Psicoanalisis Clinico

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KARL ABRAHAM

PSICOANALISIS CLÍNICO Introducción biográfica por ERNEST JONES

Presentación de la edición castellana: Dra. M arie Langer

LUMEN • HORMÉ Viamonte 1674 (1055) * 49-7446 / 375-0452 / 814-4310 / FAX (54-1) 375-0453 Buenos Aires • República Argentina

Título del original inglés: SELECTED PAPERS OF KAKL ABRAHAM, M. D.

Editado por The Hogarth Press London Ltd. Versión castellana de DANIEL RICARDO WAGINER

3/ ed. 1994

ISBN; 950-618-066-0

Copyright de todas las ediciones en castellano por EDICIONES HORMÉ S. A. Eí Castillo 540 Buenos Aires Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 IMPRESO EN LA ARGENTINA

INDICE Presentación de la edición castellana, p or M arte Lange .........................................

Pág. 7

Estudio introductorio, p o r Ernest Jones ........................................................................

9

Capítulo I — La experimentación de traumas sexuales como una forma de actividad sexual (1907) .............................................................................................. 35 Posdata ....................................................................................................................... 47 Capítulo II — Las diferencias psicosexuales entre la histeria y la demencia precoz (1908) ' ................................................................................................................... 48 Capítulo III — Las relaciones psicológicas entre la sexualidad y el alcoholismo (1908) ............................................................................................................................... • 60 Capítulo IV —Estados desueño histéricos (1910) ..................................................... 68 Caso A ............................................................................................................................ 68 Caso B ............................................................................................................................ 71 Caso C ............................................................................................................................ 80 Caso D ............................................................................................................................ 82 Caso E ............................................................................................................................ 83 Caso F ................................................................................................................................. 86 Capítulo V — Observaciones sobre el psicoanálisis de un caso de fetichismo del pie y del corsé (1910) .......................................................................................... 95 Capítulo VI — Notas sobre la investigación y tratamiento psicoanalíticos de la locura maníaco-depresiva y condicionesasociadas (1911) ......................... 104 Capítulo VII — Un complicado ceremonial encontradoen mujeres neuróticas (1912) ............................................................................................................................... Capitulo VIII — Efectos psíquicos producidos en unniño de nueve años por la observación de las relaciones sexuales entre suspadres (1913) ....................

119 124

Capítulo IX — Restricciones y transformaciones de la escopofilia en los psiconeuróticos; con observaciones acerca de fenómenos análogos en la psicología de los pueblos (1913) .................................................................................................. 128 I.Fotofobianeurótica ........................................................................................... II. Otras formas de trastornos neuróticos relacionados con el instinto escopofílico ......................................................................................................

130 145-

Pig. III. Sobre la significación de la oscuridad en la psicología de las neu­ rosis .................................................................................................................. IV. Notas sobre la psicología de la duda y las cavilaciones, con para­ lelos extraídos de la psicología de los pueblos ................................... V. £1 origen de las fobias al sol y a los fantasmas a partir del tote* tismo infantil ..................................................................................................

152 156 170

Capitulo X — Un fundamento constitucional de la ansiedad motriz (1913) . . .

178

Capítulo XI — El oído y el conducto auditivo como zonas erógenas (1913) . . . Capítulo XII — La primera etapa pregenital de la libido (1916) ....................... Capítulo XIII — Ejeculatio praecox (1917) ................................................................

185 189 213

I. La uretra como zona erógena dominante ............................................. II. Los impulsos masculinosactivos y sus modificaciones ............. ......... III. El narcisismo como fuente deresistencias sexuales .............................

213 217 220

Capítulo XIV — El gasto de dinero en los estados de ansiedad (1917) ..............

228

Capítulo XV — Una forma particular de resistencia neurótica contra el método psicoanalítico (1919) .................................................................................................... 231 Capítulo XVI — La aplicabilidad del tratamiento psicoanalítico a los pacientes de edad avanzada (1919) ............................................................................................ 238 Capítulo XVII — La valoración narcisista de los procesos excretorios en los . sueños y en la neurosis (1920) ..................................................................................

243

Capítulo XVIII — Contribución a una discusión sobre el tic (1921) ..................

247

Capítulo XIX — La araña como símbolo de los sueños (1922) ............................ Post-scriptum ..........................................................................................................

250 254

Capítulo XX — Una teoría infantil sobre el origen del sexo femenino (1923)

255

Capítulo XXI — Una teoría sexual infantil no observada hasta ahora (1925)

256

Capítulo XXII — Manifestaciones del complejo de castración femenino (1920)

259

Capítulo XXIII

284

— Contribuciones a la

teoría delcarácter anal(1921) .

Capítulo XXIV — La influencia del erotismooral sobre la formación del ca­ rácter (1924) 301 Capitulo XXV — La formación del carácter en el nivel genital del desarrollo de la libido (1925) ...................................................................................................... 311 Capítulo XXVI — Un breve estudio de la evolución de la libido, considerada a la luz de los trastornos mentales(1924) ................................................................ 319 PARTE I. Los estados maníaco-depresivos y los niveles pregenitales de la libido ............................................................................................................ 319 Introducción ............................................................................................ 319 I. Melancolía y neurosis obsesiva: dos etapas de la fase anal-sádica de la libido ............................................................ 322

Pág. II. La pérdida del objeto y la introyección en el pesar normal y en los estados mentales anormales ....................................... III. El proceso de introyección en la melancolía: dos etapas de la fase oral de la libido ....................................................... IV. Notas sobre la psicogénesis de la melancolía ....................... V. El prototipo infantil de la depresión melancólica ........... VI. Manía ................................................................................................. VII. La terapéutica psicoanalítica de los estados maníacodepresivos ..........................................................................................

330 337 345 353 358 362

PARTE II. Orígenes y desarrollo del amor objetivo .................................

ao5

Bibliografía de las publicaciones científicas ..................................................................

383

Bibliografía ............................................................................................................ ..................

389

PRESEN TACIÓN DE L A EDICIÓN C A ST E L L A N A

E n e l a ñ o 1926 m urió K arl Abraham , hom bre dotado y capaz, de gran diversidad de intereses dentro del psicoanálisis, el campo al cual dedicó su vida. Form aba parte integrante del pequeño núcleo de científicos que se reunió alrededor de Sigm und Freud, cuando éste, ya seguro de la base de su ciencia, salió de su aislamiento. T am bién Ernest Jones pertenecía a este núcleo. El prólogo que acom paña tanto los “Selected papers” de A braham , como la presente edición de este libro, fue escrito por él in memoriam de su amigo. Ha sido una idea feliz de los editores tom ar a esta publicación como prólogo, porque nadie podría haber sido tan apto para ponernos en contacto con K arl A braham y enterarnos de sus altos valores científicos y hum anos como Ernest Jones, amigo y colaborador y, en años m uy posteriores, bió­ grafo fiel de Freud. Sus palabras servirán ahora de nuevo para pre­ sentar la persona de K arl A braham y dar a los lectores un criterio adecuado sobre los distintos escritos incluidos en este volum en. A m í me cabe vin cular esta puesta al día, hecha casi u n cuarto de siglo atrás, con la actualidad viva, y ubicar a K arl A braham en el “aquí y ahora” del psicoanálisis, si me perm iten el térm ino técnico. A l lam entar la gran pérdida que el m ovim iento psicoanalítico sufrió por la m uerte de A braham , Jones nos habla de nuestra época. Pre­ dice que dentro de veinte años podría llegar un m om ento crítico para el psicoanálisis, cuando éste se incorporara a las demás ciencias. Entonces, dice, necesitará mucha vitalid ad para preservar su esencia, y no correr el peligro de ser absorbido. Y necesitará tam bién de hom ­ bres de base firm e y de v alo r científico, como K arl Abraham . No ocurrió lo que tem ía Jones. Porque los psicoanalistas supieron defender y extender lo esencial del psicoanálisis y especialmente los analizados de A braham desem peñaron un papel im portante en esta tarea. Basta recofdar los más talentosos —M elanie K lein, Edward Glover, H elene Deutsch— para dem ostrar que él siguió viviendo a través de sus discípulos. Efectivamente, el psicoanálisis, debido al v alo r de sus conceptos, ha tenido una difusión enorm e y muchas de sus ideas fueron absorbidas por las diferentes ramas de las ciencias del hombre. Pero sim ultáneam ente se desarrolló con todo vigor la ciencia del psi­ coanálisis, sin perder su esencia y evolucionando en sus conceptos básicos. Precisamente en esa evolución la obra de A braham ha sido fundam ental.

En la medicina m oderna el psicoanálisis logró ocupar su legítim o lugar a través de la “medicina psicosomática”. Es un campo vasto y m uy prom etedor tanto en sus aspectos teóricos como terapéuticos. Pero para poder orientarnos, com prender y ubicar al enferm o “psicosomático”, necesitamos como guía el esquema del desarrollo de la libido elaborado por Abraham , y utilizam os conceptos basados en sus estu­ dios sobre relaciones objetales tempranas. O tra adquisición médica m uy im portante del psicoanálisis es su aplicabilidad como terapéutica en las psicosis y en la compresión que ofrece de los mecanismos y el contenido del trastorno m ental. En este campo Abraham , ju n to con Freud, ha sido pionero y sus investigacio­ nes sobre los estados maníaco-depresivos siguen siendo fundam entales. El psicoanálisis no nos enseña solam ente cómo se producen y qué significan los distintos trastornos psicológicos y psicofísicos, sino tam ­ bién aclara su origen y cómo pueden ser evitados. Así logró, por su valo r preventivo, revolucionar la pedagogía y la puericultura. Como m étodo terapéutico puede aplicarse a niños de las más distintas eda­ des, reparando daños ya hechos y devolviéndoles la posibilidad de un desarrollo sano. T am bién ahí los trabajos de A braham sobre los prim eros estadios del desarrollo in fan til han sido de im portancia fundam ental. Sirvieron de base para los estudios posteriores de Melanie K lein. En el prólogo de su libro, ya clásico, "El Psicoanálisis del N iño”, M elanie K lein agradece a su “maestro, que tenía la facul­ tad de in sp irar a sus alumnos para que pusieran lo m ejor de sí mismos al servicio del psicoanálisis” ; recalca que él "comprendía totalm ente las grandes posibilidades teóricas y prácticas del análisis de los niños" y afirm a que sus propias conclusiones son un desarrollo natu ral de los descubrimientos de su maestro. L a obra de K a rl A braham se caracterizaba p or la diversidad de sus aspectos y enfoques. T en dré que dejar de. lado sus demás ap orta­ ciones, el lector las encontrará en este libro. En la fecha de la m uerte de K arl A braham el psicoanálisis era casi desconocido en Am érica Latina. Su centro indiscutible era el V iejo M undo. En la actualidad, debido a factores políticos, .pero tam bién a la gran receptividad y capacidad de aceptar y elaborar ideas nuevas que es característico de los países jóvenes, menos atados por un pensam iento académico y tradicional, esta situación cambió fundam entalm ente; el psicoanálisis ha echado raíces en Am érica L a­ tina. A p arte de los numerosos especialistas, form ados p or las distintas asociaciones psicoanalíticas, que se dedican en pleno a su ciencia, ésta ha entrado en las distintas facultades médicas y de hum anidades y pertenece, en general, al esquema referencial ■del hom bre culto. Por eso la traducción de la obra de K arl A braham al castellano, idiom a m uy querido por él, llena una necesidad. Se pone así a l alcance del público un m aterial científico de gran valor. M arte L a n g e r

S in n in g u n a duda, de todos los golpes que la ciencia del psicoanálisis ha sufrido hasta ahora, la m uerte de K arl A braham es el más cruel y severo. En una oportunidad an terior hemos perdido a causa de su fallecim iento a un presidente de un a sociedad local, y echamos de menos a varios otros colaboradores cuyos nom bres viv irán siempre en nuestra m em oria. Golpes de otra clase han afectado en diversas ocasiones al m ovim iento psicoanalítico, uno de los cuales involucró la pérdida de un presidente de la Asociación Psicoanalítica In tern a­ cional, por una causa que no fue su m uerte. Pero, con todo el respeto debido a la m em oria de nuestros otros colegas fallecidos, ninguno de ellos significó para el psicoanálisis tanto como K arl Abraham ; pues él fue al mismo tiem po un maestro de su teoría y práctica, un pionero en sus aportes a nuestro creciente conocim iento, un líd er y organiza­ dor de la especie más rara, así como un leal amigo y colega de todos. Algunas de las razones por las cuales es tan grave la pérdida que hemos sufrido se harán evidentes en el siguiente inform e acerca de su vid a y actividades. Los principales acontecimientos de la vida de Abraham , consi­ derada en su exterior, son éstos: Nació en Bremen el 3 de mayo de 1877, de m odo que tenía cuarenta y ocho años cuando m urió. P ro­ venía de un a vieja fam ilia ju d ía que había residido durante mucho tiem po en las ciudades hanseáticas del norte de A lem ania; tenía un herm ano m ayor, pero ninguna herm ana. Asistió a la escuela secun­ daria en su ciudad natal, y en 1896 ingresó a la carrera de Medicina. En sus años escolares posteriores A braham desarrolló un a gran afi­ ción a la filolog ía y la lingüística comparada. Si hubiera tenido la o p o rtun idad de hacerlo hubiera preferido dedicarse enteram ente a esos estudios, y su interés por ellos persistió durante toda su vida. Poseía ciertam ente un talento poco común en este sentido. Además de su lengua m aterna podía hablar en inglés, español, italiano y algo en retorom ánico; analizó pacientes en los prim eros dos idiomas citados, y su com unicación en el Congreso Internacional de Psicología de O xford fue pronunciada (no escrita) en inglés. T en ía tam bién un considerable conocim iento del danés, el holandés y el francés, y sin duda estaba acostum brado en su infancia a escuchar los dos prim eros. Se sentía i

Publicado en el “International Jo u rn al of Psychoanalysis”, A b ril de 1926.

com pletam ente cómodo con los clásicos, y aprovechó ávidam ente la oportunidad que le brindaron los estudios escolares de sus hijos para re v iv ir su fam iliaridad con aquéllos. N inguno de los presentes en el Congreso de La Haya, en 1920, o lvidará el asombro con que lo escu­ chamos decir un discurso en un latín que tuvo que ser puesto al día para tal ocasión. Prosiguió sus estudios de M edicina en W ü rzbu rg (ciudad hacia la cual conservó un gran afecto; de ahí quizá su elección como sede del Congreso Psicoanalítico A le m á n ), B erlín, y Freiburg-im-Breisgau. O btuvo su doctorado en 1901 en la últim a de las U niversidades nom ­ bradas. D urante estos estudios se interesó principalm ente por la biología, hecho que tuvo profunda influencia sobre su labor u lterio r y sobre su concepción científica general. Fue durante su estadía en Freiburg cuando por prim era vez conoció Suiza, país que después preferiría a todos los demás. Le gustaba el pueblo suizo y su modo de vida, pero eran ciertam ente las altas montañas, que contrastaban tanto con su escenario natal, la principal atracción para él. T an pronto como tuvo oportunidad se convirtió en un alpinista entusiasta, y realizó varias ascenciones de im portancia. Como Segantini, quien m urió inm ediata­ mente antes de la prim era visita de A braham a Suiza, y por cuya personalidad estaba éste tan vivam ente interesado, prefería la A lta Engadina a todos los otros lugares del m undo, y a llí volvió repetidas veces. Sus últim as vacaciones, cuando aquella convalecencia en la que todos teníamos puestas tantas esperanzas, las pasó allí, en el vera­ no de 1925, y fue capaz de em prender aún en esas circunstancias as­ cenciones bastante arduas. H abía acariciado durante mucho tiempo la idea de construir una “v illa ” en ese lugar (cerca de Sils M aria) , y la ú ltim a carta que escribió fue una carta de negocios relacionada con ese proyecto. En Freiburg concibió el deseo de obtener un cargo en Burghólzli, en parte para estar en su amada Suiza, en parte porque lo había im presionado la obra del profesor B leuler en psiquiatría, y la esti­ m aba más que a la de cualquier otro psiquiatra. Sin embargo, tuvo que esperar algunos años para satisfacer este deseo, y así, en ab ril de 1901 aceptó el cargo de asistente en el A silo M unicipal de B erlín, en D alldorf. Conservó siempre el m ayor respeto por quien fuera su jefe allí, el profesor Liepm ann, y dos contribuciones científicas suyas que datan de esa época se refieren al campo especial de Liepm ann, el de la afasia y la apraxia. T rab ajó cerca de cuatro años en D alldorf, adquiriendo así una buena form ación en psiquiatría clínica; pero en diciem bre de 1904 tuvo la felicidad de obtener un nom bram iento en B urghólzli, con el títu lo de Asistente en la C línica Psiquiátrica de la U niversidad de Zürich. A q uí su atención se orientó en seguida en una dirección más definidam ente psicológica, y gracias a B leuler y Ju n g tom ó conocimiento de las obras de Freud. Su prim era con trib u­

ción al psicoanálisis data de este período, y fue un trab ajo ( 9 ) 2 leído ante la reunión anual de la Sociedad Psiquiátrica Alem ana, en Frankfu rt. Por una triste coincidencia su últim a aparición en público la hizo en un suburbio de la misma ciudad, dieciocho años después, cuando presidió el N oveno Congreso Psicoanalítico Internacional. En esa época ocurrió tam bién un acontecim iento que fue la causa princip al de la felicidad y alegría de v iv ir tan característica de A b ra ­ ham, y que fue am pliam ente responsable de la energía y sincero gozo con los que se entregaba a su trabajo. L a obtención del nom bram iento en Zürich coincidió con su compromiso; y dado que su posición allí m ejoró firm em ente, pudo casarse en el mes de enero de 1906. Su elección de consorte fue extraordinariam ente afortunada, pues encon­ tró una camarada que com partió totalm ente su vid a y poseyó una aptitud para la felicidad semejante a la suya. T u vieron un a h ija en Zürich, a fines de 1906, y pocos años después un hijo, en Berlín. A braham esperaba poder trab ajar perm anentem ente en Suiza, pero la experiencia pronto le dem ostró que era muy rem ota la posibilidad de que un extran jero realizara allí una carrera psiquiátrica regular, de modo que tuvo que pensar en otro lugar. Su decisión de abando­ nar Suiza fue indudablem ente apresurada por la atm ósfera incóm oda que resultaba de la tensión entre B leuler y Jung. Por lo tanto ren u n ­ ció a su cargo en noviem bre de 1907. En el mismo mes encontró por prim era vez a Freud, durante una visita que le hizo a éste en Viena; la últim a vez que los dos se encontraron fue en agosto de 1924, en Semering. Las conversaciones que a llí tuvieron lugar dieron tem prano fru to en un im portante trabajo (11) al que tendremos ocasión de referirnos. Las relaciones personales así establecidas florecieron en una amistad que perm aneció sin sombras hasta el fin. A braham per­ tenecía al pequeño grupo que visitaba regularm ente al profesor Freud durante la estación de las vacaciones; en cierta oportun idad él orga­ nizó una excursión del grupo por una región, el Harz, que conocía bien. En diciem bre de 1907 A braham se estableció en B erlín y comenzó a practicar la psiquiatría privadam ente. A lgo lo ayudó al principio el profesor O ppenheim , un pariente político, y trabajó durante un tiem po en la clínica neurológíca de éste; pero sus actitudes divergen­ tes respecto a las teorías de Freud pronto provocaron el distanciam iento de ambos hombres. U na asistencia más duradera fue la que le prestó el Dr. W ilh e lm Fliess, a quien A braham conoció pocos años después, y por el que sentía un gran respeto; fue Fliess quien tomó a su cargo principalm ente el tratam iento de A braham durante su ú l­ tim a enferm edad. A braham fue por tanto el prim er verdadero psicoanalista de A lem ania, pues difícilm ente podría llam arse así a los pocos hombres —M uthm ann, W ard a, etc.— que sólo habían seguido parcialm ente las 2'

Los números entre paréntesis se refieren a la bibliografía de Abraham .

teorías de Freud. Comenzó de inm ediato a interesar a otros médicos en la tarea, m ediante reuniones privadas y disertaciones que efectuó en su propia casa. Sin embargo, de aquellos que logró interesar en esa época, sólo uno, el Dr. Koerber, ha perseverado hasta la actualidad. Intentó tam bién durante algunos años presentar el tema en las reu nio­ nes de diversas sociedades médicas, donde mostró un gran coraje y pertinacia al en fren tar solo una oposición enconada y aun violenta. Pese a esas cualidades, no obstante, y a su característico optimismo, inclusive A braham tuvo finalm ente que reconocer la fu tilid ad de tal empresa. Pero las nubes comenzaron a abrirse. En el otoño de 1909 se le unió en B erlín el Dr. Eitingon, quien tam bién había trabajado en Burgholzli, y desde entonces en adelante A braham tuvo un colega de sus mismas ideas. La Asociación Psicoanalítica Internacional fue form alm ente esta­ blecida en marzo de 1910, y la Sociedad Psicoanalítica Berlinesa fue fundada en el mismo mes. Fue la prim era filial de la Asociación In­ ternacional que se constituyó, y la siguieron las sociedades de Viena y Zürich, en ab ril y ju n io respectivam ente; amb^s ciudades, por su­ puesto, tuvieron grupos inform ales años antes que Berlín. De los nueve miembros originales (en los que estaba incluido el Dr. W ard a, que fue el prim er médico que apoyó independientem ente las teorías de F re u d ), sólo dos perm anecen todavía en la Sociedad, los Drs. Eitingon y Koerber.' Más adelante diremos algo acerca de lo que significó Abraham para la Sociedad Berlinesa, pero podemos m encionar ahora al­ gunos hechos. Ocupó la presidencia de la Sociedad desde su funda­ ción hasta su m uerte. Se consagró generosamente y dedicó sus m ejo­ res esfuerzos a ella; siempre ponía sus intereses por encima de toda otra cosa. Su asistencia, su guía y su crítica fueron incesantes. Casi todas sus obras principales fueron comunicadas en prim er lugar a la Sociedad. En total, leyó ante ella no menos de cuarenta y seis comu­ nicaciones durante los quince años de su presidencia, en varios de los cuales no se pudo disponer de él debido a la guerra o a enferm edad; doce comunicaciones fueron presentadas en un solo año (19 2 3 ). Su ap titud para la enseñanza y el adiestram iento de analistas encontró aplicación tam bién fuera de las actividades de la Sociedad. C ondujo varios análisis de adiestram iento, y entre sus discípulos más destaca­ dos podemos m encionar a Helene Deutsch, Edward G lover, James G lover, M elanie K lein, Sándor R adó y T heodor Reik. Sin embargo, se suscitaron obvias dificultades al ser analizados por el presidente de la Sociedad analistas locales, de modo que fue u n alivio para A b ra ­ ham el que se solucionara este problem a brillantem ente cuando se in vitó a v en ir a B erlín, con un nom bram iento oficial en relación con este aspecto de los trabajos, al Dr. Hans Sachs. Por otra parte, A b ra ­ ham se dedicó sin reservas a la preparación de cursos de conferencias, prestando a este respecto inestimables servicios en B erlín. El prim er curso que dio con el auspicio de la Sociedad fue uno de cuatro sema-

ñas, en marzo de 19 11; de entonces en adelante desempeñó un papel prom inente en todas las series presentadas por la Sociedad, y más tarde por el L ehrinstitut. A braham tam bién se m ostró activo en la fundación y sostenimiento del Policlínico de B erlín, aunque en m enor proporción que Eitingon. Desde el comienzo de sus tareas, en 1920, fue u n m iem bro prom inente de la Com isión para la Educación de Psicoanalistas. En este campo se ocupó de la selección de candidatos adecuados, del adiestram iento de algunos de los seleccionados, p a rti­ cularm ente los del extranjero, y de una colaboración general en m ate­ ria de organización. Su tiem po estaba, p o r supuesto, demasiado soli­ citado como para que pudiera cum plir tareas cotidianas en el mismo Policlínico. De un m odo semejante, fue estrecha la relación de A braham con la Asociación Internacional. Fue uno de los cinco o seis miem bros que asistieron a todos los congresos realizados hasta el momento. El p ri­ m er Congreso, efectuado en ab ril de 1908, aunque fue organizado en realidad po r el.D r. Jung , fue prevalentem ente austro-húngaro en cuan­ to a sus asistentes; A braham fue uno de los tres “forasteros” que h a­ blaron en él (siendo los otros dos Ju n g y el que esto escrib e). Leyó un trab ajo en cada uno de los Congresos, con excepción del últim o, en el cual se vio im pedido de hacerlo por su m ala salud y por sus deberes de presidente; éste es un "record" sólo igualado por el profe­ sor Freud y el Dr. Ferenczi. Los ocho trabajos en cuestión se cuentan en tre las más valiosas de sus contribuciones al psicoanálisis, y a todos los mencionaremos al considerar su obra científica. En el Congreso de M unich de 1913 y después de él, A braham dirigió la oposición contra Jung, y luego de que el últim o renunciara, el Congreso Ase­ sor de la Asociación designó a A braham para actuar como Presidente provisional hasta que pudiera realizarse el próxim o Congreso. Hizo todos los preparativos para u n o que se hubiera debido reu n ir en Dresden, en septiembre de 19 14, y cuando se reunió finalm ente en Budapest, en septiembre de 1918, lo presidió de acuerdo con sus facul­ tades provisionales. En el Séptimo Congreso, en 1922, fue nom brado Secretario de la Asociación Internacional, y en el Octavo, en 1924, fue finalm ente elegido Presidente, en medio de grandes aplausos. Fue re­ elegido por unanim idad en el N oveno Congreso, realizado en el año siguiente. A braham estuvo en la ju n ta ed itorial del “Z entralblatt” y del “Zeitschrift” desde el comienzo de* esos periódicos, y en 1919 fue uno de los editores del últim o. Sin embargo, su actividad estaba aquí lim i­ tada a los problem as de política general de la publicación, y el aporte de artículos y críticas originales. Cuando el Dr. Ju n g renunció como director del “Jah rb u ch ”, lo sucedieron los Drs. A braham y Histschm ann, quienes publicaron el V olum en VI, en 1914. H ubieran conti­ nuado desempeñando esas funciones, sin duda, si no se hu biera deci­ dido dejar de publicar el “Jah rb u ch ”.

D urante casi todo el curso de la guerra A braham prestó servicios en A llenstein, Prusia O riental, donde fue médico jefe del puesto psi­ qu iátrico del Vigésimo Cuerpo de Ejército. La experiencia allí adqui­ rid a le perm itió hacer una contribución a la psicología de la neurosis de guerra (57), y dos de sus trabajos más valiosos (52, 54) tam bién datan de este período. La guerra le dejó un desastroso legado de m ala salud, lo que fue m uy posiblem ente la causa prim aria de su m uerte. Hacia el fin de su servicio contrajo un a grave disentería, de la que le costó un gran esfuerzo desprenderse. A u n después sufrió ataques recu­ rrentes, de los cuales el últim o fue en la prim avera de 1924. Entonces pareció que su salud estaba perfectam ente restablecida. En mayo de 1925 inhaló accidentalm ente un pequeño cuerpo extraño; éste estaba presum iblem ente infectado, pues luego de una quincena sufrió un alarm ante ataque de bronconeum onía séptica, que poco después de­ mostró ser fatal. Le dejó una bronquiectasis local que nunca desapa­ reció p o r completo. U na convalecencia de varias semanas en la Engadina fue següida por el esfuerzo de presidir el Congreso de H omburg, lo cual fue evidentem ente demasiado para él. En el otoño, no obs­ tante, parecía estar m ejor, e inclusive intentó hacer u n resum en de su obra. Pero su estado empeoró, se presentaron oscuras com plicacio­ nes, y en noviem bre tuvo que ingresar en un hospital. U na quincena más tarde se sometió a una seria operación que no produ jo el efecto esperado. Decayó gradualm ente, y finalm ente sucumbió en el día de N avidad de 1925. En toda su larga y penosa enferm edad nunca m ani­ festó duda alguna acerca del desenlace, y hasta el mismo fin a l estaba pletórico de planes optimistas. Su tenacidad para vivir, su fuerza de volu n tad y su poder de recuperación física eran extraordinarios, y asom braron a los médicos que lo atendían. Varias veces pareció im ­ posible que un ser hum ano pudiera sobrevivir al espantoso esfuerzo que el m al im puso a su cuerpo, pero su volu n tad y su coraje rehusa­ ron rendirse hasta que cesó de respirar. Para obtener una visión fresca y u n itaria de las obras científicas de Abraham , acabo de releerlas en su totalidad, y registraré aquí mis impresiones. Se com prenderá que en un a estimación personal de este carácter general no se em prenderá ningún intento de resum ir o criti­ car en detalle las obras mismas. Las observaciones que se ofrecerán pueden ser divididas bajo los encabezamientos de cantidad, calidad y contenido. A braham no fue un escritor copioso, y el m onto real de lo que escribió es m enor de lo que hubiera podido esperarse a p a rtir de la im presión que tenemos acerca de su im portancia. Sus publicaciones impresas, excluyendo a las comunicaciones meram ente verbales, con­ sisten de cuatro pequeños libros, que contienen en total menos de 300 páginas, y cuarenta y nueve otros trabajos que suman cerca de 400 pá­ ginas; además hay por lo menos un trabajo póstumo. Muchos de

aquéllos sólo tienen una o dos páginas, y solamente cinco exceden las veinte páginas. El hecho recién m encionado debe atribuirse sin duda al que fue el rasgo más saliente de los escritos de Abraham , a saber, una notable concisión. A braham nunca- desperdiciaba una palabra para decir lo que tenía que decir; cada frase estaba im pregnada de significado, y este significado era expresado con una lucidez ajena a toda ambigüedad. T en ía u n intenso sentido de lo concreto; se atenía estrictam ente a sus datos clínicos y nunca incu rría en hipótesis remotas. Estas cuali­ dades, ju n to con un grado de objetividad poco común, eran tam bién de gran v alo r para el exam en de la obra de otros autores. Los juicios críticos colectivos que escribió (15, 16, 51, 73) fu eron modelos de lo que deben ser tales cosas y son de v alo r perm anente para la ráp id a orientación del estudiante de psicoanálisis; las mismas cualidades se observan en las numerosas críticas que escribió para el “Zentralblatt" y el “Zeitschrift”, que no están incluidas en la bibliografía. A braham era u n maestro en la exposición, y sobresalía especialm ente en el d ifí­ cil arte de presentar las historias de casos. Es bien sabido cuán arduo es hacer u n inform e de los casos de otro analista, el cual puede resul­ tar tan incom pleto como para ser in ú til o tan largo y confuso como para ser tedioso. El estilo flú id o y suelto de A braham , com binado con su sentido de lo esencial, le perm itían iniciar al lector en el m eollo de un caso en una o dos páginas, y los datos clínicos con los cuales apoyaba sus conclusiones eran siempre tan interesantes como instruc­ tivos. Pocos escritores psicoanalíticos lo han igualado en el don de un estilo claro y atractivo, don tanto más valioso para tratar temas tan complicados. Pasando ahora a la naturaleza y contenido de los escritos de Abraham , debemos tener constantemente presente, al estim ar su im ­ portancia, la fecha en la que fueron redactados. Es una prueba de la general exactitud de su obra el que un a parte tan grande de e lla haya sido incorporada a nuestro saber cotidiano, de modo que no resulta fácil apreciar lo novedosa que fu era en su oportunidad. Sus escritos corresponden, de un a m anera general, a cuatro grupos. En prim er lu ­ gar están aquellos trabajos innovadores a los que ya se ha hecho refe­ rencia; entre ellos pueden ser mencionados los que tratan de la psico­ logía de la demencia precoz ( 1 1 ) , los aspectos sexuales del alcoho­ lismo (12 ), la influencia de las fijaciones incestuosas en la elección de pareja (13 ), y su lib ro sobre los sueños y los mitos (14 ). En segundo lugar, hay cierto núm ero de estudios nítidos y acabados, clásicos que podemos releer siempre con deleite y provecho; tales son sus ensayos sobre las fantasías de los sueños en la histeria ( 1 7 ) , Segantini (3 0 ), Am enhotep (3 4 ), las transform aciones de la escoptofilia (4 3 ), la eyaculación prem atura (5 4 ), las neurosis de guerra (5 7 ), y el com plejo de castración en las m ujeres (67). En tercer lugar tenemos sus obras más originales, que constituyen un a valiosa y perm anente contribu­

ción, a nuestro conocim iento; dentro de ellas, concedemos una posición conspicua a sus investigaciones sobre el estadio pregenital de desarro­ llo (52) ju n to con sus dos libros sobre la evolución de la libido (105) y la form ación del carácter (10 6 ), respectivamente. El cuarto y últim o grupo com prendería un gran núm ero de trabajos breves que siempre contienen datos que ilustraron, confirm aron o expandieron nuestro conocim iento de la teoría y práctica del psicoanálisis. AI exam inar los escritos de A braham en conjunto, llam a nuestra atención especialmente su carácter notablem ente polifacético. A barcan todo el campo del psicoanálisis, y hay pocos sectores de él que ellos no esclarezcan. A u n acerca de los aspectos del psicoanálisis sobre los que escribió menos, por ejem plo la hom osexualidad, la interpretación de los sueños, y la educación, hay im plícito en sus otras obras lo sufi­ ciente como para m ostrar que estaba com pletam ente fam iliarizado con tales problemas. L a diversidad de sus escritos hace conveniente dividirlos en grupos diferentes, para cuyo propósito hemos elegido cinco encabezamientos principales. 1. N iñ ez (incluyendo la sexualidad in fa n til). Los dos prim eros trabajos psicoanalíticos de A braham versaron sobre los traumas in fan ­ tiles (9, 10) y desde el prim ero se preocupó p o r señalar los aspectos dinámicos de la reacción individ ual ante el traum a. Demostró cómo el reiterado padecim iento de ataques sexuales constituye en algunos niños una form a regular de su actividad sexual, un aspecto del pro ­ blema totalm ente ignorado por los crim inólogos, e inclusive por los psicólogos. Respecto al mismo asunto, con referencia especial a las neurosis traum áticas, se ocupó de los impulsos inconcientes que se dirigen contra el propio yo (daño o m u e rte), tema que reaparece muchas veces en sus obras. Estos impulsos, que describiríamos actual­ mente en términos de hostilidad contra el ego o contra algún objeto repudiado que ha sido incorporado dentro del ego, fueron atribuidos p o r A braham al masoquismo inconciente. Pasamos ahora de sus prim eros escritos a algunos de sus últim os, que pueden m uy bien ser considerados los más im portantes. Me refie­ ro a su obra sobre el estadio pregenital del desarrollo de la libido. Ya en 1913, el títu lo de un a comunicación a la Sociedad Berlinesa (41) nos revela que estaba interesado en la interrelación de los instintos de n u trición y sexual, y en 1916 publicó una de las dos más brillantes contribuciones que hiciera al psicoanálisis (52). C on la ayuda de un sorprendente m aterial de casos, que contenía ejem plos de hábitos orales infantiles que persistían hasta una edad en la cual su n a tu ra­ leza erótica podía ser establecida fuera de toda duda por la introspec­ ción directa, confirm ó com pletam ente las conclusiones de Freud acerca del erotism o oral. A doptando los términos freudiános “pregenital” y “canibalístico”, enriqueció considerablem ente nuestro conocim iento de esta fase del desarrollo, en p articular en lo que atañe a los fenóm e­ nos de la vida ulterior que derivan de ella. Notables a este respecto

son las im portantes relaciones que estableció entre el erotism o oral p o r un a parte, y el sueño y el h ab lar por la otra. Muchos trastornos de la alim entación fu eron derivados de un a fuente semejante. A b raham distinguió entre los casos donde se ha efectuado un a disociación de las dos form as de actividad de la boca (de la n u trición y e ró tic a ), que están en un principio ta n estrechamente unidas, y aquellos en los cuales esa un ión ha persistido; y destacó que los adultos que se chu­ pan el dedo, etc., pertenecen a la prim era categoría, es decir, se en­ cuentran eñ u n a etapa del desarrollo más avanzada que la persona que sufre trastornos neuróticos de la función nutricia. Los aspectos clínicos de este trabajo, sobre la locura m aníaco-depresiva, serán m en­ cionados más adelante. La continuación de esta obra, que tom ó la form a de un libro p u ­ blicado recien el año pasado (10 5 ), posee tal riqueza de pensam iento e investigación que ningún resum en podría hacerle justicia. Es la más im portante contribución de A braham al psicoanálisis. En ella subdivide las tres principales etapas del desarrollo de la libido, en seis: o ral (1, de succión; 2, de m o rd e r); anal-sádica (1, destructiva y expulsora; 2, de control y rete n c ió n ); genital (1, fálica; 2, a d u lta ). N in­ guna de esas subdivisiones fue enteram ente original de su parte, pero el m odo detallado y explícito en que las analizó y m ostró la relación precisa entre unas y otras, constituye una obra maestra que debe ocupar siem pre un lugar destacado en la literatu ra psicoanalítica. En colaboración con van O phuijsen aclaró los problemas de la relación del niño con su objeto en el nivel de la alim entación (incorporación, expulsión, e tc .), y arro jó m ucha luz sobre los oscuros problem as de la vida sexual pregenital. Entre otras contribuciones al estudio de la niñez pueden m encio­ narse sus trabajos sobre el papel que juegan los abuelos en la fan ta­ sía in fa n til (40), los efectos del coito escuchado accidentalm ente (42; véase tam bién 43, Sec. i i ) , la actitud narcisista de los niños respecto de los procesos excretorios (6 5 ), y un a serie de interesantes observa­ ciones sobre las teorías sexuales infantiles (83, 94, 1 1 0 ) ; los núm eros 38, 85 y 93 tam bién pertenecen a este grupo. 2. S e x u a l id a d . El interés de A braham p o r el desarrollo pregeni­ tal era paralelo al que m ostraba p o r los instintos a p a rtir de los cuales evoluciona la sexualidad adulta. En un trab ajo tem prano sobre u n caso de fetichism o del pie y del corsé (1 8 ) , demostró cómo los im p u l­ sos osfresiolágnico, escoptolágnico y sadista pueden su frir un com plejo proceso de entrelazam iento y desplazam iento que produce un a p erver­ sión m anifiesta. Su trab ajo aislado más largo se refirió a las restricciones y trans­ form aciones que puede su frir el im pulso escoptofílico (43). U tilizan­ do un rico m aterial de casos para fu nd ar sus conclusiones, se ocupó de las diversas form as de ansiedad relacionadas con la función visual, de otras perturbaciones de esa función, y de las enfermedades neuró­

ticas del mismo órgano visual. Hizo derivar el tem or neurótico a la luz de desplazamientos de un a actitud am bivalente respecto a los ór­ ganos genitales de los padres, y especialmente del padre; en relación a esto fu eron descritos un caso de histeria y dos de demencia precoz, registrando los resultados terapéuticos. Otros temas del mismo trab ajo son el dolor en los ojos y otros síntomas oculares neuróticos, el signi­ ficado simbólico de la oscuridad (que se describirá lu eg o ), las fobias relacionadas con los fantasmas y el sol, y varios problem as correspon­ dientes al psicoanálisis aplicado, que serán mencionados en su opor­ tunidad. U n sagaz trabajo escrito durante la guerra resolvió muchos p ro­ blemas relativos a la eyaculación prem atura (54). Ilustrando nueva­ m ente sus aseveraciones con su am plia experiencia clínica, dem ostró cómo este síntom a resulta de una fa lla en la evolución del erotism o u retral. Sin embargo, no es sim plem ente una fijación en esta form a de erotismo, puesto que no sucede en la m asturbación, pero depende de algún aspecto de la relación con el objeto. La cobardía caracterís­ tica de ese estado, y el tem or de lastim ar a las m ujeres, indican un sadismo reprim ido. T ales pacientes tienen un a sobreestimación narcisista del pene en cuanto órgano urin ario ; desean exh ib ir la micción ante la m ujer, y debido a su supuesto desprecio p o r esa acción, ellos reac­ cionan de una m anera hostil con el im pulso de ensuciarla. U n a de­ cepción afectiva respecto a la madre, y la consiguiente hostilidad con­ tra ella, provee la clave de la situación, como sucede tan a m enudo en los problem as que A braham estudió. O tro trab ajo m uy valioso se refiere a la otra caT a de esta actitud, esto es, a la hostilidad de las m ujeres contra los hombres, tal como se m anifiesta en lo que A braham denom inó el com plejo de castra­ ción fem enino (67). Esta contribución, que es extraordinariam ente rica y sugestiva, constituye la base de nuestro conocim iento de u n tema oscuro, y ha abierto ya la puerta para im portantes investigaciones u l­ teriores. Luego de considerar los diversos modos en que la niña puede reaccionar ante la creencia de que ha sido castrada, la sustitución del deseo de tener un pene por el de tener un h ijo (confirm ada po r la ú ltim a contribución de Freud sobre el tema, en el Congreso de Hom* b u rg ), y así siguiendo, A braham distinguió dos tipos neuróticos, a los que, sin embargo, evidentem ente no se debe separar de m anera muy tajante. Ellos resultan respectivamente, de la represión del deseo de apoderarse del m iem bro m asculino en una dirección positiva, y del deseo de vengarse castrando al hom bre; A braham los llam ó tipos del cum plim iento del deseo y de la venganza, respectivam ente. Com­ paró esas neurosis con las expresiones más explícitas en la form ación del carácter, correspondiendo el prim er tipo a la hom osexualidad fe­ m enina, y el segundo a la reacción sádica arcaica. El im pulso m otivador en este últim o es el de m order el pene del hom bre, o por lo menos dism inuir su potencia decepcionándolo con la frigidez y con-

otros complicados modos de hostilidad que lo colocarían en un a situa­ ción capaz de provocar desdén. Esta actitud culm ina lógicamente en un m arcado m enosprecio del pene, y de los hombres en general. A b ra ­ ham m ostró la relación del com plejo con diversos síntomas neuróticos, tales como vaginism o, enuresis, conjuntivitis neurótica, etc., y señaló tam bién los numerosos modos en los que puede in flu ir sobre las m u­ jeres en cuanto a la elección del objeto. Por últim o, demostró cómo esas m ujeres pueden tran sm itir a sus niños sus reacciones determ ina­ das p o r el com plejo. Las contribuciones de A braham en la esfera de las relaciones am o­ rosas en el sentido usual, son menos extensas. En uno de sus prim eros trabajos (13) demostró cómo los m atrim onios entre parientes son a m enudo la expresión de un a fijación incestuosa, hecho de im portancia en cuanto a la transm isión de las tendencias neuróticas. Respecto a este asunto destacó tam bién (al mismo tiem po que Ferenczi) el papel que juegan tales fijaciones en la etiología de la im potencia psíquica y la frigidez. V io otra m anifestación de esta fijación en la desmedida tendencia a la monogamia. Algunos años después publicó una contra­ parte de este estudio en la que consideró la m anifestación inversa de la exogam ia neurótica (4 5 ). L a fijación incestuosa fue el tema de varios otros trabajos (por ejem plo, 20, 22, 23, 53, 97, 98, 107, 1 1 2 ) , y p o r supuesto, fue tom ada m uy en cuenta en toda su obra psicoana­ lítica. O tros trabajos sobre tópicos puram ente sexuales son dos sobre el sadismo (21 y 3 3 ), uno sobre el conducto auditivo como zona erógena (4 6 ), dos sobre el erotism o anal (48 y 7 0 ), que serán m encio­ nados después, y varios artículos breves (66, 86, 88, 89, 10 3 ). 3. T e m a s c l ín i c o s . Como podía esperarse de un clínico de la talla de A braham , sus contribuciones en esta esfera son de especial im portancia. La prim era digna de nota señaló u n pu nto decisivo en nuestro conocim iento de la psicología de la dem encia precoz (11) y de la diferencia entre neurosis y psicosis en general. Es un m otivo de asombro el que un psiquiatra profesional como él nunca haya vuelto al tema; presum iblem ente eso se debió a que su interés en este campo se concentró en el intento de develar otras psicosis. Colegas celosos, en Zürich, lo acusaron injustam ente de no reconocer de u n modo suficiente su deuda con Ju n g respecto a este trabajo, pero los hechos dem ostraron claram ente que Ju n g nunca aceptó la prin cip al idea expuesta en aquél, y que, como el mismo A braham reconocía, surgió de un a conversación con Freud (la prim era que so stu viero n ). La idea en cuestión era la de que las perturbaciones de las funciones del ego pueden ser puram ente secundarias respecto a las perturbacio­ nes en la esfera de la libido, en cuyo caso sería posible ap licar la teoría de la lib ido de Freud a la dilucidación de la demencia precoz. Luego de considerar la relación entre la sublim ación y la transferencia A braham señaló que la capacidad para ambos procesos está dismi-

nuída en la demencia precoz, y que la llam ada demencia es simple­ m ente el resultado de ese estado de cosas. En ella la libido se aparta de los objetos —lo opuesto de la histeria, donde hay un a exagerada catexia en el objeto— y se aplica al propio yo. De esto derivó las ilu ­ siones de persecución y m egalomanía, siendo la últim a una expresión de un a sobreestimación sexual autoerótica (de lo que, después se deno­ m inó narcisism o). En contradicción con la histeria, la peculiaridad psicosexual de la demencia precoz reside en un desarrollo inhibido en el nivel autoerótico, con la consiguiente tendencia a regresar a ese nivel. La contribución más sistemática de A braham a la psicopatología, y probablem ente tam bién la más im portante, la constituyen sus tres obras sobre la locura maníaco-depresiva. El b rillan te ensayo de Freud en el mismo campo, y su notable m anera de encontrar la clave central de los problemas, han oscurecido parcialm ente, sin duda, la rep u ta­ ción que A braham merecía, como sucede siempre que el genio y el talento se colocan lado a lado; y esto fue probablem ente realzado por una circunstancia puram ente accidental: “T rau er und M elancholie” fue escrita en u n m om ento en que no podía hacerse referencia en la obra a algunas contribuciones valiosas que A braham había hecho recientem ente (52), aunque, debido a ias condiciones de guerra, aqué­ lla no se publicó en realidad hasta un año después que las últim as. N inguna obra de A braham revela sus cualidades científicas, así como sus lim itaciones, m ejor que ésta sobre la locura maníaco-depresiva. Fue éste tam bién el estudio que evidentem ente lo fascinó más que ningún otro, aunque es probable, como lo sugieren en realidad los títulos de dos de los tres trabajos, que estaba más interesado en la luz que esa enferm edad arro ja sobre ciertos estadios tempranos del desarrollo de la libido, que en los problem as clínicos como tales. En su prim er trabajó sobre el tema (“Ansatze”, etc., 2 6 ), que fue leído en el Congreso de W eim ar en 19 11, A braham partió de la supo­ sición de que la depresión debe tener con el pesar un a relación sim ilar a la de la ansiedad con el miedo, y llegó a la conclusión de que la desesperanza de la vida es el resultado de u n a renunciación a la m eta sexual. N arró seis casos, en todos los cuales encontró rasgos tanto clínicos como psicológicos m uy semejantes a los de la neurosis obse­ siva. Así, los pacientes exhibieron muchas características de esta últim a en el llam ado in tervalo libre, y en ambos estados hay un a paraliza­ ción m utua de los instintos de am or y de odio. En la locura maníacodepresiva la libido m anifiesta predom inantem ente una actitud de aver­ sión. Es como si el paciente dijera: “No puedo am ar a causa de mi odio; el resultado es que soy odiado, cosa que me deprim e y me hace odiar en retribu ción” (reaparición del sadismo rep rim id o ). El senti­ m iento de culpa y pecado corresponde al odio reprim ido. L a ilusión de pobreza es un a expresión del mismo hecho (dinero — a m o r). En la m anía los complejos superan a las inhibiciones y el paciente retorn a

al estado libre de cuidados de la infancia. A braham inform ó sobre los efectos benéficos de sus esfuerzos terapéuticos, considerando que jus­ tifican la esperanza de que le tocará al psicoanálisis lib erar a la psi­ q u ia tría de la pesadilla del nihilism o terapéutico. Su tratam iento de estos problem as clínicos es más incidental en su segunda contribución (“U ntersuchungen üb er die früheste prágenitale Entwicklungsstufe der L ibido”, 5 2 ), pero no menos im portante. R eco­ noció aquí claram ente la fijación oral en la m elancolía, y pudo exp li­ car sobre esa base varios rasgos clínicos. Así, el rechazo del alim ento se debe a la regresión a la v ieja asociación de la nu trición con el erotism o oral, como ocurre tam bién con el tem or a la inanición. Pudo fo rm u lar además la distinción entre la locura m aníaco-depresiva y la neurosis obsesiva, estrechamente ligada a ella, en térm inos de la orga­ nización pregenital de la libido. En la últim a, con su fijación analsádica, la actitud hacia el objeto és una de dom inio, m ientras que en la prim era es un a de aniquilación por medio del engullim iento (últi­ ma etapa o r a l) . El rasgo más notable de la m elancolía, los intensos autorreproches y el menosprecio de sí mismo, fu eron considerados por A braham como autocastigo inducido por el h o rro r ante los impulsos canibalísticos reprim idos. En esto acertó parcialm ente, pues cierto núm ero de ellos emana de ese modo de una conciencia culpable, pero no hizo la observación m ucho más im portante, de lo que Freud d ijera que “no era de ningún m odo d ifícil de percibir”, a saber, que estos reproches están principalm ente dirigidos contra la imagen del objeto amoroso perdido, que ha sido erigida dentro del ego. En u n trab ajo posterior describió su dificultad para com prender el punto cuando lo leyó en el ensayo de Freud, y dio un a explicación personal de su inhibición; no es probable, sin embargo, que la explicación fuera completa. Para un hom bre como él, de rígidas norm as éticas, era evidentem ente más fácil aceptar el hecho de que una persona se in ­ flin ja un severo sufrim iento como castigo p o r haber tenido deseos hostiles dirigidos contra un objeto amoroso, que creer que tal persona está todavía torturando la imagen de ese objeto. Su tercer estudio del problem a, y el más com pleto (10 5 ), prestó gran atención al trascendental ensayo de Freud, y A braham pudo con­ firm ar en detalle todas las conclusiones de Freud y aun am p liar algu­ nas de ellas. Identificó la incorporación del objeto, que Freud había señalado, con el im pulso de en gu llir que data de la etapa oral, y a este respecto desarrolló algunas consideraciones interesantes acerca del proceso de introyección en general. Los hechos de que en el intervalo libre el m elancólico puede avanzar hasta un nivel obsesivo (esto es, anal-sádico), y de que un a diferencia esencial entre los dos estados consiste en que el m elancólico abandona su relación con el objeto m ientras que el neurótico obsesivo la conserva (F reu d ), lo llevó a la conclusión de que la fase anal-sádica debe tener dos subfases (véase supra) . Sugirió que la línea de dem arcación entre estas dos subfases

puede ser de gran im portancia práctica en psiquiatría en cuanto in d i­ ca el punto donde se establece una verdadera relación objetiva, seña­ lando así una de las principales distinciones entre la neurosis y la psicosis. Buscó la etiología de la locura maníaco-depresiva en un ero­ tismo oral constitucionalm ente fuerte, con una fijación especial en este nivel causada por graves decepciones en relación con la madre; distinguió entre decepciones de este carácter que ocurren antes, du­ rante y después de la etapa edípica. El odio del melancólico se dirige principalm ente contra la m adre, pero en u n pasaje posterior A b ra­ ham destacó que en parte está originalm ente referido al padre, ha­ biendo en esta perturbación un a tendencia poco habitual a in v ertir el com plejo de Edipo. Este rasgo, y la am bivalencia respecto a ambos padres, conducen a complicadas formas de introyección; A braham pudo distinguir entre los reproches que em anan del objeto amoroso introyectado contra el yo y los que dirige el yo contra la imagen del objeto; los últim os son, por supuesto, los más característicos e im ­ portantes. A braham trazó un interesante paralelo entre la m elancolía y los procesos del pesar arcaico que elucidara Roheim . A rro jó además m ucha luz sobre el oscuro tema del curioso curso que sigue la locura m aníaco-depresiva. Consideró a la incorporación del objeto en la fase oral como siendo parcialm ente determ inada por un intento de preservarlo de la aniquilación, y sostuvo que entonces, una vez que el ataque sádico se ha disipado, la imagen del objeto amoroso es nuevam ente expelida, por la vía anal. Hizo un a descripción de lo que llam ó la “depresión prim aria" de la infancia, precursora de la m elancolía, y sugirió que los pacientes maníacos que no han sido afectados prece­ dentem ente por la m elancolía, están tratando todavía de desembara­ zarse de su depresión prim aria y del exacerbado deseo sexual que sucede al padecim iento de una aflicción, como se com prueba especial­ m ente en las ceremonias prim itivas. En un trabajo tem prano sobre los estados de sueño histéricos (17 ), A braham puso este síndrome, descrito p o r Lówenfeld, en relación con la obra de Freud sobre los ataques histéricos, y derivó su génesis de las fantasías de m asturbación que han sufrido una represión. Tales pacientes se dem oran en el estadio del placer p relim inar porque el placer fin a l está asociado con la ansiedad. N arró seis casos de este tipo. En uno de ellos pudo hacer rem ontar el síndrome de la macropsia a una regresión a la niñez. Su estudio de ese estado proporcionó un eslabón entre la sugestión alógena y heterógena, en cuanto pudo mostrarse que los ataques ocurren o bien m uy espontáneam ente o en presencia de personas por quienes los pacientes se sienten influidos hipnóticam ente. Varios de los trabajos cortos de A braham tuvieron p o r tem a las fantasías, y su bello análisis del tipo de fantasía de salvación del padre (76), es especialmente digno de m ención a este respecto.

A braham publicó dos trabajos sobre la ansiedad locom otriz (39 y 4 4 ) , una afección de la que él mismo había padecido ligeros sínto­ mas en edad tem prana. Señaló que puede demostrarse el origen sexual de la ansiedad m ediante su reconversión terapéutica, cuando los mis­ mos pacientes encuentran un placer desusado en los actos de locomo­ ción (tanto activos como pasivos). En el mismo trabajo (44) esclare­ ció el frecuente síntom a del “tem or del temor" relacionándolo con la represión de la “anticipación del placer’'. Su experiencia en la guerra le perm itió confirm ar independien­ temente la teoría que había sido propuesta por el presente au tor respecto al origen narcisista de los llam ados casos de “shock de gue­ r r a ” (5 7 ), como tam bién lo hifco Ferenczi poco después. Con frecuen­ cia se critica el carácter supuestamente subjetivo del trabajo psicoanalítico, pero esto debe ser citado como un a dem ostración experim ental de lo contrario. Enfrentados con problem as enteram ente nuevos, obser­ vadores de diferentes países, com pletam ente separados entre sí por las condiciones de guerra, los investigaron y arribaron sustancialm ente a las mismas conclusiones. En una consideración de la obra de Ferenczi sobre el tic, A b ra­ ham presentó la interesante sugestión de que éste representa un síntom a de conversión en el nivel anal-sádico, que debe compararse con los síntomas de la histeria de conversión que se desarrollan en el nivel fálico (72). Las contribuciones de A braham sobre temas terapéuticos fueron pocas pero im portantes. L a princip al fue por cierto su estudio de u n especial y d ifícil tipo de reacción característica de algunos pacien­ tes (58). Ellos son en su m ayoría neuróticos obsesivos que exhiben u n alto grado de desafío narcisista y que tienden a evitar la transferencia identificándose con el analista. Insisten en conducir ellos mismos su análisis, tendencia que A braham relacionó con reacciones anal-sádicas. La prohibición de la m asturbación form al juega un papel im portante en la etiología de tales casos. A braham hizo valiosas observaciones sobre la técnica terapéutica especial que es necesaria para tratar este d ifícil tipo. Su trab ajo sobre el tratam iento psicoanalítico en la edad avanzada (62) puede ser citado para corroborar que la prognosis de­ pende más de la edad de la neurosis (esto es, de la edad que tenía el paciente cuando la neurosis se hizo grave) que de la edad real del paciente. Sin embargo, en los casos de m ayor edad son necesarias medidas especiales, tales como un a más activa presión y ayuda por parte del analista. A este respecto puede m encionarse tam bién la cla­ rid ad con que ilu stró el concepto de Freud de no estim ular a los pacientes para que escriban sus sueños antes del análisis (37). F in al­ m ente, la obra de A braham sobre el tratam iento de los pacientes psicóticos es todavía la m ejor que poseemos, y debemos considerarlo ciertam ente como un precursor en este difícil campo. M ostró un raro grado de escepticismo y honestidad crítica en la exposición de los

resultados obtenidos por él (26, 10 5 ), y sugirió criterios útiles (por ejem plo, los síntomas transitorios) para determ inar qué proporción de un cambio dado en el estado m ental puede ser atribu id a a los esfuerzos terapéuticos del médico. Dem ostró que la locura maníacodepresiva, en los casos favorables, puede ser radicalm ente afectada p or el psicoanálisis, y tenía muchas esperanzas de u n progreso u lterio r en esta dirección. A braham mostró un especial interés por los problem as del alco­ holism o y la afición a las drogas. Casi los únicos trabajos que escribió en su días preanalíticos, aparte de aquellos que fueron evidentem ente inspirados p o r los intereses de su maestro, versaron sobre los efectos de la ingestión de drogas (3 y 4 ) . Su tem prano trabajo sobre las rela­ ciones entre el alcoholismo y la sexualidad (12) demostró la n atu ra­ leza esencial de la conexión entre ambos, y fue el fundam ento de todo nuestro conocimiento posterior del tema. En realidad, la única con­ tribución posterior im portante que se ha hecho al respecto se ocupó de la relación inherente entre alcoholismo y hom osexualidad, la cual, de un m odo curioso, sólo fue señalada por A braham a propósito de las mujeres. D ejó de percibir, tam bién, la base hom osexual de las ilusiones alcohólicas de celos, atribuyendo éstas únicam ente al despla­ zamiento de la culpabilidad sobre la pareja. M ostró, sin embargo, que lo que se persigue con la bebida es un aum ento tem porario de la potencia sexual contrarrestando las represiones y sublimaciones y lib e­ rando en especial los impulsos componentes, y además que el alcohol traiciona luego a quien lo usa al dism inuir su potencia. R eveló tam ­ bién la identificación inconciente del alcohol con el semen, y la jeringa con el falo. En la misma contribución insistió en la relación que existe entre la m orfinom anía y la sexualidad reprim ida, como lo hizo tam bién en pasajes posteriores (17, s. 14; 52, s. 8 4 ), donde señaló la base oral del fum ar y de la m orfinom anía. Las numerosas comunicaciones cortas sobre temas clínicos (24, 31, 32, 36, 49, 55, 68, 71, 90, 91, 104, 111) contienen en su m ayoría notables observaciones y sugestiones. Puede comprobarse que el inte­ rés de A braham por la neurosis obsesiva parece haber sido m ayor que el que le despertara la histeria. Se está preparando u n trabajo clínico sobre las enseñanzas de Coué (115) en base a notas dejadas por Abraham , del cual no pudo disponerse en el m om ento de escribir esto, y será publicado al mismo tiem po que este obituario. 4. T e m a s g e n e r a l e s . Con mucho, el trabajo más im portante de un carácter general con el que A braham contribuyera al psicoanálisis, fue su investigación sobre caracterología. Dos de los tres estudios fu e­ ro n publicados por separado, y luego los tres unidos en un solo vo lu ­ men (10 6 ). En su ensayo sobre el carácter anal A braham am plió el ya considerable trabajo que se había hecho sobre el tema, y añadió varias observaciones nuevas de un notable valor clínico y caracteroló-

gico. Debemos destacar especialmente los dos tipos que él distinguiera, el de excesiva docilidad y el de desafío respectivam ente, los cuales pueden presentarse en la misma persona. M ostró tam bién cómo reac­ cionan ambos tipos en la situación analítica: el últim o presenta u n a resistencia m uy semejante a aquélla, característica que él había descrito en otro lugar (58, véase supra) , m ientras que el prim ero, p o r el con­ trario, insiste en que el analista haga todo el trabajo; en ambos casos el resultado es una negativa a producir asociaciones libres. T am bién se ocupó, de un modo esclarecedor, de los detalles de la regresión del nivel genital al anal. El segundo ensayo, sobre el papel que juega el erotism o oral en la form ación del carácter, fue un a de las más originales contribuciones de A braham al psicoanálisis. Los efectos indirectos del erotism o oral en la vida posterior se produce en gran medida a través de la relación entre aquél y el erotism o anal, y aquí mostró A braham cuán p rim or­ dial es la relación triangular entre las funciones de ad quirir, poseer y gastar, cuya economía varía grandem ente entre diferentes personas. La gratificación directa del erotism o oral está naturalm ente perm i­ tida en un am plio grado en l I adulto, de modo que la sublim ación es menos im portante que respeuo a otras zonas erógenas. La . form a más típica de sublim ación parece ser el rasgo caracterológico del o p ti­ mismo, que el mismo A braham poseía en un alto grado; contrasta con la seriedad y pesimismo de ciertos tipos anales, especialmente aquellos asociados con tempranas decepciones de la gratificación oral. Si esta decepción ocurre durante la segunda fase del estadio oral (la de m o rd e r), entonces el efecto posterior se caracterizará por u n a gran am bivalencia, debida a la persistencia de la actitud canibalística y hostil hacia la m adre. A braham arro jó m ucha luz sobre el génesis y la interrelación de otros rasgos referidos a desplazamientos del erotis­ m o oral, en particu lar la voracidad, la frugalidad, la avaricia y la im paciencia. El tercer ensayo de esta serie trata del “carácter genital”, y p o r lo tanto se ocupa de los problem as de la norm alidad. A braham re ­ chazó todo intento de erigir normas absolutas a este respecto, y po r cierto insistió extensam ente en la im posibilidad de hacer tal cosa, pero sin embargo, nos ofreció un punto de vista valioso al investigar cuáles de los rasgos pregenitales son los últim os en ser abandonados. Descubrió que el modo más riguroso de probar la norm alidad genital consiste en averiguar en qué m edida el individuo ha superado su narcisism o y la actitud de am bivalencia que atraviesa la m ayoría de las etapas anteriores. En su estudio de la im portancia que tienen los sentim ientos de origen genital desviados de su objetivo para una relación satisfactoria con el m undo exterior, A braham se extendió sobre la suprema necesidad de am or en la infancia, y sobre los efectos perjudiciales que puede ocasionar el que el niño reciba dem asiado poco de este pábulo indispensable.

C on referencia a esto mismo, debe mencionarse quizás a los inten­ tos que hizo A braham para resolver los problemas de la aflicción (105 ). C onsideró que tam bién tienen una relación im portante con las acti­ tudes orales. M ientras que Freud destaca el gradual y penoso ap arta­ m iento de uno mismo del objeto amado ante las exigencias de la realidad, A braham prestó más atención a la incorporación de la im a­ gen de este objeto, y la consideró producida por el mecanismo oral. (No obstante, es dudoso que sea éste u n proceso regular en la “ope­ ración aflictiva”.) Como una contribución general al psicoanálisis debemos tam bién m encionar las numerosas implicaciones sociales contenidas en la obra de A braham sobre el com plejo de castración fem enino (67, véase suprg) . Éstas tendrán en el fu tu ro gran im portancia sociológica, y cuando sean más com pletam ente elaboradas no se o lvidará el papel que jugó A braham al indicarlas. Las contribuciones de A braham a nuestro conocim iento del sim­ bolism o in d ivid u al fueron bastante extensas, y actualm ente han sido incorporadas en su m ayoría al cuerpo general de la ciencia. Entre ellas debe destacarse: la casa y el jard ín como símbolos de la m adre, la nueva casa como símbolo del niño o la m ujer extraños (25 y 9 6 ) ; la víb ora como símbolo del pene paterno, con el tem or de la m uerte como una m anifestación del tem or al padre (32) ; la araña como sím bolo de la m adre temida (80) ; su bello análisis del camino b ifu r­ cado en relación con la saga de Edipo, así como el del núm ero tres (76 y 8 2 ) ; y la oscuridad (o cualquier cosa misteriosa y oscura) como un sím bolo del seno m aterno (incluidas las entrañas) (43). A braham confirm ó la observación de Stekel acerca de la signifi­ cación de los nombres personales (28), aunque añadió poco de nuevo sobre el punto. Hizo tam bién varias contribuciones a la psicopatología de la vida cotidiana, tanto a través de sus escritos clínicos como en unas pocas notas especiales (por ejem plo, 78, 79, e tc .). 5. P s ic o a n á l is is a p l ic a d o . L a prim era obra de A braham en este campo fue de im portancia histórica (1 4 ) , pues abrió el camino para gran parte de la investigación u lterio r efectuada en la aplicación del psicoanálisis a la m itología, por O tto R ank, T heodor R eik, y otros. Fue principalm ente inspirada, desde luego, por el análisis de Edipo del “T raum d eutung”. Justificando el intento de relacion ar los sueños y los mitos sobre la base de que ambos son productos de la fantasía hum ana, mostró las conexiones de largo alcance que hay entre ellos. En los dos la esencia de la fantasía es el cum plim iento de los deseos, y éstos en ambos casos son inconcientes e infantiles. El egocentrismo del individ uo en unos corresponde al egocentrismo del pueblo en los otros. Los fenómenos de la censura, la represión y la form ación de neologismos son comunes a ambos, como lo son tam bién los mecanis­ mos de condensación, desplazamiento y elaboración secundaria. Ilustró estas conclusiones presentando algunos análisis de sueños con ju nta­

m ente con u n interesantísim o estudio del m ito de Prom eteo y de la leyenda de los m anjares divinos; incidentalm ente señaló con claridad el carácter sexual de ellos, soma, néctar y ambrosía. Indicó, haciendo buen uso de sus conocimientos filológicos, las semejanzas entre los puntos de vista etim ológico y psicoanalítico, y m ostró cómo nuestro conocim iento del simbolismo puede d erivar tanto de la investigación en un campo como en el otro. Su conclusión fin a l fue que “los mitos son reliquias de la vida m ental in fa n til de los pueblos, y los sueños son los mitos del ind ivid u o ”. T am bién insistió en la validez universal del determ inism o en la vida m ental. El lib ro está escrito con extrao r­ d inaria habilidad, e ilustra la lucidez y la sim plicidad de A b raham en su m ejor mom ento. A u nqu e su contenido está ahora plenam ente asim ilado en los círculos psicoanalíticos, es todavía un placer releerlo y disfru tar con la capacidad de exposición que A braham poseía en tan alto grado. L a siguiente obra de A braham en este campo tam bién tomó la form a de un libro, un interesante estudio del p in tor suizo Segantini (30). Fue casi la prim era vez que se intentaba analizar la perso­ nalidad de un p intor, y poner en detallada correlación las tendencias inconcientes de aquél con su elección del tema, la composición y el modo de presentación. Dem ostró la enorm e influencia que la m adre del p in to r ejerció tanto sobre su vid a como sobre su obra, y pudo investigar en detalle la actitud am bivalente de am or y odio que el p in to r profesó hacia ella; un a vez más tenemos un estudio de la “m a­ dre perversa”. Las páginas finales de este lib ro contienen un a notable anticipación de Freud del instinto de m uerte, en la investigación de los m otivos inconcientes que conducen a la autodestrucción. El interés de A braham , en este estudio, estaba evidentem ente dirigido hacia la psicología del artista más bien que a la psicología del arte en sí misma, pero en un trab ajo posterior (10 0 ), nunca impreso desgraciadamente, se ocupó de la cuestión de las tendencias del arte m oderno conside­ radas desde el p u nto de vista psicoanalítico. El análisis que hizo A b raham de Am enhotep IV (Akenatón) (84) es, no sólo de un gran interés en sí mismo, sino digno de nota p o r ser la prim era ocasión en que se m ostró de qué modo el conocim iento psicoanalítico puede co n trib uir a la elucidación de problem as p u ra­ m ente históricos. In ten tar el psicoanálisis de alguien que m urió hace unos veintitrés siglos puede haber parecido un a empresa desesperada, pero el concienzudo estudio de A braham no tiene nada de hipotético, y las conclusiones que obtuvo serán difícilm ente impugnadas. A k en a­ tón, “el prim er gran hom bre en el rein o espiritual que la historia ha registrado”, fue un precursor de los maestros cristianos de la doctrina del am or, y un revolu cionario ético que reservó su odio sólo para su padre. A braham pudo m ostrar de qué m odo todas las innovaciones, la iconoclastia y las reform as de A kenatón pueden ser directam ente atribuidas a los efectos de su com plejo de Edipo.

L a am plia educación y el conocim iento general de A b raham fueron bien aprovechados en muchos de sus estudios psicoanalíticos. En su detallada investigación de la escoptofilia (43, véase supra) , expuso sus conclusiones generales con el au xilio de un a masa de m a­ terial m itológico y folklórico. Su identificación de las creencias y temo­ res respecto al sol y a los fantasmas respectivam ente, fue un logro notable de este trabajo, y en él tam bién indicó claram ente la am bi­ valencia de los motivos que llevan al desplazamiento del padre hacia los cielos (exaltación y relegación a un a distan cia). En el mismo tra­ bajo hizo u n a contribución práctica a nuestro conocim iento de la sublim ación en la ciencia, la filosofía y la religión, dem ostrando cómo la ardiente dedicación a la solución de interrogantes que no pueden tener respuesta, tales como los relativos al fin de la vida, a la d u ra­ ción de la vida, y al destino de la vid a después de la m uerte, es en gran m edida el resultado del desplazamiento inconciente de pregun­ tas que no deben ser contestadas o no se osa contestar. El mismo am plio conocim iento encuentra expresión en varios tra­ bajos más breves en el campo del psicoanálisis aplicado, tales como aquellos sobre la significación de los ritos del “día de la exp ia­ ción” (64), la secta rusa de los cultores del yoni (25), el sagaz an áli­ sis de los detalles de la leyenda de Edipo (76 y 8 2 ), y muchos otros (29, 56, 59, 64, 8 4 ). El últim o trab ajo publicado por A braham (95), un interesantísim o estudio de un bribó n con el que había trope­ zado, fue una m editada contribución a uno de los principales proble­ mas de la crim inología. R e s u m e n . AI in ten tar resum ir en pocas palabras las característi­ cas esenciales de la obra escrita de Abraham , elegiríam os su carácter polifacético, que se h a puesto en evidencia en la reseña que se acaba de hacer, y el alto prom edio general de excelencia que m antuvo en sus escritos; difícilm ente algo de lo que escribió haya sido de valo r m eram ente efím ero, y toda su obra se destacó p o r las valiosas cuali­ dades de sobriedad, cauto escepticismo y buen juicio. Esta uniform idad de la calidad puede quizás estar en relación con un im portante rasgo del modo de pensar de Abraham , a saber, su perspectiva consecuentemente biológica. Esto proporcionó un fondo estable en toda su obra y un criterio para juzgar la probabilid ad inherente o validez de cualquier conclusión general. Podemos per­ m itirnos la reflexión de que de todos los muchos modos como se echará de menos a A braham en el psicoanálisis, aquél que puede muy bien tener las consecuencias más im portantes para el futuro, es­ tará en relación con este mismo rasgo. El psicoanálisis no ha llegado todavía al punto más crítico de su desarrollo, aunque ha sobrevivido exitosam ente algunos prelim inares. Eso sucederá, y m uy probablem en­ te dentro de los próxim os veinte años, cuando se plantee seria­ m ente la cuestión de incorporar al psicoanálisis al cuerpo general de la ciencia. Entonces se presentará la prueba más severa para la joven

ciencia, pues m ucho dependerá de la alternativa de que sea absorbida por u n proceso de aceptación parcial y continua atenuación o de que despliegue la vitalid ad suficiente para preservar sus cualidades esen­ ciales y com unicarlas a las otras ram as de la ciencia con las que estará en contacto. Precisamente en esta tarea que está delante de nosotros hu bieran sido indudablem ente de singular v alo r las cualidades carac­ terísticas de Abraham , pues él poseía una am plia y sana perspectiva de la ciencia y de la vid a en general com binada en un grado raro con un a concentrada visión de la profundidad de las verdades psicoanalíticas. A l estiAdiar sus contribuciones originales nos llam a la atención la preponderancia de temas que se refieren a los estadios pregenitales de desarrollo, incluyendo el autoerotism o y los instintos com ponen­ tes, y al elem ento del odio reprim ido, especialmente respecto a la madre. El últim o tema aparece un a y otra vez en sus obras, y supera con mucho en extensión a sus contribuciones en la esfera del amor, la transferencia, y problem as semejantes. Es asimismo notable que un clínico de prim er orden como él, un hom bre para quien el punto de vista clínico era siempre el dom inante, contribuyó menos a nuestro conocim iento de problem as puram ente clínicos, tales como los de las neurosis de transferencia o aun las psicosis (pese a su obra sobre la locura m aníaco-depresiva, que fue la de m ayor im portancia en ese ca m p o ), que al de los problem as genéticos del desarrollo de la libido. Es probable que se lo recuerde más p or sus contribuciones en el campo genético que por aquellas que hizo en el terreno clínico. Si tuviéram os que seleccionar la obra in d ivid u al más im portante de Abraham , aunque sin olvidar nunca la variedad de sus valiosas contribuciones a todos los aspectos del psicoanálisis, elegiríamos p ro ­ bablem ente aquella sobre el erotism o oral. A llí describió con todo detalle sus diversas m anifestaciones, reconstruyó claram ente su desarro­ llo interno y su evolución en fases libidinales sucesivas, estudió su relación con el am or y el odio, demostró su im portancia clínica res­ pecto al alcoholismo, la ingestión de drogas, y especialmente, la locura m aníaco-depresiva, y —en últim o lugar, pero no el de m enor signifi­ cación— nos proporcionó una reveladora descripción del im portante papel que juega en la form ación del carácter. Quizá la más notable lección en psicología que debamos a A braham sea la gran im portan­ cia del período de succión, y las funestas consecuencias que el anta­ gonismo suscitado contra la m adre durante este período puede tener en la vid a posterior. Queda algo por decir acerca de la personalidad de K arl A braham , sobre su v alo r personal para el psicoanálisis. Hemos intentado presen­ tar un a estimación objetiva de lo que han significado y significan para el desarrollo de nuestro conocim iento los escritos científicos de A braham , pero su v alo r para el psicoanálisis trasciende am pliam ente

aún eso. Puede tenerse una vislum bre de su naturaleza m ediante una sola consideración: en cuanto él fue el punto de apoyo central del avance del psicoanálisis en B erlín, y en toda A lem ania, su influencia con virtió insensiblemente a B erlín, en muchos aspectos im portantes, en el centro de todo el m ovim iento psicoanalítico internacional. Com ­ prender el secreto de este logro es conocer a Abraham . Pues la posición dom inante que alcanzó dentro del psicoanálisis no fue en lo más m ínim o el resultado de alguna am bición o esfuerzo personal; ella p ro ­ vin o enteram ente de la consecuencia autom ática de su v alo r intrínseco, y a llí reside la grandeza del hom bre. A lgunos hombres han nacido para ser líderes. Está dentro de su naturaleza el com andar a otros. A braham no era de este tipo. Hasta el mismo fin, como me lo dijera en el Congreso de H omburg, le pareció algo extraño ocupar una posición prom inente; ello era, según sus pala­ bras, ajeno á su naturaleza, y no le resultaba fácil aprehender y aceptar el hecho evidente. Su influencia sobre sus compañeros y el im portante papel que desempeñó no surgieron de algún deseo de em inencia, sino de cualidades sólidas, de un sobresaliente v alo r que no podía dejar de ser reconocido. ¿Cuáles eran esas cualidades? Sólo puede responderse a esta pregunta resolviendo una an tino­ mia. E ntre los rasgos de carácter de A braham eran prom inentes una refrescante juven tud y un optim ism o sanguíneo. A h o ra no son rasgos que inspiren comúnmente una confianza im plícita, ni se aviene gene­ ralm ente con cualidades tales como el cauto escepticismo y el juicio sobrio y sereno, que hemos destacado cuando consideramos el trabajo científico de Abraham . Sin embargo, ambas descripciones son p ro fu n ­ dam ente ciertas. Com prender esta paradoja es obtener la clave de la personalidad de Abraham . A u n en las cualidades que dieron a A braham su gran encanto personal y social había indicios de otras más vigorosas que form aban la base de su carácter. Era singularm ente joven, e inclusive amucha­ chado cuando las circunstancias eran apropiadas; aunque podía ser en ocasiones decididam ente ingenioso, su más característica form a de hum or era un sereno regocijo, a m enudo m uy sutil. Esto le otorgaba a su personalidad, tan encantadora para las m ujeres y atractiva para los hombres, un a frescura y vigor que siempre hacían de él un com­ pañero o colega estim ulante. Su com portam iento era invariablem ente jovial, cortés y amistoso. Pero no habría que jactarse de estas cuali­ dades. Detrás de ellas había una firmeza im perm eable a los halagos fem eninos o masculinos. Podía perm itirse ser condescendiente y fle­ xible en su trato con los demás, precisamente porque se controlaba tan com pletam ente; sabiendo que él no podría ser indebidam ente in flu id o ni desde el exterior ni desde su interior, era confiado en toda situación. Esta completa confianza arraigaba fundam entalm ente en el dom inio de sí.

L o mismo es cierto respecto a uno de sus rasgos más característi­ cos, lo que sus amigos denom inaban su incurable optim ismo. Siem pre se m ostraba esperanzado, pese a que las perspectivas fueran tediosas o siniestras, y su anim ación, ju n to con la confianza que la acompa­ ñaba, contribuyeron a m enudo m aterialm ente a producir u n desenlace más feliz de lo que parecía posible al principio. Como regla ese o p ti­ m ism o era m uy adecuadam ente eq uilib rado por un agudo sentido de la realidad, de modo que su efecto era m eram ente vigorizante, pero u n a o dos veces en su vid a le jug ó un a m ala pasada, estropeando lo que era en toda otra circunstancia una perfección de estabilidad. La capacidad de A braham para la reserva tenía que ser discerni­ da en la sencilla escrupulosidad de su modo de ser. Sin embargo, p ro ­ bablem ente inclusive pocos de sus amigos sabían cuán honda era. Sólo percibían que había en algún lugar de él un a barrera más allá de la cual no se debía penetrar. Para los fines de la vida, A braham había conseguido una organización m ental singularm ente estable, pero las mismas profundidades no debían ser sondeadas, quizá ni siquiera p o r él mismo. Nadie podía conocerlo bien sin darse cuenta de que él era uno de esos hom bres que están dotados con m uy excepcionales poderes de sublim ación, y que había logrado un grado extraordinariam ente avan­ zado de desarrollo em ocional e instintivo. No fue una casualidad que fu era él quien nos enseñara el que es quizás el m ejor criterio del com pleto desarrollo m ental: la superación del narcisismo y de la am­ bivalencia. Pues no conoceremos muchos hom bres que salgan tan bien parados como él de esta rigurosa prueba. A braham había podido trasm utar sus tendencias egocéntricas en una notable m edida, con el resultado de que pudo dedicarse entera­ m ente a la única meta de su vida, a saber, el progreso del psicoanálisis. Con un a excepción aislada, cuya naturaleza confirm a la regla, era im posible percibir en él h u ella alguna de am bición personal; la excep­ ción fue un deseo bastante extraño de llegar a ser profesor en la U n i­ versidad de B erlín, lo cual estaba obviam ente ligado al prestigio del psicoanálisis. Sus colegas de B erlín son quienes m ejor saben cuán com pletam ente se identificó con los intereses de la Sociedad berlinesa, desde el m om ento en que la fundó, en marzo de 1910, hasta el de su ú ltim o acto de presencia allí, el 9 de mayo del año pasado. Sus raros dones de maestro, investigador y conferenciante fu eron indispensa­ bles para el desarrollo de la Sociedad, pero de un v alo r todavía m ayor fueron sus cualidades de líder, de las cuales tenemos que hablar aún. Su transm utación del interés puram ente personal, ju n to con su nativa perspicacia intelectual, otorgaron a A braham un a capacidad poco usual para percibir problem as, personalidades y acontecimientos de un m odo distante y objetivo. Esto da razón en gran medida de la notoria sobriedad de su juicio, pero tuvo además otro valor. Le con­ cedió una desenvoltura social y unas m aneras cordiales que le hicieron

posible aproxim arse a sus compañeros con una franqueza poco común, de m odo que nadie tomaba a m al cualquier cosa que él tuviera que decirle. Todas las críticas que deseaba hacer eran inm ediatam ente transferidas desde cualquier base personal a un a puram ente objetiva, y esta actitud rara vez dejó de conseguir su efecto de apaciguar las emociones y conducir a un a consideración reflexiva del asunto. Cortésm ente firm e y, cuando había tom ado un a decisión, inflexib le, nunca fue de ningún modo im positivo; su calm a decisión le otorgaba por sí misma autoridad. Era un colega encantador para trab ajar con él, como yo tuve am plia ocasión de com probarlo cuando estuvimos aso­ ciados en el Ejecutivo C entral de la Asociación, así como en m u­ chas otras circunstancias. Siem pre era accesible para cualquier idea que se le presentara, y uno podía contar con que ella no sería refrac­ tada por ningún elem ento subjetivo; su respuesta ante cualquier proposición sería, clara, concisa y concreta. Todas estas cualidades hacían de él un árb itro adm irable en disputas personales o cien tífi­ cas. Por tanto, una gran parte de la cordura de su juicio y de su sagacidad para las relaciones humanas procedían de su capacidad para la objetividad im personal. La am bivalencia era algo totalm ente extraño a la naturaleza de Abraham , tanto intelectual como em ocionalm ente. Parecía estar por com pleto desprovisto de odio. A veces no le gustaban ciertos in d ivi­ duos, generalm ente con el fundam ento im personal de que consideraba sus actividades como dañinas para la causa del psicoanálisis; pero aun entonces nunca he sabido que odiara a nadie. A lgunas veces se m ostraba inclusive curiosam ente olvidadizo en cuanto a la fuerza de las emociones hostiles en otras personas; lo he visto razonar ale­ grem ente con alguien que estaba ardiendo de ira y resentim iento, ignorando dulcem ente en apariencia esa emoción, y lleno de confianza en que una exposición serena pod ría cam biar la situación. En la controversia, aun estando acalorado, era inflexible, pero nunca per­ día los estribos. A braham podía agradar con su encanto, ayudar con gusto y generosidad, am ar devotam ente; podía resistir tercam ente y luchar con valentía; pero no podía odiar. En consecuencia, aunque ocasionalm ente suscitaba críticas y oposición, nunca provocaba aver­ sión: tenía oponentes, y por supuesto, rivales celosos, pero no ene­ migos. L a profunda sensación de confianza de A braham estaba por lo tanto fundada en su eq u ilib rio m ental. Con su organización m ental de gran estabilidad y su autodom inio seguro y firm e, que inclusive se inclinaba ligeram ente hacia la austeridad, podía librem ente dar rienda suelta a sus tendencias innatas, sabiendo que ellas sólo lo con­ ducirían a donde él deseara. Cuando decimos que A braham era un m iem bro de la sociedad norm alm ente desarrollado, estamos utilizando palabras que, aunque parezcan frías al no iniciado, son ricas en sig­ nificación para todo psicoanalista.

A h o ra podemos ver cuán inevitable era que A braham fu era u n guía en el psicoanálisis, y por qué tuvo tanto éxito en esa posición. Su incansable energía y su com portam iento de intrépida confianza, siem pre fresca e im perturbable, eran tonificantes para los demás, y les inspiraban la seguridad necesaria para cum plir tareas difíciles. Su aguda perspicacia le perm itía criticar de un modo peculiarm ente frío toda inexactitud o exuberancia, y ejercer una influencia m oderadora sobre las divagaciones de la im aginación. Su actitud constantemente be­ nevolente y al mismo tiem po im personal hacía posible expresar tales críticas sin h erir ni descorazonar a la persona afectada. Su buena disposición y cordialidad, ju n to con su general optimismo, lo in cli­ naban a hacer resaltar siem pre los mejores rasgos de la obra de u n colega, y a m odificar insensiblem ente sus aspectos débiles cuando la com entaba, presentándola así bajo la luz más favorable. El resultado era que obtenía siempre lo m ejor de sus colegas y discípulos. Y en toda circunstancia era evidente para ellos que tenían en A braham un punto de reunión, una piedra de toque de objetividad, a la cual ra ra vez apelaban en vano. Este últim o rasgo nos conduce a lo que era, en m i opinión, la más sobresaliente de todas las cualidades de Abraham , su intrepidez y su integridad. Que él desplegó un coraje tenaz cuando se vió rodea­ do por la hostilidad, en sus solitarios días de precursor, es algo gene­ ralm ente sabido, si bien se necesita haber tenido una experiencia sim ilar para apreciar plenam ente lo que eso significa. Pero pocos saben que hubo evidencias aún más notables de su valiente desprecio de las consecuencias penosas; en más de una coyuntura im portante de su vida he sabido que arriesgó la amistad de aquellos que le eran más caros al adoptar una decisión que le parecía ser la única ade­ cuada, aun cuando sabía que podía prestarse fácilm ente a graves m al­ entendidos. • Pues la integridad estaba para A braham antes que ninguna otra cosa. La honestidad de propósitos estaba tan arraigada en su natu ra­ leza que invariablem ente y sin vacilar hacía lo que entendía que era justo, y nunca se desvió de su curso. Este alto grado de integridad producía en quienes estaban próxim os a él tal sensación de certeza y seguridad que los inducía a confiar en él como en un a roca. Entre la agitación de las emociones personales y el fragor de las tendencias discordantes, A braham se m antuvo siempre firm e, una estabilidad central rodeada por rem olinos. Y éste fue su m ayor v alo r para el psicoanálisis. K a rl A braham fue verdaderam ente “u n preux chevalie r” de la Ciencia, "sans peur et sans reproche”. E r n e st J o n e s

LA EXPERIMENTACIÓN DE TRAUM AS SEXUALES COMO UNA FORMA DE ACTIVIDAD SEXUAL (1907)2 L a t e o r í a original de Freud sobre la etiología de la histeria ha su­ frid o , im portantes alteraciones en el curso del tiempo. Como él mismo lo ha señ alad o 8, sin embargo, perm anecen sin cambio dos puntos im ­ portantes de ella, a saber, la sexualidad y el infantilism o, cuya signi­ ficación él ha investigado más y más profundam ente. E ntre otras cosas, el problem a de los traumas sexuales en la ju ­ ventud ha sido afectado por las alteraciones que h a sufrido la teoría general de la sexualidad y de las neurosis. D urante algún tiem po Freud consideró que esos traum as eran la fuente prim o rd ial de los fenóm enos histéricos, y supuso que se los podía encontrar en todos los casos de histeria. Pero no pudo m antener esta teoría en su form a original. En el trab ajo al que nos hemos referido, asigna u n papel secundario a los traumas sexuales de la juventud, y postula la pre­ sencia de una constitución psicosexual anorm al como la causa p ri­ m aria de una neurosis. Esta opinión está de acuerdo con el hecho de que no todos los niños que han experim entado u n traum a sexual padecen luego una histeria. Según Freud, los niños que tienen pre­ disposición para la histeria reaccionan de un m odo anorm al ante las im presiones sexuales de todo tipo, a causa de su disposición anor­ mal. Yo he dem ostrado recientem ente que los traumas sexuales in fa n ­ tiles tam bién se presentan en la psicosis4; y propuse la teoría de que el traum a no puede ser considerado la causa de la enferm edad, sino que ejerce un a influencia sobre la form a que ella asume. M e m ani­ festé de acuerdo con la hipótesis de Freud acerca de un a constitución psicosexual anorm al del paciente. No obstante, esta hipótesis sólo nos hace avanzar un paso, y se detiene ante u n a segunda y más im portante dificultad. E lla explica p o r cierto p or qué un traum a sexual en la infancia tiene tanta signi­ ficación en la historia de muchos individuos. P or o tra parte, subsiste

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(Bibliografía de A braham , 10 ). 3 “Mis opiniones sobre el papel que desempeña la sexualidad en la etiología de las neurosis" (1905). 4 (Cf. NO 9, B. A.) .

el problem a de por qué tantos neuróticos y psicóticos pueden presen­ tar un traum a sexual en los recuerdos de su infancia. Si podemos resolver este problem a habremos obtenido alguna inform ación, po r lo menos en cuanto a la naturaleza de la constitución anorm al cuya existencia hemos supuesto. En este trabajo intento profundizar más en esta cuestión. T ra ­ taré, especialmente, de fundam entar la teoría de que en un gran n ú ­ mero de casos el niño desea inconcientem ente el traum a, y de que tenemos que considerar a éste como una form a de la actividad sexual in fan til. T odo el que se interese por la psicología in fa n til habrá obser­ vado que m ientras un niño resiste la tentación o seducción, otro cederá fácilm ente a ella. H ay niños que difícilm ente opondrán alguna resistencia a la invitación de una persona desconocida a seguirla; hay otros que reaccionan de la m anera opuesta en las mismas circunstan­ cias. Los obsequios y las golosinas, o la m era expectación de ellos, influ yen sobre los niños de modos m uy diferentes. Además, hay niños que m uy definidam ente provocan a los adultos en u n sentido sexual. En relación con esto, son m uy instructivos los inform es de las causas judiciales contra personas acusadas de conducta inm oral dirigida a niños. En dos casos en los que u n dem ente senil había ultrajad o a un niño pude enterarm e de que el niño se había com portado de un modo provocativo; y en varios otros casos tengo buenas razones para sospechar circunstancias similares. Inclusive entre herm anos y herm anas se encuentran sorprendentes diferencias a este respecto. Conozco muchos casos de esta clase. En u n a fam ilia de varias her­ manas, por ejem plo, una se dejó tentar por un a persona extraña que la inducía a seguirla; y en otra ocasión, m ientras jugaba con un niño m ayor que ella, lo siguió a un a habitación distante y le perm itió besarla. Sus dos herm anas m ostraban la tendencia opuesta. Esta niña, de quien podrían relatarse muchos episodios semejantes, exhibía ras­ gos neuróticos aun en la infancia, y más tarde padeció una p ro n u n ­ ciada histeria. Este ejem plo no es excepcional sino típico. Por el m om ento podemos decir, de un modo muy general, que ciertos niños aceptan más fácilm ente que otros seducciones sexuales o de otro tipo, y podemos utilizar este hecho para clasificar a los traum as sexuales, pese a su diversidad, en dos grupos. Podemos distinguir entre los traumas sexuales que tom an al niño de im proviso y aquellos que él mismo ha provocado, o que son debidos a tentación o seducción, o que él pudo haber previsto o evitado de algún modo. En el prim er grupo, no hay m otivos para suponer una complacencia por parte del niño; en el segundo, no podemos evitar el suponer que hubo una complacencia de tal especie. Pero no todos los casos pertenecen a uno u otro de estos dos grupos. Si se produce un a agresión sexual inesperadam ente, la persona atacada puede defenderse en form a activa y en serio, o puede someterse ante el ataque. En el últim o caso en-

con tram os nuevam ente un asentim iento, esto es, un a concesión p or parte de la persona atacada. Podríamos decir que esa persona sucum­ be ante una “vis haud ingrata", para usar un a expresión del derecho rom ano. El tema de la “vis haud ingrata” siempre atrajo la atención de los legisladores, especialm ente cuando form a parte de las regulaciones para el castigo de los crímenes sexuales. La ley mosaica, por ejem plo, lo ha tenido cuidadosamente en cuenta. En el D euteronom io, xx ii, 23-27, leemos: "23. Si una damisela, que es virgen, es prom etida a u n esposo, y un hom bre la encuentra en la ciudad, y se acuesta con ella; "24. Entonces, los arrojaréis a ambos fuera de las puertas de la ciudad, y los lapidaréis con piedras hasta que m ueran; la damisela, porque no gritó, estando en la ciudad; y el hom bre, por haber h u ­ m illad o a la m u jer de su prójim o; de modo que apartaréis el m al de entre vosotros. "25. Pero si un hom bre encuentra a un a dam isela prom etida en el campo, y el hom bre la fuerza y se acuesta con ella: entonces sólo el hom bre que yació con ella m orirá: "26. Pero a la dam isela no le haréis nada; no hay en ella n in ­ gún pecado m erecedor de la m uerte: pues como cuando un hom bre se levanta contra su prójim o, y lo m ata, igual es esta cuestión. “27. Pues él la encontró en el campo, y la dam isela prom etida gritó, y no había nadie para salvarla.” H aré referencia tam bién a la excelente pequeña historia narrada en el "Q uijote”, que ha citado Freud 5: U na m u jer llevó a u n hom bre ante el juez y lo acusó de haberla despojado de su hon or por la fuerza. Sancho la indem nizó con un a bolsa llena de dinero que tomó del acusado; pero luego de que ella se hubo ido dio perm iso al hom bre para que la siguiera y le sacara la bolsa. Am bos volvieron luchando; y la m ujer se jactó de que el villa n o no había podido arrebatarle la bolsa. A l pu nto Sancho dijo: "Si hubieras luchado para conservar tu virtu d con la m itad del coraje que has desplegado para conservar tu bolsa, este hom bre n o hu biera podido despojarte de aquélla.” Es verdad que estos ejem plos se refieren a adultos; pero veremos luego que a este respecto no hay diferencia entre los niños y las per­ sonas m aduras. L a ley mosaica hace depender el castigo de la m uchacha de que ella haya pedido au xilio o no, esto es, de que ella haya hecho todo lo que podía hacer para im pedir el hecho o no. He exam inado los casos que publiqué anteriorm ente con referencia a este p u n to fl; y he encontrado que en todos ellos el traum a pudo ser evitado. Los 6 «

‘‘Zur Psychopathologie des Alltagslebens”, Zweite Auflage, p. 87. (N