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Spanish; Castilian Pages 406 [412] Year 2018
José Antonio Guillén Berrendero Juan Hernández Franco Esther Alegre Carvajal (eds.)
RUY GÓMEZ DE SILVA, PRÍNCIPE DE ÉBOLI SU TIEMPO Y SU CONTEXTO
Tiempo Emulado Historia de América y España 61 La cita de Cervantes que convierte a la historia en “madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”, cita que Borges reproduce para ejemplificar la reescritura polémica de su “Pierre Menard, autor del Quijote”, nos sirve para dar nombre a esta colección de estudios históricos de uno y otro lado del Atlántico, en la seguridad de que son complementarias, que se precisan, se estimulan y se explican mutuamente las historias paralelas de América y España. Consejo editorial de la colección: Walther L. Bernecker (Universität Erlangen-Nürnberg) Arndt Brendecke (Ludwig-Maximilians-Universität, München) Jorge Cañizares Esguerra (The University of Texas at Austin) Jaime Contreras (Universidad de Alcalá de Henares) Pedro Guibovich Pérez (Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima) Elena Hernández Sandoica (Universidad Complutense de Madrid) Clara E. Lida (El Colegio de México, Ciudad de México) Rosa María Martínez de Codes (Universidad Complutense de Madrid) Pedro Pérez Herrero (Universidad de Alcalá de Henares) Jean Piel (Université Paris VII) Barbara Potthast (Universität zu Köln) Hilda Sabato (Universidad de Buenos Aires)
José Antonio Guillén Berrendero Juan Hernández Franco Esther Alegre Carvajal (eds.)
RUY GÓMEZ DE SILVA, PRÍNCIPE DE ÉBOLI SU TIEMPO Y SU CONTEXTO
Iberoamericana - Vervuert - 2018
Esta publicación se ha beneficiado del apoyo del Grupo de Excelencia de la URJC: “La Configuración de la Monarquía Hispana a través del sistema cortesano (siglos xiii-xix): organización política e institucional, lengua y cultura (GE-2014-020)” financiado por el Banco de Santander.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2018 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2018 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-16922-75-8 (Iberoamericana) ISBN 978-3-95487-660-0 (Vervuert) ISBN 978-3-95487-698-3 (eBook) Depósito Legal: M-5781-2018 Impreso en España Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros Ilustración de cubierta: Detalle de Fundación del convento de San Pedro de Pastrana (Museo de Santa Teresa de Jesús, Pastrana). Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
Índice
Prólogo. El político sin estado................................................................... 9 Un prefacio Nobleza. Imagen y representación Jaime Contreras........................................................................................... 21 I. Interpretaciones sobre su papel: las huellas Ruy Gómez de Silva o Rui Gomes da Silva: la idea detrás del hombre. El único, el cortesano, ¿el héroe? José Antonio Guillén Berrendero............................................................... 37 La hora de los portugueses en la corte de Felipe II: Ruy Gómez de Silva y Cristóbal de Moura, dos grandes privados para el Rey Prudente Santiago Martínez Hernández................................................................... 67 Memoria historiográfica en la España del siglo xvii. Ruy Gómez de Silva, espejo de privados en la corte de Felipe II Francisco Precioso Izquierdo...................................................................... 101 Ruy Gómez de Silva y Pastrana: un espacio y un señor Esther Alegre Carvajal............................................................................... 123 II. Familia, servicio y territorio: el poder Os Gomes da Silva e os Teles de Meneses: linhagens de serviço à Coroa (séculos xv-xvi) Ana Isabel Buescu....................................................................................... 163 El entorno portugués en el servicio de las reinas e infantas en Castilla (1526-1552) y la configuración del partido ebolista Félix Labrador Arroyo................................................................................ 179 Los pueblos de la Tierra de Zorita. De vasallos de Calatrava a los nuevos señoríos concedidos por la Corona Francisco Fernández Izquierdo.................................................................. 213
Excavando entre papeles: los documentos de Ruy Gómez de Silva en el Archivo Ducal de Pastrana Miguel F. Gómez Vozmediano................................................................... 257 III. Ruy Gómez, contextos, discursos y representaciones “Que pueda llegar a corte”. Il duca di Terranova tra Lepanto e il futuro Lina Scalisi................................................................................................... 285 Ruy Gómez de Silva en la configuración de un espectáculo cortesano: la máscara de Bruselas de 1550 Germán Labrador López de Azcona......................................................... 303 Arte epistolar y retórica cultural en Ruy Gómez de Silva Iván Martín Cerezo/Juan Carlos Gómez Alonso..................................... 329 El príncipe Ruy Gómez de Silva (1516-1573): la configuración de una colección artística propia en la corte de Felipe II Macarena Moralejo Ortega........................................................................ 345 Post-scriptum El legado político de Ruy Gómez de Silva Trevor J. Dadson......................................................................................... 381 Sobre los autores......................................................................................... 407
Prólogo. El político sin estado
Si aceptamos que todo discurso trata de responder a un conjunto de preguntas previamente planteadas y que debe partir de un número razonable de premisas que serán desarrolladas a lo largo del mismo, entonces, las páginas que siguen a este prólogo constituyen el espacio adecuado para trazar una mirada detallada sobre Rui Gomes da Silva entendido como un protagonista histórico y como un discurso historiográfico sobre un periodo central en la historia de la Monarquía de España. Queremos antes de continuar, realizar una precisión nominal que pensamos es pertinente. A lo largo de este Prólogo se realiza un uso del nombre propio en el idioma original, aunque en el título del libro se ha optado por utilizar el nombre castellanizado por ser de uso perfectamente asentado e identificar con más sencillez al individuo. Para el resto de los textos del volumen no se ha aplicado un criterio homogéneo y cada autor ha optado por la fórmula que ha creído más conveniente. La “raya” de Portugal ha sido un limes político más fluido que las convencionales fronteras entre Estados o naciones. Por razones diversas, que van desde la política a la economía, pasando por la religión, o el normal hecho de personas en busca de un horizonte de vida mejor, la frontera ha sido porosa en ambas direcciones y en esta y aquella parte de la misma, familias e individuos la han cruzado y al hacerlo, consciente o inconscientemente, han dado un viraje a sus vidas. Sin lugar a dudas, la política ha sido un factor de peso en esas migraciones personales. Infantas e infantes de Portugal y Castilla han
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participado en las estrategias matrimoniales de naturaleza política que han llevado a cabo ambas Coronas desde mediados del siglo xv. Dos infantas castellanas: Isabel y María, hijas de los Reyes Católicos, casan, en las dos últimas décadas del cuatrocientos, con el príncipe Alfonso y con el rey Manuel I de Portugal. El último, dentro de esta política de alianzas matrimoniales reciprocas, en 1517 se desposa por tercera vez con una infanta castellana: Leonor de Austria, hermana del emperador Carlos. Precisamente, y dando continuidad a esos acuerdos matrimoniales entre las Coronas peninsulares, en la segunda década del quinientos, otros dos casamientos cruzados se producen entre las casas de Avis y Austria. La infanta Catalina de Austria franquea la frontera para desposar con Juan III de Portugal. En dirección opuesta, su hermana Isabel de Avís atraviesa la ‘raya’ el año 1525 para casar con el emperador Carlos y, como es habitual, en la corte que acompaña a la futura emperatriz viajan pajes, entre ellos se encuentra un muchacho nacido probablemente el año 1516 en La Chamusca, cerca de Santarém, perteneciente a una familia de ricos hombres: los Silva. Pasados los años, el paje Rui Gomes da Silva, como escribe Luis Cabrera de Córdoba, iba a convertirse en el “favorito” y “amigo” del único hijo de la emperatriz Isabel, cuando: “El príncipe Rui Gomez vino de Portugal á Castilla, crióse con el Príncipe, comunicóle con amor, y creció con la edad y por inclinación, ordenación divina, esencial parte en la gracia de los príncipes, y por correspondencia de humores y salir de muchos actos de agrado, benevolencia y privanza de voluntad”. No obstante, pese a encontrarse tan próximo a Felipe II y aconsejarle en muchos de sus actos de gobierno, como ha dicho su más conspicuo biógrafo, James M. Boyden, es muy difícil escribir de forma completa la biografía de Rui Gomes da Silva. Básicamente por dos razones: por la forma de relación con Felipe II, muchas de sus actividades no requieren informes escritos; y, en segundo lugar, buena parte de su correspondencia privada ha desaparecido. Sin embargo, como estamos viendo en los últimos años, la Historia no puede resistirse a prosperar en el conocimiento. Los trabajos de Geoffrey Parker sobre Felipe II, José Martínez Millán y su grupo de estudios sobre la corte, entre los que sobresalen los de Ezquerra, Fernández Conti, Labrador Arroyo, Hortal y Versteegen, y especialmente los de Trevor Dadson y Helen Reed sobre el entor-
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no familiar del favorito de Felipe II, y los de Esther Alegre sobre Pastrana, nos muestran una amplia relación de fuentes a través de las que ir completando facetas públicas y privadas de Rui Gomes da Silva. Las cartas personales y documentación relativa a su gestión política conservadas en la sección de Consejo y Juntas de Hacienda del Archivo General de Simancas, en el Instituto Valencia de Don Juan, en la Biblioteca Zabálburu, en la British Library, en la Collection Édouard Favre de la Bibliothèque Publique et Universitaire de Ginebra, o bien en la Hispanic Society of America de Nueva York, van permitiendo conocer mejor en qué aspectos sí (relaciones con Francia tras la Paz de Cateau-Cambrésis, política militar en el Mediterráneo…) y en que otros no (rebelión de Flandes, intensificación de la intolerancia religiosa…) la influencia del “hombre político” se hace sentir en la Monarquía de Felipe II. Sin llegar a ponerlo todo en términos de bandos, parcialidades, partidos o fattioni: ebolitas versus albistas —¡cuántas pasiones entre el sumiller (Gomes da Silva) y el mayordomo real (duque de Alba) se han aireado en los libros de historia!—, o papistas versus castellanistas como en los últimos años ha apuntado José Millán y su equipo, la influencia de Rui Gomes va a estar presente —como indica G. Parker— desde que el año de 1554, junto a Francisco de Eraso, planea controlar el gobierno en el momento que el emperador abdica en su hijo, hasta finales de la década de 1560. Aunque posiblemente, más que fechas, sean hechos o tendencias las que demuestran la ascendencia del privado sobre el rey. Y esos hechos están profundamente relacionados con la vigencia de una forma de gobierno (que no debemos olvidar que a su vez cuenta inicialmente con el respaldo de la infanta y regente Juana de Austria) tolerante en lo religioso y abierta hacia afuera, abierta a no circunscribirse a claves exclusivamente castellanas. Por tal razón, Rui Gomes da Silva —como acertadamente indica Trevor Dadson— representa la política de paz, de tolerancia, de reforma religiosa que preside el gobierno de Felipe II en la primera fase de su reinado. Podríamos decir, por tanto, que Rui Gomes encarna una política reformista, y que sobrepasa los límites e intereses de Castilla y su repliegue sobre sí misma tras la inviabilidad de la Monarquía Universal. E incluso más, que Rui Gomes deja una herencia política, una forma de hacer política que prende en familiares, patrocinados, clientes… que la hacen percutir mucho más allá de su muerte el año 1573. Continuidad
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que se hace presente entre el padre y el hijo —el conde de Salinas— y que expone de forma precisa el texto de Trevor J. Dadson recogido en este volumen. De hecho, en los “años de triunfo” (1579-1588), hay restos del ideario de Rui Gomes en una Monarquía que nuevamente se proyecta sobre Europa. Ese momento positivo quizás tenga mucho que ver, como nos muestra en su exposición José Antonio Guillen, con que el favorito, en realidad, es un “perfecto noble” que logra trasladar la idea de un hombre que es “único” en el servicio a Felipe II, y que representa como nadie el modelo cortesano surgido en la Europa post-Castiglione. Más allá del acierto o fracaso en sus acciones de gobierno, y del juicio que recibiera de la opinión pública, positivo a juicio del cronista Pedro Salazar de Mendoza (“Esta privança del Príncipe era con beneplácito, y aplauso del Pueblo, que le quería, y respectava”), Rui Gomes parece lograr que se perciba una imagen que legitima y justifica su poder, así como su preeminencia social y política. Y a ello contribuye una herencia familiar destacable, la virtud o mérito alcanzando en el servicio cortesano, la cercanía a la figura del soberano, y, en paralelo a todo ello, una acertada estrategia matrimonial tutelada por el propio Felipe II que, como es ampliamente conocido, le aproxima al linaje Mendoza. Sumas de hechos, que explican que además de un “perfecto noble” consiga una movilidad social dentro del estamento nobiliario, consolidada por el linaje Silva y más específicamente por la casa de Pastrana con el paso de las generaciones. Momento que supera el tiempo de su privanza y del propio reinado, como prueba en su aportación Francisco Precioso. La memoria historiográfica dejada por Rui Gomes a lo largo del xvii, es decir, tras el reinado de Felipe II, ahonda en su condición de privado y favorito, y es relacionada estrechamente con el monarca. De ello, devienen alabanzas. Son efectuadas mayoritariamente por los corógrafos de la Monarquía de los Austrias. Pero también críticas, realizadas por opinión política y la publicística que comienza a tomar cuerpo en torno a la corte y al favorito de Felipe III. Elaboran reprobaciones al viejo estilo de gobierno de su padre, que sin duda repercuten sobre Rui Gomes. Desorientación y confusión son atributos que reemplazan al de buen servidor y perfecto cortesano con que una parte importante de la opinión política anteriormente había calificado al duque de Pastrana. Fuera de la Monarquía Hispánica
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también empeora la imagen del privado, responsabilizado a la par que el duque de Alba de las intrigas y maniobras asociadas a aspectos de la Leyenda Negra. Pero el momento que parece asociado fundamentalmente a su actividad política, por más que dé la impresión que tiene su razón de ser en los méritos personales, hunde sus raíces, tal como pone de manifiesto Isabel Buescu, en la importante vinculación de la familia de Rui Gomes que, desde la Edad Media, legitima su ancestral servicio a los diferentes reyes de Portugal. El texto de la profesora Buescu pretende analizar los prolegómenos de una familia que mantenía su cotidiano como un hecho normal, vinculando su suerte a la de la propia casa de Avís. Sin embargo, somos de la opinión de que no basta con poner en el microscopio la figura de Rui Gomes para avanzar en el conocimiento de su trayectoria. Nos ha parecido conveniente sacar el periscopio y mirar ampliamente en su entorno y en su tiempo para darle la verdadera dimensión a uno de los principales hombres del rey Felipe II. Y a tal labor contribuye poderosamente la contribución de Jaime Contreras en su aportación sobre la nobleza. El gobierno puede estar en manos de unos pocos ministros, pero los escenarios de gobierno eran tan amplios y variados, que reducirse al actor político es mermar el campo de juego histórico a unas dimensiones irreales, especialmente si se priva de su relación con la nobleza. Corona-hombres políticos y nobles forman una triada de obligada analogía. Y en todos ellos los elementos comunes son la sangre, el mérito y la virtud, pues sin ella la primera pierde paulatinamente vigor. Ya se ha visto como linaje y excelencia no le faltan a Rui Gomes, pero también hay que comenzar a preguntarse para entender mejor la posición social y de prestigio de la nobleza cortesana, que no puede fiarlo todo a la gracia real, por la riqueza. Si se quiere tener imagen nobiliaria y representar este modo de vida con posibilidades de ser influyentes, hay que preguntarse y profundizar en la riqueza con la que cuentan. De tal forma que el mundo nobiliario se fue orientando hacia una síntesis final en la que el trío: sangre, virtud y riqueza, bajo el denominador principal de lo cristiano, es el que ennoblece indefectiblemente, pues era casi imposible imaginar algo diferente dentro del sistema de órdenes. Ser nobles sin ser ricos va a comenzar a constituir algo extraño en la época del duque de Pastrana. No obstante, Rui Gomes necesita también ser ‘microscopizado’ para poder adquirir una fisonomía real. El individuo, el hombre, se
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materializa en el afán y el entusiasmo que derrocha su acción en Pastrana. El estudio de su ciudad proporciona una ventana tangible y privilegiada a los temas aludidos: nobleza, riqueza y virtud, maniobra política y matrimonio, espiritualidad e ideología… cada uno de estos parámetros captan una particularidad de su memoria, y adquieren una explicación detallada en el texto de Esther Alegre Carvajal. La seducción que los personajes del pasado presentan a nuestros ojos tiene mucho que ver con las razones que nos llevan a estudiarlos. En este sentido, este libro muestra diferentes visiones y objetivos sobre el papel de la figura quinientista de Rui Gomes. Las estrategias personales, sus formas de representación artística y su gusto, la manipulación de su ciudad, su presencia en el territorio y su papel en el juego de las camarillas cortesanas y sus oportunidades, le convierten en un personaje individualizado, en una persona de la que siempre podremos descubrir elementos y miradas novedosas. Debemos considerar que sus movimientos y actitudes políticas representan de alguna manera al sujeto autónomo que el individualismo fijará posteriormente. Debemos pensar que el descubrimiento de Rui Gomes como vox propia, constituye el dibujo de un individuo con muchas pieles. El trabajo de Francisco Fernández Izquierdo nos presenta a un hombre que forma parte de una élite de poder, aristocratizante, vinculada a la sangre, que tiene un solar que gestionar. Del mismo modo, el trabajo de Labrador Arroyo centra su interés en analizar el verdadero perfil lusitano de Rui Gomes y el papel de sus ancestros como servidores, más allá de los Téllez de Meneses y otros, que han sido tradicionalmente los únicos enlaces y antepasados que la historiografía vinculaba directamente con nuestro protagonista. Lo que nos permite conocer mejor las lógicas nobiliarias en las que se movía el personaje y que le permitieron gozar de cierto protagonismo cortesano. La tenacidad del gestor señorial, la necesidad de dejar memoria práctica de su ejercicio como señor hace que la producción textual de documentos de “Rey Gómez” dejase su impronta en Pastrana, circunstancia que se puede rastrear en la abundante documentación de carácter administrativo, señorial y concejil que se conserva. En este sentido, el profesor Miguel Gómez Vozmediano analiza, desde la perspectiva del hombre de papeles, las lógicas documentales que nos permiten rastrear en las huellas del favorito del Rey Prudente y
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adentrarnos en nuevas posibilidades de investigación, tan concretas como la formación de su colección artística propuesta por la profesora Macarena Moralejo. ¿Fue original Rui Gomes? La natural tendencia que los historiadores tenemos de agigantar la dimensión de los personajes que estudiamos, puede hacer que pensemos que el príncipe de Éboli fue único en su género y que fue el primer valido de la Monarquía de España, pero cabe ahora, a la luz de los trabajos más recientes, preguntarnos si Cristóbal de Moura fue más importante. Esta simple cuestión, planteada en este prólogo de forma directa y elaborada encuentra una estructura y perfecta argumentación en el trabajo de Martínez Hernández. ¿Fueron los años de Moura un feliz prolegómeno de los años de vértigo que acabaron con la unión de las coronas castellana y lusitana bajo Felipe II? La respuesta la podemos encontrar en el citado texto. O quizá la dimensión de ambos radicaba en las diferentes funciones que tuvieron en la corte. Pensemos ahora en el protagonismo que el trabajo del profesor Germán Labrador le confiere durante ese viaje, que por lo demás, pareció más que felicísimo. De forma consciente en estas páginas se ha omitido un estudio, un análisis, sobre su esposa, la icónica princesa de Éboli, cuya sombra y cuya fortuna, acaso haya postergado el disponer del espacio, del enfoque adecuado y detallado, que sobre Rui Gomes da Silva reclamamos ahora. Si bien, se hace evidente, que resta un vacío reflexivo por inquirir, en el que se transite sutilmente desde la privanza del esposo, al cruel cautiverio de la viuda, sin rozar pulsiones amorosas. Resta indicar que los libros y el orden que los preside representan una economía de los intercambios intelectuales entre historiadores que dialogan en permanente mutación y adaptación con lo que otros han hecho y que deben dejar abiertas puertas a lo que está por decir, cuando otros paradigmas y otros acervos documentales ofrezcan nueva información. La presente obra no se afana en debatir sobre una de las cuestiones clave que la historiografía filipina se viene planteando, como si aún el reinado de Felipe II hubiera que verlo obligatoriamente como una etapa oscura en la Historia de España y, por consiguiente, que sobre el rey recayese la desdicha de no saber aprovechar a hombres tan singulares y bien preparados como los que tenía en su entorno; de los que sin duda Rui Gomes ha sido considerado como un modelo. Por
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tal motivo, las fortalezas de este libro no radican tanto en la capacidad elocutiva de los textos que lo conforman, sino en la eficacia y viveza historiográfica que nos ha permitido agrupar a historiadores e investigadores de múltiples disciplinas humanísticas y de variadas escuelas que, con un enfoque multidisciplinar, se han afanado en resaltar esos momentos de la vida política, civil y privada de una época y de un individuo y su mundo, que se presentan ante nosotros tan prudentesimprudentes como su prudente/imprudente monarca —conforme queramos usar el epíteto con el que pretendió historiarlo Antonio de Herrera y Tordesillas, o bien el que recientemente ha preferido y elegido con sólidos argumentos G. Parker—. Describir y prescribir un periodo histórico como el analizado presenta obviamente límites; a lo que agregamos que concretar las infinitas posibilidades que el personaje y su tiempo ofrecen aún para el historiador es sumamente complejo y por qué no, a veces hasta probabilístico e incluso contingente. En consecuencia, podemos convenir que todos los códigos propios del lenguaje cortesano y del político que sean narrados por los historiadores, deben cumplir la máxima de Gadamer, cuando afirmaba en su obra Historia y hermenéutica: “[…] el historiador no cuenta sólo historias. Éstas deben haber acaecido como las cuenta”. Queremos, pretendemos que las páginas que siguen sean apenas una interpretación de un momento histórico repleto de usos, arrebatadamente pasado y mitificado hasta el estruendo por el siglo xix. Parece que si algo define al siglo xvi a los ojos de nuestra sociedad son los viejos tópicos redundantes y la fuerza de modelos historiográficos firmemente asentados. No pretendemos realizar una revisión a un personaje, como hizo Duindam en su libro Myths of Power con la obra de Elias; queremos, apenas, aportar unas líneas más de interpretación a un individuo que fue, virtuoso, noble, cortesano, diplomático, esposo, padre. No permitamos que el estatuto historiográfico que se le ha conferido nos prive de ofrecer nuevas visiones sobre él, ni tampoco le hurtemos al duque de Pastrana su condición de noble que estaba lejos de ser un Don Quijote, pero que en este año de centenarios, no era un Don Juan. Las miradas que siguen a este prólogo comportan las armas del conocimiento humanístico. Adoptan la progresiva asimilación historiográfica de un personaje que ha tenido que luchar por brillar ante un rey fundamental, una esposa mitificada y ese terrible constructo que
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resultó la Leyenda Negra. Dejemos pues a la diplomacia de las letras (y como no a la competencia de Clío) el camino, y el resto está por venir. * * * Por último, no podemos olvidar el apoyo recibido por un conjunto de instituciones que han confiado plenamente en la posibilidad que puede representar conocer a Rui Gomes y su tiempo. Por ello nuestro agradecimiento a quienes han financiado y patrocinado las diversas fases por las que hemos pasado hasta conseguir concretarlo en un libro: Grupo de Excelencia financiado por la Universidad Rey Juan Carlos: “La Corte en Europa”, Fundación Séneca. Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia (“Nobilitas. Estudios y base documental de la nobleza del Reino de Murcia, siglos xv-xix. Segunda fase: análisis comparativos”, código: 15300/PCHS/10), Excelentísimo Ayuntamiento de Pastrana, Facultad de Geografía e Historia de la UNED, C. A. de la UNED en Guadalajara y Proyecto de Investigación “Centros de Poder y Cultura de la Monarquía de España en el Barroco” (MINECO, 2012-37560-C02-02). Murcia, Madrid (pasando por Münster) y Pastrana, agosto de 2017
Un prefacio
Nobleza. Imagen y representación Jaime Contreras Universidad de Alcalá
Doña Ana de Mendoza y de la Cerda —quién lo podía dudar— era gran nobleza. En su persona desembocaban linajes muy reconocidos; en principio, los más notorios eran los que nacían en el gran marqués de Santillana, el poeta de las Serranillas que siempre supo alternar, sin demasiado escrúpulo, la pluma y la espada; porque guerreando entonces, en luchas banderizas, con otros caballeros, unas veces a favor y otras en contra de la Corona, se obtenían mercedes y jurisdicciones que consolidaron patrimonios señoriales. Así se fue gestando el encumbramiento de los Mendoza, sobre todo cuando Pedro González de Mendoza, el señor de Hita y Buitrago, cedió su caballo al derrotado rey Juan I en la ocasión de la batalla de Aljubarrota, en agosto de 1385. Aquel gesto encumbró a este don Pedro al alto nivel de la nobleza titulada y fue el origen de la gran casa que llego a disfrutar de todo su poderío cuando el gran cardenal Mendoza asentó su fuerza en la cercanía de los reyes, condición primera de las gracias y las mercedes que estos otorgaban. Nobleza de privilegio, principalmente, porque todo, a fin de cuentas, emanaba de los dones que otorgaban sus majestades. Pero en aquellos tiempos de fines del siglo xv, y ya de modo mucho más intenso durante todo el siglo xvi, esta forma de nobleza tuvo que debatir las razones de su preeminencia con otras formulaciones en las que se argüían otras opiniones de naturaleza más etnicista o, si se permite el adjetivo, más “racial”. Porque había muchos juristas, o tratadistas de la moral, que sin dejar de otorgar importancia a la Corona,
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como determinadora de nobleza, preferían poner el acento, desde luego interesadamente, en la importancia de la sangre, es decir, en una cultura de orden superior engarzada en la ley divina y en el orden natural, que precisaba un principio axiomático: todos los principios diferenciadores y definidores de la nobleza se trasmitían por la sangre cuando esta se había puesto al servicio de la virtud; virtud que hoy entenderíamos en sentido genérico, pero que entonces tenía una visión globalmente unitaria, porque abarcaba un campo amplio, desde la moral hasta la política. Fue un jurista como Juan Arce de Otalora, oidor de la Chancillería de Granada y después de la de Valladolid, quien interpretó este sentir en su famosa Summa Nobilitatis, uno de los principales tratados sobre nobleza a mediados del siglo xvi. La nobleza, escribía el famoso jurista, era una categoría de orden superior concebida en el plan divino para la sociedad cristiana, especialmente para los cristianos de la Iglesia militante, no para los salvados en la Iglesia triunfante, donde todos gozaban ya de la presencia de Dios. En esa Iglesia militante todos eran cristianos y, como a tales, llegaba la gracia de Cristo Salvador, pero no todos eran iguales, porque en el cuerpo místico que era aquella sociedad, había distintas funciones; y, además, cada uno tenía, en los planes de Dios, un diferente proyecto de salvación; era algo que, luego, la práctica pedagógica de la moral cristiana expresó cuando decía que cada cristiano debía llevar a cuestas su cruz. La cruz de la nobleza, decían los defensores de esta opinión, estaba constituida de hechos heroicos y esforzados vinculados a la milicia en guerra divinal contra los infieles; hechos realizados no por voluntad regia, sino por obligación de la propia sociedad cristiana constituida como reino. Esta era la que interpretaba el proyecto divino, teñido de goticismo político; y era la que daba sentido a la preponderancia de la nobleza que, en el espacio de la justicia distributiva, donde a cada uno había que darle lo que le correspondía (según la formula latina del “suum cuique tribuere”, que aparecía en el Digesto) suponía el reconocimiento natural de privilegios, notoriamente visibles, por razón de linaje, es decir, de derechos trasmisibles por la sangre. Y era por razón de este linaje, concepto anexado al de virtud, por lo que se podían merecer dignidades, jurisdicciones, señoríos, títulos, prerrogativas o exenciones de pecho; todos ellos generadores de honor y honra que posicionaba al noble en el espacio particular de la diferencia1. 1.
Chauchadis 1984.
NOBLEZA. IMAGEN Y REPRESENTACIÓN
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Tales eran, las razones de la excepcionalidad nobiliar, a juicio del oidor Orce de Otalora, y no la intervención regia. Porque el rey no hacía otra cosa, cuando reconocía el rango de su nobleza, que testimoniar, oficialmente, lo que es una realidad natural: la vinculación del linaje y la virtud a despecho de las gracias regias: “vera nobilitas”, escribió nuestro oidor a mediados del siglo xvi, una coyuntura importante, “est virtus et qualitas sanguinis et animo inhaerens a maioribus reservata, quae non potesta Principi concedi” (Arce Otalora 1559: 348). Tal es lo que se llamaba, entonces, ‘nobleza notoria’; la que no necesitaba de demostración alguna ni de privilegio regio para reconocerse socialmente. A estas alturas no es necesario indicar que nuestro oidor pertenecía, si no encabezaba, una corriente ideológica de marcado carácter conservador que era partidaria de mantener la tradición de los órdenes heredada de la Edad Media, aquellos tiempos donde el reino, es decir, el cuerpo político corporativo de la sociedad cristiana, se manifestaba o lo pretendía al menos, con autonomía expresa, compartiendo soberanía con la propia Corona que, siempre en esto de la “creación” de nobleza apenas podía reprimir la tentación de otorgarla a cambio de auxilium, término que la mayoría de las veces quería decir asistencia militar y, sobre todo, dinero Así fue cómo, ya entonces, muchos títulos de nobleza fueron “comprados”, aunque ello fuera disfrazado mediante la donación gratuita de una “gracia” regia. Por eso el mismísimo Rey Sabio, mediante presión de las Cortes, se vio obligado a incluir en la Partida 2, tit. 21, el texto que sigue: “Otrosí pusieron que ninguno recibiesse por honra de caballería por precio de aver ni de otra cosa que diesse por ella que fuesse como en manera de compra. Ca bien assi como el linaje no se puede comprar, otrosí la honra que viene por nobleza, no la puede la persona aver si ella no fuera atal que la merezca por seso o por bondad que aya en sí” (Domínguez Ortiz 1963: 181). Naturalmente nuestro oidor Orce Otalora, jurista de profesión, reforzaba sus argumentos conservadores trayendo, a su molino, este texto de las Partidas, porque entonces muchas gentes hidalgas y otras noblezas de mediana condición, asistían, tan irritadas como escandalizadas, al espectáculo de ver cómo la Corona “vendía” gracias que “compraban” nobleza (Soria Mesa 2007: 217-224); y esta, si verdaderamente era nobleza, lo era de un modo singular porque, en realidad, podría decirse que había sido considerada como un producto de mercado, aunque en el lenguaje jurídico de la época nadie lo for-
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mularía así. Esta tal era llamada ‘nobleza de ejecutoria’, y este término conllevaba ciertas consideraciones que, aunque aceptadas, merecían no ser aireadas en ciertos medios, ni siquiera con la debida prudencia. En aquella sociedad todos podían comprar y vender, pero nadie osaba hacer ostentación de ello. Ni siquiera nuestra princesa, cuyo origen era tan esclarecido y su sangre tan depurada. Porque en estas cosas nunca faltaban chismes y maledicencias, y en la corte y fuera de ella siempre hubo gentes, de entre los grandes, que más que de linajes, cuando hablaban de doña Ana y de su esposo, se referían a las numerosas gracias recibidas desde la Corona; y ello suponía privilegio, eso sí, pero no del todo merecimiento. ¿Alto linaje y grandes títulos de los príncipes de Éboli? Sí, pero algunos recordaban que, en el origen de su línea de linaje, del linaje de la princesa había una manifiesta ilegitimidad, la de su abuelo don Diego Hurtado de Mendoza, hijo adulterino del Gran Cardenal que fue, luego, declarado legítimo por una doble gracia, la de los reyes; por un lado y la de la Santa Sede, por otro. Aquí, pues, operó la gracia regia, y la de Iglesia que, además de perdonar los pecados, limpiaba también la mancha social y moral que ella siempre determinaba. Gracia, pues, en aquella ocasión y gracia después, la que siempre estuvo muy cerca de abuelos y padres, hasta llegar a ser determinante para el encumbramiento en la grandeza de estos señores de Pastrana, los príncipes de Éboli. En el caso de Ruy Gómez de Silva todo, en su vida, llego de la mano de la luz de la Corona; todo fueron gracias: la de paje, la de sumiller, la de confidente y, también, la de consejero; luego, el matrimonio y después, el señorío, los títulos y la grandeza. Y, claro, si en este proceso de consolidación de estatus, hubo gracias y mercedes regias, también hubo, de por medio, mucho dinero y servicios que, desde la lealtad, retribuían a aquellas. En cualquier caso, en la familia de los príncipes empujó mucho más la gracia que el linaje, y eso no pasó desapercibido para muchos, unos enemigos declarados y otros más comedidos (Boyden 1994). Pero, con mayor o menor gracia regia de por medio, la sociedad que le toco vivir a la princesa estaba cruzada por tensiones sociales que, entre otras manifestaciones, amenazaban con abrir brechas en los límites estrechos que separaban los estamentos (Dadson/Reed 2013; 2015; Fernández Alba/Contreras 2013). A mediados del siglo xvi pocos ignoraban que, en amplios sectores de las clases medias villanas, existía la pretensión de escalar posiciones sociales y conseguir el acce-
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so a oficios de entidad política en ciudades, cabildos, audiencias y otras instancias de orden semejante, cuya posesión conllevaba, de inmediato, un estatus de nobleza. Alcanzar tal pretensión exigía, desde luego, sólidos apoyos clientelares; también, en ocasiones, una formación de élite y, por supuesto, disponer de un substancioso patrimonio con el que poder retribuir la gracia regia que se esperaba alcanzar, si su majestad, única instancia que podía hacerlo, se avenía a hacerlo. Tal era el fenómeno de fondo que, como era obvio, no escapó de la atención ni de los juristas ni de los moralistas de turno ni mucho menos, tampoco, de aquellos que se consideraban víctimas de este complejo problema. Porque la discusión que se planteaba era determinar si el acceso a la nobleza lo determinaba el estrecho camino del linaje producto, únicamente, de una gracia de la Corona concedida a esos sectores de capas medias villanas enriquecidas que tanto la deseaban. Y entonces el debate se instaló en medio de la sociedad, asistido, también, de conflictos y tensiones que se manifestaban en escenarios múltiples y que, algunas veces llegaban a los tribunales, y no solamente para pleitear, sino para responder de graves delitos, incluso del de herejía, según decían quienes estaban claramente dispuestos a entorpecer aquel proceso de “ventilación social”. La cuestión teórica se precisaba en torno a determinar la naturaleza conceptual del binomio sangre-virtud; y a ella se entregaron con pasión los intelectuales del momento, sabiendo todos, los de un bando y los de otro, que esas dos temáticas no eran las únicas protagonistas, ni siquiera las principales; porque lo que verdaderamente contaba era saber hasta dónde llegaba la intención regia de otorgar el privilegio de nobleza a expensas de las fuertes demandas del dinero. Para quienes se sentían dañados por este proceso, eran muy evidentes los argumentos que fijaban la virtud en las proximidades del linaje y no en la sola voluntad y el libre albedrío, porque, si se aceptaba esto último, eso suponía asumir el principio propio de un radicalismo universal de la moral (Pérez 1989: 36-37). Y aunque pudiera parecer extraño, muchos entonces creían con firmeza que la virtud tenía orígenes nobles, según designio divino; y, por consiguiente, tal principio estaba inserto en la misma ley natural. Y ello obligaba al noble a ser virtuoso de manera diferenciada, no solo por su linaje, sino por sí mismo, aunque, en este punto no acabara la utilidad de tal condición, sino en la de ser arquetipo de una ética moral y política excelente (Carrasco
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Martínez 2001: 165-186). ¿Suponía eso que la virtud estaba ausente en el orden de la villanía? No, por cierto, porque en ese espacio también había cristianos y algunos muy virtuosos, pero ocurría que, con la nobleza de por medio, la virtud brillaba con más fulgor, como recordaba fray Cristóbal de Fonseca cuando escribía que el “(…) linaje resplandecía sobre la virtud como el esmalte sobre el oro”. Y no convendría olvidar, en esta sentencia de fray Cristóbal, la palabra “resplandecer”, acción fundamental que posibilitaba que el linaje se añadía a la virtud, porque dado que esta, la virtud, como joya valerosa que es, suele estar muy escondida, es precisamente el linaje lo que permite a su titular parecer lo que se es verdaderamente; porque, contra los que ahora se empeñaban en decir que, en estos tiempos, lo que mandaba, sustancialmente, era el tener o el no tener, en la cultura conservadora del linaje unido a la virtud, lo que debía regir el mundo eran esos dos valores debidamente representados en el escenario público, porque entonces así tenía plena justificación la apariencia; y eran, estas consideraciones, las que permitían también asumir, sin complejos la cultura de la ociosidad y del gasto, como inversión necesaria, en el espacio público por donde únicamente podía pasearse el linaje dando imagen a la virtud que se le suponía. Estos habían de ser los signos evidentes y necesarios que marcaban la diferencia respecto de los otros, de los que vivían de sus manos o de su inteligencia, pero no del honor y de la honra. Claro que muchos de estos últimos eran virtuosos, pero en ellos la falta de linaje anulaba los efectos públicos de la virtud que, por su ausencia, quedaba impedida de realizar las acciones que, en la tradición histórica, otorgaban prestigio. “Bien sé —escribía fray Benito Guardiola, firme defensor de esta filosofía—, que hay hombres de baxa casta en quien se hallan suaves y excelentes virtudes y de gran firmeza; más en fin la nobleza tiene grande dignidad y importa mucho para mover a obras heroicas y cosas famosas” (Guardiola 1591: 132). Que la nobleza tenía tales atributos que justificaban sus privilegios era obvio, y muy pocos, casi nadie, elaboró argumentos que justificaran su desaparición. Las críticas venían por la oposición que desde dentro del estamento se generaba para impedir el acceso; tal oposición siempre fue cerrada, pero nunca, como ahora, se hizo con tal intensidad y virulencia; y tampoco nunca la presión, para acceder hacia arriba, fue tan intensa como en estos tiempos. La base conceptual que sirvió para justificar tales aspiraciones ascendentes fue la apuesta de
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muchos moralistas por abanderar un discurso igualitarista que se basaba en la complementación del binomio virtud-riqueza. En tal binomio insistieron muchos de estos tratadistas interpretando, desde sus postulados conceptuales, una realidad tangible percibida como evidente desde la segunda mitad del siglo xvi. El fenómeno básico era la crisis de rentas que afectaba a una buena parte de amplios sectores de la nobleza, principalmente de la nobleza media y baja, la de hidalgos y caballeros. Contrastaba este declive con la fuerza y la prestancia con que se manifestaban algunos grupos sociales, de variada condición, asentados en las ciudades, todas gentes ubicadas en la villanía, pero favorecidas por el impacto de las formas de un inicial precapitalismo de mercado. Los moralistas detectaron el contraste y, aunque no supieron analizarlo en su totalidad, sí percibieron sus efectos sociales más espectaculares: el desparpajo de las críticas que nacían en la villanía y la desmoralización de la baja nobleza rentista. “Caballeros de linaje los hay que los vemos —escribía fray Antonio Álvarez en su Silva Espiritual— que traen sus casas deslucidas y desmedradas y que todos ellos andan alcanzados, rendidos a mercaderes y apenas bien mantenidos” (Álvarez 1951: 487). Sagacidad en el análisis la de este religioso que percibe, con claridad, la dicotomía entre la economía de la renta y la del mercado: “(…) andan alcanzados —dice— y rendidos a mercaderes” ¿Quiénes? Los que no supieron adaptarse al proceso de cambio y optaron por un gasto social excesivo que fue devorado por el proceso inflacionario. Es algo muy conocido, pero muy poco recordado. Apareció el dinero bajo la modalidad de mercancía, no como tesoro, y “contaminó” todo el orden de los estamentos multiplicando las diferencias en el interior de los mismos. Porque, decían algunos con crítica mordaz, el linaje, en ningún caso, es un absoluto; hidalgos y caballeros presumen constantemente de linaje, es cierto, pero el suyo apenas se asemeja al de los señores ni menos al que se asienta en la grandeza. Porque, era verdad que, por mucho que se hablase de linajes, el dinero también operaba en el seno de la sociedad de ordenes donde, también unos y otros, estaban determinados por el dinero, que, por entonces, podía ser tan plebeyo, como hidalgo y que, incluso, llegaba a ser principesco. Lo poetizó, así, el gran Lope en la Prueba de los Amigos: “El dinero es todo en todo/ Es príncipe, es hidalgo, es caballero/ es alto rango, es descendiente godo”.
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Tal era la fuerza del dinero que emergía desde precisos grupos sociales que creían estar capacitados para merecer la estima que solo el honor, adscripto a la nobleza, otorgaba; porque ni a ellos ni a sus predecesores, según lo proclamaban a voces, les había faltado la ascética de la virtud; ¿qué razón había, entonces, para obstaculizar el proceso de ascenso? Nadie podía sostener que los méritos personales se contradecían con la riqueza; y por eso el proceso resultaba imparable porque, además, su majestad había entendido la utilidad pública que estas gentes representaban para la felicidad del reino. Y ahí se les veía, armados con todos sus méritos; asistiendo, como arrendadores de las rentas de las ciudades, controlando sus ferias y mercados, apareciendo con sus vástagos por las universidades, que pronto se licenciarían en Derecho y Teología para, inmediatamente, ocupar los oficios de justicia de corregimientos, audiencias y chancillerías; en todas y cada una de estas instancias, estos recién llegados presentaban cartas de ejecutoria donde se precisaba la gracia regia que los ennoblecía; naturalmente, en cada expediente figuraban los correspondientes informes genealógicos que garantizaban una sangre limpia. Y en toda esa aventura se había empleado mucho dinero; porque revisar la naturaleza de huesos enterrados, a través de la opinión y del recuerdo, suponía acomodar muchas vanidades y retribuir muchas venganzas. Es la historia de la maledicencia, que se convertía en norma a su paso por los tribunales; es la historia que algunos de nosotros hemos trabajado. De todos aquellos aspirantes, los más afortunados fueron los que, por sus méritos y, también por la operatividad de sus respectivas clientelas, habían alcanzado la condición de llegar a ser los ministros de los altos tribunales se su majestad, donde, a su desempeño como magistrados, se añadía, también, la función de consejeros. Ahí, en esas instancias, residía la verdadera influencia y donde la diferencia alcanzaba su mayor notoriedad. Allí los magistrados “convivían” con los consejeros que habían crecido en el espacio doméstico del príncipe. En tales altas instancias la polémica sobre la sangre y los linajes apenas se hacía oír por más que algunos, desde la intriga palaciega, la predicaran a voces. En ese marco complejo, el historiador encuentra la figura de Ruy Gómez de Silva. En efecto, en su currículum, el linaje apenas tuvo valor alguno; se trataba de un linaje limitado a una nobleza muy segundona y, además, originaria de otro reino. No fue aquí, en este punto, donde la Providencia colocó a Ruy, sino en la proximidad
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doméstica del príncipe, espacio en el que aprendió a dar consejos y a ser confidente; funciones tradicionalmente reservadas a las casas de la grandeza. A diferencia de ellos, Ruy aprendió su oficio de consejero en medio del escenario donde operaban las clientelas cortesanas. Allí conoció al gran Francisco de los Cobos y formó parte de su área de influencia; después vino el tiempo de Gonzalo Pérez, el clérigo aragonés de genealogía oscura a quien Ruy prometió, cuando llegó su ocaso, apadrinar a Antonio Pérez, su famoso hijo. Fue en esa malla compleja donde Ruy asentó su alta posición manejando, con agudeza, los azares de la fortuna, la diosa caprichosa que siempre jugaba, a la mudanza, con la voluntad del príncipe. Todo eso lo aprendió allí Ruy Gómez, no sin conocer, también, los desaires de quienes despreciaron su humilde origen portugués cuando, por ejemplo, le fue denegado, por la Cámara de Su Majestad, el título de “don” que había solicitado para crecer en los niveles de la nobleza castellana. Entonces nuestro hombre aprendió cómo el rencor podía crecer en muchos consejeros-letrados que, como él, habían intentado en vano alcanzar el rango de los señores de vasallos, ese deseado nivel que otorgaba jurisdicción. No podría negarse que en todas estas personas de tan alta condición subyacían ideas y pensamientos que podía entenderse como “igualitarios”, y que algunos espíritus más liberales se atrevieron a escribir y publicar en tratados de éxito. Uno de estos, quizá el más notorio fue Furió Ceriol, en cuyo tratado Concejo y consejeros del Príncipe se expresa, de manera precisa, la antropología cultural de estos letrados, altos oficiales y servidores del príncipe (Furió Ceriol 1973). Para Furió Ceriol, siguiendo algún eco de Maquiavelo apenas perceptible, no había criterio más importante para ocupar el alto honor de ser consejero que la virtud y el conocimiento; en consecuencia, era censurable introducir otros elementos en su elección, tales como la procedencia de un país u otro. Mucho menos aceptable sería si la elección estuviera determinada por la casa, el linaje o la sangre que tuviera el candidato. Para este tratadista, respetuoso de la autoridad del príncipe, las exigencias que impone la sociedad de órdenes suponen un notorio arcaísmo, asistido de un “igualitarismo radical” que para Henry Méchoulan, el conocido hispanista francés, en Furió Ceriol, admirador de Erasmo, antecede la tradición ilustrada del siglo xviii. Para él no podía haber en el mundo más que dos categorías de hombres: la de los buenos
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y la de los malos, y solía ocurrir que, entre los de la primera condición, apareciesen gentes que los valores de entonces catalogaban de perniciosos, es decir, judíos, moros, paganos o cristianos de otras confesiones. Este radicalismo, el de Furió Ceriol, fue excepcional, desde luego, pero no puede decirse que no fuera comprendido, e incluso imitado, por otros tratadistas morales del momento. No parece que sea imposible detectar, como el profesor Hernando Franco ha hecho, resonancias de este tal “igualitarismo” en las posiciones intelectuales de quienes se pronunciaron contra los estatutos de limpieza, en cuyas tesis subyace siempre un discurso moral que hace complementario el binomio virtud-riqueza2. Así lo hizo, por ejemplo Pérez de Moya, un canónigo y matemático de renombre que, como buen intelectual, no quiso renunciar a la polémica sobre las preeminencias del honor: “Es argumento de poco valor —escribía— el que con los buenos hechos del pasado sin ningún propio, alguien pretenda enriquecerse. Los hechos del pasado no hacen a uno más ilustre de lo que sus propias obras lo hicieron. A fin de cuentas es mejor ser virtuoso que, siendo vicioso, venir de los godos” (Pérez Moya 1584). Rotundas razones estas que situaban al honor y la honra, no en el plano de la ley natural, sino en el del consenso social; honor es, siguiendo a Aristóteles, lo que nos damos los unos a los otros en tanto que en ello nos reconocemos. Un honor, pues, virtuoso que es resultado de obras virtuosas; en esto debe consistir nuestra ascética virtuosa y por la que podemos merecer la estima; por consiguiente, en estos asuntos nunca se puede poner el carro delante de los bueyes, es decir, el linaje, la sangre y la antigüedad, delante de la virtud. Esto asentado, naturalmente que era correcto criticar los comportamientos inmorales que, a causa de la codicia y la ambición, se veían en muchos villanos que, sin escrúpulos, adquirían hábitos, ejecutorias, encomiendas, hidalguías y otros oficios de honor y honra. Aquello era deshonesto no por la aspiración, que era legítima, sino por convertir el honor y la memoria en mercancía. Así opinaban, también, muchos que compartían la desazón en la que vivían amplios sectores de la nobleza media y baja, muy castigados por los efectos del mercado; en ellos se manifestaba un profundo descontento que no dudaba en usar la crítica más acida para acusar, incluso a la Corona, de ser la causante de la ruina 2.
Un estudio completo y minucioso sobre estos fundamentales aspectos, puede verse en Hernández Franco 1996 y 2011: 125-154.
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social y moral que afectaba a todo el reino. Y fue en las Cortes donde, con frecuencia, algunos diputados alzaron su voz para denunciar que muchos hidalgos y caballeros eran desplazados del espacio de la gracia y de las mercedes regias, donde siempre fueron reconocidos, para contemplar, ahora, cómo “(…) se ven excluidos del gobierno y negocios de la Monarquía, los cuales andan por otras manos, muy al contrario de lo que fueron sus mayores”. Argumentos como este se oyeron con frecuencia en las Cortes castellanas de finales del siglo xvi y a lo largo también, pero menos, de la siguiente centuria. Y las quejas describían bien lo que pasaba, “que los negocios mayores de la monarquía andaban en otras manos” (Alamos Barrientos 1990: 26-27), las de letrados, las de ricos caballeros con hábito de ejecutoria y las de consejeros ennoblecidos, todos muy cerca de la Corona, porque aquí también se estimaban, además de todas las virtudes que la tradición había definido, el valor de la riqueza conseguida por la destreza y no solo por el privilegio derivado de las hazañas y “grandes trabajos” que se hicieron en el pasado. Y sin riqueza no podía haber honor; tal fue la conclusión más certera, y más determinante también, sobre la que se levantó la resistencia de aquellas capas inferiores de la nobleza, la que organizó la plataforma de los estatutos de limpieza. Honor sin riqueza suponía una gravísima afrenta social; significaba vivir en un tormento que abrumaba, por lo cual no cabía hacer otra cosa que fomentar el disimulo si el dinero escaseaba, y si eso ocurría, el prestigio se perdía irremediablemente; por ello se hacía constante publicidad de la resistencia en orden a disociar lo que estaba íntimamente asociado: que dinero y honra andaban juntos. Una personalidad tan atenta a la realidad social como era Teresa de Ávila explicaba esta relación desde la perfecta concordancia que, en ella se producía, entre su pensamiento y su propia vida; así lo explicaba en su Camino de perfección: “Tengo para mí que honra y dineros andan juntos y que quien quiere honra no aborrece dineros, y que quien aborrece dineros que se le da poco de honra. Entiéndase bien que me parece que esto de honra siempre trae algún interesillo en tener rentas y dineros, porque por maravilla, o nunca, hay honrado en el mundo si es pobre, antes, aunque en sí sea honrado, le tienen en poco” (Teresa de Jesús 1998: 21). Honrados y ricos; eso sí, todos cristianos; en este discurso narrativo cristalizaron los valores del medio que “representaba” Teresa. Valores encarnados, principalmente, en el mundo urbano de las ciudades donde, mucho más que en zonas rurales, era posible que la virtud y
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la riqueza se empadronaran en los derechos de vecindad, condición política inexcusable para alzarse hacia los cargos principales de los regimientos urbanos que, de inmediato, hacían posible el acceso directo al orden noble. Las estructuras urbanas posibilitaron ese proceso de trasmutación genealógica que ensayó varios caminos, pero que tuvo, en los matrimonios mixtos, su expresión más efectiva y, también la más conocida (Guillén Berrendero 2014: 217-228). Recuérdese, por ser paradigmático, el caso de la Sevilla del 500, donde, sobre todo en su segunda mitad, resultaba casi ordinario cómo ricos comerciantes llevaban a sus hijas a matrimoniar con los vástagos de los caballeros veinticuatro del regimiento de la nobilísima ciudad; o también en el Valladolid que nos contó Bennassar donde, igualmente, el dinero de la mercaduría vallisoletana conseguía emparentar a sus hijas con los caballeros de la ciudad, muchos de ellos, ya, con encomiendas no hacía mucho tiempo adquiridas. Honrados, ricos y ennoblecidos y jugando a la política urbana, sobre todo cuando se “negociaba” con la Corona. Alto prestigio y suprema condición. Claro que la frustración política que manifestaba la publicidad desplegada por los partidarios de la limpieza, encabritados y ofendidos, con cierta frecuencia se hizo incomoda e, incluso, hasta peligrosa; pero a la postre la mayoría de sus manifestaciones no fueron más que lamentos de impotencia. Las cosas se fueron orientando hacia una síntesis final en la que el trío honor, virtud y riqueza, bajo el denominador principal de lo cristiano, se ennoblecía indefectiblemente porque, a la postre, no era posible imaginar algo distinto al sistema de órdenes. Teresa conocía muy bien a estas gentes; fueron sus principales donantes; aunque en sus conventos reformados rechazase a beatas que, como doña Ana de la Cerda, no podía nunca dejar de ser princesa. Bibliografía Alamos Barrientos, Baltasar ([1598] 1990): Discurso político al rey Felipe III al comienzo de su reinado. Edición de Modesto Santos. Madrid: Arthropos. Álvarez, fray Antonio (1951): Primera parte de la Sylva espiritual y varias consideraciones. Valencia: Felipe Rey. Arce de Otalora, Juan (1559): Summa nobilitatis hispanicae et inmunitatis regiorun tributorum. Salamanca: Andrea Portonaris.
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I. Interpretaciones sobre su papel: las huellas
Ruy Gómez de Silva o Rui Gomes da Silva: la idea detrás del hombre El único, el cortesano, ¿el héroe? José Antonio Guillén Berrendero Universidad Rey Juan Carlos
“Y, a decir verdad, en todos los Estados se ha entregado siempre buena parte de la autoridad a la suerte” Michel Montaigne, Ensayos
Introducción ¿Quién yace en un libro que conmemora el nacimiento o la muerte de un personaje histórico con cierta trascendencia? Muchas respuestas se nos antojan adecuadas para esta pregunta. El personaje, el relato sobre él o la recepción del mito que creó, generan una tensión que fragmenta en muchas dimensiones lo que se pueda o no decir sobre él como identidad particular o como remedo de un tiempo. Las páginas que siguen no son una biografía al uso, otros ya lo han hecho1; tampoco se ofrecen novedosas aportaciones, pues para contrariar la máxima afirmada por François de la Rochefocauld, “el interés mueve toda clase de virtudes y de vicios” (Rochefocauld 1678: 5). En nuestro caso, la razón que preside estas páginas es mostrar imágenes de Ruy Gómez de Silva usando los instrumentos de comunicación que su contexto inmediato ofreció. La amplia gama de documentos y textos que dejaron un rastro sobre su dimensión haría imposible, en estas breves páginas, 1. La primera referencia vital la encontramos en el denominado Discurso de la vida de don Ruy Gomez de Silva, que se encuentra en el manuscrito 4333, fols. 119120 de la Biblioteca Nacional de España. La segunda referencia cronológica y pseudo-biográfica la encontramos en la obra de Luis Salazar y Castro (1685). En el siglo xviii, aunque no se llegó a imprimir hasta el xx, encontramos también una interesante referencia biográfica sobre él en la obra de Diego Gutiérrez Coronel (1946) y, finalmente, la obra de James M. Boyden (1995). Recientemente, su figura ha sido tratada desde diferentes prismas en obras como la de Guillermo de Rocafort (2007).
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mostrar algo más que pinceladas. Ruy Gómez y estas notas que aquí ofrecemos sobre él serían más bien una suerte de “nobleza escrita” y “descrita” en la doble o triple condición de su persona que anunciamos en el título. Ruy o Rui, Gómez o Gomes, son formas que, más allá de denominar al personaje, nos adentran en la eternidad de su nombradía y en la complejidad de analizar una figura entre dos reinos y entre dos lenguas. El tema de la fortuna historiográfica de Ruy Gómez es complejo y mucho más el de las razones para crear una memoria sobre él2, pero en el tiempo de su conmemoración resulta fundamental hacer una reflexión preguntándose cuáles eran los planos de actuación de un individuo mediante sus propias experiencias vivenciales. Este Ruy Gómez que queremos ver en pijama para poder vestirlo con las ropas de noble, posibilista y gestor de su propia vida, navegando entre dos reinados, es el representante de una generación y el agente de un modo de ser político y cortesano surgido en la Europa postCastiglione. En virtud de la naturaleza del personaje, se puede anunciar el triunfo absoluto de un modo de entender la política, la corte, la vida o la muerte. Lo sublime de este tipo de ejercicios intelectuales radica en seguir las huellas y el hilo rojo de la memoria que aparecen ahora como entramados esenciales para la labor del historiador. En este sentido, cuando se intenta articular la biografía personal, política o cortesana de un noble del siglo xvi es importante tener en cuenta la tradicional discusión sobre la “teatralización” de los caracteres personales y la interpretación que en el juego de su tiempo pugnaron determinados personajes históricos. Los “corazones nobles” de Edmund Spencer, explicados en su Faerie Queen, pueden suponer una suerte equívoca en la resonancia de la imagen de un noble del Renacimiento que se siente a medio camino entre el optimismo tardo-humanista y la compleja realidad de un contexto político (la corte) en el que los humores obligan a teatralizar los sentimientos en un ser cortesano-político explicando las virtudes del teatro aristocrático que se convertían en máximas sobre la gloria y la excelencia. En este sentido, el habitus político-cultural de la nobleza castellana del siglo xvi se puede rastrear en la acción de individuos como Ruy Gómez de Silva o Rui Gomes da Silva. El primero 2.
Remitimos al texto de Francisco Precioso en este mismo volumen.
RUY GÓMEZ DE SILVA O RUI GOMES DA SILVA
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es el privado, mientras que Rui sería el menino llegado a la corte de Carlos V en el séquito de la emperatriz Isabel. Hace algunos años, Carlos Thiebaut escribía un ensayo sobre la historia del nombrar y las subjetividades proyectadas a la hora de realizar tal ejercicio (Thiebaut 1990: 33-77). Sin ninguna duda, al nombrar, o clasificar, emitimos un acto intencional que pretende rescatar en lo nombrado su esencial diferencia. En el caso de los personajes históricos como Ruy Gómez de Silva los diferentes calificativos empleados por los historiadores sobre su labor política intentan dibujar su identidad individual y ponerla en relación con su tiempo histórico y su estatus social. Si atendemos a la única biografía que existe completa y rigurosa sobre su figura y analizamos el índice de la misma, comprenderemos el esfuerzo intelectual de comprender a un hombre en su difícil contexto histórico3. La obra de Boyden está estructurada en una lógica división del nacimiento del personaje histórico (desde La Chamusca hasta su elevación al rango de privado de Felipe II). Un segundo bloque se centra en los años de la caída y de la retirada hasta su fallecimiento, analizando en una conclusión la relación personal entre el privado y el soberano. La visión de este personaje histórico ha ido ganando peso específico a medida que se construían nuevas esferas para dibujar y perfilar su identidad y ha ido ganando peso su identidad como político, intentando ver siempre en él a un precursor de los validos del siglo xvii4. Obviamente, esta interpretación de Ruy estaba muy influida por los estudios de la corte y las nuevas corrientes historiográficas de interpretación de la razón de Estado. Debemos, por lo tanto, aceptar que todas las construcciones realizadas sobre la identidad política de Ruy Gómez parten de aquella inicial de Boyden en la que se resaltaba su poder y por la cual se indicaba que con él se vendría a romper la tendencia más políticaburocrática que parecía iniciar la monarquía con Felipe II (Boyden 1995: 64), lo que confirma el epíteto de ‘único’ con el que le hemos “nombrado”, pues, como el propio Boyden lo definió, es el “único verdadero privado de todo el siglo xvi” (Feros 1997: 63). Parece claro que esta privanza fue favorecida por el matrimonio con doña Ana de Mendoza en 1554. Ruy Gómez, que había inicia3. 4.
Véase James M. Boyden (1995). Véase, a este respecto, el artículo de Antonio Feros (1997).
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do su viaje a Inglaterra acompañando a Felipe II, se casó con Ana in absentia5. Este hecho era una manifestación más de los esfuerzos del perfecto cortesano en que se estaba convirtiendo el lusitano y que se hallaba emparejado a las obligaciones que, como sumiller de corps, le estaban atribuidas también. La nobleza comenzaba a profesionalizarse y a concretizar su proceso de adaptación a la nueva realidad sociopolítica de su tiempo, más allá de esas “alianzas curiosas” (Rodríguez Salgado 1992: 41-42) que al parecer se quebraron desde 1555 y que, con la subida al trono de Felipe II en 1556, parecieron abrir el escenario propicio para evidenciar la condición nobiliaria-cortesana de Ruy. Mementos Si los monumentos o las tumbas de los personajes ilustres nos dicen algo o, como decía Nooteboom, “las tumbas son ambiguas” (2007: 13), un estudio biográfico sobre un personaje como Ruy Gómez de Silva no debe comenzar donde nació, sino en el lugar en que reposan sus restos mortales, y dejar de lado las palabras de Víctor Hugo —paradoja traer aquí al hijo del general Hugo, que tanto hizo por “conservar” la memoria de la nobleza en Guadalajara— cuando decía que “[...] en los actuales momentos de lucha y de borrasca literaria, no sabemos si son más dignos de compasión los que mueren que los que viven peleando”. En cualquier caso, Ruy Gómez yace en la colegiata de Pastrana, tras su fallecimiento en Madrid el 29 de julio de 1573. Y es este el primer fundamento sobre la propia concepción del individuo del que aquí vamos a trazar una serie de líneas de acercamiento e interpretación; el noble que tiene su morada eterna en la cabeza del ducado que le fue concedido a él como señor e “hidalgo de solar conocido”. El mismo que en su testamento indica, como era precedente, que era “Príncipe de Éboli, Duque de Pastrana, Sumiller de Corps de Su Magestad e de sus Consejo de Estado é Guerra, Clavero de la Orden y caballería […]”. Indicaba además su voluntad de ser sepultado en la iglesia de “mi villa de Pastrana, que yo é la Princesa doña Ana de Mendoza é de la Cerda, mi mujer, con autoridad apostólica, avemos fun-
5. Hay una reciente interpretación de este matrimonio en Trevor J. Dadson/Helen H. Reed (2015: 75-120).
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dado en la dicha villa”6. Esta realidad, este hecho y la confirmación de su muerte por parte de dos embajadores venecianos y que es recogida por Boyden7, confirmaban el paso de personaje único, de cortesano, al de héroe, y alimentaba el nacimiento del personaje historiográfico. Ruy Gómez de Silva es un personaje único; es un cortesano esencial y singular en el desempeño de sus funciones en las cortes de Carlos I y Felipe II; pero aún cabe colocar una cuestión que se nos antoja adecuada dado el acontecimiento que este libro viene a conmemorar, ¿fue este noble lusitano un héroe? El espíritu general que preside el ideario de un héroe se basa en cierta confirmación vital sobre un conjunto de calidades que, pasado el tiempo, pueden convertirse en una suerte de definición de un arquetipo. Pero también pueden ser interpretadas como la opción de un individuo que trata, mediante un comportamiento unitario, de representar la función social que da sentido a su propio predominio. En este sentido, la vida de Ruy Gómez está presidida por cierta armonía política desde su entrada en la Casa Real y los diferentes oficios que desempeñó antes de su ascenso al favor de Felipe II hasta su fallecimiento, convirtiéndolo en un hombre de la Monarquía de España; geografía política y física que recorrió de manera permanente como esencia de su condición de noble y servidor palatino y que le permitió gozar de las preeminencias de un titulado castellano y de las ventajas jurisdiccionales de su condición de “héroe” nobiliario. La posible interpretación, clasificación, de la acción política de Ruy Gómez presenta tres elementos que pensamos centrales y que pueden resaltar la subjetividad de los actos y de la interpretación que se le ha dado. En primer lugar, considerándolo como único, esto es, un individuo con rasgos y peculiaridades propias; en segundo lugar, como un artífice de poder en el ámbito cortesano y, finalmente, pretendemos realizar una coda final interpretando su esencialismo como un trasunto del héroe nobiliario concebido y construido como tal por sus contemporáneos y todos aquellos que narraron su vida, tanto desde un punto de vista histórico, como romántico. Andrés Trapiello, en una conferencia pronunciada hace algunos años, indicaba que “cada libro
6. Codoin (1870: vol. LVI, 5-6). 7. Boyden (1995: 1-2) recoge la opinión de los diplomáticos venecianos sobre sus últimos días y los efectos de la enfermedad que padeció.
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necesitaba su lector”; ocurre algo parecido con los protagonistas de la historia, quizá cada cortesano, cada miembro de la nobleza, necesite su historiador. No obstante, en las páginas que siguen, abordaremos el Ruy Gómez de Silva que fue cortesano, líder de una facción, y al desdibujado personaje ante la fuerza del mito “romántico” que se estableció en torno a su esposa, la princesa de Éboli, circunstancia que, en cierto modo, redujo su papel como señor territorial y futuro grande de España. Parece obvio que Ruy Gómez formaba parte de la generación de “funcionarios” de la Monarquía de Felipe II que, desde el servicio directo dentro de las diferentes casas reales montadas ad hoc en las diferentes coyunturas, fue creando una reputación en torno a sí mismo, lo que, por otra parte, venía a confirmar la permanente necesidad de mudanza en la jerarquía nobiliario-cortesana durante el reinado de Felipe II. En su figura se concitan todas las esferas de legitimación y justificación del poder y preeminencia social y política de la nobleza europea de su tiempo; a saber, una herencia familiar más o menos importante; una actividad de servicios militares y personales muy efectiva; la cercanía a la figura del soberano y, en paralelo, una acertada política matrimonial tutelada por el propio Felipe II. Su acercamiento al linaje mendocino en la figura de doña Ana le permitió, no solo superar el umbral de su destino familiar, sino que avanzó en eso que Moreno de Vargas denominaba las “mudanças en los linages” (Moreno de Vargas 1622: f. 21). Vanidad, servicio, rango, excelencia. Resulta obvio que la figura de Ruy Gómez es un connotado ítem de la vieja imagen del Templo de la Honra, siendo un claro ejemplo de la necesidad de respetar y garantizar el orden social existente. Ruy Gómez y su trayectoria vital no parecían ser un peligroso ejemplo, al contrario, podemos considerarlo un modelo de cortesano que respetó las normas de los principios de movilidad cortesana limitadas a cada miembro, una movilidad proporcionada y respetuosa (Álvarez-Osorio 2002: 49). De hecho, quizá buena parte de la acción de hombres como él podría considerarse como un claro ejemplo o manifestación de determinada liberalitas nobiliaria, dentro del axioma defendido años después por el rey de armas, Juan Baños de Velasco, sobre la nobleza generosa8 y que estaba explicitado 8.
Véase la obra central del rey de armas, titulad L. Anneo Seneca, ilustrado en blasones políticos y morales (Baños de Velasco 1670).
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en la tratadística nobiliaria de su tiempo, pues viraban sus argumentos hacia la idea de supremacía de la nobleza de sangre y la predisposición de esta hacia el buen servicio. Por lo tanto, serán la virtud y el honor los elementos basilares para explicar la condición de perfecto servidor de un cortesano-noble durante el reinado de Felipe II, como resaltó Juan Benito Guardiola en su Tratado de nobleza, publicado en 1591 y dedicado al futuro Felipe III. Juan Benito Guardiola, monje benedictino, calificaba a la nobleza como el más excelente de los bienes exteriores que un individuo podía alcanzar; y aseguraba que esta nacía de la virtud y tenía como consecuencia la honra (Guardiola 1591: f. 2). Esta definición aristotélico-tomista encaja perfectamente con las consecuencias sociales que parecían derivarse del ejercicio de determinados oficios en la esfera cortesana y se confirmaba en la definición canónica que de nobleza circulaba entre los teóricos y la propia administración de la Monarquía de Felipe II. Siguiendo a Bartolo de Sasoferrato, “es vna calidad concedida por el más principal, mediante la qual se demuestra acepto y agradable que todos los honestos plebeyos” (Guardiola 1591: ff. 6v-7r) o, lo que es lo mismo, la consideración de un individuo como acepto y agradable, era para el benedictino, señal inequívoca de la posesión de privilegios y prerrogativas (Guardiola 1591: f. 8r.). Esta idea continuaba con la tradición castellana que autores como Mexía y Otálora defendieron años antes relativa a la inherente condición de la nobleza como una realidad biológica-linajista y que estaba adornada por todos los privilegios concedidos por el príncipe y se mantuvo inalterada hasta el siglo xviii, sin ninguna excepción. Por lo tanto, Ruy Gómez de Silva recoge en su persona la sangre, el servicio-mérito y la concreción de todo ello en una suerte de privilegios personales, territoriales y simbólicos que le convirtieron en protagonista de su tiempo. Desde 1559, fecha en la que parece alcanzar su cenit, inicia una carrera política, nobiliaria y cortesana que le permitió adquirir honras y títulos como el principado de Éboli, lo que le facilitó, además, la posibilidad de formar parte del estrato superior de la ficticia pirámide jerárquica de la nobleza castellana y europea de la segunda mitad del siglo xvi. Ser amigo del Rey Prudente y esposo de Ana de Mendoza y de la Cerda podrían ser elementos suficientes para garantizar un cursus honorum específico. La verdad es que en su caso y en el de otros se-
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cretarios, favoritos o privados del entorno cortesano, estos elementos parecen ser capitales para explicar determinadas biografías políticas9 y constituyeron, a posteriori, los elementos necesarios para construir las biografías arquetípicas de los servidores del soberano y que a su vez parecían repetir, en sus actos, aquellas cuestiones que Antonio de Guevara trató en su Libro llamado aviso de privados y doctrina de cortesanos (Valladolid, 1539), dedicado a otro de esos secretarios que construyeron un modelo de gestión de los asuntos políticos en la corte de Carlos V, Francisco de los Cobos. Ruy Gómez de Silva y su acción política dentro de la llamada “facción ebolista”, acompañado por Eraso10, fue un activo político en las acciones de la corte; en los problemas de Italia, en los asuntos de Flandes y en el entramado cortesano. Para poder ejercer esta dimensión de poder, resultaba obvio que el monarca reconociese la nobleza, —en el caso de Ruy Gómez es la condición de fidalgo portugués—. En cualquier caso y para comprender el creciente predominio y las razones por las que le fueron concedidas tantas prerrogativas de nobleza, tanto si estas radicaban en su origen, en la autoridad regia ex novo o en la confirmación de un conjunto de virtudes familiares, parece que en su persona se concitan todos los elementos que se convirtieron en una suerte de elementos esenciales y que permitieron la cada vez más necesaria cercanía al poder del príncipe dentro del sistema del honor en el siglo xvi, pues dicha cercanía garantizaba una correcta y perfecta circulación de honores y valores11. Será esta proximidad el vector principal del honor, que es la base de toda la argumentación que gravita sobre la narración historiográfica realizada en torno a la figura de Ruy Gómez de Silva. La fama es el aula esencial en el que se define y sostiene el papel de un individuo como Ruy Gómez de Silva; tanto en tu tiempo como en sus “des-tiempos”. Las iniciales dificultades de acceso y estabilización cortesana del súbdito portugués en la corte Habsburgo en Madrid podrían parecer, inicialmente, una suerte de reto de difícil superación sin 9.
Sigue siendo válido aún el detallado estudio sobre el entorno político de los secretarios de Felipe II realizado por José Antonio Escudero (1976) o la monografía del mismo autor sobre Felipe II (2002). 10. Véase José Martínez Millán (1992). 11. Véanse a este respecto los estudios recogidos en Asch/Birke (1991). También resulta muy útil la consulta de Mozzarelli (1985).
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el apoyo y estrategia adecuada, y la natural ambición del cortesano. Esta última debiera ser un arma más para vencer el desconcierto que Lucrecio, protagonista de la obra Aula de cortesanos, de Cristóbal de Castillejo (Madrid, 1573) pareció sentir12. Las imágenes del cortesano perdido en la corte ya fueron tratadas también por el profesor Martínez Millán13 y su aplicación a las peripecias vitales de Ruy también ha sido ampliamente analizada por otros estudiosos14, pero es momento de recordar que el servicio al monarca era un rasgo esencial de la propia condición nobiliaria, algo así como el ADN esencial del perfecto noble en la Europa de la Edad Moderna. Ruy posee, además de esta dimensión cortesana, el demiurgo de un emporio tecnológico-comercial en Pastrana, protegiendo o llevando moriscos como ya ha sido estudiado recientemente15. El único Lo político y la gestión de los asuntos de la política durante la Edad Moderna pueden tratarse como una suerte de culminación del yo que gestiona tanto los negocios de la Monarquía como los propios con una fortuna no siempre bien desdibujada. En este sentido, la vida del portugués nacido en Chamusca en 1516 y llegado a Castilla en 1526 fue sin duda la suma de diversos azares y elecciones posibilistas en el momento mismo de tomarlas. Sus orígenes familiares, nieto de Ruy Téllez de Meneses y Silva, que era mordomo mor y gobernador de la casa de Isabel de Portugal, le permitieron acceder rápidamente a los ambientes de servicio doméstico de la misma en su viaje matrimonial a Castilla. Posteriormente, la evolución de las estructuras del servicio doméstico permitió a Ruy Gómez ir ocupando diferentes puestos y oficios16. Por todo ello cabe 12. Álvarez-Osorio (2002: 63-64) presta atención a este texto. 13. Véase, sobre todo, Martínez Millán (1996). 14. Podemos destacar entre ellos a Helen Nader (1996), y al ya citado James M. Boyden (1995). Remitimos a los textos de Esther Alegre y Trevor Dadson en este mismo libro. 15. Es importante señalar en este punto el trabajo de Prieto Bernabé (1988), y recientemente, Alegre Carvajal (2003). 16. Sobre todo este entramado, véase Martínez Millán/Carlos Morales (1998: 387388). Del mismo modo, la mejorada biografía que los mismos autores realizan en el Diccionario Biográfico Español (2013: vol. XII, 584-588).
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hacerse una pregunta: ¿fue Ruy Gómez de Silva esa suerte de hombre capaz de gestionar tanto la gratia propia como la que de su soberano de tal modo que sus rivales se convirtieran en sus aliados, como afirmaba Luis Cabrera de Córdoba? La conocidísima declaración del embajador veneciano Baodero de 1577 sobre Ruy Gómez lo describe de este modo: Rey Gómez porque parece que nunca ha habido privado alguno que haya disfrutado de tanta autoridad ni sido tan estimado de su soberano como éste […] Siendo la verdad que merece el puesto que ocupa y el grande y completo amor que S.M. le manifiesta, porque después de Dios, no tienen otro pensamiento que la felicidad del Rey, por lo cual se supone que no tardará en hacerle Duque o Príncipe. Su índole es tan noble, que pocas veces suele encontrarse la naturaleza tan generosa en este punto17.
Esto debe hacernos suponer no ya las incomparables cualidades del joven portugués, sino los elogios que en clave política parecía encerrar tal calificación. Verdad, historia, conveniencia discursiva, relato… La inmediatez de los acontecimientos narrados por el embajador, junto con la recreación que el paso del tiempo ha hecho del personaje, nos coloca ante verdaderas dificultades de análisis e interpretación de la vida y obra de Ruy Gómez. En la obra que el cardenal Álvaro Cienfuegos escribió sobre san Francisco de Borja se dice que Ruy Gómez era amigo leal y admirador de este, y se le denomina “alma de Felipe Segundo” (Cienfuegos 1754: 423-424). Del mismo modo, en los Anales de Aragón desde el año de mil quinientos y quarenta del nacimiento de nuestro redentor hasta el año mil quinientos cinquenta y ocho en que murió el máximo fortísimo Emperador Carlos V, de Lupercio Panzano, se insistía también en la condición de “gran privado” en la narración que hace sobre la visita que Felipe II encargó a Gómez de Silva a la reina para entregarle unas joyas (Pazano Ybañez de Aoyz 1705: 475). La explicación de la especificidad política de Ruy Gómez parece una constante en la historiografía española del siglo xviii. En la obra sobre derecho nobiliario que publicó Blas de Hipólito García Soto, titulada Ley de Succesión establecida en Cortes Generales, generalmente quebrantada, 17. Se trata de la obra Relación de España, que podemos encontrar en la edición de José García Mercadal (1952).
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y que trata sobre el asunto de las sucesiones de títulos y casas, al tratar de la de Pastrana se dice que fue Ruy Gómez el primer titular de esta casa y que era “gran favorecido de Phelipe Segundo”, como se podría demostrar por el cursus honorum referido de sumiller de corps, ayo y mayordomo mayor del príncipe D. Carlos, de los Consejos de Estado y Guerra, clavero de Calatrava, contador mayor de Castilla y las Indias (García Soto 1751: 148). En general estos autores venían a recoger la historia escrita años antes por Salazar y Castro, como podemos ver también en la obra de Coronel del siglo xviii, a la que luego dedicaremos algunas palabras. En la traducción al castellano del tratado de medicina de Dioscórides, Andrés Laguna pone, en el año de 1555, en la voz de Ruy Gómez, una epístola ficticia (Gonzalo Sánchez-Molero 1998: 392)18, muy al gusto de la época, en la que el heleno retrata al noble lusitano como un trasunto de la excelencia, tras narrar parte del periplo del médico griego hacia la Península Ibérica, convirtiendo a Ruy Gómez en su cicerone en este viaje: […] Mas porque no me atreuo á ir sin guía Vn hombre peregrino á tanta Alteza, Ni se con que occasión, ni porque via, Es menester que Vuestra Señoría Señor RVYGOMEZ, vse de grandeza Y pues pos su valor &integridad Adornada de singular prudentia Vino à tener tan grande autoridad CON LA REAL Y SACRA MAGESTAD Se digne encaminarme á su Clementia. Lo qual si hazeys, Castilla y Portugal Os gharan gratias, como à Promotor Del que se lleua vn muy gruesso caudal, De quantas cosas crió el Celestial Para ilustrar este mundo inferior (Dioscorides 1555: s/f).
Prudentia y clementia como virtudes características esenciales del perfecto cortesano y de la verdadera nobleza según la teoría aristotélica parecen ser las claves en las que se interpretaban los rasgos éticos 18. Remitimos también a los textos de Ana Isabel Buescu y de Félix Labrador en este mismo libro.
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de Ruy, cuestión que, por otro lado, ya encontramos en otra Epístola, publicada por Juan Verzosa, ya después de su fallecimiento, pero que parece estar datada en 1552 por la alusión directa a su boda con doña Ana (Verzosa 2006: 637). Non cuiuis temeré contingat (Sylva) relictis A portu qui lata procul secat aequora terris: Ut currat: gaudens Semper felicibus auris. Tu vero fatis puta uniumq: quod unun Aluae sic vasta; bubiis exercitus undis, Offensa sine praecipua & certamine curras: Nez cruicies spectatum oculos: qui pergis ubiq: Humanus, comis, verbis factisq; decorus, Difficilem fulcare viam:ut non ceiicias quem Submooveásue loco: faucas sed luribus ídem: Nam cunctis neq;tu possi:neq sufficiat Rex, Sed neq; tu semper laudare, ac tredere dignos: Multum pollet amor nostros intercipit actus Fortuna: intenrduni fert importunus, & audax Praepositu: quod debuerat fortisq; bobúsq; Obrepitq; liis districto incuria curis. Nec mirum tua quod Regi Cultura Philippe Tam grata exitat: quia quae natura agilisq; Dexteritas: reliquis potuisset iure placere: Qui Regibus novere suis ad scribere raros. Quod procerum studio (tibi quos iunxisti Hymenais Hesperiae primos nostrae imrpimisq; beatos) Teste quod aula ipsa, & Rege ipso iudice, vincam19. 19. Verzosae (1575: 80-81). La traducción la tomamos de la edición de José López de Toro (Madrid: CSIC, 1955, pp. 81-82): “No acontece a cualquiera, por acaso,/que al dejar a lo lejos las orillas,/y el puerto distante, las inmensas/llanuras del océano atraviese,/siempre gozando de propicias auras./Estimas suficiente en demasía/ ser tú solo quien corre sin mayores/ tropiezos y peleas —ya en el arte/ de navegar entre dudosas aguas/perito y veterano— los extensos/salones de la corte. No atormentes/ los ojos de quien es norte y guía./ Ya que humano, sociable y decoroso/en tus hechos y dichos te dispones/a emprender un camino tan difícil/no remuevas a nadie de su sitio;/sino la ayuda que posible sea/dispensa al mayor número , entendiendo/ que a todos complacer ni tú podrías/ni bastante sería el mismo rey/Más no siempre alabar deber al digno/ ni encomendarlo a los demás. Muy grande del amor es la fuerza; la fortuna/a veces intercepta nuestros actos/y un audaz e inoportuno puesto al frente/de los otros, se lleva lo que al bueno/y al fuerte corresponde, y se introduce/la incuria y negligencia en él, sumido en otros mil cuidados./Que tan grata al Rey Felipe tu amistad le sea/no es cosa de admirar, pues tu soltura/y natural habilidad a todos/los que saben al frente de su Grey /poner a los ingenios singulares”.
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Sin embargo, el individuo Ruy Gómez de Silva, nacido en Chamusca, es único en su propia existencia. La trayectoria política, familiar y económica del lusitano parece evidenciar esta circunstancia con inusitada realidad. Según Salazar y Castro, en sus notas para la Historia genealógica de la casa de Silva: “Ya emos visto los grandes méritos del Príncipe Rui Gomez, las honras que alcanzó de su Príncipe y el grande y justo valimiento que tubo con él para que se conozca que las dignidades que le adornaron no solo fueron justas por la gracia del rei y por sus seruicios sino también por su sangre […]” (Salazar y Castro 1680: 86-93). Sus méritos, sus calidades, se revén en los epítetos con los que fue identificado en su tiempo por los coetáneos de su hijo. En el año de 1577 se concedió el hábito de la Orden de Alcántara a don Diego de Silva y Mendoza de la Cerda y Noroña, hijo de don Ruy Gómez y de doña Ana. En la genealogía presentada, como no podía ser de otra forma, se insiste en que es hijo de tan ilustres progenitores. El cuestionario al que los testigos fueron sometidos fue leve, apenas ocho cuestiones que trataban de identificar la calidad noble del pretendiente, el conocimiento de este dentro de la comunidad y la información sobre los padres del mismo. Don Diego nació en Santarém, por lo tanto la primera de las probanzas que se realizaron fue en esa su localidad natal. Allí llegaron los informantes del Consejo el día 10 de enero de 1571. El primero de los testigos fue don Andrés Vas, que era miembro de la Inquisición. A la pregunta sobre el conocimiento de los pretendientes, respondió que no conoce a don Ruy Gómez de Silva, pero que sabía, sin embargo, que era paje de la emperatriz Isabel cuando fue de Portugal hacia Castilla. Igualmente tiene conocimiento de sus padres. También confirmaba este testigo que ni don Ruy Gómez ni ninguno de sus antepasados eran bastardos en ningún grado, incluso que el padre de don Ruy Gómez era un “buen caballero”20 y añadía, además, en la respuesta que ofreció a la cuestión de la hidalguía del pretendiente y su familia que “El dho Rui Gómez de Silva y su padre […] todos eran caballeros y limpios sin ninguna raça de moro ni de judío ni ereje ni villano en ningún grado por remoto que este sea […] y es probado y notorio en todo este reyno y por esto lo sabe […] y que son mui conoscidos y muy fidalgos”21. 20. AHN, OM, Caballeros, Alcántara, exp. 1902. 21. Ibíd.
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Más información ofrece el segundo de los testigos, don Manuel de Mello, quien dice conocer a don Ruy Gómez, e incluso se detiene en reconocer toda la genealogía presentada por el pretendiente. Para enriquecer aún más sus argumentos, indicaba que todos son de legítimo matrimonio, basando su información en el conocimiento directo que el testigo tuvo de la familia de don Ruy Gómez. Confirmaba la nobleza e hidalguía de los miembros de la familia e incluso, como era costumbre en la Orden de Alcántara, tras identificar la nobleza del pretendiente y su familia, indicaba que la armería de los Silva resultaba ser de “armas muy conocidas y estimadas por armas de Fidalgo”22. Ofrecía, además, otro dato muy importante sobre la condición económica de los Silva: “los ha visto vivir como cavalleros e comer de sus mayorazgos y de sus encomiendas, patrimonios”23. Palabras semejantes encontramos en las deposiciones de los testigos Lope de Sosa Coutinho, Lope Fernandes o del caballero de Santiago de Portugal, don Ruy Dias del Castillo, quien, además de conocer a don Ruy Gómez, y confirmar su “fidalguia”, añadirá mayor excelencia a su sangre al concluir diciendo que ”sabe que son fidalgos de muy limpia sangre y de los principales deste reyno porque los linages de los Silvas y Noroñas y Tellez y Meneses son los más antiguos y principales deste reyno y esto es público y notorio y como opinión y que las armas de los Silvas y los Noroñas no las sabe pero que las tiene por armas muy conocidas”24. Del mismo modo se expresan los testigos preguntados en Toledo, encargados de responder a las cuestiones sobre la nobleza y calidades de doña Ana. Como podemos comprobar en estas páginas, la fama de Ruy viene a consagrar la idea que un coetáneo suyo esbozaba en su Nobiliario. Decía Sancho Busto de Villegas que La nobleza quanto es más antigua tanto es más noble. Dízese mayor la que de más lenjos proçede. Es más acrecentada de la antigüedad de la generaçión es juzgado el noble porque la nobleza es atribuida a la antigüedad. La vieja generaçión de la sangre es muy famosa porque la nobleza es un derecho de la sangre ques inconmutable. Noble es el que es de clara generación […] La nobleza es entendida por gloria. La nobleza de la
22. Ibíd. 23. Ibíd. 24. Ibíd.
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generaçión gloriosa se llama la propiedad de la nobleza. Es rreferida a la generaçión, el poder a las fuerzas y facultad de las riquezas. La mercaduría deshaze la nobleza. […] Tanto es el noble más hermoso quanto es de más yllustre género que otro fruto se trae de la nobleza saluo que en las adversidades sea más esclareçido (Busto de Villegas 2015).
Para argumentar, posteriormente, toda su autoridad en una definición mucho más extendida y que también casa perfectamente con lo que podemos pensar que era Ruy: Ninguna nobleza puede ser sin virtud. El conde por la ynfamia no pierde el condado ni la dignidad que tiene del condado, ni el noble pierde la nobleza. Esto veo en el Sermón 86, las riquezas nos faltan más la nobleza y generosidad quedan ya que se a dicho lo que el doctor Andrés Tiraquello dize de la nobleza anque no todo sino aquello que me pareçió que bastaua dezir sea aquí lo que el licenciado Otalora de Arze dize en su libro De nobilitate. El licençiado Otalora dize que quando de derecho común ay memoria de nobles que se entiende de los que viuen noblemente. En Alemania y en Françia y en Italia no gozan del preuillexio de nobleza los que no viuen noblemente. Aquella nobleza es más excelente aquella que declara sangre y generaçión nasce juntamente con virtud y como quiera que los que con sabiduría la ganan y letras son por derecho llamados nobles. Mayormente lo son aquellos que antiguamente lo an por linaje y hazen buena vida. La nobleza fue llamada o deriuada de conoçimiento, así nobles de generaçión con hechos virtuosos de todos conosçidos (Busto de Villegas 2015).
Este marco teórico con el que Busto de Villegas caracterizaba a la nobleza estaba íntimamente relacionado con las consecuencias del ejercicio directo del poder que los nobles realizaban, tal como atestigua el testimonio de Teresa de Jesús cuando advertía, de cara a sus intereses fundacionales25, que “[…] y para era bueno tener a Ruy Gómez, que tanta cabida tenía con el rey y con todos […]” (Teresa de Jesús 1740: vol. II, 205), el mismo que, según ella misma relata le hizo, junto a la princesa, “buen acogimiento: dieron u aposento apartado[…]” (ibíd.). Esta muestra de la forma de un gentilhombre de su tiempo abre la vía para la interpretación de la dimensión “heroica” de Ruy Gómez en su “des-contexto”. La recepción de Ruy Gómez de Silva se convierte en 25. Remitimos al texto de la profesora Esther Alegre Carvajal en este mismo libro para ampliar la información sobre el papel de Ruy en su dimensión espiritual.
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una suerte de “segunda piel”26 que se escribe y evoluciona hasta convertirse en una explicación de la gloria del mundo y sus mecanismos de articulación durante la Edad Moderna. Memento gloriae mundi En su Historia genealógica de la casa de Mendoza, escrita en 1771 y que permaneció manuscrita hasta la edición de 1946, el genealogista Diego Gutiérrez Coronel definía a Ruy Gómez de Silva como primer duque de Pastrana por concesión de Felipe II (Gutiérrez Coronel 1946: 564) y narraba los principales acontecimientos vitales que le ocurrieron desde 1526, cuando pasó a Castilla con doña Isabel. Prosigue con el oficio de trinchante que se le concede en 1535; el viaje a Alemania para vigilar y comprobar la salud del emperador en 1547 y su inclusión entre el personal de la Casa al uso borgoñón que se le puso a Felipe II en 1548 como gentilhombre de cámara. Además de estos honores cortesanos, se le concedió el de capitán de caballos ligeros y se le recompensó, según Coronel, con la encomienda de Argamasilla, de la Orden de Calatrava, lo que le obligó a dejar la de Alcántara junto con la encomienda de Esparragal. Del mismo modo, los servicios diplomáticos aparecen en la nómina de méritos que Coronel traza, como cuando acompañó a Felipe II a Inglaterra a sus esponsales en 1554 o cuando se le nombra “plenipotenciario” para los asuntos de Flandes, para pasar a referir además los oficios de consejero de Estado y contador mayor de Castilla y mayordomo mayor del malogrado príncipe don Carlos como servicios políticos. Posteriormente, la vida de Ruy se convierte en la del esposo de Ana de Mendoza, lo que para Gutiérrez Coronel abre una nueva línea de argumentación, pues pasa a analizar al noble titulado dentro de las lógicas del habitus nobiliario señorial. De las capitulaciones matrimoniales se colige la precedencia y prioridad de las armas de Mendoza sobre las de Silva (Gutiérrez Coronel 1946: 566); a esto hay que añadir otra serie de acontecimientos específicos de la propia gestión señorial que son referidos por el autor y que van desde su nombramiento como
26. Usamos aquí la metáfora que acuñó Amedeo Quondam (2003) sobre la armadura con segunda piel del gentilhombre en su libro.
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príncipe de Melito en 1555 o, el más importante, el del 1 de julio de 1559, cuando se le hace la merced de príncipe de Éboli, “cuyo honorífico privilegio declara las virtudes, claridad, servicios y demás prendas de nuestro D. Ruy Gómez de Silva, por especial mérito de esta real gracia” (Gutiérrez Coronel 1946: 567), lo que continuó con otras gracias reales como la que el 3 de junio de 1562 refiere Coronel que le hizo el rey don Sebastião por la que se convertían en villas los viejos lugares de Ulme y su casa solar de Chamusca. Su condición de gran señor de vasallos, de todas las virtudes nobiliarias que hemos visto referir a Busto de Villegas, le llegó con la bula que Pío IV le dio el 5 de agosto de 1562, por la cual le concedió el patronato de todas las dignidades de los territorios de Melito y Éboli para él y sus sucesores (Gutiérrez Coronel 1946: 568), lo que sin duda vendría a informar de su condición de destreza política y su norte sobre la corte de Felipe II y de la Monarquía de España. El titulado nobiliario, el duque de Pastrana, lo fue de iure desde el 20 de diciembre de 1571, cuando Felipe II le permitió, según Coronel, que esta villa fuese la cabeza de sus estados (Gutiérrez Coronel 1946: 569). Como noble, como gentilhombre, lo refleja Coronel al hablar de todas las fundaciones espirituales que refiere, como la iglesia colegial de Pastrana; en la misma villa, el convento de Carmelitas Descalzos, el ya referido de Santa Teresa y el convento de Carmelitas Descalzas de Alcalá (Gutiérrez Coronel 1946: 571); así preparó su muerte, que Coronel sitúa el 29 de julio de 1573. Pero estos retazos ¿son los de un héroe o una simple narración cronológica de la vida de un noble? Obviamente, la fuente base de Coronel es Luis Salazar y Castro, que es quien, por otra parte, dedicó el más extenso retrato biográfico del personaje hasta el siglo xx. Los rasgos heroicos están justificados por las motivaciones que llevaron al genealogista a escribir tan magna obra sobre la familia (Terrasa Lozano 2014: 45-47) y que también sirvieron de base para el resto de las biografías escritas sobre él. El Ruy Gómez perfilado y recepcionado por Salazar es aquel que podemos encontrar en la transcripción y traducción del privilegio concedido por Felipe II, en el que es fácil rastrear elementos discursivos muy interesantes sobre la condición nobiliaria: Don FELiPE […] por tanto, Nos, considerando maduramente las insignes y preclaras virtudes y dotes de ánimo del Ilustre RUY GOMEZ
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DE SILVA […] conocimiento de otros cosas, que miran assi a vso civil como al militar, demás de los ornamentos de suma fortuna, virtud, prudencia y ingenio de los quales sabemos estar abundante y insignemente condecorado, para omitir los continuos e importantes servicios que desde su adolescencia ha hecho con suma fee, estudio y trabajo, los quales fuera muy largo referir aquí quando los hemos tenido siempre como compañero en los negocios públicos y privados y en otras arduas y más secretas expediciones de la guerra, trabajos y peregrinaciones por cuya razón con no injusto motivo, llevado de estas y otras consideraciones, le juzgamos digno de ser ilustrado con el título y honor de Príncipe para que con más claras muestras manifestemos el singular afecto de ánimo que le tenemos, y sus descendientes entiendan que nos fue grato y benemérito (Salazar y Castro 1685: 478-479).
En su condición de caballero del hábito de una orden militar, en concreto la de Calatrava, y según el capítulo que esta celebró en 1576, se indica que todos los caballeros de la citada orden debían poseer una nobleza de sangre como cualidad esencial de los caballeros: La BONDAD Y NOBLEZA DE LOS ancetessores, amonesta y necesita a los sucessores a viuir y militar noblemente. Por tano statuymos y mandamos que ninguno que no fuere noble o generoso Hidalgo al modo de España, de aquí adelante sea recebido en esta orden de Caualleria. Y para declaración desta Diffinación y por que se ha vsado y acostumbrado, intrepretando las dichas palabras, ordenamos y mandamos que fuere sea recedida a la dicha Orden ni se le de el hábito sino fuere Hijodalgo departes de padre y madre y de abuelos de entrambas partes y de legitimo matrimonio nascido; y que n le toque raça de Iudio, ni Moro ni Conuerso […]27.
La condición de noble heredero se la corroboraron en las probanzas que, para el hábito de la Orden de Calatrava, le hicieron en 1540, en las que los testigos confirmaron la condición de “hidalgo a fuero de España” de él y sus antepasados28. En Ruy Gómez podemos encontrar, además, otro de los rasgos esenciales que caracterizaban a un súbdito de la Monarquía de España en el siglo xvi, como era su condición de señor de una suerte de nobleza transnacional. Como indicaba
27. Diffiniciones de la Orden de Caualleria de Calatraua (1576: 124). 28. AHN, OM, Caballeros, Calatrava, exp. 2472. Antes de esta concesión ya era caballero de Alcántara, pero no se conserva su expediente. Del mismo modo, el expediente de Calatrava está en un pésimo estado de conservación.
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Pedro Salazar de Mendoza, “Doña Ana de Mendoça y de la Cerda, hija vnica del Príncipe don Diego […] havia casado con Ruy Gómez de Silua, Principe de Eboli en el Reyno de Nápoles, Duque de Pastrana en el de Toledo, en el de Portugal, Señor de la Chamusca y Ulme […]” (Salazar de Mendoza 1625: 453), lo que podría hablar de eso que Antonio Terrasa denomina “esa comunidad imaginada llamada la Casa de Silva” (2012), que vendría a subrayar la ya indicada por el propio Salazar y Castro en la primera gran exegesis sobre la casa de Silva publicada en 1685. Ruy Gómez fue el primer sumiller de corps de la casa de Borgoña (Martínez Millán/Fernández Conti 2001: 190, vol. II), del mismo modo que en 1548, tras la reforma de la casa del entonces príncipe Felipe II, Ruy pasó a ser gentilhombre de la cámara, desempeñando las funciones de un segundo sumiller. El mismo Pedro Salazar de Mendoza destacaba además la cuestión fundamental de su predomino político, su condición de servidor del monarca en la larga duración, pues le atribuye ser “Sumiler de Corps, Gentilhombre de la Cámara de Rey Católico Rey don Filipe segundo y de sus consejos de Estado y Guerra. Mayordomo mayor del Príncipe don Carlos, gran Privado […]” (Salazar de Mendoza 1625: 453) y todo ello por tratarse de una persona de “excelentes partes” (Salazar de Mendoza 1625: 453), como por otra parte ya se encargaron de resaltar los testigos de sus probanzas de nobleza. Esas partes eran su ascendencia portuguesa de la familia Téllez Meneses por línea materna y de la familia de Silva por la paterna. En este caso, además de su origen familiar en los Silva, se unía la condición de mayordomo mayor de la emperatriz Isabel que tenía Ruy Tellez de Meneses, su abuelo. Si tomamos las valoraciones morales que Salazar de Mendoza hace sobre Ruy, interpretaremos la identificación del único, como rasgo esencial de su personalidad: [...] No medró, ni se acrecentó demasiadamente porque no era cobdicioso. Esta priuança de E Príncipe era con beneplácito y aplauso de el pueblo que le quería y respectaua y por eso fue más estimada. Quisera y pudiera decir grandes cosas de el Priuado y de la priuança: no para alaballos, sino para admiración, porque como dixo Aristóteles Magnorum nos est laus, sed admiratio […] (Salazar de Mendoza 1625: 454).
El 12 de noviembre de 1572 se otorgó la escritura de fundación del Señorío de Pastrana, en la que se señalaban las obligaciones que
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doña Ana y don Ruy Gómez establecían para este y para sus descendientes29. Se resaltaba en este caso una dimensión esencial del papel de don Ruy Gómez, la de señor territorial. Considerado durante mucho tiempo un arquetipo de protovalido, lo cierto es que, desde su llegada a la corte madrileña, se significó como un noble cortesano, servidor y un fino político que contribuyó a construir el aparato burocrático de la Monarquía de Felipe II. Pero, ¿es Ruy Gómez de Silva el “altanero valido” al que Monver se refería en la obra Felipe Segundo: drama histórico-original en cinco actos? (Díaz 1837: 103). Esta recepción del mito del valido/privado30 plantea ahora una cuestión llamativa, como es la de destacar del individuo sus peculiaridades, que estaban claramente fijadas en su propia acción. La concreción del individuo como autoridad está imbricada desde muy temprano (Dülmen 2016: 11). Parece consensual que el Renacimiento fue el momento histórico de eclosión del individualismo previo al Romanticismo (Argullol 2008: 23), que sería la segunda “venida” del culto al individuo. En Ruy Gómez de Silva, o Rui Gomes da Silva, se mezclan ambas épocas: la primera en su propia experiencia vivencial, mientras que queda para la segunda la profunda recepción del mito de su figura vinculada a los grandes dramas románticos de don Carlos, comenzado por Schiller, la infame Leyenda Negra o el protagonismo de la princesa de Éboli, que ayudó a configurar una imagen algo distorsionada del personaje. En la obra Lecciones sobre la retórica y las bellas letras, que escribió Hugo Blair (1783) y que constituían una suerte de lecciones ofrecidas por él en la Universidad de Edimburgo, se recogen algunas cuestiones tratadas sobre la personalidad de Ruy Gómez de Silva que parecen estar en boca de Antonio Pérez y que sirvieron a este padre de la Ilustración escocesa para reforzar sus argumentos sobre el papel del poder y otras formas sutiles de ejercicio de la fortuna. Indica Blair, reproduciendo las palabas de Pérez: Puede hablar así; y ser creído quien viendo desde mozo a mi padre y a sus amigos en lo alto de las cortes, las comenzó a temer y las deseó huir y 29. Adición al papel y defensa hecha por D. Rodrigo de Sandoval Silva y Mendoza, Principe de Melito, duque de Pastrana en el Pleyto que trata con el duque de Hijar (1646: f. 6). 30. Remitimos al texto de Santiago Martínez, también en este libro.
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salir de la nave aun no bien metido el pie en ella; y quien oyó un día entre otros, discurrir el príncipe Ruy Gómez de Silva, de la fortuna y de sys favores. El Príncipe Ruy Gómez digo, aquel gran privado aquel maestro de privados y de conocimiento de reyes (aunque quien dijo lo uno, dijo lo otros), el que se deseó retirar, por o decir huir, aunque pudieron. Alegó tanto con el príncipe Rui Gómez, porque fue mi maestro, y el Aristóteles de esta filosofía […] (Blair 1816: 284).
Escribía el cosmógrafo y portugués “filipino” Juan Bautista Lavanha sobre el apellido Silva en su edición del Nobiliario de D. Pedro, conde de Barcelos: Del origen de los Silvas ay dos opiniones, la primera fundada en una tradición de fama inmemorial, de que los Silvas proceden de los Reyes de Alvalonga, descendientes de Eneas por su hijo Silvio, y así escribe Marieno Siculo en el libro 4 de la historia de España. Iuan Rodríguez de Sa Meneses en los Blasones y armas de la nobleza de Portugal y Damião de Göes en su Nobiliario (Lavanha 1640: 325).
Obviamente, estos Silvas a los que describe Lavanha tomados de la obra del célebre Nobiliario de don Pedro no son directamente los antepasados de Rui Gomes da Silva, pero la presencia del apellido en la tradición genealógica lusitana sí es un elemento central de su consideración heroica. Resulta llamativa la alusión de Lavanha al texto del humanista Damião de Goes y su célebre Nobiliario31. Por ello, la segunda de las líneas argumentales es la que sigue: […] es de D. Melchor de Teves, del Consejo de Cámara del Rey D. Felipe III en el libro de la genealogía del duque de Lerma, en que qual afirma que los Silvas descienden del Infante D. Ordoño el ciego, hijo del Rey de León Don Fruela segundo, que fue padre del Conde don Pelayo de quien nació Gutierrez Pelez, Governador de la tierra da Maya, cuyo hijo fue Don Pelayo Gutierre Governador de Alava, padre de este D. Guiterre Alderete de Silva en quien aquí empieza el Conde (Lavanha 1640: 325).
31. Ciertamente, Goes dedica varias páginas a la “geração antiga dos Silvas”. Una de las copias del mismo pertenecía al II marqués de Castelo Rodrigo y se puede ver su ex libris armoriado. Véase Goes (2014: 317-346). Para los antecedentes familiares, véanse también los textos de Ana Isabel Buescu y Félix Labrador en este mismo libro.
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Memento mori La muerte de los personajes los convierte en más perfectos y más ricos en matices a la hora de ser analizados. Muchas veces estos se convierten en “huéspedes extranjeros semejantes a nosotros”32, y paulatinamente van adquiriendo una dimensión heroico-mítica que nos sirve para explicar una época o una serie de acciones que se nos antojan diferentes y que nos sirven para justificar los acontecimientos que llegaron posteriormente. En el caso de Ruy Gómez, la recepción de sus actos y personalidad “heroica” puede empezar en la revisión de uno de esos actos propios de la ética caballeresco-cortesana que presidía el tardo-humanismo y que era muy del gusto de la época. Durante el viaje de Felipe II por Europa, Ruy se “vistió” de caballero en cuantas justas y celebraciones se le ofrecieron. Con motivo de estas, en una de las noches posteriores a otra que parecía haber ganado el conde de Egmont, un rey de armas indicó que Ruy Gómez iba a tomar parte en la misma, guiando una de las cuadrillas. Esta realidad supone un acercamiento esencial a la ética caballeresca tardo-humanista y tenía mucho que ver con los espacios de representación de la fama y de las virtudes militares que se le atribuían a un personaje y a su sangre: […] él mantendrá el domingo que viene en la tela del parco, desde la una hora adelante a todos los cavalleros que por servicio de sus damas quisieren justar, armado de todas armas, con tarjeta barreada, y correrá cuatro carreras, las tres por el precio, que serán vagas y joyas que valgan de diez hasta cien escudos. Y el aventurero pondrá en poder de los juezes el dinero que quisiesse correr. La otra carrera será por las damas […] (Calvete de Estrella 2001: 541)33.
Post-scriptum con historia ficcional La piel romántica que dibujó el mito de don Carlos, la presencia de Ana de Mendoza en la vida de Ruy Gómez y las facilidades para no-
32. Wolf (1998: 10). 33. Remitimos al texto del profesor Germán Labrador en este mismo libro para ampliar esta dimensión festivo-cortesana.
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velar el mito de la España de Felipe II coadyuvaron para que cualquier personaje del periodo pareciera un arquetipo literario esencial. De este modo, la recepción del personaje adquirió una dimensión novelesca que aún hoy se puede dejar sentir en determinadas recreaciones En la novela El diablo en palacio, novela histórica original, escrita por Ramón Ortega y Frías y publicada en Madrid en 1858, en el tercero de sus capítulos se narra la siguiente escena: Al cabo de cinco minutos, ni un instante más ni menos, de la meditación del católico rey, y al dar siete campanadas en el mencionado reloj, abrióse la puerta y apareció en el dintel un caballero cuya calidad debía sin duda dispensarle de ser anunciado. El recién llegado frisaba en los cincuenta escasamente. Era de elevada estatura y nobles maneras. Rodeaban su frente, un tanto escasa, negros cabellos cortados al estilo de la época, y en los que la edad no había podido todavía colocar un hilo blanco. Movíanse, como pesadamente, bajo sus espesas cejas, dos ojos negros, redondos y de empañadas pupilas. No era mal cortada su recta nariz, ni mal trazada su boca de gruesos labios por entre los cuales, y contrastando con su negro bigote, asomaban dos hileras de blancos y menudos dientes. Ligeramente morena era la tez de sus mejillas cubiertas de espesa barba. A primera vista no se podía formar ni bueno ni mal concepto de aquel hombre. Vestía de finísimo paño verde con algunos bordados de oro porque así se lo permitía su rango, y llevaba una capilla de la misma tela y color, sin faltarle la gorguera en forma de plato. Calzaba guantes amarillos que junto á su ropilla verde lo acusaban de mal gusto, y ceñía una larga espada con empuñadura de acero (Ortega y Frías 1858: 21).
Para identificar posteriormente al protagonista que entraba como: Este caballero era Ruy Gómez de Silva, príncipe de Eboli, ayo del príncipe don Cárlos y uno de los cortesanos en quien Felipe II depositaba su confianza. Merecíala efectivamente porque era bueno y leal, y la rectitud y nobleza de su carácter habrían dejado mejores recuerdos, si con voluntad más firme hubiera resistido á ser instrumento inocente de las criminales intrigas de su mujer á quien amaba ciegamente y de la que no era amado ni respetado (Ortega y Frías 1858: 21).
Esta escena cortesana narra apenas la entrada de Ruy en la cámara del cuarto del príncipe don Carlos. Escrita en la ebullición europea de mito o arquetipo del sufrimiento de este, como años antes tra-
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tó Víctor Hugo en su drama Hernani. Un hombre atormentado y apartado de los afectos amorosos que le ofrecía doña Ana y que son resaltados además en la novela histórica Don Felipe el Prudente, novela histórica original, escrita por José María de Andueza, imbuido también de ese espíritu romántico castellano. Pero el relato histórico, el macrorrelato sobre él y su tiempo, es algo diferente, pero semejante. En 1834, Victor Hugo (1802-1885), en su célebre Hernani, dibuja a un trasunto de Ruy Gómez de Silva dominado por la obsesión del honor y por los celos. Es una obra de teatro en cinco actos que se estrenó en la Comédie-Française en febrero de 1830. Ambientada durante el Renacimiento español, narra las rivalidades entre un joven llamado don Carlos, un bandido llamado Hernani y el tío de la dama cuyo amor se disputan, doña Sol. Además de abordar los temas del honor, del amor y de la historia, este melodrama es conocido por apartarse de las tragedias clásicas convencionales (en particular, las reglas de unidad: lugar, tiempo y acción) y, por lo general, se interpreta como un ataque contra el orden establecido. La obra también es un ejemplo de la nueva forma de tragedia que Hugo había descrito en 1827, en el prefacio de su obra de teatro Cromwell. En la noche del estreno tuvo lugar un famoso altercado entre los defensores de Hugo, encabezados por el dramaturgo y crítico Théophile Gautier, y los partidarios del clasicismo. El evento, que se conoció como la “batalla de Hernani”, se caracterizó por silbidos, peleas a puñetazos, múltiples interrupciones de la obra y protestas callejeras. Los enfrentamientos, que duraron varios días y marcaron el triunfo de la tragedia romántica, la cual dominó los escenarios de los teatros franceses en los años venideros, parecieran recrear los viejos tópicos de las facciones albista y ebolista. La historia narrada no estaba ambientada en Castilla, sino en Aragón, en el alto Aragón, pero Ruy Gómez aparece representado con barba blanca y cabellos blancos, vestido con traje negro. Esto ocurre en la III escena del acto I. ¿Quién es ese noble que se hace llamar Ruy Gómez? ¿Es nuestro protagonista de hoy? No es importante, resulta altamente significativo que sea el mismo nombre y que sea un noble castellano el celoso, poseído por el demonio de los celos. Este tópico será retomado por Verdi en su drama romántico Ernani o el honor castellano. En una tradición historiográfica que nos podría llevar hasta Américo Castro, se presenta a don Ruy Gómez enamorado de Elvira, prometida de
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Ernani, un noble proscrito y que es percibido por aquel como su permanente enemigo. Sin embargo, no podemos olvidar que, de alguna manera, la imagen de Ruy Gómez de Silva y su recepción está claramente marcada por la propia construcción historiográfica de Felipe II desde el siglo xix. El gran favorito, privado del monarca prudente, Ruy Gómez, como señaló en su tiempo Boyden, puede ser que fuese el único favorito del siglo xvi, como también indica Boyden, el caso es que fue el favorito de un monarca dominado por su propia leyenda, lo que hace que sea difícil ofrecer una visión deslindada de él, cuando realmente en Ruy Gómez encontramos todas las dimensiones de un noble: fidelidad, servicio, gestión y excelencia. No se trata de un hombre que percibiera el derrumbe de un mundo; por lo tanto no sería el protagonista de la obra de Musil El hombre sin atributos. Tampoco era un amargado cortesano apartado de la vida; seguro que es más bien un hombre, apenas eso, no una teoría. Pero tampoco podemos negar la obviedad de su condición de noble castellano, de esa nobleza que ya en el siglo xv perfilaba Poggio Bracciolini en su La Vera nobiltà cuando afirmaba que é la nobiltà in Spagna. Hanno il titolo di nobili sia coloro che, discendenti da antiche famiglie e dotati di ricchi patrimoni, eccellono all’interno delle proprie dittà, sia coloro che, soggiornando in campagna, vivono di rendite terriere e adottano uno sitle di vita fastoso, che li distingue da tutti gli altri. Tra gli Spagnoli l’ordine equestre è al prino posto nella gerarchia nobiliare (1999: 53).
Durante las últimas décadas del siglo xx, la figura de Ruy Gómez de Silva pasó a ser vista como la del cortesano, el político y el líder de una poderosa facción vinculada con una imponente familia nobiliaria castellana. Sea como fuere, el saber sobre la vida de Ruy parece transitar por el mismo hilo que el de otros tantos protagonistas de la historia de la Monarquía de España. La historiografía sobre Ruy Gómez de Silva ha sido, pese a su importancia capital en dicha Monarquía, algo menos intensa que la de otros personajes paralelos como el duque de Lerma o el conde-duque de Olivares34. 34. La obra central que abre una vía de interpretación de su poder es la de Martínez Millán (1992), si bien la obra central sobre su figura, esencialmente sobre su dimensión cortesana, la ofreció la tesis de J. M. Boyden (1995).
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El reinado de Felipe II configuró un modo de gobierno algo particular o, por lo menos, supuso una novedad respecto a los reinados precedentes (Carrasco Martínez 2006: 70). Por otra parte, es un momento de especial efervescencia dentro de la teoría política y del buen gobierno, como podemos colegir de la lectura de la rica y abundante literatura sobre la razón de Estado y el poder que empezaba a circular35. En este sentido, Ruy Gómez de Silva parece representar la figura del nuevo político, arquetipo quizá de lo que después serán otros émulos suyos. A 25 de Julio murió Ruy Gómez de Silva, primer Duque de Pastrana y Príncipe de Melito por su muger, muy favorecido de el Rey, á quien supo servir con amor y fidelidad, procurando con el favor de el Monarcha, hacer bien á quantos pudo, sin hacer mal á nadie, ni entrarse más a dentro en el retrete de la voluntad de el Rey, que adonde ella misma le llevaba (Juan Carreras 1735: 155).
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La hora de los portugueses en la corte de Felipe II: Ruy Gómez de Silva y Cristóbal de Moura, dos grandes privados para el Rey Prudente*1 Santiago Martínez Hernández Universidad Complutense de Madrid
En 1631 salió de las prensas del impresor lisboeta Jorge Rodrigues la obra Flores de España y Excelencias de Portugal de António de Sousa de Macedo. El autor, mozo fidalgo de la casa real y caballero de hábito de la Orden de Cristo —y quien se revelaría apenas una década más tarde como uno de los más conspicuos polemistas de la Restauración bragancista— dedicaba a Felipe IV las páginas de un libro en el que se encomiaban los numerosos “exemplos” de la estimación que los portugueses siempre tuvieron “en todas las partes donde fueron”. De entre todos aquellos “insignes varones Lusitanos que” en Castilla “se hizieron famosos”, despuntaron los dos únicos favoritos de Felipe II que alcanzaron el estatus privilegiado de “valido y privado suyo”: Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, y Cristóbal de Moura, “harto conocido en el mundo por sus partes” (Macedo 1631: 245r-247v)1. De ambos se había servido el monarca, como también recordaba António Monis de Carvalho en 1644, para “negociaciones y inteligencias muy considerables” (Carvalho 1644: 16). Pero estos no eran, desde luego, *
1.
Esta investigación se enmarca dentro del Proyecto de Investigación “Élites financieras y burocráticas de la Monarquía Hispánica: redes de solidaridad nobiliaria, patronazgo y estrategias de familia (1621-1725)”, MINECO/FEDER HAR2015-69143-P, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad. Estoy en deuda con Fernando Bouza por sus siempre sugerentes y provechosos comentarios. Sobre el autor, véase Bouza (2008: 160-162).
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los primeros autores en centrar su atención sobre ambos privados. En 1619, en otra obra dedicada a Felipe IV, por entonces príncipe de Asturias, Luis Cabrera de Córdoba destacaba expresamente el papel protagonista de sendos portugueses en la privanza del Rey Prudente y en la gobernación de la Monarquía2. Difícilmente puede conformarse un análisis completo del fenómeno del favoritismo y de la privanza en la Europa de mediados del Quinientos si se ignoran las distintas fórmulas con que administró su real favor el monarca más poderoso de su tiempo y los privilegiados destinatarios del mismo. El valimiento hispano, entendido en su formulación política seiscentista3, la que dio lugar a la aparición de validos y primeros ministros, se gestó en las décadas finales del reinado de Felipe II, en la corte del viejo rey (Feros 1997: 11-36). A lo largo de estas páginas proponemos un acercamiento breve —y sin mayor pretensión que la que depara un primer análisis condicionado a las dimensiones de la obra en la que se inserta— al fenómeno de la privanza a través del estudio comparado de las dos mayores figuras políticas del reinado del Rey Prudente. Exponentes de dos generaciones de cortesanos que convivieron juntas y compartieron formación, intereses e ideales, pero que se forjaron en contextos políticos muy distintos, Gómez de Silva y Moura representan dos modelos de privanza política para un soberano arquetipo de majestad impenetrable y “sobrecogedora” (Bouza 1994a: 37-72), que agració a ambos con la mayor de las distinciones que un monarca podía otorgar a un vasallo, la libertad para franquear y transitar por su privacidad personal y familiar. El monarca se rodeó a lo largo de su dilatada vida de numerosos favoritos que gozaron, en distinto grado, de su favor; y no todos, desde luego, tuvieron responsabilidades políticas. De entre estos últimos, 2. 3.
Cabrera de Córdoba 1998. Hay una abundantísima bibliografía sobre el “fenómeno europeo” del valimiento. Especialmente relevante resulta la de las últimas décadas por su contribución a la renovación de un debate historiográfico que continúa muy activo, pero que se extiende, si retrocedemos en el tiempo, hasta mediados del siglo pasado, desde Francisco Tomás y Valiente y Jean Bérenger hasta John H. Elliott, Patrick Williams, Antonio Feros, Francesco Benigno y Rafael Valladares, entre otros. No es este el lugar para ser exhaustivos y por ello solo nos permitimos citar aquí los trabajos de Tomás y Valiente (1990); Elliott (1991); Benigno (1994); Elliott/Brockliss (1999); Feros (2002); Escudero (2004); Williams (2010) y Valladares (2016).
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solo unos pocos elegidos alcanzaron a disfrutar del estatus de privado. Es bien conocida la relación de privados del monarca que Juan de Silva, conde de Portalegre, desengañado conocedor de la corte filipina, facilitó a don Cristóbal pocos meses después de la muerte del rey para recordarle, ante su postración por el ascenso del marqués de Denia, la excepcionalidad de su buena estrella. En aquel singular prontuario de corte, Silva situaba a Moura en la cima de la jerarquía de la privanza del anterior reinado, que había inaugurado el portugués Ruy Gómez de Silva (†1573) y al que sucedieron, con mayor o menor fortuna, Gómez Suárez de Figueroa y Córdoba, primer duque de Feria (†1571); Luis Lorenzo Dávila, hijo del marqués de las Navas; Luis Méndez de Haro, hermano del marqués del Carpio (†1565)4; el cardenal Diego de Espinosa (†1572); Pedro Fajardo, marqués de los Vélez (†1579)5; Francisco Zapata de Cisneros, conde de Barajas (†1591); Juan de Zúñiga, comendador mayor de Castilla (†1586) y el propio don Cristóbal, que cerraba tan egregia nómina. Pocos caballeros podían preciarse de conocer tan íntimamente la corte de Felipe II como Portalegre, acaso por eso extrañe, o quizá no, que en lo que parecía una apresurada síntesis sobre la memoria de privanzas del Prudente no fueran incluidos quienes fueron distinguidos igualmente dentro de esa categoría: el conde de Chinchón, Juan de Idiáquez, el marqués de Velada o el conde de Fuensalida6. ¿Por qué Silva solo atendió expresamente a esos nueve nombres, obviando o ignorando deliberadamente al resto? Responder a esta cuestión daría para un análisis más amplio, que dejamos para mejor ocasión, sobre el concepto mismo de privanza y especialmente sobre los rasgos que otorgaban identidad a un privado, distinguiéndole del resto de favoritos. No en vano, merece ser recordado en este punto que el propio Portalegre había asegurado a quienes dudaban sobre la confirmación del valimiento del marqués de Denia que “bastara darle fama de privado que esto es lo mismo que serlo”7. 4. Sobre este interesante y desconocido personaje, véase Rafael Valladares (2016: 105-106). 5. Para todo lo relativo a la trayectoria cortesana de los Vélez, remitimos a la obra de Rodríguez Pérez (2011). 6. Copia de párrafos de carta de Juan de Silva a Cristóbal de Moura, enero de 1599, en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España (1864: vol. XLIII, 558-559); véase Bouza (1994b: 498). 7. Copia de carta al marqués de Velada, Lisboa, 26 de septiembre de 1598, en Martínez Hernández (2004: 371).
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Pieter de Jode, Retrato de Cristóbal de Moura, Conrad Waumans sculp., grab. calc. [1651]. Madrid, Biblioteca Nacional de España, ER/348 (148).
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“Un Reyno no sufre dos Reyes” pero tampoco “un Rey no sufre dos Privados” Sentenciaba Manuel de Faria e Sousa, en su traducción del Nobiliario del Conde de Barcelos, que los “Reyes antiguos no tenían un Privado solo, sino algunos” y que estos podían coincidir “en un mismo tiempo”. Todos se contaban siempre entre los “cavalleros más favorecidos” siendo además los “consejeros que más comunicavan a los Reyes” (1646: 660-662). Tradicionalmente se ha atribuido al Rey Prudente la virtud de no haber entregado el gobierno a un único privado, como sí hicieron sus inmediatos sucesores, pero esta afirmación solo es cierta en parte. Felipe II logró ser fiel a una de las principales exhortaciones que su padre le hizo en las Instrucciones de Palamós (mayo de 1543), en la que le aconsejaba no atarse ni obligarse a un solo consejero. Es cierto que durante un tiempo, concedió prioridad al parecer y la compañía de Ruy Gómez sobre los de otros ministros, pero en los últimos años de su vida se inclinó por “dejar [casi] todo en manos de uno solo” (Ball/Parker 2014: 21). Nunca ocultó esa complaciente dependencia de Moura. Ni siquiera cuando en los advertimientos que dirigió a su hijo, el futuro Felipe III, encarecía preservar la continuidad de su valimiento, singularizándolo además en su persona: “yo me hallo bien con D. Christóbal de Moura y con los demás que traygo a mi lado en negocios” (González Dávila 1771: 26). Aunque el reinado de Felipe II está cuajado de personalidades de enorme trascendencia política, no cabe duda de que fueron dos (con permiso del omnipresente duque de Alba) las que acabaron capitalizando la imagen del monarca. Éboli y Moura construyeron su fortuna política (y también historiográfica) a la sombra de un monarca que les otorgó a ambos la oportunidad de servirle en la gobernación de su monarquía desde una posición privilegiada. Al entrecruzar las vidas de ambos resulta inevitable no acabar manejando las mismas ‘imágenes’, voces, dichos, percepciones y testimonios sobre los que se construyeron sus biografías (Bouza 2003: 77-99). Como paradigmas del perfecto privado/cortesano, sus ‘vidas de corte’ —no en vano los dos demostraron el potencial de palacio como destino donde labrarse una carrera próspera— acabaron siendo espejos para otros caballeros. A pesar del inmediato impacto de sus trayectorias en la memoria política de la Monarquía, la construcción
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historiográfica de los dos privados de Felipe II fue sin embargo una empresa tardía. Pues aunque Silva y Moura frecuentaron las páginas de las numerosas historias y crónicas del reinado y las otras tantas biografías del rey, habrá que esperar varios siglos para conocer un tratamiento individualizado de ambos. Mucho más temprana fue sin embargo la creación de su fama que corrió pareja a la proyección exterior de su privanza. En el caso de Éboli, quizá uno de los ejemplos más extraordinarios sea el del poeta véneto Bernardo Tasso, que suplicaba clemencia ante el “Cavaliero di tutte quelle virtù ornato che l’uomo degno fanno di riverenza e d’admirazione” —como el enfermo que pretende los cuidados del mejor galeno— tras haber sido condenado por traición junto a su señor, el príncipe de Salerno, por haberse pasado al servicio de Francia8. Pero sin duda uno de los elogios que mayor fama alcanzó se lo dedicó el secretario Antonio Pérez —quien, por otro lado, no ocultaba su estrecha asociación con Gómez de Silva bajo cuya protección se crio y se forjó como cortesano— al retratarle como “maestro de Privados y de conocimiento de Reyes” (Pérez 1986: 144). Como hemos apuntado, en su Historia de Felipe II Rey de España, Luis Cabrera de Córdoba se deshacía en elogios, interesados y convenientemente premiados, hacia los logros políticos de los dos caballeros portugueses, a quienes dedicó numerosas páginas de su extensa obra, reconstruyendo minuciosamente sus vidas y estirpes. El historiador tenía sobrados motivos para reconocer la protección dispensada por los dos caballeros a su padre, Juan Cabrera de Córdoba, que ocupó varios oficios en palacio, entre otros el de despensero mayor. El propio autor reconocía expresamente en su obra la amistad que unía a su progenitor con Éboli y Moura. Este último incluso favoreció las pretensiones de los vástagos del viejo Cabrera para sucederle en sus cargos, e incluso en 1596 apadrinó, en nombre del rey, al primogénito de Luis, Felipe Lorenzo9. Las estrechas relaciones que unieron a los Moura con los Cabrera se sustanciaron en la redacción de la gran biografía del monarca. Si otorgamos credibilidad al testimonio de Manuel de Faria e Sousa, cuando Luis escribía su obra, el hijo de don Cristóbal, Manuel de Moura,
8. Carta de Tasso a Éboli, Venecia, 14 de marzo de 1559, en Tasso 1733: 444-445. 9. Para una biografía breve de Cabrera remitimos a la edición de su obra por Martínez Millán y Carlos Morales; véase Cabrera de Córdoba (1998: xii-xiv).
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prometió remunerarle por ensalzar la memoria de su padre (Bouza 1998: 50-51). Aunque parece que aquella transacción no compensó al historiador como esperaba y acabó violentando la antaño provechosa asociación entre ambas familias, la estrategia que perseguía don Manuel no era otra que legitimar sus aspiraciones al valimiento del futuro Felipe IV, en un contexto de revolución palatina ocasionado por la abrupta salida de la corte de tres favoritos del príncipe, el conde de Lemos, don Diego de Aragón y el propio Moura (conde de Lumiares). Como heredero de la memoria política de su egregio padre, Moura se consideró siempre poseedor del mayor derecho para disfrutar de la privanza del rey, precediendo al conde de Olivares e incluso al duque de Híjar, nieto del príncipe de Éboli. Pese a que los nombres de ambos privados estuvieron asociados a la recuperación historiográfica de la figura del rey iniciada a partir de comienzos del siglo xvii de la mano principalmente de fray Jerónimo de Sepúlveda, Antonio de Herrera y Tordesillas, Luis Cabrera de Córdoba, Baltasar Porreño y Lorenzo Van der Hamen (García Cárcel 2003: 285-316), entre otros, no fue hasta el siglo xx cuando los dos fueron objeto de sendas biografías, separadas, no obstante, por casi una centuria. La de Moura, obra del historiador y diplomático Alfonso Danvila y Burguero, es de 190010. El príncipe de Éboli hubo de aguardar aún más tiempo. En 1995 se publicó la única biografía académica conocida hasta la fecha, cuyo autor es el profesor James M. Boyden, de la Universidad de Tulane, y que no ha conocido hasta el momento traducción al español11. Ninguno, como vemos, ha merecido en cualquier caso un tratamiento historiográfico extenso ni minucioso acorde a su relevancia histórica, algo que también podría decirse de otros tantos personajes de una significación similar que solo han comenzado a atraer la atención de los historiadores en fechas recientes12. 10. Danvila y Burguero (1900). 11. Boyden (1995). Los más recientes y completos estudios sobre la princesa de Éboli se deben a los profesores Helen H. Reed y Trevor J. Dadson (2013 y 2015). 12. Un vistazo apresurado a la nómina de privados del monarca revelaría que, a excepción de los marqueses de los Vélez (Rodríguez Pérez 2011) y de Velada (Martínez Hernández 2004), el duque de Feria, el cardenal Espinosa, Juan de Zúñiga y el conde de Barajas, entre otros, carecen de biografías o estudios sólidos que analicen en profundidad sus trayectorias. Tampoco los hay de otros personajes de talla similar, como los condes de Chinchón (solo contamos hasta la fecha con el de Fernández Conti 1994) y Fuensalida. Por eso resultan excepcionales las con-
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Más allá del indudable valor de contribuciones de conjunto como la que acoge estas páginas, la propuesta de un estudio que enfrente ambos modelos de cursus honorum se enmarca en un debate historiográfico que en el ámbito de la historia comparada ha conocido extraordinarias aportaciones en las últimas décadas13. Me remito aquí, simplemente, a los trabajos de John H. Elliott sobre el cardenal Richelieu y el conde duque de Olivares14, Antonio Feros sobre el duque de Lerma y Olivares15, David J. Sturdy sobre Richelieu y Mazarino16 o Jonathan Brown sobre los modelos de representación de la imagen del privado en las grandes monarquías continentales de la Europa de los siglos xvi y xvii17. Confrontar, por tanto, las biografías de Éboli y Moura permite no solo destacar sus semejanzas, sino también aflorar las notables diferencias que les separan, contribuyendo a caracterizar dos ejercicios de privanza durante un mismo reinado y a trascender el análisis superficial que a menudo ha tendido a retratar a Cristóbal de Moura como un mero trasunto de Ruy Gómez de Silva. Nos permitimos principiar por lo más obvio, su común origen portugués, aunque esta es una circunstancia que no debe ser considerada anecdótica en Felipe II (Boyden 1995: 125). La preferencia del rey por favoritos lusitanos ya fue destacada, entre otros, por Agostinho Manuel de Vasconcelos, que recordaba que “lograron su valía casi desde sus primeros años hasta los últimos dos cavalleros portugueses de gran talento y virtudes”. La lectura de semejante aserto no puede disociarse del contenido de una obra que bajo el título de Sucesión del Señor Don Felipe Segundo en la Corona de Portugal se publicó en Madrid en 1639 en un contexto político de tensión creciente en un Portugal soliviantado con las reformas olivaristas, el reciente motín de Évora y la oposición que generaba el gobierno de la virreina, la duquesa de Mantua18. El infortunado historiador —que trabajaba al servicio de los
13. 14. 15. 16. 17. 18.
tribuciones sobre privados de transición como Baltasar de Zúñiga, a quien Rubén González Cuerva dedicó su tesis doctoral; véase González Cuerva (2012). Una imprescindible reflexión sobre el debate, en Elliott (2002: 267-286). Elliott (2011). Feros (1990: 195-224). Sturdy (2004). Brown (1999: 321-337). La exégesis es de Salazar y Castro, quien incluyó la cita completa en la segunda parte de su Historia genealógica de la Casa de Silva (1685: 518); véase también Boyden (1995: 162).
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duques de Braganza y que fue ejecutado en 1641 tras participar en la conjura contra D. Juan IV—, llamaba a restaurar la esencia del Estatuto de Tomar, hollado por la política del conde duque, reivindicando la memoria política de dos egregios portugueses, especialmente de quien había hecho posible con su negociación la entronización de Felipe II como soberano de Portugal sobre la base del reconocimiento de sus privilegios, fueros y particularismos19. La presencia de portugueses en Castilla, como por otro lado la de castellanos en Portugal, no era ninguna excepcionalidad y menos superado el primer tercio del Quinientos, tras reforzarse los vínculos dinásticos entre ambas Coronas. Más allá de representar un espacio de supervivencia y oportunidad para quienes forzados por las contiendas y conflictos la franquearon entre los siglos xiv y xv, la raya entre ambos reinos fue transitada por centenares de servidores lusitanos que integraban las comitivas de las infantas que contrajeron matrimonio con soberanos castellanos (Beatriz de Portugal e Isabel de Portugal, esposas respectivamente de Juan I y de su nieto Juan II). La intensificación de los contactos tras la reconciliación que sucedió a la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479) que enfrentó a Isabel I de Castilla con su sobrina, la princesa Juana de Trastámara y su esposo Alfonso V de Portugal, derivó en nuevos esponsales (como los de las princesas Isabel de Castilla, María de Aragón y Leonor de Austria, desposadas sucesivamente con Manuel I el Afortunado)20. En este contexto, la realidad de los pocos portugueses que en la corte castellana gozaron de poder e influencia sí que constituía toda una excepción, que además despertaba abiertamente la desafección entre los nobles castellanos que se consideraban desplazados del favor por la competencia de extranjeros. Las trayectorias de Silva y Moura deben ser entendidas también en el contexto de una monarquía que se nutría de una élite transnacional que en muchos casos procedía de otros territorios ajenos a su dominio y soberanía. Desde luego, no era la primera ocasión en la que un monarca castellano tenía un privado portugués, aunque hubiera que remontarse a mediados del siglo xiv. Por entonces era João Afonso de Albuquerque, ayo y “muy gran pri19. Sobre la figura de Vasconcelos, véase Valladares (1998: 72-75). 20. Para una visión global de las relaciones entre ambas Coronas en el contexto del período de los descubrimientos, remitimos a la colección de estudios editada bajo la dirección de Carabias Torres (1994).
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vado” de Pedro I, quien según López de Ayala, “gobernaba al rey y al regno”. Este ricohombre había consolidado su ascendiente sobre el rey desde su posición como mayordomo mayor de su madre, María de Portugal, aunque cayó en desgracia y murió envenenado, probablemente por orden del mismo monarca (Foronda 2006: 90-91). Lejos de resultar irrelevante, no deja de sorprender que las trayectorias de estos privados portugueses tengan una procedencia común. Los tres comenzaron sirviendo en las casas de las reinas e infantas, lo que evidencia la extraordinaria relevancia de la dimensión femenina del universo palatino como plataforma para la promoción cortesana y la significación política que alcanzó incluso como escenario de oposición al valimiento (véanse, por ejemplo, los casos de las reinas Margarita de Austria e Isabel de Borbón21). En ese sentido, merece igualmente ser destacado el importante papel desempeñado por las mujeres en la negociación de los espacios cerca de los monarcas, en especial de las camareras mayores y damas de las reinas e infantas, distinguiendo entre ellas para el período que nos ocupa y por su origen portugués la figura de Leonor Mascarenhas, dama de la reina María y de la emperatriz Isabel y aya de Felipe II y de su hijo don Carlos, que llegó a gozar de gran influencia con la real familia (March 1942). Precisamente ese protagonismo político, económico y cultural que alcanzaron las élites portuguesas en la Monarquía Hispánica a lo largo de los siglos xvi y xvii permitiría acomodar, no obstante con ciertas reservas, el concepto de “hora”, con el que Julio Caro Baroja bautizó la relevante contribución de los navarros en el siglo xviii (Caro Baroja 1969), al largo período de influencia lusitana en la Castilla de los Habsburgo. Ruy Gómez y Cristóbal de Moura son referentes ineludibles de esa “hora” que alcanzó su clímax entre finales del siglo xvi y mediados del xvii cuando los portugueses desempeñaron altas responsabilidades en la organización política de la Monarquía Hispánica, sirviendo en los principales oficios palatinos y de la administración, en embajadas, presidencias de consejos, virreinatos, gobernaciones y capitanías generales, o incluso controlando durante varias décadas el crédito y las finanzas reales (Sanz Ayán 2013). Gómez de Silva, avant la lettre, representa una primera y significativa representación de lo portugués en una Monarquía que había “lusita21. Sánchez (1998) y Franganillo Álvarez (2015).
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nizado” su estirpe con los sucesivos matrimonios del césar Carlos V e Isabel de Avís, y de su hijo, el príncipe Felipe con la infanta Maria Manuela —padres a su vez del heredero, don Carlos— y con el enlace entre la infanta Juana de Austria y el príncipe João Manuel, heredero del rey Juan III. Así pues, varias décadas antes de la extinción de los Avís que dio paso a la integración de la Corona de Portugal en la Monarquía de los Habsburgo, esta ya gozaba de una apreciable dimensión portuguesa, áulica fundamentalmente, que explica la presencia activa de naturales de aquel reino en la corte, en Castilla y otros territorios. Precisamente, el ascenso de Ruy Gómez de Silva y el de Cristóbal de Moura, en dos coyunturas completamente distintas, solo pueden entenderse si se atiende al contexto y al espacio privilegiado en el que ambos desarrollaron sus carreras, la corte. Pero volvamos al inicio. Como es bien sabido, Ruy y Cristóbal llegaron a Castilla integrando sendos séquitos principescos. El primero, que era paje de la infanta Isabel de Avís, lo hizo formando parte de la comitiva nupcial que acompañaba a la futura emperatriz, cuando esta viajó desde Portugal a Sevilla en 1526 para contraer matrimonio con Carlos V; el segundo se incorporó al cortejo de la princesa Juana de Austria cuando esta se desposó en Toro en 1552 con el príncipe João Manuel. Ambos contaron con excelentes introductores en la corte española. Ruy aprovechó la privilegiada posición de su abuelo, Rui Teles de Meneses, señor de Unhão y mayordomo mayor de Isabel, para situarse en una posición ventajosa en la casa de la emperatriz y que andando el tiempo le facilitaría un trato preferente con el príncipe Felipe. Por su parte, Cristóbal contó con el padrinazgo de su tío, Lourenço Pires de Távora22, embajador de Juan III en la corte española, que fue quien le introdujo en el servicio de don João Manuel como menino, logrando en apenas dos años ganarse el favor de este como reflejan las cartas y los avisos de la corte portuguesa. La inesperada muerte del príncipe en enero de 1554, apenas una semana antes del natalicio del infante don Sebastián, dejaba a doña Juana en una situación incómoda en la corte portuguesa, donde se había recibido con disgusto la decisión de Carlos V de rechazar la propuesta matrimonial de la infanta 22. Sobre este importante personaje de la corte de los Avís, protegido de la reina Catalina, véase Cruz (1989).
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Maria de Avís (hija de Manuel el Afortunado y Leonor de Austria) para el príncipe Felipe, al considerarse más provechoso para los intereses imperiales el partido inglés que representaba la flamante reina María Tudor. La inminente partida de don Felipe para Inglaterra forzó finalmente la designación de doña Juana como regente de Castilla (Martínez Millán 1994: 79-80). Esta abandonó Portugal en mayo. Don Cristóbal fue el único criado portugués al que se autorizó continuar a su servicio cuando se estableció en Castilla. El joven paje, que ya gozaba de un notable ascendiente sobre doña Juana, llegó a convertirse en la persona de mayor confianza hasta su muerte (Danvila/Burguero 1900: 53). Los orígenes sociales de ambos eran muy similares. Ruy y Cristóbal pertenecían a la nobleza aunque no descendían de grandes estirpes tituladas. Esta circunstancia permite situar ambas privanzas en un contexto de restricción o incluso de exclusión de los grandes del círculo privado de Felipe II —a excepción de la compleja realidad del duque de Alba, que conservó hasta su muerte el oficio de mayordomo mayor—, situación que se mantuvo inalterable durante todo su reinado. Es probable que en el ánimo del monarca prevaleciera el consejo del emperador de marginar a los grandes de la gobernación del reino para evitar que por este medio le ganasen su voluntad (Ball/Parker 2014: 21). El rey, pese a compartir su infancia y juventud con grandes e hijos de grandes, con los que llegó a tener incluso un trato estrecho y “familiar”, nunca distinguió a ninguno de ellos con la gracia que sí gozaron, por el contrario, los caballeros de los que siempre gustó rodearse, miembros de la mediana nobleza titulada o que ascendieron a titulados por su mano —incluso a la Grandeza, como ocurrió con el propio Éboli o Feria (1567)—. El caso de Martín de Aragón, duque de Villahermosa, es uno de los más llamativos por cuanto se postuló con indisimulado ahínco a conquistar el favor del entonces príncipe (cuando ya era pública la preferencia de este por Ruy Gómez), valiéndose de la intermediación de los hermanos Antonio y Tomás Perrenot de Granvela. A pesar del aprecio que inicialmente manifestó por él, cuando en 1548 se constituyó formalmente su casa, don Felipe le excluyó deliberadamente de ella, lo que lejos de desalentar los deseos del magnate avivó su ánimo de proseguir en su determinado empeño, a riesgo de “romper el hilo” que le unía a su señor. A pesar de acompañar al príncipe a Inglaterra y de combatir incluso junto a él en San Quintín,
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el nuevo rey hacía tiempo que había decidido apartar de su lado a don Martín23. La experiencia de Villahermosa marcó, desde luego, un precedente significativo en un rey cuya prevención hacia los grandes le llevó a alejarlos sistemáticamente de la gobernación directa de la Monarquía, favoreciendo por el contrario a familias menos poderosas y encumbradas como las que representan Silva y Moura. Mientras el primero, aunque segundón, pertenecía a un linaje de nombradía que gozaba de señoríos y rentas en tierras portuguesas24, el segundo descendía de una estirpe antigua, cuya génesis se remontaba a mediados del siglo xiii, pero que había perdido su condición señorial después de la batalla de Aljubarrota (1385) —en la que también combatieron los antepasados de Ruy aunque en el bando vencedor— tras haber tomado partido por Juan I de Castilla en la guerra contra Juan I de Avís (Martínez Hernández 2009: 12). Los dos forjaron sus respectivas carreras en tierra que si bien no era extraña, pues tenían antecesores y vínculos lejanos con Castilla, como tantas otras estirpes nobiliarias próximas a la raya, acabó otorgándoles el rango y la fama que quizá nunca hubieran alcanzado en Portugal. Sus descendencias acabaron arraigando en Castilla, si bien en contextos y escalas muy distintas y con suertes contrapuestas. Ruy construyó su fortuna en el reino al que llegó siendo niño y donde se naturalizó a los diez años25. Casó, cuando frisaba la cuarentena, con una Mendoza, la célebre Ana de Mendoza y de la Cerda (1555), hija de los condes de Melito, emparentando así con uno de los más poderosos y antiguos linajes castellanos. Un matrimonio ventajoso, patrocinado por el entonces príncipe —sobre quien ya gozaba de un considerable ascendiente— gestado en vísperas de la Jornada de Inglaterra. Ese mismo año se le cedió el condado de Melito y al año siguiente Felipe II, como regalo de bodas, le otorgaba el principado de Éboli en Ná-
23. Sobre sus ambiciones con el príncipe, véase Morejón Ramos (2009: 85-104). Véase una evocación sobre el efímero y frustrado “compañero” del rey en Moreton (1915). 24. Sobre los Silva y la fabulación genealógica sobre su origen latino, véase Terrasa Lozano (2012: 67-80). 25. Las capitulaciones matrimoniales de Carlos V e Isabel de Portugal (1526) privilegiaron la naturalización de la emperatriz, condición que se hizo extensiva a todos sus servidores lusitanos. Véase Gonzalo Sánchez-Molero (1998: 380).
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poles. Tras adquirir varios señoríos, obtendría finalmente, en 1568 y 1572, los ducados hereditarios de Estremera y Pastrana, respectivamente (Terrasa Lozano 2012: 135-156; Reed/Dadson 2013: 65-222). La Grandeza de España llegó ese último año. Moura, por su parte, sin descuidar las necesarias dependencias con el reino de adopción, en una progresión similar a la de Éboli, optó por un casamiento en Portugal donde tenía puestos sin intereses. Apadrinado por el rey, matrimonió, cuando contaba 43 años de edad, con Margarida Corte Real (1581), heredera de Vasco Annes Corte Real, señor de Terranova y capitán donatario de Angra y de la isla de São Jorge, en el archipiélago de las Azores. Moura se convertía así en titular de un señorío ultramarino emparentando con uno de los linajes más prestigiosos del reino. En la década de 1590 logró constituir un estado sobre la base de los señoríos de Castelo Rodrigo, Cabeceiras de Basto, Paços de Ferreira, Lamegal y Lumiares, obteniendo de Felipe II el condado sobre el primero en 1594. Cinco años más tarde, Felipe III elevó Castelo Rodrigo al rango de marquesado, tras renunciar don Cristóbal al ofrecimiento que le hizo el rey de otorgarle un ducado sobre el lugar que decidiera adquirir en Castilla, y le distinguió con la Grandeza de España26. En 1607 llegaría un tercer título para los Moura, el condado de Lumiares, que se reservaría en adelante para los primogénitos de la casa. Junto a su estatus señorial, Éboli y Moura gozaron de hábitos de órdenes militares castellanas. Los dos fueron inicialmente comendadores calatravos. El primero de Argamasilla (1551), pasando un lustro más tarde a serlo de la alcantarina de Herrera, para cederla posteriormente a su primogénito Rodrigo al asumir la Clavería de la Orden de Calatrava (1571)27; el segundo lo fue, tras haber obtenido el hábito en 1560, de la Fuente del Moral (1561) y de Puertollano (1571), hasta que en 1582, previa dispensa, se cruzó de Alcántara para recibir la de Zalamea (1583), paso previo a la consecución de la rica encomienda mayor de la Orden (1589). Las vidas de ambos coincidieron durante la década de 1550, crucial en la forja de la privanza del primero. Por entonces, de la mano de la
26. [Vida de] Dom Christovão de Moura, primeiro Marques de Castel Rodrigo, Real Biblioteca, II/1688, fol. 103r. 27. Boyden (1995: 148).
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princesa doña Juana, el joven Cristóbal entraba a formar parte del círculo político de Ruy Gómez, quien reconoció pronto sus capacidades proponiéndole como embajador especial ante la corte portuguesa con ocasión del incidente que había desatado la inconveniente presencia de don Antonio, prior de Crato, en Madrid reivindicando su reconocimiento oficial como hijo del infante don Luis28. Para entonces ya había desempeñado varias misiones para doña Juana en la corte de Lisboa, y era tenido por el embajador Francisco Pereira como “muy açeito” a la princesa. También se había ganado el aprecio del príncipe don Carlos, quien, como reconocía el propio embajador, había pedido a su padre asentarle como gentilhombre de la boca29. La protección de doña Juana, que le había dispensado tan buenos frutos, especialmente el ingreso en la Orden de Calatrava, logró finalmente un nuevo triunfo30. En 1564 era recibido como gentilhombre de la boca del príncipe, el mismo año en que Felipe II decidía poner a Éboli al frente de la casa de su hijo como mayordomo mayor31. En la construcción de sus respectivas privanzas destaca un elemento común, su habilidad para granjearse la confianza del monarca en un espacio de feroz competencia por el favor. Ambos lograron franquear la impenetrable intimidad del monarca, desplazando a otros rivales, moviéndose con astucia y discreción en el restringido círculo personal y familiar del rey. El acceso al reducido entorno “familiar” de Felipe II, un monarca celoso de su privacidad que irá reduciendo paulatinamente su exposición pública, era un privilegio al alcance de muy pocos. Al margen de los servidores que atendían a diario sus necesidades, quienes tenían contacto permanente con él y la real familia gozaban de un potencial de gracia muy notable pero no todos, desde luego, estuvieron en condiciones de activarlo (Bouza 1994a: 46-49). Estar cerca del soberano no implicaba necesariamente gozar de su favor. Solo el monarca otorgaba su gracia o la quitaba. Era él el único capaz de hacer
28. Danvila y Burguero (1900: 124-126). 29. Carta de Pereira al rey Sebastián, Toledo, 7 de diciembre de 1562, y a la reina Catalina, Madrid, 4 de octubre de 1565, Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Conselho Geral do Santo Oficio, Livro 105, fols. 2r-v. y 191v-192r. Mi gratitud a la profesora Rodríguez-Salgado por facilitarme referencias sobre este fondo. 30. Danvila y Burguero (1900: 79-200). 31. Sobre los estrechos vínculos entre la facción cortesana encabezada por Éboli y la princesa Juana, véase Martínez Millán (1998: 62-63 y ss.).
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y deshacer privanzas, como bien conocían quienes se habían criado en la corte a fuer de desengaños y decepciones. Y precisamente fue la voluntad de Felipe II la que distinguió a Éboli y Moura del resto de sus favoritos y privados. En términos de “amistad política” solo Éboli y Moura alcanzaron a distinguirse como “amigos prudentes y leales” de Felipe II, tanto por la intensidad y calidad de su privanza como por su perdurabilidad (Feros 2001: 49-82). Podríamos concluir, por tanto, que ambos caballeros gozaron de una privanza exclusivista. Con todo, en esta estrategia no fueron desde luego pioneros. Aprovecharon la ventaja que les concedía el saberse los primeros en las preferencias del monarca para afianzar su poder, sin olvidar la condición efímera y mutable de cualquier privanza. En este sentido, tanto Ruy Gómez como Cristóbal de Moura demostraron tener un conocimiento muy preciso del funcionamiento de la corte. Criados desde su infancia en un entorno fuertemente competitivo, palacio se convirtió para ambos en una excelente escuela, donde formarse como cortesanos y dominar el espacio áulico con la maestría que les convirtió en referentes y modelos de imitación para otros caballeros. Ambos demostraron sobradamente sus habilidades para labrarse una carrera de éxito en palacio, alcanzar el privilegiado y excepcional estatus de privado y hacer de la práctica cortesana una suerte de pedagogía caballeresca. Es conocida la pertenencia de don Cristóbal a aquella “excelente academia” palatina de la que “salieron a gobernar el mundo hombres tan insignes en estos ejercicios” como Juan de Zúñiga, Juan de Borja, Juan de Silva, Juan de Idiáquez, los marqueses de Velada y Poza y los condes de Olivares, Miranda y Fuentes, entre otros, y que presidió el duque de Alba (Martínez Hernández 2004: 75-124). El nivel de su privanza, como la del resto de privados y favoritos de los que se rodeó Felipe II, radicaba en la naturaleza y calidad del contacto diario con el rey. Ruy Gómez se lo aseguró cuando, gracias a la intermediación de la emperatriz, fue nombrado trinchante del príncipe en 1535, oficio que le permitía estar presente siempre en todos los servicios de comida. Este asiento le garantizó en 1539, tras el óbito de Isabel de Portugal y la disolución de su casa, no ser acomodado al servicio de las infantas o licenciado (Gonzalo Sánchez-Molero 1998: 385). Cuando el emperador ordenó constituir la casa del príncipe en 1548, Ruy fue promocionado a su cámara como el primero de sus gentileshombres. Para entonces su relación con Felipe ya era pública, aun-
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que no fue hasta su nombramiento como regente (1551-1554) cuando se consolidó una posición que le permitió ingresar, a los 30 años de edad, en el Consejo de Estado (1556) y ser nombrado contador mayor de Castilla e Indias (1557). El colofón, no obstante, llegaría en Bruselas, cuando Felipe II le nombró sumiller de corps (1556), oficio que desempeñaría hasta su muerte. Fue allí, mientras ajustaba, junto a Granvela, en nombre del rey un acuerdo de paz con Francia cuando se reforzó su privanza. Adueñado por completo del favor de Felipe, sagaz como era en el dominio de los tiempos y en la prudente gestión de su influencia, respondía a los deseos del rey de retirarse por unos días para ir a cazar y recobrar la salud aconsejándole “secuestrarse” con la “ocasión y color de la caça” y disponer así de “más comodidad para scrivir lo que quiere de su mano”32. Para entonces su valimiento, inédito para muchos, se hallaba tan crecido que el embajador veneciano Federico Badoero reconocía, en su relación a la Serenísima, que el portugués recibía el tratamiento oficioso de ‘Rey Gómez’ (Boyden 1995: 63). El ascenso de Moura al olimpo de la privanza tuvo unos hitos muy parecidos. Don Cristóbal escaló posiciones en palacio gracias a la protección de doña Juana de Austria, pasando de gentilhombre de la boca del príncipe a servir en la casa del rey a la muerte de don Carlos con el mismo oficio en 1568. En 1571 fue nombrado caballerizo de la princesa, oficio que desempeñó hasta la muerte de su patrona en septiembre de 1573, dos meses después de la desaparición de Éboli. Doña Juana encomendó la protección de don Cristóbal a su hermano, quien supo aprovechar sus capacidades en sus relaciones con sus parientes portugueses, como tuvo ocasión de demostrar durante las vistas de Guadalupe, que reunieron a Felipe y Sebastián en las Navidades de 1576. Dos años más tarde, en vísperas de iniciar su embajada ante el cardenal rey Enrique, tras la muerte del rey Sebastián en los llanos de Alcazarquivir, recibió de Felipe II la llave dorada de gentilhombre de su cámara. Su experiencia diplomática previa, como enviado de la princesa doña Juana a la corte de Lisboa, y su vasta red de contactos e inteligencias contribuyeron, entre otros factores, al éxito de la negociación 32. Copia de carta de Felipe II a Ruy Gómez y Granvela, y respuesta de Gómez al rey, Bruselas, 19 de febrero y Cambrésis, 20 de febrero de 1559, respectivamente, Bibliothèque de Besançon, Mss. Granvelle 34, fols. 236v-238r. Debo la noticia de esta carta a la generosidad de Fernando Bouza.
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política con las élites portuguesas que permitió al rey ser jurado como monarca de Portugal por las Cortes reunidas en Tomar en abril de 158133. Aquella empresa le otorgó a Felipe II una nueva corona y a Moura un valimiento. Don Cristóbal abandonó Lisboa con el rey dos años más tarde situado en primera línea política, generando recelos entre quienes veían en el ascenso del portugués una peligrosa amenaza para sus propias ambiciones, como le había ocurrido a Ruy Gómez tras el triunfo de su gestión, como plenipotenciario, en las negociaciones de paz con Francia, sustanciadas en la ventajosa Paz de CateauCambrésis de 1559 (Boyden 1995: 78-82; Haan 2010). Don Cristóbal regresó de Portugal con el rey en 1583 como vedor da Fazenda, cargo que le confería la máxima autoridad de supervisión de las finanzas reales en el reino34 —hito que recuerda a la asunción por parte de Éboli de la contaduría mayor de Castilla— y encabezando el recién creado Consejo de Portugal como consejero decano (Luxán Meléndez 1989: 197-228). El rey confió a Moura la traza del nuevo reino, pudiendo considerársele el auténtico artífice del Portugal de los Felipes. La agregración de Portugal fue un hito en la historia política de la Monarquía que los Moura supieron rentabilizar durante más de un siglo, como demuestra su capacidad para conservar y atraer amplios recursos de la Corona sobre la base de un reconocimiento perpetuo a su labor. No cabe duda de que aquel servicio catapultó la carrera de don Cristóbal, y la de su estirpe, hasta situarle en un lugar de favor que resultaba inédito. Cuando regresó de Portugal con el rey en 1583 ya era percibido como uno de los ministros con mayor proyección política. La oportuna desaparición en noviembre de 1586 de Juan de Zúñiga, consejero de Estado, y un ministro muy cercano a Felipe II, dejó el camino mucho más despejado al portugués. A pesar de la estrecha y antigua amistad que unía a ambos, para don Cristóbal la presencia en la corte del comendador mayor, a la que había llegado en diciembre de 1582 desde su virreinato napolitano para incorporarse a los consejos de Estado y Guerra, representaba una competencia difícilmente combatible. Su
33. Sobre la negociación de Moura, véanse Danvila y Burguero (1956) y Bouza (2010). Sobre la “leyenda del triunfo negociado”, Valladares (2008: 263-293). 34. Véase Costa/Lains/Miranda (2016: 39 y 95).
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posterior nombramiento como ayo y mayordomo mayor del príncipe a comienzos de 1585 era una demostración palpable de su privanza con el rey. Su muerte, sin embargo, a un tiempo despojaba a Moura de un virtual aliado y reforzaba su propia dimensión como favorito. En la primavera de 1587, Felipe II le franqueó las puertas de los consejos de Estado y Guerra, pasando a formar parte de la Junta de Noche, que integraban Juan de Idiáquez, el conde de Chinchón y el secretario Mateo Vázquez. Para cuando finalmente se institucionalizó como Junta de Gobierno o Junta Grande en 1593 (Martínez Millán/Carlos Morales 1998: 238-242), dando entrada al príncipe, el archiduque Alberto y el marqués de Velada, Moura, “copiado del coraçón del Rey”, ejercía ya, en calidad de primus inter pares, como presidente oficioso (Cabrera de Córdoba 1998: 1483). Al igual que Éboli, Moura, cuando se hallaba en lo más elevado del favor, recibió su nombramiento como sumiller de corps del rey. Fue en 1592, a la muerte de Juan de Acuña, conde de Buendía, que lo era desde 1585. Lo desempeñaría hasta que en febrero de 1599, Felipe III le reemplazó por el marqués de Denia, su favorito, conservándole en el de camarero mayor que Felipe II le había otorgado antes de morir. Es bien sabido que este oficio de la casa de Castilla, el primero en importancia en la cámara del rey, el restringido espacio de intimidad que rodeaba al monarca en palacio, vetado incluso hasta determinadas estancias para grandes y títulos, resultó vital en la consolidación de sus privanzas. El cargo lo disfrutaron todos los validos a excepción de don Luis de Haro (Martínez Hernández 2016: 49-96). Igualmente es significativo que los dos recibieran el encargo del monarca de simultanear sus respectivas responsabilidades en la casa del rey con la del príncipe. En ambos casos, el monarca les confiaba la tutela de su hijo, una tarea no exenta de dificultades, especialmente por la oposición que tanto don Carlos como en menor medida don Felipe mostraron hacia los candidatos elegidos por su padre35. Ruy, nombrado mayordomo mayor de don Carlos en 1564, acabó incluso convertido en su carcelero durante su corto cautiverio de 1568. Por su parte, Cristóbal, tras declinar la mayordomía mayor (vacante tras la muerte de Juan de Zúñiga en noviembre de 1586) favoreciendo la 35. Para el caso de don Carlos, véase Bruquetas/Lobo (2016: 156); para don Felipe, Martínez Hernández (2004: 245-254).
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elección de su amigo y confidente el marqués de Velada, entró a servir como sumiller de corps del príncipe Felipe el 1 de diciembre de 1589, cuatro años después de constituirse formalmente la casa de su alteza36, conservando el oficio cuando pasó a encabezar la cámara del rey en 1592. Sobrevivir políticamente a la muerte del rey y conservar la posición de privilegio pasaba necesariamente por ganarse el favor del príncipe, lo que en cualquier caso no garantizaba la conservación de la privanza. Esa misma estrategia adoptaron, con distinta suerte, los sucesivos validos: el duque de Lerma, siendo sumiller de corps de Felipe III (1598-1618), se reservó, con el beneplácito de este, los oficios de ayo y mayordomo mayor del príncipe cuando se constituyó su casa en octubre de 1615, mientras dejaba la sumillería mayor de corps para su hijo, el duque de Uceda, que acabaría sucediéndole en todas sus atribuciones palatinas a partir de octubre de 1618 (García García 1997: 679-695); el conde duque de Olivares, sumiller de corps del rey (16211626, tras renunciar en su yerno, el duque de Medina de las Torres) y camarero mayor de Felipe IV, trató en vano de gobernar el entorno del príncipe Baltasar Carlos cuando su padre ordenó ponerle casa propia, lo que precipitó, entre otras razones, su caída. Don Luis de Haro no fue nunca sumiller de corps del rey, pero le bastó su llave dorada de gentilhombre de la cámara y acceder a la caballeriza mayor del rey desde la del príncipe para conservar su valimiento frente a rivales tan peligrosos como Medina de las Torres (Martínez Hernández 2016). A la hora de acceder a la privanza y de conservarla la edad de los favoritos era un factor relevante, que no determinante. Moura es un caso excepcional entre los grandes privados y validos al tratarse del único que era mucho más joven que su monarca. Éboli, Lerma y Olivares alcanzaron sus respectivas privanzas aventajando en edad a su rey. Solo Uceda (nacido hacia 1581) y don Luis de Haro (en torno a 1600) tenían una edad similar a las de sus soberanos. Ruy Gómez era once años mayor que Felipe II, mientras que Cristóbal de Moura tenía once menos. A ojos de sus contemporáneos, ganarse el favor de un rey joven, ingenuo y bisoño desde la ventaja que concedía la sabiduría y la experiencia de los años resultaba una empresa menos dificultosa que para quien lo pretendía de un monarca viejo, celoso y resabiado. Es indudable que tanto Ruy Gó36. Véase Martínez Millán/Fernández Conti (2005: 679-681).
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mez como el marqués de Denia, de personalidades atractivas, supieron suscitar la atención y admiración de Felipe II y Felipe III siendo príncipes imberbes y fácilmente impresionables. Desde luego, cada privado era capaz de manejar sus propios recursos para ganarse la voluntad del rey. Conmover a un monarca que inauguraba su cincuentena con su cuarta viudez y menguado de descendencia y parientes no parecía tampoco el mejor de los escenarios para labrarse una privanza. Sin embargo, a comienzos de la década de 1580, Moura había logrado afianzar su ascendiente sobre Felipe II, hasta el punto de que el gran duque de Alba, lejos de adulaciones, le previno de los peligros que le acecharían por comenzar a privar con un “Rey viejo”37. De tal suerte supo acomodarse a la compleja personalidad del rey que este, pese a su patológica desconfianza e irresolución, acabaría descansando sobre sus hombros las principales cuestiones de gobierno. En cierta ocasión, el rey le confesó su alivio porque “en lo que vos ponéis la mano se puede un hombre descuidar y assí fuese en todo”38. Casi toda la narrativa asociada a la reivindicación de la memoria política de don Cristóbal, en una buena parte instrumentalizada por los propios Moura, ensalza su habilidad como negociador, su capacidad de persuasión y su discreción. La biografía manuscrita más completa conservada hasta la fecha, cocinada probablemente en el taller historiográfico y genealógico de su hijo Manuel de Moura, destacaba su buena “estrella para ganar voluntades”39, algo que demostró sobradamente durante su negociación diplomática, pero que le serviría para alcanzar la del rey. Juan de Silva le recordaría al propio Moura, a comienzos de 1599, que solo él, de entre la extensa nómina de privados que habían gozado del favor de Felipe II, había logrado ganarse a un “rey sabio, viejo recatado y desconfiado” hasta erigirse en el “árbitro de los negocios de todos sus reinos, de sus consejos, de sus ejércitos, de sus armadas, de sus ministros [y] 37. [Vida de] Dom Christovão de Moura, primeiro Marques de Castel Rodrigo, Real Biblioteca, II/1688, fol. 84v. 38. [Vida de] Dom Christovão de Moura, primeiro Marques de Castel Rodrigo, Real Biblioteca, II/1688, fol. 94r. 39. [Vida de] Dom Christovão de Moura, primeiro Marques de Castel Rodrigo, Real Biblioteca, II/1688, fol. 1v.
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de su hacienda”. Únicamente él “entró del todo” en la privanza de Felipe II40. La generalización del uso de las juntas desarrollado por Felipe II, detrayendo a los consejos buena parte de sus seculares funciones, había dado un poder inédito a los secretarios, favoreciendo además que el control de los asuntos de Estado recayese en un reducido grupo de ministros, escogidos expresamente por el rey entre los de su gusto. Como aseguraba el perspicaz Portalegre, el modelo de gobierno adoptado por Felipe II, tan criticado por sus coetáneos —como ha demostrado el profesor Bouza— al alterar las fórmulas tradicionales de negociación política, acabó favoreciendo la aparición de un ministro favorito o privado que ejerció de privilegiado mediador entre el monarca y el resto de sus ministros y consejos. Ante la imposibilidad de atender personalmente a todos los asuntos, especialmente cuando durante los últimos años de su vida el rey vio reducida su capacidad física por sus numerosas dolencias, la “sustancia de las cosas” quedó en manos de “un dueño” (Bouza 1994b: 497-498), Cristóbal de Moura. Pero hasta cuando se poseían semejantes cualidades y virtudes, la privanza dependía en exclusiva del monarca. No debe olvidarse —y en este punto parece tan a propósito aquel aforismo de Antonio Pérez que aseguraba que la privanza que nacía de la “gracia personal” fenecía como “flor de un árbol” (1986: 184, nº 109)— que era precisamente el soberano quien hacía y deshacía privanzas. Ruy Gómez saboreó el desengaño a mediados de la década de 1560 cuando su influencia sobre el rey cedió notablemente en favor de otros rivales que, como Alba, lograron imponer sus políticas respecto a los Países Bajos en el Consejo de Estado. El hecho de que Felipe II acabase asumiendo las tesis más drásticas, y contrarias a la estrategia de conciliación aconsejada por Éboli, junto con el descrédito de uno de sus más estrechos colaboradores, el secretario de Hacienda Francisco de Eraso, sometido a visita (Carlos Morales 1994: 140-145), fue una señal inequívoca de pérdida de confianza. El príncipe continuó gozando del favor del rey y conservando su posición de patrón cortesano, aunque ensombrecido por el todopoderoso Diego de Espinosa, presidente del Consejo de Castilla e inquisidor general (Martínez Millán 1994: 189-228) y a 40. Copia de carta de Juan de Silva a Cristóbal de Moura, enero de 1599, en Colección de documentos inéditos para la Historia de España, XLIII, pp. 558-559.
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quien Felipe II ya reconocía públicamente participándole todos los negocios de estado. Solo la desaparición del cardenal Espinosa (1572) y descrédito del duque de Alba41 tras su desastrosa gestión de la revuelta flamenca, permitieron a Éboli retomar el camino de la gracia. La muerte le alcanzaba al año siguiente sin haber logrado recobrar su antiguo estatus. Mayor fortuna tuvo, sin embargo, Moura que nunca perdió el favor en vida del rey. A diferencia de Ruy Gómez, asumió un papel político mucho activo y relevante, no solo por encabezar la Junta de Noche, creada por el rey a partir de 1587 para asistirle a diario en el despacho de gobierno, sino también por liderar la llamada Junta Grande, que reemplazó a la anterior en 1593. En ella, Moura intervenía y votaba en primer lugar. El rey había delegado en él casi totalmente la resolución de los asuntos portugueses, a excepción de los más relevantes, que necesitaban de su conocimiento expreso. Además, despachaba los negocios de Estado, Guerra y Hacienda —y con frecuencia los del resto de consejos— y supervisaba el funcionamiento general de la Junta. Numerosas consultas del rey a la Junta fueron escritas por mano de Moura, e incluso muchas de las decisiones que Felipe II tomaba lo hacía siguiendo su parecer. El propio monarca se aseguraba, no obstante, de que las consultas que se respondían según su criterio aparentasen siempre que se debían al juicio del rey (Martínez Hernández 2010: 20-37). En todos los negocios de la Monarquía se observó un mismo estilo de gobierno, de manera que se comunicaban con él todos los presidentes de los consejos y con su parecer el rey atendía y respondía las consultas. Habitualmente con sus minutas se elaboraban las respuestas del monarca42. El duque de Villahermosa, en el Tratado practicable de la enseñanza de un buen príncipe que compuso para el futuro Felipe IV, reconocía a Moura su condición de “lengua o faraute” de Felipe II, esto es, le señalaba como el intérprete o portador de la voz del monarca a sus consejos, tribunales y ministros (Bouza 1997: 6). En este mismo sentido se expresaba el conde de Portalegre cuando recordaba que solo él había tenido “la noticia universal y particular de los negocios y de las
41. Para Alba, véase Maltby (2007). 42. [Vida de] Dom Christovão de Moura, primeiro Marques de Castel Rodrigo, Real Biblioteca, II/1688, fol. 91v.
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personas”, y que por “su intervención y por su mano” habían transitado “los despachos de todos quantos hoy se hallan vivos”. Es más, había sido el único con quien Felipe II “más íntimamente comunicó”43. Desde luego, sus extenuantes jornadas de trabajo daban comienzo con un ritual que ininterrumpidamente se repitió durante los últimos años de la vida del Prudente y que representaba la mayor demostración de confianza e intimidad que el soberano podía ofrecer a un favorito. Al amanecer, don Cristóbal se hallaba presente cuando el rey se despertaba y le entregaba la camisa con la que se vestía, privilegio asociado a su oficio de sumiller de corps. A continuación, mientras estregaba sus doloridas piernas, como recordarían Cabrera de Córdoba (1998: 832) y Baltasar Porreño (“no podía ser otro quien hazía este ministerio”; 1666: 139), despachaba los primeros asuntos en su cámara y a solas con el rey. Ningún otro privado había alcanzado semejante nivel de confidencia. Así lo destacarían, entre otros, el propio Cabrera de Córdoba, que apellidaba a don Cristóbal “de su cámara y privanza” (1998: 832) o Herrera y Tordesillas, que le retrataba como el “más íntimo criado del Rey Católico”, al tiempo que su más “intimo ministro” (1612: 775, 711). La hagiografía portuguesa de don Cristóbal retrataba al perfecto “ministro christão” que, acomodado a la condición de un rey que “descansava com elle”, ejercía su virtuoso ministerio. El relato —extraordinario, pese a su parcialidad, por el valor de los testimonios que utiliza, y que procedían del archivo de Moura— refería a grandes rasgos las responsabilidades del privado tras el primer despacho de maitines. Los días que celebraban sesiones acudía a los Consejos de Estado, Guerra y Portugal, asistiendo a otras juntas particulares y atendía “audiencia pública en los patios e varandas porque para isto nunca teve lugar sinalado”. Se retiraba brevemente a comer a su aposento y acabado el almuerzo tornaba a los papeles y a dar cuenta al rey de lo que se hacía, hasta la noche cuando se “recolhia a dormir no aposento do Principe porque nunca teve no paço a sua familia nem a sua casa”44. 43. Copia de carta de Juan de Silva a un amigo que le pidió un discurso sobre el gobierno de Portugal que se había mudado, junio 1600, Biblioteca Nacional de Portugal, Cód. 10467, carta 74, fols. 256-257. 44. [Vida de] Dom Christovão de Moura, primeiro Marques de Castel Rodrigo, Real Biblioteca, II/1688, fol. 93r-v.
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Llegados a este punto, las diferencias entre Éboli y Moura resultan más evidentes. Éboli fue, al igual que este último, un privado con un marcado perfil político, influyente y muy favorecido por el rey, pero a pesar de su larga y continuada presencia en el Consejo de Estado nunca tuvo acceso y control sobre el despacho, como sí lo tuvo Moura durante al menos los últimos quince años de la vida de Felipe II. Su autoridad sobre el “molino” que corría por su mano mediada la década de 1590, como él mismo metafóricamente definió la maquinaria de la negociación escrita que el rey había consentido delegar en él, permite situar a don Cristóbal en una posición muy por encima del resto de los privados y grandes privados del Prudente. No resulta aventurado, por tanto, distinguirle como un protovalido (Martínez Hernández 2010: 26). En los albores del reinado de Felipe III, en un contexto de críticas hacia el “mal gobierno” de privados del último Felipe II, la figura del príncipe de Éboli recobró una cierta y efímera legitimidad como modelo político para el nuevo valido del joven monarca, al considerarse que, pese a su condición de privado, no había sido ministro del monarca que hubiese tenido a su cargo asuntos públicos ni se le podía acusar de haber secuestrado la autoridad de los consejos (Feros 2002: 118). Lejos de acomodarse a un arquetipo único, Lerma acabó instaurando una forma de valimiento que combinaba su propia práctica personal del poder con un conocimiento previo de la memoria de privanzas, especialmente la de Moura, la más cercana a él y un espejo en el que no dudó en reflejarse (Feros 1999: 29). * * * Agostinho Manuel de Vasconcelos recordaba en 1639, año del primer centenario de la muerte de la emperatriz Isabel de Avís, que el príncipe de Éboli “gobernó la juventud” de Felipe II mientras que Moura manejó su “vejez… durando lo que sus vidas, en la privanza, cosa que pocas vezes sucede… que entrambos le vencieron la naturaleza, de suerte, que vino en Ruy Gómez, con su muerte, a espirar su valimiento, y Don Christóval vio antes difunto su Rey que su gracia” (en Salazar y Castro 1685: 518). El historiador lusitano destacó ya entonces que Éboli y Moura fueron privados de un mismo soberano, pero que gozaron del favor de dos hombres distintos. Desde luego, el
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Felipe II de las décadas de 1550 y 1560 no era el mismo que el de las de 1580 y 1590. No cabe duda de que las dos edades del rey condicionaron la génesis y el desarrollo de sendas privanzas. Podría afirmarse incluso, utilizando la tesis clásica de Kantorowicz (2012), que ambos privados se asocian a un mismo y único “cuerpo político” del rey que, sin embargo, estaba indisolublemente vinculado a dos etapas distintas (juventud y vejez) de su “cuerpo natural”. Éboli halló el favor de un monarca joven y viajero que, como heredero del emperador, recorrió media Europa protagonizando algunas de las más memorables joyeuses entrées del siglo (Bouza 1994b: 55). Éboli fue el privado perfecto para un monarca itinerante y ausente de sus reinos peninsulares. Supo moverse con astucia para controlar con maestría espacios y tiempos, siendo “en quien aprenden los Áulicos su doctrina/ bien que igualarla no pueden”, como recordaría el poeta Anastasio Pantaleón de Ribera (1634: 31r-v). Tras el asentamiento de la corte en Madrid, el privado comenzó a perder influencia en favor de otros adversarios que se ganaron la confianza del rey. Don Cristóbal, en cambio, construyó su privanza sobre azares de la fortuna bien distintos, logrando una hazaña que, como hemos visto, estaba al alcance de muy pocos. Nadie supo administrar como don Cristóbal los afectos de un monarca asendereado que en los últimos quince años de su vida gobernó su vasta Monarquía a través del despacho y la consulta escrita sin abandonar el espacio físico y geográfico de sus reales sitios en torno a Madrid. Al limitar al máximo sus desplazamientos y su exposición pública, la paulatina ocultación de su persona coadyuvó a reforzar los vínculos del rey con su restringido círculo de servidores y especialmente con aquellos que como don Cristóbal atendían a un tiempo del cuidado de sus necesidades personales y de los asuntos de estado. El Felipe II de los críticos años ochenta y noventa del siglo xvi, como ha sido destacado por el profesor Bouza, fue un “Roi casanier, sedentario y papelero” (Bouza 1994a: 62), que confió a don Cristóbal no solo la maquinaría del gobierno, sino el control de su cámara —y palacio— y la formación política de su heredero. Éboli y Moura se situaron en la cúspide de la fortuna cortesana, que por tal entendía la virtud para conservar el favor del príncipe, pero solo el último logró lo que el primero quizá nunca llegase siquiera a imaginar, apropiarse de la negociación escrita, especialmente en el último lustro de vida del rey. Ambos fueron avezados cortesanos, há-
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biles y curtidos palaciegos, y sin embargo únicamente Moura podría acomodarse a la categoría gracianesca de El político. Antes que Baltasar Gracián convirtiera a Fernando el Católico en canon universal del “arte de reinar” y en “oráculo mayor de la razón de Estado”45, el historiador Matías de Novoa agigantó la fama de Moura al reconocerle como el “oráculo del Rey D. Felipe II” (1875: 58). En buena medida podría concluirse que Ruy Gómez se consolidó como el paradigma del cortesano, “resuelto y advertido”, del “primer piloto que en trabajos tan grandes vivió y murió seguro tomando siempre el mejor puerto”, como le recordó Cabrera de Córdoba (1998: 615), mientras que Cristóbal de Moura superó ese arquetipo de cortesano para erigirse en el político. Moura nunca tuvo el honor de ver su efigie pintada colgada de los muros de la Galería de Retratos que Felipe II creó expresamente para el palacio del Pardo entre 1563 y 1567. En el incendio que devastó el Real Sitio en 1603 pereció —junto a los cuadros de los miembros de la familia real— el cuadro del príncipe de Éboli (Falomir 1999: 125-140) y con él una parte significativa de la memoria visual del primer gran privado del monarca. Don Cristóbal tampoco tuvo mejor fortuna en la perpetuación de su imagen. Aunque sabemos que en las colecciones que su nieto Francisco, tercer marqués de Castelo Rodrigo, atesoraba en la Huerta de la Florida aún se conservaba al menos un retrato suyo de cuerpo entero muy maltratado46, apenas ha sobrevivido un óleo sobre lienzo —que descubrimos en el Instituto de Valencia de Don Juan— a los avatares del tiempo y la fortuna. En octubre de 1651, desde su embajada en Venecia, el marqués de la Fuente solicitaba a Castelo Rodrigo una copia del retrato de su padre, fallecido en enero, para que hiciese pareja con otro de su abuelo, “que es de las alajas que, entre las que quedaron reservadas de las deudas de mi padre, he mantenido”47. Si la imagen pintada de don Cristóbal era presentada cual presea por el hijo de Melchor de Teves, apenas cinco años antes era el conde de Peñaranda, embajador en la corte cesárea, el que rescataba para don Manuel de Moura, segundo marqués de Cas45. Ayala Martínez 2004: 114. 46. Barrio Moya (1996: 295-332). Cfr. García Cueto (2014: 421-427). 47. Carta del marqués de la Fuente al marqués de Castelo Rodrigo, Venecia, 28 de octubre de 1651, Archivo Histórico Nacional, Estado, libro 115, fol. 244r. Véase Bouza (2012: 27-44).
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telo Rodrigo, una máxima de su padre, “que deçía que con poco çer[e] belo se governava el Mundo” y que parecía abundar sobre los fundamentos de la inteligencia política de la razón de estado. Aquella evocación de la memoria política del gran privado de Felipe II, precursor del valimiento seiscentista, sonaba a provechosa lección de gobierno para los ministros de Su Majestad Católica en un “siglo” en el que, como aseguraba el conde, “abundamos tanto de zer[e]belos”48. Bibliografía Ayala Martínez, Jorge Manuel (2004): “Prudencia y mundo en Baltasar Gracián”, en Miguel Grande y Ricardo Pinilla (eds.), Gracián: Barroco y modernidad. Comillas/Zaragoza: Universidad de Comillas/Institución Fernando el Católico/Diputación de Zaragoza, pp. 103-137. Ball, Rachael/Parker, Geoffrey (eds.) (2014): Cómo ser Rey. Instrucciones del Emperador Carlos V a su hijo Felipe. Mayo de 1543. Madrid: The Hispanic Society of America/Centro de Estudios Europa Hispánica/Center for Spain in America. Barrio Moya, José Luis (1996): “Las colecciones de pintura y escultura de Don Francisco de Moura, tercer marqués de Castel Rodrigo (1675)”, en Academia. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 82, pp. 295-332. Benigno, Francesco (1994): La sombra del rey: validos y lucha política en la España del siglo xvii. Madrid: Alianza Editorial. Bouza, Fernando (1994a): “Corte es decepción. Don Juan de Silva, Conde de Portalegre”, en José Martínez Millán (dir.), La corte de Felipe II. Madrid: Alianza Editorial, pp. 451-502. — (1994b): “La Majestad de Felipe II. Construcción del mito real”, en José Martínez Millán (dir.), La corte de Felipe II. Madrid: Alianza Editorial, pp. 37-72. — (1998): Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II. Madrid: Akal. — (1999): “Felipe II: el ocaso del reinado. Madurez, crisis y juicio del gobierno de la Monarquía en la década de 1590”, en Studia Histórica. Historia moderna, 17, pp. 5-10. 48. Minuta de carta del conde de Peñaranda al marqués de Castelo Rodrigo, Münster, 5 de octubre de 1647, AHN, Sección Nobleza, Frías, C. 44, D. 1, fols. 143r. 144r.
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Memoria historiográfica en la España del siglo xvii. Ruy Gómez de Silva, espejo de privados en la corte de Felipe II*1 Francisco Precioso Izquierdo**2 ICS-ULisboa
Memoria y opinión en la España de los Austrias***3 ¿Cómo interpretó la historiografía del siglo xvii la trayectoria política de Ruy Gómez de Silva? La pregunta, no por básica, deja de tener utilidad para conocer los principales trazos de una imagen ‘construida’ en buena medida por los cronistas y polemistas más próximos a su tiempo y legada principalmente a través de las historias sobre el reinado de Felipe II que comenzaron a ver la luz desde finales de la década de 1590. Partimos pues de una doble premisa que justifica la oportunidad de este análisis: en primer lugar, consideramos que la carga historiográfica de Ruy Gómez de Silva es —todavía hoy— tan considerable que nos obliga a conocer lo escrito por los primeros historiadores que *
Este artículo forma parte de los proyectos de investigación: “Nobilitas II-Estudios y base documental de la nobleza del Reino de Murcia, siglos xv-xix. Segunda fase: análisis comparativos”, financiado por la Fundación Séneca, Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia (15300/PHC/10) y “Familias e individuos: Patrones de modernidad y cambio social (siglos xvi-xxi)”, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2013-48901-C6-1-R). ** Investigador postdoctoral en el Instituto de Ciências Sociais da Universidade de Lisboa gracias a una beca de formación posdoctoral concedida por la Fundación Séneca, Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia (19816/PD/15). *** Algunas de las cuestiones analizadas en este capítulo son también tratadas con detalle en los textos elaborados por Trevor J. Dadson y José A. Guillén Berrendero que el lector podrá encontrar en esta misma obra.
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—con más o menos entusiasmo— se ocuparon de nuestro protagonista; en segundo lugar, hemos de reconocer que la filiación de la mayoría de esas historias y polémicas historiográficas tiene su origen en el reinado de Felipe II, es decir, la memoria de Ruy Gómez de Silva nos aparece ligada desde el comienzo a la memoria del rey, inseparable de las decisiones del monarca y en paralelo a las circunstancias y coyunturas de su reinado. El otro interés de nuestra aproximación al pasado a través de la memoria historiográfica de Ruy Gómez descansa en el estudio de su configuración como semillero de opiniones y fundamento de muchas de las construcciones que, décadas e incluso siglos después, se seguirán leyendo sobre este noble de origen portugués. A ello contribuyó sin duda la repercusión cada vez mayor de lo publicado en las historias y crónicas a que nos referiremos a continuación. Además de interesar a un buen número de notables de la vida política e intelectual de la corte o las principales ciudades de la monarquía, muchos de estos textos lograron circular extramuros de palacios y grandes casas cortesanas, tejiendo los reversos de una memoria erudita que antes o después terminaba por deformarse y alcanzar amplias capas sociales. El conocimiento histórico aportaba así su particular “grano de arena” a la creación de una opinión o un estado de opinión sobre el pasado más reciente, una de sus dimensiones más problemática, ya que podía generar consecuencias imprevistas y no muy agradables entre quienes todavía tenían mucho que ganar o perder en esas lides. Y eso lo sabían muy bien la mayoría de autores, hombres de letras, cultos y doctos en el manejo de los papeles, pero también hombres de su tiempo atrapados por sus filias y fobias e inmersos en las luchas y fricciones cortesanas a las que servían con su pluma, aprovechándose unas veces de la literalidad de sus expresiones y otras de la doble interpretación de las palabras para ajustar viejas “cuentas pendientes” con poderosos rivales de facciones opuestas o simplemente buscar o conservar el favor de un gran potentado. En este trabajo nos referiremos a algunas de las principales historias del reinado de Felipe II publicadas a lo largo del siglo xvii, en especial, durante la primera mitad de la centuria. Muchas de ellas pueden ser catalogadas como “historias oficiales” según la definición del propio Richard L. Kagan, es decir, obras que contaron de alguna manera “con el visto bueno” del poder o que incluso fueron auspiciadas
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por él, concebidas “para crear un registro histórico que favoreciese los intereses y los objetivos de los gobernantes” e influir en un presente al que se dirigían “para seducir a la opinión pública” (Kagan 2010: 24). Junto a estas, tendremos en cuenta también otras historias “no oficiales”, esto es, aquellas que carecieron de patrocinio político reconocido y cuyos autores se permitían licencias todavía mayores que los anteriores. Unas y otras fueron testigos de los primeros esfuerzos por moldear una opinión erudita, a veces crítica a veces satírica, cuyo resultado final contribuía a fijar desde el particular modo de interpretar el pasado de cada uno de sus autores, una especie de autorretrato de sus propios prejuicios e intereses. Conocimiento —hemos escrito al principio— pero también una forma de opinión y, por tanto, de crítica más o menos solapada a un rey, su gobierno y sus ministros, que encontró a comienzos del seiscientos un terreno abonado a la práctica de opinar y criticar abiertamente ciertos aspectos del reinado de Felipe II. Precisamente, nos situamos en el momento de surgimiento de una ‘proto opinión’ (como sugieren, entre otros, Alabrús Iglesias 2011: 337-354 y Olivari 2014: 57-96) favorecida por un clima político aparentemente más abierto y por el uso de instrumentos de información nuevos o renovados, lo que hábilmente conjugado sirvió para estimular la emisión de numerosos juicios sobre los problemas y las materias del más grave contenido de la monarquía. Los historiadores de entonces —más cercanos a auténticos creadores de opinión mediatizados también por sus propios entornos políticos— desempeñaron un papel destacado en esta peculiar oleada de críticas que espoleó el comienzo del siglo xvii, asumiendo un protagonismo sin igual entre un público o públicos que leía —o al que le leían— obras como la de Herrera y Tordesillas, Cabrera de Córdoba o Pierre Mathieu (Bouza Álvarez 1998: 39-50). Nos referimos —merece ser reiterado— a una memoria historiográfica plural y rica, repleta de matices, dominada por opiniones encontradas que irían generando multitud de representaciones y relatos distintos sobre un mismo pasado. En el caso del reinado de Felipe II, García Cárcel (2003: 285-316) advirtió hace un tiempo las principales trayectorias de la crítica histórica, una literatura que tuvo que reaccionar unas veces ante los ataques recibidos desde el extranjero, otras ante la conciencia de crisis de valores, pérdida de confianza en el papel directriz de la monarquía… diversidad de elementos que influyeron
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en el oficio de historiar y que imprimieron a la mayoría de obras un aspecto singular en medio de una opinión generalizada escasamente entusiasta con el monarca. ¿Y con Ruy Gómez de Silva? ¿Qué escribieron sobre nuestro protagonista y cómo lo contemplaron los primeros biógrafos de Felipe II? La lucha por la memoria. Ruy Gómez de Silva en la polémica historiográfica de Felipe II La llegada al trono de Felipe III parecía inaugurar un periodo diferente al conocido en los últimos años del reinado de su padre. Casi desde su fallecimiento, una parte de la crítica había comenzado a expresar abiertamente sus diferencias con el estilo y la forma de gobierno de Felipe II, reprochándose la opacidad de muchas de sus decisiones y la falta de visibilidad del propio monarca en una corte silenciada y oscura (García Cárcel 2017: 81-143). Una imagen que contrastaría con los aires de renovación y novedad que pronto se asociarían a Felipe III, reflejo de las esperanzas depositadas por muchos en la mudanza de la corona (García Cárcel 2003: 289). Esa apariencia de apertura basada en la “atenuación de la regla de silencio impuesta a las alturas” (Olivari 2014: 62) favoreció un clima mucho más propicio a la emisión de juicios y manifestaciones sobre el pasado más reciente, una tendencia que sería aprovechada por más de uno para tomar la pluma y dejar por escrito determinadas críticas al reinado de Felipe II. Muchos lo hacían como medio para marcar distancias y crear un estado de opinión que lograra diferenciar con nitidez los perfiles políticos y de gobierno de padre e hijo, una estrategia que servía a su vez para cargar sin disimulo contra rivales de facciones opuestas y legitimar nuevos estatus de poder. Ese pudo ser el principal objetivo de un manuscrito que conoció una considerable difusión entre los círculos eruditos de la corte del nuevo monarca (ya circulaba por Madrid en 1599 y pronto rebasaría los Pirineos para alcanzar un éxito parecido en Francia) y cuya puesta en circulación sirvió para avivar la polémica sobre el recuerdo del rey anterior. Nos referimos al Papel —como fue conocido en la época— de Ibáñez de Santa Cruz, secretario personal y uno de los hombres más próximos al duque de Lerma, poderoso valido de Felipe III (Feros 2002: 132).
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Convenimos con la mayoría de los autores que han analizado el Papel de Ibáñez de Santa Cruz (García Cárcel 2003: 285-316; Fortea Pérez 1997: 63-90; García García 2001: 261-298) en su carácter eminentemente publicístico. No se trata propiamente de una historia del reinado de Felipe II, sino de una obra de propaganda escrita para hacer política mostrando las diferencias entre el modo de gobierno de Felipe II y el de su hijo, o más bien —como entiende Geoffrey Parker— para ahondar en las diferencias entre uno y otro (Parker 1996: 266). El título es ya de por sí bastante revelador: Las causas que resultaron del ignorante y confuso gobierno que hubo en el tiempo del Rey nuestro Señor [Felipe II] que sea en su gloria y el prudente y acertado modo de gobernar que ha tomado y proseguirá su majestad [Felipe III]1. El documento se organiza en torno a una serie de descalificaciones personales dirigidas al difunto monarca, a quien se tacha de “entendimiento afeminado y menudo”, poco profundo y errado: “A fuerza de su potencia y dinero malgastado se entretuvo hasta que lo consumió todo y al paso que iba, si viviera cuatro años más, lo acabaría de destruir todo sin género de remedio (…). Fue Dios tan misericordioso, que al ver tan apretado a su pueblo reparó su extrema necesidad con llevárselo para sí”2. Sin embargo, más que contra Felipe II, parece que la verdadera intención de Ibáñez de Santa Cruz consistía en la crítica a los hombres de su gobierno. Por eso, de la diatriba personal al rey pasaba de inmediato a la desautorización de buena parte de los consejeros y gobernantes de su reinado, “hablando muy mal y con gran libertad” de sus ministros, como denunciará años más tarde Luis Cabrera. Frente al desordenado y confuso gobierno de Felipe II, el autor ensalzaba por comparación los nuevos aires del equipo gubernamental encabezado por Lerma, quien había comenzado a monopolizar la privanza sobre el monarca. Sus esfuerzos en señalar la ineptitud de Felipe II y su cortedad de miras en las tareas de gobierno se iban a extender ‘solidariamente’ a la mayoría de sus consejeros (Feros 2002: 127-128). A pesar de los intentos de Carlos V de rodear a su hijo de un elenco de ministros
1. Hemos consultado la copia conservada en la Biblioteca Nacional de España (en adelante BNE) Manuscrito, 7715. 2. BNE. Manuscrito, 7715, ff. 3r-3v.
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“grandes y científicos con el fin de que todo se gobernase con el acierto posible3”, el autor reconocerá la incapacidad final del rey para seguir la pauta marcada por su padre, entre otras razones, debido a una ambición desmedida que apenas le permitía tener cerca de sí ministros que supieran más que él, acusándole de haberse librado del “Duque de Alba, de un juicio tan profundo y claro”, para casarse con Ruy Gómez de Silva, “que era bien entendido”, pero con quien el rey no pudo sufrir “la gallardía del Cardenal Espinosa”, reprobar las “estratagemas” de Antonio Pérez o hacer frente a la “resolución” de Mateo Vázquez4. Para Ibáñez de Santa Cruz, la ineficacia de los anteriores ayudaba a explicar buen parte “de los hierros pasados”, pues “cerraron las puertas a SM para que no le pudiese hablar nadie sino ellos que fueron siempre los Relatores de todo y SM el Juez que lo resolvía y juzgaba así de claro5”. Como era natural, las reacciones al escrito de Ibáñez de Santa Cruz no se hicieron esperar. A pesar de su cercanía a Lerma, fue detenido en 1600 y recluido en diferentes prisiones durante tres años. En el terreno de la opinión, el autor y su Papel fueron objeto de impugnaciones tan duras como la coetánea Refutación dictada por la razón y escrito por el célebre Doctor Navarrete6, documento en el que apenas se ahorran descalificativos contra el “idiota frenético Autor” de un “Pasquín desvergonzadísimo, indiscreto y escandaloso en gran manera, fundado en razones poco seguras en la fee y contra un Rey tan poderoso, Christiano, justo, celoso de la honradez de Dios y columna de la Santa Fee Cathólica, como fue el gran don Phelipe Segundo”7. El tenor de este escrito es diametralmente opuesto al de Ibáñez de Santa Cruz, negando todas las acusaciones del anterior, en especial, en el punto tocante a los ministros y secretarios del rey. Precisamente, uno de los nombres a los que más se tratará de proteger de la crítica será el de Ruy Gómez de Silva, a quien se defenderá negando cualquier validez a la idea sobre su escasa destreza en el ejercicio de la privanza: “Decir [que Felipe II] se casó con Ruy Gomez porque era poco entendido es mentira famosa, antes, por ser muy inteligente en 3. 4. 5. 6. 7.
BNE. Manuscrito, 7715, f. 3v. BNE. Manuscrito, 7715, f. 4r. BNE. Manuscrito, 7715, f. 22v. Hemos consultado la copia conservada en BNE. Manuscrito, 10635. BNE. Manuscrito, 10635, f. 46v.
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todas las materias de Estado, y muy virtuoso, le amó en vida, y le honró después de su muerte”8. La memoria de Ruy Gómez quedaba así a salvo de los primeros escopetazos lanzados por la crítica —más publicística que historiográfica— contra Felipe II. Aislado del vituperado grupo de ministros y consejeros del rey acusados de mediocridad por el lermista Ibáñez de Santa Cruz, su virtuosismo en materia de Estado iba a definir desde entonces una de las grandes características con la que la historiografía posterior reconocerá al portugués. Un paso significativo en este proceso lo representó la obra del cronista Antonio de Herrera y Tordesillas, Historia general del mundo del tiempo del señor Rey don Felipe II, el Prudente, escrita en tres partes que comenzaron a ver la luz en 1601. La obra de Herrera es importante ya que se tiene como una de las pocas historias del reinado de Felipe II escritas todavía en vida del monarca9. Las peripecias de su redacción y publicación han sido estudiadas por diferentes historiadores en los últimos años (Kagan 2010: 197-208; Cuesta Domingo 1998; Martínez Martínez 2014), señalándose muy especialmente la relación de cercanía y protección que le dispensó el poderoso secretario Juan de Idiáquez, por cuya mediación obtuvo Herrera el cargo de cronista mayor de Indias en 1596. La Historia general está estructurada siguiendo un criterio cronológico de año en año, organizada en libros y capítulos en los que se anotan los hechos más sobresalientes del periodo que empieza con el viaje a Inglaterra de Felipe y su matrimonio con María Tudor (1554) y concluye con la muerte del rey en 1598. La apuesta por esta opción metodológica permitía al autor mayor margen para detenerse en aquellos momentos considerados relevantes o para recrearse en semblanzas personales dignas de atención; pero, sobre todo, servía a Herrera para subrayar la preponderancia del rey en su propio tiempo histórico, haciendo de Felipe II el centro “sobre el que giraba el mundo, tanto en sentido figurado como literal” (Kagan 2010: 210). De las alusiones a Ruy Gómez de Silva llama la atención la nota con la que cierra el Libro Segundo con ocasión de su muerte, hecho que el
8. BNE. Manuscrito, 10635, f. 69v. 9. Sobre la crítica historiográfica castellana en tiempos de Felipe II, véase Alvar (1996: 89-106).
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autor sitúa a finales de 1572. Casi una columna en la que se condensa la imagen de uno de los consejeros más importantes de Felipe II, quien por sus propios méritos y muchos servicios sería merecedor de la serie de cargos y títulos concedidos por el monarca: “Príncipe de Eboli, Duque de Pastrana, Sumiller de Corps del Rey Católico y de su Consejo de Estado, Contador mayor de Castilla y Mayordomo mayor del Príncipe don Carlos” (Herrera y Tordesillas 1606: 88). Este portugués, procedente “de la ilustre y antigua casa de Silva”, es naturalizado rápidamente en la corte de Carlos V, donde se sitúa el origen de su ligazón a Felipe II: “por madre de la de Meneses, vino niño a Castilla con la Emperatriz madre del Rey Católico, fue dotado de muchas virtudes y de tanta discreción que, teniendo mucha gracia con el Rey, supo convertir en amor general la envidia de su privanza”. Destacada su cercanía al monarca, el autor le dedica una serie de elogios entre los que no faltan referencias a su reconocida prudencia: “Fue hombre de mucha puntualidad, afable y no punto arrogante, pío, y en todas sus cosas igual, de ánimo generoso y en las armas valiente, celoso de la reputación de su Príncipe, y desde que comenzó a privar hasta que murió, que fueron muchos años, se conservó en un mismo grado, con gran prudencia y universal aprobación de todos” (Herrera y Tordesillas 1606: 88). Para Herrera, casi desde el comienzo de su privanza sobre Felipe II, Gómez de Silva se había significado como el gran consejero del monarca, gozando de un extraordinario poder derivado de las no pocas responsabilidades confiadas por el rey: “fue mucho lo que le confió, que le nombró por uno de los Comisarios para la paz que hizo con Enrique II, rey de Francia, y desde Flandes le envió a España con tan grandes poderes que pudo quitar y poner Presidentes, dar Obispados y usar de muchos arbitrios para buscar dinero para la guerra”. Con el fin de cuadrar la imagen de Gómez de Silva como el perfecto privado, Herrera lo elevaba a la categoría del exempla, consagrando una fórmula repetida posteriormente por otros muchos y que encontramos formulada por vez primera en su Historia general: “tuvo innumerables amigos, y de los que mejor le conocieron, fue llamado espejo de privados” (Herrera y Tordesillas 1606: 88). La glosa final a Gómez de Silva contenía una descripción con las virtudes que debían adornar a todo buen privado, una definición en la que tuvo que pesar la experiencia del propio autor con quien en ese
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momento era dueño y señor de la confianza del monarca, es decir, el duque de Lerma. Exaltando a Gómez de Silva podemos pensar que Herrera marcaba o intentaba ajustar el paso de la privanza de Lerma, cobrando nuevo valor su redacción en el contexto de la maltrecha relación que unía a cronista y valido. De hecho, en 1609, solo unos años después del comienzo de la publicación de su Historia general y como consecuencia de su participación en la campaña de críticas a la política de Lerma, el propio Herrera fue arrestado y condenado a un destierro de la corte y la ciudad de Madrid que se prolongó hasta 1614 (Kagan 2010: 275-279). Otro que tampoco gozó de la simpatía de Lerma fue Luis Cabrera de Córdoba, a quien se debe una de las obras más celebradas sobre el reinado de Felipe II, la Historia de Felipe II, Rey de España. El autor había entrado muy joven al servicio del rey en palacio, lo que sin duda le permitió conocer de primera mano los entresijos de la vida cortesana de los últimos años del reinado. Crítico con el poder de Lerma, fue arrestado y alejado de la corte tras un encontronazo con uno de los favoritos del valido. Sin embargo, supo sortear las dificultades y en 1610 pudo terminar la primera parte de su Historia, publicada nueve años más tarde (García López 1998: 217-234). Peor suerte corrió la parte segunda, que permaneció sin imprimirse por la oposición de los diputados aragoneses que censuraron —con el cronista de Aragón a la cabeza, Bernardo Leonardo de Argensola— el tratamiento de Cabrera a los sucesos de las Alteraciones de Aragón. Por esta razón, hubo que esperar hasta el último tercio del siglo xix para ver publicadas ambas partes, trabajo que fue objeto de una nueva edición en 1998 a cargo de José Martínez Millán y Carlos Javier de Carlos Morales. El contenido de la obra de Cabrera es muy rico en detalles y apreciaciones de la vida íntima de palacio, en especial, en lo que se refiere a las luchas entre facciones cortesanas. Es en este punto donde encontramos buena parte de las noticias sobre Ruy Gómez de Silva, quien es presentado inicialmente como un miembro más del reducido grupo de consejeros del monarca, más tarde como contador mayor y, finalmente, ya en el libro IV del primer tomo, como líder, patrón u hombre de referencia en la corte del rey (Martínez Millán 1992: 137-197). A lo largo de su historia, Cabrera se referirá en más de una ocasión a la temprana amistad que unió al noble portugués con Antonio Pérez, a quien llega a considerar un dependiente más de aquel: “luego se arrimó al
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favorecido Rui Gómez, dependiendo de él, y mostrándose menos bien afecto á las cosas del Duque de Alba” (Cabrera 1876: 490-491). Sobre esta última relación, la de Gómez de Silva y el duque de Alba, profundizará en numerosos pasajes, en concreto en aquellos que tienen que ver con la delicada cuestión de Flandes y la rivalidad u oposición que separaba a ambos: “Parecía á Rui Gómez desconveniente la severidad del Duque de Alba para gobernar los Países”. Tras la designación del duque como jefe del ejército de Flandes, escribe el autor que con “su elección el de Alba quedó contento por salir del lado de los que la privanza le hacía en estimación iguales, y Espinosa y Rui Gómez por quitar de la sala autoridad que odiaban mucho” (Cabrera 1876: 495). Tampoco escatimará detalles a la hora de describir el episodio del arresto y muerte del príncipe don Carlos, hecho en el que sitúa a Éboli como fiel cumplidor de las órdenes de un monarca guiado por la preocupación paternal hacia su hijo (narración que parece tomar como referencia Baltasar Porreño en sus Dichos y hechos del señor rey don Philipe Segundo, el Prudente, publicada en Cuenca en 1628). Consciente de su polémica utilización contra Felipe II, Cabrera recurre a ‘su verdad’ para intentar zanjar las muchas versiones que sobre este episodio circularon dentro y fuera de España: “Variamente se habló deste caso dentro y fuera de España, y en las historias de los enemigos y émulos della. Yo escribo lo que vi y entendí entonces y después con la entrada que desde niño tuve en la cámara destos príncipes y fue mayor con la edad y comunicación, por la gracia que merecieron algunos Ministros del Rey, especialmente el príncipe Rui Gómez de Silva y D. Cristóbal de Mora” (Cabrera 1876: 591). La proximidad e identificación de Cabrera con el noble portugués quedará plasmada en las referencias a Gómez de Silva con ocasión de su fallecimiento, oportunidad aprovechada por el autor para pintar un cuadro en el que destacan numerosos juicios del todo favorables a su privanza: “Conservó [la gracia del rey], porque le asistía sin fastidiarle ni impedirle cuando quería soledad. Hacía lo que le tocaba sin artificio y con facilidad y agrado de su señor”. Para Cabrera, al igual que para Herrera y Tordesillas, Gómez de Silva había sido el privado más adecuado a Felipe II, ya que a su amistad forjada en los años de infancia del monarca y juventud del portugués, se unían sus innumerables virtudes políticas: “hablaba lo necesario que le tocaba y sabía
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[…] mostrando entenderlo, ganando primero el nombre de inteligente y prudente con la pregunta oportuna y modesta y la respuesta breve y cuerda. No entendía más de lo que decirle quería, con disimulación honesta, forzosa y buena. Lo que le decía tenía en secreto, y si lo decían otros disimulaba y era el último en decillo” (Cabrera 1876: 140-142). Las cualidades cortesanas de Gómez de Silva eran puestas de relieve de forma explícita por el autor: “Hacía de los enemigos amigos, beneficiándolos para que conociesen su poder. Conocía los émulos, vencíalos de cortesía, huyendo las ocasiones de romper, haciendo bien á sus allegados en amistad para que templasen su mala voluntad […]. Moderaba el acompañamiento cuando andaba por la Corte, entraba ó salía della, y no vestía, ni sus criados, más curiosamente que el Rey y los suyos” (Cabrera 1876: 141-142). Al igual que en la Historia general de Herrera, atisbamos en el horizonte de la historia de Cabrera la imagen de Ruy Gómez como el privado ejemplar que supo mantenerse durante tanto tiempo en un medio, la corte filipina, nada propicio para la seguridad o la conservación. Por eso se recurre otra vez a su dimensión ejemplarizante como molde para “fieles vasallos y prudentes privados”: Es la Corte golfo tan peligroso, que pocos le pasan sin tormenta; porque hay tanto de las esperanzas á su cumplimiento como de la virtud al premio: que los méritos porque sólo pueden dar gracia, despiertan odio. Fue Rui Gómez el primer piloto que en trabajos tan grandes vivió y murió seguro, tomando siempre el mejor puerto. Aconsejó y sirvió loablemente á su Príncipe en que no fuese su confesor Constantino, hereje; en hacer las paces con Francia en el año mil y quinientos y cincuenta y nueve con tantas honras y ventajas, y en haber instado en que Malta, sitiada del turco, fuese socorrida; vivo conservó la gracia de su Rey; muerto le dolió su falta y la lloró su reino, que en su memoria le ha conservado para exemplo de fieles vasallos y prudentes privados de los mayores príncipes (Cabrera 1876: 142).
Casi al final de su obra, tras referir la noticia de la muerte del segundo duque de Pastrana en 1596, volvemos a localizar numerosas referencias a Ruy Gómez. En esta ocasión, Cabrera rescata un capítulo sobre la vida de nuestro protagonista apenas tratado hasta entonces, como es el relacionado con su propia condición de noble y continuador de un linaje, el de los Silva, particularmente glosado por el au-
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tor (Cabrera 1876: 157-158). En este punto, sin embargo, destacará la Historia genealógica de la Casa de Silva publicada por el genealogista Luis Salazar y Castro en 168510. Sin ser una historia o biografía del rey, consideramos de interés apuntar las notas básicas de la memoria de Ruy Gómez recreada por Salazar y Castro a finales del siglo xvii. Como corresponde a este tipo de obras, el autor se permitirá intercalar numerosa información genealógica entre las muchas loas y panegíricos dedicados a ensalzar los méritos y la grandeza inveterada de la familia, consagrando a Gómez de Silva como uno de los eslabones más importantes del devenir familiar reciente. Basándose a su vez en las historias de Cabrera, Martin de Viciana, Juan Cristóbal Calbete o el propio Esteban de Garibay repasará alguno de los acontecimientos más señalados de la trayectoria de Ruy Gómez, desde su origen en España como “menino” de la Infanta doña Isabel de Portugal, hasta la vinculación al príncipe Felipe, quien: “amó tiernísimamente a Ruy Gómez por superior influencia y él desde la infancia atendió a merecérselo con tanto cuidado que pudo dignamente establecerle en el más alto lugar de su gracia” (Salazar y Castro 1685: 457). Especial atención prestará a su matrimonio con doña Ana de Mendoza —“uno de los más apetecidos casamientos de aquel tiempo”— y, sobre todo, a la serie de mercedes y dignidades con las que el rey Felipe premiará y reconocerá su labor, engrandeciendo el lustre de su linaje con nuevos títulos como el de príncipe de Éboli, el ducado de Pastrana o los señoríos jurisdiccionales concedidos por el rey Sebastián de Portugal sobre las villas de la Chamusca y Ulme. No menos importante para Salazar será la intensa labor de patronato cultural y religioso desempeñada por el propio Ruy Gómez, destacando la fundación de varios conventos de Carmelitas Descalzas y una iglesia colegial bajo la advocación de Santa María en su villa de Pastrana (Salazar y Castro 1685: 483-509). Pero, si por algo nos llama la atención lo escrito por el genealogista es por la recuperación de la memoria portuguesa de Ruy Gómez, circunstancia señalada por Salazar para destacar todavía más el grado de aceptación del privado: “aun no siendo castellano, todos lo tuvieron por digno del lugar que ocupó en este Reyno, sin que le 10. Recientemente ha sido objeto de una profunda y notable revisión por Terrasa Lozano (2012). La obra de Salazar ha sido utilizada por diversos historiadores en el estudio de ‘otros’ Éboli; véase Reed y Dadson (2013 y 2015). Sobre el autor de la Historia genealógica, véase Soria Mesa (1997).
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obstase la aversión que entre los naturales de los de Castilla y Portugal ha producido la misma cercanía, casi desde que se separó de la Corona de León, a aquella porción que llevó en dote la Reyna o condesa Doña Teresa, progenitora de los Príncipes Portugeses” (Salazar y Castro 1685: 513). Esa recreada memoria portuguesa permitirá al autor situar a Gómez de Silva como referente de otros muchos portugueses y castellanos al servicio de una y otra corona, una presencia no menor que dejaba patente los lazos de correspondencia e interés común que unían a ambas monarquías: No se podrá reparar que de otro alguno de los Reynos que contiene España (ni aun de todos juntos) haya habido en Castilla tantos varones ilustres, como de Portugal, ni que en Portugal haya habido tantas claras Familias de otro Reyno, como de Castilla. Bien nos lo aseguran los Noroñas, Enriquez, Manueles, Castros, Meneses, Mendozas, Limas, Cerdas, y otros linajes que siendo notoriamente castellanos, logran en Portugal la más alta estimación y muy copiosos estados. Y en Castilla, los Portugales Silvas, Pimenteles, Acuñas, Pachechos, Portocarreros, Venegas, Coellos y Mouras, todos son portugueses, cuyos ascendientes pasaron en varias ocasiones de aquel a estos Reynos y con el mayor esplendor gozan tan apreciables prerrogativas que pudiéramos hacer una larga lista de sus grandezas, títulos y honores (Salazar y Castro 1685: 520).
Si la memoria de Ruy Gómez había logrado salir indemne de los primeros lances provocados por el polémico recuerdo de Felipe II tras su fallecimiento, la historiografía inmediatamente posterior no había dudado a la hora de convertir a ‘su’ privado en ‘el’ privado, reconociendo en Ruy Gómez todas las virtudes que debía retener para sí cualquiera que aspirase a ocupar una función similar. Pero, además, tanto Herrera como Cabrera contribuyeron a situar en su contexto político la trayectoria de Éboli, identificándolo en sus historias como líder indiscutible de una de las facciones en las que se debatía y organizaba la corte de Felipe II. Al mismo tiempo, comenzaba a asomar ya la imagen del buen súbdito portugués ligado al servicio de la monarquía española sin contradicción con su noble origen. Estas mismas notas se repetirán más o menos fielmente en algunos de los materiales historiográficos más significativos publicados posteriormente tanto dentro como fuera de España. Con alguna excepción, la mayoría se descubre ante un virtuoso Ruy Gómez que supo llevar a cabo una privanza ejemplar y ampliamente respaldada, como
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se desprende de las referencias que podemos encontrar en la Crónica del gran cardenal de España, don Pedro Gonçalez de Mendoça, escrita por Pedro Salazar de Mendoza y publicada en 1625. En la obra de este genealogista y “bruñidor de linajes” (Gómez Vozmediano y Sánchez González 2015: 393-422), Éboli es visto no solamente como el privado fiel y talentoso de Felipe II, sino también como el gobernante aceptado y respetado por el pueblo: “Buen testimonio del gran talento de Ruy Gomez haber sido íntimo Privado de un Rey de tan claro juicio y entendimiento. No medró, ni se acrecentó demasiadamente, porque no era codicioso. Esta Privança del Príncipe era con beneplácito y aplauso del Pueblo, que le quería y respetaban y por ello fue más estimada” (Salazar de Mendoza 1625: 454). Términos similares localizamos en la obra Vida interior del Rey D. Felipe II, una de las biografías más populares escritas sobre el monarca. Su autor no nos es conocido, aunque desde que Antonio Valladares de Sotomayor la publicase en el último tercio del siglo xviii, se han sucedido diferentes atribuciones que la han hecho pasar por la mano del mismísimo Antonio Pérez, otros por el abad de Saint-Réal, otros por Juan de Idiáquez, siendo en la actualidad aceptada su atribución a Pierre Matthieu, protegido de Enrique IV, quien a finales de la década de 1590 lo nombró cronista de Francia (García Cárcel/Betrán Moya 2015). En la obra abundan numerosas referencias a una de las cualidades más destacadas del monarca como era su liberalidad a la hora de premiar y reconocer servicios (aspecto reconocido también por otro historiador del periodo, el madrileño Lorenzo Van der Hammen en su Felipe el Prudente, rey de las Españas y Nuevo Mundo, 1625). En elogio de Felipe II podemos leer: “el Rey Felipe no dexó jamás ninguna honrada acción de letras, de justicia, ó de guerra sin recompensa. El hacía mercedes no solo a los buenos porque fuesen mejores; también á los malos porque no fuesen peores, mas no por eso levantó a sus Privados y favorecidos jamás a favores desmedidos ni desproporcionados”. Prueba de ello fue el propio Éboli, a quien el rey supo elevar a lo más alto pero sin confiarle el manejo de todo: “El engrandeció á Rúy Gómez pero sin hacerle dueño de los negocios más graves ni de la distribución de los grandes cargos. Todos sabían que ninguno había de solicitar con este gran Rey ser árbitro de las leyes de las cuales pende la salud ó ruina de un Estado” (Valladares de Sotomayor 1788: 99-100).
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No solo los primeros historiadores y cronistas españoles dedicados al reinado de Felipe II prestaron atención a la figura de Gómez de Silva. Sin ir más lejos, una parte de la crítica historiográfica portuguesa de la primera mitad del seiscientos se ocupó también de Éboli en obras como la publicada en 1639 por Agostinho Manuel de Vasconcelos, Sucesión del Señor D. Felipe en la Corona de Portugal. Analizada por algunos especialistas de la cuestión portuguesa (Bouza Álvarez 1988: 47-61; Valladares 2008: 207) parece que su autor mantuvo una actitud intermedia entre las dos grandes alternativas (restauracionista o castellanista) que se cernían sobre Portugal en el momento de la publicación de la obra. Al contrario que otros publicistas de la Restauraçao como Ignacio Mascarenhas o Pinto Ribeiro (Bouza Álvarez 1991: 205-225; García Cárcel 1998: 109-126), el autor no veía dificultades en aceptar el hecho de ser portugués y al mismo tiempo súbdito del rey de España, razón por la que probablemente se esforzara en subrayar y conceder protagonismo a aquellos comportamientos o actitudes que pudieran evidenciar cierta normalidad de trato y relación entre unos y otros, destacando expedientes portugueses de relativo éxito en la corte española como los de Gómez de Silva y Cristóbal de Moura: Y así lograron su valía casi desde sus primeros años hasta los últimos dos caballeros portugueses, de gran talento y virtudes, [como] fueron Ruy Gómez de Silva, progenitor de los Duques de Pastrana, Príncipes de Mélito, de Hijar y Marqueses de Alenquer, y Don Cristóbal Moura, Marqués de Castel Rodrigo […]. Gobernó el primero la juventud del Rey, y el segundo la vejez, durando lo que sus vidas en la privança, cosa que pocas veces sucede, siendo más admirable cuando se da con un Rey sabio, prudente, astuto y gran Político (Vasconcelos 1639: 107).
Sin embargo, no toda la crítica extranjera fue siempre favorable (Gómez Centurión 1995: 201-237). Como sabemos, el reinado de Felipe II se articuló pronto como un hito en el imaginario políticohistoriográfico de la Europa de la segunda mitad del siglo xvii, convirtiendo al rey en el blanco perfecto de la mayoría de los darlos lanzados por historiadores y polemistas ingleses, franceses, holandeses… Muestra de la faceta más cruel y violenta del rey sería el caso de la prisión y muerte de su primogénito, el príncipe don Carlos, rápidamente imputada al monarca y convertida por sus adversarios en el episodio más negro de la leyenda que comenzaba a levantarse contra Felipe II
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(Moreno Espinosa 2006; Bruquetas y Lobo 2016; García Cárcel 2017: 251-367). En este sentido, como ilustrativa de esa otra memoria, tenemos que referirnos a una obra de la que parece arrancar buena parte de la imagen estereotipada y sombría del reinado filtrada a través del episodio del hijo del rey. Nos referimos a la “novela histórica” sobre la vida de Don Carlos11, publicada en 1672 por César Vichard, abad de SaintRéal, y traducida casi de inmediato a las principales lenguas europeas (García Cárcel y Betrán Moya 2015). La obra de Saint-Réal representa para algunos historiadores el punto exacto del tránsito de don Carlos de personaje histórico a tema literario (García Cárcel 2017: 305). El autor dibuja la corte de Felipe II como un nido de intrigas protagonizadas por insaciables y egoístas cortesanos de la talla de Ana de Mendoza, princesa de Éboli, ambiciosa mujer de Gómez de Silva, muñidora de no pocas estratagemas para conservarse en el favor de un rey tirano y frío al que responsabiliza de la muerte de su hijo, el príncipe don Carlos, fatalmente enamorado de su madrastra —Isabel de Valois— y, al parecer del autor, inmiscuido en ciertas intentonas de los protestantes flamencos contra su padre. Este doble eje, sentimental y político, se entremezcla a lo largo de una narración dominada por un aire de decadencia generalizada que alcanza, como no podía ser de otra manera, al privado más cercano del monarca, cómplice para Saint-Réal de la muerte de don Carlos a manos de su padre (García Cárcel/Betrán Moya 2015). De una u otra forma, Ruy Gómez aparece casi siempre relacionado en la mayoría de las maniobras urdidas por Felipe II —“que no hacía cosa sin consultarle”— como colaborador necesario o brazo ejecutor de la voluntad del rey. Hombre de la máxima confianza del monarca, el autor parece recrearse en la dimensión más cortesana de Éboli al tratar extensamente las fricciones mantenidas con el duque de Alba, el otro gran potentado de la corte del rey, precisando sin embargo el muy desigual alcance de la relación de ambos con Felipe: “Estos dos ministros partían igualmente el favor y la privanza de la Corona con una diferencia que respondía decir el Duque [de Alba] era Privado del Rey,
11. Aunque hemos consultado las diferentes versiones que se conservan en la Biblioteca Nacional de España, la mayoría de las notas se refiere a la localizada en BNE. Manuscrito, 9692.
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y Ruy Gómez Privado de Phelipe; esta concurrencia había ocasionado en distintas veces alguna disensión entre los dos, mas el interés común los unió y los estrechó”12. El relato de Saint-Réal reserva a Ruy Gómez y a su mujer un papel protagonista en el desarrollo de la trama sobre el encierro y muerte del joven príncipe don Carlos. Éboli, que había sido nombrado ayo del príncipe, apenas logró entenderse con él en sus primeros años de infancia y juventud; según el autor, pedía continuamente al rey que lo relevara de su función ya que temía el resentimiento de quien —algún día— podía llegar a ocupar el trono de la monarquía. Por eso, asegura Saint-Réal, participó decididamente en la serie de sucesos que terminaron con su vida. Tampoco su mujer, Ana de Mendoza, escapa de las insinuaciones maliciosas del autor, quien la presenta como la gran animadora sentimental de la corte, acusándola de intentar seducir al rey, al propio don Carlos, a don Juan de Austria y de mantener una relación con Antonio Pérez. Los celos de la princesa de Éboli hacia la reina Isabel y los del rey hacia su hijo por los rumores sobre una supuesta relación entre este y la reina desembocarían finalmente en la muerte de don Carlos bajo la sombra de su padre. Meses más tarde, una apenada Isabel moriría a causa del veneno suministrado por el propio monarca. El destino se cobraría poco después su particular venganza con los responsables de las muertes anteriores, castigando con un triste final las vidas —entre otros— de Ruy Gómez y su mujer: La belleza de la Princesa de Éboli, trocó bien pronto la confianza que el rey tenía de su persona en un amor violento y desesperado. Ruy Gómez tan celoso de la confianza que el rey hacía de su mujer como de los favores que ella hacía al Rey, hizo propósito de liberarse de ella, pero habiéndolo la Princesa descubierto proyectaron librarse de él, y lo consiguieron en muy pocos días, pero se ignora el modo13.
El relato de Saint-Réal no fue el único que versionó los hechos y noveló e interpretó despectivamente el caso de don Carlos para tratar de dejar en evidencia la perversión extrema del rey. Antes y después siguieron publicándose obras con Felipe II como centro de todas las críticas y sus 12. BNE. Manuscrito, 9692, ff. 40v-41r. 13. BNE. Manuscrito, 9692, f. 103r.
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ministros —con Éboli a la cabeza— retratados como ambiciosos e insaciables colaboradores. A través del mito recreado en la literatura, la memoria de Ruy Gómez y la de otros muchos cortesanos del periodo se vio enturbiada por las exageraciones y deformaciones de la visión literaria. La novela y la literatura comenzaban a arrebatar a los cronistas y primeros historiadores el papel de hacedores de opinión y creadores de memorias. Ruy Gómez o la suma de memorias en la España del siglo xvii Las acusaciones de Saint-Réal —ampliamente difundidas en la Europa de su tiempo— contribuyeron a empañar una memoria que la historiografía de la primera mitad del siglo xvii había levantado sobre la base de unos cimientos en los que destacaba el elogio a Éboli como crisol de virtudes políticas, espejo de privados, linajudo origen portugués y un reconocible liderazgo al frente de una de las facciones cortesanas más señaladas del reinado de Felipe II. La mayoría de esas memorias parciales recreadas por la crítica historiográfica y polemista que se ocupó de Ruy Gómez, solía esconder otros muchos intereses con los que, dependiendo del caso, tratar de justificar un determinado orden de cosas. En principio hubo quien interpretó a Ruy Gómez como ejemplo de cordura y mesura política, unas prendas que —como en la Refutación contra las invectivas de Ibáñez de Santa Cruz— se harían extender al rey. Para otros, como el cronista Herrera y Tordesillas o el historiador Cabrera de Córdoba, Ruy Gómez personificaba el perfil del perfecto privado que no ambicionaba más de lo que sabía o podía —en clara lectura contra el poder de validos como Lerma— y que —como referirá Salazar de Mendoza— contaba con el respaldo y el aplauso del pueblo. Una trayectoria merecedora para muchos de la serie de recompensas, mercedes y agasajos de los —como reiteraban Pierre Matthieu o Van der Hammen— disfrutó Gómez de Silva a lo largo de su vida. La memoria del privado leal, virtuoso y hombre de referencia en la corte filipina se completaba con la memoria del buen súbdito portugués, recuperada en el contexto de 1640 por Vasconcelos y años más tarde subrayada nuevamente por el genealogista Salazar y Castro. Unas y otras contribuyeron a rescatar ciertos perfiles de la biografía de Ruy Gómez, consolidándose con el paso del tiempo en lugares
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comunes de referencia cuyas raíces historiográficas —en la mayoría de los casos— encontramos en obras como las de Herrera, Cabrera o Matthieu. El sesgo de toda creación historiográfica nos obliga a tener en cuenta el mayor número de ellas como medio para formar una imagen lo más completa posible sobre nuestro protagonista. La necesidad de sumar y valorar todas las memorias disponibles así como los contextos e intereses de sus publicaciones puede resultarnos sumamente útil para profundizar en los fundamentos del conocimiento alcanzado sobre determinados actores políticos y de gobierno de la España de los Austrias. El caso de Éboli nos muestra una memoria en permanente construcción que contribuyó a avivar las opiniones —favorables o contrarias a Felipe II— que se vertían en un presente dispuesto a hacer uso —también— de su propio pasado. Bibliografía Alabrús Iglesias, Rosa María (2011): “La trayectoria de la opinión política en la España Moderna”, Obradoiro de Historia Moderna, nº 20, pp. 337-354. Alvar Ezquerra, Alfredo (1996): “Sobre la historiografía castellana en tiempos de Felipe II”, Torre de los Lujanes, nº 32, pp. 89-106. Bouza Álvarez, Fernando (1988): “La herencia portuguesa de Baltasar Carlos de Austria. El Directorio de fray António Brandão para la educación del heredero de la monarquía católica”, Cuadernos de Historia Moderna, nº 9, pp. 47-61. — (1990): “Primero de diciembre de 1640: ¿una revolución desprevenida?”, Manuscrits, nº 9, pp. 205-225. — (1998): Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II. Madrid: Akal. Bruquetas, Fernando/Lobo, Manuel (2016): Don Carlos. Príncipe de las Españas. Madrid: Cátedra. Cabrera de Córdoba, Luis (1876): Historia de Felipe II, Rey de España. Madrid: s. e. Cuesta Domingo, Mariano (1998): Antonio de Herrera y su obra. Segovia: Colegio Universitario de Segovia. Feros, Antonio (2002): El Duque de Lerma realeza y privanza en la España de Felipe III. Madrid: Marcial Pons. Fortea Pérez, José Ignacio (1997): “Entre dos servicios: la crisis de la Hacienda real a fines del siglo xvi. Las alternativas fiscales de una
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Ruy Gómez de Silva y Pastrana: un espacio y su señor Esther Alegre Carvajal Universidad Nacional de Educación a Distancia
Fue el aplauso de aquel tiempo, el oráculo de las respuestas del Rey, la voz que se oía en las materias de estado, la resolución que se tomaba en ellas. Antepuso siempre el servicio del Rey a su conservación, causa de aplicalle las historias la felicidad de los sucesos ajenos […]. Fió el Rey dél, entre las acciones de la vida, la mayor que vieron aquellos siglos, y á que mas atento estaba el mundo, el Serenísimo Príncipe D. Carlos. Hallaron en él piedad las aflicciones, consejo y aliento los servicios. Fue el privado, que en tan gran duración de tiempo, y tan pesados sucesos entre padres e hijos, no tropezó ni cayó […]1.
Con estas palabras, en 16392, fray Pedro González de Mendoza rendía honor a la memoria y a las virtudes de su padre, Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, duque de Pastrana3, en el largo epitafio que le dedica y coloca en la colegiata de Pastrana, en uno de los arcosolios situados en los colaterales del altar mayor. La alabanza fúnebre que fray Pedro 1.
El texto de este epitafio se encuentra en la Colección Salazar y Castro (RAH, Signatura: 9/315, fol. 171). Además, Mariano Pérez Cuenca copia el texto en su obra Historia de Pastrana (1871: 100-104). 2. La colegiata, fundada por el propio Ruy Gómez, fue terminada por fray Pedro el mismo año de su muerte, 1639. Su intención era convertir el templo en el mausoleo y lugar de memoria del encumbrado, aunque reciente, linaje de los SilvaMendoza. 3. Aunque el epitafio era conjunto para “Los Príncipes de Hebuli Duques de Pastrana”, lo cierto es que apenas mencionaba a la princesa. En este sentido el epitafio empezaba “Viven en este sepulcro, no los cuerpos que conserva enteros, sino la memoria que sustentan vivos de los que en ellos el tiempo arrojó muertos. Ruy Gómez de Silva, y Doña Ana de Mendoza y Cerda”.
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efectuó más de seis décadas después de la muerte de Ruy Gómez de Silva (1573), persigue cimentar la reputación y la grandeza eterna de su nombre poniendo el acento en la excelencia y el prestigio de las virtudes del difunto como cortesano. Por encima de cualquier otra de las cualidades del hombre, el honor se afirma elogiando la memoria del servidor del rey, el privado, el cortesano, el político… Esta ha sido, sin duda, la mirada4 —muchas veces difusa— que ha perdurado a lo largo del tiempo y sobre la que se han fijado la mayor parte de los estudios que le atienden. Sin embargo, la complejidad del personaje, permite, ya en la época, que aparezcan textos como el escrito por García de Loaísa Girón (BN, Mss. 4333), Discurso de la Vida de Rui Gómez de Silva, en el que ofrece una naturaleza ciertamente diferente: Este hombre creciendo en edad se dio mucho a adquirir hacienda, y sus cavalas con todo genero de tratos, de mantenimientos, tanto que avia pocas cosas que no tratara, muy a su salvo usándola de la pericia y para esto, así vino a ser riquísimo [….] echando todo en adquirir estados, compró grandes haciendas en La Alcarria, Pastrana, Zorita, Auñón, Estremera, todos lugares de ordenes, porque él fue de todas las órdenes de cavalleria.
Ruy Gómez de Silva (1516-1573), príncipe de Éboli, I duque de Pastrana, es una figura clave en la primera parte del reinado de Felipe II, con una influencia decisiva en él y protagonista de muchas de las disyuntivas del tiempo histórico que le tocó vivir. Pese a sus numerosas dimensiones, su memoria ha quedado subsumida bajo la poderosa personalidad de su rey, Felipe II, y aparece como una ligera sombra dentro de la inefable estela de la figura y la desgracia de su esposa. Sin duda, personifica uno de los pocos casos en la historiografía tradicional en el que la dimensión pública y notoria del varón, del cabeza de la casa aristocrática, queda oscurecida por la proyección de la figura femenina de su esposa: Ana de Mendoza y de la Cerda, la icónica princesa de Éboli5. 4. Sobre la figura política de Ruy Gómez de Silva, véanse Boyden (1995 y 1999); Gonzalo Sánchez-Molero (1998: 379-400); Martínez Millán (1992: 137-197; 1994 y 1998); Martínez Millán/Carlos Morales (1998). 5. Ha sido objeto de insistentes trabajos de toda índole, aunque actualmente ha disfrutado de una revisión histórica en profundidad, gracias a las obras fundamentales de Dadson/Reed (2013 y 2015). También hemos contribuido a su reinterpretación con Alegre Carvajal (2014: 578-617 y 2013: 466-478).
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Nuestra atención se va centrar, en el intenso vínculo que Ruy Gómez adquiere con Pastrana, cabeza de su señorío. En este recorrido, las palabras de García de Loaísa nos irán acompañando. Porque entendemos que Pastrana es, sin duda, el elemento que, con mayor fuerza nos habla de su espíritu, de su energía, del vigor de sus intereses, de la perspicacia de su actuación. La imagen de la ciudad construida —y de la no realizada— es la memoria material, el legado y el testigo tangible de Ruy Gómez. Una herencia de una riqueza múltiple y, desde luego, un hito dentro de la cultura urbanística nobiliaria española, como tendremos ocasión de ver. Venir a Pastrana para ser su señor El día 27 de marzo de 1569, Ruy Gómez entra en Pastrana y toma posesión de su reciente dominio señorial: “[…] fue Ruy Gómez a Pastrana con su mujer y hijos, a do se les hizo gran recibimiento […]” (Escudero de Cobeña 1527)6. En los primeros días de ese mes de marzo, el príncipe de Éboli había terminado de formalizar la compra de Pastrana, de tal forma que, el mismo día 3 de ese mes, el Concejo pudo enviar a sus delegados a Madrid para felicitar a los nuevos señores y, poco después, el 21 de marzo, obsequiarles con exquisitos alimentos “de que disfrutaron mucho sus excelencias” (Trevor/Reed 2015: 187), mientras se encontraban en Albalate, donde esperaban que se organizase en Pastrana su recibimiento y toma de posesión. Para Ruy Gómez, llegar hasta Pastrana había sido un largo camino no exento de problemas. Desde 1559, es decir, diez años antes de ese 27 de marzo, tenemos noticias que le sitúan directamente en Pastrana, gestionando su compra. En este sentido, con seguridad se encuentra en la villa, desde el 15 de agosto de ese 15597, tras su regreso de París, donde había negociado la Paz con Francia (1558-1559)8. En Pastrana,
6. Edición de Fernández Izquierdo (1982: 180). 7. Ruy Gómez llega a Pastrana pasado el 14 de agosto. En esa fecha, la princesa recibía la noticia de que estaba en Valladolid, donde había llegado el 7 de agosto. En septiembre, el matrimonio todavía está en Pastrana (Dadson/Reed 2015: 119-120). 8. Recordemos que de esa paz surge el matrimonio del rey Felipe II con Isabel de Valois, y tanto Ruy Gómez como la propia princesa de Éboli estuvieron muy cerca de la joven reina.
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como si del solar de su casa se tratase, le esperan su joven esposa, doña Ana9, y su primer hijo, Diego10. Y a Pastrana llega él convertido ya en príncipe de Éboli11. Pastrana era una posesión de la familia de su esposa, concretamente, en ese año de 1559, pertenecía a don Gaspar Gastón de la Cerda, tío de la princesa de Éboli, hermano de su padre don Diego Hurtado de Mendoza, II conde de Mélito12, quien había heredado el estado territorial de su madre, doña Ana de la Cerda (abuela de la princesa de Éboli). Doña Ana había adquirido Pastrana, junto a Escopete y Sayatón, por compra a la Corona en 1541, al ser desgajada de las posesiones de la Orden de Calatrava en la provincia de Zorita, y había conformado un excelente estado territorial donde había encargado la construcción de un novedoso espacio palacial renacentista al arquitecto real Alonso de Covarrubias13. Ese mismo año, 1559, y es de suponer que durante su estancia en Pastrana, Ruy Gómez prepara su asiento en tierras alcarreñas. Desde 1556 es consejero de Estado, pero sobre todo es contador mayor de Hacienda, de Castilla y de Indias, lo que le permite disponer de unas importantes rentas y, sobre todo, conocer todos los resortes económicos de la Corona, para poder incrementarlas y lanzarse a su carrera de poseedor de señoríos. Obtiene la alcaldía de Zorita de los Canes, que había sido cabeza de la encomienda de la Orden de Calatrava, e inicia los trámites para adquirir el estado conformado por la condesa de Mé-
9. Dadson/Reed (2015: 119-120) nos ofrecen una aclaración detallada de cómo ese año de 1559 la joven Ana estaba en Pastrana. Muy significativamente señalan cómo pudo estar desde abril del año anterior, 1558. Aunque con toda seguridad, en Pastrana, espera desde el 18 de julio la llegada de su esposo con entusiasmo. E incluso, para acondicionar los aposentos del palacio encarga una tarima, un estrado y, muy significativamente, una cama de nogal. 10. Este hijo nacido en Simancas murió en Madrid, en noviembre de este mismo año, “por la caída de la mujer que lo traía” (Dadson/Reed 2015: 119-120). 11. En febrero de ese 1556, el rey le concede también las tierras y las rentas de Éboli, aunque el título de príncipe es de 1559. Archivo General de Simancas, Consejo de Italia, lib.118, exp. 16 (Boyden 1995: 80-81). 12. En ese 1561 ya gozaba del título de príncipe de Mélito y del de duque de Francavilla desde 1555. 13. La biografía de doña Ana, condesa de Mélito, se puede consultar en Alegre Carvajal (2014: 526-559). Sobre la compra, la construcción del señorío y lo realizado por Alonso de Covarrubias en Pastrana, véase Alegre Carvajal (2003: 82-92 y 2012); sobre la venta, Pietro Bernabé (1986).
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lito, transacción que, sin embargo, resultó una operación sumamente larga y complicada y que, como hemos apuntado, no será efectiva hasta diez años después. Sin embargo, existen diversas diligencias que, ya en 1561, hablan de la compra como un hecho seguro. La más elocuente, aunque no la única, es la noticia que recibe el Concejo de Pastrana, el 19 de octubre de 1561, de don Diego Hurtado de Mendoza, II conde de Mélito14, anunciando la compra y que será él quien realice la toma de posesión, en nombre del ausente príncipe de Éboli15. Pero, toda la operación se vio paralizada por el luctuoso fallecimiento de don Gaspar Gastón de la Cerda, y el hecho altamente problemático16 de que la herencia del estado de Pastrana pasara a su hijo don Íñigo López de Mendoza, por lo que las negociaciones para la venta no se pudieron cerrar hasta ocho años después17. Este largo proceso, podemos pensar que incluso tiene un origen anterior a ese 1559, en que Ana de Mendoza y su hijo Diego esperan en Pastrana a Ruy Gómez de Silva de su regreso de Francia. Exactamente, aventuramos que pudo iniciarse el 13 de junio de 1552, cuan14. La vinculación del II conde de Mélito con Pastrana, tanto en su gobierno y administración, como su implicación personal es evidente. Con frecuencia se retiraba a Pastrana —incluso con sus amantes—. Su hija se referirá a este hecho como palabras como “está en su Pastrana” (Trevor/Reed 2015: 72), pero además le encontramos ocupándose de los asuntos de gobierno del estado como si realmente él fuera su titular. 15. En la Actas del Concejo: “en este ayuntamiento se vieron dos cartas del Ilustrísimo duque de Francavilla [padre de la princesa de Éboli] señor de esta villa e que por una de ellas hace saber a esta villa como el Ilustrísimo Ruy Gómez de Silva esta concertado con el ilustrísimo Gaspar Gastón de la Cerda su hermano que le venda esta villa e lugares de Escopete e Sayatón y asimismo hace saber cómo después que se tome posesión por el ilustrísimo príncipe que será cuando el duque mi señor avisaré, sea en que de tomar la posesión por él” (García López 2009: 107, n. 338). 16. Resulta evidente que las negociaciones se aplazaron por la disputa que existía entre Íñigo López de Mendoza y los condes de Mélito por la herencia del mayorazgo de Almenara. En 1587, el primero fue honrado con el título de marqués de Almenara. 17. La herencia de doña Ana había provocado un pleito en la Chancillería de Valladolid, resuelto en 1555, por el que se concedía el señorío de Pastrana a Gaspar Gastón de la Cerda, aunque tenía que compartir con su hermano Baltasar las rentas y alcabalas (Alegre Carvajal 2014: 526-559). Esto determinó que Ruy Gómez negociara, inmediatamente después, la parte de don Baltasar Gastón de la Cerda, conde de Galve.
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do se decidió el matrimonio de Ruy Gómez de Silva y Ana de Mendoza, la única hija de los II condes de Mélito, y sobre todo cuando se negocian sus capitulaciones matrimoniales en 1553, exactamente el año de la muerte de la primera dueña de Pastrana, la I condesa de Mélito. Tenemos que tener en cuenta que Ruy Gómez tenía en ese momento 36 años y, aunque desde agosto de 1551 era sumiller de corps18, todavía no tenía una carrera nobiliaria efectiva. Hasta 1554 no se produce la muerte de su hermano y no se convierte en el heredero de los estados portugueses de su padre19. Tenía que construirse una identidad ‘nobiliaria’, un cursus honorum propio, que le permitiera ir ascendiendo en la jerarquía hasta ostentar el privilegio y el honor de ser un titulado de Castilla y, finalmente, grande de España, como de hecho ocurrió. Para alcanzar este objetivo, su casamiento era una cuestión principal. Ruy Gómez tenía que urdir una estrategia matrimonial que le permitiera vincularse a la nobleza de sangre, y le condujera a la propiedad de la tierra y a la adscripción de sus posesiones a un mayorazgo que facultara el ascenso y estabilidad de su casa. En este sentido, tenemos que señalar cómo Ruy Gómez no había apremiado esta cuestión, sino que la había retrasado y reservado la decisión hasta encontrar el momento y la candidata más idónea, y la toma cuando es un hombre considerablemente maduro (como hemos apuntado contaba 36 años) y con una dilatada carrera al servicio de Felipe II. Los historiadores han tildado la unión entre Ruy Gómez y Ana de Mendoza como desigual: ella la rica heredera de una de las estirpes de sangre más encumbradas de la nobleza castellana y él un simple cortesano portugués de un linaje menor, lo que hizo necesaria la clara voluntad del rey —como apuntaba fray Pedro— para hacer realidad esta unión20. Efectivamente, la paridad de la estirpe no caracterizó el matrimonio de la hija de los condes de Mélito, sin embargo, sí fue un negocio más que favorable para la familia. Ruy Gómez era ya uno 18. Gonzalo Sánchez-Molero (1998: 387) explica cómo en la formación de la clientela del rey Felipe II es fundamental la etapa que va desde 1546 a 1551, que coincide con la consolidación de Ruy Gómez como sumiller de corps. 19. Véase en este mismo volumen el trabajo de Ana Isabel Buescu. 20. El cronista de la Casa Silva Salazar y Castro (1685: vol. II) es quien aporta esta información que luego es recogida por Boyden (1995: 22-23).
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Fundación del convento de San Pedro de Pastrana. Ruy Gómez y Ana de Mendoza (Museo de Santa Teresa de Jesús, Pastrana).
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de los personajes más influyentes de la corte, controlaba importantes resortes del poder, tenía una fundamental ascendencia sobre el rey y cada día era mayor su fortuna. Para el conde de Mélito, padre de la desposada, el matrimonio supuso significativas contrapartidas, con compensaciones directas, como títulos o nombramientos: fue nombrado duque de Francavilla y príncipe de Mélito, virrey de Aragón (1554-1555) y posteriormente presidente del Consejo de Italia (15581578), consejero de Estado (desde 1558) y luego virrey de Cataluña (1564-1571); y favores y prestaciones, como la resolución de dos graves problemas familiares: las herencias de Mélito y Pastrana. En la crítica historiográfica la figura del II conde de Mélito, Diego Hurtado de Mendoza, ha sido sumamente denostada, atendiendo a su pésima gestión como virrey de Aragón21, argumento reforzado por las fuertes desavenencias conyugales con su esposa, Catalina de Silva (Dadson/Reed 2015: 94-102). Sin embargo, no podemos obviar la posición nobiliaria de Diego Hurtado, su clara presencia en la corte de la infanta Juana en Valladolid y también su delicada situación económica. Y recordemos cómo Ruy Gómez, en diversas ocasiones, se apoya en su suegro y confía en él, para la solución de problemas políticos. Ruy Gómez lo utiliza como un agente útil a sus intereses22, situándolo en puestos políticos importantes, y atrayendo la estima de la estirpe Mendoza. Los dos hombres mantienen importantes lazos de colaboración y, como hemos visto, la intervención del II conde de Mélito, es crucial para resolver el asunto de Pastrana a favor de Ruy Gómez. Aunque, en la cuestión del matrimonio entre Ruy Gómez y Ana de Mendoza, tampoco debemos olvidar los significativos vínculos, personales y seguramente afectivos, que unen a Catalina de Silva, madre de Ana y esposa de Mélito, con Ruy Gómez23 y el papel central que esta mujer tiene en la vida de su hija y en la de sus nietos. Tampoco podemos olvidar que el condado de Cifuentes tenía muchas po-
21. Sobre los intereses y las conexiones de esta rama de la casa de Mendoza, los herederos del Gran Cardenal con el reino de Aragón, véase Alegre Carvajal (2014). 22. En este sentido, Sánchez Balmaseda (2001: 370; 373; 384), en su estudio sobre redes clientelares, establece la situación de Diego Hurtado, II conde Mélito como un patrón intermedio en la corte, cliente de Ruy Gómez de Silva, pero, al tiempo, con su propia red clientelar. 23. Sobre la relación y vínculos de Ruy Gómez de Silva con el conde de Cifuentes y con Catalina de Silva, véase Alegre Carvajal (2014: 578-617).
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sibilidades de pasar a manos de Catalina, por la naturaleza enfermiza de su hermano y heredero, y a través de ella a las de su única hija, Ana. Sobre los descendientes de Ruy Gómez, Silva portugués, podría recaer la herencia de los Silva castellanos24. Por otra parte, también habría que tener en cuenta, lo que esta unión supuso, a efectos políticos, para la consolidación de la facción Ebolista (Martínez Millán 1992: 144). Pero, como he indicado, para el conde de Mélito, la unión significaba la resolución de dos graves y complicados pleitos que enfrentaban a todos los miembros de su familia y presentaban una difícil salida: Mélito y Pastrana. Ambos fueron la herencia de Ana de Mendoza y de la Cerda y ambos, por tanto, acabarán en manos de Ruy Gómez. El conflicto sobre Mélito25 se resolvió rápidamente, seis meses después de que se firmaran las capitulaciones matrimoniales, en las que Diego se lo cedía a su hija Ana, como regalo de boda, junto con el título de condesa, mientras que él recibía el de príncipe. Frente a esto, los problemas de Pastrana no se zanjaron hasta mucho después, aunque como hemos visto empezaron a tener visos de solución. Ruy Gómez conocía bien Pastrana, y esperó el tiempo necesario hasta que se solventaron todas las cuestiones legales. Sabía que la villa se adecuaba perfectamente a sus propósitos: claramente la valoró como una posesión mendocina, en medio de los estados del conde de Tendilla y de los del duque del Infantado26, tuvo en cuenta sus valiosas posibilidades económicas27; incluso valoró su proximidad a la influyente ciudad de Toledo y a Madrid, lugares entre los que transitaba la corte. Por todo ello, Ruy Gómez no solo esperó sino que pagó por 24. Con el III duque de Pastrana y gracias a esta estrategia familiar, el condado de Cifuentes pasó a manos de la casa de Pastrana. 25. Desde 1551, Gaspar Gastón de la Cerda pleiteaba con su hermano, Diego Hurtado, por el estado de Mélito —más exactamente por Rapolla y Amendolea (Terrasa 2012: 310-314)—, pleito que finalmente fue favorable a Diego, quien pudo donar Rapolla a su hija Ana, ya princesa de Éboli. Pero por estas posesiones también estaba en litigio María de Mendoza, hermana de ambos nobles, que puso pleito tanto a su hermano Gaspar como a su propia madre doña Ana (Alegre Carvajal 2014: 526-559). 26. La vinculación de Pastrana como posesión mendocina la hemos estudiado en Alegre Carvajal (2010, 2008, 2003). 27. Su sustancial crecimiento demográfico, el alcance de su producción agropecuaria, así como el cuantioso caudal de su plaza mercantil y la naciente industria sedera de un indudable interés ya en este momento.
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Pastrana la considerable suma de 77.050.267 maravedíes, 39 millones más de lo que había desembolsado quince años antes la condesa de Mélito28. Echando todo en adquirir estados Los diez años que transcurren desde la primera tentativa clara de comprar Pastrana por parte de Ruy Gómez de Silva (1559), hasta que se materializa la adquisición (1569), es un largo e intenso período de tiempo en la vida del portugués. De forma imparable se produce su ascenso en la corte hasta los puestos políticos más destacados y se asienta definitivamente su casa nobiliaria y su vida familiar. Es el momento —sin realizar un exhaustivo recuento de cuestiones—, en que tras el regreso del rey Felipe II a la península se desarrolla el período de máxima influencia del partido ebolista y la máxima proyección de Ruy Gómez como gran patrón en la corte y privado del rey. Ruy Gómez deja de viajar continuamente por Europa, van naciendo sus hijos y, siguiendo a la corte; el matrimonio de los Éboli pasa de vivir en Toledo a hacerlo en Madrid29. Todas estas cuestiones no van a entorpecer que Ruy Gómez se emplee con dedicación a los asuntos personales de su hacienda… y desde luego toda esta espera, le va a permitir elaborar —de forma consciente o instintiva— un prefecto plan sobre lo que desea hacer cuando se ultime la compra Pastrana30. En consecuencia, durante los cuatro años en los que, antes de su muerte (1573), es señor de la villa, se puede observar cómo de forma rápida, casi vertiginosa, en una cascada imparable, va desplegando acciones que evidencian que todas eran cuestiones claramente meditadas y decidas desde hacía tiempo. A partir 1561, Ruy Gómez desarrolla una enérgica política de adquisición de señoríos en la Alcarria. Después de obtener la alcaldía de Zorita, compra, en 1565, Estremera y Valdaracete, tierras colindantes
28. Alegre Carvajal (2003: 82-92) y Pietro Bernabé (1986: 53-54). 29. Todas las cuestiones familiares se pueden consultar en la biografía de su esposa doña Ana (Dadson/Reed 2015). 30. Ya hemos puesto de relieve en otras publicaciones la importancia emocional que tenía Pastrana para Ana de Mendoza, princesa de Éboli (Alegre Carvajal 2014: 578-617).
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con las del marquesado de Mondéjar y vinculadas a esta familia31. Ese mismo año adquiere también las tierras en la encomienda de Calatrava, Zorita32 y Vállaga y, en 1566, Albalate de Zorita, la Pangía y lo pretende con Almonacid de Zorita, aunque no lo consigue33, y también la Zarza, de la Orden de Santiago. Todas estas adquisiciones, permiten advertir la capacidad de Ruy Gómez para obtener rentas y el elevado nivel de endeudamiento que su posición le proporcionaba. En este sentido es absolutamente precisa la apreciación de García Loaisa y Girón: “y así vino a ser riquísimo”. El dinero no suponía un problema, Ruy disponía de un crédito casi ilimitado, por parte de los prestamistas de la Corona, a los que había conocido bien en su calidad de presidente del Consejo de Hacienda o de contador mayor de Cuentas (1557), y era íntimo amigo del tesorero general, Melchor de Herrera34. A todos ellos favoreció en la adquisición de señoríos35. En 1568, Ruy Gómez debía de sentirse exasperado con la parálisis del tema de Pastrana, puesto que no duda en amparar a los vecinos de Pastrana, e interceder por ellos, cuando estos se niegan a pagar las alcabalas (Dadson/Reed 2015: 185-186), forzando casi un escenario sedicioso contra su todavía señor, don Íñigo de Mendoza. Al tiempo
31. Antiguas encomiendas de Santiago, enajenadas por Francisco de Mendoza, capitán de Galeras, hijo de don Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva España, hijo a su vez del Gran Tendilla, don Íñigo López de Mendoza, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla. 32. El 17 de febrero, el rey le concede la tenencia de la fortaleza de Zorita de los Canes. Desde 1560 hay documentación que habla de la relación de Ruy Gómez y Zorita (Fernández Izquierdo 2012: 205 y n. 43). 33. Como ya había ocurrido con la condesa de Mélito, la negociación fue infructuosa. Doña Ana también trató de comprar Auñón, y no lo consiguió. En este caso, Auñón, junto con Berninches, paso a manos de Melchor de Herrera, por mediación de Ruy Gómez en 1572. 34. Sobre la importancia de la relación entre Ruy Gómez y Melchor de Herrera, véase Dadson/Reed (2013 y 2015). 35. El Discurso de vida de García de Loaisa y Girón indica como sus adquisiciones fueron “todos lugares de órdenes, porque él fue de todas las órdenes de cavalleria”. En esos mismos años en que él conforma su patrimonio se enajenan territorios de Santiago y Calatrava, para personajes tan cercanos a Ruy Gómez como: Arias Pardo (esposo de Luisa de la Cerda) (Paracuellos) y Francisco de Eraso (Mohernando), pero también para los que financiaban sus operaciones como Melchor de Herrera (Auñón y Berninches), y para asentistas y banqueros genoveses, como los Centurión y los Spínola (Moxó 1961: 340-348). Llamamos la atención sobre este aspecto porque pensamos que requeriría un análisis y estudio detallado.
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que urge la concesión del título de duque de Estremera36, e inicia las negociones para obtener una bula y convertir su iglesia en colegiata37 y publica unas nuevas ordenanzas38. Estos tres últimos asuntos pueden entenderse o como un acto de coacción y fuerza, o también como acto de cautela y miramiento por parte de Ruy Gómez, por si finalmente las negociaciones sobre Pastrana no llegasen a buen puerto. Lo cierto es que, fuere lo que fuere, su órdago dio resultado y pocos meses después, en 1569, el encallado asunto de Pastrana se desbloquea y se produce la ansiada y definitiva compra de la villa. Durante este largo tiempo en que Ruy se va asentando en Castilla, recordemos, ya es señor jurisdiccional de dos estados italianos: Mélito, que como vimos había sido el regalo de boda del conde de Mélito a su hija Ana (1555), y Éboli, concedido por su amigo el príncipe Felipe como rey de Nápoles, en 1556, y elevado a la dignidad de principado en 1559. Observar su proceder como señor de estos estados resulta, cuando menos, aclaratorio, puesto que no fueron estas mercedes una simple cuestión honorífica, sino que sus dominios italianos le procuraron el conocimiento y la pericia que luego desplegó como señor de Pastrana. La cesión de Mélito por parte de su suegro, fue sin duda un “regalo envenenado”, pues el estado se encontraba en una situación ruinosa39, tanto desde el punto de vista económico como de gestión y gobierno, lo que había provocado una notable despoblación, cuantificable en el abandono de trescientas casas. Ruy Gómez trata de paliar esta situación y, en primer lugar, dicta unas ordenanzas que establecen los criterios básicos de su nuevo gobierno, rompiendo drásticamente con el ejercicio anterior, hecho que va a repetir en Éboli, en Estremera y luego en Pastrana. Pero, la distancia con Mélito, nos brinda una información altamente valiosa, ya que Ruy Gómez se ve obligado a dictar unas instrucciones dirigidas a su administrador, Jacobo Guerrero, en 36. Título concedido por Felipe II, por Real Cédula de 12 de marzo de 1568, a don Ruy Gómez de Silva, señor de la villa de Estremera, príncipe de Éboli, príncipe consorte de Mélito, duque de Francavilla, clavero de Calatrava, embajador y consejero real. 37. Carta de donación y dotación para erigir una iglesia colegial en la parroquia de Estremera, en Dadson/Reed (2013: 86). 38. Ordenanzas y concordia entre Estremera y los príncipes de Éboli sobre la elección de oficiales, dadas el 28 de agosto (AHN, sección nobleza, Toledo, leg. 2003, doc. 5). 39. Toda la información que ofrecemos sobre este particular procede del trabajo de García Hernán (1999: 291 y ss.).
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las que desgrana de forma clara y concisa sus convicciones sobre lo que debe ser el “buen gobierno”, que podemos resumir en una frase como: “cuánto deseo yo que mis vasallos sean tratados, muy mejor, en mi tiempo que lo han sido en otro alguno”. Se detiene a establecer mecanismos de control para el pago equitativo de impuestos, para controlar la calidad de las personas que ejerzan el gobierno del estado y ordena una estricta vigilancia, que se le informe de todo y su disposición a ayudar con su hacienda40. En este sentido arbitra, una serie de medidas concretas, destinadas al estímulo económico y al beneficio social: incentiva la pesca de atún en la costa del reino de Nápoles, erige una colegiata y construye un hospital. Igualmente, obtiene la máxima dignidad nobiliaria, el título de príncipe, aunque lo gozará su suegro en vida, para pasar posteriormente a su hija Ana. En este sentido, Mélito es, sin lugar a dudas, el ejemplo de cómo reflotar un estado señorial ruinoso41. Tanto en Éboli como en Estremera o luego en Pastrana, Ruy Gómez repite lo hecho en Mélito: dicta nuevas ordenanzas, solicita la erección de colegiata, o manifiesta la intención de construir un hospital, y consigue la máxima dignidad nobiliaria ligada al estado constituido: príncipe, en los italianos; duque42, en los castellanos. Aunque, rápidamente, las adquisiciones que está realizando en Castilla y el posible desembolso para obtener Pastrana, le determinen a poner a la venta Éboli43, y abandonar los planes de Estremera. 40. Utiliza expresiones como: “Haveys de mirar en que de aquí en adelante cada uno, sin expresión de persona, pague lo que justamente deve, y que los pobres no lleuen en manera alguna saluo las carga [sic.] que pueden”; para la administración de la justicia y gouierno de mis vasallos, oficiales de buena dotrina, experiencia, integridad y rectitud” A lo que añade: “y, sobre todo, no haueis de dar oficio de justicia a persona qualquier q. sea”; “yo tenga notisia de todo lo que pasare” y “yo deseo hazales todo buen tratamiento y remediar con mi hacienda las necesidades en que se hallan” (García Hernán 1999: 292). 41. Esta misma idea de reflotar un estado señorial ruinoso es la que pensamos que pretendía desarrollar con el que heredaría su hijo, el futuro conde de Salinas, del matrimonio concertado con doña Luisa Carrillo de Albornoz y Cárdenas, hija mayor y heredera de don Bernardino de Cárdenas. Todos los pormenores sobre este matrimonio y su fracaso en Dadson (2011: 11-33). 42. El título de duque de Estremera fue concedido por Felipe II, por Real Cédula de 12 de marzo de 1568. 43. Valladolid, AGS, Sección de Consejo y Juntas de Hacienda. leg. 46, fols. 100-152. Minutas de cartas de Juan de Escobedo al príncipe de Éboli, escritas a lo largo de 1562 desde Nápoles, donde se hacen numerosas referencias a la venta de los estados de Éboli. La venta efectiva se produce posteriormente, cuando la princesa ya es viuda.
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Reputación, autoridad y crédito A partir de su adquisición en 1569, Ruy Gómez desarrolla en Pastrana una acción ciertamente compleja. Ya había confirmado su papel en la corte como el perfecto cortesano, el mejor servidor y privado, y ahora era menester desplegar su condición de noble señor, magnánimo y virtuoso, que practica la liberalidad y la magnificencia; para ello, Ruy Gómez, sabía lo que tenía que hacer. La existencia en su cabeza de un plan largo tiempo diseñado, se explicita por lo inmediato y expeditivo de sus decisiones. De tal modo que, por ejemplo, aunque la compra de Pastrana no se cierra hasta el 9 de febrero44, ya el 18 de enero el papa Pío V emite una bula que transforma la iglesia de Pastrana en colegiata y reconoce a los príncipes de Éboli como sus patronos45. Bula que, cuatro meses después, el 14 de mayo, tuvo que ser ratificada. Durante el mes de marzo, los acontecimientos se suceden rápidamente, desde el 1 de marzo cuando es informado el Concejo de la compra, hasta que finalmente, el día 27, Ruy Gómez e Íñigo de Mendoza, en Almonacid de Zorita, la ratifican con sus firmas. Inmediatamente después, el nuevo señor, el príncipe de Éboli, su esposa, sus hijos y un nutrido séquito realizan su entrada en Pastrana, “do se les hizo gran recibimiento”. Ruy, como había hecho en Mélito y en Estremera, en primer lugar y con celeridad impone un nuevo orden en la estructura de autoridad, en un acto que podemos entender como de refundación del señorío, en el que el nuevo señor establece nuevas bases para el desarrollo de su buen gobierno. Actúa en el plano jurídico-institucional, puesto que la dimensión gubernativa del régimen señorial ocupa el primer plano; antes que nada, él es “señor de Pastrana”. En los primeros días de abril, el 2 o el 3, recibe un memorial con las quejas de los vecinos; el 4 convoca un concejo abierto para escuchar estas quejas y el mismo día 5 publica nue44. Capitulación y concierto de la compra de Pastrana entre Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli e Íñigo de Mendoza y de la Cerda (AHN, Osuna, leg. 1885, exp. 27). 45. El dato lo aportan Dadson y Reed (2015: 193). Pensamos que los trámites que se habían iniciado para la conseguir una colegiata en Estremera, plan que quedó paralizado, sirvieron para inmediatamente obtener el permiso en la de Pastrana. E incluso no sería aventurado especular que realmente el permiso para una colegiata en Estremera se puso en marcha con este fin.
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vas ordenanzas, donde se establece la nueva elección de los oficiales del Concejo. Sus ordenanzas estarán dirigidas a ser espejo de ese nuevo orden por el “que mis vasallos sean tratados, muy mejor, en mi tiempo”46. Buen gobierno que no solo afecta a la esfera profana, sino también a la religiosa, puesto que el patronazgo de la colegiata implica el nombramiento y control de las dignidades eclesiásticas. El señor se convierte en protector de la Iglesia y modelo de religiosidad, conceptos reforzados por las nuevas fundaciones religiosas, como veremos. Al tiempo que delimita las competencias y la jerarquía entre ambas autoridades.
Plano de la estructura urbana de Pastrana en 1569 (Alegre Carvajal 2003). 46. Los vecinos se quejan de que se había eliminado la elección de delegados de las cuadrillas en el Concejo, queja importante porque suponía que se había eliminado la participación del conjunto de la población en el gobierno del concejo. Su restauración con Ruy Gómez era un claro acto de buen gobierno. Sobre las cuadrillas de Pastrana, véase Alegre Carvajal (2003: 51-53). De esta elección de oficiales y diputados quedaran excluidos aquellos que tuvieran “raza de moro”, imponiendo, de hecho, un estatuto de limpieza de sangre (Terrasa y Bastos 2015: 7-22). Salazar y Castro (1685: fols. 449-450) indica que nombró un gobernador, llamado Gutiérrez Gómez Pardo, con importantes atribuciones en la administración de justicia y en el nombramiento de cargos del Concejo, y que residía en el palacio.
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El objetivo era erigir un renovado carácter para el espacio aristocrático adquirido que se extendiese a todos los ámbitos de la vida, y que va a tener una interesante materialización en la esfera arquitectónica y urbanística. La ciudad será reestructurada, por Ruy Gómez, para ser una capital eficiente para su gobierno, una sede “decorosa” para su residencia, y un espacio que encarne el orden del que él es garante, en definitiva, un modelo de dignidad y virtud, que habla de la magnificencia y liberalidad de su señor. La compra en sí misma de Pastrana, reforzaba en la memoria colectiva la importancia del linaje. Recordemos, ligada indiscutiblemente y enlazada a los territorios Mendoza y, desde su origen, perteneciente al linaje de su esposa, permitía transcribir la identidad nobiliaria, la intención transgeneracional y familiar de la estrategia genealógica de adquirir Pastrana, sin que, este hecho obstaculizara el desarrollo de la calidad del nuevo señor y de su nueva casa —los duques de Pastrana—, y sobre todo establecer matices sobre la relación del nuevo linaje con su señorío. Recordemos también que Ruy Gómez obtiene el título de duque de Pastrana el 20 de septiembre de 1572. En este sentido, el conocimiento preciso que Ruy Gómez tenía del espacio físico que había comprado le permite decretar operaciones arquitectónicas y urbanísticas que son altamente simbólicas. Por una parte, remozar y cambiar el sentido de la lonja delantera que se abría ante la fachada del palacio, y que no tenía una dedicación concreta, por una plaza perfectamente regular con una arquitectura unitaria de pequeñas tiendas, soportalada y cerrada, con un claro destino comercial como se indica en las Relaciones topográficas: “una plaza cercada de casas pequeñas con tiendas de contratación”, siguiendo el modelo de la reconstrucción de la plaza de Valladolid (1561). Por otra, intervenir en la residencia nobiliaria, el espacio señorial por excelencia, el palacio, que permanecía inacabado desde tiempos de la condesa de Mélito. De forma concreta, Ruy Gómez se propone finalizar el inconcluso patio del palacio, para lo cual encarga en Génova columnas de mármol, con sus basas y sus capiteles, que en 1570 ya habían arribado a los puertos de Cartagena y Alicante aunque nunca llegaron a Pastrana47. Ambas 47. Posteriormente fueron colocados en el colegio del Corpus Christi de Valencia (Alegre Carvajal 2003: 99). Compra de las columnas de mármol del claustro del Real Colegio del Corpus Christi o del Patriarca en Valencia (Archivo del Real Colegio Seminario de Corpus Christi, A.C.Ch. 1, 4, 25).
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cuestiones son simbólicamente tan destacadas que en la carta de institución del mayorazgo (1572) se hace alusión directa a ellas: vos damos y adiudicamos todas las dichas tiendas que havemos començadoa hazer y estamos haziendo y tuvieremos y dexaremos hechas en la dicha plaça principal que está delante de las puertas de las dichas nuestras casas principales” […] “las casas principales que en la dicha villa tenemos con todo lo que estuviere labrado y mejorado y edificado en ella, y con todos los materiales que para la labra y edificación de ellas hubiéramos comprado y traído a la dicha villa y se allaren en ella (Dadson/Reed 2013: 115).
Inacabada será también su intención de reedificar la colegiata, proyecto que retoma su esposa, durante su cautiverio, y posteriormente su nieto, el III duque de Pastrana, aunque finalmente lo realiza fray Pedro González de Mendoza entre 1625 y 163948; así como la fundación de un hospital49, muestra también el decálogo de acciones que los príncipes se habían marcado. Cada una de estas decisiones muestra de forma evidente que, a partir de ese crucial 1569, el príncipe de Éboli, además de su vinculación con la Corte —Ruy Gómez viaja continuamente entre Pastrana y el lugar donde esta se encuentra— y con las tareas de gobierno50, tenía una nueva pasión, a la que se entregó con entusiasmo, la construcción de su señorío y su espacio aristocrático. Significativa es, en este sentido, también la llegada a Pastrana, el 27 de mayo, de Isabel de Mendoza, y Diego Bernuy, la hermanastra de la princesa y el esposo con quien Ruy Gómez la había casado51, como muestra de cuál va a ser el 48. Para la reforma planteada por el III duque y la realizada por fray Pedro, véase Alegre Carvajal (2003: 162-171). 49. Interesante en este punto es cómo Isabel de Mendoza, hermanastra de la princesa de Éboli, dicta un primer testamento, el 2 de abril de 1569, ante la posibilidad de su muerte, donde deja su pequeña fortuna a su hermana para edificar un “hospital que Su Exçelençia hiziere en la su villa de Pastrana” (Suárez de Arévalo 2017). Recordemos que Pastrana era de su propiedad desde tan solo unos escasos días antes. Sobre los hospitales de la villa, véase Alegre Carvajal (2003: 193-196). 50. Se ha puesto de manifiesto cómo en este momento, desde la muerte de la reina Isabel de Valois, la figura de Ruy Gómez había decaído en el favor real. Sin embargo, el 27 de mayo, Ruy Gómez está en Aranjuez departiendo asuntos de Estado con el rey. 51. Isabel se Mendoza era la hija ilegítima de Diego Hurtado de Mendoza, II conde de Mélito, padre de la princesa de Éboli. Ruy Gómez la casó con Diego Bernuy.
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centro físico donde establecer su propia corte principesca. Una corte que rápidamente adquiere el tono festivo necesario —en lo realizado y también en lo postergado—, con la ceremonia del bautizo del cuarto hijo varón, Fernando, luego fray Pedro González de Mendoza, o la muy sugerente intención de la princesa de celebrar un torneo52. Su actuación, en este sentido, sorprendente por rápida, enérgica y eficaz, se enmarca dentro de lo que son los planos de acción de la nobleza en sus espacios señoriales, como es la renovación arquitectónica en pos de la magnificencia, o el gasto suntuario como señal de distinción53, sin embargo, no podemos tomar por habitual la excepcional conducta de Ruy Gómez en su señorío, puesto que como vamos a analizar su vertiginoso ejercicio del poder va a afectar a aspectos poco homogéneos, definiendo una excepcionalidad repleta de particularidades. Para todo era bueno tener a Ruy Gómez En esta cascada inicial de maniobras que acontecen sin mediar tiempo entre ellas, prospera una empresa altamente comprometida que revela su posición religiosa como reflejo de su ideología política y cultural54. Ruy Gómez ansiaba también que su señorío fuese centro del desarrollo de una nueva espiritualidad a la que se acogía él personalmente. Pensamos que, como en todas sus acciones, además existe
Sobre el matrimonio, véase Suárez de Arévalo (2017). Este personaje, importante en la plaza comercial de Medina del Campo, formaba parte de la clientela del príncipe y, desde luego, pensamos que Ruy le tenía asignado un papel destacado dentro del desarrollo comercial de Pastrana. En 1573 es administrador de propiedades tan importantes para la casa de Pastrana como los mayorazgos de la Puebla de Almenara, las tercias de Guadalajara y las villas de Miedes y Mandayona. Territorios todos por los que Ana de Mendoza tuvo que pleitear largo tiempo en los tribunales, y que, por tanto, había que reconstruir. 52. Cuestión que se aplazó por las obras en la plaza delantera al palacio y luego se suspendió por la muerte del propio Ruy Gómez. 53. Hemos estudiado esta idea en un grupo destacado de conjuntos urbanos pertenecientes a duques en Alegre Carvajal (2004). 54. Como observa J. A. Guillén Berrendero (2016: 26): “Pensamos que hay que entender la relación nobleza-fe como una inconfundible experiencia colectiva en torno a las formas de ser y estar en la sociedad en un periodo de tiempo de progresiva confesionalización”.
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una intención de renovación —e indudablemente de control— para su señorío. Para sus fundaciones religiosas en Pastrana no elige a los jesuitas, orden a la que ya estaba fuertemente vinculado y a la que había favorecido todo lo posible, sino que afirma explícitamente su compromiso con la religiosidad recogida, aquella cultura espiritual —entendida también como opción política—, amparada por su facción política55. El mismo 9 de abril, cuatro días después de publicar las nuevas ordenanzas, todo se pone en marcha para realizar una primera fundación religiosa. Ruy pide que el Concejo le ceda la ermita de San Pedro, situada a las afueras de la población, para dos ermitaños italianos56, Mariano Azzaro, ingeniero al que Ruy había conocido en la corte, y Juan Narduch, pintor, a los que ya había otorgado permiso para que se asentaran en Pastrana, donde pretendían vivir como eremitas57. Este hecho nos vuelve a desvelar todos los movimientos previos dados por Ruy Gómez en favor de Pastrana cuando todavía no era su dueño, y su preconcebido plan de actuación. Estos ermitaños iban ya camino de Roma para conseguir la licencia de confirmación de su manera de vivir cuando, a principios de junio de ese año, coinciden con Teresa de Jesús en Alcalá de Henares que, como ellos, iba a instalar en Pastrana una nueva fundación religiosa58. Justamente, a finales de ese mismo mes de abril o en el de mayo “segundo día de Pascua de Espíritu Santo”, según la propia Teresa de Jesús, Ana de Mendoza, princesa de Éboli, la requiere para que establezca un convento de monjas carmelitas en su señorío59. 55. Las cuestiones de religiosidad las tratan Martínez Millán (2015), Labrador Arroyo (2010) y Alegre Carvajal (2018). 56. Dadson/Reed (2015: 197) afirman que fue el 9 de abril cuando Ruy Gómez les concede la licencia. 57. Para todo lo concerniente a ambos personajes remitimos a Alegre Carvajal (2018), donde, además, se catalogan las pocas obras que, al margen del retrato de Santa Teresa de Jesús, se conocen de Juan Narduch o fray Juan de la Miseria. 58. Según la narración de la propia Teresa de Jesús, el encuentro fue casual y propiciado por doña Leonor de Mascareñas. Aunque es más factible pensar que fue el propio Ruy Gómez o su esposa, la princesa de Éboli, quienes rogaran a doña Leonor que propiciara ese encuentro. Puesto que no pusieron duda ni obstáculo a Teresa de Jesús, ya en Pastrana, para que realizara dos fundaciones, una masculina y otra femenina. Hecho inédito hasta ese momento. 59. Fundaciones, cap. XVII: “Que trata de la fundación de los monasterios de Pastrana, así de frailes como de monjas. Fue en el mismo año de 1570, digo 1569”.
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me viene a decir que está allí un criado de la princesa de Éboli, mujer de Ruy Gómez de Silva. Yo fui allá, y era que enviaba por mí, porque había mucho que estaba tratado entre ella y mí de fundar un monasterio en Pastrana […] fuéme dicho por Nuestro Señor que no dejase de ir […] para todo era bueno tener a Ruy Gómez, que tanta cabida tenía con el rey y con todos (Teresa de Jesús, Fundaciones 17: 3).
Teresa, cargada de las razones espirituales, y alentada por la influencia y autoridad de Ruy Gómez, se dirige a Pastrana donde, el encuentro con los ermitaños italianos la determina a realizar, de forma exclusiva e inédita, dos fundaciones, una de monjas, la promovida por la princesa, y una de frailes, bajo la protección de Ruy Gómez, de la que se encargan Azzaro y Narduch. En efecto, Ruy Gómez, no se mostró indiferente ante la elección de patronazgo religioso de su esposa. Como ya había hecho con la Compañía de Jesús, apoyó y aprovechó las aspiraciones de reforma espiritual de Teresa de Jesús, para afirmar explícitamente, como he apuntado, su opción ideológica-política y para fortalecer la religiosidad recogida, amparada por su facción política. Con ello también amplificaba con ímpetu el proyecto de engrandecimiento de Pastrana. A partir de estas dos fundaciones, la estrategia religiosa de Ruy Gómez se dirige a desarrollar la rama masculina de esta nueva y ascética orden religiosa. Aunque en algún momento, esta operación es difícil de dibujar debido a las circunstancias externas que la delimitan60, y sobre todo por la discontinuidad del proceso que supone la muerte del propio Ruy Gómez y la ruptura del contenido espiritual renovador —e ideológico— que establece el cierre del convento femenino de Pastrana y posteriormente el encarcelamiento de su esposa61. Sin em60. Nos referimos a todo lo acontecido con San Juan y Santa Teresa. Entre 1571 y 1574, Teresa de Jesús es obligada a mantener la clausura en su convento original de la Encarnación, en Ávila, acosada por la Inquisición, y ahogada por las disputas entre calzados y descalzos. Y Juan de la Cruz también es recluido en la Encarnación, esta vez por la propia Teresa de Jesús, hasta 1577, año en que es apresado y liberado en 1578. Juan de la Cruz es apartado de los destinos de la orden hasta 1585. Sobre estas cuestiones remitimos al trabajo destinado al convento de San Pedro en Alegre Carvajal (2018). 61. En este sentido creemos que es importante señalar la carga política que contiene la ruptura de Teresa de Jesús con la fundación femenina de Pastrana y el cierre del convento, tras la muerte del príncipe de Éboli, y, tiempo después, el propio encarcelamiento de la princesa de Éboli. Cuestiones políticas altamente relacionadas y que hemos puesto de manifiesto en Alegre Carvajal (2013, 2014: 578-617 y 2018).
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Fundación del convento de San Pedro de Pastrana. Ruy Gómez entrega la ermita de San Pedro a Teresa de Jesús (Museo de Santa Teresa de Jesús, Pastrana).
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bargo, podemos entrever un discurrir que tiene como momento álgido la presencia de Juan de la Cruz en Pastrana, primera y breve estancia sumamente valiosa que, presumiblemente, de no haber concurrido las discontinuidades expresadas, hubiera determinado un resultado diferente. Juan de la Cruz llega a Pastrana, a mediados de octubre de 1570, para convertirse en el primer maestro de novicios de la nueva fundación de frailes, y permanece hasta mediados de noviembre, tiempo en el que coincide con el príncipe de Éboli, y tiempo crucial para la reforma masculina. Este breve mes permite que Juan de la Cruz fije el carácter del noviciado de Pastrana en dos aspectos fundamentales, en los que sabemos que Ruy Gómez estaba especialmente interesado: instituir la oración mental continua, esencial para la religiosidad ‘recogida’, así como introducir la adoración al Santísimo Sacramento, para lo que el príncipe dejó renta en su testamento. Soledad, silencio y oración serán las notas distintivas de esta institución. Inmediatamente después de Pastrana, Ruy Gómez propicia también varias confusas fundaciones masculinas que, como he señalado, se ven vapuleadas por las circunstancias de acoso que sufre la reforma carmelita62, el futuro al que se ve abocado Juan de la Cruz, y finalmente la muerte de Ruy Gómez. Estas son Altomira (1571), La Roda (1572) —fundado por Catalina de Cardona—, o San Juan del Puerto (1572)63. Pero, de la transcendental confluencia de Ruy Gómez y Juan de la Cruz en Pastrana surge la determinación de fundar, en la Universidad de Alcalá de Henares, un colegio-convento carmelita, el de San Cirilo64, con dinero del príncipe para comprar la casa y para el mantenimiento de los estudiantes, y bajo la dirección de Juan de la Cruz, que 62. Entre 1571 y 1574, Teresa de Jesús es obligada a mantener la clausura en su convento original de la Encarnación, en Ávila, acosada por la Inquisición, y ahogada por las disputas entre calzados y descalzos. Juan de la Cruz también es recluido en la Encarnación, para permanecer apartado de los destinos de la orden hasta 1585. En 1573 se produce la muerte del príncipe de Éboli y en 1575 el cierre del convento de monjas de Pastrana por parte de Teresa de Jesús (ver nota 61). 63. Los pocos datos sobre estos conventos quedan recogidos en Alegre Carvajal (2018). 64. El colegio se puso bajo la advocación nada casual de San Cirilo de Alejandría y su primera finalidad fue potenciar la captación de estudiantes de la universidad al seno del Carmelo y, mayormente, proveer de monjes bien formados para el convento de Pastrana.
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abandona Pastrana rápidamente65 y se encuentra en Alcalá entre abril de 1571 y mayo o junio de 1572. La opción de Ruy Gómez y Juan de la Cruz al propiciar este centro universitario, de formación intelectual para los nuevos religiosos, supone elegir la vertiente contemplativa, intelectualizada y académica, frente a las otras dos disyuntivas en las que se debatía la reforma, y que estaban igualmente presentes en Pastrana. Por un lado, la vía rigorista que pretende instituir Catalina de Cardona66. En este sentido, Juan de la Cruz tiene que regresar a Pastrana, una vez más, para moderar los excesos rigoristas y de disciplinamiento corporal de su noviciado, y para imponer esa vertiente contemplativa-intelectualizada. Y por otro, la vida de pobreza y absoluto aislamiento, en pequeñas comunidades sostenidas por la caridad trazada por Teresa de Jesús para sus fundaciones femeninas, y esbozada en la fundación masculina de Duruelo67. El éxito de la fórmula elegida para Alcalá es evidente, ya que el colegio de San Cirilo fue el centro donde se formaron todos los dirigentes de la Orden Carmelita Descalza. Muchos pasaron, por el noviciado de San Pedro de Pastrana, lo hicieron Jerónimo Gracián, Nicolás Doria o todos los generales de la Congregación de Italia, además de los fundadores de los primeros conventos carmelitas descalzos de América68. La dimensión y notoriedad que adquiere la orden masculina, de carmelitas descalzos, desde mediados del siglo xvi y hasta mediados del siguiente, descansa en estas dos instituciones: el colegio de San Cirilo y el convento y noviciado de San Pedro de Pastrana, ambas fundadas y patrocinadas por el príncipe de Éboli. 65. Pensamos que la aproximación que tuvieron Juan de la Cruz y el príncipe de Éboli ha sido una cuestión postergada en los estudios sobre la reforma carmelita, ensombrecida por la visibilidad del enfrentamiento que existió entre la princesa de Éboli y la propia Teresa de Jesús. Sin embargo, habría que considerarlo como un capítulo esencial en los derroteros que sufrió la reforma en el futuro. 66. Para lo concerniente a este personaje remitimos a Cruz (2016), donde se recoge información bibliográfica del personaje, y a Alegre Carvajal (2018) para conocer la influencia en el convento de San Pedro de Pastrana. 67. Para las diferencias fundamentales que se establecieron entre la malograda fundación de Duruelo y el convento de San Pedro de Pastrana, en ambas presente Juan de la Cruz en sus inicios, véase Alegre Carvajal (2018). 68. Sobre la importancia de la fundación de San Pedro remitimos a Alegre Carvajal (2018).
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Había pocas cosas que no tratara Si la actuación de Ruy Gómez en Pastrana a lo largo de 1569 nos revela un hombre que sabe exactamente lo que quiere hacer, que sorprende por su resolución y su celeridad, y que vuelca sus principales energías en el desarrollo del buen gobierno y la magnificencia, y desde luego no encuentra ningún obstáculo en abrir y crear una solución sensata a la religiosidad recogida, su actuación a lo largo de 1570 reafirma la idea de que Ruy Gómez había llegado a Pastrana con unos objetivos perfectamente definidos que pone en marcha de forma precisa. Su actividad en torno a ese 1570 fija unas empresas con propósitos de tutela y gobierno definitivamente diferentes y, tal vez, sea en este aspecto en el que la acción de Ruy Gómez para Pastrana se muestre más radicalmente novedosa y arriesgada. Su interés, por poner en marcha una operación económica, industrial y comercial de vastísimo alcance, se va a orientar a captar grupos de habitantes altamente cualificados en su actividad profesional que decidan trasladarse a Pastrana estimulados por condiciones económicas ventajosas. Así lo expresaron naturales de Pastrana en las contestaciones dadas a las Relaciones topográficas mandadas por Felipe II, pocos años después, en 1576: “e de cinco años a esta parte ha venido copia de moriscos y oficiales milaneses, y de otras partes anejos al trato de la seda y tejidos de oro, y cada dia se va aumentando”69. En este sentido, muy conocida es la llegada a Pastrana de un importante contingente de moriscos, ante la oportunidad de la expulsión de estos individuos tras la rebelión de Las Alpujarras, lote cedido por don Juan de Austria al príncipe de Éboli para establecer una boyante industria sedera en su señorío. Hecho que desde luego merece un análisis detenido70. Como en el resto de sus empresas para Pastrana, Ruy Gómez tenía delimitado un propósito básico que despliega con enérgica decisión, 69. La cita completa sería: “Hay más de mil casas en que hay más de mil y doscientos vecinos, que fue muy menor antes de agora ansí en tiempo que fue aldea como después; ha ido creciendo por la fertilidad de la tierra y sus buenos mantenimientos, y tierra sana, y por el buen trato de la gente de ella, e de cinco años a esta parte ha venido copia de moriscos y oficiales milaneses, y de otras partes anejos al trato de la seda y tejidos de oro, y cada dia se va aumentando” (en tomo XLVI del Memorial Histórico Español, con aumentos de Juan Catalina García López, 1903-1905: 196). 70. En este sentido, véanse las últimas investigaciones de Dadson/Reed (2015 y 2013), Dadson (2017), García López (2016 y 2009).
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y que se va a ver fuertemente favorecido por la solución que se da al problema de la sublevación morisca que se desarrollaba desde 1568. El conflicto se había convertido en una guerra abierta, aunque en torno a 1570 estaba lo suficientemente controlado como para arbitrar cuál sería el desenlace que se iba a dar al problema. Para Ruy Gómez, esos años entre 1568 y 1570 son tiempo suficiente para poder cerrar definitivamente la compra de Pastrana y discurrir una maniobra que fuera favorable a sus intereses. Lo cierto es que la designación de don Juan de Austria para sofocar la revuelta se presenta como la oportunidad clara que Ruy Gómez necesita. Juan de Austria no solo es amigo personal: ambos están ligados a la misma facción política y mantienen una constante correspondencia que, a lo largo de 1570, es continua y copiosa, y que gira en torno al asunto de la revuelta. Pero, además, en ese 1570, la decisión del rey de viajar a Andalucía para conocer más exactamente la situación ofrece una nueva coyuntura al príncipe de Éboli, que se traslada junto a la corte71. Este viaje le proporciona además la posibilidad de viajar hasta Sanlúcar de Barrameda, feudo de los Medina Sidonia, y rubricar el acuerdo matrimonial de su hija mayor Ana con el heredero de dicho ducado72. Asimismo, muy específicamente, es el momento en que comienza la política de trasvase de población morisca y cualificada a Pastrana. De tal forma que, sin que se haya emprendido la deportación masiva de los moriscos granadinos por Castilla, decisión que no se pone en marcha hasta octubre de 1570, a Pastrana llegan los primeros mercaderes moriscos en abril de ese 1570, es decir, seis meses antes de que se sofoque la sublevación y que se ordene la deportación, pero coincidiendo con la estancia en Andalucía de Ruy Gómez. Los príncipes de Éboli se encontraban en Córdoba desde, al menos, el 4 de marzo, y también desde Córdoba van a llegar, antes de la deportación, los primeros 60 trabajadores moriscos reclutados para trabajar la seda73.
71. Dadson/Reed (2015: 210-217) narran con detalle el itinerario del viaje emprendido por los príncipes de Éboli, poniendo de manifiesto que el recorrido fue diferente del seguido por el propio rey para responder a intereses personales. 72. De hecho, al viaje le acompaña su esposa, la princesa de Éboli, y su hijo y heredero, Rodrigo, todavía un niño, y tal vez también la propia desposada Ana. 73. Dadson/Reed (2015: 211-217) ponen de manifiesto cómo estos 60 varones habían sido apresados y habían sido llevados a Pastrana, presumiblemente por su implicación en la revuelta.
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Para que estos primeros mercaderes moriscos se sintieran persuadidos de viajar a Pastrana a establecer sus mercadurías —ya que no estaban obligados por la dispersión—, Ruy Gómez ofrecía una serie de beneficios como costear su viaje, disponer de casas gratis durante cuatro años, préstamos para rehacer sus negocios y una rebaja en el pago de alcabalas. Medidas idénticas con las que va a favorecer a las comunidades de extranjeros milaneses, flamencos o portugueses, como vamos a ver a continuación. Estas condiciones hay que ponerlas también en relación con la constitución de una ‘compañía de comercio’, que pretendía traer mercancías de Inglaterra y Flandes, y que reúne a un activo grupo de hombres de negocios, que vamos a ver operando en todas las empresas del príncipe74. Ruy Gómez está tan perfectamente informado que, el día 5 de junio, cuatro meses antes del decreto de deportación75, tiene ya una merced dictada por don Juan de Austria, por la cual se le concede una importante partida de moriscos76. Pocos días después, el príncipe de Éboli y su familia dan por terminada su estancia en Andalucía y regresan a Pastrana77. El transcurso de los acontecimientos indica que, antes de su puesta en marcha, conocía perfectamente la solución que 74. Lo limitado de este trabajo nos impide detenernos sobre un aspecto tan crucial como es el de los hombres que actúan y se ven favorecidos por la acción de su señor: el tesorero general, Melchor de Herrera (Dadson/Reed 2015: 247-248); su mayordomo, Juan de Villareal (Dadson/Reed 2013), que ya había negociado para el príncipe las diversas compras de territorios en la Alcarria; su procurador, Juan González de Vallegeda (Fernández Izquierdo 2012); y, finalmente, el morisco Hernán López el Ferí (García López 2016a), con los que establece la compañía comercial. 75. En este sentido, quiero apuntar cómo la cuestión de los moriscos y el príncipe de Éboli siempre ha sido analizada desde el punto de vista de lo significativa que es para Pastrana, pero no se ha abordado la participación de Ruy Gómez en la toma de una decisión tan transcendental para la política de la monarquía, de la que él está informado de primera mano y con la que se ve altamente favorecido. 76. El 5 de junio está fechada una carta de poder según la cual don Juan de Austria le cede 250 moriscos: “para que estos lleven a sus mujeres e hijos y bienes que ellos quisieren para que vivan y abiten y se avecinen en la mi villa de Pastrana y en otros lugares para que ellos usen sus oficiios y cultiben la tierra” (Martínez Elvira 1999: 24-25). 77. A Pastrana llegan antes del día 15 de junio, y es muy significativa la incesante actividad que despliegan nada más regresar, hasta el punto que su secretario se queja con estas palabras: “vuelven a despachar estos señores [se refiere tanto al príncipe como a la princesa de Éboli] el correo tan deprisa que no tengo lugar de escribir” (Dadson/Reed 2015: 213).
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se iba a dar al problema morisco —aunque no podamos precisar su arbitraje en ella— y que, su oportuno viaje a Andalucía le permite manejar los tiempos y servirse de los hechos para el desarrollo de sus empresas personales en Pastrana. Recordemos, en este mismo sentido, cómo selecciona cuidadosamente los moriscos deportados que deben llegar a Pastrana: son los denominados “moriscos de paz”, aquellos que no han participado en la rebelión, originarios del Albaicín de Granada, lugar donde se concentraban los mejores expertos en el trabajo de la seda. La deportación general se decretó en octubre de 1570 y se inició el 1 de noviembre. El 10 de ese mes de noviembre, Ruy Gómez, desde la corte, solicita formalmente y como era preceptivo, que se le entregue una partida de 200 familias de moriscos, y ese mismo día, don Juan de Austria, desde Guadix, firma la licencia. A esta primera cantidad inicial, se unen posteriormente otras cincuenta familias más. A mediados de noviembre el grueso de los moriscos deportados, unos 21.000 individuos, llegan a Albacete en unas condiciones deplorables, punto donde se inicia la dispersión. Los destinados al feudo de Ruy Gómez son recibidos en Pastrana el 5 de diciembre, arriban unas 1.400 personas78. Rápidamente Ruy Gómez reparte varios grupos por otros lugares de sus estados: Albalate de Zorita, Zorita, Estremera, Valdaracete y la Zarza, dejando un importante grupo en la Pangía. Los más cualificados se quedan en Pastrana. La cascada de acontecimientos que estamos analizando se desarrolla con tanto apremio y premeditación que da lugar a que, ese mismo mes de diciembre, exactamente el día 12, es decir, escasamente siete días después de recibir 1.400 moriscos en Pastrana, se produzca la firma de la escritura de venta de un terreno marginal en las afueras del núcleo urbano —un herreñal— con el fin de urbanizar y edificar todo un nuevo barrio, denominado posteriormente ‘el Albaicín’. Un ensanche del casco urbano original que —como demuestran los acontecimientos— estaba proyectado como barrio de carácter industrial, 78. “Que los muchos cristianos nuevos que ay en esta villa que son mas de myll e cuatrocientos personas pobres y necesitadas tales que no pueden vivir sino, era con gran daño de la villa e vecinos y sus heredades e que a causa de ser pobres se comen la fruta de ella, antes de llegar a sazón (García López 2009: 251). En el año de la expulsión los moriscos de Pastrana ascendían a 2.114.
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transformación urbana altamente significativa sobre la que volveremos más adelante. Pero la empresa de atraer a mercaderes y trabajadores especializados en artículos de lujo, muy específicamente en el trato de la seda y tejidos de oro y plata, no se redujo a la población morisca. Ruy Gómez había recorrido toda Europa acompañando al entonces príncipe Felipe en sus viajes o atendiendo a sus embajadas, lo que le había permitido establecer contactos, amistades y agentes de todo tipo79 en los principales enclaves económicos de Europa: Génova, Milán, Flandes e, incluso, Inglaterra, y por supuesto, en su lugar de origen, Portugal80. De todos estos territorios, atraídos por las condiciones y ventajas económicas prometidas por el duque o incluso llamados por él mismo, llegaron a Pastrana hombres de negocios dispuestos a establecerse. La afluencia fue incesante desde 1570. Los primeros en llegar fueron los genoveses, con los que Ruy Gómez tenía contactos al menos desde 156981, lo que permite que ya en 1570 haya una colonia en Pastrana82. Inmediatamente después van a llegar milaneses, maestros tejedores de seda, oro y plata, que se establecen en 1571. La circulación internacional de la noticia de la recepción en Pastrana de estos italianos tuvo tanto eco y alcance que fue, incluso, recogida en una carta del virrey de Sicilia, en junio de 1572, en la que literalmente escribe: “Ruy Gómez ha mucho que está en Pastrana, a donde van todos estos italianos y gente que parte a dar la venia”83. 79. La relación de amistad y clientelismo entre los Colonna y los príncipes de Éboli ha sido analizada por Bazzano (2009) y Dadson/Reed (2015). 80. Entre 1548 y 1551 Ruy Gómez acompaña al entonces príncipe Felipe a su viaje por los Países Bajos y Alemania. En el camino hacia Alemania recorren las ciudades italianas de Génova, Pavía, Milán, Cremona y Trento. Posteriormente vuelve a acompañar a Felipe II en su estancia más larga fuera de España, dos años en Inglaterra, donde contrae matrimonio con María Tudor y otros tres años en los Países Bajos y Alemania. 81. Recordemos la relación del príncipe con asentistas y banqueros genoveses, como los Centurión y los Spínola, a los que favoreció con territorios. 82. En 1570, desde Génova, se recibe la noticia de que las columnas para el patio del palacio están en Cartagena y Alicante. Creemos que este hecho no se puede desligar del certero asentamiento de genoveses en Pastrana. Lo que hace evidente que Ruy Gómez poseía un activo agente, o agentes, en Génova que canalizaba todas las aspiraciones del príncipe. 83. Rivero (1998: 39-56) liga la fundación del Consejo de Italia al ascenso de Ruy Gómez como privado y de toda su facción y su red clientelar, el partido ebolista, al poder, estableciendo un férreo control sobre los dominios italianos.
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Y el número fue tan elevado que, en el encabezamiento de alcabalas del año siguiente, en 1572, se anota un capítulo especial para “cristianos nuevos, milaneses y extranjeros y otros vecinos nuevos que han venydo a esta villa”. Las ventajas económicas fijadas eran inmejorables, y todavía en 1575, muerto ya Ruy Gómez, vemos cómo la princesa de Éboli sigue favoreciendo, mediante préstamos, la llegada de nuevos milaneses y genoveses para instalar sus talleres en Pastrana. Para facilitar las redes de comercialización de productos, Ruy Gómez establece, por privilegio real del mes de marzo de 1573 la celebración de una feria anual “y mercado franco de alcabala”84, durante los doce primeros días del mes de mayo que, como venía siendo habitual en los afanes de Ruy Gómez, se celebra por primera vez apenas un mes después, el 11 de mayo. Esta feria fue, sin duda, el mejor canal de comercialización de productos entre Pastrana y los propios estados portugueses del príncipe. La ciudad de Viseu actúa como el núcleo de relación más destacado, lo que permite la llegada de una colonia apreciable de lusitanos acogida, no solo por los príncipes, sino también por miembros portugueses de la corte ducal. El comercio de tejidos de seda, oro y plata —manufacturas de altísima calidad— era uno de los negocios más fructíferos de la Castilla del momento. Ruy Gómez promovió, gracias a la eficaz y constante protección de mercaderes, de hombres de negocios y de maestros altamente cualificados, una comunicación técnica, económica, artística y cultural entre Pastrana y amplias áreas geográficas; muy estrecha con Portugal e Italia —donde existían nexos territoriales de la propia casa ducal—, e igualmente intensa con territorios más distantes85. Incentivó la actividad económica de un núcleo de población en el corazón de Castilla para transformarlo en un centro de poder —dentro del complejo imperial de la monarquía hispánica— que pretendía ser uno de los nodos con que se iba entrelazando esa economía ‘mundo’ que se estaba definiendo desde la propia monarquía. Aunque quede todavía un largo camino para reconstruir esta compleja y fructífera red de intercambios, comercio e influencias, contamos con genuinos testimo84. La feria tuvo una vigencia continuada hasta el siglo xviii, y el mercado semanal establecido todavía hoy se sigue celebrando. 85. Sobre la seda y Pastrana, consúltese Puentes Quesada (1992: 157-182), además de obras de carácter más general pero que ofrecen una información muy valiosa como Millares Martínez (2003).
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nios, como, por ejemplo, cualquiera de los datos referidos a la familia del pintor Juan Bautista Maíno86, cuyo padre, Juan Bautista Maíno, uno de los primeros milaneses asentados en Pastrana, casado en 1574 con la lisboeta Ana de Figueredo, había llegado desde Pavía en 1571 como maestro artesano. En seguida pasó a conformar una compañía de comercio que, en 1574, le llevó a negociar primero con Lisboa, luego a dar el salto al comercio de larga distancia con América y más tarde le permitió adentrarse en las nuevas rutas de comercio que se estaban abriendo con África y con Filipinas. Él murió en Angola y en Manila falleció su hija Magdalena Maíno. El vasto plan económico de Ruy Gómez para Pastrana contaba, como hemos visto, no solo con los nuevos grupos de mercaderes que extendían sus redes de comercialización por toda Europa y con un importantísimo grupo de inversores reunidos en las diversas compañías de comercio que fueron surgiendo; también disponía de experimentados maestros artesanos que adiestraban y dirigían al grueso de trabajadores especialistas en seda y, finalmente, gozaba de un espacio físico perfectamente acondicionado para el trabajo, el nuevo barrio industrial del Albaicín87. Dando discursos y visitando obras88 Ciertamente había pocas cosas que no tratara Ruy Gómez, y una de las más significativas es la manipulación que opera sobre la ciudad construida, entendida como un espacio, como un artefacto de poder y 86. Sobre Juan Bautista Maíno y su familia, véase Ruiz Gómez (2009: 31-39), donde se recogen las diversas aportaciones anteriores sobre este particular. 87. Las consecuencias globales de estos cambios están todavía por cuantificar, aunque sí nos hemos acercado al análisis de los cambios producidos en la composición de la población urbana y el problema que plantea su distribución dentro de la ciudad, aspecto que consideramos en Alegre Carvajal (2003: 131-145). Sin embargo, no disponemos de estudios que nos permitan profundizar en el conocimiento de cómo se comportaron los precios y los salarios, cuál era el nivel de vida y en qué se modificó. Tampoco se ha cuantificado la repercusión del número de habitantes temporales, de población flotante, sobre la vida de la población. E, igualmente, aunque en parte hemos podido analizar el desarrollo, en extensión del núcleo urbano, faltan estudios sobre la repercusión económica de la construcción inmobiliaria. 88. Palabras con las que Melchor de Herrera explicaba la actividad de Ruy Gómez en Pastrana (Dadson/Reed 2015: 213).
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de prestigio del príncipe renacentista89. La particularidad de la realidad urbanística que encontró en Pastrana, y el conocimiento preciso que tenía de ella, así como el deseo de poseerla, va a permitir que proceda, como hemos visto en otras cuestiones, con una rapidez inusitada y con una contundencia y eficacia sorprendente. Las obras emprendidas —la urbanización de la plaza delantera al palacio y la construcción del barrio del Albaicín90— transforman profundamente la estructura y el concepto de la ciudad (Alegre Carvajal 2003: 119-148). Siguiendo un procedimiento fundamentalmente ideológico y político (Alegre Carvajal 2008), Ruy Gómez —con una energía sorprendente— se vuelca en la renovación urbana de Pastrana movido por la voluntad no solo de establecer la centralidad de su soberanía, sino operando con el sentido de que la grandeza del príncipe se establece en base a sus acciones, y estas son reflejo de ideales superiores.
Plano de la estructura urbana de Pastrana con las transformaciones promovidas por Ruy Gómez de Silva (Alegre Carvajal 2003). 89. Este aspecto del personaje ya lo abordamos en Alegre Carvajal (2003 y 2004). 90. Aunque la compra del terreno estuvo a cargo de Hernán López el Ferí (García López 2016a) y la urbanización estuvo a cargo de particulares, principalmente los que conformaron la compañía de comercio con Ruy Gómez, es evidente que el proyecto fue una actuación ducal; es decir, fue una idea de Ruy Gómez.
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Su experiencia en Italia, en este sentido, fue altamente valiosa, pues allí pudo conocer ejemplos excepcionales como las ciudades de Ferrara, Mantua y también Pienza91. Pudo visualizar cómo la teoría sobre ciudad ideal de los humanistas del Quattrocento se había materializado en la realización de un espacio funcional para el poder principesco. Pudo tratar con “señores” que estaban activamente dedicados a la transformación y embellecimiento de sus cortes y para los cuales la ciudad y su transformación se habían convertido en el sistema legitimador de su propia autoridad. Además, el príncipe de Éboli conocía a la perfección la política sistemática de transformación de las ciudades que había seguido su propia familia política, los Mendoza, en las villas cabeceras de sus señoríos alcarreños, y dentro de la cual la intervención de la condesa de Mélito en Pastrana era un ejemplo sobresaliente (Alegre Carvajal 2010). E, incluso, había visto a la ciudad mendocina de Guadalajara funcionar como una soberbia corte, donde se recibían reyes —Francisco I de Francia— o se celebraban grandes acontecimientos —la boda de Felipe II con Isabel de Valois—. Al llegar a Pastrana, Ruy Gómez, en primer lugar y con celeridad, impuso un nuevo orden en la estructura de autoridad para dejar definidas las nuevas bases de su buen gobierno, a la vez que pone en marcha la transformación de la plaza delantera del palacio. La confluencia de ambos hechos rebela cómo Ruy Gómez era consciente del acto de maiestas (majestad), de soberanía, de magnificencia, que significaba diseñar, ordenar la ciudad, acto que intrínsecamente llevaba a dar “orden” a la sociedad que en ella se asentaba y dar forma, por tanto, al poder que sobre ella se ejercía (Fantoni 2002). La manipulación de la ciudad resultaba un arma sumamente eficaz para ofrecer una representación visible del nuevo orden establecido, era una operación material y palmaria, tremendamente efectiva al transformar visualmente el entorno y fijar la percepción del poder por parte de todos los individuos a través de la mirada. Transformar la ciudad suponía afirmar una identidad, en este caso cortesana y principesca, significaba reconfigurar el espacio material y visual —y por tanto, la conciencia— sobre el que ‘el príncipe’ iba a desarrollar su existencia.
91. Igualmente conoce la corte de María de Hungría en Binche. Véase en este mismo volumen el trabajo de German Labrador, donde se analiza su participación en las grandes fiestas de Binche.
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Pastrana se piensa de manera global en dos ocasiones, la primera con doña Ana de la Cerda y su arquitecto Alonso de Covarrubias y la segunda con Ruy Gómez. En ambos casos la ciudad se imagina, se proyecta y finalmente se construye con un nuevo significado. Con Covarrubias el burgo medieval amurallado se convierte en una brillante ciudad nobiliaria renacentista, de carácter mendocino (Alegre Carvajal 2010 y 2012). Con Ruy Gómez se transforma en un espacio polifuncional para el desarrollo y la visualización del poder ‘principesco’. Pastrana como ciudad es el resultado de una consciente planificación que en dos ocasiones presenta el propósito, no de alterar o completar una traza sino de crear un nuevo significado de ciudad. Ruy Gómez idea un proyecto urbanístico extremamente articulado que incide profundamente sobre la estructura y el rostro de la ciudad existente. Sobre la lonja anterior a la facha del palacio, definida y construida de Covarrubias, levanta una plaza mayor92, como la novedosa plaza de Valladolid: soportalada, sistematizada, regular, visualmente homogénea, un lugar geométricamente ordenado en medio de la ciudad cambiante para albergar su multifuncionalidad —mercado, fiesta, celebración, recibimiento, etc.— y que se convierte en un modelo que tendrá su mejor expresión en Lerma. Y, como ya hemos expuesto, construye todo un ensanche del núcleo urbano original (Alegre Carvajal 2003). Esta nueva ciudad, proyectada y premeditada, ante los hechos que se suceden en una progresión encadenada a lo largo de los escasos años del gobierno de Ruy Gómez consigue dar respuesta a las necesidades y a los problemas planteados, manifestando el carácter pragmático del propio promotor, el príncipe de Éboli. 92. Esta intervención tan certera nos recuerda el “principio del segundo hombre” enunciado por Edmund Bacon (1975: 108-110), para explicar la Piazza Annunziata de Florencia, afirmando que “cualquier obra realmente importante posee en su interior fuerzas seminales capaces de influir en el posterior desarrollo de su entorno y, con frecuencia, de modos imaginados por su propio creador”. Considera E. Bacon que la decisión crucial que define la plaza no es la de Brunelleschi al construir la arcada del Hospital de los Inocentes, sino la de Sangallo “al dominar su impulso hacia la autoexpresión, imitando casi al pie de la letra el diseño de Brunelleschi”. A partir de esto, el “‘principio del segundo hombre’ puede ser formulado como sigue: es el segundo hombre quien determina si la creación del primero será proseguida o destruida”.
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Ruy Gómez fallece en Madrid el 29 de julio de 1573. Es indudable que, desde ese 15 de agosto de 1559, fecha en que llega a Pastrana tras su regreso de Francia laureado por el éxito de haber sido el autor de la paz y del matrimonio del rey con una princesa francesa, e incluso desde que en 1553 rubrica sus capitulaciones matrimoniales con quien era todavía una niña y luego será la extraordinaria princesa de Éboli, y a lo largo de todos los años en los que su quehacer político le lleva por toda Europa, hasta conseguir recalar en Pastrana el 27 de marzo de 1569, Ruy Gómez había permanecido atento a cualquier posibilidad, a cualquier indicio, a cualquier explicación, a cualquier ejemplo, a cualquier expresión, urdiendo en su cabeza, larga y pacientemente, la trama de aquello que luego fue capaz de desplegar, con una energía desbordada, en apenas cuatro años: crear un estado nobiliario de primerísima categoría, tornarlo un nodo dentro de una estructura económica transnacional, situar en él el timón de una nueva espiritualidad, varar en su espacio una particular e innovadora realidad urbana, que habla de su ideología política y de su forma de ejercer la soberanía. Fueron proyectos, estrategias, que nutrió con mil experiencias, mientras perseveraba y servía a su rey. Bibliografía Alegre Carvajal, Esther (2003): La Villa Ducal de Pastrana. Guadalajara: AACHE. — (2004): Las Villas Ducales como tipología urbana. Madrid: UNED. — (2008): “La Configuración de la Ciudad Nobiliaria en el Renacimiento como proyecto ideológico de una élite de poder”, en Tiempos Modernos. Revista Electrónica de Historia Moderna, . — (2010): “Grupos aristocráticos y practica urbana: la ciudad nobiliaria mendocina ‘imagen distintiva’ de su linaje y de su red de poder”, en Familia, valores y representaciones. Murcia: Universidad de Murcia, pp. 31-47. — (2012): “Utopía y realidad. Mujeres Mendoza constructoras de la ciudad renacentista”, en Serrano de Haro y Alegre Carvajal (eds.): Retrato de la mujer Renacentista. Madrid: UNED, pp. 45-65. — (2013): “El encuentro y la ruptura entre Teresa de Jesús y la Princesa de Éboli: ¿una cuestión de enfrentamiento personal o un asunto
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II. Familia, servicio y territorio: el poder
Os Gomes da Silva e os Teles de Meneses: linhagens de serviço à Coroa (séculos xv-xvi) Ana Isabel Buescu FCSH/CHAM-UNL
Esta comunicação tem como objectivo situar as origens, em termos linhagísticos e familiares, da figura de Rui Gomes da Silva, protagonista deste encontro científico, e cuja trajectória, bem como a dos seus sucessores, seria marcante no quadro da monarquia hispânica. Do lado paterno, Rui Gomes da Silva descendia de um dos muitos ramos da ilustre linhagem dos Silva, já mencionada no Livro do Deão (c. 1340) e no Livro de Linhagens do Conde D. Pedro ([1340-1344] 1980), que se desenvolveu num emaranhado de homonimias que, com alguma frequência, confundiu historiadores e genealogistas1. Sobretudo no século xiv, é já patente o valimento dos Silva, em vários dos seus ramos, junto dos reis portugueses, junto de quem desempenharam cargos palatinos. Fixemo-nos nos inícios do século xv, procurando relevar aspectos marcantes da ascendência de Rui Gomes da Silva, quer do lado paterno quer do lado materno na relação e no serviço da Coroa portuguesa. Diogo Gomes da Silva, filho segundo de Gonçalo Gomes da Silva (†1424), alcaide-mor de Montemor-o-Velho2 de D. Leonor Gonçalves Coutinho, pertenceu provavelmente à casa de D. Henrique. Participou na expedição a Ceuta em 1415, onde, tendo-se distinguido por
1. V., a propósito, Freire (1973: 10-20). 2. Gonçalo Gomes da Silva era irmão de João Gomes da Silva, 1º senhor de Vagos, copeiro e alferes-mor de D. João I.
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bravura, foi armado cavaleiro pelo infante (Freire: 1973: 128-135). Foi casado com D. Isabel Vasques de Sousa, filha de Vasco Martins de Sousa Chichorro (†1387), 3º senhor de Santarém e 1º senhor de Mortágua, chanceler-mor de D. Pedro I (†1367) e do conselho de D. João I (†1433)3. Dela teve vários filhos, dos quais o primogénito foi Rui Gomes da Silva. Também cavaleiro da casa do infante D. Henrique, Rui Gomes da Silva integrou, à morte deste, ocorrida em 1460, a casa do rei D. Afonso V (†1481). Foi ele o 1º senhor da Chamusca e de Ulme. Por doação do infante D. Pedro4, então tutor de D. Afonso V na sua menoridade, recebera em 1440 as terras de Mação e Foz Coa e, em 1449, a doação de juro e herdade do lugar de Ulme por D. Afonso V (Freire: 1973: 128). No limite do lugar de Ulme, existia um lugar quase ermo chamado Chamusca, que tinha pertencido a Afonso Vasques Correia, vassalo de D. João I. Foi aqui, dada a amenidade do clima e a fertilidade das terras, que o 1º senhor da Chamusca e de Ulme decidiu mandar edificar a sua casa de moradia, que habitou com tanta regularidade que, em trova do Cancioneiro Geral (1516) de Garcia de Resende, surge referido como o “Ruy Gomez da Chamusca (Freire 1973: 131) João Gomes da Silva (†c. 1520), seu filho, foi o 2º donatário da Chamusca e Ulme desde c. 1487, reinando D. João II (†1495). Era fidalgo da casa do duque de Viseu, irmão de D. Manuel, duque de Beja, a cuja casa também pertenceu (Freire 1973: 133). Atravessou as convulsões que culminaram na extinção da casa de Bragança e na eliminação física do duque de Viseu, no âmbito da política senhorial de D. João II5. Em 1483, o 3º duque de Bragança, D. Fernando, foi preso, julgado por conspiração e traição ao rei e condenado à morte, sendo degolado em Évora6. Aquela grande casa foi extinta e os seus bens incorporados na Coroa. Após a de Bragança, a casa de Viseu era a mais poderosa e provavelmente a mais rica casa senhorial do reino, pois herdara quer o Mestrado da Ordem de Cristo, quer os bens e vastíssimo património do infante D. Henrique, incluindo as 3. Era bisneto do rei D. Afonso III (†1279). 4. O infante D. Pedro, 1º duque de Coimbra, era irmão de D. Duarte e foi tutor de D. Afonso V na sua menoridade, morrendo em 1449 na batalha de Alfarrobeira. 5. Sobre este processo, os seus meandros e desenlaces, v. Fonseca (2005: 59-80). 6. Os seus três irmãos (o marquês de Montemor, o conde de Faro e D. Álvaro) fugiram para Castela; o marquês de Montemor foi degolado em estátua.
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ilhas atlânticas. Em 1484, o então duque de Viseu, D. Diogo7 foi preso por conjura contra o rei, que o apunhalou com as suas próprias mãos. Mal subiu ao trono, após a morte de D. João II, seu primo e cunhado, em 1495, a política de D. Manuel, que recebeu a Casa do irmão assassinado8 foi a de reabilitar e restabelecer a casa de Bragança, à qual se encontrava também unido por laços familiares muito estreitos, em todas as suas prerrogativas, graças e privilégios logo em 14969. Esta política foi acompanhada, no que respeita à casa de Viseu-Beja, por uma estratégia de continuidade, protecção e recomposição, de criados, servidores e fidelidades. É neste contexto que D. Manuel, mantendo João Gomes da Silva como fidalgo da sua casa, o chamou para o seu Conselho depois de ascender ao trono, confirmando-lhe doações e privilégios em 1499 e 1515, testemunho de uma confiança de natureza pessoal e política (Freire 1973: 133). Em 15 de Fevereiro de 1520, pouco antes do seu falecimento, o 2º donatário da Chamusca e Ulme fez testamento comum com a mulher, D. Joana Henriques10, instituindo o morgado da Chamusca para o seu filho primogénito e sucessores. Deve-se a João Gomes da Silva, avô do futuro príncipe de Eboli, a edificação da Igreja de São Brás, a mais antiga da Chamusca, a partir de 1510, que se encontrava já concluída quando o rei D. Manuel, que várias vezes se hospedou no seu solar, visitou a Chamusca em 151811. Perto, aliás, da Chamusca, o monarca fundou em 1519 o convento de Santo António, num local em que já existia uma pequena ermida da mesma invocação, incorporado na ordem franciscana pelo papa Leão X em 1520. 7. Primo e cunhado do rei D. João II, irmão da rainha D. Leonor e do futuro D. Manuel, todos eles filhos do infante D. Fernando (1433-1470), 1º duque de Beja e 2º duque de Viseu, filho de D. Duarte (†1438) e irmão de D. Afonso V. 8. D. Manuel era 5º duque de Viseu e 4º duque de Beja; quando ascendeu ao trono os títulos foram incorporados na coroa. 9. Góis (1949: cap. 13). 10. D. Joana Henriques, filha de D. Fernando das Alcáçovas e de D. Branca de Melo, senhora de Barbacena, foi a terceira mulher de João da Silva, que apenas dela teve descendência. 11. João Gomes da Silva e a sua mulher, D. Joana Henriques, encontram-se sepultados, em campa rasa, na capela-mor desta igreja, a mais antiga da Chamusca, e desde a sua fundação igreja matriz da vila. Dessa época restam hoje o pórtico, a pedra de armas e o portal lateral, de estilo manuelino.
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Sucedeu-lhe no senhorio o seu filho Francisco da Silva (†1566), 3º senhor da Chamusca e Ulme, pai de Rui Gomes da Silva. Foi no solar edificado pelo 1º donatário que veio a nascer, em 1516, o seu bisneto homónimo12. Por parte da mãe, era porventura mais vincada ainda a proximidade de Rui Gomes da Silva com a casa real e com o serviço do rei. Pelo lado materno, o futuro príncipe de Eboli entroncava num outro ramo dos Silva – o dos Senhores de Unhão, futuros condes da Vidigueira e marqueses de Nisa (Freire 1973: 73 e ss.). A mãe, D. Maria de Noronha, era filha de Rui Teles de Meneses (†1528), 4º senhor de Unhão, mordomo-mor da rainha D. Maria, mulher de D. Manuel, e de D. Guiomar de Noronha, filha de D. Pedro de Noronha, mordomo-mor de D. João II e comendador-mor da Ordem de Santiago. O ano de 1517, pouco depois de nascer o futuro príncipe de Eboli, correspondeu, no que diz respeito à história portuguesa, a um ponto de viragem social e política, quer no plano interno quer no contexto da política ibérica e europeia. A 7 de Março de 1517, D. Maria, rainha de Portugal e infanta de Castela, como se intitulava no seu testamento, morreu com trinta e cinco anos de idade, cerca de 6 meses após dar à luz o seu último filho, António, que não sobreviveu. Dos dez filhos que gerara deixava órfãos oito – o mais velho, o príncipe herdeiro D. João (n. 1502), com quinze anos ainda não cumpridos, o mais novo, o infante D. Duarte (n. 1515), com apenas um ano e meio de idade (Góis 1955: IV, cap. 19)13. A sua morte acarretou importantes consequências políticas. Entre estas, a de maior destaque e implicações foi o terceiro e inesperado casamento de D. Manuel, desta vez com Leonor (n. 1498), irmã mais velha de Carlos de Habsburgo, agora rei de Castela e Aragão. Esta decisão matrimonial de D. Manuel tem de ser enquadrada no contexto da luta interna entre facções na corte portuguesa, de que um dos pólos era o príncipe herdeiro. O projecto de casamento de D. Manuel provocou surpresa e a divisão da corte, mas veio também agravar a relação pessoal e política entre o rei e o príncipe D. João, uma vez que o casamento de Leonor de Habsburgo com o príncipe 12. Após a restauração da independência e a ascensão da Casa de Bragança ao trono português, em 1640, os Silva viram todos os seus bens confiscados em Portugal, tornando-se a Chamusca propriedade da Casa das Rainhas. 13. Correia (1992: 124).
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de Portugal estava, antes da morte da rainha D. Maria, praticamente decidido14. Esta nova aliança seria decisiva no apoio de D. Manuel ao rei D. Carlos na crucial conjuntura das Comunidades. Na verdade, o papel jogado por D. Manuel, além de tio15 agora cunhado de Carlos V, revelou-se decisivo para o desfecho do episódio das Comunidades a favor da monarquia carolina. Apesar de por várias formas “aliciado” pela Santa Junta, que para o efeito chegou a enviar emissários a Portugal —D. Alonso de Pliego, deão de Ávila, esteve em Lisboa em Outubro de 1520 como embaixador da Junta16—, D. Manuel teve a prudência de não se deixar envolver em estratégias ou compromissos que poderiam ser perigosos para o reino português e apoiou de forma que se revelou determinante, quer sob o ponto de vista político quer até financeiro, o partido de Carlos V – Joseph Pérez é, a este respeito, taxativo: “foi a ajuda financeira de Portugal que salvou da catástrofe o poder real”17. O próprio Carlos V, ainda em Worms, em carta de 21 de Fevereiro de 1521, agradecia de forma explícita e calorosa a acção do rei português em favor das suas posições18. Mais tarde, nas capitulações matrimoniais de Carlos V com a infanta D. Isabel, assinadas em Toledo a 25 de Outubro de 1525, entrava em linha de conta dos acertos do dote a soma “que o dito senhor Imperador deve ao dito senhor rei de Portugal, nosso senhor, por outros tantos que o rei D. Manuel, seu pai [...] lhe emprestou no tempo das Comunidades de Castela” (Fernández Álvarez 2003: doc. 22, 106). Pouco mais de um ano após a morte da rainha, concluíam-se em 22 de Maio de 1518, em Saragoça, as negociações do casamento da infanta D. Leonor com o monarca português, conduzidas, pela parte portuguesa, com celeridade e segredo, como lhe fora encomendado por D. Manuel, por Álvaro da Costa, camareiro do rei, e pela parte de D. Car14. Buescu (2008: 71-94). 15. Lembremos que D. Manuel, depois do primeiro casamento (1497) com a primogénita dos Reis Católicos, casou em segundas núpcias com a infanta Maria (1500), também ela filha de Fernando e Isabel, e portanto irmã de Joana. 16. Diz-se em “Memorial” anónimo que nomeia eclesiásticos religiosos, cavaleiros letrados e outros que tomaram parte nas Comunidades: “O Deão de Ávila foi dos muito maus [...]. Este foi a Portugal em nome da Junta e fez muitos males”. Publicado por Rodríguez Villa (1892: doc. LXI, 505). 17. Perez (1970: 231-235 y 2001: 73); Costa (2005: 247-251). 18. Gavetas (As) da Torre do Tombo (1971: gav. XVIII, 10-12).
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los, pelo cardeal de Tortosa e inquisidor-geral de Espanha, Adriano de Utrecht, futuro papa Adriano VI (†1523), por Guilherme de Croy (†1521), senhor de Chièvres, camareiro-mor do rei D. Carlos e pelo doutor Jean Sauvage, seu chanceler-mor. Este último veio a falecer em 7 de Junho, vítima de epidemia que então grassava, sendo substituído no cargo por Mercurino Gattinara. Esteve também presente em todo o processo Cristóvão Barroso, secretário do rei de Castela, que veio a ser ministro do rei D. Carlos em Portugal19. Foquemo-nos, no entanto, num outro plano, sobretudo relacionado com os filhos da rainha, agora órfãos de mãe, todos eles em idades tão precoces. Para lá do golpe afectivo profundo e irreparável para todos eles, no que em particular diz respeito a Isabel (n. 1503) e Beatriz (n. 1504), as únicas raparigas, o desaparecimento da mãe teve outras imediatas e directas consequências. Na verdade, a sua morte implicou alterações importantes na orgânica da corte portuguesa, com o desmantelamento da casa da rainha, a redistribuição dos cargos palatinos pelas casas dos filhos mais velhos20 e a criação da casa da infanta D. Isabel21. Esta e a sua casa passavam, doravante, a ocupar um lugar central na corte, substituindo a condição de “chefe” do sector feminino até então a cargo da mãe, também no que dizia respeito às rendas, honras, servidores, mercês, e a documentação, logo a partir de 1517, comprova-o abundantemente. Apenas a título de exemplo, refira-se, em Maio de 1517, dois meses após o falecimento de D. Maria, a doação da cidade de Viseu e da Vila de Torres Vedras a D. Isabel22, que antes haviam pertencido a sua mãe, as nomeações de D. Diogo Ortiz, bispo de Viseu e do conselho do rei, como seu capelão-mor23, de Jorge Pires como tesoureiro da capela24, de André Pires, escrivão da câmara do rei, como seu escrivão da
19. Sobre estes contextos e as razões, internas e externas, que terão estado na base do terceiro casamento do monarca português, v. Costa (2005: 243-245), Buescu (2008: 73-87). 20. Apenas a título de exemplo, Nuno de Sousa, fidalgo da Casa real e vedor da rainha, foi nomeado trinchante do infante D. Luís. Arquivo Nacional da Torre do Tombo (=ANTT), Chancelaria de D. Manuel (=CDM), liv. 44, fol. 33, de 14 de Outubro de 1518. 21. Silva (2010: 108-162). 22. ANTT, CDM, liv. 10, fol. 94v, de 20 de Maio de 1517. V. ainda ANTT, Corpo Cronológico (=CC), P. I, mç. 22, doc. 134. 23. ANTT, CDM, liv. 10, fol. 33, de 30 de Maio de 1517. 24. ANTT, CC, P. I, mç. 22, doc. 122.
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Fazenda25, ou, até, de Diogo de Belmonte, cantor do rei, agora mestre da capela da infanta26. O secretário régio, António Carneiro, recebia em Junho do mesmo ano carta de mercê de secretário e chanceler de D. Isabel27. Além de óbvias ligações à casa do rei, a casa da infanta apresentava uma estreita continuidade relativamente à da rainha. A camareira-mor de D. Maria, D. Elvira de Mendonça passou, a partir de Julho de 1517, à condição de camareira das infantas D. Isabel e D. Beatriz28, por pedido expresso da rainha no seu testamento29, e sua aia a partir de Novembro do mesmo ano, “tendo em conta as virtudes necessárias e a sabedoria para lhes ensinar o que cumpre ao seu estado”30. O mesmo aconteceu como várias das damas e donzelas da falecida rainha, cujo serviço transitou também para as infantas. Gaspar Correia afirma mesmo que “a casa toda inteira ficou com elas [Isabel e Beatriz] por morte da mãe” (Correia 1992: 126). Ao conferir uma importância central à casa da infanta D. Isabel, ao atribuir aos antigos servidores de D. Maria cargos e funções na casa da agora “chefe” da componente feminina da família real, e ao vincar a sua proximidade com a própria casa real e os membros do aparelho governativo, D. Manuel geria, de forma hábil e firme, a balança dos poderes no interior da própria corte (Silva 2010: 111 e ss.). Um mesmo sentido de continuidade se verificou no mais alto cargo palatino no governo da casa da infanta D. Isabel. Assim, Rui Teles de Meneses, 4º senhor de Unhão, do conselho do rei e mordomo-mor da rainha D. Maria, passou a exercer os cargos de mordomo-mor e governador da recém-constituída casa da infanta D. Isabel. Era Rui Teles de Meneses casado, como se disse, com D Guiomar de
25. 26. 27. 28.
ANTT, CDM, liv. 10, fol. 55v., de 15 de Maio de 1517. ANTT, CDM, liv. 25, fol. 174v. ANTT, CC, P. I, mç. 22, doc. 14. ANTT, CDM, liv. 10, fol. 71v, de 30 de Julho de 1517, carta de confirmação de um padrão de 200.000 reais de tença anual. 29. As Gavetas da Torre do Tombo (1967: VI, gav. XVI, p. 109). Em 1518 tornou-se camareira-mor de D. Leonor, terceira mulher de D. Manuel, a quem acompanhou no regresso da rainha a Castela, depois de enviuvar, bem como aquando do casamento de D. Leonor com Francisco I de França, vindo a falecer durante a jornada. Silva (2010: 130). 30. ANTT, CDM, liv. 25, fl. 172, de 6 de Novembro de 1517, com 180.000 reais de “mantimento”.
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Noronha31 que, note-se, servia a infanta D. Isabel quase desde o seu nascimento, pois que em 1504 D. Manuel a nomeava para “[…] vir ao Paço tomar cargo da infanta assim que acabar sua criação, para o que se lhe daria regimento”32. É natural que, também no seu caso, continuasse a acompanhar D. Isabel e fizesse parte da sua casa constituída em 1517, após a morte da rainha. Era ainda viva em 1519 (Freire 1973: 77). De entre os numerosos filhos de Rui Teles de Meneses e de D. Guiomar de Noronha nasceram Manuel Teles de Meneses, 5º Senhor de Unhão, Brás Teles de Meneses, 1º alcaide-mor de Moura, André Teles de Meneses, mordomo-mor do infante D. Luís, D. Beatriz de Vilhena, que viria a ser a primeira mulher de D. Francisco de Portugal, 1º conde de Vimioso, D. Teresa de Noronha, primeira mulher de D. Luís de Portocarrero, 2º conde de Palma (Castela), e D. Maria de Noronha (Freire 1973: 80). D. Maria de Noronha veio a casar, como assinalámos, com o ainda seu parente33 Francisco Gomes da Silva (†1566), 3º senhor da Chamusca e Ulme, cavaleiro da ordem de Cristo e do conselho do rei D. Manuel. Ainda em sua vida, e em atenção à trajectória do seu filho, já príncipe de Eboli, as aldeias da Chamusca e Ulme foram elevadas a vila em 1561, durante a regência D. Catarina de Áustria na menoridade de D. Sebastião, e doadas de juro e herdade em morgado a Rui Gomes da Silva, sendo então retiradas à jurisdição de Santarém. Pelo mesmo alvará, era-lhe confirmado o senhorio com jurisdição em sua vida, e depois da sua morte, ao príncipe seu filho, de juro e herdade, e para os seus sucessores. Por alvará de D. Sebastião, de 20 de Julho de 1566, poucos meses antes da morte de Francisco da Silva, uniram-se-lhe os reguengos de Nespereira de Riba Vouga, Mação e Vila Nova de Foz Coa (Freire 1973: 134, 137). Deste casamento nasceu, na Chamusca, Rui Gomes da Silva em 1516, que havia de suceder a seu pai nos respectivos senhorios como 4º senhor da Chamusca e Ulme. 31. Filha de D. Pedro de Noronha e de sua mulher D. Catarina de Távora, casados antes de 1487. À data do casamento da filha, D. Pedro de Noronha era mordomo-mor de D. João II e comendador-mor da ordem de Santiago. Freire (1973: 77 e 79). 32. ANTT, CC, I, mç. 4, doc. 60, de 27 de Fevereiro de 1504. 33. V. quadros genealógicos I e II.
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O que acima ficou dito testemunha, de forma clara, a inserção dos ascendentes directos de Rui Gomes da Silva na nobreza de corte e de serviço do rei em tempo de D. Manuel, numa proximidade à Coroa que vinha a desenhar-se desde finais do século xiv. O rei confirmou, após a morte da rainha sua mulher, a confiança política e pessoal quer em Francisco Gomes da Silva, quer em Rui Teles de Meneses, a quem entregou, após a morte de D. Maria, o governo da casa da sua filha mais velha. Após o terceiro casamento de D. Manuel, Rui Teles de Meneses veio a desempenhar o mesmo cargo de mordomo-mor da rainha D. Leonor, irmã de Carlos V, mantendo as funções na casa da infanta. Como já foi sublinhado, e num processo que teve ampla expressão no reinado manuelino, porventura mais do que as rendas ou o poder militar, a posse de cargos e honras palatinas e portanto a proximidade com a centralidade do poder régio, seu dispensador, era um factor decisivo de prestígio social dos membros da nobreza34. Era, sem dúvida, o caso dos ascendentes de Rui Gomes da Silva, com relevo para Rui Teles de Meneses. O processo que conduziu ao casamento da filha mais velha de D. Manuel com o imperador Carlos V remonta a uma vontade antiga do monarca, explícita ainda antes da morte da rainha D. Maria, em 1517. Na verdade, já desde pelo menos 1516 o desejo de D. Manuel e de D. Maria em casarem a sua filha mais velha com o futuro Carlos V era indiscutível. A partir de certo momento torna-se claro que, para além dos reis seus pais, também para a própria infanta D. Isabel se tratava de Ó César, ó nada (Silva 2010: 163-171), quando se perfilaram outras hipóteses matrimoniais a que D. Manuel não deu sequência35, desejo que pode ter-se tornado mais forte quando, depois, conviveu e desenvolveu uma relação de afecto com a madrasta, D. Leonor, irmã de Carlos V. Ainda em vida da rainha D. Maria, as intensas movimentações diplomáticas de D. Manuel após a morte de Fernando o Católico (†1516) 34. Cunha (2003). 35. No final de 1519, proveniente a duquesa Cunegundes da Baviera, viúva de Alberto IV (†1508), enviava missivas cartas a D. Manuel, à rainha D. Leonor e a D. Leonor, a rainha velha, viúva de D. João II, propondo o casamento do seu filho primogénito, que veio a ser o duque Guilherme IV (†1550) com uma das filhas em idade núbil —“nubilis etatis”— do rei D. Manuel. As Gavetas da Torre do Tombo (1962: II, gav. X, 5-38 e 5-39, 607-610).
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envolviam negociações com vista a um duplo casamento, o de seu filho e herdeiro com D. Leonor de Áustria, e o da filha D. Isabel com D. Carlos, cobiçado para outras alianças no palco político europeu36; e se no que respeita ao primeiro enlace o monarca viúvo, num “golpe de teatro”, casou em 1518 com a noiva que destinara para o filho, em 1526, cinco anos após a morte do pai, a infanta D. Isabel casava com Carlos V, tornando-se rainha de Espanha e imperatriz da Alemanha. O codicilo ao testamento de 1517, datado de 11 de Dezembro de 1521, dois dias antes da morte do rei, deixava como encargo explícito ao seu sucessor “o cuidado de se acabar o casamento da infanta D. Isabel sua irmã com o imperador, no qual ele sabe quanto tenho até aqui trabalhado e quanto o desejo”37. D. João III cumpriu a vontade paterna, naquela que foi uma das “coroas de glória” de natureza política dos seus primeiros anos de reinado, e em simultâneo um profundo golpe nas finanças do reino em virtude do elevadíssimo dote de D. Isabel, que ascendeu às novecentas mil dobras de ouro castelhanas (Buescu 2008: 188-191). O casamento da infanta com Carlos V teve, no que diz respeito à questão que aqui nos interessa, consequências importantes. Na sua condição de mordomo-mor de D. Isabel, Rui Teles de Meneses era o oficial palatino de maior importância da sua Casa, que acompanhou a agora rainha e imperatriz na sua viagem para Espanha. Como sucedera noutras situações semelhantes, em que pressões e interesses se perfilavam e sobrepunham, por maioria de razão tratando-se agora de uma rainha e imperatriz, a constituição da Casa e séquito que deveria acompanhar D. Isabel terá também suscitado rivalidades e jogos de pressão no interior da corte. Em todo o caso, o seu mordomo-mor estava bem colocado para acautelar os seus próprios e os da sua linhagem. No que respeita ao elemento feminino do séquito, além de D. Guiomar de Melo, camareira-mor da infanta deste 150738, entre as da36. Entre os dezoito meses de idade e os dezasseis anos e meio, Carlos chegou a estar prometido em casamento a três princesas francesas e a duas inglesas. Chaunu/ Escamilla (2000: 677). 37. Codicilo ao testamento de D. Manuel, publicado em As Gavetas da Torre do Tombo (1967: VI, XVI, 2-2, 134). 38. Cargo que manteve até à morte de D. Isabel, em 1539, passando depois para o serviço das infantas D. Maria e D. Juana, e depois para a casa desta última, a quem serviu até 1552, data do seu casamento com o príncipe D. João, herdeiro do trono português. Labrador Arroyo (2000a: 252).
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mas que a acompanhavam encontravam-se duas das filhas de Rui Teles de Meneses, Joana e Teresa de Noronha, tendo esta última vindo a casar com Luís Portocarrero, conde de Palma del Río, casamento promovido pela imperatriz. Tal sucedeu, aliás, no contexto de uma prática corrente nas diferentes cortes europeias, com muitas outras damas da sua casa, que alcançaram casamentos com membros da mais alta aristocracia de Castela e de Aragão39. E, com o mordomo-mor da agora rainha de Espanha e imperatriz da Alemanha, seguiu para Castela, como pajem, o seu neto varão Rui Gomes da Silva, então com dez anos de idade. Compreende-se que tenha acompanhado o avô integrando a casa da imperatriz, uma vez que não era o filho primogénito e herdeiro de seu pai (Freire 1973: 135). No entanto, dado o falecimento do seu irmão mais velho, veio a herdar o senhorio da Chamusca, como se disse. No âmbito da profunda restruturação da casa da imperatriz, em 1528, marcada pela recomposição e “castelhanização” do seu serviço (Labrador Arroyo 2000a), Rui Teles de Meneses foi afastado, sendo substituído por Francisco de Zúñiga, 3º conde de Miranda, e regressou ao reino, vindo a falecer nesse mesmo ano40. A imperatriz não deixou então de interceder junto de Carlos V em favor dos descendentes daquele que havia sido seu mordomo-mor e governador desde 1517 (Silva 2010: 134). Mas o seu neto não voltaria a Portugal. A permanência na casa da imperatriz condicionou o futuro de Rui Gomes da Silva. A proximidade junto do filho varão de Carlos V desde a infância de Filipe, e o valimento que junto dele adquiriu antes e depois da sua subida ao trono de Espanha, viriam a revelar-se determinantes para a carreira e a projecção política do futuro príncipe de Eboli, duque de Pastrana de Francavila e de Estremera, conde de Melito e Grande de Espanha.
39. Labrador Arroyo (2000b: 96-97). 40. Foi enterrado na capela de S. Bartolomeu, na igreja do convento de S. Domingos em Santarém, lugar de sepultura de alguns dos senhores e dos futuros condes de Unhão (Freire 1973: 76).
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El entorno portugués en el servicio de las reinas e infantas en Castilla (1526-1552) y la configuración del partido ebolista1 Félix Labrador Arroyo Universidad Rey Juan Carlos
Mucho se ha escrito sobre los orígenes y las particularidades del denominado partido ebolista, cuyo gran patrón fue el portugués Rui Gomes da Silva, el cual, gracias a su “amistad” con el príncipe Felipe y a su matrimonio en 1552 con doña Ana de Mendoza, hija del príncipe de Mélito, y de doña Catalina de Silva, hermana del conde de Cifuentes, miembro de unas de las principales casas nobiliarias castellanas, alcanzó la cúspide del poder a mediados de la década de 15502. Sin embargo, poco se ha hablado, más allá de señalar algunos nombres y el origen portugués del futuro príncipe de Éboli, de la importancia que una serie de mujeres y hombres portugueses, que vinieron a Castilla en el séquito de la emperatriz Isabel y de la princesa María Manuela y que continuaron su servicio en la corte a través, principalmente, de la casa de las infantas María y Juana y, en menor medida, del príncipe Felipe, tuvieron en el éxito de este “partido político”3. 1. Este trabajo se inscribe dentro de las actuaciones del proyecto “La herencia de los reales sitios. Madrid, de corte a capital (Historia, Patrimonio y Turismo)” (H2015/HUM3415) de la Convocatoria de Programas de I+D en Ciencias Sociales y Humanidades 2015 de la Comunidad de Madrid, financiado con el Fondo Social Europeo y del Proyecto del MINECO “Del patrimonio dinástico al patrimonio nacional: los Sitios Reales” (HAR2015-68946-C3-3-P), financiado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER). 2. Sobre el origen y evolución del partido ebolista, véase Martínez Millán (1992: 137-197). 3. Una excepción, el estudio de Martínez Millán, anteriormente referido.
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En este trabajo vamos a presentar quiénes eran estos portugueses, las dificultades que tuvieron para permanecer en la corte, desde su llegada en 1526 en el séquito de Isabel de Avís, su vinculación con los espacios más íntimos y reservados de la casa de la reina e infantas, así como su religiosidad, vinculada a la observancia y al recogimiento, diferente, por tanto, a la más nominalista que propiciaba el grupo político castellano, que en las década de 1520-1550 dominaría los resortes políticos y administrativos de la Monarquía de Carlos V, así como los enlaces que se propiciaron entre estas mujeres y un sector de la nobleza castellana. Los portugueses y la formación de la casa de la emperatriz Isabel La casa que acompañó a la infanta Isabel de Avís a Castilla para contraer matrimonio con el futuro emperador, y que tan cuidadosamente había constituido su hermano el rey João III, estaba compuesto por un heterogéneo grupo de servidores con amplia experiencia en el servicio de la familia real. Entre los miembros que João III había elegido para configurar la casa de su hermana destacaba un reducido grupo de servidores portugueses con amplia y probada experiencia de servicio en oficios principales de la casa real y en la administración del reino, que gozaban de la máxima confianza del soberano4. Destacaba sobre los demás, el consejero Rui Teles de Meneses, V señor de Unhão y de Gestaço, hijo de Fernão Teles de Meneses, IV señor de Unhão, mayordomo mayor de la reina Leonor, y de doña Maria de Vilhena, camarera mayor de dicha reina. El señor de Unhão fue un personaje preeminente en la corte portuguesa, donde ocupaba un lugar en el Consejo de Manuel I y, posteriormente, de João III, así como la mayordomía mayor de la casa de la reina María, hija de los Reyes Católicos, en Portugal y, desde el 10 de mayo de 1507, el puesto de gobernador de la casa del infante don Luis, a pesar de que este tenía poco más de un año de edad. Su servicio en la corte continuó después de la muerte de la reina, al recibir, el 20 de junio 4.
Véase una descripción minuciosa de este viaje a Castilla en Freire (1921: 10-114).
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de 1517, el título de gobernador y mayordomo mayor de la casa de la princesa Isabel, obteniendo años después, antes de la partida de la reina a Castilla, el 29 de diciembre de 1525, el título de veedor de la hacienda5. Junto a él estaban don João de Saldanha, veedor de la casa de la reina María y caballero del Consejo de Manuel I y João III6, el tesorero Fernão Álvares, que ejerció el mismo cargo en la casa de Manuel I y de João III7, el capellán mayor Pero Álvares da Costa, obispo de Oporto, confirmado por albalá de 5 de mayo de 15228, a pesar de las reticencias del monarca, en lugar de su tío, el arzobispo de Lisboa. Y, por último, cabe señalar al secretario André Pires de Landim, escribano de la Hacienda y de la Cámara Real9. Junto a ellos había un nutrido grupo de mujeres, muchas de ellas familiares de estos personajes; muy vinculadas, en su mayoría, con el movimiento observante tan imperante en la corte portuguesa (que sería uno de los pilares fundamentales en el ideario de la facción ebolista) y en la corte de Isabel la Católica10. Destacaban la camarera mayor, doña Guiomar de Melo, hija de don Duarte de Melo, el de Serpa, y de doña Isabel de Brito, que se casó con don Álvaro Mendes de Vasconcelos, hijo único de João Mendes de Vasconcelos, señor de Esporaõ, 5.
6. 7. 8.
9. 10.
Se casó con doña Guiomar de Noronha, hija de D. Pedro de Noronha, mayordomo mayor de Juan II y comendador mayor de la Orden de Santiago, y de doña Caterina de Távora, hija de Martim de Távora, repostero mayor de Afonso V. ANTT. Chancelaria D. Manuel I, Doãçoes, livro. 25, fol. 176. De Sousa (1947: 470). Freire (1927: 76-77). AGS. E, leg. 16, núm. 427. RAH. Salazar y Castro. A. 36, fols. 69-76. De Sousa (1947: 441, 458, 470). ANTT. Chancelaria D. João III, Doãçoes, livro. 51, fol. 6. AGS. CSR, leg. 31, fol. 61; E, leg. 26, núm. 108. RAH. Salazar y Castro, A. 36, fols. 69-76. Era hijo de Lopo Álvares Feio, señor del mayorazgo de Atalaia do Campo, y de doña Margarida Vaz da Costa. Sus tíos fueron los obispos don Jorge da Costa, cardenal de la Curia Romana, en cuyo palacio romano vivió y se formó durante sus años de juventud, y al que debió su exaltación al obispado de Oporto desde el 16 de diciembre de 1507, tras la muerte de su hermano, entrando en su diócesis el 9 de abril de 1511; don Jorge da Costa, arzobispo de Braga, y don Martinho da Costa, arzobispo de Lisboa. ANTT. Chancelaria D. Manuel I, Doãçoes, livro. 10, fol. 33, livro. 35, fol. 108. AGS. CSR, leg. 31, fols. 55, 57, 61, leg. 67, 5º. Salvado (1929: 35, 37, 62, 95-96, 196-199). Fue escribano de cámara de João III y su caballero. AGS. CC, libro de cédulas, 318-2º, fol. 73r. Braga (2001: 43). La influencia portuguesa y de la Compañía de Jesús fueron fundamentales junto al decidido apoyo de la familia real para que la observancia tomase cuerpo en Castilla. Gonzalo Sánchez-Molero (1998: 379-400).
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embajador en Castilla y del Consejo Real11; las damas doña Brites da Silveira, hija de Martim da Silveira, alcalde mayor de Terena, y de doña Catarina de Azambuja12; doña Leonor de Mascarenhas, hija de don Fernão Martins de Almada, hijo de don Vasco de Almada, mayordomo mayor del infante don Fernando, y de doña Isabel Pinheira13. También podemos señalar a la dueña de acompañamiento doña Ángela Fabra, que aunque era valenciana de nacimiento se casó con don Sancho de Noronha, III conde de Odemira; la camarera y ama doña Isabel Fernandes de Magalhães y su hija Filipa de Magalhães; las damas doña Guiomar de Vasconcelos, hija de don João de Vasconcelos y Meneses, II conde de Penela; doña Leonor de Castro e Meneses, hija de don Álvaro de Castro, señor de Torram y sobrina del mayordomo mayor14; doña Joana Manuel y Guiomar de Castro, hijas de los condes de Faro; doña Maria da Silva, hija de don João de Saldanha, doña Joana de Castro, hija de don Henrique de Noronha, comendador mayor de Santiago; doña Joana y Teresa de Noronha, hijas de Rui Teles de Meneses, IV señor de Unhão, doña Maria de Aragão, hija de don Nuno Manuel, señor de Salvaterra y Tancos, doña Filipa Henriques, hija de don Diogo de Azambuja, comendador de Cabeza de Vide15, doña Brites de Melo, doña Isabel de Sá, hija de don Gaspar de Betencour, escudeiro fidalgo de Manuel I, y de doña Guiomar de Sá, doña Guiomar de Vasconcelos16, doña Filipa de Magalhães, doña 11. Fue dama de la reina María. IVDJ. Caja, 153, s.f. 12. Se casó el 10 de abril de 1531 con don Manrique de Silva, maestresala del príncipe Felipe desde 1535 e hijo de don Juan de Silva y Ribera, I marqués de Montemayor. IVDJ. Caja. 153. 13. Fue recibida por Manuel I, tras el fallecimiento de sus padres, junto a su hermana doña Brites de Mascarenhas, futura condesa de Crescentín, como dama de la reina María, y, más tarde, el 7 de marzo de 1517, fue asentada en el servicio de sus hijas, las infantas Isabel y Beatriz de Avís. Sobre este personaje, que fue aya del príncipe Felipe y del príncipe don Carlos véase, De Andrés (1994: 355-367), March (1942: 201-219) y Mascareñas (1947: 3-23). 14. Su hermana Joana de Meneses también fue recibida como dama, aunque solo nos consta su referencia de servicio en 1539. AGS. CSR, leg. 69, 5º. 15. IVDJ. Caja. 153. AGS. E, leg. 31, fol. 61. 16. Hermana de don Afonso de Vasconcelos e Meneses, capitán de los jinetes de João III, de don Estevão de Vasconcelos, mozo fidalgo de Manuel I, de don António de Vasconcelos e Meneses y don Ambrosio de Vasconcelos, escudeiros fidalgos de João III, y de doña Isabel de Ataíde, dama de la reina Catalina. Se casó con Jorge de Portugal, conde de Gelves, alcalde de Sevilla y Andújar, hijo de don Álvaro de Portugal, presidente del Consejo de Castilla. IVDJ. Caja. 153.
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Filipa Henriques17, doña Catalina de Mendoça, hija de don João Falcão y de doña Cecilia de Mendoça, hija de Duarte Furtado, comendador de Torras; y doña Brites da Fonseca e Isabel da Fonseca. Junto a ellas, un grupo de hombres, donde destacaban el maestresala don Diogo de Melo y el paje Jorge de Melo, del linaje de los Melo18; el paje Rui Gomes da Silva, hijo de Francisco Gomes da Silva, III señor de las villas de Chamusca y Ulme, y de doña María de Noronha, que ya ejercía como mozo fidalgo de la infanta desde 1523 y, por tanto, nieto del mayordomo mayor19; el contino Pero Álvares de Pavía, hijo de la camarera; Afonso de Bobadilha, hijo de don João de Saldanha, y el capellán António Teles de Meneses, que fue años más tarde capellán mayor del infante don Luis, así como otros oficiales de las casas del rey, de la reina Catalina y del infante don Luis20. La reforma del partido castellanista de la casa de la emperatriz La presencia de súbditos portugueses en la casa de la emperatriz era elevada y peligrosa para el control político y de la administración que en estos años estaba realizando el emergente “partido castellano”, encabezado por el secretario Francisco de los Cobos, máximo representante de la política peninsular del emperador21, y por el cardenal Tavera, teniendo en consideración, además, que, en virtud de los acuerdos matrimoniales, tenían estos portugueses carta de naturaleza, por lo que podían ocupar cargos en Castilla. Por ello, tras asentar, desde 1523, el sistema de gobierno de los reinos peninsulares, en abril de 1528, antes de que el emperador partiese hacia Aragón y después a Italia, Francisco de los Cobos y Juan de Tavera consideraron que llegaba el momento de cerrar el control político que les había dado el manejo de los asuntos sobre los diferentes consejos y órganos de gobierno, así como de la casa del emperador
17. Se casó con don Pedro Fernández de Córdoba, señor de la Zubia y presidente del Consejo de Órdenes. IVDJ. Caja. 153. 18. Posteriormente fue recibido como contino de la casa real y gentilhombre de la casa del príncipe Felipe. IVDJ. Ms. 25-I-25, fol. 86r. 19. AGS. E. leg. 46, fol. 176. 20. Al respecto, véase Labrador (2005: 5-7). 21. Véase De Carlos (2000: 221-226 y 226-231), respectivamente.
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en detrimento del denominado “partido humanista”. No obstante, el control de los aparatos de gobierno por parte del “partido castellanista” sería insuficiente sin el dominio de la casa de la emperatriz y su entorno, dado que esta quedaba como regente22. Por consiguiente, aprovechando el inminente viaje del rey y el deseo de este de acomodar la casa de su mujer, los líderes del partido castellano dirigieron sus esfuerzos en reformar la casa de la emperatriz; sobre todo, la sustitución de los principales cargos portugueses por castellanos: “Que vea su mag si quiere q se sirva y tenga su casa a la manera de aca o como agora esta, q es conforme a lo de Portugal, o si sera bien q oviese de todo, tomando de cada parte lo mejor”23. Para ello aprovecharon, sin duda, las peticiones que se vertieron en las Cortes de Madrid de 1528 de que las casas de la emperatriz y de su hijo estuviesen ordenadas según la manera del reino y servidas por naturales de él24. En mayo de 1527, en el momento en que la emperatriz dio a luz al príncipe Felipe, ya había rumores que señalaban la posible reforma. El embajador polaco Dantisco comunicó: “Conservó en su lado la emperatriz a todos los portugueses que trajo; pero sabiendo el emperador que el rey de Portugal había despedido a todos los castellanos que fueron con doña Catalina, ha resuelto cambiar el personal del cuarto de la emperatriz luego que dé a luz”25. El primer foco de atención se centró en la figura del todopoderoso Rui Teles de Meneses. Lógicamente, los cambios debían de comenzar por el oficio principal de la casa: el mayordomo mayor. En un principio, se consideró la posibilidad de dejarle al frente de la casa, por la férrea oposición del monarca portugués y de la propia emperatriz, por lo que se sopesó poner a su lado un teniente castellano que le guiase sobre la manera propia de servicio en Castilla26. Si bien, en seguida, Francisco de los Cobos, consciente de la necesidad de controlar la fi22. Al respecto, véase Brandi (1943: 180); Headley (1988: 42-44); Keniston (1980: passim); Martínez Millán (2000: I, 207-251, II, 31-77) y Rivero (2005: 83-102). 23. AGS. E, leg. 26, núm. 124. 24. Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla (1881-1903: IV, 510). 25. Cit. Gómez-Salvago (1998: 49). 26. “q Ruy Tellez ha de qdar si su mag fuere servido q se sirva ala manera de Castilla devriase poner un teniente de mayordomo mayor q fuese un hombre como Juan Ramirez el q era escudero de coçina q fue teniente del Rey Catholico desta manera Ruy Tellez veria lo q le conviniese”. AGS. E, leg. 26, núm. 124.
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gura del mayordomo mayor para controlar la casa y el entorno de la emperatriz, presentó la idea de nombrar un castellano en este importante lugar: Su mag tiene gran neçesidad de una persona prinçipal para mayordomo mayor q sea natural destos reynos, así porq sepa ordenar su casa de alguna manera delo de aca como la tenía la Reina doña Ysabel, q aya gloria, y proveer lo q para el buen servicio della fuere menester, como para que acompañe e sirva a su mag y de contino le avise de lo q pareçiere q debe hazer conforme a lo q su abuela haria y conozca todas las personas q vinieren y sepa de la manera q cada uno se debe tratar, pues es reyna de Castilla y las vezes que su mag estuviere avsente ha de entender en la governacion destos reinos27.
Por ello, a pesar de las cualidades que tenía, se manifestaba que no tenía experiencia alguna en la manera de gestionar la corte en Castilla, siendo muy necesario que la persona que ocupase su lugar conociese la manera y los usos del reino. Siendo elegido, durante la estancia del emperador en Monzón, entre una larga terna28, don Francisco de Zúñiga y Avellaneda, III conde de Miranda (al que poco después, en octubre de 1528, se le hizo del Consejo de Estado y se le dio el Toisón de Oro)29. Tras su nombramiento, la reforma se aceleró30 y continuó con el consejero de João III, don João de Saldanha, que venía ejerciendo como contador de la casa, con gran poder sobre los aspectos económicos. En un principio, como ocurrió con el señor de Unhão, debido a las protestas del monarca portugués y de Isabel, se propuso que se quedará en Castilla. Si bien, poco tiempo después, al mismo tiempo que le ofrecían poderse quedar un tiempo en Castilla como maestresala, pero honrándole de acuerdo a su edad y servicio, le presentaban el 27. El subrayado es nuestro. AGS. E, leg. 26, núm. 137. 28. En el elenco de personas que se pensaron para ocupar este puesto estaban el conde de Osorno, el conde de Oropesa, el marqués de Denia, el conde de Fuensalida, el adelantado de Granada o don Juan Manuel, entre otros. AGS. E. 26, núms. 111113. 29. Más información sobre este personaje en Fernández (2000: 472-476). Por carta 27 de abril el conde de Miranda informaba al emperador de que todavía no había comenzado a ejercer, ya que estaba Rui Teles, que se iría a lo largo de la semana. AGS, E, leg, 16, núm, 500. 30. Carta del conde de Miranda al emperador de 27 de junio. Ibíd., núm. 502.
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camino de Lisboa, entrando en su lugar el maestresala Diego Osorio de Burgos, señor de Villagera y regidor en Burgos31. Tampoco parecía claro que se quedase don Diogo de Melo, que servía como maestresala, así como el contador de raciones Diogo Arias, al que le sustituyó Juan de Zúñiga, deudo del conde de Miranda, como contador de la hacienda y cuentas. Asimismo, el escribano de cocina Estevão de Sequeira, oficio similar al contador mayor de Castilla, perdió el título al no existir en Castilla uno igual32. En este sentido, se puso a un castellano como secretario “Lo del ofiçio de secretario y hase de mirar lo q hizo el Rey de Portugal en esto quando fue la Reyna Dª Catalina y Andres Perez se le puede señalar con el ofiçio de escrivano de camara salario, por q con los libros no tiene salario y para venir aca le dieron titulo de secretario”, poniendo a Juan Vázquez de Molina, sobrino del comendador mayor de León33. En la caballeriza, Francisco de los Cobos pudo incorporar a Francisco de Borja, hijo del marqués de Lombay, que había comenzado su servicio en la casa real en 1522 como paje de la infanta Catalina en Tordesillas, sirviéndola hasta la partida de esta a Portugal, entablando entonces una buena amistad34. Borja recibió el título de caballerizo mayor gracias a su enlace con doña Leonor de Castro, sobrina del mayordomo mayor Rui Teles de Meneses e hija de Henrique Henriques de Noronha, comendador mayor de Santiago, que lo tenía como dote35. Si bien, como ya hemos presentando en otros trabajos36, la capilla y el entorno femenino apenas se tocó. La oposición de la emperatriz fue clave. Doña Guiomar de Melo mantuvo su cargo como camarera mayor “por ser la persona q es y aver servido tanto a su mag, pareçe q es justo si sus magestades fueren servidos q ella qde en el mismo ofiçio de cama-
31. Ibíd., núm. 248 y leg. 26, núms. 124 y 137. 32. AGS. E, leg. 26, núms. 124-126. Fue escribano de cocina de la reina María desde el 25 de enero de 1501. Con todo, no regresó a Portugal, siendo nombrado años después, en 1539, contador de la despensa y raciones de la casa de las infantas, que tuvo hasta el segundo tercio de 1545. AGS. CSR, leg. 123, fol. 409; leg. 61, fols. 164, 483, 533, 595, 980, 1006; leg. 62, fols. 102, 148, 203, 579, 623, 676; leg. 63, fols. 51, 98, 141. E, leg. 45, núm. 280; leg. 46, núm. 288. 33. AGS. E, leg. 26, núm. 124. 34. Sebastián (2010: 68). 35. Palomo (2012-2013: 214). Sobre las negociaciones de este matrimonio, véase García (1999: 45-58). 36. Labrador (2005: 9).
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rera mayor q agora esta, y con el mismo salario y preheminençias eçepto q para lo delas damas pues de aqllo no se le sigue a ella sino trabajo”; si bien, se le colocó una mujer principal castellana “q seria bien q su mag pusiese luego ally una muger dela manera q esta platicado sin titulo de ofiçio, porq a doña Guiomar qde su ofiçio de camarera mayor”37. También se mantuvo a la condesa de Faro, que no tenía un cometido fijo y a la camarera, doña Isabel Fernandes de Magalhães, poniendo a su lado una guarda mayor castellana pues “sin dubda una delas cosas q mayor contentamiento dara a todos los deste Reyno en general será q en esto delas damas aya persona q especialmente tenga cuydado dellas y esten y se traten de otra manera q hasta agora”, además de tres o cuatro mujeres de acompañamiento38. En este sentido, Cobos pudo incorporar algunas mujeres castellanas, como las dueñas de acompañamiento: la marquesa de Aguilar, doña María de Luna, condesa de Osorno, cuyo marido era cliente de Tavera39, y doña Ana Pimentel, hija de don Pedro Pimentel, señor de Villafabila, y de doña Inés Enríquez de Acuña, progenitores de los marqueses de Távara40. Así como a María Manuel, criada de la Reina Católica, como guarda mayor de las damas, y también a su mujer. Los portugueses en la casa de la emperatriz tras la reforma de 1528 A mediados de 1530 la reforma estaba prácticamente terminada, ya que el conde de Miranda pidió permiso a la emperatriz y al emperador 37. Entre las personas que se pensó estaban la marquesa de Terranova, la condesa de Cifuentes, la marquesa de Aguilar, la condesa de Nieva, la condesa de Fuensalida, la marquesa viuda de Astorga, doña María de Ulloa, doña Madalena de Padilla viuda y hermana del comendador mayor de Calatrava, doña Inés Manrique, doña Inés Enríquez, la condesa de Palamós, doña Elvira de Mendoza, doña María de Velasco, doña María de Mendoza, viuda de Diego Hurtado, doña Isabel Fabra, doña Beatriz de Mendoza, mujer de Diego de Castilla, la madre de don Pedro de Ávila, hermana del duque de Béjar, doña Inés Portocarrero y doña María de Mendoza, mujer de don Francisco Pacheco. AGS. E, leg. 26, núms. 111-113. 38. AGS. E, leg. 26, núm. 137. 39. Por carta de 21 de junio de 1528, el conde de Miranda informaba al Emperador de que todavía la marquesa de Aguilar y la condesa de Osorno no habían llegado a palacio y que hasta después del parto de la emperatriz no lo harían. AGS. E, leg. 16, núm. 496. 40. López de Haro (1622: 178-179).
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para pasar unos días en su casa41. Aunque no significó el alejamiento de la emperatriz de sus servidores portugueses, ni el absoluto control por parte del partido castellanista, supuso una castellanización de la casa y, sobre todo, el descabezamiento de los servidores portugueses tras la marcha del señor de Unhão, que regresó a Portugal, donde falleció poco después, el 13 de octubre de 1528 siendo enterrado en la capilla de San Bartolomé, en la iglesia del convento de Santo Domingo de Santarém. Con su ausencia y la de João de Saldanha el grupo portugués no tenía grandes personajes políticos, salvo Pero Alvares da Costa, obispo de Oporto, que mantuvo una gran sintonía en el proyecto político y religioso de Isabel, alcanzando la mitra de León el 2 de mayo de 1535 y de Osma, el 17 de abril de 1539. La fuerza de los portugueses se mantuvo gracias a la política matrimonial que favoreció la emperatriz y que emparentó a muchas de las damas portuguesas con la nobleza castellana que no estaba vinculada al “partido castellanista”. Podemos señalar, por ejemplo, los matrimonios de doña Maria de Aragão, hija de Nuno Manuel, señor de Tancos, Atalaya y Asenteira, con don Álvaro de Córdoba, señor de Valenzuela e hijo del III conde de Cabra, gentilhombre de la boca de Carlos V y futuro caballerizo mayor del príncipe Felipe y que gozó de gran predicamento en la corte, como veremos, en los primeros años de la década de los cuarenta. Doña Isabel de Sá se casó hacia 1536-1537 con uno de los cabecillas del movimiento comunero, don Pedro Laso de la Vega, señor de Cuerva, que había estado casado previamente con su hermana; doña Joana Manuel, hija de la condesa de Faro, lo hizo el 7 de abril de 1541 con don Juan de la Cerda y Silva, hijo del II duque de Medinaceli futuro IV conde y fiel aliado del príncipe de Éboli; doña Filipa Henriques, hija de Francisco de Miranda Henriques, con don Pedro Fernández de Córdoba, futuro señor de Zubia, hijo del III conde de Cabra, que sería maestresala del príncipe42; doña Teresa de Noronha con don Luis Fernández Portocarrero, II conde de Palma; doña Maria da Silva, 41. AGS. E, leg. 19. núm. 43. Carta del conde de Miranda al emperador fechada en Madrid el 10 de julio de 1530. 42. Fue mayordomo de la casa de Borgoña del príncipe Felipe desde 1552 y, en tiempos de Felipe II, presidente del Consejo de Órdenes, desde el 20 de septiembre de 1556. Tras intentar vincularse a Francisco de los Cobos, se vinculó al príncipe de Éboli. Más información en Molina (2001: 405-420).
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hija de João de Saldanha, con don Pedro González de Mendoza, doña Brites da Silveira, hija de Martim da Silveira, alcalde mayor de Terena, se casó el 10 de abril de 1531 con don Manrique de Silva, maestresala del príncipe Felipe desde 1535 e hijo de don Juan de Silva y Ribera, I marqués de Montemayor43. Más que la constatación del hecho en sí, pensamos que se impone destacar, que tales uniones matrimoniales propiciaron la formación de una red de intereses comunes en torno a la emperatriz y a sus hijos, que fueron el germen de un grupo político fuertemente cohesionado, que será el futuro partido ebolista. Asimismo, la fuerza de este grupo se focalizó también en la religión, practicando una religiosidad próxima a la observancia y al recogimiento, distinta a la que propugnaba el partido castellanista más intransigente y formalista, y próxima, por tanto, a movimientos como la joven Compañía de Jesús44, con la que algunas mujeres principales de la casa de la emperatriz, como doña Leonor de Mascarenhas, que conoció a Ignacio de Loyola en Salamanca en 1527, y Brites de Melo, tuvieron relaciones desde sus inicios45. Esta espiritualidad se dejaba sentir en los ámbitos más privados, lo que supuso una influencia en la formación de las infantas y del príncipe, al cual, Cobos y Tavera, ante el influjo de estas mujeres portugueses, decidieron aprovechar la salida del emperador al Mediterráneo en 1535 para sacar al príncipe, sobre todo, de la influencia de este grupo de mujeres portuguesa. Los primeros movimientos se expusieron en un memorial de 1533 aprovechando el regreso del César a Castilla46. La situación de poder de este grupo femenino portugués estaba muy vinculada a la intimidad con los miembros de la familia real, tal y como señalaba, años más tarde, por ejemplo, Francisco de Borja, en carta a Felipe II desde Oporto de 6 de febrero de 1561: “ni se olvidara V.M. de las muchas horas que en su tierna edad le traje en estos brazos, y se adormeció en ellos”47 o la propia Teresa de Jesús, que escribió en 43. IVDJ. Caja. 153. Es preciso señalar que esta proliferación de uniones matrimoniales, también se dio en los cargos subalternos. Véase apéndice biográfico en Martínez Millán (2000, III). 44. Véase Martínez Millán (1998: 101-104). 45. Gonzalo (1998: 382) y, del mismo autor, (1998a: 3-18). 46. Martínez Millán (2001: LVI). 47. Monumenta Borgia (1908: 655).
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las Fundaciones, “para todo era bueno tener a Ruy Gómez, que tanta cabida tenía en el rey y con todos...”48. Por ello, el 21 de mayo de 1534, cuando el príncipe cumplió siete años, Cobos y Tavera decidieron sacarle de la casa de su madre y de la influencia del grupo portugués, ya que doña Leonor de Mascarenhas, ejercía como aya, aunque no recibió nunca título, desde al menos marzo de 1529 por la avanzada edad y delicada salud de doña Inés Manrique, viuda de don Gonzalo Chacón, que había sido camarera mayor de Isabel la Católica, y que lo era del príncipe desde 1528, cuando la emperatriz la sacó del monasterio de Santa María de Calabazanos49. El primer paso para extraer del ámbito femenino a Felipe era nombrarle un maestro. El elegido a propuesta de la Junta que se constituyó formada por el cardenal Tavera, el duque de Alba, Jerónimo Suárez de Maldonado, obispo de Badajoz y cliente de Tavera, y Francisco de los Cobos, fue el nominalista salmantino Juan Martínez de Silíceo, que recibió su título el primero de julio de 1534 (un año más tarde ejercía también como maestro de la infanta María)50. Con todo, el influjo de Isabel en la formación de su hijo permaneció, así como, aunque de manera más sutil, el de Leonor de Mascarenhas, o el de religiosos portugueses de la capilla de la emperatriz, como Estevão de Almeida y Álvaro Rodrigues. El paso siguiente se dio a principios de 1535, cuando se decidió nombrar un ayo, siendo elegido, el primero de marzo, un miembro destacado del denominado “partido humanista”, don Juan de Zúñiga y Avellaneda, comendador mayor de Castilla y capitán de la guarda española y hermano del conde de Miranda —sin duda uno de los últimos favores que debió agradecer a su hermano, a quien quedaban pocos meses de vida— (este, junto con su mujer, Estefanía de Requeséns, tuvieron una especial predilección por la Compañía de Jesús)51. Acarició este puesto don Fernando de Aragón, duque de Calabria, si bien a su nombramiento se opuso la propia emperatriz, por la influencia que la reina Germana pudiese ejercer en su hijo y en la corte52. 48. Cit. García (1998: 247). 49. Al nombrarle maestro, Inés Manrique regresó al monasterio de Calabazanos. Gonzalo (2016: 186-188). 50. El proceso con detenimiento en Gonzalo (2016: 190 ss.). 51. Fernández (2000: 99). Asimismo, March (1947: 282-283). 52. Gonzalo (2016: 244-245).
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A continuación, el emperador, ante las presiones del partido castellanista, ordenó que se consultasen a los ancianos caballeros de Castilla para saber cómo era el modelo de servicio del príncipe Juan con el objeto de poner casa al príncipe a la manera y forma castellana53. Don Juan de Zúñiga solicitó al cronista oficial de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, que había regresado a la península en el verano de 1534, información sobre la manera en la que estaba organizada la casa del príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, pues además de la excelente memoria que tenía había sido paje en dicha casa54. Fernández de Oviedo redactó entre Madrid y Sevilla, antes de partir a La Española, donde era alcalde de la fortaleza de Santo Domingo, 5 o 6 folios en donde informaba sobre la manera que se usaba en el servicio del príncipe Juan, organizado a la manera de Castilla, para que se tuviese presente a la hora de poner casa al joven príncipe antes de la partida del emperador a Túnez pues, como refirió en estos folios “la voluntad de Çésar fue que [el príncipe] se criase e sirviese de la manera que se tuvo en el príncipe, su tío”55. Carlos, influido por el poderoso partido castellano, trataba de esta manera de vincular a su hijo dentro de los parámetros socioculturales castellanos y que el joven Felipe tuviese a Juan como modelo a imitar, a modo de principi virtuosisimi y castellano, lo que para gran parte de las elites castellanas quería que fuese un trasunto del hijo de los Reyes Católicos56. Pues no debemos de olvidar que Felipe fue el primer príncipe nacido en Castilla desde los tiempos de los Reyes Católicos. Esta primera casa, dirigida por Juan de Zúñiga, estaba ordenada de acuerdo al modelo del príncipe Juan merced a los billetes enviados por Gonzalo Fernández de Oviedo, y la configuraban 44 personas (19 de la casa de la emperatriz —el grupo mayoritario—, 7 de la casa de Juana, que seguían cobrando por las nóminas de dichas casas, y el resto, de la casa del emperador) que se reducían, principalmente, a los oficios de la cámara y de la mesa. Contaba con un camarero, lugar que ocupó Antonio de Rojas, que tenía asiento en la casa del empera53. Gonzalo (2004: 115). Asimismo, (Gonzalo 1998b: 65-86) y Alonso (1999: 871-896). 54. Título que recibió el 18 de agosto de 1532. Más información sobre este personaje en Fabregat (2006: 23, 13-27). Estaba influido por el erasmismo según Bataillon (1979: 641-642). 55. Fernández de Oviedo (1870: 81 y 84). 56. Gonzalo (1998b: 75-78 y 1999: 871-996).
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dor, tres maestresalas (Juan de Acuña, Álvaro de Córdoba y Manrique de Silva, todos ellos gentileshombres de la casa de Carlos), tres trinchantes (Cristóbal de León y los pajes de la emperatriz Rui Gomes da Silva, que no era visto con buenos ojos por Juan de Zúñiga57, y Juan de Benavides), un copero (Hernando de Medina) y el veedor del servicio de los oficiales Andrés Martínez de Ondarza, que ejercía también como contador de la despensa, raciones y quitaciones, entre otros58. Por su parte, en estos años, en el entorno de las infantas las servidoras portuguesas se hicieron fuertes. El control de las mismas recayó en la camarera mayor Guiomar de Melo, en Leonor de Mascarenhas y en Maria de Leite59. En este contexto y carentes de un líder claro dentro de este grupo portugués, salvo en los últimos años, que lo ejerció Francisco de Borja, sirvió el futuro príncipe de Éboli a la emperatriz y a su hijo, ganándose, poco a poco, la confianza de ambos por sus buenos aceres. La muerte de la emperatriz y la formación de la casa de las infantas y la reforma de la casa del príncipe La muerte de la emperatriz en el palacio de los condes de Fuensalida, en Toledo, volvió a tambalear el futuro de estos servidores portugueses, importantísimos en la configuración del partido ebolista, y de Rui Gomes. Carlos V, en su largo retiro (durante más de un mes, 12 de mayo-27 de junio de 1539) en el monasterio jerónimo de Santa María de Sisla en Toledo, sopesó, sin duda influido por Cobos y Tavera, no recibir a ningún oficial de la casa de su mujer. Sin embargo, por albalaes de 4 de junio, primero de julio y primero de agosto de 1539, decidió la incorporación de un buen número de 57. Gonzalo (1998: 387). 58. Al mismo tiempo, existía un reducido grupo de servidores de la Emperatriz, que cobraban su nómina de la casa del emperador que estaban encomendados al servicio del Príncipe, tales eran el tundidor Juan de Carranza, el sillero Juan de Espinosa, el mozo de espuelas Pedro de Espinosa, el mozo de cocina Juan Fernández, el pastelero Miguel de Godoy y el dorador Antonio Ruiz. AGS. CSR, leg. 59, fols. 595-596, leg. 99, fol. 273, leg. 113, fols. 482-525, leg. 105, fols. 323-324, 612-615, leg. 117, fol. 110 y leg. 120, fol. 579. 59. IVDJ, envío 109, núm. 29. También fue importante, a partir de 1535 la figura de Estefanía de Requesens.
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criados de su mujer en la casa de su hijo y en la nueva casa de sus hijas: “De la casa de la emperatriz se hace la del príncipe y Infantas. Lo demás se cree que S.M. recojerá a la menos costa que pudiere”60. El número de los servidores portugueses fue mayor en la casa de las infantas que en la del príncipe y en su configuración se pusieron de manifiesto las luchas de poder en la corte61. En el servicio de María y Juana destacaron, Pero Álvares da Costa, obispo de Osma62, el deán y maestro para enseñar a rezar Álvaro Rodrigues63, así como catorce capellanes, entre los que destacaban Afonso Fernandes, que fue nombrado tesorero y deán de la capilla de la princesa Juana durante su estancia en Portugal64, y Antonio de Robles y su hermano Melchor, hijos del ama de la infanta María. Un lugar principal lo ocupaban las mujeres portuguesas. Se mantuvieron en sus cargos a doña Guiomar de Melo65, la condesa de Faro, doña Leonor de Mascarenhas, que durante las ausencias de la camarera mayor hacía sus funciones; las damas Guiomar de Castro y su hermana doña Joana Manuel, que se casó con don Juan de la Cerda, hijo del duque de Medinaceli, doña Brites de Melo, sobrina de la camarera mayor, Isabel de Granada, entre otras66. Estas y otras damas castellanas no gustaban al mayordomo mayor, el cual escribió al emperador
60. Carta de Diego de Ávila del 23 de junio a Pedro Girón (1964: 323). Sobre este proceso véase Labrador (2005: 29-32). 61. Al respecto, Ezquerra (2000: 128 ss.). Una relación de la casa en AGS. E, leg. 45, fol. 259. 62. Tras servir a las infantas pasó, en 1549, a la casa de la princesa Juana, en donde permaneció hasta el tercer tercio de 1552. En Castilla fue nombrado, después de renunciar al obispado de Oporto, el 2 de mayo de 1535, obispo de León y, desde el 17 de abril de 1539, obispo de Osma, donde fundó la universidad. Tras la muerte del conde de Cifuentes y el nombramiento de marqués de Távara como mayordomo mayor de la casa se ocupó, casi durante un año, del día a día de la casa de las Infantas. ANTT. Col. S. Vicente, vol. II, fol. 270, Mss. da Livraria, núm. 169, fol. 132v. Loperraez (1978: 414). 63. Hasta junio de 1540 cuando en su lugar se asentó Juan López de la Cuadra. AGS. CSR, leg. 61, fol. 58, leg. 120, fol. 218; E, leg. 45, núm. 280. 64. ANTT. Col. S. Vicente, vol. II, fol. 270; Mss. da Livraria, núm. 169, fol. 132v. 65. Otras candidatas para ocupar este puesto fueron la marquesa de Lombay, la condesa de Faro, la marquesa de Aguilar y la guarda mayor de las damas. Véase Girón (1964: 318). 66. AGS. CSR, leg. 35, fol. 28; leg. 61, fol. 61; leg. 106, fols. 219-220; leg. 116, fol. 394. E, leg. 45, núm. 298. Todas las mujeres recibían las mismas raciones que tenían con la emperatriz. AGS, E, leg. 254, s.f.
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el 4 de abril de 1540, sobre el posible interés de Pedro Laso de casar a su hijo con doña María de Castro “por yr descargando a Sus Altezas de estas damas”67. Asimismo, continuó el conde de Cifuentes como mayordomo mayor, que estaba auxiliado por su teniente Diego López de Medrano, diez aposentadores, el oficial de los libros de la mayordomía, Juan de Mena; el contador de la despensa y raciones Estevão de Sequeira, el tesorero Francisco de Persoa, que también lo fue del príncipe, el veedor Andrés Martínez de Ondarza, el despensero mayor, el copero con un ayudante, el veedor de la despensa y cocina João Manuel, que antes fue portero de cámara; el sastre Jorge Dias, el guarda reposte Lope de Vaillo y más de 50 criados en diferentes cargos y oficios68. La conformación de la casa de las infantas derivó del deseo del emperador de limitar la influencia excesiva de los portugueses; pero, al mismo tiempo, de la necesidad de aprovechar sus servicios y experiencia. Por otro lado, en la casa del príncipe, que conoció una profunda reforma dirigida por don Juan de Zúñiga, nombrado desde el primero de julio de 1539 mayordomo mayor, se recibieron un importante número de personas hasta superar ligerísimamente los doscientos, aunque todavía en los departamentos de la caza y de las guardias dependiese de los oficiales de la casa de Castilla del emperador69. Para asegurarse su control, Francisco de los Cobos, que se quedaría en Castilla, se reservó el importante cargo de secretario70. En este sentido, la casa se volvió a nutrir de oficiales que provenían de la casa de Juana en Tordesillas (los menores) y, sobre todo, de la casa de la emperatriz. Aquí los súbditos portugueses se asentaron fundamentalmente en la capilla y en la cámara, donde Rui Gomes da Silva ocupaba el puesto de trinchante y Fadrique de Faro el de maestresala. Con todo, algunos oficiales fueron alejados de la corte, por la influencia que estaban adquiriendo y que mermaba el control que sobre el entorno de las infantas y príncipe podrían ejercer los miembros del partido castellanista. Así, Carlos alejó a Francisco de Borja y a su mu67. Ceñal (1990: 159). 68. AGS, CSR, leg. 35, fol. 28. Un magnífico estudio de la casa de las infantas en Ezquerra (2000, II: 125-153). 69. AGS. E, leg. 45, núm. 282. 70. Fernández (2000: 102). Una relación de todos los oficiales en estos años en 103-109.
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jer, nombrándole el 25 de junio de 1539 virrey de Cataluña, para alejar a Leonor del ánimo de los infantes. (Años más tarde, Leonor de Mascarenhas escribiría sobre ella: “mujer muy atrevida que se cartearía con reyes extraños”)71. También se alejó del entorno de las infantas a algunas mujeres, como expresó el conde de Cifuentes en carta al emperador, el 15 de julio de 1540: “No he podido hasta ora que se vayan las personas, que Vra. Magt. manda, porque defender que no entren no es de tanta dificultad, pero hechar a uno fuera aún siendo muerto es dificultad”72. Destacaron doña Joana de Castro, dama de la emperatriz e hija de Henrique de Noronha, comendador mayor de Santiago, y de doña Guiomar de Castro, hija de João de Noronha conde de Monsanto, y de doña Joana de Castro, señora propietaria de aquella casa73, así como a la dama, doña Isabel de Sá. Asimismo, el asentamiento de esta casa en lugares menores, primero en Arévalo y, más tarde, en Ocaña tenía que ver con el deseo de alejar a las infantas y a sus servidores portugueses de la corte y los espacios de decisión política74. Si bien, durante la estancia de la casa de las infantas en Ocaña se produjeron importantes vínculos entre estas y los miembros más destacados del servicio femenino de su casa y la Compañía de Jesús. El hito fundamental fue la visita del padre Pedro Fabro a Ocaña, en enero de 1542, donde en tres días no solo predicó y confesó a hombres y mujeres de la corte, sino que entabló relación con el mayordomo mayor, el conde de Cifuentes, provocando un hondo impacto, como se refleja en algunas cartas de Leonor de Mascarenhas semanas después: “seguiros a vos y a Iñigo, que es la cosa que yo de mejor voluntad hiciere, si fuese hombre” y “me mandó [la infanta María] que escribiese a V.R. sus encomiendas, y que le rogaba mucho que le dijese tres misas por la emperatriz, su madre, y que a ella tuviese por encomendada en sus oraciones”75. Por eso, no resulta extraño que los dos primeros castellanos que se incorporaron a la Compañía en España fueron un capellán de las infantas, don Juan de Aragón, y el 71. Cit. Ezquerra (2000: 128). Fue durante esta estancia en Barcelona cuando Francisco de Borja conoció mejor a la Compañía a través del padre Fabro. Martínez (2012-2013: 199). 72. AGS. E, leg. 50, núm. 306. 73. IVDJ. Caja. 153. AGS. CSR, leg. 67, 5º. 74. Al respecto, Ezquerra (2000: 129 ss.). 75. Ceñal (1990: 205 y 210).
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de doña Leonor de Mascarenhas, Alfonso Álvaro, poco después de la estancia de Fabro en Ocaña76. La casa de la princesa María Manuela: una oportunidad para los portugueses Una gran oportunidad se abría a estos servidores portugueses de mantener y, sobre todo, aumentar su influencia en la corte castellana merced al enlace, tras la firma el primero de diciembre de 1542 del contrato matrimonial, entre el príncipe Felipe y María Manuela de Avís, así como el de Juana con el príncipe heredero de Portugal, don João (1537-1554)77. Estos enlaces fueron favorecidos por las dos casas reales, como un elemento para consolidar sus vínculos de parentesco y en un futuro establecer la tan anhelada unión entre las dos monarquías peninsulares y sus respectivos imperios ultramarinos78. La princesa portuguesa vino acompañada por un numeroso séquito, más de 200 personas a su servicio, entre portugueses y castellanos, muchos de ellos servidores de Catalina desde 1525, que el rey y la reina portuguesa habían formado de manera meticulosa79. Los principales cargos fueron ocupados por personas de la entera confianza de la reina Catalina. En este sentido, don Aleixo de Meneses, señor de Alfaiates, quinto hijo de don Pedro de Meneses, I conde de Cantanhede y alférez mayor de Manuel I, y de su segunda mujer, doña Brites de Melo Soares, hija del doctor Rui Gomes de Alvarenga, chanciller mayor del reino, y con un brillante currículum de servicio a la corona en África y la India, fue nombrado mayordomo mayor. Mientras que doña Margarida de Mendoça, viuda del montero mayor Jorge de Melo, se asentó por camarera mayor. El emperador, por su parte, prefería otras personas para estos importantes puestos y defendió la candidatura de Francisco de Borja como mayordomo mayor y de su mujer como camarera, con el visto bueno de Francisco de los Cobos. En este sentido, el 22 de 76. Ezquerra (2000: 141). Villacorta (2005: 91-92). 77. Gonzalo (1998: 387) y Martínez Millán (1994: 83). Sobre la jornada, véase Codoin (1843: 361-418). De Sousa (1954: 141-210) y Costés (1915: 15-35). 78. Elbl (2000: 87-111) y Jordan (2005: 173-194). 79. Sandoval (1956: 169).
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abril de 1543, el emperador escribió sendas cartas a Borja en donde le encomendaba el buen cuidado y orden de la casa80. En las Instrucciones que Carlos dejó a su hijo en Palamós, el 5 de mayo, le expresaba claramente que Borja y su esposa se encargarían de mantener a la princesa doña María algo alejada de su alcoba81. Poco antes, el 8 de enero de 1543, Francisco se convirtió en el IV duque de Gandía, dejando el virreinato y siendo reemplazado por el marqués de Aguilar. Sin embargo, la oposición de los reyes de Portugal, a pesar de la relación de Borja con Catalina, hizo imposible esta elección82. En una carta al emperador de 26 de mayo de 1544 le hacía saber su opinión sobre doña Leonor: “la condición de la duquesa es muy sabida y conocida acá y allá, quan fuerte es, y como quiere todas las cosas más por fuerza que por razón y quan mal quista es por esto y porque todo lo quiere para sy y para los suyos y quan poco respeto tiene a todos los demás que esto no es y quan poca paz y sosiego puede aver adonde ella estubiere”. También, podemos destacar entre los miembros de la casa de la princesa a la camarera menor Antónia de Meneses, el ama Mencía de Andrade83, las damas Antónia de Abranches, Filipa de Lencastro, María de Castilha, Antónia Cotina, Leonor de Noronha, Leonor Manuel, Margarida de Melo, Isabel de Mendoça, Constança de Noronha, Luisa de Rojas y Guiomar de Vilhena, hija de Andrea Teles, mayordomo mayor del infante don Luis de Portugal, y, por tanto, nieta del IV señor de Unhão, que se casó con don Fadrique Enríquez de Guzmán, que fue mayordomo mayor del príncipe Carlos84. Además, por citar algún ejemplo más, tenemos al veedor Manuel de Melo, hijo del montero mayor don Jorge de Melo y de doña Margarida de Mendoça, camarera mayor de la princesa María Manuela; a don Julián de Alva, por secretario —persona de total confianza de la 80. AGS. CSR, leg. 289, fols. 15, 20, 23. 81. Corpus documental de Carlos V, II. 90-103. 82. Así lo señala Francisco de los Cobos al emperador en carta de 25 de agosto de 1643. AGS. E, leg. 60, fol. 257; en March (1947: 138-139). 83. Tras la muerte de la princesa regresó a Portugal ejerciendo como camarera menor de la reina Catalina. Labrador (2000: 122). 84. AGS. CSR, leg. 67, núms. 9-15.
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reina Catalina85—, el tesorero Gaspar de Teive, los pajes Gomes Freyre Mascarenhas sobrino de Leonor de Mascarenhas, Francisco de Melo, Geronimo de Melo, Francisco de Meneses y el contino Pedro de Sousa. Por su parte, en la capilla estaba el capellán mayor Estevão de Almeida, obispo de León, que había sido antiguo capellán de la emperatriz y del emperador (parece que el emperador quería dar este puesto a Silíceo), por limosnero el bachiller Rodrigo Sánchez, que fue el maestro de la princesa, y por tesorero de la capilla, a Diogo Boto86. El antiguo paje de la emperatriz Isabel, Rui Gomes, había maniobrado durante años en la casa del príncipe para afianzar su posición, aunque solo en este periodo comenzó a obtener resultados visibles. Disfrutó de muestras de confianza por parte del príncipe ya desde 1543 —por ejemplo, con ocasión de su boda con María Manuela, cuando a pesar de no formar parte, en un principio, del grupo que acompañaba a Silíceo para recoger a la princesa en Badajoz, se incorporó en Almendral al séquito con una instrucción sobre la manera en la que se debía de hacer la entrega de Maria Manuela—, pero fue, sin embargo, a partir de 1545 cuando se hizo evidente la estima principesca sobre el portugués, quien empezó a recibir misiones de cierto vuelo, sobre todo, mientras acompañaba al príncipe en su jornada europea de 1548. Pero, desde luego, a la naciente privanza del nieto del señor de Unhão le faltaba todavía algo de tiempo para reunir las condiciones que le permitieran convertirse en un gran patrón, ya que la corte seguía controlada por el secretario Francisco de los Cobos y su red, mientras que en la casa del príncipe destacaba la influencia primera de don Juan 85. Nació en Madrigal de las Altas Torres. Sobrino del sacristán mayor de la reina Juana, Alonso de Alva. Tuvo el asiento de mozo de capilla en casa de la reina Juana hasta 1520, cuando el 11 de abril fue acrecentado a capellán. Mantuvo este cargo hasta 1543, a pesar de servir desde 1525 en Portugal. Formó parte de la casa que se formó para servir a la reina Catalina en el reino luso con el cargo de tesorero de su capilla, oficio que sirvió hasta 1527, junto con los de sacristán mayor y limosnero mayor. De vuelta al reino luso, volvió a desempeñar su cargo como limosnero mayor y, al menos en 1553, como deán. Fue obispo de Portalegre y de Miranda. AGS. AGS. E, leg. 12, núms. 296-302, leg. 68, fols. 351-358. CSR, leg. 65, núms. 1009-1014, leg. 99, fols. 388-393; leg. 108, fols. 75-77. ANTT. Corpo Cronológico, 1ª parte, maço. 104, doc. 101. NA. 143, 143C, 143D, 145, 166, 170, 171, 172, 173, 785. Chancelaria de D. Sebastião, Doãçoes, liv. 11, fol. 315. Terra (1975: 415507 y 1998: 157). 86. AGS. E, leg. 68, núms. 351-358 y Labrador (2000: 122-123).
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de Zúñiga y, en menor medida, del caballerizo mayor don Álvaro de Córdoba, a quien Zúñiga aupó al cargo de maestresala87. Los portugueses en Castilla y su servicio en las casas reales entre 1545-1552 Lógicamente, la organización de la casa de la princesa María Manuela fue rápidamente criticada. El secretario Francisco de los Cobos, señaló que “lo demás de toda la casa no paresce de la autoridad y qualidades que sería menester, y que ny saben ni tiene la manera que convenía para servir. Dizen que hay mucho desorden en todo, a lo menos el gasto es mayor de os que sufre la hazienda…”88. Sin duda, la temprana muerte de la princesa frenó la reforma de su casa. El fallecimiento de la princesa conmocionó al príncipe, que estuvo tres semanas retirado en el monasterio de Abrojo, próximo a Valladolid, y en la corte portuguesa, como se desprende de la carta que Francisco de los Cobos escribió al emperador: “han sentido mucho como es razón lo de la muerte de la Princesa, y el Rey y la Reina han hecho muy grandes extremos, aunque según escribe Lope Hurtado, ya están algo consolados”. Asimismo, supuso un serio revés a los intereses del grupo portugués en la corte castellana, a pesar del deseo que dejó la princesa de que sus criados continuasen sirviendo en Castilla: “[...] suplica al emperador que si dios le diese hija las mande recoger con ella y si fuese hijo con las señoras infantas. Y les haga mucho favor para que se casen presto y tan bien [...] Asimismo suplico a su mag. mande recoger de la misma manera a sus mozas de cámara y de retrete y les haga merced con que se puedan casar [...] Suplica a su mag. mande recibir en su casa y servicio o en la del príncipe o hijo o hija que dios le diere, o en la de las señoras infantes, a sus capellanes, pajes, mozos de capilla, hombres de cámara, porteros, reposteros, mozos de espuelas...”89. En este sentido, en un primer momento, el emperador, el 3 de agosto de 1545, señalaba a su secretario Cobos en relación a los descargos de la princesa que 87. Fernández (2000: 116-117). 88. AGS. E, leg. 68, núm. 357-358. 89. AGS. CSR, leg. 73, s.n.
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Fue bien ordenarle al mayordomo mayor y Camarera mayor que toda la casa de la princesa estuviese como estava biviendo ella. Y se entretuviese de aquella misma manera hasta que mandásemos proveer lo que fuésemos servido, pues por su testam dexo mandado que se hiziese asi. Y que gozasen de sus salarios y delo que tenian. Pero sera bien que con diligençia se entienda y procure que sean despachados para que se buelvan a sus casas, que açeptarlos y reçebirlos en nro servicio o en el del principe, ya sabeis los oficiales y criados que sobran y que no ay neçesidad demas, ni al Infante se le hade poner casa, pero si algunas personas paresciere que son convinientes y aproposito avisar nos y en que cargos podrian servir y ser ocupados para que visto nos resolvamos en lo que deviere hazer, y los demas teneis la mano para que se vayan como esta dho haziendo con ellos lo que paresçiere teniendo respecto al moderaçion que en este primer capitulo se dira90.
Ahora bien, poco después, se decidió que los oficiales de la casa regresasen a Portugal, sobre todo los principales. En este sentido, don Aleixo se retiró a Portugal con 5.000 reales de renta en las alcabalas de Sevilla, y se le nominó ayo del príncipe don João Manuel, puesto que rehusó, y sirvió como mayordomo mayor de la reina Catalina91. Con todo se aprobaron algunas excepciones: “En lo de las damas que tenia la princesa, paresçenos bien que se resçiban y sirvan alas Illmas. Infantes mis hijas, pues tienen falta dellas y las portuguesas que quedaren podran despues yr con la Ynfante doña Juana a Portugal y a las otras que se quisieren bolver a aquel reino”. También se acordó que se quedase el veedor Manuel de Melo, ya que “ha de entender en lo del testamento de la princesa y demas desto bien será que pues tiene la persona y subfiçiençia que screvis se quede y no se vaya y que se mire en que cargo se podra ocupar y servir segund su calidad en la casa del principe o en la del infante mi nieto y haga se que yo lo tengo por bien y avisarme dello”92, aunque finalmente, regresó a Portugal93.
90. Ibíd.
91. En 1552 fue recibido en la casa de la princesa Juana, permaneciendo a su lado como mayordomo mayor hasta 1554, cuando fue llamado a Castilla para ocupar la regencia, volviendo a servir a Catalina desde el 30 de abril hasta el fallecimiento del rey. Véase Labrador (2003: 216). 92. El subrayado es nuestro. AGS. CSR, leg. 73, s.f. 93. João III le envío a Castilla como su embajador, donde permaneció hasta 1558. A su regresó al reino portugués fue nombrado, el 29 de julio de dicho año, montero
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También se permitió quedar a doña Leonor de Mascarenhas, “andandole que viniese a tener cargo del, con lo qual creemos questaria bien proveido por agora lo que a esto toca y entre tanto que yo vuelvo a esos reinos, o mando otra cosa paresce que como screvis debe estar donde estuvieren las infantas, mis hijas por las causas que apuntais”. A doña Leonor se la tenía tanta confianza que el príncipe Felipe la encomendó como aya el cuidado de su hijo, por lo que expresó: “mi hijo queda sin madre, vos lo habéis de ser suya, porque de ninguna otra le fiaré como quien tiene tan larga experiencia de lo bien que sabéis hacer este oficio”94. Finalmente, un total de cuarenta y tres servidores de la princesa María Manuela de Portugal continuaron sirviendo en las diferentes casas reales que existían en Castilla. El grupo más numeroso, veintinueve personas, fue a parar a la casa de las infantas, principalmente portugueses, completando de esta forma la composición de la misma. Dentro de este grupo destacaron las damas, siete en total: Antónia de Abranches, Mencía de Figueroa, Brites de Noronha, Leonor Manuel, Leonor Sarmiento, María de Velasco y Guiomar de Vilhena. Además, de las dueñas de cámara Maria Fialha y Joana de Guevara, por citar algunos ejemplos. En la casa del príncipe se recibieron diez criados, principalmente de la capilla (los capellanes portugueses Pero Fernandes de la Serna, Pero Nunes, Pero de Oliveira y João Rodrigues de Orozco), el doctor Almazán y el sobrino de Leonor de Mascarenhas, el paje Gomes Freire Mascarenhas95. De este modo, la orientación portuguesa de la casa de las infantas, formada desde su origen mayoritariamente por los servidores de la emperatriz, se vio reforzada por la incorporación de los pocos oficiales de la princesa María Manuela que quedaron en Castilla, sobre todo en la cámara para cuidar, en principio, al príncipe don Carlos, cuya aya fue doña Leonor de Mascarenhas: se ha probeydo que por agora, fasta que otra cosa se probea el yllustrysymo ynfante don Carlos nuestro muy caro e muy amado hijo e su aya e damas ayan de estar y estén con las dichas ynfantas mis hermanas y
mayor de la casa del rey, en lugar de su padre fallecido. Ocupó este cargo hasta 1600, cuando falleció y en su lugar entró su hijo. Véanse De Sousa (1947: 361); Gayo (1989: 665). 94. March (1942: 201-219). 95. AGS. CSR, leg. 65, núm. 1015. La relación completa en Labrador (2000: 125).
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que asymismo algunas damas y mugeres y otros criados suyos se ayan de rrecibir y asentar...96.
Por eso, no puede extrañar que, como escribió el poeta Jorge de Montemayor en la Canción de Orfeo de su romance pastoril Diana de 1559, la princesa Juana fuese “espejo y luz de lusitanos”97 al crecer y formarse en un entorno femenino mayoritariamente portugués. Ante el peso portugués en el entorno más privado de las infantas, Cobos trató de ponerle freno nombrando, casi un año después, en lugar del fallecido conde de Cifuentes, a don Bernardino Pimentel, I marqués de Távara, por cédula de 24 de abril de 1546, tal y como se deduce de la carta que Cobos remitió al emperador: “bien creo que no le faltará trabajo a don Bernardino porque la libertad que ha tenido la Sra. Infante después de la dolencia y muerte del conde de Cifuentes ha sido mucha y a los moços hazeseles de mal”98. Pero más efectiva que esta medida fue la disminución de estas mujeres, sobre todo las damas, en el entorno más íntimo, a través de diferentes enlaces o por causas naturales. La marcha de María rumbo al Imperio tras su enlace con Maximiliano no mejoró la situación, quedando de esta manera la casa de Juana como el único espacio político en la corte, ubicada en Aranda de Duero, primero y, después, por motivos de salud del príncipe Carlos, en Toro99. Junto a Juana, antes de que abandonase Castilla para su enlace con el príncipe don João, destacamos la presencia de la camarera mayor, doña Guiomar de Melo, de la camarera Margarida Pereira, así como de las damas doña Antónia de Abranches, que se casaría con Luis Fernández Portocarrero, caballerizo mayor del príncipe Carlos y alcalde de los Alcáceres de Sevilla100, doña Leonor Manuel y doña María de Castilla, hija del tesorero Francisco de Persoa, así como María Fialha, dueña de retrete, doña Leonor de Mascarenhas, así como diversos oficios menores. Muchos de estos oficiales acompañaron a Juana a Portugal en 1552 ante las oportunidades que allí se abrían, ya que las des96. 97. 98. 99.
AGS. CSR, leg. 63, fols. 376r-378v. Asimismo, Ezquerra (2000: 147). Al respecto, Torres (2012: 1329-1373). AGS. E, leg. 73, núm. 196. La primera nómina que se conserva es de 5 de junio de 1549. AGS. CSR, leg. 64, fols. 576-583. 100. López de Haro (1622: II, 122-123). AGS. CSR, leg. 63, fols. 139, 458.
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graciadas muertes de los hijos del rey y de Catalina dejaban el trono en precaria situación: Afonso (1526), Manuel (1537), Dionisio (1537), Filipe (1539), António (1540) y María Manuela (1545)101. Por ello, en este tiempo, este grupo femenino, como venimos señalando, cultivó una intensa relación con los padres de la Compañía, alimentada, en buena medida, por la devoción que los seguidores de Ignacio supieron despertar entre los servidores de María y Juana, gracias a la predicación y confesión de los padres Fabro y Araoz, según demuestra la correspondencia del teólogo Pedro Ortiz, que había estudiado en Alcalá. Entre 1542 y 1545 las damas portuguesas mantuvieron correspondencia con los padres Fabro y Araoz; los cuales, hacia 1545, permanecían en Valladolid, en la corte del príncipe y de María Manuela, trabando relación con importantes personajes como el nuncio Poggio, el mayordomo del príncipe, don Juan de Zúñiga, Juan Martínez de Lassao, secretario de la Inquisición, etc. Como señalaban los propios padres Fabro y Araoz no había distinción en el apoyo que recibían de las distintas facciones cortesanas102. Si bien, resaltaba Araoz en carta a Ignacio de Loyola de 25 de marzo de 1545 el apoyo de los portugueses: “de los portugueses que están con la princesa somos muy amados, porque allá en Portugal ya teníamos mucho conoscimiento”103. Además, pudieron asistir a Felipe durante los difíciles días que vivió la corte tras la muerte, en el parto, de la princesa104. En la Cuaresma de 1546, estando la casa de las infantas en Alcalá, se volvió a producir un nuevo encuentro entre los padres jesuitas y la corte de las infantas, en un momento en el que se comenzaba a ver con malos ojos este movimiento por su espiritualidad, acusándoles de alumbrados. De este nuevo encuentro, el padre Fabro, gracias a la mediación de Leonor de Mascarenhas, consiguió sentar las bases de un colegio de la Compañía en Alcalá105. Durante el tiempo que permaneció la casa de las infantas en Alcalá y la del príncipe en Madrid las visitas de los padres Fabro y Araoz fueron constantes, granjeándose con 101. ANTT. Col. San Vicente, vol. II, fols. 270r-272r. Véase sobre esta casa, Martínez Millán (2003: 169-202, esp. 177-184). 102. MHSI, Fabri. Madrid, 1914, pp. 427-432; MHSI, Epp. Mixtae I. Madrid, 1898, pp. 223-226. Cit. en Jiménez (2012: 2166). 103. MHSI, Epist. Mistae, I, p. 204. Cit. en Martínez Millán (2003: 192). 104. Jiménez (2012: 2166). 105. Martínez Millán (2003: 185-186).
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ello importantes muestras de amistad con otros personajes de la casa como el mayordomo, el marqués de Távara. En este sentido, Araoz escribía en 1547 a Ignacio de Loyola: “Me ymbio a llamar con mucha ynstancia el marques de Tavara, gobernador de las princesas, sobre un negocio muy importante y tocante al príncipe”106. Esto, sin duda, disgustaba a otros personajes de la corte que luchaban por la privanza y la confianza de las infantas y el príncipe. Asimismo, estos años fueron fundamentales para el éxito político de Rui Gomes. Al fallecer don Álvaro de Córdoba, caballerizo del príncipe, que era considerado su privado107, su lugar no fue ocupado por el futuro príncipe de Éboli, sino por el conde de Chinchón, que, de acuerdo, a la carta del capellán Álvaro de Mendoza al duque de Sessa de 24 de mayo de 1546, era en estos momentos el que privaba108. Por ello, no puede extrañarnos que en la formación de la casa del príncipe en 1547-1548, previa a la jornada por Europa, la participación de Rui Gomes fuese escasa. Si bien, la fortuna, en este tiempo, le sonrió por una serie de muertes previas a la jornada de buena parte de los cortesanos que Carlos había dejado en Castilla para aconsejar a su hijo, como el cardenal Tavera, que falleció en Valladolid, el primero de agosto de 1545, de don Juan de Zúñiga, el 27 de junio de 1546 o de Francisco de los Cobos en Úbeda, el 11 de mayo de 1547. Que llegara a triunfar en la difícil travesía cortesana tuvo mucho que ver con sus habilidades personales en el trato con el príncipe, pero también a que fue capaz de ofrecer a su señor un grupo político del que se habría de servir para sustituir a los hombres del emperador, en estos momentos el inquisidor general Fernando de Valdés, el duque de Alba, mayordomo mayor del príncipe, y Juan Vázquez de Molina, secretario de la Cámara. Aglutinó para ello los que habían sido desplazados del poder en los años de gobierno del partido castellanista. Asimismo, resultó fundamental el peso político que cobró la princesa Juana, tras su regreso de Portugal, durante el tiempo que ejerció la regencia y su vinculación con Roma y la relación con el nuncio.
106. Cit. Martínez Millán (2003: 192). 107. Gonzalo (1998: 388). 108. IVDJ, Envío 4 (II), fol. 174.
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Conclusiones En la configuración del partido ebolista, constituido durante la regencia de la princesa Juana, resultó fundamental el apoyo de un grupo de mujeres y súbditos portugueses vinculados directamente con el servicio, primero de la emperatriz Isabel y, más tarde, de las infantas y de la princesa María Manuela109. Este grupo, a pesar de los diferentes intentos por parte de los dirigentes del partido castellanista de expulsarlos o controlarlos, consiguió mantenerse en el ámbito más privado de la casa de estas mujeres y entablar importantes alianzas con familias nobiliarias, en principio, alejadas de los planteamientos de este partido castellanista. En el entorno cortesano de las reinas y princesas profesaron y apoyaron una espiritualidad concreta, vinculada a la observancia y al recogimiento, frente a una religiosidad más formalista, apoyando los inicios en Castilla de la Compañía de Jesús, lo que sin duda daría cohesión al futuro “partido”, como así lo constataba el padre Araoz cuando escribió, años más tarde, el 20 de diciembre de 1553, a los padres Borja y Nadal: Viendo que su Alteza y Rodrigo, Ruigómez, comenzaban a gustar de la Compañía, por poner acíbar, comenzaban algunas gentes a renovar algo de lo que otras veces habían intentado, de poner mala voz a la doctrina de los Ejercicios, escrupulando en muchas partes y lugares de ellos como de doctrina de alumbrados y no católica110.
Los servidores portugueses de la emperatriz, como el futuro príncipe de Éboli, proyectaron su influencia en la corte castellana mucho más allá de la vida de su protectora. A pesar de no ser un grupo muy numeroso consiguió establecer, años más tarde, hacia mitad de la década de 1550, durante los preparativos y jornada del príncipe a Inglaterra, en torno a la figura de Rui Gomes da Silva, un cohesionado grupo cortesano, uniéndose a diferentes familias nobiliarias castellanas que
109. Martínez Millán (1994: 79). 110. MHSI, Epp. Mixtae III. Madrid, 1900, p. 665. Cit. en Jiménez (2012: 2167). Sin duda alguna también ayudó la figura de Francisco de Borja, quien en 1548 ingresó en la Compañía, como nexo de unión entre estos servidores portugueses y la Compañía. Al respecto, Martínez Millán (1994: passim).
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compartía con ellos, no solo el servicio de la casa real, sino también una misma ideología e inquietudes religiosas, que dominaría la política hispana durante los últimos años del reinado de Carlos V y la primera parte de Felipe II, como se desprende de una carta del duque de Alba, en tono amistoso a Rui Gomes, de 11 de julio de 1555, en donde le informaba de los cambios en la corte “grandes consejeros que andais allí formando; miraré por mí, que consejeros nuevos suelen ser muy rigurosos y pagallo hemos los pobres ministros”111. Bibliografía Codoin (1843). Madrid: Imprenta de Rafael Marco y Viñas, vol. 3. Bataillon, Marcel (1979): Erasmo y España. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica. Braga, Isabel M. R. Drumond (2001): Um espaço, duas monarquias. (Interrelações na península Ibérica no tempo de Carlos V). Lisboa: Centro de Estudos Históricos da Universidade Nova de LisboaHugin. Brandi, Karl (1943): Carlos V. Vida y fortuna de una personalidad y de un imperio mundial. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica. Ceñal Lorente, Rafael (1990): La emperatriz María de Austria. Su personalidad política y religiosa. Madrid: Tesis doctoral inédita UCM. Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla (1881-1903). Madrid: Real Academia de la Historia, IV. Costés, René (1915): “Le mariage de Philippe II et l’Infante Marie de Portugal. Relation d’Alonso Sanabria, évêque de Drivasto”, en Bulletin Hispanique, 17, pp. 15-35. De Andrés Martínez, Gregorio (1994): “Leonor Mascareñas, aya de Felipe II y fundadora del convento de los Ángeles en Madrid”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 34, pp. 355-367. De Carlos Morales, Carlos J. (2000): “La adaptación de los consejos a la nueva realidad política castellana”, en José Martínez Millán (dir.), La corte de Carlos V. Madrid: Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, I, pp. 221-226. 111. Sobre el proceso de formación de este grupo político resulta fundamental, véase Martínez Millán (1994: 89-99); asimismo, Martínez Millán (1992: 139-143).
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Los pueblos de la Tierra de Zorita De vasallos de Calatrava a los nuevos señoríos concedidos por la Corona Francisco Fernández Izquierdo Instituto de Historia, CSIC1
Los señoríos castellanos en la época moderna han suscitado abundante literatura y con las ventas de jurisdicciones se habló de una supuesta refeudalización durante los reinados de los Austrias, como consecuencia de la orientación política, fiscal y militar de la monarquía hispánica en los siglos xvi y xvii, en paralelo al reforzamiento de la nobleza apoyado en la creación de nuevos señoríos. Todavía existen sombras entre las luces que la historiografía ha desvelado en los últimos cincuenta años, donde no faltan estudios en todas las áreas geográficas del reino castellano (Nader 1990; Sarasa Sánchez/Serrano Martín 1993; Andújar Castillo/Díaz López 2007; Arregui Zamorano 2000; Saavedra 2003; Soria Mesa 1997; Usunáriz Garayoa 1997). La figura de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli y duque de Pastrana, nos acerca a un caso singular de formación de un estado señorial de nuevo cuño. La nobleza de mayor nivel en Castilla debía radicarse en un solar donde ejercer su autoridad aristocrática, ostentar el gobierno de los hombres, emulando el ejercicio de la potestad monárquica sobre los súbditos (Hernández Franco/Guillén Berrendero/Martínez Hernández 2014). Convertirse en señor de vasallos, estaba en el punto de mira de quienes deseaban ascender en la escala social, aunque la realidad de ese título fuera mu-
1. Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación del MINECO HAR2013-45788-C4-2-P “El papel de los mercados financieros y la gestión de negocios mercantiles en las economías de la monarquía hispánica, ca. 1550-1650”.
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cho menos rentable de lo que podría esperarse. La Corona se valió de tales criterios de estima en la sociedad, y puso en venta multitud de recursos propios, recursos del Estado, si los considerásemos entre las potestades propias de una monarquía moderna. El objetivo era doble: allegar recursos para una insaciable hacienda que se desaguaba por los sumideros de la política imperial, y vincular con mayor intensidad y justificación a la nobleza con la monarquía, pues aquella obtenía de esta los privilegios que aportaban el lustre de la honra a los señoríos. En el presente texto, el objetivo es mostrar algunas de las consecuencias directas del cambio de régimen señorial en este entorno alcarreño de la villa ducal de Pastrana, que se documentan en los años anteriores y posteriores al paso de muchos de aquellos pueblos a señoríos, tras salir del dominio de la Corona, administradora de la Orden de Calatrava, bajo cuya jurisdicción quedó integrada esta comarca desde mediados del siglo xii hasta el reinado del emperador Carlos V. La información que va a exponerse procede en parte en diversos trabajos de investigación desarrollados desde el año 2000 (Fernández Izquierdo/Yuste Martínez/Sanz Camañes 2001; Fernández Izquierdo 2002; 2004), que han tenido como núcleo central el Común de Zorita, la comunidad de villa y tierra que surgió en torno a esa villa, situada en la ribera del Tajo como principal plaza fuerte tras la repoblación, y que daría nombre a este territorio. Tras la peste de mediados del siglo xiv, la localidad de Zorita sufrió un declive demográfico coincidente con el crecimiento de otras poblaciones, particularmente Pastrana, Almonacid de Zorita y Fuentelencina, que tomarían el relevo en el dinamismo comarcal. Los Reyes Católicos, una vez concluida la conquista de Granada, incorporaron a la Corona el dominio de las órdenes militares castellanas de Calatrava, Santiago y Alcántara, asumiendo la autoridad que hasta entonces habían ejercido los respectivos maestres en estas instituciones. Con ello lograban varios objetivos políticos y económicos. El primero, neutralizar unas órdenes de amplias rentas, dominadas frecuentemente por personajes desafectos a los intereses regios, como lo fue el maestre de Calatrava durante la guerra civil al principio de aquel reinado. En segundo lugar, las rentas propias de los maestres, las mesas maestrales, pasaban a formar parte del Real Patrimonio, sumándose a las regalías propias de la Corona. Finalmente, las prebendas y beneficios en las órdenes militares (encomiendas, prioratos, alcaidías de
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fortalezas, etc.) serían concedidas en exclusiva por el rey, descargando los recursos de la Real Hacienda para atender tales mercedes. Situar a los reyes de Castilla en la cúpula de las órdenes militares se consiguió de la Santa Sede con la condición de que se respetasen los bienes y preeminencias de aquellas corporaciones surgidas en la lucha de los caballeros cruzados. Para ello, se creó el Consejo de las Órdenes, encargado del gobierno y justicia de los vastos territorios ocupados por el señorío conjunto de Santiago, Calatrava y Alcántara. Sin embargo, Carlos V se vio obligado a romper la promesa de respetar la integridad patrimonial de estas órdenes, y consiguió licencia pontificia para enajenarles hasta 40.000 ducados de renta (Moxó 1961; Martín Galán 2000; Marcos Martín 2012), mediante bulas de Clemente VII (20 de septiembre de 1529) y sus sucesores2, en una operación desamortizadora que también afectó a otros bienes eclesiásticos (Faya 2003). Amparada en la autorización papal, la administración de Hacienda del emperador procedió a tasar y enajenar las posesiones de las antiguas órdenes, que pasaron a manos de nuevos propietarios. Este territorio alcarreño de la Orden de Calatrava contaba al sur con Almoguera y su tierra, incluyendo los pueblos de Albares, Brea de Tajo, Driebes, Mazuecos, Pozo de Almoguera y Fuentenovilla, más diversos despoblados, que interesaron a don Luis Hurtado de Mendoza, segundo marqués de la villa de Mondéjar, quien adquirió el señorío sobre aquellos pueblos vecinos en 1538, porque facilitaban la extensión de su señorío a los términos colindantes3. En 1539, los derechos que tenía Calatrava en Huerta de Valdecarábanos, una población situada al sur del Tajo, en la actual provincia de Toledo, pero en la gobernación de Zorita, fueron vendidos a don Álvaro de Loaysa4. Ese mismo año, doña Ana de la Cerda, condesa de Mélito, compró la jurisdicción de Pastrana y de Escopete, su aldea (Prieto Bernabé 1989), incorporando la población limítrofe de Sayatón (VV. AA. 2003), que aún era aldea de 2. Paulo III (17/08/1536), Paulo IV (1/12/1555), Pío IV (1/12/1559) y Pío V (14/3/1570) más otro breve de Paulo III (10/01/1548), otorgado a Felipe II cuando aún era príncipe regente en Castilla. 3. El marqués abonó 17.778.156 maravedíes (Cepeda Adán 1980: 514). Hay más detalles y cartografía sobre estas ventas (Nader 1990: 101-104). 4. Por 10.904.370 maravedíes. Archivo General de Simancas (AGS), Mercedes y Privilegios (MP), leg. 366,2. 1539, julio 19, Madrid. El importe de la venta, 10.904.370 maravedíes (Cepeda Adán 1955 y 1980: 515; Cuesta Nieto 2014; Gómez-Menor Fuentes 1989).
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Zorita y formaba parte de su encomienda, pero no consiguió sumar la villa de Auñón al nuevo señorío. Doña Ana redondeó sus ingresos sobre aquellas poblaciones invirtiendo una suma similar a la ya pagada, cuando consiguió las alcabalas y tercias reales5. El obispo de Oviedo, don Tristán Calvete, compró la jurisdicción de Valdeconcha en 15416, y Nicolás Fernández Polo, un notable pastranero, hizo lo propio con la de Escariche en 15477. En el valle del Tajo, aunque fuera ya de este núcleo alcarreño, pero dependiente también de la provincia calatrava de Zorita, en la incorporación realizada en 1544 de las encomiendas de Otos y Aceca al Real Sitio de Aranjuez, sin embargo, se respetó la permanencia en la orden de la villa de Borox, en la ribera derecha del Tajo, actualmente en la provincia de Toledo8. Ya en el reinado de Felipe II, los concejos de Albalate de Zorita e Illana adquirieron en 1557 el despoblado de Aldovera, situado entre ambas villas, para término común (Fernández Izquierdo 1982), disputándoselo a su vecina Almonacid, que también lo quería9. Igualmente se pusieron en orden de venta dos dehesas ribereñas del Tajo: una en Algarga, en el actual término de Illana, perteneciente a la encomienda calatrava que se denominaba de Vállaga y Algarga, y otra en la Pangía, en término de Pastrana, que formaba parte de la encomienda de Zorita10. La iniciativa de estos trámites procedía del proyecto de convertir Zorita en un pequeño Aranjuez, inspirado por la reina María de Hungría, tía de Felipe II, que en 1556 había renunciado al gobierno de los Países Bajos y siguió los pasos de su hermano, el emperador Carlos V, que tras abdicar a favor de su hijo Felipe II, se retiró a su reino de Castilla, donde descansar en sus últimos años. El césar Carlos se dirigió al monasterio extremeño de Yuste, donde el paisaje amable y el ambiente apacible de la vida conventual serían el mejor broche de cierre para un agitado 5. El precio pagado por los derechos y propiedades de la Orden fue de 19.406.922 maravedíes y por las alcabalas y tercias, 18.396.000 maravedíes (Prieto Bernabé 1989: 49-51, 55). 6. Su venta, en AGS, MP, leg. 366, 3, fechada la provisión de venta en Majadas, el 4 de abril de 1542, por un importe de 3.286.024 maravedíes (Cepeda Adán 1980: 517). 7. Por 1.999.556 maravedíes. AGS, MP, leg. 364, 2, fechada en 1547, noviembre, 22, en Monzón (Cepeda Adán 1980: 518). 8. La permuta fue recogida en Real Provisión, fechada en 1544, abril, 30, Archivo Histórico Nacional (AHN), Órdenes Militares (OOMM), libro 329 c, fols. 241r-245v. 9. AGS, Expediente de Hacienda (EH), 217,4. 10. Se realizó una información de su renta entre 1553 y 1557. AGS, EH, 217, 5 y 355, 1.
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reinado al frente del imperio. Por su parte, tras coleccionar una importante biblioteca, su hermana María, impulsora de las artes y del humanismo, también buscaba un solar donde recrear el palacio de Binche, en Bruselas, sede de artistas, literatos y eruditos en una corte culta y vanguardista. La reina María quiso impulsar en Zorita de los Canes o en Almonacid un palacio-colegio que sería la alternativa propia al retiro elegido por su hermano, e incluso le habló de ello durante una entrevista en Yuste. Ciertamente, su estancia en el palacio del Infantado, donde los parientes de doña Ana de Mendoza, la primera señora de Pastrana, le hablaron de los encantos de esta comarca agradable, con abundantes ríos, no especialmente fría ni calurosa, próxima a la ciudad universitaria de Alcalá de Henares, la convertían en un solar apetecible para establecer el proyecto humanista de la reina de Hungría. Aparte del castillo, también pensaba adquirir otras tierras que eran de la Orden de Calatrava: la Pangía, donde había un molino, una alameda y diversas casas, así como la dehesa de Algarga, situada más al sur en el valle del Tajo, en el actual término de Illana, como recoge la correspondencia sobre sus intenciones. Sin embargo, el debilitado corazón de la reina no resistió el tiempo que habría sido necesario para este proyecto, pues en 1558 murió en Cigales, cerca de Valladolid, sin llegar a culminar aquella bonita idea que quizá hubiera cambiado la evolución en la comarca (Gonzalo Sánchez-Molero 2002, 2008). Mientras que la citada dehesa de Algarga no se llegó a vender, en 1566 la Pangía sí estaba incluida en la compra en territorio calatravo de la jurisdicción de Zorita y de Albalate, que formalizó Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, junto a la población de La Zarza, en la Orden de Santiago —actual Zarza de Tajo, en la provincia de Cuenca—11,
11. Carta de venta otorgada por Felipe II a favor del príncipe de Éboli de los lugares de Zorita, Albalate y la Zarza con todo lo perteneciente a sus encomiendas. 1566, noviembre, 13. Traslado con autógrafo del rey y traslado impreso y orden pago venta, Archivo Histórico Nacional (AHN), Sección Nobleza (SN), Osuna, C. 2018, 1(1-2) -2, y traslado en C. 2915, D8(4), 1567 03 18. Las averiguaciones previas a la incorporación, con desmembración de la Orden de Calatrava se iniciaron en abril de 1565, y hubo que repetir algunas en 1566, por las protestas tanto de Ruy Gómez de Silva como del comendador de Zorita, frey Francisco Ortiz, respecto a la valoración de algunas rentas. AGS, EH, 211,1; 443,4. La cuenta de los gastos del escribano Juan de Vallejo y el licenciado Juan Rodríguez, de la valoración de la encomienda de Zorita, se firmaron en Madrid, 1567, julio, 23 (AGS, CJH, 81-107). El proceso de enajenación se revisó en 1707. AHN, Junta de Incorporación, 11.527.
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para ampliar el señorío que ya tenía sobre las poblaciones cercanas de Estremera y Valdaracete, que también habían sido santiaguistas y que el príncipe adquirió de los estados de su primer comprador, don Francisco de Mendoza (Boyden 1995: 141-142). Para realizar esta compra, el príncipe se obligó con el banquero Nicolás Grimaldo por importe de 160.000 ducados12. El príncipe completó su dominio con la adquisición de las alcabalas y tercias pagadas en sus villas de Albalate y Zorita13, en los términos del Común de Zorita, y en el despoblado citado de Aldovera14. La complejidad de esta operación merece ser analizada. Las rentas de alcabalas se calcularon entre 1560 y 1564, llegándose a un índice de 550 maravedíes por vasallo, que contando 373 en Albalate, y 23 en Zorita, ascendía a 217.800 maravedíes. Las alcabalas de los términos comunes del Común de Zorita, Los Llanos, Sierra Nevada, Cabanillas, el Saco, los valles de Valdezafra, Valdetoro y los demás valles cercanos, aparte de los despoblados de Aldovera, Torrejón y la Bujeda, se tasaron en 11.280 maravedíes de renta anual, capitalizados a un millar por cada 40.000. Las tercias de los términos de ambos pueblos y despoblado de Torrejón se valoraron entre 1560 y 1564 en 100.859 maravedíes anuales, que sumados a los 229.080 maravedíes anuales de las alcabalas de los términos comunes y despoblados ascendía a una renta anual de 329.939 maravedíes, que capitalizados para su venta a 40.000 el millar ascendían a 13.197.560. En las condiciones de la venta se indica que por parte de Ruy Gómez habrían de atenderse 64.000 maravedíes de juros situados sobre 12. Aparece relacionada la escritura de obligación por ese importe en una lista de gastos de las escrituras realizadas para el príncipe de Éboli (AGS, CJH, 61-148). El importe conjunto pagado por Ruy Gómez de Silva por Pastrana, Estremera y Valdaracete ascendía 366.000 ducados (Boyden 1995: 142). 13. La jurisdicción fue vendida en 27.764.918 maravedíes; las alcabalas, en 13.197.560 y las tercias, en 4.034.360. Ruy Gómez disfrutaba, además, de juros situados sobre impuestos reales en otros pueblos de la comarca, como Almonacid o Valdeconcha (Fernández Izquierdo 1982: 435-454). 14. Real Provisión con la carta de venta de las alcabalas de Zorita, Albalate, Torrejón y Aldovera a Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, sumiller de corps, mayordomo mayor del príncipe don Carlos, contador mayor de Castilla y de las Indias, de los consejos de Guerra y Hacienda y señor de las villas de Estremera y Valdaracete por 10.669.460 maravedíes. Madrid 1567, marzo, 18. Original en AGS, CJH, 38, 277, y traslado de 1568 en AHN, SN, Osuna, leg. 2015, 8-4 (cf. Boyden 1995: 209, n. 211).
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las alcabalas de Albalate15. Además, las alcabalas estaban encabezadas hasta 1576, momento en que no se les prorrogaría el encabezamiento general. Ruy Gómez percibiría desde 1567 solamente 97.270 maravedíes, cada año, de ellos 93.845 por el encabezamiento de la villa de Albalate y 3.425 por la de Zorita. Respecto al encabezamiento, el valor estimado en la venta era de 229.080 maravedíes, con una diferencia de 131.810 maravedíes anuales, que por los diez años mencionados ascendería a 1.318.100, importe que se descontarían del precio. En síntesis, 329.939 maravedíes de renta, vendidos a 40.000 el millar ascendían a 13.197.560 maravedíes, de los que se descontaron 2.538.100 maravedíes, de ellos, 1.220.000 de los juros que quedaban a su cargo, y 1.318.100 de la diferencia entre el precio de venta y el encabezamiento en diez años. El comprador había de pagar finalmente 10.669.460 maravedíes, y podría administrar o arrendar estos impuestos a perpetuidad en su beneficio16. El comendador de Zorita en esos años era el caballero frey Francisco Ortiz. Cuando su encomienda fue enajenada en 1569, de acuerdo a las condiciones de las bulas que lo habían autorizado, Felipe II le compensó mediante un juro situado en la seda de Granada con una renta anual de 104.000 maravedíes. Estas posesiones y derechos se obtuvieron mientras Ruy Gómez estaba negociando desde 1561 para adquirir de don Baltasar Gastón y don Íñigo, herederos de la condesa de Mélito doña Ana de la Cerda, todos los derechos que tenían sobre la jurisdicción, alcabalas y tercias de Pastrana, Escopete y Sayatón. Pastrana pasaría a ser la cabeza de un nuevo estado señorial, adornado con el título de ducado, donde Ruy Gómez se asentaría con su esposa doña Ana, princesa de Éboli, sumando además otras propiedades en Portugal e Italia17. La compra 15. Los tenedores de los juros están en una relación en AGS, CJH 38-278. En conjunto, dichos juros sumaban 54.000 maravedíes a 20.000 el millar y 10.000 a 14.000 el millar, que capitalizados se cargaron a la cuenta del Ruy Gómez por 1.220.000 maravedíes y podrían ser redimidos cuando él quisiera. 16. Real Cédula, Aranjuez, 1567, abril, 13, dirigida a Ruy Gómez de Silva para que entregue al tesorero Melchor de Herrera 10.669.460 maravedíes por la compra de las alcabalas de Zorita y Albalate, términos comunes del Común de Zorita y despoblado de Torrejón. Al dorso, recibo firmado por Melchor de Herrera del referido pago, Madrid, 1568, julio, 6. AGS, CJH, 38, 277. 17. Hay bibliografía sobre las relaciones de Ruy Gómez con sus vasallos en Castilla (García López 2016) y en Italia (García Hernán 1999).
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de Pastrana y sus anejos se formalizó en 1569. En paralelo, para reforzar la honra del nuevo señor de vasallos, Ruy Gómez de Silva había logrado en 1559 la promesa de Felipe II de ser nombrado alcaide del castillo de Zorita18, cuya tenencia recibió efectivamente en 156519. Las tenencias de las fortalezas de las órdenes militares eran cargos menores dentro del rango de estas instituciones, y suponían el cobro de un estipendio con cargo a los ingresos de las mesas maestrales. En el caso de Zorita, la renta pagada era de 63.600 maravedíes anuales más 125 fanegas de trigo y otras tantas de cebada20. El príncipe de Éboli, fue originalmente caballero profeso en la Orden de Alcántara, pero había cambiado su hábito por el de Calatrava en 154521, y simultaneó la tenencia de Zorita con el título de comendador de Herrera, en la Orden de Alcántara, que le producía en torno a 2.201.000 maravedíes de renta anual. Felipe II se la mejoró por la Clavería de Calatrava 18. Real Cédula de Felipe II, Gante, 1559, agosto, 2, refrendada por Francisco de Eraso, de concesión a Ruy Gómez de Silva de la alcaidía de la fortaleza de Zorita y también durante la vida de un heredero, que le sucediera en su casa y mayorazgo. El nombramiento se produciría cuando quedase vacante el cargo, que ocupaba el capitán Antonio de Esquivel, a quien se la hizo merced el emperador (AGS, CJH, 61-149). 19. Felipe II refrendó la merced de la tenencia de la fortaleza de Zorita al príncipe de Éboli, D. Ruy Gómez de Silva en 1565, febrero, 17, por su vida y la de su heredero. Ruy prestó pleito homenaje en 1565, marzo, 2. Autógrafo (AHN SN, Osuna, leg. 2015, nº 1). Se dio orden de que en la posesión de la fortaleza de Zorita por el príncipe se hiciera inventario ante escribano de las llaves, armas, pertrechos y municiones que hubiera, y el auto de la posesión y traslado se llevara ante Agustín de Arceo, contador de la Orden de Calatrava, para que desde ese momento se asentara el salario y pan que hubiera que pagarse al príncipe como alcaide (AGS, CJH, 61-154). 20. Ruy Gómez de Silva aparece en las nóminas de Calatrava desde 1566 (AHN, OOMM; lib. 337c fols. 109v-114v, 1566 03 29) hasta 1573 (AHN, OOMM, lib.340c, fols. 12r-16r 1573 02 08). Al mismo tiempo, el comendador de Zorita, frey Francisco Ortiz, cobraba por su parte la retenencia de la fortaleza, por importe de 10.000 maravedíes anuales. 21. AHN, OOMM, Calatrava, caballeros, exp. 2472. En 1546 cambió su hábito previo en Alcántara, ordenándose que don Juan de Mendoza y de Ribera le armase caballero en Calatrava (AHN, OOMM, lib. 330c, fol. 245r, 1546 07 31) y que el capellán real frey Juan cabeza de Vaca, prior de Alcañiz, recibiera su profesión de votos en la corte (AHN, OOMM, lib. 330c, fol. 235r, 1546 09 18, reiterado en fol. 253v, 1546 10 05). Ruy Gómez de Silva recibió la encomienda de la Obrería y Argamasilla en Calatrava, primero como administrador (AHN OOMM, lib. 330c, fol. 258v, 1546 11 27), y finalmente como comendador (AHN, OOMM, lib. 331c, fol. 61r, 1547 03 20).
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en 157122, cuyos ingresos se estimaban en 3.601.000 maravedíes. Al adquirir en 1569 los bienes y derechos de la encomienda de Zorita, se convirtió en propietario de la fortaleza que domina la población, con la condición de invertir en ella 12.000 ducados en los siguientes doce años23, según se estipulaba en la concesión de 1559: la qual merçed os hazemos con condiçión que porque la dicha fortaleza está mal rreparada e ay necesidad de que se labren y hagan en ella de nueuo algunos aposentos y edefiçios, porque los que agora ay son viejos y fechos a la traça y modo antiguo, y que se planten áruoles y hagan jardines y traigan algunas aguas y fuentes para su adorno, policía y seruiçio, seáis obligado vos el dicho príncipe a gastar en nuestro nombre y por nuestra quenta en los dichos ediffiçios y obras hasta el valor de doze mil ducados dentro de doze años primeros siguientes, que comiencen a correr y contarse desdel día de la fecha desta nuestra çédula, porque nuestra voluntad es que desde luego se comience luego a entender y ponga la mano en las dichas obras, las quales se hayan de hazer e agan a vuestra voluntad, conque vos ayáis de poner y proueeer el dinero para ello y tener quenta y razón de lo que se gastare en lo sobre dicho en vn libro donde se asiente todo por scriuano que dé fee y testimonio dello, y de lo que costaren la madera y otros materiales que se compraren y fueren menester para las dichas obras, y lo que se pagare a los maestros e offiçiales que trabajaren y entendieren en ellas, por manera que se sepa y entienda clara y distintamente las costas y gastos que se hizieren en lo que se hedeficare y labrare en la dicha fortaleza, lo qual hayamos de mandar pagar y satisfacer a vuestros herederos conforme a la cuenta que según dicho es se nos diere dello, con fee y testimonio descriuano, al tiempo que la dicha fortaleza aya de boluer a nos, después de vuestros días, y del dicho vuestro heredero, e que si vos, el dicho prínçipe quisiéredes anticipar las dichas obras y hacerlas en 22. AHN, OOMM, lib. 339c, fol. 162 v, 1571 04 30. La concesión de la Clavería se produjo al quedar vacante por la muerte de don Juan Manrique de Lara. Cf. AHN, SN, C.3366, D.7. Felipe II mantuvo en la familia la encomienda de Herrera, concediéndosela a su segundo hijo, don Diego de Silva y Mendoza, con apenas 7 años de edad, cuyas rentas fueron objeto de litigios entre los hijos del príncipe de Éboli (Boyden 1995: 21, 148; Terrasa Lozano 2010, 2012: 129). 23. Real Cédula de Felipe II, 1569, marzo, 12, por la que ordenó que los doce años en los que el príncipe de Éboli estaba obligado a gastar 12.000 ducados en la fortaleza de Zorita, se contasen desde que tomó posesión de ella. Autógrafo y copia simple (AHN SN, Osuna, leg. 2015, nº 2, 1-2). Los sucesivos duques de Pastrana siguieron manteniendo la tenencia de dicha fortaleza, al menos hasta la venta del señorío jurisdiccional y vasallaje de Zorita y su término por el duque del Infantado D. Juan de Dios Silva y Mendoza a favor de D. Juan Antonio Pérez de la Torre y Zúñiga, 1723, enero, 31. Traslado (AHN SN, leg. 2017, nº 6).
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dos, quatro o cinco, o seis años, o menos tiempo, lo podáis hazer a vuestra voluntad, sin estar obligado a aguardar a hacerlo en todo el término de los dichos doze años. E si después de pasados y cumplidos aquellos, e gastados en los dichos edefiçios y obras los dichos doze mil ducados, quisiéredes vos el dicho príncipe o vuestros herederos edeficar otra alguna cosa en la dicha fortaleza, tenemos por bien que lo podáis hazer e hagáis libremente a vuestra voluntad hasta en quantidad de ostros doze mil ducados en las obras y edeffiçios que vos y él quisiéredes, la paga de lo qual sea y quede a nuestro cargo.
Tanto el príncipe como su sucesor disfrutarían de la paga que recibía el capitán Esquivel, anterior alcaide, sin que su cobro se viera afectado por la inversión o no en las obras del castillo. Sin embargo, los gastos de conservación de fuentes y jardines sería a costa del príncipe y su sucesor, y del alcaide que les sucediera, sin poderles exigir ningún pago por ello24. Esto no impidió que se calculase el importe de lo cobrado en grano por la tenencia de Zorita, cuando se valoró el conjunto de lo que se vendía de su encomienda25. Blas García y Pedro Gómez, los dos vecinos de Zorita que respondieron a las relaciones que ordenó Felipe II, indicaban en 1576 que Ruy Gómez había iniciado unas reformas en el castillo para convertirlo en un lugar de reposo, con jardines agradables (García López 1905: 24. AGS, CJH, 61-149. 25. En Almonacid, en 30 de julio de 1565, Juan González de Vallegeda, comisionado por Ruy Gómez para realizar la valoración de la encomienda de Zorita, y Mateo López Cerezo, teniente de alcaide de la fortaleza de Zorita por el capitán Antón de Esquivel, averiguaron que las rentas de la fortaleza eran 250 fanegas de trigo y cebada por mitad en cada año. En 1560 y1561 valió el pan en Illana, donde le fue librado, a 310 maravedíes la fanega de trigo, y 140 la fanega de cebada, los precios de la tasa. Y se descontaron de cada fanega de trigo 18 maravedíes y de cebada 15 por llevarlas a la fortaleza. Con ello, el trigo quedaba a un valor de 36.500 maravedíes, y la cebada a 15.625, en conjunto, 52.125 en cada uno de los dos años. En 1562 y 1563 no se pudo averiguar el valor del pan, pero ascendía a 50.000 maravedíes. Calculando la media de los cuatro años se obtenían 51.062 maravedíes y ¼. Por una carta que escribió el capitán Esquivel a don Fadrique de Ribera, a 30 de diciembre de 1562, indicaba que el importe sumado y promediado de los cuatro años ascendía en cada uno a 54.625 maravedíes. Pero este precio no tenía en cuenta el traslado de los granos, con lo que parecía justo el de los 50.000 maravedíes. averiguados por Vallegeda y López. Se concluye en que se debería ajustar lo más posible el precio, pues el pan estaba muy caro en aquellos años en la comarca de Zorita (AGS, CJH, 61-151).
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III, 116), pero el príncipe había muerto tres años antes, en 1573. Sus propósitos, como los de María de Hungría, no llegaron a materializarse.
Respecto a la Orden de Calatrava, la penúltima venta registrada en la gobernación de Zorita se produjo en 1572 con la adquisición de los bienes y derechos de la orden en Auñón y Berninches por el tesorero general Melchor de Herrera, estrechamente relacionado con el príncipe de Éboli. Aparte de añadir las alcabalas de ambos pueblos en la misma dinámica de otros compradores de señoríos, conseguiría el título
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de marqués de Auñón26. Finalmente, aunque alejada de su núcleo alcarreño, también se enajenó la encomienda de Moratalaz, que tomaba su nombre de una dehesa situada cerca de Torrejón de Velasco, en los límites de las actuales provincias de Madrid y Toledo (Moxó 1961: 343). Por su parte, los pueblos que permanecieron en manos de la Orden de Calatrava no se vieron libres de imposiciones, pues invirtieron cantidades importantes de dinero en donativos a la Corona para no ser enajenados de la jurisdicción real. Almonacid de Zorita, pagó dos millones de maravedíes en 1542, en torno a 5.000 ducados27 (Escudero de Cobeña 1982: 131-136; Herrera Casado 1990: 51-54); Fuentelencina, 1.232.000 maravedíes (García López 1903: 64-65); Hontoba, 1.100 ducados (García López 1988: 38-39); Hueva, 1.000 ducados28; Illana y Yebra, 1.540 ducados (García López 1912: XLV 321). Estos pagos, que para un poderoso serían asequibles, recayeron en las haciendas locales de poblaciones pequeñas, cuyo endeudamiento no paró de incrementarse aún más cuando se suprimieron los regimientos perpetuos que había vendido Felipe II en 1555, o cuando con otro donativo se recuperó la primera instancia, que también fue suprimida en 1565 en los pueblos cabeza de partido en las órdenes militares, como era el caso de Almonacid. Sufrieron con ello las rentas de propios y los bienes públicos de los vecinos hasta devolver la deuda. No olvidemos que durante el reinado del Rey Prudente, aparte de los diezmos eclesiásticos, alcabalas y tercias, a los habituales pedidos votados en Cortes, se sumarían otros extraordinarios como los millones. Al finalizar el 26. La jurisdicción y bienes de Calatrava se transmitieron por 34.923.583 maravedíes, unos 93.130 ducados (A.G.S., M.P., leg. 363, 11. 1573, diciembre, 18, El Pardo). El precio pagado por Auñón y Berninches fue de 34.923.583 maravedíes, mientras que las alcabalas le supusieron un desembolso de 31.445.887 maravedíes (Carlos Morales 1990: 389-390). Véase una breve biografía de Melchor de Herrera en (Macías Rosendo 2008: 173). 27. Original en Archivo Municipal de Almonacid de Zorita (y Archivo Municipal de Almonacid de Zorita (AMAZ), Per. Mod. 8. 28. En el acta de la visita de la Orden de Calatrava a Hueva efectuada en 1552 se copia la carta de privilegio, fechada en Monzón, a ocho de septiembre de 1542, firmada por Carlos V y refrendada por el secretario real Juan Vázquez de Molina, incluyendo la orden al tesorero real Alonso de Baeza para que se hiciera cargo de los 375.000 maravedíes, que suponían los 1.000 ducados que pagaron sus vecinos. La petición de continuar incorporados en la Orden la hicieron Juan Pérez, Alonso López y Juan López, que entregaron el referido donativo. Los privilegios concedidos a Hueva y Hontoba de no ser enajenados de Calatrava se conservan en el AGS, MP, 685.
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siglo xvi quedaban solo bajo la jurisdicción de Calatrava: Almonacid de Zorita, convertida en capital y cuyo nombre pasaría a denominar el de toda la provincia o partido; Fuentelencina; Hontoba; Hueva; Illana; Moratilla de los Meleros; Yebra y Borox. En las poblaciones de órdenes militares se levantó una notable oposición a caer en señorío29, lo que movió a los vecinos más influyentes a comprometer el patrimonio concejil pagando los donativos mencionados. Albalate de Zorita ofreció 13-14.000 ducados a Felipe II, que fueron rechazados ante los 34.000 ducados que Ruy Gómez de Silva estaba dispuesto a pagar al rey (Boyden 1982: 142). La propia Orden de Calatrava dio pocas facilidades incluso para los trámites de averiguación de sus posesiones30. En el caso de Almo29. En Pastrana se abrió un litigio entre su nueva señora, doña Ana de la Cerda, y sus vecinos, poco después de su cambio de jurisdicción, a raíz de las reformas urbanísticas que acometió (Alegre Carvajal 2003: 85 y ss., 92-95 y ss.). También se produjo animadversión frente a sus nuevos señores en otros pueblos enajenados de las órdenes militares, como ocurrió en Mohernando (Moxó 1961: 350). Sobre el proceso de venta, aunque sin referencias a la oposición al cambio jurisdiccional, véanse López Puerta/Flores Guerrero 1986; Marchamalo Sánchez/Marchamalo Maín 2007: 64-75). Hay ejemplos de otras localidades que intentaron el tanteo para adquirir para sí mismos lo que la Corona deseaba enajenar, y más referencias a los conflictos con sus nuevos señores (Martín Galán 2000: 1643-1658). 30. Tras haber nombrado el Consejo de Hacienda a Diego de Carvajal juez de comisión para que averiguase las rentas de la Orden de Calatrava en Albalate y Zorita por Real Provisión en Madrid, 1565, marzo, 19, y presentarse Carvajal en Albalate (AGS, CJH, 59-40), Perafán de Ribera, gobernador de la provincia de Zorita, advirtió a Juan Díaz de Pedrosa, escribano de la comisión, que la provisión de Diego de Carvajal y los alguaciles que le acompañan debería examinarla antes de que comenzaran a actuar, para comprobar las competencias que tenían y su duración. Esta orden fue firmada en Almonacid el 24 de abril de 1565, y notificada en Albalate el mismo día, por Juan Esteban, escribano de la gobernación de la provincia de Zorita. Juan Esteban mostró la Real Provisión de la comisión, que era por tiempo de 20 días, al doctor Tamayo, alcalde mayor de la provincia, quien apeló del escribano Juan Díaz de Pedrosa, por no contar con un nombramiento del juez de comisión para ejercer su trabajo, ni tampoco para que le acompañaran dos alguaciles. Díaz de Pedrosa le respondió pidiendo un traslado de la apelación, indicando que solo traía un alguacil, y que el gobernador no era parte para impedirle hacer su trabajo (AGS, CJH, 59-41). En este caso los jueces que se enfrentaban recibían su autoridad de dos consejos distintos, el de Hacienda, y el de las Órdenes y prevaleció el primero, pues Carvajal escribió desde Albalate el 27 de abril de 1565, tras haber llegado desde Valdaracete, dando cuenta de su enfrentamiento con el gobernador de Almonacid, y que aunque padecía gota, no se detuvo su comisión, sino que recomendaba dejar el recuento de vecinos en manos de su escribano, Juan Díaz de Pedrosa (AGS, CJH, 65-147).
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nacid de Zorita, su paisano y cronista Matías Escudero de Cobeña describió de forma muy detallada las conversaciones que movieron a su ayuntamiento a evitar que doña Ana de la Cerda sumara esta villa a su dominio sobre Pastrana, cuando se enteraron de sus intenciones. Para ello comisionaron a los vecinos Juan Escudero y Alonso Lozano, que se dirigieron a Valladolid en 1542, con poderes suficientes para conseguir el privilegio de no salir de la Orden de Calatrava, y así lo lograron a costa de que hubiera que vender muchas fincas de los propios municipales, y adelantándose a los comisionados de doña Ana (Escudero de Cobeña 1982: 131-136; Nader 1990: 167-168). Lo mismo hicieron en 1558, cuando los regidores Alonso González de Vallegeda y Juan Salido acudieron a negociar en Valladolid con la reina María de Hungría (Escudero de Cobeña 1982: 148-152). El concejo de Almonacid solicitó confirmación del privilegio en 1560, pues Felipe II continuaba vendiendo jurisdicciones de pueblos de las órdenes militares. En este punto conviene precisar en el concepto del señorío y qué era lo que se transmitía al enajenar una encomienda u otros bienes de una orden militar para su posterior venta a un particular. Los expedientes de Hacienda resultan especialmente ilustrativos porque contienen las averiguaciones de los derechos, rentas y propiedades que tenía la orden, para su tasación y posterior venta. Aunque algún desinformado pueda pensar que se compraban y vendían pueblos y sus habitantes, nada más lejos de la realidad: se adquirían simplemente las preeminencias que ostentaba el anterior titular del señorío, incluyendo algunos derechos feudales que se conservaran desde los tiempos medievales, y también las propiedades que mantuvieran de forma plena, en este caso la Orden de Calatrava, considerando que en ella podían ser varios los perceptores de rentas: la mesa maestral, el comendador y otros beneficiarios como la Clavería. El más honroso de estos derechos era el de la jurisdicción, consistente el ejercicio de la justicia y el gobierno, en principio delegada de la autoridad máxima que recaía en la Corona, pero respetando las leyes y costumbres. Entre ellas se encontraba la confirmación de las autoridades, que eran elegidas por los vecinos tradicionalmente (alcaldes, regidores, procurador y demás oficiales), de acuerdo a sus ordenanzas locales de gobierno, pues el titular del señorío solamente contaba con la potestad de confirmar o vetar a los cargos municipales. Adicionalmente, tenía
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que nombrar un alcalde mayor letrado, al que se podían protestar las sentencias dictadas por los alcaldes ordinarios votados por los vecinos. No debe olvidarse que las sentencias de un alcalde mayor señorial podrían apelarse en última instancia a los tribunales ordinarios de la Corona, las chancillerías y audiencias. Las penas de cámara y condenas impuestas en las sentencias eran cobradas por el titular del señorío, aunque tales ingresos judiciales se gastaban en los salarios de los propios alcaldes mayores y sus oficiales, con lo que, limitándonos a este concepto jurisdiccional, ser señor de vasallos era más un honor que un negocio, si no se le añadían otros ingresos. La autoridad del señorío solía estar acompañada del mecenazgo, dotaba de poderes a su titular para acometer reformas y proyectos en poblaciones que se veían impulsadas por las ambiciones de su nuevo patrón, que aprovechaba además para adquirir más propiedades, como casas, tierras, molinos, etc., además de propiciar el establecimiento de conventos, edificios religiosos, hospitales y otras fundaciones en las poblaciones donde ejercía su autoridad, en particular una capilla funeraria para su linaje. El señor también tenía derecho a edificar una casa solariega o palacio en sus dominios, tomando la tierra de los bienes comunales o de los propios municipales31. La presencia de oficiales señoriales, encargados tanto de la justicia como de la administración, podía resultar un estímulo protector, pero también un incremento de la presión sobre el vecindario. En el caso de Pastrana y del señorío establecido con la ampliación de jurisdicción a más localidades de su entorno, el principal recurso económico anejo a la mera jurisdicción se añadió comprando las alcabalas y las tercias reales. Aunque teóricamente hubiera que pagar un 10% de todas las ventas y transacciones económicas en el caso de las alcabalas, se aplicaba el encabezamiento, un pacto mediante el cual la Corona transfería la recaudación a los ayuntamientos a cambio de abonar un tanto alzado al rey, con lo que el porcentaje teórico no se cumplía. Por ello, cuando se produjo la enajenación y venta de esta regalía a los nuevos perceptores, el objetivo era doble. Primero, los jueces pesquisidores comisionados para averiguar realmente el volumen económico de un pueblo, levantaban 31. El contenido detallado de los bienes y derechos adquiridos por Ruy Gómez de Silva como señor se recogen en la institución y fundación de su mayorazgo, otorgado por los príncipes de Éboli en Madrid, 11 de noviembre de 1572 (Dadson/ Reed, 2013: 108-154).
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acta rigurosa de las ventas de cada vecino, anotaban las exenciones, por ejemplo, las concedidas en días de mercado franco, cuando no se pagaban estos impuestos, al efecto de estimular el comercio, o dejando fuera productos de primera necesidad, como el trigo para el consumo. Por lo general, las cotizaciones pagadas en encabezamientos resultaban bastante inferiores a las que se obtendrían aplicando el impuesto en su integridad. Con estas últimas cifras se calculaba el importe de capitalización de las alcabalas, para que la Hacienda real se beneficiase lo más posible al transmitir esta regalía. La información de la economía real resultaba de gran valor para el comprador, que procuraría aplicar los medios para que sus alcabaleros recaudadores allegaran todo lo posible para rentabilizar la inversión. En segundo lugar, parecía más razonable estimular la producción, tanto agraria como industrial, para que los impuestos sobre ventas crecieran, mejor que presionar a los vasallos para que pagasen la alcabala íntegra. De ahí también que el príncipe fomentara el establecimiento de una feria en su villa de Pastrana32, que fue protestada por la ciudad de Alcalá de Henares33. En este sentido habría que revisar la contabilidad señorial para comprobar la evolución económica, que si en el caso del príncipe Ruy Gómez sabemos que se endeudó fuertemente para las inversiones realizadas al montar su estado señorial, su viuda, doña Ana, procurando defender los intereses de sus hijos, por sí misma o cuando por su prisión lo hicieron supervisores nombrados por Felipe II, ayudaron a la gestión racional de sus estados (Reed/Dadson 2015: 228-229, 245-248; Terrasa Lozano 2012: 157-175). El asentamiento de los moriscos granadinos expulsados fue una de las iniciativas de Ruy Gómez en la capital de sus dominios (García López 2009). Como dueño de los impuestos sobre las ventas, Ruy Gómez fomentó la industria textil sedera con los moriscos, apoyándose en cierta tradición artesana que había en Pastrana, pero que hasta ese momento se limitaba a atender la demanda local de paños de escasa calidad. Por otra parte, se embarcó en negocios mercantiles con base en su villa 32. Felipe II concede al príncipe Ruy Gómez de Silva, mercado y feria en su villa de Pastrana. AHN, SN, Osuna, C.2091, D.2, 1573 05 11. 33. Toledo. Carta del licenciado Busto de Villegas al Dr. Velasco para que no se concediese feria a Pastrana, según había solicitado Ruy Gómez de Silva por ser en perjuicio de la que se celebraba en Alcalá. AGS, Cámara de Castilla, Diversos, 10, 3.
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ducal34, y en operaciones como el comercio de madera, en auge por la demanda tanto en Toledo como en Madrid, de lo que hay buena muestra en las almadías que bajaban con asiduidad por los ríos Tajo y Guadiela, documentándose una de Ruy Gómez en 156135. También adquirió molinos, como el de dos ruedas que estaba situado en el lugar de la Pangía, en la desembocadura del río Arlés en el Tajo, siguiendo el valle que está a los pies de Pastrana, donde también funcionaba una sierra para madera movida por agua, asentándose en ese paraje algunos de los moriscos granadinos. Ruy Gómez consiguió también de los herederos del doctor Pedro Tornera las aceñas del Verdugo, en la ribera del Tajo en término de Almoguera, otro de los principales molinos de la comarca, de tres ruedas (Dadson/Reed 2013: 317-318). La oposición a Ruy Gómez en el entorno de Pastrana El cambio de jurisdicción vino a enrarecer las relaciones entre varias poblaciones muy próximas entre sí, Almonacid, Albalate y Zorita, que se disputaban el uso de las tierras y recursos en los dos siglos previos, con una secuencia de conflictos, acuerdos y sentencias que facilitaron la convivencia en el aprovechamiento de pastos y leñas en los términos propios y en los del Común de Zorita y, muy especialmente, en el reparto del agua de los arroyos que nacen en las estribaciones de la sierra de Altomira. El más importante es el río Badujo, que aflora en el término de Albalate, su caudal se nutre especialmente de la Fuenmayor, el manantial que alimenta la monumental fuente de ese pueblo, recibe más adelante las aguas desde otros arroyos antes de entrar en el término de Zorita, y por un estrecho valle denominado Badujo, acaba rodeando el cerro donde se asienta el castillo, justo antes de desembocar en el río Tajo. Una vista elaborada en 1555, precisamente por una disputa de términos, ofrece un panorama ilustrativo para entender esta
34. Ruy Gómez aparece como asegurador de la Compañía de Pastrana, que se estableció para importar 5.000 ducados de mercancías desde Inglaterra y Flandes, en 1570. Archivo Histórico Provincial de Guadalajara, Protocolos Notariales de Pastrana, escribano, Alonso Álvarez, fols. 121r-122r. 1570, julio, 6. Pastrana (Fernández Izquierdo 2012b: 215, n. 82). 35. La información procede de los libros de propios de Almonacid de Zorita, conservados en su archivo municipal (Fernández Izquierdo 2012a: 603).
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disposición geográfica, con trazado de dirección desde el sur hacia el norte36.
Plano dibujado por Pedro López de la Parra durante la comisión encargada al escribano Diego Suárez Alarcón, receptor nombrado para deslindar los términos de Zorita, Albalate, Almonacid y el Común de Zorita (Guadalajara) en el pleito sobre el término de Cabeza Gorda. Noviembrediciembre, 1555. A la izquierda se sitúan Albalate; debajo, Almonacid y más abajo, a la derecha, Zorita de los Canes. España-Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo Histórico Nacional (Madrid). Sección de Órdenes Militares, Archivo Judicial o de Toledo, legajo número 43.612.
Almonacid de Zorita era la villa más poblada, pero su término municipal era más bien escaso, y tras haber conseguido incorporar 36. Archivo Histórico Nacional (AHN), Órdenes Militares (OOMM), Archivo Judicial o de Toledo, legajo número 43.612. Este plano se reprodujo en el calendario editado en 2003 conjuntamente por los Ayuntamientos de Albalate de Zorita, Almonacid de Zorita y Zorita de los Canes, con comentarios del autor de este texto. Sobre los topónimos que contiene (López de los Mozos Jiménez/Ranz Yubero 2005).
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de la Orden de Calatrava el despoblado de La Bujeda en la sierra, o las tierras del Saco, en el valle del Tajo, consiguió un acuerdo de comunidad de términos con Zorita, en el que muchos vecinos de Almonacid tenían propiedades, particularmente en el valle de Badujo, que se regaban con el agua de su arroyo. No resulta extraño que, ante los rumores de una posible venta jurisdiccional, en 1562 Almonacid manifestara su deseo de incorporar al suyo el término de Zorita37, mediante una petición dirigida al Consejo de Órdenes, de esta guisa: la villa de Çorita, siendo la más antigua e prinçipal y cabeça dese partido es de muy poca vezindad que se a despoblado por causa del rrío y de ser enferma en tanta manera que no tiene sino hasta quinze o diez y seis casas pequeñas de gente pobre miserable, las quales están dentro de la çerca en la fortaleza y que la prinçipal vezindad es la de la dicha villa de Almonesçir, a media legua pequeña de la de Çorita en que ay más de seteçientos vezinos de gente rrica y prinçipal, que tienen todos sus heredamientos o la mayor parte dellos en el término de la dicha villa de Çorita y que por ser tan bueno y gran pueblo la dicha villa de Almonesçir, syenpre los gouernadores rresiden en ella por lo qual convendría que la dicha villa de Çorita e sus términos e jurisdiçión se yncorporasse en la dicha villa de Almonesçir para que fuesse todo no de manera que la dicha villa de Çorita fuesse cabeça del dicho partido y se quedase con el mismo nombre que ahora tiene de Almonesçir de Çorita e con que en la fortaleza o villa de Çorita se tomen las varas de las justiçias como se tiene costumbre y se haze de presente, porque no se pierda la memoria.
Atendida la provisión el 17 de diciembre siguiente por frey Pedro de Monroy, gobernador del partido, planteó un interrogatorio a los testigos preguntándoles si tenían noticia de qué términos eran los de Zorita, Almonacid y los comunes, todos ellos pertenecientes a la Orden de Calatrava, si resultaban suficientes y amplios en ambos casos; si estaban juntas dichas villas y tenían además un pacto de hermandad ratificado por los reyes, por su amistad y vecindad “con cláusula de hasta morir los unos por los otros”. También les preguntaron si Zorita 37. AHN, OOMM, Archivo de Toledo (AT), leg. 41.298. Real Provisión, 1562, septiembre, 22, Madrid. Al gobernador del partido de Zorita, que se informe a solicitud de la villa de Almonacid sobre que la dicha villa y la villa de Zorita sean todo un pueblo y una vecindad.
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estaba despoblada, con vecinos pobres, muchos foráneos, y además divididos en bandos enfrentados, con pasiones y diferencias; si los de Almonacid daban hombres a los de Zorita para servirles de guardas, viñaderos y también les atendían en el abasto de carne, pan y vino, ayuda a pagar alcabalas y también a los gastos de pleitos. Zorita, aunque fuera cabeza de partido solo tenía la jurisdicción de su término y de los términos comunes, después que todos los pueblos se habían hecho villas, y solo vivían en ella 15 o 16 vecinos. Tras haberse enajenado la jurisdicción de Pastrana, Valdeconcha, Escariche, Fuentenovilla y Sayatón, sus vecinos seguían teniendo acceso a los términos del Común de Zorita, pero no Almonacid38. La villa de Zorita, al estar tan despoblada, sufría abusos del resto, tanto en los comunes como en sus propios. Las referidas villas enajenadas de Calatrava, desde hacía más de diez años, ponían sus guardas en los términos comunes, impidiéndolo a los de Zorita y a su comendador, pese a que tenían el derecho de hacerlo. Los vecinos de Almonacid recibían penas de dichos guardas, de manera ilegal, al tiempo que sacaban leña y carbón sin licencia, sin que nadie “les vaya a la mano”. Y en Zorita no había gente suficiente para ir cambiando los cargos municipales en cada elección: “el alcalde tiene ofiçio de alcalde, y de resçebtor, y mesonero, y aún escribano y barbero”, además, era a la vez pagador y receptor, sin que nadie se lo impidiera. Los de Almonacid se quejaban de que los escasos vecinos de Zorita habían intentado que algún caballero comprase su jurisdicción, buscando protección. Además, los vecinos de Pastrana y otras villas estaban roturando tierras en los términos comunes, arándolas y convirtiéndolas dos años después en heredades de forma ilegal, y habían plantado viñas, olivares y árboles, hacían casas y heredamientos cercados, bajo el pretexto de que podían entrar en ellas a pastar y aprovecharse de dichos términos. En el Común de la Tierra de Zorita, Almonacid contribuía como los demás en la conservación
38. Esto se debía a la naturaleza de “adegaña” o decanía que tenían asignadas las poblaciones de Almonacid, Hueva y Vállaga, de acuerdo a la tradición en el Común de Zorita, que impedía a sus vecinos aprovechar los términos compartidos por aquella comunidad de villa y tierra, pero no les exigía de contribuir a gastos como la reparación del castillo y puente de Zorita. Al aumentar su vecindario, Almonacid pactó con la Orden de Calatrava para aumentar su término que no era muy grande, y con sus vecinas Zorita y Albalate, para establecer comunidades de pastos, y aprovechamientos de aguas desde los años finales del siglo xiv.
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del castillo y puente sobre el Tajo, pero no tenía acceso a los términos comunes. Almonacid exhibía, además, su privilegio de no ser enajenado de la orden de Calatrava. Unidos ambos, Zorita y Almonacid, el pueblo que se formaría sería grande y rico, y podría alcanzar los 2.000 vecinos, una cifra que duplicaría los vecinos que entonces habitaban en conjunto en ambos pueblos. Para refrendar estos argumentos, el bachiller Castellano, por parte de Almonacid, mostró una sentencia en la que los vecinos de Zorita no pagarían pecho por sus propiedades en término del otro pueblo, y los de Almonacid tampoco por las que tuvieran en el de Zorita, confirmada por el rey don Juan II, jueves, 25 de marzo de 1400. Tras las declaraciones de los testigos, el propio juez de residencia, el licenciado Francisco Pérez de Almazán, explicaba que las opiniones de los habitantes de Almonacid eran ciertas, y que sería provechosa la unión de ambas localidades. Sin embargo, todos estos argumentos no detuvieron las intenciones de Ruy Gómez de Silva respecto a obtener la jurisdicción sobre Zorita y sus términos comunes. El cambio de jurisdicción en Zorita parece que se acogió con simpatía entre sus escasos habitantes, ante la expectativa de verse amparados por un hombre poderoso frente a los pueblos vecinos. Por el contrario, sí levantó recelos entre los de otras poblaciones que disfrutaban de las tierras del Común de Zorita. En una de las reuniones del Común se acordó solicitar el tanteo al rey Felipe II, como alternativa a la oferta de Ruy Gómez de Silva por la villa de Zorita y sus términos39. Ya hemos comentado que Almonacid de Zorita fue especialmente beligerante para no perder su independencia jurisdiccional. Su 39. Petición de Pedro Jiménez, vecino de Escariche, con poder de la villa y concejo, comentando que en la junta del Común de Zorita, celebrada en Almonacid, a 20 de diciembre de 1566, se trató y votó por alguna de las villas que se pidiese y suplicase que el rey les diese por tanteo la villa de Zorita y los términos comunes que se habían vendido a Ruy Gómez de Silva. Sobre ello Juan Sánchez de Mateo y Sebastián del Olmo, vecinos de Escariche, que estaban comisionados en la reunión, votaron con el resto sin tener poder para ello. En consecuencia, Pedro Jiménez planteaba una contradicción a dicho voto, y el concejo de Escariche se separó de la decisión del Común, obedeciendo las decisiones del rey en la venta de dichos términos (AGS, CJH 81-104). Para insistir en su postura, el concejo de Escariche otorgó su poder a Pedro Jiménez, en 1567, enero, 3 (AGS, CJH, 81-105). Los libros de actas de las reuniones del Común de Zorita que se conservan, aunque no de este año, están en el archivo municipal de Almonacid de Zorita.
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vecino y cronista Matías Escudero resulta ser una fuente muy ilustrativa de las medidas que se adoptaron. Tras haber comprado el señorío de Estremera y Valdaracete a don Francisco de Mendoza, Ruy Gómez intentó adquirir la jurisdicción de Almonacid, encontrándose con la oposición de sus notables locales (Escudero de Cobeña 1982: 166-168): Y luego le fue dada noticia de esta villa de Almonascid, el cual[el príncipe Rui Gómez de Silva], habiéndola visto, fue tan enamorado della, que él procuró con el rey que se la diese. Y como el rey no se la concediese, a respecto de la merced que dicha villa tiene para no ser enajenada, procuró por diversas vías y formas, cómo otros la procurasen de haber del rey, y que se la tomaría a el que se la vendiese el rey. A todo lo cual, los vecinos de la villa de Almonascid acudían a el rey y a los de su Consejo que les guardasen la merced y libertad, que el emperador les había hecho y el rey confirmado, para que no fuese vendida ni enajenada a persona ninguna. Como esto no bastó, procuró Ruy Gómez de enviar a esta villa de Almonascid personas de quien él muncho fiaba, para persuadir a los vecinos principales que gobernaban la república, para que diesen el consentimiento, para que el rey los pudiese enajenar y vender al dicho Ruy Gómez. Lo cual, no halló en la dicha villa vecino que en tal consentimiento viniese. Visto por Ruy Gómez que no había orden de poder haber la dicha villa de Almonascid, acordó de pedirle a el rey que le diese a la villa de Zorita, que es la cabeza deste partido, con su fortaleza, que es pueblo de hasta quince o veinte vecinos, en el término del cual, tienen todos los vecinos desta villa de Almonascid todos los más sus heredamientos y aprovechamientos. Y teniendo la jurisdicción de Zorita, podría oprimir de tal manera en su jurisdicción a los vecinos de Almonacid que viniesen a ello a holgar de querer ser sus vasallos, antes que no ser tan vejados y molestados. Asimismo, tomó Albalate, que es una villa de hasta cuatrocientos vecinos, que estará desta villa de Almonascid como tres mil pasos. Y así quedó la villa de Almonacid sola, cercada de los términos y jurisdicción de Ruy Gómez, las cuales villas de Zorita y Albalate fueron desmembradas por un juez del rey, de la Orden de Calatrava, el mes de abril de mil y quinientos e sesenta y cinco años. Y luego vino el dicho Ruy Gómez y su mujer, y tomaron la posesión de las dichas villas para sí. Y la fortaleza de Zorita la dio el rey por dos vidas, por él y su hijo el mayor, y que gozase de la tenencia della, con tanto que gaste en el reparo dela dicha fortaleza ocho mil ducados40, dentro de ocho años. Y después 40. Eran realmente 12.000 ducados los establecidos en la concesión de la tenencia de la fortaleza de Zorita.
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de la villa de los dichos volviese la dicha fortaleza a la dicha Orden de Calatrava. Y como los vasallos de Ruy Gómez se vieron favorecidos dél, comenzaron a hacer grandes vejaciones a los vecinos de Almonacid, los cuales se defendieron en munchos y diversos pleitos que se levantaron, los de Zorita y Albalate, contra esta villa. Los cuales, se defendieron valerosamente y en Madrid, do estaba la corte, y en Granada, y en Valladolid, saliendo con honra y vitoria en ellos.
En 1567 cuenta Matías Escudero que no cejaba el empeño de Ruy Gómez para conseguir Almonacid, mientras Felipe II estimulaba el proceso de venta de bienes de las órdenes militares y todo tipo de regalías para conseguir fondos para sostener la política imperial (Escudero 1982: 168-169): Andaba en este tiempo, cuando se publicó y divulgó esto en corte, muy deseoso Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, de haber y comprar esta villa de Almonacid de Zorita, por todas las vías e formas posibles, aunque sabía que tenía esta villa privilegio del emperador don Carlos quinto, de gloriosa memoria, para no poder ser vendidos, ni empeñado, ni enajenado. Y con todo esto, lo procuraba por diversas vías, por hacer su estado en esta tierra. Y ansí fueron por su parte, por tres personas, persuadidos algunos vecinos desta villa principales, a que diesen el consentimiento que la villa no se aprovechase de la merced que el emperador les había hecho, y que holgasen que la villa se pudiese vender y enajenar en cualquier señor. Y prometió grandes favores, y que harían grandes mercedes a esta villa y a los vecinos della, si daban el consentimiento para que se pudiese haber esta villa. A todo lo cual, los vecinos naturales desta villa, no solamente no querían venir en ello, mas el mentar lo contrario algunos, era aborrecido de todo el pueblo.
No tardaron mucho las acciones judiciales, pues si la venta a Ruy Gómez de Silva de la encomienda de Zorita se firmaba el 13 de noviembre de 1566 (Dadson/Reed 2013: 125), el 4 de febrero de 1567, el concejo de Almonacid planteó una demanda en la Chancillería de Granada sobre los términos de Zorita, sus preeminencias, jurisdicción y aprovechamientos, que los vecinos de ambos pueblos compartían en virtud de acuerdos con siglos de vigencia. Los vecinos de Almonacid argumentaban que, hasta que se había desmembrado Zorita de la Orden de Calatrava, habían aprovechado los términos de Zorita, y ponían en ellos guardas, viñaderos y mesegueros que guardaban las
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viñas y heredades que los de Almonacid poseían en aquel término, y también las de los propios vecinos de Zorita. También tenían derecho a que de las aceñas de Cabanillas41 abajo ninguna persona ni universidad pudiera hacer molinos en el arroyo Badujo —que desemboca en el Tajo junto a Zorita—, pero al salir este pueblo de la orden, se había levantado un molino, en perjuicio de los de los molinos propios de Almonacid, aparte de que el nuevo molino venía a entorpecer el derecho que tenían de regar con el agua de dicho arroyo. Además, los de Almonacid habían comprado a la Orden de Calatrava el término del Saco, del que pagaban un censo, pero por ser jurisdicción de Zorita, ahora se les impedía su aprovechamiento. Por concordias y sentencias, los vecinos de Almonacid habían concertado con sus abastecedores de carne que el ganado pastase en ciertas partes del término de Zorita, denominadas Traslacuesta, el camino del Saco, la vega de Badujo, Valdemahoma, Valdecabañas, Valdetábanos, el Santiguadero y Valsalobre, con tal de que el obligado de la carne vendiera a los vecinos de Zorita toda la que necesitasen a tres maravedíes menos por arrelde respecto al precio fijado en Almonacid. Desde el cambio de jurisdicción, los de Zorita multaban y apresaban todos los ganados que entraban en su término. Como alternativa al puente que estaba derribado hacía años para pasar el río Tajo, en la ribera, junto a Zorita, había una barca que el Común arrendaba, y desde la venta a Ruy Gómez, se impedía cobrar el barcaje al Común. También tenían costumbre los de Almonacid de juntarse con los de Zorita para mondar las acequias con las que regaban sus heredades, pero desde que se eximió de la orden, los de Zorita les habían impedido realizar esta limpieza. Desde la Chancillería se emitió una carta de emplazamiento para el concejo de Zorita, que respondió el 22 de abril de 1567, protestando de la demanda y pidiendo que se aportaran los documentos justificativos de los derechos exigidos por los de Almonacid. Se añadía que los términos de Zorita y los de Almonacid eran distintos y estaban amojonados y si en algún tiempo los de Almonacid los aprovecharon, fue en precario. Y aunque Zorita fue la cabeza de la Orden de Calatrava, ahora era una villa pequeña, los maestres y gobernadores residían en Pas41. Situadas en la margen izquierda del Tajo, aguas abajo de Zorita. Véase el plano reproducido en este artículo.
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trana y Almonacid, y por ello los vecinos de Almonacid, con el favor de los maestres, entraban en el término de Zorita, además de que muchos de Almonacid se avecindaban en el otro pueblo para poder rozar y disfrutar de sus tierras. Entendían los de Zorita que los aprovechamientos comunes se habían basado en ser ambos pueblos de un mismo señor, la Orden de Calatrava, y al cambiar ahora el titular del señorío, habrían de cesar. Tampoco tenía justificación que el molino construido en el arroyo Badujo impidiese el riego de ningunas huertas, además de que suponía un gran beneficio para Zorita. Sobre esta cuestión del molino y sobre el término del Saco había ya pleitos en la Chancillería de Valladolid, a punto de sentencia, y no sería conveniente plantear la misma demanda en otro juicio. Respecto al término del Saco42, situado a “un tiro de ballesta” de la villa de Zorita, era propio suyo de tiempo inmemorial y si los de Almonacid habían tenido allí algunos aprovechamientos, con rozas y frutos, debían dejarlos, pues lo habían hecho contra la voluntad de los vecinos de Zorita. Los obligados de la carnicería de Almonacid tenían aún menos derecho de pastar con sus ganados en término de Zorita, y si lo habían hecho antes, fue también por ser ambos pueblos del mismo señorío. Tampoco tenían derecho al barcaje en el Tajo, ni que los alcaldes de Almonacid entraran en un término distinto al suyo a mondar las acequias, que eran jurisdicción de los alcaldes de Zorita. Las alegaciones fueron estudiadas, Almonacid respondió y se abrió la fase de presentación de testigos, cuando Almonacid solicitó amparo de sus derechos para que pudieran mantenerlos hasta que se dictara sentencia. Zorita lo contradijo, y Almonacid pidió entonces que compareciera Ruy Gómez de Silva, a quien se libró un requerimiento, que le fue notificado el 19 de junio de 1567, y por no responderlo le fue acusada la rebeldía. Con ello, Almonacid se afirmó en todo lo que demandaba contra el concejo de la villa de Zorita, comunicándoselo a Ruy Gómez, que respondió finalmente el 11 de julio, confirmando todo lo que se había alegado por el concejo de Zorita y diciendo que el proceso concluyera dando la razón a quienes ahora eran sus vasallos. Desde el Consejo de Hacienda, su presidente y consejeros emitieron en 1568 un dictamen indicando que lo que pedían los demandantes 42. Este curioso nombre se debe a que quedaba delimitado por un meandro del río Tajo, dándole forma de saco.
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contravenía la carta de venta, y solicitaron que el proceso original se llevara al propio Consejo de Hacienda43. Pero no salió de la Chancillería de Granada, donde continuaron nuevas declaraciones de testigos, una de ellas sobre el término del Saco. Finalmente, el 2 de diciembre de 1569 la Chancillería dictó una sentencia favorable a los de Almonacid. El de Éboli la recurrió, diciendo que mientras Almonacid tenía 700 vecinos, y muy poco término, Zorita poseía mucho y apenas 12 a 20 vecinos, por lo que no quería mantener la concordia secular entre ambos pueblos. Finalmente, en 8 de junio de 1570, la Real Chancillería falló de nuevo en grado de revista confirmando la misma sentencia anterior44. Sin embargo, en 1578 continuaban las discrepancias con Zorita, sobre el riego de las vegas, pues el concejo de Almonacid votó pleitear en Granada45. Por su parte, el Común también reclamó contra el concejo de Zorita para recuperar el barcaje que se cobraba a los forasteros, pues los vecinos de la tierra cruzaban el Tajo de balde46. En este tiempo, los vecinos de Zorita acudieron a su nuevo señor para verse menos cargados con las contribuciones a la corona, pues se consideraban agraviados47. Tras conseguir los bienes y derechos de la encomienda de Zorita, se abrieron otros litigios entre los intereses de Ruy Gómez de Silva y los pueblos que aún permanecían en la orden. Los arrendatarios de los molinos y tierras en la Pangía, y la dehesa de Recieca (esta junto a la villa de la Zarza), compradas por el príncipe, eran Pedro Díaz el Viejo
43. AGS, CJH, 87-326. 44. Archivo de la Real Chancillería de Granada, caja 1.233, nº 4 (antes cabina 3, leg. 1.261, nº 4) año 1567 y caja 676, nº 17 (cabina 3, legajo 705, pieza 17), probanza sobre el término del Saco, en 1568. No quedaron resueltas las disputas, pese a esta sentencia, pues siguieron otras nuevas, en 1616-1619, planteadas en la Chancillería. Hay también referencias elaboradas el año 1791, relativas al proceso al proceso de 1566-1570, en caja 1.010, pieza 5 (antes cabina 3, leg. 1.038, nº 5), fol. 333v. Sábado, 9 de agosto de 1578. Se acuerda continuar en Granada el pleito con Zorita sobre el riego de las vegas. 45. AMAZ, caja 1, libro 1, Sábado, 9 de agosto de 1578. Se acuerda continuar en Granada el pleito con Zorita sobre el riego de las vegas. 46. El Común de Zorita contra la villa y vecinos de Zorita por haber puesto una barca y llevar barcaje a los forasteros, derecho que correspondía al Común, años 15771581. ARChV Pleitos Civiles, F. Pérez Alonso, caja 901 expediente 2. 47. AGS, CJH, 134,13. Carta de 1574 para que se favoreciese en un repartimiento a la villa de Zorita, como lo había hecho antes el propio Ruy Gómez escribiendo a Escobedo.
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y Miguel López, vecinos de Yebra, en cuyo pueblo, por no haber pagados sus rentas, los prendió en 1567 el licenciado de Parada, alcalde mayor de las villas de Zorita, Albalate y La Zarza, nombrado por el de Éboli. Como respuesta, el gobernador de la provincia de Zorita dictó autos contra el corregidor del príncipe por hacer prisiones fuera de su demarcación. En Almonacid, el 26 de mayo de 1567, el licenciado Guerrero, juez de residencia y justicia mayor de la provincia de Zorita, tomo información de testigos sobre las actuaciones del licenciado de Parada. El comendador de Zorita Francisco Ortiz, por su parte, pidió ayuda para cobrar el diezmo de la encomienda de 1565, que aún le correspondía y no le habían pagado48, y declaró sobre la entrega de trigo de la renta de ciertas tierras y los precios a los que se vendía el grano49. En Albalate las cosas no debían estar muy tranquilas, a tenor de varias cartas enviadas por Ruy Gómez desde la víspera de fin de año de 1567 y primeros días de 1568 a Juan de Escobedo, en el Consejo de Hacienda. En ellas explicaba que los vecinos de Albalate habían acudido al consejo, sin poder hacerlo, y pedía ayuda sobre cómo castigar a quienes andaban revolviendo en las oficinas de la corte50. El de enero de 1568, en otra carta a Escobedo, el príncipe comentaba que estaba en Albalate, “que es el más bonito lugar de los que por aquí ay, en él me pienso estar hasta que me llamen, ocupado ando en vn rriego que si saliese a luz sería cosa de ynportançia”51. Para contrarrestar la presión de Ruy Gómez en Almonacid, sus vecinos ofrecieron al rey comprar ocho regimientos perpetuos de su ayuntamiento, a doscientos ducados cada uno. En el capítulo que dedicaba en su relación al año 1569, Escudero contó con detalle cómo consiguió Ruy Gómez adquirir la jurisdicción de Pastrana, Escopete y Sayatón, comprándosela a don Íñigo de la Cerda y Mendoza, por 150.466 ducados y 143 maravedíes, firmándose la venta el 27 de marzo de 1569 en el cerro del Arenal, en término de Almonacid. El día siguiente entraron en Pastrana Ruy Gómez, doña Ana y sus hijos. Este mismo año de 1569, tras el levantamiento de los moriscos en la Alpujarra granadina, se realizó una leva de 30.000 soldados en Castilla, 48. 49. 50. 51.
AGS, CJH, 83-89. AGS, CJH, 83-88 bis. AGS, CJH, 87-323 y 324. AGS, CJH, 87-325.
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de los que se exigieron doscientos a esta provincia de Zorita, cuyo reclutamiento fue organizado por el gobernador frey Francisco Aguayo, que se sirvió de una reunión del Común de Zorita. Escudero comenta que los vecinos de Pastrana pidieron a su nuevo señor que se les eximiese, y parece que lo consiguió, evitando que fueran noventa soldados de los doscientos (Escudero de Cobeña 1982: 186). En 1573, el 28 de agosto, Escudero daba cuenta de la muerte de Ruy Gómez de Silva y de su entierro en Pastrana (Escudero de Cobeña 1982: 207-208), y en 1574 de la concurrida boda de su hija, con el duque de Medina Sidonia en la propia villa ducal (Escudero de Cobeña 1982: 210-211). La desaparición del que ya era primer duque de Pastrana no tranquilizó las relaciones entre los pueblos de jurisdicciones diferentes. Un secular conflicto entre Almonacid y su vecina villa de Albalate, ahora en el estado de la princesa de Éboli, volvería a enturbiar la vida cotidiana. Tenemos que retrotraernos hasta 1564, cuando se dictó una ejecutoria en la Real Chancillería de Valladolid a favor de los vecinos de Almonacid de Zorita, respecto al riego en el valle de Badujo, en el paraje de Traslacuesta, situado en término de Zorita, donde el arroyo acumulaba las aguas procedentes del arroyo de los Valladares y de la Fuenmayor de Albalate. Existían acuerdos y sentencias desde 1382, revisados en 1414, 1457, 1538 y 1549, organizando turnos entre los propietarios de Albalate, Almonacid y Zorita. Conforme a la última sentencia, de 1549, los vecinos de Almonacid tendrían derecho a regar sus heredades en el paraje de Traslacuesta con el agua de los Valladares los jueves, viernes y sábado de cada semana. Por su parte, los vecinos de la villa de Albalate, que tenían reservada el agua procedente de la Fuenmayor en las fincas de su propio término, desde la salida del sol del lunes hasta la salida del sol del jueves, podrían regar sus heredades en Traslacuesta en esos mismos días y también en los restantes de la semana asignados a Almonacid. En conjunto, comprendía desde la salida del sol del lunes hasta la puesta del sol del sábado, pero regulándose por un regador que cada concejo pondría a su costa, según dictaminaron los jueces en 156452. Durante los cálidos días de julio de 1578, cuando escaseaba el agua disponible para regar, saltó de nuevo la discordia, por el uso del agua 52. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (ARChV). Registro de Ejecutorias, caja 1068.055. Valladolid, 1564-09-28.
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Valle de Badujo con el castillo de Zorita al fondo, en abril de 2016. F. Fernández Izquierdo.
en domingo, que también había sido objeto de pactos53. El 7 de julio de 1578, Gabriel Lozano se presentó en nombre del concejo de Almonacid de Zorita y de sus convecinos ante el doctor Rodríguez, gobernador y justicia mayor de la Orden de Calatrava en el partido de Zorita. Explicaba que el agua de la Fuenmayor, que nacía en el término de Albalate de Zorita, en su camino hacia el Tajo, se empleaba para mover molinos que habían sido de la Orden de Calatrava y del comendador de Zorita, y que Almonacid había tomado a censo los molinos y el aprovechamiento del agua de la Fuenmayor, y lo seguía pagando al rey como administrador perpetuo de la orden. En 1434 se firmó una concordia con el concejo de Albalate sobre el agua de la Fuenmayor, cuya escritura original se presentó en este proceso de 157854 en la que 53. ARChV. Pleitos civiles, Masas, fenecidos. nº 409.1, primera parte. El libro de acuerdos del concejo de Almonacid de Zorita, que se conserva para estos años, da cuenta de las gestiones ante los tribunales que se adoptaban en este litigio. AMAZ, caja 1, libro 1, fols. 324r, 325r, 333 v, 335 r-v, 336r-v, entre 3 de julio y 23 de agosto de 1578. Aparte de procuradores y representantes en los procesos, se nombraban regadores y vigilantes del reparto del agua. 54. El proceso citado en la nota anterior contenía el original de la concordia entre Almonacid y Albalate, actualmente en ARChV Pergaminos, carpeta 32,11-2. Dispo-
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se recogía que los vecinos de Almonacid podría servirse de dicha agua para regar sus heredades desde la noche del sábado hasta la salida del sol del lunes. El acuerdo estaba en uso y pacífica posesión desde hacía más de 140 años, hasta que cambió la situación jurisdiccional. El día anterior al escrito, a mediodía del domingo 6 de julio de 1578, los vecinos de Albalate “con mano armada” se habían propuesto despojar de ese derecho a los de Almonacid. Los instigadores eran los alcaldes de Albalate: que son los promovedores de esta alteración y delito e interesados en la causa, con multitud de gentes y a rrepique de canpana, con armas y gritería an ydo a la parte y lugar donde los vecinos de esta villa estauan el tiempo y oras que les es permitido, aprovechándose de la dicha agua porque no les consentían que hiziesen la fuerza y violencia que pretendían de quitarles la dicha agua y aprovechamiento della, en diversas vezes los an maltratado, y en son y color de justicia los an lleuado presos y los tienen en la cárçel pública de la dicha villa, con prisiones, haziéndoles muchas fuerça y amenazas, y ayer domingo siete días de este presente mes de jullio, estando vn rregidor y procurador desta villa contiuando la posesión y aprovechamiento de la dicha agua en la parte y lugar que dizen la senda que va al jueves, en do dizen el passadero, con hasta diez o doze personas y en quietud vsando su derecho y aprovechamiento de la dicha agua, rrecudieron contra él los dichos alcaldes con más de quinientos hombres con armas y piedras, rrepicando primero las canpanas de su iglesia, para que todos acudiessen a la fuerça y delito que cometieron, aziéndoles a los dichos mis partes muchos y muy malos tratamientos, rrompiéndoles los vestidos, los lleuauan presos a la dicha cárçel, y con prisiones los tienen, diziéndoles muchas menguas e injurias, y la noche antes, a Juan Toledano, rregidor desta villa, le arrastraron y maltrataron y prendieron, y como entendieron ser mal hecho, le soltaron, pero a todos los demás tienen presos con dura y áspera prisión, dando como an dado los dichos alcaldes y vecinos de Alualate ocasión y queriendo que los vecinos de esta villa, con la misma desorden fueran de matarse con ellos, lo qual sucediera, vista y entendida tan gran fuerza por los dichos vecinos, si el buen gouierno de Vuesa merçed y del rregimiento desta dicha villa no los estoruara, porque lo que asý pretende el concejo y vecinos de Alualate es en total desttruiçión de las eredades de los vecinos de esta villa, a los quales sy solamente les nible en Pares (Resumen Pares). Carta de avenencia entre Alfonso García, vecino de Almonacid de Zorita (Guadalajara), de la orden de Calatrava, y Juan García de Velasco, vecino de Albalate de Zorita (Guadalajara), procuradores representantes de ambos concejos, sobre el uso conjunto del agua de la Fuente mayor de Albalate de Zorita, 1434-10-28.
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faltasse vn mes el agua con que an sido y son rregadas, se perderían y secarían los árboles dellas, especialmente los olivos, que son en grandísima cantidad, con cuyo fruto se sustentan los dichos vecinos, y se proveen de azeite muchas partes deste rreino de Castilla, y asý suçederá en breue tiempo daño y peligro irreparable sy con breuedad no se rremedia.
Con estos argumentos se solicitó que el Consejo de Órdenes amparase los derechos de Almonacid, conforme a la concordia. En la declaración de los testigos, Pedro Comendador, vecino de esa villa, confirmaba las explicaciones del representante concejil Gabriel Lozano, y añadía que los incidentes habían tenido lugar la noche del sábado 5 de julio, con el maltrato de sus convecinos que estaban regando, que fueron llevados presos a la cárcel de Albalate: el procurador Pedro Gallego, Alonso Martínez el Prieto, regidor de la villa, Francisco Comendador, Gaspar de Illescas, Gaspar Delgado, Juan Hernández Blanco, Pedro Vayo, Juan de Segovia con un criado suyo, y también Alonso Hernández Mingo, Juan de Aragón, Pedro López Castellano, Gabriel de Buendía y otros muchos. Acudió para ello una gran multitud de gente de Albalate, tras repicar las campanas, hombres, mujeres e incluso niños, con gran griterío y vocería. Con ello se daría ocasión a que se enfrentaran los vecinos de ambos pueblos hasta matarse, porque las heredades que no se regasen se perderían, y eran la mejores que tenían los vecinos de Almonacid. La justicia del rey debería detener este delito. Denunciaba como promotores de aquellas acciones a Mateo de las Heras y Pedro de Arriba, el primero de los cuales llegó a amenazar con matar a este testigo si se atrevía a llegar al agua que estaba en disputa. La actitud de los de Albalate se explicaba con este argumento: “y esto entiende el testigo todo naze y los suso dichos tienen attreuimiento de lo hazer por ser como son de lugar e pueblo de señorío e de no tener a la justicia rreal de su Magestad, lo qual si con mucha breuedad no se rremedia, suscederá grandísimos daños e muertes de ombres”. Alonso de Auñón, que estaba en término de Albalate dando agua para el riego, declaró que se la quitaron por la fuerza un grupo armado con espadas y montantes, apuntándole en el pecho con un arcabuz. No le devolvieron el agua hasta regar todo lo que les pareció oportuno. En el grupo estaba un hijo de Juan Pérez, alcalde de Albalate, y otro hijo de Matías Serón. Otro testigo, Juan Hernández Barrera, confirmaba la vigencia del convenio entre ambos pueblos, pues cuando los de Albalate lo incumplían y regaban indebidamente, sus alcaldes les
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habían impuesto la multa correspondiente. Declararon también como testigos Francisco Morago, Juan de Cuéllar, Juan Pérez de Beteta, Pedro Gumiel. Antes de estos sucesos, el 6 de junio de 1578 se había notificado a Juan Pérez, alcalde ordinario de Albalate, una sentencia ejecutoria sobre el riego con el agua en Traslacuesta, presentada en Almonacid el 31 de mayo anterior, de la que se hizo un traslado para su cumplimiento. En este mandato judicial se indicaba que había llegado a la Chancillería de Valladolid un pleito en grado de apelación de una sentencia dictada en Pastrana por el alcalde mayor de Zorita y Almoguera, de 9 de mayo de 1530. Los de Albalate se quejaban de que en los tres días de jueves, viernes y sábado, los de Almonacid les impedían regar las heredades que tenían del Cabezuelo ayuso, “a reo”55, junto a las fincas propias de los de Almonacid. Almonacid replicaba que sus vecinos, conforme a la concordia, tenían derecho a regar esos tres días sus fincas en Traslacuesta, en término de Zorita, con el agua de los Valladares, y el domingo con el agua de los Valladares y de la Fuenmayor, siendo los propietarios de dicha agua solamente los vecinos de Almonacid. Si algunos vecinos de Albalate tenían fincas en esos términos, habrían de ajustarse a regarlas en sus días, lunes, martes y miércoles, según se guardaba en la sentencia arbitraria. Los de Albalate decían que aunque habían consentido en dejar regar a los de Almonacid del jueves al sábado, no por ello habían perdido su derecho a regar en dichos días. En el proceso se volvieron a recordar la sentencia arbitraria del riego de los Valladares, librada por Alfonso Pérez de Almoguera, alcalde en nombre del maestre de Calatrava frey Pedro Martínez, en 1382, y las sucesivas hasta la mencionada de1564. Volviendo a 1578, el siguiente domingo al de las primeras acciones de Albalate contra los acuerdos, se repitieron los hechos. Alonso Lozano se dirigió al gobernador del partido, doctor Rodríguez, el 14 de julio, denunciando que el día anterior, domingo 13, cuando algunos de los vecinos de Almonacid estaban regando, más de cien personas del pueblo contrario, reunidas nuevamente a campana tañida, habían acudido a impedírselo, les habían maltratado y los habían llevado presos a Albalate, donde los tenían en la cárcel. Eran Miguel Bonifacio, Francisco de Viana, y el día antes, sábado 12, habían apresado a Francisco 55. Por turnos.
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Salido, todos vecinos de Almonacid. Si no se podía regar se perderían las heredades de los de Almonacid, que se estimaban en más de 50.000 ducados. Declararon como testigos Martín Polo, Juan Hernández de Heredia, Francisco Romano y Gabriel Escudero, que corroboraron los hechos. Decenas de testigos de Almonacid declararon en 1579, y no menos lo hicieron en 1581, a petición de Albalate56. Finalmente, se confirmó la distribución tradicional del agua de los pactos y sentencias anteriores, frente a las pretensiones de los regantes de Albalate57. El agua fue de nuevo la causa de otro litigio derivado del cambio en la titularidad señorial de los estados de Pastrana, en este caso se enfrentó la princesa de Éboli con uno de los notables locales de la comarca, Juan González de Vallegeda (Fernández Izquierdo 2012b). El pleito se inició en Pastrana el 9 de agosto de 1574, ante Alonso de Aravalles, alcalde ordinario de la villa. La demanda fue presentada por la duquesa amparándose en que los comendadores de Calatrava habían tenido el derecho de que nadie pudiera quitar el agua que venía por el río Arlés en la Pangía y su molino, comprados por su marido ya difunto. Juan González de Vallegeda era propietario de terrenos en aquel valle, situados por encima de la Pangía, y había abierto unas zanjas en el río para sacar agua y regar sus fincas. Tras recibir información de los testigos, el alcalde ordenó prender y poner en prisión a Vallegeda, y a Juan Gómez y Francisco Gómez, su hijo, que eran sus renteros en las heredades, casal y cañamar que tenía en la vega de abajo, junto al mojón del término de la Pangía. Francisco Gómez fue condenado en 300 maravedíes y en no volver a sacar agua del Arlés, pronunciándose la sentencia en 13 de agosto de 1574. A pesar de que la multa no era onerosa, quitarle el agua sí lo era, y por ello Vallegeda consideró injusta la condena, porque como era notorio, él y todos los que tienen tierras en la vega de Pastrana hasta la villa de Verninches donde nacían y procedían las dichas
56. ARChV. Pleitos civiles, Masas, fenecidos, 411-1, 3ª parte, probanza de la villa de Albalate contra la villa de Almonacid en más de 500 folios, el final en muy mal estado. En 410-411, segunda parte del pleito, se contiene la probanza a pedimiento de la villa de Albalate, en 592 hojas. 57. ARChV, Registro de ejecutoria, Caja 1466,63. Valladolid, 1582, julio, 28. Disponible en Pares.
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aguas, y en los términos de Alóndiga y Fuentelencina, y Valdeconcha y en los valles que vienen a la dicha vega está en costumbre e derecho, y él en la dicha su heredad, de regar los frutos e plantas que en ellas, según que en los tiempos que los dueños dellas crían, que les era probechoso, y estando en la dicha costumbre e derecho e que el molino de la Pangía no tiene otro derecho a la dicha agua, sino cuando llegaba a entrar en el término de la Pangía aprovecharse della sin poder prohibir el aprovechamiento de las heredades que antes del dicho término están en la dicha vega e valles que a ella vienen, e que es término distinto del término de la villa de Pastrana, e que las aguas son del aprovechamiento de las dichas tierras y heredades cuando habían menester, como era cosa volgar e notoria en la villa y comarca, e que los comendadores de Zorita que habían tenido el dicho término y molino de la Pangía lo habían gozado con aquella carga e de aquella manera y siempre los veranos cuando los frutos estaban pendientes en la dicha vega e había habido necesidad de agua, a cesado de moler el dicho molino, e pasado tiempo que no había llegado toda de agua; e ansí él había gozado de regar dichas sus tierras, siempre que las había tenido y en aquel derecho e posesión e porque de pocos días a aquella parte en el verano, por fuerza y sin le oír algunas personas e con color de justicia han pretendido perturbarle en la dicha su posesión e derecho, rompiéndole las presas e cegándole las presas e quebrándole las bancales, e se había querellado ante nos e ante los del nuestro Consejo, y estando pendiente de su pedimiento e querella la causa para se amparar de la dicha fuerza, e ahora había sido otra nueva fuerza prendiéndole a los dichos renteros, e prohibirles que no usasen de su derecho...
Por ello se apeló de esta sentencia, añadiendo además que ciertos criados suyos (de la princesa) con armas y alboroto de gente de hecho y por fuerza habían quitado e pretendían despojar della, y en efecto le rompieron ciertas presas e canales que el dicho su parte tenía para sacar la dicha agua, e cerraron algunas acequias por donde se guiaba, e inquietándole y perturbándole ansí en la dicha sus posesión, e para dar color a ello hicieron el dicho proceso contra el dicho rentero e su parte persuadiéndole a que no hiciese probanza ni descargo alguno, e consintiese la sentencia que contra él se había dado, diciéndole que no le llevarían la pena, que en efecto se levaron, e amenazándole que si otra cosa hacía le ternían preso e le molestarían; lo otro porque en haberse puesto las partes contrarias el querer prohibir a su parte el sacar el agua del dicho río ha sido porque agora nuevamente han llevado a la dicha su heredad muchos moriscos que han puesto en ella muchas plantas e tener para ellas mayor necesidad del agua del dicho río de la que hasta ahora se ha tenido para la dicha su heredad, para labrar, que hasta ahora como dicho tenía e el dicho y los otros señores que dello habían sido se hubiesen puesto en vedar ni
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prohibir al dicho su parte ni a los otros señores de la dicha su heredad el dicho uso ni aprovechamiento...
Mientras el litigio continuaba, Vallegeda, que había colaborado con Ruy Gómez de Silva en su llegada a Pastrana en la valoración de la encomienda de Zorita, propuso cambiar sus tierras próximas a la Pangía por las aceñas del Verdugo, adquiridas por el príncipe, formalizándose un acuerdo de permuta en enero de 1576 (Dadson/Reed 2013: 310312 y 317-318), pero no llegó a realizarse, porque las citadas aceñas estaban incluidas en el mayorazgo del duque de Pastrana, y era precisa la licencia real para su enajenación (Dadson/Reed: 317-318). En la apelación ante la Real Chancillería de Valladolid, el 15 de septiembre de 1589 se revocó la sentencia del alcalde de Pastrana, dando la razón a Vallegeda, que actuaba en nombre de su hija Ana de Vallegeda, como heredera de las fincas situadas en el Arlés. El procurador de la princesa de Éboli, Rodrigo Sánchez, presentó una petición de suplicación de la sentencia, indicando que nadie había tenido derecho de sacar el agua del río hasta pasado el molino y heredades que fueron de los comendadores de Zorita, que ahora eran de los duques de Pastrana, puesto que los comendadores lo habían prohibido, y habían tomado prendas y condenado a quienes hicieron caces y sacaban el agua. Vallegeda también apeló en el grado de revista, especialmente porque no se había condenado a la princesa a reconstruir o pagar el daño por haber destruido las acequias y caz con los que regaba sus tierras, valorados en 50.000 maravedíes. Cuando se dictó sentencia, ya había fallecido Juan González de Vallegeda, y su hija Ana era la propietaria de las fincas afectadas58. Se notificó la sentencia definitiva, confirmando la anterior, esto es, sin que se exigieran la indemnización exigida por Vallegeda, pero garantizando su derecho al uso del agua del Arlés, en Valladolid el 8 de marzo de 1591 y el 30 de junio de 159259. 58. ARChV, Pleitos Civiles Pérez Alonso fenecidos, nº 1.479-1. En el pleito sobre la herencia de Juan González de Vallegeda se especificaba que las tierras en la Pangía habían sido adjudicadas a su hija Ana. Por su parte, las aceñas en Almoguera siguieron permaneciendo entre los bienes vinculados al mayorazgo del duque de Patrana (Dadson/Reed 2013: 130-131). 59. ARChV, registro de Ejecutorias, caja 1623,33. Disponible en Pares. Copia moderna en AHN, SN, Osuna, leg. 1988-2. Ejecutoria de la Chancillería de Valladolid sobre el derecho de agua del río Arlés en el pleito entre Dª Ana de Mendoza, duquesa de Pastrana, y los Vallegeda, 1592, junio, 30. Se otorgó la ejecutoria en 1593, febrero, 16.
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Los señoríos fallidos de Ruy Gómez Los tribunales mitigaron algunos excesos derivados del nuevo régimen señorial, pero no lo pusieron en absoluto en cuestión, y desvelar estas tensiones viene a matizar la realidad que se conoce por los diversos estudios sobre el primer duque de Pastrana. Con los hechos relatados no acabó la oposición de quienes se vieron siendo sus vasallos, pues los archivos ofrecen algunos datos obviados en la abundante historiografía que se han ocupado de tan interesante personaje. Mientras estaba negociando la compra del señorío de Estremera y Valdaracete, en 1565 Ruy Gómez instó que se averiguase el valor de la encomienda calatrava de Mestanza, cuya renta anual se situaba en torno a unos 700.000 maravedíes60, sin que llegara a venderse, ni tampoco a exigirse un donativo por su permanencia en Calatrava61. Más intensas fueron las negociaciones sobre el valor del señorío y rentas de la Orden de Calatrava en Almodóvar del Campo, además de las alcabalas, cuya desmembración y venta fue solicitada por Ruy Gómez de Silva durante el año de 156862. Cristóbal Díez63 se trasladó a Almodóvar para supervisar la investigación que llevaba a cabo el juez de comisión Antonio de la Hoz, pues se observaron irregularidades. Respecto a la mesa maestral las declaraciones de los arrendatarios eran sospechosas, por ser ellos mismos vecinos de Almodóvar. También se hizo información del valor de la escribanía 60. Real Academia de la Historia, Colección Salazar y Castro, N-39, fols. 3v-6, hacia 1570. 61. AGS, CJH, 61-148. En una cuenta der escrituras realizadas para el príncipe de Éboli se incluye una notificación de una provisión dada a Cristóbal Díaz para la valoración de la encomienda de Mestanza y otros lugares y términos, y el nombramiento que hizo el de Éboli a la persona que habría de hallarse en dicha averiguación. Se menciona otro poder entregado al contador Escobedo y Sancho de Paz, para que el príncipe estuviera representado en las informaciones de la encomienda de Mestanza y de otras villas y lugares que compró. En un billete suelto, se indica que el juez y escribano que acudieron a Mestanza se ocuparon 35 días, con un salario para el juez Cristóbal Díaz de 27.250 maravedíes y 15.750 maravedíes al escribano Diego de León. Manuel Corchado Soriano, que estudió las encomiendas de Calatrava, no relaciona la investigación con el intento de compra por el príncipe de Éboli (Corchado Soriano 1982: 335, n. 26). 62. AGS, CJH, 90, 216-235. 63. AGS, CJH, 90-231. Poder de Ruy Gómez de Silva a Cristóbal Díaz, vecino de Madrid, para que le represente en la averiguación en Almodóvar. Madrid, 19 de junio de 1568, ante el escribano Miguel López de Mella.
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de la gobernación de la villa y sus términos, se hizo a través de los escribanos de Mestanza y Puertollano, y no por la propia escribanía de Almodóvar. Tampoco era satisfactoria la averiguación de las rentas de la encomienda, de los millares de las dehesas arrendadas, y habría de repetirse la tasación de los edificios de la mesa maestral y la encomienda, lo mismo que el encabezamiento de las alcabalas y su arrendamiento. Para evaluar realmente los tratos comerciales en Almodóvar, además de nombrar a varios vecinos de la propia villa, se habría de traer como peritos a personas de Puertollano y de Argamasilla, que conociesen de la materia, y realizar un padrón fiel de sus habitantes, que se habían mostrado contrarios a la venta, presentando oposición en las averiguaciones y ante el Consejo de Hacienda. Entre otras cosas, engordaron el padrón de vecinos en más de 300 con algunos que estaban en Indias, en Constantinopla, o en Berbería. Su objetivo era elevar hasta tal punto las tasaciones, que el príncipe de Éboli se echase atrás en su pretensión, prolongándose la investigación entre agosto y octubre de 156864. El día 1 de octubre se reunió el concejo de Almodóvar para organizar su oposición, según la declaración que hizo al día siguiente el testigo Hernán Gutiérrez, y de ello resultaron inculpados y encarcelados el regidor Alonso de Escobar y el portero Juan de Aguilera, por orden del juez de comisión65. Cristóbal Díez, en nombre Ruy Gómez, escribió al Consejo de Hacienda el día 5 de octubre quejándose de que el concejo de la villa de Almodóvar había incluido en el padrón a muchos vecinos del arrabal, también a muchos hijos que vivían con sus padres y no estaban emancipados, ni casados, otros muchos en indias casados y por casar, y otros cautivos en Berbería, otros pobres mendigantes que llaman de puerta en puerta, y otros pobres vergonzantes, con lo que era necesario rehacer el padrón de forma adecuada66. Por su parte, el concejo de Almodóvar se dirigió tanto al juez de comisión como al Consejo de Hacienda, reclamando los 64. AGS, CJH, 90-217 y 218. Antonio de la Hoz solicitó al Consejo de Hacienda ampliar el plazo de 60 días de su comisión para averiguar las rentas de la encomienda de Almodóvar, dirigiéndose a doña María Chacón, como madre curadora de don Diego Gómez de Sandoval, que era su comendador. AGS, CJH 90-219. 65. AGS, CJH, 90-220. 66. AGS, CJH, 90-223 y 225.
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detalles de la investigación y para informarse de los cambios en el padrón que se promovían67. La paciencia de Ruy Gómez se acababa, y recusó al juez Antonio de la Hoz, quien así lo explicaba desde Almodóvar el día 6 de noviembre, tras informar de que había finalizado su averiguación de las rentas, y quedaba a la espera de instrucciones68. El 16 de noviembre, en el Consejo de Hacienda se vio una petición del príncipe de Éboli dirigida a su presidente, en la que se quejaba de que El concejo y vecinos de la dicha villa se an tomado tan mal que V.m. quiere vender la dicha villa, que en público y en secreto se an mostrado partes formales en el negoçio, dando memoriales en el dicho Consejo y ante el juez que haze la dicha averiguación en voz y en nombre y con poder del dicho Consejo, y los vecinos públicamente dizen que para dificultar e ymposibilitar la dicha venta en los padrones y en sus dichos que se les tomaren en las dichas averiguaciones, an de hazer de manera que ni el dicho Rruy Gómez pueda comprar la dicha villa y rrentas y alcaualas, ni V.m. halle quien las compre.
Por tal motivo, pedía el príncipe que las averiguaciones se hicieran con vecinos ajenos al pueblo, de Puertollano, Argamasilla, Villamayor y Mestanza, menos apasionados que los interesados. Entre las quejas se reiteraba que el padrón se había incrementado indebidamente en más de tres centenares de vecinos, que no lo eran. También se pidió al juez de comisión que averiguase el valor real del arrendamiento de los diezmos, minucias, y del vino de la mesa maestral, en su tiempo, y no en el del fiado a catorce meses después de su recogida, lógicamente por encima de su valor en el momento de la cosecha. Tampoco estaba de acuerdo con el tasador de la fortaleza, casa y bodega de la encomienda y mesa maestral, y de las rentas de la escribanía de la gobernación en los cinco años de la investigación, así como las rentas de la alcabala del viento. Mientras tanto, Cristóbal Díez acusaba de mala gestión al juez Antonio de la Hoz69. Suspendido el asunto a lo
67. AGS, CJH, 90-224 y 226. 68. AGS, CJH, 90-227. 69. AGS, CJH, 90-232 a 235. Testimonios pedido por Cristóbal Díez al escribano sobre la averiguación que realiza el juez Antonio de la Hoz, de que le había planteado muchos requerimientos sobre agravios que le estaba produciendo al príncipe dicho juez. En carta del 25 de octubre de 1568, se incluye copia de la decena de escritos dirigidos por Díez a de la Hoz.
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largo del año 1569, tantas dudas se plantearon que en 1570 se puso en marcha una nueva comisión para valorar Almodóvar70, desarrollada en el mes de mayo del citado año71, y que tampoco estuvo exenta de problemas, con los vecinos interfiriendo en sus trámites72. El hecho es que no se llegó a producir la desmembración de Almodóvar de la Orden de Calatrava, como tampoco ocurrió en Mestanza. Al mismo tiempo, los pagos que Ruy Gómez tenía que atender por sus compras en la Alcarria necesitaban ser atendidos73 y no disminuían sus deudas con Melchor de Herrera, los Fugger y Grimaldo. La capacidad para incrementar los estados había llegado a su límite, y las dificultades superadas en otras negociaciones similares, no concluyeron satisfactoriamente. 70. AGS, CJH, 104-18. Real Provisión, Córdoba, 1570, febrero, 22. Dirigida a Diego de Zuazo, criado real, para que averigüe la queja presentada por Ruy Gómez de Silva sobre la valoración de Almodóvar para su desmembración de la Orden de Calatrava, porque se había quejado de que habían contado dos veces a muchos vecinos, y a otros que eran forasteros, que las rentas de alcabalas declaradas como frutos eran mucho mayores que las reales, todo ello inducido por el concejo y vecinos, para impedir la venta. Siguen, en 1570, poderes y comisiones para realizar la averiguación. 71. AGS, CJH, En Almodóvar, 1570, mayo, 7, Diego de Zuazo escribía al Consejo de Hacienda diciendo que en 17 días que llevaba en Almodóvar no había podido averiguar más en lo tocante a la vecindad y alcabala del viento, y tampoco nada nuevo de los vecinos. Por otra parte, respecto al diezmo de los ganados serranos, los señores de ganado que llegaban a la zona decían que era imposible averiguarlo, sino por la razón de los tesoreros de la mesa maestral de Calatrava, además de lo averiguado por Antonio de la Hoz, y serían necesarios más de cien días de comisión para obtener la información, en la que en esta ocasión no había un representante del príncipe. Insistía en pedir más tiempo para su comisión, además de la tasación que hizo de la Hoz, pues no la tenía. 72. AGS, CJH 103-19. El concejo de Almodóvar solicitaba al juez de comisión en 1570, mayo, 7, que se averiguasen las sueltas, quitas, ganancias y gracias concedidas a los arrendadores de las rentas y diezmos de la encomienda de la dicha villa, para tasar su verdadero valor, como se había hecho en la tasación previa. Otra petición al Consejo de Hacienda, en nombre del concejo de Almodóvar, sobre la retasa de las rentas de la villa hecha por Diego de Zuazo, pedía copia de la primera tasación que hizo Antonio de la Hoz, realizada sobre las rentas de los arrendadores, que fueron muchos, para que se enviara a Diego de Zuazo, que no la estaba teniendo en cuenta en sus gestiones. 73. AGS, CJH, 104-18. Petición de Ruy Gómez al Consejo de Hacienda, 1570, septiembre, 29, para cambiar un juro de 55.714 maravedíes a 20.000 el millar, sobre las alcabalas del marquesado de Villena, y situarlas sobre tercias, para poder pagar a don Íñigo de Mendoza y de la Cerda lo que le debía aún por la compra de Pastrana, Escopete y Sayatón.
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El régimen señorial castellano, tomando el caso que se ha analizado, presentaba muchos fenómenos contradictorios, desde la oposición a caer en él que tenían los habitantes del realengo, a otros que veían a su señor como un protector y mediador ante el poder superior del rey y de sus exigencias. El primer duque de Pastrana quizá no lograra cerrar sus ambiciones señoriales, pero el núcleo en torno a su villa ducal fue suficientemente sólido para resistir varias generaciones y competir como nueva nobleza, entre los grandes que acompañaron a la dinastía de los Habsburgo. Por su parte, la justicia real funcionó con mesura, protegiendo los derechos de quienes se veían amenazados con los cambios jurisdiccionales, evitando con ello las reyertas campesinas, sustituidas por complicadas batallas en los litigios ante los tribunales. Bibliografía Alegre Carvajal, Esther (2003): La villa ducal de Pastrana. Guadalajara: AACHE. Andújar Castillo, Francisco/Díaz López, Julián Pablo (2007): Los señoríos en la Andalucía moderna: el marquesado de los Vélez. Almería: Instituto de Estudios Almerienses. Arregui Zamorano, Pilar (2000): Monarquía y señoríos en la Castilla moderna: los adelantamientos de Castilla, León y Campos, 1474-1643. Valladolid: Junta de Castilla y León-Consejería de Educación y Cultura. Boyden, James M. (1995): The Courtier and the King. Ruy Gómez de Silva, Philip II, and the Court of Spain. Berkeley/Los Angeles: University of California Press. Carlos Morales, Carlos Javier de (1994): “Ambiciones y comportamientos de los hombres de negocios. Melchor de Herrera”, en José Martínez Millán (dir.): La corte de Felipe II. Madrid: Alianza. Cepeda Adán, José (1955): Notas para el estudio de la repoblación en la zona del Tajo. Huerta de Valdecarábanos. Valladolid: Universidad de Valladolid. — (1980): “Desamortización de tierras de las Órdenes Militares en el siglo xvi”, en Hispania, 146, pp. 487-528. Corchado Soriano, Manuel (1984): Estudio histórico-económico jurídico del Campo de Calatrava. Vol. 2 Las jerarquías de la Orden con rentas en el Campo de Calatrava. Ciudad Real: Diputación Provincial/Instituto de Estudios Manchegos.
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Excavando entre papeles: los documentos de Ruy Gómez de Silva en el Archivo Ducal de Pastrana Miguel F. Gómez Vozmediano Sección Nobleza, AHN-Universidad Carlos III
Instruye no poco la lectura de los antiguos instrumentos, con medianas luces y aplicación, con rebolver con cuidado los archivos se forman hombres grandes… y de revolver muchos archivos y papeles… a mas de quedar ynstruidos para poder dar razon de donde probienen, qual su nacimiento, el lustre, esplendor, empleos y conviciones que hubieron sus antepasados, sirva tambien para defender los derechos que les pertenecia1.
Algunos planteamientos previos La reconstrucción del bagaje escriturario, generado y/o acumulado por los linajes hispanos durante la Modernidad y la relación entre los nobles y la cultura escrita es una disciplina relativamente reciente, en la que estamos empeñados desde hace tiempo (Gómez Vozmediano 2011 y 2012), a la estela de otros autores fascinados por el mundo de la escritura y su imbricación en el universo intelectual de la aristocracia y la corte hispanas (Álvarez-Ossorio 1997; Bouza Álvarez 1998a y 1998b; Fernández Suárez 2003; Martínez Hernández 2004 y 2006; Moreno Trujillo 2015 y Sánchez González 2015). En contraste con el análisis de sus archivos bajo el prisma de la cultura escrita, los trabajos que exhuman librerías históricas tienen una larga tradición historiográfica y una metodología plenamente consolidada. Además, la masa crítica bibliográfica existente sobre estudios de caso permite hacer un balance ponderado del número de ejempla1.
Archivo Histórico de la Nobleza [en adelante AHNOB]. Conquista, c. 4, d. 15, sf.
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res coleccionados, gracias a los inventarios conservados, pudiéndose efectuar incluso cotejos comparativos; analizar títulos o temas y autores; valorar los volúmenes compilados y su afán de exhibicionismo; reflexionar sobre el lugar dedicado a biblioteca o a leer los libros; perfilar qué libros están amayorazgados y cuáles se consideran bienes libres; delimitar su papel en la educación o la formación intelectual y religiosa de sus dueños; ponderar los medios económicos y agentes empleados en su adquisición o venta (haciendo particular hincapié en las almonedas); detectar la existencia, o no, de préstamos de ejemplares, etc. En todo caso, siempre nos queda la duda de si se colecciona por avidez intelectual, moda o por prestigio2; si los ejemplares se leen y releen o solo se hojean sus estampas o incluso qué títulos quedan relegados a coger polvo en los anaqueles; y es difícil precisar cuáles son los códices preferidos o si se apreciaba más los manuscritos que los impresos, e incluso percibir qué valor sentimental se otorgaba por el propietario al legado heredado de sus antepasados (sobre todo si no están encuadernados). Buena parte de esta metodología puede ser empleada al enfrentarnos a los fondos archivísticos. Sin embargo, los documentos tienen sus propios problemas y condicionantes, entre otras cosas por su valor estratégico para el presente y el futuro de una determinada casa, toda vez que los archivos nobiliarios son opacos para los extraños y tienen una doble vertiente genealógica y burocrática (Navarro Bonilla 2003; Gómez Vozmediano 2007). De este modo, es laborioso (cuando no imposible) saber el modo en que han llegado a sus escritorios documentos aparentemente descontextualizados; los lugares donde se custodian los documentos suelen ser diversos y auténticas redes de archivos familiares solo son detectados entre la alta aristocracia; casi nunca sabemos qué se ha expurgado y qué se considera inútil o peligroso (digno de esconderse o blindarse); a menudo nos debemos resignar al desconocerse dónde se conservan los diplomas citados en añejos inventarios (sobre todo cuando, con cierta frecuencia, hay noticias de hurtos, descuidos, incendios o inundaciones); tampoco es fácil conocer hasta qué punto sus herederos han conservado el legado de sus
2. Juan Pinelo escribe con sorna que “el conde de Benavente, aunque no es hombre sabio ni leído, ha dado solo por curiosidad, en hacer librería y no ha oído decir de libro nuevo cuando le merca y le pone en su librería” (Paz y Mélia 1964: 101-102).
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antepasados (Andrés 1986)3; por no decir que debemos esforzarnos en comprobar cómo han influido los acontecimientos político-militares, los matrimonios y los pleitos de tenuta en el acervo documental de una casa. Así, comprobamos lo esquivos que son los inventarios y catálogos documentales de un determinado linaje aristocrático (sobre todo anteriores a 1550) y lo mal que se han conservado los fondos de mayorazgos e hidalgos; cuando no acreditamos el afán con que los manuscritos se copian, se transcriben, se mutilan, se imprimen, se encuadernan o se falsifican. Todo ello teniendo en cuenta que ninguna familia de poder puede ufanarse de haber conservado todo el bagaje escriturario que pasó por sus manos y que sus fondos suelen estar, a menudo, barajados o desordenados, siempre teniendo presentes la reflexión de que “como la memoria, los archivos nunca han sido, ni serán, inocentes, porque la decisión de qué guardar y qué no guardar, quién y, sobre todo, dónde en absoluto lo son. Como todas las realidades históricas, han sido construidos, modelados, eliminados y utilizados” (Bouza Álvarez 2001: 286). Asimismo, debemos recordar que los archivos nobiliarios no son meros santuarios de la memoria del linaje, sino que se erigen en arsenales genealógicos y judiciales frente a terceros (e incluso otras ramas de la familia) y que constituyen un resorte indispensable para el gobierno del señorío y la gestión del patrimonio. Pese a lo cual, incluso algunos de los manuales archivísticos más recientes (Vivas Moreno 2013) soslayan el papel de la nobleza como agentes activos en la práctica archivística, cuando, en realidad, la formación erudita y experiencia de sus secretarios, contadores y archiveros se nos antojan vitales para la gestión de su patrimonio y sus intereses estamentales, siendo ahora y antes imprescindibles para reconstruir muchos retazos de nuestro pasado común. En todo caso, cruzando la consulta de inventarios antiguos de archivos y bibliotecas históricas, con la catalogación sistemática de los documentos actualmente conservados en los centros públicos o privados podemos vislumbrar el bagaje diplomático con el que contaban
3.
En este sentido, la labor del hispanista británico Geoffrey Parker ha sido medular para exhumar el paradero perdido de buena parte del fondo Altamira, que localizó hace un lustro en la Hispanic Society of America.
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las familias de poder del Antiguo Régimen. Todo ello, siendo conscientes que se trata de un recurso imprescindible para desplegar su estrategia de medro en las distintas facetas de su vida: personal, familiar, clientelar, patrimonial, profesional, cortesana o estamental. Pero también para dilucidar tantos otros aspectos de su existencia, desde el mecenazgo artístico o religioso ejercido por sus titulares a su interés coleccionista, pasando por sus inquietudes culturales, adentrándonos en el laberíntico mundo de las mentalidades, los códigos de conducta, su dimensión intelectual o cultural. Nuestra mirada debería ser la de un estudioso de la cultura escritura que no solo se fija en el contenido formal o escriturario del tal o cual documento, sino que analiza su uso; estado de conservación; quién lo ha generado o acumulado; quién y cómo lo ha consultado en el pasado y con qué finalidad; la presencia o no de escolios o notas al margen (advertencias, desahogos de escribano, cuentas, poemas, oraciones, jaculatorias supersticiosas); si se ha encuadernado o ha merecido ser impreso, la existencia de borradores o copias; dónde, cómo, qué y por qué se guarda o se expurga; la importancia que en su día se le dio a su posesión; los pleitos que generó o resolvió un determinado escrito; el volumen de documentación heredada; el uso o desprecio de tal acervo por sus herederos; y un largo etcétera de elementos, sutiles algunos, más evidentes otros, que nos proporcionan datos, indicios o pistas sobre su circulación cultural (creación o acumulación, conservación o destrucción, uso jurídico o administrativo, remembranza familiar, difusión pública…). Si aplicamos este método de trabajo, cuanto más exhaustivo mejor, al patrimonio escrito amasado en poder de las grandes familias del reino o a los archivos de simples caballeros e hidalgos se nos abren tantas posibilidades de estudio como interrogantes, pero estamos convencidos de que el resultado suele compensar el tiempo invertido. Aproximación al patrimonio documental de la familia SilvaMendoza Un primer acercamiento al repertorio documental conservado por el matrimonio Silva-Mendoza nos comienza a dar una rica información, que hemos empezado a procesar.
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En primer lugar, comprobamos que el tipo de archivo que conserva cada uno de los cónyuges, casados en 1553, es sustancialmente diferente. Ana Mendoza de la Cerda es hija única de Diego Hurtado de Mendoza (I duque de Francavila y I príncipe de Mélito, †1578) y María Catalina de Silva y Toledo (hija de los condes de Cifuentes) y por lo tanto heredera universal de sus títulos, mayorazgos y patrimonios, y por lo tanto de su archivo, cuya creación se remonta al último tercio del siglo xv. Como quiera que el suegro sobrevivirá un lustro a su yerno, la documentación más antigua conservada (diversos pergaminos del siglo xiv, relativos al mayorazgo de Almenara4 y algún vetusto protocolo escribanil alcarreño de 1468), que luego heredaría la princesa de Éboli, nunca estuvo en manos de Ruy Gómez de Silva, sino que se incorporó después al archivo familiar. Por su parte, el protagonista de nuestra historia, es hijo de Francisco da Silva y María de Noronha, III señores de Ulme y Chamusca (cerca de Santarem, Portugal), unos lugares en poder de su linaje desde 1449. Pero, en calidad de segundón de la estirpe, y emigrado además fuera de su tierra natal, estamos persuadidos que cuando llegó a la corte de Carlos I como menino de la casa de la reina-emperatriz Isabel de Portugal, portaría pocos papeles (que, además, custodiaría su abuelo, Ruy Téllez de Meneses, un caballero vinculado a la corte de los Avís, donde ejerció como consejero, quien controló durante sus primeros años la casa de la emperatriz Isabel de Portugal). Y, sin embargo, la muerte prematura y sin descendencia de su hermano mayor, Juan (†1554), le permitió heredar todos los instrumentos de su casa. La segunda evidencia es que, siguiendo la práctica archivística tradicional de la nobleza coetánea, los fondos procedentes de diversos títulos nobiliarios o linajes no se mezclaron, aunque las familias entroncaran. Además, los documentos “sin fenecer” (es decir, de trámite) 4.
Escritura de fundación del mayorazgo de Almenara, otorgada por el cardenal Pedro González de Mendoza, a favor de su hijo, Diego de Mendoza y de los hijos de este. Con ella están las escrituras de agregación hechas por Diego de Mendoza y su mujer, Ana de la Cerda, el testamento de Diego y otros documentos relativos al citado mayorazgo (1489-1536). AHNOB. Osuna, caja 2021, docs. 1-21. Asimismo, sabemos de la existencia de una Relación de las escrituras, privilegios y títulos de Puebla de Almenara (Cuenca), con expresión de las personas a quienes se otorgaron y de las razones del otorgamiento (siglo xiv); aunque a fines del siglo xviii se mencionan documentos custodiados del Estado de Almenara datados desde 1332.
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estarán en poder de sus secretarios, letrados, agentes de corte o contadores. De este modo, sería hacia 1548, fecha en que Gómez de Silva es nombrado gentilhombre de cámara del príncipe Felipe, cuando Ruy realmente comienza a tener un cierto bagaje documental a sus espaldas, cifrado en nombramientos y mercedes5; libranzas de dinero de las arcas regias6; epístolas recibidas de familiares y cortesanos; así como las inevitables cartas de pago a criados o lacayos7. Por supuesto, las capitulaciones y negociaciones matrimoniales, la mayor empresa que un poderoso solía emprender en su vida, generaron un volumen documental cualitativamente considerable: dispensa pontificia para casarse, exonerándole del voto de celibato en calidad de caballero calatravo (1550)8; escrituras de dote y arras9; licencia regia para acensuar mayorazgos10 o agregarles rentas11; así como realizar las 5. Merced del oficio de trinchante del príncipe Felipe a Ruy Gómez de Silva (Madrid, 24 de diciembre de 1535); Carlos I mandó pagarle 50.000 maravedíes de ayuda de costa, además de los 50.000 maravedíes que tenía como salario (1539). Ibíd., caja 3366, doc. 1. Merced a Ruy Gómez de Silva de la octava parte de los yacimientos mineros del obispado de Badajoz durante 10 años, a contar desde 1546 (1547) Ibíd., caja 3366, doc. 2. Merced del cargo de capitán de caballos ligeros para cubrir la vacante dejada por Alonso de Silva, a favor de Ruy Gómez de Silva (1551). Ibíd., caja 3366, doc. 3. 6. Cédula del príncipe Felipe II ordenando a los contadores que no pidan cuentas a Ruy Gómez de Silva de todo lo recibido de la Real Hacienda (1549). Ibíd., caja 1985, doc. 1. 7. Emisario de Carlos V ante el príncipe Felipe (1547); gentilhombre de cámara del príncipe Felipe y sumiller de corps, 1548); chanciller de la puridad (1550-1553); acompaña al príncipe a su boda en Inglaterra (1554); consejero de Estado (15561573) y contador mayor de Hacienda de Castilla e Indias (1556/1557) (Gonzalo Sánchez-Molero 1998). 8. Breve dado por el papa Julio III a favor de Ruy Gómez de Silva, caballero de la Orden de Calatrava, concediéndole dispensa para contraer matrimonio (1550). AHNOB, Osuna, carp. 238, doc. 14. 9. Escrituras de aprobación, revocación, dote, cesión, capitulación y otros papeles, la mayor parte simples, que se refieren al matrimonio de Ruy Gómez de Silva con Ana de Mendoza, hija de los condes de Mélito (1553). Ibíd., caja 2029, docs. 13-15. 10. Carlos I concede facultad a Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito, para que obligue sus bienes, especialmente Puebla de Almenara, para asegurar la dote de su hija, Ana de Mendoza, prometida a Ruy Gómez de Silva (1553). Ibíd., carp. 35, doc. 16. 11. Cédula de Carlos I concediendo facultad a Ruy Gómez de Silva y a su mujer Ana de Mendoza para que, en caso de que esta heredase el mayorazgo de su padre, el conde de Mélito, pudiesen agregar los 6.000 ducados de renta que les había dado el príncipe Felipe (1553). Ibíd., caja 1858, doc. 16.
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oportunas averiguaciones de las posesiones patrimoniales de su futura cónyuge (1552)12. Además, al heredar el morgado (mayorazgo) que había disfrutado en vida su difunto hermano, asumió la guarda y custodia del archivo de su estirpe, al erigirse en cabeza de su linaje13. Un menguado conglomerado de rentas, derechos señoriales y villas que incrementó poco después, al cederle su suegro el Estado de Mélito, Francavila y otros títulos en el reino de Nápoles (1555)14; una entrega que hubo de ser rubricada por la Corona15. Es decir, en poco tiempo, este noble palaciego se convirtió en señor de vasallos. Pero, como quiera que sus intereses estaban desperdigados por territorios en cuatro reinos (Portugal, Castilla, Nápoles y Sicilia),
12. Apeo y descripción del Principado de Mélito, Casal la Roca, Montesanto, Amendolea, Francavila, Rocafort y Casale de Regudi, como de los tributos y censos que pagan a Ruy Gómez de Silva (1552). Ibíd., caja 2082, doc. 1. 13. Destacamos, entre otros los siguientes documentos: Escritura de permuta de unas casas en Abrantes, otorgada por Gómez de Raa (1430) [Ibíd., carp. 188, 7 (1)]. Escritura sobre demarcación de términos (1440). Ibíd., carp. 188, 7 (2). Escritura de encartamiento otorgada a favor de Ruy Gómez de Silva, fidalgo de la Casa del infante de Portugal (1457). Ibíd., carpeta 188, doc. 12. (6). Compraventa de todas las heredades que poseía en Casal de Pernia, otorgada en Santarem por Juan Fernández Calvo y esposa (1507). Ibíd., carp. 188, doc. 2. Cuentas de varios tributos en especie que pagaban los lugares de Reguengos al duque de Pastrana (siglo xvi). Ibíd., caja 2207, D.2. Escritura de venta de un casa y tierras, otorgada en Santarem por Juan de Velo (1510). Ibíd., carp. 188, doc. 3. Enajenación de tierras, otorgada en Santarem por Pedro González y su hija (1510). Ibíd., carp. 188, doc. 4. Arrendamiento de una tierra en Santarem (1516). Ibíd., carp. 188, doc. 5. Testamento mancomunado de Juan de Silva y Juana Enríquez (1520). Ibíd., carp. 188, doc. 5. Proposición de algunas dudas por la muerte de Juan de Silva. Ibíd., caja 2207, doc. 8. Recibos y cartas de pago (1546). Ibíd., caja 2207, doc. 9. 14. Provisión de Diego Hurtado de Mendoza, II conde de Mélito, virrey y capitán general de Aragón, por la que ordenó a sus administradores pagar las rentas condales a su yerno Ruy Gómez de Silva, en virtud de la donación que le había hecho del referido Estado (1555). Ibíd., carp. 528, doc. 13. 15. Privilegio de Felipe II, despachado en Nápoles, por el que confirma a Ruy Gómez de Silva, los estados de Mélito, Francavila y otros en el reino de Nápoles, con su jurisdicción civil y criminal, rentas y derechos (1555). Ibíd., caja 2078, doc. 1. Privilegio original de Felipe II despachado en Bruselas, por el que confirma a Ruy Gómez de Silva y a Ana de Mendoza, su mujer, la donación, cesión y traspaso hecha por Diego Hurtado de Mendoza, su padre, de las ciudades de Mélito, Rapolla y las tierras de Franchica, de La Roca, Anguitola, El Pizo, Carida, Monte Santo, Amendolea y Santo Laurenzio en Sicilia, con todas sus obligaciones y sus derechos (1555). Ibíd., caja 2029, docs. 13-16.
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tuvo que recurrir a parientes y apoderados para gestionarlos. Para el caso concreto de sus nuevas posesiones italianas, Ruy designó a alguien de su plena confianza para tomar posesión (Jacobo Guerrero)16, despachándose luego unas precisas instrucciones sobre su buen gobierno en latín a Scipio de Rao, gobernador y visitador del condado y Estado de Mélito (donde por cierto deja patente su preocupación por ser justo con sus vasallos)17; al primero se le entregarían, bajo inventario, los documentos y diplomas anejos y él mismo portaba un extenso repertorio de poderes para administrar unos fondos, los de Mélito y Francavilla, cuyos escritos más antiguos se remontan apenas a 1503. Además, como señor ausente, hubo de despachar instrucciones a su hombre de confianza en tales lugares, cuyo día a día seguía a través de una fluida correspondencia. Por otra parte, en calidad de caballero de hábito, primero de Calatrava (1545)18 y luego de Alcántara (1556), recibió una batería de mercedes19, encomiendas y empleos honoríficos20, que le reportaron suculentas rentas y bruñeron aún más su estirpe, de paso que recompensaban sus desvelos por la Corona. Más aún, un vez confirmado como señor de Mandayona21, tras pleito de tenuta entablado entre 16. A quien se despachan unas minuciosas instrucciones en español sobre su gobernanza, administración, vasallos y hacienda, donde se incluyen entre otras muchas reflexiones, perlas como esta: “ya sabeis la necesidad de dinero para pagar a los Cernusculos”, debiéndose pagar luego a los jesuitas y reconociendo excesos o mala administración (1555) copia simple. Ibíd., caja 2077, doc. 25. 17. Se conserva una copia simple, a cuyo dorso se anota “pasarlo [al] archivo”. Ibíd., caja 2077, doc. 24. 18. AHN. OOMM. Calatrava, Caballeros, exp. 2472. Aunque no debió profesar como caballero en este tiempo, pues se ordena que lo haga lustros después (21-IV1571; AHN. OOMM. Consejo, lib. 339C, fol. 148r). 19. Breve dado por el papa Pablo IV a favor de Ruy Gómez de Silva, [I príncipe de Éboli] y caballero de la Orden de Calatrava, por el que le exime de cumplir con las obligaciones de rezos impuestas por dicha Orden (1555). Ibíd., carp. 238, doc. 15; Letras de Jerónimo, arzobispo de Bolonia, nuncio en España con Carlos V y Felipe II, autorizando a Rodrigo (Ruy) Gómez de Silva, conde de Mélito, para transferir el hábito y encomienda de la Orden de Calatrava a la Orden de Alcántara (1556). Ibíd., carp. 243, doc. 10. 20. Provisión de Felipe II otorgando la tenencia de la fortaleza de Zorita al príncipe de Éboli. Adjunto su pleito homenaje (1565). Ibíd., caja 2015, doc. 1. 21. El antiguo señorío de Mandayona estaba integrado por las villas y lugares de Mandayona, el Olivar, Durón, Budia, Valdelaguna, Enche, Gualda, Sotoca, Gárgoles de Yuso y Suso, Fuentepinilla, Solanillos, la Olmeda del Extremo, Moranchel, Masegoso, las Hiviernas y Alamino, en tierras alcarreñas (Rubio Fuentes 2008).
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1550-1557, tomará también su documentación, con pergaminos desde 1434 y documentos que se prolongan en el tiempo hasta 1743. Entre 1555-1560, Ruy alcanza la cumbre de su privanza: es nombrado mayordomo real, miembro de la Junta de Finanzas y negociador plenipotenciario de la Paz con Francia (1558-1559) (Sánchez Balmaseda 1995: 379.). Precisamente en pleno estío de 1559 es nombrado príncipe de Éboli22. No es casual que por entonces se multipliquen las inversiones en juros23; menudeen los convenios para la administración de su patrimonio24; se documenten las gabelas financieras otorgadas por Felipe II25; se consolida su posición como aristócrata26 y se lanza a concertar la política matrimonial de la familia27; siendo beneficiado con la condonación de alguna deuda importante28. Con todo, sus posesiones italianas se ven envueltas en una espiral de litigios que provocan zozobra a sus titulares y consumen tantos esfuerzos como dineros29. 22. Archivo General de Simancas [en adelante AGS], Consejo de Italia, lib. 118, exp. 16. 23. Cédula de Felipe II a sus contadores para que hicieran el albalá de 6.000 ducados de juro de que había hecho merced al conde de Mélito, Ruy Gómez de Silva (1557). AHNOB. Osuna, caja 1855, doc. 2. 24. Concordia entre Ruy Gómez de Silva y su cuñado Baltasar de la Cerda, futuro II conde de Galve, con quien compartía las rentas y jurisdicción de Pastrana (1559). Ibíd., caja 2263, doc. 10. Escritura de convenio celebrado entre el Príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva y Baltasar de la Cerda, en razón de la venta de bienes en Pastrana (1569) Ibíd., caja 1986, doc. 1(1). 25. Cédula de Felipe II a favor de Ruy Gómez de Silva y sus herederos, dándoles por libres de las cantidades que habían tomado por su orden (1557). Ibíd., caja 3366, doc. 4. Merced que Felipe II hizo a Ruy Gómez de Silva, de 230 ducados de renta sobre las de Éboli, en virtud de reintegro que se reservó de las que estaban vendidas por el príncipe de Salerno (1559). Ibíd., caja 2080, doc. 1. Privilegio dado por Felipe II a favor de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, por el que le concede una renta situada en dicha villa italiana para él y sus herederos (1559). Ibíd., carp. 232, doc.4. 26. Concordia de Ruy Gómez de Silva con Baltasar Gastón de la Cerda, I conde de Galve (1559). Ratificación de la donación de Diego Hurtado de Mendoza a Ruy Gómez de Silva y su mujer, Ana Mendoza y de la Cerda, del condado de Mélito en 1560 (traslado). Ibíd., caja 2078, docs. 3-4. 27. Cartas de Fernando Álvarez de Toledo, conde de Oropesa, a su hermano Francisco de Toledo, sobre las negociaciones de Ruy Gómez de Silva en la cuestión del matrimonio de las dos hijas casaderas del conde, y sobre la disponibilidad de bienes para sus dotes (1560). AHNOB. Frías, caja 119, docs. 90-96. 28. Breve de Pío IV dirigido al príncipe de Éboli y conde de Mélito, condonando su deuda con el obispo de Cuenca (1561). AHNOB. Osuna, carp. 242, doc. 6. 29. Papeles que se refieren a los pleitos que los Mendoza sostuvieron entre sí y con la familia de la Cerda sobre derecho a los lugares de Mélito, Montesanto, Casal La Roca, Amendolea, Francavilla, Rocafort y Casale de Regudi, informes sobre las
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Pero no todo va a ser duelos y quebrantos. También la dimensión religiosa del personaje objeto de nuestro estudio puede rastrearse entre la documentación conservada. Así, sabemos, por ejemplo, que en 1563 el nuncio pontificio comunica al arzobispo de Toledo la concesión de licencia para tener oratorio privado en su palacete toledano30. En esta línea, hacia 1571 se le entregan unas reliquias por parte una dama italiana de la familia Colonna31. Así pues, una vez entretejidas las alianzas de sangre, encumbrado por su privanza en la corte y disfrutando de unas rentas saneadas32, la pareja integrada por Ruy y Ana continuaron una hábil estrategia de adquisición de villas y vasallos que le permitieron crear un Estado nobiliario compacto entre los Reales Sitios-Madrid-La Alcarria33. En 1565, mientras estaba negociando la adquisición de Pastrana, el príncipe de Éboli compró las villas de Estremera y Valdaracete, con su jurisdicción, diezmos, patronatos, rentas, pechos y derechos. Ese mismo año se le otorga, igualmente, la tenencia de la fortaleza de Zorita34 y, al año siguiente, también adquirió las villas de la Zarza, Zorita de los Canes, Albalate, la Pangía y algunos términos comunes del Partido de Zorita con todos sus derechos y jurisdicción35. La villa
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almadrabas de Pizo; relación de causas de pleitos entablados por Ruy Gómez de Silva en diversos tribunales de Nápoles (1561). Ibíd., caja 2082, doc. 4. Letras apostólicas de Alejandro Cribello, obispo de Cariati y Cerenzano (Calabria), nuncio de Pío IV y su legado en España, dirigidas al arzobispo de Toledo, con la licencia de oratorio privado en su casa de Toledo concedida a Ruy Gómez de Silva (1563). Ibíd., carp. 243, doc. 12. Testimonio de Felice Ursina de Colona, esposa de Marco Antonio, sobre la autenticidad de reliquias entregadas al príncipe de Éboli (1571). Ibíd., carp. 67, doc. 4. Véanse las estrechas relaciones entre ambos personajes en Bazzano (2009). Desde 1563 goza de las alcabalas de todas las heredades de Castilla vendidas por más de 100.000 maravedíes. Ibíd., caja 1855, doc. 4, merced citada por Gutiérrez Coronel, Diego: Historia Genealogica de la Casa de Mendoza, mss. (Jadraque, 1762), t. III, fols. 400v-414v [AHNOB. Osuna, caja 3408, sf. Como años más tarde haría también Ruy Gómez, el objetivo de la condesa de Mélito era crear un señorío que, teniendo Pastrana como centro, se extendiera por las poblaciones vecinas de Auñón, Escopete y Sayatón (Boyden 1995: 21). Provisión de Felipe II por la que hizo merced de la tenencia de la fortaleza de Zorita a Ruy Gómez de Silva. Adjunto el pleito homenaje prestado por el príncipe (1565). Ibíd., caja 2015, doc. 1. Carta de venta otorgada por Felipe II a favor del príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva de los lugares de Zorita, Albalate, La Zarza y términos comunes a aquél lugar, con todos sus derechos (1566). Ibíd., caja 2018, doc.1. En 1568 se escritura un traslado autorizado. Ibíd., caja 2015, doc. 8(4).
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de Zorita se había desmembrado de la Mesa Maestral de Calatrava en 1541 y se vendió a Ana de la Cerda (Prieto Bernabé 1986; Martín Galán, 2000); cuando lo compra se le proporcionaron los documentos relativos a sus rentas y derechos que se remontan, en algún caso, hasta 1519. Previamente, para conseguir liquidez para realizar su inversión, Ruy vendió diversas posesiones en Italia (Éboli)36 y, de manera escalonada, compra tierras, villas y vasallos: Estremera y Valdarecete (1565)37, Villamarchante (1571)38 y Pastrana (1572)39. Por lo que atañe a la baronía de Villamarchante (1571), radicada a orillas del Turia, su enajenación se escritura en una carta de venta40 y un capbreve o apeo glosado en 83 pergaminos cosidos en vertical41. Es precisamente ahora cuando Ruy Gómez de Silva encarga alguno de los documentos-monumento más bellos de su archivo, aparentemente bastante austero en cuanto a miniaturas y escritos ornamentados, lo que contrasta con su inversión en otros bienes suntuarios, como la famosa serie de tapices flamencos, de los que hacen ostentación (Bunes/Rodrigues/Maes 2010). En concreto, nos referimos a la escritura de compraventa de las villas de Estremera y Valdaracete (Madrid), otorgada por Pedro Luis de Torregrosa, albacea testamentario de Francisco de Mendoza y comendador de Santiago, a favor de Ruy Gómez de Silva, I príncipe de 36. Licencia de Ruy Gómez de Silva y Ana de Mendoza a Diego Hurtado de Mendoza para vender Rapolla (1561). Ibíd., caja 2080, doc. 5. Venta de Ruy Gómez de Silva a Ángel Bofoli (1565). Ibíd., caja 2081, docs. 1-2. 37. Poderes impresos y escrituras de venta de Estremera y Valdaracete (Madrid) a favor de Ruy Gómez de Silva (1565). Ibíd., caja 2502, docs. 1-2. La enajenación de ambas encomiendas santiaguistas puede verse en Fernández Izquierdo (1982) y Martín Galán (2000: 1651-1659). 38. Carta de venta de la villa y baronía de Villamarchante (Valencia) a favor de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli (1571). Ibíd., carp. 176, doc. 1. 39. Subrogación de un censo situado sobre las alcabalas y bienes de Pastrana, Sayatón y Escopete (todos de Guadalajara), hecha por Baltasar Gastón de la Cerda para dejar libres los bienes y venderlos a Ruy Gómez de Silva (1572). Ibíd., caja 2224, doc. 2 (17). 40. Venta judicial de la baronía de Villamarchante a Ruy Gómez de Silva (1571). Ibíd., carp. 130, doc. 5. 41. Carta de venta de la villa y baronía de Villamarchante (Valencia) a favor de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, que antes había pertenecido a los difuntos Miquel Joan Gramilles y Eleonor Guzmán (1571). Ibíd., carp. 175, doc.1 (5-39) y 176, doc. 1 (40-83).
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Escritura de compraventa de las villas de Estremera y Valdaracete.
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Éboli y I duque de Pastrana (1565)42. Pues bien, su portada, plumeada, rebosa tanta ingenuidad artística como mensajes simbólicos. Toda la composición está dominada la inevitable iconografía religiosa: una Virgen María, representada dentro de una letra capital, como trono de un Niño Jesús dibujado en un escorzo imposible, acompañado de un San Juanito, que queda en un segundo plano; un triángulo manido en el arte manierista de su tiempo, que alude a devociones espirituales y sirve de exvoto para dar gracias al Cielo por los bienes recibidos. Toda la parte superior de la hoja, de marca imperial, se halla enmarcado por un frontispicio arquitectónico académico, flanqueado por dos alegorías: femenina (la fidelidad) y el masculina (el secreto), con letreros y lemas en latín, que evocan las virtudes del buen Privado43, adornado en la parte superior por varias figuras putti. En todo el tercio inferior, como si hubiese un horror al vacío, se dibuja, se izquierda a derecha una sensual escena de Diana o Venus/Afrodita bañándose en una fuente (evocadoras de la fortuna) junto a varias ninfas y amorcillos, y otra pareja de ninfas semidesnudas que contemplan el aseo; una composición, propia de las escenas mitológicas arcaizantes renacentistas, que queda en primer plano de una vista urbana utópica, que actúa como telón de fondo. Parece una versión libre realizada por el escribano de turno, de motivos artísticos tomados de tapices u obras de pincel, con el objeto de ennoblecer un documento importante para su cliente. Además, el códice de la compraventa jurisdiccional está encuadernado (es decir, embellecido y protegido), por una cubierta de cuero decorada al uso renacentista. Unos detalles que nos rememoran la formación clasicista y erudita del privado, sus afanes como coleccionista de arte y su bien provista librería (Dadson 2011). Mucho después de su muerte, un panegirista suyo todavía recordaba que este aristócrata “hallavase mui instruido en las maximas de Estado, como criado en ellas desde su ynfanzia; ylustrava su entendimiento para el mayor azierto en resolberlas con la lectura de especiales historias de que se componia como de dibersas facultades”44. 42. Ibíd., carp. 52, doc. 12. 43. Además de su propia experiencia, no olivemos que en su biblioteca había varias crónicas de reyes portugueses y los escritos de Cicerón, donde se reflexionaba sobre el papel que debían tener los consejeros de reyes y magnates (Dadson 1998). 44. AHNOB, Osuna, caja 115, doc. 164, fol. 138r.
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Un elemento fundamental en la política de perpetuación de la memoria de esta casa es la elevación a colegiata de la iglesia de Pastrana (1569)45, puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, muchos de cuyos documentos curiosamente no se conservan en el Archivo Histórico de la Nobleza (Toledo). Estamos persuadidos que, en una fecha imprecisa, pero relativamente tardía, a lo largo de los siglos xix o xx, la documentación más emblemática de dicha institución fue entregada por los titulares del ducado a su cabildo y, en la actualidad, al menos los pergaminos más vistosos y bellamente decorados se exhiben en la exposición permanente existente en dicha colegiata. En esta senda, hay que tener en cuenta que, cuando muere Francisco Silva (†1562), su cadáver es depositado en la colegial de Pastrana46; en su panteón-cripta reposan también Rodrigo (II duque de Pastrana), Ruy (futuro marqués de Eliseda) y fray Pedro47, junto a las tumbas de sus padres. La hija menor, Ana de Silva, está enterrada en el monasterio de San José (Pastrana)48. Mientras que el resto de sus hijos (el primogénito Diego49, Pedro y las dos gemelas o mellizas Marías), todos muertos en su más tierna infancia, terminaron sepultados en la cripta situada en la capilla mayor del convento franciscano de Pastrana50. Tras el ocaso de la privanza del príncipe de Éboli, evidente en la década de 1560, Ruy y Ana se alejaron cada vez más de la corte y sus 45. Bula del papa Pío V; edicto del arzobispo de Toledo y otros documentos por los que la iglesia de la villa de Pastrana se convierte en Colegiata (1569). No contiene más que carpetas. Eran papeles tocantes a la colegiata de Pastrana (hasta 1597). Ibíd., caja 1997. 46. Testamento e inventario de bienes. Osuna, c. 2024, docs. 8-9. 47. Bautizado como Fernando. Caballero de la Orden de San Juan y luego fraile franciscano del convento de La Salceda, tomó el nombre de Pedro González de Mendoza. Ejerció como calificador del Santo Oficio, Provincial de Castilla, visitador de la Orden de Santiago y general de la Orden de San Francisco. También fue candidato al obispado de Osma, y arzobispo primero de Granada, luego de Zaragoza y, al final de su vida, obispo de Sigüenza, más cerca de su tierra natal, donde labra su fortaleza y muere en 1639. 48. Ana, estuvo capitulada para casarse con Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, pero su prometido muere de un accidente de caballo (1592) y se mete a monja franciscana en Pastrana, donde muere en 1614. Gutiérrez Coronel, Diego. Historia Genealogica de la Casa de Mendoza, mss. (Jadraque, 1762) t. IV, fols. 400v-414v, en AHNOB. Osuna, caja 3408. 49. Diego es marqués de Alenquer y casó con la condesa de Salinas. 50. Depósito del cadáver de Pedro González de Mendoza, hijo de Ruy Gómez de Silva y Ana de Mendoza, en el Convento de San Francisco de Pastrana (1571). AHNOB. Osuna, caja 2024, doc. 15.
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posibilidades de enriquecimiento, y se vieron obligados a concentrarse en cosechar todo lo conseguido hasta entonces, gestionando rentas y jurisdicciones. Así, en el quinquenio 1567-1572, menudean los manuscritos sobre el patrimonio y el gobierno de sus vasallos, cuyo volumen documental supone casi un tercio de todo lo acumulado hasta su muerte. De este modo, se conceden o refrendan ordenanzas municipales (Pozo de Almoguera, 1566)51; se suceden las ordenanzas y concordias entre Estremera y los príncipes de Éboli sobre elecciones municipales (1568-1573)52; o se estimula la pesca de atún en la costa del reino de Nápoles53. Singular interés han despertado los papeles referentes a los moriscos granadinos conducidos hasta el Albaicín de Pastrana, su control y expulsión (1571-1614)54, un proceso que siguió desde sus comienzos el príncipe de Éboli55, aprovechándose de su fugaz resurrección política. También en esos años se datan algunos de sus fondos privados más importantes. Entre los documentos familiares coetáneos destacamos las capitulaciones matrimoniales entre Alonso Pérez de Guzmán (VII duque de Medina Sidonia), con Ana de Silva, hija de los príncipes de Éboli (1565-1572)56, o determinados acuerdos económicos57. Una de las últimas concesiones otorgadas por Felipe II a su privado fue el privilegio de mercado y feria a su villa de Pastrana (1573)58. Pero, sin duda, el documento-estrella del archivo que fue de fray Ruy es, sin duda, su testamento. Fue conservado, por supuesto, el original59, pero también en forma de traslados autorizados o copias sim51. Ordenanzas de montes de Pozo de Almoguera 1566 (carpetilla). Ibíd., caja 1993, doc. 2. 52. Ibíd., caja 2003, doc. 5-7 y 10. 53. Ibíd., caja 2078, doc. 6. 54. Ibíd., caja 2709, docs. 28-56. 55. Carta de Felipe II a Ruy Gómez de Silva en la que le participó su ida a Córdoba, con el objeto de comunicar órdenes para la pacificación de los moriscos del reino de Granada, cuyo cometido tenía encargado a Juan de Austria (1569). Ibíd., caja 1976, doc. 26. 56. Ibíd., caja 2030, docs. 1-11. 57. Dos traslados autorizados de la escritura de cesión otorgada por el príncipe de Mélito (Diego Hurtado de Mendoza) a favor de su nieto Rodrigo Mendoza Silva, hijo de Ruy Gómez de Silva y Ana de Mendoza, de 2.000 ducados de renta sobre un juro en el Partido de San Clemente (1572). Ibíd., caja 1986, doc. 2. 58. Ibíd., caja 2091, doc. 2. 59. Ibíd., caja 3361, doc. 1.
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ples60 e incluso impreso (a partir de un traslado escriturado en 1732)61. De este modo, constamos como sus últimas voluntades se repiten más de una treintena de ocasiones, repartidas por diversos legajos. Algunas apreciaciones generales sobre su archivo ducal Cuando logramos tener una visión general del acervo documental conservado por el príncipe de Éboli y sus sucesores, tenemos la impresión de hallarnos ante retazos deshilvanados de lo que tuvo que ser un archivo mucho mayor, gestionado por los sucesivos secretarios que sirvieron a la casa de los Éboli. El volumen de pleitos, que en cualquier archivo nobiliario coetáneo representa aproximadamente entre el 25-30% del total conservado, hasta el momento de la muerte de su titular, en este caso supone alrededor del 20%, aunque no faltaron litigios y pleitos de tenuta antes, durante y después de su privanza62 (Terrasa Lozano 2012), casi todos sostenidos por propiedades o derechos señoriales fuera de Castilla. Tal fue su poder con Felipe II. Escrituras relativas a su hacienda y patrimonio (suponen hacia un 35-40% en cualquier archivo de este tipo de la época), en este caso es algo menor (alrededor del 30%)63. Entre todos ellos destacan algún memorial sobre su hacienda64 y un raudal de informes, ingresos de alcabalas, cartas de pago y relaciones de censos65. 60. Ibíd., caja, cajas 2024, doc. 13; 1759, docs. 2y 8; así como 2776. 61. Ejemplares impresos del testamento y codicilo otorgados en Madrid en 1573 por el príncipe de Éboli. Ibíd., caja 2776. 62. Confiscación de San Lorenzo y devolución por sentencia a Ruy Gómez de Silva (1562). Ibíd., caja 2080, doc. 6. Litigios entre los Mendoza y la familia de La Cerda por el derecho sobre los lugares de Mélito, Montesanto, Casal La Roca, Amendolea, Francavilla, Rocafort y Casale de Regudi, y otros documentos que tratan de las almadrabas de Pizo. Ibíd., caja 2082, docs. 5-11. Venta de una viña otorgada a favor del príncipe de Eboli (1567); alegaciones jurídicas en el pleito seguido entre Rodrigo de Silva, duque de Pastrana y Silva, con su hermano el conde de Salinas por el mayorazgo de la Chamusca (1574); memorial y cartas sobre los Reguengos (1572-1596). Ibíd., caja 2207, docs. 10, 12-14. 63. Copias simples de varias escrituras pertenecientes al principado de Mélito. Ibíd., caja 2274, doc. 3. 64. Relación de la Hacienda de Ruy Gómez de Silva (1563). Ibíd., caja 1985, doc. 4. 65. Testimonios y copias simples de autos, encabezamientos, valor en años anteriores, etc., de las alcabalas y tercias de Pastrana, Escopete, Sayatón y Estremera (1569).
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En cambio, escritos referentes a honores y privilegios, que entre los grandes alcanzan el 5-10% del número total de diplomas, otorgados por los reyes de Portugal y Castilla, archivados en las arcas del príncipe de Éboli suponen el 15-18%66. Aunque su importancia es más cualitativa que cuantitativa, por su fuerte carga simbólica y sentimental, pero también por irrogar prestigio u honor, cuando no generar obligaciones o derechos, se atesoran con primor, como las cartas de mayorazgo, otorgadas a Rodrigo, su primogénito y heredero67; o a Ruy, su tercer vástago68, así como sus nombramientos como caballeros de hábito69. Debido al capital simbólico que se deriva de las concesiones de títulos nobiliarios, los documentos originales, por lo general bellamente ornamentados, suelen quedar en poder de los sucesivos herederos del
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Adjunta una escritura de censo sobre las alcabalas de Pastrana, impuesta por Baltasar de la Cerda, conde de Galve, a favor de Pedro de la Cerda, imposición que se cambio por el consentimiento del heredero del mayorazgo de Pedro de la Cerda, su sobrino Alonso, sobre las alcabalas de Huete (1573); Escritura otorgada por Alonso de la Cerda a favor de Ruy Gómez de Silva; Privilegio de Carlos I a favor de la Orden de Calatrava y su mesa maestral (1541) y relación de rentas. Ibíd., caja 2031, docs. 2-23. Dos cédulas de Felipe II para que Ruy Gómez de Silva pudiera librar contra el tesorero Real Francisco de Medrano las cantidades necesarias para el gasto de la casa del príncipe don Carlos (1564) y para que sus cuentas se pagaran tan solo por libranzas de Ruy Gómez de Silva, a quien no podría pedírsele razón alguna de ellas (1564). Ibíd., caja 3366, doc. 5. Privilegio dado por Sebastián I de Portugal a favor de Ruy Gómez de Silva [futuro I duque de Éboli], por el que le cede las villas portuguesas de Chamusca y Ulme (1566). Ibíd., carp. 233, doc. 1. Carta de privilegio por la que Ruy Gómez de Silva y su mujer, Ana de Mendoza, príncipes de Éboli y duques de Pastrana, fundan mayorazgo a favor de su hijo Rodrigo de Silva Mendoza, futuro II duque de Pastrana. Incluye licencia regia (1572). Ibíd., carp. 52, doc. 11; y cajas 1759, docs. 1 y 8, así como 1986, doc. 3. Cédula de Felipe II para que el príncipe de Éboli y su mujer, Ana Mendoza, pudiesen fundar mayorazgo de 8.000 ducados a favor de su hijo tercero, Ruy Gómez de Silva (1572). Ibíd., caja 1859, doc. 2. Subrogación de un censo situado sobre las alcabalas y bienes de Pastrana, Sayatón y Escopete (todos de Guadalajara), hecha por Baltasar Gastón de la Cerda para dejar libres los bienes y venderlos a Ruy Gómez de Silva (1572). Ibíd., caja 2224, doc. 2 (17). Cédula de Felipe II por la que dio la merced de la Alcaidía de la fortaleza de Huete al príncipe de Éboli, por dejación su suegro, el duque de Francavila (1568). Ibíd., caja 3366, doc. 6. Provisión de la clavería de la Orden de Calatrava vacante por defunción de Juan Manrique de Lara, hecha por Felipe II a favor de Ruy Gómez de Silva (1571). Ibíd., caja 3366, doc. 7.
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título, y este es el caso de la carta de privilegio otorgada por Felipe II, que debe conservar su actual titular, José Finat y de Bustos. Por otra parte, nos llama la atención la poca documentación llamada de función. Es decir, la usurpada o la que simplemente se quedaba en su poder, tras ejercer cargos cortesanos que hoy entenderíamos como públicos, pero que en el pasado se entendían que estaban patrimonializados. No olvidemos que Ruy fue secretario de portugués en la corte y lengua del rey ante los Consejos, con toda la responsabilidad y también con toda la burocracia que ambos cargos conllevaban. Como hipótesis de trabajo, se puede suponer que, bien a su muerte o bien tras el funesto asesinato de Escobedo, se apremiase a su esposa a devolverlos a manos de los secretarios regios. Tampoco es menos cierto que actuando Ruy como valido de Felipe II muchos negocios los despacharía “a boca”, toda una paradoja para el monarca papelista que era el Rey Prudente (Escudero 2002: 17-18). Asimismo, la correspondencia reclama nuestra atención. Se ha conservado un mínimo de todo lo generado y/o recibido por los príncipes de Éboli (Reed/Dadson 2013), habida cuenta de su extensa red de criados, clientes, intereses y señoríos. Sin embargo, nos llama la atención la abundante correspondencia conservada en español, latín, italiano o francés70, tenue reflejo de una profusa tradición epistolar. Incluso se transcriben y ¿traducen? cartas albergadas en archivos reales lusitanos, como las conservadas en el mazo [legajo] 20, situado en la gaveta o armario 2º de la derecha de la entrada a la llamada Casa da Rainha, en el Arquivo da Torre do Tombo lisboeta71. Sus cartas personales, en ocasiones, se detectan entre el fárrago de la documentación polisinodial72. También es curioso comprobar que apenas queda rastro de su dimensión como mecenas universitario entre los documentos conservados de su antiguo archivo patrimonial, siendo como era Ruy patrón del Colegio del Carmen Descalzo (Alcalá de Henares) y del Colegio 70. Algunas con personalidades tan significadas como el gran maestre de la Orden de Malta. Ibíd., caja 2077, doc. 32 (1-4). 71. Ibíd., caja 3521, doc. 15. 72. Valgan como muestra la carta remitida por Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, sobre la limosna que Juan de Austria mandó se diese a la vidente Catalina de Cardona, que vivía como ermitaña en una cueva en los alrededores de Pastrana (1571). AGS. Estado, leg.1401, exp. 223. Así como una misiva de Ana Mendoza de la Cerda, condesa de Mélito, a su marido Ruy Gómez de Silva, conde de Mélito. AGS. Patronato Real, leg. 92, doc. 25.
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Mayor de Santa Cruz (Valladolid). Algo similar a lo que ocurre con su vertiente de mecenas conventuales, toda vez que junto a su esposa promovió el cenobio femenino de carmelitas descalzas de Pastrana (1569), y cuando dicha comunidad se trasladó a Segovia, la princesa fundó el convento de religiosas de la Concepción Francisca. En tanto que su proximidad a los jesuitas también debe ser documentada a través de otros archivos73, pero queda muy difuminada entre sus propios registros. Por último, caben mencionar los árboles genealógicos y los armoriales, inevitables entre el patrimonio documental de tales familias pero que, curiosamente, no aparecen entre el acervo archivístico de los I duques de Pastrana, aunque sí se preocuparon por aquilatarlo sus sucesores. En esta línea, debemos tener en cuenta que las genealogías se multiplican conforme se suceden los herederos a un determinado título o mayorazgo y, en particular, si se suscitan pleitos de tenuta por la falta de herederos agnados directos, y estamos hablando de los primeros príncipes de Éboli y duques de Pastrana. La fortuna de su legado escriturario Hacia 1573, la muerte prematura del titular de la casa ese mismo verano abre un periodo de incertidumbre y turbulencias, tanto personales como familiares. Así, le sucedió en el ducado su hijo Rodrigo de Silva (1562-1596), que se convierte en II duque de Pastrana con 10 años, estando tutelado por su madre durante cerca de una década. Sin embargo, sus veleidades políticas e inestabilidad emocional hicieron peligrar todo lo conseguido hasta la fecha. Hacia 1598, unos años después de morir la princesa de Éboli (1592) y su heredero (1596), su sucesor (y/o su secretario) decidió compilar buena parte de la documentación dispersa de sus bisabuelos, abuelos y padres en tres tomos, encuadernados en pergamino y rotulados en su lomo. Tales instrumentos recogen buena parte de la documentación atesorada hasta la fecha, permitiendo conservar un gran número de cartas, documentos autorizados o simples y hasta algunos impre-
73. Carta del padre Araoz, provincial de la Compañía de Jesús en Castilla, a Ruy Gómez de Silva. AGS. Patronato Real, leg. 92, doc. 43.
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sos, de gran interés, datados entre 1505-1608 (incluso de época de las Comunidades)74. Por citar tan solo algunos de ellos, nos podríamos detener en una carta en clave remitida por Guzmán de Silva a Ruy Gómez de Silva (25-II-1568, Londres) con base el alfabeto griego75; unas interminables cuentas de medicinas, médicos y sangradores devengadas por la casa del príncipe de Éboli durante los años 1567-156876 (donde, entre otros asuntos, se pueden rastrear dolencias y remedios, como las grandes cantidades de zarzaparrilla que toma doña María77, una de sus hijas que murió durante la infancia); menudean las cartas en italiano de 156978, tanto o más que los censales valencianos79; salpicando dichos volúmenes fácticos las cartas e informes remitidos al príncipe de Éboli en castellano, portugués80 o latín81, etc. Pero, sobre todo, abundan las cartas, docenas de cartas, cuentas, reales provisiones de Felipe II, la copia de registros de mercedes de la Chancillería del rey Sebastián con el albalá de la concesión de Chamusca y Ulme82, las letras apostólicas83, así como las instrucciones y los documentos necesarios para seguir pleitos en Portugal84. Todos estos instrumentos fueron custodiados por el archivero del duque, Cristóbal Rodríguez85, de quien fueron recogidos a su muerte. Pues bien, en el tiempo del III duque de Pastrana (1596-1626), que heredó siendo niño (al morir su padre en la defensa de Luxemburgo), 74. 75. 76. 77. 78. 79. 80. 81. 82. 83. 84. 85.
AHNOB, caja 2288. Ibíd., caja 2288, doc. 2, fol. 261r-v Ibíd., fols. 270r-287v y fols. 288r-296r. Ibíd., fol. 271v. Ibíd., fol. 299r-v. Ibíd., fols. 333r-345v. Ibíd., caja 2288, doc. 3, fols. 17r, 41r-46v, 55r-60v, 410-418v… Ibíd., fols. 109r-131v. Ibíd., fols. 305r-308v. Ibíd., fols. 448r-451v. Ibíd., fols. 355r-ss. Cristóbal Rodríguez (Las Navas del Marqués, Ávila, 1677-h. 1738), sacerdote, archivero y paleógrafo. Estudió en Ávila, donde fue nombrado archivero de la catedral. Posteriormente se trasladó a Madrid para trabajar como archivero del duque del Infantado y comisario de la Santa Inquisición. Fue el autor del primer tratado de paleografía español, la Bibliotheca Universal de la Polygraphia española, Madrid, 1738. No olvidemos que fue autor de un manual para “leer sin maestro, todos los instrumentos antiguos de España, y de toda la Europa, desde la venida de Christo”. Su plan de trabajo archivístico cristalizó en el primer tercio del siglo xviii. Véase AHNOB, Osuna, caja 1953, doc. 2 (2).
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sabemos de sus interminables litigios por el condado de Cifuentes86, de la existencia de un archivo centralizado en el palacio de Pastrana y de la importancia que ya ha alcanzado la Contaduría en la burocracia señorial87, pero también de los notables desarreglos detectados en el archivo, al permanecer extraviados algunos papeles, pese a estar inventariados88. Por otra parte, cuando, en 1718, se inventarían los 429 tomos custodiados en la biblioteca ducal de Pastrana y se menciona su ubicación “en dicha pieza mas dentro del archivo alto, en quatro o çinco estantes, los quales dichos libros se limpiaron y pusieron en dichos estantes con toda curiosidad en el cuarto del dicho archivo donde quedaron”89. Una formidable librería que, en gran parte, se trasladó desde Pastrana a Guadalajara, y se incorporó con la vinculada del Infantado. También nos consta que, en 1738, esta rica colección se llevó a la corte “con el cuydo y custodia que corresponde”90. En el primer tercio del siglo xviii, se acomete un “Índice de los instrumentos que se contienen en este libro pertenecientes al principado de Mélito y ducado de Francavila”91; hasta 1573, se consignan documentos enlegajados en los instrumentos de instalación nº 1 (17 docs.), leg. 4 (10), leg. 5 (3) y leg. 6 (4). Mención aparte de numerosos protocolos de los pueblos de su Estado de Pastrana, Guadalajara, Buitrago, Altecilla, Tamajón y Méntri86. “que pues los pleitos son tan largos y enfadosos y los derechos y costas tan excesivos que no siga mas de los que fueren muy ciertos y de importancia” (c. 1608). Ibíd., fol. 359r. 87. Se ordena buscar “un libro de pliego agujereado mas antiguo quel que esta aqui en Contaduría” (hacia 1608). 88. 22-VIII-1608, Madrid. Ibíd., fol. 356r. 89. Ibíd., 1992, doc. 10. 90. En un libro-becerro se compiló buena parte de la documentación relativa a la casa de Pastrana, sus mayorazgos, historia de la familia, matrimonios, árboles genealógicos, ventas, permutas, posesiones, testamentos, privilegios y concesiones, censos, juros así como información referente a marquesados, villas y señoríos pertenecientes al ducado de Pastrana, tales como los marquesados de Algecilla y de Almenara, y las villas de Mandayona, Miedes, Sacedoncillo, Gárgoles de Arriba y de Abajo, Solanillos, Alaminos, Moranchel, El Sotillo, Torrecuadrada, Ciruelos, Escamilla (Guadalajara), Serracines (Madrid) y Barcience (Toledo); “Recopylazyon o extracto de los titulos que legitiman la propiedad de la Exma. Casa de Pastrana sus agregados, mayorazgos, rentas y regalias de que es actual poseedora la Exma Sra Dª Maria Francisca Yldefonsa de Silva Hurtado de Mendoza la Vega Luna Sandoval y Rojas”. Ibíd., Osuna, caja 115, doc. 164. 91. “Resultas de la composición del Estado de Pastrana”. Ibíd., cartas 611, doc. 1.
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da (con fechas extremas entre 1469-1729), que, a la sazón, se entregan en parte al Archivo General de Protocolos de Corte (sobre todo los más modernos). A fines del siglo xviii, de nuevo, se compendia en un libro becerro toda la documentación relativa a la casa de Pastrana, sus mayorazgos, historia de la familia, matrimonios, árboles genealógicos, ventas, permutas, posesiones, testamentos, privilegios y concesiones, censos, juros, así como la información referente a marquesados, villas y señoríos pertenecientes al ducado de Pastrana, donde se citan documentos que luego salieron del archivo ducal92. Un archivo que se integraría en el ducado de Infantado y este a su vez en el de Osuna, de donde pasó definitivamente en 1927 al AHN (Madrid) y termina en 1993 en el AHNOB (Toledo). La abolición del régimen señorial fue demoledor para algunos de estos fondos, cuyos originales a veces se adjuntaron a los pleitos tramitados ante el tribunal correspondiente (como parece que ocurrió con el proceso de segregación nobiliaria de Puebla de Almenara)93. Para concluir, rememoramos aquí las palabras de un ilustrado panegirista anónimo de la casa de Pastrana, cuando apunta que Los papeles son hijos del entendimiento, hermanos de la honra en todas materias, causas, negocios y correspondencias, testigos adbertidos, desengaños mudos, havisos y centinelas de los cuidados, alma y vida de la memoria, luz de la verdad y fiel testimonio de la vida, compiten con el tiempo en la perpetuidad, conservan el nombre y memoria de cada uno, guardan la paz, escusan la discordia, alumbran la verdad, defienden la razon, deduzen y [de]terminan todas las diferencias94.
92. Por ejemplo, existía el privilegio de villazgo de pastrana (1369) en la antigua caja 1, leg. 1, nº 2. Ibíd., caja 115, doc. 164, fol. 142r. 93. Comunicaciones de la Contaduría General al encargado del archivo del Infantado y contestaciones de este, sobre la entrega de documentos tocantes a los títulos de duque de Pastrana, marqués del Zenete y conde de Villada y los de pertenencia de la administración de Puebla de Almenara (1853-1870). Ibíd., caja 4272. Curiosamente, algunos de los documentos más antiguos de este señorío ya no conservan en este fondo, sino que fueron segregados seguramente al albur de la ley de abolición del régimen señorial (1837), debido a la necesidad de los antiguos señores de presentar documentación ante el Estado para justificar derechos y propiedades, permaneciendo en la actualidad en manos privadas. 94. Prólogo tras índice. Ibíd., caja 115, doc. 164.
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III. Ruy Gómez, contextos, discursos y representaciones
“Que pueda llegar a corte” Il duca di Terranova tra Lepanto e il futuro Lina Scalisi Università degli Studi di Catania
Eo magis erigor
Era autunno avanzato ma l’eco della vittoria di Lepanto risuonava incessante. Il miracolo della flotta cattolica che aveva distrutto e decimato il nemico nella giornata che il papa domenicano Pio V aveva intitolato alla Madonna del Rosario, animava infatti le cancellerie, le corti, i discorsi nelle città di un’Europa spaventata dal Turco1. Nulla era però comparabile al sollievo che percorreva la Sicilia, da dove l’armata cattolica era partita per la battaglia e dove era tornata, nell’arsenale di Messina, per trascorrere l’inverno. Un onore per l’isola che, affollata di ufficiali e di gentiluomini, approntò cortei, processioni, trionfi per celebrare Giovanni d’Austria, l’eroe della cristianità; ma, allo stesso tempo, un onere per i costi conseguenti, gravanti su finanze che già contribuivano massivamente alle richieste della monarchia e alla fortificazione delle coste. Fu in questo scenario dominato dalla guerra che Carlo d’Aragona divenne presidente del regno. In realtà, si trattava di una notizia che circolava da qualche mese dal momento che Marco Antonio Colonna, in predicato per la carica di viceré, era stato nominato al comando della flotta pontificia, e che sempre più vane risultavano le speranze del milanese conte di Landriano, già stratigoto di Messina, di mantenere la presidenza affidatagli dallo scomparso viceré d’Avalos, malgrado la fama di esperto militare, le relazioni nel territorio —aveva sposato una Abbreviazioni: AGS, Archivo General de Simancas; ASN, Archivo di Stato di Napoli; ASP, Archivio di Stato di Palermo; BL, British Library. 1. Sulla battaglia di Lepanto e sulla sua eco vedi soprattutto Caffiero 1998; Gibellini 2008; Barbero 2010; Formica 2012.
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Settimo, sorella del marchese di Giarratana—, e l’amicizia del segretario Diego de Vargas. La fama di Terranova era infatti più solida, radicata nell’eredità paterna2, maturata nei lunghi anni di servizio e rafforzata dai solidi legami con la nobiltà del regno e con importanti protagonisti del governo spagnolo —da Garçia de Toledo al principe di Eboli, al cardinale Espinosa, ad Antonio Pérez— che furono fondamentali allorché la morte quasi concomitante dei maggiori ministri dei domini italiani3, condusse ad un rinnovamento che favorì i sodali del cardinale Espinosa. Tra di loro Terranova, da anni in attesa di una nuova carica di cui aveva scritto reiteratamente al segretario Pérez chiedendogli di presentare al sovrano il suo desiderio di servirlo a Granada o di inviarlo a La Goletta per fronteggiare il Turco4. Alla fine del 1571 giunse quindi l’incarico, inaugurando una stagione di governo che sarebbe proseguita fino al 1577, nel superamento informale della norma che impediva ai naturali di ottenere la maggiore carica5. Naturalmente si trattava al tempo di un disegno ancora vago, che poi prevalse per una serie di elementi che concorsero in suo favore, tant’è che in quell’autunno di successi militari, la nomina apparve piuttosto come un successo del partito palermitano di cui Carlo era tra i maggiori esponenti, rimarcato dal suo ordine ai Tribunali e alla corte di rientrare subito da Messina e dalla resistenza del Landriano che ritardò il ritorno di alcuni togati6. 2.
Il padre Giovanni era stato presidente del regno, la prima volta nel 1539 —un breve periodo connotato dallo scontro con l’Inquisizione e condizionato dalla linea di governo di Gonzaga; la seconda volta nel 1544, grazie ancora all’appoggio di Francisco Los Cobos (Scalisi 2012: 22-23, 40). 3. Tra il 1570 e il 1571 morirono, infatti, i viceré di Napoli e di Sicilia —rispettivamente, il marchese di Pescara e il duca di Alcalá— e il duca di Alburquerque, governatore di Milano e i loro successori —il cardinal Granvelle a Napoli, Luis de Requesens a Milano e il Terranova in Sicilia— partecipavano del medesimo gruppo di potere vicino all’Espinosa (Rivero Rodríguez 1998: 117). 4. AGS, Estado Sicilia, leg. 1133, foll. 2, 5, 10. 5. “Il 28 ottobre 1571 arrivò in Messina il dispaccio d’essere presidente il principe di Castelvetrano e il consiglio inviò il piego in Palermo; il quale arrivò a 3 di novembre ad ore 3 di notte. E nell’istessa ora mandò il principe a chiamare la gran corte, che era in Messina, conforme all’ordine venuto di sua maestà, che stesse a Palermo. Ed a 7 di novembre con pomposa festa prese il possesso, essendo pretore Cola Antonio Spatafora e giurati”, Paruta/Palmerino, Diari della città di Palermo, cit., p. 43. 6. Ufficialmente perché completassero alcuni uffici per Don Giovanni, ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, serie Museo, fasci 17-18, f. 4r.
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Nell’isola si ebbe insomma l’impressione di un avvicendamento tra due gruppi di potere: Palermo versus Messina. Una contrapposizione antica rinnovata, appena un decennio prima, dal confronto tra Tommaso Fazello e Francesco Maurolico7: la Messina normanna opposta alla Sicilia araba quale dimostrazione di un’isola divisa al suo interno e ricomposta in unità solo nell’immaginario storico con Maurolico che, nella dedica al Compendio, invitava il giovane principe Carlo a chiedere al padre la Sicilia, ponte tra l’Africa e l’Oriente e porto sicuro in cui tornare; e Fazello che, testimone amaro di libertà perdute, iniziava il discorso sul Vespro assunto a mito fondante della nazione. Contrasto di lungo periodo tra due tradizioni storico-politiche, tra nobiltà e borghesia, esso sarebbe stato una costante della fitta corrispondenza che il duca intrattenne con il sovrano per tutta la durata del mandato. Gli inizi Va però rilevato che quando il duca assunse il comando, alle soglie dell’inverno, più che Messina lo inquietava lo stato del regno, in ritardo nella realizzazione delle fortificazioni, confuso nella gestione della cosa pubblica, in preda al disordine finanziario per la mancata esazione dei donativi. Per quanto, infatti, si trattasse di critiche in parte legate alle contingenze in corso, emergeva la preoccupazione per bisogni cui occorreva rimediare con urgenza e per i quali chiedeva indicazioni e approvazione al sovrano. Soprattutto lo angustiava la guerra, per lo sforzo immane legato ai bisogni dell’armata e alla difesa, con Filippo II che chiedeva disegni e progetti cui era difficile provvedere dopo la morte dell’ingegnere Antonio Conde a Lepanto8; e per le richieste pressanti di denaro e vettovaglie da parte di Don Giovanni che, di contro, corrispondeva poche somme alle esauste casse del regno. Furono questioni che accompagnarono la preparazione del parlamento, di canto alla verifica delle condizioni del mercato del grano (ricognizione delle quantità pregresse e verifica della 7. Il Compendio del secondo fu redatto, infatti, su incarico del senato messinese, in risposta al De rebus siculis del padre domenicano. 8. A tal proposito chiedeva se potesse utilizzare i servigi del Fratino di cui Filippo II aveva grande stima, ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, serie Museo, fasci 17-18, f. 5r-v.
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quantità e qualità del nuovo raccolto) per stabilire la quantità di tratte commerciabili dopo l’accantonamento per la domanda interna9. Intanto da Messina, il principe non accettava ragioni. Determinato ad ottenere quanto richiesto, riservava piena confidenza solo ai suoi consiglieri —tra cui il segretario Juan de Soto, il maggiordomo Rodiaz de Mendoza, il conte di Landriano e Andrea Arduino—, senza informare il duca delle vicende interne alla Lega e delle mosse dei veneziani sempre meno favorevoli a proseguire l’alleanza con la Spagna. Le lettere a Carlo si limitavano insomma a chiedere senza, di contro, attenzione per le suppliche del duca di spostarsi a Palermo, e senza particolare gradimento per le mostre, i caroselli e le giostre disposte per celebrare gli ideali cavallereschi —assunti a cifra delle virtù eroiche della nobiltà siciliana— animati dall’accademia di cui Carlo e il figlio Giovanni erano campioni. Poca considerazione per il presidente, quindi, che da parte sua desiderava allontanarlo da quella Messina che stava allestendo, sostenuta dal Landriano, la missione di un ambasciatore a Madrid per ottenere l’abolizione della gabella del tarì agendo, a dire del duca, come una città dalla “licenziosa libertà”, usa ad utilizzare toni arroganti con i rappresentanti del potere regio, come era peraltro avvenuto anche con il marchese di Pescara10. Un inizio travagliato dunque per Carlo che, intanto, proseguiva il riordino finanziario del regno ordinando una relazione sullo stato dei conti ordinari e straordinari del Patrimonio da inviare al re e a Pietro Velasquez, per anni conservatore ma al tempo al seguito del principe. A tale scopo aveva disposto che quattro maestri razionali lavorassero esclusivamente alla visione dei conti; che altri due attendessero ai negozi di giustizia; che le cause patrimoniali fossero trattate collegialmente in sua presenza, come statuito dalle prammatiche regie; e che si costruisse nella città la sede dei Tribunali con parte delle somme destinate all’ampliamento della città11. Dietro questo fitto program9. ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, serie Museo, fasci 17-18, ff. 4v-5v. 10. Inoltre scriveva al sovrano degli eccessi nelle spese straordinarie censurate dal tempo del Vega ma ripristinate dalle concessioni del viceré Medinaceli di un decennio prima. Ma va rilevato come al tempo del La Cerda, la città avesse preferito al viceré, il visitatore generale Marcello Pignone, marchese di Orioles, al quale Maurolico dedicò il Sicanicarum regium compendium. 11. ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, serie Museo, fasci 17-18, ff. 26v-27v. Ampliamento approvato al tempo del Pescara, da realizzarsi con i soldi della gabella del molo dedotte le somme giovevoli per l’infrastruttura.
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ma, il modello politico del cardinale Espinosa —un governo in cui letrados e nobiltà operavano in sinergia— di canto alla necessità di un riordino dei conti per conoscere risorse e criticità dell’erario; e ad una istituzionalizzazione della giustizia che eliminasse la dimensione privata di cause discusse troppo spesso nelle case dei presidenti. Una logica razionalizzatrice peraltro alla base di molte altre disposizioni: dalla sostituzione di ufficiali, alle proposte di riforma delle esazioni, al riordino dell’archivio (trovato in disordine, mal custodito e malandato), ad una disamina dei crediti pregressi che non fosse d’ostacolo alla formulazione di nuovi. Altrettanto intensa l’azione sul mercato del grano per il quale dispose con il consiglio del Real Patrimonio, una strategia per incrementare i negozi diminuiti nel tempo, a suo dire, per le cattive scelte politiche dei suoi predecessori12. Di ciò scriveva con la perizia di chi era chiaramente addentro ai meccanismi del settore, non mancando di imputare alcune criticità ai privilegi concessi alla Santa Sede e a Venezia che esportavano un’ingente quantità di tratte gratuitamente o a costi inferiori ai prezzi di mercato, gravando sulla resa del comparto, creando squilibri nella vendita ai mercanti e aumentando le difficoltà nel reperire imbarcazioni per il trasporto, quasi tutte utilizzate per provvedere l’armata. Sicché quando nel gennaio Carlo apprese dal Granvelle che a Napoli vi era minore ricavato dalle vendite di grano per un generale abbassamento del prezzo, le richieste pontificie di ulteriori franchigie divennero un onere per il quale chiese l’intervento dello Zuñiga, ambasciatore spagnolo presso la Santa Sede, affinché riferisse al pontefice che le risorse del regno erano quasi interamente destinate all’armata e ai veneziani che tanto gli stavano a cuore13. Rapporti faticosi quindi aggravati dalle tensioni interne alla Lega e solo superficialmente mitigati da Juan de Zuñiga e dall’ambasciatore veneziano Regazzoni giacché non mancarono frizioni come nel gennaio 1572, quando l’ambasciatore spagnolo rispose al duca che ulteriori interventi con il papa, avrebbero messo in pericolo l’alleanza. Un’accusa respinta da Carlo che scrisse al sovrano di aver concesso oltre a quanto richiesto, ulteriori 12.000 cantara di biscotti da lavorarsi
12. Ma sulle richieste materiali della monarchia all’isola nel corso del secolo cfr. Favarò 2007. 13. ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, serie Museo, fasci 17-18, ff. 7v-8r.
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nei forni adibiti alla provvista regia; che era in grado di mostrare per iscritto l’appoggio del Regazzoni e che “à SS.tà e all’Amb.re scrivo in questa materia quello che realmente passa, et che giudico essere servitio di V. M.tà alla quale ho voluto dar conto di tutto quello acciò ne sia informata, et sia certa che dal canto mio, non si mancherà in tutto quello che sarà servitio à V. M.tà”14. Una lealtà e un servizio assoluto pari a quello offerto dal regno come reiterato dal duca che nell’organizzare i rifornimenti, non esitava a procedere in modi utili ad una contropartita che prevedesse lo sviluppo di alcuni settori (dalla lavorazione del biscotto, alla fabbrica delle galere, alla fondazione di armerie)15. Si trattò di una partita difficile, condotta attraverso pressioni esercitate prudentemente ma ostinatamente affinché la trasformazione del regno da frontiera a confine militarizzato, innescasse processi di crescita economica e una domanda sul mercato interno che giustificassero la alta fiscalità della monarchia16. Pressioni che innescarono inevitabilmente frizioni anche con i ministri partecipi del medesimo partito che, però, in altre occasioni riuscirono a muoversi di concerto come nel caso della questione del donativo del clero nel parlamento o della riorganizzazione della giurisdizione ecclesiastica nell’isola. In controluce Sta di fatto che nei mesi convulsi che precedettero la primavera, Carlo continuò ad agire su due livelli: quello ordinario, inerente al governo del territorio e realizzato nel clima dell’emergenza militare che favorì una distribuzione di cariche e uffici a personaggi a lui vicini; e quello straordinario connesso alle necessità di Don Giovanni sempre più esigente nella richiesta di viveri, galere, milizie e schiavi17. Nella quotidiana corrispondenza con il sovrano, trapela infatti la fatica nei rapporti con il principe di canto all’utilizzo di canali personali, alla sinergia con Gran-
14. 15. 16. 17.
Ivi, f. 21v. Favarò 2007; 2009. Giarrizzo (1989: 232). Un novero di nominativi inviati al sovrano per rivestire le maggiori cariche e uffici del regno. Tra di loro, i Bologna, Mariano e Gilberto, i togati Ramondetta, Modesto Gambacorta e Carlo Siragusa; ed ancora, Pietro di Gregorio, Il marchese di Favara, Giovanni Ventimiglia, Andrea Alliata.
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velle e Zuñiga inizialmente agevole —dal comune invio delle missive a Madrid via Napoli e Roma, alla condivisione delle informazioni— ma che la morte del cardinale Espinosa svigorisce. In particolare, sono i rapporti con l’ambasciatore spagnolo a peggiorare, come lamentato da Carlo costretto a trattare con i veneziani senza ricevere informazioni riguardo i colloqui con il pontefice iniziati nel dicembre per trattare le condizioni della seconda campagna della Lega, “accioche nella presente et altri simiglianti occasioni, potessi rendermi conforme al servitio della M.tà V.ra”18; o, peggio, ricevendo richieste di ulteriori quantità di tratte e biscotto avallate dal Granvelle e dal cardinale di Como19, ma declinate dal duca per non stressare finanziariamente le maggiori città dell’isola, coinvolte dall’autunno in un piano di produzione su vasta scala20. Nel carteggio si dipana così la rappresentazione del ministro che, vigile, reagisce agli imprevisti come nel caso dell’abbandono veneziano dell’alleanza attribuita “por la solita maniera di procedere, anzi por la naturale inclinatione di quella Repubblica”21, cui aveva reagito di18. Il presidente ne scrive al re il 29 gennaio 1573, informandolo della richiesta dei veneziani di ulteriori 20.000 in aggiunta alle 21.000 già concesse; e che egli riteneva potessero essere date per evitare incidenti diplomatici, anche se, a tal proposito, gli sarebbe stato utile conoscere lo stato delle trattative romane che lo Zuniga conduceva a Roma per ordine sovrano, ASN, Fondo Pignatelli Aragona Cortés, serie Museo, fascio 3, f. 65r. Ma va anche rilevato come Carlo avesse rapporti personali con la Santa Sede resi pubblici in varie occasioni che andavano dalla concessione di Gregorio XIII del beneficio del giubileo a Carlo e ai suoi familiari, alla raccomandazione del pontefice al Maestro dell’Ordine gerosolimitano di nominare commendatore il figlio Giuseppe. 19. A fine marzo, Carlo scriveva al re di essere in difficoltà di fronte alle richieste del principe e al suo ordine di tassare ulteriormente il regno. Gli ricordava inoltre —insieme a tutte le misure messe in atto per mantenere i commerci di sale con Napoli, di grani della Puglia e per rifornire Corfù—, di avere ricevuto solo parte della somma stanziata per i rifornimenti, ivi, ff. 74r-76r. 20. Asp, TRP, Lettere e dispacci viceregi, vol. 599, c. 176. Al tempo, ad esempio, le fabbriche palermitane fornivano già 200 cantari di biscotto al giorno, poi aumentati dietro le pressanti veneziane di altri 20 cantari (220 cantari equivalenti a 17,6 tonnellate), prodotti in 66 forni che lavoravano a pieno ritmo ogni giorno, festivi inclusi. Una situazione faticosa aggravata dalle lamentele dei fornai per lo scarso rendimento in termini finanziari cfr. ASP, Tribunale del Real Patrimonio, Lettere e dispacci viceregi, vol. 598, cc. 50-51. 21. Ma non manca di precisare quanto disposto per le maggiori piazze marittime dell’isola: “Io ho di me questa satisfattione, che ho posto tanto studio in darla dal canto mio, à gli Agenti di essa Repubblica, che non potranno haver occasione doi formar querele si come ho sempre scritto à V.M.tà, et fatto ancora penetrar all’orecchio di SS.tà, et voglio credere che da tutti gli altri Ministri di V.Mt. sarà stato fatto al medesimo”, ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, serie Museo, fascio 3, f. 76v.
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sponendo il rafforzamento delle città del regno, soprattutto di Siracusa, la piazza più importante e più fragile, alla cui difesa aveva collocato sei compagnie —tre di fanteria spagnola e tre di milizia del regno— e inviato dapprima il castellano di Palermo, Andrea de Salazar, ad aiutare il castellano Gonzalo de Palacios22. Ma dietro il biasimo esisteva una realtà diversa, fatta di buone relazioni giustificate, nel proseguo dei mesi, dal richiamo alla prudenza, virtù che riteneva obbligatoria per affrontare la difficile situazione internazionale. Considerato lo stato delle cose d’Italia; et non meno quello di Francia; et le diversioni di Fiandra, ne sapendosi con molta certezza quale sia l’animo del Papa, voglio credere che V.M.tà con la sua solità prudenza, dissimulerà ogni giusta alteratione, rimettendo alla mano di Dio, et à miglior tempo quella dimostratione che costoro si meritano.
Per tale ragione non era d’accordo con il principe Giovanni che gli chiedeva di rifiutare ai veneziani grano e biscotti, e anzi aveva “procurato con buone parole andare trattenendo il sec.rio Ragazzoni, che ancora si ritrova qui, parendomi che quantunque non siano collegati con V.M.tà non perciò sia bene havergli per nemici maggiormente risultando utile alla Regia corte per l’estrattioni che facessero; et per il comercio che continovassero in queste parti, il quale ancora avanti che
22. “In Augusta è il capitan san Martino castellano di là, et si rinforzerà quel presidio di tutti li Spagnuoli che si possono capire; In Catania mando una persona di qualità la quale con le genti convicine, et con due compagnie di fanteria spagnuola, tenerà quella piazza à nuovo recapito; In Milazzo starà un’altra compagnia spagnuola, et una à Termini, et in tutti questi luoghi, si come ancora negli altri maritimi, havranno cura li capitani di arme delli Valli, mettere quel n.o di Militia che secondo l’occorrenza sarà bisogno. A Trapani si trova il Conte di Buscema, et vi mando il Cap.no Alvaro de Acosta con la sua compagnia, et Ayala Soto mayor con la sua. Ve n’anderà un’altra in Marsala, et vi si metterà un capo conveniente alla qualità di quella fortezza. Marsala facerà succedendo il bisogno; mà pongo rimedio per guardare Sciacca, sendo luogo di caricatore importante, et ne do cura particolare al Duca di Bibona. Si rinforzerà la Licata di gente spagnola, et in sóma non si mancherà di mirare alla sicurtà di ogni luogo. Et particolarmente delle fortezze più importanti, nelle quali si darà ordine che entrino vittovaglie et munitioni. Si repari l’artegliaria, et si faccino tutti gli altri apparecchi necessarij alla difesa. Io per esser Messina aperta in diversi luoghi, et soggetta à tanto pericolo, anderò à mettermi in quella città, ne tarderò più di quello che sarà bisogno per lasciar fatti gli spacci delli repartimenti, et provisioni sudetti”, ivi, ff. 77v-78r.
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V.M.tà facesse la lega è stato desiderato et procurato”23. Cauto dunque nell’abbandonare attori strategici per i commerci del regno e per il suo prestigio, Carlo manteneva il proprio incarico con una autonomia che lo portava a circondarsi del figlio Giovanni, dei generi, dei vertici delle magistrature, tra cui spiccano Luca Cifuentes, Modesto Gambacorta, e Vincenzo Ramondetta24; di mercanti come Lomellino, Imperiali, Averna, Masbel particolarmente addentro ai mercati del credito e del grano. Per i suoi detrattori, una sorta di consorteria organizzata dal duca per arricchirsi, mentre allontanava personaggi dotati di indubbie qualità come Fabrizio Branciforte, principe di Butera e Lorenzo Telles de Silva, marchese di Favara25, qui evocati come oppositori di un governo inadeguato e fazioso, oltre che sbilanciato verso i veneziani26, perché era noto il favore verso Placido Ragazzoni, cui Carlo aveva permesso di reclutare oltre mille uomini per venire incontro alle richieste del doge Mocenigo27. Accuse dure, inflessibili che riflettevano sul piano locale le modifiche avvenute nei partiti madrileni, descrivendo come conseguente il recente allontanamento del Favara, parente del principe di Eboli, il cui predecessore era vicino al duca per via di accordi matrimoniali —il figlio di Carlo era suo cognato— che avevano avvicinato i casati, favorito nuove acquisizioni28, e prodotto accordi economici in cui il piano privato si era spesso intrecciato con quello pubblico29. Un’alleanza an23. Ivi. 24. Nondimeno non mancarono momenti di disaccordo come, ad esempio, nel 1574 con il Cifuentes, allorché questi entrò in disaccordo con il duca sulle modalità di rifornimento delle piazze africane. 25. Personaggi che negli anni a seguire avrebbero fatto parte dell’entourage di Marco Antonio Colonna e che avrebbero sostenuto una campagna di accuse contro il duca e la sua famiglia (Scalisi 2011: 246-27). 26. Lo denunciava un anonimo estensore messinese in un memoriale di scritto nell’agosto 1574, BL, Additional, ms. 28396, sn. 27. Pipitone Federigo (1906: 123-124). 28. Come nel caso della competizione del conte di Cifuentes con il principe di Paternò per Dorotea Barresi, la contessa di Militello vedova di Giuseppe Branciforte e di Vincenzo Barresi, futura moglie di Juan de Zuñiga; vicenda che provocò il risentimento del Cifuentes contro il viceré marchese di Pescara, accusato di non essersi prodigato a suo favore (Scalisi 2012: 189-190). 29. Tali operazioni si svolsero nei quattro anni precedenti le nozze, periodo in cui Carlo gestì il patrimonio del genero Ventimiglia in maniera oculata ma foriera di forti benefici personali come quando soggiogò al marchese di Favara 268 onze e
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cora viva nel febbraio 1572, quando Carlo aveva proposto il marchese alla carica di stratigoto di Messina e che toccò l’apice in occasione del matrimonio di Anna Aragona con Giovanni Ventimiglia, con il corteo nuziale aperto proprio dal Favara a capo di venticinque nobili che avanzavano reggendo argenti, confetti e le insegne degli sposi, seguito dal conte di Raccuia con altri venticinque; dal conte di Cammarata e, infine, dal marchese di Avola che con il medesimo seguito chiudeva il corteo. Una rappresentazione concepita anche in risposta ad altre alleanze —come quella tra i Branciforte di Mazzarino e Ottavio Lanza, cognato del Raccuja, entrambi avversi al presidente— raggiunta dopo decenni di rapporti ricchi anche di contrasti come quello tra il Favara e il Raccuia per la baronia di Tavì, per il cui possesso il conte aveva ceduto un ingentissimo debito della Regia Corte le cui modalità di riscossione videro l’intervento della corte regia e la mediazione del presidente30. Nondimeno fra Carlo e il Favara il mutamento dei rapporti fu reale al punto che il primo riuscì ad evitare la partecipazione del marchese al consiglio di guerra, sebbene chiestagli dal sovrano, rispondendo che si trattava di materia regolata dalla riforma dei tribunali, solo in minima parte sovvertibile31. Intanto nell’isola si susseguivano le voci contro Terranova, soprattutto in quella Messina che la presenza di Don Giovanni rendeva sempre più ardita nelle rivendicazioni. Due anni prima, infatti, anche il conte di Landriano, nominato consigliere del principe Giovanni, aveva scritto a Madrid sui bisogni dell’armata —armature, 11 tarì annuali sui feudi di li terrati e sul feudo di li Gippisi; o quando ottenne di far girare enormi cifre di varie transazioni relative ai Ventimiglia sul banco dei fratelli Andrea e Tommaso Lomellino (Scalisi 2012: 106). 30. L’intervento regio era giunto dopo che il marchese aveva protestato che se avesse saputo di un atto del viceré Medinaceli del 1568 che riduceva gli interessi dal 22 al 5 per cento, non avrebbe ceduto la Baronia. Ma al sovrano che lo invitava a pagare al marchese gli interessi spettanti senza applicare alcuna variazione, Carlo rispose che come già successo per un credito di Luigi Bologna, sarebbe stato opportuno che avvenisse per grazia regia affinché “non s’aprisse la porta à provedere questo negotio per via di giustitia la quale quando si trovasse in favore de’ creditori sarebbe un grosso danno del Patrimonio di V.M.tà stante il grosso debito che questa Regia corte tiene con questa forma di cambij”, ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, Serie Museo, fasci 17-18, ff. 32r-33r. 31. Poiché il re aveva previsto la partecipazione del Favara per le questioni militari, il duca rispose che le stesse erano trattate nel consiglio regio composto dai presidenti dei tribunali, Luca Cifuentes e Modesto Gambacorta e il consultore Pedro de Leon, salvo che si consentisse al Favara di entrare quando si affrontavano questioni militari cfr. Scalisi (2012: 206).
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armi, guastatori— rifiutando la gerarchizzazione che subordinava a Terranova le relazioni con il sovrano. per quanto appartiene all’apparato dell’Armata, et alle cose di gente di guerra, io debbo lasciari di dire molte cosi. Ma non però che di tante non venga a scriverne alcune et saranno quelle alle quali mi guiderà l’accostumata affetione, et vivo desiderio mio verso il servitio di V. M.tà32.
Oramai a fine mandato di strategoto, lo informava inoltre del successo nella lotta contro delinquenti e fuoriusciti che aveva chiesto ai messinesi di perseverare, e di cui aveva già informato Vargas, contro cui da tempo il presidente Quiroga cercava prove e testimonianze che ne comprovassero la corruzione. Campagna interna allo scontro tra due modelli di governo —solo schematicamente riducibile alla contrapposizione “letrados versus nobiltà”—, esso mostrò la difficile acquisizione di competenze del Consiglio d’Italia di contro alla “libertà” dei viceré italiani, concessa per arginare l’aggressività del papato e affermare il predominio spagnolo, ma dannosa per la attribuzione delle reciproche funzioni33, come segnalato lucidamente nel 1568 dal reggente Percolla che avrebbe indicato come tale indeterminatezza fosse alla base degli abusi indagati34. Ma la nota del Landriano fu rivelatrice anche di un territorio i cui equilibri mutavano sulla base delle notizie provenienti da Madrid dove il ritorno in auge del Vargas andò di apri passo alla freddezza verso Espinosa che, accusato degli insuccessi di Granada, morì di lì a poco, nel settembre 1572, scompaginando schieramenti e clientele. “Di far conoscere al mondo” Si trattò di un avvenimento improvviso, vissuto con dispiacere dal re e dal gruppo di sodali del cardinale, da lì a poco disorientati anche dalla 32. AGS, Estado Sicilia, leg. 1137, c. 79. 33. Rivero Rodríguez (1998: 111 e passim). 34. Ibíd., p. 112. Nel 1572, il Percolla, al tempo presidente del tribunale della Gran Corte avrebbe finito i suoi giorni in carcere per aver permesso al figlio di violentare una giovane nobile di cui era custode (Sciuti Russi 1983: 194). Vicenda che ritroviamo nella corrispondenza del Terranova quando informa il sovrano degli esiti dell’inchiesta e del processo, della successiva carcerazione del figlio e della necessità di nominare il nuovo presidente.
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morte improvvisa dell’Eboli, avvenuta nel luglio 1573, che ebbe inevitabili ripercussioni sugli equilibri dei partiti di corte e dei suoi clienti, tra i quali Terranova che ne aveva ricercato nuovamente l’appoggio come scriveva al re in due missive, redatte ad un giorno di distanza l’una dall’altra, per chiedere rassicurazioni sul suo destino. Benche per li favori che continuamente V. M.tà mi fa veda la satisfattione ch’ella per sua benignità si degna mostrare de servitij miei, et la cura ch’è servita haver di honorar, et impiegar la persona mia, non di meno per non mancar a me med.mo et all’obligo c’ho di procurar di viveri, et morire con la medesima professione ch’io et i passati miei han fatto sempre di servire all’Imp.re N. S.re di b.m., et à V. M.tà, supp.co humil.te V.M.tà che quando accaderà far mutatione in q.to carico, parendo à V.M.tà ch’io sia da poterla servire, resti servita non lasciarmi disoccupato di altro in alcun lato di tanti Regni, e stati suoi, affinché possi impiegare il resto degli anni che mi avanzano in serv.o di V.M. si come fu, et è sempre mio desio remettendomi sempre à tutto quello che più suo serv.o sara35.
Una lettera breve in cui il duca, in attesa del rinnovo della carica, arammentava come la devozione agli Asburgo fosse stata la cifra del suo casato —padre verso padre, figlio verso figlio— e come ad essa si affidasse per proseguire il suo servizio fuori dall’isola. Un’aspirazione reiterata nella missiva del giorno dopo con l’indicazione esplicita della mediazione chiesta al principe. La morte di Ruigomez mi ha dato pena per la perdita che V. M.tà ha fatto di persona tanto importante et confidente al suo Real ser.o Questa istessa confidanza, per non dar fastidio à V.M.tà con lettere mi havea indotto molti giorni sono à pigliar il mezzo suo, per rappresentar à V. M.tà, lo stato delle cose mie, et supplicarla d’alcune gratie le quali per i meriti de servigi fatti da miei passati, et per l’affetione e studio col quale io ho sempre procurato di continoarli mi promettevo dalla benignità di V.M.tà.
Al sovrano chiedeva dunque alcune grazie tra cui primeggiava il permesso a recarsi a corte per “dar conto à bocca”, di quanto accadeva nel regno; viaggio al quale si apprestava con la speranza di essere trattato come era solito con persone del suo rango e dei suoi meriti, come aveva scritto precedentemente all’Eboli, pregandolo di rammentare al
35. ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, Serie Museo, fasci 17-18, f. 139v.
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sovrano i debiti che ne erano derivati e che stremavano la sua numerosa famiglia —tredici figli e sei nipoti— per la quale chiedeva nuove mercedi. Alla stessa stregua —narrava ancora— gli aveva chiesto di raccomandarlo per nuovi incarichi poiché avendo servito senza favorire parentele ed amicizie si era “concitato contro di me grande odio di parenti, et amici miei, et forse di tutto il Regno, et io pur desidero viver et morire servendo à V. M.tà”. Solo perché la morte lo aveva privato di questo “mezzo” —un’asciutta definizione del rapporto di patronage di una nobiltà sobria e militare prima che cortigiana—, aveva osato scrivere direttamente al sovrano affinché si compiacesse “di far conoscere al mondo” i suoi meriti con lettere che mostrassero il suo favore, che consolassero i suoi figli, che fossero di esempio per quanti lo volessero servire. Toni asciutti, privi di retorica, di chi riteneva di potersi ancora rivolgere direttamente al re, sulla scorta di una fedeltà messa alla prova dal tempo e dai risultati, superando la mediazione del Granvelle laddove la partita diplomatica con il nuovo papa Gregorio XIII, molto vicino al cardinale, vedeva crescere il favore verso Colonna che aveva assunto un ruolo di primo piano nella trattativa diplomatica parallela tra Roma e Madrid sul proseguimento della Lega36. Ma, soprattutto, una rappresentazione opposta a quella che aumentava nel regno con il racconto di un’altra storia, una storia non di povertà derivante dal servizio, ma di accumulazione di denaro e mercedi provenienti dall’esercizio del potere pubblico grazie al quale il duca aveva estinto debiti ed acquisito nuovi feudi al suo casato37. Una storia che lo incalzava da molti anni e contro la quale aveva scritto già al sovrano nel 1562, al tempo della contesa con il Regio Fisco per il possesso di Avola, affermando la qualità di un servizio speso in continui spostamenti presso le corti degli Asburgo a prescindere dai disagi, dalle sofferenze economiche e, persino, dai riconoscimenti. Una difesa in cui però non vi era alcun accenno alle relazioni allaccia36. Rivero Rodríguez (1998: 144-145); Bazzano (2003). 37. “Cosa es que dice que ay en la corte procura el duque de Terranova de dar a entender que esta pobre y se ha destruido con este cargo de Presidente; si haber pagado 80m. escudos que debía sobre su hacienda y cuando estuvo ala muerte no se trataba sino de que su casa que daba la mas perdida del mundo; si haber comprado las varonías de viligi y celaro” (Scalisi 2012: 210).
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te, alle mercedi ricevute, ai favori chiesti e ricambiati, alle intercessioni soddisfatte, poiché le stesse erano parte del progetto dinastico intrapreso dalla famiglia per l’ascesa al potere che qui non andava palesato perché dissonante con l’auto-rappresentazione di chi aveva dato senza ricevere un adeguato compenso. Ma se nel 1562, Terranova aveva ricordato i frequenti viaggi, le campagne militari, le lunghe assenze, undici anni dopo la richiesta di andare fuori dall’isola, di là dalle dichiarazioni formali, appare più simulata che reale, come rivela la richiesta al re di lettere che lo sostenessero politicamente in una fase di equilibri incerti e di difficoltà comunicative, aggravate dagli ambigui disegni militari di un’armata pronta alla guerra ma senza ancora una chiara meta —Algeri, a Tunisi o in Egeo— giacché ognuno di questi luoghi era emblema di un’idea di crociata dietro cui si celavano i contrastanti disegni degli attori in gioco. Il contro dono richiesto da Terranova era, piuttosto, la conferma del ruolo che sentiva minato dalla scarsa considerazione del principe giacché i pareri offertigli erano poco graditi oltre che percepiti come espressione di una linea politica cautelativa delle preminenze economiche del regno; e non bastavano il sostegno del Velasquez e di Juan de Cardona, a capo delle galere siciliane, poiché quel che lo preoccupava era il timore di un raffreddamento dei rapporti con Zuñiga e Granvelle che, da parte loro, profittavano delle lotte cortigiane per rafforzare potere e clientele nella penisola. Da tale angolatura si comprendono allora meglio le ragioni che lo spinsero a cercare una interlocuzione non mediata dal sistema di consigli, segretari e ministri —che, pure, restavano interlocutori privilegiati—, in nome del rapporto singolare che legava ogni suddito al suo sovrano, garante ultimo del generale e del particolare. Conclusioni Il primo triennio di governo del Terranova si concluse come era iniziato, ossia nella cifra della guerra ora descritta al sovrano insieme ai modi con cui preparava le difese dell’isola, ora dipanata nei suoi pareri sulle vicende militari e politiche, presentati in relazioni ricche di particolari per fugare le voci di quanti lo ritenevano non idoneo a parte-
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cipare alla più vasta contesa diplomatica che si svolgeva tra Messina, Napoli e Roma. Voci amplificate per l’assenza degli antichi riferimenti a corte cui si assommò, negli stessi mesi, un ulteriore raffreddamento dei rapporti con l’ambasciatore Zuñiga per via delle franchigie che questi pretendeva sugli stati feudali della moglie ma che Terranova esitava a concedere. Una vicenda spinosa, finita sul tavolo del sovrano al quale Carlo rispose di aver esitato perché la materia era stata regolata in maniera eccezionale e che per concedere quanto richiesto bisognava della licenza regia38. Ma non sarebbe stato Filippo II a risolvere la questione quanto gli eventi che da lì a poco, si sarebbero dipanati nel Mediterraneo, risolvendo l’angoscia del duca. La conquista di Tunisi, spedizione auspicata in Sicilia, sarebbe stata, infatti, l’ultima vittoria della Lega oramai destinata a disfarsi39, mentre la difesa giurisdizionale del primato regio nell’isola condotta in sinergia con gli altri due governatori, avrebbe mostrato il rinnovato accordo dell’antico sodalizio. Tre anni dopo, l’arrivo del nuovo viceré Marco Antonio Colonna e la partenza di Carlo per altri incarichi che ne consolidarono fama e carriera. Incarichi che mostrarono una duratura considerazione nei suoi riguardi ma che lo allontanarono definitivamente dalla Sicilia. Una distanza fisica riscattata dopo la morte in conformità alle sue ultime volontà di essere sepolto nel suo mausoleo, la chiesa di San Domenico a Castelvetrano, per il quale aveva commissionato le sontuose decorazioni di Antonino Ferraro40. Finiva così, nel luogo d’elezione
38. L’ambasciatore aveva chiesto che le esportazioni di grano degli stati di Barrafranca e Pietraperzia fossero detassate ma il duca aveva esitato perché non si aveva esatta contezza della quantità di grano esportabile annualmente e perché non esistevano altri esempi di mercedi simili a parte l’esenzione concessa all’Almirante di Castiglia, conte di Modica, come grazia rinnovata al padre e al figlio ma, estinta al pari di quella concessa a Ferdinando de Silva e al marchese di Geraci. Né mutò linea nella risposta al sovrano giunta quasi un anno dopo, dichiarandosi felice di acconsentire a che l’ambasciatore esportasse senza alcun tasso, ma reiterando la necessità dell’esclusività della mercede assieme alla determinazione del suo valore, ASN, Archivio Pignatelli, Aragona, Cortés, Serie Museo, fasci 17-18, f. 140r-v. 39. Di contro Filippo II e Don Giovanni avrebbero preferito la spedizione ad Algeri che, però, non avvenne per via di ritardi che portarono l’armata a muoversi a stagione avanzata (Giarrizzo 1989: 214-215). 40. Decorazioni commissionate all’inizio del suo secondo triennio di governo e concluse nel 1580. Ma su San Domenico, al tempo Santa Maria di Gesù, vi sono recenti contributi realizzati in occasione della riapertura al pubblico dopo un lungo restauro (Calcara-Giardina-Napoli 2014).
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degli Aragona-Tagliavia, la sua eccezionale carriera per la quale Lepanto, e quanto ne discese, ebbe un ruolo decisivo, palesato sia dal dipinto della battaglia nella cappella del Rosario, che nella scritta sullo zoccolo delle pareti del coro al cui centro sarebbe stato posto il suo sarcofago41. Ma altrettanto decisivi furono gli eventi che accaddero tra Madrid e il Mediterraneo —le morti improvvise di Espinosa ed Eboli, la morte di Pio V e l’uscita di Venezia dalla Lega— di cui profittarono sia Carlo che colse l’occasione per accedere all’interlocuzione diretta con il sovrano, sia Granvelle e Zuñiga che ne trassero maggior credito nella penisola. Si trattò certo di una casualità che però infranse equilibri imponendo una riorganizzazione degli attori in campo che conduce a riflessioni che superano la vicenda personale del Terranova e che riguardano il tempo della storia e la riconsiderazione di letture storiografiche che guardino solo alla lunga durata dei processi sociali perché è anche nel tempo breve della politica che si colgono percorsi essenziali alla migliore comprensione del passato e, forse, anche del presente. Bibliografia Barbero, Alessandro (2012): Lepanto. La battaglia dei tre imperi. Roma/Bari: Laterza Editore. Bazzano, Nicoletta (2003): Marco Antonio Colonna. Roma: Salerno Editore. Buono, Alessandro/Civale, Gianclaudio (2014): Battaglie: l’evento, l’individuo, la memoria. Palermo: Mediterranea Libri. Caffiero, Marina (1998): La “Profezia di Lepanto”. Storia e uso politico della santità di Pio V, in Giovanna Motta (ed.), I Turchi, il Mediterraneo e l’Europa. Milano: Franco Angeli. Calcara, Francesco Saverio/Giardina, Aurelio/Napoli, Vincenzo (2014): La Chiesa e il Convento di San Domenico in Castelvetrano. Castelvetrano: Angelo Mazzotta. 41. Scritta posta presumibilmente pochi anni dopo la battaglia, tra il 1574 ed il 1577, a simboleggiare l’importanza dell’evento per il duca che al tempo della realizzazione era ancora nell’isola. Più tarda, invece, la realizzazione della cappella del Rosario, iniziata alla fine del secolo e completata nel 1601. Ringrazio il dottore Enzo Napoli per le molte interessanti e particolareggiate indicazioni relative a queste decorazioni e ad altre preziosi dati documentari sui Terranova.
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Ruy Gómez de Silva en la configuración de un espectáculo cortesano: la máscara de Bruselas de 1550 Germán Labrador López de Azcona Universidad Autónoma de Madrid
Si bien Ruy Gómez de Silva no cuenta con una tradición historiográfica comparable a la de otros privados como el conde duque de Olivares o el duque de Lerma, empieza a ser mejor conocido gracias a trabajos como la biografía de J. Boyden el estudio de J. L. Gonzalo SánchezMolero o los incluidos en el presente volumen1. El objeto de las líneas que siguen es indagar en uno de los vacíos que existen en las biografías del que fue príncipe de Éboli: el que se refiere a su juventud. A través de su cercanía al príncipe Felipe, especialmente durante el viaje que la corte hizo por los estados del emperador hasta llegar a Flandes entre 1548 y 1551, es posible encontrar noticias e indicios que ayudan a comprender hasta qué punto era grande ya entonces su privanza con el príncipe, y qué códigos inspiraban determinados rituales de la corte, de los que Ruy Gómez se valió con habilidad. Resulta inevitable relacionar al personaje con los espectáculos que la propia corte organizaba, y con el papel que tuvo en ellos. A tal fin, nos centraremos en las informaciones que Juan Cristóbal Calvete de Estrella ofrece en su Felicísimo viaje2, obra propagandística al fin y al cabo, pero en la que se da cuenta de los hechos y personas más destacables, en cada jornada. El futuro príncipe de Éboli se revela como destacado cortesano a lo largo del viaje, y al final del mismo, estando 1.
Boyden (1995). Asimismo, Gonzalo Sánchez-Molero (1998).
2.
Calvete de Estrella (1552 [2001]).
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la corte en Bruselas en el carnaval de 1550, da muestras de ingenio, liberalidad y dominio de las armas. Más aún: las celebraciones que organizó incluyeron una justa y una elaborada muestra de teatro de corte, la máscara, cuya sofisticación supera lo habitual en las descripciones de este tipo de espectáculo. Previamente, en agosto de 1549, la reina María de Hungría había ofrecido unos elaborados festejos a la comitiva en su palacio de Binche; más conocidos que los de Bruselas, ambos guardan un gran paralelismo, con una importante diferencia: si en Binche el espectáculo estaba dirigido a glorificar la figura del príncipe Felipe, en Bruselas la figura más destacada fue la de Ruy Gómez, verdadero protagonista de la máscara y la justa que tuvieron lugar. Ya desde el principio del texto de Calvete de Estrella, la presencia de Ruy Gómez de Silva y su cercanía al príncipe quedan patentes; en la primera página de la obra aparecen tres nombres: el del emperador Carlos, el de su hijo Felipe y el de Ruy Gómez. De este modo, al dar cuenta del motivo del Felicísimo viaje, se expone cómo Carlos V convalece en Augsburgo de los trabajos de la batalla de Mühlberg y Felipe envía “de su parte” a Ruy Gómez, a fin de que visite a su padre y le dé los parabienes por su victoria sobre una “provincia tan belicosa y poderosa como Alemania [...] y tantas ciudades tan ricas, poderosas y fuertes”, además de vencer a sus cabecillas. Gómez de Silva cumple este encargo, no se olvide, como si del mismo príncipe se tratara, con gran contento del emperador, que a su vez le confía el encargo de que Felipe visite estas provincias, a fin de que sea reconocido como su sucesor. Este es el origen del viaje del joven príncipe y el numeroso séquito que le acompañó por villas y ciudades que, a lo largo tres años juraron tenerle y recibirle por su señor natural después de los días de su padre. Literatura, espectáculo y cultura cortesana Así comienza el Felicísimo viaje y tal es la misión de Ruy Gómez, depositario de una singular distinción que lleva a suponer gran cercanía al príncipe, cuya confianza tendría en grado sumo3. Realizados
3.
Ya entonces Ruy Gómez sería “la amistad predilecta de don Felipe desde su infancia, su compañía más estimada”. Cfr. Carlos Morales (1994: 121).
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los preparativos, la corte embarca en Barcelona, hacia Italia. No deja de ser notable cómo se utilizan 58 galeras para trasladarse a Génova, siguiente etapa del viaje, y cómo se asigna una a Ruy Gómez, “en que se embarcó su casa”, lo que parece rara excepción 4. Siendo ya un cortesano distinguido, es muy llamativa la ausencia del “don” que se antepone a gran número de los personajes que aparecen en la obra (y no a él), como hace notar Boyden5; esta diferencia en linaje, que no en honores, resulta aún más acusada si se tiene en cuenta su participación junto a los grandes de España y a distinguidos miembros de la nobleza en cualquiera de las actividades que la corte lleva a cabo. Además de contar con cierta fortuna a la altura de 1548, con 32 años —la suficiente para tener casa propia y llenar con sus criados y enseres una galera—, el Ruy Gómez del Felicísimo viaje es un perfecto cortesano. Como los demás integrantes de la comitiva, Ruy Gómez de Silva se muestra a lo largo del viaje como un esforzado caballero, diestro en el ejercicio de las armas, que practica con frecuencia en justas y torneos, y su figura destaca en el continuo festear al que se entrega la corte. Como buen cortesano, no solo se ejercita en las armas, sino que promueve entretenimientos propios de su condición, ya que mantiene una justa en Bruselas en 1550 y organiza una máscara que, aunque poco estudiada y conocida, es un referente en la historia del teatro musical del siglo xvi6. Esta doble condición de caballero y cortesano también brilla en otros personajes, como don Alonso Pimentel, quien en repetidas ocasiones mostró “cuánto era su valor y esfuerzo”, participa en actividades como la danza y muestra su cultura literaria al mantener una justa el martes de carnaval de 1550 que, sin lugar a dudas, es la mejor y más elaborada que se encuentra en la relación del viaje. Tanto esta justa como la máscara que patrocina Ruy Gómez de Silva son difíciles de entender sin considerar la importante presencia del ideal caballeresco 4.
5. 6.
Calvete de Estrella (1552: Libro primero, fol. 7r). Consta que al cardenal de Trento se le asignaron dos galeras, “una para su persona” y otra para “los gentiles hombres y criados de su casa”, y lo mismo sucede con el duque de Sessa, que logra también dos para “su casa”, aunque las comparte con algunos criados del príncipe. Solo tres personajes consiguen una galera para su uso exclusivo: el duque de Alba, Ruy Gómez y el mayordomo del príncipe, Gutierre López de Padilla. Boyden (1995: 19). La descripción de la máscara y la justa que mantuvo Ruy Gómez de Silva en Bruselas se ofrece en Anexo, al final del presente texto.
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en la cultura cortesana de entonces, así como los valores y el universo simbólico de los libros de caballerías. No es anecdótico que Carlos V retara a singular combate a Francisco I de Francia, ni que, ya terminado el siglo xvi, Cervantes califique a la artillería por boca de su famoso personaje de “diabólica invención”7; los libros de caballerías conocen una extraordinaria difusión en la primera mitad del siglo xvi, y los valores que reflejan no eran ajenos a la vida cotidiana de la corte. En efecto, justas y torneos se suceden durante el viaje, mezclados con banquetes, representaciones escénicas y entretenimientos de diverso género y sofisticación. No obstante, los tiempos de la andante caballería ya han pasado a mediados del siglo xvi, aunque esta cultura perviva en el entorno cortesano; en el torneo o en las justas es posible ganar —o perder— honor, y es notorio el esfuerzo de los principales personajes que acompañan en su viaje al príncipe por lograrlo8. Al mismo tiempo, resulta de gran interés como se “literaturiza” la vida cotidiana a partir de los relatos de los libros de caballerías, fenómeno que coincide con el prolongado debate sobre la preeminencia de las armas sobre las letras. Este ideal caballeresco es en gran medida un ideal literario, y tanto en las celebraciones que dispuso la reina María de Hungría en la villa de Binche en 1549 como en las que organiza Ruy Gómez de Silva en Bruselas en 1550 la literatura se infiltra en la vida real, haciendo presente un mundo idealizado que solo es posible en los libros, donde se encuentra perfectamente descrito y codificado9. Miguel de Cervantes, Quijote, I, 38: “[...] aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, [...] diabólica invención con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero”. Sobre el enfrentamiento entre Carlos V y Francisco I (o más bien, su ausencia) y su utilización política, véase Cacho Blecua/Marín Pina (2009). 8. Los cortesanos participan, precisamente, “para mostrar su esfuerzo y valentía”. Cfr. Calvete de Estrella, Juan Cristóbal (1552: Libro Tercero, fol. 191v), y se manifiesta ante el emperador Carlos cómo “desde toda la antigüedad ha sido licito y permitido [ir libre y francamente] a todos los caballeros y nobles personas que por ganar honra ejercitando las armas han querido buscar aventuras extrañas” (Libro Tercero, fol. 189r). No resulta ajena a este empeño, probablemente, la existencia de unos “ideales caballerescos de la antigua nobleza, de unos tiempos pasados que se tenía por buenos y que, por tanto, deseaba rememorar una pequeña nobleza crecientemente empobrecida y cada vez más dependiente de los soberanos en cuyas cortes y ejércitos tenía que servir” (Beaufort 2011: 143). 9. Aguilar Perdomo (2009-2010: 81): “la fiesta de Binche […] evidencia los estrechos lazos que se establecen entre ciertos aspectos de la realidad histórica y la literatura, la cual se convierte en un soporte de significaciones simbólicas”. 7.
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Se trata, en ambas celebraciones, de la encarnación de una utopía caballeresca que en la vida real ya ha dejado de existir, pero que se hace real en el espacio de la fiesta, mostrando cómo la cultura literaria pasa a formar parte de los valores de la nobleza. Téngase en cuenta que solo en la primera mitad del siglo xvi se publican al menos 33 libros de caballerías en Castilla (sin incluir las traducciones), lo que muestra que se trataba de un “mundo posible” que tenía numerosos seguidores, deseosos de acceder a él10. De este modo, en las fiestas celebradas de Binche en 1549 se recrea el episodio de la espada encantada11, que solo un verdadero príncipe podrá extraer de la piedra en la que esta hincada; como es de esperar, el caballero que logra esta hazaña será el príncipe Felipe, que no por casualidad elige el nombre de Beltenebros, el mismo que Amadís al retirarse a la Peña Pobre, desdeñado por su señora Oriana12. Es claro el paralelismo de la aventura de Binche con la leyenda de Excalibur, integrada desde el siglo xii en el ciclo artúrico, y no deja de resultar interesante comprobar cómo también la justa y la máscara de Bruselas podrían haber sido sacadas de un libro de caballerías, antes que de la crónica de un viaje. En el origen de las fiestas de Bruselas está la idea del Cupido vejado como consecuencia de su caprichoso proceder, ya presente en la obra del poeta Ausonio13: en el cartel con el que Alonso Pimentel convoca la justa de Cupido en Bruselas, el martes de carnaval de 1550, el espectáculo se justifica “por regocijar la Corte, servir las Damas, por ejercitar el uso de Caballería en las armas y vengarse del dios Cupido”14. Se advierte aquí el final del proceso de conformación del “torneo de invención” en el siglo xvii, ya que se organiza una auténtica puesta en escena, más allá del enfrentamiento entre los combatientes, que de10. Eisenberg/Marín Pina (2000: 458). 11. Excalibur, según una de las versiones del ciclo artúrico. El episodio de la espada en la piedra tiene evidente relación con un mítico mundo de caballerías, aunque en el Felicísimo viaje se eluden estos detalles, sobradamente conocidos por sus lectores. 12. Resulta oportuno recordar que el Amadís era uno de los libros preferidos del príncipe Felipe. Cfr. Vaca de Osma (1998: 77). 13. Ausonio, Cupido cruciatus, vv. 59-62. Sobre la fuerte inspiración literaria de la máscara de Bruselas, cfr. Río Nogueras (2012b). Como apunta el autor, también en esta ocasión “los cortesanos no solo llevaban a terreno espectacular las fantasías de los libros de caballerías sino que recreaban sus poemas preferidos en las sesiones de divertimento palaciego”. 14. Calvete de Estrella (1552: Libro Cuarto, fol. 321v). Como se refiere al final de este texto, el desenlace de esta justa resulta en la ejecución de Cupido.
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pende del texto literario15. Los presentes participan de una ficción literaria, como espectadores o como actores, y así actualizan y renuevan unos valores y un orden de cosas que se entiende aceptable y compartido16. Las fiestas de Binche son un buen ejemplo: organizadas a mayor gloria del príncipe, concluyen cuando se deshace el encantamiento del nigromante Norabroch, por obra del mismo Felipe. Este proceso de “literaturización” de la vida culmina en las celebraciones de Bruselas: el mundo “real”, directamente inspirado en la literatura caballeresca, se hace presente en la literatura, al recogerse este mismo torneo, aunque en términos ficticios, en El Cortesano, de Luis de Milán17. Parece fuera de toda duda que la finalidad última de estos ‘torneos de invención’ es el encumbramiento del príncipe y su reconocimiento como heredero de la dinastía; ficción novelesca, en suma, que pervive indisolublemente imbricada en la práctica festejante cortesana, y que se muestra en una amplia variedad de espectáculos a lo largo del Felicísimo viaje. Del mismo modo, la puesta en escena de un espectáculo de origen literario y fantástico, en el que no obstante los personajes son reales, sirve para hacer presentes significaciones simbólicas de diferente índole mediante la alegoría o la hipérbole, que en última instancia constituyen el fundamento del teatro del poder18, al que no son ajenos torneos, justas y máscaras. Fiesta y representación: la máscara como espectáculo de corte Es característico de los espectáculos de corte que no exista una división nítida entre entretenimiento y puesta en escena, de modo que 15. Como torneo, ciertamente, cabe plantear este largo episodio. El primero en proponer esta denominación es Cátedra (2006). Quien primero aplica el término a estos festejos es Río Nogueras (2012a: 299). 16. Un análisis de las aventuras del castillo de Binche muestra que están inspiradas en diferentes libros de caballerías y, en conjunto, en la tradición artúrica, más allá de la referencia a Excalibur. Cfr. Gracia (2015: capítulo I). 17. Así, en El Cortesano de Luis de Milán (1561), Cupido refiere al caballero Miraflor de Milán cómo en Valencia le ahorcaron en una justa, por el mismo procedimiento que en Bruselas en 1550: “[...] la ciudad de Valencia de Aragón, mi mortal enemiga, pues reino tan poco en ella, que me ahorcaron en una justa [...]”. Cfr. Milán (1874 [1561]: 198). Pareciera que de tan literaria que fue la situación (y bien conocida, gracias a Calvete de Estrella), la literatura no tuvo más que dar fiel cuenta de la realidad, cerrando así el círculo. 18. Véase Labrador López de Azcona (2009).
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determinados personajes del público podían pasar a formar parte de la representación. Tampoco está siempre clara la distinción entre géneros literarios o dramáticos, o entre espectáculo, fiesta y vida cotidiana. En el “programa” de diversiones de Binche o de Bruselas todo esto es patente, y la distinción entre realidad y ficción, entre actores y público, queda muy difuminada. Diversiones, todas ellas, que pueden ser entendidas como manifestación de esas “formas culturales específicamente propias de la cultura de la persona” mediante las que el poder nobiliario busca expresarse, como señala Fernando Bouza, y que “requiere de facultades como el valor, rectitud o la entereza”, pero que también está vinculada a un código de gestos que denotan otras cualidades (1995: 199, 205). Cualidad fundamental en la expresión de esta cultura nobiliaria es la magnificencia en la representación, que tanto en Binche como en Bruselas iba a la par con lo que se observa durante todo el Felicísimo viaje, en el que las descripciones de espectáculos, escenografías, ceremonias públicas y entradas en cada localidad comparten esta característica19. Refiriéndose a varios autos de Gil Vicente representados dos décadas antes en la corte portuguesa, J. Varey expone cómo lo propio de estos espectáculos era una elaborada realización, magnificas vestiduras, música, canto y coreografía, lo que de nuevo muestra hasta qué punto lo principal es la puesta en escena del teatro de la majestad, que constituye la misma manifestación de la corte20. La máscara —como la justa o el torneo— es un medio eficaz para hacer presente la condición nobiliaria de los participantes, por lo que resulta algo elusiva como género, ya que la parte literaria o su desarrollo son aspectos secundarios frente a la puesta en escena21. Esta condición de espectáculo “de corte” de la máscara y del torneo resulta especialmente relevante para entender hasta qué punto era importante mostrarse y tomar parte activa en estas celebraciones. No se trata de diversiones improvisadas, sino que se advierte una gran pre19. Magnificencia que, más allá del lógico efecto de suscitar admiración o asombre, cabe entender como “un medio de expresar la condición nobiliaria, más que un defecto o una mera ostentación” (Bouza 1998: 213). 20. Varey (1984: 400). 21. Varey (1984: 401): “The written text, then, is only one feature of the royal Entertainment, and the dividing line between pageant, masque and play is neither easily discernible nor of the least importance”.
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paración en cada una de ellas y una gran inversión de recursos; sin duda, el desarrollo de la justa, el torneo o la máscara responde a la costumbre, y en general sigue un plan preestablecido que no es necesario precisar. Pero lo principal, más allá del esfuerzo de organización, es el modo de mostrarse en estas diversiones, que ofrecen ocasión para manifestar el lujo, la grandeza, y en definitiva las posibilidades del justeador o de quien organiza la máscara22. Buena parte de las descripciones de Calvete de Estrella se dedican, precisamente, a dar cuenta de la magnificencia con que se presentan las máscaras o los justadores, tras la que se adivinan ingentes gastos en vestiduras y cortejos, además de los propios del torneo o la justa. Tan es así que los premios que se establecen en las justas y a veces en los torneos son, normalmente, al mejor hombre de armas y al manejo de la espada de dos manos; pero también es frecuente que exista un premio “al más galán” —que se debe entender como al más elegante o de mejor apariencia—, lo que muchas veces se extendía a sus escuderos y cortejo, y que suponía un enorme gasto en vestuario, siempre con ricas telas y adornos (a modo de ejemplo, véanse las descripciones incluidas en el Apéndice). No solo se gana honor en el ejercicio de las armas, sino también en la muestra de liberalidad que supone el esfuerzo (y la inversión) por mostrarse ante los demás con especial elegancia; en este contexto, resulta lógico que el príncipe Felipe sea descrito en varias ocasiones como “muy galán”, acaso ante la falta de mejores prendas personales que no parece que manifestara durante el viaje. Finalmente, se debe incluir en este “teatro” de la liberalidad al mantenedor, u organizador, de la justa o de la máscara; cuando determinado personaje costea una de estas diversiones y ofrece premios, gana en la general estima y da una muestra adicional de grandeza, puesto que además de participar en el espectáculo activamente, como sus iguales, lo patrocina; esto es, lo hace posible23. Así pues, el fasto y el lujo son manifestación de la cultura nobiliaria, y no es raro que hubiera cortesanos que, ante la oportunidad que 22. Cfr. Noel (2004: 140): “Los cortesanos desarrollaron, desde la época medieval en adelante, una cultura cortesana de ceremonia y mecenazgo con la intención de realzar su autoridad y el poder del estado absolutista”. 23. Guillén Berrendero (2016: 33): “Dar su tiempo, ceder y patrocinar las honras de las figuras regias también constituía una clara forma de liberalidad por parte de la nobleza”.
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suponía acompañar al príncipe en su séquito en este viaje, endeudaran sus haciendas, como sucedió con el duque de Sessa, el marqués de Astorga o los condes de Olivares y de Cifuentes24. Claramente, los miembros de la comitiva supieron leer en los signos de su tiempo que esta era “la ocasión en la que se había iniciado el ascenso definitivo de algunas figuras claves para el posterior gobierno de la Monarquía” (Bouza 1995: 192), y supieron también aprovechar las celebraciones que continuamente se sucedían a lo largo del viaje para brillar con luz propia. Esta manifestación de poderío económico y de destreza en el manejo de las armas y en el baile debía mostrarse ante la corte, ya que se trata de actividades que normalmente se llevan a cabo en ambientes o lugares vetados al común25, y su finalidad es mostrarse ante los iguales, o ante aquellos entre los que se quiere destacar. Considerados así, los entretenimientos de la Corte constituyen un auténtico teatro de la magnificencia, pensado desde y para el séquito del príncipe, destinatario último de los espectáculos y entretenimientos que se detallan en el Felicísimo viaje. De modo secundario, mostrar la magnificencia de la corte ante los súbditos es también parte de este teatro del poder, y abundan las alusiones al contento de los habitantes de las ciudades que recorre la comitiva, al haber contemplado un ejercicio militar o un espectáculo ofrecido al príncipe, que nunca o raramente habían visto26. La cualidad de “actores” que son, en realidad, parte del público (esto es, miembros de la corte y no comediantes profesionales) es otra característica fundamental de la máscara y de los espectáculos que preside el príncipe o el Emperador, o en los que toma parte. Entendido así, un torneo no es solo un enfrentamiento entre varios caballeros, y una máscara no es una representación a la que se “asiste” pasivamente; el príncipe preside o incluso determina el rumbo que tomará la acción, y puede participar activamente con los cortesanos en el curso de los
24. Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño (2001: cv). 25. Así, el duque de Alba, en un baile en Milán, “lo hizo muy bien, que salió y danzando dio una vuelta con el hacha conforme a la orden de aquella danza” (Calvete de Estrella 1552: Libro Segundo, fol. 30r). 26. Las alusiones son numerosas; destacan los espectáculos y las muestras de regocijo de los habitantes de Trento, Ulm, Namur, Bruselas, Lovaina, Gante, Brujas, Binche, Malinas, Amberes, Bergen Op Zoom, Dordrecht, Delft, Ámsterdam, Utrecht o Roermond.
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acontecimientos. De hecho, es frecuente que la máscara termine con un baile en el que enmascarados y asistentes se juntan y prosiguen la fiesta, sin distinguir entre “teatro” y realidad, o entre fiesta y representación27. Resulta crucial esta identidad entre fiesta y representación, e incluso entre fiesta y autorepresentación de la propia corte, de modo que la misma diversión termina siendo parte esencial de la vida cotidiana28. No en vano, destaca Fernando Bouza cómo “en las fiestas y ocios cortesanos [...] el caballero es festejante, tiene el privilegio de participar en aquellas diversiones y debe hacerlo […]. La filosofía de la corte es festear” (Bouza 1995: 194). Cabe considerar la máscara, desde este punto de vista, como un espectáculo en el que todos son partícipes, pero también como una oportunidad para mostrarse como cortesanos y actualizar su vinculación con los demás, en el marco de la fiesta. Más que de una representación, se trata de un juego en el que todos toman parte; incluso quienes no tienen un papel especialmente activo son necesarios, ya que es preciso que la corte se represente a sí misma como destinataria del propio espectáculo. Pese a la presencia que la máscara tiene en la narración de Calvete de Estrella, no es uno de los espectáculos de la corte de los Austrias más conocidos; saraos, torneos o comedias aparecen en las crónicas y a grandes rasgos es fácil comprender de qué tipo de diversión se trata, lo que no siempre sucede con la máscara. De hecho, parece ser un género poco explorado en la historiografía moderna, ya que no suele incluírsele entre los géneros teatrales “festivos” que acompañan las fiestas reales29. En principio la máscara es una diversión en la que se baila, y que sigue un sencillo esquema: un grupo de enmascarados comparecen 27. Varey (1984: 400). 28. Vega Vázquez (2006: 20-21): “En este momento histórico [ca. 1535] la fiesta se transforma en una parte indispensable del modo de vivir de los grandes señores, porque supone una especie de emblema de sí mismos, en el que la alegoría y la invención presidían un mundo de hipérbole sólo adecuado para los que se movían en las mismas esferas. Como en otros muchos aspectos de su vida, la diversión tenía que ir aparejada a unas formas de ceremonial que la hiciesen tanto más interesante cuanto más exclusiva y representativa de su estamento”. 29. Pizarro Gómez (1999: 19) considera que la fiesta real es un conjunto constituido por tres elementos básicos: la entrada triunfal, la falsa batalla y la comedia. No obstante, se citan más máscaras que comedias en el transcurso del Felicísimo viaje. Un trabajo que refleja el gusto de Felipe II por el teatro, y menciona alguna mascarada organizada para él es el de Sanz Ayán (1999).
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bailando ante la corte, y una vez que se ha apreciado lo particular de su apariencia (el lujo con que se presentan, la elegancia de su atavío o lo extraño de las máscaras con que se cubren) se unen a los presentes, de modo que unos y otros se confunden y todos bailan juntos. Este matiz es importante, ya que no se trata de un ballet, sino de una diversión compartida, con unos códigos sencillos pero bien establecidos. Aparentemente se trata de un entretenimiento sin mucha complicación, cuyo principal requisito sería el tiempo y el gasto necesario para preparar el vestuario con el que debe mostrarse el grupo de enmascarados, ya que el desarrollo de la diversión era muy previsible y solo requería que el grupo bailara una o dos danzas del repertorio conocido y de uso común. En la narración de Calvete de Estrella, la máscara aparece en un contexto bien determinado: aunque se celebra de noche, no es una diversión desvinculada de justas, torneos o banquetes, sino que es parte, o culminación, de un “itinerario festejante” que ocupa el día entero. Esto es, la máscara no suele darse como espectáculo independiente, sino que se integra en una fiesta, fuera de la cual carece de sentido. Por una parte, cuando se da cuenta de la celebración de una justa o torneo, los premios que alcanzan los caballeros más esforzados se entregan siempre en un banquete que sigue a la lid. Considerado así, el festejo no termina en el hecho de armas, sino que el banquete es consecuencia del mismo. Del mismo modo, la máscara tiene una relación con la justa o el torneo celebrado durante el día, de forma más o menos indirecta, ya que se organiza después del banquete en el que se entregan los premios30. En principio, cabe entender la máscara como una extensión del baile que sigue al banquete, o un modo de hacerlo más sofisticado; desde este punto de vista, no se “representa” una máscara del mismo modo que una ópera o una comedia, ya que no hay actores, escenografía ni narración; tampoco hay “público”, sino “partícipes”, ya que todos los asistentes toman parte en ella. El ulterior desarrollo de la máscara —o mascarada— en la corte de Felipe III pasa por la habilidad como organizador de vistosas diver30. Buena muestra de ello es que en el Felicísimo viaje no hay epígrafes dedicados a máscara alguna; la organizada por Ruy Gómez se incluye al final del epígrafe dedicado a la “Justa que mantuvo don Alonso Pimentel”, mientras que la que organiza el príncipe Felipe se incluye al final de la “Justa que mantuvo Ruy Gómez de Silva”. Cfr. Calvete de Estrella (1552: Libro Cuarto, fols. 321 v. y 324 r).
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siones del duque de Lerma, bajo cuya influencia adquiere el necesario desarrollo escénico que ya se adivina en las fiestas de Binche, y que está presente en la máscara de Bruselas de 1550. Sea como fuere, la máscara no destacó en nuestra monarquía del mismo modo que en Inglaterra, donde llegará a ser uno de los principales géneros teatrales del siglo xvii. Pese a ello, el origen de este espectáculo hay que buscarlo en el continente, y al menos a mediados del siglo xvi parece claro que aunque era bien conocido en la Inglaterra de la reina María Tudor, aún no había alcanzado el desarrollo que ya tenía en otros lugares. Esta parece ser la máscara del siglo xvi. Como género teatral la máscara es más conocida como “masque”, por el desarrollo que tuvo en la Inglaterra de los Estuardo, aunque hay antecedentes en Italia y Francia, y en la propia Inglaterra Enrique VIII o Carlos I participaron en espectáculos de este tipo. Ciertamente, las máscaras que se mencionan en varios lugares del Felicísimo viaje más parecen diversión que género teatral; de hecho, no suscitan especial interés a Calvete de Estrella, que se limita a mencionarlas de pasada. Existen noticias de máscaras en Barcelona, Milán, Trento, Bruselas, Binche o Amberes, y por lo general se alude a la riqueza y elegancia de los atuendos, pero no al “desarrollo” del espectáculo. En Trento se presenta con cierto detalle el planteamiento de una de estas máscaras: mientras los asistentes al banquete danzan, entran “de máscara” el príncipe y otros caballeros “de los más principales”, vestidos de manera similar, a los que se unen poco después Ruy Gómez de Silva con otros tres caballeros, “aderezados de damasco colorado”. Prosigue la breve relación indicando que “danzaron las máscaras con las damas, y asimismo los disfrazados y todos los otros caballeros” (Calvete de Estrella 1552: Libro Segundo, fol. 52r). Hay otra máscara que Calvete no solo menciona, sino que además describe; y esto porque había, sin duda, qué describir, más allá de la comparecencia de un grupo de bailarines disfrazados: la máscara de Cupido, representada el martes de carnaval de 1550 en Bruselas. Aquí reside el cambio que la máscara experimenta a lo largo del siglo xvi, ya que además del acostumbrado baile en máscara, sucede “algo”. Esta es la principal diferencia entre la antigua máscara y la del siglo xvii: hay una acción escénica, se finge una situación y existe un hilo argumental, y además de ejecutarse una danza se representa una historia, de modo que comienza a haber un desarrollo dramático. Paulatinamente, ade-
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más, se introducirá el lenguaje, bien cantado, bien hablado, de modo que el significado de lo que se representa resulte más claro, y que la acción pueda tener mayor desarrollo. Así sucede en la máscara de Cupido, festejo de singular sofisticación, que no solo se “celebra”, como se podría celebrar un baile o un banquete, sino que se “representa”. Lo interesante de esta máscara es que, además de ser un espectáculo con un argumento, en el que aparece más de un grupo de enmascarados, formaba parte de una celebración que se desarrolló a lo largo de más de un día, al estilo de las de Binche del año anterior, aunque a menor escala. La máscara, como el torneo, es parte de un programa de festejos de más amplio aliento, en el que la magnificencia es elemento inexcusable. Se compite, en el Felicísimo viaje, por mostrarse “galán”, por servir a las damas en las justas o por ejercitarse y mostrar las virtudes caballerescas. Y la máscara, como el torneo, es ocasión propicia para ello. La preeminencia de Ruy Gómez de Silva en la máscara y fiestas de Bruselas Pasada la Semana Santa del año 1550, falleció el limosnero del príncipe, don Francisco Enríquez, con gran sentimiento de quienes le habían tratado. Su amigo Gonzalo Pérez, secretario del príncipe, le procuró suntuosa sepultura, y Calvete de Estrella da cuenta de todo ello, “fuera de lo que toca a la historia del viaje […], por mostrar el excelente juicio del príncipe en servirse de hombres de tanta calidad […] y su inclinación y gran voluntad de usar de liberalidad con todos” (Calvete de Estrella 1552: Libro Cuarto, fol. 327r). De este modo, precisamente, se puede interpretar el preeminente papel de Ruy Gómez en las celebraciones de Bruselas de 1550, como persona que sirve a su príncipe entreteniendo a la corte con gran acierto, pero también con evidente liberalidad. En un ámbito jerarquizado como era la corte, la elección o el desarrollo de los festejos no debía ser cuestión que dependiera del acaso, y no debía ser fácil figurar como mantenedor de una justa. Ruy Gómez podía ejercer bien esta función, ya que toma parte en justas y torneos durante todo el viaje, y en Milán, en el torneo celebrado en casa de don Fernando de Gonzaga destacó especialmente, ya que “el que mejor
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combatió de la pica fue Ruy Gómez de Silva, que en el primer combate de los tres golpes quebró tres picas arreo sin faltar ninguna”31. Pero probablemente, tan importante para mantener una justa sería la destreza en el combate —y disponer de los recursos necesarios para mostrarla— como contar con el favor del príncipe Felipe. Lo cierto es que cuando Ruy Gómez visita a Carlos V en 1548, la emperatriz Isabel de Avís ya le había confiado diversas misiones diplomáticas. No era la primera vez que visitaba al emperador en una misión de este tipo, puesto que en 1538 la emperatriz le había enviado a Barcelona y a Buitrago para recibir a su esposo y para llevarle un despacho, y en 1545 y 1547 Felipe le había enviado en parecidas embajadas ante su padre32. Pese a que fue apartado de la corte en 1544, su regreso poco después marca un itinerario ascendente en la privanza del príncipe y en su influencia, que ya se muestra con claridad en el viaje a Inglaterra, en especial desde la marcha del duque de Alba a Italia a principios de 1555. Previamente había sido elegido para negociar el casamiento entre Felipe II y la infanta María de Portugal, plan que fue abandonado cuando surgió la oportunidad inglesa33. A la altura de 1550 la cercanía de Ruy Gómez a Felipe sin duda era muestra de su “excelente juicio en servirse de hombres de calidad”, que el portugués confirma al protagonizar con acierto las fiestas de Bruselas34. Las celebraciones del castillo de Binche en el verano de 1549 fueron un hito en el Felicísimo viaje, y en muchos aspectos no fueron superadas. Pero hay otros festejos que marcan un punto culminante en el itinerario del príncipe Felipe y su séquito: los que tuvieron lugar en Bruselas la semana de carnaval del año 1550. Como cortesano prominente y conocedor de los códigos de la caballería, Ruy Gómez de Silva organiza una justa y una máscara; pero más allá del interés de la crónica, lo que subyace a este elaborado programa es la reivindicación de su persona. Fuera o no el principal motivo de su actuación, el resultado que se aprecia en la lectura de la crónica de estos festejos es que Ruy Gó31. Vicente Álvarez (1551). Incluido como apéndice en Calvete de Estrella (1552 [2001]: 595-681, esp. 618). 32. Véase Gonzalo Sánchez-Molero (1998: 384 y 389). 33. Véase Boyden (1995: 40). 34. Ya al principio de su crónica, al describir Calvete de Estrella cómo embarcó la corte en Barcelona en 1548, incluye a Ruy Gómez de Silva entre “aquellos, que ni puedo, ni con razón debo excusarme de los poner” (1552: Libro Primero, fol. 6 r).
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mez los utiliza para realzar su valía y para escenificar su cercanía al príncipe. No hay ocasión en todo el viaje en que otro cortesano tenga una presencia pública ni una proximidad a don Felipe como esta; el momento elegido, además, parece especialmente propicio: se trata de un tiempo de especial celebración, una vez cumplido el itinerario en el que el príncipe es jurado “por su Señor y Príncipe, y legitimo sucesor del Emperador Carlos Quinto” (Calvete de Estrella 1552: Libro Tercero, fol. 78v). El viaje ha sido un éxito: Felipe ha entrado en triunfo en cuantas localidades ha visitado, y tras las fiestas de Bruselas “ya no se pensaba en otra cosa sino en la partida” y el viaje de vuelta a Castilla (Libro Cuarto, fol. 328v)35. Se han organizado espectáculos por doquier, aunque ninguno tan fastuoso ni elaborado como los ofrecidos por la reina María de Hungría en Binche. Pero aún queda el carnaval de Bruselas, en el que Ruy Gómez desempeña un papel similar al que tuvo la reina, el año anterior; e incluso irá más allá, puesto que tiene un papel muy activo en su puesta en escena, como partícipe y como protagonista. Del mismo modo que en Bruselas, en las fiestas de Binche existe un programa que unifica los distintos entretenimientos, y se puede apreciar un planteamiento similar en el desarrollo de ambos festejos. En efecto, estando la corte en Bruselas, el 5 de mayo de 1549, se celebró una justa, a la que siguió el acostumbrado banquete, y estando ya casi al fin de la cena llegó a la puerta de la casa un caballero andante y aventurero, vestido todo de verde, y sus armas rotas y desguarnecidas […] e hincándose de rodillas delante de el Emperador con rostro triste y dolorido le dio una carta, y habiendo el Emperador entendido por ella la causa de su venida y lo que la carta contenía […] le respondió que el iría en persona, Dios queriendo, a la villa de Binche con las reinas y el príncipe y su corte a ver aquellas extrañas cosas que en la carta se decían (Libro Segundo, fol. 72v).
Ya en Binche, se ofrece a la corte una “muy real cena y banquete” y tras el sarao y la entrega de los premios del torneo celebrado el mismo día por la tarde, “allí fue luego presentada al Emperador […] una carta, que palabra por palabra [fue] leída en alta voz, porque todos 35. El 11 de mayo aún hubo una “fiesta y escaramuza de caballo”, que supuso el punto final de las fiestas de Bruselas.
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la oyesen”, en la que se da cuenta de cómo se han de desarrollar los subsiguientes lances, entre los que destaca la aventura de la espada, culminación de estas festividades. El planteamiento del programa de festejos en Bruselas es similar: en lugar de una carta que se lee públicamente, hay un escrito que se fija en la puerta de palacio; del mismo modo, se anuncian “extrañas cosas”, y en la cena que sigue a los premios del torneo celebrado horas antes, se lee “en alta voz” cómo se ha de desarrollar el siguiente torneo, cinco días después. Posteriormente, el príncipe manifiesta, simbólicamente, su poder y superioridad, en la máscara de Cupido. En realidad, toda la jornada de Binche es una escenificación dirigida a glorificar y a realzar la legitimidad de Felipe, que muestra su valentía y legitimidad como príncipe al superar diferentes pruebas y deshacer finalmente el encantamiento del mago Norabroch, alcanzando así fama y gloria36. Obviamente, se trata de la escenificación de un programa más literario que real, pero la eficacia de la alegoría y el poder de la metáfora eran tales que convertían la superación de retos propios de los libros de caballerías en un medio idóneo para mostrar ante la corte “alto valor” y “esclarecida virtud” (Libro Tercero, fol. 198v). Lo mismo, seguramente, cabe decir de las celebraciones de Bruselas, con un matiz; mientras que en un caso se trata de mostrar ante la corte la valía del futuro Felipe II, en Bruselas es Ruy Gómez de Silva quien se muestra triunfante ante sus iguales, acaso más que el príncipe, de una manera no tan indirecta como pudiera parecer. Don Felipe se manifiesta (simbólicamente) en Binche como poseedor de un poder reservado a su persona al extraer la espada de la piedra, mientras que en Bruselas devuelve la vida al mismo Cupido, como culminación de la máscara, arrogándose así la cualidad del antiguo rey taumaturgo37. Pero cabe hacer una lectura complementaria de 36. Véase Calvete de Estrella (1552: Libro Tercero, fol. 192v). 37. Daniel Heartz llega a proponer que en Bruselas Cupido es el propio Felipe, basado en una traducción del texto acaso errada. Cfr. Heartz (1963: 73). Al respecto de cómo la tradición de las novelas de caballerías resultaba en extremo útil para mostrar la majestad de la realeza, perfectamente representada en los festejos de 1549 y 1550, véase Strong (1984: 94-95): “[The romance tradition] fitted in neatly not only with the new humanist cult of the hero but was a natural extension of the powers of the ancient rois thaumaturges whose touch alone could heal. One of the reasons for the enormous vitality of the tradition of romance literature must have been its usefulness to rulers who cast themselves as the living embodiment of its magical heroes and heroines”.
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la máscara de Cupido, ya que este espectáculo forma parte de un programa más amplio: la máscara “comienza”, narrativamente, en el torneo que convoca (que “mantiene”) don Alonso Pimentel el martes de carnestolendas. Figurando ser un caballero que busca venganza “por muchos agravios que ha recibido de quien tanta obligación tenía a no hacerle ninguno”, se somete a Cupido a juicio, por medio de la justa38, y la razón cae del lado de don Alonso, por lo que Cupido, finalmente, es ahorcado39. Como era costumbre, llegada la noche se organizó un banquete y, una vez entregado el premio al mejor hombre de armas por su participación en la justa, un rey de armas leyó un cartel en nombre de Ruy Gómez de Silva, que decía así: Ruy Gómez de Silva dice que él mantendrá el Domingo que viene en la tela del parque, desde la una hora en adelante a todos los caballeros que por servicio de sus damas quisieren justar, armado de todas armas con tarjeta barreada, y correrá cuatro carreras, las tres por el precio, que serán vagas y joyas, que valgan de diez hasta cien escudos […] (Libro Cuarto, fol. 323 r)40.
Seguidamente se representó una máscara, mucho más elaborada que la de Binche, en la que salió un primer grupo con hábitos de fraile, vestidos de raso y terciopelo, seguidos de seis cantores, que cabe suponer que serían los de la Capilla del Príncipe, que contaba con “muy excelentes cantores y músicos los más escogidos que hallar se podía” (Libro Primero, fol. 7 v). Tras ellos venían dos sacristanes que llevaban unas andas sobre las que reposaba el difunto dios de Amor. Entraron todos cantando en voz baja, “como que rezaban”, y posteriormente se presentó bailando un grupo de dioses, encabezados por el príncipe, y otro de ninfas, que tomando de la mano a Cupido, le resucitaron. Tanto la justa como la máscara tienen un mismo programa: la muerte y vuelta a la vida de Cupido, ingrato dios del amor que es ejecutado por empeño de don Alonso Pimentel, pero resucitado por gracia del príncipe Felipe y sus cinco acompañantes, disfrazados de 38. Además de espectáculo, el torneo también fue un medio de resolver disputas de todo tipo, al margen del veredicto de un juez. Cfr. Hinojosa Montalvo (2013: 212). 39. Calvete de Estrella (1552: Libro Cuarto, fol. 321v.-323r). Como se refiere en la nota 17, la ejecución pública de Cupido pasa a la literatura caballeresca con gran rapidez. 40. La descripción de esta justa se transcribe en Anexo, al final del presente texto.
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dioses. Aquí reside, probablemente, la necesidad de que la máscara de Bruselas tenga un argumento y un texto que se canta; por una parte, es continuación y culminación de la justa celebrada horas antes; por otra, es preciso plantear con claridad una situación en la que el príncipe interviene y restaura simbólicamente el orden de las cosas —si bien se trata de un orden “literario” o mitológico—, procurando de este modo un final feliz a la fiesta que se ha desarrollado durante todo el día41. Ruy Gómez no solo es el organizador de la máscara y la segunda justa, sino que consigue coordinar los tres festejos para realce de su persona. Contemplado desde este punto de vista, se aprecia su capacidad de “apropiarse” de la justa que mantiene don Alonso Pimentel, integrándola en un programa de festejos que consigue protagonizar, aumentando así su prestigio42. A ojos de sus coetáneos, además de organizar la máscara que culmina el programa de la muerte y resurrección de Cupido, de nuevo muestra su liberalidad en el banquete, convocando otra justa, y su pericia como caballero manteniéndola días después. El viaje por la Baja Alemania es un momento clave en la biografía de Felipe II, precisamente cuando es reconocido como príncipe heredero del emperador y, en palabras de Fernando Bouza, “ocasión en la que se había iniciado el ascenso definitivo de algunas figuras claves para el posterior gobierno de la monarquía. Su aparición cerca del entonces Príncipe en tantas fiestas y recibiendo tantas mercedes así lo probaba” (1995: 192). Sin duda, su frecuente cercanía a don Felipe en el carnaval de 1550 sería el punto culminante en la presencia pública del futuro príncipe de Éboli durante el viaje, e indudable muestra de favor, que aún se extendería por más días. Bajo la apariencia del entretenimiento, la metáfora es clara: Ruy Gómez, figuradamente, forma parte del escogido panteón
41. La analogía con la máscara de la Inglaterra de los Estuardo es patente, ya que su función es afirmar “the political, theological, and cosmological order, it actualizes ritualization periodically and does not distinguish between audience and performers”. Limon (1990: 64). 42. De hecho, al menos en la crónica de Calvete de Estrella, la máscara resulta mucho más vistosa y elaborada que la justa que costea don Alonso Pimentel unas horas antes. Acaso no resulte indiferente al respecto el común origen portugués de ambos, cortesano y cronista, en la especial relevancia que la figura de Ruy Gómez tiene a lo largo del viaje. En cualquier caso, patrocinando estas diversiones y manteniendo la justa, Ruy Gómez encuentra ocasión de manifestar muy notoriamente “las virtudes que desde la tratadística nobiliaria se otorgan a la nobleza: liberalidad, fortaleza y magnanimidad”. Guillén Berrendero (2004: 598).
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que acompaña al príncipe en el decisivo cometido de restituir el orden natural de las cosas y de volver a la vida a Cupido. Como en las fiestas de Binche, la corte participa de una ficción en la que se actualizan y renuevan unos valores que se entienden compartidos, aunque ahora Ruy Gómez tiene una notoria presencia y el príncipe comparece con él43. Es oportuno recordar cómo Francisco de Eraso da fe de “sus profundas pláticas con Ruy Gómez de Silva en Augusta (Augsburgo) en 1548” [1549?], en las que el noble portugués le confiaba cómo “don Felipe le colmaba de gestos de predilección y que cuando se convirtiera en monarca habría de colocarle en el lugar principal de su corte” (Carlos Morales 1994: 122). Así parece que sucedió en esta ocasión, tanto en su (figurada) corte celestial como en la terrena: ante el final de un exitoso viaje, Ruy Gómez consigue patrocinar los festejos que se ofrecen antes de volver a España, muestra de favor que equivale a permitirle gestionar las últimas muestras de la política festiva y cultural de la corte en Bruselas. Se le permite también ser mantenedor de otra justa días después, lo que le da derecho a inaugurar el espectáculo mostrándose con gran lujo y galanura44, y —nueva muestra de favor— ocasión de tomar al príncipe, junto con su caballerizo mayor, para que le ayuden a “mantener” la contienda. Como lógico corolario a esta condición de cortesano preeminente, es incluido en el grupo de caballeros que salen disfrazados con el príncipe en la máscara que se celebra tras la justa y el correspondiente banquete; máscara de gran riqueza y fastuosidad, en la que, como era costumbre, “dieron una vuelta por la sala danzando [...] y dejando las hachas bailaron todos con las damas” (Calvete de Estrella 1552: Libro Cuarto, fol. 325v)45. Tuvieron que ser días de triunfo y gloria para Ruy Gómez, cuyo acierto y liberalidad en el desarrollo de los festejos le haría ganar mucho en la general estima, y en la del propio Felipe. 43. Se diría que la finalidad última de esta máscara estriba, más que en mostrar a un Felipe victorioso, en presentar a un Ruy Gómez que le acompaña en este triunfo; la función de este tipo de espectáculo en la corte inglesa resulta perfectamente aplicable aquí: “Masques were essential to the life of the Renaissance court; their allegories gave a higher meaning to the realities of politics and power, their fictions created heroic roles for the leaders of society” (Orgel 1975: 38). 44. Ruy Gómez se presenta con doce trompetas, doce caballos de justa, “muchos lacayos” y un armero, además de dos padrinos, todos ricamente vestidos. Cfr. Calvete de Estrella (1552: Libro Cuarto, fol. 324r). 45. La descripción de esta máscara se transcribe en Anexo, al final del presente texto.
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En lo que atañe al teatro musical, Ruy Gómez de Silva es artífice de la “mejor máscara que se había visto” (Libro Cuarto, fol. 324r) en la corte, al organizar un espectáculo de singular elaboración, que le valió ser muy alabado por “la invención de la máscara que había sacado”; no por interés artístico, ciertamente, sino como patrocinador de una expresión de esa cultura nobiliaria que tantas ocasiones tuvo de manifestarse con magnificencia durante el Felicísimo viaje. Resulta significativo que, durante el viaje a Inglaterra de 1554 para contraer matrimonio con María Tudor, la sofisticación o el resultado de las máscaras que se representaban en aquella corte quedara muy por detrás de lo que había visto en el continente el ya rey Felipe. Un documento de este período (sin fecha), dirigido al master of the revels —el encargado de la puesta en escena de los espectáculos de la corte—, sir Thomas Cawarden, muestra esta situación: Mr. Cawarden, he hecho presente a su Alteza real [la reina María] la circunstancia de que no dispongáis de otras máscaras como las que ya han sido vistas por el rey, y que siendo así que ha presenciado muchas en el Continente, mejores y más ricas, pensáis si no será razón ofrecerle aquí algo parecido (Heartz 1963: 73)46.
Obviamente, el desarrollo escénico de la máscara, al estilo de la representada en Bruselas pocos años antes, no había llegado aún a aquella corte, en la que paradójicamente el género se desarrollará durante el siglo xvii llegando a oscurecer en la historiografía manifestaciones parecidas (si bien menos frecuentes) en la España de los primeros Austrias. Para entonces, Ruy Gómez disfrutaba de la privanza de Felipe II, hasta el punto de ser conocido como “Rey Gómez”47, y poco había de importarle anteponer a su nombre ese “don” que se le negaba durante el Felicísimo viaje. Buen caballero y cortesano, además de acrecentar su fortuna y servir a la monarquía, Ruy Gómez de Silva legó a la posteridad la primera máscara con argumento de la que se tiene noticia en el teatro de corte español. 46. “Mr Carden I haue declareyd to the quens hynes how that you haue no other maskes thene suche as has byne shewyd all Redy before the kynges & for that he hathe syne meny fayer & Ryche be yend the seys you thynke yt not honorabl that he shuld se the lyeke here” (nuestra traducción. Agradezco a Trevor Dadson la asistencia prestada para descifrar la ortografía inglesa del siglo xvi). 47. De este modo alude al noble portugués Federico Badoero, embajador veneciano, al dar cuenta de su estancia en Bruselas en 1556 y 1557. Cfr. Boyden (1995: 63).
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Anexo: Máscara y Justa que mantuvo Ruy Gómez de Silva [Bruselas, febrero-marzo de 1550]48 Máscara de Cupido (martes 25 de febrero)49 Después que el cartel fue leído, entraron por la sala ocho máscaras vestidas en hábito de frailes, los cuales eran el marqués de Pescara, el conde de Cifuentes, el conde de Castañeda, el Comendador mayor de Alcántara, don Alonso de Aragón, don Pedro de Guzmán, don Alonso de Silva, y Garcilaso Portocarrero. Traían túnicas y escapularios de raso blanco, con capillos de terciopelo leonado aforrado en raso blanco, todos con candelas de cera blanca encendidas en las manos. Iban detrás de ellos seis cantores con solos escapularios y capillos de lo mismo, con candelas de cera blanca encendidas, como los frailes. A la postre venían dos sacristanes con sobrepellices de tafetán blanco, que llevaban unas andas con cubierta, y almohadas de brocado rico, en las cuales llevaban difunto al dios de Amor, vestido de tela de oro encarnado, con franjas de plata. Entraron todos cantando en voz baja, como que rezaban, aquello de Boscán que dice: “El que sin ti vivir ya no quería [...]”. Llegados al medio de la sala cantando, pusieron el cuerpo delante de las reinas sobre un rico paño de brocado y comenzaron a cantar en lugar de responso aquellas lecciones de Garci-Sánchez de Badajoz: “Perdóname Amor Amor [...]”. Estando de esta manera cantando, entraron seis máscaras en hábito de dioses, los cuales eran el Príncipe [Felipe], y el de Piamonte, don Antonio de Toledo, Ruy Gómez de Silva, don Hernando de la Cerda, y don Alonso Pimentel; traían todos ropas cortas a la antigua de tela de oro encarnado escamas de pardo y blanco, con medias mangas de telilla de oro encarnada. Salían de los codos unas boquillas de sierpes hechas de tela de oro; llevaban sombreros a la antigua hechos de las mismas escamas con unos penachos encarnados y blancos, y mantos 48. Para determinar la fecha de estos eventos se ha partido de la muerte del obispo fray Antonio de Valdivieso, acaecida el miércoles de ceniza de 1550, que fue un 26 de febrero (por lo que el martes de carnaval habría sido el 25 de febrero). Por otra parte, existen documentos datados el 29 de febrero de 1552, por lo que 1550 no fue bisiesto. 49. Calvete de Estrella (1552: fols. 323v-325v).
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largos de telilla de plata con tocados altos llenos de trenzas de cabellos, llevaban arcos y flechas en las manos. De esta manera entraron los dioses y ninfas en máscara, que eran el conde de Gelves, don Pedro de Ávila, don Rodrigo Manuel, don Pedro de Velasco, don Diego de Córdoba, don Luis Zapata, con sayas de tela de oro encarnada, las espadas y pechos pintados de las mismas escamas, y por los ruedos unas flocaduras de tela de plata con tocados altos llenos de trenzas de cabellos, llevaban arcos y flechas en las manos. De esta manera entraron los dioses y ninfas con los ministriles danzando una alemana, y llegando adonde estaba el cuerpo de Cupido difunto, el uno de los dioses y una ninfa asieron de él, y en un momento le resucitaron, y se levantó con gran alegría de todos, y luego tiró una flecha a Madama de la Thuloye, por quien se había hecho la fiesta, a la cual tomó por la mano y danzó con ella. Luego todos los dioses, ninfas y frailes danzaron con las otras Damas, y siendo ya en esto pasada la mayor parte de la noche, fuéronse a dormir, alabando mucho la invención de la máscara, que Ruy Gómez de Silva había sacado, haber sido la mejor que jamás se había visto. Justa que mantuvo Ruy Gómez de Silva (domingo 2 de marzo) Entró Ruy Gómez de Silva con doce trompetas delante de sí vestido de raso blanco y terciopelo morado, y doce caballos de justa con guarniciones y cubiertas de lo mismo, llevaba muchos lacayos y un armero con calzas de terciopelo blanco, jubones de raso blanco, cueras de terciopelo morado, gorras y plumas blancas. Salieron de la misma librea por padrinos don Diego de Córdoba y don Diego de Haro. Entró armado de fortísimas armas sobre un poderoso caballo español guarnecido y con cubiertas de las mismas colores y una lanza en la mano con una bandereta estrecha y larga hasta el suelo de tafetán encarnado, blanco y leonado; colgaba de la celada una toca blanca con rapacejos de oro y un rico penacho blanco y morado. De esta manera dio la vuelta por el campo al derredor de la tela y presentándose a los jueces, púsose al un cabo de ella. Entraron luego los primeros de todos el Príncipe y don Antonio de Toledo su caballerizo mayor muy galanes de raso blanco con un follaje de terciopelo blanco cortado por encima, las cubiertas de los caballos de lo mismo y los trompetas, lacayos y
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armeros. Fueron los padrinos el duque de Alba y don Alonso de Silva. Dada la vuelta por el campo a la tela, el Príncipe depositando primero el valor de la pieza y joya que había de correr en poder de los jueces [...]. Como hubieron corrido, luego Ruy Gómez de Silva tomó al Príncipe, y a don Antonio de Toledo para que le ayudasen a mantener [...]. Cena y máscara del Príncipe (domingo 2 de marzo) Aquella noche [...], luego que fueron dados los precios [de la justa], entraron 20 caballeros de máscara con ropas a la turquesca largas de tela de plata guarnecidas con ribetes de terciopelo morado y pasamanos de morado y plata, y alamares de lo mismo, traían encima otras ropas turcas abiertas con mangas largas hasta el pie de tela de plata, y tela de oro morado aforradas en raso blanco con pasamanos de morado y plata, y sombreros altos de telas de plata y de oro con plumas moradas y blancas. Entraron con los ministriles danzando una Alemana con hachas de cera blanca encendidas en las manos. De esta manera dieron una vuelta por la sala danzando, y dejadas las hachas, danzaron todos con las damas. Fue la máscara del Príncipe, los que salieron con Su Alteza eran el Príncipe de Piamonte, el Marqués de Pescara, el Príncipe de Ascoli, el Príncipe de Orange, el Conde de Cifuentes, el Conde de Castañeda, el Conde de Egmont, el Conde de Mansfelt, el Conde de Aremberghe, el Comendador mayor de Alcántara, don Antonio de Rojas, don Juan de Benavides, don Alonso de Aragón, don Gómez de Figueroa, don Hernando de la Cerda, Ruy Gómez de Silva, don Alfonso de Silva, Philippo de Santa Aldigonde, Flores de Montmorenci. Ya era buena parte de la noche pasada, cuando pusieron fin a las danzas y fiestas de aquel día. Bibliografía Aguilar Perdomo, María del Rosario (2009-2010): “La disposición escénica: algunas arquitecturas efímeras de los libros de caballerías españoles”, en Caballerías. Dossier de la Revista Destiempos.com. Revista de Curiosidad Cultural, 23, pp. 69-103. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio (2001): “De la gravedad a la gracia: el príncipe Felipe en Italia”, en Paloma Cuenca (ed.), El felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso príncipe don Fhelippe /
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Arte epistolar y retórica cultural en Ruy Gómez de Silva* Iván Martín Cerezo Universidad Autónoma de Madrid Juan Carlos Gómez Alonso Universidad Autónoma de Madrid
La retórica, dedicada al arte de la persuasión del oyente mediante el uso de la palabra, es una de las herencias más importantes del mundo clásico y ha sido definida en el siglo xx como ciencia del texto y como ciencia del discurso humano que se ocupa de la construcción y pronunciación de discursos con la intencionalidad de influir persuasivamente en los oyentes. Tiene una doble función: de estudio de los discursos del pasado y, por otro lado, de la capacidad productiva de nuevos discursos basándose en la experiencia de aquellos. Es, por lo tanto, un importante legado clásico que después de estudiar los discursos del pasado propone nuevas formas, estructuras y materiales para la construcción del discurso futuro, atendiendo a cada tipo de oyente y en cada sociedad (J. J. Murphy 1981). Asimismo, ha desarrollado una capacidad preceptiva propia de su naturaleza y se ha ido adaptando progresivamente a cada época y evolucionando de acuerdo a las propias necesidades de las diferentes etapas históricas, aunque manteniendo vigente el tradicional sistema retórico. En este sentido, la práctica epistolar, que emana del tradicional ars dictaminis, junto a los estudios y reflexiones que con carácter pedagó*
Este trabajo es resultado de la investigación realizada en el proyecto “METAPHORA” / Ref. FFI2014-53391-P, financiado por la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación, dentro del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, desde 2014 hasta diciembre de 2018.
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gico y explicativo se desarrollaron posteriormente se pueden enmarcar hoy en este estudio general propuesto desde la retórica cultural, a través de la retórica comunicativa ya familiar, ya social, ya administrativa, siendo así parte integrante de lo que Tomás Albaladejo ha definido como Rhetorica recepta (Albaladejo 1998: 13; 2008), que es “la Retórica históricamente recibida e interpretada por las sucesivas generaciones a partir de su configuración y desarrollo grecolatinos”, una sistematización que podemos encontrar también en otras obras actuales y de la que tanto los tratados teóricos sobre el arte epistolar como las propias cartas forman parte. Todo texto, y el arte epistolar en especial, incluye todos los componentes lingüísticos, semánticos y referenciales del sistema retórico. Los elementos sintácticos, semánticos (tanto intensionales como extensionales) llenan de contenido la constitución pragmática de cada carta o conjunto de cartas que tienen que ser analizados como una construcción de distintos signos, con sus propios códigos, como en la actualidad realiza la semiótica, y que podemos estudiar desde un análisis interdiscursivo (Albaladejo 2008b). La presencia en las cartas (ya sean literarias o no) de elementos estructurales lingüísticos tiene que ser forzosamente interpretada a la luz de la referencialidad semántica de los mismos y desde su natural carácter persuasivo. Por ello, el estudio epistolar practicado en las cartas y el de las obras preceptivas es uno de los objetivos de estudio propio de la retórica, como ciencia del discurso humano, y en especial de la retórica cultural (Albaladejo 1998b, 1998c y 1998-1999) como una de las modalidades de realizar los estudios de la cultura, junto con la antropología cultural, la semiótica cultural y los cultural studies, entre otros. La retórica cultural que ha propuesto Tomás Albaladejo “ha sido concebida como una corriente en la investigación que se ocupa del papel funcional de la Retórica en la cultura y de sus elementos y rasgos culturales” (Albaladejo 2013, 1989 y 1993). El lenguaje, el arte de lenguaje, el texto, es considerado como construcción cultural concebida y realizada a partir del lenguaje natural; y el lenguaje artístico o literario, de acuerdo con la propuesta entre otros del semiólogo de la Escuela de Tartu, Yuri Lotman, es un sistema de modelización secundario. Por ello, tanto los productores como los receptores de este lenguaje lingüístico-artístico tienen conciencia activa del uso retórico del lenguaje dentro de un espacio especial en el que las leyes comu-
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nicativas, culturales y lingüísticas se alejan de las de la comunicación estándar. Desde esta perspectiva, Tomás Albaladejo propone la retórica cultural como un instrumento eficaz para la explicación del arte de lenguaje ligado a la conciencia cultural de productores y receptores en un entorno comunicativo y cultural determinado y aquí consideramos que es una herramienta útil para el estudio del arte epistolar de Ruy Gómez de Silva. Tenemos en cuenta que la retórica es parte de la cultura de su época; y que toda reflexión sobre la cultura tiene que prestar atención especial a la comunicación discursiva y a su estudio; pero, además, la cultura se inserta de lleno en el funcionamiento de los mecanismos de comunicación de cada tiempo; y serán precisamente esos mecanismos culturales y retóricos los que garantizan la eficacia de la comunicación humana, en la medida en que esta es llevada a cabo por productores y por receptores muy activos, que han de estar unidos por un código comunicativo y que han de ser conscientes especialmente del contexto y de la necesidad de la adecuación al mismo al ejercer su papel hermenéutico. Con ello manifestamos, de acuerdo con la propuesta del profesor Albaladejo, que retórica y cultura están unidas y no puede entenderse una sin la otra. Así pues, la cultura del Renacimiento tiene una función imprescindible en la retórica de esa época, tanto en lo que se refiere a los contenidos del discurso, a la presentación formal o estructural de los mismos y al carácter cultural de su construcción y, por tanto, a la consideración del propio discurso retórico como una construcción cultural, como también lo es la obra literaria o cualquier manifestación poiética de la pintura, la escultura, la música, etc., según se ha explicado en la semiótica de la cultura desarrollada en las décadas de 1960 y 1970 por Lotman y Uspenskij, dentro de la Escuela de Tartu, con vigencia hasta hoy. La retórica cultural tiene en la retórica un eje central explicable tanto desde el punto de vista histórico como por la capacidad de esta última para adaptarse a las otras necesidades comunicativas. La retórica ha sido capaz de proyectar un análisis construido sólidamente a lo largo de los siglos hasta abarcar y analizar la práctica totalidad de los discursos de carácter persuasivo. Siguiendo este planteamiento, pensamos que el arte epistolar llevado a cabo en el Renacimiento no se aparta del discurso cultural característico de la sociedad renacentista, que persigue atraer y enseñar al receptor. De esta manera, para cumplir con el objetivo de la retórica, que es persuadir
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y convencer a los oyentes o receptores, hay que tener en cuenta que este discurso (lingüístico e icónico al mismo tiempo) se debe adaptar al perfil cultural del receptor y de su sociedad, y hay que tener presente también que tanto el hallazgo y organización de las ideas realizado en las operaciones retóricas inventio y dispositio, respetivamente, como la elaboración lingüística de los textos (desarrollado en la operación de elocutio), su exposición en público (actio/pronuntiatio) y hasta las técnicas de recordación o memoria han ido evolucionando junto a cada nueva cultura y a unas nuevas formas y técnicas de comunicación. Se mantiene la misma finalidad persuasiva propia de la actividad retórica y se busca el mismo ideal de utilidad, aunque ello sea ante una cultura que condiciona esas operaciones retóricas. La retórica epistolar de los siglos xvi y xvii proviene sobre todo del ars dictaminis desarrollado durante la Edad Media por las necesidades de carácter administrativo de este período, donde los escribanos generaron, a través de sus escritos, lo que sería la base para el posterior desarrollo del arte epistolar como subgénero retórico, y posteriormente de las fuentes clásicas (Pérez Pascual 2013: 352). El Breviarium de dictamine y las Flores Rhetorici o Dictaminum radii de Alberico de Montecassino (siglo xi) son lo que podría considerarse como los primeros tratados de retórica epistolar de la Edad Media, donde se establecen las cinco partes de las que consta la carta: salutatio, exordium o benevolentiae captatio, narratio, petitio y conclusio; en las que ya se pueden ver adaptadas las cuatro partes del discurso que establecía la retórica clásica (exordium, narratio, argumentatio y peroratio), a la que se añade la salutatio al comienzo, lo que dio lugar a discusiones sobre si esta parte inicial de la epístola era o no una parte constitutiva de la misma (Martín Baños 2005: 147) y a la que junto con el exordio o benevolentiae captatio los tratados dedicarán un tratamiento mayor por considerarlas las partes más importantes (Murphy 1981: 225). Tal y como dice Judith Rice Henderson: En esencia, el ars dictaminis aplicaba la retórica clásica a la redacción epistolar que, con la desaparición de las instituciones clásicas que había engendrado al orador, había llegado a ser la habilidad política de mayor demanda en la Edad Media. Imitando la estructura del discurso clásico, el ars dictaminis dividía la carta en partes, cinco por regla general […]. La salutatio recibía la mayor atención en los manuales medievales que proporcionaban fórmulas para dirigirse cortésmente a todas las categorías je-
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rárquicas de la sociedad feudal. De hecho, su división en partes o a veces su salutatio sola fueron consideradas las características definitorias de la carta, distinguiéndola de otras formas de dictamen. Las cartas también tenían su propio estilo, el cursus, una prosa rítmica desarrollada en la curia papal e incorporada a los manuales epistolares hacia 1180 (Rice Henderson 1999: 393-394).
De esta manera, el exordio como parte inicial del discurso retórico tradicional cuya función era la de conseguir la atención, docilidad y benevolencia del auditorio, en las ars dictaminis se dividió en estas dos partes: la salutatio, que buscará captar la atención del destinatario a través del saludo (y que incluso durante el período renacentista se normativizó el uso de fórmulas de tratamiento para cada profesión, estamento religioso o clase social), y el exordium o captatio benevolentiae, que buscará conseguir los otros dos objetivos introduciendo propiamente el discurso epistolar (Albaladejo 1993: 103; Murphy 1981: 225). La presentación del motivo de la carta se presentará en la narratio, que será simple o compleja en función de si se trata de un único asunto o de varios y en la que, tal y como se establece para los géneros retóricos, se tratarán hechos pasados, presentes o futuros. La petitio buscará exponer la solicitud de algo relativo al asunto o asuntos planteados por parte del autor de la carta y la conclusio, como parte final, que, al igual que la peroratio en el discurso retórico tradicional, buscará la atención a través de un breve resumen de los puntos más importantes de la carta y la docilidad y benevolencia insistiendo en los aspectos favorables o desfavorables de lo escrito (Albaladejo 1993: 104). Dentro de los tratados medievales destacan los dos escritos por Godofredo de Vinsauf, Summa de arte dictandi (siglo xii) y Documentum de modo et arte dictandi et versificandi (siglo xiii). Será precisamente este último el que presente, de manera novedosa, la carta como un silogismo invertido en el que lo más general preceda a lo más particular, dando más importancia, por tanto, a la parte de la inventio sobre el de la dispositio, de tal manera que en el exordio se presenta un ejemplo o proverbio que sea pertinente para el tema que se va a tratar; en la narratio se exponen las circunstancias generales del caso concreto para demostrar la relevancia de lo expuesto en el exordio; y en la petitio y conclusio estaría la inferencia que sirve de apoyo al caso concreto (Albaladejo 1993: 104). Tal y como expone Pérez Pascual,
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El renacimiento de la cultura clásica propiciado por los humanistas trae consigo también un renacer de la actividad epistolar privada o familiar, puesto que, además de otras circunstancias históricas, políticas o sociales, dentro del gusto humanístico por el diálogo, la carta se concibe, al modo en que la definió Poliziano, como un ars altera dialogi, es decir, como la mitad de una conversación (2013: 353-354).
Es en este sentido en el que la recuperación de conceptos más clasicistas afectará al arte epistolar renacentista, como es precisamente la concepción de la carta como una conversación entre personas ausentes que exponen tanto Erasmo de Róterdam en su Opus conscribendi epistolis (“epistola absentium amicorum quasi mutuus sermo”, 1522), como Juan Luis Vives en su De conscribendi epistolis (“epistola est sermo absentium per litteras”, 1534) y que sin duda procede de fuentes grecolatinas como Cicerón o Turpilio (Pérez Pascual 2013: 355). El tratado que predominará durante los siglos xvi y xvii será el Opus conscribendi epistolis de Erasmo de Róterdam, que expone ciertas alteraciones con respecto a las artes dictaminis medievales y algunos tratados humanistas. Erasmo igualmente concibe la carta como una conversación por escrito de carácter íntimo con una persona ausente, por lo que en cuanto al estilo que deba usarse en la misma recomienda que se adecue al asunto tratado e incluso que sea llano o coloquial cuando la ocasión lo requiera, dando mayor énfasis a que en la carta por su carácter conversacional se utilice el estilo humilde. Así, lo que promulgará será adecuar los preceptos retóricos tradicionales, incluida la estructuración, de manera flexible a la escritura de las cartas. De esta manera, la división tradicional de los tipos de cartas en familiares y de negocios exigirá un tono diferente e incluso una estructuración más o menos libre en función del tipo y del tema a tratar, es decir, mantener una adecuación entre el asunto de la carta y el estilo utilizado, dando constancia de la importancia del decoro en la construcción del texto epistolar. En este sentido, se dividirán los géneros epistolares tomando como referencia los géneros retóricos tradicionales y Erasmo añadirá dos géneros más, de tal manera que encontraremos la siguiente división, no sólo en él, sino también en tratados como los de Miguel de Salinas (Retórica en lengua castellana, 1541), Alfonso García Matamoros (De ratione dicendi, 1548) o Lorenzo Palmireno (Aphtonii clarissimi rhetoris progymnasmata Ioanne Maria Cataneo interprete, 1552): demostrativo (cartas jocosas, descriptivas, laudatorias o dedicatorias),
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deliberativo (cartas amatorias, disuasorias y suasorias, conciliadoras), judicial (acusatorias o excusatorias), extraordinario (de agradecimiento o informativas) y disputatorias. En cuanto a las cualidades elocutivas de la epístola encontramos que se siguen más o menos los principios retóricos clásicos de pureza (puritas), claridad (perspicuitas) y ornamentación (ornatus), evitando la ampulosidad en el texto a través de frases breves y adaptando el lenguaje al tema de la carta, manteniendo, por tanto, el decoro en la misma. En lo referente a los diferentes estilos, como ya hemos mencionado, para Erasmo debía privilegiarse el estilo humilde, aunque podía cambiarse al medio y sublime en determinados momentos, lo que no quita que, para otros tratadistas como Palmireno, el estilo deba ser elevado al considerar la carta como una conversación entre personas doctas (Pérez Pascual 2013: 357). El arte de escribir cartas del siglo xvi se difundirá tanto en tratados en latín como en lengua vulgar y mostrarán las distintas tendencias que convivían y que luchan por dominar esta práctica durante el Renacimiento bien considerándola una práctica de estilo bien considerando que debe ser adecuada y regirse por el decoro tal y como establece Erasmo o bien considerando que debe ser sobre todo natural y espontánea como establece Juan Luis Vives. En los tratados en lengua vulgar se dará cierto paralelismo con lo que ocurre en los escritos en latín, y que encontramos en los tratados de Gaspar de Texada, Antonio de Torquemada y Juan de Ycíar, que muestran planteamientos diversos en cuanto al estilo. Así, por ejemplo, el Primer libro de cartas mensageras, en estilo cortesano de Texeda, publicado en 1547 y que no ha llegado a considerarse un tratado serio por la crítica hasta tiempo reciente (Navarro Gala 2010), defenderá un modo de escribir cartas en el que se mezcla la concepción erasmista con la vivesiana “relacionado con un determinado modelo lingüístico: el cortesano, reflejo de elegancia, exquisitez y cortesía” (Navarro Gala 2010: 118); el Manual de escribientes de Torquemada, publicado en 1552, abogará por una concepción de la carta de corte erasmista en la que se cuenta más con la retórica; y el Nuevo estilo de escribir cartas mensageras sobre diversas materias de Ycíar, publicado en 1552, defenderá la espontaneidad y naturalidad, alejadas de esquematismos retóricos, expuestos por Vives. Estas cuestiones revelan la coexistencia de estilos diferentes que luchan por imponerse como modelo y que se reflejan en los diversos
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tratados publicados sobre todo durante la segunda mitad del siglo xvi (Navarro Gala 2010: 136-137). Es, en lo que a este trabajo se refiere, muy interesante que Ycíar escribiera su Nuevo estilo por sugerencia de Ruy Gómez de Silva, que es algo que dice en el proemio al mencionar que “vuestra merced fue la causa de animarme a esto”, y que sea al propio Ruy Gómez de Silva al que dedica el libro tal y como aparece en la portada del mismo (Mateo Ripoll 1999: 513), y también al que escribe una carta dedicatoria en el proemio del libro. Sin embargo, todo esto no parece que fuera por amistad, sino más bien, y como menciona Verónica Mateo Ripoll, por conseguir algún tipo de mecenazgo buscando “el prestigio y la protección del destinatario, bien con la concesión de algún empleo, bien con el pago total o parcial de la edición” (1999: 515). La escritura de cartas como elemento de privilegio de clase provoca, de alguna manera, que en las bibliotecas nobiliarias se encuentren tratados epistolares. En este sentido, es muy interesante el trabajo de Trevor J. Dadson Libros, lectores y lecturas (1998), en el que, en su inventario de varias bibliotecas nobiliarias del Siglo de Oro, localiza en la de Diego de Silva y Mendoza (conde de Salinas e hijo de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli), compuesta por 157 volúmenes, el tratado de Juan de Ycíar Nuevo estilo de escribir cartas mensageras sobre diversas materias (1552), escrito en lengua castellana y en el que se defiende un tipo de epístola independiente del arte retórica con la finalidad de buscar en la medida de lo posible la sencillez, tal y como postulaba Vives y que ya hemos comentado. Sea cual sea el modelo a seguir, sí que parece clara la preocupación de la época por este tipo de textos, no solo en cuanto a su estilo, sino también a la estructura que debía seguirse en su elaboración, que de manera general sería la que se realiza en palabras de López Estrada: un saludo inicial, seguido de un exordio para ganarse la buena disposición del destinatario, la exposición de los motivos para escribirla, y si conviene, la formulación de la petición o favor que se solicita; y ha de acabar con la despedida, adecuada al destinatario, y la mención del lugar y de la fecha de su redacción (2000: 31).
A través de esta manera, el arte epistolar dará cuenta o noticia a aquellos con los que por la ausencia u otra causa no se puede hablar, configurándose, así, como la mitad de un diálogo y donde estarán pre-
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sentes: el que habla, aquello de lo que habla y aquel a quien habla. Al configurarse entonces como un discurso retórico en el que están presentes los tres componentes del mismo (Aristóteles 1999: 1358a361358b1) quien escribe la carta dará muestras de su carácter, del motivo que le lleva a hacerlo o de su relación con el destinatario y hará presente a través de la escritura de la misma una estructuración que puede relacionarse con el seguimiento o no de una determinada forma de componer; a su vez, el tema o temas tratados a través de la escritura epistolar refleja el estilo utilizado para componerla y sitúa la carta en un contexto determinado, evidenciando así una situación pragmática que tiene en cuenta la intención de quien habla para comunicar algo y a quien se dirige para hacerlo. De esta manera, y teniendo en cuenta la consideración de la carta como parte de una conversación, la carta puede verse como un discurso a través del cual se quiere influir de alguna manera en el destinatario, por lo que encontramos una finalidad persuasiva en su escritura que muestra la intención de quien la escribe al hacerlo y hace que se configure como un acto de habla donde podemos encontrar elementos locutivos, ilocutivos y perlocutivos. El acto de habla locutivo crea un significado y su función es meramente informativa y se refiere a la acción física de emitir el enunciado, lo que implica un componente fónico, un componente gramatical y un sentido. En cuanto a la manera en que aparecen reflejados en las cartas enviadas por el príncipe de Éboli del corpus que hemos recogido del Consejo y Juntas de Hacienda del Archivo General de Simancas (Cuartas 1978) y en The British Library, cuyos datos nos ha facilitado el profesor Trevor J. Dadson, podemos encontrar este acto en las cartas que (en copia) tenemos a nuestra disposición, como, por ejemplo, la fechada en julio de 1566 dirigida a Juan Escobedo en la que informa que “El señor Marqués de Pescara dexó en Madrid cuando se fue a Italia cierta tapicería y mandó que se llevase a embarcar a esta ciudad para que de ay se encaminase a Génova” (73-226). En esta carta no solo encontramos este elemento locutivo a través del cual se transmite la información, sino que también está presente el acto de habla ilocutivo, que es en el que aparece la intención del emisor al decir algo y que por el contexto o cotexto podemos inferir si lo comunicado hace referencia a una advertencia, un ruego, una orden, una promesa, etc., como se puede encontrar en la carta que envía también a Escobedo el 8 de octubre de 1562, en la que dice: “heme olgado que seais partido
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a Napoles porque se acabe el negocio a que fuisteis que es lo que yo quería porque hasta haver acabado esta averiguación no puedo tratar de ninguna cosa” (46-85). No solo encontramos la actitud del hablante con respecto a lo que comunica, sino también una intención al hacerlo, como, en este caso, un mandato, que lo que busca es producir un efecto en el destinatario por el mensaje que se ha emitido, hecho que hace referencia al acto de habla perlocutivo. En este sentido, es claro lo que persigue Ruy Gómez de Silva cuando, en la carta que envía a Escobedo el 15 de noviembre de 1564, le dice que “y para esto suplicaréis al señor Andrés Ponces de mi parte” (46-86). Por ejemplo, en la carta que envía a Escobedo el 15 de septiembre de 1561 podemos encontrar estos elementos ya en la primera parte de la misma, en la que dice lo que sigue: Escovedo, Por la carta de 14 de agosto que me escrevistes de milan, he entendido la diligencia que haveis hecho y lo que thomas de marin os ha respondido que me paresce es muy a propósito de lo que llevavades a cargo para que lo acabéis con toda brevedad y pues ya tiene nombrado al doctor que a de yr a entender en lo de la averiguacion sera bien que deis muy gran priesa a que se acabe y que procureis que las personas que fueren a hazerla sean de confianza y vos andareis sobre ellas hasta que la acaben procurando que no aya de por medio cosa que nos dañe (50-273).
Hay muestras de quien habla, de los ausentes, y de los temas tocados y no tocados en lo que se dice. Los elementos locutivos, ilocutivos y perlocutivos muestran la actitud de quien ha escrito la carta frente a lo escrito y permiten activar resortes de ficcionalidad al recrear el lector esta actitud en el texto y la imagen del emisor en su lectura (Guillén 1997). Es significativo ver cómo, en las cartas que hemos analizado, y que Ruy Gómez escribe a Juan de Escobedo, se puede observar un cambio en cuanto a su composición antes y después del año 1566, año en el que Escobedo pasa a ser nombrado por Felipe II secretario del Consejo de Hacienda de su Majestad. Con anterioridad a esta fecha encontramos que Ruy Gómez emplea siempre, en las cartas escritas por su mano o por la de un escribano o secretario, como forma de saludatio únicamente el vocativo “Escovedo” (a veces “Escobedo”), tal y como hemos transcrito en el ejemplo anterior y no hay ningún cierre de carta, salvo algún mandato que le dé y la fecha de escritura de la
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misma antes de la firma, tal y como podemos observar en la siguiente, escrita en Aranjuez el 8 de enero de 1563 (50-263): Escobedo, todavía me parece que es muy necesaria vuestra ayuda a la visita de la señora Marquesa de Alcañices y assimismo que hagais las otras diligencias sobre el caso que he platicado con Vos. […] Yo creo que teneis aun las cartas de crencia que hicistes para la Marquesa y para el Alcalde Mardones de las quales os servireis porque aunque la data sea vieja no va nada y si aquellas son rotas hareis otras de la misma sustancia y embiarmelas eis a firmar si acaso el Marques no quisiere aguardar a que vamos como esta dicho. Fecha en Aranjuez a 8 de enero de 1563. Firma
Como decíamos, esta forma de composición cambia a partir de las cartas enviadas en 1566 donde, además del vocativo mencionado, habrá una saludatio claramente escrita como forma de cortesía en la que utilizará el tratamiento de “Señor” y un cierre en el que se utilizará la fórmula “Guarde Nuestro Señor Vuestra persona y prospere”, seguido de la fecha; y en párrafo aparte “A lo que servir mandaredes” más la firma. Sirva como ejemplo la que sigue: Señor Escovedo, Bernardino de Mier que esta os dara entiendo que ha sido empleado en algunas comisiones del consejo de hacienda, y que ha dado buena cuenta de todo lo que se os ha encomendado, y deseando agora ocuparse en lo mismo. Recibire contentamiento de que le hagais señor emplear en alguno de los negocios que ay se offreceran donde se pueda entretener conforme a su calidad que lo estimare en mucho, guarde Nuestro Señor Vuestra persona y prospere, De Pellejeros a V de septiembre 1566. A lo que servir mandaredes Firma
Como puede observarse en los ejemplos que hemos utilizado de cartas autógrafas de Ruy Gómez de Silva, en ellas encontramos la oratio soluta, que es la inserción sintáctica arbitraria y relajada, tal y como ocurre en el lenguaje hablado y en el estilo epistolar que reproduce el lenguaje cotidiano, de ahí que su correspondencia responda al principio de sencillez. De esta manera, podemos afirmar que el estilo que
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encontramos en estas cartas sigue la teoría renacentista en la que se ha sustituido el cursus por el numerus y en donde “la oratio soluta es el estilo epistolar por excelencia, a no ser que la materia y el destinatario de la carta requieran una mayor elevación” (Martín Baños 2005: 603). Todas las cartas analizadas tienen una polifonía restringida, como es característico de su género, al determinarse claramente el destinatario y lector de las mismas, en un contexto de comunicación bastante cerrado. Es habitual la referencia explícita a la misiva a la que se responde, teniendo en cuenta el tiempo que podía trascurrir entre la emisión de la carta y la lectura por su destinatario, pudiendo leerse en muchas ocasiones cartas emitidas con posterioridad por avatares de los viajes. Esa concreción restringe el destinatario y el objeto tratado en la carta, que como hemos visto es único. Esto unido a la sencillez expresiva genera una univocidad buscando la claridad y la interpretación más limitada por parte del destinatario de la carta. Como señalamos, las cartas suelen tener en cuenta muchos de los elementos ausentes, como son otras cartas a las que se hace referencia en la carta que se escribe, o las alusiones a hechos sucedidos o información sobre amigos o familiares a los que se dirige; ello no supone polifonía, pues el emisor quiere concretar mucho su mensaje. Tal vez podamos enclavar estas situaciones en una especie de poliacroasis (Albaladejo 1998b, 2000 y 2009) bastante restringida, que tiene en cuenta la posibilidad de relectura y archivo de estas cartas por parte de los destinatarios y de las personas de su entorno o allí citadas. En todo caso consideramos que las cartas de Ruy Gómez de Silva tienen algunos rasgos esenciales comunes en su época como son la concisión, la redundancia, la implicación del destinatario como conocedor de las personas y hechos narrados y la ponderación del mensaje de la carta, cualidades todas ellas que permiten confeccionar un específico acto de habla, condensado e intencionado, en el que se emplean recursos retóricos para cumplir la función persuasiva propia de este género epistolar. Las cartas analizadas construyen el mensaje retórico y configuran una comunicación intencional del emisor (Ruy Gómez de Silva) que procura influir sobre el receptor (Escobedo en la mayoría de los casos), a través de ejemplos y de argumentos racionales y, menos veces, emocionales, estando ausentes los elementos estéticos al carecer de lenguaje figurado esos textos, que como buenos ejemplos retóricos
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consisten fundamentalmente en ocuparse de causas particulares, en la mayor parte de los casos, y en causas sociales y políticas en general, como marco, sirviendo, por lo tanto, específicamente para un interés concreto en cada caso; y para conseguir esa eficacia necesaria basa sus mensajes en la brevedad, como sucede hoy con la publicidad, construyéndolos compactos, redundantes y fáciles de descodificar en comparación con otros géneros de discursos retóricos. El mensaje de cada carta se apoya en el lenguaje sencillo y claro, utilizando un sistema de comunicación sincrético integrado por signos conocidos por los destinatarios, con precisión en las materias, concretando lo que se ordena o manda, por lo que aumenta la capacidad comunicativa desarrollando todos los factores pragmáticos propios del discurso retórico con una finalidad persuasiva. Estas cartas representan un lenguaje bastante automatizado, con esquemas que se repiten continuamente en cada una de ellas, haciendo discursos concisos que se despliegan en la dimensión horizontal de la verbalización a base de la repetición, la similitud, la acumulación y el contraste en un punto determinado del mensaje, si tenemos en cuenta la relación establecida entre varias cartas. En este tipo de cartas administrativas o personales, como las analizadas escritas por Ruy Gómez de Silva, interesa el aumento de la información real, la disminución de la densidad connotativa y la carga asociativa que se pueda generar tras su lectura, como sucede con el lenguaje estándar propio de la oralidad, sin crear una realidad ficticia por medio del lenguaje. Por ello en estas cartas no se dan apelaciones ni a lo emocional ni a lo instintivo, algo que sería contrario a una argumentación racional. Por el contrario, su estilo manifiesta una economía lingüística en aras de la eficacia comunicativa, basada en la información y en la racionalización de los contenidos, sin presentar ningún elemento de entretenimiento, ni de ficcionalización, algo que estaría en contra de la economía lingüística y de la claridad, dejando de lado cualquier tipo de ambigüedad. Como hemos señalado antes, en estas cartas de Ruy Gómez de Silva encontramos las cualidades elocutivas clásicas de la epístola que siguen los principios retóricos de pureza, claridad y ornamentación, evitando la ampulosidad en el texto a través de frases breves y adaptando el lenguaje al tema de cada carta (con habituales referencias a otras), a través de un estilo humilde, al estilo propuesto por Vives.
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El príncipe Ruy Gómez de Silva (1516-1573): la configuración de una colección artística propia en la corte de Felipe II Macarena Moralejo Ortega Universidad de Granada
“Quisquis ubique habitat, nusquam habitat” Marcial, Epigramas VII, 73 “[…] Dos años después, el de mil quinientos y sesenta y tres, aviendo el rey resuelto fundar el insigne monasterio de San Lorenço el Real de la Victoria, después de elegir el sitio, y firmar la traza, partió de Madrid (donde desde el año de sesenta estaba de asiento la corte) para hallarse a desmonltar el sitio inculto, y abrir los cimientos. Dio por sus manos los primeros golpes con el azadón y le imitaron después el Príncipe Ruy Gomez, el duque de Feria, el Prior de León, y otros señores, que le avian ido asistiendo […]”. Luis de Salazar y Castro (1685): Historia genealógica de la casa de Silva […], vol. II, p. 487.
Introducción El prestigio del príncipe Ruy Gómez de Silva (Chamusca, Portugal, 1516-Madrid, 1573) en el ámbito hispánico e internacional del siglo xvi ha concitado la atención de una serie de expertos en este volumen que han descrito su papel como privado de Felipe II, agente diplomático y cortesano. Conviene también reconstruir su perfil en el área de la cultura y su política de mecenazgo, a partir de las fuentes impresas de la época, el epistolario analizado hasta la fecha, susceptible de ser ampliado en archivos europeos a partir de la extensa red de contactos del portugués en un futuro, y el vasto inventario de sus bienes, que
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se conserva en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid1. Para esta publicación hemos utilizado también un segundo inventario, más exiguo que el anterior, pero también muy interesante, realizado por Jerónimo Díaz, “continuo” (o “contino”) de la casa del rey2, que recoge una relación de piezas artísticas, mobiliario y joyas con objetos, análogos al primer documento, salvo libros, que, de haberse conservado en este lugar, habrían sido, probablemente, descritos. Piezas que estaban en la recámara que ocupó el príncipe de Éboli, hasta los días previos a su muerte, en el Alcázar3. Una visión panorámica del personaje4 revela que sus preferencias estéticas, literarias y artísticas estuvieron mediatizadas por todo aquello que contempló desde la infancia en las diferentes residencias donde vivió la familia de Carlos V e Isabel de Portugal, dado que esta, todavía en este periodo, era una corte peripatética5. Los desplazamientos y viajes que Gómez de Silva realizó a lo largo de la primera parte de su vida favorecieron también la admiración de espacios, colecciones y lugares —incluso fuera de la península ibérica— que estaban al alcance de fieles servidores, diplomáticos y miembros de familias reales. Poco se conoce, en cambio, acerca del modelo de formación y aculturación del portugués, y las propuestas, en este sentido, irían encaminadas a establecer vínculos con las directrices pedagógicas 1. 2.
Véase AHPM, Notario Martín de Ondátegui, protocolo 742, fols. 140r-288v. Se refiere a un oficial de la casa del rey. Véase Martínez Millán/Ezquerra Revilla (2002). 3. El listado fue entregado por Jerónimo Díaz a Juan Delgado, el veedor de la princesa. Se trata de 28 páginas en las que aparecen baúles, cajas, cofres, muebles de todo tipo, ropa de cama, indumentaria, armas, objetos de oro y plata, porcelana, reposteros, candeleros, vajilla, cubertería, joyas, crucifijos y medallas así como piezas de Flandes. Conviene revisar las publicaciones de Trevor Dadson sobre la princesa de Eboli, que proporcionan noticias acerca de ambos inventarios. Asimismo, también he revisado el documento original en AHNT, Nobleza, Osuna, leg. 3599, vol. I, fols. 558r-572r. 4. La biografía más antigua del portugués en BNE, ms. 433, fols. 119v-120r y 127r128v. El denominado como “discurso de la vida de Don Ruy Gómez de Silva” se encuentra en una miscelánea de escritos de García de Loaysa Girón (1542-1599) y procede del convento de San Vicente de Plasencia. No se alude al papel del privado del rey como hombre de cultura, mecenas y coleccionista. 5. Recordamos que Ruy Gómez de Silva llegó como “menino” a la corte cuando todavía era un niño, asumiendo posteriormente el papel de paje. Una visión de conjunto de las funciones y del contexto sociocultural en el que se movían estos personajes, puede encontrarse en Hermosilla ([1573] 1901).
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dictadas por Rodrigo Sánchez de Arévalo, Alonso Ortiz, Juan Luís Vives y Erasmo, entre otros, en sus escritos6. Se ignora si, junto al príncipe de Asturias y un grupo de niños y adolescentes, recibió una instrucción académica reglada, aunque todo hace suponer que tal coyuntura se produjo, gracias a las enseñanzas de los tutores de la casa: Juan Martínez Silíceo, Juan de Zúñiga, Honorato Juan, Ginés de Sepúlveda y Cristóbal Calvete de la Estrella. No existen, asimismo, documentos relevantes que acrediten su conocimiento de lenguas extranjeras, aunque, sin duda, conocía el portugués, el castellano, el latín y, a tenor de su correspondencia, leía en francés, italiano e inglés7. Esta formación, así como el trato asiduo con humanistas y otros eruditos de la corte, hizo posible que Andrés Laguna y Cristóbal de la Vega le dedicaran sus escritos, publicados respectivamente en Salamanca (1566) y en Alcalá de Henares (1554)8, y que el prestigioso galeno Juan Méndez Nieto citara a Ruy Gómez como paciente en uno de sus textos, impreso por primera vez en 16079. A pesar de estas circunstancias, el inventario de sus bienes describe su exigua biblioteca, tema sobre el que el profesor Dadson ha reflexionado extensamente, y que su viuda vendió, bien para subsanar las deudas o, quizá, porque no le interesaban las lecturas de su marido10. Una biblioteca en la que, curiosamente, no aparecen tratados sobre arquitectura, arte militar y fortificaciones, a pesar de los conocimientos del noble sobre este tema, que sí encontramos en el inventario de su hijo Rodrigo del año 1596, 6. 7.
Véase, con extensa bibliografía, Baranda (1995). Véase Rusell (1986: 148). La autora sugiere que Ruy Gómez pudo adquirir nociones de inglés durante su estancia en las islas. 8. El primero, Laguna, era el médico personal de Carlos V y un prestigioso botánico y farmacéutico formado en el ámbito internacional, mientras que el segundo fue uno de los primeros especialistas europeos en urología. Véanse Andrés Laguna, Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos de Pedacio Dioscórides Anarzbeo; la dedicatoria aparece en el folio 2: “Al Ilustrisimo Señor Rui Gomez de Sylva, conde de Melito y camarero mayor del Serenissimo Rey de Inglaterra, Principe y Señor Nuestro” (ejemplar BNE, R. 101821); y Cristóbal de la Vega, Commentarius de Urinus, ed. Juan Mey; la dedicatoria reza: “Clarissimo viro D. Rodirico gumezio de sylva, philippi magni, angliaeregis Hispaniaroum principis, cubiculario primo” (ejemplar BNE, R. 18366). 9. Véase Méndez Nieto (1989). 10. Sobre los gustos literarios de Ruy Gómez, su esposa y otros descendientes, véase Dadson (1998 y 2011b).
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y en la que tampoco, a pesar de ser un viajero avezado, identificamos mapas y libros sobre medallas o triunfos, muy relacionados, respectivamente, con la literatura topográfica y los modelos de representación en pintura y escultura11. Las últimas investigaciones en curso sí que podrían deparar sorpresas, puesto que uno de los libros que Ruy Gómez tenía en su biblioteca era la versión italiana de Bernardo Tasso de L’Amadigi (1560), inspirada en la obra española Amadís de Gaula (1508). Fue este un texto de presencia muy habitual en la época en bibliotecas masculinas y femeninas, como la de Isabel de Valois y la de Ana de Mendoza; de hecho, la esposa del luso tenía una edición en francés del texto12. Esta historia de caballería inspiró la realización de un servicio de mayólica que, presuntamente, Guidobaldo della Rovere y su esposa Vittoria Farnese regalaron a Ruy Gómez en el año 1561, y sobre el que se está realizando un estudio pormenorizado en la actualidad13. Estos escenarios vehicularon la adquisición, por parte de Ruy Gómez, de criterios de gustos propios pero, a la vez, influidos por las preferencias en materia cultural de sus interlocutores más cercanos, es decir, el rey y diferentes miembros de la nobleza española y europea. En ningún caso, las pautas de encargo y compra de esta generación fueron continuadas ni siguieron secuencias de adquisición cualitativas, sino que, más bien, pueden considerarse como acumulativas, dado que respondieron a un posicionamiento ideológico que buscaba mostrar la preeminencia de clase a través de objetos únicos14. Asimismo, un porcentaje muy elevado de estas compras estaban destinadas al em11. Rodrigo tenía el atlas de Giovanni Antonio Magini, publicado en Bolonia en 1570. Para el inventario de libros del hijo de Ruy Gómez, redactado en 1596, véase AHPM, Notario Juan Manrique, protocolo 3361, fols. 660v-678v. 12. La obra se tasó en ocho reales y Trevor J. Dadson la identificó con el ejemplar en italiano publicado por Giolito en 1560. Para los libros de Ana de Mendoza, véase Dadson (2011b). 13. Agradezco a la doctoranda Clarisse Evrard (École du Louvre-Université Lille 3) esta noticia sobre la que está trabajando para su tesis doctoral, dedicada a la iconografía caballeresca en la mayólica italiana del siglo xvi. Véase también Pérez de Tudela Gabaldón (2010). 14. Para una visión completa de la colección artística de un noble español a principios del siglo xvii, véase Montero Delgado/González Sánchez/Rueda Ramírez/ Alonso Moral (2015). Sería deseable que, en un futuro próximo, se acometiese un estudio de la colección de Ruy Gómez y de su esposa análogo al modo en el que se ha ideado este libro.
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bellecimiento de residencias privadas —salones, alcobas, enclaves de representación- y a la ornamentación de espacios sacros, ya fueran estos capillas u oratorios en sus residencias privadas, como fundaciones de iglesias, conventos y capellanías15. A este respecto, los diferentes materiales y soportes que conformaron la colección —tapices, lienzos, tablas, esculturas, mobiliario, frascos para perfumes, reliquias, objetos para el servicio de mesa, breviarios, misales, libros, objetos litúrgicos, joyas, entre otras piezas— respondían al deseo del luso y su entorno por establecer nociones de lujo y exclusividad inherentes a su clase social, las mismas premisas que vehicularon la dinámica de compras, regalos e intercambios en el marco del coleccionismo europeo de la época16. Las residencias de Ruy Gómez de Silva en la península ibérica Para reconstruir el modo en el que el príncipe de Éboli conformó su propio universo de objetos y piezas únicas, conviene tener presente el número, articulación e intendencia de sus casas en la península ibérica. Se desconoce cómo se distribuyeron los espacios y en dónde estuvieron los objetos artísticos, ornamentales y suntuarios que aparecen citados, saltuariamente, tanto en su epistolario como en los inventarios. Tampoco tenemos datos fiables acerca de su yeguada personal17, un elemento de distinción propio de su estatus social y 15. Recordemos que Ruy Gómez de Silva sufragó los costes de la construcción de un convento de la rama masculina de la Orden del Carmelo en Pastrana, mientras que su mujer costeó el de la rama femenina en la misma localidad. Ruy apoyó también económicamente el colegio de San Cirilo de Alcalá de Henares, primera institución carmelita en la ciudad. 16. A pesar de su interés y volumen, por falta de espacio, no podemos detenernos en el inventario de tapices, que sí ha sido estudiado en Cruz Yabar (1996: 319-324). 17. Uno de los títulos que recibió Ruy Gómez por parte de Carlos V, el 13 de junio de 1551, fue el de capitán de los caballos ligeros. Véase para el nombramiento AHNT, Osuna, C. 3.336, doc. 3. Datos sobre un posible regalo de un caballo a Ana de Mendoza con motivo de la boda y el modo en el que se atendía a la yeguada se encuentran en Reed/Dadson (2015). Noticias saltuarias sobre la afición a montar y a los caballos del noble aparecen en su correspondencia; véase, por ejemplo, la carta remitida por Juan de Escobedo al conde de Mélito (Ruy Gómez) el 16 de octubre de 1557, AGS, CJH, leg. 32, nº 121, en la que
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que, además, le ocasionó cuantiosos gastos, así como la retribución de personal especializado. Esta afición justifica, además, la presencia de libros sobre esta temática en su biblioteca e incluso, el encargo de obras de arte con este motivo zoológico como decoración18. Pocas noticias tenemos de los espacios de habitación de los progenitores, los señores de Chamusca —salvo los que proporciona Luis Salazar de Castro—, acerca del enclave en el que nació el aristócrata, aun cuando la familia disponía de tres residencias en Portugal, una en la localidad vecina de Ulme, otra en el centro histórico de la localidad, quizá como un enclave más idóneo para recibir a invitados y huéspedes, y, por tanto, más rico en su aparato decorativo, y, probablemente, una tercera casa, a las afueras, a modo de “quinta”, y que respondería a las premisas estilísticas de las residencias en el campo, tal y como habían sido definidas desde la antigüedad por Vitrubio y que, en el siglo xvi, se enriquecieron con las reflexiones de los tratadistas de la arquitectura del Renacimiento. En cualquier caso, el hogar de nacimiento del aristócrata, que abandonó en su temprana infancia, no estaba destinado a albergar sus afectos en su vida adulta y, muy posiblemente, estuvo muy alejado de su trayectoria vital, puesto que no siendo el
se alude al hecho de que su yeguada era la mejor de España y que, de hecho, tenía una “yegua hermosissima”. Informaciones sobre el estado de su cuadra en AHN, Osuna, leg. 1838, nº 25. Este segundo documento alude a la venta de su yeguada apenas dos meses después de su muerte, el 3 de septiembre de 1573, y al papel desempeñado por el maestro de caballerizas, Millán de Barrionuevo Sota. A través de esta documentación se sabe que el caballo “Rribera” (sic) se vendió por una cifra muy alta, 82 escudos, así como uno de los coches, el denominado como “grande biejo”, aunque es muy probable que la viuda de Ruy Gómez de Silva y sus herederos conservaran una parte de la cuadra y otros coches para su transporte. Tal posibilidad cobra fuerza si pensamos que la princesa de Éboli suministró a su hijo, el conde de Salinas, varios caballos blancos —suponemos de noble linaje— para acudir a la boda de la VI duquesa del Infantado en Guadalajara el 20 de enero de 1582. Ana de Mendoza se vio obligada a empeñar una de las tapicerías de su propiedad. Agradezco a la profesora Esther Alegre esta última reflexión. 18. En el inventario, “otro libro que trata de caballos guarnecido de cuero colorado en ytaliano”, identificado por Trevor J. Dadson como una obra de Cesare Fiaschi (1561): Tratado del modo dell’imbrigliare, maneggiare & ferrare cavalli, Vinegia. En cuanto a la pieza artística aparece citada en el inventario realizado por Jacome da Trezzo relacionado con la escultura como “un retrato en plata del rey acompañado de sus caballos”. Sobre la vinculación de la nobleza y monarquía de la época con los caballos, véase Hernando Sánchez (1998 y 2005).
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primogénito de la familia, se destinó a su hermano mayor, y solo llegó a sus manos con el fallecimiento, sin descendientes, del mayor de la saga19. Las fuentes informan que vivió esporádicamente en la residencia vallisoletana de Gómez Pérez de las Marinas20 y quizá también podríamos conjeturar que en algún pequeño palacete —o en las propias habitaciones de la morada regia— en las inmediaciones del palacio real de la ciudad castellana, en donde, ocasionalmente, tanto durante su etapa de soltería como durante su matrimonio con Ana de Mendoza, se aposentaría junto a la familia del rey, su familia política y la corte. Se desconoce la ubicación de esta residencia, posiblemente ocupada en régimen de alquiler, y qué razones vehicularon, más allá de los conflictos familiares, su abandono y el traslado de Ana, entre 1557 y 1559, al castillo de la vecina villa de Simancas, en donde vivió junto a su madre hasta el regreso de su marido de su viaje por los Países Bajos21. La llegada de la corte a Madrid posibilitó la instalación del joven matrimonio en la actual capital, aun cuando mantuvieron, en diferentes períodos, casas abiertas en Alcalá de Henares y en Toledo, en donde, a menudo, realizaron obras de restauración y mantenimiento22. En
19. Luis Salazar de Castro describe superficialmente las residencias portuguesas de la familia: “La Chamusca está situada en una llanura cerca del rio Tajo cuyas aguas haxen fructicero, abundante y delicioso su termino, y aviendo habitado algunos destos señores [los Silva] edificaron en ella sumptuosos palacios, y la ilustraron con edificios públicos. Ulme goza de menos apacible situación […] viene a quedar su término con iguales comodidades que el de la Chamusca, y por esto su señor tenia también en ella palacio, permitiéndolo la cercanía de ambas, que pudiese habitar una y otra”. Véase Terrasa Lozano (2012: cap. VII). No se podría descartar que la familia tuviese también una residencia en Lisboa, puesto que el padre de Ruy Gómez era miembro del Consejo de Estado. 20. Véase Pascual Molina (2013: 323). 21. Los problemas de Ana de Mendoza con sus progenitores, especialmente con su madre, condujeron a Ruy Gómez a pensar en la posibilidad de establecer una casa independiente, tal y como le trasladó a Catalina de Silva, la madre de su esposa. Sin embargo, parece que este cambio no sedujo a la suegra, véase la carta del 22 de noviembre de 1557, AGS, CJH, Leg. 27, fol. 217 en Reed/Dadson (2015: 74, n. 22). 22. Datos de archivo saltuarios sobre los gastos de las obras de acondicionamiento de las casas, en Reed/Dadson (2015: 120, n. 105; 122-123). También se hicieron reformas en la casa de Madrid hacia 1572, AHPM, Gaspar Testa, Protocolo 272, fol. 30.
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Madrid adquirieron una casa junto a la desaparecida iglesia de Santa María La Real de la Almudena23. Me refiero a un palacete con jardín, huerta, corrales, caballerizas y dependencias para el servicio ideado por el arquitecto toledano Nicolás de Vergara “El Viejo” y reformado, casi cien años después, por Pedro de la Peña, quien convirtió la edificación primitiva en una morada dotada de un espíritu más barroquizante, desvirtuando así el primitivo asentamiento. El plano madrileño de Pedro de Teixeira de 1656 recoge esta construcción y, a la vez, revela cómo la residencia de los príncipes de Éboli se encontraba en las inmediaciones de la actual calle de Bailén, en el lugar que hoy ocupa un amplio jardín en donde el edificio se conservó hasta su derribo en 190524. La elección de esta casa no parece que fuera fortuita, ya que se encontraba muy cerca del Alcázar y era también una zona de habitación de otros cortesanos, como Juan de Escobedo, que residía a unos metros de la familia y que, además, adquirió las casas después del óbito de Ruy Gómez en 157525. Este palacio madrileño, por su ubicación estratégica y su proximidad a la corte, pudo ejercer un papel preponderante respecto al resto de las viviendas en sus territorios. Me refiero al desaparecido palacio propiedad de los condes de Cifuentes, en la localidad del mismo nombre, en donde nació Ana de Mendoza, y que debía encontrarse en las inmediaciones de la plaza mayor de la localidad alcarreña, y en donde el matrimonio pudo alojarse ciertos periodos. Menos noticias se tienen respecto al lugar de residencia de Ruy Gómez de Silva y su prole en la provincia de Segovia, aun cuando tuvieron un apeadero o pabellón de caza, e incluso una morada más amplia, puesto que una de las hijas, María, nació en Pellejeros en 1566, hoy término de Palazuelos de Eresma, tal y como la Dra. Cristina García Oviedo 23. Ruy Gómez, a su regreso de los Países Bajos en 1559, residió en casas alquiladas junto al Alcázar e, incluso, a partir de 1564, tuvo aposentos permanentes en el palacio del rey, en donde incluso se inventariaron sus pertenecías a su muerte. El traslado de la familia a unas casas cercanas a la Almudena y el Alcázar se debió a la generosidad de Antonio Pérez, aunque desde 1568 y los funestos episodios de aquel año en el seno de la familia real, los Silva-Mendoza residieron largas temporadas en Pastrana. 24. Una placa, situada en la parte posterior del actual Istituto Italiano di Cultura recuerda: “Junto a este lugar estuvieron las casas de Ana Mendoza y la Cerda, princesa de Éboli, y en ellas fue arrestada por orden de Felipe II en 1579”. 25. Véase Reed/Dadson (2015: 269-270, doc. 117).
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presentó como novedad en el curso del congreso sobre Ruy Gómez en abril de 201626. El lusitano también desempeñó un papel preponderante en la supervisión de las obras que se realizaron en la localidad de Estremera, una villa adquirida entre La Alcarria y La Mancha, en donde costeó las reparaciones de la iglesia parroquial, que deseaba transformar en colegial, de la fortaleza, de la casa principal y de otras viviendas y huertas27. Similares inquietudes animaron también los últimos años de la vida de Ruy Gómez que, junto a su familia, visitó especialmente la villa de Pastrana, adquirida en 156928, y movilizó incluso a sus contactos en el extranjero para que localizasen personal especializado —artesanos— en el norte de la península italiana y realizasen intervenciones de carácter artístico en la localidad29. Ruy Gómez ejercitó su destreza 26. La familia Silva-Mendoza residió largas temporadas aquí, al igual que en la corte. Palazuelos de Eresma se barajó como emplazamiento para el monasterio-palacio de San Lorenzo de El Escorial, puesto que estaba muy cerca del pinar de Valsaín (madera) y de Sepúlveda (minas de piedra caliza). Ruy Gómez fue el propietario de lo que, posteriormente, se conocería como la Real Quinta de Quintapesares, una residencia de asueto de la reina María Cristina de Borbón y de su segundo marido, Agustín Muñoz, duque de Riansares, en el siglo xix. 27. Véase Boyden (1995: 113, 141, 199). Ruy Gómez supervisó obras en Estremera y ello le supuso ausentarse de las reuniones del Consejo de Hacienda, tal y como se lamentó el conde de Buendía en una misiva del 16 de marzo de 1561. Véase Dadson/Reed (2013: 86, n. 62 y doc. 12.; doc. 15). En la actualidad, José Miguel Muñoz Jiménez está realizando un trabajo sobre las obras emprendidas por los príncipes de Éboli en Estremera. Agradezco a la profesora Esther Alegre esta indicación. 28. Véase Dadson/Reed (2013: 96, doc. 16; 97-103, doc. 17; 104, doc. 18; 105-106, doc. 20). Las relaciones topográficas de Felipe II señalan que la familia ocupó una casa, todavía inacabada, realizada en cal y canto y dotada de troneras y saeteras con un muro ancho, escaleras de piedra en sillería, excelentes maderas y artesonados de talle. Asimismo recordaba que tenía delante de esta una plaza cercada con casas pequeñas para almacenes y contratos. 29. El diplomático Jorge Manrique describe en un viaje realizado por Milán y Turín cómo procedía la identificación de artesanos en el mes de agosto de 1570. Véase AGS, Estado, leg. 1229, nº 55, 58, 68. En el documento 55, una carta remitida desde Milán al príncipe de Éboli el 27 de agosto de 1570, este le comunicó que había localizado un “hirador” muy bueno al que había invitado a trasladarse a Pastrana y al que había que pagar sus gastos de desplazamiento junto con su esposa. También había identificado a un excelente bordador para que acometiese un servicio similar en Pastrana y tan solo esperaba la confirmación de Ruy Gómez para que viajasen a la península ibérica. El documento 58 reproduce una carta escrita desde Milán el 29 de agosto de 1570 en la que Manrique señalaba que esperaba una respuesta de la princesa de Éboli respecto al traslado del hirador y el bordador, “pues
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como aficionado en el campo de la edilicia solicitando reformas en el palacio y, de hecho, adquirió 48 columnas grandes de orden dórico y 37 de orden jónico, todas en mármol, en Génova. Este conjunto debía ubicarse en la segunda planta de la residencia y, además, los planes de reforma preveían también la construcción de una escalera interna, así como el cerramiento de las torres en la parte trasera que daba al jardín, obras que jamás vio concluidas, dado que estas continuaron hasta después de su fallecimiento en 157330. El papel de Ruy Gómez como entendido en arquitectura no fue insignificante, máxime si pensamos en que, como miembro de la Orden de Alcántara y contador mayor de Hacienda entre 1550 y 1573, gozaba de la facultad para evaluar la situación de los arrendamientos de los mayorazgos. Por ello, mantuvo una dilatada correspondencia con el doctor Ribadeneira, miembro del Consejo de Órdenes e integrante de la Junta por decisión de Felipe II. En este sentido, una carta inédita enviada por el funcionario al conde de Mélito alude a la información que había recogido, a petición del segundo, acerca de la conservación de la fortaleza de Herrera del Duque (Badajoz), que pertenecía a la Orden de Alcántara. A este respecto, le comunicaba que había pedido información sobre el estado de la fortaleza a Pedro de Ybarra (h. 1510-1570), arquitecto y maestro mayor de obras de la Orden. Ribadeneira envió al luso las trazas del área defensiva y una relación sobre la construcción de Herrera —a día de hoy no conservadas en este legajo—, junto a esta misma carta, indicándole las propuestas de reforma que había discutido con Ybarra y que, además, describió al detalle. Ribadeneira solicitó, asimismo, consejo al portugués sobre las medidas que debían tomarse en el castillo de Puebla de Almenara, en esta ocasión, a instancias de la condesa de Mélito, que era, junto a su no han de costar mas de la que yzierenalla de costa”. Además, aseguraba que un amigo suyo le había hablado “de su abilidad y lo de mas”. El último documento (68) es una carta remitida desde Turín el 25 de agosto de 1570 por el mismo Manrique en la que le propone un ingeniero/arquitecto para servirle en España: “V. S. Illma me mande avisar también si quiere que le embie el hombre que me dixo para las aguas y fabrica de Pastrana porque me han antepuesto uno que es muy útil e inteligente”. Probablemente, tal y como ya ha señalado la historiografía, el noble portugués quería convertir Pastrana en una ciudad ducal análoga a Florencia o a otras ciudades, quizá también Castel Durante, Urbania o Sabbioneta, más pequeñas de tamaño respecto a la capital Toscana. Véase Alegre Carvajal (2003: 126). 30. Véase Alegre Carvajal (2003: 98).
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familia, propietaria del mismo. La misiva recoge noticias acerca de los gastos que podrían acarrear las mejoras que debían realizarse y cómo debían utilizarse los fondos de la Corona destinados a las mejoras en las fortalezas, utilizando para ello un lenguaje propio de un entendido en la materia que, a su vez, se dirigía a un experto31. Similares reflexiones se encuentran en un memorial anónimo en el que se especula, muy posiblemente a instancias de Ruy Gómez y de su esposa, acerca de los graves daños estructurales que presentaba la fortaleza de Zorita de los Canes y cómo era necesario hacer reparaciones en la edificación, los jardines, las huertas y las casas adyacentes32. A la luz de este y otros documentos, así como de las fuentes impresas de la época, se confirma que el lusitano estaba interesado en la arquitectura e incluso fue protagonista de la colocación —más allá del valor simbólico del acto— de los primeros cimientos del monasteriopalacio de San Lorenzo de El Escorial, ya que, como describió Luis de Salazar y Castro, secundó al rey con el mismo gesto, que también repitieron el duque de Feria y el prior de León. Nada se sabe, sin embargo, más allá de los acertados paralelismos formales y estilísticos descritos por la profesora Esther Alegre Carvajal en su tesis doctoral33, acerca del interés personal que el príncipe, uno de los viajeros más importantes de su siglo, prestó hacia la arquitectura británica y del norte de Europa, que conoció personalmente en los viajes de Estado realizados desde la década de 1530, y hacia las construcciones del Mediterráneo, es decir, en el virreinato de Nápoles, en diversas ciudades-estados y en territorios más amplios como los Estados Pontificios o el ducado de Toscana. Estos paralelismos podrían también ponerse en relación con los títulos italianos que el príncipe ostentó, como el principado de Éboli o el condado de Mélito34, y habrían sido decisivos si se le hubiera nombrado, tal y como se barajó en la época, virrey de Nápoles35.
31. Véase AGS, CJH, 34, doc. 466, carta fechada el 19 de enero de 1558 desde Valladolid. El documento, inédito, no se recoge en bibliografía especializada; véanse Sánchez Lomba (1985) y Navareño Mateos (1987). 32. Para el documento AGS, CHJ, 36, doc.66, véase la reproducción en Reed/Dadson (2015: doc. 66). 33. Alegre Carvajal (1999: 137-138). 34. Martínez Ferrando (1943). 35. Boyden (1995: 117, n. 5).
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La colección de objetos artísticos de Ruy Gómez Con el fallecimiento de Ruy Gómez de Silva, el 29 de julio de 1573, se procedió a la apertura de su testamento36 y a la redacción de un extenso inventario de bienes el 8 de agosto de 1573 con el objetivo de que las piezas —incluida la biblioteca— salieran a subasta en diferentes lotes atendiendo a su categoría37. Testigos y albaceas, entre los que estaba la esposa del finado y su suegro, Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito38, debían velar por el cumplimiento de sus disposiciones y la venta pública en la 36. Una disposición vinculada, a nivel formal y de contenidos, con otro tipo de papeles administrativos, como las capitulaciones matrimoniales, las donaciones intervivos, los testamentos, los codicilos, los inventarios postmortem, las particiones de bienes entre herederos y las almonedas de bienes. Copias identificadas del testamento y los codicilos en: AHPM, Notario Gaspar Testa, protocolo 275, fols. 744r-750v; AHN, Osuna, leg. 2024, nº13. 37. La escasez de libros registrados, ha sido justificada por el profesor Trevor J. Dadson a partir de la escasez de tiempo y dinero para adquirir volúmenes y a la ausencia de un bibliotecario en el seno de la familia. Asimismo, añade que el hecho de haber dedicado toda su vida a la política y haber acompañado a su señor en todos los viajes al extranjero, hizo que le quedase poco tiempo para la lectura, ya que no conoció la vida sedentaria y jamás tuvo una residencia estable. Conviene tener presente que aquellos libros con encuadernaciones más ricas, con manecillas en plata, no aparecen en el inventario, y quizá fueron previamente retirados por la viuda. A pesar de esto, la biblioteca tenía libros religiosos, devocionales, cinco obras de fray Luis de Granada, una traducción en verso del Amadís de Gaula de Bernardo Tasso, la poesía de Petrarca etc., configurando una biblioteca con ejemplares en portugués, español, italiano y latín. El artífice del inventario fue el librero madrileño Juan de Escobedo. Véase Dadson (1998: 119-124 y 335-339, inventario; 2011: 422-426). Para un análisis de los libros, muy escasos, véase también Dadson (1998: 119-124 y 335-339). 38. El inventario es enorme y se encuentra en un pésimo estado de conservación, por lo que solo ha sido posible revisar la copia microfilmada. Véase AHPM, Martín de Ondategui, protocolo 742, fols. 140r-288v. El volumen del inventario y los numerosos objetos citados aluden al elevado tenor de vida de la familia del príncipe Ruy Gómez. Otros datos sobre testigos y albaceas, en Reed/Dadson (2015: 16). La princesa de Éboli conocía perfectamente el alto valor económico de algunas de las piezas y, por ello, solicitó que aquellos bienes cuya cuantía fuese menor de diez reales no se vendiesen con un pregonero o escribano. Véase AHN, Nobleza, Osuna, leg. 3399, vol. I, fol. 287r-v, en Reed/Dadson (2015: 204-205, doc. 57 y 244-245, doc. 94). Las fuentes también refieren que “la princesa se apodero de los bienes libres del duque poniéndolos en cobro (…)”. Algunos entraron en el cuarto de la dicha princesa y otros se quedaron para la venta de la almoneda pública; véase AHN, Nobleza, Osuna C. 2276, D2.
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almoneda, ya que Ruy Gómez debía a sus acreedores, a su muerte, 106.941.392 maravedíes (285.177 ducados)39. El número y la diversidad de las piezas en cuanto a materiales, soportes y calidad estética dificultan el análisis transversal de la colección y obligan a reflexionar de forma individual acerca de las diferentes secciones. En cuanto al grupo de pinturas —descritas sintéticamente entre los folios 270v y 273v— se alude a obras de temática mitológica que podrían vincularse con las encargadas por Felipe II a su artista de favorito, Tiziano Vecellio. Así se citan dos lienzos con la representación de “Dánae en su cama recibiendo la lluvia de oro”, cuya iconografía popularizó el italiano, una “Venus con Psique”, otra “Venus con Adonis”, una “Dánae con Apolo”, una “Sémele en una nube con Júpiter” y, por último, el denominado como “Rapto de Europa”, descrito en el documento original como “Europa caballero en un toro”. Se desconoce el nombre de su artífice, salvo en el caso de una de las “Dánaes”, vinculada al pintor Antonio Arco, cuya trayectoria y posible parentesco con otro pintor del siglo xvii muy relacionado con Pastrana, Alonso del Arco, se ignoran, aunque muy probablemente debió ser una obra de cierta calidad porque la tasación —100 escudos— es la más alta. No podríamos descartar, en virtud de la estrecha relación que unió a Carlos V y a Felipe II con Tiziano, que el italiano fuese el artífice de, al menos, la otra representación de “Dánae” y de “El rapto de Europa”, puesto que, de la primera, conocemos cuatro versiones conocidas, con variantes en cuanto al formato y la iconogra39. Ana de Mendoza otorgó un poder a dos miembros de su servicio, Jerónimo Díaz y Juan de Salinas, para que asistieran en su nombre a la almoneda de su difunto marido el 24 de marzo de 1574. Asimismo, la princesa expresó su deseo de que los bienes que se vendieran en la almoneda por debajo de diez reales de precio no debían ser anunciados por el pregonero o el escribano. Véase AHN, Osuna, leg. 339, vol. I, fol. 287v reproducido en Dadson/Reed (2013: 204-205). Estos autores han avanzado la posibilidad de que la viuda escondiese algunos de sus bienes, especialmente joyas, para evitar que se vendieran en la almoneda pública y acometer los pagos de las deudas más urgentes, que solo subsanó por completo en 1579. Véase AHPZ, Casa ducal de Hijar1ª 389-4, fol. 37r, citado por Dadson (2011: n. 17). Véanse las noticias acerca de este tema en AHN, Osuna, leg. 2276, nº 2. A nuestro juicio, también pudo proceder a “ceder” o “regalar”, e incluso a intitular en falso objetos de su propiedad, algunos heredados de su marido, a su propio servicio, como joyas, telas, perfumes, tal y como refleja el inventario de una de sus sirvientes, Bernardina Clavero, realizado en Pastrana el 6 de noviembre de 1581. Acerca de este asunto, véase Reed/Dadson (2015: 244-245, doc. 94; 440-447, doc. 270).
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fía, conservadas en instituciones europeas y, de la segunda, una, hoy en el Isabella Stewart-Gardner Museum de Boston40. No se trataría de las únicas pinturas de temática clásica, dado que el inventario refiere que Ruy Gómez tenía también una serie de doce retratos de emperadores romanos, muy posiblemente copias sobre lienzo de las famosas estampas grabadas por Enea Vico, y que tanto éxito obtuvieron ocupando espacios de relieve en las colecciones de la segunda mitad del siglo xvi. Asimismo, se menciona un retrato de Lucrecia, la célebre víctima de una cruenta violación en el siglo vi a. C. que, o bien fue representada en solitario o acompañada de Tarquinio, escena que nuevamente podría vincularse con Tiziano y su taller, puesto que, además, el italiano pintó una representación con esta temática para Felipe II en 157141. A la escuela aristotélica y platónica como punto de partida clásico se asociaría la representación de las siete virtudes, en clave cristológica, que formarían parte de un programa codificado destinado al embellecimiento de un espacio sacro, ya que tradicionalmente servían al cristiano para afrontar la tentación de cometer alguno de los siete pecados capitales. Pautas de emulación hacia Felipe II pudieron con-
40. Esta pintura fue una de las “poesías” encargadas por Felipe II a Tiziano. La obra fue regalada por su sucesor, Felipe V, al embajador francés, el duque de Gramont, quien la entregó a Felipe II, duque de Orleans. La pintura permaneció en manos de la dinastía francesa hasta que fue adquirida por Bernard Berenson para la coleccionista americana Isabella Stewart Gardner en 1896. Veronés, Tiepolo, Guido Reni, entre otros pintores, también realizaron pinturas con esta misma iconografía con posterioridad al año 1573. 41. La noble romana, desde la historiografía de la época de Augusto, encarnaba la castidad, la belleza y uno de los modelos de virtud femeninos. Como consecuencia, la representación de Lucrecia en el acto de suicidarse tuvo una difusión muy vasta entre los pintores flamencos (Brueghel “El Viejo”, Durero, Lucas Cranach) y en el área de Lombardía, Ferrara y Venecia. Tiziano realizó varias representaciones del mismo tema, una de ellas se conserva en el Kunsthistorisches Museum de Viena y, muy probablemente, proviene de la colección de Carlos de Inglaterra que, a su vez, adquirió una parte de las colecciones de la familia Gonzaga de Mantua. Desde la colección británica pasó a manos del archiduque Leopoldo Guglielmo y de aquí a su actual ubicación. Existe otra versión en la colección real de la reina Isabel II de Inglaterra y una tercera, realizada para Felipe II, y que hoy se conserva en el Fitzwilliam Museum de Cambridge. Reflexiones sobre esta iconografía, su representación por parte de Tiziano y su significado como instrumento de persuasión diplomática, muy ligado a las pautas de conducta de Ruy Gómez, pueden encontrarse en Hosono (2009).
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ducir al luso a la compra de tres pinturas realizadas por “Geronimo Bosque” (El Bosco): una tabla, que quizá formó parte de un tríptico con la representación del Juicio Final, una segunda obra sobre un soporte análogo con la representación de San Antonio —sin duda el santo de Padua— y un lienzo con San Cristóbal, una imagen hagiográfica obligada, dado que protegía de la muerte inesperada y se ubicaba a la entrada de residencias particulares, capillas y oratorios42. Estas obras no fueron las únicas vinculadas con el “gusto flamenco”, ya que tenía “nueve imaginaciones”, es decir, los disparates y seres monstruosos que El Bosco y sus seguidores popularizaron en la pintura europea desde finales del siglo xv hasta mediados del xvi. La producción pictórica del norte de Europa se completaba con la presencia de una “boda flamenca”, en su versión más popular y una representación con el “Triunfo de la Edad”, una iconografía popularizada por Alberto Durero, Lucas Cranach y Hans Baldung, entre otros artistas. Las representaciones de “Los triunfos de Carlos V”, también presentes en el inventario, podrían relacionarse con la comisión que Felipe II encargó al miniaturista Giulio Clovio, es decir, la narración en clave pictórica de episodios como el secuestro de Francisco I en Pavía en el año 1525, y la victoria de Felipe II en San Quintín, destinados al monasterio-palacio de San Lorenzo de El Escorial43. Se desconoce si Ruy Gómez solicitó una copia al mismo artista italiano o bien adquirió una representación de triunfos análoga a la ideada, un siglo 42. Un óleo sobre tabla con la representación de “San Cristóbal con el Niño Jesús” de El Bosco cuya ejecución se fecha entre 1490 y 1500 se conserva en la actualidad en el Museum Boymans Van Veuningen. La obra fue realizada por el artista para el altar de la confraternidad de Nuestra Señora en la catedral de Bolduque, de la que el propio artífice era miembro. Se desconoce en qué periodo la obra salió de su ubicación original y pasó a manos de un coleccionista particular, puesto que los únicos datos que tenemos señalan que reapareció en una colección italiana antes de pasar a manos del marchante Paul Cassirer en 1931. Este personaje la vendió al coleccionista Franz Koenigs, de Harlem, el último propietario antes de pasar a su actual ubicación. 43. La serie fue sustraída del monasterio escurialense durante las guerras napoleónicas y hoy se conserva en The British Library de Londres MS 33733. Véase De Laurentiis (2015). Las pinturas pudieron también inspirarse en la serie de estampas que dibujó Heemskerck en 1550 y publicó Hieronymus Cocq en 1556, reproducidas en la monografía de sir William Stirling-Maxwell, The Chief Victories of the Emperor Charles the Fifth.
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más tarde, por el pintor Juan de la Corte, y que hoy se conserva en la embajada de España en Londres. Tampoco resulta sencillo identificar qué tipo de pinturas de procedencia americana pasaron a engrosar la colección del príncipe de Éboli, dado que el inventario menciona “seis pinturas de los Indios del Nuevo Mundo”, que representarían escenas de mestizaje, caza, dioses locales, entre otros temas, y que secundaban los gustos de contemporáneos como Felipe de Guevara o el propio Felipe II. Una pinacoteca de este tipo no podía obviar un aspecto fundamental: la noción de la devoción, entendida esta a partir de las premisas de realización y contemplación surgidas durante la Contrarreforma, y, por ello, se alude a obras de muy diversa índole que contienen episodios del Antiguo y Nuevo Testamento, como “La escalera de Jacob”, “La huida a Egipto”, “La Virgen con el Niño Jesús”, “San Juan”, “Santa Isabel”, “La Última Cena”, “Cristo en la cruz”, “El descendimiento de la cruz”, “La Magdalena”, quizá también similar a las adquiridas por Felipe II a Tiziano y, por último, un “Ecce Homo”, susceptible de ser identificado con el que se conserva en Pastrana a día de hoy. El listado de pinturas se completa con una interesante relación de la colección de esculturas, cuya tasación, como era costumbre en la época, realizó un experto en la materia, Jacome da Trezzo (1515-1589), el famoso escultor, medallista y orfebre de origen lombardo, estimado incluso por Giorgio Vasari. El italiano estuvo al servicio tanto de Carlos V como de Felipe II e incluso, dada su pericia en la talla de piedras duras y preciosas, pudo también trabajar para la nobleza española y, en concreto, para los príncipes de Éboli, a tenor de la calidad, cantidad y entidad de las piezas citadas con esta tipología en el inventario. Jacome da Trezzo, muy posiblemente, conoció personalmente a Ruy Gómez a través de Felipe II y no podría descartarse que ambos mantuvieran una cierta amistad, consolidada durante sus desplazamientos a Gran Bretaña y al norte de Europa. La disparidad de material y soportes en este ámbito resulta desconcertante y, así, se citan dos retratos de bulto de Carlos y de la reina María de Hungría, un retrato en plata con la imagen de Felipe II, una cabeza de San Juan Bautista realizada en ágata, tres piedras de ágata, dos retratos vaciados en plomo del emperador y de Felipe II, una figura femenina también vaciada en plomo, un mascarón con el rostro de un león en cobre, dos retratos en plata, uno de ellos del rey, acompa-
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ñado de sus caballos. Se alude también a la existencia de un retrato de una dama en cera, custodiado en una caja de ébano con una aljófar al cuello, que Giacomo da Trezzo no identifica con la princesa de Éboli, a quien probablemente conoció, y que estaría vinculado con la técnica de la ceroplastia. La colección se completaría con objetos destinados, en su mayor parte, al servicio de casa, con piezas como aguamaniles, fuentes, tazas, cubetas, frascos, camafeos, patenas, vinajeras, cuberterías (en plata y en cristal), cadenas, cruces, palmatorias e, incluso, indumentaria vinculada con las órdenes militares de las que Ruy Gómez formaba parte. El volumen de los objetos y su calidad deben ponerse en relación con las colecciones de coetáneos que, como él, tenían un acceso ilimitado a los artistas más prestigiosos de la península ibérica y del extranjero. En este sentido, quizá la colección artística más próxima, desde un punto de vista cronológico, e incluso estético y emocional, fue la de Antonio Pérez, secretario del Consejo de Estado de Felipe II, que custodió principalmente en el magnífico palacio madrileño de La Casilla, cuyas obras de acondicionamiento difícilmente pudieron ser vistas por Ruy Gómez, fallecido antes de que se concluyeran44. Ambos compartían el gusto por las imágenes clásicas de Venus y Dánae, por las series de retratos de emperadores romanos, de las que Pérez poseía dos, los temas mitológicos y profanos, la pintura religiosa y quizá también por las series de vidas de ilustres que justificarían la desmesurada presencia en la residencia de Antonio Pérez de casi cincuenta retratos de emperadores, reyes, pontífices, militares y cardenales. Esta predilección se argumentaría a partir de la divulgación en latín, italiano y castellano de las Vidas de Paolo Giovio y del creciente interés que presentaron como modelo para la creación de series de retratos regios cuyo eco se dejó sentir en la monarquía española y en las ciudades-estado italianas. No podemos obviar, asimismo, la trascendencia que, para este tipo de
44. Véase un análisis de la colección en Delaforce, Angela (1982). Para algunas coincidencias entre la colección de Pérez y Gómez, véase Reed/Dadson (2015: 307). Otras consideraciones análogas podrían realizarse a través de la comparación con la colección de Bernardino Biscaretti (también denominado como Biscaretto o Vizcarreto), natural de Chieri (ducado de Saboya), regidor de Valladolid, fallecido en la capital castellana en 1585. Agradezco a Alberto Marchesin que prepara un artículo sobre este importante personaje, sus reflexiones sobre la colección artística de este italiano.
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adquisiciones, tenían los textos sobre el gobierno de los estados, como el escrito por Juan Redin, De maiestate principi stractatus y del que tenía un ejemplar la familia de los príncipes de Éboli45. Quizá sí que se podría conjeturar la posibilidad de que Pérez hubiera adquirido obras del portugués en su almoneda46 y ello justificaría la aparición de las mismas obras en el inventario de bienes del año 158547. No conviene olvidar tampoco que, años después de la muerte del lusitano, la princesa de Éboli, que ya estaba encarcelada, adquirió a un alto precio una buena parte de la colección de Antonio Pérez para incrementar la colección de uno de sus hijos, el conde de Salinas, evidenciando que, a pesar del inicio del proceso judicial contra el funcionario, la relación entre ambos continuaba intacta48. Algunas de las pinturas del portugués reaparecen, aunque no podemos estar seguros que sean las mismas, puesto que se trata de temáticas iconográficas muy comunes, en el inventario del nieto, Ruy III Gómez de Silva, de 1626, descritas como “un quadro de un Ecce Homo con su cerco de peral negro”; “un quadro de una Lucrecia con un pañal en la mano pintada en piedra con su cerco de madera negra que está quebrado” y “otro quadro de la Madalena pequeño pintada en piedra y hechada y una cruz en la mano con su cerco negro y listado de marfil”, y también “otro quadro de vnanimpha mediano que se está tocando y cupido le tiene el espejo”, que perfectamente podría referirse a una de las Dánaes que tenía el primer duque de Pastrana, con una descripción iconográfica análoga a la composición ideada por Tiziano49. 45. La obra fue publicada en Valladolid por la imprenta de Adrianus Ghermatius en 1568. 46. Las compras y ventas de la nobleza y la monarquía en almonedas eran constantes. En relación a nuestro tema conviene señalar que Ana de Mendoza compró joyas en la almoneda de Juan de Austria en diciembre de 1563, mientras que el príncipe don Carlos adquirió una sortija de oro con un diamante que había sido propiedad de Ruy Gómez de Silva, y que la propia Ana reclamó en una misiva dirigida a Jerónimo Díaz el 9 de julio de 1574. Véase AHN, Nobleza, Osuna, c. 3399, vol. I, fol. 351r-v, reproducido en Reed/Dadson (2015: 219-220, doc. 73). 47. Recordamos que Ana de Mendoza adquirió casas y cuadros a Antonio Pérez en 1585 por valor de 24.000 ducados (Reed/Dadson 2015: 228, n. 8). Ruy dejo en su testamento 10.000 ducados a Antonio Pérez o lo que él quisiera, porque este le había regalado una casa (Reed/Dadson 2015: 226). La princesa adquirió 96 lienzos tal y como documentan Dadson/Reed (2013: 453-457). 48. Alegre Carvajal (2014). 49. AHPM, Notario Juan Manrique, protocolo 3361, fols. 660v-662v.
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Ruy Gómez, si bien no poseyó una cifra elevada de retratos en su colección, conocía a través de sus viajes y actos sociales este tipo de pulsiones entre los coleccionistas avezados. Una predilección que, además, puede rastrearse también en el inventario de obras de su suegra, Catalina de Silva, realizado a su muerte en 1578, propietaria de una excelente colección de retratos femeninos que, muy probablemente, obedecerían al decor puellarum, una norma no escrita que vehiculaba la representación de mujeres, las cuales no debían mostrar los senos y los brazos, como las cortesanas, y tampoco relojes, porque estos aludían al paso del tiempo y a los estragos de la edad. Entre las retratadas estaban la emperatriz Isabel de Portugal, la reina de Escocia, la infanta doña Juana, doña Francisca de Silva, la condesa de Galve, María de Mendoza, la condesa de Ribagorza, la duquesa de Nájera, María de Portugal, (otra) María de Mendoza, Mencía de Valencia y varias damas de la corte50. En esta reflexión conviene añadir que la colección de retratos de Antonio Pérez, posterior a la del noble lusitano —y cuantitativa y cualitativamente más importante—, destaca, como la de Catalina, por la presencia de retratos de personajes contemporáneos como la reina Juana, la reina Isabel, el rey Maximiliano, la princesa Juana de Austria, el cardenal Granvella, el Gran Capitán o Fernando Gonzaga. En cambio, la de Ruy Gómez —también si la ponemos en relación con la que tenía su suegra— era mucho más discreta y la documentación tampoco alude a la presencia en sus casas de album amicorum y de libros de visitas con elogios de amigos en sus residencias. La colección del lusitano se completaba con numerosos enseres destinados al ennoblecimiento de sus aposentos, es decir, bargueños, frontales de cama, reposteros con las armas de la familia Silva, que conservó su esposa hasta su muerte, tal y como recoge el inventario de esta, y, sobre todo, varios escritorios alemanes que, en la época, eran piezas codiciadas por su diseño en maderas nobles y el preciosismo de sus decoraciones en taracea, aun cuando también es posible que algunas piezas fuesen italianas, como la realizada para Carlos V, de50. Para los dos inventarios de Catalina de Silva, véase AHNT, Osuna, c. 2026, doc. 31 y AHNT, Osuna, c. 1838, doc. 2. El inventario realizado después de su muerte no recoge los retratos de Felipe II, Isabel de Valois, los reyes de Polonia y un dibujo de su hija, la princesa de Éboli, que tal vez le entregó antes de morir. Véase un análisis del inventario en Reed/Dadson (2015: 48, n. 34).
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nominada como “Plus Ultra”, a día de hoy en el Victoria and Albert Museum de Londres. Entre las numerosas piezas religiosas —breviarios, misales, palmatorias, joyas-relicarios, medallas—, resulta raro comprobar que no había objetos litúrgicos ligados a la divulgación de los idearios de la Compañía de Jesús, a pesar de que Ruy Gómez tenía un confesor jesuita, el padre Arroz, y se carteaba con Francisco de Borja. Las piezas de platería son muy numerosas y no solamente aparecen en el inventario, también podemos rastrearlas en un documento que recoge las deudas contraídas por el portugués en el año 1558 y en el que se detalla que debía dinero a plateros como Pedro de Rreynaltes (sic), a Juan de Soto, Francisco de Soto y a Miguel Ángel Montero, cuya destreza había hecho posible la creación de objetos únicos tales como una sortija de esmeraldas, una cadena de oro o, incluso, el montaje de tres sortijas a partir de las joyas que el rey de Portugal regaló al príncipe de Éboli51. Piezas que, junto a otros objetos de lujo —guantes, guadamecíes, doseles— reaparecen también en un documento análogo que detalla los maravedíes que Blas de Grijalba había pagado, a instancias de la princesa de Éboli, por los gastos del matrimonio desde el 18 de julio de 155952. Esta información saltuaria, que aparece de forma abundante en el epistolario53, transmite datos curiosos, como el hecho de que Ruy Gómez regalase a su suegro, a pesar de los enfrentamientos entre ambos, 12.000 ducados en joyas y que, obviamente, no aparecen en su inventario54. Las joyas que el portugués dejó a su muerte, entendidas estas de un modo más amplio a lo que hoy conocemos como tal, fueron tasadas por Rodrigo Reynate, un platero en el que ya había confiado en vida, y dos lapidarios: Pandolfo Confalonier y Jacomo da Trezzo55. Se trataba de composiciones de una gran complejidad física y estética, con elementos de carácter animal y vegetal, que, a menudo, se desmontaban una vez que pasaban a otro propietario y, o bien se vendían 51. AGS, CHJ, leg. 34, doc. 509. 52. AGS, CJH, leg. 36, doc. 172. 53. Ana de Mendoza recibió también de su marido una jota de oro con un diamante engastado y un balaje por pinjante en 1573. Véase AGS, CHJ, leg., 124, doc. 16. Trevor J. Dadson alude a este episodio así como al compromiso de la princesa de regalar a su hija mayor, Ana, futura esposa del duque de Medina Sidonia, un diamante. No tenemos la certeza de que se trate del mismo. Véase Reed/Dadson (2015: 124). 54. Reed/Dadson (2015: 111). 55. Véase fols. 231r-233v reproducido en Reed/Dadson (2015: 264-265).
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a un alto precio por la calidad del material o se volvían a ensamblar de un modo diferente, más acorde con los gustos del nuevo comprador y la moda. Algunos de las piezas son realmente complejas y alimentan la teoría de que los príncipes de Éboli tuvieran una especial predilección por el diseño innovador de piezas y su realización a partir de una amalgama de elementos. Así, el inventario se detiene en la descripción de una cabeza de lobo cerval blanco con cabeza, pies y manos de oro ornamentada con incrustaciones de rubíes y diamantes en la cabeza y en las garras, un ventalle de plumas blanca y oro ornamentado con diamantes; una rosa con diamantes y esmeraldas, cadenas de oro, rubíes, perlas grandes, medallas, ágatas, un joyel grande y otras joyas56. A tenor de lo descrito se puede afirmar que el príncipe de Éboli adoptó una serie de pautas de emulación hacia Felipe II y muy probablemente hacia otros personajes de la corte a los que trató personalmente, tanto españoles como extranjeros, e incluso, como veremos más adelante, se sirvió de estos para compras, intercambios y regalos. En la base de estos gustos estéticos identitarios estarían cuestiones como la aceptación de una misma ideología, además de la estrecha amistad entre los miembros de un círculo muy pequeño —el rey Felipe II, Carlos, príncipe de Asturias, Juan de Austria, la reina Isabel de Valois, entre otros— que facilitó nociones como la contemplación y el surgimiento de rivalidades. Pautas muy similares que deberán establecerse en un futuro para entender cómo este tipo de redes articularon comportamientos igualmente estimulantes en el contexto de las relaciones del lusitano con sus interlocutores europeos. La imagen de Ruy Gómez en la retratística La primera noticia acerca de una representación del semblante del portugués en un ámbito público se documenta en la decoración efímera que se ideó en Benavente, en julio de 1554, cuando la comitiva regia se detuvo en la villa antes de embarcarse hacia Gran Bretaña con motivo de los esponsales entre Felipe II y la reina de Inglaterra. Nobles y burgueses locales, se desconoce si de forma espontánea o aleccionados por
56. Para el inventario de una parte de las joyas —algunas no se incluyeron en la tasación— véase AHPM, protocolo 742, Martin de Ondategui, fols. 146r-147r.
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un artífice ignoto, se valieron de medallones, a la manera de los clásicos, para honrar a Carlos V, Felipe y los seis notables del reino, entre ellos Ruy, que dispusieron en las fachadas de sus casas57. Este testimonio aislado debe vincularse a la falta de datos documentales acerca de cuándo, cómo y en qué circunstancias pudo haber sido retratado el portugués y en dónde se ubicaron estas obras, tanto en espacios públicos como privados. No cabe duda de que tal hecho se produjo en varias ocasiones en su vida, coincidiendo con episodios significativos, y que su realización obedecería a criterios estilísticos y formales muy en la línea con los descritos por Marcantonio Michiel (1484-1552) en la obra Notizia d’opere di disegno, en la que glosó el carácter pionero de una colección de más de cuarenta retratos en la República de Venecia a principios del siglo xvi. Así, Ruy Gómez encargaría un retrato de él mismo en su juventud, como también hicieron otros nobles de su generación, antes de contraer matrimonio, coincidiendo con el ápice de su carrera, y que podríamos poner en relación con el retrato de cuerpo entero vestido con armadura de Luis Quijada, mayordomo de Carlos V, y hoy conservado en Villagarcía de Campos, o con los retratos de otros miembros de la corte española, como el de Gonzalo Chacón (1550-1560), conservado en la colección de los duques de Alba, el de Martín de Gurrea (1550-1560), hoy en la colección de los duques de Villahermosa, e incluso el retrato anónimo masculino de la colección madrileña Foncalada (1570-1580). Quizá el príncipe de Éboli encargó un segundo retrato, tipológicamente cercano a la miniatura, durante las tratativas para formalizar su enlace con Ana de Mendoza, circunstancia que respondía a una praxis habitual en la época. No podemos, asimismo, renunciar a pensar que un tercer retrato, este más grande, quizá debió realizarse después de su matrimonio, para paliar las frecuentes ausencias del noble en el hogar familiar, que tanta desazón despertaron en su esposa. No resultaría improbable que ambos, marido y mujer, solicitasen la realización de un retrato doble58, y que encargasen un retrato de sus 57. Boyden (1995: 39). 58. Análogo al que Tiziano realizó del emperador Carlos V y su esposa, Isabel de Portugal, en 1548, hoy desaparecido y que más tarde copió Rubens, y que se conserva en la actualidad en la Casa Ducal de Alba. Una práctica que otras familias de la nobleza europea también secundaron, como Paolo Giordano e Isabella de Medici, duques de Bracciano, retratados por Alessandro Allori en un magnífico lienzo conservado, a día de hoy, en el Musée Historique de Estrasburgo.
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hijos, como también hicieron otras dinastías europeas, miembros de la nobleza y altos funcionarios. Tal hipótesis cobra fuerza si tenemos en cuenta que el inventario de Antonio Pérez menciona la presencia de un retrato de sus tres hijos acompañados de su mujer y un ‘negrito’, quizá uno de los esclavos que servían a la familia. Convendría señalar que es muy probable que existan otros retratos del príncipe de Éboli, todavía pendientes de una filiación clara, precisa y coherente con los dictados estéticos de la retratística cortesana del siglo xvi y, en este sentido, pudo incluso solicitar ser retratado con hábitos y distinciones de las órdenes militares —Calatrava, Alcántara— a las que perteneció59. Similares reflexiones podrían realizarse acerca de la presencia del portugués en escenas de grupo de la corte, como la representación del banquete real pintado, presuntamente, por Alonso Sánchez Coello, hoy en el Museo Nacional de Varsovia, y la pintura de Tintoretto con la recreación de la entrada de Felipe II en Mantua en el año 1549, que evocaría, desde una cierta distancia cronológica, la visita que el monarca realizó a Francesco III Gonzaga cuando se dirigía hacia los Países Bajos. La existencia de varios retratos, a día de hoy no identificados, se justifica a la luz de fuentes documentales vinculadas a la familia del portugués, caso de una carta autógrafa de Ana de Mendoza, dirigida al contador de su difunto marido, Francisco López de Alcaraso, en la que le solicitaba el envío de dos sortijas: la primera, un chevalier de oro con las armas de los Silva y los Mendoza citada en el inventario, y una segunda, que podía vender, con la imagen de San Pedro. Asimismo, requería el envío del retrato que tenía de su marido y que, a tenor de sus palabras, posiblemente se escondió enrollado para no despertar sospechas entre los tasadores, y de hecho, no parece que aparezca registrado en el inventario. Una pintura a la que debía tener gran aprecio porque justificó que su devolución se trataba de un deseo íntimo que deseaba comunicar a sus hijos, y por ello solicitó a su interlocutor que mantuviera el secreto. Además el interés por recuperarla aludiría 59. Véase, como modelo de esta práctica, el retrato de caballero anónimo de la Orden de Calatrava, fechado entre 1570-1590, propiedad del Museo del Prado y en depósito en la embajada de España en Berna. Similares premisas sirven para contextualizar el retrato de Pedro González de Mendoza, caballero de la Orden de Malta, realizado por Rodrigo de Villandrando y hoy conservado en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
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también a la inexistencia en las residencias familiares de miniaturas o retratos amorosos en una clave semántica similar a la que adoptaron, por ejemplo, Pietro Bembo y Elisabetta Querini, en la representación de su semblante sobre soportes de pequeño tamaño. Quizá este retrato tan anhelado por la viuda se trataba del mismo de Ruy Gómez sobre tela (204 x 113 cm) que hoy se conserva como una pintura atribuida, sin fundamento, a Tiziano Vecellio, en la colección del duque de Francavilla en Sevilla, y sobre cuya autoría podría sugerirse el nombre de Sofonisba Anguissola, a la luz del tipo de pincelada y disposición de la figura sobre el plano. Un retrato sobre el que ya hemos barajado la posibilidad de que fuera el prototipo en el que se inspiró el pintor anónimo que realizó la serie de lienzos que describen la fundación del convento de San Pedro de Pastrana60. Asimismo, en el inventario de la recámara que Ruy ocupaba en el Alcázar se menciona un retrato femenino realizado “en una piedra negra de cera, el retrato que es una mujer con una cadenilla de perlas61 y una arracada de perlas y en tocado unas perlas chiquitas y una esmeraldilla metida en una cajilla de ébano”, que podría identificarse con Ana de Mendoza62. La cercanía de la princesa de Éboli con la reina Isabel de Valois y el papel de Sofonisba como maestra de pintura de la reina —y quizá de otras damas de la corte— justificaría la atribución de otros retratos de Ana a la italiana, como los dos que se conservan, también en la colección del duque de Francavilla, el primero de pequeñas dimensiones sobre tabla y el segundo con la representación de la aristócrata como pastora rodeada de cinco rosas63. Un tema todavía abierto sobre el que se está ocupando a día de hoy Cecilia Gamberini en su tesis doc60. Véase nuestras reflexiones en Alegre Carvajal/Moralejo Ortega (2018). 61. En España no se tomaron medidas en cuanto al número de perlas que podían llevarse, mientras que en Venecia, por decreto, las mujeres solo podían lucir perlas por valor de menos de 50 ducados hasta que, en 1552, el valor de las perlas que se podían poner alrededor del cuello se incrementó a 150 ducados. Véase Bistort (1912: 185 y 187). Para más información sobre la joyería en la época de Ruy Gómez, con bibliografía específica, véase Arbeteta Mira (2015). 62. AHNT, Nobleza, Osuna, leg. 3599, vol. I, fol. 574r. 63. Un inventario realizado en Valladolid en el año 1603 acerca de las “cosas de recámara” de Diego de Silva y Mendoza, recoge “un encerado en que está el rostro retratado de mi señora la princesa que está en el cielo”. Véase AHPZ, Hijar, 4ª210, citado por Reed/Dadson (2015: 166). Véase también Kusche, María (1989). Además, sobre esta pintora, véase Kusche/Ferino-Pagden (1995) y Kusche (1997 y 2003).
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toral, dedicada a Sofonisba Anguissola, las relaciones de su familia en Italia y España y los vínculos con la reina y las damas de corte francesas, italianas y españolas y que recogerá documentos de archivo nuevos localizados en varias instituciones europeas y trabajos precedentes de Maria Kusche, Amparo Serrano de Haro, Ignacio Ares y Esther Alegre, entre otros estudiosos64. Las fuentes impresas de la época aludieron a este estrecho contacto entre los príncipes de Éboli y la pintora italiana y, de hecho, el canónico español afincado en Venecia, Pietro Paolo de Ribera, describió en su vasta compilación de biografías femeninas que, a la llegada de Sofonisba, esta fue recibida en la corte de Felipe II y tanto Ruy Gómez de Silva como Diego de Córdoba comunicaron por carta a su padre, Amilcare Anguissola, miembro de la nobleza genovesa, los detalles acerca de su arribo65. Otros datos sobre las ocasiones en las que Ruy Gómez —y probablemente su esposa— se reunieron en las fiestas de la corte con Sofonisba aparecen en la correspondencia de la época y fortalecen, aún más, las últimas investigaciones en este ámbito acerca del arraigo de la pintora en la vida cortesana española66. La italiana podría haber sido, en virtud de este trato familiar con los Silva-Mendoza, la autora de un retrato —un apunte— sobre papel de Ana de Mendoza y otro análogo, sobre el mismo soporte, de los tres hijos mayores, es decir, Ana, Rodrigo y Diego, que aparecen citados en el inventario de bienes de la abuela materna, Catalina de Silva, y 64. María Kusche apostó por atribuir a la mano de Sofonisba Anguissola otros dos retratos de la princesa de Éboli en los que la princesa aparecería sin su característico parche en el ojo. La contribución de la Dra. Kusche permaneció inédita con el título “Nuevas atribuciones a Sofonisba Anguissola. Los retratos de la princesa de Éboli”. Ignacio Ares visitó a la estudiosa alemana y esta, antes de fallecer, le entregó este artículo manuscrito que este autor recogió, evidenciando que se trataba de un trabajo muy novedoso, en Ares (2006: 250-253). 65. Véase Ribera (1609: fol. 232). 66. Sofonisba, Ruy Gómez y otros miembros de la corte compartieron tiempo y espacio en varias ocasiones, tal y como se describe en estos dos documentos: Doc. ID 27738, Medici Archive Project, Mediceo del Principato. Vol. 5040, fol. 306 r-v.; Carta de Bernardo Minerbetti a Cosimo I de Medici, 15 de septiembre de 1562; Carta del marques de Ladrada a Felipe II, 20 noviembre de 1571, The British Library, Add. Ms. 28354, fol. 289. Sobre las relaciones de Sofonisba Anguissola con la corte de Madrid, véase, próximamente, la tesis doctoral de Cecilia Gamberini. Maria Kusche ya señaló en varios de sus trabajos que el retrato de Ana de Mendoza se pintó a raíz de una fiesta y, por ello, está disfrazada, tema al que también ha aludido Esther Alegre.
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que responderían perfectamente a la práctica de la pintura y el dibujo en un ámbito doméstico de la corte al que tenían acceso solamente las nobles y damas más cercanas a la reina67. Los inventarios y otros documentos de los descendientes de los príncipes de Éboli también informan de la existencia de otros retratos, a día de hoy no identificados. Así, el inventario que se realizó cuando falleció Diego de Silva y Mendoza, en el palacio madrileño de Buenavista, en el año 1630, refiere que había “un retrato del príncipe Ruy Gómez, mi señor, en lienzo” y otros dos retratos de su esposa, también sobre tela, aunque de todos ellos se desconoce su ubicación actual68. El inventario de Ruy III Gómez de Silva y Mendoza de la Cerda, realizado en 1626, solo menciona un retrato del abuelo homónimo que describe como “otro retrato guarnecido de ébano del príncipe Ruy Gómez de Silva de medio cuerpo con su marco de ébano”, también en paradero desconocido69. Por último, se tienen noticias de la existencia de dos retratos de los príncipes de Éboli en Pastrana que fueron donados a la colegiata por su hijo, fray Pedro González de Mendoza, para la celebración anual de la misa por el alma de los príncipes en el año 1645, que llegaron junto a un tercer retrato del prelado que, a día de hoy, está en el templo70. En la misma localidad, la imagen de Ruy Gómez aparece recogida de forma idéntica en tres de los lienzos ideados con una explícita voluntad pedagógica y encomiástica que narran la historia de la fundación del convento de San Pedro y, por extensión, el papel del lusitano como patrono. La atención que el pintor anónimo de esta serie del siglo xvii prestó al semblante del portugués, a su indumentaria y a la reproducción sobre su pecho de su distinción como sumiller de corps de Felipe II no responden a una casualidad sino, tal y como se ha descrito en otra sede, a la existencia en el taller del artista, posiblemente ubicado en Pastrana, de un retrato de Ruy Gómez previo que sirvió como
67. Véase AHNT, Osuna, C.2026, doc.13; Almoneda e Inventario, AHNT, Osuna, C.1838, doc.2. 68. Véase AHNT, Osuna, C.3190, doc.149, fol. 35r-v. Véase Reed/Dadson (2015: 166). Ambos se colgaron en el cuarto del salón. 69. Véase Dadson (1998: 367). 70. Véase “Dos retratos de los señores príncipes Ruigomez y Dona Ana de Mendoza de la cerda patronos y erectos desta sancta yglessia” en Alegre Carvajal (1995: 307 y 341).
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modelo, quizá el mismo que la viuda reclamó insistentemente desde Pastrana y que, finalmente, llegó a sus manos evitando su salida en la almoneda pública71. Amigos y coleccionistas de Ruy Gómez de Silva La revisión del epistolario del portugués confirma que, más allá de los excelentes contactos que mantuvo en el ámbito político, diplomático y cultural, se valió también de estos —y de sus propios negocios— para obtener prebendas, regalos o, incluso, intercambiar objetos preciosos que, además se enmarcaban en una dimensión de seducción que iba más allá de su cesión física. Un aspecto que no debe sorprendernos en el análisis del perfil del lusitano como mecenas y agente diplomático del rey Felipe II, tanto en misiones locales como en el extranjero, es el hecho de que hubiese ejercido el rol de intermediario en una transacción artística entre un artista y su cliente, una circunstancia que presupone la existencia de una extrema confianza en la figura del príncipe de Éboli. Trevor Dadson, Helen Reed y también Fernando Bouza, han aludido a un viaje de Ruy Gómez a Alemania en el año 1547, en donde se habría ocupado de entregar un retrato del príncipe Felipe pintado por Antonio Moro al Cardenal Granvela, famoso prelado y coleccionista de prestigio en el ámbito europeo. El encuentro entre ambos y la entrega de la pintura, muy probablemente, se produjeron en Augsburgo. Una circunstancia muy similar puede conjeturarse para explicar la presencia en el inventario de bienes del príncipe de Éboli de un retrato “entero”, es decir, de toda la figura, de la princesa Cristina de Dinamarca, después duquesa de Lorena y sobrina de Carlos V, realizado por Antonio Moro. La correspondencia del príncipe revela que se carteó con la duquesa para solventar cuestiones políticas entre el ducado, España y Francia desde 1559. Sin embargo, resulta inexplicable que conservase un retrato de la princesa Cristina hasta su muerte, hecho que quizá debería revelarse a la luz de un encuentro acordado entre ambos, que jamás se produjo, en los últimos años de vida de Ruy Gómez, puesto que ella falleció en 1590. 71. Dadson/Reed (2013: 245); Alegre Carvajal (2014: 620).
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Similares reflexiones podrían realizarse en un futuro a partir de una revisión completa de la correspondencia de Ruy Gómez, que Margarita Cuartas Rivero inició con la identificación de más de quinientas cartas enviadas y recibidas desde toda Europa y conservadas en el Archivo de Simancas72, y que no ha tenido una continuidad más allá de las publicaciones de Helen Reed y Trevor J. Dadson73. Misivas de todo tipo en las que se solicitaban favores, se aludía a concesiones de cargos y prebendas, temas de rentas, impuestos, adquisición de villas y otros asuntos en los que también se mencionaron las obras de arte como objeto de deseo y agradecimiento por las mercedes prestadas. A la luz de lo que ya conocemos, el portugués estableció estrechos contactos con los príncipes extranjeros que residieron durante varias temporadas, en la corte de Carlos V y de Felipe II, es decir, nombres como Emanuele Filiberto de Saboya, Francesco Maria della Rovere, el general Alessandro Farnese y Wenceslao de Austria, entre otros. El epistolario del príncipe de Éboli también recoge sus vínculos con miembros de las familias reales europeas, como Catalina de Medici74, el cardenal Carlos I de Borbón —condestable de Francia—, Claudia de Francia, duquesa de Lorena y Maximiliano de Austria, entre los más relevantes. Asimismo, también se alude a las cartas cruzadas con importantes miembros de la nobleza portuguesa, española e italiana, que, muy a menudo, viajaban y se encontraban con nobles y artistas. Entre los interlocutores conviene citar a la familia —también la política—, al duque de Alba, a Francisco de Borja, a los duques de Feria —Gómez Suarez de Figueroa y su esposa, la inglesa Jane Dormer—, el duque de Medina, el marqués de Pescara, el duque de Mantua, el conde Brocardo Persico —importante terrateniente italiano con el que mantuvo un trato muy íntimo y personal—, el duque de Alcalá, el duque de Sessa, el duque de Medinaceli, la duquesa de Béjar, los marqueses de las Navas, el conde de Tendilla y el duque de Alburquerque, entre tantos otros.
72. Convendría realizar más investigaciones acerca del epistolario entre el marqués del Valle, virrey de Nueva España, y Ruy Gómez, puesto que el primero era su principal informador de temas americanos. 73. Véase Cuartas Rivero (1978). 74. Ana de Mendoza recibió, incluso, un anillo de diamantes de la reina Catalina de Medici, tal y como refiere una carta enviada a la princesa desde Fontainebleau el 3 de marzo de 1561. Véase La Ferrière (1880-1887: 85 y 588).
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Embajadores, agentes comerciales, diplomáticos, espías y funcionarios de la potente Monarquía católica también fueron sus interlocutores, como Federico Badoero, Tomas Perrenot de Chantonay, Francés de Álava, el doctor Rivadeneira, Melchor de Herrera —tesorero general—, Bernardino Minerbetti —agente de Cósimo de Medici en Madrid— y Lope de Mardones, encargado de los asuntos del príncipe de Éboli en el Virreinato de Nápoles. Los contactos también fueron frecuentes con miembros de la corte papal como los cardenales Pacheco, Borromeo, Santa Flor, Farnesio y Granvela, todos informadores avezados de las cuestiones relacionadas con el Pontífice. En este contexto se enmarcaría la correspondencia cruzada con Felice Orsini, esposa de Marcantonio Colonna, que envió varias reliquias a los príncipes de Éboli en 157175. El famoso héroe de Lepanto, y posteriormente virrey de Sicilia, tuvo la ocasión de conocerlos personalmente durante una primera estancia en la corte de Felipe II en 1564, pudo retomar el trato en la segunda visita, cinco años más tarde, y era, más allá de sus gestas políticas y militares, un conocido mecenas y coleccionista de arte76. La intimidad y el grado de confianza entre ambos matrimonios queda aún más patente a través de la respuesta de la princesa de Éboli, que expresó a Felice su deseo de recibir más reliquias77 para decorar la colegiata de Pastrana, recién inaugurada78, y el envío de tres cuadros a través de un intermediario, el doctor Juan Monroy, que quizá, podría tratarse de pinturas realizadas por Scipione Pulzone, el artista que trabajó, de forma más intensa, con Marcantonio Colonna y su familia. La relación entre la familia italiana y la española continuó en el tiempo, ya que en el inventario de 1596 de Ruy II Gómez de Silva 75. Documentos identificados por Trevor J. Dadson en el archivo Colonna de Subiaco. Véase Reed/Dadson (2013: 107, n. 4). 76. Sobre el personaje y su política de mecenazgo, véanse Visceglia (2001) y Margiotta (2013). 77. No se trató de la única ocasión en la que los príncipes de Éboli recibieron y/o compraron reliquias. Así, un coleccionista escribió desde Madrid a Ana de Mendoza el 1 de julio de 1559 ofreciéndole una cruz de Jerusalén con reliquias de todos los lugares santos. Véase García López (1998: 215, n. 24). 78. Las donaciones se sucedieron en el tiempo. Así, en el mes de febrero de 1575, se donó una reliquia y varios ornamentos (cabeza de San Alejandro Mártir, cruz de cristal guarnecida de plata dorada, un terno rico a la colegiata de Pastrana. Véase Archivo de la Colegiata de Pastrana, Libro de donaciones a la colegiata, 1575, citado por Reed/Dadson (2015: 195-196, n. 44).
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aparece citado un pequeño cuadro sin marco con la representación del cardenal Ascanio Colonna79. Este testimonio, más allá de dejar patente el afecto y la amistad que unía a los dos matrimonios, resulta muy indicativo para entender cómo se articulaban las relaciones entre diferentes miembros de la nobleza europea y cómo, en un futuro, las investigaciones acerca de la política de compras —y también de regalos recibidos— por los príncipes de Éboli deberían orientarse hacia este ámbito. A partir de pesquisas en archivos europeos se podrían identificar datos de interés acerca de quiénes fueron los interlocutores de Ruy Gómez de Silva y cómo estos consolidaron sus vínculos con él mismo —y por extensión con la monarquía más poderosa de la época— a partir de una dinámica de compras y regalos marcada por la adulación, la lisonja y el halago. Bibliografía Fuentes antiguas Hermosilla, Diego de (1573 [1901]): Diálogo de los pajes en que se trata de la vida que a mediados del siglo xvi llevaban en los palacios de los señores, del galardón de sus servicios y del modo como los granes se gobernaban y debían gobernarse, edición de A. Rodríguez Villa, Madrid, s. e. Laguna, Andrés (1566): Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos de Pedacio Dioscórides Anarzbeo. Salamanca: Mathias Gast. La Ferrière, Hector de (1880-1887): Lettres de Catherine de Médicis, vol. I, s. l.: s. e. Méndez Nieto, Cristóbal Juan (1569 [1989]): Discursos medicinales, introducción de Luis S. Granjel, descripción bibliográfica de Teresa Santander. Salamanca: Universidad de Salamanca/Junta de Castilla y León. Ribera, Pietro Paolo de (1609): Le Glorie inmortali de Trionfi èd eroiche impresse d’ottocento quaranta cinque Donne illustri, antiche è moderne, Cioè in sacra Scrittura, Teologia, Profetia, Filosofia, Retorica, Gramatica, Medicina, Astrologia, Leggi civili, 79. AHPM, Juan Manrique, protocolo 3361, fols. 660v-662v.
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Post-scriptum
El legado político de Ruy Gómez de Silva Trevor J. Dadson Queen Mary University of London
Vino de Portugal con la Emperatriz, fue después acomodado en el servicio del Príncipe, en cuya gracia nadie tuvo tanta parte ni tanto tiempo en ella se conservó. Y porque no es digno de tan gran estimación el ser amado de un rey sino cuando se manejan grandes negocios, es cosa notable que en 19 años desde que el rey comenzó a reinar hasta que Ruy Gómez pasó de esta vida, no hubo ministro en esta monarquía a quien el rey en el regimiento de ella diese tanta parte, ni que en su gracia se conservase tan igual1.
Esta apreciación de Ruy Gómez de Silva fue escrita por Juan Ruiz de Velasco el 30 de junio de 1603 y enviada a un tal “señor Antonio de Herrera”, probablemente el cronista e historiador Antonio de Herrera y Tordesillas. La fecha de su composición era por tanto casi treinta años después del fallecimiento del príncipe de Éboli. Juan Ruiz de Velasco había sido antiguo criado de la casa y, después de la muerte del príncipe, secretario de su viuda, Ana de Mendoza y de la Cerda, por lo que era testigo de primera mano de la vida de Ruy Gómez. Es probable que Herrera y Tordesillas se hubiera puesto en contacto con él precisamente por los conocimientos de cerca que tenía del príncipe, tal vez con miras a alguna publicación histórica de su vida o de los tiempos en los que le tocó vivir2. Lo que dice Ruiz de Velasco en el extracto que he citado de su largo elogio es más que interesante. Para empezar, para hacer el cálculo 1. Véase Apéndice, Documento 2. 2. Véase, en este volumen, el trabajo de Francisco Precioso, que trata precisamente de este texto.
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de 19 años de servicio al rey, ha contado el reinado de Felipe II desde 1554, pues Ruy Gómez murió el 29 de julio de 1573. Este entró al servicio del príncipe don Felipe en las Navidades de 1535 con el puesto de trinchante, uno de tres jóvenes nobles que recibieron este nombramiento del emperador Carlos V y que tenían el cometido de cortarle la carne en la mesa al joven príncipe, entonces de solo 8 años de edad3. A la sazón, Ruy tenía 19 años. Por tanto, el trato entre el joven portugués y el aún más joven príncipe duró más de 37 años. Ruiz de Velasco tenía toda la razón cuando decía que “no hubo ministro en esta monarquía a quien el rey en el regimiento de ella diese tanta parte, ni que en su gracia se conservase tan igual”. De trinchante, Ruy Gómez pasó en los siguientes años a ser sumiller de corps del príncipe, puesto que requería que vistiera a Felipe y durmiera cerca de él, en la misma alcoba; luego sería su mayordomo mayor. Ninguna otra persona pasó tanto tiempo en la intimidad con el futuro rey como Ruy Gómez de Silva; ningún otro ministro lo entendió tan bien como él; y seguramente ningún otro le sirvió mejor que el ministro portugués. Las privanzas del duque de Lerma con Felipe III y del conde-duque de Olivares con Felipe IV han atraído la atención de múltiples escritores e historiadores, y sabemos bastante (aunque, por supuesto, no todo) sobre el poder que ejercían sobre sus respectivos monarcas. También tenemos imágenes iconográficas de este poder, en los dos retratos ecuestres que se pintaron de ellos: Lerma pintado por Rubens en 1603 y Olivares pintado por Velázquez hacia 1638. Si comparamos estos dos cuadros imponentes (ambos en el Museo Nacional del Prado, Madrid) con el único retrato que tenemos de Ruy Gómez de Silva (colección de la Casa Ducal del Infantado, Sevilla)4, las diferencias saltan a la vista. El portugués no aparece domando un caballo, imagen del estado; ni aparece vestido de militar con la vara de mariscal en la mano. En cambio, vemos a un hombre sencillo que nos mira con cierta suspicacia y retraimiento, un hombre privado y no público, todo lo contrario de sus dos famosos seguidores en la privanza. El por qué Ruy Gómez de Silva ha atraído tan poca atención, a pesar de que la suya fuera la privanza más larga de la España altomoderna, es algo que carece de una respuesta fácil y rápida. En la única 3. 4.
Datos tomados de Reed/Dadson (2015: 55-58). Se puede ver este retrato en Reed/Dadson (2015: 57).
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biografía de Ruy Gómez hasta la fecha —publicada hace ya más de veinte años, en 1995—, James Boyden lamentó la falta de documentación primaria sobre el político, diciendo lo siguiente: The biography of Ruy Gómez de Silva has not been written, nor will it ever be, at least not as a full-scale life. His role in affairs of state was usually that of a fixer at the court, operating from behind the arras. Many of his activities required no written report, and if he was a great correspondent, the bulk of his letters have not survived (Boyden 1995: 7).
Semejantes afirmaciones requieren cierta cautela y algo de corrección. Como cualquier otro político y noble de la época, Ruy Gómez era un correspondiente empedernido, y centenares de sus cartas han sobrevivido: gracias a su puesto de contador mayor de Castilla, hay muchas en la sección de Consejo y Juntas de Hacienda del Archivo General de Simancas (su secretario Juan de Escobedo guardó toda su correspondencia, o la que pudo);5 otras se encuentran en lo que era el Archivo de los Condes de Altamira, ahora repartido entre Madrid (Instituto de Valencia de Don Juan y Biblioteca Zabálburu), Londres (British Library Additional Manuscripts), Ginebra (Collection Édouard Favre de la Bibliothèque Publique et Universitaire de Genève) y Nueva York (Hispanic Society of America, Altamira Collection olim Sancho Rayón)6. Otros documentos, muchas veces copias, se encontrarán en los archivos de otros nobles, ya que todos tenían la costumbre de guardar copias de cartas recibidas o enviadas. Es decir, no existe un vacío total en lo que a la correspondencia de Ruy Gómez se refiere; se puede reconstruir buena parte de su vida tanto política como doméstica. Ahora bien, es verdad que como persona que operaba más desde la sombra que desde el primer plano hay momentos en su vida en los que el personaje político parece escapársenos. Pero no creo que solamente fuera un apañador que amañaba las cosas (“a fixer”, en palabras de Boyden), como si no tuviera nunca una intervención más directa en los asuntos de estado. Como contador mayor de Castilla sabía mejor que nadie que las finanzas de la parte más rica de la Corona no podían aguantar guerras continuas, por eso siempre buscaba la paz y el 5. 6.
Véase Cuartas Rivero (1978). Sobre la dispersión del archivo Altamira, véase Parker (2014: 380).
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acuerdo. Si el duque de Alba era un halcón (en terminología moderna), entonces Ruy Gómez era una paloma. En uno de los elogios de él que nos ha llegado, esta vez anónimo, se subraya precisamente esta capacidad suya de buscar la negociación antes que la confrontación: Llevaba resuelto y advertido bien lo que había de negociar, y asistía con natural compostura. Hablaba lo necesario que le tocaba y sabía, y con ocasión atendiendo a lo que respondía, mostrando entenderlo, ganando primero nombre de inteligente y prudente con la pregunta oportuna y modesta, y la respuesta breve, cuerda sin contar ni discurrir, diciendo bien de los que el rey amaba. No entendía más de lo que decir le quería con honesta disimulación, forzosa y buena, cuando no ofende la justicia ni la verdad niega. Lo que le decía tenía en secreto, y si lo decían otros, disimulaba y era último en decirlo7.
Hubo dos conflictos en los que Ruy Gómez tuvo que demostrar sus dotes de negociador: la situación con Francia, siempre presente enemigo de la Monarquía española, y la reciente rebelión en los Países Bajos. En cuanto al primero, Ruy con la ayuda de otros negoció el tratado de paz de Cateau-Cambrésis con Francia en abril de 1559 y luego organizó las nuevas capitulaciones matrimoniales de Felipe con la princesa francesa Isabel de Valois, que solo tenía trece años. Todo el mundo esperaba que su matrimonio con Felipe inaugurase y asegurase un período de paz entre las dos naciones. Ruy Gómez, recién ascendido al título de príncipe de Éboli, le entregó a Isabel las joyas de boda en julio de 1559, aunque fue el más aristocrático duque de Alba quien actuó por Felipe en la boda por poderes que tuvo lugar en París unos pocos meses más tarde. Cuando en agosto de 1559 Enrique II se lesionó en un torneo, Ruy viajó de nuevo a Francia para llevar consigo al médico de Felipe, pero este y otros esfuerzos por salvar la vida del rey fueron inútiles y Enrique murió una semana después del accidente. Fue entonces cuando se hizo amigo de la reina francesa, Catalina de Médicis, a punto de convertirse en poderosa regente de Francia. Ella se fiaba de él a causa de sus opiniones moderadas y su porte diplomático. Además, lo consideraba una vía ideal para llegar a Felipe, futuro marido de su hija. Como resultado de su actuación en la firma del tratado de paz, la boda de la joven princesa francesa y la enfermedad del 7.
Véase Apéndice, Documento 1.
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rey, Ruy siempre gozó de los favores y simpatías de la reina francesa. Cuando la joven Isabel murió en octubre de 1568, después de su tercer embarazo y el aborto de otra hija, los príncipes de Éboli, mediante una carta muy sentida y personal de Ana de Mendoza, hicieron llegar a Catalina de Médicis sus sentimientos y pésame por su muerte8. En el otro conflicto en que tuvo al principio un papel destacado, la rebelión de los Países Bajos, Ruy no tuvo tanta fortuna, no por alguna falta o carencia suya, sino porque fue marginado a favor del bélico duque de Alba. Entre julio de 1554 y agosto de 1559 Ruy estuvo en Inglaterra y Flandes con el príncipe, luego rey, Felipe. En Flandes llegó a conocer bien a ciertos nobles flamencos reformistas, como los condes de Egmont y Horne, y al hermano menor de este, el barón de Montigny. Congeniaba bien con ellos y cuando ellos viajaron a Madrid en la década siguiente se alojaron en casa de Ruy Gómez. Mientras este contacto y amistad habían convencido a Ruy de la necesidad de dejar que la reforma prosiguiese en Flandes, la misma experiencia, por desgracia, había convencido a Felipe de precisamente lo contrario. Los tres nobles fueron asesinados en secreto en 1567 por orden del rey9. La consiguiente pérdida de poder e influencia de Ruy se ve en las acciones que sucedieron. En 1566 el rey no hizo caso de los argumentos de Ruy sobre la situación peligrosa en los Países Bajos —que quería enviar allí al conde de Feria, amigo cercano a él, para apaciguar más que castigar a los rebeldes— y decidió, en 1567, mandar como gobernador y capitán general al duque de Alba con el cometido de poner en efecto la política intransigente que el cardenal Granvela propugnaba contra los protestantes. El resultado de esta iniciativa es de todos sabido. Gracias a sus contactos, que todavía lo consideraban una persona clave en la administración filipina, Ruy fue de los primeros en enterarse del desastre que se desarrollaba en Flandes. Margarita de Parma, regente de los Países Bajos, le escribió el 12 de enero de 1568 una carta en italiano que es un fuerte alegato contra las acciones de Alba en esas tierras, acciones que para ella representaban un serio peligro para otras naciones10. Obviamente, ella esperaba que sus temores y su particular disgusto con Alba llegasen al rey mediante el todavía poderoso consejero principal
8. Dadson/Reed (2013: 91-92, carta 14). 9. Véase Reed/Dadson (2015: 144-145). 10. La carta, en AHNT, Osuna, C. 2.288, D. 2, fols. 250r-251v.
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o privado. Pero para entonces Ruy ya no gozaba de la total confianza del rey. Él representaba una política de paz, de tolerancia, de reforma religiosa que no estaba de moda en la corte de Felipe II para finales de la década de 1560. Eran más bien los ideales que representaba la figura de la regente e infanta Juana, hermana de Felipe y amiga íntima de Ana de Mendoza y de Ruy Gómez. Pero con la vuelta de Felipe a España en el otoño de 1559, los autos de fe de Valladolid y Sevilla con la quema de varios llamados herejes (entre ellos amigos personales de la infanta), la publicación del índice de libros prohibidos de 1559, y otras medidas de censura, la España más abierta y diversa de la primera mitad del siglo xvi dio lugar a un país cerrado, hostil hacia influencias exteriores y que miraba más hacia dentro que hacia fuera. Este no era el mundo de Ruy Gómez de Silva, que, como portugués en Castilla, tendía a mirar naturalmente hacia el extranjero. Es llamativo que sus mejores amigos o eran extranjeros como Egmont, Horne y Montigny, o españoles que como él habían residido en el extranjero, como el conde de Feria (que viajó a Inglaterra en el séquito del príncipe Felipe en 1554 y se casó allí con la inglesa Jane Dormer) o don Juan de Zúñiga, embajador en Roma. Ruy Gómez de Silva era por naturaleza e inclinación abierto, reformista (era amigo de los primeros jesuitas, como Francisco de Borja, y su confesor era jesuita, el padre Arraoz)11, y pacifista. Es menos evidente que fuera el sumo de virtudes y excelencias que nos pinta el autor anónimo del elogio que he mencionado antes: Oyósele decir muchas veces que no se despreciase el modo, que era el que diferenciaba los vicios de las virtudes. Por él se socorrió a Malta, se dio la batalla naval, quitó que Constantino, aquel gran hereje, no fuese confesor del rey don Felipe Segundo, estorbó el casamiento con doña Isabel Osorio, habiéndola besado la mano otros por Reina de Castilla. Hizo las aventajadas de España con Francia el año de ——, quitando a Saboya de la Corona de Francia. No dejó hacienda que después de muerto se le pudiese pedir de parte de la Corona, ni de ningún súbdito de ella. Vivo conservó la gracia del Rey y de las gentes; muerto, le echó menos su Príncipe y se torcieron los buenos sucesos de España. El primer privado que lloró el pueblo recién muerto y que se conserva en la memoria, así por maestro de privados como en quien concurrieron recíprocas necesarias, mas en quien ha de ser medio entre el Príncipe y sus vasallos12. 11. Sobre la primera época de los jesuitas, véase Moreno (2015). 12. Apéndice, Documento 2.
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Esta apreciación contiene varios puntos de interés, que trataremos en turno. Después de referirse al asedio de Malta (1565) y la batalla de Lepanto (1571), en que Ruy Gómez tuvo al parecer un papel destacado, Juan Ruiz de Velasco hace un comentario más que interesante sobre el predicador sevillano Constantino Ponce de la Fuente y la parte que desempeñó Ruy en evitar que este fuese confesor del rey. En 1548, en palabras de Stefania Pastore, “al igual que el franciscano Bernardo de la Fresneda y el futuro heresiarca Agustín de Cazalla, [Ponce de la Fuente] fue designado predicador imperial y se trasladó a la Corte” (2010: 303). Tomó parte en la Dieta imperial de 1550 y en 1555 estaba con Bartolomé de Carranza acompañando al príncipe Felipe a Inglaterra, “donde se unió al grupo de italianos que formaban el séquito del cardinal Reginald Pole” (2010: 304). Como es sabido, luego, con el descubrimiento del grupo de luteranos en Sevilla en 1557, Constantino fue apresado por la Inquisición, muriendo en la cárcel de ella en 1560. Había llegado a ser capellán del rey en la corte de Carlos V, pero que estuviera a punto de conseguir ser confesor de Felipe II era, me parece, menos conocido. Otro “desastre” que parece que Ruy Gómez evitó fue el casamiento del joven Felipe con doña Isabel Osorio. Esta era dama de la infanta Juana, hermana de Felipe, y los dos iniciaron una relación amorosa probablemente en 1545, que duró hasta que el príncipe salió de España en 1548. No está claro si la volvió a ver cuando regresó a Castilla en 1551, aunque sabemos que viajó a Toro varias veces para ver a su hijo Carlos y a su hermana Juana, y doña Isabel seguía como dama de esta última13. Isabel Osorio murió en 1588 y el cronista del reinado de Felipe II, Luis Cabrera de Córdoba, dijo de ella lo siguiente: “Año de 1588: muerte de doña Isabel de Osorio, que pretendió ser mujer del rey don Felipe II; que ella tanto se ensalzó por amarlo mucho”14. Hacia 1615, don Francisco de Gurrea y Aragón, duque de Villahermosa, 13. Fernández Álvarez no tiene dudas al respecto: “En todo caso, en 1551 esos amores obligaron a Felipe II a ir y venir entre Madrid y Toro” (1998: 738). Incluso va más lejos al afirmar que el rey seguía enamorado de Isabel Osorio en 1557: “se acuerda todavía lo bastante de su amante como para concederla, desde su asentamiento de Bruselas, nada menos que un juro de heredad de dos millones de maravedíes sobre las rentas de Córdoba”, renta que le permitiría luego comprar los lugares de Saldañuela y Castelbarracín, donde fundaría un señorío y adonde se retiraría más tarde. 14. Citado en Fernández Álvarez (1998: 739).
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comentó en su Tratado del príncipe instruido que Ruy Gómez había hecho grandes esfuerzos por liberar al rey del amor de doña Isabel y dar fin a la relación —“lo mucho que hizo este caballero para desempeñar al Rey de los amores de Doña Ysabel Osorio”—, confirmando por tanto la afirmación de Ruiz de Velasco15. Lo curioso de la observación de este último es el detalle de que mucha gente la aceptaba como reina y le besaba la mano, lo que aumenta las dudas sobre si se habían casado (como parece decir Cabrera de Córdoba) en secreto o no. Además de lo que acabamos de comentar, Ruiz de Velasco destaca entre las virtudes de Ruy Gómez su paciencia, su honestidad y su falta de aires de superioridad: “no se sabe que con nadie tuviese enemistad, ni que de él se tuviese queja, porque su paciencia y sufrimiento fue admirable, y conservose huyendo el fasto, el apariencia, los vanos títulos, y aborreció la adulación, humos para el pueblo enfadosos y ocasión grande para los émulos y envidiosos”. También subraya su fidelidad a doña Ana de Mendoza, “pues no se le conoció liviandad ninguna después que se casó”, y vuelve a recalcar su don de la paciencia: “Tenía gran paciencia en dar audiencia, y no solo oía sino que advertía y aconsejaba lo que convenía para mejor negociar a las partes” (Apéndice, Documento 2). Obviamente, con su muerte el 29 de julio de 1573 la facción que Ruy Gómez había encabezado, la llamada facción ebolista16, llegó a su fin, aunque, como he esbozado antes, llevaba ya unos cuantos años dando señales de agotamiento y marginación. La paz no estaba de moda en la década de 1570, a pesar de lo que afirmaba nuestro escritor anónimo en su elogio: “Vivo conservó la gracia del Rey y de las gentes; muerto, le echó menos su Príncipe y se torcieron los buenos sucesos de España” (Apéndice, Documento 1). Antonio Pérez fue su heredero político más visible, pero su caída en 1579 dio fin temporalmente al partido humanista o ebolista, y no fue hasta la privanza del duque de Lerma cuando la visión política de Ruy Gómez volvió al centro del escenario. La Tregua de los Doce Años, negociada por Lerma y sus he15. Citado en Parker (2010: 81). Como dice este historiador: “toda la evidencia disponible sugiere la existencia de una ‘amorío’ entre el príncipe y doña Isabel entre 1545 y 1548, y posiblemente también entre 1551 y 1552, pero no antes ni después”. 16. Sobre las facciones en la corte de Felipe II es de obligada lectura Martínez Millán (1992).
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churas con los rebeldes holandeses y firmada en abril de 1609, habría hecho sonreír al príncipe de Éboli, puesto que reconocía sin decirlo el total fracaso de la política de dureza con las provincias rebeldes, política a la que Ruy Gómez se había opuesto cuando empezó la rebelión en la década de 1560. Es probable que también hubiera estado de acuerdo con el tratado de paz negociado y firmado con Inglaterra en 1604 y luego ratificado en Valladolid en 1605. Si Lerma mostró ser con estas acciones un verdadero heredero de la visión política de Ruy Gómez, no menos heredero se mostró su propio hijo, Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas y Ribadeo, y duque de Francavila. El hijo mayor de los príncipes de Éboli, Rodrigo, II duque de Pastrana, no vivió los suficientes años para que podamos analizar debidamente sus ideas políticas, aunque lo poco que sabemos de él —impetuoso, agresivo, pronto a enfadarse, a veces un verdadero hooligan (gamberro)— no nos hace pensar que fuera heredero directo de las ideas y principios de su padre. De hecho, parece como persona todo lo contrario de Ruy. De todos los hijos de los Éboli fue Diego el que más se aproximó al padre, tanto en su carrera política como en su personaje e ideario políticos. Diego había llegado a conocer a Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, futuro duque de Lerma, antes de que el entonces marqués de Denia subiera a la privanza con la muerte de Felipe II en septiembre de 1598. Aunque Lerma era diez años mayor que Salinas, congeniaban e iniciaron una amistad que duró muchos años, de hecho hasta la caída del poder de Lerma en 1618. Durante el reinado de Felipe II Diego de Silva y Mendoza había rondado la corte buscando empleo, algún puesto oficial que reconociera su estatus como noble y como hijo de Ruy Gómez de Silva, pero el encarcelamiento de su madre, la princesa de Éboli, parece que dio al traste con todos sus planes. Tampoco le ayudó en sus pretensiones cortesanas su difícil matrimonio con Luisa Carrillo de Cárdenas y Albornoz, que acabó en divorcio en febrero de 159117. El rey le ofrecía de vez en cuando alguna miga de la mesa, pero poco más, y Diego tuvo que pasar el tiempo componiendo diversiones para la corte como sus Motes de Palacio y arreglando con su suegra Antonia de Ulloa la desastrosa situación de los estados de Salinas y 17. A falta de una biografía de Diego de Silva y Mendoza, véanse Gaillard (1983) y Dadson (2011).
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Ribadeo18. Todo esto cambió con la muerte del viejo rey en 1598 y la llegada al poder de su amigo Lerma. El valido necesitaba a alguien de confianza para los asuntos de Portugal y ¿quién mejor que el hijo de Ruy Gómez? Cristóbal de Moura era el portugués mejor colocado a la muerte de Felipe II y Lerma no tuvo más remedio que echar mano de él para el virreinato del país luso, cargo que ocupó tres veces, entre 1600 y 1603, de nuevo en 1603 y luego entre 1608 y 1612. Pero Moura era hombre de otra generación y además había sido uno de los últimos y más íntimos consejeros de Felipe II. Lerma necesitaba a sus propios hombres para puestos tan clave como los virreinatos, y en Salinas veía a un futuro virrey. No era cien por cien portugués, como estipulaban los acuerdos de Tomar de 1581, pero era hijo de Ruy Gómez (por tanto, medio portugués), y esto para Lerma bastaba. Después de muchos avatares y altibajos, Salinas entró en el Consejo de Portugal en 1605 y para 1606 era su presidente, cuando el tío de Lerma, Juan de Borja, decidió retirarse por enfermedad y vejez19. Ejerció la presidencia hasta 1616, cuando fue nombrado virrey y capitán general de Portugal. Entre marzo de 1617 y julio de 1621, Salinas gobernó en Lisboa como virrey (y hasta febrero de 1622 como capitán general), unos años de enorme trascendencia política: el inicio de lo que con el tiempo se llamaría la Guerra de los Treinta Años; la caída de Lerma; la muerte de Felipe III y la llegada al poder del nuevo régimen de Felipe IV y el conde-duque de Olivares; el fin de la Tregua de los Doce Años; el posible matrimonio entre la infanta María y el príncipe de Gales, Carlos Estuardo. Durante todos estos años, incluso después de terminado su virreinato, Salinas no cesó de escribir memoriales políticos sobre una variedad de temas, aunque la mayor parte, naturalmente, trataba de la situación de Portugal y sus conquistas en Oriente, África y Brasil, principal preocupación del Consejo de Portugal que él presidía: el Decreto Gauna (1604); la tregua con los holandeses (1609); la presencia de los jesuitas italianos en la India Oriental (h. 1609); la embajada del obispo de Canarias a Portugal (1612); las preeminencias de los marqueses de Portugal (1622); el matrimonio del príncipe de Gales con la 18. Para sus Motes de Palacio, véase Dadson (2016a); sobre sus dotes administrativas, Dadson (2011: cap. 5). 19. Sobre los esfuerzos de Diego de Silva y Mendoza por naturalizarse portugués y su difícil entrada en el Consejo de Portugal, véase Dadson (2011: cap. 3).
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infanta María (1623); la recuperación de la Bahía de Todos los Santos en Brasil (1624); una descripción de Aragón por la parte que confina con Francia (1625); la moneda nueva (1626)20. Su “parecer” sobre el llamado Decreto Gauna (escrito antes de que tuviera ningún puesto político) revela todas las características de su estilo y de su pensamiento político. El “Decreto del treinta por ciento”, como también fue llamado, fue puesto en marcha el 27 de febrero de 1603, con el fin de estrangular económicamente a las Provincias Unidas y obligarlas así a dejar de hacer la guerra a España por el coste que les supondría. El decreto introducía un complejo mecanismo de finanzas “con el fin de desincentivar los tráficos con la República, dado que en los territorios del Rey Católico sólo entrarían a partir de entonces las mercancías que no hubiesen pagado derecho alguno al fisco rebelde, como tampoco saldrían hacia ella mercancías que eventualmente acabaran generándole asimismo cualesquiera beneficios fiscales”21. Salinas se oponía al decreto por los efectos negativos que tenía sobre todo el comercio y no solo el holandés. Puso todas sus cartas sobre la mesa en el primer párrafo del memorial: Presupuesto que el placarte de los treinta por ciento se estableció con intención y fin de mover los habitantes de las Provincias Unidas a la paz, para reducirlas por este medio a la obediencia y sujeción de sus príncipes y señores naturales, y que, secundariamente, se pudo en este negocio tener atención a la comodidad y aprovechamiento de los serenísimos Archiduques y asimismo al beneficio de los tratantes de España y a la restauración de los derechos y rentas reales que se deben y pagan al rey nuestro señor; y habiendo mostrado la experiencia que no se consigue ninguno de estos fines e intentos, porque los rebeldes no arrostran más a la paz que antes de la publicación del placarte, y los Archiduques no solo no son beneficiados con él pero, conforme a lo que escriben y avisan, reciben notable daño sus Altezas y todos sus súbditos y confederados, y las rentas y derechos reales de España tampoco han recibido beneficio, antes tan conocido daño que los administradores y arrendadores de los almojarifazgos, diezmos y dacios de la mar piden gruesos descuentos y esperas de sus arrendamientos por el daño que se les ha hecho y hace, y que los particulares tratantes representan lo mismo como consta por los memoriales y cartas que su ma20. Estos documentos se encuentran en Dadson (2015: docs. 125, 201, 217, 313, 444, 447, 466, 474, y 485). 21. Gelabert González (2008: 12). Sobre el decreto, es imprescindible Echevarría Bacigalupe (1986).
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jestad tiene de todas o las más provincias marítimas de España, quejándose del daño que hace a todos en general y particular, y cualificándose esto con la queja que algunos príncipes, potentados y aliados de la corona de España tienen de este placarte, que piden y desean con instancia se revoque (Dadson 2015: 156, doc. 125).
En particular, se fijaba en el daño hecho al comercio, de todos y no solamente de los holandeses, y a las relaciones con otros países, mayormente Francia. Pero es en su discusión de la ineficacia del decreto sobre el comercio de los holandeses donde vemos mejor su capacidad de análisis y su enorme pragmatismo. Como dice: tras todo esto les queda a los rebeldes de las Provincias Unidas abierto el tráfico de todo el mundo para tratar en él, siendo tan prósperos en navíos y tan prácticos en la mar que, dejando el trato de España, han intentado la navegación de las Indias Orientales y Occidentales, que para los rebeldes es de mayor interés y para nosotros de mayor daño que perder la esperanza de traerlos a la paz por medio del placarte, que nos es tan dañoso, habiendo otros medios más suaves y de menos inconvenientes para pacificar aquellas provincias (Dadson 2015: 157).
Termina su memorial diciendo “mi parecer (salvo mejor juicio) es que el placarte del treinta por ciento se revoque luego en todo y por todo” (Dadson 2015: 157), pero se muestra todo un político cuando aconseja que “no se diga que se revoca porque no se ha conseguido el fin que con él se pretendía”, sino que “por haber entendido que algunos amigos y aliados de su majestad y otros vasallos suyos obedientes recibían daño con él, y porque su voluntad no es ni ha sido de dañar a ninguno sino hacer buena amistad a todos y guardar con gran puntualidad las paces, concordias, confederaciones y tratados que tiene con todos respectivamente, y hacer merced y beneficiar sus vasallos” (Dadson 2015: 158). A pesar de ser su primer memorial de naturaleza política, revela ya todas las características del estilo discursivo de Salinas en este tipo de documento. Dos de sus rasgos más comunes se encuentran ya en el primer párrafo: las frases “Presupuesto que” (con que empieza el memorial) y “habiendo mostrado la experiencia”, que luego encontraremos a menudo en su variante de “Como me ha mostrado la experiencia”. Estas dos frases resumen a la perfección tanto el estilo de Salinas como su manera de pensar y organizar un argumento. La frase “presupuesto
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que” nos muestra cómo organiza sus argumentos, de manera sumamente lógica, punto por punto; de hecho, muchas veces utiliza frases del tipo de “todo se reduce a los siguientes puntos”, y luego contesta cada punto, con frecuencia numerándolos así: “al primer punto se responde…”, “al segundo punto se responde”, etc., como en este ejemplo de un memorial de 1623: “Cíñese todo lo que puede convenir en cuatro puntos: el primero es ver si conviene efectuar el casamiento y con qué concesiones; el segundo, si conviene no efectuarle y la salida que se ha de dar respecto del estado en que está la plática; el tercero, si conviene dilatarle; y el cuarto, si conviene abreviar la resolución” (Dadson 2015: 380). La otra frase, sobre la experiencia, subraya el fuerte pragmatismo del conde en todo lo que tiene que ver con la política. No es un fanático ni un ideólogo; no se deja convencer por argumentos emocionales o religiosos o sentimentales. Busca siempre lo que va a funcionar, lo que va a tener los efectos deseados. Determina primero el fin que se busca y luego analiza los posibles medios para llegar allí; ahora bien, esto no quiere decir que pertenece a los que creen que el fin justifica los medios. Simplemente, que lo más importante es saber adónde se dirige si uno quiere encontrar el camino adecuado y más a propósito, fórmula expresada a la perfección en un memorial de 1623: “Ver los fines que han de tener las cosas desde los principios es empezar por el acierto de ellas” (Dadson 2015: 379)22. Hasta 1622 sus memoriales tratan principalmente de temas que tienen que ver con sus ocupaciones como presidente del Consejo de Portugal y virrey del país luso. Luego, cuando fue relevado de este último cargo por Olivares en julio de 1621 y volvió a Madrid (en el verano de 1622), su atención se dirige a otros asuntos de la política nacional. El primero, la boda propuesta entre la infanta María, hermana de Felipe IV, con el príncipe de Gales, Carlos Estuardo. Este memorial, desconocido hasta hace poco y de una importancia primordial para entender (y apreciar) el pensamiento político de Salinas, parece que fue escrito respondiendo a una llamada por parte del rey y/o Olivares a que los políticos españoles más expertos en materia de política internacional emitieran sus opiniones sobre un asunto de tanta importan-
22. Seguramente, esta manera tan lógica de pensar viene de su educación de mano de los jesuitas y de sus lecturas de los numerosos libros escritos por ellos que tenía en su biblioteca; véanse Dadson (1998: 205-214 y 391-409) y Dadson (2016b).
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cia23. El año siguiente de 1624 otro acontecimiento atrajo su atención, la captura por los holandeses de Bahía de Todos los Santos en el Brasil. No está nada claro si esta vez la opinión de Salinas fue solicitada (falta la última hoja del documento que tal vez lo hubiera aclarado) o si él decidió, a base de su experiencia como virrey en Lisboa, ofrecerla sin más. Lo que revela el memorial que envió a Felipe IV es que Salinas seguía disfrutando de excelente información y de buenos informantes, ya que sus conocimientos sobre la captura misma y la situación posterior en Bahía no pueden ser mejores o más actuales. Lo mismo se puede decir del largo documento que preparó en 1625 para su hijo Rodrigo, duque de Híjar, sobre la defensa de Aragón. A pesar de estar apartado, oficialmente, de la política, Salinas seguía teniendo acceso a muy buenas fuentes, que sabía utilizar en su beneficio. El último memorial de tipo político de que tenemos noticia, también ignorado hasta ahora, es un tratado muy interesante que escribió sobre el descubrimiento de un metal nuevo en España que tal vez pudiera sustituir al tan odiado vellón. No obstante todos estos memoriales de indudable interés político, donde tal vez mejor se pueda calibrar el pensamiento político de Salinas y sus deudas a su padre, Ruy Gómez de Silva, es en las más de 500 cartas que escribió siendo virrey y capitán general de Portugal. Lisboa en estos años era como Viena al final de la Segunda Guerra Mundial: el centro del espionaje internacional, como lo retrató con tanta maestría Carol Reed en la película El tercer hombre. Los barcos de todas las naciones pasaban por su puerto y con ellos los agentes y espías de Francia, Inglaterra, Alemania y Holanda. Además, siempre amenazando la costa portuguesa estaba la armada turca. Salinas no podía haber estado mejor situado para otear el horizonte, intentar averiguar las intenciones de todos y mandar informes a Madrid de lo que se cocía fuera. Que Madrid le hiciera caso es otra cosa. Pero él no cesaba de informar y advertir.
23. Se puede comparar con otros pareceres sobre el asunto: uno, escrito por su amigo y protegido, Juan Roco Campofrío, presidente del Consejo de Hacienda: BNE MS 7.780, Parecer de D. Juan Roco Campofrío, presidente del Real Consejo de Hacienda y sus tribunales, sobre el casamiento de la serenísima Infanta Doña María con el serenísimo príncipe de Gales D. Carlos. Como se opuso al matrimonio, fue relevado del cargo en julio de 1623. Otro es un documento escrito por el marqués de Spínola “sobre la confederación y unión y sobre los casamientos de España con Inglaterra (1622)”.
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Lo que sale de las cartas que nos han llegado de estos años es la visión de un hombre muy dotado política e intelectualmente, una persona capaz de ver el punto de vista del otro y a menudo de ponerse en el lugar del otro, alguien que podía y sabía admirar los éxitos incluso del enemigo, como en el caso de los holandeses e ingleses. Si Ruy Gómez había contado entre sus amigos con los condes de Egmont y Horne y el barón de Montigny, y apreciaba la riqueza de los Países Bajos y sus avances económicos y culturales, su hijo, aunque no llegara a tanto (jamás que sepamos tuvo amigos holandeses), también admiraba el que un país tan pequeño y sin recursos naturales hubiera podido dominar los mares y por ende el comercio. De hecho, su admiración se extendía también a otro país pequeño y carente de recursos naturales: Inglaterra. Ambos tenían armadas superiores en marineros, equipamiento y maniobrabilidad a los barcos españoles y portugueses y por eso habían conseguido dominar el comercio con las Indias Orientales. Como dijo Salinas en uno de sus memoriales al rey, si se quería entender a los ingleses, era muy fácil: solo había que tener en cuenta que desde el rey abajo todos eran mercaderes; el comercio era lo único que realmente les interesaba: “Esta nación está hecha al trato mercantil [...] y como el trato mercantil en aquellos reinos alcanza desde el rey hasta todo lo género de súbditos directa e indirectamente, venían a estar todos obligados a la seguridad de lo capitulado, no solo por el juramento sino por la conveniencia universal y particular de cada uno” (Dadson 2015: 378 y 389). Pero el comercio traía grandes beneficios, tanto a ingleses como a holandeses, traía la verdadera riqueza de una nación. El virrey no podía menos que comparar esa situación con la de su propio país: mucho más rico en recursos naturales, disfrutando del oro y la plata del Nuevo Mundo, pero aun así sufriendo de las depredaciones de barcos holandeses e ingleses, y con muchas partes del país despobladas o viviendo en la suma miseria y pobreza. Todos estos conocimientos salen a relucir en una larga carta que escribe a Felipe III el 5 de marzo de 1621, en la que expone sus puntos de vista sobre una gran variedad de asuntos que tocan la seguridad de la monarquía24. Obviamente, Salinas no podía saber que al cabo de un
24. Es la carta número 479 de la edición que estamos preparando del epistolario político de Salinas: La correspondencia política de un virrey: cartas enviadas desde Lisboa (1617-1622) por Diego de Silva y Mendoza, marqués de Alenquer.
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mes el rey habría muerto, pero es curioso que su carta sea una suerte de puesta al día de la política del momento, seguramente porque tenía muy presente que faltaban pocas semanas para que terminara la Tregua de los Doce Años con los holandeses, y aún no sabía cuál iba a ser la respuesta de Madrid a esta nueva situación: ¿se prolongaría o no? ¿Y en qué condiciones? En cuanto a la actitud de los holandeses, que han retirado todos sus barcos de Lisboa por si hubiera luego un embargo general, es difícil saber si se preparan para una retoma de hostilidades o para una prorrogación de la tregua. En donde se muestra muy perspicaz es en las relaciones entre ingleses y holandeses. La mayor pesadilla para la Monarquía hispánica era que las dos naciones se juntaran en un ataque contra las posesiones portuguesas en Oriente, ataque en que España difícilmente podría haber vencido. Pero Salinas percibe lo que otros consejeros no habían percibido, que es que los dos desconfían cada uno del otro tanto o más que de España: “De los ingleses se decía que estaban unidos con turcos y holandeses, y lo que hasta ahora he podido averiguar es que entre holandeses e ingleses hay muy firmes y particulares causas de desunión, y que sólo el miedo de V.M. los conserva unidos”. Donde más podemos apreciar la filosofía política de Salinas es en su análisis de las relaciones hispano-portuguesas, tema que le preocupó durante unos veinte años. Sobre su actuación en Portugal tenemos el imprescindible libro de Claude Gaillard, unos cuantos trabajos de un servidor, y poco más, aparte de un juicio negativo por parte de la historiografía portuguesa, que recoge y repite, sin profundizar ni analizar, las opiniones de la clase política portuguesa de aquel entonces que se alegró sobremanera con la destitución de Salinas en julio de 1621 y su sustitución por un triunvirato de gobernadores portugueses. Ahora bien, la transcripción y edición de las numerosas cartas que Salinas escribió desde Lisboa entre 1617 y 1622, que estoy llevando a cabo y que me parece que muy pocos han leído o estudiado o tenido en cuenta antes de emitir sus juicios tan partidistas, van a obligarnos a cambiar de opinión y reconocer que el conde de Salinas fue el mayor defensor de los intereses portugueses que jamás tuvieron los portugueses en esos años. Lejos de ser un títere de Lerma puesto en Lisboa para cumplir sin más las órdenes recibidas de Madrid, que es lo que siempre se ha pensado de su virreinato, Salinas se revela como un virrey muy independiente que cuestiona con frecuencia las órdenes recibidas, que
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defiende el punto de vista portugués y es siempre consciente de sus recelos y temores ante los castellanos. En todo actúa con una imparcialidad envidiable, pero si hay que escoger entre los intereses portugueses o los castellanos, casi siempre aboga por los primeros. Por mucho que los castellanos, desde los tiempos de Felipe II, quisieran ver la unión de las dos Coronas como una herencia pacífica, Salinas sabe que para los portugueses fue una conquista ganada por las armas del ejército del duque de Alba, lo que les lleva a considerarse una nación ocupada. Lo dice con meridiana claridad en su memorial de mayo de 1621: La forma en que se unió esta corona con la de Castilla tuvo de herencia, de conquista y de compra. Los portugueses pretenden que de tal manera estén unidas las coronas que la dependencia de su Majestad sea común a entrambas, y que en todo lo demás estén separadas como antes que se uniesen. La forma en que Castilla quiere que esta unión se conserve es con presidios…25.
En este contexto advierte al rey Felipe IV en mayo de 1624 de lo crucial que es tratar por igual a todos los reinos de que se compone la Monarquía hispánica: “es mejor que se sepa lo que ganaron las Coronas que se agregaron a Castilla que no lo que perdieron por agregarse a ella”26. Es buena razón de Estado, dice, no hacer diferencias de trato entre Castilla y, por ejemplo, Aragón, Valencia, Cataluña y Portugal, si el rey quiere ser considerado rey universal de todos. También aboga por el reconocimiento de los méritos personales y particulares de cada uno; es decir, apoya una “meritocracia”: La injusticia de conseguir por negociaciones y sin méritos reduce las cosas a tanta confusión y desorden que cada uno es juez de su misma capacidad, y no pretende lo que le basta sino lo que puede negociar; y como se consigue por defectos ajenos y no por merecimientos y suficiencia propia, ni resultan aciertos ni puede resultar general ni particular satisfacción. La materia de estado así como para el acrecentamiento ha de poner los ojos en los fines; para lo que es conservación aconseja que los inconvenientes se atajen en sus principios (Dadson 2015: 273, doc. 313).
Otro documento clave para entender la visión política de Salinas de Portugal es un largo memorial que escribió en mayo de 1621 a los 25. La correspondencia política de un virrey, carta 483. 26. BNE MS 20.054/39, fol. 329v.
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nuevos consejeros de Estado “sobre el gobierno de Portugal”27. De tanto tiempo viviendo entre ellos, algo había aprendido del carácter de los portugueses, como demuestra este párrafo: A una mano tienen todos buen entendimiento; son presumidos, ambiciosos, sienten más las mercedes ajenas que los agravios propios; reconocen con dificultad mayoría, son encarecedores, quéjanse siempre los modestos; no levantan testimonios pero si los hallan levantados hácenlos andar. Hay en ellos excelentes marineros; mezclados con otras naciones son maravillosos soldados.
Hace también un análisis muy interesante del carácter del portugués cuando dice: “Son naturalmente entre sí desunidos […] De estos defectos naturales en la nación pudiera resultar la mayor seguridad y presidio de ella, porque no puede dar cuidado aquella gente que no puede ni sabe juntarse”. Sus frustraciones, sin embargo, también salen a relucir: “Tiene esta tierra del Cielo el temple y paz de los elementos; del Purgatorio, las ceremonias, los cumplimientos; del Infierno, el descontento, las quejas, envidias, odios y el no haber orden ni regla en nada”. Pero seguramente su mayor contribución en este memorial —desafortunadamente, para los intereses de España, desoída— es la perspicacia con que analiza las relaciones entre los dos países, mezcla de confianza y recelo, que se sintetiza perfectamente en el trato dado al duque de Braganza, primer noble del país: Procede Castilla con Portugal a un mismo tiempo con recelos y con confianza, porque, siendo los recelos del duque de Braganza y de la nación portuguesa, es tanta la confianza que se hace del duque que el Consejo de Portugal, que en Madrid reside, se compone del secretario Francisco de Lucena, que es su criado, de don Francisco de Braganza, que es su tío, de don Antonio Pereira y Pedrálvarez Pereira, que son de su casa, del duque de Villahermosa, que, aunque no es dependiente del duque de Braganza, depende de quien depende de él, que es Francisco de Lucena, y Mendo da Mota es solo y dependiente del duque de Villahermosa, y también el secretario Francisco de Almeida en lo que como secretario de mercedes corre por su cuenta. Este Consejo distribuye las mercedes, provee obispados, arzobispados, presidencias, ministros de tribunales, gobiernos ultra-
27. La correspondencia política de un virrey, carta 483.
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marinos de las conquistas, virreyes de la India, capitanes mayores de las fortalezas y distritos de ella, capitán general y capitanes de la Armada de la Guarda de la Costa de este reino, maestro de campo del tercio que se manda levantar, alcaldes mayores, corregidores y personas a quien se encarga el gobierno de las comarcas y defensa de la costa, tesoreros, almojarifes, presidente de la Cámara de Lisboa y regimiento de la dicha ciudad, y todo se va poniendo a la devoción del duque, y convendría o no confiar tanto o recelar menos, porque el amor del pueblo le tiene y la justicia que tenía a esta Corona no está olvidada.
Aquí sale a relucir el fino olfato político de Salinas que ya intuía, en 1621, lo que iba a pasar en 1640. Tanto control por parte del duque de Braganza de los organismos del Estado era peligroso, y nadie en Madrid parecía haberse dado cuenta de ello. Diego de Silva y Mendoza, sí. En memorial tras memorial Salinas intentó explicar su punto de vista al rey y a los distintos consejos reales y sus secretarios, pero todo en balde. Como gustaba decir de sí mismo: “yo me hallo [...] con las manos en la masa, y proponiendo cosas de que no saco interés sino trabajo”28. Tal y como Ruy Gómez y su visión del mundo fueron ignorados en la década de 1560 a favor de voces más beligerantes y belicistas, los buenos e inteligentes consejos de su hijo Diego acabaron en papel mojado en los primeros años del siglo xvii. Ninguno de los Austrias supo aprovechar a estos dos hombres tan singulares y tan dotados para la política. Bibliografía Cuartas Rivero, Margarita (1978): “Correspondencia del príncipe de Éboli (1554-1569)”, en Cuadernos de Investigación Histórica, 2, pp. 201-214. Boyden, James M. (1995): The Courtier and the King: Ruy Gómez de Silva, Philip II and the Court of Spain. Berkeley: University of California Press. Dadson, Trevor J. (1998): Libros, lectores y lecturas. Estudios sobre bibliotecas particulares españolas del Siglo de Oro. Madrid: Arco/ Libros. 28. La correspondencia política de un virrey, carta 146.
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29. Se han modernizado la ortografía, puntuación y acentuación de los dos documentos para hacer más fácil su lectura. 30. Se refiere al libro que Jaime de Silva y Fernández de Híjar, duque de Híjar y conde de Belchite, nieto de Diego de Silva y Mendoza, preparaba sobre su abuelo. De este libro solo nos ha quedado la “Planta” o plan de capítulos (ocho en total), en que se iba a dividir el libro.
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en decirlo. No buscaba la gracia por malos medios; movíale buen celo porque es malo el mal consejo para el que le da, y cae sobre su cabeza cuando le toma por medio para adquirir más honra o apartar [a] otros del lado del príncipe o abatir sus émulos. Mostraba que el favor se siguió a su agradable y útil servicio sin desigualarse, refrenando la emulación, envidia y aborrecimiento. Hacía de los enemigos amigos, beneficiándolos, acto generoso, noble y cristiano, difícil el uno mas la dificultad asiste a la virtud. Conocía los émulos; vencíalos de cortesía, huyendo las ocasiones de romper, haciendo bien a sus amigos de ellos para que templasen su mala voluntad. Moderaba el acompañamiento cuando andaba por la Corte, entraba o salía de ella, y no vestía a sus criados más curiosamente que el príncipe, porque era desagradable y aun le ofende. Y se hace juicio de lo que obra y dice el privado, y más si hay concurrentes en el mismo grado, oposición y celos y contradicción, envidia por su dignidad, odio por su poder, aunque de él use bien, porque podría usar mal, y aborrecimiento y poca seguridad porque es de muchos el odio. Cuando reprendía de parte del príncipe, huía el ímpetu y tenía juicio con gravedad y modestia, mirando el lugar, el tiempo contra la culpa no contra la persona libre, igual en nacer y morir, que pone sirviendo su esperanza en la tempestad con privación de su libertad y quietud. Porque en los palacios grandes se trabaja, padece, sufre, duerme sin reposo, come con cuidado, vive con sobresalto. Se adora la ingratitud, alaba la ignorancia, lisonjea al enemigo, engaña al amigo, se desacredita al suficiente, se llama a la soberbia libertad, a la lisonja humildad y deseo de agradar, a la malicia prudencia, a la necesidad llaneza, a la venganza celo de justicia, gravedad a la sequedad, providencia a la codicia, continencia a la avaricia, constancia a la obstinación, caridad al odio. No presuma de vencer todas las dificultades y adversidades alguno ni del todo; su industria se deje en arbitrio de la Fortuna. Considere es navegación del mar y viaje en que pueda su prudencia y le sea favorable la mayor parte de los vientos, mas no podrá hacer tiempo determinado ni certeza en arribar sino otro señala. Algunos en el estío y bueno y bien guarnecido navío se afondan y tardan con admiración; otros en débil y desarmado en el invierno llegan presto seguros al deseado fin y puerto que se proponen. Es la Corte golfo tan peligroso que pocos le pasan sin tormenta, porque hay tanto de las esperanzas al cumplimiento de ellas como de la virtud al premio, porque los méritos, solo porque pueden dar gracia, despiertan odio. Y
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fue el primer piloto que entre bajíos tan grandes vivió y murió seguro, tomando siempre el mejor puerto. Oyósele decir muchas veces que no se despreciase el modo, que era el que diferenciaba los vicios de las virtudes. Por él se socorrió a Malta, se dio la batalla naval, quitó que Constantino, aquel gran hereje, no fuese confesor del rey don Felipe Segundo, estorbó el casamiento con doña Isabel Osorio, habiéndola besado la mano otros por Reina de Castilla. Hizo las aventajadas de España con Francia el año de ——, quitando a Saboya de la Corona de Francia. No dejó hacienda que después de muerto se le pudiese pedir de parte de la Corona, ni de ningún súbdito de ella. Vivo conservó la gracia del Rey y de las gentes; muerto, le echó menos su Príncipe y se torcieron los buenos sucesos de España. El primer privado que lloró el pueblo recién muerto y que se conserva en la memoria, así por maestro de privados como en quien concurrieron recíprocas necesarias, mas en quien ha de ser medio entre el Príncipe y sus vasallos. (AHNT, Nobleza, Osuna, CT. 484, D. 8[1]) Documento 2 Elogio para cuando se llega a la muerte del príncipe Ruy Gómez de Silva, año de 1573, de Juan Ruiz de Velasco Fue Contador Mayor de Castilla, del Consejo de Estado y Sumiller de Corps del Rey, y Mayordomo Mayor del Príncipe. Era de la ilustre Casa de Silva. Vino de Portugal con la Emperatriz, fue después acomodado en el servicio del Príncipe, en cuya gracia nadie tuvo tanta parte ni tanto tiempo en ella se conservó. Y porque no es digno de tan gran estimación el ser amado de un rey sino cuando se manejan grandes negocios, es cosa notable que en 19 años desde que el rey comenzó a reinar hasta que Ruy Gómez pasó de esta vida, no hubo ministro en esta monarquía a quien el rey en el regimiento de ella diese tanta parte, ni que en su gracia se conservase tan igual31. Hay dos maneras de prosperar los hombres: la una, la buena Fortuna (que Ruy Gómez tuvo bonísima), la otra, la virtud, en que fue excelente. Debajo de la primera se contiene la inclinación que tiene un
31. Para hacer este cálculo de 19 años de servicio al rey, se cuenta el reinado de Felipe II desde 1554. Ruy Gómez murió el 29 de julio de 1573.
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príncipe a una persona, por la cual se han visto riquísimos en breve tiempo hombres pobrísimos; en la segunda, adonde se muestra la prudencia, la justicia y el juicio. Resplandeció en él de manera que su gran felicidad nunca le hizo confiado, ni su potencia le hizo olvidar de la modestia y templanza, partes en los privados tan loables. Ni nadie usó mejor de los dos fines por los cuales se procura el amor de los reyes, el uno que es para ayudarse a sí y a los suyos, y el otro para favorecerse a sí mismo y desayudar a otros. Cuanto al primero no fue avaro, porque según las grandes ocasiones que tuvo pudiera dejar su casa mucho más acrecentada. Y siendo de su natural condición benéfico, de todos los beneméritos fue amparo y protector. Cuanto al segundo, no se sabe que con nadie tuviese enemistad, ni que de él se tuviese queja, porque su paciencia y sufrimiento fue admirable, y conservose huyendo el fasto, el apariencia, los vanos títulos, y aborreció la adulación, humos para el pueblo enfadosos y ocasión grande para los émulos y envidiosos. Y como no hace ninguna cosa olvidarse más de Dios que la grandeza y ni que más corrompe que la felicidad, fue ejemplar en devoción y mansedumbre, y procedió de manera que la confianza de su privanza nunca se conoció que en nada le descompusiese. Con que dio manifiesto ejemplo de la conservación de la gracia de los príncipes, no se olvidando de las vueltas de la Fortuna y varias mudanzas de las cosas. Casó con doña Ana de Mendoza y de la Cerda y Silva, hija única y heredera de don Diego de Mendoza, príncipe de Mélito, duque de Francavila, que fue del Consejo de Estado y Presidente de Italia, del cual matrimonio tuvieron muchos hijos bien semejantes a la virtud del padre. Su madre de la princesa fue doña Catalina de Silva, hija del conde de Cifuentes. De manera que por linaje, hacienda y hermosura fue uno de los mayores casamientos el de la princesa de cuantos en aquella sazón había en España, y por los méritos del príncipe Ruy Gómez y sus grandes esperanzas, y porque en linaje no le hacía ventaja, le hallaron digno de él. Después se desaguó gran parte de este caudal, porque la Casa de Cifuentes, que había de heredar la princesa por su madre, tuvo hijos casi por milagro, y don Íñigo de Mendoza y de la Cerda, que mataron siendo Virrey en Zaragoza y marqués de Almenara, le puso pleito a la demás hacienda y salió con algo de ella. Entre las otras virtudes y grandes partes que tuvo el príncipe Ruy Gómez fue la de honestidad, pues no se le conoció liviandad ninguna
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después que se casó, y yo puedo decir de más de 14 años como testigo de vista ser esto cierto, que es parte muy importante para ministro principal y hombre poderoso. Jamás le oí murmurar de persona ninguna, ni quejarse de su amo, aunque pudo tener algunos disgustos y ocasiones para ello. Tenía gran paciencia en dar audiencia, y no solo oía sino que advertía y aconsejaba lo que convenía para mejor negociar a las partes. Su muerte fue muy ejemplar, y si V.m. quiere saber algunas particularidades de ella, se las diré también. En lo que toca al linaje del príncipe Ruy Gómez mi señor, puédese decir mucho bien, porque así de parte de padre como de madre era de lo mejor de Portugal, y el mayorazgo de su padre de las villas de la Chamusca y Ulme muy antiguo y muy honrado. Y en Castilla se probó algunas veces porque tuvo los hábitos de las tres órdenes, y yo le conocí con los dos Comendador de Herrera en la de Alcántara y después con la Clavería de Calatrava con que murió. Y su principio fue por menino de la Emperatriz nuestra señora, con quien vino de Portugal debajo del amparo de la marquesa de Lombay, su camarera mayor, que era su pariente. A mi señora doña María beso las manos, en cuya compañía guarde Dios a V.m. En Valladolid, a 30 de junio de 160332. Juan Ruiz de Velasco Al señor Antonio de Herrera33 (AHNT, Nobleza, Osuna, CT. 484, D. 8[1])
32. En esa fecha hace casi treinta años desde la muerte de Ruy Gómez. 33. Es probable que sea el historiador y cronista Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1626), autor de la Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar Océano que llaman Indias Occidentales, publicada en cuatro tomos entre 1601 y 1615 por Juan Flamenco y Juan de la Cuesta. Da la impresión de que Herrera iba buscando información sobre Ruy Gómez de Silva y había contactado con Juan Ruiz de Velasco, antiguo criado de la casa y secretario de la princesa después de la muerte de Ruy Gómez.
Sobre los autores
Esther Alegre Carvajal. Profesora titular de Historia del Arte de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Visiting professor en Cornell University (NY). Especialista en urbanismo y arquitectura de la Edad Moderna. Sus intereses de investigación se centran en la confluencia de nobleza, ciudad, poder e historia de las mujeres en la Edad Moderna. Entre sus publicaciones recientes se encuentran: La Colección artística del convento de San Pedro de carmelitas descalzos de Pastrana. Catálogo del Museo V Centenario de Teresa de Jesús (2018), Damas de la Casa de Mendoza. Historias, leyendas y olvidos (2014), Retrato de la mujer renacentista (2012), “Rostros, relatos e imágenes de Teresa de Jesús (Reflexiones en el V Centenario), (monográfico de eHumanista; 2016). El análisis de la ciudad nobiliaria de Pastrana es el argumento de muchos de los trabajos que recorren su dilatada trayectoria investigadora: La Villa Ducal de Pastrana (2003), Pastrana. La ciudad del duque (2007), Las Villas Ducales como tipología urbana (2004), Los jardines de la villa de Pastrana (1997). Ana Isabel Buescu é doutora e agregada em História pela FCSH da Universidade Nova de Lisboa. Lecciona na mesma Faculdade e é Investigadora Integrada do Centro de Humanidades (CHAM/UNL-UAç). Livros publicados (desde 2007): A livraria renascentista de D. Teodósio I, duque de Bragança (2016), Na Corte dos Reis de Portugal. Saberes, Ritos e Memórias. Estudos sobre o século xvi (2ª edição; 2011), D. João III (1502-1557) (2ª edição; 2008), Catarina de Áustria
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(1507-1578) Infanta de Tordesilhas, Rainha de Portugal (2007). Coordenou, em colaboração: A Mesa dos Reis de Portugal. Ofícios, Consumos, Práticas e Representações (séculos xiii-xviii), coord. Ana Isabel Buescu e David Felismino (2011). Projecto de investigação: (investigadora): , DIAITA: Património alimentar da Lusofonia , Books of Hours in Royal Libraries . Colaboradora da EVE- Enciclopédia Virtual da Expansão Portuguesa, Séculos xv-xviii. Jaime Contreras. Ha sido profesor en la Universidad Autónoma de Madrid y en la de Alcalá, donde es catedrático de Historia Moderna (actualmente emérito). Es especialista en la sociedad de la Contrarreforma y en la Inquisición española, a la que ha dedicado gran parte de sus trabajos. También se ha dedicado a la microhistoria, destacando su trabajo sobre los conflictos sociales producidos por las luchas entre las facciones de Sotos y Riquelmes en las ciudades de Murcia y Lorca en el siglo xvi, plasmado en su libro Sotos contra Riquelmes. Regidores, inquisidores y criptojudíos (1992). Trevor Dadson. Se licenció en Leeds y se doctoró en la Universidad de Cambridge. En la actualidad es editor responsable (editor-in-chief) de Hispanic Research Journal y profesor de Estudios Hispánicos en el Queen Mary College de la Universidad de Londres. Estudió la obra de los importantes poetas del Siglo de Oro. Publicó además un monumental estudio sobre la expulsión de los moriscos en Villarrubia de los Ojos (Los moriscos de Villarrubia de los Ojos [siglos xv-xviii]. Historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada, 2ª ed. revisada y aumentada 2014). Además editó en español los diarios de viaje de lady Elizabeth Holland y la novelista George Eliot, quienes visitaron España en el siglo xix (2012), y publicó cartas y documentos de la Princesa de Éboli (1540-1592) junto a su colega norteamericana, Helen Reed (Epistolario e historia documental de Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli, 2013). Bosquejó una nueva biografía de la princesa fundada en documentación recién descubierta. Por otra parte, editó las cartas y memoriales de su marido, el conde de Salinas (2013), y prepara una edición de las poesías del conde según autógrafos originales.
SOBRE LOS AUTORES
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Francisco Fernández Izquierdo. Doctor en Historia Moderna (Universidad Complutense, 1986), es investigador científico en el Instituto de Historia, CSIC. Especialista en la nobleza y las órdenes militares en la Edad Moderna, en la aplicación de tecnologías de la información a la investigación histórica, el análisis bibliométrico de las publicaciones de historia moderna, y las infraestructuras hidráulicas históricas. Pertenece a consejos de varias revistas españolas de historia, y ha sido secretario de la colección de monografías “Biblioteca de Historia” del CSIC. Colabora como docente en las universidades Autónoma de Madrid, Castilla-La Mancha y Murcia, y ha colaborado con la Politécnica de Madrid. Es gerente de la Fundación Española de Historia Moderna. Juan Carlos Gómez Alonso es profesor titular de Teoría de la Literatura y Literatura comparada en la Universidad Autónoma de Madrid. Es miembro del Grupo de investigación CPyR (Comunicación, Poética y Retórica) de la UAM e investigador de referencia del IULCE (Instituto Universitario La Corte en Europa) de la UAM, del que es secretario actualmente. Miembro del proyecto de investigación “La metáfora como componente de la Retórica Cultural. Fundamentos y aspectos retóricos, literarios, sociales, ecocríticos y culturales de los mecanismos metafóricos” (“METAPHORA” Ref. FFI2014-53391-P) de la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia. Especialista en Estilística, Poética y Retórica, es autor de publicaciones como La estilística de Amado Alonso como una teoría del lenguaje literario (2002) o la edición de Gredos del libro de Amado Alonso Poesía y estilo de Pablo Neruda (1997). Ha publicado artículos sobre la memoria retórica, sobre historia de la retórica y sobre conceptos poéticos; ha coordinado junto a otros autores la publicación de Constitución republicana de 1873 autógrafa de D. Emilio Castelar. El orador y su tiempo (2014). Recientemente ha coordinado, junto a Concepción Camarero Bullón, El dominio de la realidad y la crisis del discurso. El nacimiento de la conciencia europea (2017). Miguel F. Gómez Vozmediano es doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense. Profesor asociado en las universidades Complutense (1995) y Carlos III de Madrid (2001-2016). Ha
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participado en una docena de proyectos de investigación nacionales y está acreditado por la ANECA como profesor titular de Historia Moderna (2013). Técnico de Archivos del Estado, ha desarrollado buena parte de su vida profesional en el Archivo Histórico de la Nobleza (Toledo), donde es jefe de Referencias desde 2006. Es autor o coautor de 15 libros sobre historia y antropología, además de director-fundador de Campo de Calatrava. Revista de Estudios de Puertollano y comarca. Integrante del comité científico de la Cooperation Network of European Routes of Emperor Charles V (Consejo de Europa, 20132016) y del Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja (Universidad Carlos III, 2014). Ha sido, además, comisario de varias exposiciones organizadas por la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha y el Ministerio de Cultura. Desde 2014 es académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. José Antonio Guillén Berrendero. Profesor ayudante doctor en la Universidad Rey Juan Carlos. Miembro del Instituto Heráldico Portugués. Impartió clases en Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa. Profesor invitado en la Universidad Nova de Lisboa. Investigador post-doctoral en la Universidad de Évora-CIDEHUS. Profesor-investigador en la Universidad Autónoma de Madrid. Sus líneas de investigación se centran en el estudio de la cultura nobiliaria, la idea de nobleza en Castila y Portugal desde una perspectiva comparada. Miembros de diferentes grupos de investigación nacionales e internacionales. Félix Labrador Arroyo es profesor titular de Historia Moderna en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador del Instituto Universitario la Corte en Europa de la UAM (IULCE). Ha sido, además, profesor visitante en la Universidad del Sur de Bohemia (República Checa), Universidad Nova de Lisboa (Portugal), Universidad Roma Tre (Italia), Suor Orsola Benicasa de Napolés (Italia) y de Salta (Argentina). Autor y editor de diferentes trabajos entre los que destaca La casa real en Portugal (1580-1621) (2009), Estructura y evolución de la Casa Real de Castilla (2010), Siti Reali in Europa. Una storia del territorio tra Madrid e Napoli Napolés (2014), La Casa de Borgoña: la casa del rey de España (2014) y Extensión de la corte: los Sitios reales (2017).
SOBRE LOS AUTORES
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Germán Labrador López de Azcona es profesor titular de Música de la Universidad Autónoma de Madrid y desarrolla su investigación preferentemente en el ámbito de la música de corte del siglo xviii y el teatro musical. Es autor de cuatro monografías y más de 40 artículos y colaboraciones, además de diversos trabajos de recuperación musical de repertorio teatral, orquestal y camerístico. Iván Martín Cerezo es profesor contratado doctor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Madrid. Es miembro del grupo de investigación CPyR (Comunicación, Poética y Retórica) de la UAM e investigador de referencia del IULCE (Instituto Universitario La Corte en Europa) de la UAM. Miembro del proyecto de investigación “La metáfora como componente de la Retórica Cultural. Fundamentos y aspectos retóricos, literarios, sociales, ecocríticos y culturales de los mecanismos metafóricos” (“METAPHORA” Ref. FFI2014-53391-P) de la Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia. Ha realizado estancias de docencia e investigación en Dartmouth College, Universität Augsburg, Universiteit van Amsterdam y Universidade do Minho. Su investigación y publicaciones se enfocan principalmente sobre cuestiones de poética, retórica y géneros literarios, especialmente el género policiaco. Santiago Martínez Hernández es profesor de Historia Moderna de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Dedica su investigación a la historia de la nobleza ibérica, con especial atención a su protagonismo en el ámbito áulico durante los siglos xvi y xvii. Recientemente ha incorporado nuevas líneas sobre la violencia en la cultura nobiliaria y el fenómeno del valimiento a partir del análisis de la figura de Cristóbal de Moura, gran privado de Felipe II. Entre sus publicaciones destacan: El marqués de Velada y la corte en los reinados de Felipe II y Felipe III (2004), Rodrigo Calderón. La sombra del valido. Privanza, favor y corrupción en la corte de Felipe III (2009) y Escribir la corte. El Diario del Marqués de Osera, 1657-1659 (2013). Macarena Moralejo Ortega. Doctora con Mención Europea por la Universidad de Valladolid y la Universidad Gregoriana de Roma en
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Historia del Arte (2008) con una tesis titulada: “La teoría artística de Federico Zuccari. Antecedentes y repercusiones en la tratadística moderna”. Ha sido profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, la UNED, la Universidad de Córdoba y la Universidad de Comillas, en donde imparte actualmente clase como profesora en el “Master Ignatiana”. Participa con regularidad en proyectos de investigación españoles e internacionales y en congresos en Europa y EE UU. En la actualidad, imparte docencia en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada. Francisco Precioso Izquierdo. Doctor en Historia Moderna por la Universidad de Murcia (Premio Extraordinario). Ha realizado diferentes estancias de investigación en centros como UMR TELEMME (Aix-en-Provence) y el Instituto de Ciências Sociais da Universidade de Lisboa, donde ha sido becario de investigación posdoctoral. Forma parte de diversos proyectos de investigación financiados por instituciones regionales, nacionales e internacionales. Es miembro del equipo Nobilitas y del Grupo de Investigación Familia y Élites de poder (Universidad de Murcia). Ha trabajado temáticas diversas entre las que destaca el estudio de la nueva nobleza administrativa del setecientos, la casa aristocrática de Villena en el cambio dinástico y la construcción de memorias historiográficas en la España moderna. Es autor de diferentes publicaciones en forma de artículos y capítulos de libro así como de la monografía Melchor Macanaz. La derrota de un héroe (2017). Lina Scalisi è professore ordinario di Storia moderna presso il Dipartimento di Scienze Umanistiche degli Studi di Catania, dove insegna Storia moderna e Metodologia della ricerca storica. Coordinatore della classe di Scienze Umane della Scuola Superiored’Ateneo, partecipa a numerosi gruppi di ricerca internazionali ed è stata nominata Académica Correspondiente dela Real Academia de la Historia. I suoi interessi di ricerca trattano la storia politica e culturale dell’aristocrazia europea in età moderna; la storia urbana —riguardo alla quale ha condotto e coordinati numerosi studi su comunità e città in età moderna— e la storia socio-religiosa di cui ha approfondito i cambiamenti nelle istituzioni civili ed ecclesiastiche della società europea dopo la svolta tridentina.