inferiores a 3 tahúllas. De la estructuración clánica de estos asentamientos que revela la toponimia y que parece lógico suponer en sus primeros momentos, nada quedaba en el siglo XIII, según mostró el trabajo de Manzano: no hay rastro de formas colectivas de propiedad y entre los hacendados de las alquerías con topónimo gentilicio apenas hay miembros que se puedan vincular a la familia epónima. Pierre Guichard observó que en la huerta de Valencia, en donde el poblamiento se organizaba de manera similar a como venimos describiendo, se daban también unas comunidades campesinas más amplias denominadas «aljamas» que agrupaban a varias alquerías en torno a una fortaleza que servía como lugar de defensa común24. En Murcia esta asociación no aparece bien definida, aunque es posible que pudiera existir algún tipo de conexión entre alquerías próximas, pues el texto del Repartimiento documenta que tres de estos núcleos de población, Benieza, Telalquivir y Benibarrira, compartían la mezquita aljama que se situaba en el último de los citados25. En las alquerías de la huerta, debido a la continuidad e intensidad en el poblamiento y a su explotación agrícola hasta nuestros días, así como probablemente a los

periódicos aportes de limos ocasionados por las riadas recurrentes que azotaron la vega del Segura hasta hace escasas décadas, prácticamente no disponemos de información arqueológica. 2.2.

La sierra y el piedemonte

Además de las tierras irrigadas a partir de las acequias, existían también en los sectores más perimetrales de la vega, en los pies de monte, áreas que se beneficiaban de las aguas procedentes de las ramblas, y que en el Libro del Repartimiento aparecen identificadas como tierras de «alfayt». Asín Palacios identificó la procedencia del topónimo valenciano Al-fait a partir del árabe al-fayd, que significa «la crecida, la inundación, el desbordamiento»26. Posteriormente Torres Fontes y Pocklington estudiaron las mencionadas referencias existentes en los textos murcianos y que permiten deducir que se regaba de alfait en tierras de Tiñosa27, Sangonera y en algún «rahal» del término murciano en el Campo de Cartagena28. El sistema de riego por boqueras, aprovechaba los aportes de escorrentía concentrada; es decir, aquellos que sumaban caudales considerables al proceder de precipitaciones importantes que circulaban por grandes ramblas y barrancos. Estos caudales se derivaban mediante presas que los conducían a una red de canales denominados boqueras, que se ramificaban igual que las acequias conformando en ocasiones redes muy complejas. Las aguas sobrantes tras el riego se devolvían a la rambla mediante cauces de avenamiento. Restos de una de esas presas han sido localizados en la rambla de Churra (fig. 2)29. Como se trataba de aportes irregulares e impredecibles, las aguas de las ramblas solo permitían una explotación limitada con fines agrícolas. Para superar estas dificultades, promotores con capacidad para realizar fuertes inversiones, en algunos casos incluso el propio emir, edificaron en el sector norte de la vega de Murcia grandes estanques que permitían el acopio del agua de las escorrentías con el fin de emplearla para regar cuando fuera preciso (figs. 3 y 4). Se trata, en definitiva, del mismo principio funcional por el que se construyen albercas de almacenamiento a la salida de algunas fuentes cuyo caudal es demasiado escaso para regar adecuadamente una determinada extensión de tierra pero que sí pueden llenar un pequeño embalse que concentra suficiente volumen de agua como para irrigar dichas tierras cuando se precisa. Los estanques murcianos se asocian a importantes almunias de carácter aristocrático, tal vez estatales aunque esto no se puede asegurar, como son las de Cabezo de Torres y Larache; y la del Castillejo de Monteagudo, induda-

fig. 2 La rambla de Churra y los restos de la presa. Imagen tomada de la Carta Arqueológica de la Región de Murcia.

blemente vinculada al emir Ibn Mardanīš 30. Cada uno de los depósitos debió de caer en desuso cuando se construyera una acequia cuya cota permitiera regar con mayor comodidad el terreno de cultivo correspondiente. Así pues, por orden cronológico, el primer albercón abandonado sería el del Castillejo, absorbido por la acequia de Zaraíche; el siguiente el de Cabezo de Torres, con motivo de la excavación de Churra la Vieja; y el último el de Larache, debido a la apertura de la acequia del Caracol que es un ramal de Churra la Vieja de la que arranca a la altura del Molino Armero. Dado que precisamente el gran estanque del Castillejo, siempre que aceptemos su vinculación con el palacio que lo señorea, es el que cuenta con una cronología más precisa, tanto por las fuentes escritas como por la arqueología, sabemos que este proceso no debió de iniciarse antes de finales del siglo XII. En las laderas de las estribaciones de la sierra que limita la vega por el sur, existen también fuentes, especialmente frecuentes en el tramo situado entre el Puerto de la Cadena y el santuario de la Virgen de la Fuensanta, que tradicionalmente han sido aprovechadas para el abastecimiento humano y para el riego. En el entorno del santuario antes citado existen unos restos que se han identificado con una torre, y en sus inmediaciones una serie de estructuras de carácter hidráulico31. Al este del convento de Santa Catalina se han hallado evidencias de edificios residenciales y balnearios que debieron de aprovechar el caudal de la fuente que allí existía y que alimentaba a una alberca existente a unos 800 del manantial, en el ángulo SE de la finca de la Estación

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

395

fig. 3 El área de Monteagudo y Cabezo de Torres con la situación de los diferentes embalses y almunias fortificadas de época andalusí.

fig. 4 Fotografía aérea del sector de la huerta que incluye el Castillo y Castillejo de Monteagudo y la almunia de Larache (año 1928). En azul hemos destacado los albercones y en verde el paleocauce de una rambla que se distingue en el parcelario.

396

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

Sericícola32. El estanque tiene una planta cuadrangular delimitada por muros de argamasa de 80 cm de espesor y unas dimensiones interiores de 9 x 13 m; inmediatos a la alberca por el sur perviven aún en superficie algunos restos murarios de argamasa de difícil identificación. Más al oeste, en el Puerto de la Cadena, en la rambla que discurre entre el castillo de la Asomada y los edificios del Portazgo, se conservan una serie de estructuras hidráulicas, seguramente asociadas a estos últimos edificios, que recogían los caudales de alguna fuente, los aportes de la rambla, o tal vez de ambos33. El poblamiento en estos sectores periféricos en relación a la huerta, parece haber estado conformado por rahales, como los que cita el Repartimiento en la zona de Sangonera, así como por pequeñas alquerías emplazadas en los áridos valles que atraviesan la sierra que separa la huerta del campo y en el piedemonte de esta línea montañosa hacia el campo34. Julio Navarro publicó algunos de estos datos procedentes de prospecciones relativos a varios de estos asentamientos35, concretamente los de Víllora, citado en el Repartimiento, El Congo, Lo Romo y El Pocico. Este último, además, fue posteriormente objeto de varias campañas de excavación36. Durante los años 1994 y 1995 se desarrolló una prospección arqueológica en el paso natural del Puerto de San Pedro, en donde se encuentran los yacimientos de El Pocico y Lo Romo37. Se trata de una zona de secano, entre las sierras de Altaona y Escalona, en el paso natural del Puerto de San Pedro. En un espacio prospectado de aproximadamente 8,5 x 5,5 km, es decir, unas 4.675 ha, se localizaron 18 asentamientos de época islámica que se abandonaron tras la conquista castellana. Es cierto que, salvo la alquería del Pocico, la mayoría parece haber estado constituida por caseríos de poca entidad, pero aun así, la densidad de población resulta sorprendente en un área semimontañosa, sin cursos de agua permanentes. Es evidente que, al margen de la buena situación en el paso natural del Puerto de San Pedro y de la explotación de los recursos ganaderos de la zona, debió de existir un aprovechamiento intensivo de los aportes estacionales de las ramblas y de las fuentes naturales para el cultivo en regadío de pequeñas huertas. 2.3.

El campo

El secano o campo de Murcia se sitúa al sur del término, más allá de la línea montañosa antes mencionada, y forma parte de la comarca natural denominada Campo de Cartagena38 (fig. 5). Se extiende por el sur hasta la rambla de Albujón, en donde comenzaba la jurisdicción de Cartagena. Aún en la actualidad, a pesar

del desarrollo experimentado a partir de fines del siglo XX, presenta una densidad de población muy inferior al resto del municipio, pues su extensión alcanza el 45,5% del término municipal de Murcia, mientras que su población representa solo el 2,5%. Esta circunstancia se explica en parte por circunstancias históricas, fundamentalmente por la inseguridad y consecuente despoblación sufrida durante la Baja Edad Media y buena parte de la Edad Moderna; pero también, y sobre todo, por la escasez de agua, que solo recientemente se ha paliado con el trasvase Tajo-Segura. Hidrográficamente no forma parte de la cuenca del río Segura, de la que la separan los montes citados, y las precipitaciones que aquí se producen las recogen una serie de ramblas que van a parar al Mar Menor. La escasez de recursos hídricos y la consecuente baja densidad de población también se daban en época andalusí, a juzgar por las referencias que se pueden extraer del Repartimiento que parecen probar que se trataba de un sector carente de regadío. Solo se aprovechaban para este fin los aportes irregulares de las ramblas, singularmente las que procedían de la sierra que lo separa de la huerta, que ofrecerían un riego precario a las fincas situadas al pie de los montes. Estos cauces permanecían habitualmente secos hasta que las precipitaciones tormentosas esporádicas les aportaban un súbito y cuantioso caudal que se desplazaba hasta el llano, donde finalizaba en los llamados derramadores. Así, por ejemplo, en 1266 se menciona una propiedad situada «do derrama la rambla que riega las labores de Mendigo», además de una alberca que serviría para acopiar esos caudales39. También consta la existencia, por una carta de Juan I datada en 1382, de aljibes, albercas y pozos «en que se recogen las aguas en el tiempo de las grandes lluvias» y que se atribuyen a «tienpo de moros»40. Entonces se utilizaban para abastecer a los rebaños y a los pastores que trashumaban por la zona, lo que no significa que su finalidad original fuera esa; cabe la posibilidad de que en época andalusí las albercas se emplearan para uso agrícola. Dos de estos sistemas hidráulicos de captación y distribución de aguas de avenida, localizados en las ramblas del Ciprés, en la parte oriental, y de Corvera, en el extremo occidental, además de un pequeño azud-boquera de riego cerca de la Casa La Torrica, se documentaron durante la prospección del área destinada al nuevo aeropuerto de la Región de Murcia41. El tipo de propiedad predominante aquí en época musulmana eran los rahales, según veremos más adelante. Una de las pocas evidencias arqueológicas con que contamos del poblamiento campesino en el sector central del campo, en el que predominarían las explotacio-

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

397

fig. 5 Toponimia árabe del Campo de Cartagena a partir de las fuentes castellanas (Pocklington, 1986). La mitad norte, a partir de la divisoria de la rambla de Albujón, constituye el campo de Murcia.

nes de secano y la ganadería, es el campo de silos de la Casa Fontes de Torre Pacheco42. Según su excavador, la fundación del asentamiento islámico, que estaría situado al norte del campo de silos, debió de tener lugar a fines del siglo IX o principios del siglo X. En la primera mitad del siglo XI, quizás en relación con los disturbios asociados a la fitna, se produjo una ocultación en la que sobresalen los objetos de hierro: una espada, dos azuelas, un posible bocado de caballo. El yacimiento se desarrollará durante los siglos siguientes abandonándose, probablemente, tras el aplastamiento de la rebelión mudéjar de 1264-66. Las Marimoras es otra estación arqueológica de similares características que la anterior, a juzgar por la escasa información de que disponemos43. También en Los Villares, en la pedanía de Baños y Mendigo, se documentó un campo de silos que se remonta a los siglos IX o X y que fue amortizado a fines del periodo andalusí, cuando sobre él se construyeron viviendas de carácter rural44. Las prospecciones llevadas a cabo en el sector septentrional del campo han permitido documentar el abandono de las villae romanas que articulaban el poblamiento y la agricultura y el desplazamiento del poblamiento hacia el pie de la sierra en época is-

398

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

lámica, como sucede con el conjunto de asentamientos del residencial Mosa Trajectum o con el poblado islámico de Los Villares, situados en zonas próximas a las vertientes naturales de escorrentía del monte. No hay constancia de la reocupación de los asentamientos romanos ni de sus sistemas de captación de agua de arroyada, aunque sí del aprovechamiento en época andalusí del riego de crecida en áreas próximas como Tiñosa e incluso en el campo, al pie de la sierra45. Uno de estos sería la alquería de Alachah, situada entre el camino de Mendigol y el de Murcia, que fue adquirida antes de 1256, con autorización del rey de los musulmanes, por una vecina de Cartagena llamada doña Seguina, quien la dejó a su muerte a la Iglesia46. También en Los Villares, en la pedanía de Baños y Mendigo, se documentó un campo de silos que se remonta a los siglos IX o X y que fue amortizado a fines del periodo andalusí, cuando sobre él se construyeron viviendas de carácter rural47. 2.4.

El reparto tras la conquista cristiana

La colonización cristiana del alfoz murciano que tuvo lugar a mediados del siglo XIII se llevó a cabo

mediante el procedimiento de despojar a sus antiguos poseedores y distribuir las tierras entre los recién llegados por medio de una serie de repartos que comenzaron en 1257 y finalizaron en 1272, de manera que los mudéjares que no se exiliaron se convirtieron en jornaleros o aparceros. La nueva implantación deshizo la organización andalusí del trabajo y del poblamiento de la huerta pues eliminó la base que la sustentaba, la propiedad de la tierra, sustituyendo el modelo previo por otro diferente48. Después de unos repartos de tierra puntuales efectuados en 1257 por Alfonso X y en 1266 por Jaime I, este mismo año el rey castellano partió la huerta y el campo de Murcia entre musulmanes y cristianos mediante una divisoria que reservaba la mitad occidental a los primeros y la oriental a los segundos. No obstante, la parte de los musulmanes se despobló rápidamente y fue repartida en 127249. Previamente se había efectuado el reparto de la mitad ajudicada a los cristianos, solicitada por el concejo de Murcia a Alfonso X en 1268. El texto que recoge el reparto de las tierras entre los repobladores tras la conquista castellana, el Repartimiento, constituye un documento esencial para el conocimiento de la huerta de Murcia en el siglo XIII, no solo para el estudio de la nueva sociedad que genera el documento sino también, de manera indirecta, sobre la propiedad y el poblamiento de la sociedad conquistada. El reparto se llevó a cabo mediante dos fórmulas esenciales: los donadíos reales a los miembros más destacados de la nueva sociedad, que representan el 25% del total de la tierra, y la heredad en forma de lotes, distribuidos por sorteo, cuyo valor dependía de la categoría social de los individuos. A pesar de que la intención de Alfonso X al realizar el reparto fue evitar la formación de grandes propiedades, como ha demostrado Manzano, se puede afirmar que acabó suponiendo una concentración de la propiedad rústica50. El texto que recoge el reparto de las tierras entre los repobladores tras la conquista castellana constituye, por tanto, un documento esencial para el conocimiento de la huerta de Murcia en el siglo XIII51. El Repartimiento es una fuente de información muy valiosa, no solo para el estudio de la nueva sociedad que genera el documento sino también, de manera indirecta, sobre la propiedad y el poblamiento de la sociedad conquistada y en trance de desaparición. La unidad de superficie utilizada en el Repartimiento de la huerta es la tahúlla, medida de origen musulmán que aún hoy se utiliza en Murcia y que equivale a 1.110 m2 o, lo que es igual, 0,11 ha. Gracias al Repartimiento sabemos que la extensión total de la huerta de Murcia a mediados del siglo XIII ascendía a unas

49.000 tahúllas o, lo que es igual, unas 5.390 ha. Uno de los aspectos más interesantes es la conversión sistemática de las superficies de tierra en alfabas y sus correspondientes submúltiplos, unidad de valor típica y exclusiva de la huerta de Murcia, que evaluaba la apreciación económica de la tierra teniendo en cuenta variables como el riego, la ubicación o las características edafológicas del suelo: «porque es tierra arenisca» dice en una ocasión52. El método no tenía origen entre los repobladores, sino en la población andalusí, por ello para la partición era necesario contar con el asesoramiento de «el moro sogueiador et sabidor de alffaba»; de hecho, los partidores mayores delegan las tareas de distribución en conversos como Lorenzo Abenhud. Los trabajos de agrimensura sobre el terreno eran efectuados por sogueadores cristianos o musulmanes, pero se recurría a moros para dirimir pleitos sobre propiedades por su conocimiento de la realidad agraria precedente53. Según Steiger, el término «alfaba» procedería del árabe h’abba y eneste caso sería la unidad de medida apliacada al volumen de agua que se adjudicaba en un tiempo dado a una determinada porción de terreno54. Si este era efectivamente su significado original, a la llegada de los castellanos esa unidad de medida propia de las tierras irrigadas habría devenido un valor en renta que con fines fiscales servía para establecer los registros del «azimen de los moros», o libro de cuentas en el que se señalaba la contribución que debían pagar los dueños de tierras y casas, renta que era variable según el valor de cada propiedad55. Es por ello que Alfonso X pudo hacer donación a caballeros castellanos de ciertas heredades en Aljufía ocupadas por mudéjares que debían pagarles los derechos de propiedad y las rentas que correspondían a la realeza: «agora diremos los donadíos que el rey dio en renda de alfaba en los heredamientos que los moros an en Aljouff, que secundan a los herederos con los drechos et con las rendas que el rey deuia auer»56. Dado que a mediados del siglo XIII la alfaba ya no medía un caudal de agua sino un valor de renta, en el Repartimiento no solo la huerta, sino también el albar con sus tres formas de riego (alfayt o crecida, noria y algaidones) e incluso el monte, se valoraban en alfabas, y los dos primeros se medían en tahúllas. Incluso a las casas y a los parrales, estuvieran estos fuera o dentro de las viviendas, se les aplicaba el valor en alfabas. A diferencia de la huerta, el campo de Murcia se entregó por rahales o bien se midió y valoró en yugadas a año y vez; unidad de medida que traían consigo los conquistadores castellanos, cuya unidad es igual a 50 fanegas de tierra de 500 estadales, es decir, 32,298 hectáreas57.

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

399

Antes de la conquista, el ingreso de los impuestos consignados en el azimen lo efectuaban unos recaudadores que, ayudados por los jefes de las alquerías o de los distritos, cobraban in situ y entregaban al fisco las cantidades correspondientes. A ellos se refería Ibn ‘Abdūn cuando exigía del cadí que asegurara la vigilancia muy estricta de los calculadores y recaudadores58. Las tierras regadas con agua del Segura pagaban el almagrán, que según Torres Fontes y Pocklington equivaldría a lo que después se denominó acequiaje; de este impuesto estaban exentas las propiedades de secano y las que se irrigaban solo con las aguas procedentes de las crecidas de las ramblas, es decir, las tierras de alfayt 59.

3.

Rahales

A pesar de las incertidumbres existentes, parece fuera de duda que los rahales antes de la conquista cristiana eran bienes de personajes acomodados de las ciudades, sobre todo de las mayores como Murcia, Valencia y Orihuela, pero también de otras menores como Gandía, Alcira, Játiva, etc. Aunque la presencia generalizada de rahales se asocia al Sarq al-Ándalus y las Baleares, también los había en el resto de al-Ándalus. Así, por ejemplo, en la Marca Superior abundaban las propiedades denominadas «almunia» pero también las que eran designadas como «rahal», pues Ph. Sénac ha localizado 17 en la actual provincia de Huesca; de hecho, este autor considera que ambos términos se refieren a realidades análogas, de acuerdo con la documentación latina y los datos de la toponimia que maneja60. A diferencia de las alquerías, cuyas tierras y casas pertenecen a diferentes individuos y se les designa mediante un topónimo, eventualmente de carácter gentilicio y encabezado por el prefijo Beni-, el rahal es normalmente un dominio privado que pertenece a un solo dueño ya que en numerosos casos se le designa con el nombre de este (Rahal Abinferro, Rafal Avenjacob, Raal Abinhalifa...)61. En Sicilia, por ejemplo, los rahales tras la conquista normanda mantuvieron el estilo árabe de denominarse mediante un antropónimo, como Rahalstephani, Rahalgermani, Rahalnicola, etc62. Pierre Guichard sostuvo que el análisis toponímico de reales y rahales demuestra que, mientras los primeros suelen llevar nombre propios de personajes concretos, los segundos son designados con frecuencia mediante nombres que evocan un título o una función pública (rahal al-wazīr, rahal al-qāḍī, rahal al-mušrif), a veces acompañados por el nombre propio de un personaje determinado, por ejemplo rahal del alcaid Alpich.

400

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

Por tanto, a partir de las dos grandes especificidades de los rahales que revelan las fuentes documentales, a saber, la frecuente relación que observan con las funciones del aparato del Islam y su marginalidad geográfica, propone Guichard la hipótesis de que se trataría de tierras del dominio público, otorgadas por el Estado a dignatarios, altos funcionarios y jefes del ejército, de manera en principio temporal63. En el Repartimiento de Murcia se consignan numerosos «rahales» o «rafales». La mayor parte de ellos se situaban en la comarca del campo de Cartagena, en donde, además, parecen haber constituido la forma más extendida de dominio territorial. Por el contrario, los que estaban emplazados en la vega del SeguraGuadalentín, además de ser mucho menos numerosos, constituían un elemento secundario y periférico en la ocupación del suelo en comparación con las alquerías. Dado que esta distribución espacial parece significativa, los examinaremos por separado, comenzando por los segundos. 3.1.

Rahales en la periferia de la huerta

Como podemos apreciar en el Cuadro 1, sorprende la mención única en todo el texto del Repartimiento de un rahal que estaría situado en Almunia-Alhualeja, es decir, en un sector de la huerta que lindaba con el arrabal del Arrixaca de Murcia por el suroeste y que corresponde a la actual pedanía de la Arboleja «a tiniente de las eras, cayo por suerte a Bernat de Sanz de Mora, en que a vii ataffullas con el rahal de las casas, que son ii alfabas»64. Teniendo en cuenta el carácter excepcional de esta cita y la relativa frecuencia con que los escribanos confundían algunos términos de origen árabe, creemos que es probable que aquí se esté designando a un «real», de los muchos que efectivamente ocupaban el cinturón cultivado de la ciudad. Un ejemplo de confusión a la inversa lo hallamos en la página 187 del Repartimiento, en donde se menciona el «real de Garçia Ordonnez» que es en realidad el Rahal de Alffaquim, compartido por ese poblador y otro propietario65. Por lo demás, todos los rahales de la huerta de Murcia menos uno, el Raffal Abenayzam situado al sureste de la misma, se concentran en el sector suroccidental de la misma, lindando con Librilla por el oeste, la sierra de Carrascoy por el sur y el río Guadalentín por el sur; el límite oriental parecen haber sido las tierras de las alquerías de Nubla y Beniçabel. El texto del Repartimiento identifica individualmente a 7 rahales en este sector, a otros 2 se refiere como rahalejos dentro del monte y en varias entradas hace mención a

Cuadro 1. Rahales de la vega del Segura-Guadalentín nombre

1. rahal de las casas (p. 161) 2. Rahal de Alffaquim (pp. 183, 184, 225 y 232)

ubicación

propietario musulmán

características

Bernat de Sanz de Mora

Almunia, Alhualeja

Mauriellos, allende de la cequia de Sangonera, cerca la sierra

beneficiario

Alffaquim

Garçia Ordonnez Guillem Ruffa Berenguer Maçana y Tomás Çasala

En él concedieron, al primero, 160 tahúllas que son 20 alfabas; al segundo 3 alfabas. Al tercero y cuarto dieron el rahal, que comprende 165 tahúllas que son 20 alfabas. Es todo de alvar «era lexos et no lo quería otro ninguno tomar» (p. 232)

Entre el término de Librilla, Nubla, la acequia de Sangonera y el monte

Çer Simon (p. 184) Jacobo de Luca y Aldemar Raqui (pp. 184 y 185, 225) Bernalt de Claran (p. 233)

Al primero, 101 tahúllas. A los otros dos 243 tahullas + 30 de mejoramiento. Al último dieron 90 tahúllas que son 10 alfabas. Constaba de una torre blanca, una torre menor, casas, viña, molino, árboles

4. Rahal del Alforra (p. 234)

Lindaba con el monte, el rahal de Sanz de Mora y el río de Sangonera

Lorengo Ruffa

Se le dio el rahal entero, sin cuantificar, por cambio de otro que tenía en el campo de Cartagena

5. rafal que fue del Alguagir (p. 239)

Sangonera

el alguagir

Bernalt Fabre

6. rafal que fue de Alcorretyn (p. 241)

Cerca del camino mayor de Sangonera

Alcorretyn

Johan Garçia, escriuano del Rey

Entregado sin cuantificar

7. Rahal Axuet

Cerca de la heredad de Aldemar Raqui

Ponz Carbonel

En él, le concedieron 45 tahúllas que son 5 alfabas

8. rahal que es cerca del monte (p. 232)

Sangonera

Guillem Maçana

En él recibió 7 alfabas. Está lejos

9. rahal que es sobre Rahal Axarqui (p. 225)

Cerca de Rahal Axarqí

San de Mora

90 tahúllas que son 7 alfabas

10. dos rahalejos (p. 234)

«dentro en el monte»

11. otros rahales (p. 219)

Cerca de Rahal Axarqí

Se riegan de la acequia de Sangonera

12. otros rahales (p. 219)

Cerca de Rahal Axarqí

No tienen riego

13. los arahales de Sangonera (pp. 232, 239-241)

Lindan con Beniçabel, con el rio de Sangonera, con el monte y con el término de Librilla

14. Raffal Abenayçam (pp. 6-17, 93, 110, 137, 138, 158)

El Raal?, Beniaján?

3. Rahal Axarqui (pp. 184, 185, 194, 198, 199, 225, y 233)

Azeque de Benayza y Ahyel d’Albedu

Ibn ‘Isâm, raîs de Orihuela?

«otros rahales» o a los «arahales de Sangonera». Estos últimos fueron entregados a 72 labradores, también anónimos en este texto, que debieron de repartírselos entre ellos aunque no se ha conservado constancia documental: «Diemos por mandado del Rey a lxxii labradores todos los aluares que fincaron de las particiones del campo de Sangonera, con los rafales que y son, sacado el rafal que fue del Alguagir, que dieron

Johan Sanz

72 labradores

Son de alvar

59 propietarios

Contaba con 537 tahúllas que son 110 alfabas. Se distribuyó en lotes bastante parejos, mayoritariamente de entre 5 y 12 tahúllas y entre 1 y 3 alfabas

a Bernalt Fabre»66. De dos de los siete individualizados no nos consta topónimo y solo sabemos que uno era «cerca del monte» y otro «sobre Rahal Axarquí». Otros cuatro, Alffaquim (al-faqīh), Alforra (al-ḥurra), Alguagir (al-wazīr) y Alcorretyn, se identifican con el nombre de su poseedor en época musulmana, los tres primeros hacen mención a un cargo o posición social, por lo que podrían avalar la propuesta de Guichard

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

401

acerca del carácter estatal de estas fincas, al igual que el Rahal Axarquí, denominado mediante un auténtico topónimo que refiere una característica propia, su ubicación oriental, nombre que permanecería en el tiempo con independencia de su pertenencia temporal a tal o cual propietario67. Explica Torres Fontes que, al verificarse el reparto, los partidores adjudicaron los rahales sin llegar a una medición del terreno, bien en su totalidad bien a un grupo de pobladores para repartir entre ellos, basándose en el valor en renta de la finca en alfabas68. Esta afirmación no es exacta pues como vemos, tanto el rahal de Alffaquim, que tenía una extensión de 165 tahúllas de alvar equivalente a 20 alfabas; como el Rahal Axarquí, con 300 tahúllas igualmente de alvar que eran 60 alfabas, se midieron y valoraron. De los otros, efectivamente, no consta medida, con la excepción del Raffal Abenayzam, aunque este presenta unas peculiaridades de las que nos ocuparemos a continuación. La razón creemos que es la siguiente: los rahales del sector suroccidental de la huerta eran todos de secano o regados con las aguas ocasionales del Guadalentín mediante la acequia de Sangonera69; estos últimos se contaban en alfabas pero quedaban fuera de esta valoración los rahales que eran por entero de secano. Así ha de entenderse la referencia, en relación al Rahal Axarquí, de «c alffabas de aluar, que se riegan de Sangonera et sin los otros rahales, que non an riego, nin se cuenta por alffaba»70. Esta cita demuestra también que hemos de ser prudentes con los datos que ofrece el Repartimiento pues aunque los términos que generalmente emplea son «alvar» para secano y «alfayt» para los regados por boqueras; a veces, como sucede en este caso, se habla de tierra de «alvar que se riegan de Sangonera». Aparte de la extensión de algunos de esos rahales y la evidencia de que las tierras que los componían eran de secano o de alfayt, apenas tenemos otras informaciones acerca de ellos, con la excepción del Rahal Axarquí, del que el Repartimiento nos proporciona algunos pormenores. Entre ellos algunas referencias que lo sitúan entre Librilla y Nubla, así como la existencia en él de un molino, todo lo cual podría coincidir con el lugar actualmente denominado Molino de la Vereda, pedanía de Sangonera. De hecho, a 3,5 km al sur de dicha localidad, justo en las estribaciones de la sierra de Carrascoy, se encuentra el yacimiento arqueológico andalusí no excavado de Los Palacios, situado en el límite del término municipal murciano, del que se distingue en superficie una gran estructura rectangular cuyo lado corto alcanzaría aproximadamente los 70 m, en la que se inscriben unos muros que se cortan en el centro,

402

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

fig. 6 Restos arqueológicos del yacimiento de Los Palacios, entre los términos municipales de Murcia y Alhama (González Cavero, 2013).

definiendo, probablemente, un jardín de crucero (fig. 6). Estaríamos, por tanto, ante los restos de un edificio que parece de carácter áulico y de origen estatal, tanto por sus dimensiones como por el modelo arquitectónico del crucero, asociado recurrentemente en la Edad Media a la representación del poder. No tenemos la seguridad de que se trate efectivamente de los restos de la rica vivienda principal de la finca conocida en el siglo XIII como Rahal Axarquí, aunque es muy probable que así sea teniendo en cuenta las coincidencias entre su ubicación y las referencias a la misma que se desprenden de los textos; en cualquier caso, esta identificación podría ser confirmada en un futuro mediante la arqueología71. Consta que la finca del Rahal Axarquí alcanzaba la considerable extensión de 474 tahúllas (53 ha), total o parcialmente irrigadas ocasionalmente de alfayt como antes decíamos. Además de su extensión, el Repartimiento nos ofrece algunos datos acerca de sus características, pues sabemos que a çer Simon le dieron la torre blanca que allí estaba, con las casas primeras que había junto a ella y una viña hacia la parte de Nubla. A Jacobo de Luca y Aldemar Raqui dieron en este mismo rahal, pero hacia la parte de Librilla, una torre menor

con casas, un trozo de viña y 240 tahúllas a las que luego sumaron otras 30, además: [...] dieron el rahal et la torre del molino que es en su heredat, porque es logar a que non uiene ninguno moler porque es lexos si non los de rahal Axarqui. Et porque se puedan emparar en ellas si mester fuere, pero ay tal pleyto, que si algunos uiniessen moler al molino que aya el Rey su drecho. Et depuis porque fallaron que este molino non auia agua et era lexos que le seria gran cuesta si fazer quisiesse, demosielo franc72.

Por tanto, además de las tierras, constaba de dos torres, varias casas y un molino. Curiosamente, también parece haber contado con un rahal, pues así parece desprenderse de la referencia al comienzo de la cita anterior y su contexto. ¿Cómo puede entenderse la existencia de un rahal dentro de otro?, no tenemos certeza, aunque cabe la posibilidad de que «Rahal Axarquí» en el Repartimiento designe en realidad un pago, un lugar, pero no un rahal propiamente dicho, y que ese nombre tenga su origen en una realidad anterior al siglo XIII, un verdadero rahal del que solo quedaría el topónimo. Algo parecido a lo que sucedió en Raffal Abenayzam, según veremos a continuación. El Raffal Abenayzam, a diferencia de los anteriores, no se hallaba en Sangonera sino en algún punto del sector oriental de la huerta de Murcia. Torres Fontes lo sitúa tentativamente en la actual pedanía de Beniaján, a pesar de que reconoce que filológicamente no existe coincidencia en los topónimos73; mientras que R. Pocklington lo identifica con la población de El Raal, propuesta que creemos más convincente. También se confunde el profesor Torres Fontes cuando afirma que no formó cuadrilla74, que es la manera en que se partieron los heredamientos de las alquerías para evitar la concentración de la propiedad, pues en el texto de la tercera partición se recoge explícitamente la pequeña «Cuadrilla de Abenaizan», formada por tan solo 8 herederos, todos ellos peones medianos75. Además de estos, recibieron tierras en Raffal Abenayzam otros 52 pobladores pertenecientes a diferentes cuadrillas, registrados uno a uno en el Repartimiento. El total de lo repartido sumaba 537 tahúllas, que eran 111 alfabas, distribuidas en lotes bastante parejos, mayoritariamente de entre 5 y 12 tahúllas y de entre 1 y 3 alfabas, con la excepción del que se le entregó a Maestre Rufi, que ascendía a 30 tahúllas equivalentes a 8 alfabas menos cuarta. La extensión, por tanto, de Raffal Abenayçam era muy superior a la del resto de rahales de la huerta de Murcia pues, como hemos visto, superaba la de Rahal Axarqí, el mayor de ellos con 474 tahúllas; y

sin embargo coincidía casi exactamente con la superficie media de las alquerías huertanas, que era de 523 tahúllas (57,5 ha)76. El valor de la tierra en Raffal Abenayzam era de aproximadamente 4 tahúllas por alfaba, lo que no se puede interpretar como «tierras bastante mediocres, quizás irrigadas de forma irregular» como sostiene Guichard77, sino más bien al contrario; aunque no es posible establecer una correspondencia exacta entre las características del terreno y su valor en alfabas dado que se tenían en cuenta múltiples factores además de la disponibilidad de riego, como la naturaleza del suelo o la distancia a la capital, el valor señalado indica que eran tierras irrigadas y apreciadas. Así por ejemplo, a Domingo Monzón se le asignaron 20 tahúllas, las de regadío a razón de 4 tahúllas por alfaba y las de secano a razón de 8 tahúllas por alfaba78, mientras que Bonauia tenía en Alhuasta 4 tahúllas que son 1 alfaba79; en el entorno de la capital aumentaba la valoración de la tahúlla y así, en Caravija, 4 tahúllas eran 1 alfaba y media80; en comparación, las tierras del Rahal de Alffaquim, que como vimos eran de secano y estaban lejos, se tasaban en 8 tahúllas por alfaba. Además, el hecho de que en las numerosas entradas del Repartimiento en las que se consignan lotes del Rahal de Alffaquim no se especifique en ningún caso que se trata de tierras de alvar o de alfayt, o que tengan cualquier otra limitación en cuanto al riego, es una prueba de que no existía tal. Es decir, que las tierras de Raffal Abenayzam se asemejan mucho más, en cuanto a valor y características, a las de las alquerías que a las de los rahales. Resumiendo, la entidad territorial llamada Raffal Abenayçam excedía el tamaño habitual de los rahales, pues casi doblaba el del mayor de los conocidos en la huerta de Murcia, mientras que su extensión convenía con la de las alquerías; no estaba conformado por tierras de secano o de alvar, a diferencia del resto de los rahales, sino exclusivamente por tierras de regadío, al igual que las alquerías; fue repartido mediante lotes divididos en tahúllas y alfabas, como era lo normal en las alquerías y poco frecuente en los rahales y, además, formó cuadrilla de pobladores tal y como sucedía con las alquerías de la huerta. Por consiguiente, creemos que en realidad estamos ante una alquería que solo conserva en su topónimo el término «rahal» en recuerdo de una realidad anterior a la que llegó a la conquista castellana. La situación periférica de este pago, situado en la cola del sistema de regadío de la huerta murciana, avalaría esta hipótesis, puesto que parece indudable que debió de ser uno de los últimos sectores a los que se extendió el regadío. Se trata, en efecto, de una zona

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

403

de almarjales que solo pudo ponerse en cultivo una vez que estos se desecaron, a lo largo de un proceso que se intensificó durante los siglos XVI y XVIII; en 1452, tras la destrucción de la «Contraparada», el concejo murciano acordó para repararla recaudar un florín por domicilio en la huerta, si bien en el pago de El Raal, encharcado permanentemente, solo cotizó dos maravedís por tahúlla81. Este emplazamiento es muy parecido al de algunos rahales de Valencia, por ejemplo en Bairén o en Borriana, en este último caso, los siete rahales documentados en 1233 se hallan principalmente situados en una zona semi-pantanosa, a ambas orillas de la desembocadura del Riu Sec82. En El Raal, además, existen dos parajes ligeramente elevados, muy próximos al pueblo, que por esa causa no se pueden regar y siguen denominándose El Secano83. Creemos, por consiguiente, que estamos ante un rahal que se fundó sobre tierras poco apreciadas, de secano y rodeadas de almarjales, hasta que en un momento incierto, pero lógicamente algunas décadas anterior a la conquista castellana, se puso en regadío tras desecarse el terreno mediante la prolongación del Azarbe Mayor del norte y excavarse la acequia de Raal Viejo, que prolonga la de Benefiar en la cola de la acequia madre de Aljufía, de manera que el antiguo rahal se convirtió en alquería aunque manteniendo el topónimo previo, seguramente para distinguirla de la alquería de Benayçam, muy cerca de este lugar pero ya en el término de Orihuela84. En la Baja Edad Media, la conservación del segundo elemento del nombre, «Abenayçam», era innecesaria puesto que no pervivió ningún otro topónimo derivado de rahal en todo el término municipal, de manera que finalmente restó el topónimo actual de El Raal85. Por último, la prueba de que en el momento de la conquista Raffal Abenayçam era una alquería es que así aparece expresamente reflejado en el texto de la Cuarta Partición, en donde se enumeran «las alquerias que fueron de la iglesia: Benymongeyt, Raffal Abenayçam, Alffandani, Beninaia, Benialffayg y Benicomay», que sumaban 4.720 tahúllas (985 alfabas) de regadío «con mucha terra que se aermo por almargal», es decir, que había vuelto a inundarse86. Por consiguiente, Raffal Abenayçam no puede servirnos como ejemplo de «rahal» porque en el momento del Repartimiento ya no lo era, aunque sí nos puede avisar de la posibilidad de que algunas de estas entidades devinieran alquerías al cambiar las condiciones en la explotación del suelo, en este caso la extensión del regadío, con las transformaciones en el sistema de tenencia y explotación que ello conllevaría, lo que abre nuevas líneas de estudio. Existen indicios que permiten pensar que esto mismo

404

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

sucedió en otros puntos de al-Ándalus; por ejemplo, cerca de Toledo se hallaba la Munyat Faŷŷ al-Bušra, en donde fue enterrada una de las esposas de ‘Abd alRaḥmān II; cuando Muḥammad sucedió a su padre eximió a los habitantes de ese lugar del pago de los impuestos extralegales a cambio de que se ocupasen del mantenimiento de la tumba de la favorita que le había cuidado de niño87. Esta noticia parece indicar que, en esa altura, Munyat Faŷŷ al-Bušra era una localidad habitada por campesinos y no la finca perteneciente a algún aristócrata. El nombre original de la alquería y del rahal derivaría de Banī ‘Iṣām, antropónimo citado por Ḥāzim al-Qarṭāŷannī y por su comentador al-Šarīf al-Garnāṭī, que figura en diferentes documentos castellanos de los siglos XIII-XIV como Benayçam o Beniaçam. Según Robert Pocklington, serían posesiones en su momento de la familia de Abū Ŷa‘far Ibn ‘Iṣām, fundador de la Wizāra ‘Iṣāmīya o consejo de hombres sabios que gobernó el estado independiente de Orihuela entre los años de 1239-6688. Por tanto, estaríamos ante una gran propiedad esencialmente agrícola, seguramente periférica en relación con las áreas más ricas, y perteneciente a la aristocracia urbana; cuyo origen habría que situar bastante antes de mediados del siglo XIII si la evolución que hemos propuesto resulta correcta. 3.2.

Rahales del campo

A partir de 1266 el campo quedó dividido, al igual que la huerta, en dos jurisdicciones: la oriental de los cristianos y la occidental para los musulmanes; los trámites para la partición se iniciaron en 126889 y en 1272 se repartió también la mitad que había quedado para los mudéjares debido a su despoblación90. No obstante, antes de la sublevación mudéjar de 1264, algunos cristianos obtuvieron haciendas en el campo, normalmente en régimen de donadío, que por tanto corresponderían a algunas de las mejores propiedades de la zona, aunque estos no figuran en el Repartimiento y solo nos queda constancia documental de unos pocos91. Por esta razón, debemos ser precavidos con el panorama que se desprende del análisis de los datos que ofrece el Repartimiento, pues presentan un cierto sesgo toda vez que están ausentes algunos de los rahales más favorecidos. Si en la huerta los rahales eran proporcionalmente minoritarios, en el campo sucedía todo lo contrario, de tal manera que el texto de la partición se encabeza diciendo «Esta es la partiçion de los rahales del campo de Cartagena [...]»92. Entre el Repartimiento y algún otro documento, hemos identificado más de un cen-

tenar de rahales, algunos de ellos anónimos, con los que hemos elaborado el cuadro 2. Formaban parte de una serie de pagos o distritos de los que nos constan algunos topónimos gracias a la partición de 1268; se trata de Aliadit Alffauqui, Allielet, Anchilola de Plema, Benitorpina, Mutallach, Jub Abençalet, Xorcat Apers y Xorcat Payares93. «Xorcat» procede de la misma raíz árabe que «Ṣarq», al Levante, e identifica a los dos pagos más orientales; de hecho, Xorcat Payares sería el correspondiente a la costa norte del Mar Menor, actualmente municipios de Los Alcázares y San Javier94. En el centro, al este del camino que unía el Puerto de la Cadena con Cartagena estaría Anchilola de Plema y al oeste el Algarby. Cerca ya de la rambla de Albujón se hallarían los pagos de Benitorpina, entre dicha rambla y la actual Torre-Pacheco; y Mutallach o Almutalac, según Pocklington esta donominación provendría del árabe Mutallaq «apartado», «alejado», aunque en nuestra opinión es más probable que proceda de mustajlas, término con el que se designaba el patrimonio real, in-

alienable y diferente del patrionio personal del rey y del tesoro público. Jub Abençalet «el Aljibe de Ibn (al-)Ṣalt» es identificado por Pocklington, con reservas, con el actual Aljimenado, antes llamado «Algibe Menado»; mientras que Aliadit Alffauqui o «Tierras Nuevas de Arriba», estaría al norte, en la actual pedanía de Baños y Mendigo95. La mayor parte de los topónimos es muy difícil de situar pues solo dos o tres permanecen en uso actualmente a causa de la ruptura poblacional que experimentó la comarca entre 1300 y 145096. Los que han sobrevivido hasta la actualidad son la Torre de Faraich Arramin o «Faray el Ballestero», hoy Torre de Rame, cerca de Los Alcázares; Mendigol, hoy Mendigo; Rafal Aborrambla, hoy Casa de Borrambla; y Víllora, que se ha conservado inalterado. También se identifican topónimos de origen latino, como Plema, Payares, Garruchal o Columbares; algunos de ellos asociados a la antigua Vía Augusta que atravesaba esta zona, como Caruch o Rahal Carrayra97.

Cuadro 2. Rahales en el campo de Murcia nombre

ubicación

1. Rahal que fue de Alartemi Aben Xebil (Torres Fontes, 2004, pp. 15 y 16)

Mendigol, «afruenta con [...] la ranbla que riega las lauores de Mendigol, e con el alberca de las Pennuelas, [...]» y con el rahal siguiente

2. Rahal de Alharqui Aboabdille Aben Xebil (ibíd. p. 16)

Mendigol, lindando con el anterior

3. Rafal de Benybyniambre (p. 241)

propietario musulmán

beneficiario

características

Pero López de Alaua, almotacén

Podría tener riego por boqueras, a juzgar por su ubicación junto a la rambla que regaba el partido y junto a la alberca

Caruch, término de Algarby

Johan Munnoz

En Almutalac (mustajllas, patrimonio real)

4. Rafal Mitagalbon (p. 242)

Campo de Cartagena, algarby

Johan Lopez

5. Rafal Mitasitbon (p. 242)

algarby

Guillem Prouençal

Alartemi Aben Xebil

Alharqui Aboabdille Aben Xebil

6. Rafal Abenxelix Abuhexar (p. 242)

Nicolao Beçon, balestero de cauallo

7. Rafal Aboxadet (p. 243)

Beltran Villanoua y Domingo Perez. Repostero mayor de la reina y partidores del Rey.

Campo de Cartagena

8. Rahal Aben Izmell (p. 247)

Ferranz de Pitarch

9. Rahal Azumeig (p. 247)

Johan Alffonsso

10. Rafal Aben Xalmon (p. 47)

Domingo Lopez de Portoles

11. Rahal Açageg (p. 247)

Orrigo Porcell, partidor

El mayor

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

405

12. Rafal Abn Alfat (p. 247)

Hermanos de Orrigo Porcell y maestro Roffin

13. Otro rafal (p. 247)

Hermanos de Orrigo Porcell y maestro Roffin

14. Rafal Gran (p. 247)

Cauallerias de don Manuel

15. Un rafal (p. 247)

Cauallerias de don Manuel

En la sierra

Cauallerias de don Manuel

16. Otro rafal (p. 247) 17. Tres rafales(p. 247)

Junto a las partidas de los moros, donde está el aljup (aljibe)

Con una olivera

2 pobladores

18. Rafal Almoxerif (p. 248)

4 pobladores

Dos yugadas

19. RafalAbdulhayt Falcaudet (p. 248)

3 pobladores

Se repartió junto con el siguiente rahal.

20. Rafal Almayor Falanxarola (p. 248)

3 pobladores

21. Rafal Aben Lup (p. 248)

Bernat Mascarel

22. Rafal Addahuan (p. 248)

Beltran de Villanueva escribano, partidor

23. Rafal Albaeci (p. 248)

Johan Dominguez, criado de la infanta

Una yugada sin árboles

24. Rafal Matalcacar Albayez (p. 248)

Johan Yuannes, escribano de la partición

Tiene casas mayores con torre y 3 yugadas a año y vez. Se reservaron 6 yugadas para el Rey

25. Rafal Aborrambla (p. 248)

Domingo Perez, repostero mayor de la Reina y otro poblador

26. Rafal Allequi (p. 248)

Andreu de Puyuerde

27. Rafal Annerbi (p. 248)

Andreu de Puyuerde

28. Otro rafal (p. 248)

406

Tiene un almendro seco que está enmedio

Tiene muchos almendros

Andreu de Puyuerde

29. Rafal Achulubin (p. 248)

Domingo Zaragoça Guillem Perez, su sobrino

30. Rahal Alpasarini «que era agora Azarhelli» (p. 248)

Bonanat Mercer

31. Rahal Aben Hacen (p. 248)

San de Mora, partidor

32. Otros dos rahales (p. 248)

Balaguet de Borges

Pequeños, cuatro yugadas

33. Rahal de Caçim Aben Juçef (p. 248)

En la sierra de Villola, entre Mendigol y el campo

34. Rafal Allexecuerri (p. 248)

Termino de Aliadit Alffauqui

Fauch de Cantobre y a Ramon d’Ager

Seis yugadas

35. 10 rahales (p. 248)

En termino d´Allielet

5 pobladores

Hay casas sanas y derribadas; a cada uno 2 yugadas

36. Rahal Arriolli (p.248)

Termino de Anchilola de Plema

2 pobladores

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

Caçim Aben Juçef

Se repartieron tres partes para Domingo y la cuarta para Guillem

Domingo Matheu, portero del Rey

37. Rahal Mayor (p. 248)

Termino de Anchilola de Plema

3 pobladores

Cada uno tres yugadas

38. Rahal Ambarbenz (p. 248)

Termino de Anchilola de Plema

Pero Perez de Parrega

Tres yugadas

39. Rahal de Beniatin (p.248)

Termino de Anchilola de Plema

Arnalt Ferrer y a Ramon de Gauarret

Dos yugadas

40. Rahal de Xihit Abduibar (p. 248)

Termino de Anchilola de Plema

Johan de Mianes

Tres yugadas

41. Rahal Alguazil (p. 248)

Termino de Anchilola de Plema

Ponz Carbonell, alcalde de Murcia

Dos yugadas

42. Rahal Albelchiti (p. 248)

Termino de Anchilola de Plema

Don Remiro, maestro de la labor de Cartagena

Tres yugadas

43. Rahal Almudit (p. 248)

Don Juffre, y su hijo Garcia Juffre de Loaysa

Cuatro y tres yugadas, respectivamente, en este rahal y los dos siguentes

44. Rahal Abnalhaig (p. 248)

Don Juffre y Garcia Juffre

45. Rahal Alcamahi (p. 248)

Don Juffre y Garcia Juffre

46. Rahal Aben Abiniambra (p. 248)

Paulo Durant y a Bernat Duran, su hermano,

Tres yugadas

47. Rahal Alcanari (p. 248)

Pero Dodena, cuadrillero de Cotillas

Tres yugadas

Lorenz Ruffa, partidor

Allí se le dieron tres yugadas

Don Arnald de Molins, partidor

Cuatro yugadas

Pero d’Aljarre

Dos yugadas

52. Rahal Addeheby (p. 249)

Don Gregorio

Cuatro yugadas

53. Rahal Aben Çabayn (p. 49)

Mayayo

Aya cuatro yuuadas y la torre

Garcia Martinez, deán, electo de Cartagena y partidor, y sus dos sobrrinos

A Garcia tres yugadas y a sus sobrinos dos yugadas

Johan Perez de Tormon y Jayme de Relat

Tiene una casa y tres yugadas al teniente de la casa, allí donde labró; al 2º se le dio dos yugadas

56. Rahal Ameya (p. 249)

Bernat de Clarmont

Tres yugadas

57. Rahal Abeniahar Abrahi (p. 249)

Michel de Rellat

Tres yugadas

58. Rahal Galib Aliatin (p. 249)

Guillem Arnald Tron

Tres yugadas

59. Rahal d´Allaua (p. 249)

Guillem de Vallebrera

Dos yugadas

60. Otro rahal (p. 249)

Arnald Tro

Derribado, una yugada

61. Rahal Abnalhaig (p. 249)

Andreo Dodema

48. Rahal Huarat Aben Juçef (p. 248)

Junto a rahal Abdini o Addini.

49. Rahal Abdini o Addini. (p. 248)

Junto a Rahal Huarat Aben Jucef

50. Rahal Alcabz (p. 249) 51. Rahal Arracach (p. 249)

Entre Arnaldon de Molins y Gregori

54. Rahal Aben Juçal (p. 249)

55. Rahal Aboadal (p. 249)

62. Dos rahales (p. 249)

«Es parte de trasmuntana»

Xihit Abduibar

Derribados

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

407

63. Rahal Hamca (p .249)

2 pobladores 2 pobladores

65. Rahal Aben Alolax (p. 249)

Cardona, ballestero

66. Rahal Arreyz (p. 249)

Gonçaluo Corella

Tres yugadas

67. Rahal Allorqui (p. 249)

Johan Perez

Tres yugadas

68. Rahal Amaçali (p. 249)

Sancho Xameniz

Dos yugadas

69. Rahal Mita Mananhal (p. 249)

Sauastian Dominguez

Dos yugadas

70. Rahal Aben Leyman Falmahmen (p. 249)

Arnalt Ferrer de Tarragona

71. Rahal Aben Leyçam (p. 249)

Pero Çascantariellas

72. Otro rahal (p. 249)

Johan Oliuer

73. Rahal Huarat Açehig (p. 249)

Ponz Juglar, Pero de Caualdos, Tomas Çasala

74. Rahal Arricati (p. 249)

408

Cerca del rahal Addehebi

64. Rahal Aben Tauycir (p. 249)

Cerca de don Gil y del rahal Abnabiçeyt

Tomas Sartre y Guiralt Saurin

Derrocat

Tres yugadas cada uno

75. Rahal Abnexib (p. 249)

Jayme Especier y Ferrer dez Munt

76. Rahal Madaix (p. 249)

Yenego Lopez y al maestro Pero

Se repartieron tres y dos yugadas respectivamente

77. Rahal Aborrahua (p. 249)

Johan Perez de Villanueua

Tres yugadas

78. Rahal Huarat Halifa (p. 249)

Ramon de Palacon

Tres yugadas

79. Rahal Aboa Aculeymam (p. 249)

Ferrant neyro

80. Rahal Huarat Ayz (p. 249)

Johan Martinez de Barrosa

81. Rahal Mocaffar (p. 249)

Sancho de Rueda

82. Rahal Abdurrafe de cabo de Guillem de Narbona (p. 250)

Pero Sanchez d´Antecana y a sus hermanos

83. Rahal del Longo (p. 250)

Término de Benitorpina

Guillem de Narbona

En el Repartimiento se le confirma su posesión, pues se dice que «lo a con carta plomada del Rey»

84. Rahal Erca Amnalhaig (p. 250)

Cerca de Guillem de Narbona

Bernat del Aguarres

Dos yugadas

85. Rahal de Benitorpina (p. 250)

Benitorpina

2 pobladores

Cada uno tres yugadas y el resto para el Rey

86. Rahal Aben Abdulaziz (p. 250)

Término de Benitorpina

Bernat Guillem y a sus «fijos amos»

87. Rahal Azappatayr (p. 250)

Término de Mutallach

Arnalt d’Aljarre

88. Rahal Array (p. 250)

Mutallach

Orrigo Mazar

89. Rahal Mitabnabelat (p. 250)

Mutallach

Fueron dados a menestrales

90. Rahal Mitaliayar (p. 250)

Mutallach

Fueron dados a menestrales

91. Rahal Aben Dabian (p. 250)

Mutallach

Fueron dados a menestrales

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

92. Rahal Aben Amira (p. 250)

Mutallach

Fueron dados a menestrales

93. Rahal Abulgadir (p. 250)

Término de Jub Abençalet

Johan Perez de Tarba, An. Morales

94. Cinco rahales de Aben Abulgadir (p. 250)

En Çeruian

95. Rahal Addalmalhalup (p. 250)

Término de Jub Abençalet

Guillem d´Anglerola

96. Cuatro rafales (p. 250)

Término de Jub Abençalet

Bernat de Villamayor, Beringuer d’Acs.

97. Rahal Lalcanin Furonis (p. 250)

Término de Jub Abençalet

Pero Monton, Martin Sanchez

98. Rahal Aljuncar (p. 250)

Término de Jub Abençalet

Migalet

99. Rahal Muça Aboclin Famuçala (p. 250)

Término de Jub Abençalet

Matheo de Gauarda y Gil de Peralta

100. Rahal Matalbaz (p. 250)

Termino de Jub Abençalet

2 pobladores de profesión carnicero

101. Rahal Annerbi (p. 250)

Termino de Xorcat Apers

Pero de Solis

102. Rahal Huarad Hedar Faljub (p. 250)

Xorcat Apers

Tarascon

Tres yugadas

103. Rahal Abohalit (p. 250)

Xorcat Apers

Fortuyn Perez d´Ontinen

Tres yugadas, entre este rahal y el siguiente

104. Rahal Mitalhançar (p. 250)

Xorcat Apers

Fortuyn Perez d´Ontinen

105. Dos rahales de Abrrapol (p. 250)

Xorcat Apers

106. Rahal Carrayra (p. 250)

Término de Xorcat Payares

4 pobladores

107. Rahal Almalini (p. 250)

Término de Xorcat Payares

4 pobladores

108. Rahal Abeniceff (p. 250)

Término de Xorcat Payares

Los mismos del anterior rahal

109. Rahal Yça Arrami (p. 250)

Término de Xorcat Payares

A siete pobladores

A los mismos pobladores los dos rahales siguientes

110. Rahal Andula Açagari (p. 250)

Término de Xorcat Payares

111. Rafal Menco Açari (p. 250)

Xorcat Payares Este rahal se repartió junto con el siguiente rahal

Aben Abulgadir

Abrrapol

Se repartieron a ocho pobladores

Pero Fernandez de Penaflor, cauallero

Pertenecían al mismo propietario musulmán que el rahal anterior

Con seis higueras

Para «bestiar de carne»

Tres yugadas

A estos cuatro se les adjudicó también el siguiente rahal

112. Rafal Anaçamin (p. 250)

Xorcat Payares

Guillem de Mata, Ferrer de Moolla, Bernat Ermengol, escribano

113. Rafal Almercacayr (p. 250)

Xorcat Payares

Los mismos del anterior

114. Rahal Galip (p. 250)

Xorcat Payares

Se los dan a ocho pescadores

115. Rahal Abenfile (p. 250)

Xorcat Payares

Los mismos del anterior rahal

116. Rafal Mudair (p. 251)

En Payares

Pero Arnalt y Garcia Sanchez

Dos yugadas a cada uno

Se repartieron entre cuatro pobladores

Se repartió junto con el siguiente. A uno de los pobladores se le dio dos partes

117. Rafal Fuluz (p. 251) 118. Rafal Addub (p. 251)

Cerca de don Gil

Junto con el siguiente rahal, para pescar

Los mismos del anterior rahal.

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

409

119. Rahal Açaat (p. 251)

En Payares

Johan Perez de Tarragona y a Johan de Ripol

120. Rahal Ahamata (p. 251)

En Payares

Domingo Tello, Bernat Cortes

121. Rahal Ajubeli (p. 251)

En Payares

3 pobladores

122. Siete rahales (p. 251)

Cerca del camino de Cartagena

Para siete caualleros

El nombre con el que se designan los rahales en la documentación castellana constituye la primera fuente de información acerca de los mismos. Gracias a ello sabemos que la mayoría portan un antropónimo que podía derivar del lugar de procedencia de su poseedor, es decir, la nisba que formaba parte de su nombre: «Allorqui», «Arricoti», «Alcanari», «Albaeci» o «Annerbi», por ejemplo, aunque más comúnmente el topónimo hacía referencia a la kunya o el nasab. Al menos en algunos casos, sabemos con seguridad que el propietario musulmán al que se hace referencia en el topónimo era el inmediatamente anterior a la expropiación: por ejemplo, se menciona el Rahal Abulgadir y a continuación «cinco rahales que son de Aben Abulgadir»98, por lo que parece evidente que el primero es designado por el nombre de su dueño; lo mismo cabe deducir de algunas otras citas en las que se dice explícitamente «rahal de Xihit Abduibar»99 o «rahal que fue de Alartemi Aben Xebil»100. Así parece también corroborarlo la referencia al «Rahal Alpasarini que era agora Azarhelli», pues interpretamos que el cambio en su denominación tiene que ver con el hecho de pasar de unas manos a otras101. No obstante, en la mayoría de los casos no es posible descartar la posibilidad de que el antropónimo con el que se designan pudiera pertenecer a un propietario antiguo, por ejemplo al fundador de la propiedad, por lo que hemos optado por incluir en la columna de nuestra tabla que hace referencia al propietario musulmán solo aquellos casos en los que de manera explícita se puede deducir de la cita documental que se trata del dueño que fue desposeído en el momento de la partición. En algunos casos se designa por la profesión (mansab) del propietario y, efectivamente, se registran algunos oficios públicos, lo que podría corroborar la hipótesis de Guichard acerca del carácter estatal de estas fincas; se trata de Rafal Almoxerif (al-mušrif, tesorero o recaudador); Rahal Alguazil (al-wazīr, el visir o ministro); Rahal Arreyz y quizás también Rahal Array (al-ra’īs, el jefe). Sin embargo, estos ejemplos son proporcionalmente muy escasos. Algo más abundantes son aquellos designados por alguna característica propia (tamaño, ubicación...); es

410

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

Se repartió, dos yugadas y una yugada, respect.

De los cuales se tomo uno Johan Cerdan

decir, los que portan un nombre independiente del propietario, por lo que cabría interpretar que este solo lo detentaba temporalmente y, en conclusión, que la finca perteneciera al Estado102. Así, por ejemplo, el Rafal Gran, el Rahal Mayor y el Rahal Benitorpina en referencia a su ubicación en el pago de Benitorpina. También se cuentan entre estos los que incluyen en el topónimo el término «huarat/d», del árabe huwwārat que significaría «aldea» o «caserío», son: Rahal Huarad Hedar Faljub; Rahal Huarat Ayz; Rahal Huarat Halifa; Rahal Huarat Açehig y Rahal Huarat Aben Juçef. En esta categoría habría que incluir también aquellos topónimos cuyo nombre porta el prefijo «mit», que podría corresponder al término árabe mīt, todavía usado en Egipto para referirse a un distrito rural o un pueblo; se trata de: Rahal Mitalhançar; Rahal Mitaliayar; Rahal Mitabnabelat; Rafal Mitasitbon y Rafal Mitagalbon. Quizás tengan el mismo origen los dos topónimos registrados con prefijo en «mat»: Rahal Matalcaçar Albayez y Rahal Matalbaz. La consideración de «rahal» no significa en absoluto que se trate de fincas especialmente provechosas desde el punto de vista agrícola, pues hay constancia de un rahal que «tiene con un almendro seco que está en medio»; otro con un olivo, etc. El Rafal Aben Lup «tiene muchos almendros» y el Rahal Aljuncar seis higueras; sin embargo el Rafal Albaeci comprende una yugada pero carece de árboles. Es posible que algún rahal de los que estaban situados en la franja norte del campo, en el piedemonte, contara con riego de boqueras, como el rahal que fue de Alartemi Aben Xebil en Mendigol, que «afruenta con [...] la ranbla que riega las lauores de Mendigol, e con el alberca de las Pennuelas»103, aunque no hay seguridad de que este rahal aprovechara dicho caudal. También existe mención de un rahal, el llamado Matalbaz que se dio a dos carniceros para «bestiar de carne»; y otros dos: el Rahal Galip y el Rahal Abenfile, evidentemente situados en la ribera del Mar Menor, que fueron entregados a ocho pescadores para que desarrollaran allí su trabajo. No obstante, teniendo en cuenta las posibilidades geográficas de la comarca, los recursos principales de los rahales del

campo deben de haber sido los cultivos de secano y el ganado menor. Con frecuencia estos rahales aparecen asociados a torres, con o sin casas; por ejemplo, a Johan Yuannes se le dieron casas mayores y su torre; a Mayayo un rahal con torre y a Ponz de Villanueva la torre «riba la mar» que había sido de Faraich Arramin. A fines del año de 1272 se reparte lo que les quedaba a los moros en «algarb» que comprende un rahal en la sierra de Carrascoy, así como «la torre de Petrayra con sus casas, que fue del rey moro»104. El Rahal Aboadal tiene una casa; y en otros 10 rahales anónimos, situados en término de Allielet y repartidos entre 5 pobladores se dice que hay casas sanas y derribadas. Es probable que se haga referencia precisamente a las viviendas en los cuatro casos en que se mencionan rahales derribados; curiosamente, los cuatro son anónimos, por lo que cabe pensar que se ignorara el nombre de su antiguo poseedor porque estuvieran abandonados de antiguo. La mayoría de los pobladores a los que se otorgaron los rahales eran vecinos de Murcia que ya habían sido previamente beneficiados con tierras en la huerta puesto que aparecen citados en los repartos anteriores. De hecho, muchos de ellos eran cuadrilleros, partidores, alcaldes, escribanos y cortesanos; como Pero López de Alaua, almotacén; Beltran Villanoua, escribano del Rey y partidor; Domingo Perez, repostero mayor de la reina y partidor; Orrigo Porcell, San de Mora, Lorenz Ruffa y Arnald de Molins, partidores; Johan Dominguez, criado de la infanta Dña. Leonor; Johan Yuannes, escribano de la partición; Domingo Matheu, portero del Rey; Ponz Carbonell, alcalde de Murcia; Don Remiro, maestro de la labor de Cartagena; Don Juffre, ayo de la reina Dña. Violante y su hijo Garcia Juffre de Loaysa, hermano del cronista, que sería adelantado en tiempos de Sancho IV; García Martínez, deán, electo de Cartagena y partidor, etc. En definitiva personajes importantes, de los que, lógicamente, no se esperaba que se trasladaran a poblar el campo, que quedaría al cuidado de unos pocos siervos que habitarían permanentemente las casas de los rahales mayores y los jornaleros que se harían cargo de las escasas faenas propias de una agricultura de secano como la que aquí se practicaba. Lo mismo cabe decir de otros pobladores, la mayoría, que no formaban parte de un estamento tan elevado como los anteriores, aunque algunos eran caballeros o ballesteros, que también recibieron tierras en la huerta y que no cabe pensar que moraran permanentemente en los rahales. Esta misma situación creemos que se daba antes de la conquista, a juzgar por los escasos datos con que contamos, muchos menos que para época castellana:

unas pocas referencias a las propiedades del rey, de la horra y de algunos altos cargos del Estado; así como la información arqueológica, que parece confirmar la existencia de un poblamiento de baja intensidad, caracterizado por la ausencia de núcleos de población importantes y la existencia de pequeños asentamientos, pocos y dispersos, de naturaleza claramente rural. Las escasas viviendas asociadas a los rahales que aparecen citadas en el Repartimiento debían de remontarse a época andalusí, pero ni siquiera su presencia permite pensar que los dueños de la tierra residieran en ellas, pues la costumbre en al-Ándalus era que el propietario proporcionara o alquilara vivienda al arrendatario en la tierra a cultivar, para este o para sus jornaleros, según documentan los acuerdos de cultivo recogidos en el formulario de Ibn al-‘Aṭṭār105. En cualquier caso, los cultivos de secano que pudieron darse tampoco precisaban de atención diaria y solo el ganado que suponemos existió debió de requerir personal de manera permanente. Precisamente los formularios notariales aportan alguna pista acerca del tipo de productos que debieron de darse en tales fincas de secano, pues a nivel legal los contratos agrícolas distinguían entre: 1) arḍ albayḍāʼ, alvar o secano; 2) saqy/açaqui, regadío y 3) tie­ rra para frutales. En el caso de los primeros, que son los que corresponderían al tipo de cultivos propios de los rahales del campo, se cuentan entre las semillas que han de ser aportadas por ambas partes las de trigo, cebada, habas, escanda, algodón, guisante, garbanzo y alcarceña. En relación al ganado, se citan carneros, corderos, chivos y gallinas; es decir, ovicápridos y volatería106. A juzgar por los datos con que contamos, el paisaje histórico que conformaban los rahales del campo y los aledaños de la huerta murciana debió de presentar importantes semejanzas con el que se ha estudiado en el Pla de Lérida107. Los secanos leridanos, que pese a su aridez estaban poblados y explotados en época andalusí según acreditan las fuentes árabes y latinas, se extendían más allá de las huertas fluviales de Lérida. Además de las alquerías que se ubicaban junto a los escasos cursos fluviales y lagos, predominaban los espacios destinados al pasto para el ganado que eran aprovechados por las almunias, algunas de las cuales se dedicaban exclusivamente a esta actividad económica. Prueba del carácter mayoritario de este tipo de explotaciones es que las prospecciones efectuadas en un espacio de secano concreto del Pla, entre la Serra del Tallat hasta el río Segre, proporcionaron trece asentamientos tipo almunia, diecisiete tipo torre-atalaya, dos ḥuṣūn y una alquería. Según Jesus Brufal, las almunias prolife-

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

411

ran en el secano leridano a partir del siglo XI, en una coyuntura social y económica en la que la necesidad de aumentar la productividad del campo favorece la adquisición de propiedades rurales por parte de la oligarquía urbana: Las almunias son explotaciones agropecuarias que tienen un propietario urbano. Representan el carácter hegemónico de la ciudad sobre el territorio a través de sus élites urbanas que residen en ella, conocidas también como la «gente de la ciudad»108.

4.

Reales

En cuanto a los «reales», como mencionábamos anteriormente, opina Rubiera, siguiendo a Elías Terés, que real procede del étimo árabe riyāḍ, que en el dialecto hispano árabe tenía el significado de «jardín, huerta». Los reales, huertos de una riqueza considerable según esta autora, pasaban en los repartimientos a personas de la más alta categoría; de hecho con frecuencia serían realengos, por lo que a veces, tanto por su propietario como por homofonía, se llama a los «reales/riyāḍ», regale109. Según Guichard, los reales son propiedades de carácter aristocrático, situados en la periferia irrigada de las ciudades y poblados importantes, que comprenden una casa de recreo rodeada por un jardín probablemente cercado110. Esto último se deduce de la existencia expresa de menciones a reales rodeados de muros, así como de la ausencia de referencias a sus límites y extensión. También estima que no debían de contar con una superficie importante dado que su donación se solía acompañar de otras tierras. Denis Menjot estudió las características de los reales murcianos a partir de las referencias en el Repartimiento111. No parece haber tenido en cuenta, al menos según se desprende de sus citas, las menciones contenidas en el resto de la documentación bajomedieval, lo que podría explicar que su interpretación de los mismos difiera de la de otros investigadores como veremos después. Según Menjot, los reales son un tipo de pro­ piedad fundiaria difícil de caracterizar, distribuida entre las alquerías de la huerta. Ocupan una extensión pequeña porque, además de ser escasos (solo 25), suelen ser de superficie reducida. En este aspecto, no obstante, existen grandes diferencias puesto que oscilan entre las 0,5 y las 40 tahúllas. Por el contrario, su valor fiscal es muy elevado, ya que en ellos 1 alfaba corresponde a entre 1,27 y 2 tahúllas, lo que se debe, según Menjot, a que se sitúan sobre las mejores tierras irrigadas de la Algualeja, Alharilla, Almunia y Albadel y a

412

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

que incluyen, al menos los mayores, una residencia con su casa, palomar y otras dependencias. Según Menjot, todas estas características los distinguen claramente de los rahales, más allá de las diferencias en cuanto a su emplazamiento geográfico, aunque ambos suelen coincidir en que se trata de haciendas pertenecientes a un solo personaje. A partir de la documentación bajomedieval, Miguel Rodríguez Llopis e Isabel García Díaz explican que los «reales» murcianos, eran: [...] huertos cercados, situados en los límites amurallados de la ciudad y generalmente plantados de árboles frutales. Casi todos ellos se encuentran localizados en la colación de San Miguel, a lo largo de la parte norte de la muralla hasta la Puerta Nueva, y su posesión se convirtió en los siglos bajomedievales en un signo de distinción social [...]112.

Así mismo, M.ª de los Llanos Martínez concluye: primero, que los «reales» constituían un cordón de explotaciones de reducido tamaño dedicadas a cultivos selectivos; segundo, que eran de naturaleza periurbana y que se situaban dentro y fuera del Arrixaca; tercero, que se abastecían de la acequia mayor y en ocasiones también de la Caravija; cuarto, que eran propiedades cercadas; y cinco, que pertenecían a miembros del patriciado urbano. La razón de que estuvieran cerrados mediante tapias de tierra o setos, a la luz de esos textos, podría ser la necesidad de mantener en seguridad los cultivos, herramientas y animales que acogían. Finalmente, José Antonio Manzano también se ocupó de los reales en su estudio estadístico de seis de las alquerías de la huerta de Murcia, a partir de los datos procedentes del Repartimiento, información relevante de la que nos ocuparemos más adelante113. Según el Repartimiento los reales se sitúan, por lo general, en áreas ricas de la huerta, en muchos casos del entorno más próximo a la ciudad, como Alfarella, Alguasta, Aduffa, Almunia, Algualeja o Açolz; incluso algunos de ellos se hallaban en el interior del arrabal del Arrixaca (fig. 1). Pero también los había más alejados: en Albadel, Aljucer y en la alquería de Benihuadach, cerca del término de Alcantarilla. Consta incluso la existencia de uno en el campo, aunque esta referencia la tomamos con precaución por lo excepcional, y creemos que bien pudiera deberse a una confusión del escribano con uno de los rahales tan frecuentes en esa comarca. Algunos parecen haber sido el centro de una propiedad más importante que incluía también heredades situadas normalmente en torno a ellos, aunque no creemos que esto fuera lo mayoritario ni especialmen-

te relevante, como cree Menjot, pues solo se documenta en 3 de los 25 casos. La documentación bajomedieval nos aporta más información sobre los reales, especialmente de los más próximos a la ciudad o incluso intramuros del arrabal, aunque estos datos deben ser manejados con mucha precaución a la hora de aproximarnos a las características de los reales andalusíes puesto que sabemos que también se conformaron reales después de la conquista. Algunos de ellos eran indudablemente aristocráticos, productivos y en manos del patriciado, cuando no de la Corona; recordemos los del Rey, de la Reina, del Adelantado, del canónigo Almela, de Puxmarín, de doña Isabel Porcel, de Gonzalo Pagán, del regidor Juan de Soto o del cabildo episcopal114. También los había menores, como hemos visto, aunque estos parecen ser el resultado de particiones y concesiones llevadas a cabo en época cristiana en el interior de antiguos reales musulmanes. Por consiguiente, si en el siglo XV los reales siguen siendo propiedades de carácter esencialmente aristocrático, a pesar de que el proceso desde la conquista parece haber sido una tendencia a la fragmentación de los mismos, sin duda muy clara en los de la Corona, parece lógico deducir que también en época islámica los reales debieron de tener ese carácter. En cuanto a las características de los reales, las menciones en los diferentes tipos de fuentes escritas del siglo XIII son numerosas pero solo algunas nos pueden aproximar a la realidad que designan. Así por ejemplo, en 1293 un tal Tello García, caballero de la Orden de Santiago, deja a esta en herencia una serie de fincas rústicas y urbanas; a cambio recibe importantes haciendas, entre otras: «dotze taffullas de real a la puerta Nueua, en que ha quatro Figueras; e affruenta con tierra que fue de Guillem de Narbona et con la çequia mayor et con carrera pública [...]»115. En este documento se mencionan varios reales, con su extensión y los cultivos que comprenden, junto con otras pertenencias a las que se denomina heredamiento o no se les da ningún nombre especial. De ello parece deducirse que este tipo de fincas no siempre gozaban de una extensión mayor ni eran más ricas, ni acogían edificios que lo hicieran distinguirse. Los datos que aporta el Repartimiento consignadas en el cuadro 3 demuestran que, efectivamente, la existencia o no de casas, no parece haber sido determinante, pues solo 3 de las 22 referencias hacen mención a la presencia de viviendas asociadas a los reales. No obstante, del documento anterior sí parecen desprenderse algunas otras características propias. Por ejemplo, el hecho, ya comentado de estar vallados; en ese mismo documento se dice que se entregan «diez taffullas de real que son ante la puerta del real que fue de

Garçia Ioffre [...]». Si la finca de Garçia Ioffre tenía puerta es porque estaba cercada; por tanto, cabe la posibilidad de que lo que distinga a los reales de las otras propiedades sea precisamente el hecho de estar cercados; por ello en textos del siglo XV se mencionan «[...] los reales çerrados [...]»116. Tal vez algunas descripciones en las fuentes árabes hagan referencia precisamente a este tipo de fincas, como la de Al-Maqqarī: «Después de Tudmīr, la capital pasó a ser Murcia, llamada al-Bustān (la Huerta) por sus numerosos huertos cercados»117; o la de Ibn Ṣāḥib al-Ṣalā: [...] los almohades se extendieron con su número y a su sabor hacia el llano de Murcia (finā mursiya), y plantaron su campo (sāḥa) y sus construcciones (abniya) a la vista de sus huertos (ḥadā’iq) cultivados y de sus campos (basā’it) y jardines (basātin) tapiados (mušayyida) y extensos [...]118.

Esta hipótesis conviene con lo que parece desprenderse de otra referencia en el Repartimiento, en donde se conceden a un repoblador 4 tahúllas en Aduffa, «en el real que tiene su hermano»119, lo que demuestra que un real no es solo un ente jurídico, es decir, una propiedad, sino un espacio físico reconocible que podía acoger más de una propiedad. A diferencia de lo que opina Menjot, sí parece que estaban cercados mediante tapias de tierra y/o setos que protegían los animales que allí se criaban, así como árboles frutales, hortalizas y aperos. De hecho, en las Ordenanzas de la Huerta se especifica «que ningunas nin algunas personas / non reales sean osados de entrar en ningun real / çercado de tapiados tapias e çerrado»120. Las parcelas cultivadas de la huerta tradicional no suelen estar valladas porque ello impediría el funcionamiento arterial de la red hidráulica, con sus múltiples canales jerarquizados de riego y avenamiento; estas coexistían con los reales en el área periurbana e incluso intramuros, en forma de pequeños huertos abiertos «a fuero y costumbre de la huerta»121, e incluso se repartieron a pobladores algunas de ellas junto con el real colindante, como explicaba Menjot, pero distinguiendo claramente el real de la heredad en el documento de entrega. En resumen, al parecer, lo que diferenciaba a los reales eran algunos derechos especiales sobre el agua, de manera que no estaban sometidos a las servidumbres del resto de la huerta, y que podían aislarse mediante cercados. Entre las familias musulmanas que poseían reales antes de la conquista también podemos identificar alguna de carácter indudablemente aristocrático como los Banū Waḍḍāḥ —uno de los cuales detentó el cargo de alguacil—, cuyo patronímico dio nombre a un puente mencionado en la qasīda de al-Qarṭaŷanī, al real ho-

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

413

mónimo y a la alquería en la que se emplazaba, que estaba situada hacia los actuales partidos de Puebla de Soto y Alcantarilla122. También existía un pago entre el río y la acequia mayor llamado «Dabenhatab», en el que la Orden de Santiago recibió 11 tahúllas123, cuyo topónimo debe de derivar de Dār Banū Jaṭṭāb, en relación a alguna propiedad de esta ilustre familia que descendía de un jefe sirio que llegó al sureste en tiempos de Balŷ b. Bisr y emparentó con el propio Teodomiro. Sin duda eran ricos y poderosos hasta el punto de que acogieron durante trece días a Almanzor en el año 985 —fabricándole para la ocasión un baño especial—, y dos de sus miembros llegaron a ser reyes efímeros durante las primeras y terceras taifas. También encontramos personajes relevantes entre los beneficiarios que recibieron reales con motivo de la partición castellana, como por ejemplo el mentor del rey Jacobo de las Leyes; Abū ‘Abd Allāh, el hijo del arráez de Málaga; Johan Pérez de Sevilla, seguramente el pintor de códices regios124; o incluso destacados cristianos nuevos como Ferrand Domínguez del Arávigo; todo lo cual parece confirmar el prestigio asociado a la posesión de este tipo de bienes que permaneció después de la conquista. Aunque también recibieron reales menestrales mudéjares como los moros orfebres Abrahem, Hamet

y Mahomat; es decir, personajes comunes y sin especial relevancia social en la Murcia del momento. En cualquier caso, los reales parecen haber sido relativamente valiosos desde el punto de vista económico pues, si bien no se puede afirmar que sean grandes propiedades ya que su extensión mediana es de 5,93 tahúllas y la media de 10 tahúllas, sí que destacan si los comparamos con las heredades entre las que estaban implantados, a las que doblaban en superficie, tal y como demostró José Antonio Manzano125. Este investigador también probó que en términos generales, los reales debieron de ser minoritarios puesto que apenas representan el 6% del total de la tierra por él estudiada. Señala también que aparecen plenamente integrados en las alquerías en cuyos términos se localizan, de tal manera que no se detectan indicios en el texto del Repartimiento que permitan suponer que constituían algún tipo de entidad jurídico-administrativa diferente de aquellas. Finalmente, llama la atención sobre un detalle importante: la posibilidad de que algunos de los reales consignados en el Repartimiento ya hubieran sido fragmentados en el momento de llevarse a cabo este, lo que obligaría a ser cautos a la hora de trasladar automáticamente a época andalusí los datos sobre dichos bienes que aparecen en este documento126.

Cuadro 3. Reales nombre

ubicación

propietario musulmán

características

1. dos reales (p. 2)

en Alfarella

Maestre Jacobo, juez del Rey

Donadío. 26 tahúllas, que son 16 alfabas

2. reyal Daxetripp (p. 2)

en Alguasta

Maestre Jacobo, juez del Rey

Donadío. 40 tahúllas, que son 22 alfabas y 5 ochavas

Guillen de Narbona Donadío. 20 tafullas, que son 13 los compró a alfabas Jacme ça Roca

3. dos reales (p. 2)

414

beneficiario

4. real de Aduffa (pp. 97 y 98)

en Aduffa

Arnald d’Algerre y su hermano Pero

En él tiene Arnald 8 tahúllas, que son 5 alfabas y 5 ochavas; y Pero 4 tahúllas, que son 3 alfabas menos cuarta

5. realeio de las Figueras (p. 162)

Almunia o Algualeja

Guillamona de Berçelona

2 alfabas

6. real que fue de Alhaniem (p. 162)

Almunia o Algualeja

Alhaniem

Johan Perez de Seuilla

6 tahúllas con las casas que llegan a la heredat de dona. Rarnona Ferrera, 4 alfabas.

7. realet que fue de Aben Odda (p. 181)

Albadel

Aben Odda

la Iglesia

2 tahúllas menos cuarta, que son 1 alfaba y cuarta.

8. real que fue de Mahomad Alorqui (p. 181)

Albadel

Mahomad Alorqui

la Iglesia

6 tahúllas, que son 4 alfabas

9. real que fue de Abulacre Aben Hamid (pp. 183, 187, 188 y p. 197)

termino de Benihayzaram Algarbía, cerca de Aljuçer (p. 197)

Abulacre Aben Hamid

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

Garçia Ordonnez

Con las casas, 14 tahúllas, que son 7 alfabas y 4 ochavas. Contaba con otras 4 tahúllas que no estaban junto a él sino en otro lugar

10. realet que fue de en Aljuçer Mahomat Alguadiexi (p. 185)

Mahomat Alguadiexi

Jacobo de Luca y Aldemar Raqui

2 tahúllas, que son 1 alfaba

Jacobo de Luca y Aldemar Raqui

11. un real (p. 185)

en Aljuçer, frente al anterior

12. real que fue de Aboabdille Abn Abolcaçim Aben Hudab (p. 192)

alquería de Benihuadach, cerca del molino y del término de Alcantarilla

alguacil Aboabdille Abn Abolcaçim Abn

Cuadrilla de don Guillem de Rocafull

lo demandaba el maestre por razón del Alhorra, pero se halló por los azimemos y por los moros que nunca fue de la Alhorra. 16 tahúllas que son 8 alfabas

13. real que fue de Abn Alhatib Aben Huadah (p. 193)

alquería de Benihuadach

Abn Alhatib Aben Huadah

Cuadrilla de don Guillem de Rocafull

2 tahúllas y 1 ochava, que son 1 alfaba y 3 ochavas

14. los reales (p. 193)

alquería de Benihuadach, entre la açequia mayor et la carrera. fasta el molino sobredicho

Cuadrilla de don Guillem de Rocafull

2 tahúllas, que son 1 alfaba y cuarta. Con casas

15. real de Abçoltan Aboadah (p. 198)

en Aljuçer

Abçoltan Aboadah

Ferrand Dominguez del Arauigo

«con un pedaçuelo que es allend la acequia», que son 3 tahúllas, en que a 2 alfabas menos cuarta

16. real que fue de Abolcaçim Alcomayhy (p. 230)

en la parte de los moros çerca de Acuharich, en el Albocar

Abū l-Qāsim al-Qumayḥī

don Bernalt de Çentelas, después del arráez Aboadille, hijo del arráez de Málaga

tiene 14 tahúllas, que hacen 11 alfabas, con 1 alfaba que hay de albayat

17. un realejo (p. 230)

en Açolz

Guillem dez Bruyll

con la heredad de Caçim Aben Magcohl, 2 alfabas

18. real de Almohagim (p. 231)

en la parte de los moros del Arrixaca de Murcia

huído

Abrahem, Hamet y Mahomat, moros orebzes del Rey

7 alfabas

19. real de Albiari (p. 231)

en la parte de los moros del Arrixaca de Murcia

huído

Abrahem, Hamet y Mahomat, moros orebzes del Rey

2 alfabas y tercia

20. real de Aben Yzmel (p. 231)

en la parte de los moros del Arrixaca de Murcia

huído

Abrahem, Hamet y Mahomat, moros orebzes del Rey

9 alfabas

21. real (p. 231)

en la parte de los moros

Ahmet Almexadac, huído

Caçim de Murçia, moro del Rey

10 alfabas

22. real (p. 234)

en el campo de Cartagena

de Alafia

Domingo Lazaro

5. Torres El Repartimiento menciona siete torres en el término municipal murciano que deben considerarse andalusíes; de la mayoría de ellas solo poseemos información textual, conocemos algunas más gracias a la Arqueología y solo en un caso se pueden identificar con garantías los restos con una determinada referencia documental127. Las torres andalusíes aisladas en el campo podían agruparse en cuatro categorías, según quienes las promovieran y las funciones a que estaban destinadas, que podían ser: vigilancia, control territorial, protección de bienes y personas y uso residencial, todo lo cual daba lugar a ciertas diferencias formales128. Las primeras eran las atalayas, destinadas al control fronterizo, con frecuencia de planta circular y levantadas por inicia-

tiva del Estado; las segundas son también de carácter estatal y suelen ser de planta cuadrangular y dimensiones mayores que las primeras pues estaban destinadas a acoger una pequeña guarnición; las terceras son las torres de alquería, construidas por comunidades campesinas y destinadas a servir de protección a personas y bienes en caso de necesidad, solían ser de planta cuadrada y carecían de elementos ornamentales129; finalmente, las que ahora nos interesan son las torres residenciales, pertenecientes al sultán, a la corte o a la oligarquía urbana, que podían estar ricamente de­ coradas en su interior. La construcción de casas con torre en medio de explotaciones agrícolas es recomendada por el almeriense Ibn Luyūn (1282-1349) en la clásica descripción de una almunia andalusí (aunque denominada aquí como bustān) contenida en su Libro de agricultura, donde

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

415

explica que toda la propiedad debe cercarse con una tapia y que la casa debe construirse en un altozano, rodeada de jardines con paseos que la separen de la zona de labor y que es recomendable la construcción de una torre (burj) habitable130. La recomendación de este autor acerca de la conveniencia de proteger las residencias campestres con una torre creemos que debe ser situada en su contexto cronológico, comienzos del s. XIV, cuando existían fundados temores a las incursiones enemigas a las ciudades de al-Ándalus. Esta situación política era muy diferente de la existente en época califal, lo que explicaría la ausencia de este tipo de fortalezas asociadas a las almunias que conocemos por las fuentes escritas y arqueológicas del entorno de la Córdoba del s. X. A partir del siglo XI su presencia debió de ser cada vez mayor a medida que se incrementaba la inseguridad y el riesgo de razias y algaras131. En el valle del Ebro abundaban los asentamientos de grupos campesinos, con mezquita, baños e incluso residencia de recreo para el terrateniente, como Maleján132; junto con los pequeños establecimientos para unas pocas familias de campesinos. En todos los casos solían contar con torres, lo que explica la frecuencia de topónimos en burj, y a todos ellos se les denominó en las fuentes latinas posteriores a la conquista como «almunias», a pesar de que en época andalusí se trataba de realidades bien diferentes133. A partir de entonces, su presencia debió de ser cada vez mayor a medida que se incrementaba la inseguridad y el riesgo de razias y algaras, de manera que a fines del siglo XV sabemos que eran muy numerosas en el entorno de las ciudades nazaríes. Münzer es explícito en este sentido en su descripción de la vega de Granada inmediatamente después de la conquista castellana: «tiene casi en una milla muchos huertos y frondosidades que se pueden regar por canales de agua: huertos, repito, llenos de casas y de torres, habitados durante el verano [...]»134. En relación a Baza, Fernando del Pulgar escribía lo siguiente: [...] avia mas de mill torres pequeñas, porque cada veçino de aquella çibdat que tenia en ella alguna parte, facia vna torre cercana a sus arboles; y aquello que le pertenecía regaua con açequias, de las muchas aguas que desçienden de aquella parte de la sierra. E en cada pertenençia auia tantos y tales hedificios, que fortificauan toda la huerta135.

Por consiguiente, es posible que en el caso de las torres murcianas estemos ante manifestaciones de este tipo de propiedades en las que se dan a la vez características de explotación agrícola y de finca de recreo y, por tanto, no se trataría de fortalezas campesinas. De

416

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

hecho, creemos que se puede plantear la hipótesis de que existía alguna relación entre las torres y los rahales pues excepto una, situada en la huerta, las demás se situaban en tierras de secano o en las áreas de contacto entre las tierras de albar y las de regadío, al igual que los rahales. Una de ellas, de hecho, formaba parte indudablemente de una propiedad de este tipo, pues está registrado que se concedió a Mayayo el Rahal Aben Çabayn para que «aya y íiii juuadas et la torre»136. Dos torres estaban ubicadas en el término de Rahal Axarqui, situado en el albar de Sangonera ya en la periferia de la huerta. La primera, denominada «Torre Blanca», formaba parte de una extensa finca de 101 tahúllas, valorada en 12,25 alfabas, que incluía además de la torre unas casas situadas junto a ella, un pedazo de viña y un molino137. Todo ello pasó a manos de çer Simón, hermano del maestro Jacobo. La segunda, llamada «Torre Menor» seguramente para distinguirla de la primera, estaba incluida en una gran propiedad de 243,5 tahúllas que comprendía casas, viña y un molino, pasó a manos de Jacobo de Luca y Aldemar Raqui; el Repartimiento especifica que la finca, valorada en 30 alfabas «non auia agua et era lexos»138. En la alquería de Benizabel, también en el albar de Sangonera, se hallaba la «Torre de Anagib» igualmente situada en una gran propiedad, en este caso de 182 tahúllas, que debemos considerar poco rentable, pues estaba valorada en 15 alfabas. Fue entregada a Lorenzo Abenhud, hijo de Ibn Hūd al-Mutawakkil, convertido al cristianismo y ampliamente favorecido por Alfonso X. La «Torre de Petrayra» estaba situada al SW de Corvera; según Pocklington en época bajomedieval se le llamo «Torre del Arráez» y en la actualidad habría que identificarla con la Casa Merino139. Perteneció al «Rey Moro» de Murcia y fue entregada a Aparicio de Nompote. Esta es la única entre las mencionadas en el siglo XIII que ha podido ser estudiada arqueológicamente. Es de planta cuadrada, tiene 7 m de lado, y fue construida con tapial de argamasa (fig. 7). Contaba al menos con dos plantas, de las cuales la inferior es la mejor conservada; estaba compuesta por dos espacios rectangulares cubiertos mediante bóveda de ladrillo, comunicados por sendos arcos del mismo material que apoyan en un pilar central cuadrado de argamasa. En uno de sus ángulos se sitúa la escalera de acceso al piso superior, del que solo resta el arranque del pilar central, ahora de ladrillo140. También se hallaba en el Campo la «Torre de Faraich Arramin», situada «riba la mar» y entregada a Ponz de Villanueva. Se identifica con la actual «Torre del Rame», que se alza a 1,5 km de la población de Los Alcázares, junto al Mar Menor.

fig. 7 Planta y sección de los restos conservados de la Torre del Arráez (Navarro Palazón, 1986).

La única que estaba emplazada en medio de un área claramente irrigada, era la «Torre de las Lavanderas», acerca de cuya finalidad y uso tenemos serias dudas. A pesar de la extendida creencia de que se situaba al norte de la ciudad, en el camino a Churra, según Francisca Bernal y José Manzano estaba en Alguazas, alquería situada al sur de Murcia, regada por la acequia del mismo nombre141. Esta acequia nace de la Alquibla en Aljucer y se une al azarbe de Beniel tras un recorrido de 6 km; el topónimo procede del árabe al-Wustà «la de Enmedio», por correr entre las de Alfande y Alquibla, según Pocklington142. En el Archivo de la Región de Murcia se conserva el traslado notarial, de 27-VII1770, de la escritura de arrendamiento perpetuo de tres cuartas de tierra en la huerta de Murcia, pago de La To-

rre de las Lavanderas, otorgado a favor de José Ignacio López Oliver, vecino y regidor perpetuo de Murcia, a fin de ensanchar un molino harinero de su propiedad143. Este molino estaba situado, efectivamente, en la acequia mayor de Alquibla en Aljucer; contenía en una de sus fachadas el escudo heráldico de la familia López Oliver y fue parcialmente demolido en el año 2008144. En definitiva, este emplazamiento es el que conviene a la mención más temprana a esta torre, la del Repartimiento, pues está contenida en la Quinta Partición, que se llevó a cabo sobre el cuadrante sudoccidental de la huerta. Allí se repartieron 28 tahúllas a 7 pobladores; es decir, 3,13 ha de regadío, lo que nos pueda dar idea de la extensión de las fincas vinculadas a estas torres, siempre y cuando estemos tratando de una propiedad aristocrática compuesta por torre y tierras de cultivo y que no estemos ante una torre para la protección de las alquerías próximas, que sirviera de referencia a los partidores para localizar las parcelas de su entorno más inmediato. Arqueológicamente están documentadas otras dos torres, de ninguna de las cuales conocemos menciones en los textos medievales, que describiremos a continuación. La primera se emplaza junto al santuario de La Fuensanta a unos 100 m al SW del mismo; se trata de una pequeña torre defensiva de 6,25 m de lado y muros de 0,40 m de ancho145. En su interior se conservan algunos restos de enlucido rojo y cuenta con un acceso a ras de suelo de 0,65 m de anchura abierto en la esquina occidental. Unos 200 m más abajo aparece otra construcción que podría ser de carácter residencial: es de planta rectangular (8 x 13 m). Está delimitada por muros de tapial de argamasa cuya anchura oscila entre 0,55 y 0,60 m y la altura de las tapias entre 0,80 y 0,84 m. En torno a estas construcciones existen una serie de estructuras hidráulicas, concretamente unas alberquillas de decantación asociadas a un manantial, un tramo de canalización y una alberca146. Hay que destacar la completa ausencia de materiales arqueológicos, por lo que la adscripción a época islámica hay que considerarla hipotética y se basa exclusivamente en la técnica constructiva. La segunda está situada junto al molino llamado del Batán, muy próxima a la ciudad (2,5 km al NE), en la pedanía de Zarandona (fig. 8). Está emplazada en llano, en plena huerta, en el punto donde se cruzan el Camino Viejo de Monteagudo y el Azarbe Mayor del norte147. Los restos corresponden a una torre de planta cuadrada, de 12 m de lado, construida en tapial de argamasa. Los muros perimetrales, los únicos restos conservados en la actualidad, tienen un grosor de 0,80 m y las tapias una altura que oscila entre 0,84 y 0,90 m. En la pros-

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

417

pección arqueológica del entorno no se pudo localizar la existencia de albacar o recinto alguno, elementos característicos de las torres de alquería. Los escasos materiales hallados en superficie son todos de época contemporánea. Según Bernal y Manzano, aunque no se pude excluir por completo la posibilidad de relacionar la torre con un hipotético molino textil ya en época musulmana, no parece esta la hipótesis más plausible debido a la inexistencia de noticias acerca de la presencia de batanes en la Murcia musulmana y a que el molino actual es una obra completamente independiente de la torre, en la que no se observa indicio alguno de construcción medieval. Desde el punto de vista funcional, se inclinan por creer que no se trata de una torre militar sino que estaría vinculada a la estructura del poblamiento, concretamente, a una gran explotación agrícola privada de carácter aristocrático más que a un hipotético recinto-refugio para los campesinos del entorno. A la vista de los ejemplos mencionados en el Repartimiento y que hemos examinado en primer lugar, parece evidente que la propuesta de Bernal y Manzano acerca de la funcionalidad de la Torre del Molino del Batán es la más convincente, siempre y cuando efectivamente aceptemos que se trata de una construcción andalusí, lo que aún no está probado. El argumento de la técnica constructiva no es razón suficiente para afirmar esa cronología puesto que existen numerosos ejemplos del empleo de esa técnica en época cristiana y de la construcción de este tipo de edificios, que convenían perfectamente al carácter señorial del poblamiento148.

fig. 8 Restos de la Torre del Molino del Batán. Imagen tomada de la Carta Arqueológica de la Región de Murcia.

6. Las almunias estatales del entorno de

Murcia

A continuación nos ocuparemos de manera sumaria de una serie de propiedades del entorno de Murcia, acerca de cuya identificación como almunias estatales de época andalusí existe un cierto consenso entre la mayoría de los investigadores. Se trata, por otra parte, de realidades vinculadas a restos arqueológicos monumentales, por lo que han sido objeto de numerosos estudios, algunos recientes y otros muy añejos. No vamos ahora a repetir todo lo ya escrito, aunque sí nos parece inevitable recordarlos en este trabajo, resumiendo sus características generales de manera escueta y remitiendo en cada caso a la bibliografía correspondiente. Enfatizaremos aquellos aspectos que precisamente han contribuido a su identificación y caracterización como almunias y que, por tanto, nos pueden aportar más información en relación al tema del que nos ocupamos en este trabajo. La más conocida es la del Castillejo de Monteagudo, acerca de la cual existe una información textual suficiente como para poder reconocerla como finca de recreo emiral; en relación a Larache y Cabezo de Torres no tenemos datos escritos, aunque las características de los restos arqueológicos conservados dejan pocas dudas al respecto. Algo parecido sucede con el conjunto del Portazgo, aunque en este caso la identificación como almunia es mucho más dudosa, según veremos. Finalmente, las evidencias arquitectónicas del Alcázar Menor de Murcia, también denominado Dār as-Sugrà y Alcázar Ceguir, conservadas en el convento de Sta. Clara la Real de Murcia, son conocidas de antiguo y han sido objeto de numerosas publicaciones científicas, aunque normalmente se le consideraba como un palacio urbano y solo recientemente ha sido claramente identificado como parte de una extensa finca real situada originalmente en un entorno periurbano. 6.1.

El Castillejo 149

El palacio fortificado de Ibn Mardanīš, conocido actualmente con el nombre de Castillejo, alza las ruinas de sus murallas sobre un cer ro poco elevado, protegido por el castillo de Monteagudo. Actualmente se encuentra en medio de la huerta, aunque en el siglo XII, con toda probabilidad, se hallaba fuera del perímetro de tierras que irrigaban las acequias derivadas del río Segura. Formó parte de una amplia finca de recreo para cuyo riego se construyó un enorme embalse (161 x 136 m) que se alimentaba de aportes irregulares, muy probablemente de una rambla colindante.

418

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

fig. 9 Finca palatina del Castillejo de Monteagudo (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995b). 1. Castillo. 10. El palacio (Qasr Ibn Sa’d). 11. Construcción indeterminada. 12-13. Restos de muros. 14. Construcción indeterminada, tal vez un pabellón. 15. Acueducto. 16. Albercón. 17. Gran espacio, huerto o jardín cercado.

Todavía en la actualidad se aprecian los restos de esta gran alberca, así como los de canalizaciones, muros y otras construcciones difíciles de identificar. En el llano situado al este existía un gran recinto murado, seguramente un huerto cercado o tal vez un parque cinegético150 (fig. 9). El albercón del Castillejo era de mayores dimensiones que otros análogos relacionados con las almunias del castillo de Larache y de Cabezo de Torres, aunque creemos que todos ellos se alimentaban de manera similar, es decir, aprovechando los caudales esporádicos de las ramblas. Prueba de ello serían los restos de un gran dique medieval localizado en una de las ramblas de este sector, la de Churra. Actualmente no existe rambla alguna en las proximidades de los albercones de Larache y Castillejo; sin embargo, si observamos detenidamente el parcelario en la fotografía aérea, podemos apreciar claramente que este indica la existencia de una rambla antigua, hoy desaparecida, que penetra en la vega desde el norte y tras dibujar dos meandros pasa al pie del cerro del castillo de Larache por su lado oriental (fig. 4). Esta rambla continuaba hacia el sur, bordeando por el oeste el cabezo del Castillejo y el del castillo de Monteagudo, para desaparecer a la altura de

la actual pedanía de este nombre. En la actualidad, la acequia de Zaraíche discurre por este pago en sentido oeste-este hasta llegar al ángulo suroccidental del albercón de Monteagudo, en que quiebra abruptamente en dirección suroeste para bordear el espolón del castillo de Monteagudo (fig. 9). Los terrenos que riega dicha acequia serían aproximadamente los mismos que irrigaba el estanque, por lo que suponemos que a mediados del siglo XII cuando debió de construirse este, no existía tal acequia. Esto parece confirmado por la disposición del parcelario, que se aprecia reveladoramente cortado por el tramo de la acequia entre la balsa y la población de Monteagudo. Si nuestra hipótesis es correcta, no sería descabellado pensar que el propio nombre de la acequia de Zaraíche, procedente del árabe sahriy (balsa)151, estuviera vinculado al gran albercón del Castillejo. El palacio consta de un núcleo principal de planta rectangular y de un segundo recinto situado en su lado occidental, cuatro metros más bajo (fig. 10). Se trata de un edificio de tapial, que estaba flanqueado a lo largo de todo su perímetro por torreones rectangulares (fig. 11). No conocemos la finalidad del recinto inferior ni su distribución interna dado que nunca ha sido

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

419

fig. 10 Planta del Castillejo de Monteagudo (Almagro Gorbea, 2008).

fig. 11 Castillejo de Monteagudo (Reconstrucción virtual: Antonio Almagro Gorbea). En el primer plano de la fotografía se puede observar el ángulo sureste de la gran alberca.

excavado, aunque parece lógico suponer que acogería dependencias de servicio, establos por ejemplo, que no existen en el edificio superior. Este se organizaba alrededor de un patio que tenía un gran jardín central atravesado por dos paseadores en cruz y contaba con dos albercas en los lados menores. A ambos lados del pa-

420

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

tio, frente a las albercas mencionadas se levantaban las dos salas principales al fondo de las cuales se situaban sendos miradores abiertos al paisaje colindante. En las esquinas aparecen cuatro núcleos con habitaciones en torno a pequeños espacios de distribución secundarios, seguramente patios. La función de esta almunia, por tanto, era triple: económica, como explotación agropecuaria; residencial, por ser palacio de recreo en determinadas épocas o días del año y, finalmente, protocolaria, como lugar donde se celebraban audiencias y encuentros con embajadores y dignatarios de la propia corte murciana, según reflejan los textos árabes. La residencia palatina del Castillejo de Monteagudo fue destruida por los almohades poco antes de que estos conquistaran el reino de Murcia, pero la finca debió de continuar en producción como propiedad del majzén, y en 1266-1267 Alfonso X la concedió a su esposa doña Violante en concepto de donadío, según registra el Repartimiento: «La sennora Reyna tiene en el reyal de Monteagudo, en la vinna et en el [aluar] y mismo, DC tahullas, que son XC alffabas» y en el resumen final de las 3ª y 4ª particiones: «La sennora Reyna tene en Monteagudo DC taffullas, que son XC alffabas menos de la terra yerma»152. Por tanto, la finca aparece denominada en este documento como real y no como rahal, lo que parecería ser más apropiado teniendo en cuenta sus características, tal y como ya apreció José Antonio Manzano153. En efecto, de acuerdo con la distinción que hace Guichard entre rahal y real y los datos que venimos exponiendo en este trabajo, los reales serían fincas de tamaño relativamente pequeño, situadas en la huerta próxima a la ciudad, muy productivas por ser de regadío; mientras que los rahales aparecen localizados en la periferia de la vega o fuera de ella, en tierras poco o mal irrigadas, en donde se practicaría una agricultura de secano complementada con la ganadería. Sabemos por el Repartimiento que a mediados del s. XIII la finca en cuestión tenía una extensión de 600 ha excluyendo la tierra yerma y que incluía varias calidades de terreno, que sumaban de forma conjunta 90 alfabas, un valor muy inferior al de los reales pero similar al al de los rahales analizados por Guichard. Por consiguiente, es posible, como cree Manzano, que la designación como «real» se deba a un error del escribano, o incluso a una contaminación semántica del término por homofonía al designar a una propiedad que efectivamente había pasado a manos de la Corona castellana. Existe un indicio de que la denominación original era «rahal»: el camino que atravesaba la finca y une las actuales poblaciones de Monteagudo y Cabezo de Torres recibe todavía hoy el nombre de «Camino del Raal»154.

fig. 12 Castillo de Larache.

fig. 13 El interior del Castillo de Larache durante el proceso de excavación (año 2008). (Fotografía: facilitada por D. Mario García Ruiz).

6.2.

El llamado castillo de Larache 155

Aunque se le conoce como castillo de Larache, no parece que en realidad estemos ante un verdadero edificio castrense, sino que se trataría de otra almunia aristocrática fortificada. Se sitúa a 800 m del Castillejo en dirección noroeste, sobre un cerrete que se eleva 15 m sobre la huerta colindante (fig. 3). Es un edificio de planta aproximadamente cuadrada que alcanza los 2.160 m2 de superficie; su perímetro está compuesto por dos recintos amurallados, concéntricos, y separados

2 m entre sí, por lo que el exterior debió de funcionar a modo de antemuro (fig. 12). El sistema constructivo, como en los demás edificios del entorno, es la tapia de hormigón con alzados de calicastrado, aunque la característica más destacable del edificio es que carece de torres. Recientemente ha sido objeto de varias interven­ ciones arqueológicas de apoyo a la restauración (fig. 13). La primera consistió en simples sondeos que no revelaron mayores detalles acerca de la planta156, pero posteriormente se hizo una intervención en extensión que aún permanece inédita, aunque contamos con al-

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

421

fig. 14 En primer término, el estanque hoy llamado «Huerto Hondo»; al fondo, el castillo de Larache.

gunas noticias relevantes que nos han comunicado verbalmente sus excavadores y que, con las reservas que impone una investigación que aún está en curso, serían las siguientes157: —— Primero, que se trata de un edificio organizado en torno a un patio central, lo que confirma su carácter esencialmente residencial y no militar, lo mismo que cabe decir del Castillejo. —— Segundo, que contaba con salón norte precedido de pórtico. —— Tercero, que el salón sur disponía, al parecer, de ventanas-mirador. —— Cuarto, que las crujías laterales eran de servicio y el acceso se situaba en la occidental. —— Quinto, que se trata de una construcción inacabada. —— Sexto, que siguen sin haber evidencias seguras sobre su cronología. En el entorno del castillo de Larache existe una antigua alberca cuadrangular, hoy conocida como «Huerto

422

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

Hondo», de 60 m x 58 m, conformada por muros perimetrales de 1,50 m de espesor (fig. 14). Tiene un alzado de metro y medio al exterior mientras que al interior se encuentra en parte colmatada y dedicada al cultivo. La presencia de enlucido al interior, de aliviaderos y la información por parte de los agricultores de la zona de que cuenta con un potente suelo, hoy enterrado, confirman que se trata de una estructura hidráulica. Parece fuera de toda duda que esta alberca estaba asociada al edificio hoy conocido como castillo de Larache, de la misma manera que el Castillejo contaba con el albercón antes descrito a sus pies. Así mismo, es lógico suponer que este gran estanque estaría dedicado principalmente al almacenamiento de agua para el riego de la finca asociada a la residencia y, tal vez, para un uso lúdico o recretivo. Ambos albercones debieron de aprovechar los aportes irregulares de una rambla que pasaba junto a ellos, actualmente desaparecida pero cuya huella permanece fosilizada en el parcelario actual, según revela la fotografía aérea158. No existe seguridad de que la actual denominación se corresponda con la árabe; sabemos que en la Baja Edad Media, todo este sector de la huerta entre Monte­ agudo y Cabezo de Torres en donde se encuentra este castillo y el Castillejo se denominaba «Alabrache» o «Alharache»159, por lo que la denominación de «Castillo de Larache» a este edificio pudo sobrevenir posteriormente, por ejemplo en el siglo XVIII, cuando en su interior construyó su residencia y museo un famoso anticuario llamado Joaquín Saurín160. 6.3.

Las edificaciones de Cabezo de Torres 161

El conjunto que ahora vamos a tratar, compuesto al igual que los anteriores por residencia fortificada en alto y gran albercón a sus pies, en el llano, se sitúa a solo 1 km al oeste de Larache, en la actual población de Cabezo de Torres. Los restos del edificio se encuentran en el llamado Cabezo de Abajo, un cerrete que está densamente poblado en la actualidad, por lo que las estructuras medievales están en parte destruidas o reutilizadas por las viviendas recientes. Se trata de una construcción cuadrangular, de unos 40 m de lado, que presenta cuatro torreones inscritos en el interior de cada uno de los ángulos del recinto (fig. 15). En el lado norte, un muro paralelo al exterior conforma una estrecha crujía. Es imposible precisar más acerca de la planta del interior del edificio pues está colmatado por tierra y escombros. A 20 m al norte se conservan los restos de un torreón cuadrangular aislado cuya función es dudosa (fig. 16). No obstante, la observación de fotografías

fig. 15 Edificio del Cabezo de Torres (Manzano Martínez, 1998).

fig. 16 Uno de los torreones del edificio fortificado de Cabezo de Torres.

aéreas efectuadas durante el vuelo de Ruiz de Alda en el año 1927, cuando aún la parte superior del cerro no había sido urbanizada, parece mostrar la existencia de un muro que partiendo del recinto cuadrangular se prolongaría en dirección norte abarcando todo el espacio estrecho y alargado que conforma la cima de la colina, conformando una línea de defensa de la que formaría parte el torreón en cuestión.

A unos 250 m en dirección norte, al pie del cerro y aprovechando una vaguada entre este y otro cerro vecino, pudimos documentar la existencia de otro gran embalse (fig. 3) que se distingue con nitidez en la fotografía aérea antigua. De planta rectangular, mide 90 x 78 m y sus muros de tapia de argamasa tienen un espesor de 2,30 m. Su emplazamiento le permitiría irrigar los terrenos a ambos lados del cerro en lo alto del cual se hallan

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

423

los restos de la residencia fortificada. La alimentación del albercón posiblemente se efectuaba a partir de la rambla del Carmen, que todavía discurre en sentido N-S, muy próxima al embalse por su lado oriental. Esta zona de huerto es en la actualidad irrigada directamente por la acequia de Churra la Vieja, que desde el oeste enlaza con el extremo NE del albercón, dos de cuyos muros son aprovechados como lados de la propia acequia. Si nuestra hipótesis fuera correcta ello significaría que dicha acequia es cronológicamente posterior al albercón y sus regadíos anexos. La fotografía aérea revela una peculiar disposición del parcelario en una zona adyacente al cerro y que se prolonga en dirección sur, hasta la Senda de Granada, extendiéndose unos 100 m a cada lado de la rambla del Carmen. La disposición de los bancales de esta área, que no coincide exactamente con la orientación del trazado ortogonal del parcelario agrícola a su alrededor, bien podría estar indicando la extensión de las tierras cultivadas a partir del albercón, muchos años antes de que se construyera la acequia de Churra la Vieja que en la actualidad las irriga. 6.4.

Los edificios del Portazgo 162

En las primeras estribaciones del Puerto de la Cadena, que comunica la vega de Murcia con el Campo de Cartagena se encuentran los restos de los dos edificios del Portazgo (fig. 17), a unos 800 m en dirección a Murcia de la fortaleza inacabada que señorea el puerto, convencionalmente denominada castillo de la Asomada. Las construcciones del Portazgo se situaban muy próximas la una de la otra, a unas decenas de metros por encima del nivel del cauce de la rambla del Puerto, junto a la antigua vía de comunicación Cartagena-Toledo, que citan, entre otros, al-‘Uḏrī, al-Bakrī, al-Zuhrī, al-Idrīsī y al-Ḥimyarī. La proximidad, el aparejo, la regularidad en el trazado y el hecho de que los tres se abandonaran antes de ser terminados, son prácticamente los únicos elementos que permiten relacionar estos dos edificios entre sí y con el castillo de la Asomada. De ninguno de ellos, por otra parte, se conserva mención alguna en las fuentes árabes o cristianas. En su día defendimos que dicho castillo es una construcción mardanisí, a juzgar por sus características constructivas y, especialmente, por la original disposición de los torreones conformando esquinas entrantes, similar a la del Castillejo; por tanto, creemos que los dos edificios del Portazgo son también mardanisíes. El llamado recinto inferior es de planta rectangular y presenta una prolongación de los lados mayores para conformar un cuerpo o crujía rectangular que comunica

424

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

con el gran espacio abierto mediante tres vanos simétricos de 2,22 m, flanqueados por pilares de ladrillo de 0,60 x 0,90 m 163. Desde el exterior se accede al recinto por un estrecho vano de 1,16 m, rematado con jamba de ladrillo y situado en el ángulo SE. Todos los muros están construidos en tapial de argamasa y la altura entre las líneas de mechinales es de 0,80 cm. Dado que su construcción se vio interrumpida nada más iniciarse las obras, no es sencillo adivinar cómo habría sido la planta de concluirse el edificio y, por consiguiente, a qué uso estaría destinado, aunque en nuestra opinión, que coincide con la de Pozo Martínez, se trataba de un edificio de carácter residencial. El devenir de este edificio consiste en una sucesión de desgracias hasta su completa destrucción por causa, precisamente, de su emplazamiento junta a una importante vía de comunicación: el ángulo sur del recinto desapareció seguramente durante las obras en la carretera realizadas bajo el reinado de Carlos III; durante 1987, con motivo de las nuevas modificaciones en el trazado de la nacional 301, acabó por demolerse definitivamente todo el testero suroriental y parte de los testeros occidental y meridional; finalmente, la mayor del edificio, que aún se mantenía en pie, fue destruida en 2008 con motivo de la ampliación de la autovía. Para otorgarle un barniz de respeto por el patrimonio a esta bárbara demolición, las tapias fueron cortadas y trasladas a otro emplazamiento próximo, el cual, eso sí, se dotó de abundante iluminación, mobiliario urbano y cartelería para cinco paradas interpretativas164. El recinto superior se abandonó en un estado de construcción más avanzado; es de planta cuadrangular, con unas dimensiones exteriores de 31,10 x 22,50 m (700 m2), excluyendo los torreones del frente norte. Está fabricado a base de tapial de calicanto (80 cm de altura entre los mechinales) aparejo similar al del recinto inferior. Adosado al testero septentrional aparecen tres gruesos basamentos macizados de planta rectangular, regularmente distanciados 5 m, que podrían ser la base de unos torreones que nunca se llegaron a concluir. Presenta tres crujías, dobles las de los lados menores, en torno a un espacio rectangular que seguramente corresponde a un patio. En el eje de simetría, anexa a la crujía del lado mayor, aparece una estructura cuadrangular que invade el espacio central y que bien podrían ser los cimientos de una alberca como las que hay en el Castillejo de Monteagudo. Las crujías están compartimentadas en dependencias que estuvieron cubiertas con bóvedas de ladrillo y comunicadas entre sí. En dos de ellas se halló que el punto en donde se encuentran la pared y el suelo presenta la solución en cuarto de bocel característica de los aljibes, por lo que se cree

que tienen una anchura media de 0,24-0,27 m. El primer tramo rambla arriba corre por la margen derecha, conserva un alzado de aproximadamente 1 m y una longitud de unos 20 m, perdiéndose su prolongación entre la vegetación. El siguiente tramo tiene una longitud de más de 500 m y se sitúa en la margen izquierda; tiene un alzado de un metro y se observan en su cara externa la impronta de mechinales y tablas de encofrado con una altura de 0,58 m. 6.5.

fig. 17 Los edificios del Portazgo (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995b).

que estas dependencias, situadas con toda probabilidad por debajo del nivel principal, servían como contenedores de agua. Las dificultades que encontramos a la hora de interpretar estos restos se deben a que, como ya hemos dicho, el edificio está inacabado, y lo que hoy se conserva son las infraestructuras, lo que serían los sótanos, sobre los que se situaría el suelo y las habitaciones de la planta principal. Seguramente el proyecto original también comprendía la construcción de torreones en todo el perímetro del edificio; sin embargo, solo se llegaron a levantar los basamentos de los tres del frente norte. En las proximidades del lecho de la rambla que corre al pie de los dos edificios existe una serie de estructuras hidráulicas que parecen destinadas a acopiar agua para la irrigación de las laderas que descienden en dirección norte desde el emplazamiento de los recintos, lo que confirmaría que se trataba de residencias aristocráticas asociadas a espacios cultivados; es decir, que estaríamos ante almunias. Se trata de una serie de muros de tapia de argamasa que se ciñen a los laterales de la rambla, acogiendo en su parte superior los canales,

La finca palatina de Santa Clara

En el extremo nororiental del Arrixaca se situaba una gran finca palatina, compuesta por diferentes residencias, huertos, baños y el palacio principal, llamado en las fuentes árabes del siglo XII Dār as-Sugrà y en las castellanas del siglo XIII Alcázar Seguir165. Aparece citada por primera vez en las fuentes árabes en relación a los sucesos acaecidos en 1145 tras la caída de los almorávides; se trata de dos noticias en las crónicas de las que se puede deducir que era la segunda sede oficial del poder en Murcia, ocupando un lugar subordinado, al menos desde los puntos de vista político y militar, en relación al Alcázar Mayor. El edificio principal ha sido el único que se ha conservado gracias a que en él se instalaron las monjas clarisas en el siglo XIV. Desconocemos el perímetro exacto de los edificios palatinos, pues las excavaciones arqueológicas emprendidas en el interior del actual monasterio nunca abarcaron su totalidad. Los restos descubiertos solo permiten hablar de la existencia segura de un edificio de planta rectangular con un gran patio central, orientado su eje mayor en dirección norte-sur. El patio es cuadrangular (39,88 x 39,40 m) y alcanza una extensión de 1.571 m2, muy superior a la de la mayoría de los patios andalusíes conocidos; su eje norte-sur está recorrido por una gran alberca rectangular (26,32 x 7,60 m), flanqueada por pares de jardines en hondo separados por andenes transversales. Los frentes septentrional y meridional reproducen la tradicional disposición de la arquitectura residencial andalusí: salón rectangular con alhanías, precedido por un pórtico. La información arqueológica y el contexto histórico permiten asegurar que estamos ante un edificio de nueva planta, construido seguramente durante el emirato de Ibn Hūd (1228-1238) sobre las ruinas de un palacio del siglo XII. La finca al parecer se extendía desde la propia muralla del arrabal, a la altura del actual Teatro Circo, hasta, al menos, la calle de la Aurora. Al sur de dicha finca existía una gran plaza en donde posteriormente Alfonso X ubicaría el mercado, la actual de Santo Domingo. Conviene llamar la atención acerca de la vinculación

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

425

del complejo palatino de la Dār as-Sugrà con la acequia de la Aljufía, con su ramal de Caravija y, tal vez, con la de Casteliche. Creemos que las tres, en mayor o menor medida, fueron empleadas para aprovisionar de agua los diferentes edificios palatinos, sus baños y albercas, para regar los extensos huertos y/o jardines con que contaba. Gracias a una descripción completa del sistema de regadío fechada en 1353 sabemos con certeza que de la Aljufía se tomaba el agua que regaba «los huertos del rey et de la reyna»166, pues en estas fechas la gran finca palatina de época andalusí está fragmentada en diferentes reales, entre ellos los del rey y la reina de Castilla, que eran sin duda los más importantes. El real y baños de la reina terminaron formando parte del convento de Santa Ana, según confirma el llamado Libro de censos de la Dote, un texto del siglo XVI en el que se recoge información más antigua, en el que se hace referencia a los «guertos y casas prinçipales y otras casas questaban cabo la yglesia de Santa Ana», y que todo ello «heran baños y jardines del Rey Moro, porque bibia en la casa de Santa Clara, que hera del rey»167. Otras propiedades que conocemos por la documentación bajomedieval y que debieron de formar parte de la almunia son las casas del infante D. Fernando y las fincas que otros personajes ilustres obtuvieron en la zona, como es el caso del partidor mayor, don Gil García de Azagra o el adelantado Alfonso García de Villamayor. Además, conocemos la existencia de otras como el real del Pino, una de las últimas posesiones que quedaban en manos de la dinastía hudí y que en 1307 fueron concedidas por Fernando IV a la Orden de Santiago168, que según el Libro de censos de la dote estaba «en el Mercado; segun que afrenta con huerto de Gil Perez y con guerto de las monjas de Santa Ana y con la açequia»169. Por tanto, estamos ante una almunia áulica perteneciente con toda probabilidad al majzén, que se remonta al menos al segundo cuarto del siglo XII y que llegó hasta la conquista. Estaba situada fuera de la medina, en el interior del arrabal del Arrixaca, al menos a mediados del siglo XIII, pues cabe la posibilidad de que cuando se fundó no existiera dicho arrabal como tal ni la muralla que lo circundaba, dado que las primeras menciones a los mismos se remontan a mediados del siglo XII170. En cualquier caso, sabemos que además de casas, palacios y baños, contaba con una extensa finca agrícola que se dividió en varios reales y huertos tras la conquista. En el siglo XII se le conocía como Dār as-Sugrà, es decir, «Casa Menor», de acuerdo con una denominación que sabemos era común para otras almunias andalusíes, como por ejemplo la Casa de las Gallinas y la Dār al-‘Arūsa, ambas propriedades de los sultanes nazaríes.

426

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

Por su emplazamiento, muy próximo a la ciudad, y debido a que toda la propiedad debió de estar bien irrigada por las acequias y ramales del entorno, creemos que estaríamos ante un buen ejemplo de «real», denominación que de hecho emplearon los castellanos para referirse a las fincas que surgieron de la partición de la gran finca original, pertenecieran o no a la familia reinante. De hecho, en este sector norte del arrabal del Arrixaca se concentraban los reales murcianos en la Baja Edad Media, según acredita la documentación de la época. Conviene también recordar que en sus proximidades se hallaba la puerta llamada Beb Almunen en un documento de 1266 y Bāb al-Munā por al-Qarṭāŷannī, que probablemente se situaba al final de la calle Trapería, comunicando la medina con este sector171. El topónimo se puede traducir como «Puerta de las Almunias», lo que efectivamente conviene con la existencia de la gran finca palatina que hemos descrito y otras menores que debieron de existir en el entorno, a juzgar por las numerosas referencias a los mencionados reales.

7. Interpretación histórica El fenómeno de la expansión de las propiedades fundiarias de los habitantes de las ciudades, bajo cualquier denominación incluidas las de almunias, rahales y reales, constituye un hecho histórico significativo que transmite información muy valiosa sobre el contexto socioeconómico en el que se produce, como trataremos de demostrar. Una de las evidencias más claras de la coyuntura demográfica y económica expansiva que tuvo lugar en al-Ándalus a partir del siglo X es la formación de las grandes huertas urbanas en el este peninsular, que permitieron la colonización de nuevas tierras de cultivo y la mejora en la explotación de otras a partir del aprovechamiento intensivo de los recursos hidráulicos de los ríos. No existen referencias seguras que permitan fecharlas con precisión, aunque en la mayoría de los casos parece que los procesos que las originaron se podrían remontar a los siglos X-XI. Una prueba en este sentido la proporciona al-Rāzī, quien menciona la existencia de huertas irrigadas en numerosas localidades de la península ibérica, especialmente de su franja oriental172. También sabemos que antes del año 1010, los futuros arráeces de Valencia, Mubārak y Muzaffar, eran los encargados de la administración de las acequias, cargo que dependía, de manera directa o en última instancia, del gobernador de la ciudad, lo que permite suponer que, al menos a fines de época califal, existía ya en Valencia una red de riego bien desarrollada. Esa

misma cronología es la que parece desprenderse de los datos arqueológicos disponibles para Orihuela y Elche; mientras que en los casos de Murcia y Siyāsa los datos son más discutibles y, al menos en el segundo, parecen apuntar más bien al siglo XI173. Otro aspecto de esta expansión sería, precisamente, la expansión de las almunias, un tipo de propiedad que está bien atestiguada por las fuentes desde época omeya, vinculadas a emires, califas y a sus cortesanos, pero que al parecer podrían haber proliferado especialmente a partir del siglo XI, pues de hecho las crónicas prueban que algunos reyes taifas estimularon el desarrollo agrícola mediante la creación de almunias con jardines y huertos en torno de sus capitales. Por ejemplo la «Huerta del Rey» (Ŷannat al-Sulṭān) de al-Ma’mūn de Toledo, que fue al parecer proyectada por los agrónomos Ibn Wāfid e Ibn Baṣṣāl, quienes introdujeron y aclimataron variados cultivos entre hortalizas, frutales, especias y hierbas aromáticas. El segundo de ellos marchó después a Sevilla, en donde diseñó otros huertos y jardines similares para al-Mu’tamid174. En las afueras de Almería, al-Mu’taṣim (1051-1091) construyó una de estas almunias que según al-‘Uḏrī, era un parque en el que «además de las vulgarmente conocidas, se cultivan plantas exóticas como la banana, en sus diversas especies y la caña de azúcar»175. En Valencia, los inmigrantes cordobeses que se establecieron en la ciudad en tiempos de Mubārak y Muzaffar, «construyeron moradas y palacios, cultivaron maravillosos jardines y espléndidos vergeles donde hicieron correr el agua en abundancia»176. Los aristócratas y miembros de las élites urbanas emularon a los sultanes en ese periodo, pues los autores árabes acreditan la existencia de torres y almunias en el entorno de varias ciudades andalusíes como Lérida, Almería, Sevilla y Tarragona177. Seguramente la proliferación de almunias se vio favorecida por la descentralización política, con la consiguiente multiplicación de pequeñas cortes, aunque la causa principal parece haber sido una aceleración de la expansión agraria que Lucie Bolens identificó como «revolución agrícola andalusí del s. XI», en cuya base se encontraría una demographie de haute conjoncture, que propiciaba la demanda en las ciudades y la fuerza de trabajo necesaria en el campo178. Según la interpretación funcionalista de Bolens, en el siglo XI se racionalizó la gestión de las numerosas propiedades rústicas que pertenecían al Estado, aliviándose la fiscalidad centralizada del régimen omeya, lo que daría lugar a un aumento de las rentas de los trabajadores en régimen de aparcería y el consiguiente desarrollo demográfico179. Sin embargo, esta hipótesis no coincide con las pautas asociadas a fenómenos de este tipo según la an-

tropología histórica. En las sociedades agrarias avanzadas como la andalusí, caracterizadas por la acentuada desigualdad social180, el incremento de la productividad agrícola ha supuesto, a lo largo de la historia, el aumento de la apropiación de los excedentes por la élite. John Kautsky distingue, dentro de las sociedades agrarias, entre tipos tradicionales y comercializados, que se diferenciarían, de manera resumida, en que en las primeras el estamento dominante se apropia de una parte de la producción campesina, mientras que en las segundas se apodera de la tierra del campesinado181. Para ello, el Estado y las clases allegadas contaban con herramientas fiscales favorecidas por el desarrollo de los sistemas monetarios, lo que desem­bocaba en el endeudamiento y la expropiación de la tierra en la medida en que los deudores se volvieran insolventes y se extinguiera el derecho de redimir hipotecas. Despojados de la propiedad de sus tierras, los campesinos se veían abocados a engrosar el proletariado urbano, a convertirse en arrendatarios y jornaleros o, en última instancia, a la mendicidad, el bandidaje y la revuelta social. Esta aproximación teórica parece encontrar confirmación en las fuentes escritas árabes, tal y como ya puso de manifiesto Pierre Guichard al examinar algunas de las pocas noticias con que contamos acerca de la situación del medio agrario en el siglo XI182. En concreto Ibn Ḥayyān, contemporáneo de los hechos que describe, explica lo siguiente en relación al gobierno los dos copríncipes eslavos de Valencia, Mubārak y Muzaffar: [...] [recaudaban los impuestos] con el mayor rigor de todas las categorías de la población, hasta el punto que la situación de sus súbditos se degradó. Las gentes emigraron unas tras otras de las regiones que ocupaban, las cuales, a fin de cuentas, se arruinaron [...].

Es decir, el Estado impuso sobre sus súbditos una presión fiscal insoportable, de tal manera que se vieron obligados a emigrar abandonando sus lugares de origen. Sus fincas expropiadas pasaban a manos de «aquellos dos bárbaros y sus secuaces», quienes «[...] se apropiaban los pueblos cuya gente había emigrado para hacer de ellos explotaciones particulares [ḍiya mustahlasa]». Finalmente, esos campesinos libres, anteriormente propietarios de las tierras que trabajaban, ahora vuelven a trabajarlas pero como jornaleros, empleados por los nuevos amos: Y cuando uno de estos notables daba su nombre a una de esas explotaciones, sus antiguos habitantes volvían allí, aceptándolo como amo, trabajando a cambio de una

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

427

parte del producto y con la esperanza de que él les protegería contra los reveses de la fortuna.

Según Ibn Ḥayyān, este proceso no solo aconteció en la región de Valencia sino que: [...] eso fue lo que hicieron la mayor parte de los rebeldes que se adueñaron de las regiones del Andalus o se sublevaron en sus confines, tras la disgregación del poder de la Comunidad [sultān al-ŷamā‘a] en Córdoba al final de la dinastía de los Banū-Āmir183.

La existencia de esas aldeas pertenecientes a individuos ricos que las habían adquirido durante «los días de los rebeldes», está igualmente atestiguada en varias fetuas de Ibn al-Ḥāŷŷ184. Ibn al-Jaṭīb relata una elocuente historia acerca de los peligros que acechaban a los campesinos en este contexto socioeconómico. Se trata de un súbdito de Ibn Mardanīš, que tenía en los alrededores de Játiva: [...] una pequeña finca de la que vivía, pero los impuestos superaron sus ganancias y huyó a Murcia, aunque Ibn Mardanīš tenía establecido que quien huyese ante el enemigo, se le confiscarían los bienes para el tesoro. El hombre de Xátiva contaba: cuando llegué a Murcia, huido de mi patria, me coloqué en la construcción y llegué a reunir dos mithqales de oro [...].

Le siguen diferentes peripecias cuyo hilo conductor es la exagerada carga impositiva que ejerció sobre sus súbditos el Estado mardanisí185. Es decir, el antiguo campesino perdió su tierra por causa de los impuestos y acabó emigrando a la ciudad para convertirse en obrero de escasa cualificación, decisión forzada que solo se tomaba cuando no quedaba otra salida, según refleja el relato anterior: de hecho, el traslado a la capital no mejoró la calidad de vida de su protagonista, por el contrario, enlazó una serie de penalidades hasta terminar preso y sujeto a trabajos forzados. También Ahmed Tahiri advirtió que durante la fitna y más tarde hacia finales de la época taifa, había venido ganando terreno una cierta tendencia a someter la mano de obra rural al control de la casta terrateniente, la cual se fue apoderando mediante concesiones de una buena parte de alquerías y distritos. «Al encabezar la cúspide del poder a escala local o provincial, la nueva casta acabó sometiendo a los productores a una serie de obligaciones tributarias», de manera que se vieron obligados a trabajar la tierra sujetos a prestaciones de todo tipo186. Como es lógico, estas élites terratenientes estarían interesadas principalmente en la actividad agrícola

428

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

que producía mayores rendimientos, es decir, el regadío, como lo demuestra la atención principal que recibe en los libros de agricultura andalusíes187 e igualmente queda de manifiesto en la proliferación de reales en las valiosas tierras irrigadas del entorno de Murcia. La literatura jurídica también lo acredita, de manera que a través del examen de la misma, Vincent Lagardère concluye que los derechos de uso de las tierras comunales, de las tierras del Estado y la apropiación de los sistemas colectivos de irrigación, parecen haber experimentado una evolución decisiva en los siglos XI y XII, como parte de una revolución que orientaba la agricultura hacia cultivos de regadío especulativos e intensivos con mayor valor añadido. Buscando nuevas tierras, estos propietarios parecen haberse hecho con el control de las tierras comunes de las alquerías o los bienes del Estado, conservando al mismo tiempo el uso y mantenimiento colectivo de los sistemas de riego provenientes de la captura de arroyos, ríos o manantiales naturales188. Sin embargo, la expansión de esta agricultura comercial no se limitó al regadío sino que colonizó los espacios libres situados en los márgenes de las huertas, cuyo valor era lógicamente menor que el de las tierras irrigadas, como se desprende de los contratos relativos a fincas en las que existe una parte destinada a cultivos de regadío y otra de alvar (arḍ albayḍā’), que viene a ser la tierra labrantía o de secano. Incluso, finalmente, áreas aún menos valiosas en las que no existía otra posibilidad de riego que el que proporcionaba la lluvia, que podían arrendarse mediante un tipo de contrato particular denominado muzāra’a189, como pudo suceder en relación a los numerosos rahales que poblaban el campo murciano. El innegable auge de los tratados geopónicos en este momento es otra prueba más del contexto que venimos describiendo, puesto que estos libros, como adecuadamente plantea Félix Retamero, no estaban destinados a los campesinos de las alquerías190. Los tratados geopónicos, como los redactados por Ibn Wāfid, Ibn Haŷŷāŷ, Ibn Baṣṣāl, Abū l-Jayr al-Išbīlī y al-Ṭignarī, versan sobre métodos, técnicas de cultivo y producción agrícola. En ellos se tratan temas como los diferentes tipos de abonos y plantas; los procesos del trabajo y técnicas agrícolas; la hídrica y la hidráulica; e incluso una auténtica ciencia pedológica destinada al acondicionamiento y mejoramiento de los suelos, de manera que no solo permitía aumentar el rendimiento de las áreas cultivadas sino la colonización de otras tierras que antes habrían sido consideradas como incultivables191. Las descripciones de la arquitectura residencial contenidas en algunas de estas obras son claramente almunias aristocráticas y no viviendas campesinas192; el riego se vincula normalmente

a pozos y aceñas, lo que contrasta con la obtención de agua por gravedad en la mayor parte de los espacios hidráulicos andalusíes estudiados por la arqueología espacial193; incluso al-Ṭignarī e Ibn al ‘Awwām dedican capítulos a los factores a tener en cuenta, tanto físicos como morales, a la hora de elegir los trabajadores y los encargados o capataces de las explotaciones agrícolas194. En resumen, la agricultura que describen no es de tipo familiar y tradicional; por el contrario, recogen avances y experiencias propios de una agricultura intensiva y comercial, en correspondencia con la biografía de los tratadistas, algunos de los cuales trabajaron en el diseño y puesta en marcha de almunias estatales. Por todo ello, no creemos que pueda asociarse el auge de esta literatura con una expansión del estamento campesino sino, por el contrario, con una transformación de los objetivos de la producción agrícola tendente a la comercialización, relacionada, en última instancia, con los cambios en la propiedad de la tierra a que hacíamos referencia. De lo expuesto se deriva, lógicamente, que los tratados agropónicos son una fuente de información muy valiosa acerca de las características del trabajo que se llevaba a cabo en las almunias y de la organización de las mismas; información que podría complementarse, a nuestro modo de ver, con la que proporciona la ocultación de Liétor (Albacete)195. Se trata de un conjunto de objetos escondido en una cueva de esa localidad, compuesto por piezas de carácter doméstico y suntuario, aperos agrícolas, instrumentos artesanales, comerciales (balanzas), herramientas para la explotación de los recursos mineros y forestales, así como el armamento de un caballero, por lo que difícilmente se puede adscribir a una comunidad campesina. Si efectivamente se tratara del ajuar de una de estas explotaciones, sobre lo que no parece que existen impedimentos cronológicos, estarían documentando un ejemplo en el que el propietario no solo era dueño de la tierra sino también de los medios de producción, de transformación (hay restos de un molino hidráulico) y de comercialización agrícola; y cuyo control se extendía a todos los recursos del territorio. También los formularios notariales andalusíes recogen evidencias acerca de este tipo de bienes en relación con las escrituras de riego/musāqāh. A diferencia de los contratos de labranza/muzāra‘a o de complantación/muġārasa que de manera genérica sitúan la teórica finca en aldeas o pagos de tal o cual región, en el modelo de musāqāh de Ibn al-‘Aṭṭār el objeto del contrato de riego son «los huertos [que Fulano] posee en tal capital, en tal arrabal, cuyos límites completos son: al sur [linda] con tal, al norte con tal, al oeste con tal y al este con tal, o [se cita] el callejón o la calzada a donde da su puerta»196. De manera que esta documentación

pone de relieve varias de las características esenciales de algunas de las propiedades que hemos examinado, como son su ubicación periurbana y la existencia de una cerca que lo delimita. También podríamos añadir la distinción, al menos eventualmente, entre el propietario de la finca y el agricultor arrendatario que se encarga­ ba de su cultivo, del mantenimiento de la cerca y de la infraestructura hidráulica; así como la existencia ocasional de semovientes o ayudantes para el servicio de los huertos o jardines, dependientes directamente del dueño197, todo lo cual abunda en el carácter esencialmente aristocrático, o al menos ciudadano, de estos bienes. Los bienes rústicos de la élite urbana de Murcia en época andalusí se distribuían por un territorio castral que comprendía dos paisajes bien diferenciados: la huerta irrigada por una red de acequias que tomaban sus agua del río Segura, la cual rodeaba la ciudad e incluso penetraba en sus arrabales; y el campo de secano que se extendía hasta el Mar Menor y el límite con Cartagena, ambos separados por una estrecha franja montañosa árida y poco poblada. En la huerta proliferaban las alquerías, pequeñas localidades habitadas por campesinos minifundistas, que alternaban con haciendas aristocráticas, los reales, más abundantes conforme nos acercamos al casco urbano. No están claras las características de estos, aunque parece que se trataba de fincas cercadas, de alto valor, que podían comprender huertos —tal vez con un especial derecho de aguas—, explotación ganadera y, en algunos casos, residencias. En el campo y en los contornos de la huerta, sin embargo, donde escaseaban las alquerías y desaparecían los reales, se hacían presentes los rahales, destinados a la ganadería y a los cultivos de secano, que también podían contar con áreas irrigadas mediante boqueras. Los había aristocráti­cos, incluso pertenecientes al sultán, como los de Monteagudo y alguno del campo de Cartagena, aunque mayoritariamente parecen haber pertenecido a ciudadanos poco destacados, a juzgar por el escaso valor de muchos de ellos. En términos generales, es posible afirmar que no parece que sus propietarios hayan residido en ellos, aunque los más importantes contaban con residencias de recreo, palacios y torres. También consta ocasionalmente la existencia de casas, aunque no es posible asegurar que sirvieran de residencia permanente para sus dueños y que no se trate de moradas eventuales para trabajadores temporales. Es verdad que los topónimos de algunos rahales se refieren a algún cargo de la administración del majzén, aunque estos son muy minoritarios, por lo que no es posible, con los datos de que disponemos, afirmar con seguridad que se trate de propiedades estatales entregadas temporalmente como pago por el desempeño de ciertas dignidades, según propuso Guichard.

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

429

El paisaje histórico que conformaban los rahales del campo y los aledaños de la huerta murciana debió de presentar importantes semejanzas con el del Pla de Lérida198, ciudad que se hallaba rodeada de huertas fluviales, al sur y este de cuales se extendían las tierras de secano que, pese a su aridez, estaban poblados y explotados en época andalusí según acreditan las fuentes árabes y latinas. Además de las alquerías que se ubicaban junto a los escasos cursos fluviales y lagos, predominaban los espacios destinados al pasto para el ganado que eran aprovechados por las almunias, algunas de las cuales se dedicaban exclusivamente a esta actividad económica. Según Jesus Brufal, las almunias proliferan en el secano leridano a partir del siglo XI, en una coyuntura social y económica en que la necesidad de aumentar la productividad del campo favorece la adquisición de bienes rurales por parte de la oligarquía urbana: «Las almunias son explotaciones agropecuarias que tienen un propietario urbano. Representan el carácter hegemónico de la ciudad sobre el territorio a través de sus élites urbanas que residen en ella, conocidas también como la “gente de la ciudad”»199. Al igual que las almunias leridanas, probablemente también los rahales del campo de Murcia estaban fuertemente orientados hacia la agricultura de secano y la ganadería, según se desprende de la geografía y de los datos, ciertamente escasos, que proporcionan las fuentes escritas. También cabe deducir que sus propietarios eran, como sucedía con aquellas, habitantes de la ciudad. En el caso de las almunias murcianas carecemos de datos que nos permitan precisar su atribución cronológica, con la excepción de la finca real del Castillejo, aunque parece plausible plantear la hipótesis de que la colonización del campo y el establecimiento de los rahales por las élites urbanas de Murcia experimentara una fuerte expansión hacia el siglo XI, al igual que las leridanas, a juzgar por la escasa información que proporciona la arqueología y la evidencia que se desprende del análisis del contexto histórico y económico.

2.

3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13.

14. 15. 16.

17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25.

NOTAS

26. 27.

Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC), Escuela de Estudios Árabes (CSIC). ([email protected]). 1. Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro Palazón, EEA (CSIC). *

430

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

28. 29.

Así por ejemplo, Philippe Sénac explica en relación a la Marca Superior que: La trace de ces structures n’a pas été retrouvée, et il en est souvent de même pour les nombreuses almunias que signalent les textes latins contemporains de la reconquête et dont la toponymie a également conservé la trace sous l’apellation de rahal ou rafal (Sénac, 2012, p. 190). López, 1981; Hilton, 1985, pp. 15-17 y sigs. Bloch, 1931, p. 17. Hilton, 1985, pp. 15-17 y sigs. Torres Balbás, 1955, p. 38. Constable, 1997. Jiménez Castillo, 2016, pp. 151-204. Watson, 1983. Ibn ‘Abdūn, ed. 1948, p. 152. García Sánchez, 1995a, pp. 19-20. Barceló Torres, 1982, p. 45. Véase al respecto Guichard, 1979, pp. 17-20; ibid., 1982, pp. 4546; ibid., 1989; ibid., 2001, pp. 504-522; Barceló Torres, 1982, pp. 45-47; Rubiera Mata, 1984; Glick, 2007, pp. 48-49. Guichard, 2001, pp. 518-522. Unidad de superficie equivalente a 2,99 ha. Díaz Cassou, 1889, pp. 17-18. Las Ordenanzas continúan con la relación de los heredamientos, corregida por el propio Díaz Cassou: «Los del lado del Norte son: Alfatego, Algualeja, Aljada, Aljufía, Arenal, Azarbe Mayor, Belchí, Bendamé, Beniscornia, Cabecicos, Caravija, Casillas, Casteliche, Churra La Nueva, Churra la Vieja, Brazal alto de La Cueva, Brazal bajo de La Cue­ va, Monteagudo, Nacal, Nelva, Ñora, Pitarque, Pontel, Rahal Vijo, Rahal Nuevo, Regaliciar, Roncador, San Antón, Santa Cruz o Benizá, San Diego, Santiago, Santomera ó tercer tercio de Zaraiche, primer tercio de Zaraiche, segundo tercio de Zaraiche, Zaraichico. Los heredamientos del lado del Mediodía son: Albadel, Albalate, Rueda de Alcantarilla, Alfande, Alguazas, Alharilla, Aljoraiba, Almohajar, Alquibla del N., Alquibla de En medio, Alquibla del M., Barreras, Batán ó Alcatel, Benabia, Beniaján, Benihalel, Benicomay, Benicotot, Azarbe de Benial, Carcanox, primer tercio de Condomina, segundo tercio de Condomina, tercer tercio de Condomina, Condomina Seca, Daba, Guadaldón ó Gabaldón, Herrera, Junco y Rumía, Menjalhaco o Benjalaco, Parras, Raya Alfox ó Puxmarina, Riacho y Acequia Nueva, Santarén, Turbedal, Villanueva, Zeneta». Torres Fontes, 1960, pp. 2, 49, 100, 197, 202, 213, 219 y 232. Véase García Blánquez, 2014, especialmente la nota 72, p. 99. Al-Rāzī, ed. 1975, pp. 34-36. Al-‘Uḏrī, ed. 1972, pp. 44-45. Al-Himyarî, ed. 1938, pp. 218-220. Martínez Carrillo, 1997, p. 23. Manzano Martínez, 1999a; 1999b. Guichard, 1987, p. 238. García Díaz, 1990, p. 19; Torres Fontes, 1960, p. 213. Asín Palacios, 1940, p. 58. «Tinyosa con la sierra son mille ccxc tafullas que se reguen de alfayt» (Torres Fontes, 1960, pp. 89 y 157; Morales Gil, 1968, pp. 174-175). Torres Fontes, 1971, pp. 37-38; Pocklington, 1984, pp. 271-272. Está incluida en la Carta Arqueológica Regional con esta descripción: «El alzado conservado es de unos tres metros, observándose en la base una rezarpa que debió constituir parte del cimiento, quedando al descubierto. Su espesor es de aproximadamente 1,5 m y la fábrica es de mampostería y cal, presentando huellas de los cajones de encofrado con los que fue levantada. Su fábrica es indudablemente medieval, debiendo estar vinculada a época islámica, manteniéndose durante el periodo medieval

30. 31. 32. 33. 34.

35. 36.

37. 38.

39. 40. 41. 42.

43.

44. 45.

46. 47. 48.

49. 50.

cristiano, heredero de estas infraestructuras y tierras, tras la conquista». Disponible en: http://www.arqueomurcia.com/index. php?nombre=Churra&municipio=Murcia&pedania=&cultura=&funcion=&funcion_tipo=&res_cul=&res_obs=&biblio=&Submit=Buscar&a=res_yaci Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1993a. Manzano Martínez, 1997, pp. 435-445. González Simancas, 1997, tomo I, pp. 439-440; Manzano Martínez, 1997, p. 451. Manzano Martínez, 1997, p. 466; ibid., 2002, p. 667. Contamos con alguna información arqueológica procedente de prospecciones relativa a estos asentamientos (Navarro Palazón, 1986, pp. 436-438), concretamente los de Víllora, citado en el Repartimiento, El Congo, Lo Romo y El Pocico; este último, además, fue posteriormente objeto de varias campañas de excavación (Martínez y Bellón, 2005). Navarro Palazón, 1986, pp. 436-438. En este paraje se localizaron tres núcleos de habitación diferentes y en uno de ellos se pudo documentar los restos de un edificio doméstico de marcado carácter rural, así como parte de un almacabra y una posible qubba (Martínez Salvador y Bellón Aguilera, 2005). García Samper, 1999. Sobre la comarca del Campo de Cartagena en época andalusí véase Molina López, 1986, pp. 304-307; Pocklington, 1986a. Acerca del campo de Murcia en el momento de la conquista castellana, véase Torres Fontes, 1971, pp. 188-193; Molina Molina, 1989. Torres Fontes, 2004, pp. 16-17. Díez Martínez, Bejarano Rubio y Molina Molina, 2001, doc. 100, p. 189. García Blánquez, 2009-2010. En el espacio que había sido ocupado previamente por una villa romana se hallaron nueve silos excavados en el nivel geológico natural. Según su excavador, la fundación del asentamiento islámico, que estaría situado al norte del campo de silos, debió de tener lugar a fines del siglo IX o principios del siglo X. En la primera mitad del siglo XI se produjo una ocultación en la que sobresalen los objetos de hierro: una espada, dos azuelas y un posible bocado de caballo (Fuentes Miralles, 2011). Las Marimoras es otra estación arqueológica de similares características que la anterior, a juzgar por la escasa información de que disponemos; se localiza en el paraje de Los Bastidas, a 3,1 km al este del núcleo de población de Valladolises, cerca de la actual autovía que une Murcia y Cartagena. Véanse los datos recogidos en la Carta Arqueológica de Murcia: http://www.arqueomurcia.com/carta/base/principalmod2. php?IDCONTADOR=1628 Bellón Aguilera y Rubio Egea, 2013. Torres Fontes, 2004, pp. 15-16; García Blánquez, 2009-2010, p. 249. Entre estos pequeños asentamientos figuran Las Conquetas, Los Partidores, Cañada del Pocico, Los Villares, Cañadas de Pañero I y II, Las Casoncicas o Casa del Cabezo II y campos de silos como las Marimoras. Torres Fontes, 2004, p. 11. Bellón Aguilera y Rubio Egea, 2013. García Díaz, 1990, p. 19. Acerca de las transformaciones introducidadas en las huertas del levante de al-Ándalus con motivo de la conquista feudal, véanse las diferentes contribuciones recogidas en la obra Hidráulica agraria y sociedad feudal, editada por Guinot y Torró (2012). Acerca del proceso de repartición del Campo de Murcia, véase Torres Fontes, 1971, pp. 188-193. Manzano Martínez, 1999b.

Torres Fontes, 1960. Torres Fontes, 1959, p. 13; 1960, p. 163. 53. Torres Fontes, 1960. 54. Steiger, 1958, pp. 17-20. 55. Torres Fontes, 1959, p. 13 56. Torres Fontes, 1960, p. 228; 1971, p. 58. 57. Torres Fontes, 1971, p. 53. 58. Ibn ‘Abdūn, ed. 1948, pp. 11-12. 59. Torres Fontes, 1971, p. 37; Pocklington, 1984, pp. 281-284. 60. Sénac, 2012, p. 190. 61. Guichard, 2001, p. 504. 62. Glick, 2007, p. 49. 63. Guichard, 2011, p. 521. 64. Torres Fontes, 1960, p. 161. 65. Torres Fontes, 1960, pp. 183-184. 66. Torres Fontes, 1960, p. 239. 67. Guichard, 2001, p. 519. 68. Torres Fontes, 1971, p. 52. 69. Pocklington, 1986b, p. 470. 70. Torres Fontes, 1960, p. 219. 71. González Cavero, 2013, p. 427. 72. Torres Fontes, 1960, p. 185. 73. Torres Fontes, 1971, p. 135. 74. Torres Fontes, 1971, p. 134. 75. Torres Fontes, 1960, pp. 137-138. 76. Manzano Martínez, 1999b, p. 494. 77. Guichard, 2001, p. 512. 78. Torres Fontes, 1960, p. 207. 79. Torres Fontes, 1960, pp. 149-150. 80. Torres Fontes, 1960, p. 58. 81. Torres Fontes y Calvo García-Tornel, 1975, p. 42. 82. Guichard, 2001, pp. 513 y 519. 83. Pocklington, 1990, pp. 225-226. 84. Pocklington, 1990, p. 226. 85. Pocklington, 1990, pp. 225-226. 86. Torres Fontes, 1960, p. 158. 87. Ibn al-Abbār, ed. 1915, biografía n.º 2855. 88. Pocklington, 2016, p. 1036, nota 32. 89. Torres Fontes, 1960, pp. 247-251. 90. Torres Fontes, 1960, pp. 241-243. 91. Torres Fontes, 1971, p. 188. 92. Torres Fontes, 1960, p. 247. 93. Torres Fontes, 1971, p. 192. 94. Pocklington, 1986a, pp. 336-337. 95. Pocklington, 1986a, p. 337. 96. Pocklington, 1986a, pp. 335-336. 97. Pocklington, 1986a, pp. 337-338. 98. Torres Fontes, 1960, p. 250. 99. Torres Fontes, 1960, p. 248. 100. Torres Fontes, 2004, pp. 15-16. 101. Torres Fontes, 1960, p. 248. 102. Guichard, 2001, p. 519. 103. Torres Fontes, 2004, pp. 15-16. 104. Torres Fontes, 1960, p. 233. 105. Ibn al-‘Aṭṭār, ed. 2000, pp. 151, 155-160. 106. Ibn al-‘Aṭṭār, ed. 2000, pp. 157-159. 107. Brufal Sucarrat, 2009. 108. Brufal Sucarrat, 2009, p. 261. 109. Rubiera Mata, 1984, pp. 120-121. 110. Guichard, 1990-91, II, pp. 374-379; ibid., 2001, pp. 504-511. 111. Menjot, 2002, pp. 74-77. 112. Rodríguez Llopis y García Díaz, 1994, p. 118. 113. Manzano Martínez, 1999a, pp. 73-75; 1999b, pp. 499-500. 51. 52.

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

431

Carrillo, 1997, pp. 114-120. Fontes, 1969, doc. CIV, p. 98. 116. Martínez Carrillo, 1997, p. 114. 117. Carmona González, 1989, p. 103. 118. Ibn Ṣāḥib al-Ṣalā, ed. 1969, p. 84. 119. Torres Fontes, 1960, p. 98. 120. Martínez Martínez, 2011, p. 84. 121. Martínez Carrillo, 1997, pp. 114-120. 122. Torres Fontes, 1971, p. 169; Manzano Moreno, 1986, p. 632. 123. Torres Fontes, 1971, nota 79. 124. Menéndez Pidal, 1986, p. 35. 125. Manzano Martínez, 1999a, p. 74; 1999, pp. 499-500. 126. En este sentido, apunta hacia algunos indicios que pudieran hacer pensar en tal posibilidad, véase Manzano Martínez, 1999a, nota 32. 127. Véase Bernal Pascual y Manzano Martínez, 1994, pp. 130-131. 128. Cressier, 2004. 129. Bazzana y Guichard, 1978. 130. Ibn Luyūn, ed. 1975, pp. 171-175 y 254-255. 131. Los autores árabes acreditan la existencia de torres en el entorno de muchas ciudades andalusíes en el siglo XI (Manzano Moreno, 1986, pp. 619-620; Eritja i Ciuró, 1998). 132. Cabañero Subiza, 1992. 133. Ortega Ortega, 2010, pp. 129-130. Véanse algunos ejemplos en que la documentación latina de los siglos XI-XII relativa al área de Lérida designa la misma realidad indistintamente como almunia o torre (Eritja i Ciuró, 1998, pp. 13-14). 134. Münzer, ed. 1991, p. 105. 135. Citado por Torres Balbás, 1971, p. 153. 136. Torres Fontes, 1960, p. 249. 137. Torres Fontes, 1960, p. 184. 138. Torres Fontes, 1960, p. 185. 139. Pocklington, 1990, pp. 91-92. 140. Navarro Palazón, 1986, pp. 433-436. 141. Bernal Pascual y Manzano Martínez, 1994, p. 130. 142. Pocklington, 1990, p. 181. 143. http://archivoweb.carm.es/archivoGeneral/arg.muestra_detalle? idses=0&pref_id=3893544 144. Moreno, Fernández y Moreno, 2010. 145. Estudiada, junto con el resto de estructuras del entorno, por Manzano Martínez, 1997. 146. Manzano Martínez, 1997, pp. 442-443. 147. Bernal Pascual y Manzano Martínez, 1994. 148. Un buen ejemplo, también en el alfoz de Murcia, es la «Torre Vieja», también llamada «Torre del Obispo», situada en Alguazas (Pujante Martínez, 1997). 149. Sobre este monumento, del que existen numerosas referencias bibliográficas, redactamos posiblemente el estudio más completo: Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995a; en él examinábamos la planta, la decoración arquitectónica, los diferentes restos dispersos por la finca palatina y llevábamos a cabo una historiografía exhaustiva que actualizamos en otro trabajo posterior (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 2012), a los que remitimos. 150. Acerca de este tipo de recintos de larga tradición en el mundo sasánida y en el islámico, véase Capel, 2012. 151. Pocklington, 1990, pp. 235-236. 152. Torres Fontes, 1960, pp. 1 y 156. 153. Manzano Martínez, 1999a, pp. 73-75; ibid., 2007, p. 271. 154. Guichard, 1989, pp. 17-18. 155. Sobre este monumento véase Manzano Martínez y Bernal Pascual, 1992; Manzano Martínez, 1998; ibid., 2007; Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1993a; ibid., 1995b; López Martínez, Martínez López y Zapata Parra, 2005.

432

114. Martínez

156. López

115. Torres

157. Esta

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

Martínez et al., 2005. intervención fue dirigida por A. Pujante Martínez y contó como técnico de campo con M. García Ruiz; a ambos quedamos muy agradecidos por la información al respecto. 158. Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1993a, pp. 450-451. 159. Molina Molina, 1989, pp. 151, 175, 187, 197 y 198. 160. Lozano, 1794 (reimpr. facsímil 1980), p. 165; Díaz Cassou, 1887, p. 286. 161. Véase Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1993a, p. 450; Man­ zano Martínez, 2007, pp. 267-269. 162. Véase Pozo Martínez, 1988; ibid., 1995; Manzano Martínez y Bernal Pascual, 1993; Manzano Martínez, 1997, pp. 456-471; Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1993a, p. 450; ibid., 1995b, pp. 131-132. 163. La excavación arqueológica fue dirigida por I. Pozo Martínez. Con motivo de la construcción de la autovía que enlaza Murcia y Cartagena, este edificio sufrió la rotura de una de sus esquinas; posteriormente fueron destruidos los restos que quedaban por causa de la ampliación de dicha autovía. 164. Precisamente con motivo de esta actuación, fue objeto de una nueva intervención arqueológica, la última que ya se puede efectuar por razones obvias. Desgraciadamente, la publicación de los resultados de esta actuación no aporta novedad alguna y las conclusiones suponen un retroceso en la investigación, según veremos a continuación (Bellón Aguilera, 2013). En primer lugar, se lleva a cabo una breve historia de la investigación intencionadamente inexacta, pues fuimos nosotros los que relacionamos el conjunto del Portazgo con el de la Asomada y los atribuimos, hipotéticamente, a Ibn Mardanīš (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1993b), y no Pozo, Manzano y Bernal, como estos mismos autores indican (Pozo Martínez, 1995, p. 404, notas 6 y 24; Manzano Martínez y Bernal Pascual, 1993, pp. 180-181); estas publicaciones son citadas tanto por Bellón, como por Robles en su tesis (2016, pp. 614-642), por lo que entendemos que, o no las han leído como dicen o, más bien, ocultan deshonestamente nuestras aportaciones al estudio de estos monumentos. La atribución de estos edificios a Ibn Mardanīš no la hicimos con el fin de contribuir a la «construcción de la identidad nacional de la Región de Murcia», como indica Bellón, sino por razones estrictamente arqueológicas que ya explicamos en la citada publicación y en otras posteriores (por ejemplo, Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995b), de igual manera que suponemos que Torres Balbás no pretendería crear «un pasado mítico de la Comunidad Autónoma» cuando adjudicó en 1933 a Ibn Mardanīš la construcción del Castillejo. De manera injusta critica Bellón la intervención arqueológica de Indalecio Pozo, cuya calidad contrasta vivamente con la pésima documentación del trabajo del propio Bellón, como se puede comprobar cotejando las publicaciones de ambos autores (Pozo Martínez, 1995; Bellón Aguilera, 2013). Según Bellón, el suelo de trabajo que identificó Pozo como tal, sería en realidad un pavimento de uso, debido a la presencia de unas improntas de esparto; sin embargo, este tipo de huellas son precisamente típicas de las fosas para apagar cal que abundan en los niveles de obra de los edificios de tapial de hormigón. A partir de esta confusión, afirma que el edificio se terminó y estuvo en uso, ignorando el resto de evidencias arqueológicas que demuestran lo contrario (Pozo Martínez, 1988; 1995). Curiosamente, también Robles comparte con Bellón este desconocimiento de los suelos de trabajo que se generaban en las edificaciones medievales en que las cimentaciones se construían en alzado y posteriormente eran enterradas con aportes de tierra sobre los que se disponían los verdaderos suelos de uso, lo que le lleva a interpretaciones disparatadas en relación al palacio de San Andrés (Robles Fernández, 2016, pp. 421-422).

Finalmente, identifica Bellón los monumentales edificios del Portazgo con la venta que levantó a su costa un humilde trajinero en el siglo XV que, además, estaba situada al otro lado del Puerto de la Cadena «a la sallida de la otra parte del puerto», es decir, hacia el Campo de Cartagena, y que ya fue identificada por Torres Fontes con la Venta de la Virgen (Torres Fontes, 1981), en un trabajo que es convenientemente ignorado por Bellón. 165. Acerca de esta finca palatina y su evolución, véase, Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 2011. 166. Torres Fontes, 1975, p. 57. 167. Véase Navarro Pedreño, 2003, entrada 187. 168. Torres Fontes, 1980, doc. LXXIII, p. 78. Fechada en 1353 hay una descripción completa de las acequias y boqueras que tomaban el agua para riego de la Aljufía a su paso por esta zona, en la que se menciona la toma de «Uclés», referida muy probablemente a esta real del Pino (Torres Fontes, 1975, p. 57). 169. Navarro Pedreño, 2003, 46v. 170. Jiménez Castillo, 2013, p. 350. 171. Jiménez Castillo, 2013, pp. 503-508. 172. Trillo San José, 2004, pp. 44-46. 173. Jiménez Castillo, 2016. 174. Vallvé Bermejo, 1982, pp. 262-263. 175. Al-‘Uḏrī, ed. 1975-1976, p. 45. 176. Guichard, 1987, p. 157. 177. Manzano Moreno, 1986, pp. 619-620. 178. Bolens, 1978, p. 122. 179. Bolens, 1974; 1978. La supuesta incidencia de la descentrali-

zación sobre la actividad agrícola ya fue criticada por Glick, 1979, p. 69. 180. Lenski, 1969, pp. 201-308. 181. Kautsky, 1982. 182. Guichard, 1987, pp. 153-174, 164 y sigs. 183. Guichard, 1987, p. 160. 184. Benaboud, 1994, p. 238. 185. Epalza y Rubiera, 1986, p. 34. 186. Tahiri, 2003, p. 62. 187. García Sánchez, 1995b, p. 42. 188. Lagardère, 1997, p. 53. 189. Ibn Al ‘Attâr, ed. 2000, pp. 149 y sigs. 190. Retamero, 1998. 191. Bolens, 1978, pp. 124-125. 192. Aunque data de fines del siglo XIII o principios del XIV, la descripción de la vivienda señorial descrita en el Libro de Agricultura de Ibn Luyūn, ed. 1975, pp. 171-175 y 254-255, es una buena prueba de lo que venimos exponiendo. En este sentido, véase también Retamero, 2009, p. 277. 193. Retamero, 1998, pp. 87-88. 194. García Sánchez, 1988, pp. 283-284. 195. Navarro Palazón y Robles Fernández, 1996; Navarro, 19971998; Robles Fernández, 2009. 196. Ibn al-‘Aṭṭār, ed. 2000, p. 192. 197. Ibn al-‘Aṭṭār, ed. 2000, p. 196. 198. Brufal Sucarrat, 2009. 199. Brufal Sucarrat, 2009, p. 261.

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

433

Bibliografía ALMAGRO GORBEA, Antonio (2008). Palacios medievales hispanos (Discurso de recepción en la Real Academia de Bellas Artes), Madrid. AL-ṘĀZĪ (ed. 1975). Crónica del moro Rasís, ed. de Diego Catalán y María Soledad de Andrés, Madrid. AL-ṬURṬŪŠĪ (ed. 1930). Lámpara de los príncipes, trad. de Maximiliano Alarcón, Madrid. AL-‘UḎRĪ (ed. 1965). Nuṣūṣ ‘an al-Andalus min kitāb Tarṣī‘ al-ajbār, ed. por ‘Abd al-‘Azīz al-Ahwānī, Madrid. —— (ed. 1972). Trad. parcial y estudio de Emilio Molina López, «La cora de Tudmīr según al-‘Uḏrī (siglo XI). Aportaciones al estudio geográfico-descriptivo del SE peninsular», Cuadernos de Historia del Islam, IV, vol. monográfico. —— (ed. 1975-1976). En Manuel Sánchez Martínez, «La cora de Ilbira (Granada y Almería) en los siglos X y XI, según al-‛Uḏrī», Cuadernos de Historia del Islam, 7, pp. 5-82. ASÍN PALACIOS, Miguel (1940). Contribución a la toponimia árabe de España, Madrid. BARCELÓ TORRES, Carmen (1982). Toponimia arábiga del País Valencià. Alqueries i castells, Játiva-Valencia. BAZZANA, André; GUICHARD, Pierre (1978). «Les tours de défense de la huerta de Valence au XIIIe siècle», Mélanges de la Casa de Velázquez, XIV, pp. 73-105. BELLÓN AGUILERA, Jesús (2013). «El recinto inferior del Portazgo, Murcia. Una venta bajomedieval en el camino de Murcia a Cartagena», Actas del XII Simposio Internacional de Mudejarismo, Teruel, pp. 245-261. BELLÓN AGUILERA, Jesús; RUBIO EGEA, Benjamín (2013). «Los silos medievales del yacimiento de ‘Los Villares’ (Murcia)», Phicaria. Encuentros internacionales del Mediterráneo. I Con­ greso sobe la producción en las sociedades mediterráneas. La producción de alimentos. Arqueología, historia y futuro de la dieta mediterránea, Murcia, pp. 103-110. BENABOUD, M’hammad (1994). «La economía», Historia de España. VIII. Los Reyes de Taifas, Madrid, pp. 231-272. BERNAL PASCUAL, Francisco; MANZANO MARTÍNEZ, José Antonio (1994). «Una torre musulmana en la huerta de Murcia», Verdolay, 6, pp. 125-132. BLOCH, Marc (1931). Les caractères originaux de l’histoire rurale française, Oslo-París. BOLENS, Lucie (1974). Les méthodes culturales au Moyen Âge d’après les traités d’agronomie andalous. Tradition et technique, Ginebra. —— (1978). «La révolution agricole andalouse du XIe siècle», Studia Islamica, 47, pp. 121-141. BRUFAL SUCARRAT, Jesús (2009). «La Lleida de secano en los siglos XI-XIII: nueva interpretación del territorio», en Antonio Malpica Cuello (ed.), Análisis de los paisajes históricos. De al-Andalus a la sociedad feudal, Granada, pp. 241-265. CABAÑERO SUBIZA, Bernabé (1992). Los restos islámicos de Maleján (Zaragoza): (nuevos datos para el estudio de la evolución de la época del Califato al período Ta’ifa), Zaragoza. CAPEL, Chloé (2012). «La question des parcs de chasse à l’époque abbasside: le cas emblématique de Sâmarrâ’», Remmm. Revue des mondes musulmans et de la Méditerranée, 130, pp. 153-180. Disponible en: http://remmm.revues.org/7456#text CARMONA GONZÁLEZ, Alfonso (1989). «Murcia ¿Una fundación árabe? (Nuevos datos y conclusiones)», Murcia Musulmana, pp. 85-147. CONSTABLE, Olivia Remie (1997). Comercio y comerciantes en la España musulmana, Barcelona. CRESSIER, Patrice (2004). «Vigilar, proteger, habitar: a propósito

434

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

de las torres en el ámbito rural andalusí», en Pierre Moret y María Teresa Chapa Brunet (coord.), Torres, Atalayas y casas fortificadas: explotación y control del territorio en Hispania (s. III a. de C.- s. I d. de C.), Madrid, pp. 209-214. DÍAZ CASSOU, Pedro (1887). La Huerta de Murcia, Madrid. —— (1889). Ordenanzas y costumbres de la Huerta de Murcia, Madrid. DÍEZ MARTÍNEZ, José Manuel; BEJARANO RUBIO, Amparo; MOLINA MOLINA, Ángel Luis (2001). Documentos de Juan I, Colección de documentos para la historia del Reino de Murcia XI, Murcia. EPALZA FERRER, Mikel de; RUBIERA MATA, María Jesús (1986). «La sofra (sujra) en el Sharq Al-Andalus antes de la conquista catalano-aragonesa», Sharq Al-Andalus, 3, pp. 33-38. ERITJA I CIURÓ, Xavier (1998). De l’Almunia a la Turris: organització de l’espai a la regió de Lleida (segles XI-XIII), Lérida. FUENTES MIRALLES, Federico (2011). «La Casa Fontes de Torre Pacheco. De la excavación arqueológica al museo: una propuesta de actuación museográfica», Verdolay, 3, pp. 171-191. GARCÍA BLÁNQUEZ, Luis Alberto (2009-2010). «Aprovisionamiento hidráulico romano en el Ager Carthaginensis», Anales de la Universidad de Murcia, 25-26, pp. 213-255. —— (2014). «Los arcaduces islámicos de Senda de Granada. Tipología y encuadre cronológico», Arqueología y Territorio Medieval, 21, pp. 69-103. —— (2009-2010). «Aprovisionamiento hidráulico romano en el Ager Carthaginensis», Anales de Prehistoria y Arqueología, 25-26, pp. 213-255. GARCÍA DÍAZ, Isabel (1990). La huerta de Murcia en el siglo XIV (Propiedad y producción), Murcia. GARCÍA SAMPER, María (1999). «Prospección arqueológica año 1994/5 en las Cañadas de San Pedro (Murcia)», Memorias de Arqueología, 9 (1994), pp. 722-738. GARCÍA SÁNCHEZ, Expiración (1988). «El tratado agrícola del granadino al-Tignarī», Quaderni di Studi Arabi, V-VI, pp. 278-291. —— (1995a). «Cultivos y espacios agrícolas irrigados en Al-Andalus», en Lorenzo Cara Barrionuevo y Antonio Malpica Cuello (coord.), Agricultura y regadío en Al-Andalus, síntesis y problemas: actas del coloquio, Almería, 9 y 10 de junio de 1995, Almería, pp. 17-37. —— (1995b). «Los cultivos en al-Andalus», en El agua en la agricultura de al-Andalus, Barcelona-Madrid, pp. 41-45. GLICK, Thomas (1979). Islamic and Christian Spain in the Early Middle Ages, Princeton. —— (2007). Paisajes de conquista: Cambio cultural y geográfico en la España medieval, Valencia. GONZÁLEZ CAVERO, Ignacio (2013). Arquitectura civil y religiosa en época almohade: Sevilla y Murcia, tesis doctoral dirigida por la Dra. Concepción Abad Castro, Universidad Autónoma de Madrid. Disponible en: https://repositorio.uam.es/handle/10486/661836 GONZÁLEZ SIMANCAS, Manuel (1997). Catálogo Monumental de España. Provincia de Murcia, 1905-1907, ed. facsímil, Murcia. GUICHARD, Pierre (1979). Toponimia y geografía musulmana de Valencia, Zaragoza. —— (1982). «La société rurale valencienne à l’époque musulmane», Estudis d’història agraria, 3, pp. 41-52. —— (1987). «Las comunidades rurales en el País Valenciano (siglos XIXIV)», Estudios sobre historia medieval, Valencia, pp. 237-264. —— (1989). «A propos des rahals de l’Espagne Orientale», Miscelánea Medieval Murciana, XV, pp. 9-23. —— (1990-91). Les musulman de Valence et la Reconquête (XIe-XIIIe siècles), Damasco, Institut Français de Damas, 2 vols. —— (2001). Al-Andalus frente a la conquista cristiana, Madrid.

GUINOT RODRÍGUEZ, Enric; TORRÓ ABAD, Josep (eds.) (2012). Hidráulica agraria y sociedad feudal. Prácticas, técnicas, espacio, Valencia. HILTON, Rodney (1985). Siervos liberados. Los movimientos campesinos medievales y el levantamiento inglés de 1381, Madrid. AL-ḤIMYARĪ (ed. 1938). La Péninsule Ibérique au Moyen Âge d’après le “Kitāb ar-rawḍ al-mi‛ṭār”, ed. y trad. de Évariste LéviProvençal, Leiden. IBN AL-ABBĀR (ed. 1915). Takmila, ed. de Maximiliano Alarcón y Cándido A. González Palencia, apud Miscelánea de Estudios y Textos Árabes, Madrid, pp. 147-690. IBN ‘ABDŪN (ed. 1948). Risāla fī-l-qaḍā wa l-ḥisba, trad. de Évariste Lévi-Provençal y Emilio García Gómez, Sevilla a comienzos del siglo XII: el tratado de Ibn ‘Abdūn, Madrid. IBN AL-‘AṬṬĀR (ed. 2000). Formulario notarial y judicial andalusí, ed. y trad. de Pedro Chalmeta y Marina Marugán, Madrid. IBN LUYŪN (ed. 1975). Tratado de agricultura, ed. y trad. de Joaquina Eguaras Ibáñez, Granada. IBN ṢĀḤIB AL-ṢALĀ (ed. 1969). Taʼriḫ al-Mann bi-l-imāma, ed. y trad. de Ambrosio Huici Miranda, Valencia. JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (2013). Murcia. De la Antigüedad al Islam, tesis doctoral dirigida por el Dr. Julio Navarro Palazón, Universidad de Granada. Disponible en: http://digital.csic.es/ handle/10261/95860 —— (2016). «La ciudad y el reino de Murcia durante el siglo XI», Cuando Almería era Almariyya, Almería, pp. 151-204. KAUTSKY, John H. (1982). The Politics of Aristocratic Empires, University of North Carolina Press, Chapel Hill (NC). LAGARDÈRE, Vincent (1997). «Terres comunes et droits d’usage en al-Andalus (Xe-XVe siècles)», Biens communs, patrimoines collectifs et gestión communautaire dans les sociétés musulmanes. Revue des Mondes Musulman et de la Mëditerranée, 79-80, pp. 43-54. LENSKI, Gerhard E. (1969). Poder y privilegio. Teoría de la estratificación social, Barcelona. LOPEZ, Robert Sabatino (1981). The commercial revolution of the Middle Ages 950-1350, Nueva York, 1971, trad. española: La revolución comercial en la Europa Medieval, Barcelona. LÓPEZ MARTÍNEZ, Francisco Javier; MARTÍNEZ LÓPEZ, José Antonio; ZAPATA PARRA, José Antonio (2005). «Los trabajos arqueológicos en la restauración del Castillo de Larache», XVI Jornadas de Patrimonio Histórico: intervenciones en el patrimonio arquitectónico, arqueológico y etnográfico de la región de Murcia, Murcia, pp. 324 y 325. LOZANO, Juan (1794, reimpr. facsímil 1980). Bastitania y Contestania del Reino de Murcia, Murcia (Reimpresión facsímil, Murcia). MANZANO MARTÍNEZ, José Antonio (1997). «Fortificaciones islámicas en la huerta de Murcia: sector meridional. Memoria de las actuaciones realizadas», Memorias de Arqueología. 6. 1991, pp. 425-471. —— (1998). «Fortificaciones islámicas en la huerta de Murcia: sector septentrional. Memoria de las actuaciones realizadas», Memorias de Arqueología. 7. 1992, pp. 389-441. —— (1999a). «Aproximación a la estructura de la propiedad musulmana de la tierra en la huerta de Murcia (siglo XIII)», Actas del Coloquio CASTRUM 5. Archéologie des espaces agraires méditerranéens au Moyen Âge, celebrado en Murcia del 8 al 12 de mayo de 1992, Madrid-Roma-Murcia, pp. 61-75. —— (1999b). «Aproximación a la problemática histórica de un espacio hidráulico: la huerta de Murcia», Memorias de Arqueología. 9. 1994, pp. 489-507. —— (2002). «Arquitectura defensiva: delimitación de entornos y do-

cumentación histórica de 20 torres y castillos», Memorias de Arqueología. 10. 1995, pp. 657-747. —— (2007). «Palacios fortificados islámicos en la huerta de Murcia: el Real de Monteagudo», Las artes y las ciencias en el Occidente musulmán, Murcia, pp. 253-275. MANZANO MARTÍNEZ, José Antonio; BERNAL PASCUAL, Francisca (1992). «Un palacio fortificado musulmán en la huerta de Murcia, el Castillo de Larache: estado actual de la investigación», Verdolay, 4, pp. 153-166. —— (1993). «Un conjunto arquitectónico de época islámica en el Puerto de la Cadena (Murcia): análisis funcional», Verdolay, 5, pp. 179-199. MANZANO MORENO, Eduardo (1986). «El regadío en Al-Andalus: problemas en torno a su estudio», En la España medieval, 8, pp. 617-632. MARTÍNEZ CARRILLO, María Llanos (1997). Los paisajes fluviales y sus hombres en la Baja Edad Media. El discurrir del Segura, Murcia. MARTÍNEZ MARTÍNEZ, María (2011). Unas ordenanzas inéditas de la Huerta de Murcia durante el reinado de los Reyes Católicos, Murcia. MARTÍNEZ SALVADOR, Carmen; BELLÓN AGUILERA, Jesús (2005). «Excavación arqueológica de urgencia en el yacimiento de “El Pocico II”, Cañadas de San Pedro (Murcia)», Memorias de Arqueología. Región de Murcia. 13. 1998, pp. 499-510. MENÉNDEZ PIDAL, Gonzalo (1986). La España del siglo XIII. Leída en imágenes, Madrid. MENJOT, Denis (2002). Murcie castillane (1243-milieu du XVe). Une ville au temps de la frontière, 2 t., Madrid. MOLINA LÓPEZ, Emilio (1986). «Aproximación al estudio de la Cartagena islámica», Historia de Cartagena, Vol. V, Murcia, pp. 195-318. MOLINA MOLINA, Ángel Luis (1989). El campo de Murcia en el siglo XV, Murcia. MORALES GIL, Alfredo (1968). «El riego con aguas de avenida en las laderas subáridas», Papeles del Departamento de Geografía, 1, pp. 167-183. MORENO MICOL, José Antonio; FERNÁNDEZ RUIZ, Pedro Jesús; MORENO MICOL, Ángeles (2010). «La red de regadío de la huerta de Murcia: el Molino de Oliver y el movimiento pro-patrimonio», Áreas. Revista Internacional de Ciencias Sociales, 29, pp. 169-175. MÜNZER, Jerónimo (ed. 1991). Viaje por España y Portugal (14941495), Madrid. NAVARRO, Carmen (1997-1998). «¿Acceso a los infiernos? Comentarios al libro de Julio Navarro y Alfonso Robles Liétor. Formas de vida rurales en Sharq al-Andalus a través de una ocultación de los siglos X-XI», Miscelánea Medieval Murciana, XXI-XXII, pp. 239-264. NAVARRO PALAZÓN, Julio (1986). «Arquitectura y artesanía en la Cora de Tudmîr», Historia de Cartagena, tomo V, Murcia, pp. 411-485. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1993a). «Aproximación al estudio del Castillejo de Monteagudo y otros monumentos de su entorno», Memorias de Arqueología. 4. 1989, pp. 433-453. —— (1993b). Sharq Al-Andalus. Resistencia frente a los almohades, Murcia. —— (1995a). «El Castillejo de Monteagudo: Qasr Ibn Sa’d», Casas y Palacios de Al-Andalus. Siglos XII-XIII, Barcelona-Madrid, pp. 63-104. —— (1995b). «Arquitectura mardanîsí», La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, pp. 117-137.

R E AL E S Y R AHAL E S DE L A M U R C I A A N D A L U S Í : L A P E N E T R A C I Ó N D E L A S É L I T E S U R B A N A S E N E L M E D I O R URAL

435

—— (2011). «El Alcázar Menor de Murcia en el siglo XIII. Reconstrucción de una finca palatina andalusí», en J. Passini (coord.), La ciudad medieval. De la casa principal al palacio urbano, Toledo, pp. 145-188. —— (2012). «La arquitectura de Ibn Mardanīš: revisión y nuevas aportaciones», en Gonzalo M. Borrás Gualís y Bernabé Cabañero Subiza (coords.), La Aljafería y el Arte del Islam Occidental en el siglo XI, Zaragoza, pp. 291-350. NAVARRO PALAZÓN, Julio; ROBLES FERNÁNDEZ, Alfonso (1996). Liétor. Formas de vida rurales en Sharq al-Andalus a través de una ocultación de los siglos X-XI, Murcia. NAVARRO PEDREÑO, César (2003). Libro de censos de la dote. Presentación, introducción y transcripción, trabajo inédito para la obtención de suficiencia investigadora, Tutor: Emilio Molina López, Universidad de Granada (Facultad de Filosofía y Letras, Depto. de Estudios Semíticos). ORTEGA ORTEGA, Julián M. (2010). «La agricultura de los vencedores y la agricultura de los vencidos», en Helena Kirchner (ed.), Por una arqueología agraria. Perspectivas de investigación sobre espacios de cultivo en las sociedades medievales hispánicas, Oxford (col. BAR International Series, n.º 2062), pp. 123-145. POCKLINGTON, Robert (1984). «Nuevos arabismos en los textos alfonsíes murcianos», Miscelánea Medieval Murciana, 11, pp. 263-295. —— (1986a). «Toponimia islámica del Campo de Cartagena», Historia de Cartagena, Vol. V, Murcia, pp. 321-340. —— (1986b). «Acequias árabes y preárabes en Murcia y Lorca: aportación toponímica a la historia del regadío», X Col·loqui de la Societat d’Onomàstica, Valencia, pp. 462-473. —— (1990). Estudios toponímicos en torno a los orígenes de Murcia, Murcia. —— (2016). «La descripción de la vega de Murcia en la Qaṣīda Maqṣūra de Ḥāzim al-Qarṭāŷannī», Estudios sobre Patrimonio, Cultura y Ciencias Medievales, 18, pp. 1021-1050. POZO MARTÍNEZ, Indalecio (1988). «El conjunto arquitectónico de El Portazgo (Murcia)», Antigüedad y Cristianismo, V, pp. 403424, Murcia. —— (1995). «El Portazgo (Murcia). Un conjunto arquitectónico inacabado de época islámica», Memorias de Arqueología, 3 (19871988), pp. 399-411. PUJANTE MARTÍNEZ, Ana (1997). «La ‘Torre Vieja’ de Alguazas. Una fortaleza medieval de la vega del Segura», Memorias de Arqueología. 6. 1991, pp. 473-496. RETAMERO, Félix (1998). «De Mulk a Mulūk: un conjunto de reglas sabias y ordenadas: la disciplina agraria del sultán», De Toledo a Huesca. Sociedades medievales en transición a finales del siglo XI (1080-1100), Zaragoza, p. 75-91. —— (2009). «La sombra alargada de Wittfogel. Irrigación y poder en al-Andalus», en Manuela Marín (ed.), Al-Andalus/España. Historiografías en contraste. Siglos XVII-XXI, Madrid, Collection de la Casa de Velázquez (109), pp. 263-293. ROBLES FERNÁNDEZ, Alfonso (2009). «El ajuar atesorado y oculta-

436

PEDR O JIMÉNEZ C A S T IL L O

do por un linaje andalusí de Liétor: un hallazgo sellado y homogéneo de un asentamiento rural perteneciente a la Cora de Tudmīr», Tudmīr: Revista del Museo Santa Clara, 1, pp. 139-162. —— (2016). Estudio Arqueológico de los Palacios Andalusíes de Murcia (ss. X-XV). Tratamiento Ornamental e Influencia en el Entorno, tesis doctoral dirigida por el Dr. Jorge Alejandro Eiroa Rodríguez, Universidad de Murcia. RODRÍGUEZ LLOPIS, Miguel (1993). «La propiedad de la tierra en el Reino de Murcia durante la Baja Edad Media», Señorío y Feudalismo en la Península Ibérica ss. XII-XIX, Zaragoza, pp. 315-335. RODRÍGUEZ LLOPIS, Miguel; GARCÍA DÍAZ, Isabel (1994). Iglesia y sociedad feudal, Murcia. RUBIERA MATA, María Jesús (1984). «Rafals y reales; ravals y arrabales; reals y reales», Sharq al-Andalus, I, pp. 117-122. RUBIO EGEA, Benjamín; BELLÓN AGUILERA, Jesús (2013). «Un baño mudéjar en la Murcia bajomedieval. La intervención arqueológica en el convento de Santa Catalina del Monte», en Actas del XII Simposio Internacional de Mudejarismo, Teruel, pp. 263-270. SÉNAC, Philippe (2012). «De la madīna à l’almunia. Quelques réflexions autor du peuplement musulmana u nord de l’Èbre», Annales du Midi: revue de la France méridionale, tome 124, n.º 278, abril-juin, pp. 183-201. STEIGER, Arnold (1958). «Toponimia árabe de Murcia. Contribución a la historia lingüística de la historia murciana», Murgetana, 11, pp. 9-27. TAHIRI, Ahmed (2003). Las clases populares en al-Andalus, Málaga. TORRES BALBÁS, Leopoldo (1955). «Extensión y demografía de las ciudades hispanomusulmanas», Studia Islamica, 3, pp. 35-59. TORRES FONTES, Juan (1959). Medidas de superficie y de valoración en el Repartimiento de Murcia, Murcia. —— (1960). (Ed., intr. e índices), Repartimiento de Murcia, Murcia. —— (1969). Documentos del siglo XIII, Colección de documentos para la historia del Reino de Murcia II, Murcia. —— (1971). Repartimiento de la huerta y campo de Murcia en el siglo XIII, Murcia. —— (1975). «Los Baños de la Reina», Murgetana, 40, pp. 63-73. —— (1980). Documentos de Fernando IV, Colección de documentos para la historia del Reino de Murcia V, Murcia. —— (1981). «La Venta de la Virgen», Monteagudo, LXXII, pp. 5-7. —— (2004). «De Mendigol a Baños y Mendigo», Murgetana, 110, pp. 9-22. TORRES FONTES, Juan; CALVO GARCÍA-TORNEL, Francisco (1975). «Inundaciones en Murcia (s. XV)», Papeles del Departamento de Geografía, 6, pp. 296-387. TRILLO SAN JOSÉ, Carmen (2004). Agua, tierra y hombres en al-Andalus. La dimensión agrícola del mundo nazarí, Granada. VALLVÉ BERMEJO, Joaquín (1982). «La agricultura en al-Andalus», Al-Qantara, 3, pp. 261-297. WATSON, Andrew M. (1983). Agricultural innovation in the early Islamic world, Cambridge University.

JOSÉ LUIS SIMÓN GARCÍA Universidad de Alicante PEDRO JIMÉNEZ CASTILLO Escuela de Estudios Árabes (CSIC)

16

EL GARVÍ (ALCARAZ, ALBACETE): ¿UNA ALMUNIA ESTATAL ALEJADA DE LOS CENTROS URBANOS DEL PODER?1 The Garvi (Alcaraz, Albacete): a state almunia away from the urban centers of power?

RESUMEN Los trabajos de prospección de las tierras del alfoz de Alcaraz, en la actual provincia de Albacete, han permitido conocer numerosos testimonios del poblamiento de época andalusí, especialmente edificaciones castrales y un número cada vez mayor de alquerías de diversa distribución y tamaño. Mediante el análisis arqueológico del paisaje y los datos que proporciona la documentación escrita, hemos identificado una almunia vinculada al poder, que pudo estar asociada al cargo militar de qāid y gobernador de Alcaraz, como pago por los servicios del cargo, pero tan solo en usufructo, por lo que sería una almunia de propiedad estatal. Este estatus sería el que llevaría a Garví, junto con otras propiedades como el alcázar, a formar parte de las posesiones privativas del rey, quien acabó concediéndola primero a un cruzado francés y luego al arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada. Más allá de la historia local, esta almunia podría constituir un buen ejemplo de un tipo de propiedad que ha sido propuesto tentativamente por Pierre Guichard, las almunias pertenecientes al Estado islámico o Majzén, cuyo usufructo serviría para remunerar a determinados cargos públicos. Si nuestra interpretación es correcta, el análisis de los datos recabados nos aproximara a un tipo de almunias estatales alejadas de los entornos de las principales medinas, hasta ahora esquivo y casi desconocido. PALABRAS CLAVE Almunias | Explotaciones agrícolas | Al-Ándalus | Garví | Alcaraz ABSTRACT The archaeological survey of the hinterland of Alcaraz, in the present province of Albacete, has provide us with numerous testimonies of the settlement of the Andalusian period, especially buildings and an increasing number of villages of diverse shape and size. Through the archaeological analysis of the landscape and the data provided by written sources, we have identified a demesne (almunia) linked to power, that could be associated to the military position of qāid and governor of Alcaraz, as a payment by the services of the position, but only in usufruct, reason why it would be an almunia of state property. This status would be the one that would lead Garvi, along with other properties such as the fortress, to be part of the king’s private possessions, who ended up granting it first to a French crusader and then to the archbishop of Toledo Rodrigo Jiménez de Rada. Beyond local history, this almunia could be a good example of a type of property that has been tentatively proposed by Pierre Guichard, the almunias belonging to the Islamic State or Makhzen, whose usufruct would serve to remunerate certain public offices. If our interpretation is correct, the analysis of the data gathered will approach us to a type of state almunias far from the environments of the main medinas, until now elusive and almost unknown. KEYWORDS Almunias | Landed properties | Al-Andalu | Garví | Alcaraz

437

1. Introducción Durante los últimos años hemos venido desarrollando una serie de trabajos que intentan profundizar en el conocimiento de la sociedad andalusí en el territorio que en la actualidad se adscribe administrativamente a la provincia de Albacete. Se trata de un espacio periférico en el contexto general de al-Ándalus, no solo por su relativo alejamiento de los principales centros de poder, es decir, de las ciudades (mudun) más importantes, sino también, desde el punto de vista económico pues, al parecer, no era una región especialmente rica desde el punto de vista agrícola y comercial. Seguramente es por causa de estas circunstancias que las referencias en las fuentes escritas son escasas, como también lo son los estudios históricos al respecto. Por todo ello, resulta especialmente ardua la tarea de analizar los datos procedentes de las prospecciones y aún más ponerlos en relación con los de otras regiones mejor estudiadas, como las grandes vegas fluviales o las áreas montañosas de la vertiente mediterránea peninsular. Los datos arqueológicos con que hasta hace poco se contaba eran escasos y procedentes de hallazgos casuales, algunos excepcionales como la ocultación de Los Infiernos de Liétor2, cuya interpretación ha resultado especialmente debatida, precisamente por lo que se refiere a su contexto social e histórico. También cabe reseñar el hallazgo de tesorillos como el de La Canejuela3 de Alcaraz, que ha presentado dificultades análogas; o incluso restos epigráficos en espacios muy singulares y aislados como La Camareta de Hellín4. Tan solo el importante yacimiento de El Tolmo de Minateda —Madīnat Iyih— ha contado con un proyecto de investigación de largo recorrido, tanto el despoblado como su territorio inmediato, que ha permitido conocer la brillante historia de este asentamiento en época romana y visigoda, así como los interesante niveles finales ya del periodo emiral5. Por nuestra parte, como resultado principalmente de nuestras prospecciones sistemáticas en diferentes municipios de la provincia de Albacete, hemos abordado

438

JOSÉ LUIS SIMÓN GAR C ÍA / P E DR O J IM É NE Z C AS T IL L O

el estudio de las construcciones castrales6; el del poblamiento a partir de las alquerías con y sin torre defensiva7, así como el de otros asentamientos de menor tamaño, a modo de haciendas aisladas. También el fenómeno de las cuevas-ventana, que se encuentra limitado de momento a los márgenes acantilados de los ríos Júcar8 y Cabriel9, aunque parece que también se dio con menor intensidad en algunos tramos de los ríos Mundo y Segura10. En el territorio de Alcaraz, concretamente, hemos estudiado dos yacimientos excepcionales a partir de la prospección arqueológica y el análisis del territorio: El Santo11, con una ocupación que iría desde la Tardoantigüedad hasta inicios del siglo XI; y la fortaleza de Alcaraz12, que estuvo en uso entre los siglos XI y XV13. En este último trabajo intentamos localizar las dependencias del ḥiṣn de Alcaraz y más concretamente las posesiones que el rey castellano Alfonso VIII había concedido al arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, por sus servicios y apoyo de todo tipo en la conquista de Alcaraz en 1213 (fig. 1). Entre estas mercedes y posesiones, que han sido recopiladas por Carlos Ayllón14, se encontraba la que trataremos en el presente trabajo: la heredad de Garví. Acerca de esta propiedad se mantenía la tradición de «que era el jardín y retiro de Aben Hamet, gobernador de la plaza» que recogió en 1740 Fray Esteban Pérez de Pareja15. De manera que su origen se remontaría a época andalusí, lo que, de hecho, estaría confirmado por el topónimo «Garví», que parece derivar del árabe y se traduciría como «el occidental», en referencia, bien a la ubicación de la propiedad, o bien a la nisba de algún personaje vinculado a la finca. Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, Ayllón interpretó que la propiedad sería una «suerte de residencia palaciega acaso de recreo del gobernador musulmán de Alcaraz»16, es decir, una almunia. La importancia y valor de la almunia de Garví debieron de ser significativos, pues sus tierras siguen hasta la fecha siendo propiedad de los mayores terratenientes de la zona, si bien ahora dedicadas a la cría extensiva de ganadería brava. Su configuración tradicional como vergel irrigado explotado intensivamente, frente a las

tierras del entorno, yermas o dedicadas al secano y a la ganadería, ha llamado la atención de forma secular. Tal y como se aprecia en los restos actualmente visible, dispuso de un sistema de abancalamiento a ambos lados de las orillas del río de Las Moreras, así como una elaborada red de riego que aprovechaba el caudal constante a lo largo del año del río señalado. El sistema se iniciaba y se controlaba mediante una alberca de distribución situada en la cabecera, en medio del cauce, de la cual partían sendos sistemas de acequias en cada margen rebosando por el frontal el agua sobrante que seguía su curso río abajo. Estas acequias a su vez se desdoblaban en abanico, acumulando en pequeñas albercas de almacenamiento el caudal para su uso en función de las necesidades agrícolas. En la margen derecha se estableció el edificio residencial, al menos el que ha llegado hasta nuestros días con la denominación de Garví, junto al cual se construyó un molino hidráulico que estuvo en funcionamiento hasta mediados del siglo pasado. La orientación orográfica, resguardada de los rigores climáticos; la disponibilidad de un caudal de agua constante y anual; la fertilización de las tierras de las márgenes ampliando la superficie y capacidad productiva; el uso de la fuerza motriz del agua; el aprovechamiento de los amplios pastos circundantes del que dan cuentan los cuales los corrales de piedra que aún se aprecian; la importancia de la ruta que discurre junto al río Guadalmena y la proximidad a la fortaleza de Alcaraz, permitió el desarrollo de una finca agrícola y de recreo, a modo de almunia, de la que incluso llegaron a depender un número de aldeas y cortijos dispersos por la zona, con una población que llegó a incorporar el topónimo Garví en sus apellidos.

2.

El contexto histórico y geográfico

El alfoz de Alcaraz se sitúa en el sector suroccidental de la actual provincia de Albacete pero en el extremo suroriental de La Mancha, en el punto de contacto entre las tierras del Campo de Montiel, los relieves montañosos de las elevaciones pre-béticas, en concreto en el borde noroccidental de la Sierra de Alcaraz, en la falda oriental del cerro llamado de San Cristóbal. El territorio de Alcaraz tiene la peculiaridad de repartirse entre 3 cuencas hidrográficas (Guadalquivir, Guadiana, y Segura), ríos, afluentes y arroyos que han excavado valles que permiten el acceso a la depresión y vía de comunicación que une los llanos de Albacete con las tierras altas de Jaén, en concreto con Úbeda, primero a través del río Jardín y posteriormente del río Guadalimar.

fig. 1 Ubicación de la almunia de Garví (Vianos) en la actual provincia de Albacete y en relación con las principales donaciones de Alfonso VIII tras la conquista de Alcaraz.

Gracias a esta situación, los habitantes de la zona han tenido acceso a espacios medioambientalmente tan diversos como las llanuras de Montiel y Albacete, la serranía del Segura y el curso alto del Guadalquivir, de manera que el término de Alcaraz tiene un alto valor estratégico pues constituye un paso natural entre la Meseta, el Sureste y la Alta Andalucía. Las comunidades humanas han desarrollado tradicionalmente espacios de cultivo y asentamiento especialmente al abrigo de los relieves montañosos, dado que el clima continental mediterráneo, con vientos dominantes del noreste, junto con la escasa calidad de los suelos, aboca hacia una actividad prioritariamente ganadera a lo largo de los siglos y hasta nuestros días, reduciendo la agricultura a los márgenes interiores y protegidos de los arroyos y ríos de la zona. Las circunstancias expuestas, en particular el hecho de ser un área de paso y su aprovechamiento esencialmente ganadero, tanto de rebaños residentes, como trasterminantes y trashumantes17, a los que se sumaría la explotación silvícola de las serranías, son las que han modelado y condicionado el poblamiento de la zona, sobre todo desde el mundo tardorromano o visigodo hasta la Edad Moderna. Históricamente, el punto de inflexión en la organización del territorio se produjo con el desarrollo, entre los

E L GAR VÍ (AL C AR AZ , AL B A C E T E ) : ¿ U N A A L M U N I A E S T A T A L A L E J A D A D E L O S C E N T R O S U R B A N O S D E L P O DER?

439

siglos VI y VII d.C., de la urbs de El Santo, que es seguramente uno de los lugares a los que se refiere la crónica de la conquista de la Oróspeda por Leovigildo en el 577, cuando sometió y tomó ciuitates atque castella que habían permanecido virtualmente independientes desde principios del siglo V d.C.18. Los restos arqueológicos actualmente visibles, dado que hasta la fecha no se ha efectuado ninguna intervención arqueológica, son lo suficientemente monumentales como para sustentar, a nuestro juicio, esa relación. Entre los elementos inmuebles destaca una potente muralla con bastiones de más de 10 m de altura; una trama urbana en la que parecen distinguirse edificios públicos y privados; una necrópolis de cistas excavada en piedra y tapas monolíticas de sección triangular, con un panteón central; así como los restos de una iglesia semi-rupestre. Los bienes muebles procedentes de este espacio son un capitel, varias piezas de un cancel y elementos relacionados con el culto, como una jarra litúrgica19. El yacimiento se emplaza en una meseta con bordes acantilados excepto por el suroeste, entre los ríos Escorial y Mesta, que configuran el río Alcaraz que aguas abajo se une al Guadalmena. Dista apenas 3 km respecto al emplazamiento actual de la fortaleza de Alcaraz, pero entre ambas no existe una conexión visual directa. La fortaleza de Alcaraz no aparece citada en las fuentes árabes hasta finales del siglo XI20. En las fuentes islámicas las Sierras de Segura y Cazorla quedan encuadradas en el distrito administrativo que al-Ṙāzī (siglo X) denomina como Rremon, perteneciente a la kūra de Jaén, topónimo que se considera una variante del de Raymiyya o Rimiyya y que designaba a la vez al territorio administrativo y a una ciudad21. El distrito comprendía el sector oriental de la provincia de Jaén y las zonas limítrofes meridionales de Ciudad Real y Albacete. La ciudad de Rīmiyya era también conocida como madīnat banū Rašīd, según atestigua al-Ḥimyarī, quien la sitúa cerca del nacimiento del río Guadalquivir e indica que ejercía su control sobre Tíscar22. No obstante, la descripción más precisa de su ubicación parece desprenderse del relato de la campaña de ‘Abd al-Raḥmān III en el 935, recogido en el Muqtabis V, según el cual el califa fue a: «Alcázar de San Juan, en la misma zona, a Umm al-Wasīm, conocida por Madīnat Rāšid, en Rymya, al río Añador, al río B.rqūl, de Baeza, en el Guadalimar...»23. A partir de esta referencia y alguna otra, varios autores se han inclinado por ubicar Rīmiyya al norte del conjunto montañoso conformado por las sierras de Alcaraz, Segura y Cazorla, entre ellos Levi-Provençal y Salvatierra24. En definitiva, el emplazamiento exacto y la identificación de la ciudad mencionada es actualmente objeto de debate, aunque

440

JOSÉ LUIS SIMÓN GAR C ÍA / P E DR O J IM É NE Z C AS T IL L O

nosotros creemos que existen indicios suficientes para proponer que se trata del despoblado conocido actualmente como El Santo de Alcaraz25, fundamentalmente por su ubicación respecto a las principales rutas que unen la Meseta con la Alta Andalucía, su extensión de 15,3 ha, las construcciones existentes, como la muralla o la necrópolis visigoda, y las características de los materiales arqueológicos registrados, especialmente su singularidad y significado. A lo largo del siglo IX los emires cordobeses impulsaron una política a favor de los centros urbanos y en contra de los grupos rurales, básicamente muladíes, descendientes de las oligarquías visigodas que se habían convertido al Islam, a lo que se sumó la implantación efectiva del cobro de impuestos, lo que desembocó en levantamientos y sublevaciones de estas poblaciones a finales del siglo IX en el sur y este de al-Ándalus. Una vez sometidos los rebeldes por ‘Abd al-Raḥmān III, la política omeya estuvo encaminada a obligarlos a que abandonaran sus asentamientos en altura y se establecieran por el llano. Las referencia escritas en este sentido son numerosas; así por ejemplo, en el año 928, tras la conquista de Bobastro ‘Abd al-Raḥmān III se dirigió a sus habitantes ordenándoles: [...] descender de sus altas montañas, a cuyas cimas se acogían, y de las elevadas mesetas, a cuyo sagrado subían, que eran inexpugnables por todos lados sin necesidad de murallas [...] lo que de muy mal grado hicieron, saliendo de aquellos baluartes y bajando a las alquerías del llano26.

No solo se les conminó a abandonar los ḥuṣūn, sino que las fortalezas fueron demolidas y los deportados fueron dispersados «por el ancho mundo» para prevenir futuras revueltas. Lo mismo se hizo en otras coras pacificadas, como las de Riyya y Sidonia, así como el Šarq al-Ándalus: [...] entre otras, cayó Callosa [...], Alicante, que da al mar Mediterráneo, y todas su fortalezas subordinadas y alcazabas circundantes, bases de los Banū as-Šayj, y así mismo fueron rendidos los miembros de esta familia de rebeldes en Tudmīr [...] Luego se conquistó al asalto Alcira del Júcar, en la cora de Valencia, y fortalezas subordinadas, siendo allí rendidos los rebeldes Banū Ibn Abī Ŷawšan [...] También fueron conquistadas Chinchilla, la fortaleza de San Pedro y sus dependencias en la cora de Tudmīr, extendiéndose la obediencia en Levante27.

La tendencia al abandono de los poblados encaramados continuó a lo largo del siglo X y hasta el arranque de la fitna, a comienzos del siglo XI, en el marco

de la paz y estabilidad del califato, impulsada en algunos casos por la puesta en marcha de sistemas hidráulicos desarrollados, en relación a los cuales surgieron, o crecieron, nuevas alquerías y ciudades, en ocasiones a escasa distancia de las que les precedieron. Estos nuevos centros de poder permitían soslayar cualquier tipo de reivindicación histórica de las élites sometidas, al tiempo que se modificaba el componente étnico en las nuevas poblaciones. Esta debe de ser la razón del cambio de emplazamiento de varios «castella» o ḥuṣūn de la Sierra de Segura, como el de Segura la Vieja, que estaba situado a unos 4 km del lugar en el que se levanta la población actual de Segura de la Sierra (ḥiṣn Šaqūra)28, que a partir de este momento se convierte en el centro militar y administrativo de ese territorio. Lo mismo sucede con El Santo, abandonado definitivamente en favor del asentamiento del ḥiṣn al-Karas, actual Alcaraz, quizás en el periodo en el que la zona queda bajo el control de los Banū Ḏū-l-Nūn, pues desde entonces desaparece de las fuentes escritas el topónimo Rimiyya y aparece de forma reiterada el de Alcaraz29; así, por ejemplo, al-Ḥimyarī explica que el ḥiṣn al-Karas es una buena fortaleza de Al-Ándalus situada en la cora de Jaén. A mediados del siglo XII estuvo bajo el dominio de Ibn Hamušk, señor de Segura y suegro del rey Lobo, quien en 1172 acabó solicitando al califa Abū Ya‘qūb Yūsuf la toma de Vílchez y Alcaraz, calificado por el cronista Ibn Ṣāḥib al-ṣalāt como «castillo elevado», con el fin de reincorporarla a sus posesiones dado que Ibn Mardanīš las había cedido a los cristianos; precisamente este hecho había decantado la fidelidad de Ibn Hamušk hacia el califa almohade. No se han llevado a cabo excavaciones arqueológicas en Alcaraz, aunque el examen de los restos defensivos conservados en pie permite distinguir hasta cuatro sectores amurallados construidos con diferentes aparejos, los más antiguos de los cuales parecen ser los de tapial de hormigón, que creemos podrían datar del siglo XII30. Dado que no se conocen personajes relevantes originarios del Alcaraz islámico, cabe suponer que era esencialmente un enclave castral con una población reducida, aunque su valor estratégico era muy alto en el momento de la conquista castellana de 1213, como queda de manifiesto por las referencias en las crónicas. La importancia militar de este sitio —junto con la de otras fortalezas como Segura o el castillo de Eznavejor, el ḥiṣn Abū Xoray—, y el control que ejercía sobre un vasto territorio y los caminos que los ponían en contacto, llevaría al Estado islámico de turno a situar al frente de Alcaraz a un qaid o gobernador de total confianza, al cual se remunerarían sus servicios tanto con asignacio-

nes metálicas como mediante la concesión, a largo plazo o perpetua, de los ingresos de una determinada propiedad estatal (iqṭā‘), como podría suceder con determinados rahales según defiende Pierre Guichard31. Dado que el titular de estas propiedades sería el Maj­zén, cuando se producía la conquista cristiana debieron de pasar a manos de la Corona, que dispondría de ellas a partir de ese momento del modo que considerase oportuno.

3.

Las concesiones a la Iglesia toledana

La fortaleza de Alcaraz fue descrita en la Crónica Latina y en los Anales Toledanos de Jiménez de Rada, como un nobile castrum o un castrum famosum32 que, tras el éxito de la batalla de las Navas de Tolosa, pasa a ser un objetivo tanto del rey Alfonso VIII como del arzobispo, con el fin de ampliar su dominio sobre las tierras meridionales de La Mancha hasta los pasos serranos de la Alta Andalucía. En 1213 se inicia en Toledo la campaña con las tropas de los concejos de To­ledo, Maqueda y Escalona, los frailes de las órdenes militares y algunos ricoshombres. El ejército real toma el castillo de Dueñas o de Dios, o al-Talŷ, de donde partió hacia Eznavejor y posteriormente puso cerco a ḥiṣn al-Karas, que capituló el día 22 de mayo tras dos meses de sitio y más de dos mil bajas, cifra probablemente exagerada por la citada crónica cristiana33. El asedio se inició con el levantamiento del campamento en la vega, junto al río Alcaraz, sobre una elevación que, a juzgar por los restos documentados, sería la de la Potrera, para posteriormente pasar al ataque, preparando, según la crónica, machinas miriabilibus, como almajaneques, torres, catapultas y buzones34, a la espera de los refuerzos del señor de Vizcaya, Diego López de Haro. Los defensores sabían que no recibirían ayuda exterior y estaban al tanto de las circunstancias y consecuencias de la toma de Úbeda por Alfonso VIII el año anterior, donde había ocasionado una gran destrucción y hecho prisioneros a un elevado número de pobladores musulmanes de la zona. Los recursos de la aljama y la fortaleza serían escasos, teniendo en cuenta que el sitio se inició antes de la cosecha y después de un año agrícolamente nefasto. Por todo ello, tras una serie de escaramuzas y golpes de mano, el gobernador de la plaza en nombre del Estado almohade, Abū Ŷa‘far ibn Faraŷ, solicitó la rendición honorable. Tras la conquista, el rey inició un proceso de donaciones, siendo el primero y más beneficiado el arzobispo y su diócesis, pues no siempre es fácil determinar si eran para su persona o para la institución al frente de la

E L GAR VÍ (AL C AR AZ , AL B A C E T E ) : ¿ U N A A L M U N I A E S T A T A L A L E J A D A D E L O S C E N T R O S U R B A N O S D E L P O DER?

441

cual se encontraba35. Comprendían los diezmos, incluidos los de unas salinas que deben de ser las de Pinilla36, a 21,7 km de Alcaraz pero aún hoy en día en su término, así como una serie de propiedades inmuebles. En el recinto fortificado se le asignó una torre y unos solares para «palaçios» donde al parecer posteriormente se levantaría la iglesia de Santa María de Alcaraz, cuyos restos en la actualidad se erigen junto a la Torre del Obispo, situada en el ángulo suroccidental del recinto37. Se trata de una torre de planta rectangular, de 9,10 m por 9,20 m de lado y 8,40 m de alto, realizada en tapial de mampostería en cuyo interior se desarrolla una fábrica gótica de sillería y sillarejo, articulándose en dos cuerpos separados por un arco y al menos dos plantas, conectadas por una escalera de caracol efectuada en sillería. La iglesia gótica de Santa María38 al parecer será el templo que sustituya a la mezquita cristianizada de San Ignacio. Otras posesiones que el arzobispo recibe son: [...] dos casas de molinos en que ha sendas ruedas, e vna huerta, e vna vinna, e vnas casas, que es vna bodega e una camara con su corral, e el diezmo de las salinas, e tierra para dos yuntas de bueyes de anno e vez39.

Junto a los cuales había edificado una casa fortificada40. Se hallaban a tan solo 1,7 km de distancia de la población, junto a la vega de la margen derecha del río Alcaraz, en dirección al paraje de Los Batanes, donde se emplazaba el viejo asentamiento de El Santo; aún se conserva allí el topónimo, recogido en la cartografía del Instituto Geográfico Nacional, del «Molino del Arzobispo» y todavía se aprecian los restos del molino en cuestión. La construcción de una casa fortificada en la vega, junto al molino, fuera del recinto amurallado y en el espacio de mayor productividad agrícola, demuestra que las ambiciones del arzobispo no eran solo espirituales sino que tenían por objeto la constitución de un señorío eclesiástico, para lo cual crea un arcedianato, el más meridional de su archidiócesis de ese momento, al que se le sumarán las iglesias de Eznavejor, lo que dará lugar a numerosos pleitos por la jurisdicción religiosa y feudal con la Orden de Santiago y con el concejo de la villa41.

4.

La almunia de Garví

A este conjunto de donaciones se le sumará la here­ dad de Garví, situada a media legua de la villa, que había sido delimitada y registrada por frey Montesino por orden de Alfonso VIII, debido al interés de la corona por

442

JOSÉ LUIS SIMÓN GAR C ÍA / P E DR O J IM É NE Z C AS T IL L O

saber con detalle cuáles eran sus posesiones derivadas de la conquista de la fortaleza de Alcaraz y de su alfoz. Pérez de Pareja relata en 1740 que esta propiedad fue cedida por el rey en primera instancia a un guerrero francés llamado Louis François, quien había participado en la batalla de Las Navas de Tolosa y en la toma de Alcaraz, donde fue herido. La heredad con la que se le recompensó, Garví, según el cronista del siglo XVIII «[...] era el jardín y retiro de Aben Hamet, gobernador de la Plaza [...]», de manera que parece posible identificarla con una almunia vinculada al qaid de la plaza, si bien el nombre del gobernador no parece corresponder a aquel Abū Ŷa‘far ibn Faraŷ que rindió Alcaraz según al-Ḥimyarī. Tal y como señala Ayllón42, presumiblemente el mencionado caballero falleció poco después, lo que permitió a Alfonso VIII donar Garví al arzobispo, tal y como aparece en las espalda del documento y en letra de la época. Allí se lee: Donacio archiepiscopo de aldea que uocatur Cadreyta/ prope Alcaraz [...] hereditatibus, y al lado de la palabra Cadreyta 43 hay una llamada explicativa señalando: que dicebatur olim Garbin, lo que manifiesta el intento de renombrar el lugar con el de la villa navarra a la que pertenecía la familia del arzobispo, donde su abuelo paterno había ejercido su señorío. El intento de cambio de denominación fracasó y se ha mantenido hasta nuestros días el topónimo árabe, lo que puede estar relacionado con las necesidades notariales relacionadas con el arrendamiento que el arzobispado hizo de la finca, al menos hasta 1500, donde se señala que la heredad de Garví 44 le reportó a las arcas toledanas por el arriendo del diezmo íntegro 8.040,5 maravedíes más 16 pares de gallinas45. La finca en esos momentos estaba cedida en contrato de censo anual de 2 cahíces, 7 fanegas y 8 celemines (la mitad en trigo y la otra mitad en cebada)46. Un siglo después de la conquista las propiedades de la vega de Alcaraz en torno al Molino del Arzobispo seguirán en su poder, tal y como se plasma en los cartularios de la catedral de Toledo47 y al parecer permanecieron en esta situación hasta al menos el siglo XVI. Garví 48 dista 3,7 km de la fortaleza de Alcaraz, menos de una legua, en dirección suroccidental; está actualmente en el término municipal de Vianos, antigua aldea de Alcaraz que se segregó en el siglo XIX, si bien dicha población se ubica en la parte alta de la meseta jurásica del pie de monte de la Sierra de Alcaraz y la finca está en la parte baja. El actual propietario conserva un plano de la finca de Garví49, fechado el 2 de abril de 1879 y rubricado por el perito ingeniero Francisco de la Rosa, en la que se señala que el titular es José Tomás Sánchez Flores (fig. 2.1), cuyos herederos siguen poseyendo grandes extensiones de terreno en

fig. 2 (1) Plano de la finca de Garví de 2 de abril de 1879, donde se establecen los límites de la propiedad y la red de riegos a partir del río de las Moreras. (2) Fotografía aérea del vuelo americano de 1957 en donde se aprecia la continuidad del parcelario hasta nuestros días.

1

2

la zona. Seguramente el plano formó parte de unas escrituras, en algún momento de la compra-venta y en el mismo se especifican los límites de la finca, el emplazamiento del caserío, los caminos que la cruzan, el río y las acequias que riegan. En ese momento del siglo XIX el molino queda fuera de la finca, pero los límites del parcelario se han mantenido hasta la actualidad. Hasta la actualidad han llegado dos topónimos con el nombre de Garví, el Pizorro Garví y la Casa Garví, ambos muy próximos entre sí. El primero, en la margen izquierda, es un cerro de forma cónica configurado a partir de afloramientos de cuarcitas con intercalaciones de pizarras, que, por su aspecto, en la zona le denominan

«pizorros». Enfrente, en la margen derecha del río de las Moreras, se encuentra la Casa Garví 50, hoy en ruinas, configurada por un conjunto de construcciones que terminaron formando un gran caserío (figs. 2.1 y 5)51. Ambos se emplazan en el valle que configura el río de las Moreras, afluente del río Alcaraz de escaso recorrido y fuerte pendiente, ya que salva 325 m de altura en menos de 1 km y posee una longitud de apenas 5,3 km de largo (fig. 3.2). El valle del río de las Moreras, posee una orientación sureste a noroeste y un cauce que podemos dividir en dos tramos: el primero, desde su nacimiento en el borde de la meseta de Vianos, hasta el pie de monte de los relieves, que se caracteriza por su encajonado va-

E L GAR VÍ (AL C AR AZ , AL B A C E T E ) : ¿ U N A A L M U N I A E S T A T A L A L E J A D A D E L O S C E N T R O S U R B A N O S D E L P O DER?

443

fig. 3 (1) Vista de la margen izquierda, con una de las albercas en primer plano, al fondo el valle del río Guadalmena. (2) Vista desde el fondo del valle del río de las Moreras hacia el fondo.

1

2

lle protegido de los vientos y por tanto de los rigores climáticos de la zona, especialmente el viento de noroeste, frío y constante; y la parte baja, ya abierta y de escasa pendiente, donde se han acumulado amplios depósitos de yesos del trías mezclados con las cuarcitas y pizarras de núcleo rocoso. Como resultado de esta orografía, del aprovechamiento hidráulico del cauce constante del río y de los acondicionamientos del terreno efectuados a lo largo de los siglos, se generó una explotación agrícola intensiva en la parte alta y media del valle, mientras que la parte baja ha sido un espacio aprovechado secularmente para el cultivo de arbolado, esencialmente olivos y

444

JOSÉ LUIS SIMÓN GAR C ÍA / P E DR O J IM É NE Z C AS T IL L O

almendros, y el pasto de ganado, tanto de ovicápridos como bovinos y caballerías. La calidad de la tierra, compuesta sobre todo por la erosión de los estratos triásicos y cuarcitas, no es especialmente buena, pero el abono orgánico y el riego han permitido que la zona se haya mantenido como un vergel. Los huertos se han escalonado mediante aterrazamientos, unos de tierra y otros reforzados con muros de mampostería; y las acequias apenas tenían pérdidas debido a que fueron excavadas en arcilla triásica, solo presentan fábrica construida los elementos de distribución, que generalmente son de piedra, ya sean calizas,

fig. 4 Esquema del sistema de regadío de Garví y sus principales componentes, del valle donde se encuentra la finca de Garví.

pizarras o cuarcitas, y algunos tramos al paso de la casa Garví, que se reforzaron mediante sillería. Otros espacios colindantes reciben nombres vinculados con tareas agrícolas seculares, como el río de los Quiñones, por su uso comunal, paralelo al de las Moreras y por el que se accede a Vianos. Distribuidos por ambos márgenes del estrecho valle se conservan una serie de caseríos menores, aptos para una unidad familiar, que dependían de la finca de Garví 52, cuyo propietario era el dueño de la mayoría de los terrenos. Hasta la actualidad han llegado el Cortijo de los Camilos, de Magaña, de El Royo, de Mariquita, de las Moreras, de la Dehesilla y Casa Alta, junto con un buen número de casillas de uso temporal para los peones agrícolas y corrales para el ganado y su pastor. Las limitaciones productivas y el aislamiento del lugar, forzó durante el siglo XX a la emigración a la to­ talidad de los habitantes del lugar, o su traslado a las cercanas poblaciones de Vianos o Alcaraz, lo que conllevó que se iniciase un proceso de desmembración de las propiedades que se agravó con las divisiones fruto del reparto de herencias y la venta de lotes menores de tierras de cultivo, de tal modo que hoy en día solo queda una gran finca, cuyo núcleo central es la Casa Garví, y un sin fin de propiedades menores, muchas de ellas abandonadas desde el punto de vista agrícola. Los caseríos, o se han transformado en viviendas de recreo o están abandonados, como sucede con la casa principal.

Sin embargo, un elemento tradicional ha permanecido casi inalterable a lo largo del tiempo: el sistema de regadío que, mejor o peor conservado, sigue en funcionamiento con unas reglas pactadas entre sus usuarios (fig. 4). Se basa en el aprovechamiento del cauce del pequeño río de las Moreras, que cruza el paraje, así como el de otra fuente situada en la margen derecha de aquel. Aunque parece seguro que en la Edad Media existía aquí un espacio de cultivo irrigado que justifica el que se le considere como «jardín», no podemos afirmar que el sistema que vamos a describir fuera exactamente igual en época andalusí; en cualquier caso, creemos que no sería muy diferente dado que los recursos a explotar podían variar poco. El manantial del arroyo de las Moreras surge a una cota de 1060 m s. n. m., en la Cabeza del Jara, y no ha requerido nunca la construcción de un minado o cualquier otro tipo de galería para recabar un mayor caudal, circunstancia que pone de manifiesto su abundancia y regularidad, de manera que los regantes disponen de un suministro de agua muy superior a sus demandas actuales (fig. 5). Tras pasar el camino que une Vianos con el fondo del valle del Guadalmena, por donde discurre la vía que va desde Alcaraz a Puente de Génave (Jaén), a 230 m del nacimiento, se encuentra la primera alberca de represa y distribución en el cauce del río, con planta de tendencia circular y unos 100 m² de superficie, excavada en suelo y reforzada sus paredes con muros de mamposte-

E L GAR VÍ (AL C AR AZ , AL B A C E T E ) : ¿ U N A A L M U N I A E S T A T A L A L E J A D A D E L O S C E N T R O S U R B A N O S D E L P O DER?

445

fig. 5 (1) Vista de la finca de Garví con la casa en el lado izquierdo. (2) Vista desde la alberca superior de las márgenes del río de las Moreras, pertenecientes a la finca de Garví.

1

2

ría. De ella parten dos pequeñas acequias que permiten el riego por gravedad de los huertos abancalados próximos. Tras el reparto, el agua excedente vuelve al cauce del arroyo y 230 m aguas abajo nuevamente hay una segunda alberca de finalidad similar a la anterior, en par­ te excavada y en parte construida mediante un muro de mampostería revestida con mortero, de unos 60 m², de la cual nuevamente surgen dos canales para regar los huertos escalonados por gravedad. Es en este punto donde una parte del agua vuelve al cauce natural y otra parte discurre por la cota 1000 m s. n. m. a través de una acequia que mantiene el nivel con escasa pendiente, posibilitando el riego de las huertas de la margen

446

JOSÉ LUIS SIMÓN GAR C ÍA / P E DR O J IM É NE Z C AS T IL L O

derecha, por encima de la Casa Garví que queda unos 40 m más abajo. Una vez superado el caserío, donde la acequia suministraba agua a personas, animales y actividades domésticas, la acequia llega a una gran alberca de acopio que fue remodelada a mediados del siglo XX, acumulando agua para el riego y para abastecer al molino harinero que se sitúa junto al cauce del río, por debajo del caserío de Garví, lo que le permite utilizar el fuerte desnivel y el caudal de la alberca para mover los rodetes, dejando escapar nuevamente el agua al cauce natural del río. La última denominación de este molino de dos piedras fue «Molino de Dámaso», nombre habitual entre los propietarios y terratenientes de la

zona hasta nuestros días. El citado molino, hoy en ruinas, perteneció a la propiedad de Garví, hasta que fue enajenado de la misma, junto con unos huertos bajos. Con el fin de asegurar el riego, unos metros abajo de la última alberca se abren dos acequias que permiten el riego a diferente altura, alimentándose directamente del cauce del río mediante sendas boqueras. En la margen izquierda existen unos amplios huertos que pueden recibir el riego mediante otra fuente natural sita al pie del Pizorro Garví, el cual llega a cortar el paso del río obligándole a excavar una profunda sima que le permite salvar el desnivel del terreno mediante una cascada. Precisamente en el punto donde el río excava la sima se abren sendas acequias, la de la margen derecha se encamina directamente al caserío de Garví, y de ahí puede ir tanto al molino como a los huertos que hay entre ambas edificaciones; la de la margen izquierda se suma a las dos ya existentes a un nivel superior. El arranque de esta última se efectúa mediante una canalización excavada en la pared vertical del cauce hasta que sale a los huertos correspondientes, los cuales cuentan con dos albercas de almacenamiento a diferente nivel, donde se retiene el agua hasta su uso (fig. 3.1). El agua de la margen izquierda continúa de bancal en bancal hasta su filtración en el subsuelo. La abundancia de agua ha generado un bosque de ribera, que seguramente se ha mantenido durante siglos, y en las huertas se han plantado tanto productos hortícolas como cereales de regadío y arbolado de frutales, quedando los olivares y almendros emplazados en la parte baja del valle. Muchos de estos cultivos siguen dándose en la actualidad en pequeños huertos. Sin embargo, llama la atención que el sistema de acequias de la margen izquierda tenga un mayor desarrollo y complejidad, mientras que el de la margen derecha es mucho más sencillo. Esta circunstancia coincide con una secular utilización de la margen izquierda para el cultivo de plantas y hortalizas, mientras que la derecha lo ha sido para arbolado, algo que se mantiene, tal y como se aprecia desde el vuelo americano de 1945-46 y 1956-57 (fig. 2.2), hasta la actualidad53. Esta diferencia puede estar relacionada con la protección que ofrece el Pizorro Garví de los vientos dominantes, la insolación recibida por los cultivos o el hecho de que el caserío y el molino estén en la margen derecha. Por encima del nivel de regadío, especialmente en la margen derecha, se conservan corrales de piedra seca para estabular ganado sin la necesaria vigilancia de pastores y garantizar el pasto, algo que se sigue utilizando hasta nuestros días. El territorio circundante es monte bajo al cual le gana espacio, en las cotas infe-

riores de las laderas, el olivar implantado durante los últimos años. En la parte baja del río se genera en la actualidad una zona de encharcamiento que favorece el crecimiento de plantas de ribera, especialmente juncos y carrizos, que son aprovechadas por las aves y para abrevar por el ganado bravo de la zona. Una edificación singular, posiblemente de época medieval, es la conocida como Casa Alta (fig. 6), emplazada sobre una pequeña elevación en la parte baja del valle del río de las Moreras, desde donde posee una conexión visual con la fortaleza de Alcaraz y con la Torre de Gorgogí 54. Se trata de una edificación de unos 12 m de largo por 6 de ancho, con muros de 0,80 m de ancho, fabricada en mampostería trabada con mortero. Hoy en día se encuentra arruinada por completo, con solo una esquina que se alza unos 2 m, pero muchos de los lugareños la han conocido con mayor altura y porte, por lo que siempre la han considerado como una torre similar a la de Gorgogí. En ella sitúa Pérez de Pareja el primer asentamiento de los franciscanos descalzos de Alcaraz que por motivos diversos, entre los que estaba el alejamiento del núcleo urbano que alcanzó un importante desarrollo económico y social en los últimos siglos de la Edad Media e inicios de la Edad Moderna, acabaron trasladándose al actual emplazamiento. El edificio puede tener sus paralelos en la Casas de las Pulgas de El Robledo55, que en su día relacionamos con la trashumancia que discurre por la Cañada de Andalucía, a modo de puesto de refugio y seguridad de los ganados. Podría estar vinculado con las donaciones reales anteriormente señaladas, o con los sucesivos propietarios de las fincas de la zona, pero parece claro que no se trata de una edificación de época islámica. Por último señalar que el topónimo Garví paso a ser un apellido de los naturales de la zona, que curiosamente tiene en la actualidad su mayor concentración en los pueblos del entorno de la finca, en concreto en Alcaraz, El Robledo, Vianos56, etc.; es decir, en el antiguo alfoz de Alcaraz, circunstancia que creemos indicativa de la importancia y singularidad de la finca de Garví y sus moradores a lo largo del tiempo57.

5.

Conclusiones

Pese a que de momento no hemos podido efectuar trabajos de excavación arqueológica, parece posible mantener, con los matices que futuras investigaciones puedan aportar, que el actual paraje de Garví, que formó parte el alfoz de Alcaraz y actualmente está en el término municipal de Vianos, fue la heredad que en su día otorgó el monarca castellano Alfonso VIII a Jiménez de

E L GAR VÍ (AL C AR AZ , AL B A C E T E ) : ¿ U N A A L M U N I A E S T A T A L A L E J A D A D E L O S C E N T R O S U R B A N O S D E L P O DER?

447

fig. 6 Vistas de Casa Alta.

1

2

Rada, arzobispo de Toledo. Además de sus cargos eclesiásticos, Rodrigo Jiménez de era un cortesano influyente que desempeñó un papel fundamental en la conquista de Alcaraz y en otras campañas militares anteriores, por lo que es lógico que el monarca le concediera propiedades de significado valor, como la de Garví, heredad que Pérez de Pareja señala como «jardín y retiro» del qaid de la fortaleza de Alcaraz, es decir, una finca agrícola con funciones residenciales de recreo y solaz o almunia. Creemos que la finca pudo estar asociada al cargo militar de qaid y gobernador de la plaza, como pago por los servicios del cargo, pero tan solo en usufructo, por lo que sería una almunia de propiedad estatal. Este estatus

448

JOSÉ LUIS SIMÓN GAR C ÍA / P E DR O J IM É NE Z C AS T IL L O

sería el que llevaría a Garví, junto con otras propiedades como el alcázar, a formar parte de las posesiones privativas de la corona, la cual dispuso de ella como lo consideró oportuno. El monarca pudo concederla en primer lugar a un cruzado francés, Louis François quien, según Pérez de Pareja, falleció como consecuencia de las heridas recibidas en la toma de Alcaraz. Por ello, el monarca la donó finalmente a Jiménez de Rada junto con otras propiedades, equilibrando las donaciones que estaba realizando a los partícipes de la conquista, entre las que destacaban la aldea y heredad de Garví para el arzobispo, la heredad de Cortes a la Orden de San Juan y la heredad de Gorgogí a la Orden de Santiago, todas

ellas a una distancia similar del núcleo de Alcaraz y, por tanto, en el ámbito periférico del territorio vinculado a la fortaleza. El arzobispo intentó cambiar los nombres de Garví «el occidental» y del ḥiṣn al-Karas «el cerezo o el cerro elevado»: a la primera la denominó Cadreita, villa de la ribera navarra que perteneció a la familia Rada58 y a Alcaraz la renombró como Ignatia59; sin embargo, en ambos casos fracasó y los dos lugares han continuado hasta la fecha con su denominación original. Mediante la prospección, hemos podido estudiar el paisaje actual de esta finca, que nos remite a una propiedad medieval en la que debió de predominar la agricultura de regadío que se extendería por los sectores más bajos, enmarcada por áreas de secano periféricas situadas sobre las cotas de manantiales y tomas de agua. En ella también estaría la residencia del titular, además de otros establecimientos de carácter productivo, incluido un molino que quizás también se remonte a época andalusí. En cualquier caso, para poder conocer en detalle las características de la almunia islámica y su actividad productiva, así como para confirmar o refutar algunas de las hipótesis propuestas, es necesario que en un futuro se lleven a cabo trabajos arqueológicos intensivos. Más allá de la historia local, la almunia de Garví podría constituir un buen ejemplo de un tipo de propiedad que ha sido propuesto tentativamente por Pierre Guichard en relación a los rahales, y que serían las almunias pertenecientes al Estado islámico o Majzén, cuyo usufructo serviría para remunerar a determinados cargos públicos bajo el régimen de iqṭā‘. Según Guichard, entre los rahales del oriente de al-Ándalus que él estudió, eran frecuentes aquellos cuyos topónimos remitían a un título o una función pública (rahal al-wazīr, rahal al-qāḍī, rahal al-mušrif), a veces acompañados por el apelativo de un personaje determinado, por ejemplo «rahal del alcaid Alpich», a diferencia de lo que sucedía con otras fincas aristocráticas como los reales, que solían llevar nombres propios de personajes concretos. Por tanto, a partir de las dos grandes especificidades de los rahales que revelan las fuentes documentales, a saber, la frecuente relación que observan con las funciones del aparato del Islam y su marginalidad geográfica, propone Guichard la hipótesis de que se trataría de tierras del dominio público, otorgadas por el Estado a dignatarios, altos funcionarios y jefes del ejército, de manera en principio temporal60. Aunque venimos denominándola de manera genérica como «almunia», en realidad no sabemos cómo era designada específicamente la propiedad de Garví en las fuentes árabes, por lo que no se puede descartar la posibilidad de que se la considerara como «rahal». De hecho, en el área levantina conocemos la existencia de algunas de estas fincas que tenían características simi-

lares a la que venimos estudiando; así, por ejemplo, el rahal de Cota, concedido al qāʼid Avencedrell, que estaba situado en la remota área montañosa del norte de la provincia de Alicante; u otros que se encontraban en el territorio de numerosos ḥuṣūn rurales como sucedía, por ejemplo, en Cullera61. Permanecen muchas incógnitas sobre el tipo de propiedad que la historiografía reciente viene denominando de manera convencional como almunias y que, en realidad, abarcaba en al-Ándalus a realidades muy diversas. No obstante, estamos relativamente mejor informados de algunas de esas variantes, como por ejemplo las almunias vinculadas a califas y sultanes que desem­peñaban funciones residenciales y protocolarias destacadas, debido las referencias a las mismas en las fuentes escritas e incluso a la buena preservación de algunas de ellas, como sucede con el Generalife. Por razones heurísticas análogas, tenemos en general más información sobre las almunias que estaban en el entorno de las ciudades importantes, hasta el punto de que aquellas alejadas de las principales medinas y que formaban parte de los distritos castrales de pequeños núcleos habitados, resultaban hasta hace poco prácticamente desconocidas62. Este, precisamente, es uno de los aspectos de interés sobre los que proporciona información el estudio de la finca de Garví, que además debió de ser, como hemos visto, una propiedad estatal, destinada a la remuneración de algún cargo importan­te de la administración territorial. Seguramente también funcionaba como lugar de solaz y recreo, pues así parece acreditarlo la tradición histórica sobre el lugar, e incluso tal vez protocolario; no obstante, es indudable que su valor principal era productivo, relacionado con la ganadería, con el aprovechamiento del secano y, sobre todo, con una agricultura irrigada de características similares, en los aspectos puramente tecnológicos, a la que se viene documentando en relación con las alquerías de las áreas montañosas de al-Ándalus. En este sentido, el Garví es un ejemplo más que demuestra que las almunias, como explotaciones vinculadas al Estado, a la aristocracia terrateniente o, sencillamente a las clases pudientes de las ciudades, a partir de un determinado momento compitieron con los campesinos no solo en el entorno de las ciudades como acredita Ibn ‘Abdūn63, sino también en las áreas plenamente rurales más alejadas de los centros de poder.

NOTAS 1.

Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se

E L GAR VÍ (AL C AR AZ , AL B A C E T E ) : ¿ U N A A L M U N I A E S T A T A L A L E J A D A D E L O S C E N T R O S U R B A N O S D E L P O DER?

449

2. 3. 4. 5.

6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38.

39.

450

titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro, EEA (CSIC). Navarro Palazón y Robles Fernández, 1996; Navarro, 19971998; Robles Fernández, 2009. Sáenz Díez, 1986; 1988. Bejarano Escanilla, 1993. Abad Casal, Gutiérrez Lloret y Sanz Gamo, 1991; Abad Casal, Gutiérrez Lloret, Gamo Parras y Cánovas Guillén, 2008; Gutiérrez Lloret, 1999; ibid., 2008; ibid., 2000; Gutiérrez Lloret y Cañavate Castejón, 2010. Simón García, 2011a. Simón García, 2004; ibid., 2011b; Jiménez Castillo y Simón García, en prensa. Simón García, 2014b. Simón García, 2017. Simón García, 2016. Gamo Parras, 1998; Simón García y Segura Herrero, 2011; Simón García y Hernández Carrión, 2016, pp. 46-80. Simón García, 2011a; 2013. Simón García, 2013. Ayllón Gutiérrez, 2008, pp. 74-75. Pérez de Pareja, 1740 (reed. facsímil 1977). Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 75. Simón García y Hernández Carrión, 2013. Simón García y Segura Herrero, 2011; Simón García y Hernández Carrión, 2013. Gamo Parras, 1999, pp. 143-145. Pretel Marín, 2008. Salvatierra Cuenca, 1998, pp. 187-188. Salvatierra Cuenca, 1998, p. 188. Ibn Ḥayyān, ed. 1981, p. 271. Salvatierra Cuenca, 1998, p. 189. Simón García y Hernández Carrión, 2016, p. 68. Ibn Ḥayyān, ed. 1981, p. 180. Ibn Ḥayyān, ed. 1981, p. 182. Salvatierra et al., 2001. Salvatierra Cuenca, 1998; Salvatierra et al., 2001. Simón García, 2011a, p. 225; 2013. Guichard, 2001, pp. 518-522. Pretel Marín, 2008, p. 32. Simón García, 2013, p. 68. Pretel Marín, 2008, p. 35. Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 73. Hernández, 1985, p. 320. Simón García, 2011a, p. 224. De dicha iglesia proceden los canceles visigodos que se trasladaron en los años cincuenta del siglo pasado a la Iglesia de la Trinidad de Alcaraz, y que a su vez parece que procedían de la iglesia de El Salvador, sita en El Santo, o «Alcaraz el Viejo» como lo denomina el arzobispo Jiménez de Rada (Simón García y Segura Herrero, 2013; Simón García y Hernández Carrión, 2016, pp. 46-80). González, 1960, p. 671.

JOSÉ LUIS SIMÓN GAR C ÍA / P E DR O J IM É NE Z C AS T IL L O

40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48.

49.

50.

51.

52. 53. 54. 55. 56. 57.

58. 59. 60. 61. 62.

63.

Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 74. Pretel Marín, 2000, p. 236. Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 75. Apéndice documental n.º 5 (Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 74, nota 59). Garví fue una de las dezmerías, en las que se dividió el alfoz de Alcaraz (Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 93). Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 281. Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 280. González, 1960, p. 671. En la topografía del Instituto Geográfico Nacional de 1898, aparece como Garví, mientras que en las ediciones posteriores como Garbí. En la parte superior figura el texto «Número 6» y en la esquina el número 133. Se trata de un plano manuscrito, en «papel cristal» del siglo XIX. En la cartografía de 1898 del IGN se sitúa en la margen izquierda y en la actual en la derecha, pero su actual propietario, a cuya familia pertenece desde al menos cuatro generaciones, confirma que se trata de la que en la actualidad se emplaza en la margen derecha. Queremos agradecer a su actual propietario, D. Mónico Navarro Navarro, las facilidades dadas para visitar la finca, la documentación sobre planos y escrituras y sobre todo los datos relativos a la actividad de sus moradores y sus actividades agropecuarias hasta el éxodo migratorio tras la Guerra Civil, momento hasta el cual estuvo en plena producción. Hasta los años cuarenta del siglo pasado se estima una población de unas 150 personas pertenecientes a unos 30 núcleos familiares. Fototeca digital del Instituto Geográfico Nacional, foto 9910. Simón García, 2011a, p. 258. Simón García, 2011a, p. 480. Datos del Instituto Nacional de Estadística. Ya en el siglo XVIII aparece el apellido vinculado a un caballero nacido en Alcaraz en 1766, en concreto el Administrador General de Rentas de Jaén, don Ramón García Valladolid y Jiménez Tevar y Ruiz Garví, cuya abuela nacida en Alcaraz en 1701 es Manuela Ruiz Garví de Córdoba. Es decir, la nobleza o hidalguía de Alcaraz había incorporado a sus apellidos el nombre de una posesión con la suficiente significación para dar lugar a dicho proceso. Ayllón Gutiérrez, 2008, p. 74. Lomax, 1984, p. 25. Guichard, 2011, p. 521. Guichard, 2011, pp. 521-522. En un entorno geoeconómico parecido al que nos ocupa, incluso más aislado, se encontraría la explotación de la que formaba parte el ajuar hallado en la ocultación de Liétor (Albacete) (Navarro Palazón y Robles Fernández, 1996; Navarro, 1997-1998; Robles Fernández, 2009). Creemos que dicho conjunto de herramientas, aperos, armas e incluso objetos domésticos de lujo, formaba parte precisamente de una de estas almunias que proliferaron a partir, sobre todo, del s. XI (Jiménez Castillo, 2016, p. 198), y que no pertenecería a un caballero yundí ni a una comunidad campesina, como se ha interpretado hasta ahora. Ibn ‘Abdūn, ed. 1948, p. 152.

Bibliografía ABAD CASAL, Lorenzo; GUTIÉRREZ LLORET, Sonia; SANZ GAMO, Rubí (1991). «El Proyecto de investigación arqueológica Tolmo de Minateda (Hellín): nuevas perspectivas en el panorama arqueológico del Sureste peninsular», en Arqueología en Albacete, Madrid, pp. 147-176. ABAD CASAL, Lorenzo; GUTIÉRREZ LLORET, Sonia; GAMO PARRAS, Blanca; CÁNOVAS GUILLÉN, Pablo F. (2008). «Una ciudad en el camino: pasado y futuro de El Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete)», Zona arqueológica, 9, (número dedicado a Recópolis y la ciudad en la época visigoda), pp. 323-336. AYLLÓN GUTIÉRREZ, Carlos (2008). Iglesia, territorio y sociedad en la Mancha Oriental (Alcaraz y señorío de Villena) durante la baja Edad Media, tesis doctoral dirigida por el Dr. Juan Francisco Jiménez Alcázar, Universidad de Murcia. BEJARANO ESCANILLA, Ingrid (1993). «Las inscripciones árabes de la cueva de La Camareta», Antigüedad y Cristianismo, X, pp. 323-378. GAMO PARRAS, Blanca (1999). La Antigüedad Tardía en la provincia de Albacete, Albacete. GONZÁLEZ, Julio (1960). El Reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, Madrid, 3 vols. GUICHARD, Pierre (2001). Al-Andalus frente a la conquista cristiana, Madrid. GUTIÉRREZ LLORET, Sonia (1999). «La cerámica emiral de Madînat Iyih (el Tolmo de Minateda, Hellín, Albacete). Una primera aproximación», Arqueología y Territorio Medieval, 6, pp. 71- 111. —— (2000). «El espacio doméstico altomedieval del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete), entre el ámbito urbano y el rural», Castrum 6. Maisons et espaces domestiques dans le monde méditerranéen au Moyen Âge, Roma-Madrid, pp. 151-164. —— (2008). «Madînat Iyyuh y la destrucción del espacio urbano en la Alta Edad Media», en Patrice Cressier (ed.), Castrum 8. Le château et la ville. Espaces et réseaux (VIe -XIIIe siècle). Espacios y redes. SS. VI-XIII, Madrid, pp. 199-222. GUTIÉRREZ LLORET, Sonia; CAÑAVATE CASTEJÓN, Víctor (2010). «Casas y cosas: espacios y funcionalidad en las viviendas emirales del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete)», Cuadernos de Madînat al-Zahrā’, 7, pp. 123-148. HERNÁNDEZ, Francisco J. (ed.) (1985). Los cartularios de la Catedral de Toledo. Catálogo documental, Madrid. IBN ‘ABDŪN (ed. 1948). Risāla fī-l-qaḍā wa l-ḥisba, trad. de Évariste Lévi-Provençal y Emilio García Gómez, Sevilla a comienzos del siglo XII: el tratado de Ibn ‘Abdūn, Madrid. IBN ḤAYYĀN (ed. 1981). Crónica del califa ‘Abdarraḥmān III anNāṣir entre los años 912 y 942 (al-Muqtabis V), trad. de María Jesús Viguera y Federico Corriente, Zaragoza. JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (2013). Murcia. De la Antigüedad al Islam, tesis doctoral dirigida por el Dr. Julio Navarro Palazón, Universidad de Granada. Disponible en: http://digital.csic.es/ handle/10261/95860 —— (2016). «La ciudad y el reino de Murcia durante el siglo XI», Cuando Almería era Almariyya, Almería, pp. 151-204. —— (en prensa). «Fincas aristocráticas en la Murcia islámica: rahales, reales y torres», Anuario de Estudios Medievales. JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro; SIMÓN GARCÍA, José Luis (en prensa). «El poblamiento andalusí en las tierras de secano: el área sudoriental de La Mancha», Al-Qantara. LOMAX, Derek W. (1984). «Apostillas a la repoblación de Alcaraz», en I Congreso de Historia de Albacete, Vol. II, Albacete, pp. 19-30.

NAVARRO, Carmen (1997-1998). «¿Acceso a los infiernos? Comentarios al libro de Julio Navarro y Alfonso Robles Liétor. Formas de vida rurales en Sharq al-Andalus a través de una ocultación de los siglos X-XI», Miscelánea Medieval Murciana, XXI-XXII, pp. 239-264. NAVARRO PALAZÓN, Julio; ROBLES FERNÁNDEZ, Alfonso (1996). Liétor. Formas de vida rurales en Sharq al-Andalus a través de una ocultación de los siglos X-XI, Murcia. PÉREZ DE PAREJA, Esteban (1740, reed. facsímil 1977). Historia de la primera fundación de Alcaraz y milagroso aparecimiento de Nª Sra. de Cortes, Valencia, Imp. Joseph Thomas Lucas (Reed. Facsímil a cargo de José Sánchez Ferrer, Albacete). PRETEL MARÍN, Aurelio (1974). Alcaraz: un enclave castellano en la frontera del siglo XIII, Albacete. —— (1986). Conquista y primeros intentos de repoblación del territorio albacetense (Del periodo islámico a la crisis del siglo XIII), Albacete. —— (2000). «Conflictos de interés en el repartimiento y la repoblación de una villa realenga (Alcaraz) durante el siglo XIII», Historia. Instituciones. Documentos, 27, pp. 235-273. —— (2006). «Alcaraz, siglo XIII: la villa y el alfoz», en Manuel González Jiménez (coord.), El mundo urbano en la Castilla del siglo XIII, Sevilla, pp. 257-266. —— (2008). Alcaraz y su tierra en el siglo XIII, Albacete. —— (2013). «Las campañas de 1211 a 1213: batallas, toponimia y localización», en Aurelio Pretel Marín (coord.), Alcaraz: del Islam al concejo castellano, Albacete, pp. 77-110. ROBLES FERNÁNDEZ, Alfonso (2009). «El ajuar atesorado y ocultado por un linaje andalusí de Liétor: un hallazgo sellado y homogéneo de un asentamiento rural perteneciente a la Cora de Tudmīr», Tudmīr: Revista del Museo Santa Clara, 1, pp. 139-162. SÁENZ-DIEZ, Juan Ignacio; VIDAL, José María (1986). «Hallazgos hispanoárabes en el Museo de Albacete», Gaceta Numismática, 80, pp. 35-42. —— (1988). «Hallazgos hispanoárabes en el Museo de Albacete II», Gaceta Numismática, 82, pp. 57-62. SALVATIERRA CUENCA, Vicente (1998). «Formación y desarrollo de un territorio andalusí: las sierras de Cazorla y Quesada (Jaén)», en Hispania, Al-Andalus, Castilla. Jornadas Históricas del Alto Guadalquivir, Jaén, pp. 183-219. SALVATIERRA, Vicente; VISEDO, Ana; MONTILLA, Irene; PÉREZ, Sonia; DÍEZ, María Consuelo; CAMPOS, Teresa (2001). «Excavaciones en el castillo de Segura de la Sierra (Jaén). Las fases islámicas», Arqueología y Territorio Medieval, 8, pp. 289-304. SIMÓN GARCÍA, José Luis (2004). «Alquerías fortificadas del Vinalopó», II Jornadas de Arqueología Medieval. De la medina a la Villa, Petrer, pp. 107-138. —— (2011a). Castillos y Torres de Albacete, Albacete. —— (2011b). «El poblamiento islámico en el corredor de Almansa y en las tierras de Montearagón: los andalusíes olvidados», en XVI Jornadas de Estudios Locales, Almansa, pp. 167-266. —— (2013). «Del ḥiṣn al-Karas al castrum de Alcaraz: una aproximación desde la arqueología», en Alcaraz: del Islam al concejo castellano, Albacete, pp. 55-76. —— (2014a). «El poblamiento islámico en Albacete. Las alquerías andalusíes del Villar de Hoya Honda y la Graja (Higueruela, Albacete)», Al Basit, 59, pp. 191-252. —— (2014b). «El poblamiento islámico de las tierras de Alcalá del Júcar (siglos VIII al XIII)», Alcalá del Júcar: piedra, tierra, agua y sus gentes, Albacete, pp. 53-84.

E L GAR VÍ (AL C AR AZ , AL B A C E T E ) : ¿ U N A A L M U N I A E S T A T A L A L E J A D A D E L O S C E N T R O S U R B A N O S D E L P O DER?

451

—— (2016). «El poblamiento islámico en Albacete: alquerías y castillos», en Actas de la I reunión científica de Arquelogía de Albacete, Albacete, pp. 659-682. —— (2017). «El poblamiento islámico en Villamalea y la margen derecha del Cabriel (Albacete)», en V Centenario del Villazgo de Villamalea, Albacete, pp. 41-78. SIMÓN GARCÍA, José Luis; HERNÁNDEZ CARRIÓN, Emiliano

452

JOSÉ LUIS SIMÓN GAR C ÍA / P E DR O J IM É NE Z C AS T IL L O

(2013). «Trashumancia y arquitectura de piedra en seco en Albacete», Zahora, 57, Albacete, pp. 67-89. —— (2016). Ciudades perdidas/ciudades encontradas: El Santo de Alcaraz, Zahora 62, Albacete. SIMÓN GARCÍA, José Luis; SEGURA HERRERO, Gabriel (2011). «El poblamiento tardoantiguo y emiral en la Sierra de Alcaraz», Antigüedad y Cristianismo, XXVIII, Murcia, pp. 327-353.

LUIS RAMÓN-LACA MENÉNDEZ DE LUARCA Universidad de Alcalá *

17

ALMUNIAS EN LOS REINOS DE CASTILLA Y ARAGÓN SEGÚN LA DOCUMENTACIÓN MEDIEVAL (SIGLOS XI-XIII) Almunias in the kingdoms of Castile and Aragon according to medieval sources (11th-13th centuries)

RESUMEN Se refieren en este trabajo los diferentes casos de presencia del término «almunia» en documentos notariales relacionados con el repartimiento posterior a la conquista en los reinos de Aragón, Castilla y León, sobre todo durante los siglos XI y XII. Se comprueba que, a partir del siglo XIII y sobre todo después de 1250, el término «almunia» dejó de utilizarse para referirse a una propiedad rural, siendo sustituido en los documentos notariales por el término «cortijo». Se comprueba asimismo que la definición de almunia en los documentos notariales de los siglos XI y XII es equivalente a la de cortijo en documentos del mismo tipo relacionados con la conquista del valle del Guadalquivir, en el siglo XIII y siglos posteriores. Dicho cambio coincide exactamente con la utilización del castellano en lugar del latín en los textos notariales. A partir de entonces, el término «almunia» pasó a utilizarse únicamente como topónimo. Analizando el contexto en que ambos términos aparecen en los documentos notariales, se trata de ofrecer una definición formal de la almunia en los territorios de las coronas de Aragón y Castilla, enumerándose los elementos que la conformaban: aguas, encinares, montes, pastos, sembrados y torre. PALABRAS CLAVE Almunia | Documentos notariales | Aragón | Castilla | León | Repartimiento

ABSTRACT The term almunia occurs in the notarial documents related to repartimiento, the process of land distribution carried out after the conquest in the kingdoms of Aragon, Castile, and Leon, especially during the 11th and 12th centuries. From the 13th century and especially after 1250, the term almunia was no longer used to refer to a rural property, being replaced in the notarial documents by the term cortijo. The definition of almunia in the notarial texts of the 11th and 12th centuries is equivalent to that of cortijo in documents of the same type related to the conquest of the Guadalquivir valley (13th century and later). This change coincides exactly with the use of Castilian instead of Latin in legal texts. From then on, the term almunia came to be used only as a toponym. Analyzing the context in which both terms appear in the documents studied, a formal definition of almunia in the territories of the crowns of Aragon and Castile is proposed. The elements that made it up were generally the following: waters, holm oak woods and woods in general, meadows, fields, and tower. KEYWORDS Almunia | Notarial documents | Aragon | Castile | Leon | Repartimiento

453

1. Introducción Aunque de la cuestión de las almunias, sobre todo cordobesas, me ocupé brevemente en mi tesis doctoral (Ramón-Laca Menéndez de Luarca, 1998), esta información ha sido ampliamente superada por las investigaciones realizadas durante los últimos quince años por diversos autores españoles y extranjeros. Sin embargo, el tema ha seguido interesándome posteriormente, sobre todo en lo que se refiere a los reinos de Castilla y Aragón, a cuyo territorio he dedicado una atención preferente en las investigaciones que he llevado a cabo a lo largo de los últimos años1. La presencia del topónimo «almunia», o sus derivados, en Castilla y Aragón ha llamado mi atención en numerosas ocasiones, por tratarse de zonas a veces muy alejadas del ámbito andalusí, tanto desde el punto de vista histórico como geográfico. Así, por ejemplo en el concejo de Valdés, en Asturias, hay un lugar denominado Almuña, en las afueras de la ciudad de León, encontramos Almunia y, en la provincia de Salamanca, la comarca de la Armuña, localidad en la que se produce una reconocida variedad de lentejas. Es necesario subrayar que mi labor ha sido más bien de compilación del trabajo llevado a cabo por arqueólogos, filólogos e historiadores que han estudiado la documentación medieval relacionada con los repartimientos en los reinos de Aragón, Castilla y León. Entre ellos quiero destacar expresamente, por la calidad de sus trabajos, a Xavier Eritja, María del Carmen Hernández Charro, Carlos Laliena, Gabriel Roselló, Oliverio Nortes y Philippe Sénac. Asimismo, agradezco aquí sinceramente la desinteresada ayuda prestada en la elaboración de este trabajo por el profesor don Federico Corriente y el profesor Ziyad Muhammad Gogazeh, que me han aclarado cuestiones filológicas sobre el término «almunia» que se me escapan completamente. El objetivo principal de esta comunicación es contribuir a una definición formal de la almunia, ciñéndome en principio a los reinos de Aragón, Castilla y León, tratando de responder a la pregunta ¿cómo era físicamente una almunia, qué elementos la formaban?

454

LUIS R AMÓN-LAC A M E NÉ NDE Z DE L UAR C A

Comprobaremos a continuación cómo el término «almunia» aparece con relativa frecuencia en los documentos notariales relacionados con el repartimiento posterior a la conquista, sobre todo durante los siglos XI y XII, con alguna mención aislada durante el siglo X. Esto resulta lógico, ya que los mayores movimientos de la frontera entre los reinos cristianos y al-Ándalus se produjeron precisamente en los siglos XI y XII. Sin avanzar aún las conclusiones de esta comunicación, que lógicamente han de dejarse para el final, digamos por el momento que a partir del siglo XIII, y sobre todo después de 1250, el término «almunia» desaparece de los libros de repartimiento, siendo sustituido generalmente por el término «cortijo».

2. Referencias a almunias en documentos aragoneses de los siglos xi y xii En 1076, el rey Sancho Ramírez dona un décimo de la almunia de Asín: [...] illa mea almunia que dicitur Asin et domibus suis terminis ab integris [...] (Nortes Valls, 1979, p. 171). En 1090, en Monzón, el infante don Pedro dona a Raimundo Guillén y a Berenguer Gontvalle unas almunias: [...] et facio hanc cartam donationis vobis don Raimum Guillem et tibi Belengel Gontualle et dono vobis ambos simul in unum illa almunia de Medalaflag et illa almunia de Iben Gelar, ambas cum eorum terminis quod abebant et tenebant die quod Deus omnipotens donavit nobis Monteson [...] (Ubieto Arteta, 1951, pp. 219-220).

En 1096, el rey Pedro I otorga al monasterio de Montearagón unas tierras en Almudévar, una torre situada en Frumiñena y las décimas y primicias de una almunia: In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Ego Petrus, Dei gratia rex Aragonenssium sive Pampilonenssium, pro anima patris mei bone memorie Sancii regis, et pro animabus

parentum meorum et remissione peccatorum meorum, et pro multis et magnis victoriis et beneficiis que Deus nobis dedit de illo loco exeuntibus et redeuntibus, facio hanc cartam libertatis et ingenuitatis ecclesie Ihesu Nazareni de Montearagon et sanctis qui ibidem sunt, Eximino abbati et eius succesoribus. Dono tres iuvatas terre in termino de Almudevar, cum domibus suis, cum ingressibus et exitibus suis, cum pascuis et herbis et pasceriis, cum heremis et cultis, cum planis et montuosis, cum vallibus et montuosis, planiciis, cum arboribus, nemoribus, lignis, pecoris, et rupibus suis, fontibus, aquis et molendinis, factis et faciendis, cum ominibus et feminis qui in predicta villa et earum terminis sunt vel erunt vel esse vel habitare potuerint, cum eorum bonis, habitis et habendis, cum hostis, cavalcatis, appellitis, questis, tollitis, furtis, forciis, adempnis, precariis, trobis et inventionibus, serviciis et usaticis et carriciis, cum melioramentis que in prelibata villa et earum terminis sunt vel fieri potuerut unquam ullo modo. Adhuc etiam dono illam turrem que est in Frumiynena, que fuit de Exemeno Ferrandez, quia ipse fuit bonus miles in exercitu Osce; que sit candela pro anima patris mei et ipsius similiter, ut ardeat die hac nocte ad honorem Ihesu Nazareni et sancti Victoriani et aliorum sanctorum qui ibidem sunt. Et est terminus de ipsam turrem usque ad illam serram, sicut aqua descendit deinde usque ad illum podium de Almarques, francham et liberam, ingenuam et quietam, cum aquis et pascuis et garricis, ut populetis ipsam ad honorem tocius christianitatis. Adhuc etiam dono decimam et primiciam de almunia que vocatur Avarias, que fuit de Ato Acenarez (Ubieto Arteta, 1951, pp. 239-240).

En 1097, Pedro I dona la almunia donde su padre, Sancho Ramírez, estaba cuando le llegó la última hora: [...] dono etiam illam almoniam cun uinea ubi pater meus sedebat quando accepit ultimam egritudinem [...] (Nortes Valls, 1979, p. 171). En 1098, Pedro I da al obispo de Huesca, don Pedro, la almunia de Séptimo, que había sido de Zabaxorda, con su iglesia y su molino: Dono ad predictam sedem illa almunia que dicitur Septimo, que est subtus Savaies inter illa turre de Aquilare et Arascuasse, cum sua ecclesia et suo molino, qui est ibi denante, et cum suos terminos, quos ego illi terminavi ante illo episcopo et ante meos homines, de vallato ad vallato, ut sit de prefata sede libera et ingenua, cum totos suos directos, per secula cuncta, sicut Zavaxorda tenuit illa usque in hac hora et melius [...] (Ubieto Arteta, 1951, pp. 287-288; Nortes Valls, 1979, p. 171).

También en 1098, en Valencia, Rodrigo Díaz de Vivar da a la iglesia de Valencia y a su obispo don Jeróni-

mo la villa de Pigacén, las de la Alcancia, la almunia de Sabaleckem, con sus molinos y acequias (Martín Martín, 1977, I, pp. 79-80); después de su muerte, el Cid Campeador dona la almunia que estaba junto al castro llamado Cepolla y la aldea de Fresnales: [...] villam que dicitur Pigacen, cum villis et terris et vineis cultis vel incultis, et cum diversi generis arboribus, et cum cunctis ad eam quocunque modo pertinentibus. Similiter quoque villas de Alcanitia omnes, cum molendinis et aque ductibus, et cum cuntis sibi pertinentibus. Municionem etiam quam dicunt almunia de Sabaleckem, cum suis molendinis et aque ductibus, et quodam campo et meridiem sito, et cum cunctis ad eam quoquo modo pertinentibus. Donamus quoque prescripte sedi atque pontifici aliam almuniam que est iuxta ecclesiam beate Marie extra murum prefate urbis. Post mortem meam concedimus almuniam que est infra terminum castri quod vocatur Cepolla [...].

En un documento de 1100 del Archivo de la Catedral de Huesca se menciona una almunia antes llamada de Alvoreg que estaba en el río de Sotón: [...] dono uobis illam almuniam prenominatam Aluoreg que est in riuo de Soton (Nortes Valls, 1979, p. 171). En 1100, Pedro I dona a la iglesia de Santa María de Tolva una parte de la almunia que tenía en el término de Falces: [...] dono et offero Domino Deo et sancta Maria de Tolva, in illa almunia de Sahangres in illo termino de Falces, talem partem qualem ego ibi abebam et mihi ibi pertinebat, in omnibus suis terminis, ab integro, illo die quando ista carta fuit facta, ut firmiter permaneat ad servicium Dei et sancte Marie et ad inluminandam predicte ecclesie, per secula cuncta [...] (Ubieto Arteta, 1951, p. 333).

En 1101, Pedro I concede a santa María de Alquézar el priorato de san Juan de Monzón, la torre de Avín Vatilla, las iglesias de Lizana y Pertusa y las viñas de Azlor con su campo, y asimismo los molinos que había en la ciudad de Barbastro, esto es, más allá de Baro (?), encima del molino de la Peña, con el campo y el huerto que hay allí, así como la almunia que estaba cerca de la torre de Orpe, cerca de la vía que llevaba a la ciudad de Huesca, y el campo de Almanarela y la torre de Baro, con su término: [...] et nostram turrem de Avin Vatilla, cum decimis et primiciis; et ecclesiam de Lizana, cum ecclesiam de Pertusa, cum decimis et primiciis integre; et vineam meam de Azlor cum illo campo et similiter dono ibi meum molendinum quam habeo in civitate Barbastri, quod es ultra

AL M UNIAS E N L OS R E IN O S D E C A S T I L L A Y A R A G Ó N S E G Ú N L A D O C U M E N T A C I Ó N M E D I E V A L ( S I G L O S X I - X III)

455

Berum super molendinum de illa Penna, cum agro et orto que ibi sunt; et illa mea almunia que est circha turre de Orpe, circha viam que vadit ad civitatem Oscha, et campum de Almanarela et turre de Baro, cum suo termino, sicut ego assignavi ad abbati don Galindo [...] (Ubieto Arteta, 1951, p. 343).

También en 1101, Pedro I concede a Jimeno, abad de Montearagón, la mitad de la almunia de Montmesa, su torre y sus términos, yermos y poblados, con sembrados, aguas y todo lo a ella perteneciente: In Dei nomine. Ego Petrus Sancis, Dei gratia rex Aragonensium et Pampilonensium, facio hanc cartam donacionis et confirmacionis, pro anima patris bone memorie Sancii regis et pro remissione peccatorum meorum, ecclesie Ihesu Nazareni Montis Aragonis et vobis abbate dompno Eximino de Monte Aragone et ad vestros companneros medietatem de illa almunia de Montmesa, cum medietate de illa turre, et cum medietate de illo suo termino heremo et populato, cum erbis et aquis et omnibus ad eam pertinentibus [...] (Ubieto Arteta, 1951, pp. 350-351).

En 1103, en Sariñena, Pedro I dona a los canónigos de Jesús Nazareno de Montearagón la almunia de la Reina, situada junto a Sariñena, con una torre que allí había y con todo su término, todo ello junto con hierbas, aguas, pastos, arboledas y encinares: In Dei nomine. Ego Petrus Sancic, Dei gratia rex, pro anima patris mei bone memorie Sancii regis et pro remissione pecatorum meorum dono ecclesie Ihesu Nazareni de Monte Aragone et sanctis qui ibidem sunt et canonicis ibidem Deo servientibus tota illa almunia de illa regina que est iuxta de Saragena cum illa turre que ibidem est et cum toto suo termino quod habet vel habere debet heremo et populato, totum ab integro cum herbis et aquis et pascuis, silvis et garriciis et omnibus ad me ibi pertinentibus (Ubieto Arteta, 1951, p. 322).

En 1103, Pedro I dona una almunia con todo su término, yermo y poblado, todo él con sembrados, aguas y pastos, montes y encinares: [...] dono [...] tota ill almunia [...] cum toto suo termino [...] heremo et populato, totum ab integro cum herbis et aquis et pascuis, siluis et garriciis et omnibus ad me pertinentibus (Nortes Valls, 1979, p. 171). En un documento de 1105 se menciona una almunia de Moç Arrabali junto al Ebro: [...] dono uobis illa almunia de Moç Arrabali cum toto suo termino [...] et illa terra [...] qui est in illo termino de ista almunia supra dicta (Nortes Valls, 1979, p. 171).

456

LUIS R AMÓN-LAC A M E NÉ NDE Z DE L UAR C A

En un documento de 1119-1120 relativo a Irache, Navarra, se mencionan unas casas de un tal Avinfraucat, entre las cuales había una almunia con sus tierras, viñas y huertos: damus [...] domos [...] que fuerunt de Auinfraucat [...] cum almuniis suis et terras et uineas et ortos eius (Nortes Valls, 1979, p. 171). En 1121, en Tudela, el rey Alfonso I el Batallador dona a la iglesia de Santa María una serie de mezquitas, castillos y almunias que pertenecían al término de Tudela: [...] Et dono vobis similiter, et concedo totas illas mezchitas cum suis hereditatibus, que sunt in illos castellos, in illas almunias, que sunt de albaras de Tutela, cum suos furnos et cum totas suas hereditates, per nomen illam mezchitam de Fontellas, et de Moscharola, et de Spedolla, et de Stercult, et de Açut, et de Murello, et de Calcetas, et de Uceran et de Murçan et de Ablitas, et de Pedriz cum suos directos et cum decimas et primitias. Et similiter dono Deo et Sancte Marie illam decimam de almunia de Alcait et de Basabon, et de almunia de Abofaçeg, et de almunia de Alquatet et de almunia de Almaçera cum decimas et primitias de totas causas. Et similiter dono Deo et Sancte Marie totas illas decimas de almunias, que sunt vel erunt in termino de Tutela, aut ubi unquam habuerunt albaras illos moros de Tutela aut heredita (Hernández Charro, 2006, p. 324).

En 1124, en un documento de donación de Alfonso I, se mencionan las almunias de Alcaret, de Basaón, de Alfaget y de Almazera: [...] Preterea concedo eis Tutellanis, ut obediant eidem foro suo Almunia de Alcaret, et de Basaon, Almunia de Alfaget, et Alcabet, Almunia de Almazera, Azut, Fontellas, Mosquerola, Espedolla, Estercuel, Calchetas, Urzant, Murchant, Ablitas, Pedriz, Lor, Cascant, Barillas, Montagut, Corella, Centroneco, Castellon, Cadreyta, Murillo, Puliera, Ualtierra, Cabanillas, Fustiniana. Item concedo populatoribus in Tutela, et habitantibus in ea, montes in circuitu eiusdem, Bardenas, Almazra, et monte de Cierzo herba pascua; in sotis ligna tamariz, escuero, uirida et sicca ad opus domorum suarum rerum, et pecorum: in Ebro, et aliis aquiis, piscariis, molendinis, azutes, et presas in frontariis suis, dando tamen in Ebro, et aquis aliis, portum nauibus; et in corpore uille in domibus suis, turres, funa, furna, balnea, cum omni fortitudine, et melioramento que ipse Tutelani ibi facere uoluerint [...] (Sénac, 1999, p. 270).

En un documento de 1146 se menciona una almunia junto al río Cinca: [...] dono [...] illa almunia [...]

que est in ripa de Cincha, por hereditatem tota ab integra (Nortes Valls, 1979, p. 171). En un documento de 1147 se menciona una almunia en Balaguer: [...] episcopus [...] et [...] canonici habeant ac possideant superius nominatam almuniam, scilicet, Floren [...] ab integro cum omnibus suis terminis cultis et incultis (Nortes Valls, 1979, p. 171). En 1156, en una concordia entre el obispo de Tarazona y el cabildo de Tudela sobre diezmos, el término tiene ya un claro sentido toponímico: [...] Membra autem Tutelane Ecclesie sive Almunias, sive Capellas dicamus, propriis nominibus duximus exprimenda. Fontellas, Calcetas, Murçam, Urçeram, Sorban, Tolobras, Ablitas, Pedriç, Almunia de Alcadi, Samaias, Espedola, Estercul, Açut, Moscherola [...] (Hernández Charro, 2006, p. 333).

En 1180, Sancho de Estada da a los frailes del Hospital de Barbastro una gran propiedad situada en el término de Monzón, la almunia de Fuent Amarga o «almunia que fue de Don Lope (almunian [...] que fuit domni Lupi)»; es Almunia de San Juan, en las proximidades de Monzón; a finales del siglo XII, se citan en Barbastro heredades, campos, salinas, ferrigenales y viñas, olivares y molinos, linares y acequias, pero almunias solo una (Laliena Corbera, 1979, pp. 389-390). En 1219, Íñigo de Aibar dona al infante Fernando, abad de Montearagón, una almunia en la ribera del Flumen, llamada de Reatalcal, entre Barluenga, Sasa del Abadiado y Montearagón, con sus molinos trapero y de harina: [...] cum suis molendinis draperos et farinarios [...] (Utrilla Utrilla, 1995, p. 810). En Fraga, la aldea de Almunia (Almunia de los Templarios, o Almunieta o Torre dels Frares) mantenía todavía en 1333 una población de 96 fuegos; en 1377 ya aparece despoblada (Giralt Latorre, 2008, p. 375). En lo que se refiere a Mallorca, en el Llibre del Repartiment, se citan en el alfoz de la ciudad de Palma 47 rahales, tres almunias, dos alquerías y una tierra, un jardín y un monte. Entre las almunias, una munia alcami (munyat al-ŷami‘ «almunia de la mezquita»), almunia alcobra huat min axarea (munyat al-kubrā huwa min aš-šarī‘a «almunia mayor de la saria»), munyat Cauza (munyat ¿qawda?). En los libros de repartimiento, se citan también munyat al-hanna, munyat al-kamīn, munya nuqûla y munyat al-Gāzī (Roselló Bordoy, 2007, p. 418). En 1232, los templarios reciben una ginien almancha hua min almunia alcobra haut min axarea, de tres yugadas en el término de la ciudad (Roselló Bordoy, 2006, p. 480).

Referencias a almunias en documentos castellanos y leoneses de los siglos xi y xii

3.

Álvarez Maurín (1994, p. 153) destaca su escasa aparición en los diplomas medievales, lo que indicaría, según ella, su utilización como denominación particular en el habla de determinadas personas. Sin embargo, esta autora cita varios ejemplos de almunias en documentos del siglo X relacionados con Sahagún, entre ellos un posible Valle de Almunia. Ya en el siglo XII, en 1102, en Salamanca, el conde don Raimundo de Borgoña y su esposa doña Urraca, hija del rey Alfonso VI, donan al obispo don Jerónimo una serie de bienes destinados a la restauración de la iglesia-catedral de Santa María, entre ellos una almunia situada al otro lado del puente: [...] medietatem de illas piscarias que nos aprendivimus apud nos pro facere in illo fluvio, et medietate de illos campos que accepimus pro arare et pro seminare, cum ipsa Almunia, que est extra illum pontem, tota integra [...] (Martín Martín, 1977, pp. 83-84).

Se ha señalado que, a pesar de lo escueto de la cita, se deduce de ella que el puente romano se mantenía en pie y, sin duda, transitable, al menos para poder cultivar la huerta (la almunia), ubicada al otro lado del río Tormes, junto al arroyo del Zurguén. Esta referencia al puente romano aparece de nuevo cinco años después, en 1107, cuando el rey Alfonso VI y su esposa Isabel confirmaron explícitamente la donación anterior: [...] in eadem utique urbe barrium extra civitatem erga portam respicientem contra meridiem, iuxta rivum, in sinistra parte ipsius pontis ut popularetur et hedificaret, in honorem beate Marie idem comes ecclesie episcopo contulit [...]. Et ultra pontem, iuxta rivum Ozergam, almuniam supradicte ecclesie integram commemorato episcopo concessit [...] (Martín Martín, 1977, p. 85).

Llama la atención que a principios del siglo XIII ya no aparezca, en este tipo de documentos, el término «almunia», que empieza a ser reemplazado por los términos «heredad» y «defesa». En efecto, en 1202, don Lombardo, arcediano de Medina y Alba da a la iglesia de Santa María de Salamanca unas casas en Alba y una heredad de tantas yugadas con sus prados y casas, así como un huerto de tres aranzadas, buenas viñas y dos ruedas de aceña: [...] et unam (hereditatem) iugariam boum cum suis pratis et domibus in Portello et ortum in defesa et tres aranza-

AL M UNIAS E N L OS R E IN O S D E C A S T I L L A Y A R A G Ó N S E G Ú N L A D O C U M E N T A C I Ó N M E D I E V A L ( S I G L O S X I - X III)

457

das et dimidiam bone vinee et duas rotas enzeniarum [...] (Martín Martín, 1977, p. 205).

En 1205, Alfonso IX confirma a la iglesia de Salamanca y a su obispo D. Gonzalo la donación de la villa de Almenara, con todos sus términos, posesiones y derechos de todo tipo, el término utilizado es «defesa», a pesar de que su definición coincide prácticamente con la de los documentos de los siglos anteriores, en los que sí aparecía el término «almunia»: [...] Offero Deo et ecclesie Sancte Marie salamantine sedis, vobisque domno Gundisalvo dilecto alumno meo salamantino episcopo [...] prenominataam Almenaram [...] cum omnibus suis pertinentiis et directuris, et terminis novis et antiquis, et cum totis suis pratis et pascuis, et cum sua defesa et cum suis acenniis et cum totis suis exitibus et regressibus ad omnes partes [...] (Martín Martín, 1977, pp. 208-9).

En Madrid, en la ribera del Guadarrama se cita todavía en el siglo XVI, en las Relaciones Topográficas de Felipe II, una huerta de la Armuña: [...] este dicho río tiene muy buena ribera en que tiene en ella muchos prados y vegas y tres sotos con muchos árboles de álamos negros, sauces, álamos blancos, bergueras, fresnos y otros árboles, que en ellos no hay frutas. Tiene más muchas riberas de regadío con fuentes, en que se ponen cebollares, nabares, melonares. Tiene más en la dicha ribera dos guertas, las cuales la una se dice de la Armuña y la otra se llama de Güerta, adonde hay en ella fructales ciruelas, perales, membrillos, guindos y otros árboles. Hay más en el dicho río de Guadarrama unos molinos, y no hay en el pesquera ninguna, porque le detienen la pesca unos molinos de Recas, que dicen de las Monjas, una presa que traviesa por medio el dicho río, y son los molinos y la güerta de la Almuña y las vegas y las riberas del señor de esta dicha villa de El Viso [...] (Alvar Ezquerra, García Guerra y Vicioso Rodríguez, 1993).

4. Sentido del término almunia y sus derivados en los documentos medievales cristianos De los documentos anteriores puede deducirse que, para los aragoneses y castellanos de los siglos XI y XII, la almunia era un tipo de propiedad rural completamente característico a ojos de los cristianos, para la que, a lo largo de esos siglos, no existe un sinónimo latino. En efecto, en los documentos de esta época, «almunia» se diferencia claramente de «alquería», «dehesa», «heredad» o «rahal».

458

LUIS R AMÓN-LAC A M E NÉ NDE Z DE L UAR C A

La pregunta es ¿qué era una almunia en Aragón, Castilla o León durante los siglos XI y XII? La definición más completa del término la encontramos posiblemente en el documento de Sariñena de 1103, referido anteriormente, el cual recoge la serie completa de elementos que en otros documentos aparecen de forma aislada, torre, término, sembrados, aguas, pastos, montes y encinares: [...] tota illa almunia de illa regina que est iuxta de Saragena cum illa turre que ibidem est et cum toto suo termino quod habet vel habere debet heremo et populato, totum ab integro cum herbis et aquis et pascuis, silvis et garriciis et omnibus ad me ibi pertinentibus [...]; [...] toda la almunia de la reina que está cerca de Sariñena, con la torre que allí está y con todo su témino que tiene [...], todo él entero con sembrados, aguas y pastos, montes y enci­ nares y todo allí perteneciente a mí [...].

Cabe preguntarse por qué este tipo de propiedad se denomina «almunia» y no «villa» en documentos redactados en latín. La respuesta es, sin duda, que la acepción original del término latino villa se había perdido ya, pasando a significar más bien aldea. Llegados a este punto, creo que los documentos aragoneses y castellanos arrojan cierta luz sobre la cuestión, pero también, aunque sea de manera indirecta, sobre la misma definición de la «almunia» propiamente andalusí. En efecto, parece que este tipo peculiar de propiedad fue abundante, tanto en Córdoba como en Aragón o Castilla, pero solo hasta cierto punto. ¿Por qué entonces tanto en Aragón como en Castilla y en León se diferenciaron expresamente de otro tipo de propiedades parecidas, como alquerías, dehesas, heredades o rahales? En este sentido, me atrevo a añadir aquí algunas precisiones de carácter especulativo sobre el concepto «almunia» en el ámbito de al-Ándalus propiamente dicho. La acepción de munyah en el sentido de «huerto», que Dozy (1888, p. 180) consideró, en su Suplemento a los Diccionarios Árabes, sería propia del árabe andalusí, se ha querido explicar generalmente mediante un supuesto uso metafórico. Así lo interpreta el mismo al-Maqqari en el caso de la almunia al-Rusafa construida en Córdoba por el emir Abderramán I. En general, los diccionarios árabes solo ofrecen el significado clásico del término munyah, «deseo». Sin embargo, el profesor don Federico Corriente me hizo saber que el Tāj al-’Arūs o Corona de la novia, diccionario compilado por el yemení al-Zabīdī ofrece, a continuación del significado clásico del término, «deseo (que se pide o ansía)», una interminable lista de topónimos que explicarían quizá la presencia del térmi-

no en al-Ándalus, y con ella la misma en los libros de repartimiento cristianos de los siglos XI y XII. Cabe la posibilidad, pues, de que se trate en realidad de una voz nativa en Egipto, es decir, copta. En efecto, el diccionario egipcio de Ermann & Grapow recoge la raíz copta >mny< «pastores». Asimismo, en el diccionario copto de Crum (1939, p. 173) se encuentra la expresión ma mmennit, con la equivalencia griega katoikía, o sea, «granja». El Vocabulista in arabico la traduce como hortus, pero ello implica añadirle a la voz latina varias connotaciones semánticas. Posteriormente, en romance quedó solo en topónimos. Nortes Valls (1979, p. 171, n.º 13) afirmó ya, en su estudio del léxico latino medieval en diplomas aragoneses anteriores a 1157, que «almunia» significaría «huerta», extensión de terreno regable dedicada principalmente al cultivo de verduras y legumbres, incluyendo en ocasiones otras tierras anexas. Esto es lo que se deduce, sin duda, de los documentos de los siglos XI y XII que él manejó y, como hemos visto, de otros documentos de los mismos siglos. Sin embargo, la hipótesis de Nortes Valls según la cual el término andalusí procedería del árabe múnya (sic.) («huerto», «granja») no es correcta, ya que en árabe clásico el término munyah solo significa «deseo». Pero acertadamente, en mi opinión, Nortes Valls (1979, p. 171, n.º 13) subrayó igualmente que la almunia podía contener en sus límites viñas (doc. de 1097), otras tierras (doc. de 1105) e incluso otros huertos (!) (doc. de 1119-1120), incluso tierras no cultivables, como silvis y garriciis (doc. de 1103). Como ha sugerido Ziyad Muhammad Gogazeh (2007), se trataría en realidad de un «falso amigo» en el léxico español de origen árabe.

5.

Conclusiones —— A la hora de redactar los libros de repartimiento y otros documentos notariales, los escribanos saben de qué se está hablando, quizá porque tenían a su lado a alguien que hablaba árabe; llama la atención que el término no se traduzca. —— En documentos del siglo XIII, el término tiene, sin excepción, un sentido toponímico. —— La definición de almunia en los documentos de los siglos XI y XII es equivalente a la de cortijo en los documentos relacionados con la conquista del valle del Guadalquivir (siglo XIII y posteriores). Es interesante señalar que el cambio coincide con la utilización del castellano en lugar del latín.

6. Sustitución del término «almunia» por «cortijo» en los documentos del siglo xiii En documentos posteriores relacionados con el repartimiento de los territorios conquistados por los cristianos, el término almunia desaparece por completo. Así, por ejemplo, en Sevilla en 1291, Diego Pérez de Montenegro vende al concejo de la ciudad de Sevilla el cortijo de Toro, una vez más con una definición muy similar a la que aparecía en el caso del término «almunia» en documentos de los siglos anteriores: [...] E todo este cortijo vos vendo con todos sus heredamientos e con montes e con fuentes e con prados e con aguas e con prados e con deuisas e con aguas corrientes e manantes e con todos sus derechos e con todos sus usos e con todas sus entradas e con todas sus salidas e con todas sus pertenençias, quantas que ha e auer deue, así commo el rey me lo dió por su preuillejo, saluo los majuelos e la tierra sobredicha que retengo para mí [...] (Fernández Gómez, Ostos Salcedo y Pardo Rodríguez, 1993, p. 226).

Lo mismo ocurre en 1256 en un lugar de La Mancha: [...] a don Pedro Ferrandez, comendador de Segura, e sennaladamientre por el servicio que me fizo sobre Oriuela quando la gane, do e otorgo a el e a la orden de Ucles, a los que agora son e seran daqui adelante pora siempre jamas, el cortijo que dizen Abeiazat que es en la Mancha. E este cortijo sobredicho les do e otorgo con montes, con fuentes, con rios, con pastos, con entradas, con salidas e con todas sus pertinencias [...] (del Estal Gutiérrez, 1985, p. 803).

En 1248, la reina doña Juana da a la orden de Calatrava casas en la villa de Carmona y una serie de propiedades, entre ellas una heredad, con sus prados, aguas, entradas y salidas: [...] e dóvos heredat pora veinte yugos de bueyes a año vez en la aldea que dizen Luchena, en el cortijo de Avenoubil, e dóvos el cortijo e la torre. E esta heredat, que la ayades con prados e con aguas, e con entradas e con salidas. E dóvos la presa que dizen de los molinos de Remollena, que es a la tercera açuda de so la puent, e con so torre e con so cortijo. E dóvos veinte arençadas de viñas de las que fueron de Abenfuth, de las que son a la parte que dizen Chirqe. E dóvos quatro arençadas de huerta derredor de la villa do acaeciere de lo del almazén [...] (Sánchez Prieto, 1999, párrafo n.º 23).

En 1248, Fernando III da a la Orden de Santiago unas casas situadas en la villa de Carmona y un cortijo

AL M UNIAS E N L OS R E IN O S D E C A S T I L L A Y A R A G Ó N S E G Ú N L A D O C U M E N T A C I Ó N M E D I E V A L ( S I G L O S X I - X III)

459

llamado de Silvar alrededor de una torre, con sus prados, aguas, entradas y salidas, unos molinos: [...] e otorgo a vós don Pelái Pérez, maestro de la orden de la cavallería de Sant Yagüe, e a todos vuestros sucessores, e a los freires d’essa misma orden, los que son e los que depués vernán, casas en la villa de Carmona quales convienen a omnes de orden, e dóvos heredat pora veinte yugos de bueyes a año vez en el cortijo que dizen Silvar, en redor de la Torre, e dóvos el cortijo e la Torre. E esta heredat que la ayades con prados, e con aguas, e con entradas, e con sallidas. E dóvos la presa de los molinos que dizen Silvar, con su torre e con su cortijo, e veyente Arençadas de viñas, e quatro arençadas de huerto redor de la villa do acaeciere de lo del almazén [...] (Sánchez Prieto, 1999, párrafo n.º 24).

son e serán d’aquí adelantre, con términos, con montes, con fuentes, con ríos, con pastos, con entradas e con salidas [...] (Sánchez Prieto, 1999).

Llama la atención que el término utilizado por el rey Alfonso X en su General estoria (ca. 1270) es igualmente cortijo: [...] E Pero que estaua el rey Athila encerrado en aquel cortijo; andaua por el much acucioso catando a todos & esforçando los suyos. & auiuandolos a la batalla [...] (Alfonso X, ed. 2002, fol. 147r).

Y lo mismo a finales del siglo XIII (ca. 1293) en la Gran conquista de ultramar: [...] Et alli o ellos estauan non auie agua mas çerca dalli allend del cabesço a man siniestra auie un cortijo que dizien atrion o aurien agua assaz de buenas fuentes [...] (Gran Conquista de Ultramar, ed. 1995).

En 1285, en un privilegio rodado otorgado a la orden de caballería de Santiago y su maestre Pedro Núñez, por el que se le dona un cortijo con su torre y con sus términos y pobladores, fuentes, ríos, pastos, etc.: [...] por grand amor que avemos a la orden de la cavallería de Santiago e por fazer bien e merced al maestre don Pero Núñez e a los freires d’essa misma orden, dámosles Orcera, que yaze cerca el castiello de Segura por camio de lo que ellos avién , que es cerca Monçón, que nós diemos a don Ferrand Pérez, electo de Sigüença, e dámosgelo con el cortijo, e con la torre e con los pobladores, que agora ý

460

LUIS R AMÓN-LAC A M E NÉ NDE Z DE L UAR C A

NOTAS * 1.

Departamento de Arquitectura, Universidad de Alcalá. Agradezco a Julio Navarro y a Carmen Trillo la invitación que en su día me hicieron a participar en el seminario «Almunias del Occidente islámico: solaz y producción», celebrado en Granada en mayo de 2013. En aquella reunión pude mostrar los primeros resultados de las investigaciones que ahora ven la luz en el presente artículo.

Bibliografía ALFONSO X (ed. 2002). Estoria de Espanna que fizo el muy noble rey don Alfonsso, fijo del rey don Fernando et de la reyna, ed. de Pedro Sánchez Prieto, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá de Henares. ALVAR EZQUERRA, Alfredo; GARCÍA GUERRA, María Elena; VICIOSO RODRÍGUEZ, María de los Ángeles (eds.) (1993). Relaciones topográficas de Felipe II: Madrid, Madrid, CSIC, 3 vols. ÁLVAREZ MAURÍN, María del Pilar (1994). Diplomática asturleonesa: terminología toponímica, León, Universidad de León. CRUM, Walter Ewing (1939). A Coptic dictionary, Oxford, Clarendon Press. DOZY, Reinhart (1888). Supplément aux dictionnaires arabes, Leiden, E. J. Brill. ERITJA I CIURÓ, Xavier (1998). De l’Almunia a la Turris: organització de l’espai a la regió de Lleida (segles XI-XIII), Lleida, Universitat de Lleida. DEL ESTAL GUTIÉRREZ, Juan Manuel (1985). «Problemática en torno a la conquista y repoblación de las ciudades musulmanas de Orihuela y Alicante por Alfonso X el Sabio», En la España medieval, 7, pp. 797-830. FERNÁNDEZ GÓMEZ, Marcos; OSTOS SALCEDO, Pilar; PARDO RODRÍGUEZ, María Luisa (1993). El libro de privilegios de la ciudad de Sevilla, Sevilla, Excelentísimo Ayuntamiento de Sevilla-Universidad de Sevilla-Fundación de El Monte. GIRALT LATORRE, Javier (2008). «Toponimia en el Libro de privilegios de Fraga y sus aldeas (1232-1337)», Aragón en la Edad Media, 20, pp. 373-390. GOGAZEH, Ziyad Muhammad (2007). «Los falsos amigos en el léxico español de origen árabe», Philologia Hispalensis, 21, pp. 75-95. Gran Conquista de Ultramar (ed. 1995). Ed. de Louis Cooper y Franklin M. Waltman, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies. HERNÁNDEZ CHARRO, María del Carmen (2006). «Agua y poblamiento. Notas sobre la configuración del territorio de

Tudela andalusí», Studia historica. Historia medieval, 24, pp. 315-339. LALIENA CORBERA, Carlos (1979). «El dominio de la Encomienda del Hospital de Barbastro (siglos XII-XIII)», Argensola, 88, pp. 381-402. MARTÍN MARTÍN, José Luis (dir.) (1977). Documentos de los archivos catedralicios y diocesano de Salamanca (s. XII-XIII), Salamanca, Ediciones Universidad. NORTES VALLS, Oliverios (1979). «Estudio del léxico latino medieval en diplomas aragoneses anteriores a 1157», Archivo de filología aragonesa, 24-25, pp. 15-256. RAMÓN-LACA MENÉNDEZ DE LUARCA, Luis (1998). Simbiosis arquitectura-paisaje. Evolución de los contornos de cuatro ciudades (Córdoba, Toledo, Sevilla y Granada), tesis doctoral dirigida por el Dr. Antonio Almagro Gorbea y el Dr. José María Mercé Hospital, Madrid, Departamento de Proyectos Arquitectónicos, ETSAM. ROSELLÓ BORDOY, Guillem (2006). «Mallorca 1232: colectivos urbanos, órdenes militares y reparto del botín», Aragón en la Edad Media, 19, pp. 461-484. —— (2007). «Documentación feudal y arqueología andalusí: el caso de Mallorca», Bolletí de la Societat Arqueològica Lul-liana, 63, pp. 409-422. SÁNCHEZ PRIETO, Pedro (1999). Documentos notariales, Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá de Henares. SÉNAC, Philippe (1999). «La frontière aragonaise aux XIe et XIIe siècle: le mot et la chose pro defensionem christianorum et confusionem sarracenorum», Cahiers de Civilisation médiévale (X-XII siècles), 167, pp. 259-272. UBIETO ARTETA, Antonio (1951). Colección diplomática de Pedro I de Aragón y de Navarra, Zaragoza, CSIC. UTRILLA UTRILLA, Juan F. (1995). «Los orígenes de la industria textil en Huesca: la construcción de los primeros molinos traperos (c. 1180-1190) y la creación de la cofradía de los tejedores oscenses (1239)», Homenaje a don Antonio Durán Gudiol, Huesca, IEA, pp. 805-816.

AL M UNIAS E N L OS R E IN O S D E C A S T I L L A Y A R A G Ó N S E G Ú N L A D O C U M E N T A C I Ó N M E D I E V A L ( S I G L O S X I - X III)

461

BÁRBARA BOLOIX GALLARDO Universidad de Granada

18

LAS ALMUNIAS NAZARÍES A TRAVÉS DE LAS FUENTES ÁRABES Nasrid almunias through the Arabic Sources

RESUMEN Las almunias, fincas de recreo propias de la arquitectura islámica medieval, constituyeron importantes propiedades, generalmente asociadas a la aristocracia y la realeza, en la Edad Media. A pesar de las parcas referencias existentes en las fuentes árabes y a los escasos testimonios arqueológicos, aún así es posible constatar la presencia de estos predios salpicando el territorio del Reino Nazarí de Granada (siglos XIII-XV). Antes de proceder a su localización, partiremos de un análisis, fundamentalmente filológico, del concepto de almunia y de otros términos análogos empleados por la polisémica lengua árabe para referirse a este tipo de propiedades en función de sus elementos predominantes. A continuación procederemos a ofrecer, por vez primera, la identificación y ubicación de prácticamente todas las almunias documentadas en los textos medievales de las áreas rurales y periurbanas de las tres principales ciudades nazaríes (Granada —la capital—, Málaga y Almería). PALABRAS CLAVE Almunias | Concepto | Propiedades | Reino Nazarí | Textos árabes | Granada | Málaga | Almería ABSTRACT The almunias, or recreation properties typical of the medieval Islamic architecture, constituted important estates generally linked to both aristocracy and royalty in the Middle Ages. Despite the scarce references available in the Arabic sources and the insufficient architectural testimonies it is still posible to confirm the existence of this kind of properties dotting the territory of the Nasrid Kingdom of Granada (13th-15th centuries). Before undertaking their localication, we will start by offering an analysis, mainly philological, of the concept of almunia and of other similar terms that are also used by the polysemic Arabic language to refer to these kinds of properties depending of the prevailing elements existing in them. Then we will offer, for the first time, the identification and localisation of all the almunias documented in the Medieval texts of both the rural and peri-urban areas of the three main Nasrid cities (Granada —the capital—, Málaga and Almería). KEYWORDS Almunias | Concept | Properties | Nasrid Kingdom | Arabic texts | Granada | Málaga | Almería

463

Definiendo la almunia: entre el concepto y la polisemia 1.

El Reino Nazarí de Granada fue el escenario, geográfico y paisajístico, de numerosas y privilegiadas propiedades de recreo, tanto urbanas como rurales, propias de los contornos de las grandes comarcas árabes durante la Edad Media. Dichos predios se encontraban en manos exclusivas de la gente adinerada que, por lo general, pertenecía a la nobleza o se hallaba en íntima cercanía a ella. Solamente la gente de poder podía, pues, permitirse la construcción de su propio paraíso terrenal, en el que hacer presente todos aquellos elementos prometidos en el Corán al creyente musulmán en la otra vida, elementos que podrían resumirse en la abundancia de continua agua y frondosa vegetación. Son, de hecho, diversas las aleyas que refieren a los árboles frutales (granados, viñas) y al continuo fluir del agua que espera en el paraíso prometido, curiosamente denominado ŷanna1. Es por ello que, para la existencia de estas fincas, eran condición sine qua non la riqueza y la fertilidad de sus campos, como sucedía en la Vega granadina y, aunque en menor medida, en el valle del Guadalmedina de Málaga o en el de Andarax en Almería, espacios a los que dedicaremos la debida atención con posterioridad por sus admiradas condiciones excepcionales. En uno de sus múltiples poemas, el gran visir y secretario de la Alhambra Lisān al-Dīn Ibn al-Jaṭīb (m. 776/1374) se hacía, precisamente, eco de la belleza verdeante de una ciudad nazarí, muy probablemente Granada2: ¡Oh, ciudad rodeada de jardines (al-riyāḍ)! Pareces un bello rostro cuyo bozo fueran esos arriates /(al-riyāḍ). Tu río es cual una muñeca de plata y los puentes, sobre él sabiamente construidos, /sus brazaletes.

Aunque es de sobra conocido que las almunias eran complejos rurales integrados por una vivienda, jardi-

464

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

nes y agua como principales elementos constitutivos, lo cierto es que resulta difícil acotar y definir su concepto. Como ya sabemos, la voz árabe munya (cuyo plural es munà) designa, por lo general, una propiedad rural. Reinhart Dozy3 la enunció como un jardín amplio (vaste jardin), si bien la definición moderna de la almunia más conocida es aquella que esbozara Emilio García Gómez4, basándose en los anales palatinos del califa omeya al-Ḥakam II (350-366/961-976). Según explicaba este arabista, dicho término podría proceder del griego, pudiendo haber sido adoptado por los cristianos coptos5. Gracias a ellos, se utilizó en el Oriente musulmán con la vocalización minya y el significado de «estación, puerto de navegación, lugar de retiro espiritual»; de hecho, existen actualmente topónimos en Egipto que así lo reflejan, como el de la célebre localidad egipcia de al-Minia (Munyat Banī Jaṣīb), en la que se halla enterrado el andalusí de origen cordobés Ibn Faraḥ al-Qurṭubī (m. 671/1273)6. Curiosamente, dicho término mantuvo su vocalización original, munya, en al-Ándalus a pesar del generalizado fenómeno de la imāla vigente en algunas de sus regiones, algo que también ha quedado atestiguado en el arabismo «almunia» que da nombre a tantos topónimos e, incluso, al análogo apellido. La conclusión a la que llegó Emilio García Gómez es que la almunia constituía una especie de «cortijo», es decir, una casa de campo, rodeada de jardines, de establos para los animales y de tierras de labor —trabajadas a veces por colonos—, que servía de residencia ocasional y que era, al mismo tiempo, finca de recreo y de explotación. Sin embargo, siguen existiendo dudas a la hora de establecer en qué consistía una almunia en sí, siendo una de los principales obstáculos que hallamos a la hora de delimitar su concepto la escasez de menciones explícitas a este término en las propias fuentes árabes. Esta circunstancia lleva frecuentemente a la confusión, pues algunas propiedades catalogadas hasta ahora como almunias son, por lo general, mencionadas en las fuentes bajo otros términos relativos a otros tipos de feudos del ámbito agrícola y rural, los cuales no

solamente cumplían funciones de explotación agropecuaria sino también de esparcimiento, al constituir espacios de recreo privativos de la aristocracia. Entre estas unidades cabría destacar, en primer lugar, la ŷanna (pl. ŷannāt o ŷinnān), consistente en una huerta de hortalizas o «jardín», según el significado que le otorga Reinhart Dozy7. Sin embargo, no olvidemos la trascendencia escatológica de esta voz, de posible origen hebreo, la cual es la más empleada para expresar en árabe el concepto de «paraíso» islámico, según indican distintas aleyas del Corán e, incluso, para referir el jardín del Edén (Corán, 2:35)8. El plural de este término, ŷinnān, aparece también mencionado hasta en unas cuarenta ocasiones en el texto sagrado islámico con el mismo sentido de paraíso9. La elección, pues, de esta voz para designar un jardín terrenal no tiene otra explicación que la intención de concebir este último como un reflejo del jardín coránico en la tierra, razón por la que eran reunidos en él todos aquellos elementos de deleite prometidos al creyente musulmán en la otra vida. Otra voz igualmente utilizada en los textos árabes con similares intenciones es la de bustān (pl. basātīn), que alberga el sentido de «jardín» en el sentido de «huerto» y que fue definido por R. Dozy10 como vanne à l’embouchure d’une rivière ou d’un ruisseau, es decir, «compuerta a la desembocadura de un río o de un arroyo». De parecido significado es el término ḥušš (pl. ḥušūš) que viene a denotar un huerto de árboles frutales o, simplemente, un jardín o vergel11. Prestando más atención a la vivienda en sí que presidía las zonas ajardinadas propias de este tipo de propiedades, encontramos otros términos de los que también se desprende la existencia de almunias. El más genérico de todos ellos es, sin duda, el de dār (pl. diyār) o «casa» en su sentido más básico, voz que, a su vez, puede ser entendible en el ámbito urbano, semi-rural y rural con el sentido de «mansión». Descendiendo aún más al detalle, encontramos una serie de vocablos relativos a otra serie de propiedades más específicas, tales como el karm (pl. kurūm) que, como el propio sentido primigenio del término indica12, venía a designar una «casa con viña» o carmen según contempla también R. Dozy13. Se trataba de un predio propio de Granada que, hoy día, ha quedado inmortalizado en las viviendas típicas del barrio del Albaicín. Igualmente, hallamos el término ŷišr o ŷašar (pl. ŷišār/ŷušur) en su sentido de «predio» (predium, possessum), según la definición que de él ofrece R. Dozy14, quien lo menciona junto con el de qarya (pl. qurà) o alquería. Cabe decir que de este término deriva la voz árabe maŷšar, especie de cortijo que el referido arabista holandés definió

como «una propiedad en la que hay siervos, bestias de carga, vacas o bueyes, cabras, etc., un alijar y una aldea». Finalmente, mencionaremos otros vocablos menores en cuanto a la frecuencia de su utilización, tales como ‘aqār (pl. ‘aqārāt), es decir, «finca», «bienes raíces, inmuebles» o el de tībal. Esta diversidad terminológica demuestra, al fin y al cabo, la gran variedad de criterios existente a la hora de valorar la predominancia de unos elementos constitutivos de una almunia sobre otros, bien concediendo más protagonismo a sus espacios ajardinados, bien a su carácter hortícola o bien a su función residencial. Es por ello que los autores árabes eligieron conscientemente el empleo de unas expresiones u otras, siempre en función de las instalaciones que albergase la propiedad en particular, llegando a veces incluso a mencionar en sus obras una misma propiedad con hasta tres términos distintos. Así, el núcleo de una almunia lo debía de constituir una casa o mansión (dār/ŷišr/ maŷšar/‘aqār/tībal, etc.), siendo que su esencia fundamental consistía en contar con espacios ajardinados (ŷinnān/basātīn/ḥušūš) con función meramente de esparcimiento o de explotación agrícola15. Por otra parte, y sin abandonar aún el aspecto lingüístico, llama la atención los propios nombres que acompañan a estas fincas, en ocasiones debidos a accidentes de la naturaleza o al nombre propio de alguna persona, generalmente masculina, quien seguramente debía de ser su primer propietario. Una vez analizada la cuestión terminológica, cabe situar geográficamente las almunias. Como ya apuntamos con anterioridad, estas debían de constituir un elemento muy común en el paisaje de los contornos de las ciudades andalusíes, y así parece desprenderse de la lectura pausada de algunos relatos extraídos de ciertas fuentes árabes. Estos fragmentos, que expondremos detalladamente a continuación, indican la existencia de un gran número de huertas, jardines, casas, fincas de recreo y alquerías en los alrededores de las medinas como un hecho generalizado tanto en la época nazarí como en etapas anteriores de la Historia de al-Ándalus. Un elemento fundamental que hacía posible el mantenimiento y la habitabilidad de este tipo de predios era, sin duda, la cercanía de un suministro de agua procedente de algún río cercano, la cual era canalizada por el sistema de acequias16. Ello produce una inevitable identificación de la almunia con las áreas fértiles de los contornos de las ciudades, pues no olvidemos que estas fincas contaban con auténticos vergeles y con una o varias albercas17. Otro factor importante a tener en cuenta a la hora de elegir la ubicación de una almunia era la relativa elevación del terreno en el que se pretendía

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

465

erigir. La mejor descripción de ambas condiciones la encontramos recogida en el último capítulo de la obra Kitāb ibdā’ al-milāḥa wa-inḥā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣinā‘at al-filāḥa [«Libro del comienzo de la hermosura y de la culminación de la inteligencia, acera de los fundamentos del arte de la agricultura»] del agrónomo almeriense Ibn Luyūn (m. 750/1349)18. El interés de la obra citada para nuestro estudio resulta crucial, pues fue compuesta en plena época nazarí (el siglo XIV) en la que estaba con­ figurada la disposición geográfico-administrativa y paisajística del Reino, a la vez que su testimonio abre una puerta privilegiada que nos permite asomarnos a este mundo privado de la almunia. El capítulo en cuestión revela lo siguiente19: Séptima: sobre lo que se ha de elegir en la disposición de los jardines, sus viviendas y las casas de labor. Para emplazamiento de una casa entre jardines (al- basātīn) se debe elegir un altozano que facilite su guardia y vigilancia. Se orienta el edificio al mediodía, a la entrada de la finca, y se instala en lo más alto el pozo y la alberca (lil-ṣihrīŷ wa-l-bi’r), o mejor que pozo se abre una acequia (sāqiya bi-l-mā’) que corra entre la umbría. La vivienda debe tener dos puertas, para que quede más protegida y sea mayor el descanso del que la habita. Junto a la alberca (al-ṣihrīŷ), se plantan macizos que se mantengan siempre verdes y alegren la vista. Algo más lejos debe haber cuadros de flores y árboles de hoja perenne. Se rodea la heredad con viñas, y en los paseos que la atraviesan se plantan emparrados (al-‘arā’iš)20. El jardín (bi-l-bustān) debe quedar ceñido por uno de esos paseos con objeto de separarlo del resto de la heredad. Entre los frutales, además del viñedo (al-‘inab), debe haber almeces (ka-l-mays) y otros árboles semejantes, porque sus maderas son útiles. A cierta distancia de las viñas, lo que queda de finca se destina a tierra de labor y así prosperará lo que en ella se siembre. En los límites se plantan higueras (al-tīn) y otros árboles análogos. Todos los grandes frutales deben plantarse en la parte norte, con el fin de que protejan del viento al resto de la heredad. En el centro del jardín (fī wasṭ al-bustān) debe haber un pabellón dotado de asientos (wa-qubba takawwana al-muŷālisāt) y que dé vista a todos lados, pero de tal suerte que el que entre en el pabellón no pueda oír lo que hablan los que están dentro de aquel, procurando que el que se dirija al pabellón no pase inadvertido. El pabellón estará rodeado de rosales trepadores (al-ward lāṣiq), así como de macizos de arrayán (al-rayḥān) y de toda panta propia de [la tierra de] un vergel (arḍ al-bustān). Será más largo que ancho, para que la vista pueda explayarse en su contemplación.

466

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

En la parte baja [del jardín] (al-bustān) se construirá un aposento (manzil) para huéspedes y amigos, con puerta independiente, y una alberquilla (bi-ṣihrīŷ) oculta por árboles a las miradas de los de arriba. Si se añade un palomar (burŷ li-l-ḥamām) y una torreta habitable (burŷ suknà) no habrá más que pedir. Para proteger el jardín (al-bustān) se cercará con una tapia (sā’ir). La puerta principal (al-bāb al-akbr) tendrá bancos de piedra así como una explanada alrededor (raḥba) proporcionada [a la capacidad del edificio]21. Es fundamental para todo lo que se convierta en jardín la proximidad a la vivienda, porque de esta manera estará bien guardado. El establo (al-iṣṭaball)22 para los animales y los aperos de labranza (li-l-ālāt wa-l-dawāb) se debe situar cerca de la entrada [del inmueble]. Conviene instalar los establos del ganado lanar y vacuno (al-dār li-l-ganam wa-l-baqar) en la parte más baja del edificio, muy cerca y de forma que pueda ser fácilmente vigilado. Deberán estar rodeados de aposentos y soportales (al-buyūt wa-l-waqā’if) para protegerlos del frío y de los vientos impetuosos. Es fundamental en las alquerías y casas de labranza (wal-dār bi-l-qariya) que tengan algorfas (al-guraf)23 y un silo para el estiércol (ḥufra li-l-zibl), situado de forma que no produzca molestias. Los trabajadores (al-a‘māl) deben ser jóvenes (šubbān) y personas que atiendan los consejos de los viejos (al-šuyūj).

El testimonio de Ibn Luyūn describe con gran precisión lo que era una almunia nazarí sin, curiosamente, mencionar dicho término, permitiéndonos dibujar la disposición de este tipo de propiedades en el paisaje del Reino de Granada. Antes de proceder a localizar e identificar almunias en las áreas periurbanas y rurales nazaríes, resulta necesario matizar dos cuestiones: en primer lugar, que el hecho de que estudiemos las almunias nazaríes no implica que estas fuesen erigidas precisamente en tal periodo en particular; en las próximas páginas, citaremos ejemplos de almunias de nueva fundación que fueron construidas durante la época nazarí (es decir, durante los siglos XIII al XV) como resultado del esplendor urbanístico desarrollado por algunos sultanes y del aumento de la demografía del reino. Sin embargo, comprobaremos igualmente que los Nazaríes recibieron edificios antiguos erigidos por dinastías precedentes, tales como los Almohades (siglos XII-XIII) o, incluso, los lejanos Ziríes, fundadores de la ciudad de Granada (siglo XI). La segunda cuestión, por muy básica que parezca, tiene que ver con la delimitación del territorio sobre el que se asienta este estudio; y es que el hablar de «almunias na-

zaríes» nos lleva, ineludiblemente, a incluir no solamente la comarca de Granada, sino también las de las otras dos grandes ciudades del Reino, Málaga y Almería, a pesar de que los datos conservados sobre la existencia de almunias en ambas urbes son menos numerosos que los relativos a fincas en la capital nazarí.

2. Las almunias de la capital nazarí,

Granada

Como era de esperar, la comarca de la capital del Reino, Granada, contaba con fértiles espacios verdes donde poder ubicar fincas de recreo que salpicaron su paisaje, según se desprende de numerosas referencias dispersas en fuentes árabes de diversa índole, tanto en época nazarí como en etapas anteriores de la historia de al-Ándalus. Estos testimonios conservados coinciden en señalar la Vega granadina como el enclave más propicio para ello, espacio que estos textos refieren, por lo general, como al-marŷ y al-faḥṣ. En cuanto al primer término de los dos indicados, hacía referencia a su condición de «prado» o de «pradera», mientras que el segundo venía a denotar la idea de «campo» o de «campiña»24. A ambas enunciaciones habría que añadir la definición que de esta voz diera del gran geógrafo oriental Yāqūt al-Rūmī (m. 626/1229) quien, en la entrada que dedicó al término Faḥṣ en su célebre Mu‘ŷam al-buldān («Diccionario de los países»), afirmaba lo siguiente: «En la zona occidental de la tierra de al-Ándalus hay varias localidades denominadas “prado” (faḥṣ). Pregunté a algunos habitantes de al-Ándalus: ¿Qué significa esta [voz]? A lo que me respondieron: [Se trata de] todo enclave habitado, ya sea llano o montañoso; lo denominamos “prado” (faḥṣan) a condición de que sea cultivado. Luego, se hizo característico de numerosos lugares [...]»25. Era, pues, en la Vega donde debían de encontrarse buena parte de las almunias granadinas y, de hecho, así lo indica el testimonio del célebre cronista, visir y secretario de la corte nazarí Lisān al-Dīn Ibn al-Jaṭīb (m. 776/1374). El testimonio de este polifacético hombre de letras resulta fundamental para nuestro estudio, pues no solo fue un gran conocedor del territorio granadino sino que también había sido discípulo del ya referido agrónomo Ibn Luyūn, razón por la que su testimonio puede considerarse complementario al de aquel. En distintas obras suyas, Ibn al-Jaṭīb describe, a la vez que alaba, la fertilidad de la Vega granadina en pleno siglo XIV, con las siguientes palabras, extraídas de su célebre crónica al-Lamḥa al-badriyya fī l-dawla al-naṣriyya [«El resplandor de la luna llena, sobre la dinastía nazarí»]26:

Su espaciosa Vega (faḥṣ) [de Granada] —comparada con al-Gūṭa, el valle o la Vega de Damasco—, es ponderada entre los viajeros y en las tertulias; Dios la ha extendido por una llanura (fī basīṭ) atravesada por arroyos y ríos (al-ŷādwil wa-l-anhār), y se ella se apiñan alquerías y huertas (al-qurà wa-l-ŷannāt) con bellísimos lugares y hermosas construcciones. Mide 40 millas y la rodean colinas y cerros en forma de dos tercios de circunferencia. Debido a ello, se imagina uno la ciudad como recostada desde la parte próxima al centro del círculo hasta las elevadas colinas, los salientes oteros y los altos montes.

En la misma obra, Ibn al-Jaṭīb amplía su vista a otros frondosos contornos de Granada, describiendo un próspero paisaje en el que nuestro autor emplaza las almunias, que menciona precisamente con el término de al-munà, y que describe con una gran minuciosidad27: Rodean la muralla de la ciudadela [de Granada] vastos jardines (al-basātīn) y espesos bosques (adwāḥ) del patrimonio particular del sultán (al-mustaklaṣa), de forma que detrás de esa verde barrera las blancas almenas brillan como estrellas en medio de un cielo oscuro. Ni una sola de sus zonas está desnuda de huertos, cármenes y jardines (al-ŷannāt wa-l-kurūm wa-l-basātīn). En la parte norte de la llanura hay unas almunias (munà) de tan gran valor y elevada calidad que para pagar su precio serían menester fortunas de reyes. Algunas de ellas hay que rentan al año medio millar de dinares de oro, a pesar del escaso coste de las verduras en esta ciudad. Unas treinta de estas almunias (munya) pertenecen al patrimonio privado del sultán (mustaklaṣ al-sulṭān). Las ciñen y se unen con sus extremos unas magníficas fincas (‘aqār), nunca esquilmadas, siempre fecundas, cuyas rentas alcanzan en nuestro tiempo los 25 dinares de oro. Por cierto, que la hacienda pública es inferior a la riqueza de algunas de estas fincas (buyūt al-amwāl) pertenecientes al patrimonio del sultán. Todas ellas tienen casas magníficas (duwar nāŷima), torres elevadas (burūŷ sāmiyya), eras amplias (bayādir fasīḥa), palomares y gallineros bien acondicionados (qiṣāb li-l-ḥamā’im wa-l-dawāŷin māṯila) y más de veinte se encuentran dentro del área de la ciudad y del recinto de su muralla.

Esta interesante descripción se ve perfectamente complementada con los datos que Ibn al-Jaṭīb ofrece en otra de sus famosas obras, al-Iḥāṭa fī ajbār Garnāṭa [«La cuadratura del círculo, sobre las noticias de Granada»], en la que revela lo siguiente28: [...] La totalidad de los marjales de obrada en [estas fincas], que en las estaciones —el año [entero] aproxima-

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

467

damente— la mayor parte de ellas el riego se hace [por medio] de la acequia gorda y alta (al-gabīṭ al-samīn al‘ālī), ascienden a 262.000, y a ello hay que añadir los marjales de las haciendas del sultán, los lugares de los habices de las mezquitas y [los de] las fundaciones pías o de beneficencia, todo lo cual sobrepasa lo que se acaba de decir, pues la suma alcanza, con [la debida] reserva, 560.000, rentándose allí para el fisco real (al-ŷānib al-ṣultānī), entre los distintos cereales, un montante de 300.000 alcadafes o más.

Finalmente, Ibn al-Jaṭīb no olvida hacer referencia en su obra Al-Lamḥa a otros elementos constitutivos de estas fincas de recreo, las cuales, a decir de su testimonio, se hallaban enlazadas con otras unidades de poblamiento mayores, tales como las alquerías y los po­ blados, completando con ello nuestra imagen del paisaje rural granadino29: En estas [fincas] vive un gran número de hombres y de animales, como caballos vigorosos para el laboreo y cuidado del campo (‘ilāŷ al-filāḥa), y en muchas de ellas hay incluso castillos, molinos y mezquitas. En esta fértil posesión, que es el alma del campo (lubāb al-filāḥa) y lo más selecto de este buen país, se entremezclan alquerías y poblados (al-qurà wa-l-bilād), que están en manos de los vasallos [...]. Hasta los límites antes mencionados hay, en efecto, amplio terreno y pueblos muy densamente habitados; algunos son extensos y bien urbanizados; en ellos se reúnen miles de criaturas y se multiplican los edificios; otros pertenecen a un solo señor o a dos, o poco más. Los nombres de estos pueblos pasan de trescientos, en unos cincuenta de los cuales se alzan almimbares de mezquitas mayores, en las que se extienden las blancas manos y se elevan a Dios las voces disertas. Contiene, finalmente, la muralla de esta ciudad, y lo que hay detrás de ella, más de 130 molinos movidos por agua.

Otros ojos tuvieron también la fortuna de contemplar el paisaje granadino en la misma época que lo hicieron los de Ibn al-Jaṭīb; nos referimos a los del viajero tangerino Ibn Baṭṭūṭa (m. 770/1368-1369). En la visita que giró a Granada en el año 1351, este autor magrebí confirma el frondoso paisaje que mostraban los contornos granadinos bajo el reinado del emir nazarí Yūsuf I (733-755/1333-1354), dedicándole las siguientes palabras en las que presta atención al principal suministro de agua que regaba dichos predios, el río Genil30: Sus alrededores [de Granada] no tienen igual entre las comarcas de la tierra toda, abarcando una extensión de

468

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

cuarenta millas, cruzada por el famoso río Genil y por otros muchos cauces más. Huertos (al-basātīn), jardines (al-ŷannāt), pastos (al-riyāḍ), alcázares (al-quṣūr) y cármenes (al-kurūm) abrazan a la ciudad por todas partes. Entre sus parajes más hermosos, se cuenta la Fuente de las Lágrimas, un monte donde hay huertas y jardines (al-riyāḍ wa-l-basātīn), sin parecido alguno posible.

El testimonio directo de Ibn Baṭṭūṭa encuentra continuación, un siglo más tarde, en el de otro visitante árabe que también deambuló por el Reino nazarí, el viajero egipcio ‘Abd al-Bāsiṭ b. Jalīl b. Šāhīn al-Malaṭī (m. 920/1514), quien visitó Granada en el mes de ŷumādà I de 870 (diciembre de 1465), quedando maravillado ante la exuberancia de la Vega granadina y los dos ríos que la regaban31; experiencia que él mismo registró en un fragmento de su diario de viaje (riḥla) titulado AlRawd al-bāsim fī ḥawādiṯ al-‘umr wa-l-tarāŷim [«El jardín sonriente, acerca de los sucesos de la vida y de las biografías»]32, del que ofrezco mi propia traducción basada en el texto árabe original: A la mañana siguiente tomamos el camino de Granada, a donde llegamos a la amanecida del próximo día, lo que sucedió a finales de dicho mes. Granada me pareció un gran lugar de placer, de los más grandiosos de al-Ándalus. Es la sede del poder islámico en al-Ándalus y el solio del sultanato. Tiene una situación extraordinaria, hermosos edificios, tiene encanto, es elegante, maravillosamente situada. Hay en ella todos los tipos de artesanos y es como la Damasco siria. En ella hay aguas corrientes33, jardines, vergeles y viñas (al-mayāt al-dāriŷa wa-l-basātīn wa-l-aŷinna wa-l-kurūm) [...]. En resumidas cuentas, [Granada] es una de las más grandiosas poblaciones de Occidente [...]. El día 28 [de ŷumādà I/16 de enero de 1466)] salí hacia la zona de los huertos (ŷihat al-aŷinna) de Granada y de sus jardines (wa-basātīni-hā), que encontré maravillosa por la abundancia que había allí de frutas y de productos naturales (min al-fawākih wa-l-jayrāt). Después, el último día del mes salí para pasear por los viñedos de Granada, también situados en la otra parte, distinta de la de los jardines, y vi una vid y una higuera que eran algo espectacular. [...] Luego regresamos y entramos a ver la Alhambra, que es la casa del emirato, la fortaleza del sultanato y la casa real [...]. Está [situada] sobre una elevación, uno de cuyos dos lados se asoma a la Vega de Granada (marŷ Garnāṭa), la cual es una grandiosa vega (marŷ ‘aẓīma) que riega el río al que llaman Genil (Šannīl), de los ríos más maravillosos y hermosos [que existen], en el que existe un [tipo de] pez extraño por su excelencia que los médicos prescriben para combatir la fiebre y que se llama al-raḍrāḍī. El otro lado de esta Alhambra da a la parte del

río Darro, en el cual se hallan los huertos de de Granada y sus jardines (al-aŷinna wa-l-basātīnu-hā), que emanan un claro y puro efluvio por ambos lados.

Esta información, emitida en pleno siglo XV, parece confirmarse en las palabras que dedicó a Granada un testigo algo posterior, Jeronimo Münzer (m. 1508), quien visitó la ciudad en el año 1494, es decir, dos años después de haber pasado esta a manos cristianas. La descripción de este viajero alemán refleja su impresión al divisar la densidad de la Vega granadina, la buena articulación de su abundante agua y la diversidad del paisaje nazarí, salpicado de lo que podemos entender como sus todavía existentes almunias34: A describir a Granada, la mayor cuidad de este reino, podría llamarla reino más que ciudad [...]. Hacia el mediodía, norte y poniente tiene una extensa y hermosísima llanura, rodeada en su mayor parte de montículos. Esta gran llanura puede regarse por todas partes y tiene un suelo tan fecundo y rico que produce dos cosechas al año. [...] Al pie de los montes, en una buena llanura, tiene casi en una milla muchos huertos y frondosidades que se pueden regar por canales de agua; huertos, repito, llenos de casas y de torres, habitados durante el verano, que, viéndolos en conjunto y desde lejos los creerías una populosa y fantástica ciudad. Principalmente hacia el noroeste, en una legua larga, o más, contemplamos estos huertos y no hay nada más admirable. Los sarracenos gustan mucho de los huertos, y son tan ingeniosos en plantarlos y regarlos que no hay nada mejor.

No olvida Münzer mencionar los dos principales suministros de agua de estos vergeles, como puede advertirse a continuación35: Corren desde las altísimas montañas, por dos valles, en medio de los cuales está el monte de la Alhambra, dos ríos bastante caudalosos y otros algo más pequeños, de otras cañadas, con los cuales toda Granada se riega por medio de construcciones dispuestas con admirable ingenio. La mayor parte de la vega tiene un riego abundantísimo [...] ¡Oh, qué fértil es esta tierra en toda clase de frutos, con los que el hombre fácilmente puede ganarse la vida! Esta llanura también está llena de lugarejos —que nosotros llamamos villas— y de sarracenos dedicados al cultivo de la tierra.

Ya en el siglo XVI, sería el italiano Andrea Navagero (m. 1529)36 quien se hiciera eco de los tintes de esencia árabe que, todavía, conservaba la ciudad y que se hallaban vivos en sus espacios ajardinados. Al hablar del río Darro, este autor afirmaba que sus ribe-

ras eran sombrías, altas y cubiertas de verdura y muy apacibles, pobladas a uno y otro lado de multitud de casas pequeñas con jardincitos en torno medio oculto entre el boscaje de los árboles. Una vez asentado el territorio en el que se ubicaban las almunias en Granada, cabe identificarlas en función de los textos conservados. Para clasificarlas mejor, atenderemos a un criterio de nomenclatura, catalogándolas en distintos apartados según sean mencionadas como casas (diyār), como jardines o huertas (ŷannāt) o bajo otras denominaciones en las fuentes, respetando con ello la ya analizada riqueza terminológica de la lengua árabe. 2.1.

Casas (diyār) 2.1.1. Dār Huḏayl

Esta propiedad es mencionada por Ibn al-Jaṭīb37 como una casa atribuida a un tal Huḏayl, personaje que, tal vez, pudo ser miembro de la destacada familia árabe de los Banū Huḏayl, cuya presencia en Granada está atestiguada hasta el final de la historia nazarí; de hecho, uno de los miembros más destacados de este colectivo en el siglo XV fue el alfaquí y literato Abū l-Ḥasan Ibn Huḏayl al-Fazārī (m. dp. 812/1409)38. Consta que esta casa pasó a ser denominada en época cristiana como Darhudeyl, Daralhudeyl y Darahudeyr, siendo identificada por Luis Seco de Lucena con el topónimo Arabuleila, «pago del término de Granada»39. Esta casa estaba situada en la calle San Juan de los Reyes, según se desprende del «Traslado del libro de Apeo y repartimientos y Medida de las Casas, tiendas, Mezquitas Pertenecientes a los avices de las Iglesias Parrochiales desta Ciudad de Granada Por la Dotazión que dellas Hizieron los Señores Reyes Cathólicos Don Fernando y Doña Isabel», de 1527; en dicha documentación se especifica que la casa llamada Daralguad, otra propiedad de la que en breve nos ocuparemos, «lindava con Cassa de Avenhudeir»40. 2.1.2. Dār Umm Murḍī

También referida por Ibn al-Jaṭīb41, puede ser traducida como «Casa de la madre de Murḍī», si bien también aparece mencionada como Dār Ibn Murḍī o «casa de Ibn Murḍī». Esta última lectura parece más acorde con la evolución castellana del propio topónimo, Daralmordí, enclave situado en el paraje en el que actualmente se levanta «casa de la madre de Murḍī» el monasterio de San Jerónimo42. 2.1.3. Al-Dār al-Bayḍā’

Mansión denominada «La Casa Blanca», segura­ mente por su apariencia encalada. Se trataba de una

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

469

mansión dotada de una huerta que la rodeaba situada en el interior del barrio granadino del Naŷd (hoy día el Realejo) y, por lo tanto, extramuros de la medina de Granada pero protegida por las murallas de dicho arrabal. Los documentos cristianos del siglo XIV emplazan este enclave en la llamada Huerta del Cordero, en la parte baja del arrabal del Naŷd, y lindando con la puerta de los Ladrilleros [Bāb al-Fajjārīn]. Según Ibn al-Jaṭīb43, este predio pertenecía a las propiedades reales nazaríes, estando documentado en los siglos XIV y XV44. 2.1.4. Dār al-Sanīnāt

Al igual que las anteriores propiedades, esta casa es referida por Ibn al-Jaṭīb45 como «la Casa atribuida a los Vientos (¿?)», sin que se tenga de ella más información al respecto. 2.1.5. Dār Nubla

Se trata de la célebre Casa del Nublo, la cual es citada igualmente por Ibn al-Jaṭīb46 [al-Dār al-ma‘rūfa bi-Nubla]. Esta propiedad, ubicada fuera de la capital nazarí, estaba situada en su Vega, «a unos dos kms. y medio de Granada, dirección poniente»47. Consta que existía tanto en el siglo XIV, a tenor de su mención por parte de Ibn al-Jaṭīb, como en el XV, en el que es referida en el acta de un contrato de arrendamiento del año 1480 bajo la expresión de manhal Nublu o «el abrevadero de Nublo». El emir nazarí alquilaba un predio de regadío situado en este enclave «al honorable Sa‘īd b. Aḥmad al-Aškar» a través de su alcaide Abū Nu‘aym Riḍwān al-Maṭrān, a fecha 10 de ḏū l-qa‘da de 884 (23 de enero de 1480)48. 2.1.6. Dār Jalaf

Esta propiedad [«Casa de Jalaf»] debía de pertenecer a un tal Jalaf, sin que conozcamos en realidad la identidad del supuesto propietario que le dio nombre. Ibn al-Jaṭīb49 la enumera sin ofrecer más información al respecto. 2.1.7. Dār al-‘Aṭšà

A decir una vez más de Ibn al-Jaṭīb50, esta «Casa del Sediento», que también ha sido entendida como la «casa de los secarrales», según las variedades existentes en su grafía, estaba dotada de un castillo (ḥiṣn), por lo cual debía de ser de considerables dimensiones e importancia. Se sabe que estaba ubicada extramuros de la ciudad de Granada y que pertenecía a las propiedades del sultán nazarí, habiendo sido identificada con el Alitaje. En el itinerario seguido por el rey Alfonso I de Ara­ gón (1104-1134) durante la expedición que libró entre los años 1125-1126, consta su paso por un paraje de la Vega granadina denominado ‘Ayn ‘Aṭsà o «fuen-

470

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

te del sediento» de camino hacia Alicún y Guadix51. La denominación tan acertada de este manantial puede ser clave a la hora de justificar la lectura correcta del nombre de la casa como «del sediento», frente a la otra versión ya señalada. 2.1.8. Dār Ibn Ŷuzayy

«La Casa de Ibn Ŷuzayy», citada por Ibn al-Jaṭīb52, estaba posiblemente situada en alguno de los márgenes del río Genil. Aunque no se conoce con certeza a quien pudo pertenecer dicho predio, podemos aventurar que a algún miembro de la célebre familia granadina de los Banū Ŷuzayy, de la que despuntaron diversos miembros en la Granada nazarí de los siglos XIII y XIV, entre ellos el secretario real y poeta Abū Aḥmad ‘Abd Allāh (m. 620/1224)53, el prestigioso alfaquí y hombre de letras Abū l-Qāsim Muḥammad (m. 741/1340)54, el alfaquí Abū ‘Abd Allāh Muḥammad (m. 757/1356)55, el cadí y hombre de letras Abū Bakr Aḥmad (m. 785/1384)56 y el literato y maestro Abū Muḥammad ‘Abd Allāh (m. dp. 810/1408)57. 2.1.9. Dār al-Wādī / Dār al-Wīd

Se trata de una de las propiedades de las que más información, textual y arqueológica, se ha conservado, pues su existencia se dilató hasta el siglo XX. Originalmente esta vivienda era conocida como Dār al-Wādī —pronunciado como Dār al-Wīd por el fenómeno de la imāla propio de Granada—, es decir, como «la casa del río», tal vez por encontrarse debajo de los Alijares y cerca del Genil. Se sabe que era propiedad de la realeza nazarí y que, tras la conquista de Granada en 1492, fue adquirida por los Reyes Católicos, en que su denominación quedó adaptada a la lengua castellana como Daralgüit, Daralguit y Darahuet en el siglo XV o, directamente, Darluet a partir del XVII, si bien era más conocida como «la Casa de las Gallinas» (Dār al-daŷŷāŷ), debido a que en este predio se criaban hasta 1.500 de estas aves de corral58. En el artículo que dedicó expresamente a esta almunia, José Luis García Pulido59 ofrecía su ubicación exacta, la cual «estuvo comunicada con Granada por medio del Camino Real de Cenes, vía de fondo de valle que, tras salir de la capital por la Puerta de la Loma o de los Molinos (Bāb al-Naŷd), discurría más o menos paralela al trazado de la Acequia Gorda (al-Sāqiya al-Kubrà) y al de la Acequia del Cadí, también conocida como del Candil o de las Tinajas. Además poseía una comunicación directa con la Alhambra y con las almunias de los Alijares y del Generalife por medio de un camino a media ladera». La existencia de esta casa sería reflejada por los grandes viajeros que visitaron la España ya cristiana,

como Andrea Navajero (m. 1529). Por su parte, Luis de Mármol Carvajal (1600)60 justificaba, ya en el umbral del siglo XVII, la denominación de esta almunia, así como hacía referencia a su parte ajardinada y al suministro de agua que la abastecía: «Yendo pues el cerro abaxo al rio de Xenil, que cae de la otra parte hácia mediodia, estaba otro palacio, ó casa de recreacion, para criar aves de toda suerte, con su guerta y jardines, que se regaba con el agua de Xenil, llamado Darluet, casa de rio, y hoy casa de las gallinas». 2.1.10. Dār al-Wādī

Se tiene constancia de otro predio que, en época nazarí, recibía el mismo nombre que el anteriormente reseñado si bien se ha demostrado que constituía una propiedad diferente. Según menciona Luis Seco de Lucena61, dicha casa existía en el año 1427, situándola en la calle San Juan de los Reyes, ubicación que confirman ciertos documentos cristianos de mediados del siglo XVI. Descendiendo más al detalle, consta por dichos documentos que esta propiedad «lindava con Cassa de Avenhudeir», como ya fue mencionado previamente62. 2.1.11. Dār al-Aḥmar

Esta propiedad, traducible como «Casabermeja» según son denominados distintos parajes de la Vega granadina, debía de estar situada en la misma, tal vez en la alquería de Gójar. Al parecer, no aparece documentada hasta el s. XV, en que es mencionada por Luis Seco de Lucena en uno de sus documentos árabes correspondiente a un acta pericial de tasación63. En cuanto a las posesiones (al-amlāk) tasadas, estaban situadas tanto dentro como fuera de la capital nazarí y pertenecían a la herencia de un tal Muḥammad al-Qarrāf. En el texto son descritos dichos predios, consistentes en «una casa en al-Qaṣaba al-Qadīma (Alcazaba Cadima) [...]; una mitad de una viña (al-kurum) y de una quinta situada en al-Dār al-Aḥmar (Casa Bermeja), la cual linda a Mediodía, al Norte y al Este con el camino y que tasan en cien dinares, digo en cincuenta donares, de oro al cambio citado». Este documento aparece fechado el 30 de ḏū l-qa‘da de 887 (10 de enero de 1483). 2.1.12. Dār ‘Abd al-Karīm

En el acta anterior, es mencionada la «Casa de ‘Abd al-Karīm», la cual «linda a Mediodía con el atajo y al Norte con bienes habices y que tasan en treintaicinco dinares de oro al cambio citado». Esta propiedad estaba, pues, situada en la misma área que la propiedad anterior y poseía igualmente una viña (al-kurum), también tasada en la misma fecha mencionada64.

2.1.13. Dār al-Funṭ

Esta «Casa de la Fuente», cuya denominación mezcla curiosamente el término árabe dār y el latino de funṭ o «fuente» transcrito al árabe, podría ser identificada con la localidad granadina de Deifontes. Aparece mencionada en el siglo XIV por Ibn al-Jaṭīb65, si bien recibe el tratamiento de alquería. 2.1.14. Dār al-Gāzī

Se tiene constancia de otra almunia bajo el nombre de Dār al-Gāzī, el cual podría traducirse como «la Casa del Combatiente», en el sentido de miembro de una incursión militar o del cuerpo de combatientes de la Fe (guzā’) meriníes que se hallaban integrados en el ejército nazarí. Es por ello que tal casa debió de pertenecer a uno de ellos, si bien consta la existencia de una familia aludida con este nombre en la Granada nazarí 66. Aunque se ha llegado a identificar en ocasiones esta propiedad con la alquería del mismo nombre (qariyat Dār al-Gāzī)67, sita en Peligros, al parecer esta almunia constituía un enclave diferente, estando ubicada en el camino que conducía a la localidad actual de Huétor Vega68. A este emplazamiento hace referencia la documentación ya cristiana y, más concretamente los libros de habices; en ellos dicha propiedad aparece reflejada como «Daralgazi», «Dar Algazi» o «Dar Algasi», y ubicada al suroeste de la Casa de las Gallinas, ya mencionada, aunque fuera de su jurisdicción, pues se encontraba en el pago del Zaidín y el de Darabenaz, dentro del término de Granada69. 2.1.15. Dār al-Ḥuwayt

Esta vivienda fue situada por Luis Seco de Lucena70 en la Vega y junto al río Beiro, tal vez donde existía un castillo llamado «Los Peces», si bien la denominación de esta propiedad corresponde a la «Casa del Pescadito». Esta propiedad, perteneciente a un tal Aḥmad Muḥammad al-Ruffa, pasaba en herencia a su esposa y dos hijos a su muerte, junto con otros bienes inmuebles, a fecha 15 de šawwāl de 888 (16 de noviembre de 1483). En cuanto a la situación de este «predio de regadío», según es mencionado en la propia acta, se especifica que «linda al Mediodía con una fuente y al Norte con Ŷibrīl, valorado en ciento doce dinares y medio». No aparece documentada hasta el siglo XV, habiendo sido identificada con el paraje llamado Darjuyel. 2.1.16. Dār al-Qal’ī

La localización de esta «Casería» o «Casa del Alcalareño» ha sido más fácil por haberse conservado bajo la forma de Daralcalí, originando el posterior topónimo Alcalay, en el término de Granada71. Dicha propiedad

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

471

comprendía un predio de regadío. Se sabe que, en el siglo XV, pertenecía a la herencia dejada por el recién citado Aḥmad Muḥammad al-Ruffa según el acta de partición de la misma, en la cual se menciona que estaba fuera de la capital, Granada, concretamente en Ṭafyar al-‘Ulyà [Tafiar la Alta], lindando «al Mediodía con una vereda y al Norte con un balate, valorado en cuatrocientos dinares». 2.1.17. Dār al-Walaŷa

Esta propiedad, denominada la «Casa del Recodo», aparece mencionada en el siglo XIV tanto por Ibn alJaṭīb72, quien la cita como alquería (qariya), como por el poeta de la Alhambra Ibn Zamrak (dp. 797/dp. 1395), quien al parecer consagró una de sus composiciones a la ocasión en la que el príncipe nazarí Abū‘Abd Allāh se instaló en dicha vivienda. Este detalle demuestra que, por lo tanto, debía de pertenecer al patrimonio real nazarí. Por su parte, el cronista argelino al-Maqqarī (m. 1041/1632) citaba igualmente este enclave en su obra Azhār al-riyāḍ fī ajbār ‘Iyāḍ 73 [«Las flores de los jardines, sobre las noticias de ‘Iyāḍ»]. El paso del tiempo perpetuó esta propiedad como Daragoleja, pago ubicado en el término de Pinos Puente. Consta que, en el siglo XV, este predio perteneció al visir del emir nazarí Muḥammad IX el Zurdo (1419-1427; 1430-1431; 1432-1445; 851-857/1447-1453) Abū l-Qāsim b. al-Sarrāŷ, de la familia de los Abencerrajes, y antepasado de la de mujer de Ibrāhīm al-Qabṣanī74; de hecho, Miguel Jiménez Puertas75 interpreta que «en cierto modo puede pensarse que estos linajes, incluida la familia real, se disputaban la posesión de este espacio concreto, el sector occidental de la Vega granadina, dadas las dificultades de ampliar su riqueza a costa de los bienes de los campesinos de las restantes alquerías. Estas alquerías en mano de la aristocracia estaban, por otra parte, muy despobladas, con un aprovechamiento extensivo de tipo ganadero, así como una explotación agrícola por medio de la aparcería». 2.1.18. Dār Wahdān

Esta casa, cuyo nombre podemos entender como la «Casa de Wahdān» o la «Casa del Foso», estaba situada en la Vega de Granada, posiblemente en los actuales términos de la Malá, Las Gabias y Churriana76. Aparece mencionada en el siglo XIV por Ibn al-Jaṭīb77, quien le otorga la denominación de alquería. Al margen de esta mención, no se tiene más información de esta propiedad en las fuentes árabes nazaríes. 2.1.19. Al-Dār al-Ŷadīda

«La Casa Nueva» no aparece mencionada en los textos del siglo XIV, teniendo que esperar hasta el XV

472

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

para hallarla reflejada en un acta de permuta, de fecha 2 de ḏū l-qa‘da de 876 (18 de abril de 1472), incluida en los documentos arábigo-granadinos de Seco de Lucena78. Al parecer, esta propiedad estaba situada en la Vega granadina y, más concretamente, en Pinos Puente, lindando «a Mediodía con el camino, al Norte con al-Dimašqī, al Este con el camino y al Oeste con el balate y el camino». Ya en época cristiana, fue identificada con una Dar Gedid79. Este paraje figura entre los enclaves de la Vega arrasados por el Condestable don Álvaro de Luna en 1431 aunque bajo el nombre de Daralichet, tal vez derivado de la Daralchedid que aparece mencionada en textos del siglo XVI80. 2.1.20. Dār al-‘Arūsa

La poéticamente llamada «Casa de la Novia» o «de la desposada» debía de constituir una considerable almunia que coronaba el Cerro del Sol, situado a levante de la Alhambra y muy cercano al palacio del Generalife81. Esta mansión pudo ser erigida en el siglo XIV, tal vez en tiempos del emir nazarí Muḥammad V (755-760/13541359; 763-793/1362-1391), estando su denominación curiosamente inspirada en una figura nupcial femenina, lamentablemente imposible de identificar82. Se sabe que esta magnífica residencia contaba con considerables proporciones, así como que tenía una posición privilegiada, pues era el más elevado de cuantos palacios nazaríes existieron. Así lo indica el testimonio que el ya mencionado viajero alemán Jerónimo Münzer (m. 1508)83 dejara de su visita a Granada en 1494, tras describir los jardines del Generalife: Subiendo a otro monte más alto y contemplando la situación del lugar, hallamos una bellísima llanura con tres grandísimas torres —preciosas interiormente, medio derruidas en el exterior—, donde en otro tiempo los reyes de Granada tenían sus diversiones.

Un siglo más tarde, el humanista veneciano Andrea Navagero (m. 1529) constataba el lamentable estado de ruina de «Daralharoza»84, que también confirmaría en la misma centuria el escritor granadino Luis del Mármol Carvajal85 (m. 1600), quien tan solo llegó a ver los cimientos remanentes de este alcázar: Tenían asimesmo [los sultanes nazaríes] otro palacio de recreación encima de éste [el Generalife], yendo siempre por el cerro arriba, que llamaban Darlaroca, que quiere decir palacio de la novia: el qual nos dixeron que era uno de los deleitosos que habia en aquel tiempo en Granada. Porque se extiende largamente la vista à todas partes; y agora esta derribado, que solamente se ven los cimientos.

Como lugar de esparcimiento que debió de ser, este considerable conjunto palaciego contaba con placenteras instalaciones, tales como un baño árabe (ḥammām), murallas defensivas que lo rodeaban y numerosos jardines interiores, cuyo suministro de agua, necesario tanto para su funcionamiento y riego como para el consumo humano, dependía de la Acequia Real, siendo elevada desde una mina por una noria, de cuyo pozo se conservan algunos vestigios. Una alberca, cuyos restos también pueden hoy día visitarse, presidía asimismo el palacio. Las excavaciones realizadas han mostrado que el palacio contaba además con tres patios diferentes, existiendo una serie de habitaciones alrededor de uno de ellos, con indicación de alcobas en sus extremos, que debían de constituir una zona reservada para las mujeres, los niños y la servidumbre, al igual que puede actualmente advertirse en algunas grandes mansiones marroquíes86. 2.1.21. Dār al-Horra

Situado en el barrio del Albaicín, en lo que se conoce como la Alcazaba antigua (al-Qaṣba al-qadīma) de Granada, este palacete fue supuestamente erigido sobre el solar que en un principio ocupaba el Palacio del rey Bādīs b. Ḥabūs, alcázar zirí del siglo XI87, que en época andalusí albergaba el gobierno local de la ciudad hasta el siglo XIII, con el establecimiento de la dinastía nazarí 88. Fue el fundador de esta última, el emir Muḥammad I (629-671/1232-1273), quien decidió no mantener la funcionalidad del edificio, prefiriendo fijar la sede de su nuevo reino en la incipiente Alhambra dada su mayor situación estratégica. A pesar de ello, parece que esta mansión fue conservada, de manera que en el siglo XV el terreno que ocupaba fue convertido en la llamada «Huerta alta de la Alcazaba antigua» [al-ŷanna al-‘ulyà min al-Qaṣba al-qadīma]. Dicho predio fue vendido en el año 1448 por el emir Muḥammad IX «el Zurdo» (1419-1427; 1430-1431; 1432-1445; 851-857/1447-1453) a su hija ‘Ā’iša, futura esposa de Muley Hacén (869-887/14641482) y madre de Boabdil (887-888/1482-1483; 892897/1487-1492)89. Sería en dicha parcela sobre la que, pocos años más tarde, fuera edificada la hermosa mansión real de Dār al-Horra, «la Casa de la Señora», con los siguientes lindes: «estaba delimitada al Norte por el Callejón de las Monjas, al Este por la Calle del Pilar Seco, al Sur por la Calle de Santa Isabel la Real y la Plaza de San Miguel Bajo, y al Oeste por el Carril de la Lona»90. Aunque sobre la fecha de su construcción han sido ofrecidas diferentes versiones, la más aceptada es la que apunta a que este palacete fue erigido en la segun-

da mitad del siglo XV, como señaló Manuel GómezMoreno91. Por su parte, Antonio Almagro Cárdenas92, haciéndose eco de una tradición legendaria, afirma que esta casa palaciega había sido construida un siglo antes por el emir nazarí Yūsuf I (733-755/1333-1354) para alojar en ella a una de sus esposas, posiblemente a su concubina Qamar «de cuya fidelidad tuvo sospechas en cierta ocasión». Sea como fuere, lo cierto es que el palacio de Daralhorra es, sin duda alguna, el edificio nazarí en el que más claramente se evidencia su carácter de residencia real destinada a una mujer. Ello se debe a su propia denominación, en árabe Dār al-Ḥurra («la Casa de la Noble» o «de la Señora»), perfectamente indicativa de que dicho edificio fue edificado en honor de la sultana nazarí que lo habitó. Al parecer, dicha mujer pudo ser ‘Ā’iša, la madre de Boabdil (887-888/1482-1483; 892-897/1487-1492), la cual se dice que ya vivía en esta hermosa casa cuando se produjo el adulterio de su esposo, Muley Hacén con la cristiana cautiva Soraya, teniendo dicho sultán que separar a ambas féminas en residencias distintas. Así lo indica el testimonio de Hernando de Baeza, según el cual el emir aludido trasladó a su nueva mujer cristiana a una vivienda próxima a Daralhorra, mientras que intuimos que su repudiada esposa legítima, ‘Ā’iša, permaneció en su casa habitual93. Tras la conquista cristiana de Granada de 1492, el Palacio de Daralhorra pasó, junto con otras haciendas nazaríes, a manos de los Reyes Católicos, quienes las repartieron entre su nobleza. En un principio, esta mansión fue cedida a Hernando de Zafra, secretario de los referidos monarcas94, si bien la Reina Isabel le exigiría más tarde a este último su devolución para donarlo, en el año 1501, a las monjas franciscanas clarisas con la intención de fundar un convento, llamado de Santa Isabel La Real en honor de la mencionada soberana95. El otrora palacio nazarí quedaba, así, embebido en dicho edificio conventual hasta la década de 1920, en que Leopoldo Torres Balbás lo adquirió para el Estado, lo restauró y lo recuperó; de ahí que hoy siga conservando parte de su esencia árabe. La casa en sí constaba de dos plantas y una torre con varios juegos de ventanas, estando la primera de ellas dotada de un patio cuadrangular con una pequeña alberca central que, por medio de un sistema de acueducto, se surtía del agua de la acequia de Aynadamar96, disposición típica de la arquitectura doméstica islámica. Lamentablemente es muy escasa la decoración nazarí que se conserva actualmente en el monumento, sobre todo en su planta primera, en la cual quedan únicamente algunas inscripciones coránicas pintadas en el

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

473

alero de madera de los cuatro lados del patio97, junto a otros motivos ornamentales incompletos de yesería, epigrafía y azulejos con estrellas de diez radios que, en teoría, cubrían originalmente las paredes y que podemos imaginar similares a los de la casa madre nazarí, la Alhambra. Y es que «en las habitaciones del interior hay vestigios que demuestran, con más elocuencia aún, el lujo que ostentaría en otro tiempo, esta mansión de los reyes Nazaritas»98. La planta segunda sí alberga mayor cantidad de elementos decorativos originales, debido a que la menor altura de sus techos imposibilitó la construcción de entreplantas modernas99. Es en este nivel donde se hallan tres arcos profusamente decorados con atauriques que abren la galería hacia el patio, así como se conservan las tacas de la entrada a la sala principal y alguna decoración epigráfica en esta última. En dicha sala hay un mirador orientado hacia el Albaicín, siendo «el único lugar del palacio rico en decoración original, la cual solo se conserva en la fachada oriental»100. En cuanto a la torre de esta casa, es de forma rectangular y remata el edificio ofreciendo unas espectaculares vistas entre ellas la de la Alhambra. 2.1.22. Dār al-Jābiya

Bajo la curiosa denominación de «la Casa de la Tinaja» [Dār al-jābiya], hallamos mencionada una casa, lamentablemente no conservada, en un poema que el poeta y secretario de la Alhambra Ibn al-Ŷayyāb (m. 749/1349) compuso para que fuese inscrito sobre uno de sus arcos. Lamentablemente, nada se sabe de su ubicación. Dicha residencia, erigida en tiempos del emir Yūsuf I (733-755/1333-1354), debía de ser magnífica y de estar dotada de una gran suntuosidad decorativa, pues de ello dan buena cuenta los referidos versos101: Tengo más gloria que las casas grandes, manifiesta a los corazones y a las miradas, ellas están adornadas con las más maravillosas alfombras de seda con hileras de oro; pero yo he reunido religión y mundo por lo que me puedo enorgullecer sobre todas las casas. Sostén de la vida en el agua cristalina que mana de mi cielo fecundo. Hay en ella lluvia para la sed, Curación para el enfermo, bebida para el sano; si piensas en la Fe, es una obligación que está en un hadiz que procede del Elegido; Él es la élite de la humanidad y estará [en] el día del juicio lleno de luz. Y con mi Señor Yūsuf [I] serán completos gloria y mi mérito con el único en grandeza y en nobleza.

474

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

¡Continúen, en su alto Reino, las construcciones, alto de gloria y excelso de grado! 2.2.

Huertos (ḥušūš) 2.2.1. Ḥušš al-ṣihāb

De este «Huerto atribuido a los Gobernadores» tan solo sabemos que existía en el siglo XIV, en plena época nazarí, según la mención que le dedica Ibn al-Jaṭīb102. 2.2.2. Qariyat Ḥušš al-Daŷŷāŷ

La llamada «Alquería del Huerto de las Gallinas» aparece igualmente citada por Ibn al-Jaṭīb103, dentro de la relación de predios existentes en los contornos de Granada en el siglo XIV, si bien se sabe de su existencia también en el siglo XV. En cuanto a su ubicación, consta que estaba emplazada en la Vega104. 2.2.3. Qariyat Ḥušš Nūḥ

Consta por el autor de la Iḥāṭa105 la existencia en el siglo XIV de la «Alquería del Huerto de Noé», la cual pasó a ser denominada posteriormente Macharonoh en los libros de habices, expresión seguramente derivada del árabe Maŷšar Nūḥ o «Cortijo de Noé» que indica su conservación durante los siglos XV y XVI. Al parecer, estaba situada en la Vega granadina106. 2.2.4. Qariyat Ḥušš al-Jalīfa

De esta «Alquería del Huerto del Califa» tan solo tenemos su mención por Ibn al-Jaṭīb 107, indicativa de su existencia en el siglo XIV, sin que se tenga más información al respecto. 2.2.5. Ḥušš al-Kawbānī

Existente en el siglo XIV, según se menciona en la Iḥāṭa108. 2.2.6. Ḥušš al-Ma‘īša

Al igual que en el caso precedente, este predio aparece citado en la XIV centuria por Ibn al-Jaṭīb109, pudiendo ser su denominación interpretada como «el Huerto de la Vida». 2.2.7. Ḥušš al-Silsila

Este «Huerto de la Cadena», en el sentido de «sucesión», es igualmente mencionado por Ibn al-Jaṭīb110 en el siglo XIV sin que se tengan más datos al respecto. 2.2.8. Ḥušš Būmil

De este predio tan solo se sabe su existencia por el ya mencionado Ibn al-Jaṭīb111.

2.2.9. Ḥušš al-Qaṣīra

Este «Huerto de la Pequeña», tal vez haciendo referencia a una mujer de baja estatura, o también «Huerto de la recatada» existía en el siglo XIV según la Iḥāṭa112. 2.2.10. Ḥušš ‘Alī

El llamado «Huerto de ‘Alī» debió de pertenecer a alguna figura masculina que respondiese a dicho nombre113. 2.2.11. Ḥušš Banī l-Rusīliyya

Bajo la curiosa denominación del «Huerto de los descendientes de Rosalía (¿?)», aparece también referida esta propiedad en el siglo XIV por parte de Ibn al-Jaṭīb114. 2.2.12. Ḥušš Raqīb

Tan solo sabemos que este predio era denominado el «Huerto del Guardia», según el autor de la Iḥāṭa115. 2.2.13. Ḥušš al-Ballūṭa

En la Vega de Granada también hallamos el «Huerto de la Bellota» o «de la Encina», término romance este último que, curiosamente, había calado en el árabe andalusí 116. Se sabe que existía en el siglo XIV a tenor de su mención por parte de Ibn al-Jaṭīb117. 2.2.14. Ḥušš al-Rawwās

Igualmente hallamos mencionado en la Iḥāṭa118 el «Huerto del Jifero», nombre de oficio que denotaba a la persona encargada de matar a las reses y que debió de ejercer el duelo original de este predio. Tan solo sabemos que, en pleno siglo XIV, dicha propiedad se hallaba situada en la Vega según indica Ibn al-Jaṭīb. 2.2.15. Ḥušš Marzūq

Finalmente, Ibn al-Jaṭīb119 nos menciona en la misma centuria el «Huerto de Marzūq» el cual, como ya sucedía en casos anteriores, debió de ser propiedad de algún hombre así denominado, sin que poseamos más información al respecto. 2.3.

Huertas (ŷannāt / ŷinān) 2.3.1. Ŷannat al-’arīf

La célebre «Huerta del Alarife», más comúnmente conocida hoy día como el Generalife, es por su importancia la primera propiedad que inaugura este apartado dedicado a las almunias de Granada. Sin embargo, dada la extensa bibliografía dedicada hasta la fecha a su estudio, nos limitaremos tan solo a su mención.

2.3.2. Ŷannat al-‘arḍ

La llamada «Huerta de la Amplitud» o «de la falda de una montaña» pertenecía al patrimonio real nazarí y se hallaba situada en el cinturón de Granada. Consta su existencia, por Ibn al-Jaṭīb, en el siglo XIV120. 2.3.3. Ŷannat al-Ḥufra

«La huerta de la Hoya» era, igualmente, propiedad del patrimonio real nazarí en el siglo XIV121. Su nombre quedó inmortalizado como La Ofra, siendo este un pago de la Vega de Granada que se extiende «desde el callejón de las Vacas, junto al río Beiro, hasta la acequia de Náujar, camino de Santafé»122. 2.3.4. Ŷannat al-najla al-suflà

La «Huerta baja de la Palmera» debía de estar ubicada en los alrededores de la capital nazarí, siendo incluida por Ibn al-Jaṭīb entre las diecisiete huertas que cita de entre las treinta que pertenecían a la dinastía nazarí123. 2.3.5. Ŷannat al-najla al-’ulyà

Por su parte, la «Huerta alta de la Palmera» debía de compartir una ubicación similar al predio anterior, estando constada igualmente su existencia en el siglo XIV124. 2.3.6. Ŷannat al-ŷufr

Esta «Huerta del Barranco» o del Jorfe ha sido identificada con el «jardín del barranco». Era una de las muchas almunias que rodeaban Granada en el siglo XIV, estando situada posiblemente en el actual término de Atarfe, dada la conservación del topónimo Ajorfe derivado, seguramente, de este enclave125. 2.3.7. Ŷannat ‘Iṣām

En el arrabal del Naŷd o Realejo se encontraba, supuestamente, esta almunia denominada la «Huerta de ‘Iṣām», sin que se sepa quién fue la figura que le dio nombre. Aparece mencionada en un documento del año 1491 como propiedad perteneciente a Boabdil quien, a decir del documento, la parceló y vendió. La casa principal de esta finca se hallaba en el centro de la misma, habiendo sido identificada con el Qaṣr Naŷd [«Alcázar del Naŷd»] erigido en tiempos del califa almohade Abū Mālik ‘Abd al-Wāḥid al-Majlū‘ (620/1224)126. 2.3.8. Ŷannat Madraŷ Naŷd

La «Huerta del sendero del Naŷd», perteneciente al patrimonio real, es también citada por Ibn al-Jaṭīb, si bien no es posible su localización por no disponer de más datos de la misma127.

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

475

2.3.9. Ŷannat al-ḥurra Buṯayna

Esta célebre «Huerta de la Horra Buṯayna», cuya mención fue rescatada por Luis Seco de Lucena, estaba emplazada en la zona que hoy constituye el bajo Albaycín y, más concretamente, «en [el barrio de] Ajšāriš, dentro del recinto de la capital de Granada», siendo ubicada en la Plataforma de Ambrosio de Vico (1590) en el solar del que luego ocuparía el desaparecido convento de Nuestra Señora de la Victoria, situado en las actuales calle San Juan de los Reyes y la cuesta del Chapiz128. Sin que se tenga más información acerca de esta referencial propiedad, la cual era «una finca muy conocida en aquellos parajes», su denominación parece apuntar a que pudo pertenecer a la única sultana de la dinastía nazarí documentada con el nombre de Buṯayna, es decir, una concubina del emir Yūsuf I (733-755/1333-1354) y madre de su primogénito Muḥammad V129. 2.3.10. Huerta de Daravenar

Situada muy cerca de Granada, esta propiedad está documentada en el siglo XIII, siendo que albergaba una casa de campo conocida como los palacios de don Nuño por haberse hospedado en ella el conde don Nuño González de Lara durante su exilio político de la corte de Castilla en tiempos de Alfonso X130. 2.4.

Otras denominaciones

Bajo otras denominaciones, encontramos por último célebres propiedades como lo fueron las siguientes: 2.4.1. Qaṣr al-Sayyid

Aunque construido en época almohade, concretamente en el año 615 (1218-1219), la dinastía nazarí heredó este hermoso palacete, conocido como Qaṣr al-Sayyid o «Alcázar del Señor»131 y, más tarde, como Alcázar Genil por estar situado extramuros de la ciudad y a la orilla de dicho río. Esta casa comenzó a formar parte del patrimonio real de la dinastía de la Alhambra desde sus propios comienzos, siendo empleada como residencia de huéspedes durante el gobierno de los emires Muḥammad I (629-671/1232-1273) —quien alojó en ella al infante castellano don Felipe, cuando este huyó de la corte del rey Alfonso X— y Muḥammad II (671-701/1273-1302) —el cual hospedó en este palacio al sultán ḥafṣí de Tunez Abū Isḥāq Ibrāhīm—132. Sin embargo, fue bajo el próspero reinado de Yūsuf I (733755/1333-1354) cuando el edificio pudo sufrir su primera gran remodelación. El poeta cortesano nazarí Ibn Zamrak (dp. 797/dp. 1395)133 ponderó en sus versos la belleza de este palacio cuando el emir Muḥammad V salió a pasear por él:

476

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

¡Qué bella es tu alberca! El céfiro teje en ella cotas de malla, bajo los gallardetes de los árboles. La murta la rodea con su oscuro bozo, y todo el que ama el bozo la excusará. Besa con la boca de las flores la mano de un Califa, por cuya fluyente generosidad no te hará falta lluvia. Pon, como tapiz, bajo sus sandalias la mejilla de la rosa... Ensarta el canto de los pájaros como loas suyas, y esparce con tus flores dracmas y perlas.

Esta almunia real contaba, como era de esperar, con hermosas y vastas huertas, que eran regadas con el agua procedente de la Acequia Arabuleila, la cual se surtía del cercano río Genil, como expresan las palabras de Andrea Navagero (m. 1529): «Otro palacio [granadino] que aún se conserva en una buena parte, con hermoso jardín y gran estanque y con muchos arrayanes, el cual se llama el Huerto de la Reina, lugar también muy apacible». Esta denominación resulta acorde con aquella de Jardín de la Reina con la que, más tarde, apareciese este edificio mencionado en ciertos documentos relativos a la Acequia Gorda de la Vega granadina, también alimentada del río Genil134, y quedase conocida la zona en la actualidad. 2.4.2. Ḥawr Mu’ammal

Finalmente, referiremos otra huerta destacada de los contornos granadinos, la de Ḥawr Mu’ammal o «Alameda de Mu’ammal». Según indica la Dra. Celia del Moral135, se trataba de «un lugar de placer en los alrededores de Granada», ya que debió de estar situada en la zona urbana que actualmente corresponde a la ribera del Genil, el Paseo de los Basilios y el paseo de la Bomba, por lo cual debía de corresponder con parte del arrabal del realejo o Naŷd136; una zona, a decir del geógrafo del s. XIV al-’Umarī, que estaba plagada de numerosos palacetes y jardines. Esta almunia aparece curiosamente mencionada con el término árabe ḥawr [«alameda»], seguramente debido a los numerosos álamos que crecían en las orillas del río Genil, debiendo su nombre a un personaje llamado Mu’ammal, quien fuera liberto del rey de la taifa zirí Bādīs b. Ḥābūs; por lo tanto, debió de ser fundada en el s. XI. Un poeta granadino del siglo XII, llamado Abū Ŷa’far Ibn Sa’īd (m. 559/1163), dedicó un poema báquico a esta hermosa propiedad, lo cual es indicativo de que esta mansión acogía largas tertulias literarias137, pues también alabó los amaneceres que desde ella se contemplaban: ¡Detente en Ḥawr y acampa en él, allí donde las esperanzas agitan sus alas!

¡Adelántate a él antes que desaparezca el rocío, mas no lo visites sin cantantes ni vino! ¡Quédate donde el céfiro se abastece de almizcle, que proviene de la fragancia del llano! Allí las ramas se inclinan unas sobre otras, como pliega los talles el reposo; y una luz desgarra la túnica de la mañana, cual desgarran los vientos los velos del rocío. ¡Cuántas veces llegué a él sereno y me hizo danzar el vino al caer la tarde!

Otro poeta ya mencionado, al-Šaqundī, también cantó a la hermosura de esta finca, alabando el céfiro del Naŷd y el panorama de su Ḥawr «que encantaban ojos y corazones, sutilizando las almas»138. Con el paso de los siglos esta almunia pasó a manos de los Nazaríes, pues consta que seguía existiendo en el Reino de Granada, pues la cita bajo el mismo nombre Ibn al-Jaṭīb.

3. Las almunias de

Málaga

Como gran ciudad del Reino Nazarí que fue, Málaga contaba igualmente con un paisaje fértil que permitió la construcción de almunias, cálido entorno al que hay que añadir la feliz circunstancia de su puerto y de su salida al mar; así lo expresó, de hecho, en el umbral de la época nazarí al-Šaqundī (m. 628/1231) en su célebre Risāla fī faḍl al-Andalus [«Epístola de elogio de al-Ándalus»], para quien «Málaga reúne las dos perspectivas de mar y tierra, con viñas que se suceden sin interrupción»139. Ya en el siglo XIV, al-‘Umarī (m. 749/1349) describía Málaga como «una ciudad magnífica donde hay frutos en abundancia» en su obra Masālik al-abṣār fī mamālik al-amṣār [«Caminos de las miradas, sobre los reinos del mundo»]140, si bien no sería hasta llegar a la figura de Ibn al-Jaṭīb cuando encontremos las descripciones más extensas e intensas del verdor de la ciudad. Es en su obra Mufājarat Mālaqa wa-Salà [«Parangón entre Málaga y Salé»], donde el visir nazarí alaba la fertilidad, los edificios, la prosperidad y el esplendor de esta ciudad, entre otras cualidades que la hacían superior a la frontera urbe magrebí 141. Asimismo, resaltaba este autor nazarí «la fertilidad de sus cultivos [...], su llanura, alcázares y jardines» y el hecho de que «toda su campiña es como un animado hipódromo entre mar y jardines», llegando a comentar la prosperidad malagueña en sus «jardines de aspecto maravilloso, los alcázares construidos en las faldas de las montañas, la huertas de espesa sombra, las albercas que murmuran con su agua dulce y límpida»142. Finalizaba Ibn al-Jaṭīb su per-

sonal elogio de Málaga concluyendo que «si hablamos de esplendor, aquel que pretenda que no hay en el mundo ciudad más espléndida que Málaga en punto a majestad, ni más abundante en plantaciones y viñedos, ni de flores más olorosas, ni de días más claros, puede hacerlo sin miedo de que sea desmentida su opinión [o de que tenga que sonrojarse por su preferencia]. Toda ella es un puro vergel, pila y abrevadero; jardines recamados por los arroyos y en los que gorjean los pájaros»143. Este ambiente suave y costero dio como resultado un enclave ideal para erigir almunias, como señala el propio Ibn al-Jaṭīb quien, en el mismo tratado, habla de «los blancos alcázares y de las extensas fincas que hay en Málaga»144, huertas que según afirma «se parecen a las estrellas del cielo, por su gran número y por el esplendor de su brillo». El mismo autor atestigua que «[en días más recientes], hasta esta misma época, se han levantado [en Málaga] tantas otras [fincas] que no pueden contarse: huertos que llenan la llanura y el monte y sobrepasan cualquier exigencia, donde no hay leones que impidan las largas caminatas, por la mañana o por la tarde, ni ladrón que obligue a las gentes a ocultarse en las casas»145. A su paso por la ciudad malagueña en la misma centuria, el tangerino Ibn Baṭṭūṭa (m. 770/1368-1369) la describió como «una de las capitales de al-Ándalus y de las más hermosas, aúna las ventajas de mar y tierra, y abunda en productos y frutos»146. Una vez atravesado el marco cronológico del Reino de Granada, sería Hernando del Pulgar (m. 1492) quien aludiese al elevado número de huertas situadas en los arrabales de Málaga. Aunque sigamos alejándonos de la cronística árabe, lo cierto es que los Libros de Repartimiento también confirman esta información, ofreciendo datos muy precisos; entre ellos que, junto al río, había una almunia dotada de una mezquita y de varios molinos, así como otra mansión, situada a media legua de la ciudad y en dirección a Vélez, denominada Audelehi, nombre que tal vez podría corresponder al de ‘Abd Allāh147. 3.1.

Huertas (ŷannāt / ŷinān) y Almunias (munà) 3.1.1. Ŷannat / Munyat al-Sayyid

Esta es, sin duda, una de las almunias más célebres de la Málaga nazarí. Como explica la obra anónima Al-Ḥulal al-mawšiyya148, fue erigida por orden el califa almohade Abū l-’Alà Idrīs al-Ma’mūn en el año 623 (1226), siendo nombrada en su honor, pues dicho soberano había ejercido el cargo de sayyid o gobernador en la ciudad antes de ser investido califa. Esta vivienda fue propiedad real, por lo tanto, primero de los Almohades y, más tarde, de los Nazaríes.

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

477

La «Huerta de al-Sayyid» es, sin duda alguna, uno de los casos en los que mejor se evidencia la gran diversidad de sustantivos aplicados a este tipo de propiedades: consta por los textos árabes su mención como munya [«almunia»], como qaṣr [«alcázar»], riyāḍ [«jardín»] y como ŷanna [«huerta»], bajo cuya rúbrica la hemos clasificado. Es el propio Ibn al-Jaṭīb (m. 776/1374) el que confirma su carácter de almunia al relatar cómo se produjo el asesinato del emir nazarí Muḥammad IV (725-733/1325-1333) en Gibraltar un miércoles 13 de ḏū l-ḥiŷya de 733 (25 de agosto de 1333). Según recoge este autor tanto en su Iḥāṭa149 como en su Lamḥa150, tras su fallecimiento «el [emir] asesinado fue trasladado a Málaga, siendo enterrado en el jardín colindante con la almunia de al-Sayyid (fa-dufina ‘alà ḥāli-hi tilka bi-riyāḍ taŷāwara munyat al-Sayyid)». Sin embargo, el mismo autor menciona este mismo predio con el término «jardín» (riyāḍ) en otro punto de su obra cuando, tras especificar cuándo se produjo su construcción, afirma que «el jardín de al-Sayyid (riyāḍ al-Sayyid) [...] está [situado] en la orilla del río de Málaga», el Guadalmedina151. El visir nazarí es quien mejor describe esta propiedad en un fragmento en el que la alude como huerta (ŷanna): «En punto a edificios [de Málaga] [...], bastará citar la Huerta de al-Sayyid (ŷannat al-Sayyid). ¡Qué primor de jardín (ŷanna), que promete una próxima cosecha, y de casa de altos techos, cuyo mérito y excelencia saltan a la vista!». Con el mismo término menciona en el siglo XV esta almunia el también poeta de la Alhambra Ibn Furkūn, quien afirma haberle recitado un poema al emir Yūsuf III «en el Jardín de al-Sayyid (Riyāḍ al-Sayyid), situado extramuros de Málaga»152. Otros textos refieren directamente esta almunia como el Alcázar de Málaga, como se detiene a explicar el poeta al-Ṣayyib, quien cuenta cómo, en cierta ocasión, felicitó al emir nazarí Muḥammad IV y le recitó una poesía «en el Alcázar de Málaga, conocido con el nombre de al-Sayyid, en el año 732 (1331-1332)»153, denominación que también recoge el Dīwān del propio emir Yūsuf III (810-820/1408-1417), en el que este predio es mencionado como «el Alcázar de al-Sayyid de Málaga»154. Tres fueron, por lo tanto, al menos los emires que residieron, aunque temporalmente, en esta almunia: el ya aludido Muḥammad IV (725-733/13251333) —cuando se alojó en ella a su regreso del Magreb, a donde se había dirigido a pedir auxilio militar al emir meriní Abū l-Ḥasan (731-752/1331-1351)—; el sultán Yūsuf I (733-755/1333-1354) —cuando se instaló en esta almunia para celebrar la fiesta del sacrificio (‘īd al-aḍḥà) del año 742 (1342)—; y, por último, Yūsuf III para celebrar la fiesta de la Ruptura del ayuno del final de ramadán (‘īd al-fiṭr), del año 815 (1413).

478

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

Ya en época cristiana, esta almunia sería referida en los textos castellanos como «Huerta del Rey», tal como lo reflejan los testimonios de Medina Conde —quien la situó por detrás de la Iglesia de Sto. Domingo de Málaga—, Hernando del Pulgar y Alonso de Palencia —quien revela que se trataba de una mansión fortificada, próxima a los muros [de la ciudad] y rodeada de huertos, así como preparada para cuando el rey moro viniese a Málaga—155. 3.1.2. Munyat Ibn Ḍabbūn

«La Almunia de Ibn Ḍabbūn» estaba, al parecer, situada en la ruta que conducía desde Málaga a Granada, quedando equidistante entre la capital malagueña y Bezmiliana, según especifica el geógrafo árabe al-Idrīsī (m. 560/1165). No sabemos si esta almunia se seguía conservando en época nazarí156. 3.1.3. Ŷannat Banū ‘Iyāḍ

Se trata de una huerta, según Ibn al-Jaṭīb157, perteneciente a los Banū ‘Iyāḍ, saga familiar destacada en la jurisprudencia durante la época nazarí. El texto en sí refiere que uno de sus miembros, Abū l-Faḍl ‘Iyāḍ b. Muḥammad al-Yahṣubī, fue enterrado en una rauda [panteón familiar] en el año 630 (1233), la cual estaba situada en una huerta (ŷanna) que este poseía en el arrabal oriental de Málaga. Consta que un antepasado de este personaje, llamado Muḥammad, vendió de hecho todas las propiedades que tenía en Ceuta para poder comprar una finca (ḍay’a) en las afueras de dicha ciudad, a decir también de los textos árabes158. 3.1.4. Ŷannat Ibn Ḥassūn

La inclusión de este topónimo como propiedad plantea cierta duda. Maribel Calero y Virgilio Martínez interpretaron que sí se trataba de una huerta o finca, a partir de un testimonio documental en el que se especifica cómo un personaje, llamado Abū ‘Āmir Muḥammad Ibn Ḥassūn al-Kalbī, fue inhumado en «en su huerta de Málaga» (dufina fī ŷinnāni-hi bi-Mālaqa), dándole a este término el sentido de almunia159. Sin embargo, es sabido que numerosos autores árabes, como Ibn al-Jaṭīb, emplean el término ŷanna o su plural, ŷinān, para hacer referencia a un cementerio, debido a que las necrópolis solían contar con espacios ajardinados. Así sucedía, por ejemplo, en el cementerio real de la Rawḍa alhambreña, mencionado en los textos árabes como maqbarat al-ŷinān. 3.1.5. Ŷannat Ibrāhīm al-Ŷundī

Semejante es el caso de otra propiedad, atestiguada como «la Huerta de Ibrāhīm al-Ŷundī» en función de

un dictamen jurídico compilado por el jurista argelino al-Wanšarīsī (m. 914/1508), en el que el visir de la corte nazarí, Abū l-Nu’aym Riḍwān (m. 760/1359), expresaba su opinión en lo relativo a un litigio acaecido en la capital, Granada. La querella se había producido cuando un tal Ibrāhīm al-Ŷundī compró una huerta (riyāḍ), ubicada en el arrabal oriental de Málaga160, a una mujer llamada ‘Ā’iša, siendo que otra mujer fue asesinada en dicho predio antes de haberlo adquirido el comprador mencionado. El término con el que es mencionada esta problemática propiedad es riyāḍ, que en muchos casos se emplea para mencionar un panteón familiar, como el propio cementerio real de la Rawḍa en la Alhambra. 3.1.6. Ŷannat Ibn Sālim

Son pocas las noticias que se tienen de esta huerta, mencionada en un pasaje de la Ŷannat al-riḍā’ del cronista nazarí Ibn ‘Āṣim (m. 857/1453)161. Dicho fragmento relata cómo, en cierta ocasión, el emir nazarí Muḥammad IX El Zurdo se dirigió a Málaga y acampó algo más arriba de la ciudad, «en una huerta conocida como Huerta de Ibn Sālim» (ŷannat al-ma’lūma hunālik li-Ibn Sālim) que, supuestamente, debía de encontrarse en el camino que conducía desde Málaga a la Axarquía. En cuanto a la identidad del personaje que dio nombre a dicho predio, posiblemente se tratase de la misma figura de la alhóndiga de Ibn Sālim, existente en Málaga en el siglo XV162.

4.

Las almunias de Almería

Por último, nos queda situar la existencia de almunias en la otra gran ciudad del Reino Nazarí: Almería. Consta que en esta urbe existieron propiedades de este tipo, si bien los datos que se han conservado al respecto son bastante más escasos que en los dos casos precedentes. Dada la sequedad del paisaje almeriense, dichos predios debieron de estar ubicados en los márgenes del río Andarax, anteriormente denominado wādī l-Baŷŷāna [«río o valle de Pechina»]. Así lo confirma, de hecho, el geógrafo árabe ceutí al-Idrīsī (m. 560/1165) en su célebre obra Kitāb Nuzhat al-muštāq fī ijtirāq al-āfāq [«Libro del Deleite de aquel que desea viajar a través de los climas»], en la que afirma que «este valle, que toma su nombre de Pechina, se encuentra a cuatro millas de Almería y en torno a él hay jardines, huertos y molinos (ŷannāt wa-basātīn waarḥā’)»163. Al hablar de Pechina en sí, afirma este mismo autor que «en torno a Pechina hay abundantes huertas, jardines, casas de campo, cármenes y riquezas (ŷannāt wa-basātīn wa-mutanazzināt wa-kurūm wa-amwāl kaṯīra) que poseen los almerienses»164.

En el siglo XIV, Ibn al-Jaṭīb confirma esta información en su declaración siguiente, que inserta en su obra Mi‘yār al-ijtiyār [«El patrón de medida escogido»]165: «[La ciudad de Almería] tiene lugares de distracción nocturna; y su río, mejor que el de otras ciudades, atrae a los inteligentes para su contemplación, porque a ambas riberas lo contornean árboles, cuyas ramas caen sobre las aguas. Estos árboles, vides y olivos están cuajados de uvas y aceitunas». Aunque fuera de los márgenes cronológicos del Reino Nazarí, merece la pena citar la descripción que a este paisaje rindió el cronista oriental al-Maqqarī (m. 1041/1632) en su célebre obra Nafḥ al-ṭīb166: «El valle de Almería tiene una longitud de 40 millas aproximadamente, compuesto de espléndidos jardines y fértiles huertos (basātīn bahŷa wa- ŷannāt naḍra)». Además, el último tramo de la Vega (faḥṣ) se extendía por el litoral almeriense hasta el Cabo de Gata. De todas estas almunias que, supuestamente, debían de acompañar el curso del río Andarax se tienen noticias únicamente de dos, gracias al testimonio de sendos geógrafos que, aunque escribieron desde distintos puntos del mundo islámico, lo hicieron en una época muy parecida: el granadino Abū l-Ḥasan Ibn Sa’īd al-‘Ansī167 (m. 685/1286-7) y el damasceno Abū l-Fiḍā’168 (m. 732/1331). Del testimonio combinado de ambos autores se adivina que «entre los lugares de recreo de Almería se encuentran almunia de ‘Abdūs y la de Gassān, las Altiplanicies, la alberca de Azófar, y la fuente Alejada (‘ayn al-naṭīya). Su río es de los mejores». Añade además el último autor que, entre sus términos, se encuentra el castillo de Senés, a una etapa de ellas, lo que permite una cierta localización de estas fincas. Sin embargo, uno de los testimonios más elocuentes al respecto no proviene de voces árabes sino de alguien ajeno a esta cultura, el ya mencionado Jerónimo Münzer quien, curiosamente, entró en el antiguo reino nazarí procedente del Levante peninsular por la comarca de Almería. Su minucioso testimonio refleja la continua sorpresa del viajero ante la frondasa verdura extendida a lo largo del valle de Andarax, tan en contraste con las áreas desérticas de Tabernas, valle en el que abundaban fértiles huertos que recibieron sus mejores alabanzas169: El 18 de octubre, dos horas antes de la salida del sol, cabalgamos desde Tabernas dos leguas, y a la salida del sol vimos a lo largo de un hermosísimo valle y en las dos orillas de un pequeño río, tan apacibles huertas y campos con olivos, palmeras, higueras y almendros, como recorriéramos un paraíso. Vimos también allí un acueducto, que en gran abundancia conduce el agua a la ciudad, desde un vivo manantial a una milla larga. Luego, al acercar-

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

479

nos a la ciudad, ¡oh, qué bellísimos huertos vimos, con sus cercas, sus baños, sus torres, sus acequias construidas al estilo de los moros, que no hay nada mejor!

Llama, igualmente, la atención la radiografía que Münzer realiza del interior casi derruido de la ciudad, así como sus apreciaciones sobre la medida de los Reyes Católicos de convertir espacios que debían de corresponder a almunias en monasterios, un caso que, como ya advertimos, también se había dado en la ciudad de Granada170: En el interior [la ciudad] está tan derruida que [...] a cualquier forastero que allí [Almería] llega con deseos de afincarse, se le da casa, huertos, campos y olivos gratuitamente, para que pueda vivir holgadamente. [...] Tres monasterios empiezan a echar raíces allí. El rey les dio en la ciudad un decoroso alojamiento, con ca­sas de los paganos y grandes y bellísimos huertos, con acueductos, riegos y canales, al estilo de los sarracenos. La mayor parte de las casas tienen pozos o acequias de agua dulce, en alto o en bajo, y piscinas de piedra171, yeso y de otras materias, para conservar el agua, porque los sarracenos son muy ingeniosos en construir acueductos.

Así, Münzer describe el solar del monasterio de la Orden de los Predicadores como «un lugar excelente, donde tienen preciosos y extensísimos huertos, con muchas palmeras y dátiles —que en otro tiempo pertenecieron a los más ricos de los sarracenos— de los cuales pueden vivir. Tienen muchas agua de manantial». En cuanto al monasterio de San Francisco, afirma el autor «que se le había dado un lugar mejor, pero no tan amplio, también con excelente agua de manantial que corre por un caño. En uno de los huertecillos vimos aquel famoso árbol de Egipto que da higos chumbos [...]. Y creo que se plantan más por adorno que por utilidad»172. La conclusión de Münzer es, sin duda, el sello más hermoso de su relato almeriense, pues exclama admirado173: ¡Oh, qué bellos serían estos huertos cuando estaban en su esplendor los sarracenos, que son muy habilidosos en la exquisita disposición de los huertos, de los frutos y de las cañerías, que si no lo ve uno, difícilmente se lo cree!

5.

Conclusiones

A lo largo de estas páginas, hemos intentado delimitar a partir de las fuentes tanto el concepto de almunia en el contexto nazarí como el paisaje en el que

480

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

este tipo de propiedades estaban por lo general emplazadas en las tres principales ciudades del Reino Nazarí: Granada, Málaga y Almería. Los testimonios recabados reflejan, sin duda, varias realidades. La primera de ellas es la mayor abundancia de información acerca de las almunias granadinas en comparación con la mayor parquedad textual existente en los casos malagueño y almeriense; las razones que pueden explicar esta desigualdad pueden deberse tanto a la mayor importancia de Granada por ser la capital del Reino, lógicamente reflejada en su mayor trascendencia historiográfica, así como al entorno mucho más propicio de la Vega, como enclave ideal en el que erigir una almunia, que los de los valles de las dos comarcas restantes. La escasez del término almunia como tal en las fuentes árabes no debe interpretarse como una falta de existencia de propiedades así denominadas en el solio nazarí, sino a una preferencia por parte de los autores por otro tipo de términos; así, las reiteradas menciones a casas (diyār) con jardines (basātīn), a huertas (ŷannāt) y cármenes (kurūm), entre otras denominaciones, pueden ser indicio suficiente para identificar almunias, dada la gran polisemia, ya demostrada, de la lengua árabe o la preeminencia de unos u otros elementos constitutivos de este tipo de predios. Por otro lado, cabría catalogar a las almunias como propiedades estivales de lujo, a las que la gente pudiente, entre ella la propia realeza nazarí, podía trasladarse durante las épocas de calor, así como fincas situadas a caballo en la franja comprendida entre las murallas de una medina y el espacio rural circundante, si bien consta la existencia de mansiones ubicadas intramuros de la ciudad, e incluso, en algunos de sus arrabales. Estas casas, dotadas de distintas instalaciones como establos, gallineros o molinos, debían de ser encaladas, adornando como puntos blancos el telón de los verdes paisajes nazaríes. Resulta, igualmente, más que evidente la fuerte dependencia de la existencia de una almunia de la cercanía del agua, fundamentalmente de un río; tal era el caso, ya demostrado, de las fincas nazaríes, siempre próximas a los valles pluviales del Darro y, sobre todo, del Genil, ambos fundamentales para el riego de sus vastos espacios verdes y para el consumo humano. De la misma manera hallamos emplazadas las almunias en el fértil valle de río Andarax en Almería. Esperamos con el elenco de ejemplos ofrecidos a lo largo de estas páginas haber contribuido a identificar y visualizar las almunias nazaríes en el paisaje nazarí, siendo conscientes de que, por mera razón de espacio, se han quedado bastantes de estas propiedades en el

tintero; desde aquellas que nos son mencionadas en el siglo XV como pertenecientes al rico patrimonio de las llamadas «reinas moras» —es decir, las mujeres del entorno familiar de Boabdil174 —, hasta aquellas propiedades que caprichosamente cedió Muley Hacén a su esposa favorita, Soraya, y a los dos hijos habidos con ella, desgajándolas del Tesoro Real175; indicios, sin duda, de la abundancia de estos ideales paraísos islámicos en tierras nazaríes.

18.

NOTAS

22.

1.

2.

3. 4.

5.

6.

7. 8. 9.

10. 11. 12. 13. 14. 15.

16.

17.

Asma Afsaruddin, 2002, «Garden», en Jane Dammen McAuliffe (ed.), Encyclopaedia of the Qur’ān, Leiden-Boston, II, pp. 282-287; Leah Kinberg, 2004, «Paradise», en Jane Dammen McAuliffe (ed.), Encyclopaedia of the Qur’ān, IV, pp. 12-19. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1989, Dīwān Lisān al-Dīn Ibn al-Jaṭīb al-Salmānī, ed. de Muḥammad Miftāḥ, Casablanca, Marruecos, Dār al-Ṯaqāfa li-l-Našr wa-l-Tawzī‘, vol. I, p. 425, n.º 345. Sobre la poesía andalusí dedicada a jardines, véase Celia del Moral Molina, 2009, «Jardines y fuentes en al-Andalus a través de la poesía», MEAH, 58, pp. 223-249; Celia del Moral Molina, 2013, «Entre alamedas y huertos floridos: la literatura árabe en los reinos de Granada», Andalucía en la Historia, 40, pp. 34-39. Reinhart Dozy, 19673, Supplément aux dictionnaires arabes, Leiden-Paris, E. J. Brill-Maissonneuve et Larose, II, p. 620. Emilio García Gómez, 1965, «Notas sobre la topografía cordobesa en los ‘Anales de al-Ḥakam’ por ‘Isà al-Rāzī», Al-Andalus (Madrid), 30, pp. 334-336. Dícese de los egipcios que profesan el cristianismo y cuyo origen se remonta a la época del antiguo Egipto, siendo su lengua descendiente del demótico. Para la biografía de este personaje, véase Consejo de Redaccion, 2004, «Ibn Faraḥ al-Qurṭubī, Abū ‘Abd Allāh», en Jorge Lirola Delgado y José Miguel Puerta Vílchez (dirs.), Biblioteca de Al-Andalus, Almeria, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. III, pp. 113-116, nº 451. Dozy, 19673, Supplément, I, p. 220. Julio Cortés, 1979, El Corán, Madrid, Editora Nacional, p. 86. Leah Kinberg, 2004, «Paradise», en Jane Dammen McAuliffe (ed.), Encyclopaedia of the Qur’ān, Leiden-Boston, Brill, IV, pp. 12-20. Dozy, 19673, Supplément, I, p. 83. Federico Corriente, 1977, Diccionario Árabe-Español, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, p. 160. Federico Corriente, 1997, A Dictionary of Andalusi Arabic, Leiden-New York-Köln, Brill, p. 459. Dozy, 19673, Supplément, II, p. 459. Dozy, 19673, Supplément, I, p. 195. Sobre los jardines de al-Ándalus y sus diversas tipologías y funciones, véase José Tito Rojo, 2011, El jardín hispanomusulmán: los jardines de al-Andalus y su herencia, Granada, Universidad. Sobre la arquitectura hidráulica en al-Ándalus, véase Ieva Reklaityte, 2012, Vivir en una ciudad de Al-Andalus. Hidráulica, saneamiento y condiciones de vida, Zaragoza, Universidad. Antonio Orihuela Uzal, 2007, «The Andalusi House in Granada. Thirteenth to Sixteenth Centuries», en Glaire D. Anderson y Mariam Rosser-Owen (eds.), Revisiting Al-Andalus. Perspectives on the Material Culture of Islamic Iberia and Beyond, LeidenBoston, Brill, pp. 169-192.

19.

20. 21.

23.

24. 25.

26.

27. 28.

29. 30.

31.

32.

33.

34.

Jorge Lirola Delgado y Expiración García Sánchez, 2006, «Ibn Luyūn, Abū ‘Uṯmān», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, IV, pp. 43-45. Ibn Luyūn, ed. 1975, Kitāb ibdā’ al-milāḥa wa-inḥā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣinā‘at al-filāḥa o Tratado de agricultura, edición y traducción al español de Joaquina Eguaras Ibáñez, Granada, Patronato de la Alhambra, pp. 171-175 (texto árabe) y 254-255 (trad.). Opto por la traducción del término al-‘arā’iš cómo «emparrado» en lugar de cómo «parrales». Ofrezco mi propia traducción de esta frase, traducida por Joaquina Eguaras como «la puerta principal tendrá bancos de piedra y un zaguán proporcionado a la capacidad del edificio». Quisiera llamar la atención sobre el curioso paso del término castellano «establo» que, como puede advertirse, había calado en la lengua árabe de al-Ándalus del siglo XIV. Véase Corriente Córdoba, 1997, A Dictionary, p. 19. En esta línea, he optado por emplear el arabismo «algorfas» que el del término «aposentos» que aparece reflejado en la traducción, así como por la eliminación del adjetivo «grandes», no presente a mi parecer en el texto árabe de la edición. Federico Corriente, 19913, Diccionario Árabe-Español, Barcelona, Herder, pp. 574 y 714. Yāqūt al-Rūmī, ed. 1957, Mu‘ŷam al-buldān, Beirut, Dār ṢādirDār Bayrūt, IV, p. 236; apud María del Carmen Jiménez Mata, La Granada islámica, Granada, Universidad-Diputación Provincial, p. 77. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa fī ajbār Garnāṭa, ed. de Muḥammad ‛Abd Allāh ‛Inān, El Cairo, al-Širka al-Duwaliyya li-l-Ṭibā‘a, I, p. 99; ibid., ed. 1980, Al-Lamḥa al-badriyya fī l-dawla al-naṣriyya, ed. de Muḥibb al-Dīn al-Jaṭīb, Beirut, Dār al-Afāq al-Ŷadīda, p. 23, trad. de José María Casciaro Ramírez y Emilio Molina López, 2010, Historia de los Reyes de la Alhambra (Al-Lamha al-badriyya fi l-dawlat al-nasriyya). Resplandor de la luna llena acerca de la dinastía nazarí, Granada, Universidad, p. 103. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1980, Al-Lamḥa, p. 24, trad. de Casciaro Ramírez y Molina López, 2010, Historia de los Reyes, pp. 104-105. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, pp. 132-133; trad. de Fernando Velázquez Basanta, 2014, «La Imāṭa, una desconocida obra de Ibn al-Jaṭīb», en María Dolores Rodríguez Gómez, Antonio Peláez Rovira y Bárbara Boloix Gallardo (eds.), Saber y poder en al-Andalus. Ibn al-Jaṭīb, Córdoba, El Almendro, pp. 12-13. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, pp. 125-126. Ibn Baṭṭūṭa, ed. 1979, Riḥlat Ibn Baṭṭūṭa, ed. de ‘Alī al-Muntaṣir al-Kattānī, Beirut, Mu’assasat al-Risāla, II, p. 768; trad. de Serafín Fanjul y Federico Arbós, 2010, A través del Islam, Madrid, Alianza Editorial, p. 798. Sobre la visita de este viajero oriental al Reino Nazarí, véase Camilo Álvarez de Morales, 2014, «‘Abd al-Bāsiṭ visita el Reino de Granada», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 26, pp. 87-92. ‘Abd al-Bāsiṭ, Al-Rawd al-bāsim fī ḥawādiṯ al-‘umr wa-l-tarāŷim. Para la edición y la traducción al italiano del fragmento correspondiente al viaje de este personaje por territorio nazarí, véase G. Levi Della Vida, 1933, «Il Regno di Granata nel 1465-66 nei ricordi di un viaggiatore egiziano», Al-Andalus, 1/2, pp. 313-315. Sobre las impresiones de este viajero sobre el sistema de canalización de agua granadino, véase Ieva Reklaityte, 2007, «Importancia y aprovechamiento del agua en el mundo islámico medieval», SALDVIE, 7, pp. 159-160. Jerónimo Münzer, ed. 1991, Viaje por España y Portugal, Madrid, Polifemo, pp. 105-106.

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

481

35. 36. 37. 38.

39. 40.

41. 42. 43. 44.

45. 46. 47. 48.

49. 50. 51. 52. 53.

54.

55.

56.

57.

58. 59. 60.

61. 62. 63.

482

Münzer, ed. 1991, Viaje por España, p. 107. Leopoldo Torres Balbás, 1950, «Los contornos de las ciudades hispano-musulmanas», Al-Andalus, pp. 437-486, p. 480. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. Para su biografía, véase M. A. El Bazi, 2004, «Ibn Huḏayl alFazārī, Abū l-Hasan», en Jorge Lirola Delgado y José Miguel Puerta Vílchez (dirs.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. III, pp. 476-480, n.º 621. Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 178. Luis José García Pulido, 2007, «Sobre el emplazamiento de los restos arqueológicos de la Casa de las Gallinas», Al-Qanṭara, XXVIII/1, pp. 229-259, p. 233. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 179. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. Luis Seco de Lucena Paredes, 1975, Granada nazarí del siglo XV, Granada, Patronato de la Alhambra, pp. 161-162; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 177. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. Seco de Lucena Paredes, 1975, Granada nazarí; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 233. Luis Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, Madrid, Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, pp. 70-71 (texto árabe) y 74 (trad.), n.º 38. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 138-139. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. Para su biografía, véase Fernando N. Velázquez Basanta, 2009a, «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū Aḥmad», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, p. 196, n.º 1413. Para su biografía, véase Fernando N. Velázquez Basanta, 2009b, «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū l-Qāsim», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, pp. 214-230, n.º 1416. Para su biografía, véase Fernando N. Velázquez Basanta, 2009c, «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū ‘Abd Allāh», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, pp. 180-195, n.º 1412. Para su biografía, véase Fernando N. Velázquez Basanta, 2009d, «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū Bakr», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, pp. 196-203, n.º 1414. Para su biografía, véase Fernando N. Velázquez Basanta, 2009e, «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū Muḥammad», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, pp. 203-214, n.º 1415. García Pulido, 2007, «Sobre el emplazamiento», pp. 230-231. García Pulido, 2007, «Sobre el emplazamiento», pp. 229-230. Luis de Mármol Carvajal, 1600 (ed. facsímil 1996), Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reyno de Granada, Libro I, Málaga, 1600, ed. facsímil de la segunda impresión, Granada, cap. VIII, p. 28; apud García Pulido, 2007, «Sobre el emplazamiento», pp. 235. Seco de Lucena Paredes, 1975, Granada nazarí, p. 130. Seco de Lucena Paredes, 1975, Granada nazarí, p. 130; apud García Pulido, 2007, «Sobre el emplazamiento», pp. 232-233. Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, pp. 81 (texto árabe) y 86-87 (trad.), n.º 44 (a); Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, pp. 176-177.

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

64.

65. 66. 67. 68. 69. 70.

71.

72. 73.

74. 75.

76. 77. 78. 79. 80. 81.

82.

83. 84. 85. 86. 87.

88.

89. 90.

91. 92.

Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, pp. 81 (texto árabe) y 86-87 (trad.), n.º 44 (a); Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, pp. 176-177. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, pp. 130 y 520; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, pp. 177-178. García Pulido, 2007, «Sobre el emplazamiento», pp. 234-235. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 178. García Pulido, 2007, «Sobre el emplazamiento», pp. 233-234. García Pulido, 2007, «Sobre el emplazamiento», p. 234. Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, pp. 86 (texto árabe) y 92-93 (trad.), n.º 47 (a); Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 179. Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, pp. 86 y 89 (texto árabe); y 92 y 94 (trad.), n.º 47 (a); Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 179-180. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, pp. 180-181. Al-Maqqarī, ed. 1939a, Azhār al-riyāḍ fī ajbār ‘Iyāḍ, ed. de Mustafa Saqqa, El Cairo, Al-Ma‘had al-Jalīfī li-l-Abḥāṯ al-Magribiyya Bayt al-Magrib, II, p. 158; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, pp. 180-181. Luis Seco de Lucena Paredes, 1978, Muḥammad IX, sultán de Granada, Granada, Patronato de la Alhambra, p. 87. Miguel Jiménez Puertas, 2009, Linajes y poder en la Loja islámica. De los Banū Jālid a los Alatares, Loja, Fundación Ibn al-Jatib de Estudios y Cooperación Cultural, p. 185. Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 181. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 128. Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, pp. 58 (texto árabe) y 60 (trad.), n.º 29. Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, pp. 181-182. Seco de Lucena Paredes, 1978, Muḥammad IX, p. 88. Sobre este palacio, véase Leopoldo Torres Balbás, 1948, «Dār al-‘Arūsa y las ruinas de palacios y albercas granadinos situados por encima del Generalife», Al-Andalus, 13, pp. 185-203. Esta casa debió de ser residencia real de la familia nazarí, según refiere Bárbara Boloix Gallardo, 2013, Las sultanas de la Alhambra. Las grandes desconocidas del Reino Nazarí de Granada (siglos XIII-XV), Granada, Comares-Patronato de la Alhambra y el Generalife, pp. 241-242. Münzer, ed. 1991, Viaje por España, p. 99. Antonio Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes. Siglos XIII-XV, Barcelona-Madrid, Lunwerg, p. 221. Mármol Carvajal, 1600 (ed. facsímil 1996), Historia del rebelión, I, cap. VIII, p. 28. Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, pp. 225-227. Sobre la fundación de Granada por la dinastía beréber de los Banū Zīrī, véase Bilal Sarr, 2011, La Granada zirí [1013-1090], Granada, Alhulia, pp. 243-246. Sobre el Palacio nazarí de Dar al-Horra, véase Bárbara Boloix Gallardo, 2013, Las Sultanas de la Alhambra, pp. 243-246, así como la relación bibliográfica relativa a este monumento citada en nota al pie 64. Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, p. 229. Antonio Almagro Gorbea, Antonio Orihuela Uzal y Carlos Sánchez Gómez, 1995, Plano Guía del Albayzín andalusí, Granada, CSIC-El Legado Andalusí, donde puede encontrarse un dibujo del plano de Daralhorra junto al n.º 11. Manuel Gómez Moreno, 1892, Guía de Granada, Granada, Indalecio Ventura, p. 445. Antonio Almagro Cárdenas, 1886, Museo granadino de antigüe­ dades árabes: colección de estudios arqueológicos sobre los

monumentos árabes de Granada que hoy se conservan en poder de particulares y datos sobre otros que ya han desaparecido, Granada, La Lealtad, p. 66. 93. Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, p. 229; Boloix Gallardo, 2013, Las Sultanas de la Alhambra, pp. 243-246. 94. Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, p. 229. 95. De ello informa Francisco Bermúdez de Pedraza, 1639, Historia eclesiástica, principios y progresos de la ciudad y religión católica en Granada, Granada, fol. 175v. En la actualidad, dirijo un proyecto de investigación sobre Dar al-Horra financiado por el Patronato de la Alhambra y el Generalife, los resultados del cual serán próximamente publicados en forma de monografía. 96. Ibrahim Mahmud Ibrahim Abu Iremeis, 2003, Granada a través de sus monumentos de época nazarí, tesis doctoral inédita dirigida por el Dr. Antonio Malpica Cuello, Universidad de Granada, pp. 657 y 661. 97. Para la descripción de este y otros aleros, véase Leopoldo Torres Balbás, 1951, «Aleros nazaríes», Al-Andalus, 16/1, pp. 4169181; y Manuel Casamar, 1982, Leopoldo Torres Balbás. Obra dispersa, Madrid, Instituto de España, IV, pp. 169-182. 98. Almagro Cárdenas, 1886, Museo granadino de antigüedades árabes, p. 66. 99. Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, p. 234. 100. Abu Iremeis, 2003, Granada a través de sus monumentos, p. 675. 101. María Jesús Rubiera Mata, 1994, Ibn al-Ŷayyāb, El otro poeta de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, pp. 116-117. 102. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 125. 103. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 129. 104. Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, pp. 202-203. 105. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 129. 106. Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 203. 107. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 129. 108. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 129. 109. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 129. 110. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 129. 111. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130. 112. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130. 113. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130. 114. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130. 115. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130. 116. Corriente Córdoba, 1997, A Dictionary of Andalusi, p. 63. 117. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130. 118. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130. 119. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 130. 120. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 116; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 284. 121. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 116. 122. Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 285. 123. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 116; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 285. 124. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 116; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 285. 125. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 116; Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, p. 286. 126. Seco de Lucena Paredes, 1975, Granada nazarí del siglo XV, p. 161; Fernando N. Velázquez Basanta, 2011, «El Alcázar del Naŷd y el palacio de los Alijares», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, 60, pp. 309-325. 127. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 31; Seco de Lucena Paredes, 1975, Granada nazarí del siglo XV, p. 162. 128. Seco de Lucena Paredes, 1975, Granada nazarí del siglo XV, pp. 127-131; Fernando Acale Sánchez, 2005, Plazas y paseos

de Granada. De la remodelación cristiana de los espacios musulmanes a los proyectos de jardines en el ochocientos, Granada, Universidad, pp. 257-258. 129. Boloix Gallardo, 2013, Las sultanas de la Alhambra, pp. 7475, 254. 130. Torres Balbás, 1950, «Los contornos de las ciudades», p. 470; Bárbara Boloix Gallardo, 2017, Ibn al-Aḥmar. Vida y reinado del primer sultán de Granada (1195-1273), Granada, Universidad, p. 214. 131. Sobre este palacio real, véase Francisco de Paula Valladar y Serrano, 1917, «El Huerto de la Reina», La Alhambra, 20, pp. 1720; Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, pp. 335-343. 132. Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, p. 335. 133. Emilio García Gómez, 2006, Ibn Zamrak, el poeta de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, pp. 113-114. 134. Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, p. 335, de donde ha sido extraído el testimonio reproducido. 135. Celia del Moral Molina, 1997, Abū Ŷa’far Ibn Sa’īd: un poeta granadino del siglo XII, Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional, p. 31, nota 26. 136. Seco de Lucena Paredes, 1975, Granada nazarí del siglo XV, p. 159. 137. Al-Maqqarī, ed. 1939b, Nafḥ al-ṭīb min guṣn al-Andalus al-ratīb wa-ḏikr wazīri-hā Lisān al-Dīn Ibn al-Jaṭīb, ed. de Iḥsān ‘Abbās, Beirut, Dār Ṣādir, III, p. 517; Torres Balbás, 1950, «Los contornos», p. 476; Moral Molina, 1997, Abū Ŷa’far Ibn Sa’īd, pp. 186-189. 138. Torres Balbás, 1950, «Los contornos de las ciudades», p. 476. 139 María Isabel Calero Secall y Virgilio Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, Málaga, Ágora-Universidad, p. 35. 140. Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 43. 141. Emilio García Gómez, 1976, «Parangón entre Málaga y Salé», en Emilio García Gómez, Andalucía contra Berbería. Reedición de traducciones de Ben Ḥayyān, Šaqundī y Ben al-Jaṭīb, Barcelona, Publicaciones del Departamento de Lengua y Literatura Árabes, p. 149. 142. García Gómez, 1976, «Parangón entre Málaga y Salé», pp. 153 y 156. 143. García Gómez, 1976, «Parangón entre Málaga y Salé», p. 158. 144. García Gómez, 1976, «Parangón entre Málaga y Salé», p. 158. 145. García Gómez, 1976, «Parangón entre Málaga y Salé», pp. 158-159. 146. Ibn Baṭṭūṭa, ed. 1979, Riḥlat Ibn Baṭṭūṭa, II, pp. 767-768; trad. de Serafín Fanjul y Federico Arbós, 2010, A través del Islam, p. 797. 147. Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 449, nota 18. 148. Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 395, nota 1. 149. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 541; Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 396, nota 3. 150. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1980, Al-Lamḥa, p. 97, trad. de Casciaro Ramírez y Molina López, 2010, Historia de los Reyes, p. 206; Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, 396, nota 3. 151. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, I, p. 411; Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 396, nota 2. 152. Ibn Furkūn, ed. 1987, Dīwān Ibn Furkūn, ed. de Muḥammad

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

483

Ibn Šarīfa, Rabat, Maṭbū‘āt Akādimiyya al-Mulkiyya al-Magribiyya, p. 210; Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 397, nota 7. 153. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1973, Dīwān al-Ṣayyib wa-l-ŷahām wa-l-māḍī wa-l-kahām, ed. de Muḥammad al-Šarīf, Argel, p. 326, n.º 83; apud Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 397, nota 5. 154. Yūsuf III, ed. 1958, Dīwān Malik Ġarnāṭaẗ Yūsuf al-Ṯāliṯ, ed. de ‘Abd Allāh Gannūn, Tetuán, p. 41; Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 398, nota 8. 155. Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 402. 156. Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 451. 157. Ibn al-Jaṭīb, ed. 2001, Al-Iḥāṭa, IV, p. 221; Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 452. 158. Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 452, nota 32. 159. Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 453. 160. Considero que aquí habría que entender que se ha producido un inintencionado error de lectura, al haber sido reproducido en el libro el término al-riyāḍ en lugar del de al-rabḍ («arrabal»), de similar grafía.

484

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

161. Ibn

‘Āṣim, ed. 1989, Ŷannat al-riḍā’, ed. de Ṣalāḥ Ŷarrār, Ammán, I, p. 192; Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 456, nota 42. 162. Calero Secall y Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, p. 456. 163. Jorge Lirola Delgado, 2005, Almería andalusí y su territorio, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, pp. 60 (texto árabe) y 61 (trad.). 164. Lirola Delgado, 2005, Almería andalusí, pp. 64 (texto árabe) y 65 (trad.). 165. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1977, Mi‘ŷar al-ijtiyār fī ḏikr al-ma‘āhid wa-ldiyār, ed. y trad. Mohammed Chabbana, Rabat, p. 57/124. 166. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1977, Mi‘ŷar al-ijtiyār, pp. 162-163. 167. Lirola Delgado, 2005, Almería andalusí, pp. 120 (texto árabe) y 121 (trad.). 168. Lirola Delgado, 2005, Almería andalusí, pp. 152 (texto árabe) y 153 (trad.). 169. Münzer, ed. 1991, Viaje por España, pp. 73-74. 170. Münzer, ed. 1991, Viaje por España, p. 74. 171. El autor debe de estar refiriéndose aquí a las albercas propias de las grandes residencias árabes. 172. Münzer, ed. 1991, Viaje por España, pp. 79-81. 173. Münzer, ed. 1991, Viaje por España, p. 81. 174. Boloix Gallardo, 2013, Las sultanas de la Alhambra, pp. 118-119. 175. Boloix Gallardo, 2013, Las sultanas de la Alhambra, pp. 128-129.

Fuentes ‘ABD AL-BĀSIṬ, Al-Rawd al-bāsim fī ḥawādiṯ al-‘umr wa-l-tarāŷim. Ed. y trad. al italiano por G. Levi Della Vida (1933), «Il Regno di Granata nel 1465-66 nei ricordi di un viaggiatore egiziano», Al-Andalus, 1/2, pp. 307-334. IBN ‘ĀṢIM (ed. 1989). Ŷannat al-riḍā’, ed. de Ṣalāḥ Ŷarrār, Ammán, 3 vols. IBN BAṬṬŪṬA (ed. 1979). Riḥlat Ibn Baṭṭūṭa, ed. de ‘Alī al-Muntaṣir al-Kattānī, Beirut, Mu’assasat al-Risāla, 2 vols.; trad. de Serafín Fanjul y Federico Arbós (2010), A través del Islam, Madrid, Alianza Editorial. IBN FURKŪN (ed. 1987). Dīwān Ibn Furkūn, ed. de Muḥammad Ibn Šarīfa, Rabat, Maṭbū‘āt Akādimiyya al-Mulkiyya al- Magribiyya. IBN AL-JAṬĪB (ed. 1973). Dīwān al-Ṣayyib wa-l-ŷahām wa-l-māḍī wa-l-kahām, ed. de Muḥammad al-Šarīf, Argel. —— (ed. 1977). Mi‘yar al-ijtiyār fī ḏikr al-ma‘āhid wa-l-diyār, ed. y trad. de Mohammed Chabbana, Rabat. —— (ed. 1980). Al-Lamḥa al-badriyya fī l-dawla al-naṣriyya, ed. de Muḥibb al-Dīn al-Jaṭīb, Beirut, Dār al-Afāq al-Ŷadīda; trad. de José María Casciaro Ramírez y Emilio Molina López (2010), Historia de los Reyes de la Alhambra (Al-Lamha al-badriyya fi l-dawlat al-nasriyya). Resplandor de la luna llena acerca de la dinastía nazarí, Granada, Universidad. —— (ed. 1989). Dīwān Lisān al-Dīn Ibn al-Jaṭīb al-Salmānī, ed. de

Muḥammad Miftāḥ, Casablanca, Marruecos, Dār al-Ṯaqāfa li-lNašr wa-l-Tawzī‘, 2 vols. —— (ed. 2001). Al-Iḥāṭa fī ajbār Garnāṭa, ed. de Muḥammad ‘Abd Allāh ‘Inān, El Cairo, al-Širka al-Duwaliyya li-l-Ṭibā‘a, 4 vols. IBN LUYŪN (ed. 1975). Kitāb ibdā’ al-milāḥa wa-inḥā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣinā‘at al-filāḥa o Tratado de agricultura, edición y traducción al español de Joaquina Eguaras Ibáñez, Granada, Patronato de la Alhambra. AL-MAQQARĪ (ed. 1939a). Azhār al-riyāḍ fī ajbār ‘Iyāḍ, ed. de Mustafa Saqqa, El Cairo, Al-Ma‘had al-Jalīfī li-l-Abḥāṯ al-Magribiyya Bayt al-Magrib. —— (ed. 1939b). Nafḥ al-ṭīb min guṣn al-Andalus al-ratīb wa-ḏikr wazīri-hā Lisān al-Dīn Ibn al-Jaṭīb, ed. de Iḥsān ‘Abbās, Beirut, Dār Ṣādir, 8 vols. MÁRMOL CARVAJAL, Luis de (1600, ed. facsímil 1996). Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reyno de Granada, Libro I, Málaga, 1600, ed. facsímil de la segunda impresión, Granada. MÜNZER, Jerónimo (ed. 1991). Viaje por España y Portugal, Madrid, Polifemo. YĀQŪT AL-RŪMĪ (ed. 1957). Mu‘ŷam al-buldān, Beirut, Dār ṢādirDār Bayrūt. YŪSUF III (ed. 1958). Dīwān Malik ĠarnāṭaẗYūsuf al-Ṯāliṯ, ed. de ‘Abd Allāh Gannūn, Tetuán.

Bibliografía ABU IREMEIS, Ibrahim Mahmud Ibrahim (2003). Granada a través de sus monumentos de época nazarí, tesis doctoral inédita dirigida por el Dr. Antonio Malpica Cuello, Universidad de Granada, 2 vols. ACALE SÁNCHEZ, Fernando (2005). Plazas y paseos de Granada. De la remodelación cristiana de los espacios musulmanes a los proyectos de jardines en el ochocientos, Granada, Universidad. ALMAGRO CÁRDENAS, Antonio (1886). Museo granadino de antigüedades árabes: colección de estudios arqueológicos sobre los monumentos árabes de Granada que hoy se conservan en poder de particulares y datos sobre otros que ya han desaparecido, Granada, La Lealtad. ALMAGRO GORBEA, Antonio; ORIHUELA UZAL, Antonio; SÁNCHEZ GÓMEZ, Carlos (1995). Plano Guía del Albayzín andalusí, Granada, CSIC-El Legado Andalusí. ÁLVAREZ DE MORALES, Camilo (2014). «‘Abd al-Bāsiṭ visita el Reino de Granada», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 26, pp. 87-92. AFSARUDDIN, Asma (2002). «Garden», en Jane Dammen Mc­ Auliffe (ed.), Encyclopaedia of the Qur’ān, Leiden-Boston, pp. 282-287. BERMÚDEZ DE PEDRAZA, Francisco (1639). Historia eclesiástica, principios y progresos de la ciudad y religión católica en Granada, Granada. BOLOIX GALLARDO, Bárbara (2013). Las sultanas de la Alhambra. Las grandes desconocidas del Reino Nazarí de Granada (siglos XIII-XV), Granada, Comares-Patronato de la Alhambra y Generalife. —— (2017). Ibn al-Aḥmar. Vida y reinado del primer sultán de Granada (1195-1273), Granada, Universidad. CALERO SECALL, María Isabel; MARTÍNEZ ENAMORADO, Virgilio (1995). Málaga, ciudad de al-Andalus, Málaga, Ágora-­­ Universidad.

CASAMAR, Manuel (1982). Leopoldo Torres Balbás. Obra dispersa, Madrid, Instituto de España. CONSEJO DE REDACCION (2004). «Ibn Faraḥ al-Qurṭubī, Abū ‘Abd Allāh», en Jorge Lirola Delgado y José Miguel Puerta Vílchez (dirs.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. III, pp. 113-116, n.º 451. CORRIENTE, Federico (19773). Diccionario Árabe-Español, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura. —— (19913). Diccionario Árabe-Español, Barcelona, Herder. —— (1997). A Dictionary of Andalusi Arabic, Leiden-New YorkKöln, Brill. CORTÉS, Julio (1979). El Corán, Madrid, Editora Nacional. DOZY, Reinhart (19673). Supplément aux dictionnaires arabes, Leiden-Paris, E. J. Brill-Maissonneuve et Larose, 2 vols. EL BAZI, M. A. (2004). «Ibn Huḏayl al-Fazārī, Abū l-Hasan», en Jorge Lirola Delgado y José Miguel Puerta Vílchez (dirs.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. III, pp. 476-480, n.º 621. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1965). «Notas sobre la topografía cordobesa en los ‘Anales de al-Ḥakam’ por ‘Isà al-Rāzī», Al-Andalus, 30, pp. 334-336. —— (1976). «Parangón entre Málaga y Salé», en Emilio García Gómez, Andalucía contra Berbería. Reedición de traducciones de Ben Ḥayyān, Šaqundī y Ben al-Jaṭīb, Barcelona, Publicaciones del Departamento de Lengua y Literatura Árabes. —— (2006). Ibn Zamrak, el poeta de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. GARCÍA PULIDO, Luis José (2007). «Sobre el emplazamiento de los restos arqueológicos de la Casa de las Gallinas», Al-Qanṭara, XXVIII/1, pp. 229-259. GÓMEZ MORENO, Manuel (1892). Guía de Granada, Granada, Indalecio Ventura.

L A S A L M U N I A S N A Z A R Í E S A T R A V É S D E L A S F U E N T E S Á R A BES

485

JIMÉNEZ MATA, María del Carmen (1990). La Granada islámica, Granada, Universidad-Diputación Provincial. JIMÉNEZ PUERTAS, Miguel (2009). Linajes y poder en la Loja islámica. De los Banū Jālid a los Alatares, Loja, Fundación Ibn al-Jatib de Estudios y Cooperación Cultural. KINBERG, Leah (2004). «Paradise», en Jane Dammen McAuliffe (ed.), Encyclopaedia of the Qur’ān, Leiden-Boston, Brill, IV, pp. 12-20. LIROLA DELGADO, Jorge (2005). Almería andalusí y su territorio, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes. LIROLA DELGADO, Jorge; GARCÍA SÁNCHEZ, Expiración (2006). «Ibn Luyūn, Abū ‘Uṯmān», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. IV, pp. 41-49. MORAL MOLINA, Celia del (1997). Abū Ŷa’far Ibn Sa’īd: un poeta granadino del siglo XII. Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional. —— (2009). «Jardines y fuentes en al-Andalus a través de la poesía», MEAH, 58, pp. 223-249. —— (2013). «Entre alamedas y huertos floridos: la literatura árabe en los reinos de Granada», Andalucía en la Historia, 40, pp. 34-39. ORIHUELA UZAL, Antonio (1996). Casas y palacios nazaríes. Siglos XIII-XV, Barcelona-Madrid, Lunwerg. —— (2007). «The Andalusi House in Granada. Thirteenth to Sixteenth Centuries», en Glaire D. Anderson y Mariam Rosser-Owen (eds.), Revisiting Al-Andalus. Perspectives on the Material Culture of Islamic Iberia and Beyond, Leiden-Boston, Brill, pp. 169-192. REKLAITYTE, Ieva (2007). «Importancia y aprovechamiento del agua en el mundo islámico medieval», SALDVIE, 7, pp. 159-171. —— (2012). Vivir en una ciudad de Al-Andalus. Hidráulica, saneamiento y condiciones de vida, Zaragoza, Universidad. SECO DE LUCENA PAREDES, Luis (1961). Documentos arábigo­ granadinos, Madrid, Instituto Egipcio de Estudios Islámicos.

486

B ÁR B AR A B OLOIX GAL L AR DO

—— (1975). Granada nazarí del siglo XV, Granada, Patronato de la Alhambra. —— (1978). Muḥammad IX, sultán de Granada, Granada, Patronato de la Alhambra. TITO ROJO, José (2011). El jardín hispanomusulmán: los jardines de al-Andalus y su herencia, Granada, Universidad. TORRES BALBÁS, Leopoldo (1948). «Dār al-‘Arūsa y las ruinas de palacios y albercas granadinos situados por encima del Generalife», Al-Andalus, 13, pp. 185-203. —— (1950). «Los contornos de las ciudades hispano-musulmanas», Al-Andalus, pp. 437-486. VALLADAR Y SERRANO, Francisco de Paula (1917). «El Huerto de la Reina», La Alhambra, 20, pp. 17-20. VELÁZQUEZ BASANTA, Fernando N. (2009a). «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū Aḥmad», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, p. 196, n.º 1413. —— (2009b). «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū l-Qāsim», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, pp. 214-230, n.º 1416. —— (2009c). «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū ‘Abd Allāh», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, pp. 180-195, n.º 1412. —— (2009d). «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū Bakr», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, pp. 196-203, n.º 1414. —— (2009e). «Ibn Ŷuzayy al-Kalbī, Abū Muḥammad», en Jorge Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de Al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, vol. VI, pp. 203-214, n.º 1415. —— (2011). «El Alcázar del Naŷd y el palacio de los Alijares», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, 60, pp. 309-325. —— (2014). «La Imāṭa, una desconocida obra de Ibn al-Jaṭīb», en María Dolores Rodríguez Gómez, Antonio Peláez Rovira y Bárbara Boloix Gallardo (eds.), Saber y poder en al-Andalus. Ibn al-Jaṭīb, Córdoba, El Almendro, pp. 3-16.

ÁNGEL RODRÍGUEZ AGUILERA Gespad al-Andalus S.L.U. JOSÉ TITO ROJO Universidad de Granada MANUEL CASARES PORCEL Universidad de Granada

19

EL ALCÁZAR GENIL DE GRANADA Y SU ENTORNO: PAISAJE, PODER, HISTORIA1 The Alcázar Genil of Granada and its environment: landscape, power, history

RESUMEN Alcázar Genil es una almunia construida a principios del siglo XIII por el gobernador almohade de Granada en la orilla derecha del río Genil. Para su fundación fue necesario realizar obras de importancia en el cauce fluvial, como la construcción de un muro de contención y mejoras en el puente del Genil que revalorizaron todo la ribera del río y el entorno periurbano. El conjunto estaba formado por una rábita a la entrada de la finca —hoy ermita de San Sebastián— una serie de pabellones y un gran albercón. Como finca de tipo aristocrático mantuvo su función durante todo el periodo nazarí, siendo incluso mejorado y ampliado con la construcción de un nuevo edificio en el reinado de Ismail I o Yusuf I. Tras la conquista castellana de Granada mantuvo su unidad y como finca del duque de Gor llegó hasta el siglo XX. A pesar de su singularidad y de los restos arquitectónicos, a partir de la década de los 70 del siglo XX sufrió un intenso proceso de destrucción, difuminándose la unicidad del conjunto en el urbanismo actual que la han destruido en gran medida y ocultado algunos de los elementos que se han conservado. Recientes excavaciones arqueológicas realizadas en el Paseo del Violón, en el entorno de la ermita de San Sebastián y en el Camino de Ronda, donde aparecieron los únicos restos conservados del albercón, además del análisis histórico de la almunia son la base para la revisión del Alcázar Genil que presentamos en este trabajo. PALABRAS CLAVE Almunia | Alcázar Genil | Granada | Arqueología | Almohade | Nazarí | Jardín islámico | Alberca islámica ABSTRACT Alcázar Genil is an almunia (country estate) built at the beginning of the 13th century by the Almohad Governor of Granada, on the right bank of the river Genil. For its foundation was necessary to carry out important works in the river bed, as the construction of a retaining wall and improvements on the bridge of the Genil that has increased the value all the banks of the river and the periurban environment. The ensemble was formed by a ribat at the entrance of the estate —today Chapel of San Sebastián— a series of pavilions and a great albercón (pool). As an aristocratic almunia (estate) maintained its function during all the Nasrid period, being even improved and extended with the construction of a new building in the reign of Ismail I or Yusuf I. After the Christian conquest of Granada it maintained its unity and as property of the Duke of Gor until the 20th century. Despite its uniqueness and the architetural remains, since the 70’s of the 20th century it suffered an intense process of destruction, blurring the unicity of the ensemble in the current urbanism that have destroyed it to a large extent and some elements that have been preserved were hidden. Recent archaeological excavations carried out on Paseo del Violón, in the surroundings of the Chapel of San Sebastián and on the Camino de Ronda street, where the only preserved remains of the albercón (pool) appeared, as well as the historical analysis of the almunia are the basis for the review of the Alcázar Genil that we present in this work. KEYWORDS Almunia | Alcázar Genil | Granada | Archeology | Almohad | Nasrid | Islamic garden | Islamic pool

487

Las gentes de la capital tienen pasión por estas huertas, y en la parte alta del río hay para los exquisitos sesteaderos de arena fina, y escondrijos para el galanteo entre la tupida arboleda... (Ibn al-Jatib, al-Ihāṭa)

1. Introducción En el entramado de fincas que había en los contornos de la Granada islámica ocupa un lugar destacado Alcázar Genil, almunia situada en la margen izquierda del río Genil, en el camino que salía de la ciudad a la costa. Abandonado y en ruinas en los primeros años de la conquista cristiana mantuvo sin embargo durante siglos su fama, en gran medida apoyada en la permanencia de los restos de su gran albercón de riego, que la memoria local asociaba a juegos navales al estilo de las naumaquias romanas, y de una qubba que conservaba mucho de su rica decoración medieval. Escasamente atendida por los historiadores del arte islámico español, ocupaba apenas en los estudios una referencia breve en los apartados que seguían a las extensas descripciones de la Alhambra y el Generalife, con la habitual cita clásica del Viaje a España de Andrea Navagero2. En el siglo XIX merece cierta atención, Lafuente Alcántara3 transcribe su epigrafía, Rafael Contreras4 dibuja un plano y alzado y lo describe y Antonio Almagro Cárdenas5 le dedica un capítulo de su Museo granadino y publica las más antiguas fotos conservadas. Será también en ese siglo cuando Manuel Gómez Moreno realice un detallado levantamiento de sus restos en un cuadernillo manuscrito conservado en el Instituto Gómez Moreno, aún inédito y no citado hasta nuestros estudios. Con independencia de que las obras realizadas por Contreras a mitad del siglo XIX fueran discutibles, y lo fueran aún más las realizadas en la última década de ese mismo siglo, erróneamente atribuidas habitualmente al mismo Contreras, lo cierto es que en el XIX esos arreglos significaron una recuperación de su memoria y un intento de mejora y conservación de los restos. No fue un proceso consolidado pues el siguiente siglo XX significó una época negra para el monumento. Se abandona su uso como apéndice de las casas de campo que tuvieron en la zona los duques de Gor y más tarde, durante la República, se atraviesa el albercón con el nuevo Camino de Ronda, para terminar en la década de los años

488

1970, al ser urbanizada la finca, destruido el albercón y otros elementos de menor entidad, como una alberca circular que estaba al sur, y perdidos bajo una calle los sótanos islámicos del pabellón que hubo al pie del albercón. Significaba eso cancelar la entidad paisajística de los restos del propio Alcázar que dejó de ser finca agrícola y acabó reducido a la pequeña qubba disminuida perceptivamente al rodearse de edificaciones de gran altura. Tampoco fue feliz la fortuna crítica del sitio pues diversas interpretaciones erróneas de sus restos consolidaron una visión de la sala islámica conservada como si fuera un pequeño pabellón de jardín y, finalmente, se acabó por considerar que el albercón estuvo situado junto al edificio, asunto sorprendente pues se trataba de un elemento bien ubicado en la historiografía precedente y cuyos muros se conservaron y eran claramente visibles en el terreno hasta 1978. El objetivo del presente artículo es presentar la revisión realizada sobre la documentación y los restos conservados de Alcázar Genil para situar más correctamente su entidad, valorar mejor sus permanencias y entender cuál ha sido su evolución. Se apoya en los estudios sobre los restos y su respaldo gráfico iniciados por José Tito Rojo y Manuel Casares Porcel en 20056, ampliados luego en 2010-20127 con una más completa búsqueda de documentación escrita y gráfica, y en los estudios arqueológicos realizados por José GarcíaConsuegra y Ángel Rodríguez Aguilera en el entorno de la finca, en el cauce del río Genil8, y por este último en los restos del albercón localizados en 2010 durante las obras de construcción del Metro de Granada9.

2. Granada en el contexto de finales del siglo xii y principios del xiii Hasta la fecha son pocos los datos sistematizados que tenemos para la Granada del siglo XII y principios del XIII. Se ha avanzado de forma importante en el conocimiento de la Granada en el siglo XI y en el periodo nazarí. Sin embargo, queda como una laguna difícil de

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

fig. 1 La zona de Alcázar Genil antes y después de su urbanización. Arriba fotografía aérea de 1970, abajo imagen de Google Earth de 2015. En la primera se indican los elementos más destacados: (1) Las casas de labranza sobre los sótanos andalusíes; (2) El albercón; (3) La alberca circular; (4) El edificio de Alcázar Genil, el jardín delantero y la acequia; (5) La ermita de San Sebastián; (6) El paseo del Violón; (7) El puente del Genil.

llenar el conocimiento de la ciudad en época almorávide y almohade. En principio, si contrastamos los datos históricos conocidos, esto pudiera parecer una circunstancia sustentada en la escasa relevancia que supone la arqueología para el conocimiento de la ciudad en ese periodo. De hecho, los intentos que se han hecho para estudiarlo resultan a fin de cuentas un tanto infructuosos, siendo necesario argumentar parte del discurso en el recurrente origen de la ciudad islámica en época zirí. Por tanto, creemos necesario hacer un rápido recorrido sobre los datos históricos y arqueológicos de Granada en los siglos XII y XIII para poder contextualizar adecuadamente la construcción del Alcázar Genil ya que es uno de los pocos elementos que aparecen como claramente almohade y que se corresponde con la tipología de almunia, es decir de una propiedad agrícola, fundada al amparo del poder, con ámbitos productivos junto con otros de recreo, concepto sobre el que tratan la mayoría de los artículos recogidos en este volumen. La presencia de este tipo de fincas, en las que se conjugan elementos arquitectónicos de tipo palaciego, en las que se ejerce el poder, con zonas productivas, tiene en Granada un antecedente, que es la almunia que poseía en el siglo XI el rey Ḥabūs en el lugar conocido como la Rambla —hoy el entorno de la plaza de Bibrambla—, «con dos puertas, que era donde [Ḥabūs] solía tener su

consejo de gobierno»10 y que quedó englobada en el perímetro amurallado de la madīna una vez que queda diseñado y construido durante el periodo zirí. A finales del siglo XI, ante el avance de los cristianos hacia el sur, y ante las continuas disensiones entre los distintos reinos de taifas, los almorávides se hacen con el poder en al-Ándalus a partir de 1090, unificándolo bajo su mandato. Granada se erige como principal centro político y administrativo almorávide en la península desde 1107, cuando Abū-l- Ṭāhir Tamīm, hijo de Yūsuf ibn Tāšufīn, fija su residencia en la ciudad y se mantiene como capital del imperio almorávide hasta 115511. Tras la llegada de los almohades, la capitalidad se traslada provisionalmente de nuevo a Córdoba y en 1157 es nombrado gobernador de Granada el sayyid Abū Sa‘īd Uṯmān12. No obstante, el reconocimiento del poder almohade en la ciudad es muy inestable por la fuerte filiación que aún se mantenía con respecto a los almorávides y a los movimientos rebeldes de Ibn Hamušk e Ibn Mardanīš. Ejemplifican esta situación los acontecimientos del año 1162: Ibn Hamušk se apoderó de la ciudad de Granada debiendo resguardarse las fuerzas almohades en la Alcazaba Qadīma, mientras que las fuerzas del primero, con el apo-

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

489

yo de Ibn Mardanīš y de Alvar Rodríguez el Calvo, se asentaron en la Sabīka. En el mes de julio los almohades, tras un primer intento fallido, recobraron la ciudad y asegurada la victoria procedieron a reabastecer y reparar los muros de la alcazaba13.

Estos acontecimientos pueden tener su reflejo en el registro arqueológico en los niveles de arrasamiento generalizado que se detectan en varios puntos de la ladera sur del Albaicín, en la zona de Axares, como por ejemplo en los n.º 76 y 78 de la calle San Juan de los Reyes, n.º 11 de la calle Espino y n.º 7 de la calle Candil14 en donde se excavó un potente nivel de incendio y derrumbe fechado en estos momentos, siendo reocupada la zona ya en época plena almohade y nazarí. El mismo fenómeno de abandono se reconoce en la excavación del jardín andalusí en el callejón de Zafra15. También en la Cuesta de la Victoria n.º 11 se identifican varias estructuras domésticas y restos de una calle amortizados y reordenados a partir del siglo XIII16. Junto con estos claros ejemplos, en otras excavaciones también se detecta una fase del siglo XII que sufre fuertes alteraciones, como por ejemplo en la calle Horno del Vidrio17 o en la calle Espino18, todas localizadas en el mismo sector de la ciudad islámica. Tal como indican las fuentes, también se acometieron obras importantes de reconstrucción y refuerzo de las murallas de la Alcazaba Qadīma, que deben de corresponderse con algunas de las fases identificadas en las recientes investigaciones arqueológicas realizadas en el parque lineal de la muralla19, que serían extensibles al resto de defensas de la madīna20, con la mejora del flanco oeste al dotarlo de una doble línea de muralla, con un antemuro y mejora en los accesos, como en el caso de la Bāb al-Maṣdac 21, pero siempre manteniendo el diseño original. Fuera del recinto de la ciudad se empieza a definir las pautas de crecimiento de los arrabales a partir de finales del siglo XII y principios del XIII, como son el caso de los de al-Fajjārīn y el Naŷd22 o el del propio Albaicín. No obstante, y tal como apuntábamos antes, parece que la política edilicia durante el periodo almohade en Granada queda difuminada precisamente por realizarse en parte sobre la estructura diseñada en época zirí y por las adaptaciones y reformas realizadas en el periodo nazarí que las camuflan en cierto sentido al pervivir con transformaciones importantes. En este contexto se inserta la construcción del Alcázar Genil que paradójicamente ha pasado casi inadvertido y sin embargo es fundamental para sustanciar este periodo histórico que empieza a ser mejor definido en Granada a través de la arqueología.

490

3. El Alcázar Genil en el contexto de la historiografía medieval Los almohades son un movimiento político-religioso que nace en el sur del Magreb y que rápidamente se expande por el norte de África y al-Ándalus como reacción a los almorávides. Sustentado en la tribu beréber de los masmuda, tiene su origen en las predicaciones de Ibn Tūmart que pronto alcanzaron gran éxito entre estos grupos étnicos. Desde el principio se articuló como movimiento de renovación espiritual y ética unida a su implantación mediante la expansión territorial23, primero con el propio Ibn Tūmart después con su sucesor, el autoproclamado califa, ‘Abd al-Mu’min. Su crecimiento e imposición en el norte de África culmina con la conquista de Marrakech, la capital de los almorávides, y desde aquí comienza la expansión hacia al-Ándalus, algo que no fue sin duda fácil ya que en­ contraron una fuerte resistencia en la zona oriental, en la que la figura de Ibn Mardanīš se presenta como el principal opositor andalusí al nuevo poder procedente del Magreb. En 1171-1172, el hijo y sucesor de ‘Abd al-Mu’min, Abū’ Yaqūb, consigue la pacificación definitiva y la unificación de al-Ándalus. Para simbolizar este cambio hace de la ciudad de Sevilla la capital europea de su imperio24. Comienza entonces una importante política edilicia —construcción de murallas, alcázares, obras de infraestructuras etc.— que es heredera de la que ya habían comenzado en el Magreb sus antecesores. La historia política de los almohades es compleja, tanto por el proceso de implantación en el que coexisten con los almorávides y poderes autóctonos que se resisten a su reconocimiento, como por su desaparición definitiva que en este caso se solapa con la conquista cristiana del valle del Guadalquivir y la formación del reino nazarí, pero de forma general se pueden identificar varios momentos: de formación (1120-1147), anexión territorial de al-Ándalus (1147-1172), unidad territorial (1172-1224) y fragmentación hasta la desaparición definitiva (1224-1266)25. Desde el punto de vista de la arquitectura Alfonso Jiménez propone una periodización en función de la edilicia promovida desde el poder identificando una etapa granadina entre 1218 y 1224, si bien no se define de forma concisa26. Entre esta política edilicia, de un marcado carácter aristocrático, destaca la fundación de grandes fincas rústicas pertenecientes al entorno familiar de los califas, heredera de una tradición que ya es muy importante en al-Ándalus. En estas propiedades se conjuga no solo la edificación de pabellones y palacetes residenciales, sino también la creación de amplios espacios ajardinados y

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

la puesta en cultivo de grandes zonas, todo conformando un conjunto de recreo y agrícola. Esta característica en la tradición almohade bebe de dos fuentes: por un lado en la tradición en la que la fundación de almunias es un símbolo del poder, desde época emiral y califal, como por ejemplo las almunias califales de Córdoba (al-Nā’ūra, al-Ruṣāfa, al-Rummānīya)27, y por otro hunde sus raíces en los primeros años de la peregrinación del fundador del movimiento, Ibn Tūmart, quien en 1120 fundó una finca con su huerto en Tadrat Agbar, en el Atlas marroquí 28. A las afueras de Marrākuš (Marrakech), entre la Puerta de los Curtidores y la de Aylān existía una gran propiedad agrícola conocida como Buḥayra al-Raqā’iq de la que se apoderaron los almohades durante el sitio de la ciudad en 113029 y que fue escenario de una de las más importantes batallas libradas contra los almorávides, pasando a formar parte de los lugares simbólicos de la mitología almohade que empieza a construirse en torno a la figura de Ibn Tūmart y ‘Abd al-Mu’min. Los ejemplos más representativos de estas fundaciones en época almohade son los jardines o huertas de la Menara y la de Agdal, ambas datadas en esta época y ubicadas en Marrākuš. Esta costumbre de mostrar públicamente la presencia del poder mediante la construcción de almunias también se desarrolla en al-Ándalus, donde los más singulares, por orden cronológico son: —— Sevilla: almunia de la Buhayra, construida en 1171-2 por el califa Abū’Yaqūb, a imagen de la que había construido su padre a las afueras de Marrākuš, conocida como Šunṭulūya30 y de la que existe numerosa documentación frecuentemente citada por historiadores y arqueólogos31. Tuvo un gran estanque o albercón, de planta cuadrada, con 43 m de lado y con refuerzos de sus muros con pequeñas torres en las esquinas. Las intervenciones arqueológicas realizadas desde los años 7032 aportan datos significativos que abundan en el mayor conocimiento de la finca (alberca, pabellones, maqbara) y que complementa lo aportado por la cronística almohade33, que sin embargo es muy valiosa. —— Córdoba: palacio junto al río Gualdalquivir, de­ saparecido actualmente, y levantado en 1171 por Abū’ Yahya, hijo de Abū’ Yaqūb34. —— Granada: Alcázar del Genil, construido en 1218 por el padre del futuro califa al Murtada. —— Málaga: Alcázar del Sayyib, fechado en 1226, edificado por el que más tarde sería uno de los últimos califas almohades, al-Ma’mun Abu-lAla ‘Idris (1227-1232)35.

Al final del periodo almohade, a principios del siglo XIII, Granada adquiere de nuevo cierto protagonismo, que coincide con una renovación urbana de la ciudad en la que se dedica especial atención a una mejora de las defensas y a la revalorización del entorno periurbano, como la ribera del Genil, aunque hasta la fecha, esta actuación en la ribera fluvial ha pasado casi inadvertida36. De hecho, tradicionalmente solo se reconoce como de este periodo la construcción del Alcázar del Genil, pasando por ser uno de los elementos de arquitectura islámica más singulares de Granada37 que se inserta en un entorno periurbano de clara vocación agrícola, muy vinculado a familias de la aristocracia y nobleza local. Desde fechas muy tempranas las orillas del río Genil más próximas a Granada habían sido explotadas agrícolamente con un claro predominio de la gran propiedad englobada bajo los términos almunia y dār38. Para conocer un poco mejor todo este entorno es imprescindible recurrir a las fuentes árabes y a la documentación cristiana generada tras los primeros años de la conquista que nos permiten reconstruir la imagen histórica de la ribera del Genil porque las actuaciones arqueológicas han sido escasas, y en este sentido es de gran valor la descripción de Ibn al-Jaṭīb de toda esta zona en su obra más conocida, la Ihāṭa, en donde muestra la existencia de una serie de casas de campo en la orilla derecha del río, 17 almunias y 19 dār39, entre las que destaca la dār Hudayl, dār ibn Mardà, la dār al-Baydā y la dār al-Sanīnāt. En cuanto al Alcázar Genil, conocemos la cronología exacta de la fundación de la finca gracias a la crónica de Al-Hulal, en la que se lee, al referirse al califa almohade Umar al-Murtada: [...] su padre el sayyib Isaac b. Yusuf es el que construyó el alcázar del Sayyid, que es un alcázar grande, a orillas del río Genil, en las afueras de Granada, y también construyó el ribat delante de él, el año 615 (1218)40.

El conjunto estaba formado por tanto, por el edificio del Alcázar, al que pertenecerían los restos hoy conservados, el ribat, que se corresponde con la ermita de San Sebastián y toda una serie de elementos de infraestructuras que permitían tanto acondicionar y proteger la orilla izquierda del río Genil como poner en cultivo las tierras de la vega. Para esta última función, también fue necesario construir otro tipo de elementos auxiliares (acequias de derivación de riego, albercas para almacenar o decantar el agua, etc.). Sobre Alcázar Genil, ya en época nazarí, compuso un poema Ibn Zamrak que fue recogido por al-Maqqari41 y que tradujo Emilio García Gómez42:

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

491

fig. 2 Detalle del fresco de la Batalla de la Higueruela. Se dibuja en el margen derecho el edificio de Alcázar Genil, su jardín trasero, la rábita con su cúpula, el molino y el puente del Genil. Abajo, a la izquierda de la imagen, la huerta de Ginaljofe y en la parte superior, en la margen izquierda del río, la huerta de Ginalcadí, ambas rodeadas de una cerca de trenzado vegetal. (Fotografía: Eduardo Páez).

¡Qué bella es tu alberca! El céfiro teje en ella cotas de malla, bajo los gallardetes de los árboles...

También medievales son algunas referencias cristianas a Alcázar Genil, que aportan como dato de interés la presencia de ese nombre, «Alcázar Genil», que hay por tanto que considerar como su más antigua denominación en castellano. Así aparece en la Crónica de Pero Niño, fechada en 1436, donde se relata el avance del rey Juan II sobre la ciudad de Granada y cómo en algunas incursiones: «El Condestable llegó algunas veces con él hasta cerca de Alcázar Genil, donde estaba grand gente de Moros [...]»43. Igual denominación aparece en los tratados de paz de Juan II con «Mahomat, rey de Granada», que en copia castellana traducida en 1442, indica que se produjo en Alcázar Genil intercambio de prisioneros al finalizar la contienda: «[...] haberse hecho en las Casas de Vizcaya, que estaban dentro de la ciudad de Granada, las demás se hicieron en el Alhambra, y la primera de ellas en el Alcázar de Genil, cerca de dicha Ciudad»44. De excepcional importancia para hacerse una idea del sitio en la Edad Media es el fresco de la Batalla de la Higueruela de la galería de las batallas del Escorial. Mandado pintar por Felipe II a partir de dibujos medievales, hoy perdidos, tiene una gran fiabilidad a la imagen urbana de la ciudad en tiempos de los nazaríes45 (fig. 2). En ella se dibuja el edificio del Alcázar Genil con cuatro torres, un patio interior y otro exterior, al sur, cercado de tapias y con arbolado. Esa configuración es coherente con las tipologías constructivas andalusíes y más adecuada a lo que transmiten los textos que la

492

visión de la más reciente historiografía que interpretaba los restos actuales como si se tratara de una qubba aislada de jardín, ampliada en sus laterales con añadidos del siglo XIX46. El dibujo de la Higueruela permite interpretarlos como el resto de un gran edificio palatino, del que lo conservado correspondería a una qubba, seguramente la principal del complejo. Interpretación esta que se ajusta mejor a la tipología que presentan los restos actuales, con la sala cuadrada, con dos alhanías laterales y abierta al exterior por una gran puerta de aparato, configuración más propia de una sala interior de palacio que de un pabellón aislado en un jardín. La imagen es también útil por mostrar elementos asociados al entorno de Alcázar Genil, el puente del Genil, un pequeño edificio circular rematado en cúpula, que correspondería a la Ermita de San Sebastián, y un molino, que no se conserva pero es citado en los textos del XVI como molino de batán47. Se dibujan también dos huertas famosas de la zona, ambas identificadas por estar cercadas con un trenzado de ramas de tradición medieval. Frente al molino, en la margen derecha del río, la de Ginaljofe y en la margen izquierda, frente a las murallas de la ciudad antes de llegar al puente, la de Ginalcadí, en la zona donde hoy están los Basilios.

4. Alcázar Genil en los documentos posteriores a la conquista, hasta el s. xix Las crónicas que sitúan el acto de entrega de la ciudad junto a la Ermita de San Sebastián, nada dicen del

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

Alcázar y casi nada de su entorno, exceptuando las menciones al gran árbol que había junto a la Ermita, un «álamo negro», sinónimo antiguo del olmo (Ulmus minor) que será repetidamente citado aludiendo a que bajo su sombra se celebró el primer Te deum tras la conquista de la ciudad, siendo incluso dibujado, pues puede verse en la Plataforma de Vico o en la panorámica del Genil de Anton van der Wingaerde. Según Richard Ford «fue cortado por unos salvajes en 1760»48. La primera noticia de interés tras la conquista cristiana será el texto de Andrea Navagero, relativo a su visita a Granada de 1526, que reproducimos: Piu a basso nel piano passato il ponte di Xenil piu a man manca assai di tutti questi altri, vi è un palazzo integro in buona parte, con uno bel giardino, & con una peschiera, & mirti assai, che si dice l’horto della Regina, loco anchora lui piacevole, per il che da tanti vestigi di luochi dilettevoli, si puo giudicare, che quei Re Mori non si lasciavano mancare cosa alcuna alli piaceri, & vita contenta49.

El texto deja claro que el Alcázar era todavía reconocible como gran palacio con jardín, aunque claramente deteriorado («integro in buona parte», «vestigi»). Diversos documentos del siglo XVI recogen ese paso de palacio a huertas de explotación doméstica, aportando además nuevas denominaciones y topónimos, el más frecuente Jardín de la Reina (equivalente al «horto della Regina» usado por Navagero), con jardines y huertas diferenciados, con la mención de un «jardín Alto» y un «jardín Bajo» que prolongarán sus denominaciones hasta el siglo XIX, y datos sobre sus cultivos, viñas y frutales, e incluso sobre la presencia de algunos pies singulares, majuelo y sabina, que podrían estar asociados a cultivos ornamentales50. La estructura de la finca que dibujan esos documentos se mantendrá hasta su desaparición en el siglo XX, especialmente su carácter limítrofe entre las acequias de Darabuleila y Tarramonta, con terrenos en ambos pagos y afectados por sus riegos, con zona de contacto de ambas acequias en la inmediatez del edificio del Alcázar Genil51. Será una breve nota de Bermúdez de Pedraza la que recoja lo que se convertirá más tarde en el signo distintivo de la fama del sitio: Tenían también las Reynas otra casa de campo en Genil, donde se hazian los saraos y casamientos de los Alcaydes, con estanques de argamassa tan grandes, que llenos de agua andavan con barcos en ellos, y han quedado vestigios en las murallas de argamassa, lo demás está plantado de huerta52.

Que tiene además la indicación de que el albercón no estaba ya en uso y, tal vez, amortizado como plantío, como lo estuvo hasta su secuenciada destrucción a finales de los años 70 del siglo XX, asunto que será común a la mayoría de los grandes estanques andalusíes. A pesar de ese uso como terreno de labor se incluye como «albercón cerrado de muros» en el Catastro del Marqués de la Ensenada53. La extensión que da el Catastro es de 87 marjales, aproximadamente 4,6 hectáreas, que se suman a los amplísimos terrenos colindantes que los Marqueses de Trujillo-Duques de Gor tenían en los terrenos de los Basilios, en el pago de Arabuleila.

Alcázar Genil en el siglo xix y antes de la destrucción de la finca

5.

Habrá que esperar sin embargo al siglo XIX para tener una descripción significativa de los valores paisajísticos del sitio. Martínez de la Rosa, en una extensa nota de su novela Isabel de Solís, describe con detalle la finca. Es un excurso de la mano de una referencia novelada del Albercón de Cartuja, que le da pie a detallar «un breve resumen de lo que hoy día se nota en ellas, que puede arrojar luz sobre lo que fueron en otro tiempo»54. Martínez de la Rosa utiliza los mismos topónimos de los legajos del XVI, «jardín alto», por ejemplo, donde sitúa los vestigios del «edificio de tiempos de Moros» y describe una «especie de torre» con decoración en su piso alto, señalando que antes de las restauraciones de Contreras la sala estaba convertida en edificio con dos pisos. Ese uso doméstico era frecuente en esas fechas en otros palacios nazaríes, como, por ejemplo, el palacio del Partal Bajo en la Alhambra. También Lafuente Alcántara, en 1859, y Scharck, en 1865, recogieron esta partición en pisos de la sala55. En el «jardín bajo» Martínez de la Rosa sitúa el albercón, dando su extensión, «unos seis marjales, según dijo el labrador». Este labrador vivía en una casa al pie del albercón y bajo ella se conservaban «vestigios de obra antigua, con arcos de ladrillo y dos o tres puertas». Aunque Rafael Contreras repite esa noticia56, será años más tarde cuando Gómez Moreno mida y dibuje estos sótanos que debían de ser la base del pabellón adosado al estanque, tipología cercana a la de otros albercones. La intuición de Martínez de la Rosa le permite apuntar la similitud con otro pabellón medieval granadino, pues al describirla indica que era «alguna habitación para descansar y vestirse, como el Tocador de las Damas, junto a la alberca del propio nombre en Generalife». Junto a estos restos señala que «en ambas huertas se han hallado soterrados algunos empedrados finos, losetas, azulejos, etc.; y en el jardín bajo, algunos caños de plomo».

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

493

El Duque de Gor inicia en los años 60 del XIX una serie de arreglos en sus fincas de la zona de los Basilios, acequias, proyectos de cierre de las huertas donde tenía la vivienda, colindante con la huerta de Alcázar Genil, una construcción no realizada de un pabellón rústico romántico, etc., en los que interviene como autor José Contreras57. En fecha cercana, pero indeterminada, será su hijo Rafael Contreras quien aborde la restauración de la qubba de Alcázar Genil, que recoge en su libro Del arte árabe en España... (1875). Allí indica su autoría, con la frase «Fuimos encargados de su restauración» (en la nota 1 de la página 292) y describe la sala. Fue él quien liberará el volumen de la torre eliminando el suelo intermedio y quien remodelará las dos alas laterales de la sala árabe: El ilustrado dueño de la finca ha querido que las casas para el labrador que hay al lado del cuarto árabe, tengan el carácter de la misma arquitectura, a lo menos en su exterior, y presentar así un conjunto simétrico de agradable perspectiva (p. 293).

Convencionalmente se atribuyó a Contreras la construcción íntegra de esas alas laterales, aunque simplemente las redecoró, sin que nos sea posible saber si parte de su fábrica, que en las planimetrías posteriores revela diversos grosores de muro, pertenecía o no al alcázar, circunstancia que ha sido obviada por la suposición de que las alas anexas fueron obra de Contreras del XIX y que la qubba era un pabellón de jardín aislado y no parte de una construcción mayor. Contreras alude también a diversos detalles constructivos, el suelo de cerámica, los sótanos y fundamentos «árabes» del pabellón junto al estanque y la columna «árabe» que había al otro extremo del albercón y sobre la que se colocó, se deduce que en su mismo proyecto de restauración, la cruz de hierro que servía de veleta a la torre. De esa cruz, realizada en el XVI con balas capturadas en la guerra de Marruecos, se conserva una fotografía, de procedencia desconocida, publicada por Barrios Rozúa; muestra la columna con capitel nazarí, la cruz y los muros del albercón, antes del robo del capitel en 193558. El cuadro historicista de Francisco Pradilla La rendición de Granada (1882) utiliza el motivo de esta cruz como emblema de la comitiva de los Reyes Católicos. Asunto coherente con la cercanía de la ubicación de la cruz y el lugar donde el cuadro sitúa la entrega de las llaves de la ciudad. No hemos localizado textos que recojan la presencia de la cruz de Alcázar Genil en este cuadro, ni en las diversas reseñas del cuadro en el XIX ni en estudios posteriores, aunque la representación del motivo es clara.

494

En los años finales del XIX se acumulan significativas novedades historiográficas sobre el Alcázar, con una complicada cronología que afecta a la comprensión de algunas intervenciones en el edificio y su entorno. Para situar la cuestión hay que tener en cuenta que en esas fechas se hacen dos restauraciones sucesivas: Una primera, la ya citada anterior a 1875, obra de Rafael Contreras que a petición del duque de Gor recuperó el espacio diáfano del interior de la qubba, restauró su decoración interior y el arco de entrada, añadió nuevas puertas, decoró en clave arabizante las fachadas de las dos alas laterales preexistentes y colocó la cruz de su tejado sobre la columna con capitel nazarí al pie del albercón. Una segunda, de autor desconocido, encargada por el siguiente duque de Gor y realizada entre 1887 y 1889, significó la eliminación del suelo de cerámica, que fue sustituido por uno de mármol, casi con seguridad también de la colocación de la fuente baja en el centro de la sala principal y la construcción del templete columnado ante la puerta principal. Para establecer estas afirmaciones contamos con suficientes referencias escritas y gráficas. Almagro Cárdenas recopila los datos aportados por de Lafuente y anota que las «reparaciones, que han venido a rejuvenecer el monumento, le han quitado, no obstante mucho de su antiguo carácter»59. Al final de su texto repite esta idea «Por lo que a las recientes obras de restauración hace referencia, las dirigió el Sr. Contreras, y si con ellas perdió la almunia algo de su carácter de antigüedad, ganó sin embargo mucho de solidez»60. El texto de Almagro se refiere con razonable seguridad a las primeras obras de restauración realizadas por Rafael Contreras. Sin embargo las fotografías que incluye muestran el estado del edificio tras una segunda restauración. Orihuela Uzal interpreta seguramente que fotografías y texto son de igual fecha y que por tanto el texto de Almagro, «las dirigió el Sr. Contreras» permitiría suponer que «es probable que en la segunda restauración participara también su hijo Mariano»61 (op. cit., p. 342). En nuestra opinión la restauración aludida por Almagro es la primera, y su texto debe de ser de 1886. Sabido es que la obra de Almagro Museo granadino... se publica por entregas entre 1886 y 1893, fecha esta última en que sí estaba ya efectuada la segunda restauración. Las fotografías deben de haber sido realizadas tras la redacción y por eso recogen el estado de la segunda restauración a la que el texto no alude. La hipótesis de que el texto se refiera a la primera restauración, y por tanto ese Sr. Contreras sea Rafael, no solo se apoya en la inexistencia de alusión al suelo de mármol o al templete, sino también en que las palabras de crítica a la restauración

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

fig. 3 Los dos dibujos del cuadernillo de Gómez Moreno donde se recoge el diseño del suelo antiguo de la qubba. A la izquierda un boceto con indicación de materiales y color: ladrillo, [cerámica] azul y blanco. A la derecha un dibujo definitivo y coloreado. Archivo del Instituto Gómez Moreno / Fundación Rodríguez-Acosta.

fig. 4 Dibujos del cuadernillo de Gómez Moreno. Un croquis con la ubicación de la qubba, el albercón, el sótano y la alberca circular. Un croquis de la «alberca pequeña de argamasa» indicando en línea de puntos la parte soterrada bajo el camino de Armilla. Bocetos de los sótanos y su relación con el albercón, con indicaciones de tamaño. Archivo del Instituto Gómez Moreno / Fundación Rodríguez-Acosta.

son idénticas a las que usará Gómez Moreno en 1897 para criticar la primera restauración, la hecha sin duda por Rafael Contreras. «Le han quitado mucho [...] de su antiguo carácter» y «perdió [...] algo de su carácter de antigüedad» (Almagro Cárdenas, 1886-93, pp. 129 y 132), «perdió mucho de su primitivo carácter» (Gómez-Moreno Martínez, 1889, p. 131). En ese artículo Gómez-Moreno ya si recoge, e igualmente critica, las obras de la segunda restauración62. La segunda restauración debió de ser entre 1887 y 1889, pues Gómez-Moreno en su artículo del Boletín del Centro Artístico alude a que en la primera visita de los socios al Alcázar Genil estas obras no estaban realizadas. Esa primera visita había motivado la crónica de otro socio del centro, Temófilo [Diego Marín]63. Nada apunta a que Rafael Contreras fuera el autor de la segunda restauración, ni tampoco su hijo Mariano. Y el hecho de que Valladar alabara la primera restau-

ración, citando como su autor a Rafael Contreras, y criticara la segunda parece además descartar esa posibilidad. Taxativamente afirma que «no se sabe quien haya dirigido la obra», tras aludir a la eliminación del pavimento cerámico y a la construcción del «pabellón» delante de la torre de forma diferenciada, para los que usa el término temporal «recientemente»64. En varios artículos de la revista Alhambra Valladar defenderá la inicial restauración de Contreras, incluso de las críticas de Almagro Cardenas65. Todo parece apuntar a que la segunda intervención, anónima, fue seguramente doméstica y a cargo de una persona ajena al conocimiento convencional en la época del arte nazarí y sus [entonces] habituales restauraciones. De la documentación conservada y conocida del siglo XIX, la más valiosa es el cuadernillo manuscrito de Manuel Gómez Moreno (padre) que debe de haber sido realizado con ocasión de la primera visita del

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

495

fig. 5 Plano coloreado a mano de Alcázar Genil y su jardín. Incluido en la carpeta preparatoria de la segunda edición del Museo granadino de Antonio Almagro Cárdenas que no llegó a imprimirse (1899). Archivo General de Palacio, Patrimonio Nacional, Madrid.

Centro Artístico que se reseña, como hemos dicho, en el Boletín del 16 de febrero de 1887. Son hojas sueltas con textos, dibujos y planos acotados de los restos de Alcázar Genil, realizados por Gómez Moreno y con algún detalle de otros autores, por ejemplo el capitel de la huerta que está señalado como de Latorre. El cuaderno se encuentra hoy en los fondos del Archivo del Instituto Gómez Moreno de Granada. Se dibujan los elementos artísticos de más valor, los capiteles, yeserías y alicatados, siendo el único testimonio de la solería de cerámica («almorrefas» en el texto de Contreras) (fig. 3) que se dibuja coloreado y con su delicada y compleja simetría. Los diversos croquis de planta van acotados y se dedican especialmente al estanque y al sótano del pabellón (fig. 4). Las mediciones y planta muestran como ese sótano tiene las paredes mucho más gruesas en el extremo sur, lo que permite deducir ahí la presencia de una torre. Se añade la línea de fundación de los pilares del pórtico lo que sugiere la existencia de una torre, pórtico de arcos y sala alargada. Configuración muy similar, aunque de mayor longitud, que la del pabellón del Partal. Aporta además los datos precisos de la alberca, con 121,40 m de longitud por 28 m de anchura, recogidos

496

posteriormente en su conocida Guía de Granada, con los muros de argamasa de 0,80 m de grosor y las esquinas ligeramente más anchas, reforzadas, a modo de contrafuertes. Lo que acercaría la fábrica de esta alberca a lo que vemos en otros albercones de la época, el Agdal de Marrakech como ejemplo. Recoge también el estanque circular con su ubicación y dimensiones. Posterior a estos planos/croquis de Gómez Moreno es otro plano de la qubba y su entorno realizado por Almagro Cárdenas. El original a color, de bella factura pero altamente impreciso, se conserva en los papeles que preparó el autor para una segunda edición del Museo granadino (fig. 5). El ejemplar preparatorio se conserva en el Archivo del Palacio Real de Madrid, catalogado como «Museo granadino de antigüedades árabes, 2ª edición, 1899», aunque no se trata propiamente de una «segunda» edición sino de su proyecto. Contiene nueva recopilación de imágenes y una maqueta de portada, realizada a mano, en la que se consigna la fecha, 1899. El plano tiene valioso interés paisajista pues es el único que muestra el jardín de la entrada con su fuente y la acequia paralela al edificio atravesada por un puente. Estos elementos de jardín se recogen también en la serie de postales de la casa Stengel & Co.,

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

Dresden (fig. 6), fechada en 1905 en la propia imagen. Datación insólita en este tipo de imágenes y coincidente con su impresión con el dorso sin dividir, que no se presenta en tarjetas postales de fechas posteriores. La serie de Stengel permite además descifrar algunos elementos difíciles de interpretar en el plano de Almagro, como por ejemplo la pirámide de macetas que había entre la puerta de la qubba, el modelo de la fuente exterior o la estética y las plantaciones del jardín. En 1922 el Alcázar Genil, por Real Orden de 6 de julio, será declarado monumento arquitectónico-artístico por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes a petición de la Comisión provincial de Monumentos. Entre 1914, fecha del vuelo del globo Neptuno en el que el fotógrafo local Martínez de Victoria tomará imágenes aéreas oblicuas del sitio, y 1929, en que se realiza la primera ortofoto granadina, las imágenes aéreas muestran el lugar como huerta de hortalizas con el pequeño jardín de la entrada y el albercón como terreno de cultivo pero mostrando con claridad sus muros66. En 1932 se produce la expropiación por 19.080 pesetas de una parcela de la huerta para permitir la construcción del Camino de Ronda. Ese hecho marcará el futuro del albercón pues la vía se elevará varios metros sobre el terreno con lo que mantendrá soterrada, y paradójicamente protegida, una parte de la alberca67. La obra del Camino de Ronda se refleja en un documento de excepcional valor, el plano conservado en el Archivo de la Alhambra, bajo la denominación «Granada. Sector camino de Ronda con la carretera de Motril Motril (zona Alcázar Genil)» con sig. APAG/Colección de Planos /P-004603 y debe de ser cercano a 1934 (fig. 7). Muestra el estado de la finca justo tras la realización del Camino de Ronda. Es similar, pero no copia, del Plano de Población de Granada de 1935. Este último muestra los mismos detalles pero con menos fidelidad, sobre todo en el trazado de las acequias y no recoge el estanque circular del que ya tomó medidas Gómez Moreno en su cuadernillo de croquis. El plano del archivo de la Alhambra desdibuja el perímetro de este segundo estanque, alterado por la construcción del camino que accede desde la carretera de Motril hasta las casas de labriegos al pie del albercón y sobre los sótanos andalusíes. Este camino salva la acequia de Tarramonta con un puente cuya solicitud de licencia de construcción, de 1885, se conserva en el Archivo Histórico Municipal68. Tiene especial significado la presencia en el plano de 1934 de dos líneas a lápiz que indican un trazado alternativo del Camino de Ronda alejado del albercón, con claro interés de evitar que la carretera pasara sobre él. La tipología de plano y los detalles representados permiten

fig. 6 Patio de la Casa del Duque de Gor. Una de las postales de la serie de Stengel & Co. (1905) sobre Alcázar Genil, en esta mostrando el jardín exterior y el templete de finales del siglo XIX. (Colección JTR).

fecharlo en esa fecha con buena aproximación, correspondiendo al periodo de Torres Balbás como director de la Alhambra y Arquitecto Conservador de la Sexta Zona. Los dos trazos son coherentes con su interés de salvaguardar los testimonios granadinos de época nazarí. El plano fue dado a conocer por nosotros en 201069.

6. La destrucción del entorno y los intentos de recuperación de la qubba Durante cinco siglos la conexión del paisaje de la almunia y la ciudad se había mantenido más o menos conservada y habían sido sobre todo las edificaciones las que habían sufrido deterioro (fig. 8), El avance de la ciudad en la expansión urbana de las décadas de los 60 y 70 del siglo XX significará la desaparición definitiva de Alcázar Genil como territorio agrícola e inicia una nueva serie de intentos de recuperación de los restos cons-

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

497

fig. 7 Leopoldo Torres Balbás [atrib.]. ca. 1934. Plano de conjunto del Alcázar Genil. Archivo de la Alhambra, plano P-004603. Sobre el plano se han trazado a lápiz dos líneas paralelas fácilmente identificables.

fig. 8 El Alcázar Genil hacia 1975, ya edificado el primero de los bloques que acabarían rodeándolo. (Fotografía: anónima, colección JTR).

fig. 9 Francisco Prieto-Moreno y Pardo, 1972, Proyecto de restauración del Alcázar Genil Plano n.º 6. Fachada y detalles. Detalle correspondiente al alzado de la fachada en el proyecto, tras la eliminación propuesta de las dos alas laterales. Archivo de la Alhambra, plano P-003766.

498

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

fig. 10 Propuesta de ordenación del entorno de Alcázar Genil. Abril 1978. (Plano: facilitado por Juan A. García Granados).

truidos, no ya como casa solariega privada sino como elemento de valor patrimonial que acabará en manos de la administración pública. El primer proyecto de restauración del edificio, no realizado, será obra de Francisco Prieto-Moreno, de 1972. Los dibujos se conservan en el Archivo de la Alhambra70 (fig. 9), El estado de la finca es muy similar al de los planos de 1899 y 1934, con detalles como la fuente de piedra circular o la acequia, denominada de Ginalcadi, frente a la qubba. El proyecto contemplaba «liberar» la qubba de las dos alas laterales, dejando aislados los restos que eran interpretados como los «únicos» medievales y reforzando su percepción como pequeño pabellón de jardín. No pasaría un año para que el Ayuntamiento proyectara la «Modificación del Plan Parcial Sur en el sector del Jardín de la Reina»71 (fig. 10). Es el primero de los proyectos de parcelación que se sucederán, convirtiendo la huerta de origen andalusí en urbanizaciones de bloques, afectando primero al sector al oeste del Camino de Ronda y luego a la totalidad de la finca. El asunto pasó casi desapercibido sin que apenas se oyeran voces oponiéndose a la destrucción de los restos andalusíes, entre ellos el albercón, el mayor de los conocidos en al-Ándalus, los sótanos y cimientos del pabellón, las permanencias soterradas de

acequias y aterrazamientos, la alberca circular y la permanencia paisajística de cultivos de origen medieval. Del silencio vale la pena salvar las iniciativas de la diputada del Grupo Parlamentario Socialista María Izquierdo Rojo, que escribió varios artículos en la prensa local y en 26 de abril de 1978 planteó pregunta en las Cortes al Gobierno tratando de salvar los restos arqueológicos y el estanque amenazados por el plan de urbanización72. En el mismo sentido se pronunció la Comisión del Patrimonio Histórico-Artístico, por medio de su presidente Vicente González Barberán (octubre de 1977), y algunos especialistas en arte islámico como Basilio Pavón Maldonado73. La urbanización se realizará finalmente destruyendo los restos arqueológicos, salvo, ya hemos indicado, la parte del estanque soterrada bajo el trazado del camino de Ronda. Sin descartar que aún puedan conservarse, en su totalidad o en parte, los sótanos andalusíes que, de acuerdo con el plan de parcelación, quedaban bajo la actual calle Paseo del Jardín de la Reina, asunto que solo la arqueología podría certificar. Puede ser que, de nue­vo, como pasó con el Camino de Ronda y parte del albercón, una calle haya servido para salvar los restos. A menos que la construcción de la calle se realizara «limpiando» en profundidad el terreno para evitar la incómoda presencia de restos arqueológicos. Operación en

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

499

fig. 11 Detalle del plano n.º 7 del Proyecto de Modificación del Plan Parcial Sur en el sector del Jardín de la Reina. Propuesta de parcelación (1974). Realizado por la Oficina Técnica de Urbanismo del Ayuntamiento de Granada. Archivo municipal de Granada. Además de mostrar el edificio antes de la eliminación de parte de sus construcciones, dibuja con precisión los muros del albercón y las dos casas de labranza. Al situarse estas en el centro de la calle deja abierta la posibilidad de que los sótanos andalusíes que había bajo ellas se encuentren todavía hoy «conservados» bajo el pavimento del actual Paseo del Jardín de la Reina. fig. 12 Estado de Alcázar Genil en el año 1978. (Fotografía: Juan A. García Granados).

todo caso costosa pues, según dibujó Gómez Moreno (fig. 11), eran muy masivos, con muros de argamasa de un metro y con las bóvedas de ladrillo, llegando hasta una profundidad de tres metros bajo la rasante de los edificios de labranza. Simultáneamente se producen por los propietarios intentos de cesión al Estado del edificio de Alcázar Genil, intentos de expropiación por la Junta de Andalucía y una interminable serie de escritos para aclarar su propiedad y situación legal. Copia de estos documentos se conserva en el archivo de la Fundación Francisco Ayala que hoy tiene su sede en Alcázar Genil. El resultado de esa complicada aventura administrativa fue que, finalmente, el edificio pasó a propiedad pública. Desde 1989 se suceden intervenciones de protección y proyectos de restauración parcialmente realiza-

500

dos74. Ya para entonces los movimientos de tierra y el destrozo derivado de la construcción de edificios había alterado y ocultado los restos en el entorno del edificio. La obra final será de Pedro Salmerón, de 1994, con estudio arqueológico previo de Antonio Malpica, de 1993. Aunque la excavación se reseñará más tarde, es necesario aquí señalar que un error de interpretación de los restos arqueológicos determinó que se consolidara la idea de que el albercón estaba situado a unos 14 metros frente al edificio de la qubba, error, que como hemos señalado con anterioridad se prolongó en la reciente historiografía a pesar de los abundantes testimonios de su ubicación real. En un artículo de 2005 tuvimos oportunidad de defender que su ubicación correcta era la que indi-

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

caban los textos de Gómez Moreno y Gallego Burín en sus respectivas guías de Granada (1893 y 1961)75. Aportábamos, entre otros documentos, fotografías aéreas de cuando el albercón y la alberca circular aún existían. Durante la construcción del Metropolitano de Granada, del que éramos asesores paisajísticos, dimos aviso de la permanencia de los restos bajo el Camino de Ronda, y, finalmente en 2010 las obras del metro localizaron los restos conservados bajo esa calle, confirmando la ubicación del albercón coincidente con lo documentado por nosotros.

7. Intervenciones arqueológicas en el Alcázar del Genil y su entorno En la última década, y de mano de la arqueología urbana, se han realizado una serie de intervenciones en el entorno del Alcázar del Genil que han permitido conocer mejor no solo el edificio y la finca en la que se inserta, sino también los procesos históricos que se produjeron en Granada a principios del siglo XIII. Vamos a referirnos a dos excavaciones ligadas directamente al monumento y otras tres que afectaron a elementos estrechamente asociados al mismo, como son la ermita de San Sebastián, el muro de contención del río Genil y el puente del sobre el Genil. La excavación de apoyo a la restauración del Alcázar Genil (1993) 7.1.

En la primavera de 1993, y con motivo de las obras de restauración llevadas a cabo por el arquitecto Pedro Salmerón, se realizó la primera investigación arqueológica en el edificio76. Sus resultados aún son inéditos. Se proyectaron inicialmente 3 sondeos: uno de ellos delante de la fachada oeste del cuerpo central de 4 x 4 m, otro de 8,53 m x 4,54 m en el interior del ala sur, y el tercero, de 4,10 m x 8,5 m en el ala norte. En el primero, dispuesto a tres metros de la fachada, se documentan sistemas de atanores y los restos del plato de una fuente circular. Inmediatamente adosado apareció un muro de 0,5 m de grosor y con una potencia de 0,73 m al que se le adosa una estructura de ladrillo a modo de andén y contrafuerte en su cara este. Según los arqueólogos y autores de la intervención «se pudiera pensar que estábamos ante un gran albercón»77 y siguiendo esta hipótesis se realizaron 5 sondeos más. Para los arqueólogos, se documentaron los restos del albercón en tres de los sondeos, sin que se pudieran precisar sus verdaderas dimensiones. El análisis concluye de la siguiente forma:

Todo indica que hemos puesto en evidencia la parte externa, la más próxima al palacete. No es extraño que tenga en sus inicios la escasa profundidad que muestra. Pero hay que tener en cuenta que se observa una pendiente en el suelo, hacia el oeste, es decir hacia el interior de la alberca, del 2%. Esta inclinación podría explicar que los muros de contención situados al este no fuesen demasiado gruesos, sin tener que soportar grandes descargas. Es posible que el final de la alberca fuese mucho más profunda, o al menos su centro, pudiendo alcanzar hasta 2,42 m de profundidad si es que se mantenía la inclinación desde el principio hasta el final de los 121,4 m de longitud en rampa78.

En cuanto al resto de información arqueológica, los resultados son igualmente decepcionantes ya que se concluye que no se puede decir que el conjunto sea anterior a la época nazarí «pues no hay pruebas arqueológicas ni en uno ni en otro sentido»79, dando por correcta la ubicación del albercón que coincidía con el diseño urbanístico de la plaza que precede a la qubba. Lo encontrado era más propio de una alberca de carácter doméstico y no la gran construcción asociada a usos agrícolas. Es muy significativo que la excavación arqueológica de 1993 descubra elementos que estaban a la luz apenas una década antes, como eran el plato de la fuente frente a la qubba, y que no se identificara el trazado de la acequia (fig. 12). Esto indica con claridad el abandono y deterioro que sufrió Alcázar Genil en los años 70, en los que coincidía la remodelación del terreno, la edificación del entorno y la incertidumbre sobre el futuro del propio Alcázar. La intervención arqueológica preventiva vinculada a las obras del metropolitano de Granada (2008-2013) 7.2.

Quince años más tarde, con motivo de la construcción del metropolitano de Granada, a su paso por el Camino de Ronda, debido a la cautela arqueológica mediante control de los movimientos de tierras, en esta ocasión, durante la excavación del túnel, sí que aparecieron los restos del albercón del Alcázar Genil que aún quedaban, sepultados bajo el asfalto80. Como consecuencia del hallazgo fue posible realizar una intervención arqueológica de mayor calado, excavando no solo el vaso de la antigua alberca sino también su entorno inmediato. Los resultados aportaron datos relevantes para reconstruir el proceso de construcción de la alberca y de la huerta medieval, además de confirmar la cronología de su fundación y las líneas generales de su evolución.

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

501

El elemento central, los restos de la alberca, es el que permitió establecer una zonificación arqueológica de la siguiente forma: 7.2.1. Zona 1

Ámbito del albercón, formado por los dos muros de cierre por el norte y por el sur, además de la secuencia estratigráfica que la colmata. Se corresponde con el vaso de la alberca propiamente dicho y está formado por el muro meridional que tiene una longitud de 15,75 m en la zona central, más 4 m en el vestíbulo este y otros 4 en el vestíbulo oeste, con un total de 19,75 m conservados; el muro septentrional de otros 15,75 m, y el fondo o suelo de la alberca, todo de tapial de cal y árido (fig. 13). Los muros son de 0,65 m de anchura y conservan un alzado máximo de 1,40-1,50, mientras que la solera tiene 0,20 m de espesor. En total se han excavado unos 449,86 m2 en la zona central del túnel. Interiormente la alberca está colmatada por una serie de aportes de tierra que se asocian a la amortización y al uso agrícola hasta los años 70 del siglo XX, y los rellenos del terraplén del Camino de Ronda (fig. 14). Así, bajo la calzada se han diferenciado hasta 6 grandes grupos de estratos de relleno, todos de tendencia horizontal, de distinta composición pero predominado el escombro y la tierra, todo compactado y que sellan una capa muy homogénea de 0,4 m de potencia de tierra vegetal que asienta directamente sobre la solera de la alberca. Esta aparece muy deteriorada habiendo conservado únicamente la capa de enlucido final en algunas zonas, especialmente en las que contacta con los muros perimetrales, mientras que en el resto hay numerosas roturas que hay que poner en relación en el uso agrícola que tuvo tras su amortización para facilitar el drenaje y evitar la acumulación de agua. En el extremo oeste del vaso realizamos una cata de 4 m por 4 m para analizar el proceso constructivo y los antecedentes, comprobando que bajo la capa de suelo existe una preparación de cantos de río medianos y pequeños que sirven para regularizar el terreno que asienta a su vez sobre un paquete de tierra vegetal con cal, compactada, con una potencia media de 0,30 m y que se documenta también en la zona exterior de la propia alberca por el sur, en el que aparecen intercaladas interfacies de cal, a modo de suelos de trabajo, alternando con otras capas de tierra y que asienta sobre un estrato de tierra de origen vegetal con abundante cerámica y cantos rodados pequeños entre las que se incluyen algunas bolsadas de limos. Bajo la preparación de la solera se documentó una capa horizontal de limos verdes, que adquieren esta coloración por las filtraciones de agua, cubriendo un nivel

502

de suelo de trabajo formado por algunos cantos pequeños y material constructivo, asociado a otro estrato interpretado como relleno de nivelación. Ambos dan paso a un potente vertido de escombro y tierra, separado por otras dos capas de relleno antrópico por un nivel de limos que muestran un cierto buzamiento hacia el sur. En total, la secuencia documentada alcanza en este punto -1,80 m de profundidad desde la base de la alberca, indicándonos que se produjo un relleno importante del terreno natural para elevarlo y alcanzar la cota de nivelación necesaria para construir la base del depósito. En cuanto a los datos sobre el sistema constructivo de la alberca, a pesar de encontrarse muy deteriorada, se deduce que en primer lugar se construyó la solera y que sobre esta se montaron los muros perimetrales. Estos quedan configurados con un encofrado de madera que no ha dejado huellas de mechinales al ser sellado con mortero de cal, con un módulo constructivo de 6,4 m de longitud y 0,6 m de altura, alternando la disposición de los mismos en alzado, a modo de encadenado, para evitar la coincidencia de las juntas y dar mayor cohesión a la construcción. Finalmente, se le aplicó una capa de enlucido muy rico de cal que regulariza las paredes y el pavimento. 7.2.2. Zona 2

Definida como el ámbito meridional de la estación, al sur de la alberca, fue objeto de excavación por la existencia de algunas estructuras arqueológicas. En la zona más alejada del vaso de la alberca, a unos 28,7 m, aparecieron los restos de una acequia de ladrillo, orientada de sureste a noreste, con un trazado paralelo a la alberca, si bien solo se ha podido documentar un tramo de 2,10 m de longitud. Estaba formada por dos estructuras adosadas, selladas por un nivel de uso como huerta, formado por tierra vegetal. La primera, la más meridional, es la que mejor se conserva: presenta un lecho de ladrillos dispuesto a soga con los laterales rematados con fragmentos a tizón. Los muros laterales también son de ladrillo, con 0,32 m de grosor, alternando hiladas a tizón con otros a soga, y conserva el arranque de la bóveda que cubría el lecho, también de ladrillo, quedando sellada con bordes de atarjea de barro. Interiormente se ha podido identificar un estrato de gravas en el fondo cubierto a su vez por otro de limos que coincide con el nivel de arrasamiento de la bóveda. La segunda es también parte de un canal de agua, adosado como decimos a la cara norte de la que acabamos de describir. Se encontraba prácticamente destruida y comparte el muro lateral con aquella, pudiendo diferenciar claramente su lecho, también de ladrillo.

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

fig. 13 Vista general del frente sur del muro de la alberca de Alcázar Genil en el frente de excavación del metro y su prolongación por los laterales de acceso al futuro vestíbulo de la estación.

fig. 14 Vista del interior de la alberca tras su excavación arqueológica en la que se aprecia el estado de conservación del suelo, muy fragmentado para impedir el estancamiento del agua una vez que perdió su función y fue utilizado como zona de cultivo.

fig. 15 Vista general de la Zona Arqueológica III, situada al norte del albercón de Alcázar Genil, con identificación del muro de tapial de hormigón de cal de la alberca al fondo, andén perimetral de muros de tierra, la terraza de cultivo, muro de contención e inicio de la segunda terraza.

Estas dos acequias embovedadas asientan sobre un estrato de limos y arenas que a su vez cubre otras dos capas de gravas, estériles arqueológicamente. A unos 21,75 m hacia el norte documentamos nuevamente los restos de otra acequia, en esta ocasión tanto en el vestíbulo este como en el oeste, habiendo desaparecido en la excavación del tronco del túnel. Su trazado también es paralelo a los muros de la alberca y a diferencia de la

primera, está construida en tapial de argamasa encofrada a una cara, la que da al interior del canal, quedando el resto construido contra la zanja de implantación. El muro norte tiene una anchura variable que oscila entre los 0,4 m y 0,5 m, mientras que el sur es más irregular, alcanzando hasta los 0,6 m. El lecho también es de argamasa y tiene una profundidad de 0,7 m y una anchura de 0,36 m. Quedaba sellada por una cubierta de lajas planas y por un

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

503

pequeño túmulo de piedras con tierra y argamasa que nos indica que se trataba de un canal de agua que discurría de forma soterrada, al menos en algunos de sus tramos. Entre esta segunda acequia y el muro meridional de la alberca hemos excavado y documentado una serie de unidades estratigráficas que nos permiten analizar cómo era el entorno de aquella. Lo que primero destaca es que en las secciones quedan las evidencias de dos muros de tapial de tierra, en este caso de un tapial calicostrado en el que se aprecian con total claridad la alternancia de las tongadas de tierra con cal prensada con otras de cal. Estos dos muros envuelven el vaso de la alberca con el fin de garantizar la estabilidad del mismo ante las presiones que produce el agua estancada. El más exterior tiene una anchura de 1,60 m y una altura de 1,10 m, documentado en el vestíbulo este. Asienta sobre un suelo de cal y se adosa a un segundo muro de tierra que tiene 1,25 m de anchura, encofrado contra el muro de la alberca. La presencia de estas dos estructuras en principio nos indujo a pensar que se podría tratar de un doble corredor o andén a diferente cota, pero al excavar el vestíbulo oeste, se pudo documentar su trazado y relación espacial con la alberca, desechando esta hipótesis, quedando definido como muro de contención de la propia alberca si bien no podemos descartar que funcionara en su nivel de coronación como andén. Lo que es importante resaltar es que junto a estos muros de tierra también documentamos el nivel de cultivo que funcionaba a lo largo de la Edad Media y que es una capa de tierra vegetal de tendencia horizontal y que alcanza hasta la zanja de la acequia de tapial. Su cota de circulación se encuentra por debajo de los muros envolventes de la alberca y de su coronación como andén perimetral, a unos -0,7 m en las zonas que se han conservado evidencias. Este nivel está construido sobre una serie de aportes de tierras y gravas aparentemente estériles y de origen geológico alternando capas horizontales con otras en forma de lentejón o bolsadas, de limos, arenas y gravas que indican que si bien su composición es natural, su estructura y estratificación responden a rellenos realizados de forma antrópica para generar la terraza de cultivo. La cerámica que aparece en estos estratos, muy escasa, fragmentada y rodada, nos aporta una cronología coincidente con la fecha de construcción del Alcázar del Genil, es decir, de principios del siglo XIII lo que permite confirmar la adscripción cronológica de la huerta a finales del periodo almohade. Finalmente, los restos de la huerta almohade quedan amortizados con un paquete de tierra vegetal, y también

504

se documenta un sistema de doble encañamiento con atanores de barro, que discurre de forma paralela a los muros de tierra, coincidiendo con la cota de coronación de los mismos, por lo que parece que pertenecen a un momento posterior, probablemente de época nazarí, asociada al último momento de explotación agrícola medieval. 7.2.3. Zona 3

Se corresponde con el ámbito extramuros al norte de la alberca. Bajo el conglomerado de aportes antrópicos para la construcción del Camino de Ronda se documentó un estrato de tierra vegetal que disminuye de espesor conforme nos acercamos al cauce actual del río Genil, además de presentar un buzamiento ligeramente marcado hacia el norte. Esta capa se corresponde con el nivel de tierra de huerta histórica y tiene una potencia media de 0,60 m (fig. 15). Sella a su vez una serie de niveles de gravas y arenas que son interpretados como lecho natural del río ya que ocasionalmente aparece algún artefacto (tejas, ladrillos y cerámica) muy rodados en su interior. Desconocemos si estos aportes, al igual que vimos en la zona 2, tienen también un origen antrópico, vertidos ex professo para ganar terreno al cauce natural y ampliar la zona cultivable ya que cerca de la orilla fluvial aparecieron entre las arenas varios bloques de tapial de hormigón en posición secundaria. Técnicamente eran de una fábrica similar a la utilizada en la construcción de los muros de la alberca ya que el grosor es de unos 0,65 m y la argamasa se corresponde en gran medida con la utilizada en aquella, pudiendo ser parte de los que fueron demolidos a finales de la década de los años 70 del siglo XX. En las proximidades del vaso de la alberca apareció un muro de mampostería que cruza transversalmente el túnel del metro de forma paralela a aquella, creando una terraza de cultivo. Esta estructura es de mampostería encintada, con aparejo ligeramente espigado. Presenta una primera hilada de mampuestos y sobre estos una capa de fragmentos de tejas a modo de nivelación, sobre el que se desarrolla una hilada de ladrillos. La alternancia de mampuestos y verdugadas de ladrillo es lo que caracteriza su fábrica. Tiene 1 metro de anchura y una longitud de 16 m. En alzado tiene una potencia de 0,5 m y presenta doble cara, es decir que fue rellenado posteriormente por el intradós. Funcionalmente es, como hemos dicho, un muro de aterrazamiento para la construcción de un bancal de 8 m de anchura, habiendo quedado documentado el proceso de formación en la zona interior y exterior. Su trazado es paralelo al muro norte de la alberca y entre ambas estructuras queda un área de trabajo que fue excavada arqueológicamente, estructurándola en sectores de 4 m con el objeto de documentar mejor todos los procesos de formación del registro ar-

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

fig. 16 Planta general de la excavación arqueológica del albercón de Alcázar Genil y de las estructuras anejas aparecidas durante las obras del metro de Granada. La zona I se corresponde con el vaso de la alberca. La zona II es el ámbito que se desarrolla al sur y la zona III la terraza de cultivo documentada.

fig. 17 Reconstrucción hipotética de las construcciones almohades partiendo de los datos recogidos por Gómez Moreno y los ofrecidos por la excavación arqueológica: (1) Tramo de alberca documentado en las obras del metro; (2) Acequia más próxima; (3) Acequia que discurre paralela un poco más separada; (4) Primera terraza de cultivo; (5) Muro de contención; (6) Segunda terraza agrícola; (7) Sótanos reconocidos en su porción sur por Gómez Moreno.

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

505

fig. 18 Alcázar Genil y su relación espacial con la ciudad de Granada en el siglo XIII. Identificación de los elementos arquitectónicos: (1) Puente del Genil, del siglo XI y XIII; (2) Muro de contención del río, principios del siglo XIII; (3) Rábita, actual Ermita de San Sebastián, y muro de contención del río; (4) Alberca y pabellón almohade de Alcázar Genil; (5) Qubba nazarí. (Plano base: Antonio Orihuela Uzal y Luis J. García Pulido).

queológico. En primer lugar, aplicando la hipótesis de la posible existencia de un andén de tapial similar al documentado en la zona sur (Zona 2), procedimos a delimitar un área de 2,85 m desde la cara norte del muro de la alberca confirmando la existencia de dos muros de tapial de tierra que se adosa a dicha estructura. El primero se construyó adosado al muro de hormigón del vaso, con una anchura media de 1,25 m, quedando reforzado por un segundo muro también de tapial más externo y más ancho, con 1,60 m. La cara de este queda al descubierto tras su excavación, con un alzado de 0,4 m y documentando la huella de al menos 3 tablas y la impronta de los clavos en la junta de los cajones. Ambos muros de tierra forman parte del sistema de refuerzo de la alberca propiamente dicha, garantizado su estabilidad ante las presiones que desde el interior ejercía el agua almacenada, y al mismo tiempo regularizaba la superficie y creaba el citado andén perimetral que permitía circular entorno a la misma (fig. 16). Tras su construcción se procedió a rellenar todo este espacio amortizando el paleosuelo sobre el que se construyó y sobre el que se disponen una serie de aportes que terminan por conformar la terraza de cultivo. Destacamos por su singulari-

506

dad, la presencia de acopios de material de relleno para la construcción de los muros de tierra que quedaron amortizados bajo la capa de tierra vegetal. Del análisis de las cotas de la cimentación de los forros externos de tapial, teniendo en cuenta que el vaso de la alberca está nivelado, comprobamos como existe una cierta pendiente o desnivel hacia el sur, conforme nos alejamos del cauce natural del río, y que fue necesario realizar importantes aportes, además de obras de mayor entidad, en el flanco meridional para conseguir una superficie de tendencia horizontal, con la inclinación necesaria para facilitar el riego (fig. 17). 7.3. La

intervención arqueológica en el Paseo del Violón El Paseo del Violón se encuentra en la margen izquierda del Genil, ocupando el espacio que va desde la confluencia con el río Darro, en el Puente del Genil, hasta la ermita de San Sebastián. Históricamente ha sido una explanada delimitada por el cauce del río, el trazado de la acequia de Arabuleila y el camino de Armilla. Precede el acceso a la ciudad y tradicionalmente ha for-

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

mado parte del entorno periurbano de Granada (fig. 18). Fue urbanizado en el siglo XVIII81 y utilizado desde entonces como zona de esparcimiento. En 1866 se trasladó la feria desde la plaza del Triunfo hasta el Violón y era el lugar donde se celebraban las ferias de ganado. En el año 2005 se iniciaron las obras de construcción de un aparcamiento subterráneo. Durante los primeros movimientos de tierras se detectó la aparición de estructuras constructivas que obligaron a la realización de una actividad arqueológica urgente82. Se pudo excavar los restos del antiguo muro de marginación y contención del cauce del río, en una zona en la que confluyen fuertes procesos erosivos ya que es el punto en el que el Darro tributa sus aguas al Genil. Son tres los momentos constructivos identificados. El más antiguo está en relación con la construcción del puente del Genil, probablemente en el siglo XI si atendemos a los paralelos de su aparejo constructivo, y al proceso de reordenamiento de las orillas del cauce fluvial. El puente, que como decimos debió de ser construido en el siglo XI y reformado a principios del siglo XIII, tal como veremos más adelante, fue parcialmente destruido por las crecidas del año 1614, siendo reconstruido y ampliado en 1685, si bien la obra de mejora no finalizó hasta el siglo XVIII. De esta forma, el muro de contención sufrirá sucesivas refacciones que explicarían la superposición de fábricas documentadas.

La fase más antigua del muro de contención muestra una fábrica de tapial de argamasa en masa, de cierta consistencia, que se cimenta de forma directa sobre el cauce del río, en una cota más alta que el resto de la estructura, lo cual demuestra su antigüedad en la medida que muestra un cauce menos erosionado, además de evidenciar el adosamiento al mismo de fábricas posteriores (fig. 19). Cronológicamente este muro debe fecharse a finales del siglo XI o principios del XII, si bien se presenta muy erosionado por el efecto del paso del agua. Fue reparado en una fase posterior, siendo sustituido en parte por una obra de gran porte, también construida con tapial hormigonado pero en este caso presentando un alzado mayor y un mejor sistema de cimentación por medio de una zarpa excavada en las arenas del río y que ha sido fechado inicialmente entre finales del XII y XIII. Técnicamente está construido con un encofrado de madera que utiliza unos tableros formados por 5 tablas de 0,20 m de anchura de media, habiendo conservado en la cara interior la impronta de la tablazón y la de los clavos de los tableros. Los mechinales eran reversibles, es decir, que fueron retirados tras su construcción, y eran con sección en T invertida. Este tramo del muro de época almohade conserva una altura máxima de 2,90 m y en su base se aprecia la existencia de bloques de argamasa caídos desde la coronación del mismo que permitieron desviar el efecto de la

fig. 19 Muro de contención del río Genil construido a principios del siglo XIII para estabilizar la margen izquierda. En primer plano se observa la fábrica de época almohade mientras que al fondo se ven los tajamares y restos del muro construidos a finales de 1886.

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

507

erosión en su base, siendo la única protección documentada para las fases islámicas ya que carecen de tajamares. En la Plataforma de Ambrosio de Vico se aprecia con claridad un primer diseño de paseo y el trazado del muro de contención en el que no se detectan elementos de este tipo. Esto originó una cierta inestabilidad en la cimentación aguas arriba de este punto lo que provocó el desplome de la fábrica islámica en época contemporánea, obligando a su reconstrucción. Los dos tramos consecutivos del muro forman parte de una fábrica mucho más reciente —de finales del siglo XIX— si bien mantiene la misma orientación y ha sido reforzado con tres tajamares que permiten asumir mejor la hidrodinámica. En documentación fotográfica de esta época (finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX) aún se aprecia como este tramo reconstruido se adosa a restos de tapial islámico que a su vez están directamente vinculados a la estructura del puente del Genil. 7.4. Excavación

arqueológica urgente en el exterior de la Ermita de San Sebastián La ermita de San Sebastián ocupa el extremo del paseo del Violón, quedando protegida por el muro de contención del Genil, y a una cota más elevada que el propio Alcázar del Genil. Es un sitio emblemático en la historia de Granada, no solo por ser el lugar en torno al cual se produjo el hecho simbólico de la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492 sino también por ser el único morabito o rábita que queda en pie de época islámica. Situado extramuros, y al amparo del Alcázar Genil, las fuentes nos dicen que ambos elementos fueron construidos a principios del s. XIII por al-Sayyid, gobernador de Granada y su distrito en tiempos del califa almohade al-Muntasir, entre 1218 y 1219. Ha sido objeto de varios estudios83 e intervenciones para su restauración. Destaca la llevada a cabo por Leopoldo Torres Balbás entre 1932 y 1933 que le da el aspecto actual84. Tras la conquista, el edifico fue cristianizado, convirtiéndose en ermita bajo la advocación de San Sebastián en cuyo entorno se constituyó primero una congregación y en 1531 la Hermandad de San Sebastián. Suponemos que las primeras obras para adecuar su aspecto islámico a su nueva función debieron de producirse por estas fechas. A partir de este momento pasó a convertirse en un punto señalado en las procesiones de la ciudad. A principios del s. XVII, en 1614, una avenida del río afecto seriamente al edificio y un año más tarde, en 161585 se restauran sus desperfectos, noticia que ha llegado a nosotros gracias a la inscripción hecha en el anillo de la cúpula. Las siguientes reparaciones se aco-

508

metieron en 176386 asociadas a la reconstrucción de los muros de contención del Genil. A principios del siglo XIX pasó a depender del Ayuntamiento de Granada, se construyó lo que se conoce como «Casa del santero» y se estableció en ella una taberna. Los dos edificios ya estaban con su configuración actual en 1831 ya que así aparece representado en un dibujo de Richard Ford. En 1844 se restituyó al culto y se le puso el empedrado que decora la placeta de la fachada, probablemente también el perimetral (fig. 20) y en 1883 vuelve a ser objeto de una intervención que precede a la emprendida en 1931 por Leopoldo Torres Balbás. La siguiente actuación sobre el edificio de la rábita la acometió Francisco Prieto-Moreno en 1953, consistente en mejorar la solería del interior, arreglo de la cubierta, un drenaje perimetral y la reconstrucción de la casa del santero. Por último, en los años finales de la década de los 70 se picó toda la superficie por dentro y por fuera y se rehicieron los enfoscados (figs. 21 y 22). El edificio originario es una qubba de planta casi cuadrada (9,96; 10,08; 9,92 y 9,97 m), construida en tapial de argamasa, cubierta con una bóveda de nervios y con un arco de acceso en el lateral suroeste de ladri­ llo, con forma de herradura ligeramente apuntada enmarcada en alfiz. Este tipo de edificios, suelen estar vinculados a la oración y a la veneración de algún santón ya que habitualmente su fundación solía estar asociada al enterramiento de algún personaje notable por su piedad y ortodoxia, generando posteriormente en su entorno la creación de una maqbara. Tal es el caso de las rábitas conocidas en el norte de África, como la rábita al-Said de Ceuta87. En el reino de Granada tenemos como ejemplos, excavados y documentados arqueológicamente, de la rábita alcana, en Mondújar88 asociada a la rawda, o más recientemente la rábita del cobertizo viejo de La Zubia89. En el caso del morabito que nos ocupa parece que no se produjo este fenómeno, probablemente porque su fundación está ligada a la voluntad del poder almohade y no bajo la advocación de un santón. La excavación no pudo determinar si originalmente sus cuatro muros se encontraban abiertos, tal como propusieron tanto Torres Balbás como M. Martín. En la cata arqueológica realizada en el muro exterior se aprecia la fábrica de tapial cuya prolongación se intuye bajo los enfoscados actuales, descartando esta posibilidad90. Las imágenes del muro sur sin revocos así como las del interior (figs. 22 y 23) indican que hubo un hueco original pero lejos del sistema de qubba abierta con arcos apoyados en machones angulares. El sistema de cimentación utilizado, con una zarpa que interactúa con los rellenos del terreno a modo de

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

fig. 20 Ermita de San Sebastián a finales del siglo XIX. (Fotografía: José Tito Rojo).

fig. 21 Estado de la Ermita de San Sebastián en los años 70 del siglo XX durante la construcción del bloque de pisos inmediato. (Fotografía: Juan A. García Granados).

fig. 22 Fachada sur de la Ermita de San Sebastián sin revocos. La faja de ladrillo que corre a todo lo ancho por encima del escudo corresponde al zuncho perimetral colocado por Prieto Moreno en 1952. Marca el arranque de la bóveda. Todo el muro por encima es una fábrica de mampostería que envuelve la bóveda para sostener la cubierta. Es reconocible la puerta original. (Fotografía: Juan A. García Granados).

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

509

fig. 23 Alzado sur por el interior de la ermita. Obra a finales de los 70. Las jambas resueltas con ladrillo de forma escalonada en correspondencia con las tapias atraviesan todo el muro y evidencian que fue un antiguo acceso. Había otro hueco en el frente del altar, aunque aquí no hay machones de ladrillo. (Fotografía: Juan A. García Granados).

muro de contención, tiene paralelos en la Granada del siglo XIII-XIV, como en el Carmen del Negro91. De la fábrica medieval son visibles dos cajones de tapial de argamasa formada por aportes de áridos de tamaño mediano y fino, con una granulometría muy homogénea, trabados con mortero de cal y sin fragmentos de cerámica o de tipo orgánico, lo cual le confiere una tonalidad blancuzca, que es a la que hacen referencia distintos autores (Gómez-Moreno, Torres Balbás, Martín García, Malpica Cuello, etc.). La cimentación está formada por una zarpa de tapial que conforma un plano triangular, ensanchando considerablemente la superficie de apoyo en unos 0,74 m, que presenta una hendidura de unos 0,04 m en la zona de contacto con el alzado de dos cajones. Esta sirvió para encajar los tablones del encofrado. Por otra parte, en su superficie se observan las huellas de 4 clavos de la tablazón lo cual es un claro indicador de que en el momento de construcción del edificio este se encontraba exento, dispuesto sobre el te­rreno, que fue preparado para su construcción y posteriormente rellenado con tierra. Los aportes que la sellan son varias capas que alternan arenas y gravas con limos y tierra conformando

510

un conjunto en el que interactúan los rellenos con la cimentación en cuña para dotarla de mayor estabilidad. 7.5. El

puente del río Genil

Otro de los elementos fundamentales del entorno del Alcázar Genil es el puente del río Genil. Aunque tradicionalmente algunos lo habían datado de época romana, atendiendo a su estructura y proporciones, existen datos suficientes para proponer una fecha de construcción y de reformas medievales. El puente tiene 5 arcos de medio punto, ligeramente mayor el central con un paso con cambio de rasante en la parte central (fig. 24). Presenta tajamares de sección triangular aguas arriba que protegen de la erosión del agua los pilares, y redondeados aguas abajo, actuando como contrafuertes. Del análisis arqueológico que se asoció a la reforma realizada en el año 198692 se desprende que su obra es de sillares y sillarejos de piedra calcarenita utilizando el aparejo de soga y dos tizones, con paralelos en otras construcciones de Granada (Puente del Cadí, Puerta de Hernán Román o alminar de la iglesia de San José) (fig. 25). En las catas arqueológicas realizadas a

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

fig. 24 (Arriba) Vista del Puente Genil aguas abajo, en el año 1930 (fotografía: Archivo Histórico Municipal de Granada). (Abajo) Estado actual aguas arriba después de la restauración en la que se aprecia el aparejo de los tajamares y el de los muros a soga y tizón, característico de las obras ziríes (siglo XI).

los pies del pilar del segundo vano desde la orilla de la margen izquierda, se comprobó que sus cimientos están escalonados y enterrados a -3,91 m desde la cota actual. Según el trabajo realizado por C. Vílchez, el puente es por tanto una obra zirí del siglo XI pero fue reformado de forma singular en época almohade, en concreto en torno al año 1199-1210, por Muḥammad ibn ‘Abd alRaḥmān ibn ‘AbdAllāh, que sustentaba el cargo de cadí de la ciudad93.

8. La creación del Alcázar

Genil en el

contexto urbano de la Granada almohade. Propuesta de interpretación

La construcción del Alcázar Genil, como fundación real, está vinculada a una operación de transformación el entorno periurbano de madīna Garnata de mayor calado que no ha sido analizada lo suficientemente. Las intervenciones arqueológicas realizadas entre 2006 y 2012 en el entorno nos permiten aproximarnos con datos nuevos para poder interpretar el fenómeno de la construcción de esta almunia que coincide con el pe-

fig. 25 Aparejos del puente sobre el Genil, durante las obras de restauración. (Fotografía: Juan A. García Granados).

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

511

riodo final de los almohades en al-Ándalus, en el que adquiere cierta relevancia Granada. La ciudad tiene un perímetro rígido, definido por sus murallas, y por unos arrabales en pleno crecimiento. La dinámica urbana tiene sus propias normas y ritmos de crecimiento por lo que es en el entorno periurbano donde se manifiesta de forma más clara la decisión del poder para crear nuevos espacios aristocráticos y de cultivo. De hecho, desde mediados del siglo XI la ribera del Genil, conocida como Ḥawr Mu’ammal —la alameda de Mu’ammal— es un espacio que juega un papel muy activo en la vida cultural de la ciudad como ámbito de ocio, esparcimiento y de encuentros literarios muy frecuentado por la aristocracia urbana. Tiene el reconocimiento como lugar de prestigio. Sabemos que no solo existían en esta zona espacios ajardinados sino también algunas construcciones de tipo aristocrático, como la qubba del poeta Abū Ŷa’far94. El reconocimiento del valor de la ribera del Genil se vio intensificado desde la llegada de los almohades. En este sentido debemos entender que la elección de este lugar para la construcción de un nuevo alcázar que identifique la presencia del poder almohade en Granada no es un episodio aislado, o al menos no puede interpretarse de

esta forma ya que para que se produjera fue necesario una serie de mejoras y adecuaciones del territorio. Una de las primeras fue la consolidación de los márgenes del río Genil, especialmente en la zona de confluencia con el Darro, donde se dan procesos erosivos importantes. Dicha operación se materializa con la construcción del muro de contención del río y con la reforma y mejora del Puente del Genil. Ambos fenómenos se producen entre 1199 y 1210 sobre las infraestructuras existentes de época zirí, tal como se ha podido documentar en la excavación arqueológica del paseo del Violón y en la restauración del puente. Inmediatamente después, ejecutadas estas obras, el siguiente paso fue la mejora del suelo para la instalación de la almunia cuya fecha de erección se fija en 1218. Este fenómeno se ha documentado arqueológicamente en los preparativos de los suelos aluviales para la construcción del albercón en donde se aprecian numerosos aportes de naturaleza antrópica encaminados a crear la base para unos suelos más estables y apropiados para el diseño de nuevas terrazas de cultivo (fig. 18). El conjunto está formado no solo por una serie de edificios de uso residencial, que fueron parcialmente descritos por

fig. 26 Recreación hipotética del Alcázar Genil y su entorno en el siglo XV resultantes de los estudios documentales (Manuel Casares y José Tito) y arqueológicos (Ángel Rodríguez). (Dibujo: JTR).

512

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

fig. 27 Maquetas elaboradas a partir de la documentación existente sobre Alcázar Genil. En la parte superior la hipótesis de estado en el siglo XV y en la inferior la correspondiente a 1934, fecha del plano atribuido a Torres Balbás, con el Camino de Ronda ya construido. Realizadas por encargo de la Fundación El Legado Andalusí, con documentación y asesoramiento de Manuel Casares, Ángel Rodríguez y José Tito. (Maquetas: Carlos Naucler, 2013).

M. Gómez Moreno, junto al gran albercón, sino también por la fundación de un ribat (la actual ermita de San Sebastián) y la creación de amplios espacios de cultivo. El límite de la finca debió de quedar definido por el propio cauce del Genil por un lado, y el trazado de la acequia de Tarramonta y el camino de Armilla por otro, con una topografía irregular, pero organizada interiormente al menos con un eje muy claro que viene marcado por el que marca la alberca, la rábita y los edificios que se

desarrollaban a los pies del estanque. Manteniendo la orientación que marcan estos elementos se trazaron las primeras terrazas de cultivo. Aunando todos estos datos, hemos realizado una reconstrucción hipotética del conjunto partiendo de la información que en su día tomó Manuel Gómez Moreno y de los que han aportado las recientes excavaciones (fig. 26). La imagen resultante es la de una gran alberca, orientada de oeste a este, con el vaso interior construido

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

513

con tapial de hormigón de cal, reforzado en las esquinas que aparecen engrosadas, tal como fueron descritas y dibujadas por Gómez Moreno, y todo envuelto en dos muros de tapial de tierra que consiguen darle mayor estabilidad a la estructura frente a la presión del agua almacenada en el interior, además de crear un corredor perimetral. En el extremo oeste se encontraba un pabellón separado del estanque por un corredor de 3 m de anchura. La presencia de un muro perpendicular es el indicio de la existencia de una galería en este ámbito. Del pabellón solo tenemos referencias a los subterráneos, formados por cinco naves, comunicadas por un pasillo que discurría de forma paralela al muro de fachada, y que su extremo sur estaba ocupado por una cimentación rectangular maciza, que suponemos pudo actuar como basamento de una torre. El esquema sería muy parecido al que podemos ver en la Alhambra, en el palacio del Partal, con una estructura muy similar. Al sur de la alberca existían dos sistemas de acequias a distinta cota: la más cercana, situada a unos 3,20 m, era de tapial, mientras que el segundo, construido en ladrillo y con bóveda, era doble y estaba a unos 22,5 m de la primera. Por sus características y técnica constructiva probablemente sería para abastecimiento de las zonas palaciegas de la almunia. El trazado de las acequias de-

bió de actuar como eje en la organización interior de la zona de huerta y jardín. Al norte de la alberca se documentó un muro de contención de la parata de cultivo más próxima a todo el conjunto, también organizada siguiendo su eje, con una anchura de 8 m. Esta organización del espacio de época almohade sufrió modificaciones con el paso del tiempo, como por ejemplo la incorporación de nuevas construcciones como el pabellón que actualmente queda en pie —la qubba— que es una edificación posterior, ya de época nazarí pues no mantiene esa misma orientación y la decoración arquitectónica así lo apunta, proponiendo una cronología anterior a la segunda mitad del siglo XIV, coincidente con el reinado de Ismail I o Yūsuf I. En este caso, y siguiendo los datos iconográficos que aporta la representación de la Batalla de la Higueruela (fig. 27), es probable que formara parte de un amplio conjunto palaciego, flanqueado por cuatro torres en las esquinas, del que no se conocen testimonios arqueológicos. En definitiva, el Alcázar del Genil es un ejemplo de diseño y construcción de un alcázar asociado a un amplio espacio de cultivo y de ocio que enlaza con la tradición de las almunias islámicas, primero de época califal y taifa, luego almohade (fig. 28). En el caso de Granada además es la principal intervención del poder en los momentos finales del periodo almohade. fig. 28 Aspecto del edificio de Alcázar Genil en su situación actual. (Fotografía: JTR, 2010).

514

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

NOTAS 1.

2. 3. 4. 5. 6.

7.

8.

9.

10.

11. 12.

13. 14.

15.

Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro, EEA (CSIC). Andrea Navagero, 1563, Il viaggio fatto in Spagna et in Francia, Vinegia [Venecia], Domenico Farri. Emilio Lafuente Alcántara, 1859, Inscripciones árabes en Granada, Madrid, Imprenta Nacional. Rafael Contreras, 1875, Del arte árabe en España, Madrid, Imp. J. Noguera. Antonio Almagro Cárdenas, 1886-1893, Museo granadino de antigüedades árabes, Granada, Imp. La Lealtad. José Tito Rojo y Manuel Casares Porcel, 2005, «Paysage végétal et paysage urbain à Grenade: évolution et typologies des “cármenes” au siècle des lumières», en La Nature citadine au siècle des Lumières. Promenades urbaines et villégiatures (Annales du Centre Ledoux nº 5), Nancy, pp. 119-130, imágenes 55-62. Manuel Casares Porcel y José Tito Rojo, 2012, Documentación histórica del Alcázar Genil y su entorno, informe inédito depositado en la Fundación Ayala (Granada). José María García-Consuegra Flores y Ángel Rodríguez Aguilera, 2010, «Actividad Arqueológica de Urgencia en el Paseo del Violón s/n, Granada», Anuario Arqueológico de Andalucía 2005, pp. 1441-1450. Ángel Rodríguez Aguilera y Julia Rodríguez Aguilera, 2010, Informe sobre la aparición de restos arqueológicos en la estación «Río Genil» del Metro de Granada. Tramo 03, Granada; y Ángel Rodríguez Aguilera, 2013, Informe preliminar del control arqueológico de las labores de apeo de los muros, documentación y topografía del pavimento de la alberca del Alcázar Genil y su posterior retirada y reposición, Granada. Ambos informes, inéditos, depositados en la Delegación de Cultura de Granada. Évariste Lévi-Provençal y Emilio García Gómez, 1982, El siglo XI en 1ª persona. Las memorias de ‘Abd Allāh, último rey zirí de Granada, destronado por los almorávides (1090), Madrid, Alianza, p. 102. Jacinto Bosch Vilá, 1956 (ed. facsímil 1990), Los almorávides, Granada, Universidad. p. 294. Ambrosio Huici Miranda, 1956, Historia política del imperio almohade, tomo I, Tetuán, Instituto General Franco de Estudios e Investigación Hispano-Árabe, p. 177. Huici Miranda, 1956, Historia política, pp. 202-203. Pablo Jesús Casado Millán, Auxiliadora Moreno Onorato, Rafael Montalvo Campo, Juan José Rodríguez Rúa, Josefa Rosales Romero, José Antonio Riquelme Cantal y María Oliva Rodríguez Ariza, 1997, «Memoria preliminar sobre la intervención arqueológica de urgencia efectuada en los solares nº 76 y 78 de la calle San Juan de los Reyes, nº 11 de la calle Espino y nº 7 de la calle Candil, agrupados bajo la denominación de Tejidos Casares (Barrio del Albaicín, Granada)», Anuario Arqueológico de Andalucía 1993, pp. 288-299. Ángel Rodríguez Aguilera, Inmaculada Alemán Aguilera, José María García-Consuegra Flores y Javier Morcillo Matillas, 2009, «Actividad arqueológica preventiva mediante sondeos en

16.

17.

18.

19.

20.

21.

22.

23.

24. 25.

26. 27.

28. 29. 30. 31. 32.

33.

la Casa de Hernando de Zafra (c/San Juan de los Reyes 46 y c/ Zafra 5), Granada», Anuario Arqueológico de Andalucía 2004, pp. 1305-1321. Ángel Rodríguez Aguilera, Sonia Bordes García y Luis de la Revilla Negro, 2002, «Excavación arqueológica de urgencia en Cuesta de la Victoria nº11. Albaicín. Granada», Anuario Arqueológico de Andalucía 1999, pp. 169-174. Antonio López Marcos, Alejandro Caballero Cobos y Carmen López Pertíñez, 2001, «Excavación arqueológica de urgencia en la calle Horno del Vidrio 16 (Granada)», Anuario Arqueológico de Andalucía 1998, pp. 275-286. Andrés Adroher Auroux, Beatriz Risueño Olarte, Antonio López Marcos y José Manuel Pérez Rivera, 1993, «Excavación de urgencia en c/ Espino, 5 (Albayzin, Granada), febrero-abril. 1991», Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, pp. 319-328. Eusebio Alegre Aparicio, Daniel Campos López, Diego López Martínez, Elena Castilla Ruiz y Nicomedes Guerrero Rodríguez, 2010, «Intervención arqueológica preventiva en el parque lineal de la muralla zirí (Granada)», Anuario Arqueológico de Andalucía 2005, pp. 1509-1518. Antonio Orihuela Uzal, 2013, «Granada. Entre ziríes y nazaríes», Arte y culturas de al-Andalus. El poder de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra, pp. 47-57. Excavada recientemente en Plaza de la Trinidad, esquina con calle Capuchinas. Ángel Rodríguez Aguilera, 2018, La Puerta de Bibarrambla de Granada y el flanco occiental de la muralla de la madina hasta Bibalmazán, Granada. José Javier Álvarez García, 2000, «Aproximación a la configuración urbana de los arrabales de al-Fajjārīn y del Naŷd (actual barrio del Realejo) en época nazarí», en Lorenzo Cara Barrionuevo (ed.), Ciudad y territorio en al-Andalus, Granada, Athos-Pérgamos, pp. 86-110. María Jesús Viguera Molins, 1995, «La fuerza de la fe:la reacción almohade», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 138-146. Magdalena Valor Piechotta, 2008, Sevilla almohade, Málaga, Sarriá. Alfonso Jiménez Martín, 1995, «Al-Andalus en época almohade», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 165-180, p. 167. Jiménez Martín, 1995, «Al-Andalus...», p. 173. Antonio Vallejo Triano, 2010, La ciudad califal de Madīnat al-Zahrā. Arqueología de su excavación, Jaén, Almuzara, pp. 66-71. Huici Miranda, 1956, Historia política, p. 60. Huici Miranda, 1956, Historia política, p. 81. Huici Miranda, 1956, Historia política, p. 253. Una síntesis en Valor Piechotta, 2008, Sevilla almohade, pp. 213-218. Francisco Collantes de Terán y Juan Zozaya Stabel-Hasen, 1972, «Excavaciones en el palacio almohade de la Buhayra (Sevilla)», Noticiario arqueológico Hispánico, 1, pp. 221-260; Manuel Vera Reina y Fernando Amores Carredano, 1998, «La Huerta del Rey. El espacio y sus usos a través de la historia», en Magdalena Valor Piechotta y Carlos Romero Moragas (coord.), Sevilla Extramuros, Salamanca, pp. 103-148; Fernando Amores Carredano y Manuel Vera Reina, 1999, «Al-Buhayra/Huerta del Rey», Sevilla almohade, Madrid, Fundación Tres Culturas-Universidad de SevillaAyuntamiento de Sevilla-Universidad Hassan II Mohammedia, pp. 184-189. Basilio Pavón Maldonado, 2004, Tratado de arquitectura hispanomusulmana. III. Palacios, Madrid, CSIC, p. 272.

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

515

34.

35. 36.

37.

38.

39. 40.

41.

42. 43.

44. 45.

46.

47.

48. 49. 50.

51.

52. 53.

516

La referencia la aporta Isabel Calero Secall y Virgilio Martínez Enamorado, 1995, «La arquitectura residencial de la Málaga almohade», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de Al-Andalus, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 157-164, p. 162. Cf. Calero Secall y Martínez Enamorado, «La arquitectura residencial...», 1995. Antonio Malpica Cuello, 2001-2002, «La expansión de la ciudad de Granada en época almohade. Ensayo de reconstrucción de su configuración», Miscelánea Medieval Murciana XXV-XXVI, p. 67-116. Antonio Orihuela Uzal, 1995, «Los inicios de la arquitectura residencial nazarí» en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de Al-Andalus, Barcelona-Madrid, Lunwerg, p. 225-235. Dār, «casa», en el sentido de edificio habitable asociado a una parcela agrícola, normalmente de gran valor. A veces se asemeja al concepto de almunia. María del Carmen Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica, Granada, Universidad de Granada, p. 81. Ibn Simāk, ed. 1979, Al-Ḥulal al-mawšiyya fī ḏikr al-ajbār al-Marrākušīyya, ed. de Suhayl Zakkar y ʽAbd al-Qadir, Casablanca, Dar al-Rashaid, p. 141 y traducción p. 196. Al-Maqqari, ed. 1855-1861, Analectes sur l’histoire et la littérature des Arabes d’Espagne, ed. de Reinhart Dozy y Gustave Dugat, Leiden, E. J. Brill, IV, p. 326. Emilio García Gómez, 1959, Cinco poetas musulmanes, 2ª edición, Madrid, Espasa Calpe, p. 247. Crónica de don Pero Niño conde de Buelna, por Gutierre Diez de Gamez, su alferez, 1782, ed. de Eugenio de Llaguno Amirola, Madrid, Imp. de Antonio de Sancha, p. 210. Tomado de «Anécdota histórica de España», Diario curioso, erudito, económico y comercial, 19 de abril de 1787. Cf. Antonio Orihuela Uzal, 2001, «Las murallas de Granada en la iconografía próxima al año 1500», en Granada: su transformación en el siglo XVI, Granada, Ayuntamiento de Granada, pp. 105-134. Antonio Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, siglo XIII-XV, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 335-343, especialmente planos 91 y 92; cf. igualmente la reconstrucción gráfica incluida en Juan Castilla Brazales y Antonio Orihuela Uzal, 2002, En busca de la Granada andalusí, Granada, Comares, pp. 330-331. El más antiguo de estos textos es el «Pleito entre Catalina Rodríguez del Miradero...» de 1531, Archivo de la Real Chancillería de Granada, Caja 5418, pieza 002. Richard Ford, ed. 1955, Granada, escritos con dibujos inéditos, ed. de Alfonso Gámir, Granada, Patronato de la Alhambra, p. 124. Navagero, 1563, Il viaggio fatto in Spagna, p. 20v-21r. 1531, Pleito entre Catalina Rodríguez del Miradero..., Archivo de la Real Chancillería de Granada, Caja 5418, pieza 002; 1550, ibid.; 1567, Denuncia de Francisco Palencia, Archivo Histórico Municipal, C.03455.022. Véase, como documentos distanciados en el tiempo, los tres Apeos de Loaisa, de 1573, de los pagos de Darabuleila, Tarramonta y Genil, Archivo Histórico Municipal, sin sig., las actas de Constitución de regantes de la Acequia de Arabuleila, de 1953, documento sin sig. conservado en la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, con plano de la distribución de regadíos de los ramales de las acequias Gorda, Arabuleila, Jaque del Marqués y Tarramonta. Francisco Bermúdez de Pedraza, 1639 (ed. facsímil 1989), Historia eclesiástica de Granada, Granada, Universidad, p. 42v. Catastro del Marqués de la Ensenada. Respuestas de particulares. «Marqués de los Trujillos», Archivo histórico Provincial de Granada, libro 1262, pp. 120-137.

54. 55.

56. 57.

58.

59. 60. 61. 62.

63. 64. 65. 66.

67.

68.

69. 70.

71.

72. 73. 74.

75. 76.

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

Francisco Martínez de la Rosa, 1839, Doña Isabel de Solís, Madrid, Tomás Jordán, tomo II, pp. 328-330. Lafuente y Alcántara, 1859, p. 201; Adolf Friederich von Schack, 1865, Poesie und Kunst der Araber in Spanien und Sicilien, Berlin, Wilhelm Gerh. Citado de la ed. traducida por Juan Varela, 1933, Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, Madrid, pp. 163-164. Contreras, 1875, Del arte árabe en España, p. 293. Agrupados los diversos proyectos en «Ocupación y mejora de la margen de la acequia de Tarramonta», Archivo histórico Municipal de Granada, leg. 991, pieza 42, que incluye los planos y dibujo del cierre de piedra y forja y de la casita rústica. La fotografía en José Manuel Barrios Rozúa, 1999, Guía de la Granada desaparecida, Granada, Comares, p. 74. Sobre el expolio José Manuel Barrios Rozúa, 1998, Reforma urbana y destrucción del patrimonio histórico granadino, Granada, Universidad de Granada, pp. 430-431. Almagro Cárdenas, 1886, Museo granadino, p. 129. Almagro Cárdenas, 1886, Museo granadino, p. 132. Orihuela Uzal, 1996, Casas y palacios nazaríes, p. 342. Manuel Gómez-Moreno Martínez, 1889, «Crónica del Centro [Visita a Alcázar Genil]», Boletín del Centro Artístico, n.º 6263, p. 131, de 16 de abril y 1 de mayo de 1889. Temófilo, 1887, «Crónica del Centro», Boletín del Centro Artístico, II, 16 de febrero de 1887, n.º 10, p. 1-2. Francisco de Paula Valladar Serrano, 1906, Guía de Granada, Granada, Imp. Paulino Ventura, p. 460. Francisco de Paula Valladar Serrano, 1917, «El huerto de la Reina», La Alhambra, 15 de enero de 1917, n.º 1, pp. 17-20, p. 19. Las fotos de Martínez de Victoria en colección particular. La ortofoto está en el Archivo Histórico Municipal, Mosaico fotográfico de la ciudad de Granada. 18.002.02 (401). Existe además otra publicada en Anales de la Sociedad Española de Estudios Fotogramétricos, 1930-31, Tomo III, n.º 2-3, p. 85. Está fechada en VIII-30. De esta última conocemos un solo ejemplar, en la colección JTR. «Expediente 1624 de 21 de mayo de 1932, Ayuntamiento de Granada, Negociado de Fomento». Archivo Histórico Municipal de Granada. C.03016.1624. «Solicitud de licencia para la construcción de un puente sobre la acequia de Tarramonta», Emilio de Villena [administrador del duque de Gor], Archivo Histórico Municipal de Granada, 26 de agosto de 1889, C.00059.0109. El documento alude a un plano de detalle no conservado. Manuel Casares Porcel y José Tito Rojo, 2010, «Lo que queda de Alcázar Genil», Granada Hoy, 24 de octubre de 2010, pp. 8-9. Francisco Prieto Moreno (dib. de M. López Reche), 1972, «Granada. Alcázar Genil. Proyecto de restauración», Archivo de la Alhambra, APAG/ Colección de Planos/ P-003761 y sig. Oficina Técnica de Urbanismo. Aerogram S.A. Ayuntamiento de Granada. «Modificación del Plan Parcial Sur en el sector del Jardín de la Reina», Archivo histórico municipal de Granada. 010.014.003 (474). Boletín Oficial de las Cortes, 10 de mayo de 1978, pp. 1896-1898. Basilio Pavón Maldonado, 1978, «El Alcázar Genil de Granada en peligro», Informaciones, n.º 2701, 27 de enero de 1978, p. 23. Iniciados por el de Eduardo Martín Martín y Luís Javier Martín Martín, Proyecto de restauración de Alcázar Genil, Archivo Histórico Provincial de Granada, de fecha 30 de julio, 1985. Tito Rojo y Casares Porcel, 2005, «Paysage végétal...». Antonio Malpica Cuello, Esperanza Jiménez Lozano y Eva Moreno León, 1993, Alcázar Genil. Una almunia en las proximidades de Granada. Actuaciones arqueológicas de apoyo a

77. 78. 79. 80.

81. 82.

83.

84. 85. 86. 87. 88.

su restauración, informe inédito depositado en la Delegación Provincial de Cultura de Granada. Malpica Cuello et al., 1993, Alcázar Genil, p. 8. Malpica Cuello et al., 1993, Alcázar Genil, p. 9. Malpica Cuello et al., 1993, Alcázar Genil, p. 11. Ángel Rodríguez Aguilera y Julia Rodríguez Aguilera, 2010, Informe preliminar parcial de los trabajos arqueológicos desarrollados en el Metropolitano de Granada. Estación del Alcázar Genil, Granada, informe inédito, depositado en Delegación Provincial de Cultura en Granada. Antonio Gallego y Burín, 1987, Granada. Guía artística e histórica de la ciudad, Granada, Comares, p. 196. José María García-Consuegra Flores y Ángel Rodríguez Aguilera, 2010, «Actividad Arqueológica de Urgencia en el Paseo del Violón s/n, Granada», Anuario Arqueológico de Andalucía 2005, Granada, Córdoba, pp. 1441-1450. De manera genérica, por Leopoldo Torres Balbás, 1948, «Rábitas hispanomusulmanas», Al-Andalus, XII, 2, pp. 475-491; y de forma específica por Mariano Martín García, 1977, «Un morabito granadino: la Ermita de San Sebastián», Cuadernos de la Alhambra, 13, pp.129-159; ibid., 1978, «Nuevos datos sobre la ermita de San Sebastián», Cuadernos de la Alhambra, 14-15, pp. 299-302. También tiene un papel destacado en las principales guías de la ciudad, como las de Manuel Gómez Moreno, 1892, Guía de Granada, Granada, Imp. Indalecio Ventura; y Gallego y Burín, 1987, Granada. Guía artística. Martín García, 1978, «Nuevos datos...». Martín García, 1977, «Un morabito granadino...», p.144. Martín García, 1977, «Un morabito granadino...», p.147. Torres Balbás, 1948, «Rábitas hispanomusulmanas», p. 489. Ángel Rodríguez Aguilera, Sonia Bordes García y Francisca

89. 90.

91.

92.

93.

94.

Quero Endrino, 1999, «El programa de medidas correctoras de impacto arqueológico de la autovía Bailén-Motril. Tramo DúrcalÍzbor», Bibataubín, 2. José Javier Álvarez García, 2003, Excavación arqueológica en Cobertizo Viejo (La Zubia), Granada. Para los datos referidos a arqueología de la Ermita de San Sebastián, cf. Ángel Rodríguez Aguilera, 2010, Memoria científica de la Actividad Arqueológica Preventiva mediante sondeos y control arqueológico de las obras de acondicionamiento del entorno de la ermita de San Sebastián, Granada, informe inédito depositado en la Delegación de Cultura de Granada. Con posterioridad a los trabajos publicados, Mariano Martín y Juan A. García Granados pudieron documentar los huecos existentes en los lados sur y este, dato que ha permanecido inédito. Ángel Rodríguez Aguilera, José María García-Consuegra Flores y Julia Rodríguez Aguilera, 2010, «Actividad Arqueológica Preventiva mediante sondeos y control de movimientos de tierras en el Carmen del Negro (Granada). Resultados finales (Fase I-Fase II)», Anuario Arqueológico de Andalucía 2005, Granada, pp. 1471-1483. Carlos Vílchez Vílchez, 1990, «El puente sobre el Genil de la taifa zirí granadina (s.XI)», Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, XXI, pp. 211-223. La fecha de 1199 la aporta Luis Seco de Lucena, 1910, Plano de la Granada árabe, Granada, El Defensor de Granada, p. 42; mientras que la segunda es citada por Leopoldo Torres Balbás, 1957, «España musulmana. 711-1031. Instituciones y arte», en Ramón Menéndez Pidal (dir.), Historia de España. V, Madrid, Espasa Calpe, p. 628; y Vílchez Vílchez 1990, p. 211. Celia del Moral Molina, 1987, Un poeta granadino del siglo XII: Abū Ŷa’far ibn Sa’īd, Granada, Universidad de Granada.

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

517

Bibliografía ADROHER AUROUX, Andrés; RISUEÑO OLARTE, Beatriz; LÓ­ PEZ MARCOS, Antonio; PÉREZ RIVERA, José María (1993). «Excavación de urgencia en c/ Espino, 5 (Albayzin, Granada), febrero-abril. 1991», Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, pp. 319-328. ALEGRE APARICIO, Eusebio; CAMPOS LÓPEZ, Daniel; LÓPEZ MARTÍNEZ, Diego; CASTILLA RUIZ, Elena; GUERRERO RODRÍGUEZ, Nicomedes (2010). «Intervención arqueológica preventiva en el parque lineal de la muralla zirí (Granada)», Anuario Arqueológico de Andalucía 2005, pp. 1509-1518. ALMAGRO CÁRDENAS, Antonio (1886-1893). Museo granadino de antigüedades árabes, Granada, Imp. La Lealtad. ÁLVAREZ GARCÍA, José Javier (2000). «Aproximación a la configuración urbana de los arrabales de al-Fajjārīn y del Naŷd (actual barrio del Realejo) en época nazarí», en Lorenzo Cara Barrionuevo (ed.), Ciudad y territorio en al-Andalus, Granada, Athos-Pérgamos, pp. 86-110. —— (2003). Excavación arqueológica en Cobertizo Viejo (La Zubia), Granada. ÁLVAREZ GARCÍA, José Javier; GARCÍA PORRAS, Alberto (2006). «La zawiya del Cobertizo Viejo (Granada)», Anuario Arqueológico de Andalucía 2003, pp. 429-436. AMORES CARREDANO, Fernando; VERA REINA, Manuel (1999). «Al-Buhayra/Huerta del Rey», en Magdalena Valor Piechotta y Ahmed Tahiri (eds.), Sevilla almohade, Madrid, Fundación Tres Culturas-Universidad de Sevilla-Ayuntamiento de SevillaUniversidad Hassan II Mohammedia, pp. 184-189. BARRIOS ROZÚA, Juan Manuel (1998). Reforma urbana y destrucción del patrimonio histórico granadino, Granada, Universidad de Granada. —— (1999). Guía de la Granada desaparecida, Granada, Comares. BERMÚDEZ DE PEDRAZA, Francisco (1639, ed. facsímil 1989). Historia eclesiástica de Granada, Granada, Universidad. BOSCH VILÁ, Jacinto (1956, ed. facsímil 1990). Los almorávides, Granada, Universidad. CALERO SECALL, Isabel; MARTÍNEZ ENAMORADO, Virgilio (1995). «La arquitectura residencial de la Málaga almohade», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de Al-Andalus, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 157-164. CASADO MILLÁN, Pablo Jesús; MORENO ONORATO, Auxiliadora; MONTALVO CAMPO, Rafael; RODRÍGUEZ RÚA, Juan José; ROSALES ROMERO, Josefa; RIQUELME CANTAL, José Antonio; RODRÍGUEZ ARIZA, María Oliva (1997). «Memoria preliminar sobre la intervención arqueológica de urgencia efectuada en los solares nº 76 y 78 de la calle San Juan de los Reyes, nº 11 de la calle Espino y nº 7 de la calle Candil, agrupados bajo la denominación de Tejidos Casares (Barrio del Albaicín, Granada)», Anuario Arqueológico de Andalucía 1993, pp. 288-299. CASARES PORCEL, Manuel; TITO ROJO, José (2010). «Lo que queda de Alcázar Genil», Granada Hoy, 24 de octubre de 2010, pp. 8-9. —— (2012). Documentación histórica del Alcázar Genil y su entorno, informe inédito depositado en la Fundación Ayala (Granada). CASTILLA BRAZALES, Juan; ORIHUELA UZAL, Antonio (2002). En busca de la Granada andalusí, Granada, Comares. COLLANTES DE TERÁN, Francisco; ZOZAYA STABEL-HASEN, Juan (1972). «Excavaciones en el palacio almohade de la Buhayra (Sevilla)», Noticiario arqueológico Hispánico, 1, pp. 221-260. CONTRERAS, Rafael (1875). Del arte árabe en España. La Alhambra, el Alcázar y la Gran Mezquita, Madrid, Imp. J. Noguera.

518

Crónica de don Pero Niño conde de Buelna, por Gutierre Diez de Gamez, su alferez (1782). Ed. de Eugenio de Llaguno Amirola, Madrid, Imp. de Antonio de Sancha. FORD, Richard (ed. 1955). Granada, escritos con dibujos inéditos, ed. de Alfonso Gámir, Granada, Patronato de la Alhambra. GALLEGO Y BURÍN, Antonio (1987). Granada. Guía artística e histórica de la ciudad, Granada, Comares. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1959). Cinco poetas musulmanes, 2ª edición, Madrid, Espasa Calpe. GARCÍA-CONSUEGRA FLORES, José María; RODRÍGUEZ AGUILERA, Ángel (2010), «Actividad Arqueológica de Urgencia en el Paseo del Violón s/n, Granada», Anuario Arqueológico de Andalucía 2005, Córdoba, pp. 1441-1450. GÓMEZ MORENO, Manuel (1892). Guía de Granada, Granada, Imp. Indalecio Ventura. GÓMEZ-MORENO MARTÍNEZ, Manuel (1889). «Crónica del Centro [Visita a Alcázar Genil]», Boletín del Centro Artístico, n.º 62-63, p. 131, de 16 de abril y 1 de mayo de 1889. HUICI MIRANDA, Ambrosio (1956). Historia política del imperio almohade, tomo I, Tetuán, Instituto General Franco de Estudios e Investigación Hispano-Árabe. IBN SIMĀK (ed. 1979). Al-Ḥulal al-mawšiyya fī ḏikr al-ajbār alMarrākušīyya, ed. de Suhayl Zakkar y ‘Abd al-Qadir Zamama, Casablanca, Dar al-Rashaid. JIMÉNEZ MARTÍN, Alfonso (1995). «Al-Andalus en época almohade», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lunwerg, p. 165-180. JIMÉNEZ MATA, María del Carmen (1990). La Granada islámica, Granada, Universidad de Granada. LAFUENTE ALCÁNTARA, Emilio (1859). Inscripciones árabes en Granada, Madrid, Imprenta Nacional. LÉVI-PROVENÇAL, Évariste; GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1982), El siglo XI en 1ª persona. Las memorias de ‘Abd Allāh, último rey zirí de Granada, destronado por los almorávides (1090), Madrid, Alianza. LÓPEZ MARCOS, Antonio; CABALLERO COBOS, Alejandro; LÓPEZ PERTÍÑEZ, Carmen (2001). «Excavación arqueológica de urgencia en la calle Horno del Vidrio 16 (Granada)», Anuario Arqueológico de Andalucía 1998, pp. 275-286. MALPICA CUELLO, Antonio (2001-2002). «La expansión de la ciudad de Granada en época almohade. Ensayo de reconstrucción de su configuración», Miscelánea Medieval Murciana XXV-XXVI, p. 67-116. MALPICA CUELLO, Antonio; JIMÉNEZ LOZANO, Esperanza; MORENO LEÓN, Eva (1993). Alcázar Genil. Una almunia en las proximidades de Granada. Actuaciones arqueológicas de apoyo a su restauración, informe inédito depositado en la Delegación Provincial de Cultura de Granada. AL-MAQQARI (ed. 1855-1861). Analectes sur l’histoire et la littérature des Arabes d’Espagne, ed. de Reinhart Dozy y Gustave Dugat, Leiden, E. J. Brill, IV. MARTÍN GARCÍA, Mariano (1977). «Un morabito granadino: la Ermi­ ta de San Sebastián», Cuadernos de la Alhambra, 13, pp. 129-159. —— (1978). «Nuevos datos sobre la ermita de San Sebastián», Cuadernos de la Alhambra, 14-15, pp. 299-302. MARTÍNEZ DE LA ROSA, Francisco (1839). Doña Isabel de Solís, Madrid, Tomás Jordán, tomo II. MORAL MOLINA, Celia del (1987). Un poeta granadino del siglo XII: Abū Ŷa’far ibn Sa’īd, Granada, Universidad de Granada. NAVAGERO, Andrea (1563). Il viaggio fatto in Spagna et in Francia, Vinegia [Venecia], Domenico Farri.

ÁNGEL R ODR ÍGUEZ AGUIL E R A / J OS É T IT O R OJ O / M ANUE L C A S A R E S P O R C E L

ORIHUELA UZAL, Antonio (1995). «Los inicios de la arquitectura residencial nazarí», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de Al-Andalus, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 225-235. —— (1996). Casas y palacios nazaríes, siglo XIII-XV, BarcelonaMadrid, Lunwerg, —— (2001). «Las murallas de Granada en la iconografía próxima al año 1500», en Granada: su transformación en el siglo XVI, Granada, Ayuntamiento de Granada, pp. 105-134. —— (2013). «Granada. Entre ziríes y nazaríes», Arte y culturas de al-Andalus. El poder de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra, pp. 47-57. PAVÓN MALDONADO, Basilio (1978). «El Alcázar Genil de Granada en peligro», Informaciones, n.º 2701, 27 de enero de 1978, p. 23. —— (2004). Tratado de arquitectura hispanomusulmana. III. Palacios, Madrid, CSIC. RODRÍGUEZ AGUILERA, Ángel (2010). Memoria científica de la Actividad Arqueológica Preventiva mediante sondeos y control arqueológico de las obras de acondicionamiento del entorno de la ermita de San Sebastián, Granada, informe inédito depositado en la Delegación de Cultura de Granada. —— (2013). Informe preliminar del control arqueológico de las labores de apeo de los muros, documentación y topografía del pavimento de la alberca del Alcázar Genil y su posterior retirada y reposición, Granada, informe inédito depositado en la Delegación de Cultura de Granada. —— (2018). La Puerta de Bibarrambla de Granada y el flanco occiental de la muralla de la madina hasta Bibalmazán, Granada. RODRÍGUEZ AGUILERA, Ángel; RODRÍGUEZ AGUILERA, Julia (2010a). Informe sobre la aparición de restos arqueológicos en la estación “Río Genil” del Metro de Granada. Tramo 03, Granada, informe inéditos depositado en la Delegación de Cultura de Granada. —— (2010b). Informe preliminar parcial de los trabajos arqueológicos desarrollados en el Metropolitano de Granada. Estación del Alcázar Genil, Granada, informe inédito depositado en la Delegación Provincial de Cultura en Granada. RODRÍGUEZ AGUILERA, Ángel; BORDES GARCÍA, Sonia; QUERO ENDRINO, Francisco (1999). «El programa de medidas correctoras de impacto arqueológico de la autovía BailénMotril. Tramo Dúrcal-Ízbor», Bibataubín, 2. RODRÍGUEZ AGUILERA, Ángel; BORDES GARCÍA, Sonia; y REVILLA NEGRO, Luis de la (2002). «Excavación arqueológica de urgencia en Cuesta de la Victoria nº11. Albaicín. Granada», Anuario Arqueológico de Andalucía 1999, pp. 169-174. RODRÍGUEZ AGUILERA, Ángel; GARCÍA-CONSUEGRA FLORES, José; RODRÍGUEZ AGUILERA, Julia (2010), «Actividad Arqueológica Preventiva mediante sondeos y control de movimientos de tierras en el Carmen del Negro (Granada). Resultados

finales (Fase I-Fase II)», Anuario Arqueológico de Andalucía 2005, Granada, Córdoba, pp. 1471-1483. RODRÍGUEZ AGUILERA, Ángel; ALEMÁN AGUILERA, Inmaculada; GARCÍA-CONSUEGRA FLORES, José; MORCILLO MATILLAS, Francisco Javier (2009). «Actividad arqueológica preventiva mediante sondeos en la Casa de Hernando de Zafra (c/San Juan de los Reyes 46 y c/ Zafra 5), Granada», Anuario Arqueológico de Andalucía 2004, pp. 1305-1321. SCHACK, Adolf Friedrich von (1865). Poesie und Kunst der Araber in Spanien und Sicilien, Berlin, Wilhelm Gerh [ed. española traducida por Juan Varela (1933), Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, Madrid]. SECO DE LUCENA, Luis (1910). Plano de la Granada árabe, Granada, El Defensor de Granada. TEMÓFILO (1887). «Crónica del Centro», Boletín del Centro Artístico, II, 16 de febrero de 1887, n.º 10, p. 1-2. TITO ROJO, José; CASARES PORCEL, Manuel (2005). «Paysage végétal et paysage urbain à Grenade: évolution et typologies des ‘cármenes’ au siècle des lumières», en La Nature citadine au siècle des Lumières. Promenades urbaines et villégiatures (Annales du Centre Ledoux n.º 5), Nancy, pp. 119-130. TORRES BALBÁS, Leopoldo (1948). «Rábitas hispanomusulmanas», Al-Andalus, XII, 2, pp. 475-491. —— (1957). «España musulmana. 711-1031. Instituciones y arte», en Ramón Menéndez Pidal (dir.), Historia de España. V, Madrid, Espasa Calpe. VALLADAR SERRANO, Francisco de Paula (1906). Guía de Granada, Granada, Imp. Paulino Ventura. —— (1917). «El huerto de la Reina», La Alhambra, 15 de enero de 1917, n.º 1, pp. 17-20. VALLEJO TRIANO, Antonio (2010). La ciudad califal de Madīnat al-Zahrā. Arqueología de su excavación, Jaén, Almuzara. VALOR PIECHOTTA, Magdalena (2008). Sevilla almohade, Málaga, Sarriá. VELÁZQUEZ BASANTA, Fernando N. (2007). «Dos nuevos monumentos de la Antigüedad en Granada: Un circo romano y una basílica visigoda», Miscelánea de estudios árabes y hebraicos, Sección árabe-Islam, n.º 56, pp. 273-278. VERA REINA, Manuel; AMORES CARREDANO, Fernando J. (1998). «La Huerta del Rey. El espacio y sus usos a través de la historia», en Magdalena Valor Piechotta y Carlos Romero Moragas (coord.), Sevilla Extramuros, Salamanca, pp. 103-148. VIGUERA MOLINS, María Jesús (1995), «La fuerza de la fe: la reacción almohade», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 138-146. VÍLCHEZ VÍLCHEZ, Carlos (1990). «El puente sobre el Genil de la taifa zirí granadina (s. XI)», Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, XXI, pp. 211-223.

E L A L C Á Z A R G E N I L D E G R A N A D A Y S U E N T O R N O : P A I S A J E , P O D E R , H I S T ORIA

519

CARLOS VÍLCHEZ VÍLCHEZ Profesor Máster. Universidad de Granada *

20

LA ALMUNIA DEL GENERALIFE (ŶANNAT AL-‘ARĪF)1 The almunia of the Generalife (Ŷannat al-‘Arīf)

RESUMEN De entre todas las almunias que se construyeron en la medina de Granada en la etapa nazarí sin duda destaca la ŷannat al-‘Arīf (la huerta del Alarife o Arquitecto). El Generalife era una de las almunias de propiedad de los sultanes granadinos como testifica el visir Ibn al-Jaṭīb, pero tenía la peculiaridad de que estaba situada junto a la medina de la Alhambra, solo separada por la barranquera de la actual cuesta de los Chinos, y su cercanía permitía que los sultanes se retiran a ella a descansar y disfrutar de ella en cualquier momento alojándose en su magnífica casa-palacio. Muḥammad I, el primer sultán nazarí, mandó abrir la acequia del Sultán, trazándola desde aguas arriba del río Darro. En las huertas que formaban la almunia del Generalife había una abundante producción agrícola y ganadera, que abastecía parte de las necesidades de la Alhambra. Se plantaban verduras (juḍrawāt), y legumbres (al-qaṭanīa), y abundaban las viñas (karm), y árboles frutales como higueras (tīn), manzanos (tuffāḥ), los cítricos como el naranjo amargo (nāranŷ), o el limonero (laymūn), y el avellano (ŷillawz) y el ciruelo (iŷŷāṣ o inŷāṣ), y el pino (ṣanawbar). El Generalife sigue el esquema que establecen los agrónomos andalusíes, entre los que destacaron el granadino al-Ṭignarī y el almeriense Ibn Luyūn. Las medidas base para la división de la tierra era el tablar (ḥawḍ) y el marjal (marŷ’a). PALABRAS CLAVE Ŷannat al-‘Arīf | Almunia del Generalife | Huerta | Periodo nazarí | Granada ABSTRACT In the medina of Granada were built many almunias during the Nasrid period and among them, we must mention with no doubt the ŷannat al-‘Arīf (the orchard of the Alarife or Architect). The Generalife was one of the almunias property of the sultans of Granada, as witnessed by the Vizier Ibn al-Jaṭīb. This had the peculiarity that was located next to the medina of the Alhambra, only separated from there by the ravine of the current slope of the Chinos. Its proximity allowed the sultans retire there to relax and enjoy it at any time by staying in its magnificent house-palace. Muḥammad I, the first Nasrid sultan, had the Sultan’s canal opened, tracing it from the upstream of the Darro River. In the orchards that formed the almunia of the Generalife there was an abundant agricultural and livestock production, which supplied part of the needs of the Alhambra. Greenness (juḍrawāt) and vegetables (al-qaṭanīa) were planted, and vines (karm) were abundant, and fruit trees such as fig trees (tīn), apple trees (tuffāḥ), citrus fruits such as bitter orange (nāranŷ), or lemon trees were planted (laymūn), and hazel (ŷillawz) and plum (iŷŷāṣ or inŷāṣ), and pine (ṣanawbar). The Generalife follows the scheme established by the Andalusian agronomists, among which the Granada Al-Ṭignarī and the Almerian Ibn Luyūn stood out. The base measures for the division of the land were the “tablar” (ḥawḍ) and the “marjal” (marŷ’a), or marsh. KEYWORDS Ŷannat al-‘Arīf | Almunia of Generalife | Orchard | Nasrid period | Granada

521

El visir Ibn al-Jaṭīb, en al-Lamḥa al-badriyya (El resplandor de la luna llena), afirma que la Granada nazarí contaba con múltiples almunias urbanas y periurbanas de «gran valor y elevada calidad», pertenecientes al patrimonio del sultán y al de otros propietarios, como la suya propia de ‘Ayn al-Dama’ (de la Fuente de las Lágrimas)2. Pero no hay duda, entre todas las almunias destaca la ŷannat al-‘Arīf, la huerta del Alarife o Arquitecto. El Generalife fue la principal almunia de las pertenecientes al patrimonio real. Ibn al-Jaṭīb hace referencia a ella en su al-Lamḥa (Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, p. 136), diciendo: El sultán se aprestaba a trasladarse, con su hijo, al jardín [ŷannat] llamado al-‘Arīf, que se encuentra al lado de su palacio y es proverbial por su espesa sombra, sus aguas corrientes y su fresco y húmedo céfiro y que está separado de la fortaleza real por la inaccesible muralla y el foso artificial [...].

Se refiere al momento, en 1359, en el que Muḥammad V (1354-1359/1362-1391) es traicionado por su hermano Ismā’īl II (1359-1360), y gracias a estar fuera de la medina de la Alhambra e ir hacia la almunia del Generalife pudo salvar la vida al huir hacia Guadix, bajando por la actual cuesta de los Chinos y salir por la puerta de Guadix de la ciudad de Granada. Este texto se repite casi idéntico en la Ihāṭa, como afirma Expiración García3, y según ella en los textos árabes de la etapa nazarí conservados siempre aparece ŷannat, es decir, el singular, y nunca el plural singularizado ŷinān, y así lo aceptamos y compartimos. Nosotros queremos plantear como hipótesis que en Granada, al menos en la etapa morisca en el siglo XVI, sí se le llama ŷinān al-‘Arīf como aparece denominado en el trabajo de traducción de las inscripciones de la Alhambra del morisco Alonso del Castillo en 1564, y en la posterior Plataforma de Ambrosio de Vico (1614) pues de él deriva la forma Ginaralife (Cabanelas Rodríguez, 1965, p. 31; ibid., 1976, p. 10; Cabanelas Rodríguez y

522

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

Fernández-Puertas, 1978, p. 13; Vílchez Vílchez, 1991, pp. 21-22 y 28). Ibn Zamrak, discípulo de Ibn al-Jaṭīb, su ejecutor y sucesor en el visirato, hace una referencia totalmente poética al Generalife en una de sus muwaššaḥas (García Gómez, 1975, p. 106): [Granada] es una desposada cuya corona es la Sabīka, y cuyas alhajas y vestiduras son las flores... Su trono es ŷannat al-‘Arīf; su espejo la faz de los estanques; sus arracadas los aljófares de a escarcha.

1.

La formación de la almunia y sus huertas

La almunia del Generalife se sitúa en la falda oeste del Cerro del Sol, justo al lado de madīnat al-Ḥamrā’ en la colina de la Sabīka, como refiere el texto de Ibn al-Jaṭīb. En el encuentro de la colina de la Sabīka y del Cerro del Sol había sin duda una pequeña vaguada natural por la que bajaba el agua de lluvia hacia el río Darro. El foso artificial que cita Ibn al-Jaṭīb se labró sin duda para separar convenientemente madīnat alḤamrā’ del Generalife, con el fin de que su muralla pudiera tener suficiente altura con respecto al entorno. José Miguel Puerta Vílchez ha tenido la amabilidad de hacerme una traducción directa del texto árabe de alLamḥa, y lee también al-jandaq al-maṣnu’, y literalmente lo define como «el foso fabricado o la trinchera fabricada o hecha a mano». De tal forma que este foso es el que vemos perfectamente tallado a pico en diversas zonas de la decimonónica cuesta de los Molinos, actual cuesta de los Chinos, como en la zona de la torre del Agua y acueducto, o en otras más como debajo de la huerta Colorada. La formación de la almunia, y por tanto del palacio, del Generalife se hará en la primera etapa nazarí. Los investigadores asignamos la primera construcción del palacio a la etapa de Muḥammad II (1273-1303), o a la etapa de Muḥammad III (1303-1309). El estado de la

fig. 1 Vista general de la almunia del Generalife con sus huertas y palacio. (Carlos Vílchez, 2006).

fig. 2 Detalle del Generalife y Alhambra. (Plataforma de Ambrosio de Vico, 1614).

cuestión es que, por desgracia, hasta hoy no hay ningún texto árabe definitivo que pueda asignar la autoría del Generalife a uno u otro sultán. Sin embargo en lo que todos estamos de acuerdo es en que fue Ismā’īl (13141325) el que realizó la reforma más importante en el Generalife en conmemoración de la victoria en la batalla de la Vega en 1319, como podemos leer en los textos epigráficos de las cenefas que enmarcan el triple arco de entrada al pabellón septentrional del patio de la Acequia que fueron compuestos por el visir Ibn al-Ŷayyāb donde aparece citado Abū-l-Walīd, kunya de ese sultán. En este momento se denomina al palacio la Dār al-mamlaka

al-sa’īda (La Feliz Casa del Reino). Nosotros también creemos que Ŷūsuf III (1408-1417) realizó una reforma en el pabellón meridional del mismo patio, rompiendo el canon de proporción nazarí, como así lo refiere su poeta aúlico Ibn Furkūn, que asigna al palacio el nombre de Dār al-Kabīra (La Casa Grande) (Cabanelas Rodríguez y Fernández-Puertas, 1978, p. 65; Pavón Maldonado, 1977, p. 6; Rubiera Mata, 1982, p. 107; García Gómez, 1983, pp. 249-263; Vílchez Vílchez, 1989-1990, pp. 396-397; ibid., 1991, pp. 55-56; Orihuela Uzal, 1996, pp. 199-220; Puerta Vílchez, 2010, pp. 56, 328 y 340; Bermúdez López, 2010, p. 219).

L A A L M U N I A D E L G E N E R A L I F E ( ŶA N N A T A L - ‘ ARĪF)

523

fig. 3 Dibujo del arrocabe almohade del ángulo NO del patio de la Acequia. (Carlos Vílchez, 1989-1990).

fig. 4 Plano del Generalife, con el recorrido de la acequia Real y la acequia del Tercio (azul), y los muros de contención de paratas (rojo). (Francisco Prieto-Moreno Pardo, 1956. Archivo de Planos de la Alhambra).

Después del estudio que realizamos de un fragmento de arrocabe de madera almohade que estaba situado en el ángulo NO del patio de la Acequia, que con generosidad nos tradujo Fray Darío Cabanelas, también habíamos planteado la idea de que en este mismo lugar hubiera habido una casa palatina, por la calidad del arrocabe, de la etapa almohade, es decir, al menos de la primera mitad del siglo XIII, y que este fragmento de arrocabe hubiera sido reutilizado en el palacio nazarí. Esta hipótesis aún

524

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

hoy la creemos factible. Fuimos los primeros en localizar y estudiar este fragmento de arrocabe y la traducción la basó Fray Darío en la traducción del Corán de Julio Cortés, pero hace poco Expiración García ha realizado una traducción más ajustada4. También pensábamos que esa posible casa palatina almohade pudiera estar integrada en una almunia también de época almohade (Vílchez Vílchez, 1980-1990, pp. 397-398), pero sin embargo una vez que se han rea-

lizado en profundidad nuevos estudios sobre el abastecimiento de agua al Generalife y la Alhambra, ya no podemos seguir sosteniendo esa idea, porque sin agua no podría haber explotación agrícola. Pero no tratamos aquí el estudio del palacio, que ya lo hemos abordado en otras publicaciones (Vílchez Vílchez, 1991), sino que nos centramos en el Generalife como finca rústica. Para el trabajo que vamos a realizar ahora vamos a partir del plano del Generalife de Francisco Prieto-Moreno que utilizó Jesús Bermúdez Pareja en su artículo «El Generalife después del incendio de 1958» (Bermúdez Pareja, 1965). La ŷannat al-‘Arīf sigue en general la estructura que marca Ibn Luyūn en el siglo XIV en su Tratado de Agricultura (Ibn Luyūn, ed. 1988, pp. 272-274): —— Emplazamiento: «se debe elegir un altozano que facilite su guarda y vigilancia». —— Orientación: «Se orientea el edificio a mediodía, a la entrada de la finca». —— Accesos: «debe tener dos puertas para que quede más protegida [...]. La puerta principal tendrá bancos de piedra y un zaguán proporcionado». —— Pozo y alberca: «se instalan en lo más alto». —— Acequia: «o mejor que un pozo se abre una acequia que corra entre la umbría». —— Vegetación: «Junto a la alberca macizos que se mantengan siempre verdes [...]. Algo más lejos [...] cuadros de flores y árboles de hoja perenne. Se rodea la heredad con viña, y en los paseos que la atraviesan se plantan parrales». —— Jardín: «debe quedar ceñido por uno de estos paseos para separarlo del resto de la heredad. [...] Es fundamental [...] su proximidad a la vivienda, porque de esta manera estará bien guardado». —— Tierra de labor: «A cierta distancia de las viñas». —— Árboles: «además del viñedo, debe haber almeces y otros árboles semejantes, porque sus maderas son útiles. [...] En los límites se plantarán higueras y otros árboles análogos. Todos los grandes frutales deben plantarse en la parte norte con el fin de que protejan del viento al resto de la heredad». —— Pabellón: «En el centro de la finca [...] dotado de asientos y que dé vista a todos lados, pero de tal suerte que el que entre en el pabellón no pueda oír lo que hablan los que estén dentro de aquel, procurando que el que se dirija al pabellón no pase inadvertido. [...] estará rodeado de rosales trepadores, así como de macizos de arrayán y de toda planta propia de un vergel. Será más largo que ancho».

fig. 5 Detalle de las huertas del Generalife. (Plano General de la Fortaleza de la Alhambra, sus contornos y parte de su jurisdicción. José de Hermosilla, 1776).

fig. 6 Muro de tapial contención de la parata segunda a la tercera de la huerta Grande. (Carlos Vílchez, 1991).

—— Aposento para huéspedes: «En la parte baja [...], con puerta independiente, y una alberquilla oculta por árboles a la mirada de los de arriba». —— Límites: «Para proteger la finca se cercará con una tapia». —— Establo: «para los animales y los aperos de labranza se deben situar cerca de la entrada del inmueble. [...] en la parte más baja del edificio, muy cerca y de forma que pueda ser fácilmente vigila-

L A A L M U N I A D E L G E N E R A L I F E ( ŶA N N A T A L - ‘ ARĪF)

525

fig. 7 Plano topográfico que representa la Casa Patronal del Generalife y sus tres Huertas (Amador Salvados, hacia 1847-1867. Archivo Planos Alhambra, APAG/ Colección de Planos/ P-000099).

do. [...] rodeados de aposentos y soportales para protegerlos del frío y de los vientos impetuosos». —— Almacenes y depósitos de estiércol: «es fundamental en las alquerías y casas de labranza que tengan grandes aposentos y un silo para el estiércol, situado de forma que no produzca molestias». —— Tabajadores: «deben ser jóvenes y personas que atiendan los consejos de los viejos». Como hemos dicho no trataremos en este trabajo la zona palatina, pero sí recordaremos que en el Generalife el palacio está situado en la parte alta de la finca y que tiene dos puertas, y una casa para los amigos (Vílchez Vílchez, 1991). Toda la almunia estaba rodeada de una fuerte tapia que la protegía como podemos ver en la Plataforma de Ambrosio de Vico (1614), aunque ya casi no se identifica en el Plano de José de Hermosilla (1776). Hacia la zona de la vaguada de la cuesta de los Chinos se construyeron grandes muros de contención y de separación de las paratas. Se levantaron con tapial de hormigón de

526

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

color rojo que le da la arena de la formación Alhambra, que es la base geológica de Alhambra y Generalife. Se conservan restos de cuatro en la orientación aproximada norte-sur en la huerta Grande. En el muro de separación de la parata dos a tres el arqueólogo Luca Mattei ha excavado, en 2013, una rampa de comunicación entre ambas paratas, dentro del proyecto general de restauración de este muro de la arquitecta Isabel Bestué (Bestué et al., 2012, pp. 776-787). Quedan restos de otros dos muros de hormigón que van en el sentido este-oeste, uno separando las huertas de Fuentepeña y Grande, y otro que separaba las huertas Grande y Colorada, a la altura del callejón que sube a la entrada alta del palacio, como podemos ver en la huella que dejó en su momento Leopoldo Torres Balbás. Queremos en este punto agradecer su ayuda a Jesús Bermúdez López, Asesor de Arqueología del Patronato de la Alhambra y Generalife, y gran amigo, ya que hemos realizado una visita clarificadora por las huertas para comprobar algunos aspectos. La almunia se dividía en varias huertas (manŷara) pero no contamos con ningún texto árabe que nos diga

fig. 8 Granada. Plano del Generalife (Antonio Castillo, 1922. Archivo Planos Alhambra, APAG/ Colección de Planos/ P-000028).

sus nombres. Sin embargo, los nombres de cinco huertas que aparecen en un documento del Archivo de la Alhambra del 8 de diciembre de 1525, de la primera etapa morisca, podrían proceder de la etapa nazarí. Leemos que se arrendaron las huertas del Generalife de «Jenynal Jofe (Ŷenin al-Yawf: «jardincito de la hondonada o depresión»), de Renynça dihemet («...de Hamid»), de los Pinos, del Majuelo del Jinaralife y de la Magería del Jinaralife (llamada después de la Almacería y finalmente de la Mercería)»5. La Dehesa del Generalife es denominada de la Caiba o Cayba en un documento del Archivo de Simancas de 15716. En 1660 solo se reseñan tres huertas: Grande, de Enmedio, y Pequeña, y la Dehesa del Generalife7, y en 1754 se reseñan cuatro huertas: del Pino, de Enmedio, la Chica y la de Fuente Peña, y el Secano (Dehesa) del Generalife8. A mediados del siglo XIX el plano del Generalife de Amador Salvados dividía de nuevo la almunia en tres huertas: Colorada, Grande y de Fuentepeña, quedando fuera del plano la Dehesa. En el plano de Antonio del Castillo (1922), justo después del paso del Generalife al Estado en 1921 hecho

para el recién creado Patronato del Generalife, ya aparece dividido en las cuatro huertas cuyos nombres permanecen en la actualidad: Colorada, Grande, Mercería del Generalife y Fuente Peña, y la Dehesa. En la actualidad en la vega de Granada le llaman caiba al caballón mayor que los otros que rodea cada pago o parcela de campo. Sirve para regular el riego a cada sector, y desde él se distribuye el agua cortando o abriendo el caballón por donde conviene. También en la actualidad hay una zona de la vega de Salobreña que todavía guarda este topónimo, es el denominado camino de la Caiba [véase figura 19]. No conocemos las dimensiones de la almunia del Generalife en la etapa medieval, aunque en su traspaso a manos de los Reyes Católicos, y más adelante a la de los marqueses de Campotéjar, no creemos que cambiara demasiado. Sin embargo los datos fiables con los que contamos son muy recientes, Gracias a una escritura de arrendamiento de 1903 de la huerta de Fuente Peña sabemos que esta huerta tenía una extensión en ese momento de 52 marjales (2,7 hectáreas)9. Y el plano de

L A A L M U N I A D E L G E N E R A L I F E ( ŶA N N A T A L - ‘ ARĪF)

527

A

B fig. 9 Sistema de puertas medievales de la almunia del Generalife: (A) Entrada principal desde la cuesta de los Chinos; (B) Doble puerta intermedia en el recorrido de ascensión desde la cuesta de los Chinos hacia el área palatina. (Carlos Vílchez, 1991).

1922 de Antonio del Castillo, citado antes, nos da unas medidas precisas: las huertas y palacio del Generalife miden 23 hectáreas, y 246 la Dehesa. En total 269 hectáreas de superficie. La entrada medieval principal a la finca se hacía desde la Alhambra. Se salía por la bāb al-Faraŷ (puer­ ta del Consuelo) (Santiago Simón, 1991), y cruzando «el foso artificial» o la cuesta de los Chinos, como hemos visto como lo denomina Ibn al-Jaṭīb, se entraba por una puerta a un camino ascendente entre las huertas, cerrado por tapias de hormigón de cal. Se llegaba a una doble puerta intermedia con abrevadero, una puerta abría hacia la huerta Grande, y la otra ascendía hasta la puerta baja del palacio. En 1924 durante el periodo del Patronato del Generalife fue hallado el camino medieval y la doble puerta se excavaron por los arquitectos Eladio Laredo y Felipe Jiménez Lacal. En 1934-35 el arquitecto Leopoldo Torres Balbás restaura y consolida todo y decide levantar la doble puerta (Vílchez Vílchez, 1988, p. 449; 1991, pp. 25-29). Había otra puerta secundaria de servicio en el extremo sur de la huerta de Fuente Peña, que sería donde probablemente estuvieran las casas de los trabajadores. Podríamos pensar que esas viviendas pudieran ocupar el mismo solar en el que en el siglo XVI se sitúan las

528

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

casas de Fuentepeña. En esta zona, fuera de la tapia, en 1953 se hallaron los restos de un abrevadero-fuente para el ganado, con salida labrada en el terreno duro (peña), que sin duda daría nombre a la huerta.

Abastecimiento de agua y sus sistemas hidráulicos 2.

Sin duda la clave para el establecimiento de una almunia en este lugar fue el abastecimiento de agua, que servirá tanto para la almunia del Generalife como para la medina de la Alhambra. De todos es conocido el texto del Anónimo de Madrid y Copenhage en el que se afirma que Ibn al-Aḥmar, Muḥammad I (12321272), subió en el año 1238: [...] al sitio llamado al-Ḥamrā’, lo inspeccionó, marcó los cimientos del castillo, y dejó en él quién lo dirigiese; no terminó el año sin que estuviese acabada la construcción de sus murallas, llevó a él el agua del río, abriendo una acequia (sāqiya) con caudal propio.

Es decir, traza una acequia que arranca desde aguas arriba del río Darro y será fuente de vida en la etapa

fig. 10 A

Excavación del patio de la Acequia: (A) Jesús Bermúdez Pareja, 1959; (B) José Tito Rojo y Manuel Casares Porcel, 2000-2003.

B

fig. 11 Entrada de la acequia Real al Generalife por el aljibe del patio del Ciprés de la Sultana. (Carlos Vílchez, 1991).

L A A L M U N I A D E L G E N E R A L I F E ( ŶA N N A T A L - ‘ ARĪF)

529

fig. 12 Albercón de las Damas con su torre y noria. (Carlos Vílchez, 2006).

nazarí para la almunia del Generalife y la medina de la Alhambra. En un documento de 1563 se le denomina Zaquia al Zontan, acequia del Sultán, nombre que podría proceder de la etapa nazarí (Vilar Sánchez, 2011, XV, p. 244). No creemos necesario en este trabajo incidir en profundidad en el recorrido de la Acequia Real desde la presa aguas arriba del Darro, y en parte nos centraremos en su recorrido por el interior de la almunia. En la década de 1980 Cristina Viñes Millet, querida y añora-

fig. 13 Generalife. Huella del pisar de los mulos en la noria que existía para llenar las albercas, «"BAÑO de las DAMAS"». (Fernando López Díaz de la Guardia, 1955. Archivo Planos Alhambra).

530

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

da, ya estudió la acequia, y en los últimos años se han hecho varios trabajos sobre esta acequia realizados por Juan Antonio Vilar Sánchez y Luis José García Pulido, y a todos ellos nos remitimos (Viñes Millet, 1982; Vilar Sánchez, 2011; García Pulido, 2011). En un principio el caudal de la acequia tenía un solo recorrido pero en algún momento, probablemente durante el siglo XIV, la acequia se divide en dos porque la había una zona de la parte alta de la almunia que no recibía agua. La bifurcación entre dos tercios y un tercio se hace a la altura de la presa de la ciudad, y ya entraba dividida en dos a la almunia, a cota más baja la acequia Real (dos tercios), y a cota más alta la acequia precisamente llamada del Tercio. La acequia Real entra en el Generalife por el patio del Ciprés de la Sultana y aparece en un pequeño alji­ be de decantación islámico con bóveda vaída, para seguir hasta el patio de la Acequia que lo atraviesa como eje visual del jardín y la arquitectura. Este jardín ha sido estudiado profundamente por nuestros queridos José Tito y Manuel Casares, por lo que a sus trabajos remitimos (Casares Porcel y Tito Rojo, 2003). Desde el patio hay pasos a ramales secundarios que riegan los jardines bajos. Sale del palacio atravesando el pabellón meridional y pasa sobre el nivel de la Casa del Amigo, y seguir paralela a los cristianos paseos de los Laureles y de los Cipreses. Justo en el punto donde el paseo de los Cipreses tuerce hacia el este es donde se halla la toma primitiva de agua del albercón llamado de las Damas. La acequia del Tercio entra en la almunia por su parte más elevada, en donde se construyó en el siglo XIX en mirador romántico. En este punto baja un ramal por la Escalera del Agua, y la vez se riegan todos los

fig. 14 Excavación de parte del Albercón de las Damas con la torre y su noria y pozo. (Antonio Malpica Cuello, 1987).

fig. 15 Excavación de la mina con dos respiraderos, que conducía el agua de la acequia Real al pozo de la noria. (Antonio Malpica Cuello, 1995).

jardines altos. Desde la cota alta sigue hasta llegar al albercón de las Damas. En 1926 Leopoldo Torres Balbás al construir otro albercón para el Proyecto de Riegos del Bosque y Caminos de la Alhambra justo al lado del albercón de las Damas, estudió en profundidad, en ese año y en 1929, la torre que lo protegía, y al explorar descubre todo un sistema hidráulico compuesto por una noria, y su pozo, excavado en medio de la torre defensiva que hay delante del albercón medieval. Vacía parte del pozo. También halla el canal en superficie, poco profundo, que conduce el agua desde la noria al albercón. A su vez

descubre el paso de la acequia del Tercio y ve claramente que es posterior ya que está labrado directamente en el hormigón delante de la alberca. Curiosamente Torres Balbás no identifica en la parte superior de la torre, en torno a la noria, la huella que dejaron en tiempo los animales que la movían. Será en 1955 cuando, sin duda, Jesús Bermúdez Pareja lo reconozca y se lo comunique a Francisco Prieto-Moreno, que hace que se plasme en un plano, que reproduci­ mos. Finalmente Prieto-Moreno construyó otro albercón delante del de Torres Balbás para completar el sistema de riego moderno (Vílchez Vílchez 1988, pp. 467-

L A A L M U N I A D E L G E N E R A L I F E ( ŶA N N A T A L - ‘ ARĪF)

531

468; ibid., 1991, pp. 24-25; Bermúdez López, 2010, pp. 243-246). En 1987 el arqueólogo Antonio Malpica Cuello hace una excavación científica y sistemática de todo este sector dentro del programa de restauración del arquitecto Pedro Salmerón. Se excava el pozo de la noria en toda su profundidad, y toda la superficie de la torre sacando de nuevo a la luz las huellas de los animales que movían la noria. A su vez descubre que el pozo se llenaba desde el lado este por una galería subterránea o mina (conviene llamarla así mejor que qanāt, porque en un qanāt se

fig. 16 Plano del albercón de las Damas: (A) En el momento en el que se surtía de agua desde la acequia Real; (B) En el momento en el que se surtía de agua desde la acequia del Tercio, y se anula la noria y su mina. (Montaje de Carlos Vílchez (2013), sobre planimetría de Antonio Malpica). A

B

fig. 17 Restos del pilar-abrevadero de Fuentepeña. (Carlos Vílchez, 1991).

532

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

busca el agua del subsuelo, y este no es el caso). En 1995 se completa la excavación para sacar y limpiar todo el recorrido de la mina, descubriendo dos pozos-respiraderos intermedios y su conexión con la acequia Real. El agrónomo Ibn Luyūn, que ya hemos citado, hace una extraordinaria descripción de cómo realizar una galería o mina (īmaḍ). Llama a ese apartado «Operaciones para dar curso al agua bajo la tierra», y queremos reproducirlo aquí porque indica que cuando se realizó esta galería en el Generalife siguieron unas normas básicas que se conocían a través de los libros de agricultura desde antiguo: El agua que ha de pasar por debajo de tierra ha de ser conducida a través de galerías, a fin de que salga clara y no arrastre nada que pueda dañar las labores. Cada cincuenta codos ha de ponerse un respiradero que llegue a la superficie, pues facilita el curso del agua (Ibn Luyūn, ed. 1988, p. 207).

Antonio Malpica con esta excavación científica consigue cohesionar todas aquellas ideas que ya surgieron en la etapa de Leopoldo Torres Balbás y Jesús Bermúdez Pareja. En una primera etapa cuando solo existía la acequia única, la Real, se construyó un albercón que pudiera regar las huertas sobre la cota de la acequia, y para surtirlo se hace una mina desde la acequia Real hasta el pozo de esa noria. Esta mina, que lógicamente tiene pendiente descendente desde la acequia al pozo, tiene dos respiraderos, como aquellos que indicaba Ibn Luyūn, situados en las distintas paratas del terreno. Por medio de una noria de sangre se subía el agua y se vertía por un canalillo a la alberca. En el momento impreciso, posiblemente durante el siglo XIV, en el que la acequia se divide en dos tercios y en un tercio, la nueva acequia del Tercio, que tiene una cota más elevada, entra directamente por la torre defensiva y anula la noria, ya que surte directamente la alberca (Malpica Cuello, 1987; 1996). La acequia Real sigue, desde el punto en que antes lo dejamos, en dirección sur hasta que se une con la del Tercio, que también continúa en su cota en la misma dirección y después baja hacia el este. Este encuentro se denomina partidor de los Frailes y de nuevo la acequia es una. Allí sale un ramal hacia la Dehesa del Generalife y surte el pilar abrevadero de Fuentepeña, también llamada en algunos documentos «de los Carneros». La acequia Real baja en dirección este y llega al aljibe de decantación de los siglos XVII-XVIII, que da paso al acueducto, único punto por donde entraba la acequia a la Alhambra, al lado de la torre del Agua (Vilar Sánchez, 2011, pp. 52-77).

En la década del 2000 el arqueólogo Manuel Pérez Asensio excavó la acequia Real en el cruce con el paseo de los Cipreses, y se hallaron los restos del canal de hormigón medieval, con cota más baja que la actual, del que se ha dejado una parte vista. De los sobrantes de agua de la acequia Real se surtían otros muchos pagos, tal y como expresa poéticamente en su Lamḥa Ibn al-Jaṭīb «el agua que sobra en ella y la que desborda de sus estanques y albercas cae formando arroyuelos, cuyo rumor se oye desde lejos» (Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, p. 10). fig. 18 Dibujo de murŷīqal del libro de Ibn Luyūn, según los datos de al-Ṭignarī. (Ibn Luyūn, ed. 1988).

fig. 19 Organización hipotética de un marjal (30’5 tablares) en la parata segunda de la huerta Grande. La caiba es el caballón grande desde el que se distribuye el agua a la parcela. (Carlos Vílchez, 2013).

3. Las huertas y su producción En al-Ándalus se consideró la agricultura como una ciencia, e Ibn Luyūn, que a continuación citaremos, da una definición práctica del «Arte de la Agricultura» «es el conocimiento de las cosas necesarias para los cultivos» (Ibn Luyūn, ed. 1988, p. 199). Interesante nos parece la definición de la agronomía que hace el gran historiador tunecino del siglo XIV Ibn Jaldūn en su «Introducción a la Historia General» (Al-Muqaddima), y por ello la citamos completa (Ibn Jaldūn, ed. 2008, pp. 943 y 959): Entre las ramas de la geometría está la agrimensura, que es una disciplina necesaria para calcular la superficie de la tierra, es decir, hallar la extensión de un determinado terreno expresado en palmos, codos u otras medidas; o establecer la relación entre una tierra y otra cuando se comparan sus superficies. Resulta necesaria para establecer el impuesto legal sobre sembrados, campos y huertos de cultivo; para la división de cercados y tierras entre los propietarios o los herederos, y cosas semejantes. Quienes se dedican a esta disciplina poseen numerosos y excelentes tratados sobre ella.

La agronomía andalusí parte de la etapa califal cordobesa, pero los agrónomos más importantes escribieron sus obras durante la época de las taifas, en el siglo XI. Destacaron el granadino al-Ṭignarī, el toledano Ibn Baṣṣāl, y el sevillano Abū l-Jayr. En el paso de los siglos XII al XIII hallamos al sevillano al-‘Awwān, y ya en el siglo XIV, en plena etapa nazarí, destaca el almeriense Ibn Luyūn (Carabaza Bravo y García Sánchez, 2001, pp. 105-116). De todos los agrónomos andalusíes citados sobresale Muḥammad b. Mālik al-Ṭignarī, que escribió el Kitāb Zuhrat al-bustān wa-nuzhat al-aḏhān (Libro del Esplendor del jardín y del recreo de las mentes), que va a marcar las pautas teóricas que copiarán el resto, como bien vamos a comprobar en la obra de Ibn Luyūn que será la que manejaremos para este trabajo; nos referimos al Kitāb al-Filāḥa, el «Libro de la Agricultura» (García Sánchez, 2006; Ibn Luyūn, ed. 1988). En la almunia del Generalife, como en todas, había, en primer lugar, que preparar el terreno para el cultivo nivelándolo. Ibn Luyūn afirma que «donde se quiera dar curso al agua ha de hacerse de manera que cada codo de terreno sea en su comienzo algo así como la punta de un dedo más alto que al final», y así los sobrantes saldrían de nuevo al ramal de la acequia. El instrumento más común para nivelar era el murŷīqal, que dibuja el agrónomo almeriense en su obra, afirmando que recoge la información de al-Ṭignarī.

L A A L M U N I A D E L G E N E R A L I F E ( ŶA N N A T A L - ‘ ARĪF)

533

En al-Ándalus, afirma Ibn Luyūn, la medida desde la etapa emiral-califal es el codo raššāšī porque «fue establecido por el qassām de Córdoba ‘Umar b. Faraŷ alRaššāš, que grabó el patrón en una columna de la Aljama cordobesa». El codo raššāšī mide 30 dedos (0,60 m), mientras el codo mā’mūnī mide 24 dedos (0,47 m) (Ibn Luyūn, ed. 1988, p. 206; Fernández Puertas, 1980, pp. 32-33). La medida base para la división de la tierra era el tablar (ḥawḍ, pl. ḥawīḍ, árabe ), que según Ibn Luyūn tenía una longitud de 12 codos (7,20 m) y un ancho de 4 codos (2,40 m). La superficie del tablar era pues 48 codos², es decir, 17,28 m². Los tablares servirían más bien como planteles para viveros, pero no para la producción agrícola ya que no serían rentables por su pequeña dimensión. La medida estándar para el cultivo productivo era sin duda el marjal (marŷ’a, árabe ), que estaba formado por 30’5 tablares que corresponden a 527,04 m² (Ibn Luyūn, ed. 1988, pp. 203-205). Si lo comparamos con el marjal actual de la vega de Granada que mide 528,42 m², vemos que su variación es mínima. Los agricultores que cultivarían en las huertas de la almunia del Generalife sin duda trabajaban para la hacienda particular del sultán, y deberían ser «jóvenes y personas que atiendan los consejos de los viejos», como decía Ibn Luyūn. Estos agricultores jóvenes y mayores, conocían perfectamente el sistema de riego de las acequias principales y sus ramales, y las técnicas de cultivo. El pilar-abrevadero de Fuentepeña o de los Carneros, como hemos visto antes, nos da una certeza de que además de la producción agrícola en el Generalife también habría explotación ganadera, posiblemente ovina y vacuna. La continuidad de los moriscos como trabajadores de las huertas del Generalife garantizó su productividad después del paso de propiedad del sultán nazarí a los reyes cristianos, y sus alcaides. Pero cuando los moriscos son separados de su trabajo debido a la segunda Guerra de los Moriscos (1569-1571) se produjo una grave caída en la producción. Alonso de Granada Venegas, Alcaide del Generalife, le pide al rey Felipe II que puedan volver los agricultores moriscos al Generalife, y el rey le envía una encuesta, y al contestar el alcaide del Generalife especifica en el documento de 1571 ya citado10: Le ha venido el dicho daño a el dicho Generalifee e guertas e jardines e acequias del, el dicho daño por aver llebado a los jardineros moriscos que antes del lebantamiento estaban en el dicho Generalifee, porque los cristianos viejos questan por hortelanos no lo entienden como lo entendían los dichos moriscos que antes estaban, ansí por no

534

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

saver los encañamyentos e guiamientos de las aguas del dicho Generalifee a avido en el dicho Generalifee muy grande falta de agua, por lo queste testigo a visto que se an secado muchos árvoles, aunque este testido a hecho regar muchos dellos a mano con cántaros de agua.

Las respuestas convencen a la corte, y en 1578 le concede el rey la petición hecha, y vuelven al Generalife un grupo de dieciséis labradores, hortelanos y cañeros moriscos con sus familias para hacerse cargo de nuevo de su explotación (Tito Rojo y Casares Porcel, 2011, pp. 382-383). M.ª Dolores Guardiola ha recogido de los textos de los agrónomos antes citados la nomenclatura de instrumentos y herramientas que se utilizaban en al-Ándalus. Tenían que preparar y arar la tierra (ḥart), plantar y cosechar. Los instrumentos de labranza (āla, pl. ālāt) eran los tradicionales utilizados ya desde época romana, de tal forma que algunos de los nombres árabes de las herramientas proceden del latín. Con la ayuda de mulos o bueyes se usaba el arado o reja (sikka), de tipo romano, y el azadón (fa’s), la azada (ḥafr), la espiocha o pico (mi’wal), el almocafre (al-minqaš al-ŷannāniyya), y la pala (miŷraf), entre otros (Guardiola González, 1990; 1992). En la Lamḥa Ibn al-Jaṭīb dice que «la tierra de Granada es de tan excelentes condiciones que no carece en ninguna época del año de sementeras ni de plantas» (Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, p. 9). En la almunia del Generalife la tierra es roja, y según la clasificación de las tierras de al-Ṭignarī, negra, blanca y «roja, que es excelente», se partía de una tierra fértil de primera calidad y muy buena para los frutales, que como veremos abundaban en sus huertas (Ibn Luyūn, ed. 1988, pp. 199-200). Después del magnífico trabajo realizado por José Tito y Manuel Casares en el Patio de la Acequia del Generalife podemos afirmar que se estructuraba como un prado con césped en el que había plantados algunos árboles frutales con carácter decorativo: cítricos como el naranjo amargo (nāranŷ), el limonero (laymūn), el avellano (ŷillawz) o el ciruelo (iŷŷāṣ o inŷāṣ) y en el que habría setos de arrayán (ās en árabe clásico, rayḥān en árabe andalusí) y otros elementos como laurel (gār o rand), ciprés (sarw) y diversos arbustos de flor como rosas (ward) y jazmines (yāsamīn o yāsmīn) (Casares Porcel y Tito Rojo, 2003; Carabaza Bravo, García Sánchez, Hernández Bermejo y Jiménez Ramírez, 2004). Las huertas de la almunia del Generalife tendrían una abundante cosecha, y se plantaban como en todas las huertas granadinas, como especifica Ibn al-Jaṭīb en la Lamḥa, verduras (juḍrawāt), y legumbres (al-qaṭanīa), cuyo significado concreto cita también en Ibn Luyūn, y

fig. 20 Generalife. Vista área del palacio y jardines nuevos, y parte de las huertas. (Aviofoto, 2003).

explica que las «semillas alimenticias que tienen vainas se conocen con el nombre de [al-qaṭanīa]» (Ibn Luyūn, ed. 1988, p. 254). También abundaban las viñas (karm), y árboles frutales como higueras (tīn), y manzanos (tuffāḥ) (Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, pp. 10 y 33). Es lógico pensar que aquellos árboles frutales que se usaron en el jardín del patio de la Acequia también se plantaran en las huertas con un sentido más productivo, y serían los cítricos como el naranjo amargo (nāranŷ), o el limonero (laymūn), y el avellano (ŷillawz) y el ciruelo (iŷŷāṣ o inŷāṣ), y el pino (ṣanawbar). También crecía el arbusto llamdo majuelo o espino (maḍag). En las primeras imágenes que tenemos de la almunia del Generalife como la Plataforma de Ambrosio de Vico (1614), podemos ver que las distintas paratas y pagos estaban separadas por árboles como es costumbre en la vega granadina, y aunque no tenemos certeza de que estos árboles fueran almeces (mīs), apoyamos la idea de Expiración García de que así fuera, porque lo creemos factible por los grandes ejemplares que por suerte aún quedan en el Generalife en la zona de división de pagos. La Dehesa del Generalife, llamada en el siglo XVI de la Caiba o Cayba, como hemos dicho antes, estaba plantada con un gran olivar (zaytūn), encinas (ballūṭ), y

el pino (ṣanawbar). Precísamente en el documento de 1571, que hemos citado antes, nos indica que debido a la guerra de los moriscos, el Conde Tendilla, Alcaide la Alhambra, mandó talar muchos árboles de las huertas del Generalife en contra de la opinión del Alcaide Subalterno del Generalife, pero no detalla qué tipo de árboles. Sin embargo en la Dehesa del Generalife sí explicita que el Doctor Santiago, Oidor de la Real Audiencia, dejó cortar a los vecinos de Granada los olivos y las encinas de la Dehesa, un pino que había en los Alijares11. En la Granada nazarí hubo palmeras (najl), pues entre las múltiples almunias que describe Ibn al-Jaṭīb en la Ihāṭa cita las huertas «del Palmeral Alto, [y] la del Palmeral Bajo» (Rubiera Mata, 1981, p. 142). No sabemos con seguridad si en la almunia del Generalife hubo palmeras, pero queremos recordar en sentido simbólico aquí la cita coránica (XXXVI, 34), traducida por Fray Darío Cabanelas, que aparecía en el arrocabe almohade reutilizado en el palacio nazarí, «hemos plantado en ella palmerales y viñedos...» (Vílchez Vílchez, 19891990, p. 389). Por último queremos incidir en que la almunia del Generalife nunca ha perdido desde su origen el sentido de finca rústica productiva, ni en el paso del poder islámico al cristiano, ni tan siquiera en el crítico momento

L A A L M U N I A D E L G E N E R A L I F E ( ŶA N N A T A L - ‘ ARĪF)

535

provocado por la segunda Guerra de los Moriscos. Se introducen cambios en su imagen en el s. XIX con el paseo de las Adelfas en la huerta de la Mercería. En el siglo XX se produjo el cambio más radical. Leopoldo Torres Balbás hace un jardín al estilo francés en la entrada baja del palacio, y parte de la huerta Grande la convierte en jardín, entre 1924 a 1933, con su bella rosaleda, y el semi-laberinto formado por muros de cipreses recortados, y diseña un jardín historicista imitando al del patio de la Acequia, con acequia central y cipreses recortados formando muros vegetales enmarcado los espacios. Trazó también entre las dos paratas el famoso camino de servicio que se conoce como de los Nogales, por los que plantó en uno de sus flancos. Francisco Prieto-Moreno Pardo hace la mayor parte del jardín historicista, completándolo con otra acequia en cruz, ocupando hasta el final de la parata más alta de huerta Grande. Y ya en 1952 Prieto-Moreno construyó el teatro al aire libre para los Festivales Internacionales de Música y Danza de Granada en la huerta de Fuente Peña (Vílchez Vílchez, 1991, pp. 99-102). No cabe duda que la mayor parte de la superficie de las huertas continúa teniendo su función agrícola, aún hoy en día, pero la imagen del Generalife ha cambiado. La mayoría los visitantes que acceden al Generalife entran por la nueva entrada de la década de 1990 o por el nuevo puente de 1971-1972, y se dirigen por el camino de los Nogales hasta la parte posterior del teatro, y desde allí al palacio por los nuevos jardines, teniendo una visión muy limitada de las huertas, de tal manera que no pueden imaginarse la verdadera esencia agrícola de la almunia medieval de ŷannat al-‘Arīf. NOTAS Miembro del grupo de investigación Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC) (HUM104), Escuela de Estudios Árabes de Granada (CSIC). Proyecto I+D+i «Ciudades nazaríes: estructura urbana, sistema defensivo y suministro de agua» (HAR2011-30293). 1. Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D,

2.

3.

4.

5.

6.

7. 8. 9.

10.

*

536

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

11.

perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro, EEA (CSIC). Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, Al-Lamḥa al-badriyya, ed. de Casciaro Ramírez y Molina López, pp. 10 y 11; Rubiera Mata, 1981, pp. 89-90. Sobre su almunia de ‘Ayn al-Dama’ hizo en bello poema Ibn al-Jatib, que lo recoge en su Diwan. También compuso otro poema a esta almunia su amigo el poeta almeriense Ibn Jatima (1324-1369). Véase el artículo de Expiración García Sánchez, «Terminología y funcionalidad de las almunias andalusíes a través de los textos agronómicos», incluido en esta misma monografía. Vílchez Vílchez, 1989-1990, pp. 387-412; García Sánchez, 2015, pp. 76-77. Curiosamente Expiración García no cita mi artículo de 1989-1990 y sí a otros autores que siempre hacen referencia a dicho estudio. 1525, 8 de Dic. AA, L-363, en Vílchez Vílchez, 1991, p. 155; Tito Rojo y Casares Porcel, 2011, p. 386. La traducción de algunos nombres la ha realizado José Miguel Puerta Vílchez, lo que le agradezco. Estado y daño del Generalife debido a la guerra de los moriscos. 1571. A.G.S. (Casas y Reales Sitios). L-265, fol. 66, en Vílchez Vílchez, 1991, p. 155. (A. Chancillería Granada [Sala 3ª]), L-697-15, en Vílchez Vílchez, 1991, p. 155. (A.G.S. [T y M de Cuentas]), L-1710, en Vílchez Vílchez, 1991, p. 156. Copia de la escritura del arrendamiento de la Huerta de Fuente Peña del Generalife otorgada por el Sr. Don José Daneo Borrione, en el concepto de apoderado y administrador general de la Ilma. Sra. D.ª Teresa Pallavicini de Durazzo, Marquesa de Campotéjar, en favor de Don Antonio Quero Fernández de Piñar. Granada 10 de Noviembre de 1903. Cole. Particular de la familia QueroBlanco. Tenemos copia de dicha escritura gracias a la amistad con su hija Carmen. La familia vivió en las casas de Fuente Peña hasta 1996. Estado y daño del Generalife debido a la guerra de los moriscos. 1571. A.G.S. Casas y Reales. L-265, fol. 66, en Vílchez Vílchez, 1991, p. 143. Estado y daño del Generalife debido a la guerra de los moriscos. 1571. A.G.S. Casas y Reales. L-265, fol. 66, en Vílchez Vílchez, 1991, pp. 141-143. Sobre los viñedos: 1550, 17 de Marzo, Archivo Notarial de Granada, Protocolo 71; 1572, 1 Julio. AA. L-363, en Vílchez Vílchez, 1991, p. 158.

Bibliografía BERMÚDEZ LÓPEZ, Jesús (2010). Guía oficial. La Alhambra y el Generalife, Madrid, Patronato de la Alhambra y Generalife-TF Editores. BERMÚDEZ PAREJA, Jesús (1965). «El Generalife después del incendio de 1958», Cuadernos de la Alhambra, 1, pp. 9-39. —— (1974). El Generalife, Granada, Caja de Ahorros de Granada, (col. Temas de Nuestra Andalucía, 30). BESTUÉ Isabel; LÓPEZ Francsico Javier; LAMOLDA, Francisco; MATTEI, Luca; MOLINA, Juan Carlos; PUERTAS, Antonio; MARTÍNEZ, Luis (2012). «Restauración de Muro de Tapia de las Huertas del Generalife (Plan de Conservación de las estructuras de Tapial en La Alhambra)», en Actas del Primer Congreso Internacional de Buenas Prácticas en Patrimonio Mundial. Arqueología, Mahón, pp. 776-788. CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío (1965). El morisco granadino Alonso del Castillo, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. —— (1976). «Las inscripciones de la Alhambra según el morisco granadino Alonso del Castillo», MEAH (Granada), XXV, pp. 7-32. CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío; FERNÁNDEZ-PUERTAS, Antonio (1978). «Inscripciones poéticas del Generalife», Cuader­ nos de la Alhambra, 14, pp. 3-86. CARABAZA BRAVO, Julia María; GARCÍA SÁNCHEZ, Expiración (2001). «Estado actual y perspectivas de los estudios sobre agro­nomía andalusí», en El saber de al-Andalus. Textos y Estudios III. Sevilla, Universidad de Sevilla-Fundación El Monte, pp. 101-118. CARABAZA BRAVO, Julia María; GARCÍA SÁNCHEZ, Expiración; HERNÁNDEZ BERMEJO, J. Esteban; JIMÉNEZ RAMÍREZ, Alfonso (2004). Árboles y arbustos de al-Andalus, Madrid, CSIC. CASARES PORCEL, Manuel; TITO ROJO, José; CRUCES BLANCO, Esther (2003). «El jardín del patio de la Acequia del Generalife. I. Su evolución en la documentación escrita y gráfica», Cuadernos de la Alhambra, 39, pp. 63-86. CASARES PORCEL, Manuel; TITO ROJO, José; SOCORRO ABREU, Oswaldo (2003). «El jardín del patio de la Acequia del Generalife. II. Consolidación a partir del análisis palinológico», Cuadernos de la Alhambra (Granada), 39, pp. 87-103. FERNÁNDEZ PUERTAS, Antonio (1980). La Fachada del Palacio de Comares. Situación, función y génesis, Granada, Patronato de la Alhambra. —— (1982). «El trazado de dos pórticos proto-nazaríes: el del exconvento de San Francisco y el del patio de la Acequia del Generalife», MEAH (Granada), XXXI, pp. 127-140. —— (2006). «La Alhambra. El Alcázar del Sultán (hoy Comares) y el Alcázar del Jardín Felíz (hoy Leones), según los Dīwānes de Ibn al-Jaṭīb e Ibn Zamrak», en Ibn Jaldún. El Mediterráneo en el siglo XIV: Auge y declive de los Imperios. La Península Ibérica. Entorno Mediterráneo, Granada, El Legado Andalusí, pp. 100-117. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1975). Ibn Zamrak el poeta de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. —— (1983). Foco de antigua luz sobre la Alhambra. Desde un texto de Ibn al-Jaṭīb en 1362, Madrid, Instituto Egipcio de Estudios Islámicos. GARCÍA PULIDO, Luis José (2011). La dimensión territorial del entorno de la Alhambra. Sevilla, Universidad de Sevilla-Instituto Universitario de Arquitectura y Ciencias de la Construcción. GARCÍA SÁNCHEZ, Expiración (1987-1988). «El tratado agrícola del granadino al-Ṭignarī», Quaderni di Studi Arabi, V-VI, pp. 278- 291.

—— (1990). «Agricultura y Legislacion Islamica: el prólogo del Kitāb Zuhrat al-bustān de al-Ṭignarī», en Expiración García Sánchez (ed.), Ciencias de la Naturaleza en al-Andalus. Textos y Estudios, I, Granada, CSIC, 1990, pp. 179-193. —— (2015). «Las huertas del Generalife en época islámica», en J. Esteban Hernández Bermejo y Expiración García Sánchez (coords.), Huertas del Generalife. Paisajes agrícolas de al-Andalus... en busca de la autenticidad, Granada, EUG-Patronato de la Alhambra-Ed. Comares, pp. 53-86. GARZÓN PAREJA, Manuel (1968). «Notas para la historia del Generalife», Cuadernos de la Alhambra (Granada), 4, pp. 73-88. GUARDIOLA GONZÁLEZ, María Dolores (1990). «Instrumental agrícola en los Tratados Andalusies», en Expiración García Sánchez (ed.), Ciencias de la Naturaleza en al-Andalus. Textos y Estudios, I, Granada, CSIC, pp. 107-149. —— (1992). «Utillaje de uso agrícola en los Tratados Andalusies», en Expiración García Sánchez (ed.), Ciencias de la Naturaleza en al-Andalus. Textos y Estudios, II, Granada, CSIC, pp. 171-225. IBN JALDŪN (ed. 2008). Al-Muqaddima, ed. de Francisco Ruiz Girela, Introducción a la Historia Universal (al-Muqaddima), Córdoba, Ed. Almuzara. IBN AL-JAṬĪB (ed. 1998). Al-Lamḥa al-badriyya, ed. de José María Casciaro Ramírez y Emilio Molina López, Historia de los Reyes de la Alhambra, Granada, Universidad de Granada-El Legado Andalusí. IBN LUYŪN (ed. 1988). Kitāb al-Filāḥa, ed. de Joaquina Eguaras Ibáñez, Ibn Luyūn: Tratado de Agricultura, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. MALPICA CUELLO, Antonio (1991). «El complejo hidráulico de los Albercones», Cuadernos de la Alhambra (Granada), 27, pp. 65-101. —— (1996). «Análisis arqueológico de las terrazas de cultivo. El ejemplo de los Albercones de la Alhambra de Granada», en Actas del II Coloquio sobre Historia y Medio Físico. Agricultura y regadío en al-Andalus. Almería, 1995, Granada, Universidad de Granada, pp. 409-424. ORIHUELA UZAL, Antonio (1996). Casas y palacios nazaríes. Siglos XIII-XV, Barcelona-Madrid, Lunwerg. PAVÓN MALDONADO, Basilio (1977). «El Generalife», en Anejos II de Cuadernos de la Alhambra, pp. 5-19. PUERTA VÍLCHEZ, José Miguel (2010). Leer la Alhambra. Guía visual del Monumento a través de sus inscripciones, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife-Edilux, con la colaboración de la Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes (2ª ed., 2011). RUBIERA MATA, María Jesús (1981). La arquitectura en la literatura árabe. Datos para una estética del placer, Madrid, Editora Nacional, Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados, 15. —— (1982). Ibn al-Ŷayyāb el otro poeta de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife-Instituto Hispano-Árabe de Cultura. SANTIAGO SIMÓN, Emilio de (1991). «Notas sobre una desconocida puerta en la Alhambra», en Homenaje al Profesor Jacinto Bosch Vilá, II, Granada, Universidad de Granada-Diputación de Granada, pp. 1077-1081. AL-ṬIGNARĪ, Muḥammad b. Mālik (ed. 2006). Kitāb Zuhrat al-bustān wa-nuzhat al-aḏhān, ed. de Expiración García Sánchez, Kitāb Zuhrat al-bustān wa-nuzhat al-aḏhān. (Esplendor del jardín y recreo de las mentes), Madrid, CISC [Editado solo en árabe]. TITO ROJO, José; CASARES PORCEL, Manuel (2011). El jardín

L A A L M U N I A D E L G E N E R A L I F E ( ŶA N N A T A L - ‘ ARĪF)

537

hispanomusulmán: Los jardines de al-Andalus y su herencia, Granada, Editorial Universidad de Granada. VILAR SÁNCHEZ, Juan Antonio (2010). La acequia Real de la Alhambra en época cristiana (1492-1850), Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife-Ed. Comares. VÍLCHEZ VÍLCHEZ, Carlos (1988). La Alhambra de Leopoldo Torres Balbás. (Obras de restauración y conservación. 19231936), Granada, Ed. Comares.

538

C AR LOS VÍLC HEZ VÍL C HE Z

—— (1989-1990). «Arrocabe almohade del ángulo N.O. del patio de la Acequia», MEAH (Granada), XXXVIII, pp. 387-412. —— (1991). El Generalife, Granada, Proyecto Sur de Ediciones. VIÑES MILLET, Cristina (1978). «Documentos sobre el Generalife: su estado a finales del siglo XVIII», Cuadernos de la Alhambra, 14, pp. 99-123. —— (1982). «La acequia Real de la Alhambra. Notas acerca de su distribución», Cuadernos de la Alhambra, 18, pp. 183-206.

LUIS JOSÉ GARCÍA-PULIDO Universidad de Málaga / LAAC (EEA, CSIC) * MANUEL PÉREZ ASENSIO Arqueólogo PAULA SÁNCHEZ GÓMEZ Arqueóloga

21

CREACIÓN, EXPANSIÓN Y DECADENCIA DE LAS FINCAS NAZARÍES DEL ENTORNO DE LA ALHAMBRA1 Creation, expansion and decline of the nasrid almunias surrounding the Alhambra

RESUMEN El primer monarca nazarí, Muḥammad I, decidió establecer a partir del segundo tercio del siglo XIII su centro de poder en la Colina de la Alhambra, como estrategia de implantación y control del territorio sobre el que se asentaba la ciudad de Granada. El lugar contaba con elementos fortificados que permitían asegurar esta posición elevada, siendo además apto para el desarrollo de una medina medieval islámica que acabó contando con una serie de fincas reales a cotas más elevadas. Inicialmente se decidió establecer zonas de cultivo en la ladera que quedaba al este de la Colina de la Sabīka, configurándose la almunia del Generalife. Pero este hecho no solo se circunscribió a las inmediaciones del recinto alhambreño. En la segunda mitad del siglo XIV, Muḥammad V diseño el establecimiento de otras almunias aledañas al Generalife que permitiesen la vivificación de nuevas tierras, así como el control estratégico de estas zonas desde las que la ciudad palatina resultaba vulnerable. En este trabajo abordamos una visión general de la ocupación y explotación económica emprendida por la dinastía nazarí en el valle del Darro y el cerro del Sol, prestando especial atención a los sistemas que permitieron el control y comunicaciones del territorio, así como al origen y evolución de la compleja hidráulica que permitió la ampliación de la zona de explotación vinculada con el poder real y la construcción de nuevas almunias reales. PALABRAS CLAVE Alhambra | Nazarí | Almunia | Territorio | Hidráulica ABSTRACT Muḥammad I —first king of the nasrid dinasty— decided to establish in the second third of the 13th century his center of power on the Hill of the Alhambra. This was pursued as a strategy of settlement and control of the territory and the city of Granada. The place was relying on strengthened elements to secure this high position. In addition, it was suitable for the development of a medieval Islamic city that ended up surrounded to higher levels by a series of royal estates. Initially, the areas for crops were placed on the slope to the east of the Hill of the Sabika, as a part the Almunia of the Generalife. But this fact was not limited to the surrounding areas of the enclosure of the Alhambra. In the second half of the 14th century, Muḥammad V designed the settlement of other royal estates close to the Generalife, allowing to irrigate new lands. The strategic control of these zones, from which the palatine city was vulnerable, was also pursued. This study is an approach to a general view of the occupation and economic exploitation carried out by the Nasrid Dynasty at the Darro Valley and the Hill of the Sun (Cerro del Sol) paying special attention to the systems that allowed the control and communications within the territory, as well as the origin and evolution of the complex hydraulic systems that allowed the expansion of the area related to the royal power and the construction of the new Royal Almunias. KEYWORDS Alhambra | Nasrid | Almunia | Territory | Hydraulic

539

1.

El territorio de la Alhambra

1.1.

Introducción

En el periodo nazarí el dominio patrimonial de la familia real se extendió más allá de la Alhambra y de la ciudad de Granada. En este sentido, en este trabajo abordamos una visión general de la ocupación y explotación económica emprendida por la dinastía nazarí en el territorio próximo a la Alhambra. Para ello, y a partir de datos derivados de prospecciones y excavaciones arqueológicas promovidas por el Patronato de la Alhambra y Generalife2, nos hemos planteado una visión extensiva de toda la cuenca del Darro, atendiendo a su área de influencia a oriente de la ciudad y de la Alhambra. Hay que señalar un marcado proceso de expansión de las fincas reales en el denominado Cerro del Sol, destacada geografía donde la Alhambra ocupa el extremo occidental. Pero el dominio de la familia real se extendió más allá, documentando infraestructuras hidráulicas, explotaciones agropecuarias, dehesas y otras posesiones en toda la cuenca del río Darro. Algunas de las almunias reales fueron extremadamente dependientes de costosas inversiones hidráulicas realizadas en momentos álgidos (siglo XIV), que fueron difícilmente sostenibles cuando las circunstancias fueron menos propicias (siglo XV). En concreto, la Hacienda de los reyes nazaríes procedía de tres fuentes de ingresos: el patrimonio particular de la realeza, el patrimonio real y ciertas tierras que habían de satisfacer determinados impuestos en especie (Álvarez de Cienfuegos, 1959, pp. 100-101). Dentro del primer caso estarían los bienes raíces y heredamientos que los Reyes Católicos permitieron mantener a Boabdil en virtud de las Capitulaciones, adquiridos poco después por 21.000 castellanos de oro (Gaspar Remiro, 1910, pp. 70-71). Entre ellos habría que incluir las alquerías de Cijuela, Cortes y el Soto de Roma, veinte almunias dentro del término de la ciudad, una serie de fincas rústicas y las posesiones de las reinas moras, como fue el caso de Huétor [Santillán] y Beas.

540

El patrimonio real de los reyes nazaríes lo constituían los palacios y sitios reales, tanto en la capital como en otros lugares del reino de Granada. En la Alhambra se encontraban los palacios desde los que se ejercía el poder, quedando orbitada la ciudadela nazarí por una serie de almunias reales de las cuales solo se ha conservado plenamente el Generalife. 1.2.

Geografía y extensión del territorio

Desde su nacimiento cercano a la localidad de Huétor Santillán el río Darro se dirige hacia el sur, recogiendo las aguas del río Beas junto al cortijo de Cortes. Continúa su curso hasta la ubicación de la Presa Real, cercado al este por las Lomas de Buenavista y las de Buenosaires al oeste. Tras el azud, confluye el barranco del Almecín, mientras que el collado de los Arquillos fuerza su trayecto hacia el oeste, que comienza junto a la hacienda de Jesús del Valle. La zona está conformada por un paisaje de fincas con extensos cultivos de secano en las lomas y laderas, aunque no falta el regadío en el fondo de valle, alimentado por las acequias de Cortes, de la Umbría y de la Solana. Manchas de encinas y pinos ocupan la ladera de Buenavista, por donde discurría la acequia de los Arquillos. Desde la finca jesuítica hasta la capital, el valle se encuentra protegido al sur por la elevada geografía del Cerro del Sol, territorio históricamente vinculado a la ciudad palatina de la Alhambra. Cercano a Granada, Valparaíso es el final del valle del Darro. Sobre sus laderas se desarrollaron diversos barrios históricos, hoy en día englobados en el Sacromonte, el Albaicín y la Churra. En este ámbito periurbano se desarrollaron los cármenes, nutridos por las acequias que desde época musulmana han abastecido a la ciudad y a la Alhambra: Axares o de San Juan; de Romayla o Santa Ana y Real. Dominando la desembocadura del río Darro en el Genil, la zona de vega más inmediata, así como las laderas donde se desarrolló la medina de Granada, la Alhambra ocupa el extremo occidental del Cerro del Sol. Se trata de una elevación que llega a alcanzar los

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

fig. 1 Localización de las almunias y propiedades reales en el territorio próximo a la Alhambra (plano base: cartografía actual disponible de Granada, Instituto Cartográfico de Andalucía, E: 1/10.000).

1.031,5 m de altitud en su punto más oriental, delimitada al norte por el río Darro y al sur por el Genil. Sus laderas son abruptas y empinadas especialmente en su zona norte, aunque al oeste permite una fácil y rápida conexión con la Alhambra y con Granada, ofreciendo varias lomas de suaves laderas que dominan la situación de la ciudadela y donde se emplazarán algunas de las almunias reales. Su cumbre es una estrecha y larga planicie de unos 2,5 km que permite acceder con facilidad al extremo oriental, donde se ubica el collado de los Arquillos. Este sector a levante es clave en la existencia de la ciudadela nazarí y sus almunias, ya que al norte se emplaza la presa de la Acequia Real de la Alhambra, además de extensos yacimientos arqueológicos que, aunque no identificados, solo pueden ser entendidos como fincas y zonas de explotación vinculadas con el poder real. Al sur, sobre la ladera meridional del cerro, se extendía la Casa de las Gallinas (Dār al-Wādī) con sus extensas zonas de regadío y secano. Sobre el propio collado discurre la acequia de los Arquillos, de la que dependieron entre otras las almunias de Dār al-‘Arūsa y los Alijares (al-munya alDišār) (Ibn ‘Āṣim, ed. 1979, pp. 24-29). El territorio descrito estaba a finales de la Edad Media bajo la influencia de la Alhambra y la familia real

nazarí. El Cerro del Sol y sus laderas, desde la Presa Real hasta la Alhambra, estaba poblado de almunias reales, y más al noreste, las alquerías insertas en la cuenca del Darro pertenecían al monarca y a su familia. Gran parte de este vasto territorio fue incluido en el siglo XVI en las Alcaidías subalternas de la Alhambra. La del Generalife fue inicialmente otorgada por los Reyes Católicos a Fray Juan de Hinestrosa, Comendador de la Orden de Calatrava. En ella quedó englobada la dehesa del mismo nombre, situada en la mitad septentrional del Cerro del Sol, desde el propio Generalife hasta el barranco de las Tinajas y la Acequia Real de la Alhambra, incluyendo además el territorio que habría estado asociado a las desparecidas fincas reales de los Alijares y Dār al-’Arūsa. La tenencia de la Alcaidía de la Alhambra fue otorgada en 1492 a Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Mondéjar y segundo conde de Tendilla. En ella se incorporaron las zonas de dehesa vinculadas a la Casa de las Gallinas, abarcando la ladera meridional del Cerro del Sol desde el barranco Bermejo al del Término, así como algunas tierras de regadío en el pago de la Casa de las Gallinas. Sus límites quedaron especificados en documentos tempranos como el deslinde de «las guertas, dehesa e termino de Ginarife [sic.]» de 1544 o el apeo de los pagos

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

541

fig. 2 Hipótesis idealizada con el emplazamiento de las almunias inmediatas a la Alhambra sobre fotografía aérea oblicua actual (croquis de los autores).

«de los Alijares y cerro de Santa Elena» y «del cerro del Sol», realizados en 1573 por Antonio Loaysa, juez de S.M. (Valladar y Serrano, 1904, pp. 164-165; Garzón Pareja, 1968, p. 74; Viñes Millet, 1978, pp. 100-101; Viñes Millet, 1982, p. 173; García-Pulido, 2013a, pp. 167-186 y 198-237). Estos son reiterados en la documentación generada por los pleitos con la ciudad, fundamentalmente por el aprovechamiento de sus pastos o por sucesiones en la tenencia. La delimitación al norte y sur estuvo definida por las acequias de la Alhambra y del Cadí, hasta la Presa Real por el Darro y hasta Cenes por el Genil. A estas Alcaidías hay que sumar el cortijo del Santo Cristo del Almecín, arrendado por el Patrimonio (Viñes Millet, 1982, p. 174), y que, dada su gran extensión, incluiría el barranco del Almecín y amplios sectores de las Lomas de Buenavista. También hay que añadir la dehesa de Montes Claros, incluida en la Alcaidía de la Torre del Aceituno3 y señalada aún como «Dehesa de la Alhambra» en documentos tardíos, como el Mapa topográfico de la ciudad de Granada y su término elaborado por Francisco Dalmau en 1819. De las descripciones de Ibn al-Jaṭīb y la Bula de Erección del obispado de Granada, se extrae que en época nazarí existían en la cuenca del Darro tres importantes núcleos: qaryat Biyaš, (Veas, sobre la que se ha desarrollado Beas de Granada), qaryat Waṭā (Huete, sobre la que hoy se asienta el municipio de Huétor Santillán4) y Cortes (qaryat qultīš, Corte), que si bien desde el siglo XVI ha constituido un cortijo, conservó por algún tiempo su jurisdicción de alque-

542

ría independiente del término municipal granadino5 (Simonet, 1860, pp. 130-137; Seco de Lucena Paredes, 1961, pp. 6-7). En la venta de propiedades y explotaciones agrarias de la familia de Boabdil en el momento de la conquista se generó importante documentación, sobre todo por la intervención de Hernando de Zafra para hacer prevalecer los derechos de la corona sobre estas compras. Así sabemos que Veas y Huete6 pertenecían a las reinas moras (Gaspar Remiro, 1912, pp. 64 y 86), y que Corte había sido traspasada por Boabdil a Hernando de Zafra (Pérez Boyero, 1993-1994, p. 187), quien también recibirá la merced vitalicia de Huete (Ladero Quesada, 2005, pp. 54-55). Las lomas por encima de los terrenos de regadío que se extendían entre estas poblaciones, el Cerro del Sol y la ciudad de Granada debieron de constituir en época medieval amplias zonas de usos comunales para pastoreo, caza, leña, etc. Sin embargo, también el extremo occidental de las Lomas de Buenosaires, ya entre el cerro de San Miguel Alto y el Sacromonte, dependieron directamente de la Alhambra en época moderna, pues constituían la dehesa de Montes Claros. Hernando de Zafra adehesó los montes de Huete, contando con la aprobación de la Corona, aduciendo para justificar su actitud que tales dehesas ya existían en tiempos de los «reyes moros», lo que provocó enfrentamientos con los vecinos de Granada y de dichas alquerías (Peinado Santaella y López de Coca Castañer, 1987, pp. 290291; Osorio Pérez, 1991, p. 489; Pérez Boyero, 19931994, p. 187).

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

fig. 3 Red de acequias y explotación del territorio por medio de pagos agrícolas (plano base: cartografía actual disponible de Granada, Instituto Cartográfico de Andalucía, E: 1/10.000).

Quedaría por tratar el fondo del valle del Darro desde la Presa Real hasta la ciudad de Granada, conocido como Valparaíso desde el siglo XVI. En época moderna encontramos una ocupación y explotación del territorio basado en la pequeña y mediana propiedad: los cármenes regados por las acequias de Axares, Romayla y Real de la Alhambra. Si bien la denominación de estas propiedades proviene del árabe Karm, que significa «viña» en sentido extenso y apela a un tipo de propiedad constituida por terreno de cultivo y una parte residencial, no hay certeza de su origen andalusí en este espacio7, aunque en nuestra opinión todos los datos apuntan a ello. En general, las fuentes árabes nos relatan la imagen de una ciudad rodeada por un cinturón verde (Rubiera Mata, 1988, pp. 141-145). La descripción más precisa es la aportada en el siglo XIV por Ibn al-Jaṭīb, quien nos advierte de los tipos de fincas agrícolas suburbanas vinculadas con la élite granadina. Así, describe las almunias del norte de la Vega, junto a los jardines, huertas, viñas y casas de recreo que se dispusieron en

la zona septentrional, concretamente en el paraje de Aynadamar (Trillo San José, 2004, pp. 233-244; Ibn al-Jaṭīb, ed. 2010). Pese a la escasez de datos en las fuentes escritas andalusíes para el valle del Darro, en el siglo XIV ‘Abd al-Bāsit reconocía en este ámbito la existencia de huertos y jardines: El otro lado de la Alhambra mira hacia la parte del Wadi Hadarro (Darro), donde están los huertos y jardines de Granada, que difunden por ambos lados un efluvio suave y agradable (García Mercadal, 1952, p. 256).

Esta imagen es también la que aportó en la misma época el viajero al-‘Umarī: El Darro desciende de una montaña próxima a Guadix, del Ŷabal ṣulayr; después de haber atravesado huertos, viñas y entrar por la Bāb al-Difāf, al este de la ciudad, a la que corta en dos mitades (Ibn Fadl Allāh al-‘Umarī, ed. 1927, p. 226).

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

543

Los huertos, jardines y viñas mencionados en los textos podrían ligarse con la existencia de fincas suburbanas de carácter agrícola, que debieron de estar irrigadas, y de las que se desconocen su extensión, grado de edificación, y tipo de propiedad. En el límite de la ciudad se tienen algunos datos sobre propiedades intramuros de carácter agrícola que han sido asociadas a la élite urbana. En concreto, merece traer a colación la hipótesis que sostiene que la Casa del Chapiz mantiene elementos, o pudo reconstruirse, sobre una posible almunia nobiliaria o real del siglo XIV, de algo más de 2,5 ha de superficie y ubicada en el ángulo sureste del arrabal del Albaicín, que se extendía hasta el Darro (Álvarez de Morales y Orihuela Uzal, 2013, p. 219). Además, recientemente Velázquez Basanta ha interpretado que la propia Casa del Chapiz pudiera tratarse del palacio que Ibn al-Jaṭīb se construyó «en el camino viejo a Guadix por Beas», cuyo tramo inicial coincidía con el actual camino del Sacromonte (Álvarez de Morales y Orihuela Uzal, 2013, p. 229). También, y aunque no existe información para la época andalusí, en la franja oriental del arrabal de Ajsaris, precisamente en el espacio donde actualmente se ubica el carmen de la Victoria, se conjetura que existieron huertas vinculadas a la aristocracia nazarí 8 y con escasas edificaciones, en coherencia con la importancia en el barrio de los cultivos9 y el carácter límite del terreno (Tito Rojo y Casares Porcel, 2000, pp. 52 y 54). En concreto, estos huertos se han relacionado hipotéticamente con los referidos en documentos árabes granadinos en los que se recoge la venta a Aixa de un molino junto a las huertas de la Horra Butayna, que incluso pudieron constar de algún tipo de edificación, tal y como afirmó Francisco de Paula Valladar cuando publicó que en este barrio existió un alcázar que fue «después Convento de la Victoria» (Tito Rojo y Casares Porcel, 2000, p. 54). En definitiva, no es de extrañar que en el tramo final del Darro, conocido históricamente por sus propiedades salutíferas y paisajísticas, existieran fincas agrícolas cuya propiedad quizás pudiera ligarse con la aristocracia local urbana, e incluso, con la familia real nazarí. 1.3.

El control estratégico del territorio

Las colinas de la Sabika y del Mauror siempre han jugado un papel estratégico con respecto a la ubicación de la ciudad de Granada10. Sin embargo, las fortalezas levantadas en estos emplazamientos fueron vulnerables a las elevaciones inmediatas, especialmente respecto a la colina de Santa Elena.

544

En este sentido, Ibn Hayyān (988-1076) narra en el tomo III del Muqtabis los acontecimientos bélicos que se produjeron en el año 889 entre las tropas del caudillo árabe Sawwar b. Ḥamdūn y los muladíes de Elvira. Recopila unos versos que mencionan a qal‘at al-Ḥamrā’ como la fortaleza del primero, asediada por los segundos que, situando sus máquinas de guerra en una colina inmediata a la Alcazaba Roja (acaso el Mauror, la Sabika o Santa Elena), sufrirán una gran derrota a manos de los árabes (Guráieb, 1952, pp. 155166; Torres Balbás, 1981, pp. 180-199). No parece haber dudas de que en la Alhambra existió una fortaleza clave en los enfrentamientos acontecidos durante el siglo XII entre norteafricanos y andalusíes, cuando se puso de manifiesto que el control del cerro del Sol condicionaba el de la propia ciudad. En 1145 la alcazaba de la Alhambra se convirtió en el refugio de Ibn Hūd Zafadola, que se proclamó señor de Granada y combatió desde allí a los almorávides encerrados en la alcazaba de Granada (Codera y Zaidín, ed. 2004, pp. 50-52). Pero, sobre todo en 1162, también se evidenció que la Alhambra era vulnerable a otras elevaciones del cerro del Sol. Las tropas de Ibn Hamušk, lugarteniente de Ibn Mardanish, tomaron la ciudad y se asentaron en el Cerro de la Sabika, asediando a los almohades encerrados en la alcazaba de Granada. Los ejércitos que vinieron desde Málaga a prestar ayuda a estos últimos, ante la ventajosa situación de los asediantes, se acercaron por la retaguardia situada al sur, y: Coronaron la cumbre más alta de la montaña, que está sobre el río Genil, contigua a la montaña al-Sabīka y a la alcazaba roja, donde acampaban los cristianos y amigos de Ibn Hamušk. Caminaron toda la noche con lentitud por la montaña citada sobre sus riscos y revueltas, pero Dios les allanó el camino en su fragura y les acercó lo más alejado y les garantizó su auxilio; y estaba la noche iluminada y con luna en su segunda mitad (Ibn Sahib al-Salá, ed. 1969, p. 44)11.

Sorprendiendo a las tropas acampadas, se entabló un combate con desastroso resultado para el bando mardanisí, que en su huida sufrió numerosas pérdidas al despeñarse por las laderas del Darro, poniéndose fin así al asedio a la alcazaba granadina y al dominio sobre la ciudad. El ascenso de los almohades pudo producirse por el extremo oriental del Cerro del Sol, atravesando todo el promontorio, lo que vendría a justificar la larga duración del trayecto y coincidiría con la descripción. Es interesante la mención «Dios les allanó el camino en su fragura y les acercó lo más alejado», ya que quizá

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

hiciera referencia a la existencia de una posible infraestructura viaria nivelada que recorre la cumbre del cerro y que se describe más adelante. De lo que no parece haber dudas es de la toma de posiciones elevadas en Santa Elena, donde se erigirá Dār al-‘Arūsa. En definitiva, la geografía y la historia mostraban la necesidad de control del cerro de Santa Elena para la salvaguardia de la Alhambra. Es así como la instala­ ción de una fortaleza en el extremo septentrional de di­ cha elevación, la Silla del Moro, más la erección de la almunia en su parte central, jugaron un papel destacado en la defensa del territorio próximo a la ciudadela nazarí. También hay que destacar el posicionamiento estratégico de la almunia de los Alijares, dominando el valle del Genil desde la colina más meridional del entorno de la Alhambra. Otros restos que han pasado desapercibidos hasta ahora vienen a completar la existencia de instalaciones nazaríes en las elevaciones orientales sobre la Alhambra. Se trata de evidencias materiales sobre la cima de la loma que existe entre los Alijares y Santa Elena, en el cerro del Montecaballo, frontero al actual cementerio. Aunque sin excavaciones es difícil caracterizar de qué tipo de yacimiento se trata, su cronología es nazarí. Mantiene una situación privilegiada con respecto al entorno y destaca su proximidad al Albercón del Negro, depósito principal de almacenamiento y regulación para el funcionamiento de la finca y el palacio de los Alijares, como se verá. Los conflictos bélicos protagonizados durante la rebelión de las Alpujarras vuelven a evidenciar la vulnerabilidad de la Alhambra con respecto a Santa Elena. Así lo expresaba Diego Hurtado de Mendoza en su obra Guerra de Granada, escrita en la década de 1570: Los moriscos, hombres más prevenidos que diestros, esperaban por horas la gente de la Alpujarra: salían el Tagarí y Monfarrix, dos capitanes, todas las noches al cerro de Santa Helena por reconocer; y salieron la noche antes con cincuenta hombres escogidos, y diez y siete escalas grandes, para juntándose con Farax entrar en el Alhambra; más visto que no venían al tiempo, escondiendo las escalas en una cueva se volvieron sin salir la siguiente noche [...] (Hurtado de Mendoza, ed. 1966, p. 129).

Posteriormente se mantuvo la significación militar del castillo de Santa Elena o Silla del Moro. Así, en 1683 una Real Cédula de Carlos II confirmaría la Alcaidía y derechos de la casa de Campotéjar: [...] por ser la dicha alcaidía de un castillo y casa fuerte que está en la dicha ciudad contigua al de la Alhambra y

en su mismo distrito amén de estar siempre prevenido y pertrechado de todo lo necesario para las invasiones de guerra que pueden ofrecerse y no poderse conservar con esta prevención tan necesaria [...] y asimismo a de pagar ciento y cincuenta ducados a un teniente que a de asistir continuamente en el dicho castillo para el mayor cuidado [...] (Garzón Pareja, 1968, pp. 80-82).

De nuevo en el siglo XIX quedó patente la estratégica situación de sus posiciones cuando en 1810 las tropas francesas al mando del general Sebastiani fortificaron la Alhambra, la Silla del Moro, la colina de Santa Elena, el cerro de las Barreras y la colina de los Alijares. Del estudio de los planos realizados por los ingenieros militares napoleónicos y otros documentos gráficos coetáneos, se desprende que en el cerro de Santa Elena se dispusieron 11 piezas en cuatro baterías artilleras, tres orientadas hacia el cerro del Sol, que es de dónde podían provenir los ataques de la resistencia (Viñes Millet, 1983-1984, pp. 216; García-Pulido, 2013b, pp. 28-48). El torreón más meridional del baluarte central parece estar reaprovechando una estructura defen­si­ va medieval. En la Memoria sobre la consideración militar que en el día merece el recinto, o sea fortaleza de la Alhambra; formada en virtud de orden del Exmo. Sr. Capitán General de esta provincia a 2 de Noviembre de 1833, se contempla la circunstancia de la debilidad de la Alhambra en relación a las alturas del cerro del Sol (Viñes Millet, 1983-1984, pp. 222-223). Sin embargo, y ya analizada la colina de Santa Elena, la necesidad de un cierto control debió de ser más amplia en todo un territorio sembrado de fincas reales e instalaciones hidráulicas fundamentales para su funcionamiento. Sin datos para la etapa nazarí, sabemos del establecimiento en el siglo XVI de pequeñas guarniciones en muchos de estos lugares. Así, Rafael Contreras aludiría a la existencia de un manuscrito deslocalizado en el que: [...] á propósito del reparto de los capitanes que se alojaban en las torres y castillos de la Alhambra, y con motivo de acuartelamientos, que un tal Don Alvaro Lopez vivia en los Alixares con diez guardias lanceros, de los doscientos que en muchas ocasiones se asignaron á la defensa del real sitio (Contreras, 1878 [ed. facsímil 1993], p. 329).

La situación estratégica del cerro del Sol, en particular con respecto a la parte oriental del territorio, se evidenció en un episodio de la Guerra de los Moriscos transmitido por Mármol cuando Juan de Austria situó dos cuadrillas:

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

545

fig. 4 Baluartes construidos por las tropas napoleónicas hacia 1810 en los cerros inmediatos a la Alhambra (plano base: planimetría oficial del Patronato de la Alhambra y Generalife, Servicio de Conservación y Protección del Patronato de la Alhambra y Generalife).

[...] porque desde aquella cumbre alta se descubren todos los cerros que hay hasta la sierra de Güejar. Hizo alzar un muro de tapias, que atravesaba por la ermita de los Mártires, y cerraba toda la entrada de la loma por aquella parte (Mármol Carvajal, ed. facsímil 1991, pp. 209-211).

Los centinelas apostados en el Cerro del Sol pronto pudieron avisar de la llegada de cuatrocientos moriscos a la Casa de las Gallinas, permitiendo a las tropas de Tello González Aguilar salir por la puerta de Fajalauza, bajar al Darro y subir al cerro, posiblemente por el collado de los Arquillos, para atajar la retirada de los rebeldes hacia Güéjar. Las posibilidades de defensa del cerro volvieron a manifestarse cuando la compañía se batió en retirada tras recibir los moriscos refuerzos «mas llegando al Cerro del Sol, donde los caballos podían mejor revolverse, no osaron pasar adelante». En relación al control de este promontorio en época moderna, y en concreto con el Levantamiento de las Alpujarras (1568-1571), es posible que se pueda adscribir una estructura turriforme pentagonal que hemos documentado en la excavación del complejo hidráulico

546

de la Alberca Rota y Pozos Altos del Cerro del Sol, en el que se abundará posteriormente, y que se construyó con fragmentos de tapias del muro sur de la alberca. Otra cuestión a valorar es la propia capacidad defensiva de las almunias y los cierres que pudieron protegerlas. Al emplazamiento dominante de Dār al-‘Arūsa y los Alijares hay que agregar las evidencias de recursos arquitectónicos relacionados con la defensa y el control del territorio, tales como la construcción de una torre en la primera, que parece estar englobada en los restos del baluarte central napoleónico, o la existencia de amplias albarradas protegiendo al palacio de los Alijares, tal y como quedó plasmado en detalle de la Batalla de la Higueruela. Aún a finales del siglo XIX subsistía la del lado meridional, realizada con enormes cantos rodados (Gómez-Moreno González, 1892 [ed. facsímil 1998], pp. 175-177). Un pequeño resto del cierre que debió de proteger al menos a la edificación asociada a la Alberca Rota, se ha conservado en el declive de la ladera hacia el río Darro, presentando una materialidad similar a la descrita por Gómez-Moreno para el caso de los Alijares.

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

El Generalife, según algunos autores, contó con un pequeño castillo o torreón en su ángulo sureste12, otra torre al noreste, posiblemente otra torre bajo la casa de la huerta Colorada, una muralla perimetral con camino de ronda y una cerca que lo unía con el castillo de Santa Elena o Silla del Moro, además de un acceso muy protegido por fuertes muros y puertas. Por su parte la Casa de las Gallinas, de la que se hablará con detalle en posteriores líneas, contaba con cuatro torres con sus cuerpos de guardia, una plaza de armas e incluso mazmorra, constituyó una casa fuerte con carácter palaciego en época nazarí, controlando tierras muy productivas y las comunicaciones sobre el valle del río Genil. Por ello los Reyes Católicos la incorporaron tras la conquista de la ciudad de Granada a la Alcaidía de la Alhambra, dotándola a su vez con una Alcaidía subalterna. Con la pérdida de sus características estratégicas en época moderna, acabaron desatendiéndose los reparos en la misma, hasta el punto de que, en un informe de 1760, se abogaba que, aunque se hubiesen de sacrificar los cuartos de las habitaciones por el estado ruinoso en que se encontraban, al menos se debería conservar la única torre en pie en ese momento y la fortaleza que servía de cuerpo de guardia (García-Pulido, 2007b, pp. 229-259; García-Pulido, 2013a, pp. 301). En la cuenca del Darro existió en época altomedieval una estructura de poblamiento vinculada a una red castral que debió de ser aprovechada por los nazaríes. A este respecto hemos de señalar el importante emplazamiento de Montejate, un amplio encastillamiento que dominaba la margen derecha del Darro y la zona del Sacromonte y que parece que fue abandonado dentro de la época altomedieval. Quizá pueda relacionarse con algunos de los enfrentamientos que en el siglo IX se dieron en la cora de Ilbira entre el bando árabe y los muladíes13, presentando de nuevo una reocupación en época nazarí. De las tres alquerías en la cabecera del Darro citadas por los textos que estaban en manos de la familia real nazarí en el momento de la conquista, al menos dos de ellas tenían fortificaciones. Por una parte, Huétor presenta una ubicación encastillada y sobre una vía de comunicación atestiguada por los textos si se admite la identificación de esta alquería con el topónimo Wād, situado por al-Rušāṭī a seis millas de Garnāṭa y por Idrīsī a ocho, en el itinerario de Pechina a Córdoba (Alemany Bolufer, 1919, p. 167; Jiménez Mata, 1990, p. 275). Por otro lado, Beas14 contaba en el siglo XVI con un castillo «con su palomar, alhoríes y aposentos» (Hernández Benito, 1995, p. 87). Su ubicación es clave en el acceso al puerto Blanco desde la cabecera del río Beas,

vía de comunicación con el levante granadino que cayó en desuso a partir del siglo XIX. Al sur de las edificaciones actuales del cortijo de Cor­ tes también existen restos de una fortificación de tapial de cal y canto, quizás zirí, que coincide con la ubicación dada por Antonio Loaysa en el apeo de 1574 para una «alcazaba vieja»15, que volverá a ser referida por José Francisco de Luque a mediados del siglo XIX (1858 [ed. facsímil 1980], p. 576). También es posible pensar en la existencia de oteros que permitieran el control visual y las comunicaciones. En este sentido se pueden señalar diversos emplazamientos situados en las lomas de Buenavista y Buenosaires, en posiciones elevadas y con amplias visuales, especialmente con Santa Elena. Aunque la mayoría responden tan solo a evidencias cerámicas nazaríes dispersas, su ubicación parece alejarlos de actividades productivas y de hábitat. Especial importancia pudo tener un pequeño otero sobre la Presa Real, en la desembocadura del arroyo del Almecín y en su margen derecha, ya que domina también los numerosos restos arqueológicos que se extienden alrededor y que relacionamos con las fincas reales. Está en comunicación visual directa con Cortes y con el castillo de Santa Elena, permitiendo establecer la vinculación entre ambos y, por las características del terreno, se intuye la existencia de grandes muros enterrados. 1.4.

Las vías de comunicación

Existieron unos caminos que ponían en comunicación las distintas instalaciones reales y estas con la Alhambra. También debieron de existir vías que permitieran un rápido y directo desplazamiento entre los extremos de este vasto territorio. Como indica la conocida cita del viajero italiano Andrea Navagero, quien visitó Granada en 1526, las almunias del Generalife, Dār al-‘Arūsa y Alijares, estuvieron comunicadas entre sí: En tiempo de los reyes moros, subiendo todavía más se pasaba del Generalife á otros hermosos jardines de un palacio que se llamaba los Alisares, y luego á otros jardines de otro palacio que se llamaba Daralharoza, y que ahora se llama Santa Elena, y todos los caminos por donde se iba de un lugar á otro tenían á los lados enramadas de mirtos (Navagero, ed. 1999, p. 57)16.

El tratamiento vegetal debió de acompañar a unos caminos construidos que exigían además de la preparación del terreno, labores de las que han quedado algunas evidencias.

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

547

fig. 5 (Arriba) Red de caminos principales medievales que conectaban la Alhambra con su territorio (plano base: cartografía actual disponible de Granada, Instituto Cartográfico de Andalucía, E: 1/10.000). (Abajo) Detalle de los trazados de los caminos y sendas situadas a levante de la Alhambra.

El Generalife se comunicó de forma directa con la Alhambra por la puerta del Arrabal, desde la que se accedía al barranco de la Cuesta del Rey Chico o de los Chinos y desde allí a un camino murado entre las huertas. Este camino es representado con nitidez en la Plataforma de Granada de Ambrosio de Vico. A la almunia de Dār al-‘Arūsa se accedía partiendo del Generalife, ascendiendo a la Silla del Moro, y desde esta, por un camino que subía por la cresta del cerro17. Desde el Generalife se podría llegar a los Alijares siguiendo la Acequia del Tercio y su derivación hacia el barranco del Tejar. De la Alberca Rota partía un camino que descendía por la cresta de la loma para continuar en horizontal

548

hasta alcanzar a la acequia que le suministraba agua a través de su Pozo Este y comunicar con la Silla del Moro, quedando evidencias de un entalle de 1,20 m de anchura en la Formación Alhambra. Al oeste del Aljibe de la Lluvia hay una pista forestal que muestra en distintos puntos de su base la existencia de estructuras pétreas alineadas que podrían evidenciar la existencia de un camino, quizás asociado a una conducción que pusiera en comunicación este depósito con la Alberca Rota. La puerta de los Siete Suelos (Bāb al-Gudur) fue la entrada más oriental de la Alhambra, siendo por su posición la que la conectaba con el territorio que quedaba

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

a levante de la colina roja. Tenía una fácil comunicación con el ascenso natural al Cerro del Sol, aprovechando la vaguada del barranco del Tejar. Desde allí se podía acceder a los Alijares18. Ibn ‘Āṣim describió este camino a mediados del siglo XV en su obra Ŷunnat al-ridā fi-l-taslim li-mā qaddara allāh wa-qadà como: [...] pavimentado con piedras de diversos colores que se asemejan al mosaico por la perfección de su ejecución. Se plantó en sus márgenes dos hileras de arrayán. El final de este paseo concluye en unas fuentes (awrad) y en un aljibe (ŷubb) (Ibn ‘Āṣim, ed. 1979, pp. 24-29).

Descendiendo hasta el trazado del Camino Real de Cenes se establecía la comunicación con dicha población y con la propiedad real de Dār al-Wādī. Desde el barranco del Tejar partía el conocido en el siglo XVI como camino del Almecín o del Aljibe de la Lluvia, por ascender junto a este depósito de agua, atravesar el Cerro del Sol por su cumbre y descender al collado de los Arquillos, para adentrase en valle del Almecín. De este camino quedan sectores empedrados en el cerro del Sol y en gran medida fue reutilizado en el sistema de veredas ganaderas. Es interesante el hallazgo de una alineación pétrea que se extiende a lo largo de más de 3 km en la cumbre del Cerro del Sol y que atribuimos a una posible infraestructura viaria de gran envergadura19. Los restos fueron descritos a principios del siglo XVII (Cueva, 1603 [ed. facsímil 1993], pp. 28-29; Bermúdez de Pedraza, 1608 [ed. facsímil 1981], fol. 59v; Bermúdez de Pedraza, 1638 [ed. facsímil 1989], capítulo XVIII, fols. 25r-25v), siendo atribuidos en aquel momento a una muralla de la antigua ciudad de Ilipula Laus citada por Plinio. A grandes rasgos se trata de una estructura con un cimiento de grandes piedras (0,5-0,7 m de diámetro) de cerca de 9 m de ancho, por encima un relleno de tierra y piedras de aproximadamente 0,6 m de alto y, finalmente, una capa de empedrado de pequeños cantos20. Los restos son similares a las calzadas romanas interurbanas conservadas (Moreno Gallo, 2006) y también coinciden con las descripciones de los autores latinos21. Es posible que tenga esa cronología y haber tenido alguna relación con las cercanas explotaciones auríferas establecidas en la Antigüedad, pero no podemos substraernos del contexto donde se inserta y plantear una hipotética cronología medieval. Esta podría estar en relación con la comunicación de la Alhambra y las almunias reales que la orbitaban con el territorio del Cerro del Sol y las zonas de poblamiento y explotación agropecuaria que existen en el entorno del collado de los Arquillos y del Darro, facilitando el tránsito con carros.

2. La Acequia Real, el Generalife y el entorno de la Presa R eal La Acequia Real de la Alhambra, conocida como Cequiat Alçotan en el siglo XVI y traducido en Acequia del Rey posteriormente (Gómez-Moreno González, 1892 [ed. facsímil 1998], p. 465), realiza su captación de aguas en la presa situada sobre el río Darro a una cota de 838 m, a algo más de 6 km de la Alhambra22. La exisitencia en este entorno de otras acequias tales como las de la Umbría y la Solana, junto con otras evidencias materiales, parece sugerir que el sistema de dotación de agua de la cabecera de la Acequia Real fue más complejo del que se ha conservado por estar ampliamente dotado con varios suministros hidráulicos. Tras un tramo inicial sobre la ribera derecha, cruza el curso del río e inicia su trayecto por la ladera norte del Cerro del Sol con gran dificultad debido a la topografía. A mitad de su recorrido, tras haber superado el barranco de las Tinajas, un partidor divide el curso en dos ramales, el del Tercio y el de los Dos Tercios, nombres relacionados con la proporción de agua que cada uno lleva. Sin embargo, el análisis de todo el trazado de los dos ramales principales de esta acequia parece sugerir que la apertura de la derivación superior se produjo desde la misma Presa Real o, al menos, desde la Umbría de Jesús del Valle la intención fue salvar las acusadas erosio­ nes de la zona próxima al barranco de las Tinajas conocida como «Los Costrones», donde la acequia discurría en galería subterránea y fue afectada por completo en 1955 como consecuencia de un deslizamiento de la ladera. Sea como fuere, el ramal principal de los Dos Tercios sigue portando el nombre de Acequia Real y discurre a cota más baja. Entra en el palacio del Generalife, dándole servicio y riega la mayor parte de las huertas de la almunia: Colorada, Grande y Fuente Peña. Posteriormente recibe aguas sobrantes de la Acequia del Tercio y comienza a descender hacia la Alhambra, salvando la cuesta-foso del barranco del Rey Chico por un acueducto situado cerca de la Torre del Agua, reconstrucción de la estructura que debió de existir en época nazarí 23. Sobre el terreno se constata la existencia de un tercer ramal a partir del barranco del carmen del Tío Conejo o del Aljibe de la Lluvia. Por debajo de la Acequia de los Dos Tercios existe esta tercera canalización que probablemente tomó el agua de las sobrantes de estas acequias superiores, vertidas directamente en dicho barranco. Se encamina hacia los espacios abancalados existentes por debajo del Generalife. Estas y otras zonas aterrazadas que existen por encima de los Cármenes o Herederos del Darro podrían haber estado comprendidas en el pago de

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

549

Ziçatasultan o de la Acequia del Sultán (García-Pulido, 2012, pp. 276 y 284-289). Antes de su entrada en el recinto de la Alhambra, la Acequia Real repartía aguas al carmen de los Mártires y a los barrios del Mauror y la Antequeruela. Según la documentación escrita, este último reparto se realizaba en el arca de Fuentepeña a través de un depósito regulador situado junto al acueducto de entrada de las aguas a la Alhambra. La derivación hacia los Mártires, esbozada ya en el croquis anónimo sobre el reparto de aguas de la acequia de Aynadamar y otras que surten a Granada24, se sitúa en el denominado partidor de los Frailes, cercana al punto donde la Acequia Real recibe los sobrantes de la Acequia del Tercio, antes de comenzar a descender hacia la Alhambra. La Acequia del Tercio mantiene una pendiente menor que el ramal de la Acequia Real, lo que le permite ganar tierras para riego a mayor altura que el palacio del Generalife y que reciben el nombre de huerta de la Mercería. Atravesó el complejo de los Albercones, abasteciéndolo y anulando el anterior sistema que permitía abastecer de agua del ramal principal de la Acequia Real por medio de una noria de sangre (Torres Balbás, 1948, p. 191; Malpica Cuello, 1991, p. 84). Más al sur, tras haber recorrido otros 100 m, a la cota de 813 m, su caudal era dividido: un ramal desciende bruscamente al oeste para reconducir sobrantes de nuevo hacia la Acequia Real, antes de la entrada de esta en el recinto alhambreño; el otro mantenía cota dirigiéndose al sur para regar el entorno del barranco del Tejar. Si bien se sospecha de la existencia de un abastecimiento hidráulico a la Sabīka con anterioridad al siglo XIII, podría haberse realizado de diversos modos sin necesidad de acometer la construcción de una larga canalización hidráulica, como será la Acequia Real25. Atendiendo a los textos, Muḥammad ‘Abd Allāh ibn al-Aḥmar, comenzó a construir la ciudad palatina de la Alhambra sobre la colina de la Sabīka y en 1238, tras inspeccionar el lugar, «Le llevó agua del río, levantando un azud y excavando una acequia exclusiva para ello» (Ibn ‘Idārī, ed. 1954, p. 125). La parte urbana de la almunia del Generalife26, que se encuentra articulada por la propia acequia, debió de construirse con posterioridad a ella o quizás en el mismo momento del diseño de Muḥammad I. Por las inscripciones de sus yesos sabemos que en 1319 Ismail I renovó las decoraciones del palacio (Gómez-Moreno González, 1892 [ed. facsímil 1998], p. 165), pero existen otras anteriores, de época de Muḥammad III (Bermúdez López, 1992, p. 135) o Muḥammad II (Cabanelas Rodríguez y Fernández-Puertas, 1978, p. 65). Hay que señalar que la arquitectura del palacio, de ser posterior a la acequia,

550

prácticamente no varió el espacio agrícola, ya que, de manera similar a la organización de cualquier diseño hidráulico rural andalusí, se ubicó a cota más alta que los cultivos irrigados que pudieran haber existido hasta ese momento. El diseño que presenta la acequia viene a demostrar que al menos las huertas de la almunia fueron proyectadas junto con la acequia. El canal realiza su entrada al Generalife a una cota de 798,5 m, manteniendo en las huertas una pendiente constante, similar a los tramos de la acequia mejor nivelados en su discurrir por la Umbría del Generalife (3-4‰)27. Sin embargo, tras recorrer 350 m y realizar el abastecimiento agrícola, desciende bruscamente hasta la cota de su entrada en la ciudadela, a 788 m. Obviamente estos 10 m de desnivel, con todos los condicionantes que ello suponía para todo el recorrido completo hasta su origen en la presa, no hubieran sido necesarios de solo plantear el abastecimiento al área palatina28. Por tanto, desde el mismo momento en el que se trazó la acequia, ya se tenía previsto establecer amplias zonas de cultivo en la ladera ocupada por el Generalife. El área agrícola irrigada estaba organizada en tres grandes sectores: uno al norte, la zona central, y el área sur. Los dos primeros quedan separados por el camino murado de acceso desde la Alhambra. El central con la zona sur están diferenciados por un gran muro transversal a la pendiente con dirección este-oeste. Es este el origen de las tres grandes huertas contemporáneas, de norte a sur: Colorada, Grande y Fuentepeña29. Posteriormente al diseño primigenio nazarí de la Acequia Real y del palacio del Generalife, las huertas fueron ampliadas. Esto se realizó avanzando ladera arriba, por lo que fue necesario romper el límite de rigidez original. Un primer intento se efectuó por medio de un ingenio hidráulico que elevaba el agua, aunque posteriormente quedó anulado por la creación de un ramal de la Acequia Real (Torres Balbás, 1948, p. 191; Malpica Cuello, 1991, p. 84). Desde la derivación principal de esta canalización a la salida del palacio, una conducción en la base de la galería subterránea de 52 m de longitud introducía el caudal hacia el fondo de un pozo de cerca de 19 m de profundidad, desde donde el agua era elevada por una noria de sangre y era recogida en un albercón. A partir de este receptáculo se regaba un amplio espacio situado a cota superior del resto de terrazas, conocido en castellano como huerta de Mercería. Sin embargo, y debido probablemente a la insatisfactoria eficiencia del sistema, en época nazarí se realizó una modificación que condujo a su anulación y reemplazo por otro más sencillo. Este es el origen de la Acequia del Tercio, derivada de la Real, con una pendiente me-

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

fig. 6 (Izquierda) Elementos constituyentes de la almunia del Generalife (plano base: planimetría oficial del Patronato de la Alhambra y Generalife, Servicio de Conservación y Protección del Patronato de la Alhambra y Generalife). (Derecha) Perfil de la Acequia de los Dos Tercios (azul oscuro) y de la Acequia del Tercio (azul claro) entre el Generalife y la Alhambra (plano base: plano Acequia Real de la Alhambra. Perfil longitudinal. Dibujo y mediciones: Jörg Fischer, 1999, Archivo del Patronato de la Alhambra y Generalife (APAG)/ Colección de planos/ P-007062).

nor. Se diseñó por tanto para abastecer a la huerta de Mercería reutilizando el albercón mencionado. Tras abastecer a este espacio agrario, la acequia repartía sus aguas, reconduciendo las sobrantes de nuevo al cauce madre y extendiendo los riegos hasta la cabecera del barranco del Tejar. Durante la Edad Moderna, a pesar de seguir cultivándose, algunas de las características físicas de organización de las huertas fueron perdiéndose o arruinándose lo que, sumado a las modificaciones contemporáneas tras la incorporación de la finca al Estado, determina que solo mediante la arqueología puedan ser descritas con detalle. Dada la ubicación en pendiente, las huertas se estructuraban en grandes y regulares terrazas transversales, algunas de las cuales llegan a alcanzar los 5000 m2. Fue esta una obra importante que debió de requerir modificaciones del terreno, tales como desmontes del sustrato natural, la creación de grandes muros de contención y el relleno con tierras30. En la huerta de Mercería los

muros de aterrazamiento están actualmente enterrados mientras que en la Colorada las terrazas se formalizaron tallando grandes taludes en la Formación Alhambra. Poco sabemos de la de Fuentepeña, casi completamente desaparecida debido en gran medida a las alteraciones sufridas por las obras de Leopoldo Torres Balbás. Huerta Grande es la que mejor ha conservado su estructura medieval. Está dividida en cuatro grandes terrazas a las que se accede a través de puertas situadas sobre el camino de acceso desde la Alhambra al palacio del Generalife. En esta huerta las paratas están construidas con grandes muros de tapial calicostrado que presentan evidencias de reparaciones y reformas medievales31. Existieron caminos dispuestos al pie de las paratas que permitieron circular por las huertas situadas al pie de las mismas. En la terraza superior, donde se construyeron los Jardines Nuevos de Torres Balbás y Francisco Prieto-Moreno, quedan evidencias de un andén de hormigón que la recorría en toda su longitud, permitiendo la comunicación entre el área palatina situada al norte y

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

551

el extremo meridional32. Al pie de la terraza intermedia existió un camino empedrado delimitado por un bordillo de cantos dispuestos a sardinel33. También existió comunicación entre las distintas paratas; una de ellas, recientemente excavada, consta de una rampa para acceder de esta terraza intermedia a la inmediatamente superior (Bestué et al., 2012, pp. 776-788). A partir de la acequia principal habría una serie de cauchiles, pequeñas acequias y conducciones que permitían llevar el agua a las distintas paratas34. También es interesante señalar la existencia de edificaciones auxiliares a las labores agrícolas. Estas son evidentes en las estructuras anejas al Patio del Apeadero, que fueron interpretadas como cuadras y/o almacenes (Torres Balbás, 1939, pp. 436-445; Bermúdez Pareja, 1965, pp. 9-40; Orihuela Uzal, 1996, p. 220) pero que, en una ubicación similar, parece que existieron en el resto de terrazas. Así, en la esquina noreste de la terraza inferior a la anterior parece observarse en la Plataforma de Granada de Ambrosio de Vico una modesta edificación. Efectivamente, a través de una supervisión arqueológica, pudimos determinar la existencia de estructuras murarias en ese sector (Pérez Asensio, 2010). Igualmente en la terraza inferior existen estructuras semienterradas en el ángulo superior. En todos los casos se repite una ubicación cercana a las puertas de acceso, ideal para el establecimiento de almacerías. Además, el Generalife contó con una dehesa que aún era conocida en el siglo XVI con el nombre de la «Cayba» pero que fue despojada antes de 1571 por el «doctor Santiago», juez de términos de S.M., quien la hizo pasto común para los vecinos de esta ciudad. Esta segregación «a la dicha cassa e guertas y jardines le bino mucho daño porque fue cauusa de que, como en termino valdio, se talaron muchos arvoles, ansi olibos como encinas e otros que heran del dicho Ginalarifee»35.

552

2.1.

Fincas en el entorno de la Presa Real

Pero además de las almunias más inmediatas a la Alhambra (Generalife, Dār al-‘Arūsa, Alijares), hay evidencias arqueológicas de otras fincas que hasta ahora habían pasado desapercibidas, situadas en el entorno de la Presa Real y dependientes fundamentalmente del agua de la Acequia Real y de la de los Arquillos. En el barranco del Almecín o de Belén existió en época moderna el cortijo del Santo Cristo del Almecí, una casa con 600 fanegas de tierra de labor y monte de encinas, olivos, dos pedazos de viña y algunos frutales. Lindaba «con tierras de la jurisdicción de Dúdar y tierras del cortijo de Buena Vista y con el señor Marqués de los Trujillos y, por otro lado, con tierras del Cortijo de las Pitas», que era arrendada por el Patrimonio por seis años en renta fija anual de 1000 reales pagaderos en tres plazos anuales, donde el usuario estaba obligado a cuidar de la tierra sin poder cortar ningún árbol (Viñes Millet, 1982, p. 174). No hemos podido localizar restos medievales en relación a esta documentación textual, dado que el área está muy transformada y precisa de estudios más intensos. Sí hemos identificado diversos emplazamientos en las lomas que lo circundan, sin embargo, debido a su ubicación y escasa extensión, los relacionamos con pequeñas explotaciones de secano y/o ganaderas36. Al contrario, los testimonios arqueológicos son de mayor entidad en el entorno de la desembocadura del arroyo del Almecín en el Darro, desde el collado de los Arquillos hasta la presa, sobretodo en la margen izquierda, aunque también en la derecha. Posiblemente se trate de varios núcleos, aunque la dispersión de cerámicas llega a conectarlos. Ya en época romana existió una villa de cierta extensión en la margen derecha de la Presa Real37. En su en-

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

fig. 7 Vista panorámica de la Umbría del Generalife con el trazado de las acequias reales que discurren o han discurrido por ella.

torno se encuentran cerámicas nazaríes en superficie que se asocian a estructuras de muros y pavimentos seccionados en perfiles. En la otra ribera son más evidentes estas mismas evidencias materiales nazaríes, distribuyéndose al pie de la ladera en conexión con terrazas de cultivo, donde incluso se ha documentado un tejar compuesto por un horno con su bóveda y una estancia rectangular38. Dominando este emplazamiento se eleva un pequeño otero que de nuevo muestra restos nazaríes y que suponemos relacionado con un punto de control visual. Al otro lado del barranco del Almecín, en la ladera sur, cercano al collado de los Arquillos, hay una amplia extensión de cerámicas nazaríes y estructuras murarias. El vértice superior del yacimiento se muestra por encima de la acequia de los Arquillos, extendiéndose ladera abajo hasta las terrazas más bajas. La zona nuclear parece ocupar una cresta de difícil cultivo, pero las cerámicas se extienden por la zona que luego fue ocupada por un extenso olivar de la hacienda de Jesús del Valle. De los textos consultados no se deriva en ningún momento que en el entorno de la Presa Real existieran núcleos de población. No parece posible identificarlos en ninguna cita de Ibn al-Jaṭīb (Simonet, 1860; Seco de Lucena Paredes, 1974) y el apeo y repartimiento de Cenes, cuyos límites quedan muy cercanos, no refleja ningún establecimiento (Calero Palacios, 1987). Tampoco aparecen mencionados en relación a los derechos de riego con aguas del Darro, donde sí se citan «las huertas que están entre la presa principal de la ciudad, y la alquería de Cortes» (Garrido Atienza, 1893, p. 13). Todo ello, junto con su ubicación dentro de las tierras de la Alhambra en época medieval, nos lleva a pensar que se trata de una o varias fincas reales que fueron abandonadas como muy tarde con la conquista castellana. Entre la zona de Cortes y la Presa Real existen además captaciones que dieron lugar a las acequias de la Solana y de la Umbría,

que podrían haber constituido el desaparecido pago de «Xaufí de Darro y presas»39. La abundancia de restos en esta zona motivaría que la tradición situara en el entorno del collado de los Arquillos una «Granada la Vieja». Así lo reflejó el conde de Maule a finales del siglo XVIII cuando visitaba Granada, quien indicó que «las gentes vulgares» situaban a “Granada la Antigua” en la “parte baxa del acueducto” de los Arquillos» (Cruz y Bahamonde, 1812, pp. 379382). A lo largo del siglo XIX siguieron apareciendo testimonios acerca de esta «Granada la antigua, ô bieja»40, llegando incluso a especularse con la ubicación de Nativola en «los vestigios de edificios que se observan en la parte oriental del cerro del Sol, a los cuales se dá por tradición el nombre de Granada la vieja» (Luque, 1858 [ed. facsímil 1980], p. 413). Además, un croquis de principios del siglo XIX rotulaba todavía el extremo este del cerro del Sol como «Granada la Viexa»41. En definitiva, la gran concentración de infraestructuras hidráulicas, vías de comunicación y restos arqueológicos de poblamiento en este estratégico recodo del río Darro podría estar en relación con el desarrollo de las acequias reales de la Alhambra y, por tanto, haber constituido otra gran propiedad vinculada a la dinastía nazarí. Una referencia más nos la aporta Luque en relación a su descripción de los vestigios de Cortes a mediados del siglo XIX: En este terreno, y sitio que ocupa el cortijo de Córtes bajo, existió otro retiro destinado á la caza. Esta casa de campo está construida sobre los cimientos del antiguo palacio y se observan en ella muchos vestigios de él. Al frente hay un espacioso barranco llamado del rey, en donde se cree estaba el coto y apostadero para las personas reales. En la parte culminante de una colina que se alza

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

553

al norte, hay ruinas de un castillo que serviría, al parecer para defender la casa real; y al frente de ella, en un costado hay una cueva abierta á pico con varios departamentos. En la circunferencia del cortijo se descubren muchas ruinas de antiguos edificios (Luque, 1858 [ed. facsímil 1980], p. 576).

Esta descripción sugiere la existencia de una almunia en el entorno de Cortes, hecho que debería ser comprobado por trabajos arqueológicos de campo al no haber podido acceder al entorno próximo al cortijo. Sí que hemos podido verificar la conservación de restos de la «alcazaba bieja» citada en 1574, así como la existencia de un amplio poblamiento tardo-romano al norte del inmueble mencionado (Pérez Asensio y Sánchez Gómez, 2012, pp. 321-352; García-Pulido, 2012, p. 312)42.

La acequia de los Arquillos y el complejo hidráulico de la Alberca y los Pozos Altos del cerro del Sol

3.

Rota

Junto con la Acequia Real y las explotaciones y residencias vinculadas a ella hubo otra acequia real nazarí que, en combinación con el complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol, posibilitó desde la segunda mitad del siglo XIV la ampliación del sistema de explotación basado en el regadío y la conformación de nuevas almunias reales, como Dār al-‘Arūsa y los Alijares, analizadas en el siguiente capítulo. 3.1.

La acequia de los Arquillos

Vinculada desde el siglo XVI con el topónimo de los Arcos o de los Arquillos, discurrió a cota superior a la de la Acequia Real, a la que incluso doblaba en longitud, estableciéndose el punto de captación en el río Beas, con derivación al valle del Darro y destino hacia el Cerro del Sol. Si el diseño de la acequia nazarí habría reutilizado buena parte del trazado de un canal minero romano, la canalización medieval se vería afectada en las décadas de 1870 y 1880 por la construcción de un canal destinado a la explotación aurífera que trató de establecerse sobre las antiguas minas del cerro del Sol. Se ha podido discernir parte del trazado de la acequia andalusí, que discurre a cota superior del canal decimonónico, así como algunos elementos arqueológicos que demuestran los acondicionamientos e infraestructuras realizados en el periodo nazarí (García-Pulido, 2007a; 2012; 2013a).

554

Desde el arroyo de Belén hasta el collado de los Arcos o de los Arquillos (912 m), la canalización discurre unos metros por encima del camino del Almecín, atestiguándose además la conservación de restos materiales de dos alcantarillas. Es en este collado, situado en el extremo este del Cerro del Sol, donde se construyó un acueducto elevado cuya función fue mantener la nivelación de la canalización y del que se han documentado diversos testigos constructivos que podrían estar relacionados con la caja de la acequia y pilas del mismo. Al oeste del acueducto se producía una bifurcación del canal hacia ambas vertientes del Cerro del Sol, la del Genil y la del Darro. En su derivación hacia la cuenca del Darro, y junto a otras evidencias arqueológicas, se localizan los indicios de un tramo de canalización que se dirigía hacia el barranco de las Tinajas, para continuar por la ladera de la margen izquierda del citado barranco. Dicho trazado acaba por interceptar la vereda de Enmedio, que aprovecha la nivelación realizada para el trazado de la acequia. Vuelve a aparecer en las proximidades del barranco del carmen del Tío Conejo o del Aljibe de la Lluvia, perteneciente a una galería subterránea que discurrió paralela a la ladera. Es en ambas márgenes de este barranco donde se conservan los arranques de los que pudo haber sido una presa o alcantarilla. Desde este punto, y a través de una galería excavada en la Formación Alhambra, el agua penetraría en el interior del Cerro del Sol. A través de un pozo de más de 59 m de profundidad sería elevada por medios mecánicos hasta la superficie, a una cota de 926 m. Allí se almacenada en una gran alberca para posteriormente ser derivada, posibilitando el cultivo irrigado del territorio adyacente y la carga de otros depósitos más bajos. Es este el complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del cerro del Sol, elemento clave en el funcionamiento de un sistema hidráulico que fue independiente de la Acequia Real, permitiendo surtir de agua a las instalaciones que se encontraban por encima de la línea de rigidez de dicha canalización, caso de las almunias reales de los Alijares y Dār al-‘Arūsa. Desde la Alberca Rota el agua sería derivada a una canalización que, después de recorrer una larga distancia, alimentaría el Albercón del Negro (862 m), estanque regulador vinculado con la almunia de los Alijares. Tras atravesar la depresión del Haza de la Escaramuza, donde se emplazó el cementerio de San José a principios del siglo XIX, alcanzaría la colina del palacio. Dicha vaguada se salvó por medio de dos sifones; uno principal de encañados de piedra y otro de menor envergadura de atanores cerámicos. Sobre el abastecimiento hidráulico de Dār al-‘Arūsa, distintas fotografías de la década de 1950 muestran

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

fig. 8 Planimetría a partir de fotoplanos del complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol tras la primera fase de intervención (fotografía base: fotografía aérea de la Alberca Rota realizada por Aerograph Studio para el Patronato de la Alhambra y Generalife).

la presencia de un trazado desde la Alberca Rota hasta la parte inferior del pozo conservado en la ladera oriental del cerro de Santa Elena. Se observa en su fondo un depósito de ladrillo abastecido por una conducción de atanores situada a la misma cota altimétrica que dicho trazado. El complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol 3.2.

El yacimiento arqueológico, erigido en una de las colinas del Cerro del Sol y en su ladera hacia el valle del Darro, domina el emplazamiento de la Alhambra, situándose por encima del nivel de la ciudad palatina, de la Acequia Real y de la almunia del Generalife. Su deno­ minación actual deriva del estado de conservación de la alberca y de dos pozos situados a occidente y oriente de este depósito de agua, conocidos por su orientación geográfica. Aunque las noticias históricas existentes son muy escasas e imprecisas, desde principios del siglo XVI el sistema estaba abandonado y en ruinas, resultando entonces un misterio su funcionamiento. A finales del siglo XIX se inician las primeras intervenciones y estudios más concretos. En este sentido, Rafael Contreras escribía en 1878: [...] uno de los cuatro lados está derruido y sus fragmentos han servido para construir otros cimientos que se cruzan con los antiguos. Algunas ligeras excavaciones nos han descubierto otros pedazos de muros quebrantados, un conducto de agua y millares de ladrillos, algunos de ellos

esmaltados por sus aristas (Contreras, 1878 [ed. facsímil 1993], pp. 326-327).

Posteriormente, el estudio más completo fue el llevado a cabo por Manuel Gómez-Moreno Martínez, quien en 1889 aportaba una visión de conjunto de los elementos patrimoniales existentes por encima de la Alhambra, así como las dimensiones de la alberca y una representación pormenorizada de la estructura de unos de los pozos, el Pozo Este, definiéndolo como «[...] la construcción hidráulica más notable que los moros realizaron en Granada» (1889, pp. 109-110). Años más tarde Leopoldo Torres Balbás describiría la alberca y el Pozo Este, cuyo llenado relacionó de forma errónea con la Acequia Real (1948, pp. 111-112)43. Desde estas investigaciones pioneras, será entre los años 2008 y 2011 cuando el Patronato de la Alhambra y Generalife promueva una actuación arqueológica en el cerro del Sol, territorio bajo su tutela y gestión. Los objetivos fueron básicamente tres: investigación científica; limpieza, consolidación y protección de estas estructuras hidráulicas; y la difusión y divulgación de los resultados. La zona intervenida arqueológicamente abarcó una superficie de 909 m2 en el entorno de la Alberca Rota, a lo que habría que sumar otros 65 m2 más dentro de un perímetro anterior que protegía el Pozo Este, incluyendo el brocal y las galerías subterráneas de este pozo, especialmente la superior. Se realizaron además tres sondeos rectangulares en el entorno del Pozo Este, dos al sur de mismo, de 12 m2 cada uno (3 x 4 m), y otro más al este, de 7,28 m2 (3,55 x 2,05 m). Al final de dicha campaña se procedió a confor-

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

555

mar un vallado que protegiese el yacimiento, abarcando un perímetro de 335,73 m, que describió una poligonal irregular y encerró una superficie de 5.192,15 m2 44. Si bien estamos aún en el comienzo de la total comprensión del lugar, y a pesar de las limitaciones existentes, gracias a la intervención arqueológica se han obtenido abundantes datos acerca de la estructura y funcionamiento del complejo hidráulico y una imagen mucho más compleja de la que hasta ahora se consideraba (García-Pulido et al., 2011). Como ya se ha dicho, la Alberca Rota, ubicada en el altiplano de la elevación, funcionaría como depósito regulador y distribuidor del agua elevada por medio del Pozo Este. En lo que respecta a las galerías subterráneas de dicho pozo, excavadas en la Formación Alhambra, la inferior, a 59 m de profundidad y con 97 m de longitud, se nutrió de la acequia de los Arquillos. El agua se introdujo en el interior del cerro por medio de una conducción de tuberías de cerámica o atanores, hasta una alberquilla de fábrica de ladrillo situada en el interior del pozo. Sin embargo, una serie de condicionantes técnicos impidieron registrar esta galería inferior en su totalidad. Frente a ello, la galería superior, de 32 m de profundidad y 61 m de longitud, sí que pudo ser documentada por completo, hallándose los restos de una segunda canalización de ladrillo, que permitió el llenado de otra alberquilla realizada en el mismo material. La documentación de determinadas evidencias y afecciones materiales en el Pozo Este ha posibilitado definir la existencia de tres grandes fases cronológicas que determinan usos asincrónicos, reformas y distintos grados de aprovechamiento del agua en la etapa nazarí: —— En una primera fase el abastecimiento se producía mediante la acequia de los Arquillos, a través de la galería inferior. Una noria de sangre dispuesta en la superficie habría elevado el agua desde una profundidad de 59 m. —— Con posterioridad, en una segunda fase se abandonó la captación desde la acequia de los Arquillos para construirse una galería superior. El agua podría haber sido obtenida de alguna fuente o minado existente en el barranco del carmen del Tío Conejo, pues en su cabecera concurre el manantial que alimenta al Aljibe de la Lluvia, existiendo a lo largo del trazado de este barranco al menos otra mina hidráulica más, aunque actualmente agotada. —— Una tercera fase pudo estar caracterizada por un uso residual y de bajo rendimiento del sistema hidráulico. La alberquilla de la galería superior

556

quedó anulada mediante una perforación ovalada practicada en su fondo, hecho que posibilitó recuperar de nuevo el agua desde la galería inferior y la acequia de los Arquillos u otro minado practicado en el barranco a cota más baja. A esta fase corresponden una serie de improntas de apoyos de estructuras halladas en la alberca intermedia que deben de estar en relación con mecanismos para la elevación del agua desde la cota inferior y/o elementos de almacenamiento dentro del vaso perforado de esta alberca, aún por interpretar. En superficie, los elementos principales del yacimiento de época nazarí son el brocal del pozo y los restos de la infraestructura de la noria; la alberca; un andén que se dirige desde esta hacia el este; y, en el lado occidental, restos enterrados que relacionamos con la parte residencial del complejo. La boca exterior del Pozo Este presenta unas dimensiones de 4 x 1,50 m, y está dividida en dos aberturas de 1,10 y 1,50 m, separadas por un puente de 1,80 x 1,50 m, sostenidos por dos arcos laterales de medio punto de la­ drillo (García-Pulido, 2013a, pp. 188 y 191). Dicho brocal se situó en medio de un montículo artificial que permitía establecer la zona de tránsito de los animales que efectuaban la fuerza para mover la noria. En la campaña arqueológica se halló un andén que permitió establecer una hipótesis sobre las relaciones funcionales y estructurales entre este pozo y la alberca, hasta ahora desconocidas. Con forma longitudinal, parte de la alberca para dirigirse al este, al menos hacia las cercanías del pozo de elevación del agua, manteniendo una anchura homogénea de no más de 2 m en un trayecto excavado de más de 21 m de longitud, habiéndose documentado su continuación hacia el este, aunque sin poder concretar su extensión real. Está construido con un encofrado de cal de escasa resistencia y fue reparado en algún punto con cantos. Suponemos que en esta estructura iría inserta la conducción que trasladaría el agua desde el pozo a la alberca, sin embargo, las alteraciones naturales y antró­ picas acaecidas no han permitido documentar esta hipótesis; tampoco el nivel de la superficie original del andén, ni la unión de esta estructura con el pozo. Por el contrario, pudimos comprobar que se extendió hacia el este, más allá del pozo, funcionando posiblemente como una plataforma que permitiría no solo la circulación hidráulica, sino la conformación de un eje transitable que atravesaría la mitad oriental del complejo. La Alberca Rota presenta unas dimensiones de 35 m de longitud, 7 m de anchura y una profundidad máxima

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

de 2 m, ascendiendo su capacidad hasta casi los 500 m3. Estaba construida mediante la técnica del tapial, utilizándose al interior un hormigón muy rico en cal, revestido con un enfoscado hidráulico para conferirle mayor impermeabilidad. Los andenes que la envuelven se realizaron alternando tongadas de tierra y cal, hecho que determina que todo el perímetro exterior se encuentre más erosionado. Se conservan pequeños restos del tratamiento de sus andenes, solados con ladrillo aparejado a espiga y losas de piedra, cuya disposición conformó canalillos interiores por los que discurrió el agua. Al interior, en su extremo sureste, hay una escalera nazarí (2,22 x 0,48 m) de ladrillo de pie y medio que presenta restos de un enfoscado similar al de las paredes interiores de la alberca. Suponemos que el agua debió de ser vertida por su frente oriental, junto al andén descrito anteriormente, por medio de un elemento que no ha sobrevivido al paso del tiempo. En este sentido, se conserva junto al entronque del andén con la alberca los restos de una pileta de decantación. A mayor cota se documentó una tubería de plomo que atravesaba el muro este de la alberca, para derivar en un orificio circular practicado en la cara interior del mismo, situado a unos 50 cm de la corona y desplazado con respecto al eje central de la alberca. Aunque desconocemos el sistema de llenado, pensamos que pudo existir un rebosadero o sistema de vaciado que permitiera la salida de aguas sobrantes del depósito, permitiendo y regulando la distribución del agua a través de la pileta mencionada y la existencia de canalizaciones, como la conducción de atanores que discurre hacia el norte, paralela al andén oriental de la alberca. La extracción principal del agua se realizaba por el frente meridional, donde un orificio situado a ras del pavimento de la alberca comunicaba por medio de una tubería de plomo con otra pileta de decantación. De aquí partía una galería, posiblemente abovedada, y que albergaba una tubería de atanores que se dirigía hacia el sur. Al oeste de la alberca, en un sector con impresionantes vistas hacia el cerro de Santa Elena, el valle del Darro y la ciudad de Granada, se extiende una plataforma de más de 900 m2. La documentación de restos constructivos emergentes y soterrados, hallados en el seguimiento arqueológico para el vallado del yacimiento, hace sospechar que en este espacio se ubique la zona residencial del complejo. En este sector se ubica el Pozo Oeste, elemento que por sus características y funcionamiento difiere del de extracción de agua situado al este. Durante la actuación arqueológica realizada se procedió a su exploración, documentándose una serie de galerías que, si bien por el momento no pueden ponerse en relación directa con

el funcionamiento hidráulico de la Alberca Rota, inciden en la complejidad del yacimiento. Además de estos sectores, los sondeos y los seguimientos arqueológicos realizados para la instalación del vallado de protección han evidenciado la extensión de muros más allá de las zonas inmediatas a la alberca, hecho que incide en la definición de un yacimiento que supera funcionalmente al de una mera instalación hidráulica. En este sentido, es importante el hallazgo de unos muros de mampostería en la zona suroriental. Orientados de manera similar al andén y a la alberca, definen una amplia crujía en sentido este-oeste y el arranque de otra que se dirige al sur. Sin que conozcamos su extensión total, en una de las catas realizadas pudimos comprobar cómo estas estructuras se alzaban en muros de tierra que fueron amortizados en una fase posterior por un pavimento de cantos. Con una cota de conservación notablemente inferior a la presentada por la alberca y el andén, todos los datos inciden en la existencia de una fase anterior a la construcción de ambos elementos. Además, existen una serie de restos materiales y estructurales emergentes en el entorno de la alberca y pozos que nos indican un área de influencia del complejo hidráulico mayor del que se había supuesto. Así, a 500 m al este se sitúa el Aljibe de la Lluvia, receptáculo nazarí que almacena agua desde una surgencia y que podría relacionarse con los niveles freáticos que se encuentran en torno a la divisoria de aguas entre el barranco del carmen del Tío Conejo (tributario del Darro) y el barranco del Aljibe (tributario del Genil), tal vez vinculada a la descarga de parte del agua infiltrada en el Llano de la Perdiz hacia el escalón de falla normal definida por estos dos barrancos. La supuesta vinculación entre el complejo hidráulico y la cisterna quedaría apoyada por una serie de evidencias materiales emergentes situadas a lo largo del trayecto que actualmente une ambos hitos patrimoniales. Nos referimos a un alineamiento pétreo parcialmente visible y que podría corresponderse con una conducción, camino, o incluso una estructura más compleja que fusionara ambos elementos. En definitiva, aunque aún existen muchas interrogantes en torno a este yacimiento arqueológico, del que no se conocen sus límites, sistema de cerramiento, accesos, redes de circulación hidráulica internas o relación específica con el entorno, las últimas investigaciones han podido determinar que su extensión y grado de implicación con otros elementos patrimoniales nazaríes cercanos es mayor que los planteamientos tradicionales, manifestando además la complejidad que llegó a alcanzar la hidráulica en la Alhambra y su entorno periur-

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

557

bano, vinculando la colina de la Sabika y el territorio circundante con el valle del Darro. Sin duda, la implantación de la acequia de los Arquillos y el complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol resultaron claves en el abastecimiento de agua de parte del entorno periurbano de la ciudad nazarí, permitiendo el cultivo irrigado de extensas parcelas y el abastecimiento de dos fincas o almunias reales que, construidas bajo el mandato del sultán Muḥammad V (1354-59/1362-91), tuvieron una doble función: por un lado fueron unidades productivas agrícolas; por otro contaron con estructuras domésticas que contribuyeron al solaz y recreo de la familia real nazarí. En relación con su datación concreta, un panegírico de Ibn Zamrak dedicado a Muḥammad V podría fechar el origen del complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol en el reinado de este sultán, pues, en relación con los jardines de Dār al-‘Arūsa aparece lo que podría ser una alusión a estos elementos hidráulicos que, incluso, pudieron quedar englobados en la finca (Rubiera Mata, 2005, pp. 5-7). Del análisis de las fuentes cristianas intuimos que el complejo hidráulico solo estuvo en funcionamiento durante el periodo nazarí, a lo que se une la constatación arqueológica de una serie de fases que marcan la progresiva decadencia de un sistema que habría quedado abandonado antes de la conquista de la ciudad. En este sentido, los terremotos acontecidos en el año 1431 afectaron al muro sur de la alberca, que podría haber quedado desde entonces arruinado, siendo eviden­ tes las fisuras existentes actualmente en los alzados de los restantes45. Del testimonio de Ibn ‘Āṣim se desprende que a mediados del siglo XV, y tras los daños de los movimientos sísmicos, no solo se estaba interviniendo en el sifón de encañados que abastecía el zafariche central del palacio de los Alijares, sino que incluso el Pozo Este pudo haber seguido en funcionamiento en estos momentos:

ficación y control construidas durante la Guerra de los Moriscos o Rebelión de las Alpujarras (1568-1570). Finalmente, en periodos posteriores se construiría una era adosada a la cara oeste del albercón, exponente del potencial agrícola que adquirió la zona con la implantación de cultivos de secano.

4. Las almunias reales de los Alijares y

Dār al-‘Arūsa

Muḥammad V desarrolló en la segunda mitad del siglo XIV un programa de ocupación y explotación del territorio que quedaba por encima de la colina de la Sabika, por medio de dos grandes almunias reales: alDišār (los Alijares) y Dār al-‘Arūsa (la casa de la Despo­sada). Como ya hemos comentado, ambas fueron abas­ tecidas gracias a la construcción por Muḥammad V de la acequia de los Arquillos y el complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol. Cada una de estas almunias inmediatas a madīnat alḤamrā’ habrían tenido su territorio asociado pero, tras la ruina de los Alijares y Dār al-‘Arūsa, fueron incorporados en la jurisdicción del Generalife46. Constituyendo en época castellana el pago agrícola de los Alijares y del cerro de Santa Elena, denominación que aludía directamente al emplazamiento de ambas almunias. Como en otros documentos anteriores, su demarcación quedó reflejada tanto en el apeo y deslinde de dicho pago realizado por el licenciado Antonio Loaysa47 entre el 1 y el 3 de julio de 1573 (L-201-3, fol. 1v, APAG). Así, el 28 de enero de 1544 ya se testimoniaba que: [...] las guertas, dehesa e termino de Ginarife que se deslinda del de la casa Generalife por la parte de hazia Darro alindando con el açequia del Rey el rio de Darro arriba hasta llegar al barranco que se dize handac alhanbra [o alhanbia] donde parte termino con heredamiento de Padilla e de alli sube al llano que se dize alhazmedina e desde hazia los Alixares por el camyno que parte el termino hazia Genil con la dehesa de la Casa de las Gallinas hasta dar a un barranco que se dize llama handac halhamar hasta llegar al açequia que viene de Cenes al Antequeruela e por dicha acequia dibidela hasta llegar de frente de los Martires quedando dentro en la dehesa del Genalirif los Alijares e todo lo demas que esta hasta llegar a la dicha casa de Generarife (L-389-1, APAG).

Este erigido palacio era de las construcciones más cercanas a su símil por lo inusual de su imagen, le rogó a Dios [...], que el pozo para coger el agua dividido en dos ejemplos en el nudo alto en sus úvulas fuese conservado (Ibn ‘Āṣim, ed. 1979, pp. 24-29).

Tras la rotura de la alberca, los fragmentos de tapial y ladrillos del andén del muro sur fueron utilizados para la construcción de una estructura de planta pentagonal que fue empotrada en la cimentación del lado meridional de la alberca. Como ya se ha mencionado, y dadas sus características, a modo de hipótesis barajamos su relación con las perentorias estructuras de forti-

558

El nombre que recibió este pago en el siglo XVI trasluce que en realidad estaba compuesto por la delimitación propia de los Alijares y la que englobaba al cerro de Santa Elena, en cuya cima estuvo situada Dār

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

al-‘Arūsa. La jurisdicción de la primera almunia debió de extenderse por la franja suroeste de dicho pago, quedando separada de la segunda por el barranco del Tejar, por donde discurría el camino del Almecín. 4.1.

La almunia real de los Alijares

Muḥammad V (1354-59/1362-91) decidió construir la almunia de los Alijares en el último cuarto del siglo XIV (Higuera Rodríguez y Morales Delgado, 1999, p. 33). Abarcaba dos de los tres promontorios elevados existentes al sureste de la Alhambra, hoy denominados colina de los Alijares y cerro de Montacaballos. Con este estratégico emplazamiento no solo se vivificaban nuevas tierras en las inmediaciones de la ciudadela nazarí, sino que se controlaba el flanco más meridional de la prolongación de las colinas de la Sabika y el Mauror y se dominaba desde lo alto el arrabal del Naŷd, el valle del Genil (donde se encontraba Dār al-Wādī) y la colina de los Rebites, además de todos los pasos existentes en estos lugares. El gran palacio que presidió esta almunia quedó establecido en el mejor emplazamiento posible, una alargada explanada asomada al valle del Genil, situada al sureste de la Alhambra, a unos 1.000 m de ella y a una cota más elevada (848 m). El edificio construido en la almunia real de los Alijares constituyó el último eslabón en la evolución estilística de los palacios andalusíes. Su propio promotor determinó cómo debía ser su fisonomía, persiguiendo una forma totalmente innovadora, tal y como refirió Ibn ‘Āṣim hacia 1450: La almunia llamada de los Alijares (al-Dišār) fue una de las más grandiosas construcciones del sultán en cuanto a su valía, de las más deleitosas por su solaz y la más aventajada por su ubicación, así como una de las mejores creaciones en lo que respecta a su fisonomía, su acabado era de los mejores calificados, y en ella estaba el deslumbrante alcázar (al-qaṣr) en cuanto a las rarezas de sus formas, la excelencia de su situación y la adecuación en su disposición al fin al que estaba dedicado. Era el resultado de una idea del sultán Al-Gani bi-Allah [Muḥammad V] [...]. En este palacio es donde mejor se ve plasmada su reflexión, en él volcó su esfuerzo, administró su sabiduría, en su construcción se acataron sus instrucciones y en su trazado se siguieron sus disposiciones. Entre los palacios reales es un caso aislado en cuanto a su trazado, no hemos conocido construcción alguna que se le asemeje, su edificación es muy valorada y sus formas son muy originales, pues no se hallan más que en él ni tampoco se copian de ningún otro. (Ibn ‘Āṣim, ed. 1979, pp. 24-29).

Por tanto fue una fastuosa edificación surgida de la voluntad de Muḥammad V, quien ya había acometido obras en las medinas de Granada y de la Alhambra que supusieron una evolución en los tipos arquitectónicos desarrollados hasta ese momento. Es el caso del alcázar del Riyad al-Sa’id (palacio de los Leones), cuya construcción precedió a la de los Alijares. Mientras que esta edificación estuvo en pie gozó de la admiración de cuantos la conocieron y, tras su prematura destrucción como consecuencia de la series de terremotos acaecidos en junio de 1431 (Espinar Moreno y Quesada Gómez, 1995, pp. 735-755), sería elogiado con mayor profusión conforme sus ruinas iban siendo devoradas por el paso del tiempo. Hoy a apenas si se han conservado una minúscula parte de sus restos arqueológicos. Podemos conocer la fisonomía del palacio gracias a una serie de documentos históricos, entre los que destaca la descripción realizada por Ibn ‘Āṣim dos décadas después de su ruina. Se han conservado también los poemas que Ibn Zamrak dedicó a esta edificación, coetáneos a su construcción, si bien tienen un carácter fundamentalmente evocativo. La disposición del edificio es la que mejor se ajusta a la orografía de la colina donde fue establecido pero no se alinea con los cuatro puntos cardinales, como sí ocurre con otros palacios nazaríes de la Alhambra. Su orientación coincide con la de la mayor parte de las mezquitas y oratorios de Granada, y su qubba meridional (sureste) miraría hacia la Meca, hecho por el cual fue denominada al-quibliya en los poemas epigráficos de Ibn Zamrak. En cuanto al acceso a este palacio, Ibn ‘Āṣim indicaría que el camino que lo comunicó con la Alhambra estuvo ricamente pavimentado y jalonado por dos setos de arrayán, como años más tarde describiría Navagero. Mencionó también la existencia de unas fuentes y un aljibe48 al final de este camino de subida desde la Alhambra, quizá justo antes de la entrada al palacio. En este punto describiría la presencia de una cómoda escalinata. Esta habría estado situada antes de su qubba septentrional (noroeste), donde una amplia plataforma aún resulta reconocible en diversas fotografías aéreas de mediados del siglo XX. De la descripción de Ibn ‘Āṣim y otros testimonios gráficos y documentales posteriores se obtiene un palacio cruciforme, con cuatro qubbas enfrentadas49, situadas a cada lado de la alberca. Cuatro corredores o galerías columnadas partirían de los pórticos de cada qubba para dirigirse al zafariche situado en el centro del patio de crucero con arriates rehundidos, bordeándolo hasta encontrar el corredor que se encaminase a la siguiente qubba, de la que también partirían a cada lado

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

559

andenes cubiertos. Todos estos elementos eran empleados conjuntamente por primera vez en al-Ándalus, lo que supone la culminación sincrética de la evolución de los palacios medievales islámicos en la península ibérica. Siguiendo el ejemplo de los palacio del Generalife, del ex-convento de San Francisco y de los Leones, se reinventaría el patio de dos ejes o de crucero, que en al-Ándalus habría caído en desuso a partir del siglo XIII una vez fue adoptado el gran estanque longitudinal (Almagro Gorbea, 2008, p. 99; Navarro Palazón, 2005, p. 131). De esta forma se dejaba a un lado la tradición nazarí, en la que el patio tenía un marcado carácter lineal, aun cuando se introducía una alberca rectangular en la confluencia del crucero que definía el eje noroeste-sureste. Este hecho, así como la inserción de andenes columnados y cubiertos, lo convirtió en un caso insólito, tal y como indicase Ibn ‘Āṣim. De esta forma se estaba produciendo una reinterpretación de modelos palatinos andalusíes anteriores, dejándose entrever la influencia de tipos arquitectónicos que habían sido adoptados en los monasterios y palacios mudéjares cristianos50. Como se ha expuesto, el sistema hidráulico de los Alijares dependía de la acequia de los Arquillos y del complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol. Una vez llegó el agua al palacio, se vertería directamente en el zafariche situado en el centro del patio a través de figuras marmóreas. Desde este elemento se regarían los cuatro jardines rehundidos que conformaban el patio de crucero, así como los espacios confinados que quedaban dentro de las albarradas del palacio. En ellos habrían sido plantadas especies vegetales exóticas, tal y como refirió Ibn ‘Āṣim al describir su proceso de ruina a partir de los episodios sísmicos de 1431: Le golpeó aquella gran sacudida y enorme terremoto, dejando en él desgraciados desperfectos que se agravaron por los grandes acontecimientos y por no ocuparse de su reparación; se arrancaron aquellas columnas suyas tan elevadas y se saquearon sus ceñidos azulejos de factura inmejorable, se despojaron sus figuras marmóreas de considerable valor, se transgredieron las variedades arbóreas de su lujosa almunia, árboles de maravillosas especies; el lamento por él fue inmenso y grave el pesar por su pérdida (Ibn ‘Āṣim, ed. 1979, pp. 24-29).

Ibn ‘Āṣim refiere también que a mediados del siglo XV, y tras los daños de los terremotos de 1431, se estaba interviniendo en el sifón de encañados con la determinación de volver a abastecer al zafariche central del palacio. Este hecho podría estar en correlación con la reparación observable en la esquina norte de esta alber-

560

ca, así como con alguna de las últimas fases detectadas en el Pozo Este del cerro del Sol. 4.2.

La almunia real de Dār al-‘Arūsa

Esta otra finca también contó con un palacio coronando el sector más septentrional del cerro de Santa Elena, en torno a los 893 m. Como ya se ha dicho, se ha identificado en un poema de Ibn Zamrak dedicado a Muḥammad V una alusión a los jardines y elementos hidráulicos de la almunia de Dār al-‘Arūsa, adscribiendo su construcción al reinado de dicho monarca (Rubiera Mata, 2005, pp. 5-7). Según el testimonio de Francisco Henríquez de Jorquera, la destrucción de palacio se habría producido «por haber faltado sus reyes y por accidentes de las rebeliones de los moriscos» (Henríquez de Jorquera, ed. 1987, pp. 58-59). Las imágenes de Granada tomadas por Joris Hoefnagel en 1564, poco antes de la Guerra de las Alpujarras, ya representaban a esta edificación en ruinas, si bien quedaban aún paramentos con una cierta altura, reducidos unas décadas más tarde a un muro longitudinal, según se aprecia en la Plataforma de Granada de Ambrosio de Vico. Al igual que ocurriera con los otros palacios periurbanos de la Alhambra, sus restos fueron referidos por casi todos los historiadores desde el siglo XVI. El primer testimonio en el que se le menciona por su nombre lo encontramos en Andrea Navagero (ed. 1999, p. 57). Muy conocida es la cita en la que Francisco Bermúdez de Pedraza alabó las virtudes de estos lugares: Este cerro de santa Elena fue en tiempo de Moros tan celebrado, que quando ganaron esta ciudad, dize Abentaric, parecia vn Parayso, y aunque ahora està deslustrado, conserva reliquias de su hermosura: y en tiempo de los Moriscos estaua tan poblado de casas y arboles frutales, que parecia vn lienço de Flandes (Bermúdez de Pedraza, 1608 [ed. facsímil 1981], fol. 19v).

A lo largo del siglo XVIII los vestigios del palacio de Dār al-‘Arūsa aún resultaban bien visibles (Velázquez de Echeverría, 1764 [ed. facsímil 1993], p. 39). Sin embargo, a finales de esa centuria y principios de la siguiente, su memoria comenzaba a perderse, hasta el punto de llegar a confundirse con los del emplazamiento de la antigua Iliberri (Cruz y Bahamonde, 1812, pp. 181 y 374-377). A este olvido contribuyeron los movimientos de tierras efectuados por las tropas napoleónicas entre 1810 y 1811 en el cerro de Santa Elena. Como ya se ha referenciado en este texto, por su estratégica ubicación domi-

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

fig. 9 Recreación idealizada de la hipotética planta de cubiertas del palacio de los Alijares encerrado por crujías y albarradas, tal y como aparece reflejado en el fresco de la batalla de la Higueruela dibujado en la sala de las Batallas del monasterio de El Escorial.

nando Granada y la Alhambra, y su separación del cerro del Sol, en ella se decidió montar el mayor baluarte artillero de cuantos construyeron los ingenieros militares franceses en la capital granadina, al que denominaron Fort Sainte Hélène. Todas estas actuaciones militares acabarían por ocultar los restos del palacio nazarí. Por otra parte, la existencia de evidencias materiales constructivas en las inmediaciones de la Alberca Rota, hizo suponer a la historiografía decimonónica que las ruinas de Dār al-‘Arūsa habrían estado situadas junto a

ella, y esto pese a que las descripciones realizadas con anterioridad situaban al palacio en el cerro de Santa Elena, por encima de la Silla del Moro (Giménez Serrano, 1846, p. 164; Oliver Hurtado, 1875, p. 367; Contreras, 1878 [ed. facsímil 1993], pp. 326-327; Gómez-Moreno Martínez, 1889, p. 109; Seco de Lucena Escalada, 1889, p. 225; Gómez-Moreno González, 1892 [ed. facsímil 1998], p. 174). Esto mismo puede apreciarse en el plano firmado por el arquitecto Eladio Laredo el 15 de noviembre

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

561

de 192451, aun cuando en octubre de ese mismo año Francisco Jiménez Lacal habría localizado en el cerro de Santa Elena el núcleo central de este palacio (Vílchez Vílchez, 1988, p. 469). Pese a ello no sería hasta el descubrimiento fortuito de los restos de su noria y aljibe en 1933 cuando se iniciara la excavación de todo el recinto, acometida por Leopoldo Torres Balbás durante los tres años siguientes. En 1935 realizaría un primer plano con la planta de los restos exhumados, pudiendo seguirse el progreso de la excavación en su Diario de obras (1970, pp. 126, 128-130; 1948, pp. 191-195). La configuración del mismo ha sido estudiada más recientemente por Antonio Orihuela Uzal (1996, pp. 221-227), quien realizaría la primera interpretación planimétrica de sus restos, aportando un plano de las estructuras aparecidas en la excavación arqueológica y otro con la hipótesis del estado original. En el verano de 1995 se acometió una nueva intervención dirigida, con la re-excavación de cinco sondeos distribuidos a lo largo del conjunto (Malpica Cuello, 2002, pp. 333 y 336-337). En este momento se llevó a cabo una limpieza superficial que sacó a la luz nuevos pavimentos que no habían sido reflejados en los planos de Leopoldo Torres Balbás. Al mismo tiempo, se observó la presencia de varias capas compactadas de cal sobre pavimentos de cerámica vidriada en algunos lugares de las estancias privadas y en todo el baño. Ambos autores reconocieron la existencia de un palacio diferente de cuantos existen en la Alhambra. Presenta una organización tripartita, según la cual al norte podría haber existido un gran patio o zona semiabierta con funciones de zaguán, apeadero y posiblemente establo, donde llegaba el agua con una noria. En la zona intermedia otro gran patio con largas crujías al este y oeste y dividida en pequeñas estancias al norte, posiblemente con funciones de almacenaje. Finalmente al sur se encuentra la parte residencial, que se vuelve a articular en tres núcleos, había un patio central, una vivienda al oeste entorno a un pequeño patio y un baño al este. La mayor cota de este sector parece indicar que el abastecimiento hidráulico habría sido independiente del de la zona norte pero, en cualquier caso, tendría que haberse realizado remontando el agua desde la canalización procedente de la Alberca Rota, que pasaba al este del baño. Esta zona meridional contó con entradas individualizadas desde el exterior y con la zona de servicio inmediata del sector intermedio. La almunia debió de ser más extensa si se tienen en cuentan otros vestigios perimetrales alterados por los fosos y construcciones de los baluartes franceses. Mientras que para el primero de estos autores la entrada se produciría por las tres puertas situadas en el

562

frente meridional, para el segundo el acceso a la zona noble del palacio se habría realizado desde el norte, accediendo al patio grande. La existencia de un camino que ascendía desde la Silla del Moro estuvo siempre muy presente, tal y como demuestra la documentación gráfica y los restos conservados. Una vez alcanzado el cerro de Santa Elena habrían existido al menos dos itinerarios distintos, delimitados por un gran muro longitudinal. El que discurría por la parte superior de la parata llegaría a la zona del pozo y el pilar abrevadero, mientras que el de la parte inferior, rodearía todo el complejo hasta llegar a las tres entradas del frente suroeste. Este mismo camino sería el que continuase hacia el Cerro del Sol. Además, antes de coronar la colina donde se encontraba el palacio de Dār al-‘Arūsa, una desviación a media ladera permitiría alcanzar la gran terraza longitudinal donde se estableció una amplia zona de huertos. Esta habría delimitado las zonas cultivables de la almunia en la zona occidental del cerro de Santa Elena. Por la otra ladera, y como se ha mencionado, no se descarta que la finca pudiese haber llegado a englobar a la Alberca Rota, pues el poema de Ibn Zamrak ya aludido menciona entre otros elementos al palacio y a una gran alberca (albufera) próxima, desde la que se producía el abastecimiento hidráulico.

5.

Dār al-Wādī

5.1.

El territorio asociado a la Casa de las Gallinas

Otra gran propiedad vinculada al poder real estuvo establecida en la ladera meridional del Cerro del Sol, en el valle del Genil, siendo conocida en época nazarí como Dār al-Wādī (Casa del Río), mientras que en castellano acabó por ser referida usualmente como Casa de las Gallinas. Actuó como charnela entre los predios que en 1573 fueron apeados por el licenciado Antonio Loaysa con el nombre de pago del Cerro del Sol52 y pago de la Casa de las Gallinas, de los que han trascendido algunos datos en documentos de los siglos XVII y XVIII, si bien no los textos originales53. El pago del Cerro del Sol correspondía a la dehesa de la Casa de las Gallinas. Fue adscrito a la Alcaidía de la Alhambra54, hecho por el cual también habría sido conocido como dehesa de la Alhambra, además de la que con el mismo nombre también existía en Montes Claros, en la margen derecha del valle del río Darro. El pago de la Casa de las Gallinas55, en el que también había tierras vinculadas a la Corona, se encontraba por debajo de la acequia del Cadí (también conocida como del Candil o de las Tinajas) y a mayor cota que

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

fig. 10 Plano de situación de la Casa de las Gallinas con su término y jurisdicción (plano base: planimetría catastral actual del término municipal de Granada).

la acequia Gorda (al-Sāqiya al-Kubrā), limitando con Dār al-Wādī por el sur. En el siglo XVII aún se certificaba que, desde época inmemorial, el término y jurisdicción de esta incluía los pagos del Cerro del Sol y de la Casa de las Gallinas, así como algunas de las tierras de regadío de las cabeceras de los dos pagos que se situaban sobre las márgenes derecha e izquierda del río Genil, es decir la primera franja de los pagos del Genil y del Molino de Papel56. 5.2.

Dār al-Wādī o Casa de las Gallinas

En la primera cláusula de las Capitulaciones de Granada se indicaba que Boabdil había de entregar a los Reyes Católicos la Alhambra y su Alcazaba («alhisan»), sus casas, torres y puertas al completo. Aunque en esta fórmula no se indicó expresamente el resto de fortificaciones de la ciudad, estas también pasaron al patrimonio real, disponiéndose Alcaides en cada una de ellas. La Casa de las Gallinas habría pertenecido al patrimonio real nazarí, pues tuvo carácter de fortaleza y casa fuer-

te palaciega. Aparece mencionada tras la conquista de Granada como Sitio Real, perteneciente al Real Patrimonio hasta la primera mitad del siglo XIX. Aunque, al menos desde 1492 su emplazamiento se encontraba en zona de secano al quedar por encima de la línea de rigidez de la acequia del Cadí, la existencia de albarradas de cultivo por encima de Dār al-Wādī y la conservación de una galería hidráulica subterránea bajo la misma parecen indicar que, con anterioridad, pudo haber tenido un suministro hidráulico desde una canalización más elevada. Podría haber sido abastecida perfectamente desde la acequia de los Arquillos, mientras que esta estuvo en servicio, por medio de un ramal hacia el valle del Genil establecido tras pasar por el acueducto elevado que existió en el collado de los Arquillos. La decadencia de esta acequia, que se constata a partir de 1431, pudo introducir cambios sustanciales en las funciones desempeñadas por esta propiedad. El uso que al menos se le otorgó al final del periodo nazarí y que dio lugar a la denominación castellana de Casa de las Gallinas, tal vez podría estar en relación con ello.

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

563

En la excavación de la parte oriental de su solar, intervenido en el año 2006, se encontraron una serie de restos que fueron interpretados como viviendas previas que podrían corresponder a una fase de época almohade fechada en la segunda mitad del siglo XII57. La realeza nazarí pudo establecer un gran edificio sobre un hábitat previo del que se desconoce su entidad, reestructurándolo y ampliándolo en este lugar estratégico sobre el valle del río Genil. Esta propiedad estuvo comunicada con Granada por medio del camino de Cenes, vía de fondo de valle que, tras salir de la capital por la puerta de la Loma o de los Molinos (Bāb al-Naŷd), discurría más o menos paralela al trazado de las acequias Gorda y del Cadí. Además, tal y como se ha indicado, poseía una comunicación directa con la Alhambra y con las almunias de los Alijares y del Generalife por medio de un camino a media ladera. El apelativo que aludía a su avifauna pudo ser ya conocido entre las huestes cristianas que estuvieron en el cerco de la ciudad. El autor anónimo de una narración francesa escrita en Granada en 10 de enero de 1492 parece indicar que la entrada de las tropas cristianas en la Alhambra bajo el mando del comendador mayor de León y caballero de Santiago se habría producido por el camino que la enlazó con la Casa de las Gallinas58, a la que habría denominado «Palacio de los Ansares». En cuanto al término más utilizado que ha perdurado hasta nuestros días, sabemos que al menos era ya empleado tras la conquista de Granada. En los primeros años del dominio cristiano, esta propiedad era conocida indistintamente por los apelativos Daralgüit o Daralgüid y Casa de las Gallinas, lo que queda patente en algunas de las cartas escritas por el Alcaide de la Alhambra y Capitán General del Reino de Granada, Íñigo López de Mendoza (Moreno Olmedo, 1968, p. 94). En una de ellas se indicaba que «lo que ella solía tener que eran mill hanegas de pan y mill y quinientas gallinas, ya vuestras altezas lo mandaron quitar [...]» (Szmolka Clares, 1996, pp. 558-561). El 12 de junio de 1513, Íñigo López de Mendoza solicitó sin éxito obtener la carta de merced de la Casa de las Gallinas (Meneses García, 1973-1974, pp. 376378)59, pues una Real Cédula del 25 de junio de 1492 certificaba que el Marqués de Mendoza disponía de 1/3 de la renta que produjese para el mantenimiento de la casa, mientras que: «de los otros dos terçios a de dar cuenta» (Peinado Santaella, 1995, p. 310)60. De los documentos sobre la Casa de las Gallinas conservados tras la conquista de Granada se pueden obtener una serie de datos (García-Pulido, 2013a, pp. 290-304). Aunque en 1608 se indicó que esta edificación necesitaba reparaciones por causa de la amenaza de colapso

564

de paredes y tejados, en 1614 aún se conservaba completa, si bien se volvían a demandar urgentes obras de consolidación. Entonces poseía cuatro torres que amenazaban ruina, muchos aposentos y un gran patio. En 1642 ya solo se aspiraba a restaurar los dos «quartos» de la parte de adentro que aún estaban en pie, pues el resto se encontraba arruinado e imposibilitado de reparar, sino era volviéndolo a hacer de nuevo. Estos dos cuartos fueron designados como de «levante» y «poniente», aunque bien podrían referirse a los que se situaban al norte (ladera arriba) y sur (ladera abajo). En el primero de ellos se encontraba la puerta principal por la que se entraba a dichas estancias desde el campo, que se situaba debajo de una de las cuatro torres. Este cuarto poseía una chimenea y una segunda planta con su alfarje, a la que se subía por una escalera. En el «cuarto de poniente» se alojaban las tinajas, el lagar y la bodega, esta última en la parte de abajo de dicho cuarto. En ella existían puertas por las que se salía al campo. En 1663 se indicaba la existencia de un macizo antiguo que parecía haber servido de escalera, tal vez asociado a otra de las cuatro torres. Por el contrario, en el primer cuarto, que presumiblemente sería el de levante, tan solo había que hacer reparaciones en los tejados y en la escalera que subía a «las dos viviendas». En 1747 se aseguraba que la Casa de las Gallinas manifestaba haber sido una casa fortificada con cuerpo de guardia, mazmorra y una zona resguardada en forma de plaza de armas. Por otro lado, cabría pensar que la bodega del cuarto de «poniente» podría haber desempeñado las labores de prisión a las que se alude en el documento. En 1759 de lo labrado tan solo quedaban 50,15 m de longitud por 4,18 m de anchura, lo que a primera vista parecería corresponder con una larga crujía de 209,62 m2. Sería en este momento cuando el maestro mayor de obras de la Alhambra propuso el derribo total de la casa, con el fin de aprovechar los materiales que aún no habían sido expoliados. Por contra, el fiscal defendió que al menos se consolidase el cuerpo de guardia, que debía de haber estado situado en alguna de las torres que aún quedasen en pie. Unos años más tarde, en 1770, la Casa de las Gallinas se encontraba desierta y desamparada. Las partes que aún seguían en su sitio continuaban menguando, pues lo labrado ya solo alcanzaba a medir 121,55 m2, casi la mitad que una década antes. El estado de deterioro era tal que en esas condiciones apenas producía rentas. Por su parte, en el mapa de la Partie orientale de la Vega de Grenade, levantado por las tropas napoleónicas en 1811, aparece perfectamente representado un edi-

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

ficio rectangular con un gran patio central, con orientación este-oeste en sus crujías mayores y norte-sur en las menores. La sala de levante se dibuja más clara, lo que podría indicar que estuviese caída o arruinada, o que en ese lugar solo existiese el cierre exterior de la propiedad. Desde la esquina sur-este se dibujó otro edificio en L con su frente oeste abierto, pareciendo existir una comunicación entre ambos junto a su punto de contacto. En la representación de la misma que aparece en el Mapa topográfico de la ciudad de Granada y su término, realizado por Francisco Dalmau en 1819, tan solo aparece ya la crujía norte, de donde parte una cerca o una tapia que engloba al patio. Dentro del mismo se observa un cuadrado minúsculo adosado a dicha crujía casi en su parte central. Pegado a la tapia por el exterior se ve otro apéndice edificado, de forma cuadrada o semicircular. Manuel Gómez-Moreno González (1867, fols. 92r­92v) describía la existencia de una crujía que conservaba restos medievales, adosada a una casa de labor en su lado oeste. Cabría pensar que esta crujía podría ser la que aparece representada en el anterior plano. En su paramento sur se conservaba un arco de herradura realizado en piedra. En el muro norte de esta galería se encontraba el arranque de otro arco de herradura que mostraba haber tenido más ornamentación que el anterior. Esto sería fácil de comprender, si entendemos que estaría orientado hacia la ladera por donde discurría el camino de la Casa de las Gallinas. Además estaba situado frente al anterior, lo que podría indicar un paso hacia el patio. En 1892 el mismo autor ya solo reconocía en el lugar las paredes de mampostería de la crujía norte, con sillares en las esquinas. La fachada septentrional medía 30,40 m y aún conservaba los restos del arco antes descrito. El que estaba frente al mismo ya había sido llevado a la mina de oro en la década precedente, donde fue reubicado como puerta principal de acceso en la tapia que encerraba a los edificios de la explotación industrial aurífera. Este arco descontextualizado constituye el elemento mejor conservado entre los muy menguados restos de esta propiedad.

6.

Conclusiones

En este trabajo hemos analizado la fuerte vinculación que existió en época nazarí entre la Alhambra y el ámbito territorial situado a levante de la colina Roja, constituido por los valles de los ríos Darro y Genil y zonas montuosas tales como el Cerro del Sol, la dehesa de Montes Claros o las lomas de Buenavista y Buenosaires. Desde el mismo momento de su fundación, la Alhambra dependió de infraestructuras hidráulicas vitales

para su subsistencia, tales como la Acequia Real, cuyo punto de captación y recorrido discurre por el valle del Darro. Algunas de las áreas irrigadas en la ladera oeste del cerro de Santa Elena habrían sido diseñadas al trazar dicha acequia, estableciéndose sobre estas la primera de las almunias construidas en el territorio alhambreño, el Generalife. La ampliación del sistema hidráulico sería acometida por Muḥammad V al establecer un programa de implantación de fincas reales a cota más elevada que la Acequia Real. Esto supuso la colonización y control de los cerros inmediatos (Santa Elena, los Alijares, Montecaballo, etc.), dado que la propia Alhambra se mostraba vulnerable ante la posición dominante de estos promontorios. La densa red hidráulica establecida en el valle del río Darro habría posibilitado el establecimiento de poblamiento, alcanzando su máximo desarrollo en época nazarí. Aunque las fuentes históricas solo refieren las alquerías de Beas, Cortes y Huétor —vinculadas a la familia real—, vestigios de otros núcleos se han conservado río abajo, en las inmediaciones de las acequias de la Alhambra, de los Arquillos, de la Solana y de la Umbría, lo que podría indicar la existencia de otras propiedades reales en esta zona. La decadencia en la que se vio inmerso el reino nazarí en el siglo XV, especialmente tras la derrota sufrida frente a las tropas de Juan II en la batalla de la Higueruela (1431) y la consecuente relación de vasallaje impuesta por el reino de Castilla, impidió la pervivencia de las almunias más frágiles y costosas de mantener, aquellas que dependían en gran medida de la acequia de los Arquillos. Las series de terremotos acontecidas en los días siguientes a la batalla supondrían el punto de inflexión que definiría el abandono y la destrucción paulatina de estas fincas reales más elevadas.

NOTAS Los autores desean manifestar su agradecimiento al Patronato de la Alhambra y Generalife por la ayuda y facilidades prestadas para la elaboración de este trabajo, en especial a su dirección, a los miembros del Servicio de Conservación y Protección, del Servicio de Jardines, Bosques y Huertas y del Servicio de Investigación y Difusión. * Departamento de Arte y Arquitectura de la Universidad de Málaga. Miembro del grupo de investigación Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (LAAC) (HUM104), Escuela de Estudios Árabes (CSIC). 1. La intervención arqueológica en el complejo hidráulico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol, así como el acceso a la investigación del resto de yacimientos plasmados en este artículo, han sido actividades auspiciadas y promovidas por el Patronato de la Alhambra y Generalife. La redacción de este artículo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investiga-

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

565

2.

3.

4. 5.

6. 7.

8.

9.

10.

11. 12.

13.

566

ción Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro, EEA (CSIC). Además de la participación en las intervenciones arqueológicas promovidas por el Patronato de la Alhambra y Generalife en el yacimiento arqueológico de la Alberca Rota y Pozos Altos del Cerro del Sol entre los años 2008 y 2012, realizamos a instancias de esta institución una localización y estudio de los elementos patrimoniales del valle del Darro, que se tradujo en dos volúmenes inéditos firmados por Luis José García-Pulido; Virginia Brazille Naulet; Manuel Pérez Asensio y Paula Sánchez Gómez. Una síntesis de este trabajo fue publicada en la obra editada en 2012 por María del Mar Villafranca Jiménez y Victoria Eugenia Chamorro Martínez y que puede verse en la bibliografía de este trabajo. La dehesa comenzaba en la puerta de Fajalauza, seguía por la parroquia de San Luis hasta el camino de Monte Santo, y de ahí a Puente Quebrada, desde donde seguía la cañería que venía del Fargue hasta la Cruz de los Charcones (Viñes Millet, 1982, pp. 58 y 174). Huétor es nombrada como Watar en un documento árabe de 1433 (Seco de Lucena Paredes, 1974, pp. 7-8, 20, 32 y 48). Siguiendo la Ihata, Simonet (1860, pp. 130-137) identifica la qaryat al-Bayra con un pago en el término de Beas, pero debe de corresponder con la alquería del Beiro, que posteriormente sería un pago del ruedo de Granada. Um al Fath, hija de Boabdil, poseía Huete en 1492 (Osorio Pérez, 1991, p. 486). Malpica Cuello se inclina a establecer el origen del paisaje del Darro, caracterizado por la agricultura de huerta, a partir de época castellana. En esta línea, y a pesar de las numerosas evidencias arqueológicas existentes, también establece dudas para un poblamiento romano previo (2012, pp. 187-190). Las menciones a este antiguo arrabal son numerosas desde la conquista de Granada en adelante. Entre ellas citamos a Bermúdez de Pedraza, quien en 1608 describe la carrera del Darro y alude a su carácter aristocrático, saludable y placentero (1608 [ed. facsímil 1981], fol. 13r). La evolución urbana de este barrio ha sido estudiada a través del parcelario por Navarro Palazón y Jiménez Castillo, que han constatado una expansión urbana a partir del crecimiento del caserío a costa de la ocupación de huertos o jardines intramuros (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 2004, pp. 249-250). Diversos autores han venido incluso a postular que estas zonas habrían sido ya fortificadas al menos en la tardoantigüedad, (Bermúdez Pareja, 1972, s.n.; Jiménez Romero, 2010, pp. 31, 46 y 60; Bermúdez López, 2010, p. 81). Casi idéntico texto aporta Ibn ‘Idari, ed. 1963, pp. 345-355. Parte de esta información, en concreto en relación al «castillo», se deriva de las excavaciones emprendidas tras la reincorporación del Generalife al patrimonio del Estado en 1923. Sus autores, Laredo y Jiménez Lacal primero, y después Torres Balbás, no publicaron los datos con los que hemos contado (Gámir-Colón Sandoval, 1924, pp. 725-746; Bermúdez Pareja, 1965, pp. 9-40; Vílchez Vílchez, 1991). Es posible que el segundo término derive de sacrum, tal y como se atestigua en numerosos topónimos andaluces. Ya Vallvé planteó la situación de Munt Šaqīr en el Sacromonte (Vallvé Bermejo, 1952, pp. 152-160). Por otro lado, no podemos descartar que provenga de la raíz árabe šaṭ¸ orilla o ribera, documentado también

14.

15.

16.

17.

18.

19.

20.

21. 22.

23.

24.

25.

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

en un pago de Quéntar como Hayte; Jete a orillas del río Verde; Axat, predio en Mallorca; y Aljete en Madrid (Martínez Ruiz, 1985, p. 16). Quizás el nombre proceda la voz latina via, camino o calzada (Jiménez Mata, 1990, p. 171; Martínez Ruiz, 2002, p. 53), aunque Seco de Lucena propuso la derivación del término árabe con significado vegetal acónito (Seco de Lucena Paredes, 1974, pp. 19-20). Apeo y posesión de las casas, tierras y demás haciendas que poseían cristianos viejos y moriscos en el Cortijo de Cortes y en el Pago del Río Beas, 1574, contenido en Apeos y posesion de las casas e tierras y dehemas haziendas que poseyan xriptianos viejos y moriscos en los cortijos que abajo se expresaran y los las villas de Granada y sus termino, 1750, Cortijos de Granada. Libro 6.686, fol. 56r, Archivo Histórico Provincial de Granada (AHPG). De cuyas raíces brotaban todavía algunas ramas a los lados del camino. El hecho de que los ejemplares de arrayán morisco más antiguos conservados en la Alhambra estén jalonando lo que después acabaría siendo el paseo de las Adelfas dentro de la finca del Generalife, paralelo al paso de la Acequia Real por esta finca, podría estar en relación con este hecho. Parece ser que aún a mediados del siglo XIX se encontraban restos de arrayán en el entorno de la Alberca Rota (Lafuente Alcántara, 1849-50, p. 213). Quizás también se podría llegar desde una senda que, partiendo de la puerta de los Siete Suelos, continuase por Fuente Peña para seguir en buena medida el trayecto de la Acequia del Tercio, pasando junto al Albercón de las Damas. Por medio de una ramificación que muchos siglos después podría haber sido reutilizada para acceder al cementerio de San José. También pudo producirse esta comunicación a través del camino de las Barreras, que quedó a levante de las tapias del convento de los Mártires. Su conservación es diferente según los tramos entre el extremo occidental de la cumbre del Cerro del Sol y el collado de los Arquillos, siendo muy buena en los primeros 700 m. Como corroboración a la observación de la estructura que pudimos hacer en 2005 a través de secciones en el terreno realizadas por caminos, cortafuegos, etc., en el 2010 el equipo del profesor de la Universidad de Granada José Antonio Peña Ruano elaboró para el Patronato de la Alhambra y Generalife cinco secciones de prueba con rádar de subsuelo o georradar que dieron como resultado la repetición de esta estructura, además de otros detalles también reiterados que deben comprobarse mediante una excavación arqueológica. Stacio (IV, 3, 40-50) y Tito Livio (XXXVIII, 28, 3 y XLI, 27, 5) (Papini Stati, 1990; Livy, 1964). Debido a las avenidas del río Darro que la destruían y era necesario rehacerla, la situación de la presa ha variado a lo largo del tiempo, aunque siempre dentro del mismo entorno (Vilar Sánchez, 2011, pp. 3-8, 16-23 y 195-197). El medieval, representado en la Plataforma de Granada de Ambrosio de Vico en el siglo XVI, fue sustituido por otro en 1701, (Gallego y Burín, 1963, p. 180). Conservado en el Archivo de la Facultad de Teología de Granada. Ilustra la segunda copia de 1617 del apeo de la acequia de Aynadamar realizado por Antonio Loaysa en 1575 (Orihuela Uzal y García-Pulido, 2008, pp. 144-145; Calatrava Escobar y Ruiz Morales, 2005, p. 59). La Alhambra del siglo IX tenía un carácter castrense y sus necesidades de agua eran derivadas de la mera subsistencia. En el siglo XI las construcciones de Ibn Nagrella, junto con sus jardines y fuentes, requerirían de un abastecimiento de agua más estable. De momento se ha documentado la acumulación de agua de llu-

26.

27. 28.

29.

30.

31.

32.

33.

34.

35. 36.

37.

via en cisternas y también la recogida desde la coracha que descendía hasta la Bāb al Difāf situada sobre el Darro (Bargebuhr, 1968, pp. 4-5; Malpica Cuello, 1995, p. 120; Lévi-Provençal y García Gómez, 2005, p. 154). No nos detenemos demasiado en esta almunia, tratado con detalle en un trabajo específico inserto en esta publicación. Tan solo señalamos algunas cuestiones que nos han surgido al abordar el diseño hidráulico general del entorno de la Alhambra. En otros la pendiente media llega a ser hasta 10 veces mayor. Las pendientes pueden comprobarse en el plano Acequia Real de la Alhambra. Perfil longitudinal. Dibujo y mediciones: Jörg Fischer, 1999, Archivo del Patronato de la Alhambra y Generalife (APAG)/ Colección de planos/ P-007062. Los nombres de estas huertas han variado a lo largo del tiempo, así en el siglo XVII se atestigua los nombres Enmedio, Pequeña y Grande, la primera de las cuales era arrendada en 1660 a Francisco Martínez de Fuentepeña y la última a Alonso de Fuentepeña, (Garzón Pareja, 1968, p. 79). A mediados del siglo XVIII eran denominadas de Enmedio, Fuente Peña y Chica (Viñes Millet, 1978, p. 107). Todavía en el siglo XVII circulaba la idea de que las tierras de cultivo de estas almunias se habían aportado desde la vega granadina (Bermúdez de Pedraza, 1638 [ed. facsímil 1989], capítulo XVIII, fol. 25). En determinados puntos presentan refacciones con mampostería en sus zócalos. En el muro que divide la parata situada a cota más baja con la inmediata superior, se observa un irregular zócalo de grandes mampuestos que podría indicar la existencia de una obra anterior a los grandes muros de tapia. Este andén es citado por primera vez en el diario de obras de Torres Balbás al hacerse cargo de las excavaciones emprendidas por el extinto Patronato del Generalife en 1923 (1970, pp. 121122), existiendo someras descripciones (Bermúdez Pareja, 1965, pp. 14-15 y 17; Bermúdez Pareja, 1974). Pudimos documentarlo en una intervención por sondeos promovida por el Patronato de la Alhambra y el Generalife en el año 2009. En ella también se hallaron evidencias de otro vial que, en sentido transversal, recorría el exterior del muro de separación de la huerta Grande con Fuentepeña (Pérez Asensio y Sánchez Gómez, 2009). Una de ellas fue excavada en la etapa del Patronato del Generalife y/o por Torres Balbás inmediatamente después. Circulaba a través del callejón que daba acceso a la denominada Casa de los Amigos, entrando en la terraza superior de la huerta Grande por su esquina noreste, para posiblemente recorrerla en paralelo al andén antes mencionado. Otra derivación partía también del camino de circunvalación de los patios de entrada para dirigirse a la terraza inferior, conducción que fue tratada por Torres Balbás al reconstruir el muro de contención de dicha terraza y al construir la carretera baja, actual paseo de los Nogales (Torres Balbás, 1970, pp. 121-122; Pérez Asensio, 2008). Recientemente se ha excavado el paso de dicha conducción a la terraza intermedia a través del muro de contención (Bestué et al., 2012, pp. 776-788). L-265, fol. 66, Archivo General de Simancas (AGS). Es este un tipo de poblamiento que, dada su escasa envergadura, no suele ser documentado. En nuestro caso hemos podido localizar numerosos de estos núcleos en las lomas de Buenavista y, sobretodo, en las de Buenosaires, todos de cronología nazarí y en clara relación con la explotación del secano y pastos (Pérez Asensio y Sánchez Gómez, 2012, pp. 321-352). Se planteó su asociación a la explotación de sus recursos hortofrutícolas del valle del río Darro y con la posible existencia de una canalización de agua en las inmediaciones de la Presa Real

38.

39.

40. 41. 42.

43. 44.

45.

46.

47.

48.

49.

en épocas premedievales (Sanguino Vázquez, 1998, pp. 16-18; Rodríguez Aguilera, 2001, p. 66). Aunque es posible que el tejar pueda ser datado con posterioridad a época nazarí, en la zona se atestiguan fundamentalmente cerámicas medievales a las que hay que sumar algunos fragmentos ya de cronología moderna. Hemos de notar que, según el apeo de 1574, el morisco Reduan tenía propiedades en el pago del cortijo de Cortes entre las que se cita un horno tejar (Libro 6.686, fols. 48r y 54v, AHPG). Una mención a un apeo desaparecido del licenciado Antonio Loaysa, lleva por título «Xaufí de Darro y presas». El término xaufí parece derivar del árabe šawfī, norteño o sombrío, que dio lugar a otros topónimos como una acequia en Quéntar denominada Chaufi; un pago en la misma alquería denominado Chanfiques; o una granja en Almería denominada Chaupi (Martínez Ruiz, 2002). 20 de enero de 1805, L-72-3, fol. 3r, APAG. Croquis de los Fuertes de Granada, 2995-GR-G-4/8, ICA 1989002164, Instituto de Historia y Cultura Militar (IHCM). El nombre Cortes que recibirá la alquería andalusí sobrevive en el cortijo actual. Era y es un topónimo muy repetido en la geografía granadina, que deriva del latín cohŏrs-ŏrtis, recinto o corral (Martínez Ruiz, 1985, p. 9). Aún en el siglo IX el geógrafo Isṭajrī explica la voz diciendo que en árabe significa diyār, casas (Terés Sádaba, 1986, p. 292). Como puede comprobarse en la bibliografía citada, alrededor de esta alberca se supuso que estuvo Dār al-‘Arūsa. Dicha poligonal estuvo condicionada por los restos arqueológicos exhumados, aquellos otros que eran perceptibles (aún encontrándose ocultos), y los que afloraron al realizar las perforaciones con seguimiento arqueológico para cimentar los postes. Este análisis pudo concretarse cuando en el año 2012 se le entrega al Patronato de la Alhambra y Generalife el Proyecto para el estudio geodinámico y geofísico de la Alberca Rota y Pozo Altos del Cerro del Sol de la Alhambra. El equipo arqueológico estaba integrado por los firmantes del presente artículo. El equipo de geología-geodinámica estaba compuesto por José Miguel Azañón Hernández (catedrático de Geodinámica Externa del Departamento de Geodinámica de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada - Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra, CSIC) y Francisco Javier Roldán García (científico titular del Instituto Geológico y Minero de España). El equipo de geofísica lo conformaba José Antonio Peña Ruano (profesor titular del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada - Instituto Andaluz de Geofísica) y M.ª Teresa Teixidó Ullot, (investigadora del Instituto Andaluz de Geofísica). Con posterioridad a la conquista cristiana constituirían la dehesa del Generalife, por ser la parte territorial que fue adscrita por los Reyes Católicos a la Alcaidía que se estableció sobre la almunia del mismo nombre, la única que aún estaba operativa en 1492. Sus límites serían el barranco de Handacalabia (hoy conocido como barranco de las Tinajas) al oeste, la Acequia del Rey y el pago de Ziçatasultan al norte, el camino del Almecín y el barranco de Handacalhamar (barranco Bermejo) al sur y la jurisdicción del Generalife y los Mártires al oeste. Ocuparían algo más de 265 ha de las cuales casi 63 eran de sembradura y unas 168 no serían aptas para sembrar (García-Pulido, 2008, tomo II, pp. 449-455). De estos puntos hidráulicos no se han conservado restos materiales, aunque quizás podrían haber estado vinculados con uno de los dos sifones aparecidos en el Haza de la Escaramuza en el siglo XIX. Estas habrían tenido planta cuadrada de 14,5 m de lado, según

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

567

50.

51.

52.

53.

568

las dimensiones que ofrece el único resto conservado de la qubba nordeste. Entre los precedentes peninsulares más antiguos, contamos con el palacio taifa del Castillejo de Monteagudo (Murcia), levantado por Muḥammad Ibn Mardaniš antes de 1165 (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995, pp. 63-103, Almagro Gorbea, 2008, pp. 44-45). Los siguientes ejemplos podríamos encontrarlos dentro del alcázar de la Sevilla almohade, tales como el edificio ubicado en el solar de la antigua Casa de la Contratación o el gran palacio almohade conocido como Patio del Crucero (Vigil-Escalera Pacheco, 1992; Manzano Martos, 1995, pp. 315-352; Almagro Gorbea, 1999, pp. 331-376; Almagro Gorbea, 2007a, pp. 181228). A partir de ese momento, el esquema de patio cuatripartito perviviría fundamentalmente en los palacios mudéjares de los reinos cristianos. Tal podría ser el caso del llamado Alcázar de los Reyes Cristianos o Alcázar Nuevo de Córdoba (Escribano Ucelay, 1972; Almagro Gorbea, 2008, pp. 70-71), atribuible al reinado de Alfonso XI; el Alcázar Real de Guadalajara (Navarro Palazón, 2007, pp. 583-613; Almagro Gorbea, 2008, pp. 72-76) y sobre todo las obras realizadas durante las décadas de 1350 y 1360 por Pedro I en Sevilla y Tordesillas (Valladolid) (Almagro Gorbea, 2008, pp. 76-92; Almagro Gorbea, 2007b, pp. 245-281). En cuanto a los desarrollos posteriores, la morfología del palacio de los Alijares pudo haber influido en la planta del Palacio de El Badi (Marrakech) (Almagro Gorbea, 2013). Generalife. Proyecto Programa. Plano general taquimétrico. Propuesta de una carretera “panorámica” para llegar al Aljibe de la Lluvia desde la Alhambra, ascendiendo y pasando junto a la Silla del Moro, Dār al-‘Arūsa y la Alberca Rota, Eladio Laredo, 1924, (APAG/ Colección de planos/ P-008239). Según el apeo de 1573, habría llegado a contar con unas 96,6 ha de tierra de monte inútil que no se podía sembrar y hasta 322 ha de dehesa para ganado lanar, L-201-3, fols. 5r y 5v, APAG. Antonio Loaysa pudo haber realizado además otro apeo del pago de Daralgüid, igualmente desaparecido, en el que quizás se incluirían las tierras más inmediatas a la Casa de las Gallinas y sus zonas de dehesa.

54. 55.

56.

57.

58.

59. 60.

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

Los Reyes Católicos se la entregarían a Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Mondéjar y segundo conde de Tendilla. Correspondía a la planicie que constituía la zona de cultivo existente entre la acequia del Cadí y la acequia Gorda, delimitada a poniente por el barranco Bermejo y a levante por el barranco del Término. Los datos que se han conservado del apeo de este pago en 1573 indican que contaba con 315,5 marjales (166.584 m2). Los moriscos solo poseían 48,5 de ellos en cinco parcelas de 12, 9, 5, 20, 1,5 y 1 marjales, frente a los 267 que tenían los cristianos viejos en otras de 4, 5, 38, 100, 100 y 20 marjales, poseyendo por tanto el 84,63% de las tierras, L-201-3, fol. 3r, APAG. En el último tercio del siglo XVIII la Casa de las Gallinas todavía contaba con 30 fanegas de sembradura (12,58 ha) y su dehesa tenía 3/4 de legua (más de 4 km) de circunferencia, siendo una de las que componían la dehesa Potril, que tendría 7 leguas (más de 39 km) de circuito y jurisdicción. Fue consignada por Real Cédula de 12 de octubre de 1591 para que el ganado yeguar y caballar pastase en invierno y verano, L-45-1, APAG y L-270-3, fols. 4v, 5r y 5v, APAG. El 5 de enero 1821 se dividió la dehesa de la Casa de las Gallinas en 9 suertes para proceder a su subasta a crédito público y así poder sufragar las deudas del Estado, hecho por el cual desde estos momentos ya no pertenece a la Alhambra, L-266-5, APAG. Chávet Lozoya, María. Informe preliminar sobre la intervención arqueológica preventiva mediante excavación con sondeos y análisis de estratigrafía muraria realizada en la UE-4.06 Parcela B, de la Carretera de la Sierra (Dar-al-Güid, Casa del Río o de las Gallinas, de Granada, (Expediente BC.03.24/06). Consejería de Cultura. Delegación Provincial de Granada. 13/06/2006. «Algunos caballeros y famosos capitanes moros salieron á recibirle, hasta ciertos palacios inmediatos á la ciudad, llamados de los Ansares, y le condujeron á la Alhambra [...]» (Gaspar Remiro, 1911, pp. 149-153). Manuscrito 10230, fol. 269, carta 3, Osuna, Biblioteca Nacional de Madrid (BNM). L-651, fol. 9, piezas 8, 9, 11, 12, 13, 14, 16 y 18, Consejo Real, AGS.

Bibliografía ALEMANY BOLUFER, José (1919). «La geografía de la Península Ibérica en los escritores árabes», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, n.º IX, pp. 109-172. ALMAGRO GORBEA, Antonio (1999). «El Patio del Crucero del Alcázar de Sevilla», Al-Qantara, XX, pp. 331-376. —— (2007a). «Una nueva interpretación del patio de la Casa de la Contratación del Alcázar de Sevilla», Al-Qantara, XXVIII-1, pp. 181-228. —— (2007b). «Los palacios de tradición andalusí en la Corona de Castilla: Las empresas de Pedro I», en El Legado de al-Andalus. El arte andalusí en los reinos de León y Castilla durante la Edad Media, Valladolid, pp. 245-281. —— (2008). Palacios medievales hispanos, Discurso del Académico Electo Excmo. Sr. D. Antonio Almagro Gorbea leído en el acto de su recepción pública el día 27 de enero de 2008, Madrid. —— (2013). «Análisis arqueológico del pabellón occidental del palacio Al-Badi’ de Marrakech», Arqueología de la Arquitectura, 10. Disponible en: http://dx.doi.org/10.3989/arq.arqt.2013.002. [Consulta: 3/7/2014]. ÁLVAREZ DE CIENFUEGOS, Isabel (1959). «La Hacienda de los naṣrīes granadinos», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, VIII, pp. 99-124. ÁLVAREZ DE MORALES, Camilo; ORIHUELA UZAL, Antonio (2013). La casa del Chapiz, Granada, Universidad-CSIC. BARGEBUHR, Frederick P. (1968). The Alhambra. A Cycle of Studies on the Eleventh Century in Moorish Spain, Berlín. BERMÚDEZ LÓPEZ, Jesús (1992). «La Alhambra: el Generalife», en Nuevos paseos por Granada y sus contornos, pp. 127-138. —— (2010). La Alhambra y el Generalife. Guía oficial, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife-TF Editores. BERMÚDEZ PAREJA, Jesús (1965). «El Generalife después del incendio de 1958», Cuadernos de la Alhambra, 1, pp. 9-39. —— (1972). «Alcazaba y torre de la Alhambra», Granada, Caja de Ahorros. —— (1974). El Generalife, Granada, Caja de Ahorros. BERMÚDEZ DE PEDRAZA, Francisco (1608, ed. facsímil 1981). Antigüedades y excelencias de Granada, Granada. —— (1638, ed. facsímil 1989). Historia Eclesiástica de Granada, Granada. BESTUÉ, Isabel; LÓPEZ Francsico Javier; LAMOLDA, Francisco; MATTEI, Luca; MOLINA, Juan Carlos; PUERTAS, Antonio; MARTÍNEZ, Luis (2012). «Restauración de Muros de Tapia de las Huertas del Generalife (Plan de Conservación de las estructuras de Tapial en La Alhambra)», en Actas del Primer Congreso Internacional de Buenas Prácticas en Patrimonio Mundial: Arqueología, (9-13 de abril de 2012, Mahón, Menorca, Islas Baleares, España), pp. 776-788. CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío; FERNÁNDEZ-PUERTAS, Antonio (1978). «Inscripciones poéticas del Generalife», Cuadernos de la Alhambra, 14, pp. 9-40. CALATRAVA ESCOBAR, Juan; RUIZ MORALES, Marío (2005). Los planos de Granada 1500-1909, Granada. CALERO PALACIOS, María del Carmen (1987). El apeo y repartimiento de Cenes de la Vega, Granada. CODERA Y ZAIDÍN, Francisco (ed. 2004). Decadencia y desaparición de los almorávides en España, ed. de María Jesús Viguera Molins, Pamplona. CONTRERAS, Rafael (1878, ed. facsímil 1993). Estudio descriptivo de los Monumentos Árabes de Granada, Sevilla y Córdoba, ó sea, la Alhambra, el Alcázar y la Gran mezquita de Occidente, Zaragoza.

CRUZ Y BAHAMONDE, Nicolás de la (1812). Viage de España, Francia, è Italia. Por D. Nicolas de la Cruz y Bahamonde, Conde de Maule. Consiliario de la Real Academia de las Bellas Artes de Cádiz. Tomo Duodecimo. En el qual se describen Valsain, la Granja, Segovia, Escorial, Aranjuez y los pueblos de la carrera de Andalucía dando la vuelta por Jaen y Granada hasta Cadiz, Cádiz. CUEVA, Luis de la (1638, ed. facsímil 1993). Diálogo de las cosas notables de Granada, y lengua española, y algunas cosas curiosas, Granada. ESCRIBANO UCELAY, Víctor (1972). Estudio histórico-artístico del Alcázar de los reyes cristianos de Córdoba, Córdoba, Monte de Piedad-Caja de Ahorros de Córdoba. ESPINAR MORENO, Manuel; QUESADA GÓMEZ, Juan José (1995). «Precisiones a las campañas de Juan II contra el reino de Granada», en Homenaje al profesor J. M.ª Forreas Besteiro, Granada, pp. 735-755. GALLEGO Y BURÍN, Antonio (1963). La Alhambra, Granada. GÁMIR-COLÓN SANDOVAL, Alfonso (1924). «El Generalife, algo acerca de su historia y de sus actuales excavaciones», Revista Calasancia, 141, pp. 725-746. GARCÍA MERCADAL, José (1972). Viajes por España, Madrid. GARCÍA-PULIDO, Luis José (2007a). «El sistema de abastecimiento hidráulico de la Almunia de los Alijares. Estado de la cuestión», En la España medieval, 30, pp. 245-280. —— (2007b). «Sobre el emplazamiento de los restos arqueológicos de la Casa de las Gallinas», Al-Qantara, XXVIII-1, pp. 229-259. —— (2008). Análisis evolutivo del territorio de la Alhambra (Granada): el Cerro del Sol en la Antigüedad romana y en la Edad Media, tesis doctoral dirigida por el Dr. Antonio Orihuela Uzal, Universidad de Granada. —— (2012). «Las infraestructuras hidráulicas desarrolladas para la explotación de los recursos del valle del Darro», en María del Mar Villafranca Jiménez y Victoria Eugenia Chamorro Martínez (eds.), Hacia un paisaje cultural: la Alhambra y el valle del Darro, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, pp. 243-319. —— (2013a). El territorio de la Alhambra. Evolución de un Paisaje Cultural remarcable, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife-Universidad de Granada. —— (2013b). «The Fortifications built in the Surroundings of the Alhambra by Napoleon’s Army», Fort. The insternations journal of fortication and military architecture, 41, pp. 28-48. GARCÍA-PULIDO, Luis José; SÁNCHEZ, Paula; PÉREZ, Manuel; URBISTONDO, Francisco; VILLAFRANCA, María del Mar; LAMOLDA, Francisco (2011). «Primera fase de intervención arqueológica y puesta en valor de la Alberca Rota y el Pozo Este del cerro del Sol (Alhambra, Granada)», en Actas del XVIII Congreso Internacional Conservación y Restauración de Bienes Culturales, (Granada, 9-11 de noviembre de 2011), Granada, Universidad de Granada, pp. 828-831. GARZÓN PAREJA, Manuel (1968). «Notas para la historia del Generalife», Cuadernos de la Alhambra, 4, pp. 73-88. GARRIDO ATIENZA, Miguel (1893). Dictamen sobre las aguas del río Darro, policía rural de sus riberas é higiene de sus aguas, Granada. GASPAR REMIRO, Mariano (1910). Últimos pactos y correspondencia íntima entre los Reyes Católicos y Boabdil. Discurso leído en la Universidad de Granada en la solemne apertura del curso académico de 1910 á 1911, Granada. —— (1911). «Presentimiento y juicio de los moros españoles sobre la caída inminente de Granada y su reino en poder de los cristia-

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

569

nos», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, n.º I, tomo I, pp. 149-153. —— (1912). «Partida de Boabdil allende con su familia y principales servidores», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, n.º II, tomo II, pp. 57-111. GIMÉNEZ SERRANO, José (1846). Manual del artista y del viajero en Granada, Granada. GÓMEZ-MORENO GONZÁLEZ, Manuel (1867). «Casa de Gallinas», Tomo 4, Alhambra 4, fols. 92r-92v (Archivo del Instituto Gómez-Moreno de la Fundación Rodríguez-Acosta, documento inédito). —— (1892, ed. facsímil 1998). Guía de Granada, Granada, Universidad. GÓMEZ-MORENO MARTÍNEZ, Manuel (1889). «Crónica del “Centro”. Sección de excursiones», Boletín del Centro Artístico de Granada, 60, pp. 109-110. GURÁIEB, José E. (1952). «Al-Muqtabis de Ibn Hayyân», Cuadernos de Historia de España, 17, pp. 155-166. HENRÍQUEZ DE JORQUERA, Francisco (ed. facsímil 1987). Anales de Granada. Libro Primero. Descripción del Reino y Ciudad de Granada, Granada, Universidad. HERNÁNDEZ BENITO, Pedro (1995). «La ocupación territorial del reino de Granada y el linaje de los Bobadilla y Peñalosa», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, segunda época, n.º IX, pp. 85-108. HIGUERA RODRÍGUEZ, Alicia de la; MORALES DELGADO, Antonio (1999). «La almunia de los alijares según los autores árabes: Ibn ‘Āṣim e Ibn Zamrak», Cuadernos de la Alhambra, 35, pp. 31-48. HURTADO DE MENDOZA, Diego (ed. 1966). Guerra de Granada, Madrid. IBN ‘ĀṢIM, AbuYahya Muhammad (ed. 1979). Ŷunnat al-riḍā fi-ltaslim li-mā qaddara Allāh wa-qadà, ed. Dr. Ṣalāḥ Ŷarrār, Dār al-Bašir, Al-Quds-’Ammān. IBN FADL ALLĀH AL-‘UMARĪ (ed. 1927). Masālik al-abṣār fī mamālik al-amṣār, I. L’Afrique, moins l’Égypte, traducción y anotación con una Introducción y 5 mapas por GaudefroyDemombynes, Paris, Librairie Orientaliste Paul Geuthner. IBN ‘IDARI (ed. 1963). Al-Bayan al-Mugrib. Nuevos fragmentos almorávides y almohades, traducción de Ambrosio Huici Miranda, Valencia. IBN AL-JAṬĪB (ed. 2010). Historia de los Reyes de la Alhambra (Al-Lamha al-badriyya fi l-dawlat al-nasriyya). Resplandor de la luna llena acerca de la dinastía nazarí, estudio preliminar por Emilio Molina López, traducción de José María Casciaro Ramírez, Granada, Universidad. IBN SAHIB AL-SALÁ (ed. 1969). Al-Mann bil-imana, estudio preliminar, traducción e índices de Ambrosio Huici Miranda, Valencia. JIMÉNEZ MATA, María del Carmen (1990). La Granada islámica: contribución a su estudio geográfico-político-administrativo a través de la toponimia, Granada, Universidad. JIMÉNEZ ROMERO, Cesáreo (2010). La Granada visigótica: Natívola, Granada, Natívola. LAFUENTE ALCÁNTARA, Miguel (1849-50). El libro del viajero en Granada, Madrid. LADERO QUESADA, Miguel Ángel (2005). Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos, Madrid. LÉVI-PROVENÇAL, Évariste; GARCÍA GÓMEZ, Emilio (trad.) (2005). El siglo XI en 1ª persona. Las “Memorias” del rey ‘Abd Allāh, último rey Zīrí de Granada, destronado por los Almorávides (1090), Madrid, Alianza. LIVY (1964). Ad Urbe Condita, Cambridge, Massachussets. LUQUE, José Francisco de (1858, ed. facsímil 1980). Granada y sus contornos. Historia de esta celebre ciudad desde los tiempos

570

mas remotos hasta nuestro dias. Su arqueologia y descripcion cirscunstanciada de cuanto digno de admiracion se encuentra en ella, Barcelona. MALPICA CUELLO, Antonio (1991). «El complejo hidráulico de Los Albercones», Cuadernos de la Alhambra, 27, pp. 65-102. —— (1995). «El agua y el poblamiento de la Alhambra de Granada», en El agua en la agricultura de al-Andalus, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 119-130. —— (2002). La Alhambra de Granada, un estudio arqueológico, Granada. —— (2012). «El río Darro y el paisaje periurbano de Granada», en María del Mar Villafranca Jiménez y Victoria Eugenia Chamorro Martínez (eds.), Hacia un paisaje cultural: la Alhambra y el valle del Darro, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, pp. 173-194. —— (2014). Las últimas tierras de al-Andalus. Paisaje y poblamiento del reino nazarí de Granada, Granada, Universidad. MANZANO MARTOS, Rafael (1995). «Casas y palacios en la Sevilla almohade. Sus precedentes hispánicos», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus. Siglos XI-XIII, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 315-352. MÁRMOL CARVAJAL, Luis (ed. facsímil 1991). Rebelión y castigo de los moriscos de Granada, Málaga. MARTÍNEZ RUIZ, Juan (1985). «Contribución al estudio de la toponimia menor mozárabe granadina», Revista de filología española, LXV, 1-2, pp. 1-24. —— (2002). El lenguaje del suelo (Toponimia), Jaén. MENESES GARCÍA, Emilio (1973-1974). Correspondencia del conde de Tendilla: 1508-1513, Madrid. MORENO GALLO, Isaac (2006). Vías Romanas. Ingeniería y técnicas constructivas, Madrid. MORENO OLMEDO, María Angustias (1968). «Un documento del Archivo del Patronato de la Alhambra y Generalife. Pieza básica sobre los Mendoza de Granada», Cuadernos de la Alhambra, 4, pp. 89-98. NAVAGERO, Andrea (ed. 1999). V carta de Micer Andrés Navagero gentilhombre veneciano a M. Juan Bautista Ramusio, recogido por José García Mercadal, Viajes extranjeros por España y Portugal. Desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX, vol. II, Salamanca. NAVARRO PALAZÓN, Julio (2005). «Sobre palacios andalusíes (siglos XII-XIV)», en Vivir en palacio en la Edad Media. Siglo XII-XV, Segovia, pp. 111-144. —— (2007). «El Alcázar Real de Guadalajara. Un nuevo capítulo de la arquitectura bajomedieval española», en Juan Manuel Millán Martínez y Concepción Rodríguez Ruza (coords.), Arqueología de Castilla La Mancha. Actas de las I Jornadas, (Cuenca, 13-17 de diciembre de 2005), Cuenca, pp. 583-613. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1995). «El Castillejo de Monteagudo: Qaṣr ibn-Sa’d», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus. Siglos XI-XIII, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 63-103. —— (2004). «Evolución del paisaje urbano andalusí. De la medina dispersa a la saturada», en Fátima Roldán Castro (coord.), Paisaje y naturaleza en Al-Andalus, Granada, Fundación El Legado Andalusí, pp. 232-267. OLIVER HURTADO, José y Manuel (1875). Granada y sus Monumentos Árabes, Málaga. ORIHUELA UZAL, Antonio (1996). Casas y palacios nazaríes. Siglos XIII-XV, Barcelona-Madrid, Lunwerg. ORIHUELA UZAL, Antonio; GARCÍA-PULIDO, Luis (2008). «El suministro de agua en la Granada islámica», en Ars Mechanicae. Ingeniería medieval en España, pp. 143-146.

LUIS JOSÉ GAR C ÍA-P UL IDO / M ANUE L P É R E Z AS E NS IO / P AUL A S Á N C H E Z G Ó M E Z

OSORIO PÉREZ, María José (1991). «Notas y documentos sobre un caballero veinticuatro granadino: Gómez de Santillán», en Las ciudades andaluzas (siglos XIII-XVI), pp. 483-493. PAPINI STATI, P. (1990). Silvae, New York. PEINADO SANTAELLA, Rafael Gerardo (1995). «El patrimonio real nazarí y la exquisitez defraudatoria de los “principales” castellanos», en Medievo Hispano. Estudios in memoriam del Prof. Derek W. Lomax, Madrid, pp. 297-318. PEINADO SANTAELLA, Rafael Gerardo; LÓPEZ DE COCA José Enrique (1987). Historia de Granada. La época medieval. Siglos VIII-XV, Granada. PÉREZ BOYERO, Enrique (1993-1994). «Hernando de Zafra: secretario real, oligarca granadino y señor de vasallos», Miscelánea Medieval Murciana, XVIII, pp. 175-207. PÉREZ ASENSIO, Manuel (2008). «Intervención arqueológica en un tramo de la acequia Real de la Alhambra», Cuadernos de La Alhambra, n.º 43, pp. 103-118. —— (2010). Memoria de la supervisión arqueológica de la Obra de Remodelación del Paseo de los Nogales del Generalife de la Alhambra, 2010, Patronato de la Alhambra y Generalife (inédita). PÉREZ ASENSIO, Manuel; SÁNCHEZ GÓMEZ, Paula (2009). Intervención arqueológica en las huertas del Generalife. Memoria final, 2009, Patronato de la Alhambra y Generalife (inédita). —— (2012). «Aproximación al poblamiento histórico del valle del Darro», en María del Mar Villafranca Jiménez y Victoria Eugenia Chamorro Martínez (eds.), Hacia un paisaje cultural: la Alhambra y el valle del Darro, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, pp. 321-352. RODRÍGUEZ AGUILERA, Ángel (2001). Granada arqueológica, Granada (col. Granada y sus barrios, 6). RUBIERA MATA, María Jesús (1988). La arquitectura en la literatura árabe, Madrid, Hiperión. —— (2005). «Los jardines y patios de la Alhambra según Ibn Zamrak», en Preactas de la 2ª sesión del seminario La ciudad en el Occidente Islámico Medieval, dedicada a los Jardines de al-Andalus, (27-30 de abril de 2005), artículo VIII, pp. 5-7. SANGUINO VÁZQUEZ, Juan (1998). Informe de la Prospección Arqueológica de Urgencia. Presa Jesús del Valle-Granada, Consejería de Cultura de la Delegación Provincial de Granada (informe inédito). SECO DE LUCENA ESCALADA, Luis (1889). Guía de Granada, Granada. SECO DE LUCENA PAREDES, Luis (1961). Documentos arábigo­granadinos, Madrid, Instituto de Estudios Islámicos. —— (1974). Topónimos árabes identificados, Granada. SERRERA CONTRERAS, Ramón María (1990). El Darro y la Granada romántica, Granada, Caja General de Ahorros. SIMONET, Francisco Javier (1860). Descripción del reino de Granada bajo la dominación de los naseritas, Madrid. SZMOLKA CLARES, José (1996). Epistolario del Conde de Tendilla (1504-1506), II, Granada.

TERÉS SÁDABA, Elías (1986). Materiales para el estudio de la toponimia hispanoárabe. Nómina fluvial, Madrid. TITO ROJO, José (2010). «Jardín y paisaje urbano en los barrios históricos de Granada y la Alhambra», en Javier Maderuelo (dir.), Paisaje y patrimonio, Madrid, Abada Editores S. L., pp. 241-273. TITO ROJO, José; CASARES PORCEL, Manuel (2000). El Carmen de la Victoria: un jardín regionalista en el contexto de la historia de los cármenes de Granada, Granada, Universidad. TORRES BALBÁS, Leopoldo (1939). «Con motivo de unos planos del Generalife de Granada», Al-Andalus, IV, pp. 436-445. —— (1948). «Dār al-‘Arūsa y las ruinas de palacios y albercas granadinos situados por encima del Generalife», Al-Andalus, XIII, pp. 185-203. —— (1970). «Diario de obras y reparos en el Generalife: 1925-1936», Cuadernos de la Alhambra, 6, pp. 109-130. —— (1981). «La Alhambra de Granada antes del siglo XIII», Obra dispersa, I, pp. 180-199. TRILLO SAN JOSÉ, Carmen (2003a). Una sociedad rural en el Mediterráneo medieval. El mundo agrícola nazarí, Granada. —— (2003b). Agua y paisaje en Granada. Una herencia de al-Andalus, Granada. —— (2004). Agua, tierra y hombres en al-Andalus. La dimensión agrícola del mundo nazarí, Granada. VALLADAR Y SERRANO, Francisco de Paula (1904). «El propietario del Generalife III», La Alhambra, 7, año VII, n.º 15, pp. 164-165. VALLVÉ BERMEJO, Joaquín (1986). La división territorial de la España musulmana, Madrid. VELÁZQUEZ DE ECHEVERRÍA, Juan (1764, ed. facsímil 1993). Paseos por Granada. Colección histórica de antigüedades y noticias curiosas pertenecientes a la ciudad de Granada. Paseos por Granada y sus contornos, que en forma de diálogo traslada al papel don Joseph Romero, Colegial del Insigne de San Fulgencio de Murcia. Año de 1764, Granada, Universidad. VIGIL-ESCALERA PACHECO, Manuel (1992). El Jardín Musulmán de la antigua Casa de la Contratación de Sevilla. Intervención arquitectónica, Sevilla, Consejería de Obras Públicas, Dirección General de Arquitectura. Junta de Andalucía. VILAR SÁNCHEZ, Juan Antonio (2011). La Acequia Real de la Alhambra en época cristiana (1492-1850), Granada, Comares. VÍLCHEZ VÍLCHEZ, Carlos (1991). El Generalife, Granada, Proyecto Sur de Ediciones S.A.L. VIÑES MILLET, Cristina (1978). «Documentos sobre el Generalife. Su estado a mitad del siglo XVIII según el reconocimiento general de Sitios Reales», Cuadernos de la Alhambra, 14, pp. 99-124. —— (1982). La Alhambra de Granada. Tres siglos de historia, Córdoba. —— (1983-1984). «Aspectos de la significación militar de la Alhambra en el siglo XIX. El informe de 1834», Cuadernos de la Alhambra, 19-20, pp. 213-231.

C R E AC IÓN, E X P A N S I Ó N Y D E C A D E N C I A D E L A S F I N C A S N A Z A R Í E S D E L E N T O R N O D E L A A L H A MBRA

571

CARMEN TRILLO SAN JOSÉ Universidad de Granada

22 FINCAS DE RECREO DE LA GRANADA NAZARÍ SEGÚN LAS FUENTES CASTELLANAS: EL NUBLO, LA ALBERZANA Y CÁRMENES DE AYNADAMAR Leisure estates in Naṣrid Granada, according to Castilian sources: El Nublo, the Alberzana and the cármenes of Aynadamar

RESUMEN En este trabajo se analizan el origen, la gestión y forma de explotación de las fincas de recreo de las élites en el entorno de las ciudades nazaríes (ss. XV-XVI) a partir de la documentación castellana posterior a la conquista. Se estudian tres ejemplos, como son El Nublo, la huerta de la Alberzana y los cármenes de Aynadamar. Finalmente, se exponen las principales características de este tipo de fincas en la Granada nazarí. En los dos primeros casos se trata de fincas que pertenecían al rey nazarí, probablemente como mustajlaṣ o bienes privados. Se aprecia una conexión con la existencia de esta institución en los primeros tiempos de al-Ándalus. Se analiza la procedencia de estas propiedades aristocráticas (compra, herencia, donación), así como la gestión, que es llevada a cabo normalmente por alcaides. Los ejemplos elegidos corresponden a realidades diferentes de este tipo de fincas. Así, El Nublo es citado como almunia y se trata de una propiedad del rey en el área periurbana al sur de Granada, explotada por arrendatarios. Por su parte, la Alberzana era una gran huerta real próxima a la muralla Granada. En ambos casos eran utilizadas por el rey como espacio de solaz y reunión con los principales del reino, así como centro de producción agrícola. Finalmente, los cármenes de Aynadamar son pequeñas propiedades al norte de la ciudad, que podían reproducir estas fincas reales a un nivel inferior. Los cármenes pertenecían algunas veces a miembros de la élite urbana pero sobre todo a propietarios de un nivel socioeconómico inferior, como los artesanos. PALABRAS CLAVE Fincas de recreo | Almunias | Patrimonio real | El Nublo | Alberzana | Cármenes | Aynadamar ABSTRACT In this paper the origin, management and exploitation methods of elite leisure estates in the surroundings of Naṣrid cities (15th-16th centuries) are analysed according to Castilian documents produced after the Conquest of Granada (1492). Three examples are under study here: El Nublo, the orchard of the Alberzana and the cármenes of Aynadamar. Finally, we explain the main characteristics of this type of estates in Naṣrid Granada. El Nublo and Alberzana belonged to the Naṣrid King, probably as mustajlaṣ or private goods. This institution is probably related to similar forms of property in the early days of al-Andalus. The origin of these aristocratic properties (purchase, inheritance, donation) as well as their management, which is usually carried out by alcaides (wardens), is analysed as well. The selected examples are representative of different organisational structures of this type of estates. Thus, El Nublo is mentioned as an almunia (country estate) and was a property of the King in the southern peri-urban area of Granada, exploited by tenants. For its part, the Alberzana was a large royal garden near the defence wall of Granada. In both cases they were used by the King as a space of solace and meeting point with the kingdom’s principals, as well as a centre of agricultural production. Finally, the cármenes of Aynadamar were small properties situated in the north of the city that could reproduce these royal estates at a lower level. The cármenes sometimes belonged to members of the urban elite but above all to owners of a lower socio-economic level, such as artisans. KEYWORDS Leisure estates | Almunias | Royal property | El Nublo | Alberzana | Cármenes | Aynadamar

573

1.

Las fincas de recreo nazaríes

Las fincas de recreo constituían un signo de identidad de las élites andalusíes, sin embargo la información que tenemos normalmente sobre ellas se refiere sobre todo a las haciendas reales nazaríes, siendo menos frecuentes las noticias respecto a otros propietarios, a excepción de los cármenes de Aynadamar1. Es más, a veces las explotaciones de recreo particulares procedían de alguna venta o concesión por parte del rey o miembros de la familia real. Una de las razones es que los emires contaban con un abundante patrimonio que incluía ricas almunias. Otra de ellas es que el patrimonio real nazarí pasó a los Reyes Católicos, lo que permitió un registro de este proceso. Por ello es conveniente señalar algunas de las características de estas propiedades reales y de su gestión en la Granada nazarí. Una parte de las fincas de recreo pertenecían al mustajlaṣ sulṭānia, es decir al tesoro privado del rey. Como se sabe, las instituciones financieras en al-Ándalus eran de tres tipos: el tesoro público (bayt al-māl), el de los habices (bayt al-māl al-muslimīn) y el privado de la casa real (mustajlaṣ o jāṣṣiyat bayt al-māl)2. El primero era básicamente consecuencia del cobro de impuestos sobre las actividades económicas. Por su parte, los habices eran las fundaciones voluntarias realizadas por los musulmanes y administradas por el cadí, que tenían funciones diversas, principalmente el mantenimiento de los edificios religiosos y el personal que les atendía, fiestas sagradas, etc. Por último, el tesoro de la casa real estaba compuesto por una serie de inmuebles urbanos y rurales, así como por las rentas que suministraban, y por algunos impuestos públicos. Es a este tesoro real al que pertenecían a menudo las almunias, lo que no es óbice para que hubiera también otras que fueran propiedad particular de las élites andalusíes. Centrándonos en la época nazarí varios autores han mencionado la dificultad para distinguir el patrimonio real de las arcas públicas, debido a la permeabilidad que había entre ambos3. Asimismo se ha señalado lo intrincado que resulta diferenciar los bienes que pertenecían

574

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

a la casa real como institución y, por tanto, a cada uno de los soberanos por el ejercicio de su cargo, de aquellos que formaban parte del patrimonio particular de los reyes o de miembros de su familia4. Así, por ejemplo, Dār Nubla es mencionada entre las almunias del mustajlaṣ sulṭānia por Ibn al-Jaṭīb y, sin embargo, sabemos que fue «vendida» por Muley Hacén a sus hijos, como si de un bien particular se tratara. De estas propiedades de los reyes moros tenemos mayor información, ya que el patrimonio real debía pasar a la corona castellana. Este hecho se produjo, sin embargo, con muchos problemas, pues no fueron pocos los abusos que se dieron en torno a ello, especialmente, por parte de los administradores reales castellanos, que retuvieron parte de estos bienes para incrementar sus haciendas particulares5. Además, los Reyes Católicos eran los primeros que podían optar a la compra de las propiedades privadas de los miembros de la familia real, por lo que tenían la posibilidad de conservar una buena parte de ellas. De las almunias reales, fuesen privadas de los reyes o pertenecientes al tesoro real, son de las que disponemos de más noticias, lo que nos permite conocer algunos aspectos de sus peculiaridades y forma de gestión. La característica más importante de los bienes que pertenecían al patrimonio real es que eran inalienables6. Por ello, aunque son objeto de enajenaciones por parte de los emires, estas transmisiones no llegan a ser totales, conservando estos la renta de la mitad de la propiedad vendida7. Por otro lado, el monarca se reserva también el derecho de revocación de la venta8. Para conocer mejor cómo funcionaban estas fincas del patrimonio real, entre las que estaban las almunias, conviene señalar algunos datos sobre lo que pudo ser su formación, administración y explotación. Las propie­ dades del tesoro real parecen haberse constituido por vías diversas. Por un lado, está el legado recibido de dinastías anteriores, como ocurre con las huertas almohades que pasan a los nazaríes, como el Alcázar Genil. Por otro, también podían haberse adquirido por compra. Así está documentada la compra de tierras de pequeños propietarios para la creación de una huerta real,

como es el caso de la huerta del príncipe Amete, en el pago del Pedregal del río Genil9. Igualmente, por herencia se incrementaba el tesoro real. Esta podía ser una transmisión de bienes entre los miembros de la familia real, como de hecho ocurría, documentándose también la donación inter vivos en algunos casos. Por otro lado, una parte de los bienes de los fallecidos sin herederos varones por línea agnática pasaban, por la ley de herencias, al rey10. Por último, los reyes nazaríes contemplaron la vivificación de tierras muertas (res nullius) para aumentar su patrimonio. Así, Muḥammad II (1273-1302) se dedicó a ampliar y consolidar el patrimonio real por varias vías: convirtiendo pastos en terrenos de cultivo e incrementando la actividad en las atarazanas del reino11. Es significativo en este sentido que algunas propiedades del patrimonio real en la Vega de Granada se encontraran en lugares denominados Abrevadero de la Casa del Alitaje (Manhal Dār al-Liṭāj) y Abrevadero del Nublo (Manhal Nublū), lo que induce a pensar que pasaron de ser zonas de herbaje a espacios agrícolas. Es también revelador que en ambos casos existan varias propiedades de alcaides y alguaciles en esa área, algunas de las cuales habían sido anteriormente del patrimonio real. ¿Cómo se gestionaban estas fincas reales o del patrimonio real? Estas propiedades podían quedarse en manos de sus propietarios iniciales, es decir, de los miembros de la familia real o del tesoro real y se explotaban a través del arrendamiento a terceros12. Así sabemos que sucedía en el caso del Nublo y en otros. La gestión de estas rentas y la recogida de los frutos —bien del censo o de alguna parte cuya explotación directa se reservaran los propietarios— era llevada a cabo por un administrador, que en la documentación castellana recibe a menudo el nombre de mayordomo, y que por lo general era un alcaide. Estos actuaban a veces a través de otros delegados llamados nadir-s (del árabe nāẓir, el que vigila) o también mayordomos. Así, por ejemplo, en la alquería de Mieres, en el Quempe, las tierras de la reina Soraya eran llevadas por Andrés Albizir, vecino de San Miguel, en el Albayzín, que ejercía como nadir de otro mayordomo13. En otros casos realizaban esta función por encargo del alguacil del rey. De esta forma lo señala el testigo Bartolomé El Calay, vecino de Pulianas, en la Probanza de los Infantes de Granada (1505), quien dice haber sido mayordomo de las tie­rras del rey en Cubillas y recoger la renta de ellas por orden del rey y del alguacil Benegas14. Como ya hemos indicado, en ocasiones los emires enajenaban estas propiedades en favor de otros: «las merçedes e mantenimientos que acostumbraban a dar los reyes asi a las reynas como a los caualleros y otras personas de su casa»15. En el primer caso, se trataba de

las mujeres de la familia real, que eran propietarias de bienes raíces, no obstante, también es cierto que en otras ocasiones son ellas quienes los entregan a los reyes a través de la herencia o la donación. De esta forma, hay un traspaso de propiedades entre los miembros de la familia real sin que podamos asegurar si pertenecían al tesoro real como institución o eran privados. Así, en una averiguación de la hacienda perteneciente a los Infantes de Granada, hijos de Muley Hacén, de 1505, el testigo Fernando Enriquez el Pequeñí, regidor, declara en la pregunta n.º 11 como este recibió de su hermana, en herencia, la alquería de Otura y de su tía la de Arnales, haciendo él cesión de ello, a su vez, a sus hijos en vida16. En la siguiente cuestión depuso cómo el rey recibió en donación una huerta de la reyna Çeti Fatima, viviendo aún esta, y la entregó a su esposa Soraya, madre de los citados Infantes17. En segundo lugar, el texto citado alude a «caualleros y otras personas de su casa»18 como receptores de los bienes del patrimonio real, es decir, se refiere a individuos que formaban parte de la élite nazarí y, según sabemos por el conjunto de los datos manejados, eran a menudo agentes del Estado, especialmente, alcaides y, a veces, alguaciles. Por ello se puede concluir que hay un trasvase de riqueza del rey a los principales funcionarios del reino, sobre todo, en la ciudad de Granada y su Vega, que es donde se concentra el patrimonio real, aunque tiene ramificaciones en otros lugares, como el Quempe y Motril. Esta presencia de los alcaides, y en menor medida alguaciles, en las cartas de compraventa de bienes de la casa real puede ser una forma de entregar mercedes, pero también de pagar los servicios que estos realizaban. Teniendo en cuenta que las entidades financieras del Estado andalusí, y también nazarí, estaban diferenciadas pero eran permeables, la remuneración de estos oficiales a través del patrimonio real no puede resultar extraña. En un documento sobre los derechos que pertenecían a los Reyes Católicos en varios reinos, sin fecha, se dice expresamente que las tierras del patrimonio real de los nazaríes se arrendaban a ciertos cargos públicos para su mantenimiento: «Asimismo que se daba para sus Altezas las tierras e otras cosas çoltanias que los reyes moros daban a censo o a renta e para mantenimiento de su caudillo e alcaydes e otras personas»19. Esto explicaría mejor por qué las propiedades del patrimonio real, y entre ellas las fincas de recreo, estaban con frecuencia en manos de los alcaides. En épocas anteriores a la nazarí hay ciertas dudas sobre cómo se realizaba la retribución de estos delegados estatales. La concesión de iqṭā‘ podía entenderse que se hacía tanto en tierras como en parte de los impuestos recogidos en una circunscripción20. Para la etapa nazarí

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

575

conocemos algunos casos en que también se pagaba a los alcaides con una parte de la tributación que recaudaban en el territorio situado bajo su jurisdicción21. En otras ocasiones el rey hacía donaciones de su patrimonio privado. Así, Muḥammad V (1354-1359/1362-1391) hizo concesiones a Ibn al-Jaṭīb del mustajlaṣ en relación al aumento de sus atribuciones como visir: «desempeñando también las prefecturas (wilayāt) y el mando militar de Orgiva (al-jiṭṭa bi-l-qiyāda bi-‘amālat Urŷiba) y con la misma autoridad de los arráeces que pertenecen a su familia. Adjudicándome en feudo (musawwag al- iqṭā‘) amplias propiedades de su patrimonio particular»22. Sin embargo, de al-Bunnāhī se desprende que los emires nazaríes otorgaban por los servicios prestados concesiones territoriales y otras propiedades no solo pertenecientes al mustajlaṣ o patrimonio privado del sultán, sino también a la Hacienda Pública23. En los Documentos arábigo-granadinos se recogen también varios ejemplos de concesiones de los emires nazaríes a determinados personajes sin que estos recibieran contraprestación, ya que estaban en deuda con los beneficiados24. Así sucede en 1459 cuando el rey, seguramente Sa‘d al-Musta‘īn, padre de Muley Hacén, vende, a través de su visir, al alcaide Abū ‘Āmir Gālib b. Hilāl una parcela de 200 marjales, situada en el pago de Manhal Alitaje (Abrevadero del Alitaje) perteneciente al patrimonio real, que linda con otros alcaides. Lo que nos parece más significativo de esta transacción es que el receptor no paga porque el emir está endeudado con él, tal vez en relación con su salario o con el algún servicio extraordinario, puesto que se le entrega la correspondiente carta de pago: «en compensación del crédito que por la misma cantidad y calidad de moneda, tiene a su favor y en contra del Rey»25. En 1460 este emir vende a otro individuo, Abū-l-Ḥasan ‘Alī, un predio situado en el mismo lugar, citado ahora como «Manhal Dār al-Liṭāj (Abrevadero del Caserío del Alitaje)»26 De nuevo el comprador no entrega dinero a cambio, pues la recepción de la parcela se hace por «los servicios que el primero ha prestado al último en otros tiempos»27. A su vez estos funcionarios intentarían afirmar su estatus no solo con la adquisición de este tipo de propiedades, muchas veces procedentes de la casa real, sino también por medio de las uniones matrimoniales dentro de esta élite, incluida la familia real nazarí. Esto no es óbice para que también hubiera otros propietarios particulares, más o menos acomodados, que fueran dueños de fincas de recreo sin la intervención real, pero de los que apenas tenemos información, pues hasta el momento la riqueza fundiaria está claramente vinculada al rey y al ejercicio de cargos públicos. Esta circunstancia da veracidad a las palabras de Ibn al-Jaṭīb: «Las piedras precio-

576

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

sas [...] son copiosas entre las personas que ocupan una posición elevada, al arrimo de la sombra protectora del gobierno, o son de familia de rango [sic.] abolengo»28.

2. Fincas de recreo de la 2.1.

Granada nazarí

El Nublo

El Nublo aparece por primera vez en el Diwān de Ibn Furkūn29 en relación a una estancia de reposo que el emir Yūsuf III (1376-1417) hizo allí: «y en 819/141617 pasó una temporada de descanso, ya enfermo, en el castillo de Nublo (Nubluh), una aldea en la Vega granadina»30. Aunque hemos citado la traducción de A. Palacios, en la que nombra El Nublo como «castillo», lo cierto es que en la edición de Ibn Šarīfa se dice al-qaṣr al-Nubluh, lo que haría más bien referencia a un alcázar o casa fuerte o, incluso, palacio, descripción que encaja mejor con la información de los documentos arábigo romanceados posteriores. En la Iḥāṭa aparece entre las propiedades del sultán (mustajlaṣ) mencionada como Dār Nubla31. En 1480 se cita un predio de regadío situado en Manhal Nublū en un documento árabe de arrendamiento del rey, representado por el alcaide Abū Nu‘aym Riḍwān al-Maṭrān, a Sa‘īd b. Aḥmad al-Aškar. Esta parcela estaba rodeada por otras tierras del emir y, a pesar del topónimo, que alude a una actividad ganadera en la zona, el contrato especifica que se trata de un predio de riego: «El arrendatario vertirá en lo arrendado el agua de riego que consume [el predio]»32. Llama la atención, no obstante, el nombre del lugar citado como Manhal (Abrevadero) Nublū, lo que, sin duda, indica la existencia de un aprovechamiento ganadero en ese pago, bien en el momento del contrato o con anterioridad. Ya hemos señalado que este topónimo, Manhal, aparece también en el caso del Alitaje, de nuevo en tierras del rey. Cabe preguntarse si en ambos casos se trataría de terrenos de nadie que este adquirió por vivificación y convirtió en pastos para, posteriormente, hacer de estos un espacio agrícola. Como hemos visto, existe la posibilidad de que el emir utilizara estas tierras como forma de pago a alcaides u otros funcionarios del Estado, pues, al menos en el caso del Alitaje, en dos ocasiones el comprador no entrega dinero al rey, ya que la parcela compensa una deuda previamente contraída por él. Asimismo, tal y como hemos visto que sucedía con la gestión del patrimonio real, el monarca estaba en su derecho de retomar estas tierras para la corona cuando le pareciese. En ambos casos además, estas parcelas estaban en terrenos que pertenecían a

fig. 1 Mapa de localización del Cortijo del Nublo a finales del siglo XIX según el Plano de Granada y sus alrededores, realizado en 1887 por oficiales de Estado Mayor.

la élite nazarí, tanto a alcaides como a linajes conocidos, como sucede con los Abencerrajes en el caso del Nublo. Volvemos a encontrar referencias al Nublo en una carta de venta de 1472, en la que Muley Hacén lo vende a sus hijos, Sa‘d y Naṣr, tenidos con su segunda esposa, la cristiana Isabel de Solís, conocida como Soraya. El rey, como veremos más adelante por otra documentación, va a ceder una parte de sus bienes o del patrimonio real a su mujer e hijos. El contexto histórico de estas concesiones guarda relación con las intrigas palaciegas y sublevaciones que supuso el segundo matrimonio del emir y los vástagos habidos en él. De alguna manera, el monarca parece haber intentado proteger a su

segunda familia con la entrega de varias propiedades33. Asimismo ya hemos visto que su reinado destacó por su política de recuperación de los bienes de la casa real que habían sido dispersados por la actuación de sus predecesores en el trono34. Por lo tanto, podemos pensar que su actividad política y económica fue dirigida a incrementar y organizar el patrimonio real, de cara a fortalecer la monarquía y, en particular su posición, en los nuevos acontecimientos internos y externos del reino. De los tres documentos que se refieren al Nublo en este periodo, y que son dos aprecios y deslindes y una carta de compraventa, solo esta tiene fecha (1472), aunque podemos suponer que los otros se hicieron en un

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

577

momento más o menos coetáneo a ella. Aparecen insertos en un documento que contiene una relación de las propiedades del monasterio de San Jerónimo de Granada concedidas por los Reyes Católicos y compradas por el convento a particulares35. Estos tres documentos nos van a permitir conocer con más detalle esta propiedad real. En ellos se habla de «el asiento e heredamiento del Nublo, que es fuera de Granada, e por el nonbre conocido Tilien»36. Dos espacios forman esta finca, de un lado, la zona residencial, tanto palaciega como de trabajadores, a la que se unen otras dependencias, y, por otro, el área de cultivo, en la que el regadío podía haber sido una parte significativa del total, pues tiene una dotación de agua considerable. Así, pues, lo que primero sobresale es la descripción del espacio residencial formado por los siguientes elementos: El alcazar e casa principal con las tres pares de casas e la torre del palomar y el almazafra [quizás almazara] e las dos guertas que esta junto, e las casas que esta [sic.] aderredor de las dichas guertas, las quales, por razón de su notoriedad no ay necesidad de declarar sus linderos37.

Otra versión señala que las casas que hay junto al palacio son de labradores: «el asiento e heredamiento del Nublo, e por el nombre conocido Tilien, lo qual es un alcazar e casas de labradores e una torre de palomar e dos guertas juntas e una maceria que esta vaxo de la huerta»38. Un tercer documento especifica mejor numéricamente la composición de las viviendas: «ay un alcazar y casas real [sic.] y tres casas de labradores con un palomar de palomas y una huerta con un aposentamiento»39. En segundo lugar, la finca contaba con una serie de parcelas, fadin, del árabe faddān, que puede entenderse como campo o predio, sin que ello suponga necesariamente una medida de extensión concreta40. Su equivalente castellano podía ser la expresión haza, puesto que algunos de los nombres de los predios aparecen introducidos bien por un término o por otro. Se trata de un total de 17 parcelas en el primer aprecio, si bien en el segundo eran de 16, la mayoría con topónimos de origen árabe, aunque algunos han sido traducidos al castellano al introducir estos documentos como probanza en el inventario de bienes del monasterio de San Jerónimo de Granada. Las cantidades en que son valoradas cada una de ellas son diferentes, lo que indica distintas extensiones y calidad de las tierras, pues van desde las 1.140 doblas de oro de fadín Alcaui hasta las 9.900 de fadin del Saur41. En la descripción de estas parcelas se aprecia la existencia de infraestructuras de riego como acequias, albercas, azudes, regueras, partidores de agua e incluso «un arroyo de su pertenencia»42. En otros casos se seña-

578

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

la directamente que a cierto predio le correspondía una determinada cantidad de agua43. Tanto los dos apeos de la finca como la carta de venta indican que la hacienda del Nublo tenía unos derechos de agua44, que conocemos con más detalle por otra documentación más tardía, de 1517, que le asigna el caudal de la acequia del río Monachil (Granada) durante cuatro días a la semana, del alba a vísperas (al-‘aṣar). En la finca se mencionan también eras y cañadas, lo que permite pensar en cultivos de secano y en cierta actividad ganadera. Esta última sabemos que existía y que tenía cierto interés en el patrimonio real, pues a él pertenecían unos prados en Sierra Nevada, en las inmediaciones de Monachil. El 23 de julio de 1495 los Reyes Católicos entregaron la mitad de estos herbajes al monasterio de Santa María de la Concepción de la orden de San Jerónimo en Granada y la otra mitad al conde de Tendilla45. De los citados documentos árabes romanceados podemos concluir que El Nublo era una explotación agropecuaria de importancia, con medios de producción propios, como un tejar y tal vez una almazara (almazafra), lo que no excluía la existencia de un área palaciega, con un alcázar y una torre. En el segundo aprecio de la finca efectuado la zona residencial, con las casas de labradores, palomar y la almazafra incluidos, así como las huertas, supone el 24,16% del valor de la totalidad, mientras que el resto corresponde a los predios, eras, cañadas y tejar. Documentos inmediatamente posteriores a la con­ quista castellana permiten arrojar más luz sobre esta hacienda real. Por una carta del 11 de diciembre de 1493 los Reyes Católicos solicitan al corregidor de Granada, Andrés Calderón, que entregue al monasterio de la Santa María de la Concepción, de la orden de San Jerónimo, de Granada, «la casa y huerta del Nublo, segund que hasta aquí era de los reyes de Granada»46. En una segunda misiva, del 10 de diciembre de 1494, se desvela que era en este lugar donde debía construirse el convento, si bien, los monarcas mandan al corregidor que averigüe y solvente algunos problemas al respecto, como es la ocupación de tierras y aguas del Nublo por gentes que no tenían títulos sobre ello. El 30 de enero de 1495 se realiza una pesquisa para averiguar qué derecho cobraban los reyes moros del Nublo y de qué agua disponía la heredad. Se interroga a dos testigos que habían trabajado en la finca. Se trata de Hamet Cortil, vecino de Huétor, y Mahomad Cortil, su hijo, que hablaron por lengua de intérprete. El primero de ellos señala que, antes de venderlas, el emir recibía de estas tierras la mitad de lo que rentaban, además del diezmo, y que después que las vendió tenía derecho a un tributo (tadbil) de 60 ma­ ravedís por marjal y el citado diezmo:

fig. 2 Representación de la extensión de la finca del Nublo. (Detalle del fotograma H1027_101_095 del vuelo Americano Serie A, de 19451946).

El dicho Hamet Cortil dixo que este testigo se aquerda de noventa años a esta parte, poco más o menos, que conosce y sabe las dichas tierras del Nublo y que sabe que antes que el rey moro vendiesse las tierras del Nublo lleuaua la mitad de lo que Dios daua en las dichas tierras más el diezmo y que después que las vendió a caualleros no lleuaua de las dichas tierras otro derecho ninguno sino sesenta marauedis de cada marja de tadbil, quiere decir tributo, y mas el diezmo47.

Del texto se infiere que el rey explotaba esta finca arrendando sus parcelas por la mitad de lo producido. Sobre los arrendatarios recaía además el pago del diezmo para el tesoro público. No queda del todo claro en estos testimonios sobre El Nublo si, una vez vendidas «a

caualleros e otras personas»48, el pago del tributo llamado tadbil, equivalía al citado derecho que los reyes moros tenían sobre los bienes de su casa. Otros puntos oscuros se derivan del hecho de que los campesinos, tal vez arrendatarios, tuvieran estas tierras «sin tener título ni derecho alguno para lo tener», lo que tal vez habría que relacionar con la forma en que según informan los pesquisidores castellanos, se hacían estas transacciones del patrimonio real. En cualquier caso, la finca del Nublo estuvo arrendada a campesinos que pagaban por ello la mitad de lo que rentaba al emir, más el diezmo a las arcas del Estado. Asimismo, cuando esta heredad fue enajenada a otras personas, el rey percibía un derecho por marjal (tabdil). Junto con estos arrendatarios en la finca había servidores del rey, que atendían tareas relacionadas con la

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

579

explotación y administración del Nublo. Así, el testigo Hamet Cortil se define como «nadir de la casa del Nublo»49 y sus funciones eran, además del trabajo en la hacienda, seguramente también como censitario, la de gestionar el agua que correspondía a la finca: «y seruia al rey moro con sus vacas y bueyes y por esta causa le daua el rey el açequia que pussiesse regador y los que regauan dauan al regador un dinero por cada marjal porque tuviesse cargo de regar»50. En cuanto al agua, los dos testigos señalan que El Nublo disfrutaba de 4 días en semana, desde el alba hasta vísperas, es decir, hasta la primera hora de la tarde, también llamada en otros textos al-‘aṣar. Y, por lo que respecta a la extensión de la finca, ninguno la conoce en marjales, si bien se indica que tenía «para catorze yuntas»51. Tal vez se refiera el deponente a 14 yugadas, siendo la yugada la extensión de tierra que puede arar una yunta de bueyes en un día. En este caso se observa que la parcelación del Nublo en 16 ó 17 predios de los documentos de deslinde y aprecio se corresponde más o menos con esta descripción de los testigos. El 13 de junio de 1501 los Reyes Católicos cambian de opinión en relación a la ubicación del monasterio de la Concepción de los Jerónimos, y escriben al corregidor Alonso Enríquez para que se le otorgue otro lugar en el que edificarlo, por razones de salubridad. Este nuevo sitio fue también otra almunia más próxima a la madīna, situada en la parte occidental de la ciudad de Granada, Dār Aben Mordi52, donde hoy está el Hospital de San Juan de Dios y, por tanto, al lado del actual monasterio de San Jerónimo. En conclusión, El Nublo era una propiedad agropecuaria del patrimonio real nazarí. Había pertenecido a los reyes desde al menos Yūsuf III, quien sabemos que la utiliza como lugar de descanso al regreso de sus campañas militares. Ya entonces se la define como dār y como qaṣr, haciendo alusión a lo eminente de su área residencial, al parecer fortificada. Las fuentes castellanas la mencionan como «cassa y huerta del Nublo»53, quizá nombrando una parte por el todo, ya que entre sus elementos más notables estaban la zona de vivienda, probablemente un palacete con torre, además de casas de labradores, y huertas. La cesión que de esta finca hacen los Reyes Católicos al monasterio de la Concepción de San Jerónimo, ha permitido que se conserven una serie de documentos sobre ella, en especial, algunos árabes romanceados, que nos proporcionan una valiosa información sobre la misma54. Así, sabemos que aunque la política económica de Muley Hacén consistió en la recuperación de los bienes del patrimonio real que sus antecesores enajenaron, no pudo evitar, quizás en atención a los acontecimientos adversos de la guerra, o por

580

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

las circunstancias de su propia situación personal, hacer nuevas cesiones de los mismos. De esta forma entregó un buen número de ellos a su segunda familia, la formada por Soraya y sus hijos los Infantes de Granada, y, concretamente, podría haber simulado la venta del Nublo a estos últimos, para favorecerlos en la cesión de sus bienes. Tanto el aprecio como la carta de venta suministran una información detallada sobre esta hacienda. Formada por un área residencial de tipo palaciego y otra agrícola y ganadera, esta propiedad, con 17 parcelas, que parecen haber cultivado arrendatarios, se asemeja a las almunias que describe Ibn al-Jaṭīb, como auténticas joyas de la corona, en su Lamḥa55. La renta pagada por los censitarios era la mitad de la producción, además del diezmo. Por otro lado, el hecho de que El Nublo dispusiera de 4 días a la semana de agua, de la acequia del río Monachil induce a pensar en su preeminencia en la zona, como propiedad real que era. Finalmente, toda esta área sur de la Vega de Granada estaba poblada por almunias, que podían haber pertenecido a la casa real o a las élites de Granada, como se ve en la misma toponimia56: Dar Halja, Dar Algarçe, Dar Alcohayle, Dar Adefla, Darabenaz, Dar Algazi, y Abencerrajes, etc. 2.2.

La Alberzana

Tenemos pocos datos de la Alberzana anteriores a mediados del siglo XVI. En las actas del cabildo de 1500 aparece como una huerta, cuyo arrendamiento era pagado a la ciudad y estaba destinado al mantenimiento de la Madraza, creación de Yūsuf I (1333-1354). En ellas se cita una Alberçana Quebira57, es decir grande, por lo que debía de haber otra menor. Es sobre todo gracias a un pleito de 1561 entre el dueño de la huerta en ese momento, Lorenzo Pérez el Berrío, mercader, por un lado, y los vecinos del Albayzín y la Alcazaba junto con el administrador de las aguas de Granada, por otro, por lo que tenemos una descripción de esta finca de recreo58. Sabemos que era una huerta colindante con la muralla septentrional de la ciudad, entre la puerta de Fajalauza, al norte, y la de San Lorenzo, al sur y estaba regada por la acequia de Aynadamar. De hecho, el documento señala que «entraba en ella», como en efecto hacía, para dirigirse después el ramal principal a la Alcazaba Qadima. El recorrido mismo de la acequia induce, pues, a pensar que la Alberzana podía ser una propiedad real. A esta idea contribuyen más datos, como veremos más adelante. El motivo del litigio era que el propietario de la huerta tomaba más agua de la que debía para regar su propiedad, ocasionando por ello un daño a otros usuarios, que eran los vecinos de la colina del Albayzín.

fig. 3 Recorrido de la acequia de Aynadamar pasando por la Alberzana, dibujado sobre un detalle del Plano de Granada del Instituto Geográfico y Estadístico, de 1909.

Concretamente había retenido el caudal durante la noche del domingo, correspondiendo el turno de las horas nocturnas al amanecer al llenado de los aljibes, elemento vital del suministro urbano. En la denuncia se señala que al dueño de la Alberzana le correspondía, al parecer, medio real de agua y, sin embargo, tomaba hasta ocho reales, con el objetivo de regar una propiedad, cuya extensión en esa época era de unos 50 marjales de huerta y hortaliza, según Melchor Halaça, arrendador de la acequia. Precisamente las dimensiones de la finca y su derecho al agua serán el motivo de discusión del pleito, ya que, por un lado, los deponentes aportados por el Berrío señalaban su antigüedad y amplitud, buscando justificar así el caudal que se arrogaba el propietario, mientras que la otra parte lo acusaba de haberla ensanchado recientemente. En primer lugar, ¿de qué tipo de finca estamos hablando? La Alberzana es mencionada en dicho pleito como «casa e guerta del Albeztana»59. Estaba estructurada en tres partes que correspondían a la vivienda, al patio y a la huerta, cada una de las cuales tenía dotación de agua a través de tres tomaderos del cauchil de

la acequia de Aynadamar. La casa recibía agua a través de este tomadero, citado otras veces como fuente, que la vertía en una pila, también llamada alberca. Por su parte, el patio, también nombrado como jardín, en el que había plantados naranjos, disponía de un caño para riego. Finalmente, la huerta, que es el espacio cuya antigüedad se discute en el pleito, con árboles y hortalizas, se regaba a través de un gran albercón. De la casa sabemos poco, pues el litigio se centra en el agua que corresponde a la finca y, en consecuencia, también en la extensión de las tierras a regar, es decir, en la parte de huerta que tenía. No obstante, sí hay algunas citas que suministran cierta información, especialmente por parte de los testigos presentados por el dueño de la misma, lo que, obviamente, obliga a tener cautela, pues estaban interesados en presentar la finca como una gran propiedad, cuya antigüedad y nobleza, acreditaban el agua que se adjudicaba y que, al parecer, era excesiva respecto a la que le correspondía. De esta forma, el representante de Lorenzo el Berrío en el citado pleito señala que se trataba de una propiedad real, cuyas construcciones, seguramente refiriéndose además de a la casa a las albercas de las que estaba dotada, eran destacadas:

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

581

Que perteneçe a mi parte la dicha agua por la forma y horden que tiene dicho y alegado no se puede dudar, asy por//lo que esta dicho como porque la dicha casa fue de los reyes moros de lo qual y de los edifiçios tan antiguos y principales que tienen y de las alvercas que para henchillas es menester tanta agua claramente se colige que la dicha agua perteneçe a mi parte, lo qual quita cualquier duda [...]60.

Otras veces se refieren a la vivienda como «casa principal», sin que este carácter de la casa se pueda desligar de la huerta, que parece compartir esta misma cualidad, ni del agua que, por esta razón, debía de corresponderle en gran cantidad. Esta importancia de la finca aparece claramente unida a la supuesta finalidad que se le atribuye como lugar de residencia, no sabemos si eventual o no, de reyes, cadíes y alcaides. De esta forma, la séptima pregunta del interrogatorio efectuado a los deponentes de la parte del dueño de la Alberzana dice así: Yten sy saben que la dicha casa de la Albesana antiguamente en tienpo de moros hera cosa [sic.] muy prinçipal en que ordinariamente biuian y posauan los casi governauan la çiudad y como tal casa principal tenia la dicha huerta y toda el agua que de presente tiene el dicho Lorenço Perez de Berrio e mucha mas del agua que al presente toma el dicho Lorenço de Berrio y asi la tenian en mucha abundancia como la tenian los otros principales61.

La décimo tercera pregunta de este interrogatorio precisa la ocupación de esta finca en época de Boabdil: «Yten si saben es que en el dicho heredamiento e casa en tienpo de moros estuvieron y moraron en ella reyes moros y principalmente el rey Chiquito»62. Tanto por las preguntas como por las respuestas de los testigos es clara la vinculación de esta finca al rey y a los agentes principales del Estado, como alcaides y cadíes. Este hecho podría estar ligado a su uso como lugar de recreo, tal y como señala otro declarante: [...] hera casa a donde los caballeros alcaides moros que governaban la çiudad venian a holgarse a la dicha casa [...] e asimismo vio muchas vezes que venia el rey Chiquito a la dicha casa a holgarse por ser casa tan principal63.

Este tipo de heredad podía guardar relación también con el desarrollo de actividades políticas, como sabemos que sucedía con las almunias en época califal64 y zirí. Así, por ejemplo, el rey Ḥabūs (1019-1038) tenía por costumbre celebrar consejo de gobierno en una almunia en las afueras de Granada, en el lugar llamado al-Ramla65. Reunía allí a los jefes de su territorio, como

582

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

señal de cordialidad, para que no se sintieran humillados por acudir al palacio real66. En otro contexto, refiriéndose la pregunta IX a las albercas grandes como la que tenía la Alberzana, se vuelve a señalar que estas se hacían solo en las casas y huertas principales: Que en tienpo de moros las albeçanas [sic. por albercas] grandes de la calidad de las albercas que estan en la casa e guerta del dicho Lorenço Perez de Berrio no se hazian ni edifycauan sy no es en casa e guertas principales del rey e de sus alcaldes y de sus cadis e de otros caballeros principales moros que tenian agua propia para los tales aprovechamientos, lo qual saben los testigos por la notiçia que de ello tienen [...]67.

Varios testigos van a insistir en el hecho de que este tipo de fincas, de reyes o principales, tienen agua propia. Puede ser cierto, especialmente en el primer caso, porque el emir suele dotar con agua su propia residencia. Así podría pasar también en El Nublo, que disfrutaba de cuatro mañanas de agua a la semana, desde el amanecer hasta primera hora de la tarde. De esta forma el declarante Francisco Xaquiz Peinero, vecino de la colación de San Salvador, en el Albayzín, de 60 años de edad, señala esta circunstancia. Su exposición tiene también el interés de que utiliza el topónimo Albezana, una variante de Alberzana, como nombre común, lo que significa, como veremos, que este término designaba un tipo de finca con unas características similares a la que ahora nos ocupa: Que lo que sabe que en tienpo de moros este testigo alcançó e vido que las al//beçanas grandes de la calidad del Albezana de la casa y guerta del dicho Lorenço Perez de Berrio y albercas della que no las hazían sino eran cavalleros y personas de mucha calidad y que tenían mucho fabor con el rey moro porque tenían agua propia para ellas68.

Además de la casa, cuya importancia parece haber quedado demostrada en los adjetivos que se le añaden, así como en la funcionalidad que se le atribuye, la finca constaba de dos partes más, el patio y la huerta, todas ellas dotadas de agua. Así lo indica la respuesta de Pedro Chylariní, labrador y vecino de San Luis en el Albayzín, a la segunda pregunta del cuestionario aplicado a los testigos del Berrío: En tienpo de cristianos vido este testigo el dicho cavchil que esta dentro de la dicha casa, junto a la açequia de Aynadama, en el qual estan de tienpo antiguo de moros tres tomaderos de agua, fecho tres agujeros, que el vno de

ellos va el agua a dar a la fuente de la casa y el otro que va a dar para regar los naranjos e otro que va a dar al alberca grande que este en la guerta de la dicha Albeztana69.

cho e los argamasones muy rezios de más de dos ladrillos en ancho e dos estados de hondo, de lo qual se entiende que siempre se a tenido por alberca muy principal72.

La conexión entre las infraestructuras hidráulicas de las tres partes en que está divida esta finca no las conocemos bien, aunque parece que existía, según vemos en la pregunta cuarta del interrogatorio:

La excavación arqueológica realizada en la zona de la muralla conocida como Alberzana73 sacó a la luz una especie de pileta o alberca pequeña, cuadrada, con 3,5 m de lado y también un albercón de aspecto cuadrangular, con 11,50 m en el lado sur y 13 en el lado norte, con una profundidad desigual que fluctúa entre los 3,10 m y los 1,80 m. Estos datos no coinciden con los del documento que tratamos (123 pies de largo y 6 de ancho)74. No podemos decir con seguridad si los restos excavados pertenecen a la finca que hemos descrito, conocida como Alberzana, si bien es obvio que hay otros datos que permiten pensarlo. Una gran alberca como la exhumada en la excavación podía contener unos 367 m3 de agua, que podrían regar unos 30 marjales (1,5 ha) de huerta, aunque esto dependería de la frecuencia de su llenado y, en definitiva, de los turnos de agua que le correspondieran75. Como ya hemos indicado, uno de los denunciantes de este pleito señalaba que la Alberzana tenía unos 50 marjales de huerta y hortaliza. La parte contraria al Berrío intentará mostrar que se trataba de una innovación realizada por este ampliando la finca inicial. Algunos testigos señalan que la zona ocupada por la huerta era un haza de tierra calma. Así, Abraen el Andur, hortelano, de la colación de Santa Isabel en el Albayzín, de más de 90 años dice:

Yten si saben etc. que la dicha fuente de la dicha casa bazía el agua en vna alberca grande que está junto a ella en el patio de la dicha casa, donde se recoge el agua de la dicha fuente e tiene su remanente a el alberca grande que esta en la dicha guerta. Y estando llena el alberca de la dicha casa con el agua della se riegan e an regado de tienpo inmemorial los oliuos que estan en la dicha guerta, en lo alto della, antes del alberca grande e todo lo demas que an querido regar70.

Ni la casa ni el patio son objeto de mucha atención en el pleito, dado que el conflicto se produce por el riego de la huerta, por lo que escasean los datos para describir estos dos primeros espacios de la finca. Del patio únicamente sabemos que tiene naranjos y, según la pregunta anterior, una alberca pegada a la vivienda. En cuanto a la huerta, los testimonios de los declarantes son muy diferentes entre sí, según sea la parte del litigio que los haya presentado. Por un lado, los testigos del propietario de la Alberzana, Lorenzo el Berrío, señalan que se trata de una huerta antigua, como lo es toda la heredad, y que tenía agua suficiente para regarla, sin necesidad de tener que comprarla, mientras que la parte contraria intentará probar que la huerta es una ampliación reciente realizada por el dueño. Por todo ello, los deponentes presentados por este último destacan la antigüedad del albercón que está en la huerta, así como la importancia de su envergadura, como correspondería a una finca en la que se reunían el rey y los principales de la ciudad. Así, en la sexta pregunta del cuestionario se dice: Yten si saben etc. que en la dicha guerta de la Albesena está vn alberca muy grande de argamasa en que se recoge el agua con que se riega la dicha guerta y si saben que la dicha alberca es obra muy antigua y hecha de mas de çien años a esta parte y de tienpo acá que memoria de honbres no es en contrario71.

Y en la oncena cuestión se indican las medidas y la composición de los materiales: Yten sy saben es que la alberca principal de la dicha guerta es de çiento y veynteseis pies en largo y seys pies en an-

Que la guerta que agora nuevamente tiene plantada de árboles frutales el dicho Lorenço Perez de Berrio, desde la alberca grande que esta abaxo de la casa, este testigo la conozió ser haça calma sin árboles ningunos [...] asta que la plantaron el dicho Lorenço Perez de Berrio e su padre76.

Al no ser huerta tampoco tenía agua asignada, por lo que el dueño debía comprarla: «Que conpraban el dicho Berrio e el ortelano que la tenía agua de la dicha açequia de Ynadama en las oras que pertenezía a los regadores»77. Antes de ser huerta esta parte había sido un eriazo en el que había una tela de justar a la que acudían los caballeros para este tipo de eventos78. Más tarde fue conocida también como un haza calma en la que se cultivaba cebada y que se regaba ocasionalmente, comprando el agua, pues no la tenía propia. Finalmente, en época de Lorenzo el Berrío y su padre, que habían poseído la finca desde hacía 40 años antes del momento del pleito, es decir hacia 1520, la pusieron de hortaliza y árboles. El testigo Hernando Mahedi, vecino de San

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

583

Gregorio y administrador de las aguas de Aynadamar, dice: «sienbran en ella muchas calabazas e pepino e berenjenas e cebollas e espinacas e acelgas e otras muchas semillas [...]»79. Además, la finca estaba arrendada a varios hortelanos que llevaban los productos a vendedores del Albayzín y otros lugares. Por otro lado, el topónimo Alberzana también sugiere algunas características que coinciden con una finca de recreo. Para Seco de Lucena, Alberzana es versión árabe de un nombre anterior, barzana o barsana, compuesto por un antropónimo y el sufijo latino -ana80. Por su parte, Gallego Burín, a partir de un documento de 1540, lo hace provenir de Albeztana y lo describe como «un jardín de naranjas que en arábigo el dicho jardín se dice ‘albeztana’»81. Pero quizás con más claridad expone la procedencia del nombre un testigo del citado pleito, que lo hace provenir de baztana, que los cristianos llamarían bastana, y cuyo significado sería «cosa fresca de mucho agua e arboledas»82. Asimismo otros deponentes mencionan el término alberzana como nombre común y hablan de las alberzanas, que tenían como características la presencia de casa, huerta y alberca, y pertenecían a la élite vinculada al rey: [...] que en tienpo de moros este testigo alcançó e vido que las albeçanas grandes de la calidad del albezana, de la casa y guerta del dicho Lorenço Perez Berrio y albercas della que no las hasían sino era caballeros y personas de mucha calidad que tenían mucho favor con el rey moro porque tenían agua propia para ellas83.

Por su parte, Pedro de Alcalá señala la voz buztén como jardín assi. Es posible, a tenor de lo visto, que la etimología de alberzana fuera al-bustān, que al menos aquí tiene el sentido de jardín y/o huerta. La Alberzana era la primera finca que se regaba con la acequia de Aynadamar. En esta zona había también cármenes que habían sido propiedad de las élites granadinas, como el de los Abencerrajes, el de Mahomad el Pequeñí, o incluso del propio Ibn al-Jaṭīb. Muchos otros pertenecían a ciudadanos menos distinguidos, de los que solo sabemos que ejercían como artesanos en la madīna. 2.3.

Cármenes de Aynadamar

Aunque una de las partes de la ciudad de Granada más destacada por sus palacios y jardines era, según Ibn al-Jaṭīb, la zona del río Genil, otra era, sin duda, la de la acequia de Aynadamar. El mismo secretario real se refiere a esta describiéndola más bien como un espacio aristocrático cuando señala lo siguiente:

584

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

Su situación es maravillosa, con huertos admirables, admirables verjeles sin par, en cuanto a la templanza de su clima, la dulzura de su agua y el panorama que se divisa. Allí existen alcázares bien protegidos, mezquitas concurridas, suntuosas mansiones, casas de sólida construcción y verdeantes arrayanes. Allí gastan alegremente sus dineros las gentes desocupadas y no escatiman cuanto emplean en sus adquisiciones, rivalizando en ello gentes de fortuna, por un tiempo servidores de la dinastía, hasta que [tales mansiones] llegaron a ser maravillas de la tierra y prototipos de belleza. Este lugar es celebrado en las composiciones de inspirados poetas, tanto de entre sus moradores como de entre sus visitantes84.

Varias de sus frases no dejan lugar a dudas de que el autor está describiendo una zona en donde las élites habían construido casas y adquirido tierras de regadío. En otro de sus versos vuelve a insistir en la idea relacionando esta élite con los agentes del Estado: «Aquí llegan los más altos dignatarios arrastrando largas colas, cual si fueran meteoros luminosos»85. Pero veamos qué tiene esta descripción de verdad a la luz de las fuentes castellanas, más detalladas en el análisis de este espacio. Hay varios documentos que permiten la reconstrucción de esta área periurbana en la zona norte de Gra­ nada. Entre ellos citaremos el Libro de la Fundaçion y prosecuçion de la Cartuja de Granada86 (1545-1559), que recoge las adquisiciones hechas por la orden desde 1513, iniciadas con las concesiones de dos huertas por el Gran Capitán para su enterramiento. Entre las compras efectuadas por el monasterio hasta 1559, fecha en que finaliza este registro, están una buena parte de las haciendas que se encontraban en el paraje de Aynadamar, así como otras en Armilla y en cortijos y lugares más alejados de la ciudad de Granada. La descripción de las fincas que pasan a formar parte del patrimonio conventual nos permite conocer mejor qué características tenían los cármenes de esta zona septentrional en las afueras de la ciudad. El monasterio adquiere unas 33 propiedades de este tipo, en la mayoría de los casos mencionadas como cármenes, o como «viñas cármenes», y en menor medida citadas como huertas, aunque por su descripción podrían corresponderse con los anteriores, en los casos en que incluye vivienda. Pocas veces se señala la extensión de las fincas, tal vez porque son espacios cercados y conocidos o bien porque hay otros elementos que son más importantes y definitorios del carmen, como la existencia de frutales y/o viñas, de casa, alberca, y la dotación de agua para riego87. Una de las descripciones es muy elocuente de las características de estas haciendas. Así se indica una de las compras que se realizó a:

fig. 4 Recorrido de la acequia de Ayna­ damar pasando por los cármenes del área periurbana septentrional de Granada hasta llegar a la ciudad.

Juan Ramirez cambiador, vezino de Granada a la collation de Sant Iuste, vna viña carmen con la casa y con todos los arboles que en ella están y con vn pedaço de viña de secano que esta a la cabeçada de ella88.

Como vemos, un elemento básico de este tipo de fincas es la existencia de casa, una especie de segunda residencia, según vimos en la definición que del término carmen (karm, viña) proporcionaba Dozy a partir de un texto de Ibn al-Jaṭīb89, que se ocuparía sobre todo en verano y especialmente durante la vendimia. En efecto, el cultivo de vid, que da nombre a la explotación, es uno de los plantíos principales y habituales de la misma. El texto citado permite ver además, que la viña solía ocupar la parte alta de la hacienda, «la cabeçera», situándose por encima de la acequia y, por tanto, en tierras de secano. Otra parte del carmen eran los cultivos de regadío, y, especialmente, frutales, que aparecen en casi todas las descripciones. También están presentes en la documentación, tanto la dotación de agua a la que tienen derecho, como la existencia de infraestructuras hidráulicas, como fuentes, pozos, albercas, etc. Así lo vemos en la adquisición que hacen de:

Pero Lopez Alahçin, que antes se dezia Ali Alhazcori y de Alonso Alahçin, su hermano, que antes se dezia Hamete Hazcori, vezinos de Granada a la collation de Sant Christoual, vna viña carmen con su casa y arboles y vna fuen\te/ y aseytunos que en ella están con vn pozo, a la dicha viña anexo y pertenesçiente ala dicha viña carmen que esta en vna viña de Ysabel Tangia.

Algunos de los propietarios son moriscos, vecinos del Albayzín, aunque también los hay cristianos viejos. Es destacable el caso de un mercader genovés que adquiere el carmen de mayor tamaño, con 35 marjales, y una serie de instalaciones, como casas y albercas90. Como demuestra el Libro de Apeo de Aguas de Aynadamar (1575) la instalación de genoveses como propietarios de fincas en el área periurbana de Granada no es un hecho excepcional, pues encontramos algunos casos más. Asimismo, las compras del monasterio de Cartuja en Aynadamar incluyen 10 cármenes pertenecientes al rey, si bien ocurrieron estas en fechas tardías, desde 1564 en adelante, por lo que no sabemos si se trata de una herencia de los reyes moros o habían pertenecido a otros particulares.

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

585

Otro documento esencial para el análisis de esta zona es el Libro de Apeo de las aguas de Aynadamar 91 (1575), que permite precisar más los datos del área agrícola periurbana al norte de Granada. Prácticamente toda la zona está formada por cármenes, de manera que la mención a hazas es mínima. Se citan un total de 73 cármenes, de los cuales solo dos tienen una extensión superior a 1 ha, siendo uno de 20 marjales92, constituido por 3 cármenes juntos, y otro de 25 marjales. Además se menciona uno cuya extensión es desconocida. Del resto, es decir, 70, se clasifican así: de 15 a 8 marjales hay 28 (38,88% del total) y desde 7 marjales hay 42 (58,33%). Esto significa que todos los cármenes de Aynadamar, a excepción de los dos citados, son iguales o inferiores a 15 marjales, es decir, tienen menos de 2/3 ha, y que más de la mitad son iguales o inferiores a 7 marjales, es decir a 1/3 de ha. De esta forma, los cármenes citados constituyen propiedades pequeñas o, como mucho, medianas, en relación a otras existentes en otras partes de la Vega y del reino de Granada. Aunque el Libro de Apeo de Aguas de Aynadamar es de 1575, la información de la asignación de agua que correspondía a cada finca fue conseguida por la declaración de dos moriscos encargados de la acequia en fechas anteriores. Podemos pensar que esta micropropiedad existía con anterioridad a la redacción del Apeo, puesto que la tendencia después de la conquista fue a la concentración de tierras en pocas manos, como se demuestra en el caso del monasterio de Cartuja o del mercader genovés Andrea Spindola, que acumula 11 cármenes. También se aprecia esto en que 9 de los cármenes registrados están formados por dos o tres antiguos. Por lo tanto, los derechos de agua de los cármenes recogidos en el Apeo podrían reflejar una realidad anterior, a veces claramente expresada en los nombres de los antiguos propietarios en el documento, que tendría su origen en la época final nazarí. También se registran en él las transacciones recientes y, evidentemente, los nuevos dueños. En cuanto a la procedencia social de los propietarios es diversa. Todos son vecinos de Granada, muchos de ellos de alguna colación del Albayzín, y casi todos moriscos. En algunos casos está comprobado que se trata de familias importantes de Granada, como los Abencerrajes, o también de miembros destacados de la comunidad musulmana, como Mahomad El Pequeñí, cadí mayor de Granada. No obstante, la mayoría de las veces ignoramos su origen y ocupación profesional. En aquellos que se explicita se comprueba que algunos propietarios moriscos de cármenes ejercen profesiones artesanas en la ciudad, como ollero, tintorero, alpargatero, zapatero; también se cita un médico.

586

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

Aunque la mayoría son moriscos, las compraventas de estas fincas dieron lugar a nuevos propietarios cristianos viejos y también a mercaderes extranjeros. Así, el genovés Andrea Spindola tiene 11 cármenes, uno de los cuales estaba formado por cuatro, y otro probablemente por dos, y acumula un total de 65 marjales en la zona. Asimismo en 13 ocasiones aparece la Cartuja como compradora de varios cármenes. De todo ello concluimos que el paraje de Aynadamar, formado por cuatro pagos (Mafrox, Aynadamar, Almachachir y El Fargue) era una zona en la que los cármenes eran el tipo de explotación más frecuente. Se trataba de casas a las que estaba asociada una finca con viñas, seguramente de secano, y frutales, a menudo cercada, y con una dotación de agua de la acequia de Aynadamar, aunque también algunos tienen fuentes o pozos. Sus propietarios tienen un origen social diverso. Aunque están presentes algunas familias como los Abencerrajes y personajes destacados de la vida política mudéjar, como El Pequeñí, la mayoría pertenecen a artesanos que vivían en el Albayzín. Además, también más de la mitad de los cármenes tienen una extensión igual o inferior a 7 marjales, y los que son más grandes no superan los 15 marjales nada más que en dos casos. Por lo tanto, no parece que pueda deducirse a partir de estos datos que Aynadamar fuera claramente un espacio aristocrático, al menos no lo era por la escasa extensión de los cármenes. A pesar de todo hay que tener en cuenta que en ocasiones estas fincas eran explotaciones agrícolas pequeñas pertenecientes a veces a grandes propietarios. Así ocurre en 1465 con el alguacil Ali Abdili Mahomad Ben Roia, que tenía un total de 305 marjales en 17 parcelas de regadío en Santafé y 20 cadahes de secano en otra, y que contaba además con dos cármenes de 2 y 3 marjales93. En definitiva, en la zona de Aynadamar la explotación agrícola es designada como carmen, y haciendo honor a su nombre disponía de viñas en su interior, como una parte del conjunto de los plantíos que disfrutaban. Las extensiones medias de las mismas, con la mayoría por debajo de los 2/3 de ha, junto con la profesión de sus propietarios, parecen indicar un tipo de finca de recreo más modesta que las contempladas en el área del Genil, la zona meridional de la Vega (Darabenaz, El Nublo, etc.), o la parte occidental de la misma (Soto de Roma, Alitaje, etc.) en donde la realeza, seguida de los alcaides y altos cargos, parecía haberse instalado. Probablemente las dimensiones más reducidas del carmen están señalando también una élite urbana de menor nivel, que, de cualquier forma, imitaba la vida de las clases elevadas en las almunias, retirándose al campo en las afueras de la ciudad y cultivando la tierra con fines recreativos y comerciales.

3.

Características de las fincas

de recreo nazaríes

Las fincas de recreo nazaríes tenían algunos aspectos comunes en su estructura general, en la presencia de ciertos elementos y en su función, si bien no eran homogéneas ni en la extensión y ni en las formas de explotación. Su característica principal es que se trataba de propiedades agrícolas situadas en la periferia urbana, si bien algunas, según Ibn al-Jaṭīb, podrían haber estado incluso dentro de las murallas de la ciudad. Otro rasgo común de estas haciendas es su estructura, en la que se pueden detectar tres espacios: uno residencial, un segundo de recreo, y un tercero dedicado a la producción. En el primero suele haber una casa de cierta entidad, lo que hace que las fuentes se refieran a ella con un nombre específico, dār, y, en otras ocasiones, como alcázar (al-qaṣr). Además en la descripción de las fuentes árabes o castellanas se insiste en su importancia. En estas últimas se señala su carácter principal, de lo que se infiere que tenían una presencia y extensión destacable. De esta forma, el término casa suele estar siempre presente en la denominación de la finca, como pasa también en la documentación castellana: «cassa y huerta del Nublo»94. Así mismo la utilización del término alcázar y la descripción de torres en ellas, nos permiten pensar que, en algunos casos, como el del Nublo, tuvieran un cierto aspecto fortificado: «ay un alcazar y casas real [sic.] y tres casas de labradores»95. También se cita una «torre de palomar» y otra «torre de porte e vesea»96, alguna de las cuales podría haber sido un mirador. Obviamente la entidad de la casa dependía del estatus del propietario, por lo que es posible, que hubiera diferencias grandes entre las casas principales del Nublo o de la Alberzana, la primera propiedad real y la segunda probablemente también, por un lado, y los cármenes de Aynadamar, por otro, cuyos dueños tenían niveles socioeconómicos bastante diferentes entre sí, según sabemos por la extensión de las tierras y por su oficio. A pesar de eso, también en este paraje había cármenes con algún elemento similar a una torre, pues al menos en dos casos se les nombra como borz (del árabe burŷ), pudiéndose tratar también de palomar o mirador. En esta zona residencial confluían elementos diversos. A veces, como en el caso del Nublo, había más casas, esta vez de labradores de la finca, pero también palomares, huertas y molinos. La presencia de campesinos con sus viviendas podía dar a la hacienda el aspecto de un pequeño núcleo rural y quizás es por esta razón por lo que es nombrado a veces como alquería: «la alquería del Nublo»97.

El segundo espacio sería un área en torno a la casa dedicado más específicamente a solaz de su dueño. En ella se suelen recrear las fuentes narrativas árabes, mientras que apenas aparece en la documentación árabe (compraventas, herencias) o castellana (apeos y deslindes, mercedes). Esto puede deberse a que este tipo de textos se centran más en la parte productiva de la finca, que es la de mayor importancia económica, y la que más interesa al nuevo propietario que la adquiere. Quizá por ello solo sabemos que en El Nublo hay huertas en el entorno de las casas y antes de acceder a la zona agrícola propiamente dicha. En una de las menciones se cita, sin embargo, «una huerta con su aposentamiento»98, lo que podría ser quizás un mirador o un pabellón que permitiera a los dueños e invitados disfrutar de ella. En una finca urbana como la Alberzana, este segundo espacio es el patio, que se destaca del conjunto y que, sin embargo, no se menciona ni en El Nublo ni en los cármenes de Aynadamar. Se trata de un patio junto a la casa que tenía una alberca de pequeñas dimensiones, con la que se regaban unos naranjos. No queda claro en la documentación si también había otros árboles, pues, se citan, pero sin especificar si están en la huerta o en el patio. Es probable que en algunos de los cármenes de Aynadamar también hubiera una zona de jardín cerca de la casa y previa al área de cultivo. Así podemos intuirlo en los versos de Ibn al-Jaṭīb que hablan de este paraje. El tercer componente de las fincas de recreo sería el área productiva. Podemos distinguir dos partes, la zona agrícola y el espacio donde se ubican determinadas dependencias o ingenios para transformar materias primas. Un rasgo propio de estas haciendas es que eran de regadío en su totalidad o su mayor parte. Quizás es por este hecho que en los documentos castellanos, en referencia a las que pertenecían al patrimonio real, se las considera como «las mejores tierras». No obstante, también sabemos de la existencia de otras fincas reales, que en la documentación castellana se mencionan como «cortijos», más alejados del área periurbana, y en donde los cultivos de secano, medidos en fanegas, parecen haber sido más importantes. Por lo que respecta a la agricultura de estas fincas de recreo, ya hemos mencionado que tenían una adjudicación de agua importante, como se ve en El Nublo, con turnos de cuatro días a la semana. En el aprecio de las heredades se dice «con sus aguas conocidas estantes y manantes y corrientes a las dichas casas y tierras»99. En la Alberzana algunos testigos del pleito citado señalaban que este tipo de huertas tenía agua propia, por pertenecer a los reyes y los principales de la ciudad. Los cármenes de Aynadamar mencionados también disfru-

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

587

taban de las aguas de la acequia, especialmente por las tardes, desde la hora de al-‘asar hasta la puesta de sol. La irrigación implicaba una infraestructura que lo permitiera, lo que significaba la presencia de acequias, pozos, y, sobre todo, albercas. Este elemento es, sin duda, el más significativo de las fincas de recreo. En El Nublo se citan dos albercas, aunque en un caso parece ser un lindero: Ytten el resto de la haza del sitio del alcaide, que a por linderos al mediodia una acequia e tierras de la reyna e el alverca e al norte una acequia e al oriente el camino e al occidente lo vendido de la dicha haza a los alcaides Mofarrux e Muxafid, fue apreciada en ocho mil e cuatrocientas doblas100.

En el otro ejemplo está en un haza: «Otra haza pequeña que ha su regadio al solano con una alverca a surco de sus regueras y junto con una tierra del alcaide Muafun, apreciose.- 8 U 400»101. Además en casi todas las hazas se nombran equipamientos para el riego. A veces se dice de ellas que tienen «un arroyo de su pertenencia», en otras, que linda con la acequia, en otras, se habla de la presencia de un aguaducho, así como azudes en dos de ellas. Por su parte, en el pleito de la Alberzana ya hemos visto como el agua se tomaba de la acequia de Aynadamar a través de un cauchil situado en el interior de la finca. Asimismo se menciona la existencia de dos albercas: una en el patio de naranjos y un albercón en la huerta. Por lo que respecta a los cármenes de Aynadamar, también encontramos en ellos pozos, albercas, e incluso minas de agua. Además del área de regadío en algunas fincas había tierra de secano. Así sucede en El Nublo donde se citan eras, lo que hace pensar en algún lugar para trillar y aventar el grano. Por lo que respecta a la Alberzana, ya hemos visto como estaba compuesta de casa, patio y huerta, si bien en el pleito de 1561 se discutía el origen de esta última. De esta forma, los testigos de la parte del administrador de las aguas de Granada y los vecinos del Albayzín señalaban que esta había sido antes un erial donde los caballeros hacían justas y en otras ocasiones se había cultivado cebada que se regaba ocasionalmente. Así, pues la Alberzana podía haber tenido también un área de secano que en algún momento se hizo huerta. Finalmente, por lo que respecta a los cármenes de Aynadamar, todos parecen tener junto con los cultivos de regadío, una zona de viña, situada casi siempre en la parte superior de la finca, en la cabeçera de la misma, que presumiblemente sería de secano o, como mucho, recibiría algún riego eventual.

588

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

De los cultivos sabemos más bien poco, pues las fuentes no son muy detalladas al respecto. En El Nublo se cita el pago del diezmo por parte de los arrendatarios, lo que significa que se cultivarían cereales, al menos en una parte de la hacienda. Este hecho viene corroborado por la existencia de una era. Asimismo en las zonas de huerta se sembrarían todo tipo de hortalizas y frutales, como era habitual en este tipo de espacios. La posible presencia de una almazara, por otro lado, obliga a pensar en el plantío de olivos. Además, los fitotopónimos de las hazas que componían la finca en algún caso dan alguna información. Así, fadín Allevza es traducido en otro de los textos como fadín del Almendro, y se cita además un fadín del Granado. Las noticias de la Alberzana son algo más concretas en lo que respecta a los cultivos. En la quinta pregunta del interrogatorio a los testigos presentados por el dueño se dice: «Que la dicha guerta del dicho heredamiento e árboles della, así nogales e olivos e morales e otros árboles que en ella están plantados son arboles muy antiguos e viejos [...]»102. El declarante Françisco Hernández Çaybali, albardero, vecino de San Cristóbal, citó que en la huerta había: «muchos árboles antiguos e ansí paresçe por vista de ojos e sienpre se a senbrado e sienbran muchas hortalizas, así coles como berenjenas e linos e cañamos e otras hortalizas»103. Un deponente de la parte del administrador de las aguas y de los vecinos del Albayzín declaró que: [...] sienbran en ella muchas calabazas e pepino e berenjenas e cebollas e espinacas e acelgas e otras muchas semillas, las quales este testigo las ha visto sacar dellas frescas e muy buenas, mejor que se puede hazer e sacar del Jaraguí e de otras partes que tienen agua de suyo e lo lleban a vendedores del Albayzín e otras partes104.

También se mencionan frutales y, algo apartados de la huerta, olivos. En el caso del Nublo, la mención a cañadas y prados nos hace pensar en la existencia de una cabaña ganadera. Es probable que si la mayoría de las hazas eran de regadío, el ganado ocupara un lugar marginal respecto al área agrícola, con objeto de no obstruir las acequias y dañar los cultivos. Esto explicaría mejor la existencia de cañadas y de prados, pues las primeras facilitarían el tránsito hacia otros lugares, como quizás Sierra Nevada, ya que en Monachil los reyes tenían herbajes de su propiedad. En cuanto a la cita de prados, bien podría estar referida a aquellos, o bien a una haza sembrada para alimento animal, como sabemos que ocurría en el Valle de Lecrín. Por lo que respecta a una finca casi urbana como la Alberzana, no hemos encontrado ninguna referencia a

ganado en ella. Por otra parte, en los cármenes de Aynadamar es posible que pudiese existir algún tipo de ganadería, ya que algunos de ellos disponen de un área de secano en donde podrían entrar una vez recogida la cosecha. En cuanto a las dependencias para transformar materias primas, encontramos solo en El Nublo mención a un tejar y a una posible almazara, no siendo raro que en otras almunias se cite la existencia de molino. Finalmente, hemos visto que El Nublo parece corresponder al tipo de hacienda que Ibn al-Jaṭīb identificaba como almunias reales: una gran propiedad, con arrendatarios que trabajaban las tierras, y que producían unas importantes rentas al rey, y con algunos elementos característicos como «casas magníficas, torres elevadas, eras amplias, palomares y gallineros bien acondicionados [...] y en muchas de ellas hay incluso castillos, molinos y mezquitas»105. Como hemos visto, la mayoría de estos componentes se dan en El Nublo: casa principal o alcázar, palomar, eras, y molinos, pero además se mencionan otros, como tejares, cañadas. En cuanto a elementos fortificados, hemos dicho que la casa se cita como qaṣr y que la documentación castellana habla de al menos una torre. En definitiva, la cuestión de la gran propiedad en época nazarí es un tema de gran importancia para comprender la sociedad andalusí. Habrá que precisar el papel del Estado en él y su influencia a la hora de conformar la propiedad aristocrática.

6. 7.

8.

9.

10.

NOTAS 11. 1.

2.

3.

4.

5.

Este trabajo se ha realizado en el marco del Proyecto I+D «La propiedad aristocrática en la Granada nazarí y su traspaso a la sociedad castellana después de la conquista (siglos XIII-XVI)», HAR2015-64605-C2-2-P. Quiero agradecer a Luis José García Pulido su generosa aportación de las figuras que acompañan este texto. Emilio Molina López, 1999-2000, «El Mustajlaṣ andalusí (I) (s. VIII-XI)», Revista del Centro de Estudios Histórico de Granada y su Reino, 13-14, pp. 99-189, espec. 104. Luis Seco de Lucena Paredes, 1974-75, «La administración central de los nazaríes», Cuadernos de la Alhambra (10-11), pp. 21-26, espec. p. 26: «En el siglo XV los sultanes, para satisfacer los gastos del Estado utilizaron tanto sus bienes propios como las rentas que percibía la administración. Durante dicho siglo hubo ocasiones en que el sultán enajenó a Bayt al-māl bienes de su personal patrimonio en tanto que otras veces adquirió para sí, bienes de Bayt al-Māl». Emilio Molina López y María del Carmen Jiménez Mata, 2011, «Documentos árabes y patrimonio real nazarí», en Nuria Martínez de Castilla Muñoz (ed.), Documentos y Manuscritos árabes del Occidente musulmán medieval, Madrid, pp. 225-248. Rafael Gerardo Peinado Santaella, 2008, «El patrimonio real nazarí y la exquisitez defraudadora de los principales castellanos»,

12.

13.

14.

en Rafael Gerardo Peinado Santaella, Aristócratas nazaríes y principales castellanos, Málaga, p. 211-230. Peinado Santaella, 2008, «El patrimonio real nazarí...», p. 214. A.G.S., C.R., leg. 651-9: «Aun ay otro derecho que así antes de la dicha restituçión de las cosas de la corona real como después [tachado: sienpre los dichos heredamientos] como quier que las cartas de venta se hasyan enteramente de la heredad que se vendía, en el apreçio se avía consideraçión a que avía de quedar por regla general obligada en los libros del rey a pagar cierto çenso, que era más de la mitad de lo que podía rendir el terradgo e asimismo que lo conprauan a peligro que asy el rey que lo vendía, como otro qualquiera ge lo tomaría quando fuese su voluntad por ser de la casa real. E por eso no dauan tanto quanto valía como se espresaua en la venta y por eso en las ventas que se hasían de los tales heredamientos de vnos a otros espresauan que era de lo realengo y no se obligauan al saneamiento dello». A.G.S., C.R., 651-9: «Porque como quiera que ay cartas de ventas de los reyes moros pasados puede aver veynte e tres años que el rey Muley Bulhaçen las dio por ningunas e que declaro que ningún rey de Granada podía vender ni enajenar cosa alguna que viniese a la casa real y asy restituyó y tomó para sí todo lo que se avía vendido y enajenado y lo tuvo y poseyó pacíficamente». Antonio Malpica Cuello y Carmen Trillo San José, 1992, «Los infantes de Granada. Documentos árabes romanceados», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 6, 361421, espec. p. 388: «E la propiedad declaran los testigos conforme a justicia de toda la huerta que es en el pago del Pedregal en el rio de Xenill fuera de esta çibdad de Granada, que se conoce por huerta del prinçipe Amete, por la notoriedad della conoçida por sus herederos con todos sus derechos e defendimientos e con todos sus provechos e pertenençias. E saben que la propiedad e señorio della es de la eçelente e onesta Çoraya, madre de los hijos del rey nuestro señor, de gloriosa memoria, e Abul Hazen, hijo del rey Ali Alnaçed de la línea de los retos reyes. La qual dicha huerta ha sido de las posesiones de los çibdadanos labradores e no de lo realengo. Diosela el dicho señor rey Abul Açen [...]». Miguel Ángel Ladero Quesada, 1969, «El duro fisco de los emires», en «Dos temas de la Granada nazarí», Cuadernos de Historia, 3, pp. 321-334. María Isabel Calero Secall y Virgilio Martínez Enamorado, 1995, Málaga, ciudad de al-Andalus, Málaga, p. 363: «Con la subida al trono de Muhammad II, Abu Saʿīd se convirtió en consejero económico del nuevo emir, especialmente en asuntos relacionados con la adquisición y consolidación de los bienes particulares de Muḥammad II, es decir, del mustajlaṣ, con la reducción de los campos de pasto en favor de los de cultivo y con la construcción de grandes barcos que aumentaron la actividad de las atarazanas nazaríes». Carmen Trillo San José, 2014, «Les munya-s et le patrimoine royale à l’époque nasride (XIIIe-XVe siècles). Entre le souverain et les élites», Annales Islamologiques, 48.2, pp. 167-190. A.G.S., Casas y Sitios Reales, leg. 10, fol. 200: «que sabe e conosçe las dichas tierras de Meris contenidas en esta pregunta ser de la dicha reyna dona Ysabel, que se dezia Çoraya e llevaba los frutos e rentas della. Preguntado como lo sabe, dixo que porque este testigo estobo tienpo de tres años en la dicha// alcaria de Mieres por nadir, que quiere decir mayordomo del dicho Alhajeeni, mayordomo de la dicha reyna e infantes e llevaba los frutos e rentas del pan de las dichas tierras e lo traya a casa de la dicha reyna Çoraya, que ahora se dezia doña Ysabel, a vna casa en el Alcaçaba que se dezia Daralcoton, en que agora esta el monasterio de San Françisco». A.G.S., Casas y Sitios Reales, leg. 10, fol. 200: «este testigo

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

589

15. 16.

17.

18. 19.

20.

21.

22.

23.

24. 25. 26. 27. 28.

590

fue mayordomo de las dichas tierras el dicho tiempo de los diez años por mandando del rey e del alguacil Banegas e cada año llevaba los azemileros del rey en azemilas y camellos la renta de las dichas tierras a casa del dicho rey». A.G.S., C.R., 651-9. A.G.S., Casas y Sitios Reales, leg. 10, fol. 200: «A la honzena pregunta dixo que conosçio a Haxa, que hera hermana del dicho rey, padre de los dichos infantes, que hera suya el alqueria de Otura, e asimismo conoçió a Haxa, tía del dicho rey e de la dicha Haxa su hermana, e que hera suya la dicha alquería de Arenales, e que murieron las dichas tía e sobrina e la vna dexó a Otura al rey su hermano y la otra dexó el cortijo e tierra de Arenales su sobrino el rey, padre de los dichos infantes. El qual en su vida mando el alquería de Otura con todos sus heredamientos y el cortijo de Arenales con todas sus casas e tierras a los dichos infantes sus hijos e lo tobieron por suyo e cobraban y llevaban los frutos e rentas dellos [...]» A.G.S., Casas y Sitios Reales, leg. 10, fol. 200: «Dixo que sabe que la dicha huerta de Çede Hamed contenida en esta pregunta hera de la reyna Çeti Fatima y el rey, padre de los dichos infantes, le llamaba tia e esta Çeti Fatima en su lado hizo donaçión de la dicha huerta el dicho rey e la tobo e poseyó por suya en byda de la dicha Çeti Fatima y el dicho rey dio la huerta a la reyna Çoraya, su muger». A.G.S., C.R., 651-9. Isabel Álvarez Cienfuegos, 1959, «La hacienda de los naṣríes granadinos», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, VIII, p. 99-124, apéndice núm. 1, p. 112. A.G.S., Diversos de Castilla, leg. 3, fol. 83: Relación de todas las rentas, pechos, derechos y servicios que pertenecían a los Reyes Católicos en los Reynos de Castilla, León y Granada. Sin fecha. Pierre Guichard, 2001, Al-Andalus frente a la conquista cristiana. Los musulmanes de Valencia (siglos XI-XIII), Valencia, pp. 368, 369, 371, 372. Carmen Trillo San José, 2007, «Agentes del Estado y mezquitas», Historia, Instituciones, Documentos, 34, pp. 279-291, espec. 284-285. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, Historia de los reyes de la Alhambra. El resplandor de la luna llena (Al-Lamḥa al-badriyya), trad. de José María Casciaro Ramírez, Granada, p. 129; María Isabel Calero Secall, 2001, «El proceso de Ibn al-Jaṭīb», Al-Qanṭara, XXII-2, pp. 421-461, p. 443. María Jesús Viguera, 2000, «El ejército», en El reino nazarí de Granada (1232-1492), vol. III, Política, Instituciones, Espacio y Economía, en María Jesús Viguera Molins (coord.), Madrid, Espasa Calpe, pp. 429-475, p. 456. Es muy sintomática el ejemplo del Alitaje, ya que, en primera instancia, las propiedades reales situadas aquí pasan mayoritariamente a alcaides y personajes ligados al ejército y la administración, como muestra María Dolores Rodríguez Gómez, 2016, «Emires, linajes y colaboradores: el traspasao de la tierra en la Vega de Granada (Alitaje, siglo XVI)», en Ana Echevarría Arsuaga y Adela Fábregas García (eds.), De la alquería a la aljama, Madrid, pp. 37-70. Carmen Trillo San José, 2004, Agua, tierra y hombres en al-Andalus. La dimensión agrícola del mundo nazarí, Granada, p. 229. Luis Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, Madrid, p. 30. Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, p. 33. Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, p. 33. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, Historia de los Reyes de la Alhambra..., p. 34.

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

29. 30. 31.

32. 33.

34. 35.

36. 37. 38. 39. 40.

41.

42.

43.

44.

45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52.

Muhammad Ibn Šarīfa (ed.), 1987, Diwān Ibn Furkūn, Matba’a al-Nayah al-Ŷadīda, p. 43. Antonio Palacios Romero, 1999, «Yūsuf III en el Diván de Ibn Furkūn», Biblid, 7, pp. 255-269, espec. p. 259. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1973, Al-Iḥāṭa fī ajbār Garnāṭa, ed. de Muḥammad ‘Abd Allāh ‘Inān. El Cairo, t. I, p. 125; María del Carmen Jiménez Mata, 1990, La Granada islámica. Contribución a su estudio geográfico-político-administrativo a través de la toponimia, Granada, p. 233. Seco de Lucena Paredes, 1961, Documentos arábigo-granadinos, p. 74. La mención a estas propiedades puede encontrarse en la Probanza de los Infantes de Granada (1505), tanto en A.G.S., P. R. leg. 11, fol. 123, estudiada por José Enrique López de Coca Castañer, 1988, «Granada en el siglo XV: las postrimerías nazaríes a la luz de la probanza de los infantes don Fernando y don Juan», en Emilio Cabrera (ed.), Andalucía entre Oriente y Occidente (1236-1492). Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía, Córdoba, pp. 599-642, así como en A.G.S., C.S.R., leg. 10, fol. 200. A.G.S., C.R., leg. 651-9. Fueron editados en Carmen Trillo San José, 1994, «El Nublo, una propiedad de los Infantes de Granada», Homenaje al Profesor José María Fórneas Besteiro, Granada, vol. II, pp. 867-879. A.R.Ch.Gr., sala 2, leg. 5276, p. 6. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 1 del apéndice. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 1 del apéndice. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 2 del apéndice. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 3 del apéndice. En Federico Corriente e Ignacio Ferrando, 2005, Diccionario avanzado árabe, Barcelona, Herder, al fadān se le asigna una extensión de 4.200,833 m2 y aparece como sinónimo de yunta de bueyes y de yugada. Al ser la extensión del Nublo, según vemos más adelante por un testigo, de 14 yuntas, podía equivaler a 5,88 ha (112 marjales). Hay una falta de coincidencia entre los nombres de las parcelas del primer y segundo aprecio, y una diferencia del valor total de la finca en unas 8.000 doblas de oro. Hemos tenido en cuenta este último, donde el precio es superior, porque es el que está firmado por los testigos apreciadores de la hacienda. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 1 del apéndice: «Fadin Almoahar, que a por linderos al//(fol. 88r) mediodía un arroyo de su pertenencia e al norte otro arroyo». Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 2 del apéndice: «la faza que dicen Fadin//(fol. 90r) Alfauza e Fadin Alandar e Fadin el Roma \e Fadin el Vitravi y para las 3 fazas aguas/». Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 2 del apéndice: «Con todos sus derechos e prouechos e rentas, entradas e salidas, e con toda el agua dotada e señalada para el asiento e heredamiento del Nublo». A.H.N., Clero, libro 3692. A.H.N., Clero, libro 3692. A.H.N., Clero, libro 3692. A.H.N., Clero, libro 3692. A.H.N., Clero, libro 3692. A.H.N., Clero, libro 3692. A.H.N., Clero, libro 3692. A.H.N., Clero, libro 3692: «Alonsso Enriquez nuestro corregidor de la dicha çibdad de Granada, sabed que porque el monesterio de la Conçebçion de esta çibdad de la horden de Sanct Geronimo este en mejor sitio avemos acordado que se passe y edifique en el sitio de Daral Ben Mordi, que es çerca del dicho monesterio [...]».

53. 54.

55. 56. 57.

58. 59. 60. 61. 62. 63. 64.

65.

66. 67. 68. 69. 70. 71. 72. 73.

74. 75.

76. 77. 78.

79. 80.

A.H.N., Clero, libro 3692. Rafael Marín López, 1999, «Origen y evolución del patrimonio del monasterio de San Jerónimo de Granada (siglos XVIXVII)», Chronica Nova, 26, pp. 215-242. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, Al-Lamḥa..., pp. 10-11. Pedro Hernández Benito, 1991, La Vega de Granada al final de la Edad Media, Granada, véase índices. María Amparo Moreno Trujillo, 2005, La memoria de la ciudad: el primer libro de actas del cabildo de Granada (1497-1502), Granada, p. 360; Carmen Trillo San José, 2008, «Un espacio del rey en la ciudad nazarí de Granada: la huerta de la Alberzana», en Expiración García Sánchez y Camilo Álvarez del Moral (eds.), Ciencias de la Naturaleza en al-Andalus. Textos y Estudios, Granada, pp. 337-350, espec. p. 347. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. Fernando López Cuevas, 2013, «La almunia cordobesa, entre las fuentes historiográficas y arqueológicas», Revista Onoba, 1, pp. 243-260. Évariste Lévi-Provençal y Emilio García Gómez (trad.), 2005, El siglo XI en primera persona. Las “Memorias” del rey ‘Abd Allāh, último rey Zīrí de Granada, destronado por los Almorávides (1090), Madrid, p. 120. Evariste Lévi-Provençal y Emilio García Gómez (trad.), 2005, El siglo XI en primera persona..., p. 108. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. Antonio Malpica Cuello, Alberto García Porras, José Javier Álvarez García, Teresa Bonet García, Ana Palanco Noguerol y Ana Ruiz Jiménez, 2006, Intervención de apoyo a la rehabilitación de la muralla de la Alberzana y adecentamiento de su entorno, Informe depositado en la Delegación provincial de Cultura de Granada, Granada (inédito). Trillo San José, 2008, «Un espacio del rey...», p. 341. En la actualidad los regantes de Aynadamar señalan que se riega 1 marjal con 12 m3 de agua, y que el ciclo de riego es cada 6 u 8 días. No obstante, hay que pensar que si se trataba de una finca real tuviera turnos más frecuentes (tal vez dos días en semana, como ocurría con la huerta de la Alcazaba Qadima), por lo que habría que duplicar la extensión de tierra calculada que podría regar, siendo entonces de 60 marjales (3 ha). Estos datos parecen coincidir con algunos testimonios del pleito citado que señalan que la huerta tenía 50 marjales. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. A.M.G., leg. 3442, p. 3. Testigo Hernando Mahedi, vecino de San Gregrio yadministrador de las aguas de Aynadamar, de 90 años: «E alli vido puesta vna tela de justar y este testigo bido yr a ella muchos caballeros e justar en la dicha tela». A.M.G., leg. 3442, p. 3. Luis Seco de Lucena Paredes, 1975, La Granada nazarí del siglo XV, Granada, p. 148.

Antonio Gallego y Burín, 1946, Guía de Granada, Granada, p. 770. A.M.G., leg. 3442, pieza 3. Testigo Juan de Mendoza el Harrif, labrador, vº de San Salvador, sesenta e çinco años, en la pregunta duodécima del interrogatorio de la parte del acusado señala: «que es verdad e sabe que el dicho heredamiento agora se nombra albeztana e que los cristianos viejos tyenen corrompido el nonbre de arávigo e que su propio nonbre se a de nombrar baztana e que se nombra baztana como cosa fresca de mucho agua e arboledas e que así entre cristianos nuevos la llaman bastana e los cristianos viejos la nombran baztana». 83. A.M.G., leg. 3442, pieza 3. 84. Darío Cabanelas Rodríguez, 1979, «Los cármenes de Ainadamar en los poetas árabes», Estudios sobre Literatura y Arte dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, Granada, vol. I, pp. 209-219, espec. p. 211. 85. Cabanelas Rodríguez, 1979, «Los cármenes de Ainadamar...», p. 213. 86. José Miguel Torres Martín, 2007, Libro del prinçipio, fundaçion y prosecuçion de la Cartuxa de Granada, Granada. 87. Torres Martín, 2007, Libro del prinçipio, p. 32. 88. Torres Martín, 2007, Libro del prinçipio, p. 48. 89. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, Historia de los reyes de la Alhambra..., p. 34: «Es costumbre de la gente de esta ciudad trasladarse a los lugares en que sehace la vendimia, cuando es su tiempo, con todo el ajuar de sus casas, y salir a las vegas con sus hijos y su familia y sus criados. Ponen su confianza en su energía y en sus armas, a pesar de que está tan próximo su enemigo [el cristiano] que llegan con la vista a las fronteras de sus tierras». 90. Torres Martín, 2007, Libro del prinçipio, p. 54: «Compró, ansi mismo, de Françisco Marín, genovés mercader vezino de Granada en la collatión de Santa Maria la Mayor, vna viña carmen con vna haça de tierra que esta junto con ella con todos los azeytunos e otros árboles que en ella están y con tres casas que, ansi mismo, están en ella, la una enhiesta y las dos caydas e vna alberca que ay en todo treinta \y cinco/ marjales, poco mas o menos, en el pago de Aynadama [...] con doze tardes de agua [...]». 91. Apeo del licenciado Loaysa de las Aguas de Ynadamar y Chorro del río Beiro de Granada (1575), A.R.Ch.Gr., cab. 511, leg. 2237 y 2266. 92. 1 marjal equivale aproximadamente a 525m2. 93. Malpica Cuello y Trillo San José, 1992, «Los infantes de Granada...», pp. 392-394. 94. A.H.N., Clero, libro 3692. 95. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 2 del apéndice. 96. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 2 del apéndice. 97. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 2 del apéndice. 98. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 2 del apéndice. 99. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 3 del apéndice. 100. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 2 del apéndice. 101. Trillo San José, 1994, «El Nublo...», doc. 1 del apéndice. 102. A.M.G., leg. 3442, p. 3. 103. A.M.G., leg. 3442, p. 3. 104. A.M.G., leg. 3442, p. 3. 105. Ibn al-Jaṭīb, ed. 1998, Al-Lamha..., pp. 10-11: «todas ellas tienen casas magníficas, torres elevadas, eras amplias, palomares y gallineros bien acondicionados y más de 20 se encuentran dentro del área de la ciudad y del recinto de su muralla. En estas fincas vive un gran número de hombres y de animales, como caballos vigorosos para el laboreo y cuidado del campo, y en muchas de ellas hay incluso castillos, molinos y mezquitas». 81.

82.

FINC AS DE R E C R E O DE L A GR ANADA NAZ AR Í S E GÚN L A S F U E N T E S C A S T E L L A N A S : E L N U B L O , L A A L B E R Z A N A Y C Á R M E N E S D E A Y N A D A MAR

591

Bibliografía ÁLVAREZ CIENFUEGOS, Isabel (1959). «La hacienda de los naṣríes granadinos», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, VIII, pp. 99-124. CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío (1979). «Los cármenes de Ainadamar en los poetas árabes», Estudios sobre Literatura y Arte dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, Granada, vol. I, pp. 209-219. CALERO SECALL, María Isabel (2001). «El proceso de Ibn al-Jaṭīb», Al-Qanṭara, XXII-2, pp. 421-461. CALERO SECALL, María Isabel; MARTÍNEZ ENAMORADO, Virgilio (1995). Málaga, ciudad de al-Andalus, Málaga. CORRIENTE, Federico; FERRANDO, Ignacio (2005). Diccionario avanzado árabe, Barcelona, Herder. GALLEGO Y BURÍN, Antonio (1946). Guía de Granada, Granada. GUICHARD, Pierre (2001). Al-Andalus frente a la conquista cristiana. Los musulmanes de Valencia (siglos XI-XIII), Valencia. HERNÁNDEZ BENITO, Pedro (1991). La Vega de Granada al final de la Edad Media, Granada. IBN AL-JAṬĪB (ed. 1973). Al-Iḥāṭa fī ajbār Garnāṭa, ed. de Muḥammad ‛Abd Allāh ‘Inān, El Cairo. —— (ed. 1998). Historia de los reyes de la Alhambra. El resplandor de la luna llena (Al-Lamḥa al-badriyya), trad. de José María Casciaro Ramírez, Granada. IBN ŠARĪFA, Muhammad (ed.) (1987). Diwān Ibn Furkūn, Matba’a al-Nayah al-Ŷadīda. JIMÉNEZ MATA, María del Carmen (1990). La Granada islámica. Contribución a su estudio geográfico-político-administrativo a través de la toponimia, Granada. LADERO QUESADA, Miguel Ángel (1969). «El duro fisco de los emires», en «Dos temas de la Granada nazarí», Cuadernos de Historia, 3, pp. 321-334. LÉVI-PROVENÇAL, Évariste; GARCÍA GÓMEZ, Emilio (trad.) (2005). El siglo XI en primera persona. Las “Memorias” del rey ‘Abd Allāh, último rey Zīrí de Granada, destronado por los Almorávides (1090), Madrid. LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, José Enrique (1988). «Granada en el siglo XV: las postrimerías nazaríes a la luz de la probanza de los infantes don Fernando y don Juan», en Emilio Cabrera (ed.), Andalucía entre Oriente y Occidente (1236-1492). Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía, Córdoba, pp. 599-642. LÓPEZ CUEVAS, Fernando (2013). «La almunia cordobesa, entre las fuentes historiográficas y arqueológicas», Revista Onoba, 1, pp. 243-260. MALPICA CUELLO, Antonio; TRILLO SAN JOSÉ, Carmen (1992). «Los infantes de Granada. Documentos árabes romanceados», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 6, 361-421. MALPICA CUELLO, Antonio; GARCÍA PORRAS, Alberto; ÁLVAREZ GARCÍA, José Javier; BONET GARCÍA, Teresa; PALANCO NOGUEROL, Ana; RUIZ JIMÉNEZ, Ana (2006). Intervención de apoyo a la rehabilitación de la muralla de la Alberzana y adecentamiento de su entorno, informe depositado

592

C AR MEN TR ILLO S AN J OS É

en la Delegación provincial de Cultura de Granada, Granada (inédito). MARÍN LÓPEZ, Rafael (1999). «Origen y evolución del patrimonio del monasterio de San Jerónimo de Granada (siglos XVIXVII)», Chronica Nova, 26, pp. 215-242. MOLINA LÓPEZ, Emilio (1999-2000). «El Mustajlaṣ andalusí (I) (s. VIII-XI)», Revista del Centro de Estudios Histórico de Granada y su Reino, 13-14, pp. 99-189. MOLINA LÓPEZ, Emilio; JIMÉNEZ MATA, María del Carmen (2011). «Documentos árabes y patrimonio real nazarí», en Nuria Martínez de Castilla Muñoz (ed.), Documentos y Manuscritos árabes del Occidente musulmán medieval, Madrid, pp. 225-248. MORENO TRUJILLO, María Amparo (2005). La memoria de la ciudad: el primer libro de actas del cabildo de Granada (14971502), Granada. PALACIOS ROMERO, Antonio (1999). «Yūsuf III en el Diván de Ibn Furkūn», Biblid, 7, pp. 255-269. PEINADO SANTAELLA, Rafael Gerardo (2008). «El patrimonio real nazarí y la exquisitez defraudadora de los principales castellanos», en Rafael Gerardo Peinado Santaella, Aristócratas nazaríes y principales castellanos, Málaga, pp. 211-230. RODRÍGUEZ GÓMEZ, María Dolores (2016). «Emires, linajes y colaboradores: el traspaso de la tierra en la Vega de Granada (Alitaje, siglo XVI)», en Ana Echevarría Arsuaga y Adela Fábregas García (eds.), De la alquería a la aljama, Madrid, pp. 37-70. SECO DE LUCENA PAREDES, Luis (1961). Documentos arábigo­ granadinos, Madrid. —— (1974-75). «La administración central de los nazaríes», Cuadernos de la Alhambra (10-11), pp. 21-26. —— (1975). La Granada nazarí del siglo XV, Granada. SÉNAC, Philippe (2012). «De la madîna à la almunia. Quelques réflexions autour du peuplement musulman au Nord de l’Ébre», Annales du Midi: revue de la France méridionale, 278, p. 183-201. TORRES MARTÍN, José Miguel (2007). Libro del prinçipio, fundaçion y prosecuçion de la Cartuxa de Granada, Granada. TRILLO SAN JOSÉ, Carmen (1994). «El Nublo, una propiedad de los Infantes de Granada», Homenaje al Profesor José María Fórneas Besteiro, Granada, vol. II, pp. 867- 879. —— (2004). Agua, tierra y hombres en al-Andalus. La dimensión agrícola del mundo nazarí, Granada. —— (2007). «Agentes del Estado y mezquitas», Historia, Instituciones, Documentos, 34, pp. 279-291. —— (2008). «Un espacio del rey en la ciudad nazarí de Granada: la huerta de la Alberzana», en Expiración García Sánchez y Camilo Álvarez del Moral (eds.), Ciencias de la Naturaleza en al-Andalus. Textos y Estudios, Granada, pp. 337-350. —— (2014). «Les munya-s et le patrimoine royale à l’époque nasride (XIIIe-XVe siècles). Entre le souverain et les élites», Annales Islamologiques, 48.2, pp. 167-190. VIGUERA MOLINS, María Jesús (2000). «El ejército», en María Jesús Viguera Molins (coord.), El reino nazarí de Granada (1232-1492), vol. III, Política, Instituciones, Espacio y Economía, Madrid, Espasa Calpe, pp. 429-475.

JOSÉ TITO ROJO Universidad de Granada

23

LOS ESTANQUES PALATINOS EN EL OCCIDENTE MUSULMÁN: LA FAVARA DE PALERMO Y EL ALBERCÓN DE CARTUJA EN GRANADA1 The palatial pools in the Islamic West: the Favara in Palermo and the Albercón of La Cartuja in Granada

RESUMEN En este artículo se analiza el conjunto de los grandes estanques medievales asociados a los palacios y almunias del Occidente musulmán, dedicando especial atención a dos de ellos especialmente significativos: la Favara de Palermo, palacio arabo-normando del rey Ruggero II, y el Albercón del Moro en la Cartuja de Granada, antiguo pago de Aynadamar. En el primero se aportan como novedades su carácter de jardín geográfico, relacionado el diseño de la isla del estanque con el dibujo de Sicilia en la Geografía de al Idrisi, y su configuración como mar que se confundía visualmente con el Mediterráneo. En el caso del Albercón del Moro, escasamente atendido por la moderna historiografía, se estudia su evolución, se dan datos de su situación actual y se discute la hipótesis de que pudiera tratarse del estanque del alcázar del visir Ibn al-Jatib en Aynadamar, ampliamente celebrado en sus poemas y en los de su círculo de poetas amigos. Se aportan igualmente novedades sobre la evolución de otros estanques, entre ellos el del Palacio de Comares en la Alhambra. PALABRAS CLAVE Almunias | Almohade | Al-Ándalus | Jardín | Estanques | Favara | Aynadamar | Alhambra

ABSTRACT In this paper, the set of large medieval pools associated to the palaces and almunias from the Muslim West is analysed, devoting special attention to two of them especially meaningful: the Favara in Palermo, an arab-norman palace that belonged to the King Ruggero II, and the Albercón del Moro (albercón = large pool) in the Cartuja of Granada, the old pago of Aynadamar (in medieval Spanish, pago: small region of agricultural properties). Regarding the first one, two contributions are established: Its character as a geographical garden, relating the design of the island in the middle of the pool to the drawing of Sicilia in al Idrisi’s Geography, and its configuration as a sea that was visual­ly confused with the Mediterranean. In the case of the Albercón del Moro, scarcely attended by the modern historiography, its devel­opment is studied, data are given about its present day condition and the fact that it might well be the pool of the vizier Ibn al-Jatib’s man­or (alcázar), widely celebrated in his poems and in those ones from his poets’ circle is discussed as an hypothesis. Contributions are additionally given about the evolution of other pools, among them the one in the Palacio de Comares in the Alhambra. KEYWORDS Almunias | Almohad | Al-Andalus | Garden | Pools | Favara | Aynadamar | Alhambra

593

Para entender el pasado solemos recurrir a líneas de evolución claras, a cadenas de influencias que se ajustan a la generalidad de los ejemplos conocidos. Es habitual incluso cuando tratamos temas en los que las supervivencias son escasas, los jardines medievales son sin duda uno de ellos. La Favara, el conjunto palaciego que se hizo el rey Ruggero II en las afueras de Palermo, y el Albercón del Moro, situado en el actual Campus de Cartuja de la Universidad de Granada, tienen la rara fortuna de las cosas insólitas, de los productos culturales que por su especificidad se escapan de los esquemas habituales y de las simplificaciones. El elemento más llamativo del jardín de la Favara es su gran depósito de agua que lo relaciona con el imaginario de la jardinería islámica donde son frecuentes los estanques de enorme capacidad, de los cuales los más conocidos de Occidente son los ligados a la expansión de los almohades en los siglos XII-XIII. La Favara pertenece a un tiempo anterior y un espacio ajeno, obligando a plantearse cuestiones sobre sus antecedentes y conexiones, lo mismo que ocurre en lo relacionado con su sentido y su función. Igualmente el Albercón de Cartuja presenta aspectos excepcionales, tanto en su paradójica evolución, pues se recupera como bien patrimonial por particulares y vuelve a desaparecer a manos de la administración pública, como por haber sido considerado de finalidad exclusivamente agrícola cuando los testimonios escritos y la materialidad de lo conservado apuntan a su posible pertenencia a un complejo palaciego. Para poder analizar estos dos depósitos de agua es obligado situarlos en su contexto, los grandes estanques del Occidente musulmán, estudiando su evolución y planteando cuál ha sido el comportamiento reciente de sus gestores tras la aparición de la óptica patrimonial. Aunque algunos de los ejemplares han sido monográficamente estudiados, lo cierto es que, a pesar de su importancia, este tipo de estanques no ha conocido todavía un estudio global específico, apareciendo solapados por la preponderancia historiográfica de lo relativo a la arquitectura de los edificios y a los cultivos agrícolas. En los límites de espacio de este trabajo atenderemos un

594

JOSÉ TITO R OJO

fragmento de esa realidad, los asociados a los cultivos urbanos y periurbanos del poder y lo haremos poniendo el acento en sus valores paisajísticos y jardineros, razón por la que no se estudian otros aspectos, también fundamentales y estudiados hasta ahora solo en algunos casos concretos, como son la mecánica de su funcionamiento, su sistema de abastecimiento de agua, la relación entre su capacidad y la superficie de cultivos dependientes, la red de canales que se nutre de ellos o los detalles constructivos. Quedan también fuera de nuestra consideración otros tipos de depósitos de agua, así los ubicados en los campos para su riego y los destinados a proveer de agua a las poblaciones, o incluso los numerosos ejemplos de presas de retención y regularización de agua, tanto para riego como para uso doméstico en las ciudades. En este trabajo estudiamos de forma más detallada la Favara y el Albercón de Cartuja, tanto por su señalado carácter excepcional como por la novedad de datos y reflexiones que podemos aportar. Tratamos en el cuerpo principal del texto, aunque diferenciados con epígrafes específicos, los aspectos de estos dos ejemplares relacionados directamente con el análisis global de los estanques: su uso, su forma, su evolución; dejando al final, como dos addendas, lo que consideramos más relevante y alejado de esa globalidad. En la addenda referida a la Favara atenderemos a su entidad paisajística como parque geográfico y su carácter de antecedente de los juegos de perspectiva que más tarde se realizarán con el agua en los jardines. Y en la correspondiente al Albercón analizaremos su consideración como posible estanque central de un edificio de carácter aristocrático (fig. 1).

1. La sequía veraniega y los estanques de riego En los climas áridos el agua es un ingrediente imprescindible de los cultivos, su captura, distribución y uso acompaña desde los orígenes a la agricultura y la jardinería. De forma especial en el área mediterránea, pues, a diferencia de las otras zonas de aparición de la agricultura, existe allí una circunstancia que hace complica-

fig. 1 De izquierda a derecha y de arriba abajo: (1) Detalle de la situación de la Favara en el plano que reconstruye la geografía de Palermo en época normanda (tomado de Caronia y Noto, 1988); (2) Fotografía actual, marcando el límite del lago de la Favara; (3) Ubicación de Aynadamar en uno de los planos de Granada realizado por el ejército francés, 1811 (Archivo del Chateau de Vincennes, fotografía: Agnès du Vachat); (4) El Albercón de Cartuja, fotografía aérea hacia 1950, antes de la edificación del Campus.

dísimo el arte de cultivar: la lluvia es escasa en verano, la estación en que precisamente la mayor temperatura estimula el crecimiento y, en consecuencia, aumenta la demanda de agua por los vegetales. Los estudios clásicos sobre el origen de las plantaciones, centrados sobre todo en Mesopotamia y Egipto, relacionaron el fenómeno con el cambio climático que supuso, tras la última glaciación, el establecimiento allí de un clima similar al actual mediterráneo, aceptando como marginal que desde esas fechas el régimen de lluvias y las temperaturas en la región hayan sufrido variaciones, a veces significativas. Pero aunque ya sabemos que esa correlación (origen de la agricultura / escasez de lluvia en verano) no es exacta, si lo es que, en el área mediterránea, el riego fue muy pronto el sistema imprescindible para la producción de muchos vegetales. La búsqueda de corrientes de agua continuas o estacionales, la construcción de pozos, la distribución mediantes canales fueron sinónimo de cultivo, es decir de cultura, de civilización. Entre los sistemas inventados había dos que formarán parte de

lo que será característico de los cultivos islámicos, los canales drenantes subterráneos2 y los grandes estanques de riego. En realidad ambos forman parte de un sistema complejo que ligaba la lejana naturaleza húmeda de las montañas con la naturaleza árida de las ciudades y su entorno verde, con tecnologías que se mantuvieron durante miles de años. Ingenios de captación mediante excavaciones (minas o pozos) y canales de riego (en superficie o subterráneos) eran una red de vida que permitía transportar el agua a lo largo de kilómetros para permitir la existencia de los pueblos. En ese contexto se inscriben las construcciones de los grandes reservorios de agua. Los estanques cumplían una doble función: permitir la distribución de forma controlada como punto intermedio de la red de ca­nales y garantizar riegos de supervivencia en momentos en que el aporte de agua no era suficiente. Desde el principio a esas dos funciones se añadieron otras ajenas a la disciplina agrícola, la aportación estética en la configuración de las plantaciones y beneficios distintos a los

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

595

fig. 2 El gran estanque abasida de Dar al-Khalifa en Samarra (s. IX). Un depósito de 115 x 130 m conectado con el palacio mediante una escalinata monumental. Dibujo de 1912-13 del Fondo Herzfeld (Smithsonian Institution, Freer Gallery of Art and Arthur M. Sackler Gallery Archives). Color azul del agua añadido digitalmente.

directamente productivos: el frescor derivado de la evaporación, la posibilidad recreativa de paseos o baño, la denotación del status de los propietarios, la provisión de peces para la vista o la cocina. Aspectos que se convirtieron a veces en prioritarios en los espacios ligados al poder. Se manifiesta en los escritos y en las representaciones gráficas de Oriente y se prolonga en las primeras jardinerías del occidente mediterráneo, así en la Roma clásica los grandes estanques y los lagos, desligados de la servidumbre del riego, son moneda frecuente como signo de lujo: peschieras adosadas a los palacios o dentro de ellos (Oplontis, Pecile de Villa Adriana), lagos para espectáculos y asombro (Domus Aurea)3. Estas consideraciones representan una clara dificultad en diferenciar los depósitos de agua en función de su destino agrícola o recreativo. Ni el tamaño, grande o pequeño, ni la ubicación, fuera o dentro de las construcciones, tienen una correlación directa con uno u otro. Salvo en los campos agrícolas alejados de las ciudades, son escasos los ejemplos en los que se puede dictaminar un uso exclusivo y la realidad funciona como un complejo proceso en el que se diversifican las prioridades de los estanques, que incluso en cada uno de ellos pueden alterarse a lo largo del tiempo.

2. La expansión de las tecnologías orientales con el Islam Como sistema de riego los grandes estanques se incorporan y difunden a partir de que el Islam, originario de Arabia, alcanza el Oriente Próximo. En tiempo de

596

JOSÉ TITO R OJO

los omeyas los palacios construidos incorporan grandes superficies de agua. Los llamados castillos del desierto, hoy ruinas descontextualizadas de su paisaje agrícola original, no eran solo construcciones palaciegas para la caza o el retiro, sino un modo de vida en el que los estanques cercanos garantizaban la presencia de un manto verde de cultivos y arboledas hoy, obviamente, inexistentes. Al Qastal en Jordania, construida por el califa omeya Yazid bin Abd al-Malik (720-724) tenía un estanque de 30 x 22 m con 6,5 m de profundidad lo que suponía una capacidad de más de 4.000 metros cúbicos4. No era el único, pues en un cinturón de dos kilómetros cuadrados se contabilizaban cerca de 70 cisternas de menor tamaño. También el cercano Muwaqqar, que construye el mismo califa, tenía un gran estanque conectado con el núcleo palatino. El uso de los estanques asociado a las construcciones palaciegas se prolongará en tiempo de los abasíes y será frecuente en el Islam posterior, con manifestaciones jardineras tan extremas en el espacio y en el tiempo como las nazaríes o las mogolas (fig. 2). El hecho de que la expansión del Islam por los omeyas se produjera en la zona más árida de la cuenca mediterránea, por el sur hasta el Magreb y la Península Ibérica, determinó la difusión de las técnicas agrícolas orientales de las que formaban parte los grandes estanques de reserva y los qanat. Pero no es la aridez la única explicación del papel de la agricultura de regadío en los territorios musulmanes del Occidente sino que el Islam significó también un cambio en las formaciones sociales conquistadas. Frente al modo de producción esclavista y su heredero feudal, la sociedad islámica creó sociedades que determinaron un especial desarrollo de los

fig. 3 Reconstrucción del estado medieval del estanque del recinto de Dar al-Hana en el Agdal de Marrakech, con la ubicación hipotética del palacio y estructuras anejas, entre ellas los pabellones laterales con pequeños estanques. (Navarro, Garrido y Almela, 2017).

regadíos. El fenómeno ha sido especialmente estudiado en al-Ándalus por tratarse de una precedente sociedad muy romanizada y permitir relacionar el cambio de uso del territorio —el cambio del paisaje— con el cambio de cultura. El Islam produjo allí lo que a veces ha sido definido de forma gráfica como «revolución agrícola», con la puesta en regadío de amplios territorios anteriormente dominados por los cultivos de secano5. Como manifestación de ese proceso existían en los inicios del Occidente musulmán grandes estanques en el entorno inmediato de las ciudades y de los centros de poder, recogidos en crónicas y textos literarios o con testimonios materiales conservados, de los cuales los construidos por los aglabíes en Kairuán (Túnez) son tal vez los más llamativos. Son estos grandes depósitos circulares, el mayor de los conservados con 128 m de diámetro y una profundidad de 4,8 m lo que obligaba

a un sistema de contrafuertes internos y externos para soportar la presión. Incluso este no era el más grande, en la misma Túnez hubo otros, como por ejemplo el extenso, de 290 x 80 m que cita el historiador Ibn Jaldún (1332-1406)6. Fueron sin embargo los almohades los que hicieron de los grandes estanques un signo distintivo de su técnica agrícola, asociados los mayores de ellos a las propiedades de los monarcas. La conversión de Marrakech en capital del imperio en 1147 supuso la creación de infinidad de fincas agrícolas de regadío que se agrupaban en el sur y oeste de la medina, lugar por donde arribaban las aguas captadas en las montañas del Atlas, sin menoscabar que existían con anterioridad grandes fincas de regadío, como recogen los textos históricos y los estudios más recientes sobre la ciudad7. Los almohades, a lo largo de la segunda mitad del siglo XII, las

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

597

crean a escasa distancia de la ciudad con una tipología muy fija: de forma rectangular, rodeadas de muros para proteger los cultivos de los enemigos —fueran estos el viento cálido que deseca las plantaciones, el ganado o los asaltantes—, con entrada de canales de agua y con grandes estanques, casi siempre elevados sobre el terreno con potentes muros de contención. La mayoría de esas fincas son hoy restos abandonados de las que se advierten los muros rotos de los antiguos estanques8, pero quedan vivos y en uso las dos mayores, la Menara, fundada en 1157, y el Agdal, fundado en 1171. El estanque conservado en la Menara mide 198 x 195 m, medidas cercanas a los dos más grandes del Agdal, el de Dar al-Hana, que es el más antiguo y se conserva desde su creación, con una lámina de agua de unos 208 x 181 m y el de al-Garsia, seguramente del siglo XIX, algo más pequeño, 204 por 151 m. Ambas con una profundidad similar, 2,2 y 2,5 m. La fortuna crítica del Agdal se ha beneficiado de los estudios del investigador Mohammed el Faïz que le ha dedicado notables publicaciones, parte de las cuales fueron recogidas en el dossier correspondiente a su señalamiento con el Premio Carlo Scarpa per il Giardino en 20009, y más recientemente de las investigaciones necesarias para su restauración por el equipo formado por la Fundación de Cultura Islámica10. La ampliación de los regadíos por los almohades en Marrakech ha dejado como testimonio la más extensa red de canales subterráneos de Occidente. Centenares de kilómetros en una red que hoy está prácticamente abandonada, es decir en ruinas, pues este tipo de conductos exige un cotidiano mantenimiento y su ausencia se traduce en colmataciones y derrumbes. Por sus características materiales y por carecer de referencias documentales concretas para cada una de ellas son de difícil datación. Aunque la mayoría de las jattaras actuales pueden ser de los últimos siglos el sistema es, en su conjunto, medieval y se sabe que las había antes incluso de la llegada de los almohades (Navarro Palazón, Garrido Carretero y Torres Carbonell, 2014, p. 57) (fig. 3). En la ribera norte del Mediterráneo hay también importantes estructuras hidráulicas anteriores a los almohades. En la Córdoba omeya las conocemos asociadas a palacios, en Madinat al-Zahra había cuatro rodeando un pabellón de jardín, la mayor cercana a los 20 m; en la almunia de al-Rummaniyya había una de 50 x 28 m, rodeada de habitaciones pero abierta al paisaje por el sur pues la crujía de ese lateral estaba perforada con dos pórticos. En ambos sitios con otras menores en diversas zonas de los jardines. Inmediatamente anteriores a los almohades son algunas de las mayores albercas europeas, la del Castillejo de Monteagudo en Murcia y los

598

JOSÉ TITO R OJO

jardines de la Cuba y la Favara de Palermo. La primera, en un valle al pie de la colina donde estaba el palacio construido por el rey murciano Ibn Mardanis (11471172), es tal vez el mayor depósito de agua que hubo en al-Ándalus, quedando de él varios muros que permiten a sus investigadores apuntar un tamaño de 161 x 136 m. Aún no es posible asegurar si los restos permiten confirmar si anejo a la alberca había, como es habitual, algún tipo de edificación11. Cercanas en la geografía y el tiempo estaban las albercas de la almunia de Larache (de 60 x 58 m) y la del Cabezo de Torres (de 90 x 78 m)12. No es ocioso señalar aquí que sus investigadores apuntan la necesidad de profundizar entre las similitudes entre la arquitectura mardanisí del Reino de Murcia y la coetánea normanda de Sicilia. Ya en ápoca almohade, posteriores por tanto a la Favara, se construyen los más famosos albercones de riego de al-Ándalus: el de la Buhayra de Sevilla, que es un cuadrado de 43 m, creado en el mismo 1171 en que se funda el Agdal, y el de Alcázar Genil de Granada, de 121 x 28 m, de 1218.

3.

La Favara de Palermo

En los palacios normandos de Palermo el agua suele ocupar un papel relevante, normalmente asociado directamente con las construcciones. El estanque más pequeño es el que hay frente al edificio de la Zisa, con unos 20 x 15 m, con una pequeña isla que la documentación suele señalar ocupada con un pabellón, aunque no conocemos certeza arqueológica y lo que hoy puede verse, con el interior de tierra, podría ser compatible con un jardín. Más considerable es el estanque de la Cuba, cuyas dimensiones hipotéticas varían según autores, pero con una longitud que podría estar entre los 92 y los 120 m y un ancho, más fiable, de unos 63 m 13. El pabellón (la qubba) se encontraría dentro del agua comunicado con el perímetro mediante un puente. Esa configuración es similar a la de algunos estanques de al-Ándalus que son referidos en crónicas y poemas con pabellones construidos en islas, alguno tan llamativo como el de al-Mammun de Toledo hecho con techo de cristales sobre los que resbalaba el agua para refrescarlo. También se comportaba como una isla el ya citado pabellón frente al Salón Rico de Madinat al-Zahra al estar rodeado de cuatro estanques14 (fig. 4). En el caso de la Favara el depósito de agua tiene características singulares, por su funcionamiento, por su objetivo y por su tecnología. Fue obra de Ruggero II anterior a 1153, sobre un precedente alcázar (Qasr) del emir kalbita Ja’far al-Kalbi que se beneficiaba igual-

fig. 4 La Cuba de Palermo en la reconstrucción idealizada del pintor Rocco Lentini, 1922. (Soprintendenza per i Beni Culturali e Ambientali di Palermo).

mente del agua de la surgencia de la Fawwarah, como describió el viajero Ibn Hawqal15, y que contaba en su entorno con estanques y lagunas, naturales o artificiales. Este mismo viajero indica que: servon tutte queste acque a [inaffiare] i giardini, pero parece claro que la construcción del lago por el rey normando tenía una finalidad diferente de la agrícola. La fuente de agua que alimenta el lago se sitúa en su inmediatez, al pie del monte Griffone que es su límite topográfico, y su aporte de agua era tan abundante y constante que hacía innecesaria la construcción de ese depósito de agua para garantizar el riego; su forma y ubicación indican una clara vocación estética y placentera asociada al uso del palacio. Ya en sus inicios hay testimonios del uso recreativo del lago, siendo una de sus primeras descripciones la del judío español Benjamín de Tudela que en su viaje a Palermo de 1172 dice que: ornatur autem lacus regiis naviculis argento & auro exornatis atque depictis. His rex [Guglielmo II] cum uxoribus suis animi caussa non rarò vehitur 16. Frente a las albercas islámicas el lago de la FavaraMaredolce no se construye con un vaso perimetral recto sino con un dique de gran tamaño y muros de contención laterales que transcurren transformando el terreno, lo que genera un diálogo paisajístico más natural que el propio de los antecedentes musulmanes. Manifiesta, sin embargo, su cercanía con la arquitectura jardinera islámica al colocar el palacio al pie del agua, con los antecedentes antes citados, tanto omeyas como abasíes. La existencia de una gran isla en el lago es también diferente a los modelos islámicos. Frente a las habitualmente rectangulares, esta de la Favara es irregular, adoptando la misma línea naturalista del lago (fig. 5).

Su singular forma, como la de la isla, podría deberse en parte a condicionantes de la topografía preexistente y en parte a una voluntad de diseño. La arqueología podría concretar hasta que punto intervinieron uno u otro factores. Ciertamente diversos sondeos han aportado pistas que apuntan a una razonable mezcla de ambos motivos, el lago sería en parte excavado y sus límites establecerían un compromiso con la topografía17. La arqueología podría indicar también la existencia o no en la isla de alguna edificación que reforzaría el placer de su uso y la cercanía al mundo jardinero musulmán. El dibujo de Vicenzo Auria mostrando una construcción menor, entre los cultivos, enfrentada al palacio, es un estimulante indicio de la necesidad de considerar esta hipótesis18 (fig. 6). Desde el punto de vista estético los restos de pintura roja, conservados todavía en diversas zonas de los muros del lago, lo acercan también a los antecedentes andalusíes. En efecto, tanto en Madinat alZahra como en al-Rummaniyya y la Buhayra las paredes de los estanques estaban enlucidas con un mortero de cal y pintadas de color «rojo almagra». También es así en algunos de los canalillos de riego junto a los paseos. Es pertinente señalar que por razones estéticas el color rojo fue usado así mismo en elementos del jardin sin carácter hidraúlico, los laterales de los andenes o los muros de las terrazas19. El estanque de la Zisa de Palermo presenta también sus paredes con este mismo color. La influencia jardinera islámica en Sicilia no se limitó a los grandes estanques sino que la otra tecnología emblemática, los qanat-jattara, también se introdujeron en la isla20. En los qanats sicilianos se produce en ocasiones una curiosa utilidad, su reutilización como

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

599

fig. 5 Planimetría de conjunto de Maredolce-La Favara. Dibujo de Giovanni Asmundo y levantamiento de Francesca Lotta. En Barbera, Boschiero y Latini, 2015, p. 21). Se ha tratado digitalmente para aclarar el área correspondiente a la superficie de agua.

estancias, refugio frente al calor elevado traído por los aires del sur, incorporándose como grutas subterráneas en las haciendas periurbanas con el significativo nombre de camere dello Scirocco.

El uso no productivo de los estanques islámicos 4.

Mientras en la Favara no está clara la necesidad fisiológica de almacenar agua para el cultivo, en los estanques andalusíes, y aún más en los marroquíes, todo indica que es el riego lo que determinó su construcción y que a esa función se superpuso la de representación del poder y la lúdica mediante la construcción de islas, pabellones o, directamente, situando a sus pies el propio palacio. La documentación escrita deja salpicados en el tiempo testimonios de que esas superficies de agua tenían usos recreativos, desde el paseo en barca a ejerci-

600

JOSÉ TITO R OJO

cios acuáticos para la milicia, combinación de utilidad y disfrute coherente con la de las propias fincas, que eran al mismo tiempo de producción agrícola y de solaz de los propietarios. Incluso en tiempo de los almohades, aunque fuera un movimiento que en su origen aparece como una renovación ética contra la decadencia y el lujo. En algunos de esos jardines aristocráticos está incluso documentada su apertura a los habitantes de las ciudades para sus paseos y festejos. En el Agdal recoge esa actividad el francés Le Gendre, que la conoció en tiempos de al-Mansur21. No era un tema extraño en la cultura islámica del Medievo pues las riberas de los ríos, los campos, los cultivos cercanos a las ciudades, incluso los de propiedad privada, solían ser ocupados por grupos para hacer la insaha (picnic como traducción más cercana). Todavía hoy fincas como el Agdal se abren al público determinados días de la semana (viernes y domingo) y bajo la sombra de los árboles las familias comen y festejan. El permiso de entrada de la población

fig. 6 El Castello di Maredolce en el dibujo de Vincenzo Auria, ca. 1650, incluido en Miscellanea... delle acquae della città di Palermo (Biblioteca Comunale di Palermo).

a los grandes jardines de la nobleza es una antigua tradición, tanto en el mundo musulmán como en el cristiano, pero debe entenderse como parcial, referido a determinados momentos y lugares. De la misma forma que en las villas del Renacimiento abiertas a la población no se accedía a los denominados «jardines secretos», de reservado uso exclusivo del propietario, en los cultivos reales musulmanes sería inaccesible la parte ligada a la intimidad y seguridad de los monarcas. En el mismo Agdal en el siglo XVI el inglés Hogan, enviado por la reina Elisabeth, había visto una «barca nueva» en la que personalmente el sultán Abd al-Malik «maniobraba con habilidad»22. Ya más tarde, en 1776, el francés Duc Des Cars relata que el lago estaba destiné aux promenades du soir de l’Empereur et des Reines, qui venaient y respirer le frais, et se promener sur l’eau dans des gondoles 23, percepción significativa del uso recreativo que recibía un estanque de riego. Ciertamente pasear en barca era un placer apreciado en al-Ándalus y el Magreb, hasta el punto de que existía una palabra para designarlo, nazaha, que Henri Pérès, en su estudio de la poesía andalusí del siglo XI, define como «paseo en barca, partida de placer sobre el agua»24 no sin señalar que ese placer se trasladó a Marruecos desde al-Ándalus25. No es por ello de extrañar que en el Agdal se conserve todavía una barca guardada en una habitación junto al estanque de Dar al-Hana. En el Alcázar Genil de Granada, situado junto a un río que en verano se beneficia del deshielo y en la confluencia de dos grandes acequias, Tarramonta y Arabuleila, no está tampoco claro que su gran albercón se justifique solo por el riego. En 1638 Bermúdez de Pedraza dice que allí «se hazian los saraos y casamientos de los Alcaydes, con estanques de argamassa tan grandes, que llenos de agua andavan con barcos en ellos»26, uso placentero que referido al conjunto del sitio había sido notado por Andrea Navagero en su viaje de 1526: Piu a basso nel piano passato il ponte di Xenil piu a man manca assai di tutti questi altri, vi è un palazzo integro in buona parte, con uno bel giardino, & con una peschiera, &

mirti assai, che si dice l’horto della Regina, loco anchora lui piacevole, perilche da tanti vestigi di luoghi dilettevoli, si puo giudicare, che quei Re Mori non si lasciavano mancare cosa alcuna alli piaceri, & vita contenta 27.

Al-Maqqari en sus Nafh at-tib había ya recogido el uso del estanque para ejercicios con motivo de la inserción de un poema de Ibn Zamrak (s. XIV)28. Entre los usos que tradicionalmente se asocian a este albercón está el de celebrar espectáculos de luchas navales que ha derivado en su denominación frecuente como «naumaquia». Aunque la denominación es tradicional, su más antiguo testimonio escrito está recogido en Martínez de la Rosa en el tardío 183729, asociando ese uso en el Alcázar Genil en notas referidas a otro albercón, el de Cartuja, donde sí existe una referencia más antigua, la de Bermúdez de Pedraza: «hacían los Moros sus fiestas navales en barcos y esquifes. Aquí se bañaban las Moras a vista de la Vega, sin ser vistas de ella»30 (fig. 7). Tanto en Alcázar del Genil como en la Buhayra había al pie del estanque amplios pabellones palaciegos31. Situar un edificio, sea palacio o pabellón, al pie del agua es motivo frecuente en la arquitectura islámica, y de hecho el tránsito desde las salas interiores, al pórtico, el andén y la superficie del agua, salvando las obvias diferencias de escala y función, se repite en los patios de los palacios provistos de grandes estanques. Es claro que la Favara, con el palacio imbricado en el lago, comulga con esa estética aunque haya, también en esto, indudables singularidades. La ausencia de pórtico o andén entre el palacio y el lago, por ejemplo, hacen bien distinto el tránsito desde el interior del palacio a la superficie del agua.

5. La fortuna de los albercones del

Occidente islámico tras la Edad Media Hay una clara diferencia en la evolución de los estanques musulmanes del Medievo, entre los que estaban en territorios que continuaron siendo musulmanes y aquellos que pasaron a ser cristianos. Los primeros no

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

601

fig. 7 La finca de Alcázar Genil, hipótesis de estado en el siglo XIV. Detalle de la maqueta de Carl Naucler, sobre documentación de Manuel Casares Porcel, Ángel Rodríguez Aguilera y José Tito Rojo.

perdieron su uso agrícola de riego, seguramente porque la mayor aridez del clima reforzaba su función de reserva de agua para las ocasiones en que la sequía impidiera el uso de acequias o jattaras. En momentos puntuales se tienen noticias de abandono de algunas fincas que repercute en el descuido de los cultivos y estanques. En Marrakech, por ejemplo, la alternancia de esplendor y decadencia urbana, debida a los cambios dinásticos y de capitalidad, tuvo su reflejo en el abandono de las fincas reales y supuso que a veces el agua no llegara a los cultivos. El caso más documentado es el de la rebelión de los mesfioua que a finales del XVIII se apoderaron de la Acequia del Sultán (Tassoultant) y cortaron la provisión de agua al Agdal. Cuando el rey Abd al-Rahman (1822-1859) recupera por la fuerza el agua fue necesario restaurar la finca, lo que significó intervenir en las plantaciones y volver a poner en funcionamiento el estanque de Dar al-Hana que estaba lleno de limo y con un poblado (douar) establecido en su interior. El mismo texto que señala este hecho indica que las plantaciones «estaban expuestas a la sequía durante el verano», lo que incide en el carácter de los albercones como apoyo necesario durante la estación sin lluvia32. La precisa redacción de este texto permite deducir que, incluso es esa época, seguía habiendo cultivos aunque la falta de reserva de agua en el estanque les perjudicara (fig. 8). En la Europa cristiana los antiguos estanques musulmanes, incluidos los de filiación cercana al Islam como es el caso de la Favara, han tenido como norma su desecación y su paso a terreno de cultivo. El proceso tuvo ritmos distintos en unos casos o en otros pero, sal-

602

JOSÉ TITO R OJO

vo el interior del Patio de los Arrayanes en la Alhambra y el Albercón de las Damas en el Generalife, todos llegaron al final del siglo XIX sin su lámina de agua. Ese paso de los estanques a terreno de cultivo es altamente significativo y nos indica hasta que punto su uso como artificio para regar era secundario. En época cristiana, perdida su asociación a los palacios, destruidos y abandonados, se prefiere amortizarlos como superficie cultivable rompiendo la estanqueidad de sus vasos y rellenándolos de tierra. No solo no se les consideraba necesarios para el riego sino que su transformación añade mayor cantidad de plantaciones, lo que significaba, en aparente paradoja, aumentar la necesidad de agua para regar. Obviamente se consideraba más beneficioso desde el punto de vista agrícola perder la reserva de agua para situaciones excepcionales de sequía y contar con mayor superficie aprovechable para el cultivo. Como hemos dicho esa norma se cumple en prácticamente todos los grandes estanques de al-Ándalus. La alberca de la Buhayra de Sevilla perdió su lámina de agua tras la conquista cristiana. Era, antes de su excavación en 1972 y posterior restauración, un lugar baldío, solado de cemento, donde se había construido una escuela y una cancha deportiva, conservando el terreno, según sus excavadores, restos de muros que indicaban que había sido usado como jardín (parterres en el artículo de referencia)33. Los estanques de Madinat al-Zahra, como toda la ciudad, estaban cubiertos por campos de secano; el de la almunia de al-Rummaniyya es ahora una ruina; el del Castillejo de Monteagudo está fragmentado y es tierra de labor.

En el interior de la Alhambra todos los grandes estanques, menos el enfático del Patio de los Arrayanes, ya aludido, pasaron a ser huerto. El del Partal (25 x 13 m) era reconocible todavía a mitad del siglo XIX por mantenerse los muros, pero la reserva de agua se limitaba a un pequeño cuadrado de unos 3 m de lado. A finales de ese siglo las fotografías muestran ya que se había perdido incluso ese pequeño reservorio y todo el espacio estaba relleno de tierra y plantado34. Las albercas del Palacio de Yusuf III (la mayor de 6 x 33 m)35 eran también hasta 1926 plantaciones de huerto y solo se había dejado un depósito de riego de tamaño menor. En el caso del palacio que hubo donde hoy está el Parador de Turismo, tradicionalmente asimilado con el Palacio de los Infantes, tanto la gran alberca del este (5,5 x 28,5 m)36 como la pequeña del sur y la del Palacio del Secano fueron sustituidas por cultivos. Y en los alrededores de la Alhambra había un entramado de estanques que sufrieron el mismo destino, no solo los interiores o asociados a palacios desaparecidos, como los Alixares o Daralarusa, sino también los grandes albercones de uso agrícola. En los casos en que la topografía no facilitaba el cultivo, los albercones simplemente se abandonaron y con el tiempo se desdibujaron sus límites y el vaso se llenó de tierra y vegetación espontánea (así la

llamada significativamente Alberca Rota, de 35 x 7 m, y el Albercón del Negro, de 40 x 17,5 m). El lago de la Favara no es una excepción y ha sufrido el mismo destino, aún conservando gran parte de su perímetro, está desecado desde hace siglos y en parte plantado de cítricos. A veces la lluvia permite que el agua recupere de forma natural (reducida y efímera) la imagen del lago como en los tiempos en que estaba en uso.

El Albercón del Moro en Cartuja: caso excepcional de abandono, recuperación efímera y posterior ocultamiento

6.

De las norma de abandono de los estanques andalusíes hay una excepción interesante en Granada, donde en el siglo XX hubo uno que conservaba el agua, se trata del llamado Albercón del Moro, en el Cercado Alto de Cartuja37. Detenernos en él es interesante por tratarse de un extraño caso de paso a tierra de cultivo, recuperación como depósito de agua en el siglo XIX y posterior ocultamiento, paradójicamente, ya en época de protecciones patrimoniales. El Albercón servía como recipiente de agua tanto en el periodo nazarí como en su prolongación morisca. Se

fig. 8 Labores de mantenimiento y reparación del estanque de la Menara. Tarjeta postal de Félix Photo-éditeur, Marrakech, ca. 1917.

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

603

encontraba en el famoso pago de Aynadamar donde, gracias a diversos textos árabes, sabemos que se localizaban cármenes suntuosos propiedad de las élites nazaríes38. La amplia documentación conservada del siglo XVI permite conocer que en la Granada morisca continuó con ese uso. Las abundantes escrituras de compra-venta y el apeo que realizó el licenciado Loaysa en 1575 lo nombran con frecuencia39. El pago de Aynadamar, según el apeo, tenía cuarenta y ocho cármenes que se regaban con agua de la acequia40 y sabemos por otros documentos que había también pozos, captaciones subterráneas mediante galerías y hasta nueve manantiales41. Queda en cualquier caso la duda de si al final de ese periodo todavía conservaba el agua, pues en una compra de cármenes por los cartujos, el 11 de marzo de 1574, después por tanto de la expulsión de los moriscos, se afirma que: Se compraron dos cármenes del rey en el pago de Aynadamar, con dos casas en los dichos cármenes, que el uno fue de Miguel Arroba y el otro de un hermano suyo, moriscos, de los que echaron a Castilla. Estos cármenes son los que están dentro del albercón [...] (Esteban Muñecas, 2003, p. 222).

Dejando abierta la posibilidad de que las referencias al Albercón sean topográficas y no signifiquen que conservaba el agua. En cualquier caso el plano de la Cartuja conservado en el archivo de Teología dibuja de forma clara algo que podría ser el Albercón con agua42. Lo razonable es pensar que se convierte en tierra de cultivo en las primeras décadas del siglo XVII. En efecto, en su Historia eclesiástica de Granada, publicada en 1638, Francisco Bermúdez de Pedraza señala que ya era una «peña viva» y estaba «plantado de árboles, es una huerta, transformadas sus aguas en frutales, y está de más provecho pero menos hermoso». Palabras que resumen gráficamente el destino de los estanques andalusíes tras la conquista cristiana, se les consideraba bellos, pero poco útiles, era «más provechoso» plantarlos que usarlos para regar. Su descripción es muy detallada, dando las dimensiones del estanque, cuatrocientos pasos en circuito, el material con que estaba construido, argamasa, y que sus murallas eran de ocho pies de ancho. Tenía «cuatro torres en cuatro esquinas, se han vestido de yedra, encubriendo su vejez con ella, y las torres se ven llenas de retamas, o gayombas, que parecen Mayos con sus flores». Ya hemos indicado que recogía su uso recreativo con referencia a las fiestas navales de los «moros» en barcos y esquifes y a los baños de «las Moras»43. El texto de Bermúdez se repetirá por los eruditos del XIX, incluso con sus errores. Las medidas que él

604

JOSÉ TITO R OJO

daba no eran exactas, pues los cuatrocientos pasos de circuito que indica corresponderían a unos doscientos noventa y seis metros, bastante más de lo que en realidad tiene44. El primer lugar donde se localiza nueva información es el Diccionario de Pascual Madoz que, repitiendo sus palabras, añade el dato de que las «retamas y gayombas», las mismas plantas que citaba Bermúdez, crecían «en el pavimento de las salas»45. Algo más tarde, Francisco Martínez de la Rosa repitiendo a Bermúdez de Pedraza añade impresiones de su visita de 1832, cuando quedaban ya apenas vestigios de dos de las torres y parte de los muros46. La descripción es extensa y trata de retratar el estado de los restos. Igual hace Lafuente Alcántara en 1843 con la misma alusión al «pavimento de sus salas» que encontrábamos en el Madoz47. Un año más tarde, en su Historia de Granada, repetirá sus palabras pero en nota al pie incluirá una apreciación contundente, sobre la que volveremos más adelante: «En el cercado alto de Cartuja subsisten ruinas de un palacio árabe» (Lafuente Alcántara, 1844, p. 321-322). La última cita antes de su recuperación será la de Gómez Moreno, que en su guía de 1892 describe la alberca «destrozada [...] con gruesas paredes de argamasa y estribos como torres»48 (fig. 9). En 1891 la Compañía de Jesús compra los terrenos de la Cartuja. Ocupan edificaciones preexistentes, antes de hacer el Colegio Máximo, y realizan una amplia operación de mejora convirtiendo el conjunto en un ordenado sistema donde coexistían instalaciones científicas, agrícolas, pistas deportivas y senderos y jardines salpicados de elementos de significación religiosa: una gruta de la Virgen de Lourdes, una capilla neogótica, un «olivo de la Paz», incluyendo la utilización del templete del Albercón como capilla de la Virgen de las Angustias49. Estos ingredientes funcionaban a modo de folies de un jardín paisajista clásico, lo que era coherente con el tratamiento naturalizante de la parte alta, con senderos sinuosos, acequias-arroyos, puentecillos de piedra, fuentes de rocalla. En ese contexto de ajardinamiento paisajístico cobra significado la recuperación que se efectúa en 1899 del albercón islámico que se convertía así en una componente más del recorrido por la parte alta del Cercado. Sin que eso disminuya el sentido de recuperación patrimonial de un elemento medieval del sitio que se adelantaba ocho años en el tiempo a la primera remodelación patrimonial de un estanque nazarí, el del Partal, iniciada en 1907 por Mariano Contreras. En el archivo de la Facultad de Teología de Granada se conserva amplísima información de la restauración del estanque por los jesuitas, aparte de los planos de conjunto de la finca, hay cuatro planos del Albercón

fig. 9 El Albercón del Moro en la Cartuja, Granada. Imágenes tras su recuperación de finales del siglo XIX. (Fotografía: anterior a 1916, colección JTR, donación Javier Piñar; ilustración: López Sancho en Reflejos, diciembre 1925).

(Caja 18, legajo 14): uno que podemos considerar de estado previo, dos de proyectos no realizados y uno posterior a las obras. Sin datar, son sin duda de 1899, o al menos relacionados con la obra de esa fecha. Se conserva además un detallado cuadernillo con la Cuenta de la obra hecha por metros cuadrados de mampostería en el estanque de los R. Padres de la Compañía de Jesús Noviciado de Cartuja 50 (fig. 10). El plano de estado previo tiene once mediciones, entre ellas las del interior del estanque, 41 x 34,7 m. Dibuja contrafuertes de apoyo de sus muros y los refuerzos de dos de las esquinas. Es muy interesante su disposición; seguramente por estar situado en una pendiente, los de la parte inferior (norte y oeste) están fuera del vaso, para asegurar el muro de la presión del agua, y los de la cota superior (sur y este) dentro, para ayudar al muro en la contención de la tierra. Los cuatro ángulos interiores se dibujan con un arco de unos tres metros51. Esa forma es atípica en los estanques islámicos que suelen tener el encuentro de los laterales vivo o con un mínimo cordón de refuerzo-aislamiento. Es sin embargo frecuente en depósitos romanos, lo que deja abierta la posibilidad de que el albercón nazarí heredara un precedente romano, cosa no imposible pues la zona de Cartuja era en época ibero-romana lugar de alfares y esas industrias necesitan depósitos para agua o barreras. Asunto que solo la arqueología podría dilucidar (fig. 11). Los planos de proyecto ofrecen menos información, uno con contrafuertes exteriores simétricamente dispuestos en el perímetro, otro sin ningún contrafuerte. La

única información válida es la sección constructiva del muro, que permite saber su profundidad, dos metros y medio aproximadamente, la misma que hoy conocemos. El plano que consideramos de obra finalizada contiene mucho más detalle, múltiples acotaciones, nuevos contrafuertes realizados ex novo, fuera del Albercón para sujetar el talud oriental y los artificios hidráulicos anexos: la caseta de salida del agua y la galería subterránea del ramal de la acequia de Aynadamar que llenaba el estanque. En coherencia con la vocación paisajística de los jardines de esa zona alta del Cercado de Cartuja, la entrada de agua se adorna con una rocalla para formar una cascada naturalizante. Significativa conjunción de intenciones, recuperar una pieza medieval de agua y asimilarla con el carácter romántico (decimonónico) de los nuevos ajardinamientos que se hacen en su entorno. Vale la pena señalar que no existe duda de que la obra fue una restauración de lo existente y no una obra de nueva fábrica. El cuadernillo de gastos de la operación permite afirmarlo categóricamente. Además de los abundantes detalles constructivos que contiene, que podrían estar sujetos a interpretaciones pues solo dan mediciones y costes, el arreglo del estanque incluye un añadido que despeja cualquier duda: Nota: Tengo [escribe el constructor] que rebajar del importe total de cuentas del estanque a que la presente [cuenta] se refiere 680 metros de piedra que salió en el referido estanque a 2’25 pesetas cada mt; pero deducido el gasto de peonaje y borricos acarreándola salen al precio líquido de 1’75 importando en total Pesetas 1190’00.

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

605

fig. 10 Planos del Albercón del Moro en el expediente de obras de 1899. (Arriba) Plano considerado de estado previo. (Abajo) Dos planos de proyecto no realizados y el plano de estado final. Archivo Facultad de Teología de Granada.

Del estado del estanque tras la recuperación da noticia el plano de Granada del Instituto Geográfico de 1909, con medidas de la superficie de agua de unos 43 x 33 m, las mismas que pueden deducirse del «Plano topográfico de la finca Cercado Alto de Cartuja»52. Ambos dibujan los contrafuertes con mínimas diferencias. En la fotografía de este estanque fechada en 1916 se pueden apreciar los contrafuertes reflejados en la planimetría, así como los detalles del citado plano del archivo que hemos denominado de obra terminada53. Una vez recuperada la lámina de agua, el Albercón fue usado como piscina ocasional por la comunidad del Colegio Máximo, permitiéndose también su disfrute a los habitantes del entorno. A principios del siglo XX era lugar frecuentado por los granadinos, como queda memoria y algún testimonio gráfico54 (fig. 12). Cuando en 1971 la Universidad de Granada adquiere los terrenos de los jesuitas para ubicar el actual Campus de Cartuja, el Albercón estaba en uso. De eso

606

JOSÉ TITO R OJO

dejan testimonio diversas fotografías: Varias realizadas por los profesores Juan Manuel Gómez Segade y Ángel Isac Martínez de Carvajal, en 198155, y otras, hacia la misma fecha, por Jesús Bermúdez López. Muestran el estanque con agua hasta el borde y, aunque algún árbol caído en el agua denuncia su abandono, el líquido se ve relativamente limpio. No ocurre eso en la foto que publica Barrios Aguilera en su libro de 1985 (op. cit.), que se ve con aspecto fangoso y con nivel mucho más bajo. La diferencia entre las anteriores y esta parece, más que fruto de la casualidad, indicio de que entre ambas fechas el agua de la acequia de Aynadamar dejó de llegar o al menos de forma suficiente. El paulatino abandono de la acequia en el tramo desde El Fargue al Albaicín acabó por deteriorar ese tramo y ya hace décadas que el agua no llega a Cartuja, aún siendo la Universidad comunera de la Comunidad de Regantes. Esa situación permite comprender que en 1985 se decidiera ceder el uso del Albercón a la empresa muni-

cipal de aguas (Emasagra) que ocultó el estanque con un techo forjado sobre pilares y lo destinó a depósito de agua potable con la denominación «Depósito Alto del Beyro». No nos consta oposición universitaria a esa intervención56 y al parecer la institución universitaria se limitó a pedir a Emasagra que se realizara en superficie, como adorno memorativo, una mínima lámina de agua (de 10 x 20 metros y profundidad de unos 20 centímetros) colocada en el centro del antiguo albercón57. Afortunadamente el Albercón no fue destruido. La obra realizada se limitó a colocar los pilares para sujetar el

techado y enlucir las paredes para hacerlas compatibles con la contención de agua potable. Respetándose incluso la geometría interior que conserva la peculiar curvatura de sus esquinas. Tuvimos ocasión de visitar su interior, comprobarlo y fotografiarlo el 19 de diciembre de 2016 58 (fig. 13). No deja de ser sorprendente que la desaparición de los dos mayores albercones de Granada se produjeran en fecha tan reciente (1978 el de Alcázar Genil, 1985 el de Cartuja), tiempo en que las normas de protección patrimonial deberían haberlos protegido y la normalidad

fig. 11 Estanque de un patio pompeyano mostrando la curvatura interior de las esquinas, similar a las del Albercón de Cartuja. Detalle del Albercón en el plano topográfico del Cercado de Cartuja, 1959. Archivo de la Facultad de Teología de Granada.

fig. 12 El Albercón en los inicios del Campus de Cartuja, antes de su ocultamiento. (Fotografías: Ángel Isac Martínez de Carvajal y Jesús Bermúdez López, 1981. De las colecciones de sus autores).

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

607

fig. 13 Fotografías del Depósito Alto del Beiro que certifican la conservación del vaso del Albercón bajo el forjado del techo. Vista hacia lo largo y curvatura interior del ángulo noreste. (Fotografías: Silvia Segarra Lagunes, 19 de diciembre de 2016).

democrática habría permitido una defensa ciudadana. En estos dos casos el proceso de abandono y transformación en tierra de cultivo acabó siendo seguido por su destrucción. Con el peculiar caso de Cartuja en que tuvo una significativa, pero episódica, recuperación de su lámina de agua. Es pertinente señalar que, en junio de 2016, la Universidad de Granada ha tomado la iniciativa, coordinada por el Vicerrectorado de Extensión Universitaria, de recuperar los valores paisajísticos y patrimoniales del Campus de Cartuja, incluidos entre ellos los restos del Albercón. La comisión interdisciplinar creada al efecto ha considerado entre los objetivos a conseguir recuperar el agua de la acequia de Aynadamar y liberar el Albercón de su ocultación actual (fig. 14).

Recuperación de las láminas de agua en los estanques tras la aparición de la conciencia patrimonial y reposición de tamaño en el estanque del Patio de los Arrayanes 7.

El comienzo de la consideración de los restos del pasado como valores a conservar y salvaguardar, incluso recuperándolos mediante la arqueología cuando era posible, significó un cambio en el destino de los depósitos de agua islámicos. Obviamente en los territorios de Europa pues, como hemos señalado, en el norte de África su uso ha sido generalmente mantenido59. En la inmensa mayoría de las intervenciones en palacios y jardines de al-Ándalus el proceso significó la restauración de los vasos y su relleno con agua. El primer ejemplo de restauración científica en España está casual-

608

JOSÉ TITO R OJO

mente ligado a un patio islámico centrado con un estanque, el Patio del Yeso en el Alcázar de Sevilla. La visión de al-Ándalus unida al jardín y a las superficies y juegos de agua hacía impensable dejar los estanques vacíos. Así se ha actuado a lo largo del siglo XX y solo han permanecido sin rellenar en los casos en que se encontraban fuera de la visita pública (algún lugar de la Alhambra, como el Palacio de los Abencerrajes), en lugares dejados como campo arqueológico (Madinat al-Zahra) o en sitios donde el mantenimiento era complicado (los de las altas colinas del entorno de la Alhambra). En la Alhambra el proceso de recuperación fue sistemático. En 1906 se excava por Mariano Contreras (1880-1907) el estanque de Partal, que fue inmediatamente después relleno de agua antes incluso de que décadas más tarde se restaurara su pabellón. Modesto Cendoya (1907-1923) siguió esa tónica que sería definitivamente consolidada en la época del más significativo restaurador de la Alhambra, Leopoldo Torres Balbás (1923-1936) que excavó en el monumento la mayoría de los palacios de la huerta de Santa María y el Secano. La posibilidad de no llenar los estanques ni siquiera fue considerada, o al menos no ha dejado rastro documental. Torres Balbás, que llegó a la Alhambra con el objetivo de romper con la tradición reconstructora e inauguró su restauración científica, moderna, conservó los estanques excavados, consolidándolos y aportando su estética y su frescor como gesto de amabilidad a las plantaciones de vegetales. Los estanques medievales pasaron de ser láminas de agua en los palacios a ser ingredientes de bienestar y recreo visual de los nuevos jardines. Fuera de la Alhambra, Torres Balbás tuvo ocasión en 1932 de restaurar la lámina de agua de otro estanque nazarí,

el de la Casa del Chapiz donde hoy está la Escuela de Estudios Árabes. Había llegado a esa fecha oculto, relleno de tierra, y mutilado en su parte sur pues el patio había sido partido y esa parte estaba ya a cota inferior. Carecemos de planos explícitos de esa recuperación que nos permitan saber cuanto hubo en la recuperación del estanque de invención (sensu repristino) y cuanto de auténtica restauración60. En los estanques de la Alhambra hay un caso singular de intervención patrimonial que ha pasado desapercibido. El estanque del Patio de los Arrayanes en el Palacio de Comares varió en al menos dos ocasiones su longitud. La variación de la longitud del estanque ha pasado inadvertida en los estudios de la Alhambra y el único texto que veladamente lo indica fue el publicado en 1915 en el contexto de la campaña periodística de Mundo gráfico contra Modesto Cendoya donde se afirma que este «ha quitado el escalón árabe de la Sala de la Barca y ha variado los límites del estanque y el emplazamiento de las fuentes, todo ello reprobable»61

fig. 14 Esquema de la evolución del uso del Albercón del Moro en Cartuja: (1) Amortizado como tierra de cultivo de olivos en los siglos XVII al XX (se dibuja el perfil de la casa del Carmen de Arroba en situación hipotética); (2) De nuevo con agua tras la recuperación de 1889 (con el templete construido en el siglo XVIII); (3) Situación actual (con la cubierta, los pilares que la sujetan y el estanquillo de adorno superficial). (Dibujo: JTR). 1

2

3

(fig. 15). Con la advertencia de esa frase ha sido posible indagar los cambios aludidos. El plano de José de Hermosilla (1766) dibuja con exactitud sus límites antiguos, seguramente los mismos de época nazarí. Estaban alineados con los dos arriates laterales, cercanos a los pórticos y en el interior con dos gradas a ambos lados y escalera de bajada en parte norte. Las piqueras de las fuentes se apoyan en columnillas. La abundante documentación gráfica de la segunda mitad del siglo XIX muestra el estanque aproximadamente un metro más corto, desalineado de los arrayanes. La operación se acompañó del movimiento de la fuente que de no acercarse quedaría con las piqueras sobre el suelo, no sobre el agua. Se aprecia en diversas fotografías y en dos detallados planos de ambas galerías conservados en el Archivo de la Alhambra62. En nuestra opinión la disminución del largo del estanque se debió a las servidumbres de las estabilizaciones de los pórticos efectuadas en la década de 1850, la mayor de las cuales fue realizada por el Comandante Administrador de la Alhambra, el coronel de ingenieros Ramón Soriano, como recoge en su opúsculo de 1865 Reparación hecha en una de las galerías del Patio de la Alberca. Rafael Contreras alude a diversas intervenciones continuadas, aunque limitándolas al norte: «Los diversos periodos de estas obras los hemos reconocido en el año 1850, desde cuya fecha y sin descanso, hemos restaurado toda la galería del lado norte por la entrada á la Torre de Comareh»63. Soriano no nombraba en relación a su obra a Rafael Contreras y se presenta como responsable de la misma. Contrasta con la opinión de Contreras que se adjudica la autoría de lo realizado en el patio y en nota al pie señala que «Desde esa fecha [1847] han cooperado también a estas obras, accidentalmente y como facultativos en ramos especiales, D. Baltasar Romero, D, Juan Pugnaire, el ingeniero militar D. Ramón Soriano y algunos ilustrados individuos de la Comisión de Monumentos» (Contreras, 1875, p. 176). La reposición de la longitud preexistente se realiza por Modesto Cendoya que, entre 1909 y 1912, trabaja en el patio renovando los pavimentos, excavando en la alberca y, finalmente, alargando la superficie de agua alineándola de nuevo con los setos, lo que obligó de nuevo a recolocar las fuentes laterales. Al haber roto la estanqueidad del vaso por su excavaciones suplementó el suelo disminuyendo sensiblemente la profundidad del estanque y para no romper los laterales la prolongación se hizo solo superficialmente, generando así un escalón a todo el ancho que todavía hoy se conserva. A pesar de las críticas del denominado Reader en Mundo gráfico, la obra debe considerarse acertada, pues elimina la distorsión de la limpia geometría del patio

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

609

fig. 15 Variaciones de la longitud del estanque del Patio de los Arrayanes en la Alhambra. A izquierda, esquema con el estado inicial conservado hasta mitad del siglo XIX (sobre el dibujo de Hermosilla de 1766), la transformación de mitad del XIX y el estado tras los arreglos de 1912. (Esquema: JTR). A la derecha, arriba, detalle del plano de solerías del pórtico norte «Tras la reforma», que atribuimos a Modesto Cendoya, 1912 (sig. P-000361, Archivo de la Alhambra y el Generalife). Abajo, fotografía anónima ca. 1900, mostrando el desalineamiento de arriates y estanque.

que volvía a tener los tres rectángulos interiores, los dos arriates y el estanque, de la misma longitud. Debe por tanto considerarse equiparable a las otras recuperaciones de estanques que señalamos en este apartado, aunque aquí se reduce a una restauración de tamaño, no a una recuperación de uso64. Ya en tiempos más recientes, la alberca de la Buhayra, tras su restauración en diversas fases en las últimas décadas del siglo XX, fue rellena de agua como indicio de su recuperación y para que contribuyera al disfrute sensorial del nuevo parque que se construyó en su entorno. En 2002 se descubre el estanque del Patio de Doncellas en el Alcázar de Sevilla e igualmente se rellena de agua. En este caso el proceso fue complicado pues las paredes tenían restos de decoración. Seguramente por considerar inadecuado dejar el vaso seco en un palacio visitado por miles de personas, se procedió a crear un depósito hermético que contenía el agua sin que esta tocara las paredes65. No parece atrevido deducir que la percepción actual de los jardines islámicos de al-Ándalus y el Magreb, asociada indisolublemente a la presencia del agua, deba mucho a que hoy pueda apreciarse ese valor. Con independencia de que en muchas ocasiones los estanques

610

JOSÉ TITO R OJO

se encuentran en un entorno de jardines creados recientemente, sea recuperando antiguos recursos de la jardinería andalusí (Patio de Doncellas, algunas zonas de la Alhambra), sea en estéticas contemporáneas (Buhayra de Sevilla, Alijares de Granada). Con independencia de que a veces las edificaciones que los cercan son de épocas muy distintas a los del estanque (Parador de San Francisco en la Alhambra). Caso paradigmático es la recuperación del estanque de los Alijares: en un contexto arqueológico se ha recuperado la lámina de agua aún estando prácticamente en ruinas el estanque, completando sus paredes con una lámina de acero. Es ilustrativo de esta consideración el recientemente recuperado patio del Monasterio de Santa Clara en Murcia. Se construye a partir del siglo XIV donde estuvo primero el palacio de Dar al-Sugra y luego el al-Qars al-Sagir. En el claustro ajardinado se excava la alberca del antiguo alcázar restaurándose el conjunto que fue inaugurado en 200566. Se establecen entonces cuatro cuadros de plantación y se recupera la alberca central (27,5 x 7,5 m) que es ahora su imagen más emblemática. En este caso extremo, aunque los edificios corresponden a momentos más recientes, se produce una recuperación de imagen mediante la incorporación del agua.

fig. 16

fig. 17

Comparación de tamaño de algunos de los estanques medievales citados (medidas aproximadas, sin reflejar los descuadres y, en el caso de la Favara, sin dibujar la forma). (Esquema: JTR).

Forma de algunos de los estanques citados y su relación con los edificios en los casos en que es conocida o existen hipótesis razonables. No se dibujan a igual escala, la relación de tamaño puede consultarse en la imagen precedente. En el Albercón del Moro se señalan con líneas de puntos la ubicación hipotética de torres y muros. (1) Alberca del Patio de los Arrayanes en la Alhambra; (2) Zisa de Palermo; (3) Jardín Alto de Madinat al-Zahra; (4) Albercón del Negro en Granada; (5) Rummaniyya; (6) Albercón del Moro en la Cartuja; (7) Buhayra de Sevilla; (8) Alcázar Genil de Granada; (9) Cuba de Palermo; (10) Castillejo de Monteagudo en Murcia; (11) Menara de Marrakech; (12) Agdal de Marrakech; (13) Favara de Palermo. (Esquema: JTR).

8.

Conclusiones

El ciclo evolutivo de los grandes estanques medievales de la Europa islámica ha sido similar en casi todos los ejemplos, partir de un inicio en que unían su utilidad agrícola con el disfrute palaciego, sufrir tras el cambio civilizatorio un abandono que en general se manifestaba en romper mecánicamente la estanqueidad del vaso y ocupar su interior con cultivos y finalmente, en los actuales tiempos de la conciencia patrimonial, ser recuperados como testimonio de la historia y de las culturas del pasado. Lo que es también apropiarse, por

las sociedades de nuestro tiempo, de la capacidad de crear ámbitos de placer, sensorial y estético que tuvieron las sociedades de las que somos herederos. Patrimonio pues en su genuino sentido original, propiedad familiar, herencia (figs. 16 y 17).

Adenda I: La singularidad paisajística de la Favara 9.

La concesión del Premio Carlo Scarpa per il Giardino a la Favara-Maredolce ha significado un amplio desarro-

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

611

llo de seminarios y debates sobre este lugar. Celebradas con posterioridad a la publicación de la monografía asociada al premio, me han posibilitado nuevas reflexiones sobre la entidad paisajística del sitio que he tenido ocasión de trasmitir en las varias reuniones y seminarios de Treviso, Granada y Palermo y que, de forma sucinta incorporo aquí en forma de adenda. Se trata de aspectos paisajísticos que considero altamente relevantes. La isla como representación de Sicilia, la Favara como jardín geográfico 9.1.

Con motivo de las jornadas sobre la Favara (Fondazione Benetton Studi Ricerche, Treviso, mayo de 2015) el arquitecto Giovanni Asmundo, que había realizado el plano publicado en el dossier del premio (Barbera, Bosquiero y Latini, 2015, p. 21), me transmitió su apreciación de similitud de la isla del jardín con la isla de Sicilia. Igualmente allí en comunicación personal, Pietro Todaro me informó de que esa idea había sido apuntada en alguna ocasión en transmisión oral aunque nunca había sido tenida en cuenta ni aparece reflejada en ningún texto conocido. Lo extraordinario de la similitud observada por Asmundo es que se produce no con la isla real de Sicilia sino con su representación gráfica en la Geografía de Muhammad al-Idrisi, el Nuzhat al-Mushtak, que el mismo al-Idrisi denominó como el Libro de Ruggero. Se trata de un extenso tratado geográfico acompañado de abundantes planimetrías, escrito en Palermo hacia 1154 cuando el geógrafo ceutí estaba acogido en la corte del rey siciliano que construyó la Favara. De esa obra se conservan varias copias medievales, siendo una de las más completas la conservada en la Bibliothèque nationale de France, un manuscrito del siglo XIV que puede ser consultado online en el portal «Gallica» de esa biblioteca. La confrontación de la isla de la Favara con la Sicilia de al-Idrisi permite comprobar que la semejanza no puede ser casual, máxime teniendo en cuenta que ambas realizaciones (la isla construida y la isla dibujada) se hacen en la misma fecha y bajo el dictado del mismo rey. No es por otra parte una similitud lejana, sino que los quiebros e irregularidades de ambos objetos son, especialmente en los tramos superiores, los mismos, con la particularidad de que la parte menos lineal de la isla de la Favara, el ángulo más cercano al palacio, se aleja de la rectitud adoptando una forma sinuosa, como ocurre en el dibujo medieval. Además de la similitud formal hay varios indicios más que considero relevantes. La isla no es una construcción rectangular, como ocurre siempre en todas las islas de los estanques medievales islámicos que conocemos. Tiene un perímetro irregular que solo

612

JOSÉ TITO R OJO

puede deberse a una voluntad de representación, máxime cuando no se condiciona por topografías precedentes pues se trata de una isla excavada en el terreno y luego recubierta de un paramento de roca tallada, enlucida y pintada de rojo. Solo una voluntad de «darle una forma concreta» puede explicar su «extraña forma concreta». Por otra parte refuerza nuestra hipótesis el interés de Ruggero por la Geografía. No solo acoge a al-Idrisi en su corte y subvenciona su obra, sino que lo hace con un apoyo muy especial: durante quince años recopiló todas las obras geográficas disponibles, dio instrucciones para hacer encuestas a todos los marineros que atracaban en los puertos de Sicilia sobre sus países, su geografía y sus costumbres, y además envió expediciones a muchos lugares de los que no tenía información67. El interés por la Geografía de Ruggero no solo se manifiesta en la obra de al-Idrisi y en la forma de la isla de la Favara, sino que hay un valioso testimonio que la amplia al propio palacio. Benjamín de Tudela escribe que en el palacio: pavimentum verò variis marmorum generibus vermiculato opere depictum omnium orbis rerum imagines refert (Benjamín de Tudela, 1575, p. 111). Es en este contexto del interés de Ruggero por los temas geográficos donde cobra relevancia la entidad del lago y la isla como jardín geográfico. Desde el punto de vista de los paisajes construidos es una singularidad que tiene como antecedente bien conocido la construcción de la villa de Adriano en Tívoli, solo que allí la representación geográfica de las posesiones del emperador se apoya más en la simbología (el Nilo, por ejemplo, por la estatua de un cocodrilo junto a un estanque) que en la similitud formal con la realidad física, geográfica, de los territorios (fig. 18). La unión visual de la superficie de agua de la Favara con el mar 9.2.

Otra singularidad paisajística de la Favara es el efecto visual que se producía de prolongación del lago en el mar. Hoy es imposible de apreciar pues entre la Favara y la playa se han realizado numerosas construcciones de gran altura que impiden ver el Mediterráneo. El poema de Abd ar-Rahman de Trapani del siglo XII, una de las más antiguas alusiones a la Favara, habla de los dos mares, siendo difícil hasta ahora deducir cuáles eran. Traducido en varias ocasiones, incluimos la reciente de Mario Luzi68: Aduna Favara dei due mari ogni valore e pregio una vita piacevole la bellezza dei luoghi senza uguale si diramano in nove ruscelli le tue acque e quel loro fluire separate che incanto!

fig. 18 Detalle de la isla de la Favara (Asmundo y Lotta, en el dossier Barbera, Boschiero y Latini, 2015, p. 21) y la isla de Sicilia en la obra de al-Idrisi (recurso internet en el portal Gallica de la Bibliothèque nationale de France, referencia ark/12148/btv1b52000446t).

la battaglia d’amore ha il suo terreno al centro tra l’uno /e l’altro mare e in riva al tuo canale la passione attende oh il lago delle due palme che meraviglia! e il palazzo sovrano eretto in mezzo al lago che lo cinge le acque pure e chiare dei due rami di mare...

Con independencia de cualquier interpretación de este poema, lo cierto es que en la Edad Media desde el palacio y la isla los dos mares, el artificial del lago y el real del Mediterráneo, se unían visualmente, estando separados tan solo por la línea del dique. Era un efecto de prolongación perceptiva similar al que se produce en las modernas piscinas habitualmente denominadas «infinitas». La comprobación más fácil se puede realizar, obviamente, in situ, pues, aunque los edificios no dejan ver el mar, la línea del horizonte está siempre a la altura de los ojos (por la curvatura terrestre, asunto bien conocido y base de múltiples prácticas navales). Lógicamente se puede comprobar de forma matemática. Basándonos en el plano topográfico actual de la zona69 hemos situado los elementos de ese ejercicio: la altura de la base del castello de la Favara es aproximadamente 28 m s. n. m., aproximadamente igual que la isla y el dique final, la base del terreno tras el dique es de unos 24 m s. n. m. y, obviamente, el mar a 0 m. La distancia del punto de observación (castillo e isla) hasta el dique es de unos 124 m y desde el dique hasta el mar de unos 1.430 m. Aún aceptando posibles errores, incluso importantes, en las cotas y distancias establecidas en el topográfico, para que desde el castillo se pudiera ver un pedazo de tierra

tras el dique (es decir: para que no se produjera el efecto visual de prolongación de las dos láminas de agua), la playa debería de estar a más de 2.400 metros. Las circunstancias medievales eran sin duda más favorables incluso que las actuales para el efecto que describimos: la playa estaría más cerca aún que en la actualidad, cosa que se puede deducir de las planimetrías históricas consultadas, y con gran posibilidad la altura del dique era mayor que la actual. El análisis de los extraordinarios dibujos del dique realizados por Carlo Chenchi en 1791-1792 dela­tan que, seguramente por expolio, el muro actual ha perdido varias líneas de sillares70. El único inconveniente para que el efecto se produjera es que hubiera entre el dique y el mar una masa de cultivos arbóreos de gran altura, lo que no parece probable ni se constata en ninguna planimetría conocida (fig. 19). Lo que hemos analizado no es, desde el punto de vista de construcción de un paisaje, un asunto menor. Habrá que esperar a los juegos de perspectiva que realiza Le Notre en Versalles para encontrar en un jardín un efecto de percepción visual similar. La unión de las dos consideraciones paisajísticas que aportamos, la isla como representación de Sicilia y la unión perceptiva del lago con el mar, sitúan la Favara como una invención insólita en el Medievo, una obra de paisaje absolutamente novedosa que multiplica su valor y la coloca en una situación de relevancia en la historia de los jardines. En todo caso esta visión es coherente con otros evidentes valores del sitio, la rareza de forma y tamaño de su lago y de su isla, la manera en que se construye el palacio, avanzando en el agua, que lo rodea en tres de sus lados. Una forma que destaca de lo que puede

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

613

verse en los palacios de su tiempo y que habrá que esperar a los prolegómenos del Renacimiento para se puedan encontrar, en Francia e Italia, planteamientos similares.

10. en

Adenda II: El Albercón del Moro Cartuja

El Albercón y su entorno como restos de un alcázar perdido 10.1.

Hemos recogido ya la frase lapidaria de Lafuente Alcántara que resume su impresión de los restos del Albercón: «En el cercado alto de Cartuja subsisten ruinas de un palacio árabe» (1844, p. 322). La consideración del sitio como parte de una edificación se puede seguir en

fig. 19 Fotografía de la visión del lago desde el palacio en la actualidad. Abajo se reproduce con incorporación digital del agua y sin los edificios, con la visión del mar a la altura del horizonte. (Se ha usado una fotografía libre de derechos de reproducción con el enlace https://www. flickr.com/photos/antonellaprof/9533927588).

frases similares de diversos cronistas y estudiosos. Puntuado con cuatro torres en los ángulos y unidas estas por muros, afirmación sistemáticamente repetida. «Edificio» lo denominaba Bermúdez de Pedraza (1638, ed. facsímil 1989, p. 210v), a «salas» hacían alusión Madoz (1830, p. 544) y Lafuente Alcántara (1843, p. 30), Rada habla de restos de un palacio (Juan de Dios de la Rada y Delgado, 1869, Crónica de la Provincia de Granada, p. 79) y Rafael Contreras argumenta: [...] un gran estanque que tenía cuatrocientos pasos en circuito, construcción árabe con torreones en los ángulos. Esta clase de obras de recreo y regadío se encuentran en casi todos los jardines antiguos de esta población, y suponen siempre la existencia de algún palacio ó casa de campo en sus orillas. Creemos pues, que habría alguno que se derribó para hacer el Convento (Contreras, 1875, p. 15).

Esa visión del sitio como restos de un palacio respondía a lo que le transmitían los restos y seguramente estaba también influida por la fama de los cármenes de Aynadamar en los autores árabes. Si Ibn Battuta, que lo conoció en 1350, hablaba del sitio como «una colina donde se admiran huertos y jardines, sin que ninguna otra ciudad pueda enorgullecerse de algo similar», e Ibn al-Jatib en su Ihata afirmaba que: Su situación es maravillosa, con huertos admirables, vergeles sin par en cuanto a la templanza de su clima, la dulzura de su agua y el panorama que se divisa. Allí exis­ten alcázares bien protegidos, mezquitas concurridas, suntuosas mansiones, casas de sólida construcción y verdean ­tes arrayanes. Allí gastan alegremente sus dineros las gentes desocupadas y no escatiman cuanto emplean en sus adquisiciones, rivalizando en ello gentes de fortuna, por un tiempo servidores de la dinastía, hasta que [tales mansiones] llegaron a ser maravillas de la tierra y prototipos de belleza. Este lugar es celebrado en las composiciones de inspirados poetas, tanto de entre sus moradores como de entre sus visitantes.

Además de estas dos citas, que tomamos en la versión que publica Darío Cabanelas (1979, pp. 210-211), pueden verse también en su mismo artículo otras de diversos poetas árabes. Contrasta esa fama de esplendor medieval con lo que se deduce de la documentación del siglo XVI. Un pago agrícola con más de sesenta fincas de mediano y pequeño tamaño. En el Apeo de Loaysa la mayoría de los cármenes asentados tiene entre cuatro y ocho marjales, y solo seis tienen más de diez (un marjal equivale a unos 528 m²). El pago de Aynadamar tiene una to-

614

JOSÉ TITO R OJO

pografía muy simple, la parte occidental es casi llana y hacia oriente comienza a subir hasta la línea marcada por la acequia de Alfacar71. Significativamente los cármenes más extensos se sitúan en el límite superior del pago, el lugar donde se localizan los restos de la Cartuja Vieja y el Albercón del Moro, con la excepción del Carmen de Lebrija, con 25 marjales, que estaba en la zona media, al comienzo de la ladera y en su límite sur. Además de su pequeño tamaño, el tenor del apeo y las aludidas escrituras de compra-venta conservadas en los archivos dibujan plantaciones domésticas, en su mayoría propiedad de moriscos artesanos que habitaban en las parroquias de la ciudad, sobre todo en las de la colina que hoy llamamos Albaicín, San Salvador, San Cristóbal, Santa Isabel, San Luis, San Miguel... o, en algunos casos, en la cercana San Ildefonso (Cf. Esteban Muñecas, 2003, Libro de la Fundación..., op. cit.). Es decir cármenes que no eran habitados. Incluso en los casos en que se les nombra con casas, en muchas ocasiones son señaladas como caídas o arruinadas (cf. el Apeo, su estudio por Barrios Aguilera, 1985, y el citado Libro de Fundación...). Si damos crédito a lo que apuntan los textos nazaríes y los documentos de archivo del siglo XVI hemos de determinar que se había producido un notable deterioro del valor del sitio, aunque su fama continuó arrastrándose siendo alusión repetida en crónicas y poemas, referencia retórica a la belleza del entorno de Granada, componente más de la hagiografía urbana granadina. Porque el artificio que decora a Dinadamar, resplandezca alguno, es Clori de sus cármenes autora y cultor de sus huertas de Vertuno. Collado del Hierro72 Y del verde Dinadamar, a ver los manantiales, a quien las plantas cobijan, porque los troncos se bañen. Entre cuyos verdes ramos juntas las diversas aves, a quatro y a cinco vozes cantan motetes suaves. Luis de Góngora73

La alabanza a los edificios y jardines que predominaba en los textos de tiempo nazarí se ha desplazado ya a los cultivos, descritos generalmente como forestas y umbrías selvas. No son solo los documentos de archivo los que permiten captar el empobrecimiento del pago. En los grabados y dibujos, sean de Hoefnagel (1565),

Van den Wyngaerde (1567) o Pier María Baldi (1669)74, se ven en efecto masas de árboles pero la Cartuja es casi el único edificio (fig. 20). Árboles además que por su tamaño serían frutales —sabemos que en su mayoría olivos por la documentación escrita— y tan solo Baldi dibuja una línea de cipreses en el límite sur que correspondería al sitio del Carmen de Lebrija y limítrofes. La representación de Aynadamar que hace el pintor Juan Sánchez Cotán en sus dos cuadros del sitio —especialmente en el que recoge la construcción de la Cartuja (aún tratándose de la primitiva de Grenoble, presenta un paisaje asimilable con la de Granada)—, muestra el pago con unas pocas casas de aspecto doméstico y rural (fig. 21). Los suntuosos alcázares que describió Ibn al-Jatib habían dado paso a huertos sin ornato propiedad en su mayoría de moriscos que habitaban en el Albaicín, más tarde comprados masivamente por cristianos viejos a precio de saldo tras la expulsión, acabando casi todos más tarde a manos de la Cartuja, que unifica el conjunto, incluso eliminando las tapias que en ocasiones separaban unos cármenes de otros. Tal pareciera que de los viejos alcázares no hubiera quedado rastro. Sin embargo lo que se puede deducir de los textos que describen el Albercón y de la materialidad de sus restos todavía conservados, es que se trata, precisamente, del más claro testimonio de aquellos edificios suntuosos que describieron los autores árabes. Efectivamente el Albercón se sitúa en el centro de importantes restos que no parecen equiparables a la obra de un estanque de riego de una comunidad de campesinos de mediano status. La torre mejor conservada, la que se corona hoy con el templete, es de una entidad que indica la existencia de una obra importante. Restos de otra de las torres y, semiocultas en la maleza, trazas de muros de gran calibre en torno del Albercón, a escasa distancia de él, en todos los laterales75. Sabemos por tanto: que el Albercón es un depósito de agua que se encontraba en el centro de una construcción, que estaba cercado por muros y que estaba puntuado en sus esquinas por cuatro torres. Esa configuración se corresponde a una tipología que no es extraña en el mundo andalusí y, específicamente, en el nazarí. En los alrededores de Granada sabemos al menos de dos alcázares que tenían esa configuración: el palacio de los Alijares, según se ve el fresco de la Batalla de la Higueruela del Escorial con cuatro torres y cuya reconstrucción virtual ha realizado Luis J. García Pulido76, y Alcázar Genil, representado igualmente en ese fresco con cuatro torres y cuya reconstrucción gráfica ha sido hecha por nosotros77. Una edificación de esa importancia debería haber dejado testimonio en la documentación escrita en época na-

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

615

fig. 20 Detalle de Cartuja-Aynadamar en la panorámica «Granada» de Pier Maria Baldi, 1669. Cultivos de árboles bajos y en la zona sur los cipreses de los cármenes privados. Las flechas señalan las dos torres occidentales y el muro del Albercón, visibles en el dibujo.

zarí e inmediatamente posterior. Ciertamente el carácter de esos textos no permite fácilmente relacionar con un punto concreto de la geografía periurbana las menciones a almunias, alcázares o cármenes propiedad de las élites nazaríes. Más aún cuando no ha existido continuidad en la transmisión de los topónimos y el siglo XVI funciona en el pago de Aynadamar como una ruptura con la realidad antecedente. Sin embargo los indicios son suficientes para adelantar hipótesis que deben entenderse como material de trabajo a completar y a confrontar con posteriores indagaciones, especialmente arqueológicas. Los testimonios de construcciones regias en la zona de Aynadamar 10.2.

Un primer bloque de testimonios apunta a la existencia en la zona de palacios o casas propiedad de los reyes nazaríes, usadas por ellos o cedidas en uso. A este tipo corresponden las siguientes referencias. 10.2.1. Un aristócrata de Fez

El primer testimonio es muy inconcreto pero lo incluimos por haber sido fuente de otras adjudicaciones posteriores, se localiza en la Descripción General de África de León el Africano: En los tiempos del último rey Abusaid, de los Meriníes, un tío suyo llamado Sahib, se hallaba preso de Habdillah, sultán de Granada, a quien Abusaid rechazó contentar en cierta demanda. El granadino liberó entonces a Sahid y lo mandó contra su sobrino al frente de nutridas tropas [...]78.

616

JOSÉ TITO R OJO

El tal Abu Said [Sahiden], familia del sultán meriní de Fez, estuvo preso en Granada por el sultán Habdillah [Yusuf III] en 1411. Noticia cierta recogida, aunque con variantes, en diversos textos (hermano o hijo, en vez de tío). 10.2.2. Un rey de Sevilla

Transmitido por Mármol de Carvajal en su Descripción General de África (1573). Al usar como fuente de su obra la homónima de León el Africano, puede tratarse de una variación de la anterior. Aquí el nombre Abu Said se refiere al rey granadino Alhamar y el prisionero es el último rey de Sevilla, un tal Aben Abid. [El rey Don Fernando entró en Sevilla] a diez días del mes de diciembre, acompañado de Mahamete Abu Said rey de Granada, que le sirvió en aquel cerco, y el rey de Sevilla llamado Aben Abid, se vino con él a Granada, y allí le dio ciertos heredamientos con que se sustentase, y son los que hoy día llaman los Moriscos de aquel reino, los heredamientos de Abid, que eran todas las casas de la Cartuja vieja79.

El texto de Mármol situando una residencia regia en la zona alta de Aynadamar (Cartuja Vieja-Albercón) tuvo cierto eco. Lafuente Alcántara cita el relato de Mármol enriqueciendo el texto con frases más floridas: «[el rey Alhamar] le dio [al rey Aben Abid de Sevilla] para que viviese con lujo ricos heredamientos en las tierras que hoy comprende la cerca alta de Cartuja», lugar donde incorpora en nota al pie la frase que antes hemos utilizado: «En el cercado alto de Cartuja subsis-

ten ruinas de un palacio árabe»80. Poco más tarde, en 1875, los hermanos Oliver Hurtado retomaron el texto de Mármol enriqueciéndolo también: Hay en lo más alto del cercado antiguo de Cartuja y sitio que se llama el mirador, un templete allí construido posteriormente sobre un elevado y grueso cubo redondo de fábrica primitiva arábiga, trabada reciamente su mezcla de cal, piedra y arena, que con otros cubos o contrafuertes más pequeños y espesos muros de igual materia, hubieron de formar un estanque. Debió este contener el agua de riego y surtido para los vergeles y jardines extendidos por las faldas de aquel cerro, por el cual se hallan esparcidos muchos pedazos de tejas grandes y planas. Indican dichos restos haber sido habitado paraje tan ameno y pintoresco en la época de los romanos81.

Ese mismo año lo repite Rafael Contreras, igualmente añadiendo una valoración personal: [A orillas del Albercón] habría alguno [palacio] que se derribó para hacer el Convento, y que tal vez sería el que habitó en este sitio Aben Abiz [sic., por Abid] después de la conquista de Sevilla. El lugar es de los más amenos y deliciosos82.

Sería el último eco de la afirmación de Mármol que después pasaría a anécdota de leyenda, como ocurriría de forma temprana en La leyenda de las Tres Estrellas que publicó en 1902 el granadino Antonio Afán de Ribera, propietario del Carmen de las Tres Estrellas, casa esta que liga también al mismo argumento. Nos interesa de este asunto la asimilación de propiedades reales con la zona cercana al Albercón, que estaría ligado a unos «heredamientos de Abid». Aunque Mármol da el topónimo como correspondiente a la Cartuja Vieja y usado por los moriscos de Granada no lo hemos localizado en la documentación de archivo sobre Aynadamar. Tan solo una referencia fonéticamente cercana, en una venta de 1542 «encima de la Cartuja en Aynadamar»: al dar las lindes se alude a un denominado Carmen de Hadid83. Sin ser posible afirmar que la similitud fonética se corresponda a un mismo topónimo84. 10.2.3. El rey Boabdil

Otro rey, Boabdil, aparece relacionado, también de forma no concluyente, con las propiedades de la zona a través del término Alcudia, que es el usado para la Cartuja Vieja. Se localiza en una merced real de 1495 recogida por Ladero Quesada en su estudio de las mercedes reales en el Reino de Granada85. Aunque no hubo, en sentido estricto, mercedes reales en el término de Granada por

fig. 21 Juan Sánchez Cotán, Construcción del primitivo templo de la Cartuja, ca. 1616. Sala de Profundis de la Cartuja de Granada.

lo acordado en las Capitulaciones, en la noticia que recoge de Ladero se trata de que «[Los reyes] le reconocen [al alguacil real Lope de Herrera] la merced que le hizo Boabdil de la Casa de Alcudia en término de Granada». Curioso dato que nos vuelve a dar Alcudia como nombre de una finca en el territorio de Granada y añade el valor de señalar la posible propiedad real nazarí de «esas alcudias», pues es Boabdil quien da la merced y los reyes cristianos lo que hacen es reconocer el valor de esta merced. Igualmente, en un trabajo de José Enrique López de Coca se localiza la referencia de que «la Alcudia» era propiedad del rey Boabdil86, denominada como «la casa y heredamiento». Parece lógico asociar esta casa de la Alcudia con la del documento citado por Ladero. Esta sería la primera serie de testimonios, coincidentes en apuntar (de forma clara o interpretable) la existencia de una residencia regia en la zona alta de Cartuja. Situándola en el siglo XIII en el reinado de Alhamar y en el XV en los de Yusuf III y Boabdil. Los testimonios sobre el alcázar de Ibn al-Jatib en Aynadamar 10.3.

La segunda serie de referencias hace mención al carmen que tuvo el visir y poeta Ibn al-Jatib en Aynadamar, Informan de él sus propios textos y diversos poemas, del mismo Ibn al-Jatib y de sus amigos poetas, Abúl-Barakat, Abu-l-Qasim ibn Qurtuba y de Ibn Játima

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

617

fig. 22 Poema de Ibn al-Jatib, alusivo a su alcázar de Aynadamar. Ed. de Argel, 1973.

de Almería87. Será necesario revisar las descripciones árabes para analizar los términos con certeza, pero nos basamos aquí casi exclusivamente a las versiones castellanas dadas por diversos autores Son traducciones literarias que suelen buscan más el sentido global de los textos que la exactitud en cada uno de sus términos, y en este caso lo que nos interesa saber es precisamente los términos concretos que usan los textos árabes88. 10.3.1. El carmen de Ibn al-Jathib

Aceptamos el uso tradicional del término «carmen» para designar la finca de Ibn al-Jatib en Aynadamar. Falta el estudio en detalle de los textos árabes para poder optar por otro, aunque algo se puede aportar de uno de sus poemas claves, la descripción que hace en su Diwán. Se trata del publicado por María Jesús Rubiera Mata, aunque lo reproducimos aquí en la versión que nos facilita Bárbara Boloix, que es más útil en nuestro interés por los términos (fig. 22): Y dije acerca de la qubba construida sobre el agua en mi alcázar (fī qaṣrī) de Aynadamar, [situado] en las afueras de la capital, Granada, [lo siguiente]: No se ha visto nada parecido a mí en el pasado /ni en el futuro, [pues soy] única y simultaneo cosas diversas. Yo soy la novia, de arrayán tengo las túnicas; el pabellón es mi corona y el estanque /(al-ṣihrīŷ), mi espejo. Me alzo tras la Casa de la Dicha [Dār al-Sa’d] /como una sirvienta. ¡Sed como yo en mi condición, hermanas mías! Una sirvienta de las hijas de los cristianos que /está de pie, levantando por encima de mi cabeza a la hija /de mi señora89.

618

JOSÉ TITO R OJO

Antes de analizarlo vale señalar que el poema recoge el nombre del palacio, Dar al-Sa’d, Casa de la Dicha. Cabanelas no lo da, seguramente por no usar en su análisis el Diwán, solo la Ihata y la Al-Lamha al-Badriyya 90. Con posterioridad al exilio de Ibn al-Jatib (1371), el rey Muhammad V se construiría en la Alhambra un palacio de nombre similar, Qars al-Riyad al-Said, el Alcázar del Jardín Feliz, Palacio de los Leones. Según Cabanelas el «carmen-palacio» del visir (en la literalidad de este poema «alcázar») estaba provisto de varias qubbas, pues en una de ellas estaban inscritas sus descripciones (Cabanelas Rodríguez, 1979, p. 212). Vale la pena tener presente que qubba puede ser tanto pabellón como torre (el salón de Comares, por ejemplo). Tenía un estanque rodeado de arrayanes, que debía de ser grande pues en medio había una isla con un pabellón con claraboyas de cristal. Lo describe Rubiera Mata como similar en su forma al que tuvo el rey alMamún en su finca toledana, fabricado también con techo de cristales de manera que el agua se derramaba por él refrescándolo sin que se mojaran los que estaban dentro. La descripción del estanque de al-Mamún por al-Maqqari es detallada: En mitad del alcázar había una alberca y en medio de ella un pabellón con cúpula, hecho de cristal grabado en oro. El agua era conducida hasta lo alto de la cúpula por medio de una obra de ingeniería y bajaba desde arriba, rodeando el pabellón de cristal de modo que éste se cubría de una vestidura de agua que fluía continuamente. Al-Mamun se sentaba en su interior sin mojarse lo más mínimo. Dentro se encendían luces y se veía un magnífico espectáculo (Rubiera Mata, 1981, p. 89).

En el de al-Jatib no se describe este artilugio acuático, pero sí que igualmente tenía claraboyas de cristal. En resumen de Rubiera Mata: «tenía un pabellón con

fig. 23 Un estanque con barcas, bañistas y una isla con pabellón por cuyo techo cae agua. Radha y Krishna paseando en una barca, acuarela ca. 1860, Rajasthan, The Nasser D. Khalili, Colección de Arte Islámico, Londres.

claraboyas de cristal, en medio de una alberca y rodeado de arrayán» (1981, p. 89). Como hemos visto, las islas de estanque con pabellones no solo se localizan en al-Ándalus, también en Sicilia (en la Cuba y en la Zisa de Palermo) y seguramente en el Magreb. Son frecuentes también en la India mogola, a veces de gran tamaño, auténticos palacios en islas artificiales (fig. 23). 10.3.2. El lugar donde estuvo el carmen de Ibn al-Jatib

Aunque la ubicación exacta del carmen de Ibn alJatib en Aynadamar es desconocida, se puede intentar situar con bastante aproximación. Miguel Garrido Atienza en 1908 dio a conocer un litigio de aguas en el que se recogía «una heredad de olivos o viña [que...] perteneció al ilustre escritor granadino Aben Aljathib» situado en la alquería del Fargue91. La compra la efectúa en 1359 «Mohamed hijo de Abdallah ben Alhatib» que, según Garrido Atienza podría ser el famoso visir de Muhamad V o su hijo, opinión que continúa Espinar Moreno en reciente estudio de esa misma pieza92. Con independencia de que esta compra fuera de padre o hijo, lo dudoso es que el palacio alabado en los poemas estuviera en el Fargue y no en Aynadamar. Obviamente hay un problema en las denominaciones de la topografía. En el siglo XVI el pago de Aynadamar era uno de los diversos regados por la acequia de ese mismo nombre: Mora, Fargue, Almachachir, Aynadamar, Mafrox y Beiro. Son los pagos que recorre Loaysa en su apeo, que tenía precisamente por función asentar las fincas regadas por la acequia. Salvada la confusión terminológica que a veces causa que la acequia, la fuente donde nace y uno de los pa-

gos que riega compartan el mismo nombre, el territorio de Aynadamar en el siglo XVI correspondía a poco más de lo que hoy es el Cercado Alto de Cartuja. Formaba casi un rectángulo cuyos límites más claros eran los superior e inferior. Arriba, a oriente, la propia acequia, que marcaba además una diferencia de uso, dejando como monte o secano la parte situada sobre la línea de tensión del agua. Abajo, a occidente, el camino de Alfacar. Estos límites pueden hoy reconocerse con exactitud. Al sur limitaba con un camino que seguramente era el actual el Callejón de Lebrija. Entre ese límite sur y la muralla de la ciudad se situaba el pago de Mafrox, más o menos coincidente con el actual barrio de San Ildefonso. Menos claro es el límite norte. Era en parte el río Beiro y en parte una cañada hoy difícilmente reconocible, en cualquier caso poco más al norte de la actual tapia del Campus Universitario93. Lo que realmente interesa aquí es saber si cuando Ibn al-Jatib hablaba del Aynadamar donde estaba su alcázar usaba ese topónimo con la misma delimitación actual (más o menos el Campus de Cartuja) o si en su tiempo ese término se refería a un territorio más amplio que se prolongaba hacia el Fargue o incluso hasta VíznarAlfacar. Afortunadamente en la Ihata da los límites: En cuanto a la parte recostada sobre el monte [de Alfacar], el Albaicín limita con ella en la falda de aquel y linda con la Alcudia de Ibn Sa’ad y la Alcudia al-Mubsila, incluida en Ainadamar, que se pliega hacia la Fuente del Sur [tal vez la Fuente Chica] contigua al monte de Alfacar, y se alimenta de la abundante agua conducida hasta dicho paraje (Ibn al-Jatib en Cabanelas Rodríguez, 1979, p. 211).

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

619

fig. 24 Los cármenes de la zona alta del Cercado de Cartuja, con sus nombres árabes conservados en el siglo XVI, situados sobre el plano de Demarcación del Cercado de Cartuja de 1578 (Archivo de la Facultad de Teología de Granada) y su traslación a la imagen de satélite actual (Google Earth, 2017). Se marca con «A» en ambas imágenes la situación del partidor de entrada del agua en el Cercado.

En esa descripción el límite que nos preocupa sería el norte, marcado en el texto con las dos Alcudias94. El término Alcudia se usa para diversos territorios de al-Ándalus, pero en el territorio de la ciudad de Granada y su entorno inmediato solo lo conocemos con referencia a Aynadamar: la huerta o carmen de la Alcudia, que era una de las propiedades donde se fundó la primera Cartuja, la Cartuja Vieja, hacia el limite superior del Cercado. A falta de mejor información lo lógico suponer que Alcudia de Ibn Sa’ad, Alcudia al-Mubsila y Carmen de la Alcudia sean un mismo sitio o casi un mismo sitio. Si aceptamos esa posibilidad los límites del Aynadamar de Ibn al-Jatib serían los mismos del Aynadamar del

620

JOSÉ TITO R OJO

siglo XVI, con lo que su palacio debía de estar en la zona de Cartuja. Sin olvidar, aunque no lo analicemos aquí, la coincidencia de nombre de la Alcudia de Ibn Sa’ad con el alcázar de Ibn al-Jatib, Dar al-Sa’d. El análisis del pago en el siglo XVI nos indica que las fincas más grandes son las que ocupan la parte alta, lo que coincide con la lógica andalusí de ubicar las almunias de las colinas, en general, a media ladera y junto a las acequias. La zona alta de Cartuja es además el único sitio del pago donde, en el siglo XVI, se conservan nombres árabes de las fincas diferentes de los nombres de los propietarios, seguramente debido a la relevancia de las mismas: Carmen de la Alcudia, Carmen de Abencerrajes,

Vorchalcazarin y Cahrij al-Aujar95. Estos cuatro cármenes, grandes y de nombre árabe, ocupaban la parte que va desde el Albercón a la Cartuja Vieja (fig. 24). Si el carmen de Ibn al-Jatib estaba en Aynadamar, si era probable que estuviera en esa zona alta y era un alcázar que tenía varias torres y un estanque lo suficientemente grande como para tener una isla con un pabellón, la hipótesis de que los restos de muros, torres y Albercón de Cartuja correspondieran a él no parece descabellada. Eso obliga sin duda a profundizar en el estudio, que seguramente solo podrá dar frutos si se realiza cruzando la información que puedan dar los textos árabes, los documentos de época morisca, los testimonios paisajísticos del terreno y los restos materiales conservados. El resultado de esa investigación no debería reducirse a una aportación erudita sino que debería repercutir en la valoración patrimonial de la zona. Indudablemente la importancia de la zona alta de Cartuja no depende de que estudios posteriores confirmen, mantengan la duda o descarten las hipótesis planteadas. Y, fueran cuales fueran sus conclusiones, la investigación apoyaría la recuperación de los valores del sitio lo que significa su restauración y la devolución al Campus de Cartuja de los bienes hoy abandonados y, en parte, ocultos: con las terrazas de cultivo de ese entorno plantadas, con la acequia de Aynadamar de nuevo aportando agua de riego a los cultivos, libres de maleza los torreones y muros y visible el Albercón, con su imponente superfi­cie de agua, de más de cuarenta por treinta metros, a cielo abierto.

2.

3.

4.

5.

6.

7.

NOTAS 1.

Este trabajo se ha realizado en el marco de un Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula «Almunias del Occidente islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605-C2-1-P), ha sido cofinanciado con fondos FEDER y el investigador principal es el Dr. Julio Navarro, EEA (CSIC). El presente artículo actualiza y amplía lo publicado en el dossier del Premio Carlo Scarpa per il Giardino correspondiente al año 2015 (José Tito Rojo, 2015, «I grandi bacini d’acqua nell’Occidente musulamno: funzione, evoluzione, restauro. A proposito dell Favara», en Giuseppe Barbera, Patrizia Boschiero y Luigi Latini (eds.), Maredolce-La Favara, Premio Carlo Scarpa per il Giardino, Treviso, Fondazione Benetton Studi Ricerche, pp. 53-66). El texto actual se ha ampliado con nuevos datos sobre alguno de los ejemplos analizados, incorpora análisis sobre aspectos paisajísticos de la Favara y aporta las investigaciones sobre el Albercón de Cartuja realizadas con motivo del proyecto de estudio patrimonial y paisajístico del Campus de Cartuja auspiciado por el Vicerrectorado de Extensión Universitaria de la Universidad de Granada. Agradezco a los editores su inclusión en el libro sobre

8.

9.

10.

las almunias y especialmente a Julio Navarro sus indicaciones para completarlo. Denominados qanat en el área persa y jattaras en el Magreb, sin faltar otras denominaciones locales en Egipto, Arabia, al-Ándalus. Sobre los qanats cf. Henri Goblot, 1979, Les qanats, une technique d’acquisition de l’eau, Paris, EHESS. El uso del agua en la Roma clásica es un tema que no abordamos aquí, aunque tiene conexiones con las tecnologías orientales, incluidas en ellas el uso de minas de captación de agua, qanats. Sobre ello puede cf. Pierre-Louis Viollet, 2000, L’hydraulique dans les civilisations anciennes, 5000 ans d’histoire, Paris, Presses de l’École nationale des ponts et chaussées. En estas como en todas las medidas de los estanques incluidos en este artículo hay diferencias, a veces notables, en la bibliografía. Tómense pues como índice de magnitud y no como dimensiones exactas, razón también por la que no incluyen más que las dos medidas principales, salvo cuando los descuadres sean relevantes. Cf. como mínimas referencias: Andrew M. Watson, 1983, Agri­ cultural Innovation in the Early Islamic World, Cambridge University Press; Antonio Malpica Cuello, 1995, «El agua en al-Andalus. Un debate historiográfico y una propuesta de análisis», en José Ignacio de la Iglesia Duarte (ed.), V Semana de estudios medievales, Logroño, Instituto de Estudios riojanos, pp. 65-86; Carmen Trillo San José, 2004, Agua, tierras y hombres en al-Andalus, Granada, Ajbar. El concepto de «revolución agrícola» referido al Islam inicial, de relieve en las últimas décadas del pasado siglo, produjo abundante bibliografía y continúa en debate. Georges Marçais, 1954, L’Architecture musulmane d’Occident, Paris, p. 38. Citado de Julio Navarro Palazón y Pedro Jiménez Castillo, 1995, «El Castillejo de Monteagudo: Qasr Ibn Sa’d», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus. Siglos XII y XIII, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 63-103, p. 95. Sobre los textos históricos véase Gaston Deverdun, 1959, Marrakech, des origines à 1912, Rabat, Éditions techniches nordafricaines. Estudios sobre la ciudad pueden consultarse: Hamid Triki, 1995, «Marrakech. Retrato histórico de una metrópolis medieval», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 93-106; y Quentin Wilbaux, 2001, La medina de Marrakech. Formation des spaces urbains d’une ancienne capitale du Maroc, Paris, L’Harmattan. Agradezco a Faissal Cherradi habernos mostrado in situ algunos de esos restos, que pueden verse en las planimetrías históricas de Marrakech cuando parte de ellos estaba todavía en uso. Sobre su estudio reciente cf. Julio Navarro Palazón y Fidel Garrido Carretero, 2015, «Paisaje periurbano y gestión del agua en una capital del islam: el Agdal y las fincas de recreo de Marrakech (siglos XII-XX)», Informes y trabajos. Excavaciones en el exterior 2013, n.º 12, pp. 113-124. Cf. Mohammed El Faïz, 2000, Jardins de Marrakech, Arles, Actes Sud; Domenico Luciani, Patrizia Boschiero y Luigi Latini (eds.), 2000, L’Agdal di Marrakech, dossier Premio Carlo Scarpa per il Giardino, Treviso, Fondazione Benetton Studi Ricerche. Con varias publicaciones en los últimos años. Además de la ya citada (Navarro Palazón y Garrido Carretero, 2015), pueden consultarse las incluidas en esta misma monografía (Casares Porcel, Casares Porcel y Tito Rojo, 2018; Navarro Palazón y Garrido Carretero, 2018), y en Julio Navarro Palazón, Fidel Garrido Carretero, José Manuel Torres Carbonell y Hamid Triki, 2013, «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)», Arqueología de la arquitectura, 10, pp. 1-43; y Julio Navarro Palazón, Fidel Garrido Carretero y José Manuel Torres Carbonell, 2014,

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

621

11.

12. 13. 14.

15.

16.

17.

18.

19.

20.

21. 22.

622

«El Agdal de Marrakech. Hidráulica y producción de una finca real (ss. XII-XX)», Phicaria, II Encuentros Internacionales del Mediterráneo, Murcia, Universidad Popular de Mazarrón-Concejalía de Cultura, pp. 53-115. Con posterioridad a la redacción de este artículo se han comenzado las excavaciones de la zona donde se localiza el gran estanque al pie del Castillejo de Monteagudo. Tuvimos ocasión de visitarla acompañados de Julio Navarro Palazón, arqueólogo responsable de los trabajos, aún en curso. A la espera de los resultados definitivos, puede confirmarse que la superficie de agua es bastante mayor de lo que se consideraba con anterioridad y que, en efecto, junto a ella se disponían diversas edificaciones de carácter palaciego, coherentes con lo habitual en los albercones islámicos. Agradezco a los editores de este libro la inclusión de este breve apunte que resalta el interés de este elemento, conocido hasta ahora de forma muy somera, y que sirve para constatar hasta qué punto el conocimiento de los albercones está avanzando en la actualidad. Cosa que puede constatarse de forma clara en los diferentes artículos que se incluyen en esta monografía (redactado en noviembre de 2018). Sobre Monteagudo y estos otros dos estanques cf. Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995, «El Castillejo de Monteagudo...». Giuseppe Caronia y Vittorio Noto, 1988, La Cuba di Palermo, Palermo, ed. Giada, pp. 173-177. Sobre estos ejemplos véase María Jesús Rubiera Mata, 1981, La arquitectura en la literatura árabe, datos para una estética del placer, Madrid, Editora Nacional, especialmente pp. 88-90. Carlo Ruta, 2004, Viaggiatori arabi nella Sicilia medievale, Palermo, Edi.bi.si, p. 23. Selección de textos siguiendo la traducción ochocentesca de Michele Amari. Benjamín de Tudela, 1575, Itinerarium Beniamini Tudelensis, Antuerpiae, Ex Officina Christophori Plantini, p. 111. La traducción del hebreo al latín fue realizada por el humanista Benito Arias Montano. Traducción italiana: ...é ornato quel lago di reali barchette ornate d’oro e d’argento, e dipinte, ne quali il Re con le sue mogli spesso si dimena a sollazo (Salvatore Morso, 1825 [ed. 1981], Descrizione di Palermo antico, Catania, Dafni, pp. 151-2). Cf. Pietro Todaro, 2015, «La natura del luogo: aspecti geomorfologici, idrologici e idraulici dell’antica Favara di Maredolce», en Barbera, Boschiero y Latini, op. cit., pp. 135-145. Incluido en Miscelanea... delle acque della città di Palermo, manuscrito de Vicenzo Auria (1625-1710) conservado en la Biblioteca Comunale di Palermo. Agradezco a Patrizia Bosquiero haberme facilitado los textos e imágenes de esta miscelánea. Félix Arnold, Alberto Canto García y Antonio Vallejo Triano, 2008, «La almunia de al-Rummaniyya. Resultados de una documentación arquitectónica», Cuadernos de Madinat al-Zahra, n.º 6, pp. 181-204, p. 186; Fernando Amores Carredano y Manuel Vera Reina, 1999, «Al-Buhayra, Huerta del Rey», en Magdalena Valor Piechotta y Ahmed Tahiri (eds.), Sevilla almohade, Sevilla-Rabat 1999, Madrid, Fundación de las Tres Culturas del Mediterráneo et al., pp. 185-189, p. 188 y fotografía p. 186. Pietro Todaro, 1988, Il sottosuolo di Palermo, Palermo, Flaccovio Dario. Sobre los jardines normandos de Palermo puede verse Giuseppe Bellafiore, 1996, «Paradisi e parchi di Palermo normanna», en Alessandro Tagliolini y Margherita Azzi Visentini (eds.), Il giardino delle Esperidi, Firenze, Edifir, pp. 157-174. Bellafiore es también autor de diversos trabajos sobre la relación de las arquitecturas y artes normandas y árabes. El viaje de Le Gendre, de 1614, se publica en 1911. Citado de Navarro Palazón et al., 2014, «El Agdal de Marrakech...», p. 61. Deverdun, 1959, Marrakech, p. 391. En la cita se usa el nombre la Masarra, nombre antiguo del Agdal.

JOSÉ TITO R OJO

23.

24.

25. 26.

27. 28.

29. 30. 31.

32.

33.

34.

35. 36. 37.

38.

Duc des Cars [Jean-François de Pérusse], 1890, Mémoires du Duc des Cars publiés par son neveu le Duc des Cars, Paris PlonNourrit et Cie, vol. 1, p. 46. Henri Pérès, 1990, Esplendor de al-Andalus, la poesía andaluza en árabe clásico en el siglo XI, Madrid, Hiperión, p. 145, nota 100. Ibid., p. 213, nota 35. Francisco Bermúdez de Pedraza, 1638, Historia eclesiástica de Granada, Granada, p. 42v. Existe edición facsímil Universidad de Granada, 1989. Andrea Navagiero, 1563, Il viaggio fatto in Spagna et in Francia, Vinegia, Domenico Farri, pp. 20v-21r. Ahmad ibn Muhammad al-Maqqari, ed. 1855-1861, Analectes sur l’historie et la littérature des Arabes d’Espagne, ed. de Reinhart Dozy, Leiden, E. J. Brill, IV, p. 326. De esta edición en árabe del poema hay diversas traducciones parciales, la más conocida es la de Emilio García Gómez (1944, Cinco poetas musulmanes, Madrid, Espasa Calpe, p. 247). Francisco Martínez de la Rosa, 1837, Doña Isabel de Solís, reina de Granada, Madrid, Tomás Jordán, p. 119. Francisco Bermúdez de Pedraza, 1638 (ed. facsímil 1989), Historia eclesiástica de Granada, Granada, Universidad, p. 210v. Sobre el pabellón de la Buhayra hay abundante bibliografía, cf. Amores Carredano y Vera Reina, 1999, «Al-Buhayra...». El pabellón de Alcázar Genil fue dado a conocer por Manuel Casares Porcel y José Tito Rojo en una investigación propiciada por la Fundación Francisco Ayala: Documentación histórica sobre Alcázar Genil [informe inédito depositado en el Alcázar Genil, sede de la Fundación Ayala]. Tras la arqueología de los restos se ha redactado: Ángel Rodríguez Aguilera, José Tito Rojo y Manuel Casares Porcel, «El Alcázar Genil de Granada y su entorno: paisaje, poder, historia», incluido en esta misma monografía. El texto se recoge en Navarro Palazón et al., 2014, «El Agdal de Marrakech...», p. 62. Agradezco a Julio Navarro y Fidel Garrido la indicación de la fuente original: Muhammad Ibn Ahmad Akansus, 1918, Al-Jaysh al-´Aramram, Fez, vol. I, pp. 9-10, 22-23. Francisco Collantes de Terán y Juan Zozaya, 1972, «Excavaciones en el palacio almohade de La Buhayra (Sevilla)», Noticiario arqueológico hispánico. Arqueología, n.º 1, pp. 221-260, p. 232. En el plano de Antonio Almagro Cárdenas (1886, Museo Granadino de antigüedades árabes, Granada, La Lealtad) hay todavía, en otra ubicación, un pequeño depósito de agua. Medidas estimativas pues parte del estanque no está totalmente excavado. Igualmente, medidas aproximadas por estar parte del estanque bajo una edificación. Denominado también Albercón de Cartuja y, en ocasiones, Albercón del Negro, que no habría que confundir con el que lleva ese mismo nombre en la colina de la Alhambra. Notas sobre él pueden verse en Antonio Orihuela Uzal, 2013, «Sistemas históricos de abastecimiento de agua a Granada y Almuñecar: un patrimonio frágil y en peligro», en María del Mar Villafranca, Fernando Roboredo, Victoria Eugenia Chamorro y Luciano Sánchez (eds.), Uso y gestión del agua en los Paisajes Culturales, III Conferencia Internacional Alianza de Paisajes Culturales Patrimonio Mundial, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, pp. 269-281. Las referencias a Aynadamar son abundantes en la literatura árabe, las más explícitas se localizan en Ibn al-Jatib, tanto en su Diwán (ed. 1973, Diwan al-sayyib wa-l-yaham wa-l-madi wa-l-kaham. Ibn al-Jatib, ed. de Muhammad al-Sarif Qahir, Argel) como en la Ihata y en la Historia de los reyes de la Alhambra (ed. 2010, estudio preliminar por Emilio Molina López, traducción de José

39.

40.

41.

42.

43. 44.

45. 46.

47.

48. 49.

María Casciaro Ramírez, Granada, Universidad). Sobre lo recogido en la Ihata puede consultarse Darío Cabanelas Rodríguez, 1979, «Los cármenes de Aynadamar en los poetas árabes», en Estudios sobre Literatura y Arte dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, Universidad de Granada, vol. 1, pp. 209-219. Cf. Manuel Barrios Aguilera, 1985, De la Granada morisca: acequia y cármenes de Ainadamar (según el Apeo de Loaysa), Ayuntamiento de Granada. Con motivo de nuestro estudio citado en nota 1 hemos consultado escrituras de compra-venta del siglo XVI en los archivos de la Facultad de Teología, Real Chancillería e Histórico Provincial de Granada, así como escrituras romanceadas recogidas en diversas publicaciones. Su detalle aquí excede los límites de esta publicación, baste apuntar la coherencia con lo apuntado en el texto. Recogidos en cuarenta asientos, alguno de los cuales corresponden a más de un carmen. Estudiando las lindes se pueden detectar hasta sesenta y cinco cármenes en el pago. Al apearse solo los que tenían derecho a agua de la acequia se deduce que la diferencia corresponde a cármenes que o no se regaban o compraban el agua a los vecinos. Todas las fincas del Apeo se denominan «cármenes» menos uno que aparece como «pedazo de olivar». Beatriz Esteban Muñecas (ed.), 2003, Libro de la Fundación de la Cartuja de Granada de Fray Rodrigo de Valdeñas, s. XVI, Salzburg, Analecta Cartusiana, pp. 228-234 (existe edición de Francisco Miguel Torres Martín, 2007, Libro del Principio, Fundación..., Universidad de Granada). Cf. igualmente Francisco Fernández Navarrete, ed. 1997, Cielo y suelo granadino (1732), ed. de Antonio Gil Albarracín, Almería-Barcelona, especialmente pp. 206, 296-297. Tradicionalmente considerado como acompañante del Apeo de Loaysa de 1575, es sin duda de fecha posterior pues se dibuja la Abadía del Sacromonte construida con posterioridad a los hallazgos de los libros plúmbeos entre 1595 y 1599. Bermúdez de Pedraza, 1638 (ed. facsímil 1989), Historia eclesiástica de Granada, p. 210v. El vaso del estanque es de unos 39,7 x 33 m, en medidas de la empresa de aguas de Granada, Emasagra; en un plano de 1899 aparece como 41 x 34,7 m. Eso da un perímetro interior que oscila de entre 145,4 y 151,4 m. Si aceptamos el dato de Pedraza de que los muros tenían 8 pies (aproximadamente 1,2 m) el perímetro exterior estaría entre 155 y 160 m, bastante menos que los 296 que señala Pedraza y se repite en los autores del XIX. La medida es exagerada incluso si el perímetro se refiriera al exterior de las torres, que sería poco más de 200 m. Hemos dado el paso como 1,39 m, referencia válida para el siglo XIX. Curiosamente Bermúdez da en su libro el criterio de medidas que utiliza, «cada milla mil pasos, y es cada paso de cinco pies» (p. 6v). Pascual Madoz, 1830, Diccionario Geográfico-EstadísticoHistórico de España, Tomo VIII, p. 544. Francisco Martínez de la Rosa, 1839, Doña Isabel de Solis, Reina de Granada [tomo 2], Madrid, Tomás Jordán, p. 20 y notas 22 y 23 (pp. 332-334). Manuel Lafuente Alcántara, 1843, El libro del viajero en Granada, Granada, Imprenta de Sanz, pp. 29-30. La reedición de este libro en 1849 reduce sensiblemente la descripción y los detalles (pp. 89-90). Manuel Gómez Moreno, 1892 (ed. facsímil 1982), Guía de Granada, Granada, Universidad de Granada, p. 353. El templete, todavía existente, era un mirador situado sobre una de las torres del Albercón. Debe de ser obra de mitad del siglo XVIII. Aparece en un grabado de la Cartuja anterior a 1842; una vista de pájaro que conocemos impresa en 1916 en el tomo correspondiente de la colección Maisons de l’ordre des Chartreux (4 to-

50.

51. 52.

53.

54.

55.

56.

57.

58.

59.

60.

61. 62.

mos, editados de 1913 a 1919). Dibuja el Claustro Grande que fue destruido en 1842. El templete puede estar relacionado con las obras que los jesuitas hicieron en 1741, remodelando su carmen de Aynadamar. Cf. Estanislao Olivares y Joaquín de Béthencourt (eds.), 1991, Historia del Colegio de San Pablo. Granada. 15541765, Granada, Biblioteca Teológica Granadina-Facultad de Teología, p. 515. Sobre su uso como capilla, A. G. Evangelista, 1945, «Aynadamar y los monjes», en Cincuentenario Cartuja 1894-1944, Cádiz, Escelicer, pp. 9-13, p. 9. Título de la primera página del cuaderno. Cada página con título-encabezamiento de los diferentes tipos de gastos: muros, solerías, galerías y minas... Aparece en la última página el total del gasto, 40.911 pesetas, firmado en Granada, el 18 de noviembre de 1899 por el constructor, Miguel (apellido ilegible). Archivo de la Facultad de Teología de Granada, Caja 18, legajo 14. En el plano de obra realizada se dan las medidas de esos arcos, dos metros en los orientales, tres en los occidentales. Original enmarcado en el archivo de la Facultad de Teología. De 1959, se conserva en el archivo la minuta de trabajo de este levantamiento topográfico con los borradores parciales y sus acotaciones (Caja 12, legajo 3). Reproducida en este artículo. Firmada al dorso «Rafael S.J. [Sociedad de Jesús], 29-10-[19]16», sin que la firma asegure autoría y con la fecha indicando un «antes de». Colección José Tito, donación Javier Piñar. Existe copia de fecha posterior y con faltas de papel en el archivo de la Facultad de Teología. Un llamativo dibujo de López Sancho publicado en Reflejos, diciembre de 1926. De la memoria de uso popular como lugar de recreo por los albaicineros queda testimonio en diversos blog de internet. Las de Gómez Segade fotos en papel, en blanco y negro, de las que alguna ha sido publicada (Antonio Ángel Ruiz Rodríguez, 2001, Memoria gráfica de la Universidad de Granada, Universidad de Granada, p. 266); las de Isac Martínez de Carvajal diapositivas en color inéditas. Fueron realizadas para documentar la Memoria histórico-artística del Colegio Máximo de los jesuitas en Granada, para su declaración como monumento nacional, elaborada por Ángel Isac con fotografías de Juan Manuel Gómez Segade (Granada, 1981. Trabajo inédito). La única oposición que conocemos es el artículo de Cesáreo Jiménez Romero, «Lamento por una obra desaparecida», publicado en Ideal el 28 de noviembre de 1985. En algún reciente informe arqueológico se confunde esa obra de 1985 con el Albercón. Asunto que, obviamente, no vale la pena comentar. Agradezco a los responsables de Emasagra su amabilidad al permitirme el acceso al depósito y darme pormenores de la construcción realizada. Y a Silvia Segarra las fotografías que hizo del interior. Lo que no oculta los casos de perdida de cultivos, y paralelamente de estanques, como está ocurriendo en la actualidad en la zona de crecimiento hotelero al sur de Marrakech. Cf. Camilo Álvarez de Morales y Antonio Orihuela Uzal, 2013, La Casa del Chapiz, Granada, Universidad de Granada-CSICPatronato de la Alhambra y Generalife. A. Reader, 1915, «La Alhambra amenazada. II», Mundo gráfico, n.º 177 [17 de marzo], una página sin numerar. APAG/ Colección de Planos/ P-000360, y P-000361. En el repositorio de internet aparecen fechados, el primero como «ca. 1926?» y el segundo como «ant. 1954, septiembre». Son, en cualquier caso, de idéntica fecha y lo allí dibujado y la anotación manuscrita en ambos, «Solería anterior a la reforma», permite fecharlos hacia 1912, como apoyo a la remodelación de ese año.

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

623

63.

64.

65.

66.

67.

68.

69.

70.

71.

72. 73.

74.

624

Rafael Contreras, 1875, Del Arte árabe en España... La Alhambra, el Alcázar y la Gran Mezquita, Granada, Imprenta Indalecio Ventura, p. 177. Aún careciendo de claras referencias escritas, estas operaciones pueden detectarse en la abundante documentación gráfica que demuestra los cambios de tamaño de la alberca de Comares, su disminución de longitud en la segunda mitad del siglo XIX y su alargamiento en el entorno de 1910-1912. Sobre la Buhayra cf. Amores Carredano y Vera Reina, 1999, «Al-Buhayra...». Sobre el Patio de Doncellas el número 6, monográfico, de la revista Apuntes del Alcázar de Sevilla. Cf. Julio Navarro Palazón y Pedro Jiménez Castillo, 1998, «Murcia musulmana: arquitectura de los siglos XII y XIII», Boletim Cultural CIRA, n.º 7, pp. 131-148; Alfonso Robles Fernández, Elvira Navarro Santa-Cruz e Indalecio Pozo Martínez, 2005, «Un museo de arte y arqueología andalusí instalado en el Real Monasterio de Santa Clara de Murcia», Revista de Museología, 33-34, pp. 55-62. Sobre el interés por la geografía de Ruggero II es buena prueba la descripción que hace el propio al-Idrisi en el preámbulo de su geografía. Cf. al-Idrisi, 1154 [ed. 1836], Géographie d’Ëdrisi. Tome premier [Recueil de Voyages et de mé­moires publié par la Sociètè de Gèographie, Tomo V], ed. y trad. de Amédée Jaubert, Paris, Arthus Bertrand, pp. 17-22. Tomada del dossier La Favara (Fondazione Benetton, 2015, p. 25). Junto con esta versión se incluyen allí otras dos, entre ellas la clásica de Amari. Existe una versión española en la obra de Adolf Friedrich von Schack sobre poesía andalusí y siciliana, pero la traducción no respeta la literalidad de «los dos mares» que aquí nos interesa, por eso preferimos incluir la moderna traducción italiana. El libro de Schack se publicó en alemán en 1865 y fue traducido al español en 1881 por Juan Valera (puede consultarse en impresión más reciente: Adolf Friedrich von Schack, 1988, Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, Madrid, Hiperión, p. 244-245). Agradecemos a Massimo Rossi, responsable de la cartoteca de la Fondazione Benetton Studi Ricerche, habernos facilitado copia de esos planos. Los dibujos, a gran tamaño (849 x 63 cm) se conservan en el Gabinetto Disegni e Stampe della Galleria Regionale di Palazzo Abatellis, Palermo. Los originales fueron expuestos en la exposición de la Fondazione Benetton en Treviso, 2015, y se reproducen en el citado dossier del Premio Carlo Scarpa, p. 32. La Acequia se denomina de Alfacar, Dinadamar, Ynadamar o Aynadamar. El topónimo Aynadamar se refiere exclusivamente a uno de los pagos regados por ella, situado poco antes de la entrada del agua en el Albaicín a la altura de la Puerta de Fajalauza. Sobre sus límites puede consultarse, entre abundante bibliografía, el citado trabajo de Barrios Aguilera (1985), aunque más adelante trataremos sobre ellos. Carmen C. López Carmona (ed.), 2005, Granada de D. Agustín Collado del Hierro (Poema s. XVII), Universidad de Jaén, p. 271. Luis de Góngora, Romance XIX, «A la ciudad de Granada» (1586). Tomado de Todas las obras de don Luis de Góngora, en varios poemas recogidos por don Gonzalo de Hozes y Cordova, Madrid, Imprenta Real, 1654, p. 94v. Wyngaerde dibuja en 1567 sus vistas granadinas, la más clara de Aynadamar es la panorámica «Viena 36» (véase en Richard L. Kagan, 2008, Las ciudades del Siglo de Oro. Las vistas españolas de Anton van den Wyngaerde, Madrid, Barclays, p. 273). El mejor Hoegnagel de Aynadamar es el raro grabado de la primera edición de 1572 del Civitates Orbis Terrarum que comparte hoja con Barcelona (sin fecha en el grabado, debe de ser de 1563),

JOSÉ TITO R OJO

75.

76.

77.

78.

79.

80. 81. 82. 83. 84.

85.

86.

87. 88.

89.

la rotura de la plancha hizo que solo se localice en contados ejemplares (cf. Carlos Sánchez Gómez, 2005, Granada (15631853) Tres siglos de evolución urbana a través de la Estampa, Granada, Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias, p. 13). El dibujo de Pier Maria Baldi se reproduce como lámina suelta en Angel Sánchez Rivero y Angela Mariutti de Sánchez Rivero (ed. y notas), 1933, Viaje de Cosme de Médicis por España y Portugal (1668-1669), Madrid, Sucesores de Rivadeneyra. En visita al Albercón el arqueólogo Julio Navarro, a la vista de los restos emergentes, confirmó y amplió mis conclusiones. Con posterioridad he visitado la zona con los también arqueólogos José María Martín Civantos —que estudia la red de acequias de Aynadamar— y Guillermo García-Contreras Ruiz —que dirige las prácticas del Máster de Arqueología de la Universidad de Granada en el entorno del Albercón—. A todos mi agradecimiento. Publicada inicialmente en su tesis doctoral y posteriormente en otros trabajos. Cf. Luis José García Pulido, 2013, El territorio de la Alhambra, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife-Editorial Universidad de Granada. Para mayor información véase el artículo específico sobre el Alcázar Genil, de Ángel Rodríguez Aguilera, Manuel Casares Porcel y José Tito Rojo, publicado en esta misma monografía. Juan León el Africano, 1526 (ed. 2004), Descripción General de África y de las cosas peregrinas que allí hay, Granada, Fundación El Legado Andalusí, pp. 221-22. Luis del Mármol Carvajal, 1573, Descripción General de África, En Granada: en casa de Rene Rabut, p. 203 [libro 2º, capítulo 38]. Ortografía normalizada en nuestro texto. Lafuente Alcántara, 1844, Historia de Granada, p. 321-322. José y Manuel Oliver Hurtado, 1875, Granada y sus monumentos árabes, Málaga, Imprenta M. Oliver Navarro, p. 84. Contreras, 1875, Del Arte árabe, p. 15 Archivo Histórico Provincial de Granada, Caja 2327, expdte. 10. Un término similar, Ahbiz, aparece en unas escrituras romanceadas conservadas en el convento de Santa Cruz la Real. De nuevo al hacer relación de lindes en un desconocido pago denominado Fex Alçala, en las afueras de Granada. En escritura de 1482 como «viñas de propios, que se dizen Ahbiz», en otra de 1494, como «tierras de propyos, que se dizen Ahbiz». María José Osorio Pérez y Rafael Peinado Santaella, 2002, «Escrituras árabes romanceadas del convento de Santa Cruz la Real (14301496): pinceladas documentales para una imagen de la Granada nazarí», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebráicos, Sección Árabe e Islam, 51, pp. 191-217, p. 206 y p. 208. Miguel Ángel Ladero Quesada, 1988, Granada después de la conquista. Repobladores y mudéjares, Diputación de Granada, p. 157. José Enrique López de Coca Castañer, 1987, Historia de Granada, II, La época medieval: siglos VIII-XV, Granada, Don Quijote, p. 321. Recogidos en la Ihata y en las Analectes de al-Maqqarí, fueron estudiados por Cabanelas (1979). Agradezco a Bárbara Boloix su ayuda en el análisis de algunos de los términos de los poemas de Ibn al-Jatib. Las referencias a los textos árabes sobre Aynadamar que hay en este artículo son avance de una investigación en curso que realizamos conjuntamente sobre el paisaje de Aynadamar en la Edad Media. Ibn al-Jatib, ed. 1973, Diwán, p. 331, trad. de Bárbara Boloix. Véase igualmente María Jesús Rubiera Mata, 1981, La arquitectura en la literatura árabe, Madrid, Editora Nacional, p. 89. Rubiera traduce fī qaṣrī como palacio, se considera más clarificador

mantener la literalidad el término alcázar. Igualmente se conserva Aynadamar, que Rubiera traduce como Fuente de las Lágrimas. Se prefiere dejar Aynadamar pues es un topónimo conservado hasta la actualidad y su castellanización podría dar la impresión de que el visir se refería a la «Fuente de las Lágrimas» (en el sentido del nacimiento de Fuente Grande). Rubiera traduce al-qubba como cúpula. La traducción directa sería alcoba aunque podría llevar a confusión. En los últimos tiempos se ha tendido, de forma correcta, a usar directamente el término árabe al-qubba, o qubba, que mantiene, sin limitarla, su diversidad de significados (pabellón, torre, sala adosada a un edificio...). Como mínima referencia puede consultarse Rafael Manzano Martos, 1994, La Qubba, Aula Regia en la España Musulmana, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; y el capítulo «La Qubba del Islam Occidental» en Basilio Pavón Maldonado, 1977, Estudios sobre la Alhambra II, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. 90. Publicada con posterioridad en castellano, Historia de los reyes..., op. cit. 91. Miguel Garrido Atienza, 1908, «El Fargue y Aben Aljathib», La Alhambra, pp. 543-545. 92. Manuel Espinar Moreno, 1993, «Escrituras romanceadas sobre la Acequia de Ainadamar (siglos XIV-XVI)», Sharq al-Andalus, 10-11, pp. 347-371. La fecha que da Garrido Atienza, 1369, es rectificada por Espinar Moreno como 1359.

En la parte alta apenas cincuenta metros más allá de la tapia; en la baja, junto al Beiro, unos trescientos. 94. Sin entrar en el debate de que la Fuente del Sur sea o no la Fuente Chica, que seguramente supone Cabanelas sin tener presente que en el pago de Aynadamar había en el pasado numerosas fuentes (manantiales), como hemos indicado con anterioridad. Véase nota 39. 95. Alcudia es montículo, colina; en efecto ese carmen estaba en un promontorio de la parte alta. Junto con el de Abencerrajes formaba la donación del Gran Capitán y su esposa María Manrique para hacer la Cartuja [Vieja]. De Vorchalcazarin, dice el apeo que significaba «Torre de los Borrachos» aunque su literalidad es «Torre de los dos alcázares»; correspondía al gran carmen de los jesuitas situado entre la Cartuja Vieja y el Albercón. Y Cahrij al-Auzar era el nombre de los cármenes de Miguel Arroba y su hermano donde estaba el Albercón. Cahrij es un nombre de significado hidráulico, tanto estanque, como conducción subterránea, qanat. Ambos significados válidos aquí pues junto al estanque había y hay varias minas de captación de agua. Los nombres y ubicaciones resultan del análisis del Apeo de Loaysa, del material de los diversos archivos consultados —Facultad de Teología, Histórico Provincial y Real Chancillería— y el Libro de la Fundación de la Cartuja (Esteban Muñecas, 2003). El detalle de sus lindes y ubicaciones excede los límites de este trabajo. En los nombres árabes, de nuevo, siguiendo el análisis de Bárbara Boloix. 93.

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

625

Bibliografía ALMAGRO CÁRDENAS, Antonio (1886). Museo Granadino de antigüedades árabes, Granada, La Lealtad. ÁLVAREZ DE MORALES, Camilo; ORIHUELA UZAL, Antonio (2013). La Casa del Chapiz, Granada, Universidad de GranadaCSIC-Patronato de la Alhambra y Generalife. AMORES CARREDANO, Fernando; VERA REINA, Manuel (1999). «Al-Buhayra, Huerta del Rey», en Magadalena Valor Piechotta y Ahmed Tahiri (coord.), Sevilla almohade, pp. 185-189. ARNOLD, Félix; CANTO GARCÍA, Alberto; VALLEJO TRIANO, Antonio (2008). «La almunia de al-Rummaniyya. Resultados de una documentación arquitectónica», Cuadernos de Madinat alZahra, n.º 6, pp. 181-204. BARBERA, Giuseppe; BOSCHIERO, Patrizia; LATINI, Luigi (eds.) (2015). Maredolce-La Favara, dossier Premio Internazionale Carlo Scarpa per il Giardino, Treviso, Fondazione Benetton Studi Ricerche. BARRIOS AGUILERA, Manuel (1985). De la Granada morisca: acequia y cármenes de Ainadamar (según el Apeo de Loaysa), Ayuntamiento de Granada. BELLAFIORE, Giuseppe (1996). «Paradisi e parchi di Palermo normanna», en Alessandro Tagliolini y Margherita Azzi Visentini (eds.), Il giardino delle Esperidi, Firenze, Edifir, pp. 157-174. BENJAMÍN DE TUDELA (1575). Itinerarium Beniamini Tudelensis, Antuerpiae, Ex Officina Christophori Plantini. BERMÚDEZ DE PEDRAZA, Francisco (1638, ed. facsímil 1989). Historia eclesiástica de Granada, Granada, Universidad. CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío (1979). «Los cármenes de Aynadamar en los poetas árabes», en Estudios sobre Literatura y Arte dedicados al profesor Emilio orozco Díaz, Universidad de Granada, vol. 1, pp. 209-219. COLLANTES DE TERÁN, Francisco; ZOZAYA, Juan (1972). «Excavaciones en el palacio almohade de La Buhayra (Sevilla)», Noticiario arqueológico hispánico. Arqueología, n.º 1, pp. 221-260. CONTRERAS, Rafael (1875). Del Arte árabe en España. La Alhambra, el Alcázar y la Gran Mezquita, Granada, Imprenta Indalecio Ventura. CARONIA, Giuseppe; NOTO, Vittorio (1988). La Cuba di Palermo, Palermo, ed. Giada. DES CARS, [Jean-François de Pérusse] Duc (1890). Mémoires du Duc des Cars publiés par son neveu le Duc des Cars, Paris, Plon-Nourrit et Cie, 2 vol. DEVERDUN, Gaston (1959). Marrakech, des origines à 1912, Rabat, Éditions techniques nord-africaines. EL FAÏZ, Mohammed (2000). Jardins de Marrakech, Arles, Actes Sud. ESPINAR MORENO, Manuel (1993). «Escrituras romanceadas sobre la Acequia de Ainadamar (siglos XIV-XVI)», Sharq al-Andalus, 10-11, pp. 347-37. ESTEBAN MUÑECAS, Beatriz (ed.) (2003). Libro de la Fundación de la Cartuja de Granada de Fray Rodrigo de Valdeñas, s. XVI, Salzburg, Analecta Cartusiana. EVANGELISTA, A. G. (1945). «Aynadamar y los monjes», en Cincuentenario Cartuja 1894-1944, Cádiz, Escelicer. FERNÁNDEZ NAVARRETE, Francisco (ed. 1997). Cielo y suelo granadino (1732), ed. de Antonio Gil Albarracín, Almería-Barcelona. GARCÍA GÓMEZ, Emilio (1944). Cinco poetas musulmanes, Madrid, Espasa Calpe. GARCÍA PULIDO, Luis José (2013). El territorio de la Alhambra. Evolución de un Paisaje Cultural remarcable, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife-Editorial Universidad de Granada. GARRIDO ATIENZA, Miguel (1908). «El Fargue y Aben Aljathib», La Alhambra, pp. 543-545.

626

JOSÉ TITO R OJO

GOBLOT, Henri (1979). Les qanats, une technique d’acquisition de l’eau, Paris, EHESS. GÓMEZ MORENO, Manuel (1892, ed. facsímil 1982). Guía de Granada, Granada, Universidad de Granada. GÓNGORA Y ARGOTE, Luis de (1654). Todas las obras de don Luis de Góngora, en varios poemas recogidos por don Gonzalo de Hozes y Cordova, Madrid, Imprenta Real. IBN AL-JATIB (ed. 1973). Diwan al-sayyib wa-l-yaham wa-l-madi wa-l-kaham, ed. de Muhammad al-Sarif Qahir, Argel. —— (2010). Historia de los Reyes de la Alhambra (Al-Lamha al-badriyya fi l-dawlat al-nasriyya). Resplandor de la luna llena acerca de la dinastía nazarí, estudio preliminar por Emilio Molina López y traducción de José María Casciaro Ramírez, Granada, Universidad. AL-IDRISI (1154, ed. 1836). Géographie d’Ëdrisi. Tome premier [Recueil de Voyages et de mé­moires publié par la Sociètè de Gèographie, Tomo V], ed. y trad. de Amédée Jaubert, Paris, Arthus Bertrand. ISAC MARTÍNEZ DE CARVAJAL, Ángel (1981). Memoria histórico-artística del Colegio Máximo de los jesuitas en Granada, para su declaración como monumento nacional, con fotografías de Juan Manuel Gómez Segade (Granada, 1981. Trabajo inédito). JIMÉNEZ ROMERO, Cesáreo (1985). «Lamento por una obra desaparecida», Ideal de 28 de noviembre de 1985. KAGAN, Richard L. (2008). Las ciudades del Siglo de Oro. Las vistas españolas de Anton van den Wyngaerde, Madrid, Barclays. LADERO QUESADA, Miguel Angel (1988). Granada después de la conquista. Repobladores y mudéjares, Diputación de Granada. LAFUENTE ALCÁNTARA, Manuel (1843). El libro del viajero en Granada, Granada, Imprenta de Sanz. —— (1844). Historia de en Granada, tomo II, Granada, Imprenta de Sanz. LEÓN EL AFRICANO, Juan (1526, ed. 2004). Descripción General de África y de las cosas peregrinas que allí hay, Granada, Fundación El Legado Andalusí. LÓPEZ CARMONA, Carmen C. (ed.) (2005). Granada de D. Agustín Collado del Hierro (Poema s. XVII), Universidad de Jaén. LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, José Enrique (1987). Historia de Granada, II, La época medieval: siglos VIII-XV, Granada, Don Quijote. LÓPEZ GUZMÁN, Rafael (coord.) (1995). La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lunwerg. LUCIANI, Domenico; BOSCHIERO, Patrizia; LATINI, Luigi (eds.) (2000). L’Agdal di Marrakech, dossier Premio Internazionale Carlo Scarpa per il Giardino, Treviso, Fondazione Benetton Studi Ricerche. MADOZ, Pascual (1830). Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, Tomo VIII. MALPICA CUELLO, Antonio (1995). «El agua en al-Andalus. Un debate historiográfico y una propuesta de análisis», en José Ignacio de la Iglesia Duarte (ed.), V Semana de estudios medievales, Logroño, Instituto de Estudios riojanos. MANZANO MARTOS, Rafael (1994). La Qubba, Aula Regia en la España Musulmana, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. AL-MAQQARI, Ahmad ibn Muhammad (ed. 1855-1861). Analectes sur l’histoire et la littérature des Arabes d’Espagne, ed. de Reinhart Dozy, Leiden, E. J. Brill. MARÇAIS, Georges (1954). L’Architecture musulmane d’Occident, Paris.

MÁRMOL CARVAJAL, Luis del (1573). Descripción General de África, En Granada: en casa de Rene Rabut. MARTÍNEZ DE LA ROSA, Francisco (1839). Doña Isabel de Solis, Reina de Granada [tomo 2], Madrid, Tomás Jordán. MORSO, Salvatore (1825, ed. 1981). Descrizione di Palermo antico, Catania, Dafni. NAVAGIERO, Andrea (1563). Il viaggio fatto in Spagna et in Francia, Vinegia, Domenico Farri. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel (2015). «Paisaje periurbano y gestión del agua en una capital del islam: el Agdal y las fincas de recreo de Marrakech (siglos XIIXX)», Informes y trabajos. Excavaciones en el exterior 2013, n.º 12, pp. 113-124. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1995). «El Castillejo de Monteagudo: Qasr Ibn Sa’d», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus. Siglos XII y XIII, Barcelona-Madrid, Lunwerg, pp. 63-103. —— (1998). «Murcia musulmana: arquitectura de los siglos XII y XIII», Boletim Cultural CIRA, n.º 7, pp. 131-148. NAVARRO, Julio; GARRIDO, Fidel; ALMELA, Íñigo (2017). «The Agdal of Marrakech (Twelfth to Twentieth Centuries): An Agricultural Space for Caliphs and Sultans. Part 1: History», Muqarnas 34, pp. 23-42. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel (2014). «El Agdal de Marrakech. Hidráulica y producción de una finca real (ss. XII-XX)», Phicaria, II Encuentros Internacionales del Mediterráneo, Murcia, Universidad Popular de Mazarrón-Concejalía de Cultura, pp. 53-115. NAVARRO PALAZÓN, Julio; GARRIDO CARRETERO, Fidel; TORRES CARBONELL, José Manuel; TRIKI, Hamid (2013). «Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam: la finca real del Agdal de Marrakech (ss. XII-XX)», Arqueología de la arquitectura, 10, pp. 1-43. OLIVARES, Estanislao; BÉTHENCOURT, Joaquín de (ed.) (1991). Historia del Colegio de San Pablo. Granada. 1554-1765, Granada, Biblioteca Teológica Granadina-Facultad de Teología, OLIVER HURTADO, José y Manuel (1875). Granada y sus monumentos árabes, Málaga, Imprenta M. Oliver Navarro. ORIHUELA UZAL, Antonio (2013). «Sistemas históricos de abastecimiento de agua a Granada y Almuñecar: un patrimonio frágil y en peligro», en María del Mar Villafranca, Fernando Roboredo, Victoria Eugenia Chamorro y Luciano Sánchez (ed.), Uso y gestión del agua en los Paisajes Culturales, III Conferencia Internacional Alianza de Paisajes Culturales Patrimonio Mundial, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, pp. 269-281. OSORIO PÉREZ, María José; PEINADO SANTAELLA, Rafael (2002). «Escrituras árabes romanceadas del convento de Santa Cruz la Real (1430-1496): pinceladas documentales para una imagen de la Granada nazarí», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, Sección Árabe e Islam, 51, pp. 191-217. PAVÓN MALDONADO, Basilio (1977). Estudios sobre la Alhambra II, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. PÉRÈS, Henri (1990). Esplendor de al-Andalus, la poesía andaluza en árabe clásico en el siglo XI, Madrid, Hiperión. RADA Y DELGADO, Juan de Dios (1869). Crónica de la Provincia de Granada, Madrid, Rubio, Grilo y Vitturi.

READER, A. (1915). «La Alhambra amenazada. II», Mundo gráfico, n.º 177 [17 de marzo]. ROBLES FERNÁNDEZ, Alfonso; NAVARRO SANTA-CRUZ, Elvira; POZO MARTÍNEZ, Indalecio (2005). «Un museo de arte y arqueología andalusí instalado en el Real Monasterio de Santa Clara de Murcia», Revista de Museología, 33-34, pp. 55-62. RUBIERA MATA, María Jesús (1981). La arquitectura en la literatura árabe, datos para una estética del placer, Madrid, Editora Nacional. RUIZ RODRÍGUEZ, Antonio Ángel (2001). Memoria gráfica de la Universidad de Granada, Universidad de Granada. RUTA, Carlo (2004). Viaggiatori arabi nella Sicilia medievale, Palermo, Edi.bi.si. SCHACK, Adolf Friedrich von (1988). Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, Madrid, Hiperión. SÁNCHEZ RIVERO, Angel; MARIUTTI DE SÁNCHEZ RIVERO, Angela (ed. y notas) (1933). Viaje de Cosme de Médicis por España y Portugal (1668-1669), Madrid, Sucesores de Rivadeneyra. SÁNCHEZ GÓMEZ, Carlos (2005). Granada (1563-1853): Tres siglos de evolución urbana a través de la Estampa, Granada, Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias. TITO ROJO, José (2015), «I grandi bacini d’acqua nell’Occidente musulmano: funzione, evoluzione, restauro. A proposito della Favara», en Giuseppe Barbera, Patrizia Boschiero y Luigi Latini (eds.), Maredolce-La Favara, Premio Carlo Scarpa per il Giardino, Treviso, Fondazione Benetton Studi Ricerche, pp. 53-66. TODARO, Pietro (1988). Il sottosuolo di Palermo, Palermo, Flaccovio Dario. —— (2015). «La natura del luogo: aspecti geomorfologici, idrologici e idraulici dell’antica Favara di Maredolce», en Giuseppe Barbera, Patrizia Boschiero y Luigi Latini (ed.), MaredolceLa Favara, Premio Internazionale Carlo Scarpa per il Giardino, Treviso, Fondazione Benetton Studi Ricerche, pp. 135-145. TORRES MARTÍN, Miguel (ed.) (2007). Libro del principio, fun­ dación y prosecución de la Cartuxa de Granada, Granada, Universidad de Granada. TRILLO SAN JOSÉ, Carmen (2004). Agua, tierras y hombres en al-Andalus, Granada, Ajbar. TRIKI, Hamid (1995). «Marrakech. Retrato histórico de una metrópolis medieval», en Rafael López Guzmán (coord.), La arquitectura del Islam occidental, Barcelona-Madrid, Lumwerg, pp. 93-106. VALOR PIECHOTTA, Magdalena; TAHIRI, Ahmed (eds.) (1999). Sevilla almohade, Sevilla-Rabat 1999, Madrid, Fundación de las Tres Culturas del Mediterráneo et al. VILLAFRANCA JIMÉNEZ, María del Mar; ROBOREDO SEARA, Fernando; CHAMORRO MARTÍNEZ, Victoria Eugenia; SÁNCHEZ PÉREZ-MORENO, Luciano (eds.) (2013). Uso y gestión del agua en los paisajes culturales, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife. VIOLLET, Pierre-Louis (2000). L’hydraulique dans les civilisations anciennes, 5000 ans d’histoire, Paris, Presses de l’École nationale des ponts et chaussées. WATSON, Andrew M. (1983). Agricultural Innovation in the Early Islamic World, Cambridge University Press. WILBAUX, Quentin (2001). La médina de Marrakech. Formation des espaces urbains d’une ancienne capitale du Maroc, Paris, L’Harmattan.

LOS E S T ANQUE S P AL AT INOS E N E L OC C IDE N T E M U S U L M Á N : L A F A V A R A D E P A L E R M O Y E L A L B E R C Ó N D E C A R T U J A E N G R A N A DA

627

MARIA STELLA CALO’ MARIANI Profesora Emérita. Università degli Studi di Bari “Aldo Moro”

24

FEDERICO II Y LA NATURALEZA: LOCA SOLACIORUM Y MASSERIE EN LA APULIA SUABO-ANGEVINA1 Frederick II and the nature: loca solaciorum and masserie in the Swabian-Angevin Apulia

RESUMEN En cuanto al Reino de Sicilia, en el texto de las Constitutiones promulgadas en Melfi en 1231, el emperador Federico II de Suabia (1194-1250) declara querer cuidar su Reino «como un jardín elegido entre los campos». Por la amenidad de los lugares, eligió la Capitanata (en el norte de Apulia): aquí concentró las domus solaciorum (moradas de delicias) donde le gustaba descansar para dedicarse al placer de la caza y a las investigaciones sobre la naturaleza, que contribuyeron a la redacción del De arte venandi cum avibus, un tratado de ornitología y cetrería. Vir inquisitor et sapientiae amator, hizo de la caza un medio para estudiar las leyes del mundo natural y conocer el orden del Universo. Siguiendo las novedades del gótico franco-renano, la observación de la realidad natural afectó también al campo del arte, desde la escultura hasta la miniatura. En las proximidades de los solacia había parques de caza y jardines, arroyos y estanques llenos de vida. Fuentes y peschiere (vivaria) animaban las moradas y los castillos, en los que se instalaban dispositivos hidráulicos de tradición islámica para la cura corporis del emperador. En relación con las residencias y castillos, una red de granjas se aprovechó para el cultivo de cereales y para la ganadería (masserie regie); un cuidado especial fue dedicado a las aratiae, donde eran criadas y seleccionadas las razas equinas. PALABRAS CLAVES Federico II | Naturaleza | Apulia | Loca Solaciorum | Caza | Masserie ABSTRACT Regarding the Kingdom of Sicily, in the text of the Constitutiones promulgated in Melfi in 1231, Emperor Frederick II of Swabia (1194-1250) declared that he wanted to dedicate care to his Kingdom “as a garden chosen among the fields”. For the amenity of the places, he favored the Capitanata (in the north of Apulia): here he concentrated the domus solaciorum (dwellings of delights) where he loved to stay over to devote himself to the pleasure of hunting and to nature researches that went with the drafting of De arte venandi cum avibus, a falconry ornithology treatise. Vir inquisitor et sapientiae amator, he made hunting a means of studying laws of the natural world and discovering the order of the Universe. Up to with the novelties of the Franco-Rhenish Gothic, the observation of natural truth also involved the field of art, from sculpture to miniature. Up close to the solacia there were hunting parks and gardens, courses and bodies of water teeming with life. Fountains and vivaria enlivened mansions and castles, in which hydraulic devices from the Islamic tradition were set up for the emperor’s cura corporis. In relation to residences and castles, a system of farms was dedicated to cereal-growing and breeding (masserie regie); particular treatments were aimed at the aratiae, where the equine breeds were bred and selected. KEYWORDS Frederick II | Nature | Apulia | Loca Solaciorum | Hunting | Masserie

629

1.

El emperador sabio

Federico II de Suabia (1194-1250) era hijo del emperador alemán Enrique VI Hohenstaufen y Constanza de Altavilla, heredera al reino normando de Sicilia. En su corte, multiétnica y pluricultural, lugar de encuentro entre Oriente y Occidente, reunió a científicos, traductores, arquitectos, escultores, poetas y músicos. Definido por sus contemporáneos philosophus et omnium artium mechanicarum artifex peritus, cultivó tanto la poesía como las ciencias naturales. Dedicó treinta años de investigación y experiencias a la escritura de De arte venandi cum avibus (fig. 1), manual de ornitología y cetrería fundado en el método experimental (Van den Abeele, 1995; Trombetti Budriesi, 2000). El sabio emperador (vir inquisitor et sapientiae amator) estudió la naturaleza y quiso controlar sus fuerzas. Para Pier delle Vigne, jurista de la corte, él era el «que la tierra y el mar adoran y al que los cielos dan tributo». Para Terrisio d’Atina, maestro de estilística en Nápoles, fue princeps enim gentium, cui terra favet, quo mare stupet, de cuius potentia sol et luna mirantur. Incluso Giorgio di Gallipoli —de la escuela poética italo-griega de San Nicola di Casole (Otranto)— exaltó a Federico como el fulgor del fuego, la maravilla del mundo, frente al cual se inclinaban «la tierra, el mar, la bóveda celeste» (Morpurgo, 1993). En la órbita suaba, el interés por las ciencias de la naturaleza y la observación directa de la realidad penetraron también en el dominio del arte, como demuestran las miniaturas que ilustran el tratado De arte venandi cum avibus (ms. Pal. lat. 1071 de la Biblioteca Apostólica Vaticana) o las esculturas que embellecen claves de bóvedas, ménsulas y capiteles en Castel del Monte y Lagopesole (Calò Mariani, 2012b). A los intereses científicos, Federico II unió la admiración por el mundo antiguo, del cual tomó en clave ideológica el modelo —en las monedas (fig. 2), en los bustos retratos— para presentar su imagen oficial como emperador romano. Por su voluntad, objetos antiguos fueron reutilizados o exhibidos triunfalmen-

630

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

te, con fines simbólicos, en contextos monumentales representativos. De todos sus dominios prefirió el Reino de Sicilia, al que dedicó expresiones de vibrante ternura: jardín de delicias en el bosque salvaje, puerto seguro en el mar tempestuoso del imperio. La metáfora reino-jardín se encuentra en el Liber Augustalis (el texto de las Constituciones publicado en Melfi en 1231), donde Federico declara que quiere cuidar su reino: [...] come a un giardino eletto fra i campi, perché sradicati i frutti amari e nocivi e rafforzata in esso la pace e la giustizia possa fiorire nell’abbondanza e nel benessere (Liber Augustalis, I, p. 95). fig. 1 Ciudad del Vaticano, Biblioteca Apostólica Vaticana, Ms. Lat. 1071, De arte venandi cum avibus: Federico II.

Implementó una gestión rígidamente centralizada del territorio: para la administración de los castillos, masserie, granjas equinas y bosques del estado eran designados provisores castrorum, magistri massariarium, aratiarum, forestarum et defensarum y así sucesivamente. Para proteger el medio ambiente, el aire saludable y el agua, se establecieron rigurosas normas recogidas en el texto de las Constitutiones: La salubrità dell’ambiente è un dono di Dio e a noi spetta conservarla secondo procedimenti precisi (Liber Augustalis, III, p. 48).

Estamos en 1231. Solo habían pasado unos años desde que Francisco de Asís había compuesto el Cántico de las Criaturas: Laudato si’, mi’ Signore, per sor’Aqua, [...] Laudato si’, mi’ Signore, per frate vento et per aere et nubilo et sereno et onne tempo, per lo quale a le tue creature dài sustentamento.

2.

El amor por la naturaleza2

En Apulia, los castra y los casales 3 imperiales, domus extra-urbanas, parques de caza y jardines, masserie 4 (haciendas), aratiae (criaderos de caballos), maristalle (establos), pastos y defense (cercados, cotos de caza) contribuían a dibujar el paisaje favorito de Federico. Para dedicarse al placer de la caza, al ocio de la corte, a los estudios sobre la naturaleza, el soberano solía quedarse en las domus de la Capitanata (norte de la Apulia), construidas en lugares amenos, cerca de bosques, arroyos y lagos, llenos de vida. En el Statutum de reparatione castrorum (redactado entre los años 1240-1246) solo en esta provincia se enumeran veintiocho domus. En relación funcional con las residencias, los castillos y los casales, estaban las masserie, haciendas destinadas al cultivo de cereales y a la ganadería. Zonas no cultivadas y boscosas, reservadas para la caza del soberano (defense reales), cubrían colinas y llanuras alternando con campos cultivados y pastos. Bosques, poblados de animales salvajes, se extendían hasta la montaña del Vulture, cerca de Melfi, alrededor de Lagopesole y San Gervasio, en la Murgia (cerca de Gravina y alrededor de Castel del Monte), en la llanura cerca de Foggia y por las alturas del Appennino Dauno. Lagos, lagunas, arroyos y estanques formaron el hábitat de una gran cantidad de aves, que migraba (y continúa migrando) a la Capitanata para invernar y anidar (Pratesi, 1985; Rossi, 2011).

fig. 2 Foggia, Museo Cívico, Augustal del Emperador Federico II.

Huérfano a temprana edad, Federico pasó su infancia y adolescencia en Palermo. Aquí frecuentaba los jardines de las delicias y practicó la caza en el parque vallado, rico en animales silvestres, el «paraíso» creado por sus antepasados normandos en la cuenca palermitana, del cual Romualdo Salernitano ofrece una nítida descripción: Quosdam autem montes et nemora, que sunt circa Panormum, [Ruggero II] muro fecit lapideo circumcludi et parcum deliciosum satis et amenum diversis arboribus insitum et plantatum construi iussit, et in eo damas capriolos porcos silvestres iussit includi. Fecit et in hoc parco palatium, ad quod aquam de fonte lucidissimo per conductus subterraneos iussit adduci 5.

Inmerso en esta realidad, el joven Federico asimiló los modelos residenciales orientales y desarrolló un vivo interés por la naturaleza. Como él mismo afirma, la sed de conocimiento desde la infancia lo acompañó durante toda su vida: [...] desde nuestra juventud siempre hemos buscado el conocimiento, siempre hemos amado la belleza y siempre, incansablemente, hemos respirado su aroma (HuillardBréholles, IV, p. 382).

El encanto de los sollazzi (residencias de placer) de los reyes normandos en Sicilia resuena en los versos de

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

631

los poetas árabes de la corte, en las historias de los viajeros. Incluso los lugares de placer (loca solaciorum) deseados por Federico II en Apulia (y en la contigua Basilicata) despertaron admiración durante la Edad Media y más allá. Son celebres los versos repletos de nostalgia que Enzo, el Rey Falconcello prisionero en Bolonia, dedicó a Capitanata, en la lejana tierra de Apulia: Va canzonetta mia [...] e vanne in Puglia piana, la «magna Capitana» là dov’è lo mio core nott’e dia 6.

fig. 3 Ciudad del Vaticano, Biblioteca Apostólica Vaticana, Ms. Lat. 1071, De arte venandi cum avibus: halconeros a caballo en un prado con flores.

fig. 4 Roma, Biblioteca Casanatense, Ms. 4182, Ububchasym de Baldach, Theatrum Sanitatis: Primavera (jardín del amor).

En un registro diferente, otras notas de arrepentimiento resuenan en el insólito canto de cruzada (Kreuzlied) del alemán Tannhäuser, si —como creemos— la belleza del paisaje y las alegrías de la vida mundana evocada por el poeta se refieren a la tierra de Apulia y a la corte de Federico II 7. Como se ha observado, incluso en otros lugares, en la literatura alemana del siglo XIII, el sur de Italia de la época asume «el rol de tierra cortés por excelencia [...] uniendo en la alabanza al reino y al reinante» (Lozzi Gallo, 2013, p. 232). A merced de las olas y de los vientos del Mediterráneo oriental, Tannhäuser, que es un cruzado contra su voluntad, lamenta las molestias impuestas por el viaje por mar en contraste con las alegrías que disfrutaban aquellos que permanecieron en Apulia: Beato colui che ora può cacciare con il falcone sui /campi di Puglia! Va a caccia, e di questo è felice, di vedere /tanta selvaggina. Alcuni vanno alle fonti, gli altri cavalcano guardando il paesaggio —questa gioia mi è tolta— altri caracollano accanto alle dame... io non caccio all’arco con i cani, io non uccello /con i falconi, né posso correre dietro alla volpe; neanche mi si vede inseguire cervi e cerve, /e nessuno mi può rimproverare di portare corone di rose... E neanche mi si può attendere dove cresce /il verde trifoglio, né cercare nei giardini accanto alle belle fanciulle... io fluttuo sul mare 8.

Junto con la belleza del paisaje, Tannhäuser anhela la acción de la caza con el arco y el halcón, la emoción experimentada en la persecución de las presas con los perros en el bosque o en el parque de caza imperial. Al mismo tiempo evoca escenas de vida cortesana, en el marco de los loca solaciorum, donde la alegría de vivir y el encanto son protagonistas, donde hermosas doncellas y caballeros montan a caballo en paisajes de primavera, se encuentran en fragantes jardines de rosas y en prados verdes de trébol (figs. 3 y 4). Es la visión de una naturaleza prodigiosa y alegre que se refleja en las páginas del De arte venandi cum avibus: donde los pájaros acuáticos acuden a comer en arroyos y estanques con peces; los animales salvajes viven en el bosque o en el parque real, los patos y las grullas cruzan el aire en vuelo de formación, y los cetreros van a caballo en prados primaverales o atraviesan nadando las aguas limpias de un estanque (figs. 5 y 6).

632

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

fig. 5 Ciudad del Vaticano, Biblioteca Apostólica Vaticana, Ms. Lat. 1071, De arte venandi cum avibus: grullas en formación de vuelo.

fig. 6 Ciudad del Vaticano, Biblioteca Apostólica Vaticana, Ms. Lat. 1071, De arte venandi cum avibus: escena con ciervos y aves.

3.

Las residencias de caza

La caza, manifestación simbólica del poder y afirmación de la soberanía del hombre sobre la naturaleza, fue el entretenimiento por excelencia de los poderosos. Federico II, un cazador apasionado, amaba practicarla con dedicación y rigor usando halcones, perros, guepardos. Entre las diversas formas de caza, él prefería la que se practicaba con el halcón, la más noble y digna (nobilior et dignior) de todas. La utilizó como un medio para investigar las leyes del mundo natural y conocer el orden del universo. Concebidas para el ocio y la fiesta, las domus de Federico se ubicaban en lugares amenos. La preferencia por los paisajes lacustres, silvestres o fluviales, el amor por la caza, la curiosidad inagotable en investigar las leyes de la naturaleza, la redacción de normas para la protección del medio ambiente, se manifiestan en los criterios para la ubicación de las residencias.

Entre los requisitos esenciales buscados por quienes supervisaban el lugar, de forma previa a cualquier nueva fundación, estaban la belleza incontaminada del paisaje, la abundancia de agua y de fauna silvestre. Para las sesiones de caza del soberano y las actividades militares, las aratiae del Reino proporcionaban caballos selectos, que iban a poblar las caballerizas de los loca solaciorum y de los castillos. Las domus de Salpi y Tressanti fueron dedicadas a la cría y el entrenamiento de halcones, cuyos ejemplares más raros procedían de la isla de Malta, del extremo norte y de Arabia. De Egipto y de Arabia el emperador llamó a la corte a peritos et expertos en cetrería: Reges namque Arabum mittebant ad nos falconarios suos peritiores in hac arte cum multis modis falconum. Entre 1240 y 1241 el maestro Teodoro supervisó la traducción del árabe al latín del Tratado de cetrería, conocido como Moamin. La voluntad de dominar el mundo animal también se manifestaba en el cuidado de la colección de animales y en la exhibición de especímenes exóticos (elefantes,

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

633

ciò che fanno gli animali, che nel giardino son messi 12 (fig. 9).

fig. 7 Cambridge, Corpus Christi College, Mathei Parisiensis, Chronica maiora, Ms. 16, fol. 151, elefante de Cremona.

jirafas, camellos, leopardos), los mismos que desfilaron en la procesión imperial, despertando asombro y admiración (fig. 7). Las domus solaciorum se encontraban, sobre todo, entre las llanuras del norte de Apulia, la Murgia y las montañas de la Basilicata (fig. 8). En las residencias más refinadas, las esculturas embellecían ventanas y portales, capiteles y claves de bóvedas; láminas de agua artificiales (peschiere9) y fuentes murmurantes adornaban patios, prados y vergeles (Calò Mariani, 1992b). En el tratado De Agricultura (Opus ruralium commodorum) del boloñés Pier de’Crescenzi, redactado entre 1304 y 1309 y dedicado a Carlos II de Anjou (Mane, 1995), el mundo feliz de los sollazzi normandos y suabos se refleja en las páginas dedicadas a los jardines de delicias (libro VIII), inspiradas en el modelo propuesto por el dominico San Alberto Magno10: lugar de la eterna primavera, con el prado floreado en el medio, flores con olor suave y hierbas aromáticas en los bordes, árboles frutales y pérgolas, bajo cuya sombra conversar, tocar música y bailar (Antoine, 2002). Completan el cuadro fuentes clarísimas, cursos de agua y el bosque. Sobre el palagio bellissimo se recomienda: [...] vi si faccia la peschiera, nella quale generazioni di pesci si nutriscano; e vi si mettano ancora le lepri, i cavriuoli, i conigli, e simiglianti animali non rapaci; e nei pressi del palazzo, una uccelliera popolata da ogni generazione di uccelli, che canti 11.

En la descripción se percibe un sentido de la naturaleza como un espectáculo delicioso: E sieno le schiere degli arbori del giardino del palagio, al bosco molto lontani, acciocchè dal palagio si vegga

634

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

De las domus quedan memorias escritas y, en casos afortunados, raros hallazgos, casi fragmentos salidos de un naufragio. Frente a los restos materiales que poco a poco las investigaciones arqueológicas están documentado13, otros, por desgracia, se han perdido irremediablemente. Este es el caso de la residencia de Orta, que los documentos incluyen entre los castra seu palacia. A principios del siglo pasado Haseloff fotografió una pequeña luneta—con un arco en forma de herradura y perfil bicromo con dientes de sierra— insertada en el muro frente a la iglesia jesuita de Orta Nova (hoy en día desaparecida): en la inscripción grabada se podía leer el nombre de Federico junto a aquel del protomagister palacii Anseranus. Otra inscripción, hecha pública en 1795 (ya dispersa en la época de Haseloff), informaba que Federico, emperador romano, rey de Sicilia y Jerusalén, hoc opus pecunia sua Horta construi fecit (Haseloff, 1992). Prope Salpas, en el pintoresco escenario del lago y de la defensa, había un palatium de Federico con varias domus alrededor. Tenía que ser una residencia prestigiosa, pues en una orden del 7 de febrero de 1271 Carlos I de Anjou ordenaba reparar y preparar cuidadosamente el palacio de Salpi —junto con las residencias de Foggia y San Lorenzo— en previsión de una visita del rey de Francia a Capitanata. Como prueba del nivel estético del palacio real cabe mencionar el fragmento de bífora casualmente desenterrado en la zona llamada Castello, cerca de Trinitapoli (y luego desaparecido): una luneta decorada con tres círculos que se intersecan en el interior de un clípeo cajeado, con el fondo rebajado (para acoger mosaicos), comparable a las hermosas bíforas que iluminan la primera planta de Castel del Monte (Calò Mariani, 1992a). Como es bien sabido, en los talleres estatales estaban activos magistri de variada y calificada cultura. Se puede suponer que, al menos en algunas domus, trabajaron los conversos (legos) cistercienses que a partir de los años veinte del siglo el emperador había reclutado en las abadías del reino ad costruenda castra et domicilia 14. De regreso de Alemania en 1220, y una vez que llegó a Capitanata, ya en abril de 1221, confirmó las posesiones del monasterio de San Giovanni in Piano reservando para el Estado Villa Apricena. Ahí cerca, al sur de la laguna de Lesina —donde los caballeros teutónicos fundaron en 1220 una casa y un hospital situm in proprio casali Bellovideri y tenían viñedos (Houben, 2012)— hizo construir en una zona de caza, la domus de Belvedere, para la cual, según un testimonio de la época de Carlos II de Anjou, fueron utilizadas las piedras de la ciudad de

fig. 8 Mapa de las domus de Federico II en Apulia y Basilicata (Plano: Natalia D’Amico).

San Severo, destruida en 1230, después del levantamiento de 1229 (Corsi, 1989, p. 194). La vista del lago y del Adriático al norte, la presencia en el entorno de colinas boscosas y campos fértiles, permiten apreciar aún hoy el atractivo del lugar, al que hace referencia el topónimo (Belvedere) que remonta a la Edad Media. Apricena15 estaba entre las residencias favoritas del emperador: de las diez estancias documentadas, predominantemente en los meses de diciembre-enero (coincidiendo con la Navidad), solo dos ocurrieron en primavera (Haseloff, 1992, p. 45). Como en otros casos, la residencia imperial estaba asociada a una hacienda agrícola. Durante el azaroso viaje de Venosa a Lucera, donde Manfredi (1255) con algunos fieles fue a pedir refuerzos a los sarracenos para avanzar contra las tropas papales acampadas entre

Foggia y Lucera, Niccolò de Jamsilla describe la parada nocturna del escuadrón en la casa de caza de San Agapito. Para guiar a Manfredi en la noche lluviosa estaba Adenulfo Pardo, magister venationum de Federico II, gracias a cuyo conocimiento de los lugares, jinetes y caballos pudieron encontrar refugio. In quel luogo vi era una di quelle case che l’Imperatore aveva fatte costruire per il divertimento della caccia, la quale casa, biancheggiando alquanto nelle tenebre della notte, si lasciò vedere da lontano 16.

En la llanura de Foggia, no muy lejos del famoso santuario dedicado a la Virgen, se encontraba la domus de la Incoronata, inmersa en el bosque junto al

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

635

fig. 9 Parigi, Bibliothèque Nationale de France, miniatura del código del Dit du Lion de Guillaume de Machaut (ca. 1350-1355), Ms. fr. 1586, fol. 103: viridarium, arroyo y bosque.

Cervaro, poblado por numerosos animales de caza. Hasta la fecha, no se han encontrados restos materiales de la construcción suaba. Pero cerca del santuario de la Incoronata, entre el río y la «vía Ordona», la Locatione del feudo d’Ascoli e Fabrica (siglo XVII)17 indica el topónimo Posta di Palazzo, en la que persiste el recuerdo de la residencia de caza en la que Federico gustaba estar con particular frecuencia. Los paisajes fluviales recubiertos de bosque, tuvieron que rememorar en el emperador imágenes del territorio de origen de los Hohenstaufen. En los años vividos en Alemania entre 1212 y 1220, le gustaba permanecer —durante los meses de otoño e invierno— en el corazón de la Alsacia, en el magnífico castillo de Hagenau: la residencia favorita de Federico Barbaroja, construida en una isla del río Moder y rodeada por el bosque sagrado (Heiliger Forest), una reserva imperial de caza. En el invierno de 1235, el emperador residió allí con Isabel de Inglaterra, su esposa, con ocasión del segundo viaje más allá de los Alpes. En el Vulture, el bosque rodeaba la ciudad de Melfi, donde Federico II promulgó las Constituciones en 1231. Habitual residencia de verano de Manfredi (más tarde frecuentada por Carlos I de Anjou) fue el cercano castillo de Lagopesole (Avigliano), del que Saba Malaspina

636

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

(Rerum sicularum Historia) alaba la agradable frescura de los manantiales, la belleza y la tranquilidad de los bosques ricos en animales de caza. Incluso Manfredi, después de la fatiga y el calor sufrido en la llanura de Foggia durante los enfrentamientos con las tropas pontificias (1255), buscó refugio en el palacio de San Gervasio —locum amenum et venationibus delectabilem— en un entorno natural lleno en manantiales cristalinos y bosques, cerca de un lugar de cría de caballos. Entre el Gargano y la desembocadura del Ofanto, se extiende una zona húmeda de valor internacional (Pratesi, 1985), donde numerosas especies de aves llegan para el invierno y anidan. En el Itinerario in Terrasanta (siglo XV) Anselmo y Giovanni Adorno, nobles peregrinos flamencos que cruzaron la Apulia en el camino de regreso a Brujas, dejaron un relato vivo de las peculiaridades del paisaje de esta parte de la región, surcada por muchos arroyos «poblados con pájaros: gansos, patos, ibis, grullas, garzas y aves similares»18. No muy lejos, en la domus prope Salpas y en el castrum de Tressanti, Federico hacía criar y entrenar a sus halcones. En estos lugares realizó los experimentos que se incluyen en el texto de De arte venandi cum avibus; aquí los miniaturistas activos en su entorno dibujaron del natural los nobles halcones y numerosas especies de

aves posando y volando, para ilustrar las páginas del tratado de cetrería19. En los solacia suabos, el arte de la arquitectura y de la jardinería, los huertos de frutales, las alfombras de hierba, los estanques llenos de vida, los arroyos y las fuentes20, los animales silvestres en el parque, los animales exóticos del zoológico, se unían en un espectáculo de magnificencia y alegría de vivir, reflejo de una visión personal del mundo. Una visión en sintonía, en el vestir del emperador y de Manfredi, con la prevalencia de «tejidos verdes», el color siempre asociado con la primavera y el despertar de la naturaleza, símbolo en el mundo caballeresco de la elegancia y el sentimiento amoroso (Pastoureau, 2013).

munculae de los halcones (fig. 10). Próxima estaba una de las masserie regias. El nivel freático, muy superficial, generaba afloramientos perennes, captados y canalizados para la utilidad y deleite de la corte22. En su conjunto, se percibe el reflejo del modelo siciliano presentado por Romualdo Salernitano en la descripción de la Favara (la fuente):

4. San

La Favara y el Parque de caza de Roger II tenían afinidades con los agdales suburbanos del Magreb. Estos últimos se caracterizaban por ser grandes espacios cerrados con huertos de cítricos, granados, palmeras y olivos; también disponían de amplios estanques y canales para regar los huertos, siendo estos últimos los elementos dominantes del paisaje por encima de los edificios, entre los que destacaban los pabellones para el ocio del señor (Lorenzi, 2006; Petruccioli, 1980). Las domus del Pantano, definidas por Jamsilla como valde pulchras, en 1255 fueron dañadas por las tropas papales en batalla contra Manfredi, enrocadas en San Lorenzo in Carminiano y en Foggia. Carlos I de Anjou realizó a lo largo de 1269 extensas restauraciones, pero en febrero de 1274 fue necesario un real decreto tanto para proteger la tala indiscriminada de los árboles del jardín y la devastación de las domus, como para evitar

Lorenzo in Pantano: las domus, el jardín, el parque, las caballerizas La llanura que rodea Foggia —en 1223 elevada al rango de ciudad imperial— fue escenario de una intensa transformación y valorización. Así como pasó en Palermo por la voluntad de los antepasados normandos, la organización del espacio se convirtió en proyección física del poder, manifiesto de la magnificencia y omnipresencia del soberano (Calò Mariani, 1983; 1994). Las tierras eran ricas en lagos, arroyos y reservas de caza. A pesar de que se conserva todavía, cerca del santuario mariano, un trozo del bosque que rodeaba la domus de la Incoronata, el ambiente natural del lugar denominado «Pantano» está hoy en día irremediablemente alterado, asediado por la expansión urbanística no regulada. Una vez más, los peregrinos Anselmo y Giovanni Adorno dedican palabras de admiración a la llanura, escogida como escenario de los solacia imperiales: Foggia è un piccolo borgo sito in una valle pianeggiante ricca di pascoli: mai forse ne vedemmo una più amena e più grande [...]. Vi sono animali e volatili selvatici in grandissima copia [...]. 21

Et ne tanto viro [Ruggero II] aquarum et terrae deliciae tempore ullo deessent in loco, qui Fabara dicitur, terra multa fossa pariter et effosa, pulchrum fecit vivarium, in quo pisces diversorum generum de variis regionibus adductos iussi inmitti. Fecit etiam iuxta ipsum vivarium, pulchrum satis et speciosum aedificari palatium (Romualdi Salernitani Chronicon).

fig. 10 Ciudad del Vaticano, Biblioteca Apostólica Vaticana Ms. Lat. 1071, De arte venandi cum avibus: domus de los halcones.

A tres millas de Foggia, a poca distancia de la ciudad de San Lorenzo in Carminiano, la residencia suburbana —citada como domus pantani (o vivarii) Sancti Laurentii— incluía el parque cercado con los animales para la caza del soberano, el jardín arbolado, el vivarium alimentado por un aqueductus, el palatium, probablemente construido cerca de la lámina de agua y animado por una fuente de mármol. En torno a todo esto, domus y pabellones se disponían sobre el prado verde, para el reposo y el ocio de la corte imperial; a todo esto se añadían los grandes establos (maristalla) y las do-

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

637

a

b

fig. 11 Área arqueológica de San Lorenzo in Pantano: (a) Fragmento de crochet; (b) Fragmento de capitel.

que desconocidos desviaran el agua a otros lugares que consuevit et debet ad ipsum Pantanum et Vivarium decorrere [...]23. Aparte de los depredadores clandestinos, en 1317 el mismo Roberto de Anjou quitó del palacio y trasladó a Nápoles una fuente —concam unam marmoream, sistentem in palacio Pantani— para el jardín real. Las excavaciones en la zona de la Masseria Pantano y de Posta Palazzo —que actualmente lindan con la periferia de Foggia— están sacando a la luz restos de construcciones residenciales y de servicio, junto con muchos edificios más pequeños, que se pueden atribuir al asentamiento suburbano suabo-angevino (Favia, 2012). Restos marmóreos han aparecido al sureste de la Masseria: fragmentos de columnas y capiteles (hojas a crochet24 o de estilo realista) (figs. 11a-b) que, aunque escasos, permiten apreciar la alta calidad de la decoración perdida; las comparaciones remiten a las bien conocidas esculturas de Castel del Monte, en relación con la corriente gótica que floreció en el área franco-renana. Las más claras afinidades se encuentran con la flore sculptée parisina, que en las primeras décadas del siglo XIII se expandió desde la Ile-de-France, a través del valle del Rin, y llegó a Italia meridional gracias a maestros artesanos acostumbrados a la observación directa de la naturaleza, capaces de reproducir la frescura y exuberancia de hojas, flores, frutos, viñas y ramas (Calò Mariani, 2012b). En una posición excéntrica con respecto al área explorada, los restos de una gran construcción longitudinal (100/140 x 13,70 m aprox.), dividida en dos naves por una serie de pilares cuadrangulares, hacen pensar en un establo. Esto se confirmaría con el hallazgo, por

638

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

parte de los arqueólogos, de «algunos objetos relacionados con el mundo ecuestre (hierros y bocados)» (Giuliani, 2012). En la corte, en el campo veterinario, se cultivaban en particular la ornitologia y la ippiatria: una ligada al mundo de la caza (véase el tratado de Federico II), la otra con el objetivo de satisfacer las exigencias del sistema militar caballeresco. Cabe considerar que cada miles debía de tener, por lo menos, tres monturas de diferente tipo: caballo de guerra (dextrarium), de desfile (palafridus) y para el transporte (roncinus). Es mérito de Federico haber logrado en la Italia meridional una verdadera «producción estatal» sujeta a rigurosos estándares: granjas equinas (aratiae) y establos (maristalle) —en Corneto, San Lorenzo, Orta, Siponto, Civitate, Lagopesole, San Gervasio, Salpi— fueron el laboratorio donde maduraron investigaciones científicas basadas en la experimentación (Porsia, 1986). El mismo emperador fue celebrado como cavalcatore e mascalcieri 25 (véase el fragmento italiano del Tesoro de Brunetto Latini) y fue inspirador y maestro de Giordano Ruffo di Calabria26, miles in marestalla quondam domini imperatoris Federici Secundi, autor de la Hippiatria, un tratado de herraje y veterinaria, destinado a un éxito duradero. En la introducción el autor declara el método utilizado: [...] come Dio m’indicherà, porrò in retto ordine (e vi rimarrò diligentemente aderente) le cose di cui feci esperienza io, Giordano Ruffo di Calabria, cavaliere della marestalla del fu Signore Imperatore Federico Secondo, di sacra memoria, mostrando di quasi tutto quello che dirò i principi veritieri (citado en Porsia, 1986, p. 60).

fig. 12 Gravina, castillo, vista aérea. (Consorzio Laboratorio Centro Aerofotografico de la Università degli studi di Bari).

Ruffo permaneció mucho tiempo en la corte cerca del Emperador: cum quo fui per magnum temporis spatium commoratus. Es fácil pensar en la magnífica residencia de San Lorenzo, en cuyos establos (a poca distancia de Foggia, sede imperial) se criaban los ejemplares más nobles, seleccionados en las famosas aratiae del Reino. Debe recordarse a este respecto que el emperador en abril de 1240 —residiendo en la domus Coronatae— ordenaba a Petrum de Calabria, al secretum Panormi, a Riccardum de Molise y Johannem de Landolino, traer a Foggia un considerable número de sementales, yeguas, potros y mulos27. Todavía en los años de Carlos I de Anjou se documentan repetidos desplazamientos de equinos desde las aratiae de Calabria y Apulia en las grandes maristalle de San Lorenzo in Pantano y de Orta.

5. Parques de caza en

Gravina y en Melfi

Junto con el de San Lorenzo in Pantano, Giovanni Villani recuerda otros parques de caza: Questi [Federico II] fece molte notabili cose al suo tempo [...] e fece il parco dell’uccellagione al «Pantano di Foggia» in Puglia, e fece il parco della caccia «presso a Gravina e a Melfi alla montagna». Il verno stava a Foggia e la state alla montagna alla caccia e diletto 28.

En una colina de la Murgia, al norte de la ciudad de Gravina, las ruinas del castillo de caza de Federico aún hoy en día dominan el paisaje: un gran paralelepípedo (58,60 x 29,20 m) orientado este-oeste según el eje

longitudinal, con muros de sillares de mazzaro 29 (Calò Mariani, 1994; ibid., 2012b; Benedettelli, 1999). En el altiplano suavemente ondulado de la Murgia, «corazón de piedra de la Apulia», los castillos de Gravina y Castel del Monte ocupan dos pequeñas alturas. Debido al fenómeno cárstico, el subsuelo calizo es atravesado por lagos, cavidades, túneles «que en buena medida albergan una óptima agua dulce subterránea, un tesoro [...] utilizado por los habitantes de la región a través de los pozos» (Sigismondi, 2014). En el ciclo del agua de lluvia, la circulación del agua subterránea se acompaña de fenómenos cársticos de superficie: láminas y gravine 30, lechos de ríos, pequeños lagos cársticos. En el territorio de Gravina, al pie del castillo, destacados topónimos (en el bosque, los lagos naturales, Splendore della Rosa; la Pescara, Fontana, Fontanelle, Masseria Pantano, al oeste; Piscina al norte; Pozzo y Parcone al este) son el testimonio —amortiguado debido a los cambios experimentados por el paisaje31— de un agradable contexto natural, rico en agua, vegetación y fauna. El lago artificial lleno de peces (la Pescara), los canales y las láminas de agua favorecían la parada de las aves acuáticas; caballos de raza se criaban en las maristalle imperiales; ciervos, gamos, corzos poblaban el Bosque (Selva); extra claustrum se extendían los viñedos. El castillo de caza tenía planta tripartita (fig. 12), en el centro un patio luminoso y en sus lados cortos, en relación simétrica entre sí, dos estructuras monumentales. A lo largo de los lados mayores se alzaban construcciones secundarias de modesta altura, que se utilizaban como locales de servicio. El ingreso, con un vestíbulo solemne, tiempo atrás dominado por una torre y flanqueado por dos espacios abovedados, se abría en el frente occiden-

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

639

tal. Una vez dentro, aún hoy se impone, como sugerente telón de fondo, lo que queda del palatium, con dos pisos de altura y un entresuelo. Este ocupa todo el extremo este y en el siglo XIII debía de mirar hacia el patio con un elegante pórtico coronado por una galería. Aquí se han encontrado brotes foliados (cogollos de crochets) pertenecientes a grandes capiteles en piedra caliza, tal vez relacionados con los soportes de la planta baja. En la planta alta la decoración ha sido sistemáticamente expoliada, así como las esculturas que embellecían la porta magna. A través de unas amplias bíforas y una puerta ventana, el apartamento imperial se abría hacia el paisaje; a lo largo de la pared exterior ménsulas en bocel actuaban como soporte para un balcón corrido volado hacia el lago (posiblemente la peschiera). Más allá del lago, del parque de caza y de los viñedos, el bosque cubría las colinas de Guardalto. Hacia la ciudad, situada en el valle al borde del profundo barranco, tres torreones rectangulares adosados a la muralla y la torre de la entrada principal daban al edificio el carácter de un castillo bien defendido. Óculos fuertemente abocinados y losanges se abrían en las compactas paredes de la planta baja, mientras en el piso superior, a oriente y a occidente, aparecían airosas bíforas como en Castel del Monte y —según la vista del patio interior dibujada por Jean Desprez (1786)— en el palacio-torre de Lucera. Una orden que data de 1309 (Nardone, 1934), destinada a legalizar el nombramiento del nuevo castellano al que fue destinado custodiam castri et foreste terre fig. 13 Ciudad del Vaticano, Biblioteca Apostólica Vaticana, Ms. 368, Historia de Bayad y Riyād.

640

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

Gravine, a título de inventario enumera las habitaciones de la planta baja con chimeneas, un establo, la cocina y el horno; en la primera planta la casa señorial con muchas habitaciones, alguna iluminada por bíforas, equipadas con chimeneas y aseos. En la descripción detallada, con las habitaciones residenciales, la sala que dicitur falconeria, la torre de la puerta principal y la capilla dedicada a Santa Catalina, se cita barcam unam fractam nullius valoris, que viene a confirmar la existencia de una lámina de agua cerca del edificio. Extra claustrum castri había edificios de servicio, un molino, establos y casas, una de las cuales se situaba cerca de la viña. Al describir el castillo, la tasación de 1608 sigue, añadiendo algún detalle, al documento de 1309; pero las muestras de degradación son ahora evidentes: parte del castillo da dentro è vecchio e diruto, muchas habitaciones, la misma «sala grande», son scoverte (Nardone, 1934). Para los habitantes del castillo el abastecimiento de agua estaba asegurado por una gran cisterna de dos naves, con bóveda de cañón sobre pilares, situada bajo el patio (Calò Mariani, 1992b). Otra cisterna daba servicio a la cocina. Entre los materiales de piedra procedentes de las obras de restauración realizadas en el siglo pasado, destacan los grandes capiteles de crochet (comparables a las esculturas de Castel del Monte) ya mencionados y los sillares de los escalones de una escalera de caracol. Frente a la elegancia de una residencia real concebida en abierta relación con el paisaje, el edificio mezclaba las características del castrum, del cual derivaban los elementos de defensa (como la muralla exterior). El desarrollo longitudinal tripartito, inusual en la arquitectura de época suaba, encuentra correspondencias significativas en los edificios residenciales andalusíes de los siglos XII-XIII. Navarro Palazón ha reconocido este modelo en objetos cerámicos de la misma época (como la jarra tipo «Alhama» de la primera mitad del siglo XIII conservada en el Museo de Murcia) y en miniaturas, como las del manuscrito árabe n. 368 de la Biblioteca Apostólica del Vaticano (obra andalusí de principios del siglo XIII), que cuenta la historia de Bayad enamorado de la hermosa Ryād (Navarro Palazón y Jiménez Castillo, 1995). En una escena llena de gracia (fig. 13), el infeliz Bayad es retratado en la orilla del río Tártaro, vencido por penas de amor; las aguas lamen la parte lateral de un edificio de planta tripartita, con torretas y mirador en los extremos y árboles en la zona media; en la orilla del río, se encuentra una noria para asegurar el riego de las huertas y del jardín del señor. Villani también habla del parque de caza cerca de Melfi, en el paisaje montañoso del Vulture. Práctica-

fig. 14 Lagopesole, vista aérea del castillo. (Consorzio Laboratorio Centro Aerofotografico de la Università degli Studi di Bari).

mente no hay duda de que el parque se refiere al sito de Lagopesole (Fortunato, 1902). En ausencia de testimonios más precisos, se puede pensar en un área de caza muy grande. En el bosque alrededor de Melfi, no lejos del castillo (de fundación normanda y luego ampliado en épocas suaba y angevina) edificios más pequeños, como la domus de Cisterna, permitían cómodos descansos durante las cazas imperiales. En el barrio Torre della Cisterna, quedan restos de un edificio que, por estructura y tamaño, se aproxima a la domus suaba de Monte Serico (cerca de Genzano en Basilicata): un edificio en forma de torre, rodeado por un recinto cuadrangular32. El castillo de Lagopesole se encuentra en un cerro del Vulture (a 929 m sobre el nivel del mar) entre los valles de Bradano y Basento. El paisaje circundante incluía bosques ricos en caza, un lago y manantiales incontaminados. La gigantesca construcción —fundada en la época normanda para fines defensivos y sucesivamente ampliada— es citada en los documentos de la cancillería suaba y angevina como domus y palatium. Tiene planta rectangular (orientación norte-sur), cerrada por unos altos muros intercalados con sólidas prominencias a modo de torres (fig. 14). En el interior hay dos patios;

la entrada principal, destacada por dos frentes simétricos, se abre hacia el oeste; a través de ella se entra en el patio principal, alrededor del cual se encuentran la capilla y las zonas con los apartamentos y los espacios de representación de la corte. En el patio menor —donde se sitúa la torre del homenaje de época de Federico II— las excavaciones más recientes han documentado tramos de estructuras bizantino-longobardas y normandas (Giovannucci y Peduto, 2000). En la primera mitad del siglo XII la construcción tuvo que ser un recinto fortificado, en el que encontrar refugio en caso de peligro (Cadei, 1999). Con las reformas de época suaba y angevina asumió el carácter de una suntuosa residencia de verano. Las intervenciones propias de Federico II se puede considerar que empezaron en 1242, cuando el castillo se convirtió en propiedad estatal. En las zonas residenciales a lo largo de los lados del patio principal, la obra continuó en los años de Manfredi (muerto en 1266) y los primeros soberanos angevinos. A partir de 1270, después de años de abandono, el inmenso complejo arquitectónico necesitó de obras de finalización y reparación, particularmente en las cubiertas y en el acueducto. Se prestó mucha atención, al mis-

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

641

mo tiempo, a los establos reales, ut equitature possint salubriter et commode commorari. De la belleza formal del edificio y de la vida de la corte hablan los hallazgos de mármol (columna y capitales, mosaicos, un león antiguo claramente reutilizado), los fragmentos de las ventanas policromas, la cubertería, la vajilla finamente elaborada: un amplio ajuar de cerámica que data de los siglos XIII y XIV, de producción meridional (campana y pugliese) o de importación (del Magreb y de Siria en particular) (Fiorillo, 2005). Sorprende la abundancia de fragmentos vítreos de lámparas suspendidas, botellas, vasos: en particular un vaso troncocónico esmaltado y dorado con delicados ornamentos y una inscripción en caligrafía cúfica a lo largo del borde, con la fórmula propicia «gloria a nuestro Señor». Las similitudes conducen a objetos vítreos encontrados hace tiempo en Lucera (Whitehouse, 1966) y, más recientemente, en los asentamientos arqueológicos de Fiorentino y Siponto (Laganara, 2011). En la cercana ciudad de Melfi, los vidrios recuperados en los sustratos de la Torre de Marcangione (en el noreste del castillo) (Marchetta, 2012) han evidenciado la riqueza y la sofisticación de producciones cercanas —por repertorio decorativo y técnicas de ejecución— a obras realizadas por talleres sirios y franco-sirios entre los siglos XII y XIII. Se trata de vasos, botellas, copas grandes, decoradas con esmaltes policromados y dorados, con bandas epigráficas en árabe: delicados tesoros fabricados para enaltecer la elegancia y el esplendor de las cortes del Mediterráneo. Durante el siglo XIII, a la floreciente producción oriental se sumó la de los talleres activos en Italia meridional y en Venecia. En el círculo de Federico, en las camerae reales de Melfi, Lucera y Canosa (véase el mandatum imperial del 21 de febrero de 1240), trabajaban artesanos sarracenos con diversas competencias (Calò Mariani, 1994; 2014). Este testimonio contribuye a la hipótesis de una producción de vidrio de matriz islámica en la corte; producción que se perpetuó en la primera edad angevina, sin excluir, sin embargo, la circulación de vidrios finos a lo largo de las rutas mediterráneas. Como se ha mencionado anteriormente, durante la temporada de verano Manfredi apreciaba descansar y deleitarse en el castillo y en las defense de Lagopesole. Carlos I de Anjou —que residió allí con la corte durante muchos veranos— hizo llegar en barriles y posteriormente echó al lago diez mil anguilas pescadas en los lagos de Versentino y Salpi, en la cercana Capitanata. Las defense, célebres por la densa población de ciervos y gamos, llenaban la mesa y la armería de la corte. En el vertedero excavado en el patio menor de Lagopesole (Fiorillo, 2005), entre los restos faunísticos de la mesa de los habitantes del castillo, se han encontrado

642

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

huesos de cérvidos en cantidades considerables. Bajo el reinado de Roberto de Anjou en 1310, a los alcaides y a los magistri forestarum de San Gervasio y de Lagopesole les llegó la orden de enviar a Nápoles, al preposito Coquine de la corte, abundantes provisiones de carne de ciervo curada con sal (Fortunato, 1902, doc. No. XLVII, pp. 229-230). En 1322, se pidió a los funcionarios asignados a los palacios reales de San Gervasio y Lagopesole que procurasen con diligencia cornua cervorum et daynorum y hacer cortar sus ramas por expertos, antes de enviarlos a Nápoles para entregarlas a Iohanni de citro de Neapoli et Iacobo de Ebulo conservatoribus armorum curie regie (Fortunato, 1902, doc. n. LIII, pp. 240-242). El paisaje ha cambiado, se ha reducido el área de caza, han desaparecido los manantiales y el lago. Este, un tiempo lleno de peces, todavía en 1674 parecía todavía digno de admiración. Pero a principios del siglo XX se redujo a «un gran receptáculo de agua de lluvia [...] que se empantana y crea un estanque, y estancándose se detiene y muere» (Fortunato, 1902, p. 143).

6.

Aquarum deliciae

Al igual que sucede en las fincas de placer normandas, en las residencias de Federico II el agua era un elemento constante, tanto en el paisaje, rico en manantiales, arroyos y estanques, como en los edificios, equipados con acueductos, pozos y cisternas, baños y fuentes. Elementos de diferente naturaleza reflejan el conocimiento técnico de los maestros artesanos musulmanes y de los conversos cistercienses que realizaron su trabajo en las obras del Estado, junto con los más cualificados magistri autóctonos. Es suficiente recordar las cisternas subterráneas con varias naves en los castillos de Gravina y Melfi, las cisternas elevadas de las torres angulares de Castel del Monte, los baños, las peschiere y los juegos acuáticos de las fuentes, y finalmente los autómatas, las máquinas hidráulicas ingeniosas y asombrosas, por las cuales Federico mostraba interés y curiosidad (Calò Mariani, 1992b). A través de la investigación arqueológica podrán llegar confirmaciones fehacientes de los testimonios escritos que hablan del acueducto que alimentaba el vivarium de San Lorenzo in Pantano o acerca del sistema de canalizaciones que en Lagopesole transportaba el agua de los manantiales per planitiem usque ad summitatem ipsius castri. Mirando con perspectiva, no es de extrañar que los «túneles secretos» con los que se ha especulado en tantos castillos —galerías que Licinio relega con divertida

fig. 15 Castel del Monte, vista aérea. (Consorzio Laboratorio Centro Aerofotografico de la Università degli Studi di Bari).

ironía «en el mundo de la imaginación castral» junto con trampillas, tesoros enterrados y fantasmas (Licinio, 2001, p. 73)— al menos en algunos casos, sean conducciones subterráneas caídas en desuso. Recordemos una vez más que Roger II aquam de fonte lucidissimo per conductus subterraneos iussit adduci al palacio construido en el parque de Palermo. A lo largo de miles de años, se han desarrollado numerosas técnicas de captura de aguas subterráneas en Oriente y en Occidente, en los países mediterráneos y en China, hasta en América Latina. Las más cercanas a nosotros son las experiencias del patrimonio romano y las soluciones técnicas propias del mundo islámico (como por ejemplo los qanat). En Marrakech, como informa el geógrafo al-Idrīsī, los túneles de drenaje subterráneos fueron realizados por un ingeniero andalusí. Una red de galerías se ha encontrado bajo Palermo (Todaro, 1988). Según estudios recientes, «mecanismos análogos, fabricados en el periodo greco-romano o árabe, siguen en funcionamiento en la ciudad de Taranto y en otros centros de Apulia, como Gravina y Laterza»33 (Laurano, 2001). Sin duda, en los lugares elegidos para construir castillos y residencias suabas, repetidos testimonios indi-

can la presencia de aguas de manantial: en Lagopesole, en Palazzo San Gervasio, en Gravina, en San Lorenzo in Pantano, en Augusta y en Siracusa. Incluso en Corneto, la maristalla imperial estaba cerca de una fuente. El caso más conocido es Siracusa: por debajo de Castel Maniace, una fresca fuente de agua dulce abastece continuamente una piscina cuadrangular revestida de mármol, donde varias personas pueden sentarse: es el Bagno della Regina, excavado bajo la torre occidental en un hipogeo comunicado con un pozo (Cassataro, 2008). En el castillo de Augusta, en el frente sur, la torre poligonal con sillares almohadillados, sin aberturas, se utilizaba probablemente como una torre de agua. Como se ha propuesto (Pistilli, 1995), podría corresponder al «pozo llamado Basilio alimentado por agua de manantial», del que habla Bartolomeo di Neocastro al describir el asedio al castillo de Augusta en 128734. En el diploma de concesión del feudo de Lagopesole (fechado en Bruselas el 20 de diciembre de 1531) por Carlos V a Andrea Doria, junto con las características estructurales del castillo, se describe el paisaje, rico en bosques, pastos, campos cultivados, con el lago cerca y a una milla de distancia dos abundantes manantiales:

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

643

[...] Habet Lacum prope qui dicitur Lacus Pesolus a quo nomen retinebat dicta Terra et Castrum. Suntque duo fontes abundantissime scaturientes, et per miliarium distantes a dicto Castro. Unus dicitur la «Fontana de lo Imperatore», et alius dicitur la «Fontana de la Imperatrice» (Fortunato, 1902, doc. n. LVI).

Resulta natural pensar en la curiosidad científica del emperador, las muchas preguntas de fondamento terre et de mirabilibus que infra continentur, que él dirigó in secreto a Michele Scoto fidelem inter ceteros astrologos (Haskins, 1960). De las aguas, normalmente, Federico quiere saber el origen, el comportamiento y la calidad. Entre otras, las preguntas más apremiantes se refieren al agua de manantial: Ancora dicci delle acque dolci, com’è che in ogni tempo sgorgano dalla terra e talvolta dalle rocce, dagli alberi, e dalle viti, come si vede in primavera nella potatura: da dove provengono e originano, e come è che alcune di esse sgorgano dolci e soavi, alcune chiare e altre torbide, ed alcune dense e gommose [...] chiediamo che tu ci rendi sicuri [...] come avviene che quelle acque scorrenti per l’orbe terrestre sembrano sgorgare ogni tempo con grande abbondanza da un loro proprio letto, sebbene siano così abbondanti e copiose tuttavia è come se non crescessero oltre la comune misura, in ragione di così grande apporto, ma rimangono sempre sgorganti in un’unica misura, o come se fossero di un’unica misura 35.

El murmullo de las fuentes alegraba las mansiones y los jardines imperiales. En las obras del Estado, la pericia en temas hidráulicos desarrollada por los cistercienses se sumaba a la que procedía de la civilización islámica y a la profunda experien­cia meridional. En el centro del patio del palacio-torre de Lucera había una pila de mármol36 en la que, con gran verisimilitud, se derramaba el agua desde las estatuas de bronce que en 1242 Federico II trasladó desde Santa Maria di Grottaferrata37. Del destruido palacio imperial de Foggia —del que se conserva la conocida arquivolta con hojas sobre ménsulas-águilas y la inscripción con la fecha de fundación (1223) y el nombre del protomagister Bartolomeo da Foggia— permanecen escasos testimonios (Calò Mariani, 1992a; 1997). A finales del siglo XVII, entre «las reliquias del palacio suntuoso de Federico II, rico de marmoles, así como de estatuas y capiteles», Pacichelli (1702) pudo admirar «leones esculpidos en marmol [...] así como columnas de verde antico». Cabe suponer que los leones de mármol procedían de una portada —véase Castel del Monte, Castel Maniace, el castillo

644

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

de Prato— o de una fuente, no muy diferente a la que describe el poeta Abdar-Rahman de Butera en un pabellón del parque normando de Palermo: Ecco il teatro fulgente su ogni edificio di architettura, i superbi verzieri per cui il mondo è tornato a fiorire, i leoni della sua fontana che versano acque di paradiso 38.

Otras informaciones proceden de una imagen del siglo XVI de la ciudad de Foggia (conservada en la Biblioteca Angélica de Roma): cerca de la Puerta Grande, el palazzo imperiale (marcado con la letra B) consta de un edificio longitudinal de dos pisos (Calò Mariani, 1992a; ibid., 2012a; Leistikow, 1999), con un patio en forma de L rodeado por construcciones de servicio de escasa altura; en el lado norte de la muralla (obviamente incompleta), se abre la entrada monumental; al exterior está la piazza della Pescaria (marcada con el n.º 13), plaza que podría coincidir con el lugar ocupado originalmente por una peschiera (vivarium pisci)39: es fácil pensar en Sicilia, en residencias normandas de tradición árabe como la Zisa, precedida por el estanque del vivarium. Siempre ha despertado un interés constante Castel del Monte (fig. 15), cima absoluta de la arquitectura de la época de Federico II. La noble construcción (un prisma octogonal rodeado por ocho torres octogonales) domina la campiña de Andria desde lo alto de una colina de Murgia. Incluso en la Edad Media, el vasto y ondulado paisaje incluía arroyos, estanques y bosques (Alvisi, 1970; Calò Mariani, 1984). El nombre original —castrum apud sanctam Mariam de Monte— procedía del preexistente monasterium S. Marie de Monte Balneoli, Andrensis diocesis, abandonado a mediados del siglo XIII cuando la comunidad benedictina en crisis encontró refugio en S. Maria del Sterpeto, en Barletta. El topónimo de Monte Balneoli, junto con otros, alude a la riqueza de agua en el lugar. En la Edad Moderna, en las actas de la aduana de Foggia, el lago de Andria se menciona con frecuencia. En 1757, durante una inspección en Castel del Monte, llevada a cabo para remover columnas de mármol valioso para ser reutilizadas en el palacio real de Caserta, el funcionario a cargo observó la presencia de «pozos y albercas con abundante agua» (Dell’Aquila, 1970). Fuera del contexto natural, el agua recorría como linfa viva todo el noble edificio, para el uso y disfrute del soberano y su corte. Las cisternas localizadas en la planta superior 40 en cinco de las ocho torres esquineras, más otras dos subterráneas —situadas en la zona del patio y al exterior del edificio cerca de la entrada— proporcionaban una abundante reserva de agua. A pesar de que los testi-

monios disponibles son tardíos y discordantes, se puede suponer que una fuente adornaba el centro del patio41. El abad Pacichelli, que visitó el castillo en 1686, escribía lo siguiente: Vi ha un nobilissimo atrio e confacevole a un magnifico palazzo e ben munito castello [...]. Una sorgente di acqua fresca e leggera l’adorna nel mezzo, in copia bastevole a dissetare un esercito 42.

Aunque no tengamos ninguna confirmación definitiva, no descartamos que la apreciación estética tanto del atrio nobilissimo como de la fuente que l’adorna nel mezzo pueda aludir a la elegancia de un patio adornado por una fuente central. En este caso, el patio del contemporáneo palacio-torre de Lucera ofrecería el paralelo más directo. Además, dada la naturaleza cárstica del suelo, cabe destacar la hipótesis de que en Castel del Monte haya sido captada y utilizada una fuente subterránea (Fallacara y Occhinegro, 2011). Solo en los siglos XVIII y XIX, eruditos locales hacen mención explícita de una alberca en el patio (Colavecchia, 1772; D’Urso, 1842). Puede pensarse que ambos autores se hayan basado en testimonios más antiguos y no hayan tenido una visión directa de la alberca, probablemente ya desmontada y expoliada por saqueadores, así como las losas de mármol arrancadas de las paredes de las salas del castillo, en la planta baja y en la primera. Por verdadera suerte, nos ha llegado casi íntegra la decoración escultórica, del más alto nivel artístico: en los capiteles, en las ménsulas y en las claves de bóveda, exhuberantes crochets, ramas de hiedra y de vid, hojas y frutos de higuera, bayas y verduras reproducen, con naturaleza, los frutales y las plantas del bosque (figs. 16a-c). También en el castillo de Lagopesole, las ménsulas que decoran los espacios residenciales se inspiran en el mundo de la caza y la naturaleza local: colocadas en función de los arcos transversales (nunca terminados), diseñadas para soportar el techo de madera, según modelos ampliamente adoptados en el ámbito cisterciense. El repertorio decorativo incluye castaños y robles frondosos con pájaros (figs. 17a-c), osos y jabalíes que trasladan a los bosques cercanos, mientras que los árboles cargados de frutos —higos, parras— recuerdan la realidad de exhuberantes jardines y viñedos (Calò Mariani, 1984; 1993; 2012b). El castillo de Lagopesole tenía un sistema de canales que traía agua de manantial desde el valle. Interesantes noticias al respecto proceden de la correspondencia oficial enviada por Carlos I de Anjou con el fin de completar y reparar las zonas residenciales, los establos y el acueducto.

a

b

fig. 16

c

Castel del Monte: (a) Planta baja, clave de bóveda, Sileno con corona de vid y uvas; (b) Interior, planta alta, clave de bóveda con hojas y frutos de higuera; (c) Ventana exterior de la planta alta, capiteles.

En 1277 el soberano ordenó evaluar los gastos necesarios quod tecta domorum Castri nostri Lacupensilis recohoperire indigent y reparar las canalizaciones del acueducto, quod aqua, que olim duci et derivari consuevit in pede eiusdem Castri, ibidem duci et derivari debeat 43, para uso de la residencia real y de los establos (Sthamer, 1926, doc. 1038, 12 de marzo de 1277, p. 164). Del 19 de abril de 1279 es la orden real para verificar, con motivo de la llegada del rey, las reparaciones

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

645

7.

a

b

c fig. 17 Lagopesole: (a) Ménsula con ramas de vid; (b) Ménsula con ramas de higuera; (c) Ménsula con castaños y osos.

necesarias en el palacio y las domus y, a su vez, comprobar las conducciones que alimentan la fuente cerca del palacio, con la urgencia de llevar a cabo tales obras antes de finales de mayo (ibid., 1926, doc. 1043, pp. 166-167). Pero el 13 de mayo, considerando excesivos los costes de mantenimiento de la fuente faciendam de lapidibus vivis incisis, Carlos I ordena reducir los gastos, limitando el trabajo a la limpieza de las canales (ibid., 1926, doc. n. 1045, p. 167).

646

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

La cura corporis

La higiene y el cuidado corporal habían ganado cada vez más relevancia en los siglos XII y XIII, gracias al avance de la medicina, la dietética y la cosmética, los estándares de higiene y el lujo generalizado. Aclamado por los trovadores como un gran médico en la Escuela de Salerno, el Emperador promovió la redacción de tratados médicos, y otros le fueron dedicados. La relación entre el agua y la salud corporal es el tema central de obras como el De balneis puteolanis (sobre las virtudes terapéuticas de las aguas termales de Pozzuoli) de Pietro da Eboli. El miedo al contagio y la infección, exacerbada tras el brote que estalló en Brindisi en 1227, en vísperas de la partida para las cruzadas, instó a Adamo de Cremona a componer el Tractatus de regimine iter agentium vel peregrinantium, con el fin de proporcionar prescripciones médicas e higiénicas a quienes (especialmente cruzados y peregrinos), tuvieran que afrontar molestias y enfermedades durante viajes largos y aventureros. En el círculo de científicos que trabajaban en la corte imperial y en la papal, se llevaron a cabo estudios para perseguir el mito de la prolongatio vitae. El tratado De retardatione accidentium senectutis, «un caso emblemático de las relaciones culturales entre las dos cortes [...] indica como la causa principal del envejecimiento del cuerpo humano, la infección del aire por parte de los vivos», confirmando la ya señalada atención de Federico II por los problemas de la salubridad del aire (Paravicini Bagliani, 1995). A 1234 se remonta Le régime du corps de Maître Aldebrandin de Sienne, traducido del griego al latín por orden del emperador. El baño era parte de la cura corporis (fig. 18). Sabemos que Federico solía practicarlo incluso en días festivos. En 1241, cuando Federico dio la bienvenida —probablemente en el palacio de Foggia— al conde Ricardo de Cornualles (hermano de la emperatriz Isabel), ordenó que el huésped fuera refrescado y asistido, después de los esfuerzos realizados durante el viaje de regreso desde Tierra Santa. Se le proporcionó atención médica y estética, incluyendo lavacros, sangrías, una dieta adecuada, junto con masajes saludables con ungüentos y bálsamos: Iussit igitur imperator eum balneis, minucionibus et medicinalibus fomentis post maris pericula micius ac blandius ad restauracionem virium confoveri 44.

Matteo Paris describió el esplendor de la fiesta que tuvo lugar en la corte. Con gran admiración, el ilustre invitado asistió al inusual espectáculo ofrecido por los

fig. 18 Heidelberg, Universitätsbibliotek, Codex Manesse, fol. 46v, el baño del caballero.

malabaristas, escuchó la música de los instrumentos más variados (Cicerale, 2012), pero de aquellas novitates obstupendas admiró especialmente la actuación de dos elegantes y hábiles bailarinas acróbatas. Dispositivos hidráulicos, servicios higiénicos y grandes chimeneas hacían confortables los castillos, las casas señoriales y los monasterios. La torre del homenaje de época de Federico, que surge aislada en el patio menor del castillo de Lagopesole, contiene en la planta baja una cisterna y en el piso superior —cuya entrada está adornada con dos ménsulas con forma de cabeza de gran belleza— una sala con bóveda de crucería, con un lavabo y una letrina equipados con ingenios hidráulicos. Las excavaciones en la parte oriental del patio han documentado unas termas45 —restos del hipocausto, del calidarium y del tepidarium— cuya realización correspondería a «una fase post normanda» (Giovannucci y Peduto, 2000). Entre los sistemas hidráulicos mejor conservados, a pesar de los efectos del abandono y el saqueo, se encuentran todavía aquellos instalados en las torres angulares

de Castel del Monte (De Tommasi, 1995; Sack, 1995). A través de una investigación detallada, un reciente estudio ha llegado a interpretar todo el castillo como un «templo para el cuidado y la rehabilitación del cuerpo», una especie de hammam gigante de inspiración islámica (Fallacara y Occhinegro, 2011). El análisis realizado comprende las cisternas, la red de canalización, los servicios higiénicos y las grandes chimeneas (útiles para calentar importantes cantidades de agua para producir vapor)46, desde detalles de diferente naturaleza —como los pequeños canales que surcan las molduras, los asientos continuos alrededor de las habitaciones de la planta superior, los suelos altos de algunos espacios— hasta el pilón (desaparecido) en el centro del patio, que se interpreta como frigidarium. Merece atención la hipótesis de la presencia de un acuífero subterráneo captado y utilizado en la fase de planificación del castillo. En nuestra opinión, el edificio fue concebido como una suntuosa «residencia imperial» de fuerte valor simbólico, equipado a la vez con dispositivos defensivos y comodidades. La complejidad arquitectónica, el uso sofisticado de materiales, la elegancia de las esculturas, encuentran su correspondiente más directa en prestigiosos edificios como el palacio-torre de Lucera y Castel Maniace en Siracusa. La doble función residencial y defensiva emerge con claridad en varios puntos de la Cronaca del notario Domenico da Gravina, defensor de los húngaros en la lucha contra los angevinos que estalló tras el asesinato del príncipe Andrea (1349), marido de la reina Juana I de Anjou. Durante la batalla, un puñado de húngaros, reconocida la potentia loci, se había atrincherado en el castillo, que el cronista originario de Gravina define palatium seu castrum y declara fortissimum (Domenico da Gravina, 1903, pp. 110-112). Para disipar la imagen de un edificio aislado e indefenso resulta iluminadora para nosotros la historia de la fuga de un prisionero que se escapa trepando por encima del muro exterior del castillo (Calò Mariani, 1992b, p. 368). Después de un enfrentamiento, los partidarios de los húngaros conducen a Castel del Monte prisioneros y animales capturados cerca de Gravina. Casi al atardecer el grupo alcanza el castrum en la colina: animales y hombres son empujados al interior de la muralla (in claustro seu ballio). Y estos últimos quedan encadenados en el exterior, antes de ser encerrados en la cárcel. Acaban de volver de una salida y en el patio abarrotado de gente desde el atardecer reina una inusual animación. Se aprovecha de la situación un prisionero, un tal Stefano hijo del notario Giovanni, que trepa la muralla (ascendens murum ballii), quizás con el apoyo de un cómplice,

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

647

a

b

fig. 19 Roma, Biblioteca Casanatense, Ms. 4182, Ububchasym de Baldach, Theatrum Sanitatis: (a) Trigo; (b) Otoño.

y se deja caer fuera, huyendo. El suceso, narrado con claridad, se desarrolla en el patio bajo, encerrado por la muralla, donde se encontraban los edificios de servicio, cisternas, hombres y animales47. A un recinto más grande, que incluía quizás el parque, parece hacer referencia el conocido documento de 1289, con el que Carlos II de Anjou permite al prisionero Enrico di Castiglia equitare cum uno mulo extra castrum per circuitum 48. Resumiendo, la imagen del castillo que emerge de la crónica del siglo XIV difiere mucho de aquella, atractiva, de un «templo por la cura corporis». No cabe duda que en Castel del Monte, más allá de las instalaciones sanitarias habituales en castillos, residencias y monasterios del siglo XIII, se instalaron infraestructuras sofisticadas de tradición islámica, como aquellas ampliamente analizadas en el estudio antes mencionado; pero la hipótesis más convincente es que, como en otros casos, fuesen destinadas ad usum imperatoris, es decir para el baño privado del emperador y de sus huéspedes de alto rango.

8. Las masserie reales Testimonios directos de peregrinos y viajeros nos hablan de Apulia como una tierra donde se mezclan

648

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

lugares agradables, campos fértiles y productos excelentes. Un peregrino inglés del siglo XIV que viajaba a Tierra Santa, describe con prosa bíblica Apulia como una tierra bendecida por Dios: In capite Apulie, cui benedixit Deus illa benedictione qua benedixit Jacob filium dicens: in frumento, vino et olio erit benedictio tua 49.

Después de todo —si recordamos el escandalizado testimonio del fraile Salimbene de Adam— fue el mismo Federico II quien una vez dijo que Dios no habría elogiado la tierra prometida, llamándola «tierra donde mana leche y miel»50, si hubiera conocido su tierra, es decir la Terra di Lavoro, Calabria, Sicilia y Apulia. Las citas podrían multiplicarse, pero nos limitaremos a recordar las palabras de admiración sobre el paisaje de Apulia que dos célebres peregrinos, los belgas Anselmo y Giovanni Adorno, nos dejaron en su Itinerarium desde Brujas a Jerusalén (1471): La Puglia è una provincia quasi del tutto posta sul mare. È molto estesa e credo che sia la più fertile al mondo per la produzione di olio e di grano. Produce in abbondanza anche dell’eccellente vino, altri prodotti agricoli ed è ai primi posti per l’allevamento del bestia-

a

b

fig. 20 Vienna, Nationalbibliotek, S. N. 2664, Tacuinum Sanitatis: (a) La leche, escena pastoral; (b) Las bellotas y el criador de cerdos.

me e soprattutto dei maiali. È una regione pianeggiante, dal clima temperato, caldissima d’estate, ma molto gradevole per la presenza di alberi da frutta e di diverse erbe profumate, che crescono ovunque nei campi spontaneamente [...].

No faltan testimonios figurativos (figs. 16a-c y 17 a-c). Por ejemplo, de los viñedos y vinos excelentes de Apulia, y del Vulture nos habla el Sileno con corona de hojas de vid y uvas tallado en la clave de bóveda situada en la séptima sala en la planta baja de Castel del Monte o también la vid representada en una ménsula en la zona residencial de Lagopesole; en otras ménsulas, con la misma atención a la naturaleza, junto a higueras, robles y castaños se representaron animales salvajes, lo cual refleja la realidad de los bosques, ricos en caza. El mundo de la caza y los lugares de delicias resplandecen en las miniaturas del De arte venandi cum avibus. Más tarde, en los Tacuina Sanitatis de finales del siglo XIV —procedentes de la obra de Albucassis traducida del árabe al latín en las cortes de Manfredi y de Carlos I de Anjou— aparecieron representadas atractivas esce-

nas de la vida rústica y cortesana (Calò Mariani, 2012b, p. 116) (figs. 19a-b y 20a-b). Frente a la doble función de explotación agraria y lugar de solaz que caracterizan las almunias del Occidente islámico, las masserie de la época de Federico, son haciendas agrícolas especializadas, cuya gestión era entregada al magistri massariarum del Estado. Se distinguía entre fincas dedicadas a cultivos de cereales, fincas de ganado y fincas mixtas (Licinio, 1998). La Capitanata, tierra querida por el emperador fue —como se ha señalado— «laboratorio de iniciativas y experimentaciones políticas, económicas, de asentamientos y edilicias» (Del Treppo, 1996, p. 320). En esta provincia Federico II concentró las domus solaciorum, donde le gustaba residir para cazar y estudiar la naturaleza; siguiendo un coherente planteamiento territorial, creó, en relación funcional con las residencias y los castillos, una red de masserie y aratiae, en las cuales —entre Apulia y Calabria— se criaban y se seleccionaban las razas equinas. Loca solaciorum y campos fértiles, pastos y defense creaban un paisaje modelado ad usum imperatoris. Para

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

649

fig. 21 Dibujo de Torre Alemanna, visita pastoral de finales del siglo XVII.

llevarlo a cabo, Federico utilizó expertos en la organización del espacio y en la planificación de modelos de vida urbana y rural. En las primeras décadas del siglo XIII hubo una oleada de creciente penetración de los monjes blancos51 en el norte de Apulia. Su experiencia técnica en diversos campos, desde la agricultura hasta la hidráulica, la zootécnica (Righetti Tosti-Croce, 1993) y la arquitectura, les hicieron atractivos a los ojos de Federico II, quien en el mismo periodo quería realizar el vasto programa de reorganización del territorio y nuevas edificaciones. El muy citado pasaje en la crónica de Santa María de Ferraria (Caserta), constituye el testimonio más explícito de este fenómeno: Per idem tempus (1224) Imperator de consilio curiae romanae accepit conversos de omnibus abbatiis Cistercensis Ordinis Regni Siciliae et Apuliae ac Terrae Laboris quos instituit magistros gregum, armentorum et diversarum actionum et ad costruenda sibi castra et domicilia per civitates Regni ubi non habebant domos proprias ad ospitandum. (Ignoti Monachi Cisterciensis S. Mariae de Ferraria Chronica).

El trabajo realizado por los monjes al servicio de la corte continuó en los años treinta del siglo XIII, ya sea en las obras —un domnus Bisancius cisterciense se dedicó a la construcción de la Puerta de Capua (12341239)— como en la corte, en las haciendas agrícolas y en diversos sectores productivos. Como Haseloff (1920) había señalado, en 1236 el Capítulo General de la Orden amonestaba al abad cis-

650

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

terciense de Santa María de Casanova (Abruzos), quien: non solum imperatori sed etiam principibus et justiziariis multos conversos et monachos accomodavit ad habitantum cum eis, solicitándole recolocar cada uno en su sede de origen; recomendándole, además, proceder con cautela, sine scandalo, con respecto al soberano. Ellos dejaron su huella en los diversos campos donde fueron llamados a trabajar, a su vez asimilando aportaciones externas. En el campo de la arquitectura, este fenómeno se concretó gracias a la circulación y al intercambio de magistri entre obras monásticas e imperiales52. Se han llevado a cabo investigaciones extensas sobre el mundo rural, los cultivos y la ganadería en el reino meridional durante la Edad Media53. Algunos estudiosos se han dedicado más bien a las masserie reales de Apulia: Licinio (1998), desarrollando una amplia investigación acerca de la formación del paisaje agrario entre los siglos XIII y XIV, pone el acento, de manera sistemática y oportuna, sobre la presencia en el territorio y sobre las características de las instalaciones productivas de época suaba y angevina. Teniendo en consideración, sobre todo, los efectos de la política económica de Federico II, Del Treppo reconoció la naturaleza innovadora de las masserie reales concebidas dentro de un lúcido proyecto territorial y gestionadas directamente a través de los agricultores del estado: No hay dudas de que la creación de un nuevo sistema de producción y gestión de la agricultura —las masserie de estado para el cultivo y/o la ganadería— en concreto la misma introducción de la masseria como medio de

fig. 22 Santa Maria di Ripalta (Lesina), vista aérea del complejo desde el suroeste. (Consorzio Laboratorio Centro Aerofotografico de la Università degli Studi di Bari).

producción, fue la iniciativa más original (Del Treppo, 1996, p. 318).

Con respecto a las estructuras arquitectónicas y su articulación, creemos que, en general, las masserie suabas eran comparables, en escala y tipología, a las mayores haciendas agrícolas de los monasterios; incluían edificios residenciales junto con espacios rústicos y talleres, dispuestos para almacenar y procesar productos (molinos, almazaras, lagares) o como refugio para animales (redil, establos); y también un patio grande, pozos y canales para regar el jardín y el huerto. Por otra parte, no podemos descartar la hipótesis de que pudieron ejercer una fuerte influencia sobre el emperador las villas y granjas romanas, cuyas ruinas tuvieron que marcar el paisaje de la Capitanata durante la Edad Media. Podríamos incluso pensar, en este caso, en la reutilización de materiales y estructuras antiguas (Calò Mariani, 1992a). Mientras que no se han estudiado los restos materiales de los asentamientos agrícolas, las fuentes escritas —desde el Quaternus de excadenciis Capitanatae de la época de Federico II a los Registri della Cancelleria Angioina— han sido ampliamente analizadas. Recordemos, entre otras cosas, solo dos ejemplos.

El asentamiento rural de Sala (cerca de San Severo) se componía de una residencia señorial (palacium soleratum cum cámara) y una domus agrícola, además de un almacén (guardaspensa), almazara (trapetum), establo (marestalla) y granero (domus palee) (Sthamer, 1926). Probablemente estos edificios estaban situados alrededor de un gran patio central. En Lucera, donde se encontraba el palacio-torre, una de las residencias imperiales más nobles, sabemos que extra moenia era la domus masserie Lucerie, cuyo mantenimiento correspondía a los sarracenos. Allí probablemente se guardaba y entrenaba la colección de animales exóticos de Federico II. En ausencia de pruebas directas, es legítimo buscar términos comparativos en otros contextos relacionados con la corte, como, en la misma Capitanata, las fincas (de cultivo y de ganadería) manejadas por los caballeros teutónicos y los cistercienses —órdenes cercanas al Emperador— y, en Terra di Bari, las fincas dedicadas principalmente a la olivicultura, pertenecientes a familias de señores feudales vinculados al entorno angevino. La finca de Torre Alemanna (cerca de Cerignola), con vocación cerealistica, dependiente del opulento asentamiento teutónico de San Leonardo di Siponto y,

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

651

fig. 23 Sant’Agata sul Fortore, granja, vista aérea. (Consorzio Laboratorio Centro Aerofotografico de la Università degli Studi di Bari).

en el territorio de Lesina, el complejo monástico cisterciense de Santa Maria di Ripalta en el Fortore54 son asentamientos de considerable valor histórico y económico, que aún conservan, a pesar de las modificaciones y reconstrucciones, estructuras monumentales significativas: por ejemplo, al lado del palatium, la torre erigida en el coro con frescos de la iglesia en Torre Alemanna (fig. 21); en Ripalta, parte de la hermosa iglesia de la abadía y trazas de edificios monásticos rurales, englobados en la remodelación del siglo XVIII (fig. 22). En comparación, la clara imagen de un modelo de masseria, con la organización funcional y la articulación de las estructuras y de los espacios abiertos, es proporcionada por la granja de Sant’Agata, en el territorio de Lesina y por la masseria de Sant’Antonio, en el valle del Calaggio (Pepe, 1998). La granja de Sant’Agata en la orilla del Fortore (fig. 23), enfrente de Santa Maria di Ripalta, estaba entre las posesiones de la poderosa abadía de Santa Maria delle Isole Tremiti. La granja, fundada en el siglo XIII, fue restaurada por los canónigos de Letrán (que remplazaron en 1412 a los cistercienses como dueños de la abadía), que la convirtieron en el centro de sus vastas explotaciones

652

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

agrícolas. A pesar del abandono y la degradación, se conserva toda la planta: un gran paralelepípedo definido por robustos muros y en el interior, a lo largo del perímetro de los dos patios, los edificios utilizados como residencia, la capilla y las construcciones rústicas. El atractivo del lugar y la ferviente actividad productiva resuenan en las páginas de la crónica del siglo XVI del canónigo Benedetto Cocarella: Non molto distante dal Fiume Fortore, evvi una chiesa dedicata ad Honore della Martire S. Agata, altre volte titolata d’Abbadia [...] di magnifici et illustri edifcij ornata [...] Inoltre è ornato il luogo di S. Agata da un fresco e abbondantissimo fonte: il quale inaffia di continuo un grande e bellissimo giardino d’herbaggi e piante. È cotesto luogo capo di tutt’altri membri che sono in quel territorio [...] s’egli si considera i bestiami, cioè gli Armenti de’ Buoi, Bufali, Cavalli, Pecore, Capre, Porci, e la copia dei Cuppi d’api: cotesto luogo n’abbonda. Ha inoltre amplissimi Campi, Paschi, Boschi, Selve da tagliare, grandi vigne e molti Campi coltivati [...]55.

Los magníficos edificios, el agua fresca del manantial, el jardín con árboles y el huerto, los campos culti-

fig. 24 San Pietro Olivola, complejo monástico con edificios rústicos: lamione con nichos, tal vez utilizado como establo. (Fotografía: Adriana Pepe).

fig. 25 Tierra de Bari, olivo.

vados y los viñedos, los pastos y los bosques, con las manadas y los rebaños, dibujan un contexto rural semejante al de una masseria real de carácter mixto, con áreas cultivadas y pastos para una ganadería numerosa y variada: bueyes, búfalos, caballos, ovejas, cabras, cerdos, además de la abundante presencia de Cuppi d’Api. Es decir, preciosas colmenas para la producción de miel y cera56. En el valle del torrente Calaggio (afluente del Carapelle) perduran impresionantes ruinas de un complejo arquitectónico denominado localmente como «conven-

to de Sant’Antonio», similar en la planta a la granja de Sant’Agata: un gran paralelepípedo con un amplio patio interior, en torno al cual se encuentra la zona residencial, mirando al sur, los restos de una capilla y diversos ámbitos ligados a la actividad agrícola. Se trataría (Pepe, 1998) de la masseria real de Sant’Antonio, gestionada entre 1278 y 1304 por la abadía cisterciense de Santa Maria della Vittoria, fundada por Carlos I de Anjou. Esta identificación estaría confirmada por los atributos cistercienses visibles en los escasos fragmentos escultóricos conservados.

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

653

fig. 26 Giovinazzo (Bari), Masseria Torre Rufolo, sala B, lamione utilizado como almazara. (Fotografía: Schaefer-Schuchardt).

Entre las estructuras agrícolas conservadas en contextos monacales, destacan las bodegas de la abadía de Santa Maria delle Tremiti y un amplio lamione 57 —probablemente utilizado como establo— entre las ruinas del priorato de San Pedro de Olivola (fig. 24) (dependiente de la abadía de San Lorenzo de Aversa). Más allá de la esfera monástica, en la zona de Bitonto todavía hay masserie asociadas al cultivo del olivo (fig. 25), construidas en el siglo XIII por familias patricias procedentes de Ravello (Bove, Rufolo, Rogadeo). Torre Rufolo, cerca de Giovinazzo, nos proporciona una idea de la escala monumental de estos complejos. Al interior de la muralla había una torre, una capilla y otros edificios, además de una monumental almazara con dos estancias longitudinales cubiertas por bóvedas de cañón, de mampostería regular (fig. 26), equipadas para el prensado de las aceitunas, la decantación y el almacenamiento de aceite (Schaefer-Schuchardt, 1998).

2.

3. 4.

5. 6. 7.

NOTAS Agradezco a Julio Navarro Palazón por la cálida hospitalidad y por la preciosa oportunidad de confrontación científica que me ofreció al invitarme a participar en el seminario «Almunias del Occidente islámico: solaz y producción», celebrado en Granada en mayo de 2013, durante el fulgor primaveral de los «jardines de delicias». También expreso mi gratitud a Valentina Pica, y a la profesora Carmen Trillo, por su afectuosa cortesía y, en particular, a Maurizio Toscano por la cuidadosa atención dedicada a la traducción del texto y por su diligente disponibilidad. Como siempre, un cariñoso agradecimiento a Francesco Cavaliere por su generosa colaboración. Las fotos aéreas son generosamente proporcionadas por el Consorcio Laboratorio Centro Aerofotográfico de la Universidad de Bari, dirigido por el profesor Stefano Diceglie. 1. La traducción al español del presente artículo ha sido realizada por Maurizio Toscano y revisada por Pedro Jiménez Castillo y

654

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

8.

9.

10. 11. 12.

Juan Antonio García Granados, en el marco del Proyecto I+D, perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, convocatoria de 2015. El proyecto se titula: «Almunias del Occidente Islámico: arquitectura, arqueología y fuentes documentales» (HAR2015-64605- C2-1- P), cofinanciado con fondos FEDER. Este ensayo continúa, para profundizar y articular, las líneas desarrolladas en contribuciones anteriores dedicadas a la relación entre Federico II y la naturaleza (Calò Mariani, 1992b; 2015). Asentamientos medievales no fortificados. Haciendas agrícolas de varios tipos: masserie de campo, destinadas a los cultivos de cereales; masserie ganaderas; masserie mixtas (Licinio, 2006; Dalena, 2010). Romualdi Salernitani Chronicon, ed. de Carlo Alberto Garufi, n. ed., VII, 1, Città dei Castello, 1935, p. 232. Bruno Panvini, 1962, Le rime della scuola siciliana, 1, Firenze, p. 217. El «canto de la cruzada» de Tannhäuser, anómalo por falta de afinidad religiosa y por realismo, ha dividido a los estudiosos entre quienes lo creen una experiencia directa del poeta «cruzado contra su voluntad», en camino desde la Apulia a Tierra Santa en 1228-1229 (Martellotti, 1981), y los que lo leen alegóricamente, es decir, como una crítica ideológica desencantada de las expediciones armadas en Palestina (Cammarota, 2006, pp. 58-63 y 257). La traducción procede de Anna Martellotti. Para la edición crítica de los poemas de Tannhäuaser recogidos en el Código Manesse, para un perfil del personaje y su innovadora contribución a la historia del Minnesang (canto de amor) véase el reciente estudio de Maria Grazia Cammarota. El término peschiera (vivarium), literalmente «pecera, piscina, acuario», se utiliza, en el contexto de este artículo, en su sentido original de «depósitos de agua con peces». En la traducción hemos preferido dejar el término italiano pues sus equivalentes castellanos tienen, a día de hoy, connotaciones que pueden ser equívocas. De Vegetalibus et plantis, ca. 1260-1265. Trattato della Agricoltura di Piero de’ Crescenzi, traslato nella favella fiorentina, Bologna, 1784. Ibid.

13.

14. 15.

16.

17.

18.

19.

20.

21. 22.

23. 24.

25. 26.

En particular recordamos las campañas de excavación llevadas a cabo en la ciudad abandonada de Fiorentino: Calò Mariani, Pipponier, Beck y Laganara (eds.), 2012; en la zona del castillo de Lagopesole: Fiorillo, 2005; Giovanucci y Peduto, 2000; y finalmente las investigaciones en curso en el sitio de San Lorenzo en Pantano (Favia, 2012). En el sitio medieval de Siponto (Laganara, 2011), los restos de un palacio —de uso aún incierto— han devuelto fragmentos de esculturas en piedra (de capiteles, de una clave de bóveda con hojas de higuera) que, por su calidad, recuerdan la obra de magistri que trabajaban por Federico II: en particular, véase las esculturas con plantas naturalistas en Castel del Monte. Ignoti Monachi Cisterciensis S. Mariae de Ferraria Chronica, ed. de Augusto Gaudenzi, Napoli, 1888. Los restos de ciervos encontrados en las excavaciones a lo largo de la línea del foso del castillo de Apricena se corresponden a animales silvestres cazados en la reserva regia (Maulucci y Mastroiorio, 2011). Aún en pie en el siglo XVI, el castillo medieval quedó hecho ruinas tras el terremoto de 1627 y fue reemplazado en 1658 por el palacio feudal construido por Scipione Brancia. Nicolaus de Jamsilla, 1868, «De rebus gestis Frederici II imperatoris eiusque filiorum Conradi et Manfredi Apuliae et Siciliae regnum», en Cronisti e scrittori sincroni napoletani, ed. de Giuseppe del Re, Napoli, II, pp. 141-144. Y también: Maria Stella Calò Mariani, 1984, L’arte del Duecento in Puglia, Torino, pp. 105-106. Atlante delle Locationi del Tavoliere di Puglia, Antonio e Nunzio Michele di Rovere, regi compassatori (Archivio di Stato di Foggia), ed. de Giuseppe Carlone y Pasquale Di Cicco, Cavallino di Lecce, s. d. [1985]. Itinéraire d’Anselmo Adorno in Terre Sainte (1470-1471), texto editado y traducido al francés por Jacques Heers y Georgette de Groer, Parigi, 1978, p. 394. Sobre las modalidades y el lugar de ejecución del repertorio gráfico que acompaña el De arte venandi cum avibus, es nuestra opinión que los miniaturistas trabajaron siguiendo al emperador, en las zonas de caza y en los loca solaciorum donde Federico gustaba estar para dedicarse a su placer favorito y los estudios científicos (Calò Mariani, 2001). La descripción que hace Guillaume de Lorris (1230-1235 ca.) de la huerta en el Roman de la rose —con variedades de árboles, animales (gamos, corzos, ardillas), fuentes murmurantes, prados herbosos y flores floreciendo en todas las estaciones— refleja el modelo del viridarium de las residencias reales, lugar de descanso y placer, el lugar perfecto para el jardín del amor. Véase Elisabeth Antoine, Viviane Huchard, Pascale Bourgain; y M. T. Gousset (eds.), 2002, Sur la terre comme au ciel. Jardins d’Occident à la fin du Moyen Âge, Catalogo della Mostra (Paris, Musée de Cluny, 6 juin-16 september 2002), Paris, pp. 100-103. Foggia es capital de provincia en la parte septentrional de la Apulia. Para la hidrografía y la vegetación del Tavoliere véase Delano Smith, 1978, cap. I, en part. pp. 39-40: «En la zona de San Lorenzo in Pantano emergen aguas de manantial: aquí el acuífero está cerca de la superficie: hay afloramientos perennes o manantiales: aquí crecen plantas hidrófilas o tolerantes al agua». I Registri della Cancelleria Angioina, XII, 1273-1276, Napoli MCMLIX, pp. 3-4, doc. 13. Capitel típico de los siglos XII y XIII constituido esencialmente por hojas compactas que se reducen en su parte superior formando una protuberancia a modo de anzuelo o gancho. Buen jinete y veterinario. Jordani Ruffo Calabrensis Hippiatria, ed. de Hieronymus Molin, Padova, 1818; Franco Porsia, 1986, I cavalli del re, Fasano.

27. 28. 29. 30. 31.

32.

33.

34.

35.

36.

37.

38. 39.

40.

41.

42.

43. 44. 45.

Jean Louis Alphonse Huillard-Bréholles, 1852, Historia diplomatica Friderici Secundi, tomo V, Paris, pp. 938-940. Cronica di Giovanni Villani a miglior lezione ridotta, ed. de Giovanni Villani, t. II, Firenze, 1823, pp. 6-7. Nombre utilizado en Apulia para indicar una toba blanquecina calcáreo-arenosa. Nombre utilizado en Apulia para describir profundos surcos de erosión en el lecho de roca. Sobre los recursos hidrogeológicos del territorio de Gravina desde la prehistoria hasta hoy en día son esclarecedoras las observaciones de Fedele Raguso (1990, especialmente pp. XXXVIII-XL). Acerca del paisaje de la Murgia y sobre el cárstico véase Rossi, 2011; Sigismondi, 2014. En el De arte venandi cum avibus una escena dedicada a las domus de los halcones muestra una reproducción «fiel»: véase Calò Mariani, 2012a, p. 652, figs. 14-15. Véase el meritorio estudio de Laurano, 2001. Doy las gracias al arqueólogo Rocco Sorrentino por el útil intercambio de ideas sobre el abastecimiento de agua en los asentamientos antiguos y medievales. Bartolomeo di Neocastro, Historia Sicula (aa. 1250-1293), ed. de Giuseppe Paladino, en Rerum Italicarum Scriptores, XIII. 3, Bologna 1921. En particular véase Charles Homer Haskins, 1960, «Michael Scot», en Studies in the History of Medieval Science, New York, pp. 293-294. Para la traducción, véase: Porsia, 2009, Apéndice 5, pp. 288-290. A principios del siglo XX, en un ensayo de excavación en el centro del patio del palacio-torre, Haseloff sacó a la luz el trazado circular que acogía la pila; entre los escombros acumulados en la zona circundante, también se encontró algún fragmento trabajado de breccia corallina, perteneciente al borde de la fuente (Haseloff, 1992, pp. 200-201). Ryccardus de Sancto Germano, Chronica, ed. de Carlo Alberto Garufi, Bologna 1937, p. 216: statuam hominis eream et vaccam eream similiter, que diu steterant aput sanctam Mariam de Crypta ferrata et aquam per sua foranima artificiose fundebant. Calò Mariani, 1993, p. 44; 2012a. Véase Appendice, en Francesco Gabrieli y Umberto Scerrato, (eds.), 1979, Gli Arabi in Italia, Milano. Faltan indicios materiales sobre el sistema de aprovechamiento hídrico del palatium de Foggia, pero cabe mencionar la referencia de principios del siglo XIX, a un Pozzo di acqua sorgiva en el plano de un edificio ubicado entre la Strada Pescheria y la Strada dei Morti, en el área una vez ocupada por la residencia imperial. Hay que rechazar como inaceptable e infundada la tesis (¡sorprendentemente compartida por algunos!) que interpreta Castel del Monte como un edificio de una sola planta de la época de Federico II, al que se añadió la planta superior en la época angevina (véase Losito, 2003; Calò Mariani 2012b). Aquí tocamos un tema controvertido, acerca del cual se conocen testimonios tardíos (entre el siglo XVII y XIX), ya analizados y puntualmente rechazados. Véase Ambruoso, 2001, pp. 99-103. Giovan Battista Pacichelli, 1695, Lettere familiari, istoriche ed erudite, tratte dalle memorie recondite dell’abate Gio. Battista Pacichelli in occasione dei suoi studi, viaggi e ministeri, Napoli, p. 139. Con el fin de reducir los costes, ordena utilizar las conducciones de plomo solo hasta al punto donde conducti plumbei deficiunt. Ex Mathei Parisiensis Cronicis Maioribus (MGH, SS, t. XXVII), pp. 219-220. Incluso en el castillo de Caserta Vecchia, las excavaciones ar-

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

655

46.

47.

48. 49.

50.

51. 52.

656

queológicas han sacado a la luz, cerca del palacio, un balneum de época suaba, con un «sistema de calefacción del agua, alimentado a través del subyacente hipocausto» (Pistilli, 2003; Genovese, 2012, p. 52). Las salas con chimenea podían —según Fallacara e Occhinegro (2011)— tener una función de sudatorium. Esta manera de generar el vapor sustituye al hipocausto de época romana que, sin embargo, se desarrolló posteriormente en el hammam. Domenico da Gravina, ed. de Albano Sorbelli (1903). Más tarde también el abad Pacichelli defino Castel del Monte como un «magnífico palacio y castillo bien equipado». Reg. Canc. Ang., XXXII, doc. n. 6, p. 31; n. 572, p. 256. Pervagantes in nemoribus olivarum, longis et latissimis los peregrinos admiraban la abundancia y excelencia de los frutos: baccas olivarum que producían un aceite óptimo para el uso alimentario y la medicina. Itinerarium cuiusdam Anglici Terram Sanctam et alia loca sancta visitationis (1344-1345), ed. de Girolamo Golubovich, en Biblioteca bio-bibliografica della Terra Santa e dell’Oriente francescano, IV, Firenze 1923, p. 435. Salimbene de Adam, Cronica, ed. de Ferdinando Bernini, Bari 1942, en particular el capítulo De superstitionibus Frederici, que fuerunt VII, I, pp. 507-513. Monjes cistercienses. Además de las técnicas y de los métodos constructivos, reconocidos desde hace tiempo en Castel del Monte, en Lagopesole y en Castel Maniace, la escultura arquitectónica es particularmente reveladora de una fructífera contaminación mutua, como revelan los capiteles de crochet con hojas de hiedra y bayas en

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

53.

54. 55. 56.

57.

el brazo norte del crucero de la iglesia abacial de Santa María di Ripalta en el Fortore, que desde el entorno de Federico recoge la exuberante vegetación y la atención a la naturaleza (Calò Mariani, 1984; 1992, LIV-LV, fig. 53d). Acerca de los bosques, de los cultivos, sobre todo del trigo, el aceite, el vino y los huertos, se han realizado varios estudios recogidos en Giosuè Musca (ed.), 1989, Uomo e ambiente nel Mezzogiorno normanno-svevo, Atti delle ottave giornate normanno-sveve (Bari, 20-23 ottobre 1987); Dalena, 2010. Calò Mariani, 2004; Calò Mariani y D’Amico, 2013. Cronica Istoriale di Tremiti composta in latino da Don Benedetto Cocarella [...], Venetia, MDCVI, libro II, cap. V, p. 43. En el territorio de Lesina, la práctica de la apicultura tiene una larga tradición. Reconstruyendo el paisaje agrícola de la zona a través del Catastro Oncinario de 1741-1743, un reciente estudio (Lombardi, 2014) destaca la presencia frecuente de «nidos de miel» y «nidos de abejas», en relación con la obra del sacerdote Tannoia que, a finales del mismo siglo, se dedicó a la apicultura. Según este estudio el Gargano y la Capitanata se distinguen, en comparación con el resto de Apulia, por las variedades excelentes de la miel: la Daunia ne ha tali, che giungono a miracolo. Tutto il territorio è imbandito di erbe le più spiritose e aromatiche (Tannoia, I, 1801, p. 183). Con respecto a la producción y el comercio de miel en la Italia meridional en época suaba-angevina, véase el estudio de Naso, 1989. Amplio espacio longitudinal cubierto con bóveda de cañón, de considerable tamaño, destinado al procesamiento y almacenamiento de productos agrícolas.

Bibliografía ALVISI, Giovanna (1970). La viabilità romana della Daunia, Bari. ANTOINE, Elisabeth (2002). «Des choses qui peuvent être faites pour la délectation [...] des cours et vergers», en Elisabeth Antoine, Viviane Huchard, Pascale Bourgain y M. T. Gousset (eds.), Sur la terre comme au ciel. Jardins d’Occident à la fin du Moyen Âge, Catalogo della Mostra (Paris, Musée de Cluny, 6 juin-16 septembre 2002), Paris, pp. 134-147. ANTOINE, Elisabeth; HUCHARD, Viviane; BOURGAIN, Pascale; GOUSSET, M. T. (eds.) (2002). Sur la terre comme au ciel. Jar­ dins d’Occident à la fin du Moyen Âge, Catalogo della Mostra (Paris, Musée de Cluny, 6 juin-16 september 2002), Paris. AMBRUOSO, Massimiliano (2001). «Castel del Monte: un tempio “virtuale”», en Raffaele Licinio (ed.), Castel del Monte e il sistema castellare nella Puglia di Federico II, Bari, pp. 77-112. Atlante delle Locationi del Tavoliere di Puglia, Antonio e Nunzio Michele di Rovere, regi compassatori (Archivio di Stato di Foggia). Ed. de Giuseppe Carlone y Pasquale Di Cicco, Cavallino di Lecce, s. d. [ed. 1985]. Bartolomeo di Neocastro, Historia Sicula (aa. 1250-1293). Ed. de Giuseppe Paladino, en Rerum Italicarum Scriptores, XIII. 3, Bologna, 1921. BENEDETTELLI, Marcello (1999). «Gravina di Puglia. Il castello: i restauri», en Clara Gelao y Gian Marco Jacobitti (eds.), Castelli e cattedrali di Puglia a cent’anni dall’Esposizione Nazionale di Torino, Catalogo della Mostra (Bari, 13 luglio - 31 ottobre 1999), Bari, pp. 556-558. BOCCASINI, Daniela (2003). Il volo della mente. Falconeria e Sofia nel mondo mediterraneo: Islam, Federico II, Dante, Ravenna. CADEI, Antonio (1999). «Il castello di Lagopesole», en Mezzogiorno - Federico II - Mezzogiorno, Atti del congresso internazionale (Po­tenza, Lagopesole, Melfi, 1994), Roma, II, pp. 849-881. CALÒ MARIANI, Maria Stella (1980). «Federico II e le artes mechanicae», en Angiola Maria Romanini (ed.), Federico II e l’arte del Duecento italiano, Atti della III settimana di studi di storia dell’arte medievale dell’Università di Roma (15-20 maggio 1978), Galatina, II, pp. 259-275. —— (1983). «I fenomeni artistici come espressione del potere», en Giosuè Musca (ed.), Potere società e popolo tra età normanna ed età sveva, Atti delle quinte giornate normanno-sveve (BariConversano, 26-28 ottobre 1981), Bari, pp. 215-250. —— (1984). L’arte del Duecento in Puglia, Torino. —— (1992a). «Archeologia, storia e storia dell’arte in Capitanata», prefación en Arthur Haseloff, Architettura sveva nell’Italia meridionale (titolo originale: Die Bauten der Hohenstaufen in Unteritalien, Leipzig 1920), edición italiana y prefación de Maria Stella Calò Mariani, Bari, pp. I-C. —— (1992b). «Utilità e diletto. L’acqua e le residenze regie dell’Italia meridionale fra XII e XIII secolo», en Mélanges de l’École française de Rome. Moyen Âge, 104, 1992/2, pp. 343-372. —— (1993). «Federico II collezionista e antiquario», en Vincenzo Abbate (ed.), Aspetti del collezionismo in Italia da Federico II al primo Novecento, Trapani, pp. 15-55. —— (1994). «L’arte al servizio dello Stato», en Pierre Toubert (ed.), Federico II e il mondo mediterraneo, Palermo, pp. 123-145. —— (2001). «La cultura di corte. Federico II ed Ezzelino da Romano», en Caro Bertelli y Giovanni Marcadella (eds.), Ezzelini signori della Marca nel cuore dell’Impero di Federico II, Catalogo della Mostra (Bassano del Grappa, 2001), Milano, pp. 123-133. —— (2004). Cavalieri Teutonici in Capitanata. L’insediamento di Torre Alemanna, Cerignola.

—— (2005). «Loca solaciorum, ad vocem», en Enciclopedia federiciana, vol. II, Roma, pp. 209-215. —— (2006). «La memoria dell’antico nell’arte pugliese dal XII al XIII secolo», en Arturo Carlo Quintavalle (ed.), Medioevo: il tempo degli antichi, Atti del convegno internazionale di studi (Parma, 25-28 settembre 2003), Milano, pp. 462-476. —— (2012a). «La domus di Fiorentino e l’architettura residenziale di età svevo-angioina», en Maria Stella Calò Mariani, Françoise Pipponier, Patrice Beck y Caterina Laganara (eds.), Fiorentino ville désertée nel contesto della Capitanata medievale (ricerche 1982-1993), École française de Rome, pp. 631-654. —— (2012b). «Arte e natura nelle residenze sveve. Luoghi di delizie. Giardini di pietra I», en Città e campagna in età sveva, Atti delle Giornate di studio sull’età sveva (Oria, 29-30 novembre 2008), Bari, pp. 91-140. —— (2014). «Puglia e Mediterraneo. Artefici, manufatti e modelli dal mondo islamico nei cantieri e negli ateliers di età svevo-angioina», en L’officina dello sguardo. Scritti in onore di Maria Andaloro. I luoghi dell’arte. Immagine, memoria, materia, vol. I, Roma, pp. 167-174. —— (2015). L’acqua nelle residenze e nei castelli federiciani. L’utilità e il diletto, en Giuseppe Fallacara y Ubaldo Occhinegro (eds.), Atti del 1º convegno interdisciplinare. Castel del Monte. Inedite indagine scientifiche (Bari, 18-19 giugno, 2015), Roma, pp. 60-81. CALÒ MARIANI, Maria Stella; CASSANO, Raffaella (eds.) (1995). Federico II. Immagine e potere, Catalogo della Mostra (Bari, 4 febbraio-30 aprile 1995), Venezia. CALÒ MARIANI, Maria Stella; D’AMICO, Natalia (2013). Santa Maria di Ripalta sul Fortore (Lesina). Dalla fondazione cistercense alla rinascita celestina, Collana Piccole Monografie della Puglia, Galatina. CAMMAROTA, Maria Grazia (ed.) (2006). Tannhäuser. Le liriche del «Codice Manesse», Bergamo. CARDINI, Franco; MIGLIO, Massimo (2002). Nostalgia del Paradiso. Il giardino medievale, Bari. CASSATARO, Laura (2008). «Il bagno della Regina», en Siracusa sulle tracce del passato, Siracusa. CICERALE, NICOLA (2012). Musica a corte in età normanno-sveva e angioina. Il Mezzogiorno tra Europa e Mediterraneo, tesi di Dottorato in Storia dell’arte comparata, civiltà e culture dei paesi del Mediterraneo, tutors: Pierfranco Moliterni e Maria Stella Calò Mariani, Università di Bari. CIRIELLO, Rosanna; MARCHETTA, Isabella; MUTINO, Sabrina (2012). «Su alcuni reperti provenienti dal castello di Melfi: dati preliminari e prime considerazioni sulle produzioni di suppellettili vitree di XIII secolo nel Vulture-Melfese», en Adele Coscarella (ed.), Il vetro in Calabria: vecchie scoperte, nuove acquisizioni Atti XV Giornate Nazionali di Studio sul vetro (Università della Calabria, 9-11 giugno 2011), Rossano, pp. 171-194. COLAVECCHIA, Riccardo (1772). Andria Città nel Regno di Napoli nella provincia di Bari, en Delle città d’Italia e sue isole adiacenti compendiose notizie sacre e profane compilate da Cesare Orlandi, Perugia, II. CORSI, Pasquale (1989). «San Severo nel Medioevo», en Benito Mundi (ed.), Studi per una storia di San Severo, Tomo I, San Severo, pp. 163-337. Cronica di Giovanni Villani a miglior lezione ridotta. Ed. de Giovanni Villani, Firenze, 1823. Cronica istoriale di Tremiti composta in latino da don Benedetto Cocarella Vercellese [...] Hora volgarizzata; [...] da don Pietro Paolo di Ribera Valentiano, Venetia, MDCVI, libro II.

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

657

Cronisti e scrittori sincroni napoletani. Ed. de Giuseppe Del Re, Napoli, I (1845) y II (1868). DALENA, Pietro (ed.) (2010). Mezzogiorno rurale. Olio, vino e cereali nel Medioevo, Bari. DE LEO, Carmine (1997). «Il palazzo di Federico II. Dalle testimonianze scritte alla ricognizione sul terreno», en Maria Stella Calò Mariani (ed.), Foggia medievale, Foggia, pp. 165-170. DEL TREPPO, Mario (1996). «Prospettive mediterranee della politica economica di Federico II», en Arnold Esch y Norbert Kamp (eds.), Federico II, Convegno dell’Istituto Storico Germanico di Roma nell’VIII centenario della nascita, Tübingen, pp. 316-338. DELANO SMITH, Catherine (1978). Terra e monumenti sulle coste del Tavoliere, Foggia. DELL’AQUILA, Carlo (1970). «Le colonne di Castel del Monte», en Nel Mese, IV.2, pp. 51-53. DE TOMMASI, Giovan Battista (1995). «Castel del Monte: i restauri e l’immagine», en Maria Stella Calò Mariani y Raffaella Cassano (eds.), Federico II. Immagine e potere, Catalogo della Mostra (Bari, 4 febbraio-30 aprile 1995), pp. 313-317. Domenico da Gravina, Chronicon de rebus in Apulia gestis (13331350). Ed. de Albano Sorbelli (RIS, XII, parte III), Città di Castello, 1903. D’URSO, Riccardo (1842). Storia della città di Andria dalla sua origine sino al corrente anno 1841, Napoli. FALLACARA, Giuseppe; OCCHINEGRO Ubaldo (2011). Puglia. Castel del Monte. Nuove ipotesi comparate sull’identità del monumento, Roma FAVIA, Pasquale (2012). «Lo scavo a Masseria Pantano: primi dati archeologici sulla domus di Federico II e la masseria svevo-angioina», en Pasquale Favia, Hubert Houben y Kristjan Toomaspoeg (eds.), Federico II e i cavalieri teutonici in Capitanata. Recenti ricerche storiche e archeologiche, Atti del convegno internazionale (Foggia-Lucera-Pietramontecorvino, 10-13 maggio 2009), Galatina, pp. 293-302. FAVIA, Pasquale; HOUBEN, Hubert; TOOMASPOEG, Kristjan (eds.) (2012). Federico II e i cavalieri teutonici in Capitanata. Recenti ricerche storiche e archeologiche, Atti del convegno internazionale (Foggia-Lucera-Pietramontecorvino, 10-13 maggio 2009), Galatina. FIORILLO, Rosa (2005). La Tavola dei d’Angiò. Analisi archeologica di una spazzatura reale. Castello di Lagopesole (1266-1315), Firenze. FONSECA, Cosimo Damiano (ed.) (1995). Federico II e l’Italia. Percorsi, luoghi, segni e strumenti, Catalogo della Mostra (Roma, 22 dicembre 1995 - 30 aprile 1996), Roma. FORTUNATO, Giustino (1902). Il castello di Lagopesole, Trani. GABRIELI, Francesco; SCERRATO, Umberto (eds.) (1979). Gli Arabi In Italia, Milano. GENOVESE, Laura (2012). La strategia dell’acqua tra Tardo-antico e Medioevo. Il caso Campania, Roma. GIOVANNUCCI, Antonio; PEDUTO, Paolo (eds.) (2000). Il castello di Lagopesole da castrum a dimora reale. Visita al castello e guida alla Mostra, Salerno. GIULIANI, Roberta (2012). «L’imponente edificio rinvenuto in località Masseria Pantano», en Pasquale Favia, Hubert Houben y Kristjan Toomaspoeg (eds.), Federico II e i cavalieri teutonici in Capitanata. Recenti ricerche storiche e archeologiche, Atti del convegno internazionale (Foggia-Lucera-Pietramontecorvino, 1013 maggio 2009), Galatina, pp. 272-279. HASELOFF, Arthur (1992). Architettura sveva nell’Italia meridionale (titolo originale: Die Bauten der Hohenstaufen in Unteritalien, Leipzig 1920), edición italiana y prefación de Maria Stella Calò Mariani, Bari.

658

MAR IA S TELLA C AL O’ M AR IANI

HASKINS, Charles Homer (1960). «Michael Scot», en Studies in the History of Medieval Science, New York, pp. 293-294. HOUBEN, Hubert (2012). «Federico II e i cavalieri teutonici a Belvedere (Apricena) e Foggia: scavi archivistici», en Pasquale Favia, Hubert Houben y Kristjan Toomaspoeg (eds.), Federico II e i cavalieri teutonici in Capitanata. Recenti ricerche storiche e archeologiche, Atti del convegno internazionale (FoggiaLucera-Pietramontecorvino, 10-13 maggio 2009), Galatina, pp. 123-181. HUILLARD-BRÉHOLLES, Jean Louis Alphonse (1852). Historia diplomatica Friderici Secundi, tomo IV, Paris. Ignoti Monachi Cisterciensis S. Mariae de Ferraria Chronica. Ed. de Augusto Gaudenzi, Napoli, 1888. Itinéraire d’Anselmo Adorno in Terre Sainte (1470-1471). Texto editado y traducido al francés por Jacques Heers y Georgette de Groer, Parigi, 1978. Itinerarium cuiusdam Anglici Terram Sanctam et alia loca sancta visitationis (1344-1345). Ed. de Girolamo Golubovich, en Biblioteca bio-bibliografica della Terra Santa e dell’Oriente francescano, IV, Firenze, 1923. Jordani Ruffo Calabrensis Hippiatria. Ed. de Hieronymus Molin, Padova, 1818. LAGANARA, Caterina (2011). Siponto. Archeologia di una città abbandonata nel medioevo, Foggia. LAURANO, Pietro (2001). Atlante d’acqua. Conoscenze tradizionali per la lotta alla desertificazione, Torino. LEISTIKOW, Dankmar (1999). «Osservazioni sul palazzo residenziale di Federico II a Foggia», en A. Knaak (ed.), Atti del II Colloquio Internazionale sull’arte e la storia dell’età sveva (Bonn 8-10 diciembre 1995), Foggia, pp. 66-80. LICINIO, Raffaele (ed.) (1991). Castelli, foreste, masserie. Potere centrale e funzionari periferici nella Puglia del secolo XIII, Bari. —— (1994). Castelli medievali. Dai normanni a Federico II e Carlo d’Angiò, Bari. —— (1996). «Le masserie regie e le strutture agricole nella Capitanata di Federico II», en Maria Stella Calò Mariani (ed.), Foggia medievale, Foggia, pp. 47-59. —— (1998). Masserie medievali. Masserie, massari e carestie da Federico II alla Dogana delle pecore, Bari. —— (2001). «Castel del Monte: un castello medioevale», en Raffaele Licinio (ed.), Castel del Monte e il sistema castellare nella Puglia di Federico II, Bari, pp. 11-76. —— (2005). «Masserie regie», en Federico II. Enciclopedia Fridericiana, Roma, II, pp. 282-284. LOMBARDI, Antonio Ferdinando (2014). Catasto onciario della città di Lesina 1741-1743, Apricena. LORENZI, Brunella (2006). «Parchi e verzieri nella Sicilia islamica e normanna. I parchi suburbani», en Luigi Zangheri, Brunella Lorenzi y Nausikaa M. Rahmati (eds.) (reed. 2011), Il giardino islamico, Firenze, pp. 213-225. LOSITO, Marisa (2003). Castel del Monte e la cultura arabo-normanna in Federico II, presentación de Cosimo Damiano Fonseca, Bari. LOZZI GALLO, Lorenzo (2013). La Puglia nel Medioevo germanico, Ravenna. MANE, Perrine (1995). «L’Opus ruralium commodorum di Pietro de’ Crescenzi», en Maria Stella Calò Mariani y Raffaella Cassano (eds.), Federico II. Immagine e potere, Catalogo della Mostra (Bari, 4 febbraio-30 aprile 1995), pp. 365-367. MARINO GUIDONI, Angela (1980). «Architettura, paesaggio e territorio dell’Italia meridionale», en Angiola Maria Romanini (ed.), Federico II e l’arte del Duecento italiano, Atti della III settimana di studi (Roma 1978), Galatina, I, pp. 83-88. MARTELLOTTI, Anna (1981). «Il viaggio controvoglia del crocia-

to Tannhäuser», en Discrimen. Saggi di linguistica e filologia, Fasano, pp. 91-129. MASSIMO, Giuliana (2012). «Frammenti scultorei rinvenuti nell’area di Masseria Pantano», en Pasquale Favia, Hubert Houben y Kristjan Toomaspoeg (eds.), Federico II e i cavalieri teutonici in Capitanata. Recenti ricerche storiche e archeologiche, Atti del convegno internazionale (Foggia-Lucera-Pietramontecorvino, 1013 maggio 2009), Galatina, pp. 283-293. MATHEI PARISIENSIS (ed. 1888). Chronica maiora, ed. de Felix Liebermann, MGH, SS, Hannover. MAULUCCI, Francesco Paolo; MASTROIORIO Massimo (2011). «La ceramica precinese nella Daunia medievale (Apricena, scavi archeologici in Piazza Federico II)», en Armando Gravina (ed.), Atti 31° Convegno nazionale sulla Preistoria-ProtostoriaStoria della Daunia (San Severo 13-14 novembre 2010), San Severo, pp. 69-76. MAURICI, Ferdinando (1997). Federico II e la Sicilia. I castelli dell’Imperatore, Catania. MUSCA, Giosuè (ed.) (1989). Uomo e ambiente nel mezzogiorno normanno-svevo, Atti delle ottave giornate normanno sveve (Bari, 20-23 ottobre 1987), Bari. MORPURGO, Piero (1993). L’idea di natura nell’Italia normanno-­ sveva, Bologna. NARDONE, Domenico (1934). «Il castello svevo di Gravina di Puglia», en Iapigia, V, pp. 19-28. NASO, Irma (1989). «Apicoltura, cera e miele», en Giosuè Musca (ed.), Uomo e ambiente nel mezzogiorno normanno-svevo, Atti delle ottave giornate normanno sveve (Bari, 20-23 ottobre 1987), Bari. pp. 203-240. NAVARRO PALAZÓN, Julio; JIMÉNEZ CASTILLO, Pedro (1995). «Maquetas arquitectónicas en cerámica y su relación con la arquitectura andalusí», en Julio Navarro Palazón (ed.), Casas y palacios de al-Andalus. Siglos XII y XIII, Barcelona-Madrid, pp. 287-302. NICOLAUS DE JAMSILLA (1868). «De rebus gestis Frederici II imperatoris eiusque filiorum Conradi et Manfredi Apuliae et Siciliae regnum», en Cronisti e scrittori sincroni napoletani, ed. de Giuseppe Del Re, Napoli, II, pp. 105-200. PACICHELLI, Giovan Battista (1695). Lettere familiari, istoriche erudite, tratte dalle memorie recondite dell’abate Gio. Battista Pacichelli in occasione dei suoi studi viaggi e ministeri, Napoli. —— (1703). Il Regno di Napoli in prospettiva, Napoli. PANVINI, Bruno (1962). Le rime della scuola siciliana, I, Firenze. PARAVICINI BAGLIANI, Agostino (1995). «Federico II e la “cura corporis”», en Maria Stella Calò Mariani y Raffaella Cassano (eds.), Federico II. Immagine e potere, Catalogo della Mostra (Bari, 4 febbraio-30 aprile 1995), pp. 149-152. PASTOUREAU, Michel (2013). Verde. Storia di un colore, (traducción de G. Calza), Milano. PEPE, Adriana (1991). «L’insediamento di Sant’Antuono presso Sant’Agata di Puglia. Un segno della gestione del territorio nel XIII secolo», en Raffaele Licinio (ed.), Castelli, foreste, masserie. Potere centrale e funzionari periferici nella Puglia del secolo XIII, Bari, pp. 175-185. —— (1998). Grange monastiche e fattorie regie, en Maria Stella Calò Mariani (ed.), Capitanata medievale, Foggia, pp. 141-153.

PETRUCCIOLI, Attilio (1980). Il giardino islamico. Architettura, natura, paesaggio, Milano. PISTILLI, Pio Francesco (1995). «Castello di Augusta», en Cosimo Damiano Fonseca (ed.), Federico II e l’Italia. Percorsi, luoghi, segni e strumenti, Catalogo della Mostra (Roma, 22 dicembre 1995-30 aprile 1996), Roma, pp. 196-199. PORSIA, Franco (1986). I cavalli del re, Fasano. —— (2009). Antiche scienze del corpo e dell’anima. Il Liber Phisionomiae di Michele Scoto, [Appendice 5. Michele Scoto, Le domande dell’imperatore], Taranto. PRATESI, Fulco (1985). «Gli ambienti naturali e l’equilibrio ecologico», en Cesare De Seta (ed.), Storia d’Italia. Annali, 8. Insediamenti e territorio, Torino, pp. 53-112. RAGUSO, Fedele (1990). «Geologia e morfologia della “Gravina”», en Fedele Raguso, Marisa D’Agostino y Domenico Nardone (ed.), Notizie storiche sulla città di Gravina dalle origini all’Unità d’Italia, pp. XXXIII-XLVIII. Ryccardi de Sancto Germano Chronica. Ed. de Carlo Alberto Garufi, Bologna, 1937. RIGHETTI TOSTI-CROCE, Marina (1993). «Cistercensi. Strutture di produzione», en Enciclopedia dell’arte medievale, IV, Roma, pp. 825-871. Romualdi Salernitani Chronicon. Ed. de Carlo Alberto Garufi, n. ed., VII, 1, Città dei Castello, 1935. ROSSI, Pasquale (2011). Paesaggi di Puglia, Bari. SABA MALASPINA (1868). «Rerum Sicularum Historia (12501285)», en Cronisti e scrittori sincroni napoletani, ed. de Giuseppe Del Re, Napoli, II, pp. 205-408. SACK, Dorothée (1995). «Castel del Monte e l’Oriente», en Maria Stella Calò Mariani y Raffaella Cassano (eds.), Federico II. Immagine e potere, Catalogo della Mostra (Bari, 4 febbraio-30 aprile 1995), pp. 295-303. SALIMBENE DE ADAM (ed. 1942). Cronica, ed. de Ferdinando Bernini, Bari. SCHAEFER-SCHUCHARDT, Horst (1998). L’oliva, la grande storia di un piccolo frutto, Bari. SCHIRMER, Wulf (2000). Castel del Monte. Forschungsergebnisse der Jahre 1990 bis 1996, Mainz. SIGISMONDI, Antonio (2014). Il Parco Nazionale dell’Alta Murgia. Il cuore di pietra della Puglia, Bari. STHAMER, Eduard (1926). Dokumente zur Geschichte der Kastellbauten Kaiser Friedrichs II. Und Karls I. von Anjou, Band 2, Apulien und Basilicata, Leipzig. TANNOIA, Maria Antonio (1801). Delle api e loro utile e della maniera di ben governarle. Trattato fisico-economico-rustico, I, Napoli. TODARO, Pietro (1988). Il sottosuolo di Palermo, Palermo. TROMBETTI BUDRIESI, Anna Laura (ed.) (2000). Federico II di Svevia. De arte venandi cum avibus, Roma-Bari. VAN DEN ABEELE, Bauduin (1995). «Federico il falconiere», en Maria Stella Calò Mariani y Raffaella Cassano (eds.), Federico II. Immagine e potere, Catalogo della Mostra (Bari, 4 febbraio-30 aprile 1995), pp. 95-99. WHITEHOUSE, David Bryn (1966). «Ceramiche e vetri medievali provenienti dal castello di Lucera», Bollettino d’arte, nn. 3-4, pp. 171-178.

F E DE R IC O II Y L A N A T U R A L E Z A : L O C A S O L A C I O R U M Y M A S S E R I E E N L A A P U L I A S U A B O - A N G E V INA

659

Colección Arquitectura, Urbanismo y Restauración

Almunias

Las fincas de las élites en el Occidente islámico: poder, solaz y producción Julio Navarro Palazón / Carmen Trillo San José (eds.) Este libro es una obra colectiva elaborada por arabistas, historiadores, arqueólogos, arquitectos, botánicos, historiadores del arte, etc., tanto españoles como extranjeros, interesados en el estudio de las élites del Occidente islámico, y en particular por una de las manifestaciones de su poder menos estudiadas: las fincas de recreo. Estas explotaciones agropecuarias estuvieron destinadas tanto a la obtención de rentas, mediante la venta de lo producido en sus huertas, como a la escenificación del poder de sus promotores, que para ello construyeron complejas arquitecturas de gran visibilidad en el paisaje periurbano. Fueron lugares ideales en los que se integraron armoniosamente los espacios productivos y los reservados al solaz, debido a la existencia de proyectos muy elaborados en donde las infraestructuras hidráulicas tuvieron un papel primordial. A estas fincas se las denominó en las fuentes árabes de muy diferentes maneras: bustān, ŷanna, ŷinān, buḥayra, qaṣr, dār o munya, entre otros términos. El último de ellos, precedido del artículo al-, es el que ha dado en español el arabismo almunia, conservando parte del significado que tuvo en la lengua árabe. Por este motivo, se ha elegido su plural para el título de este libro, teniendo muy en cuenta que esta palabra resulta familiar para cualquier hispanoparlante. Las escasas fincas medievales que han conservado sus huertas, como es el caso del Generalife de Granada o el Agdāl de Marrakech, son hoy en día un tenue reflejo de su antiguo esplendor. Para conocer la imagen de lo que fueron, es necesario acudir a las fuentes árabes, especialmente a los textos poéticos y a las crónicas que en su día se redactaron para exaltar la magnificencia y el poder de sus propietarios. En este esfuerzo por saber cómo fueron, es necesario subrayar que la arqueología que se está realizando en unas pocas almunias está aportando una información muy relevante. La obra que el lector tiene en sus manos acoge veinticuatro contribuciones en las que se da cuenta de las novedades más relevantes presentadas por aquellos estudiosos que han liderado los principales proyectos de investigación en España, Italia y el Magreb. El completo estado de la cuestión que han conseguido los dos editores científicos va a permitir que este libro se convierta durante muchos años en la monografía de referencia de esta materia.

Almunias

proyecto i+d