Política en el Chiapas rural contemporáneo: una aproximación etnográfica al poder
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JOSE LUIS E S CALONA V I C T O R I A

Arturo

W arm an

COLECCIÓN LA PLURALIDAD CULTURAL EN MÉXICO' Núm. 19

C oordinador Jo sé del Val

CUADERNOS DE LA CÁTEDRA INTERINSTITUCIONAL ARTURO WARMAN UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MÉXICO EL COLEGIO DE MÉXICO, A.C. INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA CENTRO DE INVESTIGACIONES Y ESTUDIOS SUPERIORES EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA COLEGIO DE ETNÓLOGOS Y ANTROPÓLOGOS SOCIALES, A.C.

Política en el C hiapas ru ral contem poráneo

Escalona V ictoria, Jo sé Luis

Política en el Chiapas rural contemporáneo : una aproximación etnográfica al poder / Jo sé Luis Escalona Victoria. - M éxico : UNAM, D irección General de Publicaciones y Fom ento E d ito ria l: Programa Universitario M éxico Nación M ulticultural, 2 0 0 9 . 4 2 1 p. ; 2'2 cm. - (C olección la pluralidad cultural en M éxico ; núm . 19) Bibliografía: p. 4 0 5 -4 2 0 ISBN 9 7 8 -6 0 7 - 0 2 -1 0 0 0 -6 1. Indios de M éxico - Chiapas - Vida social y costum bres - Siglo XX. 2. Indios de M éxico - Chiapas - Política y gobierno. 3. Chiapas - Condiciones rurales - Siglo XX. 1. Universidad N acional Autónom a de M éxico. D irección General de P ublicaciones y Fom ento Editorial. II. Universidad Nacional Autónoma de México. Programa Universitario M éxico N ación M ulticultural. III. t. 3 0 5 .8 0 0 9 7 2 7 3 -s c d d 2 0

Biblioteca N acional de M éxico

P rim era e d ició n : 8 de se p tie m b re de 2 0 0 9 © D .R. U n iv e r s id a d N a c i o n a l A u t ó n o m a de M é x ic o C i u d a d U n i v e r s i t a r i a , 0 4 5 1 0 , M é x i c o , D. E PROGRAMA UNIVERSITARIO MÉXICO NACIÓN MULTICULTURAL DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES Y FOMENTO EDITORIAL

ISBN : 9 7 8 - 9 7 0 - 3 2 - 1 6 7 9 - X (obra com p leta) ISBN : 9 7 8 - 6 0 7 - 0 2 - 1 0 0 0 - 6

Im p reso y h ech o en M éxico

(tom o 19)

Presentación

La política en el mundo rural chiapaneco El presente trabajo ofrece u na exploración etnográfica sobre algunas form as de p articip ació n p olítica en áreas rurales del sureste de M éxico. M uchos cien tífico s so ciales h an analizado las form as actuales de par­ ticip ación p olítica en áreas rurales poniendo énfasis en la protesta pública y en la trayectoria h istó rica de algunas organizaciones y par­ tidos políticos, de los p rocesos electorales y de la guerrilla, en esp ecial después de la rebelió n zapatista de 1 9 9 4 (Harvey, 1 9 9 8 ; Leyva, 1 995; C ollier y Lowery, 1 998; M attiace, 1998, 2 0 0 1 ; M attiace, H ernández, y Rus, 2 0 0 2 ; Pérez, 2 0 0 4 ; Van der Haar, 2 0 0 0 ; V iqueira y Son n leitn er, 2 0 0 0 ; Stephen, 1997, 2002). En sus análisis resaltan las transform aciones en el ám bito p olítico form al o in stitu cio n al y en las arenas de n eg o cia ­ ció n entre gobierno y organizaciones. Se ha estudiado, por ejem plo, el cam bio del sistem a de u n solo partido, hacia una co n fig u ració n donde se d esarrollan elecciones com petidas, m ovim ientos so ciales e id en tid a­ des políticas entre la población rural. Sin embargo, la recep ción local de estas ex p erien cias am plias de m ovilización y particip ación p o lítica no h a sido explorada con la m ism a profundidad.

E l p resente trabajo1 propone que el en tend im ien to que la p o b lació n ru ral d esarrolla acerca de la p o lítica (tanto de los esp acios form ales de p a rticip ació n como de las arenas inform ales de n eg o ciación en tre go­ biern o y organizaciones sociales) está influid o por las form as en que se viven las relaciones de poder ya establecid as, es decir, por el len gu aje para h ablar del poder (un len gu aje d istin to al de la política). E l co n ­ traste entre poder y p o lítica es m ás claro en regiones en que las in stitu cio n es políticas se están form ando sobre los fragm entos de in s ­ titu cio n es de poder p reviam ente existen tes. La perspectiva de este libro está fundada en una ex p erien cia de in ves­ tigación etnográfica, es decir, u na investigación basada en encuentros directos con la gente, que condujeron, de diversas m aneras, a las co ­ n exion es entre la particip ación p olítica y los lenguajes cotid ian os del poder. Se enfoca en los vín cu lo s que existen entre el su rgim iento de asociaciones, uniones cam pesinas y partidos políticos, ju n to con la par­ ticipación en ciertos eventos de n eg ociación y protesta, y la organización para la sobrevivencia cotid ian a en una p oblación tojolabal del sureste de C hiapas. Un ejem plo servirá para ilu strar este planteam iento. En agosto del 2 0 0 1 , la asam blea del ejid o V eracruz (la p rin cip a l in stitu ció n de tom a de d ecisio nes en esta p o b lació n to jo lab al) decidió tom ar las oficin as de la p resid en cia m u n icip al de Las M argaritas por u nas cu an tas horas. E sta m o v ilizació n reu nió a perso n as de diferen tes p artid os p o lítico s, o ig an izacio n es cam p esin as y religion es (puesto que se trata de una p o b lació n de co m p osició n plural). El objetivo era o b li­ gar al presid en te m u n icip al y a varios de sus fu n cio n ario s a cu m p lir con el com p rom iso de co n stru ir u n pu ente a la entrad a del poblado. A dem ás, las m ujeres d em an d aban que la p erso n a a cargo de u n p ro ­ gram a del gobierno federal (de apoyo a las m adres co n h ijo s en la 1 Ei resu ltad o fue p resentado c o m o tesis de d o cto ra d o en A n trop olo gía Social en ia U n iv ersidad de M anchester, Inglaterra, co n el título Contem porary Politics in Rural Chiapas. An Ethnographic Approach to Power ( 2 0 0 3 ) . La defensa de la tesis fue en cu e ro de 2 0 0 4 .

escu ela, en zonas de alta m arg inación ) diera cauce a la prom esa de co n stru ir g ran jas de pollo de traspatio. La m o v ilizació n h iz o én fasis en dos asp ectos im p o rtan tes para las activid ad es de su b sisten cia d ia­ ria: la crian za de gallinas y la in frae stru ctu ra de vialidad; adem ás, im p licó la p articip ació n organizada de hom bres y m ujeres, siguiendo u n a d ivisión de las tareas segú n esta d istin ció n . Se puede d ecir que la m o v ilizació n , m ás allá de las d iferencias “p o líticas” o “relig io sas” e n ­ tre los p articip an tes, estaba conectad a con las estrategias de vida de las fam ilias; pero adem ás, lo que se quiere d estacar en este trabajo es que tam bién estaban im p licad as ciertas categorías so ciales (de d ife­ ren ciación sexu al en este caso), m ism as que están presentes en diversas p rá cticas de o rg an izació n co tid ian a. Se puede así observar cóm o la esfera d om éstica, ám bito de n ecesid ad es y de in tereses, pero tam b ién fuen te de o rg anización y de categorías so cia les, se exten d ió h acia la m ovilización para la tom a de la presidencia m unicipal, es decir, a la p a rticip ació n en p o lítica. Lo d om éstico y lo p o lítico se en cu en tran y se en trecru zan . U na exploración etnográfica m ás profunda de los posibles v ín cu los entre p olítica y organización cotidiana m uestra que la d istinción basada en sexo es sólo parte de u na serie de categorías sociales con las que se establece la interacción. E n la población donde realicé la investigación, las diferencias sociales son d escritas y reproducidas de m anera enfática por m edio del uso de distincion es de género, edad y parentesco; ade­ m ás, la clasificación im plica u na diferencia basada en una “fuerza” o don esp ecial, obtenido de n acim iento por algunas personas. Ellas, por ejem plo, son consideradas poderosas no sólo por sus habilidades p erso ­ nales en ciertas áreas (como el liderazgo en asuntos agrarios) sino tam ­ bién por tener u n don natu ral para h acer el bien o el m al (lo que condujo en algunos casos a su asesinato). Estas clasificaciones tam bién aparecen en relatos sobre el pasado (algunos de ellos ya publicados), com o las m em orias de los tojolabales que vivieron com o peones en las

propiedades agrarias conocidas com o fincas.2 E n los relatos, a veces el finquero o propietario disfrutaba de un poder dado por el m ítico dueño de la tierra identificado como “el som brerón”, un personaje muy bien co ­ nocido en la narrativa mayanse. Así, la dom inación ejercida por el pro­ pietario o patrón y la habilidad del líder cam pesino para cond u cir la adquisición de tierras so n interpretadas a partir de estas categorías, pro­ duciéndose además una representación jerárquica del m undo social. En este trabajo propongo analizar las categorías sociales y el orden jerár­ quico que surge de ellas, los cuales aparecen constantem ente en las con ­ versaciones, en los relatos y en las actividades rituales, com o un lenguaje sobre el p o d e r ; tam bién, que este lenguaje es el que sirve para entender el desarrollo de la política entre la población cam pesina de esta región. E n otras palabras, el énfasis de este trabajo está puesto en la p articip a­ ción política vista desde las condiciones sociales de la población cam ­ pesina local y desde las categorías significativas en la organización social cotidiana, todo en una localid ad tojolabal. A nalizo cómo la p o lí­ tica es reinterpretada por el cam pesinado local a partir de sus estrategias de reproducción, sus prácticas organizativas y sus form as je rá rq u i­ cas de p ercibir el m undo social. Pero esta lógica, m ás que ser esp ecí­ fica de esta población parece extend erse a m uchas áreas del C hiapas contem poráneo. Los periód icos estatales, por ejem plo, p u blican n o ticias acerca de las confrontaciones y negociaciones entre el gobierno y las organizaciones de m aestros rurales, com erciantes, taxistas y cam pesinos; igualm ente las quejas de las organizaciones prozapatistas por el in cu m p lim ien to de los Acuerdos de San A ndrés;3 tam bién refieren cíclicam en te a las ¿ Se trata de unidades de tierra de discintas extensiones cuya prod u cción , en este caso, estaba fundada en relaciones de servidum bre agraria. Estas propiedades p redom inaron en la región hasta la segunda m itad del siglo x x , cuando paulatinam ente la población tojolabal que vivía dentro del régim en de servidum bre fue apropiándose de las tierras, a partir del inicio del reparto agrario, com o se explica en los capítulos 1 y 2. 3 Los acu erd os sobre derechos y cultura indígena que fueron firm ados el 16 de febrero de 1 9 9 6 , en el m unicipio de San A ndrés Larráinzar, Chiapas, p or la guerrilla zapatista, ju n to con diversas organizaciones de ap oy o, y por los representantes de los gob iernos estatal y federal.

dem andas de los partidos políticos para que haya elecciones lim pias. M archas, bloq u eos de carreteras y m anifestacion es en plazas públicas son form as frecuen tes de exp resión de las organizaciones, u tilizad as in ­ d istintam ente por grupos de diferentes perspectivas y filiacion es. La m ovilización y la protesta ru ral aparecen tam bién de otra m anera: la invasión de ranchos y terrenos nacion ales, la ocu pación de oficinas públicas, la detención (llam ada secuestro en los periódicos) de empleados y fu ncionarios del gobierno estatal, las denuncias p ú blicas de co rru p ­ ción en el gobierno y la exp u lsión de disidentes por razones p o líticas y religiosas. Todas estas form as de protesta han sido usadas por u na am ­ plia variedad de grupos en los ú ltim os treinta años; ellas co n fo rm an las princip ales arenas de n eg ociación y lucha sobre las que la p olítica form al se establece. Por otra parte, la com petencia por el poder tam bién se exp resa de otras m aneras (que d ifícilm ente pueden entenderse com o parte de la p olítica form al). Se trata de los casos de co n flicto s y de crím en es en áreas ru rales: el arresto y castigo de ladrones dentro de las co m u n id a­ des, los asesin ato s de personas acusadas de b ru jería (revelados a veces sólo por el encuen tro de restos hum anos en cuevas) y casos de co n fro n ­ tación entre grupos en torno a bienes escasos (como ban cos de grava y arena, m an an tiales o naced eros de agua, rutas de tran sporte público o inclu so terrenos en disputa). La perspectiva m etodológica del presente trabajo se enfoca en las posibles con exion es entre estas dos esferas: las expresiones m asivas y públicas de p articip ació n p olítica, y las form as cotidianas de lu ch a y co n fro n tació n entre grupos. La fam ilia Álvarez El princip al escen ario de este recu en to etnográfico ha sido u na p ob la­ ción ru ral to jo labal localizad a en la parte su reste de Chiapas. Se trata del ejido llam ado V eracruz (m unicipio de las M argaritas), que fue crea­

do en 1 9 3 4 , aunque recibió la resolución presid en cial hasta 1 943. Este ejido se form ó con antiguos trabajadores de la fin ca San M ateo; está ubicado en u na p lan icie lo calizad a al n o rte de la cab ecera m u n icip al de Las M argaritas, región que fue dom inada largo tiem po por el régim en de fin ca y su s relaciones de servid u m bre por deudas. La p articip ació n política de los cam p esin os p arece rem on tarse al p e­ riodo de la reform a agraria, durante el cu al los peones fueron dotados de tierras y se vincularon a los empleados gubernam entales y más tarde a organizaciones cam p esin as (CNC) que p erten ecían al partido g ob ern an ­ te hasta el año 2 0 0 0 : Partido R evolucionario In stitu cio n a l ( p r i ). Bajo diferentes nom bres, el PRI gobernó M éxico desde 1 9 2 9 h asta su derrota en las eleccio nes federales y estatales del año 2 0 0 0 , con stituyen d o u n régim en de partido único. Sin em bargo, m u chas organizacion es de oposición, partidos y organizaciones g u errilleras su rgieron en M éxico a lo largo de ese lapso, p articu larm en te a p artir de la década de los se­ senta. A lgunos de ellos tu vieron u na im p o rtan te in flu en cia en la región tojolabal. La actual p articip ació n en el área de estudio está relacionada co n el con tacto crecien te que la p o blació n ha establecid o co n u na am ­ plía variedad de org anizaciones cam p esinas, religiosas y p olíticas, cuyos personeros llegaron a la región desde los años sesenta. E n los valles de Las M argaritas, la CIOAC (C en tral In d ep en d ien te de O breros A grícolas y C am pesinos) ha tenido u n papel destacado en la p articip ació n p o lítica de los cam pesinos. E n V eracruz su p resen cia fue m ay oritaria desde p rin cip io s de los años o ch en ta, en esp ecia l en 1 9 8 5 , cuando ésta se exp resó en u na serie de co n fro n ta cio n es entre sus afiliados y el resto de los vecinos; adem ás, ese año los m iem bros de la CIOAC

im p u lsaro n la invasión de tierras que tod avía eran parte de

la finca San M ateo. U n su ceso im p o rtan te fue tam b ién la crecien te p a rticip ació n de la CIOAC de la región en las eleccio n es, a p artir de las m u n icip ales de 1 9 8 2 . D e h ech o , algu nos líderes lo ca les tu vieron éxito en ganar p osiciones im p ortantes dentro de la organización y del Partido

de la Revolución D em ocrática

(p rd )

a nivel regional, y m ás tarde a nivel de

los con gresos estatal y n acio n al, h asta con form ar los p rim ero s regím e­ nes no priistas en los gobiernos estatal y m unicipal.4 O tras organizaciones religiosas y cam pesinas, y partidos p olíticos d istin tos al

PRD,

h a n te n i­

do tam bién una p resencia im p o rtan te en la región, y prom ovieron diversos y a veces co n trad icto rio s p rocesos de m o v ilizació n entre los cam pesinos. Por otra parte, aunque la población de V eracruz co n o ce d istin tos aspectos de la h isto ria de la gu errilla zapatista y tiene d istin ­ tas apreciaciones acerca del levantam iento, igual que los p obladores de los asentam ientos vecinos, este m ovim iento no ha tenido u na fuerte in flu en cia, com parada co n la que tien e en las p ob lacion es asentadas en las tierras de la selva, en el área de co lo nizació n recien te, al oriente. San M ateo V eracruz es u n asen tam iento tojolabal, o rig in alm en te co m ­ puesto por u n cam p esinad o en su m ayoría analfabeta, que dependía de la p rod ucción de m ilpa para el autoabasto, pero que vivió cam bios muy im p o rtan tes en los ú ltim o s años (com o verem os adelante). Aunque m i prim er contacto con personas de esta población fue tiempo atrás, durante algu nas p ereg rin acio n es que se o rganizan cíclicam en te en la región y en donde in terv ien en pobladores de m uchos ejidos, para esta investigación me aproxim é especialm ente a una fam ilia de conversos a religiones no cató licas cuyos m iem bros, por tanto, h a b ían aban don a­ do los ritu ales trad icio n ales y rech azab an la m ayoría de las form as de p articip ació n grupal de los católicos. D e h echo, los m iem bros de esta fam ilia h an sido id entificad os con el

PRI

y con las asociaciones religiosas

no cató licas aun antes de su conversión religiosa y de su particip ación

4 A rturo Luna, dirigente estatal de la CIOAC, fue integrado al gabinete de gobierno de Pablo Salazar ( 2 0 0 0 -2 0 0 6 ) . Los indígenas tojolabales de V eracruz, A ntonio y Luis H ern ández fueron uno diputado federal en los años n ov en ta y el otro diputado estatal (en el p eriodo 2 0 0 1 - 2 0 0 4 ) , respectivam ente. R ecientem ente Luis fue n o m b rad o dirigente estatal de la CIOAC ( 2 6 de agosto de 2 0 0 5 ) y A ntonio se voivió funcionario de la S ecretaria de Pueblos Indígenas dei gob ierno e s ta ta l A dem ás, la CIOAC y el PRD ganaron las elecciones m u n icip ales en el 2 0 0 1 y en el 2 0 0 4 . E n el segund o p eriodo postu laro n a un tojolabal del poblado N uevo N icaragu a (vecin o de V eracruz) para la p resid encia m u nicipal de Las M argaritas, Jo sé A ntonio Vázquez.

activa con partidos políticos ( p r i y

pt,

Partido d e los Trabajadores)

opuestos a los partidos vinculad os a la CIOAC (Partido M exicano S o cia ­ lista [ p m s ] y Partido So cialista U nificado de M éxico [p s u m ]) en los o ch enta y PRD a p artir de 1988). Esto fue porque durante el en fren ta­ m iento que hubo en la población en 1985 esta fam ilia tomó partido en favor de los que estaban asociad os a la Iglesia adventista del séptim o día. Esa confrontación fue entre los nuevos católicos (que tam bién eran m iem bros de l a CIOAC y del partido de izquierda al que esta organi­ zación apoyaba) y una diversidad de católicos y no católicos que no estaban asociados a la CIOAC. Todos los grupos eran resultado de u n am plio proceso m odernizador que se había im pulsado en el área desde décadas atrás. Los Álvarez venían de una parentela muy bien relacionada con el ca­ tolicism o tradicional y su vida ritual en la población, pues el fallecido Santiago, el antiguo cabeza de esta fam ilia, era reconocido com o un lí­ der en las actividades rituales; adem ás, había sido uno de los principales dirigentes del ejido desde su fundación. Ju n to con Santiago, sus herm a­ nos, el viejo Caralam pio (quien me narró una h istoria acerca de una im agen de Cristo muy venerada, a la que se visita en rom ería o peregri­ nación) y el herm ano menor, N icasio (un m úsico -trad icion al) eran im portantes personajes en la vida cerem onial local. Santiago era un b ’an kilal, com o se les decía a aquellos que encabezaban cerem onias re li­ giosas y tenían una autoridad reconocida por los demás. La gente ahora dice que ya no hay más b ’an kilal, puesto que el térm ino im plica el reco­ nocim iento público hacia una persona que es tenida como poseedora de ciertas capacidades especiales, que tienen que ver con las actividades ritu ales cíclicas y con los asuntos profanos; eran personas con autoridad en el m anejo de los conflictos en el ejido, en la ad m inistración de los recursos com unes y en prácticas rituales de cu ración y de petición de salud y buenas cosechas ante las entidades sagradas. Sin embargo, como se analiza más adelante, ser b ’an kilal tam bién im plicaba peligro e incer-

tidum bre, puesto que tales personas podían ser fácilm ente acusadas de ech ar el m al sobre los demás; su autoridad podía ser cuestionada y am e­ nazada. De hecho, cuando Santiago aún vivía, uno de los herm anos de su esposa, Lola, fue asesinado con su esposa e hijos, acusado de ser bru jo y de causar enferm edad y m uerte a otros. Esa fue al p arecer una forma de resolver casos particulares de enferm edad recurrente, y aunque fue rechazada con la llegada de los grupos religiosos y las organizaciones políticas, todavía se habla de algunos casos que o cu rren en las p o b la­ ciones vecinas. Más tarde, el hijo mayor de Santiago tuvo que huir del pueblo después de haber participado en el asesinato de un brujo. Como se analizará en los siguientes capítulos, este tipo de térm inos, com o b ’ankilal o brujo, form an parte fundam ental de un lenguaje de poder utilizado en distintos ám bitos. Cuando Santiago m urió a m ediados de los años setenta, su esposa Lola tuvo que m antener a su fam ilia, co n la parcela ejidal que aquél le había dejado y con la producción casera y clan d estin a de “trago” una bebid a alcohólica vinculada co n las actividades ritu ales y las faenas agrícolas, desde tiempos de la finca. Tanto Santiago como Lola sufrieron m uchos años por el consum o excesivo de alcohol. Al m orir Santiago, Lola (quien am ablem ente me recibió en su casa la m ayor parte del tiem ­ po que estuve en V eracruz) tuvo que sostener a la fam ilia con la ayuda de sus hijos m ayores, que sem braban la parcela y ganaban dinero en trabajos tem porales fuera de la població n , pero tam bién co n su m ían m ucho alcohol, lo que provocó que perd ieran una p o sició n relativa­ m ente buena, que se fracturara la fam ilia y padeciera pobreza. Las dos h erm anas mayores, Ju a n a y Teresa, se casaron antes de la m uerte de Santiago, m ientras que los restan tes h erm an os, H erm elindo y M ario, tuvieron que trabajar desde muy pequeños para m antener a la fam ilia, com puesta por Lola y los herm anos m enores, Isabel y Domingo. D urante u na co n fro n tació n entre d istintos grupos políticos y religiosos en 1 985, los h erm an os de Santiago estuvieron del lado del grupo m ovi-

lizad o por la

C IO A C ,

a d iferencia de la fam ilia de Lola. Por eso, ella y su

fam ilia huyeron de la lo calid ad ju n to con los adventistas y otros ca tó ­ lico s, cuando el en fren tam ien to parecía llegar a la v iolen cia abierta (aunque después regresaron a sus casas, form án dose así u n poblado de filiacio n es políticas y religiosas m últiples). M ario, uno de los h ijo s fue poco a poco tom ando la resp on sabilid ad de en cab ezar a la fam ilia, a pesar de ser muy jo v e n (y en con tra de las con ven cion es que en fatizan la autoridad del h erm ano m ayor en estas circu n sta n cia s y la p reem i­ n en cia del herm ano m enor en la h eren cia de la casa y la tierra). A unque era jo v en y casado, M ario se volvió el jefe de la fam ilia de Lola, que para enton ces ya in clu ía varias u nid ad es dom ésticas. D u ra n ­ te los años setenta, fue a trabajar fuera y ad qu irió habilid ad es que le p erm itiero n después h acer trabajos de electricid ad y plom ería en el pueblo, cuando se em pezó a cam biar las viejas casas de adobe por las de cem ento y se in tro d u jero n la energía eléctrica y el agua entubada. A dem ás, las exp erien cias de trabajo de M ario en varios lugares lo llev a­ ron a co n o cer d iferentes p ersonas en las p o blacio n es de la selva, desde cateq u istas, religiosos y sacerd otes, o p astores y m iem bros de iglesias no cató licas, hasta gu errillero s (antes del levan tam ien to de 1 9 9 4 ). Dos años después del enfren tam ien to de 1 985, él y otras fam ilias in icia ro n una nueva iglesia, la de “R enovación en C risto ”; varios m iem bros de la fam ilia de Lola se co n v irtiero n a esta iglesia (aunque otros ya h ab ían cam biado antes a la Iglesia adventista). A la nueva iglesia Mario em pezó a ir con su esposa e h ijo s, su m adre y la fam ilia de su h erm ano m ayor, ■ Lindo. Sin em bargo, a los p o co s años él aband onó esta iglesia y a p artir de en to n ces se em pezó a id en tificar com o “in d ep en d ien te” frente a las preferencias po líticas y religiosas lo cales. M ario se con virtió en el h e­ redero legal de la parcela y los derechos agrarios de Santiago; em pezó así a ir a las asam bleas del ejido. R ecientem ente, en el año 2 0 0 0 , fue nom brado presidente del C om isariado E jid al, el prin cip al puesto de autoridad en la localid ad. E sta fue la prim era vez, desde el co n flicto

interno de 1985, que alguien que no era m iem bro del grupo de la

c io a c

lograba ocupar este cargo. Al m om ento de la in vestigación , todos los h ijo s y las h ija s de Lola estaban casados y ella vivía en su casa de piso de tierra, paredes de tablas y techo de lám in a, cerca de la plaza principal. C on ella vivía su nuera G uadalupe, la esposa de su hijo m enor D om ingo, y el hijo de ellos llam ado R usbel. D om ingo, se involucró en la tom a de lo que qu e­ daba de las tierras de la fin ca San M ateo en 1 9 9 4 , m eses después del levantam iento zapatista. Esta tom a de tierras fue cond ucid a por un grupo local vincu lad o al

p ri

y a iglesias no católicas. Luego, cuando el

grupo ya tenía la tierra y las fam ilias que lo in tegraban em pezaron a trabajarla, D om ingo decidió irse a los Estados U nidos com o trabajador tem poral (com o varios jó ven es que ya no ven en la agricultu ra local un m edio de vida atractivo). La fam ilia Á lvarez, p resentada a grandes rasgos aquí, ha ex p e rim e n ­ tado cam bios im p o rtan tes de u na generación a otra; es sólo u n caso esp ecífico de cam bios rad icales en la organización fam iliar, cam bios que están claram ente conectados con eventos y relacion es más am plios. É sta es sólo una variante de las m últiples trayectorias posibles de cam bio que experim en tó el cam pesinado de la región, desde que se in ició el desm antelam iento de las fincas a m ediados del siglo

XX

hasta la situación

actual que com bina la crisis del cam pesinado y el desarrollo de diversas estrategias de su b sisten cia, ligadas a la m igración trasn acion al y, tam ­ b ién, a la p articip ació n en org anizaciones y en actividades políticas. De cualquier form a, a pesar de los rápidos y radicales cam bios que los m iem bros de esta fam ilia han sufrido en las últim as décadas (com o le ha ocurrido de d istin tas m aneras a toda la población), las percepciones acerca de estos cam bios fueron siem pre m ediadas por lenguajes larga­ m ente usados para entender el poder y el conflicto, lenguajes que hablan de la bru jería, la envidia, la enferm edad, del sentido sagrado del m u n ­ do, de la lógica de los ritu ales y de las diferencias básicas de sexo, edad

y parentesco entre las personas. Todo esto se hace presente en las co n ­ versaciones acerca de las dificultades de la vida diaria, tenidas durante las jornad as de trabajo, los descansos o después del trabajo, en la cocin a de Lola. Este fue el principal escenario de la investigación, además de las reuniones públicas, algunas asambleas, actividades rituales, tareas agríco­ las y conversaciones con otros conocidos, vinculados con las tradiciones rituales católicas. Aunque el lenguaje usado en asam bleas y reuniones pa­ recía m ostrar el m undo en térm inos más desencantados, o en térm inos propios del lenguaje bu rocrático adm inistrativo o legal, los antiguos te­ m as del lenguaje de poder pod ían ser usados tam bién para hablar y entender una amplia gama de actividades y expectativas, incluyendo la participación en asociaciones y organizaciones políticas. Estas co n ti­ nuidades en el entendim iento del mundo social fueron tom adas como elementos de un lenguaje para hablar del poder, más que como expresión de una especie de persistencia o incluso resisten cia cu ltural. Más aún, este estudio bu sca cu estion ar las visiones dualistas y sim plificadas acerca de la p articip ación p olítica entre indígenas y no indígenas, b a­ sada en la d istinción que se hace entre política en un sentido occidental y política en culturas no occidentales. Por el contrario, el principal tema es la actualidad de estos entendim ientos sobre el poder, producidos por poblaciones interconectad as con am plias redes de relaciones y flu jos de personas, objetos y sím bolos, m ediadas por iglesias, uniones cam ­ p esinas y partidos p olíticos. Se trata del análisis de los entendim ientos locales del poder en una población que vive grandes transform aciones producto de esas relaciones de poder, que se exp resan en la lenta tran ­ sición de una sociedad agraria y jerárq u ica a la form ación del Estado y la in tegración de la p oblación a los circu ito s m ercantiles capitalistas. Además, se plantea que estos lenguajes tam bién serán transform ados a la larga com o resultado de la circu lació n de nuevos len gu ajes para h ablar del poder, com o el lenguaje de la política.

A n tropología y p ro d u cció n sim bólica D esde la década de los años setenta u n núm ero crecien te de cen tros de investigación antrop ológica se h an establecid o en C hiapas. Varios in v es­ tigadores de estos centros (la mayoría m exicanos, pero también algunos de otros países) fueron form ados co n visiones crítica s acerca de las p ersp ec­ tivas antropológicas convencionales que estudiaban la cu ltura de los pueblos indígenas, sin in tegrar a sus análisis la h isto ria so cial m ás am ­ plia. En ese con texto surgió tam bién la d iscu sió n acerca de la relación entre la p olítica y el trabajo antropológico. D espués de m ás de treinta años de trabajo, la prod ucción de estos investigadores ha sido tan di­ versa que sería d ifícil hacer una visión sin tética de ella. Sin em bargo, hay tam bién otros productos no anticipados de este desarrollo in stitu ­ cional de la investigación en C hiapas que de alguna m anera co n ciern en a este análisis: el crecim ien to del núm ero de antropólogos locales. Aunque yo no nací en Chiapas, sino en la ciudad de M éxico, llegué hace más de 15 años y trabajé la mayor parte del tiempo como profesor en un programa de licenciatura en antropología social en la Universidad Autónoma de Chiapas. La interacción con estudiantes locales ha sido un elem ento muy fructífero para mí y para mi conocim iento de Chiapas a partir de inform ación que se obtiene de la conversación y el contacto con los estudiantes de d istintas poblaciones del estado y que es distinta de la que se puede obtener en los medios ele inform ación públicos. En ese con texto conocí a Antonio Gómez, un joven estudiante tojolabal que había estado involucrado en el trabajo antropológico por largo tiempo antes de ingresar a la U niversidad, pues fue ayudante de investigación de u n antropólogo m exicano am pliam ente conocid o por sus estudios en el área maya, y en p articu lar entre los tojolabales. Com o resultado de años de trabajo detallado en el área, A ntonio ha publicado varios libros y otros textos bilingües, en tojolabal y español; uno de los libros con tiene testim onios de los expeones de las fincas que

h ablan acerca de su vida en ese entonces y de los Cambios que llegaron con la reform a agraria; otro reúne una serie de n arracion es de la trad i­ ció n oral; además está su tesis de licen ciatu ra, publicada en español, en la que analiza los cam bios y continuid ad es en las form as de contraer m atrim o n io en u na p o blació n tojolabal. D e h echo, A ntonio y yo traba­ já b a m o s bajo el m ism o am biente académ ico y político-ad m in istrativ o , pues él labora en el centro de investigaciones de la m ism a U niversidad en que yo daba clases. De algún modo am bos estábam os tam bién p a rti­ cipando de u n p roceso m ás amplio que ha acom pañado los cam bios so ciales en las zonas indígenas de C hiapas en las ú ltim as décadas: la esco la rizació n y la form ación profesional de los jó v en es indígenas. En este co n texto , el trabajo de investigación llevó entonces a una reco n si­ deración de la im agen convencional del trabajo de cam po, ya que n i el lugar en donde se producía la investigación estaba aislado o era u n asen ­ tam iento cerrado -p a r a no decir pasivo en relación con la p olítica y la a ca d e m ia - n i el observador era una person a aislada entre los “o tro s”. D esde el p rin cip io, la relació n co n A ntonio me perm itió v isita r su pueblo y asistir a diversas actividades rituales antes de esta investigación, así que el estudio está basado en u na serie de co n tactos d isco n tin u o s durante varios años con la p oblación. A dem ás, en ese tiem po la in v es­ tigación fue u na ex p erien cia de in tercam b io en m uchos sen tid os, ya que los proyectos de A ntonio y los m íos se en trecru z a b a n frecu en te­ m ente. E sto hizo del trabajo etn ográfico u na em presa de p erm an en te diálogo crítico . Mi propósito o rig in al, que tenía que ver co n el tem a de la p o lítica, estaba p arcialm en te fundado en las d iscu sion es académ icas d irigid as a los asu ntos de la ley, la id en tidad y la au tonom ía indígenas, asu n tos que su rgiero n a la p ar de la m o v ilizació n ind ígena y del lev an ta­ m iento zapatista de 1994. Sin embargo, los térm inos políticos dom inantes con que se an alizaba la situ ació n eran siem pre m otivo de cu estio n am iento de m i parte; ese criticism o surgía en m is con versacion es con A ntonio, puesto que las d iscu sio n es p arecían so b resim p lificar la vida

lo cal y los am plios y diversos cam bios que se estaban prod ucien d o en las p oblacion es ru rales del área. Los com en tario s de A ntonio al respecto tam bién ap u n tab an hacia u na m ás com pleja y cam bian te vida social en la p oblación y h acia d i­ versas form as en las que sus h abitan tes h an estado “exten d ien d o su m irada hacia el m u n d o ” (parafraseand o a A ntonio), en lugar de tom ar estos cam bios sim plem ente com o am enazas a sus propias vidas. Estos com entarios reforzaron mis propias observaciones y fueron de m u cha ayuda para m i investigación, en tanto se d irigían al tem a de la tra n s­ form ación so cial y las relacio n es entre esta p oblación en p articu la r y las diversas in stitu cio n es so ciales y los procesos p o líticos m ás am plios, en una form a que, adem ás, retaba las im ágenes prevalecientes sobre la d om inación y la resisten cia indígena. M ás aún, A ntonio estuvo siem pre preocupado por precaverm e de las in terp retacion es locales de m is propias palabras, puesto que la lengu a que se habla en las actividades de la vida diaria sigue siendo el to jo la ­ bal, m ientras que el m anejo del español era lim itado (com o el m ío del tojolabal) y no era una habilid ad equitativam ente d istribu id a entre los h abitantes del ejido. Por ello, las tradu cciones de A ntonio se p o d ían convertir en exten sas, inform ad as e in teresan tes exp licacion es acerca de los diversos significad os de algunos térm inos claves en la lengua tojolabal y sus diferentes usos en d istin tos con textos. Yo traté de apren ­ der la lengua durante el trabajo de cam po, y a p artir de m is ch arlas con A ntonio, algunas de las cu ales se referían a cu estion am ien tos y dudas surgidas de nu estros proyectos de investigación. Era u na exp erien cia en riqu eced ora en am bos sentidos, puesto que m is preguntas algunas veces le p erm itía n m overse m ás allá de sus propias certezas (ad q u iri­ das com o h ab itan te del pueblo) acerca de la vida local, m ientras que sus com entarios m e con d u cían a m í a tener precau ción con las aseve­ raciones que se m an ejab an en la literatu ra cien tífica y política, sobre ésta en el m edio indígena rural. El diálogo devino en un fructífero y

m últiple cu estion am ien to conceptual acerca de la exp erien cia de in ­ vestigación (y con fortuna este trabajo h ace eco de ese criticism o). La principal preocupación de la investigación acerca de la p olítica, y en p articu lar sobre la particip ación de los cam pesinos en ella, no es ajena a la población de estudio m ism a (en tanto h a experim entad o con sus form as de organización so cial, ha em prendido algunas m o v ilizacio ­ nes y ha participado en protestas y en procesos electorales). Tam poco es ajena al investigador, quien exp erim en ta su criticism o acerca de ten ­ dencias p articulares que está tom ando la p articip ación p olítica en áreas rurales, pero tam bién porque, de diversas form as, el propio investiga­ dor está expuesto a los m ism os cam pos de poder que dan form a a las vidas de las p oblaciones bajo estu d io .5 Lina perspectiva antropológica acerca del poder, com o la que aquí se propone, im plica un enfoque en las cam bian tes relaciones sociales, en esp ecial en la perm anente e inacabad a prod ucción sim b ó lica,6 que de distintas m aneras influye en la trayectoria de esas relaciones. Tal perspectiva lleva a la toma de d istancia frente a las categorías y los argum entos que surgen de la prod ucción sim bólica m ism a. Es decir, no se puede asum ir el lenguaje esp ontáneo com o la perspectiva pred om i­

1 Desde este punto de vista la definición con ven cion al de trabajo de cam po co m o una em presa interpreta­ tiva del investigador que in cu rsion a en las vidas de los “o tros” tendría que ser reconsid erad a. En las defi­ niciones se suele p on d erar la experiencia de ca m p o en térm inos cada vez m ás de em presa personal de com u n icación y en cu en tro, co m o elem ento cen tral; sin em bargo, y sabiendo que eso está im plícito en cualquier encuentro interpersonal, la definición debería pon er acento en el trabajo de cam p o co m o una exp eriencia m etodológicam ente controlad a, cuyas bases m ás im p ortantes están en la perspectiva c o n ce p ­ tual y cu yos m edios son las preguntas que se form ulan en la investigación. El trabajo de cam po entonces no es una mimesis en el con texto , sino una com u n icación critica co n éste, que tom a distancia m etodológica y con ceptualm en te. 6 Por p rod u cción sim bólica m e reñero a los p rocesos de p ro d u cció n de significados que acom p añ an y d e­ term inan, de algún m od o, la conform ación de las relaciones sociales. Eric W olf ha propu esto que en todo m odo de prod u cción existe un m odo de categorización que sirve com o arm azón sim bólica a las relaciones sociales. La produ cción sim bólica es el trabajo de afirm ación o cu estionam iento de las relaciones de poder en esos con texto s de relaciones sociales, por m edio del uso de categorías de clasificación (W olf, 1 9 9 8 , 2 0 0 1 ) . Con una perspectiva m u ch o m enos am biciosa, lo que se propone aquí es h a ce r un acercam iento a ese proceso de p ro d u cció n sim bólica, a las form as de categ orización y a las im p licacion es de esta p ro d u c­ ción en la configuración de las relaciones de poder.

nante en la investigación, retomando el discurso de los sujetos involucrados com o exp licación m ism a de los fenóm enos. Si se tratara de resu m ir la p resente propuesta se podría decir que el acercam iento etnográfico al poder (una investigación n ecesariam en te tran scu ltu ral pues im p lica una crítica del sentido espontáneo dado a las cosas) puede ser entendida m ejor com o una oportunidad de cu estionar las categorías y arg u m en ­ tos acerca de una realidad p articular, sea que su rjan de la propia situación a estud iar o de las d iscusiones p olíticas y académ icas, y de tom arlos com o co n stru cto s que provienen de la p articip ación m ism a en el proceso m ás amplio de p rod ucción sim bólica. Esto es posible al en fo carn o s en las co n trad icto rias relaciones de poder y sus d in ám icas. E ste tipo de crítica pod ría proveernos de un lenguaje diferente para en tend er y en frentar las form as en que el poder opera. De h ech o, el trabajo antropológico pod ría ser una parte significativa del proceso de prod ucción sim bólica contem poránea en las áreas rurales (en la form a en que lo he retom ado de W o lf 20 0 1 ) y aunque está p arcialm en te lim i­ tado a la d iscusión académ ica, puede desbordarla. R esu m en del co n ten ido Los resultados de la investigación so n presentados en cuatro partes. La p rim era se refiere a la form ación h istó rica y crisis del cam pesinado de la región tojolabal, en el sureste de Chiapas, a través de la historia de una localidad en la segunda m itad del siglo

XX.

En térm inos generales, los

tojolabales no vivieron en pueblos antiguos, com o sus vecinos tzo tziles y tzeltales del centro de C hiapas, sino com o trabajadores de fincas. E stas son las unidades de propiedad y p rod ucción que d om inaron la región desde el periodo colonial (siglo hasta el siglo

XX.

XVI

hasta p rincipios del xtx) y

Sin em bargo, a m ediad os de ese siglo la finca perdió

su im p o rtan cia com o espacio de reprod ucción so cial, com o resultado de la reform a agraria, dejando su lugar a las com unidades y las fam ilias

tojolabales. Las actuales com unidades tojolabales se form aron durante este reparto agrario.7 Los cam bios dem ográficos recien tes, la expansión de la agricultura com ercial y la presencia de instituciones gubernam enta­ les en áreas ru rales ha in flu id o en la tran sfo rm ació n de las con d icion es so ciales de la p oblación. La com unidad analizad a en este trabajo, por ejem plo, dejó de ser una p oblación cam pesina básicam en te m onolingüe y se convirtió en una población bilingüe y con diferentes organizaciones, partidos políticos y religiones, integrada por agricultores pero tam bién por jó v en es profesionistas y trabajadores itin eran tes. La tierra m ism a ha perdido su valor relativo com o m edio de su bsisten cia para las fam ilias. A p esar de estos cam bios, la fin ca y la tierra tien en todavía un lugar cen tral en la agenda y el im agin ario p o lítico de la pob lació n , y en las org anizaciones so ciales, sus dem andas y m ovilizacio n es. E n la segunda parte de este trabajo an alizarem os otros significad os locales atribuidos a la tierra, a través de relatos, de proced im ien tos ritu a ­ les y de p rácticas de trabajo relacio n ad as co n los u sos y las re p resen ­ tacio n es del territorio. A diferencia de las postu ras liberales sobre la igualdad, analizarem os cóm o la p o b lació n reco n o ce la ex isten cia de d iferen cias esen ciales entre las person as, m arcad as por la edad, el sexo, el p aren tesco y, en p articular, por la d istin ció n entre la gente com ú n y aquellos que tienen poderes esp eciales (poderes para cu rar o para tra­ tar con entidades poderosas, tales com o los santos o los fenóm enos m eteorológicos). Adem ás, estud iarem os cóm o el espacio so cial ha sido representado com o u n reino de in tercam b io s jera rq u iz a d o s en tre e n ti­ dades p erm eables, abiertas o su scep tibles a ataques producidos por en ­ vidia o por m alos deseos de los otros, que pueden cau sar enferm edad y m uerte. Los v ín cu lo s entre las personas, y en tre ellas y el am bien te trascien d en el espacio físico, puesto que im p lican u na serie de in ter­ 7 Se trata de una p olítica gu b ern am en tal de red istribución de tierras que im p licó la exp ro p iació n de las grandes propiedades para d a r tierra a cam p esin o s d esposeídos y a trabajadores agrícolas. Fu e instituida después de la llam ada "R evolu ción m e x ica n a ” de prin cip ios del siglo XX.

cam bios entre entidades benevolentes y m alignas. Adem ás, el m undo so cial y el espacio m ás am plio son lugares de co n stan te lu ch a e in s e ­ guridad en torno a la sobrevivencia. La finca y la com unidad aparecen en tonces no sólo com o u nidades so ciales sino tam b ién 'co m o esp acios de relaciones jerá rq u ica s en tre diferentes categorías de p erso n as, com o arenas de p erm an en tes lu ch as, que se d espliegan en el trab ajo c o tid ia ­ no y en la acció n ritu al. Para explorar estos asu ntos con m ayor p ro fu n ­ didad, se an alizan los ritu ales con que se invoca la sacralidad y el orden jerá rq u ico del espacio, así com o las im p licacion es pragm áticas detalgu­ nas cerem onias, es decir, los rito s para tener salud y bu en as co sech a s y para prevenir a las p erson as de la enferm edad y los ataques de b ru jo s. M ás que an alizar estos elem entos com o parte de u na co h eren te cosm ov isión o u n co n ju n to de n o cion es bien establecid as, lo que se propone es exam inarlos com o p arte de u n lengu aje de poder. En la tercera parte, la esfera dom éstica es analizada com o u n espacio cen tral para la vida de estos cam p esin os, pues im plica la organización en torno a u n patrim onio com ún: la casa y la tierra. La esfera dom éstica aparece tam bién com o u n espacio privilegiado para el despliegue de categorías y diferencias sociales im portantes. Se estudian las diferencias so ciales fundadas en el sexo, la edad y el p aren tesco de los p a rtici­ pantes, en cuanto a sus im p licacio n es para el d esarrollo de los grupos fam iliares, las p rácticas organizativas en torno a la sobrevivencia y las tensiones que surgen de la co labo ración fam iliar. Propongo que estas categorías son otra parte central de la forma en la cual las personas in terp retan y rep resen tan las relacio n es so ciales m ás am plias y, por lo tanto, co n stitu y en otra parte del lengu aje del poder. No se trata de u n discurso sistem ático y coh erente, sino de u n m arco de categorías so ­ ciales con las que se represen ta el m undo so cial; en él la in certid u m bre y la am bigüedad son elem entos p erm an en tes (lo que expresa, en otros térm inos, las d ificultad es que surgen de enfrentar, reproducir y tra n s­ form ar las relaciones de poder). Se propone que las categorías sociales

y sus m últiples significad os no generan u n m undo claro de norm as y lin eam ien to s para la conducta, sino que son, prin cip alm en te, parte de u n lengu aje que perm ite a las personas entender el m undo social y moverse en él, expresando las tensiones y los conflictos que eso implica. E n la cuarta parte son analizados algunos elem entos que po d rían ser clasificados com o “po líticos” (los discursos sobre la lucha agraria, el cam pesino y su derecho a la tierra; las m ovilizacion es para tom ar la Presidencia m unicipal o la participación en elecciones) pero que a la luz de las categorías sociales locales y sus significados son parte de las e s­ trategias de sobrevivencia de las fam ilias. A nalizarem os cóm o la p arti­ cipación p olítica es influida de m anera im portan te por los entendim ientos locales del poder, que son tam bién entendim ientos espontáneos del m undo social, heredados de la sociedad agraria y jerárquica en transición. Por ejem plo, las h istorias sobre las fincas y la reform a agraria son co n s­ truidas com o relatos acerca de fuerzas n atu rales y hom bres poderosos que pelean entre ellos para alcanzar cierto nivel de influencia sobre la tierra. En una de las h istorias la p reem inencia y riqueza de u n antiguo patrón de finca son explicadas a partir de su alianza con fuerzas dom i­ nantes en el espacio jerárq u ico m ás amplio (fuerzas transhum anas). Al m ism o tiempo, las historias sobre el liderazgo, en p articular la que se refiere al asesinato de u n líder agrario, son con stru id as como h istorias de bru jos acusados de echar m al a los vecinos. Las m ovilizaciones, como la tom a de la Presidencia m unicipal, son desarrolladas y narradas pos­ teriorm ente a partir de las formas cotid ianas de d iferenciación social. En general, se p o d ría decir que las exp resion es p olíticas del cam p e­ sinado h an sido analizadas com o parte de am plios “m ovim ientos so ciales” o como sim ples expresiones de “m an ip u lación ”; sin em bargo, m ás que en focarnos en los actores p olíticos am plios, tales com o los par­ tidos políticos, las organizaciones o la gu errilla, propongo un enfoque centrado en las relaciones entre p articip ació n p o lítica, por u n lado, y las representaciones locales del m undo so cial y del poder, por el otro.

En el ú ltim o cap ítulo señalo algunas de las tend encias de cam bio en las form as de representar el m undo so cial, esto es, el enten d im ien to de la sociedad y el poder. M uchas de las actividades ritu ales relacionad as con una visión jerá rq u ica clel espacio y de los in tercam bios que tien en lugar en él están siendo abandonadas p au latin am ente, com o resultado de los cam bios recien tes en los m edios básicos de su bsisten cia, tales com o el increm en to en la im p o rtan cia económ ica del trabajo estacion al fuera de la p o blació n o el crecim ien to del núm ero de em pleados y profe­ sionistas, y tam bién por la llegada ele nuevas religiones y organizaciones políticas. Todos estos elem entos parecen im pulsar un lento pero sig n i­ ficativo cam bio en las form as de categorización p revalecientes a nivel local. C onform e iba avanzando la investigación, era m ás evidente cóm o los partidos p o líticos, las org anizaciones cam pesinas, las iglesias, los m aestros b ilin g ü es y otras aso ciacio n es y person ajes in flu ía n en la tran sform ación de las form as de representar el m undo social. En el capítulo prim ero, escrito m ás bien para esp ecialistas, se d esarrollan algunos elem entos de la perspectiva general que enm arca el a n álisis, y que denom ino una antropología del poder.

CAPÍTULO 1

Antropología del poder

A n tropología del poder, u na p ro p u esta general En un artículo publicado orig inalm en te en 198 9 , E ric W o lf propuso cuatro dim ensiones de las relacio n es de poder: com o atribu to p e rso ­ nal; como la capacidad de ejercer in flu en cia sobre los otros en las in teraccio n es directas; el táctico u o rganizacional que se refiere a la capacidad de u n actor p articu lar de co n tro lar d im ensiones organizacionales de la socied ad ; y fin alm en te el poder estru ctu ral, que opera al nivel de la d irecció n am plia de la totalidad de los dom inios sociales. Es esta últim a d im ensión la que ha sido analizada en los estudios de econom ía política; sin embargo, como W olf subraya, esos estudios no abordan de m anera adecuada los resultados de los am plios procesos históricos en las vidas de las personas. En el presente trabajo se hace una aproxim ación a la d im ensión o rganizacional del poder, a la reprod uc­ ción o transformación de las relaciones de poder por medio de la interacción m ás cotid iana, lo que incluye, por ejem plo, su p articip ació n en actos de p rotesta, m ovilizacion es organizadas, aso ciacio nes, es decir, lo que se con oce como p o lítica. Se an aliza el p roceso de form ación del cam p esi­ nado actual en el su reste de C hiapas y sus con secu en cias en lo que se

refiere a la propiedad de la tierra, la im p o rtan cia de la producción m ilpera y el papel económ ico y so cial de las form as de organización fam iliar y com unal. Tam bién se an alizan la unidad dom éstica y la c o ­ m unidad com o escen ario s desiguales de organización táctica. Por otro lado, en la perspectiva de W olf, los actores no siem pre en ­ tienden tocios los significados im plícitos en la in teracción ; adem ás, los significad os so n influid os, afirm ados o retados por los in tereses im p lí­ citos que se co n fro n tan en las relaciones sociales, y la in stitu ció n de significados p articu lares m uchas veces im plica que éstos sean rodeados de cierta sacralidad. La propuesta central que se desprende de estas prem i­ sas es que la p roducción de un sistem a significativo nunca se term ina; im plica reafirm ación y cu estionam iento perm anentes. W o lf llam ó a este proceso “producción sim bólica” (sym bolic w ork). E n este trabajo los en tend im ientos locales son analizados com o m edios a través de los cuales la gente otorga sentido a las diversas con trad iccion es y co n fro n ­ taciones que exp erim en ta en la vida cotidiana. Todo ello es analizado como parte de un amplio proceso de producción sim bólica. Es decir, en lugar de tom ar los entendim ientos locales como una variante de la visión del m undo maya o a la organización como una v ariación de las estru c­ turas sociales indígenas (como algunos otros trabajos antropológicos han sugerido: ver por ejem plo Vogt, 1 9 6 6 , 1 9 9 5 ).,El presente estudio se enfoca en las formas de organización como estrategias de reproducción y com o fuentes de entend im ientos del poder. El an álisis se dirige h acia las categorías utilizadas en la prod ucción de acción y de sentido, com o una forma de aproxim arnos de m anera etnográfica a lo que W olf llam ó “m odos de categorización de los actores so ciale s” (pero no al nivel de los m odos de prod ucción más am plios, sino en d om inios más estrechos de in teracciones y de producción cotidiana de significados). A lgunas ideas acerca del poder resum en la am plia perspectiva m eto­ dológica que dom ina el presente estudio. Prim ero, en con tra de las perspectivas teóricas que enfatizan el orden so cial, la estabilidad de

largo plazo y la coheren cia sim bólica com o cond iciones típicas o n or­ m ales, la antropología del poder que aquí se propone parte de la p re­ m isa h eu rística de que el proceso cen tral de la reprod ucción y la tran sform ación so cial está basado en con trad iccion es. Las con fig u ­ raciones de relacion es sociales, por lo tanto, pueden ser vistas com o cam pos de poder, form adas por fuerzas actuantes derivadas clel d esa­ rrollo y exp an sión capitalistas y de los procesos h istóricos de form ación del Estado (W olf, 1 9 8 2 , 1 9 9 8 , 2 0 0 1 ; R oseberry, 1 989, 1994, 1 9 9 8 a , 1998b). A su vez, la organización so cial es m ejor entendida corfto u n proceso de m ovim iento táctico perm an en te que se produce dentro ele am plios cam pos de poder. En segundo lugar, para una aproxim ación etnográfica, se parte de la idea de que todo arreglo so cial tiene un com ponente de diferencias sociales, de relaciones de poder y de in tereses contrapuestos. La orga­ n izació n so cial puede im p licar una reafirm ación o un cu estion am ien to de las relaciones de poder; adem ás, el ejercicio de la autoridad siem pre im plica n eg ociación e incertid u m bre. Por eso, las con trad iccion es y las diferencias, reproducidas por la propia interacción , pueden cond u cir a resultados inesperad os. Una aproxim ación etnográfica al poder se e n ­ foca en el registro detallado de la am bigüedad, la in certid u m bre y el cu estion am ien to que su rgen en la acción. F inalm ente, las in terp retacion es que la gente elabora sobre su en tor­ no so cial están tam bién influ id as por las relaciones de poder. Por un lado, las elaboracion es discursivas desplegadas en relatos y ch ism es, o en narrativas escritas, por ejem plo, pueden ser entendidas como co n s­ tru ccio n es discursivas de carácter táctico. Lom nitz-A dler, retom ando a Fred erich , habla de “ideologías lo calistas”, que son elaboraciones d is­ cursivas que b u sca n dar centralidad a lo local en un contexto de relaciones desiguales, para lo cual se m anip ulan y reelab oran elem en ­ tos sim bólicos (L o m n itz, 1995). Pero esas son elaboraciones discursivas com pletas. Lo im p o rtan te en este análisis son los idiom as o lengu ajes

co n que se producen esos d iscursos ideológicos. Más aún, las n a rra ti­ vas escritas, el relato oral y el chism e, p resen tan d iscu rsos am biguos y co n trad icto rio s, que revelan la in certid u m b re im plicad a en las re la c io ­ nes de poder. Por ello, el an álisis de las categorías locales de género, edad, p aren tesco, entre otras, ha sido cen tral para an alizar los en ten ­ d im ien tos locales del poder. Las relaciones de pod er no son analizadas com o u na d im en sió n par­ ticu lar y delim itada del m undo social sino com o el m otor de todo p ro ceso h istó rico so cial; adem as, estas relacion es no están au sentes en la in teracció n co tid ian a ni en las p erspectivas de las p erson as acerca de esa in teracció n . É ste es el punto de p artid a m etod ológico del presente an álisis.

Política y condiciones sociales La persp ectiva u tilizad a en el presente estud io se enfoca en las categ o­ rías so ciales con las que son entendidas las relaciones de pod er y su in flu en cia en la m o v ilizació n y la p articip ació n p o lítica; este enfoque surgió de la n ecesid ad de co n fro n tar algunos an álisis actu ales de la p a rticip ació n p o lítica en áreas ru rales. D esde las persp ectiv as que p o ­ nen esp ecial aten ció n en las tran sfo rm acio n es en el ám bito ru ral (Foster, 1 9 6 7 ) h asta los estud ios que resaltan la revolución (W olf, 1 9 6 9 , 2 0 0 1 ) o la resisten cia (Scott, 1976), el cam p esin ad o ha sido un su jeto destacado de estudios antropológicos. En estos estudios el cam pesinado es tom ado com o u n am plio grupo so cial dentro de u na so cied ad co m ­ pleja, que posee varias características com u nes. Más' aún, los estu ­ diosos no h an dudado en señ alar la ex isten cia de patron es generales en la p o lítica de los cam pesinos. Foster, por ejemplo, señala que la actividad p o lítica de los cam p esin o s es de alcan ce estrech o (Foster, 1 9 6 7 ). Por su parte, Scott se enfoca en las form as co tid ian as de resisten cia y de las sú bitas rebelio n es, que surgen com o resultad o de la ru ptu ra de la e c o ­

nom ía m oral1 de las socied ad es cam p esin as o de relacio n es de ser­ vidum bre agraria, ru ptu ra producida por el desarrollo de relacion es cap italistas (Sco tt, 1976). W o lf se co n cen tra en la pasividad m ás fre­ cu en te de los cam p esinos frente a las luchas po líticas (W olf, 1 969, 2 0 0 1 ) y en algunos tipos de p rotesta ru ral (W olf, 2 0 0 1 ), pero tam bién en las escasas aunque significativas rebeliones; la rebelión cam pesina es analizada com o el resultado de la penetración del m ercado cap italista d entro del co n texto in stitu cio n al del cam pesinado, por “[...] la ex a cer­ b ació n inu sual de las co n d icio n es asim étricas en que ellos con d u cen sus v id as” (2 0 0 1 : 2 32), y la caren cia de in stitu cio n es alternativas que g aranticen u n cam in o viable h acia nuevas form as de sobrevivencia (W olf, 1969). No obstante, estos estudios tam bién abogan por la n ece­ sidad de hacer un an álisis m ás detallado de cada p roceso de form ación h istó rica de las poblacion es ru rales, así com o del am plio esp ectro de factores que in flu y en en su p articip ació n p olítica (W olf, 2 0 0 1 ); además, las rebeliones o las form as de resisten cia d ifícilm en te abarcan todas las form as de participación política cam pesina. Es decir, n ecesitam o s una m irada más amplia sobre la m ultiplicidad de expresiones de la política en el ám bito ru ral y sim u ltán eam en te u na aproxim ación más con creta al proceso de form ación h istó rica del cam pesinado. Sin em bargo, en tiem ­ pos recientes, la literatura de los llam ados nuevos m ovim ientos sociales cam bió el in terés en la relación en tre cond iciones so ciales y p articip a ­ ció n p olítica por u na perspectiva enfocad a en la co n stru cció n p olítica de los actores y las identidades. E n su conocid o estudio sobre la rebelión de C hiapas de 1 9 9 4 , por ejem plo, Harvey propone que los m ovim ientos cam pesinos (o los m o ­ vim ien tos populares en general) d eberían ser analizados asum iendo que los actores en el m edio ru ral surgen princip alm en te de u n proceso de co n stru cció n de la identidad. A rgum enta que los estudios sobre la 1 U na econ om ía orientad a h acia la satisfacción de u n m ín im o de subsistencia, a diferencia de la econom ía p olítica orientada a la m axim izació n de la ganancia.

p articip ació n política de los cam pesinos h an estado dom inados por una perspectiva de clase, la cual es d ifícil que revele el carácter m últiple de la co n stru cció n de los actores p olíticos. Al m ism o tiem po, argum en­ ta que la literatura de los nuevos m ovim ien tos so ciales pod ría ser útil para entender los actuales m ovim ientos cam pesinos, dada la novedad de sus procesos de construcción política: la politización de distintas esferas so ciales (com o la lu cha por los derechos de las m ujeres y de los indíge­ nas) y su confrontación contra ciertas prácticas prevalecientes (como el caciquism o, las relaciones clientelares y el corporativísim o, prácticas tradicionalm ente relacionadas con el sistem a de partido único y con las relaciones entre el gobierno y los cam pesinos e indígenas en México). Así, propone analizar la co n stru cció n de los m ovim ientos sociales en su proceso de m ovilización contra las prácticas p olíticas predom i­ n an tes, m ás que sobre la base de una p o sició n de clase com partida. Ese enfoque ha ocupado poco a p oco el centro de los an álisis de la política rural. Sin em bargo, la ruptura entre la p osición social y el proceso de co n stru cció n de identidades puede llevarn os a u na ex p lica ció n in co m ­ pleta de la protesta rural. Hay aspectos so ciales de la m ov ilización que es n ecesario rein sertar en el análisis. En u n interesan te estudio sobre form as de organización del cam ­ pesinado en el Perú, Starn propone que: “[...] el activismo campesino re­ presenta la creación activa de m od os alternativos de v isión e identidad p o líticas” (Starn , 1 9 9 2 : 9 0 ). Sin em bargo, advierte tam bién que “[...] uno debería poder explorar la p o lítica de la id en tidad rural sin perder de vista las muy elem entales cu estio n es de la escasez y la so b rev iv en ­ cia que co n d u cen a esta p o b lació n a actu ar” (Starn , 1 9 9 2 : 9 3 ). Se tra­ ta en to n ces de p o n er aten ció n en los vín cu lo s entre la rep rod u cción cotid iana y la p olítica y, sobre todo, en el papel fundam ental que p u e­ de tener una ap roxim ación etnográfica (m ás allá de los discursos de identidad) a la p articip ació n p o lítica. Esa es la perspectiva que se asu ­ me en este libro.

El proceso de formación del campesinado Es cierto que las condiciones sociales relevantes para entender la política contem poránea en el medio ru ral son poco accesibles si se sigue un an á­ lisis tradicional de clase. W o lf hizo énfasis en la necesidad de poner m ás atención a la h isto ria, lo cual nos perm ite “[...] m irar al proceso desple­ gándose, entrelazándose, surgiendo y desapareciendo en el tiem po [...] La atención que se ponga en el desarrollo del proceso en el tiem po pone de relieve la organización - lo s arreglos estructurales ele la vidawciyjel, no ha habido n in g ú n asesinato de personas relacionadas con las acusaciones de brujería desde 1973. Los casos actuales de acusación de brujería parecen estar restringidos a la interacción y las peleas domésticas, las cuales se relacionan con situaciones particulares de mala fortuna, enfermedad o muerte. En co n­ traste, los asuntos públicos, que incluyen la dirección de las actividades religiosas, parecen introducir elementos alternativos para la definición del liderazgo, más que las razones “tradicionales” (que tienen que ver con ciertas actividades rituales, incluidos los ataques de los w ayjel im a ­ ginados como antropofagia simbólica). Estos cambios se pueden ver en los relatos sobre Pedro. Pedro es el hermano menor de Silverio, el único hermano de esa familia que vive en el ejido, aunque no de manera permanente. Algunas perso­ nas recuerdan que en los años sesenta él era uno de los pocos hombres que podían hablar español fluidamente y que sabían leer y escribir. Aunque no ocupaba un cargo de autoridad ni en el ejido ni en la je ra r­ quía religiosa, él tramitaba la solicitud de ampliación del ejido entre los años setenta y ochenta, pensada para una nueva generación de hijos de ejidatarios que no tenían parcela. Se confiaba en él porque conocía los prolongados y contradictorios procedimientos burocráticos para adqui­ rir la tierra que los ejidatarios de Veracruz habían estado solicitando sin éxito por mucho tiempo. Esta confianza se basaba en el hecho de que él había conseguido ya un nuevo pedazo de tierra para un grupo de soli­

citantes en otra población, cercana a una localidad llamada Candelaria, en el área montañosa del municipio de Altamirano, al norte de Las Mar­ garitas. Sin embargo, en otros relatos lo recuerdan como una persona que se aprovechó de sus habilidades para

explotar a los ejidatarios a

los que encabezaba y a sus hijos sin tierra. " Mientras fue representante del ejido para hacer la solicitud, Pedro pidió con frecuencia dinero para sus gastos de viaje y estancia en Tuxtla Gutiérrez, a donde acudía para negociar en las oficinas g u be rn am en ta­ les la solicitud de tierras o para cumplir con algún procedim iento oficial. También solicitó, a cambio de sus servicios y esfuerzos, una contribución en trabajo colectivo, para el cuidado de su milpa e in clu ­ so para construir su casa (la única de piedra y concreto, co n columnas, u n pasillo, puertas y ventanas, al estilo de las casas de los patrones, pero en pequeño). La casa ahora se recuerda como la primera co n stru c­ ción que se salió del estilo regular de las casas campesinas: cuartos de carrizo o madera con techo de paja y piso de tierra, o en todo caso de paredes de lodo y tedio de teja. El hecho era que él se estaba aprovechando de su capacidad de gestionar los documentos y gozaba de contribuciones especiales de sus vecinos en trabajo y en dinero. Incluso se dice que a veces él no iba realmente a Tuxtla sino al pueblo próximo a Candelaria, donde tenía otra parcela y algunas tierras privadas, y aun así exigía el apoyo económ ico de los ejidatarios. Estos cargos contra él (que se cu en ­ tan ahora como relatos graciosos de cómo la gente se deja engañar) se convirtieron en parte de los argumentos con los que su autoridad fue desafiada por una nueva generación de hombres jóvenes, ligada a las organizaciones campesinas que estaban creciendo en la región. Estos jó venes criticaron a Pedro para reclutar a los jóvenes sin tierra dentro de su organización y para presionar hacia la invasión de los terrenos de la finca (en lugar de continuar co n trámites infructuosos). En el municipio, la presencia de esta organización parece haber c o ­ menzado durante las elecciones municipales de 1983, cuando el partido

izquierdista PSUM8 logró muchos votos para su candidato, un joven maestro tojolabal de la comunidad Plan de Ayala, vecina de Veracruz. Era la primera vez que u n partido de oposición al PRI tenía u n número significativo de votos en una elección municipal, aunque no fueron s u ­ ficientes para ganar la elección.9 A pesar de la derrota, la organización continuó incorporando a más personas de los ejidos, a través de las or­ ganizaciones campesinas y de los profesores, las cuales tenían presencia a nivel estatal y nacional. En este contexto de amplia movilización y organización, u n grupo de personas del ejido Veracruz se fue radicali­ zando en relación con los trámites agrarios, al punto de comenzar la invasión de la tierra de K ’ix tu la’ (una parte montañosa de la finca de San Mateo) en 1985, que fue una de las primeras ocupaciones de tierra en la región, según miembros de esta organización. Era la misma tierra que habían estado pidiendo como ampliación los ejidatarios. En ese momento y en relación con los asuntos internos, los miembros de la nueva organización, afiliada a la CIOAC, persistieron en su crítica en contra de los representantes locales, y en particular contra Pedro, quien fue acusado de engañar y traicionar a los campesinos en su de­ manda de tierra. Como se examinó en el capítulo 4, muchos jóvenes catequistas y maestros bilingües, que habían sido formados por la Igle­ sia católica o por los empleados gubernamentales de la Secretaría de Educación y del Instituto Nacional Indigenista, comenzaron a construir un nuevo liderazgo entre los campesinos y a hacer frente a las autorida­ des locales, acusadas de ser priistas, y a los finqueros o terratenientes que todavía perm anecían en la región. En Veracruz, Pedro y la directiva del ejido fueron criticados airadamente, incluso se les denunciaba en público por medio de un nuevo aparato introducido al ejido: el altavoz. El conflicto violento explotó tan pronto como los jóvenes sin tierras y 8 Este partido se había fundado com o una fusión de varias organizaciones de izquierda, incluyendo al Partido C om u nista M exicano (co m o se m enciona en los capítulos 1 y 2 ). * En los relatos de los miembros de la organización, ellos ganaron realmente la elección, pero les hicieron fraude.

algunos ejidatarios trataron ele expulsar a los conversos a una nueva iglesia, los adventistas del séptimo día; después, en el mismo año, inva­ dieron la tierra de K ’ixtula’ y se volvieron a enfrentar a los ejidatarios que no pertenecían a la organización ni apoyaban sus acciones. Hubo personas lastimadas y algunos de los líderes locales de la

CIO AC

fueron

encarcelados cuando intervino la policía (como ya se describió en el capitulo 3). Sin embargo, los invasores conservaron la tierra y los repre­ sentantes encarcelados fueron liberados pocas semanas después, con excepción ele u n joven profesor bilingüe que permaneció en la prisión por meses. En las dos décadas siguientes, la

CIOAC

local ocupó y con­

servó los principales puestos de autoridad local, elegidos en asambleas del ejido. El profesor joven que estuvo en prisión se hizo líder regional de la

CIOAC,

fue diputado en el congreso estatal entre 2001 y 2 0 0 4 y

luego se volvió dirigente estatal ele la

CIOAC.

A pesar de esta historia, Pedro continuó viviendo en el ejido de m a­ nera intermitente, pues también tiene una casa en Candelaria; un hijo de Pedro vive en la cabecera municipal de Las Margaritas, pero los de­ más están en Veracruz o en Candelaria. Él nunca ocupó un cargo de autoridad en el ejido después de este periodo, pero seguía siendo ejidatario y se hizo partidario del

p r i.

De hecho, aunque mucha gente hoy

asegura que Pedro era un traidor, esto no puede explicar por c[ué el campesinado fue tan ingenuo al confiar en él. Una vez en una conversa­ ción una persona dijo que probablemente fue porque se consideraba que Pedro tenía un wayjel muy poderoso, un alm a-animal-compañero de la clase jaguar, y que eso era un asunto de familia (es decir, era poderoso como su hermano Silverio), pero ese razonamiento dejó de ser suficiente para que la gente continuara temiéndole en el nuevo contexto de ca m ­ bios y de escasez de tierra, tampoco fue suficiente para ir más allá de la crítica y el ostracismo (es decir, para expulsarlo o para matarlo). El argumento acerca de su capacidad de echar mal (brujería) continuó como chisme, mientras que las capacidades personales de hablar español, así

como la instrucción escolar y el conocimiento sobre los procedimientos burocráticos, aparecieron como las explicaciones más significativas para que la población haya aceptado a Pedro como intermediario y represen­ tante. Cuando estas capacidades se distribuyeron entre los jóvenes, fueron ellos, como hombres educados, más que los viejos y respetados campesinos analfabetos de la era anterior, los que consiguieron éxito al asumir el control eventual de los puestos públicos en el ejido. La transm utación en w a y je l y los hábiles zapatistas Aunque el ejido Veracruz y los alrededores no fueron lugares donde la rebelión zapatista hubiera tenido un fuerte arraigo o presencia, el cam ­ pesinado local se refiere al movimiento zapatista en las conversaciones de formas variadas y contradictorias. Aquí haré referencia sólo a una de ellas. En una ocasión, durante una conversación ocasional, algunos hombres exaltaron las capacidades físicas supuestamente extraordina­ rias de los milicianos del

ezln

,

diciendo que aquellos que los habían

visto decían que podían saltar más alto y moverse más rápido que los hombres normales. Ejidatarios de Veracruz describieron a los milicia­ nos como figuras delgadas pero vigorosas, más altas que el promedio de los campesinos y extremadamente resistentes a las jornadas de trabajo agotadoras, casi sin agua ni alimento. Una vez un hombre me contó que él había conocido a los zapatistas y había estado entre ellos por varios días, cuando apenas comenzaba la organización de la guerrilla; dijo que incluso lo invitaron a que participara en el movimiento (puesto que algunas personas del ejido Veracruz habían fundado un asentamiento en la selva, en la vecindad de varias otras localidades en donde la pre­ sencia de la guerrilla era importante). Así que él había conocido las técnicas zapatistas de entrenamiento y atestiguó las tareas físicas muy duras que el mando militar imponía a los milicianos. Ésa era la razón, explicaba, de que cuando el ejército entró a la región con la intención

de capturar a los miembros de la guerrilla no los pudieron encontrar: mientras que el ejército no estaba muy bien adiestrado para hacer fren­ te a una guerra verdadera, los hombres de la milicia zapatista conocían el territorio y habían sido entrenados para sobrevivir bajo las peores condiciones. De acuerdo con un relato contado por hombres de otras poblaciones a algunos ejidatarios de Veracruz, pues estos últimos no estuvieron cerca del área de la confrontación militar (excepto durante la ocupación de la cabecera municipal y la captura del ex gobernador Absalón Castellanos en la finca de San Joaq uín , vecina de los ejidos de Saltillo y Veracruz, en enero de 1994), se dice que durante el momento más feroz de la batalla, cuando el ejército gubernamental casi rodeó a la milicia zapatista, los guerrilleros recurrieron a su capacidad de trans­ formarse en plantas, en orquídeas, para confundirse con el ambiente y no ser encontrados (mientras que ellos veían el paso de los soldados). Así el ejército no pudo encontrarlos en medio del denso follaje de una selva desconocida. Se trata nada más clel relato que sugiere una alternati­ va para explicar la incapacidad del ejército para derrotar al movimiento zapatista durante el conflicto militar.10

Conclusión Según lo mostrado en este material etnográfico, las argumentaciones que se producen sobre la práctica de la bru jería y el prestigio personal se construyen a partir de una interpretación local acerca del poder

10 H ay referencias sobre representaciones sim ilares de líderes co m o habitantes del infram undo y la selva en la literatu ra sobre C hiapas. Pedro P itarch, por ejem p lo, registró versiones indígenas de la rebelión de 1 7 1 2 , im p ortante levantam iento indígena durante el p eriodo colonial. Las versiones orales describen al líder co m o héroe m ítico, dotado con pod eres especiales que lo identifican co n las entidades que habitan el infram un do (Pitarch, 1 9 9 8 ). A lgunos caracteres que en cab ezan el carnaval de C h am ula, llam ados m onos o m a’a x , tam bién se han analizado com o entidades del infram un do que vienen cíclicam en te, pero se per­ ciben co m o fuerzas peligrosas (G ossen, 1 9 7 4 ) . Las im ágenes de la población de Lacandona co m o gente salvaje que atacaba los pueblos cristianos y robaba m ujeres están presentes tam bién en otros carnavales (De Vos, 1 9 8 8 a ; y Bricker, 1 9 8 1 ).

(como capacidad personal y como fuerzas actuantes en el entorno). Esta interpretación comprende nociones como la del altzil o fuerza v i­ tal ele los seres vivos, y el wayjel, o la parte de la fuerza personal que se manifiesta por medio de un anim al o una entidad poderosa, como el jaguar o el relámpago. Una consecuencia de esta interpretación, de este lenguaje clel poder según lo analizado en el capítulo 8, es un sen ti­ miento de estar constantemente amenazado por la envidia de los otros, por su capacidad diferenciada de causar enfermedad, daño o mala for­ tuna. Esta lógica era al parecer suficientemente buena y entenclible como para ser aplicada a muchos aspectos de la vida, a cada desgracia o dolor experimentado. Esta clase de lógica ha sido estudiada como un medio o m ecanismo extendido de control social entre los pueblos indíge­ nas, como se puede ver en la literatura antropológica sobre la religión y la enfermedad (Hermitte, 1970 y 1992; Villa Rojas, 1947; Bricker, 1973);" es decir, la enfermedad puede ser interpretada como un castigo por acciones que atentan contra lo acostumbrado, por la representación inadecuada de tareas o cargos, o por haber causado conflictos con los vecinos. La enfermedad se produce como acción de deidades o ele auto­ ridades que de esa manera corrigen la conducta y mantienen el orden. Algunos autores interpretan esta lógica como una manera particular de justificar desigualdades sociales o de legitimar la autoridad (Cancian, 1976). Sin embargo, los argumentos sobre la brujería y el prestigio parecen alimentarse ele una noción difusa del poder, o por lo menos de una relación ambigua entre poder, prestigio y brujería. Esta lógica, por ejemplo, permite a las personas explicar y hacer frente a múltiples si­ tuaciones de confrontación, produciendo resultados contradictorios (legitimación o crítica, cumplimiento o evasión de expectativas, castigo

!1 Pnra una revisión con tem p orán ea de la noción de conirol social en los estudios etnográficos en Chiapas, ver Im benon 2 0 0 2 .

o afirmación de los intereses personales). Lo mismo ocurre con las evaluaciones y críticas del liderazgo. El material presentado aquí muestra que no todos los casos de acusa­ ción de brujería corresponden a una confrontación contra una persona poderosa ni contra una persona débil en el ámbito local; no es un m e­ canismo de equilibrio, de castigo o de im posición del poderoso, ni uno de rebelión, sino un argumento relativamente eficaz que los pobladores pueden utilizar en su favor durante las confrontaciones cotidianas co n ­ tra la escasez, la enfermedad y la muerte, y en la competencia por los recursos y por los cargos de autoridad y prestigio. Además, su resulta­ do no es lineal. El argumento está a disposición de todos los participantes en las diversas arenas de confrontación y su empleo podía influenciar perceptiblemente otras acciones subsiguientes. La acusación, por ejem ­ plo, podía conducir a la gente al asesinato de la persona acusada, en un caso extremo; o bien, la misma acusación podría servir de protección para la persona acusada, según lo sucedido en el caso de una mujer en el ejido Veracruz. Ella fue acusada de ser una bruja hace muchos años y asesinaron a su hijo por esa misma razón (ella alegó que en realidad su hijo era un agricultor muy inteligente y hábil y que por ello los ve­ cinos tenían envidia de él). Ella escapó de la muerte porque salió por un tiempo del ejido, y porque nadie tuvo la oportunidad para asesi­ narla (en gran parte debido al miedo mismo que tenían de su ataque o de su venganza en caso de que lograran matarla). Algunas personas argumentaban que ella sabía de alguna manera evitar la agresión (cam­ biando de camino o de horario al salir al campo), lo que confirmó que ella tenía un wayjel poderoso. Durante mi investigación en el ejido la señora murió tranquila en su casa, a una edad que todos calculaba en más de cien años. El reconocimiento público ele que una persona es wayjel no es sólo una cuestión de acusación abierta o de chisme, puesto que depende de las personas implicadas y del trasfonclo histórico de sus relaciones y

confrontaciones, o incluso de los encuentros anteriores de sus respecti­ vos parientes (como se puede interpretar en el caso de Manuel y F ra n ­ cisco ya referidos). Durante las conversaciones, cuando se habla del tema sin referir a una persona en particular, se establece una clara se­ paración entre el hombre prestigioso y con poderes curativos frente al malvado echador de enfermedad o “brujo”; sin embargo, cuando se h a ­ bla de casos particulares se presentan confusiones en el uso de esta supuesta oposición entre autoridad-wayje!, que se expresa en el ambi­ guo estatus de la persona a la que se le reconocen poderes especiales. El lenguaje de la brujería puede entrar como un medio para ocuparse de situaciones de incertidumbre generadas en torno a la autoridad y el prestigio, lo que revela la débil división entre poderes buenos y malva­ dos. La especialización de los rezadores y de los curanderos provoca una situación ambigua porque el prestigio y la autoridad se podrían reinterpretar repentinamente como fuerzas peligrosas y amenazadoras. Puesto que la autoridad y el liderazgo implican cierto nivel de responsabilidad social en asuntos y recursos colectivos, los seguidores pueden hacer uso de los mismos atributos de prestigio para evaluar, aceptar y criticar las consecuencias diversas y parcialmente inesperadas del desempeño de la autoridad. Más aún, como las personas responsables de materias de do­ minio público pertenecen a la misma localidad, la evaluación local de su funcionamiento se mezcla con la evaluación que se hace de las relacio­ nes personales con ellos, al punto que los dos dominios (el personal y el público) aparecen como inseparables. En u n sentido general, las memorias aquí referidas sobre el liderazgo local en el pasado, están sostenidas o apoyadas por la lógica de la b r u ­ jería. Actualmente esta clase de argumento sobre brujería y desgracia se ha restringido a situaciones específicas de enfermedad y de conflictos interpersonales; al mismo tiempo, con la conversión religiosa se recurre cada vez más a las explicaciones sobre la enfermedad como parte de la lógica de pecado y castigo; y se recurre cada vez más a los servicios

médicos y sus explicaciones. E n contraste, el liderazgo y la autoridad (de grupo y comunitarios) se explican a partir de lógicas o idiomas alternativos y paralelos, que im plican evaluaciones de nuevas capacida­ des personales como la instrucción escolar, la lengua y el conocimiento sobre los trámites burocráticos, más que aquellas habilidades adquiridas “naturalmente”. Estos argumentos requieren un nuevo lenguaje acerca de las pasiones, el conflicto y el poder, uno que hable de derecho y de ley, por ejemplo, y ambos lenguajes pueden subsistir de manera paralela o entrecruzándose. Los argumentos sobre la brujería no son explicaciones para las co n ­ tradicciones sino una reducción de ellas a un esquema lógico mínimo. La misma cosa sucede con el lenguaje ju ríd ico o el lenguaje político: se establece u n curso de acción lógico reduciendo las múltiples contra­ dicciones y determinantes. La anciana que pudo sobrevivir a pesar de la amenaza permanente sobre ella, como explica en una versión escrita de su h isto ria,12 pidió ayuda a las autoridades municipales, éstas la apoyaron por medio de una carta en la que solicitaban a las autorida­ des ejidales que respetaran a la señora, indicando que rechazaban todas esas “creencias”; en caso contrario amenazaban con castigar a cualquier persona que tomara acción con base en la acusación de b ru ­ jería. La señora estaba recurriendo a dos argumentos, y a dos lenguajes y poderes distintos, para hacer frente a la situación. El punto central es que la diferencia entre esos dos lenguajes, el de la envidia y la brujería por un lado, y el de la autoridad municipal, por el otro, no radica sólo en la lógica de los argumentos, sino también en la violencia legítima que respalda a cada argumentación: la acusación de brujería descansaba en u n consenso entre vecinos (que podían tomar acción en co n se cu en ­ cia), aunque siempre podía ser cuestionada su validez; el argumento

i: :'Leucaria Vázquez Alvarez" (G óm ez y Ruz. 1 9 9 2 : 9 5 - 1 1 4 ) .

jurídico estaba sostenido en la autoridad municipal y en su capacidad de intervenir en caso de conflicto. Al contrario de los casos estudiados por Geschiere en Cam erún, África (1997), o por Kapferer en Sri Lanka, al sur de la India (1997), la brujería por momentos pierde centralidad en la política, lo que parece estar relacionado con las formas de poder y los lenguajes manejados en las instituciones y organizaciones que se han desarrollado en la región desde hace más de treinta años. La reforma agraria, los programas in ­ digenistas y el proceso de democratización electoral, por ejemplo, han penetrado las formas de participación y de entendimiento del poder al punto de que un nuevo lenguaje de la responsabilidad y la corrupción puede ser empleado en discusiones sobre el liderazgo público. Por el contrario, el w ayjel ha sido ubicado en los dominios de las relaciones personales y de los padecim ientos corporales, aunque puede todavía emerger en los asuntos públicos, como en las evaluaciones sobre la confrontación entre la guerrilla y el ejército aquí señaladas. Entonces, la separación entre lo público y lo privado se establece sólo temporal­ mente (mientras el wayjel se mantiene en los límites del cuerpo y de los vínculos personales entre vecinos). Las capacidades hum anas de transformación en wayjel pueden ser reinterpretadas en circunstancias nuevas y anómalas, como la historia sobre los hábiles zapatistas parece mostrar. En este relato, la capacidad de transformarse, similar a la del w ay jel-b ru jo que se transforma en jaguar o en serpiente, se convierte en un elemento poco realista pero agradable para explicar el callejón sin salida en que se encuentra el conflicto entre el gobierno y la guerrilla. Aún así, la comprensión local del movimiento zapatista implica más que una sola historia, como se analiza en el siguiente capítulo.

CAPÍTULO 16

Género, fraternidad y familia en la recepción local de la política

L a casa ha sido la arena principal de organización para el sustento en la historia contemporánea del campesinado tojolabal en la región, como entre otras poblaciones campesinas del mundo (Wolf, 2001). Pero el dominio del hogar, de las relaciones de género y parentesco en casa, también ha sido una fuente de significados para prácticas más amplias de organización, durante mucho tiempo. Como ya se ha señalado, en las representaciones de la autoridad y el poder se ha enfatizado la figura m asculina adulta, en casi toda actividad relacionada con el trabajo y el sustento de la familia; al mismo tiempo, esa figura de autoridad se ha extendido a dominios más amplios de la autoridad pública local, de la organización económica colectiva, así como de la asociación y m ovili­ zación más amplia, particularmente en las organizaciones religiosas y políticas como las iglesias y los partidos. Son diversas las razones que podrían explicar esta interacción entre la casa y las formas más am ­ plias de organización, lo que parece borrar de alguna forma la división entre espacios públicos y privados. Un elemento importante en la explicación de tal relación entre el sustento familiar y la participación en organizaciones es la larga h isto ­ ria de énfasis del orden jerárquico de la familia, desde la época de la

finca y por antigua influencia de la Iglesia. Incluso la política agraria y los programas gubernamentales actuales promueven modelos particulares de organización de la familia, por ejemplo al organizar la representa­ ción en la asamblea por jefes de familia, o al apoyar a las familias más pobres de áreas rurales a través de las mujeres (con la convicción de que ellas m anejan mejor el dinero de la casa).1 Asimismo, la más am­ plia participación en instituciones políticas o religiosas formales tiene relación con la adquisición de tierra y de otros recursos para el susten­ to básico, tales como dinero de los programas gubernam entales, que ofrecen ayuda financiera a las poblaciones cam pesinas pobres. El aná­ lisis, por tanto, se dirige a las formas en que se extienden algunas representaciones y prácticas de la organización de la casa (lo que incluye la reaíirm ación y el cuestionam iento de la autoridad y la responsabili­ dad del hombre adulto) a los campos político y religioso más amplios. La primera y más clara muestra de la relevancia de la casa como mode­ lo es que, por lo general, la gente afirma que su participación en organizaciones se decide en la familia y la membresía suele ser familiar (no individual). Esto significa, por ejemplo, que las mujeres recién ca­ sadas deben aceptar las preferencias políticas y religiosas de sus maridos (las cuales son consideradas parte de la “costumbre de la casa”) de la m ism a manera que deben aprender a c o c in a r l a lavar la ropa y a lim­ piar.según las preferencias de la familia del marido, como se analizó en latsegundáj parte. Revisaremos aquí otras consecuencias de este énfasis en el'ofden jerárquico de la casa.

1 F.1 sexo y la edad fueron reforzados (co m o distinciones fundam entales para la organización y la autori­ dad) p o r el régim en tributario de la ad m inistración colonial, el régim en de la finca y la redistribución con tem p orán ea de la tierra; éstos han con solid ado la p rim acía m ascu lina adulta, puesto que las obligacio­ nes del tributo y los deberes y d erech os en torn o a la tierra se han asignado a través de los hom bres (hasta la reform a a la ley agraiia de 1 9 7 1 [Stephen, 1 9 9 7 : 1 7 0 - 1 7 3 ] ) .

El género y la edad en la participación política La mujer recién casada es entrenada para adaptarse lo más posible a la tradición de la familia de su marido, lo que requiere una etapa ele subordi­ nación de ella al mando de la suegra en una amplia gama de actividades. Esta prescripción no implica una situación incómoda o tensa para la mujer y su nueva familia, puesto que se considera un paso natural en su vida; además, esta interacción es entendida como parte de las relaciones protectoras y de mejoramiento del bienestar de una mujer. A pesar de ello, los recuerdos de hechos desagradables, de discusiones y peleas, así como las tensiones actuales en esta interacción son tema de conversación en los encuentros cotidianos. Algunos de los temas relacionados que aparecieron en conversaciones fueron, por ejemplo, la acusación contra la nuera de tener actitud perezosa y desobediente o el señalamiento de la nuera acerca de las maneras desagradables de mandar de los padres de su marido. En esta relación, las preferencias políticas y religiosas pueden convertirse en parte del consenso o de la disputa. Por un lado, como ya se mencionó, la membresía en las organizacio­ nes cam pesinas y en las asociaciones religiosas (agrupamientos que se han convertido en el vínculo prim ario de la población con los partidos y las elecciones en esta área rural) se establece normalm ente en el ámbito de la familia, lo que significa que depende en parte de las pre­ ferencias de los hombres adultos. Ésta es por lo menos la afirmación expresada en declaraciones públicas o en conversaciones privadas. Así, aunque la calidad de miembro se extiende a toda la familia, son los hombres adultos los representantes reconocidos de sus casas dentro de la organización y por tanto los participantes principales en los comités administrativos y los puestos de autoridad y representación. Eso se debe a que la calidad de miembro en asociaciones se relaciona a menudo con la gerencia colectiva de bienes materiales, por ejemplo templos, moli­ nos de nixtamal, vehículos automotores, granjas, tierras y dinero. En el

periodo principal de trabajo de campo ( 2 0 0 0 -2 0 0 1 ) había tres molinos de nixtamal, además de dos camionetas de las organizaciones para-el transporte de la gente de San Mateo Veracruz a la cabecera municipal de Las Margaritas. Para el año 2 0 0 5 ya había tres camionetas tipo Van para transporte de pasajeros. Las necesidades de la administración co ­ lectiva de estos bienes han conducido a las personas a establecer una regulación común para su uso y mantenim iento, lo que implica, por ejemplo, la creación de comités para la administración de presupuestos y de la im posición de multas en efectivo o en trabajo a los miembros que no cumplen con sus obligaciones. Se ha establecido u n caso, por ejem ­ plo, en que todos los miembros de la asociación deben hacer uso de manera exclusiva del vehículo y del molino de la organización, y que si los miembros afiliados utilizan los servicios de organizaciones diferen­ tes deben ser cargados con un pago como multa. Aunque las regulaciones descritas se convienen y se aplican extensamente, la organización lla ­ mada y a jk ’achil b ’ej (afiliada a su vez a la CIOAC) es más rigurosa en la aplicación de sus acuerdos, y éstos abarcan más aspectos de la vida de los miembros. Por ejemplo, a los participantes en la organización se les exigía ser católicos y asistir a las reuniones regulares en el templo, di­ rigidas por los catequistas; también se les exige votar por el Partido de la Revolución Democrática, advirtiéndoles que faltar a estos acuerdos puede conducir a multas e incluso a la expulsión de la organización y la separación de sus bienes (incluyendo la tierra).2 Así, tan pronto como una mujer se casa con un hombre que pertenece a una organización diferente a la de su propia familia de origen, debe hacer uso de los ser­ vicios de la asociación de su marido, asistir al templo de su esposo y

1 Sin em bargo, las reglas se pueden n egociar en situaciones particulares, tales com o la división de la or­ ganización en 1 9 9 8 , que perm itió a los m iem bros que salieron de la organización que conservaran sus parcelas en la tierra invadida de K’uxíuZa', quizá debido a sus vínculos personales o al n úm ero de los disi­ dentes. Pero aquí tam bién cabría el argum ento de la brujería com o m edio de negociación: los disidentes del grupo eran encabezados por los herm anos López (de una familia tem ida por ser “b ru jos” [Antonio G óm ez, com u n icación personal]).

votar siguiendo las afiliaciones de la familia de él. Las elecciones c e ­ lebradas en el 200 1 sirvieron para observar estos elementos de la organización social en operación. Las urnas para las votaciones en México se colocan generalmente en pares, debido al número ele votantes que se espera acudan a cada casi­ lla electoral. En las elecciones municipales y de diputados estatales ele octubre de 2001, una casilla extraordinaria se colocó en la escuela del ejido Veracruz, para atender a los votantes del ejido y del poblado ve­ cino llamado Muevo Nicaragua. La organización oficial de las elecciones requería separar a los votantes en dos líneas, según el nombre ele la persona y su registro en las listas de electores (lo cual está consignado en la credencial de elector que cada uno posee). Durante las elecciones se esperaba mucha afluencia, puesto que en elecciones previas (2000), el gobierno había sido ganado por primera vez por un candidato que no era del PRI. En el ejido Veracruz, efectivamente, hubo mucha más gente que en anteriores elecciones y desde temprano se habían formado ya las filas para votar. E n las pláticas se comentaba que antes las mujeres necesitaban una cierta “ayuda” los días de elecciones, pues no habían participado realmente en votaciones en el pasado; se decía que eran sus maridos, u otros hombres asignados para ello, quienes asistían a las mujeres al momento de marcar su boleta electoral.3 Además, en gene­ ral, se esperaba que las mujeres votaran por los partidos por los que votaban sus maridos (como ha sido casi siempre en el área rural indí­ gena de Chiapas c e n tra l)4 Quizá por esa misma razón, y a pesar de la creciente participación de mujeres en los procesos electorales, las filas en el patio de la escuela se habían separado por sexo: una fila de h o m ­ bres y otra de mujeres. Esto no corresponde a lo dispuesto para estos

‘ E li una población cercan a, para las elecciones del 2 0 0 0 , un partido político regaló escudos pequeños

co n su sím bolo para que los usaran las personas al m arcar la boleta, pues m uchas no saben leer y no dis­ tinguen entre los logotipos de las boletas. Para casos similares en poblaciones indígenas de Los Altos de Chiapas, ver Viqueira y Sonnleitner, 2 0 0 0 .

casos, pues la idea es que las filas se hagan de acuerdo con el registro electoral, como ya se explicó. E n el imaginario de los organismos electorales, los ciudadanos acu­ den a votar de acuerdo con su libre voluntad y deseo, y el secreto de su voto es escrupulosamente respetado. Así que el voto se realiza dentro de una cabina de paredes de plástico opaco, que proporcionan las autoridades electorales como parte del material de la casilla, lo cual busca que los votantes puedan manifestarse en aislamiento total. Sin embargo, los hombres y las mujeres, en las conversaciones que se daban entre los grupos de personas, sentados en el pasto alrededor de la can ­ cha d'e básquetbol de la escuela (donde estaban las urnas), reafirmaban e.1 viejo modelo para definir las preferencias de las mujeres en las elec­ ciones: deben votar según las preferencias de sus maridos (las cuales son a su vez definidas por la participación del marido en organizaciones sociales particulares, con algunas excepciones). Había vigilancia oculta sobre los participantes en la elección, puesto que, como ya se mencionó, el voto en favor de un candidato y un partido

(prd)

había sido acordado

como obligatorio entre los miembros de una organización (de hecho, el candidato a diputado era dirigente de la organización a nivel regional y también era nativo del ejido). Pero esta forma de compulsión al voto no es exclusiva de esta organización. En esas mismas elecciones otras or­ ganizaciones llamaron a sus miembros a votar por el que habían salido del

pri

PT

(eran grupos

porque no habían quedado sus líderes como

candidatos). En las elecciones del 2 0 0 0 , en u n poblado vecino, también hubo vigilancia y amenaza de expulsión del ejido contra aquellos que no votaran por el

p r i.

Claro que había personas que se consideraban

“independientes” de cualquier organización y por ello decían decidir su voto libre de las presiones que esas instancias imponen a sus m iem ­ bros. Esta clase de prescripciones sobre las preferencias del voto entre miembros de organizaciones campesinas parece tener aún gran influen­ cia entre la gente, al grado que los resultados se podían conocer por

adelantado haciendo cuentas entre los afiliados de distintos grupos. La familia como unidad simbólica parece desempeñar un papel muy im ­ portante en las preferencias políticas y religiosas al nivel de asociaciones locales, a pesar de la modernización de los procedimientos electorales para promover la imagen de la ciudadanía individual y de la libre op­ ción en política y en las elecciones. El im aginario del conflicto com unitario Cuando las conversaciones giraban en torno al enfrentamiento local de 1985, las imágenes sobre el conflicto incluían consideraciones al res­ pecto de la diferenciación sexual y de edacl. La moviliz . : ' i encabezada por la fracción local de la CIOAC implicó una confrontación contra veci­ nos acusados de ser del PRI y contra las primeras familias de u

^lesia

adventista, al igual que diversas personas que no pertenecían a la

c ío a c .

La movilización tenía u n componente de venganza abierta contra algu­ nas familias locales y contra personas en particular, algunos de los que ocupaban cargos de autoridad. Eso era porque no apoyaban su propues­ ta de expulsar a los conversos a otra religión y, después, porque no respaldaban su iniciativa de invadir las tierras de K ’íx tu la’. Como ya se analizó en el capítulo 3, en el conflicto había una sobreposición de va­ rias tensiones: las de liderazgo, las de la presión por tierra de una nueva generación de jóvenes y las del surgimiento de nuevas agrupaciones políticas y religiosas. Tan pronto como se presentó la violencia, varias de las familias amenazadas enviaron a sus mujeres y niños fuera del ejido, para escapar del ambiente peligroso. Por fortuna, la confronta­ ción había sido anunciada de varias maneras semanas antes. Poco después de la invasión de K ’íx tu la’ y de un enfrentamiento en ­ tre familias (que dejó algunos heridos por golpes contusos), los miembros jóvenes de la organización recientemente formada tuvieron acceso a u n altavoz colectivo, con el que la organización hacía anuncios

y llamados para asistir a asambleas o a trabajos colectivos. Ese altavoz fue empleado para amenazar a los vecinos opositores a la CIOAC, los que habían rechazado la invasión de las tierras y sobre todo los m iem ­ bros de las iglesias no católicas (en 1989, aproximadamente, se fundó una nueva iglesia no católica, llamada de renovación en el Espíritu Santo o carismática). Una de las amenazas consistía en decir que ellos asumirían el control de toda la tierra, las casas, las herramientas e in ­ cluso a las mujeres de sus adversarios. Fue en este contexto que los católicos (ya influidos por el programa evangelizador de la diócesis e integrados en el programa de catequistas) empezaron a relacionar la religión con la tradición y a acusar a los adversarios conversos a igle­ sias no católicas de estar abandonando la costumbre.3 Pero estas amenazas se habían hecho desde antes del enfrentamiento de los prim e­ ros días de enero de 1985. En esos días un grupo grande de militantes de la CIOAC, del ejido y de otros poblados vecinos que los apoyaban, entraron a la población para expulsar a los conversos. Pero, como ya se dijo, varios de ellos y sus familias habían huido y se habían refugiado en las montañas o en la cabecera municipal. Las amenazas, antes y después del enfrentamiento, produjeron im á ­ genes sobre la familia, la edad y el género, que se revelaron durante la agresión de esos días de enero. Las mujeres y los niños huyeron del ejido de antemano, a través de varias rutas ocultas por las montañas, para esconderse en cuevas y m o n ­ tañas antes de llegar a la cabecera municipal. Tuvieron que dejar atrás sus pertenencias. Los hombres intentaron oponerse, pero al final tam ­ bién huyeron ante el tamaño de la agresión, particularmente los líderes reconocidos del grupo del PRi. Así, la oposición tomó el control del ejido y saqueó las casas de sus adversarios. En la casa de una familia que estaba 1 Casos sim ilares ocu rrieron en Los A ltos de Chiapas durante ios años setenta y och en ta, cuando m uchas familias fueron expulsadas, a veces co n violencia. Para el caso más representativo de Cham ula ver G ossen, 1 9 8 3 y 1 9 9 4 y A ntonio López, 2 0 0 2 . Ver también Collier, 1 9 9 4 .

vinculada con organizaciones del

PRI

(aunque eran católicos) los atacan­

tes entraron, robaron las herramientas, las semillas y la ropa; destruyeron la cerámica usada para almacenar el aguardiente o trago producido en casa (uno de los medios de sustento de esa familia); incluso tomaron la ropa interior de la mujer más joven de la casa y la destrozaron pasán­ dola a través del molino manual de maíz (como el que funcionaba en todas las cocinas antes de la instalación del molino de nixtamal). Era quizá un ataque contra las mejoras que habían introducido al estilo de vida local los nuevos católicos y sobre todo los no católicos, corno la ropa interior y algunas herramientas de cocina, todas vinculadas con el trabajo y la vida cotidiana de las mujeres. Las amenazas y las acciones durante la agresión también apuntan hacia un ataque sexual simbólico. Como con sus amenazas públicas anteriores, la oposición atacó sim bóli­ camente a mujeres de sus opositores del

pri

a través de las ropas y de las

herramientas de la cocina. Las imágenes de la confrontación incluyeron la representación de las mujeres como “p ertenencias” de sus maridos, re­ presentadas como blanco pasivo de los ataques contra los hom bres que estaban implicados activamente en la confrontación .6 Los expulsados pidieron ayuda a las autoridades municipales y esta­ tales, para regresar a sus casas. La autoridad intervino para proteger a los retornados enviando un grupo de policías que permaneció por va­ rias semanas apostado en el centro del asentamiento. Además se les ayudó con lám inas para reconstruir sus viviendas y con herramientas de trabajo, molinos manuales de nixtamal y paquetes de herbicidas, plaguicidas y fertilizantes químicos (que hasta entonces no eran em ­ pleados en el trabajo agrícola en el ejido). Los retornados alegaron que la ayuda gubernamental era inadecuada e incompleta, puesto que los machetes que les dieron eran muy pequeños y de mala calidad, igual 6 Sin. em bargo, algunas de las personas implicadas en las am enazas públicas eran m ujeres, lo m ism o que las participantes m ás activas de las asociaciones no católicas. La m ayoría eran jóvenes entrenadas p or las diversas iglesias.

que los molinos; además, no se les brindó ayuda monetaria para com­ pensar sus demás pérdidas. Las quejas de los expulsados llevaron a la policía a actuar en contra de tres personajes: un joven que había sido maestro bilingüe, a quien reconocían como líder de la organización; un miembro del Comisariado Ejidal, y un anciano músico, los cuales fue­ ron encarcelados por algunas semanas. Por su parte, los miembros de la CIOAC continuaron con su movilización y, ante el aviso de que un grupo

de campesinos del ejido vecino de Lom antán se preparaba para invadir K ’ix tu la’, se apresuraron a tomar ésas tierras el 20 de mayo de 1985. El ejército volvió a llegar al pueblo, para desalojar a los invasores, pero no lo pudo hacer. Después de que el ejército abandonó el ejido, los miem­ bros de la CIOAC retuvieron la tierra y ocuparon los principales cargos del gobierno local hasta 2 0 0 0 (no obstante que en su mayoría eran ave­ cindados y las autoridades se elegían en la asamblea ejidal). En cambio, los ejidatarios que habían sido expulsados y sus familiares y aliados que perdieron la posición principal en estructura de autoridad local, conti­ nuaron participando esporádicamente como grupo reconocible en la organización local. Los jóvenes que participaron en la toma de tierras, que ahora son adultos, h acen recuentos de la violencia con que fueron perseguidos y abatidos por parte del gobierno y de algunos priistas; por su parte, los no católicos y sus familiares hablan de la agresión de la que fueron objeto por parte de los miembros de la CIOAC, tanto del ejido como de poblados vecinos. A pesar de que continuaron las amenazas, incluso por altavoz, durante los años siguientes, los distintos grupos alcanzaron paulatinamente acuerdos para una reconciliación interna, dando por resultado una mayor tolerancia política y religiosa. Im ágenes de rebelión, fraternidad y liderazgo U na vez, durante u n viaje de Las Margaritas al ejido Veracruz, encon ­ tré a Rafael, un hombre mayor que había sido miembro de la CIOAC,

que participó en la toma ele K 'ixtu la’, pero que después, en 1 9 9 8 , salió de esa organización y ju n to con otros formó una nueva, llam ada ju n ta b ’ejtik (un solo camino), tam bién conocida como La Democracia. En el trayecto, él habló de la rebelión zapatista y de un supuesto nuevo plan lento y silencioso que se estaba desarrollando para que el cam pesinado diera una gran batalla en contra de los ricos jn a l -lad in o s o no indíge­ n a s - que viven en las ciudades. Después de ofrecer su interpretación particular de la historia de muchos años de ese conflicto (que será re ­ latada más abajo) y que él supuestamente había escuchado en la radio, en una transmisión nocturna por una estación clandestina, Rafael e x ­ plicó que el movimiento zapatista se estaba organizando ele manera reservada para asumir el control de las ciudades, en particular de los espacios de la gente rica en varias áreas urbanas en Chiapas. Así estaba ocurriendo en la ciudad costera de Tapachula, en la cual había ya gente armada y preparada para una ocupación de las casas. Por otra parte, el campesinado de las poblaciones ubicadas alrededor de Las Margaritas estaba a punto de invadir la ciudad de Comitán, e iban a expulsar a los hombres ricos de ella y a asumir el control de sus casas, coches, pertenencias y mujeres. Las riquezas iban a ser repartidas entre los campesinos pobres. Aunque se trata sólo de una interpretación acerca del conflicto en Chiapas, en especial del im passe actual en la co n fro n ­ tación y el diálogo entre el gobierno y la guerrilla, lo interesante es que Rafael reprodujo una imagen de la diferenciación social que inclu ­ ye nuevamente la distinción sexual, como en el caso del conflicto interno y de las amenazas entre grupos, pues se trata de imágenes en las que los hombres luchan por sus “pertenencias”, incluyendo sus mujeres. En esta conversación se aprecia otra dimensión de la dife­ renciación social y de la lucha imaginada en el área: la confrontación contra los no indígenas residentes en los espacios urbanos. Tal dife­ renciación estaba vinculada con un relato más general sobre el origen de las diferencias.

Durante la misma conversación, le pregunté cuál seria el destino de esa gente rica que sería expulsada de las ciudades. Rafael me contó entonces lo que había oído en la radio al tiempo que argumentaba que esas personas debían ser enviadas a su “patria”, dondequiera que ella fuera. Explicó que un día, cerca de las tres de la mañana, pudo captar una señal de radio y escuchó un programa donde explicaban por qué el campesinado de la región era tan pobre. Se decía, según Rafael, que originalmente, hace mil años, la gente pobre de ahora era la dueña real y única de todas las tierras de México, pero hubo un gran terratenien­ te pobre, nacido entre el campesinado, que llegó a poseer toda la tierra y a gobernar a toda la gente. Un día u n hombre de otro lugar, herm ano de Hernán Cortés, llegó a los dominios de aquel hombre “pobre”, el gran terrateniente del conjunto del territorio de México. El visitante se quedó a vivir entre los cam pesinos pobres; era un hombre inteligente pero ambicioso, quizá un español, y logró adquirir unas tierras para sí. No obstante, el viejo gobernante del campesinado permaneció en p o ­ sesión de los títulos sobre la tierra, títulos que eran un pedazo de papel con un sello que aquel gran terrateniente mantenía guardado en un recipiente hecho con la cáscara de una fruta seca, conocido en la re­ gión como pumpo. Después llegó u n sacerdote católico al área y le dijo al gobernante pobre de la tierra que debía bautizar a su hijo y que para ello necesitaría un compadre. El hermano de Cortés se ofreció como el padrino del niño y los dos hombres se hicieron compadres. Para celebrar bebieron alcohol y una vez que ambos estuvieron borrachos, el hermano de Cortés convenció al gobernante de los pobres que era muy inseguro mantener el título de la tierra en u n pum po y que era más seguro guardarlo en u n portafolio muy moderno y fuerte que él tenía. Después de una negociación corta, el ingenuo gobernante de esta tierra le dio el título a su compadre. Como consecuencia, el visitante empezó a llamar a más gente de fuera para que viviera en esta tierra y nadie pudo a partir de entonces parar la llegada de

gente extranjera. Rafael especuló que el presidente de México mantiene quizá el pedazo de papel en alguna parte de la ciudad capital y que la gente rica no renunciará a la tierra mientras así sea. El movimiento za­ patista, dijo Rafael, está intentando regresar la tierra a sus dueños quitándosela a los extranjeros. Como los relatos muestran (y a pesar de que en el ejido algunas per­ sonas consideran que Rafael es muy hablador y poco confiable), las relaciones entre hermanos y entre compadres juegan un papel muy importante en la solidaridad cotidiana y permiten dar un sentido .par­ ticular al origen de diferenciación en la propiedad de la tierra en el área (aun si se produce una interpretación unidimensional). Algunos aspectos de la lógica de las relaciones interpersonales, tal como se viven entre los habitantes de estos poblados rurales, perm iten crear una explica­ ción de las diferencias en la apropiación del territorio, de la desigualdad y de la lucha por la tierra, personificadas en las diferencias actuales entre terratenientes ricos y campesinos pobres. Tal manera de dar cuenta de las relaciones contradictorias y diferenciadas en el contexto más amplio también apareció en otro argumento, referido a la división interna de la próspera organización de la CIOAC en 1998. Varios años después de la movilización de 1985, el grupo local de la CIOAC tuvo éxito en mantenerse unificado, a pesar de varias fracturas

sufridas en la organización a nivel estatal, sobre todo después de 19 96 y la división de varias organizaciones entre fracciones “independien­ tes”, más cercanas al zapatismo que proclamaba rechazar todo trato con el gobierno, y otras acusadas de ser “oficiales” por aceptar el diálo­ go y la negociación con aquél. Los no “oficiales” se mantuvieron vinculados al PSUM, que se volvió después parte del PRD.7 Como ya se mencionó, este partido colocó a un líder local joven en un puesto de 7 El

psu m

(Partido Socialista U nificado de M éxico ) se convirtió en el

en la elección presidencial de 1 9 8 8 y posteriorm ente en el capítulo 2.

prd

fd n

(Frente D em ocrático N acional)

(Partido de la Revolución D em o crática). Ver

diputado nacional en los años noventa, aprovechándose del ambiente c eado por la celebración de los 5 0 0 años del “D escubrim iento de Amé­ rica” (de resistencia para algunas organizaciones);8 también con este partido otro líder local fue electo diputado al congreso estatal en los comicios del 2001. Los dos líderes locales son hermanos. Antes de 1998, la organización local tuvo éxito en conseguir ayuda financiera (de una organización holandesa) para comprar dos camionetas pick-up para el transporte de personas y un camión de tres toneladas para transporte de materiales y de ganado; también consiguió dinero para echar a andar una granja colectiva de cerdos. Este esfuerzo colectivo de la granja significó un éxito económico notable, pero a la vez un reto en términos de organización, puesto que se trataba de un proyecto de mujeres. Se dice que lo administraban sólo mujeres, esposas de los m iembros de la organización, aunque muchos hombres colaboraban en los trabajos. En 1 998 , el grupo de la CIOAC se dividió y varios de sus miembros decidieron crear una nueva organización, bajo el liderazgo, entre otros, de uno de los herm anos ya referidos. Entre mutuas acusa­ ciones, unas de no haber claridad en el manejo del dinero, otras de querer dividir a la organización, los dos bandos quedaron bajo el lide­ razgo de los dos hermanos: uno cada uno. La división influyó después en muchos aspectos de la vida de los miembros. No sólo dejaron de funcionar varios de los servicios que ya se tenían (molino de nixtam al, cam ionetas y cam iones, granja de cerdos), la di­ visión afectó la unidad religiosa que m antenían sus miembros para rescatar algunos de los antiguos rituales (abandonados a co n se cu en ­ cia del programa de reevangelización) como las romerías a cuevas y

* Fste am biente tam bién con d u jo a la creación del Fren te Indepen dien te de Pueblos Indios, en el c;ue oarr.'/nparou poblaciones tojolí'haies, y a la presencia de su líder (u n tojolabal del ejido Plan de Ayala) en la C ám ara de D iputados nacional. F sia pob lación había sido tam bién la cabecera de una exp eriencia de gobierno tojolabal en los años och e n ta , resultado en parte de la cre a ció n de un C en tro C oord in ad or Indi­ genista en Las M argaritas en 1 9 7 6 y de un Consejo Sup rem o, co m o en otras regiones indígenas del país (M attiace, 1 9 9 S y 2 0 0 1 }

cruces. Igualmente, impactó en la posición de la organización en la competencia por los cargos de autoridad (en la directiva del ejido y en los cargos de la agencia municipal), puesto que en las elecciones lleva­ das a cabo en la asamblea, el grupo que se separó empezó a volar en contra de los candidatos del grupo de la CtOAC llamado Yajk’achil b ’ej.9 No obstante, en otro nivel, la organización Yajk’achil b ’ej CIOAC siguió for­ taleciéndose, por su alianza con el

prd.

Por primera vez en la historia

del gobierno estatal, el PRD ganó las elecciones en el 2 0 0 0 , en alianza con otros partidos, además de ganar las elecciones municipales en Las Margaritas y ele diputado local en el 2001 y en el 2 0 0 4 . En el 2 001, el diputado fue el dirigente regional de la CIOAC, miembro clel grupo Yajh’achíl b ’ej de Veracruz; en el 2 0 0 4 el presidente municipal ganador fue un tojolabal, maestro bilingüe formado a su vez por la Kastalya, quien vive en Nuevo Nicaragua, vecino clel ejido Veracruz. Al mismo tiempo, con el ascenso de un gobierno estatal diferente en el 2 0 0 0 , el hermano que encabeza a los disidentes en el ejido Veracruz se colocó en la burocracia indigenista del gobierno estatal. La división interna continúa hasta hoy. En las versiones contemporáneas, los miembros de ambos grupos parecen lamentar la división interna de la organización y el hecho de que los haya llevado a vender todo, incluyendo los vehí­ culos y ia granja de cerdos, para dividir el dinero. Hay diversas explicaciones de por qué ocurrió la escisión. Dos ideas se pueden resaltar de las conversaciones en torno a esa fractura interna. E n la opinión de una mujer que todavía pertenece a la 'organización Yajk'achü b ’ej de la CIOAC (señalada como una de las parti­ cipantes activas en las amenazas contra los conversos a religiones no católicas, usando el altavoz), la decisión fue tomada sólo por sus mari’

grupo siguió ganando las d o ccio n e s p a n b directiva del ejido (considerados los puestos más im ­

portantes, en especial el de presidente o co m isa n a d o ); sin em bargo, en el ¿ 0 0 0 los disidentes y los cjidataiios de otras organizaciones (del PRt o independientes, cató licos y sobre todo adventistas y can sm áiicos) lograron ganar la elección y nom brai al presidente del Com isa riado Ejidal (después de m ás de 13 años de dom inio de la Yaih’achil b ’ej).

dos, a ellas nunca les consultaron, no obstante,que desmantelaron y vendieron la granja de cerdos de las mujeres.10 Por otra parte, una ex­ plicación frecuente de la división pone en el centro la discusión y confrontación entre los hermanos: los dos líderes deseaban ser los pri­ meros en el mando e influencia en la organización, así que tuvieron que pelear entre ellos para ganar la dirección. De hecho, no era exclusiva­ mente una división local, sino parte de una fractura más amplia que afectó la presencia regional del conjunto de la CIOAC por un tiempo bre­ ve (y que tenía que ver con el manejo de recursos en la organización, así como con las posturas de parte de las organizaciones en relación con los postulados zapatistas de no tener ninguna relación con el gobierno). La explicación local más frecuente se centraba en el conflicto personal en­ tre los hermanos líderes en el ejido. De nuevo, las interpretaciones de las personas sobre las contradicciones y las confrontaciones que ocu­ rren en la organización surgen de los entendimientos locales sobre las relaciones personales, que incluyen la idea de la solidaridad y la ayuda mutua entre los hermanos (como en la primera historia en que se habla del hermano de Cortés), tanto como la envidia y el conflicto (como en el segundo caso, de la lucha entre líderes). Esto significa que los enten­ dimientos locales reducen las contradicciones a la dinámica de las relaciones personales ordinarias, lo cual puecle despolitizar las contra­ dicciones, al distorsionar su dimensión y su contexto más amplio. Las propuestas zapatistas en torno a la organización Aunque la guerrilla había tenido poca presencia directa en el ejido Veracruz,11 las conversaciones en torno a la guerra, la toma de tierras y 10 El análisis de una experiencia similar de organización colectiva ele m ujeres rurales y de las im plicaciones de la im plem entación de program as públicos se encuentra en Stephen, 1 9 9 7 : 1 5 8 - 1 9 4 . 11 La QOAC h a sido una organización m uy influyente en el área de lo s valles de Las Margaritas y Com itán, mientras que la unión de ejidos Tierra y Libertad y la organización Pueblos Tojolabales se desarrollaron en el área m ontañosa. La influencia de la guerrilla zapatista se desarrolló principalmente en la selva, abarcando po-

los derechos indígenas aparecían en las preocupaciones locales; sobre todo en lo que tenía que ver con la organización. Las propuestas de organización de los zapatistas relacionadas, por ejemplo, con la no negociación con el gobierno, con el m anejo colectivo de la tierra y los recursos, así como con la participación de las mujeres, eran co n o ci­ das por los habitantes de Veracruz, y fueron reinterpretadas según las lógicas preexistentes sobre la tierra, el trabajo y la división sexual de las responsabilidades y obligaciones. Las historias sobre la rebelión zapatista giran en torno de experien ­ cias personales durante el levantamiento de enero de 1 9 9 4 o incluso previas a él, cuando las personas afirman haber conocido algunos as­ pectos del entrenamiento de la guerrilla en alguna parte de la selva. Ciertos peregrinos dicen, por ejemplo, que cuando venían de regreso a casa después de asistir a una romería, al llegar a cabecera municipal de Las Margaritas ocupada por la guerrilla, tuvieron que pasar un retén para seguir su camino. Otros, que estaban en la cabecera durante esos días, recuerdan que la gente salía poco de sus casas y que cuando lo hacía miraba cautivada pero asustada, pues había algunos muertos y heridos. La mayoría permanecía en su casa, temiendo el advenimiento de la guerra, como habían oído en chismes y rumores previos a los acontecimientos. Otro tema era el de la captura del ex gobernador y el castigo que, se decía, le impusieron, al obligarlo a trabajar tan duramente como los peones y campesinos que él había explotado por mucho tiempo. Se decía que lo levantaban temprano, le daban apenas un poco de posol y lo ponían a desmontar terrenos con su machete, le daban de comer frijol y tortilla. Otro aspecto positivo de la sublevación zapatista a los ojos de la población de Veracruz fue la oportunidad que les abrió para blaciones tojolabales com o La Realidad, Trinidad y G uadalupe Tepeyac. El ejército m exicano ocupó la segunda en 1 9 9 5 , pero se retiró poco después de las elecciones del 2 0 0 0 , cuando el Partido A cción N acional ganó la Presidencia de la República.

conseguir más tierras, pues u n grupo de ejidatarios que tenían hijos o hermanos sin tierra se movilizó y tomó lo que quedaba de la finca San Mateo, como lo hicieron los vecinos de otros ejidos con las fincas próxi­ mas, aunque eso no ocurrió durante la rebelión inicial sino en el curso de ios meses siguientes. Asombrosamente, como se ha mencionado ya, los beneficiarios principales de la tierra restante de la finca San Mateo fueron partidarios locales del

pri

y cam pesinos autocleñnidos como

“independientes”, más que ios de la CIOAC que mostraban más simpatía pública por el zapatismo. Estoi casi condujo a la gente a una nueva co n­ frontación, puesto que los primeros ocupantes de la tierra se armaron para hacer frente, a la movilización que el grupo local de la CIOAC había organizado para invadii la misma tierra. Por fortuna, según lo señalado por los invasores y los miembros de la unión Y ajk’achil b ’ej nunca se enfrentaron y nadie salió lastimado. El gobierno de la entidad tuvo que intervenir pai'a evitar el enfrentamiento y pagó a los miembros de la CIOAC. una cantidad para que renunciaran a las tierras y propiedades

restantes de San Mateo. En general, el movim iento zapatista era con si­ derado como una oportunidad para que el cam pesinado asumiera el control de la tierra privada restante en el área, pero las opiniones di­ fieren con respecto a las propuestas organizativas más amplias que se presentaron en los siguientes años. E n un viaje al mercado dominical de Las Margaritas, en que a co m ­ pañé a varios miembros de la familia con quienes establecí la relación más cercana en el ejido, presencié una discusión pública en el Audito­ rio Municipal sobre la Ley de Derechos y Cultura Indígena que estaba por aprobarse en el Congreso local. Los miembros de esta familia (dos hermanos con sus esposas y otra herm ana con su sobrino) ib an al mer­ cado a vender frijol y comprar cosas como sopa, azúcar y galletas. También llevaban un poco de café de traspatio para venderlo, pero el precio era demasiado bajo, así que el saco de café fue regresado a casa. Las dos mujeres que vendieron sus frijoles consiguieron precios d istin ­

go

tos, porque el comercio depende de negociaciones particulares con los clientes. Ellas se colocaron en la banqueta, como todos los habitantes de los pueblos que llegan a vender en domingo, con sus sacos de frijol, esperando a los compradores para negociar. A veces son personas que compran por litro, es decir, por pequeñas cantidades; otras veces son comerciantes que compran por cuartillas para revenderlo en el pueblo. Una de las mujeres consiguió que le pagaran mejor su frijol; “es una cuestión de suerte", explicaban la otra y su marido. Mientras ellas v en ­ dían su frijol y luego iban de compras al mercado, yo fui con Antonio al Auditorio Municipal para asistir a la reunión de discusión de la n u e ­ va Ley Indígena, derivada del texto propuesto por la Cocopa (Comisión de Concordia y Pacificación, que integraba a diputados federales y estatales) que fue aceptado por los zapatistas en 19 96, como resultado de las mesas de negociación y de lo que se llamó desde entonces los Acuerdos de San Andrés (por San Andrés Larráinzar, un poblado in d í­ gena de Los Altos de Chiapas que fue sede de las negociaciones entre el gobierno y la guerrilla). Sin embargo, al pasar a las cámaras de dipu­ tados y de senadores para su discusión y aprobación ya no era el mismo texto, pues la Presidencia de la República le había hecho cambios para ajustarla a la Constitución vigente. Esto fue rechazado por los zapatis­ tas y por organizaciones que los respaldaban en los debates públicos, como la CIOAC y el PRD (aunque algunos senadores de este partido votaron al final en favor de la nueva versión de la ley). El líder regional de la CIOAC en Las Margaritas (que en ese momento era diputado en el Congreso estatal por el PRD) participó en esa consulta popular que es­ taba orientada a rechazar la propuesta por las enmiendas hechas por el Poder Ejecutivo.12 Los miembros de la Unión de Ejidos Yajk’achil b ’ej de

•2 D ado que el PRD tenía una Fuerte presencia en el m unicipio, el rechazo público a la nueva ley se daba por las enm iendas al texto, y se solicitaba volver al texto original de los A cuerd os de San Andrés; en otro caso, en la reunión Im pulsada por políticos del PRI en Los Altos de Chiapas, que incluyó a varios m unici­ pios, tam bién se rechazó la ley pero por otras razones.

varios poblados del área asistieron a la reunión en el auditorio (después me comentaron que no eran todos los miembros sino sólo “com isiones” por poblado a las que les había tocado asistir al evento), pero la mayo­ ría de los que tomaron la palabra eran personas de la ciudad, entre ellos dos mujeres jóvenes de una organización de la cabecera m u nici­ pal que hablaron de los derechos de las mujeres. El diputado habló en extenso del tema y se pronunció en contra del texto de la ley, así como otros asistentes; otras personas hablaron de varios temas. Uno incluso, de una iglesia no católica, hizo un breve sermón y pidió ayuda en contra de las agresiones que sufren los conversos en algunas poblaciones (en el caso de los ejidos tojolabales son los miembros de la CIOAC o de orga­ nizaciones semejantes los que expulsan a los conversos). La estación de radio local difundió la consulta, así que la gente en las poblaciones rurales podía escuchar el evento desde sus casas. Tan pronto como llegué de regreso al ejido encontré a Lupe trabajando en la cocina de la casa de Lola, su suegra y con quien vive. Ella dijo que había escuchado la radio, pero que no había puesto atención a todo; no obstante, parecía estar interesada en una cuestión: por qué las mujeres trabajan mucho y cómo debe ser cambiado eso. Había, opiniones diversas y contradictorias sobre el movimiento zapa­ tista y sobre la ley indígena, aunque muchas de ellas se expresaban como rumores. Las opiniones de algunos militantes del

pri

y de la organiza­

ción Y ajk’achil b ’ej eran, por ejemplo, asombrosamente similares en esta materia. En una charla que tuve con el hijo de Pedro López (quien fue durante mucho tiempo el hombre encargado de las gestiones de amplia­ ción) mencionó su opinión al respecto de algunos asuntos del zapatismo. Él es miembro activo del

pr i

y había sido regidor del ayuntamiento

municipal (un consejo de delegados del municipio seleccionados por barrios y por zonas). Después de una relajada y amplia conversación sobre su padre y otras cuestiones hablamos de la guerrilla zapatista. Él me explicó que la gente no acepta a la organización zapatista en las

localidades de Las Margaritas y los alrededores debido a dos razones principales. En primer lugar, los campesinos locales no tienen la co s­ tumbre de que las mujeres participen en entrenamiento como m ilicia­ nas, cosa que ocurre en las poblaciones zapatistas situadas en la selva, donde las mujeres realizan actividades nocturnas en áreas de monte, no pobladas, en las que participan hombres y mujeres por igual y por las cuales pasan fuera de sus casas muchos días. Algunos hombres ven esto con desagrado ya que representa abrir una oportunidad para el sexo extramarital. La otra razón por la que no se acepta al zapatismo según lo decía esta persona, es que la colectivización de la tierra es irrealizable en esta área, puesto que el campesinado aquí no ha traba­ jado “tradicionalmente” de esa manera, no es “su costumbre”. Por el contrario, la parcela familiar es la manera “tradicional” de cultivar y administrar los terrenos de cultivo; por eso la gente no está en favor clel trabajo colectivo ni de la colectivización de la tierra, pues no está dis­ puesta a trabajar por otros, a mantener a los “perezosos”. Los que tra­ bajan dura e intensamente para cosechar bastante maíz no tienen la obligación de mantener a individuos ociosos por medio de la colectivi­ zación; ése es “el costumbre” aquí, alegaba. Días después encontré a miembros de la Yajk’achil b ’ej del ejido veci­ no de Saltillo y conversamos sobre el mismo tema. Aquel hombre pre­ sentó su posición sobre la organización zapatista en los mismos términos que el de Veracruz. Algunas opiniones sobre el zapatismo enfocan la misma perspectiva (más allá de las diferencias entre partidos y organizaciones) que tiene que ver con la dinámica ele la tierra, el trabajo y la división sexual de las tareas y responsabilidades: el rech a­ zo a la colectivización de la tierra y el trabajo, y la preservación del usufructo individual de las parcelas, producto del esfuerzo y del traba­ jo familiares; el rechazo también por considerar que no se debe trabajar para mantener a la gente perezosa (una idea muy consistente con la vigilancia practicada durante el trabajo colectivo que se realiza en Ve-

racruz, analizada en la tercera parte). Por el contrario, las alianzas co ­ lectivas se piensan en términos de amistad y parentesco, y se construyen en el intercambio y la ayuda mutua entre los amigos y los parientes; asimismo, la envidia y el conflicto podían aparecer repentinamente, como sucede en la vida diaria. Aunque las conversaciones revelen un conjunto diverso y contradictorio de puntos de referencia sobre el zapatismo, y que las opiniones varíen de acuerdo con las opiniones pú­ blicas y los objetivos de las organizaciones, las preocupaciones y el lenguaje para hablar de éllas provienen de las consideraciones sobre la edad, el parentesco y la división sexual del trabajo en la familia, los términos de un lenguaje con que se pueden entender y evaluar las discusiones políticas más amplias. Los programas gubernam entales y el género Mucha gente con parcela ejidal recibe ayuda monetaria como parte de dos programas gubernamentales: Procam po (3 50 pesos por hectárea cultivada) y Empleo temporal (mil pesos por hectárea cultivada).13 El gobierno entrega este dinero en tres pagos al año y se espera que ayude a la gente a mantener la pro ducción de granos básicos para alimentar a la población, además de que permita hacer cambios a la agricultura de forma que a la larga el cam pesino sea más productivo. Además, a mitad del cam ino de la adm inistración del presidente Ernesto Zedillo (1 9 9 4 2 0 0 0 ) , en agosto de 1997, u n nuevo programa fue puesto en ejecución para ayudar a la población más pobre a mejorar sus condiciones co ti­ dianas de vida y sobre todo a desarrollar el capital hum ano de los hogares pobres. Se trata del programa Progresa (Programa Nacional para la Educación, la Salud y el Alimento, que forma parte de un p ro ­

grama gubernam ental más amplio para el combate a la pobreza)/4 a cargo de la Secretaría de Desarrollo Social. El programa está fundado en la convicción de que las mujeres son más responsables y h acen mejor inanejo’de los recursos de la casa. Por ello, el dinero no es entregado a los hombres sino a las mujeres casadas que tienen hijos en la escuela primaria, secundaria o preparatoria; a cambio ellas tienen que m an te­ ner a sus hijos en la escuela, asistir a los talleres sobre salud y a la revisión médica en la clínica del Seguro Social de la localidad. Se esp e­ ra que estas actividades a la larga contribuyan a mejorar sus c’ondiciones de vida. El programa se basa en la idea de que las mujeres están más enteradas de las necesidades de la casa y podrían realizar así una m e­ jor y más responsable gerencia del dinero. Varias mujeres casadas y con hijos que habitan en el ejido fueron re­ gistradas para recibir este beneficio; formaron el comité representativo requerido. Además las mujeres participan en el comité que se encarga de preparar los desayunos escolares (bajo una dieta que busca combatir la desnutrición) que les proporciona otro programa gubernamental. El punto es cómo ese dinero es efectivamente manejado para mejorar los estándares de vida. Varios son los problemas que se plantean con el manejo del dinero en la casa, aunque no de igual forma en cada caso. El día que se paga, la cabecera municipal se llena de habitantes de los ejidos de los alrededores y las largas filas se forman a las afueras del 14 El presidente V icente F o x ( 2 0 0 0 - 2 0 0 6 ) renom bró a este program a com o Oporumicícides. Desde el p erio­ do del presidente Salinas ( 1 9 8 8 - 1 9 9 4 ) estos program as fueron im pulsados com o m ecanism os para el c o m ­ bate a la pobreza y el fom ento a la produ ctivid ad, bajo un esquem a llam ado de coparticipación (que signi­ fica que la población aporta una parte, paga los créditos o se com p rom ete a acudir a la clínica o a m andar a los hijos a la escuela). C on este esquem a se buscaba desplazar el m odelo asistencialista, que prom ovía una relación clientelar entre gobierno y beneficiarios (sobre el que descansó la política gubernam ental y el sistem a de partido único por m ucho tiem po). Sin em bargo, el m anejo de estos program as reproduce iró ­ nicam ente los patrones del clientelism o y del asistencialism o. El program a Progresa-O portunidades no puede prevenir, por ejem p lo, que los hom bres usen el dinero asignado a las m ujeres para com p rar bebidas alcohólicas co m o , se observó, ocurría en Las M argaritas. Ver tam bién Stephen ( 1 9 9 7 : 1 5 8 - 1 9 4 ). Estos program as acom pañan a las reform as neoliberales para abrir las fronteras a la inversión internacional y para integrar a M éxico al área com ercial norteam erican a (co n el Tratado de Libre Com ercio de A m érica del N orte o ILC-NAFTA por sus siglas en inglés).

único banco que opera en esa población. Las familias completas se trasladan, pues al tener el dinero se irán de inmediato a adquirir artícu­ los de consumo doméstico; algunos comprarán cerveza o trago y lo consumirán ese mismo día a las afueras clel local donde lo compraron. El presupuesto adicional de las mujeres, que llega por vía de este p ro ­ grama, se usa con frecuencia para satisfacer necesidades inmediatas, y algunos deseos no tan urgentes como el alcohol, puesto que la produc­ ción agrícola por sí misma no es suficiente para afrontar las necesidades y las aspiraciones de consumo de estos campesinos. En todo caso, no es el dinero entregado sino otros aspectos del programa los que in flu ­ yen de manera más significativa en las condiciones de vida, aunque éstas no cam bian sustancialmente. El programa Progresa está teniendo otro impacto, a través de la organización de las mujeres, a pesar de que no considera a todas las mujeres que podrían estar dentro del esquema: proveyó de una nueva arena de negociación con los empleados guber­ namentales de bajo rango. En el año 2 0 0 0 , una mujer que estaba encargada de la operación de uno de estos programas anunció una nueva ayuda financiera federal, que aunque era parte del programa Progresa estaba destinada a otros fines. El dinero estaba dirigido a las mujeres registradas en el programa anterior, y no debía destinarse a la casa, sino a la producción, a una tarea que regularmente está en manos de las mujeres: la crianza de aves de corral. El nuevo programa para el ejido consistió en la construcción de una pequeña granja de traspatio para crianza de pollos, para cada uno de los miembros registrados. El dinero debía alcanzar para adquirir los pollos, comprar malla de alambre y tablones para hacer el corral. La lista de nombres fue levantada otra vez por las representantes locales, lo que provocó algunos conflictos puesto que no todas las familias, aunque llenaran los requisitos, estaban incluidas en el programa; ade­ más había nuevas mujeres casadas y con hijos solicitando ingresar al programa, pero los funcionarios no aceptaban la ampliación de los regis­

tros. Se suponía que la ayuda financiera llegaría muy pronto, pero eso no ocurrió. En un recorrido de las autoridades municipales, la mujer encargada del programa visitó el ejido. La gente recibió a las autoridades con una celebración discreta, para la cual las mujeres cocinaron caldo de pollo. Durante las pláticas con las autoridades municipales a cargo de los pro­ gramas federales, el presupuesto prometido se negoció en las mismas conversaciones que se tenían acerca de la construcción de un puente a la entrada del ejido y de la mejora del camino de terracería q u e ’conecta San Mateo Veracruz con la cabecera municipal de Las Margaritas. Pero el tiempo pasó y el dinero para el programa y para las obras no llegaba. Como en otros casos de descontento, después de una serie in fru c­ tuosa de solicitudes dirigidas a las oficinas municipales, las autoridades del ejido y la asamblea en su conjunto (independientemente de grupos religiosos o políticos) decidieron hacer una movilización para forzar a las autoridades y conseguir los fondos prometidos. Calculaban que el dinero no sería entregado a menos que ellos presionaran, ya no sólo con oficios sino con otras medidas. Ya antes habían hecho algo así (con la asesoría de un profesor de la escuela primaria), cuando retuvieron en el ejido a un funcionario de la Secretaría de Educación del gobierno estatal hasta que firmó un acuerdo para construir nuevos salones de clase para la escuela primaria y una cerca para el jard ín de niños. Convencidos de que ésta era la única manera eficaz de proceder, comenzaron por invitar al nuevo gobernador del estado (el primer go­ bierno que no era del PRI en la historia de Chiapas) a que visitara la población, junto con las autoridades municipales. El plan era hacerlos firmar acuerdos durante esa visita. El presidente del Comisariado Ejidal fue en repetidas ocasiones a las oficinas municipales sin éxito, puesto que no ocurrió la visita de los funcionarios estatales. Esto condujo a la asamblea de vecinos (que incluye a ejidatarios y avecindados) a diseñar otra estrategia: organizar a la gente para ir a la cabecera municipal y

tomar acción directa; detener a los funcionarios dentro del edificio de la presidencia hasta que sus demandas fueran satisfechas. El objetivo principal era el presidente municipal, elegido recientemente para el cargo, y la mujer que había prometido originalmente la instalación de los gallineros. El 2 8 de agosto de 2 0 0 1 , el grupo organizado de habitantes del ejido Veracruz, formado principalm ente por mujeres, fue a la cabecera m u ni­ cipal, temprano por la m añana, como si fuera un día para hacer compras en el mercado local. Desarmados pero bien organizados, entraron en el edificio de oficinas de la administración municipal y bloquearon las puertas para encerrar a los empleados. Los burócratas fueron sorpren­ didos por la movilización de los campesinos, especialm ente por la participación ele las mujeres. Según relata el que era presidente del Comisariaclo Ejidal, las mujeres ele la unión Yajk’achil b ’ej fueron las más organizadas y eficientes en la toma de las oficinas y lo atribuía a que ya tenían más experiencia por su participación en movilizaciones previas. Desafortunadamente, relata el comisariado, el presidente mu­ nicipal logró escapar del cerco, había ido al salón de cabildo para atender una reunión y de alguna manera se enteró de la ocupación del edificio y salió por una puerta de la comisaría de policía municipal que había quedado sin vigilancia de los campesinos. Eso a pesar de que el grupo movilizado no se presentó de manera simultánea sino que fue llegando en pequeños grupos, para no despertar sospechas. De cu al­ quier forma los otros funcionarios, incluyendo la mujer a cargo del proyecto de gallineros, perm anecieron allí cautivos de los campesinos. Por muchas horas los habitantes del ejido mantuvieron a funcionarios en sus oficinas, incluso sin permitirles ir al baño. Las negociaciones fueron instaladas, con los funcionarios prisioneros, siguiendo una división sexual del trabajo. El presidente del Comisariado Ejidal presionó a los funcionarios m asculinos que p erm anecían en la sala de juntas del edificio para que se comprometieran a la construcción

del puente sobre el río en la entrada de San Mateo (que es im p rescin ­ dible durante la estación de lluvias) y a dar mantenim iento a la brecha entre ambas poblaciones. Mientras tanto, las mujeres presionaron a la funcionaría municipal encargada de Progresa que había prometido las granjas de traspatio; le decían, en tono de burla, que ella debía recor­ dar cómo había disfrutado el caldo de pollo en su visita a Veracruz y en cambio no cumplía con lo prometido. Con esta presión moral in ten ­ taron forzarla hasta hacerla firmar un acuerdo con fechas para entregar el dinero o losunateriales para los gallineros. Finalm ente, después de algunas llamadas telefónicas de los funcionarios, el grupo movilizado consiguió un nuevo acuerdo firmado para que el municipio resolviera las solicitudes ya convenidas con la población. Así, la agenda clel programa con criterios de género, fomentada por el gobierno, fue reinterpretacla en el contexto local de la división clel trabajo sexual y utilizada en la confrontación con la burocracia para la negociación de la ayuda finan­ ciera adicional y de los trabajos públicos. En pocas semanas llegaron los materiales para los gallineros y se iniciaron los trabajos del puente y el camino. Por otro lado, el tema del género puede aparecer también en las co n ­ frontaciones internas. A mediados ele los años ochenta, un sistema de abastecimiento de agua por medio de una bomba, un depósito y mangueras fue construido por primera vez en el ejido. Los costos de mantenimiento y algunos problemas técnicos con la primera bomba, que funcionaba con diesel, hicieron que la administración del servicio de agua fuera complicada y que algunos incluso la rechazaran total­ mente. El problema se resolvió tan pronto como se instaló una bomba eléctrica (cuando se introdujo la energía a la comunidad). El costo del mantenim iento de esta máquina era menor que el del motor diesel ori­ ginal, pero su operación implicó un esfuerzo de cooperación monetaria de los vecinos para afrontar los gastos en efectivo. El problema se pre­ sentó porque no toda la gente aceptaba su obligación de contribuir con

dinero para mantener la operación del sistema, aunque era una co ntri­ bución muy pequeña en efectivo por cada casa. Algunos alegaron que sería mejor volver a la práctica acostumbrada de enviar a las mujeres a lavar la ropa al río y a traer agua de allí mismo, cargándola en cántaros ellas mismas o usando burros. Durante la asam­ blea, según uno de los participantes, algunos hombres se enfadaron al escuchar esas posiciones y alegaron que si los hombres opositores al sistema de abastecimiento de agua decidían no pagar la pequeña coope­ ración que se les pedía (para pagar el gasto de energía eléctrica y para descomposturas imprevistas de la bomba), deberían ir ellos mismos por el agua y no sus mujeres. Eso habría sido una experiencia muy ilumina­ dora para los hombres (decía el que había hablado en la reunión) puesto que se habrían dado cuenta de la cantidad de tiempo y de esfuerzo que se necesitan para realizar esos trabajos. Por otra parte, esta persona que abogaba en favor del sistema de abastecimiento de agua alegaba que entre los que se oponían estaban personas conocidas como perezosas, y algunos como borrachos. Argumentó que si la gente podía pagar unos pesos para comprar alcohol, debía tener el dinero para pagar dos pesos al mes para el mantenimiento de la bomba. Esta discusión fue decisiva en la reunión, pues la asamblea se pronunció mayoritariamente en favor del sistema de agua y del pago obligatorio de la cooperación. Algunas semanas más adelante, el principal abogado del sistema de agua empezó a instalar una tubería para llevar el servicio hasta dentro de su casa, lo que provocó nuevos disgustos entre algunos de los vecinos. Él alegó otra vez que el sistema del agua se debía utilizar para hacer mas fácil el tra­ bajo en casa para las mujeres y por ello extender el servicio a las casa no significaba nada malo. El argumento fue convincente y algunos otros vecinos empezaron a hacer lo mismo en sus casas. El tema del “género” planteado en particular como el problema de las mujeres fue apareciendo como un asunto relacionado con el cambio en la operación de la casa y en la división sexual del trabajo que ello

implica. La relación entre la diferenciación sexual y la autoridad dom és­ tica, que es discursivamente clara pero en la práctica puede ser ambigua, parece un elemento relevante en la organización social cotidiana, que se despliega en procesos más amplios de organización, negociación y confrontación, como en el caso de la toma de las oficinas de la Presi­ dencia municipal. Como tema específico, el asunto de las mujeres ha estado presente como producto de los cambios que se están dando en las formas de composición y organización en la unidad doméstica (con la ausencia de esposos y la salida de las mujeres a trabajar al campo o la introducción del agua potable y del molino de nixtamal, por ejemplo), y por la insistencia del gobierno (y de otras instancias) en programas que tienen ese carácter de “género” y que implican manejo de recursos para la familia. Pero, nuevamente, los programas más amplios son in ­ terpretados en el nivel local a través de los elementos de la socialidad prevaleciente y de las diferencias de responsabilidad y autoridad fun­ dadas en consideraciones de edad, sexo y parentesco (es decir, de acuerdo con u n entendimiento local del poder). El que aparezca el tema de las mujeres en las discusiones no es siempre una muestra de cambios sig­ nificativos en las diferencias básicas en autoridad y responsabilidad que se despliegan en la organización de la casa y la división del trabajo; por el contrario, el debate puede estar dirigido hacia la reafirmación de la división del trabajo y de la autoridad a nivel doméstico. C on clu sión Podemos decir que las formas amplias de organización y de movilización rural, por u n lado, y la organización doméstica, por el otro, se influyen mutuamente y pueden transformarse de manera paralela (aunque algunos factores pueden tener mayor importancia que otros, como la migración o la escasez de tierras, en comparación con un programa gubern am en­ tal). Al mismo tiempo, el discurso político puede tener una influencia

mutua con los entendimientos de la socialidad y el poder locales, pues mientras una ruptura política puede ser interpretada como un pleito entre hermanos, las formas de afiliación, por ejemplo, a un programa gubernamental de mujeres puede llevar al cuestionamiento de los tér­ minos en que se entiende la autoridad m asculina adulta en el hogar. Ambos procesos, la transform ación de la organización social y la pro­ ducción simbólica (o transformación de los modos de categorización) están vinculados y ocurren de manera paralela. Como hemos visto en este capítulo, las distinciones sociales locales fundadas en diferencias de edad, sexo y parentesco ju egan un papel importante en la interpretación o entendimiento de las relaciones más amplias, particularmente las que tienen que ver con la construcción de im ágenes referentes a la “política” y al “gobierno”; con la forma en que se participa en procesos electorales, en organizaciones campesinas, movilizaciones y, quizá, en la guerrilla. Los significados que adquiere la política en el nivel local están vinculados con la comprensión com ­ pleja y ambigua que se tiene de la interacción social más inmediata, del contacto diario en y entre las familias y su dinámica de cooperación y ele competencia o conflicto. Es claro que las representaciones que se h acen de dominios más amplios ele interacción (que abarcan el encuen­ tro, la colaboración y la ayuda, así como la negociación, la confrontación y la lucha) han sido analizadas aquí principalmente por medio de con­ versaciones y de relatos. Sin embargo, prácticas discursivas como éstas son significativas en la forma que adquiere la organización y la movili­ zación entre las “bases” de las organizaciones campesinas, como se puede concluir de los casos aquí presentados de la toma de la presiden­ cia o la participación en las elecciones. Por lo menos estas representa­ ciones de socialidad, en contextos sociales de subsistencia como éstos, pueden tener más influencia que algunas discusiones que provienen del ámbito académico, ele las bu rocracias gubernamentales y no guber­ namentales o de los políticos profesionales (ele aquellos que viven de

hacer política). E n un sentido general, los cambios más amplios en la organización se insertan en los escenarios locales (de los encuentros cara a cara) a través de procesos de interpretación y de reafirmación o cambio de significados o entendimientos (un trabajo o proceso de p ro ­ ducción simbólica en el sentido de Wolf. 2001: 3 8 3 -3 9 7 ). E n tal caso, la organización translocal que emerge (Iglesia-Estado, partido, guerrilla) tiene que hacer frente a las interpretaciones prevalecientes de lo que significan las relaciones sociales; aunque se puede esperar que las nuevas formas o modelos de organización también influyan en la transformación de las bases de esos entendimientos previos de varias maneras. En este texto he examinado la importancia que las lógicas sociales domésticas y los entendimientos que surgen de ellas han tenido en la recepción de la política y la organización más amplias, pero esto sólo ofrece una mirada parcial del proceso. En el caso aquí analizado, la base de los acuerdos de las relaciones sociales y del poder ha estado c a m ­ biando de manera radical sobre todo en las últimas décadas del siglo

XX,

por diversas razones. Por un lado, para muchos el cultivo de la milpa ha perdido su centralidad en el trabajo y en el sustento de la casa, mientras que la migración y el trabajo asalariado temporal (y a veces definitivo) crecen en importancia, además de que en algunos casos se ha creado una dependencia del uso de agroquímicos y del dinero de los programas del gobierno para afrontar las necesidades de la familia. Otra fuente de cambio ha sido la presencia de jóvenes campesinos que sabe leer y escri­ bir y cuyas vidas se vinculan con el crecimiento de espacios burocráticos del gobierno, de la administración eclesiástica de varias iglesias y de distintas organizaciones, lo que los aleja de las condiciones de vida de sus padres y abuelos. En el capítulo siguiente y final, examinaré algunas de las formas en que se está expresando ese cambio en los elementos básicos de la organización y sus resultados en términos de la transfor­ mación de los entendimientos de la socialidad, la persona y el poder, por lo menos como tendencias a largo plazo.

CAPÍTULO 17

Tendencias de cambio

H e analizado desde una perspectiva relativamente detallada cómo cierto lenguaje sobre el poder y la socialidad humanos se ha utilizado para enfrentar los cambios en las relaciones sociales, tanto en el contex­ to local como en la sociedad más amplia, en particular aquellos que tienen que ver con la llegada de uniones campesinas, iglesias, organización gue­ rrillera, partidos políticos y procesos electorales. Desde la perspectiva analizada hasta el momento, la cambiante organización social parece estar determinada por esos lenguajes de la socialidad y el poder p reex is­ tentes, los que el campesinado ha aplicado para entender y enfrentar las condiciones sociales, por lo menos desde el periodo de la finca y después con la reforma agraria y la creación del ejido. Analicé la im ­ portancia de los idiomas que hablan de diferenciación sexual, de edad y de parentesco, así como los relatos sobre la brujería o w ayjelajel y las entidades “vivas” o s a k ’an, los dueños o y a jw a lil del espacio “n atural” en el que está circunscrita la comunidad humana; también cómo son u sa­ das las representaciones jerárquicas y contradictorias del mundo para contar la historia, para hablar de las transformaciones en el dominio del patrón, la propiedad de la tierra, el liderazgo, la organización y la movilización. La relevancia de estos idiomas radica hoy en la capaci­

dad de la población para generar, a través de ellos, un entendimiento particular y una forma de afrontar el carácter contradictorio e incierto de la existencia social, expresado no sólo en temores y envidias, sino en fraternidad y cooperación. Este idioma particular también ha sido influido por la transformación de muchas de las condiciones sociales de reproducción de esta población, que se expresan en la organización de la casa y la comunidad. Se trata de cam bios im portantes en los m e­ dios básicos de sustento; de formas alternativas de organización de la casa y de la comunidad (ligadas a la m igración y al trabajo asalariado corno medio de subsistencia), y a la utilizació n de discursos y e x p e ­ riencias de movilización y de participación a los que están expuestos como miembros de uniones y partidos políticos. Para dar una perspectiva más completa de la transform ación que se ha producido en esta región a lo largo del siglo XX (la lenta transición de esta sociedad agraria), en este capítulo final considero necesario revisar algunos de. los cambios producidos en la socialidad (es decir, en las relaciones y en los entendim ientos locales de esas relaciones), centrándome en aquellos que tienen que ver con la participación de la población local en la form ación de una amplia arena política (después de un periodo de ausencia relativa de institucion es g u be rn a m en ta­ les y de nula com petencia electoral). Una faceta destacada de los c a m ­ bios a nivel local es el resultado paradójico de la intervención de las organizaciones cam pesinas. Los que ahora abogan por la tradición y la cultura local, como u n modo de vida particular (como los miembros de la Iglesia católica o de las organizaciones izquierdistas) h an d esem ­ peñado u n papel im portante, de una manera inesperada e involunta­ ria, en los cam bios más radicales en la socialidad local, erosionando elementos específicos de su reproducción.

Los nombres personales Un signo de los cambios contemporáneos en la socialidad local se pue­ de encontrar en la forma en la que los niños están siendo socializados. Particularmente importantes a este respecto h an sido las formas en las cuales los padres nombran a sus niños hoy en día, puesto que con­ trastan de manera significativa con las alternativas de asignación de nombre de las anteriores generaciones. Puesto que el nombre juega una parte fundamental en la socialización, los cambios en estas prácticas, que podrían parecer inocuos, indican una variedad de tendencias de transformación en la socialidad, es decir, en la manera en la cual la gente entiende la vida personal y colectiva de los nuevos integrantes de la comunidad. Más aún, esta variación en las formas de nom brar a los niños puede ser indicativa de tendencias de cambio de más largo plazo en los entendimientos de la persona, la socialidad y el poder. Durante mi investigación era claro que varios niños habían recibido nombres que eran singulares o poco comunes dentro del contexto lo ­ cal, como Yoni, Alexander, Dailer o Rusbel; igual ocurrió co n ciertos nombres que, aunque eran escuchados comúnmente en el contexto de la población jn a l o ladina, tales como Rodrigo o Rene, no eran muy frecuentes en el lugar. Cuando pregunté por este contraste visible entre las viejas generaciones y los actuales niños, en cuanto a nombres, las personas explicaban que antes la responsabilidad de dar un nombre a los hijos era depositada en la autoridad masculina y adulta de la casa; y existía u n conjunto de prácticas que creaban una limitada variedad de posibilidades en la selección del nombre. Así como en los casos de matrim onio, hasta hace pocos años, era el abuelo paterno del niño (la autoridad reconocida por las familias) quien influía en la selección del nombre, aunque no era una decisión total­ mente arbitraria. La gente recibía un nombre que se ajustara a la costumbre de la casa (es decir, los nombres que se usaban en la familia

y que formaban parte de una preferencia de la casa, igual que, por ejemplo, las maneras de cocinar los alimentos). Algunos de esos n o m ­ bres eran los de los santos católicos que figuraban en el altar doméstico y a los que se celebraba como parte de la costumbre familiar. E n la primera generación de ejidatarios cada familia tenía un altar, que co n­ sistía en una mesa pequeña colocada en el cuarto principal de la casa; era adornado con flores y algunas otras ofrendas, igual que las ofrendas empleadas en las peregrinaciones u och nichim (entradas de flores). Frente al altar familiar se celebraban los rituales de petición de la n o ­ via, cuando se hacía el largo procedimiento de visitas a la familia de la novia para el matrimonio, que incluía la entrega de regalos y el pronun­ ciamiento de las amonestaciones y recomendaciones a la nueva pareja. La organización de la celebración del día del santo patrono dependía de la familia e involucraba al conjunto ele parientes en un orden basado en la proximidad de parentesco con el jefe de familia anfitrión, quien estaba al cuidado de la imagen. En el caso de que hubiera un niño recién nacido uno de los nombres seleccionados podía ser el de uno ele los santos venerados en la familia, aunque los nombres habrían sido selec­ cionados de una lista muy corta siguiendo sólo este procedimiento. Otra gama de nombres provenía de los parientes en la familia, vivos o ya fallecidos. Un niño, por ejemplo, podía ser considerado un here­ dero directo de algún detalle físico de un pariente muerto y por ello se le asignaba el nombre del difunto. Incluso se decía que el recién nacido podía ser el “reemplazo” del querido antepasado fallecido. En tal caso, la igualdad en el nombre entre las dos personas implicaba otros aspectos, pues se consideraba probable que al tener semejanzas en su aspecto físico, podrían tenerlas también en sus características individuales con respecto al humor, las habilidades y las debilidades. Esto era congruen­ te desde la socialidad local puesto que muchos aspectos de la persona, tales como el poder para curar o para proyectar la enfermedad sobre alguna otra persona, eran vinculados con el alma (altzil), el corazón

(k ’ujol) y la sangre, los cuales eran considerados como la base de las conexiones entre los miembros de la familia (como se analizó en el ca­ pítulo 8). Por ejemplo, los vínculos entre la sangre heredada y la personalidad individual eran parte de las explicaciones que se daban en caso de acusaciones de brujería (pues se consideraba que la capaci­ dad de ser brujo o wayjel era heredada). Aunque no registré muchos casos así, hubo algunos en los que el asesinato ele brujos implicó el ase­ sinato de sus familias completas, incluyendo niños. Uno de los hermanos de Lola, por ejemplo, fue asesinado ju n to con su esposa embarazada y u n hijo pequeño, en un asalto nocturno a su casa, porque él era con si­ derado como brujo, causante de la enfermedad de otras personas. Por lo tanto, aunque el sino del nuevo individuo seguía siendo incierto en un sentido general, algunos aspectos de su desempeño en la vida p o ­ dían ser interpretados a la larga como parte de la semejanza o identidad compartida con sus antepasados. El nombre y el apellido eran sólo confirm ación de tal continuidad, eran la evidencia contemporánea de los vínculos que unían a distintas personas de la misma familia a tra­ vés del tiempo; eran, en general, la extensión de la socialidad a través de las generaciones. El nombre permitía hacer una interpretación de las personas fundada en la sangre y el altzü, que compartía con sus ancestros a través de la herencia. Así, los nombres de la familia y las imágenes sagradas y veneradas de la casa jugaban un papel preponderante en las relaciones intergene­ racionales e influenciaban el paso inaugural del niño en el proceso de socialización: la asignación de un nombre. El proceso, según lo narrado por la generación contemporánea de adultos, conllevaba un procedi­ miento coherente con el sentido de socialidad y de persona (como se analizó en la segunda parte de este trabajo). Una variación regional del baño de vapor (o temascal para otras re­ giones) existió hasta los años setenta en varias casas en el ejido, como en otros poblados de los alrededores. Este baño era un pequeño cuarto

cerrado y circular con paredes de barro y carrizo; instalado en un sitio separado de la casa. Ahí se colocaba un recipiente con agua y hierbas, en el cual varias piedras calentadas eran sumergidas, para producir un sano y agradable baño de vapor. Este procedim iento seguía siendo un tratamiento terapéutico recomendado ampliamente para gran variedad de enfermedades, en particular para problemas asociados con la “gran enferm edad” o niwan cham el: el embarazo. Por ejemplo, cuando la pa­ reja no podía tener hijos se hacían baños de vapor con los que se esperaba se pudiera calentar el vientre de la mujer (quien sufría de al­ gún mal frío en su cuerpo). Igualmente, tan pronto como la madre daba a luz a un nuevo niño en casa (como sucedía norm alm ente hasta antes de la llegada de los programas de evangelización de las iglesias y la promoción de la atención médica para el embarazo) el proced im ien ­ to de atención recomendado para ella y el bebé era una serie de baños de vapor, que se prolongaba por cerca de 4 0 días. Durante la última se­ sión de esa serie, el hombre que encabezaba a la parentela (el abuelo) y su esposa esperaban a la madre y a su niño a la puerta del baño y reci­ bían al bebé en suy brazos. En ese momento, la autoridad de la familia anunciaba el nombre del recién nacido.1 Los padrinos atestiguaban y participaban en la ceremonia y se convertían en otro elemento del g ru ­ po de gente que era responsable de la sucesión de la socialidad en el tiempo en el recién nacido, desde ese m om ento y a lo largo de su vida. Ellos, por ejemplo, estarían en las peticiones para su matrim onio y en su matrimonio, además de que recibirían regalos el día de las visitas fa­ miliares durante el día de muertos. Este procedimiento utilizado para nombrar a los niños era congruente con la jerarquía de responsabilidad y autoridad en la parentela.

1 Este rito era denom inado C h ’ak ika o “fin del baño de v a p o r”. C on éste la m adre tam bién anun ciaba que estaba lista para un nuevo em barazo y el niño iniciaba su cam bio de piel (co m o una oruga) llam ada ch u ’up (Antonio G óm ez, com u n icación personal).

Por un lado, el rito reafirmaba las líneas sociales de distinción en la ’ familia. Al mismo tiempo, el nombre y el procedimiento seleccionados significaban el esfuerzo consciente de los adultos de inculcar tales im á­ genes sociales a los miembros que ingresaban en el ciclo de vida de la familia, pues de algún modo enfatizaba ciertas cualidades esperadas en el nuevo miembro y los deberes de él o ella hacia los demás m iem ­ bros. Por supuesto, el desempeño de los miembros de la familia iría cambiando, volviéndose más diverso e implicando confrontaciones por la administración del dinero, el trabajo, otros recursos y la propia auto­ ridad de la familia, pero el punto de partida en el procedim iento de socialización era un intento consciente de reafirmar las característi­ cas de la socialidad existente, usando procedimientos rituales establecidos desde tiempo atrás. A partir de los años sesenta ocurrieron im portan­ tes modificaciones sobre estas prácticas en toda el área de los valles de Las Margaritas, debido a la influencia de las iglesias. En primer lugar, la Iglesia católica desempeñó un papel central en el rechazo al baño de vapor de los campesinos. Esta terapia era co n si­ derada una costumbre malsana e incluso inmoral, puesto que estaba ligada al conjunto amplio de prácticas (los curanderos y los especialis­ tas rituales) que incluían la creencia en la brujería, lo cual trataban de elim inar los sacerdotes y las monjas que trabajaban en el área. Varios procedimientos rituales para curar, para proteger y mejorar las cose­ chas fueron interpretados como creencia popular pagana por los agentes religiosos y sus jóvenes seguidores locales, quienes ampliaron el término de brujería para incluir a los curanderos, rezadores, rituales y entidades s a k ’an (vinculadas con los rituales que buscaban el sustento, el buen resultado del cultivo de la milpa y el combate a la enfermedad y la muerte). Como consecuencia de esta campaña, la mayoría de los baños de vapor que existían en San Mateo Veracruz (así como en los ejidos próximos) fueron destruidos, al punto que en este ejido hoy no existe ninguno. Aparte de este precipitado cambio, los catequistas empezaron

a ser consultados con mayor frecuencia para afrontar asuntos que antes resolvían los curanderos y los rezadores. No obstante, a escondidas se mantuvieron los rezos, las curaciones y las romerías, con sus ritos de entrada de flores u och níchim, para después ser tolerados por la iglesia que las identificaba como “tradición indígena”.2 Así, mientras que algu­ nos de los preexistentes líderes y curanderos sufrieron el rechazo de la gente, que los acusó de brujos (con un nuevo sentido) otros, en especial los más jóvenes, los sustituyeron en algunas de sus responsabilidades relacionadas con la atención a la población campesina local. La inter­ vención de los catequistas en diversos asuntos incluía su opinión sobre la asignación de los nombres a los niños recién nacidos de la familia. Puesto que la participación de los catequistas no desplazó inm edia­ tamente a los anteriores procedimientos rituales, ellos coexistieron por un tiempo con los métodos rituales anteriores para nombrar a los bebés. Sin embargo, los catequistas fueron consultados cada vez más para la búsqueda del nombre apropiado para el niño recién nacido, puesto que ellos manejaban el calendario católico. En éste, cada día del año se dedica a uno o más santos o a las varias advocaciones de la Virgen María y de Cristo. Los catequistas se convirtieron en especialistas en el manejo de los nombres que se regían por el calendario religioso y que por ello eran aceptados y sancionados positivamente por su iglesia. Por lo tanto, mientras los representantes y los líderes religiosos de la comunidad condenaran los baños de vapor (hasta lograr su total abandono), la se­ lección de los nombres para los nuevos miembros de la familia se puso

2 La oposición no fue total, puesto que algunos catequistas tenían buenas relaciones con los viejos líderes religiosos y curanderos, m ientras que varios rituales perm anecieron y fueron en algún m om ento adaptados para produ cir un grupo de “curanderos tradicionales jóvenes'’ hoy en día (aunque sólo en los pueblos v e ­ cinos, pues en Veracruz no hay ninguno). Este cam bio refleja también tran sform aciones m ás am plias en la política de la diócesis, que en un principio prom ovió una e v a n g e liz a ro n m ás o rto d o xa, pero que después fue asum iendo una perspectiva llamada de “preferencia p o r los pobres" (una corriente dentro de la Iglesia católica en x^mérica Latina surgida después del Concilio Vaticano 11 y de la reunión de obispos en Meclellín, en los años sesenta); m ás adelante la diócesis se identificó con la "teología india”, en los años noventa y hasta la salida del obispo Samuel Ruiz en el año 2 0 0 0 .

en manos de los catequistas. Los cambios en las preferencias religiosas durante esos años, sobre tocio a partir de la década de los ochenta, su­ peraron la influencia de la Iglesia católica, dado que las asociaciones no católicas comenzaron con éxito su proselitismo en el área. Hoy en día, aproximadamente uno de cada cuatro pobladores pertenece a una igle­ sia no católica en Las Margaritas. La calidad de miembro de una nueva asociación religiosa condujo a la gente a seleccionar los nombres para sus niños a partir de otro conjunto de nombres, como los de los profetas y héroes del antiguo testamento, según lo señalado por el fundador y ex miembro de una de las iglesias en el ejido Veracruz. En este periodo, el procedimiento de toma de decisión acerca de los nombres de los nuevos miembros en la comunidad fue en parte m an te­ nido dentro del modelo de “la tradición de la familia”, una forma de conservar y reproducir una representación jerárquica del orden de la casa. Las iglesias (católica y no católicas), y especialmente sus catequis­ tas y pastores, fueron asumiendo u n papel significativo en las decisiones, lo que disminuyó un poco la responsabilidad de los abuelos y padrinos en ese asunto; también en los procedim ientos, puesto que la misa o la ceremonia de bautismo en el templo fueron exigidas como parte de la membresía familiar en la iglesia. Desde el punto de vista de las formas prevalecientes de socialidad, las personas dejaron de ser imaginadas sólo como la continuación de los vínculos entre generaciones de la parentela, del compromiso social y sagrado que constituía a la familia como universo moral en sí mismo, puesto que la asignación del nombre implica un compromiso frente a la Iglesia y a Dios, validados por la burocracia religiosa, el calendario y las escrituras sagradas, y con la mediación de los guardianes especia­ lizados de los valores religiosos. Este cambio refleja la transición de una situación en la que la pertenencia de la persona se define de frente al mundo íntimo de las relaciones locales (la socialidad ya descrita) ha­ cia una más amplia definición ideológica de la persona, la cual depende

del reconocim iento de los individuos por instituciones translocales que adm inistran lo sagrado y el acceso a la salvación. En el curso del tiempo, el conjunto de nombres no se restringió sólo al que ofrecían el calendario católico o la Biblia. Conforme se incrementó la migración prolongada (y el sustento estuvo más alejado del cultivo de la milpa), así como la llegada de televisiones, ambos en los años noventa, las telenovelas y la migración comenzaron a influir en las maneras en que la gente dio nombre a sus hijos, ensanchando el repertorio y produ­ ciendo nombres innovadores. Aunque la selección de los nombres sigue algunas formas conocidas, parece que los nuevos procedimientos de identificación no están defi­ nidos por las mismas preferencias, puesto que algunos nombres no tienen nada que ver con los que eran usados antes o con la forma en que se seleccionaban, es decir, entre los nombres de la familia o de los santos patrones de la casa. El proceso de la socialización e individua­ lización (al asignar una identidad al nuevo miembro) parece estar regido menos por las expectativas de los padres sobre la continuidad de las tradiciones de la casa (de la casa misma, pues las posibilidades de la herencia se reducen) o de las devociones de la familia; en cambio parece estar definido cada vez más por las expectativas de los padres sobre la creación de una individualidad en los niños, en especial cu an ­ do utilizan nombres nuevos aprendidos de las experiencias de migración laboral. La selección de nuevos nombres se basa en la innovación fren­ te al contexto, en la búsqueda de un nombre que ninguna otra persona conocida tenga, y que se haya escuchado fuera del poblado. La asignación del nombre podría ser vista como una forma de tomar distancia de las relaciones de la familia (a diferencia de los nombres que se producen en conjunción con las prácticas de la herencia de los bienes y las devo­ ciones) y la búsqueda de una mayor individualización de la persona frente a su familia y frente al mundo más amplio (el que se conoce por la migración).

Más aún, la individualización producida por la asignación de un nombre único en la localidad podía ser parte de los esfuerzos de posicionamiento de la familia en el contexto de las recles de trabajadores emigrantes. El cambio en los nombres de los hijos es equivalente en este sentido a los cambios en el estilo de construcción de la casa, del mobiliario doméstico o de la forma de vestir, los cuales son muestras públicas de la mejoría de los ingresos y de la extensión y densidad de las redes personales dentro de ambientes de trabajo y movilidad social emergentes, tales como el empleo en el gobierno o el trabajo estacional. Las expectativas de los padres acerca de sus hijos constituyen un in ­ tento de identificar al recién nacido con contextos externos a los arreglos tradicionales de la familia y orientados hacia sus redes más amplias, expectativas paralelas a la esperanza de que el hijo encuentre trabajo fuera de la localidad en el futuro. Mientras eso ocurre, el n o m ­ bre se convierte en una nueva fuente de prestigio local de la familia; tiene sus riesgos, pues la familia puede enfrentar críticas por el aban­ dono de la tradición o simplemente por lo extraño de los nombres. Así, la creación de nombres singulares (que bu scan maneras alternativas de individualizar a la persona) se puede alcanzar por la selección de un nombre infrecuente a partir de sonidos que se toman de alguna parte fuera de la población (como Dailer, que proviene de la pronunciación alterada de “Tráiler”, o Diñar, del cual el padre no supo explicar su procedencia) o de la imitación de algunos nombres en inglés u otra lengua, como Yoni o Alexander. Hay que señalar el crecimiento del grupo de intelectuales y burócra­ tas indígenas, que acompaña no sólo al aumento de la burocracia indi­ genista y los programas de educación bilingüe y de salud, sino a los aspectos indigenistas de los programas de los propios partidos, iglesias y organizaciones. Este crecimiento (que en sí mismo es expre­ sión de cambios sociales más amplios) se relaciona con la aparición de nombres que revelan la identificación entre la individualidad del re­

cien nacido y una comunidad étnica imaginada.^ Se trata de nombres en tojolabal (como ocurre con nombres en otros idiomas indígenas en varios lugares de Chiapas y México). La preferencia por nuevos n o m ­ bres en lengua tojolabal se relaciona perceptiblemente con los profesio­ nales indígenas o incluso con personas no indígenas que tienen una relación cercana con una población indígena particular (los intelectua­ les indigenistas o mdianistas de las instituciones y las organizaciones de diversas filiaciones). Estas preferencias están ligadas a un espacio de com unicación entre este mundo rural e indígena y el mundo urbano de la burocracia, las oficinas, la política y la academia, en donde se produce una reinvención de la identidad étnica. Es allí donde algunos aspectos y materiales de la vida diaria en las áreas rurales (un rito o una olla de barro, por ejemplo) son convertidos en símbolos de la “cu l­ tura” indígena, o en expresiones materiales de la singularidad y de la “autenticidad cultural”, conversión que opera por medio de la recupe­ ración selectiva de esos elementos. E n general, la selección de nombres para los hijos podía mostrar las preocupaciones de la gente por sus vínculos presentes y futuros, así como las expectativas de los padres por la movilidad social de sus hijos en el tiempo por venir. Esta selección de nombres es paralela a otras selecciones que la gente hace, como la forma de mejorar la casa, la par­ ticipación en asociaciones religiosas, organizaciones sociales y partidos políticos. E n el ejido Veracruz, la selección contemporánea de nombres indica una transformación lenta pero profunda en las formas de so cia ­ lización, que es a su vez parte de los cambios en los entendimientos de las relaciones e interacciones en la familia, de la definición de la perso­ na y de las diferencias de autoridad y responsabilidad; es indicador de un cambio en el entendimiento del poder. Explorar las im plicaciones com5 Im aginada en el sentido que le da A nderson ( 1 9 9 3 ) a las com unidades nacionales: son im aginadas porqu e no se co n ocen cara a cara todos sus m iem bros. Sin em bargo, las com unidades étnicas p arecen com p artir con la com unidad nacional m u ch os otros elem entos, com o se señala en los párrafos siguientes.

pletas y diversas de estos cambios (desde la continuidad hasta el abandono de prácticas de asignación de nombres) sobre la socialidad y la persona requeriría de una investigación adicional y de más largo plazo. Prestigio: de la sacralidad a la alfabetización y las credenciales escolares Como ya se señaló en la segunda parte, los conocimientos y capacidades?son apreciados como cualidades personales, muchas de las cuales se tienen como don “natural” (no obstante que hay proceso de apren­ dizaje, de socialización y aun de aprecio de los demás, que de muchas formas refuerza sus habilidades y por ende el prestigio de las p e rso ­ nas). El completo desarrollo de las capacidades personales es resultado de una com binación de herencia de la familia y de ventaja que el in d i­ viduo toma de ella; esas capacidades son reconocidas públicamente, sea como aceptación o como rechazo. Para algunas habilidades an ti­ guas, aquéllas ampliamente reconocidas, las personas enfatizaban el elemento “n a tu ral” y “sagrado” que implicaba su desempeño, por ejem ­ plo, el encabezar los rezos, el saber curar o saber cómo pedir lluvia y buenas cosechas. Se decía que la gente identificaba estas capacidades por medio de sueños, padeciendo una enfermedad o por otra serie de señales, lo cual requería de confirm ación especial de parte de una per­ sona s a k ’an o especialista ritual ya reconocido. En la parte tres de este trabajo se muestra que antes la gente tenía confianza en que las tareas de responsabilidad y reconocimiento públicos eran asignadas (no aprendidas), eran como las capacidades adquiridas según distinciones de sexo, edad y parentesco.4 El reconocimiento público de tal poder

4 Aparte de la práctica contin uada y de la repetición en actividades rituales y de cu ración (en el pasado, algunas reuniones o asam bleas públicas, seculares y religiosas, en la actualidad se p arecen a la acción ritual en su ritm o y sus resultados, lo cual las convierte adem ás en un m étodo eficaz de reclutam iento de nuevos m iem bros) no parece h aber otra m anera de entrenam iento de las habilidades.

personal podía producir una aceptación general y u n prestigio positi­ vo, o bien quejas y la crítica, la cual se expresaba en casos extremos en cargos sobre la persona de ser un echador de daño, u n “b ru jo ”. En cambio, la instrucción escolar, el proselitismo religioso y la participa­ ción política, que son medios alternativos para mejorar o adquirir habilidades, implican nuevos entendimientos acerca de la adquisición y la posesión ¿ e prestigio. Un anciano recordaba que el patrón de la finca obligaba a los trabaja­ dores a participar en u n canto y rezo matutino antes de ir a los campos; sin embargo, las personas que dirigían las demás actividades rituales (incluyendo los rezos de curación) conocidos como b ’ankila!, eran re co ­ nocidas y confirmadas solamente por medio de la aceptación personal de su tarea y la repetición de ella en actividades rituales. Cuando fue establecida la educación escolar en el ejido, ésta debió enfrentar múlti­ ples dificultades para reclutar a los niños, pues sus padres los requerían como trabajadores en las actividades diarias de sustento doméstico. Los castigos en la escuela eran recordados como práctica regular por la actual generación de adultos, lo que muestra que por largo tiempo la formación escolar fue alienante y discordante con los cam pesinos (ade­ más de la rudim entaria preparación pedagógica del personal). En cambio, a pesar de que los niños siguen practicando formas menudas de evasión de la autoridad y del trabajo en la escuela (tales como no hacer las tareas o no asistir a clases), la formación escolar es consi­ derada ahora como una actividad norm al entre de la mayoría de los hombres y mujeres adultas. Incluso se han establecido sanciones por parte de la asamblea (en acuerdo co n la directiva de la escuela) para los padres que no envíen a sus hijos a clases o que no los apoyen para cumplir con sus actividades escolares. Por otra parte, la formación es­ colar de nivel primaria se ha vuelto normal en el ejido; incluso la asamblea de vecinos ha enviado una petición a las autoridades guber­ namentales para que se construya una escuela secundaria en el lugar (la

más cercana es la escuela telesecunclaria ubicada en Saltillo, el ejido vecino, a donde los niños de Veracruz van en bicicleta todos los días). La experiencia en la carrera escolar por parte de la primera generación de maestros bilingües fue exitosa en términos económicos, puesto que les permitió conseguir un empleo con remuneración regular con tan sólo la primaria terminada. Esa esperanza de conseguir empleo incitó a muchos vecinos a pedir más formación escolar para las siguientes generaciones. Ser maestro se convirtió en una aspiración para los m u cha­ chos, no obstante que varios de los primeros maestros son duramente criticados por su pobre desempeño en el trabajo colectivo del ejido, su inclinación a beb er demasiado y su irresponsabilidad hacia sus padres y sus parientes más cercanos. La carrera escolar también ha ganado cierta aceptación, pues se espera que quienes continúen en ella co ntri­ buirán al mejoramiento de la familia y de la comunidad, por sus vínculos con la burocracia o su empleo en ella, lo que significa extender los vínculos ele parentesco hacia otras áreas de trabajo y competencia por recursos (influyendo en la formación de nuevas relaciones patróncliente, como lo planteaba Wolf, 2001). El proselitismo religioso y político, así como las relaciones con las burocracias han enfatizado la utilidad de la educación formal para la adquisición de habilidades y de credenciales. La primera generación de los catequistas, seleccionados entre jóvenes hombres y mujeres del eji­ do, estaba formada principalmente por solteros y solteras; ellos asistieron a cursos que incluían la alfabetización y el estudio de la religión a través de lecturas y pláticas sobre la Biblia, así como entrenamiento acerca del cuidado de la salud y la producción. La primera generación de profe­ sores bilingües (promotores de educación en ese entonces), que fue seleccionada entre los hombres que habían completado su educación primaria, tuvo una formación escolar posterior. Por otra parte, algunos de los primeros catequistas y promotores de educación tuvieron contac­ to con una clase de entrenamiento político básico a finales de los años

setenta, puesto que recibieron cursos sobre organización, cooperativas e incluso “m arxism o” (según lo recordaba uno de los estudiantes más jóvenes, así como una antropóloga que participó como profesora en esos programas de capacitación, algunos de los cuales eran promovidos por personal del

ini

y la Conasupo).

En cualquier caso, la instrucción formal ha estado ganando un espacio en la transmisión de las habilidades y en la validación o reconocimiento público de esas capacidades personales, al punto que los viejos campe­ sinos analfabetos que ocupaban los cargos principales de autoridad local han sido desplazados por adultos alfabetizados que han recibido un m í­ nimo de entrenamiento escolar por parte de las burocracias religiosas o civiles. Esta tendencia se ha profundizado desde la confrontación de 1985, cuando una rebelión de jóvenes letrados dirigió una movilización en contra de un líder mayor que había abusado de su prestigio personal y de su supuesto conocimiento de los trámites burocráticos. Las si­ guientes autoridades locales han estado integradas por una mezcla de campesinos adultos parcialmente letrados, y jóvenes hijos de campesi­ nos expertos en el trato con empleados de gobierno, que han tenido un entrenamiento en la movilización política. El liderazgo religioso, por su parte, descansa en las manos de los que fueron jóvenes catequistas, aun­ que el cambio reciente en la perspectiva de la Iglesia católica acerca de las tradiciones indígenas ha conducido a la búsqueda de los antiguos b ’ankilál que aún están vivos para intentar recuperar algunas ceremo­ nias. En consecuencia, algunas viejas prácticas han sido convertidas en símbolos de la cultura y la religión tojolabal dentro del ámbito de la Iglesia y se han incorporado como prácticas “religiosas” legítimas. En forma paralela, el antiguo lenguaje de la socialidad y el poder está circunscrito al ámbito del tratamiento de la enfermedad y de las peti­ ciones de salud y bienestar. Desde el punto de vista de agentes externos, esas prácticas se colocan como parte de la medicina tradicional o de la religión tradicional. En contraste, los asuntos públicos son tratados cada

vez más en un idioma diferente, que habla de política y de religión, y que surgió de los contactos con la formación escolar, las uniones cam ­ pesinas, los procesos electorales y la formación de las iglesias. Ambos idiomas, el de lo sagrado y los echadores de daño, por un lado, y el de los dominios político y religioso, por el otro, parecen existir hoy como dimensiones separadas de la socialidad, producir una línea de separa­ ción entre lo público y lo privado. Pero esos idiomas se encuentran y se tocan mutuamente. E l n íw a n p u k u j y el traslape entre lo público y lo privado Hay u n líder indígena muy conocido, que fue uno de los primeros p ro ­ motores de educación y miembro destacado de las organizaciones y los partidos de izquierda desde sus inicios; fue también uno de los que encabezaron los movimientos locales de 1985 (por los cuales estuvo preso por seis meses). Este hombre, que ahora debe tener alrededor de 50 años de edad, se convirtió en el líder de la ClOAC regional y ganó la elección para diputado ante el Congreso local en 2 001. Pude hablar algunas veces con él (tiene amplia experiencia en tratar con antropólo­ gos, investigadores y periodistas) y su discurso enfatizaba la historia de cambios en la propiedad de la tierra, en la organización, el liderazgo clel campesinado y la competencia electoral, todos aspectos de lo que él llama “la lucha agraria”, contra el “sistema” y el “gobierno”, o simple­ mente “la lucha”. La historia era contada como una “lucha agraria” que implicó la movilización del campesino, la formación de la organización y la resistencia contra la represión; los campesinos aparecían como claros actores políticos. La lucha agraria ha producido resultados muy positivos, según la perspectiva de este líder, quien dice saber que la población está agradecida con él por.su desinteresado trabajo a nombre de los campesinos, en especial de los miembros de la organización a la que pertenece. Al finalizar su periodo como diputado estatal, en el

2 0 0 4 , organizó una fiesta en su casa como agradecimiento a los m iem ­ bros de la organización que lo apoyaron. Como diputado local fue promotor de las propuestas del zapatismo y las del PRD, en particular cuando éstos se opusieron a las enmiendas a la Ley de Derechos y Cultura Indígena (finalm ente aprobada por el Congreso de la Unión a mediados de 2 0 0 2 ) ; ha desempeñado también un papel importante en la CIOAC y en el PRD a nivel estatal. Debido a sus responsabilidades está a menudo ausente del ejido, aunque su familia todavía vive allí. Paralelamente a esta trayectoria, en una ocasión escuché u n relato que lo involucraba en un encuentro con el sombrerón o niwan jnal. Él ha estado vinculado la mayor parte de su vida con el ámbito de la política y la organización, lo que se refleja incluso en su casa, la cual a partir de su triunfo en 2 0 0 1 se transformó en una edificación de c o n ­ creto y ladrillo, con puertas de hierro. Poco antes de esta elección había estado gestionando con éxito la obtención de un nuevo pedazo de terre­ no en la tierra caliente, y había conseguido dinero de una organización extranjera para un cam ión de tres toneladas y dos camionetas. Sin embargo, durante la negociación para conseguir la tierra hubo un in ci­ dente que nunca relató al antropólogo, aunque sí fue conocido por varias personas en la localidad. Durante las negociaciones, que im plica­ ban visitas a las oficinas de gobierno en Tuxtla, estuvo encontrándose con los dueños de los ranchos que serían expropiados, quienes serían indemnizados por el gobierno para hacer la entrega de la tierra a los campesinos. En un m om ento de esos trámites, las partes llegaron a un arreglo y decidieron regresar ju n to s a casa, los dueños a La Trinitaria y el líder a Las Margaritas. Por el cam ino bebieron algunas copas, m ien ­ tras viajaban conduciendo una camioneta, a la mitad del trayecto tuvieron que parar para descansar; de pronto, un hombre que salió de los arbustos perturbó repentinam ente la siesta del líder campesino. Éste refirió que era un hombre extraño y lo identificó con seguridad como el sombrerón, el niwan jnal, que había venido por él. De pronto

sintió que lo arrastraba fuera del carro y lo golpeaba, jalándolo hacia los arbustos de donde había salido. Pero no lo logró. Al final, el líder sólo perdió algo de dinero que traía en su bolsa pero logró vencer al sombrerón. Como consecuencia estuvo muy enfermo los siguientes días. La familia recomendó al enfermo que regresara al lugar del encuentro con el sombrerón para realizar una ceremonia, un ritual de tipo och nichim, y así recuperar su a l t z i l 5 El líder contó la historia poco después de la “aparición”, durante un periodo de cuatro días de enfermedad que enfrentó con repetidos procedimientos rituales en casa. El relato se construía con elementos conocidos sobre las apariciones del som bre­ rón, para explicar un acontecimiento ocurrido en u n viaje, relacionado con la adquisición de tierra y con una negociación con los dueños y los burócratas. Desde otra perspectiva, la experiencia parece estar inclui­ da en el dominio personal de la enfermedad y el miedo (confrontados con éxito) a los que no parece ser in m u ne incluso aquel que se ha ale­ jado de la localidad. Como el líder logró superar un encuentro con el sombrerón, esto aumentó su prestigio frente a los campesinos. A pesar de este relato, el líder narra su historia frente al antropólogo en térm i­ nos de un lenguaje distinto, el de la “política”. C onclu sión Los amplios espacios de la religión, la economía y la política h an in ­ fluido en la organización de la vida local en formas diversas. Después de un periodo de reafirmación de la localidad y la casa (producto de la redistribución de la tierra en ejidos, de la centralidad de la producción de milpa para el sustento, y de la consecuente experiencia de administra­ ción colectiva de la casa, del ejido, de la tierra y de otros recursos), la transformación de las relaciones más amplias ha conducido a la población 5 Este rito es llam ado paywanel (llam ar). Se traía de pedir al corazón asustado que vuelva al cuerpo co n la in vocació n la , la’, la’ iíi’ (ven , ven, ven acá) (Antonio G óm ez, com u n icación personal).

local hacia una nueva extensión de las redes y de las preocupaciones personales, que implican ahora a las burocracias gubernamentales, no gubernamentales, cívicas y religiosas. Esta extensión de vínculos y de la movilidad ha implicado una aceptación gradual de nuevos entendi­ mientos y de nuevos lenguajes para hablar de la socialidad, la persona, el prestigio y el desempeño de la autoridad. Las cambiantes formas de seleccionar el nombre de los hijos y la aceptación actual de la escolarización en la adquisición de habilidades y de prestigio son sólo dos ámbitos donde se pueden analizar es'bs cambios (ambos relaciona­ dos con las redes y los vínculos emergentes). Tales elementos de cambio, en este momento ele la historia de la localidad, pueden ser relevantes para el constreñimiento de los brujos y los viejos idiomas de lo sagrado, así como de los idiomas de la dife­ rencia fundada en distinciones de género, parentesco y edad, al dominio de la intimidad, de la persona y de la familia, sobre todo en lo que se refiere a la enfermedad y a la buena o la mala fortuna. Aunque estos lenguajes han sido usados por muchas generaciones para entender y afrontar las contradicciones de la vida diaria, también han jugado un papel importante en el entendimiento de la formación de la política, pues constituyen marcos interpretativos para entender la historia de la pro­ piedad de la tierra, el mando de los patrones, el liderazgo cam pesino y la movilización social. Por otra parte, la aceptación cada vez mayor de idiomas políticos y religiosos parece haber tenido a su vez una influencia im portante en la producción del sentido de socialidad. El encuentro entre idiomas no ha producido una dislocación completa o radical de los entendimientos heredados, sino una reubicación de ellos en la intimidad de las peleas de la familia y de los casos de enfermedad y de cuidado de la persona. Eso parece ser parte de una sociedad que transita lentamente de un mundo agrario y jerárquico hacia otro dominado por el capitalismo y la forma­ ción de estados nacionales. A primera vista, la socialidad fundada en

un modo de categorización jerárquico de sacralidad y parentesco pare­ ce contener una dinámica autónoma y una gran capacidad de adaptación al cambio, más allá de la transformación en la producción y en la orga­ nización; sin embargo, ésta ha sido actualizada (seleccionando términos) para entender y explicar las contradicciones y las diferenciaciones s o ­ ciales contemporáneas.6 La selección actual de términos y de las prácticas concomitantes (una clase de pro ducción simbólica contemporánea) apunta a un proceso de largo plazo de creación de la “cultura indígena” o la “pertenencia étni­ ca”, lo que se produce en los encuentros entre ese campesinado local, especialm ente entre la gente que sabe leer y escribir, y las burocracias civiles y religiosas. Este proceso está presente en las valoraciones (va­ riables y contradictorias) que las distintas iglesias h acen de las prácticas rituales de la población campesina (que tienen una lógica pragmática distinta a la que implica el término “religión”); algunas veces son con­ denadas (como en el caso de las acusaciones de brujería) por implicar la adoración de “dioses falsos” y de “im ágenes”, o por consistir en prác­ ticas incorrectas o confusas dentro del cristianismo; pero también pueden ser consideradas como muestras de una proximidad profunda y de muchos años con Dios, carente sólo de la guía del sacerdote. Esto mismo ocurre en la comunicación con las agencias gubernamentales (incluyendo la escuela y la clínica locales) en la que esas prácticas son tomadas como símbolos de tradiciones y cultura indígenas, o como muestras de ignorancia, atraso y pobreza. La implementación de los programas gubernamentales (y de proyectos no gubernamentales) para fomentar las “tradiciones indígenas”, tales como las celebraciones en ca­ bezadas por hombres adultos y acompañadas con música y vestuarios tradicionales, al mismo tiempo que la aplicación de presupuestos para 6 N o p ocos analistas han descrito la participación de los E E . U U . , en la guerra contra Irak, y l a cam paña antiterrorista en su con ju n to, com o parte de una guerra entre creencias sagradas y líderes com andados por Dios en am bos lados.

la asistencia social, que ahora apoyan a las familias más pobres de co n­ textos indígenas por medio de financiam iento especial para las mujeres y los niños, muestra las ambigüedades de la construcción pública de la “cultura indígena”, de la “pertenencia étnica política” o de la “política de la identidad”. Otra paradoja se produce en este contexto de relacio­ nes: los políticos (indígenas y no indígenas) bu scan la forma de preservar las culturas indígenas, pero sus actividades influyen a la larga en el cambio de las estrategias de vida de la población. En el contexto más amplio del Chiapas indígena, el turismo ha tomado un papel simi­ lar en esta reinterpretación de prácticas locales: al producir u n conjunto de imágenes de la pobreza y de la ignorancia, ju n to a cuadros de la “tradición” o de muestras incontam inadas de culturas no occidentales y “exóticas”. En muchos sentidos, la antropología ha jugado un papel significativo en este proceso, particularm ente cierta antropología m e xi­ cana que se ocupa de la integración nacional y de la con strucción de la nación (dominante durante el tiempo en que el indigenismo oficial decretó la necesidad de “m e xican iza r” al indio), pero tam bién una variedad de propuestas del etnicismo e indianismo contemporáneos, con discursos sobre la identidad y la pertenencia étnica. Se puede decir que los en­ tendimientos locales del poder (que juegan un papel im portante en la recepción local de la política) son a la vez reinterpretados y apropiados desde la política, donde se convierten en símbolos de identidad, para diversos propósitos. Son los agentes en los campos político y religioso contemporáneos los que interpretan ese mundo indígena distante para presentarlo como fuente de símbolos de “autenticidad cu ltural” o de “otredad”. Si el análisis se centra sólo en estos discursos, en el juego de las identidades, estaría dejando de lado otro cúmulo de interpreta­ ciones junto con las bases sociales de la producción simbólica.

Conclusión general

De la política a la academia

D e s p u é s de la rebelión del 1 de enero de 1994, ocurrieron im portan­ tes cambios en el discurso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (e z l n ),

el cual abandonó su proyecto revolucionario original por una

perspectiva popular-nacionalista y etnicista.1 E n este contexto, un re­ levante tema con respecto a la política en el medio rural ha sido el de la participación indígena en los dominios político nacional e in tern a­ cional, con el movimiento zapatista convertido en un símbolo de las luchas contra el proyecto nacional del Estado y sus medidas neolibera­ les. Esta interpretación de lo que es el zapatismo es coherente con las movilizaciones internacionales contra el neoliberalismo como amplio modelo económico y político mundial. Después de un periodo corto de confrontación militar y de negociaciones fracasadas que sostuvieron los guerrilleros y el gobierno federal (lo que condujo a una fase de espera que continúa hasta hoy) la discusión se centró en la preo­ cupación por los derechos indígenas, la autonomía y, en especial, las

1 Pitarch analiza la m anera paradójica en la cual los antropólogos, periodistas y políticos h an contribuido a la con ceptualización del m ovim iento zapatista, que cam bió su discurso original por uno m ás cercano a la retórica internacional de la política de la identidad, ju n to al silencio de las v oces indígenas. Ver Pitarch ( 2 0 0 1 ) y Viqueira ( 2 0 0 2 : 7 5 - 1 0 5 ).

demandas en favor de una nueva Ley de Derecho's y Cultura Indígena por parte de la guerrilla y sus partidarios. La investigación antropoló­ gica en Chiapas se orientó parcialmente hacia esa agenda, al punto que algunos investigadores h an renovado sus vínculos con miembros y lí­ deres de una amplia gama de asociaciones cam pesinas e indígenas, con lo que buscaron satisfacer su creciente interés en la política contem ­ poránea en Chiapas. Sin embargo, los analistas no siguieron una sola línea sino alternativas diversas. La discusión sobre los orígenes reales de la rebelión se centra en el descontento de una población impotente creada por la administración gubernamental nacional que heredó y luego abandonó un modelo par­ ticular de Estado de bienestar, nacionalista y populista, lo que implicó el abandono de las políticas tradicionales para la redistribución de la tierra, así como los esquemas de ayuda financiera para el campesino, vía subsidios e intermediación comercial. La rebelión es, desde muchas perspectivas, una respuesta al cambio gradual de un gobierno nacionalpopular hacia uno neoliberal (Harvey, 1 9 9 4 ,1 9 9 8 ; Stephen, 2002). Algunos analistas han sugerido que hay causas más profundas que se pueden encontrar en la historia de larga duración del declive de un proyecto n acional del Estado, promovido por las élites no indígenas que e x c lu ­ yeron y destruyeron a la población indígena (la cual, sin embargo, logró preservar su propia cultura y su opinión sobre el Estado y la n a ­ ción).2 Aunque los analistas se mueven entre ambos argumentos, una inclin ación hacia la política contem poránea u otra que enfatiza la c o n ­

2 P or ejem p lo, L enk ersdorf ( 1 9 9 6 a ). Aunque m u ch os analistas se cen tran en las causas con tem p orán eas de la rebelión , la idea de la dicotom ía “cultura in d ígena/cu ltura o ccid en tal" aparece a m enudo en las ex p lica ­ ciones. A lgunos investigadores han acentuado el papel de M arcos (el representante no indígena del m ovi­ m ien to) co m o trad u cto r entre dos distintos m arco s culturales: la cultura indígena y la cultura im plicada en la din ám ica política global contem p orán ea (véase, por ejem p lo, Harvey, 1 9 9 8 ; Stephen, 2 0 0 2 ; Le Bot, 1 9 9 7 ) . N ash ( 1 9 9 5 ) , p or otra parte, resum e la con fron tación en los térm inos de la lucha entre un proyecto cultural de rehabilitación (rehabilitación cu ltural) con d u cid o por los zapatistas en con tra de la m estizocracia (o el gobierno de la gente no indígena).

frontación histórico-cultural más amplia conllevan hacia tratamientos metodológicos distintos de la política en el medio rural indígena.

El relativismo cultural y las políticas de identidad La sublevación y sus dinámicas subsecuentes han proporcionado el co n ­ texto fructífero para la reaparición de antiguas imágenes y discusiones sobre la población indígena, particularmente en el imaginario político de México. Parte del conocimiento antropológico producido en las últi­ mas décadas se conectó muy de cerca con este imaginario. Antes de los años setenta, una perspectiva que ponía acento en la otredad cultural se aproximaba a las particularidades de la organización comunal y trans­ comunal de las poblaciones indígenas como si fuera resultado, principal­ mente, de esquemas culturales subyacentes, distintos de los del mundo occidental. Esta perspectiva hizo que el acercamiento etnográfico se convirtiera en una clase de reificación de la diferencia esencial de las culturas indígenas y fuente de una perspectiva relativista de la cultura. Aunque la literatura antropológica que estudia los movimientos sociales contemporáneos ha abandonado múltiples implicaciones de esta pers­ pectiva, se pueden señalar varios problemas que han resurgido en esta literatura y que tienen continuidad con la perspectiva culturalista que predominó en la investigación antropológica a mediados del siglo x x (véase, por ejemplo, Vogt, 1994, 1995; Guiteras, 1986; Villa, 1990) y que ha tenido una importante presencia en la opinión pública acerca de la población indígena. En primer lugar, estos estudios colocaban a la población indígena más allá de la influencia de la llamada “cultura occidental”, a pesar del impacto de la colonización hispana y de la formación del Estado-na­ ción, el cual ha sido presentado con frecuencia como un segundo régimen colonial o un régimen de “colonialismo interno” en la literatura (Favre, 1971). En segundo lugar, la perspectiva metodológica que se

enfoca en la singularidad cultural acentuó selectivamente valores y puntos de vista indígenas que consideraba se producían en oposición o incluso en resistencia hacia la perspectiva occidental, por ejemplo, de la política y el poder (Van der Haar y Lenkersdorf, 1 998: 9-17). Esta clase de acercamiento etnográfico ha conducido a modelos fijos o está­ ticos de la socialidad local, o a paradigmas culturales coherentes, más que a una organización y un discurso dinámicos. La imagen sobrehomogeneizada de la población indígena se relaciona estrechamente con la idea de una comunidad cultural no problemática presente entre poblacio­ nes muy diversas, que han vivido siempre en una posición subordinada dentro de distintas configuraciones históricas de poder (Coe, 1999: 230 -2 42). Más que analizar las prácticas contemporáneas de organiza­ ción, esta clase de perspectiva se centra en los marcos culturales de los pueblos mayas contemporáneos. Los estudios culturales refirieron típicamente a formas específicas de cooperación para los trabajos públicos, a la ayuda y la protección mutuas, a los procedimientos de toma de decisión democráticos, a una tradición colectivista, y a formas ritualizadas de resolver conflictos y regresar a estados de fraternidad generalizada, y los ponen como ca­ racterísticas contrastantes frente a los patrones culturales m exicanos u occidentales. Aunque tales estudios han destacado la necesidad de un acercamiento a las regularidades culturales que surgen a pesar de las experiencias históricas diversas, subrayan la dim ensión cultural de la historia y el poder, por ello conducen a una posición metodológica que interpreta parcialmente la im portancia de las relaciones ele poder, los procesos históricos más amplios y los procesos más específicos, como el de la formación del campesinado en el contexto del capitalismo y la economía de enclave. Esta perspectiva pasa por alto preguntas sobre las consecuencias de las transformaciones en las relaciones de poder y las diversas formas con las cuales la gente interpreta y confronta esas relaciones en la vida diaria.

Los analistas que centraron sus preguntas en singularidades n orm ati­ vas o culturales (buscando el punto de vista del indígena como opuesto al pensamiento “occidental”) no pudieron tratar el carácter cambiante, contradictorio y nunca completado de esas particularidades.3 A dife­ rencia del acercamiento etnográfico cultural, el presente trabajo se orienta hacia el análisis de la organización y de las interpretaciones locales como procesos, siguiendo la propuesta de W olf sobre la “pro­ ducción sim bólica”. Se trata de poner atención en la dimensión social de la permanente producción de significados, que nunca conduce a un proceso autónomo ni autocontenido. Por el contrario, la producción sim ­ bólica emerge del reencantamiento

de las relaciones sociales, en

especial de las diferencias sociales y los conflictos que surgen en torno al poder. Así, aunque los numerosos aspectos de la vida indígena contemporánea pueden ser estudiados como instituciones sociales de­ rivadas de una historia cultural profunda - q u e supera en mucho a la formación de sociedades m o d e rn a s - estos elementos, como los que se refieren a la organización y la participación política a nivel local, pue­ den ser analizados mejor como construcciones históricas producidas dentro de contextos de relaciones contradictorias de poder y de inter­ conexiones e intercambios transculturales (Wolf, 1976, 1 982, 1 998, 2 001 ; Roseberry, 1989, 1994, 1 998a, 1998b; Gledhül, 2 0 0 0 ). El análi­ sis de la política en el nivel local debe considerar, por ejemplo, las contribuciones que la reforma agraria moderna y la aparición de u nio ­ nes cam pesinas más amplias y de partidos políticos h an hecho al desarrollo histórico de los arreglos sociales locales, que se expresan por ejemplo en las asambleas; al mismo tiempo se tiene que considerar la apropiación y el uso que de las instituciones ha hecho la población del lugar. Según lo analizado en varios estudios, la diversidad social 1 A lgunos analistas estudian las m aneras en las cuales los patrones culturales de las poblaciones indigenas perm iten la p rod u cción de las m em orias históricas (G ossen, 1 9 7 4 ; Pitarch, 1 9 9 8 ) o de los conflictos in te ­ rétnicos (Bricker, 1 9 7 3 ).

(expresada en las distintas formas de participación política, de organi­ zación y de movilización)

cuestiona el valor explicativo de una

perspectiva enfocada sólo en la comunidad cultural continuada y la se­ paración artificial entre las vidas locales y las influencias posibles de la historia del desarrollo del capitalismo moderno y la formación del E s­ tado (Mattiace, Hernández y Rus, 2 0 0 2 ; Collier y Lowery, 1998). Análisis social de los actores políticos A diferencia del análisis que hace énfasis en la confrontación entre la cultura nacional, y la indígena, en tanto expresión de prácticas com u ­ nales no occidentalizadas; desde los años setentas y en especial en los noventa, los investigadores han centrado su análisis en la historia de las poblaciones indígenas y no indígenas (Favre, 1 992; Wasserstrom, 1 989 ; Rus, 1994), así como en las diversas experiencias sociales co n­ temporáneas de organización campesina y de participación política. Puesto que el debate antropológico se orientó hacia el estudio de la política indígena y la política de la identidad, el análisis de las varias formas de organización y participación en política se convirtió en un tema im portante en estudios sociales en Chiapas (véase, por ejemplo, Collier y Lowery, 1 998; Harvey, 1 998, Leyva, 1995; Mattiace, 2 0 0 1 ; Mattiace, Hernández y Rus, 2 0 0 2 ; Stephen, 2 0 0 2 ; Toledo, 1 9 9 6 , 2002). Más aún, estos estudios que se h an centrado en los procesos históricos y las relaciones de poder más amplias, se h an desarrollado dentro de un contexto de debate político influido poderosamente por los lenguajes y las perspectivas de la población indígena organizada y movilizada. La confluencia entre academia y política ha producido resultados un tanto polarizados, puesto que los estudios se h a n hecho entre los líde­ res y los profesionales que dirigen las uniones y los partidos políticos (Mattiace, 2 0 0 1 , 2 002), o entre campesinos movilizados y formados que pertenecían a diversas asociaciones y organizaciones no g u b e rn am en ­

tales, principalmente las opositoras al gobierno (Harvey, 1 998; Stephen, 1997, 2002). Pero incluso cuando el trabajo de investigación se hacía entre la población de base, el investigador destacaba la inclusión local en la política desde el punto de vista (y con el lenguaje) del debate p o ­ lítico más amplio y de los procesos políticos actuales, concernientes a la ley, la identidad, la ciudadanía y la autonomía indígenas. El punto principal para algunos analistas ha sido el surgimiento de actores p o ­ líticos y la aparición de la política de la identidad entre los sectores más pobres y marginados de la población indígena, que de ese modo desafían la base central de la Constitución política del Estado y de la nación. La vida indígena rural ha sido representada por dos imágenes diametralmente opuestas: la población pasiva, manipulada y subordi­ nada a relaciones opresivas, por u n lado; y los agentes sociales y polí­ ticos informados y críticos, por el otro. A mitad del camino entre estos polos (ni la pasividad extrema, ni la acción política permanente) apa­ rece una representación de la política rural más adecuada, pero los estudios antropológicos contemporáneos todavía muestran una ten ­ dencia hacia cualquiera de aquellos dos extremos. Por el contrario, más que enfocarse en el análisis de agentes políti­ cos per se, algunos estudios se han orientado hacia la pregunta de cómo los cambios más amplios en la política y la economía han sido recibidos y reelaborados en el nivel local. Rus, por ejemplo, exam ina la transfor­ mación de las políticas nacionales en el contexto del chamula, a partir de la reforma agraria posrevolucionaria y el indigenismo (Rus, 1994); mientras que Collier analiza las transformaciones históricas que o cu ­ rrieron en Zinacantán durante las décadas recientes de crisis en México (Collier, 1989, 1994).4 Sin embargo, las formas en que se interpretan esos cambios a nivel local se h an analizado menos en relación con los estu ­ dios de organización social y política. Los cambios en la vida social no

4 Ver tam bién Rus y Collier ( 2 0 0 2 ).

son resultado de una dinámica política o económ ica más amplia, sino de procesos locales de reorganización de las relaciones sociales y de reinterpretación de la socialidad en su conjunto. La cuestión central se puede plantear como el análisis de los vínculos y de las determinacio­ nes mutuas entre el sustento diario como un dominio económico, social y simbólico, y la participación de los campesinos en política. Además, como el sustento implica amplias perspectivas organizacionales y simbólicas sobre la casa, el manejo de la tierra y el cultivo de la milpa, el acercamiento analítico a la política local necesita basarse en un estudio detallado del trabajo de organización y de la producción simbólica de muchos años y sus cambios contemporáneos. Tal fue el principal tema de análisis en este trabajo. U n acercamiento etnográfico a la política La investigación partió de estas cuestiones y fue conducida en una pobla­ ción específica del área tojolabal. El escenario de la investigación fue una población campesina formada en un periodo relativamente reciente. La configuración actual de la propiedad de la tierra resultó de los procesos de redistribución de los años treinta y cuarenta conducidos por el gobier­ no en una región dominada hasta entonces por el régimen de finca, ba­ sado en las relaciones de patronazgo-servidumbre (Mattiace, 1 998, 2001, 2 0 0 0 a ; Van der Haar, 2 0 0 0 ; Stephen, 2 002: 91-102). Mientras que las bases de apoyo de la guerrilla zapatista están situadas principalmente en el área de la selva, de reciente colonización, en las regiones de los valles y el área montañosa de Las Margaritas, varias instituciones translocales han tenido un impacto más importante entre los campesinos, como las iglesias, las asociaciones orientadas a la producción y a la comercializa­ ción de cosechas, las organizaciones campesinas que promovían la inva­ sión de las tierras, y los partidos políticos que buscan satisfacer sus aspiraciones electorales. La población en que se condujo la investigación

ha vivido una relación muy fuerte con los procesos contemporáneos de cambio político, experiencia que se compone de vínculos con las bu ro­ cracias de las iglesias (católica y no católicas), de las uniones campesinas y de los partidos políticos, más que con el movimiento armado. El estudio se hizo entre el campesinado local y se centró en una familia extensa, o una confederación de familias, que experimentaron el proceso de cambio en las formas de trabajo y sustento, así como de organiza­ ción y participación en política y religión, de una manera específica. Sus miembros han sido renuentes a permanecer unidos a una sola afiliación política o religiosa, pero se h an enganchado en diversas experiencias de movilización, con tanta frecuencia como sus vecinos militantes más fieles de ciertas organizaciones e iglesias. Contrariamente a ciertas for­ mas prevalecientes en el análisis antropológico y político, éste no es un estudio acerca de las bases de un movimiento social; pero tampoco es un estudio de una población pasiva o que no está involucrada en política. Al principio el objetivo era ex am inar las maneras en las cuales la participación en política era entendida y practicada en una población rural particular, para cuestionar las sobregeneralizaciones presentes en las imágenes y modelos populares en los medios acerca de la p o lí­ tica en las regiones indígenas de Chiapas. El análisis era un desafío a la im agen de una población impotente, pobre y políticamente m anipu­ lada que surgía en las arg umentaciones oficiales acerca de los orígenes de la rebelión de 1 9 9 4 ; o la reducción del conflicto contemporáneo a los dominios de la familia o la comunidad, parte de una imagen de aislamiento y de radical diferencia cultural, según lo propagado por el gobierno poco después de la masacre de Acteal, Chenalhó, un m u n i­ cipio de Los Altos de Chiapas, ocurrida en 1 9 9 6 .5 5 En este poblado de cam pesinos organizados en oposición a los m iem bros del pri del ayuntam iento m u ­ nicipal, y vinculados co n la Iglesia católica, un grupo arm ado atacó a un grupo indefenso com puesto principalm ente de m ujeres y niños. Aunque los analistas y los periodistas acusan al Ejército nacional de participar en la formación de grupos paramilitares en Chiapas después de la rebelión 1 9 9 4 , com o el grupo que atacó A cteal, la versión oficial trató la m asacre sólo com o resultado de conflictos intracom unales.

A partir del encuentro con los campesinos del ejido'Veracruz, la pregunta principal de investigación fue centrándose en cómo la participación de la población en política ha sido influida por los lenguajes y las lógicas sociales prevalecientes en la vida en esta localidad, lo que condujo a u n análisis más detallado de los entendimientos locales del poder y de sus bases sociales, ubicadas en la organización para el sustento de la fam i­ lia. Por ello, la perspectiva metodológica general, bosquejada en la introducción, ha sido denominada como una antropología del poder, la cual implica poner énfasis en el carácter contradictorio de las rela­ ciones sociales y en la producción simbólica permanente que acompaña a la historia de esas relaciones. Esto enfoca en los procesos sin fin de reafirmación y de cuestionamiento de los significados que median en las relaciones de poder. Los principales resultados se resumen en las secciones siguientes. Lo sagrado y el poder Como se revisó a lo largo de este trabajo, los argumentos y las cate­ gorías usadas en la política formal (las que hablan del Estado y las instituciones políticas nacionales, tales como partidos, gobiernos y co n ­ gresos, así como de organizaciones sociales e instituciones burocráticas) no influyen de manera directa en las formas en que los campesinos re­ cuerdan y entienden sus variadas experiencias de participación en la política. Por el contrario, la gente interpreta sus experiencias con las lógicas y las categorías que utiliza en las interacciones diarias y en su confrontación cotidiana con las diferencias de poder. El análisis se orientó hacia el lenguaje con el que se producían los entendimientos de las relaciones sociales y del poder, que perduraron desde antes de la redistribución agraria en el área, hasta hoy. Uno de los elementos dominantes de este lenguaje del poder es la noción de lo s a k ’an o sagrado, que implica una clasificación especial

para ciertas personas, lugares y actividades, y sus combinaciones en m omentos específicos. Por ejemplo, los rituales que se realizan para una amplia gama de propósitos relacionados con el sustento, en diver­ sos lugares y tiempos, fueron analizados como actividades colectivas cuya consecuencia era la reproducción de diferencias y jerarquías so ­ ciales básicas. La población asumía responsabilidades diversas frente a las personas y objetos sagrados y esta división del trabajo ritual fue ampliada a veces a otros dominios de la interacción, tales como la dirección del ejido. Lo sagrado también apareció en relatos (algunos publicados recientemente) acerca de habitantes y dueños de los di­ ferentes espacios en torno al ejido y la finca. Los relatos y los ritos reproducen una imagen jerárquica de los intercambios entre las per­ sonas y los poderes más amplios, donde las contradicciones y la incertidumbre están siempre presentes y la actividad puede no sólo ser una reproducción del mundo social. Los rituales son un despliegue y al mismo tiempo un vehículo de la reafirmación y cuestionamiento de la socialidad local, fundada en diferencias en cuanto a autoridad, c o ­ nocimiento y capacidades. Los viejos ritos para curación y para fertilidad, por ejemplo, im plica­ ban una lógica particular de jerarquía social y de poder. Los ritos consistían en un intercambio de regalos u ofrendas entre la gente y fuerzas más amplias, en la forma de och nichím o entradas de flores. Estos procedimientos rituales o intercambios implicaban incertidumbre sobre sus resultados (buena lluvia y cosecha, mejoramiento de la salud, o pros­ peridad) y sospechas sobre las capacidades de la gente que los conduce. La incertidumbre también aparece en los relatos sobre ataques de brujería o wayjelal contra las personas o contra sus familiares o su milpa, que se han utilizado como explicaciones para el dolor, el sufrimiento, la des­ gracia y la muerte. Las actividades rituales y los relatos muestran una representación difusa de la persona, congruente con las consideraciones hacia las en­

tidades sagradas o s a k ’an, el carácter jerárquico de'la interacción social y su dinámica de intercambio y de lucha. Las historias sobre enferme­ dad y brujería producen imágenes sobre la persona en las cuales ésta no se limita al contorno del cuerpo, sino que se extiende, es una enti­ dad copresente, como la definió Pitarch para los tzeltales de Oxchuc (Pitarch, 1996); al mismo tiempo, esos relatos producen una represen­ tación de la persona como entidad porosa y abierta, que está bajo amenaza o peligro constante. Fernández llamó a esta ontología particu­ lar el “ser-espantado-en-el-mundo” (Fernández, 1992). Esta ontología se relaciona con las preocupaciones regulares por ataques o daños echados, es decir, por lo que significa localmente la brujería, que se relacionan a su vez con conflictos o tensiones en la interacción cotidia­ na. A través de los relatos sobre ataques de wayjel o nagual y de los rituales de curación, la gente expresa su interpretación de la interac­ ción humana, una interpretación que trasciende el encuentro cara a cara e implica una revisión acumulativa de las relaciones (potencial­ mente conflictivas) y de la capacidad de hacer el mal con palabras, ritos y pensamientos, imputada a otros. La preocupación por la envidia, expresada en relatos y en activida­ des rituales, ha sido un aspecto central de esta comprensión de la interacción social. El ataque de la brujería (descrito como antropofagia simbólica), es una metáfora paradigmática para hablar de la agresión o de la amenaza sobre la gente y sobre el origen de la desgracia, en los ám­ bitos de la enfermedad, de la interacción y del sustento. El origen del dolor, de la enfermedad y de la desgracia se ligan en última instancia con la envidia, en las conversaciones.6 La importancia de estas activida­ des radica en su contribución para enfrentar la incertidumbre y la desgracia implicadas en la socialidad y la diferencia de poder. Como en el dominio más amplio de las entidades o las fuerzas sagradas, la inte-

* G eschiere reñere a los celos en su análisis de la brujería y la socialidad en Cam erún (G eschiere 1 9 9 7 ).

' racción cara a cara y la persona misma son convertidas en escenarios o campos de diferenciación, competencia y peligro; al mismo tiempo, son ámbitos de colaboración para satisfacer las interminables exigencias rituales, necesarias para ocuparse de la incertidurnbre en la vida diaria. Al contrario de la perspectiva que conduce a analizar estos registros etnográficos desde un ángulo simbólico (es decir, un análisis comparati­ vo de diversos y ampliamente establecidos símbolos como expresión de una visión del mundo coherente y distintiva) el punto de vista metodo­ lógico del presente trabajo se centró en la capacidad de este lenguaje (que se despliega por igual en relatos, conversaciones y actividades ritua­ les) como medio para representar las contradictorias relaciones de poder más amplias. Es factible insertar algunos elementos de este conjunto de símbolos en una reconstrucción histórica de los sistemas simbólicos (Freidel, Schele y Parker, 1993) y los temas o estructuras de la narrativa y del ritual pueden analizarse independientemente de su uso actual (Bricker, 1973; Lenkersdorf, 1996a); sin embargo, en este trabajo se pone énfasis en las representaciones jerárquicas del mundo y la incertidurnbre del ser, elementos que aparecen en las explicaciones locales para el m ie­ do, la envidia, la autoridad, la enfermedad y la muerte, y que están presentes en diversas comunidades (Furbee y Benfer, 1983). Los elemen­ tos contemporáneos en estos relatos y actividades no sólo ■'conforman una única y sistemática visión del mundo que pueda ser separada de la historia social -puesto que los significados se actualizan y se producen en forma perm anente-, para ocuparse de las interacciones sociales que emergen de las relaciones más amplias y de las nuevas contradicciones e incertidumbres que ellas acarrean. No se trata de una cosmovisión cohe­ rente sino de un lenguaje del poder. De cualquier manera, en épocas más recientes, el carácter sagrado ha sido constreñido a ciertas actividades rituales, mientras que los relatos sobre ataques de brujos se refieren a casos particulares de enfermedad. Si estos elementos ele la producción simbólica han influenciado las m a ­

ñeras en las cuales el cam pesinado local produjo imágenes jerárquicas de ios contextos de interacción durante mucho tiempo, en la finca y en el ejido, la transformación en ellos implicará cambios en la com p ren ­ sión jerárquica de la socialidad. La casa y el poder Aparte de los elementos de la comprensión local del poder hay otras categorías en la interacción diaria que han jugado un papel im portan­ te: las distinciones basadas en género, edad y parentesco en varias actividades de la casa y de la comunidad. En primer lugar, la im p o rta n ­ cia local del género, la edad y el parentesco fue analizada por sus vínculos con la dinámica de fuerzas más amplias en el espacio sagrado y jerárquico, como partes interconectadas de la misma socialidad j e ­ rárquica y competitiva. De otra manera, tales categorías también se relacionan con la diferenciación social y la producción simbólica. Aunque estos entendimientos particulares de la socialidad surgieron de una experiencia de trabajo de campo y mi interpretación puede ser cuestionada tomando otro punto de vista, su im portancia radica en el uso de ciertas categorías en una amplia gama de actividades y de p ro ­ cedim ientos de toma de decisión. En un contexto en el que la vida gira en torno al cultivo de la milpa y donde la parcela y la casa familiar son pertenencias muy valiosas, en términos económicos y simbólicos, las decisiones sobre el matrimonio y la herencia resultan críticas. Al mismo tiempo, estos valores se ponen en juego a través de estrategias de di­ visión del trabajo familiar y de cooperación de redes de amigos y parientes para la ayuda mutua. Los dominios de la casa y de las redes familiares entre diferentes casas, en las que ocurren las decisiones s o ­ bre el matrim onio, el trabajo colectivo y la herencia, se configuran y transforman de manera permanente por medio de la asignación de responsabilidades entre los miembros. Todas estas estrategias de orga­

nización se han formado con el uso de las distinciones basadas en género, edad y el parentesco. Los campesinos en el ejido Veracruz han producido en el dominio de la casa una ordenación jerárquica encabezada por un m iem bro va­ rón adulto. Esta preferencia se expresa en las actividades diarias, como en la división del trabajo basada en sexo y edad, en las actividades ri­ tuales y en la participación en asambleas y trabajos colectivos. Incluso actividades diarias tales como la asignación de los lugares y las po rcio ­ nes durante la comida son experiencias etnográficas en las cuales aparecen las divisiones del trabajo y de la autoridad en el nivel de la casa. Por otra parte, la representación de la familia ante las asambleas del ejido o de las asociaciones políticas y religiosas refuerza la preem i­ nencia de la autoridad del varón adulto más allá del dominio de la casa. El parentesco tiene un papel im portante en el intercambio de trabajo y en la colaboración en otras actividades, tales como los ritua­ les realizados en el cementerio a los parientes muertos. El hombre adulto que está a cargo de conducir el ritual, por ejemplo, recoge las ofrendas de todos los parientes vivos, siguiendo prescripciones parti­ culares referentes al parentesco y a la edad. Las distinciones basadas en sexo, parentesco y edad han sido aplica­ das a las estrategias de organización social en la casa y en el dominio comunal, que incluye la participación de los miembros de la familia en asociaciones políticas y religiosas más amplias. Estos elementos o cate­ gorías de la distinción y la organización sociales han sido subrayados en varios estudios etnográficos de poblaciones indígenas y no indígenas en Chiapas (Basauri, 1931; Bricker, 1973; Collier, 1989; Gómez, 2 0 0 2 ; Imberton, 2 0 0 2 ; López Morfín, 19 99; Mattiace, Hernández y Rus, 2 0 0 2 ; Ruz, 1983). También se m encionan algunos casos de cuestionamiento de la autoridad del hombre adulto en asuntos relacionados con la toma de decisiones entre poblaciones indígenas, lo que incluye la ley zapatista de mujeres (véase Mattiace, Hernández y Rus, 2 0 0 2 ; Stephen,

1997, 2002). Estas categorías no se han tratado como elementos económi­ cos y simbólicos dominantes en las variadas estrategias de organización de la casa y en las estrategias de organización más amplias en los do­ minios político y religioso; tampoco en las maneras en que la gente reelabora sus contenidos en diversos contextos de la interacción. Más que producir marcos normativos fijos y obligatorios, estas cate­ gorías se aplican y se reelaboran en varios ámbitos de la organización campesina y en el despliegue estratégico de la familia y de la colabora­ ción y la competencia entre familias. Las distinciones en términos de la responsabilidad y de la autoridad se pueden desafiar, cuestionar y negar en esos mismos procesos, y aunque el carácter endeble de la au­ toridad en el dominio de las familias se destaca sobre todo en casos de paternidad irresponsable o de maridos ausentes, o en casos de ejercicio autoritario y violento del dominio, en general el orden de la casa es siempre establecido de manera desigual e incompleta. Este proceso conlleva un refuerzo frecuente de las prescripciones referentes al com ­ portamiento en la interacción familiar, pero al mismo tiempo produce discusiones y rumores en torno a la división de la autoridad y el traba­ jo. Así, más que normas nos encontramos frente a elementos de un lenguaje de poder. Este lenguaje y su lógica, producidos a través ele diversas prácticas (que incluyen las discursivas), no generan un m ode­ lo rígido o sistemático de la socialidad en la casa y la comunidad, o un marco moral o normativo fijo y claro. Por el contrario, este lenguaje produce otra imagen de contradicción y la ambigüedad implicada en la socialidad, por medio de afirmaciones y cuestionamientos de las “tra­ diciones de la familia”. En su conjunto, estas representaciones del mundo social basadas en diferencias naturalizadas, en órdenes jerár­ quicos, en dinámicas conflictivas, en posiciones de poder ambiguas y en predicciones inciertas sobre la vida, han sido analizadas aquí como componentes dominantes del entendimiento local (no sistematizado en códigos o en escritos) de un lenguaje de poder.

Configuraciones del poder y prod ucción simbólica Mario Ruz, un antropólogo m exicano ampliamente conocido que reali­ zó un trabajo extenso y detallado sobre los tojolabales a principios de los años ochenta, inició u n programa de investigación sobre el régimen de la finca en la región (Ruz, 1992) e hizo, con la colaboración de Anto­ nio Gómez, una recopilación de las memorias de los ex peones sobre ese régimen (Gómez y Ruz, 1992). En esos trabajos destaca la continu i­ dad de esta pbblación indígena ju n to con muchos elementos de su cultura e identidad particulares, a pesar de su larga subordinación al régimen de finca (desde la Colonia española hasta el siglo xx). La 111dianidad aparecía como una condición muy flexible, adaptable a una amplia gama de experiencias históricas de subordinación, y como m a ­ nifestación clara no sólo de continuidad cultural sino de resistencia. Esta continuidad también puede ser interpretada como el resultado de un prolongado y contradictorio proceso de producción simbólica, que se desarrolló como parte de la subordinación en el régimen de finca y que im plica resistencia y dominación, pero sobre todo negociación y movilización estratégica. Las principales preguntas para una perspectiva histórica y com pa­ rativa tendrían que ver con el análisis de cómo algunos elementos contemporáneos de la diferenciación social en términos de co n o ci­ miento, autoridad y fuerza, o aun de sacralidad, h an sido utilizados históricamente para reforzar o para desafiar las relaciones históricas de poder (que implicaron procesos diarios de negociación, intercambio y confrontación). Esta producción simbólica se puede desarrollar dentro de dominios diversos de subordinación, incluyendo el régimen de fin­ ca, los antiguos pueblos indígenas, o el gobierno y la administración (colonial y del M éxico independiente), o aun los ejidos reciente funda­ dos y en las organizaciones de campesinos, las iglesias y los partidos políticos.

La subordinación en el régimen de la finca, por ejemplo, parecía im plicar el uso del carácter sagrado de algunas entidades y la orienta­ ción de la autoridad centrada en la figura m asculina y adulta. Eso ocurría en la organización y la autoridad de la casa que reafirmaban las relaciones de poder en el contexto de las relaciones de patronazgoservidumbre. En la cuarta parte de este trabajo analizamos cómo un patrón de la finca San Mateo colocó, por ejemplo, una imagen de san Mateo en la capilla de la finca, orientada hacia San Mateo Ixtatán, G ua­ temala, un lugar a donde la población tojolabal realiza peregrinaciones para, entre otras cosas, venerar al santo patrón. La estrategia de este terrateniente se puede interpretar como una forma de manipulación de símbolos sagrados para reforzar la subordinación y el mando; de h e ­ cho, el conjunto de imágenes católicas tradicionales se puede entender como una clase de lenguaje ritual y visual del poder. En los relatos, por otra parte, los patrones eran representados como entidades poderosas relacionadas con fuerzas o poderes más amplios (aquellos que mantenían la jerarquía de los diversos espacios) por medio de pactos secretos. Este lenguaje implica una relación ambigua entre lo sagrado y el poder, y conlleva una serie de incertidumbres que generan interpretaciones y usos alternativos, como en el caso de la aparición de una imagen de Cristo, representación de un hombre que animó a los campesinos a demandar la tierra durante el inicio de la reforma agraria. Muchos marcos simbólicos han contribuido a la comprensión co n ­ temporánea del poder, lo mismo las antiguas imágenes, jerarquías y ceremonias católicas que fueron parte de las estrategias de evangelización, que el más reciente trabajo simbólico de las iglesias cristianas en el área maya, del cual se pueden encontrar múltiples significados locales. La continuidad de ciertos elementos simbólicos particulares puede ser interpretada como parte de una resistencia cultural explícita. La per­ m anencia del símbolo nunca es un proceso autónomo y cerrado, ni conduce a un conjunto de construcciones simbólicas unilateral e inde­

pendiente. Por el contrario, las continuidades en los símbolos pueden ser entendidas como elaboraciones estratégicas, como producción sim bó­ lica, que surgen de una amplia gama de intercambios y confrontaciones en un contexto de relaciones de poder, y pueden participar en dinámicas de dominación y de resistencia por igual (aunque, por otra parte, toman la forma de despliegue organizativo para negociación, más que conver­ tirse sólo en acontecimientos de “resistencia” o de “dominación”). En los procesos de largo plazo, la dinámica de estas relaciones sociales i n ­ fluye en los usos y significados de los símbolos y prácticas heredados. El interés de este trabajo se centra en los procesos contemporáneos, particularmente en las interconexiones múltiples entre la producción simbólica y las relaciones de poder, más que en la historia simbólica como una dim ensión cultural independiente. En la localidad, el énfasis contemporáneo puesto en las diferencias basadas en lo sagrado de la organización de la casa, que produce u n lenguaje o un modo de categorizar a los sujetos de la interacción (a la manera de los modos de categorización de los que habla Wolf, 2001), se entiende mejor como procesos para poner al día y cuestionar las relaciones de poder. Este lenguaje juega un papel importante en la producción simbólica y responde a diversas y cambiantes demandas de entendimiento de la participa­ ción en política (que abarcan el contacto y la interacción en los dominios de las burocracias gubernamentales, no gubernamentales y religiosas, de las asociaciones sociales y políticas e incluso de la guerrilla). Una pregunta central es cómo los desarrollos contemporáneos de la socialidad local (formada por la organización social y la producción simbólica anterio­ res) han influido en la dinámica de los campos más amplios de poder. La política fracturada y la producción simbólica La reforma agraria, como un proceso de redistribución de la tierra, así como un dominio de interacción entre el gobierno y los campesinos, ha

tenido influencia en las estrategias de la organización política de los beneficiarios; también el nexo entre el cultivo de la milpa y la organi­ zación de la casa influyó en la participación política. En este contexto, las estrategias de sustento se ligan de cerca con esta participación. Las formas de organización de la Casa y la comunidad que giran en torno a la tierra, al cultivo de la milpa y en general a todas las estrategias de sustento, son dominios simbólicos, fuentes de categorías sociales y de lógicas usadas para entender el intercambio y la confrontación. Así, la organización de la casa y los procesos de apropiación de la tierra como elementos dominantes para el sustento son centrales en las estrategias de organización para la producción y el trabajo en la vida diaria y en la producción de significados. La redistribución de la tierra conducida por el gobierno había trans­ formado la forma de vida de la población local tojolabal, al punto que esta medida fue el origen de la formación del cam pesinado con tem po­ ráneo de la región. Además, la reforma agraria desempeñó u n papel significativo en la afirmación del cultivo de milpa, la apropiación fami­ liar de la tierra y las formas de socialidad en las cuales los cabezas de familias, hombres adultos gobiernan y representan a las casas. Estos elementos incidieron en las representaciones del orden de la casa, de manera que las configuraciones más amplias de poder y de lucha afecta­ ron la vida social local y, al mismo tiempo, influyeron en la producción simbólica. Los múltiples significados de las categorías con que se habla de las relaciones sociales más amplias producen una teoría no sistematizada del poder o, mejor dicho, un lenguaje de poder. Las estrategias de or­ ganización para el sustento, por ejemplo, implican la producción de prescripciones particulares sobre la herencia y la división del trabajo entre los miembros de la familia; estos procesos tácticos se basan en las diferencias de género, edad y parentesco. Por lo tanto, estos procesos de organización son contribuciones económicas y simbólicas a la re­

producción social y a la producción de significados de la socialidad, en la casa y en la comunidad; al mismo tiempo son el contexto de desafío o cuestionamiento a los significados y las prácticas prevalecientes en la diferenciación social. Por otra parte, los entendimientos básicos de la socialidad son la fuen­ te de los entendimientos del campesinado local acerca de su participación en organizaciones populares, grupos religiosos y partidos políticos. Eso se puede analizar, por ejemplo, en las convenciones de cómo se deciden las preferencias de la familia con respecto a su participación en asociacio­ nes y movilizaciones más amplias, preferencias que se definen según el modelo de la casa como dominio de la preeminencia de los miembros masculinos adultos. En épocas recientes, muchos factores han provocado cambios en la producción simbólica local que surge de las diferencias basadas en sacralidad, género, eclacl y parentesco. La dependencia en re­ lación con la producción de milpa en el nivel de la casa ha cambiado radicalmente, pues el cultivo de milpa implica tanto el uso del antiguo intercambio de trabajo sin retribución monetaria, basado en la colabora­ ción entre familias con relaciones de parentesco o amistad, como el trabajo pagado; también una combinación de ingresos monetarios prove­ nientes del trabajo asalariado (que implica migración), para afrontar gastos en agroquímicos y herramientas, y algunas actividades rituales como las romerías a cuevas y cruces. Estas combinaciones han influido en la producción simbólica. La autoridad masculina adulta, por ejemplo, ha sido evaluada desde algunos arreglos sociales alternativos, surgidos en las familias que tienen a los varones adultos ausentes por muchos meses, y donde las responsabilidades sobre el trabajo agrícola, la autoridad do­ méstica, la representación en la asamblea y los trabajos colectivos quedan en manos de los miembros femeninos o los adultos mayores; o en los ca­ sos en que las mujeres entran al ámbito laboral, como son las maestras. Los significados de la casa se han transformado al aumentar el n ú ­ mero de jóvenes que saben leer y escribir, como resultado de nuevas

formas de capacitación introducidas en el áre a'p o r las instituciones religiosas, políticas y académicas, y los diversos contextos de partici­ pación en organizaciones y asociaciones más amplias que las comunitarias. La preeminencia de lo sagrado en la comprensión del poder y la socia­ lidad está relacionada con la producción de milpa de temporal y con la organización de la familia como unidad de producción. En el caso de algunos miembros de iglesias no católicas, por ejemplo, varias prácticas rituales han sido cuestionadas y abandonadas, debido a su conexión cercana con el alcoholismo y la idolatría; sin embargo, algunos ele­ mentos rituales han sido recuperados y reinventados por los nuevos católicos para convertirlos en las muestras de la “tradición indígena”. Al mismo tiempo se instalaron en las iglesias no católicas nuevas inter­ pretaciones de las relaciones cotidianas en términos de lo sagrado, así como nuevos rituales de curación y de buena fortuna. De esa manera, la vida “n o rm a l” en la casa y la comunidad se reafirma y cuestiona al m ism o tiempo, dentro de las cambiantes condiciones contemporáneas en la producción social y simbólica. Uno de los elementos más visibles de los cambios en la socialidad local fue analizado en el último capítulo: el cambio en las formas para seleccionar los nombres de los hijos. Fue analizado como táctica sim ­ bólica de los padres para influir en el curso de la reproducción de ciertas formas de diferenciación social basadas en el parentesco y el género. Los viejos nombres fueron seleccionados de nombres de fami­ lia o de santos patronos tradicionales, pero los actuales procedimientos reciben la influencia de las relaciones y los contactos más amplios, pol­ la m igración y el empleo externo, que es otra forma en que los tojolabales “están ampliando su mirada al m u nd o ” (como me lo dijo Antonio, mi colega antropólogo tojolabal, al hablar de los cambios en general). Algunos de los nuevos nombres están conectados a la afiliación de la familia con las iglesias, o a experiencias de trabajo fuera del área o del país; algunos otros, los nombres basados en idiomas indígenas, fueron

creados durante periodos de participación política de la población, en especial los líderes y los letrados que tienen contacto con las burocracias, y las asociaciones políticas que animan demandas e identidades étnicas. Aunque los elementos particulares apuntan a tendencias de cambio, el proceso local de producción simbólica es variable en lo que se refie­ re a las interacciones diarias y la trayectoria personal o de la familia, lo suficiente como para no poder hablar de una sola tendencia. La inves­ tigación con frecuencia apunta a cambios inesperados y radicales, por ejemplo, en las afiliaciones religiosas y políticas, y hacia la multipli­ cación de alternativas y de estrategias. Contrario a las perspectivas conocidas que hablan de la política en las zonas indígenas de Chiapas y que acentúan la formación de amplios y bien delimitados actores políticos y el nacimiento de agendas políticas comunes, proyectos translocales y confluencias o movimientos transclase (Harvey, 1998; Mattiace, 2 0 0 2 b ; Stephen, 2 0 0 2 ), la investigación antropológica sobre el poder pone m a ­ yor atención en los procesos desiguales e interminables de producción simbólica, cuyos resultados influyen en la participación en política. Desde perspectivas académicas y políticas se tienen que tomar más en serio los entendimientos de la gente sobre del poder, con el fin de en ri­ quecer las explicaciones alternativas sobre el curso de la política en áreas rurales y los procesos de la formación de agentes políticos múltiples. La perspectiva aquí propuesta considera que los agentes políticos (no sólo los campesinos o las clases obreras, sino otros grupos que participan en protestas o en política formal) no están dados m e cá n ic a ­ mente como resultado de las configuraciones de poder ni por marcos culturales compartidos, puesto que su desarrollo supone procesos com ­ plejos y contradictorios, esfuerzos colectivos de producción social y simbólica, y ésta a su vez implica producir y desafiar los significados dominantes o naturalizados del mundo social. El hecho de que las agendas política y académica contemporáneas subrayen los temas de la ley, el género y la democracia de bases de los pueblos indígenas requiere

de un acercamiento antropológico cauteloso a las distintas maneras en las cuales esta agenda conduce a un trabajo simbólico diverso, al m o ­ mento en que es llevado o aparece en la vida diaria de las poblaciones rurales o en los barrios urbanos populares. Es necesario poner atención en los resultados contradictorios y desiguales, como la fragmentación p o ­ lítica, la exclusión'entre grupos y el clientelismo. Por otra parte, si la academia en Chiapas está orientada a la discusión política y la ha in ­ fluenciado por medio de la información y las discusiones presentadas en medios y arenas formales de debate político, el trabajo antropológi­ co debe ser cauteloso frente a las categorías y las discusiones políticas actuales, no tomándolas como dadas en sus términos y significados sino analizándolas como parte de los elementos que entran e n ju e g o en la producción simbólica. Si la antropología participa en este trabajo simbólico, la contribución antropológica a la política se puede entender mejor como una mirada cautelosa y alternativa sobre estos procesos. Su perspectiva debe permitir ir más allá de las imágenes dualísticas y sobresimplificadas del mundo rural e indígena, alentadas en medios y discusiones políticas. Esta tarea conlleva un estudio atento de las diversas tenden­ cias y posibles resultados de la producción simbólica contemporánea (en el Chiapas rural) y de sus implicaciones para la política. Finalm ente, a pesar de la im portancia de los procesos de producción simbólica para la participación política, ésta es sólo una dimensión de la dinámica social en su conjunto, la cual implica amplias configuraciones de relaciones de poder. La producción simbólica nunca está separada ni se lleva a cabo como un proceso totalmente autónomo, puesto que los significados e interpretaciones se arraigan en el conjunto de la ex­ periencia social, según lo mostrado en este trabajo. Contrariamente a los acercamientos metodológicos individualistas, o a las perspectivas culturalistas sobre la política en el mundo indígena (los acercamientos desde la política de la identidad, por ejemplo), la formación de la ac­ ción política nunca es un proceso que flota libremente y separado de

procesos de diferenciación social, o alejado de otras dimensiones de la socialidad. Mientras que los procesos de producción simbólica pueden afirmar fuertemente formas particulares de socialidad, teniendo éxito en crear una correspondencia coherente y significativa entre prácticas diversas, la configuración social y la interacción mediada por el poder presionan siempre hacia una dinámica de ambigüedad y desafío o de negación de significados instituidos. Un acercamiento antropológico al poder, entonces, necesita una perspectiva más cuidadosa acerca de la mutua -influencia de las relaciones de poder y los entendimientos de la gente acerca de ellas.

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índice

Presentación: la política en el mundo rural ch iapan eco .......................

7

Capítulo 1. Antropología del p o d e r ................................................................

29

PRIMERA PARTE. TRANSICIÓN DE LA SOCIEDAD AGRARIA Y FOÍ.MACIÓN DEL CAMPESINADO

Capítulo 2. La finca y la formación del campesinado en el sureste de C h i a p a s ................................................................................

49

Capítulo 3. Tierra y participación en la p o lítica......................................

69

Capítulo 4. Política

91

más allá de la lucha agraria......................................

Capítulo 5. Tierra y reproducción de la unidad doméstica.................

103

Capítulo 6. Pérdida de valor de la tierra y el sustento doméstico . . .

121

SEGUNDA PARTE. EL LENGUAJE DEL PODER. ESPACIO, PERSONA Y JERARQUÍA

Capítulo 7. Poderes, intercambios y l u c h a s ................................................

145

Capítulo 8. Persona y socialidad.....................................................................

167

Capítulo 9. Espacios, dueños y ha b ita n tes..................................................

191

Capítulo 10. Prestigio y peligro........................................................................

203

TERCERA PARTE. EL LENGUAJE DEL PODER Y LA CASA

Capítulo 11. Poder y autoridad en el dominio doméstico

................... 223

Capítulo 12. Diferenciación social y estrategias en la formación de la f a m i l i a .........................................................................................................

241

Capítulo 13. Cuestionamiento de la autoridad y cambios en la unidad d om éstica...................................................................................

255

CUARTA PARTE. EL SURGIMIENTO DE LA POLÍTICA

Capítulo 14. La imagen del patronazgo y la memoria histórica . . . .

281

Capítulo 15. El idioma de la brujería y las memorias sobre el lid e r a z g o ............................................................................................................ 301 Capítulo 16, Género, fraternidad y familia en la recepción local de la p o lítica.........................................................................................................

323

Capítulo 17. Tendencias de c a m b i o ................................................................

355

CONCLUSIÓN GENERAL

De la política a la academia.................................................................................

379

Bibliografía................................................................................................................. 405

Política en c! Chiapas- rural contem poráneo, editad o por la D irecció n G eneral

de Pu b licacion es y Fo m en to

,

Editorial de la u n a m se term inó de im p rim ir en 13 de octu b re de 2 0 0 9 , en los talleres de JA N O S.A. de C.V., co n dom icilio en Lerdo Pon iente N o. 8 6 4 ,C o l. E le c tri­ cistas Locales. C .P 5 0 0 4 0 . Toluca de Lerdo, E stad o de M éxico . Para su c o m p o s ició n se usó tipo Berkelcy Oíd Style B ook de 1 1 .6 /1 6 . El tiro fue de m il ejem plares. Los in teriores im p resos en bond

ah u esad o de 9 0

gram os y p ortad a en c o u c h é brillante de 3 0 0 gram os. F o rm a ció n : Á ngela Trujano Lóp ez/A lógrafo. C o o rd i­ n ación editorial: Ju a n M ario Pérez M artínez. Lecturas: Fabián G uerrero. C uidaron la edición: Patricia Parada y Patricia Zam a. C oordin ación: Elsa Botello López.