Psicoanálisis en las Américas

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AMÈRlCAS

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L. GRINBERG, M. LANGER, E. RODRIGUE

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EDlTORIAL PAlDOS

BUENOS AIRES

PSICOANÁLISIS EN LAS AMÉRICAS El proceso analítico Transferencia y contratransferencia

BIBLIOTECA DE PSICOLOGÍA PROFUNDA 15. O» Rank EL TRAUMA DEL NACIMIENTO

1. K. Horney LA PERSONALIDAD NEURÓTICA DE NUESTRO TIEMPO

16. C. G. Jung FORMACIONES DE LO INCONSCIENTE

2. A. Freud EL YO Y LOS MECANISMOS DE DEFENSA

17. H. Racker ESTUDIOS SOBRE TÉCNICA PSICOANALÍTICA

3. C. G. Jung PSICOLOGÍA Y RELIGIÓN 4. C. G. Jung PSICOLOGÍA Y EDUCACIÓN 5. J. C. Flügel PSICOANÁLISIS DE LA FAMILIA

6. C. G. Jung LA PSICOLOGÍA DE LA TRANSFERENCIA

18. A. Garma PSICOANÁLISIS DEL ARTE ORNAMENTAL 19. L. Grinberg CULPA Y DEPRESIÓN

20. A. Garma PSICOANÁLISIS DE LOS SUEÑOS

7. C. G. Jung SÍMBOLOS DE TRANSFORMACIÓN

21. O. Fenichel TEORÍA PSICOANALÍTICA DE LAS NEUROSIS

8. C. G. Jung ENERGÉTICA PSÍQUICA Y ESENCIA DEL SUEÑO

22. Marie Lancer MATERNIDAD Y SEXO

9. E. Kris PSICOANÁLISIS Y ARTE

10. C. G. Jung - R. Wilhelm EL SECRETO. DE LA FLOR DE ORO 11. O. Rank EL MITO DEL NACIMIENTO DEL HÉROE

12. C. G. Jung - W. Pauli LA INTERPRETACIÓN DE LA NATURALEZA Y LA PSIQUE 13. E. Neumann ORÍGENES E HISTORIA DE LA CONCIENCIA

14. C. G. Juno ARQUETIPOS E INCONSCIENTE COLECTIVO

23. Harry Guntrip ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD E INTERACCIÓN HUMANA 24. Hanna Segal INTRODUCCIÓN A LA OBRA DE MELANIE KLEIN 25. W. R. Bion APRENDIENDO DE LA EXPERIENCIA 26. E. Jones LA PESADILLA L. Grinberg, M. Langer y E. Rodrigué PSICOANALISIS EN LAS AMÉRICAS El proceso analítico. Transferencia y contratransferencia.

VOLUMEN

27.

LEÓN GRINBERG — MARIE LANGER — EMILIO RODRIGUÉ

PSICOANÁLISIS

EN LAS AMERICAS El proceso analítico Transferencia y contratransferencia

Prejacios

Dr. Pieter van der Leeuw Presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional Dr. Leo Rangell Presidente de la Asociación Psicoanalítica Americana

Dia. Marie Lancer Presidente de COPAL (Comité Coordinador de Organizaciones Psicoanalíticas de América Latina)

EDITORIAL PAIDÓS BUENOS AIRES

Impreso en la Argentina — Printed in Argentina

Queda hecho el depósito que previene la ley N9 11.723

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sistema “Multigraph”, mimeógrafo, impreso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

© Copyright de todas las ediciones en castellano by

EDITORIAL PAIDÓS S. A. I. C. F.

Cabildo 2454

Buenos Aires

INDICE PREFACIOS

1. por Pieter van der Leeuw ..................................................................................

9

2. por Leo Rangell ...................................................................................................

12

3. por Marie Langer ................................................................................................

15

INTRODUCCIÓN, por León Grinberg, Marie Langer y Emilio Rodrigué ..............

17

Parte 1 EL PROCESO PSICOANALÍTICO

1. El

proceso psicoanalítico, por Leo Rangell ................................................... Bibliografía (35). Discusión, por Sidney Berman (37).

23

una definición del proceso analítico. El papel que en él desempe­ ña la angustia de separación, por Avelino González ............................... 43

2. Hacia

Resumen (56). Bibliografía (57). Discusión, por Mark Kanzer (59). Dis­ cusión, por Tufik Meluk (63). Bibliografía (67). 3. El proceso analítico, por Elizabeth R. Zetzel ................................................ Discusión, por Laura A. de Demaria, Sélika A. de Mendilaharsu, Carlos Mendilaharsu y Celia P. de Pizzolanti (81). Bibliografía (86). Discusión, por Sigmund Gabe (87).

69

4. El proceso analítico, por León Grinberg, Marie Langer, David Liberman, Emilio Rodrigué y Genevieve de Rodrigué ............................................................. Interferencias en el proceso analítico (103). Bibliografía (105).

93

Síntesis crítica, por León Grinberg, Marie Langer y Emilio Rodrigué.................

107

Parte II

TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA

5. Problemas en torno de la sobreidealización del análisis y del analista .. Sus manifestaciones en la relación transferencial y contratransferencial, por Phyllis Greenacre (119). Bibliografía (135). Discusión, por José Luis González (137). Discusión, por Richard Sterba (144).

119

Í N D IC E

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6. La transferencia y la contratransferencia como unidad funcional, por ¡Temer Kemper ........................................................................................................ 149 Advertencia del autor (149). A. La transferencia y la contratransferencia como fenómenos psicológicos normales (150). B. Transferencia y contra­ transferencia psicoanalíticas (153). I. Su marco histórico (153). II. Sus características específicas (154). C. Dinámica especial de las interpretacio­ nes transferenciales (156). D. Posibles objeciones a la exclusividad de la interpretación transferencia! (157). E. Sugerencias terapéuticas, preguntas abiertas y comentarios acerca del análisis de la transferencia (158). Dis­ cusión, por ¡Kalter Briehl (164). Discusión, por José A. Infante y Carlos ¡Fhiting (170). Bibliografía (173).

7. Transferencia y contratransferencia en el análisis de personalidades 174 narcisistas, por Heinz Kohut ................................................................................ I. La transferencia idealizadora (175). II. La transferencia gemelar (177). III. La contratransferencia durante el análisis de la transferencia ideali­ zadora (180). IV. La contratransferencia durante el análisis de la trans­ ferencia general (182). Bibliografía (185). Discusión, por Roberto Pinto Ribeiro y David Zimmermann (186). Bibliografía (191).

8. Transferencia y contratransferencia, por Arminda Aberastury, Fidias Cesio, Elizabeth Garma, Giuliana Smolensky y Joel Zac .................................... 193 Bibliografía (203). Discusión, por Rudolf Ekstein (205). Bibliogra­ fía (211). Síntesis

crítica,

por León Grinberg, Marie Langer y Emilio Rodrigué .............

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APÉNDICE Evaluación sociológica del Segundo Congreso Panamericano de Psico­ análisis ....................................................................................................................... 223 Resumen (223). I. Funciones del Congreso (224). II. Satisfacción por el Congreso y expectativas hacia el mismo (226). III. Organización (227).

PREFACIOS

1 Como presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional, siem­ pre me preocupó la necesidad de información, comunicación e intercambio dentro de nuestra organización. Esta necesidad se hace evidente en todos los aspectos del psicoanálisis: tanto en cuestiones de administración, orga­ nización y formación, como en las cuestiones referentes al psicoanálisis como ciencia. El hecho de que existan copal (Comité Coordinador de Organiza­ ciones Psicoanalíticas de América Latina) y collac (Comité de Liaison con Colegas Latinoamericanos) y que este último se haya convertido en uno de los pocos organismos estables de la Asociación Psicoanalítica Americana, demuestra claramente la importancia que la Asociación Psi­ coanalítica Americana y las sociedades psicoanalíticas latinoamericanas asignan al intercambio científico y al desarrollo del psicoanálisis como ciencia. Los requisitos para un intercambio científico fructífero, en mi opi­ nión, son los siguientes: 1. Amplitud de criterio. 2. Tolerancia, tal como la describí en mi conferencia inicial como vuestro presidente durante el Congreso de Amsterdam. * 3. El deseo de escucharse y comprenderse mutuamente y, sobre todo, de modificar nuestros puntos de vista y actitudes cuando las pruebas empíricas lo exigen. No será fácil para nosotros satisfacer estos requisitos dentro de un breve lapso. Esto implica que tenemos una imagen clara de nuestras limitaciones y deficiencias, y una conciencia emocional de nuestra difi­ cultad para superar nuestras peculiaridades narcisistas. Solamente cuando nosotros mismos seamos capaces de lograrlo, nuestro intercambio resul­ tará fructífero para el desarrollo del psicoanálisis como ciencia. Perso* Véase el Boletín N9 127 de la I.P.A., enero de 1966.

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nalmente, considero que ésta es la meta hacia la que deben orientarse y someterse todos los demás aspectos del psicoanálisis organizado. Mientras escuchaba las conferencias y discusiones durante este Se­ gundo Congreso Panamericano, recogí algunas impresiones que quizá valga la pena mencionar aquí. Puesto que vengo de Europa, no estoy suficientemente familiarizado con las modalidades latinoamericana y nor­ teamericana de enfoque del psicoanálisis, como para llegar a alguna con­ clusión definitiva. Pero creo que lo que quiero decir puede aclararles mi propia posición científica y mi manera de enfocar el psicoanálisis como ciencia, como un campo científico en el que existen muchos acuerdos y desacuerdos en lo que respecta a los problemas de la teoría y la téc­ nica y sus interrelaciones. En primer lugar haré algunas referencias acerca de la atmósfera emo­ cional durante el intercambio científico. Tengo la impresión de que nuestros colegas y estudiantes latinoame­ ricanos se sienten más libres y son más independientes en sus discusiones, de lo que es habitual en Europa. Son más capaces de discutir franca­ mente los problemas controvertidos, las emociones pasan a primer plano y son aceptadas y elaboradas sin perturbar el desarrollo de un verdadero intercambio científico. Esto es un desafío para nosotros en Europa; debe­ mos investigar su causa y buscar una mayor libertad y autonomía. Mi segunda acotación se refiere a la actitud hacia los diferentes puntos de vista y los modos de formación de teorías. Preferiría no hablar de freudianos y kleinianos cuando menciono diferencias de opinión en cuestiones de teoría. Hacerlo promovería sola­ mente el predominio de actitudes emocionales en nuestras discusiones, más que el desarrollo del razonamiento científico y un juicio objetivo. Debemos trabajar por la aclaración de nuestros conceptos fundamentales y adherirnos estrictamente a su desarrollo histórico. Todos nuestros con­ ceptos tienen su propio desarrollo histórico y pueden comprenderse sólo sobre la base de dicho desarrollo. En nuestra actitud, debe ser básico lo que he denominado el mante­ nimiento de un enfoque multidimensional. El pensamiento metapsicológico de Freud es la expresión de este enfoque. Debemos ser capaces de trabajar con diferentes puntos de vista al mismo tiempo. El número de puntos de vista puede aumentar o modificarse, cada vez que nuestra experiencia psicoanalítica lo exija. Esta es la única actitud científica que hace posible la ciencia empírica. Si perdemos este enfoque multidimen­ sional, corremos el riesgo de crear teorías especulativas más que ciencia empírica. Nuestra elaboración teórica y nuestra técnica se vuelven rígidas. En este contexto de mis experiencias durante este Congreso, me gustaría decirles lo siguiente a mis amigos y colegas norteamericanos:

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No exageren su punto de vista estructural, la llamada teoría estruc­ tural. Corren el riesgo de subestimar el enfoque cuantitativo-económico. Podría decirse fácilmente que, por cierto, se lo considera, pero mi experiencia me indica que éste en especial es el más difícil de encarar. En su base reside la experiencia de la intensidad de todos nuestros sentimientos, emo­ ciones, afectos y acciones. En su terminología económica Freud subraya justamente esto, que es lo más difícil en nuestro trabajo: tolerar las ten­ siones que nos transfiere nuestro paciente y enfrentar nuestras propias tensiones que despierta el paciente. Es más fácil investigar el contenido y la estructura que las proporciones cuantitativas. A mis amigos y colegas latinoamericanos me gustaría decirles: No exageren el punto de vista de las relaciones objétales. Me parece que en su pensamiento, el concepto de narcisismo de Freud no ha sido evaluado adecuadamente ni captado en su totalidad. El problema fundamental en la investigación de las primeras fases del desarrollo es la diferenciación entre el desarrollo biológico y el desa­ rrollo psicológico humano, cuándo y cómo se producen. Al mismo tiempo, los fenómenos clínicos del narcisismo son el terreno empírico común sobre el que podemos fundar más fructíferamente la aclaración de nues­ tros acuerdos y desacuerdos. Finalmente, me gustaría recordarles a los colegas latinoamericanos y norteamericanos que el psicoanálisis europeo no es idéntico al psicoanálisis inglés. También me llamó la atención el hecho de que el trabajo fundamen­ tal que están realizando Anna Freud y sus colaboradores, especialmente el trabajo sobre la aclaración de los conceptos y la metodología, no ha sido mencionado ni tomado en consideración. A este último desarrollo los psicoanalistas holandeses asignan una importancia particular. Al no estu­ diarlo, en mi opinión, ustedes limitan y perjudican sus propios desarrollos. Quizá porque Holanda es un país pequeño entre otros grandes, esta­ mos menos inclinados a asumir posiciones extremas y hay una firme resistencia contra la parcialidad. Si lo hiciéramos, peligraría nuestra inde­ pendencia y podríamos perderla. Hace poco tiempo hemos experimentado personalmente lo que eso podría significar. El trabajo realizado en este Congreso es de suma importancia para la tercera generación de analistas. El psicoanálisis debe ser una cuestión verdaderamente internacional, si deseamos alcanzar nuestra meta común: desarrollar el trabajo de Freud. Dr. Pieter van der Leeuw Presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional

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2 Para destacar la trascendencia de los temas tratados en este libro y su discusión por los representantes de mi país y los colegas latinoamerica­ nos, nada mejor que mencionar la grata experiencia que significó para mí haber participado en el Segundo Congreso Panamericano, escenario de estos importantísimos debates. Pudimos extraer de la misma una buena dosis de placer y logros, considerados por Freud como los dos objetivos primarios de la vida mental humana (entiendo que esta es una traducción más exacta que la comúnmente conocida de “trabajo y amor”). Desde el punto de vista del placer gozamos del aumento de amistad de colegas con propósitos comunes. Fue para mí particularmente emocionan­ te, y estoy seguro de que también lo fue para la mayoría de mis colegas de los Estados Unidos, haber estado con todos ustedes in situ, por de­ cirlo así, compartiendo la tierra donde viven, trabajan y desarrollan sus pensamientos e ideas. Para la mayoría de nosotros, incluyendo a aquellos que han viajado mucho y en distintas direcciones, fue la primera entrada real a un nuevo mundo, que ha formado parte de nosotros durante mucho tiempo, pero que nunca fue vista con toda la conmoción del descubrimiento y el goce de nuevos estímulos, nuevas sensaciones y horizontes más am­ plios. Esperamos y anhelamos un intercambio recíproco, y tener la opor­ tunidad de ser nosotros los dueños de casa la próxima vez, para compartir lo nuestro con ustedes. Igualmente prometedor y motivante para todos los que aquí se reunie­ ron fue el anticipo del logro. Estoy aludiendo no sólo al logro resultante del intercambio científico entre colegas profesionales, el cual fue evidente, sino a uno muy distinto y muy especial que quiero enfatizar. Me refiero al encuentro, por una motivación interna recíproca, de dos culturas que se caracterizan —si se me permite expresar mis impresiones más profundas— por diferencias centrales y significativas en sus puntos teóricos fundamen­ tales. Y, sin embargo, también por una fuerte y estable afinidad, tanto profesional como cultural, y por un respeto mutuo que se manifiesta en un auténtico deseo de diálogo. Son estas las características de la relación entre los dos grupos participantes más importantes, organizadores de este Con­ greso. Diferencias, una base en común, un profundo y confesado interés recíproco y un respeto mutuo los ha reunido, cada uno expuesto a los pensamientos del otro. Debería ser ésta una situación humana suficientemente simple que no necesitara un énfasis especial, pero es evidente que no ocurre así. La confrontación simple y honesta de diferencias entre grupos no parece ser

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habitual ni fácilmente lograda en el escenario humano actual, no importa que se trate de asuntos pequeños o importantes, sea entre individuos, grupos o naciones. Esta es la razón por la que este Congreso nos ofreció una oportunidad poco común. La confrontación de tales diferencias y aun su aplicación para fines constructivos y creativos, fue un logro que nos dejó satisfechos y orgullosos al volver a nuestros países. Las ventajas que se lograron fueron dobles, ya que además de haber sido provechosas para nuestro campo, lo fueron también en lo que se refiere a nuestras relaciones con disciplinas intelectuales afines que han recurrido a nosotros en busca de determinadas respuestas. Estas circunstancias no sorprenden a los psicoanalistas para quienes el conflicto intrapsíquico pertenece al acontecer diario. No obstante, aunque conocedores del conflicto en el mundo interno del individuo, debemos ad­ mitir que no somos expertos en tratar con él en sus formas externalizadas, intra o intergrupalmente, y no hay duda de que esto es válido tanto den­ tro de nuestra disciplina como fuera de ella. En verdad el progreso que podamos lograr en tales direcciones sería beneficioso no sólo por razones teóricas o académicas, sino también para los propósitos de nuestro con­ tinuo avance e influencia y, en opinión de algunos, aun para nuestra propia supervivencia. Se sabe que, además de preocuparnos por las pre­ siones externas ejercidas sobre nuestra ciencia, debemos estar permanen­ temente preocupados por las tendencias divisorias e inhibitorias internas. También es atinente que los psicoanalistas, es decir, los científicos de la mente humana, indiquen el camino o, por lo menos, colaboren con otros científicos de la conducta —sociólogos, economistas o políticos— en sus esfuerzos para lograr la integración y unificación, y combatir las tenden­ cias opuestas que conducen a la fragmentación y al aislamiento. El psico­ análisis en su misma teoría ha representado y comprendido tanto las se­ mejanzas como las diferencias, y ha hecho contribuciones igualmente importantes en ambos sentidos. Cuando Freud interpretaba a Dora o a Anna O., interpretaba el mundo. La represión, el inconsciente, el complejo de Edipo se aplican y unen a toda la humanidad. Y, al mismo tiempo, el psicoanálisis siempre representó la individualidad y unicidad de la expe­ riencia humana y la dignidad del hombre. Científicos de otras disciplinas pueden dirigirse a nosotros para pedirnos nuestra opinión acerca de la combinación óptima entre los factores comunes y las diferencias que existen entre los individuos y los grupos. Quizás el esclarecimiento de tales pro­ blemas entre nosotros como grupo, puede ser el principio de un puente que nos conduzca a la obtención de respuestas. Fueron éstas algunas de las razones que, a mi juicio, dieron a este Congreso una importancia y trascendencia especiales. Sin embargo, quisiera también expresar ciertas razones personales de orgullo en este logro. Su­

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cedió que hace cinco o seis años, como presidente de la Asociación Psico­ analítica Americana que aprobó los planes para el Primer Congreso Paname­ ricano, me correspondió nombrar al primer presidente del nuevo Comité de Liaison (collac), que se responsabilizaría de dicho trabajo. Designé a nuestro común amigo y colega el doctor Alfredo Namnum de la ciudad de México. Este acto cambió su ritmo de vida y por ello le pido perdón tanto a él como a su mujer. Sabemos, sin embargo, el trabajo incalculable que ha realizado, que culminó en el Primer Congreso Panamericano y tam­ bién en la realización exitosa del Segundo. Nuestro agradecimiento siem­ pre será poco; lo mismo corresponde decir de la dedicación ofrecida por el Comité pertinente de COPAL, con su primer presidente, el doctor Arnaldo Rascovsky. Pero, por indicación de la historia y del destino, tuve otra responsabili­ dad como presidente de la Asociación Psicoanalítica Americana, en la apertu­ ra de este Segundo Congreso: nombrar al sucesor de Alfredo Namnum. Como todos los saben ya, se trata del doctor Marcel Heiman de Nueva York, a quien también pido perdón. La reacción unánime ha sido de con­ fianza en él, en la continuada cooperación de Alfredo Namnum y en los Comités de ambas Américas para asegurar la continuidad de estos con­ gresos y hacer de ellos una tradición. Tal tradición ayudará al psicoanálisis a satisfacer las expectativas de aquellos que nos ven como guías en el campo de la conducta humana. Dr. Leo Rangell Presidente de la Asociación Psicoanalítica Americana

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3 Prologar este libro es un placer. Su temario es esencial y su enfo­ que novedoso. Proceso psicoanalítico y Transferencia y contratransferencia abarcan lo principal del psicoanálisis. Leer este temario, enfocado por ana­ listas experimentados de todas las Américas, es atractivo y enseña mucho. Supongo que el lector es avezado. Sabe y conoce lo fundamental del psi­ coanálisis, de su evolución y de sus diferentes escuelas. Pero saber eso es una cosa y observar cómo en el intercambio y la discusión se materializan los acuerdos y las discrepancias de los diferentes enfoques, es otra. Puede observarse así, cuánto entendimiento hay entre nosotros, a pesar de las diferencias, pero también, a menudo, cuánta diferencia con tanto en común. Estas diferencias son el resultado lógico de la historia del movimiento psicoanalítico de cada país y continente, como de los ambientes culturales y sociales en que evolucionó. No es casual, por ejemplo, que en EE. UU. con su estructura especial, los psicoanalistas centren su atención en la capacidad de adaptación del yo de sus pacientes: reforzar ésta se vuelve un fin terapéutico primordial. Mientras que nosotros los latinoamericanos, que vivimos otro ritmo y disponemos de más tiempo, tomamos como meta pro­ fundizar todo lo posible en nuestros enfermos, para desarrollar su individualidad al máximo. El intercambio es útil, complementa y enriquece. Lo hemos compro­ bado de muchas maneras durante y después de este Congreso. Como ejemplo citaré una experiencia, realizada en nuestro Instituto de Psicoaná­ lisis. Se tomó como material de enseñanza para el seminario de Teoría de la Técnica los relatos y correlatos aquí publicados. Disponer de todo un semestre permitió repetir la experiencia del Congreso a ritmo de cámara lenta. Fue de sumo interés. En la clase de evaluación del seminario, los estudiantes comentaron que el estudio cuidadoso del enfoque ajeno, en un clima reflexivo y distante, les había permitido salir de la subjetividad. Aprendieron a apreciar un nuevo modo de trabajo, a conciencializar y verbalizar la propia identidad y a descubrir así detrás de ella algo de la propia ideología. Este libro es valioso para nosotros que hemos asistido al Congreso, pero más aún para aquellos que por una u otra causa no pudieron presen­ ciarlo pero, interesados en el psicoanálisis, quisieron participar de esta experiencia. Dra. Marie Langer Presidente de COPAL (Comité Coordinador de Organizaciones Psicoanaliticas de América Latina)

INTRODUCCIÓN

En este libro intentamos un tour de force. Un congreso científico es una cosa viva, proteiforme y va desde el aplauso espontáneo hasta el bostezo igualmente irresistible, desde las palabras solemnes de apertura hasta las charlas en los corredores. La gente que se congrega tiene un ritmo propio, más febril que el acostumbrado aunque la experiencia total tenga algo de retiro espiritual ya que, mientras dura el congreso, lo que pasa extramuros queda momentáneamente suspendido. Para bien o para mal, es una experiencia intensa. En contraste, las actas transcriptas de un congreso son áridas —pare­ cen letra muerta— y difíciles de leer. Por ello nuestra primera tarea como editores es hacerlas legibles, poner lo que falta al texto para darles actualidad al lector. Ello requiere, en cierto modo, recrear el congreso, tender nexos, transmitir un clima. El intento de proporcionarle a las actas un encuadre vivencial trae riesgos; al menos eso fue lo que nos ocurrió en un primer momento. Un riesgo es el de querer mejorar el congreso. Así, mientras nos reuníamos como . editores nos pasó varias veces que nos lamentábamos frente a un relato —cualquier relato— porque tal o cual punto no había sido tratado más exhaustivamente. Fue grande nuestra tentación de “leer más”, en una conclusión, de lo que el autor se había propuesto. Otro problema es el de la objetividad en nuestro rol de editores al realizar la síntesis de ambas jornadas. Desde ya esta objetividad no existe. En realidad la intentamos ejercer pero sólo conseguíamos insípidos juicios salomónicos en los que la criatura quedaba ecuánimemente escindida. Op­ tamos al fin por una explícita subjetividad controlada, en la que tratamos de minimizar nuestros prejuicios. Esta actitud crítica pero subjetiva nos fue útil y nos llevó a modificar algunos puntos de vista a posteriori; así, leyendo las actas un año después del congreso, comprendimos mejor la posición de los americanos del Norte respecto de la contratransferencia. Arriba mencionamos “prejuicios”. Ello nos lleva a historiar el con­ greso ya que éste, en el nivel de relaciones humanas entre analistas, fue

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concebido como un antídoto ante el inevitable pensamiento prejuicioso de todos. Podemos decir que el congreso nació de la necesidad de enta­ blar un diálogo, pero esta frase dice poco. No se trataba solamente de que faltara comunicación entre los hemisferios norte y sur: existía un plan­ teo previo más activo de controversia, un monto de posiciones afecti­ vamente tomadas que arrastraba a ambas regiones a un desenlace de desacuerdos básicos. El lector debe tener siempre presente este trasfondo polémico al leer los relatos y correlatos. Cada grupo regional, cada escuela cree poseer un conocimiento “mejor”. Señalamos esto sin lamen­ tarlo: tal como se dan las cosas hoy en día es inevitable. De ahí la utilidad de congresos como el Panamericano, organizados específicamente para la discusión de un par de temas básicos, ya que cumplen la función de explicitar la naturaleza de las diferencias y de las concordancias conceptuales. El psicoanálisis es, básicamente, una experiencia privada: uno analiza, uno es analizado. Esta relación es verbal y no verbal, concentrada, rica, difícil si no imposible de transmitir en palabras. En el tratamiento indivi­ dual se aprende el abecé vivencia! de “estar en análisis” que luego es enriquecido por la clínica, por el estudio, por el intercambio de ideas con colegas. Todo ese acervo de conocimientos cristaliza en nuestro es­ quema referencial que, siguiendo a Baranger y Mom, se puede definir del siguiente modo: “Esquema referencial es un conjunto más o menos cohe­ rente y más o menos formulado, en todo caso formulable, de conocimientos o principios, que sirve de guía o de brújula para una comprensión o ac­ tuación tendiente a entender una situación dada y/o modificarla.” El esquema referencial resulta no sólo la perspectiva desde la cual percibimos un fenómeno sino que también es nuestro estilo, la gama de colores que ponemos en nuestra paleta. Todo ello orienta nuestra dis­ ponibilidad a percibir. Es un afán legítimo de todo analista el de ser comprendido teniendo en cuenta su esquema referencial, ya que éste viene a ser el contexto que completa el sentido de lo que él dice. En nuestras síntesis trataremos de hacerle justicia al relator, buscando engarzar el texto con su esquema referencial. Pero éste no puede ser nuestro único método crítico por dos motivos: primero, porque si se juzga cualquier proposición en términos de su esquema referencial exclusivamente, lo único que podemos inferir de ese análisis crítico es que el autor es coheren­ te con la infraestructura teórica de su pensamiento (algo así como si A parte de tal perspectiva es lógico que A llegue a concluir tal cosa) y segundo, porque no existe un único esquema referencial compartido por los analistas de una región y, como bien lo señalan Baranger y Mom, “.. .hay cincuenta esquemas referenciales sustancialmente distintos en la línea kleiniana y tantos otros en cualquier otra línea”.

PSICOANÁLISIS EN LAS AMÉRICAS

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Aquí entramos de lleno en el problema del análisis critico del aná­ lisis: ¿Cómo validar una proposición psicoanalítica? El psicoanálisis es una ciencia del hombre y, como tal, su método de validación difiere radicalmente del que impera en las ciencias físicas. Con las últimas rige el sobrio principio de parsimonia que dictamina que dos explicaciones alternativas son mutuamente excluyentes (salvo raras excepciones). Ante la disyuntiva de la explicación A y de la explicación B, si A es más ati­ nente a los hechos, B es descartado y pasa a la historia de la ciencia como mojón superado. Frente a la parsimonia de las ciencias físicas, que aspira a un mínimo de teorías explicativas válidas, tenemos el polideterminismo de las ciencias sociales y del psicoanálisis en especial. En psicoanálisis coexisten explicaciones alternativas, ya que el mismo fenómeno admite una serie de interpretaciones y todas ellas pueden ser válidas. El éxito de una teoría no excluye a sus rivales. Ante una disciplina que admite varias teorías alternativas la valida­ ción es lenta, insegura y frustrante. Lo más importante de una nueva idea en psicoanálisis es que posea lo que se puede denominar el principio de fecundidad, es decir que sea una idea que estimule a pensar, a generalizar, a ver lo viejo con un cariz nuevo. Estimamos que la fecundidad de una idea es más importante que su (cuestionable) validación empírica. Por el momento no es posible apelar a la experiencia clínica para descartar una determinada teoría. Estimamos que en el Primer Congreso Panamericano, realizado en México, se incurrió en el error de buscar la validación empírica, cayéndose en estériles confrontaciones frontales del tipo de: “En mi experiencia exis­ ten manifestaciones transferenciales desde la primera sesión.” Esa aseve­ ración invita a la réplica, y no se llega a ninguna conclusión. En el Segundo Congreso Panamericano, gracias a la experiencia pre­ via y a la amplitud de los temas propuestos, el planteo teórico se dio en otro nivel y todos los relatores hicieron uso explícito o implícito de su marco referencial. El lector comprobará que existe diálogo. No obstante, por hacerle una crítica al Congreso, nos parece que este diálogo por mo­ mentos es más aparente que real y que ciertos temas espinosos —como el de la transferencia— fueron soslayados en un intento de minimizar el enfrentamiento. Criticamos esta actitud, y este juicio es más fácil en la medida en que también nos atañe. El psicoanálisis está pasando por un momento de peligro y el peligro es el estancamiento. Tendemos a olvidarnos que las ideas que se enfrentan en este Congreso tienen más de 20 años de antigüedad. Si se tiene en cuen­ ta el actual promedio de vida de las ideas comprobamos que las que aquí se discuten no son ya retoños: han alcanzado una respetable edad madura. En estas dos décadas la teoría de la psicología del yo y la teoría kleiniana

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han seguido cada una por su camino, sin que una estimule ostensible­ mente a la otra. Es llamativa la forma como se han ignorado. La regla es que los adeptos de una teoría desconozcan los fundamentos de la otra. Lo que aquí proponemos no es una especie de tolerante “casamiento en la vejez” de dos longevos. Todo lo contrario: nos interesa el problema de la incomunicación general en el pensamiento analítico y nos pregunta­ mos si nuestro parroquialismo no nos lleva a un estancamiento ya que la incapacidad para solucionar las incompatibilidades teóricas del pasado nos impide abrir nuevas brechas innovadoras. Creemos que la contra­ dicción bien planteada, cara a cara, estimula el pensamiento. Esta misma inquietud se ha reflejado en el nivel internacional y, significativamente, el tema central del próximo Congreso Internacional será “Recientes Desarro­ llos en Psicoanálisis”. León Grinberg Marie Langer Emilio Rodrigué

PARTE I

EL PROCESO PSICOANALÍTICO

1. EL PROCESO PSICOANALÍTICO Leo Rangell

(Los Angeles)

Por una serie de razones me alegra la elección de “El proceso psicoana­ lítico” como tema central de una de las dos sesiones plenarias de este Segundo Congreso Panamericano. Por un lado, porque así continúa la ten­ dencia establecida en el Primer Congreso de concentrarnos en problemas básicos y centrales. No sólo se prestan estos congresos a discusiones suma­ mente provechosas y enriquecedoras, sino que también son la mejor forma de interacción para comparar y contrastar conceptos básicos en dos culturas psicoanalíticas importantes. A causa de que el proceso psicoanalítico hace a la esencia de nuestro trabajo, es un tema que nunca pierde vigencia. Además, considero que es muy importante en este momento definir cuidadosamente y conservar la integridad de este núcleo esencial, en virtud de intrusiones en el campo psicoanalítico de dos líneas opuestas de pensamiento. Una está dada por los avances importantes que se están realizando en el campo de la neuropsicobiología, como son, la nueva biología del soñar; la neuroquímica de la conducta en general; los factores biológicos en las psicosis, y el incipiente campo de la psicofarmacología. La otra, es la presión que surge en la dirección opuesta, como, por ejemplo, las urgentes y crecientes necesidades sociales y el campo resultante de la psiquiatría de la comunidad. Ambas constituyen promisorios campos en sí mismas desde el punto de vista del avance del conocimiento, así como también de su aplicación, y significan para nosotros un desafío. No obstante, aun sin tales presiones externas, un constante refinamiento de nuestro núcleo teórico sería adecua­ do. Pero la existencia de tales presiones hace imperativa una reafirmación y redefinición periódica de nuestros conceptos a los fines de una mayor claridad y desarrollo teórico de nuestra ciencia, y de mantener relaciones óptimas con las disciplinas afines y complementarias.

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Este Congreso nos brinda la oportunidad de actualizar el tema, tal como ha ocurrido con muchos otros en los últimos años, en consonancia con los más recientes avances, particularmente la teoría estructural, y con nues­ tro cambiante énfasis teórico. Para el desarrollo de este trabajo haré referencia a algunos relatos anteriores sobre el mismo tema. Uno de ellos es una contribución a un panel sobre psicoanálisis y psicoterapia en 1954,16 y los otros son dos tra­ bajos más recientes (1963), sobre un análisis microscópico de una secuen­ cia de acontecimientos dinámicos en el desarrollo del conflicto intrapsíquico inconsciente.18,19 Creo que los conceptos desarrollados en estos dos relatos tienen relación con el punto de vista que deseo exponer ahora. Como punto de partida quisiera volver a un párrafo del trabajo de 1954, que acabo de mencionar.16 Luego de referirme con cierta extensión al tema de las similitudes y diferencias entre el psicoanálisis y las otras psicoterapias dinámicas, formulé la siguiente definición: “El psicoanálisis es un método de terapia por el cual se dan las condiciones favorables para el desarrollo de una neurosis transferencial, en la cual el pasado es resti­ tuido en el presente, con el objeto de que, mediante un ataque interpretativo sistemático a las resistencias que se le oponen, se resuelva la neurosis (transferencial e infantil) con el fin de provocar cambios estructurales en el aparato mental del paciente para capacitarlo para una óptima adapta­ ción a la vida.” Continúo citando del mismo trabajo: “Propongo que la definición que he dado sea considerada completa, porque todos los ele­ mentos necesarios y suficientes están incluidos en ella.” No puedo asegurar la permanencia de la validez de esta definición, ni la indestructibilidad cualitativa de la misma. Pero hoy, 12 años más tarde, no veo ningún defecto importante en su contenido ni nada sustan­ cial que pudiera agregarle o quitarle. Y puesto que la he presentado, me sujetaré a ella y la usaré como guía para los propósitos presentes. Espero que nuestro punto de interés presente, el del proceso psicoanalítico, quede abarcado como una entidad más discreta dentro de una visión más amplia e inclusiva del procedimiento psicoanalítico como un todo. Para extraer esta visión más pequeña y limitada, que creo constituye la esencia de una entidad mayor, tendríamos que ir de una fuerza menor a una mayor, a una visión más microscópica del núcleo mismo, como ir del tejido a la célula, o de la célula a su núcleo. También aquí es necesario hacer agudas diferenciaciones y claras delimitaciones. Así como Hartmann11 enfatiza la necesidad de separar el proceso de la función, y Rapaport,23 Gill,7 Arlow y Brenner,1 y otros, tienen cui­ dado de separar la función de la estructura, es necesario que nosotros establezcamos distinciones sutiles. Es lo que propongo que hagamos aquí: aislar de una secuencia más amplia de acontecimientos, la actividad patog-

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nomónica o, mejor dicho, la actividad paradigmática que constituye y carac­ teriza al proceso analítico. Sugiero que este criterio sea considerado en el nivel al cual me he referido como micropsicofisiológico, cuando describí en detalle microscópico el proceso secuencial que tiene lugar en el con­ flicto intrapsíquico 18,19 o en el desarrollo de un síntoma específico como la conversión 17. Si bien la meta más precisa será la de identificar al núcleo específico e indispensable que consideraríamos el sine qua non del proceso psicoana­ lítico, un enfoque tal debe ser precedido por una observación en perspec­ tiva de esta área, relacionada con una visión más amplia de los aspectos más generales. Existe un continuo de pequeños puntos, de elementos dis­ cretos que forman un todo que, a los fines de la claridad, deben ser considerados en sus relaciones recíprocas. Muchos de ellos han sido trata­ dos en forma separada y, en forma individual, fueron temas de discu­ sión en los últimos años en diversos paneles y simposios en las Asociacio­ nes Psicoanalíticas Americana e Internacional. Para enumerar algunos de estos temas, estrechamente relacionados con el que ahora estamos enfo­ cando, mencionaré la metodología psicoanalítica, la técnica psicoanalítica, la técnica psicoanalítica clásica y sus modificaciones, el psicoanálisis y la psicoterapia, la situación psicoanalítica, la neurosis de transferencia, etc. Muchos de ustedes recordarán inmediatamente las frecuentes discusiones previas de diversos elementos específicos de este grupo de temas relacio­ nados. Nuestro tema central de hoy constituye una sutil pero bien definida variación de cualquiera de los temas antes mencionados, o sea, el proceso psicoanalítico. Para que sirva como orientación, en forma preliminar y sumaria, expondré mi enfoque de las interrelaciones entre algunos de los elementos mencionados: la técnica psicoanalítica configura la situación psicoanalí­ tica en la que tiene lugar el proceso psicoanalítico, por el cual se obtienen los objetivos psicoanalíticos. Aunque nuestro enfoque central se limitará al tema que creo que es el proceso nuclear de esta secuencia, no se puede evitar cierto grado de superposición. Para entrar en el examen del proceso mismo, sería conveniente pri­ mero preguntarnos qué es lo que el futuro paciente presenta a la situación analítica para que se inicie el proceso. A los fines de esta exposición sola­ mente, y en la forma más sucinta, diría que consiste en una situación intrapsíquica (el paciente), que tiene ciertas características específicas, agudas o crónicas, que son, al menos en cierto grado, ajenas al yo (egoalien). Junto con esto existe una parte, aunque sea mínima del yo, que se ha decidido a intentar un posible cambio y someterse al proceso analítico con la esperanza de que esto ocurra. Pasaremos por alto los muchos puntos en los cuales podríamos detenernos pero, resumiendo, podemos decir que

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con esta parte del yo del paciente se establece, entre éste y el psico­ analista, lo que Menninger15 llama un contrato. Pero esto todavía no asegura ni el comienzo ni la continuación del proceso analítico. En un cierto número de casos, la fase inicial del aná­ lisis es en realidad un período de prueba para el paciente, así como un período de prueba dirigido por el analista. El “análisis de prueba”, al que en la actualidad no se le da la importancia de antes, podría muy bien ser considerado más frecuentemente a los fines de evaluación. En reali­ dad, cualesquiera que sean las variaciones que prevalezcan en el analista con respecto a este “análisis de prueba”, desde el punto de vista del paciente es muy frecuente tal suceso dinámico e, incluso, puede llegar a consti­ tuirse en un rasgo regular. Esta es la fase en la cual, recordando mi definición anterior, “se dan las condiciones favorables para el desarrollo de una neurosis de trans­ ferencia ... ”. La neurosis de transferencia no existe todavía, pero “se dan las condiciones favorables para su desarrollo”. ¿Cómo? Si se considera en forma separada lo que sucede en el paciente y las contribuciones del analista, el aporte fundamental e indispensable de este último desde el comienzo es su “actitud analítica”, con todo lo que ésta ha llegado a significar a través de los años. Ésta es la bien conocida posición de identificación del analista, en la cual adopta una equidistancia de las estructuras intrapsíquicas que interactúan en el paciente. El coro­ lario único y primario es lograr descubrir, comprender e interpretar al yo racional y cooperativo del paciente, con el que ha constituido una alianza terapéutica la red de conflictos intrapsíquicos que operan entre estas estructuras psíquicas. Si bien no podía dejar de lado una referencia a este rol crucial del analista, en la creación de la situación analítica que hará posible el proceso analítico, debo sí desistir de analizar en forma detallada los aspectos del tema en general, que me llevaría directamente al problema de la técnica psicoanalítica alejándome del tema central. El área total comprende una copiosa literatura y, dentro y fuera de nuestro campo, está sujeta tanto a diferencias de opinión como a malentendidos, siendo fuente de contro­ versias entre analistas. Diré solamente que la actitud antes mencionada, si bien tiene sus raíces en una incorruptibilidad insobornable, no se carac­ teriza por su severidad, a pesar de que por lo general equivocadamente se la interpreta así. En realidad, incluye la amabilidad y la calidez y permite, además, un amplio margen de conductas, actitudes y variaciones en el “estilo” personal de los analistas. Tal vez esta amplitud de la acti­ vidad permisiva y “humanidad” del analista, ha sido mejor expresada por Leo Stone24 con cuyas descripciones cálidas —y, sin embargo, científi­ cas— de la situación psicoanalítica, estoy completamente de acuerdo. Creo

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que ninguna de estas diferencias es incompatible con el mantenimiento de la posición antes descripta por parte del analista. No obstante, todo lo demás que se puede hacer o se hace tiene que ver con la relación del analista frente a las estructuras intrapsíquicas conflictivas del paciente, que posibilita, estimula y sustenta el proceso psicoanalítico en el paciente. Esto es lo nuevo que debe enfrentar éste, lo que lo asombra, lo que lo preocupa, lo que objeta y lo que finalmente usará. Desde el punto de vista del paciente, durante este período inicial surgen, generalmente en dosis graduadas —aunque en forma sutil a veces y explosiva otras—, partes pequeñas del material prohibido, para probar la nueva realidad, es decir, la situación analítica. A pesar de que el contrato ha sido aceptado, todavía no ha sido profundizado, por lo que el proceso analítico per se no está aún listo para comenzar. El paciente puede hablar de actividad sexual extramarital, de masturbación (aunque todavía no de las fantasías), o de la historia embarazosa de un aborto. Un paciente contó una vez, a los borbotones y con muchas lágrimas, la existencia de un hijo ilegítimo a quien mantenía en secreto. Este molesto material psíquico, en su mayor parte consciente o preconsciente y de gran potencial de ansiedad acumulada, surge para probar las reacciones del nuevo am­ biente. Las reacciones y respuestas del analista determinarán si el pacien­ te puede avanzar. Este proceso puede seguir incrementando, en un plazo más o menos breve, según el caso, para lograr el necesario desarrollo en esta situación de lo que Erikson B, en el contexto del desarrollo original, llama “confianza básica”. Para una paciente, el aborto que rápidamente “confesó” no constituyó la verdadera prueba, sino que semanas después surgió que había otra. Sólo cuando el analista recibió esta nueva infor­ mación con la misma ecuanimidad y el mismo interés de comprender y no “la rechazó”, pasó la prueba. Estos intercambios no implican todavía desplazamientos o distorsiones transferenciales, sino que intentan establecer la posición y características realistas del analista. En realidad, sólo en la medida en que el analista establezca y mantenga esta realidad como base, estará en condiciones de descubrir e interpretar las distorsiones transferenciales que emanan del inconsciente del paciente en el resultante proceso analítico. No en todos los casos se da la descripción precedente de un proceso dinámico introductorio y de alguna manera preliminar. Hay muchos pa­ cientes con capacidad y disposición introspectivas suficientemente desarro­ lladas, cuya percepción y evaluación del mundo externo es bastante obje­ tiva como para que no sea necesaria una fase de prueba preliminar, iniciándose por lo tanto inmediatamente el proceso analítico. * * Se puede argumentar que, en un sentido técnico, la transferencia aparece desde un principio en los casos que se han señalado anteriormente, y que el período

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No obstante, menciono lo primero porque: a) ocurre en un número con­ siderable de casos, y b) puede servir como un tipo de estado transicional entre la vida intrapsíquica normal y el proceso analítico, y servir de puente para la comprensión de este último. Este proceso inicial, en el cual el paciente entrega sus secretos más o menos conscientemente a la capacidad de juicio y de reacción del analista, puede ser un preludio y, en cierto modo, un modelo simplificado de lo que será, con algunos cam­ bios importantes, el proceso central de la terapia psicoanalítica. Deberá tenerse en cuenta que la naturaleza esencial de lo que debería ser considerado el núcleo del proceso analítico, ha sufrido cambios básicos según los diferentes períodos históricos del desarrollo de nuestra ciencia. El núcleo de este proceso fue considerado de manera distinta al comienzo, cuando la teoría explicativa de la neurogénesis era la teoría del estanca­ miento de los afectos, con la acompañante técnica terapéutica central de la catarsis y la abreacción. Omitiré las diversas etapas intermedias de nuestro desarrollo histórico y enfocaré este tema desde el punto de vista teórico que considero más útil y comprehensivo. En mi opinión, sería una combina­ ción del punto de vista estructural actual y la segunda teoría de Freud sobre la ansiedad como angustia señal. Estas dos teorías han sido muy útiles para explicar la teoría psicoanalítica general de la neurosis, así como los síndromes clínicos individuales; considero además que pueden ser aplicadas para esclarecer el proceso analítico que los hace desaparecer. En la situación analítica, tal como fue descripta, se puede decir que el proceso analítico comienza cuando el paciente asocia realmente en forma libre (sea inmediatamente o luego de un período preliminar). Mientras el analista es el técnico, el catalizador que facilita el comienzo del proceso analítico y lo guía a través de los obstáculos, el proceso tiene lugar dentro del paciente. En la situación analítica controlada, con una restricción de la acción y la atmósfera externa constituida por un analista objetivo y no valorativo, el paciente puede permitir el surgimiento del material incons­ ciente conflictivo más fácilmente que en su vida normal interna o externa. Este material conflictivo surge a través de la suma total de sus asociaciones libres, recuerdos, fantasías, sueños, etc., junto con los afectos acompa­ ñantes. Los impulsos instintivos inconscientes, libidinales y agresivos, sur­ gen detrás de las defensas del yo paulatinamente menos rígidas, y son vivenciados, probados y juzgados por las correspondientes funciones adaptativas de prueba descripto puede ya revelar una desconfianza intrínseca desplazada de fuentes infantiles inconscientes. Sin embargo, se puede objetar que la capacidad de prueba puede también considerarse como conducta adaptativa del yo adecuada a la situación de cautela frente a un extraño y, en ninguna forma, un fenómeno neurótico trans­ ferencial desplazado. Por supuesto que ambos tipos de reacción pueden presentarse simultáneamente.

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del yo, bajo el eje protector del analista en la situación analítica. Lewin14 ha señalado la similitud dinámica entre el análisis y el sueño. Tanto el tra­ bajo analítico como el trabajo del sueño, permiten por medio del levanta­ miento de la represión el surgimiento de material psíquico del proceso pri­ mario primitivo; sin embargo, el producto final del sueño tiende a disfra­ zar nuevamente este contenido mientras que el análisis tiende a manifestarlo y comprenderlo. Quisiera ocuparme ahora de una comparación entre lo intrapsíquico y el proceso analítico, para ver qué se puede vislumbrar de lo primero que permita una mejor comprensión de lo segundo. Al describir previamente (1963) la microscópica secuencia de una serie de acontecimientos que tiene lugar en el desarrollo normal del conflicto intrapsíquico18119 y sus resoluciones o secuelas alternativas, señalé que el valioso concepto de señal aplicado a la ansiedad puede ser extendido a una mayor serie de aconte­ cimientos. Recapitulando esto brevemente, bajo la presión de tendencias instintivas el yo permite una descarga experimental de una parte pequeña controlada de esos impulsos apremiantes que, si son de una claridad nociva, provocarán una oposición del superyó, también pequeña pero potencial­ mente mayor. Esto representa un conflicto señal preliminar, controlable y en miniatura, pero el símbolo de un conflicto potencialmente mayor y me­ nos controlable con la amenaza de pérdida del equilibrio intrapsíquico y del control del yo. Esto es acompañado de la liberación de la señal de ansiedad que anuncia el peligro potencial. Esta sucesión inconsciente de acontecimientos (resulta innecesario aclarar que toda esta secuencia es inconsciente) es sometida a la función de juicio del yo y le da la clave del próximo movimiento. * El yo puede entonces reprimir o defenderse ante las apremiantes tendencias instintivas, en cuyo caso surge el estado de conflicto intrapsíquico más definitivo y permanente en el cual las defensas del yo están desplegadas contra la descarga instintiva a lo largo de un prolongado período. 0 el yo puede permitir una descarga parcial o total a través de una senda egosintónica y aceptable, o puede tener que recurrir a alguna formación psíquica transaccional, tal como la formación del síntoma, u otras soluciones. No puedo describirlas a todas. Esta descripción es directamente aplicable y transferible al modelo de lo que tiene lugar en el núcleo del proceso analítico, tal como yo lo veo. Una persona que viene al análisis, o cualquier otra, ha adquirido un patrón o, para decirlo con mayor precisión, una red compleja de patrones de procesos intrapsíquicos muy microscópicos del mismo tipo que los de la conducta externa general. Todos son partes de su carácter, “estilo” o * En realidad, esta es una visión ampliada de la analogía hecha por Freud entre la angustia señal y la inoculación, y describe con mayor detalle los pasos inme­ diatos análogos entre la inyección y la reacción.

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modos típicos. Éstos pueden incluir inhibiciones, síntomas o angustia en formas muy variadas de combinación. Bajo la influencia de la situación analítica, que ha sido preparada y establecida tal como ya lo he descripto, el yo es estimulado, ya que está internamente motivado para externalizar este proceso intrapsíquico inter­ no, o al menos para exponer una versión derivada y modificada a la ins­ pección, evaluación e interpretación externas. A través de la asociación libre, el material psíquico generalmente sujeto a la supresión o a la represión secundaria, encuentra libre el camino a la expresión consciente y, por lo tanto, a la inspección del paciente y del analista. Como ya es bien sabido, durante el curso del análisis, tal material se hace cada vez más primitivo, o sea, más próximo al proceso primario y desde una posi­ ción más regresiva. Decir que esta regresión en análisis es una “regresión al servicio del yo” (Kris13), es algo más que una frase acertada. En mi opinión, expresa un dinamismo nuclear en el “proceso” del psicoaná­ lisis que coincide con la tesis presentada aquí. A través del material que surge en la hora analítica, los derivados de la tendencia instintiva son expuestos dentro del enfoque analítico para ser probados por el yo del paciente ante el analista y, si es necesario, con su ayuda. El campo de inspección se amplía del proceso intrapsíquico al proceso analítico. Este último, al proporcionar protección incrementada ante la ansiedad que existe solamente dentro de la esfera intrapsíquica del paciente, amplía el área que puede ser expuesta. Una analogía puede ser el uso de la anestesia para exponer un área mayor del interior del cuerpo del paciente que, de otro modo, sería imposible de lograr. Llevando esta analogía más lejos y para esclarecer aun más este punto, lo análogo a la anestesia general sería el tratamiento por hipnosis, mientras que el proceso analítico podría ser comparado con la anestesia local, durante la cual, a pesar de que hay exposición, no se pierde la conciencia. Esta es una dife­ rencia fundamental, y expresa el avance realizado por el psicoanálisis en relación con el método de la hipnosis (que es de interés histórico y de suma importancia para nosotros). El yo consciente, eliminado en la hipnosis, es asequible y necesario en el proceso analítico para su propósito tera­ péutico. Durante el proceso intrapsíquico, el yo prueba las tendencias instin­ tivas ante la oposición o censura potencial que surge esencialmente del superyó * y, como resultado de esto, es guiado en sus acciones siguientes. Estas mismas funciones del yo frente a los impulsos caen bajo la observa­ ción de otra parte del yo que examina no sólo los impulsos, sino también * En realidad, probablemente los impulsos se pongan a prueba también de acuerdo con ciertos “intereses del yo” (Hartmann H), pero para los fines esquemáticos de esta presentación es válida la formulación anterior.

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la actuación de las defensas del yo frente a ellos. Recordemos mi defi­ nición anterior16 “.. . a través de un ataque interpretativo sistemático a las resistencias que se le oponen... ”, o sea, las resistencias del yo. Pode­ mos decir que el yo, el analista interno, está bajo el análisis del psicoaná­ lisis externo, ampliando así su propio alcance analítico. De este modo, el proceso analítico es una visión más amplia de todo el campo de las operaciones y actividades intrapsíquicas. Lo primero somete a lo segundo al examen analítico. La naturaleza de los conflictos intrapsíquicos y los modos de resolverlos están todos incluidos en el campo de la visión. Éste incluye eventualmente la calidad, la cantidad y el contenido de las ten­ dencias instintivas, la totalidad de las operaciones del yo y las caracterís­ ticas, el contenido y los modos de acción del superyó, así como también la interacción y las interrelaciones entre todas ellas. Si tuviéramos más tiempo, veríamos que todos los elementos detallados que están calificados para ser incluidos en el perfil diagnóstico (del mismo modo que el perfil de desarrollo de Anna Freud 8 o, en un inventario paralelo que describí en un trabajo sobre gnoseología psicoanalítica,20 encontrarían su lugar en un ca­ tálogo de contenido para el proceso terapéutico (o sea, analítico). El contenido sujeto al proceso analítico, para enunciarlo en forma esquemática y no empírica, proviene del cuadro clínico presentado a tra­ vés de una serie de derivados cada vez menos distorsionados hasta la neu­ rosis infantil original. Solamente en el psicoanálisis, bajo la protección de la situación analítica, está el paciente motivado y deseoso de producir desequilibrios psíquicos voluntarios en forma regresiva hacia tales situa­ ciones etiológicas nucleares originales. En otras psicoterapias sólo la an­ siedad, que ya está presente o es inevitable como acompañante de la des­ compensación, es aceptada para que el paciente la enfrente; en el proceso analítico es producida. En relación con esto, y en el mismo sentido, otra diferencia importante entre el psicoanálisis y otras formas de psicoterapia es que solamente en el primero el interés trasciende la estructura del síntoma y se escapa en profundidad de la genética, la dinámica y la estruc­ tura del ambiente básico circundante y el carácter subyacente. El aná­ lisis del síntoma, como bien se sabe, es de poca importancia en el psico­ análisis. Rápidamente se confunde en la atención comprensiva y sistemá­ tica de la dinámica interestructural prototípica del carácter. Los puntos de interés y énfasis genéticos centrales que surgen durante la marcha dinámica y terapéutica del proceso analítico, tales como los edípicos-castradores-fálicos, o los pregenitales, sus interrelaciones, y la relación de cada uno de ellos con los diversos síndromes clínicos indivi­ duales, comienzan a desviarse de nuestra área central de interés. Aunque es un producto del proceso analítico, este contenido que emerge comienza a confundirse con los campos de la psicopatología y la etiología de las

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neurosis que están más allá de los alcances de este trabajo. Frente a la pregunta de hasta qué punto debe llegar el proceso psicoanalítico, logramos comprobar que hay cierta conexión entre éste y la técnica psicoanalí­ tica. Basta decir que también aquí nos enfrentamos con un área impor­ tante de discusión, con diferencias de énfasis que contrastan nuestros dos centros psicoanalíticos. Pero éste no es tampoco el interés central de este Congreso. Ningún trabajo sobre el proceso analítico sería completo si no incluyera el hecho de que, dentro del campo analítico, el material psíquico (por medio del cual el pasado del paciente se presenta con sus conflictos intrapsíquicos y sus secuelas) implica la neurosis de transferencia y sus com­ plejas vicisitudes. Refiriéndome a mi definición original16 “...se dan las condiciones favorables para el desarrollo de la neurosis de transferencia, en la cual el pasado es restituido en el presente... ”. La importancia, el mecanismo de su formación y el uso de la neurosis de transferencia en el desenvolvimiento del proceso analítico, son demasiado conocidos para que los elabore aquí; además, éste será el centro de la discusión en la segunda sesión del Congreso. Quiero decir solamente que no considero que toda respuesta afectiva al analista sea transferencia, sino sólo aquellas desplazadas por el paciente de su pasado inconsciente. Éstas pueden ser diferenciadas y claramente delineadas sólo hasta el punto en que el analista establece y mantiene la actitud analítica que he descripto, que lo hace susceptible de desplazamiento transferencial. A través del análisis de los componentes transferenciales y de su rastreo genético hasta las raíces, se realiza en su mayor parte el análisis de las construcciones neuróticas pre­ sentes y pasadas del paciente. En este punto quisiera mencionar brevemente otro tipo de relación entre paciente y analista, además de la transferencial, a la cual se ha prestado mucha atención últimamente. Me estoy refiriendo a la alianza terapéutica descripta por Zetzel 25, 20’ 27, o la alianza de trabajo de Green­ son 9110, o la actitud diatrófica enfatizada por Gitelson8. Todos estos autores destacan el aspecto del cuidado del analista con respecto a su pa­ ciente, como elemento necesario en cierta medida y sobre el cual se con­ sidera que se basa la “alianza” para el trabajo propiamente analítico. Este aspecto de la relación contrasta cuando uno aún está en conflicto con los aspectos más neutrales y observadores de la actitud del analista,10 desde el cual surge la relación de transferencia. Aunque el tipo de vínculo descripto en estos trabajos es un ingre­ diente importante en toda relación terapéutica, no marca esto una dife­ rencia entre el proceso analítico y otros procesos terapéuticos; este vínculo es necesario y está presente en todos los procesos incluyendo, tal como señala Zetzel27, “la relación médico-paciente en la medicina clínica general”.

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Por otra parte, si bien la relación de cuidado por parte del analista no es la central en el proceso analítico, donde en realidad y por definición se mantiene reducida a un mínimo, la relación de transferencia con su concomitante neurosis de transferencia y una atención sistemática y per­ sistente de las mismas, son patognomónicos para el proceso analítico. La alianza terapéutica en el análisis —que lo diferencia de otras terapias— se da, en mi opinión, entre la función de análisis del analista y las funciones de observación, crítica y juicio del yo del paciente. Es, como Edward Bibring3 lo señaló hace muchos años (1937), y confirmado más recientemente por Arlow y Brenner,2 una alianza entre el analista y la parte sana del yo del paciente. Esto constituye la base “real” y la relación “real” en el análisis, más que la intención del analista de mantener y “apoyar” al paciente en una forma derivada de la respuesta del paciente “a la situación analítica del 'niño”8. Es en realidad, tal como se dij o anteriormente, la privación y limitación del paciente lo que posibilita la neurosis de transferencia ana­ lítica más característica. Y es esta alianza entre el analista y las islas maduras, aún presentes en el yo del paciente, lo que permite el análisis de este último. Aunque la fuerza motivante para la continuación de la actividad analítica proviene del paciente, de la energía psíquica instintiva que busca descarga, así como también de las fuerzas del yo que luchan por el control e integración, el analista sirve de yo auxiliar para mantener este proceso en marcha. Como tal, sin embargo, el analista cumple funciones yoicas muy específicas que son singulares a la situación analítica y completa­ mente distintas de los roles de otra gente importante que sirvió de yo auxiliar durante el desarrollo del paciente. Su función es diferente de la de la madre, que sirvió de yo auxiliar en una forma global para proveer todo lo que necesitaba durante los tempranos períodos críticos de desarrollo, cuando tal protección era necesaria; o el de una maestra u otras figuras cuyos suministros al yo del paciente eran, en gran parte, de naturaleza educativa. En contraste con esto, el servicio del analista al yo del paciente es limitado y especializado, y consiste en proporcionar insight a través de las interpretaciones. Según la naturaleza de estas interpretaciones se alcanzan distintos propósitos. Pueden: a) al vencer las resistencias, mantener el progreso del análisis (el yo del paciente tiene actitudes negativas y posi­ tivas respecto del progreso del análisis); b) al atacar la ansiedad real o potencial, elevar el umbral de ansiedad para el paciente, permitiendo así que un margen más amplio de productos psíquicos sea asequible para el análisis; y c) al analizar el contenido, agregar recursos al yo del paciente para la solución de conflictos intrapsíquicos y el logro del control y la

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integración. Esta función primaria del analista en el proceso analítico coincide con la formulación de Edward Bibring 4 quien, luego de enumerar la variedad de métodos terapéuticos y sus correspondientes maniobras téc­ nicas que operan en toda la gama de las psicoterapias, afirma que lo dis­ tintivo del método psicoanalítico es la supremacía de la producción de insight mediante la interpretación. Antes de terminar quisiera comentar brevemente algunos otros meca­ nismos de terapia que suelen considerarse como el núcleo central del proceso analítico, y que estimo deberían ser vistos desde una perspec­ tiva adecuada. Uno de ellos es la escuela de pensamiento que considera que el centro del proceso analítico es el proceso de identificación: atri­ buye el resultado del psicoanálisis a la identificación con el analista. Per­ sonalmente, no pienso que sea correcto, ni tampoco afín o coherente con el significado del proceso psicoanalítico, que el paciente se identifique con el carácter, valores o “estilo” del analista. En resumen, de acuerdo con la formulación anterior, sería más correcto decir que el paciente se iden­ tifica con las funciones analíticas del analista: su capacidad racional de observación, de comprensión, objetiva y científica, es decir, su yo analí­ tico. Se podría decir que el yo del paciente recibe análisis didáctico a través del analista. Merece ser tenida en cuenta también la opinión de que la terapia analítica tiene lugar a través de la contratransferencia. Porque ésta existe se le da muchas veces una importancia central. Esto lo destacan en espe­ cial aquellos que trabajan con el extremo más perturbado del espec­ tro del paciente, en el cual las complicaciones contratransferenciales son más prominentes. Cuando ocurre una complicación de esta índole, que debería ser comprendida y eliminada, a veces se la trata como un elemento necesario y deseable, y aun como un mecanismo central. También se sostiene que la comprensión terapéutica viene a través de la regresión empática del analista junto con el paciente. Para citar un caso extremo, hace poco escuché la descripción de estados y experiencias psicóticas mutuas de carácter transitorio. Estas formulaciones están en el otro extremo de lo que he señalado antes en el sentido de que el analista es el objeto estabilizador, previsible e inamovible, alrededor del cual se pueden dar las regresiones y ondulaciones del paciente en forma segura para que se puedan repetir. Esto es entonces el proceso analítico: el paciente somete a análisis, bajo la égida y con la ayuda del analista, sus conflictos intrapsíquicos inconscientes, que he descripto en otro trabajo como el “núcleo humano”,22 y de los que el psicoanálisis se ocupa fundamentalmente. El tema por tratar comprende un área muy amplia y profunda como para poder considerar todos sus aspectos en forma satisfactoria. Para esta presentación elegí

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concentrarme en la descripción del mecanismo que creo existe en el nú­ cleo de este fenómeno. Muchas áreas, que con propiedad podrían ser incluidas como parte del proceso, han sido postergadas o bien tratadas en forma somera. Así la “elaboración” es con certeza una fase integral y necesaria del proceso analítico, tal como lo es la fase de terminación. Esto último ha sido discutido en el Congreso Panamericano anterior. Coin­ cidiendo con mi afirmación de que el proceso analítico tiene lugar en el paciente, quisiera repetir aquí lo que dije entonces al referirme a la terminación del análisis21 en el sentido de que el proceso analítico en su significado central puede sobrevivir al análisis y, en realidad, lo hace. Al incorporar en el yo las funciones analíticas del analista, el autoanálisis puede sobrevivir la neurosis transferencial y continuar en la fase post­ analítica. Éste es uno de los logros del psicoanálisis. Como Karush12 dice acerca de la elaboración, cuando esto realmente ocurre, el cambio en el equilibrio estructural de fuerzas es siempre levemente diferente luego de cada retorno al conflicto intrapsíquico original. Si el proceso analítico, con sus fases de elaboración y de terminación, realmente funciona en todas sus dimensiones, podemos aspirar a alcanzar la meta que consiste en “.. .que se da la resolución de la neurosis (transferencial e infantil) hasta el punto de provocar cambios estructurales en el aparato mental del paciente, capacitándolo para una óptima adaptación a la vida”. Quizás estemos todos los aquí presentes más de acuerdo acerca de lo que es el proceso analítico, que acerca de qué es el contenido vital que debe analizarse. Si esto es cierto, como lo sospecho, afirmémonos sobre esta base sólida de acuerdo y prosigamos con vigor científico en nuestras culturas psicoanalíticas para usar nuestra metodología en común, con el fin de continuar la búsqueda de la verdad empírica. Compartiremos así nuestra tradición común de Freud y su psicoanálisis. Bibliografía 1. Allow, J. A. y Brenner, C.: Psychoanalytic Concepts and the Structural Theory. Nueva York, Internat. Univ. Press, 1964. 2. —: Discussion Remarks. En: Psychoanalysis in the Americas. Litman, R. E. Nueva York, Internat. Univ. Press, 1966, 133-138. 3. Bibring, E.: Therapeutic Results of Psychoanalysis. Int. J. Psycho-Anal, N9 18, 1937, 170-189. 4. —: Psychoanalysis and the Dynamic Psychotherapies. J. Amer. Psychoanal. Assoc., N9 2, 1954, 745-770. 5. Erikson, E. H.: Childhood and Society. Nueva York, W. W. Norton & Co., 1950. 6. Freud, A.: Normality and Pathology in Childhood: Assessments of Development. Nueva York, Internat. Univ. Press, 1965. 7. Gill, M. M.: Topography and Systems in Psychoanalytic Theory. Psychological Issues, Monograph 10. Nueva York, Internat, Univ. Press, 1963.

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8. Gitelson, M.: The Curative Factors in Psycho-Analysis. Int. ]. Psycho-Anal, N9 43, 1962, 194-205. 9. Greenson, R. R.: The Working Alliance and the Transference Neurosis. Psycho­ anal. Quart., N9 34, 1965, 155-181. 10. —: That “Impossible” Profession. J. Amer. Psychoanal. Assoc., N9 14, 1966, 9-27. 11. Hartmann, H.: Essays on Ego Psychology. Selected Problems in Psychoanalytic Theory. Nueva York, Internat. Univ. Press, 1964. 12. Karush, A.: Discussion Remarks in Panel on “Working Through”. Meeting of the Psychoanalytic Assn, of New York, N9 15, 1965. 13. Kris, E.: The Psychology of Caricature. En: Psychoanalytic Explorations in Art. Nueva York, Internat. Univ. Press, 1952. 14. Lewin, B.: Dream Psychology and the Analytic Situation. Psychoanal. Quart., N9 24, 1955, 169-199. 15. Menninger, K.: Theory of Psychoanalytic Technique. Menninger Clinic Mono­ graph Series, N9 12. Nueva York, Basic Books, Inc., 1958. 16. Rangell, L.: Similarities and Differences between Psychoanalysis and Dynamic Psychotherapy. J. Amer. Psychoanal. Assoc., N9 2, 1954, 734-744. 17. —: The Nature of Convertion. J. Amer. Psychoanal. Assoc., N9 7, 1959, 632-662. 18. —: The Scope of Intrapsychic Conflict. Psychoanal. Study Child, N9 18, 1963, 75-102. 19. —: Structural Problems in Intrapsychic Conflict. Psychoanal. Study Child, N9 18, 1963, 103-138. 20. —: Some Comments on Psychoanalytic Nosology. With Recommendations for Improvement. En: Drives, Affects, Behavior. Schur, M., Nueva York, Internat. Univ. Press, 1965, 128-157. 21. —: An Overview of the Ending of an Analysis. En: Psychoanalysis in the Americas. Litman, R. E., Nueva York, Internat. Univ. Press, 1966, 141-165. 22. ■—: Psychoanalysis, Affects, and the Human Core. On the Relationship of Psy­ choanalysis to the Behavioral Sciences. Psychoanal. Quart., N9 36, 1967, 176-202. 23. Rapaport, D.: The Structure of Psychoanalytic Theory (a Systemizing attempt). Manuscrito, Austin Riggs Foundation. 24. Stone, L.: The Psychoanalytic Situation. An Examination of its Development and Essential Nature. Nueva York, Internat. Univ. Press, 1961. 25. Zetzel, E. R.: Current Concepts of Transference. Int. J. Psycho-Anal., N9 37, 1956, 369-376. 26. —: The Analytic Situation. En: Psychoanalysis in the Americas. Litman, R. E., Nueva York, Internat. Univ. Press, 1966, 86-106. 27. —: The Analytic Process. Publicado en este libro.

DISCUSIÓN Sidney Berman

(Washington)

Con su claridad habitual el doctor Rangell nos ha presentado un relato rico en contenido, y que se centra en la parte más vital del proceso psicoanalítico, proveyéndonos de un marco reíerencial que es una base amplia a partir de la cual este Congreso podrá proseguir con sus deliberaciones. No constituye un informe tautológico del proceso psicoanalítico, porque un examen minucioso revela que es una presentación en la cual surgen interrogantes del pasado y del presente que requieren una investigación más profunda. Más aún, no es una localización aguda de la cuestión ya que, en su amplitud y profundidad, nos invita a que avancemos en el tema central de esta reunión. El doctor Rangell ha enfatizado que la fuerza motriz que sustenta el proceso psicoanalítico proviene del paciente, de su energía psíquica instin­ tiva que busca descarga —en interacción con la función organizadora del yo a través de su función de observación, procurando lograr dominio e integración—. Esta energía psíquica instintiva es la que está orientada ha­ cia el analista como un objeto y la que mantiene el proceso en marcha. La teoría estructural, basada en un agrupamiento de las funciones psí­ quicas de acuerdo con su combinación en situaciones de conflicto y de adaptación, provee al analista de una modalidad funcional que lo guía en su comprensión y esclarecimiento interpretativo y sistemático de los problemas o conducta del paciente. Esta fuerza impulsiva se centra even­ tualmente en las reacciones transferenciales y, en última instancia, en la neurosis de transferencia, fenómeno mediante el cual se desarrolla la po­ tencialidad para un cambio terapéutico posterior. También observamos, en el curso del proceso analítico, períodos críticos de desorganización del yo bajo la égida de y en alianza con las funciones de observación y esclarecimiento del analista. Por una parte, se presenta una lucha para gratificar en forma neurótica impulsos instintivos bloqueados y, por otra, una lucha por lograr un autodominio en consonancia con los objetivos

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interpretativos del analista como un objeto nuevo, si bien otros factores inherentes al yo del paciente también se comprometen en el conflicto. Un factor fundamental es la capacidad del yo, durante el conflicto intrapsíquico creado por el levantamiento de la represión en psicoanálisis, de resis­ tirse a la tendencia hacia un compromiso regresivo de sus funciones autóno­ mas secundarias estabilizadas. Me gustaría avanzar hacia una posición más amplia que la simple visión microscópica, para incluir al analista en relación con el desarrollo del proceso psicoanalítico. Y hago esto porque el proceso analítico es mucho más amplio que el proceso intrapsíquico, ya que el analista no puede ser disociado del proceso en la terapia psicoanalítica. Son necesa­ rios su presencia y su papel en el trabajo analítico para el desarrollo del proceso psicoanalítico. La utilización por parte del analista del punto de vista estructural le da un marco de referencia, en el cual las distintas es­ tructuras del aparato psíquico del paciente caen bajo las funciones inter­ pretativas de observación y juicio del yo del analista. Esta posición cen­ tral del analista, como un yo auxiliar del paciente, asegura una relación estable y permanente con él. En esta situación el analista sirve tanto como objeto para el desarrollo de la transferencia —situación altamente volátil y cambiante—, como también para crear una relación real con un objeto real, estable y coherente. Es este doble enfoque el que crea en el paciente una diferenciación evolutiva entre el yo defensivo que man­ tiene los pensamientos, imágenes e impulsos fuera del ámbito de la con­ ciencia, y el yo autónomo que busca la resolución del conflicto de acuerdo con el principio de realidad mediante un modo de pensar psicoanalítico. La posición que el analista asume en el proceso es fundamental, porque significa una contribución única a la situación. El paciente no podría por sí mismo explorar o ampliar su conocimiento de todo el campo de operaciones y actividades intrapsíquicas. En el proceso ana­ lítico, en lugar de ser meramente defensivos, los aspectos más maduros de evaluación y juicio de las funciones adaptativas del yo intentan asumir una primacía sobre las manifestaciones del conflicto intrapsíquico. Pero, como señala el doctor Rangell, esta capacidad para exploraciones más am­ plias y profundas, que constituye un proceso nuclear en psicoanálisis, está en parte apoyada por la protección creciente contra la angustia mediante la ayuda del analista en el proceso analítico. Cuando el doctor Rangell se refiere a que el analista actúa como un catalizador, no quiere decir que esté desprovisto de humanidad. El analista como catalizador es un ob­ jeto que activa y acelera el proceso analítico, pero que también aparece como inmutable en dicho proceso. Las funciones del analista tienen triple efecto en la estructura psí­ quica del paciente. El primero es el de la utilización de una intervención

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interpretativa sistemática. Pero no es suficiente decir que interviene me­ ramente por su posición interpretativa desprovista de cualquier participa­ ción activa con el paciente, a fin de que se desarrolle la transferencia. Como sabemos, no es suficiente lograr insight para obtener un cambio estructural básico. Un segundo elemento en la relación es su dedicación a la tarea analítica estando a disposición del paciente como un objeto de sus impulsos, que culmina en la neurosis de transferencia. Creo que el tercer elemento es la inclusión consciente e inconsciente del analista dentro de la organización funcional del aparato psíquico del paciente, influyendo así en el trabajo de armonización del ello, yo y superyó. Además de las funciones básicas del analista, el paciente lo ve par­ ticipar con una incorruptibilidad inflexible, una disponibilidad consecuente y un intento constante de comprender. El espectro afectivo del analista puede ir desde una amabilidad cálida y no seductora, hasta una firme objetividad paciente y benévola. Ciertamente, sin esta multifacética po­ sición del analista, la necesidad clínica del adulto por sí misma no podría llevar adelante muchas situaciones analíticas, enfrentada con las exigen­ cias de las demandas y desilusiones instintivas ambivalentes y vulnerables. Si bien está perfectamente demostrado el valor de la teoría estruc­ tural y de sus ampliaciones teóricas más recientes, tal como se aplican al proceso psicoanalítico, cuando este aspecto del proceso se integra en el proceso total —especialmente la posición del analista y la situación psicoanalítica—, la interacción de todos estos factores crea un proceso que adquiere una importancia superior a la de sus partes individuales. Las vicisitudes del yo, ello y superyó del paciente adquieren un valor único en el proceso psicoanalítico. Es necesario observar los elementos del proceso por separado o individualmente, así como en su totalidad. Teniendo esto presente, aprovecho esta oportunidad para avanzar des­ de el proceso nuclear a la periferia y enfocar brevemente dos acciones que ocurren en el curso regular del tratamiento. Una es la privación perceptiva parcial creada por el análisis, y la otra se refiere a la relación psicoanalítica real, tal como fue explicada por Zetzel y Greenson. Al hacer esto no estoy minimizando otras consideraciones fundamentales. Se podría sustentar que la estructuración física de la situación ana­ lítica, es decir, la creación de una privación perceptiva parcial, sólo es un índice menor de otros aspectos más importantes del tratamiento psi­ coanalítico. Sin embargo, en la terapia psicoanalítica utilizamos una téc­ nica que es descripta por Freud como “solicitando al paciente que se coloque en una situación de autoobservación calma, sin tratar de pensar en nada, y de comunicar después sus sentimientos, pensamientos, recuer­ dos, tal como van surgiendo de su mente”, e informándole de la impor­ tancia de su total cohesión a la regla técnica fundamental.

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El paciente se ve enfrentado a exigencias muy distintas de las ha­ bituales, ya que el procedimiento posee ciertas características únicas. Esto no puede ser explicado a través de la afirmación de que sirve al propósito de mantener la neutralidad del analista. Implica una poderosa acción regresiva y crea una situación interpersonal altamente compleja. No creo que la palabra neutralidad describa adecuadamente el procedi­ miento clínico, ya que connota una restricción a la participación directa o indirecta del analista. En la situación analítica el yo del paciente busca y explora las po­ sibilidades de gratificación instintiva mediante métodos de búsqueda de objeto. Creo que el motivo encubierto del tratamiento no consiste en que el sufrimiento es ajeno al yo; más bien se debe a que el paciente busca ayuda para gratificar su deseo ajeno al yo. Al principio del tratamiento esta exploración, para ser gratificada, se produce en una relación en la cual el paciente asume una resistencia transferencial positiva inicial, o una transferencia ambivalente. A medida que se mantiene la privación parcial combinada con objetividad e interpretación sistemática de la resistencia, aumenta la ansiedad hasta un punto crítico, lo que indica que ha ter­ minado la luna de miel. Esta situación a la que se llega desempeña un papel crucial en la lucha intrapsíquica del paciente para manejar el aumento de ansiedad. El surgimiento de impulsos junto con el fracaso de una gratificación neurótica, crea una amenaza de pérdida de equilibrio intrapsíquico y del control yoico. Es en este punto donde el yo observador, ahora vulnerable, consolida la alianza con el analista para enfrentarse con el peligro interno que ha surgido. Y es también aquí cuando el análisis avanza hacia la fase media en donde, por una parte, se despliegan las defensas contra el dolor de la descarga instintiva, y en donde hay un ataque interpretativo sistemático y combinado en el cual la alianza sobre­ lleva la lucha para dominar al mundo interno temido del paciente. Ade­ más, el descubrimiento doloroso e impactante por parle del paciente de la fuente e intensidad de sus impulsos neuróticos, fortalece esta alianza con el fin de llegar a la raíz del problema en la neurosis de transferencia y resolverlo. Este segmento parcial del punto de vista más amplio demues­ tra las complejidades de las funciones del yo durante el proceso analítico. Los aspectos económicos de este proceso, así como las manifestaciones de resistencia y transferencia en las cuales están comprometidos el analista y el paciente, demuestran que el proceso analítico se presenta desde el principio de esta relación bipersonal. Ahora deseo hacer un breve comentario sobre la “relación psicoanalítica real”. Es este también un proceso intrapsíquico en el cual, en el curso de la regresión analítica, el paciente se adapta a la nueva relación mediante introyección y proyección, imitación e identificación. Se puede

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argumentar que esta es una parte de la neurosis artificial, es decir, de la neurosis de transferencia. Sin embargo, creo que la evidencia empírica indica que este es un proceso separado y, si bien el paciente se relaciona con el analista como objeto real, también en el curso del análisis lo in­ tegra dentro de su estructura psíquica en una forma análoga a como lo hizo con las personas significativas de su pasado. Por lo tanto, esta inte­ gración debe ser incluida también como una parte del proceso psicoanalítico. Observamos clínicamente que puede presentarse el duelo después de la resolución de la neurosis de transferencia. A veces se presenta una suave depresión con pérdida de peso, durante la cual el analista es ex­ pulsado como objeto introyectado. También hemos observado las con­ cepciones idílicas del analista por parte de pacientes y colegas que exceden los límites de una relación sobre una base real. Y, algunas veces, se dan fenómenos de acting-out de ciertos atributos del analista. Después de la terminación del análisis, algunos pacientes disocian la relación con el analista dotándolo de todo lo bueno y al cónyuge de todo lo malo, desem­ bocando en serias crisis matrimoniales. Es mi opinión que este fenómeno está relacionado con el trabajo de análisis, que es intrínsecamente una parte del proceso analítico y, como en el caso de la neurosis de transfe­ rencia, también requiere ser analizado para su resolución. El límite de tiempo no me permite explayarme más sobre este fenómeno. Ciertamente el paciente puede tomar del analista, así como de sus padres y de otras personas, aquellos aspectos de sus personalidades que él desea poseer. Sin embargo, considero que el paciente debería ser capaz de forjar una evaluación razonable del analista, en el mismo grado en que lo ha hecho de sus padres, de acuerdo con sus capacidades de observación yoica. Esto no implica que el paciente deba conocer la vida personal del analista, sino que sea capaz de conceptualizar una aproxima­ ción razonablemente exacta de quién es el analista, aun cuando no halague nuestro narcisismo, ya que nosotros también somos simplemente huma­ nos. Zetzel también se refiere a este problema al decir que más allá de la resolución de la neurosis de transferencia “también implica la inter­ pretación y la integración de aquellos componentes pasivos de la alianza terapéutica, que facilitan una regresión futura al servicio del yo. Por lo tanto, la terminación se asemeja a un duelo exitoso en el sentido de que el paciente renuncia totalmente al analista como sustituto paterno que ofre­ ce permanente apoyo. Tal renuncia próxima moviliza afectos que con­ tienen componentes tanto de ansiedad como de depresión. Sin embargo, el dominio exitoso aumentará en forma sustancial la futura autonomía y libertad”.

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He tratado de ampliar la tesis fundamental de la posición del doctor Rangell, refiriéndome a algunos aspectos de la relación entre el proceso psicoanalítico y el cambio estructural, enfatizando el hecho de que depende en forma fundamental de la relación con el nuevo objeto: el analista. Deseo expresar mi admiración y aprecio al doctor Rangell por su re­ lato, y también agradecerle que me haya permitido utilizar su posición como una base para investigar más a fondo algunos de los muchos y complejos aspectos del proceso psicoanalítico.

2. HACIA UNA DEFINICIÓN DEL PROCESO ANALÍTICO. EL PAPEL QUE EN ÉL DESEMPEÑA LA ANGUSTIA DE SEPARACIÓN Avelino González

(México)

El término “psicoanálisis” ha llegado a connotar tantos y tan diversos conceptos que resulta indispensable restringir su significado si no que­ remos sucumbir a un caos conceptual. La primera distinción por realizar será entre la aplicación de la teo­ ría psicoanalítica con fines de investigación o esclarecimiento metapsicológicos y el uso de una técnica especial, derivada de dicha teoría con, metas curativas, a lo que se llama “proceso analítico”. Aunque pueden concurrir las dos finalidades, en general debemos decidirnos por uno u otro camino. Pero además, aun entre los que utilizan el psicoanálisis en forma predominantemente terapéutica existen discrepancias tan gran­ des con respecto a lo que se entiende por “psicoterapia psicoanalítica” y “psicoanálisis puro”, que se impone una revisión sistemática y una pre­ cisión mayor en este sentido. No podemos quedarnos de brazos cruzados frente a la aplicación del mismo término a situaciones tan diversas como las. llamadas: “psicoanálisis existencial”, “psicoanálisis de grupo” e inclu­ sive, dentro de lo que podríamos denominar el “psicoanálisis clásico” (yo diría “propiamente dicho”), los extremismos de ciertas escuelas. Así, la tarea de precisar cuáles situaciones terapéuticas son psicoanálisis y cuáles no, es mucho más complicada de lo que parece. Aquí se intenta formular una definición que, siendo lo suficiente­ mente amplia para permitir variaciones técnicas y teóricas, mantenga con­ ceptos básicos indispensables para que una terapia pueda ser incluida dentro del término “proceso analítico”. Ahora bien, así como el proceso analítico resulta de la aplicación de toda una serie de proposiciones que constituyen una disciplina cien­ tífica, debemos admitir que el descubrimiento de nuevos hechos —rasgo característico de toda ciencia— imprimirá a este proceso un carácter cam-

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Liante que nos obligará a descartar algunas de las proposiciones ante­ riores, formular otras distintas o ampliar las ya existentes. En el caso del psicoanálisis esto ha hecho posible, entre otras cosas, la ampliación del campo de aplicabilidad terapéutica, pero también ha creado proble­ mas, como puede verse en un comentario de Glover (citado por Gill8), quien dice que, dados los adelantos en la teoría y en la técnica, del psicoanálisis, los resultados terapéuticos positivos obtenidos con anteriori­ dad podrían deberse a transferencias (y por lo tanto ser atribuibles a la sugestión) que pasaron inadvertidas. Gill (nota al pie8a) escribe respecto del comentario de Glover: “¿Po­ dríamos preguntarnos, entonces, si cada uno de los progresos de la técnica analítica no debería traer apareado que llamásemos psicoterapia a lo que hasta entonces habíamos denominado psicoanálisis? Creo que debe­ mos buscar la respuesta en el hecho de que estamos operando con un cierto modelo. Según esto, análisis sería aquel procedimiento que, en los casos en que resulta técnicamente aplicable, trata de acercarse lo más posible al modelo que estamos utilizando, mediante los conocimientos más exactos que tenemos a nuestra disposición”.* Esta definición, si bien no resuelve totalmente el problema planteado por Glover,9 permite que podamos seguir hablando de psicoanálisis al referirnos a técnicas utilizadas en el pasado —aun cuando hoy en día ya las consideremos incompletas— en la medida en que se ajustaban al mo­ delo que en aquel entonces era válido. Sin embargo es preciso que entre los modelos pasados y los actuales exista una continuidad que estriba en la sobrevivencia de planteamientos básicos. Si estudiamos, por ejemplo, la evolución del pensamiento psicoanalítico en Freud nos encontramos con ciertas afirmaciones que constituyen, aún en la actualidad, lo esencial para definir lo que se entiende por “proceso analítico”. David Rapaport y Merton Gill 21a al hablar del punto de vista genético citan las siguientes ideas que Freud expuso en 1913: “No todo análisis de fenómenos psicológicos merece el nombre de psicoanálisis. Este último va más allá del mero análisis de fenómenos compuestos para llegar a otros más simples. Consiste en retroceder de una estructura psíquica a otra que la precedió en el tiempo y que le dio origen.. . Así, pues, el psicoanálisis se orientó desde el mismo principio hacia el rastreo de los procesos de desarrollo. Se... lo utilizó... para construir una psicología genética...”** Vemos, por tanto, que en 1913 Freud incluía ya el punto de vista genético en su modelo de trabajo lo mismo que hacemos hoy. * Traducción del autor. ** ídem, nota anterior.

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La neurosis de transferencia, nodulo de toda definición del proceso analítico, resulta inconcebible sin la dimensión genética. Podemos pres­ cindir, y de hecho durante algún tiempo así fue, de algunos de los otros puntos de vista del planteo metapsicológico, como por ejemplo del adaptativo, pero nunca del genético. Arlow y Brenner ponen en duda la uti­ lidad del punto de vista topográfico2a e incluso proponen eliminar el concepto de preconsciente2b aduciendo argumentos dignos de tenerse en cuenta. Pero para que el enfoque metapsicológico adquiera vida necesita contenidos, o usando términos de Rapaport y Gill,21b precisa de planteos que incluyan proposiciones empíricas, específicas y generales. Así como no podemos prescindir de los conceptos “ello”, “yo” y “superyó” tampoco nos sería posible hablar de psicoanálisis si excluyéramos, por ejemplo, la siguiente proposición psicoanalítica general (Rapaport y Gill): “Las con­ secuencias de la ‘declinación del complejo de Edipo’ se explican por la formación de estructuras debido a identificaciones y contracatexias”.* Antes de formular una definición del proceso analítico quisiera acla­ rar otro problema que surge de la complejidad de los hechos que nuestra, ciencia maneja: el de los parámetros. Las variantes en la técnica que fueron introducidas por diversos in­ vestigadores basándose en determinadas posiciones teóricas crearon, como hemos visto, una confusión alarmante. En este sentido cabe mencionar la valiosa contribución de Eissler (citado por Gill8b). Gill dice, al res­ pecto, lo siguiente: “Eissler ha formulado este problema refiriéndose a toda desviación de la técnica con el nombre de parámetro de la misma y crea toda una serie de reglas a las que debería apegarse el parámetro citado para que la técnica continúe siendo psicoanalítica. El meollo del asunto consiste en que se pueda anular el parámetro incorporándolo en for­ ma explícita a la transferencia para resolverlo mediante la interpretación”.* En un trabajo mío10 señalé que el analista recurre a parámetros sin darse cuenta de lo que hace, creando alianzas inconscientes con el paciente por medio de procesos de comunicación no verbales; en este sentido se haría preciso ampliar el planteo de Eissler señalando la nece­ sidad de estar alerta ante estos posibles parámetros implícitos que esca­ pan a la conciencia del analista. Describí, entonces, la situación analítica en términos de un contrato transgredido por el paciente y por el analista debidos a ciertas fantasías inconscientes movilizadas en ambos por el ambiente de frustración característico de la mencionada situación; ante la imposibilidad de proporcionar información ** y gratificación afectiva al * Traducción del autor. ** Al respecto, consultar cita bibliográfica.18

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paciente se efectúa en el analista una regresión concomitante a la del pa­ ciente (tal vez podríamos hablar de contrarregresión) y se establece un vínculo donde la frustración característica de la relación analítica mani­ fiesta es contrarrestada por una excesiva gratificación. Además puede ocurrir que por las vías descriptas el analista satisfaga necesidades de castigo del paciente, aumentadas por el ambiente de tolerancia que tam­ bién caracteriza la situación analítica. A estas condiciones podría llamárselas, con justicia, parámetros in­ conscientes, porque son desviaciones de la técnica. El analista debe ser capaz de reconocerlos (no ignoro que pertenecen al terreno de la contra­ transferencia) , hacerlos explícitos y sustituirlos por la interpretación. Gill 8b considera dos clases de conducta en la situación analítica: una, la simbólica, es decir la interpretación, y, otra, la manifiesta (a mi juicio esta segunda es lo que llamamos actuación). En realidad se trata de que el tipo de comportamiento, tanto en el paciente como en el analista, se acerque lo más posible a lo que él denomina conducta simbólica. Superado el obstáculo de los parámetros puede abordarse la tarea de dar una definición del proceso analítico. No ignoro las dificultades que esto entraña porque además de evitar conceptos erróneos hay que cuidarse de no pecar por exceso ni por defecto. Me apoyaré en las tres definiciones que siguen para enunciar la mía propia: Dice Gill8c: “El psicoanálisis es aquella técnica que, empleada por un ana­ lista neutral, da como resultado el desarrollo de una neurosis de transferencia regresiva cuya resolución se produce, en última instan­ cia, solamente mediante técnicas de interpretación.” * Leo Rangell, por su parte, afirma20: “El psicoanálisis es un método terapéutico por medio del cual se logran condiciones favorables al desarrollo de una neurosis de transferencia en la que se reinstala el pasado en el presente con el fin de que, mediante un ataque sistemático a las resistencias que se oponen a ello, se resuelva la neurosis (de transferencia e infantil) hasta el punto de producir cambios estructurales en el aparato mental del paciente para que éste sea capaz de lograr una adaptación ópti­ ma a la vida.” ** Por último, W. y M. Baranger3 lo definen de la siguiente manera: “La resolución sucesiva de todas las trabas que se oponen a la * Traducción del autor. ** ídem, nota anterior.

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comunicación y movilización del campo mediante la interpretación generadora de insight. Es el producto de la relación paciente-ana­ lista, su objeto es la fantasía inconsciente del campo simbiótico cuya desimbiotización permite la modificación y recuperación de las partes propias implicadas en la simbiosis. ”E1 insight provoca o concuerda con una modificación de la situación interna del paciente. ”Lo comprendido y discriminado en el campo es recuperado como partes o aspectos de su mundo interno, se integra a su persona y hace aparecer en forma correlativa al analista como tal.” Estas tres definiciones difieren en amplitud, precisión y especificidad, pero también tienen puntos en común. W. y M. Baranger limitan, hasta el punto de hacerla inoperante, el alcance de su definición al afirmar que “...su objeto (del proceso ana­ lítico) es la fantasía inconsciente del campo simbiótico cuya desimbiotiza­ ción permite la modificación y recuperación de las partes propias impli­ cadas en la simbiosis”. Me parece que las definiciones de Gill y Rangell van más a lo esencial porque hablan en términos de neurosis de transferencia, acentúan su carácter regresivo y afirman la necesidad de recurrir a la interpre­ tación como instrumento terapéutico último. Hablar de una fantasía in­ consciente de campo simbiótico es plantear una posibilidad que, a mi juicio, no está suficientemente demostrada; manejar el concepto de neu­ rosis de transferencia es, por lo contrario, dialogar en un idioma aceptado y entendido por'la inmensa mayoría de los psicoanalistas. Los puntos que enumero a continuación, incluidos casi todos en las definiciones descriptas, constituyen, en mi opinión, los elementos impres­ cindibles para todo proceso terapéutico que pretenda llamarse psicoanalítico.

1) El proceso analítico tiene una finalidad terapéutica. 2) Exige el cumplimiento de condiciones que favorezcan el surgi­ miento, desarrollo y resolución de una serie de fenómenos regresivos lla­ mados neurosis de transferencia. 3) La fuente de información por excelencia proviene de la asociación libre. 4) La interpretación debe ser, en última instancia, el instrumento que promueva el desarrollo y logre la resolución de la neurosis de trans­ ferencia. 5) La neurosis de transferencia no es solamente la revivencia del pasado en el presente, sino que está compuesta por los conflictos infantiles,

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la forma en que fueron resueltos y los efectos que todo ello tuvo en el desarrollo posterior de la personalidad. 6) La complejidad de la información que debe ser elaborada en el proceso analítico y las raíces tempranas de los patrones según los cuales se resolvieron los primeros conflictos, limitan el proceso a una relación bipersonal en la realidad. Esto no excluye que en el mundo interno la relación bipersonal se fragmente o amplíe de acuerdo con las necesidades de la fantasía inconsciente. 7) El paciente debe estar en condiciones de sentir y aceptar al ana­ lista en su carácter de objeto real, aliado a sus objetos buenos pero distintos de ellos. 8) La curación ha de ser comprendida en términos metapsicológicos y debe consistir en un grado óptimo de adaptación para cada paciente dado. Por adaptación entiendo relaciones constructivas no sólo con el ambiente (mundo externo) sino también con el mundo interno. El incumplimiento de uno solo de estos puntos despeja de su carác­ ter psicoanalítico al proceso terapéutico que estamos estudiando y lo transforma en un proceso psicoterápico dinámico o psicoterápico psico­ analítico, según queramos denominarlo. El análisis detallado de todas las consideraciones enumeradas llena­ ría varios volúmenes, por lo tanto me limitaré a enunciar una definición aunque no ignoro que ha de tener sus puntos vulnerables. Haré también varias consideraciones psicoanalíticas específicas acerca de los principios teóricos que la sustentan.

El proceso analítico resulta de la aplicación, en un campo de­ terminado, de una serie de principios técnicos derivados de un cuerpo de teoría: el psicoanálisis. El cumplimiento de las condiciones des­ criptas debe producir siempre el mismo proceso básico. Vale decir, que todo individuo colocado por voluntad propia en un encuadre caracterizado por una relación bipersonal en la que se lo priva de la mayor cantidad posible de información referente a una de las partes (el terapeuta) y a cuyas exigencias afectivas (aumentadas por la situación analítica) no se responde más que en forma muy limitada, aunado todo esto a que mediante la interpretación se le hacen conscientes y comprensibles, desde todos los puntos de vista del enfoque metapsicológico, sus procesos psíquicos y la forma de mani­ festarse en la conducta, efectuará un movimiento regresivo que será observable clínicamente en forma de la llamada neurosis de trans­ ferencia. Para hablar propiamente de “proceso analítico” la neurosis de transferencia debe ser analizable, es decir, susceptible de resol­ verse fundamentalmente por medio de la interpretación. El grado

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de analizabilidad depende, en gran parte de la capacidad para preser­ var las relaciones de realidad con el analista, entre las cuales ocupa un lugar importante la alianza terapéutica. El proceso analítico pro­ piamente dicho va precedido de una fase preanalítica y seguido de una fase postanalítica. En la fase preanalítica se tiene una noción distorsionada del análisis y del analista debida al efecto causado en el mundo interno del paciente por la información que acerca de ellos le suministró el ambiente. Durante la fase postanalítica1 el paciente realiza el duelo por la pérdida del analista como tal y estructura un tipo de relación con éste en términos de realidad. * Las características del proceso analítico plantearon desde un prin­ cipio limitaciones terapéuticas. Respondiendo al llamado de Freud en el sentido de que el abordaje terapéutico de las “psiconeurosis narcisistas” sólo sería posible profundizado en el conocimiento de la psicología del yo, Federn, A. Freud, M. Klein, Hartmann, Kris, Loewenstein y Erikson, para citar los más importantes, formularon principios que permitieron extender el campo de aplicabilidad del psicoanálisis y dieron nacimiento a las psicoterapias psicoanalíticas. Por otra parte, el conocimiento más exacto de la estructura del aparato psíquico, así como la observación di­ recta de niños, al proporcionar más datos acerca de las vicisitudes del desarrollo del individuo, permitieron a la terapia psicoanalítica entrar en terrenos que antes le estaban vedados. Si para el tratamiento de las histerias y de las neurosis obsesivas constituía la angustia de castración el nodulo del problema, para cuadros más regresivos y más graves como son los trastornos del carácter, las im­ pulsiones y las psicosis, se encontraron factores y angustias mucho más primitivas. No sé si habremos llegado a un punto donde el conocer más ya no traerá apareado que el psicoanálisis como terapia abarque más. Tal vez, como parece que ocurre en la actualidad, debamos conformarnos con que la ampliación de nuestro conocimiento nos explique la razón de las limitaciones de la terapia psicoanalítica. En todo caso, siempre puede ocurrir que la interpretación sistemática de tipos de ansiedad a los que antes no se les había prestado suficiente atención nos permita continuar la expansión terapéutica. En la actualidad se piensa que sólo es factible el proceso analítico ♦ En relación con la separación y el duelo durante esta fase y también durante el proceso analítico propiamente dicho, véanse las siguientes notas bibliográficas: 15, 16 y 17.

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cuando el paciente ha logrado alcanzar el estado que se llama “constancia de objeto”. Puede decirse que esta línea de pensamiento se inició con la siguiente afirmación de Freud (en el prólogo al libro de Aichhorn Juventud des­ carriada, Gill8d): “La posibilidad de ejercer una influencia analítica se basa en precondiciones bien definidas, que pueden resumirse bajo el término ‘situación analítica’; para esto es preciso que se hayan desarro­ llado ciertas estructuras psíquicas y una actitud particular hacia el ana­ lista. Cuando éstas no existen * como ocurre con los niños, los delin­ cuentes juveniles y por regla general en los criminales impulsivos, debemos usar algo distinto del análisis, ** pero que sin embargo persiga el mismo propósito que éste”.*** Anna Freud4 en un comentario acerca de la duda que expresa L. Stone sobre “la incapacidad narcisista para hacer transferencia” aclara que tal incapacidad no siempre se debe a una regresión sino que en muchos casos es atribuible a ciertos defectos básicos del desarrollo emo­ cional. Al respecto dice así: “Me refiero a aquellos individuos que cuando niños fueron cuidados en instituciones o por sustitutos maternos rápida­ mente cambiantes, debido a que la relación con sus madres quedó inte­ rrumpida en forma traumática durante el primer año de vida o poco después, sea por muerte, por alejamiento de la madre o por la desin­ tegración de la familia... Su grado de anormalidad depende, por su­ puesto, de la edad específica en que perdieron sus vínculos objétales. Cuando esto ocurrió antes de que alcanzasen el estado de ‘constancia de objeto’, los adultos sólo cuentan para ellos como objetos satisfactores de sus necesidades. Son importantes como protectores, como abastece­ dores de comidas y ropas o, en el mejor de los casos, como fuentes de placer, pero no son objetos amados en el estricto sentido (objeto-libidinal) de la palabra. Las relaciones con el ambiente son generalmente super­ ficiales (planas), y están sujetas a cambios rápidos. Se observa también una promiscuidad acentuada. En el análisis de este tipo de pacientes puede verse, asimismo, que no hay reserva alguna de amor u odio objetal arcaico a la que pueda recurrir la transferencia. Las relaciones con el analista, configuradas según el único patrón de que dispone el paciente para regular sus relaciones de objeto, se caracterizan por ser superficiales e inseguras; y puesto que la libido no llegó a concentrarse nunca total­ mente en objeto alguno, tampoco parece posible la concentración del material en una neurosis de transferencia”.**** * ** *** ****

La bastardilla es del autor. ídem, nota anterior. Traducción del autor. ídem, nota anterior.

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Merton Gill se refiere, creo yo, al mismo tipo de paciente cuando hace la distinción 8e entre “transferencia” y “neurosis de transferencia” y cuando más adelante8f señala que la idea de Freud acerca de la inca­ pacidad de ciertos pacientes para desarrollar una transferencia, ha sido revisada y ahora se sabe que lo que ocurre en estos casos es que “la transferencia es florida, salvaje y fluctuante” y continúa “...lo que les cuesta mucho trabajo es desarrollar una relación de objeto estable que haga de la transferencia un instrumento terapéutico utilizable”. Desde el punto de vista descriptivo estoy completamente de acuerdo con las anteriores afirmaciones de Anna Freud y Merton Gill. Sin em­ bargo opino que sería más fructífero enfocar el problema metapsicológicamente y considerar que toda transferencia de paciente a analista es neurosis de transferencia (o psicosis de transferencia según el caso), lo que sería más concordante con el hecho de que la relación con el ana­ lista depende del tipo de neurosis o psicosis del paciente. Me parece que el mismo Gill apunta hacia lo verdaderamente esen­ cial al concluir que lo importante no es valorar el problema según la constancia o inconstancia de objeto, sino de acuerdo con la posibilidad o la imposibilidad de que la transferencia pueda ser analizada y resuelta. Claro que esto nos lleva a preguntarnos si una neurosis o psicosis de transferencia que tenga como ingrediente una inconstancia de objeto, resulta analizable. Esto tendrá que ser tema de otro trabajo; yo preferiría hablar de inespecificidad de objeto en vez de inconstancia objetal, pues no creo que nadie pueda sobrevivir sin que exista un grado mínimo de constancia en la relación con aquello (objeto) que satisfaga las necesi­ dades básicas del individuo. Y hablar de constancia implica que se llenen todos los requisitos del planteo metapsicológico, es decir, que haya fuerzas psíquicas en juego (dinámico), que existan energías psicológicas activas (económico), que los procesos mentales sucedan en el ámbito o como consecuencia del interjuego de ciertas estructuras (estructural), que todo fenómeno psicológico tenga un origen y un desarrollo psicológicos en donde sea preponderante el factor temporal desde sus más remotos orí­ genes (genético) y finalmente que se tenga en cuenta la relación con el medio [en donde quedan incluidas las relaciones de objeto (adaptativo)].21 En este sentido, el tipo de individuo al que nos estamos refiriendo no llega nunca, tal vez, a establecer una relación específica con este o aquel objeto sino que permanece en lo que podríamos llamar un estado genérico de relación caracterizado por reaccionar en forma similar ante todo lo que llene la función satisfactora de necesidades, sea animado o inanimado. Esta situación es consonante con los distintos pasos que sigue el niño en su progresión hacia las fases de individuación-separación es­ tudiada por Margaret Mahler 19. Si mientras transcurre esta importantí­

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sima tarea, el objeto satisfactor de las necesidades —la madre, por ejem­ plo— no da el mínimo de gratificación aceptable, el nivel adaptativo puede configurarse por ejemplo en un autismo secundario. Como lo han señalado Anna Freud y otros, la época del desarrollo en que el niño es abandonado dará lugar a un tipo de patología característica. En este sentido hay casos de cambios tempranos en el objeto gratificador que terminan en una buena relación genérica cuando los distintos objetos son relativamente buenos. Por todo lo que hemos expuesto parece evidente que es necesario conocer más y mejor acerca de los tres primeros años de vida, particular­ mente de los dos primeros. E. Zetzel 22 ha hecho aportaciones sumamente valiosas. Partiendo de las características de la relación madre-hijo durante el primer año de vida, estudia el desarrollo de las funciones más importantes del yo, tanto en lo que se refiere a las identificaciones primarias como a los aparatos de autonomía secundaria. Dice: “En síntesis, reitero mis afirmaciones ante­ riores en relación con la importancia del conflicto intrapsíquico y su reso­ lución con respecto a la teoría del proceso analítico. El tratamiento psicoanalítico presenta muchas analogías con los procesos tempranos del desarrollo que podemos resumir brevemente. En primer lugar, el desa­ rrollo adecuado de las etapas avanzadas de la infancia depende del esta­ blecimiento temprano y de la conservación de buenas relaciones de objeto. Paralelamente, el surgimiento y la resolución adecuada de la neurosis de transferencia en el psicoanálisis clínico dependen del establecimiento y conservación, en todo momento, de la alianza terapéutica”.* Aun más, las cualidades del analista que promueven mejor la alianza terapéutica corresponden en muchos aspectos a aquellas respuestas intui­ tivas de la madre que determinaron en el bebé un desarrollo temprano adecuado del yo. Algo más adelante continúa: “Finalmente, así como un desarrollo saludable en la niñez y la adolescencia conduce a la indepen­ dencia, madurez y autonomía adecuadas del joven adulto, también la ter­ minación satisfactoria de un análisis trae apareada autonomía e indepen­ dencia. En ambos casos es necesario atravesar un proceso de separación ** que incluye componentes de pesar y duelo conducentes a la reintegración de identificaciones estables y adecuadas.” Es importante insistir en que para E. Zetzel23 la alianza terapéutica es una “relación de realidad”. En consecuencia afirma: “...puesto que para muchos pacientes la relación difiere cualitativamente de cualquier otra previamente establecida, mal podemos definirla como transferencia”.*** * La bastardilla es del autor. ** ídem, nota anterior. *** A propósito, este concepto de algo nuevo, que no pertenece a la transfe­

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Además sostiene que desde el momento en que se establece constituye, al mismo tiempo, una identificación y una relación de objeto. También con­ sidera que la “constancia de objeto” basada en una diferenciación sufi­ ciente en la segunda mitad del primer año de vida, entre el yo (self) y el no yo, es decir entre el sujeto y el objeto, es requisito indispensable para que se establezca una buena alianza terapéutica. Los estudios de Margaret Mahler19 acerca de la fase simbiótica que caracteriza los primeros cinco o seis meses de la relación madre-hijo y de las subfases de separación-individuación que la siguen, demuestran la importancia que tienen en el proceso del desarrollo las reacciones a la se­ paración. Hablando de la tercera subíase dice: “... en tanto el niño se hace consciente de su estado de separación, se resiste a la separación de su madre por medio de toda clase de mecanismos... ”. Aduce que si las cosas transcurren normalmente el niño supera su angustia de separa­ ción y entra en la cuarta subfase en la cual logra la constancia de objeto (25 a 36 meses). Esto corresponde, como se ve, al terreno que Zetzel considera apropiado para poder establecer y mantener una alianza terapéutica adecuada. En los casos en que el niño no puede superar convenientemente la angustia de separación surge lo que Mahler llama signos de peligro: “.. .una angustia de separación mayor que el promedio, una adhesividad mayor que lo habitual a la madre, o lo opuesto: un continuo apartarse impulsivo de ella con el propósito de que corra detrás de él; finalmente serias perturbaciones del sueño”. A mi juicio la angustia de separación no ha sido tomada suficien­ temente en cuenta en la mayor parte de los trabajos que estamos estu­ diando cuando, como hemos visto, desempeña en realidad un papel tan importante en el desarrollo del individuo y, por ende, en el proceso ana­ lítico, ya que éste consta por excelencia de una serie de experiencias de separación y reunión que el paciente manejará de acuerdo con el patrón aprendido en la infancia. El estudio del duelo normal y patológico 11 y el análisis de pacientes con fobias de espacio, en particular fobia a la altura,12,13,14 acrecentaron mi interés por los problemas de angustia de separación y así fui desa­ rrollando un modelo conceptual acerca de ésta. Para ello, si bien considero el problema desde el momento en que hace su aparición la angustia-señal (alrededor del quinto o sexto mes), rencia, y que surge de la interacción paciente-analista, que por otra parte va ganando en complejidad durante el proceso analítico y que resulta indispensable para la cura, nos recuerda la hipótesis de Pichón Riviére acerca de la espiral resultante de los distintos encuentros —en términos de asociación, interpretación, respuesta— entre paciente y analista.

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no ignoro la importancia de las experiencias gratificantes y frustradoras que suceden con anterioridad. En mis investigaciones realicé una diferenciación entre el ser aban­ donado y abandonar. Desde el momento del desarrollo en que aparece la angustia-señal hasta que el niño domina la locomoción bípeda prevalece, con respecto a la angustia de separación, el peligro de ser abandonado, pero después el peligro de perder el objeto abandonándolo pasa a ser predominante. En uno de mis trabajos14 sobre la urgencia de reunión digo lo siguiente: “.. .esta distinción entre abandonar y ser abandonado es im­ portante porque si bien la angustia de separación resultante es la misma en ambos casos, los mecanismos a que da lugar pueden diferir en forma considerable. Así, el niño que se siente abandonado por la madre trata de hacerla volver por medio del grito, del llanto, de la amenaza o de la súplica real o fantaseada, consciente o inconsciente, abierta o disfrazada. Pero si el niño es el que se va, su primer impulso para reunirse con la madre es el de volver, el de desandar lo andado”. Debido a la confusión existente en el uso de los términos “angustia de separación”, “angustia de abandono”, “recuperación”, “reunión”, etc., juzgo indispensable puntualizar lo que yo quiero decir con los conceptos que uso 14: “... yo entiendo por ‘angustia de separación’ aquel tipo es­ pecial de angustia que surge como señal de alarma en un individuo cuando se produce un cierto alejamiento —variable según los casos— de un ob­ jeto necesitado. Uso el vocablo ‘objeto’ en su acepción psicoanalítica, es decir, refiriéndome a lo que satisface, o donde se satisface una necesidad instintiva tanto en su forma más primitiva como en sus derivados más lejanos. Esto quiere decir que el objeto puede ser indistintamente una persona, un lugar, una cosa o una abstracción según el grado de trans­ formación que haya experimentado la necesidad instintiva”; “...pienso que debemos restringir el uso del término ‘urgencia de recuperación’ a esos casos en los que el sujeto busca la vuelta del objeto, y propongo el término ‘urgencia de reunión’ para cuando la angustia de separación surge como consecuencia del abandono del objeto por el sujeto. A decir verdad, la urgencia de reunión que tiene por finalidad lograr el reencuentro del objeto debería constituir un subgrupo de la urgencia de recuperación, ya que reunirse con el objeto es recuperarlo. Sin embargo, a falta de un término mejor seguiré usando el de ‘urgencia de recuperación’ en el sentido restringido recién descripto. Según esto, la ‘urgencia de recupe­ ración’ es, en esencia, de carácter introyectivo y pasivo, mientras que la ‘urgencia de reunión’ es fundamentalmente proyectiva y activa”. Tanto la urgencia de recuperación como la urgencia de reunión pue­ den dar lugar a situaciones de peligro como por ejemplo en el caso de la

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fobia a la altura, en donde la urgencia de reunión se expresa en forma del impulso a reunirse por la vía más corta —el salto— con la madre. A partir del concepto “urgencia de reunión” el doctor R. H. García Garza denominó “angustia de reunión” a la provocada por esta situación que para él engloba también la recuperación, como lo expresa en distintos trabajos.5, e’ 7 Sin embargo, creo necesario señalar que así como considero distintas la “urgencia de recuperación” y la “urgencia de reunión” debemos hablar de “angustia de recuperación” y “angustia de reunión”. La línea de pensamiento seguida después por el doctor García Garza, si bien tiene pun­ tos comunes con la mía, difiere básicamente de ella. Transcribiré aquí el modelo que elaboré acerca de la “angustia de separación”: El objeto abandona al sujeto------_ t , i i• » Angustia de separación___ El sujeto abandona al objeto-------D r >

urgencia de recuperación------ > angustia de recuperación----- > ______ _ urgencia de reunión------------- > angustia de reunión------------> ---------- ► modalidad de recuperación ---------- > modalidad de reunión Para que pueda mantenerse la alianza terapéutica es preciso que predomine la secuencia: urgencia, angustia y modalidad de reunión. Esto no quiere decir que en la neurosis de transferencia esté ausente la se­ cuencia: urgencia, angustia y modalidad de recuperación. Cuanto más prevalezca la modalidad de reunión tanto más profunda se podrá hacer la regresión al servicio del yo porque la constancia de objeto le permite al paciente manejar y controlar la distancia —real o simbólica— con su objeto (analista). En el caso de la urgencia de recu­ peración, los mecanismos que actúan son mucho más primitivos y, por lo tanto, significan que el paciente se siente al arbitrio exclusivo del ana­ lista en la misma forma en que realmente lo estuvo al de la madre durante el período en que la separación provenía exclusivamente de abandono por parte de ella. Tanto la angustia de recuperación como la de reunión son parte indispensable en el proceso del desarrollo y tienen un valor adaptativo en la medida en que regulan la distancia con el objeto. Con este trabajo creo haber contribuido, en alguna medida, a me­ jorar nuestro idioma común, facilitando así la comunicación de las com­ plicadas experiencias que nos son afines. Si además conseguí no caer en el engaño de disfrazar lo viejo con ropas nuevas, para satisfacer la urgencia de reunión, ni vestir lo nuevo con los harapos de lo viejo, con el fin de hacer tolerable la angustia de separación, me doy por plena­ mente satisfecho.

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RESUMEN En el presente trabajo se hacen una serie de consideraciones que llevan a enunciar la siguiente definición del proceso analítico: El proceso analítico resulta de la aplicación en un campo determinado de una serie de principios técnicos derivados de un cuerpo de teoría: el psicoanálisis. El cumplimiento de las condiciones descriptas debe producir siempre el mismo proceso básico. Vale decir que todo individuo colocado por voluntad propia en un encuadre caracterizado por una relación bipersonal en la que se lo priva de la mayor cantidad posible de información referente a una de las partes (el terapeuta) y a cuyas exigencias afec­ tivas (aumentadas por la situación analítica) no se responde más que en forma muy limitada, aunado todo esto a que mediante la interpretación se le hacen conscientes y comprensibles, desde todos los puntos de vista del enfoque metapsicológico, sus procesos psíquicos y la forma de manifes­ tarse en la conducta, efectuará un movimiento regresivo que será obser­ vable clínicamente en forma de la llamada neurosis de transferencia. Para hablar propiamente de “proceso analítico” la neurosis de transferencia debe ser analizable, es decir, susceptible de resolverse fundamentalmente por medio de la interpretación. El grado de analizabilidad depende, en gran parte, de la capacidad para preservar las relaciones de realidad con el analista, entre las cuales ocupa un lugar importante la alianza terapéutica. El proceso analítico propiamente dicho va precedido por una fase preana­ lítica y seguido por una fase postanalítica. En la fase preanalítica se tiene una noción distorsionada del análisis y del analista, debida al efecto causado en el mundo interno del paciente por la información que acerca de ellos le suministró el ambiente. Durante la fase postanalítica1 el paciente realiza el duelo por la pérdida del analista como tal y estructura un tipo de relación con éste en términos de realidad. Se estudian además, como factores esenciales del proceso analítico, la constancia de objeto y la relación que ésta guarda con las características de separación, de acuerdo con el siguiente modelo:

El objeto abandona al sujeto El sujeto abandona al objeto

Angustia de separación

> angustia de recuperación----- > —.> urgencia de reunión--------- > angustia de reunión ----------->

—* urgencia de recuperación

-> modalidad de recuperació

--------- ■> modalidad de reunión

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Se concluye que el proceso analítico sólo es posible si predomina la secuencia: urgencia, angustia y modalidad de reunión, sobre la de: ur­ gencia, angustia y modalidad de recuperación. Bibliografía

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DISCUSIÓN Mark Kanzer

{Nueva York)

No obstante que en lo fundamental estoy de acuerdo con el concepto del proceso analítico tal como lo definió el doctor González, por momen­ tos no estoy muy seguro sobre si la definición está dada en términos de la técnica del analista, de las experiencias del paciente, o de las interac­ ciones entre ambos. Si bien estos tres puntos de vista están íntimamente relacionados —incluiría también la participación del analista como per­ sona y no sólo como un técnico o teórico—, creo que es conveniente estudiar esta interrelación desde el punto de vista del paciente y consi­ derar el proceso analítico como una reorganización de la personalidad del analizado que permite el pasaje de la enfermedad a la salud. Este concepto puede ser útil como un modelo para las aspiraciones del ana­ lista a través de las sucesivas fases del desarrollo analítico que puede retrotraerse hasta el método catártico. La abreacción fue utilizada para recuperar la unidad mental; sin embargo, los conceptos de unidad men­ tal y las medidas destinadas a lograrla han evolucionado en estrecha rela­ ción con el proceso analítico. Estoy muy de acuerdo con el doctor González en el sentido de que el proceso analítico, sea considerado como técnica o como proceso intrapsíquico, se inicia con el contrato analítico y es regulado y terminado por éste. Esta afirmación no parece ser totalmente compatible con una definición de la terapia como medio para inducir y resolver la neurosis de transferencia. La patología de las reacciones transferenciales, tal como nos lo indica nuestro creciente conocimiento sobre el tema, no es la única clave para los desarrollos dentro del encuadre analítico; operan constan­ temente fuerzas más sanas en la alianza terapéutica que está íntimamente relacionada con la neurosis de transferencia. Las formulaciones que com­ prenden exclusivamente a esta última tienden a enfocar los factores conflictuales defensivos y topográficos excluyendo las áreas más amplias de la personalidad. Más aún, con referencia al punto de vista genético, tien-

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den a dar la impresión de que el desarrollo de la neurosis transferencia! y de la regresión es inherente al plan del analista, quien induce y favo­ rece tales fenómenos. En mi opinión es esta una verdad parcial que distorsiona la verdad total. Mediante el contrato analítico, el analista hace una alianza con el yo normal y maduro del paciente. La regla fundamental depende del fun­ cionamiento del yo normal. Las interpretaciones y otras medidas por parte del analista tienen por finalidad, en cada caso, restituir un yo normal que momentáneamente se ha desviado del contrato analítico debido a perturbaciones creadas por la neurosis. Una interpretación exitosa tiende a integrar el yo elaborando la disociación. La formación y resolución de una neurosis transferencia! no se producen en fases sucesivas que caracte­ rizan distintos períodos del análisis; esta formación y resolución ocurren a lo largo de todo el tratamiento. Es inevitable, y constituye un aspecto indispensable de la terapia, que la neurosis transferencia! se desarrolle en condiciones adecuadas. Sin embargo, no es el analista quien crea la neurosis de transferencia, sino quien esclarece y explora la neurosis ya existente a medida que ésta ad­ quiere su forma particular dentro del encuadre analítico. Esta exploración pondrá de manifiesto continuidades genéticas, pero no sólo retrotrayendo el presente al pasado sobre el principio de que los determinantes primeros del desarrollo de la personalidad son necesariamente las causas más fun­ damentales de la neurosis actual, ya que la naturaleza evolutiva de la organización de la personalidad y sus distintos problemas adaptativos en cada fase de desarrollo invalidan tales suposiciones. El estudio del desarrollo de la personalidad, enfocado como la lucha por mantener el contrato analítico, revelará en especial los estadios ante­ riores de la organización de la personalidad. Sin embargo, este pasado nunca podrá ser estudiado en forma aislada, sino como parte de fenó­ menos analíticos cuyo punto de partida es siempre el presente y está en relación con el presente. Es éste un factor limitativo que Freud estableció para que nosotros lo develemos, cuando señaló que la neurosis de trans­ ferencia no puede abarcar totalmente a la neurosis actual, mientras que la neurosis actual está parcialmente relacionada con la neurosis infantil. Cada sesión, cada sueño, cada asociación, están determinados en forma múl­ tiple; la interpretación, tal como lo sugiere Hartmann, debe por lo tanto dirigirse a los determinantes múltiples. Los principios técnicos aplicados a la interpretación de los sueños en el análisis también se utilizan para la construcción e interpretación del pasado; la investigación de los sueños o del desarrollo infantil, que se lleva a cabo durante el tratamiento, debe estar supeditada a la asociación libre como guía para la técnica, y tam­

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bién al curso mismo del proceso analítico que oscila, junto con la aten­ ción del analista, entre el ello y el yo, el pasado y el presente. Sin embargo, los medios con que contamos para reconocer e inter­ pretar los datos de los tempranos períodos infantiles, han avanzado en forma notable siguiendo estas mismas normas y como resultado de la estimulación recíproca entre el análisis de adultos y el análisis y la ob­ servación de niños. Las construcciones establecidas para el reconocimiento y el tratamiento del niño difieren enormemente entre sí y, por lo tanto, esta es una legítima y provechosa área de investigación. Las diferencias existentes entre las construcciones constituyen determinantes focales de la técnica y de las reales experiencias del paciente durante el tratamiento, modificando el curso del proceso analítico. Así, la paciente que se come las uñas en el diván, de quien decimos que revive recuerdos orales, puede con la primera palabra del analista experimentar sensaciones vaginales; el paciente con constricción esfinteriana puede responder a una señal de la cercanía del analista con fantasías de un pene expuesto. Lo auténticamente regresivo debe diferenciarse de lo aparentemente regresivo. El analista deberá lograr esta diferenciación sin seducir al paciente a la regresión ni subestimar lo auténticamente re­ gresivo. Las soluciones propuestas para estos problemas se han multipli­ cado en los últimos años —me refiero a trabajos bien conocidos de Spitz, Stone y Gitelson, así como a un trabajo de Zetzel ya citado por el doctor González— y parecen tender a la ampliación o, por lo menos, a una mayor utilización de las influencias preedípicas que ya operan en el encuadre y procedimiento analíticos. En estas circunstancias, el con­ cepto de neutralidad ha perdido algo de su connotación de distancia adulta, y yo considero que el concepto de una organización verbal de las interacciones entre el paciente y el analista no excluye el reconocimiento e interpretación de las áreas no verbales de contacto, comunicación e in­ fluencia mutua. Las diferencias entre lo verbal y lo no verbal, tal como aparecen en algunas definiciones del procedimiento analítico, tienden a separar artificialmente estos elementos orgánicamente entrelazados del pro­ ceso y pueden utilizarse, como el concepto de neutralidad, para crear una atmósfera árida en la cual lo no verbal retorna sutilmente bajo la forma de intuición, empatia, contratransferencia y la necesidad de controlar el acting-out. Considero que la contribución del doctor González es muy atinada para la resolución de estos problemas. Las secuencias de las experiencias de separación y reintegración tienen aspectos específicos en cada fase, que aparecen tanto en el funcionamiento normal como en el patológico. Sin em­ bargo, sin haber leído sus otros trabajos, no puedo comprender acabada­ mente cómo debe diferenciarse y tratarse el elemento infantil en su con-

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texto previsible de asociaciones con los elementos más maduros de sepa­ ración y reunión. La relación de los modos de recuperación con los esta­ dios de necesidad objetal, de los modos de reunión con la constancia de objeto, parecen ser guías muy útiles para tratar con estos procesos. No obstante me preguntaría si en su sentido amplio no corresponden a los procesos primario y secundario, respectivamente, cuyos patrones pertinentes no sólo están determinados genéticamente, sino también a través de aspec­ tos que exigen las más amplias descripciones metapsicológicas. Una de las más importantes implicaciones del trabajo del doctor Gon­ zález parece oponerse a su definición de la neurosis de transferencia como idéntica a la transferencia. En realidad, la alianza terapéutica debe origi­ narse en las primeras experiencias de integración objetal; el hecho de que vaya más allá de la constancia de objeto hasta el estadio de satisfacción de necesidades, es un problema al cual se le daría una solución diferente según se consideren estos estadios en una secuencia genética solamente, o en relación con la organización total de la personalidad. Sin embargo, tanto las experiencias de separación como las de reunión pueden tener aspectos sanos y patológicos, y no veo ninguna razón para que elementos infantiles, tanto sanos como patológicos, no puedan transferirse; en resumen, hay ma­ nifestaciones deseables e indeseables de la transferencia. Podemos consi­ derar aquí el uso sublimado de tales transferencias deseables en la creati­ vidad, en el amor, en la empatia del analista, en la alianza terapéutica y, naturalmente, en las transferencias positivas desde siempre señaladas como indispensables para el éxito del analista. Sin los elementos constructivos de la transferencia, no se pueden neutralizar suficientemente los elementos des­ tructivos de las reacciones infantiles, como para que existan posibilidades de éxito analítico. Volviendo finalmente al proceso analítico visto en su sentido más amplio, podemos considerarlo como una parte de los procesos adaptativos que operan dentro de la personalidad durante toda la vida y, por lo tanto, nunca se completan verdaderamente ni es posible circunscribirlos. Parte de esta vida se emplea y es influida dentro del encuadre analítico y se organiza mediante el contrato analítico. Desde un punto de vista técnico, esto posibilita al analista que funcione como un órgano mental auxiliar, una parte del proceso vital del paciente hasta que, en condiciones óptimas de tratamiento, este órgano ha sido internalizado con éxito por el pa­ ciente. En ese momento podemos considerar que teóricamente el proceso analítico ha terminado, lo cual justifica la interrupción técnica del contrato analítico como paso inevitable y progresivo en el logro de una personali­ dad madura.

DISCUSIÓN * Tufik Meluk (Bogotá)

Para comunicar el conocimiento de una simultaneidad comple­ ja no tenemos otro recurso que la sucesión descriptiva, de modo que todas nuestras representaciones fallan básicamente por su simplifica­ ción unilateral, siendo preciso que se las complemente, que se las reestructure y, al mismo tiempo, que se las rectifique. Freud

I

El proceso analítico se fundamenta en la relación de dos personalidades y es en sí una simultaneidad compleja, que implica un triple proceso de mutua investigación, mutua vivencia y mutua comunicación de lo descu­ bierto, y cuyos desarrollos suceden en diferentes planos y se prolongan por un lapso variable, dentro de ciertas constantes habituales y únicas de la técnica analítica. Según Kubie, “la finalidad de la exploración analítica es el esclare­ cimiento de los roles concurrentes de los tres procesos, consciente, precons­ ciente e inconsciente en los pensamientos, sentimientos, propósitos, con­ ducta y relaciones humanas”, a lo que añade como finalidad terapéutica del psicoanálisis “el intento de redistribución de estos roles” (Kubie8). Pero aun cuando la finalidad terapéutica suele estar incluida en el proceso ana­ lítico a través de la búsqueda de curación del paciente y de la tendencia hacia el logro de la curación del terapeuta me ocuparé de ella sólo circuns­ tancialmente, ya que más bien pretendo referirme en este correlato, así sea en forma parcial, a la esencia misma del proceso analítico y no a sus posibles finalidades. El escrutinio del método, de la teoría y de los descubrimientos analí­ * Para este correlato, agradezco al doctor Carlos Plata-Mujica las valiosas su­ gerencias que de él he recibido al discutir mis ideas al respecto.

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ticos recientes permiten hoy día hacer el recuento de algunas de las metas propuestas, que frecuentemente han sido confundidas con la totalidad del proceso analítico, cuando sólo representan aspectos particulares y por lo tanto están comprendidos en un contexto más amplio. Para expresar mi pensamiento me baso en el descubrimiento hecho por Sigmund Freud 2 de la dinámica de lo inconsciente, que actúa en los desarrollos y relaciones psicológicas de todo ser humano, y en el método o técnica psicoanalíticos que se fundamenta en el principio de la libre aso­ ciación, y que permite la investigación sistemática de dicho inconsciente, primordialmente a través del análisis de la transferencia en la relación per­ sonal, viva y dual que ocurre en el marco constante del acontecer de la “situación analítica”, y en la que los que viven e investigan promueven al mismo tiempo el proceso analítico.

II La investigación, según su definición, “comprende el estudio o examen crítico que tiene por objeto descubrir nuevos hechos e interpretarlos correc­ tamente” L Cuando se trata de una investigación sistemática, como es la investigación analítica, el conocimiento de las conclusiones y teorías más recientes, que son resultado de nuevos aportes, permite al terapeuta una mayor aproximación a la realidad investigada para descubrir los nuevos hechos que trae consigo cada persona. Sin embargo, debe tenerse en cuenta, también, que las constantes metodológicas de la investigación de lo incons­ ciente han sufrido variaciones según la importancia que se les ha atribuido de acuerdo con las finalidades propuestas por los diferentes esquemas referenciales. Al hacer un breve recuento del núcleo histórico-práctico del análisis destaco, como hechos trascendentales, la teoría libidinal de la época del comienzo del psicoanálisis que abarcó toda una etapa hasta el reconoci­ miento del “análisis de la transferencia” como lo más importante del tra­ tamiento analítico, y la postulación de la segunda teoría instintiva que comprendió además el “instinto de muerte”, concepto que abrió nuevos campos de investigación y que llevó a revaluar algunos aspectos teóricos, especialmente en relación con el yo y con su estructura interna. Lo más fecundo de la nueva postulación fue la revisión y sistematiza­ ción de las concepciones genéticas y epigenéticas de las diferentes fases de maduración y desarrollo, destacándose la función de estas diferentes etapas como canales de expresión de las tendencias instintivas y de la relación con los objetos. A lo anterior se sumó una más amplia comprensión del origen funcional de las diversas estructuras y de los problemas tanto intrasistémicos

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como intersistémicos, a través de la permanencia de lo transferencial como telón de fondo para el estudio de las nuevas conceptualizaciones y las res­ pectivas problemáticas que suponen. Es a partir de los trabajos de Heinz Hartmann,4 de Melanie Klein8 y de sus respectivos colaboradores, cuando se abren nuevos campos de in­ vestigación que tienden a una mejor comprensión del yo y del self, con el deslinde de las llamadas “funciones autónomas primarias y secundarias del yo” y con el planteamiento de la “teoría posicional”, en relación con las primeras ansiedades y defensas en el desarrollo del niño, integrados hoy día, al menos en forma parcial, al panorama de la exploración de lo in­ consciente. III

El elemento primordial de la mutua vivencia es la propensión a la transferencia, que fundamenta y tiende a conformar el proceso analítico. Sustentándome en esta formulación reconozco que tanto la relación trans­ ferencial como el proceso analítico se basan en tal posibilidad inespecífica transferencial, anterior al establecimiento de la relación formal de la sesión analítica, ya que es en la covivencia de los fenómenos transferencialescontratransferenciales donde el proceso analítico adquiere el carácter de un descubrimiento (Rodrigué ®), cuando no de un sorprendente redescubri­ miento del mundo interno del analizado y del propio mundo interno del analista y de las relaciones con el mundo externo, comprendido el todo a través de la toma de conciencia de la objetividad frente a la propia sub­ jetividad individual (Racker8). Actualmente entiendo la situación transferencial como la expresión analizable, o sea inteligible en función del principio de realidad, de una fantasía inconsciente que tiene una génesis, una estructura, una historia y que además cumple una función particular al expresar el contenido prima­ rio y las defensas de los procesos inconscientes actuantes en la mutua vivencia y en el transcurrir de la relación analítica. Al referirme especí­ ficamente a la transferencia-contratransferencia, y a las identificaciones y contraidentificaciones proyectivas (Grinberg3), destaco el “aquí y ahora”, el “antes y afuera” y también el “allá y luego” como elementos ineludibles cuando se trata del comienzo, medio y fin de todo transcurrir y acontecer en la dimensión del tiempo, como desarrollos que integran el proceso en función del acontecer siempre en presente de la situación analítica.

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IV El instrumento de comunicación del psicoanálisis, además de los relatos verbales y extraverbales del paciente, es la interpretación transferencia! ade­ cuada, tomada en su más amplio sentido como un desarrollo prolongado e inseparable del proceso de hacer consciente lo inconsciente en el analizado, y en la que se tiende a lograr la comprensión de este último y a la comu­ nicación de lo descubierto mediante un lenguaje que no esté disociado del hecho interno defendido por las resistencias (Plata-Mujica, Meluk7). Y es por esto por lo que el analista, para lograr la interpretación transferencia!, debe estar atento para percibir las manifestaciones de los derivados del pro­ ceso primario en el analizado y en sí mismo, así como para lograr que sus comunicaciones sean primordialmente en función del proceso secundario en cuanto éste signifique integración. O sea que, con la interpretación y en el desarrollo del proceso se tiende a establecer el puente dinámico entre los pensamientos y los sentimientos, entre las varias instancias, las diversas es­ tructuras y los múltiples objetos, así como entre los instintos y las defensas, los procesos primario y secundario, etcétera. Sintetizando lo anterior, puedo decir que la interpretación tiende a señalar el reconocimiento de las fantasías inconscientes que expresan los contenidos dinámicos de los procesos tempranos de introyección-proyección, y sus variados tipos de identificación en el contexto de la relación transferencia-contratransferencia, ya que al despejar las identificaciones introyectivas y proyectivas que se suceden en el proceso analítico, se logra que surjan elementos de la verdadera identidad inconsciente del analizado.

V En resumen, el proceso analítico se fundamenta en la inespecificidad de la propensión a la transferencia —o transferencia flotante—, y se veri­ fica en la relación específica de dos personalidades —analista y analizado—, siendo en sí una simultaneidad compleja que implica un triple proceso de mutua investigación, mutua vivencia y mutua comunicación de lo descu­ bierto y en el que los desarrollos de los roles concurrentes de los tres pro­ cesos consciente, preconsciente e inconsciente en los pensamientos, senti­ mientos, propósitos, experiencias y relaciones humanas, interactúan en di­ ferentes planos y transcurren en un período variable, dentro de ciertas constantes habituales y únicas de la técnica analítica. Además de lo an­ terior, en el transcurso del proceso terapéutico, el analista tiende a investigar primordialmente el paso de lo inconsciente a lo consciente y vice-

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versa, a través de los diferentes enlaces verbales y extraverbales, y a escla­ recer la correlación y redistribución de los desarrollos de las instancias tópicas, consciente, preconsciente e inconsciente, así como el desarrollo de las funciones estructurales con lo que el proceso adquiere el carácter de un descubrimiento del mundo interno del analizado y del analista y sus rela­ ciones con el mundo externo. Todo esto a través de la toma de con­ ciencia de la objetividad frente a su propia subjetividad y apoyado en el esquema referencial psicoanalítico actualizado. Como complemento de lo anterior, el analista se propone también la búsqueda y formulación de leyes, que formen un conjunto de conocimien­ tos ordenados del registro y enlace de los pensamientos, sentimientos y necesidades del analizado refiriéndolos a un contexto genético, evolutivo, tópico, dinámico, estructural y objetal, o sea, en función del esquema refe­ rencial operativo y de los desarrollos temporales. Esta breve comunicación sobre la simultaneidad compleja del pro­ ceso analítico, fijada de antemano como una extrema simplificación llena de limitaciones, tiende únicamente al logro de algunos puntos de refe­ rencia, en función del transcurrir y el acontecer, y dentro del marco de la dimensión de temporalidad que sirvan de motivo a la discusión sobre el tema central del correlato oficial. Bibliografía 1. Enciclopedia Barsa: Buenos Aires, Encyclopaedia Britannica, Inc. 1960, 1, 223. 2. Freud, S.: The Complete Psychological ¡Forks of Sigmund Freud, vol. XXIII, An Outline of Psycho-Analysis, The Hogarth Press, Londres 1964, pág. 205. 3. Grinberg, L.: Sobre algunos problemas de técnica psicoanalítica determinados por la identificación y contraidentificación proyectiva. Revista de Psicoanálisis. A. P. A. Buenos Aires, 1956, t. XIII, 4, 507-511. —: Perturbaciones en la interpretación por la contraidentificación proyectiva. Re­ vista de Psicoanálisis. A. P. A. Buenos Aires, 1957, t. XIV, 4, 23-30. —: Si yo fuera usted. Contribución al estudio de la identificación proyectiva. Revista de Psicoanálisis, A. P. A. Buenos Aires, 1957, t. XIV, 4, 355-367. —: Aspectos mágicos en la transferencia y en la contratransferencia. Identificación y contraidentificación proyectivas. Revista de Psicoanálisis, A. P. A., Buenos Ai­ res, 1958, t. XV, 4, 347-368. —: El individuo frente a su identidad. Revista de Psicoanálisis. A. P. A., Buenos Aires, 1961, t. XVIII, 4, 344-360. —: Psicopatología de la identificación y contraidentificación proyectiva y de la contratransferencia. Revista de Psicoanálisis. A. P. A., Buenos Aires, 1963, t. XX, 2, 113-123. 4. Hartmann, H.: Psychoanalysis as a Scientific Theory. Psychoanalysis Grove Press, Inc. Nueva York, 1959, 3-37. 5. Klein, M.: A contribution to the Psychogenesis of Maniac-Depressive States (1934). En: Contributions to Psycho-Analysis. Londres, The Hogarth Press, Ltd., 1950, 282-310.

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6. 7.

8.

9.

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—: Mourning and its Relation to Maniac-Depressive States (1940). En: Contribu­ tions to Psycho-Analysis. Londres, The Hogarth Press Ltd., 1950, 311-338. —: Notes on Some Schizoid Mechanisms (1946). En: Contributions to PsychoAnalysis. Londres, The Hogarth Press Ltd., 1950, 292-320. Kubie, L.: Psycho-Analysis and Scientific Method. En: Psycho-Analysis. Nueva York. Grove Press, Inc., 1959, 57-77. Plata-Mujica, C. y Meluk, T.: La situación analítica. Revista de Psicología. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1965, t. X, 1, 25-35. Plata-Mujica, C.: Anormalidad de la motivación. Revista de Psicología. Uni­ versidad Nacional de Colombia. Bogotá, 1964, t. IX, 1-2, 121-126. Racker, H.: Los significados y usos de la contratransferencia. En: Estudios sobre técnica psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós, 1960, 153-201. Rodrigué, E.: El contexto del descubrimiento. Revista de Psicoanálisis. A. P. A., Buenos Aires, 1959, t. XVI, 2, 101-121.

3. EL PROCESO ANALÍTICO Elizabeth R. Zetzel (Boston)

Al considerar la situación analítica en el Primer Congreso Paname­ ricano, centré mi atención en las dificultades inherentes a la formulación del psicoanálisis terapéutico tomado como un hecho individual. “El analista y el paciente son amhos partes activas en una relación cuya naturaleza y significado constituye la esencia de la situación analítica.” El núcleo pri­ mitivo de esta relación, que he llamado “alianza terapéutica”, está dado por la capacidad del paciente para mantener una relación objetal hipersonal. También se la puede considerar como una identificación del yo cuya naturaleza y calidad se modifican y expanden a medida que progresa el aná­ lisis. Estos cambios, aunque son integrados muy lentamente, representan importantes modificaciones en la estructura del yo del paciente que pueden ser atribuidas al proceso analítico. Para decirlo en la forma más breve, esto es lo que subraya la íntima relación que existe entre la situación analítica y el proceso analítico. En su monografía La estructura de la teoría psicoanalítica, David Rapaport nos brinda un valioso enfoque conceptual de la diferenciación entre la estructura y la energía en el aparato psíquico individual. “En con­ traste con las tendencias instintivas cuyo ritmo de cambio es rápido y cuyo curso es paroxístico, los factores que están en conflicto con ellos y code­ terminan la conducta parecen tener un ritmo de cambio variable o más lento. El concepto de estructura se construyó probablemente sobre la base de la observación de estas determinantes de la conducta y síntomas.” Se puede aplicar con la misma utilidad una similar diferenciación entre la alianza terapéutica y la neurosis transferencial. Lo primero, que ya he definido como una relación objetal real y una identificación del yo, no sólo retiene un núcleo estable continuo sino que es capaz de un ritmo de cam­ bio gradual y lento. Lo segundo, en tanto deriva del instinto primitivo no modificado, está sujeto a infinitos cambios y rápidos modos de descarga. Cualquiera que sea nuestra orientación teórica, creo, habrá consenso general

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en el sentido de que un análisis terapéutico exitoso implica cambios im­ portantes en la estructura y en la energía. El yo se enriquecerá primero, por una mayor capacidad para admitir y tolerar el afecto doloroso que había sido evitado antes mediante las defensas inconscientes. El control del conflicto interno que surge durante este proceso liberará lentamente más energía para las funciones del yo autónomo. Por un lado, cierta ener­ gía quedará ligada, neutralizada o sublimada. Por el otro, instintos sexuales maduros encontrarán un objeto apropiado para lograr la completa grati­ ficación heterosexual. El superyó, mientras sea inconsciente, arcaico e indebidamente agresivo, será menos importante que un ideal del yo sintó­ nico; todo esto en esencia nos enfrenta con estímulos y riesgos positivos antes que con amenazas negativas. Esta síntesis del cambio progresivo se apoya obviamente en un supues­ to básico. El objetive del análisis consiste en el crecimiento de una de las partes de la situación analítica, es decir el paciente. El analista exitoso, es de esperar, no cambia en sustancia en relación con su propia estructura o función mental, a la actitud esencial frente al paciente, o su objetivo que es la resolución analítica de los problemas del paciente. Estos cambios, favorables y desfavorables, ocurren en forma natural. El Simposio so­ bre “Transferencia y contratransferencia” se ocupará de este aspecto del psicoanálisis clínico. Ahora daré por supuesta la situación hipotética de un análisis que no está modificado por la contratransferencia perturbadora y me concentraré en la naturaleza de los cambios progresivos que tienen lugar dentro del aparato psíquico del paciente. El rol, implícito y explícito, del analista puede ser examinado en este contexto como parte de la expe­ riencia perceptual del paciente. Hasta qué punto y de qué manera la interacción del analista con el paciente estimula o, en forma inversa, impide el proceso analítico, consti­ tuye uno de los problemas principales que sigue siendo discutible. Si bien, en este contexto, podemos admitir la existencia de amplias variaciones indi­ viduales en el estilo del analista, también debemos admitir que existe un desacuerdo más general. Esto se relaciona con nuestro enfoque teórico del desarrollo temprano y del permanente impacto que esto tiene en la situa­ ción analítica. Estaríamos de acuerdo en que la fantasía inconsciente de fuentes primitivas continúa influyendo sobre nuestras relaciones objétales, nuestro carácter, nuestra conducta y nuestros procesos de pensamiento. El concepto de transferencia, en su sentido más amplio, está basado en las implicaciones de nuestras hipótesis económicas. Desde La interpretación de los sueños se ha enfatizado el rol del desplazamiento en la vinculación con los objetos. Creo, sin embargo, que en este panel se manifestará un desacuerdo sustancial respecto del relativo acceso a los derivados instin­ tivos inconscientes y las defensas inconscientes ante su aparición y los

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rasgos inconscientes del superyó arcaico. Este desacuerdo deriva de dife­ rencias en nuestras teorías del desarrollo, estructura y función mental que se reflejan inevitablemente en nuestra comprensión del psicoanálisis clínico. Aquellos analistas que enfatizan la fuerza, la naturaleza automática y sobre todo el carácter genuinamente inconsciente de las defensas del yo, subrayan la marcada diferenciación que existe entre el yo y el ello. Ellos consideran que las interpretaciones de los derivados instintivos que igno­ ran o minimizan la fuerza de las defensas son inefectivas o perjudiciales si se las formula prematuramente. Esta convicción teórica se refleja en el tratamiento a través de la inactividad del analista durante el comienzo del análisis. Esta inactividad impone, en esencia, un considerable grado de privación sensorial. Y ahora sabemos que esto tiende a fomentar la regre­ sión que modificará las defensas. La neurosis transferencial es el resultado esperado de la consiguiente regresión. Del mismo modo que los sueños, la formación de síntomas, y otros estados regresivos, los derivados instin­ tivos que son lábiles y fluidos reemplazan en forma parcial defensas pre­ viamente automáticas. En cambio, los analistas de la escuela kleiniana enfatizan hasta qué punto la fantasía primitiva está dirigida hacia el analista aún antes del co­ mienzo del tratamiento. Al menos en forma implícita, parecen acentuar los rasgos primitivos del nivel de desarrollo que podemos alcanzar sólo cuan­ do gozamos de los beneficios del análisis. El material transferencial sus­ ceptible de ser interpretado no depende de un proceso regresivo. No bien comienza el análisis se pueden verbalizar en la transferencia las tempranas fantasías y ansiedades y las defensas más lábiles ante el instinto, que serían la proyección, la introyección y la identificación proyectiva. Tal interpre­ tación puede ser, sin embargo, efectiva, aunque se la considere “profunda” en el sentido de que apunta a un contenido primitivo, arcaico. De este modo las defensas automáticas inconscientes del yo ante la ansiedad no son con­ sideradas un obstáculo que impida la interpretación del contenido trans­ ferencial. Las teorías que subyacen en la persistente y continua dicotomía entre aquellos que defienden la interpretación transferencial temprana y continua, y aquellos que, en cambio, enfatizan las barreras que ofrecen las defensas del yo, fueron resumidas hace más de treinta años en dos trabajos publi­ cados en un mismo número del International Journal. Me refiero al trabajo de Richard Sterba “El destino del yo en la terapia analítica” y al de James Strachey “La naturaleza de la acción terapéutica del psicoanálisis”. El tra­ bajo de Sterba destacaba la madurez de aquella parte del yo que entra en alianza con el analista durante el proceso analítico. Enfatizaba, aunque en forma implícita, la relativa inaccesibilidad durante las primeras etapas del tratamiento del afecto, la fantasía y otros derivados instintivos debido a

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que el yo había movilizado contra ellos sus defensas automáticas incons­ cientes. Las referencias explícitas que hace en este trabajo al paralelismo entre el split terapéutico del yo y el proceso de formación del superyó han sido menos tenidas en cuenta que su enfoque del yo. También se puso muy poco énfasis en la relación objetal implícita en la identificación con el analista. Sterba entonces veía con claridad la realidad del analista y la relación entre el split terapéutico del yo y la temprana formación del superyó. El énfasis de Strachey en el rol del analista como un superyó auxiliar tiene mucho en común con las formulaciones de Sterba. Sin embargo; su énfasis en la realidad del analista fue fundamental para la comprensión del proceso terapéutico. También se debe reconocer que la psicología kleiniana influyó sobre él en la comprensión del desarrollo, lo que lo llevó a enfatizar el rol de la agresión en forma no aceptable para analistas más ortodoxos. En forma retrospectiva, a pesar de las áreas de desacuerdo, estos dos trabajos importantes tienen muchos puntos en común, que durante estos treinta años han quedado relegados porque la atención se concentró en las diferencias. En mi opinión, el trabajo de Strachey es todavía una de las contri­ buciones más valiosas para la comprensión del proceso analítico en toda la literatura del psicoanálisis. Se adecúa perfectamente a ser usado como la base para nuestra discusión de hoy puesto que ilumina problemas fun­ damentales respecto del impacto de la teoría en la técnica. Lo mismo que la posición de los kleinianos contemporáneos, la de Strachey deriva del énfa­ sis que se pone en lo primitivo y arcaico que surge en el transcurso del análisis transferencial. Sostuvo que la interpretación puede ser un mal menor tratándose de pacientes seriamente perturbados y esto coincide con el supuesto que sostiene que lo primitivo y arcaico es fácilmente asequible a la interpretación transferencial. A pesar de que Strachey en forma clara limita esa asequibilidad a pacientes muy perturbados, se lo ha citado como propiciador de la actividad interpretativa desde el comienzo. En realidad, describe la aparición de dicho material en forma lenta y gradual antes que inminente y apresurada. Él, el más silencioso de los analistas, abogaba por la necesidad de aguardar la aparición de algún aspecto de la fantasía primi­ tiva que asegurara una interpretación exitosa. Atribuye esta aparición pri­ mero al rol del analista como un superyó auxiliar, más permisivo que el inconsciente superyó arcaico del paciente. Esta formulación no implica necesariamente que la regresión sea un rasgo de la neurosis transferencial. Ampliaré este punto enseguida. Los cambios terapéuticos, según Strachey, se pueden atribuir a inter­ pretaciones que definió como “mutativas”. Las cuales, según su descrip­ ción, tienen dos etapas separadas. En la primera, el paciente toma con­ ciencia de una pequeña cantidad de la energía del ello, o sea, de la fantasía

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primitiva. “Puesto”, continúa diciendo, “que el analista es el objeto de los impulsos del ello del paciente, la cantidad de estos impulsos que se haga consciente se dirigirá conscientemente hacia el analista. Este es el punto crítico. Si todo marcha bien, el yo del paciente se dará cuenta del con­ traste que existe entre la agresividad de sus sentimientos y la real natura­ leza del analista. El paciente se dará cuenta de la diferencia entre el objeto de su fantasía arcaica y el objeto externo real”. Aunque Strachey se está refiriendo a las fantasías agresivas, su afirmación es igualmente aplicable a todos los aspectos de la neurosis transferencia!. La aparición de deseos instintivos previamente inconscientes y su dirección hacia el analista cons­ tituyen la esencia de la neurosis transferencia!. El éxito de una interpreta­ ción sigue dependiendo del grado en que se aproxime a un punto de emer­ gencia, cuestión que ha sido enfatizada por Strachey. Insight implica la distinción entre fantasía dentro de la neurosis transferencia! y la percep­ ción del analista como una persona real y separada. Aunque formulado en una terminología diferente, la descripción de Strachey de la interpretación “mutativa” es altamente compatible con las más recientes contribuciones de Greenson, Stone, Gitelson y Greenacre y el interés que puse en mi trabajo para el último Congreso en la importan­ cia de la alianza terapéutica como una relación objetal real. La alianza terapéutica quedará establecida mediante intervenciones apropiadas. Estas intervenciones, aunque pueden relacionarse con la aparición de la ansiedad primitiva, no tienen que ser equivalentes al proceso analítico. Es igual­ mente válida para otras formas de psicoterapia o relación doctor-paciente dentro de la medicina clínica general. Según nuestro punto de vista, la neurosis transferencia! depende de la regresión y la concomitante modifi­ cación de las defensas automáticas inconscientes que abre áreas que eran anteriormente inaccesibles. El silencio del analista, como ya se sabe, es un factor importante en esta regresión. La actividad del analista, aunque puede ser esencial, tiende a minimizar la regresión debido a su impacto sensorial. Si bien puede servir para impedir una regresión no oportuna, también puede interferir en la aparición de la regresión en el momento óptimo. Es fácil comprender que aquellos analistas que ponen muy poco, o ningún, énfasis en los componentes regresivos como determinantes de un análisis exitoso, encuentran pocas contraindicaciones respecto de la inter­ vención activa. Es posible, sin embargo, que una intervención activa desde el comienzo, cualquiera que sea su contenido, sea principalmente significante como experiencia sensorial que limita la regresión en la situación analítica. El silencio del analista, lo mismo que su temporaria invisibilidad, si­ guen siendo para muchos analistas un rasgo indispensable del proceso ana­ lítico. No obstante se debe medir este silencio según el afecto del paciente que se da en ese momento. A menos que ya se haya establecido la alianza

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terapéutica, el silencio del analista puede fomentar la regresión afectando no sólo las defensas inconscientes del yo sino también la capacidad del pa­ ciente para mantener una relación. Como consecuencia, algunos pacientes pueden tomar conciencia de intensas fantasías transferenciales antes de haber establecido una relación con el analista. Se ha alcanzado la etapa primera de Strachey en forma prematura. No se puede pasar, sin embargo, el punto crítico. La transferencia no resulta contrastada con la realidad que se está dando. La interpretación, aunque correcta, puede tomar pro­ piedades mágicas y/o ser comprendida como una forma de seducción. No hay insight genuino. Las curvas transferenciales, la huida hacia la salud y/o la regresión a un estadio anterior del desarrollo del yo disminuye antes que aumenta la capacidad de insight. Del mismo modo que la inter­ vención demasiado activa puede impedir la regresión óptima, mucho si­ lencio puede tener el efecto opuesto. Se debe admitir desde el comienzo que para evitar la experiencia del dolor psíquico se han movilizado las principales defensas que llevan a la neurosis. La anulación de tales defensas implica inevitablemente la apari­ ción de la ansiedad, la depresión y otros afectos dolorosos. Se debe admitir y tolerar este dolor para lograr superar el conflicto. De este modo el pro­ ceso analítico exige un aumento de la tolerancia afectiva, un cambio fun­ damental en la relación entre energía y estructura. Esa tolerancia disminuye lentamente la necesidad del paciente de recurrir a las defensas inconscien­ tes del yo, permitiéndole en forma gradual alcanzar una resolución más adaptativa del conflicto intrapsíquico. La alianza terapéutica desempeña un papel decisivo en este proceso. El paciente no está solamente mante­ niendo una relación objetal constante; se está también identificando con el analista como persona real. Citaré, en este contexto, unas observaciones no publicadas del doctor Maxwell Gitelson: “El paciente se identifica con la forma y los medios del analista para enfrentar su ansiedad y la depresión, puesto que ya ha sido manifestado en forma verbal y no verbal en la situación analítica.” Durante el transcurso del análisis esto se logra gra­ dualmente: es un concomitante necesario del proceso analítico. Quisiera ampliar esta introducción general con material clínico del análisis de una talentosa joven mujer histérica que había estado luchando con específico material edípico. Mientras que sus sueños habían indicado en forma clara sus defensas ante la subyacente rivalidad con su madre, no había podido sentir rivalidad conmigo. Hace poco tiempo, antes de un fin de semana, le pedí un cambio de hora porque me iba afuera. El vier­ nes trajo los siguientes sueños: En el primero soñó que iban a robar su casa. No habían entrado en ella, sino que se habían llevado las luces de afuera, dejando la casa sin protección ante un asalto. En el otro sueño, habían asesinado al presidente

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Johnson en Alemania oriental. Este sueño le recordó los sueños y asocia­ ciones que habían seguido al asesinato del presidente Kennedy. En aquel momento vio con claridad que su muerte representaba un castigo para ella por sus propios deseos incestuosos. Se acordó de esto mediante una aso­ ciación con los últimos sueños. Rápidamente vio la asociación entre el daño al exterior de la casa y sus esfuerzos por no tener una imagen corporal genuinamente femenina. Los dos sueños juntos padecían implicar que su renun­ cia al deseo de un pene y el reconocimiento del deseo por su padre sólo podían resultar en desastre. A continuación se refirió a su continua preocupación en sueños, recuer­ dos y fantasías, por los años escolares. En especial durante la latencia, había sido una persona completamente diferente en la escuela, donde era un marimacho rebelde y en su casa, donde ella siente retrospectivamente, que era casi como una sonámbula. Nadie en la casa era importante o depen­ diente; su principal fuente de placer era un programa de radio, el Llanero Solitario. Odiaba su cuarto, odiaba sus ropas, sentía que la única forma en la que podía impresionar era teniendo un ataque y rompiendo los muebles. Solía tener fantasías de pertenecer a una familia diferente que fuera íntima y cálida. La mejor fantasía era la de ser como el Llanero Solitario. Era inútil desear algo ya que la mamá se lo quitaría. Era más seguro no querer nada y negar que existiera algo que ella pudiera desear. Al negar la diferencia entre los sexos podía convertirse en el Llanero Solitario. La hora terminó con referencias al subyacente engaño detrás de su exagerada y superficial honestidad y aparente conformidad en la casa. Había sido una forma de esconder a sí misma y a los demás la continua importancia que para ella tenía el conocimiento genital y los deseos geni­ tales. Ahora, a través de la casa a la que le habían robado el frente, se estaba acercando a la aceptación de que no podía controlar o renunciar a ciertos deseos hasta que se pudiera sentir con derecho a ellos aun cuando esto significara perder la protección externa de su temprana actividad fálica y terca rebelión. Para poder tener acceso a sus genuinos deseos femeninos tendría que enfrentarse con la ansiedad despertada por la rivalidad con una madre que poseía algo positivo que ella quería. Al final de la hora dijo con una risa levemente incómoda que pensó que yo tomaría el mismo avión que se había estrellado seis semanas antes. Cuando se iba dijo, en forma algo pensativa, que había sido divertido imaginarse como el Llanero Solitario. Esta vez se había dado cuenta de qué se trataba y me deseaba un buen viaje. El lunes siguiente refirió este sueño: Había recibido un mensaje mío diciéndole que podía venir temprano. Llegó al consultorio antes que yo; luego llegué yo muy afligida y le dije que mi marido había muerto. Se sintió muy triste. Me dijo que se había sentido ansiosa y desdichada

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durante el fin de semana y le había molestado el comentario que hizo acerca del avión. Había tenido la tentación de llamarme por teléfono para asegurarse de que había regresado a la hora correspondiente. Se había sentido casi como si estuviera en un sueño. Le interpreté que el sueño en el cual mi marido moría se refería a la parte negativa del deseo edípico, o sea, el alejar al padre de la madre. El hecho de que yo la hubiera llamado señalaba su sentimiento en aumento de que podía ser capaz de mantener una relación conmigo, a pesar de la expresión de deseos hostiles y de riva­ lidad. Ella estaba de acuerdo pero sentía que faltaba algo. Todavía se sentía un poco como en un sueño según lo había pasado en el período de latencia. También recordó otro sueño en el cual había estado en el Oeste con su padre; había sido algo como una película en la que iba pa­ sando de un lugar oscuro hacia una escena luminosa. Alguien había sacado la foto pero ella había expuesto el filme y lo había arruinado. Durante esta sesión del lunes estuvo algo bloqueada, pudo comprender algo de las impli­ caciones de la interpretación, pero seguía sintiendo que faltaba algo. El martes vino más llena de vida y comenzó la sesión diciendo: “Tenía razón usted ayer. Me fui de aquí sintiéndome triste, ansiosa y bloqueada. Mientras iba caminando hacia casa, de pronto me acordé de la parte del sueño que faltaba ayer. Llegaba a su consultorio temprano, usted no estaba y en forma compulsiva y como soñando me sentaba en su sillón. Me sentía haciendo eso y sabiendo lo que significaba, pero sin poder controlar lo que me llevaba a hacerlo.” Siguió hablando del análisis; acerca de su curiosidad por saber cómo yo hacía análisis —¿cómo me acordaba?... ¿to­ maba notas ?— No creía que lo hiciera pero sentía que no tenía derecho a preguntarme. Se acordó de varios sueños de la noche anterior. En un sueño yo le estaba dando chocolates y le permitía que se diera vuelta y me mirara. En otro sueño había una referencia a una compañera del colegio con un nombre parecido al mío que estaba ahora estudiando psicología para ser terapeuta o analista. Había gozado mucho el sueño regresivo, pero sentía que eso no era análisis. Lo que realmente la preocupaba era la profundidad de su con­ vicción de que su curiosidad acerca del análisis estaba mal y era presun­ tuosa. Cualquier expresión de un deseo remoto de ser analista estaba com­ pletamente prohibida. Se vio con facilidad que su curiosidad por el análisis y/o convertirse en analista eran una expresión desplazada de su curiosidad acerca del sexo, el nacimiento y los deseos femeninos que habían sido tan prohibidos durante la niñez. También se podía ver cómo la aparición de la temida rivalidad conmigo la había llevado a desear una relación bipersonal regresiva. También pudimos correlacionar el peligro interno presentado por sus deseos edípicos genitales en tanto significaban, literalmente, sentarse en mi sillón. Esto lo podía contrastar con la imagen defensiva de su madre

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como la de una mujer desvalorizada y vacía cuya situación y ubicación ella percibía conscientemente como sin valor. El rasgo central de este fragmento de análisis fue un sueño transfe­ rencia! que recordó en las horas siguientes. La inicial represión de la pa­ ciente de la primera parte del sueño impuso dos etapas en la interpretación que pueden ser comparadas y contrastadas con la presentación de Strachey. Además, el sueño diferenciaba claramente entre la aparición directa de la fantasía instintiva de naturaleza esencialmente hostil y una relación objetal real con implicaciones depresivas. Debe señalarse que el orden en que la paciente contó el sueño revertía la secuencia del sueño manifiesto y el orden que describe Strachey respecto de las interpretaciones “mutativas”. La paciente había recordado los elementos del sueño en los que predominaba la tristeza, antes de que pudiera recordar y tolerar la rivalidad edípica directa. Este afecto dentro de un encuadre de relaciones objétales permanentes puede guardar cierta relación con la posición depresiva de M. Klein. La paciente evidenciaba un genuino reconocimiento de que sus fantasías hostiles no destruirían la relación. En un nivel preedípico, este tipo de recono­ cimiento implica el control de la ambivalencia en una relación bipersonal, que está estrechamente relacionado con el concepto de Erikson de la con­ fianza. Pero en este material el conflicto estaba relacionado con la rivali­ dad genital en una situación triangular. Una diferencia fundamental entre la escuela kleiniana y las otras escuelas analíticas más tradicionales está dada por la elección del momento en el cual se originan las fantasías geni­ tales. Los que sostienen que dichas fantasías surgen espontáneamente du­ rante los primeros meses de vida interpretarán este material según Strachey. En cambio, aquellos que sostienen que las relaciones objétales bipersonales quedan establecidas antes de que se desarrolle la rivalidad edípica, enfocarán este material desde otro punto de vista. La relación bipersonal, aunque ya esté bien establecida, puede ser amenazada o debilitada durante el conflicto edípico. Hasta que el amor presente en esta relación no sea lo suficiente­ mente fuerte como para neutralizar la hostilidad, será imposible superar el conflicto en forma genuina. A esta paciente le fue necesario primero reintegrar la relación objetal real para luego poder recordar el impulso que surgió como consecuencia de la regresión. Ni Strachey en su presentación original, ni hoy tampoco yo propon­ dríamos un orden rígido para el ejercicio diario de la profesión. No obs­ tante se puede pensar que la secuencia propuesta por Strachey es compa­ tible con el supuesto subyacente que sostiene que la intervención del analista constituye la corrección de la realidad. El superyó arcaico mantiene los derivados del ello fuera de la conciencia al influir sustancialmente sobre la percepción de la realidad. El analista, actuando como un superyó auxiliar

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más permisivo, facilita la liberación del contenido inconsciente. Según esta teoría no es necesario un previo debilitamiento regresivo de las defen­ sas para que surjan los derivados del ello. Una vez que el paciente pasa el punto crítico de la realidad, las barreras inconscientes impuestas por el superyó y que impiden el acceso a la maduración serán sustancialmente modificadas. Puesto que, como ya ha sido señalado, se atribuye el contenido de la transferencia al impacto de la fantasía inconsciente, el proceso analí­ tico queda implícitamente definido como progresivo y de maduración. La formación de síntomas y la neurosis transferencial se atribuyen a los conflictos y fantasías que surgen durante los primeros meses de vida. La agresión y el instinto de muerte son considerados de fundamental impor­ tancia en la producción de ansiedad y las primeras defensas. La posición depresiva asumió para los kleinianos una importancia que eclipsa la atribuible a la posterior neurosis infantil. Este conflicto, en el cual tanto el sexo como la agresión presentan un conflicto intrapsíquico decisivo e inevi­ table, recibe menos énfasis explícito como una crisis de desarrollo. En realidad, el triángulo edípico infantil que incluye a tres individuos queda sustancialmente desplazado bajo el supuesto de que la diferenciación sexual y las fantasías edípicas surgen antes de la superación de la posición depre­ siva. Esta posición, cualquiera que sea su validez, lleva al énfasis del logro de una relación bipersonal estable como un prerrequisito necesario para la aparición de un conflicto triangular genuino. Muchos analistas contemporáneos enfatizan el permanente impacto que tienen las experiencias tempranas a lo largo de la vida y que determinan la calidad y estabilidad de las tempranas relaciones objétales respecto de las funciones básicas del yo. La situación analítica inevitablemente se apoya en las partes fuertes y pone de manifiesto vulnerabilidades que deri­ van de esta fuente primitiva. Una relación bipersonal segura debe por lo tanto ser restablecida, conservada y continuamente reintegrada a lo largo del análisis terapéutico. Sin embargo, el conflicto principal que determina las defensas definitivas del yo del neurótico adulto se atribuye al conflicto triangular a nivel genital. La resolución infantil de este conflicto, sea normal o patológico, resulta en la instalación de un sistema relativa­ mente cerrado respecto de ciertos derivados del ello. El movimiento regre­ sivo que afecta estas defensas es considerado como necesario para el pro­ gresivo dominio ulterior que es el objetivo común a todos los analistas, sea cual fuere su marco de referencia. La mayor parte de los pacientes en análisis, por cualquiera que sea la razón y por más capaces que sean de establecer una alianza terapéutica, experimentan ansiedad manifiesta cuando sus fantasías instintivas surgen directamente en la neurosis transferencial. Una mayor ansiedad está rela­ cionada con la amenaza de pérdida de objeto asociada a los impulsos hosti­

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les y agresivos movilizados por la reaparición del conflicto edípico. La relación objetal real debe estar segura e integrada antes de que se puedan admitir y tolerar tales deseos. Cuando, como en el caso de esta paciente, la neurosis adulta está determinada por un retroceso sustancial al triángulo edípico, su reaparición en la neurosis transferencia! es el resultado com­ plejo de la regresión y la progresión recomenzada. Esto será débil y tenta­ tivo al comienzo, marcado como en el caso de esta paciente por retrocesos episódicos y los esfuerzos concomitantes para reconstituir los tempranos modelos defensivos debido a la fuerza de la compulsión a la repetición. La desaparición gradual de los obstáculos para el progreso es un requisito necesario para la tolerancia del conflicto. Esta tolerancia incluye períodos que se caracterizan por la ansiedad y la depresión y que están bien ilus­ trados en la descripción que esta paciente hace de su estado subjetivo duran­ te el período de separación hasta que recuerda todo el sueño. Aquellos analistas que consideran la fuente de la alianza terapéutica como pregenital y diádica destacan la necesidad de responder a la ansiedad que surge en la relación bipersonal. Esta necesidad se relaciona con el grado en el que esta ansiedad puede reflejar fracasos tempranos en el nivel pregenital. Un afecto similar surge durante la reaparición regresiva del conflicto no resuelto. Una sobredeterminación tan importante lleva a dudar acerca de los beneficios de una interpretación específica antes de que la alianza terapéutica haya sido establecida. El problema técnico se relaciona con la cuestión básica de la tolerancia afectiva y el deterioro regresivo de la percepción de la realidad que está asociada con el afecto que excede cierto nivel. Diferenciaremos entonces aquellas intervenciones que sirven para disminuir el excesivo afecto de aquellas que apuntan a la fantasía transferencial específica. Durante el proceso del análisis el aumento de la tolerancia afectiva en términos óptimos acompaña el logro del crecimiento. El mismo Freud en su autoanálisis describió la tolerancia de afecto que debe preceder el insight genuino. Es de destacar en este contexto que no tenía analista pero que su neurosis transferencial estaba claramente ma­ nifiesta. La corrección de la realidad se relacionaba con su propio objeto original, o sea, su padre que quedó absuelto del cargo de actividad inces­ tuosa. El insight de Freud se relacionó con algo más que con su propio inconsciente, nos introdujo en el psicoanálisis concebido como psicología del desarrollo. Los impulsos que él descubrió primero se relacionaban con la rivalidad edípica. Durante el proceso escribió a Fliess la siguiente des­ cripción de su estado mental: “Todo lo que experimento con los pacientes lo encuentro aquí; días que dejo pasar, oprimido porque no he sido capaz de comprender nada acerca de mis

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sueños, mis fantasías y mis humores y luego, otros días en los que una luz ilumina las conexiones y me permite comprender lo que ocurrió antes y que fue una pre­ paración para la visión de hoy.”

Cualquiera que sea nuestra orientación teórica, existen, como lo señalé en mis palabras finales durante el último Congreso Panamericano, ciertas áreas de acuerdo básico. “Todos creemos en el poder y la persistencia de conflictos no resueltos y el impacto permanente que el pasado desconocido tiene sobre la percepción del presente. Todos estamos de acuerdo en que el tratamiento de las perturbaciones adultas que resultan de fracasos ante­ riores requiere tiempo, paciencia y una técnica que exige lo mismo del paciente y del analista. Creo que estaremos de acuerdo en que muchas de las condiciones —frecuencia de los encuentros, fases del tratamiento, su comienzo y su terminación— quedaron determinadas con asombrosa exactitud por Freud hace cincuenta años.” Los que recibimos el privilegio de asistir al precongreso sobre “Training” en Amsterdam el año pasado tuvimos la confirmación concreta de la verdad de este enunciado general a pesar de las diferencias respecto del énfasis en uno u otro aspecto y de la comprensión teórica. Estos descubrimientos nos hacen pensar que ciertos aspectos del psico­ análisis clínico se desarrollan independientemente de las teorías subyacen­ tes que parecen ser en muchas formas mutuamente incompatibles. Un ana­ lista capacitado y un neurótico analizable trabajarán bien sea que el diván esté en Nueva York, Buenos Aires, Londres o Amsterdam. El proceso terapéutico en la psicoterapia individual incluye un amplio número de facres complejos. En esta discusión he seleccionado y enfatizado aquel aspecto de la psicoterapia que, creo, es específico del psicoanálisis como el trata­ miento de elección para neuróticos adultos potencialmente maduros.

DISCUSIÓN Laura A. de Demaría, Sélika A. de Mendilaharsu, Carlos Mendilaharsu, Celia P. de Pizzolanti (Montevideo)

La matiére vivante crée de l’ordre ä partir du désordre, la matiére inerte ne peut créer l’ordre qu’ a partir de Vordre. A. Goudot La question maintenant est de savoir si l’homme de science est en contact avec la réalité, si méme il peut nourrir l’espoir de l’étre jamais. L. Barnett

En este trabajo nos limitaremos a considerar algunos aspectos del valioso relato de la doctora Zetzel con la intención de comenzar la discusión del proceso analítico. 1) Iniciaremos el mismo retomando una de las últimas frases de su relato en que dice: “Estos hallazgos sugieren que ciertos hechos del psicoaná­ lisis clínico se desarrollan independientemente de las teorías subyacentes que de muchas maneras aparecen mutuamente incompatibles. El analista bien calificado y el neurótico analizable trabajarán bien juntos, esté el diván analítico en Nueva York, Buenos Aires, Londres o Amsterdam.” Surge inmediatamente la pregunta ¿cómo es esto posible? y si ocurre así ¿a qué factores se debe? Esto nos obliga a entrar en algunos problemas de orden metodológico y en particular en el significado, carácter y limita­ ción de las hipótesis y de las teorías. Dejaremos explícitamente a un lado la discusión del problema de la uni­ dad general de las ciencias y el referente a la discusión profunda de si la metodología de las ciencias experimentales difiere esencialmente o no de la de las ciencias del hombre. Nos limitamos a citar a Hartmann 4 en un pasaje de su libro La psicología del yo y el problema de la adaptación cuando afirma: “Una ciencia evoluciona pasando de un resultado a otro nuevo; las ciencias empíricas deben hacerlo así.” Nos permitiremos en este momento

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reproducir algunos conceptos de H. Poincaré 5 que creemos de gran impor­ tancia en la comprensión del problema que planteamos. Dice este autor: “El papel de la hipótesis no sólo es necesario sino legítimo. No basta observar, hay que servirse de esas observaciones y para ello hay que gene­ ralizar. ¿Podríamos contentarnos entonces únicamente con la experiencia? Esto es imposible y sería desconocer el verdadero carácter de la ciencia. ¿Qué es una buena experiencia? Es aquella que nos hace conocer algo más que un hecho aislado, es la que nos permite generalizar. El hecho observado no volverá nunca a empezar otra vez y la única cosa que podemos afirmar es que, en condiciones análogas, se producirá un hecho análogo. Para pre­ ver hay que invocar la analogía, es decir, generalizar. Por más tímido que se sea es necesario interpolar. La experiencia nos da un cierto número de puntos aislados; hay que reunirlos por un trazo continuo; es esta una verdadera generalización. Se dice a menudo que hay que experimentar sin idea preconcebida. Esto no es posible, sería hacer toda experiencia estéril; pero aun queriéndolo, no se lo podría hacer. La generalización es, pues, necesaria pero no debemos olvidar sus limitaciones. Por más sólidamente asentada que pueda aparecer una previsión, no estaremos nunca absoluta­ mente seguros de que la experiencia no la desmentirá si procedemos a la veri­ ficación. No hay que evitar nunca hacer una verificación si la ocasión se presenta. Toda generalización es una hipótesis: la hipótesis tiene, pues, un papel necesario que jamás se ha negado, solamente que debe ser siem­ pre, lo antes posible y lo más a menudo posible, sometida a verificación. Notemos, por otro lado, que importa no multiplicar las hipótesis en demasía sino hacerlas una después de otra. Si construimos una teoría fundada sobre hipótesis múltiples y si la experiencia las condena, ¿cuál será entre nues­ tras premisas aquella que es necesario cambiar? Y si, inversamente, la experiencia tiene éxito, ¿creeremos haber verificado todas esas hipótesis a la vez? ¿Creeremos con una sola ecuación haber determinado varias incógnitas?” Si intentamos ahora contestar a la pregunta que formulamos al comien­ zo de nuestro trabajo, creemos que estamos autorizados para decir que si el fenómeno señalado por la doctora Zetzel ocurre, es porque en las varia­ das teorías analíticas existentes se está en realidad trabajando con ciertas hipótesis básicas comunes (freudianas) verificadas por su confrontación con la experiencia, aunque otras hipótesis de esas mismas teorías puedan ser muy distintas. Si esto no ocurriera así, de ninguna manera podríamos llegar a resultados comparables en el psicoanálisis clínico, no sólo por las implicaciones técnicas que tiene toda teoría analítica, sino porque sería sostener implícitamente que fuerzas actuantes en el proceso analítico, distin­ tas de la interpretación, explican la cura. ¿Estaríamos todos entonces haciendo psicoanálisis?

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2) Otro aspecto que desearíamos discutir del relato de la doctora Zetzel es el alcance del término neurótico analizable. En la práctica analítica todos conocemos las limitaciones del psicoanálisis como terapéutica y por lo tanto sus indicaciones en el tratamiento de la enfermedad mental. Estamos de acuerdo con que debe hacerse una selección de pacientes y que no todo enfermo mental es analizable con una finalidad terapéutica. Pero es necesa­ rio precisar que una selección excesiva o muy rigurosa tiene graves incon­ venientes en lo referente al psicoanálisis como investigación. El análisis de psicóticos, borderline, psicopáticos, perversos, niños pequeños, etcétera, aparte de las satisfacciones terapéuticas que proporcionan un número sig­ nificativo de casos, es muy fecundo desde el punto de vista del enriqueci­ miento de nuestra ciencia, de la observación de los hechos experimentales y de la verificación de nuestras hipótesis o de la necesidad de formular nuevas hipótesis. La doctora Zetzel en un trabajo anterior 6 dice: “.. .no he­ mos de ningún modo agotado las posibilidades de reformulación concep­ tual...” y en otro trabajo más reciente 8 señala que Hartmann hace hin­ capié en la estrecha relación existente entre el material empírico y las hipó­ tesis básicas sobre el desarrollo. ¿Cómo podemos entonces, si suprimimos todo ese material clínico, ampliar la teoría, mejorar la técnica o hacer hipótesis (sobre todo genéticas) sin caer en peligrosas abstracciones y en teorías no verificables? Quedaríamos legítimamente limitados a reformular los conceptos de Freud, cristalizados en la etapa en la que él mismo señaló repetidas veces lo incompleto, provisional e insuficiente de muchos de sus conceptos teóricos, apuntando al mismo tiempo, con su genialidad, el camino por seguir con su interés en Juanito y en el caso Screber, entre otros. 3) El concepto de alianza terapéutica es otro aspecto del relato de la doctora Zetzel que es necesario discutir. No dudamos de que es imposible realizar un análisis sin la colaboración de una parte del yo del paciente. Utilizaremos aquí el término de “alianza terapéutica” aunque nuestro concepto sobre este aspecto de la relación analista-paciente difiere del de la autora. Es la parte del yo del paciente que permite y mantiene el contrato analítico que define el encuadre del campo analítico y la forma de trabajar en él. Creemos, además, que desde el punto de vista genético la posibilidad de la “alianza terapéutica”, en el sentido empleado por la doctora Zetzel, implica la existencia de un clivaje precoz del yo con una parte sana con objetos buenos introyectados cuyo núcleo fundamental es el pecho bueno en la teoría kleiniana. Si bien hay diferencias obvias en la formulación teórica de la génesis de este sector del yo, no existe una oposición esencial con lo postulado por ella como relación objetal one to one. Si bien el aspecto formal-funcional del contrato es necesario para el continuum del proceso analítico, no es posible negar la intervención e inter-

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acción permanente de los elementos transferenciales en el mismo, que expli­ can al mismo tiempo que su desarrollo no sea directamente lineal. Esta dualidad en el campo analítico está expresada en el concepto de ambigüe­ dad de W. y M. Baranger.2 La pérdida de la ambigüedad en el proceso analítico determinaría la anulación de la “alianza terapéutica” que se vería invadida por la neurosis de transferencia convirtiéndose, por ejemplo, el analista, al desaparecer el “como si”, en un perseguidor real que con­ densa las imagos arcaicas amenazantes. En las fases iniciales el analizado intenta por muchos medios la modificación del encuadre, el manejo del analista, etc. Podríamos decir que un análisis que se desarrolla exitosa­ mente implica una aceptación cada vez mejor del encuadre. Creemos que si bien es muy importante la buena identificación con el analista como resultado de un análisis exitoso, lo fundamental del proceso analítico es la elaboración del mundo interno (objetos, fantasías, partes del yo y superyó) que se realiza mediante la proyección en el analista y reintroyección ulte­ rior, modificada por la interpretación. Esto determina, obviamente, el en­ riquecimiento del yo como modificación estructural sin necesidad de re­ currir a conceptos energéticos que sentimos como meramente descriptivos. Uno de los atributos fundamentales, a nuestro juicio, de esta parte sana del yo capaz de una relación o “alianza terapéutica” y que todos reco­ nocemos pero que no está suficientemente explicitada, es la conciencia de enfermedad: su presencia nos permite analizar aun pacientes muy perturba­ dos, cuando podemos captar desde las entrevistas iniciales la autenticidad de este sentir. 4) Finalmente desearíamos hacer algunas consideraciones a propósito de la regresión en el proceso analítico, su importancia y manejo técnico. Nuevamente citaremos a la doctora Zetzel cuando adhiere en su trabajo anterior 8 a la opinión de “que la regresión debe preceder la nueva y mejor solución del conflicto intrapsíquico que representa el fin terapéutico pri­ mordial”. Ella misma ha expuesto las opiniones coincidentes o divergen­ tes de las distintas escuelas sobre la misma en 1956.7 M. Baranger1 ha estudiado profundamente la regresión y ha hecho puntualizaciones que consideramos de la mayor importancia. La regresión en la sesión analítica es una forma particular de regresión que tiene las siguientes características:

1. Es una regresión inducida y artificial en el sentido de que la situa­ ción analítica clásica ha sido estructurada para permitirla.

2. Es en general manejable y limitada más o menos estrictamente a la sesión misma. 3. Es parcial porque un aspecto del yo permanece fuera de ella, unida al analista por la comunicación verbal.

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4. Es buscada por el paciente y el analista. Se la vive como con­ dición para la recuperación de las partes olivadas o reprimidas de la experiencia. 5. Es una psicosis limitada y se caracteriza por el interjuego de la identificación proyectiva e introyectiva dentro de la situación bipersonal. Si la regresión es un elemento en cada sesión, dice M. Barangerx, entra también en juego en el curso del tratamiento analítico como totali­ dad. Se opone, sin embargo, a considerar que el proceso regresivo en la situación analítica corresponda exactamente a las etapas conocidas del desarrollo genético, es decir, se opone a la hipótesis del paralelismo entre el proceso de la enfermedad y el curso regresivo del proceso terapéutico. La regresión en la situación analítica tiene una fenomenología distinta e introduce elementos regresivos originales. El tratamiento con la técnica kleiniana es el intento más acabado para romper con la técnica fundamen­ tada en el paralelismo ya que se trata de alcanzar, tan pronto como sea posible, el nodulo fantasmático del conflicto. Pero el concepto de núcleo del conflicto no debe implicar la idea de una serie de defensas estructuradas concéntricamente alrededor de una fantasía básica que constituye el origen genético del núcleo. Es el “concepto de cebolla”, donde el trabajo técnico consistiría en ir quitándole las capas sucesivas hasta llegar al centro. Este concepto, agregaríamos nosotros, es un concepto estático, aplica­ ble a los cuerpos inanimados, faltándole lo dinámico, variable, móvil y fluido que caracterizan los fenómenos vitales. Citando a Bion,3 diríamos que aquí se hace evidente que nuestro equipo para “pensar” pensamientos es adecuado cuando los problemas están asociados con lo inanimado pero no es así cuando el objeto por investigar es el fenómeno de la vida misma. Dentro de estos problemas se plantea obviamente el de la interpreta­ ción profunda y su oportunidad. La interpretación profunda, es decir di­ rigida a las ansiedades primitivas y a los núcleos esquizoparanoide y depresivo, no debe hacerse necesariamente en cualquier momento en que aparezcan en el material del paciente elementos que nos indiquen su presencia: 1°) porque el punto de urgencia en ese momento puede ser otro, 2.*?) porque el material profundo puede aparecer en ciertos momen­ tos en forma defensiva (ciertos sueños regresivos cuya interpretación no lleva a insight porque el paciente los considera defensivamente como no pertenecientes totalmente a él mismo, o utilizan esos sueños u otro tipo de material regresivo con una finalidad de fascinación del analista bajo una apariencia de colaboración y seudoinsight que oculta la estructura nar­ cisista y la pobreza en la relación verdadera con su analista. Pero insisti­ mos en que el curso lineal estricto “de la superficie a la profundidad” no puede ser sostenido ya que en el tratamiento asistimos a un vaivén entre

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lo superficial y lo profundo. La interpretación profunda debe hacerse en todo momento en que aparezcan como punto de urgencia aún en las etapas iniciales del análisis. Creemos que la interpretación dada en el momento preciso, oportuno, y adecuadamente formulada, por más profunda y precoz que sea, alivia la ansiedad en lugar de aumentarla y permite al paciente el grado de regresión que utilizamos en el análisis. Insistimos particular­ mente en la interpretación precoz de todas las fantasías paranoides ya que éstas amenazan la “alianza terapéutica” porque están dirigidas esencial­ mente al objeto analista. No hay regresión óptima: hay interpretaciones adecuadas al nivel regresivo en que se encuentra el paciente que nos per­ miten además el manejo técnico de la misma evitando los riesgos de la regresión masiva. Bibliografía

1. Baranger, M.: Regresión y temporalidad en el tratamiento analítico. (Inédito.) 1960. 2. — y Baranger, W.: La situación analítica como campo dinámico. Rev. Psa. Urug., N’ 4, 1961-62. 3. Bion, W. R.: Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires, Paidós, 1966. 4. Hartmann, H.: Psicología del yo y el problema de la adaptación. México, Pax, 1962. 5. Poincaré, H.: La Science et l’Hipothese. Americ-E., Río de Janeiro, 1935. 6. Zetzel, E.: An approach to the relation between concept and content in Psycho­ analytic Theory. Psycho-Anal. Study Child, 11, 1956. 7. —: Current Concept on Transference. Int. J. Psycho-Anal., NQ 34, 1956. 8. —: The Theory of Therapy in the Relation to a Developmental Model of the Psychic Apparatus. Int. J. Psycho-Anal., N9 46, 1965.

DISCUSIÓN Sigmund Gabe {Beverly Hills)

Me siento muy honrado por haber sido designado para discutir el trabajo de la doctora Zetzel, con cuyas ideas estoy plenamente de acuer­ do. En mi opinión, su tesis central es que en el análisis de un paciente neurótico adulto con neurosis de transferencia, es importante tener pre­ sente que su conflicto nuclear está relacionado con la clásica situación edípica triangular, y no como surgiendo de la llamada posición depresiva como se inclinan a concebirlo los analistas kleinianos. Este último enfoque tiende, principalmente, a considerar el material en términos de situaciones de ansiedades de la temprana infancia, que llevan a interpretaciones transferenciales profundas en una etapa muy temprana del análisis, tendiendo a diluir el impacto del clásico conflicto edípico en el cuadro sintomático y en la formación definitiva del carácter. Aun cuando los kleinianos afir­ man que su concepción asigna un papel central a la constelación edípica, postulan que sus orígenes coinciden con los comienzos de la posición de­ presiva. La doctora Zetzel señala, sin embargo, que los kleinianos niegan en realidad el carácter formativo de la constelación edípica al retrotraer su acción a una edad anterior a los seis meses. En ese período de vida las relaciones objétales son casi exclusivamente diádicas, estando principalmen­ te dedicadas a establecer una relación de objeto total con la madre, que hasta entonces había sido disociada en una imagen “buena” y en otra “mala”. Por lo contrario, el punto de vista freudiano señala que el con­ flicto nuclear en la neurosis ocurre algunos años después de haberse es­ tablecido la relación objetal, lo cual sugiere que las relaciones objétales tempranas de los neuróticos fueron relativamente satisfactorias. Esto no significa que el analista clásico ignore el hecho de que “la fantasía incons­ ciente proveniente de fuentes primitivas continúa influyendo nuestras rela­ ciones objétales, nuestro carácter, nuestra conducta y nuestros procesos de pensamiento”. Estas influencias también forman parte de la transferencia

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y se elaboran a través del proceso de resolución de la neurosis transferen­ cia!, cuyo núcleo central está constituido por la situación edípica. La controversia sobre las hipótesis kleinianas ha proseguido activa­ mente desde los últimos 30 años. Algunos de los descubrimientos de Melanie Klein han probado ser contribuciones altamente valiosas al conocimiento psicoanalítico y han gozado de aceptación general. Tales son, por ejemplo, la técnica de terapia de juego en el análisis infantil, la importancia de la agresión en el desarrollo mental, la acción continua de los mecanismos de introyección y proyección en el establecimiento de tempranas relaciones objétales y en la formación del yo, los rasgos arcaicos de las manifestacio­ nes superyoicas en la infancia y en la niñez. Sin embargo, la superestruc­ tura teórica y metapsicológica que Melanie Klein construyó sobre estos fundamentos empíricos, tal como el concepto de fantasía y las posiciones psicóticas de la temprana infancia, así como las normas técnicas que de estos conceptos derivan, permanecen en el terreno de la controversia. A pesar de la insistencia de los kleinianos en que sus teorías son sólo ampliaciones naturales de los conceptos freudianos, las divergencias funda­ mentales en la teoría y la práctica entre las dos orientaciones, muestran pocas pruebas de solución. Sólo se necesita comparar la crítica de El sistema kleiniano de psicología infantil, por Edward Glover en 1945, con el relato presentado por la doctora Zetzel, para comprender la distancia que separa ambos puntos de vista. En su relato, la doctora Zetzel nos ha dado, en mi opinión, una exposición comprensiva, justa y objetiva de las diver­ gencias existentes en el enfoque de las dos orientaciones sobre el proceso analítico. Son amplios los desacuerdos, incluyendo problemas tales como la na­ turaleza del temprano desarrollo mental, la estructura y función del yo con respecto al control y neutralización de la energía instintiva, la primacía y ubicuidad de la fantasía inconsciente arcaica, el nacimiento del complejo edípico y el papel central en la génesis de la neurosis de la situación edí­ pica clásica frente a la posición depresiva. Con respecto a los principios de la técnica, existen desacuerdos sobre la accesibilidad o inaccesibilidad de las fantasías, ansiedades y defensas primitivas en las etapas tempranas del tratamiento; sobre la necesidad de trabajar con las defensas yoicas frente al contenido del ello comparado con el acceso directo a la fantasía incons­ ciente; sobre el papel de la regresión en el proceso analítico y el alcance de la interpretación de material transferencia!; sobre la importancia de lograr una alianza terapéutica óptima como requisito para el logro de insight, comparado con el punto de vista de que el verdadero peligro con­ siste en el fracaso en mitigar la ansiedad primitiva mediante la interpre­ tación transferencia! temprana.

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Teniendo presente el conjunto de ideas divergentes con respecto a la naturaleza y al manejo del proceso psicoanalítico, considero que debe haber una marcada diferencia entre un análisis clásico y uno kleiniano. Sin embargo, al insinuar que el modelo freudiano proporciona una apro­ ximación más ajustada a lo que ocurre en el análisis de un neurótico adulto, la doctora Zetzel estructura su relato presentando una conclusión que para mí es sorprendente. Dice que, de acuerdo con su impresión, un paciente analizable recibirá un buen tratamiento tanto por un analista freudiano como por un kleiniano. Si realmente así fuera, deberíamos sospechar que la controversia es puramente académica y de escasa tras­ cendencia en la práctica clínica. Cabría preguntarse entonces si ambas posiciones no logran sus resultados terapéuticos mediante interpretaciones inexactas, o si hemos identificado realmente los factores terapéuticos en el análisis. Como yo no acepto ninguna de estas suposiciones, me encuentro obligado a cuestionar la impresión de la doctora Zetzel. Me cuesta creer, por ejemplo, que la poca importancia asignada al establecimiento de una alianza terapéutica óptima, que está implicada en la práctica de suministrar interpretaciones de contenido transferencial profundo desde el principio del tratamiento, no afecte el curso o el resul­ tado del análisis. La misma doctora Zetzel ha corroborado lo anterior al centrarse en el problema del papel vital que desempeña la alianza terapéutica en el proceso psicoanalítico. Y, tal como lo ha señalado Greenson en uno de sus últimos trabajos con material clínico convincente, los pacientes incapaces de disociar un yo racional y observador, como en el caso de per­ sonalidades altamente narcisísticas o de pacientes borderline, no lograrán mantener una alianza terapéutica. Podrán desarrollar una neurosis trans­ ferencial, pero fracasarán en el logro de insight debido a su incapacidad para diferenciar al analista como persona real del analista como objeto transferencial, lo cual, como lo ha señalado Strachey, es un elemento esencial para una interpretación imitativa. Por lo contrario, la alianza terapéutica podrá utilizarse a veces para desviar la neurosis transferencial, tal como sucede en aquellos pacientes que establecen una relación tenaz­ mente racional con el analista, no permitiéndose ningún sentimiento irra­ cional. Por lo tanto, la labor analítica deberá preocuparse en primer término del establecimiento de una alianza terapéutica óptima. Pero la práctica kleiniana de iniciar la interpretación transferencial relacionada con la actividad de las fantasías primitivas desde el comienzo del análisis, en mi opinión perjudicaría el desarrollo de una alianza terapéutica óp­ tima, por cuanto el yo racional del paciente no podrá atravesar la muralla defensiva levantada entre el yo y la fantasía inconsciente que se inter­ preta. Lo mismo ocurre en lo que se refiere a la neurosis transferencial.

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El punto de vista clásico sostiene que el conflicto principal que determina las defensas yoicas definitivas del adulto es el conflicto edípico triangu­ lar a nivel genital. El resultado de su resolución es una barrera defensiva que se levanta entre el yo y ciertos derivados del ello, convirtiendo en relativamente inaccesibles a la interpretación, durante las etapas tempra­ nas del tratamiento, a estos derivados con sus afectos y fantasías acompa­ ñantes. Con el objeto de debilitar estas defensas se pone en marcha un proceso regresivo mediante la influencia del encuadre analítico, y la relativa inactividad por parte del analista en las primeras etapas del tratamiento. La regresión trae como resultado el surgimiento de los deseos instintivos inconscientes dirigidos hacia el analista. A partir de este momento se desarrolla la neurosis transferencia!. Sólo después de su establecimiento se dirige la interpretación firmemente hacia el esclarecimiento de la na­ turaleza transferencia! de las exigencias del paciente, con el objeto de integrar aquellos deseos que son adaptativos y renunciar conscientemente a aquellos inadecuados para el momento actual. En el curso del análisis de la neurosis transferencia! se reactivan y reviven en la transferencia las luchas de las primeras etapas del desarrollo. El tiempo y el esfuerzo requeridos por esta fase del análisis dependerán del alcance y profun­ didad de las fijaciones ocurridas durante las fases preedípicas. El análisis de estas manifestaciones regresivas dependerá de la presencia de una fuerza yoica adecuada, capaz de mantener la alianza terapéutica en un nivel maduro. Por otra parte, el punto de vista kleiniano parece no diferenciar entre las manifestaciones esporádicas tempranas de la transferencia, lla­ madas por Glover “reacciones transferenciales flotantes”, y la neurosis transferencia! propiamente dicha, insistiendo en la influencia ininterrum­ pida del conflicto primitivo sobre la transferencia en todos los estadios del análisis. Por lo tanto, el punto de vista kleiniano sostiene la necesidad de una interpretación transferencial activa desde los comienzos del tratamiento, con el objeto de revivir las primeras fases de relación ohjetal. En esto veo el peligro de que pase inadvertido el conflicto a nivel edípico, y que el paciente utilice la elaboración prematura en el nivel preedípico como resistencia con el fin de evadirse del enfrentamiento con la ansiedad de castración, que surge del temor incestuoso y de los celos criminales contra el padre rival. Mi discusión se ha referido hasta ahora principalmente al proceso del tratamiento tal como opera en la neurosis transferencial. Me pregunto si existe alguna diferencia en el tratamiento de perturbaciones narcisísticas tan serias como la psicosis o los estados borderline. Quizá la dife­ rencia en el enfoque con respecto a las neurosis transferenciales sería

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menos marcada en estos últimos casos, ya que en ellos el yo ha perma­ necido fijado o ha regresado a modos más primitivos de funcionamiento y emplea defensas más primitivas en su intento de detener el proceso patológico. Quizás encontremos aquí condiciones apropiadas para emprender en los comienzos del tratamiento las interpretaciones de las ansiedades para­ noides y depresivas. El punto de vista analítico tradicional sostenía que los estados patológicos serios no son adecuados para un tratamiento ana­ lítico clásico, debido a su dificultad para desarrollar una alianza terapéu­ tica confiable, y al serio peligro de quebrantar las defensas primitivas que el yo ha erigido para evitar una regresión más profunda. Por lo tanto, se pensó que era preferible no minar las defensas, sino tratar de mantener la transferencia en un estado positivo, y utilizarla para apuntalar las defensas y fortalecer la adaptación a la realidad. Considero que uno de los grandes méritos de Melanie Klein y su escuela ha sido su insistencia en la posibilidad de analizar también estados psicóticos graves con modificaciones mínimas en la técnica psicoanalítica tradicional. No sólo se ha manifestado abiertamente en favor de la libe­ ración de cantidades masivas de agresión en la transferencia, sino que también la ha buscado activamente mediante la interpretación de la fan­ tasía oral, con la seguridad de que esto disminuiría, en lugar de au­ mentar, la ansiedad psicótica y ayudaría al fortalecimiento del yo del paciente. Pero todavía subsiste el interrogante acerca de la posibilidad de que la interpretación por sí sola sea capaz de restablecer un yo normal en estos pacientes con una regresión profunda, quienes en el curso de su desarrollo nunca lograron una permanencia de objeto. Es innecesario señalar que no sólo los analistas kleinianos tratan de manera analítica la psicosis u otras perturbaciones narcisísticas. El al­ cance del análisis se ha ido extendiendo con firmeza. Muchos analistas per­ tenecientes a la orientación tradicional han trabajado analíticamente con pacientes profundamente perturbados y han aportado importantes con­ tribuciones para el esclarecimiento de la dinámica de los estados yoicos narcisísticos. Han asignado la debida importancia a los procesos defen­ sivos primitivos y a las relaciones objétales tempranas, incluyendo objetos parciales y transicionales. Pero han proseguido sus investigaciones e in­ terpretado sus descubrimientos dentro del marco referencial de la hipótesis estructural, sin considerar que fuera necesario sobrecargar el yo rudimen­ tario del lactante de dos o tres meses con un conjunto de fantasías sofis­ ticadas que requieren la preexistencia de funciones perceptuales relativa­ mente discriminativas, una capacidad para experimentar afectos complejos tales como amor, envidia, celos y odio, y la acción de un sistema superyoico relativamente bien organizado. El analista tradicional ha puesto ma-

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yor énfasis que el kleiniano en la naturaleza de la relación real con el objeto externo, adjudicando así un papel más importante a la realidad en el desarrollo normal de la génesis de la neurosis. En resumen, deseo destacar que aun cuando haya insistido en mi dis­ cusión en aquellos puntos que todavía son materia de controversia, estoy de acuerdo con la doctora Zetzel en que es mucho mayor lo que nos une que lo que nos separa. Sin embargo, no creo que las desavenencias puedan resolverse mediante la discusión solamente, por más útil y esclarecedora que ella sea. Necesitamos la acumulación de un mayor conocimiento del proceso psicoanalítico en distintos estados patológicos, del proceso de desarrollo en general y, especialmente, del desarrollo infantil temprano. Pero, además, necesitamos analizar muestras suficientemente extensas de análisis de adultos llevados a cabo de acuerdo con ambos enfoques —el clásico y el kleiniano— para poder realizar una comparación significa­ tiva y válida de los posibles métodos y resultados. No puedo predecir cómo y cuándo se podrá iniciar tal estudio de colaboración cuya conveniencia no deja lugar a dudas.

4. EL PROCESO ANALÍTICO León Grinberg, Marie Langer, David Liberman, Emilio Rodrigué, Genevieve de Rodrigué

(Buenos Aires)

Es muy difícil definir el “proceso analítico”. Ello se debe más que nada a dos causas. Primero, a su calidad de concepto básico sumamente generalizado y generalizable que hace que todo lo analítico, teoría, téc­ nica y clínica, esté en cierto modo comprendido. Segundo, por la natura­ leza del fenómeno en sí que lo diferencia de los procesos biológicos puros. El suceder analítico tiene básicamente el carácter ineludible de proceso psicobiológico, pero también es inducido, magnificado y articulado por la aparición de un agente de cambio psicosocial: el analista en el ejer­ cicio de su actividad profesional.26 Esta interacción de lo dado por el paciente con lo que el analista le devuelve otorga un sello específico y complejo a la relación terapéutica. Al hablar de proceso analítico nos referimos a un acontecer que ocurre en el tratamiento y a la consecuencia de ese acontecer. El segundo eslabón —la consecuencia del suceso— puede ocurrir dentro de la sesión o fuera de ella. Más adelante, cuando tratemos el tema de elaboración le daremos especial importancia a los cambios que se producen tanto en el analizado como en el analista dentro y fuera del contexto inmediato de la sesión. Así como el comienzo de una sesión contiene implícitamente las fantasías inconscientes básicas que luego se desarrollarán en el curso de la misma, las primeras sesiones de un tratamiento psicoanalítico pueden presentar los contenidos esenciales y específicos que caracterizarán el pro­ ceso analítico durante dicho tratamiento. La secuencia de fantasías y me­ canismos de estas primeras sesiones contiene el germen del movimiento ulterior que se desarrollará en las distintas fases. Uno de nosotros 19 ha publicado el estudio de una primera sesión psicoanalítica detallada des­ tacando la sucesión de los conflictos y mecanismos específicos contenidos

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en la fantasía transferencial. Muchos de los dinamismos surgidos en esta sesión configuraron algunas de las problemáticas principales del proceso analítico desarrollado durante el tratamiento de esta paciente. El proceso analítico incluye la sucesión y desarrollo de las fantasías inconscientes que forman la base de las distintas relaciones objétales con­ tenidas en el vínculo transferencial. Tal como fue señalado,27 “la fan­ tasía inconsciente es la fuente de toda acción y reacción humanas, aunque se modifique al ser traducida en conducta externa real o en pensamiento consciente”. En muchos fragmentos de su obra, Freud se refiere claramente al proceso psicoanalítico. Así, por ejemplo, en sus artículos sobre técnica como el de la “Iniciación del tratamiento analítico” expresa que “en ge­ neral el proceso sigue, una vez iniciado, su camino propio, sin dejarse marcar una dirección, ni mucho menos la sucesión de los puntos que ha de ir tocando”.7 En la última parte de su artículo “Recuerdo, repetición y elaboración”,8 también toma como parámetro el suceder dinámico en una secuencia temporal, ciñéndose a la noción de proceso terapéutico. En ese sentido señala: “Ha de dejarse tiempo al enfermo para ahondar en la resistencia, hasta entonces desconocida para él, elaborarla y dominarla, continuando a su pesar el tratamiento conforme a la regla analítica fun­ damental.” Varias preguntas sirven para esclarecer nuestro tema; no sólo: a) ¿qué es el proceso analítico?, sino b) ¿dónde ocurre?, c) ¿cómo y cuán­ do se registra? y d) ¿cómo se manifiesta?

a) ¿Qué es el proceso analítico? Con este interrogante continuamos lo que ya se esbozó en la intro­ ducción. El proceso analítico es una sucesión temporal de ciclos de cambios dinámicos, estructurales y económicos del paciente. La duración de estos ciclos depende del tipo de fenómenos que se observan en los mismos y de la naturaleza del enfoque del analista. En dichos ciclos se reactivan con­ flictos, con sus crisis resultantes, que dejan siempre un saldo de progreso. Proceso analítico implica progreso, pero entendemos el progreso como un desarrollo donde la regresión útil en el diván sirve de palanca primor­ dial. No nos podemos extender mucho en el concepto de progresión y regresión, pero entendemos que así como existe una regresión “al servicio del yo”,18 no se le ha prestado suficiente atención a su contraparte: la progresión en perjuicio del yo.28 Con ese concepto nos referimos no sólo a aquellos estados de mejoría aparente, como lo que se conoce por “fuga en la salud”, reacciones hipomaníacas, etc., sino a los llamativos

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adelantos que ciertos individuos realizan en determinados sectores de su vida pero “quemando etapas” y a expensas de su yo. Todo el self sufre el peso de estas ganancias no consolidadas. A veces deben pagar un precio elevado por tales “progresos” y la caída puede llegar a ser estre­ pitosa. En los adultos, el colapso suele tomar la forma depresivo-melancólica, mientras que en gente más joven y en adolescentes aparecen epi­ sodios esquizofrénicos relacionados con “logros” escolares. A menudo, esta “caída” suele ser menos catastrófica permitiendo una recuperación; como secuela del perjuicio queda cierta coartación de las capacidades la­ tentes. Todavía no nos queda claro por qué “este progreso en perjuicio del yo” ocurre; pero creemos que ésta es un área donde mayor conoci­ miento en el tema de la autonomía del yo puede dar fruto. El ciclo de conflicto, crisis y progreso no sólo ocurre en el paciente; también se da, pero en menor escala, en el analista. El monto de com­ promiso del terapeuta es menor, así como el de su responsabilidad es mayor, porque la naturaleza de la transacción terapéutica está centrada en el paciente. Es una relación bipersonal y asimétrica. El tratamiento es del paciente, se hace por el paciente y para el paciente. La secuencia asociativa del paciente siempre tiene una referencia a él mismo y al ana­ lista. La secuencia interpretativa desde las primeras sesiones se refiere y se centra en el paciente. Cuando las cosas no suceden así, el proceso analítico puede detener eventualmente su dirección, invertirse y, en casos extremos, el analista puede pasar a funcionar como paciente en la inte­ racción, con la consiguiente iatrogenia. El paciente carece del objeto re­ ceptivo que le permite actualizar su transferencia y se convierte, en cam­ bio, en el objeto de una transferencia abrumadora y desconcertante. Pensamos que, a partir de aquí, puede surgir uno de los puntos de discrepancia con los analistas que no aceptan la emergencia precoz de la neurosis transferencial. Por nuestra parte, creemos que la relación bipersonal de la situación analítica se estructura desde un comienzo sobre la base de fantasías inconscientes mutuas. Compartimos el criterio —sustentado por muchos analistas— de considerar la transferencia en un sentido am­ plio admitiendo que sus orígenes se remontan a las relaciones objétales de los primeros estadios de la vida del paciente abarcando no sólo los conflictos contenidos en dichas relaciones de objeto, sino también las angustias y las defensas inconscientes concomitantes. En nuestra expe­ riencia clínica, la fantasía transferencial con toda su riqueza de matices se manifiesta desde un primer momento. b) ¿Dónde ocurre el proceso analítico? Seremos muy breves en este punto. En el tiempo el proceso analítico se inicia cuando el paciente está gestando su deseo de analizarse, se es-

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tructura a partir de la primera sesión, se desarrolla durante toda la situación analítica propiamente dicha y se prolonga —como factor activo de progreso— hasta después de finalizado el tratamiento. Se puede decir que cierra su ciclo de relación bipersonal cuando se transforma en una disposición y una capacidad y necesidad natural para el autoanálisis (con el analista internalizado). En el espacio el proceso ocurre dentro del contexto de la sesión y en los lapsos intermedios. Su apertura formal queda establecida por el con­ trato analítico al cual ambas partes se avienen a respetar. * Se configura de este modo un compromiso en el que quedan explicitados los roles por desempeñar por los dos participantes de la situación. Pero quisiéramos destacar aquí el aspecto institucional de este encuadre. El proceso ana­ lítico con su contrato, finalidad, desarrollo y desenlace, crea una insti­ tución. Creemos importante tener en cuenta la influencia de lo institu­ cional en la transferencia.28 El analista no sólo recibe la transferencia de los objetos primarios del paciente, sino que también recibe la trans­ ferencia del objeto analista como rol social cuya posición está definida por una serie de pautas socioculturales prevalentes en el medio en que ejerce su actividad terapéutica. Esta imagen del analista que se transfiere sobre el analista ha evolucionado con el tiempo y, con la difusión del psico­ análisis, ha ido adquiriendo mayor gravitación como constante social.

c) ¿Quién, cuándo y cómo se registra el proceso analítico? Aquí cabe distinguir dos tipos de registro. El primero es el registro inconsciente y consciente que se efectúa en la sesión como resultado de la atención flotante y de la capacidad del analista de absorber y metabolizar las proyecciones del analizado. El suministro de este registro está dado, más que nada, por las pautas contratransferenciales que orientan al analista para configurar su interpretación. Pero quisiéramos aclarar, además, lo que consideramos otro aspecto controversial importante y que se refiere a la conceptualización y uso de la contratransferencia. Aunque junto con la transferencia constituyen el tema principal de discusión del segundo día del Congreso, consideramos útil decir unas pocas palabras acerca de nuestra posición al respecto. * D. Liberman, G. Ferschtut y D. Sor se han ocupado de ese aspecto en un trabajo22 donde se señala que el cumplimiento de un buen contrato permite una adecuada dosificación de la regresión transferencia!, por medio de la acción de la interpretación. Destacan el doble vínculo de interdependencia contrastante: uno ma­ duro sobre la base del convenio de intercambio de tiempo y dinero; y el otro vínculo que es de la dependencia infantil producto de la regresión transferencial. El contrato analítico sería el buen faro que permite el riesgo de alejarse —regresión— sobre la base de la garantía de poder reencontrarse con la realidad ofrecida por el marco de referencia.

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Admitimos por supuesto que las reacciones contratransferenciales pueden llegar a ser elementos de perturbación que interfieren la comunicación útil entre analista y paciente. Pero pensamos —apoyándonos principal­ mente en Racker25 y Heimann 15— que una vez descubierta y compren­ dida, la contratransferencia es el complemento lógico y constante de la transferencia y debe ser aprovechada y utilizada como instrumento im­ portante para la investigación del inconsciente del paciente y para la for­ mulación de la interpretación mutativa. En un interesante trabajo sobre el tema, el doctor Gitelson 10 se acerca en parte a este enfoque al señalar que toda situación analítica presenta al analista la tarea de “integrarse a sí mismo racionalmente frente a las dificultades” y que mediante el análisis de su contratransferencia el analista “puede reintegrar su posi­ ción como analista... y utilizar el factor perturbador... con el propósito de analizar su explotación por parte del paciente”.* Coincidimos finalmente con P. Heimann y otros autores en la afir­ mación de que lo que diferencia al analista del paciente, dentro de la relación bipersonal de la situación analítica, es fundamentalmente “el grado de sentimientos que experimenta el analista y el uso que hace de los mismos”.16 Toda interpretación es un registro. Pero en este apartado nos refe­ rimos además a otro tipo de registro: a una técnica de verificación del proceso analítico, a la objetivación de cómo marcha un tratamiento. Si bien el proceso analítico se centra en la situación analítica, la visualización y objetivación del mismo sólo puede realizarse fuera del contexto terapéutico y del acontecer temporal del diálogo. En la sesión se regis­ tran momentos de insight o de resistencia, en la objetivación fuera de la sesión se evalúan indicios ligados a la elaboración de un tratamiento y a la revisión de la teoría y la técnica psicoanalítica aplicadas al mismo. Esta elaboración fuera de la sesión es un aspecto poco estudiado. ** * Estas citas textuales del artículo de Gitelson son transcriptas del artículo de P. Heimann: “Contratransferencia”.10 ** Entre nosotros D. Liberman se ha preocupado por el estudio sistemático de trozos de material tomados en circunstancias análogas en diferentes fases del trata­ miento haciendo el estudio de ciertas variables y tomando la teoría de la comunicación como punto de partida para el estudio de la elaboración. El progreso resultante de la elaboración de una crisis epigenética trae como consecuencia un aumento en la cantidad y en la organización de la información que el paciente tiene de sí mismo, como consecuencia de la experiencia de haber participado en el sistema de comu­ nicaciones con el terapeuta. Este aumento está dado por la creación de nuevos símbolos que condensan una mayor cantidad de mensajes y permiten, de esta manera, mejorar la adquisición de experiencias futuras.21 En uno de sus últimos libros Bion2 postula la posibilidad de establecer un registro del acontecer analítico que permita, mediante un sistema de operaciones similares a los de la lógica simbólica, evaluar el progreso de un análisis o el de las teorías que se aplican en el mismo.

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La elaboración de la sesión fuera de la sesión, donde se toma la situación bipersonal como objeto de estudio, configura una actitud hacia el tratamiento que enfoca al análisis en una situación cuasi experimen­ tal.17 Lo transforma de una situación posdictiva26 en otra cuasi predic­ tive; de una situación bipersonal en una tripersonal, porque el propio analista al estudiar la sesión desde afuera se convierte en el tercero. c) ¿Cómo se manifiesta el proceso analítico?

Para responder a esta pregunta nos referiremos a dos conceptos que consideramos fundamentales para que el proceso analítico se manifieste como tal manteniendo su calidad progresiva: la elaboración y el insight. Abordaremos luego los fenómenos básicamente perturbadores del proceso analítico como lo son: el acting-out grave y la reacción terapéutica ne­ gativa. Consideraremos en primer término la elaboración. A nuestro juicio el problema de la elaboración debe ser estudiado como un proceso in­ termedio y resultante de la interacción de la progresión y la regresión. Forma parte de los dos pero es, al mismo tiempo, independiente de ellos. Elaboración implica la progresión dada por la superación de defensas y del modelo repetitivo de descarga instintiva. Pero en la elaboración tam­ bién interviene la regresión si se entiende este fenómeno en la acepción que le da Winnicott de un proceso que forma parte de la curación y es consecuencia de “un sistema de defensas del yo altamente organizado”. Winnicott 32 señala la capacidad latente para la regresión que implica una compleja organización del yo. Kris 18 también señaló la regresión útil del yo. Creemos que Winnicott coincide con Erikson 5 en que la regresión útil implica una situación de moratoria que facilita el aflorar de las capacidades potenciales del self. Por ello entendemos la elaboración como un proceso que aprovecha la capacidad latente de regresión en una forma organizada y sistemática, creando una moratoria, y permitiendo consolidar el movimiento bascular progresivo ulterior. Esto nos lleva a considerar el elemento dolor presente en toda elaboración y en toda adquisición de conocimiento. Usamos el término de B. Russell de conocimiento “por presencia” para caracterizar la modalidad de toma de contacto directa y afectiva con el objeto de conocimiento. Ese encuentro es penoso y fue Freud8 quien primero se refirió a la elaboración como “una penosa labor para el analizado”. Este carácter de dolor psíquico inherente en la toma de con­ ciencia de “cómo uno es”, refleja una característica básica de la teoría y práctica analíticas y es lo que más las diferencia de las otras psicoterapias. El aporte más profundo en este campo creemos que lo da la noción de posición depresiva de la escuela kleiniana.

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Consideramos que la teoría de la posición depresiva es hoy un con­ cepto básico que no requiere aclaración. Aquí sólo queremos añadir nuestro aporte: el momento depresivo implica un cambio esencial en el psiquismo inmaduro en el que no sólo se experimenta dolor y pena por la comprensión de que el objeto ha sido dañado por cómo uno es y ha sido, sino que simultáneamente existe la comprensión similar por el daño realizado con uno mismo. Uno de nosotros13 ha destacado la importancia para el paciente de reparar las partes del self dañadas, junto con la repa­ ración del objeto. Así planteada la posición depresiva tiene mucho en común con la elaboración dolorosa; y así como existe un trabajo de duelo que incluye una serie de reacciones de reparación y reajuste intrapsíquico, se puede hablar de un trabajo penoso de elaboración como proceso para­ lelo y conjunto que comprende todas las reacciones que llevan a cambios sustanciales en las actitudes del yo frente a sus conflictos. Un aspecto importante de este trabajo de elaboración es alcanzar la capacidad de renuncia de los aspectos yoicos infantiles, y el duelo satisfactorio por la omnipotencia perdida.13 Bion3 destacó también el aspecto doloroso implicado en la adqui­ sición del conocimiento. Precisamente, señala la existencia en ciertos in­ dividuos de una actividad mental que tiende a distorsionar la compren­ sión para evitar el dolor y la frustración. Se caracteriza por un odio a la verdad y repudio a toda forma de conocimiento. Tienden más bien a “desconocer” que a conocer. * Lo opuesto se da en la disposición a establecer una relación “comen­ sal” entre sujeto y objeto. Esta relación de mutuo provecho tiene su modelo en el par madre-bebe cuando la proyección de lactante en el pecho de la madre mitiga su angustia básica y puede reintroyectar una realidad más tolerable y que incita al crecimiento. La relación “comensal” sería un modelo de elaboración con su én­ fasis puésto en el conocimiento logrado en la trama de una relación bipersonal; conocimiento que es doloroso y que beneficia a ambos, aunque en distinta medida y forma. Nos agradaría relacionar ahora el concepto de elaboración con el proceso de aprendizaje y conocimiento que lleva a la adquisición del insight tan esencial en el proceso analítico. El insight es una forma de conocimiento. Es frecuente que analistas busquen y conciban el insight como una súbita experiencia reveladora, un “se hizo la luz”. Y bien, se puede comparar esta expectativa con la que subyacía en la teoría sobre la etiogenia traumática de la neurosis: entonces * Nunberg señala que “la afirmación y el conocimiento constituyen secuelas de los instintos vitales, mientras que la ignorancia y la negación representan con­ secuencias de los impulsos destructivos”.24

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se investigaba el gran trauma patógeno. Creemos que se ajusta más a la realidad clínica considerar que el insight desempeña un papel orgánico, aditivo, con una cierta continuidad cíclica dentro del proceso analítico. No desestimamos, por cierto, la ocurrencia de momentos dramáticos en que un “pantallazo” de insight de pronto ilumina una situación antes oscura o confusa. Pero, aun en esos casos, estimamos que el “pantallazo” es el punto crítico, la cresta culminante de una onda cuya generación ha implicado una lenta, laboriosa y cíclica articulación de genuinos mo­ mentos de insight que suelen pasar inadvertidos o, a posteriori, mini­ mizados. En ese sentido consideramos que insight y elaboración son procesos mucho más afines de lo que por lo general se los considera. Creemos que esta aproximación nuestra es un aporte a la comprensión del proceso analítico. El insight es una coyuntura del trabajo de elaboración. Es un jalón en dicho proceso en la medida en que resulta de las tendencias integradoras del yo, pero es también causa de una nueva integración ul­ terior, jerárquicamente más diferenciada. Kris 17 se ha referido también a este aspecto al hablar del mismo como un proceso circular. Conviene retomar el par madre-bebe como modelo para la compren­ sión de proceso analítico. Sabemos que en análisis la regresión es favo­ recida por el encuadre que implica límites, frustración, distancia y una cierta privación de estímulos psicosociales. El encuadre “infantiliza” al paciente. Pero existe otro aspecto de la situación analítica, que tam­ bién induce a la regresión, del que se ha hablado menos. Este aspecto, opuesto al anterior, complementa el “estado de bebe” del analizado. El bebe, junto a los momentos de frustración e impotencia, vive también momentos en los que es recibido, contenido, rodeado, mantenido por los brazos de su madre. A esta situación le damos el nombre de estado de holding por lo descriptivo de este término en su acepción original de “amparar” y “sostener”. Este holding es el que precisamente ofrece el analista en sus 50 minutos de plena dedicación y receptividad. En ese lapso el analista se pone cabalmente a disposición del bebe-paciente, brin­ dándole su capacidad de atención libre, comprensión y contención de su angustia. La base de esta manutención es la interpretación rectificadora de sus ansiedades básicas. En la medida en que el analista puede con­ tener la angustia sin angustiarse, opera como una madre buena que hace más tolerable la reintroyección de lo proyectado. La regresión útil en el progreso del proceso analítico proviene, creemos, de este segundo aspecto de la situación analítica. El factor frustración, límites, etc., promueve la regresión en sí; pero, sin el complemento del holding, generaría la regresión repetitiva a las ansiedades primarias, y se convertiría en una regresión perjudicial.

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El analista, gracias al proceso que se pone en marcha con la frus­ tración y el holding, capta la intimidad de un individuo que regresa a la condición de bebe y de niño. Al bebe y al niño tal cual es, con todo el horror, alienación y desesperanza de las ansiedades paranoides y de los incipientes tanteos depresivos. Holding implica recibir, reconocer, hacer­ se cargo y aclarar ese estado de cosas. Aquí la interpretación esta­ blece contacto con la realidad interna del paciente, en la relación comensal arriba mencionada. El “holding interpretativo”, en un encuadre que in­ duce la regresión útil, marca la diferencia que existe entre el psicoaná­ lisis y ciertas psicoterapias de apoyo; ya que definiríamos a éstas como una oferta de “falsos brazos para un falso bebe”. El holding está dado por la interpretación tanto de los aspectos po­ sitivos como de los negativos de la transferencia. La interpretación trans­ ferencia! es el factor operativo esencial en la acción terapéutica y el agente de cambio del proceso analítico. Tal como fue señalado, “el efecto terapéutico de la interpretación se debe primordialmente a la inclusión del analista dentro del campo, a la posibilidad de regular los procesos introyectivos y proyectivos del paciente, en la medida en que éste le atribuye el rol de depositario de partes de su self que quiere expulsar por pe­ ligrosos o dañados, o preservar ubicándolas en un lugar seguro”.4 Co­ rrespondería a lo que Strachey denominó “superyó auxiliar” al refe­ rirse a la función del analista, en la primera fase de la “interpretación mutativa” que le permite al paciente hacer consciente la relación de un impulso de su ello con el analista y luego, en la segunda fase, poder discriminar entre el objeto fantaseado arcaico y el real.31 Quisiéramos tomar este segundo aspecto de la interpretación muta­ tiva para vincularlo con el concepto de actualidad (tomando el término usado por Erikson 6 pero empleado por uno de nosotros 28 en un sentido diferente) que contribuye —a nuestro juicio— a esclarecer y definir el tipo de realidad y el tipo de vínculo que se dan entre el paciente y el ana­ lista cuando la transferencia está en marcha. Con este término queremos corregir la connotación imprecisa de actuación que se le da a la actividad transferencial del paciente. También entendemos por actualidad una experiencia unificada que disociamos cuando hablamos de un aquí (espacial) y un ahora (temporal). Este término integra la trama temporoespacial y corresponde mejor a la vivencia que tiene el paciente del suceder analítico. Pensamos que lo que ocurre en la relación transferencial que llamamos actualidad, tiene más de experiencia onírica que de realidad de todos los días, y es en esta matriz donde se van dando las coyunturas del insight. Creemos que la actualidad transferencial se da cuando el paciente, gracias a la activación de la interpretación, puede proyectar en el ana­

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lista sin adulterar el carácter de objeto externo del mismo. En estos casos la acción de la identificación proyectiva no es insidiosa y el analista puede percibir, reflexionar y devolverle al paciente en una interpretación el conocimiento adquirido sobre el tipo de proceso psíquico que ha te­ nido lugar. Queremos insistir sobre el rol de la interpretación transferencial como agente de cambio en el proceso analítico. Aquí creemos que existen divergencias con un enfoque compartido por muchos analistas que sos­ tienen que una “buena sesión” en el sentido que le da Kris17 puede y suele ocurrir sin la participación activa del analista en su tarea interpre­ tativa. ' ! 'i ■ ¡ |1 Según esta opinión, en ciertos momentos el paciente llega solo (por la tarea previa realizada por el analista) a adquirir insight y a ir desa­ rrollando su elaboración en una “buena sesión” con escasa participación del analista. No dudamos de que, en los períodos finales de un análisis, cuando el paciente llega a la culminación de ciertas fases de elaboración de su posición depresiva, con aumento de su capacidad discriminatoria, puede resultar útil una menor participación del analista en función de la reso­ lución de la transferencia. Pero no lo generalizamos. Tampoco aceptamos el abuso de la interpretación, ni creemos que una labor interpretativa especialmente activa sea siempre índice de buen trabajo analítico, por el mero hecho de la cantidad de interpretaciones. Consideramos que el analista debe interpretar toda vez que haya compren­ dido el material del paciente y dirigir su interpretación a los “puntos de urgencia”. Creemos que esto ocurre en toda sesión psicoanalítica a partir de la iniciación del tratamiento. * Nuestra concepción de una “buena sesión” —en parte sobre la base de lo dicho sobre holding—-, relación comensal y trabajo de duelo que tiene lugar en toda elaboración es un tanto distinta. Una buena sesión implica para nosotros un constante compromiso interpretativo por parte del analista que tiene que recibir, comprender y formular las angustias inherentes a la elaboración del paciente, compartiendo en cierto grado el monto de sufrimiento que está implicado en ese trabajo de elabora­ * En la Asociación Psicoanalítica Argentina nos ha interesado cotejar la mo­ dalidad interpretativa de los analistas considerando problemas tales como si el tera­ peuta interpreta desde el comienzo de un análisis. M. Langer, J. Puget y E. Teper 20 a raíz de la experiencia de varios años con un seminario sobre Teoría de la Técnica y aplicando el cuestionario preparado por E. Glover11 realizaron una encuesta entre analistas de diferentes niveles de formación que demostró que, en nuestro medio, la totalidad de los analistas usan la interpretación como principal agente de cambio desde la primera sesión del tratamiento.

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ción. (Esta acción del terapeuta se hace mediante la interpretación, ele­ mento básico en el devenir de la sesión.) Estimamos que todo tren aso­ ciativo que no desemboca en una interpretación es una proposición incom­ pleta. La categoría de “no completa” es similar a la que se tiene en cuenta cuando se dice que “una interpretación que no tiene en cuenta la transferencia es incompleta”. Interferencias en el proceso analítico

Consideraremos ahora brevemente las perturbaciones principales del proceso analítico: el acting-out y la reacción terapéutica negativa. Además del acting-out severo (dentro y fuera de la sesión) que por su intensidad y frecuencia compromete seriamente al encuadre y al pro­ ceso analítico, mencionaremos otro tipo de acting-out que constituye una forma de comunicación que se da con más frecuencia en el comienzo de un análisis, cuando predomina lo que uno de nosotros ha denominado la transferencia primaria,29 y que se caracteriza por la proyección masiva del objeto interno en el objeto-analista. Esta actuación se lleva a cabo predominantemente mediante las palabras que se convierten en un ins­ trumento de acción y no de actualización.1 Es sólo con el decurso del análisis como la verbalización se va “limpiando” de este trasfondo de in­ ducción. El acting-out severo es un fenómeno que ha sido considerado clási­ camente como un concepto clínico relacionado con las resistencias del paciente. * Pensamos que, en estos tipos de acting-out severo, los pacientes han sido blanco de intensas identificaciones proyectivas, cargados con conte­ nidos angustiantes y destructivos de sus objetos primarios, sintiéndose obligados a actuar para aliviar la tensión insoportable dentro de su apa­ rato psíquico. En la situación analítica, el analista es el depositario de las identificaciones proyectivas de esta calidad, induciendo un estado en el mismo, que ha sido descripto por uno de nosotros con el término de contra­ identificación proyectiva.14 * Rosenfeld30 basándose en Freud describe también un “acting-out parcial” que desempeña una parte necesaria y casi inevitable en todo análisis y lo diferencia del acting-out total que refiere a pacientes esquizofrénicos con intensa hostilidad y envidia y que usan el acting-out como defensa de los estados confusionalcs. Greenacre12 señaló que los pacientes actuadores han sufrido trastornos emocio­ nales en los tempranos meses de su infancia con un aumento de su oralidad, dis­ minución de su tolerancia a la frustración y un narcisismo aumentado. Según ella presentan especiales trastornos en el pensamiento verbal. Michaels23 denomina acting-out primario al acting-out severo caracterizado por su condición de cronicidad, malignidad y repercusión somática.

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En estos estados se puede decir que el analista deja temporariamente de funcionar; la contratransferencia pierde la calidad de instrumento cog­ nitive de la realidad psíquica del paciente, y el analista es parasitado por emociones, que confunde como propias, y que lo llevan a actuar —por contraidentificación— los impulsos que el paciente no puede elaborar intrapsíquicamente. Creemos que este ataque a la capacidad de pensar del analista, junto con la intrusión parásita en el mundo de sus emociones, constituye la variedad más maligna de acting-out, la que más seriamente compromete al progreso del proceso analítico. Otra forma de caracterizar este actingout maligno es relacionarlo con la incapacidad que tienen estos pacientes para enfrentarse con la posición depresiva y con el doloroso trabajo de elaboración-duelo que ya mencionamos al comienzo del relato. Esta dificultad del paciente queda configurada en la conocida “re­ acción terapéutica negativa” que puede considerarse como el conjunto organizado de resistencias narcisísticas, apoyadas en defensas maníacas, es­ quizoides y ansiedades paranoides que se oponen a las coyunturas del insight y al trabajo de elaboración. Cargado con el aumento de su culpa persecutoria,13 el paciente luchará paradójicamente contra su cura y contra cualquier progreso en su tratamiento. Freud en El yo y el ello 8 relaciona este problema con la influencia del sentimiento inconsciente de culpa y señala claramente que constituye una perturbación en el desarrollo del proceso: “Ciertos pacientes no pue­ den soportar ninguna apreciación de progreso en el tratamiento. Toda solución parcial, en cuanto a la mejoría o suspensión temporaria de los síntomas, que da buen resultado en otros pacientes, produce en ellos una exacerbación momentánea: empeoran en lugar de mejorar.” (La bastardilla es nuestra.) Frente a un tema de tanta magnitud y complejidad como lo es el del proceso analítico, hemos intentado circunscribirlo a ciertos fenómenos que consideramos básicos para la comprensión de su significado y desarrollo. La relación bipersonal dinámica entre analista y paciente; el encuadre analítico con su aspecto institucional; el interjuego entre progresión y regresión útil pero con una tendencia evolutiva; la elaboración y dolorosa adquisición del conocimiento y del insight, como una de las características más específicas; la importancia del vínculo transferencial-contratransferencial, y la interpretación como agente operativo de cambio son los as­ pectos esenciales que configuran el proceso analítico. También nos hemos referido a aquellos otros fenómenos, como el acting-out y la reacción tera­ péutica negativa que describimos como perturbadores del proceso analíti­ co, sin implicar necesariamente su anulación; son obstáculos a la evolución del proceso contra los que se debe luchar y procurar superar.

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Terminaremos este relato reproduciendo una frase de Strachey que, en nuestra opinión, sintetiza adecuadamente la esencia y el objetivo del pro­ ceso analítico: “El resultado final de la terapia analítica es permitir que toda la organización mental del paciente neurótico, detenida en un estadio infantil del desarrollo, continúe su progresión hacia la condición normal del adulto”.31 Bibliografía

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SÍNTESIS CRÍTICA León Grinberg, Marie Langer y Emilio Rodrigué

Primero un planteo muy general. Leyendo el material sobre “proceso analítico” se tiene la impresión de que a los americanos del Norte (México incluido) les preocupan ciertos aspectos y a los del Sur, otros. La diver­ gencia aparece más como una de centros de interés que de método. Una preocupación en el Norte, no compartida en el Sur, es la de distinguir el proceso psicoanalítico propiamente dicho del proceso terapéutico en gene­ ral y aun de la psicoterapia con un enfoque psicoanalítico. Otra preocu­ pación, tampoco compartida, es la de enfatizar una dualidad en el proceso analítico, compuesta por una parte estable, orientada hacia la realidad, que se constituye en punto de apoyo para la palanca terapéutica y otra parte inestable, regresiva, irracional, que es la que se busca modificar. Fruto de este interés es la terminología donde abundan términos como “constancia objetal”, “alianza terapéutica”, “analizabilidad”, “relación real”, “yo auxiliar”. Una tercera preocupación, compartida a medias por los ana­ listas del Sur, es la de precisar fases dentro de la secuencia total, sobre todo una primera fase de apertura del proceso con sus características especiales. Hablamos de centros de especial interés, ya que los puntos arriba mencio­ nados son tenidos en cuenta por todos los analistas. Los analistas del Sur, junto con el doctor L. Rangell (Los Ángeles), se preocupan más por delimitar el proceso analítico dentro de la totalidad de la “situación análisis”, haciendo una distinción bien precisa entre el encua­ dre como marco institucional y el proceso propiamente dicho que ocurre dentro del mismo y que se inicia y desarrolla gracias al mismo. En ese sentido, en la medida en que los analistas del Sur enfatizan más el rol de la interpretación como motor del proceso, tienden a considerar que ciertas actitudes —como el silencio del analista— son parte del encuadre y no de la situación analítica, tal como opina la doctora Zetzel (Boston). .Quizás es­ clarezca estas diferencias de enfoque si se piensa que los analistas del Norte parten de la pregunta de “cuándo una interacción es analítica” mientras que en el Sur “qué es la interacción analítica” constituye el planteo inicial.

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También nos parece importante tener en cuenta cuál es la extensión temporal del fenómeno que ambos grupos estudian y en ese sentido el Sur señala explícitamente que consideran a la sesión como la unidad significa­ tiva para estudiar el proceso analítico mientras que, aunque no esté acla­ rado, es evidente que en el Norte se piensa en términos de ciclos más largos. Esta perspectiva determina el centro de interés: en el Sur consi­ deraciones sobre el emergente de una interpretación, los cambios de tema, tono y signo transferenciales en la sesión, la elaboración entre sesiones, constituyen temas de interés técnico-teórico inmediato; para el Norte, en cambio, lo son los problemas de analizabilidad y la forma en que se consoli­ da la “alianza terapéutica”. Nos parece que ambas perspectivas, dado el segmento de experiencia que enfocan, son complementarias: la concentración en detalle se comple­ menta en el despliegue temporal con una lente más panorámica. Y, en efecto, es probable que los americanos del Norte vean mejor las metas lejanas y se cuestionen más a menudo qué es lo que esperan obtener de un determinado tratamiento; mientras que los del Sur son más sensibles a los ritmos de cambio dentro de un lapso breve. Si estos últimos tienden a descuidar el importante problema de la “analizabilidad” los primeros pue­ den caer en una subvaloración similar de lo que podría denominarse la “interpretabilidad”. Al referirnos a estos problemas los términos de macro y microscópico podrían ser utilizados por lo descriptivos. Como el doctor L. Rangell (Los Ángeles) emplea el término microscópico conviene aclarar el sentido que le da, ya que no es igual al que se desprende de las consideraciones anteriores. El doctor L. Rangell (Los Ángeles) no postula una visión magnificada del material; lo que es microscópico no es la óptica sino la naturaleza misma de ciertos procesos intrapsíquicos donde, siguiendo el modelo de la teoría señal de la angustia, pequeños montos de cargas psíquicas están en juego. Podría inferirse que para descubrir secuencias de conflictos intrapsíquicos microscópicos se requiere una técnica que busque un “corte” igualmen­ te microscópico del material. Pero el doctor L. Rangell (Los Ángeles) no dice eso. Considera más bien que el proceso analítico amplía el campo de lo que se da al nivel del proceso intrapsíquico; sería algo parecido a lo que acontece en una pantalla de cine. El doctor L. Rangell (Los Ángeles) en ningún momento habla de la necesidad de analizar “de cerca” esa secuen­ cia microscópica, buscando, en cada emergente, la modificación obtenida en la estructura intrapsíquica. Pasemos a considerar algunos puntos con más detalle. Tomemos la apertura del proceso. Aquí existe un área de concordan­ cia: todas las contribuciones tienen presente la manera de como se inicia el proceso y postulan algo así como una fase inicial en el tratamiento. En

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todos los relatos se tiene en cuenta el problema de la apertura. El doctor L. Rangell (Los Ángeles) es quien más se detiene en la fase inicial del tratamiento y la denomina período de prueba. La dosificación del material, el tanteo a fin de poner a prueba al analista, es —según el doctor L. Rangell (Los Ángeles)-— lo típico de este período inicial. Si bien el doctor L. Ran­ gell relativiza este concepto, ya que señala que no se da en todos los pacientes, la noción de que existe una dosificación de prueba inicial es básica, como vimos más arriba, para la tesis central del autor de que todo el análisis se desarrolla al nivel de la elaboración de dosis mínimas (microscópicas). A su vez, el doctor Sidney Berman (Washington), en su correlato, comenta este período de prueba del doctor Rangell y concuerda en líneas generales, aunque enfatiza la presencia de una transferencia posi­ tiva indiscriminada inicial. Concibe en forma diferente la terminación de este período: antes de que la persona “entre” a analizarse pasa por un período de crisis en el que se esfuma la transferencia positiva indiscriminada inicial. El doctor A. González (México) destaca la distorsión de la realidad (trans­ ferencia!) en la fase inicial. En ese sentido el doctor Grinberg y colaborado­ res (Buenos Aires) hablan de una transferencia primaria, observable sobre todo en el comienzo, y caracterizada por una proyección no modulada de objetos internos en el analista. Un concepto similar es expresado por el doc­ tor T. Meluk (Bogotá) al referirse a una “posibilidad inespecífica trans­ ferencia!” previa a la consolidación de la situación analítica. En líneas generales, empero, Argentina y Colombia no ven la necesidad de plantear una fase nítida, discriminable y donde haya motivo para actuar operacionalmente con instrumentos analíticos que difieren del proceder habitual. ¿Por qué les preocupa más a los norteamericanos separar esta fase inicial? Nos parece que esta actitud se basa en dos consideraciones: pri­ mero, por estimar que existe un primer período de análisis donde todavía no se ha consolidado una neurosis transferencia! y, segundo, por considerar que en ese período la regresión útil no ha alcanzado aún su nivel óptimo. Un analista que sigue esa línea de pensamiento iniciará su labor terapéutica orientando su intervención para producir en el paciente los efectos espera­ dos. En ese sentido, la actitud receptiva, presente pero silenciosa del ana­ lista, es juzgada como la óptima por cumplir la doble inducción deseada: por un lado fomenta la regresión al aumentar la privación sensorial y, por el otro, el silencio crea un mínimo de interferencia para que el paciente proyecte su propia realidad interna en el analista. La doctora Zetzel (Bos­ ton) es quien más enfatiza la importancia del silencio como agente inductor de regresión. Su contribución es interesante ya que centra la polémica con el análisis kleiniano, no tanto sobre el tema de la presencia o falta de una transferencia inicial como sobre el papel de la regresión en la estrategia terapéutica. Luego retomaremos el tema.

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Con todo, conviene detenerse para examinar el problema de la neurosis transferencial. En relación con el proceso analítico la pregunta por formularse es: ¿qué tipo de conductas dentro de la situación analítica constituyen ma­ nifestaciones de que una neurosis transferencial se ha establecido? Entre los relatores no hay una contestación directa, aunque tanto el doctor L. Ran­ gel! (Los Ángeles) como la doctora E. Zetzel (Boston) señalan que la capacidad para asociar libremente es contemporánea con el despliegue trans­ ferencial. No mencionan una relación de causa y efecto. Para la doctora E. Zetzel (Boston) serían las defensas automáticas del yo las que se oponen a la capacidad para asociar libremente. Hoy en día la “neurosis de transferencia” no es una noción que en­ torpezca la comunicación interteórica, al menos en cuanto al proceso analítico se refiere, ya que las divergencias suelen ser sobre cuestiones de grado y, también, de momento de aparición. Más aún, creemos que se produce una aproximación entre la descripción de una neurosis transferencial instalada, con un paciente que asocia libremente, y lo que el doctor L. Grin­ berg y colaboradores (Buenos Aires) dicen respecto de la actualidad transfe­ rencial. Esta comparación, empero, muestra una diferencia teórica. Nos pa­ rece que el doctor L. Rangell (Los Ángeles) y los norteamericanos en general, destacan el aspecto neurótico, resistencial, de la neurosis transferen­ cial y, aunque postulan que tiene lugar gracias a la presencia de una regre­ sión útil, la consideran básicamente como un fenómeno no adaptativo. Así, el doctor L. Rangell (Los Ángeles), cuando discute si la sospecha inicial de ciertos pacientes no puede ser tildada de una manifestación transferencial, opta por considerar que no lo es, ya que la prevención inicial puede tener una función adaptativa. Nosotros, en cambio, vemos la actualidad trans­ ferencial como un fenómeno progresivo, como una matriz de interacción óptima. El problema de la regresión, tal como fue presentado en el Congreso, es complejo y confuso. Aquí es posible que haya más de un malentendido. Para la doctora Zetzel (Boston) el problema de la regresión es central en la controversia. Divide a los analistas entre aquellos que creen que el mate­ rial transferencial susceptible de ser analizado se da desde el comienzo sin depender de un proceso regresivo y aquellos que, por lo contrario, piensan que la regresión previa es condición inevitable para que el genuino material analizable aflore. La doctora E. Zetzel (Boston) opina que los kleinianos subestiman la regresión y es por ello que comienzan a interpretar desde el comienzo. Este argumento tiene que ser visto a dos niveles. El primero sería considerar si, en efecto, la teoría kleiniana subestima el papel de la regresión y, en segundo lugar, si ello es también aplicable a lo que exponen en el Congreso los analistas tildados de kleinianos.

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Es difícil dictaminar si los analistas kleinianos subestiman el papel de la regresión en el proceso terapéutico. Nos parece que plantean el problema de la regresión en forma diferente. Para ellos la regresión no depende de la evolución del tratamiento: no es necesariamente mayor con el transcurso del análisis ni requiere un lapso determinado para que se constituya un estado regresivo. El estado regresivo es la expresión yoica de la patología del momento y depende de una serie de factores, pero principalmente de las angustias subyacentes. Es cierto, sin embargo, que el concepto de regresión al servicio del yo no ha sido tomado en forma explícita por los analistas kleinianos (aunque fue descripto, independiente­ mente de Kris, por Winnicott, analista que muchos norteamericanos con­ siderarían como kleiniano). * Pero, en nuestra opinión, ese concepto no fue desarrollado por constituir un supuesto básico en la forma de pensar de esa escuela. Como esto puede ser partidista conviene explicarlo con cierto cuidado. Empecemos con una pregunta: ¿Cuál fue la ventaja de pos­ tular una regresión al servicio del yo? Nos parece que tuvo su razón de ser, antes que nada, para explicar la emergencia de material pre­ genital en un contexto que no lo es, la situación edípica, por ejemplo. Al concebirlo como una regresión instrumental el material pregenital puede ser entendido e interpretado no sólo como material “arcaico-peligroso”, sino también como elemento útil y, en la situación analítica, pertinente a la constelación edípica. Creemos entonces que es mediante la postulación de una regresión al servicio del yo como la escuela estructuralista americana descu­ brió por otro camino lo que ya había aclarado M. Klein al formular las raíces pregenitales del complejo de Edipo y, en general, al concebir el desarrollo psíquico (libidinal y yoico) como un proceso más polimórfico donde las fases que se van sucediendo sólo muestran la supremacía de una determinada modalidad de conducta instintiva. La concepción de una regresión al servicio del yo nos parece valiosa, en sí misma, como punto de orientación técnica y con esto pasamos al segundo nivel de la discusión: cómo es encarado el problema en nuestro relato. Nosotros enfatizamos el papel de la regresión, considerando que ella se da ineludiblemente como consecuencia del encuadre. Pero distingui* Aun esto es relativo, si se tiene en cuenta el clásico trabajo de P. Heimann sobre regresión. La autora habla de que el equilibrio psíquico está dado por un continuo fluctuar de la regresión y de la progresión, siendo ambos movimientos más que útiles, imprescindibles. Además, al hablar de la contribución de tendencias orales en la genitalidad, menciona cómo la recurrente regresión a puntos de fijación orales, cuando la angustia de base no es excesiva, enriquece la organización genital, dándole al pene matices receptivos, por un lado, y características de órgano que alimenta por el otro. P. Heimann postula la importancia de la permeabilidad del pasado. Sin embargo es cierto que este trabajo se centra especialmente en la regresión de la libido y sólo indirectamente en la regresión del yo.

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mos esta regresión inducida automáticamente por la privación psicosocial de otro tipo de fenómeno, de carácter regresivo, que es puesto en marcha por la actividad interpretativa. Es lo que denominamos holding * La interpretación del analista, en la medida en que completa el proceso ideativo del paciente, adquiere las funciones de contención y apoyo. Concebi­ mos que la regresión al servicio del yo es facilitada por la interacción de esos dos factores: la privación que depende del encuadre y el holding que depende de la interpretación. Este tema nos lleva a considerar el rol de la interpretación en el pro­ ceso analítico. Para la discusión es clave la siguiente disyuntiva: ¿la inter­ pretación induce o impide la regresión? La doctora Zetzel (Boston) es categórica: la regresión está en función directa con la privación de estímu­ los; las palabras del analista, en cuanto son un estímulo, detienen el replie­ gue regresivo. Otros sostienen lo contrario, aunque ello nunca es expresado en forma igualmente contundente. El doctor Meluk (Bogotá), señala, por ejemplo, que es la interpretación la que inicia el proceso analítico y otro tanto se desprende del relato del doctor Grinberg y colaboradores (Buenos Aires). Conviene ver en detalle las diferentes posiciones frente al significado del acto de interpretar. Por lo pronto, el doctor Rangell (Los Ángeles) al definir la situación analítica nos habla de un “ataque sistemático interpre­ tativo” destinado a levantar represiones. El trabajo analítico conduce a que emerja de la represión material psíquico cada vez más primitivo y con más componentes del proceso primario. Esta concepción sugiere que la in­ terpretación induce la regresión. El doctor González (México) habla poco de la interpretación y se limita a designarla como actividad simbólica opues­ ta a la actividad de acción. En general las contribuciones no detallan en qué forma actúa la interpretación aunque todos consignen que es el instru­ mento básico que deliberadamente promueve cambio. De manera paradójica es la doctora Zetzel (Boston) (la partidaria del silencio como promotor de la regresión) la que más se detiene a estudiar la naturaleza de la interpreta­ ción al actualizar los conceptos de Strachey sobre la interpretación “mutativa” (conceptos que ella, endosa). Quizás el equívoco nazca aquí si se pone énfasis en el segundo tiempo de la interpretación mutativa, cuando el objeto fantaseado es confrontado y corregido por el objeto real. Este paso final presupone una caída de la angustia, un ajuste en la percepción de la realidad y un cierto cambio estructural adaptativo; modificaciones estas que serían antirregresivas. Pero creemos que ello no es válido para la totalidad de la interpretación, de la que se puede decir que incluye un * Hemos comprobado que la palabra “manutención” originariamente empleada para definir esta calidad de contención de la interpretación, se prestaba a malos entendidos, ya que en su uso habitual connota un soporte directo, físico. Por ello preferimos hablar de holding.

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vaivén regresivo y progresivo y donde el ajuste a la realidad y la caída de la angustia actúan como mojones, siendo los puntos de apoyo para la even­ tual regresión ulterior. Otro punto es: ¿dónde ocurre el proceso analítico? Los americanos del Norte, el doctor Leo Rangell (Los Ángeles) y la doctora E. Zetzel (Bos­ ton), en particular, enfatizan qué ocurre en el paciente. El doctor Ran­ gell (Los Ángeles) es quien más se detiene en este punto, ya que es tesis central de su relato que el proceso analítico magnifica el proceso intrapsíquico. Lo que él denomina las secuencias estructurales microscópicas —cam­ bios intersistémicos a dosis mínimas sobre el modelo de la teoría señal de la angustia— se externalizan proyectándose sobre la figura del analista, el que opera como caja de resonancia. En ese sentido el doctor Gabe (Beverly Hills) aclara que el doctor Rangell (Los Ángeles) no quiere decir que el analista sea un mero agente catalítico y creemos que esta aclaración es válida ya que dicho autor pinta en forma cálida y humana la “posición identifi­ cante” del terapeuta. Con todo está bien claro que para el doctor Rangell (Los Ángeles) el analista no modifica el campo sino que ayuda a ver mejor. En ese sentido está en un extremo del espectro ya que minimiza el rol de la identificación en el proceso analítico, lo que no sucede con la doctora Zetzel (Boston) para quien, siguiendo a Strachey —y en ese sen­ tido al doctor Sterba (Detroit) también— la modalidad introyectiva es importante como agente terapéutico de cambio. Para la doctora Zetzel (Bos­ ton) el proceso analítico también ocurre dentro del paciente. El rol del analista sigue siendo no ingerente: “El objetivo del análisis consiste en el crecimiento de una de las partes de la relación analítica, es decir, el pa­ ciente. El analista exitoso, es de esperar, no cambia en sustancia en relación con su propia estructura o función mental...” Luego veremos que nues­ tra opinión difiere bastante. El doctor González (México) tiene una posi­ ción intermedia ya que introduce, aunque luego se retracta parcialmente, la noción de campo en la situación analítica. Así nos habla de que el proceso analítico es la aplicación de principios técnicos a un campo dado: el bipersonal; pero considera este campo, principalmente, como la exten­ sión del aparato psíquico del paciente. A nosotros nos interesa que todos los relatores se hayan cuestionado dónde ocurre el proceso analítico. La mera pregunta implica una duda ya que a nadie se le ocurrirá preguntarse dónde ocurre un proceso hepá­ tico. Y es, en efecto, el doctor Grinberg y colaboradores (Buenos Aires) quienes claramente ubican al proceso analítico en la relación bipersonal, más aún, lo consideran como un suceder que en cierto sentido también se continúa fuera de la situación analítica, en las elaboraciones que independientemente realizan tanto el paciente como el analista. Es cierto que, en el sentido estricto del término, el proceso analítico ocurre en el paciente y para el

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paciente; en el relato argentino no se plantea una entidad mítica suprapersonal que se desarrolla más allá del individuo. Pero el rol del analista es más comprometido. Se le asigna una ingerencia activa, más implicada, en la que se destaca el componente dolor ligado al conocimiento. Si bien la relación es asimétrica, se postula que el analista se modifica como resul­ tado de la interacción. Como agente terapéutico su ingerencia va más allá de la catálisis y la magnificación de los cambios intrapsíquicos: su acción específica está dada por su comprensión verbalizada y el contenido de lo dicho por el terapeuta codetermina la naturaleza del cambio que tiene lugar, en cada momento, en el paciente. En ese sentido nos parece que el doctor Sidney Berman (Wáshington) está más cerca del relato argentino que del de sus colegas norteamericanos. El doctor Berman (Washington) postula que “el analista no puede ser disociado del proceso en la terapia psicoanalítica” y define una terna de funciones del analista que influyen “estructuralmente” en el paciente. La primera es su función interpretativa; la segunda es su disponibilidad para convertirse en objeto adecuado para la proyección transferencia!, y la ter­ cera es la “inclusión consciente e inconsciente del analista en la organización funcional del aparato psíquico del paciente...”. Nos parece que con planteos como el del doctor Berman (Wáshington) las diferencias entre el Norte y el Sur podrían reducirse ya que la noción de contratransferencia instrumentada, por ejemplo, puede ser mejor compren­ dida si se la considera como resultante de esta inclusión inconsciente del analista en el mundo interno del paciente. Y la noción de contratransferen­ cia instrumentada —como veremos en la segunda parte del Congreso— es central en la tesis del cono sur sobre la naturaleza del rol dinámico del ana­ lista al inducir cambios en el paciente. Para mostrar el paralelismo de enfoques interesa cotejar lo dicho por el doctor Berman (Wáshington) respecto de las tres funciones del analista y los tres procesos —dentro del proceso analítico— que describe el doctor Meluk (Bogotá) cuando habla de mutua comunicación, mutua vivencia y mutua investigación. El paralelismo existe si bien el doctor Meluk (Bogotá) es cate­ górico en colocar el énfasis en la “mutualidad” del evento, es decir en el campo bipersonal. Ello nos lleva a decir unas palabras con respecto a la investigación. Una sorpresa de este Congreso reside en que mientras los latinoamericanos consideran el proceso analítico como una secuencia desde donde se inves­ tiga la conducta, adquiriendo el analista el rol de observador participante, los norteamericanos en cambio no tocan el tema. Esta ausencia puede prestarse a un error de interpretación, en perjuicio de los analistas del Norte, de concluirse que ellos sólo ponen el énfasis en la clínica. La realidad es otra; fue precisamente en los Estados Unidos donde más se estudió el

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aspecto cuasi experimental de la situación analítica (Kris, Rapaport). ¿Por qué su omisión en el Congreso? Es posible que ello se deba a lo que ya mencionamos al principio de esta síntesis. El enfoque cuasi experimental toma una sesión —con el mate­ rial presentado por el paciente, la interpretación y el nuevo emergente— como unidad por investigar. En el hemisferio Sur esta unidad es precisamen­ te la misma que se contempla al considerar qué es el proceso analítico. Nues­ tra impresión en cambio es que los americanos del Norte, cuando piensan en términos del proceso analítico, lo hacen con una perspectiva temporal diferente; en meses, por así decirlo, más que en minutos. Un tema muy tratado en los relatos y que no se prestó a la contro­ versia directa fue la caracterización de la actitud de fondo del analista, su disposición afectiva. Fenoménicamente no hubo mayores diferencias en­ tre las descripciones de la actitud adecuada del analista, destacándose la ecuanimidad, constancia y consecuencia como características básicas. Un punto ligado a la actitud del analista que no quedó bien aclarado, como se vio en la discusión en las mesas redondas, fue el de la “alianza terapéutica”. El primer interrogante sería: ¿Qué papel desempeña? Para la doctora Zetzel (Boston), que acuñó el término, la alianza terapéutica es el núcleo de la relación analítica. Para el doctor Rangell (Los Ángeles) no, en la medida en que puede darse una alianza terapéutica en psicoterapias no analíticas. La doctora Zetzel (Boston) define la alianza terapéutica como “la capacidad del paciente para mantener una relación objetal bipersonal. También se la puede considerar como una identificación del yo cuya naturaleza y calidad se modifica y expande a medida que progresa el análisis”. Creemos que esta doble definición crea un equívoco, ya que la alianza terapéutica en ciertos momentos es tratada como una relación consciente, adaptada a la realidad, como lo-que-no-es-transferencia en la situación analítica y desde donde se interpreta-, en otros momentos en cambio, cuando se toma la ver­ tiente de la identificación, la alianza terapéutica pasa a ser un vínculo muy profundo, no explicitable, más allá de lo consciente y plausible de ser interpretado.

PARTE II

TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA

5. PROBLEMAS EN TORNO DE LA SOBREIDEALIZACIÓN DEL ANALISIS Y DEL ANALISTA SUS MANIFESTACIONES EN LA RELACIÓN TRANSFERENCIAL Y CONTRATRANSFERENCIAL Phyllis Greenacre

{Nueva York)

Es con sumo placer que vengo a Latinoamérica para hablar a un grupo de colegas con quienes siempre he querido tener un contacto personal y, al mismo tiempo, visitar al menos algunos lugares de estos países que deseaba conocer, anhelo que se remonta a la infancia, antes de saber de la existencia del psicoanálisis. Como ven, he venido con una expectativa transferencial muy positiva cuya raíz, como en toda transferencia, está en los primeros años de vida. El tema general de la presentación de hoy fue primeramente enunciado como “Transferencia y contratransferencia”. Sin embargo, dentro de este vasto campo me limitaré a un área que, si bien es relativamente reducida, creo que es muy importante: la sobreidealización del analista y del análisis, sus manifestaciones tal como aparecen en las relaciones transferenciales y contratransferenciales y los problemas que allí se originan. Pero, en primer término, quisiera decir unas pocas palabras sobre el desarrollo de la transferencia en general, porque es un instrumento básico y sumamente sensible de la tarea analítica y, si se lo descuida o usa en forma equivocada, puede interferir en el éxito de la terapia aun cuando otros aspectos del psicoanálisis sean perfectamente comprendidos. El fenó­ meno de la “transferencia” parece ser omnipresente en las relaciones hu­ manas.5 Se basa en dos ingredientes psicológicos esenciales: primero, la dificultad del individuo para existir durante un período prolongado en un estado de aislamiento emocional y, segundo, la capacidad para cambiar o transferir patrones de relación emocional de una persona a otra o de una situación a otra, siempre que exista un vínculo que las conecte sobre la base de cierta similitud.

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La naturaleza imperativa de la necesidad de contacto humano se nos hizo evidente en forma dramática hace algunos años a través de las obser­ vaciones pediátricas de niños expósitos.1 Los esfuerzos orientados a mejo­ rar el destino de estos niños abandonados se habían centrado principal­ mente en el cuidado físico durante los primeros meses de vida, con la finalidad de entregarlos a sus padres adoptivos en las mejores condiciones. Durante esta investigación se hizo evidente que los bebés abandonados al nacer o durante las primeras semanas de vida, no crecían y rara vez sobre­ vivían a la infancia aunque estuvieran en las condiciones físicas adecuadas o “buenas” (calor, alimentación y limpieza) a menos que esto también incluyera cuidado materno. * En otras palabras, la exclusiva utilización de sustitutos mecánicos o impersonales del cuidado personal no resulta ade­ cuada. Esta necesidad de un contacto emocional, que está al comienzo me­ diatizada a través del contacto corporal, continúa a lo largo de la vida. Naturalmente, durante los primeros años después de la infancia, el habla, la memoria y la imaginación pueden ofrecer sustitutos para gran parte del contacto físico, que es tan necesario durante los primeros meses. De todos modos, y aún así, el aislamiento absoluto para el adulto es uno de los castigos más severos que se conocen; la imposición del abandono por parte de los demás, dentro de la jerarquía de la crueldad, compite con la tortura física. En condiciones de confinamiento, aquellos que llegan al cautiverio con alguna importante relación emocional o por alguna causa profundamente sentida, tienen más oportunidades de sobrevivir que los desamparados. ** 12 * El trabajo de Harlow y Zimmerman 8>9, sobre experimentos en la crianza de monos pequeños, pareció indicar que el calor del cuerpo de una madre, incluso una artificial construida con un cuerpo de alambre cubierto por tela y calentado por lámparas eléctricas, fue el elemento más importante que contribuyó al buen desarrollo de los pequeños. Estos autores también demostraron que los monos jóvenes necesitaban tener una madre de la cual se pudieran literalmente colgar al mismo tiempo que experimentaban calor corporal. Estos descubrimientos son contribuciones importantes para la comprensión de las necesidades de los niños. Sin embargo, es arriesgado el extrapolarlos en forma absoluta y aplicarlos al campo humano en for­ ma demasiado literal. Es obvio que la vida arbórea de los monos exige una per­ sistencia y un desarrollo del acto de colgarse mucho mayor que la que requiere el hombre. Es mi impresión, no obstante, que la teoría psicoanalítica en sus comienzos, basada fundamentalmente en la teoría de la libido, ponía énfasis exclusivo en la importancia de la oralidad en la primera fase de la vida, no daba suficiente impor­ tancia al acto de colgarse10 y no valorizaba debidamente las estimulaciones del tacto, del olfato y cinestésicas. ** Obsérvese también el efecto que tiene la reclusión en mentes fértiles y activas, pero alienadas: Adolfo Hitler escribió Mi lucha en prisión; el asesino Perry, cuya pálida calidez humana se convierte en apasionada frialdad con algo de sentimentalismo, tal como lo describe Truman Capote en A sangre fría, o en la elaboración de un culto de odio durante un período de confinamiento como ocurrió con Malcolm X que luego, en una abierta transformación religiosa, se convirtió al islamismo (Malcolm X, Autobiografía, 1965).

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El segundo punto, la capacidad para transferir los patrones emocionales de una persona a otra sobre la base de semejanzas cuya importancia varía, está tan sobreentendida en la vida cotidiana que hasta puede parecer innecesaria su mención en una reunión como ésta. Pero, debido a la uni­ versalidad de esta capacidad transferencia!, podemos subestimar su impor­ tancia en estimular o provocar la sana incorporación de nuevas experien­ cias en el proceso de crecimiento, si la transferencia se basa en similitudes válidas y significativas. Por otra parte, también puede contribuir al des­ arrollo de actitudes sumamente prejuiciadas, que se basan en elementos emo­ cionales personales muy cargados, que guardan una similitud aparente o poco significativa con otras situaciones personales o más generales. Un corolario de lo anterior es la intensificación de los canales de las relaciones emocionales, cuando algunas personas están reunidas especial­ mente en condiciones de un relativo aislamiento o soledad. Esto es más evidente si la situación es protegida contra la influencia de nuevos estímulos que crean nuevos problemas. Hay entonces una tendencia a un claro cam­ bio de expectativas emocionales en cierto tipo de pauta, que representa la combinación de repeticiones con transacciones, porque cada individuo pro­ cura ajustar las actitudes generadas por experiencias pasadas para utilizar la situación presente de acuerdo con sus propias necesidades. En el encuadre del trabajo analítico, el grupo se reduce a dos: analista y analizado. Se toman todos los recaudos para evitar la intromisión de estímulos extraños; de esa manera el analista puede dedicar enteramente su atención al analizado que trata por los distintos medios a su disposición, de poner al descubierto sus más recónditos pensamientos y sentimientos. El objetivo del analista es el de lograr entender la naturaleza de las perturbaciones de su paciente. Esto es luego comunicado al paciente en el momento oportuno y con términos apropiados. Es lógico que la tarea sólo puede iniciarse si el futuro paciente tiene cierta confianza básica en el analista, en el método analítico, o en ambos a la vez. Además, el paciente se ve impulsado por sus deseos de ser aliviado de su angustia. Las actitudes emocionales del analizado pueden entonces desarrollarse y ser fortalecidas, puesío que no chocan con reacciones conflictuales del analista, quien no debe hacer esfuerzos para convencer, persuadir o dirigir al analizado, sino sola­ mente escucharlo para esclarecer e interpretar. La relativa intimidad que caracteriza la relación analítica actúa como elemento protector que promueve sentimientos de seguridad más que de soledad. Esta parte de la situación, con la confianza desarrollándose progre­ sivamente, es la base de la alianza terapéutica, que es esencial como nuevo medio de comprensión para el analizado. Pienso que son evidentes las características comunes que tiene con la temprana relación madre-niño, donde la madre protege tanto contra intru-

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siones desagradables, como contra el frío y la soledad del lactante. Creo fir­ memente que esto tiene sus raíces en esta temprana y necesaria relación de la infancia. Sin embargo, en la terapia, la comunicación a través del contacto corporal y la gratificación directa (con excepción de la intimidad y de la atención vigilante), es reemplazada en la medida de lo posible por la comunicación verbal. Esta situación posibilita la utilización de las capa­ cidades autocríticas del adulto que, probablemente, no podrían funcionar bien si no estuvieran ancladas en esta confianza infantil primitiva. * Sobre esta base el analizado se ve a sí mismo desarrollando actitudes, reacciones e ilusiones en relación con el analista, que son sorprendentemente inapropiadas y, algunas veces, tienen marcado contraste con su confianza esencial. Se hace evidente entonces que éstas son repeticiones o reactivaciones de estados infantiles surgidos de experiencias con quienes estuvo en estrecha relación. Aun cuando estas actitudes pueden parecer cargadas de hosti­ lidad o sospecha, sólo han podido desarrollarse en virtud de la fuerte confianza básica reforzada por la ausencia de reacciones personales por parte del analista, y pueden aparecer claramente perfiladas en la relación analítica. Por supuesto que estoy hablando del desarrollo de la neurosis transferencia! o, como yo prefiero llamarlo, de las actitudes neuróticas transferenciales. Es probablemente obvio que la relación transferencial en análisis contenga, en virtud de su propia naturaleza, las semillas de la idealización del analista, enraizada en la temprana y omnipotente etapa de la relación madre-niño. Es mi intención examinar a continuación algunos otros ele­ mentos de los primeros meses de vida que, si son exagerados, pueden favo­ recer una sobreidealización del analista o del análisis hasta un punto nada aconsejable, pudiendo llegar a convertirse en un vínculo rígido y per­ sistente. En el pasado, la importancia fundamental de la relación madre-niño podía deducirse de la propia naturaleza de su reproducción transferen­ cial en el escenario de la relación analítica. Pero el creciente interés en el desarrollo dél yo retrotrajo nuestra atención a los primeros meses de vida y la observación directa de lactantes ha enriquecido enormemente nues­ tro conocimiento, haciéndolo más preciso. Sin embargo, llama la aten­ ción que se haya desestimado en general el papel del padre durante los dos primeros años de la vida del niño. Esto puede deberse en parte al hecho de que los estudios de lactantes sanos, y en algunos casos de lac­ tantes seriamente perturbados, debieron ser realizados, en su mayor parte, en clínicas y guarderías. El contacto fue hecho con la madre mediante el uso de técnicas para la obtención de información sobre el lactante y * Descripto en primer lugar por R. Sterba.15

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para suministrarle la necesaria ayuda o apoyo. Sin embargo, considero que el padre es muy importante en estos primeros meses, no sólo porque su influencia es mediatizada por la madre, sino por su propia contribu­ ción a cualidades especiales mágicas y omnipotentes en la vida del niño, que puede ser importante en las tendencias del niño a la sobreidealiza­ ción, que aparecerán más tarde en la relación transferencial con el analista y con el mismo análisis. La mayoría de las veces la madre es la compañía constante del niño y prácticamente el centro de su universo, mientras que el padre es una figura más periférica. Esto se nota especialmente durante los primeros seis a ocho meses. Preocupándose por las necesidades físicas del niño y aliviando sus angustias, la actividad de la madre debe contener una gran variedad de contactos y manipulaciones corporales. Hay allí un juego de respuestas emocionales que son observables en su semblante, en su tono de voz, en la vivacidad, suavidad o tensión de sus músculos, y en otra serie de detalles que bien pronto pueden aparecer como significativos para el niño. Es probable que en un principio él la sienta casi exclusivamente en cuanto ella satisface sus necesidades y lo conforta literalmente, o fraca­ sa en estas funciones. Pero, a medida que el niño adquiere conciencia de sus propias partes corporales y funciones sensoriales, va tomando gra­ dualmente una mayor conciencia de que su madre es un ser separado de él. El padre, por otra parte, nunca está tan cerca del niño ni en constante relación corporal con él como la madre (o quien la representa) debe estarlo. La naturaleza ha tenido esto en cuenta. Probablemente el niño lo intuya como una figura crepuscular, tomando formas en uno y otro sen­ tido, realmente asociado con la mañana y la noche, apareciendo sólo perió­ dicamente a plena luz del día los fines de semana y días feriados. A veces es un merodeador nocturno o un ogro, pero de esto hablaré más adelante. En qué medida se mantiene como una figura distante, o qué papel desempeña en su propio dominio ayudando o interfiriendo en la relación con la ma­ dre, depende de su propio temperamento y del de la madre y, especial­ mente, de la naturaleza de la relación entre ambos. La presencia o ausen­ cia de otros niños también influirá en esto. Si el padre es una persona físicamente activa que en verdad disfruta de la infancia de sus hijos, jugará con el niño por lo general después que éste haya aprendido a sentarse o tienda a pararse o caminar. Jugar con el niño lanzándolo por el aire o con movimientos de balanceo, o cargán­ dolo a horcajadas sobre los hombros, suelen ser los juegos paternales favoritos. Estos juegos son muy excitantes, especialmente en el período hacia el final del primer año y durante el segundo, cuando el niño em­ pieza o recién ha aprendido a caminar. Puede entonces sentir un fuerte

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impulso hacia la actividad muscular, reclamándola con insistencia. En esto no sólo hay un difuso erotismo corporal, sino que por parte del yo hay una mayor conciencia del propio cuerpo y un aumento de la capaci­ dad de exploración del espacio. Alguna identificación de su propio movi­ miento con el de su padre, puede ocurrir con gran regocijo de su parte. Por momentos puede hacerse la ilusión de ser muy grande y activo, y la excitación que esto le produce se vería acrecentada por su real vivencia de ser más pequeño pero en vías de crecimiento. Observando esto como espectador, he pensado que esta ilusión era beneficiosa porque da al niño una sensación de vigor y poder a través de la participación con el padre, en contraste con otros juegos entre padres e hijos en los que el niño continuamente siente su propia pequeñez e impo­ tencia. Aquí también el efecto depende del uso que, tanto el padre como el niño, den al juego. Cuando se convierte en excitación abrumadora pue­ de producir una estimulación genital prematura asociada con sumisión, pudiendo tener alguna influencia perturbadora en su sexualidad posterior. Me ha sorprendido el hecho de que niños de ambos sexos parecen disfrutar de este tipo de juegos con el padre mucho más que con la madre,, quien puede estar muscularmente menos habilitada para llevarlos a cabo y, en consecuencia, ser menos uniforme y segura en sus movimientos. Es más probable que el niño juegue a las escondidas con la madre, per­ mitiendo este juego la dosificación recíproca de sus necesidades de se­ paración. De este modo, después de las primeras semanas de vida, el movi­ miento en el niño tiende a una gradual separación de la madre, que puede permitir finalmente el desarrollo de una relación en un nivel diferente. El padre, de cualquier manera, debe emerger de una oscura figura de “por allí” a otra con la que el niño se familiarice, después de lo cual es posible por lo menos una incipiente relación objetal. Esta diferencia en la rela­ ción con los padres desaparece progresivamente, pero no se pierde mien­ tras el niño permanece en su hogar. Por lo general la madre tiene a su cargo los detalles del cuidado inmediato del niño, expresados en el manejo y mantenimiento de la casa —todo lo referente a la alimentación, vestido, limpieza-—■ y aun cuando su cuidado ya no signifique una manipulación corporal directa. El padre, por otra parte, se encuentra en su trabajo du­ rante el día, puesto que el mantenimiento y cuidado que él debe a sus hijos se basa fundamentalmente en el hecho de ser quien provea el sus­ tento. Para el niño en edad preescolar o recién ingresado en la escuela, la actividad del padre es generalmente más misteriosa, poderosa y llama­ tiva que la propia actividad diaria que, en el orden familiar, atañe a la madre. La más temprana, la primera de todas las figuras paternas, la de la madre que todo lo provee y la del padre como sobrehumanamente

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heroico (que data en realidad desde los primeros dos años de vida y repre­ senta la forma positiva de la oscura figura sentida en un principio), tiende a persistir hasta más o menos el período edípico y la entrada en la escuela, lo que generalmente ocurre al mismo tiempo. Pero son las figuras de los padres que reaparecen en una forma nueva y embellecida en la novela familiar * si ha existido una muy fuerte desilusión con respecto a los pa­ dres en el período edípico y, nuevamente, en el período de la pubertad. Lo que he presentado hasta ahora tiene que ver solamente con la percepción de los padres buenos. Es obvio que hay otros aspectos frente a los cuales el niño reacciona: el padre irritado, el padre distante e insen­ sible, el padre que castiga, etc. En general, estos diferentes tipos de padres tienden a agruparse en estas dos categorías: buenos y malos. Estas imá­ genes de los padres, con sus raíces en el primero o segundo año de vida, están formadas no sólo por las percepciones de los verdaderos padres (o de sus figuras parentales sustituías), sino también por los buenos (agra­ dables) o malos (desagradables) sentimientos del mismo niño, porque se originan en un período en que está en proceso la diferenciación del self. Podemos deducir que cuanto más perturbados y dolorosos sean los tempranos años preedípicos, sea a través de la angustia física endógena en el niño o la influencia dañosa desde afuera (es decir, aquellas situa­ ciones en que la angustia adquiere tales proporciones que no puede ser aliviada rápidamente mediante suministros externos), mayor será el au­ mento de la natural ambivalencia del niño. Si bien esta ambivalencia se desarrolla generalmente en relación con la madre, con quien es mayor el primer contacto, puede extenderse con rapidez para incluir a otras per­ sonas del ambiente. Comúnmente la desconfianza hostil se cubre de un sobreafecto y una sobrevaloración ansiosa de los padres que, sin embargo, es muy susceptible de fracasar. ** Algunos años atrás, cuando trabajé como consultora de un grupo de instituciones que cuidaban de niños provenientes de hogares disueltos, me impresionó sobremanera la forma en que esta ambivalencia podía ac­ tuar. En muchos casos, estos niños habían tenido padres que habían sido realmente malos, dado que eran negligentes, crueles y casi permanentemente frustrantes. Sin embargo, es raro que un padre sea completamente malo y el niño conserva por lo común algún recuerdo agradable para utili­ zar como base de su esperanza. La tendencia de estos niños era idealizar o rodear de cierto hechizo la figura de sus padres ausentes. Pero, si iban * Frosch ha descripto extensamente la aparición de las derivaciones de la novela familiar en la transferencia.2 ** Analicé este problema en mis trabajos sobre la predisposición a la ansie­ dad 3 en los cuales enfaticé las angustias más tempranas, es decir, las que se presentan con el nacimiento y durante los primeros meses de vida.

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“a casa” de cualquiera de los padres, era muy probable que hubiera pro­ blemas, porque en este caso la realidad se imponía al niño, siendo fre­ cuentes y serias las explosiones de ira u otras formas de agresión. La estratificación social de los niños dentro de la institución dependía no tanto de la habilidad en las competencias de distinto tipo, como de la. intensidad del contacto del niño con sus padres, de la frecuencia con que lo visitaran, le escribieran o le enviaran regalos. Esto es más bien un largo prefacio para entrar en la consideración de la sobreidealización del analista y, eventualmente, del análisis —asun­ to que puede presentar un problema basado sutilmente en la transferen­ cia y con importantes secuelas una vez que haya terminado el análisis, en especial si no es debidamente entendida en el curso del tratamiento. Es evidente que la situación analítica, con el analista prestando total atención al analizado en una atmósfera de intimidad y protección, y te­ niendo como último objetivo aliviar al paciente, reúne muchos requisitos de los buenos padres. Y esto ayuda a la formación de la transferencia básica, donde se realiza la alianza terapéutica. Pero también ofrece el peligro de que se promueva un grado de idealización del analista o del análisis que no es beneficioso. La situación transferencial general se desarrolla de acuerdo con dis­ tintas combinaciones de factores que influyen en la intensidad y configu­ ración del vínculo edípico que se está desarrollando. 1) Si una atmósfera de malestar fue lo preponderante durante los primeros meses, pero el niño disponía del cuidado de un buen padre, hay generalmente un margen sufi­ ciente de respuesta positiva para el desarrollo de una transferencia básica sana y una neurosis de transferencia elaborable. Puede existir una ten­ dencia especial a idealizar al analista pero que, sin embargo, no se extralimita salvo si es aumentada por un analista muy seductor o protec­ tor. Cuando la idealización del analista es extrema, el paciente podrá “analizar” para complacer al analista y tener miedo de aceptar cualquier sentimiento hostil. En estos casos el analista es cuasi perfecto, pero el mundo externo permanece insidiosamente hostil, y el analizado no percibe adecuadamente su propia capacidad para tratar en forma directa con situaciones de conflicto. Por lo contrario, es probable que recurra a tratar de analizar a otros antes o en lugar de actuar por sí mismo en forma ade­ cuada. 2) Hay algunos pacientes que han sufrido serias perturbaciones físi­ cas durante los años preedípicos (pero no durante los primeros meses de vida) y han sido bien cuidados durante su enfermedad; estos pacientes muestran en análisis una esperanza de alivio mágico por el mero hecho de concurrir al análisis. Expresan pocas reacciones emocionales hacia el ana­ lista y, en realidad, cuentan con un vocabulario muy restringido para deno­ tar sus emociones y algunas veces reaccionan como si la expresión de un

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sentimiento fuera índice de debilidad. Sus sueños pueden ser vividos y mostrar evidentes alusiones transferenciales de los cuales son incapaces de tomar conciencia. No se puede decir específicamente que el paciente idealiza al analista o el análisis, sino más bien que sobre una base emocional muy primitiva espera un alivio mágico del tratamiento. 3) En el tercer grupo de pacientes, los cuales fueron sometidos a una seria privación sensorial y emocional poco después del nacimiento, parece no existir la capacidad para establecer un vínculo emocional clinging. Creo que en estos casos se presentarán actitudes hostiles desde el principio del tratamiento y que persistirán luego. Este es el caso de algunos pacientes que fueron hospita­ lizados poco después del nacimiento o cuidados en condiciones prácticamente hospitalarias debido a una seria enfermedad de la madre que se combina por lo general con condiciones económicas desfavorables. El cuidado de estos niños no fue tan estéril como en el caso de los lactantes citados por Bakwin, pero adolecía de falta de calidez y respuesta a las necesidades afec­ tivas del niño. Como resultado de estas condiciones tempranas el paciente encuentra perturbadora la intimidad de la relación analítica ya que le exige más de lo que está dispuesto a dar. Es tan grande su temor a la pasividad que debe recurrir a la necesidad de sentirse omnipotente. En muy pocos casos cuando se desarrolla una transferencia positiva con el analista, ésta puede ser excesivamente dependiente y excluir los elementos hostiles que son desviados hacia figuras transferenciales accesorias y que exigen un trabajo analítico intenso. El logro terapéutico en estos casos nunca es totalmente satisfactorio ni completo. Sin embargo, en el grupo 3), si el paciente muestra una prolongada actitud abiertamente hostil hacia el analista o el análisis, y su historia indi­ ca que ha sido incapaz de mantener buenas relaciones en su vida, pienso que es inútil intentar un análisis. Enfatizaría aquí la importancia de la historia de interferencias con relaciones personales prolongadas más que con sus logros, ya que hay muchas personas brillantes y aun perceptivas que han acumulado un número impresionante de logros, construidos sin em­ bargo con una permanente actitud hostil y un impulso de sobresalir a toda costa. Personalmente no he tenido éxito con tales pacientes, pero otros analistas han dado cuenta de resultados positivos cuando se inició el aná­ lisis después de un período prolongado de psicoterapia. Algunas veces estos pacientes parecen idealizarse como parte de la inflación narcisista ne­ cesaria para contrarrestar su temor a la pasividad. En ocasiones bus­ can análisis en virtud de su propia soledad. El grupo 1) es el que corresponde a los pacientes que principalmente consideraremos aquí. No muestran una marcada ni abierta ambivalencia. La hostilidad ha sido tempranamente controlada por formaciones reactivas y el desarrollo del superyó, pero recurriendo también y con frecuencia a

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la negación. Puede tratarse de gente dócil y apacible, o en la que la agre­ sión latente puede aparecer en un impulso de fervor y de excesiva bene­ volencia, asociada con una tendencia general a la idealización. Su com­ pensación en la vida es bastante buena, y pueden buscar el tratamiento por síntomas neuróticos más o menos típicos y no demasiado serios. Como ya se ha indicado, debe esperarse cierta idealización del analista debido a la naturaleza propia de la situación analítica. Al principio, las manifestaciones de estos pacientes no señalan la existencia de problemas más serios que los de la mayoría de los pacientes neuróticos, salvo la circunstancia de que parecen ser, de manera inusual, “buenos” pacientes. Aceptan las interpre­ taciones casi con excesiva receptividad y acceden a asociaciones libres que sustentan o elaboran lo que el analista ha dicho. Tratan de mantener las evidentes manifestaciones hostiles ajenas a las respuestas transferenciales y, a menudo, manejan la hostilidad convirtiéndola en benevolencia excesiva. Estos pacientes nunca quieren renunciar al analista. Este afán de afe­ rrarse a él se expresa más adelante por el deseo de ser analistas o por lo menos de hacer algo relacionado con el análisis. Es fácil considerar esta idealización como parte de una identificación postedípica, y aceptarla como el desarrollo de valores postedípicos establecidos como parte de la reso­ lución del complejo edípico. Pero el hecho de que algunos de estos pacientes nunca se liberan del analista o del uso defensivo del análisis, se hace mani­ fiesto en los años siguientes, y se racionaliza como parte del problema del análisis terminable o interminable. En realidad no es este el caso. Pare­ cería más bien que el analista, y luego el análisis, han sido aceptados como partes de un mundo especial mágico y omnipotente que realmente pertenece a la temprana infancia. No hay una asimilación total del contenido de las interpretaciones, tal como podría haberse esperado en el curso del trabajo analítico. Los conceptos analíticos son entendidos de una manera casi intelectual y, al ser usados exageradamente al servicio de la defensa, no enriquecen sino que reemplazan a la vida misma. La etapa del deseo de analizar a otros, por la que prácticamente todo analizado atraviesa en el curso de su propio análisis, persiste, se prolonga indefinidamente y gratifica un sentido narcisista de interioridad y poder. Hay otros pacientes que no pueden mantener esta actitud de adhesión exagerada al analista o al análisis, y nuevamente repiten las frustraciones que han vivenciado con sus propios padres, a menudo de una manera en especial amarga que se convierte en agresivamente hostil. En ambos casos, ora que la actitud postanalítica sea de persistente adhesión o de hosti­ lidad hacia el analista o el análisis, es probable que se trate de un fanático fervor de acercamiento. Una serie de circunstancias que complican el cuadro de algunos pa­ cientes pertenecientes a este grupo, está dada por el haber sido expuestos a

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la escena primaria en forma prolongada y repetida desde las primeras semanas de vida, persistiendo sin mayores interrupciones hasta la pubertad y o aun más tarde. Me ha parecido que tal estado de cosas, aunque gene­ ralmente haya ocurrido junto con otras experiencias desfavorables, produjo sin embargo perturbaciones características. Para poder informar sobre las diferentes maneras en que estas experiencias impactan al niño combinándose con las fantasías esencialmente endógenas que surgen en él, y que luego provocan perturbaciones en su sexualidad y en sus actitudes pasivas y agresivas, sería necesario un estudio más cuidadoso y detallado y realizado sobre un mayor número de casos de los que he tenido tiempo de estu­ diar.17 La circunstancia de compartir durante mucho tiempo la habitación de los padres y presenciar en forma repetida la escena primaria en mi experiencia se presentaba casi exclusivamente en hijos únicos o en el menor de varios hermanos. Esta situación puede compararse con aquella en que hay una posibilidad esporádica de participar en la escena primaria, en cuyo caso la experiencia es considerada como excepcional. En este último grupo es más probable que haya una reacción de shock y el impacto sobre el niño depende mucho de su edad, de la naturaleza real de la escena pri­ maria misma, de las circunstancias y de las reacciones de los padres a la intrusión del niño. En todo caso, es probable que la experiencia influya en las teorías y expectativas sexuales en desarrollo. En los casos de una parti­ cipación repetida en la escena primaria durante muchos años, fue necesario que el niño desarrollara fuertes reacciones defensivas que configuraron no sólo sus actitudes y expectativas sexuales, sino también a otras partes de su carácter. * En dos casos (uno de ellos hijo único, y el otro el menor de dos her­ manos), los niños compartieron la habitación de los padres durante varios meses de cada año hasta bien pasada la pubertad. La situación en ambos casos se agravaba por el hecho de que la familia vivía en una comunidad del Sur donde la casa, a pesar de ser suficientemente amplia, no tenía calefacción, por lo que en los meses de invierno dormían todos en la habi­ tación más cálida. En otros casos de hijos únicos, provenientes de familias pobres pero no excesivamente, el niño era mantenido en la habitación de los padres, mientras otra habitación era alquilada. Se trataba más de un problema de economía que de real necesidad. Incluso, en familias de buen pasar y sin ningún problema económico en especial, distintos factores pare­ cían promover este sistema: los padres disfrutan teniendo al pequeño al alcance de la mano y tratándolo más o menos como un juguete; o puede ocurrir que una madre con inhibiciones sexuales mantenga al niño en la * En mi trabajo sobre “Recuerdos encubridores”4 he indicado, aunque no elaborado, algunas variaciones de la experiencia de la escena primaria.

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habitación como excusa para evitar frecuentes relaciones. Un padre con ansiedades neuróticas puede necesitar garantizarse la seguridad del niño durante la noche. Es mi opinión que la prolongada aplicación de estos sistemas pocas veces se debe a una extrema pobreza, sino más bien a una especie de dependencia, una continuación en uno o en ambos padres de de­ seos infantiles arcaicos de cercanía por diferentes razones de origen neurótico. Describiré algunos de los desarrollos típicos y a continuación los recuerdos visuales que surgían asociados a los sonidos. Esto puede sentirse como si estuviera en el cuerpo o proyectado fuera, con una reconstrucción del sentimiento de estar mamando o junto al cuerpo de la madre. * En algunos casos también se presenta una perturbación marcada y circunscripta en el sentido motor y cinestésico del lactante debido a una conciencia espe­ cial del ritmo de la relación sexual y del movimiento de la cama. En el caso de una paciente que mostró esta perturbación en grado evidente durante el análisis, hice por último una interpretación de tanteo en el sentido de que parecía que ella hubiera compartido la cama con sus padres y participado de manera excepcionalmente íntima en los movimientos de su relación sexual. Después de una pausa confirmó esta probabilidad diciendo que, durante su segundo año de vida, sus padres la habían llevado consigo a una retrasada luna de miel, durante la cual com­ partió la cama en los distintos hoteles en que se alojaron.

Entiendo que la estimulación específica y directa de la curiosidad vi­ sual en esta situación generalmente aparece más adelante —casi en los comienzos de la segunda mitad del primer año— y continúa sobre todo durante el segundo y tercero. Hay allí entonces una clara diferenciación entre self y no self, siendo el niño capaz de pararse en su cuna y captar la situación más plenamente, aun cuando sólo hubiera una luz tenue. Esta situación es mencionada espe­ cialmente por Zetzel cuando dice que puede estimular un deseo de dominio visual pero también puede interferir con la fantasía libre.17 Yo misma he llegado a igual conclusión en el estudio de mis casos, pero agregaría que el dominio visual es altamente narcisista con un contenido fuertemente competitivo y exhibicionista, mientras que la inhibición de la imaginación le quita riqueza. En algunos casos, el proceso de aprendizaje está aun más seriamente comprometido. La intensidad y elaboración de la curiosidad dependen también de la naturaleza específica de lo que el niño ve y de la reacción de los padres frente a su actividad. En este período más avanzado, es probable también que sienta algún principio de estimulación genital que acompaña al impulso de descarga excretoria. Más aún, los celos pueden * Aquí, entonces, puede aparecer una fuente de la experiencia posterior des­ cripta por Isakower 11 y conocida, en general, como el fenómeno de Isakower, que fue elaborado luego en los estudios de Lewin 18’ 14 sobre la “pantalla del sueño”.

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también en esta época empezar a ser un fuerte ingrediente en los sentimien­ tos de exclusión e intensificada soledad. En mi experiencia con pacientes que compartieron la cama de sus padres en forma prácticamente ininterrumpida hasta bien avanzada la latencia, me ha impresionado el grado de desarrollo de la negación selectiva y de la amnesia en dimensiones variables. Por lo tanto, lo que el analista oye puede ser sólo algunos recuerdos encubridores, los que generalmente son inaccesibles para la elaboración, reconstrucción e interpretación. Puede existir una resistencia extremadamente fuerte por parte de personas de un alto nivel intelectual, a aceptar que sus padres tenían relaciones sexuales durante este período y, algunas veces, recurren a racionalizaciones muy im­ probables para explicar tal asexualidad. Es muy difícil generalizar sobre estos casos. La sintomatología clínica varía de acuerdo con la forma de las primeras estimulaciones y cómo éstas combinan con posteriores traumas específicos y desilusiones, afectando la lucha edípica y su resolución. Hay muchos pacientes que no se adhieren manifiestamente al analista pero, paradójicamente, sí lo hacen al análisis. A pesar de una rígida y continua resistencia y de un aparente desaliento, no están dispuestos a abandonar el análisis. Si el analista los convece para que interumpan el tratamiento, retornan más adelante con la esperanza de que en esta oportunidad les irá mejor. Es notable que la adhesión ex­ traordinariamente persistente al análisis sea el medio por el que conserven una versión idealizada de sus padres. En general, sea que hubiera una adhesión directa al analista o al análisis, la interpretación fue asimilada prácticamente sobre una base inte­ lectual. A menudo, aun esto fue confuso y vago. En algunos pacientes con una dependencia más manifiesta, puede haber un intento de aprendizaje clisé del análisis y una repetición de partes de la teoría analítica que acep­ tan como propios. O puede haber expresiones de devoción y exaltación con respecto al analista, pero sin el desarrollo de una clara neurosis trans­ ferencia!. En algunos, tal actitud se hacía evidente en episodios de actingout que realmente expresaban una profunda hostilidad hacia el analista que resultaba muy difícil analizar.7 Aquí nuevamente puede haber una especie de muralla china que ex­ cluye del análisis a todos los pensamientos, recuerdos y sentimientos fran­ camente sexuales, aun cuando su presencia fuera llamativamente clara en sueños o definidamente implícita en reacciones o situaciones corrientes. Uno de los pacientes dentro de esta categoría había recurrido al tratamiento porque era impotente. Su impotencia se había manifestado casi inmediatamente des­ pués del matrimonio y, aparentemente, en relación con los deseos de su mujer de tener un hijo. Él no podía aceptar el hecho de que esta relación temporal estaba señalando la posibilidad de una conexión digna de ser explorada; en cambio, insistía

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de manera tenaz en que era pura coincidencia. Era exageradamente reticente en cuanto a detalles de su vida sexual y no mencionaba con espontaneidad sus éxitos o fracasos sexuales. Siendo prolífico en sueños, aportó algunos, claros e informativos, que pusieron de manifiesto la historia de sus dificultades de manera casi terminante. Pero era singular su falta de curiosidad con respecto a ellos. Daba unas pocas asociaciones y después tendía a parafrasear sus sueños. Si se trataba de sueños con poluciones nocturnas o con referencias sexuales específicas, admitía entonces que quizá los sueños tendrían algo que ver con su síntoma sexual. Pero de ninguna manera se aventuraba más allá de esto. Cuando yo formulaba una interpretación de tanteo, respondía con una cauta aceptación diciendo que tal vez lo que yo decía era signifi­ cativo, pero generalmente agregaba en tono firme: “Pero, por supuesto, yo no recuerdo nada de ello.” De esa manera, cerraba la puerta que, por un momento, había apenas entreabierto. El paciente había compartido hasta la adolescencia la cama paterna durante el invierno, por ser la habitación de los padres la más cálida de la casa. (Los detalles de la infancia, si bien importantes, no se enumeran aquí.) Había sido un alumno brillante, graduándose en la principal facultad de su especialidad con diploma de honor. En la época de su tratamiento, a los 35 años, era muy inhibido en sus rela­ ciones sociales, pero no así en su trabajo donde era eficiente y tenía seguridad en sí mismo (tal como pude saberlo por otras fuentes). Había descubierto una espe­ cialidad dentro de su especialidad, donde su aguda inteligencia podía arriesgarse a solucionar problemas con gran habilidad y claridad. Pero carecía de una visión de conjunto y era limitado en áreas profesionales en las que se requiere la captación de las emociones humanas. Claramente su inquietud en problemas profesionales ser­ vía como defensa frente a sus problemas sexuales. Cuando no podía dormirse rápi­ damente, o un sueño angustioso lo despertaba, derivaba inmediatamente su pensa­ miento al trabajo inconcluso de la oficina y planeaba con todo detalle la tarea para el día siguiente. No podía admitir la posibilidad siquiera de que sus padres hubieran tenido relaciones sexuales o cualquiera otra actividad sexual en algún momento después de su nacimiento. Tampoco parecía sentir que la ausencia de relaciones sexuales entre sus padres habría indicado la existencia de algún serio problema entre ellos. Lo que surgía con bastante claridad y repetidamente —a tal extremo de que a mí misma me parecía convincente— era que el padre se había visto complicado en una relación amorosa con una joven, de la que se habló mucho. Esto aparecía con asociaciones sobre hombres mayores que habían violado a mujeres jóvenes. No podría decir cuáles eran los hechos reales con respecto a su padre, pero sus fantasías que no podía re­ conocer eran bastante claras. El padre era un hombre respetado seguramente en la comunidad, y el paciente destacaba esto con tanta insistencia que hacía sospechar algo defensivo en esto. Parecía tener necesidad de contar con una temprana visión idea­ lizada de un padre todopoderoso y omnibondadoso. Esto es lo que hizo en sus sínto­ mas, en sus defensas caracterológicas y en sus actitudes transferenciales.

El objetivo de esta presentación ha sido el de indicar algunas situaciones generales y específicas en los primeros años del futuro analizado, que con­ tribuyen al desarrollo de la sobreidealización del analista o de esperanzas mágicas pasivas del análisis ritual, y describir además su relación con los orígenes de la transferencia. Creo que esto tiene sus raíces más profunda­

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mente en la dependencia física del niño con respecto a su madre (partici­ pando del sentimiento oceánico descripto por algunos como sentimiento re­ ligioso). Sin embargo, contiene también elementos del segundo año de vida cuando el niño está logrando su propia separación, pero reacciona aún frente a sus padres, especialmente frente a su padre, como si fuera todopoderoso y de naturaleza divina. La regresión que se produce en la relación transferencial contiene elementos de ambas situaciones, pero podrá acentuarse cualquiera de ellas focalizando la fuerte y manifiesta depen­ dencia transferencial en el analista como persona o en el método de aná­ lisis, que entonces no puede ser realmente utilizado porque está al servicio de una necesidad defensiva tan fuerte. En el paciente cuyo caso bosquejé más arriba, aparece que la idealiza­ ción postedípica normal de su padre se vio interferida por ambas situa­ ciones debido a las fantasías de violencia reforzadas repetida y anualmente por su participación en la escena primaria, y más tarde por alusiones y rumores con respecto a la conducta de su padre en su temprana adultez. Ambas series de experiencias habían dejado evidentemente impresiones in­ delebles en el paciente, pero que habían sido borradas de la conciencia por uno de los muros de negación más fuertes que yo haya encontrado jamás. Sin embargo, debería agregar que en la prepubertad este paciente tuvo una enfermedad física que centró su atención en los genitales intensificando y fijando sus temores de castración. No obstante, lo que me interesa especialmente es la forma en que construyó una fuerte formación reactiva de objetivos de perfección en su trabajo de características rituales casi religiosas. Aunque había elegido una profesión vinculada fundamentalmente con relaciones humanas, había lo­ grado ubicarse en una especialidad muy limitada que no le exigía investigar las motivaciones humanas. A su manera era valiente y eficiente en un grado extremo. En realidad no sublimaba sus conflictos, sino que los transfería, en la vida y en el análisis, a objetivos sociales casi instituciona­ lizados en los cuales los conceptos del bien y del mal desempeñaban un papel muy importante. En esta forma reinstalaba el padre glorioso y poderoso de su temprana infancia —la figura que en ciertas circunstancias puede ser la base de una fantasía de novela familiar—. En el mismo análisis confiaba en que si seguía escrupulosamente las reglas del procedimiento analítico, debía tener éxito, adquiriendo el análisis así una cualidad ritual disciplina­ ria y firme que se asemejaba a algunas prácticas religiosas. Pero ¿cuáles son las actitudes contratransferenciales del analista que permiten o aun promueven su sobreidealización por parte del analizado? Aparecen precisamente como las contrapartes de los problemas transferenciales que se presentan en el analizado, y consisten principalmente en la persistencia de fuertes impulsos competitivos y narcisistas en el analista,

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con muy altas exigencias de éxito. Esto aparece bajo el disfraz del entu­ siasmo terapéutico, y puede incluso no aparecer como ambición personal sino como una sobrevaloración del poder del análisis. Tales analistas darán una demasiado precipitada respuesta de “más análisis” ante dificultades neuróticas recurrentes, sin prestar suficiente atención a las razones del fra­ caso del tratamiento anterior. Pueden estar muy dispuestos a atribuir el fracaso al trabajo inadecuado del primer analista, sin evaluar la real com­ plejidad de la neurosis. Si simpatizan con el paciente y lo apoyan en culpar al analista anterior, es probable que se encuentren en la trampa de una transferencia positiva demasiado fuerte en la cual es difícil descifrar los elementos negativos. Es muy probable que esto suceda cuando el mismo analista tiene una necesidad de gratificación emocional, de ser querido y admirado por sus analizados. En tales casos el analista aparece frecuente­ mente indefenso y modesto, pero con fe en el poder casi divino del análisis. La esperanza de omnipotencia terapéutica en el proceso del análisis era más frecuente hace unos años. Los primeros descubrimientos de Freud eran tan profundos y de tan largo alcance y era tan pasmoso el poder de las fuerzas inconscientes para modificar el curso de la vida, que el proceso de descubrir estas fuerzas y disminuir sus efectos era imponente. Al mismo tiempo, la posición del analista dentro de la comunidad lo apartaba en tal forma que realzaba o hería la imagen narcisista que tenía de sí mismo. Con la mayor divulgación de los conocimientos analíticos el analista ya no cumple este papel especial y ha disminuido considerablemente este aumento social de su narcisismo. Pero no está todavía solucionado el problema en su totalidad. No sólo las necesidades narcisistas del analista, sino también el fracaso en aceptar sus propios impulsos agresivos y hostiles, contribuyen a agravar este problema ya que constituyen un complemento de los propios problemas de los analizados. Podrá entonces identificarse demasiado rápidamente con su paciente y aceptar la disociación de su transferencia proyectando la trans­ ferencia negativa sobre otros, especialmente sobre miembros de la familia del paciente o de la comunidad analítica. Algunas veces el entusiasmo tera­ péutico del analista forma parte de una fantasía latente de salvación 15 que es despertada por el sufrimiento del analizado y su pedido de ayuda. Puede entonces desarrollarse una situación transferencia! intensa que se acerca a una novela familiar. El deseo del paciente de encontrar un padre ideal y todopoderoso es satisfecho por la gratificación del analista al ser el padre complaciente por intermedio de quien el paciente logrará una curación com­ pleta, que incluso puede acercarse a un renacimiento. En tales operaciones de salvación, la agresión del analista puede ser asignada a aquellos parientes o terapeutas que han estado previamente en contacto con el paciente y que han contribuido, en la realidad o en la

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fantasía, a crear sus perturbaciones. El analista se transforma entonces en el salvador gracias al cual el analizado sale adelante. Si esta situación se complica aun más porque el analista sucumbe a la seducción de adhesión del paciente hasta el punto de modificar el tratamiento analítico debido a intervenciones y procedimientos activos, esto intensifica naturalmente el vínculo del paciente y tiende a aumentar el narcisismo secundario al darle el sentido de un especial privilegio. Sin embargo, actúa además promo­ viendo un estado de dependencia continua o aun de esclavitud transfe­ rencia!. En ciertos casos esta situación puede modificarse gradualmente con el tiempo, pero también es proclive a aumentarse permanentemente has­ ta el punto de llegar a convertirse en insoportable, sea para el analista o para el analizado, después de lo cual puede surgir la transferencia negativa latente en forma problemática o destructiva. Hay una situación que puede interferir considerable e insidiosamente aun en el tratamiento de aquellos pacientes cuyos problemas son semejantes, aunque menos serios, que los del grupo descripto en esta presentación. Esta situación surge cuando el analista es muy conocido y con un consi­ derable prestigio dentro de la comunidad de la que proviene el analizado. Estas circunstancias, más el control del analista o del analizado, tienden a engrandecer la imagen del analista y a otorgar al tratamiento una especie de poder mágico en donde la mejoría resulta de la asociación con el ana­ lista más que del propio desarrollo del analizado. Es impresionante como muchos analistas, envueltos en un supuesto anonimato en el consultorio, no perciben realmente la complicación que trae apareada su fama y aun el hecho de estar en contacto con el analizado en el mundo externo. En tales situaciones las curas transferenciales pueden producirse sin un cambio o crecimiento fundamental por parte del paciente. Eso constituye una com­ plicación especial en la formación de candidatos a analistas, pero también se presenta en el caso de otros pacientes. Se acerca a una gratificación real por parte del analista al paciente, y tiende a fijar problemas especiales en el analizado. Es una situación que no puede eliminarse por completo, pero el tener conciencia de su importancia puede modificar los resultados terapéuticos en forma considerable.

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DISCUSIÓN José Luis González {México)

Con impaciencia esperaba tener en mis manos el relato sobre el que yo debería redactar mi correlato. El tema transferencia y contratransferen­ cia me era conocido, pero cuando recibí el trabajo de la doctora Phyllis Greenacre que restringía su comunicación al ya vasto tema de la idealiza­ ción, sentí una gran alegría pues es un problema que me viene preocupando en los últimos tiempos, por lo cual yo a mi vez restrinjo mi comunicación a la sobreidealización. Cuanto más se atrasaba la llegada del relato, más idealizaba la comu­ nicación y la autora; hasta llegué a pensar que no había nada que agregar al tema y que además tendría que reconocer todo el aprendizaje que reca­ baría con tan sustanciosa comunicación (problema de sobreidealización). En tanto que aquello se visualizaba así, yo me sentía empequeñecido e incapaz de aportar nada más al asunto. Leyendo cuidadosamente el trabajo, me di cuenta de que muchas cosas más podían decirse, que nos llevarían a una más profunda comprensión del tema, abriendo caminos para la investigación y el manejo de problemas semejantes. Debo reconocer que la doctora Greenacre escribe muy bien y con fluidez, pero también que todo su trabajo no hace sino repetir temas por demás conocidos por cualquier psicoterapeuta y que podemos encontrar en cual­ quier paciente que tengamos en tratamiento sin necesidad de elegirlo como exponente de la sobreidealización. Con lo anterior, quiero decir que no tengo críticas sobre lo dicho por la doctora Greenacre, pero en mi opinión se mantiene en una superficialidad dentro de la cual debemos bucear un poco más. Tomo la comunicación de la doctora Greenacre como el contenido ma­ nifiesto de un tema, y voy desarrollando mi exposición hacia el contenido latente en la siguiente forma:

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Que la transferencia se enraiza en los primeros años de la infancia, lo sabemos desde Freud, el cual además nos enseñó que toda visualización del “aquí y ahora” de cualquier hecho psíquico puede rastrearse desde sus orígenes infantiles, siguiendo una continuidad genética, hasta los primerísimos años de la vida del sujeto, que debemos reconstruir o recuperar cpn la labor analítica. Que la transferencia en general es un problema digno de todo nuestro cuidado y atención, no nos cabe la menor duda; desde que Freud en el caso Dora descubrió su presencia, sigue y seguirá siendo el vehículo más activo en cualquier modificación psicoterapéutica. Pero su génesis tendrá que ubicarse en lo inconsciente y sin lugar a duda en lo heredado, sólo allí y debido a los impulsos instintivos, a la dualidad vida-muerte y a la no contradicción, los afectos pueden desplazarse de un objeto a otro con absoluta libertad. El corolario de tal proceso primario, al pasar por el tamiz del yo ontogénico permite el fenómeno conocido y descripto por el psicoanálisis como la transferencia o las transferencias y se manifiesta en la conducta como la capacidad para cambiar o transferir patrones de rela­ ción emocional de una persona o situación a otra, siempre que haya un lazo de conexión entre ellos. Lazo de conexión a veces consciente pero en la inmensa mayoría de los casos inconsciente, que siempre está allí, para ser descubierto por el psicoanálisis. Que esta habilidad de transferencia estimula o promueve “nuevas experiencias al proceso de crecimiento”, es correcto, pero desgraciadamente siguiendo un patrón de relativas variables dentro de un rígido centro, modelo inconsciente que se repite y que sólo el aná­ lisis puede ayudar a modificar. Que la situación psicoanalítica promueve el desarrollo de “actitudes neuróticas de transferencia” obedece a dos cosas: l9) la regresión yoica producto del equilibrio neurótico con que nos llega el paciente, y 2°) la regresión del aquí y del ahora que es variable y transitoria en el curso mismo de cada sesión. Que por su misma naturaleza contiene las semillas de la idealización del analista y reproduce la temprana relación madreniño, es un hecho tan cierto como inespecífico, ya que el estar reunidos aquí y ahora en este Congreso Panamericano, nos está enseñando la extroyección común del “objeto idealizado” del psicoanálisis que nos une afec­ tivamente al extroyecto. También aquí repetiríamos situaciones infantiles que podrían ser conducidas en un tratamiento analítico o tempranísimas relaciones madre-niño y deducidas de la experiencia total. Para mi manera de pensar, tal relación debe rastrearse hasta la ecua­ ción madre-hijo en cuanto feto-vientre, y entonces sí comprendo la raíz profunda de la idealización. Freud señaló que hay un grupo de fantasías inconscientes heredadas, que por su persistente universalidad sólo pueden explicarse como filogenéticamente adquiridas. Se refirió al temor de devo-

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rar y de ser devorado, a la escena primaria, a la angustia de castración y al complejo de Edipo. Doy por seguro que los investigadores que piensan en términos de la psicología fetal tienen razón y que un núcleo filogenético del yo existe con el feto. Impulso, necesidad, satisfacción son instantáneas; si a esto agrega­ mos las imágenes inconscientes heredadas como bidimensionales, tendría­ mos que suponer la siguiente secuela de procesos: instinto, necesidad, ima­ gen herededa impuesta al yo = satisfacción alucinatoria inmediata de la necesidad. Esta secuencia sin demora instantánea es indiscutiblemente el modelo de toda idealización, fantasía alucinatoria de deseos y pensamiento mágico. Esta situación corresponde a lo que Freud describió como yo ideal, aquel momento en que yo y ello se confunden en una unidad indiferen­ ciada. El momento del nacimiento traería apareada una inmediata división del yo en un núcleo remanente fetal, el yo ideal, y un núcleo que va a for­ marse alrededor del aparato perceptor de estímulos, núcleo correspondiente al yo ontogénico volcándose con predilección a la nueva realidad ambien­ tal. La percepción interna, casi absoluta hasta antes del nacimiento, se re­ prime predominando ahora la percepción externa. Pienso que aquí podemos entender lo que pasa con la imagen heredada del complejo edípico, por ejemplo. Freud dijo que el verdadero Edipo es por lo menos de cuatro personajes: Dios, destino y la pareja parental uni­ da en coito. Pues bien, en el momento del nacimiento y simultáneamente con la división del yo, se “separa” la conjunta imagen heredada de la pareja parental y sólo es percibido, al principio, el objeto externo madre, que aún conserva latente las características de la pareja, aunque la imagen del padre sea latente. La Diosa Madre del principio de las religiones, tiene sin duda alguna, el sentido que le da Greenacre en su comunicación, como la madre idealizada, mágicamente todo-dadora, que, como un néctar infinito dará felicidad única y total (objeto bueno de M. Klein) y fantasía concomitante de pecho idealizado para preservarse de la maldad del objeto malo. Com­ prendo así que el padre se vaya esfumando progresivamente en el “más allá”. (Sucede ésto en el tema religioso de María, su concepción por el Espíritu Santo, el nacimiento de Dios niño y la figura cada vez más bon­ dadosa “allá” de San José, que nunca jamás volverá a recuperarse como presencia.) En cambio, lo que con tanto énfasis nos describe Greenacre alrededor de los dos-tres años de vida con el padre real “bueno” no vendría a ser otra cosa que la recuperación interna del objeto a través de las penosas experiencias de inevitable frustración que la idealización omnipo­ tente del pasado sufre frente a los embates del mundo de la realidad tangible. Para mí, esto abarca como contenido latente muchas páginas “mani­ fiestas” del relato que se refieren a padres buenos y realmente malos, que

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el niño se empeña en idealizar en ausencia, y varias otras disquisiciones acerca de debilidad muscular de la madre frente a la fuerza muscular del padre, etc., y su reaparición cuando es jovial y bueno hacia sus vástagos. Creo que también abarca toda la disquisición sobre el destino de aquellos que en la realidad externa fueron o pudieron ser espectadores del coito-de sus padres. Pero lo más importante para mi comunicación es lo que respecta al manejo de pacientes con la tal sobreidealización, objeto de estos dos traba­ jos por lo menos en lo que a su “nominación” se refiere. Todo enfermo llega al tratamiento psicoanalítico con un sistema de valores que nosotros debemos manejar como objetos idealizados. Llámense estos valores título profesional con Magna cum Laude, triunfo económico, maternidad o paternidad. Naturalmente que la idealización es universal y que sin ella no habría proyectos ni realizaciones, arte ni ciencia. Ahora bien, la idealización siempre tratará de utilizarse por el analizado como oposi­ ción a la relación con el objeto externo real. Se maneja el objeto idealizado, porque con él, manejándolo a la medida de nuestros deseos, huimos del penoso y traumático enfrentamiento con el objeto externo real. Simultánea­ mente, el enfermo espera que con la ayuda de su psicoanalista aprenda a lograr una mejor relación con su mundo circundante o sea, con los objetos reales (únicos verdaderos satisfactores). Como se trata generalmente de enfermos neuróticos o psicóticos, laten­ tes o francos, que no han podido adaptarse a la realidad que para ellos es traumática, se resisten al contacto con el objeto externo, refugiándose en su relación conocida o ideal (a la medida de sus deseos), el objeto interno (sobreidealización). Con el único fin de conservar su precaria situación neurótica o psicótica, pero de equilibrio en lo que a sobrevivencia se re­ fiere, hacen una transacción, proyectan su objeto idealizado sobre su tera­ peuta y lo reintroyectan nuevamente “haciendo ahora una aparente rela­ ción externa que no es más que una pseudorrelación o falsa relación con el objeto externo”. Tal mecanismo tiene por objeto: no permitir una modificación esencial sino únicamente cambios intelectuales. (Es lo que Phyllis Greenacre describe como: Algunos se aferran abiertamente al tra­ tamiento, intentando un conocimiento fotográfico del análisis y repitiendo partes de la teoría analítica que el paciente acepta como de su pertenencia [seudoidentificación]. La realidad es que no desarrollan verdaderamente una neurosis de transferencia. El acting-out puede expresar en realidad profunda hostilidad al psicoanalista.) En otras palabras, amargamente nos percatamos de que hemos sido uti­ lizados, manejados y controlados por la habilidad neurótica del paciente, que es, por otra parte, un doloroso aprendizaje que utilizó siempre para so­ brevivir. Cuando no tenemos en cuenta la transferencia negativa como

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omnipresente derivado del instinto de muerte, las sorpresas y decepciones de este tipo se harán más frecuentes que cuando la tenemos presente. Si desde el principio hasta el fin del tratamiento interpretamos la agresividad latente, no nos halagará la proyección del objeto idealizado del paciente en el terapeuta ni tampoco la aceptación narcisista del papel que nos obliga a desempeñar el enfermo como falsa relación de objeto. Creo útil señalar una vez más lo siguiente: teniendo en mente la continuidad genética de lo fetal a lo actual, podemos manejar desde el principio de nuestra relación con el enfermo, mecanismos variados pero íntimamente concordantes: idealiza­ ción, negación, manía, omnipotencia y pensamiento mágico, así como la transferencia negativa. Todos estos fenómenos se insinúan y se van desen­ volviendo en el curso del desarrollo de las “actitudes neuróticas de trans­ ferencia”. Si precozmente son abordadas tenemos una mayor posibilidad de manejarlas terapéuticamente antes de que su intensidad las vuelva inmane­ jables.

El doctor Z fue enviado por mi asociación como candidato. La recomen­ dación de su psicoanalista que lo tenía en tratamiento por algo más de un año, su excelente curriculum, y las entrevistas de admisión, lo hacían satis­ factoriamente aceptable. Había tenido dos experiencias psicoanalíticas previas. La primera, que duró seis meses, la inició poco antes de casarse, por dudas relacionadas con su potencia sexual. Suspendió su tratamiento después del matrimonio, rea­ segurado al comprobar que sus temores eran infundados y al ganar una beca para especializarse en psiquiatría en el extranjero, donde permaneció tres años. A su regreso, pronto se colocó entre los médicos jóvenes triun­ fadores por su gran capacidad de trabajo y su brillante inteligencia. La segunda experiencia psicoanalítica la inició por consejo del terapeuta de su hija. Ésta empezó con problemas de enuresis, temores nocturnos y rebeldía que al ir en aumento obligaron a la familia a buscar ayuda médica. Como mi paciente reside fuera de la ciudad, tuve que adaptar su tratamiento a cuatro horas por semana, dos a última hora del día y dos a la primera del siguiente. Como mencioné antes, es un hombre agudamente inteligente; lector incansable y con una ambición sin límites, es capaz de todo para lograr sobresalir; se dice a sí mismo excelente político que erró su profesión. De extracción sumamente humilde, con unos padres de excepcional tenacidad y empuje, que hicieron de la mayoría de sus hijos profesionales, de toda la familia, Z., es sin duda alguna, el triunfador. El hermano que lo precede es el mayor de la familia; campesino como el padre, presenta ciertos rasgos psicopáticos leves. El hermano que le sigue padece esquizo­ frenia y ha tenido varios brotes que lo han recluido en hospitales psiquiátri-

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cos. El resto de sus hermanos tienen profesión o estudian en nivel univer­ sitario. El problema de transculturación de semejantes familias, muy elogiable y sin duda alguna posible en nuestro país, acarrea graves sobrecargas de superación intelectual y social que a veces se transforman en verdaderas situaciones traumáticas de penosa elaboración dentro de la personalidad. Durante los primeros tres años de su infancia compartió la habitación de sus padres. Esquematizando al máximo el curso de su tratamiento diría lo si­ guiente : 1°) Las sesiones se inician hablándome de sus logros excepcionales en todas las áreas profesionales, clínicas y académicas. Todo su afán se dirige a impresionarme hasta hacerme sentir orgulloso de él, contratransferencialmente. Al mismo tiempo, provoca en mí, envidia por sus capacidades ma­ ravillosas y la sensación de disgusto por el sutil empequeñecimiento en el que me está colocando. 2°) Para “crecer” todavía más, empieza a hablarme de los errores de los psicoanalistas y de sus colegas psiquiatras en su área profesional.- Su pedantería es tan intensa que a duras penas puede reprimirla delatándose continuamente. Usa con propiedad palabras sobre sí mismo que lo hacen aparecer cínico y chocante; como alusiones hirientes a su estatura, por ejemplo, o a rasgos de su carácter envidioso y egoísta de los que pronto uno se percata como equivalentes a ironías de autoanticipación para anular la herida narcisista en caso de que viniesen de afuera. 3°) Pronto logré percatarme de su “técnica demoledora” que había utilizado con éxito con sus dos terapeutas anteriores y que trata de que aquí le dé el mismo resultado. El contrato fantaseado que propone podría hacerse así: “Yo te protejo y te hago maravilloso si tú me haces analista sin análisis. Seré el más fiel propagandista tuyo, te elevaré hasta las nubes y serás el talento más genial porque serás mi hechura y yo haré como si fuera tu hechura”. En términos semejantes “subió” muy alto al analista anterior para después dejarlo caer violentamente hasta destruirlo en su fantasía. 4°) Teniendo en cuenta los pares antitéticos, vida y muerte como los instintos esenciales heredados, y además el postulado de que todo sistema de valores con los que el paciente llega al tratamiento deben ser manejados como objetos ideales, fui interpretando sistemáticamente y desde el prin­ cipio su agresión hetero y autodestructiva, oculta en tan excelentes logros. Le fui señalando que usaba estos logros como formas encubiertas de des­ cargas destructivas, puesto que en su fantasía los equiparaba con toda clase de armas primitivas para demoler al adversario y para identificarse proyectivamente con el perseguidor y manejarlo a la medida de sus deseos

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(o sea como objetos ideales). Frente al impacto de la realidad, represen­ tada por mis intervenciones, el paciente utiliza ahora la técnica defensiva siguiente: a) Proyecta en mí su objeto idealizado, b) Establece pseudorrelación de objeto en donde todo yo soy perfecto y maravilloso, en muchos aspectos igual a él mismo, por lo cual ambos somos maravillosos y juntos vamos a revolucionar la psiquiatría, etc. Lo reprimido sigue siendo su profundo desprecio, envidia destructiva y ciega por partes disociadas de su personalidad, que proyecta en mí para atacarlas despiadada e incons­ cientemente, mientras que en su aparente realidad mantiene una pseudorrelación de objeto aceptable. Yo represento su infancia miserable que él tiene que rechazar con todo el rencor acumulado. A la vez odia y se aver­ güenza de su pasado, rechazando éste con todos los mecanismos a su al­ cance: idealización, negación, manía y principalmente técnicas de disocia­ ción esquizoparanoide. Con estas disociaciones esquizoparanoides funcionó siempre con éxito gracias a sus grandes dotes intelectuales y su desmedida ambición. Ambición que en cierta forma representa aspectos positivos de sus padres pero distorsionados gravemente por su enfermedad. Con gran asom­ bro de su parte se va percatando de su profunda soledad. Se visualiza res­ petado pero odiado, admirado pero temido y sin el amor de su esposa a la que ha manejado también a la medida de sus necesidades como un objeto más de su pertenencia y de sus logros. 5°) A tal manejo de sus objetos idealizados y a tal proyección de los mismos sobre el mundo externo, se hace urgente una interpretación de reali­ dad. Pero una interpretación de semejante magnitud, que derrumbe todo ese aparato fantástico del paciente. Ante la proximidad del inicio de semi­ narios para candidatos de su promoción, me negué terminantemente a que él entrase. Le di estas razones: a) Que lo fundamental era su análisis, donde hasta la fecha se mostraba muy poco apto para tener insight, y por lo tanto muy poco apto para cambiar su verdadera tendencia auto y heterodestructiva hábilmente enmascarada, b) Que yo no tenía la menor duda de que, ingresando en seminarios, deslumbraría por su ambiciosa tenacidad, como siempre, a sus maestros y compañeros. Le hice ver cómo el título de psicoanalista representaba para él una cadena de logros, todavía con el fin de aplastar y vengarse ante el odio que su ciega envidia había nueva­ mente levantado. En términos de su fantasía, le di a elegir entre los analistas que tanto había criticado. ó9) Envió una carta a la asociación renunciando como candidato, ale­ gando únicamente razones privadas que se oponían por el momento a su formación y decidió continuar su tratamiento terapéutico conmigo hasta su solución. ¿Será esto factible o no lo será? ¿Llegará por lo tanto a ingresar un día en la asociación? Son preguntas que aguardan su respuesta futura ante el trabajo sistemático venidero y la profundización analítica.

DISCUSIÓN Richard Sterba

(Detroit}

Hay razones que explican por qué la situación psicoanalítica es tema de tantas de nuestras conferencias y trabajos; teniendo como centro diná­ mico a la transferencia es no sólo nuestro instrumento terapéutico y cien­ tífico, sino también un instrumento sumamente delicado que nos permite escudriñar la superficie mental del analizado y nos proporciona los indica­ dores que denuncian las corrientes de las capas inconscientes más profundas de la mente. Uno no termina de maravillarse ante la sensibilidad de este instrumento y su capacidad para revelarnos la existencia dinámica y la efectividad de las motivaciones emocionales más profundas y con frecuencia totalmente inesperadas. Este carácter revelador, que a veces se aproxima a lo siniestro y misterioso, está predominantemente conectado con la situa­ ción transferencial-contratransferencial, constelación dinámica singular en­ tre analista y analizado a la que dedicamos la discusión de esta sesión plenaria. El carácter peculiar de la situación analítica, particularmente el marco protector y permisivo que proporciona, provoca una regresión al servicio de la terapia. Y con esta regresión que el yo se permite, debido a la seguridad y a la atmósfera de libre acción o, al menos, de acción limitada de la situación analítica, tienen lugar transferencias de niveles más pro­ fundos y tempranos. La doctora Greenacre ha señalado que la transferencia en análisis tiene sus raíces más profundas en la primera relación de la vida de un individuo, en la relación con la madre. Sabemos a través de la reconstrucción en la terapia y la observación directa, que esta relación se desarrolla sólo gradualmente en una formación-catéctica que se aseme­ ja a posteriores relaciones objétales. Al principio el objeto madre es vivido como perteneciendo al self, y esta fusión se basa en la satisfacción de nece­ sidades por parte del pecho materno y en la forma de suministrar dicha satisfacción. Sabemos que el self primitivo está fuertemente catectizado con libido, estado que llamamos narcisismo primario. La separación del self y

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la escena primaria en forma prolongada y repetida desde las primeras semanas de vida, persistiendo sin mayores interrupciones hasta la pubertad y o aun más tarde. Me ha parecido que tal estado de cosas, aunque gene­ ralmente haya ocurrido junto con otras experiencias desfavorables, produjo sin embargo perturbaciones características. Para poder informar sobre las diferentes maneras en que estas experiencias impactan al niño combinándose con las fantasías esencialmente endógenas que surgen en él, y que luego provocan perturbaciones en su sexualidad y en sus actitudes pasivas y agresivas, sería necesario un estudio más cuidadoso y detallado y realizado sobre un mayor número de casos de los que he tenido tiempo de estu­ diar.17 La circunstancia de compartir durante mucho tiempo la habitación de los padres y presenciar en forma repetida la escena primaria en mi experiencia se presentaba casi exclusivamente en hijos únicos o en el menor de varios hermanos. Esta situación puede compararse con aquella en que hay una posibilidad esporádica de participar en la escena primaria, en cuyo caso la experiencia es considerada como excepcional. En este último grupo es más probable que haya una reacción de shock y el impacto sobre el niño depende mucho de su edad, de la naturaleza real de la escena pri­ maria misma, de las circunstancias y de las reacciones de los padres a la intrusión del niño. En todo caso, es probable que la experiencia influya en las teorías y expectativas sexuales en desarrollo. En los casos de una parti­ cipación repetida en la escena primaria durante muchos años, fue necesario que el niño desarrollara fuertes reacciones defensivas que configuraron no sólo sus actitudes y expectativas sexuales, sino también a otras partes de su carácter. * En dos casos (uno de ellos hijo único, y el otro el menor de dos her­ manos), los niños compartieron la habitación de los padres durante varios meses de cada año hasta bien pasada la pubertad. La situación en ambos casos se agravaba por el hecho de que la familia vivía en una comunidad del Sur donde la casa, a pesar de ser suficientemente amplia, no tenía calefacción, por lo que en los meses de invierno dormían todos en la habi­ tación más cálida. En otros casos de hijos únicos, provenientes de familias pobres pero no excesivamente, el niño era mantenido en la habitación de los padres, mientras otra habitación era alquilada. Se trataba más de un problema de economía que de real necesidad. Incluso, en familias de buen pasar y sin ningún problema económico en especial, distintos factores pare­ cían promover este sistema: los padres disfrutan teniendo al pequeño al alcance de la mano y tratándolo más o menos como un juguete; o puede ocurrir que una madre con inhibiciones sexuales mantenga al niño en la * En mi trabajo sobre “Recuerdos encubridores”4 he indicado, aunque no elaborado, algunas variaciones de la experiencia de la escena primaria.

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habitación como excusa para evitar frecuentes relaciones. Un padre con ansiedades neuróticas puede necesitar garantizarse la seguridad del niño durante la noche. Es mi opinión que la prolongada aplicación de estos sistemas pocas veces se debe a una extrema pobreza, sino más bien a una especie de dependencia, una continuación en uno o en ambos padres de de­ seos infantiles arcaicos de cercanía por diferentes razones de origen neurótico. Describiré algunos de los desarrollos típicos y a continuación los recuerdos visuales que surgían asociados a los sonidos. Esto puede sentirse como si estuviera en el cuerpo o proyectado fuera, con una reconstrucción del sentimiento de estar mamando o junto al cuerpo de la madre. * En algunos casos también se presenta una perturbación marcada y circunscripta en el sentido motor y cinestésico del lactante debido a una conciencia espe­ cial del ritmo de la relación sexual y del movimiento de la cama. En el caso de una paciente que mostró esta perturbación en grado evidente durante el análisis, hice por último una interpretación de tanteo en el sentido de que parecía que ella hubiera compartido la cama con sus padres y participado de manera excepcionalmente íntima en los movimientos de su relación sexual. Después de una pausa confirmó esta probabilidad diciendo que, durante su segundo año de vida, sus padres la habían llevado consigo a una retrasada luna de miel, durante la cual com­ partió la cama en los distintos hoteles en que se alojaron.

Entiendo que la estimulación específica y directa de la curiosidad vi­ sual en esta situación generalmente aparece más adelante —casi en los comienzos de la segunda mitad del primer año— y continúa sobre todo durante el segundo y tercero. Hay allí entonces una clara diferenciación entre self y no self, siendo el niño capaz de pararse en su cuna y captar la situación más plenamente, aun cuando sólo hubiera una luz tenue. Esta situación es mencionada espe­ cialmente por Zetzel cuando dice que puede estimular un deseo de dominio visual pero también puede interferir con la fantasía libre.17 Yo misma he llegado a igual conclusión en el estudio de mis casos, pero agregaría que el dominio visual es altamente narcisista con un contenido fuertemente competitivo y exhibicionista, mientras que la inhibición de la imaginación le quita riqueza. En algunos casos, el proceso de aprendizaje está aun más seriamente comprometido. La intensidad y elaboración de la curiosidad dependen también de la naturaleza específica de lo que el niño ve y de la reacción de los padres frente a su actividad. En este período más avanzado, es probable también que sienta algún principio de estimulación genital que acompaña al impulso de descarga excretoria. Más aún, los celos pueden * Aquí, entonces, puede aparecer una fuente de la experiencia posterior des­ cripta por Isakower 11 y conocida, en general, como el fenómeno de Isakower, que fue elaborado luego en los estudios de Lewin 13> 14 sobre la “pantalla del sueño”.

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también en esta época empezar a ser un fuerte ingrediente en los sentimien­ tos de exclusión e intensificada soledad. En mi experiencia con pacientes que compartieron la cama de sus padres en forma prácticamente ininterrumpida hasta bien avanzada la latencia, me ha impresionado el grado de desarrollo de la negación selectiva y de la amnesia en dimensiones variables. Por lo tanto, lo que el analista oye puede ser sólo algunos recuerdos encubridores, los que generalmente son inaccesibles para la elaboración, reconstrucción e interpretación. Puede existir una resistencia extremadamente fuerte por parte de personas de un alto nivel intelectual, a aceptar que sus padres tenían relaciones sexuales durante este período y, algunas veces, recurren a racionalizaciones muy im­ probables para explicar tal asexualidad. Es muy difícil generalizar sobre estos casos. La sintomatología clínica varía de acuerdo con la forma de las primeras estimulaciones y cómo éstas combinan con posteriores traumas específicos y desilusiones, afectando la lucha edípica y su resolución. Hay muchos pacientes que no se adhieren manifiestamente al analista pero, paradójicamente, sí lo hacen al análisis. A pesar de una rígida y continua resistencia y de un aparente desaliento, no están dispuestos a abandonar el análisis. Si el analista los convece para que interumpan el tratamiento, retornan más adelante con la esperanza de que en esta oportunidad les irá mejor. Es notable que la adhesión ex­ traordinariamente persistente al análisis sea el medio por el que conserven una versión idealizada de sus padres. En general, sea que hubiera una adhesión directa al analista o al análisis, la interpretación fue asimilada prácticamente sobre una base inte­ lectual. A menudo, aun esto fue confuso y vago. En algunos pacientes con una dependencia más manifiesta, puede haber un intento de aprendizaje clisé del análisis y una repetición de partes de la teoría analítica que acep­ tan como propios. O puede haber expresiones de devoción y exaltación con respecto al analista, pero sin el desarrollo de una clara neurosis trans­ ferencia!. En algunos, tal actitud se hacía evidente en episodios de actingout que realmente expresaban una profunda hostilidad hacia el analista que resultaba muy difícil analizar.7 Aquí nuevamente puede haber una especie de muralla china que ex­ cluye del análisis a todos los pensamientos, recuerdos y sentimientos fran­ camente sexuales, aun cuando su presencia fuera llamativamente clara en sueños o definidamente implícita en reacciones o situaciones corrientes. Uno de los pacientes dentro de esta categoría había recurrido al tratamiento porque era impotente. Su impotencia se había manifestado casi inmediatamente des­ pués del matrimonio y, aparentemente, en relación con los deseos de su mujer de tener un hijo. Él no podía aceptar el hecho de que esta relación temporal estaba señalando la posibilidad de una conexión digna de ser explorada; en cambio, insistía

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de manera tenaz en que era pura coincidencia. Era exageradamente reticente en cuanto a detalles de su vida sexual y no mencionaba con espontaneidad sus éxitos o fracasos sexuales. Siendo prolífico en sueños, aportó algunos, claros e informativos, que pusieron de manifiesto la historia de sus dificultades de manera casi terminante. Pero era singular su falta de curiosidad con respecto a ellos. Daba unas pocas asociaciones y después tendía a parafrasear sus sueños. Si se trataba de sueños con poluciones nocturnas o con referencias sexuales específicas, admitía entonces que quizá los sueños tendrían algo que ver con su síntoma sexual. Pero de ninguna manera se aventuraba más allá de esto. Cuando yo formulaba una interpretación de tanteo, respondía con una cauta aceptación diciendo que tal vez lo que yo decía era signifi­ cativo, pero generalmente agregaba en tono firme: “Pero, por supuesto, yo no recuerdo nada de ello.” De esa manera, cerraba la puerta que, por un momento, había apenas entreabierto. El paciente había compartido hasta la adolescencia la cama paterna durante el invierno, por ser la habitación de los padres la más cálida de la casa. (Los detalles de la infancia, si bien importantes, no se enumeran aquí.) Había sido un alumno brillante, graduándose en la principal facultad de su especialidad con diploma de honor. En la época de su tratamiento, a los 35 años, era muy inhibido en sus rela­ ciones sociales, pero no así en su trabajo donde era eficiente y tenía seguridad en sí mismo (tal como pude saberlo por otras fuentes). Había descubierto una espe­ cialidad dentro de su especialidad, donde su aguda inteligencia podía arriesgarse a solucionar problemas con gran habilidad y claridad. Pero carecía de una visión de conjunto y era limitado en áreas profesionales en las que se requiere la captación de las emociones humanas. Claramente su inquietud en problemas profesionales ser­ vía como defensa frente a sus problemas sexuales. Cuando no podía dormirse rápi­ damente, o un sueño angustioso lo despertaba, derivaba inmediatamente su pensa­ miento al trabajo inconcluso de la oficina y planeaba con todo detalle la tarea para el día siguiente. No podía admitir la posibilidad siquiera de que sus padres hubieran tenido relaciones sexuales o cualquiera otra actividad sexual en algún momento después de su nacimiento. Tampoco parecía sentir que la ausencia de relaciones sexuales entre sus padres habría indicado la existencia de algún serio problema entre ellos. Lo que surgía con bastante claridad y repetidamente —a tal extremo de que a mí misma me parecía convincente— era que el padre se había visto complicado en una relación amorosa con una joven, de la que se habló mucho. Esto aparecía con asociaciones sobre hombres mayores que habían violado a mujeres jóvenes. No podría decir cuáles eran los hechos reales con respecto a su padre, pero sus fantasías que no podía re­ conocer eran bastante claras. El padre era un hombre respetado seguramente en la comunidad, y el paciente destacaba esto con tanta insistencia que hacía sospechar algo defensivo en esto. Parecía tener necesidad de contar con una temprana visión idea­ lizada de un padre todopoderoso y omnibondadoso. Esto es lo que hizo en sus sínto­ mas, en sus defensas caracterológicas y en sus actitudes transferenciales.

El objetivo de esta presentación ha sido el de indicar algunas situaciones generales y específicas en los primeros años del futuro analizado, que con­ tribuyen al desarrollo de la sobreidealización del analista o de esperanzas mágicas pasivas del análisis ritual, y describir además su relación con los orígenes de la transferencia. Creo que esto tiene sus raíces más profunda­

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mente en la dependencia física del niño con respecto a su madre (partici­ pando del sentimiento oceánico descripto por algunos como sentimiento re­ ligioso). Sin embargo, contiene también elementos del segundo año de vida cuando el niño está logrando su propia separación, pero reacciona aún frente a sus padres, especialmente frente a su padre, como si fuera todopoderoso y de naturaleza divina. La regresión que se produce en la relación transferencia! contiene elementos de ambas situaciones, pero podrá acentuarse cualquiera de ellas focalizando la fuerte y manifiesta depen­ dencia transferencia! en el analista como persona o en el método de aná­ lisis, que entonces no puede ser realmente utilizado porque está al servicio de una necesidad defensiva tan fuerte. En el paciente cuyo caso bosquejé más arriba, aparece que la idealiza­ ción postedípica normal de su padre se vio interferida por ambas situa­ ciones debido a las fantasías de violencia reforzadas repetida y anualmente por su participación en la escena primaria, y más tarde por alusiones y rumores con respecto a la conducta de su padre en su temprana adultez. Ambas series de experiencias habían dejado evidentemente impresiones in­ delebles en el paciente, pero que habían sido borradas de la conciencia por uno de los muros de negación más fuertes que yo haya encontrado jamás. Sin embargo, debería agregar que en la prepubertad este paciente tuvo una enfermedad física que centró su atención en los genitales intensificando y fijando sus temores de castración. No obstante, lo que me interesa especialmente es la forma en que construyó una fuerte formación reactiva de objetivos de perfección en su trabajo de características rituales casi religiosas. Aunque había elegido una profesión vinculada fundamentalmente con relaciones humanas, había lo­ grado ubicarse en una especialidad muy limitada que no le exigía investigar las motivaciones humanas. A su manera era valiente y eficiente en un grado extremo. En realidad no sublimaba sus conflictos, sino que los transfería, en la vida y en el análisis, a objetivos sociales casi instituciona­ lizados en los cuales los conceptos del bien y del mal desempeñaban un papel muy importante. En esta forma reinstalaba el padre glorioso y poderoso de su temprana infancia —la figura que en ciertas circunstancias puede ser la base de una fantasía de novela familiar—. En el mismo análisis confiaba en que si seguía escrupulosamente las reglas del procedimiento analítico, debía tener éxito, adquiriendo el análisis así una cualidad ritual disciplina­ ria y firme que se asemejaba a algunas prácticas religiosas. Pero ¿cuáles son las actitudes contratransferenciales del analista que permiten o aun promueven su sobreidealización por parte del analizado? Aparecen precisamente como las contrapartes de los problemas transferenciales que se presentan en el analizado, y consisten principalmente en la persistencia de fuertes impulsos competitivos y narcisistas en el analista,

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con muy altas exigencias de éxito. Esto aparece bajo el disfraz del entu­ siasmo terapéutico, y puede incluso no aparecer como ambición personal sino como una sobrevaloración del poder del análisis. Tales analistas darán una demasiado precipitada respuesta de “más análisis” ante dificultades neuróticas recurrentes, sin prestar suficiente atención a las razones del fra­ caso del tratamiento anterior. Pueden estar muy dispuestos a atribuir el fracaso al trabajo inadecuado del primer analista, sin evaluar la real com­ plejidad de la neurosis. Si simpatizan con el paciente y lo apoyan en culpar al analista anterior, es probable que se encuentren en la trampa de una transferencia positiva demasiado fuerte en la cual es difícil descifrar los elementos negativos. Es muy probable que esto suceda cuando el mismo analista tiene una necesidad de gratificación emocional, de ser querido y admirado por sus analizados. En tales casos el analista aparece frecuente­ mente indefenso y modesto, pero con fe en el poder casi divino del análisis. La esperanza de omnipotencia terapéutica en el proceso del análisis era más frecuente hace unos años. Los primeros descubrimientos de Freud eran tan profundos y de tan largo alcance y era tan pasmoso el poder de las fuerzas inconscientes para modificar el curso de la vida, que el proceso de descubrir estas fuerzas y disminuir sus efectos era imponente. Al mismo tiempo, la posición del analista dentro de la comunidad lo apartaba en tal forma que realzaba o hería la imagen narcisista que tenía de sí mismo. Con la mayor divulgación de los conocimientos analíticos el analista ya no cumple este papel especial y ha disminuido considerablemente este aumento social de su narcisismo. Pero no está todavía solucionado el problema en su totalidad. No sólo las necesidades narcisistas del analista, sino también el fracaso en aceptar sus propios impulsos agresivos y hostiles, contribuyen a agravar este problema ya que constituyen un complemento de los propios problemas de los analizados. Podrá entonces identificarse demasiado rápidamente con su paciente y aceptar la disociación de su transferencia proyectando la trans­ ferencia negativa sobre otros, especialmente sobre miembros de la familia del paciente o de la comunidad analítica. Algunas veces el entusiasmo tera­ péutico del analista forma parte de una fantasía latente de salvación 15 que es despertada por el sufrimiento del analizado y su pedido de ayuda. Puede entonces desarrollarse una situación transferencia! intensa que se acerca a una novela familiar. El deseo del paciente de encontrar un padre ideal y todopoderoso es satisfecho por la gratificación del analista al ser el padre complaciente por intermedio de quien el paciente logrará una curación com­ pleta, que incluso puede acercarse a un renacimiento. En tales operaciones de salvación, la agresión del analista puede ser asignada a aquellos parientes o terapeutas que han estado previamente en contacto con el paciente y que han contribuido, en la realidad o en la

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fantasía, a crear sus perturbaciones. El analista se transforma entonces en el salvador gracias al cual el analizado sale adelante. Si esta situación se complica aun más porque el analista sucumbe a la seducción de adhesión del paciente hasta el punto de modificar el tratamiento analítico debido a intervenciones y procedimientos activos, esto intensifica naturalmente el vínculo del paciente y tiende a aumentar el narcisismo secundario al darle el sentido de un especial privilegio. Sin embargo, actúa además promo­ viendo un estado de dependencia continua o aun de esclavitud transfe­ rencia!. En ciertos casos esta situación puede modificarse gradualmente con el tiempo, pero también es proclive a aumentarse permanentemente has­ ta el punto de llegar a convertirse en insoportable, sea para el analista o para el analizado, después de lo cual puede surgir la transferencia negativa latente en forma problemática o destructiva. Hay una situación que puede interferir considerable e insidiosamente aun en el tratamiento de aquellos pacientes cuyos problemas son semejantes, aunque menos serios, que los del grupo descripto en esta presentación. Esta situación surge cuando el analista es muy conocido y con un consi­ derable prestigio dentro de la comunidad de la que proviene el analizado. Estas circunstancias, más el control del analista o del analizado, tienden a engrandecer la imagen del analista y a otorgar al tratamiento una especie de poder mágico en donde la mejoría resulta de la asociación con el ana­ lista más que del propio desarrollo del analizado. Es impresionante como muchos analistas, envueltos en un supuesto anonimato en el consultorio, no perciben realmente la complicación que trae apareada su fama y aun el hecho de estar en contacto con el analizado en el mundo externo. En tales situaciones las curas transferenciales pueden producirse sin un cambio o crecimiento fundamental por parte del paciente. Eso constituye una com­ plicación especial en la formación de candidatos a analistas, pero también se presenta en el caso de otros pacientes. Se acerca a una gratificación real por parte del analista al paciente, y tiende a fijar problemas especiales en el analizado. Es una situación que no puede eliminarse por completo, pero el tener conciencia de su importancia puede modificar los resultados terapéuticos en forma considerable.

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DISCUSIÓN José Luis González

(México)

Con impaciencia esperaba tener en mis manos el relato sobre el que yo debería redactar mi correlato. El tema transferencia y contratransferen­ cia me era conocido, pero cuando recibí el trabajo de la doctora Phyllis Greenacre que restringía su comunicación al ya vasto tema de la idealiza­ ción, sentí una gran alegría pues es un problema que me viene preocupando en los últimos tiempos, por lo cual yo a mi vez restrinjo mi comunicación a la sobreidealización. Cuanto más se atrasaba la llegada del relato, más idealizaba la comu­ nicación y la autora; hasta llegué a pensar que no había nada que agregar al tema y que además tendría que reconocer todo el aprendizaje que reca­ baría con tan sustanciosa comunicación (problema de sobreidealización). En tanto que aquello se visualizaba así, yo me sentía empequeñecido e incapaz de aportar nada más al asunto. Leyendo cuidadosamente el trabajo, me di cuenta de que muchas cosas más podían decirse, que nos llevarían a una más profunda comprensión del tema, abriendo caminos para la investigación y el manejo de problemas semejantes. Debo reconocer que la doctora Greenacre escribe muy bien y con fluidez, pero también que todo su trabajo no hace sino repetir temas por demás conocidos por cualquier psicoterapeuta y que podemos encontrar en cual­ quier paciente que tengamos en tratamiento sin necesidad de elegirlo como exponente de la sobreidealización. Con lo anterior, quiero decir que no tengo críticas sobre lo dicho por la doctora Greenacre, pero en mi opinión se mantiene en una superficialidad dentro de la cual debemos bucear un poco más. Tomo la comunicación de la doctora Greenacre como el contenido ma­ nifiesto de un tema, y voy desarrollando mi exposición hacia el contenido latente en la siguiente forma:

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Que la transferencia se enraiza en los primeros años de la infancia, lo sabemos desde Freud, el cual además nos enseñó que toda visualización del “aquí y ahora” de cualquier hecho psíquico puede rastrearse desde sus orígenes infantiles, siguiendo una continuidad genética, hasta los primerísimos años de la vida del sujeto, que debemos reconstruir o recuperar con la labor analítica. Que la transferencia en general es un problema digno de todo nuestro cuidado y atención, no nos cabe la menor duda; desde que Freud en el caso Dora descubrió su presencia, sigue y seguirá siendo el vehículo más activo en cualquier modificación psicoterapéutica. Pero su génesis tendrá que ubicarse en lo inconsciente y sin lugar a duda en lo heredado, sólo allí y debido a los impulsos instintivos, a la dualidad vida-muerte y a la no contradicción, los afectos pueden desplazarse de un objeto a otro con absoluta libertad. El corolario de tal proceso primario, al pasar por el tamiz del yo ontogénico permite el fenómeno conocido y descripto por el psicoanálisis como la transferencia o las transferencias y se manifiesta en la conducta como la capacidad para cambiar o transferir patrones de rela­ ción emocional de una persona o situación a otra, siempre que haya un lazo de conexión entre ellos. Lazo de conexión a veces consciente pero en la inmensa mayoría de los casos inconsciente, que siempre está allí, para ser descubierto por el psicoanálisis. Que esta habilidad de transferencia estimula o promueve “nuevas experiencias al proceso de crecimiento”, es correcto, pero desgraciadamente siguiendo un patrón de relativas variables dentro de un rígido centro, modelo inconsciente que se repite y que sólo el aná­ lisis puede ayudar a modificar. Que la situación psicoanalítica promueve el desarrollo de “actitudes neuróticas de transferencia” obedece a dos cosas: 1°) la regresión yoica producto del equilibrio neurótico con que nos llega el paciente, y 2”) la regresión del aquí y del ahora que es variable y transitoria en el curso mismo de cada sesión. Que por su misma naturaleza contiene las semillas de la idealización del analista y reproduce la temprana relación madreniño, es un hecho tan cierto como inespecífico, ya que el estar reunidos aquí y ahora en este Congreso Panamericano, nos está enseñando la extroyección común del “objeto idealizado” del psicoanálisis que nos une afec­ tivamente al extroyecto. También aquí repetiríamos situaciones infantiles que podrían ser conducidas en un tratamiento analítico o tempranísimas relaciones madre-niño y deducidas de la experiencia total. Para mi manera de pensar, tal relación debe rastrearse hasta la ecua­ ción madre-hijo en cuanto feto-vientre, y entonces sí comprendo la raíz profunda de la idealización. Freud señaló que hay un grupo de fantasías inconscientes heredadas, que por su persistente universalidad sólo pueden explicarse como filogenéticamente adquiridas. Se refirió al temor de devo-

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rar y de ser devorado, a la escena primaria, a la angustia de castración y al complejo de Edipo. Doy por seguro que los investigadores que piensan en términos de la psicología fetal tienen razón y que un núcleo filogenético del yo existe con el feto. Impulso, necesidad, satisfacción son instantáneas; si a esto agrega­ mos las imágenes inconscientes heredadas como bidimensionales, tendría­ mos que suponer la siguiente secuela de procesos: instinto, necesidad, ima­ gen herededa impuesta al yo = satisfacción alucinatoria inmediata de la necesidad. Esta secuencia sin demora instantánea es indiscutiblemente el modelo de toda idealización, fantasía alucinatoria de deseos y pensamiento mágico. Esta situación corresponde a lo que Freud describió como yo ideal, aquel momento en que yo y ello se confunden en una unidad indiferen­ ciada. El momento del nacimiento traería apareada una inmediata división del yo en un núcleo remanente fetal, el yo ideal, y un núcleo que va a for­ marse alrededor del aparato perceptor de estímulos, núcleo correspondiente al yo ontogénico volcándose con predilección a la nueva realidad ambien­ tal. La percepción interna, casi absoluta hasta antes del nacimiento, se re­ prime predominando ahora la percepción externa. Pienso que aquí podemos entender lo que pasa con la imagen heredada del complejo edípico, por ejemplo. Freud dijo que el verdadero Edipo es por lo menos de cuatro personajes: Dios, destino y la pareja parental uni­ da en coito. Pues bien, en el momento del nacimiento y simultáneamente con la división del yo, se “separa” la conjunta imagen heredada de la pareja parental y sólo es percibido, al principio, el objeto externo madre, que aún conserva latente las características de la pareja, aunque la imagen del padre sea latente. La Diosa Madre del principio de las religiones, tiene sin duda alguna, el sentido que le da Greenacre en su comunicación, como la madre idealizada, mágicamente todo-dadora, que, como un néctar infinito dará felicidad única y total (objeto bueno de M. Klein) y fantasía concomitante de pecho idealizado para preservarse de la maldad del objeto malo. Com­ prendo así que el padre se vaya esfumando progresivamente en el “más allá”. (Sucede ésto en el tema religioso de María, su concepción por el Espíritu Santo, el nacimiento de Dios niño y la figura cada vez más bon­ dadosa “allá” de San José, que nunca jamás volverá a recuperarse como presencia.) En cambio, lo que con tanto énfasis nos describe Greenacre alrededor de los dos-tres años de vida con el padre real “bueno” no vendría a ser otra cosa que la recuperación interna del objeto a través de las penosas experiencias de inevitable frustración que la idealización omnipo­ tente del pasado sufre frente a los embates del mundo de la realidad tangible. Para mí, esto abarca como contenido latente muchas páginas “mani­ fiestas” del relato que se refieren a padres buenos y realmente malos, que

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el niño se empeña en idealizar en ausencia, y varias otras disquisiciones acerca de debilidad muscular de la madre frente a la fuerza muscular del padre, etc., y su reaparición cuando es jovial y bueno hacia sus vástagos. Creo que también abarca toda la disquisición sobre el destino de aquellos que en la realidad externa fueron o pudieron ser espectadores del coito de sus padres. Pero lo más importante para mi comunicación es lo que respecta al manejo de pacientes con la tal sobreidealización, objeto de estos dos traba­ jos por lo menos en lo que a su “nominación” se refiere. Todo enfermo llega al tratamiento psicoanalítico con un sistema de valores que nosotros debemos manejar como objetos idealizados. Llámense estos valores título profesional con Magna cum Laude, triunfo económico, maternidad o paternidad. Naturalmente que la idealización es universal y que sin ella no habría proyectos ni realizaciones, arte ni ciencia. Ahora bien, la idealización siempre tratará de utilizarse por el analizado como oposi­ ción a la relación con el objeto externo real. Se maneja el objeto idealizado, porque con él, manejándolo a la medida de nuestros deseos, huimos del penoso y traumático enfrentamiento con el objeto externo real. Simultánea­ mente, el enfermo espera que con la ayuda de su psicoanalista aprenda a lograr una mejor relación con su mundo circundante o sea, con los objetos reales (únicos verdaderos satisfactores). Como se trata generalmente de enfermos neuróticos o psicóticos, laten­ tes o francos, que no han podido adaptarse a la realidad que para ellos es traumática, se resisten al contacto con el objeto externo, refugiándose en su relación conocida o ideal (a la medida de sus deseos), el objeto interno (sobreidealización). Con el único fin de conservar su precaria situación neurótica o psicótica, pero de equilibrio en lo que a sobrevivencia se re­ fiere, hacen una transacción, proyectan su objeto idealizado sobre su tera­ peuta y lo reintroyectan nuevamente “haciendo ahora una aparente rela­ ción externa que no es más que una pseudorrelación o falsa relación con el objeto externo”. Tal mecanismo tiene por objeto: no permitir una modificación esencial sino únicamente cambios intelectuales. (Es lo que Phyllis Greenacre describe como: Algunos se aferran abiertamente al tra­ tamiento, intentando un conocimiento fotográfico del análisis y repitiendo partes de la teoría analítica que el paciente acepta como de su pertenencia [seudoidentificación]. La realidad es que no desarrollan verdaderamente una neurosis de transferencia. El acting-out puede expresar en realidad profunda hostilidad al psicoanalista.) En otras palabras, amargamente nos percatamos de que hemos sido uti­ lizados, manejados y controlados por la habilidad neurótica del paciente, que es, por otra parte, un doloroso aprendizaje que utilizó siempre para so­ brevivir. Cuando no tenemos en cuenta la transferencia negativa como

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omnipresente derivado del instinto de muerte, las sorpresas y decepciones de este tipo se harán más frecuentes que cuando la tenemos presente. Si desde el principio hasta el fin del tratamiento interpretamos la agresividad latente, no nos halagará la proyección del objeto idealizado del paciente en el terapeuta ni tampoco la aceptación narcisista del papel que nos obliga a desempeñar el enfermo como falsa relación de objeto. Creo útil señalar una vez más lo siguiente: teniendo en mente la continuidad genética de lo fetal a lo actual, podemos manejar desde el principio de nuestra relación con el enfermo, mecanismos variados pero íntimamente concordantes: idealiza­ ción, negación, manía, omnipotencia y pensamiento mágico, así como la transferencia negativa. Todos estos fenómenos se insinúan y se van desen­ volviendo en el curso del desarrollo de las “actitudes neuróticas de trans­ ferencia”. Si precozmente son abordadas tenemos una mayor posibilidad de manejarlas terapéuticamente antes de que su intensidad las vuelva inmane­ jables. El doctor Z fue enviado por mi asociación como candidato. La recomen­ dación de su psicoanalista que lo tenía en tratamiento por algo más de un año, su excelente curriculum, y las entrevistas de admisión, lo hacían satis­ factoriamente aceptable. Había tenido dos experiencias psicoanalíticas previas. La primera, que duró seis meses, la inició poco antes de casarse, por dudas relacionadas con su potencia sexual. Suspendió su tratamiento después del matrimonio, rea­ segurado al comprobar que sus temores eran infundados y al ganar una beca para especializarse en psiquiatría en el extranjero, donde permaneció tres años. A su regreso, pronto se colocó entre los médicos jóvenes triun­ fadores por su gran capacidad de trabajo y su brillante inteligencia. La segunda experiencia psicoanalítica la inició por consejo del terapeuta de su hija. Ésta empezó con problemas de enuresis, temores nocturnos y rebeldía que al ir en aumento obligaron a la familia a buscar ayuda médica. Como mi paciente reside fuera de la ciudad, tuve que adaptar su tratamiento a cuatro horas por semana, dos a última hora del día y dos a la primera del siguiente. Como mencioné antes, es un hombre agudamente inteligente; lector incansable y con una ambición sin límites, es capaz de todo para lograr sobresalir; se dice a sí mismo excelente político que erró su profesión. De extracción sumamente humilde, con unos padres de excepcional tenacidad y empuje, que hicieron de la mayoría de sus hijos profesionales, de toda la familia, Z., es sin duda alguna, el triunfador. El hermano que lo precede es el mayor de la familia; campesino como el padre, presenta ciertos rasgos psicopáticos leves. El hermano que le sigue padece esquizo­ frenia y ha tenido varios brotes que lo han recluido en hospitales psiquiátri-

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cos. El resto de sus hermanos tienen profesión o estudian en nivel univer­ sitario. El problema de transculturación de semejantes familias, muy elogiable y sin duda alguna posible en nuestro país, acarrea graves sobrecargas de superación intelectual y social que a veces se transforman en verdaderas situaciones traumáticas de penosa elaboración dentro de la personalidad. Durante los primeros tres años de su infancia compartió la habitación de sus padres. Esquematizando al máximo el curso de su tratamiento diría lo si­ guiente: 1°) Las sesiones se inician hablándome de sus logros excepcionales en todas las áreas profesionales, clínicas y académicas. Todo su afán se dirige a impresionarme hasta hacerme sentir orgulloso de él, contratransferencialmente. Al mismo tiempo, provoca en mí, envidia por sus capacidades ma­ ravillosas y la sensación de disgusto por el sutil empequeñecimiento en el que me está colocando. 2?) Para “crecer” todavía más, empieza a hablarme de los errores de los psicoanalistas y de sus colegas psiquiatras en su área profesional. Su pedantería es tan intensa que a duras penas puede reprimirla delatándose continuamente. Usa con propiedad palabras sobre sí mismo que lo hacen aparecer cínico y chocante; como alusiones hirientes a su estatura, por ejemplo, o a rasgos de su carácter envidioso y egoísta de los que pronto uno se percata como equivalentes a ironías de autoanticipación para anular la herida narcisista en caso de que viniesen de afuera. 39) Pronto logré percatarme de su “técnica demoledora” que había utilizado con éxito con sus dos terapeutas anteriores y que trata de que aquí le dé el mismo resultado. El contrato fantaseado que propone podría hacerse así: “Yo te protejo y te hago maravilloso si tú me haces analista sin análisis. Seré el más fiel propagandista tuyo, te elevaré hasta las nubes y serás el talento más genial porque serás mi hechura y yo haré como si fuera tu hechura”. En términos semejantes “subió” muy alto al analista anterior para después dejarlo caer violentamente hasta destruirlo en su fantasía. 4°) Teniendo en cuenta los pares antitéticos, vida y muerte como los instintos esenciales heredados, y además el postulado de que todo sistema de valores con los que el paciente llega al tratamiento deben ser manejados como objetos ideales, fui interpretando sistemáticamente y desde el prin­ cipio su agresión hetero y autodestructiva, oculta en tan excelentes logros. Le fui señalando que usaba estos logros como formas encubiertas de des­ cargas destructivas, puesto que en su fantasía los equiparaba con toda clase de armas primitivas para demoler al adversario y para identificarse proyectivamente con el perseguidor y manejarlo a la medida de sus deseos

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(o sea como objetos ideales). Frente al impacto de la realidad, represen­ tada por mis intervenciones, el paciente utiliza ahora la técnica defensiva siguiente: a) Proyecta en mí su objeto idealizado, b) Establece pseudorrelación de objeto en donde todo yo soy perfecto y maravilloso, en muchos aspectos igual a él mismo, por lo cual ambos somos maravillosos y juntos vamos a revolucionar la psiquiatría, etc. Lo reprimido sigue siendo su profundo desprecio, envidia destructiva y ciega por partes disociadas de su personalidad, que proyecta en mí para atacarlas despiadada e incons­ cientemente, mientras que en su aparente realidad mantiene una pseudorrelación de objeto aceptable. Yo represento su infancia miserable que él tiene que rechazar con todo el rencor acumulado. A la vez odia y se aver­ güenza de su pasado, rechazando éste con todos los mecanismos a su al­ cance: idealización, negación, manía y principalmente técnicas de disocia­ ción esquizoparanoide. Con estas disociaciones esquizoparanoides funcionó siempre con éxito gracias a sus grandes dotes intelectuales y su desmedida ambición. Ambición que en cierta forma representa aspectos positivos de sus padres pero distorsionados gravemente por su enfermedad. Con gran asom­ bro de su parte se va percatando de su profunda soledad. Se visualiza res­ petado pero odiado, admirado pero temido y sin el amor de su esposa a la que ha manejado también a la medida de sus necesidades como un objeto más de su pertenencia y de sus logros. 5°) A tal manejo de sus objetos idealizados y a tal proyección de los mismos sobre el mundo externo, se hace urgente una interpretación de reali­ dad. Pero una interpretación de semejante magnitud, que derrumbe todo ese aparato fantástico del paciente. Ante la proximidad del inicio de semi­ narios para candidatos de su promoción, me negué terminantemente a que él entrase. Le di estas razones: a) Que lo fundamental era su análisis, donde hasta la fecha se mostraba muy poco apto para tener insight, y por lo tanto muy poco apto para cambiar su verdadera tendencia auto y heterodestructiva hábilmente enmascarada, b) Que yo no tenía la menor duda de que, ingresando en seminarios, deslumbraría por su ambiciosa tenacidad, como siempre, a sus maestros y compañeros. Le hice ver cómo el título de psicoanalista representaba para él una cadena de logros, todavía con el fin de aplastar y vengarse ante el odio que su ciega envidia había nueva­ mente levantado. En términos de su fantasía, le di a elegir entre los analistas que tanto había criticado. 6°) Envió una carta a la asociación renunciando como candidato, ale­ gando únicamente razones privadas que se oponían por el momento a su formación y decidió continuar su tratamiento terapéutico conmigo hasta su solución. ¿Será esto factible o no lo será? ¿Llegará por lo tanto a ingresar un día en la asociación? Son preguntas que aguardan su respuesta futura ante el trabajo sistemático venidero y la profundización analítica.

DISCUSIÓN Richard Sterba

(Detroit)

Hay razones que explican por qué la situación psicoanalítica es tema de tantas de nuestras conferencias y trabajos; teniendo como centro diná­ mico a la transferencia es no sólo nuestro instrumento terapéutico y cien­ tífico, sino también un instrumento sumamente delicado que nos permite escudriñar la superficie mental del analizado y nos proporciona los indica­ dores que denuncian las corrientes de las capas inconscientes más profundas de la mente. Uno no termina de maravillarse ante la sensibilidad de este instrumento y su capacidad para revelarnos la existencia dinámica y la efectividad de las motivaciones emocionales más profundas y con frecuencia totalmente inesperadas. Este carácter revelador, que a veces se aproxima a lo siniestro y misterioso, está predominantemente conectado con la situa­ ción transferencial-contratransferencial, constelación dinámica singular en­ tre analista y analizado a la que dedicamos la discusión de esta sesión plenaria. El carácter peculiar de la situación analítica, particularmente el marco protector y permisivo que proporciona, provoca una regresión al servicio de la terapia. Y con esta regresión que el yo se permite, debido a la seguridad y a la atmósfera de libre acción o, al menos, de acción limitada de la situación analítica, tienen lugar transferencias de niveles más pro­ fundos y tempranos. La doctora Greenacre ha señalado que la transferencia en análisis tiene sus raíces más profundas en la primera relación de la vida de un individuo, en la relación con la madre. Sabemos a través de la reconstrucción en la terapia y la observación directa, que esta relación se desarrolla sólo gradualmente en una formación-catéctica que se aseme­ ja a posteriores relaciones objétales. Al principio el objeto madre es vivido como perteneciendo al self, y esta fusión se basa en la satisfacción de nece­ sidades por parte del pecho materno y en la forma de suministrar dicha satisfacción. Sabemos que el self primitivo está fuertemente catectizado con libido, estado que llamamos narcisismo primario. La separación del self y

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b) Los impulsos y las defensas siempre se manifiestan simultáneamente en las expresiones transferenciales, sean éstas positivas o negativas. Lo mismo es válido para la contratransferencia. c) Esto se aplica también a las distintas áreas transferenciales, espe­ cialmente en la que se refiere al triángulo edípico y la primitiva relación diádica madre-hijo, de manera que el analista debe poder comprender ambas situaciones. d) La neutralidad objetiva que se espera del analista es tan imposible como una constante atención flotante, o una contratransferencia pura o, desde el punto de vista del paciente, un constante aca­ tamiento de la regla fundamental. Sin embargo, son estas y otras exigencias igualmente realizables las que mantienen el proceso ana­ lítico y lo llevan adelante. e) Los hechos siguientes son igualmente contradictorios:

1) Que el analista deba permanecer no comprometido afectivamente con su paciente, pero en la participación identificatoria se ven implicados sus propios sentimientos que le permiten apreciar lo que ocurre en su paciente. 2) Que el analista debe representar para su paciente la realidad, pero ha de poder acompañarlo en su regresión profunda.

3) Que el analista transforme su debilidad humana en una forta­ leza terapéutica, ya que no puede vencer su contratransferencia (vencer en el primitivo sentido de Freud, o sea, libre de los propios restos neuróticos, etcétera). 4) Un ejemplo significativo de paradoja aparente ligada con la profesión del analista son los criterios que se utilizan hoy para decidir acerca de la capacidad de un candidato para la forma­ ción analítica. El ideal ya no es la “normalidad”, sino una cierta estabilidad estructural, junto con una gran sensibilidad. Las limitaciones neuróticas que aún subsistan una vez concluido el análisis didáctico, no tienen mayor importancia siempre que el terapeuta sea consciente de ellas. Este cambio en cuanto a los criterios de selección es la prueba más evidente de la importancia que se ha dado en los últimos años a la contratransferencia (¿no habrá tenido razón Freud con su duda acerca de que el psicoanálisis es la tercera profesión imposible?)

49. En el punto 34d he señalado la necesidad de incluir datos cono­ cidos para que el paciente capte el significado de la situación total. Sin embargo, esta norma no debe exagerarse, porque el paciente podrá com-

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prender sin duda tales interpretaciones, pero sólo intelectualmente, perdién­ dose la vivencia emocional terapéuticamente tan necesaria. El compromiso emocional en el “aquí y ahora” de la interpretación transferencia! se pierde en esta formulación interpretativa. 50. La interpretación transferencia! en la cual el analista devuelve cada manifestación del paciente tomando él el lugar de las figuras evocadas por éste, constituye una caricatura mecanizada de la verdadera interpre­ tación transferencia!. Corresponde al modo de trabajo del juez que destruye el verdadero sentido de la ley a través de su aplicación rígida y literal. Todo paciente medianamente inteligente podrá, después de pocas sesiones analíticas, predecir la interpretación de su analista. Según su estructura utilizará este conocimiento al servicio de la resistencia, o abandonará el análisis por hallarlo carente de sentido. 51. Podríamos decir que un buen analista transferencia! es aquel en el que el paciente no percibe la técnica transferencia!.

52. La introducción del análisis didáctico en la formación psicoana­ lítica fue la más positiva de todas las innovaciones. Sin embargo, por largo tiempo causó mucho daño. De acuerdo con la idea que se tenía de que el análisis debía llegar a gran profundidad a fin de que el candidato en formación pudiera acompañar a sus futuros pacientes, se despertó la des­ dichada imagen de un fin de análisis, exigencia a la cual Freud renunció en su “Análisis terminable e interminable”. Así, el candidato se sentía obli­ gado a ser un superhombre analítico. Se comportaba de acuerdo con esto frente a los no analizados y a sus pacientes (actitud contratransferencial inconsciente) lo cual se hacía sentir en el transcurso del análisis. La culpa de todo la tenía la “resistencia” del paciente o, en términos “modernos”, la resistencia de transferencia. El terapeuta ya analizado debía estar a prue­ ba de reacciones contratransferenciales eventuales. Cuanto más se daba cuen­ ta, consciente o inconscientemente de cómo quedaba en deuda con el ideal demasiado lejano de su profesión, tanto más intensivamente debía defen­ derse con su perfeccionismo reactivo para no confesar su fracaso profesional. De esta situación, igualmente desalentadora para él y su paciente, quedó liberado en la última década con el reconocimiento de la contra­ transferencia como reacción legítima del terapeuta pero, fundamentalmente, como medio que bien utilizado se pone al servicio de la labor terapéutica a pesar de las limitaciones personales del analista. Como consecuencia de ello, hubo un cambio marcado en el clima analítico, ya que dejó de ser el juego torturante de un superhombre analítico frente a un lamentable inferior, para transformarse en una unión de dos personas que se permiten ser seres humanos, no obstante las limitaciones impuestas por la situación analítica.

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La sinceridad volvió y el psicoanálisis se humanizó nuevamente. 53. Por tres veces hemos llamado la atención sobre la analogía entre sueño y transferencia. En la última señalamos la característica común del doble significado de lo transmitido (contenido del sueño-material analítico). En realidad el sueño tiene no sólo dos sino múltiples significados, ya que contiene el aspecto transferencia! en su contenido manifiesto, así como indicaciones referentes a la realidad externa, a su disposición mental e, incluso, a las posibilidades todavía bloqueadas del soñante, y otras cosas más. Es posible que esta multiplicidad exista también en el análisis trans­ ferencia!, ya que además de las permanentes indicaciones transferenciales hay muchos otros significados no totalmente comprendidos aún. No caben dudas de que la interpretación transferencia! constituye hoy en día nuestro instrumento terapéutico más valioso, por lo que es conveniente perfeccio­ nar su metodología y utilizarla lo más posible. No obstante, deberíamos estar alertas y predispuestos para captar otras posibilidades no definidas todavía. 54. Veamos un ejemplo práctico. Una de estas posibilidades es el llamado “factor sugestivo”, al cual ya nos hemos referido (véanse puntos 34 y 36). Es un error creer que una interpretación transferencia! puramente objetiva pueda excluir el factor sugestivo. Éste se halla contenido en toda relación médico-paciente y actúa terapéuticamente, en forma positiva o negativa, independientemente de que lo queramos o no y de que nos demos o no cuenta de ello. El propio Freud reconoció este hecho al abandonar la catarsis hipnótica y admitir la presencia constante de las manifestaciones transferenciales en su nuevo método psicoanalítico, que él había creído li­ bre de sugestión. Me parece que los analistas repetimos con respecto a la sugestión, la misma actitud adoptada durante años frente a la contratransferencia en per­ juicio de nuestros pacientes. Como su existencia contradecía el ideal del yo del analista con su análisis didáctico concluido, se lo escotomizaba, sien­ do el analista víctima de sus efectos. Sólo después de ser reconocida fue posible manejarla, transformándola de elemento perturbador e incontrolable en un auxiliar terapéutico consciente. Debemos enfrentar esta misma tarea con la sugestión, elemento intrín­ secamente ligado a la transferencia y la contratransferencia. Con esta tarea no sólo nos capacitamos para una mejor evaluación crítica de nuestros resultados terapéuticos, sino que también perfeccionamos nuestros instrumentos analíticos.

DISCUSIÓN Walter Briehl

(Beverly Hills')

En el breve lapso de treinta minutos el doctor Kemper ha presentado una enorme cantidad de material que corresponde al tema “Transferencia y contratransferencia”, el cual, especialmente en años recientes, ha absor­ bido a la literatura psicoanalítica más que cualquier otro. Presentar una discusión a todo el material en los 15 minutos asignados para los discutidores es tarea prácticamente imposible de realizar. Por lo tanto, mis co­ mentarios serán en cierto modo superficiales e incompletos; incluso, dejaré de considerar algunos puntos. Si mis consideraciones aparecen como una crítica desmedida, es porque he centrado mi atención en aquello que ha despertado mis dudas. El relato del doctor Kemper consiste en 54 tesis o afirmaciones, divi­ didas en seis capítulos. El peso de mis comentarios y críticas recae sobre los primeros capítulos porque en ellos bosqueja un plan básico o “modelo didáctico” para una posterior elaboración, un modelo que me plantea mu­ chos interrogantes. En primer término quiero referirme al título “Transferencia y con­ tratransferencia como unidad funcional”. Este concepto es axiomáticamente aceptado por todos; si existiera alguien que cuestionara esta relación en psicoanálisis difícilmente podría ser llamado un colega. Estos términos tie­ nen para nosotros un marco de referencia especial; los dos elementos com­ plementarios han sido conceptualizados y establecidos por Freud hace ya muchas décadas y, desde entonces, muchos de nuestros colegas han desa­ rrollado el concepto tanto en la teoría como en la práctica, en trabajos, seminarios, reuniones y congresos. La tesis primera establece: “La transfe­ rencia y contratransferencia son, independientemente del significado específi­ co que han adquirido para el psicoanálisis, fenómenos normales de la vida cotidiana del hombre.” Si separamos la “transferencia” de su complemento, podemos aceptar una parte de esta afirmación como válida; la otra, la “contratransferencia”, o integrada con la transferencia como una unidad

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funcional fuera del psicoanálisis, es difícil de aceptar. Es una afirmación tan alejada de nuestro marco de referencia, que debe ser cuidadosamente estudiada para decidir acerca de su veracidad. La transferencia, en su sentido más amplio, puede ser considerada un fenómeno universal en las relaciones interpersonales, extendiéndose aun a objetos inanimados tales como una muñeca en la infancia; el animismo en tribus primitivas; el fetichismo en neuróticos. Melanie Klein afirma: “Una de las tareas más importantes, acaso la más importante, que el niño debe cumplir, y que insume la mayor parte de su energía mental, es el dominio de su ansiedad. Por lo tanto, su inconsciente está primariamente interesado en los objetos según que lo alivien o lo exciten y, de acuerdo con la fun­ ción que cumplen, el niño tendrá una transferencia positiva o negativa ha­ cia ellos.” En el caso de los ejemplos inanimados que he dado, debemos admitir que no existen manifestaciones contratransferenciales. Los poetas y las musas pueden líricamente hacer hablar y cantar a arroyos y árboles, y los niños pueden imaginar que en realidad lo hacen, pero esto es algo muy distinto. Antes de que un paciente busque ayuda psicoanalítica o psicoterapéutica, estoy seguro de que ha transferido todos sus aspectos neuróticos, pertur­ baciones de carácter, defensas y todas las formas del funcionamiento de su yo a otros seres humanos -—objetos en nuestro lenguaje psicoanalítico—. Y, en la misma forma, es muy probable que una persona normal transfiera todos los aspectos de su personalidad y conducta sanas; en realidad, la personalidad y el carácter son simplemente evaluaciones hechas por otros de las cualidades y características que han sido transferidas. Antes de abandonar el tema de la transferencia, debo definirla en su sentido restringido. Es una proyección específica sobre el analista de aso­ ciaciones y sentimientos relacionados con tempranas experiencias traumá­ ticas y que después toman cuerpo en la neurosis de transferencia. A partir de esta definición, vemos que la diferencia esencial entre la transferencia cotidiana y la que se da en el procedimiento psicoanalítico es que, en la primera, sus componentes son muchas veces casuales, dispersos en muchas personas y situaciones, mientras que en la segunda, aquellos componentes que tienen una significación patológica son concentrados y localizados en la neurosis de transferencia. Volvamos ahora a su complemento, la contratransferencia. Webster la define como “la transferencia del analista en sus deseos reprimidos sobre el paciente”. Y Freud, en 1910, en “El porvenir de la terapia psicoanalítica”, dice: “Se nos ha hecho visible ‘la transferencia’ recíproca que surge en el médico bajo el influjo del enfermo sobre su sentir inconsciente, y nos hallamos muy inclinados a exigir, como norma general, el reconocimiento de esta ‘transferencia recíproca’ por el médico mismo y su vencimiento.”

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En 1923, el doctor Adolfo Stern dijo: “Teóricamente, la contratransferencia por parte del analista tiene el mismo origen que la transferencia por parte del paciente; es decir, en el material infantil reprimido del analista... Por la misma ley puede manifestarse en cualquiera de las formas en que se manifiesta la transferencia. Sin embargo, en la práctica, debido a la formación que ha recibido el analista, sus conocimientos teóricos y su ex­ periencia clínica real restringen considerablemente el campo de actividad de la contratransferencia comparado con las formas proteicas que adopta la transferencia en los pacientes.” Así, las citas de Freud, Stern y otros, tales como la doctora Annie Reich, consideran la contratransferencia como un acting-out neurótico por parte del analista. Esta es la definición de contra­ transferencia en su sentido limitado; en un sentido más amplio se la define como la totalidad de las actitudes y conductas del analista hacia su paciente. Volvamos ahora a la tesis del doctor Kemper sobre el origen genético de la contratransferencia. A propósito utiliza los términos “contratransfe­ rencia” y “objeto” (el analista) como sinónimos, tanto en fenómenos de la vida diaria como en la situación psicoanalítica. Afirma: “La transferencia y la contratransferencia psicoanalíticas son variantes especiales de la transferencia-contratransferencia común.” Debo objetar esta afirmación y me gustaría especialmente hacer un análisis de este punto, ya que si el término se toma en este sentido y no hay ninguna base genética para validar tal uso, perjudicamos a nuestra ciencia tanto desde un punto de vista termi­ nológico como conceptual. Para explicarme mejor, acepto que sucede algo semejante a la contratransferencia en la vida diaria, es decir, una relación de respuesta a un estímulo, así como en el análisis el analista responde terapéuticamente a los estímulos de la sintomatología del paciente. Aquí la analogía que considero forzada y sobredeterminada desaparece, aun cuando se conciba la contratransferencia en los más amplios términos referenciales psicoanalíticos. El doctor Kemper describe la dinámica de la transferencia-contratransferencia en la vida diaria de la siguiente manera, cuando construye un modelo didáctico aplicable también al procedimiento psicoanalítico. Lo daré en forma condensada: a) el sujeto transfiere experiencias pasadas so­ bre un objeto que presenta determinadas características significativas para el sujeto (quisiera que el doctor Kemper definiera características); b) sin embargo, el sujeto vive estas características del objeto como algo que emana activamente del mismo y que condiciona una reacción en el sujeto, con lo cual nuestro primitivo modelo de sujeto activo-objeto pasivo se ve ampliado por una línea de acción contraria (que el sujeto experimenta como primaria) ; c) la transferencia del sujeto no sólo se pone en marcha en función de las características o actitudes del objeto, sino que éste modi­ fica su conducta ulterior, ya que influye en las formas posteriores de

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elaboración del sujeto (capacidad de adaptación, defensa, formación reac­ tiva, etc.). Así el objeto no sólo pone en marcha disposiciones transferen­ ciales latentes y preexistentes, sino que también codetermina el desarrollo y destino del ulterior proceso transferencia!; d) si se acepta de antemano que la contratransferencia es, en su mayor parte por lo menos, función de la transferencia del sujeto, se hace evidente que la transferencia es, en forma semejante, invariablemente función del objeto; e) tesis 12. No es posible considerar ya a la transferencia como primaria porque contiene muchos elementos secundarios, es decir, una porción significativa de la contra­ transferencia. Se podría considerar a esta transferencia también como contratransferencia sobre la cual el objeto, o sea el analista, reaccionaría con contracontratransferencia; f) el sujeto y el objeto no pueden ser con­ cebidos ya como dos unidades separables, debido a su interdependencia recíproca. Ambos se encuentran en una esfera de influencia en la cual la una actúa o se conduce y reacciona simultáneamente con respecto a la otra. La transferencia y la contratransferencia constituyen en realidad una unidad funcional. Ahora bien, no hay ninguna duda de que la transferencia y la contra­ transferencia constituyen una unidad funcional y, por lo tanto, la conclusión del doctor Kemper es correcta. Pero aun así, debo rechazar la totalidad guestáltica de la lógica básica que lo lleva a tal conclusión. Detallo a continuación algunas de mis razones. En primer lugar, no estoy de acuerdo con el uso del término “contratransferencia” como una manifestación de la vida diaria. Utilizado en su sentido amplio, es parte de una habilidad especial, uno de cuyos elementos indispensables es el co­ nocimiento de los procesos inconscientes, tanto en el paciente como en el analista, y su uso para fines terapéuticos; en su sentido más restringido es el conocimiento específico de la propia subjetividad que, de alguna manera, podría interferir en el proceso terapéutico. Difícilmente podría llamarse un aspecto de la vida diaria al funcionamiento del yo que tiende sistemá­ ticamente a la objetividad y minimización o eliminación de las proyec­ ciones subjetivas, sean conscientes o inconscientes, puesto que esto constituye la misma esencia de la teoría y práctica psicoanalíticas. Con la generali­ zación hecha por el doctor Kemper en el sentido de la existencia ubicua de la contratransferencia en el mundo que nos rodea, creo que ha aumentado considerablemente la vaguedad del concepto de contratransferencia, tal como lo concebimos nosotros. En las páginas siguientes del relato del doctor Kemper no aparecen particulares puntos de desacuerdo. Probablemente, desde el punto de vista de la traducción se podrían introducir algunas modificaciones en la termi­ nología, tales como reemplazar el término “interpretación transferencia!” por “interpretación de la transferencia”.

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Pero a continuación aparecen la tesis 32 y siguientes, en un capítulo titulado “Objeciones posibles a la exclusividad de la interpretación trans­ ferencia!”. “A pesar del peso de estos argumentos, se puede objetar contra la exclusividad de la interpretación transíerencial: 1) Aun sin interpretaciones transferenciales se han obtenido, y se ob­ tienen todavía buenos éxitos analíticos. Esto es sin duda exacto y solamente una comparación muy minuciosa de casos semejantes tratados con diferen­ tes técnicas, podrían actuar aquí en forma aclaratoria. Las ulteriores tesis sirven como posibilidades explicativas.” Quisiera comentar ahora el punto de vista expresado por el doctor Kemper en esta tesis. Estoy básicamente en desacuerdo con esta afirmación categórica, ya que implica una contradicción lógica. Si se reduce sustan­ cialmente la interpretación de la transferencia, o se elimina, esto no es psicoanálisis, sino alguna otra cosa a la que no sabría cómo llamar. Los resultados de la terapia psicoanalítica sólo pueden ser comparados con los re­ sultados de otra forma de terapia, si los instrumentos metodológicos per­ manecen intactos y no se modifican en forma arbitraria. Su Gestalt debe permanecer intacta, así como la Gestalt de la terapia con la que se la com­ para, si queremos llegar a una evaluación científica de los resultados.

2) La segunda tesis es la siguiente: “Para ser terapéuticamente efica­ ces, las interpretaciones deben ser vivenciadas por el paciente, independien­ temente de la exactitud de su contenido. La forma de la interpretación es por lo menos tan importante como —y puede en circunstancias especiales llegar a ser terapéuticamente más importante que— el contenido mismo. En otras palabras, una interpretación no transferencia!, objetable en cuanto a su contenido pero adecuada en cuanto a su forma, desde el punto de vista terapéutico es más efectiva que una interpretación transferencia! co­ rrecta en su contenido, que no es vivenciada por el paciente debido a deficiencias formales”. Me es difícil comentar esta tesis porque no estoy muy seguro sobre lo que el doctor Kemper entiende por forma y contenido, aparte de un con­ flicto de predominio terapéutico. No debería existir ninguna dicotomía, sino una unidad entre el modo y el contenido de la interpretación, así como Hamlet decía a los actores: “Adecuad la acción a la palabra y la palabra a la acción”. Para terminar, quisiera hacer un resumen de mis comentarios. En general estoy de acuerdo con el doctor Kemper en que la transferencia es manifestación normal de la vida diaria. Sin embargo, para nosotros, tiene un significado muy especial. En este sentido, no considero que el psicoaná­ lisis sea idéntico a estas manifestaciones diarias, ni siquiera una variante de las mismas, tanto por la naturaleza del material como por los objetivos

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y propósitos para los cuales este material se expresa. Esta afirmación es válida “en forma aún más absoluta”, si se me permite tal expresión, para el concepto de contratransferencia. Este término deberá restringirse estric­ tamente al campo terapéutico de operación. Para formular su concepto de unidad funcional, el doctor Kemper utiliza dos marcos referenciales: el de la vida diaria y el de la situación analítica. Con respecto al primero, considero que aplica conceptos psicoanalíticos y, por medio del método deductivo, ha tratado de establecer una relación genética entre la función del yo en la vida diaria y en la situación analítica, sea del punto de vista sujeto-objeto, como del de paciente-analista. Ha enfatizado algunos paralelismos lejanos y ha sobredeterminado algunos puntos de referencia no específicos. En segundo lugar, quisiera referirme a la situación analítica. En este caso creo que la unidad funcional sólo existe como complemento; cada miembro de la unidad sigue siendo un individuo separado y distinto aun cuando se establezca una interacción intensa entre ellos desde los niveles emocionales más profundos. En su relato, el doctor Kemper destaca el movimiento pendular de la proyección e introyección, incluyendo términos tales como “contracontratransferencia”, que no es la reacción del paciente a la contratransferencia, como se podría suponer, sino la reacción del pro­ pio analista a su propia contratransferencia, que vuelve a él como el introyecto de sí mismo en la transferencia del paciente. Parecería haber demasiada movilidad que perturba la esencia misma del problema de la transferencia y su función en la relación complementaria. El terapeuta ya no sería el representante de la objetividad y la realidad, sino de sus propios problemas no resueltos. Considero que una presentación como la del doctor Kemper es nece­ saria en reuniones de esta naturaleza, ya que demuestra claramente que existe ambigüedad e indefinición en los términos utilizados en nuestra tarea profesional. Como confío en la realización de muchas reuniones de este tipo en América, me sentí impulsado a criticar libremente el relato del doc­ tor Kemper, con el fin de esclarecer algunos de los problemas semánticos que han dificultado una conceptualización clara de la transferencia y con­ tratransferencia.

DISCUSIÓN José A. Infante y Carlos Whiting

(Santiago de Chile) Las relaciones de objeto y con el destino son, en su aspecto psicológico básico, una disociación (normal o patológica) del yo, y la tarea del analista es, bajo este enfoque, mostrarle al analizado que su mundo ajuera y su mundo adentro son una misma cosa, tratando así de unirlo a la vez con sus objetos y consigo mismo. H. Racker, Psicoanálisis del espíritu

No cabe duda de que los conceptos de transferencia y de contratrans­ ferencia han tenido una importancia fundamental en el desarrollo de la teoría y de la técnica del psicoanálisis. Sin embargo parece no existir acuerdo acerca del significado preciso de estos términos, por lo que cual­ quier contribución al tema debería comenzar por definir la forma en que van a ser empleados. La mayoría de los analistas consideran que la transferencia consiste en revivir fantasías y sentimientos muy primitivos en la situación actual y que esto ocurre, con distinta intensidad, en todas las relaciones humanas. Según otros la transferencia aparecería exclusivamente en el tratamiento analítico. Si consideramos que lo esencial del fenómeno es la externalización de los conflictos del yo con sus objetos internos mediante la proyec­ ción de partes disociadas del self, se desprende que la transferencia se presentará con mayor intensidad cuando las defensas del yo sean más débiles y cuando las condiciones internas o externas favorezcan la regresión y la identificación, como ocurre, por ejemplo, en el setting analítico. Sin embargo no vemos la utilidad de restringir el término para designar lo que ocurre en esta situación, ya que las únicas diferencias con lo que se produce en otras relaciones serían la intensidad con que se presenta y la forma como es manejada. Si consideramos las cosas desde este punto de vista se comprenderá que nos parezcan superfluas las diferencias entre transfe­ rencia normal y patológica o analítica y no analítica, ya que el fenómeno es uno y sólo hay diferencias de grado.

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En el caso de la contratransferencia parecen existir mayores discre­ pancias entre los analistas, de lo que se derivan importantes consecuencias para la técnica. Los principales usos del término son: a) La actitud in­ consciente del analista hacia su analizado, lo que también ha sido expresado como la reacción inconsciente del analista a la transferencia del paciente; b) los así llamado “escotomas” o “puntos ciegos” del analista y que son la consecuencia de conflictos personales reprimidos; c) mecanismos especia­ les por medio de los cuales el analista captaría en forma directa algunos conflictos del paciente y d) la reacción emocional total del analista hacia el paciente. Creemos que en lo esencial la contratransferencia es la capacidad para captar y responder a la transferencia y que por tratarse de una respuesta no podemos hablar aquí de diferentes intensidades sino de contratransfe­ rencia normal o perturbada. También se desprende de esto que transferen­ cia y contratransferencia constituyen una unidad funcional como acertada­ mente lo destaca el doctor Kemper. A la luz de estos conceptos quisiéramos comentar algunos aspectos de su relato tan lleno de rica experiencia y estimulantes reflexiones. Dice el doctor Kemper que “aun sin interpretaciones transferenciales se han obtenido buenos éxitos analíticos” y que “el aspecto formal de la inter­ pretación en algunas circunstancias puede ser más importante, desde el punto de vista terapéutico, que el contenido”. A la primera de estas afirmaciones queremos responder diciendo que no dudamos de que se obtengan buenos éxitos terapéuticos aun sin inter­ pretaciones transferenciales, pero que no nos parece legítimo llamarlos éxitos analíticos. En cuanto a que los aspectos formales de la interpretación puedan en algunas circunstancias, ser más importantes desde el punto de vista terapéutico que el contenido, nos parece una manera inadecuada de expresar la realidad de lo que ocurre. Pensamos que, en la unidad fun­ cional que constituye la transferencia y la contratransferencia, forma y contenido de la interpretación son sólo dos modos para comunicar algo al paciente y que lo importante es que no se disocien expresando cosas con­ tradictorias. Por eso una interpretación transferencia! “correcta en cuanto a contenido” puede asustar o confundir al paciente si a través de la “forma” se le está diciendo algo muy diferente. Pero si bien la “forma” es un medio muy importante para transmitir cosas al analizado, y aquí incluimos toda la conducta del analista, creemos que la expresión verbalizada sigue siendo el instrumento por excelencia del análisis ya que es el que mejor promueve el paso del proceso primario al proceso secundario y la simbolización. Estas consideraciones nos llevan a comentar la afirmación del doctor Kemper de que la transferencia del paciente es siempre imagen fiel de la conducta y de la técnica analítica del terapeuta. No nos ha quedado en

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claro el alcance que el autor quiere dar a sus palabras, pero nosotros pen­ samos que cuando la transferencia de un paciente es una imagen fiel de la conducta y de la técnica del terapeuta se debe a fallas de éste, ya que creemos que sin transformarse el analista en un espejo, debe permitir al paciente desarrollar su transferencia con la mayor libertad posible. Cuando esto no ocurre es porque nos encontramos ante una contra­ transferencia perturbada. La situación analítica formada por un paciente en estado de regresión y un analista-observador, no comprometido, que interviene sin enfatizar el rol básico de la interpretación transferencial, podría ser, en muchas oca­ siones, el resultado de una actitud intelectual al servicio de la contrarresistencia, enmascarando problemas inconscientes diversos del analista. Ser, por ejemplo, el efecto de una defensa obsesiva que refuerza una evitación fóbica inconsciente de las identificaciones proyectivas del analizado, o bien, inversamente, una forma de negar la intensa regresión e identificación del terapeuta con el paciente que le impide ejercer su rol en el proceso tera­ péutico y entender lo que sucede. En ambas situaciones existe un problema de pérdida de la distancia óptima entre el analista y su analizado. En el primer caso la excesiva distancia le impide la vivencia empática del con­ flicto, mientras en el segundo la pérdida de la distancia mínima, su excesiva identificación, le bloquea el proceso secundario que subyace a la estructu­ ración y formulación de la interpretación transferencial que devolvería el equilibrio a la relación analítica. Grinberg ha mostrado en varios trabajos la importancia de la “contra­ identificación proyectiva” y las diversas modalidades que adopta. También ha señalado la diferencia de este mecanismo con el de la “contratransfe­ rencia complementaria” descripto por Racker. En este último caso son los conflictos del analista los que lo llevan a una excesiva identificación con los objetos internos del analizado, mientras en la contraidentificación pro­ yectiva es la calidad y la intensidad de las proyecciones lo que produce el fenómeno. De todos modos una parte de la realidad interna del paciente no está considerada en la labor del analista y la interpretación deviene básicamente incompleta, repercutiendo negativamente en el logro de la com­ prensión por parte del paciente. Las consideraciones anteriores ponen de relieve la importancia de la contratransferencia en la interpretación transferencial y encuentran su ubi­ cación más adecuada en el marco de referencia teórico de M. y W. Baranger, que consideran la situación analítica como un campo dinámico. En tal concepción el efecto curativo de la interpretación se logra por la inclu­ sión del analista dentro del campo con la posibilidad de regular los pro­ cesos introyectivos y proyectivos en que el paciente le atribuye el papel de

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depositario de partes del self que quiere expulsar por peligrosas y dañadas o preservar ubicándolas en un lugar seguro. Se entiende así que el papel de la interpretación es el de promover un cambio en la estructura del campo dinámico, que sólo puede ser logrado en la transferencia. Aunque no podríamos afirmar que la interpretación extratransferencial no produce insight, creemos que en este sentido su im­ portancia es secundaria y que su función principal es preparar el camino a la interpretación de la transferencia. Por cierto que esta manera de concebir las cosas no es nueva y que tiene destacados antecesores, pero creemos que ésta es una conceptualización que permite poner de relieve el papel central de la transferencia y la contratransferencia en la labor analítica y explicarnos cómo el desarrollo de la teoría y de la técnica han marchado paralelos con la evolución de estos conceptos, desde los tiempos ya lejanos en que Freud comenzó con Breuer sus estudios de la histeria.

Bibliografía Baranger, M. y W.: La situación analítica como campo dinámico. Rev. Uruguaya Psicoan., 1961-62, t. IV, 1. Grinberg, L.: Psicopatología de la identificación proyectiva de la contratransferen­ cia. Rev. Psicoan., 1963, t. XX, 2. Racker, H.: Estudios sobre técnica psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós, 1960.

7. TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA EN EL ANALISIS DE PERSONALIDADES NARCISISTAS Heinz Kohut

(Chicago)

Esta presentación está basada en previas conceptualizaciones mías que ya he hecho conocer y que esbozaré aquí brevemente. Sostuve que el equi­ librio del narcisismo primario es perturbado por las inevitables fallas en el cuidado materno, pero que el niño reemplaza la perfección previa, a) ins­ talando una imagen del self “grandiosa” * y exhibicionista: el self narci­ sista; y b) transfiriendo la perfección previa a un otro admirado: la imago parental idealizada. En condiciones óptimas, el self narcisista se vuelve continuo con el yo, y lo provee del combustible instintivo necesario para las ambiciones egosintónicas. Y en forma similar, nuestro superyó idealizado, la imago parental idealizada internalizada, puede hacerse conti­ nuo con el yo, y constituye el nivel de aspiraciones que guiará la elección de los ideales. Pero si el niño padece serios traumas narcisistas, entonces el self narcisista arcaico no se une con el contenido yoico correspondiente sino que es reprimido; y, en forma similar, si el niño experimenta desilu­ siones traumáticas, en relación con la perfección del adulto, entonces la imago parental idealizada no alcanza el status de lo introyectado, sino que se lo reprime en su forma arcaica. Siguiendo estas conceptualizaciones, consideraré ahora 1) las trans­ ferencias que surgen de la reactivación terapéutica de la imago parental idealizada reprimida; 2) aquellas que surgen de la reactivación del self narcisista reprimido; 3) las contratransferencias que surgen durante la reactivación de la imago parental idealizada; 4) aquellas que surgen durante la reactivación del self narcisista.

* Dada la frecuencia con que aparece este término y la importancia que le atribuye el autor preferimos traducir grandiose por “grandiosa” y grandiosity por “grandiosidad”, cuando se refiere a la hipertrofia del self. (N. del T.)

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I. La transferencia idealizadora

Algunas de sus formas son muy conocidas, se relacionan con desilu­ siones traumáticas conectadas a la omnipotencia de los padres en un estadio preedípico tardío. Debido a estas desilusiones la imago parental idealizada es reprimida (aunque en forma diferenciada y relativamente madura) y se impide así la internalización que corresponde a una etapa posterior. Pri­ vados de un superyó idealizado, estos individuos se afanan continuamente por unirse con poderes externos en un intento de recibir fuerza de su aceptación. En análisis estos esfuerzos llevan a una conspicua idealización del analista, se hacen susceptibles de ser examinados y posibilitan al pa­ ciente la retracción de las catexias narcisistas de la imago parental idealizada reprimida y así puede fortalecer la matriz de su yo que controla las pul­ siones y, especialmente, refuerza la idealización del superyó. Aun cuando las manifestaciones de la transferencia idealizadora que está relacionada con estadios tempranos de la imago parental idealizadora (o sea, con una imago parental idealizadora arcaica) son menos definidas, no hay duda de que se ha creado un vínculo emocional específico con el analista. La regre­ sión terapéutica conduce a un equilibrio narcisista que se mantiene mientras el analizado puede conservar la ilusión de que ha convertido al analista idea­ lizado en la expansión de su self. Pero si el paciente carece de la vivencia de unidad con el analista se siente vaciado del suministro narcisista; si no se lo ayuda con interpretaciones que se ocupen de la pérdida de la imago parental idealizada, puede tener lugar un pasaje de las catexias narcisistas a estadios arcaicos del self narcisista y el self corporal autoerótico, que se manifiesta en el síndrome de sentimientos de “grandiosidad” e inferiori­ dad, exhibicionismo, propensión a la vergüenza e hipocondría, que caracte­ riza la reactivación de esta estructura. Las consideraciones anteriores explican la importancia que adquieren las amenazas al equilibrio narcisista, tales como las irregularidades e inte­ rrupciones en el horario de tratamiento, que en forma significativa incluye aquellos cambios que tienen lugar accediendo al pedido del analizado. La vivencia del self para el paciente incluye al analista idealizado que él siente que controla con la certeza irrefutable de la vivencia de control sobre su cuerpo y mente que tiene el adulto. Y del mismo modo que la pérdida de control sobre nuestro cuerpo y mente produce rabia y desaliento, el anali­ zado reacciona con rabia y desaliento ante un resquebrajamiento en su control sobre el analista. El analista debe comprender no sólo el carácter arcaico de la transfe­ rencia, sino también las interacciones específicas que desencadenaron su perturbación.

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En el análisis de un paciente seriamente perturbado, por ejemplo, ante el anuncio de mi ausencia por un tiempo, respondió con un pasaje ominoso de las catexias narcisistas del objeto idealizado arcaico a una forma primitiva del self narcisista y al self corporal autoerótico. Las interpreta­ ciones que se centraban en el significado de la separación al nivel del amor objetal y narcisismo, en sus dimensiones libidinales y agresivas, eran en vano, y el paciente permanecía aislado, sintiéndose superior en forma casi delirante, e hipocondríaco con un fuerte acento de paranoia. El pasaje de las catexias instintivas permitió al paciente llevar el análisis hacia un hecho crucial que había desencadenado el desarrollo maligno, y finalmente el terapeuta dio con el insight correcto. La retracción del paciente no fue provocada por mi próxima ausencia sino por el tono no empático en que se lo había anunciado. Anticipándome a una respuesta tormentosa (llama­ dos telefónicos ansiosos en el medio de la noche y otras penurias), había pensado en mí en primer término y no había movilizado la empatia nece­ saria para los sentimientos del paciente. La retracción del paciente tuvo lugar como reacción ante esa actitud y no hubo progreso hasta que el terapeuta, por su propia cuenta, pudo ofrecer su comprensión y entrar así nuevamente en la personalidad del paciente. Esta ilustración ejemplifica la existencia de incontables variaciones clínicas. Los principios del proceso de curación son, sin embargo, simples. La elaboración se da en términos de 1) la pérdida del paciente de la unión narcisista con el objeto idealizado, 2) la consiguiente perturbación del equilibrio narcisista, y 3) la posterior hipercatexia del self narcisista y del self corporal autoerótico. La repetida interpretación del significado de sepa­ raciones y de experiencias análogas resultan en una mayor tolerancia por parte del paciente de la ausencia del analista, de interrupciones en la rutina de los encuentros, o de las limitaciones de la comprensión empática del ana­ lista. El paciente aprende que la admiración y la estima no tienen que ser inmediatamente retraídas de la representación interna de la figura ideali­ zada, que se puede tolerar la tensión provocada por anhelar el objeto au­ sente idealizado, y que se puede evitar el pasaje catéctico peligroso al self narcisista arcaico y al self corporal autoerótico. La capacidad creciente para mantener al objeto idealizado con lo que se lo ha revestido abre luego las puertas para su gradual abandono y, por lo tanto, para un nuevo proceso de internalización. A medida que las catexias idealizadas son gra­ dualmente retraídas se internalizan y contribuyen a fortalecer la matriz del yo y del ideal del yo.

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II. La transferencia gemelar *

Ahora me ocuparé de la reactivación terapéutica del self narcisista que llamaré la transferencia gemelar. Se puede instalar directamente o apa­ recer en forma secundaria como un retroceso transitorio de la transferencia idealizadora como vimos en el ejemplo clínico anterior. Aunque estas dos formas difieren mucho entre sí, en un comienzo no las diferenciaré puesto que tienen la misma construcción metapsicológica, tal como se verá en el siguiente ejemplo clínico. Un paciente ante la perspectiva de separarse de mí respondió no sólo retrayéndose sino también con un cambio en sus sueños; generalmente soñaba con gente, pero ahora soñaba con máquinas, cables eléctricos y ruecas. Si bien los sueños aparecían cuando el paciente tenía que enfrentar una separación de mí, no eran una expresión de tendencias dirigidas hacia un objeto. Las ruecas, por ejemplo, no expresaban, como yo lo pensé en un principio, su deseo de impedir que me fuera. Sino que junto con las otras máquinas oníricas eran, tal como lo comprendimos finalmente, represen­ taciones de su cuerpo y mente infantiles por las que se había preocupado y con las que había fantaseado cuando se sintió descuidado y abandonado por sus padres y hermana mayor, específicamente a los trece años cuando nació un hermano menor. Este ejemplo demuestra la influencia del pasado terapéuticamente reac­ tivado sobre el presente en dos formas: 1) en la equivalencia de los hechos que estimularon la regresión durante el tratamiento (tales como el cancelar una sesión) y aquellos que estimularon cambios catécticos análogos du­ rante la infancia (la retracción de afecto por parte de la madre), y 2) en las amalgamas oníricas del conjunto de imágenes del temprano self corpo­ ral con ideaciones presentes de maquinarias. La construcción metapsicológica de los sueños con máquinas es la de una “transferencia” en el sentido estrictamente metapsicológico del término.3 Las máquinas no eran simplemente símbolos apropiados usados en el con­ texto de una regresión a la representación pictórica.5 Los juguetes mecá­ nicos, trineos y triciclos habían sido formas decisivas de superar preocupa­ ciones hipocondríacas acerca de su cuerpo durante la infancia; y su habi­ lidad mecánica y en especial, su destreza como marino y aviador, continua­ ron contribuyendo a la autoestima {self-esteem) en vida adulta y quedó como un componente de su imagen del self. Las máquinas oníricas eran, * El nombre surgió a causa de que la movilización del revestimiento instintivo del self narcisista en la situación terapéutica suele estar representada en los sueños y fantasías de los pacientes por una relación con una persona que se le parece como si fuera un hermano gemelo.

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por lo tanto, amalgamas de aspectos presentes y arcaicos de la representa­ ción del self. Luego de un golpe narcisista (en terapia: la pérdida de la unión con el analista idealizado), la representación preconsciente del self se decatectizó y “grandiosas” imágenes inconscientes del self de la infan­ cia se hipercatectizaron y buscaron expresión, provocando tensiones narci­ sistas. El resultado fue una transacción onírica por la cual se establecía un equilibrio entre lo anterior y lo nuevo. Veremos ahora algunos aspectos clínicos de un self narcisista terapéuti­ camente reactivado. La naturaleza asocial del self narcisista se opone al objetivo del pro­ ceso psicoanalítico de transformar fantasías de “grandiosidad” en un con­ cepto realista del self y hacer consciente que la vida ofrece sólo limitadas posibilidades de gratificar deseos narcisistas exhibicionistas. El objetivo se alcanza sólo si se movilizan las catexias narcisistas. La técnica de Aichhorn 1 constituyó un paso inicial en esta área. Anna Freud la describió así: “Debido a ...la estructura narcisista de su personalidad, el impostor es incapaz de establecer relaciones objétales; sin embargo, puede apegarse al analista a través de un exceso de libido narcisista. Pero la transferencia narcisista quedará establecida sólo cuando el terapeuta pueda representar para el impostor... una réplica gloriosa de su propio yo delincuente e ideal del yo”.2 Mientras que en el tratamiento de delincuentes pueden ser necesarias algunas medidas activas para estimular una concentración de tipo transfe­ rencia! del self narcisista * en el analista, en la mayoría de los casos este desarrollo es espontáneo, aunque lento y no dramático. En términos clínicos la transferencia gemelar es aun menos conspicua que la transferencia idealizadora arcaica. ** Si se tiene presente su esencia metapsicológica, no resulta difícil reconocerla. Del mismo modo que las ideaciones presentes de maquinarias imponentes se amalgamaron con la serie de “grandiosas” imágenes corporales de la infancia en los sueños a los que nos hemos referido antes, el analista es ahora un portador para el self narcisista del paciente. Las resistencias a que quede revelado el self narcisista están motivadas por la amenaza de las tensiones narcisistas en el yo vivenciadas como la molesta sensación de estar demasiado consciente del propio self y vergüenza * Aichhorn aconsejó en este contexto que el analista se ofreciera en forma activa al paciente como un ideal del yo. No diferenció entre el self narcisista, por un lado, y la imago parental idealizada (un precursor del ideal del yo), por el otro, como últimamente se ha señalado.4 ** En términos de desarrollo la posición del analista puede ser similar a la que toman algunos objetos transicionales7 y ciertos tipos de acompañantes imaginarios de los niños narcisistas.®

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e hipocondría. El paciente intenta negar el temor a estas tensiones me­ diante una preocupación contrafóbica; las trata de evitar mediante insis­ tentes represiones y otras defensas; o ligar y descargar la estructura narcisista a través de la formación de síntomas emergentes, especialmente bajo la forma de acción asocial. La transferencia gemelar, sin embargo, fun­ ciona como un amortiguador terapéutico. Las catexias narcisistas moviliza­ das se adhieren al analista quien —sin dejar de ser amorosamente ideali­ zado— se convierte en el portador de la grandeza y exhibicionismo infantil del paciente. De este modo el analista puede ayudar al paciente en la confrontación del self narcisista con la realidad. Si no se desarrolla una transferencia gemelar o si su instalación es interferida por interpretaciones prematuras entonces el analista es vivido como extraño y enemigo, la “grandiosidad” del paciente permanece concentrada en sí mismo, las de­ fensas no disminuyen y el trabajo de expansión del yo no puede tener lugar. En la mayoría de los casos la transferencia gemelar se desarrolla gradualmente desde el comienzo del tratamiento; en algunos, sin embargo, está precedida de una breve fase inicial de idealización. A diferencia de la oscilación temporaria de la imago parental idealizada al self narcisista que tiene lugar más tarde en la terapia, el pasaje de la transferencia idealiza­ dora a la gemelar repite en estos casos una secuencia específica de la infancia del analizado: a) la tentativa idealización del objeto infantil, b) la interrupción traumática de la idealización, ye) la hipercatexia final del self narcisista. Esta secuencia total es lo que constituye la repetición transferencial esencial de los hechos decisivos del pasado. En consecuencia, el analista no debe rechazar la idealización inicial, ni tampoco prolongarla artificialmente. Una fase inicial de idealización —aunque sea breve— es un pronóstico favorable puesto que el proceso de elaboración abre aquí dos caminos para las catexias narcisistas: a) de la “grandiosidad” y el exhibicionismo del self narcisista a ambiciones y autoestima realistas, y b) durante fases posteriores del tratamiento cuando una nueva idealización del analista ha ocupado el lugar de la transferencia gemelar, brinda la posibilidad de una transformación terapéutica de una imago idealizada arcaica en ideales internalizados. Cerraré estas consideraciones acerca de la reactivación terapéutica del self narcisista y de la imago parental idealizada destacando la diferencia entre ellas en cuanto son objetivos del proceso de elaboración. En la transfe­ rencia idealizadora lleva a un fortalecimiento de la matriz del yo y a la adquisición de ideales; la transformación del self narcisista, sin embargo, resulta en una consolidación del potencial del yo para la acción a través del creciente realismo de las ambiciones de la personalidad y en un fortaleci­ miento de autoestima realista.

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El mejoramiento general del balance narcisista que se logra mediante la resolución de las transferencias narcisistas tiene además otros resultados beneficiosos. Entre ellos el de una creciente capacidad para el humor, como fue ejemplificado por una paciente quien, al final de un largo análisis, resumió su problema transferencia! diciendo: “Supongo que el delito que usted ha cometido y para el cual no hay perdón, es el de que usted no sea yo”.

Volviendo ahora a las contratransferencias en el análisis de trastornos narcisistas, separaremos aquellos en las cuales el analista se enfrenta con la movilización de la imago parental idealizada del paciente en la transfe­ rencia idealizadora de aquellas en las que el self narcisista del paciente se ha puesto a foco en el trabajo analítico en la transferencia gemela.

III. La contratransíerencia durante el análisis de la transferencia idealizadora

Un ejemplo concreto introducirá la contratransferencia vis-ä-vis las transferencias idealizadoras del analizado. Un colega me dio un resumen informativo del análisis de una mujer joven, de dos años de duración y aparentemente estancado. Como la dificultad parecía haber estado presente desde el comienzo, le pedí un relato de las primeras sesiones, especial­ mente en relación con cualquier cosa que la paciente podía haber vivido como un rechazo. Entre las primeras manifestaciones transferenciales de esta paciente católica, aparecían algunos sueños que contenían la figura de un sacerdote inspirado. Estos sueños habían quedado sin interpretar, pero —como lo recordó el analista a pesar de las resistencias— él le había pos­ teriormente indicado que no era católico, justificando esta información por la supuesta necesidad de la paciente de estar informada de un mínimo de la situación real. Estos hechos deben de haber sido muy importantes. Llegamos a suponer que, a modo de paso transferencia! inicial, tentativo, la paciente había repetido una actitud de devoción religiosa idealizadora de la tem­ prana adolescencia la cual, a su vez, era un revivir la actitud de imprecisa reverencia y admiración de sus tempranos años. La observación injusti­ ficable del analista fue vivida como un rechazo por la paciente y llevó al estancamiento. Con la ayuda de varias consultas alrededor de la paciente y la respuesta que encontró en el analista, se pudo removilizar el análisis. La observación de este caso y otros similares ■—uno traído por un candidato en supervisión fue casi idéntico— me llevaron a la explicación de que un rechazo analíticamente injustificable de la transferencia ideali­

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zadora está generalmente motivado por tensiones narcisistas en el analista, vergüenza, turbación y la molesta sensación de estar demasiado consciente del propio self cuando las fantasías de “grandiosidad” reprimidas de su self narcisista son estimuladas. Es más probable que se manifieste su ma­ lestar cuando la idealización tiene lugar al comienzo y en forma rápida, por ejemplo, cuando no está preparado para el borbotón de la libido narcisísticamente idealizante del paciente. Aunque el malestar ante la adulación abierta es ubicuo {Praise to the face is a disgrace: El elogio directo es perjudicial), la mayoría de los analistas pueden controlar sus reacciones y actuar según la necesidad del caso. Pero si el analista no está consciente de su intolerancia a las tensiones narcisistas, y especialmente si ha cons­ truido una actitud contratransferencial estable sea de convicciones cuasi teóricas o de defensas de carácter específicas, o ambas, entonces su efectividad con pacientes narcisistas resulta afectada. No importa demasiado que el rechazo de la idealización del paciente sea cortante, lo cual es raro, o sutil, lo que es más común, o lo que es más frecuente, casi tapado por interpretaciones genéticas o dinámicas correctas pero prematuras (tales como el señalamiento rápido de figuras idealizadas del pasado o impulsos hostiles que se suponen subyacen los idealizados). El rechazo se puede expresar a través de algo tan sutil como una actitud del analista exageradamente objetiva; o en la tendencia a desvalorizar la idealización narcisista del paciente en forma amable y con humor. Y, final­ mente, es hasta deletéreo el enfatizar las virtudes del paciente cuando él intenta la expansión idealizadora de posiciones narcisistas fijas y se siente humilde e insignificante en comparación con el terapeuta, aunque pueda parecer muy atrayente porque el analista expresa respeto por el paciente. En resumen, durante aquellas fases del análisis de trastornos de carácter narcisista en las que comienza a germinar una transferencia idealizadora, hay una sola actitud analítica correcta: aceptar la admiración. La disolución gradual de la transferencia idealizadora, que suele ocu­ rrir tarde en el análisis, expone al analista a otra prueba emocional. En la fase inicial puede sentirse oprimido por la estimulación de sus fantasías narcisistas; ahora puede resentirse de ser disminuido por los mismos pa­ cientes que lo habían idealizado. Aunque la mayoría de los pacientes son capaces de aferrarse a algunos de los defectos emocionales, físicos y so­ ciales reales del analista durante el trabajo de prueba de realidad que precede a las ondas de retracción de la libido idealizadora del analista, no es frecuente la existencia de serias dificultades contratransferenciales en esta área. Si la vulnerabilidad narcisista del analista es mucha (y si su habi­ lidad y experiencia son insuficientes), es probable que no se alcance una etapa en la cual se elabora sistemáticamente la transferencia idealizadora, y de este modo no tiene lugar la retracción gradual de la libido idealizadora

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del analista. Si, en cambio, se establece un proceso de elaboración sistemá­ tico en esta área, dos factores mitigan la contratransferencia: la ahora atenuada propensión del paciente a reaccionar con una retracción narcisista y retroceso, y la mayor capacidad del analista para recuperar su equilibrio luego que hizo un acting a través del enojo, la frialdad o interpretaciones fuera de lugar. La retracción del paciente de las catexias idealizadoras no tiene lugar tan rápidamente como la instalación de la inicial idealización temporaria y está generalmente matizada por espontáneos vuelcos a la idealización anterior. El analista captará el interjuego dinámico entre los ataques del paciente a él, el debilitamiento de las catexias idealizadoras y el fortalecimiento de los ideales del paciente. Y, aún bajo tensión, podrá mantener una objetividad óptima debido a que se siente emocionalmente apoyado por el progreso que se obtiene en una tarea terapéutica difícil y por el placer intelectual de comprender cómo se lo logra.

IV. La contratransferencia durante el análisis de la transferencia general Finalmente, veremos las actitudes contratransferenciales cuando el analista es incluido en el self narcisista del paciente. La contratransferencia más común durante la transferencia gemelar es el aburrimiento y un mantenimiento precario de la atención. Cuando la psique del observador está comprometida a fondo, puede permanecer atenta durante largos períodos. Así, las manifestaciones transferenciales objetalesinstintivas suelen no ser aburridas para el analista aun cuando todavía desconoce el significado específico de las comunicaciones del paciente; mantendrá su “atención flotante”, y no se escapará a través de una retrac­ ción emocional o una prematura formulación de las barreras preconscien­ tes. Analizados con desórdenes de personalidad de tipo narcisista, sin embargo, no provocan del mismo modo la respuesta inconsciente del ana­ lista. La transferencia idealizadora puede todavía tratar al analista como a un objeto transicional de un orden superior, y de este modo la atención del analista está ocupada según su narcisismo sea estimulado o desalentado. Cuando se reactiva el self narcisista del paciente, sin embargo, el analista resulta incluido en una relación crónica que está desprovista de catexias objétales significativas, y puede intentar a través del desinterés o el aburri­ miento retraerse de la implicación atemorizante de ser arrastrado por la organización psicológica narcisista de otra persona. Demostraré esta contratransferencia con lo que sigue. Una mujer joven se quejó de que a pesar de muchos contactos sociales y experiencias amorosas, se sentía diferente de la gente y alejada de ella. Durante el

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análisis se hizo evidente que estaba angustiada por una penetrante insegu­ ridad acerca de la realidad de sus sentimientos y pensamientos. La pato­ logía central giraba en torno de su self narcisista y consistía en una tenden­ cia a los pasajes de la hipercatexia del self narcisista-exhibicionista, bajo la forma de una fuerte emoción por su secreta “preciosidad” que la hacía mucho mejor que todos los demás, a un estado de agotamiento emo­ cional que reflejaba el debilitamiento del yo como consecuencia de la sub­ estructura “grandiosa” no integrada. Pudimos reconstruir que una tem­ prana depresión de la madre había interferido en la integración del self narcisista arcaico. Cada vez que había intentado obtener la aprobación de su madre, ésta había deflexionado el foco de la atención hacia sus propias preocupaciones depresivas y de este modo la niña quedó pri­ vada de la aceptación parental óptima que transforma el exhibicionismo crudo y la “grandiosidad” en una autoestima útil en términos de adaptación. A lo largo de fases en el análisis, que comenzaron en un momento en el que yo todavía no había comprendido el antecedente genético de la psicopatología, era frecuente que ocurriera la siguiente progresión de aconteci­ mientos. La paciente llegaba con ánimo amistoso, comunicaba sus pensa­ mientos y sentimientos, incluyendo referencias tentativas pero genuinas a la transferencia y sobre una variedad de insights-, abreviando, la primera parte de las sesiones analíticas durante esta fase se podían fácilmente confundir con aquellos destellos comunes de autoanálisis cuando el analista es poco menos que un observador interesado que se mantiene listo para intervenir cuando aparece una ola de resistencias. Pero la etapa en cues­ tión duró mucho más que los períodos comunes de autoanálisis, y mientras que el autoanálisis genuino evoca la atención fluida del analista me era difícil evitar que mi mente se alejara. Esta tendencia era especialmente intrigante puesto que la paciente hablaba acerca de preocupaciones dirigidas hacia un objeto, presentes y pasadas. Sin embargo, gradualmente me fui dando cuenta de que, aun cuando ella hablaba de objetos actualmente reves­ tidos (incluyendo fantasías acerca de mí), las comunicaciones parecían no estar dirigidas a mí de modo que no conseguía movilizar espontáneamente mi atención dirigida hacia el objeto libidinal. Por último, a diferencia del paciente que está en un período de genuino autoanálisis, la paciente no podía tolerar el silencio del analista y se enojaba y me reprochaba por no darle ningún apoyo. Se satisfacía inmediatamente si yo le resumía o le repetía lo que ella había dicho. (Por ejemplo: “Usted ha llegado a la com­ prensión de que las fantasías respecto del señor inglés que acaba de llegar son reflexiones de fantasías acerca de mí.” Si iba más allá de lo que la paciente ya había dicho o descubierto aunque sólo fuera un paso (tal como decirle: “Las fantasías en torno del visitante extranjero son reflejos de fan­ tasías acerca de mí y, además, son una reedición de la estimulación

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peligrosa a la que usted se sintió expuesta cuando niña por las historias fantaseosas de su padre acerca de usted”), se enojaba violentamente (ajena al hecho de que lo que yo había agregado le era conocido a ella también) y me acusaba con furor de que yo había destruido todo lo que ella había construido y que estaba atacando el análisis. Ciertas convicciones sólo se pueden alcanzar a través de la propia experiencia y por ello no puedo demostrar en detalle hasta qué punto mis conclusiones son correctas en relación con el significado de estos hechos. La paciente intentaba integrar al resto de su personalidad, con la ayuda de mi presencia aprobadora y tipo eco, un self narcisísticamente hipercatectizado. Sin embargo, mi aburrimiento, falta de atención e intervenciones erróneas, interferían en esta tarea. Cada vez que yo, en respuesta a su relato de sus propios descubrimientos, aportaba algo adicional a mi mera aprobación, me convertía en la madre deprimida que deflexionaba las catexias narcisistas de la niña sobre sí misma o no proporcionaba el eco narcisista necesario. Con el propósito de apoyar el trabajo del paciente cuando se están elaborando los tempranos estadios del self narcisista, el analista debe ser capaz de asumir el rol de lo que aparece como una hazaña de pasividad prolongada, sea que el self narcisista del paciente se manifieste ruidosa­ mente en un marcado exhibicionismo, o en forma muda como una necesi­ dad de aprobación o simplemente de eco. Sin embargo, la impaciencia, las interpretaciones prematuras o la retracción de la atención y la empatia, deben entenderse como síntomas de la contratransferencia del analista y/o como resultado de su inexperiencia.

Luego de haber considerado las formas principales de la transferencia y la contratransferencia en los trastornos narcisistas, quisiera señalar la utilidad terapéutica de las mismas. La comprensión del analista de las di­ versas transferencias narcisistas y su dominio de las contratransferencias que se relacionan con ellas ejercen un efecto favorable sobre el proceso analítico y promueven el logro de transformaciones sanas del narcisismo patológico del paciente. Específicamente, lo que se puede lograr no es sólo la integración del narcisismo arcaico en la personalidad bajo la forma de ambiciones e ideales egosintónicos sino también su transforma­ ción en un número de otras constelaciones psicológicas útiles en términos adaptativos que utilizan las energías instintivas narcisistas. Estos logros terapéuticos son: la capacidad para ocuparse de actividades creativas, una creciente capacidad para la empatia, el sentido del humor y, también, una actitud emocional que merece ser denominada sabiduría. Mientras que el mayor realismo en las ambiciones narcisistas del pa­ ciente, el fortalecimiento de sus ideales, su creatividad, y especialmente su

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creciente sentido del humor son claramente evidentes, puede parecer exagera­ do sostener el logro terapéutico de aun un mínimo de sabiduría. Y sin em­ bargo, la progresión de la información a través del conocimiento hasta llegar a la sabiduría que caracteriza la evolución de la esfera cognitiva du­ rante el transcurso de una vida paradigmáticamente exitosa, se puede tam­ bién observar en un análisis exitoso. Cuando comienza el tratamiento, ana­ lista y analizado recogen información acerca del paciente y su historia. En forma gradual, durante las fases intermedias, estos datos se agrupan en un conocimiento del funcionamiento cohesivo de la mente del paciente y de la continuidad que existe entre el presente y el pasado. Y, finalmente, en la fase final de un buen análisis, el conocimiento del analista y la com­ prensión de sí mismo del paciente han asumido la calidad de sabiduría. Analista y paciente saben que no todo ha sido solucionado y que algunos conflictos, inhibiciones y síntomas persisten; estas debilidades nos son cono­ cidas y las podemos contemplar con tolerancia y serenidad.

Bibliografía

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DISCUSIÓN Roberto Pinto Ribeiro y David Zimmermann

(Porto Alegre)

El relato del doctor Heinz Kohut sobre “Transferencia y contratransfe­ rencia en el análisis de personalidades narcisistas” representa, en nuestra opinión, un desarrollo teórico que se apoya en conceptos altamente estimu­ lantes. Creemos que las personalidades enfocadas por el doctor Kohut cons­ tituyen una de las mayores dificultades en la práctica psicoanalítica, una problemática cuyos aspectos genéticos y dinámicos ha suscitado no pocas controversias entre los psicoanalistas. Siendo así, amén del valioso conte­ nido explícito del relato, implícitamente los problemas transferenciales y contratransferenciales aquí estudiados abarcan un campo de investigación bastante más amplio, envolviendo cuestiones nucleares del psicoanálisis contemporáneo. Preliminarmente, pensamos que los temas fundamentales tratados en el relato se extienden más allá de las personalidades propiamente llamadas narcisistas. Abarcan toda la escala de pacientes psiconeuróticos los cuales, con mayor o menor intensidad, anteponen a la marcha favorable del proceso analítico, posiciones transferenciales vinculadas a núcleos narcisistas, cuya dinámica inconsciente está fijada a imágenes arcaicas de un “self narcicista” y de una “imago parental idealizada”. Así, vamos a partir desde los puntos de vista del doctor Kohut como el centro de una amplia área de la práctica analítica, relacionado con problemas narcisistas. Examinando las concepciones teóricas y las situaciones clínicas des­ criptas por el doctor Kohut en su relato y en trabajos anteriores,14 se puede percibir un estrecho paralelismo entre sus ideas y aquellas elabo­ radas por la escuela kleiniana. Así, pensamos que muchos de los mecanis­ mos descriptos por el doctor Kohut como primariamente narcisistas, pueden también ser enfocados como expresión de relaciones objétales primiti­ vas.11’ 12’131 21> 22 En este punto, estamos conscientes de que nuestra apro­ ximación representa, sin ninguna duda, materia controvertida en psicoaná­ lisis. Pero también creemos que, al enfocar el material del relato en

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términos de relaciones de objeto y de fantasías inconscientes, no nos aleja­ mos de los esquemas conceptuales del doctor Kohut, sino que más bien los profundizamos, quizá dirigiéndonos en busca de objetivos semejantes, aun­ que siguiendo una vía aparentemente distinta y usando una terminología algo diferente. Acreditamos estar tratando de comprender el mismo fenó­ meno, con idéntico instrumento de trabajo, por lo que esperamos que, poco a poco, se vayan fusionando los esquemas conceptuales, poniendo término a una controversia cuya necesidad ya .nos parece discutible. El primer concepto delineado en el relato se refiere a las transferencias activadas por la situación terapéutica en personalidades narcisistas. De acuerdo con nuestro punto de vista, tanto el “self narcisista” como la “ima­ go parental idealizada” corresponden a fantasías inconscientes, peculiares a una relación objetal primitiva. En esta relación, el yo arcaico se defiende de intensas ansiedades: a) negando las experiencias de la relación objetal; b) atribuyéndose una omnipotencia capaz de controlar enteramente el obje­ to, en el caso el analista, con la intención de transformarlo en fuente per­ manente de gratificación narcisista y c) configurando, introyectivamente, una imagen idealizada fantástica de objeto, utilizándolas defensivamente para mitigar intensas ansiedades persecutorias originadas en la fantasía opuesta de una imago parental mala y destructiva. La persistencia de estos conflictos primitivos, relacionados con la fase inicial del desarrollo del niño, denominada por M. Klein “esquizoparanoide”, es algo que, con ma­ yor o menor intensidad, participa de la relación transferencia! de todos los analizados. En consecuencia, se fijan y se preservan fantasías de una ima­ gen ideal del self, que tiende a bloquear el progreso del análisis, porque tal imagen es amenazada por cualquier insight o contacto con la realidad psíquica.22 Pero, según nosotros, el aspecto más importante del relato del doctor Kohut, aquel que ha despertado nuestro mayor interés, es el contratransferencial. Y esto porque creemos que el manejo del problema fundamental del análisis de los aspectos transferenciales narcisistas de los pacientes de­ pende de la respuesta emocional del terapeuta ante la transferencia narcisista. Admitimos asimismo que tales aspectos narcisistas —o esquizoparanoides—■ participan en todos los análisis, con variaciones de grado. Y admitimos también que tales aspectos influyen sensiblemente en la conducta del tera­ peuta, dependiendo fundamentalmente de esta conducta el progreso o el estancamiento del proceso analítico. La evolución del concepto de contratransferencia, en los últimos 15 años, delineó dos corrientes conceptuales principales que, seguramente, con­ figuran otro aspecto controvertido de la teoría psicoanalítica. De un lado se sitúan aquellos que consideran la contratransferencia como algo ajeno, cualitativamente extraño a la posición normal del analista en la situación

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analítica, algo que influye negativa y nocivamente en la marcha del proceso analítico y que debe ser superado por el analista.6’17’ 20 La otra corriente admite que la contratransferencia sea un desvío cuantitativo, una verdadera caricatura, de una posición emocional “normal” del terapeuta, siendo esta última considerada como elemento imprescindible para el buen funciona­ miento del proceso analítico. De esta conceptualización, ,que considera al análisis normalmente como un complejo transferencial-contratransferencial, surge como indicación no sólo la superación de los problemas contratransferenciales, sino también su utilización como herramienta ténica capaz de favorecer el progreso del análisis.2’10’18’19 Siguiendo el rumbo trazado por esta última corriente, creemos que no es tan importante caracterizar simplemente la patología de la conducta del analista a ser superada, como establecer cuál debe ser la conducta emocio­ nal “normal” de éste, cómo esta conducta llega a desviarse. Y por influen­ cia de qué factores. Sugerimos que la relación emocional normal del analista con su pa­ ciente se asienta y depende esencialmente del proceso empático. Pero por empatia entendemos algo dinámico que está explícito e implícito en la doc­ trina de Theodor Lipps, doctrina vuelta confusa y casi estática al ser defor­ mado el concepto de Einfühlung.7’ 20 En este concepto está explícito que la comprensión depende primordialmente de la “proyección de una parte del self en el objeto”, depende de que se puedan “apreciar las reacciones de los demás, colocando preliminarmente algo de sí mismo en el otro”.3,18 Un segundo tiempo, introyectivo, ya implícito en la doctrina de Lipps, fue sugerido por Freud al distinguir dos formas de identificación, la proyectiva y la introyectiva.5 Con estas consideraciones pretendemos afirmar nuestro concepto en relación con la posición emocional normal del analista con respecto a su paciente, como una relación objetal semejante a cualquier otra, donde fun­ cionan mecanismos proyectivos e introyectivos, con características funcio­ nales particulares que a continuación procuraremos sintetizar. Desde el comienzo del tratamiento analítico, el analista es el objeto central y primordial de la actividad de fantasía del paciente. Esta actividad asume, especialmente, características libidinosas o agresivas. Por lo general, tales características, positivas o negativas, coexisten fusionadas. A ellas se sobreponen otras con finalidades defensivas, que determinan una modifica­ ción o deformación de las fantasías básicas, representando la relación trans­ ferencia! del paciente con su terapeuta. Ante ello el analista se situará consciente e inconscientemente, es decir, “contratransferencialmente”. De hecho, la percepción de la fantasía inconsciente del paciente no resulta sólo de lo que es oído o visto por el analista. Éste establece un contacto pro­ fundo, afectivo, emocional por medio de un continuo movimiento de introyec-

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ción y proyección en relación con el paciente, su objeto en el momento. En efecto, con miras a comprender lo que está ocurriendo, el analista proyecta partes suyas en el paciente, movilizado por su curiosidad, así como por las vivencias relativas a su análisis personal y experiencias ulteriores. Es por medio de esta verdadera identificación por proyección como el analista puede acompañar y percibir los diversos movimientos emocionales del paciente, sus impulsos y las defensas de su yo, siempre en relación con sus objetos internos y externos. Concomitantemente se realiza también un movimiento en sentido opuesto, es decir, el analista introyecta sus partes inicialmente proyectadas en el paciente, juntamente con los contenidos del material ver­ bal y no verbal de éste. Todo ello se impregnará y organizará en el incons­ ciente del terapeuta, que así es puesto en acción. De esta forma, gradual­ mente, se desarrolla en la mente del analista una historia o fantasía. En la formación de ésta es de máxima importancia la denominada ecuación etiológica de Freud que, en el analista, incluye sus vivencias actuales, espe­ cialmente aquellas relacionadas con la situación analítica, así como su concepción teórica vigente en el momento y su experiencia clínica. Si las relaciones de objeto son importantes en el esquema conceptual del analista, en la historia o fantasía percibida serán identificados dos personajes, repre­ sentando al paciente y al analista. Se destaca también el vínculo emocional existente entre ambos en la organización de la trama de la fantasía, sea en términos de objetos totales o, lo que es más frecuente, como aspectos par­ ciales, tanto del paciente como del terapeuta, y que no depende de la reali­ dad externa y objetiva. Así, los diversos aspectos incluidos en las asocia­ ciones del paciente corresponden a determinadas respuestas conscientes e inconscientes del analista. La sucesión de tales fantasías, comprendidas e interpretadas, determina la evolución del tratamiento analítico, pues las interpretaciones descubren, sistemáticamente, los papeles de los dos perso­ najes centrales, paciente y analista, las relaciones que los ligan y los mo­ tivos determinantes de estas relaciones.1 Debemos esclarecer que la fantasía inconsciente desarrollada y expre­ sada por el paciente e inmediatamente introyectada por el analista no son meramente el relato de una historia. En verdad, ocasionadas por impulsos instintivos y orientados en el sentido de la persona del analista, tales fan­ tasías, recogidas por éste, se presentan por lo general con características emi­ nentemente dinámicas. En efecto, con ellas el paciente intenta manejar al analista de acuerdo con sus necesidades inconscientes. De acuerdo con la situación, puede ocurrir que el analista sea llevado e, incluso, arrastrado, a asumir papeles a gusto del paciente. Puede, por ejemplo, representar, en ciertas circunstancias, una parte o la totalidad de la fantasía básica incons­ ciente operante en el paciente, cabiendo también, en este caso, a este último, asumir una posición defensiva contra la efectivización de su fantasía bá-

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sica. Es evidente que el sentido de este proceso se modifica sin cesar y el suceder psíquico dependerá no sólo de la intensidad de las fantasías incons­ cientes del paciente, sino también de las respuestas del analista, de su capa­ cidad de comprensión y de la rapidez con que pueda interpretar detallada y reiteradamente. En el desarrollo de un tratamiento analítico, o en el análisis de una neurosis transferencia!, el paciente buscará desdoblar sus fantasías incons­ cientes, así como manifestar las ansiedades concomitantes, en las cuales se verifican sus tentativas de envolver, de una u otra manera, a su terapeuta. Podrá éste, mediante sucesivas proyecciones e introyecciones, identificarse con objetos y situaciones arcaicas del paciente, comprendiendo sus fluctua­ ciones entre el amor y el odio, sus ansiedades y sus defensas. Sólo así, ad­ mitiendo dentro de sí mismo las fantasías del paciente, identificándose con él, podrá el analista comprender y devolver conscientemente todo lo que percibió, pero ahora tamizado, enriquecido, ordenado y comprendido, bajo la forma de interpretaciones, en particular las transferenciales. Con las interpretaciones transferenciales, el analista deshace la tentativa mágica de envolverlo y enredarlo en una fantasía que le es ajena. Deshecha la magia, analista y paciente sienten un alivio, una disminución de la tensión psicológica, vivenciada también como satisfacción o placer, por el alivio de las ansiedades hasta entonces operantes. Es que, en este momento, se deshace la magia omnipotente y el analista se ha liberado de la maraña en que el paciente quiso envolverlo. Al mismo tiempo, al interpretar ade­ cuada y oportunamente, deshace y disuelve la fantasía inconsciente elaborada en torno de su persona, así como el vínculo fantástico establecido con el paciente. Sólo entonces aparecen ambos, analista y paciente, en un flash, como objetos reales, o más aproximados a la realidad objetiva.16 Sólo cuando se deshace el aspecto mágico, omnipotente, de la relación transferencial-contratransferencial, y el paciente reconoce mejor su realidad interna, sus objetos introyectados y el vínculo que con ellos estableció, puede el analista ser reconocido como objeto real. El paciente, además, reconoce, incorpora y reintegra partes o aspectos de su yo hasta entonces incons­ cientes. Reconocimientos sucesivos de esta calidad permiten la ampliación y el enriquecimiento del yo a costa de partes que antes se encontraban ocultas o permanecían inoperantes, con lo que progresivamente madura y se fortalece el yo. Con el reconocimiento de la realidad interna y externa, el paciente siente culpa y responsabilidad auténticas, lo que ya implica cierta necesidad de reparación. Expuestos nuestros puntos de vista sobre la dinámica de la situación analítica y el papel en ella representado por el analista, se comprende que los factores narcisistas, o las fijaciones esquizoparanoides, puedan compro­ meter el funcionamiento de un análisis. Por un lado, puede ocurrir que

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exageradas fijaciones narcisistas del paciente, proyectadas masivamente en el analista, lo alejen de su posición emocional normal, promoviendo actua­ ciones en el sentido de los deseos narcisistas del paciente.1 2345678’9 Por otro lado, el mismo analista, si exageradamente fijado a la omnipotencia y a la idea­ lización propias de sus primitivas relaciones objétales, puede: a) ser presa fácil, transitoria, de las identificaciones proyectivas narcisistas del paciente ob) establecer, como consecuencia de la intensidad de esa fijación, desvíos contratransferenciales cualitativos duraderos. Para finalizar, deseamos recordar las implicaciones que esta problemá­ tica representa en la formación psicoanalítica, tanto en el análisis personal de los candidatos, como en el de supervisión de los mismos. Creemos que el proceso empático, base de una posición emocional normal del terapeuta en la situación analítica, depende esencialmente de una solución favorable del problema narcisista, y de la resolución de conflictos provenientes de relaciones objétales primitivas. El candidato a psicoanalista o el analista deben ser capaces de dejarse envolver por las fantasías latentes de sus pacientes, proyectándose transitoriamente en ellos. Al mismo tiempo necesi­ tan introyectar dentro de sí los aspectos así recogidos y, de esta forma, vincularlos a su propio inconsciente. Finalmente, necesitan elaborar inter­ namente tales fantasías, de modo de transformarlas en interpretaciones que restablezcan la realidad de la situación objetal analista-paciente.

Bibliografía

Las ideas desarrolladas por los autores, en este correlato, parten de conceptos elaborados en los últimos años por diversos psicoanalistas. Por motivos obvios, sólo fue posible relacionar aquí aquellos trabajos que más de cerca estimularan su pensa­ miento con respecto al tema en cuestión. 1. Baranger, W. y Baranger, M.: La situación analítica como campo dinámico. Rev. Uruguaya de Psicoanálisis, 1961, N9 4, 3-54. 2. Bofill, P. y Folch-Mateu, P.: Problémes cliniques et techniques du centretransferí. Revue Frangaise de Psychoanalyse, 1963, N9 27, 31-129. 3. Carrit, E. F.: Aesthetics. En: Encyclopaedia Britannica, vol. I. 4. Fliess, R.: The metapsychology of the analyst. Psychoan. Quart., 1942, N9 11, 211-227. 5. Freud, S.: Group Psychology and the Analysis of the Ego. Standard Edition, vol. 18. 6. Gitelson, M.: The emotional position of the analyst in the Psycho-analytical situation. Int. J. Psycho-Anal., 1952, N9 33, 1-10. 7. Greenson, R.: Empathy and its vicissitudes. Int. ]. Psycho-Anal., 1960, N9 41, 418-424. 8. Grinberg, L.: Perturbaciones en la interpretación por la contraidentificación proyectiva. Rev. Psicoanálisis, 1957, N9 14, 23-28.

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9. 10. 11. 12. 13.

14. 15. 16. 17. 18. 19.

20. 21. 22.

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—: Aspectos mágicos en la transferencia y en la contratransferencia. Rev. Psi­ coanálisis, 1958, N9 15, 347-368. Heimann, P.: On countertransference. Int. J. Psycho-Anal., 1950, N9 35, 81-84. •—: Certain functions of introjection and projection in early infancy. En: Developments in Psycho-Analysis. Londres, Hogarth Press, 1952. Klein, M.: Some theoretical conclusions regarding the emotional life of the infant. En: Developments in Psycho-Analysis. Londres, Hogarth Press, 1952. —: On identification. En: New Directions in Psycho-Analysis. Londres, Hogarth Press, 1955. Kohut, H.: Firms and transformations of narcissism. Inédito. Martins, M.: Comunicación a la Sociedad Psicoanalítica de Porto Alegre, 1964. Money-Kyrle, R.: Normal countertransference and some of its deviations. Int. J. Psycho-Anal., 1956, N9 87, 360-366. Orr, D. W.: Transference and countertransference. J. Am. Psychoan. Assoc., 1954, N9 2, 621-670. Pillbury, W. B.: Theodor Lipps. En: Encyclopaedia Britannica, vol. 14. Racker, H.: The meanings and uses of countertransference. Psychoan. Quart., 1957, N9 26, 303-357. Reich, A.: Further remarks on countertransference. Int. J. Psycho-Anal., 1960, N9 41, 389-395. Riviere, J.: General Introduction. En: Developments in Psycho-Analysis. Lon­ dres, Hogarth Press, 1952. Rosenfeld, H.: On the psychopathology of narcissism. En: Psychotic States. Londres, Hogarth Press, 1965.

8. TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA Arminda Aberastury, Fidias Cesio, Elizabeth Garma, Giuliana Smolensky y Joel Zac (Buenos Aires)

Abordar un tema como es el de la transferencia-contratransferencia ofrece múltiples dificultades. Más aún, si, como es el caso, existe una limi­ tación en el tiempo de exposición. La sola enumeración de la bibliografía comprendería varias páginas. Pensando en estas circunstancias y en que un objetivo fundamental de este Congreso es el conocernos mejor, facili­ tando así un intercambio de ideas, decidimos presentar ante ustedes nues­ tras ideas generales sobre la transferencia-contratransferencia y la aplica­ ción que hacemos de las mismas en nuestro trabajo clínico. Adelantamos que, para nosotros, la transferencia-contratransferencia es una situación to­ tal, una unidad, que encontramos en la relación paciente-analista y que sepa­ ramos a los fines de su estudio en los términos: transferencia y contratrans­ ferencia. Fundamentaremos las ideas que vamos a exponer en los trabajos de Freud por ser él quien ha dado las bases de las mismas y quien nos ha dado un lenguaje común a todos los que estamos aquí haciendo así posible el diálogo. En nuestra elaboración de estas ideas básicas de Fréud ha sido importante la influencia de la obra de M. Klein, por el énfasis que esta autora ha puesto sobre elementos de la teoría psicoanalítica (disociación, proyección, identificación, etc.) que participan de una manera fundamen­ tal en los fenómenos transferenciales. Sobre la transferencia Freud escribió extensamente, desarrollando el concepto, en líneas generales, por completo. En cambio, sobre la contra­ transferencia escribió poco dejándonos sólo ideas básicas que han sido to­ madas y tratadas por otros autores hasta lograr una conceptualización pro­ bablemente tan completa como la que poseemos sobre la transferencia. En­ rique Racker es el autor que, partiendo de las ideas básicas de Freud, más ha contribuido al conocimiento de la contratransferencia y por esa razón adoptamos, en lo que sigue, su nomenclatura.

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Con La interpretación de los sueños Freud dejó establecida la teoría psicoanalítica, y, dentro de ésta, la teoría de la transferencia.2 En este libro enuncia su primera definición de la transferencia cuando dice: “Una idea inconsciente, como tal, es incapaz de entrar en lo preconsciente; sólo puede hacerlo estableciendo una conexión con una idea que ya pertenece al preconsciente, transfiriendo su intensidad en ella y quedando revestida por la misma. Aquí tenemos el hecho de la transferencia, la cual nos pro­ porciona una explicación para tantos fenómenos llamativos de la vida men­ tal de los neuróticos”. Unos meses después, cuando escribió el Fragmento de un análisis de un caso de histeria, vuelve a definir la transferencia3 esta vez ya dentro del contexto de la situación psicoanalítica. Nos dice: “Las transferencias son nuevas ediciones o facsímiles de los impulsos y fantasías que han emergido y hecho conscientes durante el proceso del análisis; pero las transferencias poseen la singularidad, que es característica de sus especies, de que reempla­ zan alguna persona anterior por la del médico. Para decirlo con otras pala­ bras: varias series de experiencias psicológicas son revividas, no como perteneciendo al pasado sino referidas a la persona del médico en el mo­ mento presente”. La mejor manera que hemos encontrado para comunicar a ustedes nuestras ideas sobre la transferencia es la de comentar estas definiciones agregando unas consideraciones acerca de otras referencias de Freud sobre la transferencia para, finalmente, mostrar, en un fragmento de sesión, cómo aplicamos estos conceptos. El mismo procedimiento seguiremos cuando nos ocupemos de la contratransferencia. Comenzaremos por la segunda definición, la que aparece en el “Caso Dora” cuando dice: Son nuevas ediciones o facsímiles queda destacado que la transferencia es una reviviscencia de anteriores experiencias que encierra todos los contenidos de las primeras, en otras palabras que es una “perfecta imitación o reproducción” de la experiencia original.1 Para Freud la transferencia es una reexperimentación,4 una repetición y un ac­ tuar.5 Ya en el caso Dora nos revela el alcance que le da a la idea de la transferencia como una reexperimentación, una repetición y un actuar, y, en su trabajo sobre La Gradiva0 nos muestra en todo su dramatismo actual el carácter vivencial del fenómeno transferencial-contratransferencial. Este concepto de transferencia cobra luego un significado más general cuando Freud nos dice que es un fenómeno normal, siempre presente, configurando la relación del sujeto con el medio, y que en el análisis esta relación es descubierta y aislada.7 A lo largo de su obra repetidas veces vuelve Freud sobre características de la transferencia. Veamos cómo sigue la definición de Freud que estamos analizando; a lo anterior agrega: “Son nuevas ediciones o facsímiles de los impulsos y

PSICOANÁLISIS EN LAS AMÉRICAS 195 s"\ ' fantasías”. Ocuparnos de este agregado significa ahondar sobre lo que acabamos de comentar en el párrafo anterior. Lo que se repite de una manera tan total en la transferencia comprende así componentes incons­ cientes que llegan hasta sus mismas raíces instintivas. La transferencia de la fantasía agrega además un componente muy significativo pues nos está diciendo que lo transferible no es sólo lo experimentado por el objeto en relación con los objetos externos, sino que comprende también lo que nunca fue experimentado. Freud sigue diciendo: Son nuevas ediciones o facsímiles de los impulsos y fantasías que han emergido y hecho cons­ cientes durante el proceso del análisis. Aquí Freud nos habla de que la transferencia implica una participación de lo consciente. En la primera definición de la transferencia que hemos transcripto más arriba, y que es la que aparece en el libro sobre la interpretación de los sueños, nos dice que la transferencia es el establecimiento de una conexión de la idea inconsciente con una preconsciente quedando la primera revestida por la segunda. La participación de lo consciente (preconsciente) es entonces esencial para el proceso de la transferencia. Cuando aplicamos este concepto a la clínica, es decir, a la situación analítica, encontramos que el analista, al “prestar” sus representaciones preconscientes a las ideas inconscientes del paciente, ocupa el lugar de lo preconsciente sobre lo que se transfiere lo inconscien­ te, tal como lo describe Freud en los sueños. Si bien para Freud la comu­ nicación fundamental entre el paciente y el médico es de inconsciente a inconsciente 8’ 9’10 para que esta comunicación adquiera el carácter de trans­ ferencia debe agregársele una participación de lo consciente (preconsciente). De esta manera encontramos que la primera definición de transferencia (la que aparece en el libro sobre los sueños) queda contenida e integrada en la segunda. Sigue diciendo Freud: pero las transferencias poseen la singulari­ dad, que es característica de sus especies, que reemplazan alguna persona anterior por la del médico. Es decir, el analista “presta” su persona como la representación sobre la que se desplaza, o se transfiere, el contenido repri­ mido, inconsciente, del paciente. La situación analítica coloca al médico en la situación que durante el dormir tienen las representaciones, que, por ser más toleradas por el yo, sirven como el medio para que los contenidos reprimidos tengan acceso a lo consciente. Es así como durante el análisis lo que el analista representa para el paciente es el material manifiesto, así como en los sueños lo es el contenido manifiesto, y en uno como en el otro caso, el contenido manifiesto es el que nos permite adentrarnos en los con­ tenidos latentes de lo transferido. La definición termina reformulando lo anterior: Para decirlo en otras palabras, toda una serie de experiencias psicológicas son revividas, no como perteneciendo al pasado sino referidas a la persona del médico en el momento presente. En efecto, la transferencia, para Freud, es siempre

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presente. Participa de las características de lo inconsciente que comprende lo atemporal del mismo, y también participa de lo temporal preconsciente, es decir que la transferencia participa de las dos circunstancias: es atem­ poral y presente.11’12-13 ■14115-16’17 Nos ocuparemos ahora de la contratransferencia, el otro término en el que didácticamente dividimos la unidad transferencia-contratransferencia. Como antes dijimos sobre este tema Freud ha escrito poco. Sus únicas re­ ferencias directas las encontramos en El futuro de la terapia analítica 18 y en El amor de transferencia.19 Si bien a la contratransferencia le dio una enorme trascendencia, pues de su consideración derivó la necesidad del aná­ lisis didáctico, sus comentarios son breves. Nos dice tan sólo que es el resultado de la influencia del paciente sobre los sentimientos inconscientes del analista. Desde 1910, año en el que Freud formuló el concepto de con­ tratransferencia, pasaron muchos años hasta que el tema fue retomado y tratado extensamente. Podemos decir que en el quinquenio comprendido entre los años 1948 y 1953 se desarrolló el concepto y la contratransferencia pasó a ser un instrumento fundamental en nuestra técnica psicoanalítica. H. Racker (1948) 21 y P. Heimann (1950) 20 fueron quienes establecieron las bases para la utilización de la contratransferencia como un instrumento técnico, y el primero de estos autores, H. Racker, fue quien desarrolló y completó su estudio.22 En lo que sigue haremos una síntesis de los conceptos fundamentales sobre la contratransferencia basándonos para ello en la sistematización que de los mismos realizó H. Racker. Las ideas generales sobre la contratransferencia son las mismas que las que hemos comentado cuando hablamos sobre la transferencia, pues la contratransferencia comprende también las transferencias del analista sobre el paciente. Trataremos de resumir estas ideas generales. Entendemos por contratransferencia la totalidad de la respuesta psicológica del analista a la transferencia del paciente. Dentro del fenómeno total contratransferencial diferenciamos la neurosis de contratransferencia que comprende la res­ puesta neurótica del analista a la transferencia del paciente. La actitud psicoanalítica de comprensión hacia el paciente implica una identificación con el mismo. Cuando esta identificación es del yo del analista con el yo del paciente la llamamos concordante. Cuando la identificación es con un objeto interno del paciente la consideramos complementaria. La capacidad terapéutica del analista está en función de la contra­ transferencia positiva sublimada. Cuando la contratransferencia es negativa o erotizada se transforma en resistencia y perturba el trabajo del analista. La contratransferencia comprende las transferencias del analista en el paciente y la capacidad terapéutica del analista tendrá entonces como mo­ delo su capacidad para reparar a sus propios objetos.

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Cuando el analista está en una identificación concordante con el pa­ ciente, parcialmente, “es” el paciente, entonces, su insight, que le facilita un acceso al conocimiento de sí mismo, le facilita a la vez el conocimiento del paciente con quien está identificado. Cuando el analista está en una contratransferencia complementaria, el paciente “es” un objeto interno del analista y el conocimiento que el analista posee de sus objetos y de sus relaciones con los mismos le permitirán un conocimiento del paciente. Ahora bien, cuando el analista transfiere un objeto interno en el paciente él mismo queda identificado con el otro término de su relación interna de ob­ jeto, el cual, a su vez, corresponde al objeto transferido por el paciente. Aclararemos con un ejemplo esquemático. Supongamos en el analista un objeto padre y otro hijo. La presencia del paciente, quien adopta una actitud infantil, estimula en el analista una actitud paternal —se identifica con su objeto padre— y lo mueve a transferir en el paciente a su objeto hijo. El paciente a su vez, dada la posición paternal del analista, transfiere en éste un objeto paterno y queda él mismo identificado con su propio objeto hijo. Esta interrelación transferencia!, que aparece simultánea, infi­ nita y con una variedad inconcebible, es la que encontramos cuando estu­ diamos el fenómeno transferencial-contratransferencial. En otras palabras podemos describir el proceso diciendo que cuando tiene lugar una transferencia del paciente se activan en el analista conteni­ dos semejantes a los transferidos por el paciente y se produce una identifi­ cación parcial con el mismo o con sus objetos; por otra parte aquellos aspectos con los que quedó identificado el paciente sirven de estímulo para las transferencias del analista de componentes semejantes. La formación psicoanalítica del terapeuta, al proporcionarle un acceso a lo inconsciente, así como una técnica interpretativa, le hace posible comprender y utilizar a los fines terapéuticos esta interrelación transferencia!. En el análisis de niños encontramos las mismas circunstancias que hemos descripto para el de adultos, aunque la inclusión directa de los padres complica la transferencia-contratransferencia. De todos modos estas complicaciones son abor­ dadas y pueden resolverse mediante una técnica del análisis de la transfe­ rencia semejante a la que utilizamos para los adultos. En lo que sigue comentaremos un fragmento del material verbal de una sesión con el objeto de explicar cómo entendemos y aplicamos estos conceptos. Del caso sólo diremos lo esencial para los fines que lo presenta­ mos. Se trata de una mujer de cuarenta años, en análisis desde hace cuatro, con un analista que posee una formación suficiente y una larga experiencia. Consignamos esta circunstancia, una formación psicoanalítica suficiente —que comprende la formación que se imparte en los institutos de las aso­ ciaciones constituyentes de la A.P.I. más una larga experiencia clínica— pues queremos destacar el carácter corriente, en el desarrollo de un análisis,

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de vicisitudes transferenciales tales como las que vamos a exponer en el ejemplo que sigue. Comenzó la sesión diciendo: P.: Llegué tarde porque fui a cambiarme para abrigarme. Estoy con un poco de temperatura pero no le voy a hacer mucho caso porque esta noche tengo que darle la clase al grupo. Estos días me quise cuidar mucho para estar bien hoy. El sábado fui a la pileta y al salir ¡tuve un frío tan grande! A.: (Se había quedado pensando que en realidad la paciente había cambiado sus ropas para estar más arreglada ante él.) Interpretación: Me parece que fue a cambiarse para estar más presentable ante mí. Haremos ahora un detallado análisis de las situaciones transferenciales y contratransferenciales que encontramos en este material. Cuando la paciente dice: Llegué tarde porque fui a cambiarme para abrigarme-, podemos entender en esta frase que la paciente está diciendo que el analista la “abriga”, le da calor, mas, también, y, simultáneamen­ te, que el analista le hace sentir frío y desamparo. Esto nos hace pensar que la paciente ha transferido en el analista, por una parte un objeto frustrador, superyoico, que abandona, mientras que por otra parte transfiere un objeto que la protege y la defiende del primero, “abrigándola”. La paciente sigue: Estoy con un poco de temperatura. La temperatura, que aparece asociada al abrigo, nos habla de que la relación “caliente” con el analista resulta patológica, hace daño, lo que nos lleva a pensar que se trata de una calentura incestuosa, prohibida, razón por la cual se con­ funde con el congelamiento. Estas consideraciones nos están indicando que lo transferido por la paciente corresponde, por un lado, a un objeto con el que ella mantiene una relación incestuosa, y, por otro lado, a un objeto que la persigue por esta relación incestuosa, castrándola. A continuación dice: pero no le voy a hacer mucho caso porque esta noche tengo que darle la clase al grupo. La clase está simbolizando la sesión, el trato intelectual de sus problemas. Transfiere así en la sesión y en el analista sus mecanismos de intelectualización que comprenden al ob­ jeto castrador que la enfría. Estos días me quise cuidar mucho para estar bien hoy. El cuidado del que habla nos hace pensar que transfiere en el analista a un objeto que la cuida, que la enfría salvándola de “quemarse” y también que la abriga sal­ vándola del frío. El objeto transferido en el analista aparece así con carac­ terísticas producto de los mecanismos defensivos del yo por medio de los que logra un equilibrio patológico entre sus tendencias incestuosas y las re­ presoras castradoras. Termina este párrafo diciendo: El sábado fui a la pileta y al salir ¡tuve un frío tan grande! La pileta está representando el análisis en el que se

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mete, y, en el caso particular que estamos tratando, la sesión. (Recordemos la expresión vulgar “tirarse a la pileta”, que significa meterse en una situa­ ción sin tomar las precauciones correspondientes.) La paciente siente que se mete en la sesión y resulta castrada, helada. En otras palabras que se “mete” con el analista en una relación incestuosa y resulta helada por los ataques de los aspectos castradores que ha transferido en él. Nos ocuparemos ahora de la contratransferencia según la podemos inferir del fragmento de sesión que reprodujimos, tomando en consideración los comentarios que acabamos de exponer sobre la transferencia de la paciente, y apoyándonos en la fantasía del analista y en la interpretación que aparece en este fragmento. Recordemos que en el analista, después de las primeras asociaciones de la paciente, apareció la idea de que ésta se había cambiado de ropas para estar más presentable ante él. Esta fantasía del analista implica que él mismo, sobre el material de la paciente, ha realizado un trabajo incons­ ciente de selección, alcanzando su conciencia, de la manera más manifiesta, lo que corresponde a un contenido de signo positivo, predominantemente genital. Sin embargo, cuando estudiamos las asociaciones de la paciente vimos que el carácter positivo de la transferencia-contratransferencia que posee el material que aparece, existe junto a un material que nos muestra una relación transferencial-contratransferencial negativa. El analista, en su fantasía y en esta primera interpretación parece ignorarlo, y deja a un lado, al menos por el momento, este material negativo. Podemos pensar que está rechazando sus identificaciones con aspectos castrados y “congelados” así como sus identificaciones con un objeto superyoico, castrador y persecuto­ rio, exaltando, en cambio, la relación positiva existente. Esta interpretación que el analista hace a su paciente nos habla de una actitud defensiva del analista que lo mueve a negar aspectos del material, más, si tenemos en consideración que se trata de un analista con una formación psicoanalítica suficiente, pensamos, entonces, que esta parcialidad en la interpretación nos está revelando aspectos de los contenidos de la paciente, que por su intensi­ dad han excitado los correspondientes del analista hasta el punto de que han predominado sobre los demás contenidos. El paciente ha transferido esta actitud defensiva y el analista ha “prestado” sus defensas, semejantes a las del paciente, a esta transferencia. Más adelante en la sesión, el analista logró una comprensión sobre esta reacción contratransferencial defensiva y pudo así comprender e interpretar estas defensas de la paciente. Veamos la teoría de esta actitud contratransferencial. Según nuestra hipótesis psicoanalítica en lo inconsciente de todos los individuos existen contenidos semejantes (por ejemplo el complejo de Edipo y sus deriva­ dos), contenidos que en cada caso adquieren características específicas de

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acuerdo con las experiencias particulares. El analista del ejemplo que esta­ mos comentando posee, entonces, contenidos semejantes a los de su paciente, que comprenden, como es natural, componentes neuróticos, aunque en él no tengan la misma intensidad y actualidad que en la paciente. Ahora bien, cuando el analista, por medio de su atención flotante (evenly-suspended attention) se coloca en una actitud receptiva a la transferencia del paciente, “presta” sus contenidos inconscientes y preconscientes como una “sustan­ cia” sensible que hace posible estas transferencias y que a la vez se excita con las mismas. Estas reacciones del analista, que comprenden las identi­ ficaciones del mismo en función de su paciente, configuran la contra­ transferencia. Esta sensibilidad del analista, a través de su capacidad de identificación con los contenidos del paciente, o lo que es lo mismo, su sensibilidad a las transferencias del paciente, permite al analista un acceso directo a los con­ tenidos del paciente por medio de sus propios contenidos y representaciones excitados por los del paciente. De ahí que la capacidad para conocer los contenidos del paciente está en función directa de la comprensión del ana­ lista, o, en las palabras de Freud, de su capacidad de autoanálisis.18 Cada analista posee unos contenidos específicos dados por la elaboración personal de sus complejos básicos y su mayor o menor sensibilidad para captar, por medio de su atención flotante (evenly-suspended attention), los contenidos inconscientes del paciente, está en función de esta elaboración particular de dichos complejos básicos. Estas circunstancias condicionan que el analista posea resistencias semejantes a las del paciente aunque de una intensidad y calidad diferentes, y digo de una calidad diferente refiriéndome a su mayor “permeabilidad”. De ahí que al analizar el analista al paciente encuentre siempre, confundidas con las resistencias del paciente, las suyas, y que la interpretación hecha al paciente funcione también como una interpretación hecha a sí mismo. Volvamos al ejemplo con el que estamos ilustrando estos conceptos. Habíamos visto que en la interpretación que hace el analista aparece exal­ tada la relación positiva, genital, y negada la relación pregenital, persecu­ toria. De acuerdo con lo que acabamos de decir podemos pensar que esta posición del analista corresponde a sus resistencias ante un material como el que trae la paciente y que es también de él; mas también podemos pensar que es una resistencia que ha sido excitada por la correspondiente del pa­ ciente y que se hace evidente en el analista, y que la podemos conocer a través del insight del analista, quien, al hacer consciente su resistencia com­ prende la del paciente y puede hacer una interpretación más completa. El analista es así un “espejo” que refleja de una manera vivencial contenidos del paciente.

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Este fragmento de sesión, que comprende las primeras asociaciones verbales de la paciente y la primera interpretación, nos revela la fantasía básica que preside toda la sesión, y que se manifiesta en la situación transferencial-contratransferencial que hemos comentado. En lo que siguió de la sesión paulatinamente se fue haciendo consciente en el analista lo que en un primer momento pareció negado, es decir, la transferencia que la paciente hacía en él de un objeto materno castrador y su negación de la identificación con este objeto, transferencia que tenía lugar simultánea­ mente con la genital, positiva. Cuando promediando la sesión, el analista hizo consciente estas identificaciones que configuraban una neurosis de contratransferencia (más adelante volveremos sobre el tema de la neurosis de contratransferencia) pudo, entonces, interpretarle adecuadamente este material a la paciente, haciéndole consciente esta relación persecutoria que había estado latente. La conciencia que el analista alcanzó del “engaño” en el que había estado durante la primera parte de la sesión —y digo engaño porque en esos términos apareció en la sesión— es el resultado del autoanálisis que había realizado el analista, ya que éste conoce que ha estado “engañado” porque su comprensión así se lo hace saber. A la vez el autoanálisis es también el análisis que hace al paciente pues este engaño que descubre es el “engaño” al que recurre la paciente para enmascarar sus contenidos más regresivos. Estas últimas consideraciones nos llevan a comentar nuevamente la unidad indivisible que comprende la transferencia-contratransferencia. Ve­ mos en el ejemplo que el “engaño” que tenía lugar resultaba el “engaño” del analista que era simultáneamente el mismo “engaño” de la paciente, y tan sólo a los fines de una mejor comprensión lo estudiamos desde el lado del analista —contratransferencia—■ y desde el lado del paciente —trans­ ferencia—. Todo el proceso transferencial-contratransferencial lo entendemos en estos términos y el análisis resulta así el tratamiento de una “dipatía”, adoptando un término de Racker. Siguiendo estas ideas encontramos que esa íntima relación entre la transferencia y la contratransferencia implica que si bien las transferencias “dictan” las contratransferencias, a su vez las que podemos llamar contra­ transferencias “dictan” las transferencias. Las posibilidades de transferir del paciente están en función de la capacidad que el analista tiene para identificarse, en mayor o menor medida, con lo transferenciable. Las po­ sibilidades de transferencia son así infinitas tal como lo son las posibilidades de identificación del analista, ya que en su inconsciente el analista posee contenidos semejantes a los del paciente. Sin embargo, el analista, de acuer­ do con sus series complementarias posee una elaboración particular de estos contenidos comunes, de manera que también su disposición para las trans-

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ferencias del paciente posee cierta selectividad. De esta manera, para el establecimiento de la transferencia-contratransferencia tenemos que tener en consideración tanto los contenidos específicos del paciente como los del analista. Es decir: el paciente tiene limitada su transferencia por las ca­ racterísticas de su neurosis que da una predominancia a ciertos ele­ mentos sobre todos los otros. El analista a su vez tiene limitada su capacidad contratransferencial por sus contenidos específicos que darán también una predominancia a ciertos elementos sobre los otros, pero en el analista consideramos que existe una conciencia mayor que en el paciente de sus contenidos y presenta así unas extensas posibilidades contratransferenciales. El analista, por su formación, posee una permeabilidad entre lo consciente y lo inconsciente que hace que la gama de sus posibilidades contratransferenciales sea aun más amplia. Es así como el contenido de la situación transferencial-contratransferencial nos está mostrando mucho más los contenidos específicos del paciente que los del analista. Volvamos al ejemplo para ilustrar lo que acabamos de decir. Nues­ tra hipótesis es que en la paciente existe un fuerte mecanismo de negación de sus aspectos pregenitales que comprenden una intensa persecución. El objeto materno castrador que representa uno de los términos de esta si­ tuación inconsciente resulta disociado y transferido en el analista, quien pasa a ser así el destinatario de esta transferencia. Por otro lado vemos que por la primera reacción del analista éste posee unos contenidos donde elementos semejantes a los que acabamos de citar de la paciente son bastante intensos, lo suficiente para impedirle hacer inmediatamente cons­ ciente esta transferencia. Vemos en este ejemplo cómo se imbrican la transferencia y la con­ tratransferencia hasta el punto de que finalmente nos vemos obligados a considerarlas como un todo indivisible. Tanto el paciente como el analista participan con sus contenidos, de manera tal, que el material emergente es la resultante de ambos componentes: paciente y analista. Ya dijimos que en lo que siguió a este fragmento el analista paulati­ namente hizo consciente esta situación transferencial-contratransferencial y la interpretó adecuadamente al paciente. Es decir que, para poder llegar a esta interpretación el analista, en el curso de la misma sesión, hubo de vencer sus resistencias, comprendiendo lo que estaba “ocurriendo” en la transferencia-contratransferencia y verbalizándolo en la interpretación. Aquí encontramos esa mayor capacidad de conciencialización del analista o, en otras palabras, su mayor permeabilidad entre lo consciente y lo incons­ ciente, o, lo que es lo mismo, sus menores resistencias que posibilitan la interpretación. Dijimos que volveríamos sobre el tema de la “neurosis de contra­ transferencia”. En el ejemplo que estamos utilizando podemos decir que

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el analista, en un primer momento, está experimentando una neurosis de contransferencia, pues está inconsciente de una relación neurótica con la paciente, y su misma primera interpretación es incompleta como conse­ cuencia de esta relación neurótica. También estas circunstancias nos hablan de que el analista tiene contenidos neuróticos no del todo conscientes que hacen posible esta neurosis de contratransferencia. Mas, lo que visto en estos términos puede parecer perjudicial para el desenvolvimiento del tratamiento, motivado por la situación del analista, es lo que encontramos constantemente en el desarrollo de cualquier análisis, claro está, en fun­ ción del material específico de cada caso. El analista está “funcionando” siempre en “neurosis de contratransferencia”; la elaboración de las re­ sistencias, que lleva a la interpretación, comprende el vencimiento de sus propias resistencias, que, aunque con otras características, son también las del paciente, y la buena interpretación que modifica al paciente está mo­ dificando también la contratransferencia, que comprende los aspectos neu­ róticos del analista. Esta es la bipatía a la que se refiere Racker y es lo que en último término interpretamos en nuestro trabajo terapéutico. Esperamos haber podido comunicar a ustedes nuestras ideas básicas sobre los temas de este relato. Quizá la forma de exposición dé lugar a confusiones por la manera compendiada en que hemos expuesto los con­ ceptos y los ejemplos, mas encontramos que ésta era la única manera de encerrar en pocas páginas ideas tan complejas. En cuanto a los ejemplos nos hubiera gustado que fueran muchos para mostrar así en algunas va­ riantes las situaciones esenciales. No nos es posible. De todas maneras este relato contiene elementos suficientes para establecer un diálogo mediante el cual se aclaran aquellas ideas que de alguna manera parezcan oscuras.

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DISCUSIÓN Rudolf Ekstein

(Los Angeles)

El relato que me toca discutir fue escrito para un determinado audi­ torio. Un grupo de colegas identificados con el “objetivo esencial de este Congreso” de llegar a conocernos mejor, sugieren un intercambio de ideas. Así, se dirigen a este auditorio exponiendo sus ideas generales sobre “Transferencia-Contratransferencia”, y las aplicaciones de éstas al trabajo clínico. Yo fui elegido como discutidor porque, según el criterio de los relatores, podría representar lo típico de un auditorio norteamericano. En otras palabras, se me han transferido ciertas expectativas a las que ahora deberé enfrentar. A tal fin me voy a permitir recurrir a una analogía que no se diferencia demasiado de la utilizada en el relato. Me preocupa la naturaleza de las discusiones científicas en el campo del psicoanálisis, la naturaleza de la eterna elaboración que es necesaria para poder proseguir con el trabajo y para lograr mejores formulaciones y aplicaciones técnicas. Así es que me baso en el concepto de que la producción científica podría considerarse como un tipo especial de elabo­ ración de residuos contratransferenciales, una especie de elaboración más afín con la naturaleza del acting-oul. Hacemos público nuestro trabajo con el paciente, que generalmente es custodiado por el secreto que se estable­ ce en el consultorio, y lo compartimos con nuestros colegas, lo presentamos a un auditorio, restableciendo así una experiencia del pasado. Sugiero que la conciencia que tenemos de este tipo especial de acting-out es la causa de la escasez de relatos clínicos y nos lleva a la protección defen­ siva que sentimos cuando insistimos en la teoría, en la formación de conceptos y cuando preferimos discutir las diferencias ideológicas en lugar de recurrir a datos clínicos en bruto. Entonces, cuando actuamos en esta forma seleccionamos un auditorio y al granjearnos su simpatía logramos su aprobación. Algunas veces, sin embargo, superamos incluso el deseo de aprobación que es una especie de transferencia al auditorio con expectativas positivas

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de un superyó benévolo, y deseamos entonces una discusión que también nos enseñe algo nuevo. Estoy por lo tanto tentado de imaginar a los autores de un relato como estableciendo una especie de neurosis transferencia! con el auditorio, que es considerado frecuentemente pasivo, benévolo y atento, pero que también es temido como un objeto interno activo, castrador y devorador que hace revivir imágenes paternas hostiles. El discutidor que representa a este auditorio, a este psicoanalista colectivo, puede ser visto entonces ya como un terapeuta benévolo, o como una expresión hostil, agresiva, devoradora y mordaz de estas expectativas negativas y paranoides. Confío en que recordarán que recurro a este concepto sólo como una analogía. Sugiero, entonces, a medida que prosigo con la analogía, que el “diálogo” al que invitan los autores de este relato, representa la unidad inseparable de reacciones transferenciales y contratransferenciales. Como estoy llevando esta analogía a sus últimos extremos, quiero tener presente que una discusión entre analistas implicaría más que lo que el simple término transferencia-contratransferencia indica, y naturalmente sostengo lo mismo para el proceso del tratamiento. Al escuchar la lectura del relato me encuentro en una posición se­ mejante a la del analista escuchando al paciente. Escucha y trata de iden­ tificarse con la posición que el paciente ha adoptado. Trata de compren­ derlo y de desarrollar su empatia con el fin de captar el significado inconsciente que subyace en el contenido manifiesto. Encontrará que muchas veces se sobreidentifica con el paciente y, entonces, deberá corregir este peligro que es realmente un peligro contratransferencial, capacitándose para establecer la distancia necesaria para penetrar en el significado incons­ ciente, tanto en términos de contenido como en términos de resistencia. Esto es válido también para aquel que escucha la lectura de relatos. Mi propia experiencia en un principio fue la de una identificación positiva con el material, que no se diferencia demasiado de la del analista del ejemplo clínico, quien pensó que la paciente había vuelto a su casa a cam­ biarse con el solo objeto de que él la viera más bonita. Estoy de acuerdo con lo que antecede en múltiples aspectos. Es in­ dudable que el problema de la contratransferencia ha encontrado su lugar un tanto tardíamente en nuestra literatura. Es de gran utilidad crear el modelo de técnica psicoanalítica que permita la explicación del proceso técnico como un interjuego entre paciente y analista, permitiéndonos así establecer la unidad funcional entre las vicisitudes de la transferencia y la contratransferencia. Agradezco a los autores que hayan insistido en el hecho de que el concepto de transferencia había sido desarrollado por Freud antes de su aplicación en el procedimiento técnico propiamente dicho. La mayoría

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de los analistas generalmente consideran a la transferencia sólo como la repetición de la neurosis infantil, como el revivir característico del proble­ ma infantil en la persona del analista. En La interpretación de los sueños, sin embargo, se utiliza el concepto de transferencia para describir un proceso no ya interpersonal sino “endopsíquico”. Kohut y Zeitz han insis­ tido sobre el particular.1 * Si bien es importante recordar la naturaleza endopsíquica del con­ cepto originario de transferencia, debemos destacar también el hecho de que este concepto, que es metapsicológico, fue desarrollado dentro del mar­ co referencial del modelo topográfico. Siempre que nos basemos exclusi­ vamente en el modelo topográfico creo que es necesario desarrollar los conceptos de transferencia y contratransferencia en forma muy semejante a la que lo han hecho los autores en este relato. No encuentro ninguna razón para desechar el modelo topográfico y, por lo tanto, puedo llevar a cabo una discusión psicoanalítica basada en el mismo, aprobando los conceptos presentados. Después de la introducción del modelo topográfico en 1900 en La interpretación de los sueños, en 1923 aparece El yo y el ello con la intro­ ducción del modelo estructural de la personalidad, seguido por El yo y los mecanismos de defensa en 1936, y La psicología del yo y el problema de adaptación en 1937. Nos vimos enfrentados con el advenimiento de la psicología del yo. Me parece apropiado referirnos al trabajo del ana­ lista en términos de neurosis contratransferencial siempre que apliquemos en primer lugar el modelo topográfico. Pero, dentro de este modelo, creo que tendría sentido hablar de la discusión científica también en términos de transferencia al auditorio y en términos de contratransferencia del discutidor. Creo, sin embargo, que el modelo estructural permite superar esta analogía. La situación analítica no puede entenderse únicamente como una rela­ ción entre un paciente enfermo y un analista menos enfermo —este último * Sólo el proceso secundario es pasible de ser observado directamente. Las propiedades del proceso primario deberán inferirse a partir del estudio de las per­ turbaciones y distorsiones características que soporta el proceso secundario cuando está bajo la influencia del proceso primario. Freud (1900) utilizó originariamente el término “transferencia” para designar la influencia del proceso primario sobre el proceso secundario (la penetración de contenidos y fuerzas psíquicas inconscientes en pensamientos, sentimientos o deseos preconscientes). Es importante destacar que la transferencia, en su significado original, se refería esencialmente a un proceso endopsíquico y no interpersonal. Un pensamiento obse­ sivo, por ejemplo, es un fenómeno transferencia!. El contenido del pensamiento (“¿Habré apagado el gas de la cocina?”) corresponde al proceso secundario; la inexorable insistencia con que irrumpe, sin embargo, traiciona el hecho de que no pertenece totalmente al pensamiento racional, sino que se origina en parte en las capas más profundas de la mente, y que alguna de las fuerzas que la sostienen poseen las cualidades de un impulso irreprimible.

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estaría, por lo tanto, dotado de “una mayor permeabilidad entre consciente e inconsciente”—, sino como una relación en la que al paciente y al ana­ lista les corresponde una función distinta, un propósito diferente, principios de selección distintos en el uso del método llamado psicoanalítico. Habla­ mos de la organización psíquica del paciente en términos de una moderada disociación del yo, libre asociación y fuerzas regresivas por un lado y, por el otro, en términos de observación e identificación con la labor interpre­ tativa, siendo ambas actividades del yo llevadas a cabo dentro del contexto de la neurosis transferencia! en desarrollo y de las resistencias a ese facsí­ mil de la neurosis infantil también en desarrollo. Podríamos también hablar de una especie de disociación técnica en el yo del analista siendo la atención flotante la contraparte de la asociación libre y las intervenciones técnicas e interpretativas del analista la contra­ parte de la observación e identificación con el proceso analítico. Estas intervenciones interpretativas no surgen o se basan simplemente en reac­ ciones contratransferenciales, sean positivas o negativas,- sino en un co­ nocimiento técnico y un modelo teórico. El modelo teórico que utiliza el analista, por ejemplo, el tipo de modelo de aparato psíquico que aplica, determinará la forma en que seleccionará lo que escuche y en que trans­ formará la atención flotante en acción técnica en forma semejante a como el trabajo del sueño transforma el contenido latente en contenido manifiesto. La selección que hagamos en el ordenamiento de nuestros datos en tér­ minos del concepto de personalidad en el cual nos basamos, también tendrá mucho que ver con el problema de incluir la empatia y los “puntos ciegos” en el concepto de transferencia. ¿Nos referimos en realidad a la empatia como contratransferencia, como transferencia concordante, y consideramos los “puntos ciegos” como “transferencia complementaria”, como la identi­ ficación del objeto interno negativo del paciente? ¿Deberíamos suponer en realidad que en el analista se presenta una neurosis contratransferencial así como la neurosis transferencia! se da en el paciente ? Quizá pueda esclarecer mejor algunos de estos puntos si recurro a los mismos ejemplos que utilizaron mis colegas para ilustrar su tesis. Citan al paciente que dice: “Llegué tarde porque fui a casa a cambiarme para abrigarme. Estoy con un poco de temperatura, pero no le voy a hacer mucho caso porque esta noche tengo que darle la clase al grupo. Estos días me quise cuidar mucho para estar bien hoy. El sábado fui a la pileta y al salir ¡tuve un frío tan grande!

El analista, que desde un principio pensó que la paciente realmente se había cambiado para estar mejor vestida para él, interpreta:

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“Me parece que fue a cambiarse para estar más presentable ante mí.” Freud nos ha enseñado que es tarea del analista “someterse a su propia actividad mental inconsciente, en un estado de atención flotante, para evi­ tar en lo posible la reflexión y la construcción de expectativas conscientes sin tratar de fijar en su memoria nada en particular de cuanto escuchó y, por este medio, captar la dirección del inconsciente del paciente con su propio inconsciente” Sin tener en cuenta el éxito que resultaría de seguir el consejo de Freud, el analista no se liberará completamente —ni debe hacerlo— de los principios de selección que le fueron enseñados durante su formación. Puede muy bien escuchar a esta paciente y darse cuenta de que el mate­ rial manifiesto es una queja constante. Se retrasó y está afiebrada, está aterida y siente que no la cuidan debidamente, y sintió frío al salir del agua, etcétera. No obstante, podemos ver que, además de acusar al analista y de ver en él al padre negativo, al padre negligente y censurador, el ana­ lista puede comprobar que la dirección del significado inconsciente también se refiere a una capa más profunda de expectativas y fantasías positivas acerca del analista. Diría que estas expectativas positivas no son necesa­ riamente expectativas genitales. No concuerdo con la idea de que lo pre­ genital es generalmente persecutorio, ni tampoco de que una relación geni­ tal es realmente positiva, tal como esta interpretación determinada del analista pareciera enfatizar. Yo personalmente preferiría evitar todo comentario cualitativo tal como negativo y positivo, para no incurrir en caracterizaciones de juicio poco objetivo sobre material analítico que transformarían fácilmente las interpretaciones analíticas en preceptos morales. Puedo comprender cómo este analista es capaz de captar la excitación sexual de la paciente a través de su confesión de que está afiebrada; sin embargo, ella ha aprendido a controlar tal excitación porque ha sido capaz de vivir su análisis como una experiencia de aprendizaje, como una clase. ¿Por qué debemos su­ poner que ella está utilizando defensas racionales exclusivamente, y no que, por lo contrario, a través de la labor interpretativa ha logrado un insight incipiente, una explicación racional para su dificultad? Cuando dice que quiere sentirse bien hoy, se refiere a la exigencia de que quiere llegar a ser cada vez más independiente para agradar así al analista. Siente frío cuando termina la sesión, y señala su anhelo de vol­ ver a la sesión. Describe la constante lucha entre el deseo de independencia y el de dependencia. Desafía al analista y llega tarde, pero realmente desea hacerse querer y por ello se pone ropa nueva. Se siente excitada, atraída, estimulada, pero quiere dominar la tentación. El ello y el superyó han entrado en conflicto. El yo está tratando de resolver el conflicto mediante su esfuerzo de sentirse bien hoy y de ser independiente.

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No considero que los comentarios que he hecho y que expresan el significado del material en términos estructurales, sean más válidos que los formulados por los autores en su relato cuando interpretaron el párrafo principalmente en términos topográficos. Sólo sugiero que es fácil interpre­ tar cualquier tipo de párrafo extraído del material de un paciente en térmi­ nos de la subestructura teórica aprendida para ordenar el material y darle significado. Tal fundamento teórico se haría peligroso si condujera siempre a las mismas conclusiones a pesar de modelos de personalidad diferentes, síntomas diferentes, distintos estadios en el tratamiento, etcétera. Ahora bien, es indudable que la dirección del inconsciente del paciente, que el analista deberá captar al someterse a la atención flotante, algunas veces no está a su alcance debido al tipo de dificultades contratransferenciales que minan la empatia. Podrá intentar entonces salvar la situación tratando de captar un elemento dominante en el material que, en realidad, no lo es y que por lo tanto lo conducirá a formular interpretaciones que no concuerdan con el aspecto básico del mismo. Hemos llegado ahora al hecho de que el relato expresa un punto de vista que se refiere al problema de los aspectos decisivos en el análisis de un paciente, basados, en mi opinión, por una parte en el modelo topográ­ fico aportado por Freud y, por la otra, en ciertos conceptos sobre la vida psíquica temprana desarrollados por Melanie Klein y su escuela. Las dife­ rencias de opinión que existen en este sector son demasiado conocidas para que vuelva a repetirlas aquí. Sin embargo, entiendo que hay algo que nos une y que trasciende la “transferencia” del relator y del discutidor, y que también trasciende la “contratransferencia ” del que escucha y reacciona ante el relato. Sugiero que los problemas de etiología son realmente problemas ocultos en lo que se refiere a la aplicabilidad de modelos del aparato psíquico, a intervenciones técnicas y a la labor interpretativa.2 No sugiero el retorno a la observación directa de niños de corta edad con el fin de decidir cuál es la manera más apropiada de considerar un mismo material. La exacti­ tud - de una intervención técnica no puede determinarse, en mi opinión, exclusivamente a partir de suposiciones sobre el funcionamiento psíquico temprano. La prueba decisiva de la exactitud de la intervención técnica yace en el futuro y deberá ser verificada mediante la experimentación por la cual predecimos las consecuencias de las intervenciones técnicas y ela­ boramos métodos de verificación que son necesarios en cualquier proce­ dimiento científico. El analista ha recibido, a través de su formación, algo más que una mayor permeabilidad entre consciente e inconsciente entre los diferentes aparatos y organizaciones psíquicas —ello, superyó y yo—; también ha aprendido un método. Un método científico es pasible de una investiga­

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ción exhaustiva. Y es por esta razón que sugiero que permitamos que el diálogo entre nosotros evolucione en el sentido de que se considere cada vez más el dato clínico. Estos datos clínicos no deberán servir simple­ mente como ilustración de nuestros conceptos; casi me atrevería a sugerir que invirtamos el método y que utilicemos nuestros conceptos como ilus­ traciones del material clínico. Si me identifico con el marco referencial teórico presentado, encuen­ tro que concuerdo plenamente con el análisis del proceso que nos permite una mejor comprensión de la mente activa del analista. Creo sinceramente que las diferencias de opinión basadas en el hecho de que me identifico también con modelos posteriores de organización psíquica, conducirán a una síntesis provechosa si logramos superar la primera “resistencia” a verdaderos intercambios científicos, en especial la utilización de un exceso de teoría, y si logramos que nuestras teorías y el material clínico marchen a la par, realizando estudios referentes a la predicción y al resultado. He expresado esta opinión en otra oportunidad al parafrasear a Marx: “Los analistas han interpretado a sus pacientes de muy diversas formas; sin embargo, su tarea es curarlos”.2

Bibliografía 1. Kohut, H. y Seitz, Ph.: Concepts and Theories of Psychoanalysis. En: Concepts of Personality. Joseph M. Wepman y Ralph W. Heine. Chicago, Aldine Publishing Co., 1963. 2. Ekstein, R.: The Nature of the Interpretative Process. En: Children of Time and Space of Action and Impulse: Clinical Studies on the Psychoanalytic Treatment of Severely Disturbed Children and Adolescent. Nueva York, Appleton-Century-Crofts, 1966, 125-147. 3. Freud, S.: Psychoanalysis. En: Collected Papers. Londres, Hogarth Press, 1955.

SÍNTESIS CRÍTICA León Grinberg, Marie Langer y Emilio Rodrigué

Los temas de la segunda jornada habían empezado ya a ser tratados en el primer día del Congreso durante la exposición del “Proceso ana­ lítico”. Se habían hecho resaltar diferencias y semejanzas de criterios tanto en los relatos y correlatos como en la mesa redonda. No era de extrañar tal anticipación ya que los conceptos sobre transferencia y contra­ transferencia no podían faltar en la descripción del proceso analítico. Pero la discusión a fondo se esperaba para cuando se replanteara la vieja dis­ crepancia entre la “neurosis de transferencia que se establece sólo y cuando...” versus “transferencia desde el primer contacto entre analista y analizado”, y la “contratransferencia como obstáculo y falla que puede presentarse esporádicamente” versus “contratransferencia siempre presente”. El tema de la transferencia sufrió una vicisitud peculiar. La mayoría de sus expositores frustró la expectativa de los que esperaban una discu­ sión “jugosa” y hasta francamente polémica. Obviamente, la confronta­ ción directa entre las dos posiciones divergentes fue evitada. ¿Por qué? y, ¿de qué manera? Resulta más fácil descubrir el cómo se evitó la con­ troversia.- Casi ninguna de las ponencias desarrolló el tema plenamente, sino que encararon más bien aspectos parciales y ciertas derivaciones del fenómeno transferencia!. Así, por ejemplo, la doctora Greenacre (Nueva York), que destacó su “omnipresencia” en las relaciones humanas, se refi­ rió en forma bastante escueta al concepto de transferencia y sólo para puntualizar que contenía las semillas de la idealización del analista, área en la que se extendió explícitamente, como lo señalamos en otro lugar. También el doctor Kohut (Chicago) prefirió ocuparse exclusivamente de algunos aspectos de la transferencia en las personalidades narcisistas. Estudió específicamente dos calidades de la misma a las que denominó transferencia idealizadora y transferencia gemelar respectivamente. La pri­ mera estaría basada en una temprana desilusión traumática frente a padres idealizados que lleva a la represión de esa imago parental. La carencia de un superyó idealizado determina entonces la búsqueda afanosa de la

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idealización del analista sobre todo en los primeros períodos del análisis. La transferencia gemelar surgiría por reactivación del self narcisista repri­ mido y debe su nombre a que en los sueños de estos pacientes aparece con cierta frecuencia una relación con una persona de gran semejanza fí­ sica, como si fuera un hermano gemelo. No sabemos hasta dónde se justifican estas denominaciones, tratándose de fenómenos bastantes comu­ nes dentro de las fantasías transferenciales, sobre todo el de la idealización del analista. Con el mismo criterio podríamos hablar de una transferencia perseguidora (o persecutoria), etcétera. Sin embargo, la tesis del doctor Kohut (Chicago) mostró, por otra parte, un marcado paralelismo con las ideas sustentadas por la mayoría de los analistas latinoamericanos, aun cuando su terminología era distinta. Es posible que el doctor Kohut (Chicago) sea el primero en objetar una afirmación de tal índole. Pero tanto los doctores Zimmermann y Pinto Ri­ beiro (Porto Alegre) en su correlato, como varias de las intervenciones de la mesa redonda, coincidieron en señalar tales analogías. Una de las explicaciones reside en el hecho de que el relato encara aspectos de la transferencia y contratransferencia de pacientes narcisistas: precisamente, los analistas que siguen los conceptos kleinianos otorgan particular impor­ tancia a las fantasías inconscientes transferenciales y a los mecanismos defensivos arcaicos que surgen no sólo en las personalidades narcisistas sino también en los períodos regresivos de los pacientes neuróticos. La afirmación sostenida por el doctor Kohut (Chicago) de que los pacientes narcisistas mantienen la ilusión de haber convertido al analista en una “ex­ pansión de su propio self” y al que tratan de controlar con la “certeza irre­ futable de la vivencia de control sobre su propio cuerpo y mente” encierra una llamativa semejanza con el concepto de identificación proyectiva. Es sugestivo que la doctora Zetzel (Boston), al comentar en la mesa redonda el relato del doctor Kohut (Chicago), haya puntualizado, entre otras cosas, que aquél contenía “hechos que son compatibles con el con­ cepto kleiniano de la identificación proyectiva ya que hace referencia al self del paciente que incluye al analista idealizado al que cree controlar”. En otro pasaje agrega que “la técnica aplicada para el tratamiento de estos pacientes (por el doctor Kohut, Chicago) está más vinculada con la kleiniana”. Claro que estas observaciones de la doctora Zetzel (Boston) llevaban implícito un espíritu crítico. Según el doctor Kernberg (Topeka), lo descripto por el doctor Kohut (Chicago) representaba una relación interna de objeto actuada en la relación entre paciente y analista. Agregó que, desde el punto de vista de la psicología del yo, esta relación interna de objeto actuada en la transferencia es un complejo de estructuras. En el relato de los doctores Aberastury y colaboradores (Buenos Aires) se sintetiza el pensamiento original de Freud acerca de la transferencia,

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acentuándose que se trata de “nuevas ediciones o reexperiencias de impulsos y fantasías” pero “aplicadas a la persona del médico en el momento actual”. Sobre dicha base, los autores sostienen que la transferencia participa de las características de atemporalidad del inconsciente y de la temporalidad del preconsciente. Lamentablemente, este concepto no está desarrollado ni fundamentado y deja sin aclarar aspectos de la naturaleza del fenómeno transferencia! que apuntan hacia la problemática del cuándo y del cómo opera, y de si existen o no momentos atransferenciales (concepto desarrolla­ do por E. Rodrigué, Buenos Aires). El doctor Ekstein (Los Angeles), en su correlato, se manifestó de acuerdo con algunas de las ideas expresadas por el grupo argentino, especialmente cuando señalan que Freud había desarrollado el concepto de transferencia antes de su aplicación al procedi­ miento técnico. Mencionó un artículo de Kohut y Seitz en que estos auto­ res citan a Freud (1900) definiendo originalmente la transferencia como “la influencia ejercida por el proceso primario sobre el proceso secundario (penetración de impulsos y contenidos psíquicos inconscientes en los pen­ samientos preconscientes)”; de este modo —según ellos— la transferencia en su significación original se refería esencialmente a un proceso endopsíquico y no interpersonal. Este punto no fue retomado en la mesa redonda, quedando marginada así la discusión de otra importantísima cuestión como lo es el de las relaciones objétales y la de la hipotética existencia de una transferencia anobjetal. Curiosamente, surgió un mayor acuerdo entre exponentes de ambas ideologías en la crítica a los conceptos sobre transferencia vertidos por el doctor Kemper (Río de Janeiro). El punto de partida de su relato fue el de la postulación de la transferencia y de la contratransferencia como fe­ nómenos normales de la vida cotidiana, independientemente de su signi­ ficado específico psicoanalítico; objetó, en otro momento, la importancia otorgada a las interpretaciones transferenciales sosteniendo que aún sin ellas era posible conseguir buenos éxitos analíticos. Los doctores Whiting e Infante (Santiago de Chile) expresaron su desacuerdo con dicho criterio y afirmaron que tales éxitos no podían ser considerados analíticos; criti­ caron también la prioridad terapéutica otorgada por el doctor Kemper (Río de Janeiro) a la forma sobre el contenido de las interpretaciones trans­ ferenciales ya que forma y contenido deben estar forzosamente integrados y no disociados en una interpretación. El doctor Briehl (Beverly Hills) tam­ bién se opuso categóricamente a los así llamados “éxitos analíticos sin interpretaciones transferenciales” señalando que la eliminación de estas últimas modifica esencialmente la naturaleza del proceso terapéutico, en cuyo caso ya no se podría hablar de psicoanálisis sino “de cualquier otra cosa”. Objetó igualmente la dicotomía enfatizada por el doctor Kemper (Río de Janeiro) de forma y contenido de la interpretación transferencia! inter-

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calando una aguda frase de Hamlet: “Adecuad la acción a la palabra y la palabra a la acción.” Por nuestra parte, quisiéramos comentar un punto del relato del doctor Kemper (Río de Janeiro) y es el de la reiterada analogía que establece entre sueño y transferencia. Si bien nos pareció de interés tal enfoque, creemos que fue desaprovechado, limitándose al señalamiento de que “en ambos hay un contenido manifiesto y otro latente”, “multiplicidad de sig­ nificados” y que “ninguno de ellos es copia fiel de hechos reales”. Hubié­ ramos preferido una mayor profundización en un paralelismo potencial­ mente tan rico, siguiendo quizá la línea que desarrolló Bertram Lewin en su trabajo “Psicología del sueño y la situación analítica”. El doctor Rangell (Los Angeles), se refirió también en su relato al trabajo de B. Lewin pero agregó que, mientras que el sueño en su producto final tiende a dis­ frazar su contenido, el trabajo analítico procura revelarlo y comprenderlo. Habíamos dicho que, además de los temas principales, surgieron otros emergentes que centraron el interés de la concurrencia. Uno de ellos fue el de la idealización. Hubo acuerdo general en que cierto grado de idealización del analista era inevitable, ya que la situación transferencia! lleva intrínseca la relación madre-bebé y niño pequeño-madre-padre. En cambio, la sobreidealiza­ ción es patológica y puede convertirse en obstáculo técnico del proceso analítico. Sus causas pueden ser múltiples. La doctora Greenacre (Nueva York) destacó en su relato que tanto la maldad como la ausencia real de los padres podían llevar, en un intento de negación, a la sobreidealiza­ ción. Señaló, además, otra causa desencadenante que consideraba especí­ fica: pacientes que en su infancia habían compartido durante tiempo prolongado el dormitorio de sus padres, creaban una versión idealizada de la pareja parental, para poder negar el doloroso impacto de la escena pri­ maria. Estos conceptos fueron ilustrados con material clínico. En la situa­ ción analítica, la reactivación de esa experiencia causaba la sobreideali­ zación del análisis o del analista. Frente a este planteo surgió una discusión movida. Tanto los repre­ sentantes del Norte como los del Sur, postularon la necesidad de incluir el concepto de fantasía en el proceso; objetaron la referencia exclusiva a los sucesos externos del pasado del paciente ya que configuraba tan sólo uno de los elementos de la serie complementaria provocadora de este tipo de cuadro. Se llegó así a un acuerdo sobre la consideración genética del trauma aunque hubo diferentes formulaciones. Ello fue destacado por el doctor Kernberg (Topeka) —bilingüe no solamente en el terreno idiomático, sino también en el de su formación analítica y en el de su esquema referencia!— quien señaló que, mientras que los analistas del Norte ha-

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biaban en términos de “fantasía reprimida”, los del Sur subrayaban la importancia de la “fantasía inconsciente”. El doctor Kemper (Río de Ja­ neiro) equiparó a este último término kleiniano con el de “deseos infan­ tiles” de Freud. Esta equiparación no es sostenible ya que la fantasía inconsciente no abarca únicamente deseos sino también temores, procesos defensivos, sensaciones físicas, etcétera. También el relato del doctor Kohut (Chicago) estuvo dedicado parcial­ mente a la idealización patológica pero la vinculó específicamente al con­ cepto de narcisismo. Mencionó el “self narcisista” del niño que, urgido por las frustraciones, delegaba parte de su perfección en una “imago idea­ lizada” de los padres. Más adelante la represión de tales imagos formará la base de la idealización patológica del analista por parte de los pacien­ tes narcisistas. El doctor J. L. González (México) llegó en su rastreo de la idealización hasta la vida intrauterina, apoyándose especialmente en las teorías de Arnaldo Rascovsky (Buenos Aires) sobre el psiquismo fetal. Atribuyó la raíz profunda de la idealización como la de los mecanismos implicados en ella (omnipotencia, pensamiento mágico, negación, etc.) a la relación feto-vientre. El doctor R. Sterba (Detroit) •—con todo el peso de su experiencia vivi­ da cerca de Freud— fue quien delineó, en forma clara y precisa, el concepto clásico de idealización. Agregó que él no consideraba que las primeras proyecciones de omnipotencia pudieran ser denominadas “idealización”, ya que esto implica una capacidad valorativa y conceptual que sólo puede surgir en estadios más avanzados del desarrollo, cuando queda estable­ cido el yo ideal. Con todo, sería útil consignar que tanto el doctor Sterba (Detroit) como la doctora Greenacre (Nueva York) destacaron el carácter defensivo de la idealización aproximándose de este modo al criterio kleiniano que lo inclu­ ye entre las defensas de la posición esquizoparanoide. Para el doctor Rolla (Buenos Aires) ■—que intervino en la discusión de la mesa redonda— la sobreidealización sería un sustituto de la capacidad de pensar —pertur­ bada— al mismo tiempo que una expresión de la patología del vínculo bueno. Otro emergente de interés y muy ligado al tema anterior, fue el del narcisismo. El doctor Kohut (Chicago) fue quien lo introdujo en su relato con una connotación reivindicatoría ya que, por lo general, este término fue usado peyorativamente, implicando un contenido patológico. El doctor Kohut (Chicago) intentó demostrar cómo el narcisismo bien integrado al yo y al superyó refuerza funciones importantes de la personalidad. En otro mo­ mento se refirió al “narcisismo primario” y al “equilibrio narcisista” sin

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definir ni aclarar suficientemente estos conceptos. Eso le fue objetado en la discusión de la mesa redonda. Aunque en su respuesta no lo aclaró total­ mente, enfatizó que, a su juicio, “la antítesis del narcisismo no es la rela­ ción objetal, sino el amor objetal”. Como en los aportes clínicos de su relato se refirió al “self narcisista” de los pacientes que idealizan al objeto, nos preguntamos hasta qué punto no confundió el narcisismo con la ideali­ zación, como si se tratara de sinónimos, y también en qué medida su con­ cepto de narcisismo primario no corresponderá al del narcisismo secundario. El doctor Avelino González (México) retomó el concepto del narcisismo, tal como lo desarrolló el doctor Kohut (Chicago), agregando que era nece­ sario un cierto grado de narcisismo sublimado para funcionar efectivamente en la vida. Lo relacionó con la creatividad artística y con una mayor “con­ ciencia de sí mismo” para el yo. Para los doctores Pinto Ribeiro y Zimmermann (Porto Alegre), tanto el “self narcisista” como la “imago parental” descriptos por el doctor Kohut (Chicago) correspondían a fantasías inconscientes peculiares a una relación objetal primitiva tal como la conceptualiza la teoría kleiniana. Quisiéramos acotar en lo que a este punto de la discusión se refiere que fue Paula Heimann la que resolvió el dilema. Apoyándose en una de las teorías de Freud destacó que, si se presuponía que el autoerotismo precediendo al narcisismo era objetal, también la catexia narcisística temprana debería estar dirigida a un objeto. Diferenció la dinámica del proceso autoerótico y del narcisístico, diciendo que el primero se manifestaba como un volcarse hacia un objeto interno gratificante, mientras que el segundo como la fuga de un objeto externo frustrador. Quisiéramos referirnos ahora brevemente a la discusión de los aspec­ tos técnicos contenidos en algunos de los trabajos presentados. El que despertó más interés fue el de la función específica del analista. Mientras que el doctor Kohut (Chicago) destacó la necesidad de ser cauteloso con el paciente narcisista, evitando las interpretaciones prematuras, varios par­ ticipantes de la mesa redonda y predominantemente analistas argentinos, sustentaron un criterio similar pero basado en otro esquema referencial. Para ellos, lo esencial era la capacidad del analista de poder recibir todo lo proyectado por el paciente, contenerlo, metabolizarlo e interpretarlo en el momento adecuado. La necesidad misma del paciente de que el analista le sirva de continente, puede ser objeto de una interpretación. En cam­ bio, el doctor Kohut (Chicago) sostenía no interpretar en estos casos, para impedir que la idealización se retraiga de vuelta al self del paciente. Ambas modalidades técnicas configuran una noción de timing, pero basadas en fundamentaciones diferentes. En cuanto al contenido de la interpretación, hubo aportaciones intere­ santes de la mesa redonda, especialmente referidos a uno de los ejemplos clí-

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nicos del doctor Kohut (Chicago). Para el doctor Liberman (Buenos Aires) la paciente provocaba aburrimiento al analista debido a su desconexión y porque su verbalización no transmitía información. Por lo tanto, sugería como interpretación posible, mostrarle a la analizada su propio aburri­ miento, puesto que se daba cuenta de que no le hablaba a su analista, sino que sentía sus palabras como monólogo. Por su parte, el doctor Garma (Buenos Aires) sostuvo que si el doctor Kohut (Chicago) se hubiera dejado guiar por su sensación contratransferencial de aburrimiento, hubiese podido interpretar a la paciente que ella proyectaba la imagen de su madre depresiva e indiferente en él. El tema polémico por excelencia de todo el Congreso lo constituyó la contratransferencia. Aquí las diferencias de criterio fueron casi polares. Así, con respecto a la transferencia las divergencias se centraron en torno de cuándo se inicia ésta, cuánto de la personalidad implica, hasta dónde debe ser interpretada, etc. Con la contratransferencia, en cambio, la dis­ yuntiva fue categórica: unos pensaban que era un síntoma; otros, un instru­ mento. El doctor Rangell (Los Ángeles) ya lo había anticipado durante el primer día del Congreso al destacar que tanto él como sus colegas del Norte limitaban el concepto de contratransferencia a “las reacciones inapro­ piadas por parte del analista provenientes de su inconsciente como con­ traparte de la transferencia que surge del inconsciente del paciente”, y no a “la totalidad de las actitudes emocionales que incluye la amabilidad, la calidez, la humanidad, etc.”. Pensamos que, si bien esta definición parece representar la posición de la mayoría de los analistas norteamericanos, hubo autores de esta corriente analítica que puntualizaron criterios diferen­ tes. Entre ellos, el doctor Max Gitelson, citado en uno de los relatos sobre “El proceso analítico”, distinguió dentro del complejo fenómeno contratransferencial “las reacciones del analista frente al paciente como un todo” y “sus reacciones frente a aspectos parciales del paciente”. Según él, me­ diante el análisis de su contratransferencia, el analista puede por lo tanto “reintegrar su posición como analista y... utilizar el factor perturbador... con el propósito de analizar su explotación por parte del paciente”. La historia del desarrollo de la contratransferencia como instrumento es importante. Nació en Londres y luego vino al Río de la Plata. De ahí el interés del relato argentino, que dedica dos tercios de su extensión al tema. Aberastury y colaboradores (Buenos Aires) historian el desarrollo del concepto de la contratransferencia cognitiva, partiendo de P. Heimann y de­ teniéndose en E. Racker. Este último fue quien realizó el aporte más com­ pleto y fecundo sobre la contratransferencia, siendo sus estudios casi exhaustivos acerca de las diferentes vicisitudes que se presentan en la consideración de sus aspectos positivos y negativos. Consideró primera­

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mente una neurosis de contratransferencia, expresión patológica que puede poner en peligro la prosecución de un análisis, en la que distinguió una contratransferencia directa de otra indirecta. Se ocupó luego de la dinámica de la contratransferencia total diferenciando la contratransferencia con­ cordante de la complementaria. Si bien esta contribución es muy impor­ tante, hubiera sido útil que los autores señalaran contribuciones ulteriores, tales como las del doctor F. Cesio (Buenos Aires) —uno de los relatores— y la del doctor L. Grinberg (Buenos Aires). El doctor Grinberg (Buenos Aires), por ejemplo, siguió esta línea de profundización de los fenómenos contratransferenciales y estudió una reacción parcial y específica del analista, provocada por las identificaciones proyectivas del paciente, por las que aquél, parasitado por emociones que confunde como propias, se “ve llevado pasivamente a actuar los roles que activa e inconscientemente el analizado ‘forzó’ dentro suyo”. El doctor Grinberg (Buenos Aires) acuñó para esta reacción el término de “contraidentificación proyectiva”. Quisiéramos consignar que, al referirse el doctor Kohut (Chicago) a ciertos fenómenos contratransferenciales, por ejemplo, que el analista pue­ de rechazar la transferencia idealizadora debido a sus propias tensiones narcisistas o intenta retraerse “por temor a ser arrastrado por la organi­ zación narcisista de otra persona”, se acerca mucho a los conceptos de contratransferencia complementaria de Racker y de contraidentificación proyectiva de Grinberg, aceptados por muchos de los analistas del cono sur. Estas líneas de pensamiento de los autores últimamente citados ponen de relieve —como lo señalaron los doctores Whiting e Infante (Santiago de Chile)— la importancia de la contratransferencia en la interpretación transferencia! y encuentran su ubicación más adecuada en el marco de referencia teórico destacado por M. y W. Baranger al considerar la situa­ ción analítica como un campo dinámico. Los doctores M. y W. Baranger desarrollaron el concepto de que “la situación analítica debe considerarse como una situación de dos personas indefectiblemente ligadas y com­ plementarias... e implicadas en un mismo proceso dinámico. Ningún miembro de esta pareja es inteligible dentro de la situación sin el otro”. Por lo cual agregan enfáticamente que “no se quiere decir otra cosa cuan­ do se recomienda, con justa razón, por cierto, utilizar la contratransfe­ rencia como instrumento técnico”. Puede afirmarse que este tema fue el que, sin lugar a dudas, centró más la discusión a esa altura del Congreso. Los doctores Pinto Ribeiro y Zimmermann (P. Alegre) sintetizaron, en su correlato, la evolución del concepto de contratransferencia destacando su opinión personal en el sen­ tido de considerar la posición emocional normal del analista con respecto a su paciente como una relación objetal semejante a cualquier otra donde

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funcionan mecanismos proyectivos e introyectivos. Advierten, sin embargo, que tal posición emocional normal dependerá esencialmente de la solución, favorable de los problemas narcisistas y de la resolución positiva de los conflictos vinculados con los objetos primitivos del analista. El doctor Kemper (Río de Janeiro) insistió también en que la transfe­ rencia y la contratransferencia son fenómenos espontáneos que “ocurren” porque están siempre latentes y que constituyen una unidad funcional. Este concepto fue retomado en el relato argentino. Los doctores J. Infante y C. Whiting (Santiago de Chile), al comentar el relato del doctor Kemper (Río de Janeiro), destacaron los principales usos del término contratransferencia: a) actitud inconsciente del analista ha­ cia su analizado; b) “escotomas” o “puntos ciegos” del analista por conflic­ tos personales reprimidos; c) mecanismos especiales por los que el analista puede captar conflictos del paciente y d) la reacción emocional total del analista hacia el paciente. Objetaron la afirmación del doctor Kemper (Río de Janeiro) en el sentido de que “la transferencia del paciente es siempre imagen fiel de la conducta y de la técnica analítica del terapeuta”. Sostu­ vieron que, de ocurrir así, se trataría de una contratransferencia perturbada. En su respuesta a las intervenciones de la mesa redonda, el doctor Kohut (Chicago) señaló que adscribía tres posibilidades metapsicológicas al con­ cepto de contratransferencia: 1) sería una especie de transferencia pero en la dirección del pasado reprimido con ciertos residuos diurnos; 2) una reacción o comprensión intelectualizada controlada por el yo, y 3) la res­ puesta de un segmento de la personalidad en que hay una resonancia emocional a las reacciones del paciente. El relato de los doctores Aberastury y colaboradores (Buenos Aires) se ocupó fundamentalmente en considerar la unidad transferencia-contratransferencia. Estos autores presentan además un fragmento clínico para demostrar la aplicación de sus conceptos teóricos y la manera en que transcurre el proceso transferencial-contratransferencial, considerando el análisis como el tratamiento de una “dipatía”. Este concepto apunta a que el analista debe vencer su propia resistencia-contrarresistencia, como lo denominó Racker, para ayudar al paciente a elaborar la suya a través de la inter­ pretación. Debido al deseo de enfatizar la importancia otorgada al ma­ nejo de la contratransferencia, estos autores no fundamentaron suficien­ temente el bagaje teórico-técnico con que trabaja actualmente la mayoría de los analistas de esta parte del continente. El doctor Ekstein (Los Ángeles), en su correlato, expresó la utilidad de trabajos que contuvieran datos clínicos porque son los que facilitan el verdadero intercambio científico a través del cual pueden delinearse las analogías y las discrepancias. Se mostró parcialmente de acuerdo con lo

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sostenido en el relato, si se ubicaba en el modelo topográfico desarrollado por Freud y, según él, seguido por sus autores. Pero difería en cuanto consideró el fragmento clínico desde el punto de vista estructural. Sostuvo, finalmente, que la prueba decisiva, en el futuro, para apreciar la corrección de las intervenciones técnicas, debería basarse en métodos serios de verificación de las predicciones formuladas con anterioridad. La controversia se planteó de este modo entre el modelo topográfico de Freud de 1910, atribuido erróneamente por el doctor Ekstein (Los Ánge­ les), como base fundamental del enfoque teórico-técnico argentino, y el enfoque estructural con que trabajan los analistas norteamericanos. Los conceptos seguidos en la actualidad por los analistas latinoamericanos y especialmente argentinos no prescinden del enfoque estructural desarro­ llado por Freud, al cual agregan conceptos básicos de la teoría de Melanie Klein y ciertas ideas originales basadas en investigaciones propias. El doctor Cesio (Buenos Aires), al contestar en representación de los coautores del relato, aclaró que tanto él como muchos de sus colegas sud­ americanos entendían la teoría de M. Klein como abarcando también el des­ arrollo de una psicología del yo, aunque con características distintas. Agregó además que, en el trabajo con el paciente, el analista debía tener una forma­ ción adecuada, adquirida por un training, y no tan sólo una mayor per­ meabilidad entre inconsciente y consciente como algunos parecían haber entendido. Esta declaración del doctor Cesio (Buenos Aires) nos parece muy pertinente, más aún: indispensable. En ese sentido está respondiendo por todos nosotros y rectificando una impresión que la presentación de nuestro trabajo a veces suele producir. Es comprensible que los americanos del Nor­ te nos reprochen un cierto subjetivismo sobre todo cuando —como en el relato de los doctores Aberastury y colaboradores (Buenos Aires), al enfati­ zar la importancia del manejo de la contratransferencia instrumental, no se coloca a esta modalidad perceptiva dentro de todo el contexto técnico-teórico. Creo que todos —los analistas argentinos— abusamos del “pero-yo-lo-sentíasí” para explicar nuestra opción por una determinada interpretación. Esto se presta al “piedra libre”, ya que la subjetividad no tiene frenos. Además, ¿es lícito conceptualizar la contratransferencia como la totalidad de las respuestas del analista? ¿No es esta definición demasiado amplia, yendo más allá de lo que decimos respecto de la transferencia? ¿La llamada contratransferencia concordante es realmente contratransferencia? Quizá convenga llamarla respuesta empática a secas. Finalmente se puede afirmar que los relatos y correlatos presentados en la tarde del segundo día del Congreso fueron los que, curiosamente, mostraron mayores analogías entre las dos escuelas analíticas. Si bien se

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había hecho bastante hincapié en las diferencias teóricas y en los contro­ vertidos enfoques de los aspectos técnicos, resulta significativo que las coin­ cidencias hubiesen surgido después de la exposición de trabajos que con­ tenían material clínico. Ello confirmaría la conveniencia de basar los temas de los futuros congresos en ejemplificaciones clínicas que constituyen, en última instancia, el lenguaje común que permite el diálogo más fructífero.

APÉNDICE

EVALUACIÓN SOCIOLÓGICA DEL SEGUNDO CONGRESO PANAMERICANO DE PSICOANÁLISIS ***

Resumen * Un Congreso, como organismo deliberativo de una organización formal, en este caso una asociación profesional de carácter científico, puede ser analizado desde dos puntos de vista:

1. El Congreso en sí mismo, poniéndose énfasis en su estructura de actividades. 2. El Congreso considerado como indicador del grado de desarrollo de la dis­ ciplina que lo origina. En cuanto al primer punto, nuestra hipótesis principal se refería a la existencia de actividades que estarían condicionadas por lo que designamos como la estructura de posiciones que habría en el Congreso. La variable principal que revela la es­ tructura de posiciones es la que se refiere al status científico de los participantes dentro de la organización (miembros didactas, titulares, adherentes o candidatos). Otra variable que revela también la estructura de posiciones es la que se refiere a nacionalidad: el desarrollo del psicoanálisis no es uniforme, de modo que es posible jerarquizar grupos nacionales como habiendo alcanzado un mayor o menor grado de desarrollo respecto del psicoanálisis. Es decir que la estructura de activi­ dades del Congreso la consideramos como una estructura interna condicionada por características ambientales o contextúales; éstas son las derivadas de la posición que los participantes ocupan dentro de la organización científica, y la posición que esta organización científica ocupa entre otras de la misma disciplina. En cuanto al segundo punto al estar representados tres grupos: el argentino, el norteamericano y el que para sintetizar hemos llamado latinoamericano (que inclu­ ye a Brasil, México, Chile, Uruguay, Venezuela y Colombia), el análisis comparativo

* Investigación auspiciada por el Centro de Orientación e Investigación Enrique Racker de la Asociación Psicoanalítica Argentina. ** Debido a las características de esta publicación nos limitamos a presentar algunas conclusiones muy generales de la investigación realizada, sin incluir los datos estadísticos de donde fueron extraídas ni las interpretaciones derivadas, lo que requeriría la presentación del marco teórico utilizado. El trabajo completo será pu­ blicado próximamente.

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nos permitió ubicar la disciplina según las distintas características que presenta en los diferentes grupos. Las conclusiones que presentamos a continuación se refieren por lo tanto a:

a) Características del Congreso:

1. Funciones. 2. Expectativas y satisfacción de las mismas. 3. Organización. b) Características de la disciplina en los distintos grupos: 1. Apertura al desarrollo del psicoanálisis en otros países. 2. Características del intercambio personal y científico en el Congreso.

La técnica utilizada en esta investigación fue el panel que consiste en entre­ vistas repetidas con los mismos respondentes después de un tiempo determinado. En este caso no se trató de entrevistas, sino de dos cuestionarios autoadministrados: el primero fue contestado durante los dos primeros días de reunión del Congreso y el segundo fue enviado por correo un mes más tarde. La superioridad del panel sobre otras técnicas de investigación es que permite obtener una descripción más precisa del número de cambios y la dirección de los mismos. En este caso nos interesaba analizar los cambios que se habían producido en la evaluación del Congre­ so y ver si el Congreso mismo había contribuido a producir estos cambios. Al primer cuestionario contestaron 158 participantes sobre un total de 368 asis­ tentes al Congreso, y al segundo cuestionario respondieron 65 participantes. Es decir que la medición del cambio se hizo sobre la muestra de los 65 respondentes al primero y segundo cuestionarios, aunque se hizo también un estudio detallado de las opiniones del primer grupo de 158 respondentes en aquellas dimensiones que no im­ plicaban posibilidades de cambio.

I. Funciones del Congreso En primer lugar se trató de saber qué funciones atribuían a los congresos de este tipo la mayoría de los participantes y ver si este Congreso era percibido como teniendo algunas funciones similares o distintas de los demás. Tanto para el grupo argentino como latinoamericano las funciones más importantes de los congresos, en general eran funciones de tipo interactivo, las respuestas más elegidas fueron las referidas al intercambio de experiencias profesionales y la confrontación de distintas orientaciones. En cambio el grupo norteamericano atribuía a los congresos en general una función de tipo instrumental e innovador (la respuesta más elegida fue: “Adqui­ rir perspectivas nuevas para trabajos futuros”). En cuanto al Congreso que anali­ zábamos, las funciones más importantes que se esperaban que éste realizara eran las mismas para el grupo argentino y latinoamericano, se creía que el Congreso per­ mitiría confrontar y precisar distintas orientaciones, es decir que no se observó divergencia alguna entre lo que se consideraba como función de la mayoría de los congresos y lo que se esperaba del Congreso Panamericano: en ambos casos se enfatizó una pauta interactiva referida a contenidos teóricos. En cambio, el grupo norteamericano atribuye a los congresos de la especialidad en general una función innovadora —en ellos se adquieren principalmente perspectivas nuevas para trabajos futuros— que apareció sustituida en las expectativas para el Congreso Panamericano por una función de exposición crítico-teórica (la respuesta más elegida fue: “Se

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destacarán los problemas críticos del psicoanálisis.) En ambos casos para el grupo norteamericano las funciones interactivas tienen menos importancia que las más pre­ dominantemente informativas o instrumentales. Al plantear el problema del intercambio como fuente de información estábamos aludiendo a una dimensión más profunda en nuestro análisis, que era la posibilidad de lograr acuerdo o consenso por medio de actividades de este tipo (congresos, ate­ neos, etc.). Dispusimos de varias preguntas para controlar esta dimensión y las conclusiones obtenidas son las siguientes: si bien todos los participantes coincidieron en que el Congreso aumentaría bastante el grado de acuerdo existente sobre algunos problemas importantes de la disciplina, los que demostraron mayor confianza fueron los grupos latinoamericano y norteamericano y los más pesimistas los argentinos. Esta discrepancia se correlaciona también con el status científico: más alto es el status científico, mayor escepticismo se manifiesta respecto del logro de acuerdo por medio del Congreso: los didactas y titulares se contraponen claramente a los adherentes y candidatos en esta opinión. En el grupo argentino es donde se observa más claramente esta pauta, si bien se repite la misma tendencia para todos los grupos restantes. Pero en realidad la confianza que se puede tener en un Congreso como medio para lograr mayor acuerdo, varía bastante según los temas a los que se refiera este acuerdo. Una primera distinción que planteamos fue entre problemas centrales y periféricos en la disciplina. La pauta de respuestas que se registra es la misma que para la pregunta anterior: los grupos argentino y latinoamericano tienen mayor confianza que el norteamericano cuando se trata del logro de acuerdo sobre problemas centrales o de gran importancia en la disciplina, y esta confianza aumenta cuando se trata del acuerdo sobre problemas periféricos, o menos importantes para la disciplina, mientras que el grupo norteamericano mantiene constante su escepticismo también en esta categoría de problemas. Al especificar aun más la pregunta respec­ to del grado de acuerdo esperado en el Congreso según la importancia de los distintos tipos de problemas —los clínicos, los técnicos y los teóricos— se vio que el grupo argentino presentaba una pauta distinta de respuesta en relación con los otros dos: los grupos norteamericano y latinoamericano presentaban la misma pauta al ordenar la importancia del acuerdo: en primer lugar resultó importante el acuerdo sobre problemas clínicos, en segundo lugar, sobre problemas técnicos y por último so­ bre problemas teóricos. Esta pauta a su vez fue coherente con la elección de los ateneos * : la primera elección fue clínica en la mayoría de los casos y la segunda técnica. Pero en el grupo argentino la tendencia general que señala diferencias en relación con los otros dos grupos, recibe su principal énfasis entre los miembros adherentes y candidatos que valorizan el acuerdo sobre problemas teóricos como principal; los didactas, en cambio, señalan la importancia del consenso sobre pro­ blemas técnicos y los titulares sobre problemas técnicos y teóricos al mismo tiempo. Entre los candidatos los problemas clínicos no son percibidos nunca como cruciales para el logro del acuerdo. Los candidatos del grupo latinoamericano presentan en cambio una pauta distinta enfatizando la importancia del acuerdo sobre problemas clínicos; los norteamericanos siguen la pauta argentina concediendo mayor importan­ cia a los problemas teóricos. Los didactas latinoamericanos enfatizan los problemas teóricos a diferencia de sus colegas argentinos y norteamericanos que destacan los técnicos y clínicos. La línea de semejanza organiza claramente dos grupos: didactas-titulares y adherentes-candidatos. Lo interesante es que nunca coinciden, trátese del grupo lati-

♦ Cada participante en el Congreso podía inscribirse en un ateneo a elección dentro de una lista de doce ateneos.

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noamericano, argentino o norteamericano, lo que los didactas consideran como más importante y lo que los candidatos consideran como más importante, como si los distintos roles que ambos desempeñan condicionaran perspectivas diferentes.

II. Satisfacción por el Congreso y expectativas hacia el mismo Teniendo en cuenta las respuestas dadas al primer cuestionario sobre grado de satisfacción en el Congreso y las respuestas que se refieren a expectativas sobre el mismo se pudo observar que el grupo argentino era el que tenía expectativas pre­ dominantemente positivas y el grupo latinoamericano el que aparecía más claramente ambivalente frente a él (la respuesta más elegida fue en este grupo: “expectativas en parte positivas y en parte negativas” (cfr. Cuadro 1). En ninguno de los grupos existían expectativas predominantemente negativas que fueran significativas estadís­ ticamente. Con el objeto de tener una medida del grado de satisfacción obtenida en el Congreso consideramos dos dimensiones: 1) frustración: se refiere a la diferencia entre las expectativas y el grado de satisfacción; 2) cumplimiento: se refiere a la coincidencia entre expectativas y satisfacción; esta dimensión la subdividimos en cumplimiento a un nivel alto de expectativas, cuando éstas habían sido predomi­ nantemente positivas y cumplimiento en nivel bajo cuando las expectativas habían sido ambivalentes. Analizando las respuestas a partir del status de los participantes, sin discri­ minar por grupos nacionales, se observó que la mayor frustración aparece entre los miembros adherentes, el cumplimiento con un nivel alto de expectativas previo se da preponderantemente entre los candidatos y el cumplimiento con un nivel medio y bajo de expectativas previo se da entre los titulares y didactas (Cuadro 2). Nos interesaba observar también los cambios producidos en las expectativas de los participantes en relación con algunos aspectos específicos del Congreso, prin­ cipalmente los que se referían a nivel de participación, utilidad de la discusión, grado de permeabilidad a distintas opiniones y aumento del conocimiento de personalidades y estilos de trabajo. Establecimos cuatro categorías de análisis: 1. Cambio positivo (CP): de una expectativa negativa a una comprobación positiva. 2. Cambio negativo (CN): de una expectativa positiva a una comprobación negativa. 3. Igualmente positivo (IP): cuando no ha habido alteración en las expec­ tativas. 4. Igualmente negativo (IN): cuando no ha habido alteración en las ex­ pectativas.

En relación con el nivel de participación se observó que las expectativas positivas no fueron defraudadas en forma significativa en ninguno de los tres grupos (Cua­ dro 3): la mayoría se concentra en la categoría igualmente positiva; en cuanto a los cambios, el grupo latinoamericano es sobre todo el que presenta menos cambios positivos habiendo comprobado sus expectativas negativas. Si se observa por status, el grupo con más carga negativa en cuanto al nivel de participación es el de los adherentes, tanto porque no hubo cambios en sus expectativas negativas previas como por haber registrado cambios negativos a partir de expectativas previas posi­ tivas. Los mayores cambios positivos ocurrieron entre los titulares. Los candidatos

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son los que conservaron en más alto grado su optimismo: sus expectativas positivas se vieron confirmadas por el Congreso. En resumen: si se consideran los grupos según su nacionalidad, el grupo lati­ noamericano es el que presenta mayor concentración en opiniones negativas y si se consideran los grupos por status científico es entre los adherentes donde se con­ centra el mayor número de opiniones negativas. En relación con los otros ítem que habíamos distinguido: utilidad de la discu­ sión y mayor conocimiento de personas y estilos de trabajo, hay gran consenso en la satisfacción de expectativas positivas y, por último, se registraron cambios positivos en relación con el grado de permeabilidad mutua en la discusión, es decir que desapare­ cen supuestos previos negativos sobre la ductilidad de los participantes a las opiniones distintas de la propia: estos supuestos eran mayores entre los didactas y titulares,

HI. Organización El Congreso había sido organizado distribuyendo la actividad en reuniones plenarias y de pequeños grupos. Entre los participantes hubo gran consenso en que las reuniones de pequeños grupos son las más importantes, si bien tanto el grupo norteamericano como el latinoamericano opinaron que la combinación ideal podría incluir hasta un 25 % de reuniones plenarias; el grupo argentino mostró en general mayor aceptación de las reuniones plenarias y su definición de la organización más ade­ cuada se acercó bastante a la organización real que tuvo el Congreso y que incluía un 33 % de reuniones plenarias. Pero en relación con la organización de la discusión misma tanto el grupo argentino como latinoamericano hubieran preferido un tipo distinto de participación: la discusión libre de temas establecidos en lugar de se­ siones con relatos y correlatos. Hay gran acuerdo en esta opinión no existiendo diferencias entre los distintos grupos de status. El Segundo Congreso Panamericano fue observado desde una segunda pers­ pectiva: se lo consideró como un indicador de una fase de desarrollo del psicoanáli­ sis. No nos referimos aquí al nivel científico o grado de madurez alcanzado por el psicoanálisis tal como se podía manifestar a través de los trabajos presentados y las discusiones sugeridas por los mismos, problema este que escapa a nuestra área de competencia. Lo que queremos significar con este enfoque se refiere a algunas características institucionales que se manifiestan a través del Congreso y que hipotetizamos relacionadas con el desarrollo de la disciplina. El supuesto es que cuan­ do se trata de asociaciones profesionales que minimizan el aparato burocrático nece­ sario a toda institución, las características de la institución se refieren casi directa­ mente a características en la concepción de la disciplina. Para ilustrar esta segunda perspectiva presentaremos solamente algunas conclusiones que se refieren a:

1. Contacto o apertura al desarrollo del psicoanálisis en otros países. Dispusimos de una serie de preguntas para ver el grado de interés de los distin­ tos grupos por el desarrollo del psicoanálisis en otros países. El país que concentra más la atención de los tres grupos participantes en el Congreso es claramente Ingla­ terra, y su importancia es mayor para los argentinos que para el resto de los latinoamericanos (Cuadro 4), quienes en primer lugar se concentran en el desarrollo argentino. Para el grupo argentino después de Inglaterra sigue EE. UU., y entre los países latinoamericanos, Uruguay. Para el grupo latinoamericano después de Ingla­ terra sigue Argentina. Hemos distinguido interés acentuado o creciente cuando las respuestas declaraban estar muy al día en el desarrollo del psicoanálisis en estos

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países, e interés poco acentuado o decreciente cuando se respondía que se estaba poco al día con la información. Las respuestas podrían resumirse así: Grupo

Interés creciente por

Interés decreciente por

Arg.

Inglaterra

EE. UU.

N.A.

Inglaterra

Argentina

L.A.

Inglaterra y Argentina

EE. UU.

2. Características del intercambio personal y científico en el Congreso.

Las preguntas que se formularon sobre este punto se referían a qué tipos de intercambio habían favorecido en mayor medida el Congreso: si los intercambios personales o los científicos. Se preguntaba además si se creía que estos contactos eran mejores entre los grupos del mismo status o de la misma nacionalidad o bien entre grupos distintos en estas dos dimensiones (de distinto status y/o nacionalidad). Hicimos una tipología muy simple según el grado de apertura percibido en los contactos: apertura en este esquema significa solamente la atribución de los mejores intercambios a grupos que son heterogéneos en las dos dimensiones: status y nacio­ nalidad. Construimos una escala de apertura en la cual consideramos como apertura mínima la respuesta que decía que los mejores contactos se daban entre grupos ho­ mogéneos en ambas dimensiones: del mismo status y la misma nacionalidad; apertura media cuando los mejores contactos se percibían entre grupos heterogéneos en una de las dos dimensiones y apertura máxima cuando los mejores contactos eran perci­ bidos entre grupos heterogéneos en las dos dimensiones. Las conclusiones son las siguientes:

Apertura mínima: el grupo latinoamericano cree que los mejores contactos per­ sonales ocurrieron entre grupos de la misma nacionalidad y los mejores contactos científicos entre grupos del mismo status. Los datos que obtuvimos muestran que los participantes latinoamericanos perciben grupos intranacionales o intrastatus muy cohesivos y creen que los mejores intercambios se produjeron dentro de estos grupos. Apertura media: el grupo argentino cree que los mejores contactos con el nivel científico ocurrieron entre grupos de distinta nacionalidad y en el plano personal entre grupos del mismo status y de la misma nacionalidad. Esta percepción pone de relieve el aspecto internacional del Congreso al nivel científico; tratándose del grupo de participantes residentes es natural que los mejores contactos personales hayan sido ubicados en los grupos más homogéneos según status y nacionalidad, como caracterización de la situación que incluye elementos proyectivos de la propia posición.

Apertura máxima: el grupo norteamericano cree que los mejores contactos per­ sonales se dan con grupos de distinta nacionalidad y los mejores contactos científicos entre grupos del mismo status. Es la percepción del visitante dispuesto a realizar contactos personales con gente de otros países, sin tener en cuenta las diferencias de status. En cambio, cuando se trata de contactos científicos serán mejores entre gente del mismo status. Si se observa la importancia relativa de los dos tipos de intercambio que hemos distinguido en el Congreso: el personal y el científico, se ve que los norteamericanos

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son los que menos enfatizan los contactos científicos y los latinoamericanos los que más lo enfatizan; los argentinos tienen un lugar intermedio. Se puede suponer que el distinto grado de desarrollo de una disciplina cientí­ fica condiciona el mayor o menor énfasis en las expectativas científicas colocadas en un tipo de actividad deliberativa como es un congreso. En el Congreso que analizamos el grupo latinoamericano sería el que tendría más expectativas científicas respecto del Congreso mientras que en el grupo norteamericano éstas aparecen relati­ vamente minimizadas. Por otros datos que obtuvimos en ese estudio podemos con­ cluir que efectivamente ambos grupos ocupan los extremos de un continuo en términos de 'consolidación de la disciplina, ocupando el grupo argentino una posición inter­ media. Esta ubicación en ese continuo (cuyos valores son relativos a este Congreso y a los respondentes al cuestionario que presentamos) parece condicionar efectiva­ mente las evaluaciones y las expectativas diferenciales sobre un congreso científico. Este es el apéndice estadístico que corresponde a algunas de las conclusiones presentadas en las páginas precedentes. (Los datos se presentan en %.)

Cuadro 1. — Expectativas de los participantes sobre el Segundo Congreso Panamericano de Psicoanálisis Grupos

ARG.

LA.

NA.

Positivas

52

29

37

Negativas





12

En parte positivas

48

71

50

(100)

(100)

(100)

Cuadro 2. — Cumplimiento de las expectativas según los distintos status científicos (sin distinguir por nacionalidad)

Status *

1

2

3

4

2



33

8

Cumplimiento nivel alto

31

22

22

38

Cumplimiento nivel medio

28

43

12

33

Cumplimiento nivel bajo

38

33

33

21

(100)

(100)

(100)

(100)

Frustración

* Nota: Status 1: 2: 3: 4:

Didacta Titular Adherente Candidato

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Cuadro 3. — Cambios en las expectativas referidas al nivel de participación

Grupo

ARG.

NA.

LA.

Cambio positivo

21

22

12

Cambio negativo

17

16

16

Igualmente positivo

53

50

56

Igualmente negativo

9

12

16

(100)

(100)

(100)

Cuadro 4. — Los países que concentran más la atención por su desarrollo psicoanalítico ARG.

LA.

NA.

M.

B.

P.

M.

B.

P.

M.

B.

P.

Inglaterra

58

34

7

50

33

29

30

29

12

EE. UU.

18

27

38







16

16

29

Argentina







17

22

29

38

26

21

Uruguay

14

21

14







11

10

12

Otros

10

18

41

33

45

42

15

19

34

(100)

(100)

(100)

(100)

(100)

(100)

(100)

(100)

(100)

La dirección de las flechas indica: interés acentuado (hacia la izquier­ da, los porcentajes aumentan a medida que se acercan a la categoría muy al día) e interés poco acentuado (hacia la derecha: los porcentajes aumentan a medida que se acercan a la categoría poco al día).

Nota-. M: muy al día en el desarrollo del psicoanálisis. B: bastante al día en el desarrollo del psicoanálisis. P: poco al día en el desarrollo del psicoanálisis.

ESTE LIBRO SE TERMINO DE IMPRIMIR EL DIA 30 DE AGOSTO DE 1968 EN MACAGNO, LANDA Y CIA. ARAOZ 164, BUENOS AIRES.