Familia: la idea y los sentimientos

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Agustín García Calvo

FAMILIA: LA IDEA Y LOS SENTIMIENTOS

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CIN*

Primera edición, diciembre de 1983 Segunda edición, octubre de 1992 © Agustín García Calvo © Editorial Lucina, Rúa de los Notarios, 8, 49001 Zamora Tel.: 988/5170 00 Impreso y hecho en España ISBN: 84-85708-20-2 Depósito legal: M. 31.423-1992 Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polígono Igarsa Paracuellos de Jarama (Madrid)

FAMILIA: LA IDEA Y LOS SENTIMIENTOS

1. Solemos distinguir, entre las cosas, unas de las que hay u n a idea o conjunto relativamente cerrado de notas que la constituyen, cosas que, p o r tanto, están relativamente definidas, y a u n p u e d e n de hecho explicarse por una definición, relativamente terminable, y de las que por tanto se p u e d e hablar sin que el hablar de ellas implique demasiada alteración ni contribuya, en medida apreciable, a configurarlas como ideas, puesto que ya están bastante configuradas como tales. En cambio, aludimos con 'sentimientos' a cosas que carecen en gran medida de tales condiciones, que ni parecen debidamente constituidas por u n conjunto finito de rasgos o d e notas, que si se intentan definir en una frase, la frase amenaza fácilmente con volverse interminable, y que, por tanto, tenemos la sensación de que, si hablamos d e ellas, estamos con ello mismo contribuyendo a definirlas más de lo debido y a constituirlas como cosas más simples y precisas de lo que eran.

2. La apelación a dos actitudes diferentes de la gente ante las cosas ayudará a dar cuenta de ello: nadie sentirá r e p a r o en hablar de la Oficina de Recaudación de Impuestos sobre la Renta, ni pensará que con ello la va a volver más definida de lo que estaba antes; en todo caso, si el sujeto reconoce su ignorancia acerca de ella, lo que hará será indagar por las notas o detalles de su estructura que le falten,

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seguro de que están ahí, y de que, si él no las sabe bien, desde luego están sabidas. Por el contrario, el hablar de lo que he sentido al ver a la niña de la portera fregando esta mañana las escaleras será algo que probablemente rehuiré (sintiendo de algún modo traicionada la riqueza, complejidades y conflictos de mis sentimientos, si quiero explicarlos o explicármelos con palabras), salvo que lo que quiera sea precisamente, con una despiadada formulación de cuatro términos, hacerme una idea finita de la cosa y así librarme de ella.

3. Pero esto no impide (bien por el contrario) que ambas cosas, ideas y sentimientos, establezcan relaciones entre sí; y ello en los dos sentidos contrapuestos: se hacen los hombres ideas de sus sentimientos (por ejemplo, acabaré inevitablemente por formularme con uno o un par de nombres qué es lo que siento por la niña de la portera; o, si trato vagamente de hablarle de ello a un amigo, él será el que se encargue de decirme qué es ello); y desarrollan los hombres sentimientos con respecto no ya a cosas indefinidas o personas, sino respecto a las ideas mismas: por ejemplo, emociones asombrosamente intensas se me asociarán con la oficina de Recaudación de Impuestos sobre la Renta, y no digamos si se trata de entes todavía más abstractos y sin cuerpo, como la Patria o el Progreso o la Libertad de Asociación.

4. Para atacar aquí mi tema, me veo obligado a hablar no sólo de ideas, sino también de sentimientos, y apenas puedo esperar que, por los más habilidosos trucos de sintaxis que el ansia de inocencia me inspire, evite que, en contra del intento de esto, que es luchar contra la confusión reinante entre los sentimientos y las ideas de los sentimientos, contribuya también con ello a la configuración de sentimientos como ideas. 41. Es claro que las cosas fabricadas por los hombres están necesariamente dotadas de una configuración ideativa en su estructura misma, puesto que ellas son la r e a -

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1 i z a c i ó n de una idea, y así entre ellas, de manera eximia, las instituciones, públicas o privadas. 42. Esto bien puedo saberlo; pero en cambio, guárdeme quien pueda de saber que las otras cosas, no instituidas por los hombres, son maravillosas, inocentes, infinitamente ricas, en cuanto que son naturales: pues, en el momento de saber tal cosa, la Naturaleza queda convertida en una institución. 43. Al hablar de realización de las ideas, debo anotar también, por lo que más adelante pueda servirnos, esto que todo el m u n d o sabe: que, por excelencia, la idea realizada es el Dinero, representante de las cosas todas, representación que, para ser posible, requiere que las cosas todas, equivalentes con el dinero, estén idealizadas, y de ese modo convertidas en sustitutos de las cosas sin ideas, con lo cual vienen a hacerse también las cosas todas formas de dinero.

5. Un ataque de las ideas dominantes no puede hacer otra cosa que quebrantar o infirmar las ideas que recubren, oprimen y disfrazan aquello que no era ideas (quiérase aludir a ello con 'sentimientos' o con 'vida* o, más peligrosamente cuanto más cultas las palabras, con 'instintos naturales' o con 'pulsiones libidinales'), pero lo que no puede hacer es, directamente, defender ni alabar ni dirigir esas supuestas cosas que bajo las ideas laten, sino dejarlas que, si las hay, hagan ellas lo que puedan.

6. Cabe que una de las cosas que hagan sea producir un ataque como éste, de modo que el análisis lógico esté, sin saberlo yo, movido por sentimientos verdaderamente oscuros, irracionales y secretos, y que así la razón esté dedicándose, al dar razón de la mentira institucional, a dar también razón al sentimiento indefinido que por debajo de ella aliente,

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definido por la institución como locura o como delito.

7. Pero que eso sea así o no, ni yo lo sé ni cabe que lo sepa; y no cabe sino, una vez más, lanzarse a un intento que no sabe él mismo si tendrá sentido y que se arriesga a no tenerlo, movido por aquello de no estar seguro tampoco de que no lo tenga.

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8. Encuentro en la Familia el terreno por excelencia para examinar la dialéctica de ideas y sentimientos, y en ella los ejemplos más precisos para mostrar esa relación en vivo y tratar de ponerla al descubierto. 81. Hacemos aquí que el término 'familia' valga para las diferentes instituciones que, según las tribus o naciones, estén en ellas establecidas para la organización inmediata, o de ámbito privado, de las vidas individuales, suponiendo que hay algo de equivalente entre esas varias formas, que no son sino ejemplos o apariciones de un mismo ser, tan real como abstracto, la Familia, al que sobre todo se refiere nuestro estudio. 82. T a m p o c o nos preocupan primordialmente las diferencias históricas temporales entre formas de familia, reconociendo en general que los cambios del O r d e n son simplemente procedimientos para su subsistencia en lo esencial. Atendemos —eso sí— a las formas más actuales y vigentes de la Familia en nuestro m u n d o , d o n d e , desaparecida la gran familia de antaño y reducida a familia, como ominosamente dicen, nuclear o de a p a r t a m e n t o (que es el tipo de casa o molde que le corresponde), no 11

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A. Garcia Calvo por ello está en peligro la institución en sí, más floreciente y dominante acaso que en otros tiempos, y en lo que llaman crisis de algunos de sus mecanismos, especialmente el fundacional, el Matrimonio, no vemos más que agilitaciones o disimulos que aseguren la vigencia de la institución en lo esencial, bajo cualquier forma. Pero, si atendemos principalmente a estas formas más actuales de la Familia, es simplemente porque no sólo son las que tenemos más a mano para el examen, las modalidades en que la Realidad de primeras se nos ofrece, sino además porque vemos en ellas la culminación o suma perfección de la institución en su progreso, por lo cual pueden más claramente ofrecernos vislumbres sobre lo esencial y eterno de la Familia.

9. Y así, notamos en seguida que, por una parte, la Familia es, en cualquier sitio y momento, la institución social más cerradamente ideada y definida, con nombres precisos y constantes para las relaciones que constituyen su estructura y con un rigor casi geométrico para la constitución de la estructura misma. 91. No sin fundamento, pues, cuando una Antropología quiere, como en los estudios de Lévi-Strauss, aplicar una técnica casi gramatical al estudio de la Sociedad y descubrir en ella estructuras muy cercanas a las de la sintaxis del lenguaje (y a las de la Geometría), sus éxitos más preclaros se alcanzarán al referirse a las instituciones familiares. Nótese también que en lo que los lingüistas suelen considerar vocabulario básico de una lengua figuran siempre entre las primeras listas los nombres correspondientes a las mentadas relaciones, como 'padre', 'madre', 'hermanos' o sus equivalentes en otras lenguas (no inmediatamente trasladables, pero sí equivalentes en cuanto ocupando un área homologa en el vocabulario o concepción del m u n d o del pueblo respectivo); y que son esas

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palabras en la evolución también (como las indoeuropeas reconstruidas *pater, *máter, *d(h)ug(h)tér, *bhráter, y algunas más) de las que más constantes se demuestran en el cambio y derivaciones de las lenguas.

10. Y, por otra parte, es en torno a la Familia y sus relaciones constitutivas donde más violentamente, o al menos con violencia más declarada, se desencadenan y manifiestan las emociones y sentimientos, al parecer, más profundos, arraigados o dominantes. 101. Ello, aparte de la observación directa, extro- o introspectiva, lo revela también la consideración de los temas escogidos tradicionalmente para aquellos géneros, como el dramático, más destinados a conmover, con ejemplos como los de Edipo y los de Fedra y en adelante, donde juega esencialmente la rotura o peligro de las reglas estructurales de la Familia; y lo revela también, por el contrario (esto es, con la explotación de la conformidad), la producción de la literatura, filmes o fotonovelas, lacrimógena, que infaliblemente acude a la Familia como su fuente de lágrimas y terreno propio.

11. Por la confluencia, pues, o choque de ambos tipos de rasgos, parecen las instituciones familiares manifestarse, por un lado, como las formas más claras, coactivas y permanentes de imposición de la Idea abstracta sobre la vida, imposición —lo que es lo mismo— de la Ley. 111. Véase cómo, típicamente, cuando Antígona trata de rebelarse contra la del Estado, el motivo y apoyo que le contrapone, como nomos ágraphos (ley no escrita: pero toda ley está escrita en algún modo) por excelencia, es la ley de la piedad familiar, la de la Familia: pues, si no hubiera sido legalmente hermano suyo Polinices, ninguna intensidad de sentimiento la habría sostenido en su postura.

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12. Y por otro lado, se aparecen las mismas instituciones familiares como la red o cúmulo de relaciones que más í nt i m a m e n t e afectan al corazón de sus componentes y más emotivamente lo hacen temblar, con los afectos de la conformidad o del conflicto.

II 13. Es así como llega la Familia a descubrirse idéntica con Estado y con Individuo al mismo tiempo, y mediadora esencial por tanto entre el Estado y el Individuo.

14. La identificación, por una parte, con el Estado se entiende tanto en el sentido de la implicación como en el de la analogía. 141. Para lo primero: en ninguna parte ni región se ha visto que ni el J e f e ni la Ley de la tribu se impongan directamente sobre los individuos sueltos o —mejor dicho, por lo que en seguida veremos tocante a 'individuo'— sobre gentes no previamente organizadas, sino que siempre impera el J e f e sobre y la Ley se refiere a seres constituidos, al menos y primordialmente, por sus relaciones familiares, como padres, hijos de padre, mujeres de tal o cual señor..., dedicando especial atención, naturalmente, a fijar el estatuto de aquéllos (hijos sin padre, viudas, madres solteras, advenedizos, vagabundos) que accidentalmente pudieran amenazar con salirse de la estructura normal en que el o r d e n de toda la Sociedad se f u n d a . 1411. Así que es una abstracción falsificadora pensar una organización pública o estatal sin Familia, como lo sería pen15

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sar una forma de Dinero que no implicase relaciones comerciales, o imaginar un mamífero entero sin constitución de sus células en órganos, o en fin, un conjunto cuyos elementos no fuesen subconjuntos, cuando se ha puesto la condición de que se trate de un conjunto de números naturales, de modo que sólo en la estructura de cada u n o de ellos cobran las unidades sentido para el conjunto entero. 1412. Es así como 'Familia' está en 'Estado' implicado necesariamente, como siendo lo privado constituido como familiar la substancia de lo público. 1413. También, al revés, ciertamente, puede seguirse la implicación, en cuanto que una familia no es ninguna, y la homologación de las múltiples familias, como ejemplares de la Familia, sólo el Estado (la institución pública) puede proporcionarla; y así el Estado está implicado en la Familia, en cuanto que no hay más entes privados que aquéllos que están públicamente contados como tales. 142. La identificación por analogía no es menos evidente: en el primero de sus sentidos, la tribu o nación bien constituida se presenta como una 'gran familia'; el primer título de un jefe es el de 'padre'; los varones provectos son, en el pueblo como en la casa, la autoridad por excelencia, al menos formalmente; el erario público y el comercio con naciones extranjeras se f u n d a r á sobre los modelos de la economía familiar (recuérdese cómo economía lleva en su raíz oikos, la casa) y del trato entre familias (no del de entre individuos). 1421. Claro que, ciertamente, una vez establecido el Ente Público, la analogía procederá también en el sentido inverso, y el Padre tratará a los suyos como Rey de la Casa (apelativo que la madre ocasionalmente aplicará, como honorífico, al hijo pequeñito, igual que a príncipe heredero), y la administración del hogar acabará copiando más o menos del modelo de la pública.

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15. Por uno y otro lado, pues, hay razón para reconocer la identidad entre la institución pública principal, que llamamos Estado por referencia a su forma más perfecta, y la institución privada por excelencia, la Familia, y para decir por consiguiente «Familia es Estado».

16. En cuanto a la identidad de la Familia con el Individuo, ya en lo que antecede, al tener que reconocer la necesaria mediación de la Familia para que los sujetos puedan realmente contar como sujetos públicos, algo queda adelantado. 161. Es de notar, por otra parte, que sólo en las formas de Estado más perfectas o progresadas se desarrollan individuos propiamente dichos, como 'números de la masa', y que a formas menos perfectas de Estado corresponden formas embrionarias de Individuo, que sin embargo, aunque no dotadas todavía de la forma de alma más perfecta que deriva de ser un alma de una población computada por el Estado en n ú m e r o de almas, tiene ya, gracias a su juego en la estructura familiar, un alma, una constitución personal relativamente cerrada o definida.

III

17. Pero lo que aquí nos toca más de cerca es considerar la génesis del alma individual en el seno de la Familia; para lo cual será inevitable que acudamos también a los descubrimientos y recursos del psicoanálisis freudiano, con las debidas precauciones, motivadas más que nada por el proceso trivializador y asimilatorio a que sus técnicas se han visto sometidas.

18. Reconocemos, en todo caso, exacta la observación de que el alma (esto es, el YO, p e r o prefiero el término viejo que, insidioso y vago como es, se presta a menos confusiones que el YO o sustantivación de mí) el alma, pues, adviene al principio de realidad, es decir, se constituye como u n alma real ella misma, precisamente en la f r a g u a de la Familia (adviértase que, siendo el primero y dos primeros años de vida lo decisivo para la constitución del alma personal, en ese período el trato del infante está estrictamente reducido a las relaciones familiares) y en virtud del establecimiento con los otros miembros de relaciones formales como tales miembros, dotados de los correspondientes nombres de relación.

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Nadie, en efecto, p u e d e definirse ni ser él mismo si

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no es en virtud de las relaciones (asimétricas, de dependencia) con otros que no son él, pero que al mismo tiempo se definen también con respecto a él, aunque de otro modo. 191. Por ejemplo, la relación paterno-filial hace al hijo ser alguien, u n o determinado, en cuanto hijo de su padre (y no hijo de puta, e.e. de n ú m e r o indefinido de padres, lo cual es no ser nadie, así como 'puta', por oposición a 'mujer de su marido', alude a la nulidad del ser de la que, por ser una cualquiera, no es ninguna), el cual padre, a su vez, se hace padre gracias a su(s) hijo(s); de manera que el padre hace (ser) al hijo en la misma relación (sólo que en su otro sentido) por la que el hijo hace al padre padre. 1911. Y muchos de los tinglados de la teología trinitaria medieval resultan sumamente reveladores de esa dialéctica de la relación. 192. Pero, siendo la relación asimétrica (como toda verdadera relación constituyente), el hijo no hace más que añadirle, al hacerlo determinante suyo, un rasgo a un ente ya constituido, mientras que la relación del hijo con el padre (que lo determina) puede ser el primer rasgo de su definición o constitución como ser en general: pues quien no es de nadie no es nadie, en tanto que uno puede ser el que es sin que nadie sea de él, con sólo que él a su vez sea o haya sido de algún otro. 1921. Así como en 'área del triángulo ABC' 'área' sin su determinación no es nada (o es, lo más, un hueco de ser), estando en cambio 'triángulo ABC' ya relativamente definido aun sin la consideración de su área, así en 'F hijo de P' 'F' puede estar primariamente definido por 'hijo de P' (y puede desarrollársele en frase de definición diciendo «'F' = 'hijo de P'»), mientras que, a la inversa, escasamente encontrará 'P' en 'P padre de F' su constitución primera como ser. 193.

Que u n o sólo pueda ser hijo de un padre, mientras

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que un padre pueda serlo de múltiples hijos, es una manifestación numérica (y real) de esa asimetría de la relación de dependencia.

20. Pues bien, las manifestaciones prácticas o morales de esas conexiones lógicas se han estudiado, con referencia predominantemente a la relación paterno-filial misma, en torno al entrecruce de reacciones, y sentimientos, sí, pero no declarados, que en el niño, especialmente el destinado a ser varón (esto es, padre), se desarrollan con relación a las figuras de su madre y de su padre, lo que Freud bautizó, no impropiamente, con el nombre del viejo Edipo. 201. Que el niño sienta amor por su madre, y naturalmente, amor sin límites, con todas sus consecuencias (puesto que ese niño no es él mismo nada limitado), y que sienta por tanto odio por el padre, que se le presenta como l i m i t a d o r y como siendo el único que tiene derecho a gozar plenamente —le parece al niño— de ese amor, es la hipótesis de lo subterráneo que requiere el análisis para explicar sobre ella las manifestaciones, reales y declaradas, que en la formación del alma adulta se le constatan, de primeras en los casos, como suele suceder, de enfermedad o anomalía, pero, a través de ellos, en la constitución de la normalidad. 202. De la naturaleza de esos sentimientos ocultos que la hipótesis postula es delicado hablar, justamente porque su razón de ser misma consiste en estar ocultos, y sólo gracias a ello servir de cimiento para la realidad. 203. Pero es de reconocer, en todo caso, la congruencia lógica y la economía de esas suposiciones: si yo, para ser yo, estoy destinado a ser como mi padre, pero entre las condiciones que mi padre reúne, y yo debo por tanto reunir, está la de ser uno (puesto que el Padre es único), está claro que el destino de ser como mi padre sólo puedo cumplirlo si soy mi padre (ya que, no siendo el niño aún un ser él mismo, no ha

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asimilado la componenda abstractiva por la que varios pueden ser el mismo); así que el resultado lógico que esa ley de mi destino tiene sobre mí antes de ser yo (ilimitado aún, carente de la definición que otras leyes me hubieran dado; pues ésta es la primera) será la exigencia del inmediato remplazamiento, del ponerme yo en lugar del padre, lo que implica la posesión cerrada y absoluta de la Madre (aquello que, como ente h u m a n o sometido, tratado como objeto o como materia, servía para constituir al Padre como tal) y la desaparición de mi padre, absorbido en mí. Pues vale rigurosamente para ese alma, apenas en formación, que dos no pueden estar en un mismo sitio. 204. Hay en la literatura (y en la práctica) psicoanalítica toda una trama de confusiones en el entendimiento y uso de ese descubrimiento, una buena parte de ellas venidas de no haberse planteado la dialéctica de lo abstracto y lo deíctico, de las abstracciones 'el Padre* y 'la Madre' frente a 'este padre mío' y 'esta madre mía', cuando la oposición se plantea para alguien en quien no puede suponerse aún la disociación entre ' m u n d o de ideas o de que se habla' y 'este m u n d o en el que se habla', puesto que no es alguien todavía determinado, no es un ser él mismo, sino que tales descubrimientos están justamente tratando de entender su formación como tal ser. Y en esas condiciones, lo razonable parece ser pensar que es la resolución del complejo edípico lo que va a traer, también, consigo ese reconocimiento de 'el Padre' como abstracción (pues ello es lo que me va a permitir a mí ser un padre, sin necesidad de hacer desaparecer a éste mío), y por tanto la disociación entre los dos mundos. 205. Suele también pecar el análisis (cuando, de lo general, viene a aplicarse al caso particular de formación de un alma) de una excesiva simplicidad en cuanto a repartición de los papeles de 'padre' y 'madre' entre el padre y la madre de uno (por dejar de lado otras figuras, especialmente la del Hermano-de-la-Madre, cuya repartición o sustitución de papeles con el padre «natural» es lo que diferencia los tipos de

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sociedad torpemente llamados matriarcales): ello es que, si de lo que se trata es de la imposición de la Ley, como molde donde fragüe el alma individual, entonces hasta la experiencia inmediata de cada uno le dice que no es su padre solo el encargado de imponer la Ley, sino j u n t o con él también la madre, y con frecuencia de modos más coactivos y más íntimos. 2051. Para ser justos, habrá que reconocer que es el Padre, sí, quien en sus carnes propiamente encarna la Ley, en cuanto figura de 'padre', con lo cual, en efecto, pocas carnes le quedan para otras funciones más afectivas que no legales; pero, si la Madre no encarna la Ley tan propiamente, lo que sí hace sin duda, como constituida que está ella misma por la sumisión a la misma Ley, es transmitir con su ejemplo la necesidad de sumisión, y de ahí también con sus palabras, imperiosas porque sumisas, que no por ser la voz de su amo dejan de ser su propia voz: pues ¿qué es ella sino la de su amo? 2052. Quedan, con todo, ciertamente, por esta diferencia en la relación del Padre y de la Madre con la Ley, las capacidades para alguna relación afectiva, extralegal y ocasionalmente ilegal, dispuestas en la madre de otro modo bien distinto: su propia condición de mujer, es decir objeto de amor, se mantiene al lado o por debajo de su sumisión y constitución legal, de manera muy distinta a lo que sucede con el hombre, que sólo gracias a ser padre, es decir, sujeto de poder, adquiere su entidad social y personal. 2053. Pero la inexactitud de la teoría se origina en no haber hecho en la Madre debidamente la separación entre lo mujer (aquello sometido) y la Señora, cargada ya de la autoridad y poder vicario que la sumisión de su deseo (convertido, como en el Señor, en voluntad) le ha deparado: pues, de las dos partes de la figura, es en la Señora donde está el Señor (como en el sintagma 'el oro de la moneda' el determinado 'oro' llega a incorporar, en su propio valor semántico, al determinante 'moneda' de su sintagma, y así realmente llegar a ser moneda el oro), y es la Señora la que, a su manera, participa en la imposición de la Ley sobre el almita en formación.

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206. Y, por no detenerme a desenredar otras confusiones, me paro sólo en ésta otra: a saber, que el esquema reseñado vale para la formación de un niño del sexo dominante, de un f u t u r o padre. Pero ¿qué pasa con las niñas? 2061. Lo forzado y poco fructuoso de intentar hallar para la hija un correlativo, con intercambio sexual de las figuras de los progenitores («complejo de Electra»), o bien, alternativamente, reconocer una extensión del mismo esquema para ella («complejo de Edipo en niña») debe ser para los que oigan esto lo bastante evidente como para dispensarme de examinarlo mucho. 2062. Lo que parece claro es que una niña está destinada a encontrar, como su madre, su ser propio en la posesión de un señor (con la ambigüedad del d e, que indica precisamente los dos sentidos de la relación), a ser al mismo tiempo materia indefinida que apetezca recibir su forma (y apetecible, por tanto, para el dador de forma) y al mismo tiempo incorporadora y transmisora de la Ley: a ser, en fin, una mujer y una señora. En consecuencia, lo que la Sociedad debe enseñarle a una niña es la habilidad para vivir partida en dos, una capacidad de duplicidad o fingimiento «natural» (por no abusar del término 'esquizofrenia', que sólo merece alguna aplicación para casos en que no marcha bien el procedimiento); y eso es justamente lo que la Sociedad le enseña, y se lo enseña primordialmente, sobre todo en los primeros años o de formación del alma, la Familia. 2063. Así una niña se encontrará en condiciones de odiar, igual que su hermano, al Padre, en cuanto Rey de la Casa y dueño de su madre, pudiéndose juntamente enamorar de él, como mujer en ciernes, en cuanto poseedor y dador de forma, ensayándose así en la mezcla de entrega a y desprecio de uno mismo que va a constituir el amor normal de la mujer adulta. Pero al mismo tiempo, estará en condiciones de odiar también, con menos ambigüedades, a su madre, en cuanto transmisora de la Ley (especialmente para las hijas), por un lado, y como ejemplo visible, por el otro, de la abyecta sumisión y la hipocresía a que ella misma se siente destinada.

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207. Pero estos sentimientos son, como todos los que hasta aquí vengo anotando, naturalmente, ocultos, indeclarables, y sólo gracias a esa condición pueden cumplir, desde la subconsciencia o conciencia reprimida, las operaciones pertinentes para la constitución de un alma, normal o enferma.

21. Por lo que toca a la regulación que la Familia ofrece para las otras relaciones, entre hermanos y hermanas, del mismo o del otro sexo, no es ni tan coactiva ni primaria, sino más bien complementaria de las regulaciones sobre las paterno-filiales. Lo que más explícitamente se les inculca a los hermanos acerca de sus relaciones mutuas es la justicia o equidad (para tipos de sociedad en que no rige la figura del primogénito varón a quien se deba una especial veneración vicaria, como príncipe heredero): esa noción de justicia o equidad (debe el niño compartir con sus hermanos por igual todo, inclusive el amor, el mutuo y el de los padres, siendo el amor a los dos progenitores igualmente equitativo: pues la única respuesta decente a la pregunta «¿A quién quieres más: a tu papá o a tu mamá?» es «A los dos igual») es una condición importante que la Familia debe inculcar como representante y preparadora de la Sociedad total: pues sólo gracias a ella se va a infundir en las almitas la conciencia de su condición de individuos de la población, equivalentes ante la Ley (aunque, eso sí, tanto más equivalentes cuanto más cada uno sea cada uno, personalmente insustituible), sumables a modo de elementos que constituyen un conjunto: en fin, la contradicción lógica, en cuya aceptación se f u n d a la normalidad social (con la Realidad misma), y por ende la del alma de cada uno.

22. Y j u n t o con esa información explícita, se imbuye, pero por otro nivel, ya subconsciente, como dándola por supuesta, la ley de prohibición del incesto, que ha de ser compatible con el quererse mucho, «como hermanos», y no sólo compatible, sino que esa compatibilidad ha de determinar,

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como veremos, toda la naturaleza de las relaciones amorosas en la Sociedad. 221. Aprender la separación entre los besos, apalpones o refriegues lícitos, consentidos y aun promocionados en el seno de la Familia, y aquellos otros que caen bajo la prohibición (barrera de orden ideal, pues malamente puede referirse a la calidad de los gestos mismos, sino a la carga intencional que se les supone) es la propedéutica para reconocer, en la sociedad adulta, la oposición entre 'Amor' y 'Sexo', fundamental para su constitución y para que los peligros del amor se sigan conjurando en ella. 23. No alteran tampoco sustantivamente el funcionamiento del esquema las situaciones en que el hijo varón ha de colaborar con el padre u ocasionalmente remplazado en la guarda de las hermanas como mujeres (la participación en el cuidado de la honra de nuestro Siglo de Oro), ni tampoco aquéllas en que la hija mayor tiene que hacer de madrecita para sus hermanos más pequeños. 24. Por lo demás, poco se ocupará la Familia de otros puntos, entre hermanos, de información moral: se consentirá, y estimulará a veces, la rivalidad entre los varoncitos; se hará caso omiso de lo que pueda pasar, en el gineceo, entre las niñas; y se cuidará desde pronto celosamente el debido desarrollo de las diferencias sexuales: por ejemplo, con lo de «Los niños no lloran» (se sobrentiende que las niñas pueden hacer lo que les venga en gana). 25. He tomado la Familia en su constitución más normal, que, como representante del tipo, es lo que primariamente me interesa. No voy a ocuparme mucho de los casos de familias descabaladas, y donde por tanto la aplicación del tipo presenta dificultades.

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251. De todos modos, la familia con hijo único o con hija única se arregla en general para obedecer al tipo sin demasiadas perturbaciones, con sólo un aumento y concentración de la carga de función filial y un más dificultoso aprendizaje (fuera ya del seno de la Familia) de la constitución del alma como elemento de un conjunto. 252. Y, lo más curioso, tampoco la familia sin hijos, reducida a la cópula esencial, a la Pareja, deja de cumplir como caso del tipo general: pues, sin necesidad de sustitutos en forma de gatos o de perros, sin necesidad también de que (lo que ocurre a veces) los cónyuges se encarguen de cumplir supletoriamente, cada uno respecto al otro, con una parte de la función filial, ello es que l a f a l t a de hijos, presente siempre, puede arreglarse para desempeñar las funciones esenciales de los hijos de una manera suficiente para esas familias, aisladas en la normalidad. 253. Ni tampoco la familia sin madre requiere grandes desastres para el acomodo lógico, con tal de que también 1 a s o m b r a de la madre, que nunca puede faltar (al menos hasta que una madrastra intente, con más o menos éxito, prestarle nueva carne), cumple en gran medida las funciones que a la Madre corresponden, siendo la función de Madre en buena parte, como hemos visto, una función de sombra de todos modos, en el doble sentido de la presencia de lo indefinido y de la incorporación vicaria del verdadero ser. 254. Me paro sólo un momento en el caso de la familia en que falta la figura principal, el Padre, ya se trate de viudez, de deserción paterna o de hogar de madre soltera. Ahí ciertamente la dificultad para el cumplimiento del esquema lógico de la Familia es más grave, y las consecuencias a veces más perturbadoras para el buen orden. 2541. La solución se busca —claro está— en que los miembros presentes de la familia asuman, aun contra natura, la función de Padre. Pero, si bien sucede a veces que es la madre la que se encarga, como donna forta, de esa asunción

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contra natura y se arregla para ser un falso padre, sin grave detrimento, ni para ella (que no hace sino corroborarse en la mitad de paternidad vicaria, que de todos modos le correspondía, como Madre y Señora) ni para los hijos (ya que un falso padre no resulta seguramente para su formación cosa mucho peor que un padre verdadero), es en cambio acaso más frecuente que la función de Padre recaiga sobre los hijos (en especial los de madre soltera y madre abandonada), sobre los hijos o las hijas, sin mayor distinción de sexos, que haya podido yo apreciar: se ve entonces en ellos incorporarse el rasgo moral que es el esencial de la figura masculina, la responsabilidad, volviéndose incluso, como el padre ausente, responsables de su madre, y doblándose a veces agobiados bajo el peso de una responsabilidad impropia de sus tiernos años.

26. Así, en fin, se constituye el alma individual en el seno de la Familia: adviene el alma al principio de realidad, y se hace un alma real con ello, y con ello al tiempo la Sociedad se constituye y se mantiene y sigue adelante el m u n d o del Trabajo y de la Cultura. 261. Por volver a la fórmula de Freud, mil veces citada, «Donde ello estaba, yo tengo que llegar a estar. Es un trabajo de cultura, como la desecación del Zuyderzee». Pero nótese bien, de pasada, que tal transformación o sustitución, en lo público al par que en lo privado, se produce no por la fuerza de las desconocidas pulsiones latentes, a las que hasta llamar 'ello' es demasiado, ni tampoco por su desaparición, sino, en buena ortodoxia freudiana, por su vencimiento o superación: pues Edipo y las demás pasiones reprimidas por la Ley siguen estando ahí, como reprimidas, y como reprimidas o subconscientes actuando en lo privado y en lo público.

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Y, para lo que valga, quedan consignados ya en este

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rápido recorrido algunos de los sentimientos (amores, odios, resentimientos) que esa constitución familiar del alma debe establecer entre los componentes de la Familia, como sentimientos «naturales» o primitivos quizá, pero en todo caso latentes y nefandos. 271. Mas el meollo de este estudio está en examinar la sustitución de tales sentimientos por otros sentimientos declarados, de amor mayormente, que están, casi diríamos que por ley, ordenados como propios y necesarios de la Familia.

IV

28. No puedo, sin embargo, entrar en esa examinación sin parar antes mientes en l a o t r a función de la Familia, la no tocante a las relaciones morales entre los miembros, sino consistente en la entidad de la Familia como unidad económica.

29. Esa otra función de la Familia no es en verdad otra en el sentido de separada de la función moral o de constitución de almas, sino en cierto modo, por ser l a o t r a , idéntica con ella, sobre todo si admiten ustedes sin demasiados remilgos, como algo que les toca en algo de muy hondo, este principio de que toda actividad económica, de producción para la venta, de venta y de consumo, es un sustituto de la actividad amorosa (imposible propiamente, por otra parte, en este m u n d o , y desconocida).

30. Pero prefiero formular la cosa de una manera más abstracta todavía: a saber, que, así como estudiamos aquí por tema central el trueque de los sentimientos por la idea de los sentimientos, así reconocidamente es el Dinero el representante y sustituto de las cosas todas: es decir, que el Dinero es

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la Idea por excelencia, o —mejor dicho— es el Dinero la realización primaria de la Idea, gracias al cual se cumple en su desarrollo la idealización de toda la Realidad. 301. Que, a su vez, como en otra parte he estudiado, en el cumplimiento de ese desarrollo el Dinero se convierta en la cosa por excelencia, en la medida en que las cosas llegan, en esa perfección del proceso, a ser dinero todas (y no otra cosa), lo mismo como remplazantes de la moneda (con retorno a la fase más arcaica) que como objetos de inversión, al volverse el dinero monetario cada vez más inestable, es cuestión que vuelvo a enunciar de pasada, para precisar la fórmula. 302. Pero es aquí esa fórmula de analogía de las sustituciones, «sentimientos : idea :: cosas : dinero», lo que esencialmente nos importa para que se entienda debidamente cómo se decía que cualquier actividad económica es sustituto de una posible actividad amorosa (o pasividad) no idealizada. 303. Ni tampoco hago más que recordar de pasada que lo que al Dinero le imprime su cualidad esencial, la del valor (esto es, el poder valer por X) es, según buena ortodoxia marxiana, la venta de la fuerza de trabajo (o sea la posibilidad de hacer otra cosa) del productor asalariado; que puede decirse, más melodramáticamente, la venta de la vida (si se pudiera saber qué es la vida, lo que sólo al venderla se sabe), la conversión de la vida en tiempo, que es así la primaria de las monedas (el dinero de cualquier clase de dinero), tiempo que, por consiguiente, en la perfección del desarrollo del Dinero, como Capital, entra a darle al Dinero (en las fórmulas de interés de la Banca) la vida que han perdido los sujetos, y a hacer por ende en cierto modo del Capital el sujeto verdadero, en la medida que los trabajadores (y con ellos

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inevitablemente sus patronos) están vendidos (y comprados) como objetos. 304. Baste con esta breve reformulación para los fines de entender un poco lo que pasa con la relación entre actividad económica y formación de almas en el seno de la Familia y entre familias. 305. Conste, en todo caso, que cuando en el psicoanálisis de Freud se llega a hablar de la economía anímica (del YO, del Sujeto) y a referirse en términos económicos a los procesos sentimentales (libidinales), ello no es verdadero simplemente en el sentido de la analogía, sino que la actividad económica familiar (su manejo de dinero y su manejo por el Dinero) está ligada realmente a la represión en que se constituyen las almas individuales, y que en este estudio trato de presentar mejor como trueque de los sentimientos por sus ideas.

31. Toca ahora precisar en qué sentido es una entidad económica la Familia.

32. Que la Familia ha sido desde su origen célula de producción de bienes para su propio sustento, pero también de mercancías para intercambio con el exterior, es bien conocido, y la familia campesina sigue siendo modelo de esa estructura, en que toda la vida familiar está, en realidad, girando, al menos declaradamente, alrededor de ese centro y preocupación suya como unidad de producción (y los hijos varones, «que en el campo son riqueza», lo son en cuanto fuerza de trabajo, mientras lo son las hijas, naturalmente, de la otra manera que se sabe). 321. Si en las sociedades llamadas industriales el esquema de la Gran Familia organizada como empresa de elaboración de bienes con nuevo desarrollo de las industrias tra-

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dicionales del telar y la confección (donde la Señora ocupaba, como administradora, un lugar preponderante) parece una institución superada desde hace cerca de dos siglos en Europa, sigue, sin embargo, la Familia más progresada, la actual o de apartamento, siendo no menos la unidad económica esencial, en el tipo de economía pública que corresponde, saliendo al exterior uno o ambos cónyuges, y los hijos mayores, a producir servicios y a traer a casa los sueldos o salarios en que consiste la subsistencia y vida de la Familia y, sólo a través de ella, de cada uno de sus miembros. 322. Pero además, no hay que olvidar que la producción fundamental es la de los medios de producción, y siendo éstos los individuos prestos a vender su vida como fuerza de trabajo, es evidente que es la Familia la célula productora de tales entes, mercancía de las mercancías. 3221. Así como en los tiempos de la Religión se proclamaba, con la metáfora pertinente, que el Matrimonio estaba destinado a hacer hijos para el Cielo, así en el actual desarrollo de lo mismo sigue el Matrimonio teniendo por función esencial hacer hijos para el Estado y el Capital, esto es, para el m u n d o de las Ideas. 3222. Y el carácter del Matrimonio como negocio («poner casa», «sostener una familia», «una familia próspera») se declara en eso de la manera más descarada, no sin que tal carácter de empresa o de negocio asome en otros datos, empezando por el vínculo contractual de los cónyuges o socios fundadores de la empresa.

33. Sin embargo, es en la otra cara de la moneda, en la esfera del consumo, donde el modelo contemporáneo de familia demuestra ser la culminación y declaración más franca de la Familia como unidad económica fundamental. 331. No hay más que notar, para verlo, cómo el Capital, a través de su propaganda, centra en el núcleo fami-

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liar su vocación y sus intereses, apelando normalmente al consumidor en su calidad de Señora, de Marido (o de futuros tales; y también a las solteronas y a las prostitutas les hará mella —no hay cuidado— lo que se anuncie para las señoras y las novias), o de hijo-niño o de hijo-jovenzuelo-todavía-dependiente, estallando el proceso en todo su esplendor cuando el Comercio llegue a remplazar las viejas festividades religiosas por orgías de compra como el Día de la Madre y el del Padre. 332. No hay, en tal contexto, que perder de vista que la misión primera de la Familia es la formación de almas individuales: ahora bien, no hay más que citar a memoria de cualquiera el hecho que formula el apotegma de que «El Poder de lo alto sólo impone eficazmente su dominio cuando se ha interiorizado en forma de voluntad individual»: sólo mediante la formación del gusto personal, cuando se ha conseguido que me guste a mí lo que está mandado que me guste, sólo entonces puede el Capital (con el Estado, inseparable de él) imponer debidamente, a través de los procesos de consumo, la Idea o forma de Dinero, por la que han de vender su vida todos y cada uno de los individuos de sus masas de consumidores. 3321. Pues bien, que en esta formación o conformación del gusto es la Familia, ya por el ejemplo de los mayores sobre los pequeños, ya por contradicción de una generación con otra (pues también esto es preciso, para la alternancia de las modas, que el Comercio requiere cada vez más urgentemente, siempre que esa contradicción de gustos se mantenga dócilmente dentro de las opciones que el Mercado ofrece), ya por imposición autoritaria, ya por benévolo consentimiento, tampoco hace falta más que citarlo para traerlo a la memoria de cualquiera.

34. En un par de instituciones de consumo, el regalo, el gasto y la exigencia monetaria, me paro aún un momento en relación con la Familia.

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341. El regalo porta en la superficie todos los rasgos de la gratuidad, la transmisión desinteresada y, sobre todo, los de la expresión de sentimiento. 3411. La denuncia de lo que haya por debajo de esa trama ya la insinuaba bien la conversión del regalo en medio, tenuemente encubierto, de compra y de soborno, como en el jamón enviado antaño al funcionario y desarrollado, en las fases más progresadas del Capital y del Estado, en forma de planes de subvención a países subdesarrollados o de inversiones a largo plazo, preferiblemente culturales, por parte de la Gran Empresa y de la Banca; y la insinúa, sobre todo, la intervención, cada vez más necesaria, del Comercio como mediador del regalo entre personas; ya que en nuestros días es apenas un anacronismo regalar al ser amado un ramillete de campanillas recogido en un paseo por el monte, mientras la norma es regalar algo que se ha comprado en la tienda, y mejor aún si se supone que ha suscitado ya la voluntad de dicho ser amado mediante su anuncio en la televisión. 3412. Pero estos caracteres de la institución del regalo desarrollada no son más que una denuncia superficial de su mentira, que debe llevar a ahondar en las raíces, en la esencia misma del regalo, no sin aprovechar algunos de los más lúcidos hallazgos del psicoanálisis freudiano en torno al surgimiento de la actitud y la noción económica misma en la llamada fase anal del desarrollo libidinoso del infante, y en la presentación del ofrecimiento de las heces a los padres como la primera forma de regalo. 3413. En efecto, en ese acto de separación de u n o mismo de algo que es de uno mismo se establece de la manera más firme, en aparente paradoja, la unidad o integridad de la persona individual, al mismo tiempo que la adopción realista del principio de comercio con los otros que esa integridad exige como paga, y a la vez que en ello aprende el varoncito a considerar su miembro viril, o incorporación personal del Aparato del Poder, como una especie de alma sucursal (al servicio de mí mismo, precisamente en cuanto separada), que será, naturalmente, un arma para la posesión de la otra (pose-

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sión en que el poder de uno ha de asentarse), mientras el resto del cuerpo, separado de ello por el mismo golpe, se destina a la producción laboral (u ocasionalmente a la guerra con los otros), y aprende la mujercita la separación de su cuerpo todo (del que ella es dueña y con el que puede hacer por tanto lo que quiera —ella o su padre, poca diferencia hay—, que, naturalmente, será venderlo) de su alma propiamente dicha, o sea detentadora del cuerpo que por el acto de separación se funda. 3414. Nada extraño, pues, que, dentro de una economía de compra-venta (esto es, donde toda cosa, para ser real, ha de tener la condición de mercancía y, en último término, de moneda), el regalo, la entrega de algo sin compensación aparente, no pueda ser otra cosa que un medio, primero, de ganarse a otros (su actitud pacífica, su alianza, su estima, su amor en fin), pero luego, por ello mismo, un medio de mantener el propio ser, justamente como dador de algo mío que soy capaz de hacer que sea tuyo. 3415. Y, sin embargo, en una formulación más abstracta todavía, lo que aquí me importa en ello sobre todo es que ese acto, que en lo declarado se pretende expresión de sentimiento (amoroso), se convierte de hecho (como sucede en general en el proceso de sustitución del signo como cosa) en sustituto de la pasión amorosa que él pretendía significar: regala uno una mercancía a modo de rescate que libere de dar amor; al fin, el dinero resulta la más barata de las monedas. 3416. Y así es como en el acto del regalo la sustitución del sentimiento por la idea del sentimiento (pues dinero —hemos dicho— es idea realizada) encuentra una evidencia casi plástica. 35. Pero, por más que el regalo entre familiares y entre familias sea ingrediente importante de las relaciones (con el caso eximio de la suprema ocasión de regalo y de comercio, que es la boda, la fiesta de fundación de una familia más que asegure la continuación de la Familia), no es, con todo, pecu-

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liar y privativo de esa institución; y prefiero volver un poco la atención a procesos económicos más esencialmente familiares y que tocan a la cuestión del trueque en ella de los sentimientos por sus ideas.

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Uno es sencillamente la actividad de gasto.

361. Bien saben las amas de casa (y sus cónyuges, que, como machos productores, tienden a fingir que sólo a través de ellas se enteran de la cosa) que, entre la compra diaria y la semanal de las mercancías supuestamente necesarias para el sustento, la adquisición del vehículo (y su renovación decente) que la situación, normalmente suburbana, del apartamento familiar exige, la preparación de los hijos para la relación social, sea con indumentos, sea con estudios, la compra de los no menos necesarios medios de diversión y, de paso, información de la Familia (o sea, instruir deleitando), como la televisión unifamiliar, que ha remplazado con ventaja al llameante hogar de antaño con sus cuentos alrededor, y también lo necesario para salir de vez en cuando, sea el cónyuge y el hijo crecidito al foot-ball, sea la señora a la peluquería, sea a la discoteca roquera esas locas de hijas (pero tampoco se van a quedar encerradas en casa), sea todos al soñado mes de vacaciones, por el que tan d u r o ha luchado el Sindicato, y que, con la traslación local, confirma la permanente entidad de la familia, y en fin, la p r u d e n t e previsión de lo futuro, sea en forma de cotizaciones de Seguros, sea en la de ingresos en la cuenta bancaria (que además puede ser también una inversión productiva a su manera), el caso es que bien debe reconocerse que el tiempo entero de la Familia está ocupado por la actividad de gasto. 362. Y hay, por tanto, razón para descubrir en esa ocupación un proceso de sustitución: la actividad de gasto como sustituto de la vida. ¿Quién no sabe, en lo hondo de su memoria, que en general se dedica uno al gasto para evitar el peligro de que se le ocurriera hacer alguna otra cosa?: ¡de qué

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ocultas y amenazantes posibilidades de desmadre y pasiones desencadenadas, o de descubrimiento del sinsentido en las grutas del aburrimiento no serán cobertura una convidada a güisquis en un bar, un ir al cine, un ponerse a ver la tele, un fumarse un cigarrillo, un salir de compras, un discutir la conveniencia y plazos del cambio de frigorífico, un llevar a lavar el automóvil y discriminar en la barra con los amigos las ventajas de los nuevos modelos que el Comercio ofrece! ¿Qué no podría pasar si no estuvieran siempre a mano las posibilidades de gastar en cualquier cosa, la actividad por excelencia que, al llenar el tiempo, deja la vida convertida en tiempo convenientemente? 363. Ni va a extrañarse nadie al notar, accidentalmente, lo desmesuradamente vehemente y apasionado de los gestos y voces que se promueven en torno a una cuestión sobre moral de árbitros de foot-ball o a una desavenencia conyugal sobre el cambio de la moqueta: pues bien reconoce cualquiera en esa vehemencia y apasionamiento los sofocados escapes de la carga que tal vez correspondía a aquellas pasiones y vida desconocida que ha quedado remplazada por la actividad de gasto. 364. Esta sustitución se da también en las relaciones extrafamiliares, aunque sea ciertamente la Familia el sujeto esencial del consumo y esa continua ocupación en el gastar recubra y remplace ante todo a las oscuras pasiones entre los componentes de la Familia, que se temen, en su represión, más violentas que ninguna otra. 365. Pero es dentro de ella fundamental y especialmente reveladora la exigencia o petición dineraria de unos componentes de la Familia sobre los otros, principalmente de la Señora sobre el Cónyuge y de los Hijos sobre los Padres. 3651. Tengo en mis archivos pilas de fichas de observaciones, tanto propias como ajenas, que denuncian el sentido de la exigencia económica intrafamiliar: exige la Señora al Esposo más dinero, le recrimina y le expone la insuficiencia

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de los ingresos para los gastos de la Casa, y tanta es la necesidad que siente de plantearle con frecuencia tal exigencia y recriminación, que incluso, aun cuando la economía familiar sea relativamente próspera, sin darse ella cuenta, aumentará los gastos, incurrirá en pérdidas sin saber cómo, y se portará, sin vocación para ello, como mala administradora, con tal de tener con ello ocasión de renovar la querella y la petición de más dinero; y llegará en ocasiones a ser tan tenue el disfraz económico de la verdadera reclamación, que, visto desde fuera, parecerá milagro que no se descubra como tal disfraz: sólo la coincidencia de intereses de ambos cónyuges, por motivos bien opuestos, en que no se entienda (pues una especie de vergüenza, aunque vergüenza de orden bien distinto en uno y otra, pesa sobre ambos) permite que la reclamación y exigencia se siga pronunciando y oyendo como si de veras se refiriese a más dinero. 366. Pero también los hijos exigirán a la Administradora o, mejor, al Padre directamente más dinero, ya desde niños tiernos, cuando pedirán para ir a comprar a l g o , algo que no es ninguna cosa determinada que haya aflorado de su deseo, sino un pretexto para comprar a l g o (con lo cual van aprendiendo eficazmente la sustitución de la vida por el movimiento económico, tal como el Aparato lo requiere) y, por medio de comprar algo, tener un motivo para solicitar al progenitor, como lo revelan a veces tirando inmediatamente, sin usar, aquello que han comprado, o incluso dejándose olvidada por algún rincón la moneda sonsacada; y seguirán, ya mayores, en mil ocasiones y maneras renovando, por argucias subconscientes (perder la colocación, machacar pasta en juergas tan pesadas de costo como de aburrimiento, inventar el deseo de una moto, de un coche, de un yate, de una avioneta), para renovar la necesidad y la ocasión de verse aún otra vez en la situación de pedirle y reclamarle más dinero al Padre o, indirectamente al menos, a la Administradora. 367. Cuando, como es frecuente en nuestros días, los jovenzuelos o las chicas sienten un ansia irreprimible de inde-

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pendizarse pronto económicamente de los padres, no están sino mostrando la otra cara de la moneda: pues, al decidir no ponerse más veces en la situación de pedir dinero, están oscuramente obedeciendo al ansia de liberarse de las otras conexiones, sentimentales, que bajo la relación económica estaban disfrazadas, y que son las que verdaderamente se les han hecho insoportables. 3671. T e n g o también en mis fichas algunos casos con personas de fuera de la Familia, en que la petición de dinero, el sablazo periódico, la mendicidad amical, se me presentaban con caracteres nítidos de ser igualmente sustituto de otras peticiones, sentimentales, que la vergüenza no permitía manifestar ni siquiera reconocer en u n o mismo; pero creo que en esos casos extrafamiliares se trataba de personas que habían tenido la mala fortuna de ocurrírseles buscar en mí la, como dicen, figura del Padre, cuando el propio les faltaba notoriamente o se había demostrado cerradamente renuente a que con él se practicara la expresión de sentimientos por medio de la petición de más dinero. Y pienso, en suma, que tal forma de relación económica es peculiar de las relaciones entre componentes de la Familia y consustancial con el trueque de sentimientos por ideas de que estoy tratando.

37. Pues lo que a estas alturas apenas hace falta terminar de formular es que, así como cualquier actividad de gasto (y también, de otro modo, de trabajo) es un sustituto de algún amor que no se puede ni se tiene ni se sabe, así cualquier trato económico entre los componentes de la Familia está remplazando a un trato amoroso (abrazos, caricias o coloquios) imposible, sepultado por Ley pública y sumido en las cuevas subconscientes por vergüenza personal. 371. No puede sufrirse la bárbara declaración que lo formularía: «¿No ves que, al pedirte más dinero, lo que te estoy diciendo es ' T e quiero mucho. Quiéreme tú más?».

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38. Así la relación económica es una expresión, pero figurada, como debe serlo la irreconocible comunicación entre subconscientes, de la amorosa, y al ser su signo, la remplaza, en el nivel de lo declarado, como la cosa real y verdadera.

39. No querría, sin embargo, pasar de aquí sin aclarar que hay en esa trama de sustitución de lo sentimental por lo económico una doble duplicidad: pues de un lado, la aparición económica dineraria miente, al ocultar, justamente en cuanto la expresa, la relación sentimental que hay por debajo y que da vergüenza confesar y confesarse; pero, por otro lado, esa aparición falsa dice la verdad, al revelar el carácter económico, en sentido general, a que esas relaciones sentimentales están ya sometidas en el seno de la Familia.

40. Ni se olvide, entre tanto, que es en la Familia, así económicamente constituida, con una economía dineraria en lo aparente y con otra sentimental en lo escondido, donde se fragua el alma del Individuo, el YO que dicen, y donde a p r e n d o a ser yo dueño de mí mismo y a decir «Yo hago con mi cuerpo lo que quiera» (pues llamo ya 'cuerpo' a aquello que no conocía ni era nada antes de estar mi alma constituida). Y que, por otra parte, en esa transmutación, que brevemente hemos descrito, de los sentimientos intrafamiliares en dinero intrafamiliar es donde se aprende el trueque general de los sentimientos o cosas no sabidas en realidades ideales.

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41. Vuelvo con esto a tratar, algo más detenidamente, de los sentimientos intrafamiliares, empezando ahora por los declarados, los que tienen nombre y expresión lingüística permitida y ordenada.

42. Pues el caso es que, sea lo que sea aquello que la ley social y la vergüenza privada no dejan manifestar, hay en cambio toda una red de sentimientos familiares (aquéllos que al principio presentaba como explotados por la Literatura lacrimógena) que no sólo se permite que se expresen descaradamente, sino que está o r d e n a d o que se expresen, o al menos y sobre todo está o r d e n a d o que se sientan o se haga como que se sienten, o se da por supuesto que se sienten. Los cuales se demuestran bien organizados y recubriendo escrupulosamente el esquema de las relaciones familiares.

43. El rey de esos sentimientos es el amor a la Madre (que responde, por supuesto, al amor de la m a d r e por los hijos), tan necesario a la constitución de la Familia, que su falta equivale a la desintegración de ese instituto y acarrea, en

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el alma individual del hijo que contra él falta, la condena más p r o f u n d a , que lo declara literalmente desnaturalizado. 431. Recuérdese cómo, en el caso típico de esa aberración que la tragedia antigua nos conserva, el de Orestes asesinando a Clitemnestra, por más que adúltera, madre suya, contemplamos sobre el infractor la persecución más encarnizada de las Erinias vengadoras, y con ese motivo ha tenido Ésquilo que desarrollar en su trilogía el tratamiento más aparatoso de teología dramática que jamás sin duda se ha creado, y que a duras penas termina con la remisión del problema a una nueva institución de Justicia pública que supera la vieja Justicia familiar, en la cual Orestes no tendría salvación alguna. 432. Ese amor a la Madre está lleno, ciertamente, de ternura, que debe recordar el trato con su vientre y con su seno antes de que el alma del Hijo se hubiera constituido; pero, al mismo tiempo, ha de ser un amor de veneración, que dé a la madre un estatuto singular entre los seres y, a la manera del culto de hiperdulía, la exalte por encima de todas las mujeres: más aún: que el hijo pueda, en su momento, declarar con respecto a las mujeres, como a su condición de varón le corresponde (con el miedo que la detentación del dominio trae consigo), que todas son unas putas, sólo podrá hacerse gracias a la sustentación furibunda de un puesto de exención y de excepción para la Madre (del que las hermanas, sólo tibiamente y por compromiso, podrán disfrutar también). 433. Este sentimiento del amor materno les corresponde sobre todo a los varoncitos de la Casa, pero también las niñas están p r o f u n d a m e n t e obligadas a él, a su manera, y a declararlo como primer artículo de fe de la Familia; hasta el punto de que una muchachita muy joven pueda rechazar las primeras insinuaciones amorosas de algún pretendiente diciéndole, por ejemplo, «No me hable de amor, porque amor no hay más que uno: hay una en el m u n d o que me quiere de verdad, porque me quería antes de que yo naciera».

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44. En sentido inverso, el amor de la Madre por sus hijos es también una fuerza de primer orden en la constitución de la Familia, y, como suele suceder, la fe en él se ratifica constantemente con las referencias a lo natural y a las hembras de animales paridas defendiendo sus crías hasta la propia muerte. Es más: el instinto maternal se proclamará por todas partes como núcleo substancial de la feminidad, y servirá con frecuencia para desviar cualquier vergonzosa atribución de otras pasiones amorosas a la hembra humana. 441. Que la Señora tolere al Padre como medio de tener hijos, que es lo que desea verdaderamente, será algo que ella misma y sus vecinas puedan proclamar decentemente, y reconocerlo a su vez, un poco pesarosos, pero ¡con qué respiro de tranquilidad!, los Señores y el Padre mismo; que, en cambio, alguna confiese, aunque sólo sea al propio marido, que lo quiere a él más que a los hijos será trance que requiera una esposa excepcionalmente enamorada y atrevida. Y cualquier vislumbre, al revés, de que la Madre lo que hace es utilizar los Hijos como medio de aferrar su interés y posesión esencial, la del Marido, despertará el escándalo dondequiera que se atreva a insinuarse; y la aparición extrema de esta aberración, con Medea descuartizando a sus hijos de Jasón en el despecho de su abandono, se explotará como el horror más espeluznante que conoció seguramente la tragedia antigua.

45. El amor de los Hijos para con el Padre está establecido de una manera menos imperiosa y coactiva: está bien visto, ciertamente, que al Padre lo miren, y sobre todo lo recuerden, con cariño y con ternura sus hijos y sus hijas; pero aquí lo que esencialmente está exigido es, directamente, el respeto: en rigor con eso basta para la pietas paterna; y que un hijo declare, como sucede con frecuencia, tirria contra su padre o una hija desprecio, son cosas que a nadie escandalizan

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demasiado, y el O r d e n social no se siente por ello gravemente perturbado.

46. Correlativamente, el amor del Padre por los Hijos tampoco está rigurosamente ordenado ni hace demasiada falta para la estructura de la Familia: suele verse igualmente con cierta emoción y aprecio que un padre goce j u g a n d o con sus niños y los trate con ternura (con tal de que ello no llegue a afectar a la necesaria severidad que en la recta formación de las crías de ambos sexos está encomendada a su autoridad; pues, si no, los hijos mismos, de mayores, se lamentarán de la blandura del padre, como se declararán, en cambio, según suelen hacerlo, agradecidos a su severidad, que reconocen que ha hecho de ellos unos hombres); pero, en substancia, el amor del Padre está, en la legislación familiar, reducido a la responsabilidad: sustento, justicia y educación. 461. Si un hombre, desengañado a lo largo de años de matrimonio del amor de la mujer, llega a declarar, como alguno ha hecho, que con el único amor con que él se queda es con el de los Hijos, eso sólo podrá suceder, y excepcionalmente, cuando ya en él la confusión entre los sentimientos y sus ideas sea un proceso terminado, y no sepa ya, ni aun sospeche, qué puede ser un amor separado del orgullo vicario por lo bien hecho de los hijos ni del cuidado y responsabilidad paterna.

47. En cuanto al amor entre los hermanos y las hermanas, tiene que darse como supuesto en la estructura familiar, y si uno u otro de los progenitores sorprenden en alguno de sus vástagos síntomas de menosprecio, asco o tirria por alguno de los otros, lo reprenderán severamente; pues es esencial para la cohesión y entidad de la Familia que los hermanos se quieran entre sí de una manera p r o f u n d a , «natural», y en todo caso diferente de la manera en que puedan querer a sus amigos o amigas del exterior, lo cual se demostrará mejor que en

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nada en que, en las salidas en compañía, el hermano defenderá al hermano o a la hermana en cualquier refriega con ajenos, poseído de un sentimiento real de, si no amor, solidaridad, y asimismo el hermano menor y la hermana, cualesquiera otros sentimientos contradictorios que padezcan, se sentirán lanzados a seguir al hermano y tomar su bando. 471. Por lo demás, cómo la noción de equidad en las relaciones mutuas se les imbuye a los hermanos, ya lo hemos hecho notar antes: esa equidad se cuida constantemente de aplicarla al amor mismo entre los hermanos (es el específico problema que al Amor le plantea la multiplicidad), de tal manera que se consentirán preferencias y hasta se instituirán, más o menos declaradamente, favoritos (ello hasta en el amor de los padres por los hijos tendrá cabida), pero siempre contando, desde luego, con que eso no es más que un añadido o sobreabundancia, que no daña al amor común o fundamental que entre todos los hermanos rige.

48. Lo más interesante, con todo, es la actitud sentimental, necesariamente ambigua, con que, en la relación entre hermanos múltiples, ha de tratarse la discriminación de sexos: pues, por un lado, la ley de «Los chicos con los chicos, las chicas con las chicas» tenderá a imponerse (con contra ocasional de padres liberales, que no borrará nunca la conciencia de que es contra, alimentada del precedente milenario), lo cual traerá a menudo como consecuencia un cierto desprecio, más o menos sentido, de ellos para con ellas, y un correlativo resentimiento, mezclado con admiración bobalicona a veces, de ellas para con ellos, que no dejan de corresponder a algunas actitudes sentimentales en la vida adulta de hombres y mujeres; pero, por otro lado, también la discriminación de sexo tendrá que estar superada de algún modo bajo el sentimiento, más imperioso, del común amor fraterno; de manera que, dentro de la Familia, los sexos tendrán a la vez que ser diferentes y a la vez ser como si no lo fueran.

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A. Garcia Calvo 481. Lo curioso es que las dos actitudes sentimentales, la repulsa del otro sexo y la superación de la diferencia, son evidentemente preservativos, cada uno por su lado, contra el surgimiento de un amor de amantes entre los hermanos, que es, por supuesto, lo que en modo alguno corresponde.

49. Pero, como la Familia tiene su fundación en el Matrimonio, cuidado muy relevante tendrá que haber merecido la relación sentimental entre los dos cónyuges. 491. Aquí, desde luego, lo que se exige es que se quieran, ella a él como mujer, él a ella como hombre, pero ia condición sentimental es imperiosa, y hasta la institución de los matrimonios de conveniencia, o por venta de la mujer entre marido y padre, se establece sobre la condición o presupuesto de que, de todos modos, el amor entre los dos contrayentes se irá encendiendo después de la ceremonia, y que, lo mismo que en aquellos casos en que el Matrimonio es la confirmación pública de un Amor previamente declarado entre los novios, él y ella han de quererse «como marido y mujer». 492. La distinción entre los casos en que esta condición de amor se cumple bien y aquéllos en que se no se cumple ha sido siempre ocupación favorita de las comadres, que en virtud de ella declaraban a los matrimonios «felices» o no los declaraban tales. 493. Que el Matrimonio exija, entre las otras obligaciones mutuas, que se expresan en la fórmula contractual o se sobrentienden, también la condición del amor parece implicar que, a fin de que el Matrimonio sea amor, el Amor ha debido hacerse antes matrimonio. Pero de esto he tratado aparte en otro sitio, y sobre algo de ello volveremos al pasar a la cara de debajo de las relaciones sentimentales en la Familia.

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50. No hace falta, para los presentes fines, detenerse más en la recordación de los sentimientos declarados que rigen en el seno de la Familia. Lo que tienen de común los que aquí hemos recordado es que todos, más o menos imperiosamente, están dados por supuestos y, por tanto y sin embargo, se imponen, ordenan y confirman constantemente. Son sentimientos, pues, que se aplican a las madres, padres, hermanos y cónyuges concretos que le toquen a cada uno, pero primariamente se refieren a las figuras abstractas, la Madre, el Padre, el Hermano, la Hermana, la Esposa, el Marido, por más chocante que resulte oír que haya sentimientos que puedan referirse a figuras ideales; lo cual sólo se entiende si, en el sentido de este estudio, esos sentimientos están ya ideados, convertidos en ideas de sí mismos. 501. El trance de remplazamiento de los oscuros sentimientos y nefandos por los nuevos sentimientos, ideados, lícitos y mandados, se percibe bien en un caso como el siguiente: niño de dos años y medio, sumamente apegado, cariñoso hasta lo cargante con su madre, y exigente de cariños de ella («Este niño te folla» que le dice a la madre una comadre algo desinhibida), madre a la cual él no llama más que por su nombre propio, N, según costumbre bastante frecuentada entre familias progresivas de nuestros años, donde cunde una cierta vergüenza de los nombres de relaciones tan crudas y primitivas como las paterno-filiales: en el momento de la observación, alguien reprende al niño y le amonesta por tan obstinada pegazón con N, haciéndole ver cómo llega a hacerse insoportable y fastidiosa para todo el mundo, incluso para N misma: a lo cual el niño, demostrando que ya ha aprendido, de fuera de su familia, el nombre (y la idea por tanto) de la relación, se justifica respondiendo «Es que es mi mamá».

51. La correspondencia moral de esa situación lógica consiste en que cualquier corazón ingenuo recibe con extrañeza la formulación de que se puedan sentir cosas que está mandado que se sientan: le parece a tal corazón que entre las

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leyes y los sentimientos hay una contradicción tan p r o f u n d a que se anulan mutuamente. 511. Un recuerdo al amigo que, al contarle otro que entre los mahometanos la voz del muhecín recordaba a los señores varias veces al día el momento de ir a atender a sus mujeres, declaraba que él iba allí a ser el más casto de los mahometanos. 512. Y eso le viene al corazón de una pretensión que tiene de que aquello a lo que se alude con 'sentimientos' haya de ser algo no definido previamente, que va inventando sus gestos y descubriendo sus colores a medida que se desenvuelve, y que no puede comprender que esos gestos y colores se le den fijados en abstracto y determinados como f u t u r o suyo: «Lo que deseo no tiene nombre. Sólo acaso, cuando lo alcanzo, p u e d o decir 'No era esto'». 513. De manera que no sólo se siente inoportuna la intervención de la Idea y la Ley en determinarme, desde que nazco al mundo, a quiénes debo querer, lo que por ellos debo sentir y lo que no, sino mortal también para la vida de los sentimientos: si algo que pueda sentir por alguien está ya sentido (puesto que está ideado y ordenado), entonces ¿para qué voy a ponerme ya a sentirlo? 514. Y desde ese punto, parece que al corazón se le abren sólo dos caminos: o el de la docilidad, por donde, renunciando a amores imposibles, los remplazo por la idea de los amores ordenados, y desarrollo una sentimentalidad vicaria, por la cual me emociono a la idea de 'madre' o de 'hermana' o de 'marido' y hasta llego a llorar por ella (sin darme cuenta de que mi llanto es un llanto hipócrita, como el de las plañideras de Patroclo, que por un lado lloro por lo que se declara y está bien visto que se llore, pero por debajo el manantial de mis lágrimas brota de la pena inconfesable de aquello perdido que latía en mis entrañas y que ya no sé yo mismo); o bien el camino de la infracción, por el que amor y

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sentimientos nacerán del choque contra la Ley y la Idea fija: «Amo porque no debo. Deseo lo que me está prohibido, aunque no sepa lo que es y no sepa de ello sino eso, que me está prohibido»; y con cierta razón (pues hay que darle razón al corazón en estos descarríos suyos), ya que hay algo en lo hondo que me dice que, si algo está prohibido, es porque debía de ser infinitamente bueno, un gozo de la vida, la otra cara de esta muerte, qué sé yo. 515. Pero los dos caminos son igualmente intransitables para el amor de lo desconocido, el amor de abajo, como que ambos vienen a ser un reconocimiento de la Idea como sustituto del sentimiento, y un reconocimiento de la Ley, ya por obediencia, ya por infracción.

52. Tal es el gran poder de la institución de los sentimientos familiares: pues, una vez que, debidamente configurados en idea los gestos amorosos y configuradas las figuras del Padre, del Cónyuge, de la Madre, de los Hermanos, ha salido una ley que dice «A r B , NO» , «Tal cosa A con B, NO»

,

y para hacer la prohibición más eficaz, se la completa con otra ley positiva que dice «A (r) B , Sí» , «A puede tal con B»

,

y más, «A debe tal con B»

,

entonces al supuesto amor de abajo se le ha matado al mismo tiempo por dos procedimientos: por uno, en cuanto al amor reprobado se le carga con el miedo y miseria que corresponden al delito, y que por tanto le hacen ser a ese amor lo que no era, y se llegará por esa vía (no hace falta la mención de 'masoquismo' ni aun recordar el demonio de la perversidad

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de Poe) a no sentir otro amor que el miedo y el dolor, propio y ajeno, esto es, la anticipación de su castigo en el amor mismo, la penitencia en el pecado, que es lo que le hace al amor ser lo que no era; y por el otro procedimiento, en cuanto que la permisión y ordenamiento de los amores que Dios manda, la asunción en el Sujeto de las ideas de amor como sustitutos del sentimiento, hace igualmente al amor ser lo que no era, y al Sujeto, a cambio de convertirse en un alma real, dotada del principio de realidad, apta para insertarse en la Sociedad total, se le cierra para siempre aquella vida que sospechaba que le sugería el hálito del amor desconocido.

53. Esta conversión del amor desconocido en un amor conocido y declarado, en la idea de 'amor' que va a ser su sustituto, se produce principalmente (y primero, por tanto, en tal sentido de la prioridad) en la declaración de Amor entre hombre y mujer, que va a confundir para siempre el Amor con el Matrimonio; y es, por tanto, el colmo de la lógica que sea esta institución de la ideación del Amor de amantes y su transformación en ley (que no sólo les autoriza a amarse, sino que se lo ordena) lo que sirva como fundación de la Familia, entidad a su vez fundamental para el compromiso entre la individualidad y la totalidad social, para la continuación del ocultamiento de la contradicción entre ser u n o mismo y ser uno entre todos, para la producción, en fin, de hijos para el Cielo.

54. Pero, siendo esto así, hay que añadir que, en otro sentido de la prioridad, es justo reconocer que esa habilidad o conformidad para la declaración de Amor y para el Matrimonio, para la sustitución del amor por su idea, se ha aprendido en el seno de la Familia, en la sumisión de los amores indefinidos y desordenados a las reglas, en la asunción como sentimiento de las ideas de amor legal entre los componentes de la Familia.

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541. Como decía el otro, «Yo aprendí en el hogar en qué se f u n d a / la dicha más perfecta, / y para hacerla mía, / quise yo ser como mi padre era, / y busqué una mujer como mi madre / entre las hijas de mi hidalga tierra. / Y fui como mi padre, y f u e mi esposa / viviente imagen de la madre muerta». Etcétera.

55. Así, debidamente, la transformación del sentimiento amoroso en Amor ideal, que va a f u n d a r la familia nueva, es un proceso que se ha aprendido y ensayado en el seno de la familia vieja.

VI

56. Hemos tratado, en todo lo que precede, de hacer una presentación simple de la realidad, de lo que constituye la Familia en cuanto sistema de relaciones personales y regulación de sentimientos ideales. Quedaría ahora, inevitablemente, preguntarse «¿Qué es eso que había por debajo? ¿Qué son los sentimientos no ideales que han sufrido ese trueque, f u n d a m e n t a l para la Sociedad?», y luego la otra: «¿Quién es el que se rebela contra esa situación y ese sistema?»: las dos preguntas que, como ya presienten ustedes, n o p u e d e n recibir, en cambio, una respuesta: pues sólo se habla de lo que se sabe, esto es, de la Realidad.

57. No dejemos, sin embargo, de añadir, sobre ambas preguntas, un par de advertencias.

58. Acerca de la primera (qué es lo reprimido en la Familia), advertir que el análisis de Freud mismo (y no digamos los especuladores que le han seguido) se adelantó a decir y definir mucho más de lo que debía. Pues, si decimos que lo que yacía bajo el amor ideado y los sentimientos legales de la Familia era (no ya reprimido, sino, como he mostrado, conver-

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tido) un amor, un sentimiento no ideado, en seguida caemos en la tentación de pensar en ello, al estilo de la Ciencia, como un amor animal, unas pulsiones libidinales primarias, un instinto natural. Pero esto nos mete en una nueva ideación, una falsificación por tanto, ya que ese amor de la jungla o del paraíso, ese amor anterior a su ideación, anterior también a la constitución del alma o sujeto personal, que sólo en su conversión se funda, no lo conocemos más que en cuanto ideado y convertido. Y de él apenas podríamos decir más sino que, en caso de que fuera algo, desde luego sería eso, algo, no ideado, no definido, y dotado consiguientemente de los rasgos de indefinición y de infinitud, que, bien mirado, no son más que la falta de los rasgos de definición o finitud. 581. El asunto se centra en la cuestión de qué es lo que está prohibido en la Familia, cuestión a la que por doquiera se tiende a dar una respuesta única: el incesto (palabra, por cierto, que es, etimológicamente examinada, debidamente negativa, y no dice más que algo como 'no casto', e.e. 'no ajustado a ley divina', y nada positivo sobre el carácter de los actos); y a esa ley primaria de prohibición del incesto se le atribuye no sólo el ser sostén y trama de la institución familiar, sino, a través de ella, también de la constitución social entera (lo cual estimo bastante razonable, pero con tal de que no se olvide que con ello no se aclara nada sobre la naturaleza de lo prohibido, salvo su condición justamente de prohibido), y se procede a explicar cuáles son las consecuencias desastrosas para el Orden que con la prohibición del incesto tratan de evitarse; lo cual es ya, aunque sea sin querer, racionalizar, esto es, dar no sólo razón de, sino razón a, la institución de la prohibición de lo incestuoso. 582. Conviene, en este trance, recordar de paso que la prohibición o la condena no pueden referirse por igual a las varias relaciones incestuosas que cabrían en el seno de la Familia. 583.

Suelen los antropólogos reconocer que el único tipo

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de incesto umversalmente prohibido es el del Hijo con la Madre. Y se comprende fácilmente que éste cuente como el incesto más peligroso para el Orden (tengan presente que el O r d e n es, sencillamente, patriarcal, y en las organizaciones dichas matriarcales lo único que hay, como he notado antes, es una distribución de funciones entre el Padre y el Hermano de la Madre), ya que tal incesto amenaza al mismo tiempo, no ya la autoridad, sino la identidad misma del Padre, que está en buena medida sustentada en ser el hombre (único) de su mujer, y a la vez, con el desorden de generaciones que implica el que el Hijo se adelante a usurpar funciones de Padre antes de tiempo, amenaza el debido orden de formación de padres (y familias) sucesivos en el tiempo, que garantiza la permanencia eterna de la Familia y del Padre. 584. En cuanto al incesto del Padre con las Hijas (nótese cómo, aunque los Hijos sean también posiblemente plurales, lo «natural» es plantear un caso de incesto en términos de ' e 1 hijo con la madre', pero en los de 'el padre con 1 a s hijas': hasta tal punto está inserta en el cuadro de las relaciones la asimetría de los sexos con respecto al número, ya que el varón es u n o por esencia, pero las mujeres indefinidamente múltiples, y sólo una cada cual en cuanto que es de uno), hay que reconocer su prohibición como menos primariamente estatuida, y f u n d a d a en conveniencias diversas y más superficiales: lo uno, en el temor a la Señora, temor que tiene siempre poseído al Padre, en cuanto que ella amenaza con vengarse, destituyéndolo de su unicidad, al pagarle «en la misma moneda», esto es, por adulterio con los machos jóvenes, siendo así que, precisamente por ser inicua y desigual la relación 'hombre / mujer' en el orden patriarcal (el único), cualquier amago de reciprocidad, de hacer «lo mismo» desde el otro lado, arrastra consigo el desconcierto más p r o f u n d o para ese Orden. Otro motivo de la prohibición estaría en que las hijas núbiles son siempre para el Padre propiedad enajenable, por matrimonio con el exterior, y por tanto su intervención amorosa en ellas trastornaría el debido curso del negocio: también el tratante de blancas (y aun de negras) podía abstenerse de

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sus esclavas con el fin de poderlas, vírgenes intactas, vender a mejor precio. Y en fin, no en lo que menos, estará esta prohibición de incesto motivada por el temor del Padre a sus hijos varones (que, vedados del incesto sororio, tanto más prestos estarían a castigar ese atentado en la Autoridad misma que les ha impuesto esa veda), al mismo tiempo que por la necesidad de darles ejemplo en una abstención tan fundamental para la Casa. 5841. Nótese cómo el Génesis hebraico da entrada notoria a este tipo de incesto, con las hijas de Lot, aunque ciertamente, en tan a p u r a d o extremo, prefiriendo hacer a las Hijas sujeto de la iniciativa, con la disculpa, para el Padre, de la inconsciencia en la embriaguez («sin que él la sintiera» dice, ni a la una ni a la otra), si bien también las Hijas tienen, si no disculpa tan forzosa, al menos (lo que se acostumbra para las mujeres) la decente cobertura del deseo amoroso con la voluntad de hacerse hijos. 585. La prohibición, en fin, del incesto de hermanos con hermanas, aparentemente está también f u n d a d a en similares conveniencias de orden en la Casa y en el comercio entre familias, y dirigida esencialmente, según creo que dan por supuesto etnógrafos y antropólogos, a la buena función de la exogamia. Y en efecto, cuando se consideran las formas complejas que la prohibición adopta en algunas sociedades, muy clasificadas horizontalmente en clanes o grupos familiares, en que están ordenadas cosas como «Uno del grupo B no puede con las de grupos B, D y F, pero debe con las de grupos A, C o E», uno tiende fácilmente a dar la razón a tales interpretaciones del veto de relaciones amorosas entre hermanos como obedeciendo a las conveniencias de las relaciones interfamiliares. 5851. Es de advertir, con todo, para lo que valga, que las actuales teorías sobre incompatibilidades entre hombres y mujeres de tales o tales grupos, ahora sanguíneos, o de tales y tales signos del Zodíaco, tienen traza de ser una pervivencia, bajo formas, respectivamente, cientí-

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fica y supersticiosa, de aquellas complicadas redes de prohibiciones y permisiones, que se mantienen, desaparecida ya toda razón de conveniencia para la ordenación social, por alguna otra razón. Y todas las amenazas de hijos tontos o deformes para las uniones, no ya sólo entre hermanos, sino entre primos, parecen igualmente una pervivencia de lo mismo con cambio de motivación. 5852. Pero pronto hemos de sospechar motivaciones más p r o f u n d a s que ésas para la prohibición de los amores de hermanos con hermanas, lo bastante superficial, por otra parte, para que meros codicilos añadidos a la Ley o tradiciones dinásticas normalizadas puedan anularla y hasta volverla del revés, como en el caso de los matrimonios sororios de los Ptolemeos en Egipto; donde parece como si, de una manera bastante descarada, en el Rey y la Reina se le ofreciera al pueblo, como en espejo, la gloriosa cara invertida de la prohibición que para el pueblo ha de seguir rigiendo. 5853. Recuérdese, como caso eximio de esa glorificación del incesto sororio, el caso de la reina, hermana y esposa, Berenice, cuyo rizo convirtió en nueva constelación de estrellas el astrónomo Conón, según lo cantó Calimaco y Catulo nos tradujo. 5854. También es ilustrativo el caso más notorio de incesto con hermana en los Libros Sagrados de los judíos, el de T a m a r : pues vemos allí que el incesto lo comete (y por la fuerza, y seguido de un odio inmediato de la que siente que ha sido motivo de su delito y de su ruina) Amnón, que es sólo un medio-hermano de Tamar; pero, en cambio, el libro deja debidamente sospechar en su hermano entero, Absalón (que recibe con dolor la primera confidencia del delito y ejecuta la venganza, con la muerte de Amnón, al cabo de dos años), una pasión de amor por ella mucho más honda (tanto más honda cuanto más estrecho el vínculo familiar y más acatada la prohibición), que apenas si encontraría algún consuelo con el nacimiento de su hija, tan hermosa como la hermana, y a quien da el nombre de T a m a r . Pues bien pa-

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rece que, si la pasión de Amnón es de aquélla que diremos que está exacerbada ya por la causa segunda de la prohibición misma (relativa, ya que T a m a r misma, antes del hecho, le hace notar, con más o menos veracidad, que puede David dársela por esposa), la pasión de Absalón, en cambio, parece criada de razones no tan legales.

59. Pues bien, ya es hora de que osemos sospechar que todas aquellas explicaciones de la prohibición de incesto por conveniencias, relativamente visibles, de la estructura social y el orden de sus relaciones, precisamente por pretenderse científicas y así tratar la prohibición de incesto como una medida práctica y económica (en el nivel en que lo económico y lo práctico suelen concebirse), por ello mismo se arriesgan a ser tales explicaciones un caso de racionalización y estar ellas mismas promovidas por la represión, sobre la que toda Ciencia también se f u n d a .

60. Pues ¿qué, si no? Digamos que lo que la prohibición de incesto procura primariamente, y con la prohibición de incesto la institución de la Familia toda, es evitar el peligro del sentimiento informe, del amor desconocido, que se reconoce (subconscientemente) como una amenaza originaria y directa contra el Orden ideado y legislado; y que, por tanto, las otras motivaciones de la prohibición de incesto, y de la regulación de relaciones familiares en general, no deben ser más que manifestaciones superficiales de ésa más p r o f u n d a , y ocasionalmente ocultaciones y racionalizaciones de la misma.

61. Ese peligro de amor es lo que trata de evitarse no sólo con la prohibición y la represión, sino, mejor que nada, con la conversión de los sentimientos en sus ideas, a que hemos atendido centralmente en este estudio.

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62. Téngase bien en la memoria que esos sentimientos nacidos de abajo, ese amor desconocido, como no lo conocemos, no podemos siquiera saber que lo haya en alguna parte (islas felices, paraísos prehistóricos o regiones no-conscientes, que no podrían pertenecer al alma o YO, sino estar por debajo de él); pero no importa: que lo haya o que no lo haya, con tal de que los Padres crean y hayan creído desde el principio en el peligro de que lo hubiera, igual sirve para producir la legislación de los sentimientos y la institución de la Familia; que lo haya o simplemente se le tema, igual puede funcionar como motor de creación de defensas frente a ello y de construcción de la Realidad.

63. Si se pregunta, incidentalmente, por qué han de ser precisamente las relaciones amorosas dentro de la Familia las que sean objeto eminente de prohibición y de especiales conformaciones del sentimiento, por qué se teme especialmente que me enamore de mis hermanas y no de otras, hay que precisar, primero, que para la regulación del posible amor con otras, hay también instituciones, como la reducción a prostitución o a matrimonio, que conjuran el peligro de que florezca nunca; pero, luego, merece todavía la pena insistir en esa pregunta, para ensayar esta hipótesis: es que es con mis hermanas con las que podría surgir un amor más apasionado, devastador y peligroso; ante lo cual, la pregunta se renueva en esta forma: ¿por qué tenía yo que enamorarme de una manera especialmente apasionada y desenfrenada de mis hermanas? Y a esta cuestión la respuesta se vuelve ilustrativamente ambigua: uno: porque son ellas las que están más cerca, desde mi nacimiento a este m u n d o o desde el suyo, y a la convivencia y comunicación cotidiana, sobre todo en los tiernos años de formación de las almas respectivas, hay motivos para atribuirles virtudes de suscitar el amor más carnal y más profundo; ésta es la parte de la respuesta que intenta hallar un f u n d a m e n t o «natural» para el amor con mis hermanas, y por ende para la sospecha de su peligro. J u n t o a ella se presenta la otra cara de la respuesta, que tiene ya en cuenta,

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más realistamente, históricamente, la presencia de la Ley: a saber, porque son ellas precisamente las que me están prohibidas. Pues se reconoce que al amor dentro de la Ley, como hemos visto, no le quedan más fuerza ni deleites que los de la docilidad o los de la infracción. 631. Claro que, si se responde así, que se me prohiben mis hermanas porque son con las que el amor podía ser demasiado grande y peligroso, y que sería demasiado grande porque ellas son las que me están prohibidas, se entra en un círculo manifiesto, que a nadie puede satisfacer como explicación; lo cual, por cierto, no le quita su derecho a presentarse como figura de descripción, caso de que los hechos que describe estén ordenados en círculo asimismo. Pero, en todo caso, eso no era más que la segunda parte de una respuesta necesariamente ambigua.

64. El caso es que descubrimos el más hondo fundamento de la institución de la Familia en el miedo de los representantes del Orden (los Padres) al amor desconocido, que, como tal, no puede tener límites, ni pararse en barras, ni conocer restricciones en sus gestos (desde la chispa del enamoramiento a la más espesa confusión de cuerpos, todo sería para él un continuo que no sabría de nomenclaturas de actos ni de miembros), y es por tanto (llegamos casi, dichosamente, a una verdad de Perogrullo) el miedo de la infinitud y la indefinición lo que promueve la definición, la legislación, la ideación de los sentimientos.

65. Puede añadirse prudentemente que, siendo el Orden patriarcal, siendo los Señores los representantes de la definición y el ser, y por contra las mujeres (antes de sufrir su determinación, como Señoras o de otro modo subsidiario) no siendo ellas eso, sino siendo, o amenazando con ser para el temor de los Señores, apariciones de la indefinición o infinitud, puede también sin grave inexactitud decirse que la Fami-

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lia está instituida para conjurar el peligro del amor de las mujeres. 651. Hace unos pocos meses se horrorizaba y escandalizaba la Prensa cotidiana y sus lectores al sacar a luz la pervivencia, en ciertos pueblos africanos, de los ritos llamados (por malintencionada analogía) de castración femenina, con ablación de clítoris y a veces labios de vulva de las niñas. El horror y escándalo eran, como suelen, un tanto farisaicos y recubridores, por no querer leer en esos ritos un símbolo, aunque algo bárbaramente plástico, de la operación que toda la Sociedad normal practica con las mujeres, al someter las posibilidades infinitas del amor a la institución de la Familia.

66. Pues ¿qué es, en suma, lo que el amor desearía? (si nos atrevemos a intentar oír por lo bajo sus reclamaciones, aunque sólo negativas): no estar ni sometido a la Ley, a la Idea y al Futuro, directamente ni tampoco sacar incitaciones supletorias de la infracción, el delito y la perversidad: no mezclarse ni con la obediencia y la hipocresía ni con el miedo y el odio reprimido. 661. Ahora bien, parece ser que eso justamente es lo que el Orden establecido, el principio de realidad, no puede consentirle al amor de ningún modo: la guerra de los dos sexos se muestra una condición indispensable para la estructura de la Sociedad, y esa guerra, de diversos modos (incluso como ilusión de paz) tiene que estar necesariamente interviniendo en los amores de hombres y mujeres y convirtiéndolos en estatutos: no puede ser que amantes de pasión se quieran como buenos hermanos al mismo tiempo.

67. Pero ¿dónde han aprendido los amantes este principio de la Realidad?; en la Familia, donde está prohibido,

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desde el nacimiento mismo de las almas, que los hermanos se quieran como amantes.

68. Así vemos la Familia como el sistema principal para conjurar el peligro del amor sin límites, y con ello establecer el f u n d a m e n t o de la Realidad, así del orden social como del alma de cada uno.

VII

69. En cuanto a la segunda pregunta que nos quedaba, «¿Quién es el que se rebela contra esta situación y este sistema?», menos todavía p u e d e intentarse responder más que, en todo caso, de u n a manera cuidadosamente negativa, empezando por responder «Ése, desde luego, no soy yo»; cosa evidente después de lo que acerca de la formación d e mí ha q u e d a d o dicho.

70. Añadiré sólo, a duras penas, que, c u a n d o más arriba se empleaba la palabra 'corazón' de la manera que se empleaba, se estaba seguramente sugiriendo que las respuestas a las dos preguntas sin respuesta («¿Qué es lo que había por debajo?», «¿Quién es el que se rebela?») deben en cierto m o d o ser la misma; es decir que, si alguien o algo se rebela contra esto, lo real, debe ser aquello que quedaba suprimido (informado, ideado) como materia para la construcción de lo real, y que de algún m o d o no haya q u e d a d o totalmente conforme con su supresión.

71. Y si, en vista de ello, algunos de ustedes se extrañan de que e s o pueda intentar manifestarse por una vía lógica,

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y de que la razón pretenda todavía darle razón al corazón, no me queda sino participar en la extrañeza y remitirme a lo que sobre ello les decía justamente como arranque de este examen de la Familia; es cierto al menos que razonamiento no es ideas, y que cabe que sea lo contrario que las ideas y viva sin cesar atentando a su permanencia.

72. Pero, en todo caso, lo que es seguro es que la razón no podría ponerse a darle razón al corazón por otra vía que la de dar razón de la Realidad. Es lo que este razonamiento iba intentando hacer, al recordarles, invitarles a reconocer en sus corazones respectivos, cómo era esto de la Familia la institución f u n d a d o r a de la Realidad, por el trueque de los sentimientos en ideas de sí mismos.

Familia: la idea y los sentimientos Esquema de descripción lógica de las relaciones familiares y del proceso de sustitución de los sentimientos prerracionales por las ideas de sí mismos. 64 páginas. El Amor y los 2 sexos - Del tiempo de amor y olvido De la idea de Amor como sustituto de amor, y de las relaciones de dependencia entre los 2 sexos - De las apariciones del Tiempo en los trances amorosos. 96 páginas.

Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana Sale una vez más, puesto que Zamora sigue sin liberar y la Comuna, gracias a no saberse qué es ni cuántos son, sigue viva; con una noticia sobre su situación presente. 64 páginas.

De los modos de integración del pronunciamiento

estudiantil

Se república este panfleto que avisaba de los procedimientos de Estado y Capital para asimilar la protesta de los estudiantes, con unas páginas de actualización para los nuevos brotes del pronunciamiento. 64 páginas.

Historia contra tradición. Tradición contra Historia Un estudio esquemático de cómo la idea de lo pasado se contrapone a la creación inspirada desde abajo por la vía tradicional. 64 páginas.

De la felicidad Con otras maneras más sensitivas de atacar el tema se enlaza un ataque lógico, que trata de descubrir la relación entre el deseo general de felicidad y la negación de la Realidad. Acompaña al librillo un Apéndice, «Alabanza de lo bueno», que viene a contrastar en otro tono con ese análisis de la noción de 'felicidad*. 64 págs. + 32 del Apéndice.