La Racionalidad En Las Ciencias Sociales

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Raymond Boudon

La r a c i o n a l i d a d EN LAS CIENCIAS SOCIALES

Ediciones Nueva Visión Buenos Aires

j Boudon, Raymond

La racionalidad en las ciencias sociales - 1aed. - Buenos Aires: Nueva Visión, 2010 144 p.; 20x13 cm. (Claves) ISBN 978-950-602-608-0 Traducción de Víctor Goldstein 1. Ciencias sociales I. Goldstein, Victor, trad I. Titulo. CDD 300

Título del original en francés: La rationalité © Presses Universitaires de France, 2009. Traducción de Víctor Goldstein ISBN 978-950-602-608-0 Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d’Aide á la Publi­ caron Victoria Ocampo, bénéficie du soutien de Culturesfrance, opérateur du Ministére Franjáis des Affaires Etrangéres et Européennes, du ministére Fran^ais de la Culture et de la Communication et du Service de Coopéralion et d’Action Culturelle de l’Ambassade de France en Argentine. Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo de Culturesfran­ ce, operador del Ministerio Francés de Asuntos Extranjeros y Europeos, del MinisterioFrancés delaCulturay déla Comunicación y del Servicio de Cooperación y de Acción Cultural de la Embajada de Francia en Argentina.

© 2010 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tueumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina /Printed in Argentina

INTRODUCCIÓN

La idea de que la razón es el rasgo distintivo del hombre es común a la filosofía griega y al cristia­ nismo. Aristóteles hace de la razón la facultad que permite que el ser humano acceda a representacio­ nes fundadas de lo real y lo guíe en su acción. El cristianism o asegura que la razón es lo propio de todos los hombres. Pretende que la razón domine las pasiones. La noción de racionalidad es mucho más tardía. Sólo en el .siglo xx se vuelve corriente. Hunde sus raíces en las tentativas que se desarrollan sobre todo a partir de los siglos xvn y xvm para estudiar la lógica del comportamiento humano en un espíritu científico. Estos esfuerzos están asociados sobre todo a los nombres de Pascal, de Laplace, de Condorcet o más tarde de Bentham . E sta ambición científica es indisociable de la noción de racionalidad. La declinación de la noción de razón en raciona-idad se impuso porque designa movimientos de pensamien­ to que se cristalizaron progresivamente al punto de constituirse en disciplinas autónomas: la teoría de la de­ cisión, la teoría de juegos, la ciencia económica y la psicología cognitiva. Estas disciplinas siguen siendo

muy activas en nuestros días. La ciencia económica es una disciplina científica de punta a punta, la teoría de la decisión y la teoría de juegos son discipli­ nas transversales que interesan tanto a la ciencia política o a la sociología como a la economía, pero tienen una identidad innegable. Más reciente, la psicología cognitiva estudia en particular los des­ víos entre los comportamientos reales y aquellos que la racionalidad esperaría observar. Las ciencias hum anas no pueden escapar a la explicación de los comportamientos individuales, incluso cuando, como la economía, la sociología, la ciencia política o la antropología, tratan acerca de fenómenos colectivos. Porque estos últimos siempre son el efecto de comportamientos individuales. Los individuos responsables de estos fenómenos tienen un pasado y se inscriben en un entorno social: no son átomos suspendidos en un vacío social. Las ciencias sociales deben tenerlo en cuenta. Pero no pueden ser consideradas sólidas a menos que la explicación que proponen de los comportamientos individuales res­ ponsables de un fenómeno colectivo obedezca a las reglas del pensamiento científico. Si no pueden rati­ ficar esta condición, no suficiente pero sí necesaria, no pueden tener la pretensión de que se les reconozca una categoría científica. Ahora bien, en ciertos casos la explicación de un comportamiento —para utilizar la distinción clásica de Aristóteles— puede apelar a causas eficientes, como cuando un individuo manifiesta tal comportamiento porque fue víctima de una lesión cerebral; en otros a causas finales, como cuando un individuo realiza tal acción con el objeto de obtener tal efecto. A. Schütz oponía dentro del mismo espíritu los Weil- y los WozuMolive: los motivos de tipo porque y los motivos de tipo °l objeto de.

Las ciencias sociales —las de las ciencias humanas que tratan acerca de fenómenos colectivos— evocan por supuesto explicaciones del comportamiento apelando a causas eficientes distintas de las causas neurológicas. Pueden ser de carácter cultural, como cuando la creen­ cia de un individuo en el dogma de la Trinidad es explicada porque él interiorizó esa creencia bajo el efecto de la socialización; biológica, como cuando un comportamiento es interpretado como resultante de un proceso de adaptación al medio natural; o psicológica, como cuando un acto es presentado como el efecto del instinto de imitación que supuestamente dominaría al ser humano. De manera general, existen dos tipos fundamenta­ les de explicación del comportamiento: aquella, racio­ nal, que explica el comportamiento del individuo por su intención de satisfacer un deseo o alcanzar un objetivo. Y aquella otra, a-racional, que lo explica por fuerzas que más o menos escapan a su control. Aquí preferire­ mos el concepto de a-racionalidad al de irracionalidad, más familiar pero polisémico. Esta distinción plantea dos cuestiones a las ciencias sociales: la primera es saber si es recomendable preferir uno de estos dos tipos de explicación. La segunda remite a la definición de las nociones de racionalidad y de a-racionalidad. Un d e s a fío

p e d a g ó g ic o , c ie n t íf ic o y p o lític o

Lejos de ser meramente teóricas, estas cuestiones son de una im portancia práctica decisiva. Una comisión oficialmente establecida por el gobierno francés en 2008 fue encargada de evaluar los m anilales de ciencias económicas y sociales dis­

ponibles. En olios descubrió muchos rasgos que los alejaban de lo que normalmente se espera de obras de iniciación a disciplinas científicas. La Academia de Ciencias Morales y Políticas, por su lado, a comien­ zos del año 2008 constituyó un grupo de trabajo que recogió la opinión de expertos extranjeros sobre el mismo tema. El informe que resultó de esto fue presentado a la prensa, y desemboca en reservas semejantes (carta de la Academia de Ciencias Mora­ les y Políticas del 8 de julio de 2008, 10" año, n- 352). Señala que el análisis |de los problemas económicos y sociales tal como se presentó en los manuales destinados a las clases de ciencias económicas y sociales] demasiado a menudo se reduce a la expresión de una serie de opiniones. Todo esto corre el riesgo de inculcar en los alu rnnos la idea de que se pueden tratar esos problemas complejos a partir de análisis superficiales y de que, en este campo, discursos de calidad científica muy desigual pueden ser puestos en el mismo plano. Esto corre el riesgo de orientar al futuro ciudadano hacia un relativis­ mo generalizado.

Este diagnóstico es revelador de las ineertiduwbres que hoy caracterizan a las ciencias sociales. Indica que el etilos científico no está muy presente en el espíritu de numerosos redactores de manuales. ¿Se puede imaginar un manual de ciencia física que trate acerca de las teorías físicas como si fueran opiniones? Las deficiencias de los manuales no son el único síntoma de la fragilidad de las ciencias económicas y sociales. Sociólogos contemporáneos denuncian como una ilusión la ambición de los grandes sociólogos clásicos de hacer de su disciplina uná ciencia que obedezca a las mismas reglas que las otras. Erigien­

do como destino un estado de cosas sin duda proviso­ rio, otros quieren ver en las ciencias sociales una cultura definida de manera negativa: ni arte ni cien­ cia. Otros sostienen que las ciencias sociales se ca­ racterizarían por modos de razonamiento propios, que tienen poco que ver con aquellos de las otras ciencias. Algunos pretenden que el egoísmo, otros que el mimetismo, otros que la atención (caro), otros que el instinto sexual resuma al ser humano. Ahora bien, una razón mayor de la fluctuación que caracteriza a las ciencias sociales reside en el hecho de que ellas dan respuestas vacilantes a las dos cuestiones sobre el lugar que hay que dar a la expli­ cación racional del comportamiento humano y de la significación de la noción de racionalidad. A juzgar por las teorías que se impusieron como auténticas contribuciones al conocim iento, la explicación racional del comportamiento parece res­ ponder mejor a Jos criterios habituales de la cientificidad. Pero la concepción dominante que asimila la racionalidad a la búsqueda por el individuo de me­ dios que le permitan satisfacer sus preferencias es insuficiente, como bien lo comprendieron Max Weber ayer o Amartya Sen en 1a actualidad . Sen (2005) subraya oportunamente que un comportamiento pue­ de ser racional sin apuntar a satisfacer las preferen­ cias del individuo, hasta ser racional por más que descanse en creencias falsas. Pero ¿no conduce esto a hacer de la noción de racionalidad algo que uno llena con sus propios contenidos? Las ciencias sociales produjeron innum erables explicaciones de fenómenos sociales que obedecen a los criterios de cientificidad en vigor en todas las ciencias. Los manuales actuales deben su fragilidad al hecho de que no distinguen entre los productos científicos de las ciencias sociales y aquellos que

Tocqueville habría puesto a cuenta del espíritu lite­ rario, cuyos efectos nocivos sobre el análisis de los fenómenos políticos y sociales deplora amargamente en sus Souuenirs. Las ciencias económicas y sociales en adelante son una de las dimensiones esenciales de la cultura general moderna, en un tiempo en que ésta ya no puede descansar exclusivamente, como ocurría en­ tre los siglos xvn y xx, sobre los dos pilares de las humanidades y de las ciencias de la naturaleza. Es crucial que el ciudadano de mañana sea capaz de descubrir las consecuencias plausibles de una deci­ sión económica o política. Que sepa interpretar los resultados de una elección o de una encuesta. Que pueda explicar por qué la regla de la mayoría es considerada legítima. O incluso que comprenda las razones de ser de las creencias religiosas. Sobre todos estos temas y muchos otros las cien­ cias sociales produjeron teorías sólidas. Es impor­ tante que el ciudadano joven las conozca. Ellas tienen la vocación de construir el tercer pilar de la cultura general. Ahora bien, no es posible estar preparado para que sean verdaderamente sólidas si no son clarificadas las cuestiones fundamentales que suscitan, entre ellas la de la racionalidad del comportamiento hu­ mano. Tanto más importante es prestarles atención cuanto que las turbulencias del mundo modérno incitan a los especialistas de estas disciplinas a interesarse prioritariam ente en los temas indefini­ damente renovados que dicta el hervidero de la ac­ tualidad y como consecuencia a abandonar las cues­ tiones teóricas fundamentales, como la de la raciona­ lidad. Como tendremos ocasión de recordarlo, el sombrío siglo xx había revelado sin embargo que ella

reviste una importancia no sólo teórica sino política decisiva.1

1 Agradezco a Renaud Fillieule y a Jean-Paul Grcmy por sus valiosas observaciones sobre un estado anterior de este libro.

Capítulo I RAZÓN Y RACIONALIDAD

La noción de racionalidad es una declinación de la noción filosófica de razón. ¿Cuáles son los orígenes y las particularidades do esta declinación? No es cuestión de tratar aquí acerca de la historia compleja de la noción de razón en el contexto de la filosofía y de la teología. Digamos tan sólo que emerge muy pronto de la observación de que los hombres son capaces de argumentación y de cálculo (en latín: ratio). La filosofía más antigua se demora en el conflicto entre la razón y las pasiones. Los estoicos oponen el sabio, que obedece sobre todo a su razón, al no sabio, que resiste mal a sus pasiones. El cristianismo ve a los hombres como todos dotados de razón, por estar moldeados a imagen de Dios. Insiste en que se domestiquen las fuerzas que se oponen a su ejercicio. Los autores modernos retomaron esos temas eternos. La debilidad de la voluntad es un tema favorito de las ciencias sociales. Hayek(2007 [1973-1979]) señaló sus límites y recalcó que a la voluntad le cuesta trabajo escaparen forma duradera a las exigencias de la razón: “Del mismo modo que no podemos creer en lo que queremos, o estimar verdadero lo que nos place, tampoco podemos considerar como justo lo que nos conviene denominar de tal modo. Aunque nuestro deseo de que

algo sea estimado justo pueda durante largo tiempo predominar sobre nuestra razón, existen necesidades del pensamiento contra las cuales semejante deseo es impotente.” La filosofía clásica ve en la razón el instrumento que permite representarse lo real tal como es y a lo largo de su historia se interroga en su eficacia. Kant debe su importancia en particular a que mostró que la razón no puede dar respuesta a determinadas cuestiones. Karl Popper especificó su respuesta. A su juicio, únicamente dependen de la ciencia las cuestiones a las que se puede tratar de responder mediante teorías que tienen la propiedad de ser refutables. Se concede a estas teorías una confianza tanto mayor cuanto más severas han sido las tentativas de refutación a que se ha logrado someterlas. Otras cuestiones dependen de la metafísica. Son legítimas, pero por principio no es posible someter las respuestas que se les da al proceso de consolidación progresivo a que se puede someter las cuestiones científicas. La filosofía siempre vio en la razón una guía no sólo del conocimiento, sino de la acción. Para Aristóteles, las acciones individuales y la organización de la vida de la Ciudad dependen de la razón. Kant invocó la existencia de una razón especulativa que permite al ser humano darse una representación confiable del mundo y de una razón práctica capaz de suministrarle guías de comportamiento. Estas cuestiones filosóficas siguen habitando las ciencias sociales. La sociología impugna la tesis clásica que define el conocimiento como una adequatio rei el intellectus. Ella se interroga sobre las razones por las cuales el individuo percibe una acción como legítima, aceptable o sensata. La cuestión de la libertad humana atraviesa las ciencias sociales tanto como la filosofía. En la continuidad de las corrientes religiosas intransi­ gentes surgidas del agustinismo, algunas corrientes

marxistas asignan a la libertad humana un papel desdeñable. Ven en ella una ilusión. Los culturalistas de toda procedencia tratan a las representaciones y las evaluaciones de los seres humanos como el producto, en cuanto a lo esencial, del condicionamiento social: un prejuicio que el antropólogo Horton (1993) considera con todo derecho siniestro. Para Max Weber y Durkheini, por el contrario, es imposible explicar un fenó­ meno social sin darse un ser humano a la vez hetei'óno­ mo, en el sentido de que debe tener en cuenta las coerciones que hacen pesar sobre él su entorno social y las limitaciones de sus recursos, y al misino tiempo autónomo, por estar dotado de la capacidad de escoger y de juzgar. A despecho de esta continuidad entre la tradición filosófica y las ciencias sociales, estas últimas tienden a abandonar cada vez más francamente la noción de razón en beneficio de la de raciojialidad. I . L a RACIO NAL!D AD

El origen de este deslizamiento reside en el hecho de que desde el siglo xvn y sobre todo del xvm, progre­ sivamente se consolidan cuatro movimientos de pensa­ miento y de investigación. EApnmero lanza las premisas de una ciencia normativa de la acción: la teoría de la decisión. Ella apunta a determinar la conducta reco­ mendada en las situaciones de riesgo y de incertidumbre. Las manifestaciones anunciadoras de este movi­ miento de investigación acompañan el nacimiento del cálculo de probabilidades. El segundo movimiento trata acerca de los casos donde la incertidumbre a la que se ve confrontada la acción individua] se debe a la imprevisibilidad del comportamiento del otro. Éste debía dar nacimiento

a la teoría de juegos. Pero esta teoría fue practicada mucho antes de ser desarrollada en forma sistemática. Estos dos movimientos se caracterizan de entrada por su ambición demostrativa. No se trata ya de evocar­ la razón en términos generales, sino de determinar lo que ella recomienda hacer en condiciones precisas de riesgo o de incertidumbre. El tercer movimiento de investigación debía dar nacimiento a la ciencia económica. Este comienza a cristalizarse en el siglo xviu con los trabajos de filósofos franceses de las Luces, como Turgot, y de los filósofos escoceses, como Adam Smith. Fue estimulado por la revolución industrial inglesa. El cuarto movimiento data de fines del siglo xx. Es el de la psicología cognitiva. Sobre todo se dedica a determinar si el uso espontáneo de la razón es confiable, a partir del momento en que ésta trata por ejemplo de estimar la probabilidad de un acontecimiento a partir de ciertos indicios o de determinar la existencia de una relación de causalidad a partir de ciertas observaciones. Este movimiento no carece de relación con los otros, en la medida en que se interesa en la validez de las representaciones que guían el comportamiento del suje­ to enfrentado a situaciones de incertidumbre. Pero los tres primeros tratan de la racionalidad práctica, mientras que el cuarto explora ciertos aspectos de la racionalidad teórica. No sólo estos cuatro movimientos se autonomizaron progresivamente sino que dieron nacimiento a un flujo continuo de investigaciones que se caracterizan por un apego por los principios del elhos científico. 1. La teoría de la decisión individual. Algunos ejemplos clásicos resumirán los objetivos y los proce­ dimientos característicos d< estos cuatro movimientos. La apuesta de Pascal es el ejemplo que acude

inmediatamente al espíritu cuando se. evoca la teoría de la decisión individual. ¿Hay que creer en Dios? La razón lo recomienda, explica Pascal. A no dudarlo, no hay ningún medio de asegurarse con certidumbre de su existencia. Pero un argumento debería convencer al escéptico de optar por la existencia de Dios. En efecto, aunque se suponga que la probabilidad do la existencia de Dios es infinitamente pequeña, el castigo que se puede temer —asarse en las llamas eternas— si se apuesta que no existe y existe es de valor infinito. Ahora bien, una cantidad tan pequeña como se quiera pero no nula multiplicada por el infinito es igual al infinito. La razón —la racionalidad—, por lo tanto, aconseja apostar que Dios existe. Aquí se funda en un argumento matemático insoslayable. Laplaee abre otra veta de investigación cuando compara las actitudes que se deben tener frente al riesgo y a los juegos de lotería. ¿En qué condiciones aceptar jugar a una lotería? Cuando se verifica que la es­ peranza matemática de ganancia característica de la lot< ría es positiva. Así, yo debería aceptar jugar una partida de cara o ceca a una tirada que me prometa ga­ nar $1 en caso de éxito sólo si la apuesta es inferior a $0,5. En efecto, mi esperanza de ganancia sería enton­ ces de 0,5 x $0 + 0,5 x $1 = $0,5. Pero la respuesta de Laplaee no tiene un alcance general. La paradoja llamada de San Petersburgo puesta de manifiesto desde comienzos del siglo xvm por Nico­ lás y luego por Daniel Bernouilli, muestra que algunas loterías tienen una esperanza de ganancia infinita, mientras que nadie aceptaría gastar así no fuera más que algunos pesos para jugar. En efecto, supongamos que me proponen jugar a una partida de caía o ceca que se detuviera no bien saliera cara, concediéndome nr¡n ganancia de $2" solamente si sale cara en la n-ésima tirada (con n > 1). La probabilidad de que salga cara,

digamos, en la décima tirada solamente es igual a la probabilidad de que salga ceca primero nueve veces se­ guidas, o sea 1/29. p]n este caso, yo ganaría 1/29x $29= $1. De manera general, ganaré $1 para todo valor de n. Siendo igual a l + l + l+ ...,la esperanza de este juego es infinita. Sin embargo, nadie aceptaría jugar, ni siquiera por una suma modesta. Esta dificultad pone de manifiesto un hecho esencial: que los mecanismos de la decisión no se reducen a la lógica y al cálculo. Lo vemos en el caso de las apuestas plebiscitadas por los jugadores. La probabilidad de adivinar ocho cifras comprendidas entre 0 y 9 engendradas por un sorteo aleatorio es mínima. Sin embargo, cantidad de perso­ nas juegan a este tipo de juego. Todos los juegos de dinero establecidos por los Estados y los casinos tienen una esperanza matemática negativa. ¡Pero gozan de una inmensa popularidad! La cuestión planteada por los Bernouilli y Laplace debía engendrar entre nosotros otras tentativas por comparar los juegos de lotería con situaciones reales de incertidumbre y de riesgo. Por ejemplo, supongamos que me proponen apostar por una suma mínima en una lotería que me promete una gran suma, pero con una probabilidad desconocida: en este caso, la mayoría de la gente apostaría, de manera de evitar un pesar eventual en el caso en que el azar les concediera la ganancia. Semejante actitud obedece al criterio llamado de Savage. Otro caso: supongamos que me proponen apostar una suma importante con miras a una ganancia diez veces más importante, pero que me sería atribuida con una probabilidad desconocida. En este caso, la mayoría de la gente vacilaría enjugar. Esta actitud obedece al criterio llamado de Wald. Algunos estudios mostraron que estos diferentes tipos de lotería simulaban con realismo situaciones de decisión concretas y como con­ secuencia permitían explicar, hasta predecir, el com­

portamiento. Así, se pudo mostrar que los agentes de una de las dos grandes empresas observadas por M. Crozier en su Phénoméne bureaucratique recurrían regularmente al criterio de Wald para responder a las incertidumbres concretas a las que se veían enfrenta­ dos en virtud de la definición ambigua de su papel. También el teorema de Bayes debía dar nacimiento aúna abundante literatura, porque suscita una cuestión de considerable alcance, partiendo de situaciones simplificadas. Supongamos que yo crea que una urna contiene 75 cfc de bolas blancas y 25 (7c de bolas negras. Saco una bola a ciegas. Es negra. Un segundo tiro, un tercero y luego un cuarto tiro me vuelven a dar una bola negra; ¿debo modificar mi juicio? Esta situación experimental suscita la cuestión de la revisión de las representaciones del mundo bajo el efecto de la experiencia. Algunos investigadores se inspiraron en el teorema de Bayes1 para tratar dé recuperar los principios que determinan los cambios de opinión provocados por la aparición de informaciones nuevas. 2. La decisión en situación de interacción. - Los modelos de los que acabamos de hablar tratan acerca de situaciones donde el que decide está solo frente a sí mismo. La teoría de juegos encara casos donde la decisión concierne a varias personas en interacción unas con otras y donde cada una se ve enfrentada a la necesidad de calcular el comportamiento del otro. Se convierte en una disciplina con derecho propio a partir de los trabajos de von Neumann y Morgenstern. Pero su historia comienza mucho antes. Así, la teoría política de Rousseau descansa en una ' La probabilidad pie & H) para que; un acontecimiento sea observado.)’que una hipótesis sea verdadera es igual a pie) xp(H, e) o incluso a p (HJ x píe, H). De dondep (H) es igual a píe) x />íH, e)/p íe, H >.

paradoja que debía ser formalizada por ]a teoría de juegos. En su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres él supone que dos cazadores que viven bajo el régimen del eslado de naturaleza, que ignoran por hipótesis toda regla moral y no están sometidos a ninguna ley, deciden cooperar para capturar un ciervo. Rousseau sostiene que, en las condiciones del estado de naturaleza, sin duda no lo lograrán. En efecto, como cada uno desconfía del otro, porque sabe que no se siente ligado por su promesa de cooperación, se verá tentado a abandonar el acecho para capturar la liebre que pasa y así asegurar su pitanza en el caso de que el otro hubiese elegido hacer lo mismo. Rousseau identificó aquí una estructura perversa, convertida hoy en una figura clásica de la teoría de juegos: el juego de la confianza. Es conocida la conclusión que debía extraer Rous­ seau de su parábola de los dos cazadores: al estar toda cooperación amenazada a partir del momento en que se supone que los individuos no están forza­ dos por las promesas que se hacen unos a otros, estos tienen ventaja en aceptar que los obliguen a m antenerlas. Entonces aceptan trocar su libertad natural por la libertad civil. De ahí proviene la idea de que el contrato social debe descansar en la coac­ ción libremente consentida por la ley.2 Por supues­ to, esto implica “cortarse un brazo para salvar el resto del cuerpo”. ‘ Kl juego de la confianza se define por la estructura siguiente de las preferencias: CC > DC = DD > CD í= el primer actor prefiere la situación donde él mismo y el segundo cooperarían en la situación donde él mismo desertaría y el segundo cooperaría, etc.'. Las preferencias del segundo son simétricamente: CC > CD = DD > DC. La amenaza de confiscación de la liebre en caso de deserción transforma la estructura de las preferencias. Eli efecto, tenemos entonces para los dos actores CC > DC = DD = CI) y CC > CD = DD = DC, de manera que la racionalidad garantizaba cooperación.

Es inútil recordar la influencia histórica que ejer­ ció esta leoría. Rousseau no supone, a la manera de Hobbes, que el estado de naturaleza acarrea una competencia irreparable para bienes escasos. Mues­ tra que en ausencia de una coacción legal o moral es posible que no ocurra una cooperación unánimemen­ te deseada. Se comprende por qué Kant pudo ver en Rousseau al Nevvton de la teoría política. 3. La ciencia económ ica. - Mandeville es el autor de un teorema famoso: son los vicios privados los que constituyen la virtud pública. Significa que al per­ seguir su interés particular cada uno, sin quererlo, puede servir el interés general. Esta paradoja debía llam ar la atención de Marx. La búsqueda incluso ilegal del interés privado puede contribuir al interés general: si no hubiera ladrones habría menos aboga­ dos, cerrajeros y policías y crecería la desocupación. La paradoja se extiende también a las actividades legales que obedecen a motivaciones egoístas. No es la benevolencia del carni-cero la que permite al consu­ midor comprar su carne a un precio accesible. Si trata de explotar a su clientela poniendo precios excesivos, la perderá en beneficio de sus competido­ res. Esta idea simple dio el puntapié inicial de la ciencia económica. Es la famosa mafia invisible de Adam Smith, de la que toda la ciencia económica es de hecho una elaboración. Pero la mano invisible puede transform arse en un puño invisible, como Jo mostró la crisis financie­ ra y Juego económica desencadenada en 2008 en parte a instigación de lo político, el que presionó a los bancos norteamericanos para que facilitaran el acceso de todos a la propiedad inmobiliaria. Esta crisis recordó al mundo entero que el buen funcio­ namiento de un mercado exige la introducción de

regulaciones apropiadas. Las parábolas de Adam Smith deben ser completadas por las de Rousseau. La ciencia económica se convirtió hoy en día en un corpus de saber complejo. Pero se desarrolló a partir de algunas intuiciones básicas. Hasta se propuso en la segunda mitad del siglo xx extender la lógica que ella imputa al homo oeconomicus a los comportamientos sociales y políticos. Esta extensión dio nacimiento a lo que se llamó The new Science of economics. Los tres movimientos de investigación ilustrados por estos ejemplos tomados a propósito sobre todo de los precursores tienen un rasgo común. Ellos imaginan situaciones simplificadas que conducen a conclusiones normativas que pueden ser objeto de un cálculo, a partir del momento en que se aceptan los axiomas que describen el comportamiento de los individuos ideales que constituyen los átomos del análisis. Ellos suponen que esas situaciones simplificadas hacen aparecer la estructura de situaciones reales. En algunos casos esto es cierto. En otros se detecta un desvío entre el comportamiento manifestado por los sujetos y las predicciones de la teoría. 4. La psicología coghitiva. Los desvíos que se obser­ van entre lo que dice la racionalidad y los comporta­ mientos reales dio nacimiento a una línea de investiga­ ción importante: la psicología cognitiva. Así, cuando se pregunta a un sujeto cualquiera si tal letra del alfabeto es más frecuente que tal otra, él tiende a buscar palabras que comienzan por una u otra de esas letras y a apoyarse en la facilidad con que las obtiene para sacar la consecuencia de que una es más frecuente que la otra. El procedimiento tiene proba­ bilidades de conducirlo a una respuesta falsa, por­ que una letra puede ser más frecuente que otra en primera posición sin serlo en general. El procedi­

miento, por lo tanto, no es confiable. Pero ¿hay que calificarlo de a-racional? Representa un desvío com­ prensible que permite evitar un recuento metódico poco practicable. Las deficiencias de los correctores ortográficos propuestos por los programas de trata­ miento de texto a menudo se deben a que sus creado­ res cedieron a las facilidades de desvíos cognitivos de este tipo. Otro ejemplo: se pide a un sujeto que prediga el resultado de una partida de cara o ceca utilizando una moneda trucada que tiene 8 probabilidades sobre 10 de caer cara. Informado el sujeto de ese truco, tiende a predecir de manera aleatoria cara 8 veces y ceca 2 veces sobre 10. De hecho, es preferible predecir cara en cada tirada. En efecto, al imitar el comportamiento de la moneda, se tienen menos de siete probabilidades sobre diez de adivinar, m ientras que se tienen ocho probabilidades sobre diez prediciendo cara en todas las tiradas.3 La estrategia escogida da un resultado que no es el mejor, pero ¿es a-racional? Muchas otras experiencias m ostraron que los comportamientos empleados por los sujetos se alejan de la solución conveniente. Así, si se proponen dos secuencias que representan los resultados de una partida de cara o ceca tales como CaCciCaCaCaCaCaCeCeCeCeCeCeCe y CaCa CcCaCaCaCaCcCcCaCaCeCeCa, los sujetos consideran en general la segunda más probable, .mientras que las dos tienen la misma probabilidad de aparecer. De los trabajos de la psicología cognitiva se extrae la conclusión de q ue no se puede i den ti ficar 1a raci on al ida d con un cálculo justo. Estos estudios interesan a las ciencias sociales en su 4 En efecto (0.8 x 0,8) + (0,2 x 0,2) * 0,68 v í 1.0 x 0,8) + (0 x 0,2; = 0,80.

conjunto. Que los individuos no den siempre las mejores respuestas a las preguntas qiie Ies son formuladas ¿implica que sean a-racionales? Sería ir demasiado de prisa. Muchos hombres de ciencia creen en ideas falsas sobre cuestiones de su com­ petencia sin que se piense en tratar esas creencias de a-racionales. ¿No se puede defender la misma acti­ tud respecto de las respuestas erróneas de los sujetos sometidos a las preguntas de la psicología cognitiva? Máxime cuando esas preguntas a menudo tienen el carácter de trampas. Sus experiencias, en todo caso, tienen el mérito de formular la pregunta crucial de saber si es posible darse una teoría de la racionalidad que justifique la idea de que una respuesta errónea pueda ser considerada como racional. Los tres primeros movimientos de investigación evo­ cados tienen en común el hecho de proceder por el método de los ntodelos. El investigador plantea a priori principios de comportamiento, como cuando Rousseau supone que sus hombres salvajes obedecen exclusiva­ mente a su interés egoísta. La ventaja del método de los modelos es crear un sistema deductivo. Su inconve­ niente es que no se sabe en qué medida axiomas simplifícadores describen la realidad de los compor­ tamientos. La psicología cognitiva suscita cuestiones análogas. Ella se concede una libertad completa en la concepción de sus experimentaciones. Esto tiene la ventaja de que la situación en la que se encuentran los sujetos que son sometidos a ellos está claramente definida. Pero ¿pueden extrapolarse situaciones experimentales de las sitúadones reales? Al parecer, demasiado rápido se infirió de estas experimentaciones la existencia de una pro­ funda discontinuidad entre el pensamiento ordinario y el pensamiento científico. Por su carácter abstracto, los cuatro movimientos

plantean la cuestión del realismo de los principios de comportamiento que ellos im putan a individuos idealizados en el caso de laeconomía y a sujetos ubicados en condiciones artificiales en el caso de la psicología cognitiva. Los métodos inaugurados en particular por Laplace, Rousseau, Mandeville o Adam Smith en todo caso dieron nacimiento a corrientes de investigación tan ricas que progresivamente se autonomizaron y que se volvió difícil dominarlas a todas. De ello resultó una fragmentación de la noción de racionalidad. Ella se encuentra en el corazón de todos los trabajos que tienen que ver con las cuatro corrientes y generalmente con las ciencias económicas y sociales en su conjunto. Pero por así decirlo no hay un lugar central donde esté claramen­ te enfocada la cuestión de saber lo que hay que entender exactamente por roaona-lidod. Más que intentar responder en lo abstracto a la cuestión del realismo de esos modelos, es posible evocar ejemplos que ilustren la eficacia del pasaje por lo abstracto para explicar lo concreto. II. E l r e a lis m o

d e l o s m o d e lo s

Las ciencias sociales apuntan sobie todo a responder cuestiones relativas a temas macroscópicos como: cuá­ les son las causas de tal evolución social, de la adopción de tal institución, de la obsolescencia de tal práctica o del surgimiento de tal acontecimiento mayor. 1. De Rousseau a Reagan. En esta última categoría, una cuestión ocupó el final del siglo xx: la de las causas del derrumbo del sistema soviético. Por supuesto, existen múltiples causas: violación de los derechos del hombre, economía ineficaz, relajamiento del con­

trol político, descontento del público, impotencia de los gobernantes en modernizar el sistema, acción de los disidentes, influencia del papa Juan Pablo II. Pero esas causas no explican ni la brutalidad del derrumbe, ni que se haya producido en un momento preciso y no en otro. La URSS había tenido dificultades económi­ cas considerables de manera crónica: por lo tanto, ellas no explican que su derrumbe se haya producido a comien-zos de la década de 1990 más que veinte años antes o veinte años después. La causa que explica más seguramente la rapidez y la brutalidad del derrumbe de la URSS es la Iniciativa de defensa estratégica, también llamada Guerra de las galaxias, o sea, la decisión tomada por el gobierno estadounidense de instalar un paraguas de misiles antimisiles que en principio permitían neutralizar todo misil enemigo antes de que alcanzara su blanco. Pero para mostrarlo es indispensable recurrir a la teoría de juegos. Desde los años de la guerra fría, Estados Unidos y URSS se habían embarcado en una carrera crónica armamentística. Esta última tiene una estructura calificada por la teoría de juegos de Dilema del prisionero (DP). A partir del momento en que se instala la guerra fría, la URSS y los Estados Unidos tienen en cada momento dos estrategias posibles: mantener su arsenal nuclear constante (C = cooperar) o aumentarlo (D = hacer deserción). La estrategia C implica un riesgo considerable: verse superado en la carrera armamentística. Para cada uno de los dos protago­ nistas, lo ideal es escoger D m ientras que el otro elegiría C. La situación en que cada uno de los dos ele­ giría C es para cada uno la segunda mejor opción; aquella donde cada uno de los dos elegiría D viene para cada uno en tercer lugar en el orden de Ia3 preferencias: es la situación donde cada uno padece costos considcra-

bles para man tenerse en el mismo nivel que el otro. Escoger C mientras que el otro elegiría D viene en cuarto lugar. En resumen: los Estados Unidos prefieren DC (la situación en que los Estados Unidos se arman mientras que el nivel del arsenal soviético es constante) a CC; CC a DD; y DI) a CD. Las preferencias de la URSS son simétricas: ella prefiere CD (situación en que los Estados Unidos mantienen su arsenal en un nivel constante y en que ella aumenta el suyo) a CC; CC a DD; y DD a DC. Los dos están de acuerdo en dar a las situaciones intermedias CC y DD los rangos 2 y 3. Se oponen en sus preferencias en las otras dos situaciones. Este doble sistema de preferencias define la estructura del Dilema del prisionero. La única salida para los gobiernos de los dos países es escoger la estrategia D, la única que elimina el riesgo catastrófico que acarrearía el hecho de no emprender a tiempo el programa que permita garantizar que el adversario, mañana, no se encontrará en posición de superioridad. Por lo tanto, DD es la combinación estra­ tégica que tiene todas las probabilidades de realizarse en una situación de interacción de tipo Dilema del prisionero. Ahora bien, ésta es la que efectivamente se llevó a cabo en el curso de los largos decenios de la guerra fría. Un acuerdo CC habría sido preferible de lejos, puesto que el equilibrio entre las dos naciones habría sido preservado sin que ellas tuvieran que exponerse a gigantescos gastos militares. Pero esta solución no podía ser alcanzada en virtud del carácter dominante para los dos actores de la estrategia D. Por eso las conferencias sobre el desarme que precedieron la caída de la URSS desembocaron en una reducción de los arsenales de carácter simbólico: cuando terminaron, las dos superpotencias conservaban la posibilidad de hacer saltar varias veces el planeta.

Fue el mérito del presidente norteamericano Ro­ ña Id Reagan comprender que las conferencias sobre el desarme obedecían a una racionalidad sobre todo simbólica y que la única manera de poner fin a la guerra fría consistía en romper las i'eglcis del juego. ¿Cómo? Con la fanfarronada de la Guerra de las galaxias. Fanfarronada, porque en la época los Esta­ dos Unidos no disponían de los medios que les permi­ tieran realizar con rapidez el programa SDI. Pero los soviéticos no podían poner en duda la voluntad de los Estados Unidos de encarai*la. Ahora bien, el costo era exorbitante. Si la URSS hubiera intentado conti­ nuar, habría hecho frente a dificultades económicas insuperables. El orden social y político, ya vacilante, habría estado peligrosamente amenazado. El gobier­ no soviético, en consecuencia, no tenía otra opción que abandonar la partida. A partir de ese momento, la URSS perdió su condición de segunda superpotencia, que sólo procedía de su potencia militar. Estaba obligada a confesar que ya no tenía los medios de m antener sus ambiciones y ya no podía en adelante presentar su régimen como una alternativa al régi­ men liberal. Sin duda, la URSS también se derrumbó porque t í o respetaba los derechos del hombi’e ni las leyes de la economía. Pero de todos modos había logrado hacer creer durante setenta años que repre­ sentaba un régimen alternativo al de las democra­ cias. Por abstracta que sea, la teoría de juegos permite jerarq u izar las causas que condujeron a este acontecimiento considerable. 2. De Adam Smith a Buchanan y Tullock. - La teoría económica que se desarrolló a partii’ de impulsos iniciales como el de Adam Smith se convirtió en úna disciplina autónoma cuyos límites todos ven con

claridad, pero cuya eficacia nadie puede negar. Su proceder y su axiomática también inspiran otras disciplin as Por ejemplo, ella permite responder a la cuestión de saber por que uno acepta plegarse a la regia de la mayoría. Como lo destacan Buchanan y Tullock en su obra clásica sobre El cálculo del consenso, todo procedimiento que permita traducir un conjunto de opiniones individuales en una decisión colectiva con fuerza de ley está sujeto a dos inconvenientes de signo opuesto. En efecto, sea un cuerpo legislativo abstracto que comprenda N miembros que actúan exclusivamente por hipótesis según su alma y conciencia. Si se exige el acuerdo de todos para dar fuerza de ley a una medi­ da, la discusión corre el riesgo de ser interminable, pero se está seguro de que nadie se sentirá lesionado por la nueva ley. A la inversa, si el cuerpo legislativo acepta someterse a la opinión de uno solo de sus miembros, la decisión será rápida, pero corre el riesgo de disgustar a N -l de los miembros. Así, cuanto más elevado es el número n de miembros cuyo acuerdo es requerido, tanto más limitado es el riesgo de imponer a los otros miembros una decisión que reprobarían, y tanto más aumenta el tiempo de la decisión. Se puede representar estos inconvenientes por dos curvas en un gráfico cartesiano que lleve en la abscisa el número 11 y en la ordenada la intensidad de los dos inconvenientes. Una de estas dos curvas representa una función creciente de 11 (cuanto más elevado es n, tanto más crece el tiempo de la deci­ sión), la otra una función decreciente de n (cuanto más elevado es n, tanto menos elevado es el número de aquellos que corren el riesgo de sentirse lesiona­ dos). Por añadidura puede suponerse que, en condi­ ciones generales, estas curvas son convexas hacia la

parte inferior. En efecto, es tanto más largo y difícil que un miembro del cuerpo adhiera a una decisión cuanto más tiempo éste le haya resistido. Por otro lado, si se exige el acuerdo de n + 1 miembros más que de n, el otro riesgo resulta tanto más atenuado cuan­ to más pequeño sea n. De ello resulta que, en condi­ ciones generales, el valor de n que minimiza la suma de los dos inconvenientes es cercana a N/2, lo que legitima la regla de la mayoría simple. Finalmente, este modelo abstracto pero que describe inconve­ nientes muy reales entre los cuales se trata de encon­ trar un término medio desemboca en la conclusión de que, en condiciones muy generales, la manera más satisfactoria de extraer una decisión colectiva que constituya fuerza de ley de un conjunto de tomas de posición individuales es la regla de la mayoría, y explica que sea aceptada por la minoría en todo tipo de circunstancias. Da cuenta del sentimiento natu­ ral de legitimidad que induce, y la única explicación alternativa gira alrededor de la hipótesis del condi­ cionamiento bajo el efecto de la socialización. El mismo modelo explica también que otras reglas sean escogidas en circunstancias particulares. Así, las decisiones militares en el campo de batalla deben ser tomadas rápidamente. En este caso, se admite que la decisión sea tomada por uno solo. En otros tipos de decisión colectiva, el tiempo de la decisión por el contrario parece secundaria respecto del inconveniente que consiste en imponer a un miembro del cuerpo una decisión que no aprueba. Por eso los jurados estadouni­ denses o el Consejo de seguridad de la ONU exigen la unanimidad. Estos diferentes casos se traducen sobre el gráfico cartesiano por una deformación determinada délas dos curvas. En otros términos, el modelo propone una maquinaria explicativa que permite comprender por qué las reglas de la transformación de opiniones

individuales en una opinión colectiva que sea percibida como con fuerza de ley varían según la naturaleza de la decisión. Las cuestiones planteadas por Buchanan y Tullock contrastan con una famosa observación de ( 'ondorcet. Mientras que las opiniones individuales tienden a ser transitivas (si un individuo prefiere A a B y B a C, tiende a preferir A a C), las opiniones colectivas pueden no serlo. En efecto, es posible que una mayoría prefiera A a B, B a C y C a A. La paradoja de Condorcet inspiró los trabajos de G.-Th. Guilbaud en Francia y de K. Arrow en los Estados Unidos. III. Dos CUESTIONES Estos ejemplos ilustran la eficacia explicativa de los modelos propuestos por los cuatro movimientos de investigación evocados. Todos ponen en obra una concepción instrumental de la racionalidad: el indivi­ duo se esfuerza por determinar los mejores medios y los más fácilmente accesibles para hacer frente a una situación determinada. Pero ¿no es preciso que tam­ bién disponga de la capacidad cognitiva de teorizar la situación en la que se encuentra? Esta distinción entre las categorías de lo instru­ mental y de lo cognitivo atraviesa la historia de las ciencias sociales de los orígenes a nuestros días. Según Hume, Bentham y más tarde Russell o H. Simón, la racionalidad debe estar asociada exclusivamente a la selección por el individuo de los medios que le permitan satisfacer sus objetivos. Tratándose de sus objetivos, de sus valores o de sus creencias, son tratados en esta tradición ya sea como datos de hecho para registrar sin tratar de explicarlos, ya como los efectos de fuerzas socioculturales. Ella se limita a asimilar

racionalidad y coherencia: son a-racionales creencias u objetivos incoherentes entre sí. Por añadidura, ella supone que por regla general el individuo está sobre todo preocupado por las consecuencias de sus actos sobre sí mismo y sobre sus prójimos. Noziek (1993) y A. Sen (2005) no se satisfacen con esta concepción inslrumentalista y egoísta de la ra­ cionalidad. La hipótesis del egoísmo no es más que una hipótesis entre otras, por lo demás ambigua, objetan. En este punto Chateaubriand se les había adelantado: “era un egoísta que no se ocupaba más que de los otros”, ironiza a propósito de Joubert (Memorias de ultratum­ ba). También es posible, observa Sen, estar habitado por la razón kantiana y tener el sentido del deber o incluso tener razones sólidas de creer en ideas falsas. El primero de los dos campos —el campo instrumen­ tal— se jacta de proponer una definición clara de la racionalidad y una visión realista del comportamiento humano. Le reprocha al segundo el laxismo de su definición de la racionalidad. El segundo reprocha al primero el hecho de encerrarse en un utilitarismo estrecho. ¿Es posible esperar unas ciencias sociales sólidas cuando se ponen de manifiesto divergencias tan profundas a propósito de la noción de racionalidad y de la teoría del comportamiento humano? Por falta de clarificación a este respecto, ¿no están destinadas a ser lenguas sin gramática? La concepción instrumental de la racionalidad —la más corriente en la actualidad— prolonga en efecto una tradición filosófica influyente, la tradición utili­ tarista. Esta constituye un marco apropiado para el análisis de muchos fenómenos políticos y sociales. Pero es impotente ante muchos otros. Este diagnóstico im­ pone proceder a un examen minucioso de la teoría de la elección racional (TER). En efecto, la TER es la versión

moderna de la concepción instrumental de la raciona­ lidad, Es utilizada hoy por trabajos que tienen que ver no sólo con la economía, sino con la sociología, la crimi­ nología o la ciencia política.

Capítulo II LA TEORÍA DE LA ELECCIÓN RACIONAL (TER)

La TER se inscribe en el marco del individualismo metodológico (IM), una concepción de conjunto de las ciencias sociales —un paradigma, como se tiende a decir luego de T. Kuhn— que se define por tres pos­ tulados. El primero plantea que todo fenómeno social resulta de comportamientos individuales (Pl: postulado del individualismo). De esto se sigue que un momento esencial de todo análisis consiste en comprender el porqué de los comportamientos indi viduales responsables del fenómeno social que se trata de explicar. Según el segundo postulado, comprender el comportamiento de un individuo es reconstruir el sentido que tiene para él, siendo esta operación, en principio, supuestamente siempre posible (P2: postulado de la comprensión). El tercer postulado especifica que el individuo adopta un comportamiento porque tiene razones de hacerlo (P3: postulado de la racionalidad). Por consiguiente, este postulado plantea que la causa del comportamiento del individuo reside en esas razones. No implica que el individuo sea claramente consciente del sentido de su comportamiento. Por otra parte, reconoce que las razones del individuo dependen de datos que se le imponen, tales como sus recursos cognitivos y sociales.

El IM es utilizado por los análisis más antiguos, pero se lo identifica a fines del siglo xix. La expresión individualismo metodológico fue propuesta en el origen por J. Schumpeter sobre la base de una indicación de Max Weber (1965 [1922]), para quien había trabajado brevemente. Como la noción del IM se había impuesto en el contexto de discusiones metodológicas entre econo­ mistas, estos últimos asocian generalmente a los postu­ lados del IM, siguiendo a C. Menger, el postulado según el cual el individuo actuaría bajo el dominio de un cálculo de los placeres y las penas o, en un lenguaje más moderno, de una relación costos-beneficios (RCB). Pero la conjugación del IM y del utilitarismo no tiene nada de obligatorio. De ningún modo implica el IM que toda acción individual resulte de una RCB. 1. El juego de las restricciones posibles del IM. Las ciencias sociales utilizan diversas variantes del IM. Para no hablar sino de las principales: en sus análisis, Tocqueville, Weber y muchos autores con­ temporáneos se limitan a los postulados fundamenta­ les P l, P2 y P3. Ellos se atienen a la idea de que los individuos hacen lo que hacen porque tienen razones para hacerlo, y el problema es reconstruir esas razones. Es posible estar de acuerdo en definir el IM por el postulado P l y en hablar de IM en el sentido amplio para designar el sistema P l a P3. Otros añaden la restricción de que el sentido de su acción reside siempre para el individuo en sus consecuencias (P4: postulado del consecuencialismo). Es posible calificar esta versión del IM de conse-cuencialista o de instrumental. Otros adm iten por añadidura qtie, entre las

consecuencias de su acción, interesan al individuo en prioridad aquellas que lo atañen personalmente