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Spanish Pages [798] Year 2000
Tratado latinoamericano de sociología del trabajo ENRIQUE DE LA GARZA TOLEDO
(coordinador)
Juan José Castillo, Laís Abramo, Cecilia Montero, Roque Aparecido da Silva, Marcia de Paula Leie t , Martha NDvick, ,
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J orgc Carrillo, Consuelo Iranzo, Rocío G adarra
:.n� . E &iard6 1b�ITl
trabajo:
estos estudios se comple m e nta n con
aqu ellos que ponen el énfasis en las estrateg i as sindicales con respecto
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b !lexibilidad �·la pmductividad. Estas investigaciones muestran un uni verso en el que se mueven tres estrategias sindicales pri n cipal c ..;: b de re s i s tenc ia dura propia del sindicalismo de izquierda v de algu n os secto res del sindicalismo corporativo; la del "sindicato de la casa", es decir
un
si n dica to subordinado a la empresa y que dentro del t rabaj o hace tare as
propias ele un departs v a los t i p < h de herra m i e n tas que p u e d e n u ti l i zarse, i n te gr a r pnKesos d i s t i n tos por· su n a t u r a l c z s fron teá1.os" , ponencia pre s e n tada al Semi n ar i o de Cult uras L a b o ral e s , l! M vt/Fu ml aci(m F r i cd r i ch E bert, México, noviembre, 1 9 9 6 .
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K >innovación tecnológica de productos y de procesos>
(experimentación a cargo de una empresa para generar y poner en marcha nuevos productos y nuevos procesos) > difúsión > >absorción > mediante los esfuerzos de: > adaptación> > tral1sformación> > adopción> > aprendizaje > >producción > > comercialización
Pero este proceso no es instantáneo, y siem pre transcurre un tiempo mayor o menor entre esas diversas fases. Para concretarse, necesita in fraestructuras e instituciones. El nuevo modelo interpretativo es reactivo e interactivo, e insiste en que la interpenetración entre ciencia básica, tecnología y producción es un rasgo permanente del sistema de innovación, y pone el acento en el papel central de la concepción industrial, en la retroalimentación entre las diversas fases de la innovación: las fina les, relacionadas con el mer cado, y las iniciales, derivadas del impulso de la tecnología, así como las numerosas interacciones entre la ciencia, la tecnología y actividades vinculadas con la innovación, ya sea dentro de las empresas o en el mar co de su cooperación con el resto del sistema.
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La innovación tiene un carácter acumulativo La tecnología provoca, sólo de tanto en tanto, cambios radicales, pero a menudo los cambios que ocurren son de carácter incremental y acumu lativos. Para desarrollar y utilizar eficazmente las nuevas tecnologías se requ iere un proceso de aprendizaje largo y complejo, la generación de rutinas, seguido luego por otros de desarrollo y difusión: l . aprendizaje por la práctica de la fabricación (o sea el aumento de la eficacia de las operaciones de producción); 2. aprendizaje por el uso de los nuevos equipos (aumento de la eficacia por la utilización de sistemas complejos); 3. aprendizaje por interacción entre los usuarios y los productores, para innovar en cuanto a los productos (variedad y nuevos productos); 4. el aprendizaje por medio del aprendizaje para asimilar las innova ciones realizadas fuera de la empresa, que depende de la investigación y desarrollo y de otras inversiones inmateriales. La acumulación de las calificaciones, las experiencias y el saber hacer técnico, en el nivel de las firmas y del país, requiere tiempo y demanda perseverancia; es un proceso que acompaña el desarrollo económico en el largo plazo. Las empresas que han acumulado tecnologías y han construido las ca lificaciones profesionales a través de los diversos procesos de aprendi zaje están en mejores condiciones de restructurarse y adaptarse para so brevivir ante los cambios tecnológicos radicales. De allí la gravedad de la situación en los países en desarrollo, dadas las dificultades que tienen para generar un proceso acumulativo.
Similitudes y diferencias entre los dos modelos analizados En lugar del modelo lineal basado en el impulso creado por la ciencia (science push}, que se limitaba al acto aislado de innovación, y donde se pasaba directamente de la investigación al desarrollo del producto, la producción y la comercialización, el nuevo modelo es interactivo y pone el acento sobre la atracción ejercida por la demanda (demand pull}, en el papel central de la concepción industrial, en la existencia de diversas fa ses, en las interrelaciones y retroalimentaciones entre ciencia, tecnolo gía e innovación en el seno de la empresa. Entonces, los principales determinantes del cambio técnico son bási camente dos: por una parte, la atracción creada por la demanda -que refleja las fuerzas del mercado a través de variaciones de la demanda, costos, precios relativos, oportunidades de inversión y de ganancias que
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incitan a los empresarios a lograr avances técnicos-, y por otra e l im pulso ejercida por la ciencia y la tecnología y por la capacidad tecnoló gica, es decir el saber. El enfoque sistémico parte de la existencia de un contexto económico qu e es el que determina el progreso tecnológico, el espacio en el cual la política y la tecnología se interrelacionan, y toma en cuenta las varia ciones de la demanda en el mercado, así como el papel de las institucio nes. Desde esta perspectiva, la tecnología tiene un carácter acumulativo; hay trayectorias tecnológicas que se van consolidando a medida que se acumulan los conocimientos y se obtienen rendimientos crecientes de adopción. El aporte reciente de las teorías sociológicas y económicas
Recientes desarrollos de la teoría neoclásica pusieron el acento en el he cho de que los cambios tecnológicos producen externalidades positivas (es decir efectos positivos generados por una empresa, que no están li gados a los precios del mercado y que pueden ser apropiados por una empresa concurrente), y cambian la función de producción en el nivel macroeconómico. Las nuevas teorías del crecimiento (Romer, 1 989) prestan una atención especial a las relaciones entre el crecimiento en dógeno y las actividades de investigación y desarrollo. El cambio cientí fico y tecnológico comenzó a ser tratado como otro verdadero factor de producción, es decir como una fuerza productiva cuyos resultados vie nen acompañados de externalidades positivas. La generación de un nuevo producto o un nuevo proceso de produc ción hecho por un empresario innovador no impide que otros puedan utilizarlo, acrecentando de esa manera su productividad. Eso se deno mina un "rendimiento social" o un "beneficio social" de las actividades innovadoras, que rebasa ampliamente el rendimiento privado que co rresponde al innovador (OCDE, 1 992). Las innovaciones tecnológicas son apropiables y pueden difundirse entre los diversos empresarios; para de fenderlas del uso libre y gratuito y recuperar parte de la inversión reali zada, se las registra como brevets. Por lo general el cambio tecnológico da lugar a la noción de trayecto rias tecnológicas; los aconteci mi entos tecnológicos no se producen de manera aislada y la marcha del cambio tecnológico no es el resultado de un determinismo abstracto; aquéllos van a depender de factores eco nómicos (los precios relativos, la distribución del ingreso), de valores so ciales y de arbi trajes efectuados por el poder público y los actores eco nómicos involucrados.
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La asimilación de un saber exige siempre poseer un saber anterior, y por eso el progreso tecnológico es un proceso acumulativo, en el cual cada etapa es una base que prepara la siguiente. Pero como afirmó Rosenberg ( 1 982), la posibilidad de que esos conoci mientos sean difundidos, adaptados, aplicados y asimilados depende de que exista una interfaz abierta y flexible entre la investigación científica básica y la aplicada. Los rendim ientos económicos de la investigación científica básica no son directos e intrínsecos, pues su obtención depende de otros procesos de inversión en investigación aplicada y de la interac ción que se establezca entre ambas actividades para aumentar la produc tividad y el rendimiento económico (Mansfield, citado en Pavith, 1 995).
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FIN DEL TRABAJO O TRABAJO SIN FIN ENRIQUE DE LA GARZA TOLED0 1 Con la colaboración de JUAN MANUEL HERNÁNDEZ 2
LAS TESIS DEL FIN DEL TRABAJO PARECEN lejanos los días en los que muchas teorías sociales reconocían la centralidad del trabajo en la sociedad. La crisis del marxis mo, los nue vos modelos de producción y de industrialización, el neoliberalismo y la posmodemidad, junto con la caída del socialismo real y la crisis de las ideologías sindicales y del mismo sindicalismo, han al imentado un esta do de ánimo pesimista entre los intelectuales, especialmente entre aque llos que se nutrieron de la crítica a la sociedad capitalista e imaginaron paraísos alternativos. No es la primera vez que los intelectuales se preguntan acerca del fu turo del trabajo . En los años cincuenta se interrogaban sobre esto mis mo en relación con las primeras etapas de la automatización de los pro cesos productivos y la institucionalización de los sistemas de relaciones i ndustriales . En aquellas condiciones las respuestas más comunes eran optimistas: la automatización, que contribuiría a la constitución de una nueva clase obrera, como la llamó Mallet ( 1 972), significaría el enrique cimiento de las tareas o bien la recalificación y ganancia de control de los obreros sobre su trabajo. La institucionalización de las relaciones en tre el capital y el trabajo, así como la extensión del Estado benefactor, harían inútiles las revoluciones; asimismo, el bienestar de los trabajado res y su influencia a través de los sindicatos serían crec ientes (Goldthor pe, 1 989). Pero a la institucionalización de las relaciones entre el capital y el trabajo en Europa siguió un periodo de gran conflictividad desde fi nes de los sesenta, y las visiones optimistas acerca de la conciliación de intereses entre obreros y patrones fueron sustituidas en los setenta por las de Braverman ( 1 974) y sus tesis de las tendencias hacia la descalifi cación del trabajo (Regini, 1 992) . A partir de los ochenta (en Inglaterra 1 Doctor en sociología, com·dinador del doctorado en estudios sociales de la UAM-I; pos doctorado en la Universidad de Warwick, Inglaterra; miembro del Sistema Nacional de In vestigadores; director de la revista Trabajo. Dirección: [email protected]. 2 Agradezco la colaboración de Juan Manuel Hemández y Laura Hemández en la sis tematización de la información de la OIT.
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desde los setenta), la articulación entre tres procesos ha cambiado los te rrenos de encuentro entre capital y trabajo: el neoliberalismo como for mación socioeconómica alternativa a la keynesiana y su Estado benefac tor, que ha alterado los sistemas de relaciones industriales, en particular la influencia de los sindicatos en las políticas económicas, laborales y de seguridad social; la restructuración productiva y de los mercados de tra bajo, con la posible conformación de modelos de producción y de indus trialización alternos a los del periodo anterior, que cambiaron las rela ciones de poder dentro de los procesos de trabajo; la decadencia de las ideologías relacionadas con el movimiento obrero, especialmente aque llas de corte socialdemocrático y comunista, y sus utopías de sociedad alternas al capitalismo, que dejaron sin imaginario colectivo a amplias masas de trabajadores que durante este siglo se movilizaron creyendo que había un proyecto cierto de sociedad alternativa (Aglietta, 1 979; Ba glioni, 1 987; Baglioni y Crouch, 1 990) . Estos cambios en el mundo del trabaj o y en relación con otros mundos, especialmente los de las relaciones entre empresarios, sindicatos y Estado, han influido desde los ochenta en las valoraciones académicas acerca de la importancia del trabajo en la sociedad. Hasta mediados de los setenta era muy aceptada por teorías diversas la centralidad del trabajo en el conjunto de las relaciones sociales y como fuente de identidad colectiva (Habermas,
1 984). A partir de los ochenta las preocupaciones acerca del futuro del tra bajo se pueden apreciar en dos niveles; primero en aquellos que estudian en concreto diversas manifestaciones del trabajo y sus transformaciones actuales, que han pasado de centrarse en el movimiento obrero en los se tenta, con un enfoque propio de la ciencia política (neocorporativismo), o bien en el estudio del movimiento obrero como movimiento social, a los en foques propios de la sociología industrial y del trabajo, de las relaciones in dustriales, de las teorías de las organizaciones y de la economía del traba jo (Hyman y Streek, 1 988). Enfoques no todos nuevos pero sí en expansión en cuanto a analizar las formas y efectos de los cambios tecnológicos, de organización, en las relaciones laborales, los mercados de trabaj o, el siste ma de relaciones industriales, las culturas laborales y empresariales, las ca denas entre empresas (Katz y Sabel, 1 985). En estos debates, que parten de los ochenta, disminuye apreciablemente el interés por la clase obrera como posible sujeto político, pero no de lo laboral como work. Lo anterior puede mostrarse a través de un proceso muy dinámico de creación de teorías en los ochenta y los noventa: regulacionismo (Amin, 1994 ) ; especialización fle xible (Sabe! , 1 982; Sabel y Zeitlin, 1 985); teorías neoschumpeterianas (Pé rez y Ominami, 1 986 ) ; nuevos conceptos de producción (Kerr y Schumann,
1 997); modernización reflexiva, lean production, industrial govemance, al grado de que estos marcos teóricos se renuevan en promedio cada tres años
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(Pollert, 1 988, 1 99 1 ). Además, el número de publicaciones en revistas espe cializadas, así como de ponencias en eventos internacionales, como el Con greso Mundial de Sociología, la Asociación Latinoamericana de Sociología o la Asociación Latinoamericana de Sociología del Trabajo, no muestra una decadencia, sino la cantidad mezclada con la pasión que revela la vitalidad de estos estudios. De cualquier manera, las posiciones de quienes siguen estudiando el tra bajo de diversas formas se dividen, como en los cincuenta, entre los opti mistas, que ven en los nuevos modelos de producción una esperanza libe radora del trabajo humano, de su carácter enajenado, rutinario, con escaso control del trabajador sobre el mismo, hoy fuente de nuevos consensos e identidades con la empresa (Erikson, 1 990; Handy, 1 986), y los pesimistas, que ponen el énfasis en nuevas segmentaciones del mercado de trabajo, la extensión del trabajo precario o atípico, y ven el toyotismo como una for ma superior de control gerencial sobre el trabajo (Hardt y Negri, 1 994). Por otro lado, tenemos las reflexiones propiamente del fin de la so ciedad del trabajo, que parten de grandes marcos teóricos como los de Gorz o de Offe ( 1 9 8 5 ) , que a veces se apoyan en la noción posmodema de desarticulación, del fin de las ideologías o de la historia, que se han propuesto como tarea acabar de enterrar al marxismo, a las teorías ha l istas, sobre todo aquellas sospechosas de destacar la importancia del trabajo. H abría que agregar las versiones periodísticas, como las de Rifkin ( 1 996), que hacen balances libres de los efectos de la revolución tecnológica y del futuro del trabajo. Con modalidades muy diversas, parecería que estos autores están dando cuenta, más que de las trans formaciones concretas del trabajo, del derrumbe de la utopía del so cialismo y de la clase obrera como sujeto; hay una suerte de regocijo y alivio de que el peligro de una sociedad -no del trabajo sino de los tra bajadores- haya desaparecido; se trataría de fundarlo teóricamente y además de enterrarlo para siempre, no vaya a revivir en algún mo mento ( Hyman, 1 996). Antecedentes de estas perspectivas son los trabajos clásicos de Tourai ne de fines de los sesenta acerca de la sociedad posindustrial, la sociedad del conocimiento y la tercerización, aunque en aquellos momentos Tou raine no sacaba como conclusión el fin de las utopías de sociedad, ni del conflicto, ni mucho menos la imposibilidad de movimientos sociales que lucharan por apoderarse de la historicidad (Touraine, 1 985). De la misma manera, el Adiós al proletariado de André Gorz ( 1 982) sólo tiene seme janzas formales con las versiones actuales del fin del trabajo. Porque Gorz escribió en los setenta, cuando estaban frescas las movilizaciones obreras por el control sobre el proceso de trabajo y sus teorías de que todo trabajo es enajenado (con excepción del de los artistas y científi-
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cos); la reivindicación de la lucha por el no trabajo, encabezada por la no clase, no es una visión pesimista sino una interpretación de la na ciente revolución tecnológica y su posible utilización liberadora de todo trabajo a través de la lucha. En este camino, el Offe de principios de los ochenta constituye una transición entre el optimismo de los setenta y el pesimismo de los noventa. Offe, además de resumir los posibles efectos en la identidad obrera del cambio en la estructura de las ocupaciones, acuña una noción que lo acerca en este aspecto al argumento posmo demo: la fragmentación de los mundos de vida de los trabajadores y la mayor importancia en la constitución de sus identidades y subjetivida des de los mundos del no trabajo (Gorz). Pero el Offe de principios de los ochenta es todavía optimista acerca de los efectos de la revolución tec nológica: ésta podría permitir, según este autor, el incremento del tiem po libre. De Offe al fin del trabajo de Rifkin hay un pasaje que ha impli cado en este camino la consolidación de las políticas neoliberales en casi todo el mundo, la pérdida de la influencia sindical en estas políticas con diversas intensidades, la difusión de los cambios tecnológicos y organi zacionales, y la flexibilidad del mercado laboral, la persistencia de nive les altos de desempleo en Europa, la difusión de los trabajos precarios y atípicos (Muckenberger, 1 996). Es decir, el panorama no parece promi sorio en el futuro para el empleo ni para los sindicatos. Los argumentos acerca del fin del trabajo, no todos ellos provenientes de los mismos au tores, pueden resumirse de la siguiente manera: Tesis l. Por un lado, la decadencia de la industria en relación con los servicios y el cambio en la estructura de las ocupaciones con crecimien to relativo de los trabajadores calificados, técnicos e ingenieros, cuellos blancos, mujeres y jóvenes; por otro lado, la extensión de empleos atípi cos y trabajos precarios, por horas, de tiempo parcial, eventuales, de mu jeres, migrantes y minorías étnicas (para el Tercer Mundo la extensión de la informalidad y el trabajo en micronegocios y autoempleo), así como la persistencia de niveles altos de desempleo en Europa, han in crementado la heterogeneidad de los trabajadores, con la consiguiente repercusión en sus normas, valores y actitudes. Es decir, se trata de la fragmentación de antiguas identidades obreras que hacen imposible el surgimiento de movimientos colectivos amplios. Lo anterior repercute en la imposibilidad de formación de organizaciones, ideologías, proyec tos de cambio social que partan de los trabajadores . Las tesis que atri buyen la tendencia al fin del trabajo a la revolución tecnológica pueden considerarse parte de esta primera, pero en su versión simplificada y menos teórica, así como aquellas que hablan de la decadencia de la cla se obrera típica (industrial, masculina, de trabajo estable, sindicalizada), base social de los sindicatos (Castell y Aoyama, 1 994).
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Tesis 2. El fin del trabajo debe ser entendido en términos sociológicos, como fin de la centralidad del trabajo en el conjunto de las relaciones so ciales, en particular de la centralidad del trabajo en la conformación de identidades colectivas. Se trata de la fragmentación de los mundos de vida; los de los trabajadores ya no son exclusivos de ellos ni tampoco están articulados entre sí. Para los trabajadores los mundos extralabo rales se han vuelto más importantes en la constitución de identidades que el trabajo. En particular el mundo del consumo es más relevante, ge nera mayores satisfacciones que el trabajo. Una versión extrema de esta tesis sería la posmodema, en su cuestionamiento de toda teoría holista, en particular las marxistas, que reivindicaron la centralidad del trabajo. La sociedad posmoderna sería la de la fragmentación de los mundos de vida, del yo, la cultura, de las identidades, el vivir en el presente, de la ausencia de sujetos hegemónicos o discursos y proyectos globales. Tesis 3. La pérdida de la importancia del trabajo se relaciona con su función de generador de valor; hoy la riqueza principal de la sociedad se crea especulativamente en el sector financiero globalizado, ya no depende del trabajo; el capital financiero no está más encamado en sujetos especí ficos; los fondos de pensiones son capitales anónimos que se acrecientan sin que se puedan reconocer sujetos a quienes enfrentar (Meda, 1 996). Tesis 4. La crisis del trabajo es un problema político, resultado de una lucha que se perdió desde los ochenta. Esta lucha ha im plicado el cam bio en la forma del Estado hacia el neoliberalismo, la restructuración productiva con consecuencias en las relaciones de poder en las empre sas, que abarcan a las organizaciones obreras incapaces de transformar sus formas de lucha, demandas e ideologías en un contexto globalizado en el que la centralidad del conflicto obrero patronal ha sido sustituida por la lucha por los mercados (Ozaki, 1 996) . En particular la crisis sin dical estaría relacionada con la apertura de las economías y las nuevas políticas macroeconómicas que facilitarían las relocalizaciones hacia zonas con paz laboral, la extensión de la subcontratación, las políticas de estabilización que no tendrían preocupación por el pleno empleo, la reducción del empleo público, la desregulación del mercado laboral para ganar competitividad, la nueva cultura laboral (individualista, de la lu cha de clases a la lucha entre empresas, el derrumbe de las ideologías del movimiento obrero) (Jurgens, 1 995).
CONJETURAS Y REFUTACIONES
La mayor parte de esta futurología acerca del fin del trabajo no se basa en una investigación empírica sistemática acerca de las tendencias del
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trabajo en los aspectos mencionados, aunque influye como presupuesto sobre los que hacen investigación concreta acerca del trabajo. La funda mentación del fin del trabajo es , por un lado, teórica: la no centralidad del mundo del trabajo sobre otros mundos de vida; o bien está basada en algunos datos impactantes sin analizarlos en conjunto en el nivel inter nacional de forma sistemática, por ejemplo la caída en la tasa de sindi calización en Estados Unidos, sin fijarse en lo que pasa en el resto del mundo. Veremos en este apartado la información internacional disponi ble acerca de la evolución del trabajo desde 1 980 hasta mediados de los noventa, y analizaremos los argumentos teóricos de estas tesis. Los datos de la orr de nivel mundial muestran que hacia 1 995 la po blación económicamente activa (PEA) asalariada, con respecto a la PEA total en América Latina, se mantiene arriba del 50% (excepto en Guate mala); en América del Norte (Estados Unidos y Canadá) está por encima del 75%, lo mismo en Asia; y aunque en Europa ha disminuido, este de cremento no es tan elevado y las tasas siguen siendo muy altas en gene ral. Es decir, fuera de países del Tercer Mundo en los que el autoempleo es muy elevado, pero no al grado de superar al trabajo asalariado, en los demás países no hay bases para pensar que en el futuro el trabajo asala riado será marginal. En cuanto a la PEA en la industria en relación con la PEA asalariada, en tre 1 980 y 1 995, en Latinoamérica en general se mantiene en los niveles históricos del 20%, con excepción de países como Panamá; en otros, como México, aumentó esta proporción. En cambio en Estados Unidos disminuyó, a diferencia de Asia, donde es muy alta y así se ha mantenido. En Europa en general sucede como en Estados Unidos, aunque los nive les son más altos. Es decir, con todo y el evidente crecimiento de los ser vicios, dentro de los cuales habria que diferenciar los modernos de los precarios (en el Tercer Mundo el crecimiento del terciario se debe princi palmente a esto último), la caída en importancia del sector industrial como empleador no es mundial, y hay regiones en las que el porcentaje de trabajadores industriales en el total de asalariados sigue siendo ele vado, aunque en ningún país, en ninguna época, ha sido mayoritario. El trabajo de mujeres asalariadas en relación con la PEA asalariada, así como el de técnicos y administrativos, también siguen trayectorias no homogéneas entre 1 980 y 1 995, según la región; en América Latina au mentó mucho el porcentaje de mujeres en la PEA, pero no tanto el de téc nicos y administrativos ; en Estados Unidos y Canadá no han cambiado mucho estos porcentajes; en Asia aumentó el de mujeres, aunque no mu cho el de técnicos y administrativos, y en Europa creció la importancia del trabajo femenino, aunque ya en 1 980 era alta, y la de técnicos y ad ministrativos no aumentó mucho.
FIN
DEL TRABAJO O TRABAJO
SIN FIN
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Del cuadro 1 y de los apéndices podemos sacar las siguientes conclu siones: la caída realmente dramática de la ocupación industrial es en Europa y en Estados Unidos; en cambio en el sudeste asiático se dan otras tendencias, así como en Canadá y en América Latina, lo cual no deja de mostrar un carácter eurocéntrico de muchas de las consi dera ciones acerca del futuro del trabajo. Los análisis periodísticos del fin del trabaj o están muy sesgados por el comportamiento de algunos países eu ropeos y Estados Unidos . En el nivel internacional, entre 1 9 80 y 1 9 95 en general ha disminuido el porcentaje de la población asalariada con res pecto a la PEA, pero a veces esta proporción aumenta y se mantiene, se gún el continente, entre 50 y 75%. La misma comparación contrastante puede hacerse con respecto al autoempleo, que en Europa es pequeño; en cambio en el Tercer Mundo se ha extendido mucho, esto último como forma de la precariedad, más que de la búsqueda de satisfacciones y en riquecim i ento de las tareas o flexibilidad creativa, como algunos han su puesto. Es decir, la mayoría de los autoempleados pueden considerarse precarios, aunque en comparación con segmentos i ndustriales de bajos
CUADRO
l.
Tendencias cualitativas del mercado laboral por continentes entre 1 980 y 1 995 Estados Unidos y Canadá
Indicador
América Latina
África
PEAas/PEA
Disminuyó
Aumentó
Disminuyó Disminuyó
Disminuyó aumentó
PEAas in/ PEAas
Aumentó
Aumentódisminuyó
Aumentó
Disminuyó
Disminuyó en Estados Unidos
PEA mujeres as/PEAas
Aumentó
Aumentó
Aumentó
Aumentó
Aumentó
PEA técnicos as/PEAas
Aumentó
Disminuyó Aumentó
Disminuyó
PEA administra tivos/PEAas
Aumentó
Aumentó
Aumentó disminuyó
as
=
asalariados, in
=
industria.
Asia
Aumentó
Europa
NoTA: la información disponible no abarca a todos los países de los diversos continentes. FUENTE: Cuadros del apéndice.
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salarios sus ingresos pueden ser un poco más altos, lo cual tampoco los asimila al trabajo creativo y próspero (Cortés, 1 990). El análisis estadístico puede ampliarse para ver la situación del sindi calismo en el mundo. El último informe de la orr ( 1 997) sobre El traba
jo en el mundo muestra que el porcentaje de países en los que aumentó el número de sindicalizados es de 4S% entre 1 98S y 1 99S; los que dismi nuyeron sus afiliados en más del 20% son solamente 28.S% de los paí ses, y de ellos 40% corresponden a naciones ex comunistas. El número total de afiliados en el mundo pasó de 272 062 000 en 1 98S a 338 2 1 9 000 en 1 99S. Utili zando la tasa de sindicalización, y no el número total de afiliados, en un S2.3% de países este indicador disminuyó en más del 20% de la tasa; entre S y 20% la tasa se redujo en 24.6% de países; entre
O y S% en 9.2%. En cambio el índice aumentó en el 1 3 .9% de los mismos. En cuanto al porcentaje de trabajadores cubiertos por convenios colec tivos en 1 99S, en 67.4% de los países más del 2S% de los asalariados es taban cubiertos, aunque el nivel de la negociación colectiva ha tendido a descentralizarse en el nivel de empresa; en el S 1 .6% de las naciones este nivel predominó en 1 99S; en las demás estaban combinados el nacional, el sectorial y el de empresa. En cuanto a las huelgas o paros patronales, solamente en el 1 7.6% de los países crecieron entre 1 98S y 1 99S. En cuanto a la primera argumentación acerca del fin del trabajo, re lacionada con la mayor heterogeneidad del mercado de trabajo y de las ocupaciones, es simplista atribuir a las posiciones en el mercado laboral la determinación de normas, valores y actitudes (De la Garza, 1 997). Esta perspectiva propia del estructuralismo se encuentra hoy despresti giada. Las relaciones entre estructuras (no sólo de la ocupación), subje tividades, identidades y acciones colectivas es más compleja que aque llas que provenían del situacionismo estructuralista. Por otro lado, el obrero sindicalizado típico (industrial, varón, de empleo estable) puede ser una invención de Touraine; en todos los países es posible encontrar en la historia del movimiento obrero momentos en que sectores no in dustriales manufactureros (transporte, bancos, enseñanza) fueron a la cabeza de las movilizaciones de los trabajadores. La heterogeneidad de la clase obrera es de toda su historia, aunque hoy adopte formas dife rentes. Como dice Hyman ( 1 996), el problema podría ser el inverso, como antes fue posible que a pesar de la heterogeneidad la clase obrera haya formado sujetos sociales de tanta potencia. Según lo demuestra Castell ( 1 994), no en todos los países avanzados la industria declina en el producto; más bien habría dos trayectorias: una la de Estados Unidos e Inglaterra, con declinación industrial , con servicios avanzados pero manteniendo los tradicionales; otra la de Alemania y Japón, con forta leza industrial y servicios avanzados. Las tesis de Rifkin, que ponen el
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acento en el desempleo tecnológico, no están plenamente demostradas; otros plantean que la reducción de trabajadores en empresas de punta obedece más a políticas de personal que a estrictas determinaciones tecnológicas, determinismo que también sería poco sostenible teórica mente . Tampoco en todos los países el porcentaj e de cuellos blancos (Japón) o de técnicos es tan apabullante como para haber reducido a una minoría a los obreros. El crecimiento de los cuellos blancos por países es muy des parejo; asimismo, no es claro el desplazamiento de trabajos en la manu factura por los de informática, que hay que diferenciar de la utilización de la informática en los procesos productivos manufactureros. En los países desarrollados el empleo no asalariado no ha aumentado, a diferencia de los del Tercer Mundo, y en todo caso se trata en su mayoría del "falso trabajo autónomo", es decir, no por decisión propia (sólo el 2% de los desemplea dos de la Unión Europea declararon que buscan el autoempleo), y la corre lación del autoempleo con jornada e ingresos es negativa, además de que se concentra en servicios tradicionales (Rendón, 1 985). La segunda argumentación acerca del fin del trabajo es más teóri ca; se trata de la desarticulación y marginación del mundo del trabajo con respecto de los otros mundos de vida de los trabajadores. Según la posmodernidad, las teorías holistas están desprestigiadas: la sociedad posmoderna es de la desarticulación. Efectivamente, las teorías sociales más importantes de este siglo supusieron una realidad articulada, y en una parte de estas teorías el trabajo era central. La noción de un todo ar ticulado es un supuesto metateórico que no tiene por qué ser sostenido, aunque el otro supuesto de todo desarticulado no es menos metateórico. Sin embargo, sería difícil sostener la tesis de la desarticulación absoluta de la sociedad; más pertinente sería plantear la existencia de articulacio nes parciales y la posibilidad de que las articulaciones se rompan o se puedan crear otras en función de ciertas prácticas (De la Garza, 1 992). No es que la clase obrera del siglo pasado existiese en mundos de vida completamente articulados, sobre todo si pensamos que se vivía en una transición forzada por la revolución industrial entre el mundo rural y el urbano industrial, y muchos espacios de la reproducción social eran to davía propios del mundo rural o artesanal. Habría que preguntarse tam bién si la vida industrial había alterado completamente la subjetividad obrera o si perduraban estratos fosilizados de otros mundos, como cos tumbres, tradiciones, mitos, definición de enemigos y amigos. ¿No esta ban estas heterogeneidades de estructuras y subjetividades detrás de las disputas entre marxistas y anarquistas? En términos más generales, tal vez la fra gmentación, las articulacio nes parciales y las rearticulaciones dinámicas sean procesos históricos
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no propios de las sociedades posmodernas sino de toda la historia de la humanidad. Es cierto que un problema adicional es la importancia del mundo de vida del trabajo en la constitución de subjetividades e iden tidades. Una manera de entrar al asunto es analizando cómo las políticas del human resource management buscan la creación de una identidad en tre empresa y trabajador, y a veces lo logran (Buroway, 1 985). Es decir, la relación de trabajo como relación social, entre obreros, supervisores, je fes y gerencia, abre la posibilidad del conflicto o de constitución de cier tas identidades (Hartley, 1 992). No es que las relaciones sociales articula das en el trabajo tengan que derivar necesariamente en identidades, pero la acción puede inducirlas. De manera más general, tendríamos que pre guntarnos cómo se generan subjetividades e identidades, y la respuesta puede ir en el sentido de que parten de los mundos de las prácticas coti dianas. El del trabajo puede no ser el más agradable de estos mundos, pero su influencia no depende de esto sino de su impacto subjetivo. En realidad, las subjetividades e identidades pueden constituirse a tra vés de dos procesos. Uno, el de las experiencias moleculares cotidianas, en las cuales se conforman rutinas de significación pero sin anular la ca pacidad de creación subjetiva del sujeto dentro de ciertos límites. La sub jetividad no debería ser entendida como sistema de dar significado sino como una configuración que no tiene los requerimientos de coherencia de los sistemas, aunque tampoco sea la incoherencia absoluta. Segundo, las configuraciones subjetivas serían arreglos cognoscitivos, sentimen tales, valorativos y estéticos, de acuerdo con ciertas formas de razona miento cotidiano que permiten dar sentido a las situaciones y actividades rutinarias, pero que ante las extraordinarias pueden entrar en reconfigu ración y acelerarse las asimilaciones, rupturas subjetivas, rejerarquiza ciones y resemantizaciones. Estos acontecimientos extraordinarios son sobre todo experiencias inéditas impresionantes que favorecen la ruptu ra con las configuraciones subjetivas cotidianas. La identidad es una con figuración subjetiva compleja que da sentido de pertenencia a un grupo o clase, y evidentemente no depende sólo de la ocupación sino de los di versos mundos de vida, estén o no articulados en la práctica (Berger, 1 958; Garfinkel, 1 986). Aunque los diversos mundos de vida generasen un costal de papas en la subjetividad, en ella misma pueden llegar a ar ticularse aunque sólo sea como mundos ideales. Preguntarse cuál de los mundos de vida es el más determinante para la constitución de subjeti vidades e identidades puede ser un falso problema cuando no se tiene una concepción estructuralista de la subjetividad; los mundos de vida pueden estar articulados en la práctica o sólo en la cabeza de los indivi duos, y si así fuese su efecto es tan real como si lo estuvieran en la prác tica misma. El individuo puede sentir que forma parte de comunidades
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imaginarias, que pueden prolongarse al pasado, al presente o al fu turo; en este nivel es donde operan los mitos fundacionales, las gestas heroi cas imaginarias, las tradiciones y costumbres. La importancia de cada mundo de vida en estos procesos de subjetivación puede ser variable, pero sería aventurado que cuando las jornadas de trabajo aumentan el mundo de vida del trabaj o sea ya intrascendente en la construcción de la subjetividad. Al menos Offe nunca demostró lo contrario; simplemen te se montó en un estado de ánimo que renegaba de la antigua centrali dad del trabajo y de la clase obre r·a como sujeto. En cambio, la investi gación concreta de fábrica acerca de la influencia de la vida del t rabajo en la subjetividad sigue afirmando su importancia (Hartley, 1 992). El op timismo de Gorz y en parte de Offe acerca de la posibilidad de una so ciedad satisfecha con el no trabajo ha sido sustituido en los noventa, re lacionado con el pesimismo de las largas jornadas de trabajo para una parte, y la extensión de los empleos atípicos por la otra (Wood, 1 9 89; La gos y Tokman, 1 985). La tercera tesis que desprecia al trabajo como creador de valor puede ser enfocada en dos sentidos: primero, en cuanto a la riqueza dineraria, que no está en función del valor trabajo y, segundo, en relación con la satisfacción de necesidades humanas a través de los productos del tra bajo. La pl"imera tiene una parte de verdad; una proporción importante de la riqueza dineraria es generada especulativamente en los circuitos fi nancieros, que son los más globalizados; asimismo, el capital llega a su máxima abstracción real con los fondos de pensiones, en los cuales no es posible identificar capitalistas concretos, proceso que de alguna ma nera se anunciaba desde la aparición de las sociedades anónimas y la lla mada revolución de los managers. En todo caso, la abstracción se ha vuelto existente y ha alcanzado su máxima fetichización; el dinero pare dinero en las economías de casino. Pero una parte no despreciable de la inversión en el mundo sigue siendo productiva; las grandes corporacio nes controlan los mercados internacionales de bienes y servicios. Desde el punto de vista de la satisfacción de necesidades humanas éstas siguen teniendo en parte un sustrato material insalvable. El dinero ganado en las bolsas de valores puede reinvertirse en un circuito infinito de repro ducción ampliada, pero al menos una parte se dedica a la adquisición de bienes y servicios, los cuales tienen que ser producidos en otro circuito diferente del fin anciero. Estos circu itos de la producción y circulación de bienes y servicios ocupan hombres, que pueden ser más o menos au tomatizados, pero la fábrica s in hombres de manera universal es una utopía, y no encuentra bases reales en la actualidad. Las potencialidades de la tercera revolución tecnológica de manera abstracta siguen subuti lizadas, porque paradójicamente están sujetas a la rentabilidad del capi-
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tal, y éste, en sus cadenas de subcontratación internacional, reproduce las desigualdades en tecnologfas, condiciones de trabajo, salarios y cali ficaciones, en lugar de marcar tendencias claras a la convergencia inter nacional (Clarke, 1990). La última tesis del fin del trabajo se relaciona más desde los ochenta con una visión de vencidos y vencedores vinculada con el cambio de mo delo económico, la globalización, la restructuración productiva y de las relaciones industriales. Esta tesis, aunque pesimista, es de un nivel más coyuntural y de caracterización de lo que ha sucedido con la clase obre ra y sus organizaciones. No es la primera vez en la historia que sujetos obreros y sus organizaciones entran en crisis frente a las transformacio nes y cambio de relaciones de fuerza en el capitalismo. Simplemente ha brfa que recordar la crisis de los sindicatos de oficio en el siglo pasado con la extensión de la revolución industrial, y a principios de este siglo con el advenimiento del taylorismo y de los sistemas de relaciones in dustriales. Como veíamos de los datos estadfsticos mundiales, el movi miento sindical atraviesa por años difíciles, pero a veces se ha exagera do su crisis, la cual es variable según el país (Visser, 1 992). También se ha exagerado la capacidad de movilidad del capital productivo como chanta je a los sindicatos para que acepten ciertas condiciones de flexibilidad. Asimismo está en cuestión la idea de la convergencia mundial en las rela ciones laborales (Wood, 1 99 1 , 1 993 ), que entre otros factores dependen de las estrategias empresariales, que tampoco son únicas (Hyman, 1 987). El informe de la orr mencionado identifica, en el nivel mundial, dos estrate gias de gestión de recursos humanos: las duras, caracterizadas por la fle xibilidad unilateral y la búsqueda de costos salariales mfnimos, y la que se basa en nuevas formas de organización y mayor calificación, aunque la di fusión de dichas nuevas formas de organización del trabajo todavía es lenta. A pesar de las condiciones desfavorables para los sindicatos, los pactos sociales nacionales no han desaparecido del todo y se siguen prac ticando en Europa Occidental, presentándose en realidad dos modelos en los países desarrollados: el de negociación descentralizada y mínima in tervención del Estado, como en Inglaterra, Estados Unidos, Nueva Zelan da y Australia, y el de coordinación, propio de Europa continental, con in tervención estatal y negociación centralizada en varios niveles. Es decir, no hay un modelo único internacional de relaciones industriales (Keller, 1 995). EL CAMBIO DEL CONCEPTO DE TRABAJO
El fin del trabajo tiene que ver también con el concepto de trabajo. Es difícil pensar en las actuales condiciones que el fin del trabajo se produ-
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ciría por el incremento del tiempo libre, de tal form a que una humani dad satisfecha trabajaría menos y "viviría" más. Las visiones de los no venta más parecen anunciar que no habrá trabajo para todos, y que la extensión del trabajo precario y del anómalo no significarán el fin del trabajo sino su transformación en otros que no eran los modelos en la era del Estado benefactor. Es decir, no parece anunciarse el fin de la ne cesidad de trabajar; los seres humanos seguirán trabajando, aunque de una manera diferente. El Tercer Mundo parecería anticiparse ahora al primero. En sociedades en las que en general no ha habido histórica mente seguros contra el desempleo, las personas que no encuentran em pleo en el sector formal pasan rápidamente al informal. El pasaje puede deberse también a que los salarios en la capa inferior del formal son infe riores a los que un ocupado en el informal esperaría. En estas sociedades una forma particular de ocupación que se extiende es el autoempleo. Sin embargo, a nadie se le ocurriría plantear que es el fin del trabajo, sino la transformación del trabajo por una vía que no es la teorizada por los que analizan la tercera revolución tecnológica; no se trata de la recalificación del trabajo basado en la computación y en la informática, que se presen ta también en estas sociedades, pero en las cuales el impacto apabullante sobre el mercado de trabajo es su informalización con precarización . En otras palabras, la polémica del fin del trabajo al menos parece mal planteada; en todo caso sería la reducción del trabajo formal, estable, y su sustitución por otras formas de trabajo consideradas anómalas en los países desarrollados, pero que en el Tercer Mundo tienen una larga his toria de normalidad (Boissonnant, 1 996 ) Hasta los años setenta el trabajo fue central para muchas ciencias so ciales dentro de los diversos mundos de vida y para la constitución de subjetividades, identidades y acciones colectivas. De la Revolución in dustrial a mediados del siglo XIX la teorfa económica clásica dominó en el campo de las ciencias sociales, acuñó el concepto de valor trabajo (el trabajo era el creador del valor), y la atención se fijó en el trabajo in dustrial, ámbito principal de aplicación del maquinismo de aquella épo ca. Esta centralidad del trabajo industrial en las teorías que hacían refe rencia al trabajo se mantuvo hasta la década de los sesenta (Freedmann, 1 992). Desde la segunda parte del siglo XIX se produjo la escisión histó rica entre las ciencias sociales holistas y la economía neoclásica indivi dualista, metodológica y reivindicadora del concepto de hombre racio nal (Elster, 1 990). Con respecto al trabajo la operación del marginalismo fue pasar del campo de la producción y del trabajo al del mercado, de tal forma que el trabajo se vuelve un factor más en la función de produc ción, cuyos precios los fija el mercado. Las otras ciencias sociales más bien se preocuparon por el efecto disolvente del capitalismo sobre las co.
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munídades y sobre el orden socíal (Durkheím y la anomia, Freud y el princípio de realidad, Weber y la tendencía hacía la burocratizacíón, Mayo y su crítica al taylorismo). De la crisis de 1 929 a los años sesenta el trabajo es, sobre todo, institucíones de regulacíón de la relacíón capi tal-trabajo y organizacíón de los obreros . En esta época es cuando se des arrollan la economía institucíonalista y el keynesianismo, nacen la so cíología del trabajo y el enfoque de las relacíones industriales. Pero el trabajo sigue siendo el industrial, sobre todo el encadenado, aunque al final del periodo los análisis se hagan extensivos a los servidos moder nos (Moore, 1 995). De cualquier manera se piensa en una socíedad asa lariada, organizada, regulada y protegida. El otro trabajo que siempre ha existido, el no regulado, no estable ni organizado, no es analizado. Con el advenimiento del neoliberalismo el mercado vuelve a desplazar al tra bajo en las teorizacíones. Aun el neoinstitucionalismo que se inicía en los ochenta da un lugar importante pero no central al trabajo; por ejem plo, los regímenes de acumulacíón se definen por la relacíón entre pro ducción y demanda con sus regulacíones, donde aparecen las del traba jo pero junto a otros factores (Boyer, 1988). Hacía los noventa lo que interesa más en esta línea son las cadenas de empresas o las institucío nes de coordinación entre éstas, y el trabajo se vuelve un supuesto. Si al inicío interesó el contraste entre fuerza de trabajo tradicíonal del taylo rismo y la de las nuevas tecnologías o de las formas toyotistas de orga nización, ya en los noventa el foco se ha desplazado hacía el trabajo pre cario y anómalo que se extiende (Le Guidec, 1996). Es decír, el ámbito del trabajo que interesa ha cambiado desde el si glo pasado. Más aún, los límites entre el trabajo y el no trabajo se han transformado históricamente; en la Antigüedad en muchas socíedades no se podía diferenciar claramente el trabajo de la religión o del juego. Además, el contenido del concepto, el tipo de trabajo que entraña y sus relacíones con el no trabajo también son construidos socíalmente (Thompson, 1 983). El trabajo tiene una dimensión objetiva como accíón y producto, pero también subjetiva como proyecto y reconocímiento so cía!. El circunscribir el trabajo a los límites de la fábrica fue una cír cunstancía soda!, económica y política, pero sus vínculos con el no tra bajo no desaparecieron sino que fueron cortados materialmente durante la jornada de trabajo capitalista. La compra de fuerza de trabajo duran te un tiempo en la fábrica tradicíonal implicó la escísión entre mundos de vida en un sentido material, pero no necesariamente en el subjetivo. Esta escísión puede alterarse cuando no se compra la disposicíón de la capacídad de producír en un tiempo continuo, sino en otro discontinuo y sin ubicacíón territorial precísa (trabajo a domicilio, trabajo en casa con computadora, subcontratacíón, tiempo pardal, por horas). Es decír,
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el trabajo no tiende a terminar sino posiblemente a ampliarse y confun dirse con otros mundos de vida considerados propios de la reproducción social de los trabajadores. En esta medida, los conflictos del futuro difí cilmente podrán disociar la relación laboral de otros problemas de la re producción de manera inmediata. La fusión entre trabajo y reproducción de la fuerza de trabajo dificulta sin duda la conformación de identidades colectivas y la organización, pero no la reducen por fuerza al individua lismo. En otras condiciones sujetos colectivos se han constituido a pesar de su individual ización material; habría que pensar en los movimientos de mujeres o ecologistas, porque lo más importante no es ya la relación cara a cara, como en la comunidad antigua o en la fábrica tradicional, sino las identidades virtuales, que pueden asociarse con comunidades imaginarias y no por ello ser un obstáculo para la acción colectiva.
CONCLUSIONES
Hemos argu mentado en contra de las teorías del fin del trabajo y apo yado la tesis de que las mismas han planteado mal su problema. No hay fin del trabajo sino transformación del significado de qué es trabajar, de los ámbitos privilegiados del trabajar, de los límites entre el trabajo y el no trabajo con la ruptura, para una parte de las ocupaciones, del con cepto de jornada de trabajo. El debate actual sobre el trabajo apunta ha cia su diversidad y flexibilidad (Tolliday, 1 992), pero en general quedan atrás las especulaciones optimistas de los ochenta en cuanto a pensar en una flexibilidad masiva, creativa, liberadora (Wood, 1 987). Ésta sigue siendo prerrogativa de m inorías. La flexibilidad que ahora preocupa es la de la subcontratación, del trabajo atípico, del sector informal. Teorías diversas exploran una imagen de futuro con escaso trabajo de tiempo completo por tiempo indeterminado. Una primera propuesta alternativa viene de Castell ( 1 996), de la escisión entre trabajo público y privado del siglo XIX y la contradicción entre trabajo que emancipa (desarrolla las potencialidades humanas, diría Marx) y el trabajo enajenado; en el siglo xx se pasó a la esfera pública al estar las relaciones industriales en el centro y ser el trabajo parte de ellas. Con el neoliberalismo, dice Castell, hay dos opciones: el individualismo con flexibi lidad y la reducción del trabajo a la esfera de lo privado, o bien la construcción de una nueva ciu dadanía, es decir volver a transportar la relación laboral a la esfera de lo público, hacerlo un asunto público con derechos y obligaciones sancio nados en este nivel. Sin embargo, la idea de construcción de una nueva ciudadanía hace abstracción de las heterogeneidades real mente existen tes; parecería que se trata de resolver los problemas de fondo del futuro
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del trabajo en una nueva protección social garantizada por el Estado. Esto puede ser una parte del problema; la otra, que no se incorpora den tro del concepto de ciudadanía, es el problema del conflicto de intereses, que no se anulan del todo a pesar de la diversidad de las formas de tra bajo, aunque sí tiene implícito lo que podríamos llamar los "límites so ciales de la inseguridad". En todo caso, el problema de la construcción de una nueva ciudadanía tendría que reconocer mediaciones, para no operar la abstracción entre trabajador y ciudadano de una manera tan brusca. Un camino es reconocer no sólo la heterogeneidad en las ocupa ciones sino, específicamente, sus trayectorias. Estas trayectorias de em pleo tampoco pueden ser la simple sucesión de ocupaciones, sino sus momentos de ampliación o confusión con los espacios reproductivos, de tal forma que el concepto más abarcador no fuera trayectoria de empleo sino trayectoria de trabajo y reproducción de la fuerza de trabajo. De esta forma, las dicotomías preocupantes y escindidas entre formal e in formal, típico y atípico, empleo y autoempleo, tiempo completo y par cial, jornada continua y discontinua, producción para el mercado y au toconsumo, dejan de ser criterios clasificatorios estáticos y se vuelven parte de la vida del individuo; mundos de vida no escindidos son diná micamente articulados. De esta misma manera, el mundo clásico del tra bajo no se margina sino que se expande en fusiones y cortes a través del flujo de la vida. En esta perspectiva los conceptos que se han acuñado para analizar modelos de producción o de industrialización provenien tes de la gran empresa formal de jornada continua resultan insuficien tes, no sólo porque con conceptos como taylorismo o fordismo no son abarcadas otras actividades laborales, sino porque se necesitan otras for mas de articulación entre momentos laborales y reproductivos. Esta vi sión cuestiona también que los límites de la empresa sean las unidades naturales de análisis del trabajo; nunca lo fueron, aunque materialmen te las jornadas continuas de tiempo completo parecían escindir los mun dos de vida, pero el de la subjetividad siempre fue más libre para seguir vinculándolos, a pesar de la gran industria y del taylorismo. No se trata tampoco, sim plemente, de identificar nuevos segmentos en el mercado de trabajo, perspectiva estática y que no sigue la cadena laboral repro ductiva con sus articulaciones. En cuanto a la conformación de subjeti vidades e identidades colectivas, éstas se dificultan en este proceso la boral reproductivo variable, pero como decíamos en el último apartado las condiciones de trabajo relevantes para la identidad serán las de la biografía laboral reproductiva, más aquellos otros mundos de vida que impacten en situaciones específicas. Vistos el trabajo y la reproducción social como espacios cotidianos en los cuales se conformen molecular mente maneras de ver el mundo, estas trayectorias pueden seguir un nú-
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mero finito de patrones, y en esta medida la posibilidad de constitución de sujetos no se diluye necesariamente en el individualismo (Streeck, 1 9 89); a las identidades estáticas tendrían que seguir identidades diná micas, más complejas, menos escindidas entre lo laboral y lo que no lo es . No es por lo tanto simple ciudadanía, sino constitución de posibles sujetos en la cadena del trabajo y la reproducción. La constitución de identidades complejas y dinámicas lleva también a la idea de diversifi cación de sujetos, a la imposibilidad de procl amar hegemonías a priori, pero no a negar la posibilidad de conshuirlas en la práctica a través de federaciones de sujetos en los que la centralidad o no del trabajo pier de importancia, puesto que se pueden romper los límites entre el traba jo y el no trabajo.
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APÉNDICE AMÉRICA DEL NORTE CUADRO
l.
PEA asalariada/PEA ( o/o) 75.3 ( 1 996) 89.2 ( 1 996)
80.7 ( 1 990) 87.3 ( 1 990)
Canadá Estados Unidos
CUADRO
2.
PEA asalariada industria/PEA asalariada (o/o) n. d. 1 5 .4 ( 1 996)
n. d. 1 7.4 ( 1 990)
Canadá Estados Unidos
CUADRO 3. PEA asalariada mujeres/ PEA asalariada (%) 45.9 ( 1 990) 47.4 ( 1 990)
Canadá Estados Unidos
47.5 ( 1 996) 48.4 ( 1 996)
CUADRO 4. PEA técnicos asalariados/PEA asalariada ( o/o) 1 5 . 1 ( 1 990) 1 7 . 1 ( 1 990)
Canadá Estados Unidos
1 3 .6 ( 1 996) 1 5 .5 ( 1 996)
CUADRO s. PEA administrativos asalariados/PEA asalariada ( o/o) 5.0 ( 1 990) 1 3 . 1 ( 1 990)
Canadá Estados U nidos
5.6 ( 1 996) 1 2 .9 ( 1 996)
CUADRO 6. Desempleo y sindicación Variación del índice de sindicación-trabajadores
Desempleo total (%)
Canadá Estados Unidos
1 990
1 995
periodo
puntos porcentuales
8. 1 5.6
9.5 5.6
1 985- 1 993 1 985- 1 995
0.7 -3 .8
779
APÉNDICE
780
ÁFRICA CUADRO l .
Egipto Etiopía Mauricio Kenia Chad Zimbabwe
PEA asalariada/PEA (%) 48.7 ( 1 990) n. d. 65.9 (1 990) n. d. n. d. n. d.
CUADRO 2 . PEA asalariada
Egipto Etiopía Mauricio Kenia Chad Zimbabwe
Egipto Etiopía Mauricio Kenia Chad Zimbabwe
Egipto Etiopía Mauricio Kenia Chad Zimbabwe CUADRO s .
n. n. 38. 1 n. n. 16.1
d. d. ( 1 995) d. d. ( 1994)
PEA mujeres asalariadas/PEA asalariada (%) 1 9. 1 (1 990) 26. 1 ( 1 993) 35.0 ( 1 990) 22.5 ( 1 99 1 ) 5 . 9 ( 1 99 1 ) 1 8.0 ( 1 990)
CUADRO 4.
Egipto Etiopía Mauricio Kenia Chad Zimbabwe
industria/PEA asalariada (%)
n. d. n. d. n. d. 1 3 . 1 ( 1 99 1 ) 42.3 ( 1 99 1 ) 16.5 ( 1 990) CUADRO 3.
49.2 ( 1995) n. d. 59.8 ( 1995) n. d. n. d. n. d.
1 7.5 ( 1 995) n. d. 35.8 (1 995) n. d . n. d . 1 9.9 ( 1 994)
PEA técnicos asalariados/PEA asalariada (%) 1 4.7 ( 1 990) n. d. n. d. n. d. n. d n. d.
1 6.8 ( 1 995) n. d. 1 0.9 ( 1995) n. d. n, d n. d.
PEA administrativos asalariados/PEA asalariada (%) 1 3 .0 ( 1 990) n. d. n. d. n. d. n. d. n. d.
1 3.9 ( 1995) n. d. 12.7 ( 1 995) n. d. n. d. n. d.
APÉNDICE
781
CUADRO 6 . Desempleo y sindicación Variación del índice de si11dicación-trabajadores
Desempleo total (o/o)
Argelia Egipto Marruecos Mauricio Sudáfrica
1 990
1 995
19.7 8.6 1 5 .4 nd. nd.
23.8 ( 1 993) 1 1 .3 1 6.0 ( 1 992) 9.8 4.5
periodo
1 985- 1 995
1 985- 1 995
pu11tos porcemuales
n. d. -3 .9 n. d. n. d. 23.2
ASIA CUADRO China Hong Kong India Israel Japón República de Korea Filipinas Singapur Sri Lanka Vietnam
CUADRO
2.
China Hong Kong India Israel Japón República de Korea Filipinas Singapur Sri Lanka Vietnam
l.
PEA asalariada/PEA (o/o) n. d. 89. 1 ( 1 990) 8.5 ( 1 99 1 ) 72.4 ( 1 990) 75.7 ( 1 990) 59.2 ( 1 990) 1 2 .6 ( 1 990) 9 1 .4 ( 1 989) 1 0.9 ( 1 990) n . d.
n. d. 83.6 ( 1 995) n. d. 78.6 ( 1 996) 79.3 ( 1 996) 6 1 . 6 ( 1 996) n . d. 82.8 ( 1 996) n. d . n. d.
PEA asalariada industria/PEA asalariada (%) 23.4 28.9 23.2 2 6.4 23.0 39.9 34.8 32.0 3 1 .0 23.6
( 1 989) ( 1 990) ( 1 990) ( 1 990) ( 1 989) ( 1 990) ( 1 990) ( 1 989) ( 1 990) ( 1 990)
30.6 ( 1 994) 1 5 .0 ( 1 995) n. d . 22.9 ( 1 994) n. d. 32.5 ( 1 994) 32.6 ( 1 993) 29.5 ( 1 993) 1 7 .3 ( 1 995) 24.8 ( 1 995)
782
APÉNDICE
CUADRO China Hong Kong India Israel Japón República de Korea Filipinas Singapur Sri Lanka Vietnam
3.
PEA mujeres asalariadas/PEA asalariada (%) 37.7 ( 1 989) 4 1 .2 ( 1 990) 14.1 (1991) 42.8 ( 1 990) 37.9 ( 1 990) 38.3 ( 1 990) 38.9 ( 1 990) 42.0 ( 1 989) 44.3 ( 1 990) n. d.
38.6 ( 1 995) 42.5 ( 1 995) 1 5.4 ( 1 995) 45.8 ( 1 996) 39.2 ( 1 996) 38.6 (1 996) 40.0 ( 1 993) 44.6 ( 1 996) 48.2 ( 1 995) n. d.
CUADRO 4. PEA técnicos asalariados/PEA asalariada (%) China Hong Kong India Israel Japón República de Korea Filipinas Singapur Sri Lanka Vietnam
CUADRO
s.
n. d. 2 1 .0 ( 1 990) n. d. 2 1 . 1 ( 1 990) 23.9 ( 1 990) 2 1 .5 ( 1 990) 3 1 .0 ( 1 990) 1 3 .6 ( 1 989) n. d. 25.7 ( 1 990)
n. d. 1 5.6 ( 1 995) n. d. 1 6.2 ( 1 996) 23.7 ( 1 996) 1 5. 1 ( 1 996) 3 1 .4 ( 1 993) 1 3. 9 ( 1 996) 1 7.0 ( 1 995) n. d.
PEA administrativos asalariados/PEA asalariada (%)
China Hong Kong India Israel Japón República de Korea Filipinas Singapur Sri Lanka Vietnam
n. d. 1 3.9 ( 1 990) n. d 10.9 ( 1 990) 1 9.4 ( 1 990) 24.0 ( 1 990) 95. 1 ( 1 990) 1 6.2 ( 1 989) n. d. 78.7 ( 1 990)
n. d. 2 1 .5 ( 1 995) � d. 1 9.6 ( 1 996) 1 7.5 ( 1 996) 1 9.7 ( 1996) 96.3 ( 1 993) 1 7.7 ( 1 996) 29.0 ( 1 995) n. d.
APÉNDICE
783
CUADRO 6 . Desempleo y sindicación Desempleo total (o/o)
1 9 95
1 990 China Hong kong Indonesia Israel Japón República de Korea Malasia Pakistán Filipinas Singapur Sri Lanka Tai landia Taíwán
2.9 3.2 4.0 ( 1 996) 6.9 3.2 2.0 2.8 5.4 8.4 2.7 1 2 .5 1 .5 ( 1 993) n. d.
2.5 1 .3 n. d 9.6 2.1 2.4 5.1 3. 1 8.1 1 .7 1 4.4 2.2 n. d.
Variación del índice de sindicación-trabajadores periodo
1 985-1 994 1 985- 1 995 1 985-1 995 1 985- 1 995
1 985- 1 995 1 984- 1 995 1 985-1 995 1 987- 1 995
puntos porcentual
n. d. 5.7 n. d. -77.0 1 7.5 0.3 n. d . n. d. 1 7.5 -3.5 n. d. -0. 1 -9.8
EUROPA CUADRO Albania Alemania Bélgica Bulgaria República Checa Dinamarca España Finlandia Francia Grecia Hungría Irlanda I talia Países Bajos Noruega Polonia Portugal Reino Unido Rumania Suecia Turquía
l.
PEA asalariada/PEA (%) n. d. 7 9.0 ( 1 990) 73.9 ( 1 990) n. d. n. d. 83.0 ( 1 994) 6 1 .7 ( 1 990) 69.9 ( 1 993) 79.0 ( 1 990) 48.3 ( 1 990) 86.9 ( 1 990) 67.0 ( 1 990) n. d. 87.5 ( 1 992) n. d . 59.0 ( 1 993) 7 1 .4 ( 1 992) 79.3 ( 1 990) n. d. 89.0 ( 1 990) 1 6.3 ( 1 990)
n. d. 8 1 .6 ( 1 996) 72.4 ( 1 992) n. d. 82.4 ( 1 996) 84.4 ( 1 996) 58.3 ( 1 996) 7 1 .9 ( 1 996) 74.8 ( 1 996) 46.5 ( 1 995) 63.0 ( 1 996) 69.8 ( 1 996) 62.3 ( 1 995) 82.3 ( 1 996) 86.9 ( 1 996) 6 1 .8 ( 1 996) 66. 1 ( 1 996) 77.8 ( 1 996) 58.2 ( 1 996) 8 1 .9 ( 1 996) n. d.
APÉNDICE
784
CUADRO 2. PEA asalariada industrial/PEA asalariada {%) Polonia Albania Alemania Bélgica Bulgaria República Checa Dinamarca España Finlandia Francia Grecia Hungría Irlanda Italia Países Bajos Noruega Polonia Portugal Reino Unido Rumania Suecia Turquía
59.0 ( 1 993) n. d. 34.2 ( 1 990) 23.9 ( 1 996) 32.2 ( 1 990) n. d. 20.4 ( 1 994) 26.5 ( 1 990) 22.5 ( 1 993) 22.7 ( 1 990) 25.8 ( 1 990) 26.8 ( 1 990) 24.0 ( 1 990) n. d. 18 .6 ( 1 992) n. d. 25.2 ( 1 993) 27.8 ( 1 992) 20.5 ( 1 990) 35.3 ( 1 994) 22.2 ( 1 990) 28.3 ( 1 990)
6 1 .8 ( 1 996) n. d. 25.2 ( 1 996) n. d. 1 9.9 ( 1 995) 30.9 ( 1 996) 20.5 ( 1 996) n. d. 22.2 (1 996) 1 9.5 ( 1 996) 1 9.3 ( 1 995) 26,8 (1 996) 22.2 ( 1 996) n. d. 1 6.7 ( 1 996) 1 5 .7 (1 996) 24.7 ( 1 996) 26. 1 ( 1 996) 1 8. 1 ( 1 996) n. d. 20.5 ( 1 996) 22.2 (1 994)
CUADRO 3 . PEA mujeres asalariadas/PEA asalariada {%) Albania Alemania Bélgica Bulgaria República Checa Dinamarca España Finlandia Francia Grecia Hungría Irlanda Italia Países bajos Noruega Polonia Portugal Reino Unido Rumania Suecia Turquía
40.6 ( 1 990) 4 1 .4 ( 1 990) 39.9 ( 1 990) n. d. 48. 1 ( 1 993) 46.9 ( 1 994) 3 1 .7 (1 990) 50.9 ( 1 993) n. d. 35.0 ( 1 990) n. d. 40.8 ( 1 990) n. d. 39.9 ( 1 992) n. d. 46.0 ( 1 993) 44.7 ( 1 992) 47.4 ( 1 990) 4 1 . 1 ( 1 994) 50. 1 ( 1 990) 1 0.9 ( 1 990)
n. d. 43.7 ( 1 996) 40.6 (1 992) n. d. 45.8 ( 1 996) 46.8 ( 1 996) 36.0 ( 1 996) 49.4 ( 1 996) n. d. 37.4 ( 1 995) n. d. 44.0 (1 996) 3 1 .0 ( 1 995) 4 1 .8 ( 1 996) 47.3 ( 1 996) 46.4 ( 1 996) 45.9 ( 1 996) 49.6 (1 996) 4 1 .6 ( 1 996) 33.2 ( 1 996) 8.2 ( 1 995)
785
APÉNDICE CUADRO 4 .
PEA técnicos asalariados/PEA asalariada (o/o)
Albania
n. d.
Alemania
n. d.
Bélgica Bulgaria
22. 1 ( 1 990)
n. d.
n. d . 2 1 . 8 ( 1 996) 2 3 . 6 ( 1 992)
n . d.
República Checa
2 1 . 1 ( 1 993)
20.8 ( 1 996)
Dinamarca
1 8 .0 ( 1 994)
1 9 .0 ( 1 996)
España
1 7. 5 ( 1 990)
1 0.7 ( 1 996)
Finlandia
1 7.2 ( 1 993)
1 3 .6 ( 1 996)
Francia Grecia
n . d. 2 1 .4 ( 1 990)
Hu ngría Irlanda
n. d. 1 2 .2 ( 1 990)
n . d.
Italia Países Bajos
1 9 .4 ( 1 992)
Noruega
n. d.
Polonia
n. d.
n.
d.
1 0.4 ( 1 995) 1 7 .6 ( 1 996) 1 2 . 9 ( 1 996) 1 8 . 5 ( 1 995) 1 8 .9 ( 1 996)
n . d. 1 5 .8 ( 1 996)
Portugal
1 4. 1 ( 1 992)
1 4.2 ( 1 996)
Reino Unido
1 8 . 1 ( 1 992 )
1 1 . 3 ( 1 996)
Rumania
1 4 . 5 ( 1 994)
14.3 ( 1 996)
Suecia
1 8 .0 ( 1 990)
1 8 . 6 ( 1 995)
Turquía
27.5 ( 1 990)
2 3 . 1 ( 1 995)
CUADRO S.
PEA administrativos asalariados/PEA asalariada (%)
Albania
n . d.
Alemania
n. d.
Bélgica Bulgaria
1 0 . 9 ( 1 990)
n. d.
n . d. 1 4 .2 ( 1 996) 1 1 . 2 ( 1 992)
n. d. 9.1 ( 1 996)
República Checa Dinamarca
1 3 .2 ( 1 994)
1 3 .8 ( 1 996)
España
1 5 .0 ( 1 990)
1 3 .4 ( 1 996)
Finlandia
1 1 . 2 ( 1 993)
1 1 . 2 ( 1 996)
Francia
8.8 ( 1 993)
n . d.
Grecia Hungría
22.4 ( 1 990)
Irlanda Italia
1 7 .9 ( 1 990)
Países Bajos
1 1 .0 ( 1 992)
n . d. n . d.
Noruega
n. d.
Polonia
n. d.
Portugal Reino Unido Rumania
n. d. 1 9 .0 ( 1 995) 1 0 . 7 ( 1 996) 1 7 . 1 ( 1 996) 1 9 .7 ( 1 995) 1 3 .9 ( 1 9 96)
n . d. 1 0.2 ( 1 996)
1 4 . 9 ( 1 9 92)
1 5 . 5 ( 1 996)
9.4 ( 1 992)
1 7 . 5 ( 1 996)
6. 1 ( 1 994)
6.2 ( 1 996)
Suecia
1 0.4 ( 1 990)
1 0 .5 ( 1 995)
Turquía
44.8 ( 1 990)
42. 1 ( 1 995)
786
APÉNDICE
CUADRO
6.
Desempleo y sindicación
Desempleo total (%) 1990 Albania Alemania Austria Bélgica Bulgaria República Checa Dinamarca España Finlandia Francia Grecia Hungría Irlanda Italia Países Bajos Noruega Polonia Portugal Reino Unido Rumania Fed. Rusa Suiza Suecia Turquía
9.5 7.2 ( 1 99 1 ) 3.2 7.2 1 .7 n . d. n. d. 1 6.3 3.4 8.9 7.0 9.8 ( 1 992) 12.9 1 1 .0 7.5 5 .2 n. d. 4.7 6.8 3.0 ( 1 99 1 ) 4.7 ( 1 992) 1 .8 ( 1 99 1 ) 1 .6 7.5
Variación del índice de sindicación-trabajadores
1995
periodo
puntos porcentuales
n. d. 1 2.9 3.7 9.3 1 1.1 3.4 5.6 22.9 1 7.0 1 1 .6 1 0.0 1 0.2 1 2.2 1 2.0 7.1 4.9 13.3 7.1 8.6 9.5 8.8 3.3 7.7 6.6
n. d. 199 1 - 1 995 1985- 1 995 1 985-1 995 1 99 1 - 1 993 1990- 1 995 1985- 1 994 1985-1 994 1984- 1 995 1985- 1 995 1 985-1 995 1 985-1 995 1985-1 993 1 985- 1 994 1985-1 995 1985-1 995 1989-1 995 1986- 1 995 1985-1 995 n. d. n. d. 1985-1 994 1 985-1 994 n. d.
n. d. -6. 1 -9.8 -0. 1 -4. 1 -34. 1 1.8 7. 1 1 1 .0 -5.4 - 1 2.4 -20.3 -7. 1 -3.5 -3.2 2.0 -25.0 -25.8 - 1 2.6 n. d. n. d. -6.2 7.3 n. d.
FUENTES: cuadros del 1 al S de cada continente: elaboración propia a partir de n.o, Yearbook of labour statistics, varios años; cuadro 6 de cada continente: a) desempleo total proviene de JLO. Yearbook of labour statistics, 1 997; b) variación del índice de sindicación proviene de orr, El trabajo en el mundo, 1 996- 1 997.
Este libro se terminó de imprimir en abril de en los talleres de Impresora y Encua dernadora Progreso, S. A. de C. V. (tEPSA), Calz. de San Lorenzo, 244; 09830 México, D. F. Su composición, en que se usaron tipos Aster de 1 0: 1 2 , 9 : 1 1 y 8:9 puntos, se hizo en 2000
Schussheim y Asociados, Arenal, 255; 1 4420
México, D. F., a cuyo cuidado estuvo la edición, que consta de 2 000 ejemplares.