Teorias De La Vida

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TEORÍAS DE LA VIDA Jo sé L u is G onzález; R ecio

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n la presente okra son analizadas algunas de las teorías de la vida que el pensam iento occidental lia producido desde los filósofos pitagóricos k asta Darwin. El lector no tiene en sus manos,; sin embargo, una kistoria de la kiología. L o que se ensaya es una presentación de las concepciones en torno a la vida que tom a como guía tres soluciones al proklema de la organización kiológica: la ofrecida por la kiología sustancialista del sistema aristotélico-galénico; la krindada por la kiología geométrica a la que se entregaron Descartes, Borelli, Stenon o Baglivi; y, finalm ente, la alcanzada por los biólogos y naturalistas cuando el papel del tiem po —como orden en el encadenamiento de los.procesos fisioló­ gicos o como condición de las transfor­ maciones en la filo gen ia- empezó a ser percikido con claridad.

© José L u is G onzález Recio © E D IT O R IA L S ÍN T E S I S , S . A. V allekerm oso 3 4 2 8 0 1 5 M adrid Tel 91 5 9 3 2 0 9 8 k ttp :// www. sinte sis.c om IS B N : 8 4 -9 7 5 6 -2 2 9 -1 D epósito Legal: M .3 6 .1 7 3 - 2 0 0 4 Im preso en E sp añ a - Printed in Sp ain Reservados todos los dereckos. E stá prokikido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil previsto en las leyes, reproducir, registrar o tran sm itir esta publicación, íntegra o parcialm ente, por cualquier sistema de recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, m agnético, electroóptico, por fotocopia o por cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de E ditorial S ín tesis, S . A .

Índice

Prólogo .......................................................................................

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1 La teoria de la vida en la cultura grecolatina: biología, medicina y filosofia............................................................... 1.1. Conocim iento de la naturaleza y técnica m édica .................. 1 .1 .1 . L a medicina de los pitagóricos: Alcmeón de Crotona, 23. 1 .1 .2 . Primeros ensayos m ecanicistas, 28. 1 .1 .3 . E n contra de los médicos-filósofos, 34. 1.2. Platón o la vida liberada del tiem p o .......................................... 1.3. L a erudición biológica en el Liceo .............................................. 1 .3 .1 . L a Scala N aturae, 51. 1 .3 .2 . E l m arco fisiológico y la embriología, 52. 1 .3 .3 . Los prin cipios de la biología aristoté­ lica, 58. 1.4. C in co siglos en A le ja n d r ía ............................................................. 1 .4 .1 . Herófilo, e l an atom ista, y E rasístrato, el fisiólogo, 66. 1 .4 .2 . Cuerpos y alm as, 78. 1.5. G alen o de P é r g a m o .......................................................................... 1 .5 .1 ■ M ás a llá de la teoría, 8 6 . 1 .5 .2 . L a fo rm a, 8 8 . 1 .5 .3 . L a dinám ica fisiológica, 91.

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2 E l divino arte de los alquimistas y el viraje metodológico durante el Renacimiento 2 .1 .

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L o s elementos helénicos de la alquim ia .................................. 2 .1 .1 . M etafísica aplicad a, 101.

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Teorías de la vida 2 .2 . L a tradición herm ética en O riente y O c c id e n te ..................... 2 .2 .1 . L a T abla de E sm eralda, 107. 2 .2 .2 . In iciad os euro­ peos, 109. 2 .3 . La filosofía quím ica de la naturaleza: P a ra c e lso ...................... 2 .3 .1 . L a agónica vía de la lógica y la m atem ática, 115. 2 .3 .2 . Q uím ica, m ística y lenguaje privado, 118. 2 .4 . H istorias naturales, bestiarios y herbarios ................................ 2 .5 . El m édico del E m p erad or ............................................................. 2 .5 .1 . C ontra los usos en los teatros anatóm icos, 128. 2 .5 .2 . Los ensueños de la observación, 131.

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3 Exploradores de otros mundos: los naturalistas de los siglos X V II y X V III............................................................................

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3 .1 . L a lucha entre dos edades: W illiam H a r v e y .............................. 138 3 .2 . El p rogram a c a rte sia n o .................................................................... 145 3 .2 .1 . L as funciones nutritivo-vegetativas, 146. 3 .2 .2 . A utó­ m atas neurom usculares, 149. 3 .2 .3 . L a geom etría de las emo­ ciones, la m em oria y las ideas, 152. 3.3. Paradojas de la fisiología m a te m á tic a ......................................... 156 3.4. Los ideales de la biom ecánica ....................................................... 160 3.5. L a razón nació de la tierra ............................................................. 164 3.6. El enigm a de la generación y las conquistas de la sistem ática 167 3 .6 .1 . L a biología del continuo: paisajes en elportaobjetos, 168. 3 .6 .2 . A nim álculos, cajas chinas y fu erzas ocultas, 171. 3 .6 .3 . L as historias naturales en la época de Linneo, 179.

4 E l horizonte del transformismo y los principios históricos de la organización biológica

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4 .1 . El descubrim iento del tiem po ...................................................... 189 4 .2 . L a república c e lu la r .......................................................................... 192 4 .2 .1 . Contribuciones a la fto gén esis, 194. 4 .2 .2 . E l legado de R u d oIf Virehoiv, 2 0 0 . 4 .2 .3 . Von Gerlach, G o lgiy Ram ón y C ajal: la teoría de la neurona, 2 0 2 . 4 .2 .4 . Los triunfos de la fisio lo g ía experim ental en la obra de C laude B ern ard, 2 0 7 .

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Indice 4 .3 . El C aballero de L a m a r c k ................................................................ 215 4 .4 . C harles D arw in : descendencia con m odificación, selección natural y d iv e rg e n c ia ....................................................................... 2 3 2 4 .4 .1 . G alería de notables Victorianos, 232. 4 .4 .2 . 18 37-1858: la búsqueda en la som bra, 2 4 6 . 4 .4 .3 . El origen de las espe­ cies, 2 6 0 . 4 .4 .4 . Selección a rtificial, 2 60. 4 .4 .5 . Variación en la n atu raleza, 2 6 2 . 4 .4 .6 . L a lucha p o r la existencia, la selección sex u al y el relojero ciego, 2 6 4 . 4 .4 .7 . Los enojosos silencios de la estratigrafía, 2 7 9 . 4 .4 .8 . D ificu ltades y refor­ m as en el p rogram a darw iniano, 2 8 0 .

B ib lio g r a f ía ...........................................................................................................

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Prólogo

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firm a D arw in en E l origen de las especies que n u n ca se exagerará “ la exactitud de la variación orgán ica co m o m edida del tiem p o ” (1 9 8 8 : 5 71). E xpresaba con ello, no cabe duda, el vínculo fundam ental que su co n cep ción de la eco n o m ía b io ló g ica ten ía con el tiem p o. L o s pequ eñ os cam b ios in dividuales —m ateria p rim a sobre la que h a de actu ar la selección natural—m iden el tiem po, porque, dada su escasa am plitud, sólo m ediante una lenta y con tin u a acum ulación -filtrad a p or las fuerzas selectivas de la natura­ leza—llevan a una m odificación de la estructura, las funciones o los instintos de los seres vivos. Frente a las colosales convulsiones im aginadas p o r la geolo­ gía catastrofista, D arw in aceptó prim ero el uniform ism o y el gradualism o, que Charles Lyell instituyó com o ejes fundam entales de la geodinám ica, y los tras­ ladó después a la interpretación de la m orfogén esis h istórica de los sistem as biológicos. Frente al tiem po sin copado del que hablaban C uvier o Buckland, que exigía la creación de floras y faunas sucesivas tras cada nuevo cataclism o, creyó en la realidad de un tiem po hom ogéneo, acom pasado y regular, sin cuya colaboración no p o d ía entenderse el proceso filogenético co n form ador de la organización. El p rob lem a de la organización es probablem ente el problem a nuclear a que se han de enfrentar las teorías de la vida. D esde finales del siglo XVIII com ienza a abrirse paso en ellas la idea de que los organ ism os son hijos del tiem po, de que han aparecido de m anera sucesiva sobre la superficie de la T ierra. Sin em b argo, la m era sucesión de las form as orgánicas no es equiva­ lente a un a transición gradual, con tin ua y uniform e desde unas form as hasta

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Teorías de la vida otras. Las especies de cierto período podrían haberse visto sustituidas por espe­ cies nuevas, pero en ese caso el tiem po hubiera m arcado sim plem ente un orden correlativo y no hubiera actuado com o condición de una auténtica dinám ica transform adora. E n el contexto cultural al que pertenece el evolucionism o darw iniano, la pregunta que exigía respuesta era la de si había existido una verda­ dera transm utación. D arw in contestó afirm ativam ente a esa pregunta y acep­ tó un com prom iso teórico firme con el supuesto de que la organización biológica era organización en el tiem po, ligada al tiem po, som etida al tiem po. La época en que la anatom ía com parada y la fisiología quisieron ser depen­ dientes de un orden leído sobre las relaciones espaciales em pezaba a q uedar atrás. Pero la filosofía m ecánica, en efecto, había guiado los pasos de la m or­ fología y la sistem ática durante el siglo XVII y gran parte del XVIII; a la vez que los principios rectores de la actividad biológica se habían identificado con las leyes del m ovim iento. A hora bien, las leyes físicas, que quedaron constituidas co m o m od elo h egem ón ico en el curso de la R evolu ción C ien tífica, eran en ú ltim o térm in o teorem as geo m étricos: p rin cip io s cin em áticos y m ecán icos con seguidos bajo el supuesto de la perfecta correspondencia entre el espacio físico y el espacio de la geom etría euclidiana. El fundam ento del orden n atu ­ ral era el orden en el espacio, la relación en el espacio. El tiem po de la m ecá­ nica quedaba apresado en las fronteras de su conceptuación geométrica. C o m o variable o com o coordenada perm itía la perfecta determ inabilidad del estado de cualquier sistem a físico hacia el p asado o hacia el futuro. Sin em bargo, la relación que se expresa en cada ley m arca el carácter del tiem po; el tiem po obe­ dece a la ecuación, y no la ecuación al tiem po. Por ello, no hay reducto de la naturaleza que escape a los dictados del orden espacial. L a configuración espa­ cial de las form as anatóm icas se entendía decisiva, puesto que determ inaba su función. El movimiento fisiológico había de ser m ovim iento en el espacio, m ovi­ m iento local. L a sistem ática era investigación de la estructura visible, y el con ­ tinuo geom étrico se hacía m anifiesto en la p roxim idad sin lím ite de los rasgos m orfológicos. El preform acionism o, en fin, veía a la relación espacial com o el prin cipio absoluto de la em briogénesis, pues, en realidad, no existía genera­ ción de form as: el desarrollo q uedaba convertido en sim ple am pliación tridi­ mensional. Descartes había conseguido im poner su program a para toda la cien­ cia n atural. L a m ateria se resolvía en p u ra exten sión y, en co n secu en cia, el n acim iento de la com plejid ad a partir de porciones de m ateria, sin diferencia cu alitativa algun a, tenía que obedecer a su d isp osición espacial, a un orden geom étrico. L a organización b iológica era organización en el espacio, ligada al espacio, som etida al espacio.

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Prólogo E sta nueva on tología cartesiana p ara el m u n d o corpóreo rom pía con un larguísim o período presidido p or la sustancialización de la naturaleza y de la vida. A sí fue, p orq u e el m arco categorial que la n oción de sustan cia definió con anterioridad para las ciencias naturales había ofrecido un a representación m uy diferente de los seres anim ados. La ju stificación del orden en la d in ám i­ ca terrestre y celeste, pero tam bién en la arquitectura an atóm ica de los orga­ n ism os o en sus poten cias y facultades repo sab a sobre la eficacia fu ndan te y últim a de la sustancia o, precisándolo m ás, de las form as sustanciales. Lejos de la opción que el m aterialism o habría de hacer, asim ilando el régim en estruc­ tural y funcional de los seres vivos a la distribución local —a la ordenación espa­ cial-, la etapa en que la form a reinó com o soporte entitativo prim ario del m un­ d o inerte y del m u n d o vivo tran sfería las razones del orden b io ló g ico y del orden del cosm os al universo inm anente de la sustancia, de cada sustancia. L a form a es el p rin cipio sostenedor, en su especificidad esencial, de la diversidad taxonóm ica, de la regularidad ontogenética y del entero repertorio de las fun­ ciones orgánicas. E l alm a -fo rm a del vivien te- no es sólo causa de la con for­ m ación estructural de los organism os; lo es, no m enos, de las actividades m ara­ v illo sam e n te a rtic u lad as que éstos realizan . E n la m ecán ica, las causas del m ovim ien to operarán externam ente al m óvil; dentro de la din ám ica sustancialista, el m ovim iento fisiológico hallaba su explicación sobre todo en las cau­ sas form ales y su ín tim a proyección teleológica. El principio teleológico tuvo un p od er de sed u cció n tan d eterm in an te en este período que nos hace pre­ guntarnos si no sería adecuado llamarlo m ejor período o época de la finalidad. N o obstante, su com pen etración con los p rin cipios form ales, con las form as sustanciales, fue la que hizo posible el im perio de la filosofía aristotélica de la naturaleza. L o s fisiólogos de Jo n ia, A lcm eón de C ro to n a o los m édicos hipocráticos reconocen en la naturaleza un gobiern o teleológico cuya contextura no son capaces de desvelar. L a din ám ica natural expresaba un orden som eti­ do a fines, pero en bu sca de raíces m etafísicas m ás firm es y m ejo r definidas que las que brin daba la prim itiva idea de naturaleza. A ristóteles explica en el segu n d o libro de la F ísica que la naturaleza es fo rm a antes que n in gun a otra cosa. R epite tam bién en sus tratados biológicos que la m orfo lo gía es anterior a la fisiología, porque la form a es el prin cip io de las actividades vitales. Para él, la organ ización b iológica era organización en la form a, ligada a la form a, som etid a a la form a. Las p ágin as que siguen a esta breve in troducción analizan algunas de las teorías de la vida que el pensam iento occidental ha produ cido desde los pita­ góricos hasta D arw in . El lector no tiene en sus m anos, sin em bargo, una his-

Teorías de la vida toria de la biología. El exam en en detalle de las teorías biológicas form uladas entre la sab id u ría p itag ó rica y el tran sform ism o del siglo X IX ob ligaría a un enfoque m u y diferente del practicado y no perm itiría, sin duda, las om isiones que en el índice son tan manifiestas: de Diógenes de A polonia a M endel, pasan­ do por figuras tan sobresalientes com o las de C elso, Servet, C esalpin o, W illis, Boerhaave, Haller, M üller, Blum enbach, Bichat o H aeckel. Lo que se intenta en los cuatro capítulos que com pon en el libro es algo distinto; lo que se ensa­ ya es un recorrido a través de ese d ilatado trayecto histórico, to m an d o co m o guía las tres soluciones al problem a de la organización que acaban de ser des­ critas. L a perspectiva ad o p tad a debe considerarse un a m ás entre las m uch as posibles, pero ha sido elegida porque resulta especialm ente apta para satisfa­ cer el principal objetivo que se persigue: explorar ciertos dom in ios de la crea­ ción teórica donde interactúan los elem entos filosóficos y científicos del con o­ cimiento biológico. François Jacob, en la clásica y magistral Lógica de lo viviente (1 9 7 0 ), evalúa tam bién la conexión de los aspectos científicos y filosóficos de las teorías de la vida, alcanzando el estado casi actual de la biología. Sería difí­ cil resum ir todo lo que el autor de la presente ob ra ha apren dido leyendo al gran biólogo francés; si bien, puesto que su form ación es filosófica, ha p rocu ­ rado subrayar algo m ás los problem as filosóficos en litigio. D u ran te aproxi­ m adam ente veintidós siglos -lo s que van del siglo V a. C . al siglo X V II- las teo­ rías b io ló g icas d ep en d ieron de la im p o rtan c ia co n ced id a no a la estructura visible —prim er epígrafe de la obra de Jaco b —, sino a la estructura inteligible, si cupiera llam arla así. La biología de la form a, sin agotar las fuentes de inspira­ ción on tològica y teórica que fueron m ovilizadas durante tan tos siglos, gozó de un predom inio que se hará presente incluso en los trabajos de W illiam H arvey. L o s cap ítu los p rim ero y segu n d o centran su aten ción en esta etapa, no sólo relevante p or su duración, sino im prescin dible para com prender lo que supuso el advenim iento de las nuevas teorías supeditadas a la ordenación espa­ cial. Se parte en el prim er capítulo de la im pron ta holista y finalista que tuvo la m edicin a griega y del significado que la teoría platónica del alm a p u d o ter­ m in ar adquiriendo para los vitalism os posteriores. Es A ristóteles, pese a ello, com o naturalista y com o filósofo de la biología, la figura m ás destacada de esta fase del pensam iento biológico. E n gran m edida la biología de la form a es la biología de A ristóteles, asu m ida luego p or la biom edicin a galénica y conver­ tida desde entonces en tesoro doctrinal in m odificado de O ccidente y O rien ­ te. L a tradición herm ética -q u e conjugará fuentes de inspiración tan diversas, según se explica en el capítulo segundo—adquiere su auge definitivo gracias a que la teoría del cam bio sustancial expuesta en el D e generatione aristotélico

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Prólogo h a llegado a los alquim istas árabes. El d om in io técnico de la naturaleza es en la alq u im ia el dom inio técnico de la fo rm a o, si se prefiere, el d o m in io de las técnicas de tran sm u tació n que están am p aradas por la teoría aristotélica del cam bio (deform a) sustancial. T odo ello hace que el nuevo vigor alcanzado por el aristotelism o en el siglo XIII signifique la reaparición plena de un sistem a de pensam ien to que, no obstante, se había m an ten ido vivo y operativo en G ale­ no y en la teoría alquím ica de la m ateria. L a erosión del sustancialism o com enzó a gestarse, con todo, en ese m ism o sig lo : tuvo un an u n cio lim itad o y parcial en la filo so fía de la n aturaleza de G rosseteste y R oger Bacon . Pero la ciencia de la form a em pezó a ser interpe­ lad a d esp u és p o r la física del Ímpetus y la n ueva a n ato m ía en los sig lo s XIV y XV; vivió aún el espejism o de su inalterabilidad pese a la publicación del D e revolutionibus de C o p ern ico y el D e fa b rica de Vesalio en el siglo XVI; y perdió su inigualada influencia secular en la Revolución Científica, cediendo a la filo­ sofía geom étrica de la naturaleza el lugar de privilegio que había ocupado des­ de la antigüedad. Se abría para las teorías de la vida la época d o m in ad a p o r el realism o espacial. Al análisis de esta geom etría biológica, a la que se entrega­ ron D escartes, Borelli, Stenon o Baglivi, entre m uchos otros, y que prevaleció en la an atom ía, la fisio lo gía, la sistem ática o las teorías de la gen eración, se d ed ica el cap ítu lo tercero. El últim o cap ítu lo se sitú a en el nuevo horizonte contem plado por los biólogos y naturalistas, cuando el papel del tiem po —com o orden en el encadenam iento de los procesos fisiológicos o com o condición de las transform aciones en la filogen ia- em pezó a ser percibido con claridad. Los orígenes y consolidación de la biología celular, el avance del program a experi­ m en tal en fisiología y el m ultiform e debate en torno a la tran sm utación son sus apartados prim ordiales. L o dicho h asta aq u í debe ser co m p letad o con dos observaciones finales. L a preponderancia en determ inada etapa histórica de alguna orientación onto­ lògica, m etod ológica o program ática no suele anular las dem ás tradiciones de investigación rivales -in c lu so en las fases de triunfo ostensible de un proyec­ to teórico-. Ello es un hecho de sobra co n ocid o, no obstante, por la historia y la filosofía de la ciencia poskuhn ian as. Y, en segundo lugar, la convivencia su p e ra en ocasion es la coexisten cia m ás o m en os pacífica, para llegar al sin ­ cretism o. Por volver a la ejem plar obra de Jaco b , la idea de in tegración y el m ism o térm ino integrón —que viene a resum ir en ella el paisaje conceptual de la b io lo g ía co n te m p o rán e a- tienen ecos in con fun dibles de las voces organicistas que se escucharon en el Liceo.

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1 La teoría de la vida en la cultura grecolatina: biología, medicina y filosofía

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a cu ltu ra clásica p ro c u ró d efin ir los caracteres esenciales de los seres d otad os de vid a con la m ism a fascin ación con que en el siglo XXI nos p regu n tam o s p o r las claves m oleculares de la organ ización biológica, p o r el origen de los p rim ero s o rg an ism o s o p o r los secretos estru ctu rales y fu ncion ales del cerebro h um an o. E n su reflexión sobre los p rin cip io s soste­ nedores de las fu n cion es vitales, el p en sam ien to griego h alló y recorrió tres vías especulativas m uy diferentes. A nte la pregunta: ¿qué es un ser vivo?, cabía un a prim era respuesta expresam ente niveladora y m ecanicista. El h om bre tal vez encarn ase un m o d o de vid a con atrib u to s singu lares, pero éstos nacían del su strato m aterial co m p artid o p o r to d os los vivientes, p o r to dos los seres de la naturaleza, en realidad. A sí lo creyó Em pédocles. En su pluralism o m ate­ rialista, la p ercepción y la activid ad racional se ju stifican por las cu alidades n aturales de la sangre, sustan cia derivada de la m ezcla de los cuatro elem en ­ tos: el agua, el aire, el fuego y la tierra. E l ato m ism o an tiguo, el de L eu cip o y D em ócrito, confió en una solución similar. L a m ateria, a través de las inte­ racciones a que d ab a lugar el m ovim ien to incesante de los á to m o s, im p o n ía el lím ite co n cep tual desde el que h ab ía que intentar recom pon er y explicar la generación de los cuerpos que tenían vida. N o m uy lejos de sem ejante pers­ pectiva se situarán en el helenism o los estoicos y los epicúreos. E l ch oque, la acción m ecán ica, el azar, im p on en en estas teorías de la d in ám ica b iológica un tip o de o b je tiv id ad d o n d e las causas finales no tienen cabida. E m p é d o ­ cles sólo estará d isp u esto a ad m itir en su co sm ogo n ía el prin cipio m orfogenético del ensayo y del error: la bioorgan ización es en sum a, para él, resulta17

Teorías de la vida do de un proceso ciego en el que sólo se conservan las com b in acion es m ate­ riales fo rtu itas que satisfacen un m u tu o requerim ien to (aquellas que poseen algun a eficacia biológica, diríam os hoy). Sem ejante im agen naturalista de la vida pronto encontró su contrapunto en el seno m ism o de la filosofía griega. Si los prim eros ensayos m ecanicistas vieron la m orfogénesis biológica com o un proceso hijo del tiem po —dentro del cual los anim ales adquirían una conform ación arm oniosa, pero fruto del azar—, en Platón culm ina una idealización de la vida que exigirá entender com o atemporal to d o lo que gen u in am en te vive; que trasladará el autén tico vivir a un á m b ito no-natural, no-m aterial, n o-sensible. El padre y p rogen ito r del un i­ verso decide hacer a éste lo m ás sem ejante posible a su m odelo; y, puesto que el m odelo es un ser viviente eterno ( Timeo, 3 7 d), procura que el m un do sen­ sible lo sea tam bién en algún grado. El m un d o ideal es eterno, en efecto, pero la eternidad no p uede otorgársele a lo que p o r ser generado tiene un prin ci­ pio; p or eso el dios crea cierta im agen m óvil de la eternidad: la que llam am os tiempo {Timeo, 3 7 d -38 c). El universo y las criaturas que en él viven im itan aqu ella form a de vid a m ás elevada, liberada del tiem po, que pertenece a las realidades inteligibles. Por otra parte, los cuerpos an im ados que hallam os en el m u n d o que nos rod ea están con stitu id os según un p lan co ncebido p o r el hacedor eterno. N o hay lugar para la actuación del azar, porque to d o lo que m anifiesta un orden es produ cto del diseño. Incluso la m utab ilidad o la pre­ cariedad on tològica que caracterizan al universo m aterial han contado con el concurso de la divin idad —con la eficacia de un p rin cipio concertador exter­ no—, para que los seres que aquel universo acoge nazcan con una organización propia, y la conserven después. La tercera estrategia teórica que los griegos idearon para enfrentarse al pro­ blem a de la din ám ica de la naturaleza giró en torno al reconocim iento en ella de un régim en teleologico interno. E n los prim eros teóricos de la physis —en los prim eros fisiólogos-, en la m edicina pitagórica o hipocrática, y de m anera m uy especial en la física aristotélica, la ju stificación del orden natural se vin­ culó a la existencia de una tram a teleologica considerada inequívoca y ad m i­ rable. D ebem os a Aristóteles la transform ación del finalism o inarticulado que presidió las posiciones de sus antecesores en un finalism o de gran depuración categorial, m uy sugerente desde el pun to de vista de su capacidad explicativa, ap o y ad o p o r el registro o b servacion al d isp o n ib le, erigid o felizm ente sobre im portantes raíces ontológicas, y llam ado a tener un enorm e eco en las cien­ cias de la vida. L a incorporación de la filosofía de la naturaleza de A ristóteles a la m edicina de G alen o, en el siglo II d. C ., elevó el sustancialism o, el predo-

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La teoría de la vida en la cultura grecolatina: biología, medicina y filosofía m inio de los principios form ales y la finalidad, al rango de com prom isos irren un ciab les p ara to d a co n cep ción de la v id a que se q uisiera sostenida p o r los hechos, y que p ud iera convertirse en un autén tico saber. T al fue la visión del m undo vivo que, prom ovida p or dos autoridades tan veneradas, se im puso en la biom edicin a occidental y oriental durante m uch o tiem po. N o parece ju stifica d o h urtar a esta etap a del co n o cim ien to b io ló g ico el adjetivo de científica. L a apuesta organ icista y teleológica en q u e con m ás fre­ cuencia se apoyó encontraba corroboraciones indudables, expresadas en la esta­ bilid ad m orfo gen ética y el aju ste fu n cion al de los procesos vitales. L a tradi­ ción de investigación que pusieron en m archa sem ejantes asunciones ilum inaba y establecía co m o ciertos m u ltitu d de fen óm en os y relaciones. Se trataba de un program a de investigación con una ontología básica y, por ello, con un con­ jun to de supuestos an udados a un preciso ám bito de objetividad. Pero tal esta­ do de cosas es parte inevitable de todo proyecto teórico. El enfoque analítico y reduccionista que se abrirá paso lentam ente en la biología m odern a tam bién reconocerá com o existentes —al definirlas—determ inadas entidades elem enta­ les, e instaurará com o reales nuevos dom in ios de objetividad. Por lo dem ás, la validación em pírica no llegará a hacerse entonces m ás exigente que en la épo­ ca clásica, pues en un o y otro m om ento la observación, y la interpretación de lo que ésta p o d ía proporcionar, se hicieron —co m o por fuerza siem pre h a de o c u rrir- desde un concreto contexto cultural, lingüístico y teórico. Los cien­ tíficos griegos fueron m uy escrupulosos en lo que concernía a la confirm ación em pírica de sus ensayos explicativos. Lo fue A ristóteles, y lo fueron los físicos, an atom istas y fisiólogos del M useo alejandrino. Pero ya lo habían sido antes los m édicos pitagóricos, com o A lcm eón de C rotona, y los m édicos hipocráticos: prim eros científicos que escribieron tratados sobre la necesidad de un cui­ d ad o so m étod o observacion al para las ciencias factuales. Ju n to con la teoría del cielo de los astrónom os alejandrinos, la teoría de la vida que alcanzaron los m éd icos griego s in au g u ra un m o d o de enfrentarse a la co m p ren sió n de los fenóm en os naturales del que sin du d a som os herederos. A ella se dedican las páginas iniciales de este capítulo.

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. Conocim iento de la naturaleza y técnica m édica

El siglo VI a. C . m arca una frontera, ciertam ente flexible, que separa en G re­ cia el sim ple conocim iento em pírico de la enferm edad de lo que cabe ya reco­ n ocer en rigor co m o técn ica curativa. ¿Por q u é allí, y p o r q u é enton ces, el

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Teorías de la vida arte de curar se convierte en un a actividad racional, som etid a a firm es co m ­ prom isos m etodológicos y teóricos, adqu iriendo el carácter de una profesión altam en te estim ad a y prestigiosa? L aín E n tralgo , en su H isto ria de la m edi­ cina, sugiere cuatro razones: la viva cu riosid ad del griego ante el espectácu­ lo del m u n d o ; el gu sto p o r la expresión verbal de lo ob servado ; la co n cep ­ ción n atu ralista de la div in idad , y un a creciente actitu d vital liberada de la religión tradicion al (Laín E n tralgo, 1 9 7 8 : 4 5 ). H a sta que estas cuatro raíces se afirm aron con suficiente vigor, la p ráctica m éd ica sólo tuvo un valor pretécnico: fue un a práctica san ad ora b asad a en el uso de los recursos m ed ica­ m en tosos, q u irú rgicos y dietéticos que brin daron la tradición y la experien­ cia cotidian a, un ido to d o ello a u n a con cepción m ágico-ritual del proceder del terapeuta. El ejercicio de la cirugía está recogido en los textos h om éricos, don d e se relatan los cuidados que se aplican a los héroes épicos para curarles las heridas sufridas en el cam po de batalla: tras serles extraída la flecha o la lanza que les h a h erido, la zon a d a ñ ad a era lavada, tratad a con drogas calm an tes y fin al­ m ente cubierta. El phárm akon, p or su parte, se im aginaba com o un rem edio que actuaba a través del hechizo y, p or ello, capaz de restaurar m ilagrosam en­ te la salud del cuerpo o del espíritu enferm o. L a dietética, por últim o, englo­ baba la prescripción de bebedizos y alim entos, el em pleo de baños, así com o la utilización de la palabra para tranquilizar al paciente durante las curas. Las diferentes dolencias son entendidas, en realidad, co m o pertenecientes a tres posibles orígenes: el traum ático, el am biental y el divino-punitivo. El m édico griego tenía que discernir a cuál de estos tres dom in ios pertenecía cada pade­ cim iento cuan do se d ispon ía a tratarlo. Podía después recurrir a los ensalm os y encantam ientos, a los remedios naturales o a la com binación de unos y otros. D etrás de sem ejantes prácticas existían, sin duda, un co n ju n to de creencias anatom ofisiológicas que sirvieron para la interpretación de las distintas enfer­ m edades, y que nacieron de la observación directa, de los conocim ientos ate­ sorados en la cirugía de cam pañ a o del exam en de cadáveres (Laín Entralgo, 1978: 4 8 -5 0 ). El grado de refinam iento en los conceptos an atóm icos que se em plean en las obras de H o m ero es en algun os m om en tos n otab le, a la vez que las elem entales nociones fisiológicas presentes en la Ilía d a y la O disea nos hablan de una preocupación clara por las funciones orgánicas. Se piensa, por ejem plo, que la vida del h om bre perdura m ientras el alm a reside en la zona del diafragm a y el corazón -re g ió n que disputará la capitalidad fisiológica al cerebro en algunas teorías griegas sobre la vida—. Tal es, en síntesis, el pan ora­ m a que ofrece la m edicina hom érica.

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La teoría de la vida en la cultura grecolatina: biología, medicina y filosofía L a ap arición de la m edicin a p rop iam en te técn ica h em os de vincularla a dos hechos fu n d am en tales: el n acim ien to de la filosofía de la n aturaleza en Jo n ia y la configuración auténticam ente científica del arte de curar. D e m ane­ ra sim ultánea a la m adu ración de estos dos factores, G recia conoce la co n so­ lidación de la polis. N o debe extrañar, en consecuencia, que distintos m odelos analógicos se trasladen de la teoría del E stad o a la teoría biológica o viceversa. In icialm en te se d e n o m in ó téchné al oficio artesan al, a la m an u factu ra. Sin em bargo, a partir del siglo V a. C ., el térm ino se verá investido de una digni­ d ad nueva tanto en el plan o social com o intelectual. Se distan cia ya su signi­ ficado de cualquier con notación m ágica, in corporando el com pon en te racionalizador que h asta h oy m antiene; rasgo que vem os crecer sustentado en un triple apoyo: la exigen cia sistem ática (el saber técnico debe obedecer a unos prin cipios fundam entales, desde los que se articula) no puede sustraerse tam ­ p oco a ciertas exigencias m etodológicas (al som etim ien to a unos cánones de investigación y validación) y, p or últim o, ha de fraguar en construcciones teó­ ricas con capacidad explicativa. C o m o puede imaginarse, en el inicio de la apli­ cación de la técnica curativa —en el m om en to de ejercer su labor terapéu ticael m éd ico debía con tar con un a representación, al m en os p rovision al, de la enferm edad y, si ello era posible, debía realizar un diagn óstico de la naturale­ za del m al que tenía que tratar. L a concepción científica de la enferm edad equi­ valía, así, al conocim iento de su específica physis. A h ora bien, la prim era tarea que se debía cum plir consistía en determ inar si el proceso m orboso que aque­ ja b a al enferm o era incurable —en cuyo caso el m édico no p o d ía intervenir—, o si era susceptible de tratam iento. U n a vez resuelta esta cuestión, se hacía pre­ ciso ordenar, interpretar racionalm ente los datos que revelaba el exam en de los síntom as, esto es: había que iniciar el estudio de los signos aparentes en el enfer­ m o y en su entorno. Seguía, d espués, el in ten to de establecer un p ronóstico en fu nción de la etap a en que se encontraba la enferm edad y, para term inar, se debía localizar la causa concreta que la h abía provocado. El soporte fundam ental de los juicios clínicos que el m édico griego emitía fue siempre la exploración del paciente. A tenta y m inuciosa exploración de todo aquello que podía ser percibido por cualquiera de los sentidos, incluidos el olfa­ to y el gusto. E n segun do lugar, el diagnóstico hallaba una ayuda inapreciable en la conversación con el enferm o. Sobre ello se insiste reiteradam ente en los tratados del Corpus Hippocraticum. El m édico se interesaba por los detalles que h abían rodeado la ap arición de la enferm edad y su evolución, ilustraba a su paciente sobre la naturaleza del m al que le aquejaba, intentaba tranquilizarle y procuraba transm itirle un pronóstico. N o obstante, la inform ación oral obte­

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Teorías de la vida nida en el interrogatorio quedaba subordinada a los datos em píricos resultan­ tes de la exploración clínica, pues son los síntom as que se hacen presentes en el cuerpo los que expresan en prim era instancia la pérdida de la salud. E n tercer lugar, los datos reunidos capacitan al terapeuta para concluir su diagn óstico, m ediante la form ulación de un a explicación racional que perm ita entender el cuadro clínico en su conjunto. El objetivo que dicho diagnóstico satisfacía era doble: conseguir la citada explicación del m al y establecer un pronóstico. Este último tuvo singular im portancia en la medicina griega y “constituía -d ice Laín— una de sus m áxim as aspiraciones” (1 9 7 8 : 117). N aturalm ente, un pronóstico certero acrecentaba el prestigio del m édico, y poseía por ello un significado social indudable. Pero, adem ás, un pronóstico correcto hacía posible orientar m ejor el tratam iento. Por si esto fuera poco, no debem os olvidar que el pronóstico de m uerte obligaba a la no intervención del m édico, con lo que la labor predictiva quedaba vinculada, adem ás, a la esfera de lo m oral. L a terapéutica que se aplica en el período ya técnico de la m edicina griega conserva las dim en sion es farm acoterápica, d ietética y q uirúrgica que hem os encontrado en la tradición médica anterior. El phárm akon ha perdido, sin embar­ go, su aspecto m ágico, y se entiende ejecutor de un m od o de acción exclusiva­ mente fisiológico. Se trata la mayoría de las veces de plantas que el m ism o m édi­ co prepara para su administración, y que operan en virtud de su propia dynam is, hasta restablecer el equilibrio en la physis del enferm o. Por lo que se refiere a la dietética racional, no sabem os si nació con la m edicina pitagórica o es anterior a ella. G ozó, en cualquier caso, de gran respeto com o procedim iento terapéu­ tico, y se extendía no sólo a la prescripción de ciertas norm as alimentarias, sino tam bién a lo que hoy llam aríam os un régim en de vida saludable. Poseía, por lo tanto, no ya una función terapéutica inequívoca, sino una clara dim ensión pro­ filáctica, asim ism o. Los remedios quirúrgicos fueron los m ás reconocidos en la m edicina técnica, y los que desde períodos anteriores se habían elaborado con m ayor precisión. L a cirugía llegó, de hecho, a un considerable grado de efecti­ vidad en lo tocante a la reducción de fracturas y al tratam iento de determ ina­ dos problem as oftalm ológicos y tocoginecológicos. El ejercicio de la m edicina en G recia fue una actividad libre. N o era pre­ ciso poseer título o reconocimiento institucional alguno para ejercerla. El m édi­ co ofrecía sus servicios y, a través de los éxitos o fracasos que cosechaba en su labor, obtenía el reconocim iento o la reprobación de sus conciudadanos. E xis­ tieron, con to d o, centros don de se llevaba a cabo u n a enseñanza organ izada de las técnicas m édicas. E n C rotona, C n id o , C o s y otros lugares encontram os escuelas m uy antiguas donde se com binaba el adiestram iento teórico y la prác-

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La teoría de la vida en la cultura grecolatina: biología, medicina y filosofía tica clínica de los alu m n os que a ellas asistían. Por lo que toca a los co m p ro­ m isos éticos que d ebían orientar el ejercicio del arte de curar, las siguientes palabras de Laín En tralgo son de nuevo m uy esclarecedoras: A dos principios complementarios entre sí, aunque tal complementariedad fuese en ocasiones difícil de lograr, puede ser referida la obligación moral del asclepíada antiguo para con sus pacientes: por una parte, el impe­ rativo de abstenerse de actuar cuando la muerte o la incurabilidad del enfer­ mo parecían fatalidades invencibles [...] de la divina y soberana physis-, por otra, el noble y prudente precepto de ‘ayudar, o por lo menos no perjudi­ car’. Pero, ¿cuando una enfermedad concreta era mortal o incurable ‘por necesidad’ y cuándo susceptible de ayuda técnica? ¿Cuándo el médico debía renunciar a su intervención, tanto por religioso respeto al mandato de lo que para él era más sagrado, la sacral soberanía de la physis, como por evi­ tar al enfermo molestias inútiles, y cuándo debía poner a contribución los variados recursos de su arte? Grave problema técnico y ético, frente al cual por fuerza habían de dividirse las actitudes de los médicos: a un lado, los excesivamente temerosos ante el esporádico carácter tremendum de la physis y, a la vez, poco seguros de sí mismos en cuanto técnicos de la medicina; al otro, los convencidos de que siempre puede haber algún progreso en el establecimiento del límite entre la ‘fatalidad’ y el ‘azar’ [...], y al mismo tiempo muy confiados en las posibilidades de su arte. A la ética de la relación con el enfermo pertenece también el proble­ ma de los honorarios del médico. El mito exaltó tanto la dignidad de la asistencia médica, que consideró sacrilega la retribución económica de quien la ejercía: el propio Asclepio habría sido fulminado por haberse lucrado con una intervención sanadora (Píndaro). No fueron así las cosas en la rea­ lidad histórica. Es cierto, sí, que en el Corpus Hippocraticum es vituperado el ‘lucro deshonroso’, y que no se juzga enteramente lícita la percepción de honorarios si el médico, tratando al enfermo, no ha procurado perfeccio­ nar de algún modo su arte, si su actividad terapéutica no ha sido un ‘curar aprendiendo’; pero, naturalmente, la retribución económica perteneció en Grecia a la práctica habitual de la medicina, y hubo médicos honorables de muy holgada posición (Laín Entralgo, 1978: 133-134).

1 . 1 . i . La medicina de los pitagóricos: Alcm eón de Crotona

L a m ayor parte de lo que -ta n to en ciencia com o en filosofía—la tradición ha atribuido a Pitágoras tiene un carácter legendario y carece de fuentes fidedig-

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Teorías de la vida ñas. Puede hablarse, así, de una leyenda pitagórica, edificada más sobre la influe^_ cia que el círculo pitagórico iba a ejercer, que sobre un conjunto detallado de noticias respecto a su fundador en las que con certeza se pueda confiar. El cas0 de la sabiduría biom édica no es una excepción. Existen testim onios que acred¿_ tan que la m edicin a p itagórica tuvo un gran reconocim iento en Grecia y si^ colonias. Sabemos, además, que dicha fama alcanzó su culminación en la influerv cia ejercida sobre la m edicin a hipocrática. Sin em bargo, poco más podem os hacer que im aginar o recom poner h ipotéticam ente cuáles fueron los núcleos tem áticos y los principios teóricos que se pusieron en juego en el desarrollo de los conocim ientos pitagóricos sobre la vida, la salud y la enfermedad. Parece que el alm a fue co n sid erad a p rin cip io de la v id a y prin cipio á^\ m ovim iento. Creyeron, los pitagóricos, en la existencia de un alma cósm ic^ a la que hicieron responsable de la m edida, las relaciones según una razón y? en definitiva, la arm onía que descubrían en el universo. D el alm a del cosm as nacían las particulares almas de los seres vivos que, a su vez, se entendían so m ^ tidos a un desarrollo ontogenético interpretado en términos preformistas. Con,, tam os con dos fuentes que poseen un especial valor a la hora de reconstruir las doctrinas biom édicas de la escuela: los textos de A lcm eón de C rotona quien se supon e vinculado o al m enos próxim o al p itago rism o-, y en mayo^ m ed id a todo el Corpus Hippocraticum , en el que figuran opúsculos de adm L tido origen pitagórico, entre los que cabe destacar el fam oso Juramento: Juro por Apolo médico, por Asclepio, H igieay Panacea, así como po^ todos los dioses y diosas, poniéndolos por testigos, dar cumplimiento er^ la medida de mis fuerzas y de acuerdo con mi criterio a este juramento y compromiso: Tener al que me enseñó este arte en igual estima que a mis progenitor res, compartir con él mi hacienda y tomar a mi cargo sus necesidades si 1^ hiciere falta; considerar a sus hijos como hermanos míos y enseñarles est^ arte, si es que tuvieran necesidad de aprenderlo, de forma gratuita y sit\ contrato; hacerme cargo de la preceptiva, la instrucción oral y todas la^ demás enseñanzas de mis hijos, de los de mi maestro y de los discípulo^ que hayan suscrito el compromiso y estén sometidos por juramento a la ley* médica, pero a nadie más. Haré uso del régimen dietético para ayuda del enfermo, según mi capa-v cidad y recto entender: del daño y la injusticia le preservaré. No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré seme^ jante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna u\\ pesario abortivo. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte.

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La teoría de la vida en la cultura grecolatina: biología, me¿icina y filosofía N o haré uso del bisturí ni aun con los que sufren del mal de piedra: dejaré esta práctica a los que la realizan. A cualquier casa que entrare acudiré para asistencia del enfermo, fue­ ra de todo agravio intencionado o corrupción, en especial de prácticas sexua­ les con las personas, ya sean hombres o mujeres, esclavos o libres. Lo que en el tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en r a ­ ción con la vida de los hombres, aquello que jamás deba trascender, lo calla­ ré teniéndolo por secreto. En consecuencia séame dado, si a este juramento fuere fiel y no lo que­ brantare, el gozar de mi vida y de mi arte, siempre celebrado entre todos los hombres. Mas si los trasgredo y cometo perjurio, sea de esto lo contra­ rio (recogido en García Gual, I, 1983: 77-78). L a physiologia de los jo n ios, en su esfuerzo p or determ inar el su strato pri­ m ario de la naturaleza, se había visto atraída p or la vitalid ad genésica de esta, por su poder dinam izador. Los pitagóricos se sintieron cautivados por la orga­ nización form al que adivinaron en el universo, y localizaron dicha organ iza­ ción en un m u n d o de relaciones m etaem píricas. L o s jo n io s se valieron