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Spanish Pages 198 [199] Year 2016
Sentimientos y racionalidad en economía
Jorge Iván González
Sentimientos y racionalidad en economía
Universidad Externado de Colombia
González, Jorge Iván, 1953Sentimientos y racionalidad en economía / Jorge Iván González. - Bogotá: Universidad Externado de Colombia. 2016. 196 páginas; 21 cm. Incluye referencias bibliográficas (páginas 173-196) ISBN: 9789587726145 1. Teoría económica 2. Análisis económico 3. Economía de mercado 4. Economía I. Universidad Externado de Colombia II. Título 330.1
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Catalogación en la fuente -- Universidad Externado de Colombia. Biblioteca. EAP. Diciembre de 2016
ISBN 978-958-772-614-5 © 2016, Jorge Iván González © 2016, universidad externado de colombia Calle 12 n.º 1-17 Este, Bogotá Teléfono (57-1) 342 02 88 [email protected] www.uexternado.edu.co Primera edición: diciembre de 2016 Diseño de cubierta: Departamento de Publicaciones Composición: Karina Betancur Olmos Impresión y encuadernación: Digiprint Editores SAS Tiraje de 1 a 1.000 ejemplares Impreso en Colombia Printed in Colombia Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta obra, sin autorización expresa y por escrito del Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia. Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad del autor.
A Edna. Su sonrisa es una certeza.
contenido presentación 11
1. Los alcances de la racionalidad en economía 15 2. Alrededor del homo economicus racional 35 2.1. La teoría económica sin el homo economicus racional 36 2.2. La lógica, la física y la ética 51 2.3. La razón, la creencia y el deseo 64 2.4. La razón y el contexto 71 3. La construcción imaginaria 82 4. El núcleo duro y el método 106 4.1. La permanencia del paradigma 106 4.2. El principio de correspondencia y los teoremas significativos 116 4.3. El alejamiento de una teoría general unificadora 125 5. Los límites del mercado 137 5.1. El diseño de mecanismos 137 5.2. Las discontinuidades entre los precios y los cuasi-precios 150 5.3. La teoría monetaria de la producción 160 6. La conversación continúa… 170 referencias bibliográficas 173
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presentación
Durante cinco años dicté en la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia un seminario que llamé “Racionalidad en economía”. Las notas de clase dieron origen a este ensayo. La lectura de los grandes teóricos de la economía muestra una diversidad de opiniones apasionante. Es una lástima que se incluya bajo el calificativo de “neoclásicos” a pensadores tan distintos como Arrow, Hicks o Samuelson. Este afán de establecer taxonomías simplistas ha sido muy perjudicial, entre otras razones, porque ha desestimulado a los estudiantes, que frente a clasificaciones fáciles no sienten curiosidad por seguir los intensos debates que han permitido ir construyendo el lenguaje del análisis económico. A ningún economista serio se le ha ocurrido que el sujeto que decide en el mundo real sea un homo economicus racional. Siempre se ha reconocido que junto a la reflexión racional, las pasiones, las creencias y los deseos son determinantes de la acción humana. Tanto la razón como el sentimiento están presentes en todo proceso de elección. El reconocimiento de la complejidad de la condición humana inspiró la obra de Adam Smith, y ha sido el acicate de los autores posteriores. La visión reduccionista que ha subsumido el pensamiento de Smith en la “mano invisible” del mercado no ha permitido entender las angustias y las dudas inherentes a la elaboración de cualquier pensamiento sistemático. En la búsqueda de un lenguaje y de un método de exposición, 11
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los autores han ido construyendo imaginarios. La validez de estos modelos es intrínseca, y no depende de su aproximación a la realidad, o de su capacidad de indagar por la verdad. Todos los modelos son construcciones imaginarias. Las características de los modelos cambian en función de los intereses de cada autor y, por fortuna, en la disciplina se ha ido dejando de lado la pretensión de construir algo así como una ciencia unificada, en la que todos sus componentes serían lógicamente consistentes. Para quienes, como Sargent (1987), pretenden microfundamentar la macro, el ideal sería que todas las piezas del rompecabezas estuvieran perfectamente articuladas. Sargent busca construir una teoría total, que abarque lo micro y lo macro, y que cubra todas las dimensiones temáticas. Es una suerte que este afán de totalidad haya perdido relevancia en el debate académico. Lejos de buscar una coherencia total, Arrow tiene, por lo menos, dos enfoques completamente distintos. En su artículo con Debreu, Existence of an Equilibrium…, al proponer la construcción imaginaria del equilibrio general, deja al sujeto en un plano muy secundario frente a los precios y las cantidades. Pero en otro texto, Social Choice and Individual Values, en el que Arrow analiza el paso de la elección individual a la colectiva, el modelo sitúa en primer lugar al sujeto que elige, con toda su carga valorativa, entre diferentes estados del mundo. Las implicaciones analíticas de cada una de estas construcciones imaginarias son completamente distintas. Estos dos modelos siguen marcando gran parte de los debates en economía por su consistencia lógica y su capacidad retórica. Ninguna de las dos aproximaciones se puede criticar porque no explica la realidad, o porque no es verdadera. Ambos modelos plantean situaciones extremas. En la realidad jamás se presenta la información completa, que postula la construcción imaginaria del equilibrio general. Y la rigurosidad axiomática de los sujetos que participan en el proceso de elección colectiva tampoco es posible en el mundo real.
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Al descartar la preocupación por la explicación de la realidad o por la verdad queda espacio para admirar los modelos en sí mismos, y para hacerse la pregunta por la forma como el poder se apropia de una construcción imaginaria, y la convierte en una herramienta para justificar las decisiones de política económica. En la primera parte del ensayo se discuten los alcances de la racionalidad en la economía, y se muestra la relevancia de las construcciones imaginarias. El capítulo siguiente analiza el significado del homo economicus racional, mostrando que este supuesto nunca ha sido necesario para el desarrollo de la teoría económica. Posteriormente se precisa el significado de la construcción imaginaria y se discuten los criterios de validez de los modelos. En la sección siguiente se retoma la discusión de Kuhn y Lakatos sobre el desarrollo de la ciencia, y se trata de indagar por la permanencia de modelos que tienen muy poco que ver con la realidad contemporánea. Y en la última sección se ponen en evidencia los límites del mercado y de los precios. Cuando el sistema de precios no funciona se hace más evidente el papel que cumple el sentimiento en las decisiones de los agentes económicos. Este texto ha sido posible gracias al apoyo de Mauricio Pérez, decano de la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia. En nuestras reiteradas conversaciones hemos vuelto sobre estos y otros temas, y siempre he encontrado en su espíritu abierto el mejor estímulo. Agradezco los comentarios de dos lectores anónimos. Su análisis cuidadoso me ayudó a clarificar ideas y a ordenar conceptos.
1. Los alcances de la racionalidad en economía La reflexión sobre la racionalidad en economía toca aspectos cruciales relacionados con el método y el quehacer de la disciplina. También tiene incidencia en la política pública. No obstante su relevancia, el análisis de la racionalidad se suele dejar de lado porque se aceptan afirmaciones generalizadas, sin indagar por su significado. El lenguaje alrededor de la racionalidad está lleno de lugares comunes, que se repiten sin que medie una reflexión sistemática sobre el sentido de las categorías. El primer abuso tiene que ver con el empleo del término homo economicus racional. Al utilizarlo se supone que los criterios racionales son los únicos que guían la elección. Esta preconcepción se mantiene sin precisar los alcances que tiene la categoría “racional”. Se afirma, sin más, que el sujeto es racional, pero no se ahonda en el significado del término. Es interesante observar que el uso del término homo economicus racional se ha extendido sin caer en la cuenta de sus limitaciones intrínsecas. Cualquier persona aceptaría que los seres humanos, además de actuar movidos por la razón, lo hacen también movidos por los sentimientos, las pasiones y las creencias. Y, por tanto, un individuo que decida animado solamente por la razón únicamente podría existir en la imaginación. No es un ser real. No es un sujeto humano. Puesto que el quehacer económico es constitutivo de la acción humana, la decisión exclusivamente racional no es posible. Para entender el significado del homo economicus 15
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racional habría que diferenciar en los modelos el contexto y el sujeto. El punto de partida de la reflexión es el siguiente: el homo economicus racional es una construcción imaginaria, en la que los supuestos sobre el contexto son más relevantes que los supuestos sobre el comportamiento del sujeto. El término construcción imaginaria ha sido tomado de Mises (1949), para quien la acción humana es el movimiento continuo que lleva a pasar de una situación que se considera inferior hacia otra que se percibe como superior. Los escenarios alternativos que fundamentan la acción son imaginados. La construcción imaginaria es propia de todas las disciplinas, desde la literatura hasta la física. Mises la define así: Una construcción imaginaria es una imagen conceptual de una secuencia de eventos que se derivan lógicamente de los elementos de la acción que han sido empleados en su formación. Es resultado de la deducción, que finalmente se desprende de la categoría fundamental de la acción, expresada en el acto de preferir y de excluir (Mises, 1949, pos. 5082, énfasis añadido).
Se trata, entonces, de una imagen conceptual, que tiene su propia lógica, se construye mediante un proceso deductivo, y tiene que ver con la decisión, que es la categoría fundamental de la acción humana. Estas dimensiones desvirtúan las pretensiones de un conocimiento objetivo. La construcción imaginaria es deductiva y tiene su lógica interna, así que es intrínsecamente exigente. Para McCloskey (1985, pos. 1089) la ciencia “es una clase de objetos y una manera de conversar acerca de ellos. No es el camino para conocer la verdad”. De allí se concluye que el modelo, en tanto construcción imaginaria, es un instrumento para conversar con orden y rigurosidad. La economía es ciencia únicamente porque ha desarrollado un lenguaje que permite argumentar de manera sistemática. La elaboración de discursos ordenados hace parte de la acción comunicativa.
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En la economía los modelos imaginarios ponen el énfasis en las condiciones contextuales (precios flexibles, información completa, libre entrada y salida, calidad conocida, etc.) más que en el examen de las características del sujeto. Frente a estas restricciones de naturaleza contextual, al sujeto no le queda otra alternativa que actuar de una manera racional. Así que el comportamiento racional es una derivación lógica de los supuestos contextuales de la construcción imaginaria expresada en el modelo. Sin estos elementos restrictivos no habría homo economicus racional. Y, de todas maneras, este ser extraño únicamente es concebible en el mundo imaginario del modelo. La construcción imaginaria del equilibrio general establece unas condiciones contextuales ideales. Cualquiera de ellas, como el ajuste inmediato de los precios, remite a un mundo perfeccionista y trascendental. En este escenario el único sujeto posible es el homo economicus racional, ya que en un espacio en el que solamente existen precios y cantidades no caben las emociones. Aunque el homo economicus racional es tan irreal como los ángeles, su naturaleza imaginaria no le resta importancia en el desarrollo de la acción humana. La Santa Inquisición mató a unas 40 mil mujeres porque su “herejía” desvirtuaba la construcción imaginaria de quien tenía el poder. Por tanto, las construcciones imaginarias no son irrelevantes. Son sustantivas para la acción humana, y tienen un impacto determinante en la forma como se moldean las sociedades. El poder de los economistas en el mundo actual se explica, entre otras razones, porque sus modelos imaginarios son aceptados por la sociedad, como lo fue el dogma cristiano durante siglos. El poder de la teoría económica no radica en la “cientificidad”, ni en su apropiación del método positivo, ni en la cercanía a la verdad. La aceptación del saber económico tiene que ver con la fuerza del relato y con la contundencia del lenguaje. Un modelo se prefiere porque es compatible con los intereses del poder, así que la disputa entre las teorías económicas se resuelve en la esfera política.
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Las consideraciones usuales sobre el homo economicus racional no tienen en cuenta las dimensiones que se acaban de señalar. En lugar de reconocer que los modelos son una construcción imaginaria que tiene la misma validez que un relato literario, se insiste en analizarlos teniendo como referente un paradigma que se postula como científico. Esta falsa pretensión lleva a plantear discusiones inútiles. A partir de una añoranza positivista, se juzga la bondad de un modelo por su capacidad de explicar los hechos de la realidad, o por sus posibilidades de predicción. Los modelos no se aceptan por ninguna de estas razones. Ninguna construcción imaginaria logra estos dos objetivos. Puesto que la complejidad de los hechos escapa a cualquier modelo, la comprensión es inacabada1, y la predicción no es posible. Los modelos apenas son un instrumento para tratar de entender. En un determinado momento, la construcción imaginaria del equilibrio general se aceptó porque permite reflexionar sobre las interacciones entre los precios y las cantidades. Con el paso del tiempo, esta aproximación ha dejado de ser dominante, y otros modelos basados en el diseño de mecanismos parecen más apropiados para pensar las relaciones de las sociedades contemporáneas. Como todo modelo, el keynesiano también es una construcción imaginaria. Una de sus variantes, expresadas en el esquema is-lm (investment-saving/liquidity preference-money supply), fue aceptado en los años 1960 y 1970 porque ayudaba a entender la dinámica de las economías de la posguerra. Las interpretaciones de Keynes fueron muy diversas, y el modelo is-lm se lo apropiaron los keynesianos reacios a
1 “La comprensión (understanding), diferenciada de la información correcta y del conocimiento científico, es un proceso complicado que nunca produce resultados inequívocos. Es una actividad sin final, en constante cambio y variación, por medio de la cual aceptamos la realidad y nos reconciliamos con ella, esto es, intentamos sentirnos a gusto en el mundo” (Arendt, 1953, p. 31).
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reconocer la relevancia que la moneda y el tiempo tuvieron en el pensamiento original de Keynes. El punto de partida de Keynes no es un homo economicus racional, sino seres humanos animados por las pasiones y los espíritus animales. El relato keynesiano de desequilibrio no es intrínsecamente superior al discurso del equilibrio. En los años de la segunda posguerra la mirada de Keynes parecía más adecuada para comprender los procesos económicos. En otras circunstancias, en los años 1980, cambió la lógica de análisis y se consideró que los postulados de equilibrio de los modelos de expectativas adaptativas y racionales permitían una mejor comprensión. Entre el grito victorioso “todos somos keynesianos” de los años 1960 y la afirmación “Keynes ha muerto” de los años 1980 no hubo ninguna demostración empírica contundente que permitiera afirmar que las apreciaciones de Keynes no fueran pertinentes. Tampoco había ninguna evidencia de que las series largas de Friedman y Schwartz (1963) tuvieran el poder demostrativo para modificar el paradigma dominante. El discurso de Friedman ganó aceptación porque parecía más adecuado para entender las nuevas realidades, pero este cambio de perspectiva no fue el resultado de una prueba empírica contra Keynes. Ni siquiera la estanflación que los antikeynesianos han considerado el nocaut a la curva de Phillips (1958) tiene tal poder demostrativo. Y así lo reconoce el propio Friedman (1976) en su discurso de aceptación del premio Nobel. Allí acepta de manera explícita que la discusión con el keynesianismo es política, y que ninguna disciplina –ni la economía, ni las ciencias naturales– se puede desprender de los juicios de valor. Friedman no está de acuerdo con establecer una frontera entre las ciencias naturales y las sociales. Afirma que en ambos casos “no hay un conocimiento sustantivo cierto”, y únicamente existen “hipótesis tentativas que no pueden ser probadas, y que apenas pueden ser no rechazadas” (Friedman, 1976, p. 452).
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Una teoría económica no se acepta por la fuerza de la razón sino porque, como sucede con cualquier religión, parece más adecuada a las circunstancias que vive el sujeto. Su certeza es la misma que la de un discurso revelado: “El modernismo ha influenciado la economía, pero no porque sus premisas se hayan considerado buenas después de examinarlas con cuidado. Se trata de una religión revelada, no es el fruto de la razón” (McCloskey, 1983, p. 486). La construcción imaginaria que afirma el equilibrio, y que crea un contexto en el cual el único sujeto lógicamente consistente es el individuo racional, no se ha preocupado por profundizar en el comportamiento humano. Este camino lo han seguido quienes no tienen ningún problema en concebir construcciones imaginarias que dejan espacio para la irracionalidad de los sujetos. Para Smith (1759, 1776) la acción humana se debe examinar a la luz de los sentimientos morales. Y entre estos sentimientos destaca el de la simpatía, que consiste en ponerse en los zapatos de los demás. Es evidente, entonces, que Smith no concibe el sujeto como el homo economicus racional. El sentimiento moral de la simpatía es el mecanismo que permite dirimir los conflictos de decisión en los espacios en donde el sistema de precios no opera. El mercado se agota frente a dimensiones como la salud, la educación, la justicia, etc. Para Smith es claro que cuando el mercado llega a sus límites es necesario recurrir a otros mecanismos distintos a los precios. En su obra Smith le presta más atención al comportamiento del sujeto que a las condiciones contextuales. La insistencia de Marshall (1898, 1920) en la relevancia de la biología, y en su utilidad para entender el comportamiento humano, lo lleva a proponer construcciones imaginarias en las que el sentimiento y la pasión son determinantes. También, como en Smith, la preocupación de Marshall es por la comprensión de los sujetos, que actúan movidos por el “sentido común”, la prudencia, la pasión, las creencias: “el sentido común es el resultado de la experiencia
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de la vida, de nosotros mismos y de nuestros antepasados; es un instrumento de la biología más que de la dinámica” (Marshall, 1898, p. 52). El autor insiste en que la disciplina auxiliar de la economía debe ser la biología, porque ayuda a entender la complejidad del ser humano de una mejor manera que las matemáticas. En sus palabras, “en los últimos estadios de la economía, cuando nos estamos aproximando a las condiciones de la vida, las analogías biológicas son preferibles a las mecánicas” (Marshall, 1898, p. 43). Y de manera más enfática, dice que “la Meca del economista es la biología económica”. Keynes, discípulo de Marshall, no utiliza las analogías biológicas de su maestro, aunque sí pone en primer plano la relevancia del tiempo. La distinción entre el corto y el largo plazo, que tiene su origen en Marshall, es de corte biológico: “en cada primavera las hojas de los árboles crecen, alcanzan su pleno desarrollo, y una vez llegan a su madurez decaen; entre tanto, el árbol está creciendo año tras año hasta alcanzar su zenit, para después decaer” (Marshall, 1898, p. 43). Dadas las preocupaciones de Keynes, este tipo de comparaciones no parecían relevantes. Más allá de las analogías, hay dos apreciaciones marshallianas que tienen una incidencia notable en el pensamiento de Keynes: el tiempo, y la irracionalidad de los agentes económicos. De diversas maneras, Marshall (1898, p. 43) insiste en que “el tiempo es el núcleo de casi todos los problemas económicos”. Keynes retoma este postulado y lo asocia a la demanda voluntaria de dinero. La moneda es el vínculo entre el presente y el futuro. Y en esta dinámica intertemporal el agente económico actúa movido por “espíritus animales” en un contexto de total incertidumbre. Keynes hace la diferencia entre la demanda voluntaria y la demanda involuntaria de dinero. La demanda involuntaria es el dinero que se necesita para hacer las transacciones, y en estas condiciones la función relevante de la moneda es la de ser medio de cambio. Si quiero obtener la mercancía no
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tengo más alternativa que recurrir al dinero para comprarla. La demanda voluntaria es el dinero que no compra bienes sino que se guarda en el bolsillo, o en la cuenta corriente. Es el dinero que proporciona utilidad por sí mismo. Los autores mencionados ilustran la forma como en la literatura económica se han reconocido las complejidades inherentes a la comprensión del sujeto. Y en estos enfoques no hay cabida para el simplismo analítico del homo economicus racional. Ni Friedman, ni Keynes, ni los clásicos de los siglos xviii y xix aceptan esta mirada tan estrecha. Y no lo hacen porque los imaginarios que construyen sí dejan espacio para el examen del comportamiento de los sujetos. La noción de homo economicus conlleva dos prejuicios. El primero es de naturaleza reduccionista, así que para la economía lo único que importaría es la decisión racional, por fuera de los sentimientos y de las creencias. De allí se llega a la conclusión de que el sujeto es maximizador después de que hace un ejercicio de costo/beneficio, en un contexto de equilibrio en el que interactúan las cantidades y los precios. El segundo prejuicio es la atribución de esta manera de pensar a todos los economistas. La lectura cuidadosa de los autores muestra que las miradas no son iguales, y que existen diferencias significativas entre ellos. Los dos prejuicios mencionados se reflejan bien en frases como “los economistas neoclásicos suponen un homo economicus racional”. O la “economía neoclásica afirma que los salarios son flexibles”. Esta forma de universalizar es falsa. Hicks (1939) y Samuelson (1947), por ejemplo, no están de acuerdo con el método y los alcances del equilibrio general. Y de allí se desprenden dos maneras de entender la capacidad predictiva de los individuos. Mientras que Samuelson considera pertinente recurrir a la física y al estado estacionario, Hicks piensa que las dinámicas intertemporales no caben en el marco estrecho del estado estacionario. Estas miradas distintas se reflejan en la concepción del método
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y en el papel que se le atribuye a la reflexión racional. La mirada de Samuelson, que es cercana a la mecánica, siempre fue rechazada por Hicks. Hicks pone en evidencia que desde la perspectiva económica no es lo mismo que el período de tiempo (t) se refiera al día, la semana, el mes o el año. Las implicaciones de cada dimensión temporal son cualitativamente diferentes, porque la estabilidad de las variables fundamentales tiende a ser más frágil a medida que la duración del período es mayor. Mientras que Hicks propone que el período sea un día, Barro (1974) elabora un modelo en el que el período es 25 años, que es el tiempo durante el cual una generación es productiva. La diferencia entre el día de Hicks y los 25 años de Barro es una muestra de la diversidad de aproximaciones que se observa entre los autores “neoclásicos”. Mientras que en la construcción imaginaria de Hicks (1939) no hay armonía entre los equilibrios parcial y general, en la de Barro el equilibrio general es un a priori. Los autores también se diferencian en función de su preferencia por el tiempo continuo o el tiempo discreto. El recurso al tiempo continuo facilita la resolución matemática de los modelos pero esta aproximación, dice un autor como Montgomery (1994, p. 58), es más irreal que la del tiempo discreto. La cuantificación de las variables que se utilizan en los ejercicios econométricos suele hacerse en términos de tiempo continuo. Esta opción, que es pertinente en numerosos modelos teóricos, generalmente no es apropiada para el examen de las situaciones concretas. La realidad económica, por lo menos la que pretenden cuantificar los modelos, tiene un carácter más discreto que continuo. Samuelson (1947) captó muchos años antes de Azariadis (1993) que la “principal distinción conceptual” radica en que el tratamiento del tiempo no es el mismo en los modelos continuos y en los discretos. Samuelson le dio relevancia a este tema, y en lugar de profundizar en la naturaleza vec-
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torial de las variables económicas, se dedicó a estudiar las especificidades de los procesos de ajuste en tiempo continuo y en tiempo discreto. Puesto que las diferencias entre Hicks y Samuelson son notorias, se debe evitar el uso de categorías como “neoclásico”. Tampoco es pertinente recurrir a términos como “corriente principal”, atribuyéndole una visión unificada de la racionalidad. El simplismo del lenguaje tecnocrático ha llevado a igualar posiciones intelectuales que son muy heterogéneas. La tecnocracia elimina las diferencias. Los críticos también simplifican y abusan de términos como “neoclásico”, “neoliberalismo” y “corriente principal”. Al llamado “neoliberalismo” se le atribuyen todos los males de las sociedades contemporáneas, y en este afán por encontrar demonios se comete el grave error de buscar el origen del simplismo de la burocracia del Fondo Monetario Internacional (fmi) en el pensamiento de Hayek y Mises. Y los más atrevidos dicen que Hayek y Mises son los padres del “neoliberalismo”. Al identificar a Hayek y a Mises con la tecnocracia del fmi se desconoce que estos autores anclaron su concepción del comportamiento humano en una crítica radical al positivismo. Hayek (1944, 1952b) y Mises (1949) aniquilan la lógica positiva, que es el fundamento de las recomendaciones del fmi. Hayek y Mises jamás habrían caído en la ingenuidad de pensar que con las proyecciones de la “regla fiscal” se puedan legitimar las decisiones de la política económica. La simplificación del lenguaje con términos como “neoclásico” reduce los alcances del debate. En la enseñanza de la disciplina y en el ejercicio de la profesión se suele unificar a los autores en escuelas. Y en los modelos se formaliza esta pretensión homogeneizante. En el libro de texto son comunes las presentaciones que agrupan en tres grandes categorías: “clásicos”, “neoclásicos” y “keynesianos”. La clasificación en “escuelas” facilita el discurso pero también lo distorsiona. Por ejemplo, Bejarano (1980) explica las di-
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ferencias entre dos concepciones del desarrollo. Una, que insiste en la protección y en la consolidación de la sustitución de importaciones, y otra, que defiende la apertura. La primera alternativa reúne a “los economistas vinculados al pensamiento de la Cepal”. Y la segunda, continúa Bejarano, “a aquellos que por simplificación expositiva conforman la escuela neoliberal” (Bejarano, 1980, p. 37). El afán de agrupar ahoga las importantes diferencias que existen entre los autores. Este tipo de construcción imaginaria no permite precisar los matices entre autores. Y, por tanto, concluye Bejarano (1980, p. 40), “para el pensamiento neoliberal el mercado no solo garantiza por sí mismo la eficiencia productiva sino el desenvolvimiento de la actividad humana”. Esta simplificación no permite entender que el mercado garantiza la eficiencia –entendida como equilibrios paretianos– únicamente en el contexto de construcciones imaginarias como la de Arrow-Debreu (1954). La apreciación de Bejarano no se podría aplicar a numerosas construcciones imaginarias, como la que se desprende de la simpatía en Smith, o las relacionadas con la elección colectiva (Arrow 1951a). En estas últimas ni siquiera existe el mercado. El modelo “neoclásico” que se presenta en los libros de texto está centrado en el equilibrio y la estática comparativa. Y en esta lógica no hay espacio para introducir las discusiones de Hicks (1939, 1985) sobre el equilibrio parcial y el equilibrio general. La forma como Hicks aborda estos temas deja margen para pensar en sujetos no racionales. La demanda voluntaria de dinero, que Hicks (1935) retoma de Keynes, acepta la incertidumbre y la no predictibilidad. Estas acotaciones de Hicks se pierden cuando los autores se agrupan bajo la categoría “neoclásicos”. Una vez que se está en el marco limitado de la construcción imaginaria llamada modelo “neoclásico”, se imponen tales restricciones contextuales que desde el punto de vista lógico el único sujeto que se puede derivar de allí es racional. Pero esta deducción lógica no significa que en la
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obra de Hicks el agente económico sea racional. El sujeto hicksiano únicamente es racional cuando se le empaqueta en una construcción imaginaria que se etiqueta como modelo “neoclásico”. Las reflexiones a propósito de Hicks se pueden aplicar a otros autores. El sujeto de Arrow también se debe analizar con cuidado. En la versión estándar del llamado modelo “neoclásico” se toman elementos del artículo de ArrowDebreu (1954). Ambos autores aceptan que en esta maravillosa construcción imaginaria –en la que solamente existen bienes privados, en la que no hay espacio ni tiempo, en la que la conjunción de los vectores de precios y cantidades encuentra un punto de equilibrio, en la que no hay excesos de demanda, en la que el equilibrio general existe y es único y estable– el único sujeto que puede ser lógicamente consistente es el homo economicus racional. Pero este individuo es una construcción formal-racional, que pertenece al mundo de la lógica. No puede ser real. Ni Arrow ni Debreu piensan que el equilibrio general pueda existir. En su construcción imaginaria, que busca mostrar, desde la lógica, las condiciones de posibilidad de la existencia y unicidad del equilibrio, la pieza que permite la articulación simétrica entre precios y cantidades es un sujeto racional, vacío de emociones y sentimientos. De cara al equilibrio general, la posición de Arrow-Debreu es similar a la de Kant (1795) frente a la paz perpetua. Desde el punto de vista lógico, esta construcción imaginaria únicamente es concebible en los cementerios. Habrá paz cuando el sentimiento y la pasión hayan desaparecido del planeta tierra. Y esta condición básica se cumple entre los muertos. La afirmación de sujetos sin emociones no les quita poder explicativo a las construcciones imaginarias de Kant y de Arrow y Debreu. Gracias a estos modelos es posible conversar y tratar de entender. En ambos casos, las características contextuales del modelo (el equilibrio general o la paz perpetua) derivan lógicamente en sujetos sin emociones.
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Ambos tipos de individuos están por fuera del mundo real y su condición de posibilidad pertenece al espacio lógico de la construcción imaginaria. En el equilibrio general la reflexión lógica lleva a postular un sujeto racional, sin emociones, valores y pasiones. Pero en la obra de Arrow también se proponen otras construcciones imaginarias, en las que otro tipo de sujeto –que también es lógicamente compatible con los elementos contextuales del modelo– está cargado de emociones. En Social Choice and Individual Values (Arrow, 1951a), no hay precios ni cantidades. El centro de la reflexión es la persona que piensa su norma moral en función de la decisión colectiva. El conjunto de elección no son bienes, como en Arrow-Debreu, sino estados del mundo. La persona que tiene que elegir entre opciones vitales (estados del mundo) no puede dejar de lado sus valores. El conflicto entre la elección individual y la colectiva, que termina expresándose en los llamados teoremas de imposibilidad, únicamente es concebible en sujetos que se plantean decisiones éticas. Este individuo que explicita sus valores no cabe en el homo economicus racional. Desde la introducción de su libro, Arrow (1951a) pone en evidencia la dimensión ética de los sujetos. Y el desarrollo lógico del discurso también corresponde a una construcción imaginaria, en la que sus elementos constitutivos son: ausencia de comparaciones interpersonales, no negociación ni acuerdos políticos, presencia de juicios básicos, transitividad y completitud, etc. La rigurosidad lógica del modelo exige que el sujeto manifieste sus emociones, valores y sentimientos. En esta construcción imaginaria el individuo que decide no tiene nada que ver con el sujeto inherente al modelo de equilibrio general. Y la diferencia se hace evidente desde la definición misma del conjunto de elección. Mientras que en Arrow-Debreu la persona elige entre canastas de bienes, en Arrow (1951a) la elección se lleva a cabo entre estados del mundo. Arrow reconoce de manera explícita que la escogencia entre estados del mun-
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do involucra el sentimiento moral y la ética. Y su función de bienestar social es, en palabras de Sen (1978, p. 426), un “concepto esencialmente ético”2. Por el afán de insistir en que Arrow es “neoclásico” y que, en consecuencia, postula un homo economicus racional, se dice que su teoría de la decisión social se enmarca en la escuela de la “elección racional”. Y sin ninguna advertencia analítica se concluye que el sujeto de Arrow (1951a) es el mismo que el de Arrow-Debreu (1954). Esta asimilación no es legítima. La diferencia entre los conjuntos de elección de ambos modelos es determinante. En Arrow (1951a) la elección está marcada por el sentimiento y los valores. Y, obviamente, también por la razón. En el complejo proceso que lleva de la elección individual a la colectiva, Arrow coloca al sujeto en el mundo del sentimiento moral de Smith. Este espacio es completamente diferente al de la razón estrecha del homo economicus. La dimensión valorativa incluye sentimientos y razón. Es imposible concebir una decisión entre estados del mundo que no incorpore los valores. Dicho de otra manera, la decisión frente a estados del mundo corresponde a un sujeto que tiene una visión relativamente comprehensiva. La elección entre estados del mundo apenas sería racional en un sentido amplio. Si la elección entre estados del mundo es “racional”, entonces se debe entender la racionalidad de manera amplia. La perspectiva de Arrow no cabe en los espacios de una racionalidad estrecha. Es pertinente retomar la diferencia entre la racionalidad en sentido estrecho y la racionalidad en sentido amplio. La primera, que inspira los libros de texto de
2 La construcción racional de la sociedad es intrínsecamente ética. En su reflexión sobre los aportes del pensamiento de Hegel a las sociedades contemporáneas, Medina (2003) muestra que “la interacción entre ética y economía pasa por todo el tejido institucional de una sociedad ya que es el resultado de la sociedad civil”. Por su misma naturaleza, la economía es política.
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Las categorías formales de la racionalidad en sentido estrecho las define Sen (1970a, p. 8) así: Reflexividad: ∀x ∈ S: xRx Completitud: ∀x, y ∈ S: (x ≠ y) → (xRy ∨ yRx) Transitividad: ∀x, y, z ∈ S: (xRy ∧ yRz) → xRz Cuasi transitividad: ∀x, y, z ∈ S: (xPy ∧ yPz) → xPz Antisimetría: ∀x, y ∈ S: (xRy ∧ yRx) → x = y Asimetría: ∀x, y ∈ S: xRy → ~ (yRx) Simetría: ∀x, y ∈ S: xRy → yRx Aciclicidad: ∀x1, ⋯, xj ∈ X: [{x1 Px2 ∧ x2 Px3 ∧ ⋯ ∧ x j–1 Pxj } → x1 Rxj ]
R incluye preferencia estricta e indiferencia. P es preferencia estricta. La completitud significa que entre todos los pares de elementos del conjunto de elección pueden establecerse relaciones de preferencia.
microeconomía y que ilumina los análisis más convencionales, tiene dos características: completitud y transitividad. El ordenamiento es completo cuando se pueden establecer relaciones de preferencia por pares entre todos los elementos del conjunto. Y la transitividad garantiza que entre los elementos del conjunto se puede establecer una relación jerárquica. Pero la racionalidad también se puede concebir desde una perspectiva más amplia, como la que plantea Elster (1983, 1989, 2000, 2003). Superando el formalismo de la racionalidad estrecha, Elster incluye en la racionalidad el conjunto de preferencias y meta preferencias que motivan la acción. La elaboración de la preferencia y de la meta preferencia involucra sentimientos, valores, emociones y pasiones. La elección colectiva, en los lenguajes de Arrow y de Sen, incorpora preferencias y meta preferencias (González, 2000). Y, por tanto, el espacio de la elección corresponde a la racionalidad amplia. Sen (1970a) propone ir de la función de bienestar social (fbs) de Arrow hacia la función de decisión social (fds). La fds tiene la virtud de no caer en la trampa de los ordenamientos
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completos. El paso de la elección individual a la colectiva es posible pero a condición de renunciar a requerimientos lógicos muy exigentes de la fbs como la completitud. El ordenamiento completo obliga a escoger entre todos los elementos del conjunto de elección. Supongamos tres alternativas, o estados del mundo, {x, y, z}, siendo x la vida, y la muerte de 100 niños por falta de vacunación, z la muerte de un enfermo de sida por carencia de droga. El ordenamiento completo exige que la persona establezca una relación de preferencia entre las tres alternativas. Y, entonces, es indispensable que el individuo elija entre y y z. Pero es factible que la persona se niegue a escoger entre y y z. No está de acuerdo con que los enfermos de sida se mueran por falta de tratamiento, ni tampoco acepta que unos niños se queden sin vacunas. Si la persona tiene reservas éticas que le impiden escoger entre y y z, el ordenamiento no es completo. Desde la mirada estrecha se concluiría que esta persona no es racional porque en su proceso de elección no cumple con el principio de completitud. En opinión de Sen (1977) la conclusión debería ir en sentido contrario. Quien se somete a la dictadura de los ordenamientos completos es un “tonto racional”. El apego ciego a la completitud tiene dos inconvenientes. El primero es considerar como irracional a un sujeto que por sus creencias morales se niega a escoger entre y y z. Y el segundo, que al reducir el alcance de la racionalidad se termina proponiendo un sujeto tonto, que únicamente tiene cabida en la lógica imaginada del modelo. Estos individuos tontos reaccionan a estímulos básicos de la misma manera que lo hacen los ratones (Coase, 1988). La completitud no permite hacer las reflexiones complejas inherentes a cualquier decisión ética. Sen está de acuerdo con que la preferencia entre y y z sería inadmisible desde el punto de vista ético. El sujeto debería poder afirmar que prefiere la vida sobre cualquiera de las dos opciones de muerte. Y como se resiste a decidir
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entre y y z, el ordenamiento resultante es incompleto. Para huir de la dictadura de los ordenamientos completos Sen construye un camino diferente a través de la función de decisión social, que deja de lado la exigencia de ordenamientos completos. Es evidente que las reflexiones de Arrow y Sen involucran dimensiones de racionalidad amplia, que no caben en el homo economicus racional. La transitividad se expresa de maneras diversas, pero en las versiones más sencillas, que se aplican a las funciones de utilidad y de producción, se supone que más es mejor que menos. Así que un conjunto que tenga una mayor cantidad de bienes es preferible a otro que tenga menos bienes. En la función de utilidad propuesta por Samuelson (1937), y que se generalizó gracias a los libros de texto de microeconomía, la mayor cantidad de bienes se asocia a aumentos en la utilidad. El individuo prefiere más bienes a menos bienes porque esta relación le mejora la utilidad. Samuelson muestra que la utilidad siempre es positiva aunque va siendo menor en el margen, a medida que aumenta la cantidad del bien. El crecimiento en el número de bienes se debe reflejar en cambios de la utilidad que van en la misma dirección. Dado que existe una relación directa entre las cantidades de bienes y la utilidad correspondiente, la transitividad que lleva a elegir más y no menos se expresa en las relaciones de preferencias de las utilidades. En el artículo de 1937 Samuelson supone, además, que no hay saciabilidad, y que las tasas de preferencia intertemporal son comparables a las tasas de interés. En los modelos de crecimiento que se han derivado de allí, el camino de la “bienaventuranza” exige que la tasa de interés sea mayor a la tasa de preferencia intertemporal, y la bienaventuranza se alcanza más rápido a medida que aumenta la brecha entre ambas tasas (Ramsey, 1928). En la introducción a Social Choice…, Arrow (1951a) hace una breve mención a la teoría de juegos. Se refiere al trabajo de Von Neumann y Morgenstern (1944). Desde sus comienzos la teoría de juegos se ha preocupado por entender las
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complejidades inherentes al comportamiento humano. En la introducción los autores afirman: “Observamos algunos lugares comunes relacionados con el comportamiento humano que pueden recibir un tratamiento matemático y que tienen relevancia económica” (Von Neumann y Morgenstern, 1944, p. 5). Para la teoría de juegos siempre ha sido claro que el análisis del comportamiento humano tiene que contemplar dimensiones que van más allá de la razón. La teoría de juegos abre la puerta para considerar de manera explícita los sentimientos y la emoción, y esta alternativa se concreta en el trabajo de Gintis (2000), que pone en primer plano la dimensión biológica de los seres humanos. Al descartar el postulado de la racionalidad, dice Gintis (2000, p. xxvi), no se está afirmando que el sujeto sea irracional, sino que “el concepto de ‘racionalidad’ no ayuda a entender el mundo”. La teoría de juegos permite construcciones imaginarias de muy diverso tipo. En la mirada de Gintis se destacan los aspectos biológicos, pero otras perspectivas tienen como marco de referencia un enfoque cercano a la racionalidad estrecha. Mises (1949), en La Acción Humana, tiene una concepción de la racionalidad humana que es compatible con el sentido amplio. El ejercicio racional que guía la acción humana busca pasar de un estadio que se considera inferior a uno superior. La valoración sobre los dos escenarios la realiza cada individuo. Se trata, entonces, de una percepción subjetiva en la que intervienen las emociones, las pasiones y las creencias. El sujeto (actor) evalúa la acción con sus criterios. El otro (el censor) puede considerar que la decisión no es adecuada, pero su opinión únicamente importa si es asimilada por el actor. La decisión de moverse en una dirección u otra es del sujeto. Mises no concibe un ser humano que avance hacia un estadio que considera inferior. En el estudio de la acción humana siempre es posible preguntarse por la autonomía del sujeto. Por diversos motivos, una decisión puede ser heterónoma. Las múltiples situaciones que reducirían la autonomía de la voluntad no son
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analizadas por Mises. La praxeología, o el estudio de la acción humana, no es un tratado sobre la libertad. La decisión del individuo, con todas sus limitaciones y determinantes, está motivada por la búsqueda de una situación mejor. La persona puede suponer que alcanza un estadio superior si no le protesta al jefe y si realiza todo lo que él ordene. Esta actitud heterónoma no necesariamente riñe con el plan de vida que se ha escogido. Una persona que al cabo de un año espera obtener una jubilación que le permitirá vivir en el sitio que siempre ha soñado, durante su jornada laboral actúa de tal forma que el jefe siempre esté satisfecho. Este ejercicio molesto de heteronomía tiene un límite temporal soportable y, además, es la condición necesaria para poder tener acceso a una pensión. Para Mises este tipo de comportamiento es compatible con el principio básico de la acción humana, ya que se trata de pasar de una situación que se percibe como inferior a otra que se considera superior. La racionalidad estrecha no es necesaria para entender el comportamiento de los sujetos. La acción humana apenas es racional en un sentido muy amplio. Las apreciaciones de Gintis muestran que al dejar de lado la racionalidad no se cae en un vacío irracional. Al abandonar la obsesión por lo racional en sentido estrecho, es posible entender mejor las complejidades inherentes a la acción humana. La concepción de Mises va más allá de una relación costo/beneficio. La ponderación de los estados alternativos no necesariamente pasa por una evaluación cuidadosa de las relaciones entre el costo y el beneficio. Usualmente no se tiene un balance detallado de los pros y los contras. La persona puede escoger el estado A y dejar de lado el B sencillamente porque A le gusta más que B. Solamente en circunstancias especiales la persona trata de hacer un ejercicio sistemático de costo/beneficio. De todas maneras, esta relación siempre es asimétrica. La información sobre los costos puede ser muy distinta al conocimiento que se tenga de los beneficios. Esta asimetría que se presenta aun en estudios sistemáticos
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es más notoria en las decisiones individuales. En las evaluaciones institucionales el balance suele ser más explícito, pero con todo y ello se mantiene la asimetría, ya que suele ser más difícil estimar el beneficio que el costo3. Al pasar de un estado inferior a otro superior la persona involucra los sentimientos y las creencias. La perspectiva de Mises tiene la virtud de ampliar el horizonte de análisis. Puesto que pone en evidencia la complejidad de la decisión humana, no hace énfasis en los aspectos contextuales del modelo. En las aproximaciones de los otros autores se insiste en la especificación del modelo. Por el afán de buscar las características de la respuesta lógica del agente representativo se deja de lado la diferencia entre las personas. La homogeneidad de los seres humanos expresada en el agente representativo es un recurso que garantiza una secuencia analítica consistente. Desde la mirada de Mises cada sujeto es relevante, así que no tiene sentido subsumir sus diferencias en el agente representativo. Al superar los marcos de la racionalidad estrecha ya no hay espacio lógico para la presencia del homo economicus. La mirada amplia de la racionalidad incluye las emociones y las pasiones. A partir de los años 1950 se ha mantenido la tensión entre las construcciones imaginarias que confluyen en el homo economicus racional y las que abren las posibilidades del análisis y conciben la racionalidad en un sentido amplio. La teoría de juegos ha mantenido una línea de reflexión que supera los márgenes de la racionalidad limitada. En 1994, cuando se cumplieron los 50 años de la publicación del libro de Von Neumann y Morgensten, se otorgó el premio Nobel, además de a Nash, a Selten y a Harsanyi. Para Selten y Harsanyi los criterios valorativos son determinan3 La no correspondencia entre el costo y el beneficio es notoria en el caso de los proyectos ambientales. En la evaluación del proyecto de descontaminar un río es más fácil estimar el costo que el beneficio. La situación es similar en numerosos proyectos sociales (educación, salud, ciencia y tecnología, etc.).
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tes en los procesos de elección. Harsanyi (1975), por ejemplo, tiene una discusión con Rawls (1971, 1993) y Kant (1785, 1795) sobre la relevancia práctica del imperativo categórico (González, 2008a). Los otros autores que han recibido el Nobel por su contribución a la teoría de juegos, también hacen explícita la dimensión valorativa. Para Aumann (2005) y Schelling (2005) el examen de la guerra es relevante para la economía, porque es una de las manifestaciones más complejas del comportamiento humano. Aumann retoma la pregunta kantiana por las posibilidades de la paz perpetua. Y Schelling pone en evidencia los conflictos inherentes a la guerra fría4. Hurwicz (2007), otro teórico de juegos, parte de la posibilidad de que todas las personas pueden hacer trampa. Y este es un elemento sustantivo que se debe tener en cuenta en el diseño de mecanismos. Hurwicz considera que la teoría de juegos se queda corta cuando supone que todas las personas están dispuestas a cumplir las reglas (González, 2008b). El mecanismo –o el orden institucional– que se diseña es adecuado cuando sus resultados corresponden a los objetivos que busca el legislador. El reto consiste en crear los mecanismos que lleven a que las personas no hagan trampa pudiéndola hacer. Y en los análisis que hace Roth (1993, 2012) a partir de la economía experimental, se muestran las limitaciones intrínsecas de la racionalidad estrecha. 2. Alrededor del homo economicus racional La racionalidad del sujeto no es el elemento constitutivo de la teoría del equilibrio. Y de manera general se podría afirmar que la racionalidad no es una condición necesaria para el desarrollo de la teoría económica. Esta apreciación
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Sobre Schelling, ver Salazar (2007).
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es pertinente aun entre los autores que podrían considerarse cercanos a la corriente principal, como Arrow y Becker. 2.1. La teoría económica sin el homo economicus racional Arrow, que en las taxonomías simplistas suele ser incluido dentro del grupo de autores “neoclásicos”, reconoce que la racionalidad de los sujetos no es una condición necesaria para la construcción de la teoría económica. “Ciertamente, no existe ningún principio general que impida la creación de una teoría económica basada en otras hipótesis distintas a la de racionalidad” (Arrow, 1986, p. S386). El autor muestra que frecuentemente se confunden los supuestos que se refieren al modelo con los que se le atribuyen al agente5. La flexibilidad de precios, por ejemplo, es una característica del mercado y no del sujeto. La transparencia y la información completa también son propiedades del mercado. Los precios tienen la capacidad de transmitir los desequilibrios entre la oferta y la demanda porque el mercado actúa de manera eficiente. La ausencia de bienes públicos, y la existencia de un vector de cantidades de bienes privados, que cruza con el precio de equilibrio, también es una propiedad del mercado. Las características del agente representativo, dice Arrow, son una derivación de los supuestos que se adoptan sobre el mercado. Y en este contexto, el único individuo que puede ser lógicamente compatible
5 “Quiero desentrañar algunos de los significados que se le atribuyen a la hipótesis de racionalidad en la teoría económica. De manera más concreta, muestro que la racionalidad no es una propiedad exclusiva de los individuos, aunque esta es la forma como se presenta usualmente. La fuerza de la racionalidad depende del contexto social en el que está inmersa. Es plausible bajo condiciones muy ideales. Cuando tales condiciones dejan de existir, el supuesto de racionalidad se debilita y, aun, llega a ser contradictorio” (Arrow, 1986, p. S385).
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con el equilibrio general es un ser racional, sin sentimientos y sin valores. Cuando el contexto se flexibiliza, se hace evidente el comportamiento irracional de los agentes. En la perspectiva de Becker es factible concebir individuos que no sean racionales: “los hogares pueden ser irracionales y, aún, los mercados continúan siendo completamente racionales” (Becker, 1962, p. 8)6. Becker distingue la racionalidad de los hogares y la del mercado. En ambos casos se introduce un sujeto colectivo, pero los niveles de análisis son diferentes. El hogar como sujeto colectivo ha sido considerado en la literatura de manera más sistemática. Samuelson insiste en la familia unitaria. La función de utilidad del hogar subsume las preferencias de todos sus miembros. A través de un proceso de agregación que Samuelson no explica, la familia unifica sus preferencias. La función de utilidad y las curvas de indiferencia correspondientes adquieren una dimensión colectiva, y por esta razón Samuelson (1956) las considera “curvas de indiferencia social”. Si se acepta el principio de la familia unitaria, la apreciación de Becker sobre la racionalidad colectiva del hogar tiene sentido. Es más difícil comprender el significado de la “racionalidad” de los mercados. Tratando de entender la reflexión beckeriana se podría afirmar que el mercado responde a un comportamiento racional si, dados unos niveles de cantidad y calidad, la demanda del producto aumenta cuando el precio disminuye. Si este principio se cumple, el mercado es “racional”. El mercado racional, como construcción imaginaria, responde a unas premisas como: es mejor más que menos, el numerario es neutro, todos los agentes tienen la
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En su discurso de aceptación del premio Nobel, Becker (1992) muestra que su teoría siempre ha estado inspirada en una noción de la racionalidad amplia: “he tratado de que los economistas dejen la estrechez de los supuestos alrededor del propio interés, ya que el comportamiento se deriva de un conjunto de valores y preferencias mucho más rico” (Becker, 1992, p. 385).
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misma información, no hay ninguna forma de dominación, etc. Estos postulados se presentan como innegables. La diferencia entre la irracionalidad de los hogares y la racionalidad del mercado se podría ilustrar mediante este ejemplo. Es obvio y se puede esperar con relativa certeza que las personas que suben a una montaña rusa griten. Este principio general no riñe con las risas de un reducido número de valientes. Becker no entra en los detalles que plantea Arrow, y no hace la diferencia entre el sujeto y el contexto. Considera que hay un comportamiento básico que no se puede negar. Si el precio sube, las personas tienden a reducir la demanda. Este postulado general no niega que algunos individuos pueden aumentar la demanda. El comportamiento atípico no desvirtúa el principio normativo general, que en el caso de la montaña rusa sería: cuando la velocidad aumenta de manera sorpresiva y se crea una sensación de vacío, las personas gritan. Becker (1962, p. 3) justifica su afirmación sobre la racionalidad del mercado con un argumento cuantitativo. Dice que el comportamiento de las curvas de demanda del mercado para muchas mercancías ha sido “ampliamente investigado”, y que los resultados empíricos indican que “casi invariablemente” la pendiente es negativa. Las curvas de demanda de los hogares, continúa, no se han investigado con cuidado y su comportamiento es poco conocido. Retomando la apreciación de Arrow, el supuesto de racionalidad no es una condición de la teoría económica, así que no es necesario. La obra de Keynes (1936) es la afirmación reiterada de la irracionalidad de los agentes económicos. Insiste en que los seres humanos deciden inspirados por los espíritus animales, así que las pasiones son determinantes del comportamiento. Desde la mirada de Keynes, la teoría económica no implica racionalidad. Este principio también lo acepta Arrow. Y, aún más, según él, el comportamiento que se le atribuye a los individuos racionales es “incompatible con los límites de los seres humanos” (Arrow, 1986, p. S397).
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Dicho de otra manera, la acción humana supera los marcos de la racionalidad estrecha. Shackle (1972, 1979) muestra que en el individuo interactúan la imaginación y la razón. Estas dos facultades “nos hacen humanos” (Shackle, 1972, p. xiv). Si se indagara por la forma de conocer, sería indispensable considerar de manera explícita el papel que cumple la imaginación. La construcción imaginaria tiene que responder a la secuencia lógica que es compatible con su intencionalidad. La imaginación se puede expresar de maneras diversas, unas más lógicas que otras. Una es la tradicional de corte aristotélico, que sigue una secuencia lineal. Desde esta perspectiva hay principios fundamentales, como la asimetría, xRy → ~ (yRx). Y la transitividad se expresa como aciclicidad, ∀x1 ,⋯, xj ∈ X: [{x1 Px2 ∧ x2 Px3 ∧ ⋯ ∧ xj – 1 Pxj } → (x1 Rxj ∧ ~ xj Rx1 )]. En la teoría microeconómica el teorema de las preferencias reveladas incluye como uno de sus elementos constitutivos la aciclicidad 7. Esta es una construcción imaginaria que tiene su fundamento en relaciones lineales. Pero hay alternativas, y la construcción discursiva puede ser de otra naturaleza. Es factible que las relaciones de preferencias sean simétricas, xRy → yRx. En el lenguaje convencional, este resultado sería ilógico. Pero desde otra mirada tiene su propia lógica, porque corresponde a una concepción diferente de las interacciones entre los fenómenos. En este mismo sentido es posible concebir la ciclicidad, que rescata las causalidades circulares, ∀x1 ,⋯, xj ∈ X: [{x1 Px2 ∧ x2 Px3 ∧ ⋯ ∧ xj – 1 Pxj } → (x1 Rxj ∧ xj Rx1 )]. Esta argumentación circular, así como la simetría, responden a una lógica que podríamos llamar
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En la definición que propone Kreps del axioma generalizado de las preferencias reveladas explicita la condiciones de aciclicidad: “los datos que satisfacen el axioma generalizado de las preferencias reveladas, tanto cuando las preferencias son débiles como cuando son fuertes, no admiten la construcción de un ciclo xn1 ≽ xn2 ≽ ⋯ ≽ xn1” (Kreps, 1990, p. 43). Ver, además, Kreps (1988).
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“heterodoxa”. Ambas causalidades (lineal y circular) son intrínsecamente válidas. La construcción imaginaria puede ser lineal o circular. Y cualquiera de las dos opciones es plausible. El privilegio que se le ha dado a la linealidad y la aciclicidad ha reducido los alcances del análisis económico de manera sustantiva. Hicks (1979) muestra las potencialidades que tienen las causalidades circulares en el análisis de determinados problemas económicos. Estos comentarios aclaran la perspectiva de Shackle. Los imaginarios tienen lógicas diferentes, y corresponden a formas alternativas de razonar. La imaginación y la razón no dejan de interactuar. Y las secuencias se presentan de maneras diversas. Para Taleb (2007) las relaciones circulares son más adecuadas para construir el discurso que las lineales. El imaginario de Taleb recurre a las secuencias cíclicas. Por lo tanto, los resultados son inesperados e irreversibles. La decisión humana tiene consecuencias infinitas, al decir de Arendt. Figura 1 El movimiento que comienza en A tiene una secuencia inesperada, con múltiples resultados en el horizonte de posibilidades Z
Fuente: Taleb (2007, p. 177).
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En la figura 1 el movimiento que comienza en A tiene un resultado completamente inesperado en el momento Z. Esta secuencia, que rompe con la causalidad lineal convencional, es compatible con los análisis propuestos por la teoría del caos. El resultado que se obtendría en Z no se puede prefigurar desde A. Los parámetros no son estables, y el punto de llegada es incierto. Cualquiera de estas opciones, lineal o circular, corresponde a una forma específica de conjugar imaginación y razón. Los modelos abren un amplio abanico de posibilidades analíticas. En la teoría convencional, en lugar de aceptar la incertidumbre, se insiste en construir imaginarios en los que predominan causalidades lineales. El modelo se puede desarrollar alrededor de una lógica circular o a partir de una secuencia lineal. En la perspectiva de Shackle estas opciones son compatibles con la imaginación. Todo modelo económico es una construcción imaginaria que responde a una lógica específica. La diferencia que hace Shackle entre razón e imaginación no significa que la imaginación sea irracional, y que no responda a ninguna lógica. La separación entre ciclicidad y aciclicidad es la expresión de dos formas de percepción. La economía le ha dado especial relevancia a la lógica lineal y, por tanto, a las secuencias acíclicas. El teorema de las preferencias reveladas es incomprensible por fuera de una lógica lineal. El homo economicus racional tiene sentido en los modelos lineales. En una lógica cíclica no cabe el homo economicus. Para avanzar hacia lógicas no lineales y circulares, Taleb invita a pensar en modelos de caos y en fractales. Estas aproximaciones, que proponen escenarios complejos, no le darían cabida al homo economicus racional. Y esta dinámica lleva también a aceptar la incertidumbre. Los modelos no lineales ponen en tela de juicio las proyecciones que se realizan en el marco de una teoría del riesgo. La diferencia entre riesgo e incertidumbre se le debe a Knight (1921). El riesgo admite el cálculo de probabilidad, mientras
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que la incertidumbre está por fuera de la lógica probabilística. La incertidumbre es la afirmación del desconocimiento radical frente al futuro. Cuando se pasa a una lógica cíclica, la incertidumbre se hace explícita. El temor a la incertidumbre lleva a que la teoría deje de lado miradas que ponen el énfasis en las aproximaciones no lineales. La posición radical en contra de la racionalidad es la de Keynes. En su perspectiva, las decisiones económicas están muy marcadas por la “irracionalidad”, expresada en los “espíritus animales”. Aun haciendo a un lado la inestabilidad debida a la especulación, hay otra inestabilidad que resulta de las características de la naturaleza humana: que gran parte de nuestras actividades positivas dependen más del optimismo espontáneo que de una expectativa matemática, ya sea moral, hedonista o económica. Quizá la mayor parte de nuestras decisiones de hacer algo positivo, cuyas consecuencias completas se irán presentando en muchos días por venir, sólo pueden considerarse como resultado de la fogosidad –de un resorte espontáneo que impulsa a la acción de preferencia a la quietud, y no como consecuencia de un promedio ponderado de los beneficios cuantitativos multiplicados por las probabilidades cuantitativas (Keynes, 1936, p. 147).
Esta aproximación, que pone en primer plano la irracionalidad, no es solamente de Keynes. Es muy amplia la lista de economistas que se han preocupado de manera explícita por la biología y el comportamiento humano por fuera del marco estrecho de la racionalidad. No se puede desconocer la riqueza de los debates académicos que se han planteado alrededor del significado y los límites de la razón humana. Incluso, en contra de la opinión de la existencia de un homo economicus racional se podría afirmar que el homo economicus no es racional. Que los espíritus animales son determinantes del comportamiento humano. Aun sin necesidad de llegar al extremo de suponer
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la irracionalidad de los agentes económicos, se puede plantear que en la teoría económica hay cierto consenso sobre la existencia de la racionalidad limitada. Las implicaciones finales de esta concepción fueron analizadas por Simon (1982, 1983, 1997)8. La mente humana tiene restricciones intrínsecas cuyo origen se encuentra en las condiciones biológicas. De esta dependencia del “orden sensorial” (Hayek, 1952a) se desprenden dos consecuencias. La primera es la imposibilidad de conocerlo todo. La segunda, la afirmación de la subjetividad. El reconocimiento de los límites intrínsecos de la razón lleva a Simon y Hayek a criticar el positivismo y las aspiraciones de objetividad. No tiene sentido pretender que las soluciones sean óptimas. En palabras de Simon, “toda decisión es un compromiso. La alternativa finalmente escogida nunca permite un logro perfecto de los objetivos, pero se trata de la mejor solución posible bajo las circunstancias dadas” (Simon, 1945, p. 5). Desde sus primeros estudios Simon (1945, 1952) muestra la relevancia de la biología, expresada en la forma como el proceso evolutivo lleva a la conjunción de la razón, las intuiciones y las emociones9. En sus análisis del mercado laboral critica la pretensión de igualar la productividad marginal y el salario (Simon, 1945). El empresario y el trabajador establecen relaciones complejas de lealtad y de fidelidad que se expresan en el salario, por fuera de una medición estándar de la productividad laboral. El empre-
8 Becker acepta que la racionalidad tiene restricciones intrínsecas. Las acciones humanas, dice, “se ven limitadas por el ingreso, el tiempo, las imperfecciones de la memoria, de la capacidad de cálculo, y de otros recursos escasos” (Becker, 1992, p. 385). 9 “En especial, tres temas fueron el objeto de mi análisis: la relación que tiene la razón con la intuición y la emoción, la analogía entre adaptación racional y evolución, y las implicaciones de la racionalidad limitada para la operación de las instituciones políticas y sociales” (Simon, 1983, p. 9). Ver, además, Rubenstein (1998).
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sario percibe que el trabajador responde a sus necesidades y le paga en consecuencia. Para un mismo oficio, y con resultados similares, el salario puede ser considerablemente diferente, sencillamente porque el empresario confía más en un trabajador que en el otro. En el modelo que se desprende de la función de CobbDouglas (1928) la firma encuentra un punto de equilibrio en el que la productividad marginal es igual al salario real. De alguna forma se supone que las condiciones del mercado llevan a una situación de equilibrio. El enfoque de Simon es completamente distinto. Las relaciones de lealtad y de confianza que se establecen entre el empresario y el trabajador determinan el nivel salarial. Basta que el empresario considere que el trabajador le genera confianza para que lo recompense con una mayor remuneración. Esta forma de definir el salario no cabe en el modelo de Cobb-Douglas. Para Simon las decisiones fundamentales que se toman en el mercado laboral no responden a principios racionales abstractos. La teoría de los salarios de eficiencia muestra que a la larga este tipo de decisiones, que involucra los sentimientos y las emociones, tiende a dar buenos resultados. Cuando se establece una relación de confianza, el empleado se siente mejor y la productividad aumenta. Al interior de la empresa, dice Coase (1937), desaparecen las relaciones de mercado, y se abre el espacio para las decisiones jerárquicas. En la empresa el gerente no es igual a los trabajadores. El jefe manda y los empleados obedecen. Este escenario es completamente diferente al que se presenta en el mercado. Frente al panadero, en tanto consumidores, el gerente y el trabajador son idénticos. Ambos son iguales porque tienen que pagar lo mismo si quieren determinado tipo de pan. La igualdad en el mercado pierde sentido al interior de la empresa, donde adquieren relevancia las jerarquías. Para Simon los precios son secundarios ya que la prioridad es la relación entre individuos. Existe un nivel de tole-
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rancia que agiliza o retarda la renuncia del trabajador. Esta aproximación recuerda la relación que plantea Hirschman (1970) entre lealtad, voz y salida. La reacción de los consumidores a los precios no es inmediata porque la persona tiene una perspectiva que va más allá de la respuesta racional. Antes de renunciar al producto, la persona recurre a la voz y a la lealtad. En el modelo de equilibrio general el individuo responde de manera automática al cambio de precios. Hirschman interpone entre el precio y la demanda, la voz y la lealtad. Si el precio sube o la calidad baja, la persona habla, porque no quiere rechazar el bien de manera inmediata. Y la duración de la voz se extiende más tiempo mientras mayor es la lealtad. Los determinantes de la lealtad pasan por la razón, las emociones y las pasiones. La fidelidad a una marca tiene un alto contenido emocional. La voz y la lealtad actúan en la doble dirección empresario-cliente y cliente-empresario. Así como el cliente crea relaciones de lealtad con el empresario, así mismo este trata de conservar a sus clientes. En la medida en que los lazos se estrechan, la lealtad se intensifica y el cierre a través del sistema de precios se pospone. El punto central es la interacción entre las personas. Las empresas son espacios para la interacción humana. Al interior de la firma se presentan relaciones interpersonales complejas que tienen una relación muy indirecta con el sistema de precios. La racionalidad es limitada por las condiciones intrínsecas de la razón y por la complejidad de los fenómenos inherentes al comportamiento humano, que impiden separar la reflexión racional de las creencias y las pasiones. El punto de partida es el sujeto, que tiene una capacidad cognitiva limitada. Las neuronas poseen un margen de acción restringido. Para comprender los alcances del conocimiento es necesario recurrir a la biología. Esta advertencia ya la había planteado de manera explícita Hayek (1952a) en El orden sensorial. La composición del cerebro no permite entenderlo todo. La capacidad de pensar depende de las
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potencialidades biológicas de las neuronas. Además de estas limitaciones intrínsecas, la aproximación de Hayek pone en evidencia la naturaleza subjetiva del conocimiento. Existe una relación explícita entre la prioridad dada a la biología y la crítica al positivismo. Para Shackle “la pregunta sobre si alguna idea es ‘objetiva’ es, en sí misma, un asunto que corresponde a un juicio subjetivo” (Shackle, 1979, p. 30). Para Hayek la persona no tiene la capacidad de ponderar todo en términos precisos. El balance entre el costo y el beneficio se puede hacer de maneras diversas. Los dos extremos son Becker y Mises. Mientras que Becker pone el énfasis en una evaluación costo/beneficio micro, el enfoque de Mises es general. Para él, la persona que busca el cambio de un estadio inferior a uno superior está obligada a ponderar las ventajas y desventajas de las situaciones alternativas. Se trata, de hecho, de una evaluación de impacto en sentido amplio. En las reflexiones de Simon la decisión racional está marcada por unos principios básicos que organizan las posibilidades de clasificación. Y estos postulados son subjetivos. Cualquier taxonomía parte de unos principios intrínsecos, que están inscritos en la naturaleza del sujeto. Cierta clase de optimismo, o de supuesto optimismo, afirma que si nos esforzamos pensando, si somos lo suficientemente racionales, podemos resolver todos nuestros problemas. Se supone que el siglo xviii, la Edad de la Razón, estuvo imbuido de esta clase de optimismo. Si efectivamente fue así o no, es algo que dejaré a los historiadores. Indudablemente, las esperanzas que en el presente mantenemos para la razón son mucho más modestas (Simon, 1983, p. 11).
La absolutización de la razón se llevó a extremos. Los textos de Saul (1992, 2000), ilustran los desastres a los cuales se puede llegar por los abusos de la razón. La teoría económica de finales del siglo xix y principios del siglo xx, estuvo muy marcada por el énfasis en la razón y la afirmación del
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positivismo. Esta perspectiva comenzó a cambiar desde mediados del siglo xx. La crítica al positivismo, impulsada, entre otros autores, por Hayek y Popper, se agudiza a partir de los años 1940 y 1950. Y, como dice Hayek, hoy la confianza en la razón es más modesta, pero en la práctica de la política económica la razón sigue siendo determinante. Se pueden mencionar ejemplos que ponen en evidencia la forma como actualmente se le sigue dando relevancia excesiva a la razón. El primer caso significativo es la regla fiscal. El Ministerio de Hacienda sigue pensando el futuro como si se pudiera predecir. La teoría económica contemporánea debe reconocer que la razón es insuficiente para entender las dinámicas complejas de la decisión. El punto de partida del análisis racional son unas reglas de inferencia que están dadas. En palabras de Simon, “los axiomas y las reglas de inferencia constituyen, en conjunto, el punto de apoyo sobre el cual se asienta la palanca del razonamiento” (Simon, 1983, p. 14). El sujeto reflexiona gracias al punto de apoyo, que está inmerso en la persona. Esta capacidad de ordenar y clasificar es subjetiva, y ya está presente en la razón. Y al tratar de entender su origen se cae en una secuencia infinita de regresiones. Siempre hay un punto de apoyo anterior que tampoco fue construido de manera racional. Esta capacidad que tienen los sujetos de ordenar a priori la había puesto en evidencia Hayek. El origen subjetivo del proceso de conocer obliga a entender la relación entre fisiología y sicología. La necesidad del punto de apoyo echa para atrás la pretensión de un conocimiento objetivo y positivista. Si el criterio ordenador está en el sujeto, el método inductivo puro no existe. Cualquier lógica inductiva requiere que haya un conocimiento deductivo, que opera como principio ordenador. En la definición que propone Mises de la construcción imaginaria, la lógica deductiva determina el proceso de conocer. La confianza ciega en los procesos inductivos lleva a la falsa pretensión de la universalización, y a la convicción
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de que siempre y en todo lugar los cisnes son blancos. Tanto Simon como Taleb le rinden un homenaje a Popper (1962, 1972). Puesto que el conocimiento no permite formular leyes universales, adquiere relevancia el principio de no falsación. Es una posición humilde frente al conocimiento. El proceso de conocimiento popperiano parte de un problema P1 , al que se le responde con una teoría tentativa (TT). Cuando esta es falseada se “elimina el error” (EE) y se formula un nuevo problema P2. La secuencia lógica sería P1 → TT → EE → P2 . El punto de partida es deductivo. La información que el sujeto capta a través de su percepción de los hechos le ayuda a corregir su visión y a reformular un nuevo problema. El punto de llegada no es la verdad acabada, sino la formulación de un nuevo problema. La frase siguiente expresa bastante bien la forma como Popper percibía la búsqueda inacabada del conocimiento: “En Viena, mi maestro ebanista no solamente me mostró lo poco que yo sabía, sino que también me enseñó que la máxima sabiduría a la que podía aspirar, no era otra que la cabal comprensión de la enorme magnitud de mi ignorancia” (Popper, 1981, p. 55). En el lenguaje popperiano, la teoría siempre es frágil. Apenas es “tentativa” porque en cualquier momento puede ser falseada. La reflexión de Popper es pertinente por dos razones. La primera es la imposibilidad de generar proposiciones generales válidas en todo momento. Los hechos particulares nunca son suficientes para formular una teoría general de carácter universal. Y además de los problemas inherentes a los hechos, la subjetividad se presenta en la escogencia de la teoría que se considera más apropiada. Ya desde los años 1940 Samuelson (1947) acepta que el sujeto ordena la realidad a partir de su cosmovisión previa. En la perspectiva de Samuelson las visiones subjetivas se presentan desde el momento en que el investigador selecciona el tema que considera relevante. En el paso siguiente se hace la selección del modelo matemático, después se escoge el pro-
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cedimiento econométrico y se seleccionan los datos. En esta dinámica es evidente el predomino de lógicas subjetivas. En el proceso cognitivo los seres humanos responden a lógicas similares. En las discusiones de los economistas es necesario hacer la distinción entre el comportamiento del agente económico y el del investigador. Los sentimientos, las pasiones y las emociones actúan en todas las personas. La diferencia está en la forma como se analizan e interpretan. La literatura marcada por el positivismo y que pretende realizar análisis objetivos trata de minimizar la relevancia de los valores y de los sentimiento. Pone todo el énfasis en el argumento racional, pretendiendo que está libre de valores y emociones. El analista simplifica el procedimiento inherente a la acción humana. E incluso cuando el investigador trata de hacer un ejercicio racional, nunca puede escapar a su universo valorativo. Samuelson (1947) describe bien el proceso de construcción de los modelos y muestra sus limitaciones intrínsecas. Es interesante observar que un autor que sin ninguna duda se podría considerar un ortodoxo no cree que haya procesos cognitivos objetivos. Las dimensiones valorativas siempre están presentes, y se hacen evidentes desde la escogencia del problema que se quiere investigar. Supongamos que se trata de indagar por la relación entre el gasto público y la tasa de interés. La función general es r = f (G), siendo r la tasa de interés y G el gasto público. La escogencia de este tema es una opción del investigador. La decisión que lleva a preferir este problema como un asunto relevante es puramente subjetiva. Para otros autores es importante, por ejemplo, entender la relación entre los precios y la cantidad de dinero. Desde esta óptica, la relación interesante es del tipo p = f (M), siendo p el precio y M la cantidad de dinero. Esta fue una preocupación de Muth (1961) y de Friedman y Schwartz (1963). Para otros autores el tema relevante es la relación entre pobreza y desigualdad. La función sería q = f (D), siendo q la incidencia de la pobreza, y D una medida de desigualdad. La lucha contra
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la trampa de la pobreza depende de que el crecimiento esté acompañado de una distribución de la riqueza. Esta es la preocupación de Kakwani, Khandker y Son (2004). Para Piketty (2013a), de otra parte, el tema relevante es la distribución. La desigualdad aumenta, en su opinión, porque durante siglos la rentabilidad del capital (r) ha sido superior a la tasa de crecimiento del pib per cápita (g), así que r > g. Para Krugman (1991) el problema central tiene que ver con la espacialidad. Hay una relación entre los salarios y los costos de transporte asociados con la distancia, así que w = f (d), siendo w el salario y d la distancia. Estas reflexiones son ejemplos de las variadas opciones de los autores. Escoger un problema como más relevante que el otro, y dedicar gran parte de la vida a indagar por este tipo de relaciones, es una opción subjetiva, marcada por factores muy diversos. La palanca de apoyo de la que habla Simon comienza por la escogencia del tema. Y para cada autor el punto de partida tiene un alcance holístico. Siempre es un holismo parcial pero, de todas maneras, es un holismo. El investigador escoge un problema como relevante porque percibe que desde allí tiene una mirada comprehensiva. La reflexión sistemática sobre cualquiera de estos temas compromete la vida del investigador. Las justificaciones que se tengan para escoger uno u otro tema siempre son discutibles. No existen argumentos que sean determinantes. La interpretación de los hechos es polémica, y la relevancia de cada tema dependerá de la visión subjetiva. Los investigadores quisieran analizar el problema sustantivo. Pero la percepción sobre lo sustantivo es heterogénea, y depende de la historia del sujeto y de su contexto. Ningún autor dedica su vida a un tema que no considere relevante en algún sentido. La noción de holismo parcial es de Kuhn (1962, 1981). La mirada del investigador busca ser global aunque reconoce que el enfoque no puede abarcar la totalidad de la realidad. El holismo local significa que para el investigador el proble-
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ma seleccionado le permite comprender dimensiones más generales. Toda aproximación investigativa pretende ser holística en algún sentido. Desde cada enfoque se trata de tener una visión de conjunto. La elección del problema contiene la dimensión valorativa de la naturaleza subjetiva. La escogencia no resulta de una secuencia de hechos objetivos sino de lógicas deductivas. En las sociedades contemporáneas, con altos niveles de especialización, la selección del área del conocimiento determina gran parte del proyecto vital del investigador. 2.2. La lógica, la física y la ética Figura 2
racional
lógica
empírico
La relación entre lógica, física y ética en el pensamiento griego
formal
metafísica de la naturaleza
material
física
física
ética
antropología
de las costumbres
Fuente: adaptación propia, a partir de Ramírez (1973).
El punto de apoyo del que habla Simon parte de una lógica deductiva. El sujeto organiza su percepción de la realidad desde unas ideas preconcebidas. Esta mirada deductiva se puede interpretar desde las categorías convencionales de la
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filosofía (figura 2). En la gráfica se observa la forma como los griegos concebían el papel de la lógica en el proceso cognitivo. Las tres ciencias de la antigua filosofía griega eran la lógica, la física y la ética. En opinión de Kant, “esta división es adecuada a la naturaleza de la materia y no hay nada que mejorar en ella” (Kant, 1785, p. 49). La gráfica muestra las relaciones básicas entre lo racional y lo empírico, y entre lo formal y lo material. El cuadrante superior del lado izquierdo conjuga lo racional y lo formal. Es el espacio de la lógica. Allí no hay ninguna relación con lo material ni con lo empírico. El espacio de la lógica es subjetivo, y su desarrollo se lleva a cabo mediante reflexiones deductivas. Esto resulta claro de la siguiente reflexión de Einstein citada por Mises: Einstein se hacía esta pregunta: “¿Cómo puede ser que las matemáticas, que son un producto de la razón humana, y que no dependen de ninguna experiencia, den cuenta de la realidad? ¿Acaso puede la razón humana a través del razonamiento puro, sin ayuda de la experiencia, comprender las cosas reales?”. Y su respuesta es: “Si los teoremas de las matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertos; y si son ciertos, no se pueden referir a la realidad” (Mises, 1949, p. 39).
El espacio formal racional nace de la mente. Es un proceso deductivo, que no tiene nada que ver con el mundo empírico material. Y aun si se parte de lo empírico material, la argumentación está anclada en juicios pre-cuantitativos. En palabras de McCloskey, “Aun los estudios cuantitativos están firmemente asentados en argumentos pre-cuantitativos que fundamentan las creencias” (McCloskey, 1983, p. 490). Las matemáticas, dice McCloskey, también son retóricas. Y de manera más enfática: “algunos problemas profundos que enfrentan las matemáticas son problemas de la retórica” (ibíd., p. 491). Y el debate entre los economistas termina siendo retórico, hasta el extremo de que “los economistas
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están de acuerdo o en desacuerdo –se suele exagerar sus desacuerdos– pero no saben por qué” (ibíd., p. 493). McCloskey fundamenta su análisis en La Retórica de Aristóteles (367 a.C.). La retórica es la capacidad de convencer. Es la técnica de la persuasión. La retórica no es una opción. Es inevitable en el diálogo de los seres humanos. Las personas conversan gracias a la retórica. Este realidad cubre todas las esferas de la experiencia humana. Y por ello también permea la conversación en el mundo de la ciencia. La retórica es el diálogo a través de los entimemas, que son silogismos incompletos. Es imposible conversar por medio de silogismos perfectos. El silogismo completo es del siguiente tipo. Premisa mayor: los seres humanos son racionales. Premisa menor: Juana es un ser humano. Conclusión: Juana es racional. Si se hablara siempre con silogismos completos nunca se podría afirmar “Juana es estúpida porque insiste en volver con Pedro”. El silogismo completo impide el diálogo, y no permite persuadir. La retórica no tiene, ni en Aristóteles ni en McCloskey, el significado peyorativo que se le atribuye en el lenguaje corriente. El discurso económico, como cualquier otro, es retórico. El llamado de atención de McCloskey es claro: puesto que la economía no puede escapar a la retórica, la mejor alternativa es reconocerla de manera explícita y aprender a construir discursos atractivos y convincentes. Científico
Humanístico
Objetivo
Subjetivo
Hechos
Positivo
Robusto Preciso Cosas
Cognición Duro
Opinión
Normativo Débil Vago
Palabras
Intuición Suave
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En el afán positivista se pretende establecer una línea divisoria que finalmente resulta artificial. Se pretende que la ciencia se separe de las humanidades, los hechos de la opinión, lo robusto de lo subjetivo, lo positivo de lo normativo, lo vigoroso de lo débil, lo preciso de lo vago, las cosas de las palabras, la cognición de la intuición, lo duro de lo suave (McCloskey, 1983, p. 511). Este tipo de analogías se repiten una y otra vez. Los resultados de los ejercicios econométricos, se dice, deben ser robustos y objetivos. Lo importante, se advierte, no son las opiniones sino los hechos. Se piensa de manera candorosa que la econometría capta la realidad. Esta forma de taxonomía descalifica todas aquellas aproximaciones analíticas que se alejan de esta manera de entender la ciencia10. Después de poner en tela de juicio los resultados de los métodos “duros”, McCloskey (ibíd., p. 511) concluye: “Existen proposiciones subjetivas, suaves y vagas que son más persuasivas que algunas proposiciones objetivas, duras y precisas”. Volviendo a la figura 2, el cuadrante superior del lado derecho corresponde a lo formal empírico. En esta área no se incluye ninguna disciplina. Y la explicación se deriva claramente de la frase de Einstein. No hay ninguna forma de hacer compatible lo formal con lo empírico. La reflexión de Einstein es contundente: los discursos formales no dan cuenta de la realidad empírica. Siempre existirá una asimetría entre la construcción formal y el mundo empírico. De aquí se derivan dos conclusiones para las reflexiones contemporáneas en economía. La matemática, que es un ejercicio lógico (formal y racional) no puede conjugarse con lo empírico. La experiencia, que es la expresión de las relaciones empíricas, no se puede captar mediante las relaciones formales. Lo formal y lo empírico no son compatibles. La
10 La falacia de una ciencia dura ha sido puesta en tela de juicio, entre otros, por D’Autume y Cartelier (1995) y por Kirman (1995).
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noción formal de triángulo se puede captar por medio de la razón, pero resulta incongruente con la experiencia. En la naturaleza nunca se encuentra un triángulo perfecto o un cuadrado perfecto. La reflexión lógica no tiene relación directa con la experiencia. Siempre existe una asimetría entre las dos dimensiones. El cuadrante inferior derecho abarca las dimensiones material y empírica. Allí tienen cabida la física y la antropología. El cuadrante inferior izquierdo corresponde a lo material y racional. En esta área se encuentran la metafísica de la naturaleza y la metafísica de las costumbres. Se trata de una reflexión racional sobre lo material. La reflexión racional sobre la física es la metafísica de la naturaleza. Y el ejercicio racional sobre la antropología es la metafísica de las costumbres. Los análisis conceptuales sobre la física y las costumbres aceptan la relevancia de los sentimientos y de las emociones. En la perspectiva de Kant, la razón orienta los sentimientos y las emociones. El imperativo categórico es la afirmación de la razón. Kant aspira a llevar la razón hasta sus últimas consecuencias. Pero, al mismo tiempo, reconoce que es posible concebir la inconcebibilidad de una argumentación racional extrema. En la vida normal los seres humanos terminan aceptando que la razón queda subsumida en las emociones y la pasión. En otras palabras, los imperativos categóricos no son posibles aunque se tengan que postular como principios rectores de la moral. La decisión moral debe estar guiada por la razón, que se coloca por encima de las emociones y de los sentimientos. Pero en la realidad, lo reconoce Kant, los sentimientos ahogan la razón. Y, entonces, el imperativo categórico se convierte en un imperativo hipotético. En la figura es claro que el conocimiento no sigue una sola dirección. Los métodos inductivos y deductivos se conjugan. La parte superior de la figura, que coincide con el espacio de lo formal, corresponde al método deductivo. En la parte inferior derecha predomina la secuencia inductiva. Vale la pena destacar la combinación de los procesos inductivo y
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deductivo. La dinámica cognitiva se da en ambos sentidos, aunque el punto de apoyo, como dice Simon, es deductivo. La gráfica pone en duda el simplismo de la lógica positivista. Es interesante observar que la ética marca la reflexión valorativa. La ética está en el centro de la reflexión. Los procedimientos de comprensión de la realidad tienen dos elementos subjetivos. El primero es de naturaleza biológica. El segundo, de carácter ético. Por el lado biológico es indispensable tener un punto de partida que permita ordenar y clasificar la información. Y en el campo de la moral, los elementos subjetivos también son determinantes. En el lenguaje corriente se suele decir que la persona A “no tiene ética” o que “le falta ética”. Este tipo de afirmación no tiene ningún fundamento. La dimensión ética es inevitable, y está en el centro de la decisión humana. La relación entre antropología y ética es inmediata. De lo uno se deriva lo otro. Al aplicar la reflexión kantiana a la economía es claro que la elección del modelo está marcada por una opción ética. Los criterios valorativos inciden en la escogencia de la construcción imaginaria. Medina (2003) muestra que Hegel hace más realista el pensamiento kantiano, argumentando que la razón puede ejercer su papel de directriz únicamente si está inmersa en la dinámica histórica de cada sociedad. Desde esta perspectiva la economía es intrínsecamente política11. El positivismo parte de la relación material-empírica, que es el campo de la física y de la antropología. El paso hacia el cuadrante inferior izquierdo corresponde a la interacción material-racional. Para el positivismo la reflexión sobre lo material corresponde a la realidad siempre y cuando el instru-
11 “La economía no se puede politizar porque ya desde siempre lo ha estado. Toda la economía de mercado reposa sobre la base de un tejido de hechos sociales fundamentalmente políticos. Así mismo, la presunta despolitización de la economía es contradictoria: ella misma es ya una decisión política” (Medina, 2003, p. 51).
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mento definido sea adecuado. En lugar de una metafísica de la naturaleza se propone una relación unilineal entre lo empírico y lo racional. La objetividad no está garantizada por la perfección del instrumento, ya que cualquier reflexión racional introduce elementos subjetivos en la interpretación del hecho empírico. El positivismo es ingenuo al pretender que el hecho empírico se puede captar de manera objetiva y, peor, se busca que este acercamiento se realice por fuera de la dimensión valorativa. La subjetividad tiene que ver tanto con la metafísica de la naturaleza como con la metafísica de las costumbres. El quehacer económico corresponde a la metafísica de las costumbres, así que siempre está mediado por la concepción ética, que es intrínseca a cualquier reflexión racional sobre el comportamiento de los sujetos. La escogencia del problema que se debe estudiar es un decisión subjetiva, que se ubica en el espacio de la metafísica de las costumbres. Una vez que se ha considerado relevante un asunto (la relación entre la pobreza y la desigualdad, o la incidencia del gasto público en la tasa de interés…), se pasa a la construcción del modelo imaginario, que se realiza en el espacio de la lógica, que integra lo formal y lo racional. Y en la elaboración lógica la pertinencia del modelo se juzga por las capacidades intrínsecas que tiene para explicar las secuencias del problema que se considera relevante. Si el problema elegido es el impacto del gasto público en la tasa de interés, r = f (G), el primer aspecto lógico tiene que ver con el modelo matemático que se utiliza. Samuelson (1947) muestra que la elección entre un modelo en tiempo continuo o en tiempo discreto es arbitraria, ya que desde el punto de vista de la teoría económica no hay ninguna razón para preferir uno u otro. Y, sin embargo, las condiciones de convergencia son completamente distintas. El único criterio que tiene el investigador para escoger entre una y otra alternativa es la propia satisfacción con las interacciones lógicas de su construcción imaginaria.
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Aunque en los procesos de la modelación temporal “la principal distinción conceptual es que el tiempo es una variable continua en las ecuaciones diferenciables y una variable discreta en las ecuaciones en diferencias” (Azariadis, 1993, p. 4), con frecuencia se opta por una u otra alternativa sin sopesar cuidadosamente las implicaciones que de allí se derivan en el campo de la teoría y de la política económica (González, 1994). Samuelson también reconoce que la distinción entre las variables discretas y continuas es fundamental, ya que las conclusiones del análisis son muy diferentes dependiendo de si se utiliza uno u otro procedimiento. Cuando Samuelson formaliza matemáticamente sus apreciaciones sobre la dinámica advierte que las implicaciones de política económica varían significativamente, dependiendo de la estructura discreta o continua del modelo. Un economista que se ha formado en la tradición keynesiana construirá un imaginario en el que el aumento en el gasto público se refleje en una disminución de la tasa de interés, así que G ↑ → r ↓. Para un economista antikeynesiano, el gasto público genera un efecto crowding-out, que reduce el margen de inversión para el sector privado. En su modelo, un aumento del gasto público llevará a un crecimiento de la tasa de interés, así que G ↑ → r ↑. En cualquiera de las dos alternativas existe una preconcepción que es inevitable, y que refleja una opción ética, a favor o en contra del gasto público. La selección entre el modelo en tiempo continuo o en tiempo discreto es subjetiva y depende de la preconcepción original. Una vez que se ha definido la matemática que se considera apropiada, el siguiente paso en el campo de la lógica es la escogencia de los datos y la definición de los instrumentos de la econometría. La selección del dato está alimentada por la preconcepción. Entre las diversas modalidades de gasto público y de tasas de interés se escogen las series que se comporten mejor de acuerdo con la visión subjetiva. Las opciones son muy diversas. Entre las series de gasto público
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las alternativas son numerosas: i) gasto del sector público consolidado; ii) gasto del gobierno central; iii) inversión del sector público consolidado; iv) inversión del gobierno central; v) gasto con intereses; vi) gasto sin intereses; etc. Y las tasas de interés también ofrecen un abanico heterogéneo, así que se escoge la que mejor corresponda a la preconcepción. La aproximación a la econometría sigue el mismo procedimiento. Entre los diferentes instrumentos que ofrece la econometría se elige el más apropiado para justificar la preconcepción. Utilizar bien las matemáticas, los datos y la econometría es tan importante como hacer un buen uso del alfabeto y de la redacción en el proceso de escribir una novela (González, 2005). El buen economista keynesiano demuestra que G ↑ → r ↓, y para ello utiliza de manera adecuada la matemática, los datos y la econometría. De la misma manera, pero en sentido contrario (G ↑ → r ↑), lo hará el buen economista antikeynesiano. En cualquiera de los dos casos, los resultados son robustos, no porque correspondan con la realidad, sino porque la argumentación que resulta de la conjunción del modelo, las matemáticas, los datos y la econometría está bien construida, y el imaginario es consistente. El ejercicio es científico ya que propone una forma ordenada de conversar y no porque explique la realidad. El modelo, las matemáticas, los datos y la econometría son piezas de un lenguaje lógico en el que prevalece la deducción sobre la inducción. El debate entre escuelas económicas no se dirime porque una esté más cerca de la realidad que otra, sino porque alguna construcción imaginaria termina siendo preferida a las demás por múltiples razones. Una de las explicaciones de esta escogencia es la cercanía que esa construcción imaginaria tiene con el poder. Samuelson (1947) pone en evidencia la pertinencia de discutir los supuestos. Estas precauciones evitan caer en un positivismo ingenuo. El autor reconoce la subjetividad del investigador y la inevitable arbitrariedad en la escogencia
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de los modelos. Samuelson no cree que un modelo sea una representación de la realidad, y mucho menos que sea un instrumento que se pueda utilizar directamente para justificar las decisiones de la política económica. La escogencia entre modelos y paradigmas es la expresión de un conflicto permanente entre quien lo propone (el actor) y quien lo juzga (el censor). Dependiendo de la posición, como actor o como censor, siempre se presenta el conflicto entre lo conveniente (C) en algún sentido, y lo inconveniente (I), tal y como es percibido por el actor y el censor. Los cuadrantes (C,C) y (I,I) representan situaciones en las que el actor y el censor califican de la misma manera el modelo. Los conflictos tienen lugar cuando la percepción de los dos individuos es distinta. La constatación de estas polémicas no tiene nada de novedoso. El punto relevante es la ausencia de un criterio de verdad para escoger entre un modelo y otro. Las pasiones, los deseos, los sentimientos y –también– la razón llevan a que los actores se coloquen en una u otra posición. En la medida en que, por imposición o por convicción, el número de personas se va acercando a la celda (C,C), el modelo se va constituyendo en paradigma. Censor
Actor
C, I
C, C
I,I
I,C
En la epistemología de la ciencia habría que preguntarse por las razones que llevan a un cambio de paradigma. Puesto que el dato empírico no tiene la capacidad de modificar el paradigma, los motivos que llevan a cambiar la perspectiva tienen que ver con la articulación entre la retórica y el poder.
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El discurso se acepta cuando es compatible con el poder. En caso contrario, se rechaza. Algunos relatos son reconocidos porque coinciden con la intuición que tienen las instancias de poder sobre lo que es adecuado. El saber convencional se va consolidando porque el relato parece bueno para la institucionalidad en el poder. Existen unas frases estandarizadas que van fortaleciendo el paradigma dominante. Y este discurso, así se acepte en el campo de la retórica, no necesariamente se aplica. Es interesante observar que las instancias de poder acentúan la fuerza del paradigma, pero en la práctica lo van adaptando a las circunstancias. El discurso es flexible, y varía con la coyuntura. Los cambios en el relato no responden a una reflexión sistemática, como tampoco a un análisis empírico. Como dice McCloskey, hay un momento en el que los economistas ni siquiera saben cuál es el punto central de la discusión. Este vacío sustantivo se refleja en una especie de “marchitamiento” de los debates. Temas neurálgicos se van dejando de lado sin que se haya llegado a ninguna solución. Y aún más, el problema se abandona sin que se haya a avanzado de manera significativa en el debate. Hay numerosos ejemplos. La discusión alrededor de la teoría del valor lleva más de un siglo (Dostaler y Lagueux, 1985) y, sin embargo, la pregunta por la transformación de valores a precios sigue sin resolverse (Cuevas, 1986). En la comunidad económica, el problema se deja de lado no porque se le haya encontrado una solución, sino porque el discurso retórico se agota. El cansancio en la argumentación junto con la percepción de otras prioridades lleva a posponer, a veces indefinidamente, el debate. Otro ejemplo clásico es la discusión sobre las funciones del dinero. La polémica comenzó con Aristóteles y todavía continúa. En la percepción de Aristóteles la moneda tiene tres funciones: medio de cambio, medida del valor, instrumento de atesoramiento. La literatura económica ha
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mantenido la diferencia entre estas tres funciones, pero se le ha dado énfasis a la función de la moneda como medio de pago. La comprensión de la moneda como medida del valor ha quedado regalada a un segundo plano. Y esta opción se ha tomado porque la reflexión sobre la medida del valor es más compleja que el análisis de la función de la moneda como medio de cambio. La teoría cuantitativa de la moneda se ha centrado en el medio de cambio. La preocupación por el estudio de la moneda como instrumento para atesorar también ha tenido un tratamiento menor. Y la razón para que este asunto no haya sido relevante reside en las complejidades analíticas que se presentan cuando se tratan de introducir las dimensiones temporales. Mientras que la función medio de pago tiene que ver con el presente, el atesoramiento obliga a considerar de manera explícita el futuro. Esta asimetría intertemporal ha llevado a que se deje de lado la función de atesoramiento, y se haga énfasis en la función medio de pago. En otras palabras, se ha escogido el camino más fácil. Otro de los ejemplos típicos es la regla fiscal. En los discursos formales se muestra que la regla fiscal es una condición absolutamente necesaria para la estabilidad macroeconómica. Los modelos plantean unas relaciones de causalidad que convergen. La econometría es consistente con este supuesto. Pero en los hechos la regla fiscal no se aplica. El saldo de la deuda pública con respecto al pib sigue creciendo en las economías avanzadas. Las cifras son contundentes. Los porcentajes ya pasan del 100%. Y de acuerdo con las proyecciones que está realizando el Banco de Pagos Internacionales (bpi, 2015, p. 60), estos porcentajes seguirán aumentando. Aunque esta tendencia es evidente, la teoría continúa insistiendo en la relevancia de la regla fiscal y de la austeridad. De acuerdo con las estimaciones del bpi, en el año 2050 la relación entre el saldo de la deuda y el pib llegará en Japón al 380%, en Estados Unidos al 230%, en Alemania al 140%, en el Reino Unido al 80%. A pesar de las evidencias empíricas, los análisis se continúan realizando como si la
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regla fiscal siguiera siendo relevante. La teoría permanece impávida frente a la contundencia de los hechos empíricos. El Banco de Pagos Internacionales reconoce que los indicadores actuales han perdido relevancia, pero no se han encontrado mediciones más ácidas. No hay indicadores alternativos. Entre otras razones, porque los elementos teóricos se han agotado. No existe una comprensión conceptual de las dinámicas financieras que sea compatible con la agudización de la deuda pública. Quizás habría que avanzar en la perspectiva keynesiana. La única forma de entender las nuevas tendencias sería renunciando a una visión ortodoxa inscrita en el enfoque cuantitativo de la moneda. Si la corriente principal creyera realmente en el método positivo tendría que avanzar en dos direcciones. La primera sería el reconocimiento del fracaso de índices como la relación entre el saldo de la deuda pública y el pib. La segunda tendría que ver con el cambio en la perspectiva conceptual hacia un enfoque heterodoxo, como el de Keynes. La falta de consistencia entre el discurso sobre la regla fiscal y su aplicabilidad tiene una explicación de fondo: la regla fiscal apenas es una de las formas de construcción imaginaria. El déficit primario que se propone como objetivo es el resultado de supuestos y de relaciones imaginadas. La meta propuesta es tan legítima como lo sería cualquier otra, siempre y cuando la varianza se mueva dentro del margen que la retórica dominante considere razonable. Los valores que se pretenden alcanzar deben parecer sensatos y adecuados. Por esta razón, desde la construcción del modelo y en todo el proceso de estimación, el punto de referencia no es el dato objetivo, sino la pertinencia del discurso retórico. El dato y su construcción se adaptan a la percepción subjetiva de la razonabilidad de la retórica. Los principios de la regla fiscal quedan subsumidos en las creencias y las pasiones. En la realidad las decisiones en materia de ingreso y gasto público terminan marcadas por las opciones políticas. Las grandes potencias del mundo,
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cuando están decidiendo sobre la guerra y la paz, no respetan ninguna regla fiscal; y la mejor prueba de ello es el aumento considerable del saldo de la deuda pública con respecto al pib. Es inimaginable que los presidentes de Francia, de Estados Unidos o de Rusia supediten a la regla fiscal la decisión de lanzar bombas en Siria. Estos países han reventado la regla fiscal, y el gasto sigue aumentando porque necesitan financiar sus guerras. Tal y como lo señala Aumann (2005), el principal problema de la teoría económica es la guerra y la paz. Y en estas decisiones fundamentales, junto con la razón, actúan las pasiones y las creencias. La dimensión política está presente y determina la orientación del presupuesto. En el caso de la regla fiscal colombiana también se observa una asimetría entre el discurso y su práctica. Las prioridades políticas terminan imponiéndose. Entre otras razones, porque los errores de las proyecciones desvirtúan las potencialidades de la herramienta. Los márgenes de error son altísimos en variables tan erráticas como el valor del dólar o el precio del petróleo. 2.3. La razón, la creencia y el deseo En la visión de Elster (2002) existe una estrecha interacción entre la acción, la información, la creencia y los deseos. La teoría racional siempre es subjetiva. La secuencia de creencias y deseos modifica la forma como los sujetos captan y aprehenden la información (Elster, 2002). La figura 3 describe la secuencia propuesta por Elster (2002). La acción está determinada por la interacción de los deseos y de las creencias. La razón no impulsa la acción por fuera de los deseos y las creencias. Esta presentación pone en evidencia la necesidad de conjugar sentimiento y razón. De la lógica de Elster se rescata el sentimiento y la subjetividad. No hay un conocimiento objetivo. No hay una
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verdad externa al sujeto. Las verdades son parciales y subjetivas. Claramente, el enfoque de Elster es una crítica al positivismo. Figura 3 La interacción entre el deseo, la creencia y la información en la determinación de la acción
Fuente: Elster (2002, p. 4).
No existe un ser racional que guíe su comportamiento de acuerdo con imperativos categóricos. Los imperativos terminan siendo hipotéticos. El constructivismo racional que postula imperativos categóricos sucumbe frente al peso de los deseos y las creencias. En la figura el deseo influye en las creencias a través de la información. Pero no se trata de un dato objetivo, exterior al sujeto. Cada persona percibe el dato de acuerdo con sus intereses, y en función de sus preconcepciones. La información no es externa al sujeto, sino que este la construye. El individuo tiene sus propias jerarquías para organizar la información, y es inevitable mirar con el deseo. La información se retroalimenta con las creencias. Claramente, en la perspectiva de Elster el conocimiento no puede ser objetivo.
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Tampoco es exclusivamente racional. No es factible establecer una ruptura entre el sujeto que conoce y la realidad conocida. La persona es parte constitutiva de la realidad y no se puede abstraer a ella. La acción está marcada por la conjunción del deseo y las creencias. En la figura se observa que las creencias y la información se retroalimentan. Los métodos inductivos suponen que el punto de partida es una información externa que impacta al sujeto. Desde la mirada positiva es ideal que la neutralidad valorativa se lleve hasta sus últimas consecuencias de tal forma que el dato exógeno impacte al sujeto. Si los individuos se dejan permear por la información externa, y si existe neutralidad valorativa, los técnicos deberían llegar a una conclusión similar. Y este proceso de homogeneización se considera una muestra de cientificidad. Esta reflexión es ingenua, y por ello el tecnócrata se sorprende cuando los demás no perciben la realidad como él. Los otros no son técnicos y, por consiguiente, su falta de cientificidad sería la expresión de sus sesgos políticos. La ingenuidad frente al positivismo lleva a considerar las posiciones adversas como poco técnicas y viciadas por la política. La aproximación de Elster puede mirarse desde ángulos muy distintos, que en sus extremos son el camino del sentimiento y la vía de la razón. Alrededor de estos dos polos se ha movido gran parte de la discusión sobre racionalidad en economía. Entre quienes le dan prioridad al sentimiento se destacan Hume, Smith, Bentham, Mill, Marx, Hayek y Sen. Y entre quienes ponen el énfasis en la razón vale la pena mencionar a Rousseau, Locke, Hobbes, Kant, Samuelson y Rawls. Esta es una línea contractualista. La lista es apenas indicativa. Entre las dos posiciones hay vínculos. Esta clasificación no quiere decir que los autores que insisten en la razón desconozcan el sentimiento, y a la inversa. Samuelson acepta que en la decisión sobre el bien público los valores juegan un papel fundamental. Y por el otro lado, Smith y
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Sen reconocen la importancia de la razón pero ponen el énfasis en el sentimiento. Sentimiento
Razón
Hume
Rousseau
Smith
Locke
Bentham
Hobbes
Mill
Kant ︙
︙
Marx
︙
Hayek
︙
Keynes ︙
Samuelson ︙
Sen
Rawls
En el campo de la justicia, la perspectiva racional se expresa en teorías trascendentales, mientras que la lectura desde el sentimiento destaca la relevancia de la justicia comparativa. La diferencia entre ambas corrientes la plantea claramente Sen. Desde el punto de vista de la justicia una definición trascendental “no es necesaria ni suficiente para lograr un juicio en el campo de la justicia comparativa” (Sen, 2009, pos. 2003). Los acercamientos teóricos que ponen el énfasis en el homo economicus se alimentan de la vertiente racional. Y de allí también se nutre el positivismo ingenuo. Los libros de texto tienen una doble característica. Primero, su imaginario absolutiza la razón, es transcendental, y no deja espacio para el sentimiento. Y, segundo, a partir de allí, transmiten un mensaje de neutralidad valorativa y de rigurosidad “científica” de la herramienta. Esta pretensión se lleva hasta el extremo cuando se añora que la microeconomía “fundamente” la
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macro12. Los marcos analíticos de autores como Varian (1978), Sargent (1987a, 1987b), Blanchard y Fischer (1990) tienen esta doble característica. De manera explícita, Blanchard y Fischer afirman que la “macroeconomía existe como una ciencia” (p. xi). El problema de estas lecturas no radica en la primera característica, ya que el imaginario puede ser de cualquier tipo. El modelo de equilibrio general de ArrowDebreu (1954) y el texto de Samuelson (1937) sobre la utilidad marginal también se podrían considerar ejemplos de imaginarios racionales y trascendentales. Pero entre estos autores (Arrow-Debreu y Samuelson) y los anteriores (Varian, Sargent, y Blanchard y Fischer) hay una diferencia sustantiva: los primeros no creen que el modelo sea científico porque explica la realidad, o porque sea un instrumento depurado de valores que sirve para tomar decisiones por fuera de la esfera política. Para Arrow-Debreu y para Samuelson, el modelo apenas es un instrumento modesto que ayuda a conversar de manera ordenada y que, como cualquier discurso, está lleno de preconcepciones y de juicios de valor. Los autores que se colocan en el lado del sentimiento rápidamente critican el positivismo ingenuo. Si la razón está mediada por el orden sensorial, dice Hayek (1952a), el conocimiento objetivo no es posible. Keynes (1936) no solo introduce el sentimiento y la incertidumbre mediante su figura de los “espíritus animales” como determinantes de las decisiones de invertir, sino que, además, siempre fue consciente de la pertinencia de la política en el diseño de las instituciones y de las convenciones (Keynes, 1919). El acercamiento que hace Keynes a principios biológicos, que aprendió de Marshall (1907), le permite poner en duda la pretensión de un conocimiento objetivo libre de valores.
12 Phelps (2006) tiene una concepción de la teoría macroeconómica en la que no cabe la microfundamentación.
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Hayek y Keynes sientan las bases de su reflexión en el sentimiento humano, y en la irracionalidad de los agentes económicos. Para ambos el tiempo y la incertidumbre son centrales en el análisis de la forma como las relaciones humanas inciden en los mercados. La diferencia entre ellos radica en el papel otorgado a las instituciones, o a las “convenciones” –como las llama Keynes. Hayek no está de acuerdo con la predominancia que le atribuye Keynes al diseño discrecional del orden institucional. Keynes piensa que es posible orientar la actividad económica hacia una dirección específica. Hayek, en cambio, le da prioridad al orden espontáneo, y de allí nace su crítica al intervencionismo. Mientras que para Keynes la convención es inmediata –casi que exógena–, para los austriacos la convención es el resultado no intencionado de las dinámicas endógenas de sujetos individuales. En Keynes hay una intención teleológica que no existe en la concepción austriaca. En las discusiones sobre la racionalidad, la relación entre los costos y el beneficio es un asunto relevante. El análisis costo/beneficio es inevitable en cualquier acción humana. Los individuos siempre hacen una ponderación entre los costos y los beneficios. Esta afirmación se puede interpretar desde dos dimensiones. Una es de carácter general, y otra de carácter específico. Sen (2000, 2002), Elster (2002) y Mises (1949) le dan énfasis a la perspectiva general. Becker (1981) centra la atención en los aspectos específicos, que se pueden captar mediante variables cuantitativas. La aproximación Sen-Elster-Mises no pretende la cuantificación ni la medición detallada. Allí hay espacio para la explicitación de la dimensión valorativa y de las meta-preferencias, ya que la relación entre el costo y el beneficio se mira desde una perspectiva amplia. Cuando la persona actúa, busca pasar de una situación que considera inferior a una que considera mejor. Y este tipo de decisión es, de hecho, el resultado de un análisis costo/beneficio. La comparación entre el costo y el beneficio se puede ir estrechando hasta
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llegar a fórmulas precisas con cuantificaciones detalladas, como las que propone Becker. Con el enfoque de Sen-Elster-Mises el sujeto que escoge estudiar medicina en lugar de ingeniería toma esta decisión sin necesidad de hacer cálculos precisos. Con el enfoque de Becker se podría llegar a la misma conclusión pero utilizando valores detallados. El análisis beckeriano llevaría a afirmar, por ejemplo, que la rentabilidad de la medicina es un 3,2% superior a la de ingeniería. A medida que el enfoque se va estrechando la ingeniería social adquiere relevancia. El progresivo reduccionismo crea condiciones que son favorables al positivismo. Cuando se está en el espacio analítico propuesto por Sen, Elster y Mises es muy difícil caer en la tentación positivista. Mientras que en las miradas estrechas el positivismo puede prosperar. El espacio beckeriano no es sinónimo de positivismo, pero sí crea condiciones propicias para ello. La perspectiva estrecha de Becker suele estar acompañada de un afán cuantitativo y, usualmente, la valoración recurre al sistema de precios. Esta lógica supone que el mercado funciona bien, y que el sistema de precios actúa de manera adecuada. La valoración se realiza en términos de mercado. Becker piensa que es factible recurrir a los precios para ponderar el costo y el beneficio. Para Sen, Elster y Mises no es posible medir porque la lógica de precios se agota y no capta dimensiones complejas de las interacciones individuales y sociales. Aun cuando se esté en el plano de la mirada estrecha, es factible reconocer la irracionalidad de los agentes. Y, de nuevo, es interesante observar que teóricos tan significativos como Arrow y Becker aceptan, sin ningún problema, que los seres humanos son irracionales. Incluso, en sus análisis costo/beneficio, Becker reconoce que la pasión y las emociones inciden en la toma de decisiones. Los teoremas que se definen en el Tratado sobre la familia (Becker 1981) tienen dos características. La primera son las relaciones lógicas que
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se proponen como modelo normativo. La pareja organiza su ritmo de vida cotidiano intentando maximizar la relación costo/beneficio, bajo los criterios normativos que se definen en “el mercado”. Pero como unidad familiar vive las angustias y alegrías derivadas de las sensaciones y las emociones. Y Becker no tiene inconveniente en reconocer que en la vida de todos los días los comportamientos de las parejas están marcados por las pasiones, las creencias y los deseos. 2.4. La razón y el contexto A lo largo del texto se insiste en dos aspectos. En primer lugar, se destaca la presencia de las dimensiones no racionales, incluso en pensadores que se podrían calificar como “convencionales”. Ningún autor serio considera que los seres humanos actúan guiados exclusivamente por la razón. Siempre se ha aceptado la presencia de los sentimientos y de las pasiones. El segundo ejercicio consiste en mostrar las diferencias importantes que se presentan entre los autores, aun si se incluyen en la categoría de “neoclásicos”. Desde el punto de vista metodológico se hace la distinción entre los elementos contextuales de los modelos y el comportamiento condicionado del sujeto. En la teoría económica no hay una absolutización de la razón, sino una preponderancia de los supuestos y de los elementos contextuales. Cuando se fijan supuestos restrictivos, la conducta del agente está predeterminada. En la lectura de los modelos se ha cometido el error de confundir los supuestos con el comportamiento de los agentes. Una vez que se adoptan los supuestos, el margen de maniobra del agente es muy reducido. Y la posibilidad de respuesta es única. Realmente el sujeto compatible con el modelo pierde la capacidad de elección. Si las cantidades y calidades de los bienes a y z son iguales, y si el precio del bien a es inferior al del bien z, el consumidor opta por el bien a.
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En sentido estricto, en esta secuencia no hay elección. La respuesta del sujeto es una derivación lógica ineludible. Los supuestos condicionan el curso de la acción, y el comportamiento animal (de las ratas como de los humanos) que resulta de estos postulados es casi inevitable. Supongamos que en un salón, en el que hay una puerta y una ventana grande, se encuentran 10 personas, un perro y un gato. Tanto las personas como el perro y el gato escogen la puerta para salir. Quizá el gato se decida por la ventana, pero es bastante factible que opte por el camino más sencillo que es la puerta. No sería muy relevante argumentar que las personas son racionales porque prefieren salir por la puerta en lugar de escoger la ventana. En la descripción de los aspectos contextuales se imponen tantas restricciones que las posibilidades de elección son mínimas. Las personas, el perro y el gato salen por la puerta. Esta decisión es tan esperada como la del consumidor que ante cantidades y calidades iguales escoge el bien de menor precio. Humanos y animales prefieren salir por la puerta y no por la ventana. Estos comportamientos son previsibles y son consistentes con la lógica que impone el modelo. Frente a las funciones de demanda, y si pudieran leer los precios, los perros y los gatos actuarían como los seres humanos. El contexto es determinante, así que el comportamiento del individuo depende de las condiciones que se definen por fuera del sujeto. El error analítico se presenta cuando se afirma que la respuesta condicionada es la elección de un sujeto racional. En la miradas usuales no se separan los elementos contextuales de las características del sujeto. Por tanto, es equivocado colocar la fuerza de la argumentación en el sujeto, en lugar de reconocer la relevancia de los supuestos. Realmente no hay un proceso de elección, sino una derivación lógica de una modalidad de acción que se califica como racional. Estos modelos no pretenden explicar el comportamiento
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del sujeto, sino que proponen una forma de respuesta que es lógicamente consistente con los supuestos. La estrechez de la acción del sujeto en el modelo de equilibrio general de Arrow-Debreu (1954) no significa que para estos autores el agente económico sea racional, y que actúe dejando de lado los sentimientos y las creencias. De nuevo, el equilibrio general no es el resultado de la racionalidad de los agentes sino de las condiciones que se les imponen a los mercados. Quiero desentrañar algunos de los significados que se le atribuyen a la hipótesis de racionalidad en la teoría económica. De manera más concreta, muestro que la racionalidad no es una propiedad exclusiva de los individuos, aunque esta es la forma como se presenta usualmente. La fuerza de la racionalidad depende del contexto social en el que está inmersa. Es plausible bajo condiciones muy ideales. Cuando tales condiciones dejan de existir, el supuesto de racionalidad se debilita y, aun, llega a ser contradictorio (Arrow, 1986, p. S385).
Arrow acepta que la racionalidad no es una condición indispensable para la comprensión del quehacer económico. En su opinión, hay una confusión entre la racionalidad y los supuestos que se adoptan para entender fenómenos hipotéticos tales como el equilibrio general, la competencia perfecta, la convergencia de precios, etc. Si la persona se coloca en tales condiciones, no le queda sino un camino de acción. Supongamos, como en el modelo de equilibrio general, que todos los bienes son privados, que los precios son flexibles, que las calidades son iguales, que la información es completa, que no hay costos de transporte, que ninguno de los agentes es hacedor de precios, etc. Y si, además, bajo estas condiciones se adopta el supuesto del ceteris paribus, es inevitable que un aumento del precio se refleje en una disminución de la demanda. Esta vía de acción es tan inmediata como la de quien encuentra en el orinal una portería de
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fútbol y una pelotica. De manera intuitiva la persona orina apuntándole a la pelotica, tratando de meter gol. La reacción en el orinal es instintiva, y el margen de acción de la razón es mínimo. La respuesta intuitiva es similar a la del individuo que disminuye la demanda cuando el precio sube. De manera equivocada, en el lenguaje convencional, este comportamiento intuitivo es considerado como racional. Si la persona reacciona de manera inesperada puede ser porque se cambian los elementos contextuales, o porque se modifica el ceteris paribus. Es el caso de los bienes Giffen. El aumento de la demanda cuando suben los precios es el resultado de una ruptura del ceteris paribus. Y en este proceso el efecto ingreso importa y, por tanto, la reacción del consumidor es el resultado de una combinación de los efectos precio e ingreso en la llamada ecuación de Slutsky. Cuando se niega el efecto ingreso, el bien Giffen desaparece. La teoría económica tiene que ver con los principios generales. Y estos postulados son contundentes. Algunos de ellos son: es mejor tener más que tener menos, la utilidad disminuye en el margen, existe una relación inversa entre los precios y la demanda, el salario es igual a la productividad marginal, etc. Estas relaciones básicas se presentan como indiscutibles. Y una vez que se han aceptado, el enfoque general, como afirma Becker, aceptaría situaciones específicas que no sigan el patrón general. Becker (1962) no concibe un homo economicus racional. Supone que la persona, en su complejidad de pasiones y creencias, tiene comportamientos que son relativamente estandarizados en una lógica costo/beneficio. Distingue entre dos formas de racionalidad. Una a nivel de mercado. Y otra a nivel de la unidad micro, como el hogar. Cuando se está en la dimensión de mercado la racionalidad es clara. Pero cuando se está a nivel micro el agente se puede comportar de manera irracional. Y esta forma de actuar, dice Becker, no es excepcional. El mercado, en su opinión, es una realidad abstracta que responde a ciertas lógicas causales racionales.
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En principio, es innegable que una caída de los precios se refleja en una mayor demanda. Esta relación negativa se mantiene siempre y cuando las calidades no se modifiquen. En otras palabras, ceteris paribus, una disminución de los precios implica crecimientos en la demanda. Este principio, tal y como acaba de ser formulado, es innegable. Pero cuando el asunto se plantea desde la perspectiva del sujeto, la relación de causalidad no es tan evidente. El comportamiento de los bienes Giffen rompe con la relación negativa que se presenta a nivel del mercado. Cuando se está en la esfera del mercado, entendido como abstracción, no hay sujetos. Y en este mundo imaginario, sin pasiones ni emociones, la relación entre los precios y la demanda siempre es negativa. De los textos de Arrow y Becker se desprenden dos conclusiones. La primera es el reconocimiento de la relevancia de las emociones en la decisión de consumir. Y la segunda es la importancia del contexto en el proceso de decisión. Esta conjunción de sentimientos y supuestos contextuales se ha expresado en el lenguaje económico como racionalidad maximizadora. En realidad no se ha desconocido el sentimiento, sino que se ha distorsionado su interpretación, confundiendo los mecanismos con la naturaleza de la razón. En otras palabras, las propiedades contextuales se proponen como si fueran características de la razón. Esta simplificación lleva a mezclar los alcances de los modelos con una visión constructivista de la razón. En los tres esquemas de la figura 4 se acepta que existe una relación entre el sujeto y sus circunstancias. En las ciencias sociales hay consenso sobre esta interacción causal. La diferencia entre las escuelas de pensamiento tiene que ver con el énfasis que se le da a uno u otro sentido de la causalidad.
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Figura 4 La relación entre los elementos contextuales y el sujeto
La “persona institucionalizada” Commons y Mantzavinos, North y Shariq
El ser social determina la conciencia Marx
El sujeto es responsable Hayek y la escuela austriaca
El contexto se puede entender de formas diversas. La posición más radical es la de Marx. En su enfoque, el ser social determina la conciencia. En la gráfica del medio se incluyen tres flechas que marcan la relación de causalidad que va desde el ser social (contexto) hacia la conciencia (sujeto). La libertad y la responsabilidad del sujeto quedan subsumidas en los determinantes sociales y económicos. La posición completamente contraria a la de Marx es la del pensamiento liberal, expresado muy bien por los autores austriacos. En la figura del lado derecho se incluyen tres flechas que van desde el sujeto hacia el contexto. El peso del sujeto es grande porque la responsabilidad individual adquiere relevancia. Para el liberalismo el sujeto está en capacidad de contrarrestar la incidencia del contexto. En su defensa de la libertad individual, Mises (1949) pone en evidencia el absurdo al que puede llevar la interpretación radical de Marx. En una sección dedicada a lo que él llama el polilogismo marxista –una forma de conocer diferente de acuerdo con la clase social– cita a Trotsky: “Trotsky afirmó que en el paraíso del proletariado ‘la persona humana típica alcanzará la estatura de Aristóteles, Goethe o Marx. Y por
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encima de este nivel se alcanzarán nuevos picos’” (Mises, 1949, pos. 1440). La fuerza de las condiciones sociales es de tal magnitud que logra que en la sociedad comunista el promedio de las personas alcance el nivel de inteligencia de mentes que hoy consideramos brillantes. Con razón, en las páginas dedicadas al polilogismo marxista, Mises se divierte criticando el fanatismo trotskista. Las aseveraciones de Trotsky se quedaron cortas frente al radicalismo de Stalin y del pensamiento oficial de los partidos comunistas. Estas posiciones extremas ilustran el alcance que pueden llegar a tener las causalidades descritas en la figura del centro. Finalmente, la gráfica izquierda incluye dos flechas que van desde el contexto hacia el sujeto. En esta visión los factores externos son relevantes pero no subsumen al sujeto de manera determinante como en la concepción de Marx. La “persona institucionalizada” en la visión de Commons (1924, 1934) le da relevancia al contexto, pero lo hace de tal manera que el sujeto no quede tan atado como en la lógica de Marx. Commons pone en evidencia un hecho sencillo del que usualmente no somos conscientes: la persona nace en una sociedad en la que ya existen reglas y organizaciones. Nadie puede hacer caso omiso de esta realidad. La persona institucionalizada de Commons es similar a la de Mantzavinos, North y Shariq (2004). Estos autores proponen la categoría “institucionalismo cognitivo”, que es el aprendizaje que tiene lugar en un orden institucional. El aprendizaje no se puede entender por fuera de los ambientes contextuales, ya que se inscribe en una dinámica institucional. La persona no puede conocer por fuera de las reglas existentes. Cada sociedad ha creado un orden institucional que limita y condiciona la visión de los sujetos13.
13 “Así, un individuo que comienza a intercambiar en el mercado ya comparte reglas sociales con los otros participantes. No es un ser ahistórico que únicamente está equipado con sus preferencias, y que maximiza la utilidad
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Volviendo a la figura del lado izquierdo, el sujeto aprende del contexto, pero este no lo ahoga como en la perspectiva marxista. La persona tiene un margen de acción importante pero actúa de manera condicionada. Puesto que el sujeto no es completamente libre14, Commons prefiere la categoría de lo razonable a la de lo racional (González, 2000, 2002). El individuo no puede hacer abstracción de la forma como las demás personas actúan y modifican el orden institucional. En estas condiciones, el supuesto de racionalidad pierde relevancia y gana espacio la noción de lo razonable. Las reglas existentes inciden en el proceso cognitivo de formas muy diversas. Mantzavinos, North y Shariq (2004) rechazan las visiones positivistas y muestran que el conocimiento es subjetivo. No existe un saber objetivo por fuera del esquema valorativo. En el proceso cognitivo los sujetos pasa por una escala de valores, que no se puede evitar. North (1993) considera que los alcances de la racionalidad también están marcados por los temas de análisis. La debilidad del principio de racionalidad es evidente cuando se considera la elección pública. En el “mercado político” la posibilidad de que haya ineficiencias es mayor a la que existe en el mercado de bienes15. En la literatura se hace la distinción entre la teoría de la elección pública y la teoría de la elección social (o colectiva). La primera está asociada a los nombres de Buchanan y Tullock (1962), y se caracteriza por hacer explícita la lógica costo/beneficio. Esta forma de aproximación está en conso-
bajo restricciones como, por ejemplo, los precios y el ingreso disponible” (Mantzavinos, North y Shariq, 2004, p. 79). 14 Sen (1970a, 1977) muestra que la elección individual siempre está condicionada por la presencia de los otros. Es imposible conjugar liberalismo y óptimo paretiano. 15 “Los mercados políticos son mucho más proclives a la ineficiencia que los económicos. En ellos resulta extraordinariamente difícil medir lo que se intercambia y, por tanto, exigir el cumplimiento de lo convenido” (North, 1993, p. 5).
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nancia con las lecturas de Becker y North. Desde el punto de vista del análisis racional, la pregunta relevante es por qué la persona acepta participar en elecciones si el costo es muy elevado frente al beneficio. El sujeto sabe que su voto no determina la elección final. Así que el beneficio es cercano a cero. El comportamiento del elector se podría considerar irracional, cuando se evalúa desde un marco estrecho del costo/beneficio. Pero tiene sentido y es perfectamente comprensible cuando se consideran otras dimensiones como las lealtades políticas, las pasiones, los sueños sobre la sociedad deseada, etc. El problema más complejo, al que se refiere North, es el proceso de elección que va desde la escogencia que hace cada persona hasta la decisión pública. En esta dinámica el individuo conjuga sistemas de valores complejos, que van más allá de la visión estrecha de la racionalidad. La teoría de la elección social (o colectiva) ha sido desarrollada por Arrow (1951a) y Sen (1970a). Los autores muestran que el análisis del paso de la elección individual a la colectiva va más allá de la relación entre el costo y el beneficio. Olson (1965) muestra que en el balance costo/beneficio es relevante el tamaño del grupo al cual pertenece la persona. El orden de preferencia del sujeto es, primero, no colaborar (NC) y recibir el beneficio (B). La segunda opción es colaborar (C) y recibir el beneficio (B). La tercera alternativa es no colaborar (NC) y no recibir el beneficio (NB). Y, finalmente, la peor situación es colaborar (C) y no recibir el beneficio (NB). Esta secuencia de opciones no le da prioridad a [C, B], que desde el punto de vista lógico es la mejor alternativa para todos los miembros del grupo. Quien escoge [NC, B] sabe que a la larga la escogencia más adecuada para el grupo habría sido [C, B]. 1
NC
B
2
C
B
3
NC
NB
4
C
NB
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A Ostrom (1990, 2009) le parece que el camino de Olson es muy pesimista porque la primera alternativa lleva a que las personas recurran a diferentes formas de atajo con tal de obtener los beneficios sin tener que colaborar. En su opinión, el diálogo entre el grupo puede llevar a una solución cooperativa en la que predominen elecciones del tipo [C, B]. Las conversaciones entre los miembros del grupo permiten encontrar una solución que no resultaría de las dinámicas del mercado. Al introducir en los modelos estos condicionantes institucionales se está reconociendo la incertidumbre y la ausencia de equilibrio. En el análisis de la relación entre el sujeto y el contexto, la geografía es relevante. Y cuando se incorpora se plantean situaciones que van más allá de los marcos estrechos del mercado. Estos modelos comienzan dándole importancia al suelo. Y, entonces, la interacción campo/ciudad es fundamental. Por los días de George (1881), la ciudad de San Francisco apenas tenía 140.000 habitantes. Y no obstante su tamaño relativamente pequeño, para George ya era evidente la necesidad de estudiar los flujos entre el campo y la ciudad. Para comprender los procesos que se viven en San Francisco, decía, es indispensable realizar un análisis que involucre el conjunto del territorio. El institucionalismo cognitivo facilita el cambio de perspectiva, de manera que se reconozca que el suelo y el espacio son relevantes. Es necesario retomar la visión de los clásicos del siglo xix y de la primera mitad del siglo xx, para quienes los recursos naturales y el trabajo son los factores de producción primarios por excelencia. En el lenguaje de los clásicos, la tierra es la fuente de la vida. En la segunda mitad del siglo xx, la teoría económica terminó despreciando los recursos naturales. Y en este desconocimiento tuvo mucho que ver la función de Cobb-Douglas (1928), que destacó la interacción entre capital y trabajo. De manera ligera, la literatura posterior se olvidó de la relevancia que tienen los recursos naturales16.
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En el lenguaje de hoy, el crecimiento verde busca cambiar el enfoque que ha tenido la teoría económica durante un siglo. El reto metodológico es enorme porque los análisis costo/beneficio han dejado de lado los temas ambientales. Ahora es necesario volver sobre los factores de producción primarios (los recursos naturales y el trabajo). El descuido de la economía por los temas ambientales es una de las explicaciones de los pocos logros que se han conseguido en el crecimiento verde. La geografía económica es una invitación a cambiar de enfoque. Si se le presta atención al medio ambiente y al suelo, se comprende mejor la necesidad de darle prioridad al desarrollo de las regiones, y no a los proyectos sectoriales. Krugman (1991) muestra que la economía no incluye en los modelos las variables relacionadas con la geografía porque ello implica renunciar a principios neurálgicos del discurso dominante. Habría que comenzar con abandonar los rendimientos decrecientes del factor. La geografía incorpora los rendimientos crecientes que se derivan de las aglomeraciones y de las vecindades. El costo de aceptar los rendimientos crecientes es alto porque se tiene que renunciar al equilibrio y la certeza.
16 En 1928 Cobb-Douglas reconocen que los recursos naturales son relevantes, pero su interés es mostrar la relación entre las máquinas (capital) y el trabajo. Aceptan que hay un cambio en la perspectiva de análisis, pero dejan abierta la puerta para que en ejercicios posteriores se incluyan los recursos naturales en la función de producción. La simplificación que relaciona el producto con el stock de capital y el número de personas no elimina otras posibilidades analíticas, incluyendo la combinación de recursos naturales y personas. CobbDouglas invitan a sus lectores a continuar el ejercicio que ellos comenzaron, pero incluyendo los recursos naturales. “Finalmente, si queremos mirar hacia adelante deberíamos incluir en nuestra ecuación el tercer factor –los recursos naturales–, y analizar hasta dónde se modifican nuestras conclusiones. Sería necesario, además, estudiar las implicaciones que ello tiene en las leyes de la renta” (Cobb-Douglas, 1928, p. 165). En lugar de ampliar los alcances de la función original, la literatura posterior canceló la reflexión sobre la naturaleza, y se quedó únicamente con la interacción entre stock de capital y personas.
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3. La construcción imaginaria El método de la economía, y también de la física, es la construcción imaginaria. Los modelos no son instrumentos mecánicos para la acción. Entre el modelo y la praxis no hay una relación directa. Los modelos son, como las novelas, construcciones imaginarias. No tiene ningún sentido tomar el modelo y aplicarlo de forma directa a la realidad. La construcción imaginaria apenas es un punto de referencia. En economía, la teoría de las expectativas racionales ha pretendido negar la relevancia de las construcciones imaginarias17. Shackle (1972, 1979b) considera que el término “expectativas racionales” encierra una contradicción intrínseca. En el mundo de las expectativas no hay espacio para la razón sino para la imaginación. Y la imaginación puede ser la negación de la razón. La imaginación tiene que ver con el futuro, mientras que la razón reconstruye lógicamente los acontecimientos pasados. Gracias a la razón podemos ordenar los hechos anteriores e interpretarlos de manera lógica. Pero frente al futuro la razón no tiene nada que decir. Cada decisión es un nuevo comienzo que genera dinámicas impredecibles. La persona opta a partir de los diversos imaginarios que va construyendo. El gerente de una empresa, el inversionista, el consumidor, el ministro de hacienda, etc. se ven obligados a escoger, más temprano que tarde, entre imaginarios inciertos pero factibles. Y en la secuencia de imaginarios alternativos no opera la relación causa-efecto (si A, entonces B) propia de la razón. En un mundo de incertidumbre, B apenas es una de las consecuencias posibles de A. No hay duda de que al imaginar el futuro, el individuo también construye relaciones del tipo “A, entonces B”. Pero estas causalidades expresan secuencias imaginadas,
17 Ver, por ejemplo, Lucas (1976), Lucas y Sargent (1981) y Sargent y Wallace (1976).
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y no responden a los principios de las interacciones racionales. La persona imagina que la consecuencia de A será B, pero no tiene ninguna certeza de que ello va a suceder. En la lógica racional hay una certeza probabilística de que dado A, entonces B. En el mundo de la imaginación no hay espacio para el cálculo de probabilidad. Es el campo de la incertidumbre (Knight, 1921). En la concepción de Shackle la acción humana es el resultado de una secuencia de causalidades imaginarias que son factibles. La persona que tiene $50 millones y que desea comprar acciones se imagina la rentabilidad futura de diversos portafolios y escoge uno. Pero todos los portafolios considerados son factibles. Como la combinación de activos que puede lograrse con $50 millones es infinita, el abanico de elecciones alternativas no puede ser sometido a ningún cálculo racional, ya que no se puede construir una función de probabilidad. La probabilidad obliga a cerrar el abanico de opciones entre cero y uno18. Si las alternativas son ilimitadas, la función de probabilidad no se puede construir. Para Shackle la imaginación no significa soñar, como a veces se considera en el lenguaje corriente. La persona que a los 50 años piensa que todavía puede ser campeón mundial de natación no imagina, en el sentido de Shackle, sino que sueña. Imaginar es pensar el futuro, la decisión del día siguiente, del mes siguiente, a partir de las condiciones del presente. Las alternativas del imaginario shackliano son realizables19.
18 Para cada elemento x ∈ Ψ, el valor de la probabilidad f (x) cumple dos propiedades. Primero, f (x) ∈ [0,1] ∀ x ∈ Ψ. Segundo, ∑ x ∈ Ψ f (x) = 1. 19 La concepción que tiene Shackle del futuro se expresa de manera contundente en su análisis de la tasa de interés y del dinero. Con respecto a la primera dice: “en el lapso de tiempo que hay entre el préstamo y el pago, no entra en escena la impaciencia sino la ignorancia” (Shackle, 1972, p. 203). Y con respecto a la moneda afirma: “la moneda es el medio a través del cual el vendedor gana tiempo, con el fin de adquirir conocimiento” (Shackle, 1972, p. 207).
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Como en la escuela austriaca, el enfoque de Shackle es una afirmación contundente de la relevancia del sujeto y del individualismo metodológico. Pero esta persona que construye su propio imaginario es diferente de cualquier otra. Y por tanto, allí no tiene cabida el “individuo representativo”. La persona de Shackle es única, y está inmersa en una dimensión temporal, en la que permanentemente interactúan: el pasado, que es el espacio de la razón, el presente, que es el momento de la decisión, y el futuro, que es el mundo de la imaginación. La construcción imaginaria propone escenarios extremos. El equilibrio general tiene el mismo significado analítico que el perfume perfecto concebido por Süskind (1985), o que la memoria perfecta de Funes el Memorioso (Borges, 1944). En los tres casos la imaginación crea escenarios extremos. Las condiciones de existencia y unicidad del equilibrio únicamente son posibles en el marco restringido de los supuestos de Arrow-Debreu (1954). La perfección del equilibrio, del perfume o de la memoria es posible en la imaginación. Estas situaciones extremas no se pueden presentar en la realidad. El perfume perfecto lleva a la muerte. Funes el Memorioso no puede vivir el presente. El equilibrio general acaba la actividad económica. Estos resultados extremos destruyen la acción humana. La misma reflexión es legítima frente a las visiones kantianas del imperativo categórico o de la paz perpetua. En La paz perpetua Kant (1795) se pregunta por qué los seres racionales no logran la paz definitiva entre las naciones. Este interrogante básico pretende llevar la razón humana hasta sus últimas consecuencias. En La fundamentación de la Metafísica de las Costumbres Kant (1785) hace un ejercicio analítico similar. Allí, al definir el imperativo categórico supone que los seres racionales pueden obrar de tal manera que el criterio moral individual se convierta en norma universal. Propone el perfeccionismo moral pero, al mismo tiempo, reconoce que no es posible. Acepta que la razón humana
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puede concebir la inconcebibilidad del imperativo categórico. De igual manera es inconcebible la paz perpetua entre las naciones. Así que el proponente del perfeccionismo moral termina afirmando su imposibilidad. Podría decirse que Kant deja abierto el espacio para una justicia comparativa, al reconocer los límites intrínsecos de una teoría perfecta. Desde esta perspectiva, el ideal kantiano abre el camino para pensar en ideas de la justicia. No es, pues, ninguna falta de nuestra deducción del principio supremo de la moralidad, sino un reproche que habría que hacerle a la razón humana, en general, que no pueda hacer concebible, según su necesidad absoluta, una ley práctica incondicional (aquella que debe ser imperativo categórico); pues ya que no quiere hacer esto por medio de ningún interés puesto como base, no puede ser vituperada, porque esta ley, entonces, no sería una ley moral, es decir, una ley suprema de la libertad. Así, pues, no concebimos la necesidad práctica incondicional del imperativo moral, sino que concebimos su inconcebilidad; que es lo que en rigor cabe requerir de una filosofía que aspira en principios hasta los límites de la razón humana (Kant, 1785, p. 160, énfasis añadido).
El ser humano, dice Kant, no concibe la necesidad práctica incondicional del imperativo moral, sino que concibe su inconcebibilidad. Es imposible que la razón humana pueda concebir el imperativo categórico como la ley suprema de la moralidad. Se abre, entonces, el espacio para pensar ideas alternativas de la justicia. En su discurso de aceptación del premio Nobel, en el que diserta sobre La guerra y la paz, Aumann (2005) rescata la preocupación de Kant por la paz perpetua. En su exposición, que es un homenaje a Tolstoi, Aumann hace la diferencia entre el equilibrio que se consigue en un juego sin repetición y el equilibrio que se alcanza al final de un proceso de juegos repetidos. Bajo determinadas circunstancias, ambos equilibrios pueden ser iguales. Cuando se está frente a la guerra y
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la paz, el equilibrio del súper juego (el juego repetido) suele ser muy semejante al que se habría obtenido en el primer juego. Antes de comenzar la guerra, las personas racionales deberían entender que un acuerdo temprano es preferible a una negociación posterior. El juego inicial y el súper juego tienen una solución similar. Por tanto, la diferencia entre ambos no está en el punto de llegada, sino en el tiempo transcurrido, que en situaciones de guerra conlleva numerosos muertos. Las guerras prolongadas (el súper juego) deberían ser concebidas como un absurdo. Desde el ámbito de la razón vale la pena preguntarse: ¿por qué Estados Unidos tardó tanto tiempo para salir de Vietnam? ¿Por qué todavía no se retira de Irak? ¿Por qué no se logra un acuerdo entre Israel y Palestina? Y en el caso colombiano: ¿por qué hubo que esperar tantos años para llegar a un acuerdo con las Farc? ¿Por qué, después de miles de muertos, en las negociaciones de La Habana apenas se están discutiendo metas que son propias de cualquier sociedad liberal moderna? ¿Por qué todavía no se llega a un acuerdo con el eln? Siempre habrá respuestas racionales y consistentes que justifican la continuación de la guerra. Desde la visión de La paz perpetua, si la razón se lleva hasta sus límites, se debería concluir que es preferible que no haya guerras. Infortunadamente abundan los argumentos para hacer y mantener la guerra. La paz entre hombres que viven juntos, dice Kant (1795, p. 6), no es un estado de naturaleza. El estado natural es más bien la guerra, así que la paz “es algo que debe ser ‘instaurado’”. La paz que la razón reconoce como la mejor alternativa puede fracasar porque la razón siempre encuentra argumentos para hacer la guerra. Es factible, entonces, que la paz perpetua no se pueda construir, y que permanezca siendo un privilegio de los cementerios. La construcción imaginaria tiene la ventaja de llevar hasta sus últimas consecuencias los rasgos característicos del modelo. Estos esquemas imaginarios poseen la virtud de
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facilitar la conversación sistemática sobre un tema. El hecho de poder reflexionar de manera ordenada sobre un asunto tiene validez intrínseca. El escenario imaginario tiene justificación por sí mismo, de manera que carece de sentido tratar de establecer un puente entre el modelo y la realidad. El constructivismo racional en economía se ha preocupado por aplicar los postulados del modelo a las decisiones de política económica. Este es el caso típico de saint-simonismo (Saint-Simon, 1825). La pretensión de hacer un traslado mecánico está muy marcada por el afán de llevar procedimientos de la ingeniería a las ciencias sociales. La elaboración lógica del modelo tiene muy poco que ver con su aplicabilidad. Y en la construcción imaginaria no se debe confundir los supuestos que tienen que ver con el comportamiento del sujeto y los que están relacionados con el contexto. Numerosos modelos no hacen ninguna consideración explícita sobre el sujeto. Ni siquiera tienen que suponer que el individuo es racional. El modelo opera no por la decisión racional del sujeto sino por la relevancia intrínseca de los supuestos. Cualquier persona que sienta el olor del perfume perfecto desea acercarse a quien se lo ha aplicado para devorarlo. Esta pulsión es irresistible. El individuo no logra controlar sus deseos. Al poner en evidencia la acción que lleva del perfume perfecto a devorar a su portador, el modelo pone toda la fuerza en las características del perfume, y no en la sicología del individuo que lo huele. La acción que lleva a disminuir la demanda cuando los precios suben no proviene de la decisión del sujeto sino de la contundencia de los supuestos. El tema lo analiza con detalle Elster (1979) en Ulises y las sirenas. La aparición se las sirenas hace que los marinos vayan hacia ellas. Esta reacción podría ser similar a la que ejerce el alza de precios. El aumento de los precios causa un estímulo que lleva a disminuir el consumo. Las reacciones frente a las sirenas y a los precios mueven los sentimientos
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y, eventualmente, la razón. Estos mecanismos de reacción inmediata no son propiamente racionales. Son instintivos. Si el ejercicio fuera racional, las personas harían un balance cuidadoso de los costos y de los beneficios. En las decisiones normales no se hace. En Ulises el comportamiento racional únicamente se presenta cuando los marinos se amarran al mástil, para evitar que el deseo los lleve al mundo fatal de las sirenas. La falta de comprensión de los límites de la construcción imaginaria es un error metodológico, que se expresa en las lógicas lineales del constructivismo racional positivista. Si en el modelo la menor demanda es consecuencia de un aumento de los precios, esta secuencia causal no se puede llevar a la realidad y suponer que cuando los precios aumentan, siempre disminuye la demanda. Esta causalidad no solamente se rompe por las características del bien (Giffen), sino porque en la vida real los sujetos que interactúan no tienen la información que necesitan para precisar con certeza si los mayores precios corresponden a una mejor calidad. Si este vínculo entre los precios y la calidad está garantizado es posible que el alza de precios implique un crecimiento de la demanda. Pero esta decisión solamente se puede tomar si hay seguridad sobre la calidad. E, infortunadamente, en el mundo real estas certezas no existen. Los estudios de Akerlof (1970) sobre el mercado de los carros de segunda muestran la dificultad de la elección cuando no se conocen las calidades del producto. La lógica lineal lleva a suponer que las relaciones causales definidas en el modelo siempre se cumplen. Y, entonces, se recurre a la predicción probabilística, que termina convertida en un instrumento de la ingeniería social. Este tipo de aproximación niega la incertidumbre, y supone que las tendencias actuales se conservan en el futuro. Hayek (1952a), Mises (1944, 1949) y Simon (1978, 1983, 1986) han tratado de pensar la razón desde sus fundamentos biológicos y sicológicos. En esta reflexión los elementos contextuales son reconocidos como tales, y se aceptan como
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condicionantes de la acción humana. La interacción entre sujetos genera procesos inesperados. La interpretación que hace Mises del mercado tiene sus raíces en las consideraciones de Smith (1759, 1776) sobre los resultados inintencionados de la acción humana. La persona actúa de acuerdo con sus valores, pero no puede predecir los resultados finales de sus decisiones. Este principio es válido para cada individuo y, sobre todo, se aplica al conjunto de la sociedad. En virtud de la interacción colectiva, la decisión de cada persona genera procesos que no se pueden predecir. La posición de Smith y de Mises lleva a rechazar cualquier forma de mesianismo y de constructivismo social. Mises piensa que es posible hacer predicciones de clase pero no de caso. La predicción de clase es de este tipo: “Los jóvenes vivirán más que los viejos”. Esta afirmación es legítima y sobre ella se fundamentan los sistemas de salud. La predicción de caso sería: “El joven Juan morirá mañana”, o “En el año 2020 el precio del dólar será $5.721”. Para Mises es absurdo planificar a partir de la predicción de caso. Considera razonable hacer planes siguiendo las predicciones de clase. La ingeniería social cae en la trampa de las predicciones de caso. El mejor ejemplo de esta ingenuidad es la regla fiscal. Las aseveraciones basadas en la predicción de caso abundan. Cuando se afirma, por ejemplo, que la paz en Colombia llevará a un crecimiento adicional del pib del 4,5% se está haciendo una predicción de caso. Este tipo de apreciación refleja la burda pretensión de confundir la complejidad de la acción humana con una ingeniería social simplista. El hecho de que este tipo de conclusiones se reproduzca en los medios de comunicación y se utilice para diseñar la política económica muestra que el discurso dominante sigue inmerso en un positivismo ingenuo. El recurso al homo economicus es legítimo en el espacio de la construcción imaginaria, pero no tiene ninguna validez en la realidad. Esta apreciación puede ser aceptada por cualquier académico. En el espacio de los modelos las secuencias
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causales son imaginarias. En la realidad las interacciones entre los sujetos no pueden funcionar como en los modelos. La separación entre los modelos y la realidad no es de grado sino de naturaleza. Sencillamente, no son comparables. Con frecuencia se dice que el modelo A es mejor que el modelo B porque los supuestos de A son más cercanos a la realidad que los de B. Pero esta forma de argumentar es equivocada. Primero, porque la realidad no es un hecho objetivo, que esté allí, independiente de los sujetos que la viven. Y segundo, porque si las construcciones son imaginarias no es factible establecer una mayor o menor distancia con respecto a la realidad. Una construcción imaginaria no es mejor que otra porque se acerque más a la realidad, sino porque ayuda a entender mejor. La bondad de la construcción imaginaria no radica en su proximidad a la realidad, que nunca se puede precisar, sino en su capacidad explicativa, y esta es juzgada por los sujetos que interpretan su realidad, y que también construyen imaginarios. Puesto que la realidad no está por fuera de los sujetos, no es posible afirmar que un modelo específico la explica mejor que otro. El sujeto prefiere un modelo porque le parece que le ayuda mayormente a interpretar su realidad. La formalización, cualquiera que sea, es uno de los lenguajes de la construcción imaginaria y, por su misma naturaleza, no es la realidad. Y el juicio sobre su “semejanza” con la realidad depende del sujeto. La persona considera que un modelo es cercano a la realidad porque se aproxima a su interpretación de los hechos. Es decir, porque el modelo encaja en su propia cosmovisión. En las reflexiones económicas se suelen contraponer dos enfoques. El uno pone el énfasis en el equilibrio de las llamadas fuerzas del mercado. El otro les da relevancia a los desequilibrios. Estas nociones de “equilibrio”, “desequilibrio”, “fuerzas de mercado” son construcciones imaginarias. Los mercados existen porque los sujetos con sus valores y creencias intercambian bienes. Como nunca es clara la línea
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que separa al equilibrio del desequilibrio, el sujeto enfatiza un momento u otro, dependiendo de su percepción. Los autores clásicos, decía Keynes, les dan prelación a los ajustes parciales en condiciones de equilibrio. Desde su perspectiva, Keynes insistía en la necesidad de construir una teoría general con herramientas que permitieran incorporar los desequilibrios estructurales. Ambas construcciones imaginarias, la clásica y la keynesiana, se disputan la capacidad de ayudar a interpretar los hechos de la realidad. Es curioso, dice McCloskey (1983, 1985), que los economistas defensores de la lógica positivista no sean consecuentes con ella, y no renuncien a sus esquemas de pensamiento cuando los hechos de la realidad parecen ir en sentido contrario. Los instrumentos propios de la inducción positiva no se utilizan para determinar la bondad de los paradigmas. Los modelos se aceptan o se abandonan con independencia de su capacidad de explicar empíricamente los fenómenos. Los ejemplos sobran. La teoría keynesiana fue aceptada sin necesidad de que la trampa de la liquidez se hubiese demostrado empíricamente. La noción de la tasa de interés de Keynes (1936) se reconoció como pertinente, con independencia de la posibilidad de su cuantificación. Para Keynes (1936, p. 198) la tasa de interés, cercana a la visión austriaca, es la relación entre el precio esperado del bien y el precio actual20. La tasa de interés del bien trigo (rtrigo), por ejemplo, es igual a la relación entre el precio esperado en el futuro (pε) y el precio actual (p Α), así que rtrigo =
pεtrigo pΑtrigo
20 Para Mises (1949, pos. 10500), “el interés no tiene que ver con los ímpetus de ahorrar, ni con el premio o la compensación que se reconoce por abstenerse del consumo inmediato. Es la relación, en una valoración conjunta, entre los bienes presentes y los bienes futuros”.
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De manera general, la tasa de interés del bien i es ri =
pεi pΑi
Y esta tasa de interés es la conjunción de tres variables: el costo de mantener el activo (c), su liquidez (l) y su rentabilidad (q), así que r = q – c + l. En su concepción de la tasa de interés, Keynes explicita la dimensión temporal, y con ella la incertidumbre, así como la imposibilidad del equilibrio. Cada uno de los bienes tiene una tasa de interés intrínseca. Esta concepción de la tasa de interés es completamente distinta a la definición que se desprende de la función de Cobb-Douglas (1928). En este caso, la tasa de interés es igual a la productividad marginal del capital
(
r=
∂Y ∂K
)
[21]
La diferencia entre las concepciones de la tasa de interés de Keynes y de Cobb y Douglas no es un asunto menor. Se trata de dos visiones completamente diferentes de la economía, y de la relación entre el mundo monetario y el mundo real (Davidson, 1978). Casi 90 años después, la aceptación de una u otra teoría de la tasa de interés sigue siendo objeto de discusión. Los diversos acontecimientos del mundo real no han sido sufi-
21 En la versión de Cobb-Douglas (1928), la totalidad del producto (Y) se explica por las relaciones del stock de capital (K) y del número de trabajadores (N), así que Y = f (K, N). La primera derivada es mayor que cero, y la segunda es menor que cero, ∂Y
∂N
> 0;
∂Y
∂K
> 0;
∂ 2Y
∂N 2
< 0;
∂ 2Y
∂K 2
0] y que la segunda derivada es negativa [(∂ 2u/∂y 2) < 0]. Gracias a que el lenguaje es más compacto, una tesis doctoral en economía puede tener 60 páginas, mientras que en derecho una argumentación similar podría requerir 3 tomos. El uso del lenguaje matemático en economía no significa que la disciplina sea más “científica” que el derecho, o que se acerque más a la verdad. Tanto en derecho, como en economía, como en filosofía moral se construyen imaginarios. Uno se llama “equilibrio general” y se presenta con identidades matemáticas, otro se denomina “velo de ignorancia”, otro se califica como “justicia comparativa”, etc. Todos son modelos que ayudan a entender. La disputa entre construcciones imaginarias se refleja en numerosos campos de la economía. Uno de gran relevancia es el ambiental. El Informe Stern (2006) propone que en la evaluación de los proyectos relacionados con el medio ambiente se utilice una tasa de descuento anual del 1,4%. Los críticos del Informe Stern prefieren una tasa de descuento del 6%. Las implicaciones de una u otra decisión son muy grandes. Si asimilamos la tasa de descuento a la tasa de pre-
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ferencia intertemporal27, cuando θ = 1,4, la utilidad presente tiende a ser alta, y el daño ambiental es muy valorado. En tal caso, un daño ambiental de $100 en 30 años, hoy sería equivalente a $65,9, ya que 65,9 =
100 eθt
con θ = 1,4 y t = 30. Para quienes no están de acuerdo con el Informe Stern, el valor de θ debería ser 6%. Y en tales condiciones el daño ambiental de $100 en 30 años, hoy tendría un valor de $17,41. En otras palabras, mientras mayor sea θ, menos costoso será el daño ambiental en pesos de hoy. Para los críticos del Informe Stern la situación no es tan dramática, porque el costo presente es relativamente bajo. Los dos valores, 1,4% y 6%, corresponden a dos construcciones imaginarias completamente distintas. Mientras que del primer caso se concluye que la mina no se puede explotar porque se debe conservar el páramo, del segundo modelo se desprende que la mina sí se puede explotar porque la rentabilidad actual lo justifica y el valor económico del daño ambiental no es muy alto. De nuevo, la escogencia entre una u otra opción depende de la lucha política, y del poder de cada una de las partes. Ambos modelos son igualmente robustos y cumplen con los requerimientos técnicos de la econometría y de las altas finanzas. Volviendo a la figura 2, no existe ningún método que permita pasar de lo empírico a lo racional sin una percepción subjetiva. Puesto que la reflexión sobre lo empírico está mediada por la razón, la subjetividad es inevitable.
27 Siendo UF la utilidad futura y θ la tasa de preferencia intertemporal, o la tasa de descuento. La utilidad presente (UP) es UP = UF eθt
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Todo acercamiento a la realidad está atravesado por el sujeto. El positivismo comete el error de suponer que los hechos se pueden captar de manera racional sin distorsiones valorativas gracias a la pureza del instrumento lógico. Esta secuencia es equivocada. Primero, porque supone que el instrumento lógico (racional, formal) tiene la virtud de captar la realidad. La frase de Einstein citada atrás es contundente. Los modelos, que nacen de la mente y que son imaginarios, no tienen nada que ver con la realidad, así que su contribución a la explicación de las dinámicas reales no depende del modelo lógico en sí mismo, sino de la forma como vaya acompañando la percepción del sujeto. El instrumento lógico, como la matemática, no es garantía de objetividad. Todo lo contrario. La lógica es la expresión subjetiva de secuencias que se consideran consistentes desde alguna perspectiva. El ejercicio matemático no tiene ninguna relación con la ciencia o con la objetividad. Es usual asociar la matemática a la “solidez” de la disciplina. Se piensa, de manera ingenua, que una disciplina es científica si tiene un cuerpo matemático desarrollado y si, además, las relaciones de pueden cuantificar. Ninguna de estas dos condiciones garantiza que el procedimiento sea objetivo y, mucho menos, que sea verdadero. Esta limitación es reconocida por el propio Samuelson (1947). Ni la matemática, ni la econometría, ni la cuantificación son garantía de objetividad. Apenas son instrumentos para construir un lenguaje que permita conversar de manera organizada y sistemática. En el proceso cognitivo, cuando se pasa de lo empírico a lo racional, se construye un relato, que es un metafísica de la naturaleza y de las costumbres. La economía como praxeología trata de entender, y los instrumentos que utiliza para hacer una reflexión racional sobre los hechos son de muy diversa índole. El alfabeto, la matemática, los datos ayudan a construir el lenguaje económico, que se nutre de otros saberes, como la biología, la filosofía, la física, etc.
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4. El núcleo duro y el método 4.1. La permanencia del paradigma La construcción imaginaria tiene que ver directamente con la forma como se va consolidando el llamado núcleo de la disciplina. El punto de partida es la permanencia del paradigma, independientemente de lo que esté sucediendo en la realidad. La interpretación de los hechos se continúa haciendo con el viejo paradigma sin que este sea puesto en cuestión. Ya se decía que uno de los ejemplos ilustrativos de esta permanencia de los paradigmas es la neutralidad y super neutralidad del dinero. Las fluctuaciones que ha tenido el mercado de capitales, y su diferencia con la estabilidad observada a finales del siglo xix no ha llevado a modificar las visiones que se tenían sobre la relación simétrica entre los mundos monetario y real. Desde las miradas de Fisher (1911) y Knight (Patinkin 1973a) existe una relación simétrica y unívoca entre los circuitos real y monetario28. La rueda de la riqueza de Knight explica bien esta identidad. Al hacer la remembranza de Knight cuando era su profesor en la Universidad de Chicago, Patinkin (1973a, 1973b) analiza las características de la rueda de la riqueza (figura 5), que es el nombre dado por Knight al esquema que utilizaba para representar el circuito económico. Según las indagaciones de Patinkin, la rueda de la riqueza comenzó a ser utilizada por Knight en 1926, y a partir de 1948 fue popularizada
28 Patinkin (1948a, 1948b, 1949) no cree en la dicotomía clásica, pero sí en la neu tralidad del dinero. Construye un sistema de ecuaciones en el que la demanda de bienes depende, primero, del nivel absoluto de precios, segundo, del valor real de los saldos monetarios. En otras palabras, si el nivel absoluto de precios importa, no hay dicotomía. Y, con respecto al segundo punto, si la demanda de bienes es función del valor real (y no del valor nominal) de los saldos monetarios, la neutralidad de la moneda queda a salvo.
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por Samuelson en su texto clásico Economics: An Introductory Analysis (Samuelson, 1967). Figura 5 La rueda de la riqueza de Knight
Fuente: La gráfica reproduce el diagrama que utilizaba Knight en 1926, tal y como es recordado por Patinkin (1973a, p. 791).
En las primeras presentaciones que hace Knight de la rueda de la riqueza, la empresa aparece en el lado izquierdo y las familias en el derecho. Y ambas están enlazadas por dos circuitos que se mueven en direcciones contrarias. El circuito real, interno, avanza en la dirección de las manecillas del reloj. El circuito monetario aparece en la parte externa y se mueve en la dirección contraria a las manecillas del reloj. En el circuito real hay dos flujos. De un lado, el de las familias que ofrecen su trabajo a las empresa. Y, del otro, el de las empresas que proporcionan a las familias bienes y servicios. En el circuito monetario también hay dos flujos. El primero es el de los salarios que reciben las familias a cambio de su trabajo. El segundo, el de los pagos que las familias hacen a
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las empresas a cambio de los bienes que estas ofrecen en el mercado. En la rueda de la riqueza se busca explicitar los flujos monetarios y reales, más que destacar las características de las empresas o las familias. La rueda de la riqueza de Knight se mantiene a pesar de las transformaciones de las realidades financieras y monetarias que se están presentando en las sociedades contemporáneas. La rueda continúa casi idéntica en las versiones modernas, como la de Mankiw (2009). Dicho de otra manera, la neutralidad del dinero se mantiene como un componente central del paradigma dominante, aun cuando las dinámicas financieras han cambiado de manera sustantiva. La construcción imaginaria parece indestructible. Otro ejemplo es la permanencia de la función de Cobb-Douglas (1923), y la identidad que de allí se desprende entre la tasa de interés y la productividad marginal del capital. Sucede algo similar con el modelo is-lm (Hicks, 1937, 1957). Lejos de ser abandonados, estos puntos de referencia continúan guiando la enseñanza y las decisiones de política económica29. Y de allí se desprenden numerosas consecuencias. Además de la simetría entre los ciclos real y monetario, de la rueda de la riqueza se ha derivado la visión unitaria de la empresa y de la familia. La rueda de la riqueza oculta los comportamientos complejos que tienen lugar en el seno de las empresas y de las familias. Esta aproximación es consecuente con los llamados “modelos unitarios”, que están asociados al nombre de Samuelson (1956). El autor discute con la pretensión de Scitovsky (1952) de construir curvas de indiferencia comunitarias. Es decir, curvas de indiferencia que representen las opciones de consumo de un grupo. Samuelson critica a Scitovsky porque considera que, en general, no es posible
29 Hicks creó el modelo is-lm en 1937, pero siempre reconoció sus limitaciones (Hicks 1937, 1957). Muchos años más tarde él mismo se mostraba sorprendido porque is-lm seguía teniendo vigencia (Hicks 1990).
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que existan curvas de indiferencia representativas de un consumo comunitario. No obstante, en el caso de la familia sí es factible que haya curvas de indiferencia comunitarias. Esta conclusión hace abstracción de las diferencias que se presentan entre los miembros del grupo familiar. En el modelo unitario de Samuelson la familia se considera como un agente homogéneo. La curva de indiferencia de la familia existe porque se supone que los miembros comparten la misma preferencia. En estos modelos no es posible precisar las preferencias de cada persona porque la familia es tratada como un agente económico único. Aún más, en Samuelson difícilmente hay una teoría de la familia. El modelo unitario introduce el agente familia casi que con el único propósito de contraponerlo al agente firma y, de esta manera, poder cerrar la atención en el circuito de la rueda de la riqueza. Recientemente, Deaton ha tratado de indagar por lo que sucede al interior de las familias. Desde su perspectiva, el modelo unitario de Samuelson es muy limitado porque no permite entender la forma como los miembros del hogar se organizan para aprovechar mejor los alimentos y los bienes comunes (Deaton y Paxon 1998)30. De la función Cobb-Douglas y de is-lm se derivan construcciones imaginarias relacionadas con la tasa de interés, con la equivalencia entre los precios de los factores y la productividad marginal, con el impacto de las políticas fiscal y monetaria, etc. La aceptación de un imaginario va configurando escuelas, que tienen denominaciones muy diversas, y que siempre son más o menos ambiguas. En los tres temas mencionados: neutralidad del dinero, tasa de interés, modelo is-lm, las dos grandes corrientes que participan en el debate se han calificado como “neowalrasiana” y
30 Ver, además, Browning, Bourguignon, Chiappori y Lechene (1994), Becker (1974), Folbre (1996), Harriss (1986), McElroy (1990), Sen (1981), Serrano (2011) y Tao y Zhu (2000).
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“keynesiana”. El programa de investigación neowalrasiano, que de hecho se ha convertido en la corriente principal de la teoría económica, ha buscado que los nuevos saberes sean compatibles con unos teoremas que considera básicos y, en este sentido, ha tratado de consolidar y de ampliar el núcleo duro31. Busca que la construcción imaginaria incluya un mayor número de dimensiones de la actividad económica. El ideal neowalrasiano es construir un corpus teórico que no tenga rupturas en dos sentidos. Primero, se busca que los teoremas básicos sean consistentes entre sí. Se trata de una continuidad lógico-analítica. Y segundo, se persigue el que los principios constitutivos del método sigan siendo válidos a medida que la teoría va cubriendo espacios más amplios. Se pretende que el método de la economía pueda extenderse al conjunto de las ciencias sociales32. Weintraub (1979, 1985) propone examinar el avance de la economía a partir de la visión que tiene Lakatos (1970) del progreso científico. Al desarrollar la “metodología de los programas de investigación científica”, Lakatos supone
31 Algunos ejemplos de teoremas básicos son: productividad marginal del trabajo igual a salario real, productividad marginal del capital igual a tasa de interés, neutralidad del dinero, cambios proporcionales y en el mismo sentido de todos los precios (principio de Fisher), utilidad marginal decreciente, productividad del factor decreciente, aversión al riesgo. 32 Es sorprendente la forma como el modelo neowalrasiano ha ido ocupando el espacio de las otras disciplinas sociales, como la sociología o la política. No obstante, Baron y Hannan (1994) piensan que la influencia que ha tenido la economía en la sociología no es tan fuerte como para hablar de un “imperialismo económico”. “En los ochenta los economistas más citados por los sociólogos en la American Sociological Review (asr) y el American Journal of Sociology (ajs) fueron, en su orden: David Gordon, Gary Becker y Jacob Mincer. Entre 19901992 hubo un cambio, se dejó de lado la cita de los autores neo-marxistas, se continuó dándole énfasis a la teoría del capital humano y se prestó más atención a los costos de transacción. En orden, los autores más citados fueron Becker, Williamson y James Heckman (aunque en 1992 el más citado fue János Kornai)” (Baron y Hannan, 1994, p. 1113). Algunos sociólogos, el más destacado de los cuales es Coleman (1990), han asimilado el método de la economía, y utilizan términos como “sociología de la elección racional” (“rational choice sociology”). Sobre el imperialismo económico, ver igualmente Rothbard (1979).
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que en el corazón de cada disciplina hay un núcleo duro de “propuestas, supuestos y creencias que todos los miembros de la disciplina consideran irrefutables” (Weintraub 1979, p. 15, énfasis añadido)33. Esta formulación incluye dos postulados muy exigentes. Por un lado, el núcleo duro tiene que ser aceptado de manera unánime, y por otra parte, los teoremas deben haber alcanzado tal grado de desarrollo que ya no quede ninguna duda de su validez. El núcleo duro se ensancha a medida que las nuevas teorías son aceptadas por la comunidad científica. La consistencia lógica del núcleo duro garantiza la solidez del método científico. El progreso de la ciencia se expresa en la ampliación del núcleo duro. Los programas de investigación que contribuyen a la extensión y consolidación del núcleo duro son progresivos. En cambio, un nuevo programa de investigación es degenerativo cuando recurre a teorías ad hoc, que no están inscritas en el núcleo. La ciencia se fortalece por dos caminos: el normal-acumulativo y el revolucionario34. Cuando la transformación es acumulativa, los nuevos hallazgos confirman la solidez lógica de los teoremas del paradigma dominante. En tal caso los teoremas recién creados son compatibles con los viejos principios. El paradigma vigente lucha por incorporar las nuevas ideas dentro de su estructura lógico-argumentativa.
33 “En general, un programa de investigación científico se organiza alrededor de un conjunto de proposiciones aceptadas como verdaderas e irrefutables por todos los que se adhieren al programa. Lakatos llamó a estas proposiciones el núcleo duro del programa” (Weintraub 1985, p. 24). 34 “La abrumadora mayoría del avance científico es de este tipo normal acumu lativo […] los cambios revolucionarios son diferentes y bastante más problemáticos. Ponen en juego descubrimientos que no pueden acomodarse dentro de los conceptos que eran habituales antes de que se hicieran dichos descubrimientos. Para hacer, o asimilar, un descubrimiento tal, debe alterarse el modo en que se piensa y describe un rango de fenómenos naturales” (Kuhn, 1981, p. 59). En el esquema de Lakatos, la aparición de un nuevo programa de investigación se asemeja al cambio de paradigma, o a la revolución científica de la que habla Kuhn (1962, 1981).
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Trata de que los cambios se asemejen a una transformación acumulativa. Si tiene éxito, el núcleo duro adquiere mayor solidez y la disciplina avanza sin poner en cuestión los principios básicos del paradigma dominante. Pero si las ideas nuevas conllevan una transformación revolucionaria y el viejo paradigma no logra incorporarlas en su corpus lógico y metodológico, el núcleo duro tiene que ser reconstituido. El cambio revolucionario es de naturaleza holística. Implica transformaciones radicales en el lenguaje y en la concepción de la disciplina: el método es replanteado y los viejos teoremas dejan de ser relevantes35. Cada paradigma contiene referentes que son incomprensibles por fuera de su propio contexto (Kuhn, 1962, 1981). Para entender el significado de lo blanco es necesario conocer las características de lo negro. La relación entre las categorías (contraste y similitud) posibilita la comprensión del sentido de cada una de ellas. Todo paradigma desarrolla un “holismo local”. Kuhn recurre al lenguaje y, en especial, al proceso de traducción para explicar los alcances del “holismo local”: Si hablantes diferentes que utilizan criterios diferentes consiguen identificar los mismos referentes para los mismos términos, los conjuntos de contraste deben haber jugado un
35 “La característica esencial de las revoluciones científicas es su alteración del conocimiento de la naturaleza intrínseco al lenguaje mismo, y por tanto anterior a todo lo que puede ser completamente descriptible como una descripción o una generalización, científica o de la vida diaria […] La violación o distorsión de un lenguaje científico que previamente no era problemático es la piedra de toque de un cambio revolucionario” (Kuhn, 1981, pp. 92-93). Kuhn (1962) utiliza el término “inconmensurabilidad” para mostrar que el significado de los términos científicos depende de la teoría que los utiliza. Es “imposible definir los términos de una teoría en el vocabulario de la otra” (Kuhn, 1981, p. 96). “Afirmar que dos teorías son inconmensurables significa afirmar que no hay ningún lenguaje, neutral o de cualquier otro tipo, al que ambas teorías, concebidas como conjuntos de enunciados, pueden traducirse sin resto o pérdida” (Kuhn, 1981b, p. 99).
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papel en la determinación de los criterios que cada hablante asocia con términos individuales. Esto debe ser así al menos cuando, como es habitual, estos criterios no constituyen por sí mismos condiciones necesarias y suficientes para que un término tenga referente. En estas circunstancias, una especie de holismo local debe ser una característica esencial del lenguaje (Kuhn, 1981, p. 130, énfasis añadido).
Como el cambio de paradigma modifica el lenguaje de la ciencia, si se quiere comprender el alcance de los viejos principios y la incidencia que tuvieron en su época es necesario leerlos con la óptica de quienes los propusieron36. El cambio revolucionario lleva a que el nuevo programa de investigación entre en conflicto con el anterior, generando una colisión entre el núcleo vigente y las nuevas ideas que buscan desplazarlo. Las dos soluciones posibles son: – El núcleo vigente resiste el choque y continúa siendo dominante. El núcleo existente logra mantener su posición, bien sea porque subsume marginalmente algunos de los aportes o porque, sencillamente, hace caso omiso de los postulados del programa de investigación alternativo. Lo que pretendía ser un cambio revolucionario termina siendo un cambio acumulativo. Si las propuestas novedosas son asimilables, el núcleo las absorbe y las reinterpreta, aniquilando las pretensiones dominantes del paradigma naciente. El viejo núcleo sigue desempeñando el papel dominante. Sin duda, en este
36 Al interpretar a Aristóteles desde la perspectiva de la física moderna, “sus escritos sobre el movimiento me parecían llenos de errores garrafales, tanto en lo que se refiere a la lógica como a la observación. Estas conclusiones eran inverosímiles. Después de todo, Aristóteles había sido el muy admirado codificador de la lógica antigua” (Kuhn, 1981, p. 62). Poco a poco Kuhn se fue convenciendo de que la única manera de entender la física de Aristóteles era haciendo una traducción que respetara el contexto cultural y filosófico en el que se definía cada una de las categorías aristotélicas. Desde esta nueva óptica, “Aristóteles me pareció un científico realmente bueno, aunque de un tipo que yo nunca hubiera creído posible. Ahora podía comprender por qué había dicho lo que había dicho y cuál había sido su autoridad” (Kuhn, 1981, p. 63).
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proceso de permanente legitimación, el paradigma vigente recurre al poder que nace de su posición hegemónica. En economía la llamada corriente principal, o el programa de investigación neowalrasiano, impone sus reglas no solamente por la calidad de sus aportes científicos, sino también porque disfruta del poder del que no gozan las propuestas alternativas37. La asociación entre saber y poder no es eterna. El poder logra ocultar la pérdida de vigencia del núcleo únicamente durante un cierto tiempo. No puede hacerlo indefinidamente. Si con el paso de los días el núcleo continúa manteniendo su posición de vanguardia es porque su verdad no ha sido puesta en cuestión de manera radical por el nuevo paradigma. Para que los intereses y el poder sean capaces de sostener el núcleo se requiere que los postulados de este conserven cierta validez lógica. En el momento en que se percibe que el núcleo presenta incoherencias fundamen-
37 La intolerancia puede llegar hasta el punto de que ni siquiera se reconozca la validez de posiciones que a pesar de ser diferentes están muy cercanas al núcleo duro. “Estamos preocupados por la amenaza que el monopolio intelectual representa para la ciencia económica. Hoy en día, los economistas están sometidos a un monopolio en el método y en los paradigmas, a menudo defendidos sin un argumento mejor que el de constituir la ‘corriente principal’. Los economistas abogan por la libre competencia, pero no la practican en el campo de las ideas” (“Manifiesto: En demanda de un análisis económico pluralista y riguroso”, auspiciado en el seno de la European Association for Evolutionary Political Economy, Eaepe, Newsletter, 1992. El texto completo fue publicado en Cuadernos de Economía, vol. 14, n.º 20, primer semestre 1994, pp. 7-8). El manifiesto lo firman: Moses Abramovitz, Robert Axelrod, Kenneth Boulding, Richard Cyert, Paul Davidson, Edward Denison, Arthur Brian, Mark Blaug, Keith Cowling, Richard Day, Phyllis Deane, Meghnad Desai, Christopher Freeman, Eirik Furubotn, N. Georgescu-Roegen, Clive Grainge, Geoffrey Harcourt, Albert Hirschman, János Kornai, Harvey Leibenstein, Thomas Mayer, Franco Modigliani, Mancur Olson, Mark Perlman, Paul Samuelson, Herbert Simon, Jan Tinberger, Douglas Vickers, Bruno Frey, John Galbraith, Richard Goodwin, Jean-Michel Grandmont, Robert Heilbroner, Charles Kindleberger, David Laidler, R. C. O. Mathews, Hyman Minsky, Richard Nelson, Luigi Pasinetti, Kurt Rotschild, Martin Shubik, Aris Spanos, Shigeto Tsuru y Roy Weintraub.
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tales, ni siquiera el poder logra mantenerlo en pie. En tales circunstancias se abre paso un nuevo paradigma. En economía es muy difícil poner en duda la verdad de un paradigma porque el criterio de validación empírico es muy débil. En opinión de Hendry (1995, p. 174), “el rechazo de un modelo empírico no implica la negación de la teoría de la cual se deriva, y la verificación de un modelo tampoco implica la validez de la teoría”. Así que los conflictos teóricos en economía no se resuelven en el terreno empírico. En primer lugar, porque hay problemas con el dato mismo (Porter, 1995). Segundo, porque la selección del modelo matemático y del método econométrico responden a criterios subjetivos (Samuelson, 1947). Tercero, porque, como lo señaló Lucas (1976), las condiciones históricas no son las mismas y las series de tiempo de los modelos econométricos suponen equivocadamente que hay estabilidad paramétrica. Y cuarto, porque la economía es una disciplina social, en la que las causalidades son circulares y no pueden aislarse (Hicks, 1979). Las interacciones cíclicas son constitutivas del análisis económico. – El núcleo vigente deja de ser dominante. La revolución científica se produce cuando el nuevo paradigma rompe los teoremas básicos del núcleo vigente. La comprensión del mundo cambia y los que hasta el momento eran postulados aceptados dejan de serlo. La percepción diferente del mundo conlleva un cambio en el lenguaje y en el significado de las categorías. Dado el “holismo local”, el camino alternativo formula respuestas diferentes y obliga a leer las soluciones anteriores con nuevos ojos. En la teoría económica contemporánea el paradigma neowalrasiano continúa siendo dominante. Las propuestas alternativas no han logrado consolidarse (Weintraub, 1979). El programa de investigación keynesiano, que ha sido el que con más fuerza se ha opuesto al enfoque neowalrasiano, no ha podido ofrecer una alternativa a la coherencia lógica del equilibrio. La obra de Keynes no encaja dentro del marco de
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la corriente principal, básicamente porque no es compatible con el equilibrio. Además del keynesiano, otros programas de investigación inspirados en las teorías austriaca, institucionalista y marxista también luchan por ganar un espacio. 4.2. El principio de correspondencia y los teoremas significativos Las reflexiones de Kuhn son aplicables al método científico en general. Desde la perspectiva de la economía se destaca la aproximación metodológica de Samuelson (1947), quien considera que los teoremas básicos deben ser generalizables y significativos. La teoría es general porque subyace a las teorías particulares y las unifica a partir de los temas que son relevantes para cada una. Samuelson (1947, p. 3) piensa que en toda disciplina científica debe existir una teoría general que les sirve de base a las teorías particulares, y que las unifica alrededor de aspectos centrales: “La existencia de analogías entre los aspectos centrales de varias teorías implica la existencia de una teoría general que subyace a las teorías particulares y las unifica a partir de aquellos aspectos centrales” (Samuelson, 1947, p. 3). Algunos ejemplos de las teorías generales que permiten articular teorías particulares son: el óptimo de Pareto, la dicotomía clásica, la neutralidad y la súper neutralidad de la moneda, el principio de Barro-Ricardo, la igualdad entre la productividad marginal y el salario real, el principio de Fisher, etc. Cuando la teoría reflexiona sobre los datos empíricos, los teoremas, además de ser generalizables, deben ser significativos. Para mí un teorema significativo es, simplemente, una hipótesis acerca de datos empíricos que podrían ser refutados únicamente bajo condiciones ideales. Un teorema significativo puede ser
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falso. Puede ser válido pero de importancia trivial. Su validez puede ser indeterminada y prácticamente difícil o imposible de determinar. Así, con los datos existentes, puede ser imposible constatar la hipótesis de que la demanda de sal tiene una elasticidad de -1.0. Y, no obstante, esta hipótesis es significativa, ya que bajo circunstancias ideales podría diseñarse un experimento que llevara a refutarla (Samuelson, 1947, p. 4, énfasis añadido).
De la afirmación de Samuelson se desprenden dos ideas. Primera, la referida a los alcances del teorema significativo. Y segunda, la que concierne al sentido de las “condiciones ideales”. Los principios del teorema significativo se aplican a hipótesis que se desprenden de los datos empíricos. Por consiguiente, sólo tendría sentido en el marco de lo que Hicks (1985) llama la economía positiva aplicada. El autor distingue entre economía del bienestar y economía positiva. Esta última se divide en economía positiva pura y economía positiva aplicada38. Las características del teorema significativo no serían aplicables ni a la teoría del bienestar, ni a la economía positiva pura. Las condiciones ideales se pueden enfocar desde dos perspectivas: la del contexto de la experimentación –el laboratorio– y la de los supuestos. En la economía y en las otras disciplinas sociales el diseño del experimento no se realiza de la misma manera que en las ciencias naturales.
38 “La economía positiva posee tanto una rama ‘pura’ como una rama ‘aplicada’. La economía del bienestar es economía pura, pero no es el único elemento de la economía pura. Una gran parte de la teoría económica no es economía del bienestar, pero al igual que ella es teoría pura que no está ligada a ningún momento y lugar particulares” (Hicks, 1985, p. 12). La economía positiva pura es positiva porque “supone un determinado tipo de organización” (Hicks, 1985, p. 20). Leyendo en sentido inverso la clasificación de Hicks, tendríamos que la economía del bienestar es economía pura porque no “está ligada a ningún momento y lugar particulares”. Y no es economía positiva porque no supone un determinado tipo de organización.
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Claramente, en las ciencias sociales las variables relevantes no se pueden aislar, y ello impide el control, la repetición y la predictividad. En las ciencias naturales es frecuente que tampoco se puedan aislar las variables que se consideran relevantes. No es posible hacerlo en meteorología, en astrofísica, en numerosos campos de la biología, etc. Friedman (1976) muestra que si la objetividad no es posible en las ciencias naturales, mucho menos en la economía. El investigador social no controla las características del “experimento”. El economista se asemeja mucho al historiador: clasifica y ordena la información una vez que esta se ha producido. La aproximación a la realidad es ex post. Y en el mejor de los casos, el “control” se reduce a la posibilidad teórica de seleccionar y abstraer aquellas variables que se consideran relevantes. En realidad es imposible repetir el experimento, y ello va en contra de las pretensiones de predictividad39. Dadas las restricciones de la experimentación, en economía los supuestos deben plantearse de tal manera que el modelo resultante sirva para los propósitos de la demostración. Así que los supuestos moldean la condición ideal y responden por la fortaleza de la construcción lógica. Los supuestos bajo los cuales se construye la hipótesis determinan: los alcances del marco analítico, la validez del test empírico y la utilidad de los teoremas. La elaboración del teorema significativo de Samuelson se inscribe en una concepción de la economía enraizada en “dos tipos de hipótesis generales”. “El primero es que las condiciones del equilibrio son equivalentes a la maximización (minimización) de alguna magnitud” (Samuelson, 1947, p. 5). Pero esta aproximación estática es incompleta. El
39 La crítica de Lucas (1976) a la estabilidad paramétrica muestra que aun en el marco de las expectativas racionales hay margen para dudar de la posibilidad predictiva de la teoría económica. Sobre la crítica de Lucas, véase Leslie (1993, pp. 185-195).
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segundo tipo de hipótesis que introduce la dinámica queda cubierto bajo el principio de correspondencia. … aun en las teorías más simples del ciclo de los negocios no se presenta simetría en las condiciones de equilibrio, así que no es posible reducir la teoría a un problema de máximos o de mínimos. Para superar esta dificultad se especifican las propiedades dinámicas del sistema y se formula la hipótesis de que el sistema está en equilibrio “estable” o que su movimiento es “estable”. Gracias a lo que he llamado el principio de correspondencia entre estática comparativa y dinámica, es posible definir teoremas operativamente significativos que pueden ser derivados de una hipótesis así de simple. Por supuesto que la validez empírica y la utilidad de estos teoremas no puede sobrepasar la de la hipótesis original (Samuelson, 1947, p. 5).
La identificación del equilibrio con el criterio de los máximos y los mínimos tiene el inconveniente de que no hay simetría: en la realidad económica el máximo de una magnitud no es simétrico con el mínimo. Esta dificultad puede resolverse con la introducción de la dinámica. El principio de correspondencia permite que los teoremas definidos en condiciones de estática comparativa sean válidos en el terreno de la dinámica. El estado estacionario (equilibrio “estable”, o movimiento “estable”) es el medio ideal para el funcionamiento del principio de correspondencia. Así que el teorema significativo de Samuelson incorpora la dinámica. Las condiciones ideales del teorema significativo obligan a reflexionar sobre dos tipos de problemas: la consistencia interna y la verdad. Lo uno no implica lo otro. La consistencia interna significa que la relación entre los supuestos y el resultado respeta los principios de aquella lógica que el investigador considera más apropiada. La consistencia interna es una condición necesaria y suficiente para que un teorema sea significativo. Ello quiere decir que una vez aceptados los supuestos, en virtud de su consistencia interna, el teorema significativo es irrebatible. La única forma de
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criticarlo sería cambiando los supuestos, lo que equivaldría a redefinir las condiciones del experimento. Un teorema que no es significativo es inconsistente internamente, ya que puede ser refutado con los mismos supuestos y métodos propuestos por el investigador. La reflexión sobre la verdad remite a una problemática diferente a la de la consistencia interna. Un teorema significativo que es internamente consistente, puede ser falso. Y todavía más, tal y como lo reconoce Samuelson, es posible que el teorema siga siendo relevante y que nunca llegue a ser falseado. Es factible, entonces, que el núcleo duro se esté construyendo sobre teoremas significativos pero falsos. Desde esta perspectiva, la aceptación del núcleo duro y el éxito de la llamada corriente principal no quiere decir que la teoría subyacente sea verdadera. Kornai (1971) critica esta especie de privilegio metodológico. No acepta que el núcleo duro del programa de investigación neowalrasiano pueda avanzar sin necesidad de que medie un principio de realidad40. La crítica de Kornai es extensiva tanto a la economía del bienestar como a la economía positiva (pura y aplicada). La economía positiva pura también debe someterse al test de la “experiencia” y de la “congruencia de los asertos con la realidad”. La petición que hace Kornai de que exista algún principio de realidad debe interpretarse en sentido amplio. La ciencia no es un simple espejo de la realidad. La elaboración de los teoremas básicos a partir de la experiencia, y la posterior validación de estos, es un proceso complejo que no puede reducirse a una relación mecánica entre la realidad y la teoría.
40 “En las ciencias lógico-matemáticas, lo ‘verdadero’ corresponde a un criterio lógico. En cambio, en las ciencias reales, tanto naturales como sociales, el único criterio para determinar lo ‘verdadero’ es la experiencia, la congruencia de los asertos con la realidad” (Kornai, 1971, p. 8).
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Es interesante observar que aunque el núcleo duro se haya desarrollado sin necesidad de que medie el principio de realidad, algunos autores han tratado de construir una teoría general a partir de evidencias empíricas. El planteamiento de Friedman (1953) sigue despertando interés porque explicita dos aproximaciones metodológicas muy diferentes. De un lado, si la predicción prima sobre los supuestos, la disciplina se acerca más a una ingeniería económica. Pero si los supuestos priman sobre la predicción, se amplía el espacio para el desarrollo de la teoría y ello facilita el diálogo con Samuelson acerca de los teoremas significativos. Al recibir el premio Nobel, Friedman (1976) reafirma su posición sobre la relevancia de los supuestos. Por tanto, legitima la validez intrínseca de la construcción imaginaria. Para Friedman el método positivo no es una afirmación de la lógica inductiva. La comprensión de la realidad está marcada por los supuestos y por la preconcepción de los sujetos. Las posibilidades de la predicción no están mediadas por la verdad del dato empírico sino por la consistencia de los supuestos que nacen de la deducción. La capacidad predictiva de la teoría legitima la pertinencia de los supuestos. “El objetivo final de una ciencia positiva es el desarrollo de una ‘teoría’ o ‘hipótesis’ que produzca predicciones significativas y válidas acerca de fenómenos que todavía no se han presentado en la realidad” (Friedman, 1953, p. 7, énfasis añadido). En el lenguaje de Mises, esta es una forma de construcción imaginaria. Tres años antes, Friedman (1950) definía así el objeto de la ciencia: El fin último de la ciencia en cualquier campo es llegar a la formulación de una teoría, es decir, a una “explicación” integral de los fenómenos observados que pueda ser usada para hacer predicciones acerca de fenómenos que todavía no han sido observados (Friedman, 1950, p. 465, énfasis añadido).
Friedman le pide a la construcción imaginaria que se mantenga a lo largo del tiempo, a medida que la acción humana
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avanza. Esta pretensión de Friedman es ingenua. En la realidad ello no es posible. En cada nueva situación el sujeto replantea su imaginario y modifica sus predicciones. El contexto siempre cambia. Las percepciones no son las mismas, y para cada nueva visión se formulan predicciones específicas. Los artículos de 1950 y de 1953 tiene dos propósitos diferentes. El segundo busca discutir de forma explícita el método de la economía positiva. En el primer texto, el de 1950, las referencias al método de la economía son indirectas porque el artículo gira alrededor de la obra de Mitchell. Friedman critica a quienes consideran que Mitchell no fue un teórico. Piensa que la investigación empírica es un elemento constitutivo de la teoría: “el trabajo empírico de Wesley Mitchell es, por sí mismo, una contribución a la teoría económica –y una contribución de primer orden” (Friedman, 1950, p. 465)41. Entre los enunciados de 1950 y 1953 se observan dos diferencias importantes. La primera tiene que ver con los componentes sustantivos de la teoría. La segunda, con las características de las predicciones. La formulación de 1950 es más exigente que la de 1953 en cuanto a los componentes de la teoría. En 1950 dice que la teoría debe ofrecer una “explicación integral” de los fenómenos observados. Y una vez cumplido este requisito, es de esperar que la teoría también sirva para hacer predicciones. En el enunciado de 1953 la “explicación integral” es abandonada, hasta el punto de que basta con que haya una hipótesis. Y como si Friedman quisiera “compensar” esta simplificación de la teoría, en la presentación de 1953 les exige más a las predicciones, pidiéndoles que sean “significativas y válidas”. En 1950 habla de las predicciones en forma general, sin precisar sus
41 “Por supuesto, no hay una clara línea divisoria entre el científico empírico y el teórico. En lugar de una situación dicotómica, siempre nos encontramos con un continuum, en el que lo empírico y lo teórico se mezclan en diversas proporciones” (Friedman, 1950, p. 465).
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particularidades. Basta con que la teoría “integral” sirva para predecir. En su discurso de aceptación del premio Nobel (1976) reconoce la relevancia de la subjetividad en el proceso cognitivo y deja atrás las consideraciones sobre la predicción. Montgomery (1994) muestra que Friedman siempre ha navegado entre dos aguas. Por un lado, ha insistido en la relevancia de la predicción. Pero, por otra parte, su práctica como economista desvirtuaría la afirmación de que las predicciones son más relevantes que los supuestos. A la hora de la verdad, Friedman le presta mucha atención a la naturaleza de los supuestos. Montgomery piensa que en el artículo de 1953 los supuestos –que captan los aspectos esenciales del problema que se quiere analizar– juegan un papel central. Desde esta perspectiva, la teoría de Friedman no sería el resultado mecánico de los ejercicios empíricos, ni una apología de la predicción42. La elaboración de hipótesis, dice Friedman, es un acto creativo que brota de la intuición y de la inspiración. El desarrollo de la economía positiva no se ha reducido a la comprobación de hipótesis.
42 En la frase siguiente Friedman le otorga un papel muy secundario a la capacidad predictiva de los supuestos: “si queremos hacer un uso efectivo de esos modelos abstractos y de su material descriptivo, debemos hacer una exploración comparativa de los criterios con el fin de determinar cuál es el mejor modelo para interpretar el problema particular, cuáles circunstancias del modelo teórico se identifican mejor con los fenómenos observados y, finalmente, cuáles características del problema o de las circunstancias tienen el mayor efecto sobre la confiabilidad de las predicciones producidas por un modelo o una teoría específica. El progreso en la economía positiva requiere no sólo que se pongan a prueba y que se mejoren las hipótesis existentes, sino también que se construyan nuevas hipótesis. Desde el punto de vista formal es muy poco lo que podemos decir al respecto. La construcción de hipótesis es un acto creativo de inspiración, intuición e invención; su esencia radica en la posibilidad de ver algo nuevo a partir de los instrumentos familiares. Este proceso debe ser discutido a partir de categorías sicológicas y no lógicas. Debe ser estudiado en las autobiografías y en las biografías y no en los tratados sobre el método científico. Debe ser promovido mediante la persuasión y el ejemplo y no a través de silogismos o teoremas” (Friedman, 1953, pp. 42-43).
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Exige mucho más: construir nuevas hipótesis y persuadir. Y elaborar nuevas hipótesis significa anteponer los supuestos a la predicción. Sólo así será posible “ver algo nuevo a partir de instrumentos familiares”. El proceso científico debe ser estudiado en las “autobiografías y en las biografías”, no “en los tratados sobre el método científico”. La preocupación por el principio de realidad no tiene el mismo significado en Kornai y en Friedman. Para Friedman lo que importa es la capacidad predictiva del modelo y no su poder explicativo. En cambio, para Kornai el modelo es relevante si ayuda a interpretar la realidad. Es decir, si los asertos son congruentes con los hechos. Un modelo abstracto, con supuestos irreales pero con alto poder predictivo, cumple los requerimientos de Friedman acerca del principio de realidad, pero no reúne las condiciones exigidas por Kornai. En la cita de Friedman lo significativo no tiene el mismo sentido que en la aproximación de Samuelson. En el contexto de la frase de Friedman, lo significativo está asociado a la validación de la predicción. Friedman se coloca, por decirlo de alguna manera, en un punto intermedio entre Samuelson y Kornai. Para Samuelson lo significativo no lleva a formular ningún tipo de pregunta por la validez empírica ni, mucho menos, por la verdad. Para Kornai una hipótesis sería significativa si explica la realidad. A Friedman no le interesa que la hipótesis explique la realidad. Le basta con que sea validada, de alguna forma, por hechos posteriores. Para Kornai la legitimidad de las construcciones imaginarias radica en su posibilidad de explicar los hechos del mundo real. Este estilo de crítica tiene mucha acogida entre los economistas que rechazan, en sus palabras, la “teoría neoclásica”. Consideran que estos modelos son inadecuados porque no explican la realidad. Uno de los estudios clásicos, que va en esta dirección, es el de Godelier (1969)43.
43 Ver, además, Cataño (1997) y Guerrien (1992). Bejarano (1999, p. 4) explica
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4.3. El alejamiento de una teoría general unificadora La aceptación del núcleo duro y de una teoría general unificadora equivale a reconocer que se está avanzando hacia la construcción de una ciencia económica global, en la que la micro, la macro, la cliometría, etc. encontrarán puntos comunes de integración. Los principios de cada una de las aproximaciones serán compatibles con los teoremas básicos de la teoría general44. El sueño de la unificación de la economía no es compartido por todos los autores. Los diversos enfoques de la economía institucional, los desarrollos heterodoxos de la elección colectiva, la heterogeneidad de aproximaciones a la información asimétrica, los avances de los juegos evolutivos, etc. muestran que el campo y el método de la economía se ha ido ampliando considerablemente y que cada vez es más difícil encontrar una teoría general articuladora. Las fisuras que se han ido introduciendo impiden pensar que se está avanzando hacia la unificación. Con un claro sentido autocrítico, en la segunda lección de su obra, Walras (1926, pp. 58-64) hace referencias explícitas a las limitaciones de su ejercicio analítico. Reconoce que no puede encontrar los “elementos puros de la economía”. El autor hace la diferencia entre “ciencia”, “arte” y “ética”. La ciencia económica, al igual que las ciencias naturales, se pregunta por la verdad. Este es el terreno de la economía
el “obstáculo epistemológico” que debe resolver la economía. El obstáculo nace de “la mixtura entre su pretendido carácter de ciencia dura, en cuanto al método, y de ciencia social, en cuanto al objeto”. Sobre las características de la economía como ciencia “dura”, ver D’Autume y Cartelier (1995) y Steedman (2000). 44 En el campo de la física, René Thom ha puesto en duda los propósitos unificadores. Si tal síntesis fuera posible, dice, “un hombre podría decir con plena justificación que conoce la naturaleza última de la realidad […] creo que esta pretensión es extravagante; la era de la gran síntesis cósmica muy probablemente llegó a su fin con la teoría de la relatividad general” (Thom, 1975, p. 7).
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pura. El problema, dice Walras, es que aun en el campo de la economía pura operan leyes que escapan al control de los individuos. No es posible afirmar, por ejemplo, que cuando el precio baja siempre se reduce la demanda. El arte se refiere a todos los procesos de transformación. La industria y la agricultura son artes. Cuando nos movemos en el mundo del arte, de los oficios, la pregunta relevante es por lo útil. La ética corresponde al espacio en el que los individuos interactúan. La ética da cuenta de “las relaciones entre persona y persona”. Estas interacciones son la base de la “teoría de las instituciones”. La ética se pregunta por lo bueno. Walras centra su atención en el campo de la ciencia, pero es muy consciente de que el enfoque es parcial. Y reconoce que en el análisis es imposible separar la ciencia del arte y de la ética. El programa de investigación neowalrasiano también ha mantenido este enfoque parcial pero, a diferencia de Walras, pretende ser totalizante. Walras es muy crítico de la sociedad de su tiempo. Defiende la Comuna de París y no está de acuerdo con la apropiación individual de la tierra45. Si el principal factor de producción es la tierra, esta debe ser propiedad del Estado, de tal forma que los competidores lleguen al mercado en condiciones similares (Walras, 1936a, 1936b). Al diferenciar la ciencia, el arte y la ética, Walras reconoce que la economía va mucho más allá de la afirmación de un homo economicus. Y sostiene de manera explícita que no es posible desarrollar una teoría pura porque no se pueden aislar los elementos puros de la economía. Para percibir los resquebrajamientos que se presentan al interior del núcleo duro no es necesario recurrir a autores radicales como Veblen (1899, 1901, 1904). Basta con leer a
45 En la biografía de Segura (1987) se muestran los conflictos de Walras con los economistas de su época.
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Arrow (1951a, 1952, 1986), Coase (1937, 1988, 1991), Williamson (1996a, 1996b, 1988, 2009) o Simon (1945, 1952, 1978, 1979, 1982). Arrow muestra que hay una ruptura lógica fundamental entre la elección individual y la elección colectiva46. El paso de la una a la otra no es consistente. También insiste en que la elección individual únicamente funciona bien cuando el sistema de precios opera sin problemas. Y este es un elemento constitutivo de la teoría del equilibrio general. Considera que hay bienes, como la educación y los servicios médicos, que no pueden ser analizados con los principios estrechos de los equilibrios paretianos. Arrow (1951a) trajo a colación la paradoja de Condorcet, y la llevó hasta sus últimas consecuencias, poniendo en evidencia la imposibilidad de encontrar una solución que sea lógicamente consistente al conflicto entre elección individual y colectiva. La paradoja de Condorcet tiene relevancia al considerar el proceso mediante el cual las preferencias individuales se expresan en la elección colectiva. Las personas 1, 2, 3 tienen que escoger entre las iniciativas A, B, C. La relación de preferencia es P. Condorcet muestra que la transitividad se cumple a nivel de la elección individual pero no se aplica en la elección colectiva. Si la elección sigue la regla de decisión por mayoría, habría tres resultados ganadores. La mayoría 12 (personas 1 y 2 contra la persona 3), la mayoría 13 (personas 1 y 3 contra la
46 Arrow (1958, p. 56) recuerda que mientras en la literatura económica no sue le hacerse una diferenciación muy precisa entre elección y decisión, en la sicología la decisión tiene un significado más preciso y se refiere a una elección consciente. La elección es elección inconsciente. Mantenemos la práctica habitual en economía, así que no hacemos una distinción cuidadosa entre ambos conceptos. Este es el camino que finalmente sigue Arrow. Aunque el autor reconoce la pertinencia de la distinción propuesta por la sicología, termina englobando en la categoría elección tanto la decisión (escogencia consciente) como la elección (escogencia inconsciente).
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persona 2). Y la mayoría 23 (personas 2 y 3 contra la persona 1). Cada una de estas mayorías es intrínsecamente válida. No se puede afirmar que una mayoría sea preferible a la otra. Condorcet muestra que las tres mayorías en conjunto no cumplen con el postulado de transitividad. Este resultado no es consistente con el observado a nivel individual. AP1B ∧ BP1C → AP1C BP2 C ∧ CP2 A → BP2 A CP3 A ∧ AP3 B → CP3 B BP12 C → BPC AP13 B → APB CP23 A → CPA Si BPC ∧ CPA → ~ APB Si APB ∧ BPC → ~ CPA
Arrow retoma la paradoja de Condorcet y muestra, por medio de los llamados teoremas de posibilidad general, que la única forma lógica de pasar de la elección individual a la colectiva es mediante la imposición o la dictadura. Dicho de otra manera, sin imposición o dictadura es imposible encontrar una secuencia lógica que permita pasar de la elección individual a la colectiva. Esta reflexión tiene dos características. La primera es el énfasis en la estructura lógica. Arrow lleva hasta sus últimas consecuencias la lógica formal y, por tanto, son relevantes la completitud, la transitividad, la ordinalidad, y la ausencia de comparaciones interpersonales de bienestar. La segunda característica es la existencia de juicios básicos: los sujetos nunca cambian el orden de sus preferencias. No negocian las preferencias. El enfoque de Buchanan y Tullock (1962) es completamente distinto. Para estos autores la decisión política pasa por un análisis costo/beneficio, que lleva a cambiar la preferencia en el proceso de negociación política.
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Con la lógica de Buchanan y Tullock se supera la paradoja de Condorcet, ya que la transitividad se podría lograr si los agentes modifican su preferencia en el proceso de negociación. Las personas 1 y 3 podrían aceptar que BP13 A’. Y entonces la secuencia podría ser: Si BPC ∧ CPA’ → BPA’. Para que esta relación tenga sentido, las personas tienen que modificar sus preferencias de A a A’. Supongamos que A es la posibilidad de abortar cuando la madre decida, y A’ es el aborto en caso de violación o malformación del feto. La persona cambia su preferencia porque en el proceso de diálogo, o de negociación, modifica su juicio sobre el aborto. Pero este cambio de percepción es posible cuando el juicio no es básico. En la perspectiva de Arrow, el acuerdo no es posible porque las personas no modifican la preferencia, ya que consideran que todos los juicios son básicos. Es interesante observar que la imposibilidad de Arrow va más allá del asunto de mayorías o minorías. Para el autor existe un problema intrínseco a cualquier regla de decisión que busque llegar a un acuerdo colectivo. Atrás se decía que la solución propuesta por Sen (1970a) obliga a renunciar a los ordenamientos completos. Para Sen la lógica de Arrow es demasiado cerrada, y no permite que haya soluciones imperfectas. Para superar estos obstáculos, Sen invita a buscar caminos diferentes a los ordenamientos completos. Este es el mismo llamado que hace de manera reiterada en Idea de la Justicia (Sen 2009). En lugar de tener como punto de referencia una teoría perfecta de la justicia, la acción humana responde a ideas aproximadas de lo justo, y aquí tienen cabida los ordenamientos incompletos. En el campo de la economía pública la imposibilidad de Arrow tiene consecuencias importantes, ya que ponen en tela de juicio aseveraciones corrientes. Por ejemplo, es equivocado asociar el buen gobierno a la cercanía del gobernante y del gobernado. El teorema de imposibilidad permite concluir que la cercanía geográfica no resuelve el problema de elección colectiva. Los resultados de los procesos de elección
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colectiva son subóptimos, y ninguna de las aproximaciones resuelve todas las dificultades. Dicho de otra manera, Arrow previene contra lecturas ingenuas de la política y de la economía pública. Es inútil, afirma Arrow, tratar de aplicar la lógica de los precios a fenómenos tan complejos como la oferta y la demanda de servicios médicos. La primera dificultad, insalvable, es la definición de la naturaleza del bien. En la relación médico-paciente no es claro cuál es el bien que se está transando. El médico hace el diagnóstico, informa y trata de curar, pero no puede garantizar la salud. El bien es difuso. El análisis económico de los servicios médicos presenta dificultades adicionales relacionadas con la ética, el azar moral, la selección adversa y, en general, la información asimétrica. La ética médica establece unas normas que impiden que la relación entre el paciente y el médico sea asimilable a la que existe entre el comprador y el vendedor. No sería bien visto que el médico le dijera al paciente que lo opera porque le pagan bien la cirugía. En el mundo del aseguramiento también se presentan fenómenos que van en contra de los fundamentos del equilibrio, como la información imperfecta, la selección adversa, etc.47. Arrow (1963) tiene claro que la construcción imaginaria del equilibrio general no sirve para explicar lo que sucede con los servicios médicos, mucho menos permite dar cuenta de lo que ocurre en los campos de la salud y de la educación. Arrow (1958) discute las características de los ordenamientos de preferencias que se derivan del acercamiento paretiano a la utilidad. Muestra que la cuantificación no es posible en el caso de bienes, como la educación y la salud, que tienen un alto contenido valorativo y que son muy importantes para la vida del individuo. Las opciones políticas, las decisiones sobre el matrimonio, etc. no pueden ser medidas en términos
47 Ver, por ejemplo, Coulson, Terza, Neslusan y Stuart (1995).
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de precios y cantidades. Entre las razones por las cuales es imposible ampliar el espacio del mercado, Arrow (1958, p. 57) menciona dos: la “interdependencia de los valores” y las “limitaciones impuestas por la realidad cuando se pretenden alcanzar simultáneamente valores que corresponden a diferentes áreas”. Las limitaciones del mercado también son puestas en evidencia por Coase. Al dudar de la pertinencia de la racionalidad sobre la que se basa el núcleo duro, Coase (1988) muestra la fragilidad de la estructura sobre la que se construye la microfundamentación. En su artículo clásico, Coase (1937) muestra que la firma tiene razón de ser porque “reemplaza el mecanismo de los precios”. El autor muestra la tensión que se presenta entre el sistema descentralizado de los precios y los mecanismos centralizados de la firma. En el mundo económico, la firma le disputa el espacio al mercado. Si la actividad económica se desarrolla en la firma, las relaciones entre agentes son jerárquicas, mientras que en el mercado las interacciones se llevan a cabo entre iguales. El empresario decide ampliar el tamaño de la firma y abrir nuevos departamentos de producción cuando considera que ir al mercado es más costoso que ampliar la firma. A la inversa, la firma reduce el tamaño si es menos costoso subcontratar que mantener las dimensiones actuales. Una fábrica de muebles abre el departamento de pintura cuando concluye que el costo de estar negociando con los pintores externos es muy alto. La ampliación de la empresa reduce el espacio del mercado y de los precios, porque una vez creado el nuevo departamento desaparecen las relaciones de compra-venta que existían entre la empresa y los talleres de pintura. Al interior de la firma los pintores comienzan a hacer parte de una estructura centralizada, en la que el gerente toma las decisiones de manera vertical. La mediación de los precios y del mercado es reemplazada por los vínculos jerárquicos que existen al interior de una empresa entre los departamentos y las secciones.
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La empresa se amplía cuando juzga que los costos de los procesos de mercado son elevados. La propuesta de Coase no es intensificar la lógica de los precios por la vía de una reducción de los costos de las transacciones. Su horizonte es distinto. Se trata de crear instituciones y organizaciones que operen con una lógica diferente a la de los precios. Aun si el mercado fuera perfecto, el mecanismo de los precios sería costoso. Y también en ese mundo ideal sería inevitable la presencia de las firmas. Los costos se presentan tanto en el mercado como al interior de la firma. Se trata, entonces, de minimizarlos. Coase muestra que el mercado y los precios no lo son todo. La organización social involucra a las empresas con el conjunto de relaciones no mercantiles que tienen lugar en su interior. Si en el mercado los compradores y vendedores son iguales, en las firmas las decisiones se toman de manera vertical. El gerente manda y los trabajadores obedecen. En el mundo de la empresa el salario es la forma de compensar el costo de la sumisión. Tanto para Coase como para Simon (1945), el salario es el pago que el trabajador recibe a cambio de un trozo de su libertad. Coase (1937, pp. 403-404) habla de la relación siervo-señor que tiene lugar al interior de la firma. Desde la perspectiva de Simon y Coase, la remuneración tiene una connotación muy diferente de la que le atribuyen los libros de texto, que igualan el salario real a la productividad marginal del trabajo. Así que el elemento determinante en la fijación de los salarios no es la cantidad de producto sino la intensidad de las relaciones de mando y de subordinación. Simon expresa esta interacción conflictiva a través del término “margen de tolerancia”. El empleado es más tolerante frente a las decisiones verticales del empresario si percibe que el salario que le pagan es alto con respecto a las alternativas que tendría en el mercado laboral. Por lo tanto, es de esperar que los márgenes de tolerancia aumenten cuando el desempleo se agudiza. En la lógica de estos autores el mercado laboral no funciona como los mercados
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de bienes en los que las cantidades ofrecidas y demandadas dependen exclusivamente de los precios. Además del salario, los empresarios y trabajadores también tienen en cuenta los impactos, positivos y negativos, que se derivan de las relaciones conflictivas de dominio y subordinación. Coase muestra las limitaciones de las visiones simplistas que no se hacen la pregunta por el origen de los bienes que se ofrecen en el mercado. Los artículos que se transan no aparecen de la noche a la mañana, sino que resultan de un proceso complejo de transformación. Sin firmas que produzcan no hay mercado. Siguiendo a Coase, Williamson (1988, 1993, 1994, 1998) entiende la firma como una organización compleja en donde las relaciones entre empresarios, trabajadores y clientes son objeto de gobernabilidad. Se trata, entonces, de examinar la naturaleza de la firma a partir de los vínculos sociales que tienen lugar en su interior. Para Williamson la firma no es una caja negra como en la rueda de la riqueza de Knight, o como en la presentación de Cobb y Douglas. Las difíciles interacciones que tienen lugar al interior de la firma son objeto de gobernabilidad. El autor hace dos aproximaciones a la gobernabilidad. Una de carácter general (Williamson 1994, 1998), que resulta de comparar el proceso de mercado –que es impersonal– y las formas de organización de las empresas –en donde no cabe la mano invisible del mercado. En el modelo sencillo de mercado no hay espacio para la gobernabilidad porque se supone que las fuerzas autónomas encuentran el equilibrio. En cambio, cuando se está al interior de la empresa se explicitan los acuerdos voluntarios entre las partes48.
48 Desde el punto de vista del ejercicio del derecho, hay una diferencia notoria entre las empresas y el mercado. En el mercado las partes recurren a la ley para resolver sus conflictos. Pero en la empresa, las dificultades que se presentan entre departamentos se dirimen por otras vías que dependen de
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La otra aproximación a la gobernabilidad es más específica. Y Williamson (1988) muestra que la deuda del gobierno y las acciones de las corporaciones son objeto de gobernabilidad. En su opinión, las acciones y la deuda no son “instrumentos financieros” sino “estructuras de gobernabilidad diferentes” (Williamson, 1988, p. 576). No es lo mismo endeudarse que financiarse mediante acciones. Piensa que el manejo de las acciones de las empresas admite un mayor margen de discrecionalidad que el de la deuda pública. Los vínculos de la deuda con el mercado son más estrechos que los de las acciones. En las decisiones sobre la colocación de acciones, la estructura administrativa de la empresa se siente más que en el caso de la deuda. La relación entre las deudas y las acciones da pie para plantear la tensión entre reglas y discreción. La deuda se guía más por las reglas. Las acciones, más por la discreción49. De todas maneras, e independientemente del grado de discrecionalidad, en ambos casos la gobernabilidad es un tema relevante. Williamson compara la economía de los costos de transacción (ect) y la teoría de la agencia (TA)50. Estas aproximaciones
los reglamentos y de las modalidades de gobierno propias de cada empresa (Williamson, 1994). 49 En condiciones ideales debería pensarse en una nueva estructura de gobernabilidad, que Williamson llama la dequity, que combina lo mejor de la gobernabilidad de la deuda (debt) y de las acciones (equity). Si la deuda es más cercana al mercado, su costo es menor que el de las acciones. Sea D (k) el cos to de la deuda y A (k) el costo de las acciones. k es el capital. En el momento inicial D (0) < A (0). Pero, agrega Williamson (1988, p. 580), en el margen el costo de la deuda es mayor que el de las acciones, D’ > A’ > 0. El costo inicial de la emisión de acciones es más alto porque la gobernabilidad de la deuda es menos compleja. Pero en el segundo momento, una vez que la empresa ha organizado la gobernabilidad inherente al proceso de emisión de acciones, los costos marginales de las acciones son menores que los de la deuda. En el caso de la dequity (δ), δ (0) = D (0) y, adicionalmente, δ’ = A’. La dequity equivale a una “intervención selectiva”. Se trataría, entonces, de “obedecer las reglas de manera discrecional”. Este camino “intermedio” podría expresarse así: D (0) < δ (0) < A (0), y en el margen: D’ > δ’ > A’ > 0. 50 El trabajo clásico en la economía de los costos de transacción es el de Coase
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son complementarias. Y uno de sus elementos comunes es la pregunta por las condiciones de posibilidad de la gobernabilidad. La unidad básica de análisis de la ect es la transacción, y la de la TA es el agente individual. Ambos enfoques tienen implicaciones distintas sobre la gobernabilidad. La ect tiende a concebir la gobernabilidad como un proceso ex post. Desde la perspectiva de la TA el conflicto es explícito y, entonces, la pregunta por la gobernabilidad es relevante desde el momento en que se fijan las mínimas reglas de juego. Simon (1945) muestra que el examen de la eficiencia de las administraciones debe realizarse a partir de la sicología social. El proceso de elección es dinámico porque los individuos deciden entre “cursos de acción” alternativos. En los últimos años la obra de Simon ha resurgido, especialmente sus estudios sobre racionalidad limitada51. El autor incorpora en la teoría de la elección dos principios centrales: las decisiones son subóptimas52 y la información es limitada53. Los dos están relacionados. En el mundo real las personas intentan ser racionales pero, por circunstancias de muy diversa naturaleza, la secuencia de las causalidades no conduce al resultado esperado. Y estas limitaciones son las que justifican una teoría de las organizaciones y de la administración.
(1937), y en la teoría de la agencia el de Berle y Means (1932). Los estudios de Williamson siguen la línea de Coase. 51 En Simon (1997) se recopilan varios artículos del autor sobre racionalidad limitada. Ver, además, Simon (1945, 1957, 1977, 1985, 1986, 1989). 52 “Cualquier decisión es un asunto de compromiso. La alternativa finalmente escogida nunca permite el logro perfecto o completo de los objetivos; tan sólo es la mejor solución posible bajo determinadas circunstancias” (Simon, 1945, p. 5). Esta manera de presentar el problema será formalizada posteriormente a través del equilibrio de Nash (1950, 1951, 1953). 53 “Verdaderamente –y como va siendo cada vez más evidente– es precisamente en el mundo real donde el comportamiento humano es intencionalmente racional, pero sólo de manera limitada, lo que abre el espacio para el desarrollo de una teoría genuina de la organización y de la administración” (Simon, 1945, p. 88).
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La lógica racional convencional establece la secuencia causal del tipo “A, entonces B”: para llegar a B es necesario actuar sobre A. Simon muestra que con frecuencia, en la vida real de los individuos y de las organizaciones, la relación de causalidad no se cumple. Y entonces, A no lleva a B, sino a una situación inesperada C. Elster (1983) denomina este resultado la falacia moral del subproducto. Pero una vez que lo inesperado hace su aparición, el individuo trata de buscarle una explicación racional. Este mecanismo representa, en palabras de Elster, la falacia intelectual del subproducto54. Coase, Simon y Williamson consideran que en la sociedad, además del mercado, las organización también juegan un papel relevante55. Para que los bienes puedan estar disponibles en el mercado se requieren procesos de transformación complejos en los que participan personas pertenecientes a organizaciones de muy diverso tipo. Y los bienes son vendidos en el mercado gracias a que el consumidor ha recibido un ingreso, que usualmente es el fruto de su
54 El texto de Piattelli-Palmarini (1994) describe numerosos ejemplos de la vida real en los que no se cumplen los postulados convencionales de la racionalidad. Saul (1992) pone en evidencia las consecuencias perversas que se han derivado de la absolutización de la razón en las sociedades occidentales. “La razón es un sistema estrecho que ha degenerado en ideología. Con tiempo y poder se ha convertido en un dogma sin rumbo, disfrazándose de indagación desinteresada. Como la mayoría de las religiones, la razón se presenta como la solución de los problemas que ella misma ha creado” (Saul, 1992, p. 15). 55 “Los eventuales visitantes de otro planeta quedarían sorprendidos al saber que describimos nuestra sociedad como una economía de mercado. Podrían preguntar por qué no la llamamos una economía organizacional. Después de todo, observan grandes aglomeraciones de personas trabajando en organizaciones. Ellos se tropiezan con grandes firmas de negocios, agencias públicas, universidades. Han sabido que el 80% de las personas que trabajan en una sociedad industrial lo hacen en el seno de organizaciones. Incluso, muchas de estas personas son empleados que tienen muy poco contacto directo con los mercados. Los consumidores utilizan frecuentemente los mercados; muchos de los productores están vinculados a grandes organizaciones. En vista de todo lo anterior, los visitantes podrían sugerir que, por lo menos, definamos la sociedad como una sociedad de organizaciones y de mercados” (Simon, 1945, p. 20).
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trabajo al interior de una organización. El vendedor llega al mercado con un producto y el comprador con un ingreso. Así que para que este encuentro tenga sentido económico se requiere que, previamente, al interior de alguna organización se haya elaborado un bien y se haya generado un ingreso. Estas reflexiones están por fuera del núcleo duro, y no existe una construcción imaginaria que las pueda abarcar de manera conjunta. 5. Los límites del mercado Los límites del mercado han sido reconocidos aun por Adam Smith. En numerosos espacios –como el de la educación, el de la salud, el de la justicia– el sistema de precios se queda corto y pierde su capacidad de informar. En estas condiciones se hace más evidente la importancia que tienen los sentimientos morales en la acción humana. 5.1. El diseño de mecanismos Siguiendo a Smith, Hayek y Mises también consideran que la sociedad tiene mecanismos endógenos que le permiten irse organizando. Esta dinámica autónoma es cobijada bajo el nombre de catalaxia. “El término catalaxia viene del verbo griego katallattein (o katallassein) que quiere decir, no sólo ‘intercambiar’, sino también ‘admitir en comunidad’, y ‘cambiar el enemigo en amigo’” (Hayek, 1976, p. 108). El mercado es una institución que facilita la interacción humana en el proceso de intercambio de bienes. El mercado, por tanto, va mucho más allá de la transacción de mercancías. Al definir el mercado como catalaxia se reconoce que existe un espacio muy amplio en el que los precios no operan. En la perspectiva de Mises, el mercado es la expresión de la acción humana y, por tanto, implica incertidumbre.
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El mercado no es un lugar, una cosa o una entidad colectiva. El mercado es un proceso que está constituido por la interacción de varios individuos que cooperan bajo la división del trabajo. Las fuerzas que determinan los cambios del mercado son los juicios de valor de los individuos, y las acciones que se derivan de dichos juicios de valor. El estado del mercado en cualquier instante, es la estructura de precios. Ello significa que la totalidad de las relaciones de intercambio dependen de la interacción entre quienes desean comprar y quienes desean vender. En su totalidad, el proceso de mercado depende de la acción humana. Cada uno de los fenómenos del mercado está soportado en decisiones específicas de los miembros de la sociedad de mercado (Mises, 1949, pos. 5496-5501).
Esta aproximación va mucho más allá de las visiones del mercado que lo reducen a la compra/venta de mercancías. Hayek continúa la línea de reflexión que propone Mises al considerar el mercado como una expresión de la acción humana. La interacción entre personas tiene resultados inesperados e inciertos. Desde la mirada de Mises y Hayek no tiene sentido la introducción de categorías como “fallas de mercado”, ya que los mercados no fallan. Los distanciamientos del equilibrio tienen lugar porque las personas actúan siguiendo sus valores, sentimientos y pasiones. Las consecuencias de las dinámicas interpersonales no se pueden predecir, y al pretender hacerlo se cae en una ingeniería social inaceptable (Hayek, 1952b). Mises (1949) niega cualquier pretensión de ingeniería social, y distingue entre las actividades que buscan mejorar la ganancia (profit management) y las que no tienen esta pretensión (non-profit conduct of affairs). En el espacio de la ganancia hay más proximidad a los precios y a la secuencia del mercado. Cuando se está en la zona de no ganancia hay más lugar para los sentimientos, y el criterio de maximización es multidimensional. Por el contrario, si el punto de referencia es el ingreso, la maximización va en una sola dirección.
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En la perspectiva de Mises, la búsqueda de la ganancia debe ser un asunto de los privados, así que la regla de acción es clara: el sector privado se encarga de administrar las actividades que generan ganancias. Y el sector público presta atención a las actividades que no producen ganancia. Esta lógica podría calificarse de liberal56. El principio subyacente al análisis de Mises y Hayek es el siguiente: los privados centran la atención en la obtención de la ganancia, mientras que el sector público se concentra en las actividades que no producen excedente. Es interesante observar que en la lógica de Mises ambas dimensiones (la pública y la privada) son relativamente autónomas, y no son comparables. Este punto es central porque en las discusiones contemporáneas de las políticas públicas se pretende que la comparación permita emular las dinámicas privadas y públicas. La división de Mises entre ganancia y no ganancia se ha vuelto más compleja. Primero, porque numerosas empresas públicas buscan obtener ganancias y, en sentido estricto, sus administradores no son burócratas. Segundo, porque la acción humana expresada como catalaxia, se manifiesta en diseños de mecanismos que no son puros, en los que la regulación adquiere un papel fundamental. Con respecto al primer punto, la generación de ganancia se ha incorporado en la administración pública de diversas maneras. Una de ellas es la consolidación de las empresas industriales y comerciales. Por su misma naturaleza, estas empresas deben generar excedentes. Usualmente se busca que el logro de excedentes esté asociado a alguna característica del bien producido. Para Mises no sería admisible que un burócrata estuviera al frente de una empresa 56 En el contexto de este trabajo Mises y Hayek son liberales y no “neoliberales”. El término neoliberal es ambiguo y confuso. Pero cualquiera que sea su significado, Mises y Hayek rechazan de manera sustantiva el positivismo y la ingeniería social que de allí se deriva (González, 2003).
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que genere excedente. El autor plantea de forma tajante este dilema. O se busca la ganancia, y entonces el administrador no puede ser burócrata; o no se pretende obtener ganancia, y en tal caso el objetivo de la empresa es el servicio público. Hayek y Mises muestran que las instituciones no son el resultado de un diseño realizado por una persona o un grupo de técnicos. Las sociedades se reconfiguran permanentemente. Y en este proceso cada individuo actúa de acuerdo con sus criterios. Unos se sienten mesías y siempre están imaginando sociedades ideales, y se molestan porque los demás no entienden la belleza de sus argumentos; otros consideran que su función no es política y se autodenominan “técnicos”, dedicándose a una tarea específica; otros cantan; otros pintan; otros bailan; otros se dedican a predecir el comportamiento del pib y el valor del dólar; otros se convierten en intérpretes de los mercados; otros se sienten científicos puros con la capacidad de controlar la inflación desde algún banco central; etc. En esta abirragada interacción humana se van reconfigurando las instituciones sociales, y se rediseñan los mecanismos. El resultado final de estas acciones individuales es incierto, y no vale la pena perder el tiempo tratando de predecirlo. La incertidumbre frente al futuro no significa que no haya que diseñar mecanismos. En realidad, los mecanismos siempre se están reconstruyendo. La ley se reinterpreta, las normas se ajustan y las instituciones se adaptan. Gracias a la frontera borrosa que existe entre lo legal y lo ilegal, lo legítimo y lo ilegítimo, el ordenamiento jurídico se va cualificando. Hurwicz (2007) es consciente de que el diseño de mecanismos es más adecuado en la medida en que se admita la posibilidad de que haya trampa o interpretaciones alternativas de la ley. Los cambios en la percepción modifican el orden institucional. De acuerdo con la gráfica 4, el sujeto incide en el contexto y va transformando las instituciones, sin que pueda conocer de antemano los resultados de sus decisiones
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autónomas. El origen del dinero es para Menger la mejor expresión de la forma como decisiones individuales van conformando instituciones sociales inesperadas: “sólo se puede entender verdaderamente el origen del dinero si aprendemos a considerarlo como una institución social, como el resultado espontáneo, el producto no planificado de los esfuerzos específicamente individuales de los miembros de la sociedad” (Menger, 1892, p. 255). El origen del dinero, en la descripción de Menger, ilustra bien la forma como opera la catalaxia. El resultado final es espontáneo, inesperado, y sin una prefiguración teleológica. Frente al diseño de mecanismos habría dos posiciones extremas. La del mesías, que se parece mucho al tecnócrata, que considera que su alternativa es la mejor para todos. Y la del ciudadano de corte hayekiano, que cree en la fuerza de la catalaxia y propone su mecanismo sin la pretensión de que su verdad sea la verdad. En los modelos más convencionales se supone que el mecanismo (el mercado, por ejemplo) funciona bien. Este punto de partida es equivocado para la teoría del diseño de mecanismos, la cual pone el énfasis en el proceso que lleva a la construcción de un determinado orden institucional. En un problema de diseño la función objetivo es el principal factor “dado”, mientras que el mecanismo es la variable desconocida. Por tanto el problema de diseño es el “inverso” de la teoría económica tradicional, que suele dedicarse al análisis de los resultados de un mecanismo dado (Hurwicz y Reiter, 2006, p. 30).
Dado el objetivo Z, se trata de indagar por el mecanismo Θ que lo hace posible. Si el objetivo (Z) es, por ejemplo, consolidar los procesos que permitan la consecución de la paz y el desarrollo, la pregunta es por el orden institucional, o por el mecanismo (Θ) que permita lograr tales propósitos. La primera discusión tiene que ver con el significado preciso que pueda tener Z. Una vez que la meta buscada se ha
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aclarado de la mejor manera posible, se trata de indagar por el mecanismo Θ que la hace posible. Figura 6 Relaciones funcionales básicas de los mecanismos
Fuente: Hurwicz y Reiter (2006, p. 27).
La línea superior de la figura 6 muestra la relación funcional F: Θ → Z. La interacción entre la institución y el objetivo no es directa, porque necesita un proceso de intercambio de mensajes. El espacio de mensajes es M, que correspondería a las especificidades de cada modelo organizativo. La relación μ: Θ → M expresa la forma como la institución ordena los mensajes, que son una meta intermedia para lograr el objetivo final h: M → Z. El mecanismo se concretiza a través de π = (M, μ, h). Podría decirse que π realiza F si para todo θ en Θ, h (μ (θ)) = F (θ). El paso de Θ a Z no es directo, sino que está mediado por la forma que adquiere cada lógica institucional. Pueden existir dos instituciones que tienen el mismo propósito (Z), pero la forma de actuar (M) es muy distinta, y mientras que una es exitosa porque desarrolla la implementación correcta, la otra no consigue el objetivo que busca. En la construcción imaginaria el diseño de mecanismos, tal y como lo concibe Hurwicz, tiene la ventaja de explicitar
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las debilidades intrínsecas de cualquier orden institucional. La economía experimental y el diseño de mecanismos (Hurwicz y Reiter 2006) reconocen la relevancia del contexto, y por ello tratan de moldear el comportamiento de las personas en aras de unos objetivos precisos. Si la empresa de aseo busca economizar productos de limpieza coloca una bolita y una portería de fútbol en el orinal. Y desde una mirada más general, la política pública continuamente está rediseñando los mecanismos. Los ejemplos abundan. Se diseñan mecanismos buscando que las licitaciones y las subastas sean lo más transparente posibles. Puesto que el óptimo nunca se consigue, cada subasta es un aprendizaje para la siguiente. Roth (1993, 2012) diseña ordenamientos institucionales que permiten que entre hospitales y médicos se logre la mejor sintonía posible. Propone mecanismos que faciliten que los hospitales escojan los médicos que más les sirven, y que estos elijan el hospital que más se acerque a sus preferencias. Además de la relación entre los médicos y los hospitales, en su discurso de aceptación del premio Nobel, Roth (2012) pone en evidencia las limitaciones del sistema de precios en otras dos áreas: la selección de estudiantes en los colegios y los trasplantes de riñón57. Aunque los resultados de estas dinámicas difícilmente son óptimos, mediante un ejercicio de ensayo y error sí se puede ir mejorando el pareo (matching). El mecanismo permite crear las condiciones contextuales adecuadas para que la persona reaccione de acuerdo con lo esperado. En el lenguaje convencional se habla de incentivos. En estos procesos de decisión se consideran de manera explícita el papel de los sentimientos y de las pasiones.
57 Ress, Kopke, Pelletier, Segev, Rutter, Fabrega, Rogers, Pankewycz, Hiller, Roth, Sandholm, Ünver y Montgomery (2009) proponen algoritmos que ayuden a optimizar los procesos de trasplante de riñones.
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La diferencia entre la perspectiva estándar y la aproximación de Hayek y Mises –y también de Simon y Hurwicz– no depende de los resultados, sino de la interpretación de los factores que los determinan. Las lecturas cercanas al homo economicus construyen imaginarios en los que suponen que el resultado final se debe a la racionalidad del sujeto. El diseño de mecanismos, a la Hurwicz, reconoce que el resultado final está muy marcado por el entorno institucional. Al diseñar el mecanismos se busca que el individuo cambie su preferencia o, por lo menos, que la controle. Esta interacción va más allá de de los procedimientos conductistas que se utilizan en sicología. La autonomía de la voluntad se va reconfigurando en la tensión que se presenta entre la aceptación de las reglas y la continua necesidad de cambiarlas. Es un conflicto angustioso que siempre ha estado presente en la filosofía moral, y la solución no se puede encontrar en teorías perfectas de justicia, sino en el sentimiento que guía, en cada circunstancia, hacia una idea adecuada de lo justo. El espíritu benthamiano, que añora sociedades democráticas, se mueve entre la aceptación obediente y la disidencia. “Bajo el gobierno de las leyes, ¿cuál es el principio que rige el comportamiento del buen ciudadano? Obedecer puntualmente, criticar libremente. Es evidente que un sistema que nunca es criticado nunca mejorará” (Bentham, 1776, p. 10). Cualquier orden institucional es imperfecto y debe ser cambiado, pero mientras esté vigente tiene que ser obedecido. El mecanismo más adecuado es aquel que reduce la tensión entre obedecer puntualmente y criticar libremente. La implementación es exitosa, dice Hurwicz (2007, p. 7), “si el equilibrio alcanzado corresponde al del juego deseado, es decir, al buscado por la legislación”. Esta misma tensión es clara en el pensamiento de Elster. En Uvas amargas (Elster, 1983) la persona cambia la preferencia porque no puede modificar las circunstancias. En Ulises y las sirenas (Elster, 1979) la persona cambia las circunstancias
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porque no puede modificar las preferencias. El diseño de mecanismos busca que el individuo adapte las preferencias y responda con el comportamiento esperado. No se trata de forzar la preferencia sino de que el individuo, con sentimientos y razón, actúe en función del objetivo buscado. El énfasis del análisis deja de ser el sujeto aislado, y la reflexión se centra en el diseño del mecanismo, que pasa a ser uno de los retos centrales de la política pública. Si se considera conveniente que la demanda baje cuando el precio sube, el mecanismo se tiene que diseñar de tal forma que evite los comportamientos tipo Giffen. El punto de atención debe ser la construcción de un orden institucional que lleve a que los aumentos en el precio se expresen en reducciones de la demanda. Para lograr este propósito se requeriría, entre otras condiciones, que la información sobre la calidad fuera absolutamente transparente, y que las personas pobres no se vean en la obligación de aumentar el consumo de papa cuando su precio sube porque ya no les alcanza el ingreso para comprar el pedazo de carne. Uno de los mayores retos en el diseño de mecanismos es la creación de una organización institucional que contribuya a que el paso de la elección individual a la colectiva se acerque al ideal kantiano del imperativo categórico. En el campo de la justicia moral, el mecanismo más conocido es el del velo de ignorancia de Rawls (1971). Desde los años 1940, antes de Rawls, ya se vislumbraba el camino de la equiprobabilidad (Vickrey, 1945), que permite acercarse al espectador imparcial de Smith (1759). En la perspectiva de Vickrey, la persona debe imaginar la sociedad ideal sabiendo que tiene la misma probabilidad de cumplir cualquiera de las funciones de la sociedad imaginada. El ejercicio de equiprobabilidad crea incentivos para imaginar un orden institucional en el que sujetos con todo tipo de vulnerabilidad puedan desarrollar al máximo sus capacidades. La persona imagina la sociedad sin saber si va a ser cuadripléjica, fea, bonita, inteligente, boba, etc. Harsanyi (1953) sigue la
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línea de reflexión de Vickrey y también toma el principio de equiprobabilidad. El punto de partida de estos autores es la incertidumbre asociada a la función de utilidad de Von Neumann y Morgenstern (1944). Los anteriores son apenas algunos ejemplos de las construcciones imaginarias que se preocupan por el diseño de mecanismos. Otros modelos no pretenden repensar el orden institucional porque suponen que funciona bien. La teoría de los costos de transacción llama la atención sobre la inconveniencia de este supuesto (Coase, 1988; Williamson, 2009). Una de las mayores complejidades que se observa en el diseño de mecanismos tiene que ver con aspectos ambientales. El Club de Roma (Meadows et al., 1972) ha puesto en evidencia las dinámicas endógenas de procesos como el crecimiento de la población y el daño del medio ambiente. Estas tendencias no se pueden entender con modelos lineales. Al reflexionar sobre los temas ambientales se constata la percepción miope que se tiene frente al espacio y el tiempo. El horizonte de corto plazo se podría describir mediante la figura 7. Figura 7 La perspectiva de los seres humanos
Fuente: Meadows et al. (1972, p. 19).
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El eje horizontal incorpora la dimensión temporal, y el vertical la espacial. La gráfica muestra que a medida que el horizonte se va alejando en el tiempo y en el espacio, la persona pierde interés. Los círculos negros representan la importancia relativa. La preocupación por la situación de la familia la semana entrante es mucho mayor que el interés por el futuro del mundo dentro de 90 años. La visión miope, de corto plazo, riñe con la exigencia que requieren los asuntos ambientales y climáticos. Todavía no se han diseñado los mecanismos que permitan cambiar este tipo de percepción. La literatura económica ha concebido el altruismo intergeneracional de manera diversa, pero en general prevalecen visiones en las que el compromiso se reduce a una o dos generaciones futuras (hijos y nietos)58. Los modelos financieros que estiman el valor presente también son miopes porque proyecciones con horizontes mayores de 10 años comienzan a presentar numerosos errores. Aun frente a los problemas actuales es difícil reflexionar con calma. Kahneman (2002, 2011) distingue entre los sistemas de conocimiento i y ii. A partir de la sicología experimental muestra que gran parte de las decisiones humanas se toman al interior del Sistema i, el de las intuiciones. La reacción rápida en el Sistema i se presenta de dos maneras. Una es la intuición heurística. La otra, la posibilidad de pensar rápido gracias a la experiencia. Es la intuición de experto. El Sistema ii requiere de un proceso lógico de reflexión y análisis, que en numerosas ocasiones no es posible. Las decisiones que se toman en el Sistema ii son excepcionales. Como la mayor parte de la acción humana gira alrededor del Sistema i, la razón se rezaga frente a la inmediatez de los sentimiento y las pasiones. En la actividad diaria de los empresarios, los análisis costo/beneficio son más intuitivos que racionales.
58 Sobre estas discusiones ver, por ejemplo, Becker (1981), Samuelson (1993) y Simon (1993).
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Si se abre la puerta, los gatos y las personas salen juntos. Las reacciones inmediatas del Sistema i no le dan tiempo a la razón. En las sociedades actuales hay dos instituciones que estimulan el ejercicio de pensar despacio: la universidad y el monasterio. En estos claustros no hay afán, allí se piensa sin prisa. Para reflexionar despacio es necesario protegerse de los afanes de la sociedad, que se ahoga en las urgencias del Sistema i. Como en el Juego de abalorios de Hesse (1943), es necesario construir espacios aislados, como Castalia, que favorezcan el ejercicio de pensar despacio. La figura 8 presenta una situación típica de intuición heurística, en un escenario donde el contexto lleva a confusiones. Cuando a la persona se le presenta únicamente la parte superior de la figura y se le pide que lea, la respuesta suele ser: A, B, C. Pero si se le muestra la parte inferior, es factible que afirme: 12, 13, 14. La letra (o el número) de la mitad es idéntico en la parte superior e inferior de la figura. La diferencia depende del contexto. Arriba es claro que A y C son letras. Abajo no hay duda de que 14 es un número. Y la letra (o número) del lado izquierdo perfectamente puede ser R o 12. Figura 8 Intuición heurística determinada por el contexto
Fuente: Kahneman (2002, p. 455).
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Es evidente que los elementos contextuales tienen una incidencia directa en la percepción y en la acción de los sujetos. La lectura inicial de los caracteres de la figura se realiza en el Sistema i de manera rápida. Para que la persona dude sobre la representación de las letras o de los números necesita pasar al Sistema ii. La intuición de experto se puede analizar a partir de la figura 9. Para un arquitecto, que permanentemente está calculando áreas y volúmenes, es más fácil responder en el Sistema i a las preguntas: ¿el área de las tres figuras es igual?, ¿cuál es el área aproximada? Figura 9 Intuición de experto
Fuente: Kahneman (2002, p. 452).
La persona sin experiencia no puede responder en el Sistema i, y no le queda más remedio que recurrir al Sistema ii. El piloto que aterriza de emergencia en el río Hudson realiza una hazaña en condiciones del Sistema i gracias a su experiencia anterior. La secuencia de decisiones intuitivas únicamente es posible en virtud del aprendizaje previo que, como todo proceso sistemático, se llevó a cabo en el Sistema ii. El ejemplo del piloto en el río Hudson tuvo un final feliz.
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Pero la intuición de experto también puede resultar en un fracaso. En la Fórmula 1, Ayrton Senna corría pensando en el Sistema i. Su intuición de experto le permitía reaccionar de manera inmediata, hasta que cometió un error fatal. Otro de los ejemplos de Kahneman, que muestra la frontera entre los sistemas i y ii, en la perspectiva de intuición de experto, es relativamente sencillo. Un bate y una bola cuestan $1,10. El bate vale $1 más que la bola. Pregunta: ¿cuánto vale la bola? Cuando Kahneman hace el ejercicio les pide a las personas que respondan rápido. La mayoría dice que la bola cuesta $0,10. Muy pocos dan la respuesta correcta: $0,05. Esta minoría tiene habilidad para las matemáticas, y su respuesta es acertada en el Sistema i, sin necesidad de un mayor tiempo de reflexión. Esta es la expresión de la intuición de experto. Si el diseño de mecanismos se acerca al Sistema i tiene una mayor probabilidad de conseguir sus propósitos. Es exitoso el mecanismo que lleva a las personas a ponerse el cinturón de seguridad sin pensar. El conductor no tiene que recurrir al Sistema ii para detenerse en los semáforos que están en rojo, o para circular por el lado derecho. Después de ejercicios repetidos de ensayo y error, estos dos mecanismos han logrado ser exitosos. En gran parte, porque no exigen recurrir al Sistema ii. 5.2. Las discontinuidades entre los precios y los cuasi-precios La posición de Sen, Elster y Mises retoma los enfoques de Smith (1759, 1776) y de los autores clásicos que reconocen los límites intrínsecos del sistema de precios y del mercado. Con el enfoque amplio no hay ninguna preocupación por asociar la racionalidad a los precios y a las dinámicas del mercado. Para Becker sería ideal crear condiciones que se asemejen más al mercado, y en tales circunstancias la racionalidad actúa con una lógica acorde con lo esperado. En la
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mirada de Becker sería ideal que el contexto fuera propicio a las lógicas de mercado. Samuelson (1954) propone la distinción entre el precio (p) y el cuasi-precio (cp). El precio corresponde a los bienes privados, y reafirma las condiciones propias de mercado. El cuasi-precio es una acepción amplia que incluye todas las alternativas de financiación de los bienes que no son privados puros. Comprende, entre otros, los impuestos, las tarifas y las tasas. El cuasi-precio es mal informante porque cuando los bienes no son privados puros, el mercado actúa de forma limitada. Desde este enfoque general, la privatización podría entenderse como el intento de reemplazar los cuasi-precios por los precios. La figura 10 representa el escenario de la discontinuidad entre el espacio de los precios (p) y el de los cuasi-precios (cp). La curva negra intensa indica que no es posible pasar de un lado al otro. Ello significa que existe una discontinuidad fundamental. Se podría afirmar que entre los dos mundos hay una frontera de imposibilidad. Figura 10 Relación entre el espacio de los precios (p) y el de los cuasi-precios (cp) - Escenario de discontinuidad
La curva negra marca una frontera de discontinuidad entre el mundo de los precios (p) y los cuasi-precios (cp). El comportamiento del sujeto responde al egoísmo impuro de Smith (1759).
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La flecha superior horizontal indica la motivación de los agentes económicos. En el lenguaje de Smith (1759) sería el egoísmo impuro. El egoísmo de las personas no es puro porque, de alguna manera, siempre está presente el sentimiento de la simpatía. Mientras mayor sea el egoísmo impuro, más intensa es la simpatía. El sujeto económico es más o menos egoísta, pero nunca es absolutamente egoísta. El egoísmo es menos impuro hacia el lado izquierdo. Y es más impuro hacia la derecha. Ello significa que los desplazamientos a la derecha permiten avanzar progresivamente hacia el ideal de la cristiandad: amar a los demás como a sí mismo59. El punto de referencia del amor a los demás es la propia persona. En este sentido, el comportamiento es egoísta. Pero es un egoísmo impuro porque el individuo trata de colocarse en los zapatos de los demás hasta el límite de sí mismo. Actuando como observador imparcial, la persona trata de sentir en la situación del otro60. Este es el sentido del amor a los demás. Smith pone en evidencia las limitaciones de las relaciones mercantiles, y destaca la importancia de esferas en las que el mercado no funciona, como la educación, la salud y la posibilidad de “salir a la calle sin sentir vergüenza” porque no se tiene camisa de lino61.
59 “La gran ley de la cristiandad afirma que debemos amar a los otros tal y como nos amamos a nosotros mismos” (Smith, 1759, p. 27). 60 “La piedad y la compasión son palabras apropiadas para expresar nuestros sentimientos frente a la pena de los otros. La simpatía, que originalmente tuvo un significado muy similar, puede ser utilizada ahora, sin que ello sea inadecuado, para indicar de manera general nuestro sentimiento hacia el otro, cualquiera que sea la pasión a la que se haga referencia” (Smith, 1759, p. 5). “La vida en sociedad y la conversación son los remedios más poderosos para que la mente vuelva a su tranquilidad si, por desgracia, en algún momento la ha perdido. También son los mejores garantes de un temperamento sosegado y feliz, que es tan necesario para la auto-satisfacción y la alegría” (Smith 1759, pos. 366). 61 “Una camisa de lino, rigurosamente hablando, no es necesaria para vivir. Los griegos y los romanos vivieron de una manera muy confortable y no conocieron el lino. Pero en nuestros días, en la mayor parte de Europa un
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En la gráfica se deja por fuera cualquier consideración sobre la magnanimidad, porque Smith piensa que este tipo de comportamiento no es realista. La magnanimidad es propia del hombre sabio y virtuoso, que “desea, en todo momento, sacrificar su interés privado en favor del interés público” (Smith 1759, p. 346). En la vida real este tipo de personas, si acaso existen, serían tan excepcionales que la teoría general no puede pretender explicar su comportamiento. Para Adam Smith es claro que el espacio en el que operan los precios es limitado. Y reconoce de manera explícita que en los campos de la justicia y de la educación no hay lugar para el funcionamiento del mercado y de los precios. No es cierto, entonces, que su construcción imaginaria absolutice las potencialidades del mercado y de la “mano invisible”. El rectángulo muestra dos áreas separadas porque, según la idea original de Smith, los precios tienen limitaciones intrínsecas, y por ello es necesario recurrir a dimensiones que van más allá del mercado. Smith no concibe un homo economicus racional. Lejos de ello, destaca la relevancia que tienen los sentimientos morales en la acción humana. Y entre los sentimientos, Smith destaca el de la simpatía, que lleva a la persona a colocarse en los zapatos de los demás. Para Smith es claro que a medida que las personas se van distanciando del espacio de los precios y del mercado, la simpatía ocupa un lugar más notorio. El alejamiento de los precios acentúa la importancia del sentimiento moral. Cuando el bien admite la cuantificación y los precios operan en forma adecuada, el sentimiento pierde relevancia.
honrado jornalero se sonrojaría si tuviera que presentarse en público sin una camisa de aquella clase. Su falta denotaría un grado sumo de miseria, en la que apenas podría incurrir el más mísero, sino a causa de una conducta en extremo disipada. La costumbre ha autorizado, del mismo modo, el uso del calzado de cuero en Inglaterra, como algo necesario para la vida, hasta el extremo de que ninguna persona de uno u otro sexo osaría aparecer en público sin él” (Smith, 1776, p. 769).
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Todos los seres humanos son egoístas, pero el egoísmo es impuro porque el sentimiento de la simpatía siempre está presente. La línea superior de la gráfica indica la dirección del egoísmo impuro. Hacia la izquierda, cerca al mercado y a los precios, el egoísmo es menos impuro. Es decir, hay más egoísmo. Hacia el lado derecho el egoísmo disminuye –es más impuro– y, por lo tanto, la simpatía aumenta. Hacia el lado derecho, a medida que se consolida la simpatía, las emociones y las creencias adquieren mayor relevancia. En esta dirección el homo economicus va perdiendo relevancia analítica. Smith reconoce que la persona actúa guiada por el sentimiento moral. No se trata, entonces, de un homo economicus exclusivamente racional. El egoísmo y la búsqueda del interés individual se enmarca en un contexto en el que la simpatía es determinante. Es usual pensar que Smith concibe el agente económico como un individuo egoísta, que no considera ningún otro criterio diferente a su propio bienestar. Los alcances de la mano invisible de Adam Smith se han exagerado y, de forma equivocada, se han generalizado a todas las dimensiones de la actividad humana. En la perspectiva de Smith hay diferencias claras entre los espacios del mercado y del no mercado. No es correcto, entonces, universalizar la noción de la mano invisible. Entre las esferas del mercado y del no mercado hay una brecha que no se puede sortear. La lógica de la mano invisible no lo cubre todo. A medida que el egoísmo es más puro, la racionalidad gana terreno. Si se está en el espacio del mercado el egoísmo impuro es menor y, por tanto, el espacio de los sentimientos disminuye. Tres siglos después, otro Smith, Vernon Smith (1974, 2002), retoma la preocupación por los sentimientos y las pasiones. En la complejidad de la acción humana no hay soluciones definitivas. Y una de las tareas de la economía es poner en evidencia estas dificultades. “Algunas veces, una de las funciones importantes de un análisis económico desapasionado es mostrar que ciertos problemas sociales pueden no
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tener solución” (Vernon Smith, 1974, p. 321). Y en la misma perspectiva de Adam Smith, Vernon Smith (2002, p. 504) considera que “los mercados economizan la necesidad de la virtud, pero no la eliminan”. El espacio de los precios se agota y queda abierto el campo para los sentimientos. Para Samuelson (1954) es clara la discontinuidad entre los espacios de los precios y de los cuasi-precios. Muestra que los bienes públicos responden a una lógica muy distinta de la de los bienes privados. La función de utilidad incluye, necesariamente, bienes privados y bienes públicos. En el caso de la persona i, la función de utilidad sería ui = u (xa , xb ⋯ xn; xo , xp ⋯ xz). Los bienes que van desde xa hasta xn son privados, y los que van desde xo hasta xz son públicos. En el primer grupo, los equilibrios están determinados por un vector de precios [pa , pb ⋯ pn]; en el segundo, los equilibrios corresponden a cuasi-precios [cpo , cpp ⋯ cpz]. Entre el primer y el segundo grupo hay una discontinuidad, que no permite construir un modelo de equilibrio general. Samuelson niega una teoría del equilibrio general porque si tanto los criterios normativos como los cuasi-precios son constitutivos de la función de utilidad, las dimensiones valorativas son inevitables, y ello es evidente aun en la función de utilidad más básica. Ninguna persona puede desprenderse de los bienes públicos (locales y nacionales). Los sujetos viven –de manera inevitable– en un contexto social en el que ya existen bienes públicos, así que sus decisiones están marcadas por la conjunción de bienes públicos y bienes privados. Para Samuelson es claro que frente al bien público la persona no puede expresar sus preferencias, así que el sistema de precios deja de ser pertinente. La financiación de los bienes públicos se realiza mediante los impuestos que actúan como cuasi-precios. Y puesto que la fijación de los impuestos obliga a expresar criterios valorativos, Samuelson concluye que la dimensión normativa es inevitable y que se inscribe en el corazón mismo de la función de utilidad.
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Los cuasi-precios están relacionados con formas alternativas de financiación de los bienes públicos. Incluyen todas las modalidades de generación de recursos públicos. Los cuasi-precios tienen expresiones heterogéneas (tarifas, tasas, impuestos, etc.), y su relación con la demanda del bien está mediada por factores de diversa índole. Unos relacionados con los valores de los individuos, otros, con los criterios de progresividad tributaria que son determinados por el gobierno. El cuasi-precio es mal informante porque cuando los bienes no son privados puros, el mercado actúa de forma limitada. Desde la perspectiva de Samuelson, la solución de Tiebout (1956) no resuelve el problema de la discontinuidad. Hay unas condiciones de imposibilidad que no solucionan el modelo de Tiebout, ya que no siempre es posible “votar con los pies”. Tiebout piensa que la votación con los pies podría resolver las dificultades inherentes a la discontinuidad entre precios y cuasi-precios. Para Tiebout, si la persona está descontenta con los bienes públicos que se ofrecen en una ciudad cambia de sitio de vivienda y se traslada a otra localidad en la que la oferta de servicios es mejor. Como no puede hacer una elección frente a cada uno de los bienes públicos, opta por cambiar de localidad. La discontinuidad también es evidente en la escuela de la elección social, o elección colectiva (Arrow (1951a) y Sen (1970a, 1970b, 2009)62. Hay otros autores que también muestran que hay discontinuidad entre los precios y los cuasiprecios, aunque no en los términos de la figura 10. Por ejemplo, para Coase (1937) la discontinuidad estaría dada por la distinción entre los espacios de la firma y del mercado. La firma ofrece un abanico amplio de alternativas que va más allá del mercado. La noción de firma incluye la institución en sentido amplio. La firma adquiere relevancia cuando el 62 Ver, además, Sen (1971, 1972, 1992, 1993a, 1993b, 1995, 1997, 2002).
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mercado se agota. Ya se decía que por fuera del mercado, en la firma, las relaciones son jerárquicas. Y en este espacio caben instituciones de muy diverso tipo. La figura 11 representa el escenario de continuidad, así que es posible que el mundo de los precios vaya permeando el espacio de los cuasi-precios. Este camino ha sido impulsado, entre otros, por la escuela de la elección pública (Buchanan y Tullock, 1962; Tullock, 1967) y por Becker (1981). Figura 11 Relación entre el espacio de los precios (p) y el de los cuasi-precios (cp) - Escenario de continuidad
La curva negra marca una frontera de continuidad entre el mundo de los precios (p) y los cuasi-precios (cp). El comportamiento del sujeto responde a incentivos de ganancia.
Desde la perspectiva del federalismo fiscal se ha insistido en la conveniencia de ampliar el sistema de precios63. Para Wiesner es claro que los servicios públicos deben financiarse en condiciones que sean propicias a los incentivos
63 En Colombia, Bird y Wiesner (1982) y Wiesner (1997, 1998a, 1998b). González (2006) discute los aportes de Wiesner al pensamiento económico colombiano.
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y la competencia. En educación, por ejemplo, los sectores públicos y los sectores privados realizan actividades similares, que se pueden comparar. Los colegios en convenio permiten que haya “competencia” entre lo público y lo privado. Es la lógica subyacente en Colombia a la Ley 100 de 1993, sobre salud y pensiones, que busca competencia entre las distintas instituciones que participan en el proceso (Londoño y Frenk, 1997). El llamado fundamentalismo del mercado es la búsqueda tecnocrática de ampliar el espacio de los precios. Las afirmaciones sobre las bondades intrínsecas de los precios tienen unos orígenes profundos que comienzan desde la definición de la función de utilidad. En la gráfica 10 hay una ruptura clara, y el espacio de los precios no puede extenderse a las otras esferas de la acción humana. En la figura 11 hay líneas de continuidad entre los precios y los cuasi-precios, porque se supone que –de alguna manera– los precios pueden permear todas las otras esferas de la actividad humana. La dimensión horizontal en este caso serían los incentivos. Los precios en un contexto de mercado favorecen la revelación de incentivos. Desde esta mirada, la privatización es el instrumento privilegiado para que el sistema de incentivos pueda operar de manera adecuada. Tiebout (1956) rompe la discontinuidad cambiando de localidad. En la gráfica 12 se presentan tres situaciones hipotéticas, llamadas ①, ② y ③, que corresponden a tres formas de interacción entre los precios (p) y los cuasi-precios (cp): ruptura, continuidad y unicidad. En las gráficas anteriores se hizo referencia a las zonas ① y ②. La zona ① representa la ruptura entre precios y cuasiprecios. Es equivalente a la figura 10. Es la diferencia entre el mercado y las interacciones humanas que no pasan por el mercado (justicia, salud, educación, etc.). Es la brecha irreconciliable que reconoció claramente Smith. En el mundo de los cuasi-precios, la simpatía cumple la función que no
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Figura 12 Tres escenarios de interacción entre lo público y lo privado: (i) ruptura, (ii) continuidad y (iii) unicidad
En el escenario ① hay ruptura entre los precios (p) y los cuasi-precios (cp). En el escenario ② hay continuidad, y en el ③ todo el espacio es ocupado por los precios porque no existen cuasi-precios
puede realizar el mercado. En las versiones contemporáneas esta ruptura ha sido planteada de manera sistemática por los teóricos de la elección colectiva. El escenario ② abre la puerta a una cierta continuidad entre los precios y los cuasi-precios, tal y como se explicó en la figura 11. Este enfoque ha sido desarrollado por los autores de la elección pública (Cuevas, 1998). La zona ③ de la figura representa las condiciones ideales del modelo de equilibrio general, en el que todos los bienes son privados y, por tanto, los precios garantizan los equilibrios en todos los mercados. En el modelo de Arrow-Debreu (1954) todos los bienes son privados, y el equilibrio general existe y es único. En este escenario no hay bienes públicos y, por tanto, no existen cuasi-precios. La figura 12 representa tres construcciones imaginarias, que tienen implicaciones muy diferentes. Las zonas ① y ② de la figura 12 representan dos escuelas de la política pú-
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blica: elección social y elección pública. En el primer caso, si se acepta la imposibilidad, no se pretende hacer ningún esfuerzo por asimilar el espacio de los cuasi-precios al de los precios. Desde el lado de la escuela de la elección pública la concepción es muy distinta, y la continuidad busca que la lógica de los precios permee el espacio de los bienes públicos. Se trata, entonces, de minimizar hasta donde sea posible la naturaleza del bien público. Se busca que este tipo de bienes se compren y vendan, de acuerdo con los principio que guían las transacciones de los bienes privados. Para los autores que de alguna forma comparten los principios de la teoría de la elección social y aceptan la discontinuidad, la dimensión ética es constitutiva del discurso económico. Por lo tanto, la reflexión económica es intrínsecamente ética. Para ellos es claro que todo discurso económico tiene una dimensión ética. Algunos economistas todavía piensan que la reflexión científica está exenta de valores. Y pretenden que el discurso sea neutro. Esta aproximación es, por decir lo menos, ingenua. La ingeniería económica desconoce la relevancia de la ética. Cuando se analizan con cuidado los teoremas básicos de la economía se constata que tienen implicaciones éticas relevantes. Todos los equilibrios básicos del análisis económico –como productividad marginal del trabajo y salario real, productividad marginal del capital y tasa de interés, función de utilidad continua, utilidad decreciente– expresan opciones éticas. 5.3. La teoría monetaria de la producción Los límites del mercado, y el marchitamiento del espacio de la razón se observan en la teoría monetaria de Keynes. Para él, la rueda de la riqueza no sería un buen punto de partida para comprender las características del dinero. Su interés es desarrollar una “economía monetaria de la producción”, que permita entender la forma como la demanda voluntaria de dinero incide en la actividad económica real. Keynes
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no cree ni en la dicotomía clásica, ni en la neutralidad del dinero. A través de la demanda voluntaria de dinero, las expectativas afectan las variables reales. La producción de hoy está determinada por la percepción del futuro, que se expresa en las demandas especulativas y precautelativa. Los “espíritus animales” son determinantes en la construcción de los imaginarios futuros que llevan a aumentar o disminuir la demanda de dinero. Leijonhufvud (1967, 1968) ayudó a reencontrar la teoría monetaria de Keynes. Gracias a su visión comprehensiva, Leijonhufvud impulsó la reflexión sobre los aportes de Keynes por fuera de la rueda de la riqueza y del modelo is-lm64. En esta misma línea, Clower (1967, 1977) muestra la necesidad de explicitar los procesos endógenos que conlleva la mediación monetaria. Clower critica los modelos que únicamente tienen en cuenta las interacciones reales porque son muy restrictivos, y terminan reduciendo todas las transacciones al trueque. Las operaciones reales se realizan gracias a la intermediación de la moneda. La secuencia mercancía 1 → moneda 1 ↔ moneda 2 → mercancía 2 puede leerse de dos maneras, dependiendo de la importancia que se le otorgue a las demandas involuntaria y voluntaria de dinero. La primera aproximación es compatible con la demanda involuntaria de dinero. No se demanda la moneda por ella misma, sino porque gracias al dinero se adquiere la mercancía 2. La moneda, que actúa como medio de cambio, permite hacer la transacción. En este proceso, el punto de partida es la mercancía 1 y el de llegada es la mercancía 2. Si la persona que tiene la mercancía 1 desea la mercancía 2,
64 En opinión de Skidelsky (1993, p. 87), Leijonhufvud ha sido “uno de los pocos economistas” que se ha tomado el trabajo de analizar el conjunto de la obra de Keynes, y por ello ha podido captar los lazos que unen el Tratado sobre la moneda (Keynes, 1930) y la Teoría general (Keynes, 1936).
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la vende y con el dinero recibido compra la mercancía 2. En esta secuencia la moneda es, simplemente, un medio de pago. Si el costo de conseguir el dinero es cero, el trueque directo sería equivalente a realizar una transacción mediada por el dinero. Cuando el dinero opera como medio de pago, la demanda involuntaria aparece en primer lugar y la secuencia que va de la mercancía 1 a la mercancía 2 tiene lugar de manera continua, sin rupturas ni tropiezos. La moneda 1 puede ser un cheque y la moneda 2 el efectivo. Pero desde la perspectiva de la demanda involuntaria, este tipo de transacciones (efectivo por cheque) no es significativa, ya que el propósito final es obtener la mercancía 2. Siempre y cuando la transacción pueda ser realizada, las formas bajo las cuales se presenta el medio de pago no son relevantes. La situación es muy diferente cuando se introduce la demanda voluntaria de dinero. Una vez que se ha vendido la mercancía 1 y la persona tiene la moneda se puede producir un corto circuito. En virtud de la demanda voluntaria de dinero, quien posee moneda no necesariamente está dispuesto a adquirir mercancías. Así que la secuencia se puede romper sin que la mercancía 2 sea adquirida. La persona que tiene la mercancía 1 la vende con el fin de obtener la moneda 1, el cheque. Pero en lugar de cambiar el cheque por efectivo (moneda 2), con el fin de comprar la mercancía 2, deja el dinero en una cuenta corriente e interrumpe el proceso. Las razones por las cuales la cadena se revienta pueden ser de muy diversa índole. Por ejemplo, la persona mantiene el dinero en una cuenta corriente porque piensa que la semana siguiente van a bajar los precios de la mercancía 2. En este caso, y si las expectativas se cumplen, la suspensión del proceso será temporal. Pero si los precios no bajan, o si la persona cambia de opinión, es factible que con el dinero disponible el individuo adquiera bonos, títulos financieros, acciones, etc. Mientras mayor sea el espacio de acción endógena de la moneda, más aumentan las posibilidades de que la especulación se acentúe (Hahn, 1970, p. 3). La mediación
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monetaria es el eslabón débil de la cadena que va de la mercancía 1 a la mercancía 2. Arrow y Hahn (1971, p. 357) llaman la atención sobre la relevancia de la moneda: “si alguna vez se escribe seriamente una teoría monetaria, debe tenerse en cuenta que es de considerable importancia el hecho de que los contratos se realicen en términos monetarios” (Arrow y Hahn, 1971, p. 357). La moneda tiene comportamientos endógenos que impactan el mundo real (Davidson, 1978). Y en las decisiones de adquirir moneda los impulsos animales son determinantes. En el lenguaje de Kahneman, la demanda de moneda está muy determinada por decisiones que se toman en el Sistema i. Los motivos keynesianos para demandar dinero (transacciones, especulativo, y precaución) no reemplazan ni sustituyen las funciones de la moneda (medio de pago, instrumento de atesoramiento, medida del valor)65. Al diferenciar estos motivos, Keynes busca explicar por qué razón las personas prefieren el dinero a otros activos. Su interés no es hacer un análisis de la naturaleza del dinero, sino explicar el papel que cumple la demanda de dinero como reflejo de las expectativas de los individuos. La moneda es el vínculo entre el presente y el futuro. Y la decisión de aumentar o disminuir la liquidez depende de los imaginarios. La demanda de moneda es tan impredecible como el comportamiento de los seres humanos. Y en esta decisión se involucran las pasiones y las creencias. De allí la importancia que tienen los “espíritus animales” en las opciones de inversión. La demanda voluntaria de dinero es volátil como el comportamiento de las personas, y esta aleatoriedad se manifiesta en el mundo de los negocios.
65 La relación entre los motivos para demandar dinero y las funciones del dinero la analiza con detalle Hicks (1966).
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Desde la perspectiva de la rueda de la riqueza, la moneda actúa como medio de cambio y sólo se demanda por el motivo de transacciones, así que sólo tiene cabida la demanda involuntaria de dinero. Y en las versiones más extremas, que centran la atención en las transacciones reales, la moneda aparece como el velo transparente que cubre las operaciones del mundo real (Lucas y Sargent, 1981). Los intercambios se realizan teniendo como punto de referencia un numerario, que no es dinero66. Las relaciones monetarias tienen una dimensión temporal que no está presente en la teoría del valor walrasiana. La aproximación monetaria de Keynes es intrínsecamente temporal. La diferencia entre la teoría del valor de Walras y la teoría monetaria de Keynes ha marcado dos rutas en el quehacer de la teoría macroeconómica: la “monetaria-temporal” de Keynes y la “dicotómica-atemporal” del programa de investigación neowalrasiano67. Estos dos calificativos caracterizan posiciones extremas. La aproximación neowalrasiana es dicotómica-atemporal por dos de sus rasgos constitutivos: la aceptación de la dicotomía clásica y la ausencia del tiempo. Las críticas de Tobin (1980) al gran monetarismo (Friedman) y, sobre todo, al nuevo monetarismo (Sargent y Lucas) colocan
66 “El equilibrio se alcanzó, entonces, cuando el valor de los servicios fue igual al valor de los productos en términos de numerario” (Walras, 1926, p. 316). “El numerario no es dinero; no es ni siquiera dinero parcial; ni siquiera se supo ne que sea usado por los comerciantes como unidad de medida. De hecho, no es más que la unidad de medida que el economista usa para explicarse a sí mismo lo que los comerciantes están haciendo” (Hicks, 1966, p. 17). 67 Clower y Howitt (1995) muestran que los neowalrasianos no son fieles al pensamiento de su maestro. Por ejemplo, en los años 1960 los neowalrasianos comienzan a incluir en sus análisis un subastador que no estaba presente en el análisis de Walras. “Finalmente, por su manera de pensar y su marco conceptual, Walras, como su contemporáneo Alfred Marshall, están más cerca de los economistas clásicos (desde Smith hasta J. S. Mill) que de los neowalrasianos” (Clower y Howitt, 1995, p. 29). Mientras que Walras siem pre puso en duda la pertinencia de un modelo de equilibrio general, y de unas relaciones económicas puras, los neowalrasianos consideran que el paradigma adecuado es el del equilibrio general.
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en el centro de la discusión el funcionamiento del sistema financiero. Su análisis pone en evidencia las diversas modalidades de los activos financieros, y muestra que el impacto que los movimientos de capitales tienen en la actividad económica real son irreversibles. Tobin llama la atención por la presencia de tendencias especulativas, y por la existencia de un mercado de capitales imperfecto. La conjunción de ambos factores crea situaciones que no son compatibles con el equilibrio. Desde una perspectiva global, Tobin reafirma la ruptura del proceso que va de la mercancía 1 a la mercancía 2. Las relaciones macro son, por naturaleza, inestables. Se equivoca el nuevo monetarismo al pretender solucionar mediante el recurso a las expectativas racionales, los problemas causados por la volatilidad financiera. Los mercados financiero y de capital son en el mejor de los casos coordinadores muy imperfectos del ahorro y la inversión. Y sospecho que esta deficiencia no se remedia con las expectativas racionales. El fracaso de la coordinación es una fuente básica de inestabilidad macroeconómica, y la oportunidad para poner en práctica políticas de estabilización (Tobin, 1981, p. 31).
La frase de Tobin explicita el vínculo entre la inestabilidad financiera y el tiempo. Y, además, pone en duda la capacidad de las expectativas racionales de corregir la falta de coordinación inherente a los mercados financieros. En estas condiciones, concluye Tobin, es muy probable que no se llegue a una situación de equilibrio68. La información asimétrica, el
68 “Keynes dijo dos cosas que a mi modo de ver tienen un valor permanente y deben hacer parte de la reflexión de cualquier persona sobre la forma como la economía trabaja. Primero, insistió en que la incertidumbre conduce a la volatilidad. La especulación es como una balanza, que funciona a través de una extrema volatilidad en otros mercados. Segundo, hizo énfasis en que la volatilidad financiera tiene repercusiones no sólo en los precios, sino también
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fracaso de la coordinación, la volatilidad, la incertidumbre, etc. cuestionan principios básicos del nuevo monetarismo como la ausencia de ilusión monetaria, la dicotomía clásica, la neutralidad del dinero, la equivalencia ricardiana. La ruptura de la secuencia mercancía 1 → moneda 1 ↔ moneda 2 ↛ mercancía 2 pone de manifiesto la percepción subjetiva del futuro y de la incertidumbre. El individuo prefiere mantener el dinero y no compra la mercancía 2. Este corto circuito no se presentaría en un mundo atemporal, en el que reina la certeza y los precios son flexibles. En tal caso, la cadena es continua y el ahorro termina siendo igual a la inversión. Las rupturas señaladas por Clower y Tobin tienen una relación directa con la demanda voluntaria de dinero que tanto preocupa a Hicks (1935). Además de los aspectos anteriores, la demanda voluntaria tiene que ver con un tema mucho más sustantivo: la extensión de la teoría de la utilidad del campo de la mercancía al terreno de la moneda. En su artículo de 1935, Una sugerencia…, Hicks muestra que la teoría de la utilidad marginal puede ser generalizada, de tal forma que no quede reducida solamente al espacio de las mercancías. Puesto que el dinero es objeto de demanda voluntaria, es legítimo aplicarle los principios inherentes a la teoría de la utilidad marginal. El dinero es deseado aunque no se destine al consumo de bienes, ni a la compra de activos físicos o financieros. Hicks (1935, p. 83) explica su proyecto teórico en estos términos: se trata de llevar a cabo, en el mundo monetario, la “revolución marginalista”, que ya habían realizado Jevons y sus colegas austriacos en el mundo de las mercancías. Al aplicarle al dinero los principios de la utilidad marginal, Hicks obtiene un doble resultado. Por un lado, desarrolla la teoría monetaria, y por el otro, amplía el alcance del enfo-
en el ingreso y el producto” (Skidelsky, 1993, p. 88). Ver, además, Skidelsky (1992).
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que utilitarista. La teoría marginalista aplicada al consumo de bienes es perfectamente compatible con un horizonte atemporal. El bien proporciona un cierto nivel de utilidad en el momento presente. Pero cuando la teoría marginalista se aplica al dinero, la noción de futuro es imprescindible. Y esta dimensión temporal necesariamente involucra alguna noción de riesgo o de incertidumbre. La opción entre el riesgo y la incertidumbre depende del efecto perturbador que se le atribuya al desconocimiento del futuro. Los poskeynesianos, que se inclinan por la incertidumbre, consideran que no hay ninguna forma de predecir los acontecimientos futuros. En cambio, los autores cercanos a la perspectiva neowalrasiana construyen imaginarios en los que optan por el riesgo y piensan que las dinámicas futuras pueden ser objeto de un cálculo probabilístico. En su explicitación de la dimensión temporal, Hicks (1935) y Arrow (1951b) tienden a acercarse más al riesgo que a la incertidumbre69. La revolución marginalista de Hicks es doble. De un lado, extiende el principio de la utilidad marginal al dinero, del otro, muestra que cuando la demanda voluntaria de dinero
69 Arrow (1951) hace un balance del estado del arte de la teoría de la elección en “situaciones que conllevan riesgo”. No lo convence la distinción de Knight entre riesgo e incertidumbre, y por ello en el artículo intercambia ambos términos. Tampoco comparte el escepticismo de Shackle, para quien la “sorpresa potencial” no tiene cabida dentro de la teoría de la probabilidad. Arrow muestra que sí es posible asociar la “sorpresa potencial” a situaciones extremas de riesgo. El tema de la incertidumbre es relevante no por el acto de la elección en sí mismo, sino porque no conocemos cuáles son las consecuencias que se derivan de la elección. Arrow diferencia tres tipos de fenómenos económicos: el primero se presenta cuando la incertidumbre es evidente, como sucede en el caso de los juegos de azar y de los seguros. El segundo tipo de fenómeno tiene lugar cuando la incertidumbre no es tan fehaciente, pero es necesario recurrir a ella para explicar la impredicibilidad de hechos como el rendimiento de las acciones, o el de los activos financieros. Los fenómenos económicos pertenecientes a la tercera categoría son aquellos frente a los cuales no es claro si es apropiado introducir la noción de incertidumbre, como sucede, por ejemplo, con la tasa esperada de ganancia.
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hace parte del conjunto de elección es inevitable incluir el tiempo. Y con el futuro, Hicks incorpora el riesgo y la incertidumbre. La demanda voluntaria de dinero coloca la teoría de la elección racional en una dimensión temporal, en la que no puede prescindirse del riesgo. Con independencia de su percepción del futuro, keynesianos y no keynesianos han aceptado la propuesta de Hicks de llevar la revolución marginalista a la teoría del dinero. Pero a medida que los autores se van alejando de Keynes y se acercan al programa de investigación neowalrasiano, les queda más difícil aceptar la demanda voluntaria de dinero. Esta reacción en contra se explica porque la demanda voluntaria le resta solidez a la teoría del equilibrio. Dependiendo de qué tan aferrado se esté al equilibrio, la propuesta de Hicks de explicitar la dimensión de futuro en el análisis de la demanda voluntaria de dinero ha sido interpretada de dos maneras. De un lado, los pensadores cercanos a la tradición neowalrasiana enfatizan el riesgo y no aceptan la incertidumbre. En la otra orilla, los keynesianos destacan la importancia de la incertidumbre, porque consideran que el cálculo probabilístico asociado al riesgo no logra llenar el vacío causado por nuestro total desconocimiento del mañana. Desde la perspectiva neowalrasiana el método del equilibrio continúa siendo adecuado si: i) la demanda voluntaria de dinero se explica como un fenómeno transitorio, de corto plazo, que se presenta solamente mientras que las personas están decidiendo qué comprar o dónde invertir; y, ii) gracias a las expectativas (adaptativas y racionales), se logra que el desconocimiento del futuro no ocasione perturbaciones de largo plazo. Pero estas dos soluciones tienen un inconveniente fundamental: impiden avanzar en el desarrollo de una teoría del dinero. Dicho de otra manera, el afán de consolidar los postulados del equilibrio riñe con una concepción del dinero anclada en la demanda voluntaria. La teoría del ciclo real de los negocios trata con ahínco de rescatar el método del equilibrio. Con el objeto de
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conseguir este propósito renuncia a la demanda voluntaria de dinero. Para la teoría del ciclo real de los negocios únicamente importa la demanda de dinero para transacciones. Y como además supone que la cantidad de dinero es estable y depende del valor nominal del producto, es posible construir una teoría del ciclo económico en la que el dinero no importe. La teoría del ciclo real de los negocios representa la posición más extrema. En la perspectiva de Keynes la demanda voluntaria de dinero no es compatible con el equilibrio. Hicks intenta consolidar la revolución marginalista sin abandonar su fidelidad a la concepción monetaria de Keynes y, en concreto, al reconocimiento de la demanda voluntaria de dinero. Pero para poder avanzar en esta dirección debe superar un enorme obstáculo: las concepciones divergentes del tiempo que se desprenden de la teoría monetaria de Keynes y de la lectura neowalrasiana de la teoría marginalista. Mientras que en la visión de Keynes la demanda voluntaria del dinero incorpora el futuro, en el enfoque utilitarista las elecciones entre bienes se realizan en un momento del tiempo. Al explicar las características del bien (utilidad y escasez), y al desarrollar la formalización matemática de la teoría de la demanda basada en la utilidad marginal, Walras (1926) opta por presentar las relaciones entre precios y cantidades de manera atemporal. Hicks observa que este marginalismo atemporal se modifica de manera sustancial cuando la demanda de bienes se enfrenta a la demanda voluntaria de dinero. Al tener que decidir entre la demanda de bienes y la demanda de dinero, ya no es posible hacer abstracción del tiempo. La escogencia entre dos platos en un restaurante, o entre papas y yucas en una plaza de mercado, puede ser analizada en un contexto atemporal. Pero la elección entre la demanda de dinero voluntario y la compra de un apartamento sí obliga a explicitar la percepción que el individuo tiene del futuro. Si la persona sospecha que dentro de una semana habrá devaluación del peso, es lógico que posponga
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la compra del apartamento y, en cambio, compre dólares. Esta reflexión puede ser generalizada, pues detrás de la demanda de cualquier tipo de bien hay una elección, más o menos explícita, por una cierta cantidad de dinero voluntario. 6. La conversación continúa… Conversar despacio y de manera sistemática es un privilegio de los claustros universitarios. Este ejercicio que es intrínsecamente científico tiene dos virtudes. Primero, ayuda a entender, segundo, contribuye a cambiar los paradigmas. Como en cualquier disciplina, el diálogo entre economistas se desarrolla mediante modelos, que son construcciones imaginarias. En estos mundos que resultan de deducciones mentales se le da cabida a un personaje que es el homo economicus racional. Pero no se trata de un sujeto activo. Es un ser que reacciona de manera pasiva a los limitantes contextuales definidos en el modelo. Para comprender los alcances analíticos del homo economicus racional es necesario poner en evidencia el poder determinante que tienen los supuestos en las construcciones imaginarias. En el modelo de equilibrio general no cabe un sujeto pensante, con pasiones y creencias. El agente que escoge es la última pieza que le falta al rompecabezas. Se le puede llamar homo economicus racional, pero también podría ser un gato o una rata. Cualquiera de estos tres seres cumple con el requisito que exige el modelo. Las construcciones imaginarias son intrínsecamente legítimas. Su aceptación depende de la consistencia interna y de la fuerza retórica. En economía, como en literatura, el relato con capacidad de persuasión termina siendo reconocido y aceptado. Una forma de pensar se convierte en una escuela y es acogida por miembros de la comunidad académica porque ayuda a explicar y porque permite persuadir. Esta escogencia no tiene nada que ver con la verdad, y mucho menos con su compatibilidad con los hechos de la realidad.
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Numerosos paradigmas en economía se han mantenido sin que la realidad los haya perturbado. Las razones por las cuales la neutralidad del dinero, la función Cobb-Douglas, o el modelo is-lm siguen siendo imaginarios atractivos son misteriosas y complejas. Se podría decir que estos modelos son desuetos. Ni los mercados financieros, ni las firmas, ni la política pública contemporánea se comportan como suponen estas construcciones imaginarias. En lugar de criticarlas porque no son compatibles con la realidad, deberían ser objeto de admiración porque a pesar de su antigüedad han permanecido a lo largo del tiempo. Son construcciones imaginarias casi centenarias y continúan siendo el núcleo de los libros de texto y de la enseñanza de la disciplina. Y, además, los ministros de Hacienda siguen recurriendo a estos modelos para justificar sus decisiones de política económica. Con la neutralidad del dinero se argumenta a favor de la independencia de los bancos centrales, con la función Cobb-Douglas se estima la productividad total de los factores que se lleva en la mesa de las negociaciones del salario mínimo, y con los instrumentos analíticos de is-lm se argumenta a favor de la disminución del gasto social. Los economistas heterodoxos se han dedicado a criticar estos modelos porque no explican la realidad. Este camino analítico ha sido equivocado. En lugar de criticarlos hay que admirarlos. Su permanencia en el tiempo es la mejor demostración de su capacidad retórica, y de su poder de convicción. Son tan maravillosos como los libros de caballería que todavía se leen. Siguen sorprendiendo como la lectura de Los miserables de Victor Hugo. A pesar de que no tienen relación con el mundo real contemporáneo, su relato toca fibras que persuaden y convencen. Pero la admiración no debe ir más allá del mundo de la lógica, que es el espacio de lo formal-racional. Cuando el alcance del modelo se desvirtúa, y el instrumento se convierte en una forma de justificar decisiones políticas que consolidan poderes específicos, la construcción imaginaria
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se presenta como la verdad. Y el relato imaginario termina ahogado en una ingeniería social que le rinde culto a un positivismo ingenuo, con pretensiones de objetividad. El relato novelado de la construcción imaginaria queda preso de una tecnocracia que lo presenta como la verdad, en medio de un discurso aséptico, que se pretende apolítico y libre de cualquier prejuicio valorativo.
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Editado por el Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia en diciembre de 2016 Se compuso en caracteres Palatino de 11 puntos y se imprimió sobre Holmen Book Cream de 60 gramos Bogotá (Colombia) Post tenebras spero lucem