Ponzoña en los ojos : brujeria y superstición en Aragón en el siglo XVI
 9788478205479, 8478205470

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PONZONA EN LOS OJOS Brujería y superstición en Aragón en el siglo XVI

I N S T I T U C I ~ N«FERNANDO EL CATOLICO. Excma. Diputación de Zaragoza

PublicaciOri núrnei-o 2.096 dr la Iristitucióri >4'. Entre dicho gCnt:ro de delitos se encontraba la bri~jeria,así como otras formas d e practicar la magia o la adi\:iriacióii como, por cjcmplo, la llamada astrologia jidiciaria. TarribiCri se incliiían la blasfemia y comportaniien~ossexuales tales como el adulterio, el amanceba~iiierito,la sodoirlía o el incr:sto. Por lo que respecta a la magia y la br~ljería,arribas podían ser, pues, juzgadas por dos tipos de tribunales: los episcopalcs, como representantes de la autoridad espiritual, y los seglares, como representantes de la ~erripoial.Ya virrios cónio, en la práctica, los,juicios por dichos crírrieiics rio abundaron mientras prevaleció el procediniierito acusatorio. Pero desde finales de la Edad Media, y sobre todo a partir del siglo XV, las cosas cambiaron con la gerieralizacií~ndel procedimiento inquisite rial y con la creación d e un tcrccr tipo de ti-ibiinales que S~ierona su vez de.sigriados con el nombre d e Santo Oficio cle la I~iquisicióri. Los ~riburialesd e la Inquisición ejercían su autoridad corno delegados del Papa y, en principio, n o representaban sino otra faccta rrris de laJiirisdicción eclesiástica. No obstante, eri la práctica constitiq~eronuna nueva forma d e poder que se cricontraba a caballo entre la autoridad espiritual y la temporal. Dentro de Eiiropa, la Inq~iisiciórinioderria sólo tuvo Cxito en algunos países y h e precisamente en aquéllos dímde el papado colaboró de modo eficaz con la autoridad secular, especialmente Italia, Portugal y España. La Inquisición espaiiola sc caracterir6, m & que ninguna otra, por su caricter político, ya que el Iriqiiisidor General era riorribrado por el Papa, pero a propuesta de los Reyes. Dicho inquisidor actuaba en todo el ámbito de la monarquía. de rrimera que la Inquisición se convirtio en la única institucióri judicial comíin a todos los reinos hispánicos, circuristaricia que hizo de ella un foi-midable instrunie~itode uriificaci0ri en manos de la corona. El hecho de que los inqiiisidorcs fireran nombrados a iniciativa de los reyes coristit~lírzu11 desacato para los obispos y para los dere-

chos de la Iglesia misma, pues la furición del nuevo tribunal consistía teóricarriente en perseguir la herejía, algo que los obispos Ilevaban practicando desde la oficialización del cristianismo. Si en un principio el origen de las Inquisiciones medievales se había debido a la desconfianza de los papas respecto a la sinceridad y eficacia de los obispos para acabar con la herejía, la situacisn en la Edad M e derna era muy diferente. Al menos en España, la iniitilidad episce pal no podía mencionarse corno pretexto, ni en los años tinales del siglo cuando Tiie fiindada, ni mucho menos después, tras las reformas cpiscopales realizadas por los niisrnos Reyes Católicos con la eficaz colaboración de Cisneros. Así pues, como defienden miichos autores, la fiiialidad de la Inquisición española, a pesar de su naturaleza religiosa, fue principalmente política y social"'. Pero, mas allá de las iriterpretaciones acerca de los furidamentos eri que se apoyaban los distiritos tribiinales existentes en la Espaíía moderna, lo qiie si es claro es que sobre los delitos de brujería g otras formas de superstición pesaban básicamente tres formas de poder (inquisitorial, episcopal y seglar) que, aunque coiricidentes en cuanto a la persecución de dichos crímenes, partían de distirilos presupuestos y se encarriiriaban a oejetivos también diferentes. >"'" Pero a pesar de la preocupación por el prublcrna manifestada por los prtlados tiirolenses, n o hernos hallado hasta el momento riirigún testimonio d e la perseciici6n e n todo el obispado. Hemos de deducir, por tanlo, que la actividad de la justicia episcopal en relación cori los delitos de brujería y superstición debió de ser rii~icfiomenos intensa qiie la llevada a cabo por la Inquisicióri y por la justicia seglar.

A diterericia de los procesos iriqiiisitoriales, en ninguna d e las caiisas episcopales apartce mención alguna a supersticiones jiidaicas y auriqile tres de los reos eran nioriscos, dicha circiinstancia no pareció influir en el ánimo de los jueces a la hora de dictar serilericia. Ello revela el distinto carácter de la persecución episcopal con respecto a la inqi~isitorial:evidentemente, el Santo Oficio se hallaba más ericarriinado a conseguir deteriiiiriados objetivos de índole política y social que propiamente religiosos. Otra diieseiicia serisible en comparación cori las causas inquisitoriales es la iniposibilidad de establecer uriri clasificación qiie divida a los reos por brujería de los juzgados por otro tipo de supersticiorics. Si bien es cierto que en algunos procesos episcopales aparecen aciisaciones de br~ijería,estas no siempre se corresponden con el prototipo clásico qiie incluía pacto cori el demonio y asistencia al aquelarre. Por lo general, las rriiijeres aparecían deno~riiriadascomo brujas y hechiceras, rriieritras que los hombres eran calif cados íinicaniente de hechiceros o nigroinarites. No obstante, ello no significa que los hombres nunca fueran considerados brujos. Dicho tbrrriino, que aparecía aplicado más bien conlo un insulto, se reservaba para ciertos iridividuos considerados daiiirios por toda la comunidad. Eri resumen, podeinos afirmar que, aunque en determinados casos se hiciera uso del térrnirio hujmia, la mayor parte de los procesos episcopales no f~ierori iricoados por dicho crimen e n uri sentido estricto, sino por el de supmtición, que poseía coiiriotaciones mucho más aniplias. Al igual que ocurría en las cansas inquisitoi.ialcs por siiperstición, el riíiiiicro total de procesos iricoados a varones (23) es siipesior al de caiisas contra rniijerrs (18). Dichas cifras son relativas si tenemos e n cuenta que, así como las aciisaciones contra varones eran por lo corriúri individuales, una acusaciGii contra tina mujer llevaba consigo c.on frecuencia rrik y rriás aciisaciones contra otras niiijerrs relacionadas con aquélla, ya fiiei-a por vínculos fiirriiliares o de simple aniistad. Ello acrecienta el núniero de reos femeninas,

pero no el de casos o de situaciories conflictivas. Un buen ejemplo de ello fueron los graves enfrentamientos que tuvieron Iiigar en 1.591 en la localidad turolense de Peiiarroya de Tastaviris; corno consecuencia de los rnisnios fueron iricoados cinco procesos a otras tantas mujeres, cuatro dc ellas pertenencientes a la misma farriilia y acusadas de brujas y hechiceras. Siis juicios h e r o n finalmente sobreseídos, pero arrojaron un total de más de 550 folios repletos de investigaciones por parte del tribunal del arzobispo de Zaragoza sobre un conflicto que afectó tanto a hombres corno a mujeres, aunque sólo estas íiltimas figurasen conio acusadas. Una parte significativa de los varones,juzgados por superstición pertenecía al clero. Así, por ejemplo, cirico de los sicte reos apresados por tal delito eri cl Obispado de Huesca eran presbíteros. Como ya señalamos al hablar de la Inquisición, ello se explica por la superior formación cultural de dicho colectivo, su farriiliaridad con lo sagrado y, lo que quizá h e r a más iniporrarite desde cl punto de vista de la justicia episcopal, la posición de poder que les proporcionaba el cargo quc dcsempeiiaban. En ciertas ocasiones, el motivo para la persecución de los eclesiásticos h e irenar los posibles LISOS sobre el resto de la población; en otras, controlar una actuación que miiclias veces no sc diferenciaba en nada de la . del pueblo, y como la consideral~anlos obispos. Aparte de dichas observaciones sobre los reos y la cronología de la persec~ición,y aparte de la actitud de los obispos (para la que reservarnos un capítulo específico), no es mucho más lo que puede generalizarse sobre la persecución episcopal de la brujería y la superstición en el territorio aragonés. Corno ya apuntábamos anteriorniente, uno de los priricipalcs rasgos de la misma consistía precisamente en su variedad y en la capacidad de adaptación a cada caso concreto. Dicha variedad puede advertirse ya en el origen o punto de partida de las causas crirriiriales. La mayoría de los procesos se iniciaban a partir de nna denuncia o delación; así, en el incoado a Francisca Castán, uno de los testigos declaraba que un enemigo de la acusada, ehahia venido de propossito [...] a esta ciudad de Caracoca [...] a deriimciar y dar queja contra la dicha Francisca Castan, y que habia procurado la prendiessen y que eiiiibirsse presa, corrio de presente lo esta en las carceles arcobispales [...] para salir con ello se habia gastado inuchos reales.*"'"

10ti

Proceso contra María Tolóri y Fraricisca Castán. Peiiaflor. 1609. ADZ, C. 5-

10, fol. 2M-i

A pesar de que los encargados de la,justicia episcopal actuahan de oficio, realizar una denuncia costaba dinero. En opinión del abogado defensor de Pascuala García, Pedro Guillén y sus allegados (conocidos como los Giiillenes) habían tramado toda la persecución, incluidas las acusaciones de brujería y licchicería. Para ello habían buscado al notario de la curia, que llevaron al pueblo para que tornase información, el cual no había querido proveer nada sin que le diesen fianzas para pagar las costas del proceso, que dichos Giiillenes aportarían. Según uno de los tcstigos que declararon en defensa de la acusada, « ( : o r n o 10s dichos Guillcncs son poderosos y ricos, se ajuntari y hacen im ciivrpo coritra qualquierc persona a quien conciben odio y mala volimiad, especialeniente si cs pobre.,>'"'

Pero tales denuncias (que coincidían con un tipo de comportamiento qiie ya vimos al hablar de los procesos inqisisitoriales) no eran el único medio por el que podía iniciarse una causa episcopal. Se conservan dos procesos, completamente diferentes eritrc si, cuyo origen, en palabras deljuez, fue uria reuelarión, que no acusación. En el primero de ellos, incoado en 1591 por el arzobispo de Zaragoza a Pedro de Salanova por hechicero, riigrornante y ~upersticioso"'~, su propia riiyjer había acudido al palacio episcopal para declarar que él no trabajaba y que era ella quien le mantenía (adobando *calcas a la puerta de Toledon), que él era bearnés y dc su tierra se había traído ..unos polbos [...] para caminar [...] qiie le parecia eran de la yerba falagucra [...] que tienen estos polvos una propiedad, que tocando a la muger en la mano cori ellos sc ba la muger tras del hombre>),que adivinaba por rricdio de un espejo (-que hay un espego en esta ciudad que lo ha visto el y se ha mirado alli en donde se vcc todo lo que cada uno haze, aunque este fuera de aqui, y que en su tierra hay otro espejo como este.>)y que sc dedicaba asimismo a buscar tesoros cori la ayuda de ciertos papeles. Según la esposa, su riiarido no sólo era vago y hechicero -dos de las peores acusaciones en la época-, sino que además la engaií;zba ( q u e en la presente ciudad vive amancebado con una muger valenciana,,), e iricluso podía corisiderarsc un hereje ya que, según los términos de la reuelacion, y pnitrnlr.~,Salarriarica. 1556, pp. 757-780. Segírri dicho autor, *caso reservado cs pecado c i i y ~ahsolucioii esta vrdada por- derecho hnmaiio a1 presbyrrro [...] Que riiiigim caso ay reicrvado al Papa poi-qiie dizc San Antonio que riinica leyo pecado alguno tan enorme, del cual no pueda ahsolvci-el obispo y sobre quales son los casos r-esermdos a el, tiay. gran contienda crirrr ICIS doctores.. . I:>iH .Cura y rasos pala regentes,,, Zarago~a,27 rlc febrero dc 1557, r n &@stru (1eAcfo.cComzinn. (1554li58). ADZ, rol. I %v.

r...]

~ c c h i z e r o s,y fuperiticioTos, familiares amigos de Me11tira.

CAP.

X XV I I L

RETENDE el demonio conier~15do18 hberuia que le arrojo del ciclo al infierno, coiitrahazer :on t i ~ s embultes y apariencia fa ~randczay Magefiad de Dios,y co "0 mona h y a imitar las ceremo-, liar .i culto de la Iglelia fama; y imdo que no le es pofiiblc vfur

¡

(como quifiera} la Deidad, Te

adorar de los infelizes y cieOS que fe dexan de el engan'ar, da-

-

página prr ieriruentc al tiatado de 1 uisn María d r I'adllld Elugzos de la vrrtlad e mvectrva contra l// m m t m (Zaragoza, 1640)

No obstante, el documento que nos habla con mayor claridad de la actitud hacia la magia por parte de la Iglesia aragonesa es una interesantísima carta que fue enviada en 1576 por el cabildo de la Seo zaragozarla al procurador en Madrid, encargado de tramitar- en dicha ciudad diversos asiintos, como los relacionados cori el rey o el nuncio del papa en España. Por los th-rriinos de dicha carta se deduce que el procurador había redactado 1111 niernorial para el rey exponiendo algiinos problemas coileernientes al gobierno de la archidiGcesis. En un momento dado, y sin que a dichas palabras se les otorgara rnás importancia que al resto de las ciiestiories tratadas anteriormente, se decía: (que arnionizaría los intereses individuales (para Siriith, i m a organización feliz d e la econoniia se logra cspontárieamente e n toda sociedad doride el horribre pueda actuar bajo el impulso d e sil interés personal). Pero la visión de los escolásticos medievales y de quieries, como Luis de Molina, seguían creyendo e n la usura en 1111 sentido amplio, n o era tan optimista; e n absoluto confiaba11 en una .mano iiivisible~c a p u de reconciliar los intereses iridividiiales. Por el contrario, insistían e n una realidad inLis evidente: la de que, con demasiada frecuencia, ~cilcsintereses entraban en conflicto y qile sólo podían resolverse medianle el recurso a la ley y la conciericia. Pero, aparte de la moral de cada cual, jcxistían leves qiie corisiderasen la usura como un crimen? Las condenas de ésta se aprecian en la Penírisula Ibérica sobre todo desde principios del siglo XIII. En el Lirnbito del Derecho Canónico, tuvo una gran influencia la recepción de las i l ~ c r e t u kde : ~ (hegorio I>i e n 1234. Por lo que respecta a las leyes civiles, en la Cor-orla d r Castilla aparecía prohibido expresamente el préstamo a interés ya e n las Parlidas, mientras que e n la Corona de Aragóri fue el rey Jaime 1 quien elabor-6 disposiciones teiidentes a la erradicación de la iisura en todos sus territorios. No obstante, e n el reino d c Aragón, riunque e n general estaba prohibido el llamado ~pricstamopor razon d e logros,,, tcrininó por permitirse durante los siglos XIV 7 XV una usura coritrolada a los ,judíos1". No olvidemos que ya desde finales clc la Edad Media la vida econbrnica d e toda Europa había empezado a cambiar cori el florecirriicnto d e las actividades bancarias, y qiie e n el siglo X\!í los descubrin~ientosgeográficos acentuaron todavía más el desarrollo de un incipiente capitalismo. Todo ello h i ~ qiie o las reglas antiguas e n materia de usura comenzaran a resultar escrechas para muchos. Fue entonces ciianclo se avivo el forcejeo en-

trc la realidad económica y la ideología más estricta, y tanto las leyes civiles corno eclesiásticas se vieron obligadas a modificar sus apreciaciones sobre la justicia d e ciertos actosi-". Sin embargo, a pesar d e que en el siglo S V I ya se reconocía la prodilctividad del dinero y de que los mismos representantes d e la Iglesia estahan empezando a precisar raciorialrriente los elementos objetivos qiie determinaban el interés de los pr¿.starrios, la actitud básica hacia el significado d e la lisura e n su sentido rriás arriplio iio ca~nbió.Las definiciones medievales d e la misma habían incluido todos aquellos casos eri que, e n las relaciones ecoiiómicas, se olvidaba la guarda de la justicia y d c la igualdad eri las pres~aciories. Así, por ejemplo, según San Ambi-osio, eiisiira es recibir mas d c lo que se ha dado,> (usu'ru es1 p h ~ saccip~requnm dore) y e n opini6n de San J e r h i m o , n,sino como hereje y embaucador. Pero, en cualquier caso, la única dikrencia existente entre él y quienes eran juzgados como hechiceros radicaba en que, así conlo éstos abusaban del miedo que sus coriterriporárieos sentían hacia la magia, él preteridía aprovecharse de la buena fe y la ingenuidad generalizadas en materia de religión. Dicha pretensión, a todas luces evidente, acabaría siendo castigada por los jueces del arzobispado todavía con mayor dureza. Tal y corrio aparece relatado en el proceso, un buen día de rriediados de marzo de 1561, en Qiiinto de Ebro (Zaragoza), y más concretamente en casa del tabernero, se presentó iin mancebo de unos ceintid6s o veintitrés años pidiendo cinco ducados y diciendo que venía de parte de Juan de Dios.

El rriuchacho aseguró a la mujer del tabernero que los cinco diicados debían ser bautizados y bendecidos en cinco pilas bautisrriales diferentes, tras lo cual Juan de Dios volvería y reintegraría el dinero a sus primitivos dueños. Con él vendría *ariapaloma blanca en señal del spiritu santo., que mostraría el lugar donde se liallaba un tesoro consistente en cinco sortijas, una de las cuales debcría ser entregada al muchacho para que la llevase a Santa Catalina. l

1 1

El joven reo, llamado Carlos hlilanés, era 1111 peregrino de los muchos que abundaban por aquel entonces. Había nacido en Lodi, muy cerca de Milári, y tras ser expulsado de la casa paterna, liabia trabajado corrio aprendi7 en diversos oficios. Primero, en Milkn, con un sastre y con un mercader; después, en Lodi, con uri letrado. h,fás tarde había iniciado el carriino de Santiago, y eri Lerida se había ericontrado con un tal Juan de Dios, d e riacion romano., el cual iba acompañado de doce peregrinos rnás, que representaban los doce apóstoles de Cristo. Todos ellos le dijeron q u e sabia poco del mundo, pues no llevava dineros, que si el supiera del mundo, inas dineros llcvaria~"".El que se hacía llamar Juan de Dios, q u e era el priricipal de todos,>,le había recomendado ir a Quinto de Ebro y pedir el dinero del modo ya relatado. En palabras textuales, .le dixo qile rrari dozc peregrinos que se representan los dol e apostoles de Cristo y le dijo: id a u11 lugar que se llama Quinto, y ay id a casa del tavei-nrro y dezidle que, poi- serias que a estado alli Jirari de Dios, que os de cinco ducados, y si no os qiiisicrc crehei; io~rialdedc la mano g drspiies del pulgar de la niario dercclia, porque ya yo hc estado con el.>>''"

Según el testimonio del tabernero, todo lo anterior era cierto

y, efectivamente, n o hacía mucho más de una semana que había estado allí el Ilnrriado Juan de Dios, diciéndole, h

I t i d ~ nfol. ~ , 17. Piocrro coritra J o m a : ~ (rd.), La magia dcwoninrn, Madi-id, Ed. Hiperióii, 1991).

pecialmente en la idea de Dios y el Demonio. Podernos plantearnos si, a su vez, los representantes de la lglesia apoyaron la feroz perseciicióri de los jueces seglares activamente, o si solamente consiiitieroii en ella, ya qiie 110 poseemos ninguna prueba de qiie interfirieran en la misma. Aurique los teslirrionios que revelan las relaciones mantenidas entre unos y o ~ r ojueces s no son muchos, sí poderrios considerarlos bastante significativos. Uno de los rriás contundentes es el que se contiene en el proceso incoado en 1574 por el alcalde de la villa y valle de Aísa contra Aritonia Sánchez de Siriués, por bruja, maléfica y hechicera. Como );a seiialamos en el capítiilo anterior, Antoriia terminó siendo condenada a muerte en la horca, siguiendo la costiiinbre autorizada por los estatutos de desaforamiento aprobados para el valle. Pero lo que más nos interesa deslacar es que uri representante del Santo Oficio, concretamente uno de sus comisarios presente en la zona, anotara en el proceso de sil puño y letra: .Yo, el licenciado Tr~illo,Comissario del Santo Ot'ticio, he visto este procrsso hasta esir lugar, y lo rernilto al Selior Bemardino Abarca, j u e z de la val dtAyca.>>"'

Dicho párrafo que, quizás e11 una primera lectura, podría parecer una declaración demasiado ambigua, en realidad escondía por parte de la Inquisición una posición de claro apoyo en la sombra a la persecución y a las matanzas efectuadas por los jueces locales. En aquella ocasión, el Santo Oficio no quiso hacerse cargo del asunto y lo ~rerriitió. a1,juez del valle. El comisario declaraba ~1zrnonim r(,(ofifdo.sr n Vasco, San Srba~tiáii,Ed. Txei-toa. 1989, p. 19.

YI

~uis

Bajo el término bruja tenían cabida personajes o genios legendarios de muy diversos caracteres. En palabras del antropólogo Ranlon Violant i Simorra, "Dicha sentencia reflejaba la extrema variedad de las conductas prohibidas: desde aquellas que la Iglesia interpretaba como rivales hasta cualquier muestra de religiosidad qiie se alejara del temor y el respeto que la religión oficial pretendía imbuir (no ol\ideiiios qiie la risa y la siipersticióri se hallaban indisolublcmcntc unidas para la Iglesia); también eran considerados supersticiosos los restos de antiguos ritos paganos y, por supuesto, las inanifestaciones culturales de judaizantes y mariscos. Brujería y superstición ericubríari conflictos muy diversos, cuyos alejados caminos confluían en u11 punto: ambas, en opinión de la Iglesia Cat61ica, eran iiistrumentos diabólicos. Si las brojas servían a Satanás en virtud del pacto firmado con Él, todo ciianto hacían los supersticiosos no era sino nntqp~el.Segun uno de los comentaristas de la obra, el giro a u diable de Biterne. estaría toniado de la lengua de Todotise, o más bien de MontpeIlier, donde Rabelais había estudiado medicina. Fuera cual fuera, por tanto, su origen real, si es que lo había, el boqiie de Biterna tenía mucho que ver con Francia7', E1 segundo de los testimonios aragoneses donde aparece una versión del aquelarre que en poco se diferencia de las anterior-

"

Proceso cori~r-aNarbona Darcal. Cciiarbe. 1498. AHPZ, C . 23-1, lol.

711.

mente citadas, se halla contenido e n el proceso iricoado cn 1534 por la justicia inquisitorial coritra Dominga Ferrer, (>, y salio dc su casa f~ierade dicho lugar, y fallo un diablo en figura de horribre negro, cl qual le llevo y guio hasta el alna de boch, que es en Gascunya, donde fallo otros niuchos Iiorribres y rnugcres bqlando al son de un rahiqiieie en derredor de huri gran canto, encima del qual estava en pies el bircli de Riterna, qur tenia los pies de cabra y era negro. Y el dicho capto, re« y criminoso, y todos los quc alli stavan le hazian reverencia.n7''

En esta ocasión, la localizacióri d e las juntas n o admitía ninguna duda: el mismo texto aclaraba que la Ilaniira del x b o c h ~se hallaba en Gascuña. Así pueq, la fantasía del aquelarre aragoriks

71

75 i6

Proceso contra Dominga Pcrrcr. Po7511 de Vem. 1334. AHPZ. C. 31-2, fol. 7th. Ibzd~m,fol. 80r.

Proceso contra Jimeno de Víu. I h á s d r Kroto. 1548. ADH. Leg. 2, ti'' 1724, fol. 6r t. v.

Francisco de Goya, «Aguarda que te initen.>,Capricho núni. li7. LJna de las riicnciones r~curi-entesen las drscripciones del aquelarre conservadas en Aragóri es la referida a los resno hacen caso dcllas, ticncn recurso al demonio, que cumple sus apetitos, en cspccial si cuando mozas fueron inclinadas y dadas al vicio de la

Tarribiéri la enuidiu era tenida como un vicio en esencia femenino: >'"'.No olvidemos que dicho término (procedente del latín inuidin, y derivado a su vez del verbo inuidew, compuesto de in y videre) sigriiíicaba e n origen .mirar con malevolencia o con malos ojos», con lo que venía a ser eri realidad un sirióriiirio del aojamiento. La asociación realizada entre mirar intensamente, la erividia y el mal de ojo n o era exclusiva de los tratadistas: al contrdrio, como facilmcntc sc comprueba al leer muchos de los procesos de brujería aragoneses, se hallaba e n la raíz de la creencia popular eri dicho feribnierio. Urio de los principales motivos de envidia se consideraba la posesión de criatiiras de corta edad. Se creía muy peligroso, por tanto, que una mujer sospechosa de brujería mirase a los niños pequeños, y peor todavía que alabase

sus cualidades. Segíln el testimonio de María AlOs, declarante en el proceso contra María Calvo, de Léccra (Zaragoza), por acusación de brujería: Q u i n z c dias ante de la pascua d r la Natividad del Señor proxiine passada llego a la deposante [...] un estudiarite 1 ...] el qual dizr dixo a la deposante que le avisaba no se liasr de Maria Calvo [...] por quarito la tenia por br~ija,y que no tratase ni co~iiiiriica se con ella, y qiie una hija que la dcposante tenia pequrñiia, la qual estaba enrernia, dixo el estudiantc qiie su enferineriad era que estaba embrujada, y luego la deposantc sospecho que dicho estudiante le habia dicho verdad p o r . qiianto unos dias ante, estando la dcposante en la yglesia d r dicho lugar, teniendo dicha su hija en los bracos, llego a ella la dicha Maria Calvo y hizo fiestas a su hija estando sana y buena l...] y de alli a dos dias adolecio la niña sin saber de que.>>'''

De acuerdo con la explicación ofrecida por Enrique de Villena, .""

En el mal de ojo (mucho más que en otras fantasías, como los demonios o el aquelarre) concurrían ideas conipartidas por la sociedad eri su conjunto. Para todos constituía un recurso imaginario de gran utilidad, aunque cada estamento lo expresara en iin lenguaje propio. Idosmédicos lo identificaban con uria enferniedad atribuida al exceso de humor nielaricólico o al emponzoñamiento de alguno de los tres hiimores restantes; los teólogos, con la acción de los dcnionios enviados por Satanás (elos demonios

'"

Proceso conti-aFrancisca Castári y María Tolón. Pcñaflor. 1609. m Z .C. 5-

10, fol. 13. 118 Vease Christine O R ~ U I T G L ~KI ;r\tIl .~ ~ ~ r Isur w s 10 nz?lnncolie r n I,l,c+wc, nu X V P siPrlc rowc.rf,lion, ~+rniologk,6m'tur~.Tesis doctoral iricdita presciitada eri la

Uriiversidacl de Pai-is-Sorhotine(Paris IV) eii clicicnihi-c dc 1994. I4il Jeróriirriu DE PLAMS, op. (ir., fol. 26'2.

huelgan con la melancolia y la dessean en los hombres))'50; dos demonios son enemigos nuestros y pueden dariar y hechizar)>15') y el pueblo en general, con una consecuencia derivada de la rnala iritencibn de alguien motivada por la envidia, o por lo que se suponía envidia, que en la mayoría de los casos era simplemente una forma de nombrar una relación conflictiva no resuelta. Hasta aquí lo que se refiere a las causas, pero ¿qué decir acerca de los síntomas del aojamiento? Cualquier enfermedad podía teóricamente producirse por mal de ojo; no obstante, las manifestaciones más frecuentes eran, en opinión de la niayoría, la muerte por consunción (hasta quedar uno «seco como un leñon) '"' o, en general, los estados de extrema fatiga o de ,'"' Según otro testigo en el mismo proceso, una mañana al despertar: '".Dicha idea (que no suponía sino una expresión más del recurso a lo imaginario, en esta ocasión destinada a justificar las altísimas tasas de mortalidad infantil) hacía que se llevara a bautizar a los recién nacidos lo rriás rápidamente posible ); qiie hasta ese momento no se sacaran f~lerade la casa familiar, puesto que se consideraba inuy peligroso exhibirlos p~blicamente"~.

i t i d ~ mtols. , 67\48 Enrique nE VII.L.EX.A, op. d., p. 18.5. Dicha costumhrc sr h a mantenido en muchos piirhloi de la Periírisula hasta hace muy poco tiempo. Véanse Rafarl AW\II)OL.L CAVELA, El nawr P I I .4rng&c, Zaragoza, Ed. Mira, 1992, y José María S A T K L W L G I gicos contraproducentes, tales como el granizo, los ciclones, el rayo, etc.""

1 >, simbolizaban quizás más que ninguna otra catástrofe el infortunio por antonomasia. Tanto es así que Juan de Quiiíories, en su famoso tratado dedicado a dichos insectos, las asociaba con la peste y la guerra, los dos grandes males que, junto con el hambre, representaban desde antiguo la personificación de la destrucción y la muerte: «Los daños que hacen las langostas no solarriente ca viviendo, sino aun despucs dc muertas pues, corno se ha visto en los casos referidos, la putrehcciori riellas causo y engendro pestes tan tcrribles que acabaron muchas provincias y consumieron innuinerables gentes [...] Ultra de la esterilidad y peligro de pestilencia que traen, son aguero y pronostico de grlerras [...] pronosticaron muchos que avia de venir el iiirco con grandes exercitos y que esta venida rra agiiero dello, y assi fue.>>"'.'

En Aragón sobrevino una temible plaga de langostas en el ario

1495. Según el citado Juan de Quiñones, qlogo,lo remitió de nuevo a sí mismo obligáiidolo a indagar en su interior y practicar la introspección mediante la lectura de sus propios sue-

'" Ibid~m,fol. 26r.

150s. Finalmente, fue el marido quien encontró una primera vía de salida para sus problemas recurriendo a su sola imaginación: -Aquella noche durmio una legua de alli cori un fraylc geronimo, y no so^%^ riada. Y la scgunda noche dimriio en Blesa, y soño que era briixa, y se rritristecio mucho, y vio un aclaror eri el apcscnto y un bulto blanco redondo del tamaño de un soinbrero.~~"lí

Tres meses después, Diego Solán volvió a visitar a Jaime Royo para pedirle consejo sobre cómo debería actuar tras llegar a la conclusión de que Catalina, su mujer, efectivamente era una bruja: *Volvio de alli a trcs meses [...] al iriesrno Jayme Royo y le dixo lo que le habia sucedido. Y Royo le dixo qiie i l lo sabia, y que fuese a su ~nilgery qiir ya no le podria Iiazer cossa que el no la ~intiesse.»'*~

Nuevamente, la reacción del clientc volvió a acomodarse a la expectativa expresada por el saludador: *Y assi, fue. Y la prirriera noche que dui-mio con ella, a rriedia ora [...] sintio que como cori una harrcna le andaban al derredor en la barba, y despues en la rriollrra, cn los ojos y en los hoydos. Yque, por estar ascuras, no le bio la mano a clla, pero bien hecho de ber quc cstaba en la cama y qiie se remezia, haunque a la mafiarla se lo nego, diziendo que era el diablo quien Ic engañaba, que era cori quien c1 habria hablado.^^""

Una vez más, el protagonista del relato se refería a sus sueíios para probar con ellos la rnaldad de su esposa-bruja, sueños que en esta ocasión identificaba con la realidad hasta el punto de pedirle cuentas a Catalina de unas agresiones estereotipadas de las que ella no era responsable directa. No obstante, la tensión entre ambos cónyuges era tal que, según hizo constar el notario del proceso, «El rebclante se kino -en siiar(-ohizo un año- por no matarla. Y volvio a La Pcña del Cid y hablo cori el rriesmoJayme Royo.>>?5"

Ofreciendo renovadas muestras de su gran perspicacia y agudeza psicológica,Jaime reprochó a sii cliente el Iiabcr hablado con su mujer del asunto; no obstante, lo ariiriió de nuevo a volver a su tierra, si ese era su deseo, aconsejándole esta vez que para salir de dudas, se escondiera y observara lo que ocurría a su alrededor:

.Jaime Royo [...] le dixo qiie era un nezio en habersele descubierto, pero que no se le diese nada p que, si queria volber segunda vez a la tierra, que se escondiese p lo veria todo.>.""

A pesar d e los consejos del saludador, el vizcaíno n o quiso volver con sil miljer. Aproxiniadarnerite un ario despuis, Diego, arite la llegada del visitador episcopal, volvió a hacer gala de su carácter inseguro y decidió consultar u n a vez más a lina figura con autoridad y prestigio cómo debería comportarse (((Esterebelante no quiso hir y desea saber lo que esta obligado a liazer en coriciericia.~)Desconocemos cuál sería la respuesta del visitador, eri caso de que esta se produjera. Lo único que sabemos es qiie tal «revelacii>n))o confesión espontánea sirvió para hacer mandamiento a Jaime Royo de q u e rlo santiguasse [...] rii hiziesse officio de adevinony"?,contravenido lo cual fue juzgado por el vicario general del arzobispo d e Zaragoza por superstici6n y hechicería en 1598. Dicho ejemplo coristituye una excelente muestra del gran protagoriisrrio que adquiri6 lo imaginario en las aciisaciones de brujería. El relato del vizcaíno incluido e n la causa contra el saludador turolense pone de manifiesto algunos d e los mecanismos que entraban e n funcionamiento e n los casos e n que alguien decidía inculpar a una mujer por brujería. Una parte sustaricial de dichos mecanismos era el proceso d e autocorivericirriiento d e la maldad de la acusada por parte del acusador. El mundo onírico de quienes se seritiari víctirrias de las agresiones efectuadas por las brujas resulta a este respecto sumamente revelador. Como vererrios e n el capítulo siquiente, dedicado a las ensoñaciones nocturnas, muchas d e las declaraciones efectuadas por los testigos ante los encargados de juzgar el delito de brujería se basaban íhicamente e n visiones o al~icinacioriesque pretendían probar una realidad difícilmente objetivable. Nada mejor para demostrar el alcance de la .eficacia simbólica. a la que se refería el célebre antropólogo Claiide Lévi-Stra~ss~'", que aquellas acusaciones en las que aparecían representados diversos conflictos, e n gran medida inconscierites, bajo la forma d e sueños d e contenido mítico. Tales suerios, debido a la actuación de ciertos jueces (que, corno bien sabemos, contribuyeron a mantenerlos dentro de los limites de lo real), condicionarían tina persecución e n gran medida basada en los espejismos d e la imaginación.

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Ibidrm,fol. 26v

Véase Claude I~'-STR%LSS, Antrol,olo& uctmrturnI, Kiicnos Aircs, k:d. deba. 1968. pp. 168-185.

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TERRORES NOCTURNOS

I h n nothu, \/ando 1. .] r n su h h o rlurmzendo, szntzo unnma de u r r q ,pan pvso, y que recordo del suoio, y que se t ~ o b om a m a de sz a la dicha Domen~capresa, y que tema las manos a la gola, que lo ahogaba. Juan de Blecua'"

El sueño dr la ruzón produce monstruos.

FI nricisco de Go)-a"'

La realidad y el sueño aparecen mezclados d e forma indisoluble e n los procesos aragoneses por brujería. A través d e las acusaciones presentadas por los testigos ante el j u e z se manifestaban n o sólo va creencias o interpretaciones personales e n relación con los hechos ~iarradossino que, con frecuencia, eri medio de unas declaraciones supuestamente objetivas, algunos relatorcs incluían imágenes oníricas o incliiso ensoñaciones detalladas, a las que se referían coino si de aconteciinientos reales se tratara. Janies Georgc Frazer, eri el capítulo XVIII d e La mma dorada, escribía, en relación con los indios de algunas tribus del Gran Chaco, que debido a sil costiimbre de contar relatos increíbles como cosas que ellos habían visto y oído, eran tachados d e embusteros por la mayoría dc los forasteros que critrabari e n contacto con ellos. Sin embargo, en palabras del estudioso irlandés, «Losindios esti11firmemente convencidos de la verdad de sus relatos, pues esas maravillosas aventuras son sencillamente lo que sueiian y no saben distinguirlas de lo que en realidad les sucede estando despiertos.,,"'

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Proceso coiitra Dorriiriga Fei-rei; ..La Coja.. P o ~ á i id e Vero. 1331. AHPZ.

( l . 31-?, fol. 5 6 ~ . 277 Miguel DE CEKVUTES SA~VFDRA, El ingvnio.co hidnlgo Don cho, vol. 1. cap. XVI, Madrid,,lii;iri d c 1.a (liicsta, 1615. 2i(i

Qulj'olr

clv I(L12lr¿n-

Francisco de Go/a y I.ilcierites, C(~pnc.ho.\(1796-1798) Janies George FKUEK,La rama dorada, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1951, p. 221. 2.77

Tarribikri Edward Eran Evans Pritchard, en su y? clásico Bntjeria, m a p a y orhculos entre los azande, aseguraba qiie, para este pueblo del interior del Africa negra, *los malos sueños no sólo son una prueba de la brujería, sino que constituyen verdaderas experiencias de ella.."' Del mismo modo que para los azande, w n mal sueño, es decir, una pesadilla, es habitualmente un sueño de brujería y un sueño agradable es habitualmente iin sueño oraciilarn25Y , así . t ~ ~ n b i éen n , la mayoría de los idiomas europeos, los orígenes etimológicos del término qxsadilla~revelan una íntima relación con la creencia en las brujas'"". La imagen de la pesadilla como una bruja que pisa o presiona en el pecho del durmiente provocando sil asfixia aparece claramente de manifiesto en el término francés ci~nr~che-vieille, utilizado al siir del país galo. No obstante, en irancés cornún, el vocablo caurhemar expresa también la misma idea, ya que antiguamente mare servía para denominar al espirit~idañino que, se suponía, hostigaba y atormentaba a quienes se hallaban entregados al siieño'". No sólo en francés, sino tarribikn en otros idiomas europeos (inglés, alemán, polaco, o noruego"'" dicho espíritu terminó identificándose con un incubo, esto es, con iin demonio masculino, cuyo estrecho vínculo con el mito de la brujería nos es de sobra conocido. Todavía hoy en día la palabra italiana incubo continúa siendo un sinónimo de pesadilla. Y, por lo que respecta al castellano, hay que recordar que, con el mismo significado, se utilizaron en España durante los siglos X\,? y XWI los tkrminos mampesada y murnpesudilla, cuya traducción literal no es sino .mano pesada que se pone sobre el corazón.»

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Según E. R. Dodda, la rriayoría de los griegos de época clásica tampoco distinguían el mundo de la vigilia dcl miindo dcl siieiio atribuyendo a iirio el ca~ácter de real y al otro el de pura i l u s i h ; a este estadio s d o llegaron un pequeño iiúmero de intelectuales (véase Los sp.~go.sj lo irracional, Madrid, Ed. Alianza, 1983, pp. 103-191). Para las ancianas que, por la noche, intrrcaiiihiahan los dichos rrcogidos hajo el título E r i n n g d i o dr las rurccis (París, Biblioteca Elzeviriarla, 1855), las pesadillas no eran productos del psiqiiisrno. POI-r l contrai-io, pi-«cedían del exterior, ya qiie eran ti-aídas e impuestas al diir rriierite por uri ser misterioso y malVCatlhechor Ilaniado C a u q u ~ m o wo Quauqupmniw (en cl Midi, í,'/to7~rh1~-i~i~ill~). i l ~ XfV-XIíIII). L7nu tiudad silzuda, se Jean ~ > F LI ~ M F A L I ,1