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Spanish; Castilian Pages 692 [691] Year 2018
¡RECUERDA! SCRIBO ERGO SUM(-US) La escritura del yo de los exiliados políticos de la Guerra Civil en la Argelia colonial Danae Gallo González
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La Casa de la Riqueza Estudios de la Cultura de España 45
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l historiador y filósofo griego Posidonio (135-51 a.C.) bautizó la Península Ibérica como «La casa de los dioses de la riqueza», intentando expresar plásticamente la diversidad hispánica, su fecunda y matizada geografía, lo amplio de sus productos, las curiosidades de su historia, la variada conducta de sus sociedades, las peculiaridades de su constitución. Sólo desde esta atención al matiz y al rico catálogo de lo español puede, todavía hoy, entenderse una vida cuya creatividad y cuyas prácticas apenas puede abordar la tradicional clasificación de saberes y disciplinas. Si el postestructuralismo y la deconstrucción cuestionaron la parcialidad de sus enfoques, son los estudios culturales los que quisieron subsanarla, generando espacios de mediación y contribuyendo a consolidar un campo interdisciplinario dentro del cual superar las dicotomías clásicas, mientras se difunden discursos críticos con distintas y más oportunas oposiciones: hegemonía frente a subalternidad; lo global frente a lo local; lo autóctono frente a lo migrante. Desde esta perspectiva podrán someterse a mejor análisis los complejos procesos culturales que derivan de los desafíos impuestos por la globalización y los movimientos de migración que se han dado en todos los órdenes a finales del siglo xx y principios del xxi. La colección «La Casa de la Riqueza. Estudios de la Cultura de España» se inscribe en el debate actual en curso para contribuir a la apertura de nuevos espacios críticos en España a través de la publicación de trabajos que den cuenta de los diversos lugares teóricos y geopolíticos desde los cuales se piensa el pasado y el presente español. Consejo editorial: Dieter Ingenschay (Humboldt Universität, Berlin) Jo Labanyi (New York University) Fernando Larraz (Universidad de Alcalá de Henares) José-Carlos Mainer (Universidad de Zaragoza) Susan Martin-Márquez (Rutgers University, New Brunswick) José Manuel del Pino (Dartmouth College, Hanover) Joan Ramon Resina (Stanford University) Lia Schwartz (City University of New York) Ulrich Winter (Philipps-Universität Marburg)
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¡RECUERDA! SCRIBO ERGO SUM(-US) LA ESCRITURA DEL YO DE LOS EXILIADOS POLÍTICOS DE LA GUERRA CIVIL EN LA ARGELIA COLONIAL
Danae Gallo González
Iberoamericana • Vervuert • 2018
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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográfi cos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). © Iberoamericana, 2018 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2018 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-16922-85-7 (Iberoamericana) ISBN 978-3-95487-728-7 (Vervuert) ISBN 978-3-95487-792-8 (e-Book)
Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros Diseño de interiores: Carlos del Castillo
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Índice Agradecimientos .............................................................................. Introducción ....................................................................................
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1. El enclave del exilio republicano español de la Guerra Civil en la Argelia colonial francesa en (los estudios de) la memoria .................................................. 1.1. La “era Francisco Franco” en España ........................................ 1.1.1. La Guerra Civil .............................................................. 1.1.2. La dictadura franquista .................................................. 1.1.3. La Transición ................................................................. 1.2. La era del exilio republicano español de la Guerra Civil............ 1.2.1. El exilio republicano español en México ......................... 1.2.2. El exilio republicano español en Francia ......................... 1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa.............................................................................
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2. El retorno de la memoria del exilio republicano español en Argelia...................................................................................... 2.1. Procedere con el corpus del exilio republicano español en Argelia... 2.1.1. El difícil retorno del corpus in exilio ............................... 2.1.2. Método de confección del corpus ................................... 2.1.3. Método de análisis del corpus ........................................ 2.2. Pilares teóricos: ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) ......................... 2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’ .................................... 2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’............................................... 2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva ....
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3. SCRIBO ERGO SUPERSUM....................................................................... 3.1. La escritura en el exilio argelino durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) .............................................................. 3.2. Diario de Gaskin, de Antonio Gassó Fuentes (2013) ................. 3.3. El diario en los campos de concentración de la Argelia colonial francesa ....................................................................... 3.3.1. El registro de lo mesurable para el mantenimiento de la integridad de la bios ............................................... 3.3.2. El repliegue de la bios al servicio de la supervivencia corporal ......................................................................... 3.3.3. La crónica del retorno de una bios equilibrada ................ Conclusión parcial...........................................................................
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4. SCRIBO ERGO E-LABORO ERGO SUM(-US) ................................................. 4.1. La escritura sobre el exilio argelino en Argentina y Venezuela (1945-1966) ......................................................... 4.2. Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve (1957) y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo (2008)...................................................................................... 4.3. La autoficción y las memorias en el boom del mercado editorial hispanoamericano .................................................................... 4.3.1. La desintegración del ‘yo’ frente al trauma de la Guerra Civil, el exilio y el internamiento ....................... ... en Búsqueda en la noche ........................................................ ... en Memorias de un refugiado ................................................. 4.3.2. El trabajo e-laborativo del trauma en el exilio en la Argelia colonial ...................................................... ... en Búsqueda en la noche ........................................................ ... en Memorias de un refugiado ................................................. 4.3.3. El restablecimiento del trauma y del ‘yo’ en lo social....... ... en Búsqueda en la noche ........................................................ ... en Memorias de un refugiado ................................................. Conclusión parcial...........................................................................
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5. SCRIBO ERGO CENSEO ERGO SUM(-US) .................................................... 283 5.1. La escritura sobre el exilio en la España del tardofranquismo (1966-1975) ............................................................................ 286 5.2. Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García (1972)... 294
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5.3. La autoficción en el ‘insilio’ de la Ley de Prensa e Imprenta de la España franquista............................................................. 5.3.1. De la tímida reivindicación republicana al exilio como espacio de censura redentora ................................ 5.3.2. Del ‘yo’ censor diegético a la resistencia a la censura en su articulación retrospectiva ...................................... 5.3.3. De la mitigación de la censura diegética a la escritura como ‘deber de memoria’ ............................................... Conclusión parcial........................................................................... 6. Scribo ergo sumus politici .................................................................. 6.1. La escritura sobre el exilio desde la Transición hasta el “boom de la memoria histórica” (1975-1996) ........................... 6.2. Exiliados españoles en el Sahara, de Ricardo Baldó García (1977), Internamiento y resistencia, de Santiago, Lloris y Barrera (1981), Yo estuve en Kenadza, de Deseado Mercadal Bagur (1983), y Por tierras de moros, de José Muñoz Congost (1989) ................................................ 6.3. Los testimonios en el boom de la escritura del yo sobre el exilio republicano español en Argelia .................................... 6.3.1. La rearticulación de las identidades políticas de los exiliados ............................................................... ... en Exiliados españoles en el Sahara ......................................... ... en Internamiento y resistencia ................................................ ... en Yo estuve en Kenadza ........................................................ ... en Por tierras de moros........................................................... 6.3.2. La expresión performativa de las identidades políticas de los exiliados ............................................................... ... en Exiliados españoles en el Sahara ......................................... ... en Internamiento y resistencia ................................................ ... en Yo estuve en Kenadza ........................................................ ... en Por tierras de moros........................................................... 6.3.3. La tendencia a la convergencia en la narrativización de las experiencias represivas .......................................... ... en Exiliados españoles en el Sahara ......................................... ... en Internamiento y resistencia ................................................ ... en Yo estuve en Kenadza ........................................................ ... en Por tierras de moros........................................................... Conclusión parcial...........................................................................
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7. SCRIBO ERGO SUMUS IN MEMORIAM ....................................................... 7.1. La escritura de la segunda generación del exilio en el cambio de siglo (1996-2014) ................................................................ 7.2. Alcazaba del olvido, de Miguel Martínez López (2006), y Desde la otra orilla, de Helia y Alicia González Beltrán (2006)...................................................................................... 7.3. Las memorias en el “boom de la memoria histórica” .................. 7.3.1. La preponderancia del ensimismamiento filiativo ........... ... en Alcazaba del olvido ........................................................... ... en Desde la otra orilla ........................................................... 7.3.2. El ensanchamiento de lo filiativo a través de lo afiliativo ... en Alcazaba del olvido ........................................................... ... en Desde la otra orilla ........................................................... 7.3.3. Del distanciamiento afiliativo al apuntalamiento de la identidad política heredada .................................... ... en Alcazaba del olvido ........................................................... ... en Desde la otra orilla ........................................................... Conclusión parcial........................................................................... 8. Conclusión ................................................................................... 8.1. Los enclaves socioculturales y discursivos del exilio republicano español en Argelia (1939-2014) ............................ 8.2. Los peritextos de las escrituras del yo del exilio republicano español en Argelia .................................................................... 8.3. Los esbozos de las identidades y de las memorias del exilio de las escrituras del yo de los republicanos españoles en Argelia ................................................................................. 8.3.1. El tiempo de la “acogida” ............................................... 8.3.2. El tiempo de las Compagnies de Travailleurs Étrangers... 8.3.3. El tiempo de los Groupements de Travailleurs Étrangers En pocas palabras... .........................................................................
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Índice de abreviaturas ..................................................................... 605 Índice de ilustraciones.................................................................... 609 Bibliografía ...................................................................................... 611 Índice onomástico............................................................................ 685
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¿Para quién escribo? No lo sé, ni creo que ningún escritor bien nacido lo sepa. Para quien le dé la gana. Para quien le guste lo que y como escribo. (Aub, Diarios, 1998: 449)
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Agradecimientos
Cet enchaînement, ce tissu, est le texte qui ne se produit que dans la transformation d’un autre texte. [...] Il n’y a, de part en part, que des différences de différences et des traces de traces (Derrida y Kristeva, 1968: 142).
Este trabajo de investigación solo ha sido posible gracias al apoyo de muchas personas que han dejado su impronta indeleble en diferentes etapas del proceso de gestación y escritura del mismo. Por ello, me gustaría reconocer el esfuerzo a los responsables de esas huellas porque, como dice el sabio refranero español, “es de buen nacido ser agradecido”. Por estricto orden cronológico, quiero dar las gracias a Ana Pociello Sampériz y a María López Soriano, por su disposición a ayudarme a adquirir las primeras obras que analiza este trabajo. Por aquel entonces yo ya me encontraba en Montpellier, Francia, sin acceso a las imponentes redes de préstamo interuniversitario estadounidenses. En esta ciudad mediterránea me topé por casualidad con muchos españoles de Argelia, la semilla de la inspiración del proyecto. A todos ellos, gracias. También al GCSC, al Graduate Center for the Study of Culture, y al IPP, el International Promotions Program Literary and Cultural Studies, de la Justus-Liebig-Universität Giessen, por apostar por mí y por
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darme el soporte financiero e intelectual para que germinara. Además, sin mis estancias en la Biblioteca Nacional de España, el Archivo General de la Administración, la Fundación Anselmo Lorenzo en Madrid; en el Pabellón de la República en Barcelona; en la Fundación Max Aub en Segorbe y en los Archives Nationales d’Outre-mer, en Aix-enProvence, y sin la colaboración de sus bibliotecarias no hubiera encontrado las huellas fundamentales en las que se basa este trabajo: la de los exiliados republicanos en Argelia. Gracias. A mis directores de tesis, los catedráticos Verena Dolle y Manuel Aznar Soler por su —digámoslo— inusitada disposición y dedicación a la lectura y relectura crítica de mi tesis a lo largo de su proceso de gestación. Los fructíferos comentarios y sus sugerencias para fortalecer el hilo de la argumentación han sido trenzados e integrados en este tejido final. Gracias de corazón por estas huellas que han hecho florecer los primeros brotes del proyecto. A mis amigos Beatriz Vargas Casado, Nagore Barbero Lora, María Ayllón Barasoain, Asier Lafarga Fuentes, María López Soriano y Ana Pociello Sampériz y a mi tía Mónica González Ortega por el cariño y la ayuda desinteresada con la que han leído y aportado su granito de arena para que este trabajo pueda lucir bajo el sol del verano. Gracias. Y, por último, y, por ello, mucho más importante, a mi familia y especialmente a mi compañera de vida, Anne Christine Tvedt, sin la cual nunca hubiera podido osar aventurarme en esta odisea.
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Introducción
La Guerra de Troya ha terminado y, tras las penurias de una larga contienda, Ulises ansía volver a casa. Sin embargo, los dioses tienen preparado otro destino para él: toda una odisea le mantendrá alejado de Ítaca. Los vientos empujan los barcos hacia el norte de África. Allí viven los lotófagos, habitantes de una tierra donde se dice que crecen unas plantas que fomentan el olvido y hacen que quien las toma pierda el gusto de volver con noticias a casa. Al otro lado del mar, en Ítaca, Penélope teje y desteje un tapiz para no olvidarse de los que se han ido. Ulises, como los exiliados españoles de la Guerra Civil en la Argelia colonial francesa, decide no comer de la flor del loto y vive amarrado al recuerdo de su tierra. Las penurias y los naufragios que le separan de su tierra no harán que ceje en su empeño de volver a su hogar. Cuando por fin el destino le permite embarcar camino a casa, el viaje le ha cambiado y Penélope no le reconoce. Otra derrota, otro naufragio, ya en la tierra patria. No obstante, a Ulises no le falta perseverancia, y a pesar de las cicatrices del viaje, no duda en sacar sus cuadernos y tejer sus recuerdos a través de la escritura. Para acordarse y para recordar a la sociedad que existe. Sin embargo, Penélope lleva tantos años destejiendo que se ha convertido en un hábito. Penélope, de apellido España, está enferma y debe aprender a recordar. Los lotófagos comenzaron a exportar sus flores a precios muy
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interesantes y a ambas orillas del Mediterráneo su importación gozó de subvenciones estatales que estimularon su consumo. No obstante, demasiado lethe (olvido), como diría Penélope en su lengua materna, es letal. Para paliar los efectos de esta dolencia, Ulises, de apellido republicano español exiliado en Argelia, se aferra al papel para, por un lado, recordarle quién es, y para, por el otro, hacer frente a su dolor: el desarraigo espacial y de los marcos psico-socioculturales de referencia que le conducían a la certidumbre del ‘yo’ a través del pensamiento cartesiano —del cogito soberano— le lleva a tener que escribir ese ‘yo’ —a recurrir al scribo— para entramar(se) retrospectivamente como sujeto social y tratar de reinscribirse en el imaginario español. Este trabajo, titulado ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us), tiene como objetivo contribuir metafóricamente a atenuar los efectos de este padecimiento que aqueja tanto a Ulises como a Penélope. Para ello se propone estudiar diacrónicamente —desde un punto de vista macroestructural— los productos culturales de corte autobiográfico escritos por los exiliados republicanos españoles de la Guerra Civil en la Argelia colonial francesa. Este proyecto también tiene como fin analizar su rol como instrumento y medio de reconstrucción retrospectiva y discursiva de las memorias e identidades individuales y colectivas de los distintos grupos que coincidieron en este exilio. De ahí viene la irrupción del sufijo “(-us)” en el título de este trabajo, que si bien impone una falta de concordancia gramatical entre el sujeto que escribe y la primera persona del plural del verbo latino esse, marca el ‘nosotros’ desde el que los exiliados republicanos españoles de la Guerra Civil en la Argelia colonial articulan su identidad colectiva. Más específicamente, se propone examinar el entramado del recuerdo de su exilio en este departamento francés comprendido entre 1939 y 1945 en diez productos culturales de corte autobiográfico escritos entre 1939 y 2014. Este trabajo se enmarca dentro de los estudios de la memoria cultural y propone, como sugiere su título, responder a la exigencia que expresan estos exiliados en sus escrituras del yo de que se recuerde su dura experiencia en el exilio en Argelia para recordarse y recordar a los españoles quiénes son a través de la escritura. Así pues, ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) pretende recuperar y dar a conocer una parte de
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Introducción
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la memoria y de la identidad española reprimida tanto por la dictadura franquista y la ‘Transición del consenso’, como por las repúblicas francesa y argelina. El objetivo es contribuir a esta empresa en su vertiente académica y poner en circulación y, por tanto, en diálogo, otras versiones de este pasado reciente que comparten España, Francia y Argelia para que puedan ser incluidas de manera plural en sus respectivas memorias culturales. Sin embargo, a pesar de ser un tema en la encrucijada de tres países contemporáneos, este trabajo se centra en su inscripción dentro de la memoria cultural española, puesto que este es el marco cultural nacional en el que los autores de las escrituras del yo reclaman ser circunscritos, precisamente por haber sido expulsados del mismo con el exilio. El proyecto está estructurado en ocho partes: el capítulo 1, “El enclave del exilio republicano español de la Guerra Civil en la Argelia colonial francesa en (los estudios de) la memoria”, proporciona una contextualización espacio-temporal, sociohistórica y del estado de la investigación en el que se inscribe este trabajo. Un periodo que, por su extensión temporal de treinta y ocho años y por su impronta en la historia cultural de España y en la vida de las miles de personas que sufrieron la represión franquista en sus múltiples manifestaciones, puede considerarse toda una era, como la ha denominado la historiografía germanófona (cf. Bernecker, Spanien-Handbuch, 2006: 80; Rey, 2003: 113). Esta se examina paralelamente en dos apartados que corresponden a los dos espacios geográficos en los que se desarrolló: “La ‘era Francisco Franco’ en España” (1.1.) y “La era del exilio republicano español de la Guerra Civil” (1.2.), fuera de sus fronteras nacionales. La presentación de este periodo de tiempo dentro de las fronteras nacionales se realiza alrededor del motivo que causó el exilio —la pérdida de “la Guerra Civil” (1.1.1.) por parte del bando republicano—, de sus consecuencias políticas —la instauración de “la dictadura franquista” (1.1.2.), durante la que se desarrolló el exilio republicano español— y del proceso por el que esta se reformó durante “la ‘Transición’” (1.1.3.). Este proceso transicional convirtió a España en una monarquía constitucional que posibilitó, a su vez, el retorno seguro de los exiliados republicanos y, por lo tanto, el cierre de la era. La contextualización de este periodo de tiempo fuera de las fronteras
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nacionales españolas se realiza en torno a las principales áreas geográficas en las que se distribuyó numéricamente “el exilio republicano español en México” (1.2.1.), “en Francia” (1.2.2.) y “en la Argelia colonial francesa” (1.2.3.). En estas secciones se demuestra, además, que el análisis de los productos culturales de corte autobiográfico sobre el exilio republicano español en Argelia es todavía un desiderátum. El capítulo 2, “El retorno de la memoria del exilio republicano español en Argelia”, presenta el trabajo pionero de Max Aub de dar a conocer la experiencia que comparte con cientos de españoles que estuvieron internados en el campo de concentración de Djelfa en Argelia y expone cómo pretende continuar con su labor. Además, explica cómo se cubrirá el vacío en la investigación que supone el que no se hayan estudiado las escrituras del yo de los miles de compañeros de exilio de Max Aub que vivieron no solo en otros muchos campos de concentración en Argelia, sino también en libertad clandestina o legal en la colonia francesa. En un primer paso, la sección “Procedere con el corpus del exilio republicano en Argelia” (2.1.) presenta la ética profesional y las premisas epistemológicas neohistoricistas a partir de las que se analiza el material con el que trabaja este proyecto, organizado cronológicamente según la fecha de gestación de las obras: Diario de Gaskin, de Antonio Gassó Fuentes, escrito en los campos de concentración argelinos a finales de la década de los treinta, pero que ha sido publicado en 2013; Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve, publicada en 1957 durante el exilio del autor en Argentina; la obra de Carlos Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado español en el Norte de África 1939-1956 que, aunque fue escrita en 1964 durante el exilio del autor en Venezuela, vio la luz en el mundo editorial en España en 2008; Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García, publicado en el contexto de la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 en España en 1972; Exiliados españoles en el Sahara 1939-1943, una obra del mismo autor, de 1977; Internamiento y resistencia de los republicanos en África del Norte durante la Segunda Guerra Mundial, de Lucio Santiago, Gerónimo Lloris y Rafael Barrera, de 1981; Yo estuve en Kenadza. Nueve años de exilio, de Deseado Mercadal Bagur, de 1983, y Por tierras de moros. El exilio español en el Magreb, de José Muñoz Congost, de 1989, son las
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cuatro primeras obras publicadas sobre el tema en España durante la democracia. Por último, se incluyen en el corpus Alcazaba del olvido: el exilio de los refugiados políticos españoles en Argelia (1939-1962), de Miguel Martínez López y Desde la otra orilla: memorias del exilio, de Helia y Alicia González Beltrán, dos obras que se publicaron durante el “boom de la memoria histórica” en España, en 2006. En el siguiente apartado se explican los motivos y los mecanismos por los que este corpus se ha visto silenciado y metafóricamente exiliado de la memoria cultural española, francesa y argelina, y que condicionan su “difícil retorno” (2.1.1.). Además, se expone el “método de confección del corpus” (2.1.2.), compuesto por diez obras que han sido escogidas entre los más de setenta productos culturales de corte autobiográfico, recopilados en diferentes archivos y bibliotecas de España, Francia, Estados Unidos y Alemania, y clasificados durante más de tres años de investigación. Para ello, se justifican los criterios de selección de las obras que se han mantenido en el corpus: independientemente de dónde hayan sido publicadas, sus autores han experimentado en primera persona el exilio en Argelia tras el final de la Guerra Civil y han publicado una obra en formato de libro centrada en la reconstrucción de su vivencia en dicha colonia desde 1939 hasta 1945 o hasta el final de la década de los cuarenta. El siguiente subcapítulo, que muestra minuciosamente cómo se aplica el “método de análisis del corpus” (2.1.3.) del close reading —la lectura atenta— a cada uno de los niveles de análisis del material de trabajo, cierra la presentación del marco metodológico del proyecto. En un segundo paso, se presentan los “pilares teóricos” (2.2.) que sustentan el trabajo en torno a un eje teórico tripartito y circular: la memoria como fuente de la escritura del yo, que es a su vez el medio y vehículo para la construcción, no solo de la identidad, sino también de la memoria, concepto con el que se vuelve a cerrar el círculo. Primero, “¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” (2.2.1.) define el concepto de ‘memoria cultural’ sistematizado por Astrid Erll con el fin de explicar los modelos de recuerdo generados por los diferentes grupos políticos del exilio republicano español en Argelia a través del tiempo. El énfasis de Erll en el dinamismo, la contingencia y la tendencia hegemonizante de las diferentes modalidades de la ‘memoria cultural’
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permite explicar, en una lógica de círculos concéntricos, cómo las versiones de la memoria del exilio argelino generadas por los exiliados a través de la escritura del yo son tanto memorias culturales normativizadas dentro de cada grupo político en el exilio, como memorias comunicativas a nivel nacional. En este nivel, las memorias comunicativas de los exiliados no han actualizado su potencial memorístico, ya que no han gozado de gran recepción y, por lo tanto, siguen sin formar parte de su memoria cultural. Este argumento se refuerza con el concepto de ‘contradiscurso’ de Michel Foucault, que sirve para demostrar que las memorias comunicativas que contienen las escrituras del yo que analiza este trabajo producen una serie de contradiscursos que se enfrentan al discurso oficial franquista. Sin embargo, estos se rigen, al igual que el franquista, por instrumentos de producción de poder y de verdad por los que establecen discursos normativos sobre la memoria de su exilio y de su identidad, es decir, una ‘memoria cultural’ hegemónica dentro de cada grupo político en la diáspora. Segundo, “Scribo: la ‘escritura del yo’” (2.2.2.) expone este concepto como término hiperónimo que abarca una gran cantidad de subgéneros de acuerdo con la teorización de la autobiografía de Ángel Loureiro: un acto performativo de autoconstitución identitaria relacional y dialógica en dos fases: una fase ética en términos levinianos y una fase político-discursiva en términos foucaultianos. El objetivo de este capítulo es, por lo tanto, dilucidar brevemente cómo los objetos de estudio y los modelos de recuerdo y de identidad que los exiliados quieren transmitir en el proceso de escritura están influenciados e incluso conformados por su naturaleza relacional, es decir, por la reacción o la respuesta a una pluralidad de discursos situados en diferentes contextos socioculturales por medio de su adaptación a los mismos o de su confrontación antagónica. Tercero, “Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (2.2.3.) explica cómo se va a utilizar en este trabajo el concepto psicoanalítico de la ‘abyección’ de Julia Kristeva para revelar tanto la constitución de los imaginarios nacionales franquistas, franceses y argelinos a través de la abyección del ‘otro’ exiliado, como la reconstrucción que realizan los exiliados de su identidad individual y colectiva a
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través de la escritura del yo, siguiendo el mismo procedimiento para reaccionar a esta identidad impuesta. Si bien la identidad nacional franquista, francesa y argelina estableció al ‘otro-exiliado’ como su abyecto constitutivo unitario —“el rojo”, “le rouge”, “el rumí”—, como muestran los trabajos históricos revisionistas de la historia oficial franquista, el “rojo” no existía más allá del nivel del discurso. A pesar de que el Frente Popular trató de unificar a todos los defensores de la legalidad de la República, las disputas entre republicanos, socialistas, anarquistas y comunistas de diferentes facciones y sindicatos fueron tan decisivas durante los años de la contienda que se podría hablar de la existencia de una guerra en el seno del ‘bando republicano’ dentro de la Guerra Civil española. Así pues, ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) analiza la intención o incluso la obsesión de cada grupo de exiliados por construir una identidad política férrea, esencialista y normativa a partir del concepto de ‘gubernamentalidad’ de Foucault. Por último, se recurre a la teoría de la ‘performatividad’ de Judith Butler y al concepto ‘figuras del recuerdo’ de Jan Assmann para examinar las prácticas rituales descritas diegéticamente por los narradores de las escrituras del yo, su significado y su función de apuntalar la constitución de los exiliados como sujetos dentro de cada grupo político en sus construcciones identitarias variables a lo largo del tiempo. Los cinco capítulos siguientes (3-7) son el tronco de la investigación. En ellos se realiza un análisis sincrónico del corpus desde un punto de vista microestructural en cada uno de los cinco capítulos en los que se subdivide y que corresponden a los diferentes contextos históricos en los que se escribieron las obras de carácter autobiográfico sobre el exilio republicano en Argelia experimentado entre 1939 y 1945: el capítulo 3 examina las obras escritas desde el comienzo del exilio en 1939 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945; el capítulo 4 hace lo propio con las que lo hicieron desde entonces hasta la ratificación de la ley de censura del régimen franquista en 1966; el capítulo 5 se centra en las obras redactadas en este nuevo ambiente editorial que se extendió hasta la muerte de Francisco Franco en 1975; el capítulo 6 analiza las obras escritas desde la Transición que se puso en marcha entonces hasta el estallido del “boom de la memoria
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histórica” en 1996, y el séptimo y último capítulo examina los libros redactados desde entonces hasta 2006. El objetivo de este análisis es recuperar las diferentes construcciones de la memoria y de la identidad que proponen estos productos, así como su variación en función del distanciamiento entre el momento de la experiencia y el de la escritura y de las circunstancias históricas y sociopolíticas en las que se inscribe dicha escritura en tres niveles analíticos: contextual (X.1.), peritextual (X.2.) y textual (X.3.). Cada capítulo comienza situando las obras del corpus del exilio republicano español en la Argelia colonial francesa escritas en ese periodo, en relación con las del corpus de las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en la Francia metropolitana y examina sus similitudes y diferencias. En el primer apartado de cada capítulo se proporciona una panorámica del contexto sociocultural, histórico y discursivo en el que se insertan las biografías y las obras de los exiliados (X.1.). En el segundo apartado de cada capítulo se aumenta el foco de análisis y se procede al examen de los elementos peritextuales autorales y editoriales de las escrituras del yo (X.2.). En el tercer apartado se caracterizan las modalidades de la escritura del yo a las que corresponden las obras y los conceptos teóricos que, además del andamiaje teórico común de todo el trabajo, son pertinentes para el análisis textual de las mismas en cada contexto en el que se escribieron (X.3.). El tercer apartado de cada capítulo, es decir, cada análisis textual se estructura, a su vez, en tres secciones que reflejan las tres etapas del tiempo de la experiencia del exilio alrededor de las cuales todos los narradores de las escrituras del yo articulan de manera más o menos explícita sus memorias e identidades en el mundo diegético. En términos muy generales, que, además, varían en función de la idiosincrasia de cada momento en el que fueron escritas las obras, en una primera sección se examina el tiempo de la “acogida”, que transcurre desde el final de la Guerra Civil, el 1 de abril de 1939, hasta la movilización de los exiliados a las Compagnies de Travailleurs Étrangers a principios de 1940 (X.3.1.). En una segunda sección se analiza el periodo que discurre desde entonces hasta la instauración del régimen de Vichy, en junio de 1940, en el que se derivó a los exiliados a los Groupements de
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Travailleurs Étrangers (X.3.2.). Por último, una tercera sección examina la etapa que transcurre desde entonces hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 o hasta el final de su exilio (X.3.3.). No obstante, esta categorización del tiempo diegético se considera un andamiaje flexible que debe facilitar y no constreñir el análisis de las obras. Esta manera de estructurar los capítulos de análisis sincrónico de las escrituras del yo microestructuralmente se deriva del propio material de análisis, lo que permite inferir el desarrollo de los modelos de memoria y de identidad que generan los exiliados en Argelia en su narrativización de estas tres etapas del tiempo de la experiencia. Estos modelos se formulan a modo de tesis en los títulos de cada una de las tres secciones (X.3.1.; X.3.2.; X.3.3.). Además, esta estructura hace que se pueda observar la evolución del entramado de estas tres etapas en función del momento en el que los autores escriben sobre dicha experiencia desde 1939 hasta 2006 en el análisis diacrónico de las obras a nivel macroestructural. Asimismo, posibilita la deducción fenomenológica de las diferentes funciones que tiene el acto de la escritura en cada contexto sociohistórico, como queda reflejado en los títulos latinos de los capítulos analíticos (3-7). No falta una conclusión (8) que presenta sintéticamente los resultados de la investigación siguiendo la estructura de cada capítulo analítico y los diferentes niveles y temporalidades en torno a los que esta se articula. Así, se dará por finalizada la terapia de Penélope, de apellido España, que —si ha surtido su efecto— podrá reconocer a Ulises, de apellido exiliado republicano español en Argelia, dejar de destejer y recibirle en su memoria cultural como se merece. Alea iacta est.
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En el título de esta sección pueden encontrarse las coordenadas espacio-temporales que enclavan este proyecto más allá de las fronteras españolas: en la intersección de la geografía con la memoria española, de donde son expulsados los exiliados republicanos españoles de la Guerra Civil; de la geografía y de la memoria francesa colonial, donde se ven relegados a los márgenes del espacio social en los diferentes tipos de campos de concentración o silenciados bajo el colectivo de pieds-noirs; y de la geografía y de la memoria argelina tras la independencia de Argelia en 1962, que les hace abandonar el país por el ímpetu argelino de acabar física y simbólicamente con el legado europeo
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colonial. Esta sección contextualiza estas coordenadas en el espacio, en el tiempo y en el ámbito académico y proporciona una visión de conjunto del estado de la investigación en el que se sitúa este trabajo. Como se comentaba con anterioridad, esto se realiza desde el prisma de la memoria cultural española, puesto que este es el marco cultural nacional en el que los autores de los productos culturales analizados en este trabajo reclaman ser inscritos. Así pues, desde un punto de vista general, ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se enmarca dentro de la investigación interdisciplinar e internacional sobre la memoria de la Guerra Civil española y del exilio que causó, de la dictadura franquista y de la Transición. Más específicamente, se inscribe dentro del enfoque transnacional del ‘estudio de la cultura’ propuesto y llevado a cabo por el International Center for the Study of Culture (GCSC) de la Justus-Liebig-Universität Giessen, en el campo de los estudios de la memoria cultural1. Según Andreas Huyssen (cf. 2003: 11), los estudios de la memoria emergieron durante los procesos descolonizadores de los años sesenta que contribuyeron al cuestionamiento de los modelos epistemológicos eurocentristas y patriarcales y a desterrar el énfasis moderno en los “futuros presentes” para favorecer los “pasados presentes” fomentados por el posmodernismo. Sin embargo, el verdadero boom de los estudios de la memoria tiene lugar en la década de los ochenta y de los noventa. Este boom se caracteriza por la aparición de un gran número de investigaciones
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Se diferencia de los cultural studies británicos en que el ‘estudio de la cultura’ no se considera un agente político per se. Además, destaca por la pluralidad metodológica que propone, que contrasta con los enfoques marxistas, pragmáticos y empíricos, típicos de los cultural studies. Asimismo, a diferencia del énfasis en el cientifismo y en la metodología que privilegia la abstracción teórica de los Kulturwissenschaften, el ‘estudio de la cultura’ se caracteriza por su enfoque semiótico y autorreflexivo de la cultura, que explora interdisciplinar, multimetodológica, traslacional y transnacionalmente cómo las circunstancias sociales, la tradición cultural y también la académica estructuran y moldean la cultura. Además, se concibe la ‘cultura’ como una fuerza activa, cuyo poder performativo interviene en la producción de la realidad. Para recabar más información al respecto, véase Nünning, “Towards Transnational Approaches to the Study of Culture” (cf. 2014: 23-49).
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históricas, literarias, sociológicas, así como de literatura y de otros productos culturales sobre el Holocausto. El calado social y académico de estos estudios allanó el camino a los estudios de los “desaparecidos” de los regímenes militares latinoamericanos de los años setenta y ochenta, los crímenes del estalinismo en el este europeo, los genocidios de Ruanda, Bosnia y Kosovo, la Guerra Civil y la dictadura franquista en España, entre tantas otras catástrofes provocadas por el ser humano. Astrid Erll señala tres factores que explican la emergencia de este boom de la memoria a nivel internacional: la entrada del siglo xxi supone la progresiva e irremediable desaparición de la generación que experimentó la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y las varias guerras civiles y procesos descolonizadores que tuvieron lugar en el siglo pasado. Por ello, la rueda del tiempo insta a los estudiosos de la memoria a apresurarse a recopilar y reconocer versiones marginadas de estos procesos históricos (cf. Erll, Kollektives Gedächtnis, 2005: 3). Además, el cambio tecnológico de los medios de comunicación, así como el impacto de internet como plataforma para comunicar recuerdos tienen un papel sustancial en el impacto y en la estabilización de los estudios de la memoria (cf. ibid.: 3). Por último, la autora alude a la influencia del posmodernismo y del postestructuralismo en la reconsideración de los paradigmas teóricos de la memoria en el mundo académico (cf. ibid.: 4). En lo que al tema del que se ocupa este trabajo se refiere, es posible identificar estos tres factores en el desarrollo mediático, académico y social de la memoria del pasado español más reciente, de cuya contextualización se ocupan los próximos apartados.
1.1. La “era Francisco Franco” en España Todos aquellos que permanecieron fieles al gobierno legítimo de la Segunda República española tuvieron que esperar treinta y seis años para ver el final de la “era Francisco Franco”, que comenzó con su derrota en la Guerra Civil española (1.1.1.), se desarrolló políticamente como una dictadura a título vitalicio (1.1.2.) y finalizó con la Transición a la democracia en España (1.1.3.). A continuación, se expone el contexto histórico de cada una de estas etapas dentro de las fronteras
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geográficas españolas y se hace dialogar con los intentos políticos de los exiliados de acabar con el régimen y de poder cruzar dicha frontera. Se presta especial atención a la dictadura franquista, puesto que es el motivo de la dilatación temporal del exilio republicano español, el verdadero foco de este trabajo. 1.1.1. La Guerra Civil El 17 de julio de 1936 el bando liderado por Francisco Franco asestó un golpe de Estado contra el gobierno legítimo de la República española, que había sido constituido democráticamente en 1931. Esta fecha marca temporalmente el inicio de la última guerra civil española, denominada, tanto popular, como académicamente la “Guerra Civil”. Y es que, a pesar de que la historiografía española e internacional haya capitalizado y metonimizado esta última contienda, la historia española de finales del siglo xix y principios del xx es especialmente convulsa a nivel político y social y no puede ser entendida sin la integración de esta en un panorama más amplio en el que tuvieron lugar otros conflictos armados internos2. Desde la denominada Guerra de la Independencia hasta las Guerras Carlistas —invisibilizadas discursivamente todas ellas en otras formas lingüísticas (cf. Canal, Banderas, 2006: 20-21)— se produjeron en España unos cuarenta levantamientos militares (cf. Angoustures, 1995: 34). Desde 1898, con la pérdida de las últimas colonias en ultramar —Cuba, Puerto Rico y las Filipinas—, pasando por la “Semana Trágica” de 1909, hasta las huelgas ferroviarias e industriales que tuvieron lugar entre 1917 y 1923 (cf.
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Véase el número 55 de Ayer editado por Jordi Canal. De especial interés es el artículo del propio Canal en el que utiliza el plural ‘guerras civiles’ para analizar los conflictos sociopolíticos decimonónicos españoles, franceses, italianos y portugueses. El autor caracteriza el siglo xix español como una “larga guerra civil” (“Guerra civil y contrarrevolución”, 2004: 49) “abierta o en estado latente” (ibid.: 47). Otro estudio editado por este mismo autor junto con González Calleja defiende la tesis de que las guerras civiles de los siglos xix y xx son claves para comprender el desarrollo histórico de Europa (cf. 2012: 1).
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Jackson, 1986: 22) se cuentan cuarenta y cuatro gobiernos diferentes (cf. Bernecker, Sozialgeschichte Spaniens, 1990: 221). Ni la Primera República (1873-1874) ni la Restauración borbónica (1874-1931), durante la cual el rey Alfonso XIII apoyó tanto la dictadura de Primo de Rivera como la “dictablanda” del general Dámaso Berenguer, implantaron reformas que consiguiesen estabilizar a un país con una economía semiindustrial, todavía mayoritariamente agraria de tipo latifundista y con unas tasas elevadas de analfabetismo3. El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República española, “la niña bonita” que gran parte de la población celebró con euforia (cf. Tusell, Historia de España 2, 2000: 12-13). Incluso Alfonso XIII interpretó los resultados de las elecciones como un voto en contra de la monarquía. Así lo afirmó en su manifiesto de despedida, publicado el 17 de abril de 1939 antes de que se fuera del país. La Constitución de 1931 convirtió a España en un país secular y puso en marcha numerosas reformas pioneras que modernizaron el país social y económicamente. Entre estas destacan la de las autonomías, la del ejército, la introducción del sufragio femenino y la Ley de Reforma Agraria para la expropiación con indemnización de los grandes latifundios que no fuesen explotados por sus dueños de manera directa. Estas medidas no fueron bien recibidas por ciertos sectores católicos, monárquicos, conservadores y/o derechistas nacionales e internacionales, lo que, entre otras razones, como por ejemplo el asesinato de José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936, fomentó la agitación social que justificó la ya fraguada conspiración política que provocó, por su parte, la insurrección militar de un sector derechista del ejército contra el gobierno
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Tusell matiza los esbozos realizados por algunos historiadores “principalmente extranjeros” (Historia de España 2, 2000: 15) que tienden “a presentar la etapa republicana como un anacronismo en la Europa de la época”. Según este historiador, la España de la década de los treinta no se caracterizaba ni por tener una economía de base agraria, ni una población mayoritariamente rural (cf. ibid.: 16). En concordancia con los datos aportados por Vilanova Ribas y Moreno Juliá, en 1920 la tasa de analfabetismo era del 68% entre la población de más de diez años. En 1930 la tasa descendió hasta el 50% (cf. 1992: 169).
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legítimamente establecido4. Esta insurrección desembocó en una Guerra Civil en la que, en palabras de Casanova, “cristalizaron [...] batallas universales entre propietarios y trabajadores, Iglesia y Estado, entre oscurantismo y modernización, dirimidas en un marco internacional desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y del fascismo” (Casanova, República y Guerra Civil, 2014: xvii). Esta contienda finalizó el 1 de abril de 1939 con la victoria del bando sublevado. Poco antes, el 27 de febrero, Francia e Inglaterra habían reconocido el gobierno franquista establecido en Burgos5. El 5 de marzo de 1939, el coronel teniente Segismundo Casado se había sublevado contra el gobierno de la República, presidido por Juan Negrín, y la flota republicana había huido a Bizerta6. Esta concatenación de sucesos provocó la pérdida de la zona centro-este y con esta el derrumbamiento de la Segunda República y el fin de la Guerra Civil, que condujo a casi medio millón de españoles al exilio7. Para otros
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Este trabajo no considera que pueda explicarse la Guerra Civil desde una perspectiva únicamente nacional. En esta misma línea, los trabajos de Viñas, Franco, Hitler (2001); Miralles (2003); Moradiellos, Franco frente a Churchill (2005); Tusell, Avilés Farré y Pardo (1994); Graham, The spanish republic at war (2002); Preston y Mackenzie (1996); y Balfour y Preston (2002), entre muchos otros, insisten en la implicación de las potencias internacionales en la conspiración que llevó a la insurrección contra la Segunda República y al desarrollo de la Guerra Civil. Léon Bèrard, representante del gobierno francés, llegó a Burgos el 3 de febrero de 1939 para preparar el reconocimiento de iure del gobierno de Franco (cf. Bahamonde Magro y Cervera Gil, 2000: 215). Lord Halifax hizo lo propio en representación de Gran Bretaña, ya que, opinaba, era obvio que Franco iba a ganar la guerra y que, por lo tanto, había que entenderse con él (cf. ibid.: 222). Sobre el final de la Guerra Civil y la polémica sobre el golpe de Estado del teniente coronel Casado en contra de Negrín, véase Preston, Las tres Españas del 36 (1998); Romero (1976); Bahamonde Magro y Cervera Gil (cf. 2000: 233-421); o, más actual, De Azcárate y Viñas (2010). Sobre la huida de la flota republicana desde Cartagena hasta Bizerta y sus consecuencias, que la Segunda República se viera desprovista de barcos para evacuar a la población civil, véase Martínez Leal, República y Guerra Civil (1993). No es el objetivo de este libro aportar un análisis exhaustivo de las reformas implantadas durante la Segunda República, ni de las causas, ni del desarrollo de la Guerra Civil. Entre el elevado número de publicaciones sobre estos temas
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muchos republicanos supuso lo que Aznar Soler ha denominado el ‘insilio’, el exilio emocional e ideológico que sufrieron los republicanos que tuvieron que vivir en España durante la dictadura franquista que instauró el bando sublevado al final de la contienda (cf. “Los conceptos de “exilio” y “exilio interior”, 2008: 59). 1.1.2. La dictadura franquista Con el fin de la Guerra Civil, España se convirtió en una dictadura concentrada en el gobierno de Francisco Franco. Tras una primera fase de coqueteo con el fascismo italiano y el nazismo alemán, Franco no tardó mucho en dejar atrás sus ambiciones imperialistas en el norte de África, en el Sáhara y en Guinea. Con el cese en el gobierno del germanófilo Serrano Suñer el 3 de septiembre de 1942 y su sustitución por el general Jordana, de tendencia neutralista, Franco no solo había salido victorioso de la mayor crisis política interna de su dictadura entre los componentes de la coalición conservadora que formaran el bando sublevado durante la Guerra Civil (cf. Preston, Camprodón y Falcón, 1998: 580). Esta sustitución también significó una renuncia a la ambigüedad de su política exterior, sobre todo a partir de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y de su desembarco en el norte de África. Desde esta posición más estable, Franco pudo, además, superar las insistentes presiones monárquicas8. La vuelta a la neutralidad española fomentada por Jordana y su sucesor, José Félix de Lequerica, con la repatriación de
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destaca el trabajo histórico que realizó a finales de los ochenta Tuñón de Lara, La segunda república (1989). Sobre el desarrollo de la Guerra Civil, véase Beevor (2006) o Preston, Revolution and war in Spain (1984). Véase Moradiellos, La España de Franco (cf. 2000: 67). Don Juan, hijo de Alfonso XIII y heredero al trono, escribió una carta a Franco en marzo de 1943 exigiéndole “el rápido tránsito a la Restauración” (Sáinz Rodríguez, 1981: 354355). Pocos meses después, en septiembre del mismo año, el dictador español recibió una carta firmada por ocho de los doce tenientes generales del ejército en la que le instaban a “dotar a España de un régimen estatal [...] la forma monárquica” (López Rodó, 1977: 43; Payne, El régimen de Franco, 1987: 339-340; Marín, Molinero y Pere, 2001: 52-53).
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la División Azul de Rusia en 1943 y la interrupción de las exportaciones de wolframio a Alemania en 1944 (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 80-82; Di Febo y Juliá, 2005: 46) preparó el camino a Franco hacia su cambio de imagen. En este periodo, el franquismo se constitucionalizó e institucionalizó en torno a cinco leyes fundamentales (cf. ibid.: 51) para promover una apariencia democrática de la política interna de su régimen “orgánico y católico” (Franco Bahamonde et al., 1964: 110). Esta estrategia retórica le permitió, a su vez, alinearse con los países democráticos anticomunistas y católicos en su lucha contra el ‘peligro’ soviético9. Sin embargo, la “derrota final de Alemania en mayo de 1945 significó el inicio de un largo purgatorio para el régimen franquista en el ámbito internacional” (Moradiellos, La España de Franco, 2000: 69). Su posicionamiento con el eje, y sobre todo la falta de evolución del régimen franquista entre 1939 y 1945, le costó el aislamiento internacional hasta finales de la década de los cuarenta (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 115). España se vio excluida del Consejo de Europa, de la OTAN, del Plan Marshall —que tanta falta le hacía a la hambrienta sociedad española— e incluso del Tratado de Roma de 1957 del que surgió la Comunidad Económica Europea (cf. Moradiellos, La España de Franco, 2000: 100; Tusell, La España de Franco, 1989: 125). El año 1946 fue uno de los más duros del franquismo a nivel diplomático debido al ostracismo internacional al que tuvo que hacer frente (cf. Portero, 1989: 153-154). No obstante, las tensiones entre Estados Unidos y la URSS, que desembocarían un año más tarde en la doctrina Truman de contención anticomunista de la que ya se llamaba la “Guerra Fría”, provocaron la progresiva relajación del “cerco diplomático sobre la España franquista” (Moradiellos, La España de Franco, 2000: 99). Franco ofreció ese mismo año a Estados Unidos bases militares y ayuda logística en el territorio español en su lucha contra el comunismo. Como respuesta a la buena disposición española, Estados Unidos
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El Fuero del Trabajo, la Ley de Cortes, el Fuero de los Españoles, la Ley de Referéndum y la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado (cf. Di Febo y Juliá, 2005: 50-52).
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se opuso en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a que España recibiera nuevas sanciones (cf. Portero, 1989: 163). Un año más tarde, Francia reabrió la frontera con España y ambos países firmaron un tratado comercial, secundado por Gran Bretaña y Estados Unidos meses más tarde. En 1950, la ONU revocó por mayoría la condena a España de 1946 gracias al apoyo estadounidense y a la abstención inglesa y francesa. En virtud de esta resolución, los embajadores occidentales regresaron a Madrid (cf. Moradiellos, La España de Franco, 2000: 100). En 1951 comenzaron las conversaciones secretas con Estados Unidos sobre un acuerdo militar y económico bilateral que fue sellado el 16 de septiembre de 1953. España recibió así ayuda económica y material bélico a cambio de la utilización de instalaciones y bases militares españolas sin necesidad de consulta previa (cf. Viñas, Los pactos secretos, 1981: 198-200). Este éxito diplomático, junto con el del concordato con el Vaticano a finales del mes anterior, contribuyó a que España pudiera ingresar definitivamente en la ONU en 1955. De este modo, el régimen franquista quedaba consolidado a nivel nacional e internacional y entraba en una etapa de madurez (cf. Payne, “Gobierno y oposición”, 1996: 64) o incluso de apogeo (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 129). De puertas adentro, la realidad española distaba mucho de la imagen que vendía el régimen. La España de la posguerra se caracterizó por una férrea represión social y por la hambruna y la miseria causada por la Guerra Civil y por la “voluntaria autarquía económica” (Moradiellos, La España de Franco, 2000: 81) que la sucedió. Pocos pudieron escapar de la represión franquista, que estaba sustentada por un sólido aparato legal10. Las cárceles abarrotadas, los campos de concentración, los batallones disciplinarios y de trabajadores, los
10 Richards considera que la hambruna fue un elemento complementario de la represión (cf. 1999: 196). Entre la legislación que la gestionaba se encuentra la Ley de Responsabilidades (aplicable hasta 1966), la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo (vigente hasta 1964), la Causa General, la Ley de Seguridad del Estado y la Ley de Represión del Bandidaje y Terrorismo. En 1963 se fundó el Tribunal de Orden Público (en funcionamiento hasta 1977) para
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fusilados, los desaparecidos y los depurados fueron solo la cara visible de la moneda. Como afirma Sánchez Albornoz, la España de entonces era “una inmensa prisión en la que toda persona tenía sus movimientos restringidos” (“Cuelgamuros”, 2003: 9). Ya durante la guerra, la Junta de Defensa se había encargado de crear instrumentos jurídicos para juzgar según el código jurídico militar a aquellos que habían luchado por la legitimidad de la Segunda República tanto en su vertiente militar como ideológica. Si el 17 y 18 de julio de 1939 se había declarado el estado de guerra —que se mantuvo hasta 1948—, diez días más tarde se publicaba el “delito de rebelión” (ibid.: 32). Esta ley juzgaba por procedimiento sumarísimo a los que habían defendido el orden constitucional vigente anterior al golpe de estado de 1936 a partir de octubre de 1934. Así pues, y de acuerdo con este sistema jurídico, el fin de la Guerra Civil significó para todos los partidarios de la República el exilio o la represión, que en palabras de González Calleja era un “entramado global y coherente de control social” (ibid.: 47) que abarcaba todos los ámbitos de la vida. El régimen franquista no solo persiguió y castigó a los perdedores y a sus familias —rompiendo su promesa de que no perseguiría a los que no tuvieran las manos manchadas de sangre—, sino que también manipuló y remodeló sistemáticamente la memoria española sobre su pasado más reciente a través de sus consortes ideológicos: la Iglesia católica y el Movimiento11. Sus objetivos comunes eran “aniquilar el pasado liberal republicano, militarizar el orden público, regimentar la vida económica y social y recatolizar la sociedad y evitar cualquier contagio con el exterior” (Di Febo y Juliá, 2005: 31). Estos consortes dominaban todos los ámbitos culturales y educacionales, ya que
continuar tomando represalias contra los enemigos políticos del régimen (cf. Arnabat Mata, 2013: 37). 11 El Movimiento fue el “partido” que creó Franco por decreto en abril de 1937; un partido único al estilo fascista que amalgamaba a los falangistas y a los carlistas en la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (la FET y de las JONS). Este decreto ordenó a su vez la disolución del resto de partidos y sindicatos que apoyaron la sublevación militar contra la Segunda República (cf. Ortiz Heras, Memoria e historia, 2005: 117).
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no solo se encargaban de la educación oficial reglada y del servicio de censura. También se ocupaban de las secciones de la Falange para niños y jóvenes, y de la misa y de los servicios de catequesis, prácticamente obligatorios, donde la población, sobre todo la más joven, era indoctrinada durante su tiempo libre. Este panorama represivo indujo a una apatía popular que dificultaba la reconstrucción de la oposición del interior y que bloqueaba las iniciativas de la oposición exiliada12. La división política del frente republicano ya caracterizaba los últimos meses de la Guerra Civil. No obstante, la decisión de Diego Martínez Barrios de no cumplir con su deber constitucional de asumir la presidencia de la República tras la dimisión de Manuel Azaña en febrero de 1939 puso la legitimidad republicana en jaque (cf. Heine, 1983: 28-33; Viñas, El desplome, 2009: 247-254; 557 y 572). El golpe de Estado de Casado al gobierno de Juan Negrín tambaleó todavía más dicha legitimidad. A pesar de que Juan Negrín se aferró a la “ficción de su mandato constitucional” (Moradiellos, La España de Franco, 2000: 91), hasta principios de 1945 el exilio solo acentuó las divisiones entre los “negrinistas” y los “antinegrinistas”, liderados por el socialista Indalecio Prieto. A propuesta de este, la diputación permanente en París declaró al gobierno de Negrín disuelto y se otorgó el control de los medios financieros de la República. Esta resolución, según Heine, es de discutible constitucionalidad (cf. ibid.: 31). Sin embargo, no fue hasta 1943, con la derrota alemana en la batalla de Stalingrado, percibida como indicador del cambio de signo de la guerra, cuando tuvo lugar una movilización política considerable (cf.
12 Sobre la represión franquista, sus sistemas carcelarios, sus campos de concentración y de trabajos forzados y sus fosas comunes, véase el controvertido libro de Preston, El holocausto español (2011), así como los estudios de J. Rodrigo, Los campos de concentración franquistas (2003); Llarch (1975;) el artículo de Rodríguez Tejeiro (2007) y el de Molinero, “Campos” (2003). Esta última historiadora, miembro del CEFID, Centre d’Estudis sobre les Epoques Franquista i Democràtica, también ha editado, junto con Sobrequés i Callicó y Tintó Sala, Una inmensa prisión (2003), un volumen muy completo sobre los campos de concentración y las prisiones que estuvieron en funcionamiento durante la Guerra Civil y el franquismo.
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Tusell, La España de Franco, 1989: 97). Ya había habido intentos de los comunistas de agruparse en torno a la UNE, la Unión Nacional Española, y de incluir bajo su dirección a las diferentes facciones de la oposición, incluyendo la derecha13. Los socialistas y los republicanos, por su parte, hicieron lo propio a través de la JEL, la Junta Española de Liberación (cf. Di Febo y Juliá, 2005: 66). No obstante, en contraste con el afán unificador de la UNE, esta formación excluyó de sus filas al Partido Comunista de España, el PCE, a la Confederación Nacional de Trabajadores, la CNT, y a la Unión General de Trabajadores, la UGT (cf. Borrás, 1976: 31). En el interior de España se creaba en octubre de 1944 la Alianza de Fuerzas Democráticas, la ANFD, en la que socialistas, republicanos y anarquistas se comprometían a luchar por la legitimidad republicana. Esta alianza excluía al PCE, pero se mostraba abierta a colaborar con los grupos monárquicos opuestos a Franco en torno a don Juan de Borbón (cf. Fernández Vargas, 1981: 139-140). Además, el artículo tercero de la Carta del Atlántico, suscrita el 14 de agosto de 1941, reconocía el derecho de cada pueblo a elegir su forma de gobierno. Por su parte, Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética se comprometían por la declaración de Yalta del 12 de febrero de 1945 a fomentar que los pueblos de los antiguos estados satélites del Eje solucionaran “sus problemas por medios democráticos” (Borrás, 1976: 6). La aparente disposición de los aliados a derrocar a Franco alentaba a los exiliados de todo signo político a luchar por el triunfo de la democracia. El propio don Juan de Borbón, que había sido nombrado heredero antes de la muerte de su padre Alfonso XIII en 1941, publicaba días después de la Conferencia de Yalta el manifiesto de Lausana, en el que requería a Franco que “abandone el poder y dé libre paso a la restauración del Régimen Tradicional de España” (Marín, Molinero y Pere, 2001: 54). Meses más tarde, en junio de 1945, las esperanzas parecían ser más realistas que nunca, ya que las Naciones Unidas
13 La UNE fue disuelta por impopularidad hacia finales de 1945 a causa de su tendencia absolutista. El propio PCE llegó a repudiarla años más tarde (cf. Borrás, 1976: 25; Palacio Pilacés, 2010: 247).
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condenaban unánimemente en San Francisco el régimen franquista. Sin embargo, para estas fechas, todavía no se habían restablecido las instituciones democráticas republicanas, por lo que tan solo asistiría una delegación de la Junta Española de Liberación de México, a título de observadora y sin capacidad de voto (cf. Borrás, 1976: 8). El éxito de San Francisco contribuyó meses más tarde a la revitalización de la oposición. Se trató de invadir sin éxito el valle de Arán y se reconstituyeron las instituciones republicanas. Martínez Barrio fue elegido presidente de la República. Juan Negrín dimitió y José Giral, de Izquierda Republicana, fue nombrado presidente del gobierno (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 100). Se creó un gobierno de coalición republicana sin comunistas, ni socialistas negrinistas (cf. Moradiellos, La España de Franco, 2000: 91-92). No obstante, la apariencia de unidad del gobierno legítimo llegaba demasiado tarde y la división interna sobre la forma de gobierno que debía sustituir al dictador mermó la efectividad de sus esfuerzos. Giral propiciaba la república a priori, frente a la propuesta de las potencias democráticas de formar un gobierno de concentración nacional que facilitase la transición para después elegir mediante plebiscito el tipo de gobierno (cf. Borrás, 1976: 42). El fracaso de las negociaciones con los aliados para que reconocieran la legitimidad de la República provocó la dimisión de Giral. Lo sustituyó el socialista Rodolfo Llopis en febrero de 1947, quien dio entrada a comunistas y anarquistas en su gobierno para sostener la continuidad del gobierno de la República. Este giro fue bien visto por Francia, pero no por Gran Bretaña y Estados Unidos en el clima de la Guerra Fría y su anticomunismo (cf. Di Febo y Juliá, 2005: 69-70). En agosto del mismo año, Llopis presentó su dimisión y el gobierno presidido por Álvaro de Albornoz formó un gobierno compuesto únicamente por representantes republicanos nacionales (cf. Borrás, 1976: 45). Sin embargo, fue Indalecio Prieto el que adquirió un papel preponderante en la oposición exiliada a partir de 1947 (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 100). Prieto inició negociaciones con los monárquicos sobre el futuro español que culminaron en el pacto de San Juan de Luz en agosto de 1948, en el que los socialistas hicieron muchas concesiones (cf. Borrás, 1976: 46):
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¡RECUERDA! Scribo ergo sum(-us) [...] la concesión de amnistía, garantías de orden público sin venganzas ni represalias, eliminación de toda influencia totalitaria en el futuro gobierno, incorporación de España al grupo de naciones occidentales, libertad religiosa y consideración especial a la religión católica, para terminar con una consulta a la nación después de la devolución de las libertades (Di Febo y Juliá, 2005: 70).
Aun así, los socialistas se vieron traicionados, ya que casi simultáneamente se celebraba una reunión en el yate Azor entre don Juan de Borbón y Franco14. A estas alturas, el régimen franquista ya había superado su peor momento. La dura represión recogía sus frutos: la guerrilla podía considerarse controlada y la oposición vivía su mayor declive. El régimen entraba así en una fase de apogeo y de estabilidad por su reconocimiento en el ámbito internacional. Los exiliados así lo comprendieron y comenzaron a darse cuenta de que su exilio no era tan provisional como creían y muchos decidieron asentarse en sus lugares de exilio. En el caso que aquí nos concierne, el de los exiliados republicanos españoles en Argelia, es con este momento histórico con el que los autores de las escrituras del yo cierran el tiempo del relato. Es también aquí donde termina esta caracterización de la dictadura franquista en diálogo con el periodo del exilio narrativizado en las escrituras del yo. La mayoría de los exiliados salieron de Argelia en los albores de la independencia argelina, pero no vivieron de cerca la etapa del desarrollismo franquista de los sesenta, ni el movimiento estudiantil español, ni tampoco los estertores de la dictadura. No obstante, todos estos factores condicionaron el entramado retrospectivo del recuerdo de su exilio en Argelia. Por ello, se reserva la contextualización de la evolución de la dictadura desde su estabilización en la década de los cincuenta hasta la muerte del dictador en 1975 para el primer apartado de cada capítulo de análisis del corpus (X.1.). En estos apartados se lleva a cabo un análisis exhaustivo y dialógico, tanto
14 Sin embargo, las relaciones entre socialistas y monárquicos no se rompieron hasta 1951 (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 105).
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de las circunstancias y de los discursos históricos que influyeron en la construcción de las identidades y de las memorias del exilio argelino entre 1950 y 2006, como de la reacción de los exiliados a dichas circunstancias y/o discursos a través de sus escrituras del yo. 1.1.3. La Transición Tras la muerte de Franco en 1975, España se constituyó como una monarquía constitucional a través de un proceso transicional conocido como la ‘Transición’. Este proceso culminó políticamente con la ratificación de la Constitución de 1978, que consiguió dotar a España del periodo de estabilidad política más largo de su historia reciente15. Durante la década de los ochenta y de los noventa, el orgullo sobre el éxito de la ‘Transición’ consensual trascendió las fronteras nacionales y se constituyó como un modelo a seguir a nivel internacional (cf. Marías, 1981: 275; Morodo, 1982: 156; Rodríguez Adrados, 1997: 404; Cuenca Toribio, 1999: 131). De hecho, algunas transiciones sudamericanas, como la de Uruguay, declaran haberla tomado como guía para hacer la suya (cf. Werz, 2008: 201). Sin embargo, con el cambio de siglo surgieron voces críticas con la Transición en los departamentos universitarios de Historia y Sociopolítica, como las de Aguilar Fernández, Gallego Morán, Colmeiro, Medina Domínguez y Quaggio, entre otros16. Estos estudios ponen en
15 En el apartado “6.1. La escritura sobre el exilio desde la Transición hasta el ‘boom de la memoria histórica’ (1975-1996)”, se lleva a cabo un análisis más detallado del proceso transicional en el que se insertan las obras del corpus publicadas en este periodo (cf. 351-361). Para un análisis minucioso del modelo transicional español y de su proceso de gestación y de desarrollo, véase García San Miguel (1981); Maravall (1981); Clark y Haltzel (1987); y Prego (1995). 16 Desde una perspectiva más cultural sobre la negociación del discurso transicional modélico por parte de intelectuales y artistas a ambos lados del Atlántico, véase Martín-Estudillo y Ampuero (2008). Aunque estas voces críticas recibieron reconocimiento y relevancia social sobre todo a partir del año 2000, esta corriente crítica ya existía en la década de los ochenta y los noventa. Véase, por ejemplo, Cebrián (1980); o Morán, Adolfo Suárez (1979) y El precio de la transición (1991).
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entredicho su gestión de la memoria de la Guerra Civil y del franquismo y se centran en el análisis de las consecuencias de la Ley de Amnistía de 1977, en la que se basó el proceso de transición a la democracia. Esta ley despenalizó todos los crímenes políticos cometidos entre el 18 de julio de 1936 y el 15 de diciembre de 1976, lo que permitió, por un lado, que los exiliados políticos pudieran volver a España y que las personas que cumplían condenas en las cárceles españolas por no satisfacer la normatividad franquista pudieran ser puestas en libertad17. No obstante, estos autores insisten en que, por el otro, provocó también la declaración de impunidad de los crímenes perpetrados por el régimen franquista18. Además, señalan que existió un pacto político tácito de silencio respaldado por gran parte de la población, que según Moreno-Nuño es una herencia política y social de la represión franquista (cf. 2006: 54). Se pensaba que este pacto debía lograr que España no hablara ni de la “guerra” ni de la “dictadura” y que así se conseguiría “cerrar las heridas” y que el pasado no pudiera ser instrumentalizado con propósitos electorales (cf. Juliá y Aguilar Fernández, 2006: 77-79). Sin embargo, la crítica a esta estrategia política desde medios de comunicación que hoy en día se consideran impulsores de esta retórica del consenso y de la reconciliación, como El País y Triunfo, en fechas tan tempranas como 1978, 1979 y 1980 (cf. Reig Tapia, 1984: 21 y 25), evidencian la necesidad de matizar el alcance de dicho pacto y circunscribirlo únicamente al ámbito político institucional. En el mundo académico hubo también varios intentos de investigar la memoria de la Guerra Civil y del franquismo, pero los
17 En las cárceles franquistas había prisioneros políticos, pero también personas consideradas peligros sociales, como, por ejemplo, las que no tenían una identidad u orientación sexual normativa. 18 También existen voces en el ámbito internacional que critican la impunidad de la ‘Transición’. Véase por ejemplo el estudio comparativo de Arenhövel, en el que se destaca que el caso de España (entre otros modelos transicionales similares, como los de Grecia y Portugal) se caracteriza por haber optado por un sistema donde lo políticamente pragmático contradice la moral y la justicia (cf. 2000: 96-102). Este es también el argumento del libro de Guillermo Encarnación (2014).
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investigadores se encontraron con que se les prohibía el acceso a los archivos o con que se les dificultaba de sobremanera el trabajo en ellos (cf. Espinosa Maestre, “De saturaciones y olvidos”, 2007). Por lo tanto, no debe entenderse que el ‘pacto de silencio’ consiguiera que no se hablara, ni se publicara sobre estos asuntos. Debe concebirse como un acuerdo institucional de no promocionar ningún tipo de política de recuperación ni de gestión de la memoria del pasado reciente para dignificar a las víctimas de la represión dictatorial o su memoria19. La consecuencia más inmediata de este acuerdo fue que la memoria hegemónica franquista y su materialización simbólica y arquitectónica permanecieran intactas (cf. J. Rodrigo, Hasta la raíz, 2008: 210). Además, el fallido golpe militar del 23 de febrero de 1981 aumentó el miedo político y social a la fragilidad de la democracia y a que estallara una “segunda Guerra Civil” (Powell, 2006: 25). Con la victoria electoral en 1982 del Partido Socialista Obrero Español, el PSOE, considerada tradicionalmente el marcador sociológico del fin de la Transición, la política de omisión promovida por el llamado ‘pacto de silencio’ se establecía como práctica sociológica y política20. En este contexto, en el que reinó el silencio sobre la Guerra Civil y sus consecuencias en la política y en ciertos sectores de la sociedad, la esfera cultural se encargó de subvertirlo con “un pacto de memoria” (Aguilar Fernández, “La evocación”, 2006: 288). Tras la muerte de Franco en 1975, la cultura se benefició del derecho a la libertad de expresión y de la supresión de la censura que garantizaban las nuevas
19 En este sentido, el controvertido punto de vista del historiador Santos Juliá es que en España no hubo un pacto de silencio sino un pacto de “echar al olvido” el pasado traumático para seguir adelante (cf. “Echar al olvido”, 2003: 14-24). 20 Aunque, estrictamente hablando, la Transición política acabó en 1978 con la aprobación de la Constitución Española, hay autores como Quirosa-Cheyrouze y Muñoz (cf. 2002); Tusell (cf. Historia de España 4, 2006: 11) y Bernecker (cf. Spanische Geschichte, 2002: 200) que consideran que no se puede hablar ni sociológica ni políticamente del fin de la Transición hasta la superación democrática del golpe de estado del 23 de febrero de 1981 y la victoria socialista en las elecciones de 1982. Sobre la producción cultural que se ha encargado de representar el golpe de estado de Tejero de 1981, véase Castelló y López (2014) y el número de especial editado por Bode (2016).
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leyes. La producción cultural española aumentó considerablemente durante la transición política en el sentido estricto del término y dio a luz a novelas, cuentos y autobiografías que rompían con el silencio y recuperaban parte de la memoria mutilada. Además, según MorenoNuño, las obras contaban con gran apoyo editorial, de los críticos y de los lectores (cf. 2006: 36). En los ochenta, la cultura española experimentó un gran crecimiento historiográfico universitario y de divulgación con la publicación de libros que habían sido censurados o prohibidos durante la dictadura (cf. ibid.: 36; Juliá, “Echar al olvido”, 2003: 255-256). No obstante, estos trabajos no tuvieron gran impacto social (cf. Aguilar Fernández, “La evocación”, 2006: 297) y fue el mundo literario el que vivió una verdadera explosión de manifestaciones culturales que tenían la Guerra Civil o la posguerra como tema y que sí que consiguieron llegar al público general21. Sin embargo, no es hasta el siglo xxi cuando puede hablarse del advenimiento de un “boom de la memoria” en España y de sus representaciones a través de productos culturales (cf. Ortiz Heras, “La memoria en el laboratorio del historiador”, 2008: 19; Moreno-Nuño, 2006: 69; Macciuci, 2010: 29; Espinosa Maestre, Contra el olvido, 2006: 184). El cine, la literatura, la radio, la televisión y la prensa, además de las redes sociales y de los nuevos soportes que ofrece internet, muestran un gran interés por recuperar la memoria y dotar así de dignidad, tanto a las personas enterradas en fosas comunes —uno de los temas que más cobertura mediática ha recibido—, como a las minorías, víctimas de la represión franquista, que habían caído en el olvido. Por ejemplo, los niños humillados en los Hogares del Auxilio Social22 o que fueron robados para ser vendidos a familias afines
21 Véase Faber, “The Novel” (cf. 2008: 77). Según Moreno-Nuño, la mitad de las trescientas películas históricas producidas en España en esta década tenían como telón de fondo la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil y la posguerra (cf. Moreno-Nuño, 2006: 55). 22 Los “Hogares del Auxilio Social” —inspirados en los Winterhilfswerk del nacionalsocialismo alemán— fueron concebidos como refugios para los huérfanos de republicanos. Estudios y testimonios recientes muestran que los niños eran víctimas de continuas vejaciones. Véase entre otros ejemplos: Paracuellos de C. Giménez (1999).
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al régimen franquista; las mujeres en ambos lados del conflicto; las personas sexualmente no normativas23; los maquis24; los topos25; los prisioneros políticos; los internos de los campos de concentración franquistas; los exiliados... Esta producción cultural masiva a la que hacía referencia Erll, y que responde a la urgencia propia de la edad de las personas que vivieron la Guerra Civil, tiene una tendencia revisionista de la que carecían otros productos anteriores, caracterizados por la propagación de versiones de corte un tanto maniqueo (cf. Gómez López-Quiñones, La guerra persistente, 2006: 11; Bertrand de Muñoz, La guerra civil española, 1982: 217). No obstante, a pesar de los esfuerzos realizados, tanto por el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, bajo cuyo mandato se aprobó en 2007 la ley conocida popularmente como “Ley de la Memoria Histórica”, como el de las asociaciones ciudadanas que luchan por el reconocimiento de la dignidad de las víctimas de la represión franquista, la sociedad española sigue enfrentándose a un dilema: no hay ni consenso social sobre los beneficios de esta ley, ni una memoria cultural común sobre la Guerra Civil y sus consecuencias26. Esta situación se debe, tanto a la represión y la manipulación franquista de la memoria española, como a la subordinación de la memoria al éxito político durante la Transición. Es decir, España se debate entre la necesidad de ocuparse del pasado traumático reprimido y el miedo a recordar.
23 Las personas que conformaban lo que hoy en día se llama el colectivo LGTBQI entraban dentro de la categoría de peligrosos de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970 que estuvo vigente hasta 1978 (cf. Platero, “Lesboerotismo”, 2009: 32). 24 Los “maquis” eran guerrilleros escondidos en las zonas montañosas de España y del sur de Francia que continuaron su lucha contra Franco y contra el régimen de Vichy, en algunos casos, hasta los años sesenta. 25 Los “topos” eran republicanos que vivieron ocultos durante años o incluso décadas en habitaciones o estancias secretas en sus casas por miedo a ser ejecutados por Franco. Véase la recopilación de testimonios de topos de Torbado y Leguineche (2010). 26 El nombre oficial es el siguiente: “Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura” (Boletín Oficial del Estado, “Ley 52/2007”: 53410).
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En las últimas décadas se han publicado numerosos trabajos en el campo de los estudios literarios y culturales que tienen como objetivo analizar estos productos culturales españoles. Colmeiro, MorenoNuño y Gómez López-Quiñones extrapolan a la cultura el concepto espacial de ‘lieu de mémoire’, acuñado por Nora para analizarla metafóricamente como un lugar de memoria en el que se trabaja elaborativamente la ‘desidentificación’ traumática de la sociedad española. Consideran que la cultura es el lieu desde el que es posible romper el silencio histórico y reparar la dignidad de las víctimas de la represión franquista. Labanyi, por su parte, apunta que la sociedad española todavía no ha conseguido reconciliarse. La autora argumenta que para lograrlo es necesario dotar a las víctimas de la dignidad perdida reconociendo sus testimonios y transmitiéndolos a las generaciones más jóvenes. Además, basa su investigación en los estudios espectrales y afirma que la negación del testimonio causa el retorno de lo reprimido que ha sido borrado de la memoria consciente y hace que su presencia pueda sentirse a través de las huellas fantasmales que se encuentran en los productos culturales27. Ofelia Ferrán centra su trabajo en la metanarratividad de este tipo de productos culturales, así como en la conexión entre la construcción discursiva de la identidad y la transmisión que se realiza a través de los mismos. Su estudio es muy importante para esta investigación por su enfoque interdisciplinar y sus bases teóricas: desde el concepto de ‘trabajo elaborativo’ de Freud hasta el desarrollo de este por parte de historiadores y filósofos como Paul Ricœur y Dominique Lacapra. Asimismo, el género de los textos que analiza —desde autobiografías hasta textos ficcionales y textos en los que se combinan ambos elementos en varios grados— y la inclusión en su estudio de dos autores
27 Labanyi (2009) desarrolla este argumento con especial claridad en su artículo “The Language of Silence: Historical Memory, Generational Transmission and Witnessing in Contemporary Spain”. Este trabajo no usa la teoría espectral como base teórica, pero comparte con esta la idea de que los productos culturales que forman parte de su corpus son ‘memorias culturales’, a través de las que la sociedad española puede reconciliarse creando una ‘memoria cultural’ inclusiva. Estos términos se definen en “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” (cf. 120-121).
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que experimentaron el exilio de la Guerra Civil: María Teresa León (Francia y Argentina) y Jorge Semprún (Francia y Alemania) son otros dos puntos de encuentro con este trabajo de investigación. Sin embargo, como advierte la propia Ferrán, su estudio es —como este también lo será—, como la memoria, inevitablemente selectivo (cf. Ferrán, 2007: 62). En este punto, el presente trabajo toma su propia dirección a pesar de las intersecciones productivas que comparte con los anteriores: la consideración de los productos culturales como lieux de mémoire metafóricos, el convencimiento de que los testimonios deben ser escuchados y transmitidos entre generaciones, con el fin de devolver la dignidad robada a las víctimas de la represión franquista, así como la institución del libro como lugar de construcción y de transmisión de memorias e identidades construidas discursivamente. ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) propone, además, el análisis de un objeto de estudio que ha sido muy poco estudiado, por no decir ignorado: los productos culturales escritos por los republicanos exiliados en la Argelia colonial, un département francés hasta 1962. Sin embargo, antes de puntualizar la singularidad de este exilio, el próximo apartado se encarga de dar una visión de conjunto del exilio republicano español.
1.2. La era del exilio republicano español de la Guerra Civil En la sección anterior se analizaba la “era Francisco Franco” en España. Mientras tanto, fuera de las fronteras nacionales se desarrollaba otra parte de la historia y de la memoria española: el exilio republicano español provocado por la victoria del bando sublevado en la Guerra Civil. Este exilio se considera un auténtico éxodo a causa de su magnitud, de sus efectos en la memoria cultural española contemporánea y de su extensión temporal. Por estos motivos, podría considerarse que constituye toda una era en la historia y/o en la memoria española. En parámetros temporales, este exilio comienza con la sublevación de Franco en el protectorado marroquí y en las Islas Canarias el 17
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de julio de 1936 y no termina con el final de la contienda. Debido a la feroz y duradera represión de la dictadura franquista con el bando perdedor, el flujo migratorio del exilio se extiende más allá de la etapa de la posguerra agresiva —que Núñez Díaz-Balart cierra en 1947 (cf. 2009: 5)— hasta el año 1953 (cf. J. B. Vilar, La España del exilio, 2006: 332 y 334). La Guerra Civil produjo entre unos setecientos y ochocientos mil desplazados a lo largo de la contienda (cf. Romero Samper, “Análisis del éxodo”, 1996: 58). No obstante, la cantidad y la rapidez con la que muchos desplazados decidieron repatriarse hizo que la cifra se redujese hasta los cuatrocientos cincuenta mil el 1 de abril de 1939, el día en el que finalizó la Guerra Civil (cf. J. B. Vilar, La España del exilio, 2006: 333). Además, esta cantidad pronto se redujo a un tercio debido a que gran parte de los desplazados de carácter civil no se exiliaron de manera permanente, sino que acabaron regresando a España28. Javier Rubio hace un recuento de ciento sesenta mil exiliados en 1944 como balance del exilio republicano español (cf. La emigración de la guerra civil 1, 1977: 206). Esta cifra se distribuye numéricamente sobre todo en tres áreas geográficas: en México, en el continente americano (1.2.1.), en Francia, en el europeo (1.2.2.), y en Argelia, el département francés, en el continente africano (1.2.3.). A continuación, se procede a una exposición del contexto sociohistórico de cada uno de estos espacios del exilio republicano español que entra en diálogo con los trabajos académicos que se han encargado de analizarlos en diferentes disciplinas. El objetivo es situar el enclave del exilio republicano español en la Argelia colonial en el mapa del exilio republicano español y sustentar así las bases sobre las que se establece este trabajo antes de comenzar su propia andadura.
28 Pla Brugat contabiliza unas cuatrocientas setenta mil personas (cf. “El exilio republicano español”, 2004: 14), y Aznar Soler se refiere a los datos aportados por Llorens y J. Rubio en su obra La emigración de la guerra civil para apuntar al medio millón (cf. 1999, “60 años después”).
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1.2.1. El exilio republicano español en México El primer gesto claro que hizo el presidente mexicano Lázaro Cárdenas para mostrar su simpatía personal hacia el gobierno republicano tuvo lugar en 1937 con su oferta de acoger a huérfanos españoles en Morelia, Michoacán. Se proponía ampararlos durante el transcurso de la Guerra Civil, pero también llevar a cabo un experimento de educación socialista (cf. Romero Samper, “Análisis del éxodo”, 1996: 47; Alted Vigil, La voz, 2005: 209). La integración de estos niños en el país no fue fácil. Los periódicos informaron sobre ciertos desórdenes provocados por estos pequeños republicanos que no se adaptaban a la autoridad del internado y que apedreaban iglesias, lo que despertó una gran polémica en la sociedad mexicana (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 45). Sin embargo, en 1938, el presidente mexicano decidió invitar al país a un grupo de intelectuales de prestigio —como al filósofo José Gaos, al filósofo y pedagogo Joaquín Xirau y al catedrático de fisiología Jaime Pi-Suñer— para que pudieran ser útiles al país continuando con la labor que habían tenido que interrumpir a causa de la Guerra Civil (cf. ibid.: 46; Romero Samper, “Análisis del éxodo”, 1996: 51). Esta propuesta, que contó con el apoyo de personas influyentes en México, trajo al país entre el verano de 1938 y mediados de 1939 a los treinta primeros exiliados españoles adultos que huían de la Guerra Civil y no del régimen franquista (cf. ibid.: 51). Este grupo se integró con facilidad en el mundo académico y científico y, además, no fue acogido con recelo por la sociedad mexicana, ya que se le percibía como un verdadero enriquecimiento para el país (cf. ibid.: 55). Sin embargo, la mayoría de los exiliados tuvo que esperar a los primeros acuerdos francomexicanos para poder trasladarse al otro lado del Atlántico desde el país galo al que habían huido por los Pirineos tras la caída del frente de Cataluña en febrero de 1939. Así, en cumplimiento de la promesa que Cárdenas le hiciera a Negrín en 1937 de que acogería a los republicanos en caso de que perdieran la Guerra Civil y tras una avanzadilla a bordo del vapor Flandre (cf. Aznar Soler, “Cultura y literatura”, 1997: 20), entre junio y julio de 1939 salieron
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tres grandes expediciones de exiliados de las costas francesas con destino a México (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 46). Se hicieron en los barcos Ipanema, Mexique y Sinaia con 998, 2.200 y 1.620 refugiados, respectivamente (cf. Romero Samper, “Análisis del éxodo”, 1996: 71). La financiación se realizó mayoritariamente con los fondos del SERE, el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles, dirigido por el gobierno de Juan Negrín (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 55). En septiembre del mismo año las expediciones se vieron interrumpidas oficialmente, aunque siguieron entrando exiliados republicanos al país, conformando un grupo que alcanzaba las 7.393 personas (cf. Romero Samper, “Análisis del éxodo”, 1996: 70). En la primavera de 1940 se reanudaron los viajes, puesto que, como se explica con mayor detenimiento en el siguiente apartado, Francia ya no necesitaba la mano de obra de los republicanos españoles tras el armisticio con Alemania (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 54). De esta manera, comenzaba una segunda fase de expediciones a México, financiada esta vez mayoritariamente por la JARE, la Junta de Ayuda a los Republicanos Españoles, dirigida por el socialista Prieto (cf. ibid.: 58). En febrero de 1941 estas se suspendieron de nuevo oficialmente, ya que el régimen alemán no autorizaba la salida del país a aquellos exiliados republicanos españoles entre los dieciocho y los cuarenta y ocho años (cf. J. Rubio, La emigración de la guerra civil 2, 1977: 452-453). Es decir, a los que estuvieran en edad militar. Sin embargo, se consiguió burlar las restricciones, y el vapor Nyassa hizo dos viajes con refugiados republicanos españoles en 1942 (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 57). Asimismo, México acogió a dos mil refugiados españoles que se habían exiliado a la República Dominicana (cf. ibid.: 60). Entre 1946 y 1950 se produjo un tercer gran flujo migratorio, sustentado esta vez por el Comité Técnico del Fideicomiso para Auxiliar a los Refugiados, el CTFARE. En términos generales, según la Dirección General de Estadística de México, hasta 1950 llegaron al país unos veinte mil españoles29.
29 Como apuntan Lida y García Millé, en esas estadísticas están mezclados los emigrantes españoles con los exiliados (cf. 2001: 224). Sin embargo, Alted Vigil
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Esta cantidad representaba un 0,1% en relación con la población mexicana (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 62). No obstante, a pesar de la buena acogida institucional y administrativa, los republicanos no fueron tan bien recibidos por el grueso de la sociedad mexicana. A diferencia de los conservadores hispanófilos y “contrarios a lo indígena” (Alted Vigil, La voz, 2005: 230), la alta tasa de desempleo hacía que los trabajadores mexicanos miraran a los españoles, al igual que los “indigenistas”, con cierto recelo (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 49). Y eso a pesar de que el gobierno había tomado medidas para que no fuera así: había prohibido a los extranjeros el ejercicio de profesiones liberales y el comercio y había reducido su ejercicio de trabajos artísticos remunerados. También había planeado enviar a los españoles fuera de los núcleos urbanos y fomentar su integración en colonias agrícolas o industriales (cf. J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1, 1977: 241-242). Esta última medida fracasó, entre otros motivos, porque no se realizó de manera coercitiva (cf. Matesanz, Las raíces del exilio, 1999: 427), y la mayoría de los exiliados republicanos, de procedencia catalana y castellana (cf. Pla Brugat, El aroma, 2003: 19; Lida y García Millé, 2001: 221), se concentraron en Ciudad de México (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 223). La prensa mexicana, por su parte, divulgaba la idea de que el exilio republicano español estaba compuesto por eminencias intelectuales, lo que ha ayudado a forjar lo que en el mundo académico se ha llamado el mito del exilio republicano español en México (cf. Romero Samper, “Análisis del éxodo”, 1996: 63). Con esta expresión se suele criticar la “deformación intelectualizante” (Matesanz, “La dinámica del exilio”,
y Pla Brugat consideran que el número no puede ser inferior a los veinte mil (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 222; Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 62). Pla Brugat se basa en los datos extraídos de los registros del SERE y de la JARE y asegura que el número no puede ser inferior a los dieciséis mil (cf. ibid.: 62). Considera que la cifra del balance del exilio republicano español en México se sitúa en torno a los dieciocho mil, lo que significa que este país acogió a la mitad del total de los que se exiliaron en Latinoamérica (cf. ibid.: 22).
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1982: 165) del mismo30. En México, los exiliados republicanos intelectuales eran una minoría en relación con el grueso del exilio y había muchos refugiados que vivían prácticamente en la indigencia (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 42; Romero Samper, “Análisis del éxodo”, 1996: 109). Sin embargo, la concentración de intelectuales y de personas muy preparadas profesionalmente y pertenecientes al sector terciario en México fue muy superior a la del resto de los países del exilio (cf. Romero Samper, ibid.: 63; Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 64). Además, su acogida en México, el más hospitalario entre los países de llegada de los exiliados, fue muy diferente a la que se encontraron los exiliados republicanos españoles en los campos de concentración de la Francia metropolitana o colonial31. Por ello, en palabras de Nicolás Sánchez Albornoz: “[l]as circunstancias impidieron, pues, que los refugiados de Europa fueran tan pródigos en testimonios sobre el exilio español como los de ultramar. [...] Estos estuvieron por desgracia sujetos a aprietos mayores y al silencio general impuesto por la guerra continental” (“El giro esperado”, 2007: 13). La gran actividad cultural de los exiliados republicanos españoles en México es proporcional a la atención académica que ha recibido, no solo en la disciplina de la historia, desde la que se han extraído las informaciones anteriores, sino en los estudios literarios y culturales. En 1945 apareció en Intellectual Trends in Latin America de la Universidad de Texas un artículo pionero de la mano de Fernando de los Ríos Urruti sobre la producción cultural de los exiliados republicanos en México, titulado “Intellectual Activities of Spanish Refugees in Latin America. 1936-1945”. Un año más tarde se publicó Smouldering freedom, de Isabel de Palencia, la exembajadora republicana en Suecia, un segundo intento de recoger la memoria de la actividad cultural realizada por los exiliados republicanos españoles, sobre todo en el sur del continente americano. En 1950, Julián Amo y Charmion Clair
30 Naharro Calderón y Caudet también suscriben esta opinión de manera recurrente a lo largo de su obra académica. 31 Se utiliza el término ‘campo de concentración’ en su sentido literal. Véase “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’” para una definición del mismo (cf. 133).
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Shelby tomaban el relevo e inventariaban la actividad intelectual de los exiliados republicanos centrándose solamente en el continente americano. En 1959, aparecía el primer estudio que incluía una síntesis, tanto la de vida cotidiana de los exiliados republicanos españoles en México, como de sus obras. Se trataba de Crónica de una emigración: la de los republicanos españoles en 1939, de Carlos Martínez, una obra que incluía, además, un apartado en el que se analizaban sumariamente autobiografías y memorias escritas por exiliados republicanos en México, como las de Isabel de Palencia, Rafael Alberti, León Felipe y Juan Renau que, según el autor, rompían con el tradicional páramo autobiográfico de la literatura española (cf. 1959: 251). En 1963, José Ramón Marra López se convertía en un pionero al publicar en la España de Franco un volumen completamente dedicado, como su título indica, a la Narrativa española fuera de España (1939-1961). Este libro analizaba por primera vez en España, en una obra dedicada solamente al exilio, obras de algunos republicanos españoles en el continente americano que no se podían leer en el país a causa de la censura, como las de Francisco Ayala, Max Aub o Ramón Sender, entre otros32. Estudios de este tipo, que tenían la intención de recuperar a los autores del exilio republicano, vieron la luz de nuevo en 1970 de la mano de la antología de Rafael Conte y de la obra de historiografía literaria de Eugenio de Nora. No obstante, ninguno de ellos incluía una mención explícita a productos de corte autobiográfico, a pesar de que, según apuntara Carlos Martínez, abundaban en la obra de los exiliados republicanos en México. El primer estudio que trazó, como su título indica, un “Perfil literario de una emigración política”, fue un artículo de Vicente Llorens en 1973, que además comprendía un comentario sobre memorias políticas y autobiografías literarias, como la de José Moreno Villa (cf. 234). En 1976, apareció lo que Aznar Soler considera la “primera síntesis de conjunto” (“60 años después”, 1999) del exilio republicano español de 1939. Se trata de la voluminosa obra coordinada por José
32 Hay algunos precedentes en algunas historias de la literatura, como la de De Nora, en 1959, y la de Alborg, en 1963.
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Luis Abellán, titulada El exilio español de 1939. En su tomo cuarto, publicado en 1977, Sanz Villanueva ofrecía una panorámica de la narrativa del exilio republicano español. No obstante, los productos de corte autobiográfico y testimonial quedaban relegados a un comentario final y el autor solo hacía referencia a tres obras autobiográficas de autores del exilio latinoamericano publicadas en los sesenta. Además, enfatizaba que estos productos culturales seguían teniendo, incluso en la década de los sesenta, la función de contribuir a que los autores de las mismas se desahogaran contando sus experiencias dramáticas en el exilo (cf. 182). Esta tesis, aunque concisa y poco fundada en el texto, es de especial importancia para este trabajo, ya que sirve de base para la tesis del capítulo 4, lugar en el que encuentra confirmada su aplicabilidad para las obras autobiográficas de los exiliados republicanos en Argelia escritas entre 1945 y 1966. Un año más tarde, en 1978, Ascensión Hernández de LeónPortilla publicaba España desde México. Vida y testimonio de transterrados, el primer trabajo, aparte de los estudios monográficos aparecidos en revistas como Anthropos o Ínsula o en libros sobre autores del exilio republicano a título individual, que se centraba en analizar en profundidad aspectos autobiográficos o testimoniales en la obra de los republicanos españoles en México33. Su análisis dejaba atrás la visión mitificante de la labor intelectual de los republicanos españoles en este país, al enfatizar que México también vivía su efervescencia intelectual y examinaba el exilio de 1939 como un momento de enriquecimiento mutuo. Además, recogía testimonios de españoles republicanos exiliados en México de todos los espectros políticos de la izquierda sobre su visión retrospectiva de España. En 1982, Arturo Souto Alabarce proporcionaba una visión de conjunto de la narrativa escrita por los exiliados republicanos españoles en México, de gran importancia para
33 ‘Transterrado’ es un término que acuñó José Gaos en 1943 en un discurso pronunciado durante una comida de profesores de la Universidad Nacional de México (UNAM) para describir a los exiliados republicanos en Latinoamérica, ya que consideraba que estos habían podido “empatriarse” (3-4). Este término ha sido rechazado con especial contundencia por el filósofo Sánchez Vázquez y por De Llera, “El falso concepto del transtierro” (1998).
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este proyecto, puesto que establecía otra función principal de los textos de corte autobiográfico. Afirmaba que la proliferación se debía a la importancia que tenía el poder justificar y defender una determinada ideología en el exilio. Esta tesis ve una aplicación matizada especialmente en el capítulo 6 de este trabajo, el lugar en el que se analizan las escrituras del yo publicadas desde la Transición hasta la estabilización de la democracia en España. En 1985 Marielena Zelaya Kolker cubría un importante vacío en la investigación con su análisis de la obra narrativa de los escritores del exilio republicano español en Sudamérica, titulado Testimonios americanos de los escritores españoles transterrados de 1939. La historiografía y la crítica literaria se habían centrado hasta entonces en el análisis del tema de España en la obra de los exiliados y habían dejado de lado la impronta del país de llegada en la misma. Si bien Zelaya Kolker no se ocupaba de obras de carácter autobiográfico, sino que extraía elementos que consideraba testimoniales de la experiencia del exilio en las obras literarias de escritores profesionales, su libro resulta interesante para los propósitos de este trabajo, en tanto en cuanto examina y problematiza la representación del ‘otro’ en su vector nacional y “racial”. En 1991, Naharro Calderón publicaba las actas de un congreso sobre el exilio republicano español en el continente americano, El exilio de las Españas de 1939 en las Américas:¿adónde fue la canción?, que destacaban por su visión pluricultural de España. Además, incluían un apartado titulado “Testimonios”, en el que se cedía la palabra a republicanos de primera o de segunda generación para que contaran su experiencia del exilio. En 1996, Rosa María Grillo se convertía en la pionera, como ella misma explicitaba, en incluir una sección dedicada exclusivamente a la autobiografía en el volumen coordinado por Luis de Llera, El último exilio español en América. El motivo de tal inclusión explícita lo relacionaba con la visibilidad de este tipo de productos en los catálogos editoriales y, en consonancia con lo que comentara Carlos Martínez en 1959, apuntaba que la escritura de corte autobiográfico es “la expresión literaria que más caracteriza la escritura del exilio” (1959: 427). Según esta autora, este predominio de lo autobiográfico destacaba aún más en relación con la que consideraba la escasa tradición autobiográfica española. Sin embargo, su
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texto excluía explícitamente obras de carácter no literario y dejaba fuera los de “simple testimonio o cantor34”. De esto modo, se discriminaba una gran parte de la narrativa autobiográfica de los exiliados republicanos españoles en México. No obstante, Grillo hace hincapié en la representatividad de la escritura autobiográfica en la producción cultural de los exiliados republicanos españoles de 1939 y en el desconocimiento de la experiencia concentracionaria de los exiliados en Francia y en el norte de África. Además, incluye en su obra un comentario sobre Diario de Djelfa de Max Aub, por lo que su obra contiene premisas importantes para este trabajo. En 1997 aparecía en la revista Taifa un monográfico dirigido por Aznar Soler en el que se retomaba la labor de sintetizar la literatura del exilio español en México que iniciara Vicente Llorens en 1974. Este monográfico incluía un importante apartado sobre autobiografías y memorias dentro del capítulo de Silvia Jofresa Marquès y Carlos Álvarez Ramiro sobre “La narrativa del exilio español de 1939 en México”. En este apartado estos autores realizaban un inventario y sintetizaban por primera vez una serie de escrituras del yo, publicadas no solo por escritores profesionales, sino también por políticos y personas anónimas, como de las que se va a encargar este trabajo. Desde que en 1998 Alted Vigil y Aznar Soler señalaran en Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia la marginalización académica a la que este exilio se había visto sometido, los primeros y prometedores pasos en la recuperación de los productos de corte autobiográfico escritos por exiliados republicanos españoles en México que no se dedicaban al mundo literario de manera profesional no han encontrado seguimiento. Esta panorámica del estado de la cuestión sobre el exilio republicano español en México no puede cerrarse sin hacer referencia al artículo “Historia, memoria y ficción en De Alicante al desierto de José Herrera Petere”, de Mario Martín Gijón, publicado en 2010. Este
34 Ibid. Para facilitar la lectura del texto, en lo siguiente no se añade ibid. en este tipo de casos en los que la cita marcada entre comillas se encuentra en la misma página de misma fuente bibliográfica a la que se ha hecho referencia entre paréntesis en la cita inmediatamente anterior.
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artículo analizaba una novela sobre la memoria del exilio republicano español en Argelia escrita por una persona que no vivió la experiencia, sino que pasó diez días por los campos de concentración franceses metropolitanos antes de partir hacia México. Esto no solo pone de manifiesto cierta circulación de las memorias del exilio entre sus diferentes espacios antes de perderse de la memoria cultural española dentro de sus fronteras nacionales, sino que situaba el enclave del exilio republicano español en Argelia en la intersección de los tres espacios principales del exilio republicano de la Guerra Civil. No obstante, esta contextualización sociohistórica y del estado de la cuestión del exilio republicano español en México ha apuntado a la falta de equilibrio entre estas tres valencias espaciales. Las condiciones de vida que encontraron los exiliados a su llegada a cada país y la atención que ha recibido la producción cultural de estos exiliados en el mundo académico hasta finales de la década de los noventa son muy dispares. Solo una minoría, únicamente un 20% del total de los exiliados republicanos españoles de la Guerra Civil continuó su ruta del exilio desde Francia hacia Sudamérica, y de estos, tan solo la mitad se instalaron en dicho país (cf. Pla Brugat, “Un río español”, 2007: 20). Sin embargo, el exilio republicano en México es el que más atención ha recibido, aunque los exiliados pasaron por o se quedaron en su gran mayoría en la Francia europea, territorio desde donde este trabajo continúa su andadura. 1.2.2. El exilio republicano español en Francia El primer exilio de importancia numérica a Francia tuvo lugar en octubre de 1937, cuando el gobierno de la República perdió el control de Asturias y con este el de toda la zona norte de la Península. Se ha contabilizado que movilizó alrededor de unas 125.000 personas35. Javier Rubio calcula que en otoño de 1937 habría unos sesenta mil
35 Irún y San Sebastián ya se habían perdido en septiembre de 1936 (cf. J. Rubio, “La población española”, 1996: 38).
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refugiados en la Francia continental (cf. “Política francesa de acogida”, 1996: 90). Con la caída del Alto Aragón a finales de abril de 1938, el control geográfico del bando republicano quedó partido en dos y determinó el exilio de otras ocho mil personas36. La lógica xenófoba-nacionalista que regía la Francia de los años treinta (cf. Schor, 1985: 556; Laborie, “Españoles e italianos”, 1996: 118) y que, como demuestra el famoso caso Dreyfus, se había ido forjando desde los albores del siglo xix (cf. Dornel, 2012: 294), hizo que muchos de ellos fueran trasladados al norte de Francia. Se trataba así de evitar posibles simpatías políticas con los franceses catalanes y vascos del sur de Francia37. Otros tantos fueron repatriados al no ser capaces de justificar bienes económicos que les permitieran quedarse en Francia sin competir con el mercado laboral galo (cf. Nickel, 2012: 22). A pesar del último y triunfal avance republicano con la recuperación de la línea del Ebro en julio de 1938, Barcelona caía el 26 de enero de 1939, provocando la ola más importante y más conocida del exilio de la Guerra Civil, “la Retirada”. En este momento, 470.000 refugiados cruzaron los Pirineos para huir de la represión franquista (cf. J. B. Vilar, La España del exilio, 2006: 331). Unos 75.000 fueron repatriados a finales de febrero y, de unos 440.000 desplazados contabilizados en marzo de 1939 (cf. J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1, 1977: 72), unos 250.000 se vieron internados en un primer momento en campos de concentración en las playas del sur de Francia, como las de Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien y Bacarès (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 70; Dreyfus-Armand, L’exil des républicains, 1999: 59). Según Denis Peschanski (cf. 2002: 43-44), en los siguientes meses se abrieron nuevos campos especializados para descongestionar estos
36 J. B. Vilar afirma que de los 24.000 movilizados por la caída del Alto Aragón, dos terceras partes regresaron a España inmediatamente (cf. La España del exilio, 2006: 331). 37 El caso Dreyfus fue un ejemplo de antisemitismo en Francia que dividió la opinión pública del país. Se dio a conocer gracias al famoso artículo de Émile Zola “J’accuse”, publicado en L’Aurore el 13 de enero de 1898. En este revelaba que el general Alfred Dreyfus había sido condenado erróneamente y que el verdadero motivo de su acusación era su origen judío.
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últimos. Se crearon campos en Bram (Aude) y en Agde (Hérault) para ancianos; en Rivesaltes (Pyrénées Orientales) para catalanes; en Le Vernet (Ariége) —que se convertiría posteriormente en campo disciplinario para “peligrosos”—; en Septfonds (Tarn et Garone) para profesionales técnicos especializados y en Gurs (Basses Pyreénées) para vascos, la flota aérea republicana y las Brigadas Internacionales38. Las repatriaciones se detuvieron bruscamente por las condiciones acordadas en el tratado franco-español de Bérard-Jordana del 27 de febrero de 1939: Franco impediría el regreso de los refugiados hasta que Francia no cumpliera con su parte del trato y devolviera a España todos los bienes incautados a los republicanos. En mayo de 1939, Franco abrió las fronteras y se produjo una repatriación progresiva pero masiva de civiles hasta llegar a contar “solamente” con unos cien mil refugiados españoles en la Francia continental tras el final de la Segunda Guerra Mundial (cf. J. Rubio, La emigración española, 1974: 245). Entre los que no volvieron a España, unos quince mil murieron en los campos del sur de Francia39, unos catorce mil se trasladaron a Sudamérica, unos seis mil, una mayor parte de ellos afiliados al PCE, a la Unión Soviética, y unos tres mil a otros países europeos (cf. J. B. Vilar, La España del exilio, 2006: 333). Los que no pudieron salir del país se vieron forzados a unirse como mano de obra barata a las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE) y construyeron, entre otras obras, la línea Maginot40. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, quince mil exiliados se alistaron en la Legión Extranjera y
38 La bibliografía consultada no explica la lógica subyacente a la creación de campos para catalanes y vascos. Una hipótesis podría ser que el gobierno francés temiera posibles “contagios” nacionalistas en las regiones históricas de influencia vasca y catalana en su territorio. 39 Eggers (cf. 2002: 208) proporciona la cifra de 14.672 en los primeros seis meses, basándose en las cifras aportadas por Soria (cf. 1977: 103). Dreyfus-Armand considera que esta cifra es un tanto exagerada, pero que no existen datos fidedignos que le permitan adoptar una más acorde con la real (cf. L’exil des républicains, 1999: 65-66). Romero Samper proporciona una cifra similar a la de Vilanova Andreu, 14.600 (cf. “Análisis del éxodo”, 1996: 65). 40 La línea Maginot era un sistema de defensa y de fortificaciones que se extendía a lo largo de la frontera francesa con Alemania e Italia.
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en los Groupements de Travailleurs Étrangers (GTE) en la Francia de Vichy41. Según Pla Brugat, ocho mil exiliados españoles en Francia fueron enviados a campos de exterminio nazis y el sesenta por ciento murieron (cf. “El exilio republicano español”, 2004: 21). Wingeate Pike afirma que fueron cinco mil los españoles que murieron en estas circunstancias (cf. Spaniards in the Holocaust, 2000: 12). Según Stein, de los doce mil españoles que fueron deportados a Mauthausen murieron el ochenta por ciento (cf. 1979: 212). A pesar de que el exilio francés fue el mayor en volumen, los académicos se han interesado más por el exilio latinoamericano, pero sobre todo por el mexicano, puesto que, como se comentaba con anterioridad, es en el que había mayor número de escritores profesionales que habían tematizado esta etapa vital en su obra. El estudio pionero sobre el exilio en Francia es una obra de corte historiográfico de David Wingeate Pike, Vae Victis! Los republicanos españoles refugiados en Francia 1939-1944. En este libro, el autor se encargó, en 1969, de recopilar artículos de prensa y de recuperar textos escritos por antiguos exiliados internados en los campos del sur de Francia para tratar así de reconstruir esta experiencia del exilio y de los campos de concentración. En España, los estudios historiográficos, que habían sufrido un gran retroceso durante las primeras décadas del franquismo, comenzaban a recuperarse en los años setenta. Sin embargo, hubo que esperar hasta prácticamente el final de la dictadura franquista para poder publicar trabajos revisionistas y críticos con el discurso oficial. Entre los primeros, destacan los trabajos de Javier Rubio en 1974 y, entre ellos, su voluminoso estudio de 1977 La emigración de la guerra civil de 1936-1939. En este trabajo, Rubio analizó también el internamiento de los españoles en el sur de Francia y en el norte de África con datos cualitativos y cuantitativos altamente contrastados. En los ochenta, el campo de estudio se estabilizaba con la minuciosa obra Vous avez la
41 Véase Nickel (cf. 2012: 36). Se hace una exposición más exhaustiva de la creación de las Compagnies de Travailleurs Étrangers y de los Groupements de Travailleurs Étrangers en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 76-78).
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mémoire courte de René Grando, Jacques Queralts y Xavier Febrés, de 1981. En esta obra, de título provocador por su tono acusador, estos autores continuaban con la labor que habían comenzado en el periódico L’Indépendant en 1979 y recogían y contextualizaban testimonios de exiliados españoles internados en campos de concentración en la región del litoral de Rosellón. Este trabajo fue, además, el primero que centró su atención únicamente en la experiencia concentracionaria de los exiliados en Francia. Sin embargo, no fue hasta prácticamente en los años noventa cuando aumentó el número de trabajos que se ocupaban del exilio francés. Entre ellos destaca el de Antonio Soriano, Éxodos. Historia oral del exilio republicano en Francia 1939-1945 (1989), que se encargó de recoger y sistematizar testimonios de compañeros de internamiento, así como gran cantidad de literatura secundaria sobre el tema para reconstruir la historia de su exilio. En esta misma línea, la obra de Jean-Claude Villegas y Pierre Vilar (1989) sobre la vida cotidiana y las actividades culturales de los exiliados en los campos; los trabajos de Daniel Díaz Esculies (1993) sobre la emigración, el exilio y el internamiento catalán en Francia entre 1939 y 1945; el estudio de Marie-Claude Rafaneau-Boj sobre el internamiento (1993); el monográfico dirigido por Pierre Milza (1994) y el del coordinado por Josefina Cuesta Bustillo y Bermejo (1996) se ocupaban de recuperar datos con los que realizar las primeras visiones de conjunto del sistema concentracionario con el que se “acogió” a los exiliados republicanos españoles en Francia. Con el cambio de siglo apareció otra de las obras clave del exilio en Francia: L’exil des républicains espagnols en France de Geneviève Dreyfus-Armand (1999), un estudio diacrónico sobre el exilio republicano español en Francia, la acogida institucional y los variables modelos de resistencia cultural de los exiliados. En 2002 se publicó uno de los primeros estudios de la historiografía alemana que se ocuparon de recuperar información sobre los orígenes y la organización de los campos de internamiento franceses, tanto durante la Tercera República, como durante su continuidad en el régimen de Vichy. Se trata de la obra de Christian Eggers Unerwünschte Ausländer que recogía el clima xenófobo que se encontraron los judíos y los republicanos españoles,
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entre otros colectivos extranjeros, al llegar a Francia. Ese mismo año, la obra de Denis Peschanski, La France des camps: l’internement, 19381946, combinaba la labor archivística con la recuperación de testimonios directos del internamiento y proporcionaba una radiografía del funcionamiento de los campos franceses metropolitanos. Por último, no puede olvidarse la labor de Alicia Alted Vigil. Entre sus trabajos cabe destacar La voz de los vencidos (2005), por su orientación cultural y porque, a pesar de su envergadura, no olvida, ni trata de manera subordinada el exilio republicano en Argelia, la entonces colonia de Francia. De hecho, incluye y comenta entre sus fuentes una de las obras autoficcionales sobre el exilio republicano en Argelia más olvidadas por la crítica universitaria: Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García (1970). Asimismo, su trabajo sobre el exilio anarquista en Toulouse, El exilio republicano español en Toulouse, 1939-1999 (2003), es fundamental para el análisis de la memoria e identidad anarquistas articuladas por varios autores de las escrituras del yo de este trabajo. La crítica literaria ha tenido, en términos temporales, un desarrollo similar al historiográfico. A partir de los ochenta se ocupó de la recuperación de obras escritas en el exilio. Su objetivo prioritario era la evaluación de las obras que debían ser incluidas en el canon de la literatura española, como atestiguan, tanto la voluminosa obra coordinada por José Luis Abellán —seis volúmenes publicados entre 1976 y 1978, en plena Transición— y la de Maryse Bertrand de Muñoz en 1982. En los noventa, los investigadores dirigieron su interés a la interpretación de las obras. Entre ellas podrían destacarse los trabajos de Michael Ugarte Shifting Ground: Spanish Civil War Exile Literature (1989) y “Testimonios de exilio: desde el campo de concentración a América” (1991) o el artículo de Naharro Calderón “Por los campos de Francia: entre el frío de las alambradas y el calor de la memoria” (1998). Ambos se concentran en el análisis de textos de corte autobiográfico sobre el exilio en Francia con diferentes grados de ficcionalidad y escritos, tanto por escritores profesionales, como no profesionales,
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desde un punto de vista comparativo y literario-cultural42. El artículo de Ugarte es de especial interés para este trabajo, puesto que examina el lugar común del manuscrito encontrado en una de las obras que componen el corpus de este trabajo: Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve (1957). El trabajo de Manuel Aznar Soler y de Alicia Alted Vigil —a la cabeza de los grupos de investigación GEXEL (Grupo de Estudios del Exilio Literario) de la Universidad Autónoma de Barcelona y del AEMIC (Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), respectivamente—, plasmado en sus numerosas publicaciones sobre el exilio francés en el campo de los estudios literarios e históricos, es fundamental para el desarrollo de la investigación sobre el exilio republicano español de la Guerra Civil. Entre todas las obras publicadas por ambos grupos, destaca —por la relevancia para el presente estudio— una obra fruto de una colaboración entre ambos: Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia, publicada en 1998. Este vasto volumen colectivo proporcionaba una contextualización histórico-sociológica y literaria del exilio en Francia, así como una bibliografía general básica sobre el tema (cf. Alted Vigil, “Presentación”, 1998; Aznar Soler, “Literatura y cultura”, 1998). Además, analizaba cómo la cultura y los espacios de la cultura, como los ateneos, servían de salvaguardias de la identidad de los exiliados. Esto se hacía a través de los ejemplos de la vida cultural de intelectuales como Semprún (cf. Suárez, 1998; Younes, 1998) y Max Aub (cf. Venegas Grau, 1998; Sáez Serrano, 1998). Por último, con la entrada en el siglo xxi aumentó el número de trabajos sobre el exilio literario en Francia. Entre ellos se encuentran el trabajo de Cruz Orozco, “Los barracones de cultura” (2002), y el de Cate-Arries, Spanish Culture behind Barbed Wire (2004), que, aunque tenían diferente envergadura, proporcionaban una visión de conjunto
42 El libro de Ugarte ha sido traducido al español como Literatura española en el exilio: un estudio comparativo en 1999. Para las citaciones en este trabajo se utiliza esta edición traducida.
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de las actividades que realizaban los exiliados en Francia dentro de los campos de concentración como procesos complejos de reconstrucción cultural43. El estudio de Cate-Arries se centraba además en la función discursiva de los campos a nivel simbólico en el imaginario nacional de los exiliados en su escritura retrospectiva de la experiencia como —de nuevo usando metafóricamente el concepto espacial de Nora— un lugar conmemorativo y subversivo en la memoria colectiva. Según la autora, la comunidad política exiliada en los campos expresaba su autoridad moral a partir de estos lugares44. En 2006 aparecía el trabajo de Eva Soler Sasera, “Las voces antiguas. La guerra civil española en algunas memorias y autobiografías del exilio literario de 1939”, que versaba sobre la tematización de la Guerra Civil en las autobiografías y las memorias de los intelectuales exiliados a causa de la Guerra Civil. Su estudio complementaba al anterior al mostrar cómo la reivindicación que estos exiliados hacían de la Guerra Civil en sus memorias y autobiografías se convertía en un deber ético contra la amnesia de la sociedad española sobre su pasado más reciente. Esta tesis se matiza en el capítulo 6 de este trabajo. En este capítulo se confirma su aplicabilidad para las obras sobre el exilio republicano español en Argelia, publicadas en la década de los setenta y de los ochenta. El grupo de trabajo dirigido por Bernard Sicot tomó el relevo a la labor de inventariado que habían comenzado los académicos en los ochenta y publicó tres inventarios de productos de corte autobiográfico que tematizaban la experiencia de los exiliados republicanos en los campos de concentración del sur de Francia: dos en 2008 (cf. “Literatura y campos franceses”; “Literatura española”) y uno en 2010 (cf. “Literatura y campos franceses”). Dos años más tarde, Paula Simón Porolli y Claudia Nickel analizaron muchas de las obras que aparecían en estos inventarios en sus tesis doctorales.
43 Traducido al español como Culturas del exilio español entre las alambradas: literatura y memoria de los campos de concentración en Francia (2012). 44 Aunque los autores hablan en singular de “comunidad política”, este trabajo defiende su uso en plural, puesto que los exiliados enfatizaban en sus memorias su adscripción a un grupo político concreto (comunista, socialista, anarquista, republicano...).
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El proyecto de Simón Porolli, La escritura de las alambradas, comparte con ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) su labor de recuperación e interpretación de obras que narrativizan la experiencia de los españoles exiliados en Francia. Al igual que este trabajo, el de la argentina Simón Porolli también se interesaba por obras autobiográficas escritas por autores que no se dedicaban al mundo de la literatura profesionalmente. No obstante, ambos trabajos difieren en la envergadura de los productos culturales que analizan, puesto que, mientras que el de la autora argentina se centraba en las obras que tratan del exilio republicano en la Francia metropolitana, ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se concentra en las que articulan esta experiencia en la Argelia colonial francesa. La obra de Claudia Nickel, Spanische Bürgerkriegsflüchtlinge in südfranzösischen Lagern, coincidía con la de Simón Porolli en su enfoque en productos culturales escritos dentro y fuera de los campos. Sin embargo, la alemana analizaba las obras desde una perspectiva espacial y se centraba sobre todo en las obras de Max Aub, por lo que se decantaba por una literatura de tendencia más canónica. Además, dejaba de lado los relatos de este autor sobre su exilio en la Francia colonial. De hecho, aunque solo Claudia Nickel lo detallaba en su título, ambas se ocuparon únicamente de textos relacionados con el exilio en la Francia europea y no especificaron los motivos por los que relegaron los que tematizaban el exilio en la Argelia colonial francesa. Como apuntaba Nickel, estas obras son parte del corpus de la experiencia francesa de los campos de concentración (cf. 2012: 27). Además, a pesar de las diferencias entre el exilio en la Francia colonial en Argelia y en la Francia “europea”, todas ellas comparten la experiencia traumática de la Guerra Civil, de los campos de concentración, del desprecio francés, así como el silencio que fomentaron sobre su memoria las tres comunidades imaginarias que se entrecruzan en este trabajo: España, Argelia y Francia. Sin embargo, el análisis del exilio republicano español en Argelia permite deducir algunas diferencias entre ambos. Por este motivo, una vez contextualizado el exilio republicano español en Francia y los puntos en común que este tiene con el exilio argelino, en la siguiente sección se proporciona una visión de conjunto de las circunstancias con las que se encontraron los exiliados al llegar
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a Argelia y que plasmaron en sus escrituras del yo. A diferencia de los enfoques de Simón Porolli y Nickel, este capítulo examina la experiencia, tanto de los que residieron “en libertad” con permiso de residencia o en la clandestinidad, como la de los que vivieron la realidad de los diferentes campos de la Argelia colonial de la Tercera República francesa, de la Francia de Vichy y del protectorado estadounidense con el general colaboracionista Giraud al frente de la Francia libre de De Gaulle. Por último, en la siguiente sección se presenta el estado de la cuestión sobre el exilio republicano español en Argelia para determinar el hueco en la investigación que se propone cubrir este trabajo. 1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa Los exiliados españoles en la Francia europea y en la africana comparten una serie de similitudes que ya se han mencionado con anterioridad. Sin embargo, la experiencia del exilio en Argelia, la narrativización de la misma y la construcción discursiva de la identidad que se realiza a través de la escritura se circunscriben fuera de los límites geográficos, políticos e ideológicos europeos. Se desarrolla, además, durante la colonización francesa de Argelia y su posterior independencia en 1962, por la que la población europea se vio obligada a abandonar el país. Muchos de estos exiliados no pudieron volver a España y sufrieron un segundo exilio en otros países europeos o americanos. La mayoría se dirigió a Francia, donde los exiliados se vieron asimilados y por tanto silenciados dentro del colectivo de pieds-noirs, los franceses que vivían en Argelia y que tuvieron que salir del país con su independencia en 196245.
45 El origen del término es confuso y existen varias teorías: puede referirse a los zapatos negros de los primeros colonos provenientes de Alsacia, al tinte negro que se echaban los colonos en los pies para protegerse del paludismo o a un pájaro llamado “pied-noir” por sus patas negras (cf. Moumen, 2003: 10). Sempere Souvannavong (2001) analiza el movimiento migratorio de la población argelina de origen europeo que provocó la Guerra de la Independencia de Argelia a Alicante, de donde eran la mayoría de los republicanos exiliados
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Para poder comprender el exilio republicano español en Argelia es importante retroceder unos cuantos siglos y apuntar algunos aspectos sobre la historia del país en el que se desarrolla. De acuerdo con el concepto de ‘comunidades imaginarias’ de Benedict Anderson y de la observación de Gilbert Meynier (cf. Goumeziane, 2000: 9) de que a fortiori Argelia no existía durante la Antigüedad porque las naciones/Estados modernos no existían per se, Smäil Goumeziane explica los diferentes mitos sobre los orígenes de Argelia. Según este autor (cf. ibid.: 27), los “memorialistas” consideran que la actual Argelia es descendiente de los bereberes que vivían allí desde el año 6000 a.C.; otros, que nació de la conquista árabe de los marineros andaluces en el siglo viii. Algunos afirman que Argelia proviene de la dinastía zirí que regía el territorio en el siglo x; otros, que de la regencia otomana en el siglo xvi; y, por último, algunos defienden que Argelia surgió con la colonización francesa, puesto que el país actual tomó su nombre de la denominación que la metrópoli le diera a su entonces colonia. Independientemente de la versión que se elija, lo cierto es que Argelia ha sido un país en el que han convivido varias culturas y religiones a lo largo de su historia y que su demografía está altamente influenciada —entre otras razones que no son pertinentes para este trabajo— por cuatro grandes olas migratorias “españolas46”.
en Argelia. El autor esboza una especie de teoría climatológica de la migración y explica que muchos ciudadanos franceses no eligieron Francia como país de llegada, sino Alicante. Defiende que esta decisión se debía a sus raíces españolas —muchos inmigrantes españoles anteriores al éxodo de la Guerra Civil eligieron Argelia como destino y se habían naturalizado como franceses—, así como a las condiciones meteorológicas similares entre Argelia, sobre todo de la zona de Orán, y Alicante. Sin embargo, también apunta que la mayoría de los españoles que vivían en Argelia no fueron “repatriados” a España, sino a Francia. Además, proporciona la cifra de seis mil quinientos pieds-noirs franceses empadronados en Alicante en 1962. Cita este dato basándose en un artículo de Hermet. Sin embargo, advierte de que no existen estadísticas fiables que permitan evaluar este fenómeno de manera exhaustiva (cf. Sempere Souvannavong, 2001: 186). Véase también Hureau (2010); Seva Linares (1968); Bonmatí Antón (1992) y Jordi, De l’exode à l’exil y 1962, l’arrivée des pieds-noirs (1995). 46 No existía España en el uso contemporáneo del término.
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La primera ola tuvo lugar alrededor de 1492, cuando musulmanes y judíos andaluces huían de la “Reconquista” española y de la Inquisición. La segunda ola se sitúa en 1609, con la expulsión definitiva de los moriscos del territorio ibérico (cf. Garrot, 1910: 88). La mayoría se asentó en Argelia, se fue asimilando a la población argelina y sus descendientes, muchos siglos después, adoptaron la nacionalidad francesa47. La tercera ola tiene lugar tras la colonización francesa de Argelia en 1830, alrededor de 1848 (cf. Augustin, 1908: 407). La Segunda República Francesa había ideado colonizar el nuevo territorio con veinte mil obreros parisinos. Sin embargo, el plan fracasó rotundamente, ya que siete mil murieron a causa de enfermedades y por la falta de adaptación al clima y otros tantos regresaron a la metrópoli48. Tras este intento fallido, el gobierno francés incentivó la colonización y la repoblación del territorio con emigrantes malteses, italianos y, sobre todo, con españoles de estrato social bajo, a los que se les otorgó importantes concesiones y privilegios (cf. Morin, 2007: 72). La mayoría de estos emigrantes provenían de la zona levantina, más específicamente de la provincia de Alicante, y buscaban una solución al desempleo provocado por la sequía que sufría la zona desde 1840 (cf. Bonmatí Antón, 1992: 257). La cercanía geográfica entre ambas regiones, el buen funcionamiento del puerto de Alicante, las similares condiciones climáticas y agrarias, así como la posibilidad de llevar un modo de vida parecido al del país de origen, debido a la gran cantidad de emigrantes españoles residentes en la zona, fomentaron
47 Durante el régimen de Vichy la nacionalidad francesa les fue derogada en cumplimiento de la Ley Peyrouton del 7 de octubre de 1940 (cf. Bessis, 1994: 442). Véase también Cantier (cf. 2009: 39). Además, días antes se ratificó una ley por la que los extranjeros de “raza judía” podían ser internados en centros especiales. Según Grynberg, el 75% de los internados en los campos franceses eran judíos (cf. 1999: 11). Abitbol proporciona un análisis de la experiencia del colectivo judío en el norte de África durante el régimen de Vichy (cf. 1983: 187-194; 260-270; 293-300). 48 Véase Bouzekri, Derrotados (cf. 2013: 23), a partir de documentos del Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores: AMAE (París), Afrique 50, Carpeta K.V 5-2; Guerre 1939-1945, Afrique 50, documento n.° 340-341; y “Los españoles en el Orenasado”, Guérre 1939-1945, Afrique 50, Carpeta K.V 5-2.
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el establecimiento de una colonia española en Orán, tan importante que llegó a predominar sobre otras poblaciones de origen europeo e incluso superar a la francesa49. Los españoles fueron bien acogidos en un primer momento, tanto por los colonizadores, que les consideraban “frugales y trabajadores” (Morales Lezcano y Vilar, 1993: 100), como por los colonizados, ya que muchos de ellos se autodenominaban “los andaluses” (Palacio Pilacés, 2010: 20, destacado en el original) y seguían manteniendo rasgos de la lengua española. Sin embargo, su superioridad numérica inquietaba a las autoridades francesas, que temían que pudiesen poner en juego la legitimidad política y cultural de la metrópoli (cf. Bachoud, “Exilios”, 2002: 83). Para menguar esta amenaza, se optó por promover una política de asimilación a través de la instauración de leyes de naturalización, como el Décret Crémieux de 1870, que convertía a los judíos en franceses, o la ley de naturalización automática del 28 de junio de 1889, que declaraba francés a todo extranjero nacido en la Francia metropolitana o colonial y fomentaba la naturalización de sus parientes (cf. Hureau, 2010: 67-69). A pesar de la naturalización, los “neos”, “caracoles” o “pepes”, como se denominaba despectivamente a las personas de origen español, seguían siendo considerados un peligro por su falta de asimilación (cf. Bachoud, “Exilios”, 2002: 83).
49 Se estima que, sobre todo a partir de 1850, la población española superaba a la francesa. Antes de que comenzase la Guerra Civil un 60% era español o de orígenes españoles frente a un 40% de franceses en la ciudad de Orán. Véase, por ejemplo, Ballano Gonzalo (cf. 2006: 42); Bachoud, “Les républicains” (cf. 2009: 8); Bouzekri, Derrotados (cf. 2013: 26) —según documentos del AMAE: (París), Afrique 39-45 Vichy—; Charaudeau (cf. 1992: 24); Kateb (cf. 2007: 161-165) y Dulphy (cf. 2009: 193-194). J. Rubio, La emigración española a Francia (1974); J. B. Vilar, Emigración española a Argelia (1830-1900) (1975); J. B. Vilar y Jover Zamora (1989); y J. B. Vilar, La España del exilio (2006), entre otros, proporcionan numerosos datos estadísticos sobre la evolución de la emigración española en Argelia durante los siglos xix y xx. Véanse también el interesante estudio sobre los alicantinos en Argelia de Menages y Monjo i Mascaró (2007), el documental de Esteve, Arnau y Albert (2012) y el libro de Gilabert Marqués y Pascual Bolufer (2009).
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En 1880 ya se percibía un discurso altamente racista y colonialista, típico del positivista siglo xix, que avisaba de que “l’Espagnol, en effet, a du sang africain par deux fois infusé dans les veines; ainsi s’explique son affinité avec le nègre, en dépit des préjugés de la foi, dont plus que nous, il est l’esclave” (Ricoux, 1880: 258). No obstante, la política española de reactivación del vínculo histórico español con Orán tras el desastre colonial de 1898 y sobre todo durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) contribuyó a incubar una ideología nacionalista y altamente xenófoba de gran calado entre la población francesa de Argelia (cf. Bachoud, “Exilios”, 2002: 82). Según Schor, este clima xenófobo se estaba fraguando en Europa en la década de los años treinta (cf. 674), proceso que culminó en los años cuarenta con especial virulencia en la Francia colonial durante el régimen de Vichy (cf. Mortimer, 1969: 34). Según Cantier, este régimen se encuadró dentro de la gran crisis de identidad nacional francesa de los años treinta (cf. 2009: 37-38). Los franceses se vieron tocados por la crisis económica y por el aumento de la tasa de desempleo entre la población europea en Argelia. Además, en este periodo surgieron los primeros movimientos sociales y políticos de tipo nacionalista de una población musulmana en plena expansión. Por ello, los franceses encontraban en el “extranjero” el chivo expiatorio perfecto al que culpar de sus problemas sociales y económicos (cf. ibid.). Así, para salvar a Francia de lo que ellos percibían como la lastra económica de los extranjeros, se aplicaron medidas proteccionistas al mercado de trabajo y el 1 de junio de 1934 se interrumpió la expedición de cartes d’identité a extranjeros (cf. Bessis, 1994: 431). Además, el 15 de mayo de 1934 se rompió el tratado de asistencia al trabajador español del 2 de noviembre de 1932 y se impuso a los patronos contratar prioritariamente a nacionales. En esta misma línea, el 9 de abril de 1935 se reforzó esta tendencia al prohibir a las empresas emplear a más de un 10% de extranjeros, lo que era poco aplicable en Orán, con una población extranjera superior a dicho porcentaje. A finales de los años treinta se advertía desde las esferas políticas de los peligros de la hispanización “à outrance” (Dulphy, 2009: 204) de Orán, donde, afirmaban, se abusaba de la lengua española hasta el punto de que “el indígena”, como denominaban los colonos a los argelinos, también la utilizaba (cf. ibid.: 206).
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La cuarta y última gran ola migratoria de españoles hacia Argelia tuvo lugar durante la Guerra Civil española. Con la progresiva pérdida de territorio del bando republicano, pero sobre todo tras la caída del frente de Cataluña en enero de 1939 y la gran ola del exilio de la Guerra Civil por los Pirineos, la prensa francesa metropolitana (cf. Dreyfus-Armand, L’exil des républicains, 1999: 48) y argelina (cf. Cantier, 2009: 14) creó una imagen del republicano exiliado muy afín a la que construía el discurso franquista del “rojo” al otro lado de las fronteras: un delincuente peligroso50. Desde el comienzo de la contienda, el movimiento migratorio a Argelia fue constante, pero no fue hasta la caída del frente de Aragón en febrero de 1938 cuando tomó mayor envergadura. Con la subida de Daladier al poder tras el desmembramiento del Frente Popular, se comenzaron a implantar medidas contra los exiliados en Argelia. En noviembre se produjeron los primeros arrestos de anarquistas de la Federación Anarquista Ibérica, la FAI, y de la Confederación Nacional de Trabajadores, la CNT. Esto se hizo en virtud del decreto del 12 de noviembre de 1938 por el que se ordenó el internamiento de étrangers indésirables (Bachoud, “Les républicains”, 2009: 14). Un mes después de “la Retirada” y tras el reconocimiento de jure del gobierno de Burgos por parte de Francia e Inglaterra, la flota republicana, unos cuatro mil hombres, protagonizó la primera ola del exilio republicano de la Guerra Civil en Argelia51. Once unidades de la marina llegaron al puerto de Mazalquivir en Orán el 7 de marzo de 1939. Dos mil ochocientos marinos aceptaron la repatriación a España creyendo en las promesas de redención franquistas y fueron encarcelados en Rota y en Cádiz o asesinados en el
50 Los trabajos de Salgas aportan información importante sobre la opinión pública y la representación mediática francesa del refugiado español. Véase “Une population face à l’exil espagnol” (1994) y “L’opinion publique et les représentations des réfugiés espagnols” (1990). 51 4.150 según Charaudeau (cf. 1992: 25); 4.000 marinos y 500 civiles, según Bessis (cf. 1994: 439); 4.132 oficiales y marinos y 300 civiles, según J. Rubio, La emigración española (cf. 1974: 214). 4.000 marinos y soldados y 201 refugiados, entre ellos siete mujeres y cuatro niños, según Yazidi (cf. 2008: 33). Unos cuatro mil, según Fernández Díaz (cf. 2011: 15).
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trayecto. Los mil ochocientos restantes fueron repartidos por campos de concentración en Argelia o en Túnez (cf. Bachoud, “Les républicains”, 2009: 16). La segunda ola migratoria, o para ser más exactos, el segundo tipo, tuvo lugar a lo largo del mes de marzo, con la llegada de civiles y de milicianos en varios barcos de las compañías France Navigation y Mid. Atlantic Co., con las que el gobierno republicano tenía acuerdos (cf. Martínez Leal, “El Stanbrook”, 2005: 66): el Winnipeg, el Harionga, el Ronwyn, el African Trader, el Lézardieux, el Maritime, y el más famoso, el Stanbrook52. Este barco salió el 28 de marzo de Alicante
52 Los primeros barcos en salir hacia Argelia fueron el Winnipeg y el Harionga, este último con 120 refugiados a bordo (cf. J. B. Vilar, “El exilio español de 1939”, 2009: 76). A mediados de marzo, el Ronwyn llegó al puerto de Tenés con unos 650 pasajeros. Según Bachoud, atracó en Tenés el 13 de marzo, con 634 pasajeros (cf. “Les républicains”, 2009: 15). Según Martínez Leal en su artículo “El Stanbrook”, fue el 12 de marzo con 716 pasajeros (cf. 2005: 66). J. B. Vilar también afirma en “El exilio español de 1939” que el número de pasajeros era de 716 (cf. 2009: 76). Escribano Miralles (cf. 2012: 69) aporta la cifra de 646. Según Vargas transportaba a 761 personas (cf. 1999: 123). El African Trader hizo lo propio en Orán pocos días después. Según Bachoud salió de Alicante el 16 de marzo (cf. “Les républicains”, 2009: 15). Martínez Leal afirma que fue el 19 de marzo (cf. “El Stanbrook”, 2005: 66). Según J. B. Vilar transportó a 853 pasajeros (cf. “El exilio español de 1939”, 2009: 76). El Lézardieux desembarcó a 350 pasajeros en el puerto Mers el Kébir el 29 de marzo (cf. ibid. y Bachoud, “Les républicains”, 2009: 15 y 76). El Maritime partió de Alicante el 28 de marzo y solo permitió el embarque a 32 autoridades. Según Charaudeau (cf. 1992: 23) y Martínez Leal (cf. “El Stanbrook”, 2005: 71), el Campillo, que transportaba a 400 personas, fue el último en salir hacia Orán desde Cartagena el 29 de marzo. Palacio Pilacés incluye en la lista de barcos que se dirigieron a Argelia esos días al Industria n.°1, el Gavilán de los Mares, el Maruja Ferrer y a otras embarcaciones menores, el D177, el D204 y el 305, el V24, el V31 y el V28 (cf. 2010: 88-89). Coronado añade el V18, que salió con 215 personas, el DA 11, el V26, que llevó a 31 personas, el Ana María, que transportó a 200 personas desde Águila, el D205, el Erica Red, una barca que salió de Mallorca con dos pasajeros y una de Almería (cf. 2016: 71). Simón y Calle afirman que estas embarcaciones menores transportaron alrededor de 600 personas (cf. 2005: 61). En las primeras jornadas sobre el exilio republicano de 1939 en Argelia, que tuvieron lugar el 20 y 21 de abril de 2017 en la Universidad Autónoma de
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y llegó a Orán oficialmente con 2.368 pasajeros53. Sin embargo, el verdadero número se sitúa más bien entre los 3.000 y los 5.000 tripulantes (cf. Simón y Calle, 2005: 61). Las flotas francesa e inglesa se negaron a intervenir en la evacuación de la población civil en cumplimiento con los acuerdos de Bérard-Jordana, de 27 de febrero de 1939 con el régimen franquista (cf. Charaudeau, 1992: 25), por lo que miles de personas no pudieron ser evacuadas y se quedaron en el puerto de Alicante54. Las tropas italianas de la división Littorio y después las franquistas ocuparon la plaza al atardecer del 30 de
Barcelona, Martínez Leal afirmó que el barco pesquero La guapa salió de Santa Pola el 29 de marzo con unos cien refugiados destino a Orán. El Galatea salió el 29 de marzo de Gandía con 194 pasajeros. De Torrevieja salieron unas 26 personas dirigentes de la Federación Provincial Socialista. El Seebank Spray salió de Valencia el 2 o el 3 de marzo con destino a Orán y 52 pasajeros a bordo. Como resumen total, afirma que en marzo de 1939 salieron de 38 a 41 barcos de distinto tipo: 13 mercantes, 11 barcos, o barcas pesqueras, y 15 barcos auxiliares de la armada republicana (cf. “El Stanbrook y los barcos del exilio en el Norte de África”, 2017). 53 2.368 es la cifra más usada para referirse al número de tripulantes del Stanbrook. La aportó J. B. Vilar a partir de un documento encontrado en los Archives Nationales d’Outre-mer en Aix-en-Provence: Leg. 2638. Refugiés Espagnols (Police, 1939-1945) (cf. “La última”, 1983: 274-330). Según Vargas, que utiliza el archivo personal de Rodolfo Llopis, el número asciende a 3.028 (cf. 1999: 125). Según Gassó García, en base a un acta del Pleno Provincial de la Federación Socialista de Alicante eran 3.016 (cf. “Breves apuntes”, 2016: 16). En la lista hay nombres repetidos varias veces. 54 No existe el mínimo acuerdo entre los investigadores. Según Bahamonde Magro y Cervera Gil, el Cuartel General del Generalísimo contó 12.000 personas en los muelles de Levante. La delegación internacional proporcionó la cifra de 6.000 y el gobierno francés, la de 4.000 (cf. 2000: 495). Además, según el gobierno francés huyeron unas siete mil o siete mil quinientas personas (cf. ibid.: 499). J. B. Vilar proporciona cifras un tanto desproporcionadas. Afirma que el martes 28 de marzo había entre 70.000 y 100.000 personas vagando por Alicante (cf. “La última”, 1983: 274). De todos ellos, arguye que unos 15.000 se quedaron en tierra (cf. “El exilio español de 1939”, 2009: 77). Fernández Vargas dice que en Alicante quedaron unos 30.000 refugiados cuando entraron las tropas italianas (cf. 1981: 41). Según el general Gambara, tan solo había 2.000 refugiados en el muelle cuando llegó (cf. Martínez Bande, 1973: 290). De Guzmán afirma que se trataba de una cifra cercana a los 20.000 (cf. 1973: 304) y según Santonja Cosnard, el coronel
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marzo (cf. Bahamonde Magro y Cervera Gil, 2000: 496 y 499). Ante la desesperación hubo varios suicidios (cf. ibid.: 499; Thomas, 1976: 709-710). Las cifras varían mucho, desde la de los veinte o treinta que aporta Zugazagoitia (cf. 1968: 289) a la de los casi setenta, que aporta Cerdán Tato (cf. 1978: 6). El resto, alrededor de los diecinueve mil, fueron trasladados en su mayoría al campo “de los Almendros” (Rafaneau-Boj, Los campos, 1995: 122). Los testigos e historiadores comentan que en este campo ya empezaron las ejecuciones, sin embargo, no existe unanimidad sobre el número de personas que fueron fusiladas en el mismo (cf. Fernández Vargas, 1981: 41; Álvarez Fernández, 2007: 111). Todos estos barcos que salieron de Alicante in extremis eligieron Orán como destino por razones de tipo político y geográfico: tras la caída de Madrid y el avance de las tropas franquistas por tierra por el oeste y el norte y el de las tropas de Mussolini por mar desde el este hacia Alicante, el reducto territorial republicano, la única solución era el transporte por mar hacia el sur. Desde este enclave, Orán era el destino más próximo, a tan solo ciento cuarenta millas náuticas (cf. Sempere Souvannavong, 2001: 112). En términos estadísticos puede hablarse de un exilio de unas quince mil personas tan solo en Argelia y de unas veinte mil en todo el Magreb (el Marruecos francés, Argelia y Túnez). Las cifras varían mucho entre los expertos en función de las fuentes consultadas. Las cifras más bajas estiman que había unos seis mil quinientos exiliados en Argelia (cf. Bachoud, “Les républicains”, 2009: 12). Según J. Rubio, la cifra asciende a unos diez mil (cf. La emigración de la guerra civil 1, 1977: 84) y Alted Vigil cuenta unos doce mil (cf. La voz, 2005: 127). Dreyfus-Armand y Temime (cf. 1995: 43) consideran que hubo entre unos quince y veinte mil exiliados solo en Argelia. Jean-Jacques Jordi defendía en 1991 la idea de que para poder evaluar la envergadura de las emigraciones y del exilio republicano español en Argelia había que finalizar el recuento en 1962, cuando tuvo lugar la diáspora europea tras la independencia de Argelia. Según sus cálculos
italiano Mario Rosmino declaraba al periódico alicantino Información el 24 de junio de 1967 que la cifra ascendía a los 40.000 (cf. 1984: 96).
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del más del millón de expatriados de Argelia, cuatrocientos mil eran españoles (cf. “Les trois étapes”, 1991: 117). A pesar de que las medidas necesarias para acoger un posible éxodo en las costas norafricanas ya habían sido delineadas en 1937 y en 1938 (cf. Aubrespy-Agullo, 2009: 61-62), las autoridades francesas decidieron no aceptar el desembarco de ningún refugiado. Según J. B. Vilar, tenían miedo de que los “rojos” “contaminaran con sus ideas al vecindario oranés europeo y judío y, sobre todo, que reavivasen el nacionalismo de la población musulmana, doblegada, pero no convencida ni asimilada” (“El exilio español de 1939”, 2009: 84). Tras haber pasado un mes de media en los barcos, Rodolfo Llopis consiguió negociar el desembarco de los pasajeros tras el pago de 170.000 francos de la SERE (cf. Martínez Leal, “El Stanbrook”, 2005: 76). El desalojo se adelantó por un brote de tifus en el Stanbrook: el hacinamiento de mil quinientas personas, aunque la capacidad máxima del mismo era para cien, creó insalubridad y contribuyó a la rápida propagación de la enfermedad a bordo. Los primeros en desembarcar fueron mujeres y niños, que fueron enviados, junto con inválidos y algunos intelectuales, a la prisión de Orán en la calle Ceréz, al centre denominado centre “n.° 1”. A partir de ese momento comenzaron a elaborarse listas con la afiliación política, la profesión y el estatus civil de los exiliados y se fue permitiendo la salida en tandas de unos cuatrocientos hombres cada vez. A los primeros en salir se los fue instalando en el centre “n.° 2”, situado en la Avenue du Tunis. Al resto se los repartió entre el centre “n.° 3”, compuesto por unas tiendas de campaña en el muelle Ravin Blanc, y el “n.° 4”, La mer et les pins, en Aïn el Turk, muy cerca de Orán (cf. Bouzekri, Derrotados, 2013: 191; Aubrespy-Agullo, 2009: 64). El 1 de mayo de 1939 se desembarcó definitivamente al resto de los hombres (cf. Martínez Leal, “El Stanbrook”, 2005: 74). En la página 75, en el mapa 1, es posible visualizar la localización geográfica de los principales campos de concentración en Argelia. A causa de la alta concentración de personas de origen español en la ciudad y en la región de Orán —según una carta prefectoral del 14 de abril de 1939, un 80% en el departamento de Orán (cf. Escribano Miralles, 2012: 66)— se trasladó a los refugiados a la región de Argel.
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El objetivo era diversificar la población por miedo a posibles reivindicaciones nacionalistas españolas sobre la región. Estas alcanzaron su máximo esplendor durante la llamada “Operación Cisneros” (1940-1942), por la que Franco pretendía recuperar el Oranesado (cf. Salinas, Quand Franco réclamait Oran, 2008: 47-48). Esta región formaba parte de lo que el entonces ministro de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, e incluso el propio Franco reclamó a Hitler antes y durante su entrevista en Hendaya. A cambio de su “espacio vital”, ocupado por las colonias francesas del norte de África (Marruecos y Argelia) y de ampliaciones territoriales en Guinea Ecuatorial y en el Sáhara español, Franco le propuso a Hitler que España interviniera en la Segunda Guerra Mundial de lado del Eje (cf. Avilés Farré, 2005: 119; Ros Agudo, 2009: 33). A las mujeres, a los niños y a los hombres mayores de cincuenta y ocho años se les consideró “civiles” y se les derivó a los denominados centres de regroupement familial en Carnot en las inmediaciones de Orléansville (actual Chlef ), en Molière, en Beni-Hindel, y en la propia Orléansville. A los “intelectuales”, es decir, a los que tenían cualquier tipo de educación superior y a los francmasones se les envió a Cherchell, en el departamento de Argel (cf. Bachoud,“Les républicains”, 2009: 20). En estos centros la situación de las familias era razonable —en relación con las circunstancias—, sobre todo por las mejores condiciones climatológicas y sanitarias (cf. J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1, 1977: 342; Alted Vigil, La voz, 2005: 130). Los milicianos y los brigadistas, es decir, la mayoría de los hombres de entre diecinueve y cincuenta y ocho años (cf. J. B. Vilar, “El exilio español de 1939”, 2009: 86), unos tres mil quinientos (cf. Dulphy, 2009: 195), fueron internados en los centres d’hébergement Suzzoni, en Boghar, y Morand, en Boghari55. Pronto se abrió otro campo por falta de espacio en los anteriores, Relizane, al que fueron traslados algunos exiliados para descongestionar los anteriores (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 130).
55 Como bien apunta Charaudeau: “il faut entendre par ‘miliciens’ tous les hommes célibataires ayant appartenu sous quelque forme que ce soit aux forces républicaines espagnoles” (1992: 25).
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Por miedo a la “fermentación” intelectual y política que podía provocar la inactividad de los exiliados, el gobierno francés ratificó pocas semanas después el decreto-ley del 12 de abril de 1939 (cf. Charaudeau y Grynberg, 1994: 148). Con este decreto se proponía sacar provecho económico de los refugiados españoles con edades comprendidas entre los 20 y los 48 años en situación de desempleo. Para ello, los exiliados fueron incorporados de manière volontaire ou forcée (Charaudeau, 1992 : 26) a las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE) en régimen de prisioneros de guerra. La única alternativa que se les proponía era su extradición a la España franquista (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 133). Se crearon doce compañías encuadradas dentro del octavo regimiento francés y destinadas a la construcción de carreteras de Constantina a Khenchela, a la explotación de las minas de carbón en Kenadsa en el sur o a la construcción del tren transahariano de Bou Arfa en Marruecos a Colomb Béchar y Kenadsa, en Argelia (cf. Dulphy, 2009: 196; Charaudeau, 1992: 26; Kateb, 2007: 169). Esta obra retomaba un proyecto colonial francés rescatado para la ocasión (cf. Ginio, 2004: 124) que había sido concebido en 1878 por el ingeniero Duponchel para conectar los territorios franceses del norte de África y asentar así su control en zonas sin administración local56. Durante el periodo de vigencia de este decreto-ley los exiliados podían pedir una solicitud de alojamiento en casa de parientes residentes en Argelia que se declarasen como sus avales. Debido al hacinamiento de los campos, pronto se decidió extender el concepto de pariente más allá de la ascendencia o descendencia directa (cf. Dulphy, 2009: 195). Si los “parientes” no podían ejercer de avales, el refugiado debía probar que poseía medios económicos suficientes para residir libremente en Argelia o conseguir un contrato de trabajo, siempre y cuando no entrara en competencia con la mano de obra francesa. Además, la aprobación de las solicitudes dependía también de la conducta moral y política, tanto de los refugiados, como del propio aval (cf. Rafaneau-Boj, Los campos, 1995: 145-146). En caso de que se diera el
56 Véase Palacio Pilacés (cf. 2010: 146). Broder (2016) reconstruye la historia de este proyecto imperial francés.
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visto bueno, las autoridades expedían permisos que el refugiado debía renovar cada semana. Este debía personarse en las oficinas y probar que seguía manteniendo una conducta intachable. Los indocumentados —todo español cuyo documento de identidad no hubiera sido expedido por las autoridades republicanas antes del 27 de febrero de 1939— no tuvieron más opción que el internamiento (cf. Bouzekri, Derrotados, 2013: 166; Rafaneau-Boj, Los campos, 1995: 147). Con la implantación de un nuevo decreto el 12 de noviembre de 1939 se redujo el número de refugiados con permiso de residencia. En virtud de este decreto se ordenó que se detuviera a todo extranjero o francés que residiera en Argelia y que pareciese “sospechoso”. Por ello, se internó a muchos exiliados que residían en Argelia en libertad reglada legalmente o en centres de séjour surveillés (cf. Levisse-Touzé, 1998: 34-35). Según un informe del 27 de noviembre de 1940, expedido por Alejandro del Castillo, encargado de la misión de la JARE en África del Norte, 2.540 refugiados vivían fuera de los campos (cf. Bachoud, “Les républicains”, 2009: 21) y, de ellos, solo 1.053 trabajaban en empresas (cf. Charaudeau, 1992: 26; Aubrespy-Agullo, 2009: 69). El informe concluía que el 25% de los exiliados —con permiso de residencia, se entiende, puesto que los clandestinos no estaban contabilizados en ningún censo— tenía recursos suficientes para sobrevivir, provenientes o de su salario o de la ayuda económica que recibían de familiares residentes en España o en Argelia. Un 10% percibía ayudas de la JARE por los servicios prestados durante la Segunda República y el 40% vivía en la indigencia (cf. Bachoud, “Les républicains”, 2009: 21). Y es que la ley para la protección de la mano de obra francesa que se aprobó el 15 de septiembre de 1940 imponía una tasa máxima de un 10% de extranjeros en el mercado laboral (cf. Bachoud, “Exilios”, 2002: 95). Por este motivo, muchos exiliados no tuvieron otra opción que malvivir del mercado negro y se dedicaron al comercio del jabón, a la fabricación y a la reparación de calzado, a la fabricación de juguetes o a la peluquería (cf. Palacio Pilacés, 2010: 141). Algunos se alistaron en la Legión Extranjera, pero la inmensa mayoría se vio encuadrada en las CTE, de acuerdo con estas normativas que entraron en vigor en Argelia a principios de 1940 (cf. J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1, 1977: 347). En estas compañías y, a
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diferencia de otros tipos de sistemas concentracionarios, los exiliados recibían irregularmente un sueldo por los servicios prestados de unos cincuenta céntimos de franco diarios. La ley francesa no permitía que se obligase a trabajar a los refugiados pero añadió una cláusula a las solicitudes de asilo por la que los españoles se comprometían a trabajar para Francia (cf. Palacio Pilacés, 2010: 119). En mayo de 1939, dos comisiones internacionales de la Conferencia de París visitaron los campos de concentración y calificaron las condiciones laborales, higiénicas, alimentarias y climáticas —con temperaturas que rondaban los 45 grados a la sombra— de catastróficas57. Un informe emitido por el Dr. Weissman-Netter concluía que “[i]ls manquent de tout. [...] Avec la chaleur cela nous permet d’affirmer que pas un homme ne pourra résister dans ces conditions. Ils sont voués au désespoir, à la maladie et à la mort” (Aubrespy-Agullo, 2009: 65-66; DreyfusArmand y Temime, 1995: 43). Con el armisticio que firmaron Francia y Alemania en junio de 1940, Francia quedó dividida en la Francia de Vichy y la Francia libre. Pocos meses después, el régimen de Vichy se encargó de recrudecer la situación de los exiliados a través del decreto-ley del 27 de septiembre de 1940, que contemplaba que todos los extranjeros entre los 18 y los 55 años, “en surnombre dans l’économie nationale” (Cantier, 2009: 41; Dulphy, 2009: 196), fueran integrados en los Groupements de Travailleurs Étrangers (GTE). Las doce CTE fueron sustituidas por trece GTE y otras seis secciones que fueron destinadas a la legión extranjera. Se crearon también campos disciplinarios, como los de Aïn-el-Ourak y Foum Defla en Marruecos y Méridja, Bérrouaghia
57 Buchenwald estuvo abierto desde julio de 1937 hasta abril de 1945. No se han encontrado fuentes que prueben que los exiliados españoles estuvieran al tanto de lo que ocurría en este campo de concentración durante su internamiento en Argelia. Según Rafaneau-Boj, la realidad de los exiliados españoles en África del norte fue mucho más cruda que la de los exiliados en la Francia continental (cf. Los campos, 1995: 144). Tuñón de Lara, “Los españoles” (cf. 1976: 27); J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1 (cf. 1977: 347) y Pla Brugat, Els exiliats (cf. 1999: 86; 94-95), también hacen hincapié en las peores condiciones a las que tuvieron que hacer frente los refugiados en Argelia.
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y Hadjerat M’Guil en Argelia. Los exiliados llamaban a este último campo la Buchenwald francesa porque las torturas y las vejaciones estaban a la orden del día58. Además, el 3 de septiembre de 1940 el general Weygand endureció el sistema de los centres de séjour surveillés para “placer hors d’état de nuire les nationaux dangereux [communistes et anarchistes] et les étrangers indésirables qui ne peuvent être ni expulsés ni rapatriés” (Charaudeau, 1992: 27). El más conocido de estos campos para “indeseables peligrosos” fue el de Djelfa, ya que fue en este campo en el que estuvo internado Max Aub, junto con otros comunistas peligrosos derivados desde el campo de Vernet, en la metrópoli. Las prisiones Maison Carrée y Barberousse en Argel y Lambèse, en Batna, en la región de Constantina, también sirvieron para internar en régimen de común a los exiliados comunistas que estaban en espera de juicio o si ya se les había condenado a trabajos forzados o a muerte por sus actividades políticas59. Según Palacio Pilacés, el hacinamiento de las cárceles, el hambre y el tifus las convirtieron en auténticos mataderos (cf. 2010: 193). En agosto de 1942 se reforzó el dispositivo policial encargado de arrestar a los extranjeros peligrosos, lo que dio lugar a una ola de arrestos masivos de comunistas y de anarquistas españoles que vivían en Argelia con permiso o en la clandestinidad (cf. Charaudeau, 1992: 27). Con la Operación Torch, el desembarco aliado de noviembre de 1942, no se produjo la inmediata disolución de los campos, ya que durante meses los generales vichystas, Darlan y Giraud, siguieron al frente de Argelia bajo protectorado estadounidense. Estos dirigentes se negaron a la liberación de los españoles, a pesar de que el presidente
58 Según Sicot, Djelfa 41-43 (cf. 2015: 32 y 275), se trata de una exageración de los testigos. Arguye que no se puede comparar el sistema francés con el nazi. Para ello, se basa en las afirmaciones de Thénault, Violence (cf. 2012: 281), de que la violencia y la mortalidad de Djelfa —otro de los campos disciplinarios más terribles en la memoria de los exiliados republicanos en Argelia— nunca llegó al extremo de la de los campos nazis. 59 Laura Gassó García, en “Breves apuntes y testimonies históricos”, proporciona una lista muy detallada de otros muchos campos que existieron en Argelia (cf. 2016: 28-30).
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Roosevelt la había ordenado el 17 de noviembre 1942. En febrero de 1943 se comenzó a liberar a internados a título individual tras el examen de sus fichas60. Aunque la represión experimentó una relajación paulatina, la liberación no se hizo efectiva hasta junio de 1943, tras el reconocimiento de De Gaulle como jefe de la Francia libre (cf. Bachoud, “Les républicains”, 2009: 33-34). A partir de ese momento, los estadounidenses propusieron a los republicanos exiliados varias opciones: la emigración hacia México, elección poco popular entre los exiliados (cf. J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1, 1977: 353), porque pocos podían pagársela (cf. Kateb, 2007: 168; Aubrespy-Agullo, 2009: 79; Escribano Miralles, 2012: 73). Además, tan solo unos doscientos de los mil que solicitaron trasladarse a México recibieron una respuesta positiva, puesto que la CAFARE decidió que a partir de 1943 invertiría sus fondos en solucionar los problemas económicos de los exiliados republicanos que ya estaban en México y que no patrocinaría más viajes (cf. J. Rubio, La emigración de la guerra civil 2, 1977: 463-464). Margot Peigné apunta que la JARE tendía a seleccionar a exiliados republicanos provenientes del norte de España y a militantes de partidos moderados para su traslado a México, criterios que hicieron que únicamente una minoría de los exiliados republicanos en Argelia pudiera pisar suelo azteca (cf. 2009: 139-145). Otras opciones que tenían los exiliados tras su liberación eran trabajar para la industria bélica francesa o alistarse y luchar con franceses, ingleses o estadounidenses en la Legión Extranjera, en los Pioneros o en los Cuerpos Francos de África, respectivamente (cf. Charaudeau, 1992: 28; Aubrespy-Agullo, 2009: 79; J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1, 1977: 352; Alted Vigil, La voz, 2005: 137). Es decir, no se les ofreció una opción que supusiera realmente su libertad. A pesar del gran resentimiento que los refugiados españoles tenían hacia los franceses, muchos siguieron trabajando en las minas de Kenadsa y en la construcción del transahariano para la empresa
60 Ródenas Calatayud (2016) recompone el largo proceso que condujo a la liberación de los exilados.
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Mediterranée-Niger con un contrato de trabajo remunerado61. Una gran parte luchó con los aliados en la Segunda Guerra Mundial (cf. Díaz Esculies, 1993: 138) y formó parte de la famosa “nueve” de la División Leclerc que liberó París en agosto de 1944 (cf. Dreyfus-Armand, L’exil des républicains, 1999: 121-122). Unos meses antes, en febrero de 1944, se abrieron procesos judiciales militares para juzgar a los dirigentes de los campos de represión de Hadjerat M’Guil y Bérrouaghia, del centre de séjour surveillé de Djelfa y de la prisión Maison Carré (cf. Palacio Pilacés, 2010: 238; J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1, 1977: 349). No obstante, las penas aplicadas a los dirigentes resultaron decepcionantes para la mayoría de los exiliados (cf. Vigil Alted, La voz, 2005: 136). Desde el 21 de abril de 1945, los republicanos exiliados en Argelia comenzaron a gozar del estatus de exiliado político que les concedía el decreto metropolitano del 15 de marzo del mismo año (cf. Schwarzstein, Entre Franco y Perón, 2001: 225). Este nuevo estatus les permitió, además, poder acogerse a la protección establecida por la Convención de Ginebra de 1933 (cf. Palacio Pilacés, 2010: 286). Sin embargo, como no fueron considerados soldados franceses al término de la Segunda Guerra Mundial, se vieron privados hasta décadas más tarde del derecho a pensión (cf. J. B. Vilar, La España del exilio, 2006: 351). Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, los refugiados vivieron lo que Stein ha denominado “el tiempo de la euforia62” (1979: 182, traducción de la autora) y Dreyfus-Armand, “de l’espérance” (L’exil des républicains, 1999: 227). En este periodo, los exiliados creían firmemente que la coyuntura internacional ayudaría a acabar con el franquismo y, por lo tanto, con su exilio. Sin embargo, con el paso del tiempo, los refugiados se fueron incorporando paulatinamente tanto al mercado laboral como a la vida cultural y social de la Argelia colonial. Todo esto muy a pesar de las reticencias de algunos franceses de origen español, que les denominaban peyorativamente ‘refoujiaos’
61 Véase Morro Casas (cf. 2012: 47). Esta empresa llevaba gestionado la obra desde 1941 (cf. ibid.: 351). 62 “The time of euphoria” (cf. Stein, 1979: 182).
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y desdeñaban a los que se habían negado a luchar con los aliados durante la Segunda Guerra Mundial (cf. Salinas, “Oran, l’Andalous”, 2009: 97). Sin embargo, esta actitud no parece corresponder a la norma, porque, como afirma Bachoud, “este país era más propicio a una reinserción de exiliados españoles que Francia continental: por la proporción de compatriotas ya instalados allá, de la misma región de procedencia, de los mismos hábitos de vida” (“Exilios”, 2002: 100). En las regiones de Orán y Argel las asociaciones sociales, culturales y políticas españolas florecieron a finales de los años cuarenta, como atestiguan la efervescencia cultural del Círculo Federico García Lorca, del Orfeón español (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 138) o del Club Unidad (cf. Bachoud, “Exilios”, 2002: 100). Según Martínez Leal, el primer grupo político al que pertenecían los exiliados en Argelia en marzo de 1939 era el republicano, seguido muy de cerca por el partido socialista (cf. “El Stanbrook”, 2005: 78). El PSOE, además, alcanzó un número de afiliados similar al de México en estas fechas (cf. J. B. Vilar, “El exilio español de 1939”, 2009: 91). El tercer puesto lo ocupaban los libertarios y el último, los comunistas (cf. Martínez Leal, “El Stanbrook”, 2005: 78). Asimismo, cada partido tenía un sindicato y una publicación propia (cf. Bachoud, “Exilios”, 2002: 97). Los socialistas publicaron Crisol, los comunistas, Mundo Obrero y los libertarios de la rama confederal, Solidaridad Obrera (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 138). De hecho, el análisis de Bouzekri de Solidaridad Obrera muestra la vitalidad de los grupos de teatro asociados al Movimiento Libertario del exilio republicano en Argelia (cf. “El teatro del exilio”, 2011). Francia vigiló muy de cerca este florecimiento cultural y político español y se encargó de reprimir con dureza la conflictividad que caracterizaba la relación entre la Unión Nacional Española comunista (UNE) y la Junta Española de Liberación, que agrupaba a socialistas, anarquistas y republicanos (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 137). Esto no solo se hizo para cumplir con los compromisos diplomáticos con Franco, sino por la “histeria anticomunista” (Palacio Pilacés, 2010: 327) que reinaba en Francia en los albores de la Guerra Fría (cf. Bachoud, “Exilios”, 2002: 97). Las autoridades coloniales veían un verdadero peligro en la intensa colaboración que existía entre el Partido
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Comunista de Argelia (PCA) y el Partido Comunista de España (PCE), ya que consideraban que esta podría “susciter la jalousie de la population musulmane” (Dulphy, 2009: 198) y avivar el sentimiento independentista argelino63. Un ejemplo son las comunicaciones oficiales que recibieron numerosos comunistas franceses y españoles en Orán en las que se les amenazaba con ser expulsados del país en caso de que colaboraran de cualquier manera con nacionalistas musulmanes (cf. Palacio Pilacés, 2010: 345). Durante todos estos años, siguieron siendo muchos los españoles que emigraron a Argelia para huir de la represión franquista. Sin embargo, en los años cincuenta, el número de exiliados en Argelia se vio reducido64. Los motivos son variados y van desde la promulgación en Francia del decreto-ley de septiembre de 1950 por el que se prohibían los partidos comunistas y los sindicatos anarquistas, la progresiva adquisición de la nacionalidad francesa, el desencanto político tras el asentamiento del régimen de Franco y su reconocimiento internacional, hasta llegar a la afiliación mayoritaria de los exiliados de segunda generación a partidos y asociaciones francesas (cf. J. B. Vilar, “El exilio español de 1939”, 2009: 95; Bachoud, “Exilios”, 2002: 81). En 1950, el partido español en Argelia con más afiliados era el PSOE, seguido por los sindicatos UGT y CNT. Sin embargo, el más activo era el PCE, a pesar de la hostilidad incipiente que había hacia el comunismo en el contexto de la Guerra Fría (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 138-139). En 1954 comenzó la revolución nacionalista argelina, que se había ido forjando desde la violenta represión francesa de las manifestaciones
63 Véase el interesante apartado 7.3. en el libro de Palacio Pilacés sobre la “Operación Paprika-Bolero” de 1950, por la que no solo fueron ilegalizadas nueve organizaciones comunistas españolas y diez de sus publicaciones, sino que también se deportó entre 256 y 285 comunistas que fueron arrestados en mitad de la noche. Esta operación también se llevó a cabo en la Francia “europea”. Muchos comunistas fueron desterrados al sur de Argelia, a Córcega o a países del este (cf. Lillo, 2011: 180). Véase también Eiroa de San Francisco, “Sobrevivir” (cf. 2011: 74). 64 En el apartado “4.1. La escritura sobre el exilio argelino en Argentina y Venezuela (1945-1966)”, se proporciona un análisis más detallado sobre las causas de la disminución de la población exiliada en Argelia (cf. 216-217).
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nacionalistas de mayo de 1945 en la que murieron al menos mil quinientos colonos65. Los reiterados intentos de diálogo de la moderada Union Démocratique du Manifeste Algérien, la UDMA, liderada por Ferhat Abbas, fueron ninguneados por el gobierno francés. En 1947, Francia trató de contentar las ansias nacionalistas del pueblo argelino con un estatuto que concedía al département cierta capacidad de decisión política (cf. Segura, 1994: 158). Sin embargo, las aspiraciones independentistas no quedaron satisfechas, puesto que los efectos prácticos del estatuto fueron insignificantes, ya que el control seguía en manos de los colonos. El 10 de octubre de 1954 la guerrilla independentista, el Front de Libération Nationale (FLN), proponía la insurrección inmediata del pueblo para conseguir la restauración de un estado argelino democrático, social e islámico. El 1 de noviembre se hacía público su brazo armado paramilitar y se exigía la independencia de Argelia (cf. ibid.). En este conflicto, una gran parte de los españoles —sobre todo de la antigua colonia española, pero también de la comunidad del exilio— se posicionaron del lado de las tesis imperialistas francesas (cf. Palacio Pilacés, 2010: 363). A pesar de los acuerdos de Evian del 18 de marzo de 1962, el FLN contestaba con brutalidad a la intensificación de los actos terroristas de la Organisation de l’Armée Secrète (OAS), organización terrorista de extrema derecha en contra del alto al fuego y de la independencia de Argelia66. Los atentados recurrentes de ambos bandos hacían que fuera peligroso salir a la calle en Argelia67. A finales de abril del mismo año se capturó al líder de la OAS, Raoul Salan, y el conflicto armado se dio por finalizado. Miles de harkis, argelinos que habían luchado al lado de Francia, se vieron abandonados a su suerte y abogados a salir del país. Muchos de ellos huyeron a la Francia metropolitana, donde fueron internados en los mismos campos de concentración que
65 Otros datos suben la cifra hasta las cuarenta y cinco mil víctimas (cf. Columbia Electronic Encyclopedia, 2014). 66 Segovia (1963) hace un análisis detallado de las negociaciones que desembocaron en los acuerdos de Evian. 67 Monneret presenta una panorámica del clima de violencia que reinaba en Argelia en ese periodo (cf. 2001: 134-138).
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habían servido para albergar a los republicanos españoles (cf. Jordi y Hamoumou, 1999: 55). Durante este año dos mil refugiados españoles salieron de Argelia durante el éxodo masivo del mes de julio, y de estos, muy pocos se dirigieron a la España de Franco. La mayoría sufrieron un segundo exilio en Francia, donde setenta mil españoles o franceses de origen español se vieron invisibilizados dentro del colectivo de pieds-noirs (cf. Bessis 1994: 443). Los que permanecieron en Argelia, al igual que los doscientos mil pieds-noirs que no abandonaron el país (cf. Zerrouki Kherbouche, “El destierro o vivir en Argelia”, 2011: 630), adquirieron la nacionalidad argelina por razones administrativas (cf. Palacio Pilacés, 2010: 374). Asimismo, muchos de estos exiliados murieron en el exilio o no pudieron regresar a España hasta la muerte de Franco. De hecho, según Gaitx Moltó, en 1976 aún quedaban unos dos mil exiliados en el continente africano (cf. “Història i llocs: La diáspora republicana”, 2015). Todo lo que se ha descrito en estas líneas resume y por tanto abstrae e inevitablemente reduce el amplio espectro de experiencias a las que se enfrentaron los diferentes grupos de exiliados republicanos españoles en Argelia. Sin embargo, esta visión de conjunto ayuda a comprender la percepción de la realidad de los exiliados españoles en Orán y, por consiguiente, los procesos de construcción identitaria que quedan plasmados en sus escrituras del yo. La mayor parte de las escasas investigaciones llevadas a cabo y publicadas sobre el exilio republicano español en Argelia son de corte sociológico y, sobre todo, histórico, desde las cuales se ha extraído la información para realizar la contextualización anterior68. Entre ellos destaca el libro editado por Andrée Bachoud y Bernard Sicot, Sables d’exil, publicado en 2009, porque incluye dos capítulos que podrían encuadrarse sin duda dentro de los estudios literario-culturales. El primero es la publicación de parte de los diarios de Antonio Blanca —un
68 Sin pretender aportar una enumeración exhaustiva de la totalidad de los estudios disponibles, podrían destacarse: Levisse-Touzé (1998); Dulphy (2009); Palacios Pilacés (2010); J. B. Vilar, “El exilio español de 1939” (2009); J. Rubio, La emigración de la guerra civil de 1936-1939 1 y 2 (1977) y Morro Casas (2012).
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exiliado español en Argelia—, traducidos al francés y precedidos de una presentación de su hijo Antoine Blanca y de una introducción de María Luisa Broseta Martí69. Esta autora explicaba en su introducción que Antonio reescribió su diario en los campos de concentración para omitir ciertas partes que podrían comprometerle tanto a él como a su familia, lo que revela la conciencia del autor de la artificialidad tanto de su escritura como de su memoria70. Por último, Broseta Martí enfatizaba que el autor utilizaba la cultura como un medio de resistencia. El segundo es un artículo de Sicot en el que el autor francés trata de reconstruir la historia del campo de Djelfa a través de documentos de archivo y de testimonios “reales” y ficcionalizados. Se centra en la obra de Max Aub como fuente principal y publica una serie de poemas del autor traducidos al francés. Sicot ha actualizado y completado esta labor en un voluminoso libro publicado en 2015 en el que aporta una gran cantidad de material documental sobre este campo, titulado Djelfa 41-43. Esta obra examina brevemente varias obras que componen el corpus del presente trabajo. Sin embargo, Sicot se centra más bien en el análisis de pasajes que cree que le permiten demostrar que el régimen al que estaban sometidos los exiliados republicanos no era concentracionario71. Los únicos trabajos que han analizado algunas de las escrituras del yo de las que se encarga este trabajo como objeto de análisis literariocultural son algunas reseñas aparecidas en la revista Laberintos —firmadas por Cecilio Alonso y Paula Simón Porolli— y una ponencia de Naharro Calderón, “Memorias concentracionarias españolas en Francia”, presentada en el Congreso Internacional 1939: México y España, celebrado en Morelia en 2009. Su presentación compara textos
69 Algunos extractos de estos cuadernos se publicaron en la revista Canelobre en 1991. La edición la realizó Juan Martínez Leal. Bernard Sicot y Danae Gallo González están preparando una edición de los cuadernos. 70 Véase a este respecto el análisis de los diarios de Blanca, en Gallo González, “L’amour” (2017). 71 El presente trabajo no suscribe esta idea de Sicot. En el apartado “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’”, se explica el entendimiento que ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) tiene del término ‘campo de concentración’ (cf. 133).
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de corte autobiográfico sobre la experiencia concentracionaria en la Francia metropolitana y en la argelina —como los de Aub y el de Jiménez Margalejo—, y reflexiona sobre las políticas de representación de la experiencia traumática en el mercado actual de la memoria. Sin embargo, el género de la reseña y el método de análisis que propone Naharro Calderón de analizar gran cantidad de obras en una sola ponencia marcan la aproximación panorámica e inevitablemente superficial con la que se analizan las obras. Las actas de las primeras Jornadas internacionales del exilio republicano de 1939 en Argelia, que tuvieron lugar en abril de 2017, proporcionan los primeros análisis de obras literarias producidas por exiliados en Argelia de manera sistemática. Destacan, para los propósitos de este libro, la aportación de Aznar Soler sobre la labor teatral de la familia González Beltrán, a partir de la obra de corte autobiográfico Desde la otra orilla. Memorias del exilio, de Helia y Alicia González Beltrán, y la de Esther Lázaro sobre el contacto epistolar de Max Aub en Djelfa. No obstante, este trabajo considera que el análisis profundo y ponderado de las escrituras del yo de los exiliados republicanos españoles en Argelia después de la Guerra Civil sigue siendo un desiderátum investigativo, ya que este corpus continúa metafóricamente en el exilio. Después de esta contextualización sociohistórica y del estado de la cuestión sobre los estudios de la memoria en la que se enclava este proyecto, los siguientes capítulos tienen como objetivo hacer retornar el exilio republicano español en Argelia a la memoria cultural española.
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¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se propone cubrir este vacío en la investigación para contribuir a que la memoria del exilio republicano español en Argelia pueda retornar a la memoria cultural española. Sin embargo, tanto las escrituras del yo que componen este corpus, como el objetivo principal de este trabajo de investigación tienen un claro predecesor en la obra de Max Aub. Por este motivo, a continuación, se repasa en primer lugar la trayectoria biográfica de este autor, que se sitúa en la intersección de los principales enclaves del exilio republicano español contextualizados en la sección anterior: México, Francia y Argelia. En segundo lugar, se presenta la labor profesional del autor en la elaboración literaria de su experiencia concentracionaria en el exilio argelino y, por último, se resume el estado de la cuestión sobre la misma. Esta empresa tiene como objetivo servir de puente entre la contextualización de los estudios de la memoria del pasado reciente
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español en los que se asienta este trabajo y los primeros esfuerzos de fomentar el retorno del exilio republicano español en Argelia. Este autor español de origen judío y franco-alemán pasó los Pirineos en camión a finales de enero de 1939 camino de París, la ciudad de su infancia (cf. Malgat, 2007: 81). Allí vivió los primeros meses de su exilio hasta que una falsa denuncia como comunista en abril de 1940 hizo que fuera detenido e internado en el estadio Roland Garros (cf. Figueras, 1999: 312). Poco después fue trasladado al centre de séjour surveillé Le Vernet, un campo disciplinario en Le Vernet d’Ariège, del que fue liberado siete meses después de forma temporal1. Sin embargo, en junio de 1941 se le detuvo en Niza y fue trasladado de nuevo a Le Vernet, y de allí, a finales de noviembre del mismo año, a Djelfa, Argelia, a bordo del Sidi Aicha2. En este campo de concentración trabajó haciendo alpargatas y como secretario en la enfermería del campo hasta el 18 de mayo de 1942. Este día fue liberado gracias a las gestiones del cónsul mexicano, que se encargó de hacerle llegar a México el 10 octubre de 1942 tras una escala en Marruecos (cf. Quiñones, 1994: 28). El nombre de este último campo en el transcurso vital de Aub es el que dará el título a su obra más famosa inspirada en el exilio argelino: Diario de Djelfa, un conjunto de poesías compuestas a partir de unas notas tomadas in situ en este campo disciplinario3. Sin embargo, estos
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Sobre el supuesto comunismo de Aub, véase Naharro Calderón (cf. “Epílogo: ‘De Cadalso 34’”, 1999: 192-200). Este tipo de detenciones eran reglamentarias en Francia, puesto que su legislación contemplaba este procedimiento para los más de mil extranjeros considerados particularmente peligrosos por su extremismo político (cf. Sicot, “Max Aub en Djelfa”, 2007: 400; Naharro Calderón, “Los papeles mojados de Max Aub”, 2003: 22). Zerrouki Kherbouche corrige tanto a Aub, como a varios estudiosos del autor y afirma que el nombre del barco no puede ser Sidi Aicha, señor Aicha, puesto que Aicha es un nombre femenino (cf. Max Aub, 2011: 38). Nótese que, entre la gran cantidad de campos que protagonizan la narrativa aubiana a partir de 1939, como por ejemplo Campo francés y Campo de los almendros, y a excepción de algún cuento como la segunda parte de Telón de fondo, “Vernet, 1940”, Djelfa es el único topónimo que ha dado título a sus obras sobre
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apuntes no solo sentaron la base de su poemario, sino también de la primera ponencia que pronunció al respecto. Esto ocurrió cinco días después de que llegara a México, el 15 de octubre de 1942, ante la Asamblea Contra el Terror Nazifascista (cf. Sicot, “Max Aub en Djelfa”, 2007: 404). Esta ponencia fue la primera de toda una serie de acciones y escritos del autor sobre el tema que sobrepasan el centenar y que César Núñez ha llamado el ciclo de Djelfa4. El objetivo de este ciclo era dar a conocer que sus compañeros de exilio en Argelia seguían internados para tratar de contribuir a que se les pusiera en libertad (cf. Malgat, 2007: 113). De hecho, el primer texto que Aub publicó en México fue la primera parte de “¡Yo no invento nada! (I)” (cf. Meyer, 2007: 41), una autoficción sobre su internamiento en Djelfa a través del protagonista Carlos Yubischek. Este escrito apareció el 25 de marzo de 1943 en el número 498 de la revista Todo a modo de folletín y se completó con otras dos entregas. Según Sicot, las entregas se publicaron a finales de marzo y a principios de abril (cf. “Max Aub en Djelfa”, 2007: 409). Meyer afirma que esto ocurrió en noviembre del mismo año (cf. 2007: 41). En 1944, el autor hizo pequeñas variaciones en esta primera versión y la volvió a publicar en No son cuentos bajo el título “Yo no invento nada”. Ese mismo año salía a la luz la primera versión publicada de Diario de Djelfa que contenía seis fotografías tomadas en dicho campo y una dedicatoria a sus compañeros muertos5. En 1955 aparecía en Cuentos ciertos “El limpiabotas del Padre Eterno”, un texto de extensión de novela corta sobre su experiencia en Djelfa (cf. Quiñones, 1994: 28; 39). El relato gira alrededor de la discusión de una variedad de narratarios que se preguntan cómo es posible que el Málaga, un exiliado con diversidad funcional mental,
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el exilio republicano en Argelia de manera recurrente. Sin embargo, si se tiene en cuenta que Djelfa significa “marchito” en árabe (cf. Zerrouki, “Diario de Djelfa”, 2011: 95), estos títulos también pueden tener un significado metafórico. La lista de las obras aparece en Núñez (cf. 2005: 359-363). Según Epalza, Max Aub había anunciado en 1944 que iba a publicar El poema de Ain Sabaa (cf. 1985: 137). Este autor afirma que esta obra trataba sobre el exilio argelino del autor, pero reconoce que no ha encontrado el manuscrito (cf. ibid.: 128 y 137).
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acabara internado con ellos en el campo. En 1963 Max Aub retomaba el tema en la revista Ínsula con “El cementerio de Djelfa”. Dos años después volvió a incluir este relato en Historias de mala muerte. Con este cuento —una carta ficticia que un antiguo interno de Djelfa enviara en 1961 a otro que ya se había mudado a México— el autor renovaba su compromiso con la recuperación de la memoria de los exiliados republicanos españoles en Argelia. Este quedó también corroborado con su reedición de Diario de Djelfa en 1970 (cf. Malgat, 2007: 199). El autor quiso reelaborar esta experiencia en varios proyectos más que, sin embargo, nunca llegó a materializar: una novela titulada Campo africano (cf. ibid.: 198) y una colección titulada Historia de África (cf. Lluch Prats, 2006: 8), proyectos con los que quería cerrar su ciclo de los Campos, conocidos como el Laberinto mágico6. La mayoría de la crítica literaria que se ha ocupado de estos textos en los que Max Aub recogió su experiencia del exilio en Argelia ha destacado la motivación testimonial de los mismos. Este es el caso, por ejemplo, de la última y mejor edición publicada hasta el momento de Diario de Djelfa de la mano de Bernard Sicot en 2015. Ignacio Soldevila Durante ya comentaba en La obra narrativa de Max Aub: (1929-1969) en 1973 que la ilustración de las condiciones de vida en el campo de concentración que realiza Diario de Djelfa “constituye una de las más sobrecogedoras descripciones de la bestialidad humana” (1973: 122). Zerrouki Kherbouche coincidía con Soldevila Durante en este punto en su artículo “Diario de Djelfa, poesía y testimonio” en 2009 y, además, circunscribía este conjunto poético fuera del género autobiográfico. Consideraba que este texto solo tiene de diario su estructuración episódica en torno a fechas cronológicas (cf. 2009: 95). La autora defendía además que la obra no tenía afán autobiográfico, ya que no pretendía descubrir “una
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La inclusión en este corpus de la obra de teatro San Juan es discutible. Si bien se inspira en el viaje en barco real que llevó a Max Aub a su exilio en Argelia, la temática se ficcionaliza para plasmar el viaje a la deriva de un grupo de judíos que eran rechazados en todos los países en los que atracaban. Por tanto, solo una lectura alegórica del texto permitiría incluirlo en el corpus de la experiencia de Aub sobre su exilio en Argelia.
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verdad sobre sí mismo7” (cf. Zerrouki Kherbouche 95). Afirmaba que el objetivo de Aub era dar testimonio sobre lo vivido en Djelfa, con el fin de rendir un homenaje a sus compañeros muertos, a los que dedicó varios poemas. Esta tesis confirmaba así la aplicabilidad de lo que Aznar Soler subrayó en 2003 sobre el Laberinto mágico y sobre la obra literaria de Aub en general al “ciclo de Djelfa”: que su “realismo testimonial no implica en absoluto el autobiografismo. Por el contrario, su técnica narrativa se funda en la polifonía y el dialogismo, tan característicos de toda su obra literaria” (Aznar Soler, Los laberintos del exilio, 2003: 314). Tanto Fernando Degiovanni en “El amanuense de los campos de concentración: literatura e historia en Max Aub” (1999), como Javier Sánchez Zapatero en “Max Aub o el poder testimonial de la ficción” (2010) tomaban como base de su argumentación la declaración aubiana de que la labor de los escritores debía ser análoga a la “de ciertos clérigos o amanuenses en los albores de las nacionalidades: dar cuenta de los sucesos y recoger cantares de gesta” (Aub, “El turbión metafísico”, 1967: 49). Afirmaban que Aub ficcionalizaba su experiencia concentracionaria para escribir la historia, adelantándose a los preceptos de White, Barthes y Foucault sobre el estatus epistemológico de la narrativización de la realidad. Esta conclusión confirma, por su parte, la aplicabilidad de la tesis de Caudet de que la obra de Aub tiene como objetivo reconstruir la historia a las obras en las que el autor tematiza su experiencia concentracionaria en Argelia (cf. “Introducción”, 2000: 28). Degiovianni hacía, además, especial hincapié en la labor de Aub de dar agencia a los subalternos en sus relatos a través del uso del diálogo, de las cartas y del diario con los que “hace de ellos una voz que se narra” (1999: 217). También enfatizaba que en la mayoría de los relatos aubianos que tratan sobre Djelfa la necesidad del recuerdo en el relato hace que se oblitere la realidad diegética desde la que se cuenta (cf. ibid.: 214). Asimismo, Catherine Belbachir interpretaba
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Ibid. Para facilitar la lectura del texto, en lo siguiente no se añade ibid. cuando la cita marcada entre comillas se encuentra en la misma página de misma fuente bibliográfica a la que se ha hecho referencia entre paréntesis en la cita inmediatamente anterior.
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esta tendencia en su artículo “El espacio de los vencidos en Diario de Djelfa de Max Aub” como un indicio de la función evasiva que tenía la escritura en el espacio concentracionario (cf. 1997: 173 y 177). Nos Aldás demostraba todas estas interpretaciones de manera muy convincente en 2001 en su tesis doctoral El testimonio literario de Max Aub sobre los campos de concentración en Francia (1940-1942) a través de un exhaustivo análisis narratológico. Esta autora destacaba que las instancias narrativas aubianas se fueron distanciando de toda perspectiva autobiográfica a partir de varias técnicas de multiperspectivización y de colectivización según fue aumentando el tiempo que distaba entre la experiencia y su articulación a través de la escritura8. Además, enfatizaba que las dosis de crudeza con las que el autor exponía el dolor del internamiento se fueron elevando en el mundo diegético con el transcurso del tiempo. Su análisis diacrónico le permitía observar, como también apuntaba Eric Dickey en su tesis doctoral Los campos de la memoria: the concentration camp as a site of memory in the narrative of Max Aub (2009), que “El cementerio de Djelfa” supuso una inflexión en la narrativización del exilio argelino. Ambos argüían que este cuento abandonaba el campo de Djelfa como lugar donde transcurría la acción y que, además, proponía una reflexión que iba más allá de la mera labor testimonial y que giraba alrededor de los límites del recuerdo (cf. Nos Aldás, 2001: 358; Dickey, 2009: 185). El artículo de Michael Ugarte, “Max Aub y la mirada del ‘otro’ africano” (2005), es de especial interés para este libro, puesto que es el único trabajo que analiza la representación del ‘otro africano’ en las obras de Max Aub que tratan de la experiencia de su exilio en Argelia. Ugarte consideraba que en los poemas de Diario de Djelfa “In memoriam”, el poema sobre la muerte de Julián Castillo, “Desierto (I)” y “Desierto (II)” y “Cancionero africano”, así como en “El cementerio
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Serber comenta también esta tendencia a la progresiva colectivización narrativa de Aub en “Yo no invento nada”, de 1944 “en una combinación de discurso directo e indirecto libre” (2013). Por su parte, Espinasa afirma que Aub volvió al yo y a lo autobiográfico en La gallina ciega, obra publicada por primera vez en 1971 en México (cf. 2003: 134).
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de Djelfa”, los narradores intentaban buscar convergencias entre la experiencia concentracionaria de los exiliados españoles republicanos en Argelia y la opresión del colonizado. Según el autor, esto ocurría tanto en el presente de la experiencia, como durante su exilio de “España” a causa de la llamada “Reconquista” de 1492. De este modo, Ugarte defendía la idea de que Aub era “entre todos los exiliados el que más quiere ver ese ‘otro’ africano [...] como una entidad autónoma” (2005: 521), una afirmación que se ve confirmada a lo largo de ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us). Aunque Ugarte no lo comentara, Aub dio voz al ‘otro-africano’ en Diario de Djelfa a través del discurso restituido en estilo directo, un rasgo definitorio de la obra de este autor. El objetivo de esta técnica era la constitución de “una visión caleidoscópica” (Pérez Bowie, 1997: 85), polifónica en sentido bajtiniano (cf. Buschmann, 2012: 119), que cediera la palabra a una multiplicidad de voces de gente sencilla con diferentes perspectivas para proporcionar una versión heterogénea del exilio republicano español en Argelia. El presente trabajo pretende continuar con esta labor desde una perspectiva académica y mostrar la heterogeneidad de esbozos identitarios y de versiones de la memoria del exilio en Argelia que presentan los diferentes productos culturales de corte autobiográfico escritos por esta gente sencilla a la que Max Aub quería dar voz. Sin embargo, estas obras, a pesar de presentar en ocasiones una estructura polifónica, difieren considerablemente de las propuestas de Max Aub, ya que tienden a presentar construcciones de la identidad y de la memoria homogeneizantes y típicas de la modernidad. Tras esta exposición del trabajo de y sobre el que podría llamarse el primer embajador o el primer cronista del exilio republicano español en Argelia, el siguiente apartado se propone mostrar cómo ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) va a contribuir al retorno del exilio republicano español de la Guerra Civil en Argelia a la memoria cultural española exponiendo la metodología (2.1.) y los pilares teóricos (2.2.) que le sustentan.
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2.1. Procedere con el corpus del exilio republicano español en Argelia Tras la presentación de la aportación de Max Aub y de sus críticos a la labor de recuperar la memoria del exilio republicano español en Argelia, este apartado tiene como objetivo exponer la metodología que rige tanto la composición del corpus de este trabajo, como su análisis. ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se encarga de hacer exactamente lo que dice su título: recordar la existencia del exilio republicano español en Argelia y de sus protagonistas en su sentido contemporáneo, pero también en su sentido etimológico. ‘Recordar’ proviene del latín recordari, volver a pasar por el corazón, lo que a primera vista conecta lingüísticamente con lo que los especialistas de los estudios culturales de la memoria defienden en el mundo académico: que todo acto de memoria es subjetivo, tanto el de los autores de los productos culturales analizados en este trabajo, como el de los receptores que los interpretan hoy día. Este proyecto parte de la ética profesional y de las premisas epistemológicas que encierra la etimología de la palabra ‘recordar’ y es consciente del componente subjetivo y afectivo de la interpretación de cualquier obra situada en el pasado. De hecho, la interpretación del origen etimológico de la palabra ‘recordar’ puede ser un ejemplo de ello. Aunque poetas y filósofos de alto calibre como Ortega y Gasset utilizaran el significado etimológico de este verbo en su propia producción cultural (cf. “Azorín: primores de lo vulgar”, 1917: 161), parece ser que este también fue reinterpretado para unos fines poéticos y/o filosóficos determinados por las necesidades particulares del presente de la escritura. Y es que, como ya dejan entrever las expresiones apprendre par cœur y learn by heart, alrededor del siglo viii a.C., en la antigüedad preclásica, las capacidades de raciocinio se situaban en el pecho, más específicamente en el ijȡȒȞ, del que deriva en español el lexema ‘frenia’ o ‘freno’ (cf. Ediciones Universidad de Salamanca, 2016: sin páginas9): el conjunto formado
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En lo sucesivo, cuando no se especifique el número de página es porque la obra no tiene páginas numeradas.
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por el diafragma, el pericardio y el corazón (cf. Laín Entralgo, 1978: 48). Así que la etimología no es tan sabia como quería parecer. O quizás sí, porque lo que también pretende esta obra es “remembrar”, sinónimo en desuso de recordar —proveniente de la raíz latina mens-, ‘mente’—, la memoria del exilio republicano español en Argelia “desmembrada” por la violenta represión física y psicológica que conformó la memoria cultural española10. O lo que es lo mismo en términos académicos: este trabajo se construye sobre las premisas neohistoricistas que Aran Veeser sintetizara en The New Historicism Reader en 1994: la literariedad de la historia y la historicidad de la literatura à la Hayden White; la comprensión de la cultura como un conjunto de textos à la Clifford Geertz; que todo acto expresivo no es autónomo, sino que depende de toda una red contingente y dinámica de textos literarios y no literarios de igual jerarquía epistemológica; y que esta red textual produce y reproduce mecanismos de poder à la Foucault, a los que el trabajo académico no es inmune. Por ello, ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se basa en la autorreflexividad o en la autoetnografía a la que llamaba James Clifford en sus estudios antropológicos y es consciente de que produce, inevitablemente, un discurso. Por ello, lejos de alegar una improductiva objetividad, reconoce su posicionamiento y su compromiso político de recuperar, de ‘re-membrar’, los mutilados productos culturales de la memoria cultural española sobre su pasado reciente. Pretende así fomentar un disenso productivo en las culturas del recuerdo sobre las diferentes interpretaciones de las versiones de la Guerra Civil y de sus consecuencias: el exilio. En resumen, se propone hacer volver el corpus de este trabajo a la memoria cultural española desde el metafórico exilio en el que todavía se encuentra.
10 Esta acepción de la palabra ‘remembrar’, “volver a unir”, ya perdida en español, sigue existiendo, por ejemplo, en portugués y en inglés.
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2.1.1. El difícil retorno del corpus in exilio El retorno del corpus a la memoria cultural que se propone analizar ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) no ha sido tarea fácil, ya que el tema que trata es tan desconocido en España, en Francia y en Argelia, que podría afirmarse que sigue metafóricamente en el exilio. Al igual que en el caso español, como se analizaba con anterioridad, el silenciamiento es un recurso al que también ha recurrido la memoria cultural francesa para su constitución, sobre todo en lo que respecta a la temática del exilio republicano español en Argelia. La razón principal de este silenciamiento es que se halla en la intersección de dos memorias incómodas que han sido excluidas del imaginario nacional francés durante mucho tiempo. Por un lado, la de lo que Benjamin Stora denominara la “gangrène” de la memoria de la guerra de Argelia (cf. La gangrène et l’oubli, 1998: cubierta). Según este autor, esta gangrena hace que Francia silencie la colonización francesa en el territorio argelino. Por el otro, la de lo que Henry Rousso llamara ‘el síndrome de Vichy’ (cf. Le syndrome de Vichy, 1990: cubierta). Por este síndrome, como apunta el título de la obra de Altwegg, Die langen Schatten von Vichy: Frankreich, Deutschland und die Rückkehr des Verdrängten (1998), Francia reprime —verdrängt— su pasado colaboracionista bajo el discurso triunfalista de su liberación del nazismo del lado de los aliados en la Segunda Guerra Mundial11. El progresivo desenmascaramiento institucional de esta última memoria reprimida tuvo lugar aproximadamente a mediados de los años noventa. Desde el mundo académico, el estudio de Robert Paxton Vichy France: Old Guard and New Order de 1972 revitalizó la idea del “doble juego” del régimen de Vichy con el régimen nazi al que ya había señalado el pionero Robert Aron en Histoire de Vichy en 1954. Desde entonces, Klarsfeld en Vichy-Auschwitz: le rôle de Vichy dans la solution finale de la question juive en France (1983) y Rousso en Vichy. L’événement (1985), Azema y Bedarida en Vichy et les Français (1992)
11 “Las luengas sombras de Vichy: Francia, Alemania y el retorno de lo reprimido” (traducción de la autora).
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han profundizado y matizado las tesis de Paxton, no exentas de imprecisiones o generalizaciones (cf. Ferro, 2009: 711-712). Labori, por su parte, afirmaba en 1996, en “Histoire et mémoire de Vichy et de la Résistance”, que el régimen de Vichy siguió una ideología propia, aunque con rasgos similares a la nazi, sobre todo en cuanto al antisemitismo y al nacionalismo como claves para hacer una revolución nacional. Las tesis de Michel en Vichy et la Shoah: enquête sur le paradoxe français (2012), y las de Poliakov en Bréviaire de la haine (le IIIe Reich et les Juifs) (2012) matizan también los argumentos de Paxton, aunque quieran contradecirlos. Al demostrar cómo el régimen de Vichy salvó a muchos judíos de origen francés, no hace más que enfatizar el carácter profundamente nacionalista y xenófobo de este régimen, que excluía en una lógica jerárquica a lo ‘no-francés’ por encima de todo. En esta jerarquía se salvaba al judío francés del Holocausto por ser francés y se colaboraba con el nazismo asesinando a los semitas no franceses. Se consideraba a todo extranjero indésirable, como a los españoles exiliados en sus territorios12. La apertura al público de los archivos del régimen de Vichy en diciembre de 2015, casi setenta años después, parecía augurar un avance en la gestión de la memoria del pasado colonial francés y de sus ‘otros’. Sin embargo, que hasta 2019 no se pueda acceder a más de doscientos mil documentos clasificados (cf. Valderrama, 2015) evidencia que, a pesar de la apariencia aperturista del gobierno francés, todavía hay ciertos apartados de la memoria nacional que se siguen silenciando estructuralmente. La memoria cultural argelina comparte con la española y la francesa el silenciamiento del exilio republicano español en Argelia. Según Morin, esto ocurrió sobre todo a partir del golpe de estado de Houari
12 Véase también el análisis diacrónico y comparativo de Gilzmer sobre el proceso francés y alemán de gestión institucional y social de su pasado reciente (cf. 2002: 47-60). Para el debate sobre la imagen social del antisemitismo y del régimen de Vichy y de su memorialización en Francia, véase Azouvi (2012); y Laborie, Le chagrin (2011). Klarsfeld (1983) afirma que el genocidio y Wieviorka, Déportation et génocide (2012), que la resistencia y la colaboración siempre han formado parte de la memoria francesa. Ambos arguyen que la creencia de que no se hablaba de ello es, en palabras del primero, un mito.
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Boumediene en 1965, cuando se comenzó a nacionalizar y arabizar la historia de Argelia (cf. Morin, 2007: 9). Se impulsó una imagen mítica y uniforme del héroe liberador del opresor colonialista a través de la censura y del monopolio de la producción y de la difusión cultural (cf. ibid.). En una lógica de tabula rasa se fomentó acabar, tanto con el legado de la presencia europea, como con el de la genealogía del movimiento independentista argelino. A partir del golpe de estado, se constituyó el año 1954 en la memoria cultural argelina y en su historia como el momento cero de la liberación de Argelia del colonialismo (cf. ibid.). Por ello, hasta finales del siglo xx los manuales de historia no mencionaban ni a Messali Hadj, uno de los precursores más importantes de la independencia del país y fundador del Parti du Peuple Algérien, el PPA, del centralista Mouvement pour le Triomphe des Libertés Démocratiques, el MTLD, y del Mouvement National Algérien, el MNA, ni a los jefes históricos del Front de Libération Nationale, el FLN. El objetivo del estado mayor de Boumediene fue fijar la identidad argelina en el islam y la lengua árabe y borrar toda la prehistoria del nacionalismo argelino, porque consideraba que estaba demasiado dominada por la figura histórica del líder Messali Hadj (cf. ibid: 10). Según Stora, un par de décadas más tarde, en 1982, este proceso de silenciamiento de todo lo anterior a 1954 alcanzó su máximo apogeo con la arabización de la enseñanza (cf. Histoire de l’Algérie, 2001: 70). En este contexto, la memoria cultural argelina también silencia el exilio republicano español en Argelia al considerarlo como parte de la colonización europea. El corpus que analiza este trabajo tampoco ha corrido mejor suerte en el mundo académico y puede afirmarse que hasta ahora ha sido prácticamente ignorado en España, en Francia y en Argelia como objeto de estudio. Las escrituras del yo que forman el material de análisis de este trabajo solamente han sido utilizadas de manera marginal en notas a pie de página en libros o artículos de corte historiográfico. Ejemplos de ello son el libro de Palacio Pilacés, El exilio republicano en el norte de África y los aragoneses (2010) o el de Charaudeau “Les réfugiés espagnols dans les camps d’internement en Afrique du Nord” (1992), que las tratan como fuente de conocimiento histórico referencial, o como pruebas de la existencia del exilio argelino dentro de
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trabajos sobre el exilio en la Francia metropolitana. Una de las razones por las que el exilio republicano en Argelia se ha visto relegado es el desarrollo del mundo académico y su división en disciplinas bien delineadas. Los estudios históricos consideraban hasta bien entrados los años ochenta que las declaraciones de los testigos de un hecho histórico traumático eran datos subjetivos que podían contaminar su “objetividad cientifista” (Traverso, “‘La desaparición’”, 2003: 62). Fue a partir de esta época cuando floreció la metodología de la historia oral. Esta había comenzado sus andanzas a mediados de los setenta con un creciente interés por los acercamientos entre la historia y la antropología (cf. Augé, 1995: 23), y fraguó lo que Wieviorka denomina “l’ère du témoin” (L’ère, 1998: 134). A pesar de la rápida recuperación de la disciplina histórica a partir de los años sesenta en España, pero sobre todo en los ochenta (cf. Rey Castelao, 2009: 102), la preferencia de los historiadores por recopilar testimonios orales para tratarlos a través de la metodología de la historiografía oral hizo que no se prestara atención a los testimonios escritos (cf. Simón Porolli, “Pero de la vida”, 2010: 50). Además, la depuración sistemática del profesorado durante el franquismo (cf. Ruiz Torres, “La renovación”, 2002: 61), el silenciamiento de la visión de los vencidos, tanto durante el franquismo (cf. Bessis, 1994: 29), como durante la Transición, y la dispersión de las fuentes (cf. Bachoud, “Les républicains”, 2009: 12; Bouzekri, Derrotados, 2013: 11) ha propiciado que este corpus no haya sido recibido ni a nivel social, ni académico13. A esta marginalización hay que sumarle otra: la literaria. Desde la crítica literaria oficialista al servicio de la censura franquista durante el ministerio de Fraga, Antonio Iglesias Laguna comentaba en su ensayo ganador del Premio Nacional de la Crítica de 1979, Treinta años de novela española 1938-1968, la ineficacia de los autores exiliados —anclados en el realismo tradicional— a la hora de marcar tendencia en
13 Las fuentes se encuentran en Europa en archivos en España (Salamanca, Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante), Argelia (Orán, Argel, Constantina) y Francia (Aix-en-Provence, París).
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el mundo literario español. Este autor advertía, siguiendo la retórica franquista paternalista y de apariencia aperturista de la época, que no se debía mitificar el exilio, puesto que —opinaba— sus autores carecían de calidad literaria (cf. Larraz, “La ‘operación retorno’”, 2011: 177). Dos años tras la muerte de Franco, en 1977, se publicaba un estudio coordinado por José Luis Abellán, titulado El exilio español de 1939, en el que Santos Sanz Villanueva llamaba a ignorar a los escritores “ocasionales y fortuitos” (1977: 182) que carecían de “la rigurosa voluntad de novelista y las facultades necesarias para ello”. A partir de la década de los ochenta, con el establecimiento de la democracia española, los estudios literarios se han ocupado, tanto en España, como más allá de sus fronteras nacionales, de recuperar e incluir en el canon obras escritas por exiliados14. Desde entonces, se ha avanzado considerablemente en la recuperación de lo que Pierre Milza denominara en 1996 ‘la cultura del exilio’: es decir, las manifestaciones culturales de la élite del exilio republicano español (cf. “Culturas y prácticas culturales”, 1996: 293294). Y es que los criterios de inclusión en el nuevo canon literario se han centrado en la calidad estética de las obras escritas por exiliados provenientes o relacionados con esferas intelectuales, lo que no es el caso de los productos culturales que analiza este trabajo: ninguna de las obras puede considerarse “literatura de calidad” e incluso algunos autores cometen errores estructurales y/o gramaticales importantes15. Además, debe tenerse en cuenta lo que Antonio Risco denominara
14 Véase al respecto el estado de la cuestión en “1.2.2. El exilio republicano español en Francia” (cf. 60). 15 Para la redacción de este trabajo se siguen las normas de la vigesimotercera edición del Diccionario de la Real Academia Española, publicado online en octubre de 2014. Por lo tanto, no se pone tilde ni a ‘solo’, ni a los pronombres demostrativos, ni a ‘guion’. Sin embargo, se tienen en cuenta las variables diacrónicas de esta normatividad para marcar errores ortográficos o gramaticales a través de la convención tipográfica del ‘[sic]’. Por ejemplo, la Real Academia Española, la RAE, siempre ha considerado un error que no se acentúen las mayúsculas. Sin embargo, no se considera un error la acentuación de los pronombres demostrativos, ni de ‘solo’ como adverbio, puesto que son reglas establecidas con posterioridad a la fecha de publicación de las obras.
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la “fractura sociológica del exilio” (Risco, 1990: 86): los intelectuales representaban una minoría incluso en el exilio americano y sobre todo en el mexicano, de carácter más “pequeño burgués e intelectual”. No obstante, en contraste con este y con el exilio francés europeo, de carácter más civil, el exilio argelino tenía una base mayoritariamente popular, urbana y muy politizada (cf. Martínez Leal, “El Stanbrook”, 2005: 77; Aubrespy-Agullo, 2009: 55 y 79; J. B. Vilar, “El exilio español de 1939”, 2009: 74; Escribano Miralles, 2012: 70; Rafaneau-Boj, Los campos, 1995: 167; Peigné, 2009: 121). Esta composición social y política afectó no solo a la diversificación de las experiencias vividas en los diferentes exilios, como, por ejemplo, que la mayoría de los exiliados republicanos en Argelia no pudiera trasladarse ni a México ni a Francia por falta de recursos, o que el enfrentamiento entre el PCE y los otros grupos políticos fuera aún más virulento en África que en los campos del sur de Francia (cf. Palacio Pilacés, 2010: 99). También influyó en cómo se plasma esta diversificación en la escritura, como se encarga de analizar este trabajo de investigación. Así, la clase social de los escritores del corpus ha condicionado su marginalización académica. Como advierte Paula Simón Porolli (cf. La escritura de las alambradas, 2012: 39), incluso autores críticos con los criterios estéticos de selección de las obras, como Michael Ugarte (cf. “Testimonios de exilio”, 1991: 44; Literatura española en el exilio, 1999: 79), Francisco Caudet (cf. “¿De qué hablamos?”, 2008: 18) y José María Naharro Calderón (cf. “Por los campos de Francia”, 1998: 309) reproducen su silenciamiento. De hecho, el libro de Simón Porolli es hasta la fecha la única excepción clara. Esta marginalización ha marcado también la adquisición de las obras que componen el corpus, ya que casi todas están descatalogadas. Hacerse con un ejemplar de ellas ha requerido una intensa y no siempre fructífera búsqueda, marcada por la suerte de encontrarlas por casualidad en tiendas de segunda mano, como es el caso de los libros de Arturo Esteve, Búsqueda en la noche (1955) y de Ricardo Baldó García —Un cuento escrito en la arena (1972) y Exiliados españoles en el Sahara (1939-1945) (1977)—. De la mayoría de las obras tan solo hay una única copia, que se encuentra
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en la Biblioteca Nacional de España. Sin embargo, esta institución no ofrece servicio de préstamo, lo que dificulta sobremanera el proceso de investigación. Esta normativa ha afectado sobre todo al trabajo con las obras de Lucio Santiago, Gerónimo Lloris y Rafael Barrera, Internamiento y resistencia de los republicanos en África del Norte durante la Segunda Guerra Mundial (1981); de Deseado Mercadal Bagur, Yo estuve en Kenadza (1983); y de José Muñoz Congost, Por tierras de moros. El exilio español en el Magreb (1989), ya que todas ellas están descatalogadas y no se han encontrado en el mercado de segunda mano16. Aunque las obras más actuales corren mejor suerte, su baja tirada dificulta o incluso imposibilita su adquisición, como es el caso de la obra de Helia y Alicia González Beltrán, Desde la otra orilla: memorias del exilio (2006)17. Para el análisis de este trabajo se dispone del último ejemplar del libro adquirido en una librería de Alicante gracias a la colaboración del librero. No hubo tanta suerte con la obra de Miguel Martínez López, Alcazaba del olvido: el exilio de los refugiados políticos españoles en Argelia (1939-1962), que ya está descatalogada, aunque se publicó en 2006. Su adquisición se ha hecho también a través del mercado de segunda mano. Las únicas dos obras que se han adquirido con relativa facilidad a través de búsquedas en librerías online o en la distribuidora han sido la de Carlos Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado español en el Norte de África 1939-1956 (2008) y la de Antonio Gassó Fuentes, Diario de Gaskin (2013). Esta ha sido la minuciosa tarea cuasi arqueológica que ha posibilitado el retorno de las obras de carácter autobiográfico de los exiliados republicanos españoles en Argelia del exilio metafórico en el que
16 En Estados Unidos el número de bibliotecas que contienen una copia de estas obras es superior: unas cuatro o cinco de media. Gracias al servicio de préstamo interuniversitario nacional y a compañeras hispanistas afincadas en universidades estadounidenses dispuestas a contribuir con este trabajo ha sido posible hacerse con una reproducción de las mismas con fines investigadores. 17 Entre tanto, es posible su adquisición a través de la editorial.
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se encontraban para la composición del corpus del presente trabajo, cuyos criterios de selección se exponen de manera exhaustiva en la siguiente sección. 2.1.2. Método de confección del corpus ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se propone dar a conocer una selección de los más de setenta productos culturales de carácter autobiográfico sobre el exilio en Argelia. A continuación, se explican los criterios de selección que han servido para constituir el corpus de diez obras de este trabajo y se presentan las fuentes que se han excluido del mismo para marcar posibles líneas de investigación futuras y servir de base para otros estudios. El criterio principal para la aceptación de las obras en el corpus es su carácter autobiográfico: se incluyen todas aquellas que se enmarquen en el hiperónimo genérico de ‘la escritura del yo’. Este parámetro de selección es abarcador, ya que no reduce el corpus a las obras que tratan experiencias concentracionarias. También comprende las de aquellos que también residieron en Argelia en libertad tras una estancia más o menos larga en los diferentes tipos de campos de concentración. A su vez, este hiperónimo abarca una variedad de modalidades o de entrecruzamientos que van desde el diario hasta la autoficción, las memorias y los testimonios. Además, todas las escrituras del yo que conforman el corpus fueron escritas por personas que han experimentado en primera persona el exilio en Argelia al final de la Guerra Civil y han escrito y publicado hasta 2014 una obra en formato de libro centrada en la reconstrucción de su vivencia en dicha colonia desde 1939 hasta 1945 o hasta finales de la década. El criterio del formato libro deja de lado los testimonios orales y escritos recogidos en archivos, como los de Ángel Landa Sierra, que se encuentra en el Ateneo Español de México (cf. Sicot, “Max Aub en Djelfa”, 2007: 403) y el del Dr. Roubakine en el Centre de Documentation Juive Contemporaine. También hace que se excluyan del corpus aquellas escrituras del yo que aparecen en libros históricos sobre el
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exilio18, revistas19 y documentales audiovisuales20. El uso fragmentario de productos culturales de corte autobiográfico en estos formatos para que encajen en el montaje de una obra de conjunto, realizada por un autor que no ha vivido el exilio argelino en primera persona, priva de autonomía a estas expresiones del ‘yo’ en las construcciones de su
18 Como es el caso de los recogidos en el libro de Montseny (1950) —Félix Gurucharri (cf. 14-22); Juan García (cf. 24-26) y Vicente Ruiz (cf. 26-27)—; Vilanova Andreu (1969) —Antonio Martínez Nieto (cf. 24-26)—; Soriano (1989) —Orlando Pelayo (cf. 65-70); Fernando Pradal (cf. 77-88); Joaquín Tagaraza Moya (cf. 100-103)—; Medrano (1993) —Carmen Romero (cf. 126-129)—; A. Rodrigo (2003) —Teófila Madroñal (cf. 69)—; Morro Casas (2012) —Vicente Verdeguer (cf. 23) y Agustín Roa Ventura (cf. 47)—; Fernández Díaz (2011) —Juan Alcaraz (cf. 204; 207; 222 y 226); Silverio Rodríguez (cf. 98 y 210); Víctor San Telesforo (cf. 210); Maruja Robles (95 y 215); José Oliveira Avedaño (cf. 210)—; Martínez Cobo (1989) —Cruz Merino (cf. 85)—; Palacio Pilacés, que proporciona una lista de cuatro páginas con los nombres de los testigos que han colaborado con él (cf. 2010: 393-396); el libro El anarquismo en Alicante, 1868-1945 (1986) del Instituto Juan Gil-Albert —Ponce de León García (cf. 113-122) y José Muñoz Congost, “Páginas” (cf. 99-112)—; Operación Stanbrook de Arnal et al. (2016) incluye algunos extractos de testimonios que acabamos de numerar y añade los de Teresa Bailón Romero (cf. 42-50); Uka Egea (cf. 50-53). 19 Canelobre (1991) —Ros i Martí (cf. 113-122) y Lizcano Montealegre (cf. 123135); fragmentos del diario de Antonio Blanca (cf. Martínez Leal, “Antonio Blanca: Cuaderno del Destierro (Fragmentos)”: 100-112)—; Nuestra España (1940) —Felipe Cabezas (cf. 55-66) —; La Vanguardia (2006) —Cayetano Zaplana (cf. Sella 3). 20 Cautivos en la arena (1999), de Radio Televisión Española, RTVE —Vicent Verdeguer; Cayetano Zaplana, Ignacio López Maroto; Cristina Sempere; Joaquín Márquez; Teresa Bailón; Helia González Beltrán; Antonia Espinós Beviá; Llibert Puig; Miguel Martínez López; Ángeles Espí; Juan Alcaraz; Antonio Cánovas; Amado Granell—; Diario de Djelfa (2009) y Dans le silence je sens rouler la terre (2012), de Lakhdar Mohamed Tati. No ha sido posible hacerse con una copia de estas dos últimas películas. Bouzherki hace referencia a ellas en su tesis (cf. Derrotados, 2013: 133). También Desde el silencio (2013), de Sonia Subirats y Aída Albert para la Asociación de hijos y nietos del exilio republicano —Enrique Font Bafegó; Antonia Espinós Beviá; Juan Antonio Campos Rodríguez; Juan García Martin; Teresa Maset Barrió; Gerardo Bernabeu Pastor; Roberto Gil González; Rafael González Labrador; Daniel Modueño Córdova; Luis Moreno Alcalá; David Fernández Martínez; Ricardo Rodriguez Massa.
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identidad y de su memoria del exilio y les convierte prácticamente en obras secundarias. El criterio de la publicación garantiza la potencialidad receptora de la obra. Este es el requisito para que las versiones del pasado de estos exiliados puedan incluirse en la memoria cultural española. Por ello, las escrituras del yo manuscritas, como Historia viva de los refugiados españoles en África del Norte, de Lizcano Montealegre (cf. Delhom, “Inventario provisorio de las memorias anarquistas”, 2015); La amenaza, de Arturo Esteve (cf. Bertrand de Muñoz, La guerra civil, 1982: 446); Mi vida. Autobiografía. Memorias del exilio, de Eduardo Buil i Navarro; el diario de Lucas Camons Portillo (cf. Coale, 2010: 435); el diario epistolar de internamiento de Antonio Blanca, que se conserva, digitalizado, en la Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine, la BDIC; el de Mateo Egea (cf. Gassó García, “Breves apuntes”, 2016: 31); el de Francisco Soto Vidal; las cartas de José Sánchez Candela, y otras que estarán descansando en tantos rincones desconocidos no se incluyen en el corpus. El criterio de la lengua de publicación restringe las lenguas que no sean oficiales en España, puesto que se considera que las obras en otros idiomas no pueden alcanzar el mismo nivel de recepción social. Por esta razón quedan fuera del corpus tanto las obras de Antonie Blanca, Itineraires d’un républicain espagnol y Les trois voyages d’Abel: fils de républicain espagnol, como las de extranjeros internados en los campos de concentración argelinos, como la de Golski, Un Buchenwald français sous le règne du Maréchal, publicada en 1945; la de Paul d’Hérama, Tournant dangereux; mémoires d’un déporté politique en Afrique du Nord (1940-1945), publicada en 1957; la de Andrée Moine, La déportation et la résistance en Afrique du Nord (1939-1944), publicada en 1972; y la de Roger Codou, Le cabochard: mémoires d’un communiste, 1925-1982, publicada en 1983. Sin embargo, el criterio del lugar de publicación se mantiene abierto, puesto que a pesar de que los exiliados españoles querían ser incluidos en el horizonte editorial español, la censura franquista y la evolución del exilio determinaron esta decisión. Además, considerar que el horizonte de recepción español se reduce a la Península Ibérica sería promover la exclusión del imaginario español a la que se ha visto sometido el exilio español.
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Por estos motivos se incluye la obra de Arturo Esteve, Búsqueda en la noche, publicada en Buenos Aires. El criterio de la envergadura que ocupa la experiencia argelina en el texto —la mayor parte del libro debe ocuparse de la narrativización de la experiencia del exilio en Argelia—, deja fuera del corpus las obras de Antonio Ros, Cipriano Mera, Antonio Vargas Rivas, Julia Aguirre, Joan Gonsalbes Roig, Antonio Marco Botella, José Alonso Sellés, Ramón Barros Santos, Marcelino Camacho, Victoriano Barroso y Roger Garaudy21. Estos autores dedican tan solo una decena de páginas a la experiencia argelina. De esto puede deducirse o el carácter transitorio de este exilio o la percepción y consideración de este como un periodo poco significativo en su trayectoria vital como para dedicarle una obra completa. El criterio temporal de la experiencia —entre 1939 y 1945 o finales de la década— y de la escritura —los 75 años que distan entre 1939 y 2014— garantiza un tratamiento amplio del tema22. Permite contemplar, por un lado, el diálogo de las variables sociohistóricas y espacio-temporales que influyeron en el proceso de escritura y la reconstrucción de la identidad y de la memoria de la experiencia vivida en el exilio argelino. Por otro lado, este criterio permite observar el diálogo de las construcciones de la memoria y de la identidad de aquellos que vivieron el exilio en edad adulta y los que la vivieron desde la infancia. Esta flexibilidad temporal posibilita, además, el análisis de obras que abarcan desde la escritura producida durante la experiencia en Argelia, como el diario de Antonio Gassó Fuentes, hasta su
21 Garaudy ha publicado varias obras que tratan con brevedad sobre su experiencia en los campos argelinos y todas se han ido traduciendo al castellano e incluso al catalán al poco tiempo de ser publicadas: Mi vuelta al siglo en solitario (1991); Palabra de hombre (1977); Paraula d’home (1977). 22 El límite temporal en el estudio de obras contemporáneas es básicamente por motivos pragmáticos. Sin embargo, deja de lado obras publicadas por posterioridad, como la publicada en abril de 2016, Stanbrook. Vivencias de un exilio, de Isabel Beltrán Alcaraz, cuando ya estaba establecido el corpus de este trabajo. Estas memorias se publicaron por primera vez en un libro colectivo titulado Ciclos. Narraciones, en 1989.
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reconstrucción retrospectiva, casi setenta años después, ya fuera del territorio argelino. Este proyecto se limita a la circunscripción espacial de la Argelia colonial y no incluye ni Marruecos ni Túnez. Aunque bien es cierto que también hubo españoles que experimentaron el exilio en Argelia que pasaron por alguno de los otros dos países, Argelia es la encrucijada donde se encuentran las diferentes experiencias del exilio de los autores de las obras que forman este corpus. Además, como también defiende Andrée Bachoud (cf. “Les républicains”, 2009: 11-12), los tres países difieren en los estatus políticos que otorgaron a los exiliados, así como en los antecedentes históricos y demográficos de los mismos, lo que marcó la variedad de experiencias vividas por los exiliados en los diferentes países. Tratar de abarcar las realidades de las tres colonias y los productos escritos sobre las mismas no solo habría sido ambicioso, sino que habría pecado de generalizar e imponer la experiencia argelina al resto de los países del norte de África. Además, la documentación más abundante es la de Argelia, por lo que resulta más factible comprender e interpretar con exactitud el contexto en el que se desarrolló el exilio y, por ende, las escrituras del yo de los exiliados en dicho département. Por último, Argelia fue el principal objetivo de los exiliados republicanos e incluso la mayoría de los marinos, desembarcados en Bizerta, Túnez, fueron trasladados también a territorio argelino. Sin embargo, este corpus, como toda regla, tiene su excepción: se excluyen las obras de Max Aub sobre el exilio argelino23. Por un lado, estas obras ya gozan, como afirmara Larraz, “de buena salud crítica gracias a tesis, estudios monográficos, ediciones y, sobre todo, a la promoción de su obra que lleva a cabo su Fundación, en Segorbe” (Max Aub y la historia literaria, 2014: 23). Por otro lado, su análisis junto con las obras que forman este corpus provocaría una descompensación del mismo, ya que el origen social y la formación del intelectual Max Aub no concuerdan con los del resto de los autores, que
23 Véase “2. El retorno de la memoria del exilio republicano español Argelia” (cf. 91-92).
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no eran escritores de profesión, ni de formación. De hecho, según J. B. Vilar solo el 1% de los exiliados españoles de la Guerra Civil eran intelectuales (cf. La España del exilio, 2006: 335). Por este motivo, la experiencia de estos últimos difiere, en cuanto a los privilegios que su condición les otorgaba, de la del 99% de los exiliados, sobre todo de la de los republicanos exiliados en Argelia, de carácter mucho más popular que la del resto de los exilios de la Guerra Civil. En muchos casos, esta clase social popular determinó su permanencia en Argelia y condicionó, por lo tanto, la narrativización de la memoria de su exilio. No obstante, esta exclusión es parcial, pues, aunque estas obras no formen parte del corpus que analiza este trabajo, sirven de raíces sobre las que crece y se alimenta este estudio. Asimismo, pretende ampliar el alcance de las obras de otro corpus en el que sí deben ser incluidas, el corpus argelino como subcategoría del corpus francés del exilio republicano español. Por ello, cada capítulo de análisis del corpus abre con un epígrafe extraído de la obra de Max Aub que cumple con la función de marcar el tenor del mismo y avanzar la tesis que este formula. La obra de Mercadal Bagur sí que queda incluida en el corpus porque, a pesar de que provenía de un ambiente social más culto —era músico—, no era escritor de profesión. Como se refleja en su libro y se analiza en el capítulo 6 de este trabajo, esta condición social marcó su suerte en el exilio. Los libros de los autores que vivieron el exilio en la infancia, Miguel Martínez López y las hermanas Helia y Alicia González Beltrán, también entran en el corpus, porque si bien estudiaron en la universidad, ninguno se dedicó profesionalmente a la escritura. Estos son los autores y las obras que hasta ahora han sido marginados, tanto por la disciplina histórica, como por la literaria y a los que este trabajo pretende dar voz. Aunque este último criterio no formaba parte de los criterios de selección a priori, la marginalización académica, editorial y social es común a todas las obras del corpus. Estos criterios no se consideran normas rígidas y estancas, sino que se conciben como un andamiaje flexible que facilite y no constriña el análisis de las obras, cuyo método se dilucida en la siguiente sección.
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2.1.3. Método de análisis del corpus ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) es un trabajo de tipo literario-cultural y no de tipo histórico y, como tal, no pretende estudiar el corpus con el fin de recuperar los acontecimientos y circunstancias a los que se enfrentaron los exiliados españoles en Argelia como material referencial. El corpus se estudia como objeto de estudio cultural que dialoga con las diferentes circunstancias vitales y sociohistóricas que experimentaron los exiliados en Argelia a través del tiempo. A partir de este corpus se pretende inferir por medio del método de la lectura atenta cuáles son los diferentes modelos de memoria y de identidad que los autores de las escrituras del yo generan en función de su pertenencia a uno u otro grupo político durante su exilio en Argelia (1939-1945) y del momento en el que escribieron sobre el mismo. La gran extensión temporal del corpus —con una envergadura de unos setenta y cinco años desde la primera entrada en el diario de Antonio Gassó Fuentes en 1941 hasta la publicación de las últimas obras en el siglo xxi— marca su impronta en el método de macroestructuración del trabajo. El tiempo en el que se escribieron los relatos sirve de eje cronológico que distribuye el análisis diacrónico del corpus: el capítulo 3 examina las obras escritas desde el comienzo del exilio en 1939 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945; el capítulo 4 hace lo propio con las que lo hicieron desde entonces hasta la ratificación de la ley de censura del régimen franquista en 1966; el capítulo 5 se centra en las escrituras del yo redactadas en este nuevo ambiente editorial que se extendió hasta la muerte de Francisco Franco en 1975; el capítulo 6 analiza las que se escribieron a partir de la Transición que se puso en marcha entonces hasta el estallido del “boom de la memoria histórica” en 1996 y el séptimo y último capítulo de análisis examina los libros redactados desde entonces hasta 2014. La distancia existente entre la experiencia y la narrativización de la misma marca tendencias temáticas y genéricas generales en los modos de construir el recuerdo y la identidad a través de la escritura del yo que coinciden incluso en versiones que se conciben como ideológicamente antagónicas. Por esta razón, los capítulos analíticos que
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constituyen el núcleo del presente trabajo no solo examinan el corpus, sino también su diálogo con los contextos de producción y de recepción en los que se inscriben. De esta manera, pueden examinarse las reacciones de los autores ante los discursos sociopolíticos que se fueron desarrollando a lo largo del tiempo. A nivel microestructural, cada capítulo analiza sincrónicamente las obras del corpus escritas en un periodo determinado. Comienza mostrando el lugar que ocupan las escrituras del yo en el corpus de las obras de corte autobiográfico sobre el exilio republicano español en Francia (metropolitana y argelina) e ilustra las similitudes y las diferencias entre ambos corpus. Las obras francesas metropolitanas con las que se compara el corpus de este trabajo son las que forman parte del último corpus de Bernard Sicot de productos culturales de corte autobiográfico que recogen la experiencia concentracionaria de los republicanos españoles exiliados en la Francia metropolitana. Este corpus se titula “Literatura y campos franceses de internamiento III” y fue publicado en Cahiers de civilisation espagnole contemporaine en 2010. Se recurre a la versión anterior —“Literatura y campos franceses de internamiento II”, publicada en Laberintos en 2008— para acceder a los cuadros estadísticos de la distribución genérica, geográfica y cronológica de las obras. Aunque no los incluya de nuevo en su último artículo para evitar la redundancia, el autor los considera todavía vigentes en 2010. El análisis del capítulo 7 sobre las escrituras del yo del exilio argelino publicadas durante el “boom de la memoria histórica” compensa la restricción temporal del último corpus de Sicot hasta 2010 con la utilización del inventario de Jordi Font Agulló y Jordi Gaitx Moltó, titulado “L’exili de 1939: un estat de la qüestió entre dues commemoracions (2009-2014)” (2014) y el artículo de Sagnes, “Les romans de la Retirada” (2011), que contiene un corpus de obras escritas por la segunda generación de exiliados españoles en Francia. Además, el análisis diacrónico sobre los testimonios concentracionarios de los exiliados republicanos en la Francia metropolitana que ofrece Paula Simón Porolli en La escritura de las alambradas y Por los caminos de la palabra sirve de base para realizar una comparación de las versiones
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identitarias y de la memoria del exilio que proponen las obras de carácter autobiográfico escritas en la metrópoli y en el département argelino. Además, los capítulos que analizan el corpus (3-7) están estructurados, a su vez, en tres subcapítulos que reflejan los tres niveles en los que se examinan las obras: (X.1.24) contextual, (X.2.) peritextual y (X.3.) textual. El primer apartado de cada capítulo proporciona una panorámica del contexto sociocultural, histórico y discursivo en el que se enmarcan las biografías y las obras de los exiliados (X.1.). Para deducir dónde se colocan discursivamente los esbozos identitarios y las versiones de las memorias del exilio que formulan las obras en su contexto de producción se hace dialogar a estudios de historia de la política, de la sociología y de la cultura editorial y literaria española con las biografías de los autores de las obras del corpus. Los datos biográficos se han extraído de diferentes archivos, programas de radio, periódicos, blogs, páginas webs y otras escrituras del yo sobre el exilio republicano español en Argelia. El segundo apartado de cada capítulo aumenta el foco de observación y realiza un examen consecutivo de los peritextos autorales y editoriales de las obras según la sistematización teórica que propuso Gérard Genette de los mismos en Seuils (X.2.). Se analizan, por lo tanto, los elementos que aparecen alrededor del texto y en el espacio del volumen. No se examina su dimensión puramente material, como, por ejemplo, la calidad de las páginas, el precio y el formato de la edición. El motivo es que, al no disponer de todas las obras en formato original por los motivos expuestos con anterioridad, este estudio no puede hacerse de manera rigurosa. Se deja de también de lado el análisis de los elementos epitextuales, los mensajes producidos sobre las obras, pero externos a las mismas, como por ejemplo, en entrevistas, en intercambios epistolares y en la publicidad. Estos son prácticamente inexistentes y no aportan nada sustancial a la argumentación.
24 La X representa cada capítulo en el que se lleva a cabo el análisis del corpus, es decir, los capítulos 3-7. El número que le acompaña se refiere a cada uno de los tres apartados en los que se subdivide cada capítulo.
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Por un lado, se presta atención a los elementos peritextuales editoriales: la cubierta, la contracubierta, las solapas, la página de títulos, sus anexos y la colección en la que se enmarcan las obras (cf. Genette, Seuils, 1987: 14). Esta última empresa se realiza a través de Worldcat. En esta base de datos se consultan todas las publicaciones que aparecen dentro de las colecciones en las que se encuadran las obras que recoge el último corpus de Sicot. Por otro lado, se examinan los aspectos peritextuales autorales: el nombre del autor, los títulos, las dedicatorias, los epígrafes y los prefacios (cf. ibid.: 21). Sin embargo, solo se analizan las notas y los subtítulos si aportan algo a la argumentación en el siguiente apartado, en el nivel de análisis textual. Además, cuando se dispone de la información textual e icónica suficiente se comparan los elementos peritextuales de las obras del corpus francés metropolitano y del argelino y los modos de lectura que proponen. Por último, el tercer apartado de cada capítulo caracteriza brevemente las modalidades de la escritura del yo en las que se inscriben las obras y los conceptos teóricos, que, además del andamiaje teórico común a todo el trabajo, son pertinentes para analizar los relatos o las funciones de la escritura del yo en un periodo determinado (X.3.). En el siguiente apartado “2.2. Pilares teóricos” se presentan con detenimiento los conceptos teóricos básicos y comunes a todo el trabajo y su genealogía y se explica cómo se aplican al análisis del corpus. Para facilitar el manejo del trabajo y permitir que cada capítulo pueda leerse de manera independiente, en los capítulos analíticos posteriores se utilizan referencias cruzadas al pie de la página para dirigir al lector a la página específica de la sección en la que se encuentra la definición pertinente del concepto que se esté aplicando en el análisis textual. Cada análisis textual se estructura, a su vez, en tres secciones. Estas reflejan las tres etapas del tiempo de la experiencia del exilio alrededor de las cuales todos los narradores de las escrituras del yo articulan de manera más o menos explícita sus memorias e identidades en el mundo diegético. En términos muy generales, que, además, varían en función de la idiosincrasia de cada momento en el que fueron escritas las obras, en una primera sección se examina el tiempo de la “acogida”, que transcurre desde el final de la Guerra Civil el 1 de abril de 1939 hasta la movilización de los exiliados hasta las Compagnies de
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Travailleurs Étrangers a principios de 1940 (X.3.1.). En una segunda sección se analiza el periodo que discurre desde entonces hasta la instauración del régimen de Vichy en junio de 1940, cuando se derivó a los exiliados a los Groupements de Travailleurs Étrangers (X.3.2.). Por último, una tercera sección examina la etapa que transcurre desde entonces hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 o hasta el final de su exilio (X.3.3.). A partir de esta estructura, se hace, en primer lugar, una lectura atenta de la construcción dialógica de la identidad y de la memoria cultural de los diferentes grupos exiliados en Argelia. Estas construcciones las proponen los narradores y se ven reforzadas por los recursos formales aplicados consciente o inconscientemente por los autores. No se lleva a cabo un análisis completo de las obras, ni en cuanto al contenido ni a nivel formal. El método de análisis se articula en torno al objetivo de este trabajo y, por lo tanto, restringe su foco de atención a un criterio temático del contenido textual de las obras: a la selección de recuerdos y atributos identitarios realizada por los narradores en cada obra para representarse y representar al resto de grupos con los que se relacionan en su exilio en Argelia. El análisis formal se realiza través del andamiaje teórico que propuso Gérard Genette en Figures III. En cada capítulo se incluyen, además, las definiciones de otros conceptos que se requieren para el análisis formal de rasgos específicos de cada una de las obras. No obstante, el examen de los recursos formales está subordinado al análisis del contenido y solo se lleva a cabo cuando este contribuye a reforzar la deducción de los diferentes modelos de memoria y de identidad generados por los diferentes grupos exiliados en Argelia a través de sus escrituras del yo. Asimismo, la inclusión de fotografías intercaladas en las escrituras del yo a partir de finales de la década de los setenta impone una ligera adaptación del método de análisis del trabajo. Por ello, a partir del capítulo 6 se utiliza la sistematización propuesta por Susanne Blazejewski (2002) de las relaciones que establecen las fotografías y los textos en productos culturales de corte autobiográfico en Bild und Text - Photographie in autobiographischer Literatur. El objetivo es poder deducir los modelos de identidad y/o de memoria que ayudan a forjar las semánticas icónico-textuales de las obras.
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Por último, se infieren desde un punto de vista fenomenológico las diferentes funciones que adquiere el acto de la escritura en cada etapa sociohistórica. Estas funciones quedan, además, reflejadas en los títulos latinos principales de los capítulos analíticos. Al hacer esto, este trabajo, ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us), da la palabra a los protagonistas del exilio republicano en Argelia, no solo de forma simbólica, sino de facto. Recupera sus modos de recordar y de construir identidades normativas como reacciones al ‘otro’, o, mejor dicho, al rechazo multidireccional y jerárquico de una multitud de ‘otros’ a través de la escritura del yo. Sin embargo, a pesar de las diferentes versiones discursivas del pasado y de los variables esbozos identitarios que estos productos culturales establecen como incompatibles e incluso antónimos con los de estos ‘otros’, todos ellos reclaman que se recuerde que escriben, porque son en cuanto que escriben y son lo que escriben. Lejos de resultar sencillo, esta afirmación encierra —como mínimo— tres conceptos entretrenzados que se desenmarañan con fines pragmáticos en el siguiente apartado.
2.2. Pilares teóricos: ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) Este proyecto se sustenta en tres pilares teóricos íntimamente interrelacionados en una urdimbre de estructura circular que se desenreda a continuación. Se comienza exponiendo en un primer apartado cuál es el concepto que subyace al primer elemento del llamamiento que exigen los exiliados republicanos de la Argelia colonial francesa: “¡Recuerda!” (2.2.1.). Para ello, se presenta una genealogía académica del concepto hasta llegar a la sistematización de Astrid Erll del mismo. De este modo, se explica la ‘memoria cultural’ como la fuente de la articulación selectiva y subjetiva de la experiencia del exilio que se plasma en la ‘escritura del yo’, el segundo pilar teórico de este trabajo. Este se desarrolla en un segundo apartado en el que se exponen las implicaciones conceptuales del segundo elemento que compone la exigencia de los exiliados y que además señala cómo recuerdan y cómo quieren ser recordados: “Scribo: la ‘escritura del yo’” (2.2.2.). Con este fin se examina brevemente la evolución de este segundo concepto en el mundo
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académico hasta llegar a la definición del mismo por parte de Ángel Loureiro como el medio utilizado por los escritores exiliados para el entramado dialéctico, relacional y performativo de su ‘identidad cultural’. Este es el tercer pilar teórico del proyecto y se desarrolla en el siguiente apartado. Por un lado, en esta sección se dilucida el origen del entendimiento que tienen los exiliados del tercer elemento que reclaman por medio de la escritura: el “sum(-us): la identidad cultural” (2.2.3.). Por el otro, se ilustran los mecanismos a partir de los cuales los exiliados conforman su ‘identidad cultural’ individual y colectiva a través de los conceptos de ‘abyección’, de ‘performatividad’ y de ‘gubernamentalidad’, de Julia Kristeva, Judith Butler y Michel Foucault, respectivamente. Por último, se cierra la triada teórica circular con la exposición del concepto de ‘figuras del recuerdo’, de Jan Assmann. De esta manera, se dilucida cómo los exiliados fijan su ‘identidad’ y la ‘memoria cultural’ en la que esta se basa a través de rituales performativos de la memoria y de su narrativización en la ‘escritura del yo’. 2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’ En primer lugar, es importante enfatizar que este proyecto no concibe la ‘memoria cultural’ como una mera recuperación de hechos del pasado, sino como una reconstrucción dialógica e interpretativa del mismo que es diacrónica y que depende del contexto y del grupo que recuerda. Esto quiere decir que las técnicas y prácticas de la memoria varían a lo largo del tiempo dependiendo de los objetivos de futuro que tenga una comunidad determinada en el presente. Esta concepción es deudora de la sistematización teórica de la ‘memoria colectiva o cultural’ del Gießener Sonderforschungsbereichs 434. Según uno de sus componentes, Astrid Erll, la ‘memoria cultural’ es un término genérico e interdisciplinar que recoge todas las características y todos los comportamientos posibles de la cultura y de la memoria (cf. Kollektives Gedächtnis, 2005: 101). Debido a la amplitud de su definición, es necesario especificar la aplicación que este proyecto va a dar a este término. Si bien las dimensiones de la memoria se ven imbricadas en toda construcción retrospectiva del pasado (cf. Erll,“Cultural
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Memory Studies”, 2008: 4), este libro se centra con fines heurísticos en el análisis de la dimensión material de la memoria declarativa de tipo episódico, narrativizada a través de la ‘escritura del yo’. Se entiende ‘memoria episódica’ —en la intersección de las teorías de la psicología cognitiva de Endel Tulving y de la psicología narrativa aplicada por Antony Greenwald—. Es decir, se comprende como un sistema de memoria declarativo que se refiere a la capacidad humana de recordar activamente los episodios de la propia vida. Estos recuerdos están teñidos de un gran componente emocional, y son, por lo tanto, inevitablemente subjetivos. Esta facultad permite narrativizar dichos episodios de manera coherente, revisionista y justificativa a partir de los esquemas socioculturales del presente y con objetivos específicos para el futuro para crear la impresión de que la identidad personal es un todo ininterrumpido. No se utiliza el concepto ‘memoria colectiva’ como metáfora, como un acto individual influido por el marco sociocultural, sino como metonimia y se define como “el orden simbólico, los medios de comunicación, las instituciones y las prácticas por las que un grupo social construye un pasado compartido25” (Erll, “Cultural Memory Studies”, 2008: 5, traducción de la autora). Además, se entiende que esto se realiza a través de diferentes modelos de memoria con varios objetivos a lo largo del tiempo. Como el proyecto se inserta dentro de la rama interdisciplinar de los estudios de la memoria es imprescindible hacer una retrospectiva de la evolución de dicha rama de investigación y examinar brevemente las teorizaciones del concepto de ‘memoria colectiva26’. A continuación, se señalan los aciertos y los puntos débiles de dichas teorías. Se parte desde la teorización que hizo el que se convirtió en el pionero de los estudios de la memoria —Maurice Halbwachs— y se pasa por la reestructuración que hicieron de la misma Jan y Aleida Assmann
25 “to the symbolic order, the media, institutions, and practices by which social groups construct a shared past” (Erll, “Cultural Memory Studies”, 2008: 5). 26 Según N. Russel, el concepto de ‘memoria colectiva’ ya existía desde la antigüedad griega y lo único que ha aparecido recientemente es el término (cf. 2006: 792).
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y por las precisiones de Helmut König hasta llegar a la sistematización conceptual de Astrid Erll. El concepto de ‘memoria colectiva’ tiene su origen en la crítica sociológica de la literatura del catedrático Émile Durkheim, profesor de Halbwachs, que entendía la conciencia —en contraposición al subjetivismo intuicionista de Henri Bergson— como un hecho social y no como algo corporal o individual (cf. Durkheim, 1893: 81). Halbwachs se basó en este entendimiento de la conciencia social para desarrollar su teoría de la memoria en su obra La mémoire collective. En esta obra defendía que las personas se acuerdan mayoritariamente de lo que sus padres o amigos les recuerdan (cf. Halbwachs, La mémoire collective, 1968: 87). Por lo tanto, postulaba que estudiar la memoria era examinar cómo las mentes trabajan en conjunto dentro de una sociedad, cómo sus operaciones se estructuran y se producen a partir de acuerdos sociales en un grupo social, en un espacio y un tiempo cultural específico (cf. ibid.). Estas coordenadas son lo que Halbwachs denominó los ‘cadres sociaux’, tan contingentes como la memoria que depende de ellos. Esto implica que la memoria es un constructo social contingente, sujeto a una infinita e inmediata reorganización en caso de que se produzca un cambio de pertenencia a un grupo (cf. Halbwachs, Les cadres sociaux, 1925: 371-372). Siguiendo la lógica de Halbwachs, cuando alguien rompe lazos con un grupo al que pertenecía, las memorias producidas por la afiliación a ese grupo se disuelven y se olvidan. Por lo tanto, aunque según el autor, la experiencia individual existe, esta, así como la individualidad, no se actualiza a través de la memoria individual, sino de la memoria colectiva (cf. ibid.). No hay duda de la plausibilidad de esta teoría. Su énfasis en la memoria colectiva corresponde a la intención de este proyecto: resaltar el ámbito colectivo de la memoria y de la identidad de los exiliados republicanos en Argelia con la pluralización parentética del “-us” del verbo latino esse en el título de este libro. De hecho, como afirma Katherine Nelson, sus teorías se han visto confirmadas por nuevos descubrimientos de la psicología evolutiva, que han demostrado que la memoria autobiográfica depende de la apropiación del habla en la práctica social de la misma (cf. 2002: 241). Sin embargo, hay ciertos aspectos políticos y sociológicos que la teoría de Halbwachs no
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contempla y que son necesarios para la comprensión de la construcción colectiva de la memoria y de la identidad generada por las escrituras del yo analizadas en este trabajo. Por ello, a continuación, se exponen algunas dimensiones de la memoria colectiva que la teoría de Halbwachs no tuvo en cuenta. Para ello, se presentan ciertas críticas y redefiniciones del concepto de ‘memoria colectiva’ hasta llegar a la sistematización teórica del mismo llevada a cabo por Astrid Erll. La mayor crítica a Halbwachs es precisamente por la falta de sistematización de su concepto ‘memoria colectiva’. Jan Assmann se encarga de hacer frente a esta carencia al situar la ‘memoria individual’ y la ‘memoria colectiva’ como dos términos genéricos principales. Divide la memoria colectiva, a su vez, en dos subcategorías: ‘la memoria comunicativa’ y la ‘memoria cultural27’. Por un lado, J. Assmann entiende ‘memoria comunicativa’ en el sentido que Halbwachs le daba a su concepto de ‘memoria colectiva’ como una selección de recuerdos producidos y transmitidos de manera oral en el día a día dentro de un horizonte temporal de cien años, que carece de significado cultural materializado y estable en un grupo determinado. Por el otro, concibe la ‘memoria cultural’ como un constructo que goza de reconocimiento cultural sin límite temporal por haber sido objeto de una selección sistemática de rasgos culturales y de recuerdos dentro de un grupo determinado. Según el autor, esta selección se objetiviza, materializa y codifica a partir de sistemas de notación dependientes de la cultura en la que se inscribe como esencia ahistórica de la identidad y de la memoria de un grupo cultural específico (cf. J. Assmann, Das kulturelle Gedächtnis, 1992: 56). Aleida Assmann propone, por su parte, otra productiva subdivisión dentro del concepto de ‘memoria cultural’. Esta autora introduce el parámetro del movimiento y de la perspectiva y distingue dos modos de ‘memoria cultural’: la ‘memoria función’ y la ‘memoria depósito’. Esta última se concibe como ars en el sentido antiguo del término griego ‘mnemotécnica’, como almacén
27 Esta subdivisión se basa en la teoría etnológica desarrollada por Vansina sobre el ‘floating gap’, el vacío en la conciencia histórica de las culturas sin sistemas de escritura (cf. J. Assmann, Das kulturelle Gedächtnis, 1992: 48).
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estático de memorias potenciales que pueden ser recuperadas. Aleida Assmann explica que estas ‘memorias depósitos’ son ‘memorias culturales de referencia’ que están sujetas a lo que el escritor Friedrich Georg Jünger llamara el ‘olvido preservativo’ —Verwahrensvergessen— (cf. A. Assmann, “Canon and Archive”, 2008: 98). Estas memorias no han sido víctimas del ‘olvido activo’ (cf. ibid.), como es el caso de los productos que fueron destruidos materialmente o mutilados ideológicamente como, por ejemplo, por la censura franquista, pero su recuerdo no ha sido seleccionado y rescatado para la ‘memoria cultural’. Cuando esto ocurre, el recuerdo entra en la dimensión dinámica del primer modo, de la ‘memoria función’: una memoria entendida como vis o fuerza transformadora que actualiza semánticamente un recuerdo según los intereses de un grupo específico con un propósito determinado en el presente y orientado a la consecución de un objetivo en el futuro (cf. A. Assmann, Erinnerungsräume, 2006: 27). Otro aspecto que la teoría de Halbwachs no trata con suficiente profundidad es la consideración de que cada individuo pertenece a varios grupos sociales en toda sociedad moderna. Por lo tanto, es pertinente indagar en la relación jerárquica entre los diferentes grupos a los que pertenece una persona a partir del razonamiento que ofrece Helmut König en su obra Politik und Gedächtnis, de 2008. König plantea la cuestión de qué grupo determina con mayor intensidad los recuerdos: los miembros de una misma clase social, de una misma familia, nación o generación28. Además, complica la afirmación de Halbwachs sobre la supremacía de la proximidad del grupo y de su rol al forjar memorias (cf. König, 2008: 66). Según el punto de vista de Halbwachs, que privilegia la cercanía de la familia, las personas recuerdan mejor lo que corresponde a los intereses de sus miembros, quienes crean una identidad colectiva por analogía y para asegurar la continuidad de los recuerdos familiares. No obstante, si se sigue la lógica de Halbwachs: ¿cómo se podría entender que dos hermanos se enfrentaran en el contexto de una guerra civil, como fue el caso de
28 Bude defiende la idea de que la generación es la única portadora de la memoria colectiva (cf. 1998: 71).
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miles de familias en España, no solo durante la guerra civil de 1936, sino más bien desde el siglo xix? Sin embargo, si se toma el otro lado de la dicotomía como punto de partida, es decir, si la nación fuera, como afirmara Jan Assmann, la unidad grupal capaz de forjar y soportar la ‘memoria cultural’, ¿cómo se podría concebir el estallido de una guerra civil? Y, más importante aún, ¿cómo se podrían comprender las disputas entre los distintos grupos de la facción republicana de la Guerra Civil española descritos en las escrituras del yo de los distintos grupos del exilio? En este punto confluye la segunda crítica de König al concepto pionero de Halbwachs, pertinente para el presente estudio: su insistencia en el consenso, la coherencia y el acuerdo dentro de un grupo de memoria (cf. König, 2008: 68). Este autor enfatiza, por un lado, la posibilidad de que cada grupo al que pertenece un individuo haya normativizado un recuerdo diferente de un mismo hecho. Estas diferencias pueden contradecir los recuerdos que han pasado por la misma operación en los otros grupos de los que forma parte esa persona. Por otro lado, considera que también es posible que surjan conflictos dentro de un mismo grupo sobre qué recuerdo debe ser forjado como su memoria cultural. Asimismo, como también hace hincapié Peter Burke (cf. 1991: 298), König llama la atención sobre la necesidad de reconocer los conflictos de la memoria y señala que los recuerdos estilizados de los grupos minoritarios marginados coexisten en latencia con los oficiales en un marco temporal y espacial determinado (cf. König, 2008: 68). Además, arguye que esta selección se constituye como una memoria cultural oficial en cada minoría (cf. ibid.), como es el caso de las que albergan el corpus que estudia este proyecto. En esta línea de razonamiento, Erll señala el uso gramatical en singular que Jan y Aleida Assmann hacen de los conceptos ‘memoria cultural y comunicativa’ (cf. Erll, Kollektives Gedächtnis, 2005: 119). La autora reconoce la adecuación de dicho uso si los términos se usan como categorías abstractas concebidas como modos contingentes y fluidos y no como categorías estáticas y herméticas de referencia
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colectiva al pasado29. Por esta razón, la autora clarifica y sistematiza lo que Jan Assmann denomina la ‘interpenetración30’ de la memoria cultural y colectiva y avisa de que estos conceptos deben tratarse desde una pluralidad de perspectivas sincrónicas y diacrónicas (cf. Erll, Kollektives Gedächtnis, 2005: 119). En consecuencia, Erll reconoce la pluralidad de memorias que coexisten sincrónicamente en las sociedades modernas, pero especifica que la manera en la que se recuerda muestra una tendencia a producir e imponer la hegemonía de una determinada memoria, es decir, la tendencia de cada grupo de memoria a producir una versión del pasado que se reclama como la “verdadera” y, por lo tanto, la única válida (cf. ibid.: 119). O, lo que es lo mismo, reconoce la posibilidad de que coexistan varias memorias culturales de diferentes grupos sociales al mismo tiempo en un marco de referencia grupal superior, como lo es, por ejemplo, el de la nación. Esta especificación queda mucho más clara si se hace hincapié en la teoría de la polivalencia de los discursos y de los contradiscursos de Michel Foucault. Este autor los concibe como prácticas sociales de producción de sentido (cf. Language, Counter-Memory, Practice, 1980: 200) en cada ‘archivo’: la ley que rige los enunciados, considerados acontecimientos discursivos de lo que puede ser dicho, sus formas y sus límites de decibilidad en un momento determinado (cf. Foucault, L’archéologie, 1969: 170). Estas prácticas están reguladas por los mismos instrumentos de producción de poder y de verdad de cada ‘archivo’ que las memorias oficiales a las que quieren hacer frente y, por lo tanto, como afirma Terdiman en su obra Discourse/Counter-Discourse, “proyectan el sueño de reemplazar victoriosamente a su antagonista mucho más allá de su propio horizonte31” (1985: 57, traducción de la autora). De
29 Además, destaca, muy en la línea autorreflexiva del enfoque del ‘estudio de la cultura’ que sigue este trabajo, que los conceptos son también fenómenos culturales y que, como tal, pueden convertirse en objetos de estudio heterogéneos e inestables (cf. Erll, Kollektives Gedächtnis, 2005: 119). 30 “wechselseitige Durchdringung” (ibid.: 121, traducción de la autora en el cuerpo del texto). 31 “project, just over its own horizon, the dream of victoriously replacing its antagonist” (Terdiman, 1985: 57).
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esta manera, cada grupo produce una memoria cultural ‘encuadrada’ según Pollak y Heinrich (cf. 2006: 75): es decir, una versión normativa y monolítica del recuerdo dentro de cada grupo político32. Asimismo, Erll añade que, si se analizan diacrónicamente la pluralidad de memorias producidas dentro de cada grupo y en relación con otros grupos de memoria, puede observarse la fluidez de las categorías ‘memoria cultural’ y ‘memoria comunicativa’. Esta fluidez ocurre debido a la reorganización, de- y resemiotización de la selección de recuerdos realizada en función de los retos, las necesidades y las exigencias de un determinado grupo social en el presente (cf. Kollektives Gedächtnis, 2005: 120). Esto significa que, por un lado, la ‘memoria cultural’ oficial y normativizada a nivel nacional puede guiar la percepción y las maneras de recordar una situación del día a día dentro de la ‘memoria comunicativa’ de un grupo o de varios grupos sociales. Por el otro, quiere decir que una ‘memoria comunicativa’ dentro de un grupo social determinado en relación con la ‘memoria cultural oficial’ puede producir conocimiento sobre un hecho pasado, que puede devenir normativo y convertirse en ‘memoria cultural’ al incluirse en la ‘memoria cultural oficial’. Estas últimas especificaciones son cruciales para comprender los productos culturales que analiza este proyecto. Por un lado, permiten inscribir las ‘escrituras del yo’ tanto en la ‘memoria cultural’ de cada grupo social exiliado y en relación antagónica con otras ‘memorias culturales’ de otros grupos del exilio, como, a su vez, en la ‘memoria comunicativa’, si se consideran en relación con su pertenencia al grupo “España”, “Francia” o “Argelia” en un nivel jerárquico superior, dentro del cual no han sido recibidas. En este sentido, este trabajo concibe las ‘escrituras del yo’ como medio y vehículo de las memorias culturales de cada grupo político del exilio republicano español en Argelia. Las obras de corte autobiográfico materializan una selección de recuerdos ritualizados y codificados a través de sistemas de notación
32 El concepto de ‘memoria encuadrada’ se inspira en el análisis de Henry Rousso sobre las diferencias entre las memorias encuadradas en un grupo político determinado y aquellas que no lo están (cf. “Vichy, le grand fossé”, 1985: 73).
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culturales y políticamente específicos como esencia ahistórica de su identidad y generan, en consecuencia, un modelo de recuerdo de un periodo del pasado: desde 1939 hasta 1945. Sin embargo, debido a su reducida recepción más allá de los grupos culturales políticos del exilio republicano en Argelia a lo largo del siglo xx y xxi, también son ‘memorias comunicativas’ que carecen de significado cultural materializado, estable y reconocido a nivel nacional. Por lo tanto, aunque poseen la potencialidad de actualizarse semánticamente desde la posición de ‘memoria depósito’ hasta convertirse en una ‘memoria función’, más a nivel nacional incluible dentro de la ‘memoria cultural’, o de las Erinnerungskulturen, ‘las culturas del recuerdo’, esta no se ha materializado33. Este trabajo entiende ‘memoria cultural’ y ‘culturas del recuerdo’ según la definición de Manuel Maldonado Alemán de ‘culturas del recuerdo’: las “variables históricas y culturales de la memoria colectiva en su vertiente social y cultural, formas divergentes de la interpretación colectiva del pasado y de la imagen que de sí misma tiene una sociedad. Se sustentan en la pluralidad, dinámica y variabilidad del recuerdo” (2009: 47). Es decir, que ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se refiere con ambos términos a un modelo de recuerdo que integra de manera contingente diferentes versiones del pasado normativizadas como memorias culturales, incluso las memorias tachadas consensualmente como negativas o vergonzosas. Este modelo se compromete, además, como defiende Helmut König, a llevar a cabo una reflexión permanente del pasado colectivo para garantizar la cohesión de una identidad colectiva determinada (cf. König, 2008: 47).
33 A pesar de que los estudios de la memoria no se caracterizan por su sistematización teórica en el mundo académico hispano, los usos que hacen del concepto, así como sus objetivos políticos subyacentes son equivalentes al concepto de ‘Erinnerungskulturen’ —‘culturas del recuerdo’—, utilizado en el mundo académico germano-parlante. Prueba de ello es la traducción de ‘memoria histórica’ por el término alemán ‘Erinnerungskulturen’ durante la conferencia bilingüe “Memoria Histórica. Identidad y Trauma”, organizada por la Universidad de Alicante en 2011.
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Por último, debe tenerse en cuenta la especificidad del impacto del exilio en la constitución de estas ‘culturas de la memoria’. Ya se señalaba con anterioridad que el exilio, entendido en un sentido amplio del término como “una emigración forzosa por razones políticas” (Ascunce Arrieta, 2008: 12), no solo produce un desarraigo espacial. También crea una ruptura con los anclajes de la memoria y con los marcos psico-socioculturales de referencia que conducen al ser humano a la certidumbre del yo a través del pensamiento cartesiano. Luquin Calvo considera que el impacto del exilio en la subjetividad impide al ‘yo’ recurrir al cogito para asentarse ontológicamente, y que este es el motivo por el que recurre a la autobiografía (cf. 2012: 383 y 387). Gusdorf va más allá y considera que el cogito no es en ningún caso anterior a la escritura en la constitución del ‘yo’ (cf. Lignes de vie 2, 1991: 123-124). Faber, por su parte, ha llegado a afirmar para el caso de Max Aub que la abundancia de su labor escritora es una patología causada por el exilio (cf. “Escribir”, 2003: 11). Martínez Gutiérrez defiende que “la abstracción del espacio” (2003: 327) que impone el exilio acentúa la tendencia natural de toda expresión discursiva de tratar de reemplazar a su antagonista. En este sentido, defiende que esto hace que gran parte de la memoria voluntaria mediada a través de la escritura en el exilio republicano español se convierta en un contradiscurso que trata de poner en entredicho la legitimidad del discurso del régimen franquista, tanto en relación con la historia reciente española, como con su propia identidad. ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se basa en las premisas de estos estudios y considera que la ‘escritura del yo’ se constituye como el medio fundamental a partir del cual los exiliados articulan su memoria, se entraman retrospectivamente como sujetos sociales y tratan así de reinscribirse en el imaginario español34.
34 Este trabajo se refiere a ‘entramar’ en el sentido de ‘emplotment’ (cf. White, 1973: 7) o de ‘mise en intrigue’ (cf. Ricœur, Temps et récit, 1983: 10). Ricœur se sirve del concepto ‘Zusammenhang des Lebens’, desarrollado por Dilthey en su libro Der Aufbau der geschichtlichen Welt in den Geisteswissenschaften para referirse a la narración retrospectiva constitutiva del “sí” (cf. Ricœur, Soi-même, 1990: 139; 168). El uso de este concepto no difiere a lo largo del trabajo.
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2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’ En segundo lugar, tras haber establecido los fundamentos teóricos de la memoria, la fuente de la ‘escritura del yo’, es necesario centrarse precisamente en ella como medio a través del cual la memoria toma forma y se comunica. ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) se basa en la concepción teórica de la autobiografía de Ángel Loureiro, articulada en The Ethics of Autobiography: Replacing the Subject in Modern Spain, en 2000. Sin embargo, este trabajo establece una diferencia entre ambos: utiliza el significante inclusivo ‘escritura del yo’ en consonancia con la propuesta de Michel Foucault de denominar ‘écriture de soi’ a los resultados de cualquier tipo de actividad escritora en la que el sujeto trata de sí mismo35. Es decir, se utiliza el término ‘escritura del yo’ como hiperónimo que abarca diferentes tipos de narrativizaciones del ‘yo’ con el significado que Loureiro le da a ‘autobiografía’. La razón es la carga semántica e ideológica recogida por este último término, que, al haber sido utilizado en numerosas ocasiones indistintamente como término hiperónimo o como subcategoría del mismo, lleva a confusiones e imprecisiones teóricas y terminológicas importantes. En el concepto ‘escritura del yo’ se ven incluidas todas las modalidades que abarca el corpus de este trabajo: diarios, autoficciones, memorias y testimonios. En los terceros subcapítulos de cada análisis textual se definen las modalidades según convenga. Este proyecto comparte con Loureiro el entendimiento de la ‘escritura del yo’ como un acto de autoconstitución dialógica, ética —en términos levinianos—, discursivo-política y performativa realizado a través de la narrativización de la experiencia vital. Comprender este concepto como un acto ético-político supone creer que el sujeto construye su identidad en relación con la reinterpretación retrospectiva que hace de ciertos hechos del pasado por medio del lenguaje. Esta
35 Foucault no define el término en su artículo “L’écriture de soi” (cf. 1983: 3-23), pero analiza en él diferentes modalidades de lo que llama ‘l’écriture de soi’, como, por ejemplo, epistolarios e hypomnemata, cuadernos que servían para ejercitar la memoria en la antigua Grecia.
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práctica permite al sujeto responder o reaccionar ante el ‘otro’ entrando en diálogo con los discursos de la memoria sobre un pasado común que se adaptan o se rechazan dependiendo de la variabilidad de los esquemas socioculturales que se superponen a lo largo del tiempo. Esto implica concebir la ‘escritura del yo’ desde su naturaleza performativa: en relación con lo que hace o pretende hacer. Es decir, comprender la intención de los autores de las ‘escrituras del yo’ de crear una identidad determinada y su creencia en que reproducen una verdad o su deseo de reproducirla, y no a partir de parámetros cognitivos o epistemológicos que evalúen la referencialidad o veracidad de lo escrito con los hechos determinados del pasado. La razón es que, por un lado, es imposible establecer o probar dicha correspondencia y, por el otro, que la creación de la identidad y de los hechos pasados que se lleva a cabo en el momento de la escritura del yo es para el autor más veraz que el ‘yo’ vivido36. Así pues, siguiendo la misma lógica relacional que se ha aplicado al concepto de memoria, a continuación, se describen los fundamentos teóricos de la concepción de lo autobiográfico que suscribe este proyecto. Para ello, las próximas líneas presentan una breve descripción genealógica del concepto de ‘escritura del yo’ y su desarrollo sistemático por parte de Ángel Loureiro. Esta concepción proviene del giro pionero en la concepción del género autobiográfico llevado a cabo por George Gusdorf en 1956 en “Conditions et limites de l’autobiographie”. En este artículo el autor enfatizaba la naturaleza constructivista y discursiva de la escritura del yo a través del lenguaje y negaba la verdad autobiográfica como expresión de una instancia
36 Ugarte enfatiza también que lo importante no es establecer la autenticidad de la historia narrada que el autor considera verdadera, sino el significado que tiene que ese autor considere su obra como verdadera: “[s]irve para ilustrar su necesidad de recuperar y compensar esa experiencia, así como también sirve para dotar de independencia a esos recuerdos en relación con la experiencia real” (Literatura española en el exilio, 1999: 79). Castilla del Pino considera que en la “literatura del yo no hay que ser objetivo, sino veraz en lo que sentimos. En una autobiografía, el autor debe sacrificarse por la verdad de una manera que convenza al lector de lo que se dice” (2003: 15).
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exterior verificable. Sin embargo, como apunta Loureiro, esta concepción no responde a la pregunta de por qué las personas se aferran tan apasionadamente a los discursos que los conforman como sujetos. Tampoco da una salida a los problemas referenciales y cognitivos subyacentes a la consideración de la escritura del yo como artefacto referencial de autocreación. Para responder a la primera cuestión, Loureiro presenta, en primer lugar, la lógica interpelativa y relacional-dialógica en la que se basa la constitución de la subjetividad y que explica la razón por la que los sujetos tienen la tendencia a adoptar férreamente un discurso específico (cf. The Ethics of Autobiography, 2000: 2-3). El autor recurre al concepto de ‘efecto/afecto’, con el fin de demostrar la necesidad de desplazar la concepción de la ‘escritura del yo’ de cuestionamientos epistemológicos y de dirigirla hacia planteamientos éticos37. A diferencia del uso que Derrida o Foucault hicieron de dichos conceptos para explicar el origen de los procesos de subjetivación como respuesta al efecto del ‘otro social’, Loureiro señala la necesidad de aplicar, en una primera fase, lo que para Levinas es la filosofía primera: la ética y no la ontología como prerrequisito en la creación del sujeto38. Según la lógica leviniana, la filosofía debe despegarse del andamiaje epistemológico de la antigua Grecia y acercarse a la tradición hebrea. Solo así puede comprenderse que el ‘yo’ se origine éticamente como respuesta o reacción a una exterioridad previa al tiempo, a un ‘otro’ que precede a la identidad y la crea sujeta a una responsabilidad absoluta hacia todo ‘otro’. Según Loureiro, esta primera fase leviniana, fundamenta teóricamente la predisposición del sujeto a ser afectado por el otro en una segunda fase discursivo/política (cf. The Ethics of Autobiography,
37 Loureiro distingue entre moralidad y ética. La primera dicta reglas que gestionan las interacciones entre los ciudadanos en una sociedad determinada. La segunda no puede regular normas de conducta (cf. The Ethics of Autobiography, 2000: 6). 38 Véase Loureiro (cf. ibid.: 4-5). En contraste con otros teóricos de la autobiografía, Foucault sitúa la ‘escritura el yo’ como un producto anterior a la Ilustración y al Romanticismo. Para este teórico es una de las tradiciones occidentales más antiguas (cf. “Technologies of the Self ”, 1988: 27).
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2000: 9). Por su parte, esta segunda fase permite explicar que el sujeto pueda ejercer violencia hacia el ‘otro’ y superar así la tendencia de la teoría leviniana hacia la ahistoricidad39. Para ello, Loureiro se basa en el concepto de ‘efecto’ delineado por Foucault, Deleuze y Guattari a lo largo de su obra como la capacidad humana de ser afectado por un ‘otro’. Sin embargo, niega la absoluta primacía que estos dan a lo político como origen del yo. En palabras del propio Loureiro: [e]l sujeto no es puramente político, ni puramente ético, pero para que lo político pueda afectar y conformar al sujeto tiene que tener una predisposición a ser afectado: no una sustancia, sino simplemente una estructura de afecto: una marca inicial subyacente del otro en el yo40 (cf. The Ethics of Autobiography, 2000: 14, traducción de la autora).
Esta reestructuración de lo ético y de lo político permite al autor explicar cómo surge un “tercero” que traslada la lógica de la constitución del ‘yo’ de lo ético a lo discursivo. Este giro permite comprender la capacidad del sujeto a la autoconciencia y la necesidad de que exista una justicia que pueda responder a la violencia con la que otras subjetividades defienden apasionadamente un discurso determinado (cf. ibid.: 23). En segundo lugar, Loureiro apuntala su concepción de la ‘escritura del yo’ basándose en las teorías retóricas de Quintiliano sobre los tropos retóricos de la prosopografía y del apóstrofe y definiéndola como un acto performativo de respuesta al ‘otro’ en dos fases: una ética y una política (cf. ibid.: 22). En una primera fase, a diferencia de otros teóricos de la autobiografía que solamente prestan atención
39 Véase Loureiro, The Ethics of Autobiography, (cf. 2000: 8). Derrida también critica a Levinas por su insistencia en lo no violento en la relación con el ‘otro’. Véase su artículo “Violence et métaphysique” (1967). 40 “The subject is neither purely political nor purely ethical, but for the political to be able to affect and conform the subject, there has to be a preceding predisposition to being affected: not a substance, but only a structure of affection, the underlying [ethical] initial mark of the other on the self ” (Loureiro, The Ethics of Autobiography, 2000: 14).
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a la acepción de prosopopeya en el sentido de dar voz al muerto (cf. Lausberg, 1960: 826), como Paul de Man, Loureiro recupera la acepción principal de este tropo. En este sentido, entiende la prosopopeya como la puesta en escena de los pensamientos de los adversarios como si hablaran consigo mismos (cf. Quintilian y Butler, 1986: 30-31). Esta acepción enfatiza tanto la naturaleza dialógica-ética de la alteridad primaria constitutiva del sujeto, como la capacidad de la autobiografía de convertirse en emblema e instrumento para dar voz al ‘otroético’. Para ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) este ‘otro’ es tanto el “rojo” que escribe desde el exilio, como los testimonios de otros compañeros políticos de exilio en Argelia incluidos explícita o implícitamente en las escrituras del yo, que están firmadas por un autor que recuerda que lo que escribe articula su identidad colectiva41. En una segunda fase, Loureiro añade la figura del apóstrofe judicial a la naturaleza performativa de la prosopopeya. El objetivo del autor es demostrar que el apóstrofe supone la irrupción de un tercero al otro polo de la comunicación: el juez, el ‘otro discursivopolítico’ ante el que el sujeto reacciona y responde discursivamente (cf. The Ethics of Autobiography, 2000: 22). Todas estas especificaciones socaban las obsesiones epistemológicas y cognitivas que suelen perseguir a los teóricos de la escritura del yo y que tienen como objetivo evaluar la capacidad de la escritura de corte autobiográfico de recuperar el pasado. Asimismo, se encargan de guiar el análisis de este trabajo hacia lo que los autores hacen cuando escriben, hacia su convencimiento de que lo que escriben es verdad y hacia su deseo de restaurar una realidad pasada con un objetivo interactivo específico en el futuro. Así pues, esta aproximación a la ‘escritura del yo’ ayuda a establecer el propósito con el que los exiliados políticos en Argelia escribían textos de corte autobiográfico como medio de almacenamiento y como vehículo de circulación de diferentes modelos discursivos del recuerdo
41 Excepto en el caso del libro de firma colectiva, Internamiento y resistencia de los republicanos en África del norte durante la Segunda Guerra Mundial, de Santiago, Lloris y Barrera (1981).
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de su exilio en función de su pertenencia política a un grupo determinado y en reacción a los discursos sociopolíticos existentes a lo largo del tiempo. Estos productos culturales permiten entender ‘las escrituras del yo’, por un lado, como acto de autocreación en respuesta ética como alteridad primaria constitutiva a una exterioridad absoluta fuera del tiempo que los crea. Por el otro, posibilitan concebirlas también como las diferentes reacciones discursivas, pasionales y violentas con las que los exiliados republicanos responden a un tercero, el juez del apóstrofe. Este juez es múltiple y variable en el tiempo: la dictadura franquista y su represión física y discursiva hacia el bando perdedor y la democracia española, que, como se ha comentado con anterioridad, no ha conseguido superar los mecanismos discursivos represivos heredados del régimen anterior. Los diferentes discursos que desarrollan estos “jueces” sobre los exiliados a lo largo del tiempo se presentan en el primer apartado de cada capítulo (X.1.). Además, como se observa en los otros dos apartados de cada capítulo (X.2. y X.3.), tanto la naturaleza relacional de la ‘escritura del yo’, como la contingencia y la fluidez de las ‘memorias culturales’ ayudan a comprender el diálogo que establecen estos productos culturales con otros discursos sociopolíticos producidos por una variedad de grupos a diferentes niveles: los grupos políticos del exilio republicano de la Guerra Civil en el exilio argelino, los exiliados republicanos en México o en Francia, así como otros sujetos que hayan vivido una experiencia concentracionaria, sea en los Lager del Tercer Reich, en los gulags de la Unión Soviética o en cualquier otro tipo de ‘universo concentracionario42’. Este último término suscita polémica, ya que está cargado de connotaciones emocionales y políticas. Sin embargo, su uso en castellano no corresponde con lo que se asocia con su traducción literal al alemán, ‘Konzentrationslager’. En alemán suele utilizarse este término
42 Se toma prestado el galicismo acuñado por D. Rousset en L’univers concentrationnaire, un término muy difundido en los estudios teóricos franceses e hispanohablantes sobre los campos de concentración. Este autor considera legítimo utilizar este adjetivo para denominar varios tipos de campos, puesto que afirma que la diferencia entre los sistemas concentracionarios era de grado y no de naturaleza (cf. 1965: 51).
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para referirse también de los campos de exterminio, los ‘Vernichtungslager’. No obstante, aunque el resultado de vivir en ambos campos fuera, en muchos casos, el mismo: la muerte, la función de ambos campos era diferente (cf. Sofsky, 1996: 21). Como demuestra Wieviorka, los primeros campos de concentración alemanes se crearon para enemigos políticos y no para los ciudadanos de origen judío. La concentración de los semitas respondía a la política de “la solution finale” que “est mise en route hors du système concentrationnaire” (“L’expression ‘camp de concentration’”, 1997: 11). Además, como comenta esta autora a partir del razonamiento del historiador estadounidense Hilberg, los “centres de mise à mort [...] n’ont jamais été conçus pour interner des déportés”. Por ello, la mayoría de los judíos no pasaron por los “KZ”, sino que fueron deportados directamente a los Vernichtungslager (cf. ibid.). Este trabajo utiliza el término ‘campo de concentración’ en su sentido literal, ya que este es el uso que los propios exiliados utilizan en sus escrituras del yo. Incluso aquellos que han vivido tanto la experiencia concentracionaria nazi como la francesa utilizan en algunos casos el mismo término para referirse a ambas. Además, es el término que aparece en los documentos administrativos de la época (cf. Dreyfus-Armand y Temime, 1995: 21; Rafaneau-Boj, Los campos, 1995: 1). Otro motivo es el origen del concepto y del término, que proviene del castellano. Fue usado por primera vez durante la Guerra de la Independencia de Cuba entre 1895 y 1898 para describir la política de “re-concentración” de los prisioneros. Más específicamente, el primer término utilizado fue el de ‘reconcentración’, pero pronto se comenzó a utilizar el de “campo de concentración” (cf. DreyfusArmand, “De quelques termes”, 2009: 20). Este término lo tomaron los ingleses con posterioridad para referirse a los campos que se construyeron en Sudáfrica durante la guerra de los Boers. De ahí, se tradujo al ruso y al alemán (cf. Sánchez Zapatero, Escribir el horror, 2010: 53-54). Además, las personas de origen judío no eran las únicas que encajaban en la categoría de ‘indeseables’ del régimen nazi, sino que esta también incluía a otros pueblos, grupos sociales y políticos (cf. Alfaya, 1976: 101). Por lo tanto, se considera históricamente inexacto
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y moralmente cuestionable metonimizar el concepto de ‘campo de concentración’ en su tabuización43. La gran mayoría de los exiliados republicanos españoles pasó por algún tipo de experiencia concentracionaria y muchos la plasmaron en tal cantidad de productos de corte autobiográfico, que expertos como Sánchez Zapatero y Ugarte han llegado a afirmar que esta experiencia del exilio produjo una “predisposición al testimonio” que ha enriquecido sustancialmente el género autobiográfico en España (cf. Cedena Gallardo, 2004: 343). Sin embargo, este proyecto analiza, siguiendo la categorización de la literatura concentracionaria de Nickel (cf. 2012: 63) y Gausmann (cf. 2012: 13), tanto los escritos producidos in situ en los campos de concentración, como los creados ex situ, los que fueron escritos por los republicanos españoles sobre dicha experiencia o sobre otras experiencias del exilio en Argelia fuera de los campos de concentración. Ugarte considera que la función de estas escrituras del yo es dejar constancia de la experiencia para poder atestiguarla (cf. Literatura, 1999: 55 y 89). Por su parte, Sánchez Zapatero (cf. “La predisposición al testimonio”, 2009) y Simón Porolli (cf. “De puzzles y exilios”, 2012: 252) atribuyen a esta labor un fin terapéutico y pedagógico. El foco de atención principal de este trabajo matiza estas afirmaciones al examinar la evolución de la función de las escrituras del yo en sus diferentes modalidades a lo largo del tiempo. Esto se lleva a cabo desde la premisa de que los modelos de recuerdo que estas esbozan se formaron como reacción o respuesta conciliadora o confrontadora a una pluralidad de discursos situados en diferentes contextos socioculturales.
43 Para una defensa del uso de este término, véase J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1 (cf. 1977: 290); Nickel (cf. 2012: 40-50); y Buschmann (cf. 2012: 205). Marín Dómine, “Pere Vives” (cf. 2010: 186) cree adecuada la comparación de estructuras concentracionarias a partir de sus efectos en la subjetividad.
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2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva En tercer lugar, una vez asentadas las bases de los otros dos segmentos de la tríada teórica —la ‘memoria cultural’ como fuente de la ‘escritura de yo’ y esta como objeto material de estudio y vehículo de la memoria—, es imprescindible buscar el sujeto de este proyecto. En términos gramaticales se preguntaría “quién” para encontrar el sujeto de la oración: ¿quién escribe las escrituras del yo a través de la fuente de la memoria? La respuesta es: los exiliados republicanos españoles de la Guerra Civil en Argelia. Y siguiendo con la ronda de preguntas podría añadirse: ¿qué les caracteriza? Como afirma Paloma Ulacia Altolaguirre: una de las características del exiliado es, sin duda, el sentir que su identidad se ha perdido, razón por la cual sus recuerdos se vuelven doblemente importantes. Puesto que se ha perdido el contexto en el que antes se había desarrollado, la necesidad de recordar rebasa los límites de una simple nostalgia para convertirse en la columna vertebral de su identidad (1990: prólogo).
Esta es la intersección de la que se ocupa este apartado. En primer lugar, se determinan los orígenes y los mecanismos de constitución de los discursos modernos de la identidad que generan las escrituras del yo del corpus. En segundo lugar, se presenta la teoría de la ‘abyección’ de Julia Kristeva para explicar los mecanismos psíquicos a través de los que se construyen la identidad individual y la colectiva. También se expone brevemente la teoría de la ‘performatividad’ de Judith Butler para comprender los mecanismos que fijan la identidad formada por medio de la abyección. Por último, este trabajo introduce el concepto de ‘figuras del recuerdo’ de Jan Assmann como cierre del círculo teórico tripartito. Con este término se dilucida cómo los individuos apuntalan continuamente su identidad grupal a partir de rituales performativos de la memoria. Aunque la proliferación de trabajos sobre la ‘memoria’, la ‘escritura del yo’ y la ‘identidad’ sea un fenómeno bastante actual, la relación entre identidad y memoria como conceptos inseparables
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data de la época moderna. John Locke ya rechazaba a mediados del siglo xvii la idea de que pudiera existir cualquier tipo de identidad esencial del sujeto. En An Essay Concerning Human Understanding afirmaba que las identidades las creaban los individuos al recordar quiénes eran en relación con sus proyecciones de futuro (cf. 1979: 335-336). Sin embargo, más allá de la torre de marfil, la concepción de la identidad distaba mucho de las consideraciones de Locke. De hecho, la creencia en la necesidad de producir y preservar una identidad fija e independiente de todos los cambios exteriores también se sitúa en este periodo de tiempo (cf. Taylor, 2002: 271-274). Las concepciones esencialistas de la identidad, construidas en relación con lo que Heidrun Friese denominó la metafísica de la presencia, tuvieron su auge en el periodo de la Ilustración y partieron de la concepción etimológica de la palabra ‘identidad’, del latín idem. Por ello, hacen hincapié en lo que permanece idéntico, inmutable y estable en una persona y que, por lo tanto, constituye la sustancia, la identidad del individuo (cf. Friese, 1998: 39). Según estas teorías, para emprender esta tarea es necesario recurrir a la memoria y seleccionar una serie de rasgos identitarios que se organizan coherentemente de manera retrospectiva a través de narrativas que crean la ilusión de poseer una identidad fija. Como mantenía Georges Gusdorf, la ‘escritura del yo’ tiene como objetivo reconstituir la unidad de una vida y postular una unidad y una identidad que no corresponde con lo que está pasando en el mundo exterior factible (cf. “Conditions et limites de l’autobiographie”, 1956: 113). Como ya se ha apuntado, en el contexto del exilio, la sensación de necesitar estabilizar la identidad a través de la escritura se recrudece. En ocasiones el exilio se percibe como un hecho traumático que provoca en el individuo la percepción de una disrupción en su ciclo vital e identitario. Alexandra Hadzelek considera que estas crisis en la percepción imponen la escritura como una “forma de defensa ante la interrupción vital que supone el exilio” (1998: 133). Esta sensación de ruptura lleva a muchos exiliados y a otras personas que han sobrevivido a los universos concentracionarios a considerar esta experiencia como una muerte
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en vida. Por ello, tienden a sentir y a expresar metafóricamente su ciclo vital anterior como un todo clausurado que se narrativiza como una unidad coherente por medio de la escritura del yo44. En el caso de los republicanos españoles exiliados en Argelia, el periodo que percibieron como un todo y que narrativizaron como tal fue el exilio en la Argelia colonial. Como tuvieron que abandonar el territorio tras la Guerra de la Independencia en 1962, consideraron dicho periodo vital como un todo clausurado. Asimismo, una consecuencia de esta manera de codificar narrativamente el periodo del exilio es que estos autores no entramaron su vida alrededor de hitos personales. Su subjetividad temporal se vio afectada por el desarraigo sociocultural y espacial provocado por el exilio. Por ello, como ya se ha comentado con anterioridad, sus escrituras del yo y las identidades que articulan en ellas se estructuran alrededor de los acontecimientos históricos que determinaron su suerte en el exilio. La inclusión del parámetro histórico en las escrituras del yo corresponde, según la sistematización de la evolución del concepto de identidad de Stuart Hall, a una fase sociológica que surgió en la primera mitad del siglo xx. En este periodo, la identidad se comprendía desde una perspectiva marxista como un constructo modelado por las relaciones de producción (cf. 1992: 275 y 284). Por su parte, el reconocimiento de la dimensión sociohistórica de la identidad abrió el paso a la concepción posmoderna de la identidad que impera hoy en día. No obstante, la ruptura con el concepto moderno que esta lleva a cabo todavía no había tenido lugar en la conceptualización sociológica de la identidad de los años treinta del siglo pasado que comparten la mayoría de los autores de las escrituras del yo de este proyecto45.
44 Véase Ugarte, Literatura española en el exilio (cf. 1999: 51). Esta característica también la comparten con personas que han vivido otro tipo de experiencias traumáticas. Véase, a este respecto, Becker (cf. 1994: 398) y Said (cf. “The Mind of Winter”, 1984: 51). 45 Además, como afirma Pérez de Ledesma, las actitudes posmodernas de los que se muestran escépticos hacia lo que Lyotard denominara los ‘grandes relatos’ son “solo patrimonio de una minoría” (Pérez de Ledesma, 2005: 38).
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La gran parte de la producción científica universitaria actual, al menos en lo que a las ciencias sociales y humanísticas se refiere, comparte con Max Aub una concepción constructivista-discursiva o posfundamentalista de la identidad que niega cualquier enfoque esencialista de la misma (cf. Buschmann, 2012: 35-36). Sin embargo, aunque este trabajo suscribe esta concepción de la identidad, considera que debe analizarse en su historicidad. Es decir, debe comprenderse que los mecanismos de identificación de cada persona y la concepción que se tiene de estos varían según el tiempo, el contexto y el lugar en los que se inscriben. En esta línea, ¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us) dilucida lo que hacen los exiliados al escribir sobre su experiencia pasada en los textos que componen el corpus: tratar de fijar su identidad a través de la ‘escritura del yo’ basándose en discursos modernos de la identidad —fija, esencial, colectivista y altamente política—, exacerbados, además, por el exilio y el intrínseco sentimiento de pérdida que este provoca. La identidad individual se puede definir como el conjunto de características, competencias y papeles que posee un sujeto con substrato corpóreo en un determinado marco sociocultural e histórico (cf. Larraín y Carvajal Dávila, 2004: 50). Sin embargo, las identidades colectivas son representaciones mentales y construcciones simbólicas que no deben ser concebidas ni como la suma de identidades individuales, ni como entidades que existen independientemente de los sujetos (cf. ibid.). Más bien deben comprenderse como entidades relacionales, formadas por individuos que comparten una conciencia de pertenencia común que se forja a través de la configuración discursiva de la conciencia de pertenecer a un grupo en una coyuntura y en una cultura determinada (cf. Lipiansky, 1992: 88). Estas coordenadas se sitúan, en este estudio de caso, en las concepciones de la identidad de finales del siglo xix y principios del siglo xx, época en la que la mayoría de los autores del corpus de este trabajo modelaron su percepción del mundo46. Y es que si ya advertía Aristóteles que el hombre era un
46 Según Mannheim, los modos en los que un grupo determinado recuerda un pasado común y percibe este en el presente están modelados fundamentalmente durante la infancia y adolescencia (cf. 1928: 181).
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animal político, el hombre de finales del siglo xix y de principios del xx era altamente político en el significado contemporáneo de la palabra. De acuerdo con las tesis de Alain Badiou en Le siècle, se puede considerar el siglo xix el de las ideologías políticas y el inmediatamente posterior, el momento en que se ponen en práctica. La Guerra Civil española o la Segunda Guerra Mundial son buenas pruebas de ello47. Por este motivo, uno de los vectores más importantes de las construcciones identitarias de los exiliados republicanos españoles en Argelia es la política, el catalizador del exilio republicano español de la Guerra Civil. La ‘política’ se concibe de acuerdo con la teoría posfundamentalista de la democracia radical esbozada por la politóloga Chantal Mouffe como un hiperónimo que abarca dos acepciones. Por un lado, está ‘lo político’, la dimensión de antagonismo constitutiva de las sociedades humanas (cf. 1994: 146). Por el otro, se sitúa ‘la política’, el conjunto de prácticas comunitarias e institucionales por las que se crea un determinado orden. Este organiza y armoniza la coexistencia humana domesticando el contexto de conflictividad en la que esta se inscribe y que deriva, a su vez, de ‘lo político’ (cf. ibid.: 148). A continuación, se presentan los mecanismos psicológicos y físicos por medio de los cuales se constituyen las ‘identidades culturales’ individuales y colectivas a partir de la ‘escritura del yo’ y de la selección de recuerdos llevada a cabo en el proceso de escritura. Por un lado, los mecanismos psicológicos se explican a partir de la teoría de la formación de la identidad a través de la abyección formulada por Julia Kristeva. Por el otro, los mecanismos físicos que fijan las identidades producidas por abyección se explican a partir de la extrapolación del concepto de la ‘performatividad’ de Judith Butler, desde el vector del género hasta un concepto de identidad más amplio. Por último, se expone a grandes rasgos cómo se aplican estos conceptos a este trabajo. De esta manera se dilucida cómo se constituyen los imaginarios español, francés y argelino a través de la institución ex negativo del ‘otro-exiliado’ y cómo este hace lo propio reaccionando a esta identidad impuesta.
47 Badiou afirma en su libro Le siècle que la “passion du réel” (2005: 75) es característica del siglo xx.
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La teoría psicoanalítica de la abyección revela el significado político de la intersección entre la identidad individual y colectiva y ayuda a entender cómo se crea el paradigma moderno de la identidad (cf. Nünning, “Identität kollektive”, 1998: 306). Una vez que el sujeto ha sido creado a partir de la respuesta y de la responsabilidad ética por el ‘otro’, es decir, a partir de la alteridad primaria en términos levinianos, el individuo consolida su identidad en una segunda fase psíquicopolítica. El concepto de abyección desarrollado por Julia Kristeva en Pouvoirs de l’horreur. Essais sur l’abjection en 1980 se basa en la teoría psicoanalítica de la formación de la identidad. Esta tiene su origen, a su vez, en la sistematización de Sigmund Freud de la estructuración y de la dinámica de los elementos constitutivos de la psique humana y el orden mental en sus modalidades conscientes —donde actúa la instancia del ‘yo’—, inconscientes —donde actúa la instancia del ‘ello’—, y entre ambas —donde actúa la instancia del ‘superyó’—. El objetivo del psicoanálisis es, por un lado, garantizar el desarrollo del niño hasta que se convierte en sujeto psíquico tras la superación del complejo de Edipo. Por otro, se propone estabilizarle como sujeto político dentro de la sociedad mediante el control de la distribución y del funcionamiento adecuado de las instancias de la psique48. Freud consideraba que el niño se convierte en sujeto psíquico a través de una serie de fases evolutivas en su sexualidad. A lo largo de estas etapas, el niño aprende a rechazar y a bloquear el placer de sus zonas erógenas orales y anales y el deseo edípico-incestuoso hacia el cuerpo materno gracias a un aparato regulador de la energía libidinal de la psique, la represión originaria (cf. “Hemmung, Symptom und Angst”, 1999: 121). Cuando reprime este deseo, lo convierte en objeto y consigue identificarse con el padre en una fase fálica, el niño entra en el ámbito de lo social y de su normatividad (cf. ibid., Das Ich und das Es, 2007: 271-272). Sin embargo, según la teoría freudiana, esta represión originaria constituyente del sujeto psíquico supone un trauma, a causa del cual su conciencia queda escindida en diferentes
48 La traducción al español de los conceptos psicoanalíticos freudianos se realiza a partir del Diccionario de psicoanálisis de Laplanche et al., de 2004.
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instancias: el ‘yo’, el ‘ello’ y el ‘superyó’. Una de ellas, el ‘superyó’, internaliza la normatividad social que representa el padre y se constituye como la responsable de la censura y del autocontrol del que se convierte en sujeto político a través de represiones secundarias (cf. Freud, Das Ich und das Es, 2007: 273). A través de esta operación, en una segunda fase política, la fuerza normativa y selectiva de lo social reprime, es decir, bloquea y rechaza la entrada a la conciencia de ciertos elementos relacionados con una pulsión determinada no normativa socialmente (cf. ibid., “Die Verdrängung”, 1999: 250). Estos elementos reprimidos se establecen de este modo como objetos para poder asegurar la supremacía de un ‘yo’ cohesionado y normativo (cf. ibid.). Freud defiende que las represiones secundarias también suponen una pérdida traumática de elementos que formaban o podrían formar parte del ‘yo’ y que, por lo tanto, ponen en marcha un trabajo elaborativo de duelo para tratar de gestionarlos y aceptarlos. Sin embargo, en ocasiones, el trabajo de duelo es melancólico y el objeto se queda incorporado al ego de manera patológica en un proceso denominado ‘incorporación’ (cf. ibid., “Trauer und Melancholie”, 1999: 438). En estos casos, el ‘superyó’ es hostil con el objeto y castiga al ego con rigor (cf. ibid.) Julia Kristeva se basa en estos supuestos teóricos y en la reestructuración de las dimensiones de la psique que hizo de ellos con posterioridad Jacques Lacan en torno a lo real —la que contiene lo inconcebible e irrepresentable—, lo imaginario —la que contiene la capacidad humana de comprender las imágenes en su sentido semiológico y permite al sujeto constituirse como tal al identificarse consigo mismo a través de su imagen reflejada en el espejo— y lo simbólico —la que contiene la capacidad del sujeto de expresarse por medio de los símbolos del lenguaje y de someterse a la normatividad social impuesta por la figura paterna— (cf. Lacan, 1982: 4). No obstante, la autora remodela con el concepto de la ‘abyección’ la función de estas dimensiones en el desarrollo del niño hasta que se constituye como sujeto. Kristeva establece este término como el mecanismo clave que posibilita el desarrollo necesario del niño en una fase preimaginaria y presimbólica. Este es el requisito para que el niño pueda percibirse como un sujeto unitario durante el estadio del espejo al que hacía
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referencia Lacan y crear objetos que reprimir durante la fase edípica, como defendía Freud. Las premisas que sirven de sustento teórico al concepto de la ‘abyección’ las recoge la autora en su libro La révolution du langage poétique; l’avant-garde à la fin du XIXe siècle, Lautréamont et Mallarmé, escrito en 1974. En esta obra, Kristeva distingue la dimensión semiótica de la simbólica. Según la autora, lo semiótico es el aspecto no discursivo del significado y se sitúa en la chora, el receptáculo materno presimbólico y preimaginario en el que todas las necesidades, los deseos y las pulsiones del niño están cubiertos (cf. 1974: 26-27). Además, considera que en este espacio se desarrollan las capacidades sensoriales y afectivas del niño a través de los registros fonemático (los ruidos, los sonidos, las rimas, etc.) y melódico (el ritmo y la entonación) que le posibilitan la posterior adquisición de otras capacidades sensoriales como la visual (cf. Kristeva, Pouvoirs de l’horreur, 1980: 43). Esto ocurre en una fase que Kristeva llama tética. Esta fase permite, según la autora, acceder a lo que Lacan denominara lo imaginario —reconocer su imagen en el espejo— y desarrollar posteriormente el lenguaje discursivo en una fase simbólica49. De acuerdo con Kristeva, durante la fase semiótica el niño no es capaz de diferenciar la frontera entre su cuerpo y su ser y el de su madre. Sin embargo, el parto supone una separación violenta del niño del cuerpo de la madre que provoca que este comience a percibir paulatinamente la propia corporalidad como separada de la de su progenitora y de lo exterior. Los excrementos y/o de los vómitos con los que el bebé eyecta de su cuerpo lo no asimilable de la leche que recibe del cuerpo materno marcan esta fase. La autora llama a este proceso la ‘abyección’ y al resultado de la misma: el ‘abyecto’, “simplement une frontière” (ibid.: 17).
49 Véase Kristeva, La révolution du langage poétique (cf. 1974: 26). Esta autora adapta el concepto de chora —que en griego significa “útero”— del Timeo de Platón (cf. ibid.: 23; Pouvoirs de l’horreur, 1980: 21). Más específicamente su concepto parte de un diálogo entre Sócrates y Timeus sobre la naturaleza de la existencia material en el que el primero la define como el lugar en el que se desarrolla el ser.
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Este acto fundacional establece los límites del cuerpo propio (del futuro ‘yo’) a partir de la pérdida del cuerpo de la madre (el futuro ‘objeto’) que se consideraba parte de uno mismo. Asimismo, la abyección se instaura en la teoría kristeviana como la condición de posibilidad de la posterior constitución del niño como sujeto y de su capacidad de producir objetos con su entrada en el mundo simbólico y con él en lo social (cf. Kristeva, Pouvoirs de l’horreur, 1980: 13). Según esta autora, esta pérdida originaria resulta traumática y, como estableciera Freud, crea una fisura en la psique y el advenimiento del ‘superyó’. Sin embargo, a diferencia del ‘superyó’ freudiano, el kristeviano no se crea a la vez que el ‘objeto’ una vez que el niño se ha constituido como sujeto tras la superación del complejo de Edipo. El ‘superyó’ nace durante el proceso inaugural y traumático de la abyección como correlato del abyecto, que en palabras de Kristeva “n’a rien d’objectif ni d’objectal” (ibid.: 17). El abyecto no es un objeto, puesto que en la fase en la que se constituye el niño todavía no se ha establecido como sujeto, ni ha desarrollado su capacidad de producir objetos. Además, este tampoco suplanta la función del objeto de ofrecer: [...] un appui sur quelqu’un ou quelque chose d’autre, me permettrait d’être, plus ou moins détachée et autonome. De l’objet, l’abject n’a qu’une qualité —celle de s’opposer à je. Mais si l’objet, en s’opposant, m’équilibre dans la trame fragile d’un désir de sens qui, en fait, m’homologue indéfiniment, infiniment à lui, au contraire, l’abject, objet chu, est radicalement exclu et me tire vers l’a où le sens s’effondre. Un certain “moi” qui s’est fondu avec son maître, un sur-moi, l’a carrément chassé (ibid.: 9).
El futuro ‘yo’ no recibe apoyo ni estabilidad del objeto, y, lo que es más, este ‘superyó’ kristeviano se encarga de que el ‘yo’ rechace toda relación afectiva hacia la pérdida originaria e impone un sentimiento de profunda repugnancia hacia ella (cf. ibid.: 18). El futuro sujeto experimenta asco hacia las excreciones y las secreciones corporales (sus abyectos no asimilables). Estas sustancias marcan las fronteras entre el propio cuerpo y la exterioridad, pero al mismo tiempo señalan su inevitable falta de hermetismo e independencia al dedicar atención a los orificios permeables por los que se expulsan. De esta manera, Kristeva
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destaca que el abyecto es parte inevitablemente constitutiva del que se convierte como sujeto con su entrada en la sociedad simbólica y en el ámbito de la ley al otorgar significantes lingüísticos a los significados semióticos que se habían ido desarrollando en la fase anterior. Asimismo, esta autora instaura este método fundador del sujeto, “l’abjection de soi” (Kristeva, Pouvoirs de l’horreur, 1980: 13), como subyacente a cualquier abyección simbólico-social posterior, ya que considera que “toute abjection est en fait reconnaissance du manque fondateur de tout être, sens, langage, désir” (ibid., destacado en el original). Es decir, Kristeva considera que la identidad personal se constituye en una segunda fase política en la misma lógica represiva que en la fase semiótica. Por lo tanto, afirma que la normatividad hegemónica de cada grupo social, la ley de lo simbólico en términos psicoanalíticos, hace que el sujeto produzca una serie de alteridades estigmatizadas para garantizar la supremacía de un ‘yo’ normativo. De este modo, al enfatizar el paralelismo entre la abyección del ‘yo’ fundacional y la social, la autora señala que estas alteridades no son un objeto exterior al sujeto, sino una parte reprimida, pero inherente y constitutiva del mismo que recuerda que somos, como reza el título de otra obra suya de 1988, Étrangers à nous-mêmes50. Por consiguiente, puede concluirse que la teoría de la abyección de Julia Kristeva expone los mecanismos a través de los cuales el sujeto trata en vano de establecerse de manera dicotómica como sujeto unificado y autónomo. De hecho, Kristeva insiste en que, como el abyecto había sido excluido de manera radical antes de la entrada del sujeto en la ley de lo
50 En esta obra Kristeva traza una historia del concepto de ‘étranger’ en la civilización europea partiendo de la antigüedad griega y las Danaides —hijas del rey Dánao, quien se exilió a Argos por una disputa con su hermano Egipto, “les premiers étrangers qui viennent de l’aube de norte civilisation” (Étrangers à nousmêmes, 1988: 63)— y defiende que la época moderna establece al extranjero como el ‘otro’ absoluto del ciudadano integrado en el Estado (cf. ibid.: 142). Además, propone reconocer a “l’étrange au-dedans de nous” (ibid.: 83) —al abyecto de su ensayo Pouvoirs de l’horreur— como una fórmula que ayude a dejar de rechazar a los extranjeros.
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simbólico, este no conoce las reglas del juego y que, como consecuencia, desde “cet exil, [...] ne cesse de défier son maître” (cf. Kristeva, Pouvoirs de l’horreur, 1980: 10). Este desafío se manifiesta en ocasiones de manera inesperada, como apuntaba Freud sobre lo reprimido, en una ‘compulsión de repetición’ de la identidad traumatizada (cf. Freud, “Jenseits des Lustprinzips”, 1999: 17). Por este motivo, el ‘yo’ siente hacia lo abyecto, en palabras de Kristeva, “une étrangeté qui, si elle a pu m’être familière dans une vie opaque et oubliée, me harcèle maintenant comme radicalement séparée, répugnante” (Pouvoirs de l’horreur, 1980: 10). Esta sensación de extrañeza y de familiaridad hacia el abyecto corresponde a lo que Freud llamara lo ‘Unheimliche’, lo ‘inquietante’: una palabra que integra el significado de su antónimo ‘heimlich’, ‘familiar’ (cf. Freud, “Das Unheimliche”, 1999: 237). Lo inquietantemente familiar es para Freud, por lo tanto, resultante del regreso compulsivo de lo reprimido a la conciencia (cf. ibid.: 251) y de su representación literaria, como por ejemplo a partir de la figura del doble en la obra Los elixires del diablo de E. T. A. Hoffmann (cf. ibid.: 247). Para Kristeva el arte es el lugar por antonomasia en el que el abyecto se manifiesta de manera sublime (cf. Pouvoirs de l’horreur, 1980: 23). Esto puede realizarse en su codificación lingüística para proscribir dialécticamente a este ‘otro’ constitutivo del ‘yo’ a través de la expresión de la repulsión en el campo semántico de la suciedad de lo escatológico, de lo contagioso y de la enfermedad mental. Otra manifestación es la representación del retorno desafiante del abyecto reprimido tanto a nivel temático como formal que pone en jaque la coherencia textual (cf. ibid.: 165). La autora considera que tras la merma de la credibilidad social en la religión y, por lo tanto, en las funciones de sus rituales purificadores, el arte y, más específicamente, la literatura “contemporaine ne vient pas à leur place” (ibid.: 23). Por ello, afirma, esta se establece en muchos casos como la única posibilidad de realizar un trabajo elaborativo por el duelo de la pérdida originaria del abyecto en la fase semiótica51.
51 Véase Kristeva, Pouvoirs de l’horreur (cf. 1980: 24). Véase también los otros dos libros de su trilogía sobre lo semiótico, Histoires d’amour (cf. 1983: 284) y Soleil
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Por su parte, la teoría de la performatividad del género que Judith Butler desarrolló en Gender trouble de 1990, Bodies that Matter de 1993 y Excitable Speech de 1997 complementa la teoría de la formación de la identidad de Kristeva al explicar cómo se fijan las identidades instituidas por abyección y cómo se mantiene la sujeción coercitiva de estas en el ámbito simbólico-social. Según esta autora, la apariencia de que las restricciones impuestas por la ley de lo simbólico son inamovibles no procede de una autoridad originaria, sino que se establece a través de la dimensión performativa de la misma: es decir, de la imposición forzada de normas de manera reiterativa (cf. Bodies that Matter, 1993: 94). Si se realiza la operación contraria a la que hizo Butler con Nietzsche al aplicar la convicción del segundo de que “no hay ningún tipo de sustrato, no hay ser más allá del hacer52” (Nietzsche, 2016: 211, traducción de la autora) a la intersección del género (cf. Butler, Gender Trouble, 1990: 34), puede extrapolarse la performatividad del género a una intersección identitaria más amplia. Así puede explicarse cuál es la manera en la que la ley crea identidades normativas de manera reiterativa. Butler se basa en la teoría de los actos de habla de Austin en How To Do Things with Words (1955) y la de la interpelación de Althusser en Lénine et la philosophie (1968) para explicar cómo se instaura el sujeto como ser social. Según la autora, esto se lleva a cabo a través de la interpelación repetitiva y estilizada que realiza la matriz heteronormativa por medio de actos de habla performativos desde que al nacer se exprese si el bebé es un niño o una niña (cf. ibid., Excitable Speech, 1997: 2). Al igual que defendiera Julia Kristeva, Butler considera que esta constitución identitaria es traumática, puesto que la interpelación originaria es insultante para una multiplicidad de identidades que no encajan con los circuitos de reconocimiento de dicha matriz. Este acto originario impone un rol social de por vida y, por lo tanto, la
noir (1987). Dépression et mélancolie (cf. 1987: 109), la autora insiste también en que el arte es una forma de duelo por la pérdida originaria. 52 “es gibt kein solches Substrakt, es gibt kein ‘Sein’ hinter dem Tun” (Nietzsche, 2016: 211).
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represión de la identidad de otros roles en potencia y la institución de estos como sus abyectos constitutivos (cf. Butler, Excitable Speech, 1997: 5). Para “crear la ilusión de un núcleo estructurador53” (ibid., Gender Trouble, 1990: 186) que cohesione la identidad, el sujeto impide que estos abyectos regresen a su conciencia a través de la puesta en escena performativa de su identidad. Es decir, el individuo legitima el orden establecido (cf. ibid.) al reprimir a sus abyectos a partir de la materialización de la identidad impuesta con la repetición de prácticas estilizadas normativas para un grupo concreto. Estas prácticas pasan a su vez por un proceso de ritualización y de naturalización que proporciona al sujeto la ilusión de tener un significado unitario y esencial (cf. ibid.: 191). En términos lingüísticos, según el ensayo “Le mythe aujourd’hui” de Roland Barthes y su análisis del mito como acto de habla, la repetición es necesaria para fijar la relación entre el significante y el significado y naturalizarla en un signo unívoco y atemporal que reprima la multiplicidad y fluidez inherente al lenguaje (cf. 1957: 241 y 252). Por su parte, el concepto de ‘gubernamentalidad’ de Foucault ayuda a apuntalar la comprensión de los mecanismos de la construcción de los discursos modernos de la identidad normativa. Según este autor, las prácticas gubernamentales son una serie de procedimientos a través de los que un Estado se rige por medio de instituciones, discursos y normas interiorizados e integrados como formas de autodisciplina en los sujetos (cf. Sécurité, 2004: 111-112). Este concepto explica cómo a partir del siglo xviii con el giro de la racionalidad política hacia el liberalismo, el Estado moderno puso en marcha la biopolítica como razón gubernamental. El objetivo era ejercer poder no sobre la muerte de los ciudadanos, sino sobre el cuerpo y la población a través del panoptismo y del adiestramiento sutil (cf. Foucault, Naissance de la biopolitique, 2004: 31). Para conceptualizar la primera estrategia biopolítica, Foucault se basa en el modelo arquitectónico de control panóptico diseñado por Bentham. Esta arquitectura hace
53 “to create the illusion of an interior an organizing [...] core” (Butler, Gender Trouble, 2007: 186).
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que se pueda observar y por tanto vigilar todo el espacio a partir de un punto central que, sin embargo, oculta al observador (cf. Foucault, Surveiller et punir, 1975: 235). El panóptico arquitectural crea en el sujeto de este modo la conciencia de panoptismo, es decir, de que exista la posibilidad de estar continuamente bajo el control de la mirada de un superior anónimo. Esta conciencia provoca, a su vez, que el sujeto se autocontrole por miedo a ser descubierto (cf. ibid.: 239). De este modo, Foucault explica cómo los individuos aprenden a través de esta conciencia de panoptismo y de lo que se les inculca en instituciones panópticas, como la escuela, los hospitales y las fábricas, a interiorizar la represión estructural multidireccional de lo que se ha constituido como abyecto y a autoimponerse de manera indefinida formas de actuación dentro de la normatividad de un grupo (cf. ibid.: 264). El objetivo del gobierno es controlar y normalizar un rango amplio de la vida diaria de la población a partir de un modelo que resulta mucho más rentable económicamente que el castigo corporal y público, típico del estado soberano anterior (cf. ibid., Naissance de la biopolitique, 2004: 49). Por último, el concepto ‘figuras del recuerdo’ de Jan Assmann refuerza las teorías de la ‘performatividad’ y de la ‘gubernamentalidad’ de Butler y de Foucault respectivamente como estabilizadores identitarios. Asimismo, cierra la tríada teórica circular a modo de coda, ya que vuelve a entrelazar los tres conceptos que se han ido destejiendo, con el fin de poder sistematizarlos a nivel teórico: la memoria cultural, la escritura del yo y la identidad cultural. Según Jan Assmann, las ‘figuras del recuerdo’ son mecanismos que permiten anclar la ‘memoria comunicativa’ en la ‘memoria cultural’, al dotar de sentido a la primera a partir de la repetición ritual de actos performativos en grupo que fomentan el recuerdo de un hecho ocurrido en el pasado (cf. J. Assmann, Das kulturelle Gedächtnis, 1992: 37). Entre ellas enumera la peregrinación, la erección de monumentos en memoria de alguien o de un acontecimiento o los actos públicos en los que se homenajea a personalidades erigidas como héroes del pasado colectivo (cf. ibid., “Kollektives Gedächtnis”, 1988: 12). El autor defiende que este tipo de rituales performativos de la memoria tienen tres características fundamentales: el estar ligado a un tiempo y a un espacio específico (cf. J.
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Assmann, Das kulturelle Gedächtnis, 1992: 38), su dependencia de un grupo en particular y de sus modos de interacción (cf. ibid.: 39) y la reconstructividad (cf. ibid.: 40). Esta última característica implica que los recuerdos de un hecho pasado se constituyen retrospectivamente desde los cuadros de referencia del grupo y de sus motivaciones en el contexto espacio-temporal del presente como un acontecimiento. A este se le dota, a su vez, de un significado determinado y reglado para nivelar las diferencias entre sus miembros y reforzar su identidad colectiva creando una conciencia de grupo (cf. ibid.: 41). Una vez expuesta la genealogía del concepto moderno de ‘identidad cultural’ y de haber ilustrado los mecanismos psicológicos y físicos a través de los que se constituye, a continuación, se presenta de manera sucinta cómo se usan estos conceptos en este trabajo. Más específicamente, se presenta cómo se utilizan para explicar que los imaginarios español, francés y argelino apuntalan su identidad por medio de la institución ex negativo del ‘otro-exiliado’ y cómo este hace lo propio en reacción a esta identidad impuesta. El concepto de la abyección permite entender, por un lado, la construcción de la identidad franquista, argelina pre y postindependentista y francesa republicana y vichysta como un proceso por el cual se rehusó dialécticamente a lo ‘otro’ —a lo ‘no-español/-francés/argelino’— del imaginario nacional. De esta manera, se le condenó a la no existencia, como materializó el exilio de España, el universo concentracionario y la maquinaria de violencia estructural contra el residente extranjero en la Francia colonial, o la violencia física y estructural contra el europeo en la Argelia independiente. Por otro lado, ayuda a dilucidar también la conformación de la identidad y de la memoria colectiva de cada grupo exiliado en Argelia a través del mismo procedimiento narrativizado en la escritura del yo. A continuación, se exponen los mecanismos y los ‘otros abyectos’ a partir de los que se construyó el imaginario español franquista, el francés colonial y el argelino. A pesar de que tanto los ‘otros abyectos’ como los mecanismos de la abyección fueron los mismos en los tres casos, la jerarquía en la estructuración de los mismos varió en cada grupo identitario. Siguiendo la lógica de Horacio Verbitsky en su estudio Medio siglo de proclamas militares de 1987, los regímenes totalitarios justifican
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su intervención militar declarando que el país corre el riesgo de colapsarse y que, por lo tanto, necesita que ellos lo rescaten para poder restaurar una arcadia perdida en el pasado (cf. Verbitsky, 1987: 15). Si se aplica esta tesis al contexto dictatorial español, puede concluirse que Franco se propuso hacerlo remodelando España. Con el objetivo de soportar las bases de una construcción identitaria nacional franquista unitaria y esencial el franquismo “abyectó” al ‘otro republicano’ eliminándole físicamente del territorio nacional a través del asesinato o de su expulsión de las fronteras nacionales con el exilio. Este ‘otro’ también se constituyó discursivamente por medio de una propaganda repetitiva y grandilocuente que le convertía en lo ‘no-español’ por ser el superlativo del mal: el “rojo54”. Con este sustantivo el franquismo aglutinaba metonímicamente bajo el color simbólico del comunismo a todos sus enemigos en un ente que caracterizaba como “subhumano con apariencia humana, un ser incapaz de reconocer a Dios, a su nación [...] a su familia, y además estaba subordinado a poderes extranjeros” (Márquez, 2006: 86), y que era, por lo tanto, responsable del “contubernio judeo-masónico” que trataba de corromper España. La retórica del riesgo de contagio de este ‘otro’, propia de la teoría de la abyección, tuvo su mayor esplendor a finales de los años treinta cuando se aplicó en el ámbito de la medicina. Vallejo-Nájera se dedicó a buscar el que él denominaba el “gen rojo” para explicar biológicamente la abominación moral del ‘no-español55’. Como ya se analizaba en el capítulo anterior, independientemente de los cambios institucionales y gubernamentales que tuvieron lugar en Francia durante la primera mitad del siglo xx —la Tercera República y el régimen de Vichy—, la construcción de su identidad nacional
54 Según afirma Eiroa de San Francisco, este es el término aglutinador más utilizado por la historiografía para describir a los enemigos de Franco. Sin embargo, este calificativo lo utilizaban mayoritariamente los mandos intermedios del régimen franquista, los falangistas y el resto de las fuerzas represivas del Estado. Franco era “mucho más restrictivo en su uso” (cf. “Palabra”, 2012: 83). 55 Los discursos que legitimaban la abyección simbólica del ‘otro-exiliado’ en Argelia en la ‘memoria cultural’ española a lo largo del tiempo se desarrollan en el primer apartado de cada capítulo analítico.
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también se realizó por medio de la abyección. Lo que varió fue el grado con el que la materializó físicamente en el cuerpo de los ‘otros’, que aumentó progresivamente hasta llegar a su punto más culminante bajo el mandato de Pétain, pero que siguió funcionando durante los años cincuenta, aunque en un grado mucho menor56. Uno de sus abyectos constitutivos era el ‘otro-colonizado’, un subalterno regido por el Code de l’indigénat. Este código fue una ley de excepción convertida en ordinaria en Argelia desde los inicios de la colonización francesa que, aunque había sido abolida oficialmente en 1946 (cf. Harnoncourt, 2013; Fabre, 2010: 310), estuvo en vigor hasta los años cincuenta (cf. Schmid, 2006: 26-27) o incluso hasta la independencia, según otros autores (cf. Maamri, 2015). Esta ley declaraba a los indigènes súbditos de Francia y sin posesión del estatus de ciudadanos, les imponía una carga tributaria como reparación a la labor civilizadora francesa, así como sanciones colectivas, deportaciones o trabajos forzados (cf. Le Cour Grandmaison, 2010). Otro abyecto constitutivo de la Francia colonial era el ‘otro-indésirable-étranger’, que, según la lógica xenófoba que reinaba en el país en los años treinta del siglo xx, representaba un peligro tanto para su economía como para su statu quo57. Por lo tanto, puede deducirse, en consonancia con la argumentación de Bessis, que el indésirable espagnol se encontraba en la escala identitaria francesa por debajo del colonizador, pero por encima del indigène (cf. 1994: 433). Además, a los republicanos españoles se les consideraba un riesgo para la estabilidad del país por sus creencias políticas, ya que su relación con el “indígena” podría provocar en este ansias insurreccionales (cf. Dulphy, 2009: 198; J. B. Vilar, “El exilio español de 1939”, 2009: 84). Para evitar que el subalterno desarrollase su voz, la Francia colonial se propuso “abyectar” al español indésirablement dangereux físicamente fuera del imaginario nacional. Para ello, lo
56 Un caso muy ilustrador es la “Operación Bolero-Paprika”, por la que se hizo una redada de comunistas. Véase a este respecto la nota al pie 63 en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial” (cf. 83). 57 La lógica xenófoba y racista de la Francia de los años treinta se ha desarrollado en “1.2.2. El exilio republicano español en Francia” (cf. 56) y “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 68-69).
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internó en campos de concentración y en cárceles o incluso trató de repatriarle. Esta abyección física se completó con el remache discursivo que se divulgó a través de los medios de comunicación para forjar así la identidad nacional francesa a partir de la abyección discursiva del rouge espagnol (cf. Cantier, 2009: 14). La misma lógica subyacía a la construcción del imaginario nacional argelino independentista y postindependentista. Se creó el ‘otro’, el ‘rumí’, término despectivo compuesto a partir de la palabra latina ‘Roma’ y el sufijo árabe de gentilicio ‘īy’ para referirse al ‘no-musulmán’ (cf. Merriam Webster, 2016). En esta categoría se amalgamaron los vectores cristiano, europeo, colonizador y blanco. Este ‘otro’ se consideraba un opresor colonialista, el responsable de todos sus males y, por lo tanto, un abyecto que debía ser expulsado simbólica y físicamente del imaginario nacional argelino. Los atentados terroristas del FLN hacia europeos y la lógica cultural de tabula rasa, fomentada institucionalmente por la Argelia independiente para crear ex negativo su identidad nacional, son algunos de los ejemplos de cómo se puso en marcha esta abyección del ‘otro-no-musulmán’ (cf. Morin, 2007: 9). De acuerdo con las declaraciones de los autores de las obras que analiza este trabajo, el español quedó abarcado dentro del concepto de ‘rumí’ y se vio obligado en muchos casos a optar “por la maleta para evitar el ataúd”, según el dicho que circulaba durante la Guerra de la Independencia argelina. Es decir, como consecuencia de estos procesos de construcción identitaria, los republicanos españoles exiliados se convirtieron en abyectos para las tres comunidades imaginarias —en el sentido de Anderson del término— con las que se relacionó durante su exilio en Argelia, y, por lo tanto, en ‘no-español’, ‘no-francés’ y ‘no-argelino’. Los exiliados españoles en Argelia, a su vez, también recurrieron a la abyección para reaccionar dialógicamente a esta identidad unitaria abyecta que les impusieron España, Francia y Argelia. Esta constitución identitaria se realizó en una lógica jerárquica y de círculos concéntricos según la normatividad ‘gubernamental’ interiorizada por cada grupo exiliado. Así, cada grupo político exiliado en Argelia, si bien no seguía la normatividad de las comunidades imaginarias que le produjeron como abyecto, se autoimpuso los comportamientos establecidos
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como naturales dentro de cada normatividad grupal en relación con varios vectores identitarios: políticos, nacionales y raciales-religiosos. Estos vectores se organizaron también jerárquicamente en función de la memoria cultural del grupo y de la coyuntura en la que se desarrolló el proceso de escritura sobre su experiencia en el exilio. Sin embargo, el carácter político que causó su exilio hace que el vector político sea el que suela subordinar a los demás y el que, por lo tanto, recibe la atención principal de este trabajo. Como se muestra en los siguientes capítulos, la identidad anarquista se construye, por ejemplo, “abyectando” jerárquicamente primero, al ‘otro-fascista’ —vector político—, segundo, al ‘otro-francés’ —vector político y nacional—, tercero, al ‘otro-comunista’, cuarto, al ‘otro-intelectual-republicano’ —vectores políticos—, quinto, al ‘otro-emigrante-económico-español —vector nacional— y sexto al ‘otro-argelino’, es decir, al ‘otro-colonizado’ —vector racial-religioso—. No puede olvidarse que la experiencia del exilio en Argelia y la reconstrucción narrativa que realizan los productos culturales que analiza este trabajo se insertan en un contexto colonial, en el que hasta su independencia en 1962 los argelinos se consideran “indígenas” —como los denominan los documentos oficiales de la Argelia colonizada— o “moros” —como suelen llamarlo los exiliados españoles en Argelia en sus escrituras del yo—. Este subalterno, su invisibilidad y falta de voz, según el concepto de Gayatri Spivak, no quiere pasar desapercibido en este estudio58.
58 Como —acertadamente— apunta Bessis, “soumis à l’état colonial au plan national, défavorisés au niveau économique et social par rapport à l’ethnie française dominante, mais toujours placés un cran au-dessus des masses autochtones, Espagnols et Italiens ont vécu une situation semi-coloniale” (1994: 430). Es importante enfatizar que solamente los académicos de origen norafricano han tenido hasta ahora la sensibilidad de incluir al subalterno argelino colonizado en los estudios sobre el exilio español en Argelia. Estos se encontraban en peor situación objetiva que los exiliados españoles y, además, fueron obviados en el discurso colonial francés, interiorizado por los españoles en muchos casos. Las escrituras del yo que analiza este trabajo muestran que el comportamiento de muchos republicanos españoles encajaba con la descripción que hicieran Memmi y Bouteflika del “Portrait du colonisateur”, 2006.
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Los abyectos formados en estos procesos de constitución identitaria también se manifiestan de manera desafiante en algunos de los textos del corpus de este trabajo como representación temática y formal de lo reprimido. Ejemplos son su aparición en forma de síntomas del trauma de un personaje, de contradicciones ideológicas narrativas, a través de desdoblamientos de personalidad, de álter egos o de momentos inquietantemente familiares. Además, estas identidades puestas en jaque se sirvieron de la performatividad, la otra cara de la moneda de la abyección, para fijarlas en las diferentes normatividades de los grupos políticos del exilio argelino en cada coyuntura sociopolítica. Algunas de las prácticas gubernamentales ritualizadas y estilizadas a las que se dedicaron son los hábitos higiénicos de los libertarios o la resistencia activa y estoica de los comunistas. Por un lado, la repetición reiterada de este tipo de gestos borró la artificialidad entre el significante y el significado de los mismos, lo que provocó que la relación entre ambos pareciera unívoca. Por el otro, proporcionó a cada grupo exiliado la impresión de que poseían una identidad coherente, normativa y claramente distinguible de la de sus abyectos constitutivos. La aplicación de estas prácticas performativas a un recuerdo alrededor del cual se constituye a una persona o a algo que acaeció en el pasado en un personaje o en un acontecimiento es lo que Jan Assmann denomina las ‘figuras del recuerdo’. En el caso de los exiliados en Argelia, estas se instauraron en torno a personajes o acontecimientos culturales —como, por ejemplo, Miguel de Cervantes y la excursión a su monumento en el caso de los libertarios— o políticos —como la Segunda República o la resistencia de los exiliados en Hadjerat M’Guil y los significados que les asignaron los diferentes grupos políticos—. En lo que a las escrituras del yo que analiza este trabajo se refiere, se examina la codificación narrativa de las diferentes prácticas y figuras del recuerdo performativas puestas en escena en el exilio argelino y establecidas como gubernamentales por cada grupo identitario en cada contexto sociohistórico en el que se produjeron las escrituras del yo sobre el mismo. Por lo tanto, se analiza el proceso por el que estas entran en el ámbito de la memoria cultural de cada grupo político y apuntalan el significado del ritual performativo y de la identidad que ponen en escena en el mundo diegético.
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El desenmarañamiento de esta tríada teórica circular como instrumento hermenéutico ha dilucidado cómo la ‘memoria cultural’ es la fuente de la ‘escritura del yo’, que se constituye, a su vez, como medio y vehículo, no solo para la construcción de la ‘identidad cultural individual y colectiva’, sino también de la ‘memoria’. Estas partes de la memoria del pasado reciente español que habían sido extraviadas por la represión física, psicológica y estructural de las tres comunidades imaginadas en las que se inscribe este proyecto —España, Francia y Argelia— se recuperan en los siguientes capítulos, en los que se analizan los “¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us)” generados por los diferentes grupos exiliados en Argelia a través de la escritura del yo a lo largo del tiempo.
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Fueron escritas estas poesías en el campo de concentración de Djelfa, en las altiplanicies del Atlas sahariano; les debo quizá la vida porque al parirlas cobraba fuerza para resistir el día siguiente (Aub, Diario de Djelfa, 1966: 7).
Supersum. A diferencia de su evolución lingüística en el castellano hasta el signo contemporáneo ‘sobrevivir’ y su reducida polisemia, supersum era en el latín clásico un signo que destacaba por la riqueza de sus acepciones. La variabilidad semántica de este verbo resulta altamente productiva para los propósitos de este capítulo, la primera estación en el viaje por las escrituras del yo del exilio republicano español en Argelia. Esta primera parada se centra en el análisis de la obra más cercana a la experiencia del exilio en términos temporales, espaciales y de percepción, ya que fue escrita durante la misma a modo de diario1.
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Hocke (1963) proporciona una genealogía de la actividad de escribir diarios. Hierro expone un detallado estado de la cuestión sobre la modalidad del ‘diario’ en el mundo académico (cf. 1999: 103-127).
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Para comprender la radical implicación de la escritura diarista con el verbo superesse debe aumentarse el foco hacia la única obra del corpus que cumple, tanto con los criterios de selección del corpus de este trabajo de investigación en su conjunto, como con los requisitos temporales de este capítulo: el diario de Antonio Gassó Fuentes, publicado en 2013 bajo el título Diario de Gaskin. Un piloto de la República en los campos de concentración. 1939-1943. En este periodo de tiempo el autor registró en sus cuadernos la experiencia de su internamiento en varios campos de trabajo para los Groupements de Travailleurs Étrangers (GTE) durante la Francia de Vichy, así como en varias compañías disciplinarias y de represión, creadas y puestas en funcionamiento por este régimen de la Francia ocupada. Así pues, se trata de un producto cultural creado in situ en el universo concentracionario, un espacio concebido para excluir inclusivamente a los indeseables abyectos2. Los exiliados se convirtieron en este espacio en superestes —supervivientes— en la segunda acepción latina del signo ‘supersum’: “être de trop, être superflu” (Gaffiot, 1934: 1521); quedar incluido como residuo, excluido como algo “pour le reste, au surplus3”. “Hijos de sarna y prisión, engendros del pus francés, esqueletos de dolor, escoriaciones y piojos, manto de frío feroz” (Aub, Diario de Djelfa, 1966: 25), como lo expresara Aub en Diario de Djelfa. A diferencia del “diario” de Aub, el Diario de Gaskin es, junto con Opus IV, Èxode 1939: De retorn a Catalunya, de Miquel Joseph i Mayol, publicado en 1974 y reeditado en 2008 bajo el título El bibliobús de la llibertat, el único verdadero diario publicado sin retoques como fue escrito durante el internamiento de los exiliados republicanos españoles en los campos de concentración en Francia (metropolitana y argelina). El “diario” de Ferrer, Entre alambradas (1987), fue modificado por el mismo autor, por lo que no se puede incluir en esta
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Véase “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’”, donde se desarrolla el concepto de ‘abyecto’ (cf. 142-145). El uso del término no difiere a lo largo del capítulo. Ibid. Para facilitar la lectura del texto, en lo siguiente no se añade ibid. en este tipo de casos en los que la cita marcada entre comillas se encuentra en la misma página de misma fuente bibliográfica a la que se ha hecho referencia entre paréntesis en la cita inmediatamente anterior.
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modalidad de la ‘escritura del yo’. Diari d’un refugiat catalá, de Roc d’Almenara (pseudónimo de Emili Sabaté y Casals) (2008) tampoco es un diario (cf. Sicot, “Literatura y campos franceses”, 2010). Además, la obra de Joseph i Mayol trata más bien, como reza su título, de su regreso a Cataluña y no de su exilio, lo que hace que Diario de Gaskin pueda considerarse —hasta el momento— único en su especie4. A continuación, se contextualiza la obra de Antonio Gassó Fuentes en la biografía de su autor y en el periodo histórico que marcó la experiencia y la articulación de la misma en el diario (3.1.). Acto seguido se proporciona una breve descripción de la estructura de la obra y de los elementos peritextuales añadidos al contexto de publicación en 2013 (3.2.). El siguiente apartado (3.3.) constituye el foco de este capítulo y tiene como objetivo analizar la escritura diarista como actividad performativa de resistencia intelectual y material, en el sentido amplio del término de Garbe: como una actividad defensiva del ‘yo’ que incluye estrategias como la solidaridad entre los internados, la autoayuda y la negación (cf. 2005: 243). Se examina esta resistencia como la reacción de los exiliados republicanos a la abyección producida por los regímenes franquista y francés —los jueces del apóstrofe, siguiendo la teoría de la ‘escritura del yo’ de Loureiro— y materializada en la degradación de su cuerpo y de su subjetividad5. La mayoría de la crítica literaria interpreta la escritura en el exilio como un acto de resistencia intelectual en la acepción subversiva del término, como lucha contra el discurso oficial que se autoconstituye expulsando a los exiliados del imaginario nacional al producirlos como abyectos. El énfasis suele residir en el análisis de la escritura del yo del exiliado como medio de construcción de una identidad colectiva mediante la integración retrospectiva de recuerdos individuales
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El diario de Joseph i Mayol no concuerda con los criterios de selección de este corpus en tanto en cuanto se centra en su vuelta a Cataluña, por lo que no es posible llevar a cabo una comparación de esta obra con Diario de Gaskin que contribuya al desarrollo de la argumentación de este trabajo. En “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’” se desarrolla la idea de la ‘escritura del yo’ como reacción al juez del apóstrofe, al ‘otro político’ en términos retóricos (cf. 131).
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en la memoria colectiva del grupo al que pertenecen, una vez terminada la experiencia6. Sin embargo, esta aportación comienza su análisis un paso antes y después al mismo tiempo. Por un lado, antes, en tanto en cuanto se centra en la actividad diarista, en el tiempo de la experiencia como práctica intelectual y física por la que el narrador/autor registra sus diferentes reacciones a sus variables experiencias abyectas experimentadas a lo largo de su internamiento entre 1941 y 1943. El análisis se estructura en tres partes que corresponden a tres etapas de la experiencia del autor: en los diferentes campos en los que trabajó alistado en los GTE, en el centre de séjour surveillé y en el campo de concentración tras el desembarco de las tropas estadounidenses en Argelia. La especificación de la tipología de los campos no radica en un intento de sistematización del universo concentracionario, sino en la voluntad de examinar el creciente grado de represión violenta física y psíquica, percibida y registrada por Antonio Gassó Fuentes en sus diarios y que afectó a su variable resistencia física y moral ante dicha realidad. Esta percepción de la violencia y de su capacidad de resistencia a ella influenció, a su vez, en la experiencia narrativizada a través de sus diarios. Por otro lado, esta aproximación se sitúa a la vez un paso después de donde la crítica suele comenzar su análisis de la resistencia, puesto que la escritura diarista es la reacción más inmediata a una segunda abyección del narrador, solapada a otra anterior, pero posterior en términos temporales: es decir, a la abyección producida por el imaginario nacional francés tras haber sido expulsado física e imaginariamente del imaginario nacional franquista como abyecto con el exilio. El próximo apartado se encarga de contextualizar esta experiencia concentracionaria en el exilio y su narrativización a través de la escritura, tanto en la biografía del autor, como en el marco sociocultural en el que esta se inserta.
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Véase, por ejemplo, Caudet (cf. Hipótesis, 1997: 13); Bou (cf. 2004: 81) y Ugarte (cf. Literatura española en el exilio, 1999: 20).
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3.1. La escritura en el exilio argelino durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Antonio Gassó Fuentes nació en Xátiva (Valencia) el 5 de junio de 1919. Según la biografía compuesta por su propia hija, Laura Gassó García, en la edición comentada de Diario de Gaskin, Gassó Fuentes era un joven comunista que se había presentado voluntario a una convocatoria del gobierno de la Segunda República para cubrir plazas de pilotos de aviación militar el 15 de abril de 1937 (cf. Gassó García, “Introducción”, 2013: 13). Para la instrucción de vuelo se trasladó a Kirovabad, en la entonces Unión Soviética, donde recibió, por motivos de seguridad, el apodo de “Gaskin” (ibid.: 15). Tras la sublevación de Cartagena y el golpe de Casado contra Negrín, el presidente de la Segunda República, y su política de resistencia, parte de la aviación republicana decidió entregarse a Franco creyendo en su promesa de que sería magnánimo con los perdedores7. Los que optaron por esta decisión sufrieron las consecuencias de la represión franquista y fueron o bien fusilados o bien condenados a penas de cárcel y/o de trabajos forzados (cf. ibid.: 21). Los más escépticos decidieron embarcarse y optar por el exilio con la esperanza de ser recibidos en calidad de refugiados políticos en Francia. Gassó Fuentes fue uno de los tantos que se apresuró hacia Alicante a finales de marzo de 1939 (cf. ibid.: 22) y que llegó a tiempo para inscribirse en el Stanbrook con destino a Orán8.
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Franco nunca hizo una promesa clara de qué haría con los perdedores. Las teorías reconciliadoras se basaron en una vaga concesión presentada durante el proceso de negociación del fin de la Guerra Civil con Casado, sin que esta llegara a confirmarse. Sin embargo, los medios de comunicación, difundieron la idea de la magnanimidad de Franco, como por ejemplo el periódico Arriba de 1 de abril de 1939, que reproducía un discurso del general Alonso Vega en Murcia en el que aseguraba “la promesa de Franco de ‘perdón generoso’ para todos aquellos que no tuvieran las ‘manos teñidas de sangre’” (Nicolás Marín, 1982: 35; Marín Gómez, 2004: 53). Para evitar la repetición y no pecar en la redundancia de la contextualización de este periodo, se pide al lector que recurra al apartado “1.2.3. El exilio republicano
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Una vez allí, sufrió la misma suerte que los dos mil pasajeros hacinados en el navío. Tras un mes en el Stanbrook, consiguió desembarcar, pero no alcanzó la ansiada libertad. Gassó Fuentes fue internado con la mayoría de los hombres exiliados en Camp Morand en el norte de Argelia (cf. Gassó García, “Introducción”, 2013: 21). Este campo era un centre d’hébergement, un centro de acogida dentro del cual los internados vivían en un régimen de pseudolibertad. Sin embargo, este no fue el único campo donde estuvo el autor. Como consta en la carte d’adhérent que se expidió a Gassó Fuentes en Casablanca en 1947 y que reproduce Laura Gassó García en Diario de Gaskin, este pasó entre 1939 y 1943 cincuenta meses en diferentes tipos de campos. Además de Camp Morand, aparecen anotados Colomb Béchar, un campo de trabajos forzados de los GTE; Foum Defla, un centre de séjour surveillé, un campo disciplinario; y Bou Arfa, otro campo de trabajos forzados y la base de la construcción del transahariano en el norte de Argelia (cf. ibid.: 23). Además de la estancia en estos campos y, como deduce Gassó García del diario de su padre y de fuentes archivísticas y testimoniales, Gassó Fuentes también estuvo en la cárcel de Bou Arfa en varias ocasiones y experimentó el horror de los campos disciplinarios durante unos diez meses en Méridja, Aïn El Ourak y “posiblemente en Hadjerat M’Guil”. El régimen disciplinario de los campos se relajó con el desembarco aliado el 8 de noviembre de 1942, pero su liberación solo se hizo efectiva en junio de 19439. Gassó Fuentes no esperó a que esto ocurriera, sino que se evadió de los campos durante una misión de seguimiento de un convoy de mercancías en Casablanca el 19 de febrero de 1943. Con ayuda de republicanos españoles exiliados en el protectorado francés de Marruecos, consiguió legalizar su situación, encontrar trabajo como rotulista y rehacer su vida personal y política en asociaciones de corte comunista como la Junta Suprema de Unión Nacional (cf. ibid.: 26). En 1959,
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español en la Argelia colonial francesa”, en caso de que necesitase más datos de tipo sociohistórico (cf. 64). Véase el mapa de los principales campos de concentración en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 75).
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casado y con una hija, Gassó Fuentes decidió volver a España. En la misma frontera se comprobó su pasado “rojo” y se vio de nuevo coartado de su libertad y obligado a personarse semanalmente en comisaría (cf. Gassó García, “Introducción”, 2013: 32). “Ya no levantó cabeza”, reconoce su hija. Antonio Gassó Fuentes se pasó la vida entre exilios: el argelino, el marroquí y, una vez en España, el ‘insilio10’. En palabras de su hija: “[v]ivió amargado en un país gris, mediocre e injusto. Con la única alegría del reencuentro con familia y amigos. Hasta el 4 de agosto de 1974, día en el que murió por un cáncer de pulmón”, sin ver el fin de la dictadura franquista.
3.2. Diario de Gaskin, de Antonio Gassó Fuentes (2013) Este es el esbozo biográfico de la vida marcada por el exilio de Antonio Gassó Fuentes, el autor de Diario de Gaskin. Un piloto de la República en los campos de concentración norteafricanos, 1939-1943, publicado por su hija Laura Gassó García en 201311. Se trata de un diario que el autor escribió durante su internamiento en diferentes campos de concentración en su exilio argelino y que, escondido en una caja de zapatos vieja y “desvencijada” (ibid.: 9), acompañó a la familia Gassó durante sus peripecias a ambos lados del Mediterráneo. Solo hace un par de años salieron a la luz “un manojo de deterioradas hojas de antiguos dietarios franceses, escritas a lápiz, casi ilegibles”, que, transcritos y editados por su hija, han sido recogidos y publicados por L’Eixam Edicions bajo el título Diario de Gaskin. Más allá de limitarse a la mera transcripción de las hojitas de los dietarios franceses donde Antonio Gassó Fuentes escribía prácticamente a diario, este libro está compuesto por una gran cantidad de elementos peritextuales añadidos, tanto por Laura Gassó García, como por la editorial L’Eixam Edicions.
10 Para una definición de ‘insilio’, véase “1.1.1. La Guerra Civil” (cf. 31). 11 Ya existe una segunda versión ampliada y revisada de 2014.
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Ilustración 1: cubierta de Diario de Gaskin (Gassó Fuentes, 2013)
Ilustración 2: contracubierta de Diario de Gaskin (Gassó Fuentes, 2013)
El fondo de la cubierta y de la contracubierta es un zoom de una página del diario “original” de Antonio Gassó Fuentes al que se le ha superpuesto en la parte superior un dibujo de un avión de guerra realizado por el propio autor. Con estos elementos no solo se enfatiza la “autenticidad” del documento, sino que también se fija la identidad del autor-protagonista como aviador en el momento de la publicación. Estos dos elementos, así como la foto de Antonio Gassó Fuentes en la solapa con el uniforme del ejército republicano del aire, quedan reforzados por el título de la obra, sobreimpuesto a la imagen del avión de fondo: Diario de Gaskin. Un piloto de la República en los campos de concentración norteafricanos. 1939-1943. Asimismo, la bandera de la Segunda República a modo de banda horizontal en el lomo del libro refuerza la relación genealógica familiar y editorial con la Segunda República española. Por último, la transcripción sobreimpuesta en la parte superior de la contracubierta de una de las entradas con tono más elegíaco de la obra en formato de letra que imita la caligrafía escrita a mano, así como de una foto de
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Gassó Fuentes frente a un marabout en el desierto, refuerza el énfasis editorial en la “autenticidad” de la obra por la sinceridad que transmiten estos elementos emotivos12. Tras un “apartado de Agradecimientos” (Gassó García, “Introducción”, 2013: 9) y de una “[i]ntroducción a la historia de Antonio Gassó Fuentes (Gaskin), piloto de la República. Contada por su hija, republicana de corazón”, la editora Gassó García presenta una breve biografía del autor y la enmarca dentro de la biografía familiar. De esta manera, crea una genealogía familiar republicana, que se apuntala a través de la inclusión de fotografías personales de Gassó Fuentes o de este con amigos o con su familia en el cuerpo del texto13. Además, la estructuración de la biografía personal y familiar en relación con acontecimientos históricos sobre el exilio republicano español en Argelia y la reproducción de material documental, como el carnet d’adhérent de Gassó Fuentes, o una hoja del diario “original” enmarcan la experiencia del exilio del autor en Argelia, no solamente
12 Se trata de una tienda de campaña cónica que servía de alojamiento a los republicanos en el desierto durante la mayor parte de su estancia en las CTE y los GTE. Según Ortega Bernabeu, la palabra árabe ‘marabout’ utilizada por los franceses para denominar estas carpas significa ‘ermitaño’ y los franceses la usaban de manera incorrecta. La historiadora autodidacta comenta que en árabe sería correcto hablar de ‘guitoun’ (cf. Ortega Bernabeu, “Exilio republicano en el norte de África”, Casa Árabe, 2015). Sin embargo, solo Lino Santos en Internamiento y resistencia las denomina de esta manera: “guitounes” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 85). 13 Con la entrada en el siglo xxi, los productos memoriales sobre la Guerra Civil experimentan un boom editorial, condicionado por un cambio sociológico en la percepción de la Segunda República española. Esta pasa a ser entendida como la predecesora genealógica legítima de la democracia española, sobre todo, por parte de aquellos que se consideran herederos de la tradición política de izquierdas. En la segunda década del siglo xxi se puede observar una politización en la percepción del pasado inmediato español (cf. Ortiz Heras, “Memoria social de la Guerra Civil”, 2006: 189) y de su representación textual y peritextual en el mundo editorial. Este trabajo comparte esta observación con críticos como Casanova (cf. “Pasado y presente de la Guerra Civil”, 2008: 113), pero se sitúa en la línea de opinión de críticos como V. Navarro Navarro (cf. “Enterrar a los muertos”, 2011: 14), quien no cree que toda politización sea negativa.
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dentro de la historia familiar, sino también en el marco más amplio de la historia de España, Francia y Argelia durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. En “[n]otas para facilitar la comprensión del diario” (Gassó García, “Introducción”, 2013: 33), Gassó García explica la envergadura temporal del mismo: desde el 20 de febrero de 1941 hasta el 28 de febrero de 1943. Es remarcable que el periodo que abarca el diario no coincide ni con el tiempo de la experiencia del exilio en su totalidad, ni con el tiempo en el que el autor estuvo internado en los campos de concentración, ni tampoco con el momento en el que comenzó a escribir in situ. Y es que, como lamenta la editora Gassó García, “se han perdido los fragmentos anteriores a febrero de 1941”. En contraposición a esta selección involuntaria, hay que destacar, además, la exclusión voluntaria de la editora e hija del autor de los fragmentos posteriores a finales de febrero de 1943, por “su carácter mucho más intimista”. La editora presenta también los principales temas del diario, las condiciones de vida en los diferentes campos y expone los resultados de su investigación sobre los campos en los que cree que estuvo internado su padre. Además, declara “que la transcripción del diario es literal e idéntica al original” (ibid.: 41), aunque especifica que “únicamente he suprimido algún párrafo ilegible por el mal estado del papel o por no ser comprensible, así como los días en los que consta la expresión ‘nada’”. Estas supresiones se explicitan en “[n]otas para facilitar la comprensión del diario” (ibid.: 33) y se marcan con corchetes a lo largo de la obra. Asimismo, Gassó García anuncia que no ha transcrito las sinopsis que redactó su padre en el diario sobre los libros que leyó en los campos, ya que considera que no aportan nada al testimonio14. Lo que no comenta es su inclusión intercalada de fotografías de extractos del diario “original”, así como fotos de Gassó
14 Se suscribe la idea de Alonso (cf. “Un piloto de la República”, 2014: 390 y 392) de que estas omisiones de lo que la editora Gassó García considera del ámbito de lo privado (las sinopsis y las entradas del diario en Marruecos) serían de gran interés para los estudios culturales, sobre todo para el análisis diacrónico de la función y del contenido de la escritura en el exilio tras la salida de los campos.
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Fuentes y reproducciones de cartas que no aparecían en el original y que son, además, anacrónicas al desarrollo temporal del mismo. Tras la transcripción del diario en tres apartados, aparece un útil índice onomástico, una tabla en la que aparecen “una relación de militares y autoridades francesas de los campos del norte de África” (Gassó García, “Introducción”, 2013: 201), así como una “[r]elación de aviadores que embarcaron en el Stanbrook el día 28 de marzo de 1939” (ibid.: 203), extraída de la “[r]elación nominal de pasajeros del Stanbrook”, publicada por Juan Bautista Vilar en “La última gran emigración política española”. Por último, proporciona una lista bibliográfica de las obras consultadas. Todos estos elementos peritextuales visibles en el libro publicado, así como los indicios textuales de aquello que la editora ha suprimido, enmarcan los diarios escritos durante la experiencia concentracionaria entre 1941 y 1943 en el tiempo de su publicación en 2013. Por consiguiente, el peritexto refleja las condiciones de enunciabilidad propias de este periodo, en el que predomina el interés en la función cognitiva y/o emotiva de la obra. El análisis del producto cultural en su conjunto y del revelador significado de la obsesiva tarea de escribir y de registrar, por ejemplo, sus lecturas a través de sinopsis en el universo concentracionario queda supeditado a esta prioridad editorial15.
3.3. El diario en los campos de concentración de la Argelia colonial francesa En el apartado anterior se ha contextualizado esta primera estación del exilio republicano español en Argelia en la biografía del autor y en el contexto sociohistórico en el que esta se inscribe. Además, se
15 No es la primera vez que un editor toma esta decisión. La publicación de la traducción al francés de partes del diario de internamiento de Antonio Blanca en el monográfico Sables d’exil en 2009 también omite las sinopsis de los libros que aparecían en los cuadernos y que pueden verse en el diario original que se encuentra en la BDIC.
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ha delimitado el producto cultural que se va a analizar al señalizar los elementos peritextuales que fueron añadidos en el tiempo de la publicación. Este apartado examina la narrativización de Antonio Gassó Fuentes de su experiencia concentracionaria a través de la escritura diarista como reacción a la abyección impuesta por el ‘otro-francés’ en tres tiempos y en tres partes: desde 1941 hasta mayo de 1942, durante su estancia en diferentes campos de concentración en régimen de trabajo en los GTE (3.3.1.); desde mayo de 1942, cuando fue enviado represaliado a los centres de séjour surveillés, hasta octubre de 1942, cuando retornó al campo de trabajo de los GTE (3.3.2.); y desde entonces, cuando días más tarde las tropas estadounidenses desembarcaron en Argelia, hasta el 28 de febrero de 1943, el día en el que Antonio Gassó Fuentes se escapó de las compañías durante una misión en Marruecos (3.3.3.). De este modo, se sigue estructuralmente la propia temporalidad del diario y se analiza la evolución de las tres reacciones del narrador a la abyección experimentada en los diferentes campos en torno al concepto aristotélico de bios. El diario se caracteriza por ser una narrativización subjetiva, periódica y fragmentaria de la memoria organizada alrededor de fechas (cf. Gusdorf, La découverte de soi, 1948: 53; Blanchot, 1959: 224). Además, esta modalidad de la ‘escritura del yo’ registra uno de los menores grados de diferencia —différence en términos derridianos— entre la percepción y la puesta por escrito de la experiencia (cf. Wuthenow, 1990: 13; Culley, 1985: 21; J. Rousset, 1986: 159). El diario se diferencia también de otras modalidades en que se orienta hacia el presente y hacia el futuro (cf. Lejeune, “Relire son journal”, 1998: 225). El motivo de esta direccionalidad temporal es la falta de conocimiento de lo que ocurrirá con posterioridad y que, por lo tanto, impide al diarista entramar retrospectivamente la historia de su vida16. Además, se considera que escribir un diario es una práctica que crea una forma de vida (cf. Gusdorf, La découverte de soi, 1948: 609; Genette, “Le journal”, 1981: 317; Lejeune, “La práctica”, 1996: 58; ibid., Le moi des demoiselles, 1993: 18). Asimismo, se comprende que esta forma
16 Véase Didier (cf. 1976: 160).
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de vida, esta bios, condiciona tanto la manera de (sobre)-vivir, como la experiencia y la percepción de la misma (cf. Wuthenow, 1990: 10; Gusdorf, Lignes de vie 2, 1991: 423). Se entiende ‘bios’ con fines analíticos y en un sentido aristotélico tópico y no categórico como concepto complementario y subsumido dinámicamente al de ‘zoē’ (cf. Karafyllis, 2015). Este trabajo no suscribe la interpretación anacrónica contemporánea que identifica dicotómicamente la bios con la vida subjetiva/humana/psíquica/en libertad y la zoē con la vida objetiva/animal/biológica/en la naturaleza. Se sigue la concepción filosófica y etimológica de Castro (2013) y de Hardot (1971) por la que se defiende que, a pesar de que en griego antiguo ambos conceptos fueran en ocasiones intercambiables, sí que se puede establecer una diferencia de significado entre ambas en relación con las formas de vivir y con su desarrollo temporal. Así pues, se considera la zoē la condición de estar vivo, un flujo de vida infinito sin caracterizaciones, común a todos los seres animados y a los dioses. Bios se utiliza para designar el modo en el que se desarrolla la zoē y para referirse al tiempo finito dentro del flujo de vida (cf. Castro, 2013: 24). En Ethica Eudemia (cf. Aristóteles, 1991: 27-29) y en Ethica Nicomachea (cf. 1894: 14-19), Aristóteles establece una jerarquía entre tres formas finitas de cómo desarrollar y caracterizar la vida sin caracterizaciones (zoē) (cf. ibid.: vi y x): la primera es la ‘bios theōrētikos’, la vida teórica y contemplativa del intelecto y de la percepción sensorial de uno mismo17. La segunda es la ‘bios politikos’, la vida política dedicada a la producción de la areté, la virtud ética. La tercera es la ‘bios apolaustikos’, la vida dedicada a los placeres corporales18.
17 Véase Araiza (cf. 2011: 36). Este trabajo está de acuerdo con la interpretación del bios theoretikos que proporciona este autor. Sin embargo, considera que no es un modo de vida aislado de los demás y que no solo se desarrolla en la vigilia, pues esto supondría romper con la concepción dinámica del bios aristotélico. Este trabajo lo concibe, pues, desde un punto de vista dinámico y relacional con los otros tipos de vida y con los variables contextos en los que estas se practican. 18 Véase Schneider (cf. 2001: 21). Si se tiene en cuenta que en la filosofía griega antigua el cuerpo y el alma eran inseparables y que Aristóteles incluía el placer
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Sin embargo, la realidad del campo de concentración requiere reorganizar la jerarquía de las diferentes formas de vida, ya que su objetivo también difiere considerablemente. Para Aristóteles, el fin del ser humano era vivir bien, la eudaimonia. Para Gassó Fuentes era más bien vivir menos mal o simplemente sobrevivir. Por este motivo, el análisis textual se basa en estos conceptos para examinar la interrelación y la variable preponderancia y jerarquía de las diferentes esferas de la bios. Se observa cómo la reorganización de las bios depende de la variedad de las experiencias percibidas y narrativizadas en el diario durante las tres temporalidades mencionadas con anterioridad y en relación con otras dos acepciones del verbo latino ‘supersum’ que aporta el Oxford Latin Dictionary: “tener dominio sobre [su cuerpo] o tener la fuerza (para una tarea o responsabilidad)19” (1879, traducción de la autora). En el caso que concierne a Gassó Fuentes, se trata de controlar su fuerza para sobrevivir materialmente en el sentido contemporáneo del verbo. De esta manera, en las siguientes secciones se dilucida qué estrategias de supervivencia registra el diario de Gassó Fuentes y, a su vez, cómo la escritura se convierte en un modo de vida que contribuye a posibilitar su supervivencia. 3.3.1. El registro de lo mesurable para el mantenimiento de la integridad de la bios 20-2-41 Después de arreglar mis trastos marcho al pueblo sobre las 10½ a ver al camión de mi compañía y decirle que se acerque lo más posible a la base con el fin de no molestar a nadie en ayudarme a transportar los chismes de la oficina. No encuentro el camión por lo que decido marchar mañana (Gassó Fuentes, 2013: 43).
corporal como un tipo de bios, la bios apolaustikos, relacionar la zoē (interminable) con lo biológico, animal o corporal es incongruente. 19 “[...] to have ascendancy (over), be superior (to). [...] to have the strength (for a task or responsibility)” (Oxford Latin Dictionary, 1879).
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El diario comienza, como el análisis del mismo, in medias res, ya que —según su editora— las hojas anteriores se han perdido. Lo que podría parecer una entrada sin importancia sobre el desarrollo de un día cualquiera en un Groupement de Travailleurs Étrangers sorprende en una lectura más atenta por la segura capacidad de decisión que muestra el narrador autodiegético en primera persona en el universo concentracionario. Él es el que decide qué hacer “después de arreglar mis trastos” (Gassó Fuentes, 2013: 43) y qué deben hacer los demás: “que se acerque[n] lo más posible a la base”. La entrada del día siguiente sigue la misma línea cuando afirma que, de camino al camión, “veo a Daguerret, al cual por educación saludo, contestándome con una mirada de odio, que yo acojo con sonrisa irónica” . Sin embargo, la siguiente oración, en la que explica que el comandante le comunica que se le va a imponer un castigo de ocho días de cárcel por su decisión de no “haber salido ayer [con el camión]” (ibid.: 43-44), relativiza el tono y la capacidad de decisión del narrador. Cuando este explica que el comandante le “da a entender que es Daguerret y no él quien me impone el castigo” (ibid.: 44) queda especialmente claro que Gassó Fuentes está subordinado a la decisión de las autoridades y a su castigo si no cumple con estas, a pesar de la firmeza con la que dice que actúa. No obstante, el narrador no se resigna y muestra su entereza reafirmando su capacidad de resistir moralmente a su producción como abyecto por parte del ‘otro-francés’ Daguerret. Esto lo hace a través del recurso inmediato a la analepsis por la que narrativiza retrospectivamente el recuerdo de su encuentro con este en estos términos: “me llama [...] para echarme en cara lo de esta mañana. Le hablo secamente y en sentido despreciativo, finalizando con un irónico merci”. Su actitud arrogante e incluso desafiante “en tono despreciativo”, a pesar del castigo físico que le espera “después de 7 meses y 7 días de trabajo de pluma”, aporta claves sobre la reconstrucción narrativa de la experiencia concentracionaria que Gassó Fuentes lleva a cabo a través de su diario. Además, proporciona información sobre la influencia de la práctica de la escritura diarista en el modo en el que el autor vivía y percibía el pasado, pero sobre todo el presente y futuro en situaciones similares durante su estancia en los campos de
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trabajo de los GTE: su modo de vivir ‘lo político’, la bios politikos. Como se examinará a lo largo de esta sección, este es el elemento identitario fundamental por el que los ‘otros’ francés y franquista le producen como abyecto y, al mismo tiempo, el que el narrador constituye como la piedra angular de su identidad reclamada como española-republicana20. Sin embargo, esta identidad está asimismo afectada por la pérdida de referentes que provoca la experiencia del exilio y por la literarización de la abyección en su cuerpo durante la experiencia concentracionaria. En la misma lógica antagónica producida por la materialización de la abyección en ‘la política’ concentracionaria, Antonio Gassó Fuentes recurre a los mecanismos de la abyección para delimitar aquello que pone en peligro su integridad identitaria como español aviador del ejército republicano21. Así, el francés se convierte diegéticamente en el epítome de los abyectos despreciables contra los que, y en relación con los cuales, construye performativamente dicha identidad. Esta se constituye a través de la escritura y de la manera en la que Gassó Fuentes vive la relación político-antagónica, que está influida, a su vez, por
20 Una definición de las diferentes acepciones de ‘política’ se encuentra en “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 139). Los exiliados españoles en Argelia no tenían acceso a ‘la política’ propiamente dicha al estar excluidos inclusivamente del imaginario francés y del español, pero sí a ‘lo político’ en su modo de vida, según definición de Mouffe de los términos. Rancière considera que el pensamiento político de Aristóteles es parapolítico, en tanto en cuanto niega ‘lo político’ desde el punto de vista de su tendencia inherente al conflicto (cf. 1996: 93-96). Sin embargo, este trabajo considera —en consonancia con Demirdjián y González (cf. 2000: 99) y Fair (cf. 2009: 104), entre otros— que a pesar de que para Aristóteles lo antagónico de ‘lo político’ no es deseable porque desvía del fin de alcanzar la felicidad a través de la unidad de la polis, tampoco ignora que la pluralidad es una característica natural de la polis y que la unidad no siempre produce la concordia. 21 Un ejemplo de su identificación es este pasaje en el que el narrador autodiegético se pluraliza para incluirse en la actividad rememorativa del pasado común: “[d]ado que los dos últimos son pilotos, recordamos en amena conversación aquellas deliciosas etapas vitales del aire” (Gassó Fuentes, 2013: 50).
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la práctica de la escritura diarista22. Por lo tanto, el hecho de escribir es una estrategia que tiene como objetivo garantizar su autoafirmación identitaria. Es decir, el diario se convierte en una forma de vida, en un acto político, en una bios politikos de resistencia antagónica frente a la doble abyección. Las entradas escritas entre febrero y mediados de agosto de 1941 se caracterizan por su concisión, su poca envergadura y por su registro constante de la percepción de su monótona, pesarosa e inmediata realidad23. La actividad de la escritura refleja, más que un acto interpretativo de la experiencia, un recuento de actividades realizadas a lo largo del día en torno al trabajo, la vida social —en directo o en diferido por medio de la correspondencia—, el tiempo meteorológico y su actividad lectora y escritora. Más específicamente, las entradas destacan formalmente por su ‘relato singulativo de tipo anafórico’ en términos “genettianos”, y a nivel de contenido, por una preponderancia de la anotación de lo mesurable numéricamente. El texto acumula unidades métricas decimales —longitud, masa y tiempo— y monetarias para referirse al tiempo invertido cada día en cada actividad24 y para calibrar el tiempo del exilio25; los kilómetros recorridos para ir hasta el “tajo” —como denominaba el lugar de trabajo26— o hasta el lugar
22 En “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” se lleva a cabo una exposición de la teoría de la performatividad de Butler (cf. 146-147). El uso del término no difiere a lo largo del capítulo. 23 Alonso también hace referencia al predominio de “lo escueto” (“Un piloto de la República”, 2014: 390) en esta parte del texto. Sin embargo, califica sus apuntes de “nimios”, seguramente por la monotonía que produce su lectura actual. En esta línea, Lejeune advierte de que los diarios no han sido escritos para un lector, sino para el propio escritor/narrador autodiegético. Apunta, además, que no es que las entradas sean monótonas, sino la realidad del campo de concentración (cf. Lejeune, “Margot et son journal d’exil”, 2000: 123). Este trabajo se interesa precisamente por el significado de eso que puede resultar nimio en un contexto actual extra-concentracionario. 24 “11-3-41. Acabo el trabajo a las 11.15 en el puente” (Gassó Fuentes, 2013: 46). 25 “29-3-41. ¡2° aniversario de mi estancia en estas tierras!” (ibid.: 50). 26 “19-4-41. Salgo de la Compañía juntamente con 17 más a más de 2.5 Km de la misma (como ayudante carpintero, que me apunté hace unos días)” (ibid.: 52).
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de “ocio27”; los metros cúbicos o kilogramos de piedra picada28; los metros de envergadura de un puente29; el número de cartas, periódicos u otros utensilios adquiridos30; los litros de vino y los gramos de comida que tienen para una reunión social31; el número de personas que componen una compañía o eran trasladadas a otra32; las veces que va al retrete33; y la más predominante en este apartado: la cantidad de dinero recibida por su trabajo34 y la crónica de su gasto35. Esta clara propensión al registro —incluso obsesivo— de lo mesurable llama especialmente la atención en comparación con otros ejemplos de escritura sobre las actividades culturales dentro del universo concentracionario. En la mayoría de los casos, lo cultural servía de estrategia y de fuente de evasión de la realidad (cf. Nickel, 2012: 146; Laqueur, 1991: 34 y 57) o de distanciamiento de la misma (cf. ibid.: 81). A diferencia de estos productos, la estrategia del narradorautor ante la doble ruptura temporal, espacial e identitaria provocada por el exilio y el internamiento, y la limitación que produce este último de la libertad de determinar el tiempo y el espacio, es registrar pormenorizadamente esta realidad. De esta manera, el sujeto cree poder controlarla sistematizándola en unidades inteligibles y
27 “2-3-41. Domingo... Tarde: Excursión a un oasis (a 5 Km)” (Gassó Fuentes, 2013: 45). 28 “1-4-41. Trabajo a tarea acabando por la mañana (16 vagonetas de ¾ m3 cada una, cargarlas y elevarlas 100 metros, para 4 hombres)” (ibid.: 50). 29 “10-3-4. Me comunican que estoy incluido en los trabajos de construcción de un puente (60 metros)” (ibid.: 46). 30 “6-4-41. Domingo. Mañana: Viene a verme Leiva, que está conmigo todo el día. Me regala una pastilla de jabón, dos hojas de afeitar y media pastilla de jabón para los dientes. Tarde: Viene a verme y sablearme 13 francos Salas. Leiva me regala un capote. Compro un pantalón al maño, por 27 francos” (ibid.: 51). 31 “7-9-41. Pido 5 litros de vino al Teniente” (ibid.: 65). 32 “13-5-41. Vienen 13 agregados al equipo, entre ellos Leiva” (ibid.: 53). 33 “16-8-41. Siento fuerte dolor de vientre que me impide cenar, obligándome a ‘jiñar’ 9 veces” (ibid.: 62). 34 “26-3-41. Cobro 12 francos de la prima de Febrero, con lo que no me pagan los 96 francos que trabajé en C. Bechar” (ibid.: 49). 35 “24-8-41. [...] Vendo una camisa a A. García por 35 francos” (ibid.: 64).
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categorizándola en la escritura para tratar de influir en su forma de percibirla y de vivirla36. Esta misma tendencia se observa en el registro de lo mesurable o discernible nominalmente. Es decir, los nombres propios de los títulos de los libros leídos, de los destinatarios y de los emisores de las cartas; los nombres de los periódicos o las revistas recibidas; de los compañeros de marabout y de otros exiliados españoles se inscriben también en la superficie del diario de forma constante, aunque en menor medida que lo mesurable numéricamente. No obstante, es importante resaltar la importancia cuantitativa y cualitativa de la actividad epistolar —unas veinte cartas— y sobre todo lectora —casi cuarenta libros— en un año y tres meses, el periodo de tiempo del que se ocupa este primer subcapítulo. La razón es que esta actividad pone de manifiesto la relevancia que tenía en la rutina concentracionaria la bios theōrētikos, la vida reflexiva, para cumplir con las funciones expresadas con anterioridad37. Sin
36 Otra hipótesis podría ser que esto refleje la voluntad del narrador de utilizar la escritura diarista como base para una futura autobiografía o memoria. Esta estrategia sí correspondería con la función testimonial y moral de los diarios de internamiento en campos nazis y en los del sur de Francia. Véase, entre otros, Laqueur (cf. 1991: 31) y Sánchez Zapatero, Escribir el horror (cf. 2010: 43 y 94). 37 Se suele pensar que en los campos de concentración no existía la posibilidad de leer ni escribir. Sin embargo, la circulación de libros en los campos, ya sea porque se recopilaran a partir de los envíos a particulares, o por la promoción de la administración francesa de la lectura, pone en entredicho esta creencia. El hecho de que en los campos de concentración franceses metropolitanos existieran amplias bibliotecas financiadas por el comité de ayuda Young Men Christian Association, como la de Vernet, en la que había un stock de 2.800 libros (cf. Fredj, 1996: 74) permiten, a falta de estudios sobre el exilio argelino, presentar la hipótesis de que también existía alguna modalidad similar en la Francia argelina. Jiménez Margalejo afirma en sus memorias que tenían acceso a periódicos franceses y que entraban al campo libros: “[e]n general, clásicos de la literatura francesa antigua y moderna, sin ningún carácter político” (Memorias de un refugiado, 2008: 97). También existían bibliotecas en los campos de concentración nazis. Laqueur afirma, según su análisis de una variedad de diarios escritos in situ, que “los libros tenían un gran papel en la vida de algunos prisioneros. [...] En algunos campos había ‘bibliotecas’ bien equipadas para la situación en las que incluso podían encontrarse bastantes libros prohibidos por los nazis” / “Bücher spielten für einige
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embargo, estas entradas carecen prácticamente de contenido descriptivo o analítico que muestre textualmente de manera explícita la actividad reflexiva o interpretativa inherente a su práctica lectora y escritora. Las entradas son más bien una acumulación de títulos de libros junto con el nombre del autor, sin que se haga ningún comentario temático de la obra, de la calidad, ni de la opinión que el narrador autodiegético tiene sobre la misma. El mismo tratamiento le da al seguimiento de su actividad epistolar: no hace comentarios sobre el contenido de las cartas. Asimismo, destaca la falta de rigurosidad y de constancia del autor a la hora de registrar los nombres propios de personas no españolas: las autoridades francesas de rango superior son registradas en la mayoría de los casos (cf. Gassó Fuentes, 2013: 49), los nombres de los dirigentes del campo suelen ser sustituidos por el rango o la función que tenían en el campo (cf. ibid.: 52) y a los argelinos colonizados se los denomina únicamente con el adjetivo “moros” (cf. ibid.: 48; 52 y 53). Este tratamiento tan diferenciado de la designación nominal, de rango aparentemente nacional, revela una variable jerarquía en la construcción identitaria del narrador, que recurre a la abyección de una amalgama de ‘otros’ para fijar e inscribir literalmente su identidad en ‘lo español’. La articulación textual del ‘otro-moro’ es altamente ambivalente, ya que el texto no lo borra de la superficie textual. De hecho, el narrador hace referencia a su presencia e incluso describe brevemente su participación activa y agente en la realidad del campo. Afirma que estos protestan “por cobrar 18 francos” (ibid.: 54). Además, la entrada del 9 de julio de 1941 destaca no solo por su extensión, sino por la atención dedicada a este ‘otro’ en la descripción de una protesta contra las autoridades francesas en la que participa el narrador autodiegético. En esta situación hace hincapié en la reacción de solidaridad y de afecto que le mostraron sus compañeros cuando fue detenido, “especialmente los moros, [... l]e han mostrado todos un verdadero
Häftlinge eine große Rolle. [...] In einigen Lagern gab es verhältnismäßig gut ausgestattete ‘Büchereien’, in denen nicht selten sogar von den Nazis verbotene Bücher standen” (1991: 67, traducción de la autora).
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afecto” (Gassó Fuentes, 2013: 58). “Los moros que se dan cuenta de la escena, se niegan a trabajar si yo soy enviado a la cárcel”. De hecho, la penúltima frase de esta entrada iguala sintácticamente a españoles, moros y franceses con una estructura comparativa cuando afirma que “[a]l dejar el campamento no puedo olvidar los saludos de solidaridad de mis compañeros, tanto de españoles como moros, y el mismo francés Jefe del Grupo” (destacado de la autora). De la misma manera, la frase que cierra la entrada enfatizando que “[u]n árabe al verme marchar, llora”, así como el adverbio ‘especialmente’ de la cita anterior, sitúa al ‘otro-moro’ afectiva y estructuralmente por encima del resto al darle la última palabra. Por el contrario, en otras ocasiones utiliza la sintaxis coordinativa para separar a los “moros” del resto de los compañeros, como por ejemplo en la entrada del día 24 de julio de 1941: “quedo responsable hoy de los dos puentes [...] (del grupo y de los moros)” (ibid.: 52). En otras, les incluye en el grupo y se deja invitar “por unos moros (que estaban en mi Grupo), que me acogen con la misma simpatía de siempre” (ibid.: 68). No obstante, el mero uso —consciente o inconsciente— de este término de connotaciones claramente peyorativas y con implicaciones ideológicas que subsumen a la persona en una categoría de cortes colonialistas, por no decir racistas, silencia al subalterno, situándolo entre las variables abyectas que constituyen su identidad como español. No obstante, es la extensión de esta entrada, junto con otra inmediatamente anterior que aglutina los días del 6 al 15 de junio de 1941, además de otras anotaciones sumarias anteriores, lo que proporciona las claves de la construcción textual del ‘otro-francés’ como el epítome del abyecto del narrador autodiegético. Estas entradas no solo destacan por su extensión, sino también por el inusual modo descriptivo e interpretativo de lo que escribe en el diario: un registro de la indignación del narrador por el trato proporcionado a dos voluntarios estadounidenses, que tras haberse alistado “para combatir contra Alemania, fueron llevados al desierto a trabajar con pico y pala” (ibid.: 54). El narrador se identifica con ellos y muestra su antagonismo en relación con el ‘otro francés’ exclamando: “¡Pobres hombres también engañados con el mito de la democracia!”. En este caso se construye al ‘otro-abyecto-francés’ en una reflexión meramente textual sobre su
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posicionamiento antagónico en un entrecruzamiento de la bios politikos con la theōrētikos. Menos de un mes después, se narrativiza retrospectivamente una rebelión grupal en contra de la arbitrariedad de las condiciones que acentúan su represión como abyectos, en la que Gassó Fuentes participa haciendo de intérprete. En la entrada ilustra cómo se da cuenta de que no están siendo trasladados a otro chantier como les habían informado. Reconoce que han sido víctimas de un engaño y que les están trasladando a la sexta compañía de represalias. El narrador dice que mostró su antagonismo en su interacción con las autoridades: “me lío con él, sosteniendo una discusión violentísima que no llega a las manos por casualidad” (Gassó Fuentes, 2013: 58). Esta trifulca, así como las entradas en las que anota sus peleas físicas con otros compañeros sin explicitar el motivo (cf. ibid.: 45; 53 y 63) revelan cómo durante esta primera temporalidad el autor no utiliza la escritura para absorber o canalizar la agresividad con la que expresa su posicionamiento antagónico respecto al ‘otro-francés-abyecto’, que le produce, a su vez, como abyecto38. La actividad escritora tampoco tiene la función principal de contribuir a ayudar al diarista a evadirse de la realidad; de hecho, el narrador autodiegético no huye imaginariamente hacia el exterior del campo, sino que tiende a registrar su realidad más inmediata y tan solo anota y comenta una noticia del exterior. “23-6-41. Llega hasta aquí la sensacionalísima noticia: Alemania ha atacado las fronteras rusas, ayer al alba. La nueva es acogida con indescriptible entusiasmo por todos y optimismo” (ibid.: 55). Aunque en una primera lectura puedan pasar desapercibidos, los adjetivos superlativos que utiliza y que exprese que esta noticia fue acogida con optimismo por todos los exiliados desvelan un claro posicionamiento político de la instancia narrativa. Como comenta en nota al pie la editora, la entrada de la
38 Según Görner, “el diario puede convertirse en una ayuda a la supervivencia sobre todo en situaciones vitales extremas. [...] El diario, como parte de la esfera privada de una persona reflexiva, puede canalizar la violencia” / “das Tagebuch kann vor allem in extremen Lebenssituationen zur Überlebenshilfe werden. [...] Als Teil der Privatsphäre eines reflektiv veranlagten Menschen vermag das Tagebuch Aggressionen aufzufangen” (1986: 23, traducción de la autora).
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URSS en la guerra supuso para los comunistas un alivio. Además, como atestiguan otras escrituras del yo que analiza este trabajo, no todos los grupos políticos del exilio republicano español en Argelia reaccionaron de la misma manera. Así pues, como muestran todos estos ejemplos, puede concluirse que la escritura diarista de Gassó Fuentes se convierte en un modo de vida que registra el predominio de la narrativización de su modo de vida antagónico-político como estrategia clave en este periodo. Sin embargo, la realidad cotidiana en el campo y el paulatino proceso de deshumanización que produce en el sujeto internado, así como su correlato en la demacración del cuerpo abyecto, provocan un reposicionamiento gradual y relacional de los componentes de la bios. En este proceso no se observa una disminución considerable la preeminencia de ‘lo político’. No obstante, la actividad de escritura como registro de lo mesurable en los GTE se reorganiza en torno a un modo de vida que muestra mayor interés a la bios apolaustikos y a la theōrētikos, tanto como estrategias narrativas y performativas, como en la narrativización de esta última. El objetivo es el control del cuerpo abyecto para garantizar las necesidades básicas de conservación de la vida psíquica y corporal. Desde mediados de agosto de 1941 hasta mayo de 1942 las entradas se caracterizan por una mayor envergadura. La modalidad descriptiva y analítica de la escritura aumenta de manera considerable. La construcción narrativa identitaria y la vivencia de ‘lo político’ en relación con la abyección del ‘otro-francés’ continúa en la misma línea, aunque se observa una reducción de la extensión que dedica a estas entradas. Estas se equilibran con la aparición y la extensión de la narrativización de lo placentero y lo reflexivo, como se observa a continuación. También es remarcable un aumento del uso de exclamaciones para expresar la indignación y una demostración del antagonismo más distanciada, menos violenta y caracterizada por el uso del sarcasmo39. Un ejemplo de ello es el uso entrecomillado del sintagma “[h]azaña francesa” (Gassó Fuentes, 2013: 88) para referirse a un caso
39 “20-8-41. [...] ¡Qué cinismo!” (Gassó Fuentes, 2013: 62).
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de amputación de dos pies a un legionario por congelación durante la modalidad de castigo conocida como el ‘tombeau’: “una zanja de un par de metros de longitud cavada en el suelo en la que los presos debían permanecer acostados durante días expuestos al calor del día y al frío acerbo de la noche” (Palacio Pilacés, 2010: 200). Asimismo, el narrador autodiegético aparece en mayor grado intercalado con el narrador autodiegético plural y tiende al uso de la astucia dialéctica para hacer frente al ‘otro-francés’ (cf. Gassó Fuentes, 2013: 80 y 84). De la misma manera, la obsesión por el registro de lo numérica y nominalmente mesurable no decrece, pero se observa la aparición y la preeminencia de otro vector que controlar en parámetros mesurables a través de la escritura: su cuerpo y, por tanto, el modo de vivir el placer. La escritura atestigua el progresivo empeoramiento del estado físico del internado debido a la desnutrición, las condiciones laborales, higiénicas y climatológicas del universo concentracionario. Asimismo, el aumento significativo del número de entradas dedicadas a este respecto revela la preocupación del autor por su corporeidad40. La escritura se torna, en palabras de Kristeva, en el “cache de la douleur” (Pouvoirs de l’horreur, 1980: 166), “la douleur [... en] le lieu du sujet” y “[l]’être comme mal-être”. Sin embargo, le sirve como prueba de que es en cuanto que se sigue escribiendo porque todavía queda como superfluo, en la segunda acepción del verbo ‘supersum’ en el campo de concentración (cf. Gaffiot, 1934: 1521). La descripción de síntomas de enfermedad durante la jornada laboral (cf. Gassó Fuentes, 2013: 72) y su sistematización numérica (cf. ibid.: 73-74) se intercala con registros de sus numerosas e infructuosas visitas al médico (cf. ibid.: 62-63). Estas aumentan progresivamente en extensión y en su modalidad interpretativa según avanza el texto. El narrador autodiegético refleja en su diario la preocupación “por su estado de salud” (ibid.: 74), ya que este “empeora lenta y progresivamente”. Mientras tanto, se encarga de registrar su voluntad de mejorarlo anotando el cuidado invertido en su reposo y en su higiene, así como en sus visitas regulares
40 Con anterioridad solo se había hecho referencia al cuerpo en cuatro ocasiones (cf. Gassó Fuentes, 2013: 47; 48; 49 y 51).
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al médico, a pesar de que este no suele exonerarle del trabajo: “[c]laro que yo me cuido bastante, no obstante de la grandeza de la injusticia” (Gassó Fuentes, 2013: 62). Esta declaración concuerda con la concepción del placer corporal, la hēdoné de la bios apolaustikos, en su íntima relación dinámica y dialéctica con el ‘no-placer’ o, en su mayor equidistancia, el antónimo de la hēdonē, el ponos, ‘el dolor’, en tanto en cuanto es el modo de vida que busca el placer evitando el dolor41. Si se tiene en cuenta además que Ponos era el espíritu de la mitología griega del trabajo duro y forzado y de la fatiga, su estrategia constante de “contin[uar] sin dar golpe”, para resistir al trabajo forzado impuesto por el ‘otro-francés’, pone de manifiesto la importancia del placer en la realidad concentracionaria42. Por este motivo, según avanza el tiempo pasado en el campo y el de la narración, la instancia narrativa no solo continúa acudiendo al médico, sino que también comienza a controlar su cuerpo a través del registro de lo mesurable de su peso, un índice objetivo de su estado físico: “[m]e peso (57 kg) viendo con tristeza que he disminuido ¡3 kilos en una semana!” (ibid.: 94). Esta actividad se complementa con el registro de lo mesurable monetariamente para utilizar la escritura como ayuda para la planificación estratégica de su gasto en ciertas en unidades de comida que ayuden a aumentar el peso de su cuerpo: “30-3-42. Me peso (59 kg). [...] Mi objetivo: llegar
41 Schneider lo expresa con gran claridad: “el placer del apolaustikos está más bien fundado en el no-placer, en tanto en cuanto resulta solamente de evitar el no-placer” / “Die Lust des apolaustikos wird sich vielmehr als in der Unlust gründend, sofern sie lediglich auf Vermeidung von Unlust aus ist, herausstellen” (2001: 21) ‘Unlust’ no significa aquí la falta de disposición de ánimo en términos kantianos, sino no-placer corporal. 42 Los hermanos de Ponos eran Algos —el espíritu del dolor físico y espiritual—, Lete —el río del olvido que lleva a la morada de los muertos—, Limos —el espíritu de la hambruna— y Horcus —el espíritu que castigaba a los que no cumplían sus promesas— (cf. Hesiodos, 2013: 8). La resistencia física e intelectual del narrador a la abyección producida por el ‘otro-francés’, siendo fiel a la promesa de sobrevivir para contar y contar para sobrevivir y no caer en las aguas del olvido y mantener así la integridad de la bios politikos al boicotear a su antagónico constitutivo —el ‘abyecto francés’—, ejemplifica la radical interrelación de las distintas bios en la escritura de la supervivencia.
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a los 62 Kg. Cobro 15 francos de quincena, que invierto en huevos y vino. ¡Sobrealimentación!” (Gassó Fuentes, 2013: 101). Por otro lado, se observa un incremento del número de entradas reservadas a contabilizar los festines de comida y de alcohol que organizan los exiliados los domingos o los días de fiesta, un modo de vida destinado a la hēdoné: 16-11-41. [...] Sobre las 13,30 comemos. Menu [sic]: 1°plato: Migas con sangre y sardinas. 2°plato: Carne con salsa, abundante. 3°plato: Berenjenas rebozadas con huevo y fritas. 4°plato: Tortillas. Postres: Dátiles y mandarinas. Vino y pan al por mayor. Me hincho [...] me quedo solo comiendo. De un solo bocado una tortilla de 6 huevos (ibid.: 79).
Citas como esta se repiten constantemente: “¡Como con un bestia!” (ibid.: 67), “[m]e hincho de salchichón” (ibid.: 85). No faltan tampoco las que ponen énfasis en las cantidades de la comida y de bebida que consumen, como en la entrada sobre las fiestas navideñas: “[f ]iestas formidables, en las que hemos consumido 11 kilos de cabrito y 2 kilos de cerdo” (ibid.: 87). En esta entrada la voluntad de recibir placer a partir del exceso de comida y de bebida queda registrada en la superficie del diario. Además, estas reuniones sirven de vínculo de unión entre los exiliados, que, como registra el narrador autodiegético (singular y plural), realizan actividades culturales y deportivas en grupo (cf. ibid.: 64 y 196). Así se fomenta, por un lado, la ayuda mutua que influye en el bienestar corporal. Por el otro, se trata de forjar una identidad común de los exiliados republicanos alrededor de ‘lo político’ —que les constituye antagónicamente como ‘no-franceses’— y a ‘la política’. Las instituciones y las políticas culturales y educativas de la Segunda República ya estaban pretéritas en España, pero los exiliados las recreaban performativamente en los campos como expresión de su política. Asimismo, este aumento de la narrativización de las actividades culturales de los exiliados en este segundo periodo en el que Gassó Fuentes está internado en los campos de trabajo de los GTE entronca, por un lado, con el tercer segmento de la bios: la theōrētikos. Por el otro, retoma la tendencia del autor a lo analítico con la que
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se comenzaba el examen de las entradas escritas desde mediados de agosto de 1941 hasta mediados de mayo de 1942. En este segundo periodo destaca la reflexión sobre la situación actual del internado en comparación retrospectiva con otros momentos anteriores en el campo de concentración, que se recuerdan e inscriben en los diarios: “12-8-41. Sigue el curso del trabajo. Si consigo acabar este mes en estas condiciones, podré decir que este verano ha sido menos doloroso y cruel que el año pasado, en el cual no tomé un solo baño” (Gassó Fuentes, 2013: 61). Como puede observarse, el punto de referencia a partir del cual se mide el grado de dolor y de crueldad es el cuerpo, su capacidad de cuidarlo y de estar, por tanto, en control sobre sí mismo. Esta propensión al análisis retrospectivo de la memoria de su experiencia en el campo se marca lingüísticamente en el uso, aunque muy limitado, del pretérito perfecto. Este uso destaca frente al uso del presente simple y a la tendencia al sumario durante los primeros meses de la escritura del diario, incluso para los mismos temas. Este tiempo verbal introduce momentáneamente la descripción o la escena en términos durativos y expresa actividades realizadas en el pasado, pero que perduran en el presente. De este modo, se relacionan y se contemplan dos temporalidades desde una visión de conjunto. Un ejemplo de ello es la reflexión del narrador sobre la emoción que le provoca el no recibir cartas de la familia, elemento que le conecta con su realidad pasada fuera del campo: [m]e siento preocupado por la ausencia de correspondencia. Hace dos meses que no he recibido ninguna carta y ¡5 meses! que no sé de mis familiares. [...] Me causa verdadera extrañeza mi ausencia de correspondencia a recibir, máxime hace ya tres meses que no he recibido carta más que de mis familiares (ibid.: 67, destacado de la autora).
Paralelamente a la función de autoconservación político-identitaria y corporalmente placentera de las actividades colectivas referidas en la escritura, el registro de las actividades culturales también apunta a una mayor inversión temporal y escritora sobre su vida reflexiva o contemplativa. En la entrada del 26 de abril de 1942 anota, por ejemplo, que participa en una “[p]rofunda discusión sobre materialismo (Marx) y
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espiritualismo (Kant) entre Arana y yo” (Gassó Fuentes, 2013: 107). Si bien es cierto que no se entra en detalles sobre el contenido de la misma, el cambio de tratamiento de la escritura sobre las obras que lee evidencia también un aumento del registro de su bios theōrētikos. A partir de enero de 1942, aunque el narrador continúa leyendo y registrando un número de obras de proporciones similares a las de meses anteriores, aparece la primera entrada en la que no solo se registra nominalmente la obra, sino que también se extrae y se comenta una cita de su contenido: “[l]eo ‘La casita solitaria’ de Pushkin y ‘Las noches blancas’ de Dostoievski, que acaba diciendo ‘un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida’ (¡Qué triste la vejez cuando no se ha disfrutado de la juventud!)” (ibid.: 94). A partir de este momento se produce un punto de inflexión, por el que cada tres o cuatro obras nombradas, el narrador incluye “[un resumen del argumento]” (ibid.: 100; 104; 105; 106; 109 y 111). Debido al retoque del texto realizado en su edición publicada, no es posible acceder a estos resúmenes. Sin embargo, estas omisiones evidencian un aumento progresivo de la narrativización de la actividad contemplativa por parte del yo-escritor. Los indicios formales y de contenido analizados con anterioridad muestran el modo en el que se produce el reposicionamiento y paulatino aumento de la preponderancia de las bios apolaustikos y theōrētikos, en relación con la bios politikos. Este aumento, por su parte, evidencia un cambio de tendencia en la función que adquiere la escritura diarista. Si durante los primeros meses de internamiento, la escritura servía para registrar pormenorizadamente lo tangible y mesurable de la realidad concentracionaria, esta reacciona a la también cambiante realidad y a su impacto en el cuerpo abyecto y evoluciona hacia una mayor introversión: el narrador comienza a dar entrada a sus emociones y reacciones frente a la abyección producida por el ‘otro-francés’. Paralelamente centra su ansia de registro de lo mesurable en el propio cuerpo para sobrevivir en el sentido etimológico de “estar en control” del ‘yo’ físico y psíquico con el fin de sobrevivir en el sentido contemporáneo del término (cf. Oxford Latin Dictionary, 1879). Además, el acto de escribir se convierte en este punto del diario en espacio de distanciamiento o de evasión de la realidad. Comienza a usarse como
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plataforma de inscripción, tanto de la actividad contemplativa o reflexiva de su lectura o de la comparación retrospectiva de la realidad, como de su vida dedicada al placer. La importancia de la bios politikos se mantiene hasta prácticamente el final de esta sección. No obstante, aparecen indicios de su paulatino retroceso en el modo discursivo utilizado para registrar las dos únicas referencias al mundo exterior en este segundo tiempo en los GTE. En contraposición a la presentación del desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en entradas anteriores desde un prisma positivo, el narrador autodiegético usa el modo expositivo para anotar que “EL JAPÓN DECLARA LA GUERRA A LOS EE. UU.” (Gassó Fuentes, 2013: 82). Aunque el énfasis en la importancia de la información se marca formalmente con el uso de mayúsculas, no se hace ningún comentario valorativo de la misma. Lo mismo ocurre con la entrada del 3012-41 cuando, sin el énfasis de las mayúsculas, expone que “siguen progresando los rusos, paulatinamente, desde que desencadenaron la ofensiva en los últimos días del pasado mes” (ibid.: 87). Por último, pero no por ello menos importante, el registro en el diario del proceso por el cual se decide a solicitar la repatriación a España y, por tanto, someterse a la justicia y al nuevo orden franquista (cf. ibid.: 106; 110; 112 y 113), revela las claves del reposicionamiento de la bios de Antonio Gassó Fuentes ante una nueva realidad: su ingreso en un centre de séjour surveillé, un campo de represión. 3.3.2. El repliegue de la bios al servicio de la supervivencia corporal 16-5-41. Tengo una bronca con el sicario (Señoreli), tras la que me previene 6 meses de disciplinario, antes de mi salida para España. ¿Cómo saldré de esta? (ibid.: 111).
Existen ciertos paralelismos entre la cita que abre este subcapítulo y la que abría el anterior: el narrador autodiegético escribe en su diario que ha tenido un encontronazo con un superior: Daguerret se transmuta en Señoreli y Antonio registra su antagonismo de ‘lo político’ a su abyecto francés para proteger su integridad como español republicano.
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La consecuencia aparece en la entrada del día posterior: “me separan de Caballero y Serrano y soy conducido con los restantes a la cárcel, en la que ya estuve” (Gassó Fuentes, 2013: 112). Y de nuevo el responsable es el ‘otro-francés’ al que le ha mostrado desprecio: “[s]in duda la estratagema se debe al Sicario (‘Sinoreli’), al que amenacé, cuando sádicamente me dijo que antes de partir, pasaría medio año por la Sección de Represión”. La entrada inmediatamente posterior, del “[p]rimer día en la cárcel”, parece confirmar la hipótesis sobre la estructura paralela de ambas reacciones performativas de antagonismo frente a la realidad concentracionaria. 20-5-42. Primer día en la cárcel. Siento algo sobre mi mente —que no me deja funcionar— que me abate y me desespera. Siento todo el odio del monstruo descargado sobre su indefensa presa, y lloro de rabia ante mi impotencia en estos momentos para vengarme de aquella degenerada e hipócrita bestia. ¡Cobardes y asesinos! Perdisteis 2/3 de vuestro país y mitad de su imperio y os consoláis ganando la batalla a los pobres extranjeros que fiados de vuestra “generosidad” vinieron a vuestro odioso país. No os importa más que el vino y la comida. Arrojáis los libros de quienes, honrados y progresivos, quieren ampliar sus ligeros conocimientos. Fusiláis poco, pero matáis lentamente. ¡Algún día cobraréis toda vuestra “obra constructiva”! (ibid., destacado de la autora).
La indignación y el deseo de venganza son manifiestos y se plasman en la escritura con gran intensidad a través de la falta de concordancia de los deícticos ‘vuestro’ y ‘su’, el uso de la sinécdoque ‘mente’ y de la exclamación y la ironía, marcada tipográficamente en comillas43. También recurre a la apelación al ‘otro-francés’, caracterizado como hedonista, reaccionario e inculto, del que jura vengarse. En un juego de dialéctica negativa, define, por lo tanto, el otro lado de la
43 Alonso también enfatiza el uso de la exclamación y de la ironía (cf. “Un piloto de la República”, 2014: 39).
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dicotomía como progresista, culto o con afán de educación y moral y/o comprometido más allá de los placeres meramente carnales; una caracterización típica y —hoy en día discursivamente tipificada— del imaginario del buen republicano. Sin embargo, esta acumulación de figuras retóricas apunta a una serie de características que diferencian estas entradas de la narrativización anterior de la manifestación de ‘lo político’ y que han sido analizadas en el apartado anterior. A pesar de que continúa predominando el uso del presente simple y de una narración simultánea, la aparición de la variabilidad de los tiempos verbales se generaliza, como atestigua el pretérito perfecto simple “ya estuve” (Gassó Fuentes, 2013: 112) para referirse a su ingreso en la cárcel; “amenacé”; “dijo”, cuando explica en una entrada la discusión a la que había hecho referencia el día anterior. Llama la atención el condicional “pasaría” en lugar del pretérito imperfecto ‘iba’, una combinación que también concuerda, pero que indica un grado de posibilidad mucho menor que el condicional. Esta variabilidad verbal marca de manera explícita el recurso a la analepsis interna del relato y a una narración intercalada —relacionada tradicionalmente con la escritura diarística— respecto al tiempo del mismo. Estas características formales incrementan la sensación de duración de la acción, propensión que ya se mostraba con anterioridad frente a la predilección por el sumario al comienzo del diario. Además, permiten al narrador autodiegético pausar la acción para dedicar mayor extensión a su reacción emocional a través de la escritura. Es precisamente en la narrativización de estas reacciones donde se encuentra otra clave para examinar la evolución narrativa de la bios politikos. En febrero de 1941 el narrador autodiegético anotaba que, a pesar de que sabía que iba a ser castigado, “habla secamente y en sentido despreciativo” (ibid.: 44), tanto al ‘abyecto francés’ Daguerret, como al teniente, mostrando así performativamente su integridad como ‘español republicano’ a través del antagonismo de ‘lo político’. Sin embargo, el uso de la pregunta retórica: “¿Cómo saldré de esta?” (ibid.: 111) el mismo día de la bronca con Señoreli indica la voluntad de Antonio de evitar el castigo. Marca también su preocupación por saber que su pregunta retórica es, valga la redundancia, retórica, y no tiene respuesta, puesto que está sometido a la arbitraria decisión de
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aquel que le produce como abyecto. Asimismo, la indignación mostrada en la cita anterior de 20-5-42 es una pausa descriptiva en la que no hay acción antagónica mostrada fuera del universo textual. Esto contrasta con las entradas del año anterior, en las que el narrador autodiegético hacía un registro de su comportamiento antagónico narrativizando la puesta en escena performativa de su identidad frente al ‘otro-francés’. En este caso, el antagonismo se canaliza de manera reflexiva en un entrecruzamiento de la bios theōrētikos y de la politikos en la práctica de la escritura del diario. Es decir, lo reflexivo se pone al servicio de lo político para cavilar sobre lo segundo y ponerlo en práctica codificándolo a través de la escritura. La actividad escritora, por su parte, también evoluciona en relación con y en reacción a la nueva realidad en la que ingresa el autor con su traslado de la cárcel a los centres de séjour surveillés, los campos de represión. En un primer momento, el narrador parece continuar utilizando la escritura como registro de lo mesurable —sobre todo numéricamente— como instrumento de control de su integridad. Si bien el registro de lo monetario y de las unidades que miden la superficie o la longitud del trabajo realizado desaparece, el narrador anota mayoritariamente datos numéricos sobre la cantidad de hombres y de guardas que hay en cada momento (cf. Gassó Fuentes, 2013: 115); los metros de alambrada —“20 x 20 metros”— construidos para albergarlos en “tierra firme, sin marabouts, ni nada que nos aísle de los fenómenos atmosféricos”; o los metros cúbicos de las chabolas en las que alojaron con posterioridad —“¡6 metros cúbicos!” (ibid.: 121)—, y que dibuja esquemáticamente en el diario. Además, el narrador siempre pone estas medidas en relación con qué número de hombres —“48” (ibid.: 115) y “6” (ibid.: 121) respectivamente— están alojados en ese espacio. Las horas de trabajo y la estructuración de las actividades realizadas según las horas del día continúan siendo de importancia suprema para controlar el tiempo y el espacio impuesto por el ‘otro-francés’: 28-5-42. ¡Primer día de disciplinario! A las 5,45h tomamos un poco de café con cebada. A las 6h empezamos el trabajo.
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A las 8h tomamos una sopa con agua con unos pocos macarrones sobrantes de la cena de ayer. Acabamos el trabajo a las 11½ h (Gassó Fuentes, 2013: 115).
Lo novedoso aquí es la preponderancia temática de la comida recibida, un rasgo que se generaliza a lo largo de su estancia en la disciplinaria. Así pues, los gramos son la nueva unidad predominante, en tanto en cuanto miden la cantidad de pan que recibe y que garantiza su supervivencia material44. Y es que, a pesar de estos gramos, o más bien por su insuficiencia y por el descenso y radical empeoramiento de las condiciones vitales, en general, y alimentarias, en particular, el hambre enraizada en su cuerpo —ya debilitado antes de que entrara en la sección disciplinaria— se convierte en su compañero constante de vida y de escritura. La anotación de los kilogramos que pesa desaparece, y con ella, el predominio del registro de lo mesurable, que da paso a un modo narrativo mucho más descriptivo e íntimo. La bios apolaustikos, que trataba de ser anulada por el sistema concentracionario a partir de las condiciones inhumanas, concebidas y dirigidas al castigo físico y moral de los ‘indeseables’, se centra en la búsqueda de placer a través del tabaco, que también se les acaba prohibiendo (cf. ibid.: 146). La bios theōrētikos, por su parte, contribuye a su racionalización a través de la escritura (cf. ibid.: 121; 122 y 128). Lo mismo ocurre con su contribución a la racionalización de los gramos de pan, no ya para evitar el no-placer característico de la bios apolaustikos, sino para sobrevivir en la acepción etimológica de “tener control sobre” el cuerpo para sobrevivir así, en el sentido contemporáneo del término (cf. Oxford Latin Dictionary, 1879). Y es que, en los campos de represión, según se deduce de
44 “9-6-42. [...] Me dan ½ pan (150 gramos) por buen trabajador (Recompensa)” (Gassó Fuentes, 2013: 119). “13-6-42. [...] Me dan recompensa (150 gr de pan)” (ibid.: 121). “16-6-42. [...] Recibimos 4 panes grandes y tres pequeños: Inmediatamente lo distribuimos entre 9. Tocamos a 500 gramos, más los 150 gramos que recibí ayer de recompensa que guardé para los de ‘tombeau’” (ibid.: 122). “17-6-42. [...] Ventajas: comida bazofia a discreción y 63 gramos de pan más” (ibid.: 123).
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la lectura del diario de Gassó Fuentes, el control sobre la corporeidad estaba sometido a la arbitrariedad de la autoridad francesa y a su biopolítica, cuyo fin era minar la subjetividad y la corporalidad del detenido45. Un ejemplo claro es el que los dirigentes del campo mandaran al narrador dar de comer chuletas a los perros: “[q]ué triste es ser forzado a entregar comida —chuletas— a un perro, cuando se las comería una persona” (Gassó Fuentes, 2013: 142). Además de las pésimas condiciones de vida que se ofrecían en el espacio abyecto del campo de concentración para vigilar indirectamente al individuo y a su materialidad, entre ellas la calidad y cantidad de las raciones alimenticias (cf. ibid.: 114 y 119), las penosas condiciones de alojamiento —en el suelo en un primer momento y en chabolas destruidas por las inclemencias del tiempo en varias ocasiones posteriormente— y el trabajo forzado constante en un clima desértico, también existían medidas directas de represión del cuerpo. Un ejemplo son los castigos físicos que recibían los internados ante cualquier gesto que los superiores interpretaran arbitrariamente como desobediente, como el levantarse a miccionar por la noche o “[a]l ir a cubrirme con un cubrepiés por el frío a medianoche, un moro me lanza tres piedras que me dan en la espalda” (ibid.: 116). En la misma lógica arbitraria para desarraigar a los internados de todo tipo de cotidianeidad, el aseo personal era en ocasiones requerido “a la fuerza, o sea amenazado con el ‘tombeau’ si no lo hacía46”. En otras, el aseo se prohibía, como se deduce de la entrada del 23 de agosto de 1942:
45 Los teóricos más citados a este respecto son Arendt, The Origins of Totalitarism (1951) y Agamben. Este trabajo suscribe la descripción que ambos llevan a cabo del proceso de deshumanización del internado, pero no su aplicación de los conceptos aristotélicos bios y zoē. 46 Véase Gassó Fuentes (cf. 2013: 127). Además, se les imponía llevar “el pelo al rape” (ibid.: 131), archiconocida técnica de indiferenciación del individuo que también se llevó a cabo en los campos de concentración nazis y en los campos y cárceles españolas. Véase Egido (cf. 2009: 178). También se convirtió en una manera de castigar y estigmatizar socialmente a las mujeres “rojas” o colaboracionistas en la España de posguerra y en la posguerra alemana en 1945, respectivamente (cf. Palma Borrego, 2009).
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“[m]e lavo la cabeza —cosa que no hacía desde dos meses atrás— ya que no me dejan lavar el resto del cuerpo, aunque me hace muchísima falta” (Gassó Fuentes, 2013: 140).. Otra prueba de la arbitrariedad como arma de deshumanización es que tras haberle permitido lavarse el pelo ese día, se lo rapen al cero horas más tarde (cf. ibid.). A pesar de la prohibición y del riesgo de que lo castiguen, el narrador autodiegético refleja en su diario resistencia ante tales decisiones y voluntad de controlar su integridad cuidando de su cuerpo a través del aseo: “[m]e libro por poco del ‘tombeau’ por ir a peinarme después de terminar la comida” (ibid.: 127). Esta necesidad es, además, más grande que el miedo a tener que enfrentarse a su imagen demacrada ante el espejo: “[m]e lavo y, al peinarme, observo mis pérdidas carnales en el espejo” (ibid.: 126). En esta situación vital cada vez más límite, y en palabras de Kristeva: [l]orsque l’identité narrée est intenable, lorsque la frontière sujet/objet s’ébranle et que même la limite entre dedans et dehors devient incertaine, le récit est le premier interpellé. [...] À un stade ultérieur, l’identité intenable du narrateur et du milieu censé le soutenir, ne se narre plus mais se crie ou se décrit avec une intensité stylistique maximale (langage de la violence, de l’obscénité, ou d’une rhétorique qui apparente le texte à la poésie). Le récit cède devant un thème-cri qui, lorsqu’il tend à coïncider avec les états incandescents d’une subjectivité-limite que nous avons appelée abjection, est le thème de la douleur– de l’horreur. En d’autres termes, le thème de la douleur– de l’horreur est ultime témoignage de ces états d’abjection à l’intérieur d’une représentation narrative (Pouvoirs de l’horreur, 1980: 166).
La experiencia del horror de Gassó Fuentes en esta segunda etapa llega a ese estado ulterior al que se refería Kristeva, en el que la abyección de su cuerpo reflejado en el espejo le muestra con toda violencia el límite incierto de su subjetividad. Este aumento de la intensidad del dolor influye inmediatamente en la práctica del diario del internado, que se convierte en testigo de los estados abyectos en su representación narrativa. Esta alcanza momentos de plenitud estilística e intensidad narrativa en la inscripción de la abyección producida por el ‘otrofrancés’ en la superficie del diario con la descripción del dolor físico y
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de la desesperación durante la estancia en el campo disciplinario. Para ello se sirve de numerosas exclamaciones, apelaciones, preguntas retóricas y bellas y terribles descripciones de su hambruna en las que se trenzan sinécdoques, sinestesias y personificaciones tales como “[u]na vez más mi estómago pide con ansia” (Gassó Fuentes, 2013: 118) algo de comer. En otras ocasiones, el estilismo se intercala entre oraciones simples y meramente descriptivas: Comienza a agudizarse el hambre. Cojo este diario con el fin de no comerme todo el pan, que he reducido a la mitad. Es imposible aguantar ¡6 horas de trabajo con un vasito de café bebido! Los indígenas que nos guardan se complacen en martirizarnos. Me entero que en la Compañía se ha leído mi partida a España... Sin embargo me encuentro pudriéndome y debilitándome en esta maldita cárcel ¿Por qué? (ibid.: 114).
En esta cita aparecen otras dos claves del uso estratégico que el autor/ narrador hace del diario durante esta fase de su exilio en Argelia: la actividad física y mental de la escritura se constituye como refugio desde el que reflexiona sobre su percepción sensorial, materializa su bios theōrētikos sobre sí mismo y controla así su sufrimiento: “[p]ara evitarlo en lo posible me dedico a distraer mi imaginación pensando” (ibid.: 134). El papel evasivo de la lectura y del resumen de las obras en el diario, con el que ocupaba su tiempo mayoritariamente antes de su ingreso en el campo de represión, cambia en relación con la nueva realidad. Sin embargo, no llega a desaparecer: “ya que en todo el campamento no hay más que 6 novelas” (ibid.: 133). Por ello, los objetos principales que ocupan su reflexión y su escritura también se adaptan al medio, como ya se ha visto con su focalización en el cuerpo47. A finales del periodo de su estancia en los GTE ya se hacía referencia al “anhelo del retorno a nuestra querida patria” (ibid.: 101), con el motivo del “III aniversario de [su] salida de España”. El recuerdo y la
47 Aun así lee de media aproximadamente una novela al mes. Además, se registran tres entradas con el indicio peritextual de que en el original había resúmenes de las obras (cf. Gassó Fuentes, 2013: 129 y 130).
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evocación de España y de su familia se convierten ahora en anclajes con su pasado y en pilares de resistencia psíquica en el presente que le ayudan a resistir y a sobrevivir corporalmente (cf. Gassó Fuentes, 2013: 125-126). A medida que avanza la narración, las referencias sobre su repatriación a España aumentan en paralelo a su desmejoramiento físico y psicológico. Como escribe en el diario, la esperanza de poder volver “me alienta extraordinariamente, al tiempo que me ayuda a soportar este calvario” (ibid.: 135). La decisión de solicitar la repatriación a la España franquista conlleva una decisión de tipo político: el someter el antagonismo político que definía su identidad como ‘republicano exiliado’ a la supuesta magnanimidad de Franco. Esta rendición supone, por un lado, que el narrador acepta su abyección primaria de la España franquista. Sin embargo, por el otro, el antagonismo que le constituye como ‘republicano exiliado’ sobre la base de la abyección secundaria producida por el ‘otro-francés’ queda intacto. Esta actitud pone de manifiesto un cambio de posicionamiento de su bios politikos, como ya se había observado al principio de esta sección en relación con la manera en la que el narrador autodiegético mostraba su antagonismo hacia el ‘otrofrancés’. Hasta ahora se ha analizado el proceso de literalización de la represión abyecta en el cuerpo del narrador y sus estrategias de evasión más allá del uso de la ironía a través de la tendencia a la reflexión (cf. ibid.: 120 y 132). La pregunta que se plantea ahora es cómo evoluciona este reposicionamiento de ‘lo político’ en reacción al progresivo empeoramiento de su situación física y psíquica según avanza el tiempo de internamiento en el campo de represión. Para contestarla, se examinan, a continuación, las variables reacciones del narrador a la injusticia provocada por los malos tratos infligidos por el ‘otro-francés’, tanto al protagonista, Gassó Fuentes, como a sus compañeros. En primer lugar, sorprende la reacción del narrador ante la descripción del suceso de la noche anterior, tan solo ocho días después de su entrada en la cárcel y un día después de su ingreso en el disciplinario48: “29-5-42. Durante la pasada noche, al levantarme a mear —apenas
48 Esta entrada ha sido analizada al comienzo de esta sección (cf. 186).
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si me separé un metro de mi cama, situada a 4 metros del alambrado— un guardián me lanza una buena piedra que si me alcanza, me rompe la cabeza. ¡He tenido suerte!” (Gassó Fuentes, 2013: 116). A diferencia de la cita anterior en la cárcel, el narrador no desahoga su frustración en la escritura, sino que la utiliza para mostrar su alivio por no haber resultado herido. Esto apunta a un cambio de actitud y de estrategia en su uso de la reflexión y en la narrativización de su bios politikos a través de la escritura. El propio narrador confirma esta hipótesis en una entrada seis días más tarde en la que comenta otra injusticia. En esta ocasión, se trata de una tormenta que ha destrozado la chabola y todos los enseres del grupo al que pertenece el narrador, que ahora en modalidad autodiegética plural, afirma: “[r]ecordamos que nos encontramos en un disciplinario francés, lo que nos da fuerzas para resignarnos” (ibid.: 119). Lejos de ser una aparición singular, la estrategia de reprimir la rebelión ante la injusticia personal o colectiva se explicita en varias ocasiones. De hecho, la entrada del 8-8-42 evidencia con mayor claridad la estrategia del autor de utilizar la escritura y la imaginación para dar rienda suelta al antagonismo de ‘lo político’ y reprimir así la expresión performativa de su enfado ante un castigo injustificado: “[p]aso un rato terriblemente colérico. Puesto que se trata de un ‘emmerdement’, pasa por mi imaginación la idea de negarme a trabajar sin comer antes. La desecho alargando un poco más mi consentida paciencia” (ibid.: 136, destacado en el original). Además, es importante resaltar que esta técnica de escritura parece influir en su forma de experimentar su antagonismo, puesto que solo se registra un momento en el que el narrador anote haberse enfrentado a un superior (cf. ibid.: 125). En esta misma lógica, y volviendo al examen del tratamiento textual de los ‘otros abyectos’ que le constituyen interseccionalmente, los dirigentes de los campos suelen ser aludidos con motes despectivos. En ocasiones, aparece el nombre o apellido entre paréntesis (cf. ibid.: 122; 125 y 128). Los nombres de los compañeros extranjeros europeos están menos presentes, pero siempre se indica su nombre o apellido, seguido a veces del gentilicio (cf. ibid.: 119 y 122). Los judíos reciben un tratamiento similar al de los extranjeros (cf. ibid.: 126), aunque es cierto que solo se hace referencia a la nacionalidad del “judío” en
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una ocasión49. El tratamiento del ‘otro-moro’ no cambia de manera sustancial, aunque existe un cambio jerárquico significativo, ya que los guardias de los campos de represión son argelinos. Sin embargo, la ambivalencia continúa. No se omite la representación del tratamiento brutal que infligen a los internados. En los casos de mayor brutalidad se refiere a ellos con la peyorativa nominalización metonímica ‘mohamed’ (cf. Gassó Fuentes, 2013: 129), pero al mismo tiempo les convierte en aliados porque les consiguen comida y tabaco a cambio de dinero (cf. ibid.: 119). En los casos en los que el narrador no se incluye como personaje a través del narrador autodiegético plural para referirse a los miembros de “nuestra pequeña república” (ibid.: 123), se observa una evolución en cómo muestra su indignación en la escritura. En junio del 1942 utilizaba la exclamación para registrar la noticia de la muerte a tiros de un español en la cárcel de Bou Arfa. En julio describía con gran emoción cómo “el checo recibe una buena paliza. Observo, empujado por irresistible emoción, su martirio inhumano” (ibid.: 129). No obstante, a finales del mismo mes vuelve al uso del tiempo narrativo sumario para anotar sin comentario alguno el “martirio de Aguilar”, el “martirio de Costa” y “el Martirio más acentuado de Costa y Aguilar” (ibid.: 132). De hecho, esta presentación distanciada se generaliza cuando se le informa de que su petición de repatriación “ha sido interceptada” (ibid.: 141). Por ello, afirma: “me veo precisado a repetirla hoy”. Además, comenta que va a trabajar de “camarero”. Tras un primer desahogo en la superficie textual por el trabajo “ligero y humillante. ¡Hacer la cama, lavar la ropa y servir a quienes me esclavizan!”, reconoce que “más que un hombre soy un autómata, que acciono por voluntad ajena”. A partir de este momento, perdida ya la referencia de la futura repatriación, el narrador autodiegético cambia de estrategia y domina la narración. Comenta que discute incluso con su amigo Grottino (cf. ibid.: 143) y apunta cómo se aprovecha de su nueva situación
49 “28-9-42. Uno de los ‘huelguistas’, el judío Kleinkoff (alemán) muere de hambre en el ‘tombeau’, sobre las 13h de hoy” (Gassó Fuentes, 2013: 148).
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privilegiada. Llega a destacar que “[y]o mismo me sorprendo de lo bien que me encuentro y me tratan los jefes en esta maldita Sección Disciplinaria” (Gassó Fuentes, 2013: 145). Su distanciamiento con el grupo de exiliados que decide manifestar su antagonismo a través de la huelga se hace todavía más patente cuando opta por desnominalizar a sus compañeros y referirse a ellos como “huelguistas”. El narrador sí que se incluye en el ‘nosotros’ cuando afirma que “la nueva produce la consiguiente indignación, no solamente entre nosotros, los disciplinarios, sino también entre algunos jefes” (ibid.: 147). Sin embargo, en la distanciada y algo fría exposición de la muerte de “uno de los huelguistas, el judío Kleinkoff (alemán)” parece tomar la posición de un narrador homo-extradiegético, un cronista-testigo que se desvincula en cierta manera de ‘lo político’. Después de esta entrada y hasta su liberación, casi un mes después, no vuelve a escribir en su diario. En términos psicoanalíticos podría deducirse que la represión estratégica de ‘lo político’ fuera del universo textual evoluciona en la narrativización gracias al apoyo de la bios theōrētikos. El narrador, traumatizado por la progresiva deshumanización producida por la abyección en el campo de represión a causa de su condición de político indeseable, interioriza esta represión y se autoimpone, cual ‘superyó’, la abyección de ‘lo político’ en la escritura50. El autor llega incluso a interrumpir la escritura como estrategia de supervivencia psíquica y material en este momento extremadamente peligroso para su materialidad. Y es que, en este estadio de la experiencia concentracionaria de Antonio Gassó Fuentes, esta nueva táctica es su pharmakon en términos derridianos (cf. La dissémination, 1972: 87). Esta estrategia le permite autoconservarse material y psíquicamente. No obstante, como bien advierte Görner al respecto de los diarios concentracionarios, la represión y el análisis pueden llegar a mezclarse de manera trágica en situaciones límites de la existencia, ya que esta superposición puede nublar la percepción de la realidad (cf. 1986: 25).
50 En “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva”, se desarrolla el proceso de represión a partir de la teoría del psicoanálisis de Freud (cf. 140141).
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3.3.3. La crónica del retorno de una bios equilibrada 17-10-42. Sobre las 8h nos presentan (a todos los disciplinarios recién llegados) al Comandante, que nos pide profesión y nos aconseja no hacer más tonterías. Yo peco de ignorante ya que, tratando de huir del pico y pala, le digo que soy secretario [...]. Cobro 425 fr, que con los 120 que recibí de regalo en la S.D suma 545 fr. Nunca he tenido tanto dinero, aunque con él no se puede comprar nada. Presto 120 fr a Medina, 36 a Sevillano y 50fr a Lojo. Total prestado 206 fr. Como es de suponer bebo y como cuanto se pone a mi alcance (Gassó Fuentes, 2013: 150).
Tras casi un mes de silencio, la escritura se retoma el 17 de octubre de 1942, el mismo día en el que el narrador sale del campo de represión. La nueva realidad impulsa al narrador autodiegético a tratar de evitar el trabajo físico para influir en el destino de su cuerpo, debilitado por su estancia en la sección disciplinaria. El intento no es baladí, ya que para ello debe correr un riesgo: mentir sobre su profesión y exponerse a un posible castigo físico. Este, que podría interpretarse como un primer indicio de la recuperación de su bios politikos, es solo uno de los ejemplos de la paulatina recuperación física y psicológica que experimenta Gassó Fuentes y que registra en su diario. La muy relativa libertad que tiene en el campo de concentración de los GTE le permite recuperarse y sobrevivir en el sentido de “tomar control sobre” su cuerpo (cf. Oxford Latin Dictionary, 1879). Esto lo hace a través de estrategias ya conocidas y aplicadas por el internado antes de su traslado al campo de represión. Así pues, a partir del control de lo mesurable, sobre todo de los kilogramos y del dinero, el narrador registra las medidas monetarias que le permiten asegurarse la cantidad de comida y de bebida necesarias para restablecerse y para recuperar el placer51.
51 Véase Gassó Fuentes (cf. 2013: 152). También: “[n]o hay nada más que cerveza, vino, café y té, con lo que voy gastándome el dinero” (ibid.: 150). “[M]e alimento extraordinariamente aunque solo sea a base de huevos y pan, además de la comida
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El narrador anota cómo “paseo con el pantalón azul y camisa de seda, que tanto tiempo hace que no me pongo, para que se airee y sentir la satisfacción de ir limpio y decente” (Gassó Fuentes, 2013: 150). De esta manera, señala la importancia que supone el aseo para mejorar su salud y para remembrar su identidad tras el trauma sufrido en el campo de represión. Tanto el gesto performativo de mostrarse en sociedad como si fuera un rito iniciático de reinserción en la misma en un paseo durante el que “voy viendo a los compañeros conocidos de antes, que me saludan alegremente”, como su puesta por escrito en el diario, ponen de manifiesto el esfuerzo consciente de Gassó Fuentes de volver a integrarse en el campo. Esto también lo hace “creando nuevas amistades, por dormir en una habitación envidiable —con 6 aviadores—”. Este detalle no es nada trivial, puesto que evidencia la importancia que el narrador concede a su pasado como aviador republicano en su reconstrucción identitaria en un entrecruzamiento de su bios politikos presente y pasado. Tras unos días de pausa escritora —la elipsis se explicita en la aglomeración de días en la entrada: “19-20-21-22-23 y 24-10-42” (ibid.: 151)—, el narrador expresa su voluntad de readaptar su bios theōrētikos a la nueva situación vital: “cumpliendo un deseo pendiente mío (que no podría cumplir en la disciplina) leo mucho”. Gassó Fuentes recupera la práctica de la lectura, tanto como elemento de evasión, como de “remembramiento” identitario, ya que hace algo que le relaciona con su pasado reciente y, por lo tanto, con su identidad como ‘republicano español’. La frecuencia de la lectura incrementa de manera ostensible, pero no su propensión a la reflexión textual explícita52. Predomina un modo híbrido entre el registro de tipo sumario a modo de lista —típico de su estrategia escritora al principio de su experiencia concentracionaria— y la descripción más extensa que solía darse a medida que pasaba el tiempo de internamiento antes de la experiencia
del Groupe, que no es mala” (Gassó Fuentes, 2013: 151). “Compro una pipa, con el fin de poder fumar el tabaco-tropa malísimo que nos dan. [...] Recibo un [...] paquete de tabaco y 3 de ‘Tropa’. [...] Conservo mi voraz apetito” (ibid.: 152). 52 Se puede deducir una media de cuatro libros al mes.
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en el campo de represión. Se trata de una característica que muestra de manera muy gráfica la paulatina reorganización de la interdependencia de la bios en la fase de reintegración en el campo en la que el autor/narrador se va restableciendo como sujeto. Sin embargo, los sucesos del 8-11-42 provocan “una alteración en el campo por la noticia (no confirmada oficialmente) del desembarco de tropas inglesas en Orán” (Gassó Fuentes, 2013: 152). Este cambio supone también una transformación en la percepción y en la narrativización de la experiencia concentracionaria que realiza el narrador. Ante la noticia, la sintaxis se fragmenta y el narrador escribe, a modo de lista, las medidas implementadas por la administración francesa: “[c]ampo consignado [...], incautación de radios, contando la del ‘Foyer’. Desproveer a los chóferes de sus respectivas llaves de coches. Prohibir que se hable o comente sobre los ‘bulos’ o noticias no confirmadas, lo que deja confirmar la nueva” (ibid.: 153). En las entradas de los días posteriores, la primera persona del singular (y en ocasiones del plural) pronominal y verbal, típica de la expresión del narrador autodiegético, decrecen y dan paso a las pasivas reflejas y a otro tipo de construcciones impersonales. Con ellas se refiere tanto al ambiente general del campo de represión respecto a la noticia del desembarco de las tropas estadounidenses, como a sus consecuencias: [p]arece ser que el Marruecos está dispuesto a defenderse contra la agresión anglosajona, mientras Algerie capitula”. Tan solo una semana más tarde registra su primera opinión personal al respecto: “14-11-42. Siguen los comentarios alrededor de los acontecimientos actuales en África del Norte. Cada cual ve la situación más o menos optimista sobre la influencia que tenga en nuestra liberación. Yo me considero realista simplemente” (ibid.: 154, destacado en el original). El distanciamiento lingüístico no es más que una muestra del distanciamiento del narrador frente a una nueva realidad exterior a la del campo, pero que puede influir fundamentalmente en su salida del espacio concentracionario. Ante esta situación, el narrador autodiegético se intercala con el narrador homo-extradiegético y deviene cronista, no solo de lo colectivo o de lo público, como podía observarse hacia el final de su estancia en el campo de represión, sino de la realidad más allá de los límites del espacio concentracionario. El
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narrador se dedica a reflexionar, describir y comentar las negociaciones sobre su liberación53. Esta evolución en la actividad narrativa es otra estrategia de autocontrol del escritor, que sabe, tras la dilatada experiencia de cinco años “en este incalificable Bou-Arfa (entrada del Infierno)” (Gassó Fuentes, 2013: 168), lo mezquina que puede ser una esperanza rota. La mejora paulatina y relativa de las condiciones materiales en el campo hace que el narrador refuerce esta actitud reservada con el reposicionamiento de la bios apolaustikos: “[d]esde hace aproximadamente un mes, no hay vino en Bou Arfa. Hoy, que ha llegado, me he aprovechado bebiendo más de lo normal (21/2 en el espacio de 11/2), lo que me otorga una situación ‘alegre’” (ibid.: 158). La vida en torno al placer se había dedicado con anterioridad a evitar el no-placer o incluso el dolor. Ahora que la integridad material del cuerpo se ha estabilizado, puede dedicarse al otro lado del espectro. La preeminencia de lo placentero en su uso de la comida, pero sobre todo del alcohol, aumenta al ponerse también al servicio de lo psíquico54: “¡Hay que ‘demerdarse’!” (ibid.: 159), como expresa el narrador con su neologismo galicista. El consumo desmedido de alcohol se convierte en parte de su rutina en el campo y la juerga, acompañada de comida, canciones, bailes comunales, y vino “sigue [...] imponiéndose a la clase de inglés” (ibid.: 174). Además, la descripción de estas actividades domina su actividad escritora en el diario55.
53 “Como consecuencia de una evasión colectiva de 4 (después de atar a su jefe y guardia) de la S. de Disciplina, la situación empeora en dicha sección” (Gassó Fuentes, 2013: 154). “Sigue [sic] comentándose los hechos políticos y guerreros y apreciándose el cambio de las noticias de antes (Eje) con las de ahora (Aliados)” (ibid.: 155). “Queda disuelta en el día de hoy la Sección de Disciplina, que tanto mal ha hecho, sembrando el terror por doquier” (ibid.: 161). “Las fuerzas aliadas progresan en todos los frentes” (ibid.: 157). 54 El hecho de que el autor se permita perder peso por su excesivo consumo de alcohol durante las Navidades pone de manifiesto la importancia de la relativa estabilidad corporal y económica del internado, que puede permitirse dar prioridad al placer: “26-12-42. Han pasado las Navidades, no mal, en las que he dejado 2kg de mi cuerpo (evidentemente la bebida abate) y unos francos” (ibid.: 164). 55 Véase ibid. (cf. 158; 160; 162; 164; 167; 171; 173; 174; 175 y 176).
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El narrador anota en varias ocasiones la sensación de que sus actividades diarias son “monótonas, metódicas e invariables” (Gassó Fuentes, 2013: 168). De esta manera justifica la prevalencia de este modo de vida: “[e]n vista de un terrible aburrimiento, nos juntamos unos cuantos, pasando la tarde comiendo, bebiendo y cantando, actividades únicas para combatir el tedio”. La rutina diaria no ha variado fundamentalmente en relación con la impuesta por el ‘otro-abyectofrancés’. Esto se deduce de la entrada del 2 de enero de 1943, en la que el narrador hace un registro sumario e iterativo de las actividades organizadas en torno a las horas del día. No obstante, lo que se observa es un cambio de concepción del tiempo: ante su posible liberación, el tiempo se percibe como un tiempo de espera a “mejores tiempos”. Así pues, la bios apolaustikos se alía con la theōrētikos para distraerse jugando al dominó o leyendo hasta tarde para tratar de evadirse de la realidad56. Como se examinaba con anterioridad, destaca el consumo de alcohol, síntoma de la represión más o menos estratégica de la bios politikos performativa frente al ‘otro-abyecto-francés’. No obstante, a pesar de la estrategia de la instancia narrativa de recurrir a la bios theōrētikos para transformarse estratégicamente en cronista y plasmar formalmente la realidad desde una perspectiva homo-extradiegética, su reaparición intermitente como narrador autodiegético evidencia un sentimiento de esperanza, que, precisamente por sentirlo, debe ser reprimido a través de la escritura. Por eso, se discierne, sobre todo en los meses inmediatos al desembarco de los estadounidenses, la voluntad del narrador de reprimirla expresando su incredulidad y escepticismo sobre la actuación de los “salvadores imaginarios” (ibid.: 158). Sin embargo, la esperanza se cuela en la superficie textual en varias ocasiones en las que, si bien se utiliza una
56 “Con el fin de acostarme tarde, después de cenar leo de 7½ a 9h. De 9 a 12 juego al dominó” (Gassó Fuentes, 2013: 156). “6-12-42. [...] Tarde: duermo la siesta hasta las 16h en que me levanto para merendar. Poco después jugamos al dominó, Peña, Sevillano, Ventura y yo, para distraernos un poco. Después de cenar, hasta las 23h charlamos y jugamos al dominó. Leo en la cama, desde esta hora hasta la 1h de la mañana, o sea dos horas, tras las cuales me duermo, después de pensar un rato” (ibid.: 158, destacado en el original).
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estructura impersonal distanciadora, se afirma que “[p]arece ser que grandes cambios nos esperan” (Gassó Fuentes, 2013: 159). En otras ocasiones, la esperanza brota imparable, como prueba el comentario del narrador autodiegético entre paréntesis en la siguiente entrada: [e]sta noticia (no puedo ocultarlo) me proporciona grande y profunda emoción. Veo el hecho bajo un punto de vista satisfactorio —pese a mi odio a la guerra— por creer que en el caso de realizarse nuestro encuadre en el ejército, sería el único medio de poder salir de este miserable y detestable desierto, donde tanto he sufrido y sufro todavía (ibid.: 155).
Asimismo, su actividad epistolar con España y su registro en el diario muestran también esta propensión intermitente del narrador a mantener la esperanza salvaguardando el vínculo con su país de origen, el referente identitario de su subjetividad en el pasado. Esto reafirma la tendencia de la instancia narrativa a recuperar su bios politikos como ‘republicano español’, que irrumpe en medio de la crónica de la realidad del campo a mediados de diciembre de 1942: “[m]archan 4 suboficiales movilizados. [...] ¡Que nos dejen en paz estos viejos legionarios degenerados y beodos por consiguiente!” (ibid.: 159). Además de mostrar su antagonismo a través de la exclamación insultante hacia el ‘otro-abyecto-francés’, en el párrafo posterior celebra que los españoles de Beni-Ouikil hayan “estado a la altura de las circunstancias. Tras un arranque de valor energético, han conseguido dormir en casas, mientras los franceses lo hacían en marabouts, 70 fr diarios y sin trabajar”. Aunque también comenta la imposibilidad de mostrar su antagonismo fuera de la escritura —“nosotros nos encontramos muy lejos de conseguir tales reivindicaciones”—, las entradas posteriores revelan un cambio claro en la manera de manifestarlo, tanto en su registro, como en su práctica performativa dentro de la comunidad exiliada (cf. ibid.: 168). En estas entradas se reflexiona sobre la actitud de los suboficiales, que le hacen elogios para que se aliste en la Legión: “¡Pobres diablos! Me suponen inteligente y capaz de cometer semejante barbaridad, lo que es enteramente contradictorio” (ibid.: 163). Además, anota que acaba el año cantando “la Internacional” (ibid.: 165) y que las
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conversaciones en el campo giran alrededor de la situación interior e internacional, del recuerdo de España y del insulto a los franceses. Por último, su negación de colaborar con los aliados muestra el principio de la recuperación de su bios politikos como práctica performativa antagónica frente al ‘otro-abyecto-francés’. En el diario aparece, además, en este punto, la primera marca de otro cambio de estrategia para sobrevivir: “[m]e trae sin cuidado, debido a que mi imaginación está distraída en otros puntos” (Gassó Fuentes, 2013: 175). Se trata, como afirma un día más tarde, de no aceptar otros trabajos para poder quedarse en el campo, “que me interesa más en estos tiempos, y en el que me prometen salir en misión para Rabat”. Entre tanto, en el diario se observa un incremento del registro de su actividad performativa de reconstrucción identitaria por medio de una variación en su expresión de ‘lo político’. El narrador afirma dedicarse a adquirir ropa y medicamentos, mientras desciende progresivamente su consumo de alcohol57. Hasta el 20 de febrero, cuando aparece la entrada más larga del diario, el día del “VIAJE A RABAT EN ‘MISSION de SERVICE’” (ibid.: 181). Este viaje significa, en palabras del narrador, que “[p]or fin salgo del Desierto, después de más de 3 años en él encerrado”. A partir de este momento, el ritmo narrativo se pausa, su duración corresponde en términos narrativos a la de la escena y la escritura se estiliza con descripciones de la realidad exterior. Sorprende que uno de los primeros comentarios del autor sobre su reacción ante mundo extra-concentracionario se dirija hacia el ‘otro-mujer’. Es cierto que su realidad había estado marcada por la segregación genérica, pero esto no quiere decir que no hubiera tenido contacto alguno con mujeres. De hecho, el autor indica que visitaba el burdel en los campos, experiencia a la que no presta excesiva atención en el diario y a la que incluso se
57 “Consigo aplazar el viaje hasta el sábado, aprovechando el tiempo que falta en arreglar mis trapitos (ya que no tengo ropa decente)” (Gassó Fuentes, 2013: 180). “Recibo, por mediación de mi amigo Salas, una caja de inyecciones de calcio —60 cm3— que pienso ponerme muy pronto” (ibid.: 159). “Empiezo a ponerme una caja de inyecciones de calcio (12 de 5cm3)” (ibid.: 161). “Termino las inyecciones de calcio (60 cm3)” (ibid.: 171).
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refiere como “aburrida” (Gassó Fuentes, 2013: 171). Su vida sexual solo la había registrado en una ocasión cuando comentó que había tenido sueños eróticos con su exnovia Carmen (cf. ibid.: 105). No obstante, el narrador reacciona ante la nueva realidad con una reestructuración de los componentes de la bios. El narrador afirma ir en busca de placer recorriendo las ciudades marroquíes y dirigiendo su mirada compulsivamente hacia las mujeres. Se dedica así a buscar un encuentro sexual y a recrear esta experiencia en su diario. El ejemplo más claro se da el 22 de febrero de 1943 con una entrada dedicada prácticamente en exclusividad a la narrativización de su mirada hacia el ‘otro-mujer’. Primero comenta sus impresiones sobre las interacciones que tiene con “la hija del francés” (ibid.: 185), quien, según el narrador en la reconstrucción retrospectiva de su fantasía seductora, mostraba “una reserva especial que [el narrador] confund[e] voluntariamente con el miedo —o la precaución”—. Luego se explaya rememorando su interacción en un restaurante con una mujer “morena, bonita, de grandes ojos pero tristes”, con la que intercambia “apasionadas y correspondidas miradas”. Por la tarde —escribe— van a visitar a una familia “que también tiene una hija, también joven, también semi-comprometida, pero no tan bonita y más comunicativa”. Este tipo de entradas se repiten constantemente (cf. ibid.: 183 y 190). Sin embargo, no registra ninguna escena sexual, tan solo el comentario de que recorre el barrio “moro” con otros amigos, “casas de prostitución inclusive” (ibid.: 184). El adjetivo “moro”, que había desaparecido completamente de la superficie textual tras la salida del campo de represión, solo retorna para señalar el espacio del ‘otro-moro’, sin que se haga ningún tipo de referencia a su interacción (cf. ibid.). Si se tiene en cuenta que la mayoría demográfica de Marruecos era el/la marroquí colonizado/a, las parcas referencias a este evidencian una tendencia a silenciar al subalterno en términos de Spivak, convirtiéndolo así en esta tercera fase del diario en el epítome del abyecto. Además, el registro de su presentación performativa a través de la vestimenta y del aseo (cf. ibid.), sobre todo cuando se le prohíbe comprar un tique de segunda clase por su estatus de ‘abyecto-republicano-español’ (cf. ibid.: 186), indica que, tanto su actividad performativa, como su registro a través del diario,
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tienen como fin su autoidentificación y presentación como ‘republicano español’. El objetivo es, por lo tanto, diferenciarse y demarcarse del ‘otro-abyecto’, el colonizado. De hecho, días después de la experiencia en el tren, el narrador autodiegético se muestra convencido de que una francesa le niega el alojamiento, “sin duda impresionada por mi detestable presencia, a lo que colabora mi asquerosa gabardina, inadecuada para esta temperatura, mi aspecto de ‘pobre diablo’, mi macuto sucio y mi semblante sudoroso y sucio” (Gassó Fuentes, 2013: 188). Tan solo un día después revela lo que había estado tramando desde que fue informado de su misión en Casablanca: su fuga. “A la m... la misión” (ibid.: 189). Esto confirma la recuperación del último elemento que faltaba para la composición de una bios equilibrada: la politikos. A través de este acto subversivo y altamente peligroso el narrador/autor muestra su antagonismo radical al ‘otro-francés’ al enfrentarse y romper con la biopolítica que este le imponía. El diario acaba de manera repentina, una vez que el narrador ha asegurado su supervivencia en las tres acepciones de su signo latino: ha sobrevivido psíquica y corporalmente al campo de represión, ha salido del espacio abyecto que le producía como resto sobrante y ha tomado el control sobre sí mismo cubriendo sus necesidades básicas, entre las que, por primera vez desde febrero de 1941, no está la escritura.
Conclusión parcial Este capítulo ha examinado la narrativización de las diferentes estrategias de reposicionamiento de las esferas de la bios del narrador en función de la variable realidad que experimentó a lo largo de su exilio en diferentes espacios concentracionarios. Se ha observado cómo durante la estancia en los campos de trabajo de los GTE, la bios politikos se construye como piedra angular de su identidad española. El paulatino proceso de deshumanización que produce el universo concentracionario en el sujeto internado y en su cuerpo abyecto provoca un reposicionamiento gradual de las esferas de la vida. La escritura se convierte en registro de lo mesurable en los GTE y en herramienta de control del cuerpo en la sección de represión
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(3.3.1.). Se ha analizado cómo el narrador interioriza esta represión a causa del trauma en un segundo momento. Por ello, se autoimpone la abyección de ‘lo político’, primero en su sentido performativo y, después, en la superficie textual. Esta nueva estrategia exige de nuevo una reorganización de las esferas de la vida: la evasión toma preponderancia como parte de la bios theōrētikos (3.3.2.). Con el desembarco de las tropas estadounidenses, el narrador se restablece y reestructura la interdependencia de las esferas deviniendo cronista. Se trata de otra estrategia de autocontrol del escritor, que oscila entre la esperanza y la incredulidad ante su futuro incierto. La bios apolaustikos gana preeminencia tras su huida del sistema concentracionario en Marruecos con la adquisición de ropa, de medicamentos y de experiencias placenteras sexualmente. Se ha concluido que esto es un indicador de la alianza de la bios theōrētikos y de la politikos para asegurar su supervivencia en todos los sentidos (3.3.3.). La interrupción de la escritura se convierte en la evidencia de la recuperación del narrador, ahora equilibrado gracias a la función primordial de la escritura diarista para sobrevivir en esta primera estación por el viaje a través del tiempo por las escrituras del yo del exilio republicano en Argelia.
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Escribe uno para poder vivir. Si no escribiera no viviría. Escribo siempre. [...] Escribo para acordarme de lo que escribo, necesito escribir para poder vivir [...] no importa el papel ni la hora (Aub, Campo de los almendros, 1981: 521).
E-laboro. Al igual que ocurría con supersum en el capítulo 3 de este trabajo, la evolución lingüístico-semántica de esta palabra en español hasta el actual signo ‘elaborar’ ha dejado atrás una rica polisemia que resulta reveladora para los objetivos de este capítulo. Esta segunda estación en el corpus de este proyecto se centra en el análisis de los productos culturales escritos desde 1945 hasta 1966. 1945 marca el final de la Segunda Guerra Mundial, la paulatina estabilización de Franco en el poder y la consecuente prolongación del exilio republicano español y 1966, la aprobación de la Ley de Prensa e Imprenta que modificaba el procedimiento de censura y que posibilitó la entrada
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de publicaciones sobre la experiencia del exilio en España1. Es en este periodo en el que aparecieron de la mano de Arturo Esteve y de Carlos Jiménez Margalejo las primeras narrativizaciones de la memoria del exilio republicano en Argelia de tipo no-diarístico y producidas ex situ, es decir, fuera de los campos. Estas obras surgieron unos quince años después del fin de la experiencia narrada y unos diez años después de su salida de Argelia a Argentina y a Venezuela, respectivamente, en la década de los cincuenta. En estos segundos lugares de exilio, aparecieron Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve y Memorias de un refugiado español en el Norte de África 1939-1956, de Carlos Jiménez Margalejo. La obra de Esteve se publicó en 1957 en una editorial argentina con sede en Buenos Aires, en Ediciones Nueva Era, gracias a la mediación de la escritora María Teresa León, quien puso al autor en contacto con Max Aub2. En el caso de Jiménez Margalejo, el lapso temporal entre la experiencia vivida en Argelia y su elaboración a través de la escritura aumenta. En 1964 terminaba de escribir su obra, que, por falta de contactos editoriales, no pudo ver la luz hasta 2008 en Ediciones Cinca. Esto fue posible gracias a la mediación de los catedráticos Alicia Alted Vigil y Manuel Aznar Soler3.
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Las primeras obras escritas por exiliados ya habían hecho su entrada en el mercado editorial español a finales de los cincuenta y sobre todo a partir de la década de los sesenta (cf. Larraz, El monopolio, 2009: 299). No obstante, el tratamiento explícito de la experiencia del exilio republicano español tras la Guerra Civil no comenzó a aparecer en el mercado editorial extranjero hasta los años sesenta (cf. Dreyfus-Armand, L’exil des républicains, 1999: 16). En España hicieron su entrada tras la Ley de Prensa e Imprenta y, especialmente, a mediados de los setenta (cf. ibid.: 15). La única obra publicada antes de 1966 es Crónica del alba (1965-1966) de J. Sender (cf. Sicot, “Literatura española”, 2008), que, además, forma parte de la operación de maquillaje del régimen franquista (cf. Larraz, El monopolio, 2009: 289-300). Hoy en día sigue existiendo una editorial con el mismo nombre en Buenos Aires, Argentina. Sin embargo, no ha sido posible encontrar ningún dato sobre la misma. Los intentos de ponerse en contacto con sus responsables para tratar de establecer una posible genealogía común entre la Ediciones Nueva Era que publicó la obra de Esteve y la actual han sido vanos. En lo sucesivo, citado como Memorias de un refugiado. El texto no parece haber sido retocado desde 1964. Por este motivo, se considera que, como muestra el
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Las primeras narrativizaciones de la experiencia francesa metropolitana se publicaban en los años cuarenta y se caracterizaban por su estilo periodístico y su afán reivindicativo (cf. Simón Porolli, La escritura de las alambradas, 2012: 49). En contraste, en el corpus del exilio republicano en Argelia no aparecieron hasta mediados de los cincuenta. Además, se distinguieron por representar la estancia en los campos de concentración en el mundo diegético como un periodo en el que los exiliados se propusieron elaborar el trauma provocado por su abyección, en términos kristevianos, de dos imaginarios: del español con el exilio y del francés con su internamiento4. Los exiliados instituyeron sus obras como espacios de ‘elaboración escriptoterapéutica’ de las experiencias traumáticas causadas por estas abyecciones tras haber sufrido una tercera, posterior en términos temporales a su expulsión del imaginario francés5. Se trata de su exclusión del imaginario argelino
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análisis textual (4.3.), presenta características de la construcción de la memoria del exilio y de la identidad propias del momento de la escritura. Es cierto que al no haber sido publicada en la época no pudo contribuir a la circulación de material para ampliar la ‘memoria cultural’ española sobre el exilio republicano español. Sin embargo, su inclusión en este capítulo resulta fundamental para confirmar la hipótesis de la función de la escritura sobre el exilio español en Argelia entre 1945 y 1966. Sanz Villanueva comenta de refilón en “La narrativa del exilio” en 1976 que las obras de carácter autobiográfico escritas por los exiliados republicanos españoles en México todavía tenían esta función de “desahogo” (1976: 182) en los años sesenta. Sin embargo, no desarrolla esta tesis, lo que impide realizar un análisis comparativo. El concepto ‘abyección’ se desarrolla en “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 142-145). El uso de dicho concepto no varía a lo largo del capítulo. Henke acuña el neologismo scriptotherapy para concluir, a partir de estudios sociológicos, que la autobiografía puede generar una narrativa curativa que restaura temporalmente la identidad fragmentada por un trauma. Según la autora, esta narrativa puede empoderar al que escribe y dotarle de agencia psicológica (cf. 1998: xvi). En esta línea, Naharro Calderón apunta que escribir durante el exilio tiene una función terapéutica que puede reordenar la neurosis causada por el trauma de la experiencia concentracionaria (cf. “Por los campos de Francia”, 1998: 48).
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en tanto que ‘rumí’ en el contexto del movimiento independentista argelino que el colonizador francés llevaba intentando sofocar desde finales de los cuarenta y que alcanzó su máxima expresión con la Guerra de Independencia (1954-1962)6. A continuación, se lleva a cabo una contextualización de Búsqueda en la noche (1957), de Arturo Esteve, y de Memorias de un refugiado (2008, escrita en 1964), de Carlos Jiménez Margalejo. Para ello, se relacionan las biografías de los autores con el periodo sociohistórico en las que se inscriben (4.1.). A este apartado le sigue una breve presentación de los rasgos estructurales y peritextuales de las obras, que tiene como el objetivo hacer hincapié en los elementos que se les añadieron en el tiempo de la publicación (4.2.). El foco del capítulo lo constituye el análisis transmodal de las obras como lugares de e-laboratio (4.3.), de trabajo ‘e-laborativo’ de la experiencia del exilio en Argelia en términos psicoanalíticos y etimológicos tanto a nivel textual, como a nivel fenomenológico en el momento de la escritura.
4.1. La escritura sobre el exilio argelino en Argentina y Venezuela (1945-1966) Pocos datos existen de Arturo Esteve. Se sabe que nació en Valencia en 1916 (cf. Sicot, “Literatura y campos franceses”, 2010). Según Búsqueda en la noche, participó en la Guerra Civil como militar profesional (cf. Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 12). El texto sugiere que el autor sufrió un accidente de gravedad durante la contienda (cf. ibid.: 10) y que tras un periodo de convalecencia volvió al campo de batalla (cf. ibid.: 18). Asimismo, apunta que a finales de marzo salió del país en un barco atestado de personas, cuya descripción encaja con las condiciones de hacinamiento del Stanbrook (cf. ibid.: 33). Federico, trasunto literario de Esteve, dice haber formado parte de la
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Sobre el movimiento independentista argelino antes de la Guerra de Independencia argelina, véase Stora, Le nationalisme algérien avant 1957 (2010); Kaddache (1980) y Rey-Goldzeiguer (2002).
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Compañía de Trabajadores Extranjeros número uno, dedicada a la construcción de la línea de tren transahariano de Bou Arfa a Colomb Béchar7. El relato describe su estancia en la sección disciplinaria en la que se encontraba el sádico “Tragatranques” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 51), por lo que puede deducirse que estuvo internado en Foum Defla, el campo por el que también pasó Antonio Gassó Fuentes8. Cuando salió del disciplinario aceptó un puesto de secretario administrativo en la Dirección Civil de la construcción de la línea férrea del transahariano en Bou Arfa (cf. ibid.: 97) y en Colomb Béchar (cf. ibid.: 186). Debió permanecer en los campos hasta su disolución en 1943 (cf. ibid.: 205). Desde entonces, hasta el 3 de junio de 1953, fecha en la que Max Aub recibió la primera carta de Arturo Esteve desde Buenos Aires, Argentina, no existen datos sobre su biografía (cf. Esteve, “Epistolario”, 1953: 40/1). Argentina se había mostrado muy reacia a acoger a refugiados republicanos españoles de la Guerra Civil bajo los gobiernos de Roberto María Ortiz (1938-1942), Ramón Castillo (1942-1943), Arturo Rawson Corvalán (1943), Pedro Pablo Ramírez (1943-1944) y Edelmiro Julián Farrel (1944-1946) (cf. Schwarzstein, “Actores sociales”, 2007: 319). Se aducían razones de tipo económico, pero también de tipo ideológico, ya que se argüía que no se podía acoger a los republicanos porque eran personas indeseables y peligrosas para el país (cf. ibid.). En consecuencia, los que llegaron a Argentina antes de 1947 lo hicieron a cuentagotas y de manera ilegal (cf. ibid.: 317). La única excepción fueron los mil cuatro cientos vascos acogidos en 1940, que por su arraigado catolicismo no fueron percibidos como una amenaza ideológica para el país (cf. Pla Brugat, “El exilio republicano español”, 2004: 33). No fue hasta
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Véase el mapa de los principales campos de concentración en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 75). La biografía del otro narrador-personaje, Vicente, está permeada por un mayor grado de ficcionalización. Según el narrador Federico, Vicente era aviador del ejército y llegó en avión a Argelia. Sin embargo, afirma que fue trasladado a Cherchell (cf. Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 61), el campo de los civiles e intelectuales, por lo que la información no parece concordar del todo con el funcionamiento de los campos.
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1947 cuando, gracias a la mediación de la Organisation Internationale pour les Réfugiés (OIR), se acordó la acogida de refugiados españoles9. La política argentina de apertura a la migración de 1949 permitió la entrada de tres mil republicanos bajo la presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1955). Hasta 1951 llegaron amparados por la OIR otros tres mil. Si se suman estos seis mil a los que habían llegado de manera irregular, la cifra se eleva a los diez mil, lo que convierte a Argentina en el segundo país receptor de republicanos españoles en Latinoamérica (cf. Pla Brugat, “El exilio republicano español”, 2004: 33). Así pues, a pesar de los pocos datos que existen al respecto, no parece desencaminado deducir que la llegada de Esteve tuviera lugar en este periodo de principios de los cincuenta, con seguridad antes del recrudecimiento de la crisis económica Argentina en 1952 (cf. Belini, 2014: 105). Según escribía Esteve el 16 de julio de 1953 en una carta que dirigió a Max Aub, la mala situación económica del país le había obligado hasta entonces a consagrarse al trabajo en detrimento de su tarea escritora (cf. Esteve, “Epistolario”, 1953: 40/1). Sin embargo, comentaba que para esas fechas ya había terminado de redactar su primera novela, La amenaza, y le pedía a Max Aub que le ayudara a publicarla10. Las gestiones de este no tuvieron éxito y la correspondencia se interrumpió hasta el 24 de julio de 1957, cuando Esteve envió a Max Aub varios ejemplares de su obra Búsqueda en la noche. El autor ya había conseguido publicarla en Argentina y le pedía a Aub que le ayudara a hacer lo propio con esta obra o con una versión nueva de La amenaza en otra editorial (cf. ibid., 1957: 40/4). Parece ser que Aub medió en
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La OIR fue la sucesora en 1946 de la Oficina Central para los Refugiados Españoles, creada en julio de 1945 bajo la responsabilidad del Comité Intergubernamental para los Refugiados (CIR), adscrito a las Naciones Unidas. Su función era auxiliar a los refugiados españoles que quedaban en Europa y que se encontraban en condiciones difíciles, facilitándoles un nuevo proceso de reemigración (cf. Pla Brugat, Pan, trabajo y hogar, 2007: 20). 10 María Teresa León puso en contacto con Aub a Arturo Esteve y a Eulogio Navarrete. Sin embargo, la relación entre Navarrete y Aub quedó dañada por la dura crítica del segundo al libro del primero (cf. Sánchez Zapatero, Max Aub, 2014: 42).
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ambos casos, puesto que Esteve afirmaba en una carta posterior que La amenaza “ya se encuentra en manos de editores” (Esteve, “Epistolario”, 1957: 40/7). No obstante, esta obra nunca llegó a publicarse. Max Aub también se ocupó de que se redactara una reseña de Búsqueda en la noche, que se publicó en julio de 1958 en el número seis del Boletín de Información de la Unión de Intelectuales Españoles11. Ese mismo año, Arturo Esteve se mudó a Mar del Plata (cf. ibid., 1958: 40/9). Las gestiones de publicación de Búsqueda en la noche en otra editorial, a la que Esteve se refería con el misterioso deíctico ‘esa’ en la carta de 24 de julio del mismo año (cf. ibid., 1957: 40/4), podrían ser las que cristalizaron en el intento fallido de EDAF, Ediciones y Distribuciones Antonio Fossati, de importar el libro a España el 14 de noviembre de 196412. Carlos Jiménez Margalejo nació en Madrid el 12 de marzo de 1918, se educó en el Instituto Escuela de Madrid y en 1935 inició en la misma ciudad sus estudios “de ciencias físico-químicas” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 381). Participó en la Guerra Civil como voluntario y ascendió con rapidez al grado de
11 La recensión compartió página con las de obras de autores como Celaya, Alberti, Antonio Machado y J. Sender, entre otros (cf. Unión de Intelectuales Españoles, 1945: 6 y 23). El boletín surgió en 1944 en Francia como órgano de expresión de los intelectuales españoles que trataban de luchar contra la dictadura a través de la difusión cultural del exilio. La Unión de Intelectuales Españoles reunía a españoles de todos los matices ideológicos con absoluta independencia respecto “a los diversos partidos y movimientos patrióticos españoles que se aprestan al rescate de España” (cf. ibid.: 2, 2-3). En 1956 se editó en México un boletín propio al que pertenece la recensión de Búsqueda en la noche. Para mayor información sobre el boletín de edición francesa, véase Salaün. Para mayor información sobre el boletín de edición mexicana, véase la introducción de Aznar Soler y Álvarez (2008). 12 Véase Ministerio de Información y Turismo (cf. 1964). El grupo editorial Edaf (hoy en día se ha “acronimizado” su escritura y su lectura) sigue existiendo. En su página web se encuentra la genealogía hispano-argentina de la empresa de la familia Fossati. Antonio Fossati Calvi, argentino, hijo de italianos emigró a España donde creó una distribuidora, hasta que la Guerra Civil le obligó a volver a Argentina. Con el fin del conflicto regresó a España, donde distribuyó ediciones argentinas. En 1957 creó la distribuidora EDAF en España. Hoy en día sigue teniendo sedes en Latinoamérica (cf. “Grupo EDAF”, 2015).
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capitán. El 28 de marzo de 1939 decidió huir con otros siete compañeros a Alicante, donde consiguió embarcar sin pasaporte en el Stanbrook. Allí permaneció durante varias semanas hasta que fue destinado a Camp Morand en Boghari. Poco después fue trasladado a Colomb Béchar, en las lindes del desierto del Sáhara, encuadrado en las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE)13. Tras unos meses de trabajo “de pico y pala” y una breve estancia en un centre de séjour surveillé, una compañía disciplinaria cuyo nombre no especifica, obtuvo un puesto técnico en una brigada topográfica. Con la llegada de los estadounidenses a Argelia en 1942, fue trasladado al frente de Túnez como ingeniero auxiliar para construir carreteras y pistas de aterrizaje. A finales de este año, decidió escaparse y asentarse en Orán, donde trabajó como delineante y como estibador en el puerto (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 383). Antes de que acabara la Segunda Guerra Mundial se trasladó a Casablanca y comenzó a trabajar en una empresa de construcción. Allí se casó y tuvo dos hijos. Su objetivo era asentarse en Casablanca hasta la caída del régimen franquista. Sin embargo, tras la independencia de Marruecos el 2 de marzo de 1956, decía no sentirse seguro en el país. Por esa razón, decidió renunciar al estatus de refugiado para poder trasladarse a Venezuela como inmigrante (cf. ibid.: 384). Por recelos ideológicos, Venezuela había restringido la acogida de exiliados a un número limitado de vascos y catalanes y de algunos refugiados en la República Dominicana14. Durante el trienio democrático
13 Véase Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado (cf. 2008: 383-384). Para situar estos campos en la geografía argelina, véase el mapa en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 75). 14 Véase J. Rubio, La emigración de la guerra civil 1 (cf. 1977: 196-197; 2, 468469) y Pla Brugat, “El exilio republicano español” (cf. 2004: 33). El dictador Leónidas Trujillo había aceptado la acogida de cinco mil exiliados para ejecutar su programa demográfico de blanqueamiento de la República Dominicana y para mejorar su imagen internacional tras la matanza de trabajadores haitianos en 1934 (cf. ibid.: 32-33). Romero Samper reduce la cifra a 3.132 refugiados (cf. El exilio republicano, 2005: 75). Sin embargo, el plan fracasó porque no existía la infraestructura necesaria para incorporar a los refugiados a la economía nacional (cf. Martín Frenchilla, 2007: 366). La mayoría cambió de país de exilio y veinte
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(1945-1948), con la Junta Revolucionaria y la presidencia de Rómulo Gallegos, se seleccionaba a los exiliados que iban a ser acogidos en función de la ideología que profesaban y de los recursos económicos de los que disponían (cf. Martín Frenchilla, 2007: 390). Se trataba así de evitar que perturbaran el orden político y social de la nación (cf. ibid.: 404). Por mediación de los cuáqueros, en 1946 embarcaron 113 refugiados residentes en África del Norte, Portugal y Gibraltar hacia Venezuela (cf. ibid.: 403). Entre 1947 y 1951, Venezuela suscribió acuerdos con la OIR, por los que recibió a 2.623 refugiados. Según Pla Brugat, a esta cifra que hay que sumarle los casi cuatro mil canarios que llegaron de manera ilegal (cf. “El exilio republicano español”, 2004: 33). Por lo tanto, el número de exiliados republicanos refugiados en Venezuela alcanza los ocho mil (cf. Martín Frenchilla, 2007: 418). Venezuela se convirtió así en el tercer país latinoamericano de acogida del exilio republicano español. A partir de 1952, Venezuela promovió una política migratoria de puertas abiertas (cf. ibid.: 339), de la que, seguramente, se vio beneficiado Jiménez Margalejo. A diferencia de la complicada situación económica a la que estuvieron abocados los exiliados en Argentina, la bonanza económica y el acelerado proceso de industrialización y de obras públicas venezolano generó una gran demanda de trabajos técnicos de la que se aprovecharon los refugiados sin grandes contratiempos (cf. ibid.: 428). Muchos de ellos, como el autor de Memorias de un refugiado, se reconvirtieron en inmigrantes económicos para poder acceder a un visado y, con este, al mercado laboral15.
años más tarde solo quedaban unas decenas de exiliados en la República Dominicana (cf. Pla Brugat, “El exilio republicano español”, 2004: 32-33). 15 Jiménez Margalejo afirma haber renunciado a su estatuto de exiliado para poder acceder al visado expedido por la España franquista. No explica los motivos, pero la política venezolana de apertura de las fronteras a emigrantes podría haberle llevado a tomar esta decisión. Según Alted Vigil, el régimen franquista promulgó un decreto en 1954 que permitió a los españoles regularizar su situación para volver a España o para dirigirse a otro país, previa obtención del pasaporte español en los consulados españoles de los países de exilio (cf. La voz, 2005: 378379). Jiménez Margalejo podría haberse beneficiado de este cambio legislativo.
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Una vez en Venezuela y, tras revalidar su título de bachillerato, Jiménez Margalejo formalizó sus estudios para obtener el título de ingeniero civil. Mientras tanto, trabajaba sin descanso para sacar adelante a su familia, sobre todo tras la defunción de su esposa (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 384). En 1963 se asentó con éxito y comenzó a escribir una veintena de relatos sobre su exilio (cf. ibid.: 385). De todos ellos, solo se han publicado dos: sus memorias de la Guerra Civil, Los que teníamos 18 (2000), en la editorial española Incipit Editores, y las de su exilio en Argelia, Memorias de un refugiado (2008), en Ediciones Cinca. Alted Vigil afirmaba en 2008 que conoció a Jiménez Margalejo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (cf. “Prólogo”, 2008: 12). La investigadora Nadia Bouzekri argüía, por su parte, en 2013, que el autor seguía residiendo en Caracas, por lo que puede deducirse que Jiménez Margalejo no llegó a mudarse a España (cf. Derrotados, 2013: 136). Los movimientos independentistas de Argelia, pero sobre todo los de Marruecos, alcanzaron su máximo auge a mediados de la década de los cincuenta. La decisión de Francia de desterrar al sultán pro independentista marroquí Mohamed Ben Yussel en 1953 provocó la radicalización de las demandas y de los medios de presión de los independentistas: los actos terroristas y las acciones de los grupos armados pro independentistas enrarecieron la situación del país y pusieron la seguridad ciudadana en jaque (cf. López García, 2013: 250). En Argelia, el movimiento independentista había ido afianzándose desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la guerrilla independentista no se unificó alrededor del Front de Libération Nationale (FLN) hasta 1954. Este frente no tardó en hacer público su brazo armado paramilitar y en exigir la independencia del país (cf. Segura, 1994: 158). Un año antes, Arturo Esteve, el autor de Búsqueda en la noche, dirigía una carta a Max Aub desde Argentina, de lo que se puede deducir que ya había emigrado a América Latina (cf. Esteve, “Epistolario”, 1953: 40/1). Marruecos siguió el ejemplo de Argelia y en 1955 formó un Ejército de Liberación Nacional para atentar contra el colonizador. Francia, por su parte, contrarrestó los ataques con brutalidad. Tras varios intentos fallidos de negociación, Francia accedió a negociar con el que
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el pueblo marroquí reclamaba como su sultán: Mohamed Ben Yussel. Este regresó a Rabat el 16 de noviembre de 1956 como Mohamed V y anunció el final del protectorado francés. Ese mismo año, Jiménez Margalejo, el autor de Memorias de un refugiado, abandonaba el país. Decía no sentirse seguro bajo el gobierno de quienes lucharon en el bando franquista durante la Guerra Civil (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 384). Independientemente de cuáles fueran los motivos que llevaron al autor a tomar esta decisión, los datos apuntan a que los roces entre europeos y árabes fueron exacerbándose y que la mayor parte de la población española fue saliendo del país (cf. López García, 2013: 252; Palacio Pilacés, 2010: 374). En abril del mismo año, Franco reconocía la independencia del protectorado de Marruecos para evitar tener que librar una guerra de liberación que emborronara su imagen internacional (cf. ibid.: 356). En 1957, Arturo Esteve publicaba Búsqueda en la noche. Esta obra autoficcional se encuadra en la tendencia típica de las obras del corpus de las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en Francia publicadas en los años cincuenta de recurrir a lo literario para articular su experiencia del exilio16.
16 Véase Simón Porolli, La escritura de las alambradas (cf. 2012: 83). Se trata de tres cuentos, siete novelas, una obra de teatro y cuatro poemarios en un total de veintisiete obras publicadas con temática concentracionaria entre 1940 y 1950 (cf. Sicot, 2008). Si se incluyen las obras sobre el exilio que descarta Sicot en su último corpus —“Literatura y campos franceses de internamiento” (2010)— por no narrativizar exclusivamente la experiencia concentracionaria, el número total de obras asciende a las treinta y seis. No se puede hacer una comparación en mayor profundidad entre el corpus francés metropolitano y el argelino a partir de las obras de Simón Porolli, ya que en su análisis de las obras de los años cincuenta incluye Destins de Cid i Mulet, obra escrita en 1941, aunque publicada en 1947, y Así cayeron los dados de Botella Pastor (1959). Esta última obra no se puede considerar autobiográfica, puesto que el autor no vivió la experiencia que narra (cf. Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 163). La obra de Del Castillo, El incendio. Ideas y recuerdos (1954), que Simón Porolli también incluye en el corpus de su tesis doctoral, no concuerda tampoco con los criterios de selección del corpus de este trabajo.
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Mientras tanto, en España, la crisis social y política llevaba a Franco a reformar su gobierno y a integrar en él a tecnócratas del Opus Dei17. Estos se encargaron de “completar el perfil institucional del régimen bajo la fórmula monárquica tradicional” (Moradiellos, La España de Franco, 2000: 133). También se ocuparon de reformar la Administración y de impulsar planes de estabilización y de liberalización económica que pudieran industrializar rápidamente el país (cf. ibid.: 118). La transformación económica hizo que los hábitos de la población española se modernizaran de manera considerable, lo que contrastaba con la escasa evolución de la estructura autoritaria del régimen (cf. Di Febo y Juliá, 2005: 108). A comienzos de la década de los sesenta, la oposición en el exilio se reorganizaba y retomaba la relación con la oposición del interior, de varias generaciones y tendencias políticas. Este acercamiento culminó en 1962 con su reunión en Múnich con motivo del IV Congreso del Movimiento Europeo. Allí, la mayoría de los grupos de la oposición —a excepción de los anarquistas y de los comunistas— (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 161) llegaron a un acuerdo sobre los principios que los unían: el europeísmo (cf. Bachoud y Dreyfus-Armand, 1997: 84-86) y “la aceptación común de los derechos del hombre, de las instituciones representativas, así como de la identidad de las regiones y la posibilidad de organizar partidos y sindicatos” (Tusell, La España de Franco, 1989: 161). La campaña mediática con la que Franco respondió a esta reunión tuvo un éxito innegable: tachó el congreso de “contubernio” y, como medida ejemplarizante, confinó en Canarias a los participantes que no optaron por el exilio (cf. ibid.). Los acuerdos de marzo de 1962, aprobados por referéndum popular un mes más tarde en Argelia, confirmaron la independencia del antiguo département francés tras una guerra larga y cruenta. Como consecuencia, los refugiados españoles sufrieron un segundo exilio en términos sociopolíticos. Tuvieron que abandonar el país al ser
17 Ullastre, uno de los tecnócratas, explicaba esta denominación de la siguiente manera: “nombre que nos asignan a veces a quienes estamos preocupados con los problemas empíricos” (citado en De Miguel, 1975: 224).
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“abyectados” del imaginario nacional argelino en cuanto que ‘rumís’, blancos cristianos. Mientras tanto, al otro lado del mediterráneo, Franco acogía en España a los miembros de la OAS (cf. Thénault, “L’OAS à Alger”, 2008: 979; Bachoud, “Exilios”, 2002: 101). En 1964, Jiménez Margalejo terminaba de escribir sus memorias en Venezuela en un contexto editorial en el que esta modalidad comenzaba a adquirir tal preponderancia en el corpus del exilio francés (incluyendo el argelino) que casi equiparaba a las obras de tipo literario18. Paralelamente, en España, se radicalizaban las denuncias contra la dictadura en numerosas huelgas estudiantiles y obreras. La dura represión y los estados de excepción con los que el régimen hacía frente a la disidencia provocaban un incremento de la participación y del apoyo del mundo intelectual. La represión desentonaba mucho con la retórica grandilocuente que utilizó el régimen en su campaña de propaganda de los “veinticinco años de paz” de 1964. Esta celebración puede considerarse, junto con la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 y el referéndum (obligatorio) del mismo año sobre la Ley Orgánica del Estado, el punto culminante del cambio de retórica legitimista del régimen de Franco. El dictador español abandonaba el discurso belicista de vencedores y vencidos en beneficio de un tono “más conciliador” (Carrillo Navarro, 2011). El nuevo discurso relacionaba el régimen franquista con el desarrollo y la prosperidad económica, lo que garantizaba, a su vez, la paz y la estabilidad, condición sine qua non para asegurar un mayor desarrollo y una mayor prosperidad. Franco se convertía, así, en imprescindible para España. Él era el único que podría evitar el caos derivado de un posible estancamiento económico y del malestar social que este produciría. Además, se advertía de forma velada que un cambio de líder conduciría inevitablemente a
18 Véase Sicot, “Literatura española” (cf. 2008). Se trata de seis memorias y de siete productos literarios publicados durante la década de los sesenta. Sin embargo, el corpus no está actualizado, por lo que la obra de Jiménez Margalejo, escrita en 1964, aunque publicada en 2008, no está incluida en el corpus de Sicot publicado ese mismo año. Antes de la década de los sesenta, cuando se generaliza el uso del término ‘memorias’, era usual denominar a este tipo de escritos “crónicas o reportajes” (Simón Porolli, La escritura de las alambradas, 2012: 114).
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otra guerra civil (cf. Aguilar Fernández, Memoria y olvido de la Guerra Civil, 1996: 186; Di Febo y Juliá, 2005: 116). Este giro discursivo en la retórica identitaria del franquismo supuso además un cambio en la producción del ‘otro abyecto’: en un primer momento el bando perdedor se instituía como el epítome del mal al que había que aniquilar por su peligrosidad. Sin embargo, a partir de los años sesenta, el franquismo, el juez del apóstrofe en términos loureirianos, se decantó por otro tipo de discurso para construir al ‘rojo19’. Hasta entonces, los narradores exiliados se habían aprovechado del auge de las editoriales hispanoamericanas que tuvo lugar en la década de los cincuenta. La mayoría de las obras se habían publicado en México y en la Argentina en la que vivía Arturo Esteve, que experimentaba una “época de oro de la industria editorial20”. Desde finales de la década de los cincuenta y hasta 1965, coincidiendo con el éxito del boom de la literatura hispanoamericana, se produjo en España una paulatina relajación de la censura. Estas circunstancias y la crisis de la industria editorial hispanoamericana, sobre todo de la Argentina, posibilitaron la tímida entrada en España de las primeras obras escritas por exiliados. Entre ellas se encuentran Historias de macacos de Francisco Ayala, publicada durante el ministerio de Ruiz Giménez en 1955, Vint-i-dos contes de Mercè Rodoreda en 1958, y ya en 1960, El centro de la pista de Arturo Barea21. Esta aparente liberalización cultural, que alcanzó su punto álgido con la puesta en marcha de la
19 En “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’”, se desarrolla la idea de que la ‘escritura del yo’ es una manera de reaccionar ante el juez del apóstrofe, el ‘otro político’ en términos retóricos (cf. 131). 20 De Diego (2006: 96). Desde la Guerra Civil española hasta 1953, Argentina había superado a España en el liderazgo de títulos anuales publicados en español. Véase al respecto Larraz, “¿Un campo editorial?” (cf. 2014: 128) y De Diego (cf. 2016: 103-105). 21 Véase Larraz, “La ‘operación retorno’” (cf. 2011: 172). También surgían las primeras menciones a escritores exiliados en historias de la literatura española, como en La novela española contemporánea de Eugenio de Nora, de 1958, Hora actual de la novela española, de Juan Luis Alborg en 1963 y Narrativa española fuera de España, de José Ramón Marra López en 1963 (cf. Larraz, El monopolio, 2009: 240; Conte, 1970: 10). Para comprender el papel del exilio republicano
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Ley de Prensa e Imprenta de 1966, tenía como objetivo la propagación de la nueva imagen de Franco como pater patriae de todos los españoles dentro y fuera de España22. No obstante, la retórica en nada se correspondía con la realidad, como evidencia el ajusticiamiento del comunista Julián Grimau en 1963 por cargos que se remontaban a la Guerra Civil (cf. Di Febo y Juliá, 2005: 116). En España, hasta la década de los sesenta, solo se habían publicado cuatro obras de exiliados. El numero de importaciones es también reducido: solo se permitió la entrada de doce títulos de los veintinueve para los que se solicitó el permiso de publicación hasta 1961 (cf. Larraz, “La ‘operación retorno’”, 2011: 173). Como ya se ha observado, el intento de importación de Búsqueda en la noche de Arturo Esteve a España a través de la EDAF en 1964 no formó parte de este reducido número. Como consta en el expediente n.° I.- 1238-64 de la “Relación de obras para visado” que se encuentra en el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares, la publicación de la obra de Esteve fue denegada (cf. Ministerio de Información y Turismo, 1964). En el expediente se arguye que era una “novela de un exiliado de la guerra española23”, cuya temática iba “contra España y contra la religión”. La obra de Carlos Jiménez Margalejo tuvo aún menos suerte: su exilio en Venezuela y su falta de contactos en las altas esferas intelectuales —a diferencia de los de Arturo Esteve— imposibilitaron la publicación de sus memorias hasta el “boom de la memoria histórica” en España en la primera década del siglo xxi.
en el mercado editorial español, véase de Sagastizábal (1995); De Zuleta (1999); Espósito (2010) y Larraz, “Los exiliados” (2011). 22 Di Febo y Juliá consideran la película Franco, ese hombre (1964), de Sáenz de Heredia, la consagración de Franco como “pater patriae en versión cotidiana, guardián atento de la salvación de España durante los 25 años de gobierno” (2005: 116). Lo mismo opina Sánchez Biosca sobre la representación de Franco en el NO-DO en ese mismo periodo (cf. “Les actualités”, 1997: 78). 23 Ibid. Para facilitar la lectura del texto, en lo siguiente no se añade ibid. en este tipo de casos en los que la cita marcada entre comillas se encuentra en la misma página de misma fuente bibliográfica a la que se ha hecho referencia entre paréntesis en la cita inmediatamente anterior.
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En el siguiente capítulo se analizan los elementos peritextuales de ambos textos para enmarcarlos en las condiciones de enunciabilidad propias del ‘archivo’ de cada periodo de publicación24. Así, se pretende, sobre todo en el caso de la obra de Jiménez Margalejo, marcar los aspectos relativos a la memoria y a la identidad que aportan los elementos peritextuales añadidos en el contexto de publicación de 2008.
4.2. Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve (1957), y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo (2008) Si bien los itinerarios de Esteve y Jiménez Margalejo se bifurcaron geográficamente con su salida de Argelia en la década de los cincuenta, existen ciertos paralelismos en lo que a su “primer” exilio se refiere. Ambos ocuparon posiciones de mando durante la Guerra Civil y huyeron con el Stanbrook hacia este département francés. Tras un paso obligado por los durísimos trabajos de “pico y pala” en el desierto, los dos consiguieron puestos en las oficinas de los campos que mejoraron sustancialmente sus condiciones de vida. Asimismo, ambos salieron de Argelia durante el auge del nacionalismo autóctono en los años cincuenta. Sin embargo, los peritextos de sus obras son tan diferentes que desvían la atención de la propuesta común que hacen ambos textos en su entramado del exilio en Argelia. A continuación, se examinan, en primer lugar, los elementos ‘peritextuales editoriales’ de las obras —las cubiertas, contracubiertas y solapas— para después pasar, en segundo lugar, al análisis de los ‘elementos peritextuales’ autorales de las mismas —prólogos, dedicatorias y apéndices—. La cubierta de Búsqueda en la noche plasma una escena que protagoniza en el espacio diegético el personaje Vicente durante su estancia en el campo de Bou Arfa. Debajo del nombre del autor, que preside la página en la parte superior con letras impresas de color negro y de
24 Para una definición más detallada de ‘archivo’, véase “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” (cf. 123).
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Ilustración 3: cubierta de Búsqueda en la noche (Esteve, 1957)
tamaño importante, aparece un dibujo de fondo azul, que delimita estructuralmente el espacio ficcional del “referencial”. Dentro del espacio ficcional se sitúa una ilustración que delinea unas vías de tren de trazo simple y un perro-lobo blanco aullando en el centro. A la izquierda de las vías aparecen triángulos blancos rodeados de líneas de trazos más detallados, que representan un cercado de espino que circunscribe las más abstractas tiendas de campaña o marabouts. En la esquina derecha de la cubierta surge la silueta de un hombre desnudo con los brazos y la cabeza levantados hacia una noche estrellada y a caballo entre dos mundos. La cabeza y la parte delantera del cuerpo en negro entran en el espacio ficcional, de fondo azul, mientras que la espalda y el brazo derecho de la silueta, que quedan fuera del dibujo, pero dentro del mundo referencial, son de color blanco. El título de Búsqueda en la noche aparece en la parte superior del dibujo sobreimpuesto en blanco, pero sobrepasando sus límites e irrumpiendo en el espacio “referencial”, donde las letras retoman el color negro.
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El juego con los niveles propone un modo de lectura ambiguo entre una lectura referencial y una ficticia. Sin embargo, la simplicidad de los trazos y su grado de abstracción dificultan la contextualización de la obra en un espacio y en un tiempo de referencia determinados. Esto hace que la especificidad del drama del exilio argelino pueda pasar desapercibido para los no entendidos. Lo que no pasa desapercibido es lo dramático del típico gesto existencialista de la silueta humana con los brazos y la cabeza en alto junto a un perro aullando. Este gesto pone de relieve, junto con el título metafórico y la relación intertextual con El lobo estepario de Herman Hesse, que la obra trata de un individuo que busca sentido a su vida, a pesar de estar todavía afectado, en parte, por “la noche” del mundo ficcional, metáfora del estado psicológico-emocional del autor/narrador25. La cubierta coincide en esto con la tendencia del resto de los peritextos de las obras publicadas sobre el exilio español en este periodo26. Así, al descontextualizar la especificidad del sufrimiento por medio de la abstracción, los elementos peritextuales icónicos y textuales de la cubierta proponen una lectura con tendencia a lo universal y no a lo particular de la experiencia narrada. Tan solo la información textual de la solapa, que expresa que la obra recoge la experiencia de “un grupo de españoles exiliados a consecuencia de la guerra civil, [que] construyen el ferrocarril Transahariano” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: solapa), ayuda a contextualizar la obra. Asimismo, la información de la solapa enmarca el relato dentro del género autobiográfico al comentar que el autor de la obra vivió durante varios años en los campos de concentración del norte de África. El resto del aparato peritextual de Búsqueda
25 Es probable que fuera una decisión consciente por parte del editor de El lobo estepario. Las primeras versiones en castellano circularon en España en 1931 en publicaciones de las editoriales Cenit y Argis, en Argentina en 1943, de la mano de la Editorial Futuro, y en México en 1946 a través de la editorial Colón. Cabe destacar, a modo de anécdota, que estas primeras ediciones añadieron a la traducción del título original un subtítulo entre paréntesis: “(solo para locos)”. 26 Se llega a esta conclusión a partir de un análisis de las cubiertas de todas las obras del corpus de Sicot “Literatura y campos franceses” (2010), publicadas en este periodo.
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en la noche se reduce a un índice de contenidos y una dedicatoria de alusiones intertextuales con las bienaventuranzas: “a los rebeldes de espíritu” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: dedicatoria).
Ilustración 4: cubierta de Memorias de un refugiado (Jiménez Margalejo, 2008)
La información icónica de la cubierta de Memorias de un refugiado sitúa al lector en un tiempo histórico concreto. La fotografía plasma un primer plano del Stanbrook en el puerto de Alicante antes de su salida hacia Argelia. El nombre del barco se lee rotulado en la propia popa en el mundo icónico, por lo que la relación semántica es unívoca. El título, colocado justo encima del mástil del barco en caracteres azules, termina de contextualizar el momento histórico para los menos entendidos al emplazarlo geográfica —norte de África— y temporalmente —1939-1956—. La utilización del término ‘refugiado’ en vez de palabras en el campo semántico del exilio, así como el fondo verde manzana, suavizan el dramatismo y, por tanto, disminuyen el énfasis en lo subjetivo de la codificación narrativa del recuerdo. El título también circunscribe el libro dentro del género de las memorias.
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Encima de este aparece el nombre del autor en blanco, en caracteres de menor tamaño que los utilizados para el título. De esta manera, resta visualmente importancia al sujeto-autor frente a la información referencial del título. Asimismo, su circunscripción dentro de la Colección Testimonio en la franja superior azul resta importancia a la excepcionalidad de la experiencia del sujeto-autor para convertirla en una voz más entre otras dentro de la colección27. A pie de página, en la esquina inferior derecha se superpone el logotipo de la Fundación Largo Caballero y en la izquierda, el de Ediciones Cinca. En la contraportada aparece también el logotipo del Ministerio de Cultura del Gobierno de España, bajo el que se explica que el libro ha sido subvencionado por la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas para su préstamo en bibliotecas públicas. Estos elementos señalan el compromiso institucional característico de la coyuntura de la recuperación de la memoria histórica en la que se publicó el libro en 2008. Los epígrafes realizan una operación aparentemente contraria a la contextualización referencial del título. En la página derecha, que precede al índice de contenidos, aparecen dos epígrafes: el primero reproduce partes del “poema de los dos exilios” del judío sefardí-andalusí Moseh Ibn Ezra que hacen referencia al dolor del exilio como destino. El segundo es una cita de León Tolstoi, en la que se defiende la preponderancia del amor a la verdad por encima del amor a la patria, al partido y a uno mismo. Los epígrafes comparan diferentes exilios en el tiempo y en el espacio y al hacerlo los despojan de los motivos que los causaron. De este modo, se produce una tendencia a universalizar el exilio que despolitiza el exilio republicano español. La idea de
27 La Colección Testimonio de Ediciones Cinca abarca obras secundarias de corte histórico, como La Mesopotamia de América Latina. Breve historia del Paraguay, de Cabello Sarubbi (2011), y estudios culturales de tipo jurídico, como Derecho del trabajo según Sancho Panza de Loy (2009) o La economía al alcance de los economistas de Lucena Bonny (2006), un libro de carácter reivindicativo sobre las consecuencias sociales y jurídicas del mal uso de la economía. Parece que esta práctica no es nueva. Algunas obras sobre el exilio republicano en la Francia metropolitana publicadas en los setenta aparecieron en colecciones igual de heterogéneas (cf. Simón Porolli, La escritura de las alambradas, 2012: 123).
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Tolstoi de que la verdad está por encima de cualquier patria, partido o individuo se autoriza al emplazarla en el espacio del epígrafe, lo que refuerza la despolitización del exilio. Asimismo, si se tiene en cuenta que el epígrafe cumple con la función de resumir el tono de una obra, podría deducirse que el peritexto de la obra de Jiménez Margalejo sugiere que el texto que se presenta a continuación es veraz y objetivo. Tras un índice de contenidos muy exhaustivo, el prólogo de Alicia Alted Vigil sitúa la fotografía de la cubierta en marzo de 1939 en el puerto de Alicante y la contextualiza en la biografía de Jiménez Margalejo hasta llegar a su encuentro en el círculo de Bellas Artes de Madrid. Allí fue donde la catedrática se enteró de la existencia de los manuscritos inéditos que, según afirma, constituyen “un excelente testimonio histórico” (“Prólogo”, 2008: 12). La riqueza cognitivoreferencial de sus memorias le convenció tanto que decidió encargarse de mediar en la gestión editorial del manuscrito con la Fundación Largo Caballero. El prólogo concluye haciendo hincapié en la necesidad de extrapolar el “componente esencial de subjetividad” de la obra (ibid.: 12) para poder utilizar esta “valiosa fuente para el historiador”. De este modo, Alted Vigil señala la función cognitivo-referencial de Memorias de un refugiado como su valor más importante, y marca, en consecuencia, su modo de lectura28. A continuación, aparece una nota del autor redactada en el contexto de la publicación, en la que describe su libro como un “relato que cuenta las vicisitudes del protagonista, luchando por conservar entre elementos adversos, sus convicciones de 1936” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 13, destacado de la autora). La elección de las palabras ‘relato’ y ‘protagonista’ no deben pasar desapercibidas, ya que caracterizan la narración y su función de manera esencialmente diferente a lo propuesto por el resto del aparato peritextual. Se trata de “explicar e informar a quienes en España afrontaron con dignidad la derrota cómo fue el calvario de los que tuvieron que marcharse”. El énfasis del autor radica en el análisis de
28 Este también es el comentario de una de las dos reseñas aparecidas sobre la obra (cf. Aroca Mohedano, 2009: 319).
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las vivencias dolorosas del exilio que minaron su integridad en los campos de concentración, a lo que, afirma, no consiguió recuperarse del todo. Además, considera, a pesar de su uso de la tercera persona del plural durante toda la nota del autor, que sus vivencias “no se pueden generalizar” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 13), puesto que cada uno “vivió la muerte lenta de aquellos terribles años a su manera. [...] Si cada uno contase las suyas, del conjunto, si [sic] se podría hacer Historia, de una particularización como ésta, no”. De esta manera, el autor se deslinda, en parte, de la apariencia de objetividad proporcionada por el aparato peritextual de tipo editorial. El libro está estructurado en dos partes, subdivididas a su vez en títulos temáticos sin numerar, ordenados cronológicamente desde el final de la Guerra Civil hasta 1956. No obstante, al igual que ocurría con la especificación temporal del título de Diario de Gaskin, la amplitud del periodo que afirma tratar Jiménez Margalejo no corresponde fielmente a la de su título. Si bien es cierto que el autor vivió en Argelia hasta 1956, el 98% de la obra se centra en la narrativización del periodo que discurre entre 1939 y 1945. Al cuerpo del texto le sigue un epílogo en el que el autor reacciona a la lectura de su obra en 2008, en la que, afirma: “[h]e encontrado las mismas emociones primarias de cuando lo redacté” (ibid.: 376). Sin embargo, dice sentir la necesidad de completarlo (cf. ibid.: 378). Este comentario, además de ser la prueba de que la versión de la memoria del exilio y de la identidad que entrama ha sido redactada en el contexto sociohistórico de 1964, da también pistas de los aspectos que considera fundamentales en 2008. Si en 1964 no pensaba que fuera pertinente entrar en detalles sobre los hechos históricos que le hicieron abandonar Marruecos en 1956, en el momento de la publicación cree fundamental interpretar en el epílogo los hechos históricos que llevaron a los españoles a “escapar de la verdadera ratonera donde nos encontrábamos metidos por las circunstancias totalmente adversas” (ibid.). Los comentarios sobre la independencia de Marruecos mantienen el tono racista de 1964 al referirse a los marroquíes “como temibles por sus instintos primariamente salvajes” (ibid.: 377). En la misma línea enfatiza la inevitabilidad de su huida de Marruecos, regido por uno de los “generales de confianza del sultán, Mizzián, famoso en esa guerra española, donde alcanzó el generalato al mando de los
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Regulares Marroquíes [...] que colaboraron abiertamente con Franco” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 377-378). El epílogo finaliza con un tono desencantado que destaca con el ímpetu y el optimismo con el que concluye el texto de 1964. Además, en 2008 el autor articula su identidad en relación con la Segunda República, a la que se refiere sinecdóticamente como la “España moderna, cuyo máximo exponente fue el Instituto Escuela” (ibid.: 380). Esta identidad la considera “iluminada por los atroces fulgores de una guerra civil”. Es decir, la identidad de la Segunda República, que en 1964 trataba de ser “abyectada” literalmente a través de su destrucción física durante la Guerra Civil, se narrativiza como un punto culminante en el entramado retrospectivo de la misma experiencia en 2008. El peritexto de Búsqueda en la noche es mucho más reducido que el de Memorias de un refugiado, lo que va a la par con el carácter metafórico y no referencial de los elementos peritextuales de la autoficción de Esteve en el contexto de escritura y publicación de 1957. Estas características contrastan también con la voluntad de objetividad referencial del aparato peritextual de Memorias de un refugiado, diseñado en 2008. En el próximo apartado se procede al análisis de ambas obras desde el punto de vista del tiempo de la escritura y no del de la publicación29.
4.3. La autoficción y las memorias en el boom del mercado editorial hispanoamericano En el apartado anterior se ha examinado, tanto el contexto sociohistórico en el que Arturo Esteve y Carlos Jiménez Margalejo escribieron sus obras, como los elementos peritextuales de las mismas. En este apartado se define brevemente la modalidad de la escritura del yo en la que se inscribe cada obra y después se examina cómo ambas narrativizan la experiencia del exilio argelino como respuesta a una
29 El contexto de publicación de esta obra (2008) se analiza con mayor detenimiento en “7.1. La escritura de la segunda generación del exilio en el cambio de siglo (1996-2014)” (cf. 505-513).
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concatenación de traumas causados por las múltiples abyecciones a las que tuvieron que hacer frente desde el final de la Guerra Civil hasta su salida de Argelia. Búsqueda en la noche corresponde a la modalidad de la ‘autoficción’. Esta se entiende, según la definición de Doubrovsky del término, como una narrativización subjetiva del recuerdo de hechos autobiográficos que se ficcionalizan con el objetivo de recuperar lo reprimido de las profundidades del ‘yo’ (cf. Gasparini, 2011: 15). Esta modalidad incorpora así la experiencia del psicoanálisis como temática y en su producción (cf. Doubrovsky, “Autobiographie/Verité/Psychanalyse”, 1980: 77). Esta concepción permite concebir el ejercicio de la ‘autoficción’ como un acto performativo relacional liberalizador, tanto en su forma de enunciación, que opera fuera de cánones y de sintaxis estilísticos normativos, como en su función, que dota a “[l]es humbles, qui n’ont pas droit à l’histoire” (ibid.: 90) de los medios para interpretarse retrospectivamente. Memorias de un refugiado se inserta dentro de la modalidad de las ‘memorias’. La importancia del recuerdo de lo subjetivo y de la interioridad en la obra de Jiménez Margalejo —un rasgo más típico de la modalidad de la ‘autobiografía’— y la estructuración de esta subjetividad alrededor de acontecimientos sociohistóricos de un periodo vital determinado con pretensión de objetividad —un rasgo típico de la modalidad de las ‘memorias’— (cf. Quinby, 1992: 299; Neumann, 1970: 11; Gusdorf, Lignes de vie 1, 1991: 182; Lignes de vie 2, 1991: 466) permiten caracterizar la escritura del yo de Jiménez Margalejo como una ‘autobiografía de la supervivencia’. Este concepto fue acuñado por Russel Hart en “History Talking to Itself: Public Personality in Recent Memoir” (1979) para definir el ambiguo posicionamiento de las memorias de finales de los años setenta30. Memorias de un refugiado
30 Según el autor, las memorias de los años sesenta se encontraban en la intersección de lo colectivo y de lo individual, ya que, por un lado, despreciaban lo privado, pero, por el otro, situaban lo personal en lo público. Russel Hart afirma que esto ocurría en un momento de transición entre el narcisismo que diagnosticaba Sennett en The Fall of Public Man (1977) y un compromiso con la trascendencia personal (cf. Hart, 1979: 209).
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no solo coincide en esta vacilación y oscilación entre ambas modalidades, sino que puede considerarse una ‘autobiografía de la supervivencia’ en su sentido más literal, puesto que codifica el recuerdo de la reacción del sujeto ante las realidades a las que ha sobrevivido de manera retrospectiva: la guerra, el exilio y los campos de concentración. Se entiende el concepto de ‘trauma’ como el efecto físico y psíquico devastador que provoca una experiencia violenta de intensidad extrema en la memoria y en la identidad de un individuo. Este trabajo no suscribe la concepción deconstructivista radical del trauma de corte posmodernista que, encerrada en su convicción de que la experiencia traumática no es representable a través del lenguaje, desemboca en conclusiones aporéticas, ahistóricas y fatalistas sobre la incapacidad de restablecimiento del individuo. Estas conclusiones ni se sostienen empíricamente ni muestran respeto hacia la agencia de aquellas personas que sufren bajo los efectos de un trauma31. El estado de la investigación actual en psicología prueba los beneficios que tiene la escritura sobre situaciones vitales traumáticas o experimentadas como altamente estresantes en la salud psíquica (cf. Andersson y Conley, 2013; Knaevelsrud y Böttche, 2013 y Chiantaretto, 1995). No obstante, tampoco se suscriben aproximaciones “redentistas” que promueven la ilusión de curación completa a partir de una superación absoluta del pasado traumático. Más bien se opta por una alternativa que supera la dicotomía aporética-redentista y considera que es posible mitigar los efectos del trauma redirigiendo sus síntomas a través de una articulación viable de lo emocional, de lo cognitivo y de su representación (cf. LaCapra, 2004: 119).
31 Véase a este respecto la crítica de Kansteiner (cf. 2004: 115-119) a la teoría del trauma de Caruth o Felman, entre otros. Considera que usan esta teoría como excusa para ilustrar metafóricamente los límites de la representación del lenguaje o para hacer especulación ontológica. Véase también la crítica de Trezise a la irrespetuosa manipulación de las fuentes testimoniales orales que lleva a cabo Laub en “Bearing Witness” (1991) y en “An Event without a Witness” (1991). Según Trezise, Laub lo hace para estetizar y justificar sus conclusiones, que se basan también en una aproximación deconstructivista del trauma (cf. 2008: 7-32).
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Así pues, este trabajo se interesa por la relación dialéctica de los efectos físicos y psíquicos provocados por un trauma en la identidad personal y por la representación retrospectiva de su recuerdo a través de la escritura del yo. En este sentido, se analiza cómo se presenta, en una primera fase narrativa-identitaria, el “trabajo” en la Guerra Civil y en los campos de concentración en Argelia como el origen de un trauma o de la ‘vecindad del trauma’ (cf. Cvetkovich, 2003: 3) y de la consecuente interrupción de la identidad psíquica de la personalidad (cf. Malabou, The New Wounded, 2012: 212). Se examina cómo las obras representan las maneras en las que los traumas provocan una metamorfosis física en el cerebro de los narradores y/o personajes, creando así, literalmente, un “nuevo” individuo (cf. ibid., “Formas de destrucción”, 2012: 119). Estos cambios físicos producen la represión inconsciente de ciertos recuerdos asociados o no con hechos traumáticos que se manifiestan inesperadamente de manera intrusiva y repetitiva (cf. Leys, 2000: 2). También, tomando prestado el concepto de Barad, se considera que estos cambios inhiben la capacidad física y psíquica de response-ability, de respuesta y de responsabilidad hacia el ‘otro’ en relación con el cual se constituye socialmente la identidad personal (cf. 2012: 215). El análisis textual se estructura siguiendo la temporalidad tripartita de los productos culturales. El objetivo es poder dilucidar así la evolución identitaria y de la memoria del exilio que proponen los autores en reacción a lo que se representa como un trauma al que se hace frente. En una primera fase los narradores plasman su percepción de que han perdido su identidad a causa del trauma de la Guerra Civil y de su internamiento en diferentes tipos de campos de concentración (4.3.1.). En estos mismos espacios y tras su paso por los centres de séjour surveillés los narradores tratan de reintegrar una “nueva” identidad a través de la abyección de una multiplicidad de ‘otros’ en una segunda fase autoanalítica (4.3.2.). Por último, la narración se dedica a poner en escena una identidad restablecida a través de la escritura como terapia en el campo de concentración, en el caso de Esteve, y en ambos casos, tras un proceso de ‘sublimación’ de la energía pulsional en energía social a través de la recuperación de la ‘creencia’, siguiendo su conceptualización por parte de Stiegler (4.3.3.).
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Este autor entiende el concepto de ‘sublimación’ como un proceso contingente por el que toda energía pulsional o libidinal —el objeto de todas las inversiones del deseo humano— se transforma en energía social32. Stiegler retoma el concepto de la teoría psicoanalítica de Freud y lo reelabora a partir de un análisis de cómo el capitalismo destruye los dispositivos de sublimación a través de la racionalización de lo sublime con fines económicos (cf. Économie de l’hypermatériel, 2008: 44). Defiende que de este modo la creencia en lo incalculable que conduce a la sublimación se convierte en confianza a través de su matematización, calculable en términos económicos (cf. ibid.). Según el autor, esto provoca el fin de la singularidad de la creencia, que es el cemento de la unión social. El fracaso de la creencia lleva, además, a una falta de compromiso y de responsabilidad a nivel social, lo que, a su vez, conduce al aislamiento y a la desubjetivización (cf. ibid.: 62). Por ello, Stiegler considera que el único camino de la sublimación, y por tanto, de lo social, es la creencia en objetos inconmensurables, no-calculables, singulares (que no particulares) y, por lo tanto, incomparables (cf. ibid.: 48-49). Por último, desde un punto de vista fenomenológico, se concluye, además, que las escrituras del yo sobre el exilio republicano en Argelia en esta segunda etapa de articulación del recuerdo de la experiencia sirven a los autores de ‘trabajo e-laborativo’ en el momento de la escritura por el carácter autobiográfico de la misma33.
32 Véase Stiegler, Économie de l’hypermatériel (cf. 2008: 20). Véase también Stiegler, “La question de la singularité” (cf. 2005: 00.12.00). Se considera que la pulsión sexual es un tipo de pulsión que no es ni más importante, ni más preponderante que las demás (cf. Malabou, The New Wounded, 2012: 35; Stiegler, “La question de la singularité”, 2005: 00.12.00). Se propone así una lectura dialéctica y complementaria de la tendencia al vitalismo de Stiegler y del materialismo antideterminista de Malabou. Se comprende que los fenómenos psíquicos corporales y los contextos en los que estos se ven imbuidos se retroalimentan. 33 Simón Porolli apunta en cierto sentido hacia esta interpretación cuando afirma en su reseña de la obra de Jiménez Margalejo que sus memorias son “la crónica de un aprendizaje” (“Jiménez Margalejo”, 2008: 502).
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4.3.1. La desintegración del ‘yo’ frente al trauma de la Guerra Civil, el exilio y el internamiento ... en Búsqueda en la noche “Considero necesario presentarme a mí mismo en primer lugar, porque este escrito no es tan solo un producto de mi imaginación” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 9). El narrador extra-homodiegético Federico Bonastre, el trasunto literario principal del autor Arturo Esteve, abre Búsqueda en la noche a modo de falso prólogo para situar su narración en la modalidad de la ‘autoficción’. En sus palabras: “[l]os sujetos que describo en él han existido, las escenas y hechos se han producido, y creo necesario dar una idea de quién es el que relata y hasta dónde llega su intervención en la forma. [...] He muerto y me he reencarnado en mí mismo”. Esta metáfora sobre lo que el narrador percibe como una ruptura en su ciclo vital le ayuda, por un lado, a cumplir el objetivo de “dar una idea de quién es el que relata”. Considera que su primera vida finalizó el día en el que “aquel proyectil del quince y medio estalló en mis pies enviándome por el aire a quince metros de distancia” (ibid.: 10) durante la Guerra Civil. De este modo, sitúa la causa de los efectos físicos y psicológicos que transformaron su manera de ser, llevándole a ser “inhumano” en el clima de violencia extrema de la contienda. Otro de los efectos del accidente, que el narrador califica de positivo, es la erradicación absoluta de “toda reminiscencia del pasado” (ibid.: 11) y, con ella, la imposibilidad de comprender, ni de adaptarse al mundo de “los humanos”. Todos estos efectos, que coinciden con la sintomatología del síndrome de estrés postraumático, son expuestos por el narrador para explicar por qué busca “en el pasado aún, las causas que han producido mi mentalidad actual” (ibid.: 10-11) y por qué está interesado en “identificarme con personajes extraños; para comprenderlos, para buscar mi pasado en ellos”. Esta explicación no solo responde a la intención del narrador de emplazar su obra en el terreno de lo autobiográfico, sino también a su objetivo de dilucidar “su intervención en la forma” (ibid.: 9) en relación con su gestión de los personajes. Afirma
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dedicarse a recuperar la memoria de su pasado a través de “personajes extraños” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 10-11) para comprender su identidad. Si se tiene en cuenta que achaca a su trauma la capacidad de “desdoblarme y contemplar desde el espacio mi ente físico” (ibid.: 9), no parece desencaminado interpretar a ciertos personajes como desdoblamientos identitarios del narrador principal. Este se dispone en un giro analéptico a interpretar el origen de esta fractura identitaria que sitúa en el transcurso de la guerra relacionada con la pérdida del antagonismo político: cuando el impulso inicial de las causas de mis acciones se desvanecía [...] cuando ya estaba insensibilizado y necesitaba un exceso de reposo para recobrar la consciencia colectivista y poder revalorar lo que representaba el propio bando y el enemigo, el Destino no quiso burlarse una vez más de mí en dicho juego y me mató (ibid.: 12).
La naturaleza violenta e indiscriminada de la guerra se representa como desestabilizadora de la creencia en los fines políticos de su lucha contra el bando sublevado. Esta convicción que, siguiendo la teoría de Stiegler, había sublimado su energía pulsional en una identidad colectiva, constituida por la abyección física y dialéctica del bando nacionalista, pierde su sentido, lo que se expresa como la causa de la eclosión del trauma. Tras el accidente físico dice haber tardado meses en relacionar a su mujer con lo que recordaba de ella, hasta el punto de sentirla como un significante sin significado. Además, “vagamente me recordaba a mí mismo hasta el momento de la explosión. Recordaba a mi mujer, aunque no podía concebir el posesivo MI” (ibid.: 15). Las capacidades cognitivas y afectivas del narrador se presentan como dañadas a causa del trauma físico del proyectil y de sus secuelas psicológicas, hasta el punto de no ser capaz ni de acordarse, ni de sentir ningún tipo de afecto, ni hacia su hijo, nacido durante la guerra, ni hacia su mujer. Para tratar de aliviar el tormento de esta, que sufre ante la indiferencia de su marido, Federico Bonastre decide recurrir al esfuerzo racional de interpretar los recuerdos que les debieron unir como pareja. En un salto analéptico externo y con un cambio al tiempo verbal presente recuerda su primer encuentro en la escuela, su
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reencuentro en la adolescencia y su matrimonio a través de un relato sumario y lineal, interrumpido por la guerra, por la que afirma haber relegado todo (cf. Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 27). La acción narrativa avanza con rapidez hasta el momento de su accidente y retoma la escena de su despertar en el hospital desde el punto de vista de su mujer con focalización cero. La irrupción intermitente del presente verbal en una narración mayoritariamente ulterior genera formalmente la impresión de que el pasado traumático se repite de manera intrusiva en el presente. Además, la repetición de la escena no solo produce una alegoría de la repetición compulsiva del hecho traumático desde el punto de vista de la estructura de la obra, sino que sirve para introducir el diagnóstico del doctor: “las lesiones del cerebro y las vísceras [están] al parecer curadas. [...] Tal vez encuentre un cambio; no se sorprenda si su marido no vuelve a ser como antes, hasta puede que quede loco, la conmoción ha sido tan tremenda que seguramente habrá desorganizado sus facultades” (ibid.: 29). El diagnóstico coincide con los descubrimientos neurológicos sobre los efectos fisiológicos del trauma en la metamorfosis en el cerebro (cf. Malabou, “Formas de destrucción”, 2012: 119). Asimismo, la percepción de la mujer de Federico del estado de su marido, que, comenta, sigue “ausente, como cubierto por una máscara rígida e impenetrable [... u]na mirada fría, penetrante, desprovista de matices humanos” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 29) corresponde con la sintomatología típica de los cambios físicos producidos por el trauma en la fascia, una estructura de tejido conectivo que se encuentra entre los músculos y los huesos. A causa del trauma, y como respuesta protectora del organismo, la fascia se vuelve rígida e inhibe la capacidad física y psíquica (cf. Little en Wuttig, 2016: 102) de response-ability. Según Barad, este concepto pone de manifiesto la incapacidad que tiene el sujeto traumatizado de responder y de sentir responsabilidad hacia el ‘otro’, en relación con el cual se constituye socialmente. Tras un avance en la narración por medio de la elipsis, el narrador se sitúa en los campos de batalla, a los que ha regresado tras su mejora y en contra de los designios de su mujer. En reacción a esta nueva experiencia Federico resemantiza su desintegración del ‘yo’ desde la metáfora de la muerte en vida hacia conceptos psicoanalíticos. En
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palabras de Federico: “[n]o soy una nueva concepción dispar y extraña a lo que era aquel Federico Bonastre antes de morir y revivir. Tan sólo mi subconsciente ha irrumpido en el primer plano de mi personalidad” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 31). El subconsciente al que se refiere el autor podría corresponderse con la irrupción en la conciencia de la instancia del ‘ello’ (‘es’), la expresión de las pulsiones no sublimadas de la personalidad (cf. Freud, Das Ich und das Es, 2007: 278). Esta interpretación cobra especial significado con la descripción que realiza el narrador de la apatía o incluso del cinismo con tintes sádicos con el que reacciona ante la muerte en la guerra. El capítulo se cierra con la rendición de Madrid y la decisión del narrador de huir de la posible represión franquista34. Otra elipsis narrativa contextualiza la narración en el desierto argelino, pasando “por alto las primeras etapas del exilio ya que mis recuerdos son confusos” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 33). El narrador afirma que estaba “[d]emasiado encerrado en mí mismo”, a causa del trauma de la Guerra Civil, por lo que solo recuerda la sensación de estar “metido en el recipiente que recoge las aguas sucias de la derrota” (ibid.), metáfora de la abyección provocada por el exilio35. La estancia en los campos de concentración, la segunda abyección, en este caso del imaginario francés, le condujo a un estado de sopor y de aislamiento social sintomático de los estados ‘vecinos al trauma’, del que afirma solo salir “ahora”. Las nuevas condiciones de vida en los campos de trabajos forzados y la “dureza del ambiente”
34 El narrador expone las causas de la rendición de la siguiente manera: “muchos años de civilización y de cobarde educación han degenerado la raza, han afeminado el impulso viril” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 32). La feminización y racialización de la rendición podrían ser indicio de las convicciones comunistas del autor o al menos de su posición anticasadista. Paula Simón Porolli afirma en su tesis doctoral que “cae prisionero” (Por los caminos de la palabra, 2011: 176). Sin embargo, no hay fuentes que confirmen esta hipótesis. 35 El narrador insiste en el campo semántico de esta metáfora un par de líneas más abajo: “[e]n el barco archirrepleto, navegando lentamente hacia Argelia, se palpaba por doquier la materia humana pútrida como una deyección” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 33).
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(Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 37) hacen que “la necesidad de atención de mis actividades físicas ha[ya] borrado y dispersado la confusión en que ha vivido mi mente, dejando claro y penetrante mi sentido de la percepción”. Como ocurriera en el caso de los diarios de Antonio Gassó Fuentes, la influencia de las condiciones materiales en los Groupements de Travailleurs Étrangers (GTE) afecta, en el mundo diegético, a cómo se adapta Federico al medio. En este caso, el narrador bloquea ciertos síntomas del trauma, como la abulia, que había adquirido durante la primera fase de la abyección del imaginario francés en los campos de concentración. Sin embargo, Federico afirma sacar partido de los síntomas de la indiferencia afectiva para convertirse en “espectador próximo e intangible a todo ello [...] por no poseer las referencias ético-morales de antaño” y se dedica en el universo diegético del campo a analizar y registrar a través de la escritura “el espectáculo absurdo de gentes que no comprenden cabalmente el momento”. El predominio de la tercera persona del plural y de estructuras impersonales reflejas, que excluyen a la instancia extra-hetereodiegética de la acción verbal, así como su foco de atención en el análisis de un nuevo personaje, Álvarez, producen un efecto cronístico que distancia al narrador de la acción. Sin embargo, si se tiene en cuenta que el narrador, entonces homodiegético, había expresado con anterioridad que tenía voluntad de desdoblarse para “contemplar desde el espacio mi ente físico” (ibid.: 9) y buscar su yo, escindido a causa del trauma de la Guerra Civil, no parece desencaminado interpretar que la “investigación para la comprensión del alma humana” (ibid.: 37) que quiere llevar a cabo a partir de Álvarez, sea más bien, al igual que en el caso de Antonio Gassó Fuentes, un registro de la evolución de su bios politikos en “el ambiente de forzada unión en el espíritu de latente protesta” ante la dura realidad36. A Álvarez se le describe como un
36 Sicot cree que este personaje es el exiliado asesinado en Hadjerat M’Guil (cf. Djelfa 41-43, 2015: 29 y 33). Sin embargo, la descripción de la tortura, de su intento de evasión y de la condición física atlética de este personaje en Búsqueda en la noche es más cercana a la caracterización que realizan la mayoría de las
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hombre político, en el doble sentido de Mouffe: en términos de ‘la política’, como un anarquista puro que solo había flexibilizado sus ideas para la —errónea— acción colectiva de la Guerra Civil, y en términos de ‘lo político’, por su muestra de antagonismo hacia el trato denigrante del ‘otro-francés’ que le produce como abyecto37. El desdoblamiento del narrador en el personaje de Álvarez surge intermitentemente tanto a nivel temático como formal. La irrupción de la primera persona del plural en lo que quiere ser crónica de las huelgas colectivas contra las condiciones inhumanas en el campo, los inquietantes comentarios sobre los gestos de Álvarez —“ante mi sorpresa y reveladora consecuencia, logra tan sólo sonreír como yo lo hago” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 45)— y su hábito de mirar al firmamento para abandonarse en sus abstracciones —clara referencia al dibujo de la cubierta del libro— construyen a Álvarez como alegoría del bios politikos del narrador38. La alegoría se vuelve más explícita con el arresto y derivación de Álvarez a la compañía disciplinaria por expresar su antagonismo hacia el ‘otro-francés’ (cf. ibid.: 47). Paralelamente, Federico decide no trabajar, muestra de rechazo de la abyección del ‘otro-francés’, por lo que también se le deriva a la disciplinaria. Allí, “[a]l entrar en la
escrituras del yo de otro de los que murieron asesinados en Hadjerat M’Guil: Moreno. Álvarez, según Santiago, Lloris y Barrera era un mutilado de guerra (cf. 1981: 157) y, según Muñoz Congost, llegó enfermo de disentería al campo de represión. En vez de proporcionarle tratamiento, se le metió en una cueva reservada para los cadáveres. Allí pasará un par de días hasta su muerte (cf. Por tierras de moros, 1989: 99). Independientemente de en quién se inspirara el personaje, se hace un uso ficticio del mismo como desdoblamiento del personaje principal. 37 El término ‘política’ se define en “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 139). El narrador caracteriza el anarquismo puro de Álvarez de la siguiente forma: “[p]ara ser libre e independiente está vedada toda relación sentimental y es necesario obligarse a frenar los impulsos y las inclinaciones a la sociabilidad” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 44). 38 “Se discutió hasta con violencia para unificar opiniones y facilitar la comprensión de los vehementes y decididos a todo hasta el punto de comprometer la buena voluntad de los propios representantes. Salimos al tajo sin formar y dispuestos a no trabajar. [...] Los refugiados se niegan a trabajar” (ibid.: 39-40).
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tienda de campaña recibí el impacto de un extraño olor que identifiqué en seguida como de carne en descomposición” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 48). El encuentro con Álvarez en ese estado físico límite altera a Federico de tal manera que durante el recuento matutino entra en un estado alucinatorio ante la mirada de Tragatantes, epítome del sadismo francés, productor de abyección física del ‘otro español’ en los campos disciplinarios. Enajenado, agrede al “moro” que le custodia lanzándose “hacia la yugular fijada, tratando de morder con toda mi fuerza histérica y descontrolada” (ibid.: 52). La representación narrativa de la escisión del personaje llega a su máximo exponente tras el castigo ejemplar que recibe por su agresión al ‘otro-moro’, en este caso, ejecutor de la violencia francesa. En un salto al presente verbal expone cómo al verse sometido a la violencia del castigo “por primera vez siento y valoro mis impresiones del momento de la explosión” (ibid.: 53), que en términos psicoanalíticos supone el retorno de lo reprimido a través de la repetición de la experiencia traumática. La ‘compulsión de repetición’ provoca, además, el agravamiento de la escisión del personaje Federico “hacia la burla, la risa y la carcajada de mí mismo y de mi representación animal”, alusión al ‘ello’ (‘es’), y hacia el “pensamiento yuxtapuesto [... que] intentaba retenerme”, el ‘superyó39’. No obstante, el ‘ello’ gana la partida y Federico sufre un ataque de risa cuando comprende el sistema de castigo que le quieren imponer: “suelto la carcajada en las mismas barbas del sargento y no me puedo contener durante una hora a pesar de que me apalean y terminan por atarme con cadenas a un palo clavado en medio de la plazoleta” (ibid.: 54). Aun así, afirma que su espíritu no deja de reír y que se pasea por todo el campamento provocando pavor a todos los que se le cruzan, ya que les incita a reaccionar político-antagónicamente ante la materialización de la abyección francesa en ‘la política’ concentracionaria. El espíritu de Federico los atormenta con insistencia hasta que lo consigue: “un prisionero [...] le ha clavado el pico en el cráneo” (ibid.: 55).
39 La ‘compulsión de repetición’ como sintomatología de la escisión en el sujeto que causa un trauma se explica con mayor detenimiento en “2.2.3. Sum(-us): La ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 145).
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Los guardias tratan de contener a su espíritu e integrarle a su cuerpo, llevándole “donde estaba yo atado al palo” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 54). Sin embargo, los esfuerzos son vanos y una noche consigue huir hasta donde está Álvarez, cuyos “ojos me miran, me reconocen y me hablan de espíritu indomable”. Esta mirada incita a Federico a mostrar por última vez su antagonismo frente al francés: “[p]ienso en los franceses, en Francia y en el mundo entero y no puedo por menos [sic] que burlarme de ellos”. En un gesto inquietante —unheimlich— de identificación de Álvarez como desdoblamiento de su personalidad, Federico dice estar seguro de que su ‘otro’ se está muriendo40. La cercanía de la muerte de Álvarez provoca la irrupción del recuerdo de un niño al que Federico vio morir atropellado y de la gitana que lo meció inerte entre sus brazos para llorar su muerte. Asimismo, este recuerdo se transpone en el presente diegético en los siguientes términos: “[y]o quiero acunar el fondo de los ojos de Alvarez [sic] y me oigo a mi [sic] mismo esa voz monocorde y repetida..., y balanceo mis brazos..., y acuno mis cadenas” (ibid.: 56). El recuerdo del pasado se superpone en el presente de la narración en el que Federico, ante la inminente muerte de su amigo, entra en estado de shock. A pesar de su habitual incapacidad afectiva hacia ningún ‘otro’ a causa del trauma, siente la necesidad de tener un momento de intimidad física y emocional con Álvarez. Si esta voluntad ya apuntaba de manera metafórica a su deseo de reconocer a Álvarez como escisión de su ‘yo’ traumatizado, la muerte de este hace que Federico tenga “[u]n momento de lucidez”. Cuerdo, llora la muerte del que acepta explícitamente como parte de sí mismo: “¡Oh bastarda crueldad de tu propio suicidio! ¿Hasta cuándo durará tu ceguera? ¿Será necesario que desaparezcas para superarte?”. El suicidio de Federico-Álvarez en los campos disciplinarios representa así la reacción del protagonista al empeoramiento de las condiciones materiales en los GTE: el ápice de antagonismo político que encarnaba Álvarez y
40 En “2.2.3. Sum(-us): La ‘identidad cultural’ individual y colectiva” se desarrolla el concepto freudiano de lo ‘Unheimliche’ (cf. 145). El uso del término no varía a lo largo del capítulo.
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que bullía intermitentemente en el relato se elimina literalmente del mismo. Así pues, puede considerarse en términos psicoanalíticos que el agravamiento de la represión en los GTE supone otra experiencia traumática, por la que el sujeto, re-escindido, interioriza esta represión y se autoimpone, cual ‘superyó’, la abyección de ‘lo político’. La presentación inmediatamente posterior de otro “personaje” confirma esta hipótesis: [c]uando Vicente Moyano empezó a reflexionar sobre las dificultades que le esperaban, el diablillo que siempre emergía de su subconsciente [...] evitó que se uniera al coro de blasfemias y maldiciones con que los doce compañeros de alojamiento expresaban y dejaban bien patente su desaprobación al destino, al supremo hacedor y las autoridades y gentes francesas, abarcando desde las más altas jerarquías de la nación hasta el más modesto ciudadano de la república imperio (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 57).
El diablillo del subconsciente que tiende a la contención de la pulsión de expresar antagonismo hacia el destino, pero sobre todo hacia el ‘otro-francés’, es una alusión bastante explícita al ‘superyó’, que reprime el componente antagonista de ‘lo político’. También sigue esta línea su actitud frente al trabajo: no solo no se queja de la dura y dolorosa tarea del “pico y la pala”, sino que durante el trabajo “sonríe como contraste a las demás caras que se ensombrecen” (ibid.: 65). Es más, Vicente, joven estudiante de ingeniería, que empezaba la guerra como voluntario y la terminaba como militar de aviación, se enorgullece de “poder conocer el perfecto significado de la tan dicha y redicha figura retórica del proletariado que pena, y trabaja para ganarse el pan”. Es decir, en vez de sufrir por el trabajo se adapta a la nueva normatividad a la que le guía el ‘superyó’ sin mostrar resistencia41. Esta actitud
41 “work, labor, toil, suffering or painful effort, trouble; arduous journey” (Harper, “Tripaliare”, 2015). Tipaliare se refiere a la acción de ser torturado con el tripalium, un instrumento de tortura compuesto por tres palos. “fatigue of the body or of the mind either in doing something or suffering”, “to be in pain” (Dumesnil, 1809: 394).
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sorprende, ya que el significado etimológico de trabajar —del latín tripaliare, “torturar o sufrir tormento” (Harper, “Tripaliare”, 2015, traducción de la autora), o laboro, “fatiga del cuerpo o de la mente, al hacer algo o al sufrir” (Dumesnil, 1809: 394, traducción de la autora) y “tener dolor”— adquiere un significado literal en el campo de trabajo. De este modo, el personaje acepta la materialización de su abyección del imaginario francés en el universo concentracionario. Sin embargo, si bien era capaz en un primer momento de cumplir con los designios de la instancia represiva, siguiendo “su propensión a evadirse de los problemas desagradables con la imaginación” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 61), según avanza la narración, y su cuerpo comienza a resentirse por las condiciones del trabajo, Vicente ya no logra identificarse “con el trabajo y la misión” (ibid.: 68). Las condiciones de vida, cada vez más deshumanizadoras, llevan a Vicente a hacerse preguntas “que lo aturden. [...] Preguntas de existencia congénita y que ahora salían a la luz, con forma, con el pensamiento de que ‘ya es hora de contestarlas’” (ibid.: 69). Para ello, cada vez más solitario y abstraído, decide psicoanalizarse, buscando en su infancia las causas de su estado actual (cf. ibid.: 80). Esto hace que la narración se vea interrumpida por numerosas analepsis exteriores de duración sumaria que proporcionan formalmente la sensación de estar ante un ‘trabajo e-laborativo’. Además, el uso del presente verbal y de la tercera persona del plural refuerzan la impresión de que, en palabras de Vicente, “veía [...] las nebulosas escenas de su pasado con la misma exactitud que en el momento del hecho [sic] las había registrado” (ibid.: 62) “hasta el punto que [sic] las imágenes [...] se apoderan de su momento haciéndole revivir en presente tiempos de su infancia” (ibid.: 72), síntoma de la repetición compulsiva de un trauma. El narrador sitúa el origen de dicho trauma en un golpe que le propinó un jesuita en el colegio e, indirectamente, en la educación católica fundada en la culpa (cf. ibid.: 76). La misma que, afirma, le hace escapar asqueado de la visita que hace al burdel de Bou Arfa. Mientras tanto, Federico desaparece como narrador y prácticamente como personaje, hasta el punto de tan solo aparecer en el relato descrito en estos términos: “Bonastre, el aguatero [...] un hombre de aspecto extraño, de mirada penetrante y que jamás hablaba. [... S]e decía de él que
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hacía poco le habían traído de la disciplinaria. [... S]e aísla escribiendo con una punta de lápiz sobre un cuaderno escolar” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 67-68). Esta primera temporalidad diegética cierra, por lo tanto, silenciando narrativa y temáticamente a Federico. Así se expresa que el solapamiento de una variedad de traumas durante la estancia en los campos de los GTE supone el punto culminante de la progresiva desintegración identitaria, tanto del que había comenzado como narrador principal, como de sus escisiones. ... en Memorias de un refugiado La última batalla en Ajofrín. [...] La guerra se ha terminado [...] la guerra se ha terminado. Me decía a mí mismo y la misma vocecilla anterior repetía. Pero la batalla no (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 17).
La acción narrativa de Memorias de un refugiado comienza al otro lado del mediterráneo. Sitúa al lector in medias res en los bombardeos indiscriminados a la población de Ajofrín, Toledo. El narrador autodiegético, capitán de la artillería del frente de Toledo, huye con sus hombres hacia Albacete. Desde allí “se separarían nuestras rutas y volvíamos a estar individualmente solos. [...] Las responsabilidades acumuladas, poco a poco, por la contienda sobre mis espaldas iban también a terminarse” (ibid.: 19). Albacete se constituye, así, como un punto de inflexión en la identidad del narrador: capitán republicano, responsable de un grupo de hombres y obligado a cumplir con órdenes. “Ahora, éste también se terminaba”, reflexiona el narrador y se pregunta cuáles van a ser las consecuencias en su identidad. A diferencia de la obra de Esteve, el narrador de Memorias de un refugiado no solo no reconstruye retrospectivamente su identidad como afectada por el trauma de la guerra, sino que considera que fue el ambiente bélico lo que hizo que dejara atrás los complejos que le dominaban y que afianzara su “personalidad en el mando frente al peligro”.
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El narrador se pregunta una y otra vez si el fin de sus funciones en la guerra supondrá la irrupción de su antigua identidad acomplejada: “¿Volverían los complejos a dominarme?” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 17). Las reflexiones constantes sobre el destino de su identidad producen continuas pausas descriptivas que interrumpen el relato lineal de las vicisitudes por las que tuvo que pasar el protagonista hasta llegar a Alicante y embarcar en el Stanbrook. Este relato lineal cronológico se construye de forma intercalada entre tiempos verbales en pasado y diálogos restituidos en estilo directo que vivifican e intensifican la acción, reproduciendo el ambiente de angustia de la huida (cf. Simón Porolli, “Jiménez Margalejo”, 2008: 501). El ritmo de la narración y el uso del diálogo decrecen con la salida del barco del puerto de Alicante. La instancia narrativa autodiegética ha conseguido embarcar in extremis y sin pasaporte con siete compañeros de su compañía, quienes, reflexiona, “representaban lo afectivo que me quedaba. [...] Ellos representaban, al tiempo, mi pasado y mi futuro. Lo viejo y lo nuevo. La transición” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 36). El viaje en barco se semantiza así como un umbral transicional entre una vida vieja y una nueva, que, como también hiciera Esteve en su título, se tilda metafóricamente, de “larga noche” (ibid.: 41). El exilio se considera un castigo, tanto para los que se quedaron en España, como para los que huyeron al exilio, que, en una prolepsis narrativa, se describe de la siguiente manera: el maquiavélico [castigo] de la lenta frustración diaria; el gota a gota demoledor de conciencias y convicciones. Francia [... t]enía miedo del virus que llevábamos consigo. Habíamos sido libres durante tres años. La libertad, es una borrachera que jamás se olvida. Podíamos transferírsela a sus ciudadanos.
El tiempo del exilio se caracteriza como un proceso de desintegración paulatina de una identidad, que, por su alusión a la libertad vivida durante los tres años de la Guerra Civil, puede tacharse de anarquista. Nótese que no se refiere a la Segunda República (19311936), sino a los tres años en los que se llevó a cabo la revolución
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anarquista durante la contienda. El uso del vocablo ‘virus’ sirve, además, de transición semántica de la representación de la construcción identitaria del narrador entre la primera y la segunda parte del libro, que comienza su andadura con la llegada del barco a Orán. Al amanecer avistan la costa de Orán. Sus integrantes, eufóricos, esperan el próximo desembarco. “Los detalles de la costa se iban perdiendo; los remplazaba el punteado de las luces. [...] Su presencia constituía, para nosotros, la confirmación de la realidad. Habíamos dejado atrás la guerra; tres años, suprimieron el lujo peligroso de la iluminación” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 45). La descripción de las luces de la ciudad de Orán como símbolo de la paz pronto da paso al retrato crudo del hambre, de la sed y del hacinamiento, que incrementa en intensidad ante la desesperación por la prohibición del desembarco. Para ello, según avanza la narración, y, por tanto, el tiempo de estancia en el barco, este se personifica y las personas que contiene se deshumanizan. Se afirma, por ejemplo, que “[e]l barco se despertaba” (ibid.: 46). En un primer momento se recurre a la animalización de sus habitantes: “[ú]nicamente éramos eso, un rebaño [...] sediento y hambriento, perdido en la noche, sin razón y sin objetivo” (ibid.: 50), “‘enjaulado42 [...]’ en los barcos” (ibid.: 57). Según incrementa la falta de salubridad y de higiene por la falta de agua y la necesidad de hacer sus necesidades en cubierta, la sensación física de la corporalidad se torna en repugnancia. El narrador/autor se describe como “un desecho arrastrado por la corriente de una alcantarilla: una mierda en aguas de cloaca, expulsada por la humanidad de su seno” (ibid.: 64). Se constituye así como abyecto a través del uso metafórico del sentido literal del término, expulsado del imaginario nacional español y francés por ser considerado un
42 En este punto se hace una comparación interesante con los alambres de espino construidos para los refugiados en la Francia metropolitana, información que el autor no podía tener en el momento de la experiencia y que se añade retrospectivamente a partir del conocimiento histórico del que disponía en el momento de la escritura (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 55). Sobre el recurso a la animalización en las escrituras concentracionarias, véase Sánchez Zapatero, “La metáfora zoológica” (2010).
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virus peligroso43. Esta abyección, materializada en sus cuerpos, llenos de piojos, quemados por el sol y obligados a vegetar para sobrevivir a la hambruna y a la sed a la que se ven sometidos, va haciendo mella en la integridad de los republicanos, que se representan “muriendo cada día un poco [... s]in rechistar y sin sublevarnos” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 75). La monotonía y su efecto en la desintegración de la agencia del individuo ante la espera se intensifican con el uso de la pausa descriptiva, que frena la acción del relato. Fue, irónicamente, el brote de una enfermedad real —el tifus— y su riesgo de infección, lo que posibilitó el desembarco de los exiliados: [l]legamos enfrente de grandes barracones, los de la desinfección y las duchas. [...] Nos desnudamos e hicimos nuestro bulto. [...] Los piojos que pululaban en aquellas ropas, las hacían inutilizables. Al abandonarlas, estábamos, de nuevo, volviendo otra página de nuestra historia personal: Subimos al Stambrook [sic] como militares. [...] Al salir por la otra puerta pensábamos que seríamos civiles limpios. Entrábamos con una calidad y la dejábamos con otra (ibid.: 85).
El paso por las duchas se configura como un ritual performativo entre dos identidades44. Estas se semantizan, tras la conciencia de la abyección experimentada en el barco, alrededor de una jerarquía cualitativa en incremento. El narrador afirma que ahora, “[i]ndocumentados y sin amigos, debíamos ser la hez de aquella sociedad ‘caída’ entre sus brazos” (ibid.: 89). La esperanza de salir de la ducha como civiles
43 Naharro Calderón afirma que la crudeza y la falta de pulcritud con la que Jiménez Margalejo describe las actividades escatológicas en la cubierta del barco son exageradas y que tienen como objetivo captar a unos lectores “ya vacunados [en el siglo xxi] por todo tipo de antídotos, de penalidades o exterminios concentracionarios planetarios” (“Memorias concentracionarias”, 2009: 14). La obra fue escrita en los años sesenta, por lo que su hipótesis no resulta del todo convincente. 44 En “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” se expone la teoría de la performatividad de Butler (cf. 146-147). El uso del término no difiere a lo largo del capítulo.
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tampoco resulta realista, ya que se les deriva directamente al Camp Morand en Boghari45. Con la entrada en este campo se impone la narración ulterior, se abandona el uso del diálogo en cualquiera de sus vertientes y la primera persona del plural, que había predominado hasta ahora el relato, va perdiendo peso46. Un rasgo formal que enfatiza los primeros síntomas del trauma de su estancia en los barcos y de la pérdida de la capacidad de respuesta y de responsabilidad hacia el ‘otro’ en el doble sentido del concepto de ‘response-ability’ acuñado por Barad47. La estancia en el campo de Boghari se constituye así, narrativa pero también temáticamente, como un lugar en el que los exiliados intentan recobrar su integridad personal. En palabras del narrador: “[m]e encontraba desarraigado de todo lo que había sido entonces mi vida: debía agarrarme a algo para no dejarme llevar a la deriva” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 94). La primera estrategia es encargarse de deconstruir metódicamente aquello que les había convertido materialmente en abyectos: “al periodo de horrible suciedad del barco sucedía una época de pulcritud extrema. [...] Todos los días lavaba mi camisa y mis calzoncillos. [...] Todas las mañanas me afeitaba” (ibid.: 95). El acto performativo identitario de la limpieza diaria se convierte en el universo diegético en la prioridad del narrador autodiegético, hasta el punto de ser objeto de burla por parte de sus compañeros (cf. ibid.: 95-96). La segunda estrategia tiene como fin acabar con el estado vegetativo alcanzado en los peores momentos de su estancia en el barco: “[e]n el Stambroock [sic] perdimos la costumbre de pensar, aquí volvía esta de forma más imperiosa; tomó hasta un nombre propio, se llamó ‘barrenar’” (ibid.: 97). De este modo, el simple hecho
45 Véase el mapa de la situación geográfica de los campos de concentración en Argelia en este trabajo (cf. 75). 46 La narrativización de este periodo de tiempo es especialmente interesante, ya que es la primera escritura del yo de este corpus que dedica espacio a este periodo de tiempo. 47 Véase Barad (cf. 2012: 215). Este concepto se explica con más detenimiento en “4.3. La autoficción y las memorias en el boom del mercado editorial hispanoamericano” (cf. 232 y 236). El uso del término no difiere a lo largo del capítulo.
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de dedicar tiempo a la reflexión se constituye en el contexto concentracionario en reivindicación de una identidad personal en jaque. Además, esta actividad altamente individual, en un contexto en el que existe una falta de intimidad absoluta adquiere nuevos matices, sobre todo si se tiene en cuenta que “estábamos reunidos [...] por la obligación común y el forzado internamiento de los franceses. [...] Vivíamos y compartíamos todo, pero nos sentíamos aislados” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 99). La profunda sensación de aislamiento, así como la observación de que los que volvían al seno de sus organizaciones políticas o sindicales ya no estaban solos, porque encontraban el apoyo moral y espiritual que necesitaban (cf. ibid.: 100), llevan al narrador a plantearse cómo reorganizar su vida en torno a la colectividad. Para él, los matices políticos de la aglomeración de partidos que lucharon en el frente solo eran “un detalle” (ibid.: 98). Sin embargo, por influencia del ambiente en el que “todos, salvo una ligera minoría, se dedicaban a fondo, a la política hablada y escrita” (ibid.: 104), afirma que “iba cayendo en los senderos trillados por el partido; paulatino e imperceptible, todo me conducía a ello” (ibid.: 102). En búsqueda de cobijo y por afinidad con sus compañeros de barraca se va convirtiendo en uno de esos independientes del partido comunista, pero “afines a sus ideas” (ibid.: 111). No obstante, la desesperación con la que comenta haber caído en el PCE y la utilización del posesivo ‘nuestro’ para hablar del grupo al que pertenecía no concuerda con el distanciamiento con el que relata su relación con los ‘otros-comunistas’ en el momento de la escritura. Estos, a los que se refiere en tercera persona del plural en la mayoría de los casos e incluso con su mote peyorativo, “los chinos” (ibid.: 109), son, además, el blanco de su crítica constante. El narrador los acusa de poco humildes, de proselitistas, intransigentes, rígidos, tendentes al ostracismo y al acoso de aquellos que abandonaban el partido. Los caracteriza como militantes de obediencia ciega, de los que todos “huían [...] como de la peste” (ibid.: 110). De hecho, las tres únicas interrupciones de la narración ulterior a través del diálogo en estilo directo sirven para enfatizar la independencia del narrador frente a la disciplina del partido, como en la exposición del momento en el que llegaron a pedirle que evitara traducir al español noticias sobre el posicionamiento de la Unión
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Soviética en el conflicto mundial (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 113; 127 y 144). El profundo impacto del estadillo de la Segunda Guerra Mundial en las condiciones de internamiento de los exiliados españoles marca también la narrativización retrospectiva de las memorias de Jiménez Margalejo. Hitos históricos, como el pacto “Ribentropp-Litvinof [sic]” (ibid.: 129) y el ataque de la URSS a Finlandia (cf. ibid.: 144) se convierten en puntos de articulación temática y estructural, tanto del recuerdo en el tiempo de la escritura, como del reposicionamiento identitario del narrador en el mundo diegético: “[e]l gesto de Stalin cambió todo. Los enemigos del partido tenían ahora un argumento de peso irrebatible” (ibid.: 133). El narrador se refiere a los enemigos en la tercera persona del plural, excluyéndose así de dicho grupo. Sin embargo, el gesto de Stalin le hace tomar una decisión que comunica oficialmente a la cúpula del partido en el campo de la siguiente manera: —¿Qué es? —Tratar de que os olvidéis de mí como futuro militante. No tengo ideológicamente ni personalmente nada contra vosotros. [...] Estos meses de tanteo me han hecho ver claro. Por laxitud e inercia estaba a punto de ceder; si no ocurre la voltereta de la U.R.S.S., lo hubiese, seguramente, hecho. Ahora no es posible. Me forjé una ilusión y ya no la tengo (ibid.: 145).
Su salida oficial del partido por la falta de ilusión en sus creencias políticas sume al narrador autodiegético en la soledad, la apatía y el temor. Además, “[p]erdí prácticamente todas mis amistades y no sabía qué hacer” (ibid.: 147). Con la pérdida de la identidad comunista, se queda sin apoyo social dentro del campo y sin el nuevo horizonte identitario que trataba de crearse en torno a la política. Ante esta situación, el autor trata de retomar como referentes los elementos identitarios de su pasado, que, espera, le ayuden a mantener su integridad: “sólo dos cosas me hacían sentirme orgulloso de mí mismo, los años del Instituto-Escuela y los de la guerra. [...] Debía reaccionar si no quería perecer y no conseguía hacerlo”.
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Con el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, las condiciones empeoran constantemente. Los decretos-ley por los que se crean las Compagnies y los Groupements de Travailleurs Étrangers hacen que se desplace a los exiliados hacia el sur argelino para la construcción de la línea del ferrocarril transahariano. El protagonista, Carlos, sale con la última expedición hacia Colomb Béchar, que, como avisa a modo de prolepsis interna, se construye narrativamente como “otro capítulo de mi historia, el de los ‘trabajos forzados’” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 155). La transición entre ambos capítulos se produce formalmente con el cambio verbal del narrador a la primera persona del plural y al tiempo sumario. Temáticamente comienza con su transporte a Colomb Béchar con otras cuarenta personas, en vagones para “‘32 hommes-8 chevaux’” (ibid.: 156). En este espacio reducido deben comer, dormir y hacer sus necesidades durante cinco días: “ciento veinte horas de pesadilla. Siete mil doscientos minutos o cuatrocientos treinta y dos mil segundos, contados uno a uno, en una desesperante carrera contra el tiempo, enfermos de pena y terror, encerrados del mundo exterior, como enterrados vivos” (ibid.: 157). Esta situación, semantizada como altamente traumática, añade un grado más a la abyección del imaginario francés experimentada por los exiliados. El desplazamiento de estos al borde de la civilización, al desierto, hace que el narrador recurra de nuevo a la animalización para expresar la vejación corporal a la que se ven sometidos: “[é]ramos bestias conducidas al trabajo; podíamos cocear y patear y no les afectaba [...] nos habían hecho animales y como tales reaccionábamos” (ibid.: 160). Las condiciones físicas extremas a las que se ven sometidos minan la integridad de los exiliados, que se ocupan ahora tan solo de sobrevivir físicamente, abdicando absolutamente de “todos los principios y de todas las rebeldías” (ibid.: 167). Sin embargo, en un último ápice de antagonismo (‘lo-político’), el narrador expresa su rechazo absoluto hacia el ‘otro-francés’ que le produce como abyecto. Carlos presencia la humillación física a la que se ve sometido un compañero con una infección genital tan grave que afirma: “nunca vi nada semejante, ni tan deforme; sentí una náusea ante la carne violácea distendida”. En calidad de intérprete, trata de hacerle ver al sargento que su compañero debe ser atendido por un
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médico. Este no solo no acepta la sugerencia, sino que “con la punta de la fusta tocó ‘aquello’, levantándolo hacia arriba [...] haciéndole aullar y caer por el suelo” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 167-168). La indignación del narrador le lleva a expresar claramente el antagonismo que siente hacia el sargento: “[m]i paciencia de meses me abandonaba, me daba todo igual, debía exponer mi repulsa acumulada y la solté a borbotones, como sale la lava de un volcán” (ibid.: 168). Como consecuencia, se le deporta a un campo disciplinario, una zona alambrada en la intemperie: “[a]quello [...] era [...] una maquinaria eliminadora de la virilidad” (ibid.: 170). Una máquina de traumas que daña los mecanismos afectivos y cognitivos del narrador, “al cual se le iba olvidando hasta la manera de pensar” (ibid.: 174) y “no [le] importaba nada” (ibid.: 170). Los recursos formales contribuyen a enfatizar los síntomas del trauma: el tiempo narrativo se fragmenta, reproduciendo la sensación de la pérdida de la percepción del tiempo que expresa el narrador. Además, aunque la duración narrativa se acelera, el narrador cierra esta primera temporalidad diegética con una pausa descriptiva en la que pormenoriza los métodos de vejación que acaban desintegrando su ‘yo’. 4.3.2. El trabajo e-laborativo del trauma en el exilio en la Argelia colonial ... en Búsqueda en la noche El médico de la base Bu-Arfa [sic] me ha examinado con detalle. [...] Enterado del esfuerzo que realizo para equilibrar mi mente escribiendo, ha usado de [sic] su influencia para procurarme un puesto de secretario administrativo en la sección de Estudios de la Dirección Civil de la construcción del ferrocarril (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 97).
El narrador heterodiegético y personaje Federico regresa al relato tras una pausa narrativa impuesta por su “experiencia en la disciplinaria [y] el descanso de dos meses en el hospital de esta base”. Afirma que, desde su vuelta al campo de concentración, la escritura toma
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un papel preponderante en su rutina diaria. La escritura del yo dentro del universo concentracionario se representa así como método ‘elaborativo’ en su doble sentido etimológico y psicoanalítico. Es decir, como el proceso por el cual el escritor elaborat, en su acepción latina de “travailler avec soin, s’appliquer fortement” (Gaffiot, 1934: 579), en la integración de una interpretación de la experiencia traumática reprimida de la Guerra Civil durante su estancia en el campo, a pesar del componente doloroso de dicha labor48. Asimismo, el esfuerzo ‘elaborativo’ a través de la escritura se constituye narrativamente como la causa por la cual Federico consigue un puesto administrativo y, en consecuencia, el cambio de condiciones vitales que le permiten dedicarse a la escritura y a la metarreflexión sobre su función terapéutica49: [e]l empezar a escribir fue para mí como un descubrimiento importante y crucial en mi vida psíquica. De mi indecisión, de mi desequilibrado mundo de ideas y conceptos, surgió la necesidad de ordenamiento que encontré como un milagro, al tomar un día el lápiz y empezar a fijar el recuerdo, el razonamiento y el mundo especulativo en el papel (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 97).
La escritura se concibe como una actividad de la memoria que sirve para ordenar y seleccionar de manera racional la percepción desequilibrada del ‘yo’ a causa del pasado traumático. El efecto de
48 Véase también Dumesnil: “esforzarse en hacer algo” / “to take pains in doing a thing” (1809: 394, traducción de la autora). Resulta curioso que, a pesar de que el significado literal de take pain sea “tomar el dolor”, la evolución de la expresión inglesa no haya mantenido el significado literal, sino el metafórico, en el sentido de “esforzarse y de hacer las cosas meticulosa y concienzudamente”. 49 Simón Porolli enfatiza con acierto el espacio que la obra de Esteve reserva a la reflexión metatextual sobre la importancia “de la escritura como medio liberador y como instancia necesaria para articular la experiencia traumática en la historia personal” (Por los caminos de la palabra, 2011: 177). Sin embargo, es necesario hacer hincapié en que las reflexiones metatextuales tan solo comienzan en la página 97 de la obra. Estas reflexiones son una estrategia narrativa que pone de manifiesto la función de la actividad de la escritura del yo como forma de vida dentro del campo de concentración, en lo que se narrativiza, diegéticamente, como una segunda fase de la experiencia.
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esta reestructuración, considera Federico, le sirve para percibir sensorialmente el devenir del tiempo, fundamental para luchar contra los daños cognitivos y afectivos provocados por la concatenación de traumas que le llevaron a la desintegración de su identidad. La acción narrativa y esta nueva etapa vital comienzan con el inicio de su convivencia en una barraca con Vicente, su “entrada en el puesto de secretario [...] y precisamente [a modo de alegoría del estado de este] en los días del desmoronamiento del frente francés ante el empuje de los ejércitos alemanes” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 98). Los beneficios de la terapia escritural se traducen en su paulatina integración: “(he aquí otro síntoma del cambio) al mundo humano porque voy comprendiendo al individuo y aquella simpatía inconsciente e inpersonal [sic] que sentí hacia ellos se va transformando en algo más definitivo” (ibid.: 101). Por ello, empieza a escribir cartas a su mujer tras tres años de separación y se interesa por quienes le rodean, pero, sobre todo, por el deplorable estado anímico de Vicente. La obsesión de este último por contar su historia (cf. ibid.: 99) simboliza la repetición compulsiva de su trauma. Federico tampoco logra deshacerse de los síntomas del suyo, ya que, afirma, no consigue percibir la influencia del desarrollo de la guerra en su situación vital y en su posicionamiento identitario. Por este motivo, recurre a la transcripción de las reacciones de sus compañeros a este acontecimiento en su intento por reintegrar su ‘yo’ traumatizado en relación dinámica con lo social a través de la escritura. De este modo, se da paso al diálogo, que predomina en letra cursiva el relato, y se da cabida a una pluralidad de reacciones ante el cambio de signo de la Segunda Guerra Mundial. El capitán lo interpreta como la muerte de la libertad, lo que termina de aislar la identidad de la España republicana, que se conserva, abyecta, en los campos de concentración franceses. La discusión pronto deriva en una reflexión político-filosófica sobre el significado de la libertad, la moral capitalista y la sublimación, la meta anhelada por Vicente. Federico, ajeno, de momento, a estas discusiones, expone el cambio que supone para los exiliados que se pongan en marcha las obras del transahariano y que la gestión la lleve una empresa civil. Comenta que aumenta el número y la composición de la mano de obra “con la llegada de contingentes de árabes reclutados por todo el país y de
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unidades de soldados constituidas por judíos enrolados en el ejército francés por la duración de la guerra y por franceses bajo penas de medidas disciplinarias” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 110). Esta reestructuración del personal supone una reconsideración de las causas de su abyección. La inclusión de otros ‘otros’ del imaginario nacional francés en la misma labor que el ‘abyecto-republicano’ relativiza los motivos políticos y nacionales de su situación y da la clave al narrador de la lógica económica que subyace a su castigo: “[l]os civiles franceses estaban haciendo negocios fantásticos [...] tanto que ya era corriente el interpretar las iniciales de la compañía M.N. (Mediterráneo-Niger [sic]) como Merienda de Negros” (ibid.: 111). Asimismo, esta nueva composición provee a Federico de una variedad de ‘otros’ en relación con los cuales reintegrar su identidad por medio de la abyección y de su inherente jerarquía. En este sentido, Federico afirma que “los franceses civiles comentaban maravillados de [sic] la calidad de los especialistas españoles” (ibid.: 110), que eran “mejores indudablemente que los franceses, ya que de ellos llegaban lo que la metrópoli y las ciudades rechazaba por mediocres”. La abyección explícita del francés tiene lugar en relación dialéctica negativa con el ‘otro-francés-civil’, que se sitúa por debajo del español, quien se constituye performativamente y de manera prioritaria en torno a lo laboral. El resto de los ‘otros-abyectos’, el ‘otro-árabe’ y ‘el otro-judío’, desparecen completamente de la superficie textual, sin que se haga ningún tipo de referencia a la interacción con ellos. Así pues, esta tendencia al silenciamiento del argelino (árabe y judío) en el mundo laboral significa que ni tan siquiera se le considera como elemento de competición, convirtiéndole así en el epítome del abyecto implícito en esta fase de constitución identitaria de Federico. Si bien el narrador continúa en la cita anterior distanciándose gramaticalmente de los ‘otros-españoles’ al utilizar la tercera persona del plural, la progresiva aparición de la primera persona del plural para incluirse en su compañía confirma la progresiva recuperación del narrador en torno a su identidad laboral. En este sentido, es significativo el episodio en el que Federico describe que el grupo adoptó a un perro: “[l]legó sucio, hambriento, esquelético y con la pata delantera rota colgando. [...] Era de pelambre negro como el azabache [... de] pinta
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inteligente y simpático dentro de su apariencia tranquila y digna” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 114). Con los cuidados alimenticios, higiénicos y las curas del grupo, Moro, como bautizaron al perro, “empezó a apoyar la pata en el suelo y con ello a mostrar su personalidad e incluso a ‘sonreír’”. La recuperación física, psicológica e identitaria del personaje de Federico, quien afirma que ha engordado, que ya tiene “la sensación animal de mi yo” (ibid.: 111) y que su “apariencia de viejo de pelo cano se ha ido transformando en la de un hombre de veintinueve años, a pesar de [...] la paz de mi mente” es, pues, paralela a la de Moro. Este paralelismo, si se tiene en cuenta que el perro solo aparece en dos ocasiones en el relato, a pesar de su presencia icónica en la cubierta del libro, podría llevar a considerar al can como otra escisión, animalizada, de Federico. Esta interpretación cobra especialmente sentido si se tiene en cuenta la personificación de Moro en su trato jerárquico a los ‘otros’: [d]istinguía bien las personas tratándolas con arreglo a las categorías de su propia clasificación: a los amigos les sonreía y saludaba desviando su camino; a los otros españoles, un movimiento de cola y una mirada sin detener la marcha, a los franceses ningún caso, a los árabes una mirada de soslayo y hasta un gruñido amenazador en su cavernosa garganta si se le acercaban mucho (ibid.: 115).
De esta manera, y en consonancia con el análisis anterior, Federico/ Moro se constituye en el universo diegético como ente social a través de una abyección jerárquica. Esta la muestra performativamente en el mundo diegético a los ‘otros españoles’, a los que saluda por deferencia. Al ‘otro-francés’ le muestra altiva indiferencia y le vence cuando se enfrenta a él en forma de perro con “una soberana paliza”. En el máximo exponente de la escala de la abyección, sitúa al ‘otro-árabe’, al que amenaza si osa acercársele. Otra de las transformaciones que registra el narrador Federico en su proceso ‘e-laborativo’ a través de la escritura es el cambio de actitud frente a su pasado familiar. Su absoluta indiferencia afectiva evoluciona y siente la necesidad de realizar intercambios epistolares con su mujer, que se intercalan, transcritos, en la narración ulterior. Para
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terminar con la obsesión de su mujer, le comunica que, gracias a su terapia escritural y a su esfuerzo de integración social, llega “a comprender [s]u estado de ánimo y [s]us problemas psicológicos” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 116). Le avisa, no obstante, de que, a pesar de que ella y su hijo “forman parte de mis pensamientos cotidianos”, todavía no desea construir un futuro conjunto, puesto que no siente vinculación afectiva alguna. Esta ambigua evolución en la relación con su familia sorprende al crítico Ugarte, quien arguye que “las cartas de Federico a la esposa [...] parecen contener palabras de una persona diferente que la que vimos al principio del texto y que discrepan con la frialdad del personaje al comienzo del texto” (Ugarte, “Testimonios”, 1991: 58). El abandono de la frialdad de Federico y su oscilación entre el rechazo y la propensión a la vinculación afectiva extrañan menos si se entienden como parte del proceso ‘e-laborativo’ de un personaje que sufre los efectos físicos y psicológicos de una concatenación de traumas. Estos hacen que el personaje se autoperciba, y en términos fisiológico-neurológicos sea, según Malabou, una persona diferente (cf. The New Wounded, 2012: 119). Sin embargo, ante la propia sorpresa del narrador, las estrategias parecen ir dando sus frutos: [m]e escucho hablando [...] he atravesado la barrera del silencio que me separaba de las gentes, me encuentro entre el mundo discutiendo sus ideas, opinando, tratando de exponer mi yo, ya soy uno de ellos, mi vacío interno se ha llenado de pronto de espíritu colectivo, el agujero por el que ha entrado lo ha abierto Vicente y mi mujer por ser taladros puros agudos [sic] y tenaces (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 122).
La recuperación de la capacidad comunicativa oral de Federico es un indicio claro del progresivo restablecimiento de los mecanismos cognitivos y afectivos que habían quedado dañados a causa del trauma y que inhibían su capacidad física y psíquica de respuesta y de responsabilidad hacia ‘el otro’, siguiendo el concepto de Barad. Así, el “vacío interno”, metáfora del entumecimiento emocional del protagonista, se va rellenando de la sensibilidad física y psicológica necesaria para reaccionar a la interpelación de ‘los otros’, en este caso los tenaces
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Vicente y Amalia. La respuesta a su taladradora interpelación permite a Federico constituir una identidad personal, un ‘yo’ que exponer en relación con estos ‘otros’ y, en última instancia, recuperar paulatinamente la responsabilidad hacia ‘los otros’. Esta responsabilidad le posibilitará, por su parte, integrarse en los diferentes grupos a los que pertenece y adquirir la capacidad de articular identidades colectivas en torno a una memoria común. No obstante, el proceso de restablecimiento de Federico no es completo. Su respuesta cognitivo-afectiva, pero sobre todo su responsabilidad hacia los ‘otros’ que le interpelan, se antojan desiguales. La response-ability hacia Vicente se hace patente cuando reacciona al empeoramiento del estado mental de este, exponencialmente contrario a la evolución de Federico. Vicente, que se convierte, como lo hiciera Álvarez, en su nuevo objeto escindido de (auto)análisis a través de la escritura: “ha dejado de prestar atención a todo lo que le rodea... Está sucio y piojoso [...] y [l]e ha dado por perderse en el desierto” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 118). El proceso ‘e-laborativo’ de Vicente se caracteriza así por su componente laborioso en su sentido etimológico de ‘doloroso’. No solo no consigue descifrar el método correcto de reintegración de su identidad traumatizada, sino que los síntomas de su trauma se recrudecen. Vicente está convencido de que no conseguirá recuperarse hasta que no consiga descifrar el camino hacia la sublimación. Por ello, se dedica a ‘elaborarse’ en el sentido etimológico de “travailler avec soin, s’appliquer fortement” (Gaffiot, 1934: 579) a esta búsqueda, en la que Federico se esfuerza en acompañarle y en cuidarle. Por un lado, la incursión del diálogo en estilo directo entre Federico y Vicente en el relato ulterior marca formalmente la recuperación, aunque parcial, de la capacidad de respuesta de Federico. Por otro lado, el diálogo no parece ser útil, puesto que, como reflexiona Federico, Vicente no le tiene en cuenta y más bien le usa como receptor pasivo de sus extensas reflexiones y alucinaciones monologadas sobre la tortuosa búsqueda del camino de la sublimación: —Me abruman los coros —la primera frase que le he oído y no quiero interrumpirle a la espera para intervenir—. No logro desprenderme de la sensación —sigue con lo que parece un monólogo— de agobio que me
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produce la presencia de la completa intensidad de voces, clamor humano de almas desgraciadas, lamentos, llamadas, gritos de auxilio, que son algarabía de fondo, exposiciones ruidosas de ideas, deseos opiniones. Sí, los coros orquestales son apariencia del clamor humano en un conjunto armónico de locura que me desconcierta, ahora mi voz, mi pobre voz solitaria, que no consigue aunarse al ritmo, ni incorporarse a la armonía poderosa, violenta y arrolladora del mundo (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 127).
Federico escucha la verborrea monologada de Vicente, observa cómo “[s]u voz se hacía metálica, desconocida, con inflexiones irritantes” (ibid.: 128, destacado de la autora) y calla “contemplando la asombrosa transformación de su rostro, especialmente sus ojos desorbitados de mirada extraviada, mientras notaba que se me erizaban los pelos de la nuca y los nervios empezaban a enseñorearse de mis reflejos, como antaño” (ibid.: 129). La sensación corporal de miedo que describe Federico ante la desconocida transformación de Vicente puede interpretarse como la angustiosa (unheimliche) emergencia de algo familiar (heimlich) que ha sido reprimida y que retorna sintomáticamente, como la reacción nerviosa de antaño de Federico. Por lo tanto, esta escena pone de manifiesto una ráfaga identificadora de Federico con su escisión traumática, Vicente, y en consecuencia, que los síntomas del trauma del primero no han remitido del todo. Este reconocía en la página anterior que solo podría ayudar a Vicente —es decir, a sí mismo— si conseguía “sentir lo que Vicente pensaba [...] no bastaba con que le comprendiera era necesario que lo sintiera”. A pesar de la recuperación de las capacidades cognitivas dañadas por el trauma, Federico no ha podido restablecer completamente las capacidades afectivas que le permitirían reintegrar su identidad y sentir response-ability. Lo unheimliche que acecha las alucinaciones monologadas de Vicente alcanza su punto álgido cuando este se autodefine como abyecto en el sentido literal de la palabra: ¡Hombre!, ya lo veo otra vez: —y se puso a reír de forma espeluznante—: ¿sabes lo que es ahora?, excremento y secreciones; ¿qué es el mundo?; ¿qué soy yo?;
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Sí; ese soy yo; me veo enterrado en arena, con profundos desgarrones en mi carne putrefacta llena de gusanos, veo los huesos de mis costillas al aire, mi tórax vacío de entrañas y en mi cara no queda más que unos parches de piel apergaminada en la frente (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 129).
El destello de identificación entre Federico y Vicente ha quebrado, en términos psicoanalíticos, la frontera entre sujeto analista (Federico) y el objeto de análisis (Vicente). Esto se refleja en el relato, que queda invadido por el campo semántico típico de la abyección para representar la represión de la escisión, Vicente. Por ello, Federico reconoce que “[y]a no podía aguantar más, quería irme y dejarlo solo, huir de esa pesadilla que me arrastraba hacia el horror” (ibid.: 130). El reconocimiento de Vicente como ‘otro-reprimido’, su abyecto desafiante, supondría que Federico aceptase a su escisión con todos sus traumas. Por ello, abandona la escucha pasiva para reprimir y hacer callar a Vicente en estilo directo: “—Cállate, cállate hombre”. La orden de Federico consigue sacar a Vicente de su estado de trance, quien, a su vez, confronta a Federico con su trauma en un cambio de papeles entre el analista y el analizado: [u]n destello de dureza asomó a sus ojos mientras maquinalmente me decía: —¿Cómo voy a resistir el llanto de una mujer y la llamada de mis hijos?—. Yo sabía el significado de su mirada, dura, reprochadora. —Yo lo he hecho, le dije, sabiendo lo que me iba a contestar. —Sí, pero tu [sic] eres inhumano; cara de piedra y corazón de piedra—.
Es precisamente la insensibilidad afectiva, a la que se hacía referencia con anterioridad, el síntoma de que Federico todavía no ha sido capaz de restablecerse completamente para sentir response-ability hacia los ‘otros’ de su pasado que no sean escisiones de sí mismo. Tras la discusión, Vicente sale del campamento en búsqueda de la clave del camino de la sublimación. A la vuelta se encuentra con una peligrosísima jauría de canes, “sobre todo la de los feroces perros kabiles de las ‘jaimas’ árabes” (ibid.: 135). Estos están a punto de atacarle hasta que Moro, la
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escisión animal de Federico, los dispersa “en ataque poderoso y fiero” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 135), prueba de la recuperación parcial de la responsabilidad de Federico. La búsqueda de los caminos de la sublimación lleva a Vicente al burdel, en el que tiene lugar “el desgarramiento de su angustia interna y la salida con la eyaculación” (ibid.: 138). Mantiene relaciones sexuales con Aixa, bereber de sinestésicos “exóticos olores acres”, quien le embelesa y le contagia una enfermedad venérea que se manifiesta días más tarde. Cuando Vicente se entera en la enfermería de su afección trata de ir a recriminarle su contagio (cf. ibid.: 142). No obstante, la mirada de la mujer ablanda y despierta “nostalgias y sentimientos acariciadores” (ibid.: 143) en el enfermo, quien, se acuesta con ella durante varios meses. Su reincidencia hace que su infección se recrudezca en varias ocasiones hasta que se “abandonara al vicio del Kif [...] contra la atracción del acto sexual” (ibid.: 146). El kif, el tricoma de la marihuana, lejos de provocarle estados de anhedonia o abulia, lleva a Vicente a un estado alucinatorio constante en el que busca en la noche “desbordar su alma contrita y sus anhelos de bellezas abstractas” (ibid.: 147). El relato se desacelera, convirtiéndose en una gran pausa narrativa de divagaciones filosóficas en las que se repite la escena plasmada en la cubierta del libro: Vicente “[l]evanta la cara al cielo, a las estrellas, a la luna con su cara de pierrot en doloroso asombro” (ibid.: 149), buscando “el éxtasis, la sublimación del yo” (ibid.: 156) bajo la mirada de su fiel y sufrida acompañante, Aixa. Tras varios intentos fallidos de descifrar cómo conseguir sublimarse, en los que acaba llorando y recurriendo a la liberación sexual de su energía pulsional con Aixa, una noche “se siente poseso del alma, de la identificación. Apenas si [sic] puede retener en la memoria la vertiginosa carrera de imágenes. Pasado y futuro se aúnan [...] y se siente elevarse sin detenciones hacia lo sublime” (ibid.: 158). Vicente empieza a levitar físicamente. Aixa consigue agarrarle de los pies y despertarle de la sublimación, construida narrativamente como el final de otra metafórica fase vital, que termina con la muerte y el renacimiento apoteósico de Vicente, “un hombre nuevo” (ibid.: 160), que goza de
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paz de espíritu al verse liberado de sus pulsiones sexuales50. Además, al final de esta segunda temporalidad diegética, Vicente supera la represión del recuerdo del pasado, lo que le permite comprender el presente y creer en la “gloria [de] la esperanza de futuro” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 163). ... en Memorias de un refugiado Regreso a mi compañía cumplido el castigo. [...] Todo estaba prácticamente igual. Las mismas caras. La misma desesperación y el mismo trabajo. [... P]arecía, sin embargo, el paraíso, con respecto a lo que acababa de dejar (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 174).
La salida del campo disciplinario de Jiménez Margalejo supone una transición en el relato. A pesar de percibir la situación en el campo como inamovible, su valoración subjetiva ha cambiado en relación con la nueva realidad vivida en la disciplinaria. Al igual que hiciera al salir del Stanbrook, el ritual performativo de la higiene y la relación con su cuerpo muestra una evolución en el posicionamiento identitario del narrador, entre la extrema abyección física experimentada en el centre de séjour surveillé y su ingreso en las brigadas topográficas. Más específicamente, el hito que “cambió mí [sic] suerte” (ibid.: 176) fue la visita de un ingeniero de ferrocarriles que vino a hacer verificaciones topográficas a la compañía y para el que trabajó como auxiliar. Su “aspecto desastroso” le acompleja en comparación con el impoluto aspecto del ingeniero y de sus ayudantes. Llega incluso a hacerle rechazar en un primer momento un puesto en la brigada topográfica:
50 Afirma que no volverá a poseer a ninguna mujer, “a no ser que se viera obligado como terapéutica de una enfermedad o aberración fisiológica” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 191). Con este comentario hace referencia a la necesidad de evitar comportamientos homosexuales, que considera abominables. Estas ideas homófobas también aparecen en la obra de Jiménez Margalejo como, por ejemplo, en la descripción de la moral de la legión francesa en la que, arguye, no había ningún pudor para la “aberración sexual” (Memorias de un refugiado, 2008: 328).
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“[m]e negué a ir en el estado en que estaba. No me comprendió; debí explicarle que todavía tenía dignidad y, presentarme en una oficina, sin zapatos, con la camisa desgarrada y un pantalón de pordiosero no estaba en mis intenciones” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 178). Cuando el ingeniero comprende que el narradorautor no dispone de otras prendas, le facilita ropa en mejor estado: un par de botas de diferentes números, un pantalón caqui y una camisa. Con la nueva presencia que le confiere la ropa, decide aceptar el puesto. A pesar de que el nuevo trabajo le hace reconocerse en ocasiones en el hombre que había sido durante la guerra, los efectos de sus experiencias traumáticas durante el exilio hacen mella en el narrador: “[e]staba acobardado, considerándome inferior a todos los demás [...] no sabía sacudirme ese horror hacia las gentes” (ibid.: 178-179). La descripción del horror psicológico que le provoca el contacto con los ‘otros-franceses’, que habían provocado su trauma al producirlo físicamente como abyecto, se completa con la exposición de su manifestación física: “estaba bañado en sudor. Me corría por la espalda, por el pecho y me inundaba la cara, empañándome las gafas” (ibid.: 179). No obstante, el narrador afirma que no fue capaz de entender este síntoma durante su estancia en el campo y que se limitaba a “anotarlo, sin poderlo analizar” (ibid.: 180), lo que puede considerarse un indicio de su posible actividad escritora en los campos. La representación textual del ‘otro francés’ evoluciona según discurre la Segunda Guerra Mundial. En un primer momento, el narrador reacciona al contacto con el grupo de ingenieros franceses estableciendo una diferencia jerárquica entre “dos clases de franceses”: por un lado, “los “funcionarios”, que, como administradores de los bienes del estado francés, se dedican a gestionar a los exiliados como tales, tramitando su producción como abyectos; y por el otro, “los civiles”: independientes y sin pretensión de restablecer la esclavitud. El armisticio de Francia con Alemania hace que se recluya también en los GTE a prisioneros de guerra ingleses y polacos que habían luchado en las tropas extranjeras al lado de los aliados. El internamiento de extranjeros que se habían comprometido con los aliados supone una evolución en el posicionamiento identitario del narrador, por el que “llegamos a compadecerles y a odiar aún más a sus ‘negreros’” (ibid.: 183). De este
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modo, el ‘otro-francés’ se constituye como epítome del abyecto, en relación con el cual establecer su identidad sin diferencias jerárquicas entre los funcionarios y los civiles. No obstante, el cambio de signo de la guerra viene acompañado por la voluntad de Francia de llevar a cabo su proyecto de construir la línea ferroviaria de Bou Arfa a Kenadsa. Por ese motivo, el país galo decidió sustituir el trabajo de pico y pala, “que estaba bien para servir de castigo” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 185), por una utilización práctica de los muchos técnicos españoles que se encontraban en los campos de concentración. Por este motivo, el narrador afirma haber gozado de mejores tratos que los polacos y que los ingleses, quienes, al no tener formación técnica, se vieron abocados a soportar trabajos forzados y a no gozar de la mejora de las condiciones de vida producidas por la gestión civil del transahariano51. Asimismo, como también ocurría en el caso de Federico, lo laboral se constituye como el eje de su reconstitución identitaria. De hecho, a pesar de la profunda sensación de desintegración de su ‘yo’, la generalización del uso de la tercera persona del plural y la inclusión de los nombres propios de sus compañeros de “grupito” (ibid.: 196) en el relato, sugiere la narrativización retrospectiva de estas actividades laborales como un periodo de progresiva integración del narrador en un colectivo. Cuenta que se le puso al frente de una brigada topográfica y que adquirió cada vez mayor responsabilidad. Por ello, reconoce sentirse “contento de ver mis progresos en la realización de mi sueño de juventud de ser ingeniero”. Así, el narrador semantiza su identidad en el presente de la narración en el ámbito de lo laboral y como continuación de su vida anterior a la Guerra Civil. De hecho, según el narrador, es precisamente el trabajo lo que marca la evolución de la identidad de los diferentes grupos políticos en el exilio argelino. En un principio, afirma, los comunistas se negaban a abandonar el trabajo de “pico y pala”, puesto que consideraban que esto era lo que les convertía performativamente en verdaderos proletarios y, por lo tanto, en comunistas. Por esta normatividad
51 No describe ni a “los ingleses” ni a “los polacos”. Por lo tanto, no es posible deducir el rol de estos ‘otros’ en su construcción identitaria.
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grupal en relación con el trabajo, “muy pronto sólo quedarían comunistas en las unidades” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 205). Sin embargo, con el tiempo, a pesar de que “su sacrificio es mayor que el de las otras agrupaciones [... el comunista n]o es masoquista”. Así, estos también van aceptando trabajos en el proyecto de la línea férrea. Además, se van creando grupos de trabajo definidos por afinidad política, ya que la contratación se basaba en recomendaciones amistosas. Sin embargo, la obligación de cooperación entre los grupos para asegurar la producción “creó relaciones de trabajo, que devolvieron muchas otras más amistosas, que aquellos meses, de continua oposición política, habían hecho desaparecer” (ibid.: 206). Este ambiente amistoso no cambia hasta el ataque de los alemanes a la URSS, por el que los comunistas vuelven “a su cauce natural” (ibid.: 212) y se apoderan “de aquel ataque para justificar, de golpe, el pasado, el presente y el porvenir” (ibid.: 211). El narrador muestra de nuevo claramente su distanciamiento de los comunistas, a los que se refiere en tercera persona. De este modo, el protagonista se constituye en abyección antagónica al comunismo en el momento de la escritura. Sin embargo, el relato revela su ambivalencia ante el comunismo en el tiempo de la experiencia narrada, cuando, por ejemplo, afirma que “nadie, que sintiese la causa obrera, podía quedarse insensible oyendo [las] notas marciales [de ‘La Internacional’], impregnadas de la horrible petición de justicia de los desheredados” (ibid.: 214). Por lo tanto, el narrador admite su admiración por la causa internacionalista de los comunistas durante la experiencia, lo que relativiza la abyección de lo comunista para conformar su identidad en los campos de concentración. Con el avance de la guerra y el afianzamiento inglés en las costas, el eje tiene cortada toda posibilidad de importación marítima. La necesidad de aprovisionamiento de Alemania obliga al eje a aprovecharse de la línea ferroviaria del norte de África. Por ello, se amplía la longitud de la línea hasta Níger y se aumenta el número de operarios. Esta situación, analiza el narrador, hace que se contrate a nuevo personal “joven y sin familia” (ibid.: 227), gerentes, “muchísimo más humanos que nuestros antiguos carceleros”, que, a diferencia de estos, “no tenían antagonismos políticos contra nosotros”. Este nuevo empuje en la construcción de la línea ferroviaria provoca además la
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mejora progresiva de las condiciones de vida de los refugiados. Estos comienzan a recibir un sueldo, aunque ínfimo, por sus servicios, se alojan en barracas de sesenta personas (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 230) y crean “una peñita semiliteraria” (ibid.: 231) con libros prestados de la biblioteca militar. Además, su bienestar corporal y su aspecto físico mejoran. El nuevo sueldo les permite, por un lado, comprarse ropa nueva (cf. ibid.: 233) y más alimentos, lo que contribuye, a su vez, a mejorar la percepción de su integridad personal52. Por otro lado, el mundo laboral se perfecciona, ya que la organización y gestión de la obra “se ‘hispanizaba’” (ibid.: 238). La reintegración de la dignidad personal alrededor del trabajo como pivote identitario fundamental se colectiviza, estableciendo lo que define la superioridad del grupo nacional español en comparación con los ‘otros’. El punto álgido de este orgullo se narrativiza en torno a la inauguración del primer tramo de la vía ferroviaria, por la que, en el tiempo de la experiencia, “nos sentíamos profundamente orgullosos” (ibid.: 250). El orgullo alcanzó tal punto, que, como critica el narrador en el tiempo de la escritura, al haber perdido “el sentido exacto de la decencia, nos regocijábamos del éxito de nuestros AMOS, con mayúscula”. Este “amo” —el ‘otro francés’— se representa como explotador y productor del ‘otro-español’ como abyecto, de nuevo, en dos gradaciones: los militares, que siguen dirigiendo los campos, se describen como “[b]orrachos empedernidos [... que] solo tenían de franceses, el uniforme y el nombre” (ibid.: 238) y se constituyen así como epítome del abyecto en relación con el cual se constituye la identidad colectiva del narrador. De los “nuevos civiles” (ibid.: 241) afirma que “nos tenían una cierta simpatía [...] y necesitaban aliados [...] pero solo pensaban en nosotros para explotarnos”.
52 La descripción de cómo fabricaban jabón y cocinaban alimentos tras tratar el gasoil con aceite de cacahuete es altamente interesante (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 242-244).
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Sin embargo, el desconfiado tratamiento textual de los civiles se suaviza con la entrada del ‘otro-árabe’ en el relato. El ‘otro-árabe’, por el que no tuvo, como se lamenta el narrador, ni interés, ni ganas de conocer, se caracteriza como “primitivo” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 237), “salvaje, cruel y vengativo” (ibid.: 245), sobre todo, en su trato a la mujer. Según el narrador, los árabes tratan a la mujer como “un animal emparentado con el burro, un poco superior al perro, pero bien inferior al camello”. En contraposición a estos, los civiles franceses “tenían hacia el otro sexo esos miramientos que sólo proporciona [sic] la cultura y la civilización”. Este comportamiento del francés civil hacia el ‘otro-mujer’ lo distingue de “nuestros verdugos [que] no eran mucho mejores [que los árabes] ni con ellas ni con nosotros”. Esto, junto con la afirmación de que los militares borrachos “solo tenían de franceses el uniforme y el nombre” (ibid.: 238), sitúa a ‘lo francés’ en una posición ambigua en lo que se refiere a la construcción identitaria del narrador. Jiménez Margalejo expresa a través de metáforas raciales y genéricas que los españoles eran una “especie de raza mestizada, lo suficientemente sucia y miserable para no tener repugnancia en codearse con los árabes y, que, por su origen, no podían, completamente, rechazar a los europeos”. La expulsión del español a los límites del imaginario francés y sus consecuencias en su estado físico y psicológico permite al español codearse con el ‘otro-árabe’, caracterizado como repugnante. Sin embargo, afirma no poder “abyectar” completamente al ‘otro francés-civil’, puesto que este representa sus orígenes, es decir, parte de su identidad anterior a la concatenación de experiencias traumáticas. No obstante, en otra ocasión, no duda en posicionarse con el africano para enfatizar su virilidad heterosexual: “[e]l tradicional aislamiento [...] no permitió a las corrientes modernas diluir la herencia africana e indígena que circulaba por nuestras venas: Éramos diferentes a los otros habitantes del continente; por eso, aun aislados y entre hombres, no se nos ocurría remplazar a la mujer por el compañero” (ibid.: 108). El narrador se apropia de la idea de que África empieza en los Pirineos, tan utilizada por los absolutistas y reaccionarios en contra del afrancesamiento de España, para justificar su virilidad
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heteronormativa española53. Sin embargo, describe la brutalidad con la que un “gigantesco negro, medio desnudo, con ojos enrojecidos por la pasión” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 235) mata a pedradas a uno de los suyos por beber agua en el trabajo en el desierto durante el Ramadán. Además, no se reflexiona que se haya sustituido a los españoles por los colonizados para realizar el penoso trabajo físico. Asimismo, el narrador insiste en su preferencia por las mujeres de apariencia europea, de rasgos “más afinados y menos negroides” (ibid.: 116) en sus habituales visitas al prostíbulo del pueblo para mostrar su virilidad. Por lo tanto, puede deducirse que el ‘otro-árabe’ se constituye narrativamente como abyecto en relación con el cual se articula la identidad colectiva del narrador, por encima jerárquicamente del epítome del abyecto, ‘el militar francés’, pero por debajo del ‘otro-francés civil’. Asimismo, el tratamiento textual ambiguo del ‘otro-francés-civil’ conduce al narrador a reflexionar sobre el rol de ‘lo político’ en su reposicionamiento identitario: “[f ]ue una época de relativa calma política. [...] Nadie se preocupaba mucho de lo que hacían los demás, tratando de [...] recobrar un cierto equilibrio y descansar de las pruebas terribles pasadas” (ibid.: 241). La descripción de la falta de interés hacia los demás se relaciona sintomáticamente con el pasado traumático. Ni las detenciones injustas de compañeros que son enviados al campo disciplinario (cf. ibid.: 239-241), ni las torturas a las que se ven sometidos sus compañeros comunistas en el penal de Maison Carré (cf. ibid.: 247), acusados de organizar un levantamiento general de “los nativos” (ibid.: 248), provoca ningún tipo de respuesta antagónica hacia el ‘otro-francés’ en el tiempo de la experiencia. La inhibición de la respuesta hacia aquello que lo produce como abyecto y la
53 Según Kunz (cf. 2003: 139), Irribarren (cf. 1956: 453) atribuye en El porqué de los dichos la frase “África empieza en los Pirineos” a Dominique Georges Frédéric M. de Pradt y no a Alejandro Dumas. M. de Pradt utiliza en Mémoires historiques sur la révolution d’Espagne (1816) una expresión similar: “[p]arece un error de la geografía el haber comprehendido á la España en la Europa, perteneciendo al Africa mejor. En España, la sangre, las costumbres, el lenguaje, el modo de vivir y de pelear; todo es africano” (148).
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falta de ‘responsabilidad’ hacia el grupo perseguido por su identidad política son, según Barad, síntomas de un trauma (cf. 2012: 215). Por un lado, señalan el bloqueo de las capacidades afectivas y cognitivas producidas por este, y por el otro, evidencian la interiorización de la represión francesa de su identidad. Esta hace que el sujeto se autoimponga, cual ‘superyó’, la abyección de ‘lo político’, precisamente el rasgo identitario fundamental por el que había sido expulsado del imaginario nacional español con el exilio54. “Aquella vaguedad en los días y en los meses se iluminaba, de pronto, con una fecha histórica” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 251). El desembarco aliado en el norte de África se narrativiza como hito histórico clave en el desarrollo de la suerte de los exiliados. La noticia provoca una “respuesta unánime, en hispano-francés, en la cual lo único común resultaba de Gaulle” (ibid.: 253). Para el protagonista, Carlos, significa la evocación, ya olvidada, de España y la posibilidad de reanudar “la vida, allí donde la paró la contienda” (ibid.: 254). La expectativa del retorno lleva a todos a despertar del estado de resignación al que se habían visto sometidos por la experiencia traumática de los campos. Sin embargo, pronto se enteran de que los estadounidenses habían pactado con los partidarios de Vichy. El narrador utiliza la técnica de la prolepsis interna para avanzar los efectos negativos que esta va a tener para los españoles. Con la irrupción del diálogo en estilo directo se devuelve el orden lineal del relato y se reproduce con detalle cómo los compañeros que se han reunido con una delegación estadounidense en inspección en Colomb Béchar les comunican el decepcionante resultado de dicha conversación: —Sí, no hay nada que hacer. O el coronel americano es una excepción o no nos hacen... ni caso. —Pero ¿por qué?— volvieron a interrumpirle.
54 Véase a este respecto Arendt, The Origins of Totalitarism (1951). La autora afirma que los sistemas concentracionarios provocan la deshumanización del ciudadano y coartan su capacidad de reaccionar, de entablar cualquier tipo de diálogo, de afectar a la esfera pública y de ser afectado por la misma.
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—Por la sencilla razón [sic] que no tienen idea de lo ocurrido en España... e incluso... dudo... que sepan muy bien dónde está nuestro país (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 264).
La ignorancia absoluta de los soldados estadounidenses sobre la situación, la rebeldía recuperada por los exiliados y sus reiteradas huelgas, así como la cesión francesa de la maquinaria del Mer-Niger al ejército estadounidense supusieron el traslado de los exiliados en tren hacia Oujda para trabajar, de manera obligatoria, para los estadounidenses. El viaje en tren se semantiza como otra transición vital que sella la vida anterior en los campos (cf. ibid.: 271). No obstante, la atrayente y limpia apariencia de los estadounidenses se descubre como una farsa bajo la cual se esconde un nido de defectos. La narración se convierte en una gran pausa descriptiva que gira en torno a ellos: el narrador abunda en exposiciones de su pésima educación, su aire de perdonavidas, su ignorancia, su infantilismo, su incompetencia supina, su derroche alimenticio, armamentístico y de pólvora, su falta de eficacia y su irresponsabilidad ante el pueblo. La huida de los campos para conseguir su ansiada libertad en Argel y en Orán resulta también decepcionante, pues la única manera de conseguir trabajo es ponerse al servicio de los estadounidenses. Además, estos requieren una “carta de identificación” (ibid.: 296) francesa para expedir todo contrato de trabajo. El peligro que suponía trabajar en el puerto durante los continuos bombardeos aéreos liberó puestos, por lo que los franceses facilitan la contratación de personal con una cláusula que impide al exiliado trabajar y vivir fuera de zonas militares. A la indignación por esta restricción de la libertad, se suma la de verse dirigido por “los negros” (ibid.: 298), considerados los últimos en la jerarquía del imaginario nacional estadounidense: [a] los carceleros franceses les sucedían los negros. Los franceses eran crueles, aunque relativamente inteligentes. Los negros, todavía más idiotas que sus amos blancos, con mayor puerilidad, pero tan soberbios y engreídos como ellos se sentían los amos tras aquel uniforme y se lo hacían sentir a todos.
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Así, el narrador sitúa al ‘otro-negro-estadounidense’ que le produce como abyecto como el epítome de los suyos en sus ejes racial y nacional, sustituyendo al ‘otro-francés’. En esta ocasión sí que presta atención al ‘otro-moro’ y admite su situación jerárquica inferior al republicano español en relación con los imaginarios nacionales francés y estadounidense. Inmediatamente después, lo produce como abyecto de su propia identidad por encima del ‘otro-estadounidense’ y por debajo del ‘otro-francés’ (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 298 y 335). Asimismo, explicita cómo el ‘otro-moro’ odiaba a los españoles por “ser ‘rumíes’ y, por lo tanto, enemigos del Islam y unos dominadores más” (ibid.: 335), lo que sitúa al español como abyecto dentro del imaginario nacional argelino. En el imaginario nacional francés, por encima de los “moros”, afirma el narrador, están los pieds-noirs y los jaícos, “una raza mestizada entre el francés y el español, con aditivos Italianos [sic]” (ibid.: 334). A los pieds-noirs los coloca un poco por debajo de los franceses metropolitanos y por encima del ‘otro-moro’. A los jaícos les define como amigos, “aunque no nos compenetrábamos” (ibid.: 309) por su falta de conciencia de clase y por su ignorancia. La actitud hacia los franceses evoluciona con el contacto con ‘otros franceses-civiles’ en Orán y Argel y reconoce “haber sido, indudablemente injusto, englobando a todo el país en la conducta de quienes, entre nosotros, lo representaban” (ibid.: 328). El narrador llega a admitir abiertamente su admiración hacia lo francés, que ya traslucía en el texto: “[n]os gustaban o me gustaban aquellas personas, por bastantes cosas, a pesar de ser diferentes [... e]ran precisos y educados, llenos de detalles para los demás y con una exquisita sensibilidad para las cosas pequeñas” (ibid.: 334). Por último, el ‘otro-judío’ se describe como conservador de sus tradiciones milenarias, culto y frugal (cf. ibid.: 335). Comenta también que era el colectivo en relación con el cual se construye el imaginario nacional francés. Tan solo se menciona que los judíos odian a los españoles por hacerles “competencia con ventaja”, de lo que podría deducirse la creencia en la superioridad laboral del español. Por otro lado, lo laboral deja de constituir el eje fundamental a partir del cual se construye la identidad del narrador. Los trabajos no cualificados y el trato vejatorio al que se ve sometido constantemente
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no le llenan. Los síntomas del trauma del exilio le acechan e incluso incrementan con la aparición de incontinencia mingitoria, que se añade a los ya habituales síntomas de la sudoración en contacto con desconocidos (cf. Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 295 y 311). Vivir situaciones similares a aquellas que provocaron su trauma en los campos de concentración y de castigo acrecienta los síntomas. Le producen una sensación de aislamiento absoluto, tanto de la sociedad que le producía como abyecto, como de sus propios compañeros de abyección. El entusiasmo que había despertado el comunismo en el narrador con la derrota de Alemania (cf. ibid.: 288) y con la disolución de los campos (cf. ibid.: 313) le llevaron a estar muy cerca de “dejarme arrastrar” (ibid.: 319) e integrarse en el maquis. Sin embargo, pronto vuelve a la apatía y a la indiferencia, tanto a nivel político, como personal (cf. ibid.: 360 y 362). Ni tan siquiera es capaz de poder compartir del todo las emociones de la celebración del final de la Segunda Guerra Mundial (ibid.: 349), ni las esperanzas depositadas en el derrocamiento de Franco (cf. ibid.: 354). No obstante, a pesar de la insistencia del narrador en su desconexión absoluta con el colectivo, se incluye en la primera persona del plural gramatical cuando habla de la inquietud, la esperanza y la responsabilidad que sienten los exiliados de luchar por un futuro no revanchista hasta la estabilización del régimen de Franco en la década de los cincuenta. Este indicio apunta formalmente a que dichos acontecimientos históricos sí le han hecho adquirir cierto sentido de colectividad (cf. ibid.: 350-351 y 354). Sin embargo, a pesar de los diferentes intentos de ‘e-laboración’ de la dolorosa experiencia traumática a partir de su reposicionamiento identitario en esta segunda temporalidad diegética, la anhelada libertad de Jiménez Margalejo conlleva el desmantelamiento de su pilar identitario en torno a lo laboral y recrudece los síntomas de su trauma. De todas maneras, la ‘e-laboración’ a través de la sublimación de la energía pulsional en el mundo del trabajo no resulta adecuada.
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4.3.3. El restablecimiento del trauma y del ‘yo’ en lo social ... en Búsqueda en la noche “Como resumen del último mes transcurrido, se observa en el campamento base un cambio notable. Las condiciones de vida de los españoles han mejorado considerablemente” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 164). El renacimiento de Vicente, que cierra el capítulo anterior, coincide con el retorno de Federico como personaje y con la decisión de Vicente de tomar la escritura como medio de expresión. Las condiciones de vida han mejorado tanto con la iniciación del periodo de explotación de la línea ferroviaria que se ha llegado a equiparar los sueldos, el alojamiento y el tratamiento de “todos los dibujantes y jefes de equipo incluyéndome a mí como administrativo” con los de los civiles franceses. Así, la inherente jerarquía que constituye la abyección del español del imaginario francés desaparece en la percepción del narrador55. Asimismo, la salida de la brigada a su primer estudio hace que Federico se quede solo y que, por lo tanto, tenga “nuevas gentes que tratar” (ibid.: 187). Esto supone la entrada del ‘otro-argelino’ en el relato, ya que el narrador emplea su “abundante tiempo libre en saturarme de ambiente moruno”. No obstante, esta temática es tan solo anecdótica en el mundo diegético y no corresponde a la inversión temporal que el narrador dice haber hecho. Por lo tanto, puede afirmarse que sigue existiendo una tendencia a silenciar al ‘otro-argelino’, instaurado como abyecto en relación con el cual Federico constituye su nueva identidad. Es la evolución de Vicente y la respuesta de Federico a estos cambios lo que vuelve a predominar en la narración. Con el comienzo de la actividad literaria de Vicente, que regala sus escritos a Federico, el narrador heterodiegético afirma tener una base sólida para poder completar su (auto)análisis (cf. ibid.: 165). Así, se introducen pedazos del manuscrito de Vicente en la autoficción, quien, como narrador heterodiegético, escribe su particular historia de la civilización hasta
55 No debe olvidarse que siguen “abyectados” del imaginario nacional francés al verse obligados a trabajar en el desierto, locus de la abyección.
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el apocalipsis que ha llevado a la decadente civilización actual56. Asimismo, plasma en forma de poesía las divagaciones filosóficas que le condujeron a la experiencia de la sublimación57. Federico, por su parte, se muestra ambivalente en relación con la evolución de Vicente. Por un lado, está asombrado por su clarividencia y, por el otro, escéptico ante la evolución de las capacidades sociales de este, al que tacha de egoísta (cf. Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 191). Critica su marcado egocentrismo, que raya la megalomanía narcisista, por la que Vicente considera “tener conciencia del momento futuro y al identificarme con él soy poseedor de la verdad, de la muerte, soy una partícula que ha salido de la corriente humana y se ha disgregado en el cosmos” (ibid.: 195). De este modo, se representa a Vicente con el topos literario del Doppelgänger, característico del idealismo subjetivo del movimiento romántico alemán, en el que el doble representa un anhelo de infinito y su lucha por extenderse más allá de los límites humanos58. Federico, por su parte, se sitúa como “contrario de él” (ibid.: 192), siguiendo otras variaciones del topos del Doppelgänger, como el doble ‘reactivo’ —según la terminología de Morel (cf. 2001: 17)— al que reaccionar en una lógica dicotómica jerárquica de superioridad.
56 Véase Jiménez Margalejo (cf. Memorias de un refugiado, 2008: 165-169). El tópico del manuscrito encontrado aparece en muchas obras del corpus del exilio republicano español, como por ejemplo en Diari d’un refugiat català d’Almenara (1943); Diario de Djelfa de Aub (1944); La ciudad de madera de Cabruja i Auguet (1947) o Memorias de un español en el exilio de Raposo (1968). También existe la ficción peritextual del manuscrito en Manuscrito Cuervo de Aub (1999) o del manuscrito ficticio, como en de Olibo, Parcours: Paco. Espagne, 1936-1939 (1972). Véase, a este respecto, Sicot, “El topos del manuscrito” (2010); Ugarte, “Testimonios” (1991); Nickel (cf. 2012: 180-192) y Cate-Arries, Spanish Culture (cf. 2004: 183). 57 Véase Jiménez Margalejo (cf. Memorias de un refugiado, 2008: 171-185). Michael Ugarte, en “Testimonios” (cf. 1991: 58), afirma que se reproduce el cuaderno de Vicente, pero, como puede observarse, se trata únicamente de algunos extractos minoritarios. El resto son interpretaciones y transcripciones del narrador heterodiegético Federico de las divagaciones de Vicente. 58 Véase Keppler (cf. 1972: 187). Término inventado por Jean-Paul Richter en 1776 (cf. Herrero Cecilia, 2011: 22).
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En esta lógica y, a pesar de la supremacía artística e intelectual que reconoce a su doble, Federico remarca que Vicente es el único del grupo que no ha conseguido un ascenso laboral (cf. Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 164). Sus ideas las tacha de descartables “porque sé la escasa cultura que posee de esos temas por falta de contacto y por lo poco que ha leído y aprendido” (ibid.: 192). Además, critica su actitud, insolente, suprahumana y asocial. El narrador principal trata de este modo de presentarse por encima de Vicente en el rango de la dicotomía del doble reactivo al revelar los errores del que, por su superioridad cognitiva y artística, puede convertirse en su rival. “Si [...] nos hubiéramos guardado las cantimploras de agua o si nos hubiéramos quedado en el mismo lugar esperando la vuelta de la camioneta [...] todo habría cambiado radicalmente” (ibid.: 196). La prolepsis interna augura un final desgraciado y cumple el tópico de la muerte del Doppelgänger a causa de la rivalidad con el ‘otroyo’ (cf. Muñoz, 2013: 87; Herrero Cecilia, 2011: 23; Lobo Polidano, 2010: 5). En un giro analéptico inmediatamente posterior, el relato retrocede hasta situarse temporalmente el día en el que el Capitán, Vicente y Federico salen de excursión para instalar un teodolito en el desierto. Una vez terminada la operación, y cuando están a punto de marcharse, ven en el horizonte a un hombre montado en un dromedario pidiendo ayuda. El geólogo francés para el que trabaja se ha roto la pierna y necesita ser trasladado al campamento lo antes posible. El Capitán sale apresurado en su ayuda con la camioneta y promete estar de vuelta en dos horas. Sin embargo, olvida dar las cantimploras a Vicente, a Federico y al hombre del dromedario. Abatidos por la sed y el calor asfixiante del desierto, deciden salir en busca de un oasis. Cuando por fin llegan a un “charco reducido en medio de una circunferencia de barro blancuzco” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 198), Federico y Vicente beben de él. Advertido por los gritos del guía, que avisa de que el agua es venenosa, Federico deja de beber, pero Vicente bebe en grandes cantidades. Envenenados, tratan de volver a la pista, donde debe recogerles el camión. No obstante, el malestar corporal, las alucinaciones y una tormenta de arena dificultan su labor y hacen que pierdan a Vicente.
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“He sabido que me trasladaron a la base de Bechar [...,] que me internaron en el hospital, preso de un ataque de altísima fiebre con delirantes accesos, en los que hablaba de Vicente, dirigiendo la búsqueda y afirmando saber el lugar dónde [sic] estaba enterrado” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 200). A través de la metáfora de la fiebre delirante se insiste en la preocupación y, por tanto, en el sentido de Barad, en la ‘responsabilidad’ de Federico sobre Vicente, así como en la certeza del narrador de saber dónde se encuentra enterrado su doble. La conexión entre ambos personajes llega hasta tal punto, que el narrador heterodiegético es capaz de reproducir los detalles de la muerte de Vicente en otro giro analéptico: describe la idílica atmósfera, creada por el más bello ocaso que “jamás se había mecido sobre el suelo Sahareño [sic]” que recibe el cuerpo inerte del desdichado. “De aquel suelo de arena caliente y vivo de nostalgias, triste de sentirse bello, diríase que emergían la delicadeza de una gama de arpegios de ternura con los que se adornaba la sinfonía del adiós a un pasaje de la vida”. La descripción idealizada de la muerte de su compañero como una despedida a un pasaje de la vida, así como la convicción de Federico de que no se puede despedir de él porque lo tiene presente, enfatizan la identificación de ambos personajes. El momento en el que el primero reconoce que su “intención de reconstruir la mía [—mi vida—] apoyándome en la de los demás, ha sido plenamente lograda y sobrepasada con el conocimiento de la personalidad del joven malogrado” (ibid.: 202) apuntala esta interpretación. El protagonista evoluciona así en su relación con su doble, “precisamente el día que desembarcaron las tropas americanas en Africa [sic] del Norte” (ibid.: 201). Este día, narrativizado como un hito alegórico en la recuperación identitaria de Federico, el narrador principal supera su posición polarizada reactiva y tiende hacia una posición de reversibilidad con su doble (cf. Morel, 2001: 18). Esta superación posibilita, a su vez, un intercambio de complementariedad en la diferencia de ambos (cf. ibid.). Esta evolución permite a Federico reconocerle y reintegrar así su mensaje en su ‘yo’. Un mensaje que guarda el secreto del camino de la sublimación, que Vicente no fue capaz de resolver en vida, obcecado en reducirla a una ecuación matemática mesurable (cf. Esteve, Búsqueda en la noche,
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1957: 193; 195 y 207-218). “Siento que me ha dejado un mensaje [...] ya no sabré aislarme ni desentenderme del mundo en que vivo; que se ha perfilado y aclarado mi problema de incomprensión de la condición humana” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 202). Federico reconoce el fin de la sublimación no en lo trascendente, como Vicente, sino en la creencia en lo social, que según Stiegler es la única eficaz. De esta manera, Federico da un paso más allá en su ‘trabajo e-laborativo’. Como revela en su carta a Amalia, con la que finaliza la obra, el narrador afirma que siente recuperada su sensibilidad corporal. Esto supone un claro indicio de la recuperación de sus capacidades afectivas, que habían quedado dañadas por el trauma y que no le permitían restablecer la responsabilidad completa hacia todos ‘los otros’, a pesar de comprender cognitivamente su deber con lo social, como expresara Barad. Federico especifica cuáles son esas nuevas sensaciones, dándonos la clave del restablecimiento de su response-ability: [p]ara empezar, al despertar de mi sopor por la crisis, la primera sensación, sensación de realidad, fué [sic], yo con Fito en los brazos emocionadísimo, y tú ante mi vista con una mirada asombrosamente humana, feliz, exultante, posesiva; después de esa sensación de la escena del primer contacto real que tuve con el mundo tras la explosión que me hirió (ibid.: 204).
El ‘trabajo e-laborativo’ a través de la escritura en el campo en esta tercera temporalidad diegética ha permitido a Federico autoanalizarse desde una posición de control. Lo ha conseguido al disociarse en personajes-objetos de análisis y al recuperar, así, ciertos recuerdos traumáticos del pasado de la Guerra Civil que le impedían restablecer su vínculo afectivo con su pasado y, por lo tanto, con su mujer y su hijo. “Todo se ha encadenado [...] el camino [...] me conduce a vosotros”. Restablecido el recuerdo, es posible rehabilitar no solo las capacidades cognitivas, sino también las afectivas. Además, la recuperación total de la cognición le permite acceder al secreto de la sublimación de las pulsiones humanas, convertidas en energía social a través de una creencia intangible e incalculable, según la teoría de Stiegler: “la fe [...], canal que dirige y guía los valores dispersos de la naturaleza a las metas felices y eternas”. Este descubrimiento de la fe,
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junto con el restablecimiento de lo afectivo, posibilita la reintegración contingente de su ‘yo’, gracias a la recuperación de la ‘responsabilidad’ hacia su mujer y su hijo, en el sentido de Barad, cuya llegada espera con impaciencia: “esperaré con los brazos abiertos tendidos hacia el mar a que llegues y me los llenes de calor de tu cuerpo, de risas, de lágrimas felices, de cantos y de goces, de besos y caricias sin fin, de esperanzas y de vida modesta, eterna, gloriosa” (Esteve, Búsqueda en la noche, 1957: 205). ... en Memorias de un refugiado Trabajo en una empresa francesa en Casablanca. Aislamiento. (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 365). Me trasladé a Casablanca [...] Me había casado y vinieron los hijos para amueblar más una situación, al hacerla más irreversible. Solo el trabajar y trabajar, cada vez más, me salvaba. [...] Otros encuentran en el alcohol una salida, yo la encontré en el trabajo (ibid.: 367).
Gracias al estatuto auspiciado y firmado por De Gaulle en los albores de la derrota del eje en 1945 que suprime las restricciones de movimiento y de contratación de los españoles (cf. ibid.: 346), el protagonista y narrador de Memorias de un refugiado, Carlos, consigue un trabajo en una empresa francesa en Casablanca. En esta ciudad se instala con su familia, a la que nombra por primera y última vez en la cita anterior. Este silencio sobre su vida familiar es un indicio, implícito, de la poca influencia que esta tiene en el proceso ‘e-laborativo’ de su trauma. La distanciada alusión a su vida familiar como “irreversible” (ibid.: 367), con el nacimiento de sus hijos, recuerda a la explícita incapacidad de respuesta afectiva de Federico hacia su familia en Búsqueda en la noche en su fase ‘e-laborativa’ (4.3.2.). Su mejoría parcial y la recuperación de la capacidad de respuesta hacia el ‘otro’ le permitían comprender la responsabilidad contraída con su familia, pero su incapacidad afectiva le hacía experimentarla como un lastre. En este caso, de esta referencia implícita podría inferirse una evolución similar en Carlos.
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Como salvación a la opresión que siente por la ‘responsabilidad’ que le debe al ‘otro’, según la teoría de Barad, el narrador retoma su estrategia de refugiarse en el trabajo como asidero identitario. Sin embargo, esta vez, se dedica a ello con mayor empeño y con una clara estrategia: “me ayudó mucho, impidiéndome pensar. [...] Los momentos de ocio estaban allí para recordarme como [sic] era mi existencia” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 366-367). El trabajo se constituye así, al comienzo de esta fase de reintegración del ‘yo’, en una estrategia consciente de represión de los síntomas del trauma, un represor, a su vez, del trabajo ‘e-laborativo’ en términos psicoanalíticos. El objetivo era “hacer pasar ese tiempo tan monótono” (ibid.: 367), que se marca textualmente con una aceleración superlativa de la duración del relato a través del uso de un sumario tan supino que resume dieciocho años de su vida en dos oraciones. Así se explicita que la catástrofe provocada por las revueltas contra los franceses europeos de Marruecos le lleva a exiliarse a Venezuela (cf. ibid.: 365). Un abrupto cambio al presente verbal sitúa la narración en el presente de la experiencia en 1964. Sin embargo, la narración simultánea no trata del lugar en el que se lleva a cabo la escritura retrospectiva de la experiencia argelina, en Venezuela, sino de España: “[e]l régimen se resquebraja. Las voces de los que pugnan por hablar son ya incontenibles. Pertenecen a otra generación, a la de nuestros hijos. [...] En ellos está el porvenir y de ellos vendrá el castigo” (ibid.: 369). El ímpetu y la convicción de que la generación más joven, a la que se refiere en el campo semántico de la familia y con el posesivo en la primera persona del plural, “nuestros hijos”, sorprende al receptor, que se pregunta, como lo hiciera Ugarte en su análisis de la evolución del personaje Federico en las cartas a su mujer en Búsqueda en la noche, si tal afirmación la ha hecho la misma persona. En el caso de Federico se observaba la paulatina recuperación del personaje, gracias a la relativa linealidad y el equilibro de la duración del relato. Sin embargo, la aceleración sumaria, casi elíptica de la narrativización del recuerdo de los últimos veinte años de Carlos Jiménez Margalejo impiden diseminar la progresiva recuperación del narrador y hacen que tan solo se observe el resultado del ‘trabajo elaborativo’, desde donde se retoma el relato.
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El narrador autodiegético considera en primera persona del plural que “nuestras almas quedaron enredadas en las púas de las alambradas” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 370). Con esta afirmación acepta, pues, el origen de su trauma y de sus síntomas y enfatiza el componente doloroso del proceso ‘e-laborativo’. No obstante, admite que su “indiferencia de años, se ha ido convirtiendo en interés. Los sentimientos ocultos se han hecho explosivos y, por mí [sic] evolución, deduzco la de mis compatriotas de dentro y fuera. He vuelto a comprender a mí [sic] tierra y he establecido de nuevo, contacto espiritual con sus habitantes” (ibid.: 373). Carlos explicita así la evolución que ha experimentado en esos años no narrativizados y que se deducían de los efectos de la cita anterior. El narrador ha regenerado la capacidad cognitiva de comprender a los ‘otros’. También es capaz de sentir con virulencia la interpelación del ‘otro’ para poder responderle y responsabilizarse por él. Esto ha sido posible gracias a la superación del miedo al pasado, a la recuperación del “valor de enfrentarme conmigo mismo y con los hechos, buscando reenlazar mí [sic] juventud con mí [sic] vejez” (ibid.: 374). Así, al igual que ocurría con Federico, el narrador de Memorias de un refugiado restablece al final de esta tercera temporalidad diegética ciertos recuerdos traumáticos que le impedían renovar el vínculo afectivo con el pasado. Reconstruye así “un puente, enlazando aquello con esto, haciendo posible lo supuesto, borrando la locura vacía de todos esos años, esos ‘mal llamados años’. [sic] que solo pararon sobre nosotros para hacernos viejos”. Con la metáfora del puente, el narrador afirma imponer orden al recuerdo a través del entramado narrativo de su vida como una unidad coherente con un principio, un medio y un fin (cf. Becker, 1994: 398). La recuperación de sus capacidades cognitivas y afectivas le han devuelto, precisamente ese fin: “[a]lgo nuevo me ocurre. Algo diferente orienta mí [sic] vida. He vuelto a soñar con mi patria” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 374). Si se retoma la terminología psicoanalítica-vitalista utilizada por los personajes de Federico y Vicente en Búsqueda en la noche, la inversión de la energía pulsional se ha desviado, o, lo que es lo mismo, la estructuración de su identidad ha cambiado de eje. De lo laboral, calculable, mesurable, y, por lo tanto, alienante, según Stiegler, se ha trasladado
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al amor “irrazonado” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 373) y a la creencia no mesurable en el cambio político en España en la primera persona del plural, en lo social. De esta manera, el narrador ha recuperado el componente político antagónico que había autorreprimido de su identidad por el trauma y por el que había sido expulsado del imaginario nacional franquista. Además, la pertenencia de ambas obras a la modalidad de la ‘escritura del yo’ permite, por un pacto autoficcional o un pacto autobiográfico ambiguo, trazar puentes entre el análisis textual y fenomenológico del proceso e-laborativo del narrador y del autor59. De este modo, se observa, si bien de manera más explícita en las memorias de Jiménez Margalejo, por las convenciones e intenciones características de la modalidad de las memorias, pero también en Búsqueda en la noche, que la escritura del yo en esta segunda etapa de entramado retrospectivo del recuerdo de la experiencia sirve a los autores de ‘escriptoterapia’ (cf. Henke, 1998: xvi). La escritura del yo se convierte en el medio a través del cual llevar a cabo un trabajo ‘e-laborativo’. En este proceso se reflexiona sobre el doloroso proceso de reintegración identitaria en el tiempo de escritura alrededor de los años sesenta, a pesar de que la obra de Esteve finalice con la alegórica ficción de la recuperación de Federico en 1943 con el desembarco aliado. Así, ambos autores reintegran recuerdos de la Guerra Civil y del exilio que habían reprimido para controlar dichos síntomas y dotar a su vida de un sentido identitario coherente en el tiempo de la escritura.
Conclusión parcial Este capítulo ha examinado la representación del exilio como una nueva vida tras la “muerte en vida” provocada por este en tres fases. Se ha analizado, por un lado, cómo se narrativiza esta experiencia como
59 Se combinan los términos ‘pacto autobiográfico’ de Lejeune (cf. Le pacte, 1975) y ‘pacto ambiguo’ de Alberca (2007). Así se enfatiza la relación dialéctica entre lo “factual” y lo “ficcional” en todas las modalidades de la ‘escritura del yo’.
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un lugar de trabajo, en su sentido etimológico de dolor del cuerpo y del alma, a causa de una concatenación de abyecciones y de sus consecuencias traumáticas. Se ha examinado cómo los narradores entraman la experiencia de los ‘trabajos’ de la Guerra Civil y de los campos de concentración como una primera fase de desintegración identitaria (4.3.1.). Se han analizado también las diferentes estrategias de los protagonistas para reintegrar una identidad a través de la progresiva abyección de una multiplicidad de ‘otros’ en una segunda fase de autoanálisis (4.3.2.). Por último, se ha observado cómo los narradores ponen en escena, en una tercera fase, una identidad restablecida a través de la escritura. En el caso de Esteve esta sirve de terapia ‘escriptoelaborativa’, y, en ambos casos, el restablecimiento tiene lugar tras un proceso de ‘sublimación’ de la energía pulsional en energía social a través de la creencia en la familia y en la política (4.3.3.). Por otro lado, y desde un punto de vista fenomenológico, se ha concluido, de acuerdo con el carácter autobiográfico de las obras, que la escritura del yo en esta segunda etapa de articulación retrospectiva del recuerdo del exilio sirve a los autores como trabajo ‘e-laborativo’. El escritor elaborat, en su acepción etimológica y psicoanalítica de dedicarse meticulosamente y esforzarse, y trabaja en la integración narrativa del recuerdo del pasado traumático. Así los autores/narradores dotan a su vida de un sentido identitario coherente gracias a la función primordial de la escritura en esta segunda estación en el viaje por el tiempo a través de las escrituras del yo del exilio republicano español en Argelia: e-laborare dicha experiencia traumática para poder así estabilizar una identidad que les permita ser.
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No es esto lo que quería hacer constar al comenzar a escribir. No se sabe nunca a dónde se va a salir. Escribir es morir un poco, puedo decir parodiando a un segundón (Aub, “El remate”, 1994: 491).
Censeo. La rica polisemia de la etimología del verbo ‘censurar’ va a acompañar al análisis de este capítulo. Esta tercera estación en el corpus de este proyecto se centra en el estudio de los productos culturales de corte autobiográfico sobre el exilio republicano en Argelia escritos desde 1966 hasta 1975. En 1966 aparecieron las primeras obras escritas por exiliados en España gracias a la modificación de los procedimientos de censura que recogía la Ley de Prensa e Imprenta y 1975 fue el año de la muerte de Francisco Franco y del fin de su dictadura. En este periodo se publicó en España la primera escritura del yo sobre el exilio republicano español en Argelia de mano de Ricardo Baldó García en 1970. Se trata de una narrativización del recuerdo de tipo
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no-diarista, titulada Un cuento escrito en la arena. Esta obra fue producida ex situ en el ‘insilio’ del autor en España, veintidós años después de su regreso de Argelia en 1948 y veintiséis años tras la finalización del periodo de la experiencia narrada1. Esta autoficción, aparecida en autoedición en Alcoy e impresa en la Imprenta La Victoria, es la única obra que concuerda con los criterios de selección del corpus de este trabajo en este periodo2. Además, es la única del corpus sobre la experiencia concentracionaria en Francia (metropolitana y argelina) publicada en esta etapa que lo hizo sin presentarse a la consulta previa prevista por la Ley de Prensa e Imprenta de 19663. Según lo establecido por esta ley, no era obligatorio presentar las obras al servicio de censura antes de su publicación, pero se ofrecía la posibilidad de recurrir a este servicio a los autores o a los directores de publicaciones periódicas de manera voluntaria para evitar las sanciones de un posible secuestro de la obra, en caso de que atentara contra los Principios del Movimiento (cf. Yanes Mesa, 2005). No obstante, la producción de Un cuento escrito en la arena se inscribía dentro de las condiciones de enunciabilidad propias del momento de la escritura. “Obedecía a las circunstancias” (Baldó García, Exiliados, 1977: 11). Así lo afirmó el propio autor en su reactualización de la obra en 1977 para referirse a las restricciones a las que se vio sometido Un cuento escrito en la arena a causa de “la Ley de
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Para una definición de ‘insilio’, véase “1.1.1. La Guerra Civil” (cf. 31). Para una definición de la modalidad de la ‘escritura del yo’ de la ‘autoficción’, véase “4.3. La autoficción y las memorias en el boom del mercado editorial hispanoamericano” (cf. 230-231). En este periodo de tiempo se publican cinco obras de corte autobiográfico sobre la experiencia concentracionaria en el exilio francés (incluyendo el corpus argelino).Véase Sicot (cf. “Literatura y campos franceses”, 2010). Cuatro de ellas se publicaron en España y existen expedientes de censura de todas ellas, excepto de la obra de Baldó García. Sobre la censura aplicada a Memorias de un español en el exilio (1968), de Raposo, Los perdedores (1973), de Fillol y El peso de la derrota, de Sánchez Bravo y Vázquez Tellado (1974), véase Simón Porolli (cf. Por los caminos de la palabra, 2011: 187-280). Sobre la censura de El desgavell (1969) de Planes, véase Bohigas (cf. 2013).
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Publicaciones4” (Baldó García, Exiliados, 1977: 11). En este sentido, la lectura de esta obra revela marcas de (auto)censura similares a las de aquellas obras que sí que pasaron por la consulta previa y que sufrieron tachaduras o modificaciones5. Sin embargo, en este caso, la escritura de Baldó García no reaccionó a la censura retrospectivamente. Este autor escribió censurando de antemano, en el sentido etimológico de ponderar o estimar (cf. Bonomi, 2015) qué aspectos de la identidad y de la memoria del exilio republicano debía censurar para no profanar la ‘memoria cultural’ del imaginario franquista, en términos assmanianos, en el cual había sido readmitido en 1948 con su regreso a España6. Esta inclusión, que aparentemente acababa con su abyección discursiva y física del imaginario nacional español, supuso al mismo tiempo la represión “autoabyecta” en términos psicoanalíticos o la censura, en términos autorales, de la escritura sobre los aspectos identitarios que habían causado y que podrían haber vuelto a causar su abyección7. A diferencia del resto de los autores del exilio francés metropolitano que, según parece, no residían en España durante la redacción de sus obras, esta experiencia del ‘insilio’ en el que se vio abocado a vivir Baldó García en la España franquista en el tiempo de la escritura afectó a su entramado retrospectivo del recuerdo del exilio argelino y de su posicionamiento identitario8. Un cuento escrito en la arena pone
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Ibid. Para facilitar la lectura del texto, en lo siguiente no se añade ibid. en este tipo de casos en los que la cita marcada entre comillas se encuentra en la misma página de misma fuente bibliográfica a la que se ha hecho referencia entre paréntesis en la cita inmediatamente anterior. Simón Porolli analiza en su capítulo 5 las obras autobiográficas sobre el exilio republicano español francés metropolitano que pasaron por la censura franquista (cf. Por los caminos de la palabra, 2011: 187-280). Para una definición de ‘memoria cultural’, véase “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” (cf. 120-121). Para una definición del concepto de ‘abyección’, véase “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 142-145). Simón Porolli afirma que el único autor que vivía en España a ciencia cierta de los autores que publicaron sus obras sobre el exilio francés metropolitano en este periodo era Nemesio Raposo (cf. Por los caminos de la palabra, 2011: 223). Sin
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en escena el tiempo de la experiencia como cronotopo en el que llevar a cabo un proceso de censura en su polisemia etimológica. El exilio se constituye así en el mundo diegético como un lugar en el que censurar, en su sentido etimológico de observar, valorar y juzgar el exilio (cf. Harper, “Censor”, 2015). Esta censura la articula en un vaivén entre el discurso franquista, que lo semantiza como un lugar de redención indispensable para que el republicano pueda reintegrarse en el imaginario nacional franquista, y la tímida y ambigua reivindicación de la memoria del exilio republicano. A continuación, se contextualiza Un cuento escrito en la arena (1970) en la biografía del autor y en el periodo sociohistórico en el que se inscribe la obra (5.1.). A este apartado le sigue una breve presentación de los rasgos estructurales y peritextuales de la misma para poner énfasis en su producción de modos de lectura, divergentes pero favorables, tanto para la comunidad exiliada, como para el régimen franquista en el momento de la publicación (5.2.). El foco del capítulo lo constituye el análisis de Un cuento escrito en la arena como lugar para censere, para censurar la experiencia argelina en términos sincrónicos y etimológicos, tanto a nivel textual, como a nivel fenomenológico en el momento de la escritura del yo (5.3.).
5.1. La escritura sobre el exilio en la España del tardofranquismo (1966-1975) Ricardo Baldó García nació el 30 de abril de 1911 en Alcoy. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de la misma ciudad mientras se
embargo, su obra es una reelaboración de sus escritos de 1942 antes de volver a España; Fillol vivía en Venezuela (cf. Sanz, 1995: 85) y de Vázquez Tellado no existe prácticamente dato alguno. Sánchez Bravo vivió en muchos países antes de su incorporación a la Universidad Complutense de Madrid (cf. Jaén, 1994: 32), por lo que la influencia del ‘insilio’ no es tampoco clara en su caso. El artículo escrito por Raposo en los setenta pone de manifiesto un claro cambio de discurso sobre el exilio en comparación a su obra publicada en 1968, pero escrita en 1942 (cf. “Los republicanos”, 1970: 50).
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ganaba la vida como técnico metalúrgico. En los años de la Segunda República formó parte de la Agrupación Cultural de su ciudad de origen y se inició en la escritura en la prensa local y en la poesía (cf. Valls Jordá, 1970: 9). No existen muchos datos de su vida durante la Guerra Civil, pero es probable que participara de alguna manera en agrupaciones anarquistas de tipo naturista, como se afirma en la base de datos de anarquistas de la página web Alacant Obrera (cf. 2010), en el blog Efemérides anarquistas de Librepensador Ácrata (cf. 2015) y en el inventario de memorias anarquistas de Joël Delhom (cf. “Inventario provisorio de las memorias anarquistas”, 2015). No obstante, el autor aseguraba en una entrevista concedida a Radio Alcoy en 1977 que no se identificaba con ninguna agrupación política: “[n]o, no, yo no era político ni nada... lo que pasa es que la guerra impone a los hombres una obligación” (Baldó García en L. Rubio, 1977). Baldó García explicaba también en esta entrevista que le condenaron a doce años y un día de cárcel por haber sido secretario de una asamblea de metalúrgicos durante la Segunda República y por haber sido movilizado por el Ministerio de Guerra durante la Guerra Civil para cumplir con esta función (cf. ibid.). Por último, el autor manifestaba que para evitar esta condena decidió exiliarse el 19 de marzo de 1939 y embarcar en el carguero African Trader rumbo a Orán, Argelia. Según los datos extraídos de su autoficción, Baldó García fue destinado a Camp Morand en Boghari, después de haber pasado en el African Trade la cuarentena decretada por el gobierno francés a los barcos españoles del exilio. En abril de 1939 fue eximido de la obligación de trabajar en el desierto “por un enchufe no buscado” (Baldó García, Un cuento, 1970: 81). Trabajó en el Servicio de Abastecimiento del Camp Suzzoni en Boghar9. Fue liberado antes del desembarco estadounidense en el norte de África gracias a un señor francés que se había prestado a ser su aval: “Mr. P” (ibid.: 105-106). En la entrevista en Radio Alcoy decía que pasó en Argelia “nueve años de exilio” (Baldó García en L. Rubio, 1977) y que después volvió a España.
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Véase el mapa de los principales campos de concentración en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 75).
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Seguramente se viera alentado por el artículo uno del decreto de indulto de 9 de octubre de 1945, por el que se: conced[ía] el indulto total de la pena impuesta [a los crímenes] [...] cometidos hasta el primero de abril de mil novecientos treinta y nueve [...] siempre que no conste que los referidos delincuentes hubieran tomado parte en actos de crueldad, muertes, violaciones, profanaciones, latrocinios u otros hechos que por su índole repugnen a todo hombre honrado, cualquiera que fuera su ideología (Boletín Oficial del Estado, “Decreto de 9 de octubre de 1945”: 2430).
Este decreto garantizaba la libertad condicional a los que cumplieran con estos requisitos y se personaran ante las autoridades franquistas hasta seis meses después de la publicación del decreto. El 28 de enero de 1947 se publicaba en el Boletín Oficial del Estado el decreto del 27 de diciembre de 1946, por el que se prorrogaba el indulto otros seis meses. Este aparato legislativo que trataba de “facilitar el regreso a la Patria de quienes se muestren arrepentidos de sus errores y dispuestos a contribuir con su laboriosidad y esfuerzo al resurgimiento de España” (Boletín Oficial del Estado, “Decreto de 27 de diciembre de 1946”: 634) y que prometía incluso proporcionarles “auxilios económicos” podría haber sido el amparo legal que indujo a Ricardo Baldó García a regresar a España. Eso es precisamente lo que afirma en su entrevista de 1977, que se dedicó a trabajar ciegamente a su vuelta. En 1966, precisamente el año de la publicación de la Ley de Prensa e Imprenta, el autor retomaba su vocación artística y exponía sus cuadros en el Salón Rotonda del Círculo Industrial de Alcoy (cf. Baldó García en L. Rubio, 1977). Esta ley y sus consecuencias atestiguan la evolución, tanto de la sociedad española, como del régimen franquista. Las reformas económicas impulsadas por los tecnócratas del Opus Dei llevaron a un crecimiento económico que contribuyó a la adopción de modos de vida homólogos a los de Europa occidental (cf. Moradiellos, La España de Franco, 2000: 147). En este contexto tuvo lugar cierta democratización social, que posibilitó la adopción de cuadros de referencia socioculturales radicalmente diferentes a los sustentados por la
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ideología franquista (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 186). Así, el crecimiento económico se convirtió no solo en el arma más potente de legitimización del franquismo, sino que también causó un incremento de la conflictividad social que, entre otros factores, acabó debilitándolo como régimen (cf. ibid.). Si en 1962 las protestas obreras se basaban en la reivindicación de salarios que permitiera a los trabajadores disfrutar de la sociedad del consumo, las reivindicaciones se fueron politizando paulatinamente entre 1966 y 1970 (cf. Moradiellos, La España de Franco, 2000: 144-145). Esta politización devolvió el protagonismo que la clase obrera había ido perdiendo en la década de los cincuenta y las huelgas que auspició se duplicaron hasta la muerte del dictador. Al aumento de la protesta le correspondieron el de la represión y el de los estados de excepción, que, sin embargo, no tuvieron ningún tipo de función disuasoria (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 202). La represión provocó, más bien, solidaridad e indignación (cf. ibid.: 201), la multiplicación de la disidencia ideológica en la universidad y en las nuevas clases medias y la irreversible fractura del apoyo eclesiástico al régimen (cf. Moradiellos, La España de Franco, 2000: 161). También tuvo como consecuencia el resurgimiento del nacionalismo catalán y vasco, el paso de Euskadi Ta Askatasuna, ETA, a la lucha armada (cf. Di Febo y Juliá, 2005: 118) y la reorganización de una oposición política plenamente articulada con el PCE a la cabeza (cf. Moradiellos, La España de Franco, 2000: 167). En este contexto, en 1970, Ricardo Baldó García publicó a sus 59 años su primera obra, Un cuento escrito en la arena. Se convertía así en el primer autor que divulgaba el exilio republicano español en Argelia dentro de España. Esto fue posible gracias a la evolución de las condiciones de enunciabilidad del franquismo, que había ido abandonando paulatinamente el legitimismo de origen. Su discurso se había ido instalando, sobre todo desde el auge del desarrollismo de finales de los sesenta, en la legitimidad de ejercicio de Franco como garante de la paz y de la estabilidad de España por medio del desarrollo económico (cf. Aguilar Fernández, Políticas de la memoria, 2008: 103; Fusi Aizpurúa, 1985: 146-147). Esta evolución incluía también el cambio en la producción discursiva del otro ‘rojo-abyecto’. En este periodo dejaba atrás su constitución como el epítome del mal
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y utilizaba retóricas que retomaban la representación icónica de los exiliados que había divulgado la prensa británica y francesa en los años cuarenta. La imagen promovida por estas fotografías, desprovistas de todo rasgo político, plasmaban a los exiliados como víctimas pasivas, resignadas, impotentes, patéticas, desamparadas y dóciles (cf. Cate-Arries, “El archivo”, 2008: 3; Brothers, 2013: 141-142). A partir de 1951 este discurso fue reutilizado por la facción falangista “de los comprensivos” durante el Ministerio de Joaquín Ruiz Giménez con Dionisio Ridruejo, Julián Marías y José Luis López Aranguren a la cabeza (cf. Balibrea Enríquez, 2007: 46). Los “comprensivos10” trataban de asimilar lo valioso de la cultura que estaba exiliada a la causa del vencedor para fomentar la imagen de Franco como líder de la cultura europea y, en su retórica cristiana, como “vencedor redentor” (Larraz, El monopolio, 2009: 106-107). Sin embargo, la oposición católica (cf. ibid.: 121) se negó en rotundo a esta iniciativa y se encargó de reforzar la “visión apocalíptica de la diáspora roja” (ibid.: 147). Por ello, la retórica “comprensiva” no logró imponerse en este momento. El giro discursivo vino con la asunción de Manuel Fraga Iribarne de la dirección del Ministerio de Información y Turismo en 1962. En esta etapa el discurso desarrollista se asentó definitivamente con un énfasis reforzado en la paz y en la reconciliación a través de la propaganda de los veinticinco años de paz en 1964 y de la pseudoapertura de la libertad de expresión con la Ley de Prensa e Imprenta en 1966. Este cambio del discurso franquista, que se fue estabilizando hasta la muerte del dictador, quedó cristalizado en la evolución de la representación audiovisual de su dictador11. Desde que se estrenara Franco, ese hombre (1964), de Sáenz de Heredia, todos los documentales retransmitidos por televisión en esta época de generalización de la
10 Según Núñez Seixas, los falangistas ya se habían planteado la integración del ‘otro-rojo’ a la patria durante el transcurso de la Guerra Civil. La condición era que mostraran arrepentimiento y se dieran cuenta de dónde estaba “la verdadera España” (2012: 65). 11 Véase Rueda Laffond (cf. 2013: 95). Este autor proporciona un interesante y detallado análisis de los productos culturales que difundían esta imagen del dictador español.
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televisión en los hogares españoles (cf. Berthier, 1998: 151; Mainer y Juliá, 2000: 139) experimentaron una evolución similar en la manera de representar a Franco. Estos productos audiovisuales pretendían humanizar la figura del álter ego del jefe del Estado, José Churruca, el héroe militar en Raza (1941) y transformarlo en un padre benévolo y benefactor de todos los españoles, garante de la paz y la estabilidad de España (cf. Quintana, 2002: 178). En esta lógica, la constitución del ‘otro-exiliado’ por parte del que Loureiro llamara en su teoría de la autobiografía el juez del apóstrofe, el ‘otro-político’ ante el que reaccionaron los escritores, experimentó también un cambio significativo12. Como arguye Larraz, este cambio no solo se debió al triunfo de “las viejas tendencias comprensivas [sino] de la imposición de una realidad cambiante intra y extramuros” (El monopolio, 2009: 271). Así, se estabilizó la caracterización del exiliado como oveja descarriada, víctima de los líderes republicanos. Según este discurso, el exiliado había decidido abandonar el país voluntariamente por haber perdido la guerra, y ahora, arrepentido de su error (cf. Moreno-Nuño, 2006: 32), era acogido en el seno de la patria por Franco, padre proveedor y redentor (cf. Simón, La escritura de las alambradas, 2012: 97; Larraz, El monopolio, 2009: 260; 265 y 277). La publicación de la obra de Baldó García pudo verse propiciada por su gestión en la Península, desde el ‘insilio’. El ambiente cultural de la Ley de Prensa e Imprenta se caracterizaba por las relaciones personales entre autores, censores y ministros. Estos últimos esperaban adulaciones y promesas de buena voluntad de los editores, que no estaban al alcance de los autores exiliados. Un informe interno del Ministerio de Información de 1971 registraba que el 93% de las obras tramitadas por el sistema de la censura desde el interior habían sido aceptadas sin restricciones. Sin embargo, solo se aceptó la publicación de “uno de cada tres títulos de la narrativa del exilio, sin contar con que otro tercio solo fueron autorizados con tachaduras” (Larraz,
12 En “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’” se desarrolla la idea de que la ‘escritura del yo’ reacciona al juez del apóstrofe, al ‘otro político’ en términos retóricos (cf. 131).
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“La ‘operación retorno’”, 2011: 175). De hecho, estudios recientes, como el de Renaudet y el de Barrera, muestran la manipulación de los datos del informe del Ministerio y apuntan a que bajo la apariencia de apertura lo que se llevó a cabo fue un recrudecimiento de la censura (cf. Renaudet, 1996: 293; Barrera, 1995: 154). Asimismo, los escritores exiliados se vieron perjudicados tanto por el boom de la literatura hispanoamericana que llegaba a España en este periodo, como por el marbete de “boom” (cf. Larraz, El monopolio, 2009: 274). Esta etiqueta se adjudicó a la aparición de libros escritos por exiliados de la Guerra Civil en el mercado editorial español entre 1968 y 1972, aunque el verdadero estallido editorial no tuviera lugar hasta el primer quinquenio de la década de los setenta (cf. ibid.). A esta denominación se le añadieron connotaciones peyorativas, apoyadas por la retórica oficialista, que atribuían su supuesto éxito a un montaje comercial que sobreestimaba y mitificaba las obras que llevaban la etiqueta ‘exilio’ (cf. Larraz, “La ‘operación retorno’”, 2011: 176). Además, se argüía que estas tenían un nivel literario inferior porque los autores se habían quedado estancados en temas como el de la Guerra Civil y que este fracaso artístico ponía en evidencia su desconocimiento de la realidad española (cf. Balibrea Enríquez, 2007: 45). Se razonaba que España ya había conseguido superar el pasado y que era capaz de trabajar por la reconciliación de todos los españoles (cf. Larraz, El monopolio, 2009: 331). Esto no era así en el caso de los intelectuales exiliados, que, según Umbral, tenían un carácter rencoroso y eran unos irresponsable que se desentendían de España (cf. Umbral 32 en Larraz, El monopolio, 2009: 272). En 1972, Baldó García autoeditaba y sacaba una tirada de su segundo libro sobre el exilio argelino, Del negro al amarillo: Relatos de exilio, en la misma imprenta alcoyana, La Victoria13. Según informa el aparato peritextual de otra obra suya publicada en 1977, Exiliados españoles en el Sahara 1939-1943: (un punto negro en la historia), la
13 Sin embargo, Del negro al amarillo narrativiza experiencias de corte no autobiográfico e incluye personajes que no experimentaron el exilio. Estas características hacen que no pueda ser incluida en el apartado analítico de este capítulo.
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edición de ambas se agotó ese mismo año (cf. Baldó García, Exiliados: 1977, contraportada). No obstante, el propio autor reconocía en su entrevista en Radio Alcoy, también en 1977, que su recepción se reducía al núcleo de la ciudad de Alcoy, por lo que la tirada no debió ser muy grande (cf. Baldó García en L. Rubio, 1977). La obvia degeneración física del dictador español desde finales de la década de los sesenta, pero sobre todo desde principios de los setenta, hizo que la oposición del interior y del exterior unificara sus esfuerzos. En el mundo editorial, en el exilio se observaba un claro acercamiento de las diferentes ramas de la oposición, como muestra la colaboración de comunistas y anarquistas del exilio y del interior de España en la editorial parisina Ruedo Ibérico desde 1961 y, más claramente, desde 1965 , con la publicación de la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico (cf. Aznar Soler, “Literatura y cultura”, 1998: 27). Tras el asesinato de Carrero Blanco por parte de ETA en 1973, la crisis del régimen franquista con la Iglesia alcanzó su cota máxima. En 1974, España sufrió una recesión económica importante y Franco su primera enfermedad grave (cf. Di Febo y Juliá, 2005: 132; Moradiellos, La España de Franco, 2000: 184). Ese mismo año, los acercamientos de una gran variedad de partidos políticos cristalizaron en la creación de la Junta Democrática —liderada por el PCE de Santiago Carrillo— y de la Plataforma de Convergencia Democrática (PCD) —liderada por el PSOE de Felipe González (ibid.: 195; Di Febo y Juliá, 2005: 141; Tusell, La España de Franco, 1989: 231)—. A partir de este año, el régimen franquista fue dando tumbos. Trató de gestionar una evolución cuasi reformista del régimen con Arias Navarro como presidente y tuvo que hacer frente al auge del terrorismo de ETA; del MIL, Movimiento Ibérico de Liberación-Grupos Autónomos de Combate; y del FRAP, el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, una escisión leninista del PCE (cf. ibid.: 184). El agravamiento de la situación política desde mediados de 1975 hizo que la oposición se unificara cada vez más y que anunciara su compromiso de realizar un “esfuerzo comunitario que haga posible la formación urgente de una amplia coalición organizada democráticamente, sin exclusiones, capaz de garantizar el ejercicio, sin restricciones, de las libertades políticas” (S. Vilar, 1984: 460).
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Aprovechando el recrudecimiento de la enfermedad de Francisco Franco, quien había sufrido tres ataques de corazón desde el 15 de octubre de 1975 y una peritonitis de la que nunca consiguió recuperarse, el rey de Marruecos Hassan II invadió el Sáhara Occidental incumpliendo los mandatos de la ONU. Ante esta situación y con Franco al borde de la muerte, España entregó el territorio a Mauritania y Marruecos el 14 de noviembre (cf. Tusell, La España de Franco, 1989: 240-241). El 19 de ese mes se aprobaba esta cesión en las cortes franquistas, un día antes de la muerte del dictador “africanista” Francisco Franco (cf. Moradiellos, La España de Franco, 2000: 200). Ricardo Baldó exponía sus cuadros ese mismo año en la Casa de Alcoy de Alicante y en 1977 publicaba su reactualización de Un cuento escrito en la arena, titulada Exiliados españoles en el Sahara 19391943: (un punto negro en la historia). Se convertía así en el segundo autor más prolijo sobre el exilio republicano en Argelia después de Max Aub. A partir de 1986 colaboró de manera habitual en Ciudad del Serpis y Proa al Sol y fue redactor de la revista libertaria Ateneo. A partir de 1991 hizo lo propio con Siembra, publicación en la que participó hasta su muerte el 29 de octubre del 2000 (cf. Librepensador Ácrata, 2015).
5.2. Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García (1972) Este es el esbozo biográfico de Ricardo Baldó García. A diferencia del resto de las obras sobre el exilio francés metropolitano publicadas en esta época no consta que ninguna editorial o distribuidora se encargara ni de su financiación, ni de su circulación14. Por lo tanto, a falta de datos estadísticos, no resulta aventurado pensar que el autor autofinanciara su obra y que la gestión peritextual corriera de su parte.
14 Las editoriales que publicaron estas obras tuvieron por lo general una vida bastante corta, que abarca de finales de los sesenta a mediados de los setenta.
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Ilustración 5: cubierta de Un cuento escrito en la arena (Baldó García, 1970)
Su dedicación a las artes gráficas se pone de manifiesto en la cubierta del libro. El dibujo, de trazado simple y rápido que la preside, está firmado por el propio autor. En primer plano se delinea una valla compuesta por palos de madera y alambres de espino. Tras la valla aparecen, alineados en dos filas, objetos geométricos que representan las barracas de madera. El trazado, que recuerda por su simplicidad y abstracción a la cubierta de Búsqueda en la noche de Arturo Esteve, ocupa la mayor parte de la mitad inferior de la página y tiene un fondo amarillo, un color con un significado metafórico en la obra de Baldó García15. Tanto el título de la obra publicada en 1972, Del negro al amarillo. Relatos de exilio, y la explicación del significado de los colores que el autor hace en el prefacio de la misma, como la selección de los colores y su situación en la cubierta, prácticamente paralela a la de Un cuento escrito en
15 Véase “4.2. Búsqueda en la noche de Arturo Esteve (1957); Memorias de un refugiado de Carlos Jiménez Margalejo (2008)” (cf. 223-224).
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la arena, proporcionan las claves sobre la connotación que tienen estas tonalidades en la obra del autor alcoyano. En el prefacio afirma que se inspira en el “Poema del color” de Rafael Alberti: “NEGRO /” [sic] Tengo un grave nombre, un pensamiento, / Un concentrado nombre: el amarillo de la muerte”.” ” [sic] Aparezco de pronto en la tormenta” (Baldó García, Del negro al amarillo, 1972: 11).
Ilustración 6: cubierta de Del negro al amarillo (Baldó García, 1972)
Así pues, el uso del negro para el dibujo y el amarillo para el fondo de la mayor parte de la cubierta provoca la semantización del exilio o, más específicamente, de la experiencia concentracionaria —metonimia de su exilio argelino—, como una muerte a causa de la melancolía. Sin embargo, el dibujo en negro sobrepasa los límites del fondo amarillo e irrumpe en la mitad superior de la cubierta, de fondo blanco. En esta franja superior se sitúa el título de la obra en letras grandes rojas alienadas a la izquierda: “un cuento escrito en la arena”.
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A pesar de que el título insinúa que el “cuento” fue escrito “en la arena”, es decir, en el tiempo de la experiencia concentracionaria, ni el dibujo, demasiado abstracto como para que se establezca una relación unívoca con el exilio argelino en las lindes desierto del Sáhara, ni el contenido diegético ponen en escena ningún tipo de escritura in situ. El título se refiere más bien a la pobre recepción de la memoria del exilio argelino que, como insiste el narrador a lo largo de la obra, ha quedado olvidada, puesto que, expresa metafóricamente, ha quedado enterrada en la arena. De esta manera, el título juega con el nivel diegético y con el de la escritura, pero se refiere sobre todo al segundo, con el que desliza un contenido reivindicativo en su obra. Por lo tanto, podría afirmarse que la mitad superior de la cubierta recoge información sobre el momento de la escritura en 1970: el título y el nombre del autor que preside la cubierta en letras negras mayúsculas y espaciadas. Siguiendo esta interpretación, la mitad inferior de la cubierta se refiere al nivel de la experiencia narrativizada en el mundo diegético de la autoficción. De este modo, que el dibujo en negro sobrepase los límites del espacio reservado al mundo diegético en la cubierta, que es, por la metáfora del color negro, melancólico, sugiere que la melancolía causada por y que causa la muerte “amarrilla” del exilio sobrepasa también el tiempo de la experiencia y se superpone, como la parte superior de la valla, en el tiempo de la escritura. Además, la inclusión de las vallas, signo tópico de la falta de libertad, puede constituir una crítica de la experiencia de su ‘insilio’ en la España franquista, donde continúa su “melancolía” en negro, que analizada en términos psicoanalíticos resulta altamente reveladora. La melancolía es un estado provocado por un tipo de duelo patológico con el que se reacciona a la pérdida provocada por un trauma. En el proceso de duelo melancólico-patológico, la pérdida, en este caso la pérdida de la identidad (republicana) causada por los traumas del exilio, del internamiento, y como se observará, del ‘insilio’, se incorpora al ego como objeto por ‘incorporación16’. Por su parte, el ‘superyó’ muestra
16 ‘Incorporación’ se define en “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 141-142).
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hostilidad a este objeto y censura en su doble sentido etimológico: se juzga (cf. Harper, “Censor”, 2015) y se condena (cf. Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales, CNRTL, 2015). La cubierta de Un cuento escrito en la arena tiende a descontextualizar la especificidad de la experiencia por medio de la abstracción y de la apariencia ficcional que le da el título de la obra. Así, propone una lectura con tendencia a lo universal que pudo contribuir a que el autor pudiera burlar la censura con mayor facilidad. Por el contrario, las cubiertas de las escrituras del yo sobre el exilio francés metropolitano varían sustancialmente en su estética y en su contenido: los títulos y/o los subtítulos de todas ellas hacen referencia directa al exilio17. Además, dos de ellas ponen énfasis en el campo semántico de la derrota y de la pérdida y su información icónica representa a los republicanos cabizbajos, en actitud sumisa y custodiados por un guardia en clave realista e incluso una fotografía en blanco y negro en la cubierta de Nemesio Raposo18. La elección del color rosa para delinear a los republicanos en la cubierta de la obra de Fillol llega incluso a emascularlos si se siguen las adscripciones genéricas típicas de los colores. Los colores de la bandera republicana son también un elemento recurrente que, al igual que los dibujos de fondo de los líderes republicanos en la obra de Bravo y Tellado, contextualizan el relato en el exilio republicano de 1939. El exilio llega incluso a enmarcarse en el tiempo con la inclusión de la fecha del exilio en esta última obra. Así, a pesar de la retórica reivindicativa de la memoria republicana que trataba de poner en marcha el aparato peritextual, su recepción resultaba ambigua e incluso óptima para la retórica del régimen franquista. Esta se beneficiaba de la semantización del exiliado como perdedor y derrotado y constituía el exilio como consecuencia de la derrota de la República (cf. Simón Porolli, La escritura de las alambradas, 2012: 98-102).
17 La obra publicada por Baldó García en 1972, Del negro al amarrillo, tiene como subtítulo Relatos del exilio, lo que, a diferencia de la obra que se analiza en este capítulo, contextualiza la ficción en un periodo histórico determinado. 18 Del negro al amarillo sigue esta tendencia. El dibujo, todavía muy abstracto, de un hombre desnudo cabizbajo sentado sobre un tronco de árbol domina la cubierta sobre un fondo amarillo (cf. 1972: 208).
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Ilustración 7: cubierta de Memorias de un español en el exilio (Raposo, 1968)
Ilustración 8: cubierta de Los perdedores (Fillol, 1973)
Ilustración 9: cubierta de El peso de la derrota (Sánchez Bravo y Vázquez Tellado, 1974)
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El aparato peritextual de Un cuento escrito en la arena se completa con el preámbulo del poeta alcoyano Joan Valls Jordá y con un agradecimiento en la portadilla a “María. Presente y constante al estímulo” (Baldó García, Un cuento, 1970: dedicatoria). En el preámbulo, el poeta enmarca el relato dentro de la modalidad de la autoficción al afirmar que el personaje central “Bernardo, es [la] propia y viviente encarnación” (Valls Jordá, 1970: 10) de Baldó García. Valls Jordá alaba la persona, la obra y la biografía del autor, trabajador estoico, viril y bondadoso, justificando y exculpando su exilio (cf. ibid.: 9). El supuesto proceso de “decisión” de si debía partir al extranjero o quedarse en España cuando finalizó la Guerra Civil en 1939 se semantiza como una “dolorosa encrucijada dubitativa” (ibid.: 10) que acabó llevando al autor de manera cuasi azarosa a “ausentarse de la patria” y sufrir el “rigor disciplinario” de las autoridades francesas. Por un lado, el énfasis en la dolorosa decisión sirve de transición a la exposición de otros motivos por los que el prologuista trata de exculpar el pasado republicano del autor: su juventud y su buena fe. Por el otro, su insistencia en el azar y en el destino como responsables de su “ausencia de la patria” expande el alcance de la exculpación que realiza hasta al propio régimen franquista. Asimismo, el discurso del prologuista representa el exilio de los republicanos como una redención obligatoria, requisito para que pudieran volver a ser aceptados en su imaginario nacional. Esta retórica concuerda con la retórica dictatorial de finales de los sesenta y de principios de los setenta sobre el exilio. Esta idea entronca además, con la que se difundió también por esas fechas de que la culpa de la Guerra Civil recaía en todos los españoles, que se vieron sumidos en una especie de locura cainita colectiva (cf. Font i Agulló, 2001: 25; Ruiz Torres, “Los discursos de la Memoria Histórica en España”, 2010: 43; Aguilar Fernández, “La evocación”, 2006: 282-283). Este razonamiento convertía a la guerra en una tragedia causada por las fuerzas irracionales del ser humano que Franco se encargó de enderezar (cf. Moreno-Nuño, 2006: 33), y, por lo tanto, desculpabilizaba y universalizaba con gran cinismo la responsabilidad de la contienda. Esta lógica es la que aplica Valls Jordá a la representación del exilio de Baldó García. De esta manera, el autor del preámbulo semantizaba
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su exilio como una prueba para el alma entre el “sufrimiento, la desolación y la esperanza” (Valls Jordá, 1970: 11). El preámbulo lo cerraba, además, insistiendo en que la obra de Baldó García fue todo un éxito. Valls Jordá lo achacaba a que el autor no se había dejado guiar por la tendencia tremendista en boga en la época y a que había tratado su exilio con “atinada serenidad” (ibid.: 10). Por lo tanto, puede concluirse que el aparato peritextual de Un cuento escrito en la arena encajaba con las condiciones de enunciabilidad imperantes en el momento de la escritura de la España franquista. Además se deslindaba de la explícita intención reivindicativa del resto de las escrituras del yo sobre el exilio francés metropolitano, que la censura franquista se encargó de resignificar en clave derrotista19.
5.3. La autoficción en el ‘insilio’ de la Ley de Prensa e Imprenta de la España franquista Una vez tratado el contexto sociohistórico del tardofranquismo en el que Ricardo Baldó García vivió su ‘insilio’ cuando volvió del exilio argelino en 1948 y de haber delimitado los elementos peritextuales de Un cuento escrito en la arena, este aparatado examina cómo esta autoficción articula retrospectivamente el recuerdo del exilio argelino en términos valorativos como respuesta a la censura y, por lo tanto, a su ambivalente reincorporación autocensurada al imaginario nacional franquista en el presente de la escritura en 197020. Se entiende que la ‘censura’ es, desde el punto de vista de la teoría de los sistemas, un “instrumento de dominación semántica21” (Guggenbühl, 1996: 27, traducción de la autora) del discurso. Esta
19 Véase a este respecto el apartado de Simón Porolli sobre los aparatos peritextuales de las obras escritas por los exiliados republicanos españoles en la Francia metropolitana en este periodo (cf. La escritura de las alambradas, 2012: 98-102). 20 Müller proporciona en “Zensurforschung: Paradigmen, Konzepte, Theorien” (2010) una precisa y concisa introducción al estado de la investigación sobre la censura, sus principales paradigmas, conceptos y teorías. 21 “Instrument semantischer Herrschaft” (Guggenbühl, 1996: 27).
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definición comprende tanto su sentido restringido a la censura institucional, como el que incluye a sus equivalencias funcionales (cf. Biermann, 1968: 3). Es decir, las estructuras y las normas que tienen un efecto censor y que constituyen lo que Foucault denominara el ‘archivo’ que rige los enunciados y la forma en la que pueden pronunciarse en un momento determinado, en este caso el contexto de la dominación semántica de la censura franquista22. El efecto censor que más interesa de la obra de Baldó García y que se analiza en este capítulo es la ‘autocensura’, o, lo que es lo mismo, aquella que se anticipa a la censura institucional y a sus efectos para evitarlos. Se comprende ‘autocensura’ a partir de la lectura de Levine del uso metafórico y contradictorio del concepto psicoanalítico de ‘censura’ de Freud como una práctica estructurada alrededor de una interacción de fuerzas contradictorias que, por un lado, tratan de evitar las sanciones oficiales de la censura y que, por el otro lado, no pueden evitar internalizarlas en diferentes grados (cf. 1994: 188). Esta internalización corresponde precisamente a lo que Freud definía inicialmente como ‘censura’, la instancia de autoobservación que acabaría adscribiendo al ‘superyó’ y que se encarga de reprimir lo que se ha constituido socialmente como normativamente amoral (cf. Freud, Das Ich und das Es, 2007: 271-272). El análisis textual sigue estructuralmente la evolución de la (auto)censura diegética y extradiegético-fenomenológica de Un cuento escrito en la arena y tiene como meta dilucidar el ambivalente y cambiante reposicionamiento identitario que propone el narrador en reacción a la articulación del recuerdo de los diferentes tipos y grados de abyección a los que se vio sometido a lo largo de su exilio en Argelia. Se examina cómo, en una primera fase, el narrador extradiegético semantiza el exilio siguiendo las condiciones de enunciabilidad de la censura franquista como un lugar en el que censurar —en el sentido etimológico de valorar y juzgar— la identidad
22 Para una definición más detallada de ‘archivo’, véase “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” (cf. 123). El uso del término no difiere a lo largo del capítulo.
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performativa de los exiliados en los barcos y en Camp Morand23. El objetivo de dicha actividad censora es el reconocimiento de su pecaminosa identidad abyecta y la aceptación de la censura en su sentido etimológico de condena redentora. Esta es la condición para que los exiliados puedan expiar su culpa, “autoabyectar” su identidad republicana y ser reintegrados en el imaginario franquista (5.3.1.). Se analiza cómo el entramado del recuerdo de la violenta materialización de su abyección por parte del ‘otro-francés’ en Camp Suzzoni desequilibra el control censor del narrador extradiegético en una segunda fase. Como consecuencia, la narración se resiste a la retórica franquista sobre el exilio como censura sin abandonarla del todo. Se observa cómo en el proceso de censura diegética —en el sentido etimológico de valorar y juzgar— el narrador se encarga de presentar a una multiplicidad de ‘otros’ a través de los cuales trata de formar una “nueva” identidad tras haber abandonado los elementos identitarios que le constituían como abyecto del régimen franquista (5.3.2.). Por último, la codificación narrativa del recuerdo de la progresiva disolución del trato abyecto por parte del ‘otro-francés’ reduce la irrupción de lo subversivo en el relato. Este receso posibilita no solo el final de la censura en su sentido de condena, sino también el desenlace del relato como reconciliación. Se observa cómo este desenlace prefigura el retorno del narrador/personaje a la España de Franco, desde donde expresa su particular ‘deber de memoria’ dentro de los límites de la censura franquista (5.3.3.). 5.3.1. De la tímida reivindicación republicana al exilio como espacio de censura redentora Han pasado largos años desde que finalizó la guerra civil española, y [...] las vicisitudes silenciosas y hasta elocuentes que los españoles emigrados, exiliados en Argelia, tuvieron que sufrir, han quedado más que olvidadas,
23 En “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” se lleva a cabo una exposición de la teoría de la performatividad de Butler (cf. 146-147). El uso del término no difiere a lo largo del capítulo.
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sin una página que la Historia registre, sin un hecho grato para estos españoles varios años exilados (Baldó García, Un cuento, 1970: 13).
Un cuento escrito en la arena comienza in extrema res a modo de prólogo criticando el absoluto olvido al que se ha visto abocado el exilio republicano español en Argelia en el tiempo de la escritura, tanto en la Historia, como en la memoria cultural española. A esta última el narrador se refiere de manera indirecta reclamando, si no es posible una página en la Historia, al menos un “hecho grato”. Con este comentario el narrador hace alusión a la necesidad de establecer un ritual o un lugar de memoria material o simbólico que recuerde su sufrimiento en el exilio argelino. El narrador extradiegético defiende, además, el valor de sus “pequeñas historias” porque son verídicas y objetivas “en esencia”. Así, el narrador se presenta como testigo fiable y neutral, una tendencia característica de los narradores autobiográficos en “l’ère du témoin” (Wieviorka, L’ère, 1998: 127), que despunta a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta24. La importancia que el narrador le da al recuerdo de experiencias traumáticas colectivas en este falso prólogo apunta también al “imperativo ético25” (Segler-Messner, 2005: 24, traducción de la autora) de la memoria del superviviente, que tiene como objetivo que la experiencia concentracionaria europea no se repita nunca más26. Este discurso había comenzado a circular en los testimonios de los supervivientes del Holocausto a principios de la década de los sesenta27. En
24 Véase Amossy (2004) y su excelente presentación de los recursos argumentativos del discurso testimonial de Robert Antelme para establecerse como narrador fidedigno y neutro. Treskow proporciona un análisis comparativo de este proceso en las escrituras del yo sobre la experiencia concentracionaria en Flossenburg. 25 “Der ethische Imperativ”(Segler-Messner, 2005: 24). 26 Levi terminó de escribir sus memorias en 1946 y las publicó un año después, Antelme en 1947, Delbo en 1965 y Wiesel en 1966 (cf. Sayarer, 2010: 18-19). 27 En la crítica universitaria el concepto lo acuñó en 1981 el hoy controvertido Finkielkraut. Una década más tarde se generalizaba su uso en el mundo académico, sobre todo en el francófono (cf. Leonhard, 2006: 3). Véase Ricœur (cf. La mémoire, 2000: 105-108); Todorov (cf. 1995: 16); Parrau (cf. 1995: 98) y Mate y Chalier (2008).
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las escrituras del yo de los exiliados españoles en la Francia metropolitana esta discusión aparecía a finales de la década de los setenta28. Sin embargo, el objetivo del ‘deber de memoria’ de la ‘memoria cultural’ que contiene Un cuento escrito en la arena es, en sus propias palabras, aportar una “afirmación sentenciosa de que el hombre puede sobrevivir los avatares de su generación con todos los tropiezos que hombres con hombres al sojuzgarse intentan destruirse” [sic] (cf. Baldó García, Un cuento, 1970: 13). En este caso el narrador no hace hincapié en que la historia no debe repetirse. Un cuento en la arena pretende ser un aporte sentencioso, y, por tanto, moral, valorativo y censor sobre cómo el ser humano puede sobreponerse a una lucha fratricida. En el resto de este falso prólogo el narrador extradiegético presenta al personaje Bernardo —un juego con la inicial de Baldó y el nombre del autor/narrador, Ricardo— como un “amigo” suyo29. De este modo, la instancia narrativa trata, quizá por miedo a la censura, de distanciar al trasunto literario del autor del personaje (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 25; Valls Jordá, 1970: 10). Asimismo, el narrador delimita dos tiempos y dos niveles narrativos que se irán alternando a lo largo del relato y formando una narración intercalada: el tiempo y nivel extradiegético, en el que “Bernardo, siempre jovial va recordando las escenas vividas que yo transcribo” (Baldó García, Un cuento, 1970: 14), y el nivel intradiegético, en el que se narran las escenas recordadas del exilio republicano español en Argelia en la década de los cuarenta.
28 Simón Porolli, Por los caminos de la palabra (cf. 2011: 221). Como apunta esta autora en su tesis no es probable que las obras de los supervivientes del Holocausto nazi hubieran sido leídas en España en el periodo que abarca este capítulo, ya que las primeras ediciones en castellano surgen a finales de los ochenta (cf. ibid.: 223). 29 En el capítulo X de la autoficción Un cuento escrito en la arena, el narrador cita una frase de Cómo escribir una novela de Miguel de Unamuno. Unas líneas debajo de la citación, Unamuno explica precisamente cómo crear un personaje principal jugando con las iniciales de uno. Por lo tanto, es muy probable que Baldó García incluyera en su novela este procedimiento propuesto por Unamuno. Véase Unamuno (cf. 1927: 72).
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Son tres estrellas las que marcan formalmente el salto al relato intradiegético “transcrito” (Baldó García, Un cuento, 1970: 14) por el narrador extra-heterodiegético el “19 de marzo de 1939, aquel momento trágico del fin de la guerra entre españoles”. Una narración dubitativa entre el tiempo del relato ulterior y el simultáneo, típica de la articulación de la experiencia concentracionaria en la Francia metropolitana en este periodo (cf. Simón, Por los caminos de la palabra, 2011: 240-241 y 257), esboza una viva panorámica del puerto de Alicante. En este espacio “la gente deambula silenciosa y preocupada [...] con el sello oscuro en el semblante” (Baldó García, Un cuento, 1970: 14). A continuación, el narrador presenta a Bernardo, que “camina entre ellos” y que se dirige al African Trader, el carguero inglés que debía transportarle hasta México. De camino al barco, previo paso por la aduana con su pasaporte en regla, se detiene a ayudar a un hombre a cargar con un saco lleno de víveres. Asustado por los silbidos del barco, el compañero sale corriendo y deja a Bernardo solo con la pesada carga. No obstante, un “pequeño grupo se hace cargo” (ibid.: 15) y todos consiguen embarcar a tiempo. El barco se pone en marcha mientras “Bernardo piensa un momento en su familia, que queda allí en la patria, la que ve alejándose tras la estela de espuma que va dejando el navío”. Este gesto nostálgico típicamente romántico de mirar hacia la patria que se deja en el horizonte adelanta la construcción de Bernardo como un individuo destacado e incluso heroico “entre” (ibid.: 14) —nótese el uso de la preposición no inclusiva— los ‘otros-exiliados’. La caracterización de estos ‘otros exiliados’ se realiza en torno a su gestión de los víveres a los que se hacía referencia con anterioridad. En palabras del narrador: “[c]uando la serenidad vuelve [... Bernardo p]regunta a unos y a otros” (ibid.: 16) si saben dónde está el saco. Sin embargo, Bernardo no solo no recibe una respuesta satisfactoria, sino que descubre que “los víveres habían desaparecido, así como la palabra amigo o compañero representaba poco ya en la mente de muchos pasajeros. Se dibujaba en letras grandes el espíritu mezquino: ‘el sálvese quien pueda’” (destacado en el original). El narrador se muestra decepcionado con aquellos a quienes había considerado compañeros y amigos de una causa común, pero que ahora solo piensan en sí mismos hasta el punto de dejar sin comer a
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Bernardo, quien les había ayudado a conseguir el alimento. Ante estas circunstancias adversas, Bernardo vuelve de nuevo la mirada al mar y a la luna, quienes, personificadas y en clave romántica, le devuelven la calma y le hacen olvidar por un “momento la tragedia” (Baldó García, Un cuento, 1970: 17). Esta la semantiza, según la concepción de Jaspers de lo trágico, como una catástrofe inevitable, consecuencia de una culpa moral por la que debe cumplir con una penitencia para reparar el mal cometido (cf. Kühnel e Immer,“Tragisch”, 2007: 777). No obstante, según la instancia narrativa principal, “la belleza le inunda para sentirse mejor y elevarse sobre las miserias humanas” (Baldó García, Un cuento, 1970: 17). Por ello, Bernardo decide dar un paseo por el barco y, desde la jerarquía espacial que le confiere la verticalidad de su posición, observar a sus compañeros, tumbados en un “descanso de engaño”. Razona que no puede ser de otra manera, puesto que considera que sus almas, “martirizadas” por el “gran paso” que acababan de dar con el exilio, no podían permitirles dormir con la conciencia tranquila. En contraste con sus compañeros, Bernardo sí que reconoce que su alma está martirizada, por lo que puede considerarse que esta metáfora de la culpa por la decisión de abandonar España como un sacrificio para alcanzar un objetivo superior confiere a Bernardo una posición moral privilegiada en relación con la del resto de los tripulantes del navío. Con la descripción del reconocimiento de la culpa, el narrador extra-heterodiegético introduce en el texto un elemento semántico de corte cristiano, típico del discurso franquista: el discurso sobre el alma. Sus orígenes se encuentran en la retórica de los discursos falangistas de José Antonio Primo de Rivera, y cuya clave es el ‘alma’ como reflejo de los valores espirituales (cf. Martínez Garrido, 1997: 336-337) y de la “ascesis sacrificial” (Francesconi, 2009; Eiroa de San Francisco, “Palabra de Franco”, 2012: 80). La descripción que realiza la instancia narrativa principal de Bernardo como persona superior alcanza su punto culminante con la encrucijada moral que le plantea el descubrir durante su paseo un cajón lleno de leche condensada: [d]e momento siente latir su corazón fuerte porque sabe que realiza una mala acción, algo que nunca hubiera sido capaz de realizar sin estos
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momentos históricos en que el hombre vacila constantemente ante la moral que le lleva de lo correcto a lo audaz (Baldó García, Un cuento, 1970: 17).
El narrador excusa la duda de Bernardo de si debe adjudicarse o no lo que no es suyo por el contexto excepcional en el que se encontraba y por lo loable de su empresa: dar de comer a las mujeres y a los niños hambrientos. Indeciso, se lo cuenta a unos “amigos y conocidos”, quienes, para el desengaño de Bernardo y ante la mirada sojuzgadora de la luna, “acuden como guerrilleros” y se atiborran “los bolsillos de las gabardinas [...] a reventar” (ibid.: 17-18). En contraposición a la representación reiterativa del que se ilustra como un “guerrillero” (ibid.: 18), como un ladrón egoísta, Bernardo reconoce de nuevo el error que supuso el haber confiado en sus “compañeros” exiliados y deposita la leche condensada sobrante a los pies de los niños dormidos. “Nuestro hombre levanta la cabeza y mira la luna. Ella comprende y le sonríe”. La luna, personificada y constituida como instancia moral superior, exime a Bernardo de culpa, quien, preocupado por “los jueces que puedan juzgarle” en el mundo de los hombres, comprueba que la caja, prueba de su delito, ya había sido lanzada al mar. A diferencia de la representación del trayecto al exilio como “momento propicio para identificarse con el grupo de pares” (Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 277) que se hace en las escrituras del yo sobre la experiencia del exilio en la Francia metropolitana en este periodo, estas experiencias provocan en Bernardo un claro “desengaño de los hombres que decían haber luchado por ser libres y eran posesos y esclavos de su egolatría” (Baldó García, Un cuento, 1970: 18). De este modo, el relato describe cómo Bernardo se distancia de los ‘otros-exiliados’ y se constituye como un héroe que se propone observar todo desde “un campo neutral” (ibid.: 19). En esta lógica se le ilustra, de nuevo, en clave romántica, fumando su pipa y respirando hondo. Henchido el pecho, otea el “horizonte azul y magnífico de una mañana con luz primaveral”. Desde allí, observa cómo el humo de su pipa y el de la chimenea del African Trader van escribiendo una “frase que él solo podía leer: El Bien, como el Mal, pueden ser la redención del hombre”.
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Esta tendencia a entramar la experiencia del exilio desde la dimensión heroica del sujeto es también típica de los productos culturales de esta época en la Francia metropolitana. Sin embargo, estos se articulaban desde la primera persona del singular de una instancia narrativa autodiegética ejemplar por su capacidad de liderazgo en las revueltas contra los franceses y por permanecer fiel a las convicciones y los principios en torno a los cuales se definía su identidad republicana30. Por el contrario, en Un cuento escrito en la arena el modelo heroico se construye a partir de una instancia narrativa heterodiegética que hace hincapié en la capacidad del protagonista de aceptar el exilio como una condena que sirva para lo que solo él puede leer en el humo: la redención. La instancia narrativa no desarrolla su concepción de este término, lo que permite una lectura doble del mismo. Por un lado, puede entenderse dentro de la retórica cristiana utilizada por el régimen franquista y empleada por esta a lo largo del texto. Por el otro, se trata de un concepto que los movimientos libertarios se apropiaron a finales del siglo xix y principios del siglo xx como sinónimo de regeneración social (cf. Prado, 2014: 202; Delhom, “Anarquismo y Biblia”, 2014: 56; Maurice, 2012) El narrador continúa relatando la travesía en barco como un umbral identitario de polo negativo en el que “el individualismo esparcía su germen, avanzaba, sentíase su aire, su hálito, que transpiraba ya por todo” (Baldó García, Un cuento, 1970: 21). Esta personalización de las secreciones del germen sirve para remachar la gradual representación del ‘otro-exiliado’ como abyecto hasta llegar a su expresión más repugnante en el campo semántico de lo corporalmente escatológico, el germen que hace comportarse a los exiliados como “turistas en crucero de placer”. La aparición del acorazado Canarias exigiendo al carguero inglés que devuelva a los españoles a la costa de Málaga rompe con la placidez de la travesía. La irrupción del Canarias en el relato, representado en términos genéricos con una metáfora fálica sobre sus
30 Véase el capítulo 5 de la tesis de Simón Porolli sobre las escrituras del yo de los exiliados republicanos en la Francia metropolitana en las postrimerías del franquismo (cf. Por los caminos de la palabra, 2011: 187-282).
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grandes cañones “enhiestos” (Baldó García, Un cuento, 1970: 22) que apuntan como acusando “a ese puñado de hombres de traidores y malos patriotas”, hace que la instancia narrativa valore el crimen del que se le acusa: en vez de distanciarse de este o de aceptar en este caso la culpa, el narrador censura esta crítica con una pregunta retórica: “¿Cómo podía ser de esta forma si llevaban el alma llena de dolor por haber abandonado todo: la familia y la patria?”. Esta tímida respuesta antagónica al reproche de la identidad abyecta del ‘otro-exiliado’ irrumpe inesperadamente en la narración como resistencia a la censura del ‘otro-franquista’ que le produce como tal. Sin embargo, aunque ponga en jaque la coherencia del texto, esta queda descontextualizada al final del párrafo y sin mayor explicación. El relato avanza en este modo censor en su sentido etimológico de ponderación de la actuación de los exiliados y se pregunta de nuevo si es justificado lo que Bernardo acaba de presenciar: ante el miedo a que el Canarias impusiera su voluntad y les enviara ante la “justicia” franquista, los exiliados deciden lanzar por la borda toda aquella documentación de filiación política o sindical que pudiera comprometerles: “[t]al vez sí. Todo se había perdido. Ahora estos hombres tenían que empezar otra vida, sentirse nuevos; valorarse en lo personal para ser hombre [sic] de vida nueva, dispuestos a creer y despertar un concepto real al mundo que los observaba” (ibid.: 23, destacado de la autora). El narrador no censura esta actitud, pero no por la cobarde manera de renegar de los valores republicanos, sino precisamente por la necesidad de romper literalmente con este pasado y reaccionar ante la nueva realidad. Esta abstrusa referencia a la “valoración en lo personal”, a “crecer” y “despertar” podría apuntar al abandono de la apreciación de la colectividad en la que enmarcaba su identidad política anterior. No en vano señala que ahora debe romper con el pasado, “despertar” de la “utopía ingenua” y crecer, es decir, hacer que su identidad evolucione en respuesta al mundo “real” que les observa. La entrada al puerto de Orán, “radiante de luz”, se describe con la habitual euforia del resto de las escrituras del yo del exilio republicano español en Argelia y se afirma que los exiliados esperaban encontrar “aliento fraterno en sus ciudadanos, pero no fue así”. El narrador estima, además, cómo debía haber actuado Francia, un país democrático:
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“[p]odrían alegrarse para reverenciar con un saludo a ese pueblo a quien solo se le pedía un poco de hospitalidad, recobrar fuerzas y continuar el rumbo con destino a México” (Baldó García, Un cuento, 1970: 23) Sin embargo, la literalización de la producción del ‘otroespañol’ como abyecto del imaginario francés en el sentido de Kristeva llega a tal punto, que incluso se intenta impedir su entrada física en el territorio, cortando con sopletes el ancla del barco. Esta afrenta provoca también un cambio en los pasajeros del barco: [e]l carácter, la hombría formada en la lucha durante tres años, hizo levantar el pecho en reto sobre la angustia que podía destruirlos en una flagelación a su recto espíritu de españoles. No tolerarían mostrarse como seres degradados, no. La energía mostróse [sic] [...] dispuestos a la resistencia contra ese enemigo disfrazado de demócrata (ibid.: 24).
Con la abyección de los exiliados, portadores de la “peste española” (ibid.: 25), la instancia narrativa deja atrás la representación narrativa del ‘otro-exiliado’ como el pecador, traidor de la patria española, y lo convierte en un ‘español’ digno de formar parte del imaginario franquista. Ante el ‘otro-francés’, construido ahora, precisamente, como traidor de la amistad española, “[e]n los semblantes se cambió el desespero por una sonrisita amarga. Los soldados más bien parecían marionetas improvisadas y movidas por manos aviesas en un torpe espectáculo”. El español se constituye de este modo en el mundo diegético como antagonista del ‘otro-francés’ a través de su agencia articulada alrededor de su masculinidad. Por ello, vence en la pugna contra el intento del primero de expulsarlo del territorio francés al provocar una explosión que inhabilita la navegación al “viril carguero”. Tras este fracaso de la masculinidad militar del ‘otro-francés’, el gobierno decide cambiar de estrategia y les proporciona alimentos para amansarlos. En un giro proléptico el narrador afirma, además, que con este gesto hacían gala de su mezquindad, puesto que su verdadero objetivo era esclavizarlos. El ‘otro francés’ se constituye así como el epítome de los abyectos del ‘otro-español’, imbuido precisamente de los rasgos que caracterizaban al ‘abyecto-exiliado’ que el narrador producía al
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comienzo de la obra basándose en la retórica franquista: la traición y la mezquindad con la que se aprovecha del desvalido. La pasividad a la que se ven sometidos los exiliados en el muelle Ravin Blanc durante la cuarentena promulgada por el gobierno francés, a causa de un supuesto brote de viruela en el barco, provoca una vuelta de Bernardo al distanciamiento del resto de los exiliados: “Bernardo, que había tenido amistades y conocía a muchos, era ya un extraño. [...] Todo eran intereses y secretos; el pasado revivía en esa ciudad flotante en la que la tirantez de un grupo político o sindical constituía una incompatibilidad manifiesta” (Baldó García, Un cuento, 1970: 30). El pasado que Bernardo quería dejar atrás regresa, actitud que el narrador censura con claridad en el sentido contemporáneo del término: los hechos pasados, dictamina el narrador, “debían ser borrados”. En esta pasividad resurgen además, no solo los ‘otros-políticos de antaño’, sino los “nuevos burgueses” (ibid.: 31). Estos, arguye, solo se contentaban con el consumo de bienes dispensables y dedicados al placer físico con su “abdomen rollizo”. Estos productos los conseguían a través de los ‘otros-moros’, a quienes el narrador se refiere con el típico adjetivo con connotaciones negativas, pero sin emitir ningún tipo de valoración hacia su negocio. Por el contrario, insiste en la censura del ‘otronuevo-burgués’ en su sentido etimológico de juzgarlo por sus hábitos de consumo y sobre todo por quejarse “de todo y de todos”. En contraposición a este, el narrador explica que también existe en el barco otro tipo de hombre, valioso por su capacidad de sacrificio “en el anónimo [y que] son capaces debido a su voluntad de demostrar lo que vale un Pueblo”. La elección de la palabra ‘pueblo’ —una autodenominación más típica de la propaganda republicana durante la Guerra Civil en vez de la de ‘patria’ (cf. Núñez Seixas, 2012: 68), y que venía utilizando el narrador a lo largo del relato— sorprende al lector y puede interpretarse como un desliz reivindicativo en el discurso autocensurado. De hecho, el comentario metatextual del propio narrador sobre su uso del término tiende a confirmar esta hipótesis: “Pueblo, llámese como se llame, pero un Pueblo que igual crea tempestades que placidez grata de incomparable presencia” (Baldó García, Un cuento, 1970: 31, destacado de la autora).
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El ensalzamiento del “pueblo” español en el exilio tan solo una página después del distanciamiento identitario de Bernardo respecto al resto de ‘otros-exiliados’ crea otra falta de coherencia textual, ya típica de la irrupción en el relato, semántica en este caso, de la identidad republicana reprimida. No obstante, esta intrusión se reposiciona rápidamente para volver a las convenciones del imaginario en el que el narrador pretende encajar en el momento de la escritura. En esta lógica, afirma que este pueblo es capaz de guerrear, pero también de crear placidez, características que corresponden perfectamente con la evolución de la construcción del imaginario franquista como vencedor en los cuarenta y como cálido benefactor a partir de los sesenta31. Así, el narrador retoma la caracterización de Bernardo dentro del modo heroico y pone de manifiesto su superioridad por mostrarse abnegado ante su traslado a los campos de concentración en vagones para “6-Chevaus [sic]-36 Hommes32” (Baldó García, Un cuento, 1970: 33). Bernardo acepta la situación con estoicismo, ya que la considera un resultado “del dado del azar” y, en otras ocasiones, de haber llamado “a la puerta equivocada” (ibid.: 35, destacado en el original). Y, lo que es más importante, se enfrenta a la deportación al campo de concentración “con la frente alta”, mirando al mar. Este gesto de dignidad y de superioridad moral es atípico en el discurso concentracionario republicano de la época, puesto que su heroicidad nada tiene que ver con el mantenimiento de los valores republicanos, sino con su deseado retorno hacia “su hogar abandonado” que “le llenaba el corazón”. Con este comentario, la instancia narrativa expresa su anhelo de reintegrarse en el imaginario nacional español en el tiempo de la escritura. Cuando llegan a Camp Morand en Boghari, los exiliados se ponen manos a la obra para construir “un nuevo poblado español en las lindes del desierto” (ibid.: 36) que se caracteriza como un sanatorio.
31 Véase a este respecto “5.1. La escritura sobre el exilio en la España del tardofranquismo (1966-1975)” (cf. 289-290). 32 Jiménez Margalejo recordaba otros números: “32 hommes-8 chevaux” (Memorias de un refugiado, 2008: 156).
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Según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, un sanatorio es un “[e]stablecimiento convenientemente dispuesto para la estancia de enfermos que necesitan someterse a tratamientos médicos, quirúrgicos o climatológicos” (Real Academia Española, “Sanatorio”, 2014). A partir de esta definición, puede considerarse que Un cuento escrito en la arena retoma la constitución del espacio concentracionario como lugar de terapia. Esta táctica caracterizaba las escrituras del yo sobre el exilio argelino en la década de los cincuenta y de los sesenta. Sin embargo, el narrador adapta esta representación al contexto de las condiciones de enunciabilidad de la España de la Ley de Prensa e Imprenta en el que el autor escribió su obra desde su ‘insilio33’. En este caso, no se trata de elaborar el trauma de la Guerra Civil y del internamiento, sino de recuperarse, en la lógica discursiva franquista, de la enfermedad que lo ha convertido en abyecto —la identidad republicana— y de convertirse en ‘español’, es decir, en una persona incluible en el imaginario nacional franquista. En palabras del narrador: en Camp Morand “empezaría el español a conocerse de nuevo, a manifestarse en potencia” (Baldó García, Un cuento, 1970: 36), al recuperar el espíritu “locuaz y festivo con que los españoles saben sobreponerse a la tragedia”. Incluso el protagonista, Bernardo, siente su propia evolución identitaria y “puede asomarse a esa ventana para contemplar otro mundo que le invita a formarse a su temple, a su forma y a su favor” (ibid.: 37). El narrador recurre al campo semántico de lo visual, más específicamente de la observación desde la distancia, para referirse a la relación de Bernardo con España desde un modelo heroico. Además, describe África —metonimia con la que se refiere a Argelia en términos valorativos— como “un país extraño de costumbres” en el que los españoles han sido “trasplantados”. Por ello, no resulta aventurado interpretar que el mundo que le ofrece formarse a su semejanza para ganarse su favor desde el Camp Morand sea la España de Franco, la única España existente según la construcción discursiva del franquismo. Así, “van
33 Véase a este respecto el apartado “4.3. La autoficción y las memorias en el boom del mercado editorial hispanoamericano” (cf. 229).
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olvidándose de cuanto se era” (Baldó García, Un cuento, 1970: 37) y “nacía un hombre nuevo en cada uno, algo insospechado, como un brote nuevo, saltaba cada momento en sus actos”. Sin embargo, el narrador reconoce que el cambio de los exiliados hacia ‘lo español’ no es absoluto, ya que “borrarse del todo, de un pasado latente, era imposible [y] volvieron por agruparse en lo político [sic], así como los organismos sindicales daban ya muestra de las actividades del pasado” (destacado de la autora). Esta estructura coordinativa recurrente para referirse a los organismos sindicales como entidades diferentes a “lo político” revela cierta sensibilidad anarquista, que, no en vano, los biógrafos adjudican al autor de esta obra. Así, se reconoce la “enfermedad” republicana dentro de las condiciones de enunciabilidad del discurso franquista, pero al mismo tiempo se desliza en la superficie textual un elemento identitario del que el autor reniega incluso en su entrevista de 197734. A pesar de la reincidencia de los síntomas de la “enfermedad política” de los personajes, el narrador muestra también indicios de su mejoría, ya que cada “organismo procuraba elegir hombres de capacidad y moralidad elevada que representaba [sic] el distrito o el barrio, pues había necesidad de imponer orden en la organización de un poblado de tres mil habitantes, a los que cabía necesario [sic] un poco de disciplina”. Estos hombres superiores en moral y en capacidad “pero con sana voluntad, sin nombre y sin historia” (ibid.: 38) se encargan de organizar el campo en calles, barrios, de crear escuelas, cocinas, enfermerías, servicios de limpieza, de correos y de abastecimiento. Bernardo, por su parte, se integra en este último servicio para ser “útil a la comunidad”. El narrador extra-heterodiegético comenta que estos son ejemplos de que en el campo “surge el genio, la fuerza creadora, la España de siempre: el pueblo bullicioso de artistas creadores, de hombres-maravilla que todos los días despiertan intentando acercarse a ellos mismos, a ser afán evolutivo de la raza ibérica”. En contraste con la representación
34 También en: “[e]l pasado revivía en esa ciudad floreciente en la que la tirantez de un grupo político o sindical constituía una incompatibilidad manifiesta” (Baldó Garcia, Un cuento, 1970: 30, destacado de la autora).
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generalizada de la vida en el campo como un lugar de relajación de la moral y de las buenas costumbres en los productos culturales de corte autobiográfico sobre el exilio republicano español en la Francia metropolitana en este periodo de tiempo (cf. Raposo, Memorias, 1970: 91; Sánchez Bravo y Vázquez Tellado, 1974: 156 y 229), en Un cuento escrito en la arena, el esfuerzo de unos pocos superiores en moralidad ha valido la pena. Según la instancia narrativa principal, es ahora la gran mayoría la que se esfuerza por evolucionar hacia una actitud ejemplar, o lo que es lo mismo en términos racializantes más propios de la retórica franquista, hacia la de la “raza ibérica35”. De esta evolución se hace eco hasta ‘el otro-francés’, que, aunque había diseminado a través de la prensa “propaganda vil, insensata y mordaz de veneno ambiental” (Baldó García, Un cuento, 1970: 39) contra los exiliados, reconoce ahora que los españoles son “hombres respetables por lo que son y por su conducta”. Es decir, la respetabilidad que les caracteriza se la han ganado gracias al carácter performativo de su identidad en proceso de restablecimiento en el sentido butleriano del término. Incluso Bernardo, en su acostumbrado paseo matinal durante el que censura el comportamiento de sus compañeros de exilio, descubre en estos “valores insospechados” (ibid.: 32). El protagonista afirma que “tiene el corazón ancho de ver cómo emanan en el hombre las inquietudes artísticas” (ibid.: 40) y la paz, mientras que fuera del campo la guerra va marcando sus pasos. Así, el Camp Morand se va convirtiendo, por un lado, en el lugar en el que los exiliados devienen “españoles” en el
35 No debe olvidarse que Jiménez Margalejo también utilizaba este tipo de terminología racista, aunque no estaba sometido a ningún tipo de censura. El discurso racista y xenófobo es característico de principios del siglo xx. En este periodo no solo se desarrollaron los fascismos europeos, sino también la conciencia de pertenencia social y la memoria generacional de los autores de estas obras (cf. Mannheim, 1928: 181; Schuman y Scott, 1989: 377). Este racismo lo atestiguan, por ejemplo, las políticas de acogida de la Francia democrática. Véase, “1.2.2. El exilio republicano español en Francia” (cf. 55) y “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 73-81). Para el uso del concepto de ‘raza’ de Unamuno y Ortega y Gasset, véase Menéndez Alzamora (cf. 2009: 238).
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tiempo diegético porque tienen la responsabilidad “de pertenecer a una Nación a la que representan y deben dignificar y elevar a pesar de todo” (Baldó García, Un cuento, 1970: 45). Por el otro, sirve de espejo de las supuestas virtudes de la España franquista que diseminaba su servicio de propaganda desde finales de la década de los sesenta y que pintaba el país como una cuna de paz y de prosperidad. En su ejercicio de censura en el sentido etimológico de juzgar, el narrador también estudia en un desplazamiento metonímico a Pablo —un alemán—, René —un belga de las Brigadas Internacionales— y a Fernando Paz —un español de Madrid—. El objetivo de tal empresa es seguir “las diversas trayectorias por las que el hombre escapa y se deja ganar” (ibid.: 43). Por un lado, esta referencia podría entenderse como una alusión a la resistencia y a la sumisión a la censura franquista que impone la autoabyección de su identidad republicana en el tiempo diegético para poder convertirse en un “verdadero español”, asimilable y reintegrable en la España franquista. Por el otro, podría considerarse que el narrador juega con los niveles diegéticos y extrapola este comentario a la experiencia de su ‘insilio’ en los años setenta para referirse a la censura oficial que le hace ‘autocensurarse’ en el sentido de Levine. En primer lugar, el narrador extra-heterodiegético estudia a Pablo: un alemán que habla correctamente español, entrometido pero solitario, “taciturno y preocupado. [...] Los españoles [... que] tienen un ojo psíquico” (ibid.: 44) no confían en él y disuelven sus grupos cuando este trata de acercarse. Sus sospechas se ven confirmadas y a Pablo se le concede la libertad el día de la firma del armisticio del “Mariscal Petai [sic]” en Francia. Así, con Pablo, se introduce la figura del espía fascista alemán. En segundo lugar, la instancia narrativa principal presenta a René, un belga que también habla español. Es pelirrojo y siempre hace gala de buen humor. “Es pícaro, ingenioso y despierto” y se dedica a elevar la moral de sus compañeros a través de la cultura para superar el pensamiento trágico en el campo. El último personaje es Fernando Paz: “el tercer hombre, es el que no encuentra dificultades ni torcimientos en nada” (ibid.: 45). Es mecánico, trabajador de la industria metalúrgica y “también algo poeta”, características que comparte con Ricardo Baldó García. Paz representa, según el narrador principal, al “español abierto
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y audaz, inteligente y despierto como un don Juan” (Baldó García, Un cuento, 1970: 45). Excepto en el donjuanismo, René comparte muchos rasgos, no solo con Paz, sino con el resto de los españoles, felices y alegres en su abnegación a pesar de la tragedia y que, por ello, la instancia narrativa tacha de “buenos españoles”. Además, la descripción que realiza el narrador del cuidado que el personaje belga proporciona a la cultura como su rasgo identitario fundamental es altamente resonante con la típica construcción de la cultura como eje identitario del republicano en los campos de concentración36. El sorprendente nombre español del alemán, del que no se explica por qué se encuentra en el campo de concentración, contrasta con la referencia explícita de que René era un brigadista, lo que podría interpretarse como un juego con las nacionalidades de los personajes. Estas no aportan nada a la caracterización de los mismos y son, más bien, un encubrimiento de la exposición dicotómica de la identidad republicana tipo, representada por René, y de la identidad fascista tipo dentro del discurso republicano, que encarna Pablo, un traidor que se filtra camuflado en la comunidad exiliada y en el relato. El juego con las identidades de los personajes que despuntaba al comienzo del relato con el distanciamiento del narrador de su trasunto literario principal, Bernardo, continúa con el personaje de Fernando Paz. Este no solo comparte con el autor de la obra su profesión y vocación de poeta. También su nombre está formado, al igual que el de Bernardo, por el mismo número de sílabas y la misma rima consonante que el nombre del autor, Ricardo. La interpretación de ambos como escisiones identitarias del autor se ve favorecida por la propia instancia narrativa principal. Aunque afirma que Fernando Paz es el representante metonímico del ‘español’ —un personaje “representativo de este grupo de españoles, [que] nos llevará desde ahora, con estos perfiles humanos, a través de las calles de Camp Morand” (ibid.: 47)— la instancia narrativa no le da la voz a este en el relato, sino a Bernardo. Este personaje es el que prosigue con la historia como focalizador homodiegético y lo primero que hace es describir a Fernando Paz: “[c]uando yo conocí a
36 Véase a este respecto Villegas y Vilar (1989); Cate-Arries, Spanish Culture (2004) y Cruz Orozco (2002).
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Fernando Paz, admiraba su sobriedad en el hablar, encontrábale absorto en su sueño feliz, y tal vez lo fuese, como si hubiese alcanzado esa felicidad invisible que le hacía mostrarse desdibujado y enigmático” (Baldó García, Un cuento, 1970: 47). Así pues, el enigmático y feliz Fernando Paz puede interpretarse como la escisión libidinal no sublimada de Bernardo, quien se convierte en su confidente y en su escudero de aventuras amorosas y sexuales37. Con este fin se añade un nivel metadiegético a la focalización homodiegética de Bernardo en el que Fernando cuenta en estilo directo cómo a su amada y amante, la “mora” Aixa, la han encerrado en una torre para que ejerza la prostitución. Por ello, Fernando le pide a Bernardo que le ayude a encontrarla. Este accede y le acompaña por las sucias calles de la alcazaba de Boghari hasta encontrar a su amada en una torre fortificada. Bernardo se convierte así en testigo de las caricias, “héroe en la escalada” (ibid.: 51) y en censor de cómo su amigo “renegaba de sus virtudes” (ibid.: 52). Como si se tratara de una sanción o una censura a la escasa moral sexual de Fernando, el narrador extra-heterodiegético retoma el control de la narración para contar su siguiente aventura amorosa. La acción tiene lugar de nuevo en Boghari, pero esta vez en casa de una familia, que Fernando decía hebrea, pero que, corrige el narrador, no lo era, ya que se trataba solo de una “ilusión de enamorado” (ibid.: 55). De esta manera, el narrador insinúa una jerarquía en la construcción de la alteridad del ‘otro-mujer’ en la que la mujer hebrea se situaría por encima de la “bella morita” (ibid.: 57), que, infantilizada, quedaría posicionada como inferior a la ‘otra-hebrea’ con el uso del diminutivo. En esta aventura, la instancia narrativa principal parece tan confundida como Fernando en su percepción de la mujer como “semita” (ibid.: 55), a pesar de que, como esta misma afirma, lleva en la cabeza un pañuelo negro (cf. ibid.), símbolo típico de las mujeres musulmanas. De las tres hijas, Bernardo prefiere “sobre todo” (ibid.:
37 Véase “4.3. La autoficción y las memorias en el boom del mercado editorial hispanoamericano”. En ese apartado se explica el concepto de ‘sublimación’ y de ‘energía libidinal’, según la teoría de Stiegler (cf. 233-234).
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57) a Consuelo, que, según el narrador principal, parece “una virgen escapada de un cuadro” (Baldó García, Un cuento, 1970: 57). Es decir, Bernardo elige al polo más virginal de la representación tipificada de la mujer en la dicotomía virgen/prostituta. Por su parte, Fernando elige a María, una mujer joven que le roba el corazón. Según la instancia narrativa principal: “[y]a desde aquel día perdió al amigo Paz”, ya que cuando se podía ausentar del campo vivía con María “un amor —tal vez eutrapélico—”, o tal vez confundido “bajo la unión libre de Jehová”. De este modo, el narrador pone en duda la moralidad sexual de Fernando y, por lo tanto, la de María, y censura la posible unión libre y no bendecida por la iglesia católica que practica la pareja. Sin embargo, el narrador principal vuelve a confundirse sobre la religión de María, a la que tacha una vez más de judía en la referencia a Jehová. Este desliz revela la intimidad entre el narrador y el personaje e, incluso, el autor, Ricardo Baldó García, quien dedica todas sus obras a una mujer de nombre María, el nombre de su esposa (cf. Molins, 2015). Es precisamente la posible facticidad autobiográfica de estos hechos, censurados como amorales por parte del imaginario franquista, lo que lleva al autor a deslindar estos aspectos abyectos y a asignárselos a Fernando. Este desaparece en este punto del relato censurado por el narrador extradiegético en el sentido etimológico de condena (cf. Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales, CNRTL, 2015). El relato retoma la descripción del paulatino proceso de recuperación de los exiliados en Camp Morand, que, según la instancia narrativa principal, ocurría de manera natural en torno a la estructura de una familia “bien avenida” (Baldó García, Un cuento, 1970: 60). No obstante, se matiza que no todos cumplen con estos requisitos: allí “brotaba el ser y el no ser de cada uno sin esfuerzo [...] unos mejoraron para ser ejemplo en la sociedad y otros se perdieron en el oscuro anónimo” (ibid.: 62). En esta misma línea, el narrador da un salto al nivel extradiegético para corroborar en términos valorativos desde el tiempo de la escritura que los primeros, los ejemplares, “dejaron todo lo que eran porque nada tenían que dejar”, mientras que, para los segundos, que se negaron a cambiar, el exilio fue “su destrucción en lo personal”. Aunque el narrador no incluye explícitamente a Bernardo en este primer grupo, su presentación desde el modelo heroico y la
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insistencia en su evolución positiva a lo largo de esta primera parte apuntan a su inclusión dentro del grupo de los ejemplares que aceptan la premisa de que “[p]erderse es encontrarse” (Baldó García, Un cuento, 1970: 62). La vuelta al tiempo de la experiencia sitúa la acción en una reunión en Camp Morand en la que los gerentes franceses buscan voluntarios que recojan materiales para construir un “pequeño pabellón de piedra destinado a las Oficinas de la Comandancia” (ibid.: 64). Esta petición constituye un hito en la evolución identitaria de los exiliados, que se señala en el relato con la introducción del estilo indirecto marcado. El discurso transpuesto crea un acercamiento entre el narrador y el protagonista, al que se le devuelve progresivamente la voz: “Bernardo me dice, que, de momento, sintieron como el haber recibido un golpe moral. [...] Algunos mostraron en el semblante su chispa de rebeldía [...] pero la seriedad de algunos hombres impuso el orden”. A pesar de que Bernardo se incluye en el sentimiento indignado del resto de los exiliados, el narrador sigue distanciándolo de la mayoría, ya que este continúa ejerciendo como censor de la moralidad de sus compañeros en el mundo diegético: “[e]l valor temperamental de todos era sopesado por él, intentando dar una virtud a los hechos en un principio negativos. ¿Era razonable transportar una insignificante piedra a cambio de un paseo libre?” (ibid.: 66). La reflexión de Bernardo va más allá de la valoración de si someterse al ‘otro-francés’ es correcta o no y se plantea cómo aceptar este destino sin dejar de “ser fieles a sí mismos”. Sin embargo, comenta que, al mismo tiempo, esto debe hacerse sin olvidarse de que tienen que “mejorarse como hombres para dar respuesta al mundo que quería ignorarlos”. Una vez más, la fidelidad a uno mismo parece no residir en mantener los principios republicanos, sino en recuperar un “verdadero yo” anterior a la degeneración derivada de esa identidad abyecta. Por ello, Bernardo continúa observando a sus compañeros hasta llegar a la conclusión de que el “verdadero carácter de estos hombres que un día dejaron la patria no era mezquino, tenía seriedad y se desenvolvía diariamente con una corrección envidiable” (ibid.: 68). No obstante, considera que “había que pagar. La deuda que el hombre tiene contraída en su existencia no se le perdona. Puede tener errores que un día se pagan con el sacrificio. Podían
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tener virtudes y habría que pagar por sus pecados” (Baldó García, Un cuento, 1970: 68). Por lo tanto, puede concluirse que la instancia narrativa principal aplica en esta primera temporalidad de Un cuento escrito en la arena la retórica de la confesión católica adaptada por el discurso franquista para la constitución del ‘otro-republicano’ en la década de los sesenta y los setenta (cf. Larraz, El monopolio, 2009: 106-107). Por un lado, se sirve de esta retórica para mostrar que la identidad performativa de los exiliados va evolucionando desde su actuación como pecadores en los barcos hasta su paulatino restablecimiento en el ‘sanatorio’ Camp Morand. Expone así cómo esto lo hacen a partir del examen de conciencia y de la autocensura, en el sentido etimológico de valorarse y juzgarse (cf. Harper, “Censor”, 2015). Por el otro, se emplea la retórica cristiana para constituir el tiempo restante del exilio como un lugar en el que aceptar estoicamente la penitencia por esos pecados. O, lo que es lo mismo, un lugar en el que llevar a cabo una literalización de la censura en su sentido etimológico de condena (cf. Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales, CNRTL, 2015). Esta condena marca la predisposición de los exiliados a expiar sus pecados y “autoabyectar” su identidad republicana para poder ser perdonados y, en última instancia, reintegrados en el imaginario nacional franquista. La aplicación de esta condena tiene lugar a partir de la integración de los exiliados en las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE), fase con la que abre la siguiente sección. 5.3.2. Del ‘yo’ censor diegético a la resistencia a la censura en su articulación retrospectiva Bernardo paladeaba en su mente el sabor de aquellas tertulias en el café, emulando a los grandes hombres del siglo, adonde acudían grandes poetas y escritores, así como destacados artistas de la pintura, formando como un cenáculo previsto para aportar la belleza y las ideas de las corrientes literarias más modernas (Baldó García, Un cuento, 1970: 70, destacado de la autora).
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La aceptación explícita de la culpa y de la penitencia provoca un cambio de enfoque de la actividad censora del narrador a través de su álter ego, Bernardo, en el Camp Morand. El que se ocupara mayoritariamente de censurar la identidad performativa de sus compañeros en el mundo diegético se dedica ahora al análisis retrospectivo y selectivo del recuerdo de las actividades que constituían performativamente su identidad antes de la guerra. El recurso a la sinestesia enfatiza la recuperación del pasado “en su mente” con la sensación física del gusto agradable en el paladar del “sabor” de las tertulias literarias en el presente diegético. El uso del pretérito imperfecto pone de manifiesto la frecuencia, la repetición de una acción en el pasado, en este caso, la participación en las tertulias, práctica de carácter performativo que, una vez ritualizada, en el sentido butleriano, constituía a Bernardo como sujeto perteneciente a un cenáculo, es decir, a un grupo que contribuía al mundo literario “más moderno”. El intercambio epistolar con personas de este cenáculo que le “recordaban a estas tertulias literarias que la guerra había cortado” (Baldó García, Un cuento, 1970: 70) intensifica el recuerdo de estos rasgos identitarios, así como la voluntad de Bernardo de retomarlos con “ansias [...] Recordaba entonces sus poemas de adolescencia, y las buenas lecturas en los libros de Gabriel Miró, la exquisitez literaria de ‘Años y leguas’, que le recordaba al paisaje de su tierra, de su infancia, en la nobleza de sus bellas páginas...”. En contradicción con la resolución anterior del narrador de olvidar lo que era (cf. ibid.: 62), la decisión de Bernardo de retomar un rasgo identitario pasado en torno a la cultura de la tertulia literaria “más moderna” (ibid.: 70) lleva a este a entramar retrospectivamente este rasgo dentro de un todo narrativo vital coherente. En este entramado, la lectura de la obra del novecentista valenciano Miró tiene un lugar privilegiado. Es precisamente su obra de carácter autobiográfico Años y leguas (1928) la que se semantiza como la fuente de inspiración de la propia poesía de Bernardo en su adolescencia y como disparador proustiano de la memoria de este personaje de “su tierra” y de su infancia en el presente diegético. Curiosamente, la actividad memorística en Camp Morand, a través de la que el protagonista posiciona su identidad en relación con el pasado como emulador del movimiento esteticista novecentista o
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de la llamada Generación del 14, se relaciona con la culminación de la integración de Bernardo en el grupo de los exiliados españoles. Al mismo tiempo, supone también su aparente abandono de la posición de censor distanciado, en un gesto que precisamente iría en contra del elitismo del movimiento en el que pretende incluirse38. Este gesto podría leerse como la intromisión de la reivindicación de la “herencia regeneracionista” (Quintana Navarro, 1993: 19) de la memoria popular republicana en la que se integra a Bernardo. Sin embargo, el narrador se decanta más bien por seleccionar aspectos del discurso político de la Generación del 14 adaptables a la retórica franquista de los años setenta, como el tópico regeneracionista del problema de la enfermedad de España (cf. Menéndez Alzamora, 2009: 314 y 296). En esta línea, el narrador estima que Bernardo “podía sentirse satisfecho de sentirse español a pesar de todo cuanto había ocurrido, y que el azar había lanzado a esta gran masa de españoles a un exilio que compartía voluntario por hechos que valía no recordar [sic]” (Baldó García, Un cuento, 1970: 70, destacado de la autora). El narrador destaca de nuevo el carácter “voluntario” y “azaroso” del exilio, enfatizado por la retórica franquista para eximir su responsabilidad en el ámbito internacional (cf. Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 225). Además, explicita la diferencia entre los atributos identitarios pasados reutilizables y aquellos que deben ser censurados de la memoria y, por tanto, de la “nueva” identidad del personaje. La especificación detallada de los rasgos identitarios apropiados para las condiciones de enunciabilidad del ‘archivo’ franquista posibilita la inclusión de Bernardo en el ‘colectivo español’ en el mundo diegético. A nivel formal se le incluye como focalizador homodiegético en tercera persona del singular que se reparte el material narrativo equitativamente con el narrador heterodiegético en esta segunda temporalidad. La estabilización de esta identidad colectiva española recién constituida se refuerza produciendo una variedad de
38 El máximo exponente de este elitismo es la obra La rebelión de las masas (1929), del líder del movimiento Ortega y Gasset, en la que consideraba que la regeneración social era la labor de una élite.
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abyectos a través de su censura en el sentido etimológico de “juzgar” y “valorar” los rasgos repugnantes de sus identidades (cf. Harper, “Censor”, 2015). La participación de Bernardo en las excursiones dominicales a Boghari le permite relacionarse con el ‘otro-argelino’. La primera descripción del ‘otro-moro’ en esta segunda temporalidad se realiza a través de la música que se escucha en los cafés “moros” y que tacha de repetitiva y pesada. Si bien esta actitud adelanta una predisposición más bien negativa ante el ‘otro-moro’, la primera descripción física de un “moro, de barba cuidada [que] [...] nos observaba y sonrió con amabilidad de buen amigo” (Baldó García, Un cuento, 1970: 71) parece relativizar la construcción identitaria jerárquica del ‘otro-español’ frente al ‘otro-moro’. El narrador extra-homodiegético Bernardo explica cómo el grupo de españoles le invita a: tomar parte en conversar con nosotros. [...] Hablaba un francés muy comprensible. Dijo que era amigo de los españoles, que nos admiraba por lo que éramos y por la historia de sus antepasados que vivieron en España; por Andalucía, por sus cantos y por su raza (destacado de la autora).
El ‘otro-moro’ expresa su voluntad de hacerse amigo de los españoles, a los que admira, precisamente e irónicamente, por aquello que tienen de “moros”: Andalucía, sus cantos y su “raza”. El ambivalente posicionamiento jerárquico del ‘otro-moro’ ante el ‘otro-español’ pasa desapercibido a Bernardo, ocupado de la descripción del nuevo compañero de mesa: “[v]estía ricamente y olía bien. Su turbante de fina seda daba a entender su buen gusto y su dinero”. Su estatus social se mide en términos performativos de tipo higiénico y de vestimenta, lo que le permite también, según el narrador, Bernardo, “vivir en concubinato con otras mujeres”. Si bien es cierto que Bernardo confronta directamente al ‘otro-moro’ con su tratamiento del ‘otro-mujer’, su descripción de la respuesta de este ‘otro-moro’ es altamente ambivalente: observa la sonrisa de satisfacción, la manera “ávida y lujuriante” con la que su interlocutor
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árabe acaricia la llave bajo la cual tiene encerradas a sus tres mujeres39. Además, comenta lo orgulloso que está el ‘otro-moro’ de saber que su fortuna le ofrece la posibilidad de aumentar el número de mujeres que trabajan para él y que al mismo tiempo le dan sus caricias. No obstante, Bernardo no le retrata desde el juicio de valor e incluso llega a describir a su “serrallo” (Baldó García, Un cuento, 1970: 71) —su harén— como el lugar en el que el portador de la llave “forma su familia”. Por lo tanto, si se tiene en cuenta que la familia es el pilar discursivo del imaginario nacional franquista que reproduce hasta ahora el relato, no parece que haya una producción del ‘otro-moro’ como abyecto en lo que se refiere a su tratamiento denigrante del ‘otro-mujer’. Más bien, lo que el narrador Bernardo juzga es su vanagloriosa actitud respecto a su posesión de tantas mujeres (ibid.: 72). De hecho, el que este fuera tachado de “moro” al comienzo de la narrativización de este recuerdo se constituye tras la descripción de su bonanza económica, símbolo de su estatus social, en “este árabe simpático y vanidoso por su harén y buen amigo de los españoles”. En consecuencia, puede deducirse que este cambio de tratamiento evidencia un aumento de la jerarquía del ‘otro-moro’ por su clase social e incluso por su posesión del ‘otro-mujer’. Así pues, la mujer árabe se sitúa —por la incursión del vector del género— por debajo del ‘otro-moro-hombre’ en la jerarquía identitaria del narrador. En contraposición a la benevolente representación textual de este ‘otro-árabe’ del que se despiden “estrechándole la mano”, la representación de Mohamed, su vendedor habitual de dátiles, no deja lugar a dudas. Se muestra respetuoso con el ritual de la oración de Mohamed al esperar a que este termine de rezar a su “buen Dios” (ibid.: 73). Sin embargo, su detallada descripción del ritual de la ablución del vendedor hasta llegar a los pies “no muy limpios” con las mismas “manazas sucias” con las que, tras la oración, pretende servirles los dátiles, le provocan “la aversión a tan rico fruto”. Esta última escena sirve de excusa para la instauración explícita del ‘otro-moro’, de clase baja, como
39 El Diccionario de la Real Academia Española define ‘lujuriante’ sin connotaciones sexuales, ni negativas: “[m]uy lozano y que tiene excesiva abundancia” (“Lujuriante”, 2014).
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abyecto en el mundo diegético: “[s]entados en una mesa, pedimos una botella de vino y comentamos con buen humor la simpleza de Mohamed y lo lejos que están estas razas de los preceptos higiénicos” (Baldó García, Un cuento, 1970: 73). Así, Mohamed se constituye metonímicamente como representante del ‘otro-moro’ por su falta de preceptos higiénicos normativos en relación con la higiene española, lo que se interpreta como síntoma de inferioridad racial40. El ‘español’ se constituye así dialécticamente ex negativo por su superioridad higiénica y por la complejidad emocional con la que se sobrepone al exilio. A continuación, la instancia narrativa principal recurre por primera vez en todo el relato al pathos —en el sentido aristotélico de la representación de un dolor profundo (cf. Galle, 2005: 123)— para representar el exilio. Así, se le describe como un “cansancio en el corazón” (Baldó García, Un cuento, 1970: 75), “una oscuridad en los sentidos”. A esta, comenta, hay que enfrentarse con el canto, la alegría y la sonrisa, a pesar de vivir rodeados de un “jardín con flores de alambrada”, metáfora irónica que sirve de eufemismo para referirse al clima desértico en el que viven y a las alambradas de espino que rodean el campo de concentración. Esta estrategia adelanta la configuración del siguiente capítulo de la experiencia concentracionaria en el Camp Suzzoni y en las compañías disciplinarias en clave poética de tragedia. En este caso la tragedia se entiende en el sentido de Jaspers, que la concibe como consecuencia de un sentimiento de culpa moral (cf. 1952: 26) y que es resonante con la configuración del exilio como penitencia redentora con la que finalizaba la primera temporalidad de Un cuento escrito en la arena41. Así, en el capítulo X, el narrador
40 El nacionalsocialismo también se basaba en principios eugenistas-higienistas. Véase a este respecto Weiss (cf. 1987: 115-118). 41 El pathos es para Aristóteles el elemento fundamental de toda tragedia. En La poética afirma que puede haber tragedia sin personajes, sin peripecia, sin repulsión o incluso sin anagnórisis o reconocimiento de la culpa, pero no sin pathos o sufrimiento profundo. Además, el pathos debe surgir de la estructura de la acción en la que se concatenan varios hechos fatales que les ocurren a los personajes y que horrorizan y conmueven al receptor (cf. Rodríguez Tous, 2002: 54; Galle, 2005: 122-123; Port, “Pathos”, 2007: 575).
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extra-heterodiegético presenta la vida en el Camp Morand a través de Bernardo en estilo indirecto: “Bernardo, atento a esta narración, cuenta que acababa de ver un partido de fútbol en Camp Morand” (Baldó García, Un cuento, 1970: 77). La acción no se representa en términos guerreros o competitivos, sino como una actividad física armónica entre compañeros que se ve interrumpida por una concatenación trágica de hechos narrativizados en presente verbal como fatales, pero ineludibles: el primero de ellos es una tormenta de arena, la fuerza desbordada del simún: “la Naturaleza lo ha creado con un poder destructor y avanza [...] arrancando las techumbres de los barracones [...][,] todo un concierto de ruidos espantosos” (ibid.: 77-78). El segundo surge precisamente cuando los exiliados tratan de restablecerse de los efectos del primero: [c]uando todo lo narrado está ocurriendo, hay otra fuerza oculta que nada consulta, que ordena, que impone, como otro “Simoun”. Y un día de tantos, la Comandancia del Campo coloca unos grandes carteles impresos en tinta negra en los que se redacta la formación del 8° REGIMIENTO DE TRABAJADORES EXTRANJEROS, y al cual se les invita a enrolarse “voluntariamente” para ser útiles al país que les daba el derecho de asilo (ibid.: 78-79, destacado de la autora).
La aplicación del decreto-ley de 12 de abril de 1939 se semantiza en clave trágica fatalista con el símil del infortunio natural del simún, distanciándose brevemente de la teoría de ‘lo trágico’ de Jaspers como consecuencia de una culpa moral42. Este símil enfatiza el carácter ineludible e inevitable de la fatalidad del destino que se impone al héroe, en este caso colectivizado, según la teoría aristotélica del teatro clásico, tras la anagnórisis o el reconocimiento de su culpa (cf. Steinhagen, 2007: 20). Sin embargo, el entrecomillado de “voluntariamente”, en comparación con su uso sin comillas cuando se refería a la voluntariedad de su exilio, marca formalmente un distanciamiento del significado
42 Se sigue la sistematización de las teorías sobre ‘lo trágico’ realizada por Kühnel e Immer, “Tragisch” (cf. 2007: 777).
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propio de la palabra. El mismo efecto tiene el abrupto cambio a la narración ulterior en pretérito perfecto simple con la que el narrador expresa cómo Bernardo, en vez de aceptar el destino, siente la invitación como una “castración total” (Baldó García, Un cuento, 1970: 79). Es más, la instancia narrativa extra-heterodiegética justifica este sentimiento y censura la invitación como “incorrecta” por incurrir en la “amenaza” para hacerles “pagar como esclavos el precio de una hospitalidad execrable”. De este modo, el narrador dirige su censura al ‘otro-francés’, criticando explícitamente la acogida francesa de los exiliados. Asimismo, se insiste en las cualidades del ‘otro-francés’, un ser amoral y calculador que se aprovecha de “mano de obra sana, cuidada y en reposo durante año y medio y con la seguridad de que era experta y económica” para poner en marcha el proyecto del ferrocarril “MEDITERRANEO-NIGER [sic]”. Al otro lado de la escala, el español se representa a través de la retórica cristiana de la abnegación como un luchador contra la fuerza inexorable del viento que “borraba” (ibid.: 80) el trabajo realizado. Sin embargo, gracias a su pericia, el español, “conquistador siempre en la Historia, llegaría una vez más, con tenacidad y sacrificio, a responder triunfante a esta obra”. El narrador parece retractarse parcialmente de su resistencia a la censura y reinsertarse en la retórica altisonante de la Conquista, conforme con la mitificación de la España de los Reyes Católicos que realizó el franquismo (cf. Eiroa de San Francisco, “Palabra de Franco”, 2012: 85; Domínguez Arribas, 2009: 90). No obstante, su insistencia en la injusticia de que “hoy nadie se acuerd[e] [sic] que fueron los españoles los que conquistaron las rutas del desierto” (Baldó García, Un cuento, 1970: 80) es ambivalente. Por un lado, puede poner de manifiesto la indignación del narrador por el olvido al que se ha visto sometida su experiencia traumática e injusta. Por otro lado, esta indignación puede comprenderse como su deseo de verse incluido en el discurso oficial franquista. El desarrollo del relato parece apuntar a la primera hipótesis: en un salto a la temporalidad extradiegética, el narrador reconoce el carácter traumático de los trabajos forzados de los exiliados republicanos españoles enrolados en el desierto en las CTE y los GTE. En palabras del narrador: “hoy, cuando se recuerda [...] se hace lo posible por olvidar los castigos refinados; tratos inhumanos, la orden del látigo que
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fustigaba cuando se perdía la voluntad de colaborar [...] todo un tratado de moral concebido y realizado por un país que tenía entonces un Gobierno que se llamaba democrático” (Baldó García, Un cuento, 1970: 80). Lo que comenzaba como una justificación al olvido de los exiliados, ahora constituidos como víctimas del trato violento e inhumano del ‘otro-francés’, no se convierte en una disculpa, sino en censura indignada en su sentido etimológico de ‘condena’ (Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales, CNRTL, 2015). Se condena así la falta de moralidad del ‘otro-francés’, constituido una vez más como epítome del abyecto por su hipocresía43. A pesar de la indignación del narrador, este afirma que el azar llevó a que Bernardo no fuera incorporado a ninguna compañía de trabajo en el desierto por formar parte del Servicio de Abastecimiento. Sabiéndose “seleccionado” (Baldó García, Un cuento, 1970: 81), se encarga así de “ayudar a una causa que era la de mejorar el camino que tenían que recorrer periódicamente los que marchaban y volvían del desierto” al Camp Suzzoni. Este campo se constituye también como una especie de sanatorio en el que se permitía a los enfermos por el trabajo inclemente en el desierto recuperarse para que pudieran reincorporarse después a las compañías. Si el Camp Morand se instituía como lugar en el que llevar a cabo el proceso de cura de su enfermedad republicana a través del paulatino reconocimiento de su culpa, el Camp Suzzoni se representa ahora de manera ambigua. Se observa una intermitencia de su semantización como condena, purga justificada de la culpa en clave trágica clásica a nivel intradiegético, y la crítica desde el nivel extradiegético de la brutal lógica francesa. Se critica que se cuidara a los hombres y se les ayudaba a reponerse, “vigorizarse de nuevo para ser útiles” (ibid.: 83), “para volverlos a hundir” en beneficio de su “obra patriótica y colonial, baluarte de honores para Francia”.
43 Raposo —un exiliado en el sistema concentracionario francés metropolitano— disculpa el olvido de su exilio en su artículo en Historia y vida en 1970 (cf. “Los republicanos”, 1970: 50).
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Para reparar la irrupción del antagonismo político al ‘otro-francés’, el narrador retoma la caracterización de Bernardo como un ser “seleccionado” (Baldó García, Un cuento, 1970: 81) “para anular las injusticias”. El protagonista recupera así momentáneamente su papel de censor en el sentido contemporáneo del término en el mundo diegético como personaje y se dedica a controlar y supervisar precisamente las actividades políticas de sus compañeros de exilio. Así, censura las listas de relevo y evita que hombres que están todavía enfermos sean reenviados al trabajo a causa de “la pasión y el fanatismo político que imperaba en el grupo mayoritario de españoles en las oficinas [que] llevaban a trastocar los nombres en las listas sacando de ellas a sus partidarios y colocando en ellas a los de la oposición” (ibid.: 83). Por un lado, el trabajo de censor de las actividades del resto de los españoles explicita el distanciamiento y la superioridad moral de Bernardo como no-político dentro de las condiciones de enunciabilidad del ‘archivo’ de la censura del régimen franquista en términos foucaultianos. Por el otro, si se tiene en cuenta que se refiere únicamente a su censura del fanatismo político sin hacer referencia al sindicalismo por primera vez en el relato, este comentario puede interpretarse desde la teoría de la abyección de Kristeva como un desliz de la identidad republicana abyecta de tendencia sindicalista que censura a la oposición política que dominaba la administración de los campos. De esta manera, y en la misma lógica abyecta, el narrador constituye al ‘otro-político (no sindicalista)’ como otro ‘otro-abyecto’ en relación con el cual construir jerárquicamente e interseccionalmente su identidad española a través de la escritura. Asimismo, produce una ‘memoria cultural depósito’, empleando el término de Aleida Assmann, sobre la actuación poco decorosa del ‘otro-político-no sindicalista’ en el exilio argelino. Pretende contribuir así a que pueda salir del ‘olvido preservativo’ y a que se convierta en ‘memoria cultural función’, activando su potencial a través de la circulación de su autoficción44. De nuevo, la irrupción ambigua de lo político en el relato lleva al narrador extra-heterodiegético a dar la voz a Bernardo como
44 En “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” se definen estos términos (cf. 121).
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focalizador homodiegético para que “siempre jovial vaya recordando bellas escenas [...] de aventura” (Baldó García, Un cuento, 1970: 85). Lo bello se constituye de nuevo en torno a la incursión narrativa del ‘otro-mujer-mora’. Se trata de una “joven mora vestida muy humildemente y con un niño de pocos meses en brazos [...] invitándonos a acercarnos a su choza” (ibid.: 87). Por su insistencia y por sus “voces de súplica” deciden acercarse a la mujer, a pesar de las advertencias de un viejo “moro” que les da a entender con un gesto que si se acercan les “cortarían la cabeza”. Su acercamiento se entiende como un favor que el español hace a la “mora”: “nosotros le proporcionábamos la alegría de sentirse entre seres extraños y benévolos, contrarios o diferentes en aspecto a los hombres de su raza”. De este modo, se refuerza la imagen del ‘otro-“moro”’ de género masculino en términos raciales como malévolo o menos benévolo que el español, quien “por decirle algo” le pide agua a “aquella beldad” (ibid.: 88). Esta les procura leche “un néctar que se ofrece a los que tienen el alma limpia”. A pesar de no tener nada de lo que arrepentirse, huyen pronto por miedo a que aparezca el “moro Otelo dueño de aquella criatura”. La metonimia por la que se identifica el personaje shakesperiano Otelo con el ‘otroargelino’ sitúa a este en el extremo dicotómico del ‘otro-español’ y ensalza la maldad e irracionalidad de los celos del ‘otro-moro’. Sin embargo, no llega a discutirse, una vez más, el que sea el “dueño” de la ‘otra-mora’. Esta se coloca jerárquicamente de nuevo como inferior al ‘otro-moro’ y, además, como un elemento escapista, prácticamente un topos literario con el que atenuar los momentos narrativos más comprometidos en términos políticos. El retorno del narrador extra-heterodiegético supone la aceleración del tiempo narrativo. En un solo capítulo se recoge desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial hasta el armisticio de finales de junio de 1940. Este periodo se tematiza en torno a la estancia de los prisioneros de guerra alemanes, “de cara lineal, pómulos salientes y soberbios en el mirar” (ibid.: 89), que fueron instalados en un campo contiguo al de los españoles. La representación del ‘otro-alemán’ a través de rasgos fisiológicos tipificados y de connotaciones raciales se completa con la censura valorativa de su soberbia. Se enfatiza su seriedad, su disciplina y su alegría en el trabajo, así como la aparente
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sencillez en la que disfrazan la soberbia y que el narrador explica con el recurso literario del presagio: “presentían lo que pronto debía ocurrir. [...] Ellos se sabían superiores a todas las razas, y orgullosos, parecían planificar que su encuentro duraría muy poco” (Baldó García, Un cuento, 1970: 90). Al igual que ocurre con la caracterización del ‘otro-moro-mujer’, el narrador no pone en entredicho la pretensión de superioridad racial de los alemanes —dialéctica que no era necesaria para encajar en el imaginario franquista en el momento de la escritura— e incluso llega a victimizar al ‘otro-francés’ del que estos se burlan constantemente: “infelices hombres ya maduros para combatir [... que] debido al tiempo conviviendo con los españoles no acusaban distinción ni diferencia: todos eran prisioneros en el campo de concentración”. La firma del armisticio y la liberación de los alemanes rompe con la igualdad impuesta por el espacio concentracionario: los alemanes se convierten en “dueños de los franceses [...] y podían en aquellos momentos emprender alguna acción de menosprecio, pero no: salieron del recinto de las alambradas cantando, como vencedores, himnos patrióticos” (ibid.: 91). El narrador valora la renuncia alemana al menosprecio y enfatiza que era Francia “la que no soltaba la presa que tanto le había costado preparar para la conquista del desierto [... por lo que] seguirían con el ‘pico’ hundiendo en el suelo, escribiendo la Historia que quedó borrada en la arena...”. De este modo, se exculpa a los alemanes del trato al español en Argelia durante el régimen de Vichy y se adjudica toda la culpa, de nuevo, al ‘otro-francés’, reafirmando su posición como el epítome del abyecto del narrador. Asimismo, se confirma la propensión de este a resistirse a la aceptación abnegada del tiempo del exilio como censura-condena por su abyecta identidad republicana, cuyo silenciamiento en la Historia censurajuzga con claridad. Esta resistencia llega a su máximo exponente en el capítulo XIV, en el que se sintetiza en tiempo sumario la experiencia concentracionaria de los españoles tras la implantación de los GTE a finales de septiembre de 1940. El narrador extra-heterodiegético trata de distanciarse de la acción focalizando la narración “sobre el trato que recibían en los campos de trabajo del ferrocarril Mediterráneo-Níger” (ibid.: 93)
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en uno de los “testigos de actos sin precedentes” (Baldó García, Un cuento, 1970: 93) en el mundo diegético. Este se dispone “a contar lo que ante él había ocurrido”. Para ello, restituye el discurso en estilo directo entre comillas: “[e]staba yo aquel día destinado en la cocina. [...] Allí, a mi lado, se hallaba un compañero un poco viejo. [...] Le llamaban el ‘Magistrado’, tal vez por ejercer la profesión de maestro y algún cargo importante en lo civil que le obligó a huir de España”. El narrador intra-homodiegético indica que el exilio del Magistrado no fue voluntario, sino obligado, contradiciendo, en principio, al narrador extra-heterodiegético que había ido controlando y censurando el relato en el sentido contemporáneo del término. El focalizador continúa la articulación del recuerdo de la historia del Magistrado, que es sorprendido por el sargento en la cocina pelando patatas, en vez de estar trabajando en el desierto. En su humilde intento de justificar su ausencia por no encontrarse bien en el “idioma de Cervantes” (ibid.: 94) y ayudándose con gestos para hacerse comprender, el “malévolo [...] marsellés” le acusa “de haberle amenazado con un cuchillo” y le condena a un “ejemplar castigo”. La señalización de la restitución del discurso del focalizador en estilo directo con la apertura de comillas —que no habían sido cerradas en ningún momento— sorprende tanto como el salto abrupto del relato a la narración simultánea en presente verbal. Así se acerca al lector al mundo diegético, obligándole a asistir en primera línea al castigo del “desecho y enfermo Magistrado”, donde “se personan los verdugos que no sé por qué razón nos odiaban a muerte” (destacado de la autora). La falta de coherencia narrativa de la cita anterior adelanta el subsiguiente desajuste narrativo que produce el entramado del recuerdo del temor “de que algún día nos podría tocar en suerte, por designio de algún malvado, servir de ejemplo, de mártir de esta novela que no es novela, sino triste realidad de hechos acecidos durante una era de la civilización [sic]” (ibid.: 94-95). El narrador intradiegético sobrepasa sus funciones de focalizador y se fusiona con el narrador extradiegético, que se incluye en el pronombre posesivo en primera persona del plural ‘nos’. Además, el relato insiste en su veracidad con indignación e incurriendo por ello en errores tipográficos y en la superposición de niveles y tiempos diegéticos. Censura que “el mundo,
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tal vez aunque pasen muchos años, seguirá creyendo que de España habían huido tan solo los malos españoles, y que Francia, la de la LIGA DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE, tenía o estaba en su derecho de esclavizar a hombres que ni siquiera habían solicitado el derecho de asilo” (Baldó García, Un cuento, 1970: 95). La articulación del recuerdo de la injusticia cometida con los españoles hace que el narrador pierda definitivamente el control autocensor de su antagonismo de ‘lo político’ en la acepción de Mouffe del término. Este descontrol se manifiesta formalmente en el uso de las mayúsculas para expresar la hipocresía de Francia, tanto en el momento de la experiencia, como en el tiempo de escritura en el que reprime de su ‘memoria cultural’ el trato denigrante al que sometieron a los republicanos exiliados en Argelia. No obstante, es curioso que sea precisamente en este momento de irrupción descontrolada del antagonismo de ‘lo político’ contra el ‘otro francés’ —quien aplica su abyección físicamente en el ‘otroespañol exiliado’— e indirectamente contra ‘el otro-franquista’ —al subvertir claramente su discurso del exilio como censura-condena que aceptar con abnegación—, cuando el narrador vuelva a distanciarse de la mayoría de los exiliados, a los que tacha de malos españoles45. Esta distinción revela, como teorizara Levine, la interacción de fuerzas contradictorias de la autocensura (cf. 1994: 188). Y es que el autor/narrador —por el ‘pacto autobiográfico ambiguo’ de la autoficción entre lo “ficcional” y lo “factual” según la teoría de la autoficción de Alberca— no puede evitar internalizar el discurso franquista sobre el exiliado. Este se cree capaz de utilizarlo para sus fines de manera agente en el tiempo de la escritura durante su ‘insilio’ en la España franquista, pero no es el caso. En términos psicoanalíticos, esta incorporación de la censura franquista evidencia la naturaleza traumática de una represión identitaria del autor que se manifiesta en el texto. La imposición del imaginario franquista de perder o “abyectar” su identidad republicana
45 ‘Lo político’ es, según Mouffe, el antagonismo constitutivo de toda sociedad (cf. 1994: 146). Este concepto se explica con mayor detenimiento en “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 139).
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en el ‘insilio’ para poder ser readmitido en España tras la expiación de la culpa en el exilio ha provocado una escisión traumática de su ‘yo’. La justificación del narrador de la represión de lo normativamente amoral, en este caso, de la mayoría de los exiliados, por ser malos españoles, pone de manifiesto la gestión patológica melancólica del duelo por la pérdida más o menos estratégica de la identidad republicana. Esta gestión melancólica patológica del duelo por la pérdida hace que esta se incorpore al ego como objeto por un proceso que Freud denominara ‘incorporación’ (cf. Freud, “Trauer und Melancholie”, 1999: 438). Este proceso hace que el ‘superyó’ (auto)censure y muestre hostilidad a este que, según Kristeva (cf. Pouvoirs de l’horreur, 1980: 9), se instituye como su abyecto constitutivo que defiende la represión de los “malos españoles46”. La narración continúa con la abrupta ordenación del relato por parte del narrador extradiegético, que devuelve la focalización a la instancia homodiegética: “[n]uestro amigo continúa el relato” (Baldó García, Un cuento, 1970: 95). Este dice que Bernardo le describe las torturas a las que se ve sometido el Magistrado hasta que Moreno se presta voluntario a relevarle en el castigo para “evitarle una muerte segura”. La narrativización de la violencia desestabiliza la temporalidad del relato, que aumenta el ritmo narrativo significativamente con una prolepsis dejando “correr el tiempo, el justo para que los aliados sean vencedores en esa guerra cruenta [...] y de tantos criminales de guerra en los campos de concentración de Alemania” (ibid.: 96). El narrador relaciona el proceso de Núremberg —cuyas sentencias censura-condena por la benevolencia de los jueces— con los juicios que se celebraron en Argel contra los dirigentes de los campos de castigo y censura-condena también las penas suaves que se dictaron. El narrador se lamenta además de que la mayoría de los exiliados ignore esta parte de la historia. Por un lado, se muestra de nuevo comprensivo con quienes “han borrado y olvidado de sus mentes lo incruento” (ibid.: 97) en el presente de la
46 Véase a este respecto “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 140-141).
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escritura47. Pero, por el otro, insiste en que el intento de convertir lo que puede denominarse en términos assmanianos su ‘memoria comunicativa’ en una ‘memoria cultural’ a través de su escritura es un ‘deber de memoria’ para con las víctimas de la historia. De esta manera, reitera explícitamente el estatuto de víctimas de los exiliados y contradice abiertamente al ‘yo’-censor preponderante en la primera temporalidad, que se esforzaba, además, en constituir a Bernardo como héroe. La petición del narrador extradiegético a Bernardo de que cuente qué ocurrió con Moreno le devuelve la voz como narrador homodiegético. Este, a pesar de su reticencia para seguir con el relato (Baldó García, Un cuento, 1970: 96), explica cómo Moreno fue fusilado junto a sus compañeros de disciplinaria por un levantamiento “contra los verdugos. Uno de ellos fue ‘invitado’ a que se lanzase de cabeza a un pozo por su mala cabeza y otros hechos de justicia se ventilaron para el bien de la humanidad” (ibid.: 97). De este modo, el narrador extra-heterodiegético abandona su papel autocensor para asegurarse de que el entramado del recuerdo del exilio encaje con las condiciones de enunciabilidad del ‘archivo’ del discurso franquista. Además, incita al protagonista a continuar el relato. Bernardo valora de manera positiva la escenificación de la rebeldía y del antagonismo del español a su abyecto, el ‘otro-francés’, hasta llegar a justificar el asesinato como acto reparador de la justicia. La subversión de la censura narrativa llega hasta el punto de dotar a Moreno del estatus de “modelo de español” en su “rebeldía en lo viril contra esos mezquinos serviles que solo sabían usar el lenguaje del látigo”. La articulación del recuerdo de la capacidad de resistencia del español a la violenta literalización de la abyección del ‘otro-francés’ a causa de su identidad política lleva al narrador homodiegético Bernardo a subvertir la semantización que se proponía con el recurso literario del presagio al final de la primera parte. Este presagio —que sugería que el Camp Suzzoni iba a convertirse en el lugar en el que aceptar estoicamente la penitencia por los pecados políticos que causaban su abyección del imaginario nacional español y francés— se subvierte
47 Se trata seguramente de una errata, ya que la frase no tiene sentido si no se refiere más bien a lo cruento.
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progresivamente en esta segunda temporalidad: el modelo trágico clásico evoluciona a un uso más libre de lo trágico que victimiza al español hasta el retorno intrusivo al relato de aquello que le había constituido como abyecto del francés y del español franquista y que debía ser reprimido en términos psicoanalíticos kristevianos: ‘lo político’ en la acepción de antagonismo Mouffe48. De esta manera, el recuerdo de la materialización del antagonismo como resistencia identitaria hacia aquel que le reprime por su identidad política en el exilio en Argelia en esta segunda temporalidad diegética en Camp Suzzoni se convierte en su autoficción en el tiempo de la escritura en un gesto de resistencia a la censura franquista, que le insta a “abyectar” la identidad republicana que representa modélicamente el rebelde y viril “Moreno”. 5.3.3. De la mitigación de la censura diegética a la escritura como ‘deber de memoria’ “Bernardo no quiere que su narración termine así. Y continúa con verbo pausado de poeta” (Baldó García, Un cuento, 1970: 99, destacado de la autora). El narrador extra-heterodiegético expresa la censura de Bernardo en el sentido contemporáneo del término de su decisión de terminar el relato reclamando el componente antagónico de su identidad. Prefiere retornar a un modo más estético y calmado “de poeta” para cerrar el entramado del recuerdo de su exilio. La instancia narrativa principal confirma el análisis que se realizaba con anterioridad al explicitar que lo que se propone hacer a continuación es censurar esta experiencia levantando “la mirada escrutadora, minuciosa e indagadora” (ibid.: 89). Pretende, de esta manera, juzgarla y valorarla en el tiempo de la escritura en el sentido etimológico de censeo, “en la serenidad del concierto de las cosas” (ibid.: 99). Como ya hiciera en otras ocasiones tras la irrupción de lo político, el narrador retrocede
48 La teoría de ‘lo político’ de Mouffe y de la ‘abyección’ de Kristeva se desarrollan en “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’” (cf. 139) y en “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 142-145).
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y se distancia del relato, convirtiéndose en mero reproductor de lo contado por otros: “[h]oy permíteme que te narre lo que un día oí contar” (Baldó García, Un cuento, 1970: 99). En la misma lógica, la autoficción recupera ciertos rasgos formales y temáticos censores, en el sentido contemporáneo del término, que se habían ido abandonando por la reacción de indignación del narrador hacia el recuerdo de su experiencia en el Camp Suzzoni. Bernardo deviene narrador cronista hetero-intradiegético para describir una jornada de unos exiliados republicanos españoles integrados en los GTE en las lindes del desierto. Estos, afirma, levantan el “espíritu de abnegación con un ruego, como una oración en los labios para que los elementos naturales fuesen benignos” (ibid.: 100). En un giro de tuerca hacia el discurso redentor franquista, Bernardo recupera la caracterización del español como pío y abnegado en su estancia en el exilio. La oración en los labios sirve de elemento que presagia, de nuevo en clave de tragedia clásica, otra tragedia natural: “enigmática [...] y que avanza con un despliegue de fuerzas malignas y amenazantes. [...] Las nubes negras y atropelladas se amontonan arrastrando elementos potentes en una convulsión sobrenatural [...] que se presentía como un Simoun” (ibid.: 100-101). Se trata de un nuevo diluvio en el que el “líquido celestial” (ibid.: 102) cae a manantiales hasta convertir la “llanura en un mar sereno y plateado” y propiciar una tierra fértil y pródiga en la que los “moros”, agradecidos a Alá y a los españoles, pueden sembrar trigales. La alegoría del diluvio sirve de ineludible elemento transicional del pathos de la tragedia clásica a la purificación y, por lo tanto, de elemento literario del presagio del final de la censura-castigo del exilio49.
49 Según Hegel (cf. 1843: 531-532) y Goethe (cf. Galle, 2005: 157), la negatividad del pathos es obligatoriamente transitiva y orientada hacia la catarsis, la reconciliación y el restablecimiento de la justicia eterna. En esta misma línea, Kühnel e Immer afirman que la función principal de la tragedia aristotélica es la purificación, proceso con el que se supera la compasión y el miedo (éleos y phobos). Estos sentimientos los produce el pathos, tanto en un nivel de recepción, como de representación (cf. “Katharsis”, 2007: 378).
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Tras una elipsis de varios años en el relato, el epílogo, de tiempo sumario y de subtítulo “[e]n el que Bernardo cuenta el episodio final y feliz de este cuento” (Baldó García, Un cuento, 1970: 105), sitúa al protagonista saliendo del Camp Suzzoni en Boghar y tomando el tren en dirección a Orán. Allí se encuentra con su aval francés de orígenes españoles, Mr. P., para el que trabajaba en el Servicio de Abastecimiento. Este le acompaña a personarse en comisaría para normalizar su situación. A pesar de sentirse un hombre nuevo junto a Mr. P., el comisario le mira con desconfianza y le comunica sus deberes como asilado: no ejercer ningún trabajo remunerado y personarse todos los jueves en comisaría para renovar su documento de identidad. El narrador extradiegético censura claramente la actitud de las autoridades francesas que fomentan la “Ley de la vagancia” (ibid.: 107) entre jóvenes que solo aspiran a ser útiles a la sociedad. Sin embargo, el relato se aleja de la indignación manifiesta y apuesta por el uso de la ironía. El desembarco del ejército estadounidense en África del Norte se articula como un hito culminante en la evolución identitaria del personaje y como el desenlace necesario para cerrar el relato. La entrada de la flota estadounidense “sin un disparo” (ibid.: 110) en el puerto de Orán, a pesar de ser atacados por los franceses colaboracionistas —“inconscientes y enardecidos en la ceguera”— se constituye como una verdadera liberación de Argelia y de los españoles. El narrador mitifica el desembarco, no como un gesto propio de “conquistadores que someten a los pueblos al capricho de su fuerza, sino al de su liberación” (ibid.: 111). Considera que, gracias a ellos, “como un sueño [...] el ‘más’ [refiriéndose a las autoridades francesas] se ha convertido en ‘menos’”. Por lo tanto, la liberación se narrativiza como una vuelta al statu quo en la identidad de los españoles, a los que el ‘otro-francés’ se ve obligado a recibir “con cara amable y respetuosa”, porque “es necesario trabajar por Francia y por los aliados”. En consecuencia, Bernardo se siente un “hombre liberado, despojado del virus que mantiene la enfermedad. Se sentía recuperado y sano [...] y ya podía entonarse una canción sin rebeldía” (ibid.: 112). El cambio de trato del ‘otrofrancés’ al español gracias al ‘otro-liberador-estadounidense’ saca al español del estatus de abyecto, lo sitúa a “a nivel humano” (ibid.: 113) y elimina los motivos que tenía para mostrar rebeldía ante este ‘otro-
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francés’. Así, se deja de insistir en que la experiencia en Argelia fue un castigo injustificado y se retorna al discurso franquista del exilio como redención indispensable de la enfermedad republicana, tras la cual el exiliado puede volver a “su hogar, a su patria” (Baldó García, Un cuento, 1970: 114). Por todos estos motivos, el narrador extra-heterodiegético decide dar “punto final a esta narración tal vez tardía pero siempre actual”. La instancia narrativa reitera así el llamamiento al ‘deber de memoria’ para que el relato sirva de “ejemplo para aquellos que menosprecian el lugar donde nacieron” y para que “no pronunciemos, como Bernardo, esta frase: EL EXILIO ES COMO UN TUMOR EN EL ALMA DE LOS HOMBRES”. El ambivalente objetivo apunta, por un lado, a la voluntad de constituir una ‘memoria cultural’ que se ponga en práctica basándose en la definición de ‘memoria ejemplar’ acuñada por Todorov años más tarde (cf. 1995: 30-31). Al igual que Todorov, la instancia narrativa principal enfatiza la necesidad de abstraer el trauma particular y de contribuir a la comprensión universal entre los hombres para que la historia no se repita y que así nadie deba sufrir el dolor del exilio. Por otro lado, como se hiciera en el falso prólogo, la obra pretende constituirse en ejemplo moral de cómo sobrellevar el exilio para no menospreciar a España. Si se tiene en cuenta que el epílogo explicita que Bernardo “ha vuelto a su hogar, a su patria [... d]espués de tantos años de exilio” (Baldó García, Un cuento, 1970: 114), no resulta desencaminado interpretar esta sentencia como una censura a la actitud de aquellos exiliados que no han vuelto a España o a los que no han sabido integrarse al imaginario franquista autocensurándose, la única condición y posibilidad para la reconciliación de los españoles. Así, se puede concluir, de acuerdo con el carácter autobiográfico de la obra y desde un punto de vista fenomenológico, que Un cuento escrito en la arena sirve de llamamiento a la censura en tanto que abyección de la identidad republicana, elemento clave de la identidad del autor en el momento de la escritura en su ‘insilio’ en 1970. Este posicionamiento identitario confirma la aceptación de la “negra” melancolía que se analizaba en el aparato peritextual de la cubierta de la obra en el tiempo de la escritura. El ejemplo que pretende dar el autor revela cómo este reacciona melancólicamente a la pérdida identitaria provocada por
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el trauma de la guerra, el exilio, el internamiento y el ‘insilio’. Baldó García incorpora la pérdida al ego como objeto en términos freudianos (cf. Freud, “Trauer und Melancholie”, 1999: 438). En consecuencia, el ‘superyó’ muestra hostilidad hacia este objeto identitario republicano, como afirmara Kristeva (cf. Pouvoirs de l’horreur, 1980: 9), y trata de reprimirlo y constituirlo como autoabyecto, censurándolo en su polisemia etimológica. No obstante, el recuerdo de la violenta experiencia traumática regatea el control censor del ‘superyó’. Por ello, la identidad “republicana”, reprimida por autoabyección, irrumpe, intermitente y compulsiva, y pone en jaque la coherencia del texto en su ambigua reivindicación de la memoria del exilio.
Conclusión parcial Por un lado, este capítulo ha examinado la representación de la experiencia del exilio como un proceso de censura en tres fases. En primer lugar, se ha analizado cómo se narrativiza la estancia en el African Trader y en Camp Morand dentro de las condiciones de enunciabilidad del franquismo como un proceso de censura por el que Bernardo juzga y valora la evolución identitaria de sus compañeros de exilio. Asimismo, se ha examinado cómo Bernardo acepta el exilio como condena a través de la cual expiar sus pecados, poder ser perdonado y, en última instancia, reintegrado en el imaginario nacional franquista (5.3.1.). En segundo lugar, se han observado los vaivenes censores del narrador entre la retórica franquista y la tendencia a enfrentarse a la misma. Se ha mostrado cómo esta tendencia aumenta progresivamente, según avanza la articulación narrativa del recuerdo del incremento de la violencia en la literalización de la abyección del español por parte del ‘otro francés’ en las CTE y los GTE (5.3.2.). En tercer lugar, se ha explorado cómo tras la culminación de la irrupción de lo político, el narrador retoma la valoración del exilio como lugar de redención propio del discurso franquista hasta la progresiva purificación de su identidad abyecta, que posibilita la integración de Bernardo en el imaginario nacional franquista con su vuelta a España (5.3.3.).
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Por otro lado, y desde un punto de vista fenomenológico, se puede concluir a partir del carácter autobiográfico de Un cuento escrito en la arena que la escritura del yo en esta tercera etapa de entramado del recuerdo del exilio reacciona al ‘insilio’ censurando en su polisemia sincrónica y etimológica. Es decir, Baldó García evalúa el comportamiento y la gestión de la responsabilidad personal y colectiva ante la censura, la condena que supuso el exilio en Argelia. El objetivo del entramado del recuerdo del exilio es que este sirva de ejemplo de cómo forjar una identidad normativa en el presente del ‘insilio’ a través de la escritura. La identidad abyecta “republicana” debe autorreprimirse y los comportamientos abyectos que puedan contribuir a que la “condena” del exilio se repita deben ser sin duda censurados.
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Perdimos. No lo admití hasta ahora que regresé. Creía que, a pesar de todo, quedaba vivo nuestro recuerdo, nuestro rastro; que la gente no hablaba, no escribía acerca de nosotros porque no podía, porque se lo prohibían, por miedo. Tal vez fue cierto los primeros tiempos, pero después, en seguida, sencillamente fuimos borrados del mapa (Aub, “El remate”, 1994: 471).
Politici. Con la muerte del dictador Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975, España emprendió un proceso transicional hacia la democracia que culminó en la ratificación de la Constitución de 1978. Desde un punto de vista etimológico, esta nueva norma jurídica suprema posibilitó la entrada de la ‘política’ en la esfera pública del país en su sentido latino de pertenencia a y participación en la polis (cf. Harper, “Politicus”, 2015). Es decir, España recobró la ciudadanía jurídica que el franquismo había “secuestrado” (Capraella, 2007: 311) y restauró el ejercicio de derechos básicos. Esto permitió a los exiliados volver a España y publicar obras sobre su exilio con garantía de no ser
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represaliados. Esta cuarta estación en el corpus que analiza este trabajo se centra en el análisis de las escrituras del yo sobre el exilio argelino publicadas desde 1975 —el año en el que comenzó la Transición— hasta 1996 —el año en el que se produjo el “boom de la memoria histórica” española. En este periodo de tiempo se publicaron Exiliados españoles en el Sahara 1939-1943 (1977), de Ricardo Baldó García; Internamiento y resistencia de los republicanos en África del Norte durante la Segunda Guerra Mundial (1981), de Lucio Santiago, Gerónimo Lloris y Rafael Barrera; Yo estuve en Kenadza. Nueve años de exilio (1983), de Deseado Mercadal Bagur y Por tierras de moros. El exilio español en el Magreb (1989), de José Muñoz Congost1. Se trata de las primeras obras escritas y publicadas en democracia en España, unos cuarenta años de media después de que finalizara el exilio de los autores en Argelia. La aparición de estas obras en el mundo editorial español se debió a dos cambios legislativos fundamentales2. Por un lado, el 17 de octubre de 1977 entraba en vigor el decreto-ley de Amnistía que eximía de responsabilidad ante la justicia a aquellos que hubieran incurrido en “actos políticos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos o faltas realizados con anterioridad al día quince de diciembre de mil novecientos setenta y seis” (Boletín Oficial del Estado, “Ley 46/1977”: 22765). Esta ley, tan criticada en la actualidad por garantizar la impunidad a los crímenes del franquismo, posibilitó a muchos exiliados políticos el regreso a España. Por otro lado, la Ley 24/1977, por la que se derogaban el artículo dos de la Ley de Prensa e Imprenta en vigor y el artículo 165 bis del Código Penal, garantizaba la “libertad de expresión y el derecho a la libre difusión de la información” (Boletín Oficial del Estado, “Real Decreto-ley 24/1977”: 7928) necesarias para la libre circulación de los textos que se analizan en este capítulo. La coyuntura favoreció el advenimiento
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En lo sucesivo se citan en el cuerpo del texto como Exiliados españoles en el Sahara; Internamiento y resistencia; Yo estuve en Kenadza y Por tierras de moros. Hay dos precedentes: el indulto de 1975 y el decreto-ley de amnistía parcial de agosto de 1976 (cf. Gil Gil, 2010: 150).
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de lo que Anna Caballé ha llamado un boom de la autobiografía en España (cf. 1990: 312), que ya había comenzado a despuntar tímidamente en la década de los sesenta (cf. Larraz, El monopolio, 2009: 299). No obstante, este boom es relativo, ya que se encuadra en una tendencia similar a nivel internacional (cf. Wieviorka, L’ère, 1998: 128). Además, no es aplicable del todo al corpus de las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en Francia —incluyendo al argelino—, ya que no llega a alcanzar el pico de las obras que vieron la luz en México en la década de los cuarenta (cf. Sicot, “Literatura y campos franceses”, 2008). Sin embargo, el corpus del exilio republicano español en Argelia presenta en esta cuarta estación dos peculiaridades respecto al corpus del exilio francés metropolitano3. Por un lado, en este periodo aparecían en el corpus francés europeo los primeros indicios de una progresiva expresión de la experiencia desde una perspectiva más individual a partir de la ficción o de una elaboración más estética de la misma (cf. Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 294). Las escrituras del yo sobre el exilio argelino tomaban la dirección contraria. De la tendencia a la autoficcionalización del recuerdo y a la articulación de la experiencia alrededor del trauma individual que caracterizaban al corpus en la década de los cincuenta y los sesenta y los primeros síntomas de colectivización de la experiencia en las postrimerías del franquismo, las escrituras del yo se dirigieron en este periodo al modelo historiográfico para expresar un ‘deber de memoria’ colectivo4. Por
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Entre 1975 y 1996 se publicaron un total de veinticinco obras de carácter autobiográfico sobre el exilio español en Francia (incluyendo el exilio argelino). En comparación, solo en la década de los cuarenta a los cincuenta ya se habían publicado treinta y seis (cf. Sicot, “Literatura y campos franceses”, 2010). Como se comentaba con anterioridad (cf. “1.2.2. El exilio republicano español en Francia”: 62), Soler Sasera (2006) expresaba una tesis similar, con la que defendía que las memorias y autobiografías de los exiliados republicanos de la Guerra Civil en Francia se convierten en un deber ético contra la amnesia de la sociedad española sobre su pasado más reciente. Esta tesis, que no especificaba el periodo en el que se publicaron las obras que cumplían con esta función, se matiza en este capítulo, que confirma su aplicación en las obras sobre el exilio republicano español en Argelia publicadas en las décadas de los setenta y de los ochenta.
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el otro, entre 1975 y 1996 tuvo lugar el particular boom del corpus del exilio republicano español en Argelia en el que se publicó el mayor número de obras. Esto tiene lugar sobre todo a partir de los años ochenta, década que coincide precisamente con la estabilización de la democracia y de la ‘cultura política’ de Transición5. Esta ‘cultura política’ propuso una concepción liberal de la modernidad que constituyó al exilio y a su pluralidad de proyectos políticos con raíces en la República como “su exterior irredimible” (Balibrea Enríquez, 2007: 34). En términos kristevianos puede decirse entonces que estos proyectos se instauraron como el abyecto constitutivo de la Transición dentro de una modalidad democrática6. Es decir, los exiliados pasaron a tener una identidad articulada alrededor de una memoria incluible en el imaginario nacional democrático, pero tan solo como ‘memoria depósito’ o ‘memoria cultural de referencia’ sujeta al ‘olvido preservativo7’. Estas memorias no fueron víctimas del ‘olvido activo’, como es el caso de las que fueron destruidas materialmente o mutiladas ideológicamente por la censura franquista. Sin embargo, sí
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Se concibe ‘cultura política’ según la concepción interdisciplinar socioantropológico-politológica de Scheider y Avenburg como “la matriz de significados encarnados en símbolos, prácticas y creencias colectivas mediante los cuales las personas y las sociedades se [sic] representan las luchas por el poder, ponen en acto las relaciones de poder, la toma de decisiones, cuestionan o no los valores sociales dominantes y resuelven o no el conflicto de intereses. En esa matriz actúan las personas, disputando esos significados y luchando a veces incluso por expandir los mismos límites de lo que se considera o no posible, lo concebible y lo realizable” (2015: 217). En “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” hace lo propio con el concepto de ‘abyección’ (cf. 142-145). El uso de estos conceptos no difiere a lo largo del capítulo. López considera que el miedo infundado a la repetición de la Guerra Civil por la conflictividad que encarnaban los exiliados fue constituido como una fantasía social regresiva que amenazaba el “éxtasis de la modernización” (“Exilio”, 2004: 30) que ya promovía el franquismo en los setenta. Siguiendo esta lógica, la democracia se funda tomando al exilio como un “afuera constitutivo”. Véase a este respecto también su artículo “Exile, Cinema, Fantasy: Imagining the Democratic Nation” (2005). En el apartado “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” se definen estos conceptos (cf. 121).
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fueron objeto de estrategias discursivas y de mercado que fomentaron que su memoria quedara al margen de los circuitos de transmisión y de recepción de la memoria cultural española. El objetivo de esta exclusión silenciosa fue garantizar el discurso fundacional de la Transición en torno al consenso y a la reconciliación de todos los españoles8. El legado ideológico del franquismo sobre los exiliados (cf. Larraz, El monopolio, 2009: 15-16) hizo mella en las negociaciones sobre la nueva España democrática y los proyectos políticos republicanos no liberales, como el comunista o el anarquista, se silenciaron o se instrumentalizaron para legitimar la Transición. Con este último fin, se celebraba, por ejemplo, la recuperación de algunas personalidades exiliadas que contribuyeran a reforzar la apariencia democrática de la Transición (cf. Balibrea Enríquez, 2007: 15). También se utilizaba al exilio como amenaza o recordatorio de la radicalidad y de las discrepancias irreparables que habían causado la Guerra Civil (cf. ibid.: 35). Además, se argüía que existía un riesgo latente de que esta se repitiera y que había que evitar toda conflictividad, como la que portaban los exiliados (cf. Aguilar Fernández, “La evocación”, 2006: 281-282). Estos se constituían así como abyectos que tenían que ser expulsados del imaginario político transicional por personificar el antagonismo de ‘lo político’, que, según la politóloga Mouffe, es un componente conceptual y etimológico fundamental del hiperónimo ‘política’. Según esta autora, una de las raíces de las que deriva el signo contemporáneo ‘política’ es polemos, que denota el dispositivo antagónico conflictivo propio de las relaciones humanas, que suele reprimirse en la democracia liberal (cf. Mouffe, 1994: 11). Según la lógica transicional, la abyección del componente antagónico de ‘lo político’ encarnado por los exiliados era necesaria para evitar que la Guerra Civil se repitiera y poder así constituir ex negativo
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En Gallo González, “La transición del consenso” se lleva a cabo un análisis más detallado de los mecanismos de abyección de estas obras en el boom de la transición y de la memoria histórica (cf. 2016: 237-257).Véase también el análisis genealógico de Ruiz-Huerta Carbonell (cf. 2009: 190-213) sobre la retórica del consenso y de la reconciliación en España.
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el nuevo imaginario español democrático basado en la reconciliación. Esta lógica restringe la comprensión del hiperónimo ‘política’ al segundo componente etimológico del que deriva el signo contemporáneo ‘política’, polis, que, según Mouffe, hace hincapié en el componente armónico y consensual de la vida en común (cf. 1994: 11). Este proceso de abyección del exiliado en la España de la Transición debe entenderse dentro del proceso de represión del componente antagónico de ‘lo político’ por parte del liberalismo más allá de las fronteras españolas, ya que, en la lógica que la sustenta, el antagonismo implica la imposibilidad de todo consenso racional (cf. ibid.: 147). Así, la Transición se convierte en este periodo en términos retóricos en el que Loureiro denominara el juez del apóstrofe ante el que los exiliados deben reaccionar a través de la escritura del yo. Las obras publicadas en esta etapa respondieron a su abyección como ‘otro-político’ articulando el recuerdo del exilio en Argelia en torno al entramado explícito de esas identidades políticas que el discurso hegemónico de la Transición llamara a reprimir9. El propósito de los autores era convertir las ‘memorias comunicativas’ de cada grupo político en ‘memorias culturales’ a través del proceso de la escritura y contribuir así a su inclusión en la memoria cultural española. Para cumplir con este objetivo, sus escrituras del yo tendían al entramado temático y estructural de la experiencia a través de una comunal voice (cf. Lanser, 1992: 21), una ‘voz comunitaria’ de tipo político. Siguiendo la definición de Lanser, este tipo de instancia narrativa en sus múltiples perspectivizaciones recaba la autoridad moral que le ha sido otorgada por una comunidad marginada para defender su memoria y sus valores y se manifiesta textualmente con la inclusión de voces. En este caso, los autores las denominan “testimonios” de algunos compañeros del exilio. Esta pluralidad explica la falta de concordancia gramatical del título de este capítulo, “Scribo ergo sumus politici”, puesto que el autor se constituye a través de la ‘voz comunitaria’ como representante moral de una voz plural
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En “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’” se desarrolla la idea de la ‘escritura del yo’ como reacción al juez del apóstrofe, al ‘otro político’ en términos retóricos (cf. 131).
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marginada que reclama que se recuerde, a través de su escritura, que son políticos. De hecho, los autores de las escrituras del yo empezaron a concebir su obra a finales de los setenta como un testimonio necesario y ligado a un ‘deber de memoria’ público para evitar que la historia de los campos de concentración se repitiese. A continuación, se lleva a cabo una contextualización de las obras en las biografías de los autores y en el periodo sociohistórico en el que se inscriben (6.1.). A este apartado le sigue un análisis de los elementos peritextuales de los testimonios. El objetivo es examinar cómo los peritextos producen modos de lectura que invitan a la interpretación de las obras en clave historiográfica, con el fin de autorizar la ‘memoria cultural encuadrada’ de cada grupo político (6.2.). El foco del capítulo lo constituye el análisis de las obras como lugares de lucha política a través de los cuales los exiliados responden a la abyección a la que les ha sometido la cultura política transicional (6.3.).
6.1. La escritura sobre el exilio desde la Transición hasta el “boom de la memoria histórica” (1975-1996) Dos días después de la muerte del dictador Francisco Franco, don Juan Carlos de Borbón juraba los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional frente a las Cortes y confirmaba a Carlos Arias Navarro su continuidad en el gobierno. La opinión pública pronto se mostró decepcionada con la incapacidad del gobierno de trascender el franquismo. La conflictividad y la movilización social sin precedentes que tuvo lugar en 1976 fue el máximo exponente de esta decepción (cf. Tusell, Historia de España 4, 2006: 50-51): el terrorismo de ETA, del GRAPO, Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre, y de la extrema derecha, las manifestaciones pro amnistía y, sobre todo, las huelgas, fueron respondidas con la habitual brutalidad policial10. Paralelamente, los militantes y dirigentes de los todavía ilegales
10 Las fuerzas de orden público actuaron con tal brutalidad entre 1976 y 1978 que murieron unas cincuenta y nueve personas en la calle como consecuencia de la
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partidos políticos comenzaban a mostrarse públicamente, al exigir una ruptura con el franquismo a través de un levantamiento popular (cf. Juliá, “Sociedad”, 1999: 65-67). Sin embargo, esta opción rupturista pronto fue matizada por el dirigente del PCE, el Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, tras su vuelta a España en enero de 1976. En marzo del mismo año aceptaba la fusión de la Junta Democrática con la Plataforma de Convergencia en una nueva organización, la Coordinación Democrática. A través de esta organización, la oposición hacía las primeras concesiones políticas para garantizar la “reconciliación”. En su primer manifiesto, la Coordinación Democrática se mostraba abierta a aceptar una alternativa democrática a la ruptura (cf. ibid.: 66). Además, contribuyó con bastante éxito al cese de las movilizaciones sociales, que fueron apagándose tras la dimisión de Arias Navarro en julio de 1976 hasta su declive en 1977 (cf. Ruiz-Huerta Carbonell, 2009: 271). Su sucesora, la Plataforma de Organizaciones Democráticas (POD), continuó con las cesiones políticas y en diciembre de 1976 ya no exigía la resolución de la forma de estado a través de un referéndum (cf. Juliá, “Sociedad”, 1999: 78). Lo que sí que hizo fue oponerse a la Ley de Reforma Política promovida por Suárez, fomentando, con poco éxito, la abstención al voto en el referéndum al que se sometió la ley el 15 de diciembre de 1976 (cf. Fontana i Làzaro, 2007: 27). La amplia aprobación de la ley fortaleció el camino reformista liderado por Suárez, que se encargó de la legalización de los partidos políticos, de restablecer la libertad de expresión y de convocar elecciones generales el 15 de abril del mismo año.
actuación policial o parapolicial (cf. Ruiz-Huerta Carbonell, 2009: 255). Según Sánchez Soler, a esta violencia hay que añadirle la ejercida desde los aparatos del estado “en prisiones, comisarías y cuartelillos” (2010: 20). El autor proporciona la cifra de ciento ochenta y ocho víctimas mortales de la violencia política de origen institucional entre 1975 y 1983 (cf. ibid.: 353). Hay que tener en cuenta también que las huelgas pusieron en jaque la economía española, que ya estaba debilitada por la recesión y la crisis industrial (cf. Fontana i Làzaro, 2007: 28; Bernecker, Spanische Geschichte, 2002: 205-206).
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Desde ese día, el comité central del PCE asumía la bandera monárquica en los actos del partido (cf. Morán, Miseria, 1986: 542), como le había exigido Suárez para su legalización (cf. Fontana i Làzaro, 2007: 27), en un gesto que cataliza las cesiones identitarias impuestas al comunismo a cambio de su integración en el proceso transitorio español (cf. Domènech Sampere, 2010: 136). El movimiento libertario también conseguía reorganizarse y ganar adeptos en los primeros años de la Transición11. El multitudinario mitin de San Sebastián de los Reyes en marzo de 1977 fue un claro ejemplo del impacto que tenía el anarquismo en la sociedad española (cf. Del Val Ripollés, 2011: 82; Vadillo Muñoz, 2004: 2-4). No obstante, la estrategia colaboracionista y de cesiones del PCE contrastó con el rechazo de la CNT, Confederación Nacional del Trabajo, al diálogo con el gobierno y a los pactos sociales, tanto antes como después de su legalización en mayo de 197712. La política consensual y la mejora de la imagen social del PCE por su actitud abnegada en los funerales de los comunistas asesinados en los atentados de Atocha (cf. Tusell, Historia de España 4, 2006: 90) no se tradujeron en los resultados de las elecciones generales de 1977. Solo consiguió un tercer puesto, muy lejos de la UCD, Unión de Centro Democrático, y del PSOE, el Partido Socialista Obrero Español (cf. ibid.: 111). La estrategia más ortodoxa del anarquismo tampoco dio mejores resultados, y, a pesar de haber alcanzado su mayor auge a finales del 1977 (cf. Bartolomé Martín, 2005: 270), la CNT tan solo alcanzó ese mismo año un tercer puesto en número de afiliados, por detrás de CC. OO., Comisiones Obreras, y de la UGT, Unión General de Trabajadores (cf. Gómez Casas, 1984: 133).
11 Véase el excelente artículo de Herrerín López (2004) sobre la evolución de la CNT en el exilio. 12 Véase Vadillo Muñoz (cf. 2004: 4) y Bartolomé Martín (cf. 2005: 265). El ministro de Relaciones Sindicales, de la Mata Gorostizaga, convocó en dos ocasiones a la CNT a una reunión de sindicatos (cf. Vadillo Muñoz, 2004: 3 y 5). Esto se debió al acuerdo al que se llegó en el pleno de la CNT de julio de 1976 de mantener su adscripción a la AIT, Asociación Internacional de los Trabajadores, y de mostrarse, por lo tanto, contrarios al corporativismo (cf. Bartolomé Martín, 2005: 265).
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En octubre de ese año entraba en vigor el decreto-ley de Amnistía que permitió el regreso a España de uno de los autores de Internamiento y resistencia, el comunista Gerónimo Lloris (cf. “Un jubilado republicano”, 1984). No puede confirmarse que sus compañeros de autoría, Lucio Santiago y Rafael Barrera, se ampararan en esta ley para volver a España. Sin embargo, los autores estaban trabajando juntos en el libro en Francia desde 1969. Además, según el blog Memorial antifranquista (cf. Ortiz Mateos, 2015), Lucio Santiago había sido dirigente del PCE en África del Norte y el consulado español en Casablanca llevaba un seguimiento de sus actividades políticas (cf. Cebral, 1944). Por lo tanto, no parece descabellado pensar que Santiago y Barrera también volvieran a España alrededor de 1977. Asimismo, a finales de este año Ricardo Baldó García autoeditaba y publicaba en España la primera obra de corte autobiográfico sobre el exilio republicano español en Argelia amparada por la ley de libertad de expresión recién inaugurada13. Esta publicación se inscribe en el auge del libro político dentro del boom editorial de los primeros años de la Transición. En esta época se crearon un gran número de pequeñas librerías y editoriales (cf. Simó Comas, 2015). La mayoría eran establecimientos comprometidos con y/o militantes de la izquierda y/o con el autonomismo (cf. Balibrea Enríquez, 2007: 35-36). Las editoriales recuperaban el convencimiento de la fuerza transformadora del libro de la tradición de la Segunda República (cf. Gago González, 2012: 783 y 785-786) y apostaban por la divulgación (cf. Simó Comas, 2015). En este contexto, aparecieron también las primeras obras historiográficas e historiografías literarias que trataban del exilio en democracia, como la de Sanz Villanueva en 1977. Sin embargo, la tendencia a la recuperación minoritaria de los autores siguiendo criterios “estéticos” llevó a los estudios literarios de la época a reproducir las estrategias de abyección discursiva del ‘otroexiliado-político’ del franquismo14.
13 En este capítulo no se entra en detalles sobre su biografía. Véase “5.1. La escritura sobre el exilio en la España del tardofranquismo (1966-1975)” (cf. 286). 14 Véase a este respecto “1.2.2. El exilio republicano español en Francia” (cf. 60) y “2.1.1. El difícil retorno del corpus in exilio” (cf. 100-104).
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En este ambiente, las recién estrenadas cámaras crearon una comisión para escribir una Constitución, que se refrendó por mayoría el 6 de diciembre del mismo año, erigiendo a España como una monarquía parlamentaria. Mientras tanto, el terrorismo seguía azotando a la nación y desdibujando, indirectamente, la imagen del anarquismo. Los medios de comunicación hegemónicos, con El País y Diario 16 a la cabeza, no solo tuvieron un papel fundamental en su fomento de la retórica del consenso (cf. Arroyo Cabello, 2011; Fuentes Aragonés, 2009: 71 y 76), sino que dirigieron una campaña difamatoria del anarquismo. La CNT había condenado el terrorismo públicamente en varias ocasiones (cf. Vadillo Muñoz, 2004: 8 y 11; Bartolomé Martín, 2005: 270-271). Sin embargo, esta campaña se encargó de relacionar a la CNT con los atentados de diferentes grupos terroristas (cf. Ribas Sanpons, 2007: 538; Velázquez y Memba, 1995: 72). El celebrado y mediatizado abandono del marxismo del PSOE en 1979 tampoco le dio los resultados electorales deseados y la UCD volvió a ganar las elecciones (cf. Andrade, 2015). Con el cambio de década, comenzaron las negociaciones por las autonomías y la UGT, CC. OO., el gobierno y las empresas sellaron un sistema corporativista e interclasista de pactos sociales y económicos. Este sistema de pactos, en el que la CNT se negó a participar, normalizó el capitalismo y la economía de mercado liberal en España (cf. Bernecker, Spanische Geschichte, 2002: 207). El declive de los sindicatos revolucionarios en los ochenta (cf. ibid.: 207), así como la secesión de las diferentes tendencias ideológicas, tanto en el seno del anarquismo (cf. Vadillo Muñoz, 2004: 7; Bartolomé Martín, 2005: 269), como del comunismo (cf. Domènech Sampere, 2010: 137; Juliá, “Sociedad”, 1999: 140-142) se iría acelerando hasta 1981 (cf. ibid.: 45). En este contexto de crisis del anarquismo y del comunismo se publicaba Internamiento y resistencia, de los comunistas Lucio Santiago, Gerónimo Lloris y Rafael Barrera, autoeditada y financiada con aportaciones económicas de antiguos internados en África del Norte (cf. Santiago, Lloris y Barrera, 1981: dedicatoria). “[L]a fiebre del libro político” (Simó Comas, 2015) ya era agua pasada. Esto se debió precisamente al “desarme ideológico de
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la izquierda15” y al “desencanto” (Gago González, 2012: 773), causas que se suelen analizar como indicios de la despolitización de la sociedad con su máxima expresión en la Movida. Estas visiones, además de no contemplar el componente político antagónico inherente a ‘la política’, ignoran el carácter libertario de muchos movimientos underground16. Además, no contemplan que la crisis política del PCE y de la CNT provocó, como afirma Domènech Sampere para el caso comunista, que la identidad política de sus militantes convencidos deviniera central en la época (cf. 2010: 138). Internamiento y resistencia, publicada en 1981, se enmarca en este auge de la identidad comunista. No existe prácticamente dato alguno de sus autores. Los tres nacieron en la década de 1910 y participaron en la Guerra Civil. Según el blog del Archivo Histórico del PCE, Lucio Santiago fue el encargado de quemar el archivo del PCE en Madrid (cf. “Historia del AHPCE”, 2016). El historiador Hernández Sánchez afirma que Santiago fue secretario del PCE y que formó parte de la organización de la represión contra la derecha en Paracuellos (cf. 2012: 2). Gerónimo Lloris era marino de la flota republicana que salió el 5 de marzo de 1939 de Cartagena. Según su testimonio en Internamiento y resistencia, fue movilizado en la séptima CTE y trabajó para la industria de la guerra en Túnez. A partir de 1940 estuvo trabajando en la construcción del transahariano en Khenchela y en Colomb Béchar, en Argelia. Fue enviado al centre de séjour surveillé Hadjerat M’Guil poco después y, tras la apertura de los campos, vivió en Orán17. En 1977 regresaba a España y se le negaba el derecho a pensión, como denunciaba en una carta a El País (cf. “Un jubilado republicano”, 1984).
15 Ibid. Para facilitar la lectura del texto, en lo siguiente no se añade ibid. en este tipo de casos en los que la cita marcada entre comillas se encuentra en la misma página de misma fuente bibliográfica a la que se ha hecho referencia entre paréntesis en la cita inmediatamente anterior. 16 Véase del Val Ripollés (cf. 2011: 83-84) y D. Marín (cf. 2010: 335-358). Véase también a este respecto el artículo de Winter (2014) sobre ‘lo político’ del 23-F y de la Movida en la Transición. 17 Véase el mapa de los principales campos de concentración en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 75).
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Rafael Barrera estuvo en Camp Morand en Boghari, luego fue reubicado en la novena CTE y destinado a Bou Arfa para la construcción del transahariano. En 1941 fue detenido por comunista. En 1969 se incorporó en París a la Amicale des Résistants, Déportés, Emprisonnés et Internés Politiques en Afrique du Nord (1940-1944). Entre 1973 y 1979 Barrera afirma haber estado recogiendo información para la elaborar Internamiento y represión, que se publicó dos años más tarde (cf. Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 11). Mientras tanto, la cohesión y aceptación social del PSOE iba en un aumento proporcional al recrudecimiento de la crisis económica y a la debilidad del gobierno que provocó la dimisión de Suárez (cf. Juliá, “Sociedad”, 1999: 145-146). Durante la ceremonia de investidura de su sucesor, Calvo Sotelo, el 23 de febrero de 1981, irrumpían en el congreso un grupo de militares golpistas. Se proponían dar un golpe de estado que causó gran conmoción popular, pero que fue controlado con rapidez. Las elecciones que dieron la mayoría absoluta al PSOE en 1982 suelen considerarse el fin sociológico de la Transición. Sin embargo, si se tiene en cuenta que la entrada en vigor de los últimos estatutos de autonomía establecidos constitucionalmente no tuvo lugar hasta 1983 (cf. Ruiz-Huerta Carbonell, 2009: 78) —con la controversia que siguen causando—, la periodización canónica del proceso transicional no está exenta de polémica18. La legislatura del PSOE consolidó los principios que habían guiado la Transición: la democratización, la modernización y la europeización de España, que finalizó con el tratado de Maastricht en 1993 (cf. Moreno-Nuño, 2006: 55). No obstante, uno de los aspectos más criticados de su mandato es la falta de gestión de la memoria de la Segunda República, la Guerra Civil, la dictadura y sus consecuencias, como el exilio. Se echa en cara al gobierno socialista haber fomentado
18 Por ejemplo, Tusell (cf. Historia de España 2, 2000: 11), Quirosa-Cheyrouze y Muñoz (cf. 2002) y Bernecker (cf. Spanische Geschichte, 2002: 200) consideran que la Transición acaba en 1982. Vilarós es la que más retrasa el final de la Transición y lo sitúa en 1993 con la firma del tratado de Maastricht (cf. 1998: 1).
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el ‘pacto de silencio’ y haber contribuido así a estabilizar el discurso franquista sobre el exiliado19. Deseado Mercadal Bagur editó y publicó Yo estuve en Kenadza (1983) en este ambiente de estabilización del silencio sobre el pasado en general y más específicamente sobre la genealogía republicana del PSOE no despolitizable para los objetivos de la Transición20. El autor nació en 1911 en Mahón. Durante la Segunda República colaboró en la redacción del periódico socialista Justicia Social, de cuya dirección se encargó durante la Guerra Civil. El día 9 de febrero de 1939 salía in extremis de Mahón hacia Argel en el crucero Devonshire21. De ahí, fue destinado a Francia metropolitana al campo de concentración de Argelès sur Mer, del que huyó para volver de manera ilegal a Argel en el navío Mansour. Consiguió legalizar su situación gracias a un aval francés hasta que le detuvieron e internaron en Colomb Béchar y después en Kenadsa en cumplimiento de la normativa del decreto-ley de 12 de abril de 193922. Tras la liberación de este último campo, se ganó la vida como músico hasta su regreso a Barcelona en 1948. Años más tarde volvió a Mahón, donde se dedicó a componer música y a escribir. Mercadal Bagur publicó una docena de estudios de historia política, obrera y musical de Mahón y Menorca y textos memoriales sobre la Guerra Civil y sobre su exilio argelino. Murió en 2000.
19 Subirats (1988); Resina (2000); Vilarós (1998); Moreiras Menor (2002) y Medina Domínguez (2001) analizan y critican en sus obras el ‘pacto de silencio’. Véase “1.1.3. La Transición”, donde se trata este punto con mayor profundidad (cf. 24-25). 20 Un ejemplo es la recuperación de la figura de Azaña en 1980 en la que se descontextualizó de su compromiso republicano (cf. Mainer, “Los nombres de la cultura”, 2000: 167). Nótese, además, que el PSOE es el único partido de herencia republicana que no tuvo entre sus líderes a un exiliado. 21 Para más información sobre este trayecto, véase Fernández Díaz (cf. 2011: 106109). 22 El decreto-ley imponía la incorporación de los refugiados españoles desempleados entre los 20 y los 48 años a las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE). Véase el mapa de los principales campos de concentración en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 75).
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El ímpetu de Mercadal Bagur en recuperar la historia regional de Menorca se encuadra dentro del auge de la crítica historiográfica en general y de la historia oral (cf. Borderías, 1995: 119) de la Guerra Civil (cf. Yusta, 2007: 58) y del exilio en particular (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 466). Este alcanzó su clímax alrededor de 1986, el año del cincuenta aniversario del inicio de la contienda. El mundo editorial respondía así a la “política de omisión” (Moreno-Nuño, 2006: 35 y 56) y de “suspensión de la memoria” (Espinosa Maestre, Contra el olvido, 2006: 177) que llevó a cabo el PSOE durante su mandato23. La mayoría de las escrituras del yo publicadas sobre el exilio republicano español en la Francia metropolitana aparecen en colecciones de corte histórico e incluso académico, un tanto descontextualizadas genéricamente, y, en muchas ocasiones, como único caso24. No obstante, la circunscripción de estas obras en este tipo de colecciones hace justicia a la intención de los autores de contribuir a la producción de contradiscursos a la historia oficial dentro de las convenciones historiográficas clásicas para poder hacer frente al silenciamiento social y político del exilio republicano español con legitimidad. Este es también el caso de la única obra del corpus autobiográfico del exilio argelino que no fue autoeditada en este periodo de tiempo: Por tierras de moros, del anarquista José Muñoz Congost, nacido en Melilla en 1918. El autor fue miembro de la CNT, maestro y periodista colaborador de Liberación y Anarquía durante la Guerra Civil en Alicante. Al final de la contienda embarcó en el Stanbrook, vivió en Camp Morand y en Cherchell y consiguió vivir en libertad
23 Según Moreno-Nuño, en 1986 se conmemoró la Guerra Civil siguiendo la lógica de la cultura del espectáculo que analizara Subirats en La cultura como espectáculo (1988). Afirma que proliferaron las exposiciones, las ceremonias, los premios literarios y las subvenciones estatales. Sin embargo, esto se hizo desde una retórica que no comprometía el silenciamiento de las víctimas de la represión franquista (cf. Moreno-Nuño, 2006: 59). 24 El balance es ligeramente superior en las editoriales catalanas. Estas conclusiones se derivan de una consulta en la base de datos de Worldcat de todas las obras de las colecciones en las que se encuadra cada obra que recoge el corpus de Sicot (cf. “Literatura y campos franceses”, 2010).
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legalizada hasta su reclutamiento forzado a las CTE. Pasó por el centre de séjour surveillé de Hadjerat M’Guil25. Tras su liberación, se reunió con su compañera, fundó una familia y colaboró con la publicación anarquista Solidaridad Obrera en Argel hasta su mudanza a Marruecos en 1960. En este país, en Casablanca, contribuyó a la creación y al mantenimiento de la Asociación Cultural Armonía. En 1964 se mudó a Burdeos y después a Limoges, donde continuó su militancia26. Según el blog especializado en recuperar biografías de los que, fueron, como reza su título, Los pasajeros del Stanbrook, el autor comenzó a trabajar en Por tierras de moros en Limoges en 1980 (cf. Gimeno Bernal, 2014), precisamente como respuesta a la crisis del anarquismo y del comunismo de esa década. En 1986 fue nombrado director de Cenit. Tres años más tarde, en 1989, publicaba en España Por tierras de moros en la editorial anarquista Madre Tierra a sus 71 años (cf. ibid.). Esta publicación se enmarca dentro del boom de la autobiografía anarquista y anarcosindicalista de la década de los noventa (cf. Delhom, “Inventario provisorio de las memorias anarquistas”, 2009). Más específicamente, se inscribe en el auge de las escrituras del yo sobre exilio anarquista de finales de los ochenta en España27. Además,
25 Véase el mapa de los principales campos de concentración en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 75). 26 Entre 1972 y 1979 fue secretario de la AIT y director de sus publicaciones: AIT, Bulletin d’information de l’AIT, Information AIT e Infos en Le Combat Syndicaliste. Asimismo, colaboró con el boletín de la CRIFA, Comisión Relacionadora de la Internacional de Federaciones Anarquistas, Tierra y libertad en México, Ideas, Orto, Solidaridad Obrera y CNT en España (cf. García, 1995: 299). 27 Estas conclusiones se deducen de un recuento de las obras autobiográficas del corpus de memorias anarquistas y anarcosindicalistas españolas de Delhom que versan sobre el exilio (cf. “Inventario provisorio de las memorias anarquistas”, 2015). Termes (cf. 2011: 714) y Ealham (cf. 2016: 227) afirman que es la década de los setenta en la que se publica el mayor número de textos anarquistas. Sin embargo, no proporcionan datos de ningún tipo que corroboren su argumentación. Ealham incluye cuatro títulos para probar su afirmación. Si se tiene en cuenta que el corpus de Delhom está compuesto por 346 obras (cf. “Inventario
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Por tierras de moros debe entenderse como parte del proyecto anarquista de elaboración de una contrahistoria para contrapesar la historia oficial (cf. Alted Vigil, “El exilio”, 2010: 189-190), que estaba dominada en esta época por la corriente historiográfica marxista (cf. Delhom, “Inventario provisorio de las memorias anarquistas”, 2009). El prolífico Muñoz Congost falleció el 18 de mayo de 1996 en Limoges (cf. Gimeno Bernal, 2014). En la década de los noventa, el PSOE se vio salpicado por la corrupción y por su vinculación con el terrorismo de estado de los Grupos Antiterroristas de Liberación, los GAL. Mientras tanto el Partido Popular, el PP, heredero de Alianza Popular, iba ganando reputación (cf. Bernecker, Spanische Geschichte, 2002: 209-210). Entre tanto, las pequeñas editoriales habían ido desapareciendo o habían sido absorbidas por las fusiones entre las editoriales españolas que finalizó con el monopolio de cuatro o cinco (cf. Gago González, 2012: 783). En 1993, el miedo del PSOE a perder las elecciones le llevaba a romper el ‘pacto de silencio’ y a utilizar la memoria de la Guerra Civil para despertar el miedo a la vuelta de la derecha (cf. Gálvez Biesca, 2006: 33; Aguilar Fernández, “La evocación”, 2006: 281 y 306; “Presencia”, 2006: 269). Desde entonces, la memoria se convirtió en uno de los pilares de las campañas electorales del PSOE (cf. Moreno-Nuño, 2006: 71). Sin embargo, estas medidas llegaron con relativo retraso, ya que la mayoría de los exiliados que habían vivido la Guerra Civil y el exilio en su juventud tenía ya una media de ochenta y cinco años. Muchos morían antes de que el parlamento español condenase públicamente al franquismo y de que la sociedad española reclamase la recuperación de su memoria.
provisorio de las memorias anarquistas”, 2015), no cabe duda de que las conclusiones del investigador francés son mucho más fidedignas.
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6.2. Exiliados españoles en el Sahara, de Ricardo Baldó García (1977), Internamiento y resistencia, de Santiago, Lloris y Barrera (1981), Yo estuve en Kenadza, de Deseado Mercadal Bagur (1983), y Por tierras de moros, de José Muñoz Congost (1989) Las obras sobre el exilio argelino publicadas en los primeros años de la democracia española muestran un claro boom en el número y la amplitud de los elementos peritextuales que las acompañan: se generalizan los prefacios y aparecen las primeras contracubiertas con información textual e icónica diseñadas en el momento de la escritura28. A continuación, se examinan y comparan, en primer lugar, los elementos ‘peritextuales editoriales’ —las cubiertas, contracubiertas y solapas— y, en segundo lugar, los elementos ‘peritextuales autorales’ —prefacios, preámbulos, introducciones, epílogos y apéndices—, siguiendo un estricto orden cronológico29. El objetivo es examinar la evolución de los modos de lectura que proponen los peritextos como reacción a la producción del exiliado como abyecto por parte del discurso transicional que se analizaba al comienzo de este capítulo. En la obra de Baldó García, el título manuscrito en letras grandes rojas sobre fondo blanco ocupa la mayor parte de la cubierta e identifica claramente la temática, la temporalidad y el contenido de la obra. La utilización en plural del término genérico ‘exiliados’ y de un código descriptivo y referencial, característico de los aparatos peritextuales de obras de corte histórico, proponen al lector un modo de lectura desligado de la “subjetividad” autobiográfica. Se propone así un modo de lectura basado en la creencia en la objetividad, la facticidad y la veracidad de los hechos que relata, características que se le solían asignar tradicionalmente al discurso histórico. El subtítulo “(Un punto negro en
28 Las contracubiertas de Diario de Gaskin y de Memorias de un republicano español fueron diseñadas en el siglo xxi. 29 Véase “2.1.3. Método de análisis del corpus” (cf. 111) para una definición de los conceptos relativos a los elementos peritextuales según la teoría de Genette en Seuils (cf. 1987: 76).
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Ilustración 10: cubierta de Exiliados españoles en el Sahara (Baldó García, 1977)
la historia)” aparece en letra mecanografiada de tamaño muy inferior al del título y añade un contrapunto al modo de lectura propuesto. Por un lado, el significado metafórico del color negro alude al sufrimiento y al horror de la experiencia, que forma o debería formar parte de la historia. Por el otro, se refiere a la metáfora más visual del borrón negro o el tachado de la historia que critica la falta de recepción del mismo en la historia en el presente de la escritura. Esta segunda interpretación reanuda la denuncia al olvido del exilio republicano español en Argelia que había comenzado el autor en el aparato peritextual de sus obras publicadas a principios de la década de los setenta. Además, adelanta la renovación de su demanda de recuperar la memoria del exilio que desarrollará en el prefacio de su obra. La duplicidad de significados del significante ‘punto negro’ se recoge visualmente con la reproducción de un círculo negro debajo del subtítulo. Este se sitúa entre el fondo blanco —que ocupa las tres cuartas partes de la cubierta y que hace referencia a la temporalidad
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de la experiencia en Argelia— y el fondo azul turquesa —que ocupa la parte inferior—, en el que aparece el lugar y la fecha de publicación (Alcoy, 1977), y que se refiere al tiempo de la narrativización de la experiencia.
Ilustración 11: cubierta de Internamiento y resistencia (Santiago, Lloris y Barrera, 1981)
Unos años más tarde, en 1981, Internamiento y resistencia, de Santiago, Lloris y Barrera se convertía en la pionera en la historia peritextual de las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en Argelia en incluir una fotografía en su cubierta30. Se trata de una foto en blanco y negro de un grupo de personas en fila de dos o tres al lado derecho de la vía del tren, que ocupa el centro de la imagen. A estos los custodia algún tipo de cuerpo militar, que se encuentra al
30 Como se trata de una autoedición y, a falta de datos que apunten a lo contrario, es probable que el diseño de la cubierta lo realizaran los autores.
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lado izquierdo de la vía. Como se explicita en la portadilla, la imagen muestra a los marinos españoles camino del desierto. Sin embargo, la información icónica de la fotografía no es unívoca para el lector no especializado y no se diferencia mucho de la que aparecía en las cubiertas de las obras publicadas en los últimos años del franquismo y en los primeros tras la muerte de Franco sobre el exilio republicano en la Francia metropolitana. En estas cubiertas se veía a los exiliados en marcha controlada o dirigida por un oficial francés. No obstante, la información textual de Internamiento y resistencia no dirige la interpretación de la imagen al campo semántico de la derrota, como ocurría en los títulos de las cubiertas sobre el exilio francés metropolitano y que contribuían a una posible lectura concorde con la retórica del régimen franquista sobre los exiliados. La información textual del título de esta obra acota la interpretación de la fotografía en términos mucho más políticos en la vertiente antagónica del término.
Ilustración 12: cubierta de Memorias de un español en el exilio (Raposo, 1968)
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Ilustración 13: cubierta de Los perdedores (Fillol, 1973)
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Ilustración 14: cubierta de La diáspora republicana (Artís-Gener, 1975)
La falta de especificidad referencial de la información icónica de la cubierta se ve contrarrestada por la gran cantidad de información textual que esta incluye. El título principal se sitúa encima de una franja naranja en la parte superior. La combinación de mayúsculas y minúsculas en diferentes tamaños compensa la extensión del título gracias al énfasis proporcionado por la capitalización de los elementos más importantes del mismo: “internamiento y resistencia”; “republicanos españoles” y “África del norte”. El primer elemento se refiere al exilio sin hacer uso ni de este término, ni de la variedad de sinónimos como ‘diáspora’, ‘destierro’ o ‘éxodo’, comunes a las obras de corte autobiográfico sobre el mismo. Además, se decanta por una interpretación causal de lo que este supuso —el “internamiento”— y de la reacción ante el internamiento por parte del segundo elemento —los “republicanos españoles”— en el tercer elemento —“África del norte”—: la “resistencia”. Si el título de Baldó García despojaba al exilio de toda acepción política explícita, la politización que propone Internamiento
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y resistencia al incluir el sustantivo “republicanos” parece neutralizar las diferentes identidades políticas que componían el exilio republicano español. Sin embargo, esta tendencia a la metonimia caracterizaba la retórica del comunismo español. Esta se observa desde la creación de la Unión Nacional Española (UNE) en 1941 (cf. Alted Vigil y Domergue, 2003: 153) hasta su reafirmación en la política de Reconciliación Nacional, que promovió el partido desde 1956 (cf. Molinero, “La política de reconciliación nacional”, 2007: 202). Además, el énfasis en la resistencia de los republicanos españoles a las diferentes modalidades de internamiento que se especifican en el subtítulo en la parte inferior de la cubierta sobre fondo naranja —“de los tajos del transahariano a los campos de represión y a los presidios...”— apunta a uno de los rasgos claves de la identidad comunista: la capacidad abnegada de resistir al sacrificio y al sufrimiento por el bien colectivo del partido (cf. Domènech Sampere, 2010: 122). Por último, la circunscripción temporal del “Internamiento y la resistencia” a la Segunda Guerra Mundial no solo refuerza la insistencia en el carácter resistente de los “republicanos” más allá de la Guerra Civil, reivindicada como la primera batalla europea contra el fascismo a nivel internacional. También se opone a la tendencia del discurso hegemónico de la Transición a despojar al conflicto español de esta acepción, común en los foros internacionales a finales de los setenta (cf. Morán, El precio, 1991: 16). Asimismo, esta acepción pone de manifiesto la orientación internacionalista del PCE31. Por lo tanto, el aparato peritextual de la cubierta tiende a primera vista a la historificación del discurso sobre la experiencia argelina a partir de la apariencia de objetividad referencial de la información icónica y textual. La impresión de objetividad se ve fortalecida por el alejamiento de la obra de toda marca autobiográfica explícita, que desvirtúa la relación entre los autores y la experiencia narrada a través de la autoría compartida. El pequeño tamaño de la letra resta importancia a la
31 Si bien es cierto que el socialismo y el anarquismo también tienen orientación internacionalista, de las obras que se analizan en este capítulo, tan solo Internamiento y resistencia pone énfasis en este rasgo identitario.
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autoría y destaca que el libro recoge “numerosos testimonios inéditos” con la disposición y el tamaño más grande de la letra con las que se anuncia. De este modo, se ensalza la importancia del testimonio para reconstruir el discurso que el aparato peritextual articula en torno a códigos relacionados con la historiografía y promueve un modo de lectura en el que los autores aparentan ser mediadores de esta acumulación de sujetos-testigos. Así, el aparato peritextual de Internamiento y resistencia parece inscribir la obra en la modalidad de lo que Miguel Barnet (1983) denominara la ‘novela testimonial’, una variedad del ‘testimonio’ en la intersección de la historia, la literatura y la antropología, concebida como una forma de lucha colectiva por un proyecto futuro a partir de la recuperación popular de la memoria32. No obstante, la lectura de los componentes semánticos del título, de tendencia más analítica que descriptiva, revela una orientación política comunista subyacente al objetivo de escribir la “historia” a partir de la fijación de la ‘memoria cultural’ del exilio argelino (comunista) a través de la escritura. La cubierta de Yo estuve en Kenadza, de 1983, es mucho más simple y se compone únicamente de un título corto en letras tipográficas en cursiva. El nombre del autor aparece alineado a la izquierda en la parte superior, bajo el fondo de una fotografía real en blanco y negro editada que ocupa toda la cubierta. Al igual que ocurría con la fotografía de la cubierta de Internamiento y resistencia y su intención referencial, el lector no entendido relaciona la imagen con algún tipo de
32 Véase Barnet, La fuente viva (cf. 1983: 47 y 202). Miguel Barnet es un etnólogo, poeta, narrador y ensayista cubano. Su obra se inscribe en el contexto de la literatura cubana de la revolución. Este autor se considera uno de los pioneros de la teoría del testimonio hispanoamericano, tanto por la sistematización del concepto a partir de la obra de precursores como Ricardo Pozas (1952), Oscar Lewis (1961) y Rodolfo Walsh (1957) (cf. Gutiérrez, 2000: 57), como por su puesta en práctica en una de las ‘novelas testimoniales’ más famosas: Biografía de un cimarrón (1966). Esta obra crea un relato estético a partir del material testimonial que recoge en sus entrevistas de carácter etnográfico, con el objetivo de convertirse en portavoz de la gente sin historia. Los primeros delineamientos teóricos los realizó el autor en dos artículos —“La novela-testimonio: socioliteratura” y “Testimonio y comunicación: una vía hacia la identidad”—, publicados en 1969 y 1980 respectivamente en Unión.
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realidad concentracionaria, pero no reconoce que la instantánea es del campo de represión de Hadjerat M’Guil a no ser que eche un vistazo a la hoja de créditos del libro. Lo mismo ocurre con la referencia geográfica en la que el autor inscribe su experiencia personal en Argelia: solo los más entendidos saben que Kenadsa está en Argelia y que fue uno de los destinos de los exiliados republicanos.
Ilustración 15: cubierta de Yo estuve en Kenadza (Mercadal Bagur, 1983)
No obstante, la tendencia hacia la historificación del aparato peritextual se encuentra en la inserción de su título en las convenciones narrativas del testimonio, típicas de lo que Wieviorka denominara “l’ère du témoin” (L’ère, 1998: 134). Según esta autora, a partir de la década de los setenta, pero más claramente en los ochenta, la voz del testigo de catástrofes históricas, de este yo que afirma “haber estado en Kenadza”, alcanzó una legitimidad social sin precedentes para representar su experiencia con —lo que se consideraba— un grado de
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veracidad imposible de igualar por medio del análisis historiográfico clásico (cf. Wieviorka, L’ère, 1998: 150). La técnica de difuminado de la imagen de Hadjerat M’Guil en la cubierta de Mercadal Bagur mostraba una tendencia hacia la abstracción en la información icónica de las cubiertas de las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en la Francia metropolitana y colonial que se impuso en la década de los noventa33. Esta propensión se observa con mayor claridad en la cubierta de Por tierras de moros, publicada en 1989. Como el de Exiliados españoles, el título de Por tierras de moros opta por colectivizar la escritura de la experiencia, aunque sin explicitar el grupo político que fue al “exilio español en el Magreb”, como reza el subtítulo. No obstante, el título y la información icónica de la cubierta se deslindan de las convenciones estéticas típicas del discurso histórico. Por un lado, el genitivo del título “de moros” marca la posesión de la “tierra” por parte de los “moros”, por lo que podría leerse como una reafirmación de la autodeterminación de los legítimos ciudadanos del Magreb34. Por otro lado, el sintagma “Por tierras de moros” sigue convenciones exotizantes y orientalistas más propias de la literatura. Además, el genitivo “de moros” sigue teniendo en castellano un regusto racializante y claras connotaciones peyorativas que se remontan a la constitución de la identidad “española” alrededor del cristianismo. Esto
33 Esta conclusión se deriva de un análisis de la información icónica de todas las cubiertas de las obras del corpus de Sicot en la década del noventa (cf. “Literatura y campos franceses”, 2010). 34 A pesar de provenir etimológicamente del árabe y de concepciones culturales anteriores a la colonización, el uso del término ‘Magreb’ que suele ser utilizado como contraposición a ‘África subsahariana’ en estudios geográficos o en historias literarias francófonas es, cuanto menos, controvertido. La lógica subyacente a esta repartición de África tiene una base racista en torno color de piel, aunque se esconda en argumentos de tipo cultural-religioso. Véase a este respecto Stock (cf. 2013: 13-14), Kessel (cf. 2010: 22-28), Poussel (cf. 2012: 11-19). Desde los supuestos epistemológicos del Spatial Turn, la asignación semántica de diferentes espacios al ‘otro’ también es una forma de imponer técnicas de dominación. El libro editado por Dolle y Helfrich (2009) es una buena compilación de artículos sobre el Spatial Turn en la Romanistik.
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tuvo lugar no solo durante todo el proceso de “Reconquista” del sur peninsular en el que vivían los musulmanes desde el siglo viii, sino también durante la guerra con Marruecos a principios del siglo xx e incluso durante la Guerra Civil, en la que muchos mercenarios marroquíes lucharon en el bando franquista (cf. Álvarez Chillida, 2002: 60). De hecho, según afirma Stallaert, el “moro” sigue siendo el ‘otro’ por antonomasia a partir del cual los españoles constituyen su identidad (cf. 1998: 52-53).
Ilustración 16: cubierta de Por tierras de moros (Muñoz Congost, 1989)
Por lo tanto, el título de la obra de Muñoz Congost propone una construcción identitaria que señala la diferencia radical del autor con ese ‘otro’ al que le “pertenece la tierra”, sin tampoco tener en cuenta las particularidades de las identidades reclamadas por marroquíes, tunecinos, argelinos, etc. respectivamente, como nacionales. Asimismo, la polisemia de este sintagma muestra cierto alejamiento del lenguaje referencial de las obras anteriores. Esta tendencia a la abstracción se ve reforzada por la información icónica de la cubierta. La referencialidad
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contextual proporcionada por la fotografía de una CTE en el desierto en el centro —de nuevo nada unívoca para el lector no especializado— contrasta con los trazos sueltos y abstractos que dominan el espacio de la cubierta. La parte inferior, compuesta por trazos diagonales, rectos, de color amarillo y marrón denotan el desierto sobre el que se asienta la pequeña fotografía de los integrantes de la CTE. Los trazos con mayor libertad de movimiento en rojo y negro, en su mayoría, pero también en morado, representan un telón abierto que permite contemplar la fotografía. Esta se asienta, por su parte, sobre un fondo geométrico de franjas verticales con dos tonos diferentes de amarillo, que podría representar el sol. Sin embargo, la combinación de colores rojo, amarillo y morado, los de la bandera de la Segunda República española, si se leen los colores de la parte superior de la cubierta de derecha a izquierda, y la preeminencia del rojo y del negro, los colores anarcosindicalistas, politizan la contextualización del testimonio y lo enmarcan en un movimiento político específico: el anarcosindicalismo dentro del exilio español en el “Magreb”. Nótese que el título no se refiere al “exilio republicano”, sino al “exilio español”, lo que, por un lado, indica un rechazo a la categoría identitaria republicana y, por el otro, una voluntad de integrarse en el colectivo nacional. De este modo, puede observarse en las cubiertas de estas obras una integración paulatina de elementos que requieren una interpretación subjetiva. Es perceptible un descenso de la preponderancia de la fotografía utilizada como fuente documental para apuntalar la autoridad del testigo en los títulos, lo que pone de manifiesto el aumento de la legitimidad del testigo como escritor subjetivo, pero más veraz de la historia en la ‘era del testigo’. Esta evolución se refleja también en la genealogía de las solapas y las contracubiertas de las obras de este capítulo. Las solapas de Exiliados españoles en el Sahara de Baldó García no hacen hincapié en el carácter autobiográfico de la obra y enfatizan la voluntad del “novel autor —sin ambiciones personales—” (Muñoz Congost, 1989: solapa) de denunciar la “escandalosa” acogida de los españoles exiliados en Argelia sin las constricciones de la censura que le impidieron “profundizar el contenido” en sus dos primeras obras. Este tipo de comentarios sobre la modesta
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procedencia del autor ya se encontraban en obras de tipo autobiográfico sobre el exilio francés metropolitano antes de la muerte del dictador35. Sin embargo, según Simón Porolli, el objetivo de esos comentarios era desvincular sus obras de cualquier adscripción a lo literario que pudiera minar su veracidad (cf. Por los caminos de la palabra, 2011: 215). A pesar de la circunscripción de la cubierta de Exiliados españoles en el Sahara en los códigos típicos del discurso histórico tradicional, la solapilla enfatiza el “entusiasmo literario” (Baldó García, Exiliados, 1977: solapilla) del autor, tacha su obra de “narrativa” —una denominación relacionada con los géneros literarios—, y de esta se destaca su “sugestiva soltura”. Por ello, la referencia a la falta de ambición del autor sirve en este caso más bien de excusa a las posibles carencias de calidad literaria de un texto, que, no obstante, se presenta en su aparato peritextual a caballo entre las convenciones literarias e históricas. La lectura propuesta por la cubierta y el silenciamiento de su implicación directa en la experiencia narrada en las solapas demuestran que, en 1977, la ‘era del testigo’ no había calado en España. Parece que todavía se consideraba necesario apuntalar la autoridad narrativa del autor, en este caso, a través del silenciamiento de la subjetividad y del juego ambivalente con los códigos tradicionales del discurso histórico. En 1983 aparece la primera obra con información textual e icónica en su contracubierta: Yo estuve en Kenadza de Mercadal Bagur. El retrato del autor trajeado y en blanco y negro que preside la contracubierta evidencia y refuerza el protagonismo y la autoridad que adquiere el que ha vivido en directo los hechos en la ‘era del testigo’. La información textual aportada por el editor apuntala la legitimidad del autor para “constituir una dolorosísima página de nuestra historia contemporánea” (Mercadal Bagur, 1983: contracubierta). Esta legitimidad se la proporciona el haber vivido de cerca algunos hechos y por haber sido protagonista de otros. Sin embargo, la presentación del libro no solo pone énfasis en el valor del libro por la emoción y el
35 Por ejemplo, Raposo en el epígrafe de Memorias de un refugiado español (1968) y Fillol (cf. 1968: 261) en Los perdedores (cf. Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 215).
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Ilustración 17: contracubierta de Yo estuve en Kenadza (Mercadal Bagur, 1983)
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“crudo realismo” (Mercadal Bagur, 1983: contracubierta) que transmite la narración subjetiva del autor-protagonista y por su contribución a la recuperación de la memoria de los muertos como ‘deber de memoria36’. También recurre a la autoridad de un tal “ilustre profesor Juan Hernández Mora” y reproduce partes del prefacio de la obra firmado por este en las que recomienda el libro y hace hincapié en la carrera intelectual de Mercadal Bagur para justificar la importancia del mismo. Por último, por un lado, la comparación del horror de la experiencia argelina con la alemana, con la que insiste en la mayor crueldad de la primera, encuadra el exilio español en Argelia en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, como hiciera Internamiento y represión en su cubierta. Por el otro, los dos últimos párrafos se desmarcan del llamamiento al deber de memoria intergeneracional común a todo el territorio español que proponía la cita de Mercadal Bagur que presidía el texto de la contracubierta. A pesar de que el material diegético no se centre exclusivamente en los exiliados menorquines, estos párrafos acotan el deber de memoria a Menorca y no a España, lo que muestra el auge del autonomismo de la época y su reflejo en la industria editorial. La contracubierta de Por tierras de moros presenta una estructura muy similar a la de la del libro de Mercadal Bagur: una fotografía del autor preside la página y el texto enfatiza la circunscripción de las experiencias dolorosas del exilio en un colectivo específico. Afirma que el libro narra la “aventura humana [... de] una parte del exilio español” (Muñoz Congost, Por tierras, 1989: contracubierta). Es decir, no hace hincapié en el carácter autobiográfico de la obra. Sin embargo, a diferencia del texto de la contracubierta de Mercadal Bagur, el valor del texto no se mide en torno a la erudición del autor, sino a su pertenencia a la clase obrera como maestro, peón e ingeniero y a su militancia en la CNT y en la AIT. La información icónica difiere estéticamente de la de Yo estuve en Kenadza y muestra a un Muñoz Congost joven,
36 Véase a este respecto “5.3.1. De la tímida reivindicación republicana al exilio como espacio de censura redentora” (cf. 341).
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Ilustración 18: contracubierta de Por tierras de moros (Muñoz Congost, 1989)
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concentrado en la escritura en una litera. Esta instantánea intimista y desenfadada contrasta con la seriedad de la pose y el encuadre en el rostro, la edad avanzada y el código de vestimenta elegidos para la representación de Mercadal Bagur. Estas tres características, que trataban de impulsar la legitimidad y la autoridad del autor en 1983, perdían importancia a finales de la década, lo que demuestra la consolidación de la “démocratisation des acteurs de l’histoire” (Wieviorka, L’ère, 1998: 128). Todo apunta a que los autores y las editoriales consideraban que no necesitaban recurrir a esos códigos historiográficos clásicos para generar la autoridad de los autores y para que fueran considerados fieles portavoces de la historia. Tras haber analizado los elementos peritextuales editoriales, a continuación, se procede al análisis de los elementos peritextuales autorales por orden cronológico. Exiliados españoles en el Sahara vuelve a estar dedicada a la mujer del autor, María Payá. El texto dice que “supo de ausencias” (Baldó García, Exiliados, 1977: dedicatoria), comentario con el que se refiere al periodo en el que el autor estuvo ausente durante el exilio. En la página siguiente aparece otra dedicatoria, a Enrique Sancho Bou y a Manuel Juan Cerdá. Se trata de dos amigos del autor, a quienes este afirma admirar por su dignidad y capacidad de lucha en el exilio, y que identifica como dos personajes reales homónimos de su libro, “al que aportaron documentos de ayuda”. En la dedicatoria advierte de que estos deben deslindarse del resto de los personajes, que “quedan perfilados en autenticidad y ficticios en sus nombres” y que son “amigos alcoyanos que vivieron el amargo de esta historia”. De este modo, el autor se convierte, sobre todo por el silenciamiento del componente autobiográfico de su narración, en mediador de las voces de otros, como ocurría en la cubierta de Internamiento y resistencia. Además, al igual que en la contraportada de Mercadal Bagur, se restringe la experiencia narrativizada a un grupo regional específico en el auge del autonomismo: los alcoyanos. En el prefacio, Baldó García vuelve a tratar de camuflar su participación en la experiencia bajo la firma R. B. —letras que corresponden con las iniciales del autor— y a partir del distanciamiento narrativo que provoca el uso de la tercera persona del plural. Este elemento peritextual tiene como objetivo justificar el retorno del autor al tema
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del exilio. Por un lado, afirma que “[e]s necesario dejar las cosas en su sitio: el que marca la Historia al señalar lo que no debía de haber ocurrido como conducta de trato insólito infligido a los españoles exiliados en Argelia” (Baldó García, Exiliados, 1977: 11). Es decir, el autor considera que debe contribuir a inscribir el injusto trato recibido por los españoles en la Argelia francesa en los anales de la Historia, cosa que cree que su obra de 1970 no había logrado. En palabras del narrador: “como juzgaba con acierto [el lector ávido que agotó la edición en poco tiempo, esta] quedaba corta, incompleta y tímida” (ibid.: 12) a causa de la ley de Prensa e Imprenta de 1966. Gracias a este cambio legislativo, el autor afirma estar satisfecho con realismo, el lenguaje crudo de su narrativa y de los personajes reales a partir de los cuales puede observarse el “heroísmo” o “el impávido estoicismo” con el que los exiliados hicieron frente a la crueldad de Francia. Además, el autor denomina su obra un “testimonio honrado”, convirtiendo a Exiliados españoles en el Sahara en la primera obra en la historia de las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en Argelia en la que un autor inscribe su obra explícitamente en la modalidad del testimonio. Esto demuestra también el paulatino avance del medio por antonomasia de la ‘era del testigo’. Asimismo, reflexiona sobre la función de esta modalidad de la escritura del yo para “valorar conciencias destinadas a mejorar el alma cultural de los pueblos”. En este caso, su reivindicación del ‘deber de memoria’ se distancia de las condiciones de enunciabilidad del ‘archivo’ del régimen franquista, en términos foucaultianos, que determinaban el que hiciera en Un cuento escrito en la arena37. Este se formula en 1977 sobre todo en su vertiente pedagógica, típico también del ‘deber de memoria’ del superviviente del Holocausto en esta época (cf. Wieviorka, L’ère, 1998: 139-140), con el objetivo de moralizar la historia para evitar que se repita38.
37 Para una definición de ‘archivo’, véase “2.2.1. ¡Recuerda!: la memoria cultural” (cf. 123). 38 Véase Traverso, L’histoire déchirée (cf. 1997: 177). Traverso retoma esta exigencia de la que pronunciara en 1966 Jean Améry, un superviviente del Holocausto (cf. “Historia y memoria”, 2007: 92).
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El epílogo denuncia el olvido de su exilio, codificado —como intratexto en relación con su otra autoficción, Un cuento escrito en la arena—, como la tierra que se ha echado al pasado (cf. Baldó García, Exiliados, 1977: 197). Asimismo, critica la insuficiente e ínfima reparación que recibieron los exiliados por las tímidas condenas que recibieron los “torturadores” de los centros disciplinarios e incorpora fechas y datos sobre el desembarco aliado en el norte de África, la liberación un año más tarde de los campos y el número de enfermos de tuberculosis y de anemia39. Baldó García los considera “documentos probatorios para denunciar el vil proceder sobre los españoles exiliados” (ibid.: 196) y afirma, precisamente después de admitir de soslayo el componente autobiográfico del relato40, que su obra recopila “hechos verídicos e insultantes y no menos históricos por haber ocurrido en un tiempo de conflagración mundial”. Así, el relato finaliza reivindicando la objetividad de su testimonio para fomentar la autoridad de su palabra, lo que reinscribe su relato en las convenciones asociadas con el discurso historiográfico tradicional. Internamiento y resistencia utiliza el espacio de la dedicatoria para agradecer a los “antiguos internados de Africa [sic] del Norte” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: dedicatoria) su contribución económica para la publicación de la obra. Estas declaraciones apuntan a una concepción más colectivista de la reconstrucción retrospectiva del recuerdo de la experiencia, como confirma el hecho de que lo primero que se aporte sea una lista de los nombres y apellidos de las personas que dieron testimonio sobre su exilio en Argelia para el proyecto del libro. En la introducción, Rafael Barrera, uno de los autores, expresa los motivos que guiaron la publicación del libro. Explica cómo junto con su compañero Enrique Chantada en 1973 se propuso evitar que
39 La inclusión de estos datos es típica de las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en la Francia metropolitana en la década anterior, pero es cada vez menos preponderante a finales de los setenta y en los ochenta (cf. Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 318). 40 El autor afirma que la obra es una “transcripción” (Baldó García, Exiliados, 1977: 196), surgida “al contacto y convivencia con ellos”, con los personajes del libro.
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la “odisea de la emigración republicana en Africa [sic] del Norte [...] pasara al olvido” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 9). Comenta, además, que la tardía redacción del libro se debió a la magnitud del “gran holocausto” (ibid.: 10) del nazismo, que hizo a los exiliados españoles en Argelia callar “su propia suerte, por respeto a sus camaradas” (destacado de la autora), ya que, cree que “su cautiverio es incomparable”. Además, para autorizar esta justificación cita un argumento similar aportado por André Moine en su libro Déportation et résistance en Afrique du Nord. A continuación, explica cómo la muerte de algunos de sus “camaradas” condicionó que tuviera que cambiar la composición del grupo con el que se dedicó a recoger testimonios, fotos y documentos para la redacción del libro. Sirviéndose del topos de la captatio benevolentia, el autor se excusa de la “insuficiencia de los resultados” (ibid.: 12) y lamenta la muerte de muchos de sus compañeros de emigración que podrían haber colaborado con sus testimonios. Asimismo, reivindica el ‘deber de memoria’ al que responde Internamiento y resistencia para dar a conocer a la nueva generación la lucha de sus “camaradas” muertos en el exilio en Argelia. El uso del término ‘camarada’, típico del discurso comunista, restringe el alcance del ‘deber de memoria’ a este grupo identitario. El testimonio quiere servir, además, de denuncia del trato de los “reaccionarios fascistas franceses” a los refugiados españoles y puntualiza que hay que diferenciar a “los representantes del colonialismo y del régimen de Vichy [...] del pueblo generoso francés con el que nos sentimos siempre unidos en la defensa de la democracia y [que] en los años del exilio estuvo siempre al lado de los republicanos españoles, solidario con la democracia española”. Esta última puntualización, que obvia que el internamiento de los españoles comenzó con anterioridad al armisticio franco-alemán, no es anecdótica. Si se tiene en cuenta el afán de los comunistas por organizar homenajes a la hermandad hispano-francesa poco después de su liberación de los campos (cf. Palacio Pilacés, 2010: 269), puede deducirse que este detalle forma parte de la construcción identitaria comunista y de su selectivo entramado del recuerdo de su relación con el ‘otro francés’ en el exilio argelino.
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Por último, se enfatiza que la lucha contra el fascismo y el nazismo no ha finalizado y que sus métodos siguen aplicándolos las “capas más altas del capital y de las oligarquías financieras nacionales o internacionales [...] para someter por la fuerza a la mayoría de las poblaciones” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 12). Por ello, llama a que sus recuerdos sean leídos como un aviso de la acción de esas fuerzas y afirma, en una premonición teleológica a modo de mitin político, que la humanidad “llegará a librarse de ellas” (ibid.: 12-13). De este modo, la introducción encaja, aunque sin explicitarlo, con las características definitorias del ‘testimonio’ como arma política y performativa de recuperación retrospectiva de la historia comunista para moldear el futuro41. Por su parte, el epílogo cumple con tres objetivos fundamentales: honrar la memoria de los compañeros que “ya no están” (ibid.: 149); denunciar el abandono administrativo de los antiguos exiliados, sobre todo en España, donde jamás se les ha ofrecido ningún tipo de compensación moral ni económica para garantizarles “una vejez soportable”; y acusar al “fascismo, al colonialismo y a sus servidores” de la represión de los exiliados españoles en Argelia. Estos tres objetivos concuerdan con la definición de ‘deber de memoria’ que aportó por Paul Ricœur como el imperativo ético de hacer justicia al ‘otrovíctima’ que ya no está y pagar la deuda contraída con este. Según el autor francés, esto debía hacerse sometiendo su herencia memorística a inventario para que reciba su debido reconocimiento histórico (cf. La mémoire, 2000: 107-108). Además, añaden a este ‘deber de memoria’ una reclamación de que esta deuda se les pague también en términos económicos. Se observa, por lo tanto, una evolución en el énfasis otorgado al ‘deber de memoria’ desde la vertiente pedagógica que proponía Exiliados españoles en el Sahara en 1977 y el restablecimiento de la justicia para con el ‘otro’ en 1981. El texto cierra con un comentario sobre la gestión de la memoria del exilio en el tiempo de la escritura: el epílogo recuerda que la
41 Se vuelve a este punto en el siguiente apartado “6.3. Los testimonios en el boom de la escritura del yo sobre el exilio republicano español en Argelia” (cf. 389).
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represión sufrida por los exiliados a manos del “nazi-fascismo” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 150) en Francia “evoca [...] la represión franquista en nuestro país, donde las nuevas generaciones están superando con su generosidad las divisiones y las luchas de ayer” (destacado de la autora). De este modo, se valora la reconciliación promovida por “las nuevas generaciones”, causa a la que Internamiento y resistencia se adhiere al reconocer que es una “empresa árdua [sic], a la que todos debemos contribuir”. Sin embargo, considera que no se puede “al calor de este gran objetivo [... escamotear] consciente o inconscientemente la responsabilidad histórica que el fascismo ha contraído ante la humanidad”. Advierte que la juventud española ha sido sometida durante treinta años a “la rigurosa censura franquista y al falseamiento permanente de la realidad de nuestra historia reciente”. Por este motivo considera “precisos muchos esfuerzos para que vaya saliendo a la luz en toda su extensión lo que fue la represión franquista para que los jóvenes y menos jóvenes puedan medir la profundidad de la sima en que el fascismo hundió a nuestro pueblo”. Es decir, que los autores reaccionan a su abyección del discurso transicional reclamando la recuperación de la memoria de la represión sufrida por los exiliados en Argelia como parte de un proyecto político más amplio e indispensable para la reconciliación verdadera del pueblo español. El aparato peritextual cierra con una serie de listados y de relaciones ricos en fechas, nombres de víctimas, barcos e instituciones carcelarias, así como con una selección de reproducciones de recortes de prensa del periódico argelino Alger Républicain sobre los procesos judiciales a los responsables del campo Hadjerat M’Guil. Esta clausura del aparato peritextual muestra, por un lado, la voluntad de los autores de contribuir a la reconstrucción de la historia. Por el otro, señala su creencia en la necesidad de avalar su versión con documentos, como hiciera Baldó García —aunque de manera mucho menos detallada— para que su discurso adquiera legitimidad y autoridad42.
42 “Relación de barcos y aviones llegados a Argelia con Refugiados al terminar la Guerra de España” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 151-154); “La flota republicana refugiada en Bizerta” (ibid.: 155); “Las víctimas de Hadjerat M’Guil”
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Juan Hernández Mora abre Yo estuve en Kenadza con una “PRESENTACIÓN” (1983: 5), que caracteriza la obra como un “testimonio de primera mano, que podemos añadir a la historia del doloroso episodio, cuya visión de conjunto viene, en parte a completar”. De este modo, el prologuista considera el testimonio, no como una fuente para elaborar la historia, sino como “trozo de nuestra historia [...] la historia de Menorca y de los menorquines” (ibid.: 6, destacado de la autora). Hernández Mora legitima la voz del autor como representante de una colectividad —como indica el posesivo en primera persona del plural de la cita anterior—, precisamente por haber vivido parte de los hechos. Según comenta, esto le permitió “obtener información directa, fehaciente” de las diferentes modalidades de internamiento en Argelia. Asimismo, añade que hay hechos que el autor no vivió en primera persona por la “suerte de ser músico”, lo que le libró de las adversidades que vivieron otros compañeros. No obstante, considera que Mercadal Bagur los traduce al papel con “la emoción de quien ha sentido la proximidad de la tragedia”. Como puede observarse, del énfasis que hacían los autores en 1977 y 1981 en el contraste documental para autorizar sus versiones, Yo estuve en Kenadza hace mayor hincapié en su capacidad de emocionar al lector. En esta línea, Hernández Mora también alaba la “vivacidad de su narración” (ibid.: 5) y la “gracia de su arte” (ibid.: 6) por su capacidad de afectar al lector, quien —avisa— revive el horror del pasado. En “EL PORQUE [sic] DE ESTAS MEMORIAS” Mercadal Bagur denuncia tanto la represión ejercida por el régimen franquista en Menorca, como la acogida “execrable y deshumanizada de funcionarios y policías de una nación civilizada” (Mercadal Bagur, 1983: 9-10) de los exiliados republicanos españoles. Reconoce que el horror del recuerdo es tan “inverosímil” (ibid.: 10) que se le “antoja una quimera novelesca” que desearía pudiese ser borrada de su mente. Sin embargo, considera que esto no es ni posible, “ni justo, porque alguien tiene que contar”. Cree que los que han sobrevivido lo han hecho para
(Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 157); “La relación incompleta de los españoles que estuvieron internados en Hadjerat M’Guil” (ibid.: 159).
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“ofrecer testimonio de aquel drama lastimoso y funesto” (Mercadal Bagur, 1983: 10). Así, retoma la acepción del ‘deber de memoria’ que propusiera Internamiento y resistencia y afirma, de manera mucho más explícita, que su obra es la respuesta a una responsabilidad contraída con los muertos para honrar su memoria en el sentido promovido por los supervivientes de los campos nazis con Primo Levi a la cabeza43. Además, Mercadal Bagur responde al discurso heredado del franquismo por la España de la Transición sobre el exiliado y explicita que el relato que seguirá, no ha sido escrito a impulsos de ningún resquemor. Han pasado más de cuatro décadas, tiempo suficiente para que se aquietaran los rencores y se serenaran los espíritus hechos y conductas a través de una reposada y larga reflexión y no bajo los efectos de recientes agravios.
El autor reacciona a la abyección del exiliado de la política institucional y de la ‘memoria cultural española’ gestionada durante la Transición a causa de su supuesto “revanchismo”. Aunque acepta haber sentido rencor, arguye que el tiempo le ha permitido sacar conclusiones sobre el pasado desde la serenidad. Argumenta, además, que ya han desaparecido los mayores blancos de su rencor y apunta, con cierta ironía, que muchos de los que quedan y que “antaño fueron enemigos de la democracia se han convertido ahora, por evolución o por conveniencia —más bien por lo último que por lo primero— en entusiastas defensores de ella” (ibid.: 11). Por último, reconoce la importancia de la política de reconciliación de la Transición, por mucho que sea a “regañadientes” para “que el país sobreviva y encauce su futuro sin traumas”. Así, aunque no se muestre convencido, sí que acepta las concesiones políticas llevadas a cabo por el socialismo español en el que el autor
43 No es imposible, aunque poco probable, que el autor, con cierto nivel cultural y bilingüe de español y catalán, hubiera leído la obra de Primo Levi en versión original o traducida al francés a partir de 1961, cuando, según la base de datos Worldcat, se publicó por primera vez en Francia. La traducción al español no salió al mercado hasta 1987 (cf. Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 223).
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inscribe su identidad en el momento de la escritura. Mercadal Bagur se excusa, además, por la demora en cumplir con su ‘deber de memoria’ por “imperativos ajenos a mi voluntad” (Mercadal Bagur, 1983: 11). También pide perdón por la inclusión de anécdotas de carácter personal, si bien las considera necesarias para contrarrestar el drama. Por último, enfatiza el valor pedagógico de su ‘deber de memoria’ y expone que es indispensable “que las nuevas generaciones conozcan y mediten sobre el estrago moral y material que para España y los españoles significó nuestra guerra” para que la “Historia” no se repita. El aparato peritextual interior de Por tierras de moros de Muñoz Congost está conformado por una “Previa” (Por tierras de moros, 1989: 5), un “Prefacio” (ibid.: 7), “Otro prefacio” (ibid.: 9) y el primer apartado de “Marginales” (ibid.: 11). La “[p]revia” se titula “[p]or los caminos de la libertad trabada” (ibid.: 5) y, aunque esté formateada a modo de dedicatoria alineada a la derecha, se trata de una especie de guía del modo de lectura de la obra y una declaración de intenciones. El autor afirma que su obra debe entenderse como una colección de impresiones más que como una historia y que pretende ser “estampa y recordatorio de [...] nuestro exilio colectivo [...] a través de las incidencias colectivamente y aún de las reacciones individuales [para] mostrar las disemblanzas [sic] de una pretendida integración”. El Diccionario de la Real Academia Española no recoge el sustantivo ‘disemblanzas’. Puede que se trate de un galicismo del francés, dissemblance, que el Larousse define como “heterogeneidad” o “disparidad”. Por ello, podría interpretarse que el autor pretende hacer hincapié en la heterogeneidad de exilios dentro del exilio republicano español. De este modo, desmarca, indirectamente, el exilio sindicalista español en Argelia de toda homogeneización, sobre todo por la tendencia anarquista a considerar que sus “enemigos políticos” (Delhom, “Inventario provisorio de las memorias anarquistas”, 2009) falsean su historia. La adscripción del autor a la causa libertaria queda clara en la cuidada y nostálgica descripción de su despedida de la Asociación Cultural Armonía, “escenario donde hemos vivido durante casi diez años, intensa vida de fraternidad colectiva” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 7) y “ateneo de fraternidad libertaria”. Este prefacio, con fecha de julio de 1962 en Casablanca, fue escrito por el autor el día
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anterior a su salida hacia Francia, un viaje que “cierra esta página del exilio español por tierras africanas” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 8). La inminencia de la partida aviva el recuerdo de esta etapa que está a punto de cerrarse, hasta el punto de que le “pasan por la imaginación como kaleidoscopio [sic] con velocidad vertiginosa, las fases de ese éxodo africano, como una invitación a que las plasme en papel, a que las imprima para recuerdo de todos”. El narrador se compromete a hacerlo y a reflejar “la verdad desnuda sobre las andanzas de una fracción del exilio español” (destacado de la autora). Si en 1962 consideraba que su escritura conseguiría reflejar miméticamente la “verdad desnuda” sobre el exilio anarcosindicalista en Argelia, el “OTRO PREFACIO” (ibid.: 9-10), escrito en Limoges en julio de 1980, muestra una clara evolución en la concepción de la función de la escritura. El autor se muestra escéptico sobre su capacidad de reflejar la realidad a través de la escritura: [n]o sé si mañana cuando termine de trasladar al papel recuerdos y reflexiones sobre ese fresco de la forzada emigración de 1939, con el paso del tiempo, las imágenes africanas conservarán el calor y el frío de los momentos vividos, o difuminados por los años, tomarán los tonos de algo que fué [sic] y no será más, cuadro vivo de existencias (ibid.: 9).
El autor abandona en 1980 su afán de reflejar la verdad y retorna el campo semántico del impresionismo de su “Previa” para reflexionar metaliterariamente sobre la mutabilidad del recuerdo y de la interpretación del pasado desde el presente de la escritura44. Esta idea se desarrolla en la primera sección de “Marginales I”, que, aunque se sitúa
44 Se define ‘metaliterario’ siguiendo la diferenciación propuesta por Sánchez Torre entre el nivel ‘metaliterario’, el ‘metatextual’ y el ‘metalingüístico’, en función de los objetos a los que estos se refieren. En esta lógica, se entiende que la ‘metaliteratura’ es “el conjunto de los enunciados que el texto literario despliega para la tematización sobre la literatura” (1993: 32). El ‘metatexto’ es el texto dentro de otro texto, se haga o no un comentario ‘metaliterario’ explícito sobre su relación en la obra. Lo ‘metalingüístico’ se refiere a los comentarios realizados sobre la lengua en la obra.
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estructuralmente dentro de la diégesis, tanto su contenido, como la función de este son las de un prólogo en el que el autor declara sus intenciones. Al igual que el resto de las escrituras del yo publicadas desde finales de la década de los setenta hasta la de los ochenta y analizadas con anterioridad, el autor justifica por qué ha tardado tanto tiempo en retomar la promesa que pronunciara en 1962. Afirma que trató de escribir o reescribir sus viejos “apuntes del ‘éxodo’” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 11). Sin embargo, comenta que lo que escribía le parecía “huérfano de la palpitación del hecho narrado. [...] Rechazaba aquellas imágenes nacidas de impulsos diferentes”. Este comentario revela cómo la lectura de sus escritos en diferentes etapas del exilio le lleva a reflexionar sobre la naturaleza de la memoria. Asimismo, critica a los “artífices del zurcido político” de la Transición, que, “buscando fórmulas de la vieja democracia industrial”, instauraron un cambio de “acto y no otra obra, como hubiera sido necesario”. Es decir, denuncia la continuidad de la Transición con el franquismo y comenta la “aparición en ristre [...] de publicaciones sociales españolas” (ibid.: 12). El autor afirma haber sido criticado por no haber participado en “esa floración de libros” y se justifica aludiendo al tiempo que consumía en su compromiso con la lucha militante y en el trabajo. Ahora, en 1989, considera que es el momento: [p]orque la lección de los acontecimientos que vengo viviendo, martillea de manera lancinante las sienes y la fuerza de grabación de la propaganda del fraudulento franquismo, presentando a los exiliados como la hez de una generación, siguen repitiendo al parecer la cantinela de una leyenda que quiere mantener el ostracismo.
Muñoz Congost se siente indignado por la herencia de la propaganda franquista sobre el exiliado y su uso político para mantener su abyección en los límites democráticos. Tras un repaso a las características que el franquismo les adjudicaba a los exiliados —desde su representación como demonios con “rabo y todo”, hasta la de seres “sedientos de violencias y venganzas”—, advierte que “no nos hemos podido despojar todavía de las vestiduras, en ellas queda la marca descolorida, de aquellas etiquetas, queriendo recordar a todos: “estos fueron aquellos”
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(Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 13). Por ello, arguye que es necesario “escribir la historia de este exilio [...] especialmente del exilio libertario español [...] que no dejó nunca de creer [en esa España]”. No obstante, considera que no es él el que podrá hacerlo por estar “limitado en alcances”. Dice que se da por satisfecho con responder al discurso transicional hegemónico sobre el exiliado, explicando “cómo vivimos, cómo sufrimos, cómo trabajamos, aquellos que el avatar del exilio nos llevó a África del Norte [...] último estertor de una revolución en España”. El aparato peritextual del libro lo completan un anexo con documentos gráficos comentados por el autor, compuesto por una serie de fotos que avalan la veracidad de la exposición de los tormentos que vivieron los exiliados en los campos de concentración. Entre otros ejemplos aparece la del autor con otros compañeros en Hadjerat M’Guil, una foto del método de castigo tombeau y varios dibujos de las torturas aplicadas allí. Además, se incluyen una serie de fotos que cumplen con la función de ratificar la labor cultural del autor como pieza clave de su identidad anarcosindicalista: una reproducción de una cubierta del periódico anarquista Solidaridad Obrera, fotos de la inauguración de la placa a Miguel de Cervantes en la cueva en la que el autor del Quijote estuvo cautivo y del centro cultural Armonía45, entre otras. Así pues, la evolución del aparato peritextual en las obras de corte autobiográfico del exilio republicano en Argelia durante este periodo muestra un descenso en el uso de los códigos tradicionalmente asignados al discurso historiográfico para avalar la autoridad de los autores y reclamar un ‘deber de memoria’ desde un frente común republicano, ajeno a las diferencias entre las diferentes identidades políticas. No obstante, la recurrencia de Muñoz Congost —el más distanciado de los códigos tradicionales de la historiografía— a esos documentos gráficos que ilustran el horror de los campos o relacionan la identidad del autor con el anarcosindicalismo evidencia la tendencia de los autores a seguir utilizando códigos tipificados del discurso histórico en esta etapa de
45 Este tema se retoma con más profundidad en el siguiente apartado (cf. 489-491) y en el capítulo 7 (cf. 553).
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consolidación de la ‘era del testigo’ para reaccionar con autoridad a su abyección por parte del nuevo imaginario español en democracia.
6.3. Los testimonios en el boom de la escritura del yo sobre el exilio republicano español en Argelia En los capítulos anteriores se ha analizado el contexto sociohistórico en el que se enmarcan las obras y la evolución de sus elementos peritextuales. A continuación, se examina cómo los testimonios entraman el recuerdo del exilio argelino poniendo en escena la gestión de sus identidades políticas en el momento de la experiencia como reacción a la abyección política a la que se ven sometidos por el discurso de la Transición. Esto se realiza en tres partes que corresponden a tres etapas de la experiencia del exilio: desde la llegada a Argelia hasta la aplicación del decreto-ley en abril de 1939 que obligaba a los españoles a integrarse en las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE) (6.3.1.); desde entonces hasta la firma del armisticio franco-alemán y la promulgación del decreto-ley de 27 de septiembre de 1940 por el que se creaban los Groupements de Travailleurs Étrangers (GTE) en los que se incrementó el régimen represivo (6.3.2.); y de entonces al final de la Segunda Guerra Mundial o a finales de la década de los cuarenta (6.3.3.). De este modo, se sigue estructuralmente la propia temporalidad de los testimonios según la evolución progresiva de las versiones del pasado y de las construcciones identitarias que proponen los autores de diferentes tendencias políticas en su narrativización de las etapas de su exilio y de los grados de abyección experimentados en cada una de ellas. Se concibe el ‘testimonio’ como una modalidad de la ‘escritura del yo’ de vertiente comunitaria que se caracteriza por ser una narrativización subjetiva del recuerdo de un acontecimiento histórico puntual y decisivo en la vida del testigo (cf. Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 37; Delhom, “Inventario provisorio de las memorias anarquistas”, 2009). Se trata de un medio a través del cual el testigo afirma su identidad en su pertenencia a un grupo noprivilegiado, cuya voz no tiene acceso a los circuitos de producción
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de la ‘memoria cultural46’. El acto de escritura del testimonio tiene carácter performativo y se erige como una forma de lucha política no concluida (cf. Prada Oropeza, 1990: 264). A través de esta lucha se acude retrospectivamente al recuerdo doloroso del pasado para denunciar su silenciamiento en el presente de la escritura y reclamar un proyecto de futuro (cf. Jara y Vidal, 1986: 2). Por un lado, evitar que se repita el pasado (cf. Dupláa, 1996: 37), y por otro, en palabras de Achugar: “desmontar una historia hegemónica, a la vez que se desea construir otra historia que llegue a ser hegemónica” (cf. 1992: 52). Esta otra historia corresponde a lo que Foucault denominara un ‘contradiscurso’ o una memoria cultural ‘encuadrada’, según Pollak y Heinrich (cf. 2006: 75), es decir, una versión normativa y monolítica del recuerdo dentro de cada grupo político47. Esta definición de testimonio sigue la recontextualización conceptual (re-framing) del concepto que llevó a cabo Dupláa en 1996 para adaptarlo al caso español de la Transición. Se considera, como esta autora, que el concepto de testimonio no puede teorizarse como consecuencia del éxito de una revolución, pero sí como consecuencia de una liberación. De este modo, se comprende el valor universal de la denuncia, lo que permite extrapolar el concepto de testimonio del ámbito latinoamericano y aplicarlo a diferentes contextos políticos en los que se ha silenciado a varios colectivos (cf. Dupláa, 1996: 25). En el caso español, la liberación comenzó en 1977 con el decreto-ley de Amnistía y culminó un año más tarde con la ratificación de la Constitución Española que posibilitó la vuelta de los exiliados al territorio
46 Esta definición coincide también con la concepción de testimonio de Beverley (2004). La única y gran diferencia es que este trabajo no adscribe su uso vago del concepto de ‘subalternidad’ para denominar a quienes se les da voz a través del testimonio. Se considera que los autores del corpus de este trabajo tienen voz (ya que han publicado sus textos), pero carecen de acceso a o son rechazados por los circuitos mediadores de las memorias culturales españolas. Asimismo, el mediador de las voces del testimonio también ha vivido la experiencia y no se encuentra en una situación de privilegio jerárquico respecto al resto de los testigos. 47 El concepto de ‘contradiscurso’ y el de ‘memoria encuadrada’ se desarrollan en “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” (cf. 123).
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español. No obstante, la adaptación democrática del silenciamiento franquista de los exiliados exigió continuar la lucha política a través de la producción cultural. Se concibe ‘la política’, de acuerdo con la teoría posfundamentalista de la democracia radical esbozada por la politóloga Mouffe, como hiperónimo que abarca dos acepciones derivadas de los significados de las diferentes raíces que conforman etimológicamente el término48. Por un lado, se sitúa ‘lo político’, de polemos, la dimensión de antagonismo constitutiva de las sociedades humanas (cf. Le politique, 1994: 146). Por el otro, está ‘la política’, de polis, el conjunto de prácticas comunitarias e instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden que organiza y armoniza la coexistencia humana. Esta política se constituye domesticando el contexto de conflictividad en el que se inscribe y que deriva a su vez de ‘lo político’ (cf. ibid.: 148). En este sentido, en este capítulo se analiza cómo los narradores articulan su identidad en torno a los dos polos dialécticos que componen etimológica y filosóficamente “la politicidad” que reclaman a través de sus escrituras del yo: el componente regulador de la armonía de ‘la política’ de la polis y el componente combativo-antagónico de ‘lo político’ del polemos. Se presta especial atención a la representación diegética y extradiegética de la expresión de aquello por lo que el discurso transicional hegemónico constituyó a los exiliados como abyectos en su versión democrática: el componente antagónico de ‘lo político’. Para ello, se examina cómo, en un primer momento, los exiliados se encargan de rearticular sus identidades políticas en torno a una
48 Mouffe no entra en detalles sobre la genealogía de la raíz polemos, una especie de espíritu de la guerra y de la batalla en la mitología griega (cf. Missiaglia, 1834: 412). Tampoco explica la herencia heiddegeriana de la que parte su filosofía, un rasgo que comparte, según Oliver Marchart, con la mayoría de los que él denomina los heideggerianos franceses de izquierda. Sin embargo, Heidegger ya establecía una diferencia entre la polis y el polemos. Este último lo comprendía, a partir de la concepción de Heráclito de polemos como la guerra —“padre” de todo y “rey” de todo—, como una tensión conflictiva inherente a la naturaleza, que sirve como base ontológica de su concepto de ‘Auseinandersetzung’ (cf. Fried, 2008: 21-22 y 100).
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normatividad grupal en el mundo diegético en función de la nueva situación en la que se encuentran a causa de su abyección física del imaginario español y del francés y de la multiplicidad de ‘otros’ con los que se relacionan (6.3.1.). A continuación, se analiza cómo los diferentes grupos políticos reaccionan a la implantación del decreto-ley por el que se regula el aprovechamiento de los extranjeros-abyectos manifestando sus respectivas identidades a través de gestos performativos y gubernamentales (6.3.2.). Por último, se observa cómo la narrativización del recrudecimiento de la represión tras el armisticio franco-alemán provoca una puntual tendencia a la convergencia de las diferentes políticas identitarias en la articulación de los relatos en su afán de realizar lo que consideran su ‘deber de memoria’ (6.3.3.). 6.3.1. La rearticulación de las identidades políticas de los exiliados ... en Exiliados españoles en el Sahara Paró el tren en Medea, a medio camino de Argel. En nada bueno podía pensarse sino en que había llegado la hora última en la que van a degollar a los carneros. Pero no; eran sólo vagas ideas de estos hombres forzados, transportados, que empezaban a notar turbulentas sensaciones propias del cansancio y de la oscuridad de aquellas mazmorras (Baldó García, Exiliados, 1977: 15).
El narrador extra-heterodiegético sitúa la acción in medias res durante el viaje en tren de los exiliados republicanos españoles en Argelia desde el navío African Trader hasta Camp Morand. El grado de focalización cero desde el que la narración —muy dubitativa entre el tiempo simultáneo y el ulterior— describe el desplazamiento permite conocer la sensación fatal de los exiliados en el mundo diegético de que el tren les dirige hacia una muerte deshumanizada como “carneros degollados”. La animalización victimizante de los personajes contrasta con la representación digna y heroica del autor de la misma experiencia en Un cuento escrito en la arena y se emplea para expresar la injusta abyección espacial y corporal del imaginario francés a la que
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se ven sometidos los españoles, encerrados en el espacio abyecto del tren. El vagón se describe metafóricamente como una mazmorra, que simboliza el epítome de la crueldad hacia el preso en la representación tópica del sistema carcelario medieval y con el que se hace hincapié en los efectos de esta abyección en la integridad personal49. Asimismo, la elección del carnero para la animalización, símbolo de docilidad, enfatiza la actitud mansa y, por lo tanto, despojada de toda expresión performativa de ‘lo político’, con la que los exiliados reaccionan al ‘otro-francés’ que los produce como abyectos en el mundo diegético50. Esta docilidad, a la que se alude indirectamente a través del recurso de la animalización, se explicita a través de la descripción de la instancia narrativa de los exiliados que, afirma, “se dejaban hacer mansamente, como insomnes, sin protestas sonantes, por una sola voluntad: la de vivir...” (Baldó García, Exiliados, 1977: 17). Sin embargo, la mansedumbre diegética contrasta con la caracterización que realiza la instancia narrativa del ‘otro-francés’. El narrador tacha de manera recurrente a los franceses de “carnereros” (ibid.: 1517, destacado en el original), estableciéndoles así como la segunda parte de la dicotomía “carnero-carnerero”. Además, enfatiza en varias ocasiones que estos estaban armados y recurre a la ironía para expresar la indignación de que fuera “la libre Francia” (ibid.: 16), “un país democrático y neutral” (ibid.: 17), la que vejara a los exiliados. De este modo, la instancia narrativa extra-heterodiegética constituye al ‘otro-francés’ como el abyecto del español a partir de una postura antagónica que, según afirmaba la instancia narrativa, no existía en el momento de la experiencia. No obstante, esta constitución identitaria política en el sentido etimológico combativo de la raíz polemos y que se podría considerar propia del momento del entramado del recuerdo de la experiencia, se entrecruza y convive en el relato en tensión con
49 El campo semántico es recurrente, ya que el narrador también describe los vagones como calabozos (cf. Baldó García, Exiliados, 1977: 16). 50 Se usa ‘performatividad’ en el sentido butleriano del término. En “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” se lleva a cabo una exposición de la teoría de la performatividad de Butler (cf. 146-147). El uso del término no difiere a lo largo del capítulo.
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la caracterización mansa y armónica de los exiliados en el mundo diegético, con la que se abría la acción y que es propia de la otra raíz que compone el significante actual ‘política’: polis. En esta línea, la llegada a Camp Morand confronta a los exiliados con una “alambrada desafiante de espino punzante y provocador” (Baldó García, Exiliados, 1977: 15). Tras ella se encuentran los barracones prefabricados que tienen que construir en la altiplanicie del campo. La personificación de la alambrada y la capacidad que se le otorga de provocar y de desafiar la docilidad de los exiliados insinúa una posible reacción de rebeldía de los exiliados ante la injusticia a la que se ven sometidos. Sin embargo, la armónica descripción de la construcción comunitaria de los barracones y de la recogida de alimentos destaca la actitud dócil, fraterna y cordial con la que los exiliados afrontan la tarea. No obstante, la pausa descriptiva se ve interrumpida por la incursión del personaje Lozano en estilo directo denunciando la humillación de tener que construir sus propias barracas. Además, la cesión de voz narrativa se utiliza como recurso analéptico para “rememorar los hechos” (ibid.: 23) desde que zarpara el African Trader del puerto de Alicante, el 19 de marzo, hasta la negativa del abate Lambert —la “primera autoridad civil y religiosa” de Orán— de permitir el desembarco de los exiliados. Lozano relaciona la negativa con la propaganda difundida sobre la identidad de sus integrantes: “un cargamento de ateos revolucionarios comunistas” (ibid.: 24). Además, avisa de que deben ser conscientes de que ya están en deuda con Francia por la comida y el alojamiento, por lo que insta a sus compañeros a continuar con la tarea de construir las barracas “con buen humor” (ibid.: 26). El narrador extra-heterodiegético se dedica de nuevo a la descripción del fraterno proceso de construcción de las barracas hasta que “alguien, como sorprendido exclama: ¡Mirad [... s] on los senegaleses!”. El narrador dirige su atención a unos guardias senegaleses que llegan al campo, enfatiza el color negro oscuro de su piel y les caracteriza como “máquinas, como seres hipnotizados para cumplir una orden” (ibid.: 27) con “alma de niño tonto cuando no habían [sic] órdenes que cumplir”. De esta manera, se constituye al ‘otro senegalés’ como abyecto respecto al cual constituir ex negativo la identidad del grupo que está erigiendo el barracón en torno al vector “racial”, por el que
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se le considera inferior y falto de agencia. Asimismo, el narrador defiende la “superioridad” del español a través de un sorprendente giro que revierte la jerarquía de la mirada del panóptico concentracionario: afirma que “los negros del Dakar [...] son espectáculo y distraen [sic] todas sus acciones al deambular cerca de las alambradas” (Baldó García, Exiliados, 1977: 27). Así, el narrador reproduce el tropo del imaginario colonialista de la apropiación del ‘otro’ a través de la mirada (cf. Spurr, 1993: 28) y refuerza la identidad española en torno a aquello de lo que carece el “senegalés”, la agencia. En contraste, la instancia narrativa retoma la descripción del afán fraternal y agente con el que los exiliados se entregan a construir Camp Morand. La narrativización de la construcción de las duchas y su posterior inauguración no se semantiza en relación con su función en los campos de concentración nazi, sino desde un prisma positivo, como un elemento al que los exiliados esperan ansiosos. De hecho, la pesadez de la larga espera a su turno para poder hacer uso de ellas se alivia diegéticamente avivando el recuerdo sobre su primer rito higiénico en Argelia. El narrador cuenta que Benítez “recuerda a los amigos lo que pasó en el [muelle] Ravin Blanc del puerto de Orán” (Baldó García, Exiliados, 1977: 32) y que Garrido “entorna los ojos para visionar aquel recuerdo” (destacado de la autora). Este “visionado” de Garrido se restituye en estilo directo y en primera persona del plural, lo que refuerza la articulación de la memoria de lo acaecido en el exilio en torno a una identidad colectiva51. Además, se utiliza otra vez como recurso analéptico externo para interpretar el significado de la ducha de desinfección que se les obligó a tomar tras la cuarentena aplicada a los barcos en los que llegaron a Argelia52:
51 Este diálogo aparece marcado con comillas en vez de con guion. Sin embargo, no puede tratarse de la marca tipográfica de un discurso no pronunciado o de un monólogo interior, puesto que Lozano responde a Garrido en estilo directo marcado con guion. 52 Jiménez Margalejo describe esta escena sin hacer especial énfasis en la “enfermera maciza, semejando a un sargento” (Memorias de un refugiado, 2008: 85). Sin embargo, afirma que esta les “aplicaba un ungüento en las partes pilosas del sexo y de los sobacos y nos inundaba la cabeza con un líquido que olía a desinfectante”.
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[n]os recibió una mujerona joven, de cabellos cortos y rubios. Su aspecto, hombruno, de sonido fuerte en la voz chillona; sus brazos musculosos, desnudos, se agitaban [...] al dar órdenes a los que iban entrando [...] señalando con sus manos, el vello abundante de sus axilas, así como el lugar de su sexo para que enjabonáramos los genitales (Baldó García, Exiliados, 1977: 32-33).
La descripción se centra mayoritariamente en la escenificación genérica no-normativa de la mujer responsable de la inspección en las duchas, a la que el narrador principal extra y, hasta ahora, heterodiegético tacha de “espécimen de Eva” (ibid.: 33). Según afirma, esta Eva es el extremo opuesto de la “mujer española de facciones dulces y cariñosas que llevábamos en el recuerdo” (destacado de la autora). La instancia narrativa, repentinamente homodiegética, afirma, pues, que existe una ‘otra-mujer-francesa’, asociada al concepto de ‘Eva’, el epítome de la mala mujer en el discurso cristiano, y su contrario, la mujer española angelical que correspondería al concepto de ‘María’. Esta aseveración explícitamente dicotómica sirve para reforzar la identidad grupal de los españoles en contraposición al ‘otro-francés’, que se constituye narrativamente como abyecto a través del vector genérico. La metalepsis narrativa —aunque seguramente inintencionada— por la que la instancia narrativa heterodiegética se convierte en homodiegética con la inclusión del narrador en la acción —como marca la flexión verbal de la primera persona del plural de “llevábamos”— revela que el personaje que se esconde detrás de la instancia narrativa principal es Garrido. Asimismo, si se tiene en cuenta el componente autobiográfico de la obra, como hacía el prefacio de manera velada, y que la caracterización de Garrido es paralela a la de Bernardo en Un cuento escrito en la arena, no resulta aventurado considerar a Garrido el álter ego ficcionalizado del autor. De este modo, las valoraciones morales y las descripciones altamente idealizadas de gestos performativos claves de los exiliados en el mundo diegético, como la actuación
Además, en las obras no se hace ningún tipo de alusión al uso de las duchas durante el Holocausto.
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fraternal de los hombres de la barraca “B-2” (Baldó García, Exiliados, 1977: 31) y de su obligatorio aseo matutino, así como su énfasis positivo en la semidesnudez de los exiliados y sus rituales baños de sol para restablecerse física y moralmente revelan el posicionamiento identitario libertario de tipo naturista en el que Garrido-Baldó García articula su identidad en el momento de la escritura53. La llegada de las cartas y de los primeros periódicos rompe con la pasividad de los exiliados, hace resurgir las actividades políticas y, por tanto, la necesidad del narrador principal y de algunos personajes de posicionarse políticamente respecto a los acontecimientos del exterior y a su impacto en la rutina en el campo. El relato deja de organizarse en relación con el recuerdo y con analepsis externas y pasa a articularse en torno a cuatro noticias que rompen con las pausas narrativas en las que el narrador examina el desmejoramiento anímico de los exiliados por el trauma de la Guerra Civil y del internamiento: el tratado de no agresión entre Alemania y la URSS, la noticia del posible restablecimiento de la monarquía en España, la ratificación del decreto-ley por el que se forman las CTE y la aparición de una nota en la que los metalúrgicos se ofrecen a Francia para trabajar. Lorenzo es el encargado de comunicar la noticia del pacto de no agresión firmado entre Alemania y la URSS, que, como se comenta en la única nota de pie de página de toda la obra, supuso la “[i]nvasión de Polonia después de una gran resistencia. Rusia ayuda a los alemanes atacando por la espalda, mientras Alemania masacra Varsovia (N. del A.)” (ibid.: 50). Este personaje llama en estilo directo a sus compañeros de barraca a mostrarse “prudentes” ante la noticia, puesto que,
53 El naturismo es un movimiento que surge en Alemania a finales del siglo xix como un sistema médico alternativo para conseguir el perfeccionamiento físico del hombre. Para ello, propone baños de sol, agua y aire al desnudo (cf. Cubero Izquierdo, 2015: 28-29). A comienzos del siglo xx tiene lugar una politización del movimiento, de especial calado en círculos anarquistas de tipo individualista en el Levante español en la década de los años veinte y treinta (cf. Asociación Cultural Alzina, 1986: 81). Estos grupos consideraban que la práctica del naturismo era fundamental para la liberación moral y social del ser humano (cf. Cubero Izquierdo, 2015: 28-29).
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advierte, surgirán “células pro rusas” (Baldó García, Exiliados, 1977: 51) que “soportar o frenar”. A pesar de mostrarse en desacuerdo con la política soviética, que “un día representó para nosotros la esperanza”, insta a “forzar la unión en este exilio arbitrario en que hemos caído” para salvar la moral. De este modo, se da a entender la afiliación comunista de Lorenzo, que se confirma un párrafo más adelante, cuando el narrador extra-heterodiegético describe cómo Benítez viene a avisar a Lozano para contarle que ha recibido la consigna de despertar “las células” (ibid.: 50). Así, el cumplimiento de una consigna con la que no estaba de acuerdo muestra su obediencia férrea al partido: en este caso, el PCE. El narrador extra-heterodiegético critica con severidad la actuación de estos grupos comunistas, que “orgullosos de celebrar el incesto moral” gritaban “¡Viva Rusia y Alemania!”. Denuncia además la falta de agencia y de conciencia de los “voceros como de marionetas atadas al hilo doctrinal” que, “con adoración fanática [...] violaban a gritos la causa por la que lucharon” (ibid.: 52). Opina, en términos altamente racializantes, que “[e]l español debía continuar siendo una raza con nobleza de sentido y ardor en la sangre”. La instancia narrativa pregunta retóricamente si debía tolerarse tal “deletérea confusión” y cede la voz en estilo directo a Bañuls, quien, con “ideal sindicalista” interviene con acierto —según el narrador— para acallar a los comunistas. Así, la expresión performativa de la identidad comunista, tachada de confusa y deletérea, es decir, según el Diccionario de la RAE, “mortífer[a], venenos[a]” (“Deletéreo”, 2014), lleva al narrador a defender la manifestación de antagonismo de ‘lo político’ hacia el ‘otro-comunista’ en el mundo diegético. Esto contrasta con claridad con la defensa que había hecho con anterioridad de la contención en su expresión hacia el ‘otro-francés’. Asimismo, la expresión textual del antagonismo hacia a este ‘otro-político’ —a excepción de hacia sus compañeros de barraca, a pesar de que tengan ideas “unas bellas y otras más o menos equivocadas, pero sinceras” (Baldó García, Exiliados, 1977: 59)— constituye discursivamente al ‘otro-comunista’ como abyecto de su identidad. Benítez anuncia la segunda noticia en estilo directo y sin la prudencia que caracterizaba el anuncio de Lozano: “¡Viva el rey! Va a restablecerse la monarquía en España y, con ella, la amnistía o indulto que nos
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favorece, que nos toca” (Baldó García, Exiliados, 1977: 65). El narrador extra-heterodiegético cuenta que la noticia es acogida con escepticismo por el grupo del barracón y que produce respuestas encontradas: “para muchos era la solución; para otros, postura humillante, claudicación de los ideales”. Cuando la prensa se hace eco de la noticia, desde París y México se ordena crear delegados sindicales de la CNT y de la UGT en el campo, ya que se dice que el nuevo gobierno monárquico quiere incluir a una representación de las centrales sindicales. Ante esta posibilidad, el narrador extra-heterodiegético afirma que la CNT hace una encuesta a los afiliados del campo para decidir si quieren colaborar con la monarquía. Reconoce que a pesar de “la necesidad de dejar escapar con fuerza el grito de ¡no! [...] el pleno [...] aprobó el sí de la vuelta de la CNT al politicismo colaborando con la democracia” (ibid.: 67). A diferencia de la crítica voraz e indignada que profiriera el narrador a la incongruencia comunista de vitorear la causa de la URSS, la instancia narrativa justifica esta cesión política de la CNT por el contexto dramático en el que se realiza la encuesta. Defiende que en esos momentos la libertad “era un precioso don” que se situaba por encima de los ideales. De esta manera, la parcialidad del narrador en la valoración de las cesiones identitarias de los grupos políticos manifiesta la constitución de su identidad y de su memoria en torno a una sensibilidad anarcosindicalista. A continuación, al igual que ocurriera con la instauración del ‘otro-senegalés’ como abyecto inmediatamente después de la aceptación colectiva de contención de ‘lo político’ ante el ‘otro-francés’, el relato compensa la justificación de esta cesión identitaria denunciando, por un lado, la hipocresía de “los que decían gobernar en el exilio”. Reprocha así a los gobernantes por abandonar a su gente en cuanto se comprende que la alternativa monárquica no puede prosperar. Por el otro, critica el trato del “enemigo”, el ‘otrofrancés’, a los exiliados. Por último, anuncia la aparición en el campo de unos “grandes carteles” (ibid.: 68) que notifican la obligación a los españoles de enrolarse en los “campos de trabajo esclavo [...] con la formación del octavo regimiento de trabajadores extranjeros”. El narrador extra-heterodiegético afirma que los exiliados reciben la noticia en un primer momento con frustración y abatimiento callado: “diríase que lo habían perdido todo como raza, y, sin estímulos,
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permanecían aplastados en los petates en sumisión de vencidos” (Baldó García, Exiliados, 1977: 72, destacado de la autora). Sin embargo, el miedo del narrador sobre la posible “degeneración de la raza” se muestra infundado, ya que pronto surge la indignación por la amenaza que supone este cartel violento para los internos: “[a]hora sentían el calor de la rebelión en sus pechos hasta hoy tiernos y loables”. No obstante, la manifestación del antagonismo político colectivo (‘lo político’) ante el francés, que pretende incrementar los efectos de su abyección material, lo controla con gran rapidez. En los términos del narrador: “[p]alabras orientadoras sonaron entre el vocerío del malestar para que se llegase a la serenidad con clara visión de la situación que cada día afirmaba la amenaza de una segunda guerra mundial” (ibid.: 73). Además, se cede la voz en estilo directo a Garrido, quien confirma la línea marcada por el narrador extra-heterodiegético y llama a aceptar el enrolamiento porque lo considera un mal menor. Argumenta que “tenemos las de perder” (ibid.: 74) y que, si no lo aceptan voluntarios, el decreto podría forzarles a hacerlo de manera violenta. Es decir, el autor/narrador vuelve a llamar al control del antagonismo de ‘lo político’ para no empeorar su situación en el campo de concentración. Esta cesión identitaria frente al ‘otro-francés’ se compensa una vez más con la aparición del ‘otro-senegalés’ y del ‘otro-moro’ en la superficie textual. Con el relevo de las tropas senegalesas —que “imponían respeto por la gracia de ser altos y desgracia por bajos de cerebro” (ibid.: 75)— por soldados franceses de la reserva —“padres de familia desentrenados” (ibid.: 77)—, comienzan a concederse permisos para ir de excursión a Boghari los domingos. Afirma que los exiliados pronto quedan confundidos con el resto de los habitantes del pueblo. Sin embargo, al especificar que después se deciden a subir hacia la “Cashba mora”, el narrador pone de manifiesto que cuando hablaba de los habitantes de Boghari solo se refería a su población europea. El barrio “moro” se describe de manera altamente exotizante y racializante. El narrador arguye que el poblado de “razas de distinto color [...] incita a la aventura” y que encarna “los valores de raza en sus oficios y en el arte inconfundible” (ibid.: 79). La instancia narrativa expresa también cómo estos “les miran y respetan porque están enterados de quiénes son y por qué se encuentran allí. Les llegó la noticia de que eran
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portadores de oro, de un fantástico botín de saqueos” (Baldó García, Exiliados, 1977: 78). Se alega que la adulación que les muestran los “moros” se debe a su interés por el dinero y por su avaricia, lo que sitúa jerárquicamente al ‘otro-moro’ por encima del ‘otro-senegalés’, al que se le atribuía poca inteligencia. Aun así, el narrador “abyecta” al ‘otromoro’ de la categoría de ‘habitante’ de Boghari por no ser europeo. El narrador continúa el relato delineando el ambiente de las conversaciones que tienen lugar en la fuente, donde se habla “del pasado y del recuerdo” (ibid.: 83). Se refiere a la Guerra Civil, que, según explica, los exiliados consideraban “ahora”, retrospectivamente, en Camp Morand como: un enredo de intereses internacionales [...] que puso de rodillas a todos los españoles, fiados por promesas que llevaron a España a servir como campo experimental de armamento en la espera de la hora X de las potencias que intentaron esclavizar a la humanidad.
De esta manera, el narrador excusa y exime a los propios exiliados de toda responsabilidad respecto a la Guerra Civil y adjudica la culpa a las potencias internacionales por utilizar a España para experimentar a su costa. Además, explica el desmejoramiento de la moral de los exiliados, “que han perdido el normal ritmo de vivir en la espera” (ibid.: 88). Así contextualiza las condiciones anímicas con las que Garrido, Lozano y Benítez afrontan la última noticia con la que negocian su identidad colectiva. Se trata de la aparición de una nota firmada por el barracón B-2 que llama a “todos los mecánicos especialistas” (ibid.: 89) a presentarse voluntarios al prefecto de Alger “para reforzar la producción en la industria de guerra francesa” (ibid.: 90). Son los componentes de otro barracón los que han informado a Lorenzo de su existencia y, a pesar de tratarse de una nota falsificada, los tres se plantean si pueden reconocer su autoría. Aunque consideran incoherente trabajar para sus propios carceleros, Garrido llega a la siguiente conclusión: “[s]oy contrario a colaborar con el enemigo francés, mas no acepto el ser sacrificado por la indolencia” (ibid.: 91). Por ello, propone suscribir el documento y fomentar su cumplimiento para salir de “la epidemia de lasitud para salvaguardarse” en el sistema
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concentracionario. A continuación, el narrador extra-heterodiegético justifica una vez más esta cesión identitaria que supone un grado mayor de represión del componente político-antagónico de su identidad ante el ‘otro francés’ que le produce como abyecto. No obstante, la instancia narrativa tacha esta cesión identitaria de fundamental— “aunque inmoral”—(Baldó García, Exiliados, 1977: 92) para conservar la mínima integridad personal en Camp Morand. El uso de los guiones para valorar la decisión crea un inciso en el relato que produce un distanciamiento claro entre esta primera temporalidad diegética —que abarca desde su llegada a Argelia hasta la instauración de las CTE en abril de 1939— y la temporalidad extradiegética desde la que se entrama el recuerdo de la misma en 1977. Este distanciamiento pone de manifiesto, a su vez, las diferentes valoraciones de una misma actitud y de la rearticulación identitaria que subyace a la misma en función del contexto en el que se inscriben. ... en Internamiento y resistencia Hace más de 40 años ya que terminó la guerra, la más cruenta que ha sufrido España [...] la primera fase de la Segunda Guerra Mundial, de la grandiosa confrontación entre las fuerzas del socialismo, de la democracia y de la libertad y las fuerzas retrógradas y genocidas del nazi-fascismo (Santiago, Lloris, Barrera, 1981: 15).
En el primer capítulo de Internamiento y resistencia, el narrador extraheterodiegético contextualiza la acción del relato exponiendo en tiempo sumario y ulterior la naturaleza internacional y el carácter heroico de la Guerra Civil. Además, establece el golpe de Casado, en clave comunista, como la causa fundamental de la derrota republicana. En esta línea, tacha de “vacilantes” y “derrotistas” (ibid.: 16), tanto a los artífices de la sublevación contra Negrín y a los republicanos que fomentaron la detención de los “antifascistas” fieles al Gobierno de la República en Cartagena, como a la “defección” de la flota republicana. Acusa a los gobiernos ingleses y franceses —‘“demócratas’ imperialistas” (ibid.: 17)— de tener miedo a sus pueblos y de su responsabilidad
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en la Guerra Civil y en la Segunda Guerra Mundial. Hace también un repaso de la acogida de los exiliados españoles en Argelia. Destaca la actitud “vergonzosa” (Santiago, Lloris, Barrera, 1981: 19) del gobierno francés, que, según la instancia narrativa, contrastó sobremanera con la actitud solidaria que les mostró la población argelina y con la gran moral e inquebrantable unión de la que hicieron gala la gran mayoría de los exiliados “de todas las tendencias del antifascismo español”. Afirma que, a pesar de la voluntad de los franceses de mantener aislados a los españoles para evitar la hermandad política antifascista y anticolonialista con los argelinos, esta tuvo lugar, no por “cuestión de solidaridad internacional”, sino porque comprendían que esas luchas eran “el mismo combate”. De este modo, los autores construyen su identidad política a través de su inclusión en una clase social oprimida a nivel transnacional, un rasgo que debe entenderse, por un lado, como una prueba de que el PCE incorporó explícitamente valores anticolonialistas en su ideario en el ambiente general de reclamación de los derechos del hombre que, según Wieviorka, triunfó a partir de los años setenta (cf. L’ère, 1998: 128). Esta reivindicación también corresponde a la actitud comunista española normativa en el tiempo de la experiencia54. Según un acuerdo que se firmó el 8 de diciembre de 1943 con el Partido Comunista Francés (PCF) y el Partido Comunista Argelino (PCA), los militantes comunistas españoles quedaron adscritos al PCA durante su exilio (cf. Palacio Pilacés, 2010: 263). Esta consigna política ejerció influencia en la constitución identitaria comunista del ‘otro-argelino’ como compañero de lucha tanto a nivel teórico como a nivel práctico. Su apoyo explícito a la causa nacional argelina en los años cincuenta es un claro ejemplo (cf. ibid.: 364), que, además, afectó el entramado retrospectivo del recuerdo de dicha actitud.
54 El anticolonialismo era una de las bases ideológicas del comunismo fomentado por la URSS (cf. Berramdane, 1987: 84). Carrillo-Linares prueba la unidad de los movimientos comunistas de extrema izquierda españoles y portugueses en la defensa del anticolonialismo en el contexto de las transiciones a la democracia en ambos países en la década de los setenta (cf. 2010: 172). Véase también al respecto Sánchez Cervelló (cf. 1995: 334).
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La tendencia al tiempo narrativo sumario y lineal que caracterizaba el primer capítulo contextualizador se generaliza en esta primera temporalidad, aunque en menor grado. En contraste con la atención y el espacio textual que todos los autores del corpus habían dedicado hasta ahora a articular el periodo de la “acogida” de los exiliados en Argelia, Internamiento y resistencia la cubre en tan solo doce páginas en una narración altamente dubitativa entre el tiempo ulterior y el simultáneo. La instancia narrativa extra-heterodiegética proporciona un inventario de los medios de transporte que permitieron la evacuación de los republicanos a Argelia desde finales de febrero de 1939 y de los primeros centros temporales de concentración —los denominados centres d’hébergement— en los que los alojaron. Se especifican los nombres de los barcos y de los centros, el número de refugiados, la fecha y el punto de llegada en Argelia. La información se avala a través de una cita del periódico Oran Republican (cf. Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 21); un telegrama del “socialista de Orán, Marius Dubois [...] al Ministro del Interior M. Sarrault” (ibid.: 23); una fotografía del Stanbrook en el muelle Ravin Blanc intercalada en el texto (cf. ibid.: 22) y otra, un tanto descontextualizada, de una panorámica del Camp Morand en Boghari (cf. ibid.: 24). Ambas instantáneas están meramente subordinadas al texto, con el fin de incrementar la apariencia de referencialidad (cf. Blazejewski, 2002: 107). El modo sumarísimo tan solo se abandona para comentar brevemente las condiciones deplorables de habitabilidad del Stanbrook, que la instancia narrativa considera “la gran tragedia del puerto de Orán” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 24). Del mes de abril —en el que los exiliados estuvieron alojados temporalmente en los centres d’hébergement— se comenta que el mundo estaba en plena crisis por la ocupación de Albania por parte de Mussolini (cf. ibid.: 27). Además, se hace un inventario de las personalidades y de los comités antifascistas que “defendían sin descanso la causa de los refugiados españoles”. Según la instancia narrativa, estos fueron los responsables de que “los colonialistas pro-fascistas” aceptaran la entrada de los exiliados españoles en el norte de África. De nuevo, se explicitan los nombres, los cargos políticos, la afiliación política —de mayoría comunista— y las toneladas de víveres cedidas a los exiliados.
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El modo descriptivo predominante en los primeros capítulos se sustituye por un modo más explicativo, que pretende dilucidar la lógica subyacente al reparto de los exiliados en dos tipos de centros: los de los ‘intelectuales’ y el Camp Morand, paradigma de los campos para ‘no-intelectuales’. Al primer tipo de campo se le dedica un capítulo en el que, además de continuar con el registro nominal, se explica cómo el Comité d’Accueil aux Intellectuels Espagnols se propuso sacar a los intelectuales de los campos. En esta categoría se incluyó a “médicos, ingenieros, jefes militares y diputados provinciales, alcaldes y concejales” (Santiago, Lloris, Barrera, 1981: 29). Sin embargo, en el capítulo no se aporta prácticamente información sobre estos campos. Se describen más bien las iniciativas que tuvieron lugar allí para mantener la moral de los internados y para contrarrestar las campañas difamatorias de la prensa, que presentaban a los exiliados como “bandidos, como a los peores indeseables” (ibid.: 30). Por último, vuelve a hacer hincapié en la “valerosa e intensa” campaña que pusieron en marcha los diputados comunistas Benoist y Barel para ayudar a los exiliados. La selección de nombres y la especificación de la afiliación política no deben pasar desapercibidos, puesto que ponen de manifiesto el filtro político elegido para el entramado retrospectivo de la memoria del exilio en Argelia y, por lo tanto, para la articulación identitaria colectiva que se proponen los autores en torno a la lucha comunista internacional. Las notas a pie de página se reservan para explicitar el nombre de algún compañero menos prominente que ha vivido la experiencia o se utiliza para añadir información de carácter anecdótico e ilustrar con ejemplos lo que se ha estipulado en el texto principal, que se constituye como el relato “histórico” de los acontecimientos. Esta jerarquía en la estructuración de la información y en los nombres de los militantes dignos de aparecer en el relato histórico y de los que quedan recluidos a pie de página tiene un carácter un tanto elitista y poco coherente con la conciencia de clase comunista. No obstante, este elitismo puede explicarse con facilidad por motivos contextuales y pragmáticos. Por un lado, los autores-narradores se socializaron políticamente en el ambiente de la férrea disciplina y obediencia al Komintern que impuso el PCE con la bolchevización del partido sobre todo a partir de la década de los años treinta del siglo pasado (cf. Ruiz Galbete, 2009). Por el
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otro, los autores recurren a la autoridad que proporcionan los grandes nombres políticos para legitimar su obra. Sin embargo, la tendencia al inventariado de nombres y de fechas remite en el capítulo sobre Camp Morand. La concatenación de nombres propios desaparece y se sustituye por gran cantidad de oraciones pasivas o pasivas reflejas, a través de las que se contrarresta la falta de datos estadísticos o numéricos con la “desagentivación” (Cabré i Castellví y Estopà Bagot, 2010) y la apariencia de objetividad que producen este tipo de construcciones verbales. El relato se centra en explicar que los exiliados organizaron actividades deportivas y culturales para hacer frente a la desmoralización. Las grandes excepciones son el párrafo sobre las personalidades políticas francesas y argelinas que visitaron los campos, con el que se enfatiza el papel de la solidaridad comunista internacional, y el que nombra a los barcos rusos que recogieron a algunos “republicanos españoles para trasladarles a la URSS” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 33). A pesar de que todos esos republicanos eran comunistas, la instancia narrativa no explicita la tendencia política de los que pudieron salir de los campos de Argelia. Esta decisión, que contrasta con la tendencia al énfasis en el compromiso comunista a nivel internacional para con los exiliados en los capítulos anteriores, ayuda a fortalecer la retórica de la unión de los exiliados de todas las orientaciones políticas en los campos. Este recurso es típico del discurso comunista articulado a través de la Unión Nacional Española (UNE) a partir de la década de los cuarenta, que llamaba a luchar en conjunto contra la dictadura franquista y el nazismo55. Se reconoce que las “secuelas de la división de las filas republicanas [...] pesaban en el ambiente” (ibid.: 32) mucho más que en los campos metropolitanos. La razón que se aduce es que los que estaban internados en Francia habían abandonado España antes de la “Junta de Casado”. No obstante, se argumenta
55 Sin embargo, esta iniciativa no fue prácticamente respaldada por el resto de grupos políticos, por lo que puede concluirse que la UNE estaba conformada mayoritariamente por comunistas (cf. S. Vilar, 1984: 97; Bernecker, Spaniens Geschichte seit dem Bürgerkrieg, 2010: 99).
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que la “responsabilidad se impuso” (Santiago, Lloris, Barrera, 1981: 32) y que el convencimiento de la importancia de la victoria del fascismo “era la base esencial de la unidad de todos”. La constitución de una identidad común a todos exiliados que propone el relato en esta primera temporalidad contrasta con la crítica furibunda de los comunistas que despliega Exiliados españoles en el Sahara por su reacción al pacto germano-soviético en Camp Morand. Asimismo, su descripción de las discusiones diegéticas en torno a este punto pone en entredicho la unidad de los exiliados defendida por Internamiento y resistencia y reforzada por su omisión de este pasaje controvertido de la historia del comunismo en su pretensión historificante. Así, en la narrativización de esta primera temporalidad —que abarca desde su llegada a Argelia hasta la instauración de las CTE en abril 1939— el énfasis en la unión siguiendo la consigna del PCE hace que la expresión del antagonismo de ‘lo político’ del relato sea unívoca y no múltiple, como la que plantea Baldó García. Esta rearticulación de la identidad política comunista que presenta el texto se consigue gracias a la constitución dicotómica del relato alrededor de dos grandes bloques identitarios antagónicos, compuestos a su vez por varias intersecciones nacionales y políticas: el fascismo, que se instaura como el epítome del abyecto, y los antifascistas, comprometidos y convencidos de la necesidad de acabar con él. ... en Yo estuve en Kenadza Serían al filo de las tres y media de la madrugada del día 9 de febrero de 1939 cuando decidí, contra los consejos de mi esposa, abandonar el sótano de la casa número 69 de la calle Pi y Margall, —ahora, ¡todavía! General Sanjurjo—, convertido en improvisado dormitorio que compartiríamos con otros vecinos (Mercadal Bagur, 1983: 13).
La acción narrativa de Yo estuve en Kenadza sitúa al lector in medias res en las angustiosas últimas horas de la instancia narrativa autodiegética en Mahón, Menorca, la noche del 8 al 9 de febrero de 1939. La narración ulterior ilustra la ruta de las calles que recorrió aquella
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noche antes de partir al exilio por recomendación de un sargento que le salió al paso a su llegada al Gobierno Militar junto con su “buen amigo y vecino Miguel Gelabert, destacado y antiguo militante socialista” (Mercadal Bagur, 1983: 16). El nombramiento explícito de las calles exactas por las que deambuló el narrador en el mundo diegético sirve, como en la cita superior, no solo para reforzar la apariencia de veracidad y de objetividad del texto, sino que se utiliza para evaluar la evolución de la nomenclatura de las mismas. Con tan solo un inciso, conformado por dos adverbios temporales —“ahora, ¡todavía!” (ibid.: 13)—, se cristaliza toda una reflexión sobre el “desplazamiento semántico” (Azaryahu, 1996: 321) y simbólico que tiene lugar cuando al nombrar una calle se señalan unas coordenadas identitarias y de la memoria comunes a los individuos que habitan en una misma ciudad (cf. Sánchez Costa, 2009: 282). De esta manera, se reclama, antes de que el concepto de ‘lugar de memoria’ de Nora se estableciera en el mundo académico, la importancia que tiene la nomenclatura de un espacio en su constitución como tal56. Siguiendo las recomendaciones del sargento, el narrador afirma que volvió al piso para recoger a su esposa y a su bebé y que se dirigió al velero Carmen Picó, en el que pudieron embarcar gracias a que este partió con retraso. Una foto de este velero, al igual que la de una panorámica de Argel se intercalan en la narración de manera completamente subordinada al texto y, como también ocurría en Internamiento y resistencia, con la única función de avalar la información y aumentar su apariencia de veracidad (cf. Blazejewski, 2002: 107). Este uso de las fotografías se generaliza a lo largo del texto: cada una o dos páginas aparece una fotografía de alguna ciudad o alguna personalidad que ha nombrado en el texto57. Cuando llegaron a Argel, el gobierno francés no permitió el desembarco de los exiliados, que fueron derivados a la metrópoli, a la que se le tacha con ironía —como marca el uso de las comillas— de “‘muy democrática’” (Mercadal Bagur, 1983: 25). Esa
56 El primer volumen de Les lieux de mémoire de Pierre Nora se publicó en 1984. 57 Solo se comentan en este capítulo aquellas que ayuden al desarrollo del argumento o cuya función difiera de la mera autorización del material textual.
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misma noche fueron trasladados en el Djezair a Port-Vendres, donde separaron a Mercadal Bagur de su mujer e hijo para desplazarlo al campo de Argelès. El narrador considera este campo tan “siniestro” (Mercadal Bagur, 1983: 29) que apela explícitamente al lector a que le acompañe en el recuerdo del mismo: [i]magínese una playa grandísima en la cual se hallaban a la intemperie unos cien mil españoles [...] sobre la húmeda arena en pleno febrero y en noche cerrada. [...] Unas alambradas vigiladas por soldados coloniales spahis, senegaleses la mayoría, circuncidaban aquel recinto. En realidad, no puedo recordar, ni falta que hace, ninguna característica más de aquel lugar en el que solo permanecí unas horas, según explicaré seguidamente (destacado en el original).
En un giro proléptico y metarreflexivo sobre su capacidad de recordar este episodio y sobre si es o no relevante, la instancia narrativa adelanta que Argelès no será su destino final, para, a continuación, apuntar lo que sí recuerda: [r]ecuerdo bien el último cambio de impresiones que [...] sostuve aquella noche. [...] Tanto o más que por haber perdido la guerra y vernos en el exilio tan injustamente tratados [...] nos sentíamos vivamente decepcionados por nuestros propios compañeros del socialismo internacional (ibid.: 31).
De este modo, la decepción que sufrió con los que hasta ahora había concebido como compañeros políticos a nivel internacional hace que el narrador reflexione y corrija la circunscripción de su identidad política socialista restringiéndola al ámbito nacional español. La instancia narrativa autodiegética afirma que esta reflexión le llevó a tomar la decisión de “abandonar aquel infierno y retornar a Port-Vendres” (ibid.: 33). Asimismo, explica cómo “un sentimiento de rebeldía bullía en mi interior. [...] La actitud de los gobernantes franceses y la indignidad cometida con nosotros por las autoridades argelinas, me tenían soliviantado” (ibid.: 35). La reflexión sobre ‘la política’ socialista internacional provoca, por lo tanto, el reavivamiento del antagonismo de ‘lo político’ ante aquellos que le producen
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como abyecto en el mundo diegético. Por ello, cuenta que decidió que “lucharía a mi manera, no me resignaría” (Mercadal Bagur, 1983: 35). Abandonó el campo en plena noche y se dirigió a paso rápido a Collioure sin ser interceptado por ningún oficial francés. El narrador achaca el éxito de su huida a la influencia fundamental que tuvo su vestimenta en la manera en la que su identidad performativa pudo ser interpretada por el ‘otro-francés’: “[a] veces, un detalle insignificante, puede tener una gran importancia para la vida y el futuro de los hombres” (ibid.: 38). El abrigo nuevo que se hizo confeccionar pocos meses antes, afirma, “contribuyó grandemente a mi camouflage [...] salvándome, quizá, de ser identificado, detenido y encarcelado” (ibid.: 37-38, destacado en el original). Sin embargo, el propio narrador declara que el entramado narrativo causal de esta experiencia está condicionado por un disparador proustiano. En palabras del narrador: [h]e recordado esta anécdota porque al cabo de años, junto con algunos libros y papeles de música que mi esposa consiguió le devolvieran [...] hallé la pequeña factura del señor Olives, la cual conservo. Lleva fecha del 5 de enero de 1939 y dice: Por un abrigo de caballero, tela y confección, ptas. 375 (ibid.: 38, destacado en el original).
Este tipo de reflexiones explícitas sobre el rol de la memoria en la estructuración de la escritura cobra también especial importancia en el corpus de las escrituras del yo sobre el exilio francés metropolitano desde finales de la década de los setenta (cf. Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 318). Este aumento de la autorreflexividad de las obras evidencia la cada vez mayor legitimidad del testigo y de su recuerdo subjetivo en su participación en el discurso historiográfico. No obstante, la instancia narrativa considera fundamental domar el libre cauce del recuerdo —“dejémonos de digresiones” (Mercadal Bagur, 1983: 38)— y encauzarlo hacia un ordenamiento cronológico: “volvamos a la realidad”. Este procedimiento pone de manifiesto el peso que, considera, tiene la estructuración cronológica del relato para que este pueda cumplir con las convenciones de autorización del discurso historiográfico en el que pretende participar. “Dije que había llegado a Colliure [sic]” (ibid.: 39). Con esta deixis discursiva
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el narrador retoma el relato lineal y cuenta cómo, siguiendo la recomendación de una mujer, salió hacia Port-Vendres para evitar ser detenido por los gendarmes franceses58. Allí fue a buscar a su esposa y a su hijo, con quienes se dirigió al consulado español. En esos días, los exiliados fueron visitados por miembros de los Comités de Ayuda a la República Española y de algunos partidos de izquierda. Entre ellos, el narrador afirma haber establecido una amistad especial con Picamal, un hombre “[j]uicioso y mesurado” (Mercadal Bagur, 1983: 39) que excluye de su abyección del ‘otro-francés’, de nuevo tachado irónicamente de “‘demócrata’” (ibid.: 46). El reconocimiento de la Junta de Burgos forzó a los exiliados a abandonar el consulado español, lo que se considera el remate de “una política de claudicaciones y trapicheos que tanto había contribuido a aniquilar el régimen democrático en nuestro país” (ibid.: 47). La acusación indignada al ‘otro-francés’ se completa con la inserción de las fotografías de Chamberlain, Eden, Blum y Daladier en la página inmediatamente posterior. Así se especifica textual e icónicamente quiénes fueron los que contribuyeron, como afirma el título de la fotografía, con “su desastrosa política de tolerancia con el fascismo [...] a la muerte de la II República española” (ibid.: 48). La incorporación del código semiótico fotográfico cercano a las convenciones icónicas de la fotografía criminalística en el contexto de una acusación lingüística de homicidio a la personificada Segunda República produce un modo de lectura propio a este contexto interpretativo. De esta manera, se promueve una relación de univocidad entre el significante, las imágenes y el significado en el ámbito semántico de lo criminal. Este deslizamiento semántico refuerza la expresión del antagonismo radical de la instancia narrativa hacia estos cuatro dirigentes, que constituye como abyectos que deben ser expulsados
58 Fillmore la define la ‘deixis discursiva’ de la siguiente manera: “La deixis discursiva] tiene que ver con la elección de elementos léxicos o gramaticales que indican o se refieren a alguna parte o aspecto del discurso que está en proceso” / “[Discursive deixis] has to do with the choice of lexical or grammatical elements which indicate or otherwise refer to some portion or aspect of the ongoing discourse” (1975: 70, traducción de la autora).
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Ilustración 19: Chamberlain, Eden, Blum y Daladier (Mercadal Bagur, 1983: 48)
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discursiva y físicamente de la identidad, que en tantas ocasiones el narrador ha tachado con ironía de “democrática”. En contraposición a este ‘otro-francés-criminal’, su amigo Picamal y un conocido de este, “de filiación socialista” (Mercadal Bagur, 1983: 50) se constituyen como verdaderos demócratas, en tanto en cuanto ayudaron al autor a salir escondido en El Mansour con destino a Argel. Una vez allí, pidió ayuda al partido socialista francés para legalizar su situación, lo que consiguió gracias a un diputado francés. Sin embargo, este no queda mucho mejor parado. El narrador reitera su crítica al socialismo francés, “un socialismo vacilante, desdibujado, acomodaticio y burgués, más de tipo intelectual que práctico” (ibid.: 69). Además, critica que, más allá de la “‘politesse’ francesa” (ibid.: 57), “en ningún momento se ofrecieron para ayudarme a resolver alguno de los graves problemas que me agobiaban aquellos días como eran el de conseguir trabajo, y lograr que mi familia pudiese reunirse conmigo” (ibid.: 59). Esta solidaridad que los socialistas franceses negaron a los socialistas españoles en el exilio, a pesar de que, considera, era obligatoria por pertenecer a un mismo partido, contrasta con la actitud ejemplar de los socialistas de Mahón en un contexto similar. En palabras del narrador: [y]o recuerdo que los socialistas mahoneses, todos de condición modesta y aun modestísima, supimos acoger fraternalmente a un compañero austriaco que huyendo de la persecución de los nazis [...] llegó a Mahón y no solo se le procuró dinero [...], hospedaje y ropa [sino también] amistad y calor humano, familiar.
El uso de la tercera persona del plural marca gramaticalmente la conciencia de pertenencia del narrador a la comunidad política socialista mahonesa en tanto que polis ordenada y armónica, que se establece ex negativo en relación con la falta de solidaridad burguesa del socialismo francés. Una vez legalizada su situación en Argel, el protagonista consiguió reunir a su familia y ganarse la vida como músico, profesión “no sujeta a la reglamentación” (ibid.: 61), por lo que no incurría en ningún delito, ya que a los exiliados no se les permitía trabajar. La declaración
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de la guerra de Francia contra Alemania se articula como la responsable de sus desgracias económicas, puesto que con esta “[termináronse las fiestas, bailes, verbenas y diversiones” (Mercadal Bagur, 1983: 71). Ante la difícil situación económica y la paulatina aplicación del decreto-ley de abril de 1939 por el que se forzaba a los españoles a ser útiles a la economía nacional si no querían ser repatriados, el narrador decidió con su pareja que esta volviera con su hijo a Mahón. “Entretanto, había comenzado la drôle de guerre” (ibid.: 75, destacado en el original), acontecimiento histórico que hace al narrador insistir en su animadversión hacia los franceses, a los que tacha de “eternos chauvinistas”. Según él, estos achacaban que Hitler no atacara al miedo que tenía el dictador alemán al ejército francés y a la línea Maginot. El narrador continúa expresando su antagonismo contra el ‘otro-francés’ en una lógica argumentativa poco coherente con sus ideales progresistas. Afirma que los franceses trataban con “altanero rechazo y desprecio al español” (ibid.: 76) y que le enviaban “a morir en los campos de concentración” porque buscaban venganza por la derrota que sufrió “el petulante gallo francés” durante la Guerra de la Independencia de 1808. La instancia narrativa se refiere a esta guerra de manera indirecta a través de los nombres de los principales artífices del levantamiento contra el francés —“Malasaña y Agustina de Aragón, de Daoíz y Velarde, de Palafox y Castaños”— y se muestra orgulloso de una guerra que supuso para España el retorno del absolutismo de Fernando VII. Tras este desliz metaléptico —el narrador no ha explicado los efectos de la drôle de guerre en la situación de los exiliados—, se recupera brevemente el relato lineal. Explica cómo la declaración de la guerra con Alemania hizo que los franceses se dieran cuenta del potencial económico que suponía hacer trabajar a los españoles en actividades que consideraban de interés nacional59. De esta manera, afirma,
59 ‘Drôle de guerre’ es una expresión que significa “guerra de broma” y que se refiere al periodo de la Segunda Guerra Mundial que abarca desde el comienzo de la misma hasta que Alemania invadió Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo en mayo de 1940. En este periodo no hubo ningún acto bélico entre Francia y Alemania a lo largo de la línea Maginot. Esta línea es un conjunto defensivo que recorría
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indignado, que se “nos explotó miserablemente en aquella vergonzosa recluta que Pablo Casals llamó esclavaje organizado” (Mercadal Bagur, 1983: 77, destacado en el original). La reproducción de una caricatura de Pétain tomando un baño de sangre de “los terroristas” refuerza icónicamente la caracterización del ‘otro-francés’ como cruel y despiadado en su constitución del español como abyecto. Además, el subtítulo de la foto explicita el origen de la cita icónica —el semanario socialista de Argel Fraternité de 27 de febrero de 1944— y sirve como fuente de autoridad con la que el autor legitima su postura. A pesar de la introducción de estas voces autorizadas para contrarrestar el tono indignado del narrador, el recuerdo de la injusticia resiente el relato, que de prolepsis en prolepsis salta a 1942 para denunciar el uso aliado de los exiliados en la industria de la guerra tras el desembarco estadounidense y después hasta el presente de la escritura. El narrador afirma que los “testigos y víctimas de tan indignante proceder” (ibid.: 79) no se sorprenden de que el “incómodo, molesto y celoso vecino” continúe maltratando al español a través del bloqueo de “nuestras negociaciones con la Comunidad Económica Europea”; de la tolerancia con los terroristas que se refugian en su territorio, “negándonos la extradición de inicuos asesinatos”; sin olvidar el “pillaje de nuestros camiones cargados de frutas”. La manifiesta indignación del narrador torna la matizada descripción de la variedad de identidades francesas que venía aportando hasta este punto en una generalización con la que entrama retrospectivamente al ‘otro-francés’ como el eterno enemigo abyecto de España desde la Guerra de la Independencia hasta el pillaje de los camiones españoles en el presente de la escritura. Por último, el narrador retoma el relato lineal y el tono desenfadado y expone los diferentes trabajos que realizó en diferentes fábricas en esta primera temporalidad, que abarca desde su llegada a Argelia hasta su detención en junio de 1942 en virtud del decreto-ley del abril de 1939.
toda la frontera franco-alemana y franco-italiana a modo de gran trinchera construida por los franceses tras la Primera Guerra Mundial.
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... en Por tierras de moros ‘Aquí comienza la pequeña, gran historia’ Me despierto sobresaltado. Una avalancha de agua fría me ha calado de golpe hasta los molidos huesos. [...] No llego a situarme. [...] La agitación, el hedor, me confirma que el inesperado remojón no ha sido un sueño (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 13).
El narrador autodiegético de Por tierras de moros se despierta sobresaltado y, tras un momento de confusión, se ubica y sitúa el relato in medias res en la húmeda y pestilente cubierta del Stanbrook. De repente, la introducción de un metatexto extraído del diario del autor y, por lo tanto, de una instancia narrativa intra-autodiegética, provoca un salto analéptico en el relato a través del cual se delinean las últimas horas del narrador en Alicante. Al igual que hiciera Mercadal Bagur, la narración simultánea guía al lector por las calles de Alicante desde la avenida Durruti, donde pasa por la imprenta de “‘Liberación’, nuestro diario el de la CNT [...] cruzo calle, y subo a los locales [...] de la CNT en los altos de la Bodega y Café Colón” (ibid.: 15). Allí pasa horas preparando el material para el posible número de Liberación del día siguiente, mientras sus compañeros queman documentos comprometedores. A las ocho de la tarde les comunican que si no embarcan en el Stanbrook seguramente no haya otra opción de evacuación. El autor llega in extremis al barco, por lo que le tienen que izar con una cuerda que le lanzan desde la cubierta. El relato se retoma donde lo había dejado antes de la irrupción del extracto del diario. El narrador autodiegético comenta cómo desde la bodega del barco visualiza las alambradas del muelle Ravin Blanc, “las primeras de las muchas que nos van a separar del mundo de los ‘otros’, de los normales” (ibid.: 17). Las alambradas se semantizan así como una primera frontera que produce la abyección de los exiliados del espacio físico y discursivo del imaginario nacional francés. La conciencia de este rechazo radical afecta a la instancia narrativa autodiegética, que adopta paulatinamente el modo plural, como marca la flexión verbal con la que delinea la vida política armónica de la polis cenetista en el barco y las primeras “resoluciones colectivas” (ibid.: 23). Por ejemplo,
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la decisión de “desembarazarnos de las armas de fuego cortas” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 23), a través de las visitas que les hacen a los barcos la SIA, la Solidaridad Internacional Antifascista, esencialmente anarquista (cf. Alted Vigil y Domergue, 2003: 244). A continuación, se inserta otro metatexto de un diario escrito a bordo del Stanbrook, sin el encabezamiento convencional de esta modalidad de la ‘escritura del yo’. No obstante, el cambio brusco de estilo y la retractación de la instancia autodiegética del modo plural al singular guían al lector en el modo de lectura del relato. El narrador intradiegético se propone “trasladar a las páginas de este bloc una imagen de cómo se vive encerrado, apretado, sudoroso, en el fondo del barco, en la sentina60. Y no sé cómo empezar, para dejar en las líneas escritas, el sabor desagradable de esta realidad” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 25). El relato describe, por primera vez en el corpus sobre el exilio argelino, la estadía en el Stanbrook desde el interior del barco. El texto transmite con especial plasticidad el agobio provocado por la oscuridad, el rumor permanente y la horrorosa sensación de amontonamiento humano, sobre todo a la hora de dormir. La implicación del lector en el relato aumenta cuando el narrador intradiegético insta directamente, como también hiciera Mercadal Bagur, a “[i]maginar un mosaico en el que un hueco formado por un cuerpo acurrucado sobre un lado, es lugar que otro aprovecha para colocar trasero o cabeza” (ibid.: 26) entre las palabras delirantes de muchos y “las emanaciones intestinales” de sus habitantes. Tras unas líneas de puntos, el narrador intradiegético hace una pausa narrativa en la que introduce una reflexión metaliteraria sobre lo que acaba de escribir: “[r]eleo estas líneas: No sé si las conservaré mañana. Son querer y no poder trasladar al papel ese cuadro amargo y triste de la sentina del ‘Stanbrook’. Los colores me parecen apagados.
60 La sentina es “cavidad inferior de la nave, que está sobre la quilla y en la que se reúnen las aguas que, de diferentes procedencias, se filtran por los costados y cubierta del buque, de donde son expulsadas después por las bombas” (Real Academia Española, “Sentina”, 2014). Además, se usa figuradamente para caracterizar un “lugar lleno de inmundicias y mal olor”.
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Les falta brillo, nota brutal, recorte vivo... algo” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 27). Pero, aun así, decide guardarlos por el valor que les otorga el haber sido escritos in situ “con la tinta de estas amarguras (a bordo del ‘Stanbrook’, a fines de abril de 1939)”. A continuación, el narrador extra-autodiegético retoma la descripción del viaje a Camp Morand, recurriendo a metáforas víricas y animalizantes para expresar la deshumanización producida por el transporte en tren hacia los límites del desierto. Sin embargo, el tiempo narrativo dedicado al traslado a los campos es más limitado que el del resto de los relatos que incluyen esta experiencia. La propia instancia narrativa explica las causas: “[r]ecuerdo aquellos paisajes como algo confuso, esfumado por el paso del tiempo. [... E]ncerrado en mí mismo, evocaba las últimas horas de la guerra, [...] los ensayos de mejor vida en todo el país [...,] nuestra revolución” (ibid.: 31). La evocación de su pasado militante, del que afirma sentirse orgulloso, ayuda al protagonista a evadirse de la realidad, lo que impide al narrador/autor acordarse con claridad de la experiencia en el momento de su narrativización. Una nueva línea de puntos marca una pausa en la escritura y un salto narrativo al nivel intradiegético con la introducción de otro metatexto del diario del autor. En este extracto del diario la instancia narrativa intra-autodiegética semantiza el recorrido desde el tren hasta Camp Morand, como el traspaso de un umbral identitario: “[d]esembarcados, de nuevo esa impresión de que éramos ganado que espera aparcamiento. Fuimos iniciados en el ritual de todas las caravanas de prisioneros”. El desfile hasta las duchas, el desvestirse, el pasar por estas mientras la ropa se desinfecta y el volver a vestirse se tematiza como un ritual performativo que finaliza con el cruce de “esa frontera que había de separarnos durante meses y años, del mundo de los otros: las alambradas, la materialización de los límites, que como espacio vital, nos consentía la administración francesa y republicana” (ibid.: 32). Las alambradas se convierten en el símbolo del espacio fronterizo creado para separar a esos abyectos del imaginario francés “del mundo de los otros”, convertidos en prisioneros a través del ritual. Sin embargo, la presencia de “soldados negros [...] los ‘senegaleses’ [...] de narices achatadas, anchas. De color de chocolate oscuro,
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autómatas de la guardia celosa, encargada de vigilar ‘la horda’” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 32) fuera de los límites de esa alambrada, impide que tenga lugar la transformación identitaria de anarquista a prisionero. En palabras del narrador: “[s]u presencia, rompía el pasajero aceptar de aquellos lugares de transición. [... M]e parecía que nos habían trasladado a otros mundos, bajo la dominación de otras especies, fuera del siglo, en escenario novísimo y extraño” (destacado de la autora). Al igual que hiciera el narrador de Exiliados españoles en el Sahara, la posición jerárquica inferior a la que se ven sometidos los exiliados españoles en relación con el ‘otro-senegalés’ —constituido narrativamente en términos altamente racializantes con los que se destacan sus rasgos faciales e incluso se sugiere que se trata de “otra especie”— resulta al narrador tan inverosímil como indignante. Sin embargo, esa jerarquía es altamente funcional en el contexto narrativo del campo de concentración. La indignación de la instancia narrativa por ser producido como abyecto por parte de los senegaleses, considerados indignos de tal acción, provoca que esta se rebele contra la imposición de la nueva identidad de prisionero y constituya al ‘otro-senegalés’, también por abyección, como sustento identitario ex negativo de su identidad anarquista. Para reforzar su constitución identitaria en positivo, la instancia narrativa, repentinamente heterodiegética, se dedica, con la autoridad que le otorga la distancia enunciativa, a puntualizar la organización del campo, a reflexionar sobre lo indignante de la situación y a describir la ejemplar escenificación performativa de la identidad anarquista: [u]na higiene absoluta reina en todos esos hombres que hacen lo imposible, hasta desprenderse de algunos objetos preciosos para procurarse cepillos, jabón peines. [...] Pero su sed de cultura, es más grande aún que sus deseos de bienestar y de higiene. ‘A la escuela’ (ibid.: 38).
Si bien la higiene es un rasgo identitario performativo al que aluden la mayoría de los autores, independientemente de su ideología política, el énfasis que Baldó García y Muñoz Congost ponen en su relevancia revela la puesta en práctica de los preceptos higiénicos del movimiento naturista, de gran aceptación entre los núcleos libertarios valencianos
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en la década de los veinte y los treinta del siglo xx61. Pero si hay un rasgo clave de la identidad libertaria en todas sus manifestaciones es la importancia de la cultura y de la educación como medio para alcanzar la libertad del hombre (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 417; F. J. Navarro Navarro, “Los educadores”, 2010: 193; Litvak, 2001: 275). Además, el narrador comenta cómo los militantes de la CNT comienzan a reunirse por regiones de origen con el fin de cohesionar sus acciones y afrontar así el exilio “de manera activa, no como sujetos pasivos de una fatalidad que nunca aceptamos” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 42). Sin embargo, la expresión activa de la identidad política está sujeta a una normatividad grupal, como muestra la reprimenda que, según recuerda el narrador de vuelta a la autodiégesis, recibe, de entre otros compañeros, de Cipriano Mera, una personalidad de referencia en el imaginario anarquista español62. El narrador cuenta en tiempo ulterior que la comandancia del campo había encarcelado a dos exiliados por pedir más mantas para combatir el frío. Como hablaba bien francés, unos compañeros le pidieron que hiciera de intérprete para pedir a la dirección que liberaran a los detenidos. La reacción de la
61 Véase F. J. Navarro Navarro, Ateneos (cf. 2002: 502-504); Cubero Izquierdo (cf. 2015: 11); Asociación Cultural Alzina (cf. 1986: 81). Nótese que el único autor de tendencia no-anarquista explícita que hace tanto énfasis en la higiene es Jiménez Margalejo. Este afirmaba que sus compañeros comunistas se reían de él precisamente por la importancia que daba a su higiene diaria. Véase “4.3.2. El trabajo e-laborativo del trauma en el exilio en la Argelia colonial ... en Memorias de un refugiado” (cf. 246-252). Véase también Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008 (cf. 173). 62 El libro de Calero Delso, Cien imágenes para un centenario. CNT (1910-2010) (2010), publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo, incluye a Cipriano Mera entre los once articulistas de honor. La editorial y librería libertaria española laMalatesta lo considera un símbolo “de toda esa pléyade de militantes sencillos, sacrificados, tenaces, esforzados, laboriosos, rebeldes, consecuentes y combativos que conformaron alguna vez la Confederación Nacional del Trabajo” (laMalatesta, 2016). Ledesma también lo incluye entre las veinte personalidades del anarquismo español (cf. 2010: 253). Incluso el periódico monárquico ABC escribió una laudatio al “héroe anarquista” con motivo del estreno del documental Vivir de pie. Las guerras de Cipriano Mera (cf. Ródenas, 2009).
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administración fue ordenar el despliegue de los senegaleses armados alrededor del campo. Ante la violencia francesa, los españoles comenzaron a gritar e incluso a tirar piedras. “En pleno tumulto [...] me vi arrastrado hasta detrás de las filas protestatarias” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 41). Se trataba de Cipriano Mera, que le instaba a “aguantar pasivamente medidas represivas [...] ‘en razón de las circunstancias’”. A pesar de que el narrador afirma no haber estado de acuerdo con esa manera de pensar, ni con las acusaciones de “liderismo” (ibid.: 42) que le profirieron muchos de sus compañeros, admite haber aceptado, en una lógica gubernamental, “la línea de conducta que estimaban la mejor” (ibid.: 41). La conducta normativa anarquista debe inhibir, al igual que convinieran los personajes de Exiliados españoles en el Sahara de Ricardo Baldó García, la manifestación directa del antagonismo político al ‘otro-francés63’. No obstante, Por tierras de moros proporciona más matices sobre la correcta expresión de ‘lo político’ en la normatividad anarquista en el momento de la experiencia. En un extracto del diario “[e]scrito en Camp Morand. Boghari. El día de la granizada” (ibid.: 44), el narrador intra-autodiegético comenta que el papel “es el vertedero en el que todos intentamos volcar, sin orden ni concierto amarguras e ilusiones, desesperanzas y nostalgias, viviendo del ayer y soñando con el futuro, como si el presente, ya de sí huidizo, no quisiéramos ni rozarle” (ibid.: 43). Por un lado, la escritura in situ se constituye explícitamente como medio para evadirse del presente concentracionario a través del recuerdo del pasado y de la continuidad de este en su proyección imaginaria hacia el futuro. Por el otro, como se observaba en la escritura diarística de Antonio Gassó Fuentes en el capítulo 3 de este trabajo, el narrador consideraba en 1939 que el acto performativo de escritura en el diario le servía de instrumento de canalización, de “vertedero” de lo que no se podía, ni debía decir en voz alta64.
63 En el apartado “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” se define el concepto de ‘gubernamentalidad’ (cf. 147). 64 Véase a este respecto “3.3.2. El repliegue de la bios al servicio de la supervivencia corporal” (cf. 188).
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El narrador inserta a continuación en el relato metatextos del periódico Exilio que escribían y distribuían los propios exiliados en Camp Morand y procede a su análisis. Así, proporciona las claves para interpretar cuáles eran los aspectos que tematizaban los exiliados a través de esta escritura in situ de carácter público65. Tras una écfrasis del dibujo de la primera página del número cuatro del periódico, el narrador extrahomodiegético cita entre comillas “el texto que sigue” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 49) de este mismo número de Exilio: ‘Crispan los nervios las noticias de España que llegan a nuestro conocimiento’. Día de la Victoria de la ‘revolución nacional sindicalista’ en España. [...] Almacenamos en nuestros subconscientes rencor capaz de destruir un mundo que contempla impasible la sangría. ¡Y no lo olvidaremos! Sufra y aguante nuestra sensibilidad, que ya se dará el día que nuestro odio tenga campo para ejercitarse con plenitud suma, equivalente a nuestro convencimiento!66 ‘Mientras, serenidad. Refugiémonos en nuestra vida interior y que quede allí latente el gran sentimiento para el gran día. [...] ‘¡Aunque rechinen los dientes, firmes los corazones!’
Este extracto evidencia que la escritura en Exilio servía de medio anarquista de canalización autorizado para expresar en Camp Morand el fuerte antagonismo político del polemos hacia aquellos que le producían como abyecto: el imaginario español franquista y el francés. De este modo, la escritura pública se emplea en el campo, por un lado, como el medio de producción de una ‘memoria cultural encuadrada’ anarquista sobre el pasado reciente. Por el otro, contribuye también a fomentar una normatividad en la expresión performativa del antagonismo, que contribuye a la cohesión identitaria armónica de la
65 “[L]a primera publicación libertaria en el exilio, editada en seis ejemplares (uno por barrio) enteramente caligrafiados a mano, con dibujos en colores, obra de Tolosa” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 46). 66 Nótese que los errores de puntuación y la utilización —en apariencia— aleatoria de las comillas y de la separación de párrafos reproducen fielmente el texto original.
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polis anarquista. Esto tiene lugar a través de la circunscripción de los modos de conducta anarquistas adecuados con sus múltiples antagonistas. Entre estos se encuentran también diferentes grupos políticos de la izquierda del exilio republicano español, como revela el siguiente extracto de la prensa anarquista reproducida en Por tierras de moros: el movimiento libertario español [...] se distinguió siempre del resto de las organizaciones y partidos políticos porque ni aún en los momentos más trágicos y difíciles de su existencia titubeó un solo instante en la lucha que se había impuesto por la total emancipación de la clase trabajadora [...] porque lo contrario habría sido una traición (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 48).
La puesta en práctica de esta normatividad anarquista difundida en 1939 no siempre tuvo su aplicación en el caso del narrador. El salto a la narración ulterior marca el regreso a 1989, desde donde la instancia narrativa extra-autodiegética plural admite haber aceptado sin rechistar un reclutamiento aventajado al campo de Cherchell para “intelectuales”. Desde la perspectiva extradiegética reflexiona sobre el error de su decisión elitista, que tacha de “nuevo signo de las discriminaciones, entre los errantes de una misma causa” (ibid.: 57). No obstante, la justifica como un “[e]goísmo explicable, cuando ya la existencia había comenzado a darnos dolorosos zarpazos” (ibid.: 58). Como hiciera el narrador de Exiliados españoles en el Sahara, la instancia narrativa explica sus cesiones identitarias por el contexto deshumanizante en el que se inscriben. El viaje en tren a Cherchell se narrativiza como un retorno a la civilización. Sin embargo, esta no se valora, sino que se considera “una reproducción lamentable de la sociedad de afuera, con sus pobres y sus ricos, mandantes y mandados”. En esta línea, la descripción del campo se centra especialmente en delinear una “dicotomía neta” (ibid.: 60) en la composición identitaria de los integrantes del mismo. Esta dicotomía quedaba marcada en el mismo universo diegético en los nombres de barrios españoles que dieron a zonas del campo y que denotan todo un imaginario basado en el vector identitario de la clase social: “[e]l Barrio de Salamanca” y “[e]l Barrio Chino” (ibid.: 61). El
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primero hace referencia al barrio madrileño homónimo de clase alta. Según el narrador, se llamaba así a la mitad del campo que estaba habitado por “refugiados que marcaron, desde el primer momento, su sello de ‘diferentes’” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 60). Allí vivían, aislados por su propia voluntad, los exiliados de clase alta que no habían luchado en la guerra. En el autobautizado como “barrio chino”, en referencia a cómo se denomina coloquialmente a los barrios españoles donde suele vivir una alta población emigrante, vivían los “mutilados, viejos, enfermos, incapacitados” (ibid.: 61) y los “quijotes eternos” (ibid.: 60), grupo en el que se incluye el narrador. Así, la crítica del “barrio de Salamanca”, sin los edulcorantes que aplicara a sus propias contradicciones, remacha el antielitismo en el que el narrador extra-autodiegético plural inscribe su identidad anarquista en el momento de la escritura. La descripción de la primera excursión al pueblo de Cherchell reconstruye la historia oral de “uno de los primeros permisionarios [... contada] horas después de su regreso” (ibid.: 64). De esta manera, se incluye en el testimonio por primera vez, de manera explícita, la voz de otro testigo, mediada a través de una instancia narrativa extra-autodiegética plural. Esta expone cómo la temperatura, la luz del mediterráneo y las reuniones informales en las puertas de las casas, un ambiente tan similar al de sus regiones de procedencia, les hizo sentirse bienvenidos en un primer momento. No obstante, el narrador admite su sorpresa al observar cómo la gente huía hacia sus casas al verlos pasar. “Daban ganas de gritar, pero nos limitamos a apretar con rabia los puños” (ibid.: 62). Haciendo gala de temple, continuaron su paseo por la ciudad con la grata sorpresa de verse invitados por “varios jóvenes argelinos [...] a entrar con ellos en un café moruno” (ibid.: 63). La constitución de este ‘otro-argelino’ se realiza desde la más absoluta neutralidad, reproduciendo los mensajes de este de fraternidad con el pueblo español, de amor a “Granada, y Córdoba y Sevilla” (ibid.: 64). El tratamiento neutral del ‘otro-argelino’ destaca con la reacción de la instancia narrativa intra-autodiegética plural al pacto RibbentropMolotov en un extracto metatextual del diario del autor, fechado en septiembre de 1939. Un pacto entre “ese pretendido, pregonado e indigesto paraíso proletario, dirigido por totalitarios bolcheviques [... y] el
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totalitarismo fascista” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 68). A través de la metáfora de la indigestión, en el campo semántico de la abyección en su sentido literal, el narrador declara su hartazgo hacia la hipocresía comunista, que se disfraza de paraíso cuando no es más que la otra cara de la “dominación” (ibid.: 69). Este acontecimiento sirve para recordar a los libertarios españoles lo que “casi olvidamos [...] entregados a una gesta en la que desgraciadamente, no todo fúe [sic] sinceridad” (ibid.: 68). No obstante, la constitución del ‘otro-comunista’ no se realiza desde la dicotomía, puesto que se otorga a “muchos comunistas sinceros” la agencia de ser conscientes de la inconsistencia de ‘la política’ soviética. En esta línea, la instancia narrativa constituye como abyectos del anarquista únicamente a los que están sujetos a: fuerzas ciegas de un fanatismo que [...] esperarán que les lleguen de arriba las explicaciones de lo que hoy no pueden comprender, guardando sin embargo una confianza total en los ídolos de su bien celada religión revolucionaria.
La falta de capacidad crítica individual y la idolatría ciega de la que acusa a parte del comunismo contrasta con la actitud de los cenetistas, que se describe a través de un extracto metatextual de una carta enviada por unos compañeros que ya han sido enviados a las CTE. En esta, destaca la agencia reflexiva de los anarquistas sobre la importancia de mantener firme el ideal de fraternidad, evitando que “nadie, ni ninguna fracción, intente conseguir ventajas para sí” (ibid.: 72). A continuación, la narración simultánea extra-autodiegética plural comenta cómo en Cherchell surge la idea de organizar evasiones, no como medio egoísta de acabar con el sufrimiento, sino para intensificar la “solidaridad militante” (ibid.: 74). Con este fin, el narrador consigue, gracias a unos parientes lejanos, que una familia francesa se preste como aval y presente una reclamación oficial a través de la cual obtiene la libertad “con un mandato y un compromiso” (ibid.: 72). Estos se constituyen como los requisitos necesarios para poder continuar con la rearticulación de su identidad política en esta primera temporalidad, que abarca desde su llegada a Argelia hasta la instauración de las CTE en abril de 1939.
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6.3.2. La expresión performativa de las identidades políticas de los exiliados ... en Exiliados españoles en el Sahara Al amanecer de un día final de noviembre de 1939, la primera compañía del octavo regimiento de trabajadores extranjeros se agrupaba ante la puerta de las alambradas, mientras soldados armados organizaban la agrupación de la cuarta parte de la población del campo como rebaños militarizados (Baldó García, Exiliados, 1977: 117).
El narrador extra-heterodiegético recurre de nuevo a la animalización de los exiliados a través del sustantivo colectivo ‘rebaño’ para hacer referencia al golpe anímico que supone para estos la aceptación sumisa de su militarización forzada. La sensación de los que se quedan en Camp Morand y que salen a despedir a sus compañeros también es similar. Francia les coacciona y no les da más opción que doblegarse a la humillación de los trabajos forzados, si no quieren ser extraditados a la España franquista. Por este motivo, el narrador extra-heterodiegético señala en términos genéricos que los afortunados que todavía podían quedarse en Camp Morand luchaban por contener la rebeldía, “ahogando en lo íntimo la poca hombría que dormitaba para no amotinarse”. La represión del antagonismo de ‘lo político’ ante lo que se percibe como un incremento en el grado de abyección impuesto por parte del imaginario francés ante la indiferencia del resto del mundo se semantiza como una pérdida de masculinidad, que constituye a los exiliados como “hombres” en su sentido de seres humanos. Esta cesión identitaria lleva al narrador a cosificar y a animalizar in crescendo a los exiliados durante su viaje en tren en “vagones-mazmorras para trato infrahumano [...]de seis caballos, treinta y dos hombres” (ibid.: 117-118) hasta llegar a Bou Arfa67. Allí, les espera paja a modo de
67 Un cuento escrito en la arena afirmaba que en los vagones había un cartel en el que se leía la siguiente información. “6-Chevaus [sic]-36 Hommes” (Baldó García, Un cuento, 1970: 35). Jiménez Margalejo recordaba otros números: “32 hommes-8 chevaux” (Memorias de un refugiado, 2008: 156). Según uno de los
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colchón y, a la mañana siguiente, ya “sucios de sudor y de paja como bestias” (Baldó García, Exiliados, 1977: 119, destacado de la autora), un “café sucio y el pedazo de pan” antes de comenzar los trabajos del ferrocarril. Si se tiene en cuenta que la higiene en el imaginario libertario, sobre todo el de tipo naturista con el que se identifica el narrador extra-heterodiegético, es uno de los pilares identitarios clave para la liberación del ser humano, la insistencia en la suciedad del cuerpo despoja de toda integridad a los exiliados, que pasan de ser “carneros” a “bestias”. Con esta elección léxica se culmina el proceso de animalización de los exiliados, ya que, en contraste con los rasgos “humanos” atribuidos metafóricamente al “carnero”, la “bestia” cristaliza simbólicamente el otro extremo dicotómico de lo humano al que se ven reducidos. La descripción de la deshumanización se compensa, una vez más, con la construcción discursiva de una variedad jerárquica de abyectos. En el extremo más bajo de la escala de la abyección se sitúan los “mohasmis68”, los guardias que vigilaban el campamento siguiendo las órdenes de los directivos de la Legión. Aunque no se racializa de manera explícita a este ‘otro’, ni se hace referencia a su origen, gracias a las escrituras del yo de este corpus, puede deducirse que se trataba de una “milicia marroquí” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 36) formada por nómadas “con turbantes de color marrón claro” (Jiménez Margalejo, Memorias de un refugiado, 2008: 161), que no hablaban
narradores de Represión y resistencia, eran “vagones para 40 hombres o 10 caballos” (Santiago, Lloris, Barrera, 1981: 63). Miguel Ángel Aguilera, uno de los testigos recogidos por Muñoz Congost en Por tierras de moros, dice que eran para “ocho caballos y cuarenta hombres” (1989: 134). Es decir, ninguno coincide en las cifras. 68 Jiménez Margalejo habla de los “mohasnís” (Memorias de un refugiado, 2008: 161; 163 y 168). Santiago, Lloris y Barrera, de “mohaznis” (1981: 36). Fernández Díaz hace referencia a ellos utilizando esta transcripción, aunque no proporciona referencias bibliográficas al respecto (cf. 2011: 210). Palacios Pilacés se refiere a los “mokhazenis” (2011: 201) y explica que son soldados indígenas. Esta es la única transcripción que produce un número significativo y cualitativo de entradas en Google. En lo sucesivo se utiliza esta transcripción por considerarla la más precisa.
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francés y que se encargaban de la vigilancia del desierto. A este ‘otromokhazenis’ la instancia narrativa de Exiliados españoles en el Sahara le describe, aunque sin hacer referencia a su apariencia física, de manera paralela al ‘otro-senegalés’: como “violento” (Baldó García, Exiliados, 1977: 119), “necio de cerebro” y cruel en su ejercicio de la disciplina a los españoles. Sin embargo, la maquinación de todo este aparato se atribuye a los mandos de la Legión, “franceses [...] de nacionalidades diversas [...] gente escogida de mal instinto, sojuzgadores a sueldo para imponer castigos refinados”. El oxímoron por el que el narrador afirma que la Legión estaba constituida por franceses de varias nacionalidades enfatiza la adjudicación de la culpa al francés. Se le echa en cara la gestión premeditada de la humillación de los españoles a través de los que describe como mercenarios. El objetivo francés era, según el narrador, cumplir el sueño colonial de “brillar al igual que en los tiempos de conquista napoleónica”. De este modo, en el momento de mayor aceptación de los exiliados de la abyección ejercida por el ‘otro-francés’ en el mundo diegético, el narrador extra-heterodiegético constituye al ‘otro-francés’ como el epítome del abyecto. En contraste con la descripción que hiciera Arendt de la banalidad del mal de ciertos dirigentes de los campos de exterminio nazis en su libro Eichmann in Jerusalem en 1963, el narrador de Exiliados españoles en el Sahara enfatiza la premeditación y la crueldad calculada con la que este ‘otroabyecto’ gestionó la represión del español para aumentar su gloria y así fortalecer su identidad nacional. El relato continúa con una descripción sumaria de lo que ocurría paralelamente en Camp Morand. El narrador extra-heterodiegético insiste en la sensación de los personajes de que el tiempo se estaba decelerando ante la espera de su reclutamiento: “[l]os días son lentos en su paso. Inquieta la tardanza en comunicarles la hora de marchar al desierto. Nadie respira bien, parece faltarles el oxígeno” (ibid.: 123). La espera ante la conciencia de la materialización de la abyección en sus cuerpos en las CTE causa angustia a los exiliados, que van abandonando paulatinamente Camp Morand. A pesar de la petición de los metalúrgicos de trabajar para Francia, a la mitad del grupo, con Lozano y Benítez entre ellos, también se le deporta al desierto. Garrido consigue escapar gracias a su puesto en el Servicio
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de Abastecimiento, pero se siente abatido por la separación de sus compañeros. El narrador extra-heterodiegético cede la voz a Garrido transcribiendo en estilo directo el “sentido monólogo” (Baldó García, Exiliados, 1977: 124) que este pronuncia en su recorrido por el campo vacío: [e]n los barracones [... t]odas las paredes tienen aún el rumor de las voces que hablan de sueños y angustias, así como el hedor de hombres amontonados que habitaron con dolor y con amor varios meses. [...] Ahora sólo el polvo y maderas de las paredes cubiertas de sudores nobles y algún rincón íntimo donde pueden otearse trazos de escritura con fechas, nombres y recuerdos... Nombres cariñosos de mujeres que compartieron un día el amor con ellos (ibid.: 124-125).
La écfrasis describe el espacio a través de una sinestesia por la que otorga a los muros la capacidad de contener, tanto el recuerdo auditivo, olfativo, emocional y escritural de los compañeros de barraca, como de los propios69. El narrador intra-autodiegético, Garrido, afirma que querría llorar la pérdida de sus compañeros que cristaliza el vacío de la barraca, pero que no puede porque tiene “los sentidos abotargados” (ibid.: 125). En este estado de ánimo, el protagonista recoge sus cosas, dedica un minuto de silencio a sus compañeros y se traslada al barracón C5. A continuación, el narrador extra-heterodiegético retoma la palabra y cierra el capítulo con un giro proléptico que avisa que todos los exiliados serán trasladados a otro campo en Bogahri que “servirá para internar y cuidar a los enfermos que lleguen del desierto” (ibid.: 126). El siguiente capítulo retoma la acción narrativa en Colomb Béchar, en plena obra. El tiempo simultáneo con el que la instancia narrativa extra-heterodiegética describe el impacto corporal y psicológico del trabajo y del clima en los exiliados vivifica e intensifica la acción, reproduciendo el ambiente de rebeldía contenida ante el
69 Se concibe ‘écfrasis’ en el sentido amplio del término como la descripción verbal de la experiencia de la visión (cf. López Anaya, 2005: 11; Port, “Ekfrasis”, 2007: 182).
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control absoluto de los “sádicos” (Baldó García, Exiliados, 1977: 129130) y “fanáticos” mokhazenis. No obstante, este antagonismo con el que se refiere el narrador a los guardias no puede ser expresado ni durante las horas de descanso para la ínfima comida, puesto que “los chivatos muerden y están por todo” (ibid.: 130). La camaradería y la ayuda recíproca como gestos performativos y normativos de la armónica ‘política’ de la polis anarquista no decaen en ningún momento. Sin embargo, el recuerdo de la injusta realidad que plasma en el mundo diegético lleva al narrador extra-heterodiegético a contradecirse cuando comenta que los exiliados discuten entre ellos lo inconcebible que resulta que “cercanos al año 2000, los hombres alcancen un grado visible de incivilización”. La expresión del antagonismo de ‘lo político’ propio del polemos con la que alude al fin de siglo resulta poco verosímil desde la temporalidad diegética, situada en 1940. Más bien, sirve para introducir una crítica a los franceses —que sí se puede permitir en el momento de la escritura— a los que tacha de mentirosos y de “lobos camuflados de corderos”. El relato salta de nuevo a la acción que transcurre en Camp Morand y describe los últimos momentos de los exiliados antes de ser desplazados a Camp Suzzoni, un “nuevo campo de internamiento” en Boghar. El bosque y las montañas entre los que está situado el campo aseguran un clima mucho más acogedor para los exiliados, a los que a partir de entonces se deriva a este campo cuando enferman a causa de las inclemencias meteorológicas y de las condiciones de trabajo en las CTE. El objetivo del campo era “llevar la paz al espíritu y el deseo de vivir al cuerpo” de estos exiliados enfermos para poder volver a mandarlos a las compañías del desierto. Sin embargo, como critica el narrador, el objetivo es “egoísta” (ibid.: 133) y solo pretende “mantener sana la naranja que ha de exprimirse”, como se refiere metafóricamente a la reincorporación forzada de estos enfermos a las compañías. En esta caracterización del ‘otro-francés’ como el epítome del abyecto, el narrador extra-heterodiegético hace dos excepciones: con el ecónomo M. Marcel, el superior de Garrido en su puesto de intendente, y con madame de Clément, ambos franceses de padres españoles. El primero se preocupa por los exiliados y hace todo lo que está en su mano para mejorar su situación: para que se sirva una vez por
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semana “paella ornada [sic] con pollo” (Baldó García, Exiliados, 1977: 137); para gratificar con cigarrillos a todo el que colabore en la organización del campo y para tratar de conseguir ropa nueva que mejore la comodidad y el aspecto de los mismos. Para ello, debe negociar con madame Clément, la proveedora de verdura, precios más bajos para poder hacer frente al gasto de la ropa. Para tratar de conmoverla en la negociación, M. Marcel lleva a Garrido a la reunión con madame Clément, de “belleza fresca y natural” (ibid.: 139). La treta funciona y, como afirma tener afecto hacia los españoles por haber nacido española, anuncia en estilo directo que “[m]añana Hammed les llevará, además del normal envío, una carga de frutos primerizos como primer regalo que ofrezco a los españoles” (ibid.: 141). De este modo, y en contraposición a muchos de los textos que suelen representar a los españoles naturalizados franceses como iguales o incluso peores a los franceses en su represión del español, el narrador de Exiliados españoles en el Sahara los incluye dentro de la categoría de ‘lo español’ por su actitud solidaria para con los exiliados. A continuación, el narrador extra-heterodiegético describe la evolución de la Segunda Guerra Mundial gracias a la información que le aporta Josep Grau y se pregunta, indignado, por qué “nadie parecía conmoverse o anunciarles qué iba a ocurrir si acaso llegara a descomponerse todo” (ibid.: 145). La pregunta retórica se utiliza para incidir en su crítica a los “galos secuestradores” (ibid.: 146) y al mundo que les había abandonado por proceder de “la mal llamada España ‘roja’”. Así, el narrador reincide en su construcción del ‘otro-francés’ como abyecto y reacciona contra su inclusión en la identidad abyecta-“roja” en la que se amalgamaba a todos los componentes del Frente Popular bajo el color simbólico del comunismo. Por último, el narrador cuenta las escenificaciones performativas que los exiliados ponían en marcha para fingir una enfermedad ante el tribunal médico y así evitar ser devueltos a las compañías. Asimismo, tilda de tiranos a los que consideraban a estos españoles “cobardes” (ibid.: 148) y “renegados” (destacado de la autora) por recurrir a estos actos performativos, puesto que —considera— “[s]ólo ellos conocen y sienten el miedo [...] a regresar donde la luz es el caos de la vida!”.
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El uso del despectivo de la palabra “renegado” no debe pasar desapercibido, puesto que apunta precisamente a este grupo político en el que el narrador no quiere ser incluido: los comunistas. Como explica Erice Sebares, la cultura comunista constituía su identidad en relación con un “canon moral” (2010: 151) y en torno a modelos positivos y negativos. El modelo negativo por antonomasia a partir del cual articulaban su identidad desde la lógica de la abyección era, precisamente el del ‘renegado’: todo aquel que mostrara cualquier tipo de desviación a lo que era ser un buen militante (cf. ibid.). Si se tiene en cuenta que al final de la guerra el PCE consideraba que sus mayores enemigos eran los anarquistas de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) (cf. ibid.), puede deducirse que muchos anarquistas que expresaran performativamente su identidad basándose en la ‘política’ anarquista de contención de ‘lo político’ podrían haber sido ser tachados de renegados por parte de los comunistas. Por lo tanto, el narrador extra-heterodiegético reacciona a esta abyección de los que no mostraban una performatividad normativa comunista e instaura en la misma lógica a este ‘otro’ como un tirano-abyecto. Esta operación se realiza en el mismo campo semántico en el que se incluía a los ‘otros-franceses’. Sin embargo, en la narrativización de esta segunda temporalidad —que se extiende desde la creación de las CTE hasta la creación de los GTE con el armisticio franco-alemán en junio de 1940— la mucha menor insistencia en la caracterización del ‘otro-comunista’ en relación con la inquina con la que se refiere al ‘otro-francés’ estancan a este último en su encarnación del epítome del abyecto70. ... en Internamiento y resistencia La situación de los refugiados republicanos españoles, encerrados en los Campos, rodeados de alambradas y guardados por las bayonetas de los
70 La Francia de Vichy cambió la denominación de las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE) a Groupements de Travailleurs Étrangers (GTE). Véase a este respecto “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 64).
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soldados senegaleses, creaba un serio problema al colonialismo francés. [...] Su prolongación era cada día más difícil delante de la solidaridad y las protestas de los demócratas en Francia, en América y en muchos países (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 35).
Al igual que ocurriera al comienzo de Internamiento y resistencia, el primer subcapítulo de esta segunda temporalidad sirve de contextualización y resumen en tiempo sumario y ulterior de las causas, la lógica y la reacción de los exiliados a la formación de las CTE. El narrador extra-heterodiegético lleva a cabo un entramado causal directo entre la presión de los demócratas franceses y estadounidenses a la vergonzosa situación de los exiliados españoles en Argelia y el cierre de los centres d’hébergement. Además, apela al lector a recordar que la Segunda República española tuvo el apoyo de “numerosos países del mundo”, una afirmación que no solo contradice el estado de la cuestión sobre el muy escaso y simbólico apoyo internacional de la Segunda República, sino que contrasta con el sentimiento de abandono expresado por la mayoría de los autores de las escrituras del yo de este corpus71. Considera que los “colonialistas y reaccionarios pro-fascistas” encontraron en la declaración de la guerra entre Francia y Alemania la excusa legal perfecta para poder militarizar a los “apátridas” como “prestatarios al servicio del ejército” y crear el octavo Regimiento de Trabajadores Extranjeros. Además, la instancia narrativa expone las razones con las que Francia trataba de justificar el aislamiento de los españoles y las contradice: arguye que si se hubiese querido que contribuyeran a la guerra se
71 Guerra (cf. 2009: 13-14) afirma que solo la Unión Soviética y México apoyaron a la República. Casanova, República y Guerra Civil (cf. 2014: 289) y Howson (cf. apud) han afirmado que la Unión Soviética, el único país que apoyó materialmente a España, se llegó a aprovechar de la delicada situación del gobierno republicano. Arguye que le vendió material bélico obsoleto o en mal estado. Guerra enfatiza que la ayuda soviética “no garantizaba el triunfo republicano en la guerra” (2009: 15) y que, además, Stalin recortó el envío de armas drásticamente en 1937 porque prefirió centrarse en su enemigo interno (cf. ibid.: 15). Aizpuru (cf. 2007: 739) comenta que la ayuda rusa apenas influyó, ni en la capacidad defensiva, ni en la ofensiva del Frente Popular en el norte de España.
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hubiera podido encontrar mejor ocupación para los miles de “aviadores, marinos y demás oficiales republicanos españoles, que salían de la escuela práctica de la guerra de España” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 35). Argumenta que la vigilancia a la que se encontraban sometidos, su asilamiento en el desierto y el sueldo “irrisorio” de medio franco al día por el trabajo realizado, violaban los derechos que tenían en su condición de “prestatario[s]”. Comenta que con el armisticio franco-alemán de junio de 1940 no se los liberó, como se hace con los prestatarios cuando han cumplido con sus servicios, sino que se intensificó la represión. Por todos estos motivos injustos, el narrador afirma que “se hizo indispensable resistir y protestar contra esta situación” (ibid.: 36). En contraposición al énfasis del resto de los narradores de las obras analizadas en este capítulo en la contención del antagonismo político hacia el ‘otro-francés’ en el mundo diegético en función de las circunstancias, la instancia narrativa de Internamiento y resistencia defiende que la mayoría adoptó una “actitud de defensa” unitaria que garantizó que se pudiese mantener la dignidad física y moral en todo momento. Esta descripción de la actuación de los exiliados en el mundo diegético marca el tono de la narrativización de la experiencia en esta segunda temporalidad, ya que recurre a varias de las claves de la performatividad normativa de la identidad comunista: la entereza en los principios y la combatividad militante frente a la represión (cf. Ginard i Ferón, 2010: 81; Domènech Sampere, 2010: 120; Erice Sebares, 2010: 160) y la retórica de la unidad obrera y antifascista (cf. ibid.: 168). Para avalar la articulación de la identidad comunista a través de estos rasgos, el narrador extra-heterodiegético proporciona una panorámica sobre la repartición de las compañías en el territorio norafricano y sobre las deplorables condiciones de vida en el desierto comunes a todas ellas: la alimentación insuficiente, la falta de agua, de asistencia médica y de calzado adecuado, el régimen militar, la incomunicación, meros marabouts como alojamiento, paja y una manta como cama. La fotografía, también panorámica, de una compañía en pleno desierto entre Bou Arfa y Colomb Béchar, intercalada en el texto, ilustra y avala la información aportada (cf. Blazejewski, 2002: 107).
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Una narración altamente dubitativa entre el tiempo del relato ulterior y el simultáneo ilustra el rechazo categórico de los cuadros militares españoles de avenirse a la propuesta francesa de aceptar puestos de dirigentes en el campo para controlar a los refugiados en la primera compañía. El narrador extra-heterodiegético subraya que los jefes militares “[h]an preferido coger picos y palas y marchar al trabajo con sus camaradas, sin ningún privilegio, que dar órdenes a sus camaradas” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 42). El mismo énfasis en el carácter igualitario, solidario y abnegado de los exiliados se encuentra en el primer testimonio de uno de los protagonistas de la experiencia concentracionaria que se introduce en la superficie textual. En palabras del narrador autodiegético plural: “[n]adie nos impulsaba a este trabajo, sino nosotros mismos. Ibamos [sic] sin descanso a todas partes de forma que no faltara a nuestros camaradas ni una gota de agua [...]”, cuenta uno de los refugiados que ha hecho este trabajo (cursiva y entrecomillado en el original).
Como puede observarse, la sensación de dialogismo estructural que aporta el testimonio a través de la inclusión de varias voces que se distinguen en cursiva no sirve para crear una variedad de perspectivas independientes en términos bajtinianos. Estos testimonios tienden, más bien, a la armonización y a la monofonización de los mecanismos de selección de la construcción de una ‘memoria cultural encuadrada’. En esta memoria fijan su identidad colectiva política en el momento de la escritura y constituye un ‘contradiscurso’ a la ‘memoria cultural’ hegemónica72. En esta misma lógica, los encuentros entre las diferentes compañías se semantizan como momentos políticos de intercambio de información en su sentido de ‘la política’ armónica y domesticadora de la polis. En todas ellas sobresale la elección del “camino de la resistencia”
72 Estos términos se definen en “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” (cf. 120122). Esta tendencia es típica de las ‘memorias culturales’ producidas por communal voices (cf. Erll, Kollektives Gedächtnis, 2005: 181).
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(Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 43) y “el espíritu de unidad y de lucha [que] dirigía la actitud de los refugiados”. El segundo extracto de testimonio que se inserta en la superficie textual, también marcado en cursiva, se explaya en lo que el narrador autodiegético considera “uno de los aspectos más repulsivos [...][:] la forma de solucionar las necesidades sexuales de los militares y de los refugiados en los Territorios del Sur” (ibid.: 43-44, destacado de la autora). La caracterización del responsable de esta “solución” insiste en su apariencia poco decorosa, siempre “en mangas de camisa y con los tirantes caídos” (ibid.: 44). La instancia narrativa considera deplorable la manera de reclutar a las mujeres, compradas a cambio de animales de los propios padres árabes. No obstante, justifica a los árabes con una actitud un tanto paternalista: “¿Qué padre hubiera podido oponerse a la omnipotencia colonialista del Sur?”. De este modo, hace recaer toda la culpa de la explotación sexual de las mujeres argelinas en el repugnante ‘otrofrancés-colonialista’, que se constituye como abyecto del español. La razón no es solo que tengan una “conducta odiosa” y opresora del ‘otro-árabe’ de ambos sexos. También se refieren a su dejadez y a su falta de decoro en la presentación performativa de su vestimenta73. El español se constituye así dialécticamente ex negativo por su superioridad en el cuidado de su forma de vestir —un rasgo clave de la performatividad comunista (cf. Ginard i Ferón, 2010: 48)— y por su disciplina para evitar el exceso de sexo, que en la cultura comunista se consideraba un vicio (cf. Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 52). La mayoría de testimonios, que van tomando cada vez mayor preponderancia en el texto hasta convertir al narrador principal en mero mediador de voces, tienen una trama similar. Esta la articula un narrador autodiegético mayoritariamente plural: en primer lugar, se describen con detenimiento los diferentes tipos de castigos físicos y psicológicos a los que se sometía a los españoles por ser políticos
73 Nótese que la conducta moral de los comunistas era por lo general muy conservadora y tradicional (cf. Ginard i Ferón, 2010: 52) y, sobre en todo, en cuestiones sexuales (cf. De Luis Martín y Arias González, 2003: 207; Barba, 2009: 117).
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(comunistas) o por mostrar su antagonismo político74. Se observa que la conflictividad de ‘lo político’ se manifestaba a través de huelgas por las que los exiliados se negaban a cumplir con la cantidad de metros cúbicos diarios exigidos, a vestirse con los uniformes militares franceses, a tener que ir al trabajo en formación militar y a la falta de comida (cf. Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 59-60). Esta enumeración sirve para subrayar el sadismo del ‘otro-francés’, ante el cual los exiliados mostraban, según los narradores, una capacidad de resistencia inquebrantable e insobornable. Es decir, la materialización de la abyección en el cuerpo de los exiliados a través de la violencia por la manifestación del antagonismo hacia el ‘otro-francés’ se saldaba, en palabras de Cánovas, otro testigo, “sin conseguir que les dijera ni una sola palabra” (ibid.: 47). Asimismo, todos los narradores coinciden en la opinión de que “nuestra moral era elevada” (ibid.: 58) y “la actitud decidida frente a los medios de represión” (ibid.: 61). No obstante, según avanza la narración y se centra en la experiencia de los marinos de la flota republicana, una instancia narrativa extra-homodiegética acapara el relato y relega los testimonios a pie de página. Esta articulación del relato proporciona un modo de lectura que se ubica entre el tono más neutro e historificante que proporcionaba el narrador heterodiegético y su preferencia al uso de estructuras pasivas al comienzo de la obra, y la mayor sensación de subjetividad que provocaba la dominación del relato por parte de los narradores autodiegéticos-testigos. Por un lado, la instancia narrativa critica con
74 Véase, por ejemplo: “con las manos amarradas a la espalda y una cuerda atada a la cintura y a la silla de un caballo, uno a uno, a docenas de compañeros, se les hacía galopar alrededor de la pista bajo el sol sahariano hasta que, no pudiendo seguir la marcha del caballo, caían extenuados, siendo arrastrados varias vueltas hasta quedar como guiñapos cubiertos de arena y sudor” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 56). Otra modalidad era: “la noria (seis o siete policías le golpeaban mientras se le hacía girar con las manos en el suelo, hasta dejarle K.O [sic]” (ibid.: 57); “Los guardianes tenían un perro lobo, y para dar más dimensión a sus instintos de mortificación y como si con ello quisieran buscar una provocación, abrieron todos los grifos mientras que el perro correteaba de uno a otro bajo las sonrisas siniestras de sus amos, mientras que los que estábamos allí extenuados por el hambre y la sed comenzábamos a caer inanimados” (ibid.: 58).
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un español altamente afrancesado que “es por sin razones, a no enumerar en estas columnas, que la Flota Republicana quitó España, el 5 de Marzo de 1939, cuando no había aún terminado nuestra guerra” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 63). Sin embargo, justifica su actuación en esa acción apelando directamente al lector: “sépase que, quienes escribimos hoy, intentamos en aquellos momentos, con hechos tangibles, que la salida, en aquellas condiciones, no se produjera” (destacado en el original). Por el otro, afirma no querer entrar en el “examen de responsabilidades”, sino ilustrar el exilio de los marinos. En este afán delinea el recorrido de los exiliados por los distintos campos provisionales proporcionando gran número de detalles y datos, mientas intercala fotos de los marinos republicanos, uniformados y en formación en Bizerta (cf. ibid.: 64-65). Asimismo, esta información visual refuerza icónicamente la articulación textual de la identidad del narrador extra-homodiegético, militar profesional de la República. Sin embargo, llegado el punto en el que analiza la lógica de división de los marinos en tres grupos para su destino final, no puede evitar denunciar a los “2.285 refugiados (la mayoría marinos)” (ibid.: 66) que regresaron a España creyendo en la benevolencia de Franco. Y es que, afirma: “[f ]altaríamos a la verdad histórica ocultando que las Autoridades francesas en Túnez, no podían conocer los antecedentes de cada uno de los marinos”. Por este motivo, la instancia narrativa dice estar convencida de que los responsables de tal selección fueron los que huyeron de Cartagena el 5 de marzo de 1939 y que “no podían perdonar la actitud altamente patriótica de la mayoría de quienes fuimos a ese grupo”. De esta manera, el narrador constituye, por insistencia, a cierto sector de la marina, desertora de la causa republicana, en su epítome del abyecto. La razón es que a este se le considera culpable del especial grado de abyección del imaginario francés que experimentó el narrador por ser “indeseable”. Por este motivo, la instancia narrativa fue destinada a Khenchela, en las montañas del Aurés, junto con el resto de marinos “indeseables”, el autodenominado “Grupo de Gabés” (ibid.: 67). Este grupo se caracteriza por su especial combatividad ante “cada ocasión propicia” y porque soporta bien las malas condiciones. No obstante, se insiste en que “lo que no admite es que atenten a su dignidad” (ibid.: 70). Es decir, el grupo del Gabés
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destaca por su expresión del antagonismo político como base de su identidad política. Este narrador extra-homodiegético enfatiza en mayor grado que el resto de instancias narrativas de Internamiento y resistencia la buena relación que existía entre los exiliados y el ‘otro-argelino’. Un ejemplo de ello es la descripción de los cuidados que un grupo de exiliados dieron de manera “altruista y de gran significación internacionalista” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 74) a unos argelinos con problemas de piel que se juntaban en un “‘gourbi’ o casa [...] donde habían sido reunidas diversas personas que padecían de algo” (ibid.: 73). Las fotografías que se intercalan en el relato de unos marinos y unos árabes sentados frente a una tienda de campaña y de un grupo de mujeres, niños y hombres argelinos y españoles en el alto de un páramo refuerzan, como reza el título de una de las fotografías, la confraternización entre ambos pueblos (cf. ibid.: 74-75). De igual manera, el narrador insiste, además de en la tópica gran moral y la —poco verosímil— unanimidad de opiniones de los exiliados sobre la situación política española, en la solidaridad que mostraban con los españoles los spahis —“(caballería indígena reclutada en el seno de los autóctonos)” (ibid.: 77)—. Afirma que estos cubrían con sus capas a los represaliados cuando los oficiales no estaban presentes y que cuando les tocaba escoltarlos no podían evitar “cierto embarazo por la custodia que se les asignaba” (ibid.: 78) e incluso decidían no cargar contra ellos en momentos de desorden. Un nuevo narrador extra-homodiegético revela la identidad de la instancia narrativa que ha guiado el relato de los marinos, Gerónimo Lloris, y afirma que cree conveniente incluir extractos de una carta para saber qué ocurrió con los marinos que se quedaron en Túnez. De esta manera, se retoma la inclusión de extractos de otras voces en cursiva y entre comillas en la superficie textual, lo que produce cierto efecto dialógico en términos bajtinianos. La caracterización selecta de la hermandad entre españoles y argelinos y que tendía a una especie de discriminación positiva de estos en el plano discursivo queda algo desdibujada por el testimonio de Pérez García. Este se centra en la exposición de su trabajo en las minas y cuenta que
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[c]uando cogíamos el relevo detrás de ellos [los árabes] nos encontrábamos las galerías infectadas de piojos. Se los sacaban a puñados y los tiraban al suelo, ya que no acostumbraban a matarlos. [...] Por si era poco eso, cuando les entraban ganas de hacer sus necesidades, apagaban la lámpara de carburo para con la obscuridad hacerlo en cualquier lugar. Había sitios adecuados, pero no hacían caso, hacían una atmósfera insana, el trabajo era tasado, no recuerdo cuántas vagonetas de carbón por minero (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 78, destacado de la autora).
La mayor parte de la descripción de su trabajo se centra en la caracterización del “insano” ambiente de trabajo a causa de los árabes y de su falta de higiene. Si bien no ahonda en la crítica de este ‘otro’, cuyo tono es, además, más bien descriptivo, ni se sirve de argumentos raciales para explicar sus hábitos higiénicos —como hiciera Baldó García en Un cuento escrito en la noche75— la instancia narrativa produce una distancia clara entre ‘ellos’ y ‘nosotros’. Esta no solo la marca con la flexión verbal y pronominal, sino con la confrontación directa de los españoles para que los árabes hicieran sus necesidades en los sitios “adecuados”. Así, este testimonio no contradice, pero mitiga la caracterización positiva del argelino que domina la narrativización de esta segunda temporalidad que abarca desde la creación de las CTE hasta su sustitución por los GTE durante el régimen de Vichy. Así, se completa la representación de ‘la política’ de la ‘memoria cultural encuadrada’ de la polis comunista sobre la escenificación performativa de su identidad en Internamiento y resistencia. ... en Yo estuve en Kenadza A principios de junio de 1942, las detenciones de exiliados se habían intensificado. [...] Cuantos continuábamos en Argel, sabíamos bien que no tardaríamos en correr la misma suerte. Me sublevaba la idea de perder mi libertad y hasta pensé en cambiar de domicilio y permanecer escondido
75 Véase el capítulo “5.3.2. Del ‘yo’ censor diegético a la resistencia a la censura en su articulación retrospectiva” (cf. 325).
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pero, reflexionándolo mejor, desistí de hacerlo pues comprendí lo difícil que me resultaría el esquivar continuamente a la policía cuando esta me buscase (Mercadal Bagur, 1983: 91).
El narrador autodiegético sitúa la acción en los albores del verano de 1942 y reflexiona sobre la certeza que tenía en ese momento de que iba a ser reclutado en las Compañías de Trabajadores Extranjeros. Además, comenta cómo, a pesar de barajar la opción de negarse a aceptar esta indignante imposición, decidió desecharla por lo complicado que resultaba vivir en clandestinidad. A continuación, cuenta cómo se desarrolló su arresto, cómo se le incautó su autorización de residencia y cómo fue trasladado en tren con otros exiliados hasta Colomb Béchar en una vieja máquina, una “calamidad con ruedas” (ibid.: 93). En todo ese proceso, la instancia narrativa, a partir de ahora autodiegética plural, se distancia de la construcción narrativa del ‘otro-francés’ como epítome del abyecto del español y retoma la descripción matizada de los franceses que caracterizaba el comienzo del relato. Puntualiza que el guardia que fue a arrestarle lo hizo “con buenos modales” (ibid.: 91), que los que vigilaban a los exiliados durante el viaje en tren en ningún momento les sometieron a ningún tipo de vejaciones e incluso comenta cómo el sargento reconoció que “no le era grata aquella misión porque comprendía que no éramos delincuentes sino exiliados políticos” (ibid.: 92). Asimismo, la gestión de la indignación por la escasísima alimentación que recibieron se realiza a través de la ironía. Cuando la instancia narrativa comenta la decisión francesa de alimentar a los exiliados durante dos días con tomates medio podridos a causa del calor, arguye irónicamente que Francia pretendía demostrar que “las propiedades vitamínicas de aquellos frutos de la familia de las solanáceas, eran grandísimas” (ibid.: 94). Con un comentario intertextual al capítulo XVII de la primera parte de El Quijote, el narrador autodiegético plural describe el estado corporal en el que los exiliados llegaron al Colomb Béchar. Afirma que estaban “más molidos que los [huesos] de Sancho cuando le mantearon en la venta los arrieros” (ibid.: 95). Sin embargo, desde la perspectivización que le permite a la instancia narrativa la posición extradiegética desde la cual se articula el recuerdo, se advierte que “lo que nos había
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Ilustración 20: mapa del transahariano (Mercadal Bagur, 1983: 96)
Ilustración 21: panorámica de Kenadsa (Mercadal Bagur, 1983: 97)
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parecido tan insufrible, no eran sino tortas y pan pintado en comparación con lo que nos esperaba” (Mercadal Bagur, 1983: 95). Tras este giro proléptico, el narrador autodiegético retoma el relato lineal y explica cómo se les asignó la séptima compañía de trabajadores en Kenadsa, emplazada en un “lugar situado a veinte o veinticinco kilómetros más al sur [...] nuestro definitivo punto de destino”. En las páginas siguientes, la información icónica intercalada va más allá de la mera ilustración del material textual y completa, en tres pasos y a tres niveles de enfoque consecutivos, la contextualización del lugar en el que se sitúa la acción narrativa. En este espacio, el narrador experimenta, además, un segundo grado de abyección del imaginario francés. En primer lugar, se inserta un mapa muy esquemático de Argelia, que ayuda a contextualizar geográficamente Kenadsa, como afirma el pie de foto, “en los confines del Sahara” (ibid.: 96). En la página inmediatamente posterior se aumenta el enfoque al intercalar una fotografía de una panorámica de Kenadsa en la que se inserta una metaampliación de un extracto de la panorámica general en el margen inferior derecho. La foto principal establece una relación momentánea de igualdad con el texto (cf. Blazejewski, 2002: 107), en tanto en cuanto ilustra las condiciones de vida en Kenadsa y apunta, indirectamente, por su potencial connotativo, al efecto físico y emocional que estas pueden provocar en el sujeto76. Así, la información icónica añade modos de lectura que no habían sido presentados en el texto. De hecho, la fotografía principal presenta un paisaje tan desértico que el poblado que se muestra en el zoom pasa prácticamente inadvertido. Sin embargo, la parca descripción textual de Kenadsa, de carácter mayoritariamente denotativo, ayuda al lector a comprender por qué el poblado pasaba desapercibido a primera vista:
76 Se utilizan los términos ‘connotativo’ y ‘denotativo’ según la conceptualización de Barthes. Es decir, se considera la ‘denotación’ la ilusión del lenguaje (independientemente del código) como un medio transparente en el que hay una relación unívoca y referencial entre el significante y el significado (cf. S/Z. Essai, 1977: 13).
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en la época a que me refiero, Kenadza era —supongo que no habrá cambiado mucho a lo que el poblado moro se refiere— una aglomeración de chozas construidas bajo tierra para resguardarse del terrible viento del Sahara o sirocco [sic] que cuando sopla, lo invade todo (Mercadal Bagur, 1983: 98, destacado en el original).
La construcción de las chozas bajo tierra impide al lector ver a simple vista la agrupación humana en Kenadsa. Por lo tanto, la relación dialógica entre el texto, la metafotografía y la hiperfotografía semantiza la experiencia en Argelia en torno al grado de aislamiento absoluto en el que se encontraban los exiliados en su abyección espacial y simbólica del imaginario nacional francés en pleno desierto. La contextualización del campo finaliza con la exposición de las modalidades de trabajo existentes: el trabajo en las minas, muy duro, pero remunerado lo suficiente como para poder comer en el restaurante y dormir en cama; y el trabajo en las zanjas, “sin más derecho que a un simple rancho y una estera de esparto para dormir”. A continuación, el narrador autodiegético plural se centra en el relato de su experiencia en la apertura de las zanjas entre el rumor de las “amenazas y palabras soeces” (ibid.: 103) de un oficial italiano, “siempre borracho”. Describe cómo sus manos se resentían por la falta de costumbre al trabajo físico y cuenta con quién compartía su alojamiento, “cavado en aquel campo arenoso” (ibid.: 105): un gallego socialista y “un mocetón catalán, alto y fuerte, afiliado a la CNT y apellidado Moreno”. La especificación del origen regional y político de sus compañeros no debe pasar desapercibida, puesto que para el narrador es clave. La instancia narrativa comenta, por un lado, que se llevaba especialmente bien con Moreno, además de por su “carácter juicioso y serio” (ibid.: 108), “por su condición de catalán”. Aunque no elabora el por qué esta condición es importante para su relación, si se tiene en cuenta el énfasis del aparato peritextual de Yo estuve en Kenadza en el carácter regional menorquín de su ‘deber de memoria’, que ambos pudieran compartir la lengua catalana y la cultura de las regiones en las que esta se habla en sus variedades dialectales, apunta a la constitución identitaria del narrador alrededor de este rasgo lingüístico-cultural.
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Ilustración 22: mineros trabajando en Kenadsa (Mercadal Bagur, 1983: 106)
Por otro lado, la instancia narrativa especifica que Moreno “soñaba con un mundo más justo y feliz pero [que] era realista y no confiaba [...] sino en unas minorías selectas que debían ser las encargadas de educar y orientar a las masas extraviadas” (Mercadal Bagur, 1983: 108). La construcción sintáctica adversativa pone de relieve que, a pesar de las ideas anarquistas de Moreno, el narrador autodiegético considera la ideología de su compañero catalán, cercana al anarquismo de tipo elitista-nietzscheano (cf. Álvarez Junco, 2010: 15), aceptable en tanto que “realista” (Mercadal Bagur, 1983: 108). Por lo tanto, la matizada construcción identitaria de Moreno se consiente en tanto en cuanto renuncia a lo que considera un sueño, con lo que se refiere de manera peyorativa al carácter “ingenuo”, que hoy en día se tacharía de “utópico”, de otro tipo de corrientes anarquistas77. De este modo,
77 Nótese que el socialismo en el que la instancia narrativa inscribe su identidad tiene una genealogía de corte utópica que no se concebía como ingenua en su
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la constitución identitaria que propone el narrador de Moreno no se realiza desde el modelo de la abyección. Se basa en una jerarquía que privilegia el vector de la cultura de la lengua catalana compartida y que minimiza la diferencia política de ambos “desutopizando” el anarquismo de Moreno. Esta misma línea sigue la construcción identitaria de los spahis, a los que no se les plasma en términos antagónicos por la violencia que infringen a los exiliados, sino que se les caracteriza como seres más bien calmados, “amodorrados por el sol” (Mercadal Bagur, 1983: 103) y que no buscaban el enfrentamiento. Sin embargo, la apariencia de monofonía estructural del texto se ve contrarrestada por tres fotografías intercaladas en la superficie textual. Se trata de tres instantáneas que plasman las condiciones en las que trabajaban los mineros en Kenadsa, mientras que el texto se dedica a recordar su experiencia laboral en las zanjas. De esta manera, la información icónica añade información icónica denotativa y connotativa a lo aportado por el texto e inserta su experiencia personal en una más amplia. Esta se considera grupal, a pesar de que el narrador autodiegético no la haya experimentado en sus propias carnes. Por último, el narrador autodiegético vuelve a la primera persona del singular para relatar “[l]a suerte de ser músico” (ibid.: 109), como titula el capítulo XXV de su obra. Cuenta cómo Monsieur Oger le hizo llamar para pedirle que organizara una velada musical por su calidad de músico profesional. A cambio se le liberaría de sus trabajos manuales y se le proporcionaría un puesto en las oficinas del campo. “Consciente de lo que podía significar para mi situación futura, aseguré a mi jefe que intentaría complacerle”. Para ello, afirma, se dedicó a trabajar duro con los medios de los que disponía: unos músicos extranjeros proclives a la ebriedad —lo que no se critica— y unos instrumentos “desvencijados” (ibid.: 113). Gracias a la participación del tenor valenciano Sempere, con el que la instancia narrativa afirma haber improvisado varios temas, la velada fue un éxito rotundo. No solo embelesó a los españoles que “aplaudieron a rabiar” (ibid.: 114), sino
momento. Será a partir del siglo xix cuando la palabra utopía empiece a tomar connotaciones negativas (cf. Fernández Buey, 2007: 18).
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también a los demás asistentes que “se entusiasmaron con la belleza de las melodías de nuestra zarzuela [...] en los confines del Sáhara” (Mercadal Bagur, 1983: 114, destacado de la autora). De este modo, tras la retractación del narrador a la primera persona del singular que enfatiza la peculiaridad de su experiencia privilegiada como músico, en esta segunda temporalidad diegética —que abarca desde la creación de las CTE hasta su sustitución por los GTE— la exposición del carácter identificatorio y performativo de la música española hace que la instancia narrativa retome la tercera persona del plural e inscriba su identidad en ‘lo español’. ... en Por tierras de moros Hace poco más de un año que salimos de España. La emigración política española en Africa [sic] del Norte, esparcida entre los confines saharianos y las costas, atlántica y mediterránea, de Agadir a Tebessa parece disuelta en estos espacios sin fin (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 74).
El narrador intra-autodiegético plural de este metatexto escrito en 1940 se encarga de proporcionar una panorámica sumaria de los modos de vida de los españoles exiliados en Argelia en ese periodo: las CTE en el desierto —donde se encuentra “la mayor parte”—; las familias, los ancianos, los mutilados y los enfermos que siguen internados en los campos de ‘“residencia’ como dicen los franceses [...] sin atreverse a decir qué clase de residencia” (ibid.: 75); y los que vivían en “precaria libertad”, tanto en la legalidad con o sin contrato de trabajo, como en clandestinidad. A continuación, tras una línea de puntos, la instancia narrativa extra-autodiegética retoma el relato lineal y resume en tiempo ulterior y sumarísimo su llegada en Argel, su corta estancia en el “pisito reducidísimo” (ibid.: 76) de la familia francesa que había posibilitado su salida del campo de Cherchell y los primeros contactos con los otros representantes de los grupos que vivían en Argel. No se explicita de qué tipo de grupos se trata, por lo que no se puede saber si se refiere a grupos de diferentes posturas políticas o a grupos de la CNT. Sin embargo, afirma que pronto surgieron “discrepancias difíciles de explicar”
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(Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 76) sobre a quién había que ayudar de manera prioritaria: a los exiliados que ya estaban en las CTE o a los que seguían en los centres d’hébergement. Critica que no se comprendiera que había que tomar decisiones colectivas más allá de las “afinidades de amistad o de paisanaje”. Por ello y gracias a las gestiones de estos responsables se consiguió que “fueran saliendo compañeros y otros que no lo eran, de diferentes campos”. De esta manera, el narrador denuncia indirectamente que la ayuda no siguiera una lógica de selección política y que no se eligiera a compañeros, es decir, a anarquistas. Reprocha, además, que se sacara de los campos a los que no eran compañeros, y por lo tanto, noanarquistas, abyectos a través de los cuales se constituía su identidad libertaria. No obstante, afirma que era necesario encontrar lugares de refugio para clandestinos, aparte de la casa de Calafat en Bab el Oued. Para ello, se alquiló a su nombre primero una casa en “Villa Saint Joseph Vannier. Avenue de la Bouzareah-prolongée” (ibid.: 77) y, después, por la poca discreción de la que esta gozaba, otra en la misma calle: La Maison Dingli. Según la instancia narrativa extra-autodiegética estos dos lugares son —lo que Pierre Nora denominara— lieux de mémoire para aquellos compañeros que vivieron las diversas fases de nuestro éxodo por tierras moras. Esparcidos hoy a los cuatro vientos [...] si llegan algún día a leer esta [sic] líneas [...] les volverá a la memoria a unos, la correspondencia a aquel lugar dirigida, a otros, la acogida que en ella se les diera y los días vividos en aquella comunidad (ibid.: 77-78).
Además, la afectividad con la que el narrador articula el recuerdo de estos lugares de memoria contribuye a fijar su significado simbólico en la ‘memoria cultural encuadrada’ de los compañeros anarquistas exiliados en Argelia en el momento de la escritura (cf. Nora, 1984: xxiv). Por su parte, la descripción de la distribución, el mobiliario y las polivalentes funciones que dieron a la casa, en deplorables condiciones higiénicas a pesar de la limpieza y de la desinfección profunda
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con azufre, lejía y cal viva a la que la sometieron antes de instalarse en ella, sirve para enfatizar los rasgos performativos claves de su identidad anarquista. Esta exposición la completa la presentación, un tanto idealizada, de la conducta solidaria y fraternal “de hombres libres” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 79). Estos nunca dieron “espectáculos de miseria” (ibid.: 82), a pesar de las continuas redadas policiales y de no tener, en su mayoría, derecho a trabajar. En palabras del narrador: “¡Ah... Maison Dingli! No fue nunca lugar de desaliento ni cuna de pesimismos” (ibid.: 79). Allí se trabajaba en la fabricación y venta ilegal de jabón y de juguetes para garantizar la supervivencia de los compañeros en la “[f ]raternidad, solidaridad, comprensión en la adversidad [...] las normas serenas de esas etapas” (ibid.: 82). La instancia narrativa constituye así esta actitud como un rasgo performativo normativo de ‘la política’ de la identidad anarquista. Además, añade que “el parásito permanente era inadmisible” y que “quien no aceptaba esa forma colectiva de convivencia, tenía que marcharse” (ibid.: 83). La caracterización de los vecinos, “moros, malteses y sicilianos” (ibid.: 79), es positiva, aunque sin llegar a la tendencia a la idealización de Internamiento y resistencia. Considera fundamental su ayuda cómplice, advirtiéndoles de la llegada de los gendarmes, proporcionándoles comida “con crédito ilimitado”. Afirma que llegaron incluso a esconder los jabones y a los compañeros clandestinos durante los controles policiales. No obstante, nótese que se sigue denominando al argelino “moro” y que cuenta, aunque en modo descriptivo, cómo uno de “ellos” les robó la ropa tendida para venderla en el mercado. Por lo tanto, en esta segunda temporalidad, la instancia narrativa tampoco incurre en la construcción del ‘otro-moro’, ‘maltés’ o ‘siciliano’ como abyecto. Como marca el metatexto a modo de diario, el relato continúa en 1940. El narrador intra-autodiegético plural reflexiona sobre las consecuencias que tiene para su situación la “capitulación francesa y la entrada en escena de gobierno de Vichy” (ibid.: 84). Reconoce tener miedo por sus compañeros en Francia, que podrían ser repatriados a España por la cercanía con los “hoy ensoberbecidos nazis”. Sin embargo, admite que esta sensación les invade a todos por el cambio de
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actitud de los franceses, tanto fuera, como dentro de los campos. Afirma que “hoy con el estandarte de la colaboración con los alemanes, se hace brutal y grosera” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 84) y su “arrogancia ya insultante y soberbiamente despreciativa”. De esta manera, el narrador intra-autodiegético produce al ‘otro-francés’ como el epítome de lo abyecto, precisamente por la evolución del grado de violencia con el que este reprime al español para constituirle también como abyecto. Esto se semantiza como una verdadera transición en su constitución identitaria: [h]asta ayer éramos vagabundos indeseables, provenientes de sitios extraños, de un mundo de implantación imposible en este. Estamos ahora, más abajo en la gradación social. Somos la hez de la tierra, agentes de contaminación, personificación del anticristo, del enemigo en mayúsculas (ibid.: 84-85).
De la metáfora del vagabundo extraño, indeseable por sus ideas políticas de cambiar el mundo, se pasa al campo semántico de la abyección en su sentido literal de excreción corporal y como encarnación del mal para explicar cómo se les instaura como enemigos antagonistas, despojados ya de connotaciones políticas. Tras una elipsis de aproximadamente un año, una instancia narrativa de apariencia intra-autodiegética sitúa la acción en presente de indicativo en una celda de la prisión militar de Bou Arfa. En esta celda el narrador espera a la evasión programada para el día siguiente y recuerda cómo ha llegado hasta allí. De este modo, la metáfora del recuerdo en el tiempo diegético se utiliza como estrategia narrativa para dar un salto analéptico y explicar cómo acabó en la cárcel. El desencadenante fue una denuncia anónima que le acusaba de ser responsable de una organización anarquista internacional. Por ello, se le retira la documentación que le permitía circular “libremente” y, a causa de unos rumores de que se le quería extraditar a España, afirma que decidió enrolarse en la Legión. “El error de la decisión era monumental” (ibid.: 86), ya que acabó siendo encarcelado tras unas sesiones de interrogatorio en las oficinas de la Legión. No obstante, consiguió evadirse y vivir en Argel con documentación falsa, hasta que, vencido
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por el sueño, “de madrugada desperté violentamente. Me pusieron cadenas en los tobillos y en las muñecas” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 87). De ahí le trasladaron a Colomb Béchar, donde le avisaron de que iba a ser destinado a un centre de séjour surveillé. Una vez más, la instancia narrativa extra-autodiegética recurre a la metáfora del recuerdo como forma de evasión en el presente diegético para dar un salto analéptico y contar las torturas que sufre en las diferentes salas de interrogatorio por las que pasa hasta su traslado final a Colomb Béchar, integrado en los GTE. A diferencia de la insistencia en la resistencia férrea a la tortura sin hacer ningún tipo de confesión, típica de la performatividad normativa de la identidad comunista que propone Internamiento y resistencia, el narrador principal de Por tierras de moros tan solo dedica una página a describir las torturas a las que se vio sometido. Además, reconoce que dijo la verdad, aunque no le sirviera de nada, puesto que “no pudieron hacerme decir lo que no sabía” (ibid.: 88). Por último, explica que de Siddi Bel Abbés fue trasladado a Aïn Sefra, y de ahí, a Colomb Béchar, lugar que semantiza como un punto de inflexión en su experiencia en el exilio argelino: el “primer punto de un nuevo destino o último de los caminos de mi trabada libertad” (ibid.: 89). 6.3.3. La tendencia a la convergencia en la narrativización de las experiencias represivas ... en Exiliados españoles en el Sahara “La fosforescencia de las luciérnagas alumbraba las negruras del insomnio hasta que llegó la primera luz del alba (así, varios días más) para despertar en un día 14 de junio de 1940, para anunciar: ‘¡Francia ha caído!’” (Baldó García, Exiliados, 1977: 154). El narrador extraheterodiegético semantiza el periodo desde que llegaran los prisioneros de guerra alemanes al Camp Suzzoni hasta la firma del armisticio franco-alemán como un tiempo de espera ante la incertidumbre de cómo se van a ver afectados los exiliados españoles por la nueva
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situación78. Según el narrador, en este periodo “Suzonni quedó [...] como callado” (Baldó García, Exiliados, 1977: 155) y explica que, a pesar del cambio de dirección en el campo, todo seguía igual. La caracterización del nuevo mando del campo, el teniente Chabas, que sustituye a Marcel, el que “tanto bien supo hacer por los españoles” (ibid.: 154), se realiza en un tono similar a la benevolencia con la que se describía a su antecesor. El narrador justifica la descripción pormenorizada del nuevo teniente —serio, espontáneo, respetuoso con los españoles y sencillo— “por cuanto de interés tienen estos trazos imborrables por históricos” (ibid.: 157). Sin embargo, la verdadera pausa narrativa no tiene lugar con la caracterización del teniente Chabas, sino con la de su mujer, una “Eva que hacía falta en el paraíso. Rubia, alta y de singular belleza, que podía percibirse desde lejos” (ibid.: 158, destacado en el original). La elección de la representación de la mujer de acuerdo con el arquetipo ‘Eva’ de la dicotomía virgen/prostituta muestra la importancia “histórica” que este personaje va a tomar para los exiliados en Camp Suzzoni. La mirada del narrador se detiene en el cuerpo de madame de Chabas, quien: se mostraba en los quehaceres de la casa y en el jardín, ligera de ropa en aquel su cuerpo joven, vestida de pantalón corto y un ligero sujetador que avispaba a los españoles escudriñando desde lejos, despertando en ellos lo que dormía tanto tiempo (ibid.: 159).
La caracterización de esta Eva, “el sueño de los españoles”, se completa a través de la voz de otro personaje, Gironés, ayudante de Chabas en las labores domésticas. Este “motivaba una media hora de tertulia” (ibid.: 158) al volver al campo después de la jornada laboral para satisfacer la curiosidad de los exiliados sobre “la Mme” (ibid.: 160). En estilo restituido, el narrador intra-autodiegético cuenta cómo la señora le abre las puertas con “un pequeño camisón muy cortito y
78 Destaca la falta de atención que dirige a los alemanes en comparación con la versión del mismo episodio en Un cuento escrito en la arena. Véase el apartado “5.3.2. Del ‘yo’ censor diegético a la resistencia a la censura en su articulación retrospectiva” (cf. 332-333).
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con las tetas asomando como palomas blancas a volar” (Baldó García, Exiliados, 1977: 161). Afirma, además, que esta incita con besuqueos a su marido, aunque él esté presente. Así, se destaca que es la ‘otramujer-Eva’ la que con su actitud lujuriosa provoca el deseo, no solo de su marido, sino también de Gironés y del resto de sus compañeros con las historias que les cuenta “sin recelos, considerando que los presentes son todos muy amigos”. Esta puntualización realizada por el narrador extra-heterodiegético revela la función de esta práctica performativa homosocial en el mundo diegético. Si se tiene en cuenta que, según Flood, los vínculos homosociales masculinos hegemónicos, es decir, las dinámicas sociales entre hombres heteronormativos, se refuerzan compartiendo actividades o narrativas que sexualizan a la mujer (cf. 2008: 351), puede concluirse que la representación narrativa de esta práctica como un ritual en Camp Suzzoni sirve para enfatizar la cohesión grupal y la fraternidad que domina la puesta en escena de los exiliados en el relato. Por lo tanto, la constitución del ‘otro-mujer-Eva’ como material sexual narrativo adquiere una función de tipo político en el contexto diegético en el que se articula, ya que contribuye a consolidar uno de los rasgos principales que definen la identidad anarquista del narrador principal: la solidaridad y fraternidad de la vida comunitaria en ‘la política’, en su acepción de polis anarquista. A continuación, se reproduce una conversación que entabla Garrido con Sancho, que está de visita en el campo, sobre su amigo Manuel. La discusión, que se restituye en estilo directo, produce un efecto de dialogismo bajtiniano, no solo estructural, sino también discursivo en relación con la normatividad grupal de la expresión de ‘lo político’ hacia el ‘otro-francés’. El narrador intra-homodiegético le describe como “un hombre de historia, que cabe en ella como personaje de cualidades que honran a los hombres del exilio” (Baldó García, Exiliados, 1977: 162, destacado de la autora). Esta conversación sobre Manuel se rige también por la pretensión de introducir en la “historia” voces de personas ejemplares por su solidaridad. Un ejemplo es el intento de este de ayudar a los compañeros castigados en los campos disciplinarios. Abrumado por esos castigos que “debían acabar con la rebeldía de la raza ibérica” (ibid.: 163), Manuel se en-
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carga de mostrar su antagonismo hacia esta realidad, que, como se analizaba con anterioridad, no concuerda con ‘la política’ anarquista normativa de contención de ‘lo político’. Para ello, sin embargo, no recurre al enfrentamiento directo, sino al indirecto, y trata de recoger frutos de las palmeras del oasis Megru para llevárselos a los internados a escondidas y tratar así de paliar su hambruna. Manuel, “sintiendo los golpes que daba su corazón por el amor a sus compañeros y al odio y temor a los mohasmis” (Baldó García, Exiliados, 1977: 163), está a punto de conseguirlo. Pero los mokhazenis, de “alma seca” (destacado de la autora), salen a caballo para tratar de detenerle. Manuel consigue escapar, pero siente el fracaso como “siete puñales clavados, agujeros que a no dudar perdurarán toda la existencia en hombres, que, como Manolo, se entregan a la ayuda de los débiles que a su lado conviven” (ibid.: 165, destacado de la autora). La referencia a los “siete puñales” que atraviesan a Manuel por no poder ayudar a los débiles que lleva en el corazón remite a la simbología iconográfica católica de la Mater Dolorosa barroca: un corazón traspasado por siete puñales. Este símbolo representa el alma de la virgen María, que, según la profecía de Simeón en la presentación de Jesús en el templo, sería traspasada por una espada. Esta se encargaría de causarle dolor por el sacrificio del mártir por antonomasia en el imaginario occidental, Jesucristo (cf. Lucas 2, 34-35, en Ubieta, 1999: 2282-2283). Así, se produce indirectamente un paralelo sorprendente entre los exiliados, que sufren en los campos disciplinarios, con la pasión de Jesucristo, y otro entre Manuel y la piadosa Mater Dolorosa, que sufre por no poder evitar que su hijo se sacrifique por la salvación de los hombres79. De esta manera, al representar a Manuel con el símbolo de la Mater Dolorosa, que sufre pero que no puede cambiar el destino, y no con el de Jesucristo, más propio de la apropiación anarquista de su figura mítica como
79 Es tentador ver en el nombre del protagonista, Manuel, un símbolo bíblico por su etimología desde el hebrero, “Dios está con nosotros”. Sin embargo, la dedicatoria del libro afirma que Manuel Juan Cerdá y Enrique Sancho Bou son los únicos personajes auténticos y homónimos de la obra.
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primer revolucionario (cf. Attala y Delhom, 2014: 13), el narrador semantiza el exilio como un castigo necesario e ineludible, como ya hiciera en Un cuento escrito en la arena. En esta lógica, los exiliados deben pasar por esta etapa para alcanzar la redención por los pecados de la humanidad “roja” a la que representan y por la que han sido constituidos como abyectos del imaginario franquista y francés. Por lo tanto, esta caracterización de Manuel refuerza la tesis del capítulo anterior de que el narrador/autor se ve imbuido por las fuerzas contradictorias de la autocensura (cf. Levine, 1994: 188). Estas fuerzas contradictorias hacen que el narrador no pueda evitar internalizar el discurso franquista sobre el exiliado que creía capaz de utilizar de manera agente durante su ‘insilio’ en la España franquista80. Además, en contraste con la caracterización del alma piadosa de Manuel, se constituye al ‘otro-mokhazenis’ como un abyecto del español a través de la caracterización dicotómica de su “alma seca”, metáfora de la falta de capacidad de compasión por la que reprime a los exiliados. Con la partida de los amigos del barracón B-2 a Bou Arfa y a Colomb Béchar, el narrador extra-heterodiegético articula el relato a través de “[l]as noticias que llegan a Suzzoni” (Baldó García, Exiliados, 1977: 165). De esta manera, se da voz a otro narrador intra-heterodiegético que describe las consecuencias del “golpe alemán asestado a Francia”. La cada vez más deficiente alimentación y el maltrato, la desatención al enfermo y los castigos constantes se explican como la expresión de la frustración francesa ante su “desgracia”: “[s]ádico era el procedimiento: hacerles padecer porque los franceses sufrían aplastados por las botas nazis. Y si protestaban tal injusticia eran arrastrados a campos disciplinarios, al igual que en Alemania a los campos de exterminio” (ibid.: 165-166). El narrador compara, al igual que hiciera Mercadal Bagur en el aparato peritextual de Yo estuve en Kenadza, los campos disciplinarios argelinos con los campos de exterminio nazis y critica la cobardía, la hipocresía y el falso patriotismo de Francia por los que esclaviza a los españoles.
80 Véase el capítulo 5 de este trabajo, “5. Scribo ergo censeo ergo sum(-us)” (cf. 283).
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Asimismo, la introducción de un extracto de una carta en la superficie textual añade otro ápice de dialogismo bajtiniano estructural y discursivo que rompe con la monofonía estricta del relato. Estructural, en tanto en cuanto se restituye en estilo directo la reacción del ‘otro-francés’ ante la protesta de los españoles de ser trasladados en vagones de carga animal: “¡Gritáis como cobardes! Por eso habéis perdido la guerra en España” (Baldó García, Exiliados, 1977: 167, destacado en el original). Ante este insulto, el narrador intra-autodiegético valora de manera positiva la respuesta de “uno de nosotros”, también en estilo directo: “¡Franceses de mierda! Si tan valientes sois, ¿por qué habéis perdido Francia en cuarenta días y entregado a la esclavitud a un millón de prisioneros?”. De este modo, se vuelve a matizar el énfasis de la voz narrativa principal en la contención de la manifestación del antagonismo político en el mundo diegético para salvaguardarse. El narrador principal vuelve al relato, sitúa la acción en Bou Arfa —donde viven Benítez y Lorenzo— e insiste en el impacto que tienen en la integridad física de los exiliados, tanto la violencia humana, como la de la naturaleza. Incluso los hombres del B-2 se ven afectados por el ambiente, a pesar de formar “un grupo diferenciado a mejor trato” (ibid.: 172) y de su vida cordial centrada en la camaradería. Además, el poco dinero que ganan se lo gastan en garantizar el placer del cuerpo: “tabaco, vino y alguna posible caricia femenina que no puede faltar en el hombre cuando sus instintos están aherrojados o dormidos” (ibid.: 173). Esta descripción de la importancia del placer corporal en los campos de trabajo de los GTE concuerda con el predominio de este aspecto en la narrativización de la misma experiencia, tanto en el diario de Antonio Gassó Fuentes, como en las escrituras del yo de Arturo Esteve y Jiménez Margalejo. Sin embargo, la diferencia de Exiliados españoles en el Sahara radica en que su instancia narrativa justifica la actitud en el contexto diegético, pero expresa su repulsa hacia la misma en el momento de la escritura: “¿Qué podía impedirles la entrega sucia al sexo indiferente y frío como raza? Las mujeres bereberes que les presentaban eran como niñas asexuales, explotadas, sometidas”. La instancia narrativa extraheterodiegética considera que se trataba de un “falso ocio” (ibid.: 174), pero al mismo tiempo insiste, como hiciera en la representación
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de madame de Chabas, en que las “fátimas” (Baldó García, Exiliados, 1977: 176, destacado de la autora) era muy precoces a pesar de su corta edad y que solo aparentaban inocencia. La peyorativa nominalización metonímica de la ‘otra-bereber’ como “Fátima” y la insinuación de que tendían a provocar a los exiliados, victimizados por el efecto de la violenta abyección en su integridad, revelan la constitución de esta ‘otra’ como abyecta del exiliado. El narrador la describe como un objeto sexual en el que descargar su hombría en un contexto de una práctica sexual homosocial colectiva en el que, en palabras del narrador: “[t]odos cumplieron como hombres libres que no encallan ni sujetan las amarras”. A continuación, el narrador sitúa la acción en Colomb Béchar, que se articula alrededor de una trama paralela a la anterior. Se semantiza el campo en el que viven Manuel y Sancho como un lugar donde se materializa la abyección del español, “allí donde se borran las huellas de los humanos” (ibid.: 177), e insiste en sus efectos en la integridad de los exiliados: “autómatas” (ibid.: 178), “doblegados mansos y serviles”. Manuel vuelve a destacar por su expresión de la rebeldía ante la injusticia. Sin embargo, ya no se le cede la voz para expresar su antagonismo y, además, se añade, en un giro proléptico, que los efectos de la disciplina por su expresión de ‘lo político’ “laceraron su cuerpo en los últimos años de su vida” (ibid.: 179). Sancho, por su parte, continúa conteniendo la manifestación del antagonismo de ‘lo político’, “manteniéndose sordo a la rebeldía justificada, y callaba” (ibid.: 184). Esta contención en el mundo diegético se compensa con la insistencia clara e indignada del narrador extra-heterodiegético en que los métodos de tortura que se aplicaban a los internados eran nazis y que el fin era “el exterminio legal” (ibid.: 189). De esta manera, el narrador describe al francés y al alemán como carentes de humanidad y los establece, por lo tanto, como los epítomes del abyecto de los españoles en el momento de la escritura. A estos se les representa altamente traumatizados por la violencia de la represión hacia el final de esta tercera temporalidad: la descripción de los desvaríos y de la indiferencia por todo es el síntoma del daño que el trauma ha provocado en los mecanismos cognitivos y afectivos de los exiliados. Este trauma inhibe, además, su capacidad física y psíquica de respuesta y
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de responsabilidad hacia el ‘otro’, según la teoría de Barad, como se analizaba en el capítulo 4 de este trabajo81. De esta manera, de la contención de la manifestación de ‘lo político’ para garantizar la integridad individual en la narrativización de la experiencia en Camp Morand, el narrador pasa a destacar los rasgos performativos claves de la identidad anarquista puestos en práctica durante la duración de las CTE, para, por último, exponer cómo los efectos del armisticio franco-alemán en su abyección hacen brotar los síntomas de su trauma. Este impone la abyección completa de todo componente político de su identidad. Por eso, el rasgo clave de la identidad anarquista en la diégesis, la performatividad solidaria y comunal del grupo, también cede a los mecanismos represivos del trauma. En palabras del narrador: “[n]o se lucha con la fuerza de la unión de la solidaridad” (Baldó García, Exiliados, 1977: 193). Así pues, en contraposición con las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en Argelia publicadas en los años cincuenta y sesenta, en las que el relato y el trauma que este representaba se resolvían con la recuperación del individuo y su reintegración en la colectividad, Exiliados españoles en el Sahara propone un desenlace no resolutivo. La irrupción del trauma al final de la obra se refuerza formalmente con la interrupción del relato en el clímax de la desintegración de la identidad personal, produciendo un efecto angustioso por la sensación de que este estadio es, como el entramado de la experiencia, irresoluble. ... en Internamiento y resistencia Los Campos de Concentración de Argélès [sic], de Saint Cyprien, de Gurs, de Vernet, etc. donde los combatientes de la República española eran tratados como prisioneros, el castillo de Collioure [sic], donde jefes del ejército republicano eran vejados y maltratados, los Campos de Africa [sic] del Norte, las Compañías de trabajadores donde se les obligaba a un trabajo forzado... todo esto no había satisfecho al fascismo alemán e
81 Véase “4.3. La autoficción y las memorias en el boom del mercado editorial hispanoamericano” (cf. 232 y 236).
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italiano ni a los fascistas franceses hundidos hasta el cuello en la “collaboration” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 87).
El narrador extra-heterodiegético abre también esta tercera temporalidad con una contextualización en tiempo sumario y ulterior de las causas que provocaron la formación de las modalidades concentracionarias represivas para los exiliados españoles. Para ello, inserta la experiencia de los españoles en Argelia en este periodo dentro del marco de lo que concibe como la represión fascista europea. Arguye que los ‘otros-fascistas’, en sus diferentes vectores nacionales, no habían tenido suficiente con los mecanismos de materialización de la abyección que ya se habían puesto en marcha con anterioridad. Por ello, cuenta que comenzaron a aplicar nuevos métodos a partir de 1940, entre los que incluye la “caza” a españoles y a franceses que iban a parar a “Mauthausen, Gusen, Dachau, Buchenwald, Belsen... y a la isla de Aurigny”. Según el narrador, otro de los métodos se oficializó el 14 de noviembre de 1941 “con la nota n.° 8498”, que regulaba el funcionamiento de los campos de represión en Argelia. Además de esta información, se proporciona un inventario de los dirigentes de cada campo, incluyendo también aquellos en los que se reprimía a los “patriotas” franceses en África, a las Brigadas Internacionales y a “los patriotas argelinos (de origen árabe o europeo, musulmanes, judíos o de otras confesiones o creencias religiosas o filosóficas)” (destacado de la autora). La atípica inclusión de una variedad de intersecciones identitarias en la categoría de “patriota argelino” debe entenderse dentro del concepto comunista de ‘patria’ como la unión transnacional de todos los pueblos al partido de Lenin o de Stalin (cf. Bar-Tal, 1994: 69; Guerin, 2010: 9). Por lo tanto, las intersecciones “raciales”, religiosas o filosóficas que abarca esta concepción de ‘patria’ deben comprenderse bajo el filtro de la identidad comunista que se constituye como vínculo de unión. El abandono de la tendencia a la metonimia para referirse al ‘otro-argelino’ caracteriza a las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en Argelia en este periodo de tiempo. Los narradores tienden así a especificar qué tropa concreta de spahis, goumiers, mokhazenis se encargaba de vigilarles o si se relacionaban con árabes o
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bereberes. No obstante, Internamiento y resistencia refuerza su identidad política “patriótica” a través del cuidado explícito del tratamiento de la representación del argelino en su variabilidad. Tras esta contextualización, el relato se estructura alrededor de otros dos tipos de experiencias represivas: los campos de represión y los presidios. Por último, aporta un análisis de la situación de los exiliados tras el desembarco estadounidense. La perspectiva predominante adoptada por la instancia narrativa principal en esta tercera temporalidad es la heterodiegética, que tan solo cede a la homodiégesis para presentar a los nuevos testigos e insertar su testimonio sobre la experiencia represiva en el relato. Sin embargo, el número de testimonios se reduce a la mitad y estos remiten en el transcurso del relato, lo que proporciona a la obra, por un lado, un menor efecto de polifonía estructural y, por el otro, apariencia de mayor historicidad. El primero de ellos abre la ronda de descripciones de los campos de represión. La sumaria caracterización de Djorf Torba se realiza, como explica el narrador extra-homodiegético, a través de la introducción del testimonio de Tomás Barbeito. Este expone a través de una instancia narrativa intra-autodiegética el suministro alimenticio que se proporcionó a los represaliados para un mes: “un saco de harina [...] y un saco de lentejas” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 88, destacado en el original) y arguye, según lo que le comunicó un oficial, que el objetivo era “hacernos morir de hambre y sed”. Admite que los meses que estuvieron allí causaron secuelas en la salud de la mayoría, pero advierte, en la retórica típica de la resistencia comunista, “que no consiguieron exterminarnos”. El narrador extra-heterodiegético completa la información resumiendo en estilo indirecto el testimonio de Emilio Fradera, quien “recuerda como [sic] [...] los internados tuvieron que recurrir a moler el grano entre unas piedras, amasar la harina e improvisar un horno entre cuatro piedras para cocer el pan” (ibid.: 88-89) en medio del desierto. La exposición detallada de las condiciones en las que los exiliados tenían que procesar las materias primas se realiza a través de un modo descriptivo y un tono neutro. No se recurre al pathos para persuadir al lector de la crueldad de los métodos represivos, lo que enfatiza formalmente la importancia de la templanza en la articulación narrativa de la identidad comunista (cf. Erice Sebares, 2010: 159).
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El entramado de la experiencia colectiva en los diferentes campos y prisiones se realiza alrededor de una trama similar: el campo o la cárcel se sitúa geográficamente y se describe con gran cantidad de detalles numéricos. Se explicita también quién estaba al cargo de la dirección y de la vigilancia del establecimiento y cuántos hombres y de qué nacionalidades se encontraban en él. Además, se expone la lógica de estructuración de las secciones en relación con el grado de represión ejercido: la sección principal, a la que se enviaba a los que se habían rebelado en los GTE o a los considerados especialmente peligrosos por su orientación política, y la sección de aislamiento. En esta última había aproximadamente un cuarto de los internados y servía para castigar a los desobedientes, en muchos casos hasta la muerte. Se cuenta también que se controlaba a los refugiados mientras miccionaban o defecaban en una tina con capacidad máxima de veinte litros. Esta era tan pequeña, que los excrementos pronto la desbordaban “formando en torno a ella un círculo tan repulsivo que es preferible no describir” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 96). Se enfatiza que esto tenían que hacerlo con los pies descalzos, pues se les confiscaban los zapatos para evitar las evasiones. Además, se comenta que la alimentación estaba “calculada más que para calmar el apetito, estimularlo” (ibid.: 98). Estos son únicamente algunos de los ejemplos de la rutina de los exiliados, en la que, según la instancia narrativa principal, “[n]o hay momento que no les sea bueno para zaherir, para maltratar” (ibid.: 99). Además, se proporciona una selección de las diferentes formas de castigo en las secciones de aislamiento y se describen los procedimientos judiciales a los que se vieron sometidos los responsables de las torturas y las sentencias a las que hicieron frente. El narrador extra-heterodiegético que domina el relato también utiliza un tono relativamente calmado y no hace comentarios valorando lo injusto, ni del trato, ni de las sentencias. En los pocos momentos en los que esto ocurre lo hace a través de la crítica a la práctica y no al ejecutor o recurre al uso de la ironía. Por ejemplo, cuando afirma que la inspección que sirvió de prueba en el juicio contra los responsables de Hadjerat M’Guil fue “tan profunda” (ibid.: 103) que los internados ni se enteraron de que se había realizado hasta que lo escucharon en el juicio, el narrador advierte que
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[p]or haber sido uno de los internados, alguien podría pensar que quien escribe no lo hace de manera objetiva. Que es posible que exista en él la influencia del natural rencor, de cierto espíritu de venganza. Es por ello que el presente triste trabajo de la pequeña Historia, que contribuye a escribir la grande, lo terminaremos con dos citas de hombres a los que, de ninguna manera, se les podrá tildar nunca como partidarios incondicionales de nuestra causa, mismo si esta fue y sigue siendo justa (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 103).
De esta manera, se reivindica, por un lado, la causa justa del colectivo en el que se inscribe el narrador y, por el otro, la objetividad del relato y su validez como fuente histórica. Además, se insertan citas de autoridad de Ohlmann, el presidente que dirigió el proceso judicial contra el coronel Viciot, e incluso del propio defensor de Dourmenoff, otro de los inculpados. Así, se recalca lo superlativo del horror que se cometió en Hadjerat M’Guil. Asimismo, las citas no solo refuerzan el carácter objetivo del relato, sino que constituyen la experiencia represiva de los españoles en Argelia como el epítome de la represión por encima de la ejercida en los campos hitlerianos y comparable a la sufrida por “los mártires de los primeros siglos del Cristianismo” (ibid.: 104, destacado en el original). Estas afirmaciones constituyen “objetivamente” al refugiado español como el resistente abnegado por antonomasia y avalan la caracterización repetitiva de los exiliados, que “estoicamente [...] soportaron el suplicio de la sed” (ibid.: 89), nunca perdieron la moral porque “se está persuadido que la última palabra será la del antifascismo” (ibid.: 102) y siempre fueron “ejemplo de valerosa resistencia dado por los internados en su casi totalidad” (ibid.: 111). La propensión típica de la retórica comunista al uso de la metonimia para referirse a todos los republicanos sigue dominando el relato, ya que como afirman Erice Sebares (cf. 2010: 168) y Ginard i Ferón (cf. 2010: 47), los comunistas se consideraban el alma de la resistencia antifascista. No obstante, a lo largo de esta temporalidad se explicita en varias ocasiones que a los presos se los juzgaba por su actividad comunista. Se llega incluso a evidenciar este uso metonímico marcando entre paréntesis a quién se refiere el narrador cuando habla de
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los “republicanos españoles (comunistas)” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 145). Además, este destaca en una nota a pie de página que [p]or respeto a la verdad y sin disimular en nada la participación individual o colectiva de otros grupos políticos en la Resistencia en Africa [sic] del Norte, debemos decir que esta resistencia en los Campos, en las Compañías y en las ciudades, era organizada sobre todo por los comunistas y los jóvenes socialistas unificados, los cuales se mantenían organizados en todas partes (ibid.: 113).
Por lo tanto, puede deducirse que esta “objetivación” de la instauración del refugiado español como el resistente por antonomasia sirve para fijar la identidad comunista por metonimia en el relato en contraposición a los ‘otros-políticos’. A estos los constituye jerárquicamente como inferiores por carecer de la capacidad organizativa que caracteriza ex negativo al comunista español y a los jóvenes socialistas unificados. Esta última organización fue altamente criticada por los socialistas valencianos en plena Guerra Civil porque, a pesar de estar conformada por socialistas y comunistas, estaba dominada o incluso solo conformada ideológicamente por los segundos (cf. Souto Kustrín, 2013: 161; Valero Gómez, 2011: 7-8). Según la instancia narrativa principal, la capacidad de sacrificio caracteriza, tanto a los “militantes destacados [... y] más responsables” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 113) que huyeron de las compañías para coordinar la lucha antifascista en Orán y Argel, como a las familias de los militantes y las mujeres “refugiadas y residentes de origen español” (ibid.: 114). Estas últimas, que soportaron con abnegación, “valor y firmeza” (ibid.: 116) las torturas, sobre todo en el caso de la “camarada Sofía”, también contribuyeron a la lucha antifascista. Además, la instancia narrativa principal recurre a la cita textual explícita de fuentes de autoridad o a afirmar que poseen testimonios que avalan la información para dar credibilidad a lo que considera inverosímil, como la falta absoluta de cuidados médicos en las cárceles: “[p]arece increíble, pero tenemos numerosos testimonios para confirmarlo” (ibid.: 120-121). El único ápice de dialogismo bajtiniano que rompe con la uniformidad estructural, formal, memorística e
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identitaria propuesta en esta tercera temporalidad es la falta de acuerdo en la cifra sobre el número de muertos en el campo de Djelfa. Ni el testimonio de Antonio Romo, ni la instancia narrativa principal, ni incluso la fuente de autoridad del brigadista Paul Chaupin en el libro de André Moine, Déportation et Résistance en Afrique du Nord (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 111), coinciden en las cifras. Esta falta de acuerdo entre los ochenta, sesenta y cincuenta muertos, respectivamente, se soluciona con dos preguntas retóricas no-resolutivas: “¿Cuál es la cifra exacta?”, y “¿Cuántos han muerto a consecuencia de este Campo?”. Además, esta concesión da pie a reconocer que en la ejemplaridad resistente “hubo también sus puntos negros”: un español que se hizo con el mando de una sección de aislamiento en Djelfa, “un bandido que los golpeaba y robaba a mansalva” y la expedición de ciento cincuenta internados españoles que pidieron la extradición a España. En contraposición a estos puntos negros, la instancia narrativa extra-heterodiegética reitera la descripción del frente fraternal común de resistencia que formaron todos los presos, independientemente de su nacionalidad. Este vínculo se expresaba performativamente a través de la “brillante Marsellesa [...] el símbolo de la resistencia” (ibid.: 124). Además, “‘La Internacional’, ‘La Joven Guardia’” (ibid.: 126) y otras canciones revolucionarias de la “Patria” (ibid.: 99) que cantaban en grupo en los momentos más duros contribuían a “mantener la moral y el espíritu de resistencia” (ibid.: 110) y representaban la “afirmación de la fidelidad y la confianza en la causa común” (ibid.: 126). La huelga de hambre se ilustra como otro gesto performativo clave de la identidad comunista internacional en las prisiones, que sirve para expresar su antagonismo ante la negativa de concederles el estatuto de prisioneros políticos. En términos teóricos, se rebelan ante la represión simbólica de su identidad política por la que se les constituye como abyectos-criminales comunes. El último rasgo identitario performativo clave del colectivo comunista narrativizado en esta tercera parte es la solidaridad. A diferencia de la semantización anarquista de la solidaridad en torno a la vida comunitaria fraternal y de apoyo emocional y espiritual, Internamiento y resistencia comprende la solidaridad como la expresión material de
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ese apoyo: la comida, la ropa y el dinero donado por los militantes para los que más sufrían las consecuencias de la escenificación de la identidad comunista ejemplar, es decir, el resistente por antonomasia en los sistemas represivos. Según la instancia narrativa, la represión de su identidad política en las cárceles y su convivencia con los presos comunes permitió a los exiliados españoles fortalecer la amistad y la unidad antifascista entre patriotas franceses, españoles y argelinos. Estos últimos, afirma, eran los que peor vivían, “comidos por las enfermedades y por la miseria” (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 130). Y es que se arguye que con ellos “la comunidad de ideas se añade a la fraternidad” (ibid.: 136), un comentario que explicita la concepción transnacional de Internamiento y resistencia de la identidad comunista. Como reza su título, el capítulo que concluye el relato resume la “NUEVA SITUACIÓN” (ibid.: 145) que experimentaron los exiliados tras la Segunda Guerra Mundial. La instancia narrativa cuenta que en este periodo se intensificó la lucha en el interior de España para hacer caer al régimen de Franco con el “movimiento liberalizador mundial”. Para ello, organizaron mítines en España y en toda Argelia y celebraron el aniversario de la Segunda República Española con tal ímpetu que los “fascistas temblaban desorientados”. Sin embargo, el narrador extra-heterodiegético afirma que esto no fue posible porque, “para los ‘demócratas’ norteamericanos, la dominación de los monopolios capitalistas [...] y las bases militares eran más importantes que la libertad de los pueblos”. De esta manera, el narrador extra-heterodiegético atribuye la culpabilidad de que la dictadura franquista no pudiera ser derrocada al egoísmo capitalista estadounidense, al que constituye, por lo tanto, como abyecto. En contraste a esta actitud, se insiste en el compromiso de “los republicanos españoles (comunistas)” en acabar con el remanente fascista-abyecto en Europa luchando clandestinamente en la Península Ibérica. Allí, afirma, muchos comunistas murieron como “héroes y mártires de los pueblos de España” (ibid.: 147), como Ramón Vía. De este se incluye un extracto de la última carta que escribió en la cárcel antes de ser ajusticiado. El relato se cierra con la reproducción de la cubierta de una de las ediciones de la publicación de esta carta, titulada “Yo acuso”, en la que se le describe como
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combatiente del ejército republicano español. Héroe de la resistencia francesa contra los nazis en África del Norte. Héroe de la lucha del pueblo español por la democracia y la República. Condenado a muerte por Franco (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 147).
Ilustración 23: Yo acuso, de Ramón Vía (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 147)
Al concluir la narración con esta imagen y con un texto con claras alusiones intertextuales con el “J’accuse” de Zola, Internamiento y resistencia constituye a Ramón Vía como el símbolo que amalgama todos los rasgos del militante comunista por antonomasia: el valiente y coherente resistente hasta las últimas consecuencias82. Así, el relato cierra el entramado de la tercera temporalidad diegética —que abarca desde la instauración del régimen de Vichy hasta finales de la década
82 Para más información sobre este artículo de Zola, véase “1.2.2. El exilio republicano español en Francia” (cf. 56). Herrera Petere ha ficcionalizado la experiencia del exilio de Ramón Vía constituyéndole como un héroe en De Alicante al desierto (2010).
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de los cuarenta— con un llamamiento: invita a recordar cómo son los comunistas a partir de la narrativización de la experiencia comunista en el exilio en Argelia. De esta manera, fija esta identidad política en el presente de la escritura en torno a su manifestación de ‘la política’ normativa de ‘lo político’: la resistencia ante el epítome del abyecto: el fascismo franquista. ... en Yo estuve en Kenadza Como consecuencia de cuanto acabo de narrar, mi vida en Kenadza cambió radicalmente puesto que con mis ingresos pude pagarme la comida en el restaurant en donde su calidad, si bien no pasaba de mediocre, era superior al rancho de la Compañía (Mercadal Bagur, 1983: 115).
El narrador autodiegético ilustra los beneficios derivados de su nueva condición de músico y oficinista en Kenadsa, como su alimentación en el restaurante, en el que, comenta, trabajaba como camarero Emilio Gomila. Este, afirma, murió joven en Argel, era pariente de un amigo socialista suyo y el otro menorquín en aquel campo, “aparte del infortunado Poza” que murió en Hadjerat M’Guil (ibid.: 116). Si el narrador constituía en el primer párrafo su identidad alrededor del vector político —socialista— y regional —menorquín—, la noticia del “asesinato de nuestro compañero Moreno en el campo de represalias de Hadjerat McGuil” le lleva a reorganizar la preponderancia de estos vectores y articular el relato en torno a su identidad de exiliado en Argelia. Recalca a modo de crítica que, a pesar de que las brutalidades que se cometieron en los campos de represión en Argelia fueron incluso peores que las de los campos de exterminio nazis, no se ha escrito prácticamente nada sobre lo sucedido (cf. ibid.: 117). Además, en comparación con la vasta producción que ha dado a conocer el terror nacional-socialista, los procesos que tuvieron lugar en 1944 en Argel para juzgar a los responsables de los horrores cometidos en Hadjerat M’Guil, no los conocen ni las “nuevas generaciones de españoles” (ibid.: 117), ni la mayoría de aquellos que vivieron la guerra. Por este motivo, el narrador afirma que “[l]lenar en lo posible esta laguna,
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aportando cuanta información auténtica y verídica poseo sobre tal infamante página de la historia del éxodo republicano español de 1939, constituye el principal objetivo de estas Memorias” (Mercadal Bagur, 1983: 117). En consecuencia, tras una descripción en tiempo sumario del último año del narrador en Kenadsa —desde el optimismo sobre la victoria aliada que reinaba en el campo meses antes de que desembarcaran las fuerzas estadounidenses, hasta su liberación y reincorporación en la fábrica Gong y en la orquesta L’Accord Parfait—, la instancia narrativa se convierte en extra-homodiegética para “contar la verdad pura y simple” (ibid.: 120) sobre el proceso contra los dirigentes de Hadjerat M’Guil. En el afán de enfatizar la facticidad de su relato, el narrador enumera los nombres y los cargos de los componentes del Consejo de Guerra que se encargó de juzgar a los procesados junto con sus nombres, cargos y acusaciones. Asimismo, aporta datos sobre quiénes estuvieron en el campo: “oponentes al régimen de Vichy, antifascistas españoles, antihitlerianos, judíos, etc.” (ibid.: 123). Pone también énfasis en la arbitrariedad de la selección, puesto que todo dependía del capricho de un “vigilante en un momento de borrachera o malhumor”. Según el narrador, la prensa argelina “de todos los matices” (ibid.: 124) cubrió el juicio que tuvo tugar entre el 19 de febrero y el 3 de marzo de 1944. Los recortes de periódicos intercalados sirven para avalar la información aportada por la instancia narrativa autodiegética, quien afirma haber asistido al proceso “[g]racias a la preferencia que se nos dispensó a cuantos habíamos estado internados en los campos de aquella zona”. A continuación, presenta los apellidos de los doce asesinados y se detiene en la narrativización de su recuerdo del juicio. En primer lugar, el narrador —ahora, extra-homodiegético— se dispone a realizar una prosopografía de los “once miserables torturadores”, ya que, afirma, las miradas de todos los asistentes al juicio se dirigían sin poder evitarlo al banquillo de los imputados. La descripción se centra en un primer momento en sus rasgos físicos, haciendo alusión a la apariencia animal de los acusados o a su connotación claramente amoral. La “tez de color terroso y ojos apagados” de Santucci, “las pronunciadas mandíbulas” de Finidori, “los ojos azules y fríos y
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[... el] cuello de toro” (Mercadal Bagur, 1983: 124) de Riepp o la “cara inyectada de sangre y boca torcida” de Viciot son algunos ejemplos. Sin embargo, según avanzan las descripciones, la prosopografía con connotaciones morales da paso a la etopeya cuando, al animalizar a Mosca, Dauphin, Dotti y Celier, les tacha de “innobles perros de presa que ejecutaban las órdenes e insinuaciones de sus jefes sin observar el más mínimo remordimiento”. Otro ejemplo es el comentario del narrador de que Lupy era “un sujeto vulgar y sin conciencia”. De esta manera, la instancia narrativa proporciona un retrato de los torturadores que hace hincapié en su falta de moralidad y de humanidad y que los constituye, por lo tanto, como abyectos de la humanidad. El resumen de las declaraciones de los diferentes testigos de la defensa y de la acusación transpone el discurso en estilo indirecto marcado y se centra en la descripción iterativa de las torturas y las palizas que llevaron a la muerte a sus compañeros. En ciertas ocasiones se restituye el discurso en cursiva, lo que produce un efecto de mímesis que refuerza la autoridad de la instancia narrativa por su cercanía a los testigos-fuentes históricas. A pesar de considerar las declaraciones de la defensa “de escaso interés” (ibid.: 133), el narrador las transpone en el relato en estilo indirecto. No obstante, el grado de dialogismo producido por la incorporación de voces que, en principio, debían defender una interpretación diferente, si no contraria de los hechos, es mínimo. Según explicita la propia instancia narrativa, los propios acusados contestaban a las acusaciones con evasivas e “incluso los testigos llamados por la defensa denunciaron las tropelías cometidas en el siniestro campo de castigo”. Además, las fotos intercaladas en el espacio textual otorgado a la defensa minimizan cualquier tipo de credibilidad a las declaraciones que afirmaban no haber visto nada sospechoso. Por ejemplo, la foto de cuatro hombres con el torso desnudo, las costillas marcadas y los pantalones hechos harapos en medio del desierto deslegitimiza cualquier tipo de pretensión de que no se sospechaba cuál era el estado de los prisioneros. Asimismo, la fotografía, considerada como un noema, “une émanation du référent” (Barthes, La chambre, 1980: 126), pretendía avalar la sinceridad de la información aportada por el narrador principal. A este respecto, resulta curioso comparar esta foto “real”
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Ilustración 24: internados en Hadjerat M’Guil (Mercadal Bagur, 1983: 134)
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con la misma instantánea que incluye Muñoz Congost en el apéndice de Por tierras de moros. La “x” señala a José Muñoz Congost, la cuarta persona que no aparece en Yo estuve en Kenadza, a pesar de que la foto de Por tierras de moros es la que se reproduce en Los que sí hicimos la guerra de Eduardo Pons Prades (cf. 1973: 49). Esta última es la fuente desde la que Mercadal Bagur, como afirma en el título de la foto, ha extraído la instantánea. La manipulación de la fotografía que expulsa a Muñoz Congost de la ‘memoria cultural’ que alberga Yo estuve en Kenadza puede responder a varios motivos: que el autor tuviera que cortar la foto porque no cabía en la página en tamaño original o que el corte fuera conscientemente realizado para “abyectar” al anarquista Muñoz Congost de la superficie icónica. Sin embargo, desde el punto de vista de la recepción, puede afirmarse que la relativa mejor apariencia de Muñoz Congost mitiga el efecto patético que produce la instantánea en términos retóricos. Además, el título de la fotografía recortada describe la instantánea como una “patética visión de prisioneros españoles” (Mercadal Bagur, 1983: 134). Por lo tanto, no parece aventurado concluir que el retoque de la foto tenga como objetivo enfatizar el efecto físico que Hadjerat M’Guil tuvo en los exiliados para contrastar y autorizar la descripción textual del sufrimiento de los mismos83. Asimismo, la exposición de la defensa del abogado de
83 Esta fotografía es una de las más circuladas dentro de los productos culturales sobre el exilio español en Argelia. Sin embargo, no hay fuentes que hagan referencia al autor de la misma. Max Aub la incluye en Todo en su relato “¡Yo no invento nada!” (cf. 1943: 32) y en las ediciones de Diario de Djelfa de 1940 y de 1970. Vilanova Andreu también la incluye en su apartado de ilustraciones en 1969 (cf. 582). Es también la fotografía de la cubierta del número 11 de la colección Monografías del exilio español que Morro Casas (2012) dedica al exilio español en Argelia. Fernández Díaz también la incluye, aunque con un extraño efecto espejo, por el que se invierte la dirección en la que aparecen los exiliados: Muñoz Congost aparece en el extremo derecho de la fotografía y el personaje con las manos cruzadas delante del cuerpo en el extremo izquierdo (cf. 2011: 227). Sicot la reproduce en Djelfa 41-43 (cf. 2015: Iconographie: vi-vii). Naharro Calderón la utiliza en su último artículo en Fronterad, en el que responde a lo que él considera la manipulación que Sicot hace de sus escritos en uno de sus últimos libros, Djelfa 41-43. En este artículo, Naharro Calderón justifica su uso
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Ilustración 25: internados en Hadjerat M’Guil (Muñoz Congost, 1989: 339)
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Dauphin, Mr. Laquière, incluye en estilo directo alguno de los argumentos negacionistas alegados por el susodicho. Sin embargo, el énfasis en los gestos antagónico-políticos que mostraron los que asistieron al juicio en el universo diegético impide que la tesis contraria a la que defiende la instancia narrativa pueda ser considerada válida. Por último, se presentan las sentencias de cada uno de los acusados sin hacer ningún tipo de comentario valorativo. A continuación, el relato aumenta el ritmo narrativo hasta cubrir los últimos cuatro años del exilio argelino en veintiuna páginas repletas de fotografías. La instancia narrativa retoma el relato desde una perspectiva autodiegética y cuenta su experiencia en las diferentes compañías para las que trabajó como músico. La primera es la de la sala de fiestas Bosphore en Argel, en la que tocaba en la orquesta junto con otros músicos, “todos excelentes” (Mercadal Bagur, 1983: 139) y “casi todos [...] hijos o descendientes de españoles”. La insistencia en la calidad de los músicos españoles, como ya hiciera con anterioridad en el relato, constituye a los españoles como superiores en sus capacidades musicales. El siguiente contrato fue con madame Turcy, “una famosa y legendaria artista francesa residente entonces en Argel” (ibid.: 143), que le dio trabajo como maestro para su gira por Argelia y Marruecos. El narrador valora esta experiencia laboral, puesto que, además de suponer una novedad en su carrera musical, le permitió conocer “numerosas poblaciones y lugares pintorescos” y cosechar éxitos84.
del término ‘campo de concentración’ para denominar a los campos argelinos y franceses (cf. “Ante el horror”, 2015). También aparece en el apartado de fotos en el centro del libro Sables d’exil (cf. 2009: XIII), editado por Andrée Bachoud y Bernard Sicot, en el artículo de Charaudeau (cf. 1992: 28) y en el documental Cautivos en la arena de Sella y Mellado (1999). 84 La gran cantidad de imágenes intercaladas en el texto tituladas “Típica de Fez” (Mercadal Bagur, 1983: 147), “La puerta de Bou-Jeloud, en Fez” (ibid.: 148), “Calle del barrio moro de Taza” (ibid.: 154) o “Preciosos detalles escultóricos en los ‘Tombeaux Saadiens’ de Marrakesch” (ibid.: 157) refuerza la sensación de que la tournée fue más bien un viaje turístico en el que se dedicó a hacer fotos de lugares pintorescos.
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La introducción de un conjunto de fotografías de gesto risueño de “las figuras más destacadas de la Compañía” (Mercadal Bagur, 1983: 114), como reza el pie de foto, contribuye a reforzar el carácter excepcional de los músicos y fijarlos como personalidades destacadas en el mundo cultural de la Argelia colonial. Más específicamente, los instaura como personalidades del Teatro Municipal de Orán, cuya fotografía se inserta en la página contigua. Este espacio se constituye, así, por la fuerza cristalizadora de la memoria del material icónico (cf. Sánchez Biosca, “Imagen, lugar de memoria”, 2009: 143), como un ‘lugar de memoria’ para la identidad del grupo musical en el que se incluye el narrador. Esta experiencia laboral y la cordial amistad que trabó con sus miembros, que solo hablaban francés, hicieron que el narrador necesitara perfeccionar sus conocimientos de la lengua francesa. Antes, reconoce, esto no había sido posible porque únicamente había trabajado con españoles y por “una notoria aversión y resistencia mía [...] motivada por la forma inicua con que habíamos sido recibidos y las dificultades y amarguras que hubimos de soportar los exiliados” (Mercadal Bagur, 1983: 146). De este modo, el narrador autodiegético afirma que el trato malvado e injusto al que se había visto sometido por los franceses por abyecto le hizo llegar a sentir repugnancia hacia su vehículo de expresión lingüística. Este sentimiento evidencia su constitución del ‘otrofrancés’ también a partir de los mecanismos de la abyección. A pesar de haber superado la aversión al francés, como revela que repitiera la gira al año siguiente, reconoce que después volvió a trabajar con sus amigos españoles en Orán y luego en Argel. Según el narrador, en esta última ciudad tuvieron que encargarse de ayudar a unos compatriotas en apuros recaudando fondos para que pudieran volver a Barcelona. El retorno de la perspectiva autodiegética plural y el énfasis en el compromiso para con los compatriotas evidencia la articulación del relato en esta tercera temporalidad alrededor de la identidad española. Esto contrasta con claridad con el mayor distanciamiento de su narrativización de la experiencia “cordial” con la agrupación francesa, que, además, se centraba exclusivamente en el éxito musical recabado.
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El penúltimo capítulo lo constituyen varias anécdotas de sus giras artísticas por Marruecos, que revelan datos interesantes sobre su constitución del ‘otro-árabe’. Una de ellas cuenta el atracón de pastas con miel al que se vieron prácticamente obligados los músicos por la invitación —“insistente dentro de la amabilidad del requerimiento” (Mercadal Bagur, 1983: 152)— de unos guardias árabes para que se unieran a una fiesta en honor de Mohamed V en Rabat. Según el narrador, para cuando consiguieron huir de la fiesta “teníamos la sensación de haber caído de cabeza dentro de un panal” (ibid.: 153) por la excesiva cantidad de miel que tenían las pastas. La insistencia en la sensación de obligación a compartir la celebración y a comer los dulces árabes, a pesar de la calurosa acogida que recibieron, pone de manifiesto el distanciamiento del narrador respecto a este ‘otro-árabe’. Otra sitúa la acción en Marrakech donde, por sugerencia de sus compañeros franceses, afirma haber tomado un “rickshaw” (ibid.: 156, destacado en el original) tirado por un árabe para ir hasta el teatro. Una vez allí, en palabras del propio narrador: experimenté una sensación extraña, una especie de remordimiento, de vergüenza. Me pareció humillante que otro hombre, para ganar un poco de dinero, me hubiese transportado rebajándose a la condición de animal de tiro y que yo hubiese aceptado tal humillación. Sentí un sentimiento de culpabilidad y pensé que, moralmente. [sic] había cometido un acto censurable.
La reflexión sobre la amoralidad de su relación jerárquica con el ‘otroárabe’ en el mundo diegético revela que, a pesar del distanciamiento con el que la instancia narrativa presentaba la anécdota anterior, Yo estuve en Kenadza renuncia a su constitución a través de la lógica de la abyección. El tiempo narrativo aumenta todavía más para explicar la vuelta a España del narrador. Comenta en tiempo sumarísimo que la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial no significó el derrocamiento de la dictadura franquista. Considera que
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las mal llamadas democracias defensoras de la libertad de los pueblos, no solo no movieron un dedo para hacer que los españoles pudieran expresar libremente su voluntad, sino que se entregaron a un indigno doble juego consistente en expresar inoperantes condenas verbales contra el ominoso régimen franquista mientras por otra parte lo apuntalaban concediéndole créditos (Mercadal Bagur, 1983: 159).
La hipocresía y la falta de calidad democrática vuelven a caracterizar la descripción personificada de los países occidentales, vendidos, como se insistiera también en Internamiento y resistencia, por la lógica capitalista. Sin embargo, la normatividad comunista difundida por esta última defendía que la única vuelta posible a España era en la clandestinidad y el objetivo, acabar con el régimen franquista. La instancia narrativa de Yo estuve en Kenadza arguye, por su parte, que fue la convicción de que nada iba a cambiar “en mucho tiempo” lo que le hizo volver a la España franquista. Afirma que, a pesar de haberse forjado una carrera musical exitosa y lucrativa en Argelia, la opción de quedarse en este país no se la había planteado “ni remotamente”. Comenta que Francia había sido para nosotros, no la amiga o madre amorosa que tiende la mano en la desgracia, sino una madrastra de la peor ralea y por eso, porque no podía ni quería olvidar la dureza con la que habíamos sido tratados y la injusticia de la que fuimos víctimas, prefería mil veces empezar de nuevo una etapa de dura lucha para situarme en España (ibid.: 159-160).
De este modo, aunque la instancia narrativa afirmaba con anterioridad que su aversión hacia el ‘otro-francés’ había ido remitiendo, la caracterización de Francia en términos genéricos como “una madrastra de la peor ralea” (ibid.: 159), es decir, a través de la metáfora de la crueldad en superlativo, apuntala la constitución identitaria que propone el relato. Esta se articula en torno a la experiencia abyecta compartida con todos los exiliados de acuerdo con su antagonismo de ‘lo político’ contra Francia. Se abandona así la preponderancia de la identificación del narrador con el socialismo al principio del relato y de la narrativización de la expresión performativa de su identidad a
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través de lo laboral o lo regional a través de la música en un segundo momento, ya que afirma que prefiere sacrificar los éxitos profesionales en Argelia y volver a España. Como ya ocurriera con anterioridad en la articulación narrativa de esta tercera temporalidad diegética, el relato redirige la jerarquía de los vectores identitarios hacia la convergencia en lo nacional —‘lo español’— y hacia la ‘política’ —‘lo republicano’ en tanto que hiperónimo de la multiplicidad identitaria del grupo. Por todo esto, Mercadal Bagur solicitó su pasaporte en 1947 y consumó su regreso a España un año más tarde, puesto que, arguye, al fin y al cabo, “con Franco o sin él, era mi patria” (Mercadal Bagur, 1983: 160). Con un avión alemán llegó a Perpiñán, ciudad desde la que se dirigió a Barcelona por vía férrea. Durante su viaje en tren a la ciudad condal compartió un vagón con dos payeses catalanes quienes, asegura, no tenían apuros en criticar abiertamente a Franco y a su dictadura. Según el narrador, en uno de sus comentarios definieron a esta última con excepcional precisión y concisión: “[a]quí estem com un peix dins un cistell” (destacado en el original). Con la plástica metáfora de la agonía que sufriría un pez en una cesta fuera del agua, el narrador autodiegético semantiza el tiempo del ‘insilio’ como un periodo duro en el que vivió fuera de su hábitat natural, es decir, como una abyección del pez/republicano dentro del imaginario nacional franquista85. Sin embargo, una abyección elegida y preferible a la ejercida por la de quien instaura como el epítome de lo abyecto y eterno enemigo del español: ‘el otro-francés’. ... en Por tierras de moros Todo aquel que viaje por tierras del Sur Oranés, en la línea de ferrocarril que va de Ain Sefra a Colomb Bechar, al pasar por Jenien Bou Rezg y antes de llegar a la zona fronteriza de Beni Ounif, que examine, si pueden leerse aún, los nombres de los apeaderos, fortines, al pasar. En cuanto lea el nombre de Hadjerat M’guil, que guarde un momento de recogimiento (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 89).
85 Para una definición de ‘insilio’, véase “1.1.1. La Guerra Civil” (cf. 31).
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La instancia narrativa toma una perspectiva extra-heterodiegética para reclamar un minuto de silencio ante lo que constituye narrativamente como un lieu de mémoire: el fortín de Hadjerat M’Guil. El gesto performativo de mostrar recogimiento debe servir para honrar a aquellos compañeros enterrados a dos kilómetros al sur, dos de ellos con cruz, y otros nueve “sin cruces” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 89). Sin embargo, a diferencia de la pretensión referencial de las descripciones de Internamiento y resistencia, este comienzo sirve más bien para enfatizar que fueron los propios internados del campo, “entre ellos los refugiados españoles”, los que las levantaron “con sudor y sangre”. Tras esta prolepsis hasta el tiempo de la escritura con la que se anuncia el resultado de lo que el narrador considera “otro escenario, otro avatar” (ibid.: 90), la instancia narrativa retoma el relato desde una perspectiva autodiegética en tiempo simultáneo. La acción narrativa se sitúa en un marabout de Hadjerat M’Guil en el que el protagonista va a convivir con quince marinos, calificados como comunistas peligrosos. Estos le informan de la vida en el campo y del personal, que, según le cuentan en estilo indirecto, se ensaña con los internados porque, como les dicen “mil veces cada día” (ibid.: 91), son “la lie de la terre (la hez de la tierra)”. Este insulto es un acto de habla performativo, en términos butlerianos, que constituye discursivamente al ‘otro-interno’ como abyecto en el sentido literal de su campo semántico: como un excremento expulsado de la tierra, metáfora espacial de la humanidad. El narrador cuenta a continuación cómo vivió su constitución discursiva por interpelación performativa como abyecto en primera persona86. Durante la formación se les denomina “canalla podrida” (ibid.: 93) y lo que el narrador considera otros “lugares comunes” sobre su identidad. Por su parte, la instancia narrativa utiliza la descripción de los tratos denigrantes a los que se veían sometidos los internados, como tener que arrastrarse con los codos por el campo por capricho de Finidori o desplazarse en formación y a paso gimnástico al
86 Véase Butler (cf. Excitable Speech, 2013: 2). Este concepto se explica en “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 146-147).
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ritmo de los “ladridos de Repp” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 94) bajo la mirada “cínica, con cinismo cruel” de Dauphin y Mosca, para instituir a los dirigentes del campo como abyectos de su propia identidad por animalización y por crueldad amoral, respectivamente. Esta constitución identitaria se completa con la descripción de las muertes de Kiroudis Álvarez, Francisco Pozas y Moreno. De este último, tuvo que presenciar su muerte porque se encontraba en la celda de al lado “sin poder gritar mi horror” (ibid.: 98). Del resto de los asesinados proporciona sus nombres en mayúscula y considera sus muertes “digno émulo —a su escala— de los campos de tortura alemanes” (ibid.: 100). Como hacían el resto de las escrituras del yo analizadas en este capítulo, la experiencia concentracionaria argelina se inserta en la europea. Sin embargo, a diferencia del resto, Por tierras de moros no la sitúa en una jerarquía del horror superior a la de los campos alemanes, sino que considera que ambas se encuentran en dos sistemas de medición independientes. La instancia narrativa prosigue con el relato describiendo los tratos denigrantes a los que se veían sometidos los internados e inserta un extracto de diario que, según explicita, reescribió en 1943 a partir de algo que había escrito y destruido en julio de 1942 por miedo a que pudiera caer en malas manos. En este metatexto, el narrador intraautodiegético comenta que tiene que escribir una carta a su familia, “que quizá les haga mucho daño” (ibid.: 102). La razón que aduce es que hasta entonces todo su intercambio epistolar había sido un “amasijo de embustes” para mostrarles su cariño y decirles que estaba vivo. Las amenazas de muerte y las continuas palizas a las que se ve sometido le hacen rellenar los impresos de repatriación a España porque, arguye, prefiere seguir sufriendo “por alguna razón” (ibid.: 103). No obstante, afirma no saber cómo explicárselo a su familia sin tener problemas con la censura postal. El único medio de que las cartas salgan al margen del sistema es a través del Servicio de Abastecimiento del que se encarga un comunista, de quien, reconoce, no es “santo de su devoción”. Aunque entiende que esta decisión pueda representar una deserción de los ideales por los que el imaginario español y francés le han constituido como abyecto, el narrador intra-autodiegético la justifica
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por la soledad que siente y por el convencimiento de que va a ser asesinado. Esta soledad se ve acentuada por sus relaciones frías con “ellos” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 103), marca gramatical que evidencia que concibe a sus compañeros de marabout como ‘otros’. Además, estos no solo no le prestan ayuda, sino que además le reprochan su decisión87. En contraste con el aguante y el temple con el que Internamiento y resistencia caracterizaba a los que se instauraban como mártires de la ‘memoria cultural’ comunista, el narrador intraautodiegético de Por tierras de moros se distancia de toda representación idealizada de su capacidad de resistencia y reconoce que no tiene “vocación de mártir” (ibid.: 106). La transposición en estilo indirecto de una conversación que tuvo con su “vecino de la derecha” (ibid.: 105) en el marabout contrasta con la aceptación de las debilidades del narrador en el campo disciplinario. Este le cuenta que en el campo se notó un cambio grande con la llegada de los “marinos españoles”. Le dice que, aunque se incrementó la represión, “aquella llegada había cambiado algo en la vida en el campo. Otra mentalidad pesaba”. Pone como ejemplo la represión sufrida el 24 de diciembre de 1941, cuando los caballos de los “goums” (ibid.: 105) echaron abajo todas las tiendas con los refugiados dentro para castigarlos por entonar canciones españolas. Según el vecino, cuando
87 Muñoz Congost describe la relación con sus compañeros de marabout como fría porque no era “santo de su devoción” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 103). Esta descripción resulta un tanto atemperada si se tiene en cuenta que, según un informe del PCE anterior a 1943, el autor de Por tierras de moros se vanagloriaba en Camp Morand de haber matado a muchos comunistas durante la guerra (cf. Palacio Pilacés, 2010: 262). También es significativo que Lloris —coautor de Internamiento y resistencia y uno de los quince marinos comunistas que estaba en el campo en el mismo marabout con Muñoz Congost, el único que no era marino, ni comunista de un marabout compuesto tan solo por dieciséis personas— no lo incluya en la lista de republicanos españoles internados en Hadjerat M’Guil (cf. Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 159). Este “olvido” influye en la articulación narrativa del recuerdo y su posterior historificación. Historiadoras tan bien documentadas como Bouzekri tampoco lo incluyen en su actualización de la lista (cf. Derrotados, 2013: 351-352), a pesar de citar en varias ocasiones Por tierras de moros como fuente a lo largo de su trabajo.
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se preguntó quién había cantado, “todo el campo, solidario, respondió con un silencio absoluto” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 105). El acto de evocar el recuerdo de un gesto performativo colectivo para mostrar dignidad y solidaridad en el mundo diegético, rasgos que identifican a los refugiados republicanos en un día clave y en un momento determinado en el que el narrador principal no estaba en el campo, revelan cómo este acontecimiento comenzaba a constituirse como una ‘figura del recuerdo’ en la ‘memoria comunicativa’ de los represaliados en el mismo campo de represión términos assmanianos88. Esta ‘figura del recuerdo’ activaba el significado de este gesto performativo, que había sido codificado por el grupo de refugiados que participaron en él, como la prueba de la dignidad y de la fraternidad de todos los internados ante el sufrimiento por la represión, gracias a la contagiosa y ejemplar actitud resistente mostrada por los marinos españoles. Si bien el narrador extra-autodiegético no explicita en este momento que estos marinos eran comunistas, sí que lo ha hecho con anterioridad en el relato (cf. ibid.: 90). Esto muestra la efectividad de lo que, entre tanto, se ha consolidado como una ‘figura del recuerdo’ en la ‘memoria cultural encuadrada’ de los que convivían bajo un mismo “techo” en este campo, independientemente de su identidad política. En la constitución identitaria anarquista que articulan los narradores extra e intradiegéticos de Por tierras de moros a lo largo del relato predomina con la constitución ex negativo del ‘otro-comunista’ en el ápice de la jerarquía de sus abyectos. Sin embargo, en este pasaje se recurre a esta ‘figura del recuerdo’ transpolítica. No obstante, el narrador la reactualiza en el tiempo de la escritura —en el sentido de la ‘reconstructividad’ de Jan Assmann—, en torno a un gesto performativo y a una retórica más propias de la identidad anarquista que construye el relato89.
88 Para una definición de ‘figura del recuerdo’, véase “2.2.3. Sum-(us): la identidad cultural individual y colectiva” (cf. 148). 89 Para el concepto de ‘memoria cultural encuadrada’ y de ‘reconstructividad’, véase “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” (cf. 124 y 149).
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Internamiento y resistencia se refiere a la misma situación, que también semantiza como un gesto significativo. Sin embargo, no lo tacha de solidario, como hace el narrador de Por tierras de moros, un concepto más propio de la retórica anarquista, sino de unánime, un rasgo más típico de la retórica comunista de la unidad90. Además, el gesto que recuerda el narrador de Internamiento y resistencia no es el silencio, sino el que todos dieran un paso adelante para inculparse. Es decir, selecciona una escenificación de la resistencia activa, normativa en la memoria cultural comunista. En contraste, el gesto del silencio que recuerda el narrador de Por tierras de moros corresponde mejor a la descripción de la contención de la manifestación de ‘lo político’ de los relatos sobre la experiencia concentracionaria escritos por autores que militaban en la CNT en el exilio en Argelia. Un nuevo subcapítulo sitúa la acción narrativa tras una elipsis en el día en el que se anuncia a los internados que las fuerzas estadounidenses e inglesas han desembarcado en las costas norafricanas. Desde entonces, afirma, “todo cambió en el campo. [...] Después de la comida, colectiva y casi sin deliberaciones, surgió la resolución: ¡a la huelga!, ¡Se acabaron los tajos!. [sic]” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 109). El sentimiento de unión y agencia de los internados se marca formalmente con la recuperación de la perspectiva plural por parte de la instancia narrativa autodiegética. Esta explica que visitaron el almacén lleno de mercancías y que descubrieron que estaba bien abastecido, a pesar de que en los libros de contabilidad pareciera vacío. Los propios exiliados se encargaron de gestionarlo para restablecer su estado de salud hasta su salida del campo el día de una gran nevada, que el autor considera “el decorado que debía marcar el fin de una época” (ibid.: 110). Bajo el epígrafe “TESTIMONIOS” (ibid.: 114) y sin ningún tipo de transición, aparece una lista de once nombres y apellidos, tras la que el narrador extra-autodiegético cuenta que en su viaje a
90 Recuérdese que el concepto de solidaridad comunista de Internamiento y resistencia se refiere más bien a la materialización de la misma a través de dinero, ropa o comida.
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Orán pasó por Colomb Béchar y por Bou Arfa. Afirma que estas paradas le permitieron constatar que “los avatares de los que vivieron el ‘exilio normal’ de las CTE, no han sido menos que los de los lugares de castigo” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 115). Por ello, inserta los testimonios de los compañeros nombrados con anterioridad y que estuvieron trabajando en las diferentes secciones de las CTE y los GTE. Llegado a este punto, la voz del narrador se convierte en mera mediadora de voces narrativas que explicita y justifica el proceso de selección y de reescritura de la información reproducida en el texto91. La mayoría de testimonios tienen una trama similar, articulada por un narrador autodiegético mayoritariamente plural: el nombre del testigo en mayúsculas preside el testimonio en el que se expresa en qué lugares estuvo destinado, cuál era el trabajo realizado, los metros cuadrados de tierra que tenía que transportar al día y el salario recibido, de 50 céntimos a unos 10 francos. Asimismo, se describe el hambre y/o el frío o el calor que pasaban, los castigos a los que se veían sometidos si no cumplían con el mínimo establecido o en caso de indisciplina. En la descripción de los castigos, los narradores suelen afirmar que fueron testigos de la situación que llevó a Moreno a Hadjerat M’Guil o que vieron a Jarama volver medio muerto del mismo lugar92. Asimismo, la pormenorización de los castigos se utiliza como recurso para constituir al ‘otro-francés’ que dirige los campos como el epítome abyecto a través de la prosopopeya. Esta suele hacer hincapié, como ya hiciera el narrador de Yo estuve en Kenadza, en la relación entre la “[c]atadura” (ibid.: 136) moral y la física de los torturadores, caracterizados como “[l]a perversión de cromosomas mal reunidos”,
91 “Resumo, entre las muchas cosas que me dice en su escrito, este compañero” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 116); “Desde Australia, donde fué [sic] a parar en la dispersión a que nos condenó el Marruecos independiente allá por el año 1964, me manda Juan una larga narración que reproduzco con aquello que no ha sido citado ya por otros” (ibid.: 131). 92 Todos se refieren a Jarama, pero debe tratarse de Jaraba del Castillo, una de las víctimas mortales de Hadjerat M’Guil.
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(Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 122) siguiendo una argumentación de corte fisiognómico93. Por el contrario, el comportamiento de los anarquistas se describe desde una luz muy positiva. Se enfatiza el buen funcionamiento de ‘la política’ de la CNT en su acepción derivada de la raíz polis, así como su contribución a la buena moral que mostraban sus militantes y a la formación de un comité de evasiones. Por lo tanto, no sorprende que el elemento más repetido en estos testimonios sean las descripciones de los frecuentes intentos de evasión en lugares tan variopintos como en un vagón frigorífico o en uno lleno de agua (cf. ibid.: 122). La insistencia en los intentos de huida es, además, otro indicio de ‘la política’ anarquista de no manifestar el antagonismo de ‘lo político’ de manera directa. Así lo muestra, por ejemplo, el testimonio de Manuel Suárez, quien considera que “siempre hubo diferencias de apreciación sobre la conducta colectiva a seguir entre los militantes de las diferentes organizaciones” y que los “compañeros de la CNT” decidieron optar por el justo medio: “no había que mostrar servilismos ni hacer ostentación gratuita de la resistencia. Hacer lo menos posible, cubrir las apariencias, multiplicar los inconvenientes, los accidentes fortuitos, como sin quererlo”. Sin embargo, el testimonio de Juan Ruiz Berrocal añade un ápice de dialogismo bajtiniano que rompe con la tendencia a la monofonía del relato en su recuerdo de cómo se recibió al cónsul franquista en su visita al campo. Según esta instancia narrativa autodiegética plural: “[v]oces airadas se oyeron... [...] ¡Hijo de...! ¡Canalla...! ¡Sinvergüenza...! ... El abucheo fue tal que no pudo terminar su discurso, y salió con el rabo franquista, entre sus escuálidas piernas” (ibid.: 147, destacado de la autora). Por un lado, resulta curioso que el narrador utilice la caracterización franquista típica del exiliado con “rabo” —símbolo de la exteriorización de la maldad del “rojo” (cf.
93 La pseudociencia que creía que los “rasgos faciales, así como la forma de la cabeza y el cuerpo eran, en un sujeto, reveladores de su carácter” (Christiansen y Velázquez Delgado, 2015).
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Álvarez Oblanca y Serrano, 1987: 79)— y la revierta para ilustrar a un franquista y constituirle así como abyecto. Por el otro, la manifestación del antagonismo a través del insulto directo y del abucheo en el mundo diegético contradice la representación de la performatividad anarquista predominante en Por tierras de moros. No obstante, la narrativización retrospectiva mayoritaria de su expresión de rebeldía hacia ‘sus otros’ por omisión y de manera sosegada pone de manifiesto la importancia que se da en el momento de la escritura a enfatizar el pacifismo anarquista. Esto se hace precisamente en un momento histórico en el que la cultura política dominante hacía hincapié en el peligro inherente del anarquismo por su tendencia a la conflictividad que podría poner en juego el consenso y la reconciliación de los españoles. La instancia narrativa principal finaliza este apartado clausurando lo que considera una “etapa de dolor, la de los caminos de la humillación para los errantes por la fuerza, caminantes del desierto con las plantas de los pies quemadas y resecas, resecos de amargura los corazones” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 164). Con esta sinécdoque que expresa el impacto físico y psicológico de la experiencia concentracionaria en los exiliados se da paso a una reflexión sobre las consecuencias políticas del desembarco estadounidense en el norte de África. Reconoce que permitió la liberación de los españoles. No obstante, se lamenta de la demagogia nacionalista que surgió en el seno de la guerra para conseguir la independencia de los países norafricanos y someter al pueblo a otras ambiciones de poder que tan solo iban a sustituir a las de tipo secular. Por ello, el narrador extra-autodiegético plural considera que los anarcosindicalistas se encontraban entre el sentimiento independentista argelino y los europeos, que consideraban a los colonos “como clase de segunda zona, casta inferior” (ibid.: 166). Como hiciera el narrador de Yo estuve en Kenadza, la instancia narrativa de Por tierras de moros afirma que no podía existir ningún tipo de ligazón con los colonizadores, puesto que jamás se podrían “borrar de nuestros cuerpos y almas, los tatuajes dolorosos de todos los sufrimientos y de todas las humillaciones experimentadas”. No obstante, confiesa que, a pesar de haber mostrado siempre su simpatía y fraternidad a los colonos, esta nunca llegó a calar. Según el narrador, la causa fue el dogmatismo y el fanatismo
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religioso islámico de los argelinos. Estos identificaban el colonialismo con el “nazarani” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 166), una categoría identitaria abyecta en la que entraba “el cristiano, el blanco, el ocupante, el que domina” y que, por lo tanto, debía ser expulsado del imaginario nacional argelino y de su expresión geográfica. Por estos motivos, alega que, a diferencia del resto de organizaciones políticas del exilio, que encontraron en sus respectivos partidos políticos franceses el apoyo necesario para sentirse integrados en Argelia, los exiliados libertarios quedaron siempre aislados. Comenta que la razón es que los que “se dicen anarquistas” (ibid.: 177) no son más que burgueses en los que no encontraron más que “aparentes simpatías y muchos deseos de evitar complicaciones”. Estas circunstancias hicieron que “la piña confederal y libertaria del éxodo africano” (ibid.: 166) se centrara en sí misma y en los compañeros clandestinos en España. Critica, no obstante, que esta actuación pueda ser tachada de nacionalista porque siempre mostraron su apoyo a los que de verdad luchaban por su ideal y no por el falseamiento del mismo. Además, comprende que era precisamente que hubieran puesto este ideal en práctica en la revolución, lo que hacía que las gentes de allí les rechazaran, seguramente por la imagen falseada que tenían del mismo, que en el mejor de los casos se consideraba “visionari[o]” (ibid.: 205). Así, se justifica que los anarcosindicalistas tuvieran siempre el punto de mira puesto en su “lugar de origen: geográfico y humano” (ibid.: 168). De esta manera, el relato construye la identidad anarquista en el exilio argelino a través de un proceso explícito de hermetismo identitario, realizado a través de un primer proceso de abyección de todo lo que no tenga que ver con la liberación de los pueblos, y más específicamente del pueblo español: los ‘anarquistas franceses’ se establecen en el fondo de la jerarquía como ‘otros’ por su falso ideario de tipo burgués; en un grado superior se sitúa el ‘otro-argelino’, fanático religioso, nacionalista y defensor de un marxismo primitivo; y, por último, en el ápice de la escala se encuentra el ‘otro-francés’, tachado de hipócrita y racista con el colono e instaurado como el epítome del abyecto extranjero del exiliado español por el imperdonable trato vejatorio para con este.
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Una vez constituida la identidad anarquista en su relación dialéctica con una variedad de ‘otros-extranjeros’, la instancia narrativa explica cómo se reorganizó ‘la política’ de la CNT clandestina en Argelia. La estructuración de la acción cenetista tuvo lugar a través de asambleas en las que también participaron militantes procedentes de Francia (metropolitana). El narrador extra-autodiegético caracteriza a estos militantes, los “franceses”, como promotores del posibilismo libertario y afines al Partido Obrero del Trabajo o al pestañismo94. A estos se les tacha de elitistas por querer imponer a la CNT argelina que se supeditara a la decisión de la España interior de continuar con la línea adoptada durante la Guerra Civil. La instancia narrativa se niega a reproducir los nombres de ningún militante, pero afirma que la mayoría de estos posibilistas eran catalanes y, que, en su mayoría, habían tenido un papel importante durante la contienda. Esto, arguye, les hacía sentirse legitimados a hacerles creer que su opinión tenía más peso que la del resto de los militantes. El relato semantiza así la reunión como un lugar de negociación identitaria entre dos polos dicotómicos: los ‘franceses-posibilistas’ y los ‘argelinos-anarcosindicalistas puros’. Aunque no se entra en los detalles de los acuerdos a los que se llegó en la reunión, el narrador afirma que los cenetistas africanos se mostraron intransigentes con todo tipo de desviaciones orgánicas y de concesiones ideológicas95. Por lo tanto, la descripción del desarrollo de la asamblea y la valoración positiva de lo que se concibe como “la defensa orgánica consustancial con la personalidad confederal” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989:
94 Se refiere a los anarquistas que se reunieron alrededor del Partido Sindicalista fundado por Ángel Pestaña durante la Segunda República. El Partido Obrero del Trabajo fue propuesto por García Oliver, que lo concebía como un partido orgánico federalista que debía mantener la posición colaboracionista de la Guerra Civil con todos los partidos políticos, el comunista inclusive (cf. Herrerín López, 2004: 32). El Partido Sindicalista fue fundado por Ángel Pestaña en los años veinte del siglo xx (cf. Gurucharri e Ibáñez, 2010: 11). 95 Según Herrerín López, las delegaciones de la CNT de África del Norte siempre mostraron una posición ortodoxa pura y se negaron a toda propuesta colaboracionista (cf. 2004: 33-35).
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175) sirve para constituir la identidad anarcosindicalista alrededor de este pilar identitario fundamental de la personalidad confederal. Para ello, se “abyecta” todo posibilismo para apuntalar el “verdadero” anarcosindicalismo horizontal, representado por los exiliados en Argelia. Además, el narrador principal se detiene en la descripción de algunas iniciativas anarcosindicalistas de tipo cultural, expresión fundamental de su identidad política. En esta lógica, el narrador no presta atención a su vida fuera de la militancia y solo se comenta en una oración subordinada que trabajaba para el ejército inglés (cf. Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 239). Por el contrario, el relato se dedica a exponer en detalle las diferentes tareas culturales y políticas en las que participó el narrador a lo largo de su exilio. Entre ellas destaca el espacio dedicado a su labor en la redacción y dirección de Solidaridad Obrera, junto con el que considera su maestro, José María Puyol Albéniz. Asimismo, cuenta cómo las Juventudes Libertarias Españolas, la “chavalada” (ibid.: 229) del exilio en la que se incluye el narrador, se reunía con asiduidad en los locales del Orfeón español de Bab el Oued. Según la instancia narrativa, todo funcionaba a la perfección hasta que los comunistas se propusieron acabar con la armonía, proponiendo, o más bien, imponiendo adherir el orfeón a la Unión Nacional Española. El narrador considera una mentira que la UNE representara a la variedad de tendencias ideológicas del exilio republicano español y la tacha de “engendro comunista” (ibid.: 178). Al odio que el narrador afirma tener acumulado a los comunistas por su proselitismo durante la Guerra Civil, se le suma su práctica de la metonimia a través de la UNE en el exilio, por la que se subsumía el anarquismo a la causa comunista con fines meramente propagandísticos. De hecho, el rechazo del narrador hacia esta práctica se refleja en el relato con la descripción de la violencia física con la que los anarquistas reaccionaron a la misma en el mundo diegético. Esto sirve también para reforzar la instauración inamovible del ‘otro-comunista’ como abyecto de la identidad anarquista española en el ápice de la escala de los ‘otros’ políticos no-extranjeros. Sin embargo, la caracterización de las relaciones entre socialistas y anarquistas es variable. En los primeros tiempos, los confederales
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colaboran con ellos para poder alquilar unos locales en los que poder reunirse y ofrecer programación cultural, ya que la CNT no había sido legalizada en 1945. Gracias a “los únicos con que en aquel entonces podíamos contar” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 206) pudieron alquilar el Círculo García Lorca para crear una asociación cultural. El narrador afirma que a los pocos meses todo marchaba a la perfección y que, por ello, se les invitó a realizar un festival cultural titulado “IMÁGENES DE ESPAÑA [...] libreto de Veraldini e Isabel del Castillo” (ibid.: 207). Este tuvo lugar el 21 de febrero de 1945 y, a pesar del tono desafiante en contra de Francia, la prensa celebró su éxito. En junio de 1946, Solidaridad Obrera publicaba la noticia del hurto de una placa en honor a Cervantes que, como cuenta la voz homodiegética, había sido colocada por los anarquistas el 18 de noviembre de 1945 para honrar “al rebelde autor de ‘El Quijote’” (ibid.: 221) en la cueva en la que estuvo preso en Argel. Esta noticia se introduce en el testimonio como metatexto y un paulatino empeoramiento de las relaciones entre ambos grupos políticos. Si se tiene en cuenta que, según Alted Vigil, el icono por antonomasia del ideal anarquista era Miguel de Cervantes (cf. “El exilio de los anarquistas”, 2010: 173), el gesto performativo de los libertarios de hacer una excursión al monumento de Cervantes y de decidir durante la misma que organizarían un homenaje al autor de El Quijote en ese mismo lugar constituye, tanto a este como al homenaje como una ‘figura del recuerdo’ que evoca y activa su significado y constituye y reafirma su identidad política96. La narrativización de esta ‘figura del recuerdo’ en el relato contribuye, por su parte, a apuntalar este procedimiento en el momento de la escritura para marcar un cambio de relación con los socialistas y para constituir a los culpables del robo de la placa como el epítome
96 En una écfrasis que proporciona el narrador del mural de la Asociación Cultural Armonía en Casablanca también se describe al Quijote montado sobre Rocinante (cf. Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 304). Esta parte queda excluida del análisis de este capítulo por exceder los límites temporales utilizados como criterios para constituir el corpus de este trabajo.
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del abyecto de los libertarios españoles en Argelia. De los primeros, se cuenta que solo acudieron a la inauguración oficial “a regañadientes [...,] enojados por el hecho de no haberles hecho partícipes de la iniciativa” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 224). Con este gesto performativo, se pone de manifiesto que la colaboración con los socialistas en la creación del Círculo había sido interesada. Así, en la lógica hermética que caracteriza la constitución identitaria del anarquismo español en el exilio argelino se instituye también al ‘otro-socialista’ como ‘otro-abyecto’, si bien situado muy por debajo del ‘otro-comunista’ en la escala jerárquica. De los segundos, se dice que eran “nuestros enemigos de siempre, los gerentes de la España y la charanga y pandereta” (ibid.: 225), los espías de Franco, a los que acusa de haber robado la placa. Este comentario es una referencia intertextual a la poesía “El mañana efímero” de Antonio Machado, incluida en Campos de Castilla. En esta poesía, Machado oponía dicotómicamente a “[l]a España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía” (Machado, 1981: 137-138), a esa “España inferior que ora y embiste [...] ora y bosteza [...]”, a la “España del cincel y de la maza. [...] Una España implacable y redentora, España que alborea con un hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea” (destacado de la autora). De esta manera, el narrador constituye a la España franquista como heredera de esa España inferior y conservadora a la que se refería Machado, como la “Anti España” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 222) que se deshonra al ofender “a la verdad de la Historia” (ibid.: 225). Así, el narrador revierte estratégicamente el insulto franquista hacia los republicanos como “anti-españoles” (cf. Llera, 2016; Eiroa de San Francisco, “Palabra de Franco”, 2012: 84) y constituye al franquismo como el epítome del abyecto del libertario español en la cumbre de la escala jerárquica de los abyectos políticos no-extranjeros. Por su parte, los libertarios españoles se convierten, indirectamente, en los herederos de la “nueva España” a la que se refería Machado, en los encargados de la redención vengadora del país, que en su acepción anarquista significa la regeneración social de España (cf. Delhom, “Anarquismo y Biblia”, 2014: 56). De esta manera, el narrador canaliza en el relato ‘la política’ normativa anarquista de expresión de
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la rabia y de la venganza, es decir, del antagonismo absoluto de ‘lo político’ ante su abyecto. En este sentido, se constituye el monumento en honor a Cervantes como una encrucijada genealógica de ‘lugares de memoria’, ya que considera que en este espacio siempre quedará la huella de “otros peregrinos, de otros cautivos” (Muñoz Congost, Por tierras de moros, 1989: 225). Así, se identifica la experiencia del icono del anarquismo español como cautivo en Argelia con la experiencia del exilio republicano español en el mismo lugar y se establece el monumento a Cervantes como un ‘lugar de memoria’ común. Por último, la instancia narrativa cierra la narrativización de esta etapa de su exilio con la descripción del reencuentro en Argel con su compañera Rosy, también anarquista, con quien, tras una elipsis textual, afirma que partió a Marruecos en 1951. Así, la exposición del reposicionamiento identitario anarquista alrededor de la resistencia pasiva en Camp Morand y de su variable puesta en escena performativa en función de las diferentes experiencias abyectas da paso a la articulación narrativa de esta tercera temporalidad del exilio argelino a través de su icono identitario por antonomasia: Miguel de Cervantes. De este modo, el texto invita a recordar, a partir del entramado del recuerdo del exilio en Argelia, cómo son los anarquistas españoles. Esto fija, por su parte, esta identidad política en el presente de la escritura en torno a su manifestación de ‘la política’ normativa de ‘lo político’: la expresión cultural de sus valores y de su manera de vivir por la justicia y la libertad del ser humano, coartada por el epítome del abyecto: el franquismo.
Conclusión parcial Este capítulo ha examinado la representación textual de la experiencia del exilio en Argelia y la articulación de la identidad política de los diferentes grupos exiliados en tres fases y en torno a los dos polos dialécticos que componen etimológica y filosóficamente el compromiso político que se reclama a través de la escritura del yo comunitaria: el componente regulador de la armonía de ‘la política’ de la polis y el componente combativo-antagónico de ‘lo político’ del polemos.
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En el subcapítulo 6.3.1. se ha analizado cómo se narrativizan los primeros meses del exilio, como un periodo de reposicionamiento de ‘las políticas’ identitarias de cada grupo político en relación con una multiplicidad de ‘otros’ y con su gestión normativa del antagonismo de ‘lo político’. Se ha observado cómo las ‘voces comunitarias’ de tendencia libertaria de Exiliados españoles en el Sahara y de Por tierras de moros presentan la resistencia pasiva como ‘la política’ anarcosindicalista de expresión de antagonismo de ‘lo político’ ante las diferentes expresiones de la abyección del imaginario francés. Sin embargo, su gestión varía en función del destinatario, como evidencia, en ambos casos, la manifestación diegética y extradiegética explícita de su antagonismo hacia los comunistas en Camp Morand. De esta manera, se constituye al ‘otro-comunista’ como abyecto político a través del cual ambos narradores establecen ex negativo su identidad libertaria. El entramado del encuentro con el ‘otro-senegalés’ y el ‘otro-moro’ se realiza en los dos relatos en términos racializantes en distintos grados. Sin embargo, en ambos casos, estos ‘otros’ sirven para fortalecer la identidad de los narradores en la representación de la crisis ontológica del individuo provocada por la deshumanización que supone su internamiento. Por su parte, Internamiento y resistencia recurre a la retórica de la unión de todos los antifascistas. De esta manera se representa su política de posicionamiento identitario de acuerdo con la expresión del antagonismo de ‘lo político’ a través de la resistencia activa ejemplar ante un bloque identitario plurinacional: el fascismo, que se instaura como el epítome del abyecto. Yo estuve en Kenadza representa el antagonismo político del narrador ante ‘el otro-francés’ en el mundo diegético con la evasión del protagonista de Argelès y con su viaje ilegal a Argelia. Una vez en el continente africano, este reposiciona su identidad política alrededor del ámbito nacional y regional por la decepción experimentada con el socialismo internacional y, sobre todo, con el francés por su trato a los exiliados. El absoluto silenciamiento del ‘otro-argelino’ se compensa con la variable y extensa caracterización del ‘otro-francés’. Esta varía en primera temporalidad que trata del tiempo de la “acogida” de los exiliados en Argelia en marzo de 1939 desde la gradación matizada de los diferentes tipos de franceses-
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abyectos hasta la generalización furiosa. A partir de esta última, el narrador inscribe al francés como el epítome del abyecto del español a lo largo de los siglos en su entramado proléptico del recuerdo de los campos de trabajo y represión. La aplicación del decreto-ley de abril de 1939 por el que se crearon las Compagnies de Travailleurs Étrangers se marca en todos los relatos como un hito en la experiencia del exilio por el incremento del grado de abyección del imaginario francés que supuso para los exiliados. Como se ha analizado en el subcapítulo 6.3.2., este periodo se narrativiza en torno a la puesta en escena performativa de las diferentes identidades políticas de cada grupo exiliado y de su política de expresión de ‘lo político’. Exiliados españoles en el Sahara y Por tierras de moros la articulan de manera similar a través de la resistencia pasiva, la higiene, la cultura y las relaciones igualitarias, solidarias, emotivas y fraternales de los militantes. Sin embargo, estos dos textos no coinciden en su tratamiento textual del ‘otro-argelino’, que en el caso de Baldó García se estanca en su representación como abyecto. Muñoz Congost ya no recurre a su constitución como abyecto e incluso lo constituye como aliado en su representación del recuerdo de la experiencia en la Maison Dingli. La ‘voz comunitaria’ historificante de Internamiento y resistencia da paso en esta segunda temporalidad a una pluralidad de voces de testigos que producen un discurso mayoritariamente monovocal sobre su puesta en práctica de ‘la política’ performativa comunista. Se trata de mostrar resistencia inquebrantable en las diferentes CTE como expresión de su antagonismo de ‘lo político’ ante el ‘otro-fascista-francés’. Destaca su tratamiento textual benevolente e incluso paternalista del ‘otro-argelino’, que prefigura su constitución como compañero de lucha internacional contra el fascismo. La polifonía estructural de Yo estuve en Kenadza, que se constituye a través del diálogo establecido entre las fotografías intercaladas en el texto de experiencias que no ha vivido el narrador en primera persona, colectiviza el entramado retrospectivo del recuerdo de la experiencia. En esta segunda temporalidad, la manifestación diegética del antagonismo de ‘lo político’ hacia el francés desaparece completamente. Asimismo, el narrador extradiegético la expresa tan solo de manera indirecta a través de la valoración
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de la superioridad musical del español en la puesta en escena performativa de su identidad nacional a través de las canciones. Además, en todas las obras se abandona la constitución de los ‘otros-políticos no-extranjeros’ como abyectos. La firma del armisticio franco-alemán en junio 1940 y sus efectos en el incremento de la abyección experimentada por los republicanos en los Groupements de Travailleurs Étrangers se entraman como una nueva fase del exilio. Como se ha observado en el subcapítulo 6.3.3., la representación de esta etapa tiende a la convergencia del recuerdo, independientemente de la adscripción de las voces narrativas a una o a otra identidad política. En su afán de realizar su ‘deber de memoria’, honrando a los compañeros muertos en el campo de represión de Hadjerat M’Guil, como apuntaban en el aparato peritextual de las obras, todos los relatos coindicen en inscribir la experiencia represiva en los campos argelinos dentro de la experiencia concentracionaria europea. Además, las ‘voces comunitarias’ y las voces transpuestas en estilo directo o indirecto en Exiliados españoles en el Sahara y en Por tierras de moros son las únicas que no consideran en su discurso, también mayoritariamente monovocal, que el horror experimentado en Argelia era superior al nazi. Sin embargo, todas concuerdan en la descripción de las vejaciones y de las torturas que llevaron a la muerte a las doce víctimas de la represión de Hadjerat M’Guil. También coinciden en caracterizar la organización de la rutina en los campos de trabajo y en las diferentes modalidades represivas como otra estrategia cruel y calculada, puesta en marcha por los franceses para materializar la abyección en el cuerpo de los internados. El recuerdo de la experiencia compartida de la represión en los campos disciplinarios se articula en todos los casos desde una perspectiva unitaria que enfatiza el apoyo mutuo y la ayuda a los más débiles. Asimismo, los narradores extradiegéticos tienden a hacer descripciones de corte fisiognómico de los dirigentes de los campos de castigo. De esta manera, se enfatiza la equivalencia entre los rasgos físicos y morales de los torturadores para constituirlos, a su vez, como sus abyectos. Además, a excepción de Exiliados españoles en el Sahara, todos los relatos manifiestan una posición anticolonialista
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unánime, que en el caso de Internamiento y represión se establece como un rasgo esencial de su identidad comunista internacionalista. No obstante, las expresiones del antagonismo de ‘lo político’ —en su acepción derivada de la raíz polemos— continúan entramándose alrededor de la gestión normativa de ‘la política’ de cada comunidad política —en su acepción derivada de la raíz griega polis—. La resistencia activa, la huelga, el temple ante la tortura y la ayuda mutua entre franceses, argelinos, e incluso entre los propios guardianes y los internados que representa Internamiento y resistencia como ‘la política’ comunista, contrasta con el énfasis en el silencio como gesto rebelde, en las evasiones y en otros marcadores de resistencia pasiva que caracteriza ‘la política’ libertaria, tanto de Por tierras de moros, como de Exiliados españoles en el Sahara. Esta última comparte con Yo estuve en Kenadza no solamente el que sus autores volvieran a España a finales de la década de los cuarenta y sufrieran las vicisitudes del ‘insilio’, sino en que ambos cubren en sus obras experiencias represivas que solo conocen mediadas a través de otros testigos. Sin embargo, estas dos obras destacan por la virulencia y la indignación de ‘lo político’ con las que las articulan y por constituir unívocamente al francés como el epítome del abyecto de su identidad. En el caso de Exiliados españoles en el Sahara, el cierre no resolutivo del relato en los campos de trabajo estanca esta constitución del ‘otro-francés’ como abyecto. En Yo estuve en Kenadza es la preferencia de su protagonista por sufrir bajo el régimen franquista antes que vivir en la tierra del que le ha producido como abyecto sin motivo. Por el contrario, los narradores de Internamiento y resistencia y de Por tierras de moros cierran el relato divergiendo su identidad de la experiencia represiva común en los campos represivos. Los textos reorganizan al final su identidad en función de ‘la política’ comunista y anarquista en la que continuaron militando. Además, constituyen al régimen franquista como el epítome del abyecto contra el que, y en relación con el cual, inscribir su identidad política en el momento de la escritura. Desde un punto de vista fenomenológico, se puede concluir, a partir del carácter autobiográfico de las obras, que las escrituras del yo en esta cuarta etapa de entramado del recuerdo del exilio republicano
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en Argelia reaccionan a la abyección “democrática” de las identidades políticas de los exiliados producida por el discurso transicional cumpliendo con lo que consideran es su ‘deber de memoria’: luchar contra el silenciamiento de su exilio, inscribirlo en la memoria cultural española y combatir la tergiversación de sus identidades políticas, recordando a través de las escrituras del yo comunitarias cómo y quiénes fueron esos exiliados políticos de la Guerra Civil.
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Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, [...] hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia. [...] Estos que ves [...] son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides (Aub, Campo de los almendros, 1981: 470).
In memoriam. Esta última parada en el viaje por el corpus se centra en el análisis de las escrituras del yo sobre el exilio republicano español en Argelia publicadas a partir de 1996. Este año se produce el llamado “boom de la memoria histórica” en España, por el que se reclama un
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in memoriam a los silenciados por la represión franquista en su doble sentido1. Por un lado, se insta a recordarles, a tenerles en la memoria en su traducción literal al castellano (cf. Real Academia Española, “In memoriam”, 2014). Por el otro, se exige homenajearles en el sentido pragmático de la locución latina y recuperar la memoria histórica (cf. Fernández Fernández, 2007: 17). No se trata de recuperarla en el sentido ingenuo de rescatar una memoria verdadera, encapsulada e intacta del pasado, sino en el de, como apunta Jo Labanyi (cf. “The Politics”, 2008: 122), honrar y dignificar moralmente la memoria de aquellos que ya han fallecido a causa de dicha represión stricto sensu o durante la represión que supone el exilio2. En este contexto surgieron de la mano de Miguel Martínez López y de las hermanas Helia y Alicia González Beltrán las últimas narrativizaciones del recuerdo del exilio republicano en Argelia en términos temporales, espaciales y de percepción: Alcazaba del olvido: el exilio de los refugiados políticos españoles en Argelia (1939-1962) y Desde la otra orilla: memorias del exilio, que vieron la luz en 20063. Estas memorias se insertan en el corpus de las obras de corte autobiográfico sobre el exilio republicano español en Argelia tras el vacío editorial de diecisiete años que se formó desde que José Muñoz Congost publicara Por tierra de moros en 1989. Ambas fueron escritas y publicadas casi setenta años después de la experiencia desde la perspectiva de lo que la crítica del exilio de la Guerra Civil ha dado en llamar la “segunda generación” de exiliados republicanos: aquellos niños y niñas nacidos en España y exiliados con sus padres entre los dos y los catorce años de edad en 19394.
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Véase a este respecto Ortiz Heras, “La memoria en el laboratorio del historiador” (cf. 2008: 19); Moreno-Nuño (cf. 2006: 69); Macciuci (cf. 2010: 29); Espinosa Maestre, Contra el olvido (cf. 2006: 184). Jo Labanyi se basa en el artículo de Golob sobre la falta de justicia transicional en España (cf. Golob, 2008: 128). En lo sucesivo citadas como Alcazaba del olvido y Desde la otra orilla. Esta es la concepción y la especificación de la edad de los integrantes de la “segunda generación” de Houvenaghel (cf. 2015: 88). Sin la especificación de la edad, pero enfatizando la acepción meramente biológica que incluye el
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Estas obras llegaron al mundo editorial con bastante retraso en comparación con las pocas escrituras del yo publicadas por miembros de la “segunda generación” que vivieron el exilio en la Francia metropolitana. Estas vieron la luz a partir de finales de la década de los cincuenta hasta su completa desaparición del mundo editorial a principios de los ochenta. Todas estas obras “metropolitanas” se caracterizaron, además, por tratar la experiencia por medio de la ficción5. Entre 1982 y 2006 se reprodujo el mismo vacío editorial que se observaba en el corpus sobre las escrituras del yo del exilio en Argelia. Sin embargo, este vacío lo rellenaron once obras de autores pertenecientes a la “primera generación” publicadas entre 1990 y 2005, que estabilizaron la tendencia del corpus del exilio en la Francia metropolitana a la elaboración literaria de la experiencia (cf. Sicot, “Literatura y campos franceses”, 2008; Simón Porolli, Por los caminos de la palabra, 2011: 336). A principios del nuevo milenio aparecieron en Francia tres obras de corte autobiográfico escritas por autores de la “segunda generación”, que tematizaban su exilio en dicho país. De estas tres, dos de ellas recogían su experiencia en el exilio en Argelia6. Se trata de la obra de Antoine Blanca, Itinéraires d’un républicain espagnol: récit (2002) y Casbah d’oubli: l’exil des réfugiés politiques espagnols en Algérie (19391962) (2004), de Miguel Martínez López. Esta última es la versión francesa original de la obra que el mismo autor tradujo al español bajo el título Alcazaba del olvido y que publicó tan solo dos años más tarde en España en la pequeña editorial independiente Endymión
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concepto, también concuerda con esta definición el volumen editado por Aznar Soler y López García sobre el exilio y la “segunda generación” (cf. Aznar Soler, “Presentación”, 2011: 13) y toda la obra del especialista de la “segunda generación” de escritores mexicanos: Gambarte. Los propios integrantes de dicha generación suscriben esta denominación (cf. Muñiz Huberman, 2006: 100; Ruiz, 1991: 149). Sin embargo, nótese que la crítica francesa Duroux incluye en su concepto de ‘segunda generación’ a los niños nacidos en el exilio (cf. 2010: 488). Se trata de tan solo seis obras publicadas de 1957 a 1978 (cf. Sicot, “Literatura y campos franceses”, 2010). El tercero es Gonzalez, que publica La tour Lagestère (2002).
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Ediciones. Ese mismo año le siguió la pista la única obra de este corpus escrita por mujeres, las hermanas Helia y Alicia González Beltrán, Desde la otra orilla, publicada también en una pequeña editorial independiente, Frutos del Tiempo7. Estas dos obras se distancian de las obras del corpus francés metropolitano escritas y publicadas en este periodo en su modo de representar el recuerdo del exilio, ya que no recurren ni a la ficcionalización, ni a una literaturización especial del mismo. Además, se constituyen como pioneras de la estabilización de la modalidad de las memorias para recoger la experiencia vital de la “segunda generación” exiliada en la Francia metropolitana y argelina a partir de 20098. No obstante, no debe pasar desapercibido el reducido número de obras del corpus de este trabajo que aparecieron en el mercado editorial en el contexto del “boom de la memoria histórica”. Según los datos de Sicot en su último inventario (cf. “Literatura y campos franceses”, 2010), la resumida panorámica que aportan Font Agulló y Gaitx Moltó sobre el estado de la cuestión del exilio de 1939 entre 2009 y 2014 (cf. 2014: 257258 y 261) y las conclusiones alcanzadas por Paula Simón Porolli (cf. La escritura de las alambradas, 2012: 171-174), podría deducirse —a falta de datos estadísticos— que el “boom de la memoria histórica” se
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Desde la otra orilla tuvo una tirada de 500 ejemplares y vendió unos 100 ejemplares. Los datos no son precisos puesto que la editorial se refundó en 2011. En la Francia metropolitana se publicaron cuatro obras, las de Gerhard i Hortet (2013), Ettinghausen (2009), Puig (2012) y Sánchez Albornoz, Cárceles y exilios (2012). Se llega a esta conclusión a partir de la selección de obras de corte autobiográfico escritas por miembros de la “segunda generación” del exilio republicano en Francia que proporciona el inventario de Font Agulló y Gaitx Moltó (2014). Este inventario actualiza el estado de la cuestión del exilio de 1939 y de las publicaciones primarias y secundarias sobre el exilio español de 2009 a 2014 (cf. 2014: 158). Sin embargo, nótese que los hijos de exiliados nacidos en la Francia metropolitana optan por representar la experiencia de sus padres, es decir, por una ‘postmemoria’ (cf. Hirsch, 2008: 106) autoficcional. Se llega a esta conclusión a partir del corpus de obras de hijos de refugiados proporcionada por Sagnes (2011). Sin embargo, entre ellas, tan solo cuatro son de corte estrictamente autobiográfico: la de Garcia Maynadier (2009); las de San Geroteo, Les oliviers (2006) y La fille de l’anarchiste (2008) y la de Villegas, Le roman (2009).
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traduce en una estabilización o en un mínimo aumento del número de las obras de corte autobiográfico sobre el exilio francés (incluido el argelino) publicadas entre 1996 y 20149. Es decir, que el recuento de las escrituras del yo relativiza el alcance de este boom, puesto que en este periodo no se registra un aumento considerable de publicaciones en relación con las décadas anteriores, ni sobre el exilio, ni sobre la Guerra Civil10. No obstante, la atención académica, estatal, mediática, editorial y social sin precedentes que han recibido los exilios españoles de la Guerra Civil ha llevado a Naharro Calderón a decir que “se han puesto de moda” (“Los trenes”, 2005: 101) y que existe un “exiliobusiness” (cf. ibid.: 105). Según este autor, este negocio fomenta un consumo especular del exilio que tiende a trivializar y a despolitizar su significado en su énfasis en lo lacrimógeno. Font Agulló y Gaitx Moltó, por su parte, afirman que desde 2009 el tema del exilio republicano español en el norte de África se ha visto desvelado definitivamente “de manera que s’han superat les primeres aportacions fetes per Lucio Santiago (1981) o José Muñoz Congost (1989)” (2014: 239). Esta afirmación prueba que el entramado de la experiencia colectiva del exilio que ofrecían estas obras a partir de un código historificante fue todo un éxito, pero también el desconocimiento que sigue habiendo sobre este exilio, ya
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A pesar de que Sicot afirme en su corpus de 2008 (cf. “Literatura y campos franceses”, 2008) que a partir de los noventa desciende el número de publicaciones, el recuento de las obras que incluye en su corpus de 2010 (incluyendo aquellas que no se limitan a la narrativización de la experiencia concentracionaria) y la suma de las obras sobre el exilio francés que enumeran a modo de ejemplo Font Agulló y Gaitx Moltó (2014) en su inventario muestran que el número de publicaciones por lo menos se mantiene en relación con el número de publicaciones aparecidas entre 1975 y 1996. 10 De 1976 a 1986 se publicaron, según Bertrand de Muñoz, más de 250 títulos sobre la Guerra Civil, mientras que, tras un descenso a la mitad de publicaciones en la siguiente década, de 1995 a 2007 —cuando publicó su artículo— solo había contado unas doscientas (cf. “La guerre”, 2007: 31). En este artículo, la autora no especifica qué incluye dentro de la categoría ‘Guerra Civil’, pero en sus anteriores trabajos incluía las obras de algunos exiliados que trataban más bien del exilio, como Búsqueda en la noche de Arturo Esteve (cf. La guerra civil, 1957: 446).
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que no son las primeras obras —ni autobiográficas, ni historiográficas— que trataron el tema. Este es tan solo un indicio de que este objeto de estudio sigue siendo un desconocido en el mundo académico, aunque haya experimentado grandes avances en los últimos años, sobre todo en el ámbito de la disciplina historiográfica. Esto prueba, además, que, a pesar del cambio que ha tenido lugar en la coyuntura del “boom de la memoria histórica” en la sensibilidad con la que se trata el pasado reciente y sus modos de representación, las ‘memorias culturales’ que recogen las escrituras del yo de los republicanos exiliados en Argelia siguen sin poder actualizar su potencial memorístico en la ‘memoria cultural española’. Siguen acorraladas en su estatus de ‘memorias culturales de referencia’ sin poder salir de una lógica que les continúa relegando a una posición de abyectos constitutivos de esta nueva sensibilidad hegemónica11. Como advierten Naharro Calderón, Mainer, Loureiro y Marín Dómine, entre otros, la representación hegemónica de la memoria de la Guerra Civil, la dictadura franquista y sus consecuencias, como el exilio, se realiza a través de una lógica basada en el espectáculo y de un código centrado en lo (hiper) afectivo que tiende a descontextualizar, despolitizar y, por lo tanto, trivializar las memorias partisanas (cf. Naharro Calderón, “Cuando España iba mal”, 1999: 27; ibid., “Los trenes”, 2005: 105; Mainer, “Para un mapa”, 2006: 155; Loureiro, “Argumentos”, 2008: 23-25; Marín Dómine, “Estatuto del testimonio español”, 2008: 47-48). Este código, coincidente con el que, según Huyssen, caracteriza ‘el mercado de la memoria’ y que, afirma, se venía observando en el mundo occidental desde la década de los setenta (cf. 2003: 14), parece haberse estabilizado en España con retraso12. Sin embargo, al
11 En el apartado “2.2.1. ¡Recuerda!: la ‘memoria cultural’” se examinan los conceptos de ‘memoria cultural’ y de ‘memoria cultural de referencia’ con mayor profundidad (cf. 120-122). En “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva”, se hace lo propio con el concepto de ‘abyección’ (cf. 142-145). El uso de estos conceptos no difiere a lo largo del capítulo. 12 Para más detalles sobre la mercantilización del mercado editorial español, véase el interesante volumen editado por López de Abiada, Neuschäfer y López Bernasocchi (2001).
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igual que hiciera esta lógica de mercado en los setenta, la industria de la memoria española también está creando un espectáculo de tipo kitsch con los productos culturales que tratan el recuerdo del pasado reciente13. Además, el valor de estas obras subyace en la rentabilidad económica y dramática de la representación de experiencias privadas y no en la intención política y ética de los discursos de los exiliados (cf. Naharro Calderón, “Los trenes”, 2005: 105; Peris Blanes, 2011: 51; Sánchez Biosca, “La memoria impuesta”, 2003: 47). Alcazaba del olvido y Desde la otra orilla coinciden en ciertos rasgos con la modalidad representativa hegemónica, pero la inscripción de la memoria del exilio y de la identidad que proponen alrededor de una genealogía familiar de gran impronta política anarquista y republicana, respectivamente, no encaja en las condiciones de enunciabilidad de la España (neo)liberal en el contexto del “boom de la memoria histórica14”. A pesar de que estas nuevas condiciones de enunciabilidad parten de un paradigma de representación de la memoria que se quiere opuesto al de la ‘Transición’, ambos se basan en una ‘cultura política’ liberal que, según Mouffe, reprime la conflictividad propia de ‘lo político15’. Por ello, el efecto de estos paradigmas en la recepción de las escrituras del yo y de las identidades y memorias culturales que contienen es similar. El recurso a buscar la empatía del receptor
13 Naharro Calderón se basa en la teorización de lo que Robin denomina la ‘memoria kitsch’ una forma de representación de la memoria que se basa en modelos hollywoodienses. Según la autora, esta representación crea una memoria protésica que cree poder asegurar la transmisión del acontecimiento tal y como fue a través de los medios de masas sin banalizarlo, pero que, sin embargo, lo fetichiza (cf. Robin, 2003: 19). 14 Para ‘condiciones de enunciabilidad’, véase Foucault, L’archéologie (cf. 1969: 170). En “2.2. Pilares teóricos” se da una definición más completa del concepto (cf. 123). 15 Véase Mouffe (cf. 1994: 11). Véase también al respecto el artículo de Gómez López-Quiñones sobre la despolitización y neutralización de los productos culturales que proponen una ideología política no-liberal cuando pasan por el filtro conciliador de lógica liberal. El autor afirma que su reconocimiento dentro de la lógica liberal desactiva su contenido conflictivo e inasimilable (cf. “A Secret Agreement”, 2012: 88).
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a través de una sintaxis reconocible en lo afectivo, privado y dramático neutraliza la representación de las identidades políticas por las que los exiliados fueron constituidos como abyectos y reproduce su silenciamiento. De este modo, el ‘mercado de la memoria’ actual (cf. Huyssen, 2003: 14) produce una ‘buena memoria’ que confluye en un discurso reconciliador que quería superarse. Sin embargo, este discurso continúa inhibiendo los “conflictos de memorias” (Vinyes, 2009: 25) y reprimiendo la heterogeneidad de identidades y de voces que proponen versiones políticas variadas del exilio republicano español (cf. Peris Blanes, 2011: 53). Si bien, como afirma Aznar Soler, la segunda generación del exilio republicano español se caracteriza por no haberse planteado ir en contra de sus mayores (cf. “La historia de las literaturas”, 2002: 15), las últimas obras que componen el corpus de este trabajo destacan por el grado de identificación política de los narradores con sus progenitores. Por ello, estas memorias reaccionan a esta última añadidura a su concatenación de abyecciones llevada a cabo por el juez del apóstrofe, en términos lourerianos, reclamando su identidad política heredada a través del entramado del recuerdo de su exilio en Argelia16. Además, a diferencia del resto de las escrituras del yo analizadas a lo largo de este trabajo, en las que lo familiar no encontraba prácticamente cabida, el propósito de Martínez López y de las hermanas González Beltrán es articular las ‘memorias comunicativas’ privadas de la familia
16 En “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’”, se desarrolla la idea de que la ‘escritura del yo’ sirve de medio para reaccionar ante el ‘otro político’ en términos retóricos (cf. 131). Véase también Fagen, quien afirma que la segunda generación de exiliados españoles en México sentía atracción y a la vez saturación hacia los ideales de sus padres (cf. 1975: 152). Aznar Soler examina cómo la segunda generación de exiliados en México mostraba, por un lado, orgullo por los valores heredados y, por el otro, llamaba a superar sus rencillas políticas (cf. “Movimiento español 1959”, 2011: 157). Luzi muestra cómo la expresión pública de la segunda generación de exiliados españoles en la Francia metropolitana reniega de las divisiones políticas de sus padres y articula una identidad republicana (como hiperónimo) mitificada (cf. 2012: 37). Mouliné y Sagnes muestran los desencuentros entre las asociaciones de exiliados de primera y segunda generación, precisamente por la gestión divergente de sus identidades políticas (cf. 2014: 63-65).
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y convertirlas en ‘memorias culturales’ a través del proceso de la escritura. De esta manera, se explica la falta de concordancia gramatical del título de este capítulo, “Scribo ergo sumus in memoriam”. Los autores no solo reclaman su inclusión individual en la ‘memoria cultural española’, sino que quieren fijar su identidad en el colectivo político familiar y mostrar cómo son al honrar in memoriam a sus padres, a los que constituyen como seres ejemplares por la lealtad a sus principios políticos. En el siguiente apartado se contextualizan las obras en las biografías de los autores y en el periodo sociohistórico en el que se inscriben (7.1.). A este apartado le sigue un análisis de sus peritextos que examina cómo interactúan con la representación hegemónica de la memoria (7.2.). El foco del capítulo lo constituye el estudio de las obras como lugares de conmemoración y de homenaje a la memoria y a la identidad familiar heredada. A partir del análisis se deduce cómo esta estrategia es la respuesta de los autores a la abyección a la que se han visto sometidos por la política (neo)liberal de representación de la memoria en el contexto del “boom de la memoria histórica” (7.3.).
7.1. La escritura de la segunda generación del exilio en el cambio de siglo (1996-2014) Miguel Martínez López nació el 29 de octubre de 1931 en Valencia. Con tan solo cinco años vivió la Guerra Civil entre la capital, la huerta valenciana, Alicante y el Palacio Ducal de los Borgia en Gandía, que había sido ocupado por la CNT/FAI17. En 1934 nació Helia González Beltrán y dos años más tarde su hermana Alicia, a pocos kilómetros de Alicante, en Elche. Los tres autores embarcaron el 28 de marzo de 1939 en Alicante con su familia en el Gavilán de los mares y en el Stanbrook respectivamente, rumbo a Orán. En el puerto fueron separados de sus padres y los tres vivieron con sus madres en la cárcel civil de
17 Todas las informaciones han sido extraídas de las escrituras del yo de los autores. En caso contrario, se hace la respectiva referencia bibliográfica.
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Orán. Helia y Alicia solo pasaron una noche en este establecimiento y al día siguiente fueron trasladadas al centre d’hébergement La mer et les pins18. Gracias a un primo de su madre consiguieron salir reclamadas del campo e instalarse con su padre en Sidi-Bel-Abbès. Después de una temporada un tanto nómada por las giras teatrales en las que trabajaba la familia, se afincaron en Orán. Miguel pasó seis meses en la cárcel de Orán hasta que la familia pudo reunificarse e instalarse en el campo de reagrupación familiar de Carnot, un poblado del valiato de Aïn Defla, en Orléansville. Tras la liberación de los campos, vivió en Argel. Pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, en 1949, la familia González Beltrán regresó a España, donde vivió su ‘insilio’ en Elche19. La familia Martínez López permaneció en Argelia, donde Miguel trabajó como contable en varias escuelas y estudió y practicó el magisterio. Medio año después de la independencia de Argelia, a finales de 1962, sus padres decidieron acompañar a su hija a Francia, que tuvo que abandonar el país acompañando a su marido. Este había sido expulsado de Argelia por una falsa denuncia de que había colaborado con la OAS (Organisation de l’Armée Secrète). Miguel decidió quedarse en el país hasta que, en 1965, decepcionado por la evolución de Argelia, se mudó a Francia y trabajó como profesor en el departamento de Sarthe y después en Pirineos Orientales hasta su jubilación. Asentado en Perpiñán, llevó una vida asociativa muy activa en la Fondation Antonio Machado en Collioure, de la que fue secretario entre 1991 y 2013. También fue socio del Cercle des Authentiques Cabochards de l’If en Elna y sus contribuciones poéticas regulares aparecieron en su órgano de expresión, la revista La Licorne d’Hannibal. En 1989, durante la última legislatura socialista, y el mismo año en el que José Muñoz Congost publicara Por tierra de moros, salía a la luz, autoeditado, el primer libro de poesías de Martínez López, Nave de derrota, una
18 Véase el mapa de los principales campos de concentración en “1.2.3. El exilio republicano español en la Argelia colonial francesa” (cf. 75). 19 Para una definición de ‘insilio’, véase “1.1.1. La Guerra Civil” (cf. 31).
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evocación lírica de la Guerra Civil y del exilio dedicada a la memoria de su padre20. Mientras tanto, al otro lado de los Pirineos, Helia González Beltrán se sacó el Título Superior de Francés en la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid y trabajó como profesora de francés, como traductora y como funcionaria en el área de Turismo del Ayuntamiento de Elche. Su hermana pequeña, Alicia, además del Título Superior de Francés de la Escuela Oficial de Idiomas, estudió psicología, neurolingüística y teología, disciplina que ha enseñado en varios institutos y centros de formación profesional. Ambas viven y fomentan la cultura, practicando teatro, escribiendo cuentos y poesías y promoviendo concursos y festivales literarios, como el de la asociación que preside Helia, la Asociación de Amigos de Toulouse. Alicia participa con regularidad en el Festival Internacional de la Oralidad, organizado desde 1991 por el grupo teatral La Carátula, fundado por su padre Nazario González Monteagudo (cf. Ors Montenegro, “González Monteagudo”, 2011). A mediados de los noventa se fundaron en España un número considerable de movimientos asociativos que retomaron el trabajo de reivindicación de la memoria de los vencidos de las primeras asociaciones que habían surgido en plena Transición (cf. Froidevaux, 2008: 236-237; Yusta, 2007: 61-62; Gálvez Biesca, 2006: 34). Sin embargo, a partir del fallido intento de golpe de estado de Tejero en 1981 este ímpetu asociativo transicional había quedado debilitado hasta su revigorización una década más tarde (cf. ibid.: 33; Pichler, 2013: 237). El año 1996 está marcado por el triunfo electoral del PP y por el estallido del “boom de la memoria histórica21”. Desde ese año, el PSOE se dedicó a fomentar en el Parlamento, en cooperación con Izquierda Unida, algunas medidas para dignificar a los vencidos de la Guerra Civil y desenmascarar al PP como heredero del franquismo (cf. Teerling, 2004: 39; Bernecker y Brinkmann, 2006: 285). Se daban así los primeros pasos hacia lo que los especialistas han llamado
20 Esta obra solo se encuentra en la Biblioteca de la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo en Madrid. Signatura: Bib03577. 21 Véase “7. Scribo ergo sumus in memoriam” (cf. 497).
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una lucha o guerra del recuerdo (cf. Bernecker y Brinkmann, 2006: cubierta; Graham, “Coming”, 2004: 29), o, más específicamente, una “lucha discursiva por la interpretación de memorias” (Faber, “The Novel”, 2008: 86) del pasado reciente español. Sin embargo, como defienden Reig Tapia (cf. La cruzada, 2006: 337) o Ruiz Torres (cf. “Los discursos de la Memoria Histórica en España”, 2010: 42), el uso político de la memoria de la Guerra Civil, el franquismo y sus consecuencias en el ámbito institucional y académico no debe confundirse con su debate en la esfera pública. El proceso contra Pinochet que abrió el juez Baltasar Garzón en España por los crímenes de su dictadura en Chile en 1998 fue cubierto masivamente por los medios de comunicación del país (cf. MorenoNuño, 2006: 73). Esto fomentó, por su parte, que el debate sobre el tratamiento de la memoria del pasado reciente español alcanzara un público amplio en las esferas social y política (cf. Labanyi, “The Language”, 2009: 26). En 1999 surgía en el suroeste de Francia, en las regiones “donde el exilio español había tenido el impacto social más fuerte” (Luzi, 2012: 34), la FFREEE, la asociación de los Fils et Filles de Républicains Espagnols et Enfants de l’Exode. Su fundación tuvo lugar en el marco de un auge asociativo promovido por descendientes de refugiados españoles, ya ciudadanos franceses, que luchaban contra el olvido de la memoria de sus padres22. Este era el propósito de Miguel Martínez López, que, para colaborar con esta empresa, asumió la vicepresidencia de la FFREEE (cf. Alba, 2006: 11). Ese mismo año, en España, la oposición promovía la “Proposición no de ley sobre conmemoración del 60 aniversario del exilio español”. Esta
22 Véase Soo (cf. 2005: 114). La labor conmemorativa de la memoria de los exiliados españoles la había comenzado la primera generación poco después de llegar a Francia, pero con mayor ímpetu a partir de los setenta en el hexágono (cf. Dreyfus-Armand, “Multiplicité”, 2001: 1; Schuman y Scott, 1989: 110). Sin embargo, la gestión de su representación política difiere fundamentalmente de la de las asociaciones de la segunda generación. La primera hacía hincapié en el grupo político específico, mientras que las asociaciones de la segunda generación tienden a impulsar una identidad republicana aglutinadora (cf. Mouliné y Sagnes, 2014: 63-65; Luzi, 2012: 37).
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reclamaba no solo la celebración del sesenta aniversario del exilio, sino que el Parlamento condenase públicamente el levantamiento militar de 1936. Esta proposición fue aceptada en el Congreso, a pesar de la abstención del PP, que, según la oposición, ponía de manifiesto su continuidad con el franquismo (cf. Humlebæk, 2004: 161-162; Juliá, Elogio, 2011: 151-154). En marzo de 2000, el PP ganó las elecciones con mayoría absoluta. En otoño de ese mismo año, La Crónica de León publicaba un artículo de Emilio Silva en el que este denunciaba que su abuelo siguiera enterrado en una fosa común. Dos semanas más tarde tuvo lugar la exhumación de esta fosa en Priaranza del Bierzo, en León, que fue cubierta por Interviú y que provocó un impacto social y mediático tan importante que algunos especialistas la consideran el punto de partida del movimiento memorístico español a nivel social (cf. Pichler, 2013: 237-238; Rey, 2003: 56-57; Gálvez Biesca, 2006: 34). En diciembre, Emilio Silvia fundó con otros dos compañeros de exhumación la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, la ARMH. En 2001 murió Nazario González Monteagudo, el padre de Helia y Alicia González Beltrán. El Ateneo Republicano que había fundado en Elche pasaba a llamarse un año más tarde Ateneo Republicano Nazario González Monteagudo. Su presidencia la asumió su hija Helia. Este relevo a la “segunda generación” revela que el movimiento español por la “memoria histórica” es una empresa intergeneracional, que, según los expertos, sigue los ciclos generales de la memoria por la que cada veinticinco o treinta años se modifica la percepción del pasado traumático (cf. Juliá, “Memoria, historia y política”, 2006: 71; Rousso, “Les raisins”, 2004: 135). Esta empresa se ha visto impulsada especialmente por la “generación de los nietos”, la tercera generación (cf. Aróstegui Sánchez, 2006: 92; Bernecker y Brinkmann, 2006: 306-307; Aguilar Fernández, “La evocación”, 2006: 311). La continuación de Helia González Beltrán y de sus hermanos con la labor asociativa de su padre en el Ateneo debe entenderse como parte del auge del asociacionismo español para la reivindicación de la memoria histórica. Según Faber, esta labor surge de la afectividad de los lazos familiares y los transciende en su expresión política (cf. “Actos afiliativos”, 2014: 144).
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Este apogeo, que bullía con el cambio de siglo, no dejó de crecer, hasta el punto de que en 2006 se contaban alrededor de unas ciento setenta asociaciones, amicales o fundaciones de este tipo en España (cf. Gálvez Biesca, 2006: 34). En 2002 se creaba la Asociación de Descendientes del Exilio Español (cf. ibid.: 35). A partir de este año, el estado fomentó la recuperación del mismo a través de homenajes a ciertas figuras literarias —como a Luis Cernuda en 2002 y a Max Aub en 2003— y de conmemoraciones —como la de una importante exposición itinerante en septiembre del mismo año—. No obstante, estas iniciativas han sido criticadas con contundencia por Faber (cf. “The Price”, 2005: 211) y Naharro Calderón (cf. “Cuando España iba mal”, 1999: 25), puesto que, afirman, manipulaban la herencia del exilio republicano español23. Este último ha condenado con especial virulencia la exposición itinerante, el documental y el libro surgido de la misma por su espectacularización, despolitización y deshistorificación de la memoria del exilio (cf. “Los trenes”, 2005: 107-108; 110 y 114). Ese mismo año, en noviembre, el PP se unía a la condena parlamentaria de la dictadura franquista y de la Guerra Civil y al reconocimiento moral de las víctimas, tanto de la Guerra Civil, como de la dictadura (cf. Tusell, “Bochornosa TVE”, 2003: 26). Sin embargo, el partido conservador suscribió esta condena con la esperanza de finiquitar el asunto, puesto que consideraba que se trataba de una “memoria redundante” (Aguilar Fernández, “Guerra Civil”, 2004: 31-32). Por ello, el PP bloqueó varias acciones políticas y se negó a participar en el homenaje organizado por el Congreso a las víctimas de la dictadura en 2003. Un año más tarde, Miguel Martínez López publicaba sus memorias en francés bajo el título Casbah d’oubli. Lo hizo en el gran grupo editorial L’Harmattan dentro de la colección “Gravures de mémoires”. Este es también el año del retorno socialista al poder de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero, tras el injurioso tratamiento del PP de la información de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004. Se considera que este año también tuvo lugar
23 Un precedente se encuentra en el uso político del aniversario de la muerte de Lorca (cf. Faber, Exile, 1999: 270).
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el arranque de una etapa de crispación política en la gestión de la memoria (cf. Calvo, 2007: 102; Reig Tapia, “Memoria de la violencia”, 2009: 53) que se achaca a la actitud desacreditadora del PP en la oposición (cf. ibid.: 53; Mainhold, 2007: 401). En junio de 2004, el PSOE fomentó la creación de una Comisión Interministerial para evaluar la situación de las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo y para reconocerlas moralmente (Boletín Oficial del Estado, “Real Decreto 1891/2004”: 31253). Dos años más tarde, en 2006, Miguel Martínez López publicaba en Ediciones Endymion la traducción al español de sus memorias bajo el título Alcazaba del olvido. Helia y Alicia González Beltrán hacían lo propio y publicaban este mismo año Desde la otra orilla en Ediciones Frutos del Tiempo. Mientras tanto, el PSOE presentaba en el Congreso el primer borrador de una ley para gestionar la memoria del pasado reciente español. Este borrador fue criticado por la mayoría de las asociaciones por su carácter demasiado templado. Aun así, fue discutido durante meses en el Congreso. Según el PP, rompía con los pactos de la Transición y fomentaba el revanchismo y, según Izquierda Unida, IU y Esquerra Republicana de Catalunya, ERC, no era suficiente para dignificar a las víctimas. A pesar de la falta de consenso sobre el alcance de la ley, ese año fue declarado por el mismo Congreso el “Año de la Memoria Histórica” (Pichler, 2013: 267, destacado en el original). Sin embargo, no fue hasta finales de 2007, tras numerosas disputas y controversias, cuando se aprobó la Ley 52/2007, conocida popularmente como la “Ley de la Memoria Histórica” (cf. ibid.: 259). Si bien la ley significó un avance en la gestión estatal del pasado reciente, hay muchos aspectos de la misma que garantizan la continuidad de la impunidad del franquismo (cf. Espinosa Maestre, “Cómo acabar de una vez por todas con la memoria histórica”, 2007: 50). Su compromiso a promover, que no garantizar, la recuperación de la memoria histórica y la delegación de su gestión a los gobiernos regionales o locales ha provocado, por ejemplo, que la financiación y la ejecución de las exhumaciones se haga a través de subcontratas privadas que atomiza los esfuerzos del movimiento (cf. ibid.: 258-259; Froidevaux, 2008: 245; Juliá, Elogio, 2011: 172).
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La segunda legislatura socialista, que comenzó en 2008, dio paso a una nueva etapa en la gestión política de la memoria del pasado reciente español, que Escudero et al. han denominado de “frustración” (2013: 36). Este año, tras varios llamamientos de los movimientos asociativos, el juez Baltasar Garzón se declaraba competente para abrir un proceso jurídico que investigara los crímenes del franquismo24. En 2009, la intensa celebración académica franco-española del setenta aniversario del exilio republicano español (cf. Aznar Soler, “Setenta años después”, 2010: 19) compensaba con creces las iniciativas estatales, que casi habían pasado desapercibidas (cf. Anagasti Olabeaga, 2009). Sin embargo, al otro lado de los Pirineos, la intensa promoción de las administraciones locales del suroeste de Francia del aniversario del exilio satisfizo a las asociaciones francesas en el contexto de lo que Luzi denomina la “explosión de fiebre conmemorativa” (2012: 34) en este país. En Alicante, el 29 de marzo del mismo año, la comisión cívica por la Recuperación de la Memoria Histórica de Alicante preparó una conmemoración del viaje de los exiliados en el Stanbrook rumbo a Argelia, en la que se rindió homenaje al capitán del barco, Dickson, en presencia de su familia y de testigos de la hazaña, como las hermanas González Beltrán (cf. Ruiz Coll, 2009; Efe, 2009). En 2010, Miguel Martínez López participaba en la conferencia del Segundo Congreso Internacional sobre el exilio republicano español que tuvo lugar en la Universitat Autònoma de Barcelona en diciembre de 2010 (cf. Bouzekri, Derrotados, 2013: 136). Un año más tarde, la presentación del monumental y costoso Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia provocó un verdadero escándalo por el partidismo y la tendenciosidad revisionista de sus entradas, escritas por personas alejadas del trabajo
24 Véase Juliá (cf. Elogio, 2011: 274). La Audiencia Nacional aceptó a trámite varias querellas para la apertura de este proceso. Se trataba de unas facturas que el juez había cobrado por unos cursos en Nueva York. Se le acusaba también de prevaricación y de vulnerar la intimidad personal en unas escuchas telefónicas ilegales en el caso Gürtel. El Consejo General del Poder Judicial decidió la suspensión cautelar del magistrado hasta que se dictara sentencia (cf. Andrés Ibáñez, 2012: 177).
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de investigación riguroso (cf. Pichler, 2013: 185-186). En febrero de 2012, el Tribunal Supremo condenó a Garzón por prevaricación por las escuchas ilegales durante la investigación del caso Gürtel. Le impuso una inhabilitación como juez de once años y la imposibilidad de volver a ostentar su puesto en la Audiencia Nacional. Días más tarde se le absolvía por la querella de la investigación de los crímenes del franquismo. Se consideraba que no había incurrido en prevaricación, sino en lo que los jueces consideraban un exceso interpretativo de la ley. Las elecciones nacionales de ese mismo año las ganaba el PP y, a pesar de sus promesas electorales de derogar la llamada “Ley de la Memoria Histórica”, no lo hizo. Sin embargo, la austeridad impuesta por la crisis económica fue reduciendo las subvenciones hasta su corte definitivo en 2013 (cf. ibid.: 297). En 2014, el GEXEL en España y la UNAM en México promovieron con intensidad la celebración del setenta y cinco aniversario del exilio republicano español en el mundo académico. Las asociaciones para la recuperación de la memoria histórica no se quedaron atrás. El Ateneo de Madrid conmemoró el exilio republicano español en el norte de África (cf. Barreiro López de Gamarra, 2014) y la Comisión Cívica de Alicante para la recuperación de la Memoria Histórica celebró en marzo unas jornadas internacionales sobre los últimos días de la Guerra Civil en el puerto de Alicante (cf. Alonso, “75 aniversario”, 2014: 478). En abril, Miguel Martínez López publicaba unas poesías a la memoria de su padre en el número 30 de La Licorne d’Hannibal (cf. Barran, 2014). Por su parte, la comisión Stanbrook, presidida honoríficamente por Helia González Beltrán, hacía un viaje a Orán en el Tassili II —el ferri que cubre en la actualidad la línea Alicante-Orán— la noche del 28 al 29 de mayo de 2014. El objetivo era rendir tributo a los españoles que hicieron el mismo trayecto del 28 al 29 de marzo de 1939 en el Stanbrook. Una vez en Orán fueron recibidos por autoridades argelinas que inauguraron un monolito en la memoria del exilio republicano en Argelia (cf. Juan, 2014: 484). A finales de junio de 2014 moría Miguel Martínez López en Elna (cf. Ortega Bernabeu, “Exilio republicano en el norte de África”, Casa Árabe, 2015: 00.38.30). Helia y Alicia González Beltrán siguen muy activas en el mundo cultural de Elche (cf. Ors Montenegro, “Inauguración”, 2016).
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7.2. Alcazaba del olvido, de Miguel Martínez López (2006), y Desde la otra orilla, de Helia y Alicia González Beltrán (2006) Si en el apartado anterior se ha insertado la biografía y la obra de los autores de Alcazaba del olvido y de Desde la orilla en el marco sociohistórico y político de la España en el “boom de la memoria histórica”, este proporciona un análisis de los elementos peritextuales de las escrituras del yo para examinar cómo interactúan con la política hegemónica de representación de la memoria en el contexto del ‘mercado de la memoria’ (cf. Huyssen, 2003: 14). Se examinan, en primer lugar, los elementos ‘peritextuales editoriales’ —las cubiertas, contracubiertas y solapas— de ambas obras, para después pasar, en segundo lugar, al análisis de los elementos peritextuales autorales de las escrituras del yo —prólogos, dedicatorias y apéndices—. La cubierta de Alcazaba del olvido presenta muchas similitudes con la propuesta de Memorias de un refugiado de Carlos Jiménez Margalejo, unas memorias escritas en 1964, pero publicadas en Ediciones Cinca en 200825. Como también hace el aparato peritextual icónico de la cubierta de Jiménez Margalejo, Alcazaba del olvido sitúa al lector en un tiempo histórico determinado a través de una foto antigua de Orán26. Es en la cubierta de esta obra, publicada en 2006, donde se utiliza por primera vez la foto del Stanbrook en el corpus de escrituras del yo de este trabajo. El barco se plasma en un plano general en el puerto de Mez el Kebir y su nombre se lee rotulado en su propia popa de manera frontal, por lo que la relación semántica es unívoca. Sin embargo, el plano desde el cual está tomada la foto, no permite
25 Esta obra se analiza en el capítulo 4 de este trabajo. Véase “4.2. Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve (1957) y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo (2008)” (cf. 222). 26 Ya había aparecido en el número especial de la revista Canelobre n.° 21 “Alicantinos en el exilio” en 1991 y en la novela Pasajero 2058 de Escudero Galante en 2002. También aparece en la página 24 de las memorias de Helia y Alicia González Beltrán.
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Ilustración 26: cubierta de Alcazaba del olvido (Martínez López, 2006)
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Ilustración 27: cubierta de Memorias de un refugiado (Jiménez Margalejo, 2008)
discernir el hacinamiento del barco. Además, la prominencia compositiva de un grupo de hombres en primer plano resta protagonismo al barco y al dramatismo de la situación histórica que ilustra. El subtítulo, situado justo encima del mástil del barco en caracteres verdes, termina de contextualizar el momento histórico para los menos entendidos al situarlo en el espacio —Argelia— y en el tiempo —1939-1962—. Como ocurriera en las memorias de Jiménez Margalejo, pero también en el diario de Gassó Fuentes (2013), la especificación del tiempo que señala el título no corresponde con el tiempo abarcado por la obra. El año 1962 marca la independencia de Argelia de Francia, pero Miguel Martínez López permaneció en Argelia hasta 1965, cuyas andaduras de estos años también recogen sus memorias. El nombre del autor aparece encima del subtítulo en negro y, como hiciera la cubierta de Jiménez Margalejo, también en caracteres más pequeños que los utilizados para el título, lo que resta protagonismo al sujeto-autor frente a la información referencial
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del subtítulo. Asimismo, en una franja superior, marcada por líneas negras, aparece el nombre de la editorial, Endymion, en caracteres grandes. A pie de página se señala la colección en la que se enmarca la obra: Narrativa. Se trata de una rúbrica que incluye, como corresponde a su suscripción (hiper)genérica, ficción, ensayo y otras memorias políticas. Esta práctica también se observaba en la colección Testimonio de Ediciones Cinca en la que se publicaron las memorias de Jiménez Margalejo, a pesar de referirse a un hipogénero mucho más específico. No obstante, el resto de los elementos textuales de la cubierta de las memorias de Martínez López hacen hincapié en el compromiso político, tanto de aquellos que marcharon al exilio: “los refugiados políticos”, como de su propia obra. De hecho, de acuerdo con su título, sus memorias se instituyen como una “alcazaba del olvido. Con esta metáfora espacial se denuncia el olvido al que se ha sometido al exilio político español en Argelia y se erige a la obra como una fortaleza de resistencia contra el mismo. Sin embargo, como hicieran la mayoría de las escrituras del yo publicadas durante el periodo de la transición a la democracia en España, y a diferencia de Memorias de un refugiado, no hay indicios de ningún tipo que guíen la lectura hacia el terreno de lo autobiográfico. Por este motivo, el código referencial utilizado por Alcazaba del olvido inclina su propuesta de lectura hacia lo historiográfico, pero añade en la propia cubierta su expresión explícita del ‘deber de memoria’ de conmemorar el exilio político que contiene la obra. Esta política peritextual de corte referencial-objetivizante que comparten las obras de Jiménez Margalejo y Martínez López representa una tendencia clara del corpus de escrituras del yo del exilio republicano español en Argelia publicadas en este periodo, ya que es la que siguen dos de las cuatro obras que aparecieron en el mercado editorial entre 1996 y 2014. No obstante, se trata de una opción minoritaria en el corpus de las escrituras del yo sobre el exilio francés (incluyendo el argelino) publicadas en España y en Francia, puesto que tan solo estas dos memorias, La tour de Lagestère de Jacques Gonzalez y Campo de concentración (1939)
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de Ferran de Pol, publicadas en 2002 y en 2003, respectivamente, utilizan este tipo de código peritextual en un total de veintinueve obras27. El aparato peritextual icónico de la cubierta de Desde la otra orilla presenta, por su parte, la estética “retro” hegemónica de las obras del corpus de las escrituras del yo sobre el exilio francés (incluyendo el argelino), propia también del ‘mercado de la memoria’ (cf. Huyssen, 2003: 14) de los productos culturales sobre la Guerra Civil (cf. Peris Blanes, 2011: 44). Esta política peritextual es cercana a la de Diario de Gaskin, una obra escrita in situ en los diferentes campos de concentración mientras el autor vivía la experiencia en Argelia y, que, por ello, se analiza en el capítulo 3 de este libro. Sin embargo, el diario fue publicado en el espectro temporal contrario, en 2013. Además, es la última escritura del yo sobre el exilio republicano en Argelia publicada y la única con una reedición, en 2014. Los primeros retratos de los autores de las escrituras del yo aparecían en el corpus de este trabajo en la década de los ochenta en las contracubiertas de los testimonios de Deseado Mercadal Bagur (1983) y de José Muñoz Congost (1989). Desde la otra orilla los traslada por primera vez a la cubierta. Esta está presidida por un prominente retrato en color sepia de las autoras de niñas, elegantemente ataviadas, al que se le han aplicado filtros envejecedores y difuminado los bordes. Sobre este retrato se superpone, en la parte inferior, la misma foto del Stanbrook que aparecerá dos años más tarde, en 2008, en la cubierta de Jiménez Margalejo. Sin embargo, la foto no solo está encuadrada de manera diferente, sino que está editada con un efecto de degradado que hace que parezca borrosa, a modo de alusión metarreflexiva sobre el carácter frágil y difuso de la memoria. El nombre de las autoras
27 Esta conclusión se deriva de un análisis de las cubiertas de todas las obras del corpus de Sicot, “Literatura y campos franceses” (2010) sobre las obras que narrativizan el internamiento de los exiliados españoles en Francia. También del de las obras que encajan en los criterios de composición del corpus de este trabajo publicadas entre 1996 y 2014 que aparecen en el inventario sobre el exilio español de 1939 de Font Agulló y Gaitx Moltó (2014) y en el corpus de Sagnes (2011) de las obras escritas por la segunda generación de exiliados españoles en Francia.
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aparece en el margen inferior derecho, superpuesto a la proa del barco, lo que conecta la información icónica con la textual. Así, la cubierta señala la subjetividad desde la que se escribe sobre el objeto recordado: Helia y Alicia González Beltrán recuerdan ese acontecimiento representado por el Stanbrook y que vivieron en la infancia. No obstante, a diferencia del resto de las obras del corpus de este trabajo publicadas en esta etapa, el nombre del barco rotulado en el mundo diegético icónico es el único elemento que ayuda a contextualizar de qué orilla y de qué exilio tratan las memorias. Así lo informan el título y el subtítulo, de un tamaño considerable y de color dorado, situados en el margen superior: Desde la otra orilla. Memorias del exilio. El título circunscribe este libro, al igual que hiciera Diario de Gaskin, dentro de una modalidad de la escritura del yo, y, por lo tanto, advierte de la subjetividad intrínseca de este tipo de productos culturales. No obstante, la especificidad del exilio argelino que presenta la obra puede pasar desapercibida para los no entendidos, sin que se llegue al grado de abstracción y universalización de la experiencia que producían las cubiertas de las obras del corpus sobre el exilio republicano español en Argelia publicadas hasta la transición a la democracia28. Por último, el gran tamaño del título contrasta con la poca preeminencia del logotipo de la editorial Ediciones Frutos del Tiempo en el margen superior izquierdo bajo la primera letra del título. En Diario de Gaskin, la caligrafía manuscrita del diario original y arrugado de Antonio Gassó Fuentes se reproduce como fondo de la cubierta, al igual que el dibujo del diarista de la parte trasera de un avión. Además, si Susan Sontag ya afirmaba a finales de los años setenta que la fotografía infundía nostalgia (cf. 1977: 15), hoy en día, las fotografías pasan por un proceso de “nostalgización” del recuerdo subjetivo que incitan al énfasis en lo emocional de su recepción en el mercado editorial de la memoria del exilio. Y es que a las fotografías de las cubiertas se les aplican filtros para envejecerlas y embellecerlas
28 Véase, a este respecto, “4.2. Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve (1957), y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo (2008)” (cf. 222) y “5.2. Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García (1977)” (cf. 294).
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Ilustración 28: cubierta de Desde la Ilustración 29: cubierta de Diario de otra orilla (González Beltrán, 2006) Gaskin (Gassó Fuentes, 2013)
en una estética que promueve la nostalgia, como en Desde la otra orilla y en Diario de Gaskin29. Al igual que ocurriera con las memorias de Jiménez Margalejo, la contraportada de Alcazaba del olvido especifica que la obra “ha sido publicada con una subvención de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura” (Martínez López, Alcazaba, 2006: contraportada), lo que pone de manifiesto que esta publicación recibió apoyo estatal durante una legislatura del PP. En la página siguiente, la dedicatoria está firmada por el editor Jesús Ayuso,
29 Se llega a esta conclusión sobre la estética hegemónica “retro” de las escrituras del yo sobre el exilio español en Francia (incluyendo Argelia) a partir de un análisis de todas las obras del corpus de Sicot, “Literatura y campos franceses” (2010) y de las obras que encajan con los criterios de composición del corpus de este trabajo publicadas entre 1996 y 2014 y que aparecen en el inventario de Font Agulló y Gaitx Moltó (2014) y en el corpus de Sagnes (2011).
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que agradece a “Luis Martínez Espada [...] al entusiasta admirador de las efemérides históricas” (Martínez López, Alcazaba, 2006: dedicatoria) por la publicación del libro. Luis Martínez Espada es miembro de la GEFREMA, el Grupo de Estudios del Frente de Madrid, y organiza excursiones por las trincheras de la contienda. Sin embargo, no se ha conseguido trazar una relación comprobable, ni entre el editor y este estudioso, ni entre el autor y el estudioso. La contracubierta es un resumen del exilio republicano español en Argelia que se basa en las memorias de Miguel Martínez López, pero que, sin embargo, no hace referencia a que se trata de una obra de carácter autobiográfico. Se aportan datos de cómo y cuántos españoles llegaron a las costas de Argelia después de la Guerra Civil, se denuncia su internamiento en campos de concentración, las pésimas condiciones de vida y de trabajo de los mismos, “donde más de uno de ellos dejará la vida”, así como el tratamiento xenófobo que sufrieron tras su liberación (ibid.: contracubierta). A continuación, se explica sumariamente la rápida organización de los exiliados y la peligrosa actitud neutral que tomó el Movimiento Libertario frente al movimiento independentista argelino. Asimismo, se comenta que, si bien los exiliados tomaron distintos caminos a partir de 1962, “todos permanecerán hasta su fin fieles al ideal de justicia y de libertad para cuya realización había [sic] luchado contra Franco y sus acólitos en España” (destacado de la autora). De esta manera, la contracubierta mantiene la impresión de que se está ante un libro de divulgación sobre el exilio republicano español en Argelia y, a pesar de que trate mayoritariamente del Movimiento Libertario, el peritexto textual editorial afirma que Alcazaba del olvido representa la experiencia del exilio de todos “los refugiados políticos30”, como reza su título, y sus principios comunes de “justicia y libertad”.
30 Ibid. Para facilitar la lectura del texto, en lo siguiente no se añade ibid. en este tipo de casos en los que la cita marcada entre comillas se encuentra en la misma página de misma fuente bibliográfica a la que se ha hecho referencia entre paréntesis en la cita inmediatamente anterior.
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Ilustración 30: contracubierta de Desde la otra orilla (González Beltrán, 2006)
Como también hiciera Diario de Gaskin en el lomo del libro, el fondo de la contracubierta de Desde la otra orilla recoge los colores de la bandera de la Segunda República. En el centro del margen inferior aparece el logotipo de la colección Frutos Secos y, en alineación diagonal siguiendo la franja amarilla, el texto valora la sinceridad y vivacidad del sentimiento con el que se cuenta y se transmite la historia “vivida” (González Beltrán, 2006: contracubierta) y narrativizada “bajo la mirada de las dos hermanas”. El uso y el espacio proporcionado icónicamente al símbolo de la identidad republicana por antonomasia rompen con la nostalgia despolitizadora a la que inclinaba la política peritextual icónica de la cubierta. De esta manera, se politiza la narrativización del recuerdo del pasado, que se declarada subjetiva, pero sincera. Sin embargo, la contracubierta tampoco ayuda a contextualizar, ni el lugar en el que se desarrolla el exilio, ni de qué periodo se trata. Son las solapas de la obra las que, tras una biografía profesional de ambas autoras, explican que estas, las protagonistas, vivieron dos
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tipos de exilio: “en Argelia, desde fines de marzo de 1939, y el exilio interior, desde 1949, en Elche” (González Beltrán, 2006: solapa). No obstante, no especifica cuál es el que trata su obra. La solapa posterior informa del resto de publicaciones de la Colección Frutos Secos, cuyos títulos parecen indicar que Desde la otra orilla es la única escritura del yo que se ha inmiscuido entre las obras ficcionales y los ensayos que la componen. En el anverso de la portadilla se dedica la obra a los que “se quedaron y sufrieron por otro ‘exilio’ en su propia tierra” (ibid.: 4), que se define como “ese exilio, que sin significar alejamiento del país fue la ausencia total de todos sus ideales y de todos sus derechos”. Por ello, llama a que el ‘deber de memoria’ que recoge “la ‘Memoria Histórica’” eche sus frutos y devuelva la dignidad a todos los que han sufrido o han sucumbido a las diferentes modalidades de la represión franquista. A pie de página se añade una cita, a modo de epígrafe, del republicano e ídolo político del padre de las hermanas González Beltrán (cf. Esteve Rico Sogorb, 2007), Manuel Azaña: “[l]a libertad no hace felices a los hombres, los hace simplemente hombres” (González Beltrán, 2006: 4). De esta manera, si se tiene en cuenta que los epígrafes tienen la función de resumir el tono de una obra, este constituye la libertad como el máximo valor republicano que articula la escritura del yo. Tras una portada y una hoja de créditos en el anverso, se dedica el libro a “nuestros nietos” (ibid.: 7) y a “todos los jóvenes de cuya libertad nos sentimos responsables”. Así, se construye el compromiso por la libertad para con los jóvenes basándose en un doble eje biológicogenealógico y político. Los agradecimientos del libro, que aparecen en la página siguiente, presentan esta misma doble vertiente. Al final de una larga lista de personas se presentan los nombres de las parejas de las autoras, de sus hijos y hermanos y, por último, se consagra la obra “a nuestros padres que nos enseñaron la fuerza para creer” (ibid.: 8). De esta manera, el aparato peritextual autoral concluye instituyendo a los progenitores de las autoras como sus pilares ideológicos. Narciso Alba, catedrático de la Universidad de Perpiñán, prologa Alcazaba del olvido elogiando la obra de Miguel Martínez López por su importancia como fuente para el historiador y para todo aquel que quiera “extraer lecciones” (Alba, 2006: 9) de la historia. Así, reconoce
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la función pedagógica del ‘deber de memoria’ al que responde el autor. Además, afirma que la obra es la tercera parte de una trilogía sobre el exilio republicano español en Argelia junto con Por tierra de moros de Muñoz Congost y Diario de Djelfa de Max Aub. Esto evidencia o su desconocimiento del resto de las escrituras del yo que analiza este trabajo o su exclusión intencionada. El catedrático considera estas obras fundamentales, un “trío de ases” (Alba, 2006: 9), y las constituye como ‘contradiscursos’ a la Historia en términos foucaultianos. A los historiadores los acusa de condenar al olvido lo que les interesa y de creer tener “la clave de escribir lo que no han vivido”. De este modo, el prologuista erige a conciencia a los testigos como los únicos que pueden escribir la Historia, reflejando la estabilización en 2006 de la mentalidad que Wieviorka consideraba propia de la ‘era del testigo’ en los ochenta (cf. 1998: 150). Alba resume también la labor asociativa del autor, su pasión por la familia, la escritura y la pintura y recapitula los momentos claves de su vida enfatizando su infancia dramática durante la Guerra Civil, el heroísmo de su padre —al que elogia llamándole ‘Quijote’— y la marginalización a la que se vieron sometidos los españoles en Argelia. A pesar de todo el dolor y del contexto histórico europeo “aborrecible” (Alba, 2006: 11) en el que le tocó vivir, Alba afirma que Miguel se mantuvo siempre firme en sus principios: la solidaridad, la dignidad y la justicia. La dignidad, afirma, la aprende del que, según el prologuista y como también era el caso de Desde la otra orilla, es el ejemplo en el que fundamenta su vida: su padre cenetista. Por último, alaba, al igual que la contracubierta de Desde la otra orilla, su “escritura límpida y directa, a flor de piel el sentimiento eterno” (ibid.: 12). Miguel Martínez López toma el relevo de Alba con una nota “[a]l lector” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 13) en la que explica los objetivos, la estructura y el alcance temático del libro. En primer lugar, afirma que sus memorias responden a “una doble exigencia”: relatar su propio exilio y, en sus propias palabras, “recordar la historia de los refugiados políticos españoles que fueron a parar a aquellas tierras”. Este doble objetivo se refleja, en un guiño intertextual a la estructura de Por tierras de moros del cenetista Muñoz Congost, en su estructura bipartita. Explica que decidió separar su relato personal, titulado
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“Un exilio...” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 13), de la segunda parte de la obra, “... entre tantos” , en la que recabó información para realizar su ‘deber de memoria’ y “rescatar del olvido [...] a sus compañeros de infortunio”. El autor cierra la nota, reconociendo que “otro de los propósitos de estas cuartillas, quizá el primordial” (ibid.: 14), es romper con su invisibilización dentro del colectivo pieds-noirs, ya que considera que no hay nada en común entre ambos grupos. Esta aseveración adelanta, además, quién va a ser uno de los blancos de su constitución identitaria a través de la abyección. El prólogo de Desde la otra orilla lo suscribe Miguel Ors Montenegro, historiador experto en los últimos días de la Guerra Civil en Alicante. Como tal, contextualiza la obra históricamente, haciendo especial hincapié en la provincia de Alicante, sin dejar de lado a los que se quedaron en España. Alega que los que se fueron del país no se equivocaron, puesto que pronto se demostró que la promesa de Franco de no tomar represalias contra aquellos que no tuvieran las manos manchadas de sangre era mentira. Además, al igual que hicieran el resto de los prologuistas de las obras de este corpus publicadas en esta etapa, elogia las memorias de las hermanas González Beltrán por su importancia como documento histórico y por su valor superior al “limitado de las meras cifras” (Ors Montenegro, “Prólogo”, 2006: 11). A continuación, contextualiza el inicio del exilio en la biografía de la familia y explica la estructura paralela del relato, que intercala las memorias de ambas hermanas. Ors Montenegro alaba el resultado de la colaboración entre las hermanas, enfatiza la unidad del relato y cierra el prólogo, destacando que la obra “sirve también de merecido homenaje tanto para Isabel como para Nazario”, los progenitores de las autoras. A este homenaje se une también in memoriam el prologuista, por “el respeto y el aprecio” que se ganaron de todos los que les conocieron.
7.3. Las memorias en el “boom de la memoria histórica” En los capítulos anteriores se ha analizado el contexto sociohistórico en el que se enmarcan las obras y se han examinado las políticas de representación del recuerdo de su exilio que proponen sus elementos
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peritextuales31. En este apartado se estudia cómo estas memorias responden a la abyección a la que se han visto sometidas por la política (neo)liberal de representación de la memoria en el contexto del “boom de la memoria histórica” en tres tiempos y en tres partes: desde su salida del puerto de Alicante hacia Argelia en marzo de 1939 hasta la firma del armisticio franco-alemán que da paso al régimen de Vichy en junio de 1940 (7.3.1.); desde entonces hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 (7.3.2.); y, por último, hasta su salida del país en 1949, en el caso de Helia y Alicia González Beltrán, y en 1965, en el caso de Miguel Martínez López (7.3.3.). De este modo, se sigue la temporalidad tripartita de las escrituras del yo y su estructura bipartita, con el fin de evaluar la evolución de la articulación de la identidad narrativa como un compromiso en torno a los polos dialécticos filiativo-afiliativo en su entramado del recuerdo de las diferentes etapas de su exilio y de los distintos grados de abyección experimentados en cada una de ellas. Más específicamente, se procede a la interpretación de Alcazaba del olvido intercalando en el análisis de cada una de estas tres temporalidades los capítulos correspondientes, tanto de la primera parte “Un exilio...” —subdividida a su vez en cuatro partes que el autor tacha de personales—, como de la segunda, “...entre tantos” —subdividida en nueve capítulos que el autor considera más colectivos—. El análisis de Desde la otra orilla hace lo propio, siguiendo la estructura paralela y lineal del libro en el que cada hermana escribe un capítulo diferente sin numeración y sin relación ni diálogo explícito entre ellos y cuyos límites se disciernen solamente por el tipo de letra con el que cada una lo hace: Alicia, en redonda y Helia, en cursiva32. Se concibe el acto de la escritura como un acto ‘filiativo’ y ‘afiliativo’, siguiendo la conceptualización de estos términos propuesta por
31 Para una definición de la modalidad de la escritura del yo de la ‘memoria’, véase “4.3. La autoficción y las memorias en el boom del mercado editorial hispanoamericano” (cf. 230). 32 Para facilitar la lectura no se reproduce en lo siguiente esta tipografía cuando se citan extractos de sus memorias.
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Sebastiaan Faber (cf. “Actos afiliativos”, 2014: 142-144). Este hispanista declara explícitamente la fuente teórica a partir de la cual reenmarca su teorización de estos conceptos. Afirma haberse inspirado en la diferenciación que hiciera Edward Said entre los lazos sociales filiativos, impuestos por el parentesco en un momento de crisis de la voluntad o de la posibilidad de reproducción biológica que sitúa a finales del siglo xix, y la alternativa que proporcionaba la afiliación, motivada por la “convicción social y política, por las circunstancias económicas e históricas, por un esfuerzo voluntario y una voluntad deliberada33” (Said, The World, 1983: 25, traducción de Faaber en “Actos afiliativos”, 2014: 142-143). Faber extrapola esta definición al contexto del “boom de la memoria histórica” en España y enfatiza que la fuerza del movimiento radica no solo en el compromiso filiativo, a pesar de que sea este desde donde se origina, sino en su trascendencia hasta llegar al compromiso afiliativo-político transfamiliar, basado en la solidaridad intergeneracional. En este sentido se analiza a continuación cómo los narradores responden a la política (neo)liberal de representación afectiva de la memoria que les constituye como abyectos. Se muestra que lo hacen articulando su identidad filiativa/afiliativa alrededor del recuerdo de su exilio en Argelia, que quieren convertir en ‘memoria cultural’ a través del proceso de escritura. Para ello se examina la evolución de la preponderancia de lo afiliativo y de lo filiativo, la amplitud del concepto de lo familiar y su uso de lo afectivo en su narrativización de la experiencia en las tres temporalidades del exilio en Argelia que propone el relato. Se observa cómo, en un primer momento, los exiliados tienden a restringir el entramado de la experiencia alrededor del núcleo meramente familiar para recordar y conmemorar la actitud ejemplar de los progenitores desde su llegada a Argelia en marzo de 1939 hasta la instauración del régimen de Vichy en junio de 1940 (7.3.1.). En la segunda sección se examina cómo se codifica el exilio desde entonces
33 “An affiliation motivated by social and political conviction, economic and historical circumstances, voluntary effort and willed deliberation” (Said, The World, 1983: 25).
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hasta el final de la Segunda Guerra Mundial a través de un progresivo ensanchamiento del concepto de lo familiar, precisamente a través de los vínculos afectivos de tipo afiliativo establecidos con otros personajes a los que recuerdan y conmemoran (7.3.2.). Por último, se muestra cómo desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta su salida de Argelia los narradores tienden en un primer momento a distanciarse del vínculo afiliativo de la “primera generación”. Sin embargo, se analiza cómo en un segundo momento superan este distanciamiento de lo afiliativo a través de la suscripción explícita de la identidad política heredada. Esta identidad se reivindica como un compromiso que trasciende el recuerdo y la conmemoración de la identidad política familiar y se convierte en un compromiso afiliativo a nivel social en el contexto del “boom de la memoria histórica” (7.3.3.). 7.3.1. La preponderancia del ensimismamiento filiativo ... en Alcazaba del olvido Tras haber conocido durante siglos un modelo único de gobierno —la monarquía—, y una primera República malograda cuando estaba aún en pañales, España acababa de proclamar la segunda, el 14 de abril de 1931, y se disponía a aprovechar la primavera abonando los brotes de justicia social que despuntaban en la arboleda de su pueblo. [...] Nací el día 29 de octubre de aquel memorable año. Debí, por consiguiente registrar, al amparo de la entrañable cavidad amniótica de mi genitora, las explosiones de alegría, las manifestaciones de júbilo por parte de mi padre y de sus compañeros al conmemorar ruidosamente en casa los para ellos aquilatados felices cambios políticos (Martínez López, Alcazaba, 2006: 17).
Miguel Martínez López comienza su relato en lo que entrama como un acontecimiento clave, tanto para su vida, como para el desarrollo de España. A partir de una retórica biológica de la fertilidad se personifica la Segunda República y se le dota de la capacidad de fomentar la justicia social que ya despuntaba en la sociedad española. El narrador autodiegético considera que incluso antes de nacer fue capaz de “registrar” la alegría con la que sus progenitores la festejaron. De esta
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manera, y a diferencia del resto de las escrituras del yo del corpus de este trabajo publicadas con anterioridad a 2006, pero común a los peritextos de las memorias de Jiménez Margalejo (2008) y del diario de Gassó Fuentes (2013), el narrador articula su identidad alrededor de la ‘figura del recuerdo’ del “nacimiento” de la Segunda República en términos assmanianos. Así, el texto pone en relación el nacimiento del protagonista con el de la República en la intersección de lo filiativofamiliar y de lo afiliativo-político34. A continuación, en un giro analéptico, la instancia narrativa inserta la biografía de su padre en una genealogía familiar campesina y presenta a su abuelo, que afirma: “[ll]egaré a conocer” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 18). A este se le describe como un labriego trabajador y burlón con el que el narrador pasaba jornadas idílicas en su infancia a la sombra de la huerta. El narrador avanza hasta el estallido de la Guerra Civil, “una feroz pesadilla” (ibid.: 20) que achaca a la incompetencia de los diferentes gobiernos republicanos de combatir la injusticia. Sin embargo, reconoce no recordar mucho de aquel episodio de su vida y que muchos pormenores que va a detallar son ‘postmemorias’ en el sentido de Hirsch del término (cf. 2008: 106), y, como tal, “contados ulteriormente por deudos y amistades, protagonistas de aquellos acontecimientos” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 20). Para la narrativización de la primera de estas postmemorias se cede la voz a la madre de la instancia narrativa en estilo directo. Esta relata anécdotas de cómo el anarquismo del padre afectaba a la vida familiar antes de la Guerra Civil, como por ejemplo que, muy a su pesar, el padre se llevara al niño a las manifestaciones y mítines anarquistas en hombros, o que este se ufanara cuando el pequeño utilizaba vocabulario típicamente anarquista para designar a los “simpatizantes de la causa” (ibid.: 21). Este comentario de la progenitora enfatiza la genealogía política anarquista de la familia que propone el relato y hace también que el narrador vuelva al mismo para plasmar de manera impresionista y en tiempo simultáneo sus propios recuerdos
34 Para una definición de ‘figura del recuerdo’, véase “2.2.3. Sum-(us): la identidad cultural individual y colectiva” (cf. 148).
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del primer mitin anarquista al que le permitieron asistir: banderolas rojas y negras, fotografías de Durruti “con gorra y americana de cuero” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 22) y palabras que “sugieren corriente de río, impetuosidad de torrente o mansedumbre de balsa”. Con estos términos, el narrador se refiere a la revolución anarquista como una fuerza natural, capaz de arroyar como un torrente, pero también de provocar la armonía dúctil de una balsa. El relato en tiempo simultáneo salta de nuevo a través de una prolepsis hasta el desarrollo de la Guerra Civil, de la que el narrador principal afirma recordar el sonido de la sirena que avisaba de los bombardeos y sus juegos en la huerta valenciana y en los tenebrosos pasillos del Palacio de los Borgia, ocupado por la CNT y la FAI. Todos estos episodios, que el narrador denomina “secuencias” (ibid.: 24), se ven interrumpidos por la aparición “a contraluz [de] la silueta del padre”, que regresa del frente y abraza a los niños efusivamente. Como ya apuntaba la utilización de la palabra ‘secuencia’ para referirse a los acontecimientos que recuerda y que articula en la escritura, la descripción de este se realiza a partir de una écfrasis de un recuerdo altamente visual. Se trata de la descripción de una imagen de su padre a contraluz en el umbral de la puerta que se funde en el abrazo de sus hijos, en una sintaxis visual recurrente en el lenguaje cinematográfico para heroificar a un personaje. Esta tendencia a la heroificación de la figura paterna se reproduce en la exposición de su huida. El narrador cuenta que salieron en coche hacia el puerto de Villajoyosa, donde les esperaba su padre. De nuevo, se enfatiza la efusión del encuentro y se describe el embarque en el pesquero El Gavilán de los Mares entre una profusión de diálogos en estilo directo que vivifican e intensifican la acción y reproducen el ambiente de angustia del puerto. Una vez en alta mar, el abnegado y heroico padre del narrador tiene que sustituir al piloto, a pesar de ignorar “en absoluto el arte de navegar” (ibid.: 29). Al amanecer se avista en el horizonte la costa de Orán, que la instancia narrativa constituye como un umbral identitario que va a convertir a los “fugitivos” (ibid.: 30) en “exiliados”. Esta transición identitaria se enfatiza formalmente con el uso in crescendo de una perspectiva autodiegética plural desde la que se articula el recuerdo. A diferencia de las largas estadías en los barcos que recogen el
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resto de las escrituras del yo del corpus de este trabajo, los tripulantes de El Gavilán de los Mares desembarcaron nada más llegar al muelle. Los hombres fueron separados del resto de la familia, lo que el narrador considera una “desgarradura” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 32). Él fue enviado con su madre y su hermana a la “repelente” cárcel de Orán, donde, tras una ducha de desinfección, pasó seis meses haciendo largas colas para conseguir agua potable en el patio. Un día se les trasladó hasta una estación de trenes, donde aparecieron, tras la incertidumbre de la espera, “unos seres demacrados, hirsutos, andrajosos, especie de espantajos pretendiendo ser hombres” (ibid.: 33-34). Entre ellos estaba su padre, irreconocible, puesto que, según afirma, fue sometido en Boghari a trabajos forzosos. Independientemente de la veracidad de la afirmación anterior —que contradice al resto de las escrituras del yo de este corpus y al estado de la cuestión— lo importante es el impacto que tuvo esta apariencia física en el recuerdo de la infancia del narrador. En el entramado retrospectivo del exilio se explica como el resultado de los trabajos forzados a los que se vio sometido el personaje y sirve para apuntalar su heroificación por su actitud resistente. Sin embargo, también especifica que su padre fue un privilegiado, puesto que la mayoría de los hombres con los que había compartido esta experiencia fueron trasladados a Colomb Béchar para construir el transahariano. Él tuvo la suerte de ser destinado a Carnot junto con su mujer y sus hijos. Antes de instalarse en la barraca que les sirvió de alojamiento, su madre la limpió a fondo, puesto que, según el narrador, la higiene era uno de sus valores más arraigados. En palabras de la propia madre, a la que se le cede la voz en estilo directo: “[a] partir de hoy [...] declaramos una lucha sin cuartel a la suciedad” (ibid.: 34). La retórica política aplicada al campo semántico de la higiene en esta sentencia revela, como se observaba en capítulos anteriores, un gesto performativo y un sustento identitario libertario que el narrador considera una verdadera “pauta existencial” heredada35.
35 En “2.2.3. Sum(-us): la ‘identidad cultural’ individual y colectiva” se lleva a cabo una exposición de la teoría de la performatividad de Butler (cf. 146-147). El uso del término no difiere a lo largo del capítulo.
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A continuación, el narrador expone la rutina militar de Carnot con recuento de personal, izado de bandera y guardia senegalesa incluida, y describe el quehacer de sus padres en el campo. De especial relevancia es la insistencia del narrador en el carácter rebelde de su padre, que, en contraste con la representación diegética de la política de contención de ‘lo político’ que caracterizaba las escrituras del yo producidas y publicadas por simpatizantes libertarios durante la transición a la democracia, afirma, no dudaba en enfrentarse a la administración del campo cuando consideraba que el trato recibido era injusto (cf. Martínez López, Alcazaba, 2006: 35 y 42). Además, explica que su padre creó una peluquería en su barraca, donde concurrían libertarios de todas las clases sociales, unidos por los ideales y la sabiduría popular. Otra de las ocupaciones de sus progenitores era tratar de organizar la salida del campo cuanto antes y la creación de grupos culturales y de escuelas para formar a la juventud. No obstante, según el narrador, los pequeños veían la obligación de ir a la escuela como una violación de su libertad absoluta para jugar y dar rienda suelta a la fantasía y a las travesuras con las que ocupaban su tiempo durante la estancia en el campo, narrativizada como una etapa feliz en la vida del infante. La representación del ‘otro-senegalés’ y del ‘otro-moro’ en este periodo se caracteriza por su exotización en torno a un vector “racial” en diferentes grados. En el caso del primero, una vez superado el miedo, que, según la instancia narrativa, le infundía en un primer momento, se convierte en objeto de burla y de risas de la chiquillería del campo, manifestaciones de su constitución como ‘otro-abyecto’. La caracterización del ‘otro-“moro”’ se realiza en torno a la descripción de una de las primeras excursiones permitidas por la dirección del campo a Les Attafs. Este poblado se describe como un conglomerado compuesto por “casuchas cúbicas [...] y [c]allejones polvorientos” (ibid.: 43, destacado de la autora) y “una villa de resplandeciente blancor, cuya arquitectura denuncia el rango de sus propietarios (unos colonos franceses, por supuesto)”. De este modo, se establece una dicotomía que relaciona explícitamente, por un lado, el vector social, la pulcritud y el vector “racial” de los “moros” de clase baja que viven en “casuchas” polvorientas y que, como indica la derivación apreciativa del sufijo ‘-ucho’, no merecen la consideración del narrador. Por el otro, se sitúa
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a los “europeos”, de clase superior y que habitan en villas blancas, un color que denota pulcritud. La descripción del resto del paseo por la ciudad redunda en la caracterización del primer polo de la dicotomía, enfatizando la falta de limpieza de los alimentos vendidos en el zoco —“sarnosos” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 44), “roñosos” y que emanaban “tufo”—, entre los que correteaban niños harapientos “de mocos sin limpiar”. El narrador también describe la furia con la que dos “moros” se golpeaban con cayados, incurriendo en el estereotipo de la violencia con el que se suele caracterizar al ‘otro-moro’. La descripción también enfatiza el colorido del ambiente, similar al del “Arca de Noé”. En consecuencia, la caracterización del ‘otro-moro’ tiende a una construcción identitaria racializante más exotizante y con un grado de abyección menor que en el caso de la expresión explícita del desprecio al ‘otrosenegalés’ en el entramado de la primera temporalidad de su exilio en Argelia en el apartado “Un exilio...”. El apartado “...entre tantos”, sin embargo, abre con una advertencia con la que se reincide en la constitución del ‘otro-patanegra’ —como se refiere al colectivo pieds-noirs de origen español en el que se suele invisibilizar a los exiliados españoles en Argelia en Francia— como el epítome del abyecto de los exiliados españoles en tanto que apolítico, conservador y xenófobo. No obstante, el tema con el que empieza el primer capítulo de esta segunda parte, la revolución española, impone una reestructuración de la jerarquía de los abyectos. El narrador extra-autodiegético transcribe una conversación con su padre grabada en una cinta. El diálogo entre padre e hijo se restituye en estilo directo marcado alrededor de las preguntas del narrador principal de la obra sobre asuntos controvertidos de las colectivizaciones durante la Guerra Civil, como por ejemplo el que estas se llevaran a cabo por la fuerza. “— ¡Mentira! [...] Calumnia de detractores” (ibid.: 186), es la respuesta del padre. Asegura que las primeras tierras que se incautaron fueron las abandonadas, y las últimas, las de los voluntarios. Además, denuncia a los “fascistas, socialistas y comunistas” por sabotear las colectivizaciones, lo que se entrama como la causa por la que se decidió que los colectivistas tuvieran prioridad en el reparto de los beneficios de las mismas.
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La segunda pregunta tiene que ver con un enfrentamiento sangriento entre la CNT y los cuerpos de seguridad de la Segunda República en Gandía durante la Guerra Civil, puesto que esta última se oponía a la revolución. El padre reconoce, sin poner ningún tipo de excusa, ni mostrar arrepentimiento, haber ordenado disparar a unos policías cumpliendo órdenes. A continuación, el narrador resume los puntos principales de la conversación: no se colectivizó a la fuerza y el Movimiento Libertario se vio acosado por los que, en su defensa de la versión paterna, constituye como abyectos de su identidad familiar: el gobierno de la Segunda República, los socialistas y los comunistas. No obstante, no establece una jerarquía clara de estos abyectos. Por último, el narrador principal cita la obra de Frank Mintz sobre los sucesos de Gandía para, según explicita, legitimar y “patentizar” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 192) la versión paterna. A continuación, el narrador autodiegético completa algunos puntos ya esbozados en la primera parte “Un exilio...” para ilustrar una “semblanza paterna” (ibid.: 193) con el fin de completar su proceso de heroificación: enfatiza que después de aprender a leer y escribir en la cárcel llegó a convertirse en colaborador del diario Nosotros, o que, según deduce de una carta de su padre a su madre en 1937, este sufría mucho de estar separado de la familia mientras estaba en el frente. Este apartado cierra con la reproducción de una nota aparecida en Frente Libertario en 1976 con motivo de la muerte del padre del narrador que destaca su ejemplar defensa del Movimiento Libertario. Por último, se insertan en la página reproducciones de carnés de prensa y de identidad de su padre, una copia de un salvoconducto provisional a su nombre y al de su madre, una copia del certificado de liberación del campo Carnot y uno de trabajo. Al igual que la gran cantidad de referencias bibliográficas marcadas explícitamente en el texto o a través de notas a final del relato, todas estas fotografías cumplen con la única función de avalar la información y de aumentar la apariencia de veracidad del texto (cf. Blazejewski, 2002: 107). También aparece una fotografía de un grupo de exiliados elegantemente ataviados delante de una barraca en Camp Morand, que, a pesar de haber sido insertada con la misma función que el resto, contradice la descripción realizada con anterioridad de que su padre estaba demacrado por los trabajos forzados en este campo.
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El capítulo II se dedica a exponer, como reza el título, la “llegada a Orán” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 201) de los exiliados, ahora sí, a partir del modelo de abyección que preside el apartado “...entre tantos”. Para ello, el narrador toma una perspectiva heterodiegética e introduce una cita de Javier Rubio sobre la importancia de no asimilar en el grupo de los exiliados republicanos a emigrantes económicos de origen español. Un comentario que valora como “pertinaz” (ibid.: 202), puesto que considera “que nos permite inferir el cariz de las relaciones que van a establecerse entre ambas comunidades”. Lo mismo hace con los estudios de Joëlle Hureau para “probar” que el “patanegra” tipo no tenía inquietudes políticas porque solo se interesaba por el carpe diem. Si bien cita a Laurent Theis para matizar la caracterización esencialista con la que ha descrito al colectivo, el narrador heterodiegético acaba por contradecir la tesis de este autor francés que defiende que no se puede generalizar que todos los “patanegras” fueran xenófobos con los ‘otros-árabes’. La instancia narrativa argumenta que esto ya no era aplicable en 1954, puesto que “a partir de esta fecha las posiciones se radicalizarán y una corriente reaccionaria única pro Argelia francesa arrastrará al conjunto de la población patanegra” (ibid.: 204). A continuación, y como bien remarcara Zerrouki Kherbouche en su artículo sobre esta obra (cf. 2011: 626), el narrador afirma que hubo brigadistas internacionales argelinos que lucharon en la Guerra Civil española y aporta referencias bibliográficas que sostienen su tesis. Por último, concluye este capítulo sintetizando lo que considera la información fundamental del mismo: la identidad conservadora, xenófoba y poco comprometida política o socialmente del ‘otro-patanegra’, motivos por los que el narrador le constituye como el epítome del abyecto. Asimismo, anota que los pieds-noirs tildaban en su ignorancia a todos los refugiados políticos de comunistas y, como tal, de abyectos. Así, les incluían dentro de una categoría que los libertarios habían establecido, a su vez y, como se observaba con anterioridad, como un abyecto de su identidad política. De este modo, el narrador delinea su anarquismo refutando su pertenencia a dos grupos en los que este colectivo se vio integrado y, por lo tanto, invisibilizado: en el grupo “patanegra”, desde un vector nacional-demográfico, y en el “comunista-rojo”, desde un vector político.
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El siguiente capítulo de esta segunda parte abre con un resumen de la acogida de los exiliados republicanos en Argelia, extraído del libro de Dreyfus-Armand L’exil des républicains espagnols en France36: expone el número de refugiados que llegaron a las costas de Orán, el precario alojamiento en el puerto y en los campos y valora positivamente que la investigadora insista en que la improvisación no justifique el régimen de “carcere duro” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 211) con el que fueron recibidos. Además, el narrador compendia o transcribe entre comillas “varias versiones” de la llegada de los exiliados a Orán, que ha extraído de diferentes publicaciones o de testimonios comunicados personalmente al autor. No obstante, la polifonía estructural que aporta la inclusión de varias voces de compañeros no produce un efecto de dialogismo bajtiniano, sino que, como comenta iterativamente el narrador, las versiones “coinciden y confirman el comentario anterior: aquellos seres humanos fueron sometidos a una prueba inhumana e injusta, obligados a huir de su patria como criminales para finalmente ser recibidos en tierra extranjera como tales” (ibid.: 211-212). Esto quiere decir que las diferentes identidades políticas de los narradores-focalizadores, que se explicitan en algunos casos, no influyen en la versión monológica de los hechos que hace hincapié en las terribles e injustas condiciones higiénicas y de hacinamiento y en el trato inhumano con el que fueron recibidos en Argelia. De este modo, el relato incluye y articula las versiones de otros grupos políticos centrándose en el denominador común de la experiencia injusta y dolorosa desde un punto de vista emocional. Esta estrategia neutraliza indirectamente la conflictividad de ‘lo político’ de las distintas facciones que el narrador constituía como abyectos en la narrativización de la experiencia de la guerra desde el punto de vista de su padre en el primer capítulo. Así, se observa, por un lado, en la narrativización de esta primera temporalidad —que abarca desde el embarque en Alicante en marzo de 1939 hasta la instauración del régimen de Vichy en junio de 1940— una tensión entre la articulación
36 (1999). En el cuerpo del texto lo cita en español, aunque en la bibliografía aparece en francés.
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de la memoria. Por un lado, se tiende al compromiso filiativo y a la suscripción de la afiliación libertaria familiar subordinada a este compromiso familiar en la primera parte “Un exilio...” y en el primer capítulo de la segunda parte “...entre tantos”. Por el otro, se percibe en la mayoría de los capítulos de la segunda parte cierta tendencia a neutralizar las tensiones político-identitarias de la heterogeneidad de grupos exiliados para expresar un compromiso afiliativo republicano como hiperónimo. Sin embargo, esta segunda tendencia contribuye, además, por la preponderancia temática de la caracterización de la labor libertaria y de sus virtudes en la primera parte, a silenciar el resto de opciones políticas y a producir un relato en el que se impone la memoria y la identidad libertaria. ... en Desde la otra orilla —Dejadme a la mayor. —No, madre, los cuatro correremos la misma suerte, no insista. Será por poco tiempo, en unos meses la situación se arreglará y volveremos (González Beltrán, 2006: 13).
La acción narrativa de Desde la otra orilla devuelve al lector desde la costa argelina al otro lado del mediterráneo. El diálogo restituido en estilo directo marca tipográficamente en letra cursiva y en redonda, a los interlocutores del mundo diegético y a las narradoras extra-autodiegética (Helia) y heterodiegética (Alicia) que se reparten el entramado del recuerdo de su exilio en Argelia a dos voces (cf. Alonso, “Miradas infantiles”, 2014: 394). El relato sitúa al lector in medias res en la abarrotada estación de trenes de Elche, en la que la familia González Beltrán al completo se despide de la madre y del hermano del padre de familia para partir a un exilio, que consideraban, no duraría más que unos meses. El diálogo vivifica la acción y reproduce la sensación de desconsuelo y el ambiente de angustia de la despedida. La narradora autodiegética, Helia, retoma el relato para describir en tiempo ulterior la despedida a pie de tren entre Andrés, el hermano del padre de familia, su madre y, en una ampliación del concepto de
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familia, basado en una afiliación política compartida, don Julio, que caracteriza como “el ‘padre’ de mi joven papá en el partido” (González Beltrán, 2006: 14). Con su puesta en marcha, el tren se personifica y los pasajeros se cosifican. Estos se constituyen, además, como abyectos en el sentido literal de la palabra cuando se afirma que fueron vomitados del mismo a su llegada a Alicante. Una vez allí, se dirigieron al puerto, donde embarcaron en el Stanbrook. Este se iba llenando de pasajeros, cuya caracterización como una “masa de cuerpos” (ibid.: 16) que, según la narradora, despedía “un vapor nauseabundo” reitera su establecimiento como abyectos. Las parcas conversaciones entre los padres y los gestos angustiados que la pequeña descifraba de sus rostros se semantizan como un acontecimiento traumático que se manifestará sintomática y repetitivamente en sueños que “marcan con un sello hondo hasta las entrañas” (ibid.: 17). La narradora heterodiegética, Alicia, continúa con el relato en tiempo simultáneo, sitúa la acción en un “[a]nochecer incierto. Niebla. Frío” (ibid.: 19) y proporciona su versión de la huida a partir del puerto de Alicante. El texto refleja formalmente los síntomas del trauma y recurre a frases cortas interrumpidas por diálogos que reproducen a modo de repetición compulsiva el ambiente del barco. Una fotografía intercalada del pasaporte republicano de Nazario González Monteagudo sirve, no solo de fuente de autoridad a la versión textual aportada (cf. Blazejewski, 2002: 107), sino también de transición al relato de la narradora autodiegética, Helia. Esta recuerda que la separación forzosa de su padre nada más llegar a Orán fue “la gota que desborda el vaso” (González Beltrán, 2006: 23), que le dejó “sin fuerzas para seguir sufriendo”. Como ya había hecho con anterioridad, la narradora heterodiegética, Alicia, se encarga de recoger los sentimientos plasmados por su hermana y de articularlos de manera impresionista y fragmentaria, casi poética: “[c]ielo gris. Mar gris. Allá en lontananza unas manchas ocres. ¡Tierra! [...] Esperanzas. Temores. Latidos, latidos, latidos... Llegar. ¿A qué?” (ibid.: 24). La narradora autodiegética cuenta cómo las mujeres y los niños bajaron del barco y fueron separadas de los hombres. Esto le provocó un gran disgusto que, según cuenta, solo se disipó gracias al olor olvidado a pan recién horneado y a la leche con azúcar que les
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Ilustración 31: dibujo de La mer et les pins, de su nieto Arturo (González Beltrán, 2006: 29)
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ofrecían. La incursión de una fotografía de un pasaporte republicano, en este caso el de su madre, Isabel Beltrán Alcázar, da el turno de palabra a Alicia, que describe la misma escena de manera muy similar. La narradora autodiegética, Helia, vuelve al relato para contar que fueron trasladadas a una celda de cárcel37 y que al día siguiente les llevaron a La mer et les pins, un campo que no considera “malo” (González Beltrán, 2006: 27). Su padre, junto al resto de los hombres, como reconoce que les comunicarían más adelante, vivía en barracones. A diferencia del resto de imágenes intercaladas con anterioridad, un dibujo infantil del campo titulado “La mar y los pinos”, realizado por Arturo, uno de los nietos de las autoras, establece una relación de igualdad con el texto (cf. Blazejewski, 2002: 107). Esta práctica, que se generaliza a partir de este punto del relato entre fotografías de la familia y documentos, ilustra un proceso de transmisión intergeneracional de la memoria del exilio entre la primera, la segunda y la “cuarta generación” como acto filiativo38. De esta manera, se incluye en el libro no solo la voz y la imagen de la primera generación de los padres, a los que se recuerda y conmemora a través de la escritura en la doble acepción de la locución in memoriam. Desde la otra orilla también contiene la dirección descendiente del eje vertical genealógico y da la posibilidad a sus nietos de presentar su versión visual de la ‘postmemoria’ del exilio familiar adquirida como herencia, en palabras de Hirsch (cf. 2008: 106). Asimismo, la narradora autodiegética, Helia, cuenta cómo la familia consiguió reunirse: su padre dio la dirección del primo de su
37 Afirma que se trataba de una cárcel que había sido construida por orden del cardenal Cisneros. Sin embargo, según la historiadora autodidacta Eliane Ortega Bernabeu, esto es un error y la cárcel en la que estuvieron estaba en la calle Ceret en la parte francesa de la ciudad (cf. “Exilio republicano en el norte de África”, Aula Canaria, 2015: 00.05.10). 38 Entre las intervenciones de ambas narradoras suele colocarse una fotografía de alguna ciudad o de algún miembro de la familia. Su función es siempre de autorización y no aporta nuevos sentidos a la narración. Solo se comentarán aquellas fotografías que ayuden al desarrollo del argumento o cuya función difiera de la mera autorización del material textual.
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mujer a una de las personas que se acercaron en barca al Stanbrook para que le avisara de que los reclamara. La narradora heterodiegética, Alicia, explica que, gracias al primo, el “libertador” (González Beltrán, 2006: 31), pudieron volver a estar juntos. No obstante, el diálogo restituido en estilo directo entre los adultos en el coche marca la transición identitaria del primo como benévolo “libertador”, ligado a la familia por un acto filiativo, a su abyección de la identidad familiar por su posicionamiento político. Según la narradora heterodiegética, los comentarios del primo acerca de la situación de España hirieron profundamente a su padre. La instancia narrativa Helia explica que este desencuentro llevó a la familia a dejar la casa de los familiares apenas dos meses después. También hizo que su padre dejara el puesto de trabajo en la cafetería que regentaba el primo. Durante estos dos meses tuvo lugar el aniversario de la Segunda República. La narradora autodiegética Helia cuenta que su padre consiguió escaparse unos minutos del trabajo para poder celebrar esta ‘figura del recuerdo’, en términos assmanianos, fundiéndose en un abrazo con su familia en un banco del parque. Así, la narradora autodiegética establece la identidad familiar como performativamente republicana. Alicia no narrativiza este momento y pasa directamente a la exposición de la difícil situación a la que se enfrentó la familia cuando abandonó la casa de los primos. El padre no conseguía traer a casa ingresos suficientes y se veían obligados a aceptar la caridad de algunos partidos políticos. Hace hincapié en que las condiciones que les imponían a cambio eran “repugnante[s]” (ibid.: 37) porque imponían su afiliación, aunque esta no fuera sincera. De este modo, la narradora constituye al resto de partidos políticos como abyectos en el campo semántico de lo repelente. A partir de este momento, ambas cubren en paralelo más o menos el mismo contenido y mantienen su posición narrativa intercalada, autodiegética y heterodiegética, respectivamente. Las dos marcan el comienzo de la Segunda Guerra Mundial como un acontecimiento que recrudeció la situación familiar, ya que dificultó al padre de familia todavía más conseguir trabajo. Además, les hizo adoptar uno de los pocos empleos que no les estaban prohibidos a los exiliados: el teatro. Asimismo, agradecen la ayuda desinteresada de las personas que les
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ayudaron cuando estaban en la miseria, sobre todo la de los franceses nacidos en Argelia, los ‘argelianos’, que a diferencia de los “franceses de Francia [que] presumían de hablar puntiagudo” (González Beltrán, 2006: 47) aceptaron a sus padres como personas honradas. Esta diferencia muestra una evolución respecto a su impresión anterior de sentirse rechazada por ser “roja” por parte de los franceses argelinos y denota, además, un rechazo claro del primer grupo. Este comentario parece confirmar la interpretación de Ortuño Martínez (cf. 2008: 397) y de Alonso (cf. “Miradas infantiles”, 2014: 396) sobre la apertura y la tolerancia de las hermanas en su relación con todo tipo de ‘otros’. No obstante, su representación en esta primera temporalidad merece una matización. En su clasificación de los diferentes grupos que convivían en la Argelia colonial, la narradora autodiegética coloca a los franceses puntiagudos, a los argelianos y a los judíos, considerados “un grupo de población” (González Beltrán, 2006: 47), en una categoría, y a los que considera de otras “razas”, en otra. Dentro de este grupo incluye al ‘otro-senegalés’ y comenta que esta denominación era una etiqueta que se utilizaba metonímicamente para hablar de todos los negros. Entre los árabes o los “moros”, como, según apunta, se los designaba, hace varias diferencias: por un lado, distingue, haciendo énfasis en el tono de la piel, a los “Kabiles [...] de piel blanca” y, por otro, a los “[m]arabus”, ermitaños “muy morenos”. Asimismo, diferencia en tono neutral a los árabes ricos —vestidos con blancas vestiduras y casados con varias mujeres— de los pobres. A estos se les tacha indirectamente de sucios por la descripción de su forma de disponer los alimentos en el mercado. La descripción de cómo su madre le prohibió aceptar una manzana que le ofrecía un mercader como regalo porque “vio al vendedor [...] sacar brillo a las manzanas a salivazos” (ibid.: 48) instituye al ‘otro-moro’, como ya apuntaba el uso racializante de la palabra “raza”, como abyecto, por la repugnancia y el espanto que causaba su “‘sistema’ de limpieza”. El tono de Alicia es similar cuando describe, sin valorar, que era común ver pasar a un matrimonio árabe con el hombre subido al asno, mientras que la mujer caminaba a su lado. Comenta, focalizando a través de un personaje amigo de su padre en estilo directo, que esto es “una característica de esta raza” (ibid.: 101). No obstante, la
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descripción del comportamiento de “los árabes” (González Beltrán, 2006: 103) ante una bailarina de la danza del vientre en el circo en el que vivió la familia una temporada ilustra a este ‘otro’ desde otra perspectiva. Según la narradora heterodiegética: los árabes especialmente pataleaban y batían palmas frenéticamente y sus rostros se veían desencajados, con unos ojos fuera de las órbitas y una necia y luminosa sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes ennegrecidos y no pocas mellas. Sus caras asustaban y hacían pensar en unos caníbales contemplando con regocijo la presa conseguida. El aspecto horripilante de estos hombres bestiales llenaba de pavor a la joven bailarina que se esforzaba por no mirarlos y con sus ojos suplicaba a sus compañeros que la defendieran de aquellos monstruos que parecían dispuestos a atacar (ibid.: 103-104, destacado de la autora).
Esta descripción insiste en la falta de higiene bucal del ‘otro-árabe’ de género masculino y, además, le representa, siguiendo estereotipos colonialistas y racializantes, como un ser primitivo “bestial” e hipersexuado, que contempla a la mujer como objeto de “presa” que quiere devorar. De esta manera, la narradora establece al ‘otro-árabe’ en la narrativización de esta experiencia en su niñez como un epítome del abyecto en el campo semántico de lo monstruoso y lo horripilante. Por lo tanto, esta instancia narrativa le constituye como epítome del abyecto de manera mucho más explícita que la narradora autodiegética Helia y que la instancia narrativa de Alcazaba del olvido. Aunque en un régimen jerárquico inferior, los artistas circenses no quedan mucho mejor parados, ya que se enfatiza desde el campo semántico de lo infeccioso que “[n]uestra familia, convivió, sin contagiarse, con todo este enjambre humano en donde los defectos y las virtudes nunca son pequeños” (ibid.: 104, destacado de la autora). Al afirmar que no se contagiaron se pone de manifiesto la suposición de que los ‘otroscircenses’ incorporaban algún tipo de sustancia infecciosa de la que tenían que protegerse. Así pues, el relato de la instancia narrativa heterodiegética Alicia los establece como abyectos a partir de los cuales constituir ex negativo su identidad familiar. Si bien la narradora Helia no comparte este abyecto con Alicia, ambas coinciden, en contraste
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con la clara intersección más equilibrada del compromiso filiativoafiliativo de la segunda parte de la obra de Alcazaba del olvido, en la preponderancia de lo filiativo con la que articulan la experiencia del exilio argelino de esta primera temporalidad. No obstante, el tono del relato y la narrativización de cómo esta afectó a su vida difieren considerablemente. Además, el cambio constante de alojamiento por la falta de dinero o por las exigencias de las giras teatrales con las que la familia trataba de ganarse la vida no influyó igual a ambas hermanas. La narradora autodiegética Helia alaba con perseverancia la incansable y desbordante labor del padre en la gestión del grupo teatral ambulante. Asimismo, a pesar de lamentar haber tenido que dejar la escuela en varias ocasiones a causa de esta coyuntura y haber tenido que crecer demasiado pronto, entrama esta experiencia a partir de una concepción del teatro heredada de su padre. Afirma que para ella el teatro era mucho más que “ganarse el pan. Hacer teatro, sea en barracas, era tan digno...” (González Beltrán, 2006: 107). Vivía el teatro como un deber para con su familia y reconoce que la satisfacción que le proporcionaba trabajar con su padre hombro con hombro y el placer de actuar justificaban y le hacían olvidar “los viajes incómodos, las camas inseguras” (ibid.: 108-109). La narradora heterodiegética, Alicia, sin embargo, si bien enfatiza también el valor y la inquebrantable voluntad de su padre, tiende a ensalzar más a los referentes femeninos de la familia por su capacidad de adaptarse a “[e]sta vida errante y poco cómoda” (ibid.: 43). Elogia la fuerza de su hermana mayor para comprender lo dura que era la vida y reconoce que ella, “se amoldaba peor a aquel modo de vivir. Causaba problemas”. Asimismo, describe la casa de un masón que visitaban con asiduidad como un refugio en el que encontraba un “ambiente que olía a hondas raíces, a generaciones quietas, a seguridad del pasado, a comodidad del presente, a vista clara del futuro” (ibid.: 51). Este anhelo de estabilidad contrasta con la exposición de la inseguridad absoluta y la suciedad de las ciudades en las que vivió la familia que, en ocasiones, a falta de otro trabajo, tuvo que dedicarse a la fabricación y venta clandestina de jabón. Como contrapunto a este contexto de tristeza e inestabilidad, la narradora heterodiegética Alicia constituye a su hermana Helia como el pilar fundamental de
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su infancia, como un apoyo de consuelo casi maternal. Por ello, la narradora Alicia la homenajea en varias ocasiones a lo largo del relato. La laudatio más clara la realiza a través de una poesía que inserta en la superficie textual en francés y en español dedicada a “mi hermana, mi madrecita de ternura infinita” (González Beltrán, 2006: 94). Con la mudanza de la familia a Tlemcen con el grupo de teatro, Alicia acapara la mayor parte de la narración, que dedica in memoriam, en su doble acepción, al recuerdo de y a la conmemoración de la admirable y abnegada figura materna. Destaca la descripción del día en el que esta sufrió un desvanecimiento justo antes de una actuación, que convierte el homenaje a la figura materna en un proceso de heroificación. Afirma que su presencia era fundamental para el comienzo de la pieza teatral y recuerda cómo el público se impacientaba. Mientras tanto, al otro lado del telón, su madre seguía inconsciente. Sin embargo, cuenta que, para sorpresa de todos, cuando el director de la obra de teatro estaba a punto de cancelar la actuación, la enferma apareció en el escenario y comenzó la función “con timbre claro, seguro, firme” (ibid.: 88). De esta manera, el relato de Alicia enfatiza la capacidad superior de la madre de sobreponerse, incluso a la enfermedad, para salvar la obra y garantizar el jornal familiar. Esto, los comentarios de la narradora de la doble carga laboral de la madre dentro y fuera de casa sin contar “con ninguna ayuda material del esposo, siempre ocupado [...] por el trabajo ‘sagrado’” (ibid.: 105), y que este se presentase con retraso a la hora establecida para la comida con un par de amigos con los que continuaba su discusión de política en la mesa, constituyen a la madre como figura de identificación para el lector39. Nótese
39 Se entiende ‘figura de identificación’ según la definición de Ronning como “un actor social, cuyas características reales o atribuidas crean una superficie de proyección para otro u otros actores que se relacionan afectivamente y con cercanía con este primero. Esto tiene lugar a partir de un proceso no acabado de estilización y de tipificación por el que se reconoce la incorporación del propio deseo de existencia” (2003: 233, traducción de la autora) / “ein sozialer Akteur, der seine tatsächlichen oder auch nur zugeschriebenen Charakteristika eine Projektionsfläche für einen oder mehrere andere Akteure bildet, die mit diesem Akteur in einer affektiven Nahbeziehung verbunden sind und in ihm auf einer Grundlage
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que la queja no va en contra del contenido de las conversaciones. La crítica, que también suscribe la narradora autodiegética Helia, se dirige más bien hacia la supeditación del compromiso familiar al político y denuncia la insistencia en estos temas en ese contexto en el que “arreglaban el mundo, el enorme mundo desde una mesa pequeña en la que unos niños no podían reír...” (González Beltrán, 2006: 106). Esta queja de las narradoras de Desde la otra orilla revela de manera especialmente clara una tendencia, también perceptible en Alcazaba del olvido, a la restricción de la articulación del exilio argelino en torno al núcleo meramente familiar en esta primera temporalidad, que abarca desde su salida de Alicante al exilio en marzo de 1939 hasta la instauración del régimen de Vichy en junio de 1940. De la inclusión del compañero de partido del padre de las hermanas González en lo familiar o de la participación de Martínez López en las actividades anarcosindicalistas de su padre, se pasa a cierto ensimismamiento en el retrato heroificante in memoriam de las figuras de sus mayores en su doble acepción. Si bien el legado de sus valores políticos no deja de ser un motivo de orgullo de la genealogía familiar, estos están subordinados al significado y a la preponderancia del núcleo familiar en el entramado de esta primera temporalidad del exilio republicano español en Argelia. 7.3.2. El ensanchamiento de lo filiativo a través de lo afiliativo ... en Alcazaba del olvido No recuerdo ningún pormenor relacionado con nuestra salida del campo de Carnot; ni si vinieron a despedirse de nosotros los compañeros que todavía seguirían viviendo en él. Tampoco si lo franqueamos a pie o subidos ya en un camión. Veo tan sólo ondear en sus límites la bandera francesa (Martínez López, Alcazaba, 2006: 45).
eines mitlaufenden Stilisierungs- und Typisierungsprozesses die paradigmatische Verkörperung der eigenen (Wunsch-) Existenz anerkennen”.
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Como reconoce a través de un comentario metarreflexivo, el narrador autodiegético plural no recuerda ningún detalle de su salida del campo y afirma que la primera memoria que tiene es de la ciudad a la que se dirigieron tras su liberación: Orléansville, cuyo nombre, según cuenta, “nos suena a libertad, a dignidad humana recuperadas” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 46). No obstante, la realidad a la que se enfrentaron pronto se encargó de matizar el verdadero efecto de dicha recuperación. La descripción del tratamiento que recibieron en general durante el régimen de Vichy reitera su constitución como abyectos del imaginario francés. La interpelación del ‘otro-francés’ a la familia exiliada a modo de “consabido estribillo” (ibid.: 57) a través de una concatenación coordinativa de insultos “—refugiado español, comunista, rojo—, tres taras aborrecibles que merecen sobradamente ser sancionadas en público” les convierte performativamente, según la comprensión del concepto de Butler en Excitable Speech, en abyectos40. El narrador comenta que, ante las incriminaciones, su padre contiene “a duras penas” la manifestación indignada de ‘lo políticoantagónico’, en el sentido de Mouffe del término. Asimismo, enfatiza que este se dedica a trabajar sin pausa para sacar adelante a la familia, tanto en la peluquería, como en la fabricación de alpargatas junto con otros exiliados con los que conviven bajo el mismo techo. Con el desembarco estadounidense en el norte de África, la instancia narrativa considera que si “la situación política da un cambio a favor nuestro, la económica sigue siendo la misma, con privaciones y restricciones de toda índole (a la hora de la comida, frecuentemente, apenas hay para un bocado)” (ibid.: 58). Por ello, la madre no duda en proponer sus servicios de lavandería al ejército estadounidense para tratar de aumentar las raciones alimenticias de la familia. Sin embargo, como el clima pantanoso les provocaba crisis de paludismo graves, decidieron mudarse a Argel. En esta ciudad tuvieron que empezar de cero, plantándole cara, tanto “a la mugre ambiental, desvelándonos por ganar higiene” (ibid.: 64), siguiendo los preceptos libertarios,
40 Véase Butler, Excitable Speech (cf. 2013: 2). En “2.2.2. Scribo: la ‘escritura del yo’”, se lleva a cabo una presentación detallada de este concepto (cf. 146-147).
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como a la acogida “francamente hostil” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 64) de sus habitantes. A diferencia de la contención de ‘lo político’ con la que su padre hacía frente en esta segunda temporalidad a las interpelaciones vejatorias que le constituían como abyecto del imaginario francés, el narrador afirma que él las rechazaba peleándose con los compañeros que le insultaban en la escuela. Tras este bloqueo de la identidad abyecta impuesta, la instancia narrativa se encarga de caracterizar su identidad libertaria como herencia filiativa-afiliativa in memoriam, de nuevo, en su doble acepción: recuerda quiénes y cómo eran las personas con las que convivió en su infancia y conmemora sus virtudes para homenajearlos y dignificarlos como la “[f ]lor de los libertarios exiliados en Argel” (ibid.: 65). Estos, afirma, se reunían en su casa para entablar “con ahínco más de un análisis crítico-constructivo de la gesta heroica en la que fueron actores entusiastas, verdadero momento estelar de la Humanidad”. De este modo, se articula la Revolución que tuvo lugar durante la Guerra Civil como un acontecimiento clave de la humanidad al que contribuyeron heroicamente. Asimismo, se valora su capacidad de reflexionar sobre sus aciertos y errores. No obstante, la instancia narrativa se distancia ligeramente de esta idea heredada con un comentario metarreflexivo sobre los efectos y la función de este entramado retrospectivo de los recuerdos del pasado colectivo. Declara que “[v]an formando la mitología que les ayudará a soportar los avatares del exilio; a mitigar el trauma consecutivo al desarraigo brutal de la tierra chica” (ibid.: 66). El narrador es consciente del proceso selectivo y mitificador de los recuerdos a través del que se crea una ‘memoria cultural’ libertaria. Sin embargo, reconoce que sus argumentos y el ímpetu retórico con el que la comunicaban eran muy convincentes, sobre todo por su puesta en práctica performativa alrededor del Movimiento Libertario español en África del Norte en el que militaba su padre. Por este motivo, el narrador afirma haberse empapado de la cultura libertaria desde pequeño, ya que le acompañaba todos los domingos a “‘la local’, como en cumplimiento de un rito”. Allí es donde, según comenta, encontró “toda una cohorte de preceptores benévolos”. A continuación, el relato se convierte en una pausa descriptiva de la “galería de retratos” de estos libertarios. El texto enfatiza su labor y
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compromiso con la cultura, así como los hábitos o los conocimientos que el narrador ha heredado de cada uno de ellos. También especifica si seguían una tendencia libertaria posibilista u ortodoxa y comenta la importancia de esta especificación, puesto que, como explica, las diferentes modalidades crearon conflictos incluso dentro de la propia familia. Su padre era ortodoxo y consideraba que había que “salvaguardar ‘la pureza de las ideas’” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 67), pero su tío Juan alegaba que “la colaboración (se atreven a soltar el vocablo) con los políticos [...] resulta indispensable para vencer en la lucha” (ibid.: 67-68). Tal es la pasión y el convencimiento de ambos hermanos en su creencia político-afiliativa que, como enfatiza el narrador, “ambos hermanos se observan recelosos” (ibid.: 68). Este detalle pone de manifiesto, al igual que ocurriera en la primera temporalidad de Desde la otra orilla, la tensión entre la preponderancia del compromiso filiativo y el afiliativo. No obstante, en este caso no se llega a la ruptura de la convivencia, como era el caso en el relato de las hermanas González Beltrán. De entre las descripciones del colectivo libertario que se juntaba en el “Círculo García Lorca, en la local del Movimiento libertario, y en las giras dominicales” (ibid.: 77) destaca la de José María Puyol por su longitud y por la extensión y la magnitud de la laudatio que le dedica. Esta se articula alrededor de su férreo compromiso libertario y de su dedicación a la cultura, de máxima importancia para la articulación de la identidad libertaria (cf. Alted Vigil, La voz, 2005: 417; F. J. Navarro Navarro, “Los educadores”, 2010: 193; Litvak, 2001: 275). Además, lo describe como “la réplica exacta de don Quijote” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 69), tanto físicamente, como en la escenificación de su identidad. Así, el narrador le da el honor de compararle con el símbolo libertario por antonomasia (cf. Alted Vigil, “El exilio de los anarquistas”, 2010: 173). Además, alaba la figura de otras mujeres, pero especialmente la de su madre, la Marieta, a la que retrata como una mujer tierna, ejemplarmente estoica, sonriente y “adicta a su ideal libertario” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 75), una de esas “mujeres libres sin las que la revolución española no se hubiera podido intentar”. Así, se eleva a la figura materna en igualdad de condiciones al rango político de la paterna.
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En su ímpetu por recuperar los rasgos que componen su identidad libertaria, el narrador autodiegético se detiene también en la descripción paradigmática de otra práctica performativa: la gira campestre. Esta actividad era típica de todo tipo de movimientos políticos en la década de los treinta en España (cf. Solà, 1978: 156) y clave en el caso de la identidad libertaria (cf. Cubero Izquierdo, 2015: 44; F. J. Navarro Navarro, Ateneos, 2002: 505). Tras una exposición un tanto idealizada de la “energía singular [que] inunda seres y cosas” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 79), en la que tenían lugar las fraternas actividades matutinas de la juventud, el relato se detiene en la ilustración de la comida comunal, donde “[s]e ofrece la oportunidad de compartir con el vecino [...] un vaso de limonada, pues se bebe poco alcohol. [...] Lo corriente es mostrarse abstemio” (ibid.: 80). A continuación, la instancia narrativa pasa del modo descriptivo al argumentativo para constituir esta práctica performativa de la abstemia como un deber normativo de la identidad libertaria en contraposición a “la dolencia congénita de la burguesía”. Según el narrador, esta se caracteriza por tender a aniquilar la “integridad del individuo” a través del vicio de cualquier tipo de droga. De este modo, el narrador fija la identidad del colectivo libertario a partir del recuerdo de un gesto performativo que, según afirma, sirve para cumplir con lo que considera su deber: “cubrir de oprobio” a la burguesía, colectivo al que establece, por lo tanto, como su abyecto constitutivo. Este excurso argumentativo en la descripción del ocio muestra cuán ritualizadas, programadas y normativizadas estaban las actividades libertarias dentro del programa de la excursión. Tras la siesta, aumenta la intensidad de la ritualización, como expone el narrador en un giro metarreflexivo: habrá que realizar todo un programa, cumpliendo pautas libertarias. Primer objeto de cuidado: La Organización, fianza de la supervivencia ideal y único medio disponible para combatir al régimen franquista. [...] Segundo objetivo de los confederales: la colecta de fondos pro España oprimida.
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Una vez descritas estas prioridades explícitamente políticas y comprometidas con los ‘insiliados’ como acto afiliativo, el narrador retoma el tono idealizado para comentar el siguiente punto del programa: el apartado cultural. Este cuenta con diferentes actuaciones de los propios exiliados y finaliza con la coral de Bab-el-Oued. El siguiente punto del programa es la realización de “[t]oda una serie de ejercicios [...] físicos, juzgados imprescindibles para el desarrollo armonioso de los individuos” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 81). Así, el narrador instituye este precepto eugenésico-naturista tan arraigado en el movimiento libertario español de los años treinta (cf. Díez, 2007: 247) como un gesto performativo normativo dentro de su identidad libertaria. El narrador señala que él, por su parte, trataba de honrar y de cumplir con su genealogía libertaria a través de su rendimiento escolar. Insiste en varias ocasiones en que para él era una cuestión de honor recibir todos los premios escolares y ser el mejor de la clase. Reflexiona que este ímpetu suyo quizá fuera una “manifestación de una personal correspondencia al esfuerzo paterno [...] de un inconsciente deseo de demostrar a los demás que el hijo del barbero ‘refugiado español, rojo’ era capaz de conseguir los máximos éxitos escolares” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 87). Razona que de esa manera contribuía a “descebar el ostensible ostracismo de los europeos hacia los españoles rojos, catalogados políticamente por lo general de republicanos, cuando no de comunistas pero (nunca escuché en su boca las palabras anarquista o libertario para designar a nuestros compañeros)” (ibid.: 101). De esta manera, el narrador revela cuál era su estrategia de resistencia en el mundo diegético a la abyección del imaginario francés y de su inclusión en una categoría identitaria abyecta de su propia identidad: la de los comunistas. Esta categoría, según reitera, no solo la rechazaba por tratarse ideológicamente de “hermanos enemigos”, sino porque la amalgama ayudaba al franquismo a consolidarles como epítomes del abyecto en “su declarada lucha contra el comunismo internacional”. Por su parte, el narrador autodiegético persiste en su constitución de los “patanegras” como su epítome del abyecto por ser “materialistas, superficiales, socialmente incultos” (ibid.: 94) y xenófobos. Afirma que estos despreciaban a los judíos, a los franceses metropolitanos, que tachaban de “patos” y cornudos, a los “rojos”, y al ‘otro-árabe’, por
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ser este último “holgazán [...] andrajoso [...] torpe” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 94). No obstante, la instancia narrativa comenta que la xenofobia no es un rasgo privativo de los pieds-noirs y que los propios árabes repelían a los “cabilas, de origen beréber” (ibid.: 95) y a los “Mozabitas”. Así, el narrador autodiegético construye su identidad libertaria en oposición a la xenofobia que caracteriza a estos ‘otros’, y es que, declara que, “[p]or suerte, el terreno de cultivo libertario donde voy creciendo, constituye un antídoto eficaz contra dicha plaga, que, de otro modo, muy bien hubiera podido contagiarme” (ibid.: 96). A través del campo semántico de lo contagioso para referirse a la xenofobia, se fortalece la constitución del ‘otro-patanegra’ como epítome del abyecto, portador metafórico de esa “plaga”. Nótese, sin embargo, que este comentario no excluye al resto de los ‘otros-xenófobos’ de la lógica por la que ha constituido a su epítome del abyecto. De hecho, a pesar de insistir en estar libre de prejuicios xenófobos, su caracterización de los colonizados como violentos y brutales seguidores de “[u]na extraña pedagogía martirizadora de la infancia” (ibid.: 100) en los dos únicos momentos en los que se refiere al ‘otro-árabe’ (cf. ibid.: 84 y 99) reproduce su instauración como ‘otros-abyectos-musulmanes’ en tanto en cuanto generaliza sus comportamientos como algo “que se ajustaba a la tradición musulmana” (ibid.: 100). La parte “...entre tantos” comienza transcribiendo testimonios, extractos de otras escrituras del yo de exiliados que han pasado por los campos de concentración y de trabajo y obras de referencia sobre las condiciones de vida en los campos. Al igual que ya hiciera con anterioridad, el narrador proporciona una síntesis que enfatiza la concordancia de las versiones que introduce en su relato: “[c]omo podemos comprobar los testimonios concuerdan: el gobierno francés acoge a los antifascistas españoles como a delincuentes de derecho común, metiéndolos en campos de castigo donde serán explotados como bestias, bajo la férula de guardianes inhumanos” (ibid.: 234-235). Solo un testimonio se refiere a un campo de castigo, el de Djelfa. No obstante, el narrador heterodiegético monologiza la diversidad de experiencias en los diferentes tipos de campos por metonimia al elegir la experiencia más dura en términos represivos como el máximo común denominador de todos los campos. La selección de los pasajes de la
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obra de Dreyfus-Armand incide en la caracterización de los campos argelinos como lugares donde las condiciones de vida eran peores que en la metrópoli. Asimismo, su método de citación poco sistemático atribuye de manera incorrecta a dicha autora la afirmación de que “[e]l campo Morand parece haber sido transformado para la circunstancia en campo de represión” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 236). Como ya se comentaba con anterioridad, independientemente de la veracidad de la afirmación, lo que indica este pasaje es la intención del autor de articular la experiencia de otros exiliados alrededor del dolor y de la injusticia a la que se vieron sometidos. Asimismo, la instancia narrativa comenta una valoración de Dreyfus-Armand sobre el racismo de los libertarios para con los soldados senegaleses. El narrador suscribe su opinión y reconoce que resulta “sorprendente [...] tal acumulación de lugares teñidos de racismo” (ibid.: 238). No obstante, expone motivos para “por lo menos intentar comprenderlo”. Entre ellos, alude a la interiorización del discurso racista de la Reconquista medieval española y el odio acumulado de los republicanos a los soldados marroquíes mercenarios de las tropas de Franco por su brutalidad durante la Guerra Civil. Sin embargo, esta última excusa reitera indirectamente la caracterización abyecta y estereotípica del ‘otro-árabe’ como violento. El capítulo lo cierran una serie de fotografías. La reproducción del documento de autorización a su madre para lavar la ropa a los estadounidenses y la foto de su padre en primer plano con una montaña de alpargatas al fondo cumplen con la función clásica de las ilustraciones en los productos autobiográficos de avalar, en este caso, la capacidad de trabajo abnegado de sus padres (cf. Blazejewski, 2002: 107). Sin embargo, las fotos escolares y los títulos de las fotos en los que se señala cómo encontrar al narrador son anecdóticas y de carácter afectivo y no tienen una relación con el texto más allá de que corresponden con el tiempo narrado. El siguiente capítulo tiene como objetivo completar el retrato de sus maestros de la primera parte y “restituir con mayor amplitud y justeza la personalidad de cada uno de ellos” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 249). A partir de este punto, el relato se convierte en una gran pausa descriptiva en la que se traza una verdadera biografía de cada uno de los personajes, haciendo referencia y citando textualmente, en
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ocasiones, toda la información encontrada sobre su vida cultural y/o política. El narrador se detiene en una caracterización benévola de la figura de Isabel del Castillo y tacha la semblanza que hace su hijo Michel de esta en sus publicaciones de “mezquina” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 263). Considera las acusaciones de que era espía de la Gestapo y de que fuera promiscua, “calculadora, desordenada, confusa en sus pensamientos [...] una retahíla de aventuras rocambolescas” (ibid.: 264). De esta manera, contribuye a la limpieza de la imagen de la que constituye como compañera libertaria de “la primera generación” en un acto afiliativo in memoriam en su doble acepción. Además, el retrato de Germinal de Souza como posible agente franquista infiltrado en el movimiento y las valoraciones de regusto negativo de las actitudes o ideas “revisionistas” (ibid.: 267) de algunos de ellos interrumpe el tono dignificante y conmemorativo predominante en la galería de retratos libertarios y proporciona mayor grado de verosimilitud a la etopeya laudatoria del resto de los compañeros. El objetivo de esta empresa de recopilar datos biográficos de la primera generación de militantes libertarios con los que convivió en Argelia durante su infancia es, en palabras del narrador: pone[r] de manifiesto cuáles fueron las inquietudes vitales de los libertarios exiliados en Argel: jóvenes y adultos, todas las noches, de nueve a once, se dedicaban con entusiasmo a ensayos teatrales, preparativos de festivales, conmemoraciones de todo orden —la del 19 de julio ¡cómo no! Pero también [...] se consagraban sin descanso a la reorganización del movimiento libertario (ibid.: 271).
La instancia narrativa sintetiza los actos de carácter performativo y las ‘figuras del recuerdo’ celebradas en el exilio claves para entender y apuntalar la identidad libertaria española de la genealogía familiar que propone el relato. Como ya ocurría con anterioridad, las fotografías que clausuran este capítulo, las fotos de la excursión a la cueva de Cervantes, sirven para avalar la información, proporcionar autoridad y fijar esta ‘figura del recuerdo’ en la memoria y la identidad libertaria. Sin embargo, las fotografías intercaladas de un grupo de clase con Miguel Martínez López, ya adulto y de profesor al frente de una clase
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en 1961, seguida de una instantánea de un Miguel adolescente con otros amigos en 1947 y las fotografías familiares de 1942 y 1941, en este orden de aparición, aportan tan solo información anecdótica y fragmentaria. Además, solo tienen carácter afectivo y sobrepasan la temporalidad cubierta en el capítulo. De este modo, en este segundo apartado, que se declaraba con pretensiones de corte histórico, se introducen varios elementos meramente subjetivos, emocionales y afectivos. Por un lado, este recurso evidencia una estabilización e interiorización de la creencia en la autoridad del testigo y de su subjetividad típica de la ‘era del testigo’ (cf. Wieviorka, L’ère, 1998: 134), más arraigada que en el periodo de transición y de estabilización de la democracia en España. No obstante, el uso de lo subjetivo dentro de un discurso que quiere ser histórico no contribuye a la despolitización del relato en el entramado del recuerdo de esta segunda temporalidad, que abarca desde la instauración del régimen de Vichy en junio de 1940 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Esta estrategia dignifica y honra la identidad política libertaria intergeneracional que articula el relato. Lo emocional permite extender el concepto de lo familiar e incluir en él metafóricamente a los compañeros de afiliación libertaria, cuya ejemplaridad el narrador puede legitimar por su condición de testigo. ... en Desde la otra orilla Hubo que abandonar el teatro-circo, deshacer nuevamente el grupo, pues algo ocurrió que vino a llenar de temor a todos los exiliados en las colonias. Los alemanes habían llegado. Se habían instalado y gobernaban el país. [...] Los refugiados españoles eran especialmente perseguidos, dada su condición de izquierdistas. [...] Todo el que no pudiera justificar un medio de vida de acuerdo con la ley, era detenido y el único trabajo hasta entonces permitido fue prohibido. Ya no podían ser “cómicos de la legua” (González Beltrán, 2006: 110).
La firma del armisticio del 22 de junio de 1940 afectó a la vida de la colonia, regida desde entonces por el gobierno colaboracionista de
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Vichy. Se comenzó a reclutar a los refugiados dentro y fuera de los campos de concentración a las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE) y se prohibió también que los refugiados trabajaran en el mundo del teatro. Por ello, como comenta la narradora heterodiegética, Alicia, la familia volvió al sedentarismo y se vio obligada a recurrir a la ayuda del primo de la madre de la familia. El padre volvió a trabajar sin descanso en el bar de este, mientras la madre trataba de hacerse con algo de comida, pues la inflación que sufría el país desde la ocupación nazi no facilitaba la tarea. Este periodo de tiempo es experimentado por la narradora como “eterno” por la angustia familiar de que el padre pudiera ser incorporado en cualquier momento a las CTE. Ante esta situación, muchos hombres decidieron alistarse en la Legión Extranjera para garantizar su subsistencia. Se trataba, según cuenta la instancia narrativa heterodiegética, de hombres “muy jóvenes que ya habían hecho una guerra y la habían perdido. Sí, la habían perdido ya antes de empezarla” (González Beltrán, 2006: 111). El entramado del recuerdo del reclutamiento de estos hombres para la Segunda Guerra Mundial lleva a la narradora a hacer una pausa narrativa para referirse analépticamente a la Guerra Civil española y a evaluar las causas de la derrota del bando republicano. Opina que para ello hay que remontarse al periodo de la Segunda República, ya que considera que esta, un tanto ingenua, fue víctima de “[l]os extremos y los extremistas [...], derechas venidas a menos que no querían aceptar un descenso de escalones sociales” e “[i]zquierdas desordenadas [...] turbulentas como las aguas de un río, largo tiempo contenido que en una crecida desborda y lo arrasa todo a su paso”. Si bien la instancia narrativa recurre a la misma metáfora de la corriente del agua que utilizara el narrador de Alcazaba del olvido para referirse al anarcosindicalismo familiar, las connotaciones no pueden ser más diferentes. El narrador de esta última obra se sirve de la imagen de “la corriente de río, impetuosidad de torrente o mansedumbre de balsa” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 22) para representar la fuerza natural liberada y necesaria para cambiar la sociedad. Desde la otra orilla lo hace para enfatizar el carácter desbocado e irracional de los que establece como agresores de la Segunda República, de los que se defiende constituyéndolos como abyectos constitutivos de su identidad republicana.
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A continuación, y en oposición absoluta al descontrol de las masas, afirma que los que habían militado en partidos de siglas republicanas, como sus padres, fueron los más cabales en aceptar que el exilio no iba a ser temporal. Como confirma la narradora autodiegética Helia, los refugiados se juntaban todas las noches frente a la radio para escuchar las noticias de varias cadenas sobre España, sin dejarse persuadir, como los comunistas, por Radio Pirenaica, un “fantoche” (González Beltrán, 2006: 112) que, comenta, fomentaba el odio y daba falsas esperanzas. Así, se especifica una de las identidades políticas incluidas dentro de esas izquierdas que tachaba de extremistas y descontroladas: la comunista, que instaura como abyecto por su carácter rabioso y poco realista. La narradora autodiegética Helia corrobora con mucha mayor parquedad de palabra esta caracterización de sus progenitores como seres cabales y dignos y completa la etopeya in memoriam destacando su criterio, su equilibrio y su “actitud pacificadora frente al grupo de ilusos” (ibid.: 114). La restitución prolongada en estilo directo de la conversación sobre la Guerra Civil entre el primo de la madre y el primer maestro del padre en la trasera de su bar ante la mirada sorprendida de este último sirve para presentar a otro abyecto político incluido dentro de esa izquierda extremista, culpable del fracaso de la República. En consonancia con el retrato que hiciera el narrador de Alcazaba del olvido de los emigrados económicos españoles en Argelia como indiferentes a todo lo que no fuera el vivir bien, la narradora heterodiegética, Alicia, comenta la sorpresa de su padre, que “no hubiera nunca sospechado que su primo protector pudiera ni siquiera tener una opinión, por simple que fuera” (ibid.: 124). Así, se marca una evolución en el personaje del primo que lo aleja de la caracterización abyecta que propusiera de estos el relato de Miguel Martínez López. Este personaje comenta que los “hombres que llegaron hasta prender fuego a los templos, vaciar los conventos, arrasarlo y destruirlo todo, sin respetar ni siquiera el valor artístico de los monumentos que aniquilaban [...] eran salvajes” (ibid.: 121). El maestro muestra su pleno acuerdo con esta observación, opina que estas acciones estaban guiadas por “ideas equívocas” y adjudica su autoría a los “anarquistas sacrílegos” (ibid.: 122). De esta manera, se constituye al ‘otro-anarquista’ como
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un abyecto en el campo semántico de lo bestial, como un salvaje que acabó con la República cegado por el odio primitivo de los años de opresión y por la sed de venganza. La descripción inmediatamente posterior de los jóvenes republicanos que salvaron de las llamas numerosas obras de arte y que protegieron a algún sacerdote amenazado sirve de caracterización de la identidad performativa republicana, en absoluto contraste y contraposición al ‘otro-anarquista’. Además, ante la matizada exposición del maestro de sus creencias religiosas cristianas fuera de la normatividad institucional católica, el primo reconoce que nunca había pensado en esas cosas, ya que él se considera neutral y como tal, lo que quiere es: “que me dejen en paz, eso es lo que pido” (González Beltrán, 2006: 123). Así, se confirma la caracterización del ‘otro-migrante económico’ como apolítico y nada comprometido socialmente, pero se reconoce un cambio de actitud en su comportamiento por su voluntad de entender el compromiso político de la familia. La narradora autodiegética Helia se muestra menos convencida con este desarrollo en la actitud de los primos. Considera en que estos solo fueron capaces de entenderlos cuando tuvieron que irse a España a causa de la independencia de Argelia y depender de la hospitalidad de la familia González Beltrán en Elche. Según comenta, a diferencia de la fría acogida que ellos les brindaron en Argelia, su madre les recibió “con todo el calor que ella sabía dar”. El retrato de los primos, que aparece intercalado en esa misma página, produce, por un lado, un efecto similar de acusación al que crearan las de Chamberlain, Eden, Blum y Daladier en Yo estuve en Kenadza (cf. Mercadal Bagur, 1983: 48). No obstante, el título de la fotografía de Desde la otra orilla aporta por primera vez los nombres propios de los primos, Silvino y Antonia. Además, esto tiene lugar en el momento en que la instancia narrativa reconoce que por fin “entendieron nuestra tragedia” (González Beltrán, 2006: 125). Esto indica también un primer paso a la reconciliación familiar, precisamente porque los primos comprendieron las consecuencias de su afiliación. Si en la primera temporalidad, el tono de la narradora heterodiegética Alicia se caracterizaba por la articulación del recuerdo desde el pesimismo y desde la tristeza ante la vida nómada de la familia, en esta segunda temporalidad es la instancia narrativa autodiegética Helia la
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Ilustración 32: primos maternos de Isabel Beltrán Alcaraz (González Beltrán, 2006: 125)
Ilustración 33: Chamberlain, Eden, Blum y Daladier (Mercadal Bagur, 1983: 48)
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que recuerda con dolor y vulnerabilidad la vida sedentaria. Reconoce que tan solo los breves periodos en los que volvieron a hacer teatro “me hacían olvidar penurias, sueño, diferencias con las niñas que vivían en su casa, que jugaban, que iban a la escuela” (González Beltrán, 2006: 151). La narradora heterodiegética Alicia enfatiza, por su parte, la ilusión que le hacía vivir en casas con electricidad y cuenta las correrías y los juegos a los que se dedicaba con su hermano pequeño, a pesar de las amenazas de su vecino, un gitano acomodado y “siempre enfadado” (ibid.: 128) al que no le gustaban los niños. La narradora autodiegética, Helia, sin embargo, realiza un comentario metalingüístico que indica su valoración de este periodo: [d]e tantas viviendas que ocupamos durante los diez años que duró el exilio [...] tres tienen un recuerdo marcado por el nombre de una de las vecinas: la casa de madame Kroll, la casa de la Manuela, la casa de la Carlota. En mi mente infantil a las vecinas de mayor respeto les anteponía el nombre de madame, las otras por las características de la persona, me inducían a no colocar más que “la” seguido del nombre. [...] Ahora bien, decir la Manuela o la Carlota tengan por seguro que el recuerdo del lugar no es el más atractivo que digamos, aunque no por ello menos importante (ibid.: 130).
En esta segunda temporalidad, la narradora autodiegética, Helia, solo narrativiza la experiencia de los alojamientos en los que tenían como vecinas a aquellas mujeres a las que se refiere con el artículo anticipado al nombre propio, lo que adelanta el tono y la valoración de esta etapa del exilio en el relato. De la casa de la Carlota destaca el miedo que tenía al violento marido gitano de la susodicha, ya que fue testigo de cómo su madre le curaba a Carlota las heridas que este le había provocado a latigazos. A pesar del miedo que la narradora autodiegética afirma haber pasado, es la instancia heterodiegética la que termina de dirigir la construcción de la identidad del ‘otro-gitano’ hacia su abyección desde un vector explícitamente racial. Esta explica que la holgazanería y la exigencia de él y la astucia de ella eran rasgos típicos de su “raza” (ibid.: 128).
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La racialización del ‘otro-gitano’ destaca con la evolución de la representación del ‘otro-árabe’ a través del personaje de Boy. A pesar de las recomendaciones maternas de no traspasar el arco que separaba su vecindario del “patio de los chinches” (González Beltrán, 2006: 133) donde, según la narradora heterodiegética, Alicia, se consideraba que vivía la “peor calaña”, un día, los dos hermanos pequeños se atrevieron a quebrantar esta norma e ir a buscar una pelota perdida. Así entraban, presos del miedo, en el lugar del ‘otro-abyecto’, donde, como indica su nombre, reinaban las chinches y la “chiquillería [...] siempre harapienta, sucia, con los cabellos pegados al cráneo”. Ignorando la mirada “dispuesta a atacar” de sus habitantes, siguieron el balón hasta el final de la calle, donde un niño con la misma apariencia sucia que el resto les ofrecía la pelota con aire “conciliador, [...] rebosante de bondad” (ibid.: 134): Boy. A pesar de las reservas de este, que no sabía lo que era no sentirse despreciado por los “blancos” (ibid.: 135), los niños le invitaron a casa a comer y le enseñaron a lavarse las manos y la cara entre juegos y risas infantiles. Esta invitación selló una amistad, que según la instancia narrativa heterodiegética Alicia, no fue muy bien vista por sus compañeros de clase, a los que por ello tacha de “pusilánimes burguesitos con aires de superioridad” (ibid.: 143). El tono insultante con el que se refiere a sus compañeros convierte al ‘otro-burgués’, como hiciera también el narrador de Alcazaba del olvido, en abyecto de su identidad. Al igual que en Alcazaba del olvido, las narradoras se encargan de describir a los inquilinos que vivieron o frecuentaron su casa, sobre todo alrededor de la anual e ineludible celebración colectiva de la ‘figura del recuerdo’ del 14 de abril (cf. ibid.: 158-160). Sin embargo, entre todos ellos destaca la envergadura y el cariño con los que la narradora heterodiegética Alicia reconstruye su relación con Alberto. Este joven exiliado, que se había alistado en la Legión Extranjera para garantizar su subsistencia, sobresale por sus “grandes cualidades [...] su bondad excepcional y de gran corazón” (ibid.: 160). La etopeya no oculta el que se acostara con la vecina de “moral distraída”, la Manuela, y se contagiara de alguna enfermedad venérea que exigió su ingreso médico. No obstante, como ya ocurriera en Alcazaba del olvido, la inclusión de datos menos positivos de los personajes aumenta
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la verosimilitud del texto por la sinceridad narrativa que transmite41. Para retratar la relación de las niñas con Alberto, el relato se convierte en un extenso diálogo en estilo directo que vivifica la acción narrativa entre estos personajes que juegan e intercambian conocimientos. Aunque Alberto expresa el cariño familiar que les tiene en estilo directo, al final decide aceptar un trabajo en las minas. Así, se despide de la familia, pero promete volver en cuanto tenga días libres. La hermana más joven se alegra de las cartas que recibe y se contenta tachando los días que faltan para el reencuentro en una cuartilla. Sin embargo, como cuenta la narradora heterodiegética, el segundo paquete en su nombre trajo malas noticias. En él encontraron los elementos personales de Alberto y una nota anunciando su muerte en un accidente laboral. Esta temporalidad termina con la reproducción de un ataque de rabia de la narradora que pone de manifiesto su gran apego emocional al personaje. Este desenlace en un clímax afectivo que ya se observaba en Alcazaba del olvido utiliza una sintaxis muy cercana a la que los expertos culpan por la despolitización de las memorias partisanas. No obstante, aunque de manera mucho menos explícita que en la obra de Miguel Martínez López, el relato no llega a ese extremo, pues la articulación narrativa de la memoria republicana intergeneracional familiar evita la abstracción de ‘la política’ y de ‘lo político’ en la constitución identitaria que propone el relato. Además, lo emocional contribuye en esta segunda temporalidad de Desde la otra orilla —que abarca desde la instauración del régimen de Vichy en junio de 1940 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945— a extender el concepto de lo familiar e incluir en él a los compañeros de afiliación política de su padre. A estos se les recuerda y conmemora con autoridad, precisamente por su condición de testigos directos en el contexto de la estabilización de la ‘era del testigo’.
41 Ortuño Martínez ha destacado también la sinceridad que transmite el relato (cf. 2008: 396) y Alonso, su veracidad y sinceridad. Sin embargo, no se suscribe la valoración de este último de que esto se deba a que el texto esté desprovisto de “artificios ideológicos preconcebidos” (“Miradas infantiles”, 2014: 395). Como se viene mostrando a lo largo del análisis, el relato ofrece una clara posición narrativa republicana (como hipónimo).
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7.3.3. Del distanciamiento afiliativo al apuntalamiento de la identidad política heredada ... en Alcazaba del olvido Finalizar la segunda guerra mundial y trasladarse a la metrópoli francesa, todo fue uno para muchos compañeros. Los que optaron por la colonia siguieron por su parte volcándose en la Agrupación local de Argel (“La local”, como decían) haciéndola funcionar con escrupulosa regularidad. Los domingos por la mañana tenía lugar una Asamblea general a la que acudíamos asiduamente, como en cumplimiento de un rito, mi padre y yo (Martínez López, Alcazaba, 2006: 92).
El narrador autodiegético comenta cómo el fin de la Segunda Guerra Mundial fue un acontecimiento que llevó a muchos compañeros libertarios a tomar la decisión de continuar su exilio en la metrópoli. Sin embargo, su familia decidió quedarse en Argelia y contribuir a su buen funcionamiento con su ritual participación dominical en las asambleas libertarias en la Local. Además, la instancia narrativa comenta cómo la repetición ritualizada de esta práctica, que la convierte en performativa, contribuyó a la estabilización de un rasgo clave en su identidad libertaria, en sus propias palabras: “mi profunda aversión a los mandos autoritarios”. Explica que dejó los estudios para ser fiel a sus principios y evitar que “se prolongara durante años la esclavitud paterna” (ibid.: 102) para poder financiarlos. Asimismo, establece esta decisión como el acontecimiento que le hizo verse confrontado con la necesidad de funcionar en un ambiente capitalista, autoritario, jerárquico y competitivo. Al trabajar en una agencia bancaria tuvo que hacerse cargo de gestionar letras de cambio e impagos cuando en su “galaxia originaria la riqueza material era tenida en poco” (ibid.: 104). Por ello, afirma, se veía incapaz de no sentir compasión por aquel al que tenía que perseguir para que pagara y que, además, no era capaz de realizar las gestiones sin errores matemáticos. Además, recibía regañinas constantes del director de la empresa, lo que “fomentaba en mi ánimo un sentimiento de odio personal hacia aquel representante de la jerarquía” (ibid.: 105), que se encargaba de echarle en cara sus
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errores con un “tono de suficiencia [...] intolerable” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 92). Esta experiencia, afirma, no solo le hacía darse cuenta de cuánto quedaba por hacer para encarrilar la sociedad por los caminos libertarios, sino sentir “que estaba cometiendo una traición ideológica” (ibid.: 106). Sin embargo, la reacción de su padre a que tuviera que funcionar en el mundo laboral capitalista no correspondía para nada con sus problemas de conciencia. Según comenta, su padre manifestaba incluso “satisfacción y hasta cierto orgullo” por el ascenso profesional de su vástago. Al narrador le parecía que esto suponía una contradicción con su puesta en práctica del ideal libertario en las colectivizaciones en la España de los años treinta. No obstante, admite que nunca se atrevió a confrontarle con estos pensamientos, puesto que “no hubieran contribuido sino a poner de manifiesto su ignorancia absoluta de la realidad ambiental” (ibid.: 108). Su malestar le hizo dimitir, y como, según afirma, el paro no afectaba a la juventud europea, pronto encontró otro trabajo en una empresa industrial. En esta, a pesar de contar con el apoyo amistoso y profesional de Juan, un pied-noir caracterizado tópicamente como apolítico, neutral, indiferente y hedonista (cf. ibid.: 114), fue despedido por sus errores de cálculo. Esto le llevó a preparar el bachillerato, mientras lo compaginaba con su trabajo en una empresa de un gran terrateniente para poder presentarse a las oposiciones y redirigirse profesionalmente. Sin embargo, las oposiciones estaban reservadas a los franceses, por lo que acabó tomando esta nacionalidad. Entre tanto, en palabras del narrador: “se produce para mí, paulatina pero irremediablemente, el proceso de integración a Francia” (ibid.: 119). Esta reflexión explícita del narrador sobre su relación con el país de llegada supone un cambio con respecto al paradigma identitario moderno alrededor del país de origen del que se servía la generación de sus padres en las escrituras del yo. No obstante, no se produce una relación unívoca con Francia, pero tampoco la adscripción a un paradigma híbrido en la concepción del término de Homi Bhabha (cf. 1994: 2). Como especifica, se trata de un proceso de “integración, que no asimilación, dos conceptos totalmente distintos: el primero convierte al extranjero en parte integrante del país donde reside, sin
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obligarle a hacer dejación de su cultura propia; el segundo tiende a confundirlo con los indígenas, a aniquilar su identidad originaria” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 119). El narrador autodiegético hace hincapié en que no abandona la cultura española, que considera la propia, y afirma que “seguiré siendo aquel muchacho llegado a Argelia un día de marzo de 1939”. Esta especificación jerarquiza los componentes de la balanza hacia lo español, lo que es incompatible con el paradigma híbrido. El paso hacia la naturalización lo había dado para poder realizar las oposiciones francesas y trabajar en algo que no entrara en contradicción con sus ideales libertarios. Sin embargo, esta decisión también conllevó que el narrador tuviera que hacer el servicio militar obligatorio, la “máxima ofensa a la pauta libertaria que sigue siendo mía por un lado y que además sacudirá seriamente por otro el curso de mi cotidiana existencia” (ibid.: 121). En el mundo militar encontró, además de principios contrarios a la fraternidad y al respeto mutuo con los que había crecido y a los que ya se había tenido que enfrentar en sus anteriores trabajos, con un lugar en el que “los cabos se encargan de arrebatarte el yo, de transformarte en pelele”. Además de los insultos de los superiores y el sentido de la jerarquía contra los que, afirma, “van a estrellarse rápidamente mis convicciones” (ibid.: 123), la falta de salubridad minaba el ánimo del narrador, tan acostumbrado al “afán de pulcritud” (ibid.: 122) típicamente libertario con el que había sido educado. Su reclutamiento, además, le llevó a relacionarse con militares y legionarios, a los que constituye como el epítome de su abyecto por su “atraso mental” (ibid.: 125) y por el “comportamiento bestial” en el campo semántico de la enfermedad y de la animalidad. También hizo que se viera confrontado de nuevo con las tropas senegalesas, con las que compartía instalaciones. Sin embargo, en contraste con el tratamiento narrativo de este ‘otro-senegalés’ en la primera temporalidad, este se convierte en este punto del relato por su práctica performativa de la higiene “a toda hora del día” (ibid.: 122) en un elemento de identificación del narrador en el mundo diegético, que consigue “aliviar el morriñoso estado de ánimo que me atosiga”. Tras su fracaso en la escuela de cadetes por ser incapaz de dar órdenes, el narrador
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afirma haberse aprovechado de su puesto en una oficina para estudiar el bachillerato, que aprobó sin dificultad cuando terminó el servicio militar. El proyecto de escolarización de la región de Constantina le abrió las puertas a la docencia, un oficio “mucho más acorde con mi naturaleza, mis ideales político-filosóficos, mi vocación, en suma” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 136). El narrador comenta que esta nueva situación vital “me alejaba insidiosamente de los compañeros refugiados. Había dejado de acudir con asiduidad a las reuniones locales y sólo sabía del Movimiento por intermedio de mi padre, siempre en la brecha militantista” (ibid.: 138139). Este distanciamiento se marca en el relato formalmente con la mitigación de la preponderancia de la autodiégesis. Esta se sustituye por la restitución en estilo directo de las opiniones de su padre, de otros militantes libertarios y de sus compañeros de trabajo de origen árabe y europeo sobre la Guerra de la Independencia argelina y sus efectos. La opinión de su padre concuerda con la del resto de los militantes libertarios y considera que no deben apoyar un movimiento nacionalista que pretende reemplazar un gobierno por otro igual de nefasto y represivo. Sostiene que [n]os reunimos semanalmente en el local, pero solo para estudiar cómo derrumbar a la dictadura franquista y regresar por fin a nuestra España. Ni deseamos que nos confundan con los “franceses de Argelia”, ni que se nos apatanegre. [...] Somos y seguiremos siendo refugiados españoles, libertarios por añadidura (ibid.: 141).
Esta actitud, que fue, según Palacio Pilacés, bastante común entre todos los grupos políticos del exilio argelino, a excepción de los comunistas (cf. 2010: 364), tendía al distanciamiento radical de los exiliados de una variedad de ‘otros’. Según el narrador, los libertarios constituían, por un lado, a los emigrantes económicos de origen español naturalizados franceses y a los franceses de Argelia como abyectos de su identidad europea impuesta en torno al vector nacional. Por el otro, en su ímpetu por lo que el narrador considera “congelar” su identidad en la ortodoxia, “como si la máquina del tiempo se hubiera agarrotado” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 162), se desentendían
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de la evolución política internacional y expresaban su antagonismo radical para con su abyecto en el vector político: “¡Con los comunistas, a ninguna parte!” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 163). Asimismo, consideraban a los terroristas de la OAS tan asesinos como “esa gentuza [...] del bando de enfrente, a los asesinos de nuestra entrañable Aurorín” (ibid.: 140), la joven Aurora Olcina, una niña del exilio republicano español, víctima de un atentado de la FLN (cf. Palacio Pilacés, 2010: 364). Los militantes libertarios también le advertían de que para los colonizados “somos todos ‘rumíes’, europeos de mierda” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 164) y, como indica el insulto en el campo semántico de lo escatológico, abyectos que debían ser expulsados de su imaginario nacional y del país. Llegado a este punto, el narrador abandona su perspectiva de cronista y expresa que las opiniones que le proporcionaba el Movimiento Libertario le tenían “totalmente despistado”. Afirma que no le ayudaban a satisfacer la pregunta que realmente le obsesionaba: “¿estaba a nuestro alcance la preparación de un futuro más humanamente soportable?”. Las respuestas que había recibido de sus compañeros de trabajo, posicionados a ambos lados del conflicto, confirmaban, además, los pronósticos pronunciados por los libertarios. Sin embargo, el narrador sigue sin expresar claramente si suscribía la pauta libertaria de absoluta neutralidad frente a la Guerra de la Independencia. Además, comenta que puede comprobar y observar todo lo que está ocurriendo personalmente, puesto que reprobaba, tanto a los reaccionarios franceses, como la espiral de violencia en la que se hundía el país. El narrador comenta que tras el golpe de estado de Salan en 1961 la situación se recrudeció y que la gente se recluía en casa. No obstante, advierte, fue el reconocimiento de la ONU del derecho de autodeterminación del pueblo argelino, el aumento de los actos terroristas de la OAS y la independencia definitiva de Francia en 1962 lo que hizo que el pánico se adueñara de la mayoría de los exiliados y de muchos pieds-noirs, que decidieron abandonar el país. Sin embargo, la familia del narrador decidió quedarse en Argelia. Cuenta que su situación no fue mala, puesto que le dieron la opción de mantener su puesto de funcionario en Argelia o trasladarse a la metrópoli y que, además, la población tenía cierta deferencia hacia los profesores. Sin embargo, no
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todos los refugiados corrieron la misma suerte. Su cuñado fue acusado de haber colaborado con la OAS y tuvo que salir del país junto con su mujer. Poco tiempo después, sus padres decidieron reunirse con ellos en la metrópoli. El narrador cuenta que decidió quedarse, pero que la paulatina islamización de Argel dejó irreconocible la ciudad en la que había crecido y que se sentía doblemente extranjero. Por ello, decidió partir a la metrópoli, “un nuevo exilio” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 179). Así, un día de julio de 1965, la instancia narrativa afirma haberse asomado a la barandilla del barco que le llevaba a Francia y haberse hecho la promesa de sacar del olvido a la alcazaba que tenía ante sus ojos para “recordar a las nuevas generaciones que, mientras miles de españoles cruzaban a pie los Pirineos, otros, [...] salvaban el Mediterráneo apiñados en embarcaciones improvisadas con rumbo a Argelia, colonia de Francia” (ibid.: 180). Así, el narrador articula su escritura del yo como portadora de un ‘deber de memoria’ de corte pedagógico para con las nuevas generaciones. Un gesto de compromiso afiliativo que extrapola, como apuntara Faber (cf. “Actos afiliativos”, 2014: 142-143), el deber filiativo-afiliativo a un contexto social más amplio. Este deber es el que conecta también el fin de la primera parte con la función de dar voz a otros compañeros en la segunda parte, “... entre tantos”. De hecho, el capítulo número seis de esta segunda parte abre enumerando “para los desmemoriados” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 281) las numerosas actividades culturales y militantes a las que se dedicaba la CNT exiliada en Argel. Para ello, el narrador heterodiegético cita in extenso obras historiográficas que proporcionan una panorámica de las diferentes etapas de la historia de los refugiados políticos en Argelia. La síntesis que aporta el narrador al final del capítulo hace especial hincapié en el florecimiento cultural y político que se produjo alrededor de 1945 en Argelia. Esto tuvo lugar, según el narrador, gracias a los exiliados españoles en general, pero especialmente a los militantes de la CNT. Sin embargo, el narrador, no contradice explícitamente lo que considera errores de nomenclatura. Por ejemplo, no comenta que en las fuentes historiográficas se hable del “Partido Libertario” (ibid.: 285) y se contenta con marcarlo con un “(sic)”. Tan solo critica en nota de fin de la obra que estos estudios se centren únicamente en los
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partidos políticos. Si bien algunos textos historiográficos incluyen ingenuamente el anarcosindicalismo libertario dentro de la categoría de los partidos políticos, el narrador siente que tal denominación excluye al Movimiento Libertario. De esta manera, el narrador hace hincapié en la importancia de la nomenclatura en la constitución identitaria y aplica de nuevo la lógica de rechazo a la invisibilización identitaria subyacente a la inclusión de los exiliados españoles en el colectivo de los pieds-noirs y de los libertarios dentro del grupo de los “rojos”. Para evitar reproducir el mismo error, añade información sobre los francmasones “olvidados en el texto que acabamos de citar” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 316) y se refiere al historiador Juan Marín para dar pruebas de la vitalidad de la Gran Logia en África del Norte. Sin embargo, su emplazamiento paratextual como nota al final del documento resta visibilidad al colectivo y efectividad a la plurivocidad ideológica que se proponía introducir en el relato. El siguiente subcapítulo da voz a Delio León y a José Muñoz Congost para presentar una visión de conjunto de la difícil y clandestina situación laboral que vivieron los exiliados. Como parte de esta empresa, afirma que el barbero al que se refiere el segundo en Por tierras de moros, el que “paseó por los barrios su maletín [...] de rapar y cortar cabellos a domicilio, siempre a escondidas, cobrando donde se podía” (ibid.: 289) era su padre, “Miguel Martínez Navarro”. Según los documentos de identidad reproducidos por el narrador a lo largo de la obra, su padre se llamaba Juan Francisco (cf. ibid.: 195; 197 y 301). El desliz revela el grado de identificación del narrador con su padre al fusionar literalmente su nombre con los apellidos de su padre. Además, transcribe secciones de obras secundarias sobre la adaptación de los exiliados a la sociedad francesa, especificando e incluso corrigiendo, esta vez sí en el cuerpo del texto, los comentarios que postulan la paulatina adaptación del exiliado al modo de vida del emigrante económico. Insiste en que los exiliados se distinguían “por el ideal común que les animaba” (ibid.: 291) y contradice abiertamente la tesis histórica de que la naturalización hacía que los exiliados dejaran de interesarse por la política. Para reforzar su tesis de que la generación de sus progenitores no se afrancesó, el narrador heterodiegético defiende que la única
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integración efectiva tuvo lugar entre los miembros de la segunda generación a través de la escuela, a la que tacha de segregativa. De repente, la instancia narrativa cambia de perspectiva y desde la autodiégesis comenta su propia experiencia, reconociendo, por primera vez en el texto, una identidad que podría considerarse híbrida en la concepción del término de Homi Bhabha. Comenta que su identidad siempre será “difícilmente encasillable en un espacio geográfico determinado” (Martínez López, Alcazaba, 2006: 290) y enumera las diferentes influencias que recibió de los libertarios, de los intelectuales franceses e incluso de los “patanegra”. También reconoce que su capacidad de identificación con el ‘otro-indígena’ solo le resultaba posible en el “plano intelectual” (ibid.: 291). Este comentario sirve de transición con el siguiente capítulo en el que se propone cubrir la Guerra de la Independencia. Afirma que, a pesar de los intentos de entablar una conversación política entre los argelinos pro independencia y los libertarios, el “diálogo resulta imposible” (ibid.: 293). Este fracaso lo atribuye a la intransigencia religiosa de los primeros. A continuación, el relato retoma la perspectiva heterodiegética para justificar la neutralidad tomada por los libertarios. Además de por la incompatibilidad ideológica, se explica que para ellos hubiera resultado muy peligroso perder su permiso de residencia, ya que la ley les impedía explícitamente inmiscuirse en la política nacional. No obstante, argumenta, esta neutralidad no justifica la “aberración” (ibid.: 295) de los historiadores de confundir a los refugiados españoles ni con los franceses, ni con la mayoría “patanegra”. De este modo, constituye a los historiadores como sus abyectos desde una perspectiva claramente extradiegética. Además, arremete contra ellos desde la legitimidad que le otorga su calidad de testigo y alega que “[p]or haberla vivido, puedo afirmar que hubo una cultura libertaria española en Argel, todavía vigente en julio de 1962” (ibid.: 299). Además de reiterar los motivos por los que los “patanegra” son sus abyectos, considera que ambos exilios son incomparables. En palabras del narrador, de nuevo autodiegético, pero llegado a este punto, plural: [y]a señalé con anterioridad que si efectivamente nos integramos a la vida argelina, resistimos a la asimilación; que, inmersos en la colonia, pug-
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namos por salvaguardar nuestra identidad, practicar el reagrupamiento orgánico, rehusar cualquier participación en una guerra cuyos objetivos y métodos condenábamos, actuar por la prosecución de nuestros ideales y de nuestro propósito fundamental: la vuelta a España (Martínez López, Alcazaba, 2006: 299).
La utilización de los pronombres y determinantes posesivos en primera persona del plural marcan la inclusión de la instancia narrativa en el colectivo libertario, su suscripción de esta identidad y su puesta en práctica a través de la condena de la Guerra de la Independencia. Asimismo, las fotografías intercaladas de dos cubiertas de la publicación libertaria Nao en las que participó el narrador, de ilustraciones del pintor anarcosindicalista Orlando Pelayo en la misma revista (cf. ibid.: 300), así como del retrato de Aurora Olcina —la hija de un refugiado libertario asesinada por el FLN— y del certificado que devolvía a su padre la nacionalidad española en 1952 (cf. ibid.: 301) apuntalan la inscripción de la memoria del exilio y de la identidad propuesta por el relato dentro del colectivo libertario y de la españolidad paterna restaurada oficialmente. A partir de este momento, la narración mantiene de manera dominante la perspectiva autodiegética para exponer y criticar a través de las habituales citas de obras secundarias el desarrollo político de la Argelia independiente hasta su institución en lo que considera una especie de “dictadura islámica” (ibid.: 306) en 1964. Esta forma de estado fue lo que, según afirma, le llevó a abandonar el país e instalarse en Perpiñán. Así, a pesar del reconocimiento de cierta hibridez identitaria de la segunda generación para defender la españolidad y el compromiso político ejemplar de la primera generación de exiliados en Argelia, el entramado del recuerdo de la tercera temporalidad del exilio argelino —que abarca desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta su salida de Argelia en 1965— tiende a reclamar su identidad filiativo-afiliativa heredada. Su memoria es la que, como expresa el narrador con las palabras con las que cierra el libro, “[m]e he esforzado a lo largo del presente trabajo por reavivar” (ibid.: 307).
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... en Desde la otra orilla Acabada la Segunda Guerra Mundial, aún tuvimos que hacer algunas salidas para actuar con los Pineda. Esta vez eran actuaciones en teatros de verdad, en Orán, en Sidi-Bel-Abbès... Pasado algún tiempo se disolvió la compañía, mi padre encontró otro trabajo lo que nos permitió permanecer hasta nuestro regreso a España en la misma casa, en la misma ciudad... (González Beltrán, 2006: 174).
El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso una paulatina estabilización para la familia González Beltrán. La narradora autodiegética Helia describe de manera muy positiva el comienzo de esta etapa en su nuevo y definitivo alojamiento. Destaca la hermosa puerta de su casa, el patio común en el que todos los vecinos —“madame López, madame Rodríguez, madame Villegas, madame Soler”— compartían el lavadero y el retrete “con tanta pulcritud, tanto respeto y tanta armonía”. El abandono del uso del artículo determinado delante del nombre propio de los vecinos señala, según indicaba la propia narradora con anterioridad, el respeto y la seguridad que le proporcionaban las susodichas, pero sobre todo madame López, que les impactaba por “su estilo, su seriedad, su dulzura”. En un local adyacente su padre instaló un taller y una tienda de alpargatas en los que involucró a toda la familia y a Tonico, el refugiado mediociego y enfermo del pulmón que vivía con ellos en casa. Ambas narradoras cuentan que se encargaban de ayudar deshaciendo los nudos de las hebras de yute o de cáñamo a la salida del colegio y, como especifica la narradora heterodiegética, Alicia, incluso durante las vacaciones. Esta se queja, además, del dolor de los dedos, del picor que provocaba el polvo del cáñamo y de tener que trabajar mientras el resto de los niños jugaba en la calle. Sin embargo, la narradora autodiegética, Helia, destaca en especial el trabajo de su madre en el negocio, puesto que “además de ama de casa, de educadora y de enfermera de todos nosotros cuando lo requeríamos, de cortar y coser los cortes, también atendía la tienda” (ibid.: 175). La narrativización de las relaciones cordiales con su vecino árabe, Alí, que detentaba una tienda de ultramarinos, y la descripción no valorativa de su vida familiar
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polígama sirven para reconocer y alabar la tolerancia de los progenitores. Como afirma la instancia narrativa autodiegética Helia, “siempre han tenido el corazón abierto a todos nuestros vecinos fueran de la raza o religión que fueran” (González Beltrán, 2006: 177). La narradora heterodiegética Alicia abre esta tercera temporalidad restituyendo en estilo directo una conversación entre las hermanas González Beltrán y Tonico: “—Hermana, ¿tu [sic] sabes quién es Dios?” (ibid.: 178). Ante el desconocimiento de la hermana sobre el asunto, la niña dirige la pregunta a Tonico, quien, para su decepción, le contesta enfadado que no hay ni Dios, ni nada después de la muerte. Confundida, recurre a una amiga, quien, también en estilo directo, le explica que rezar es hablar con Dios y le propone ir a catequesis con ella. La narradora autodiegética Helia retoma el tema de la religión y recuerda el efecto que tenía en ella la representación de una procesión en una obra de teatro en la que actuaba. El ambiente de los cantos religiosos y las velas encendidas le hacían estremecerse y emocionarse, a pesar de que “[e]n casa no se hablaba de Dios, ni se practicaba religión alguna. Mis padres practicaban y creían en la honradez, la moralidad, la entrega de sus vidas por las causas justas y las necesidades de los más pobres que nosotros” (ibid.: 183). La narradora autodiegética, Helia, articula su curiosidad religiosa pero no deja de elogiar los principios de sus padres y su puesta en práctica, así como el respeto que le mostraron cuando, por ejemplo, compró una estampita de una virgen para el día de la madre. A pesar de la culpabilidad y del arrepentimiento que expresa la narradora autodiegética, Helia, por su “sed de lo eterno” (ibid.: 196) y por el regalo poco adecuado para su madre, este tipo de reflexiones ponen de manifiesto, como también se observara en cierto momento en Alcazaba del olvido, una tendencia de ambos narradores al distanciamiento de las creencias de sus progenitores. En este caso se trata de las creencias relacionadas con el ateísmo y el agnosticismo que caracterizan a gran parte de la izquierda política española. Ante la falta de respuestas religiosas, la narradora heterodiegética, Alicia, cuenta que sació su curiosidad preguntando por la divinidad. Preguntaba a su serena amiga Françoise y al sabio y dulce asceta, el “moro Yup” (ibid.: 199), ya que, en sus propias palabras: “[l]a pequeña seguía buscando
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aclarar el misterio” (González Beltrán, 2006: 190). Asimismo, la narradora autodiegética, Helia, comenta la alegría con la que participaba con su hermana en las fiestas vecinales en las que se festejaba en el patio de los vecinos la Cruz de Mayo u otras fiestas en honor a algún santo. Cuenta que era costumbre hacer altares de flores a la Virgen e incluso un altarcito en cada vivienda y que en su casa también lo hicieron, a pesar de que no sabía por qué la señora de las estampitas miraba al cielo. “A Dios, me dijo, mi hermana. ¿A Dios?...” (ibid.: 211). En contraste con la seriedad de la hermana menor en su búsqueda de lo divino, la narradora autodiegética se centra en esta tercera temporalidad en la descripción y valoración de momentos festivos, como el de la noche de San Juan en 1946 con los vecinos de la “rue Bobillot” (ibid.: 189), la primera en ocho años de exilio. Esta noche, y especialmente su primer salto a una hoguera, se articulan explícitamente como un acontecimiento clave en la evolución anímica en la memoria de la narradora. Como ella misma (meta)reflexiona: “[n]unca lo olvidaré, sólo tengo que dejar libre mi pensamiento y revivo la escena con todo su realismo ¡Me estaba divirtiendo libre de preocupaciones, libre de deberes y de obligaciones! ¡Qué felicidad!”. A continuación, y en un giro proléptico hasta la experiencia del ‘insilio’ de la familia en la España franquista, la instancia narrativa autodiegética comenta que llegó a pensar que las hogueras de San Juan eran una tradición argelina, puesto que no pudo volver a saltarlas en España durante muchos años por la represión franquista. Este tipo de giros, que se convierten en habituales, adelantan el tono de la articulación del ‘insilio’ de la familia y ayudan a reforzar, por oposición, el optimismo con el que Helia narrativiza este periodo de tiempo del exilio argelino, rodeada de amigos y de sus primeros pretendientes. Y es que, en sus palabras: mi familia española de ‘pura cepa’, nuestra vida de teatro, creaban en nosotros una especie de aureola que nos hacía admirables. Ya no nos llamaban rojos. [...] Cuando volví a España esa aureola seguía estando, en aquel momento yo era la ‘francesa’ [...], actuaba distinto... Poco a poco la postguerra se encargó de hacer desaparecer la ‘aureola’ ¿lo consiguió? No del todo (ibid.: 209).
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Por un lado, la autora es consciente del cambio de percepción de la sociedad de acogida hacia su familia en Argelia y de la transición desde su establecimiento como abyectos explícitos a través del vector político, como “rojos”, hasta su institución como ‘otros’ exóticos a través del vector racial, por la pureza de su españolidad en Argelia, y como “francesa” en la España franquista. Por el otro, se jacta de su capacidad de poner en escena identidades performativas diferentes a las hegemónicas a ambas orillas del mediterráneo y de la influencia que esto tiene en cómo los ‘otros’ constituyen a su vez su identidad. Se observa, por lo tanto, una celebración de su identidad articulada en torno a cierta hibridez en términos de Homi Bhabha (cf. 1994: 2) en relación con el vector nacional. Por su parte, la narradora heterodiegética, Alicia, se centra en esta tercera temporalidad, como ya apuntaba su inquietud religiosa, en exponer el rol que tenía para ella la adquisición de conocimientos en su constitución identitaria. Según comenta, el mes de septiembre hacía que los tres hermanos sintieran “ya en su interior el hormigueo [...] de alegría y de zozobra, de deseos y de voluntad de trabajar, trabajar” (González Beltrán, 2006: 191). A diferencia del resto de compañeros, las hermanas González Beltrán ansiaban el comienzo del año escolar para verse de nuevo ante las “mágicas puertas del saber”. Según la narradora heterodiegética, Alicia, tal era el significado que le daba de niña al saber que un día que no pudo entrar a clase por llegar tarde llegó a casa “conteniendo a duras penas unos enormes lagrimones [...] de rabia [... por] perder una mañana preciosa de aprender. Aprender era su afán. Aprender y saber” (ibid.: 194). De igual modo, se enfatiza la felicidad que le proporcionaba el aprender música en el conservatorio junto con sus hermanos, donde “todo resultaba tan misterioso y tan bonito” (ibid.: 212). La importancia del rendimiento escolar como práctica performativa para apuntalar su constitución identitaria a través del conocimiento, en términos butlerianos, se deduce de la articulación del recuerdo de su acceso a la escuela secundaria. La instancia narrativa heterodiegética, Alicia, cuenta cómo su maestra convenció a su madre de que le dejara presentarse al examen de acceso a la secundaria, aunque estaba muy enferma de paludismo y no podía ir al colegio. Comenta, además, que “[d]e entre sus compañeras se presentaron
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sólo aquellas cuyo rendimiento había sido bueno” (González Beltrán, 2006: 216). Esta distinción de entre el conjunto de sus compañeras de clase, a pesar de su enfermedad, se restringe todavía más al hacer hincapié en que tan solo “[a]probaron un cincuenta por ciento: seis niñas”. Asimismo, la selección de este recuerdo en sus memorias sirve, por un lado, para reconocer el esfuerzo económico que hizo la familia para pagarle un taxi de ida y vuelta a donde tenía lugar el examen. Por el otro, reconoce que el afán de saber también le servía para liberarse del contagio que le producía la nostalgia de sus mayores (cf. ibid.: 191). Un ejemplo claro de esta empatía inevitable se desarrolla alrededor de la narrativización del recuerdo de una comida en Arzeo, una ciudad en la costa mediterránea con puerto, en la que representaron una función con el grupo de teatro. Tras una descripción in memoriam de la labor estoica y sacrificial de la madre como enfermera tierna y fuerte del pobre Tonico, el refugiado enfermo, ciego y asmático, que en esta ocasión tuvo que dejar al recaudo de otra familia, la instancia narrativa describe el pueblo de Arzeo como un lugar “lleno de atractivo y de misterio” (ibid.: 203) que hizo a todos sentir “la voz que venía del otro lado del mar”. Además, reproduce en estilo directo una conversación del grupo de refugiados en un restaurante en pleno acantilado, donde, embriagados del mar y de vino, recuerdan idílicamente su patria chica en un tono altamente poético: “[m]isterioso y bello... mi pueblo... tiene huertos viejos de eternas palmeras. [...] El mío, el mío sí es hermoso. Yo vengo de un lugar donde las caracolas arrullan amores míos” (ibid.: 204). Según la narradora heterodiegética, Alicia, este momento altamente emocional e íntimo en el que recordaron España se vio coronado con varios brindis políticos a los compañeros muertos por la libertad. Según comenta, este ambiente consiguió contagiar la nostalgia a las niñas, que no conseguían sobreponerse de la pena, ni dejar de llorar. No obstante, la narradora en ningún momento reniega de esa nostalgia, sino que la constituye como un pilar fundamental de su identidad filiativo-afiliativa heredada, “uno de esos momentos que se viven muy de tarde en tarde y que por sí solos son capaces de dar sentido a toda una vida” (ibid.: 203). La narradora autodiegética, Helia, retoma el relato para recordar el impacto psicológico y físico que tuvo en ella el discurso de Navidad de
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Franco de 1946. La desesperanza del cabeza de familia ante la estampa del dictador le produjo tal impacto que sufrió un ataque de nervios. En un giro proléptico hasta el tiempo de la escritura, comenta, además, que para ella la voz del Rey en los discursos de Navidad sigue siendo un eco de la voz de Franco. Asimismo, acusa a los políticos de hacerla sufrir, a pesar de su entrega total a sus ideales, en sus palabras: “¿Qué han hecho con mi vida los políticos? Esa vida que yo entregué totalmente para demostrar que teníamos criterios, que no éramos rebaños” (González Beltrán, 2006: 220). De esta manera, la autora suscribe los criterios que llevaron a su familia al exilio como propios, reafirmando la genealogía republicana heredada de su padre, quien afirma: “vivió hasta el final sin sentir el fracaso porque él no había fracasado; ponía la confianza en el hombre honrado y esperaba su anhelada República”. A continuación, ambas hermanas presentan en sus intervenciones intercaladas en diferentes capítulos a la que consideran su familia de elección en Argelia: Tatá, Niva y Aíta. La narradora autodiegética, Helia, expone los motivos de este fuerte vínculo afectivo: Tatá cuidó de su madre enferma de paludismo y garantizó que nunca les faltaría de nada, ni física, ni emocionalmente. Su tía de elección, “nuestra hada madrina” (ibid.: 224), les regalaba los libros y la ropa de sus hijas, unos años mayores que ellas. La narradora heterodiegética, Alicia, presenta las biografías de ambas hermanas, de “una generosidad y una elegancia exquisitas” (ibid.: 226), marcadas por la independencia del “pueblo argelino-mahometano” (ibid.: 228). En medio de la biografía de Nita realiza una pausa para valorar la Guerra de la Independencia de Argelia, que considera injusta para con los “franceses-africanos”. Según la instancia narrativa, estos fueron perseguidos por el ejército francés a pesar de luchar por una Argelia francesa. Al otro lado de la balanza, sitúa la crueldad inhumana de los “rebeldes”, que arguye, evidencia “la minoría de edad” de este pueblo, descripción con la que reincide en su constitución del ‘otro-moro’ como su abyecto. Según ambas narradoras, esta situación llevó a su padre a tomar una decisión “difícil, dura, aunque acertada e inevitable. Volver. Sin ilusiones. Volver. Sometiéndose” (ibid.: 232). El viaje en avioneta hasta España en 1949 se articula como una transición en la vida de la familia desde la felicidad adolescente y la dignidad que habían alcanzado en
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Argelia después de tantas penurias hasta “entrar en la oscuridad de la sinrazón” (González Beltrán, 2006: 232), metáfora con la que se refiere a la España franquista. El último viva conjunto a la República y el canto de la Marsellesa en el avión, el himno republicano francés que llegó a gozar de estatus legal en España en 1931 como himno de la Segunda República (cf. Sánchez Martín, 2010: 1), se establecen como un gesto performativo a través del cual se preparaban para la represión reforzando su identidad republicana familiar. Según la narradora autodiegética, Helia, ni tan siquiera se habían llegado a imaginar “el racionamiento, el pan agusanado, la mentalidad germanizada de los jóvenes” (González Beltrán, 2006: 235) que se iban a encontrar en ese país. Insiste que una vez en España tuvieron que celebrar la ‘figura del recuerdo’ del aniversario de la Segunda República en la clandestinidad. No obstante, a pesar de todo el sufrimiento y del fracaso del proyecto político-familiar republicano en España, la autora autodiegética cierra el libro afirmando que [n]o se es un fracasado ni un perdedor nunca cuando se está convencido de lo que es bueno. Somos muchos los que lo sabemos. Esto es lo que vamos dejando de nosotros para que nunca se llegue a perder ese conocimiento de los que hacen de su meta la igualdad, de su relación con los demás, la fraternidad, de su signo constante, la libertad (ibid.: 239).
De este modo, la narradora autodiegética Helia apuntala la identidad republicana familiar en esta tercera temporalidad —que abarca desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta su salida de Argelia en 1949—, no solo a través del lema francés de la igualdad, la fraternidad y la libertad, sino desde su entendimiento transnacional como símbolo del movimiento político republicano que coloca por encima de cualquier vector nacional. A partir de estos, articula y explicita el objetivo de su escritura del yo: recordar y conmemorar estos principios que rigen su identidad familiar in memoriam y su extrapolación, como diagnosticaba Faber (cf. “Actos afiliativos”, 2014: 142143). Estos principios se extrapolan hacia el compromiso afiliativo de otros muchos que los comparten más allá del ámbito familiar para realizar su ‘deber de memoria’ y evitar que queden condenados al olvido.
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Conclusión parcial En este capítulo se ha examinado cómo las memorias de la segunda generación de exiliados en Argelia articulan esta experiencia desde el prisma de la identidad política de la familia, a la que se recuerda y conmemora en el doble sentido de la locución latina in memoriam. Se ha analizado cómo se narrativiza la estancia de la familia en Argelia desde su llegada hasta la instauración del régimen de Vichy a través de la preponderancia de lo familiar, en torno al ensimismamiento en la representación de la experiencia del núcleo familiar estrecho, y, sobre todo, en la etopeya heroificante de los progenitores. Si bien el legado de sus valores políticos no deja de ser un motivo de orgullo, estos están subordinados en este periodo al significado de lo filiativo (7.3.1.). Asimismo, se ha observado el progresivo ensanchamiento del concepto de lo familiar en el entramado del recuerdo del exilio hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La representación de este periodo incluye el recuerdo y la conmemoración de los compañeros de afiliación política de los progenitores en la vida familiar y utiliza, en ocasiones, un tono afectivo, típico de la representación hegemónica de la memoria española en el siglo xxi. Sin embargo, se ha demostrado que Alcazaba del olvido y Desde la otra orilla no producen la despolitización de las memorias partisanas a la que tiende este modo de representación hegemónico. La articulación narrativa de la memoria intergeneracional familiar en relación dialéctica negativa con sus ‘otros-abyectos-políticos’ evita la abstracción de ‘la política’ y de ‘lo político’ en la constitución de la memoria y de la identidad que propone el relato (7.3.2.). Por último, se ha observado cómo la articulación de la memoria del exilio argelino a partir del final de la Segunda Guerra Mundial hasta la salida del país de las familias de los narradores tiende, en un primer momento, a distanciarse del vínculo afiliativo de la primera generación. No obstante, se ha examinado que ese distanciamiento se ve claramente superado por la suscripción explícita de los narradores de las identidades políticas heredadas de la “primera generación”. Asimismo, se ha analizado cómo el compromiso filiativo-afiliativo trasciende el recuerdo y la conmemoración de la
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identidad política familiar y se convierte en un compromiso afiliativo a nivel social en el contexto del movimiento por la recuperación de la “memoria histórica” de principios del siglo xxi (7.3.3.). Desde un punto de vista fenomenológico, se puede concluir, además, que la escritura del yo en esta última etapa de entramado del recuerdo del exilio argelino reacciona ante la política (neo)liberal de representación de la memoria que les constituye como abyectos fijando su identidad en la genealogía política de la familia. Así, se convierte su ‘memoria comunicativa’ en una ‘memoria cultural’ y se trata de homenajear y devolver la dignidad a la generación de sus mayores in memoriam.
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Aquí termina el viaje por las diferentes etapas en las que los exiliados republicanos españoles de la Argelia colonial han ido entramando el recuerdo de este exilio en productos culturales de corte autobiográfico entre 1939 y 2014. En él se han examinado a nivel macrotextual las diferentes articulaciones de las memorias del exilio y los esbozos identitarios que proponen los autores de las escrituras del yo en función de su grupo político de pertenencia y de los motivos por los que se embarcaron en tal empresa a lo largo del tiempo. Además, desde un punto de vista microestructural, en cada estación se ha hecho un análisis sincrónico de cómo los autores semantizan su exilio desde 1939 a 2014 en seis etapas que corresponden a los cinco capítulos de análisis del corpus de este trabajo (3-7): desde el final de la Guerra Civil en 1939 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 (3); desde 1945 hasta 1966, cuando se aprobó la Ley de Prensa e Imprenta del régimen franquista (4); desde 1966 hasta la muerte del dictador español Francisco Franco en 1975 (5); desde el comienzo del proceso de transición a la democracia en 1975 hasta el estallido del “boom de la memoria histórica” en 1996 (6); y desde entonces hasta 2014 (7).
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Las obras escritas en cada una de estas etapas se examinan en tres niveles analíticos que corresponden con los tres apartados en los que se subdivide cada capítulo de análisis del corpus (3-7): X.1. —contextual—, X.2. —peritextual— y X.3. —textual—. Asimismo, cada análisis textual se ha distribuido en tres partes de acuerdo con la estructuración de las obras y de las identidades y las memorias culturales que en ellas se articulan alrededor de tres acontecimientos claves del tiempo del exilio: X.3.1. —el tiempo de la “acogida” que discurre desde marzo de 1939 hasta principios de 1940—; X.3.2. —el de las Compagnies de Travailleurs Étrangers, que se desarrolla desde este momento hasta junio de 1940— y X.3.3. —el de los Groupements de Travailleurs Étrangers, que transcurre desde entonces hasta 1943, cuando se efectuó la liberación de los republicanos del sistema concentracionario francés—. A continuación, se presentan los resultados de la investigación siguiendo esta estructura tripartita doble.
8.1. Los enclaves socioculturales y discursivos del exilio republicano español en Argelia (1939-2014) La derrota del Frente Popular en 1939 supuso el fin de la Guerra Civil y la instauración de la dictadura franquista. Esta, liderada por Francisco Franco, se encargó de fijar la identidad española “abyectando” al ‘otro republicano’, a quien eliminó físicamente del territorio nacional a través de su asesinato o de su expulsión de las fronteras nacionales con el exilio. Esta abyección física se complementó con el remache discursivo que se divulgó a través de los medios de propaganda. Estos forjaron la identidad nacional española por repetición a través de la abyección discursiva del ‘otro’, de lo ‘no-español’, por representar el epítome del mal en la tierra: el “rojo”. El imaginario nacional francés también los constituyó como sus abyectos en calidad de rouges indésirables dangereux. Por este motivo, la mayoría de los exiliados republicanos pasaron por los campos de concentración franceses metropolitanos y coloniales, como los de Argelia. A estos últimos se dirigieron los últimos exiliados de la Guerra Civil a finales de marzo de 1939: un colectivo popular, urbano y altamente politizado.
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Una vez en Argelia y tras una primera etapa hacinados en los barcos y en diferentes centres d’hébergement provisionales, los exiliados se vieron obligados a trabajar en el desierto, integrados en las Compagnies de Travailleurs Étrangers (CTE) y a partir de la instauración del régimen de Vichy, en junio de 1940, en los Groupements de Travailleurs Étrangers (GTE). Tras la euforia política que produjo el fin de la Segunda Guerra Mundial entre los exiliados, el afianzamiento de la dictadura franquista a principios de los cincuenta hizo que perdieran la esperanza de poder recuperar la España republicana que habían dejado atrás. En este periodo, Ricardo Baldó García, Deseado Mercadal Bagur y la familia González Beltrán volvieron a España, donde vivieron en el ‘insilio’ hasta la muerte del dictador Francisco Franco. Arturo Esteve y Carlos Jiménez Margalejo se trasladaron como emigrantes económicos a Argentina y a Venezuela. Antonio Gassó Fuentes, Lucio Santiago, Gerónimo Lloris, Rafael Barrera, José Muñoz Congost y Miguel Martínez López permanecieron en Argelia hasta finales de los cincuenta o principios de los sesenta, cuando los movimientos independentistas argelinos experimentaron especial auge. En este periodo, el imaginario nacional argelino se constituyó ex negativo en relación con el que debía ser “abyectado” del país: el ‘rumí’: europeo, blanco, cristiano y colonizador opresor. Por este motivo, los exiliados republicanos se trasladaron mayoritariamente a Francia. Algunos de ellos lo hicieron para quedarse, como es el caso de José Muñoz Congost y de Miguel Martínez López. En 1964, el franquismo comenzó a difundir su campaña propagandística de los “veinticinco años de paz”, cuyo énfasis en la convivencia armónica del país desentonaba con el incremento de la represión con la que el régimen hacía frente al aumento de las denuncias contra el mismo en este periodo. Con esta nueva campaña, el régimen abandonaba el discurso belicista para instalarse en la fundamentación de Franco como garante de la paz y de la estabilidad de España. Este giro supuso también un cambio en la producción discursiva del ‘otro abyecto-rojo’. Hasta la década de los sesenta los exiliados habían publicado mayoritariamente en editoriales hispanoamericanas aprovechándose de su auge, como Arturo Esteve, quien publicó en 1955
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su obra Búsqueda en la noche en la argentina Ediciones Nueva Era. A partir de entonces, se produjo en España una relajación de la censura que tenía como objetivo vender una imagen “más democrática” del régimen. No obstante, los exiliados siguieron sin poder difundir la memoria de su exilio en Argelia. Un ejemplo claro es el fallido intento de la editorial EDAF de publicar en España en 1964 la obra que Esteve había publicado una década antes en Argentina. La relajación aparente del régimen alcanzó su punto álgido en 1966, el año de la aprobación de la Ley de Prensa e Imprenta. A finales de la década de los sesenta y a principios de los setenta el crecimiento económico contribuyó a que España adoptara estilos de vida homólogos a los de Europa occidental, lo que el régimen utilizó discursivamente para reforzar su legitimismo de ejercicio. En este periodo se observó además una evolución de la producción del ‘otro-exiliado’. Se le caracterizaba como una oveja descarriada que había optado voluntariamente por el exilio por culpa de los líderes republicanos y que, arrepentido de su error, era acogido por Franco. A este se le convertía de esta forma en padre benévolo y benefactor de todos los españoles. Esta aparente liberalización se vio contrarrestada por otro discurso que tachaba de inferiores las obras de los exiliados por el carácter rencoroso de sus autores. En este contexto se publicaba en 1972 Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García, la única obra del exilio republicano español en Francia que se publicó sin pasar por la consulta “voluntaria” que proponía la nueva ley de censura. En 1975 moría el dictador Francisco Franco y, gracias a las reformas realizadas durante la Transición, algunos exiliados, como Lucio Santiago, Gerónimo Lloris o Rafael Barrera, pudieron volver a España. Sin embargo, su retorno no significó su inclusión en la ‘memoria cultural’ española. La ‘cultura política’ de la Transición propuso una concepción liberal de la modernidad, basada en una retórica de la reconciliación y centrada en la europeización de España, por la que se instauró la pluralidad de proyectos políticos conservados en el exilio como los abyectos constitutivos del nuevo régimen por la conflictividad que encarnaban. Esta abyección provocó que en la década de los ochenta se produjera el boom de las escrituras del yo del exilio republicano español en Argelia con la publicación de Exiliados españoles en
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el Sahara, de Ricardo Baldó García (1977), Internamiento y resistencia, de Lucio Santiago, Gerónimo Lloris y Rafael Barrera (1981), Yo estuve en Kenadza, de Deseado Mercadal Bagur (1983) y Por tierras de moros, de José Muñoz Congost (1989). A partir de los años noventa tuvo lugar en España un boom memorístico, gracias al apoyo político, académico y mediático de las iniciativas para la “recuperación de la memoria histórica”. Estas iniciativas tomaron especial importancia con el cambio de siglo. En este contexto se publicaron Diario de Gaskin (2013), de Antonio Gassó Fuentes, y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo (2008), escritas en Argelia y en Venezuela en los cuarenta y en los sesenta respectivamente. Sin embargo, es la “segunda generación” del exilio republicano español en Argelia la que protagoniza esta estación en el corpus de este trabajo, ya que tanto Miguel Martínez López, como Helia y Alicia González Beltrán escribieron y publicaron sus memorias, Alcazaba del olvido (2006) y Desde la otra orilla (2006), durante ese periodo. No obstante, estas obras siguen sin conseguir salir de su espacio abyecto e incluirse en la ‘memoria cultural española’, ya que no encajan con la actual sensibilidad hiperafectiva y neoliberal hegemónica que tiende a despolitizar y trivializar las memorias partisanas que contienen. A continuación, se examina cómo los peritextos y los textos de los exiliados republicanos españoles en Argelia reaccionan a la concatenación de abyecciones del imaginario nacional español que acaban de examinarse en este apartado.
8.2. Los peritextos de las escrituras del yo del exilio republicano español en Argelia El primer peritexto del corpus de este trabajo data de 1957, cuando se publicó Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve, en Argentina, en Ediciones Nueva Era. Se trata de un aparato peritextual sencillo, compuesto por una cubierta, una dedicatoria y una solapa, que se centraba, como el de la gran mayoría de las obras de corte autobiográfico
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que se escribieron en esta época sobre el exilio republicano español en la Francia metropolitana y en su departamento argelino, en el dolor de dicha experiencia. La cubierta se caracterizaba por la abstracción de su título y del dibujo en primer plano de una persona con gesto existencialista. Esta se situaba delante de una panorámica de un campo de concentración en la distancia que se reconoce por la alambrada que lo rodea. La solapa contrarrestaba la tendencia a la descontextualización que provocaba el resto del peritexto al inscribir la obra en lo autobiográfico y enmarcarla en el universo concentracionario norteafricano. En 1970 aparecía el primer preámbulo de este corpus dentro de la obra autoeditada de Baldó García, Un cuento escrito en la arena. Su función era igual a la de la solapa de Búsqueda en la noche: contextualizar la experiencia en lo autobiográfico, en el espacio y en el tiempo y nivelar así la abstracción del título y de la cubierta. Esta también representaba las alambradas de un campo de concentración, pero esta vez en un plano medio. El preámbulo, firmado por Valls Jordá, se basaba en la retórica franquista de que el exilio había sido una decisión voluntaria y exculpaba al autor por haber vuelto arrepentido. Esta es también la lógica que seguían las cubiertas del corpus del exilio republicano en la Francia metropolitana en este tiempo. Representaban al exiliado republicano en un contexto explícito como un ser sumiso y cabizbajo, tanto visual, como textualmente. Sin embargo, la cubierta de Baldó García se distanciaba de esta representación y continuaba con la tendencia de centrarse en el sufrimiento provocado por la experiencia del exilio. Sin embargo, la conciencia del autor del ambiente de la censura franquista en el que se enmarcaba su obra hizo que, a diferencia del uso de esta tendencia en Búsqueda en la noche (1957), el énfasis en el sufrimiento se hiciera de manera implícita. Este énfasis era, además, solo reconocible para los conocedores de la obra de Baldó García y de su juego intertextual e intermedial con el uso metafórico del amarillo —símbolo de la muerte— y del negro —símbolo de la melancolía. Si en 1970 el peritexto de Baldó García tendía a descontextualizar la especificidad de la experiencia para burlar la censura, el de Exiliados españoles en el Sahara, una obra suya también autoeditada y publicada en 1977, recurría a la estrategia opuesta. Se alejaba de toda mención
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autobiográfica y recuperaba la especificidad contextual que caracterizaba las obras sobre el exilio francés metropolitano publicadas durante la etapa anterior. Así, esta obra de Baldó García marcaba una tendencia a la historificación de los peritextos que se fijó en el corpus de las escrituras del yo sobre el exilio argelino en los ochenta. En este periodo se produjo también un boom de los elementos que los integran: se generalizaron los prefacios y aparecieron las primeras contracubiertas con información textual e icónica. En 1981 se publicó en la obra —también autoeditada— Internamiento y resistencia, de Santiago, Lloris y Barrera, la primera fotografía en los peritextos del corpus que analiza este trabajo, una característica que se generalizó en todas las obras publicadas a partir de este momento. La fotografía, que aparecía en la cubierta, retomaba un rasgo característico de las escrituras del yo de los exiliados republicanos en la Francia metropolitana durante los años sesenta y captaba a un grupo de hombres en fila custodiados por algún tipo de cuerpo militar. Sin embargo, el título de Internamiento y resistencia hacía que su cubierta se distanciara del énfasis en el fracaso de los exiliados que producían las anteriores. Estos títulos reforzaban la información icónica derrotista a través de sus títulos. Internamiento y resistencia no utilizaba palabras en el campo semántico de la derrota y hacía hincapié en que los republicanos españoles seguían resistiendo. Además, esta obra se separaba, tanto de la focalización en el sufrimiento, típica de las décadas anteriores, como de toda marca autobiográfica explícita. De esta manera, creaba una impresión de objetividad histórica que apuntalaba la autoridad del testigo. La cubierta del relato —también autoeditado— Yo estuve en Kenadza (1983), de Deseado Mercadal Bagur, vuelve a integrar cierta subjetividad: el título indica que el autor fue testigo directo de la experiencia, lo que reduce la apariencia de objetividad de la obra. Asimismo, la fotografía difuminada de un primer plano de un campo de concentración hace que el peritexto pierda en capacidad referencial. Por su parte, la instantánea de un grupo de personas alrededor de un tractor en una CTE en la cubierta de Por tierras de moros (1989), de José Muñoz Congost, pierde protagonismo frente a la prominencia de los trazos sueltos de colores codificados como republicanos y
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anarcosindicalistas que la envuelven. Esta tendencia muestra, además, un retorno hacia la abstracción de la información icónica que se impuso en los años noventa en las cubiertas de este tipo de obras en la Francia metropolitana. Por lo tanto, es perceptible un descenso del uso de la fotografía como fuente documental para reforzar la autoridad del testigo en las cubiertas. Esto pone de manifiesto, a su vez, el aumento de la legitimidad de los autores como escritores subjetivos, pero veraces en lo que Wieviorka denomina la ‘era del testigo’. La evolución del calado de esta “era” en España se observa en el entendimiento del ‘deber de memoria’ que los autores comenzaban a expresar de manera explícita en los ochenta en el resto del aparato peritextual de sus obras. Exiliados españoles en el Sahara (1970) lo formulaba en su vertiente pedagógica, típico también del ‘deber de memoria’ del superviviente del Holocausto en esta época. En Internamiento y resistencia (1981) se comprendía este deber à la Ricœur, es decir, como el imperativo ético de hacer justicia a los difuntos pagando la deuda simbólica y material contraída con ellos. Por su parte, Yo estuve en Kenadza (1983) lo concebía, según el entendimiento del ‘deber de memoria’ que promovían los supervivientes de los campos nazis desde la década de los sesenta, como una responsabilidad contraída con los muertos para honrar su memoria. Por último, Por tierras de moros (1989) —la primera obra que, desde que Arturo Esteve consiguiera publicar en 1957 en una editorial argentina, volvía a conseguir que una editorial, en este caso española, Ediciones Madre Tierra, publicara su relato— lo entendía desde un punto de vista más político. Concebía su obra como un ‘contradiscurso’ con el que combatir la imagen del exiliado proyectada por Franco y que, según defendía, la democracia no había conseguido revertir. Las cubiertas de todas las obras del corpus del exilio republicano español en Argelia publicadas hasta el siglo xxi se habían decantado por plasmar los campos de concentración, ya fuera centrándose en las alambradas y desde una perspectiva panorámica, como ocurría hasta la década del setenta, o bien a través de primeros planos de una parte del campo o de su interior, como ocurría en los ochenta. Con el “boom de la memoria histórica”, las cubiertas de Desde la otra orilla (2006), de las hermanas González Beltrán, publicada por la editorial
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Frutos del Tiempo; Alcazaba del olvido (2006), de Miguel Martínez López, publicada por Endymion y Memorias de un refugiado (2008), de Carlos Jiménez Margalejo, publicada por Ediciones CINCA, optaron por una fotografía del carbonero inglés Stanbrook. Este barco fue el que trasladó a más de tres mil personas el 28 de marzo de 1939 hasta Orán, aunque su capacidad máxima era muy inferior. Además, si desde mediados de los ochenta la prominencia del testigo se marcaba con la inserción de las fotografías de los autores en las contracubiertas, en Desde la otra orilla la fotografía del barco está subordinada al retrato de las únicas autoras de este corpus. Se trata de la foto de dos niñas, en color sepia y con filtros envejecedores típicos de las representaciones “retro” de la estética “nostalgizante” hegemónica de la memoria en el siglo xxi. Esta tendencia también se observaba en la cubierta de Diario de Gaskin (2013), que reproducía, arrugada, una de las páginas con mayor nivel de pathos del manuscrito. Por su parte, el tamaño de las letras con el que se presentaba a los autores en las cubiertas de Alcazaba del olvido y Memorias de un refugiado restaba importancia al autobiografismo de las obras. Además, enfatizaba el contexto al que se referían por el tamaño, la disposición y el contenido de corte referencial de los títulos. Así, estas cubiertas retomaban, aunque de manera minoritaria, la línea marcada por Internamiento y resistencia en los ochenta. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de las obras sobre la “memoria histórica” publicadas en el siglo xxi, los peritextos del exilio republicano español en Argelia hacen especial hincapié en su ‘deber de memoria’ de tipo ético, pero, como ya hiciera Por tierras de moros (1989), también político. Martínez López, por ejemplo, destacaba el componente político de la identidad que presentaba en su obra al indicar en el título —Alcazaba del olvido. El exilio de los refugiados políticos españoles en Argelia (1939-1962)— que su ‘deber de memoria’ se dirigía hacia el olvido de los refugiados políticos. Por su parte, Laura Gassó García, la editora y prologuista de Diario de Gaskin (2013), se autodenominaba “republicana de corazón” y presentaba a su padre como aviador republicano. Asimismo, las franjas tricolores de la bandera republicana en las obras con un aparato peritextual icónico “retro” retomaban la iniciativa de Por tierra de moros (1989) de articular visualmente su identidad como exiliados en
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torno a la Segunda República. Por último, los prefacios, firmados, en su mayoría, por académicos, valoraban las obras por su subjetividad, su vivacidad y su veracidad. Consideraban que estas características se las confería el haber sido escritas por testigos. Afirmaban que sus obras constituían un documento histórico único y superior, conditio sine qua non para escribir la Historia. De ese modo, estos comentarios evidenciaban la estabilización en España de la ‘era del testigo’ en el siglo xxi, con cierto retraso, ya que Wieviorka situaba su auge en la Europa de la década de los ochenta. Este análisis diacrónico de los peritextos de las escrituras del yo de los exiliados políticos de la Guerra Civil en Argelia se completa a continuación con una síntesis de los variables esbozos de las identidades y de las memorias que proponen sus textos en función del distanciamiento entre el momento de la experiencia y el de la escritura.
8.3. Los esbozos de las identidades y de las memorias del exilio de las escrituras del yo de los republicanos españoles en Argelia El análisis textual de las obras de corte autobiográfico escritas por los exiliados republicanos en Argelia ha demostrado que la particularidad de esta experiencia y del colectivo que la vivió influyó en la narrativización idiosincrática de la misma. En términos temporales, la primera obra del corpus de este trabajo es el diario de internamiento de Antonio Gassó Fuentes, Diario de Gaskin. En esta obra se han observado las diferentes estrategias del autor para superesse, para sobrevivir a la materialización de su abyección del imaginario francés en los campos de concentración argelinos entre 1941 y 1943. Destaca por ser el único diario que ha sido publicado hasta ahora que se centra en la experiencia del exilio sin que el autor haya realizado cambios en el manuscrito. Si los primeros entramados del recuerdo del exilio en la Francia metropolitana se escribían en los cuarenta y se caracterizaban por su estilo periodístico y reivindicativo, las del corpus del exilio en Argelia
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no aparecieron hasta mediados de los cincuenta: Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve, y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo, escritas en 1955 y 1964, respectivamente. Estas se distinguen, además, por un lado, por representar en el mundo diegético la estancia en los campos de concentración como un periodo en el que los exiliados llevaron a cabo un trabajo elaborativo del trauma provocado por la abyección de los exiliados republicanos del imaginario español y del francés. Por el otro, destacan por convertirse en espacios de ‘elaboratio escriptoterapéutica’ de las experiencias traumáticas causadas por estas abyecciones en términos psicoanalíticos. La primera obra sobre el exilio republicano español en Argelia que apareció en el mundo editorial español fue Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García, en 1970. La idiosincrasia de esta obra reside en que se trata de la única obra del corpus sobre la experiencia concentracionaria en Francia (metropolitana y argelina) escrita en el ‘insilio’ en la España franquista y publicada sin presentarse a la consulta previa prevista por la Ley de Prensa e Imprenta de 1966. Por este motivo, esta obra no reaccionó a la censura retrospectivamente, sino que constituyó el exilio en el mundo diegético como un lugar en el que encargarse de censurar y de censurarse. El narrador y el personaje principal se encargan de censurar —en el sentido etimológico de evaluar— su comportamiento en los campos de concentración en un vaivén entre la tímida reivindicación de la identidad y de la memoria republicana y el discurso franquista. Este último semantizaba el exilio en ese periodo como una redención indispensable por la que tenían que pasar los exiliados para poder reintegrarse en el imaginario nacional. En los ochenta, el corpus francés europeo comenzó a ficcionalizar y a elaborar literariamente la experiencia del exilio desde una perspectiva más individual. Sin embargo, las escrituras del yo sobre el exilio argelino tomaron la dirección contraria: Exiliados españoles en el Sahara (1977), de Baldó García; Internamiento y resistencia (1981), de Santiago, Lloris y Barrera; Yo estuve en Kenadza (1983), de Mercadal Bagur, y Por tierras de moros (1989), de Muñoz Congost, utilizaron un modelo de tipo historiográfico para expresar un ‘deber de memoria’ colectivo. En 2006 se publicaron Desde la otra orilla, de las hermanas González Beltrán, y Alcazaba del olvido, de Miguel Martínez López,
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las primeras obras de la “segunda generación” del exilio republicano en Argelia. Estas obras llegaron al mercado editorial español con un retraso de casi cincuenta años en relación con las primeras obras de exiliados de segunda generación que escribieron sobre su exilio en la Francia metropolitana. En contraste, las obras del exilio republicano en Argelia se instauraron como las pioneras de la posterior estabilización de la modalidad de las memorias no ficcionales para representar la experiencia en Francia (metropolitana y argelina) a partir de 2009. Asimismo, se distinguieron por desestabilizar la política hegemónica de representación afectiva de la memoria, articulando su identidad política alrededor de la conmemoración familiar del recuerdo de su exilio en Argelia. Independientemente de las diferentes funciones que estas obras han ido tomando a lo largo del tiempo, todas ellas han estructurado las identidades y las memorias culturales que en ellas se entraman alrededor de los tres acontecimientos claves del tiempo de la experiencia que se exponían con anterioridad. A continuación, se presenta la evolución de estos esbozos desde 1939 hasta 2014 siguiendo esta estructura tripartita. 8.3.1. El tiempo de la “acogida” La pérdida de las entradas anteriores a febrero de 1941 en el manuscrito del diario de Antonio Gassó Fuentes hace que la síntesis diacrónica de la narrativización del tiempo de la “acogida” de los exiliados desde que llegaron a Argelia en marzo de 1939 hasta que se instauraron las Compagnies de Travailleurs Étrangers, a principios de 1940, tenga que comenzar con el periodo de estabilización del régimen franquista a finales de la década de los cincuenta. Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve, y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo, constituían el final de la Guerra Civil, el viaje en barco a Argelia y su internamiento en Camp Morand como los hechos traumáticos responsables de lo que semantizaron como la pérdida de su identidad. En las postrimerías del franquismo, Un cuento escrito en la arena de Ricardo Baldó García articulaba la estancia en el navío African
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Trader y en el campo de concentración Camp Morand, dentro de las condiciones de enunciabilidad del tardofranquismo como un proceso de censura. Por lo tanto, el protagonista y álter ego del autor aceptaba el exilio como una condena necesaria para “autoabyectar” todo componente ‘político-rojo’ de su identidad y poder expiar así sus pecados como abyecto del imaginario franquista. Además, en este periodo el protagonista juzgaba y valoraba, distanciado, la evolución identitaria de sus compañeros. En la década de los ochenta, Exiliados españoles en el Sahara del mismo autor; Internamiento y resistencia, de Santiago, Lloris y Barrera; Yo estuve en Kenadza, de Deseado Mercadal Bagur, y Por tierras de moros, de José Muñoz Congost, entramaban los primeros meses del exilio como un periodo de reposicionamiento de las normatividades identitarias de cada grupo político. Esto se realizaba sobre todo en relación con la gestión del antagonismo. Se ha observado cómo las instancias narrativas de tendencia libertaria de Exiliados españoles en el Sahara y de Por tierras de moros presentaban la resistencia pasiva como la expresión normativa de antagonismo ante su abyección por parte del imaginario francés. Sin embargo, su gestión del antagonismo hacia los comunistas difería sustancialmente y, como exponen en sus escrituras del yo, manifestaban con virulencia su rechazo absoluto a estos en el tiempo de la experiencia para constituirles como su epítome de lo abyecto. Por su parte, Internamiento y resistencia recurría a la retórica de la unión y de la resistencia activa ejemplar ante un bloque identitario plurinacional: el fascismo. Yo estuve en Kenadza representaba el antagonismo político del narrador ante ‘el otro-francés’ en el mundo diegético con la evasión de Argelès y su viaje ilegal a Argelia. Una vez allí, reposicionaba su identidad política en relación con el ámbito nacional y regional por la decepción sufrida con el socialismo francés. Además, este rechazo se generalizaba al ámbito nacional y constituía al francés como el epítome del abyecto del español a lo largo de los siglos en su narrativización proléptica del recuerdo de los campos de trabajo y de represión. En la primera década del siglo xxi, Alcazaba del olvido y Desde la otra orilla entramaron su viaje en barco a Argelia, su paso breve por los centres d’hébergement y su vida cotidiana hasta la instauración del
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régimen de Vichy enfatizando la importancia de lo familiar. Los narradores se sumergían en la representación de la experiencia del núcleo familiar estrecho. Se detenían, sobre todo, en la caracterización de los progenitores a través de una etopeya heroificante por sus principios y por su capacidad de trabajo para sacar a la familia adelante. Así pues, a pesar de que establecían la herencia libertaria y republicana de sus padres respectivamente como un motivo de orgullo, este quedaba subordinado a la importancia de lo filiativo. 8.3.2. El tiempo de las Compagnies de Travailleurs Étrangers En las décadas de los cincuenta y de los sesenta, Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve, y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo, narrativizaron la etapa que se extendió desde su movilización a las Compagnies de Travailleurs Étrangers a principios de 1940 hasta la instauración del régimen de Vichy en junio del mismo año como un periodo en el que trataron de reintegrar su identidad1. Esta gestión la realizaron a partir del autoanálisis. Se concentraron en fijar su identidad a través de la paulatina abyección de los comunistas, en el caso de Jiménez Margalejo, y, en ambos casos, mostrando performativamente su valía y virilidad sobre todo en el terreno de lo laboral. Estas son las características que, consideraban, les colocaban jerárquicamente por encima del resto de sus compañeros de exilio, pero sobre todo del ‘otro-francés’, a quien instauraban ex negativo como el epítome de lo abyecto2. Además, en este periodo de tiempo ambos narradores reflexionaban sobre su recuperación parcial de la capacidad de responseability hacia sus compañeros, lo que evidenciaba una mejora de los síntomas de sus traumas.
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Como se comentaba con anterioridad, al haberse perdido las entradas del diario de Gaskin escritas antes de 1941, la síntesis diacrónica de la articulación del tiempo de las CTE empieza en la década de los cincuenta. En las obras no especificaba a qué otros exiliados se referían exactamente.
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En el tardofranquismo, la semantización de este periodo en Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García, oscilaba entre su representación concorde con la retórica franquista del exilio como condena necesaria por su condición de ‘abyecto-rojo’ y una expresión de rechazo antagónico-política hacia la misma. La preponderancia de esta última aumentaba progresivamente según avanzaba el entramado retrospectivo del recuerdo de la violencia con la que el ‘otro-francés’ materializaba la abyección del español en las CTE. En estos episodios se mostraba la evolución de la identidad performativa de los exiliados desde aquello que les constituía como el epítome de lo abyecto del franquismo hasta una actitud ejemplar. En un claro contraste, el ‘otrofrancés’ se constituía ex negativo como el epítome del abyecto del español por la reprobable brutalidad y la hipocresía con la que abusaba del español en el desierto. En la década de los ochenta, Exiliados españoles en el Sahara, de Ricardo Baldó García; Internamiento y resistencia, de Santiago, Lloris y Barrera; Yo estuve en Kenadza, de Deseado Mercadal Bagur y Por tierras de moros, de José Muñoz Congost, se centraban en describir la puesta en escena performativa de las diferentes identidades políticas de los exiliados y de sus políticas de expresión del antagonismo hacia una multiplicidad de ‘otros’. Exiliados españoles en el Sahara y Por tierras de moros instituían la resistencia pasiva, la higiene, la cultura y las relaciones igualitarias, solidarias, emotivas y fraternales entre los militantes como las claves de la performatividad normativa de su identidad libertaria. Internamiento y resistencia establecía la resistencia inquebrantable en las diferentes CTE como la actitud normativa de los comunistas a la hora de expresar su antagonismo ante el ‘otro-fascista-francés’. En Yo estuve en Kenadza la manifestación diegética del antagonismo hacia el ‘otro-francés’ desaparecía completamente en la semantización de este periodo. Asimismo, el narrador extradiegético la formulaba tan solo de manera indirecta a través de la valoración de la superioridad musical del español en la puesta en escena performativa de su identidad nacional a través de las canciones. Además, en esta segunda temporalidad se abandonaba en todas las obras la constitución de los ‘otros-políticos-no-extranjeros’ como abyectos.
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En el “boom de la memoria histórica”, Alcazaba del olvido y Desde la otra orilla articulaban este periodo a partir de un progresivo ensanchamiento del concepto de lo familiar: incluían el recuerdo y la conmemoración de los compañeros de afiliación política de los progenitores —libertarios y republicanos, respectivamente— en la vida familiar. Además, recurrían a ciertos elementos de la representación hegemónica de la memoria en el siglo xxi en España, como por ejemplo, al tono afectivo con el que los caracterizaba. No obstante, estos elementos no conducían a la despolitización de las memorias partisanas que suele producir este modo de representación hegemónico. El entramado de la memoria familiar intergeneracional se ponía en relación dialéctica negativa con sus ‘otros-abyectos-políticos’ —los comunistas y los ‘patanegra’ por su apoliticidad burguesa en el caso de Martínez López y los anarquistas y los comunistas en el caso de las hermanas González Beltrán—, lo que impide que en el esbozo de las identidades y de las memorias que ilustran en su obra se abstraiga lo político. 8.3.3. El tiempo de los Groupements de Travailleurs Étrangers Las primeras entradas del diario de Antonio Gassó Fuentes, Diario de Gaskin, datan de principios de 1941, cuando el régimen de Vichy llevaba instaurado desde junio de 1940 y con él la movilización de los exiliados a los Groupements de Travailleurs Étrangers. Durante su estancia en los campos de trabajo, su vida se organizaba en torno a ‘lo político’ y a su escenificación performativa contra el ‘otro-abyecto-francés’, en contraposición al cual estabilizaba su identidad española. El paulatino proceso de deshumanización del sujeto y del cuerpo que experimentó en la sección disciplinaria provocó un reposicionamiento gradual de su modo de vida: la escritura se convirtió en el registro de lo mesurable para controlar su cuerpo hasta que, traumatizado, se autoimpuso la abyección de ‘lo político’. En un primer momento, Antonio dejó de plasmar en el diario el recuerdo de su expresión performativa del antagonismo hacia el ‘otro-francés’ a través de peleas o gestos desafiantes. Más adelante desapareció todo comentario despectivo hacia el mismo. Esta nueva estrategia exigió de nuevo
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la reorganización de los modos de vida, en la que la evasión tomó preponderancia. Con el desembarco de las tropas estadounidenses, el autor/narrador se fue restableciendo paulatinamente y se convirtió en un cronista distanciado de lo que sucedía en el campo para protegerse de cualquier posible desengaño. Gaskin se dedicó entonces al placer corporal y se encargó de adquirir ropa, medicamentos y de vivir experiencias placenteras sexualmente tras su huida del sistema concentracionario. Por último, la interrupción de la escritura se convierte en la evidencia de la recuperación progresiva del narrador y de sus modos de vida, “ahora” equilibrados, gracias a la función primordial de la escritura in situ, la supervivencia. En las décadas de los cincuenta y de los sesenta, Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve, y Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo, entramaron esta etapa como la culminación de su restablecimiento identitario. En Búsqueda en la noche se había recurrido a la escritura como terapia ‘elaborativa’, y en ambos casos, a la ‘sublimación’ de la energía pulsional en energía social a través de la creencia en lo familiar y en lo político. Esta elaboración, en términos psicoanalíticos, se entramaba como la clave que les había permitido recuperarse del trauma. Así, habían dejado de “autoabyectar” su identidad política y habían recobrado la response-ability hacia los ‘otros’ más allá del intento fallido de llegar a la sublimación a través de lo laboral. De este modo, los protagonistas de ambas obras estabilizaban su identidad a través de la escritura ‘elaborativa’ en los mismos campos de concentración en el mundo diegético en la obra de Esteve, y en Venezuela, en el caso de Jiménez Margalejo. En 1970, Un cuento escrito en la arena, de Ricardo Baldó García, continuaba con los vaivenes narrativos en la semantización del trabajo en los GTE. Se batía entre la retórica franquista del exilio como redención y la expresión de la injusticia que suponía este “castigo”. Sin embargo, la narrativización de la liberación de los campos en 1943 provocó un refuerzo sustancial de la primera tendencia. El narrador consideraba, en un entramado causal, que esta nueva coyuntura hizo que el ‘otro-francés’ dejara de vejar al español y, por lo tanto, de constituirlo como abyecto. Esto provocó, por su parte, que desaparecieran los motivos por los que él le había constituido también como tal. La
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purificación de su identidad en el mundo diegético hacía que finalizara la censura de la misma en el exilio, pudiera ser integrado en el imaginario nacional franquista y que el autor cerrara el relato que escribió, autocensurándose, durante su ‘insilio’ en la España de Franco. En la década de los ochenta, Exiliados españoles en el Sahara, de Ricardo Baldó García; Internamiento y resistencia, de Santiago, Lloris y Barrera; Yo estuve en Kenadza, de Deseado Mercadal Bagur y Por tierras de moros, de José Muñoz Congost, tendían a codificar esta etapa en sus obras desde la convergencia del recuerdo: todas las obras caracterizaban la rutina en los campos de trabajo y en las diferentes modalidades represivas como una forma calculada de materializar la abyección de los internados. Todas describían las vejaciones y las torturas que llevaron a la muerte a las doce víctimas de la represión de Hadjerat M’Guil e inscribían esta experiencia dentro del universo concentracionario europeo. Exiliados españoles y Por tierras de moros fueron las únicas obras que no consideraban que el horror experimentado en Argelia hubiese sido superior al nazi. No obstante, las expresiones del antagonismo seguían articulándose en torno a una gestión normativa dentro de cada grupo político: Internamiento y resistencia y la identidad comunista que entramaba enfatizaba la importancia de la resistencia activa, la huelga y el temple ante la tortura. Por tierras de moros y Exiliados españoles destacaban el silencio, las evasiones y otros marcadores de resistencia pasiva como claves de su identidad política. Por su parte, Yo estuve en Kenadza y Exiliados españoles tendían a tratar la integración de los exiliados en los GTE con un tono muy indignado. Además, ambas constituían al francés por este motivo como el epítome del abyecto de su identidad, precisamente, por no haber vivido la experiencia. Exiliados españoles lo hacía cerrando el relato de manera no resolutiva en los campos de trabajo de los GTE y, por lo tanto, en el momento de mayor deshumanización de los exiliados por culpa del ‘otro-francés’. Por su parte, Yo estuve en Kenadza hacía hincapié en que prefería sufrir bajo el régimen franquista antes que vivir en la tierra del que le había producido como abyecto sin motivo. Por el contrario, los narradores de Internamiento y resistencia y de Por tierras de moros cerraban sus relatos divergiendo su identidad de la experiencia represiva común y reentramándola en
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torno al comunismo y al anarquismo en el que continuaron militando tras la experiencia concentracionaria en Argelia. Por este motivo, establecieron al régimen franquista como el epítome del abyecto contra el que y en relación con el cual inscribir la identidad política colectiva que recuerdan en sus obras. En Desde la otra orilla y Alcazaba del olvido, publicadas a comienzos del siglo xxi, la articulación de este periodo, que se extiende hasta la salida de los autores de Argelia en los cincuenta y en los sesenta, respectivamente, tendía a alejarse en un primer momento de la identidad política de la primera generación. En el caso de Martínez López esto se debía a las contradicciones políticas de su padre, que le incitaba a funcionar en el mundo capitalista. En el de las hermanas González Beltrán, se relacionaba con su inquietud religiosa. No obstante, la suscripción explícita de los narradores de las identidades políticas heredadas de la “primera generación” —libertaria y republicana, respectivamente— revocaba claramente ese distanciamiento inicial. Además, el compromiso filiativo-afiliativo trascendía el recuerdo y la conmemoración de la identidad política familiar y expandía el horizonte de colectivización. La conmemoración se convertía explícitamente en un compromiso afiliativo-político a nivel social con el fin de homenajear y devolver la dignidad a la generación de sus mayores e inscribir su exilio en Argelia en la ‘memoria cultural española’.
En pocas palabras... El capítulo 3 ha analizado a través de Diario de Gaskin (2013), de Antonio Gassó Fuentes, cómo la escritura del yo en los campos de concentración en los cuarenta reacciona a la abyección del imaginario español —con el exilio— y del francés —con el internamiento— utilizándola como acto de resistencia intelectual y física. Se ha observado cómo en un primer momento la política se construye como piedra angular de la identidad española del narrador. El proceso de deshumanización que produce el universo concentracionario hace que la escritura cambie de función y se convierta en registro de lo mesurable para controlar su cuerpo en la sección de represión. En un segundo
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momento, el narrador interioriza esta represión y se autoimpone la abyección de lo político, mientras que la escritura como ejercicio evasivo toma preponderancia. Con el desembarco de las tropas estadounidenses, el narrador deviene cronista distanciado con el fin de autocontrolar la esperanza de su posible liberación. Por último, la interrupción de la escritura evidencia la recuperación del narrador gracias a la función primordial de la escritura diarista en esta primera estación por el viaje a través del tiempo por las escrituras del yo del exilio republicano en Argelia: scribo ergo supersum. En el capítulo 4 se ha mostrado cómo, a diferencia de los productos autobiográficos sobre el exilio en la Francia metropolitana, donde ya en los años cuarenta aparecieron libros con estilo periodístico y afán reivindicativo, las obras sobre el exilio argelino se comenzaron a publicar a finales de los cincuenta. Se trata de Búsqueda en la noche, de Arturo Esteve (1957), y de Memorias de un refugiado, de Carlos Jiménez Margalejo (2008). Además, las obras de este corpus “argelino” se caracterizan por representar la estancia en los campos de concentración como un periodo en el que los exiliados se propusieron elaborar el trauma provocado por su abyección de los imaginarios español y francés. Los narradores entraman el tiempo de la “acogida” como un periodo de desintegración identitaria. El tiempo en las CTE lo articulan como un periodo en el que los protagonistas tratan de reintegrar una identidad a través de la abyección de una multiplicidad de ‘otros’. Por último, en su elaboración narrativa del exilio durante el régimen de Vichy en Argelia, los narradores ponen en escena una identidad restablecida a través de la escritura como terapia ‘escriptoelaborativa’. Asimismo, la escritura del yo sirve a los autores en esta segunda etapa de articulación retrospectiva del recuerdo del exilio, desde un punto de vista fenomenológico, como trabajo ‘e-laborativo’ del trauma de la doble abyección española y francesa: scribo ergo elaboro ergo sum(-us). En el capítulo cinco se ha examinado la única obra sobre el exilio español publicada durante el ‘insilio’ de un autor en el ambiente de la censura del tardofranquismo (1966-1975): Un cuento escrito en la arena (1972), de Ricardo Baldó García. A diferencia de las obras autobiográficas publicadas sobre el exilio francés metropolitano, que pasaron por un proceso de censura “voluntario” y que tienden a la
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historificación de la experiencia, la obra de Baldó García no pasó por el sistema censor. Además, este autor le aplica el filtro de la ficción para asegurarse de que no se realice ningún tipo de presunción autobiográfica que le pueda poner en peligro. El tiempo de la “acogida” se narrativiza dentro de las condiciones de enunciabilidad del franquismo como una condena a través de la cual los exiliados pueden expiar sus pecados republicanos. En el entramado del tiempo de los campos de trabajo el narrador muestra ciertos vaivenes entre la retórica franquista y una tendencia a enfrentarse a la misma. Esta aumenta según avanza la articulación del recuerdo del incremento de la violencia en las CTE y en los GTE. Tras la culminación de la confrontación al discurso franquista, el narrador retoma la valoración franquista del exilio como un lugar de redención hasta la purificación de su identidad abyecta que le posibilita su integración en el imaginario nacional franquista. Desde un punto de vista fenomenológico, se puede concluir que la escritura del yo en esta tercera etapa reacciona al ‘insilio’ censurando. La escritura sirve para evaluar cómo debe forjarse una identidad normativa en el presente del ‘insilio’ a través de la escritura: autorreprimiendo la identidad abyecta “republicana” y censurando comportamientos que puedan contribuir a que la “condena” del exilio se repita: scribo ergo censeo ergo sum(-us). Con la muerte de Franco y la transición a la democracia tiene lugar un verdadero boom en el corpus de las escrituras del yo sobre el exilio español en Argelia. Entre 1975 y 1996 se escriben y publican cuatro obras: Exiliados españoles en el Sahara, de Ricardo Baldó García (1977), Internamiento y resistencia, de Santiago, Lloris y Barrera (1981), Yo estuve en Kenadza, de Deseado Mercadal Bagur (1983), y Por tierras de moros, de José Muñoz Congost (1989). A diferencia de las escrituras del yo sobre el exilio francés metropolitano en las que se articula la experiencia de manera más individualizada a partir de la ficción o de la estetización de la misma, las escrituras del yo de este corpus se dirigen en este periodo al modelo historiográfico para expresar un ‘deber de memoria’ colectivo. Sin embargo, esto no ocurre hasta los ochenta, década que coincide precisamente con la estabilización de la democracia y de la ‘cultura política’ de Transición. Esta cultura política abyecta los proyectos políticos no liberales por su “peligroso”
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carácter “no consensual”. En este capítulo se estudian las rearticulaciones y las expresiones performativas normativas de cada grupo político en el exilio en la narrativización del tiempo de la “acogida” y la paulatina tendencia a la convergencia en el entramado de las experiencias represivas de las identidades políticas de los exiliados. Desde un punto de vista fenomenológico, las escrituras del yo en esta cuarta etapa de articulación del recuerdo del exilio republicano en Argelia reaccionan a la abyección de las identidades políticas de los exiliados producida por el discurso transicional luchando contra el silenciamiento de su exilio. Con su actividad escritora pretenden inscribirlo en la memoria cultural española y combatir la tergiversación de sus identidades políticas recordando cómo y quiénes fueron esos exiliados políticos de la Guerra Civil: scribo ergo sumus politici. En el capítulo 7 se examinan las memorias de la segunda generación de exiliados, escritas y publicadas durante el llamado “boom de la memoria histórica”: Alcazaba del olvido, de Miguel Martínez López (2006), y Desde la otra orilla, de Helia y Alicia González Beltrán (2006). Sin embargo, la cantidad de obras sobre el exilio republicano en Argelia y su vaga recepción relativizan el alcance de dicho boom. El motivo de su abyección de la memoria cultural española en la actualidad es que estas obras no encajan en la representación neoliberal hegemónica de la memoria. Esta representación se caracteriza por utilizar un código (hiper)afectivo que tiende a despolitizar y, por lo tanto, a trivializar las memorias partisanas. Las memorias del corpus de este trabajo articulan esta experiencia desde el prisma de la identidad política de la familia. La estancia en Argelia se entrama en un primer momento en torno al núcleo familiar estrecho y, sobre todo, a la etopeya heroificante de los progenitores. En la narrativización del recuerdo del exilio hasta el final de la Segunda Guerra Mundial tiene lugar un ensanchamiento de lo familiar, que incluye a los compañeros políticos de los progenitores. Por último, se observa cómo la articulación posterior de la memoria del exilio argelino tiende a distanciarse del vínculo afiliativo de la primera generación. No obstante, esto se ve claramente superado por la suscripción explícita de las identidades políticas heredadas de la “primera generación” al final de los relatos. Desde un punto de vista fenomenológico, se puede concluir, además,
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8. Conclusión
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que la escritura del yo en esta última etapa de entramado del recuerdo del exilio argelino reacciona a la política neoliberal de representación de la memoria que constituye a los exiliados como abyectos fijando su identidad en la genealogía política de la familia. El objetivo que les guía es poder homenajear y devolver la dignidad a la generación de sus mayores: scribo ergo sumus in memoriam. En resumen, este trabajo ha demostrado que las escrituras del yo de los republicanos sobre su exilio en Argelia muestran un desarrollo diametralmente contrario al de las de los autores que entramaron el recuerdo sobre su exilio en la Francia metropolitana: de la articulación de la experiencia en torno al trauma individual y a través de códigos ficcionales hasta la década de los sesenta, las escrituras del yo tienden a colectivizar la experiencia a través de códigos de corte historiográfico que camuflan la intención política de los testimonios en los ochenta, hasta llegar a la explícita reclamación de la memoria familiar política en el siglo xxi. Durante este viaje por el tiempo, los cuadernos de la odisea de Ulises —de apellido republicano español exiliado en Argelia— han sido rescatados del metafórico naufragio que supuso que Penélope —de apellido España— no pudiera reconocerlos cuando por fin consiguieron volver a casa. El viaje había emborronado algunos de los recuerdos entretejidos en sus páginas y, además, Penélope llevaba tantos años destejiendo que no podía dejar de hacerlo. Su consumo elevado de flores del loto —a buen precio por las suculentas subvenciones estatales tras la expansión empresarial de los lotófagos— le habían pasado factura: no podía recordar. Este trabajo ha tratado de ayudar a paliar los efectos de la dolencia de Penélope y, a la vez, de mitigar el sufrimiento de Ulises porque esta no le reconoce. Para ello, se ha respondido al llamamiento de Ulises —“¡Recuerda! Scribo ergo sum(-us)”— y se ha prestado atención a sus obras de corte autobiográfico. En estas insta a que se le recuerde y a que no se olvide que es porque escribe y que es lo que escribe. Sin embargo, todavía quedan muchos kilómetros por recorrer y muchas cuestiones por responder. Queda preguntarse si los productos audiovisuales sobre este exilio y las semánticas de la memoria que producen tienen una evolución paralela a la de las obras de este corpus.
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O si el análisis de los manuscritos que descansan en tantos cajones confirma o matiza las tesis pronunciadas en este trabajo. Además, el inquietante parecido entre las imágenes de la acogida de los refugiados españoles en Argelia en los cuarenta y las plasmadas en Europa en la segunda década del siglo xxi puede servir de partida para un estudio comparativo de ambos exilios. Este trabajo finaliza su viaje en esta intersección. El tiempo dirá si la terapia ha surtido su efecto y si Penélope conseguirá, por fin, reconocer a los exiliados españoles de la Guerra Civil en Argelia y recibirles en su ‘memoria cultural’ como se merecen. Y tú, ¿te acuerdas de ellos?
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Índice de abreviaturas
AEMIC AIT AMAE ANFD ANFD ARMH BDIC GARAE CEFID CIR CNRTL CNT CRIFA CSIC CTARE CTE
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Asociación para el Estudio de los Exilios y Migraciones Ibéricos Contemporáneos Asociación Internacional de Trabajadores Archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores Alianza de Fuerzas Democráticas Alianza de Fuerzas Democráticas Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine Groupe Audois de Recherche et d’Animation Ethnographique Centre d’Estudis sobre les Èpoques Franquista i Democràtica Comité Intergubernamental para los Refugiados Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales Confederación Nacional del Trabajo Comisión Relacionadora de la Internacional de Federaciones Anarquistas Consejo Superior de Investigaciones Científicas Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles Compagnies de Travailleurs Étrangers
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606 CTFARE EDAF ERC ETA FAI FET y de las JONS FLN FRAP FFREEE GAL GEFREMA GEXEL GRAPO GTE IU JARE JEL MIL MNA MTLD OAS OIR ONU PCA PCE POD PPA PSOE RAE RTVE
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¡RECUERDA! Scribo ergo sum(-us) Comité Técnico del Fideicomiso para Auxiliar a los Refugiados Ediciones y Distribuciones Antonio Fossati Esquerra Republicana de Catalunya Euskadi Ta Askatasuna (País Vasco y Libertad) Federación Anarquista Ibérica Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista Front de Libération Nationale Frente Revolucionario Antifascista y Patriota Fils et Filles de Républicains Espagnols et Enfants de l’Exode Grupos Antiterroristas de Liberación Grupo de Estudios del Frente de Madrid Grupo de Estudios del Exilio Literario Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre Groupements de Travailleurs Étrangers Izquierda Unida Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles Junta Española de Liberación Movimiento Ibérico de Liberación Mouvement National Algérien Mouvement pour le Triomphe des Libertés Démocratiques Organisation de l’Armée Secrète Organisation Internationale pour les Réfugiés Organización de las Naciones Unidas Parti Communiste Algérien Partido Comunista Español Plataforma Organizaciones Democráticas Parti du Peuple Algérien Partido Socialista Obrero Español Real Academia Española Radio Televisión Española
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Índice de abreviaturas SIA SERE UGT UNAM UNE UNED UDMA URSS
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Solidaridad Internacional Antifascista Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles Unión General de Trabajadores Universidad Nacional Autónoma de México Unión Nacional Española Universidad Nacional de Educación a Distancia Union Démocratique du Manifeste Algérien Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
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Índice de ilustraciones
Mapa 1: campos de concentración y cárceles en la Argelia colonial francesa........................................................................................ Ilustración 1: cubierta de Diario de Gaskin (Gassó Fuentes, 2013) ..... Ilustración 2: contracubierta de Diario de Gaskin (Gassó Fuentes, 2013) ................................................................. Ilustración 3: cubierta de Búsqueda en la noche (Esteve, 1957) ........... Ilustración 4: cubierta de Memorias de un refugiado (Jiménez Margalejo, 2008) .......................................................... Ilustración 5: cubierta de Un cuento escrito en la arena (Baldó García, 1970) ................................................................... Ilustración 6: cubierta de Del negro al amarillo (Baldó García, 1972) . Ilustración 7: cubierta de Memorias de un español en el exilio (Raposo, 1968) ............................................................................ Ilustración 8: cubierta de Los perdedores (Fillol, 1973)........................ Ilustración 9: cubierta de El peso de la derrota (Sánchez Bravo y Vázquez Tellado, 1974)..................................... Ilustración 10: cubierta de Exiliados españoles en el Sahara (Baldó García, 1977) ................................................................... Ilustración 11: cubierta de Internamiento y resistencia (Santiago, Lloris y Barrera, 1981) ................................................ Ilustración 12: cubierta de Memorias de un español en el exilio (Raposo, 1968) ............................................................................ Ilustración 13: cubierta de Los perdedores (Fillol, 1973)...................... Ilustración 14: cubierta de La diáspora republicana (Artís-Gener, 1975)
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75 164 164 223 225 295 296 299 299 299 363 364 365 365 366
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Ilustración 15: cubierta de Yo estuve en Kenadza (Mercadal Bagur, 1983) ............................................................... Ilustración 16: cubierta de Por tierras de moros (Muñoz Congost, 1989) .............................................................. Ilustración 17: contracubierta de Yo estuve en Kenadza (Mercadal Bagur, 1983) ............................................................... Ilustración 18: contracubierta de Por tierras de moros (Muñoz Congost, 1989) .............................................................. Ilustración 19: Chamberlain, Eden, Blum y Daladier (Mercadal Bagur, 1983: 48) ......................................................... Ilustración 20: mapa del transahariano (Mercadal Bagur, 1983: 96) .. Ilustración 21: panorámica de Kenadsa (Mercadal Bagur, 1983: 97) ... Ilustración 22: mineros trabajando en Kenadsa (Mercadal Bagur, 1983: 106) ....................................................... Ilustración 23: Yo acuso, de Ramón Vía (Santiago, Lloris y Barrera, 1981: 147)................................................................................... Ilustración 24: internados en Hadjerat M’Guil (Mercadal Bagur, 1983: 134) ....................................................... Ilustración 25: internados en Hadjerat M’Guil (Muñoz Congost, 1989: 339) ...................................................... Ilustración 26: cubierta de Alcazaba del olvido (Martínez López, 2006) ............................................................... Ilustración 27: cubierta de Memorias de un refugiado (Jiménez Margalejo, 2008) .......................................................... Ilustración 28: cubierta de Desde la otra orilla (González Beltrán, 2006) ............................................................. Ilustración 29: cubierta de Diario de Gaskin (Gassó Fuentes, 2013) ... Ilustración 30: contracubierta de Desde la otra orilla (González Beltrán, 2006) ............................................................. Ilustración 31: dibujo de La mer et les pins, de su nieto Arturo (González Beltrán, 2006: 29) ....................................................... Ilustración 32: primos de la familia materna (González Beltrán, 2006: 125) ..................................................... Ilustración 33: Chamberlain, Eden, Blum y Daladier (Mercadal Bagur, 1983: 48) .........................................................
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369 371 374 376 412 442 442 445 466 470 472 515 515 519 519 521 538 558 558
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Índice onomástico
Abellán, José Luis 52, 60, 102 Aguilar Fernández, Paloma 39, 4042, 220, 289, 300, 349, 361, 509, 510 Aguirre, Julia 108 Alba, Narciso 508, 522, 523 Alberca, Manuel 281, 355 Albert, Aída 106 Albert, Esther 67 Alcaraz, Juan 108 Alonso Sellés, José 108 Alonso, Cecilio 86, 166, 173, 186, 513, 536, 541, 561 Alted Vigil, Alicia 47-49, 54, 56, 60, 61, 72, 74, 76, 80-83, 208, 215, 216, 227, 305, 359, 361, 367, 417, 420, 489, 548, Álvarez Junco, José 445 Anderson, Benedict 65, 152 Araiza, Jesús 169 Arenhövel, Mark 40 Aristóteles 138, 169, 170, 172, 327 Arnal, Rafael 106 Arnau, Antoni 67
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Artís-Gener, Avel·lí 366 Ascunce Arrieta, José Ángel 126 Assmann, Aleida 118, 120, 121, 122, 331 Assmann, Jan 21, 117, 118, 120, 122, 123, 135, 148, 149, 154, 481 Aub, Max 11, 14, 18, 51, 54, 61, 63, 79, 86, 87, 89-96, 105, 109-111, 126, 138, 157, 158, 207, 208, 211-213, 216, 232, 274, 283, 294, 345, 471, 497, 510, 523 Aubrespy-Agullo, Suzanne 73, 77, 78, 80, 103 Avenburg, Karen 348 Ayuso, Jesús 519 Aznar Soler, Manuel 14, 31, 46, 47, 51, 54, 61, 87, 93, 208, 213, 293, 449, 504, 512 Bachoud, André 67-70, 72, 74, 77, 80, 82, 83, 85, 101, 109, 218, 219, 473 Bailón Romero, Teresa 108
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¡RECUERDA! Scribo ergo sum(-us)
Baldó García, Ricardo 18, 60, 103, 283, 284, 285-289, 291-295, 296, 298, 300-343, 346, 354, 362, 363, 366, 367, 372, 373, 377- 380, 382, 392, 393, 395402, 407, 419, 421, 426-431, 440, 451-458, 493, 518, 583, 584, 585, 586, 587, 591, 592, 595, 597, 598, 600, 601 Balibrea Enríquez, Mari Paz 290, 292, 348, 349, 354 Barad, Karen 232, 236, 248, 257, 269, 276, 277, 278, 458 Barea, Arturo 220 Barnet, Miguel 368 Barreiro López de Gamarra, María José 513 Barrera, Rafael 18, 104, 132, 165, 239, 257, 292, 346, 354, 355, 357, 362, 364, 379-384, 402407, 427, 433-440, 459-466, 480, 583-585, 587, 591, 593, 595, 598, 601 Barros Santos, Ramón 108 Barroso, Victoriano 108 Barthes, Roland 93, 147, 443, 469 Bautista Vilar, Juan 67 Becker, Gay 131, 280 Beltrán Alcaraz, Isabel 106 Bernabeu Pastor, Gerardo 106 Bessis, Juliette 66, 68, 69, 85, 101, 151, 153, Beverley, John 390 Bhabha, Homi 563, 569, 574, Biermann, Armin 302 Blanca, Antoine 107, 499 Blanca, Antonio 85, 86, 106, 167 Blazejewski, Susanne 115, 404, 408, 434, 443, 533, 537, 553, 539, 552
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Bonmatí Antón, José Fermín 65, 66 Botella Pastor 217 Bou, Enric 160 Bouteflika, Abdelaziz 153 Bouzekri, Nadia 66, 67, 73, 77, 82, 101, 216, 480, 512, Bude, Heinz 121 Burke, Peter 122 Butler, Judith 21, 117, 135, 139, 146-148, 173, 247, 303, 393, 478, 530, 546, Caballé, Anna 347 Cabezas, Felipe 106 Cabruja i Auguet, Agustí y Porta 274 Calle, Emilio 70, 71 Calvo, Enrique Gil 511 Camacho, Marcelino 108 Campos Rodríguez, Juan Antonio 106 Cánovas, Antonio 106 Cantier, Jacques 66, 68, 69, 152 Caruth, Cathy 231 Castro, Edgardo 169 Cate-Arries, Francie 61, 62, 274, 290, 318 Caudet, Francisco 50, 93, 103, 160 Cerdán Tato, Enrique 72 Charaudeau, Anne 67, 69-71, 74, 76, 77, 79, 80, 100, 473 Chaupin, Paul 464 Chiantaretto, Jean-François 231 Cid i Mulet, Joan 217 Coale, Robert S. 107 Codou, Roger 107, Coronado, David 70 Cubero Izquierdo, María del Carmen 397, 420, 549 Cvetkovich, Ann 232
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Índice onomástico D’Almenara, Roc 159, 274 D’Hérama, Paul 107 De Guzmán, Eduardo 71 De León García, Ponce 106 De Man, Paul 131 Del Castillo, Isabel 217, 489, 553 Delbo, Charlotte 304 Deleuze, Gilles 130 Delhom, Joël 107, 287, 309, 360, 361, 385, 389, 455 Derrida, Jacques 13, 129, 130 Didier, Béatrice 168 Díez, Xavier 550 Dolle, Verena 14, 370 Domènech Sampere, Xavier 353, 355, 356, 367, 434 Doubrovsky, Serge 230 Dreyfus-Armand, Geneviève 56, 57, 59, 69, 72, 78, 81, 133, 208, 218, 508, 535, 552 Dulphy, Anne 67, 68, 74, 76, 78, 83, 85, 151 Duroux, Rose 499 Egea, Uka 106 Erice Sebares, Francisco 432, 434, 460, 462 Erll, Astrid 19, 27, 43, 116-120, 122-124, 435 Escribano Miralles, Pablo 70, 73, 80, 103 Escudero Galante, Francisco 514 Espí, Ángeles 106 Espinós Beviá, Antonia 106 Esteve, Arturo 18, 61, 103, 107, 108, 208, 210- 213, 216, 217, 220-225, 229, 232, 235-245, 252-254, 257-262, 273-278, 281, 295, 456, 501, 514, 518,
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583, 585, 588, 591, 592, 594, 597, 600 Esteve, Juli, 67 Ettinghausen, Mercè 500 Faber, Sebastiaan 42, 126, 508, 509, 510, 526, 567, 577 Fernández Díaz, Victoria 69, 106, 358, 471 Fernández Martínez, David 106 Ferran de Pol, Lluís 517 Ferrán, Ofelia 45 Ferrer, Eulalio 158 Fillol, Vicente 284, 286, 298, 299, 365, 373 Font Agulló, Jordi 112, 300, 500, 501, 517, 519 Font Bafegó, Enrique 106 Foucault, Michel 20, 21, 93, 97, 117, 123, 127, 129, 130, 147, 148, 302, 390, 503 Freud, Sigmund 44, 140-143, 145, 196, 233, 237, 302, 336, 342 Friese, Heidrun 136 Gaitx Moltó, Jordi 85, 112, 501, 517, 519 Garaudy, Roger 108 Garbe, Detlef 159 García Martin, Juan 106 Garcia Maynadier, Maria 500 Garrot, Henri 66 Gasparini, Philippe 230 Gassó Fuentes, Antonio 18, 108, 158, 159, 160, 161, 164, 168, 172, 196, 211, 421, 456, 516, 583, 585, 596, 599 Geertz, Clifford 97
500,
104, 163, 238, 592,
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¡RECUERDA! Scribo ergo sum(-us)
Genette, Gérard 113-115, 168, 632 Gerhard i Hortet, Carles 500 Gil González, Roberto 106 Gilabert Marqués, Gabriel, 67 Ginio, Ruth 76 Golski 107 Gonsalbes Roig, Joan 108 González Beltrán, Alicia 19, 87, 104, 110, 498, 500, 506, 507, 509, 511, 513, 514, 518, 525, 536-545, 548, 554-560, 571577, 583, 585, 588, 591, 596, 599, 602 González Beltrán, Helia 19, 87, 104, 106, 110, 498, 500, 505, 506, 507, 509, 511, 513, 514, 518, 525, 536-545, 548, 554-560, 571-577, 583, 585, 588, 591, 596, 599, 602 González Labrador, Rafael 106 Gonzalez, Jacques 499 Görner, Rüdiger 178, 196 Goumeziane, Smaïl 65 Granell, Amado 106 Guattari, Félix 130 Guggenbühl, Christoph 301 Gurucharri, Félix 106 Gusdorf, Georges 126, 128, 136, 168, 169, 230 Hadzelek, Alexandra 136 Halbwachs, Maurice 118-122 Hall, Stuart 137 Hardot, Pierre 169 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich 339 Hernández Mora, Juan 383 Herrera Petere, José 54, 466 Herrero Cecilia, Juan 274, 275 Hierro, Manuel 157
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Hirsch, Marianne 500, 528, 539 Hocke, Gustav René 157 Hureau, Joëlle 65, 67, 534 Huyssen, Andreas 26, 502, 504, 514, 517 i Martí, Ros 106 Iglesias Laguna, Antonio 101 Jara, Rene 390 Jaspers, Karl 307, 327, 328 Jiménez Margalejo, Carlos 18, 87, 104, 175, 208, 210, 213, 214217, 219, 221, 222, 225, 227230, 233, 244, 245-252, 262272, 274, 278-281, 295, 313, 316, 395, 420, 426, 427, 456, 514-519, 528, 583, 585, 589, 592, 594, 597, 600 Jordi, Jean-Jacques 65, 72, 85 Joseph i Mayol, Miquel 159 Juan Cerdá, Manuel 377, 454 Kansteiner, Wulf 231 Karafyllis, Nichole 169 Kateb, Kammel 67, 76, 80 König, Helmut 119, 121, 122, Kristeva, Julia 13, 20, 117, 135, 139-146, 180, 191, 331, 336, 338, 342 Labanyi, Jo 44, 498, 508 LaCapra, Dominick 44, 231 Lakhdar Tati, Mohamed 106 Landa Sierra, Ángel 105 Larraz, Fernando 102, 109, 208, 220, 221, 290-292, 322, 347 Laub, Dori 231 Lejeune, Philippe 168, 173, 281
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Índice onomástico Levine, Michael G. 302, 317, 335 Levisse-Touzé, Christine 77, 85 Leys, Ruth 232 Litvak, Lily 420, 548 Lizcano Montealegre, Conrado 106, 107 Llorens, Vicente 51, 54 Lloris, Gerónimo 18, 104, 131, 165, 239, 346, 354, 355-357, 362, 364, 379-404, 427, 433-440, 459-466, 480, 583-585, 587, 591, 593, 595, 601 Locke, John 136 López García, Bernabé 216, 217 López Maroto, Ignacio 106 Loureiro, Ángel 20, 117, 127-131, 159, 291, 350, 502 Luquin Calvo, Andrea 126 Luzi, Federica 504, 508, 512 Machado, Antonio 213, 490, 506 Madroñal, Teófila 106 Malabou, Catherine 232, 233, 236, 257 Maldonado Alemán, Manuel 125 Mannheim, Karl 138, 316 Marco Botella, Antonio 108 Márquez, Joaquín 106 Martínez Leal, Juan 30, 70, 71, 73, 82, 86, 103, 106 Martínez López, Miguel 19, 104, 106, 110, 498, 499, 504, 505, 506, 508, 510-516, 519, 520, 522-525, 527-535, 545-553, 555, 556, 561-570, 583, 585, 589, 591, 596, 599, 602, Martínez Nieto, Antonio 106 Maset Barrió, Teresa 106 Maurice, Jacques 309
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Medrano, Guillermina 106 Mellado, Miguel 473 Memmi, Albert 153 Menages, Àngela-Rosa 67 Mera, Cipriano 108 Mercadal Bagur, Deseado 18, 110, 346, 358, 362, 369, 370, 373, 374, 375, 377, 383, 384, 385, 407-417, 441-447, 455, 467471, 473-477, 517, 558, 583, 585, 587, 591, 593, 595, 598, 601 Merino, Cruz 106 Milza, Pierre 59, 102 Modueño Córdova, Daniel 106 Moine, André 107, 380, 464, Monjo i Mascaró, Joan Lluís 67 Montealegre, Lizcano 108, 107 Montseny, Federica 106 Morales Lezcano, Víctor 67 Morel, Michel 274, 276 Moreno Alcalá, Luis 106 Moreno-Nuño, Carmen 40, 42, 44, 291, 300, 357, 359, 361, 498, 508 Morin, Georges 66, 99, 100, 152 Morro Casas, José Luis 81, 85, 106, 471 Mouffe, Chantal 139, 172, 239, 335, 338, 349, 350, 391, 503, 546 Mouliné, Veronique 504, 508 Moumen, Abderahmen 64 Müller, Beate 301 Muñiz Huberman, Angelina 499 Muñoz Congost, José 18, 104, 106, 239, 346, 359, 361, 362, 371, 372, 375, 376, 385-388, 416425, 427, 447-451, 471, 472, 477-491, 493, 498, 501, 506,
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¡RECUERDA! Scribo ergo sum(-us)
517, 523, 583, 585, 587, 591, 593, 595, 598, 601, Naharro Calderón, José María 50, 53, 60, 86, 87, 90, 103, 209, 247, 471, 501-503, 510 Navarro Navarro, Francisco Javier 420, 548, 549 Nelson, Katherine 119 Neumann, Bernd 230 Nickel, Claudia 56, 58, 62-64, 134, 174, 274 Nietzsche, Friedrich 146 Nora, Pierre 44, 62, 408, 448 Nünning, Ansgar 26, 140 Olibo, Jean 274 Oliveira Avedaño, José 106 Ors Montenegro, Miguel 507, 513, 524 Ortega Bernabeu, Eliane 165, 513, 539 Palacio Pilacés, Luis Antonio 36, 70, 76-79, 81-85, 100, 103, 106, 180, 217, 380, 403, 427, 480, 565, 566 Pascual Bolufer, Antoni 67 Peigné, Margot 80, 103 Pelayo, Orlando 106 Planes, Ferrán 284 Platón 142 Pollak, Michael, y Natalie Heinrich 124, 390 Ponce de León García, Álvaro 106 Pons Prades, Eduardo 471 Pradal, Fernando 106 Puig, Gentil 500 Puig, Llibert 106
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Rancière, Jacques 172 Raposo, Nemesio 274, 284-286, 298, 299, 316, 330, 365, 373 Ricœur, Paul 44, 126, 304, 381, 588 Ricoux, René 68 Risco, Antonio 102 Roa Ventura, Agustín 106 Robin, Régine 503 Robles, Maruja 106 Rodriguez Massa, Ricardo 106 Rodríguez Tous, Juan Antonio 327 Rodríguez, Silverio 106 Romero, Carmen 106 Romo, Antonio 464 Ronning, Christian 544 Ros, Antonio 108 Rousset, David 132 Rousset, Jean 168 Rousso, Henry 98, 124, 509 Rubio, Javier 46, 48, 49, 55-58, 67, 69, 72, 74, 77, 78, 80, 81, 85, 134, 214, 534 Ruiz, Vicente 106 Russel Hart, Francis 230 Russel, Nicolas 118 Sagnes, Sylvie 112, 500, 504, 508, 517, 519 Said, Edward 137, 526 Salinas, Alfred 74, 82 San Geroteo, Raymond 500 San Telesforo, Víctor 106 Sánchez Albornoz, Nicolás 34, 50, 500 Sánchez Biosca, Vicente 221, 474, 503 Sánchez Bravo, Antonio 284, 286, 298, 299, 316 Sánchez Zapatero, Javier 93, 133, 134, 175, 212, 246
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Índice onomástico Sancho Bou, Enrique 377, 454 Santiago, Lucio 18, 104, 131, 165, 239, 293, 346, 354-357, 362, 364, 380-383, 402-407, 427, 433-440, 459-466, 480, 501, 583-585, 587, 591, 593, 595, 598, 601 Santonja Cosnard, Aline 71 Sanz Villanueva, Santos 52, 102, 209, 354 Scheider, Cecilia, 348 Schmid, Bernhard 151 Schneider, Wolfgang 169, 181 Schuman, Howard 316, 508 Scott, Jacqueline 316, 508 Segura, Antoni 84, 216 Sella, Joan 106, 473 Sempere Souvannavong, Juan David 64, 65, 72 Sempere, Cristina 106 Seva Linares, Antoni 65 Sicot, Bernard 62, 79, 85, 86, 9092, 105, 112 ,114, 159, 208, 210, 217, 219, 224, 238, 274, 284, 347, 359, 370, 471, 473, 499, 500, 501, 517, 519 Simón Porolli, Paula 62-64, 86, 101, 103, 112, 134, 209, 217, 219, 226, 233, 237, 245, 253, 284, 285, 291, 298, 301, 305, 306, 308, 309, 324, 347, 373, 379, 384, 389, 410, 499, 500 Simón, Ada 70, 71 Sontag, Susan 518 Soo, Scott 508 Soriano, Antonio 59, 106 Spivak, Gayatri Chakravorty 153, 204 Stein, Louis 58, 81
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691
Stiegler, Bernard 232, 233, 235, 277, 280, 319 Stora, Benjamin 98, 100, 210 Subirats, Sonia 106 Tagaraza Moya, Joaquín 106 Terdiman, Richard 123 Thénault, Sylvie 79, 219 Todorov, Tzvetan 304, 341 Traverso, Enzo 101, 378 Treskow, Isabella von 304 Trezise, Thomas 231 Tulving, Endel 118 Ugarte, Michael 60, 61, 94, 95, 103, 128, 134, 137, 160, 257, 274, 279 Vargas Rivas, Antonio 108 Vázquez Tellado, Antonio 284, 286, 298, 299, 316 Verdeguer, Vicente 106 Vidal, Hernán 390 Villegas, Jean-Claude 59, 318, 500 White, Hayden 93, 97, 126 Wieviorka, Annette 99, 101, 304, 347, 369, 370, 377, 378, 403, 523, 554, 588, 590 Wuthenow, Ralph-Rainer 168, 169 Yazidi, Bechir 69 Zaplana, Cayetano 106 Zerrouki Kherbouche, Saliha 85, 90-92, 534 Zola, Émile 56, 466 Zugazagoitia, Julián 72
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