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Á n g e l L ó p e z G a rc í a P l u r i c e n t r i s m o, H i b r i d a c i ó n y Po ro s i d a d en la lengua española
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DIRECTORES: MARIO BARRA JOVER, Université Paris VIII IGNACIO BOSQUE MUÑOZ, Universidad Complutense de Madrid ANTONIO BRIZ GÓMEZ, Universitat de València GUIOMAR CIAPUSCIO, Universidad de Buenos Aires CONCEPCIÓN COMPANY COMPANY, Universidad Nacional Autónoma de México STEVEN DWORKIN, University of Michigan ROLF EBERENZ, Université de Lausanne MARÍA TERESA FUENTES MORÁN, Universidad de Salamanca DANIEL JACOB, Universität Freiburg JOHANNES KABATEK, Eberhard-Karls-Universität Tübingen EMMA MARTINELL GIFRE, Universitat de Barcelona JOSÉ G. MORENO DE ALBA, Universidad Nacional Autónoma de México RALPH PENNY, University of London REINHOLD WERNER, Universität Augsburg
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Pluricentrismo, Hibridación y Porosidad en la lengua española
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Este libro se ha beneficiado del proyecto FFI2008-05248 del Ministerio de Ciencia e Innovación y de la ayuda AORG/2009/175 de la Consellería d’Educació de la Generalitat Valenciana
Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2010 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2010 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-533-6 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-568-4 (Vervuert) Depósito Legal: Diseño de la cubierta: Carlos Zamora Impreso en España Este libro está impreso integramente en papel ecológico blanqueado sin cloro
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ..............................................................................................
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1. Sobre la organización neuronal de los módulos lingüísticos .................
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2. Lenguas y dialectos ................................................................................
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3. Formalización de la variación lingüística ..............................................
43
4. Neurolingüística de la variación ............................................................
59
5. Pluricentrismo y policentrismo ..............................................................
69
6. Hibridación lingüística ...........................................................................
93
7. La Porosidad lingüística ........................................................................
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8. Las variantes interlingüísticas desde el punto de vista evolutivo ..........
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BIBLIOGRAFÍA ...............................................................................................
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Das Problem der Sprachmischung, welches mit dem der Bilinguität aufs Innigste zusammenhängt, ist ein ziemlich verwickeltes und nur auf psychologischer Grundlage ins Klare zu setzen. Zwei Sprachen mischen sich nicht wie zwei ungleichartige Flüssigkeiten, sondern als verschiedene Tätigkeiten eines und desselben Subjektes. (Hugo Schuchardt Brevier, 868)
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INTRODUCCIÓN
¿Otro libro sobre variación lingüística en español? En cierto sentido: soy consciente de que este no es mi tema y de que tal vez sea la persona menos indicada para ocuparme del mismo. Sin embargo, quiero advertir al lector que el presente trabajo no versa realmente sobre la variación lingüística en español, ni siquiera sobre métodos de análisis que permitan abordarla con solvencia1. Las páginas que siguen se ocupan más bien de investigar sus condiciones de posibilidad. Estamos los lingüistas tan acostumbrados a la idea saussureana de que una lengua es un sistema –idea de la que la competencia chomskiana no deja de ser una variante más– que no se nos ocurre plantearnos la posibilidad de que no lo sea. La consecuencia inevitable de dicho planteamiento es que la lengua se hace prevalecer sobre el habla y la competencia sobre la actuación. La lengua se concibe como un código y el habla, como la realización imperfecta del mismo. En estas condiciones, la variación lingüística queda relegada inevitablemente a la periferia del lenguaje. Como si dijésemos: el perro (canis lupus familiaris), aunque sea una especie remisible a abstracciones superiores (género canis, familia cánidos, orden carnívoros, clase mamíferos, etc.), se manifiesta como este fox terrier o aquel caniche. De manera similar, se supone que los paradigmas de la conjugación verbal, los esquemas de subordinación o el vocabulario del parentesco son la realidad última del lenguaje (la lengua que está depositada en el cerebro de todos sus hablantes) y que los distintos enunciados individuales se ajustan mejor o peor a ella. Por eso, la moda de la variación lingüística, que ha llevado a incrementar el interés de los lingüistas por la lengua hablada (análisis de la conversación, encuestas sociolingüísticas, patologías del lenguaje, lingüística de corpus…) esconde una falacia. Estos temas, que han llegado a constituir la materia obligada de nuestros congresos, no suponen una inversión de la perspectiva tradicional. Se estudia la lengua hablada para descubrir el sistema que la subyace, nunca en sí misma y por sí misma. El término de variación es suficientemente explícito: interesan las variaciones de algo que se supone las subyace. Si se me apura, hasta se concluye que las secuencias estereotipadas en las que antaño se complacían los lingüistas de despacho, atentos a clavarle un asterisco a las enrevesadas elaboraciones de su atormentada mente gramatical, resultan inverosímiles, pero nadie pone en duda que las secuencias que se han recogido respon-
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Algo de lo que sí me he ocupado alguna vez como en López García (1996).
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den a una realidad subyacente. El sistema, la lengua-i, el código, la estructura: he aquí el objeto de estudio de la Lingüística. Pues bien, este libro cuestiona justamente dicha convicción. ¿Y si no hubiese otra cosa que variantes? Si la única realidad del lenguaje fuesen las variantes, no se trataría de variantes de algo, sino de elementos que forman una clase de equivalencia. Esto resulta evidente en Biología: la especie “perro” no existe en el mundo, ella misma también es una abstracción (el punto de vista opuesto se llama realismo filosófico y está totalmente desacreditado). Un biólogo no puede estudiar sino perros concretos. Es posible que en la Edad Media se creyese en la existencia de la especie perro, de la perreidad. Hoy ya no es así. Los perros concretos forman una especie porque pueden mantener relaciones sexuales y tener descendencia, nada más. Este punto de vista debería hacerse extensivo al lenguaje, pero resulta inusual2: las variantes no se consideran muestras de una clase a cuenta de su carácter alternante (es decir, por poder sustituirse unas a otras), sino porque remiten a un código mental. Curiosamente, a estos efectos la Lingüística parece haber retrocedido. En los años cincuenta del siglo pasado, el distribucionalismo estudiaba las categorías de formas o de esquemas sintácticos como meras clases de equivalencia3. Pero en el momento presente, cuando junto al auge de la lingüística variacionista vivimos el apogeo de la neurolingüística, ninguna teoría que se precie puede sustraerse al sortilegio de concebir el lenguaje como un fenómeno mental. En suma. El autor de estas líneas no es especialista en variación, ya lo he dicho, pero lleva trabajando algún tiempo en neurolingüística (López García 2007). Así que me he propuesto investigar la moda de la variación desde la moda de nuestro interés creciente por la base neurológica que subyace al comportamiento lingüístico. En este libro trataré de las estructuras nerviosas que presumiblemente sustentan los fenómenos de variación. Dicho esto, el lector puede pensar que se va a encontrar con neuroimágenes variacionistas (resonancias magnéticas, tomografías de emisión de protones, electroencefalogramas, etc.). Siento desilusionarle una vez más. La variación ocurre en condiciones de habla real y nunca
2 No faltan autores empero que lo han propugnado: Croft (2000: 239) define el lingüema como una secuencia que puede ser replicada en el turno siguiente y la considera el equivalente lingüístico del gen. Según esto, una especie lingüística se definiría por el conjunto de sus lingüemas como la especie biológica se define por su genoma o conjunto de genes. 3 Harris: “Utterances are more reliable samples of the language when they occur within a conversational exchange. The situation of having an informant answer the questions of a linguist or dictate texts to him is not an ideal source […]. The environment or position of an element consists of the neighbourhood, within an utterance, of elements […]. The distribution of an element is the total of all environments in which it occurs” (1951: 2.4).
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podrá ser investigada con sujetos de experimentos a los que se tumba en una camilla y se mete la cabeza en una especie de casco de acero. A estas personas se les puede pedir que pulsen un botón cuando una palabra se repite o cuando les parece rara, pero no que hablen libremente como si estuvieran en su casa. Sin embargo, la ciencia viene utilizando desde Galileo un método complementario de la experimentación y en el fondo mucho más potente que ella: la formalización matemática. Es el que seguiré aquí. Cierto que tampoco ha faltado en la Lingüística del último siglo, como de todos es sabido. Lamentablemente los lingüistas teóricos de referencia –el Chomsky de los algoritmos o el Hjelmslev de la teoría de clases– hicieron un amplio despliegue de formalismos adecuados para explicitar el supuesto sistema de la lengua en el que creían, pero no emplearon formalismos acomodados a la variación, tal vez porque les parecía un fenómeno accidental. De ahí que vayamos a dedicar cierta extensión a familiarizar al lector con las nociones fundamentales de la Topología, la rama de las matemáticas en la que nos basamos. Y una última observación. Los distintos patrones de variación que estudiaré –el pluricentrismo, la hibridación y la porosidad– se ejemplifican con dialectos de la lengua española. Se podría pensar que lo hago simplemente porque es la lengua en la que está escrito este libro y resulta razonable suponer que la conocen bien e interesa a sus lectores. Evidentemente estas circunstancias están ahí, pero no constituyen el motivo principal. Por el contrario, pienso que estos patrones de variación, aunque se dan en muchas otras lenguas, caracterizan constitutivamente a la lengua española y revisten un interés especial para su estudio. No puedo ocuparme aquí de este aspecto del asunto para el que remito a otros trabajos míos (López García 2006) .
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1 . S O B R E L A O R G A N I Z AC I Ó N N E U RO N A L DE LOS MÓDULOS LINGÜÍSTICOS
La Lingüística viene soñando desde su fundación, desde que August Schleicher se inspiró en Charles Darwin para concebir las leyes de la lengua como leyes biológicas, con el honroso distintivo de ser una ciencia como las de la naturaleza, un representante de las Naturwisssenschaften y no un miembro reticentemente agregado a las Geisteswissenschaften. No sin polémica, es verdad. Toda la revolución saussureana y su legado sociológico representaron un intento de optar por la ubicación contraria en la que la Lingüística se convirtió en modelo de las ciencias humanas. Pero esta fase de cabeza de ratón no sirvió de nada. A la postre volvió a imponerse la añoranza del naturalismo cientifista y hoy nos movemos otra vez en la periferia de las ciencias duras como cola de león. Lo queramos o no, la “lingüística lingüística” se identifica con el formalismo, mientras que el estudio del habla real se mira con indulgencia y un cierto desprecio. Ello tal vez sea debido a que las declaraciones programáticas que sustentaron el cambio de paradigma partían de una falsa premisa, la de que existe una oposición irreductible entre el álgebra y la teoría de conjuntos. Mas, como sabemos desde Descartes y Leibniz, esto no es así. Una situación formal puede ser descrita y manipulada tanto geométrica como aritméticamente: en el primer caso la abordamos mediante una serie de valores –coordenadas– de un conjunto y en el segundo, mediante operaciones aplicadas a dichos elementos que se representan por variables. Una curva en el espacio es un conjunto de puntos sucesivos y, además, puede definirse por una ecuación. No obstante, ontológicamente no se trata de lo mismo. La curva, si alguien la traza en una pizarra, tiene existencia material e imaginaria para los que la están viendo. La ecuación, por el contrario, no existe en el mundo físico, sólo es una instrucción para darle existencia. En términos aristotélicos diríamos que la ecuación es la figura en potencia, mientras que el trazo de la curva definida por ella es su manifestación en acto. Lo curioso es que los lingüistas que se rebelaron contra Saussure a mediados del siglo XX llegaron a creer que lo importante eran los algoritmos que definen los sintagmas (palabras, frases, oraciones) en vez de los sintagmas mismos y –peor aún– llegaron a considerar dichos algoritmos como la única realidad mental del lenguaje. En los años cincuenta del siglo pasado, con las Syntactic Structures de Noam Chomsky, se puso de moda la consideración del lenguaje como un algoritmo y el resultado de esta opción, que continúa vigente hoy en día, ha sido doble: por un lado situó en un segundo plano el planteamiento conjuntístico que en aquellos
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mismos años había propuesto Louis Hjelmslev en sus Prolegomena to a Theory of Language siguiendo la tradición gramatical; por otro, confirió a la sintaxis un papel estelar que los desarrollos posteriores se resistieron a abandonar. Las huellas de esta decisión metodológica –que no epistemológica– perviven todavía en el modelo minimalista de la gramática generativa, el cual se siente obligado a partir de merge, una operación de adición, a pesar de las sucesivas renuncias a tratar grandes parcelas del lenguaje fuera del diccionario. Y entiéndase que no estoy poniendo en cuestión los evidentes aspectos algorítmicos del lenguaje; lo que pongo en duda es que la concatenación de símbolos sea lo prioritario del lenguaje y menos todavía lo que lo convierte en una capacidad exclusiva de la especie humana. Si tornamos a comparar esta situación con la de las ciencias de la naturaleza, que tanto nos gusta imitar, se hará patente al punto la inconsecuencia del proceder de la moderna Lingüística. La Química también es una ciencia que se ocupa de concatenaciones de elementos representados por símbolos de un lenguaje formal. En este sentido, el equivalente del sintagma nominal la casa, compuesto del determinante la y del nombre casa, podría ser la sal ClNa, compuesta del halógeno Cl y del metal Na. Ahora bien: la Química es ante todo la ciencia que estudia las propiedades de los elementos químicos y de sus compuestos, no una disquisición sobre las reglas formales de su composición. Por eso, no se ha servido nunca de modelos algorítmicos para explicar la óxido-reducción, pero sí ha echado mano de modelos conjuntísticos desde la época de Lavoisier. Algo parecido cabe decir de la Biología molecular y de su extensión al dominio de los seres vivos: en esta ciencia lo que importa es el código genético, las listas de proteínas obtenidas a partir de la unión de aminoácidos del código y las listas de genes que las determinan, tan apenas la forma en la que se encadenan. Otro efecto indeseable de la extravagancia de los lingüistas al privilegiar la sintaxis sobre los demás componentes fue el salto conceptual manifestado en el conocido reduccionismo ontológico: resulta que, para una parte nada marginal de los lingüistas, una lengua se concibe fundamentalmente como su sintaxis, porque el lenguaje se interpreta como un algoritmo que media entre dos niveles de interfaz, el fónico y el lógico-semántico. Se pasa así de valorar la sintaxis como el componente más perfecto del lenguaje a equipararlo sin más a la totalidad del mismo. Lo anterior arrastra un corolario no menos cuestionable: todas las concatenaciones de signos que se aparten del patrón idealizado en el que confluyen las propiedades examinadas se considerarán irregularidades1. Así, un
1 Lakoff (1970) puso de manifiesto que la consideración de las llamadas excepciones como fenómenos regulares permitía igualmente un tratamiento sistemático de la sintaxis.
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verbo como convenir se llamará “defectivo”, porque no puede conjugarse en todas las personas gramaticales; un sintagma como triángulo escaleno se considerará una “colocación” y resultará desviante respecto a la llamada sintaxis libre, porque el adjetivo escaleno no puede acompañar a otro nombre diferente; etc. La traducción del prejuicio sintacticista a las ciencias naturales conduciría a afirmaciones tan extrañas como la de que el Helio es defectivo, ya que no se combina con otros elementos, o la de que los murciélagos, unos mamíferos con alas capaces de volar como las aves, son una especie de fósil evolutivo. Lo curioso es que cuando se reivindica la condición social y semiótica del lenguaje, la respuesta que se suele obtener por parte de los formalistas es que, en efecto, el mundo exterior también importa, pero el lenguaje es sobre todo un fenómeno mental, un verdadero órgano de la mente. Sin embargo, esta contestación, en la que el lenguaje aparece como sinónimo de sintaxis, esconde una falacia, pues, en las lenguas todo es mental y todos los datos del mundo que han recibido un revestimiento lingüístico fueron percibidos previamente por los sentidos y convertidos en una red de sinapsis neuronales. En el lenguaje no hay datos de fuera y datos de dentro, todos vienen de fuera y se han incardinado dentro. En este sentido, tan mental resulta el fonema /t/ de atún como el significado “atún” o su condición de antecedente del relativo en el atún que trajiste estaba muy bueno. Pero este planteamiento mentalista en Lingüística es muy antiguo, surgió en cuanto se abandonaron los prejuicios normativos, ya en el Renacimiento, y no ha abandonado a los lingüistas (con alguna sonada excepción como los postulados de Bloomfield) hasta hoy. Es inevitable que al leer las líneas precedentes un lector avisado piense que está asistiendo a la enésima diatriba de los funcionalistas contra los formalistas; y puesto que se ha aludido al basamento neurológico del lenguaje, es muy posible que saque a colación el doblete conexionismo/modularismo en defensa de estos últimos. El argumento funciona como sigue. Basándose en la moderna neuroimagen, la cual pone de manifiesto que cada vez que se realizan actividades lingüísticas (también de otros tipos) se registra actividad eléctrica en la totalidad del cerebro, aunque no de la misma intensidad en todas las zonas, los llamados conexionistas (que vienen a coincidir con los funcionalistas) sostienen que no existe tal cosa como las tradicionales áreas del lenguaje, es decir que no hay un área sintáctica, un área fonológica, un área léxica y así sucesivamente. Se ha intentado contrarrestar la fuerza argumentativa de esta objeción aludiendo a las tradicionales áreas de Broca y de Wernicke, pero ello tiene el inconveniente de basarse en las condiciones patológicas (es decir, en las carencias lingüísticas de sus respectivas afasias) para extraer conclusiones sobre el cerebro de los hablantes sanos, algo que en Medicina resultaría impensable. Es como si a partir de una serie de análisis de sangre de pacientes enfermos hiciésemos predicciones sobre
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las cifras normales, esto es, como si el hecho de que 300 mg% de colesterol se considere una cifra mala justificase que 150 mg% es buena y no al revés. Además, la afección traumática de las áreas de Broca y de Wernicke no sólo tiene manifestaciones lingüísticas, algo que es común a todas las patologías del lenguaje. A pesar de ello, el conexionismo no acaba de imponerse: últimamente los estudios sobre el llamado síndrome de lenguaje específico han puesto de manifiesto que sí existe una especificidad neuronal relativa a comportamientos lingüísticos, de manera que hay pacientes que tienen problemas con la morfología nominal, pero no con la verbal, etc. Entre el modularismo y el conexionismo a ultranza parece prudente optar por el primero. Sin embargo, estos módulos no justifican la centralidad de la sintaxis (ni de ningún otro componente2) tal y como la estamos discutiendo aquí. En realidad, la especificidad afecta por igual a todos los componentes del lenguaje: algunos pacientes sólo tienen dificultades con ciertos sonidos y otros, si bien son incapaces de acordarse de términos abstractos, manejan perfectamente los concretos. El modularismo no es privativo de la sintaxis, es una peculiaridad del lenguaje como tal. Además, la extensión de los módulos es variable: el conjunto de morfemas flexivos del presente de indicativo de los verbos regulares en -ar del español es un módulo; el paradigma flexivo del verbo español es un módulo; y el diasistema románico del verbo en hablantes plurilingües es igualmente un módulo. Para entender cómo se llega neurológicamente a esta modularidad escalonada, considérese el ejemplo de los sistemas de cristalización en la naturaleza. Los minerales que cristalizan lo hacen siguiendo alguno de estos sistemas: el cúbico, con tres ejes que se cortan en ángulo recto y todas las caras iguales; el tetragonal, con sólo dos ejes en ángulo recto y las caras iguales; el ortorrómbico, con tres ejes que no forman ángulo recto y las caras iguales; el triclínico, con caras desiguales y sólo dos ejes que se cortan en ángulo recto; el monoclínico, con caras desiguales y con ejes que no forman ángulo recto, etc. Como se puede ver, existen varios criterios: el criterio “número de ejes que se cortan en ángulo recto” y el criterio “caras iguales o diferentes”. Dichos criterios se combinan de manera aleatoria para dar lugar a los sistemas de cristalización referidos. Evidentemente el grado de simetría de un cristal no tiene nada que ver con la mente. Pero el cerebro del geólogo lo reproduce en su metalenguaje combinando dichos criterios, de forma que mnemotécnicamente reconstruye dichos sistemas uniendo el número de ejes al tipo de ángulos que forman al cortarse y a la cualidad de las 2
Si bien, en los últimos tiempos, ha habido una corriente pragmaticista empeñada en identificar el lenguaje con su uso, una cosa es que el estrato empírico del lenguaje sean los actos de habla y otra suponer que carece de realidad mental autónoma y que la gramática es un mero epifenómeno derivado del hablar.
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caras. En el lenguaje sucede lo mismo, sólo que el dato empírico también constituye una realidad mental, esto es, tanto el metalenguaje del investigador como el lenguaje del investigado consisten en conexiones neurológicas y, además, tienden a ser equivalentes. Edelman (1987, 1988) ha descrito cómo procede el cerebro para formar redes neuronales cada vez más amplias. Prescindiendo de detalles menores, básicamente se trata de que las neuronas forman redes siguiendo varias etapas de complejidad creciente. Las agrupaciones destinadas a un efecto ocasional se llaman redes primarias. Éstas se deshacen inmediatamente, pero la reiteración de las mismas acaba facilitando su velocidad de disparo y, por consiguiente, su existencia como improntas neuronales estables en el cerebro. Seguidamente las redes primarias se agrupan en redes secundarias y éstas, a su vez, en mapas de representación neuronal. Un ejemplo aclarará esto: la visión de una manzana supone no sólo la sensibilización de las neuronas de la retina por los rayos de luz que refleja cada punto de la manzana, sino también el reconocimiento de este conjunto de estímulos luminosos por un mecanismo de recuerdo almacenado en la memoria y que en este caso sería la imagen general “manzana”. ¿Cómo se ha fijado dicha imagen? A base de combinar cualidades lumínicas de intensidad, saturación, longitud de onda, etc. –resultado nervioso de redes primarias–, que a su vez se combinan en una cualidad de color –a la que se llega neurológicamente mediante una red secundaria– y ésta con otras cualidades de volumen, forma, brillo, etc. para dar lugar a la imagen final –mapa mnemotécnico–. Esto es algo más que una hipótesis, se ha comprobado empíricamente por lo que respecta a las dos primeras fases. La idea que querría proponer aquí es que los módulos lingüísticos resultan de un comportamiento neurológico similar y en realidad no podrían surgir de otra manera. Ciertos hábitos de agrupamiento sináptico se enlazan con otros para formar eso que llamamos componentes o subcomponentes del lenguaje. Por ejemplo, piénsese en el sistema consonántico del español. Suponer que tenemos en la mente algo parecido al cuadro de oposiciones consonánticas que describen los tratadistas3 me parece enteramente gratuito. Ese cuadro es el resultado científico de formalizar lo que sabemos como hablantes, pero este conocimiento consta de redes sinápticas que se establecen en torno a la cesura de Rolando y que son analizadas en la zona contigua del lóbulo parietal, más otras redes que se ubican en el hemisferio derecho y que están especializadas en el análisis de las curvas tonales, más otras redes relativas a la duración y que se ubican en la zona temporal inferior, etc. Algo parecido cabe decir, naturalmente, de los esquemas sintáctico-
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Cualquiera que sea su modelo lingüístico, desde Alarcos (1959) hasta Gil (2000).
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semánticos relativos a los verbos de movimiento o de los sufijos de nominalización. En todos estos casos, una cosa es la realidad mental –la forma en que los hablantes y los oyentes construyen neurológicamente los módulos– y otra muy diferente es la moda que en cada momento ha llevado a los lingüistas a dar cuenta de dichos módulos en sus tratados. A juzgar por lo que se encuentra en las gramáticas que siguen el modelo del latín hasta finales del siglo XIX, el componente central de una lengua era la morfología flexiva y todo lo demás se consideraba que eran meros añadidos; luego, en la primera mitad del siglo XX, sólo se prestó atención a la morfofonología; más tarde, casi hasta hoy mismo, era la sintaxis; y en el momento presente nos encontramos con el privilegio de la semántica. ¿Cómo tomaríamos en serio a una ciencia que dijese que el centro del mundo físico lo constituye la masa, luego la energía, luego el electromagnetismo y así sucesivamente? Pues algo parecido es lo que viene haciendo la Lingüística desde su fundación. En realidad, el fundamento neurológico de los distintos componentes del lenguaje, tal y como acostumbran a distinguirlos los gramáticos, es más bien pobre. Los lingüistas hablamos de sintaxis frente a morfología porque la primera se ocupa de la agrupación de las formas en cadenas y la segunda de la organización interna de dichas formas mediante paradigmas. Convencionalmente decimos que la caracterización de María, en María llegará tarde, como sujeto es un hecho sintáctico, mientras que la definición de llegará como futuro imperfecto de indicativo de llegar (frente al presente llega o la 2ª persona llegarás, etc.) es un hecho morfológico, a pesar de que ambos rasgos se extienden al conjunto de la cadena, y aun es más importante el segundo que el primero, puesto que la adición de hoy sería incompatible con llegará, pero no así con el sujeto María. Sin embargo, la organización interna de las formas también supone procesos de encadenamiento, esto es, procesos sintácticos, y, al revés, las cadenas sintácticas también forman parte de paradigmas. Por ejemplo, el análisis permite reconocer tres elementos sucesivos en llegará: el radical llegar-, el morfo de futuro -a- (antiguo HABET) y el morfo cero -ø de 3ª persona del singular, los cuales deben disponerse precisamente en este orden. E inversamente: María llegará hoy forma parte de un paradigma de esquemas sintáctico-semánticos que pueden ser sustituidos por otras estructuras oracionales intransitivas de movimiento como el tren ha salido de la estación, pero no por esquemas transitivos como el perro come carne o impersonales como se habla inglés. En otras palabras, que es muy improbable que lo que solemos llamar Sintaxis y Morfología tengan algún tipo de realidad lingüística a pesar de su venerable tradición metalingüística. Lo que sí debe de existir en el cerebro son pautas de establecimiento de redes sinápticas diferenciadas que subyacen al comportamiento morfológico y al comportamiento sintáctico respectivamente. Así, el
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comportamiento paradigmático, típico de la morfología, consiste en listas de elementos intercambiables a instancias de las necesidades del entorno. Si el sujeto es yo, el hablante echará mano de llegaré, si es tú, de llegarás, si es él o ella, de llegará, etc. O sea, lo mismo que hacemos cuando al preparar la lista de la compra pensamos que nos falta fruta y separamos mentalmente la idea de “manzana” de un repertorio al que también pertenecen “guayaba” (que sabemos no está disponible en esa época), “pera” (que no le gusta a nuestra hija), etc. Estas listas se van elaborando a base de interiorizar la huella de memoria corta en el sistema límbico y de almacenar después la serie en repertorios de memoria larga que se suelen ubicar en el córtex prefrontal. No obstante, no tenemos ningún dato empírico que sugiera que el almacenamiento paradigmático de nombres de frutas, de ríos de Europa, o de miembros de una familia difiere en algún sentido del almacenamiento paradigmático de las formas flexivas de un verbo (tal y como se estudian en Morfología) o del paradigma de esquemas sintáctico-semánticos oracionales (propios de la Sintaxis). Tampoco los hábitos de concatenación, que los lingüistas acostumbramos a llamar sintácticos y que, según hemos visto, se dan igualmente en Morfología, resultan ajenos a la vida diaria. Todas las acciones habituales, que tenemos más o menos automatizadas, responden a este tipo de patrón neurológico. Abro el grifo, me mojo las manos, tomo la pastilla de jabón, me froto las manos con ella, dejo la pastilla en la jabonera, froto las manos entre sí, coloco las manos bajo el grifo, lo cierro y me seco las manos en la toalla: he aquí un acto maquinal que hacemos varias veces al día. La secuencia de acciones puede alterarse a veces, pero por lo general es fija: puedo tomar el jabón y mojarlo junto con las manos, pero no puedo secarme las manos antes de abrir el grifo. Pues bien, en el lenguaje ocurre lo mismo. Extraigo un elemento léxico de la memoria para que haga de sujeto, añado un verbo, luego un complemento nominal, luego un complemento preposicional y obtengo mi amigo vende libros por la tarde, donde en algún caso podría alterar el orden de algunos elementos, como en por la tarde mi amigo vende libros, pero no en otros como en ?libros por la tarde mi amigo vende. Cada elección condiciona las siguientes, y ello se aplica tanto a las acciones lingüísticas como a las que no lo son. Si tras abrir el grifo agarro una botella, lo que hago es iniciar el proceso de llenarla y no el de lavarme; si tras mi padre elijo el verbo comer, ya estoy excluyendo un complemento como libros y propiciando otro como, por ejemplo, huevos. Este tipo de concatenaciones semiautomáticas tiene como soporte los circuitos neuronales del sistema límbico, en particular los del núcleo caudado. El lector podría pensar que estoy redescubriendo el Mediterráneo porque acabo de llegar a la distinción saussureana (Saussure 1979 [1916]: 2ª parte, cap. 4) fundamental entre relaciones sintagmáticas y relaciones paradigmáticas. No le
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faltaría razón porque, en efecto, estos dos tipos de relación sobrevuelan todo el entramado del lenguaje y tienen justamente el fundamento neurológico que acabamos de ver. Por ello, para justificar la diferencia entre los módulos lingüísticos habrá que profundizar algo más en dicho basamento mental. Las pautas de organización nerviosa que es preciso considerar también son dos: las dimensiones de empaquetamiento de los estímulos y la sensibilidad del umbral de excitación. En cuanto al primer criterio, Miller (1956) estableció hace muchos años la tendencia de la mente a tratar un máximo de seis o siete unidades a la vez. A partir de dicha cifra, más o menos, se procede a empaquetar otra media docena de unidades y así sucesivamente. En el nivel superior de elaboración nerviosa cada paquete funciona como una sola unidad de nuevo cuño, de manera que se producen nuevos empaquetamientos:
X
X
X
X
X
X
X
XXXXXX
XXXXXX
XXXXXX
XXXXXX
XXXXXX
XXXXXX
Este cuadro sugiere cómo se ha llegado en las lenguas del mundo a las unidades de los distintos módulos a partir de las limitaciones de empaquetamiento impuestas a nuestra capacidad sináptica. Así, lo que llamamos Morfología es el componente que aglutina las unidades mínimas con sonido y sentido, los morfemas, en paquetes de una media docena de ellos cada vez; es decir, lo que en la tradición gramatical española se suele entender por palabra: sí, mí-a, roj-a-s, intelig-ente, dij-éra-mos, in-dige-st-a-s, des-torn-ill-ador-c-it-o-s. Son raras las palabras de más de seis o siete morfemas, no porque seamos incapaces de recordarlos o de pronunciarlos, sino porque a partir de dicho límite se alcanza un nuevo nivel de empaquetamiento en el que las redes sinápticas n-arias se convierten en redes sinápticas n+1-arias. Algo parecido sucede en el nivel siguiente: las palabras se empaquetan en grupos de un máximo de seis o siete elementos
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formando lo que los gramáticos llaman frases: adiós, mi + casa, no + prefiere + descansar, el + mejor + regalo + de + su + vida. Dicho nivel se llama Sintaxis de la frase en la tradición gramatical. La tendencia al empaquetamiento controlado continúa en el nivel siguiente, el oracional, el cual consiste en asociaciones de una media docena de frases como máximo: /¡calla!/, /mi prima + es alta/, /los rosales + tapan + la vista de la carretera/, /Juan + regaló + un libro + a María + para su cumpleaños/. Este último nivel se conoce por el nombre de Sintaxis de la oración, aunque no es infrecuente que se trate junto con el anterior como un solo módulo. Cuando las sinapsis neuronales afectan a unidades sin sentido, esto es, cuando se producen en la zona cerebral dónde se procesan los movimientos articulatorios que producen los sonidos o en la zona cerebral donde se descodifican los estímulos acústicos, la tendencia al empaquetamiento en grupos de una media docena de unidades funciona igual: las sílabas suelen constar de entre uno y seis fonemas4 (a-la, vas-to, tres, trans-por-tar), los sirremas o grupos fónicos situados entre pausas se componen de una media docena de sílabas. En cuanto a la sensibilidad del nivel de excitación, Hebb (1949: cap. 4)5 formuló hace medio siglo una famosa ley según la cual cada neurona tiene un umbral diferente de excitación que se dispara con mayor o menor facilidad en función de su frecuencia de uso y que se puede modificar por asociación reiterada con otras neuronas. Los umbrales de excitación no son privativos de las neuronas, afectan igualmente a redes neuronales amplias, las cuales presentan un grado de sensibilización que es la media de los grados de las neuronas que las integran. Por ejemplo, los conductores avezados responden con mucha mayor rapidez a los signos que evidencian un cambio de las condiciones de la conducción (semáforos que cambian de color, obstáculos en la calzada) que los conductores novatos; asimismo, las personas acostumbradas a asistir a la ópera captan mejor las modulaciones de la voz de los cantantes que las que no asisten nunca. En el lenguaje estas diferencias de umbral de excitación se manifiestan en la oposición “discurso libre/discurso repetido”. Considérese la secuencia Juan no ha traído los tomates que le encargué. Cuando el hablante dice Juan, el horizonte de expectativas del oyente es amplísimo, sabe que a continuación puede venir casi cualquier cosa (pero no del todo: es un número primo resulta imposible fuera del teatro del absurdo). Cuando el oyente recibe la segunda palabra, esto es, Juan no, ya se imagina que seguirá un verbo, aunque la incertidumbre sobre el conte-
4
En español no hay sílabas de más de cinco fonemas, pero sí en otras lenguas, como, por ejemplo, el alemán: el apellido Pfingstl consta de una sola sílaba de ocho fonemas. 5 Hebb parte de una idea expuesta por Ramón y Cajal ante la Royal Society de Londres en 1894.
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nido del mensaje continúa. Cuando recibe ha traído, es decir, tras escuchar Juan no ha traído, puede colegir que seguirá un sustantivo, pero sigue sin saber si será un abstracto –la maledicencia–, una cosa –el libro– o una persona –a su hermano–. Incluso con Juan no ha traído los tomates, a pesar de tratarse de una oración completa, subsisten numerosas posibilidades de continuación. A este tipo de secuencias se las suele llamar discurso libre y es de ellas de las que se han ocupado habitualmente los gramáticos a los que les gusta teorizar sobre la infinita capacidad productiva del lenguaje. Por eso, cuando se encuentran con una secuencia como más vale pájaro en mano que ciento volando, no tienen más remedio que recluirla al apartado de las irregularidades. En este refrán, la libertad de elección de términos o de colocación lineal de los mismos por parte del hablante es nula y la sorpresa del oyente ante los elementos que va percibiendo resulta débil: al oír más, puede esperar muchos elementos, con más vale, también, pero con más vale pájaro, ya se han cerrado prácticamente todas las posibilidades de innovación. A este tipo de discurso se le suele denominar discurso repetido (Coseriu 1977: 113). El problema de considerar el doblete “discurso libre/discurso repetido” como una oposición es que así se escamotea su verdadera naturaleza neurolingüística. En realidad, Juan no ha traído los tomates que le encargué (secuencia m) está en uno de los extremos de la gradación de excitación del umbral, el de valor mínimo, mientras que más vale pájaro en mano que ciento volando (secuencia M) está en el otro extremo, el de valor máximo. Hemos oído tantas veces este refrán sin modificación alguna que, nada más iniciarlo, la red neuronal que lo codifica se dispara por completo. En cambio, como la otra oración resulta bastante imprevisible, el tiempo de disparo se alarga, pues los umbrales de excitación se mantienen bajos. Sin embargo, los umbrales de excitación forman una línea continua, de manera que entre uno y otro extremo caben muchas posibilidades intermedias. El refrán en casa del herrero, cuchillo de palo (secuencia M-i) tiene otra modalidad, en casa del herrero, sartén de madera, por lo que el grado de previsibilidad de cualquiera de las dos variantes tras la emisión del primer sintagma es menor que en el refrán anterior. Y, al contrario, la oración “libre” las mujeres morenas son menos sensibles al sol que las rubias (secuencia m+j) tiene un grado de previsibilidad mayor que la oración Juan no ha traído los tomates que le encargué por lo que respecta al último sintagma. Pero ello no agota el análisis. La secuencia no sólo cantaba sino que también tocaba la guitarra (secuencia m+i) es más predecible, en cuanto a la aparición de sino que, que la anterior en cuanto a la aparición de rubias (podría haber aparecido pelirrojas, por ejemplo). La progresiva previsibilidad de los elementos de una oración (o, O), que va ligada a un umbral de excitación más alto, constituye así una escala gradual con un número indeterminado de divisiones:
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o, o+1, o+2 ... o+i ... o+j ... O-j ... O-i ... O-2, O-1, O excitación baja excitación alta
Esta situación se repite en las unidades de nivel inferior, es decir, en los empaquetamientos previos al que acabamos de considerar. Hasta hace muy poco, las unidades paremiológicas (refranes, aforismos, dichos, máximas, sentencias) no habían representado un problema para la Gramática, porque se consideraban ajenos a ella y formaban parte de las preocupaciones del lexicógrafo. Pero en el nivel de la frase las cosas no son tan simples, pues no es la unidad máxima de la Sintaxis y la fosilización contradice el supuesto algorítmico que la sustenta. Últimamente proliferan los estudios6 sobre el fenómeno de las colocaciones, es decir, sobre aquellos sintagmas previsibles en mayor o menor grado y que tan abundantes son en todas las lenguas: primera dama, obras completas, código penal, cobrador del frac, etc. Sin embargo, no todos muestran el mismo grado de previsibilidad: primera dama, en el sentido de “esposa del presidente del gobierno”, no admite alternativa (no hay segunda dama); código penal alterna con código administrativo, código militar, código civil, etc.; lo mismo sucede con obras completas, aunque sólo alterna con obras escogidas, pues obras incompletas ya no sería una colocación; en cuanto a cobrador del frac no alterna con cobrador del gas o con cobrador de seguros, y, frente a primera dama, no designa un referente único, es decir, no se aproxima a los nombres propios. Con ello llegamos igualmente a una escala gradual de previsibilidad (y, por lo tanto, de excitación del umbral), flanqueada por frases (f, F) como libro grande (secuencia f) de mínima previsibilidad y como guardia civil (secuencia F), absolutamente predecible: f, f+1, f+2 ... f+i ... f+j ... F-j ... F-i ... F-2, F-1, F excitación baja excitación alta
Algo similar encontramos en lo que tradicionalmente se conoce por Morfología. Es significativo que la tradición gramatical acostumbre distinguir entre la morfología flexiva y la morfología derivativa (la formación de palabras). En un primer acercamiento parece, en efecto, que existen tratamientos de la palabra (p, P) de baja excitación y con un grado de previsibilidad mínimo (p), como sucede en la morfología derivativa, frente a tratamientos de la palabra (P) de alta excitación y con un grado de previsibilidad máximo, que son los propios de la morfología flexiva. Así, de nada sirve saber que la “tonalidad próxima al rojo” se marca 6 Véanse los estudios recogidos en el número XXIII/1 (2001) de Lingüística Española Actual.
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con el sufijo -izo (y de ahí roj-izo), pues la que tiende a verde es verd-oso, la que tiende a rosa es ros-áceo, la que tiende a amarillo es amarill-ento, etc. Por esta razón, la introducción de nuevos colores en el léxico de la moda deja completamente abierta la designación de la tonalidad próxima a los mismos (¿el color caldero pide calderoso, calderáceo, calderizo...?). Todo lo contrario sucede en la flexión: el paradigma de presente de indicativo amo, as, ama, amamos (amáis), aman se extiende sin vacilación a cualquier nuevo verbo en -ar del español, por ejemplo, a surfear, que da surfeo, surfeas, surfea, surfeamos, (surfeáis), surfean. No obstante, también en este caso la dualidad radical es aparente. En la flexión existen irregularidades, a veces leves –como en pongo frente a temo, pero pones, pone... como temes, teme...–, otras veces mucho más intensas – como en soy eres, es, somos (sois), son–; mientras que en la derivación existen esquemas regulares, a veces bastante difundidos, aunque improductivos –así el sufijo -iego de andariego, mujeriego, nocherniego–, otras, en cambio, en uso actual – como eo de tapeo, balanceo, pero también de chateo, sobre to chat, “hablar”, dícese por extensión de la comunicación por Internet–. En realidad, cuando se procede a un examen menos superficial se advierte que las fronteras son imprecisas y que lo que tenemos para la palabra (p, P) es una gradación similar a las de arriba: p, p+1, p+2 ... p+i ... p+j ... P-j ... P-i ... P-2, P-1, P excitación baja excitación alta
La pregunta que ahora se plantea es la de si los tradicionales rótulos de la gramática tienen algún sentido en la realidad del lenguaje. Si no hay más que redes neuronales con grados variables de excitabilidad –y, en verdad, no parece haber otra cosa–, ¿qué valor debemos atribuir a conceptos modulares como los de “oración de relativo”, “frase nominal” o “imperfecto de indicativo”? Un conexionista estricto diría que estos conceptos son meras invenciones de los gramáticos, que tienen el mismo valor que el concepto “ácido” en Química, y que al igual que existe el ácido sulfúrico (SO4H2), pero no el ácido en general, existe la frase nominal el coche de mi hermana, pero no la frase nominal en general. Así se plantearía en pleno siglo XXI una cuestión que ya fue objeto de debate a finales de la Edad Media cuando los filósofos realistas, quienes sostenían que el género homo era tan real como los individuos Adán o Eva, se enfrentaron a los filósofos nominalistas, para lo cuales homo era simplemente un nombre, pero no una cosa. Como es sabido, ganaron los segundos y hoy la ciencia es nominalista. Pero esto, que vale para la Física y demás disciplinas renacentistas, no se aplica a la Lingüística, ya que no se constituyó hasta el siglo XIX. Y es que “oración de relativo”, “frase nominal” e “imperfecto de indicativo” no son sólo rótulos manejados por el gramático; también, y sobre todo, se trata de conocimientos del hablan-
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te/oyente sobre su propia lengua, cosas que sabe, aunque por lo general sea incapaz de expresarlas con palabras. Es por esto por lo que la Lingüística se ha convertido en una disciplina que, si bien participa del método de las ciencias naturales, representa una episteme aparte, cuyo objeto de estudio no es el lenguaje, sino la relación del lenguaje con el conocimiento metalingüístico que gravita en torno suyo, esto es, simbólicamente, L-M y no sólo L. No todas las escuelas lingüísticas han reconocido este hecho, pues a menudo tratan el lenguaje como un conjunto de datos –textos– ajenos a la conciencia de los usuarios; una suerte de mensaje cifrado cuya clave es preciso desentrañar, a la manera en que lo haría un ingeniero de telecomunicaciones. Entre las escuelas que más han contribuido a propiciar el abandono de este paradigma falsamente empirista se cuenta, sin duda, la gramática generativa, con su insistencia en considerar el “conocimiento del hablante nativo”. Desgraciadamente nunca acertó con el formalismo adecuado para encarar el tratamiento simultáneo del lenguaje y del metalenguaje (el conocimiento del hablante nativo). Obsesionada con el álgebra, que sin duda permite encontrar algoritmos adecuados para formalizar las cadenas lingüísticas, olvidó que, según ponen de manifiesto las técnicas de neuroimagen, una lengua es antes que nada una familia de conjuntos, es decir, una serie de células nerviosas parcialmente agrupadas por sinapsis neuronales, y que las cadenas se forman posteriormente a base de extraer elementos de dichos conjuntos. En esta familia de conjuntos es preciso reconocer dos formas de agrupamiento: por un lado, los datos y, por otro, determinadas asociaciones de datos que representan una forma de conocimiento de los mismos. Dicho de otra manera: la lengua española constituye en el cerebro de cualquier hispanohablante un conjunto confuso de improntas neuronales relativas a elementos tan dispares como el sentido “libro”, el fonema /t/, el morfema -ción, el sintagma mi casa o la oración dijo que vendría. Pero junto a estas improntas también hay improntas metalingüísticamente elaboradas, por ejemplo, la que agrupa /t/ con /p/ y con /k/ (es decir, la conciencia fonémica de las oclusivas sordas) o la que agrupa emoción con pasión y con atracción (esto es, la familia derivativa del sufijo -ción). Ya va para un cuarto de siglo que, siguiendo una línea incipiente trazada por Kuroda (1973) desde la propia gramática generativa y enlazando con algunas preocupaciones contemporáneas sobre el lenguaje que se habían originado en la escuela catastrofista de René Thom7, propuse que el formalismo adecuado para tratar la familia de conjuntos relativa al lenguaje y al mismo tiempo a la conciencia metalingüística es la topología general8. La razón es que un espacio topoló7
Para algunas precisiones, véase López García (2010a). Así nació la gramática liminar. Véanse López García (1980, 1990), donde se establecen los fundamentos matemáticos del modelo, y López García (1989), donde se procede a estable8
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gico es simplemente una familia de conjuntos en la que algunos se toman como referencia de los demás. Se dice que hay definida una topología de conjuntos abiertos en una familia de conjuntos X cuando existe en X un sistema T de subconjuntos de X, los conjuntos T, para los que se verifican los siguientes axiomas: a) la intersección finita de conjuntos abiertos de T pertenece a T; b) la suma infinita de conjuntos abiertos de T pertenece a T; c) el conjunto X y el conjunto vacío ø son conjuntos abiertos y cerrados al mismo tiempo. Prescindiendo ahora de la interpretación detallada de esta definición, permítaseme señalar que, desde el punto de vista neurológico, lo que viene a sugerir es que, dada una familia de conjuntos de redes neuronales a la que solemos llamar lengua X, es posible introducir varios módulos de conciencia metalingüística, o sea, varias topologías T, a base de constituir conjuntos con dichas redes neuronales. La gramática liminar es simplemente el estudio de todas estas topologías. Cuestión diferente es la de cómo funciona neurológicamente el doblete lenguaje/metalenguaje. Tenemos evidencias empíricas (Kutas/Van Petten 1991) que atestiguan que la vulneración de determinadas reglas metalingüísticas tiene efectos sobre los electroencefalogramas, ya que involucra a los módulos T de la mente. También sabemos que, al mantener en la conciencia este componente metalingüístico, el usuario de L2 suele cometer errores (Krashen 1982), mientras que el hablante nativo lo maneja de manera automática casi siempre. Pero realmente carecemos de experimentos que nos permitan dar una idea sobre cómo funcionan estos módulos cuando se usa el lenguaje. Wray (1992) propuso un modelo teórico, bastante ingenuo, según el cual el componente lingüístico automático estaría ubicado en el hemisferio derecho y el componente metalingüístico, en el izquierdo. Evidentemente ello se contradice con el hecho de que las afasias de Broca y de Wernicke, que se caracterizan precisamente por un debilitamiento de la capacidad metalingüística, remontan a patologías ubicadas en el hemisferio izquierdo. La oposición no debe estribar en una localización diferenciada, sino en que el lenguaje y el metalenguaje hacen intervenir redes neuronales distintas. En cualquier caso, si L admite distintos grados de elaboración neurológica, tampoco hay por qué suponer que M se comporte en el hablante nativo de manera diferente. En efecto, hoy día todos los lingüistas aceptamos que la secuencia
cer la compartimentación de la gramática en forma de módulos. Últimamente se han considerado los aspectos neurológicos del modelo en López García (2007).
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A: está cojonudo, lo que es que raspa mucho, la secuencia B: está bueno, lo que pasa es que raspa mucho y la secuencia C: está bueno, pero raspa mucho son tres oraciones del español, igualmente legítimas, aunque pertenecientes a diferentes registros. Se ha tardado siglos en aceptar esta evidencia tan simple, mas al fin se ha conseguido. No obstante, todavía tendemos a creer que existe un solo paradigma “correcto” de la conjugación del verbo partir, o un solo inventario “correcto” de estructuras condicionales. Si por “correcto” se entiende la normativa de la RAE, de acuerdo; pero si por “correcto” se entiende la conciencia lingüística de los hablantes nativos, es evidente que no todos los oyentes captan los mensajes de la misma manera y, por eso, tampoco los emiten igual cuando son hablantes. Hagamos aquí una importante matización. Los usuarios de una lengua difieren entre sí mucho más por lo que dicen que por lo que entienden, ya que hay mayor variabilidad de conciencia metalingüística hablante que de conciencia metalingüística oyente9. Sin embargo, también esta última muestra variación. La causa, en ambos casos, parece ser la misma: como el conocimiento metalingüístico es el resultado de elaboraciones neurológicas secundarias, cada hablante/ oyente posee una cierta lengua-i10, y lo que llamamos “gramática” de un idioma es simplemente el subconjunto de dichas elaboraciones sancionado por los autores prestigiosos y, en algunas lenguas, codificado además por determinadas instituciones; una topología más fina, como se diría en términos de teoría de conjuntos. En cualquier caso, la variación lingüística surge de la propia organización neuronal de los datos del lenguaje y no tiene nada de accidental, pertenece al núcleo duro de la Lingüística porque las variedades presentan un cierto grado de sistematicidad y forman: […] un conjunto de patrones lingüísticos lo suficientemente homogéneo como para ser analizado mediante técnicas lingüísticas de descripción sincrónica; tal conjunto está formado por un repertorio de elementos suficientemente extenso y puede operar en todos los contextos normales de comunicación […] (Moreno Fernández 1998: 354).
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Ello aconseja abordar el estudio neurolingüístico de las lenguas desde el punto de vista del oyente, planteamiento que al mismo tiempo facilita las pruebas experimentales. 10 Un aprovechamiento de esta variabilidad de las lenguas-i, dentro de su semejanza esencial, se encuentra en la tesis evolucionista de Mendívil (2009).
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El problema de las diferencias entre lengua y dialecto constituye un escollo que pocas teorías lingüísticas han sabido salvar airosamente. Lo normal es hacer como si los dialectos no existiesen o, mejor dicho, como si no importasen. La lingüística estructural y la gramática generativa parten de universales –metodológicos en el primer caso, cognitivos (se supone1) en el segundo– y los aplican a la descripción de las grandes lenguas –inglés, alemán o español–, dejando sus variedades al margen. Sin embargo, esta forma de zanjar la cuestión se revela pronto engañosa: cuando la gramática generativa se sintió interesada por idiomas tipológicamente diferentes del patrón indoeuropeo y que carecían de una norma estricta fijada de antemano, aplicó sus concepciones a una muestra de dichos idiomas, a un habla local; algo parecido cabe decir del estructuralismo en situaciones similares2. Así pues, las lenguas no se imponen por su obviedad a los dialectos. Sólo aquellas variedades lingüísticas que han gozado de un esfuerzo normativo consciente aparecen a los ojos del investigador como objetos de estudio ya constituidos, es decir, como lenguas, y le evitan la enojosa tarea de tener que fijar un patrón de regularidades sistemáticas previo a la aplicación del método científico. Los dialectólogos, tal vez porque la distinción entre lengua y dialecto es central para su trabajo, han sido los primeros en destacar que la de lengua es una noción que resulta incomprensible sin echar mano de factores históricos, políticos y culturales. Como ha notado Manuel Alvar: En principio, hubo que distinguir lengua de dialecto. Causas ajenas a la lingüística hicieron que un dialecto se convirtiera en lengua; es decir, estructura lingüística supe-
1
Coseriu (1978) ha objetado seriamente el carácter de universales del lenguaje y de los principios en que se basa la gramática universal generativista: según él, se trataría más bien de universales de la lingüística, es decir, de recursos metalingüísticos similares a los de los estructuralistas. Por su parte, algunas tradiciones estructuralistas de corte funcionalista han optado por conceptos descriptivos de raigambre comunicativa. 2 En el ámbito vasco destacan, por ejemplo, las descripciones estructurales de N’Diaye (1970) y Rotaetxe (1978) y el trabajo generativista de Wilbur (1979), que, pese a su título, se limita a describir el dialecto labortano que refleja un cuento recogido por Bouda en 1917 (!). No obstante, con posterioridad a estos intentos, Euskaltzaindia ha emprendido la publicación de una monumental gramática descriptiva del vasco: desde entonces, los trabajos teóricos sobre esta lengua, muy numerosos, se aplican siempre a la variedad normativizada a cuyas ejemplificaciones remiten de manera unánime.
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rior en la que se proyectan multitud de valoraciones que, insisto, son extralingüísticas, pero que fueron condicionando a los hechos lingüísticos: los hablantes eligieron unos de esos vehículos expresivos para transmitirse, esto es, para realizarse como hombres. Y esa prioridad unas veces fue libremente reconocida, mientras que otras se acató por razones de importancia política, que tuvieron que ver con la idea de Estado (1979: 22).
Sin embargo, es muy frecuente que los lingüistas hagan oídos sordos a las sabias advertencias de los dialectólogos (o de los sociolingüistas, tanto da) y se empeñen en considerar que la noción de lengua, respecto al dialecto, es la resultante de una categorización real, de una unidad genérica que se alza por encima de las diferencias específicas. Al igual que la vaca y el zorro son especies de mamíferos, el andaluz y el canario serían especies del español. Según este punto de vista, a la lengua se llega como llegan las ciencias a sus constructos mentales característicos, por un proceso de abstracción progresivo. Se puede ir aún más lejos en este proceso de desvalorización teórica de los dialectos. La práctica del método científico aconsejaría –se pretende– hacer caso omiso de las diferencias dialectales, pues no sólo sucede que los dialectos son especies sino que se presentan como especies problemáticas indisociables de la realidad del idioma al que pertenecen. En lingüística, como en toda ciencia –se suele decir–, hay que distinguir entre: a) La realidad en sí, que es continua. b) Lo que el científico aísla y conceptualiza, que es discreto. Así, por ejemplo, una cosa es un trozo de oligisto y otra el oxígeno y el hierro de que consta, según revela el análisis. En principio, es posible descomponerlo en O y Fe, pero, de hecho, en el óxido de hierro este O y este Fe son indisociables, y aun cuando están aislados, vuelven a combinarse inmediatamente en su superficie, de forma que el hierro se presenta siempre como un hierro oxidado. Similarmente, una cosa sería la vida real de una lengua y otra la vida ideal de sus dialectos en los manuales. Idealmente, el leonés es una cosa y el extremeño otra, pero, a la hora de la verdad, no se puede hablar extremeño o leonés sin hablar español y, en cambio, cuando hablamos español no estamos hablando francés. No obstante, en el mundo real las cosas no son tan simples y eso tanto por lo que respecta a los dialectos dentro de una lengua como por lo que se refiere a las lenguas dentro de una familia lingüística. Lo que hay son haces de isoglosas que se entrecruzan, por lo que no sólo no es fácil saber dónde termina el leonés y empieza el extremeño sino tampoco siempre dónde termina el español y empieza el catalán, según evidencia la frontera de ambos idiomas en la Ribagorza. Con todo, si la Lingüística fuese una ciencia como la Química, la cuestión de la lengua y del dialecto no se hubiese presentado. Toda frontera es arbitraria y no existe en la realidad, mas si la trazamos es porque conviene tener una pauta de
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referencia. Por ejemplo, el ph nos indicará si una solución se considera ácido o base, pero al estómago sólo le sienta mal la acidez inequívoca o la neutralidad aplastante: lo primero se cura con bicarbonato y lo segundo, con zumo de limón. El problema es que la Lingüística es también una ciencia humana; de ahí resulta un tercer rasgo que no se daba en la Química: c) Junto a la realidad empírica y su idealización científica existe además la conciencia de la realidad interiorizada por los hablantes de la lengua, la cual no es ni continua ni exactamente discreta, se presenta más bien como una compartimentación borrosa. Esta propiedad tan notable de las lenguas, y consiguientemente de la Lingüística, ha sido destacada por Simone en los siguientes términos: El esfuerzo de reflexionar sobre la lingüística se ha vuelto más complejo por el hecho (que Ferdinand de Saussure, hace casi un siglo, puso de manifiesto) de que la lingüística, a diferencia de otras ciencias “duras” y “blandas”, debe CONSTITUIR SU OBJETO a medida que avanza. Dicho de otra manera: la lingüística no se enfrenta a un objeto ya formado y listo para el análisis, que sólo haya que estudiarlo. El análisis lingüístico no se parece en nada al análisis de sangre, en el que se sabe ya desde el principio qué sustancias se pueden encontrar, y en el que el único esfuerzo que hay que hacer es el de reconocer la cantidad y la naturaleza de esas sustancias. La lingüística tiene que decidir en todo momento dónde empieza y dónde acaba su propio objeto (1993: 12).
Todo lo cual, aplicado a la cuestión que nos ocupa aquí, significa que las lenguas y los dialectos no están ahí, los van constituyendo los hablantes, o, mejor, los constituye la conciencia que tienen de su propio instrumento verbal, y es a estas coordenadas a las que el lingüista debe referir sus análisis. En la realidad existen haces de isoglosas, que, si son suficientemente densos, llevan al científico a trazar fronteras lingüísticas, y cuando no, a considerarlas meras transiciones entre dialectos: la frontera entre el catalán y el español en la desembocadura del río Segura es neta y separa lenguas, la frontera entre el habla de Tortosa y la de Vinaroz es menos marcada y separa variedades dialectales. Sin embargo, lo que los hablantes piensan de las fronteras no siempre coincide con las fronteras del científico y aun puede darse el caso de que a instancias de los hablantes –léase de la sociedad– éste haya llegado alguna vez a modificar sus planteamientos. Desgraciadamente ello abre el portillo al descrédito de nuestra ciencia: si razones ideológicas, es decir, de intereses, pueden modificar una clasificación bien fundada, es porque nuestra ciencia resulta cuestionable como tal; nada tiene de sorprendente, por tanto, la actitud académica de hacer oídos sordos a lo que objetivamente se revela irracional. No obstante, ignorar esta presión del mundo exterior tampoco conduce a nada, porque esta conciencia de la realidad forma
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parte de la realidad en cuanto percibida y, si se me apura, las mismas presiones que aspiran a legitimarla o a deslegitimarla, también. Cualquier filólogo sabe que el rumano y el moldavo son una misma lengua; el problema es si sus hablantes lo sienten así también. Mientras esto no sea así, los filólogos harán mal en creer que la disputa está al margen de sus preocupaciones; al fin y al cabo existen diccionarios y gramáticas de rumano y de moldavo, al igual que los hay de rumano y búlgaro, por ejemplo. Una forma habitual de despachar este tipo de situaciones es la de tildarlas de “cuestión de nombres”. Pero no lo son. El nominalismo, es decir, la modelización de la realidad mediante reglas formales, es propio de las ciencias de la naturaleza, no de las ciencias humanas. En Humanidades no ha habido nunca una revolución galileana introductora del nominalismo, porque para el ser humano “el nombre hace a la cosa”. Para el médico, una colitis y una diarrea son nombres alternativos de una misma realidad; para el enfermo nunca, la diarrea es una molestia transitoria y la colitis un trastorno más serio que puede aducirse como motivo para no ir a trabajar y que merece un poco de atención por su parte. ¿Cómo es posible que las lenguas y la conciencia que los hablantes tienen de ellas no siempre coincidan? La razón es que para el lingüista las lenguas se conciben como sumas o intersecciones de rasgos, para el hablante casi siempre como prototipos3. Los dialectólogos definen un idioma A como la suma de sus variedades diastráticas, diafásicas y diatópicas –es lo que Hockett (1958: 323-326) llamó language complex y Weinreich (1963), diasistema–. Los gramáticos lo consideran más bien como una intersección de las propiedades de todos sus dialectos. Para los hablantes, en cambio, una lengua A es un prototipo, de manera que hay buenas muestras de A, muestras regulares de A y malas muestras de A, exactamente igual que hay buenas aves –el gorrión–, aves regulares –la gallina–, y aves sospechosas –el avestruz. Frente al digitalismo o binarismo de raigambre aristotélica, con su correlato del todo o nada4, el cual caracteriza tanto a la gramática estructural como a la
3 La teoría de prototipos surgió en los años setenta del pasado siglo como un modelo de categorización conceptual estrechamente vinculado a las investigaciones de Rosch (1973, 1975). Los principales trabajos psicológicos de esta orientación se recogen en Rosch/Lloyd (1978). Sin embargo, pronto se vio que el prototipo psicológico era indisociable de su manifestación verbal, por lo que la teoría de prototipos no tardó en convertirse en una teoría lingüística, tal vez la más activa y prometedora en la actualidad. Supongo al lector al tanto de las concepciones principales de esta teoría: pueden consultarse, entre otros, Craig (1990), Kleiber (1990), Cuenca/Hilberty (1999). 4 El punto de vista tradicional se basa en el principio de no contradicción y en el del tercio excluso: un fonema no puede ser a la vez consonante y vocal, y, además, debe ser una de las
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generativa, la teoría de prototipos es analógica: ya no se dirá que un término es sustantivo o es adjetivo, sino que es más o menos sustantivo, más o menos adjetivo. Los conceptos principales de esta nueva orientación son, según el resumen de Kleiber, los siguientes: – la categoría tiene una estructura interna prototípica; – el grado de ejemplaridad de un individuo se corresponde con su grado de pertenencia a la categoría; – los límites de la categoría o de los conceptos son borrosos; – los miembros de una categoría no presentan propiedades comunes, sino meras semejanzas de familia; – la pertenencia de un individuo a una categoría la determina su similitud con el prototipo correspondiente; y – la pertenencia se establece de manera global. Aplicados al español, estos principios se traducirían como sigue: – lo que llamamos lengua española no es una realidad objetiva, sino una categoría mental prototípica a la que adscribimos todas sus variedades dialectales; – no todas las variedades son igualmente ejemplares, el español de Valladolid se siente por los hablantes más cerca del prototipo que el de Malabo, por ejemplo; – los límites son borrosos, no es evidente cuándo los habitantes de la raya fronteriza entre Uruguay y Brasil están hablando español o portugués; – si consideramos el sistema de los tratamientos, por ejemplo, advertimos que no existe un patrón común a todo el dominio hispánico, sólo un aire hispánico general; – cuando de un extranjero decimos que habla bien, mal o regular español, es porque comparamos su variedad con un prototipo ideal; – dicha calificación se adopta en bloque, no solemos decir que usa bien los verbos y mal los adverbios, etc.5
dos cosas. De ahí la dificultad que siempre han planteado las ligaduras (la yod y el wau) para la fonología española: Mel’chuk (1973) caracteriza los glides como [-vocal, -consonante], pero uno se pregunta qué puede significar eso, fuera de una mera salida formal. 5 En cambio, sí suele decirse que su sintaxis es buena, pero su pronunciación no. Ello indica que la teoría de prototipos tal vez deba aplicarse independientemente a los distintos componentes, dentro de un planteamiento cognitivista modular.
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Sin embargo, en este punto surge una contradicción: cuando la educación tiene lugar en una variedad demasiado periférica –por arcaica o alejada geográficamente– dentro del prototipo (no de la lengua como abstracción científica, nótese bien, pues por definición todas sus variedades son equivalentes), se produce un distanciamiento inevitable respecto a su núcleo, el cual está en el origen de la diglosia. Si la lengua A se habla en A” y se escribe en A’, se termina a la larga por sentir que A’ es ajena a A”, lo que conduce a la conciencia de la secesión. Y adviértase que el problema no es fácil: los que enfatizan A” terminarán por considerar A’ como otra cosa, con la consiguiente destrucción psicológica de la unidad del prototipo A, pero los que, aplicando estrictos criterios científicos, se esfuerzan por aproximar A” a A’ terminarán sintiéndose fuera de las pautas normales de socialización que para la comunidad a que pertenecen transcurren en A”. ¿Qué hace que una cierta modalidad de una lengua se convierta en nuclear dentro del prototipo, o, por el contrario, en periférica dentro del mismo? Parece que no es posible dar una respuesta unívoca. Si bien, la cuestión tiene evidentemente que ver con el “prestigio”, éste es un concepto resbaladizo. Contra lo que se suele creer la cuestión del origen no es demasiado importante: el francés nace en l’Île de France, mas lo que importa es sobre todo el predominio político, económico y cultural de París en el conjunto de Francia; asimismo, pese a que el gallego se sabe origen del portugués y éste de la variedad brasileña, el centro neurálgico del idioma se ha ido desplazando de Galicia a Portugal –en el siglo XV–, y de Portugal al Brasil –en la actualidad–. No tiene sentido abismarse en una polémica sobre el origen: aun cuando existan razones científicas fundadas para creer que el origen de A está en A’ y no en A”, la causa de lo que creen los hablantes de A” no tiene que ver con ello. ¿Por qué ciertas lenguas mantienen una notable unanimidad de actitudes en relación con el prototipo que simbolizan y otras no? Una respuesta tópica a esta cuestión es la de suponer que son razones externas –el binomio Lengua-Estado, por ejemplo– las que contribuyen a apuntalar esta conciencia de unidad. Sin embargo, el español se extiende sobre una veintena de estados, al igual que el árabe. La explicación, a mi entender, se halla más bien en la configuración del prototipo en relación con otros prototipos vecinos. Por ejemplo, una mesa es un buen mueble y un televisor es un mal mueble, sin duda porque se tiende a clasificar este último como electrodoméstico, antes que como mueble en sentido estricto. Pero adviértase que estos criterios pueden cambiar: en los años sesenta, cuando la gente no tenía electrodomésticos y el televisor ocupaba el centro de un cuarto de estar amueblado con piezas de formica, su conceptuación como mueble era mucho más evidente y, de hecho, se vendía en las tiendas de muebles; hoy en día, cuando cada miembro de la familia tiene un receptor de televisión en su cuarto, está empezando a ser otra cosa. En las lenguas sucede lo mismo: pese
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a que la norma del español americano (que, de hecho, se enfrenta al inglés) es muy diferente de la del europeo, no existen dudas sobre su identidad; sólo en la frontera entre Brasil y Uruguay se desarrollan problemas de identidad, precisamente porque su proximidad al portugués de la zona es demasiado obvia. La cuestión de la conciencia dialectal (que no es lo mismo que los dialectos) está estrechamente relacionada con lo que estamos comentando: aunque los filólogos insistan en que el madrileño es un dialecto y el sevillano, otro, para los hablantes sólo el segundo parece ser una variedad dialectal. Esto se debe a que los representantes nucleares de un prototipo se caracterizan por exhibir más propiedades características que los periféricos: un gorrión es un buen ave porque vuela, pone huevos, es salvaje y tiene alas y pico; una gallina es un representante peor porque ni es salvaje ni en rigor se puede decir que vuele. No obstante, adviértase que lo que hace sospechosa a la gallina es que estos dos rasgos deficitarios –no vuela (escasa movilidad) y no es salvaje– definen otro prototipo, el de los animales de granja: en realidad, un canario tampoco sabe vivir en libertad y tiene un vuelo reducido, pero nos parece un ejemplar de ave tan bueno como el gorrión. Similarmente, el prototipo de español peninsular estigmatiza la falta de /ɵ/ y con ella el seseo sevillano, pero no ve mal la confusión laísta, perdonando así este rasgo del habla madrileña, por razones socioeconómicas que se unen a las estrictamente lingüísticas de manera indisoluble6. No todas las lenguas presentan la misma compartimentación de su conciencia dialectal. Cuando se confronta la situación del español o la del inglés con la del árabe, se advierte que en los dos primeros idiomas suele haber muestras prototípicas sentidas como modelos de prestigio y muestras no prototípicas claramente desestimadas desde el punto de vista social: así, los profesores de español como lengua extranjera aconsejarán imitar el habla de Valladolid o el habla de Bogotá y rehuir el porteño o el andaluz, mientras que los profesores de inglés intentarán basarse en la variedad oxoniense o en la bostoniana, pero eludirán el cockney o el black English. En árabe no sucede esto: como la variedad prototípica no es hablada por nadie, pues está constituida por la lengua del Corán, todos los dialectos se sienten más o menos equivalentes y aun caben notables sorpresas, como el hecho de que las variedades saharauis, más cercanas a aquél, se prefieran sobre los dialectos de las grandes urbes, ya se trate de El Cairo o de Bagdad. Esta situa-
6 El clásico trabajo de Menéndez Pidal (1958) confirma que las cosas no siempre han sido así y que la época de auge económico sevillano del siglo XVI coincidió, no por casualidad, con la estimación social de su peculiaridad dialectal. En otros dominios lingüísticos sucede lo mismo: la norma del catalán fue la llamada valenciana prosa, esto es, la modalidad de Valencia, en el siglo XV, pero hoy lo es la de Barcelona, con todos los quebrantos que ello ha originado para la convivencia civil de los valencianos.
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ción tan especial del árabe es general en los dominios lingüísticos poco normativizados: realmente no puede decirse que existan variedades prototípicas destacadas en aymara o en ibo. Lo anterior guarda relación con una polémica que en los últimos años se ha planteado dentro de la teoría de prototipos. El estudio de diversas categorías semánticas puso de manifiesto que el modelo prototípico clásico, consistente en una muestra central X, que reúne todos los rasgos [a,b,c,d,e,f], y una serie de muestras periféricas, que sólo incorporan algunos de ellos, por ejemplo, Y con [a,c], Z con [b,c,e], W con [b,d,f], etc., no explica casos como el del campo semántico de los juegos. Para dar cuenta de los juegos (como el fútbol, las cartas, las muñecas, el tren eléctrico, etc.) debemos imaginar una conceptualización semejante a la de una serie de conjuntos que intersectan dos a dos, de manera que X consta de los rasgos [a,b], Y de [b,c], Z de [c,d], W de [d,e], y así sucesivamente (Rubba, 1986). El prototipo clásico organiza, por ejemplo, el campo del chocolate:
comestible
A
marrón
B tableta
C cacao
donde existe un prototipo único A relativo a la palabra chocolate negro que acumula las cuatro propiedades (comestible, de cacao, en tableta, marrón), frente a otros términos como B que sólo tiene tres (el cacao en polvo no tiene forma de tableta) o como C que sólo presenta dos (el sucedáneo de desayuno no tiene cacao ni toma forma de tableta). El otro prototipo es el prototipo de parecidos de familia:
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individual
ejercicio
1
social
2
sin reglas
3
Éste le sirvió a Wittgenstein para describir el término juego: hay juegos como las pesas (1) en los que el ejercicio físico se practica individualmente, otros como el fútbol (2) cuya práctica es colectiva, otros como las muñecas (3) que carecen de reglas explícitas, etc., sin que pueda decirse que existe una palabra que incluye todas las propiedades típicas de los juegos. Es fácil ver que el tipo de relación que la normativa académica del español o del inglés propugna para con sus dialectos corresponde al modelo estándar de los prototipos y que el tipo de relación ejemplificado por el ibo o por el aymara corresponde a este segundo modelo, llamado de los “parecidos de familia” desde Wittgenstein. Por cierto que, como advierten los autores que se han ocupado del mismo, es muy frecuente que carezca de unidad referencial, es decir que dos representantes que se encuentran en los extremos de una serie pueden no tener ningún rasgo en común. Por ejemplo, mientras que dos pájaros siempre se caracterizan por tener pico y alas, dos juegos pueden ser tan diferentes como unas canicas y un programa de ordenador Y esto es lo que sucede en las lenguas que responden al tipo de los parecidos de familia: a menudo dos dialectos muy alejados se sienten mutuamente ininteligibles y parecen idiomas distintos, como sucede, por ejemplo, con los llamados dialectos quechuas. De ahí las enormes dificultades que suelen presentarse en lingüística amerindia, en lingüística africana o en lingüística oceánica para determinar qué es una lengua y qué es un dialecto, así como el número de lenguas con las que hay que contar7. Mas a la hora de categorizar variedades lingüísticas no todos los estratos son igualmente relevantes. Tal y como se ha expuesto arriba, pudiera parecer que las lenguas son meros resultados de imposiciones extralingüísticas, sean estatales, culturales o económicas. Sin embargo, estos factores son una condición necesa7
Las lenguas nativas de América oscilan entre mil y tres mil, según diferentes estimaciones. Algunos, como Greenberg (1987), las remontan todas a dos únicos troncos genéticos y otros, como Loukotka (1968), diferencian varias decenas.
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ria, pero no suficiente. Desde el punto de vista cognitivo, el ser humano necesita las lenguas, tiende a convertir los dialectos en lenguas y a impedir que éstas se fusionen con otras lenguas de su misma familia lingüística. En términos abstractos sucede que categorizamos el andaluz, el leonés, el porteño y el yucateco como español, y, a su vez, el español, el portugués y el italiano como romance. En principio, parece que lo ideal sería hablar simplemente romance, pues el mundo moderno ganaría con ello y, de hecho, ni siquiera la barrera de la mutua ininteligibilidad separa el español del portugués del Brasil o el español del italiano. Pero a la hora de la verdad, las cosas no funcionan así, todos los hablantes de dialectos hispánicos se reconocen en el ámbito común del español y tienden a reforzar sus lazos de unión, mientras que, fuera de la Filología, no reconocen el patrón románico y la diferenciación de las lenguas procedentes del latín no hace sino incrementarse8. El fundamento cognitivo que privilegia la lengua sobre el dialecto y sobre la familia lingüística se halla en la observación realizada por Rosch (1976) de que los prototipos no sólo tienen una estructuración horizontal (basada en los conceptos de centro y periferia) sino también una jerarquización vertical. En el proceso de sucesiva abstracción que conduce de las capas más bajas a las más altas no todos los estratos son cognitivamente equivalentes: un fox terrier es un perro y un perro es un animal, pero cuando nos cuentan que uno de estos seres mordió al cartero, decimos que un perro mordió al cartero, mientras que un fox terrier mordió al cartero se sentiría un titular periodístico extraño y un animal mordió al cartero sólo resultaría aceptable si no supiésemos de qué clase de bicho se trata. Los autores hablan de tres niveles para cada prototipo: el nivel supraordinado, el nivel de base y el nivel subordinado, que en el ejemplo propuesto corresponden respectivamente a animal, a perro y a fox terrier. Es evidente que en el caso de la prototipicidad lingüística sucede lo mismo: el dialecto pertenece al nivel subordinado, la lengua corresponde al nivel de base y la familia lingüística se relaciona con el nivel supraordinado. La relevancia cognitiva de la lengua es pues psicológica, con independencia de que deba ser avalada por todo tipo de factores extralingüísticos.
8
A comienzos del siglo XVI el español y el portugués aún podían sentirse como una misma lengua por el anónimo autor de la Gramática de la Lengua Vulgar de España publicada en Lovaina en 1559 (Balbín/Roldán 1966: 6-7): “El quarto lenguaje, es aquel, que io nuevamente llamo, Lengua Vulgar de España, porque se habla, i entiende en toda ella generalmente, i en particular tiene su assiento en los réinos de Aragón, Murcia, Andaluzïa, Castilla la nueva, i vieja, León, i Portugal”. No obstante, modernamente han surgido proyectos como EuroComRom en los que se logra comprender cualquier lengua románica a partir de una de ellas mediante una treintena de sesiones.
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Los elementos del nivel de base se caracterizan por la fórmula informationrich bundles of co-occurring perceptual and functional atributes, es decir, por poseer un número elevado de atributos en común, por funcionar de la misma manera, por tener formas similares y por poder ser identificados a partir de formas comunes de los miembros de la clase. Y esto es lo que sucede precisamente con las lenguas: se trata de sistemas que presentan unicidad y constancia respectivamente léxicas, morfológicas, sintácticas y fonológicas. También advierten los estudiosos de los prototipos que el nivel subordinado y el nivel de base tienen una Gestalt común, cosa que no puede decirse del nivel supraordinado: así, podemos dibujar un perro o un fox terrier, pero no un animal cualquiera, pues siempre nos saldrá algún tipo de animal. Similarmente, tanto el español como sus dialectos resultan identificables, oímos hablar a una persona y reconocemos que está hablando español o, si acaso, andaluz, pero no reconocemos el románico ni el germánico. El paso del nivel supraordinado al nivel de base supone la pérdida de muchas características, pero el paso del nivel de base al subordinado añade muy pocos rasgos nuevos: un perro es un animal muy diferente de un gusano o de una sardina, pero un fox terrier es un perro de pelo corto y cabeza cuadrada. Esto es lo que ocurre también en nuestro caso: desde el tipo románico hasta el español hay que abstraer muchas propiedades, pero el andaluz es simplemente español con seseo, aspiración y poco más en la conciencia de los usuarios. La imitación de los acentos regionales en los chistes se basa precisamente en estas convicciones cognitivas. En conclusión, podemos decir que los conceptos de lengua y dialecto no son ni prescindibles ni caprichosos: hunden sus raíces en nuestra forma de concebir el mundo y cualquier teoría lingüística que no sea capaz de conceder a la lengua el valor prototípico que la caracteriza estará irremediablemente inconclusa. Lo cual vale tanto como decir que una teoría lingüística debe tratar simultáneamente del dato y de la conciencia del dato, ya que uno y otro explican, entre otras cosas, que ciertas variedades lingüísticas se sientan “lenguas” y otras, con propiedades objetivas muy similares, “dialectos”. Las lenguas y los dialectos, como la propia variación lingüística, son conceptos mentales que, junto a la perspectiva sociolingüística, también pueden ser abordados desde un punto de vista neurolingüístico. Es lo que haremos en el capítulo 4.
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3 . F O R M A L I Z AC I Ó N D E L A VA R I AC I Ó N L I N G Ü Í S T I C A
En el capítulo 1 se examinaba la cuestión de cómo se configuran los módulos lingüísticos en el cerebro y se llegaba a la conclusión de que lo único que hay son agrupamientos difusos y cambiantes de elementos, un cuadro que difiere notablemente de los planteamientos formalistas tradicionales, pero que se adecua al funcionamiento real de las sinapsis neuronales. En el capítulo 2 intentamos caracterizar los conceptos de lengua y dialecto desde la teoría de prototipos, con lo que pusimos una vez más de manifiesto que las fronteras son borrosas y que la variación lingüística, el discurso y el carácter social y dialógico del lenguaje no representan algo periférico y marginal, sino justamente la esencia del instrumento de comunicación que ha determinado la especificidad biológica del ser humano. Puede parecer que estas afirmaciones resultan más o menos triviales, pues el análisis de la conversación, la lingüística de corpus, la lingüística clínica, la lingüística forense, la neurolingüística, etc. constituyen actualmente las corrientes dominantes en nuestra disciplina. Sin embargo, no querría que esta reivindicación de la variación lingüística se tomase como una simple moda del momento. Partir de la variación y no de un esquema formal preconcebido significa un giro sustancial en Lingüística, sólo que para abordar este asunto de manera científica es necesario adscribirle un formalismo adecuado. Es lo que haremos en el presente capítulo, continuando la sugerencia del primero relativa a la utilización de la Topología general como formalismo idóneo para el estudio de los hechos del lenguaje y como plasmación de su sustrato nervioso al mismo tiempo. Los lingüistas solemos dar por sentado que nuestro objeto de estudio se compone de hechos de lenguaje, ya que, aunque de dimensiones muy diferentes, los sonidos, los morfemas, las palabras, las frases, las oraciones y los textos nos parecen, indudablemente, hechos. Sin embargo esta convicción choca con la costumbre, muy generalizada en la lingüística del último siglo, de acudir al sentimiento lingüístico del nativo para comprender los hechos del lenguaje. ¿Cómo hacer compatible la lingüística de corpus, la cual se ocupa de emisiones reales de hablantes de una lengua –es decir, de hechos–, con la lingüística de conocimientos lingüísticos –que son fenómenos mentales, pero no hechos en sentido estricto? ¿Acaso se trata de dos lingüísticas diferentes e, incluso, de dos ciencias distintas porque los hechos de lenguaje los producen los hablantes mientras que el conocimiento de los mismos supone una actitud reflexiva, más propia del oyente?
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No, contestaría casi unánimemente el colectivo de los lingüistas: es cierto que los hechos recogidos en un corpus son emisiones de hablantes en tanto que el conocimiento que tenemos de ellos es un conocimiento de oyente, pero como cada hablante se está convirtiendo continuamente en oyente y al revés, desde el punto de vista epistemológico podemos tratar la codificación como el inverso de la descodificación. El problema es que dicha equivalencia no se justifica metodológicamente, pues no responde al comportamiento de los usuarios de una lengua. Nadie emite su lengua como la recibe: lo normal es que seamos mejores oyentes que hablantes y por eso hubo una sola persona capaz de escribir el Quijote, pero son muchas las que han disfrutado –y disfrutarán– leyéndolo. Esta asimetría entre la codificación y la descodificación puede llegar a ser absoluta: hay personas capaces de descodificar textos en una lengua, pero absolutamente incapaces de codificar mensajes en ella. Esto les sucede a todos los niños en los primeros meses de su proceso de adquisición de la lengua materna y ocurre también en ciertas comunidades que los traductores del curso de lingüística de Hockett llamaron sesquilingües, donde hay personas que hablan y entienden su lengua materna mientras que sólo llegan a entender otra lengua relacionada con ella que se habla en dicha comunidad. Por ejemplo, es la situación que existe entre el noruego y el danés, según Hockett (1958), o la que se da en las comunidades bilingües españolas en las que conviven dos idiomas románicos (catalán o gallego y español). Así pues, el sistema es un producto de la comprensión y, por lo tanto, algo que los oyentes comparten y del que hacen un uso mejor o peor cuando se convierten en hablantes, no un deus ex machina al servicio del hablante. Como producto social, dicho sistema es vulnerable al contexto en el que se pone en ejercicio, está cambiando en todo momento precisamente a causa de la variación lingüística. La idealización metodológica que ha llevado a los lingüistas a equiparar la codificación del hablante y la descodificación del oyente está inspirada en modelos tomados de las ciencias experimentales que se aducen como legitimación de dicho planteamiento. Por ejemplo, desde Humboldt se ha querido tratar la lengua como un ergón y el habla como una enérgeia1, lo cual confiere a la variación un sesgo energético de connotaciones físicas. Sin embargo, el lenguaje es un producto mental de un ser vivo, el ser humano, lo cual introduce un sesgo que no se suele tener presente. No es difícil efectuar una transferencia desde las nociones energéticas fundamentales de la Física hasta las de la Lingüística (López García 2002). Aunque
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Humboldt: “Die Sprache, in ihrem wirklichen Wesen aufgefasst, ist etwas beständig und in jedem Augenblicke Vorübergehendes. […] Sie selbst ist kein Werk (Ergon), sondern eine Thätigkeit (Energeia).” (1978: 418)
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hay que tener cuidado con esta forma de abordar los problemas lingüísticos, a menudo más metafórica que otra cosa, en relación con la presente cuestión tiene la virtud de mostrar que, en realidad, la oposición sistema/realización es algo impuesto por el metalenguaje, pues no existe sino energía, bien latente (sistema), bien patente (realización). Como fuerza de la naturaleza, diremos que la energía del lenguaje consiste en su capacidad para realizar un trabajo que transforma el mundo. Cuando esta energía no se haya activado, esto es, en el sistema, hablaremos de energía potencial; cuando lo haya hecho y esté en activo en el discurso, tendremos energía cinética. Es evidente que la conversión de una en otra se produce al hablar: cada vez que la energía lingüística acumulada en el cerebro de un ser humano se exterioriza en una expresión, tendremos energía cinética; cada vez que un grupo humano dé rienda suelta a sus tensiones y resuelva sus contradicciones dialogando, su energía potencial se habrá transformado en energía cinética. El lenguaje activo es el lenguaje que se dice, nunca el lenguaje que se podría hablar mientras no se hable y, por lo tanto, no se oiga. En esquema: Punto de vista individual Estructura de una expresión potencial Energía potencial
Expresión Actual Energía cinética
Punto de vista social Relaciones sociales potenciales Energía potencial
Textos actuales Energía cinética
En la naturaleza, la relación entre energía potencial y energía cinética satisface el primer principio de la termodinámica, a saber, que en todo instante la suma de ambas clases de energía se mantiene constante. Si dejo caer una piedra hacia el suelo, en el momento de la partida posee una cierta cantidad de energía potencial, la cual va disminuyendo a medida que gana velocidad y aumenta su energía cinética; si lanzo una piedra verticalmente hacia arriba, sucede lo contrario, la progresiva disminución de su velocidad se traduce en que pierde energía cinética y gana energía potencial (cuando se pare a punto de volver a caer, la energía potencial habrá llegado a su valor máximo). Pero esto sucede también en el lenguaje: – Cuando el hablante se dispone a iniciar un turno, su energía potencial es máxima porque la tensión de lo que quiere decir le abruma; conforme va hablando, parte de esta tensión se libera en forma de energía cinética, es decir, de discurso, hasta llegar al final del turno, en el que la energía poten-
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cial correspondiente a dicha expresión se ha agotado. Viene a ser como la piedra que cae al suelo. – El punto de vista del oyente es exactamente el contrario: al principio la información acumulada en la memoria, esto es, la energía potencial, es mínima, pues no sabe lo que le van a decir, pero la expectativa de información, o sea, la energía cinética, es máxima: conforme el turno se desarrolla, aumenta su conocimiento del mundo y disminuye su avidez informativa. Es un caso parecido al de la piedra que se lanza hacia arriba. Destaquemos, no obstante, una importante diferencia entre los fenómenos del mundo material y los del mundo mental: en el primero, ambas situaciones son opuestas, pero no correlativas, pues la piedra que sube es independiente de la piedra que baja; en el segundo, la liberación de energía psíquica del hablante está relacionada con el incremento de conciencia psíquica del oyente. La situación de las dos piedras es como si el hablante hablase para nadie y el oyente oyese de nadie. Por eso hay que contemplar la analogía anterior con cautela. Aunque no podemos medir las respectivas energías lingüísticas como se hace en Física, la introspección, nuestro saber hablar, nos hace creer que la primera ley de la termodinámica, el principio de conservación de la energía, es válido también para esta energía psíquica que es el lenguaje, ya que lo que me queda por decir/oír será tanto mayor/menor conforme menor/mayor sea lo que he dicho/oído. En esquema: E. cinética
E. potencial Hablante
Oyente
Sin embargo, cuando transferimos nuestro interés al sistema lingüístico como tal, se advierte que estos principios hacen crisis. El sistema lingüístico, ya sea individual (en el sentido chomskiano) o social (en el sentido saussureano), sí se ve afectado por las realizaciones discursivas. Un sistema estático, como el corpus del latín clásico, se ajustaría a la ley física, ya que la lectura de los textos va agotando las expectativas que despertaron y el proceso puede repetirse en un
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número ilimitado de lecturas. Pero un sistema dinámico, como el de cualquier lengua viva, es sensible a las realizaciones (a la energía) y va cambiando irremisiblemente en función de ellas. El lenguaje es un fenómeno mental propio de seres vivos y para comprender su funcionamiento energético es preferible acudir al segundo principio de la termodinámica, el cual ha suscitado mucho interés porque su manifestación es diferente en el ámbito de la materia inerte y en el de la materia viva. Conforme a esta ley, un sistema aislado evoluciona espontáneamente hacia un estado de equilibrio correspondiente a la máxima entropía, es decir, al máximo desorden. Según pusieron de manifiesto las investigaciones de Boltzmann, en un sistema físico aislado (el que no intercambia ni energía ni materia con el medio) la entropía no es constante, como la energía, sino que va creciendo progresivamente hasta llegar al desorden –a la desorganización– total2. En un sistema físico cerrado (el que intercambia energía, pero no materia), ocurre algo parecido, si bien la energía y la entropía entran en competencia, de manera que a baja temperatura la entropía es mínima, pero al crecer la temperatura aumenta3. Los problemas surgen cuando consideramos los sistemas abiertos, aquéllos que no sólo intercambian energía con el medio exterior, sino también materia. Es lo que sucede con los seres vivos, por ejemplo, con las células de una bacteria como la Escherichia coli en un preparado glucósico, las cuales reciben del mismo tanto energía como materia nutricia. En este tipo de interacciones no se cumple la segunda ley de la termodinámica, pese a que la distancia entre los elementos es pequeña y la relación entre los mismos, muy estrecha4. Las interacciones que ocurren entre las células de un ser vivo son de corto recorrido, similares a las que tienen lugar entre las moléculas de un gas, pero a pesar de ello no cum-
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Por ejemplo, si hay un espacio dividido en dos compartimentos comunicados y disponemos de N moléculas, el número de maneras P de que disponemos para repartir N en dos grupos N1 y N2, es N! / N1! N2!. Para un gran número de moléculas y un tiempo suficiente, sucede que al final cada compartimento tendrá las mismas moléculas, esto es, N1 = N2 = N/2. Dicha equiparación se producirá para el valor máximo de P y existe una relación directa de P con la entropía S que es expresada por la fórmula de Boltzmann S = klogP. 3 A la temperatura T sucede que F (energía libre) = E (energía del sistema) – T S (entropía). Por eso, el estado sólido se presenta a temperaturas bajas y con una notable organización molecular (entropía baja = orden), mientras que a temperaturas altas lo que tenemos son estados gaseosos con falta de organización molecular (entropía alta = desorden). 4 La segunda ley tampoco se cumple para las interacciones a larga distancia, como son las fuerzas gravitatorias: por eso, las estrellas del Universo no caminan hacia un desorden boltzmanniano de entropía máxima. Desde la mecánica cuántica sabemos que lo infinitamente grande funciona de manera diferente a lo infinitamente pequeño y que la unificación de ambos universos representa un reto para la ciencia.
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plen la ley de Boltzmann: ningún ser vivo camina hacia la desorganización, sino más bien al contrario, el principio de la división celular se produce de cara al posterior agrupamiento en grupos de células (tejidos), los cuales presentan una alta especialización funcional. En otras palabras, tanto el código lingüístico como la materia viva son ajenos al segundo principio de la termodinámica y cabe preguntarse si esta propiedad del primero, que al fin y al cabo es el resultado de innumerables procesos neuronales, no será una simple consecuencia de las leyes que rigen en la segunda. Esta excepción a las leyes de la Física fue salvada por el descubrimiento de las llamadas estructuras disipativas (Prigogine 1975), las cuales ya se dan en la materia inerte, son generales en la materia viva y parecen operar también en el ámbito de la energía psíquica, incluido el lenguaje. Por ejemplo, cuando calentamos un líquido por debajo, la uniformidad (entropía máxima) asegurada por la temperatura uniforme del mismo desaparece y poco a poco el calor se va propagando por conducción desde las moléculas inferiores hasta las superiores. Sin embargo, llega un momento en el que, además, se forman espontáneamente corrientes de moléculas que propagan el calor por convección, con lo que se logra un nuevo estado y una nueva ordenación. En estos casos se habla de estructuras disipativas, porque las crean y mantienen los cambios de energía con el mundo exterior en condiciones de no equilibrio y tienen un típico aspecto discontinuo: mientras que por debajo de un cierto umbral se producen pequeñas corrientes de convección que vuelven a su punto de origen, a partir del umbral se crea un orden nuevo en el que estas corrientes se estabilizan y provocan fluctuaciones discontinuas sin retorno. En la vida sucede lo mismo: los sistemas vivos dependen en alta medida de reacciones químicas no lineales las cuales comprenden etapas catalizadas por enzimas y fenómenos de transporte (paso de iones a través de membranas, transferencias del ARN, etc.). Pues bien, también el lenguaje alcanza la estabilidad por medio de estructuras disipativas. Un sistema lingüístico es un sistema abierto sometido constantemente a interacciones procedentes del medio en forma de estímulos verbales, las cuales van poniendo en cuestión su peculiar organización interna, eso que los lingüistas llaman su estructura. No obstante, llega un momento, o, mejor dicho, se alcanza un cierto umbral, a partir del cual estos estímulos provocan una tensión intolerable y entonces el sistema cambia bruscamente su organización y se estructura de manera diferente. El lenguaje es un producto y a la vez una condición de la vida humana social: nada tiene de particular, por tanto, que su evolución sea similar a la de todos los procesos que tienen lugar en los organismos vivos. Resumiendo, diremos que el sistema lingüístico es realmente un producto de la mente del oyente, pues es éste el que pone constantemente orden en el caos.
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Pese a lo dicho, la asimetría mencionada arriba, que podríamos representar en la forma codificación/ DESCODIFICACIÓN, no se considera una deslegitimación permanente de la labor de los lingüistas. La razón es que los lingüistas tienen la impresión de ser tan buenos hablantes como oyentes y tienden a considerar las lenguas que usan equiparando idealmente la codificación con la descodificación, esto es, construyen como hipótesis de trabajo un conocimiento del hablante nativo ideal que coincide con el del oyente nativo. Pueden obrar así porque los usuarios de un idioma no conocen realmente su lengua: la imaginan. Al igual que, como observa Anderson (1983), una nación es una comunidad imaginada cuyos miembros no suelen conocer a la mayor parte de sus compatriotas a pesar de estar convencidos de compartir con ellos una serie de valores, se puede afirmar que una lengua (que a menudo se hace coincidir con una nación) también es una comunidad lingüística imaginaria: por ejemplo, los hablantes de portugués suponen que podrían conversar sin problemas con cualquiera de los millones de lusófonos que viven en África, en América o en Europa, aunque realmente no lo han comprobado. No obstante, hasta la ficción anterior tiene un límite. Los oyentes se dan cuenta de que los hablantes no se expresan todos de la misma manera. Hay cambios que dependen del lugar de procedencia, de la clase social o del tema y la situación, es decir, existen variantes, lo que los especialistas llaman variación lingüística. Dicha variación lingüística ha sido desdeñada hasta hace muy poco por los lingüistas, quienes dejaron con frecuencia su tratamiento en manos de sociólogos y psicólogos, pues la variación constituye, en efecto, una acusación permanente que les está mostrando que su método no sólo se basa en la abstracción –lo que resulta legítimo– sino también en el reduccionismo. Un ejemplo tomado de la Física aclarará esto. Si medimos las presiones y los volúmenes ocupados por diferentes gases en un recipiente, llegaremos a la conclusión de que conforme una de estas magnitudes crece, la otra decrece y a la inversa. A esta conclusión se llega abstrayendo diferentes valores de la presión en la variable p y diferentes valores del volumen en la variable v, lo que permite construir la ley “el producto de la presión por el volumen es constante”. Sin embargo, esta formulación es reduccionista ya que pasa por alto el hecho de que la temperatura también influye en estas mediciones; para completarla y llegar a la conocida fórmula de Clapeyron es necesario introducir una variable más, la temperatura. Estas consideraciones no suelen preceder a los tratados de Lingüística, pese a su carácter manifiesto. El resultado es que los lingüistas no se proponen verificar hipótesis relativas bien a la codificación, bien a la descodificación, sino supuestamente a ambas al mismo tiempo, con los resultados negativos de todos conocidos. La causa estriba probablemente en la carencia de un modelo formal adecuado más que en un tratamiento incorrecto de los datos. Los datos de un corpus,
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obviamente, se pueden considerar como un conjunto de elementos y lo mismo cabe decir de las percepciones mentales relativas a ellos. Y así suelen proceder los lingüistas, aunque luego algunos prefieran ordenar dicho conjunto conforme a algún tipo de álgebra y otros considerarlo a la luz de la teoría de clases. Pero el verdadero problema radica en que antes de optar por un método algebraico o por un método conjuntístico, es preciso plantear en toda su crudeza la asimetría constitutiva codificación/DESCODIFICACION, es decir, el hecho de que dicho conjunto de los elementos lingüísticos difiere según el punto de vista en que nos situemos: como hablante o como oyente. Desde el punto de vista del hablante, una lengua es un conjunto de signos de extensión variable: en ese caso se pueden construir subconjuntos diversos a partir de la unión de subconjuntos más pequeños, por ejemplo, del subconjunto A: [la, taza] unido al subconjunto B: [está, sobre, la, mesa] se obtendría el subconjunto A ∪ B: [la taza está sobre la mesa]. También la intersección de dichos subconjuntos permitiría obtener subconjuntos de la lengua, en este caso A∩B: [la]. Sin embargo, estos procesos no siempre son libres: la unión de [la] y de [viniendo] nos conduce a una entidad *[la viniendo] que el hablante no habría sido capaz de emitir y que, por lo tanto, no pertenece al corpus, aunque la intersección siempre produce resultados ya conocidos (en este caso [la] ∩ [viniendo] = ø, el morfema cero). En resumen: HABLANTE signos producidos
unión finita
intersección infinita
Pero si nos situamos ahora en la perspectiva del oyente, para el que una lengua es un conjunto de conocimientos metalingüísticos relativos a signos lingüísticos, el horizonte de arriba se amplía. Para cada signo o secuencia de signos hay conocimientos metalingüísticos correlativos, pero también otros conocimientos que no se ajustan a los signos presentes, sino que corresponden a partes o aspectos de signos. Por ejemplo, el corpus de signos metalingüísticos de un oyente de español no sólo incluye claves para descodificar la taza está sobre la mesa, la taza, taza, etc., sino también para la primera sílaba de taza, esto es para [‘ta], para el morfema presente de está (frente al morfema pasado de estuvo), etc. Obsérvese que este conjunto de conocimientos metalingüísticos del oyente es diferente del conjunto de signos lingüísticos del hablante. Mientras que en éste existían combinaciones de signos prohibidas, como *la viniendo, en aquél resulta admisible cualquier combinación, pues el conocimiento de que *la viniendo es una frase agramatical en español constituye un dato metalingüístico válido. En otras palabras: la unión de subconjuntos de signos del conjunto lingüístico no es
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infinita, se halla restringida por reglas, mientras que la unión de subconjuntos de signos metalingüísticos sí lo es. Por el contrario, la intersección de subconjuntos de ambos conjuntos funciona exactamente al revés: como todos los elementos del conjunto lingüístico son signos –son elementos de un corpus real–, en el límite lo que podemos inferir es que hay una intersección nula, como arriba. En cambio, en el conjunto metalingüístico muchas intersecciones aparecen como sinsentidos: así A ∩ B para A: [ta, θa] y B: [“taza”], esto es la intersección del significante y del significado del signo taza, no puede ser nula, como si no tuvieran ningún elemento en común, pero tampoco llena. En resumen: OYENTE signos conocidos
unión infinita
intersección finita
Se ha hablado mucho de la capacidad infinita para producir secuencias con medios finitos de la que dispondrían los usuarios de una lengua. Esta afirmación se basa en la idea de algoritmo, que es un mecanismo formal que permite formar cadenas a partir de una reducida lista de símbolos y algunas reglas de formación. Pero este tópico de la Lingüística, que gusta de ver en la recursividad el deus ex machina explicativo de la diferencia entre el ser humano y los demás animales, debe matizarse. Realmente ningún hablante de ninguna lengua tiene una capacidad infinita para producir secuencias. A lo largo de nuestra vida producimos unos miles de ellas y el resto no sabríamos producirlo jamás: por eso, aunque quisiéramos, no podríamos escribir el Quijote. Lo que sí tenemos es una capacidad infinita para entender las secuencias de nuestra lengua. Cualquier hispanohablante, siempre que posea el léxico mental adecuado, es capaz de leer y entender el Quijote. Esto es lo que expresa la conclusión de que A ∪ B es finita por parte del hablante, pero infinita por parte del oyente. Cuando consideramos la intersección de elementos lingüísticos ocurre exactamente lo contrario. ¿Qué significado debemos atribuir a la fórmula A ∩ B hablando del lenguaje? Obviamente la que subyace a la idea de “repetición”, esto es, de conocimiento compartido y no idiosincrásico. Las lenguas funcionan porque sus signos –taza– están en más de una secuencia a la vez y resultan de su intersección, es decir, de la intersección de mi taza del desayuno con se compró una taza, por ejemplo. Ésta es una capacidad hablante: los hablantes de una lengua forman una comunidad idiomática porque comparten elementos, los cuales aparecen en varias de las secuencias que construyen. Por el contrario, A ∩ B es una capacidad muy limitada desde el punto de vista del oyente: los oyentes de una lengua pueden entender cualquier cosa, según hemos dicho, pero a su manera. Un mismo discur-
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so –una conversación en el bar, una réplica parlamentaria o una novela– es captado y descodificado de maneras diferentes por los receptores, los cuales sólo llegan a compartir una parte de lo que se les ofrece. El reconocimiento de este hecho no suele aparecer en las gramáticas, que sólo se ocupan del hablante, pero lo destacan siempre los tratadistas de la interpretación, por ejemplo, Seleskovitch: Ce qui est normal pour le dialogue ne le serait pas en interprétation, car l’interprète qui s’intercale entre les interlocuteurs doit appréhender et comprendre tout le discours pour le retransmettre sans rien omettre, rien fausser, rien ajouter […]. Pour comprendre ce tout, le processus spontané est insuffisant. Il faut que l’interprète analyse délibérément la totalité du message, rapidement certes et de façon plus intuitive que verbale mais intégralement. Pour ce faire il dose son activité mentale: il laisse surgir suffisamment d’associations d’idées pour comprendre réellement le message mais il ne les développe pas au point de poursuivre ses propres idées. Il fait porter son attention sur toutes les nuances de l’énoncé et ce faisant refoule le développement des réflexions qu’elles suscitent. S’il ne faisait pas cet effort conscient pour écouter tout ce qui est dit, s’il n’écoutait que ce qui l’intéresse, il est évident qu’il “n’entendrait” pas la moitié de ce qui est dit. Cette capacité d’écoute concentrée, accompagnée nous l’avons vu de l’analyse immédiate qui réduit le langage au sein du message, est une des nécessités les plus importantes de l’interprétation de conférence et un des dons les plus rares (1968: 88-89).
¿Existe algún tratamiento formal capaz de explicar esta diferencia entre el punto de vista del hablante y el del oyente? Hay razones para pensar que la noción matemática de espacio topológico se adecua a ambas perspectivas, según hemos señalado en el capítulo 1. Un espacio topológico es un conjunto de elementos (o una familia de subconjuntos) de los que algunos se consideran abiertos, otros cerrados y otros simultáneamente abiertos y cerrados. Los términos “abierto” y “cerrado” son correlativos y se explican internamente, según definamos el espacio topológico a base de abiertos (topología de abiertos) o a base de cerrados (topología de cerrados) de acuerdo con las diferencias en el tratamiento respectivo de A ∪ B y de A ∩ B que hemos visto arriba: TOPOLOGÍA DE ABIERTOS Se dice que hay definida una topología de conjuntos abiertos en un conjunto X si y sólo si existe en X una familia de subconjuntos T tal que se verifican los siguientes axiomas: a) la suma infinita de conjuntos abiertos de T pertenece a T; b) la intersección finita de conjuntos abiertos de T pertenece a T; y c) el conjunto X y el conjunto vacío ø son conjuntos abiertos
TOPOLOGÍA DE CERRADOS Se dice que hay definida una topología de conjuntos cerrados en un conjunto X si y sólo si existe en X una familia de subconjuntos T tal que se verifican los siguientes axiomas: a) la intersección infinita de conjuntos cerrados de T pertenece a T; b) la suma finita de conjuntos cerrados de T pertenece a T; y c) el conjunto X y el conjunto vacío ø son conjuntos cerrados
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En suma: una lengua es un conjunto de signos de extensión variable, planteamiento de corpus lingüístico L que la considera como un conjunto cerrado; pero también es un conjunto M de conocimientos relativos a los signos anteriores, planteamiento de conciencia metalingüística que la considera como un conjunto abierto. Evidentemente la lengua es a la vez cerrada y abierta, y lo mismo cabe decir del conjunto vacío. Si no se hace nada más, lo que tenemos es la llamada topología indiscreta en la que los únicos conjuntos abiertos son el conjunto total y ø: esta topología es la que tienen todos los usuarios de una lengua por el hecho de serlo (es decir, los hablantes-oyentes de la misma). Por oposición a ella y en el extremo opuesto se considera la topología discreta, que es aquélla en la que todos los subconjuntos del espacio son abiertos y cerrados. Esta topología constituye una meta ideal, pues ningún hablante-oyente agota la capacidad de conocimiento metalingüístico respecto a su lengua y tampoco lo logra la más refinada tradición de estudios gramaticales. Entre estos dos límites, respectivamente inferior (la topología indiscreta, que es la más gruesa) y superior (la topología discreta, que es la más fina), se sitúan todas las posibilidades de conocimiento de la lengua. Cada una de ellas es una topología que se introduce en el espacio considerado, por lo que cada vez que hacemos una gramática de una lengua, bien sea una obra científica o simplemente un constructo mental intuitivo, bien afecte a la totalidad del idioma o sólo a una parte, estamos introduciendo una topología. Los procedimientos habituales para introducir topologías son de dos clases: 1) Se eligen determinados elementos metalingüísticos que por asociación son capaces de describir cualquier signo: es lo que ocurre cuando la gramática establece un inventario de funciones y categorías del tipo “sujeto”, “frase nominal”, etc., que permiten caracterizar el libro de el libro está sobre la mesa como la frase nominal sujeto. En estos casos se habla de base de una topología: una subfamilia de conjuntos B de una topología T es una base para T si y sólo si cada miembro de T resulta de la unión de elementos de B. 2) Se divide el espacio del lenguaje en clases de equivalencia y cada una pasa a ser considerada como un elemento de una nueva topología llamada topología cociente. Así se obtienen diferentes módulos o componentes: por ejemplo, la clase de equivalencia constituida por /s/, /t/, /e/… y sus respectivas conciencias metalingüísticas es el componente fonológico, la clase de equivalencia constituida por -miento (de tratamiento), -ción (de prestación)…, y sus respectivas conciencias metalingüísticas, el componente morfológico, etc. A su vez el módulo fonológico se subdivide en la clase de equivalencia /p, t, k…/ de las oclusivas, la clase de equivalencia /m, n …/ de las nasales y así sucesivamente.
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Adviértase que estos dos procedimientos de introducción de topologías, la topología base y la topología cociente, subyacen respectivamente a los agrupamientos sintagmáticos y a los agrupamientos paradigmáticos, los cuales tienen un fundamento neurológico diferente según dijimos en el capítulo 1. Como ya se apuntaba allí, la topología es un procedimiento formal que permite describir las redes sinápticas que se establecen en el cerebro del ser humano consciente, entre ellas, muy singularmente las del lenguaje:
Topología base
Topología cociente
Métodos sintagmáticos
Métodos paradigmáticos
Encadenamiento sináptico
Bifurcación sináptica
Pero lo que la gramática formal nunca aceptó y, sin embargo, está en la lógica formalizadora del espacio topológico, es que se pudiera construir una topología con elementos ajenos a la lengua. Esta topología es la que subyace a la variación lingüística y se llama topología producto. Para ello hay que partir del producto cartesiano de espacios, el cual permite construir nuevos espacios a partir de los originales. En general, dados dos conjuntos A y B, el producto cartesiano de A por B, que se representa en la forma A × B, es el conjunto de todos los pares (am, bn) tales que am es un miembro de A y bn es un miembro de B. Si ahora se considera que X e Y son espacios topológicos y que P es la familia de todos los productos cartesianos U × V donde U es un subconjunto abierto de X y donde V es un subconjunto abierto de Y, entonces la familia P es la topología producto para X × Y. La interpretación de este teorema es la siguiente: dados los espacios X e Y, donde X es el conjunto de signos L de una lengua junto con sus correspondientes conocimientos metalingüísticos M e Y es el conjunto de signos de dicha lengua junto con las valoraciones sociolingüísticas S que les merecen a los usuarios, el producto cartesiano X × Y da lugar a una relación de cada signo l de X con su correlato l’ de Y por un lado, (l ⇔ l’), y a una relación de cada valoración metalingüística m perteneciente a M de X con una valoración sociolingüística s perteneciente a S de Y, es decir (m⇔s). La familia M×S es la topología producto. La definición anterior puede generalizarse al producto cartesiano de Xi conjuntos para 0 > … i > … n, y en particular: – para las distintas variables sociolingüísticas S (usos propios de cada grupo social);
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– para las distintas variables emotivas E (usos propios de cada situación de habla); – para las distintas variables geográficas G (usos de cada región dialectal). En una situación como ésta, la asimetría entre el punto de vista del hablante y el del oyente, que aparecía enmascarada por la idealización de la lingüística formal, se hace patente. Los conjuntos S (social o diastrático), E (emotivo o diafásico), G (geográfico o diatópico), que contraen una relación de producto cartesiano con el conjunto M de valoraciones metalingüísticas, ya no pertenecen sólo al ámbito del hablante, sino también al ámbito mucho más extenso del oyente, es decir, son conjuntos de datos relativos a la descodificación. Por ejemplo, cuando un político español dijo en una entrevista televisada, en plena crisis económica, la vida está mú achuchá, sus oyentes no sólo aplicaron determinados juicios metalingüísticas (oración declarativa, atributiva, etc.), sino también sociológicos (propio del lenguaje vulgar), emotivos (acercamiento al mundo de los ciudadanos), geográficos (remedo del dialecto andaluz), etc. Es de destacar que estas valoraciones diastráticas, diafásicas y diatópicas tienen presumiblemente un tratamiento y una localización neurológicos diferenciados. Las sensaciones emotivas suelen albergarse en el interior del cerebro, en el sistema límbico, mientras que los conocimientos geográficos espaciales se articulan en redes sinápticas del lóbulo parietal del hemisferio derecho y los valores sociales, como representaciones conscientes, suelen almacenarse en el córtex prefrontal, preferiblemente en el izquierdo. A todos ellos se suman las redes sinápticas metalingüísticas que dependiendo del módulo al que afectan son de ubicación cerebral muy variada. Así llegaríamos al siguiente esquema físico del producto cartesiano de arriba, el cual, aunque representa una simplificación, no deja de reflejar los hechos en lo fundamental: E Hemisferio derecho
Hemisferio izquierdo
G
S M
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Aun así, una descalificación epistemológica muy común de la llamada “lingüística externa” es la de que se trata de una disciplina descriptiva e impresionista, es decir que las valoraciones sociolingüísticas relativas a datos del lenguaje y obtenidas normalmente por procedimientos de encuesta sólo pueden tratarse por métodos estadísticos, pero no se integran realmente en el inventario de conocimientos metalingüísticos que define el sistema de la lengua. Este menosprecio, contra el que suelen rebelarse los sociolingüístas con toda la razón, carece de fundamento porque en términos de topología general la topología producto es una topología como cualquier otra y, además, se define una interesante propiedad de las topologías producto que desautoriza dicha descalificación: “La proyección del espacio producto en cada uno de sus espacios coordinados es abierta”. Lo que dicho teorema significa, en otras palabras, es que el espacio producto no es sólo el resultado de sumar ciertas valoraciones sociales, geográficas o emotivas a los signos de una lengua, sino que actúa recíprocamente sobre los espacios componentes del producto cartesiano, es decir, sobre el espacio simple de la lengua, sobre el espacio simple de la sociedad, sobre el espacio simple de las emociones y sobre el espacio simple de los grupos territoriales que hablan la lengua. Así se explica que el sistema de la lengua evolucione a la vez conforme a leyes internas y a instancias de los cambios sociales; o que la sociedad se estructure a menudo siguiendo patrones lingüísticos (los códigos restringido y ampliado de Bernstein, 1961); o que las emociones sean inducidas muy a menudo por comportamientos verbales, tanto exógenos (intercambios conversacionales) como endógenos (lenguaje interior, lenguaje de los sueños), al tiempo que la lengua refleja los valores emocionales (cfr. Niemeyer/Dirven 1997); o, en fin, que el mundo en el que vivimos esté modelado hasta cierto punto por la lengua que hablamos –la hipótesis Sapir-Whorf del relativismo lingüístico– y a la inversa5. En el capítulo 2 hemos hecho uso de la teoría de prototipos para diferenciar entre lengua y dialecto. Una característica destacada de la variación lingüística es que se presenta en forma de prototipos con centro de atracción mientras que el sistema lingüístico aislado aparece en forma de prototipos intersectivos. Por ejemplo, cualquier paradigma flexivo como el de un tiempo verbal no tiene una forma preferente, sino que cada forma se realiza en función de la naturaleza del sujeto, a veces con posibilidades de interferencia y otras sin ellas: (yo) sería no es ni más ni menos central que (tú) serías, si bien el primero intersecta también con (él/ella) sería. En cambio, cuando las formas flexivas del verbo se examinan 5
La hipótesis del relativismo lingüístico ha sido cuestionada muchas veces porque sus defensores han argumentado a su favor con pocas pruebas empíricas y demasiada ideología. Recientemente la hipótesis se ha revitalizado en varios estudios con rico aporte documental, singularmente el de Luque (2001) y el de Dobrovol’skij y Piirainen (2005).
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desde el punto de vista de la variación, sucede lo contrario: la normativa del español privilegia haya frente a haiga, por ejemplo, de manera que haya es el centro del prototipo. Similarmente, en el campo léxico es la cultura la que impone silla (y sus equivalentes) como centro del paradigma de los muebles en las lenguas occidentales, pero alfombra en el de ciertas lenguas africanas, lo cual contrasta con el hecho de que otras series denotativas como la de los juegos suelan tener un prototipo intersectivo. O considérese el caso de los sonidos: fonológicamente cualquier sonido vale lo mismo que cualquier otro, pero todas las lenguas privilegian ciertas pronunciaciones consideradas como más cultas. Todo ello está relacionado con los conceptos de red y de convergencia. Se dice que una serie de elementos D es una red, lo que se formaliza mediante el par (D, ≥), cuando ≥ establece una relación de precedencia entre los elementos del conjunto D. Una red (D, ≥) en un espacio topológico (X, T) converge hacia el elemento d de T si y sólo si cualquier conjunto abierto U, que contenga d, contiene todos los elementos de la red D. Similarmente, una red D en un espacio producto converge hacia un elemento d si y sólo si su proyección en cada espacio coordinado converge hacia la proyección de d. La interpretación de las definiciones anteriores es la siguiente: en los espacios topológicos producto que caracterizan la variación lingüística existen redes, esto es, relaciones de dominancia de unos miembros respecto a otros. Por ejemplo, en el espacio sociolingüístico ciertas pronunciaciones son más normativas que otras y es posible establecer una jerarquía de pronunciaciones. Dicha jerarquía converge hacia una realización considerada preferible, la pronunciación normal, tal que cualquier estado de conciencia metalingüística relativo a la misma presupone la conciencia de las realizaciones consideradas menos normativas. Lo que garantiza el carácter normativo de dicha pronunciación es su centralidad en todos los sistemas coordinados al mismo tiempo: es la que practica la clase dominante, la que manifiesta neutralidad emocional, la que está mejor integrada en el sistema fonológico, etc.
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4 . N E U R O L I N G Ü Í S T I C A D E L A VA R I AC I Ó N
4.1. La variación como fenómeno de conciencia Vimos en el capítulo 1 que neurológicamente la idea de que los datos lingüísticos están organizados de forma altamente estructurada y además con una rigurosa separación de módulos es un error. También es errónea la idea de que las lenguas pueden separarse tajantemente unas de otras y a su vez de los dialectos, según estudiamos en el capítulo 2. Estos supuestos son convenciones metodológicas de la Lingüística y, en otro orden de cosas, convenciones normativas de la sociedad. La escuela del llamado constructivismo neurofisiológico (Zimmermann 2005, 2008) ha puesto de manifiesto que, como cada elemento y estructura verbal se procesan individualmente, resulta inevitable que en presencia de más de una lengua conformen conjuntos heterogéneos a base de los datos de ambas. El hablante de una situación bilingüe está interesado prioritariamente en lograr una comunicación eficaz y si, para lograrla, tiene que mezclar los dos idiomas, lo hará sin prejuicios normativos. El oyente, por su parte, no recibe signos analizados y clasificados, sino secuencias fonéticas, por lo que las aborda como un todo, con independencia de la lengua a la que pertenezca cada segmento. La variación lingüística no se suele examinar desde el punto de vista neurológico a pesar de que, obviamente, tiene mucho que ver con las actitudes y, por consiguiente, con la conciencia. Para comprenderlas es preciso tratar brevemente el problema de la organización cerebral de los estímulos lingüísticos (López García 2010a). Neurológicamente se distinguen dos tipos básicos de memoria (Baddeley 1982), con ulteriores subdivisiones en cada uno: la memoria a corto plazo (STM: short-term memory) y la memoria a largo plazo (LTM: long-term memory). La primera retiene el material durante algunos segundos, la segunda durante largos periodos que pueden prolongarse toda la vida. Sin embargo, mientras que la STM reproduce fielmente el original (permitiéndonos captar en el cerebro la imagen de un paisaje en la retina o la melodía de una canción que estamos oyendo), la LTM supone un proceso de elaboración mental que llega a modificar en ocasiones seriamente la percepción originaria. Evidentemente tanto el léxico como la sintaxis pertenecen a la memoria a largo plazo, pues el hablante acude a almacenes mnemotécnicos para elegir un determinado esquema sintáctico-semántico y unos determinados lexemas adecuados al mismo. El oyente funciona igual, descompone el mensaje en sus partes componentes, esquema y lexemas, y los recuerda en su LTM. Ello no es óbice para que la emisión concreta tenga una vigencia de
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segundos en las STM de ambos interlocutores cuando la oración es enunciada, como es natural. La STM (llamada también working memory) y la LTM fueron diferenciadas mediante numerosas pruebas experimentales realizadas en laboratorios de psicología. Una determinación empírica de otro tipo permitió diferenciar dentro de la LTM la llamada memoria implícita (o no declarativa) de la llamada memoria explícita (o declarativa). Se comprobó que los pacientes, casi siempre epilépticos, a los que se había realizado una lobotomía del lóbulo temporal, sobre todo si afectaba al hipocampo, eran incapaces de recordar hechos y conocimientos del pasado, pero sí lograban aprender habilidades nuevas, aunque no consiguiesen recordar cuándo lo hicieron. Algo similar ocurría con pacientes amnésicos o enfermos de Alzheimer: eran capaces de recordar una lista de palabras si se les facilitaba previamente la primera sílaba de cada una (priming), pero no de recordarlas con un esfuerzo consciente de memoria. Todo ello condujo a oponer dos subtipos dentro de la memoria a largo plazo, la memoria explícita y la implícita (Squire/Kandel 1999). Por lo que respecta a la memoria explícita, sus circuitos nerviosos se conocen bastante bien (Suzuki/Amaral 1994). El hipocampo y el parahipocampo constituyen el sistema mnémico del lóbulo temporal medio, el cual pertenece al sistema límbico y, como tal, no forma parte del neocórtex. El parahipocampo o córtex rinal integra impulsos multifuncionales (visuales, acústicos y somáticos), lo que le permite transmitir una señal única hasta el hipocampo donde es reelaborada por tres estratos sucesivos (el gyrus dentatus, CA3 y CA1) y llevada luego al subiculum, que reexpide la señal otra vez hacia la zona del parahipocampo y de aquí al neocórtex (LeDoux 2002: 104): córtex somático
córtex visual
parahipocampo
gyrus dentatus CA3 CA1 subiculum
córtex auditivo
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Todos estos datos proceden de investigaciones llevadas a cabo con monos para comprobar el procesamiento de estímulos visuales o sonoros y el almacenamiento memorístico de imágenes visuales o de melodías. Dicha información se ha extrapolado a seres humanos, ya que la experimentación (que suele dejar impedido al animal) está éticamente vedada como es natural. El problema es cómo proceder en el caso de los esquemas sintácticos y de los lexemas que los rellenan. Cuando adquirimos nuestra lengua materna incorporamos mentalmente los esquemas y los lexemas al mismo tiempo. Por ejemplo, la oración el cartero metió la carta en el buzón nos suministra un esquema actancial del tipo “Agente-ObjetoLugar”, un verbo meter subcategorizado precisamente como meterAg., Obj., Lug. y tres nombres, carteroAnimado, que es un buen candidato para ser Agente, cartainanimado, que es un buen candidato para ser Objeto, y buzónlugar para guardar cosas, que constituye un buen candidato para ser Lugar. Estas subcategorizaciones tienen inicialmente una base referencial, esto es, remiten al córtex visual, al auditivo y al somático, si bien con el tiempo también se establecen de manera cotextual. Toda esta información es procesada por el hipocampo siguiendo etapas similares a las del esquema de arriba y queda almacenada un tiempo en dicho sistema límbico: córtex somático
córtex visual
esquemas sintáctico-semánticos
+
córtex auditivo
lexemas nominales y verbales
parahipocampo
gyrus dentatus CA3 CA1 subiculum
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Sin embargo, los esquemas y los lexemas no siguen los mismos derroteros en la fase retroactiva. Los lexemas son conocimientos conscientes que requieren un esfuerzo cognitivo para ser recuperados, algo que no siempre se logra o sólo en distintos grados, según la habilidad del sujeto (compárese la recuperación de un escritor con la de un hablante cualquiera) o la inspiración de cada momento. Por el contrario, los esquemas son automáticos, los vamos extrayendo del almacén de la memoria conforme los vamos necesitando y además todos los hablantes nativos de una lengua lo hacen de manera parecida. Todos los hispanohablantes poseen casi el mismo conjunto de esquemas sintáctico-semánticos, el cual ha podido ser inventariado en forma de paradigma (Báez San José 2002)1, pero no tienen la misma disponibilidad léxica por lo que respecta a los lexemas. De ahí se infiere que el subiculum retorna la información léxica hasta el neocórtex, donde queda almacenada, pero no la información relativa a los esquemas sintáctico-semánticos. Estos últimos corren la misma suerte que otras habilidades cognitivas o motoras de tipo automático, como ir en bici o reconocer el rostro de los amigos, las cuales son sustentadas por la memoria implícita y se aprenden por condicionamiento de la conducta. Los sistemas de la memoria implícita tienen una larga historia evolutiva, mientras que el hipocampo parece ser una exaptación del procesamiento espacial (O’Keefe/Nadel 1978) exclusiva de la especie humana. Ello explicaría que el diccionario mental y su explicitación verbal en forma de palabras son privativos del hombre, en tanto que los esquemas actanciales pertenecen también a la cognición de los animales superiores, y por ello algunos autores (Calvin/Bickerton, 2000) cifran el origen del lenguaje en una simbolización de dichos esquemas, si bien con ello sólo explican una parte del proceso evolutivo. Algo parecido cabe decir de los sonidos: su articulación en el ser humano compete sobre todo a la zona motora próxima a la cisura de Rolando en el córtex, pero su reconocimiento es operado por el sistema límbico y, en lo relativo a la entonación como a la música en general, sobre todo por el hemisferio derecho. Los sistemas de la memoria implícita han sido estudiados en numerosos experimentos realizados con animales, algunos de los cuales carecen de hipocampo, y afectan a diversas partes del tronco cerebral y del sistema límbico. Por ejemplo, las reacciones de miedo implican el tálamo y la amígdala, el parpadeo ante los destellos luminosos se asienta en el cerebelo, etc. Las personas que padecen la enfermedad de Alzheimer experimentan tempranamente la destrucción de las neuronas del hipo1
Los esquemas oracionales son básicamente coincidentes en todo el dominio hispánico, pero las estructuras textuales pueden llegar a ser muy diferentes, algo que se suele pasar por alto y que está en el origen de numerosos desencuentros normativos. La divergencia es antigua, según ha mostrado Rojas (1998).
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campo y pierden la memoria explícita, pero conservan la implícita. Todo ello nos permite suponer que los esquemas sintáctico-semánticos y el patrón fónico de los signos lingüísticos o bien son procesados por el hipocampo junto con los lexemas y luego almacenados en partes del sistema límbico no conectadas con la corteza cerebral, o bien se depositan directamente en estas últimas. Sin embargo, aunque los esquemas y los sonidos articulados son automáticos, el hablante posee cierto control sobre ellos, pues a lo largo de su vida puede cambiar algunos o incrementar sus posibilidades variacionales. De ahí que la primera opción parezca la más razonable: CORTEZA
sonidos lexemas
esquemas sintáctico-semánticos
hipocampo
tálamo, etc.
SISTEMA LÍMBICO
Como resumen de todo lo anterior podemos decir que el léxico es manipulado por la memoria explícita en el neocortex, mientras que la sintaxis (oracional y textual) y la fonética lo son por la memoria implícita en el sistema límbico. Esto no tendría ninguna relevancia sociolingüística si no fuese porque el sistema límbico es, además, el asiento de las emociones. Las consecuencias que de aquí se derivan para las distintas actitudes sociolingüísticas son muy importantes: mientras que el pluricentrismo léxico es algo aceptado y hasta valorado positivamente, el pluricentrismo fonético y gramatical siempre produce una sensación de extrañamiento. El mismo hispanohablante de Argentina que encuentra gracioso que los españoles del norte, en vez de manejar carros, digan que conducen
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coches, tiene que hacer un esfuerzo para no incomodarse con el sonido [θ] o con la forma vosotros venís. Y al revés: la fascinación de los españoles ante ciertas palabras del español argentino de todos los días como pollera o lavandina coexiste con su extrañamiento ante la pronunciación rehilada de la -ll- o el voseo. Se podría objetar que las palabras suscitan todo tipo de connotaciones y que el eufemismo y el disfemismo ponen de manifiesto sus perfiles positivos o negativos. Pero dichas actitudes psicológicas son conscientes, es decir, se construyen en relación con los almacenes mnémicos de la corteza. En cambio, las actitudes ante los sonidos y ante los patrones gramaticales –sobre todo los textuales– suelen ser inconscientes y elaboradas por el sistema límbico. Por consiguiente, las distintas normativas, si no son manifiestamente autoritarias y centradas en una sola modalidad, se aceptan bastante bien en el plano léxico (lo que incluye el ortográfico) y mucho peor en los otros dos. Ésta es la razón por la que las instituciones normativas se ocupan preferentemente de ortografía y de ortolexía o, al menos, si fuesen prudentes, es lo que deberían hacer. Las gramáticas y las ortofonías académicas corren el riesgo de ser mal comprendidas y peor aceptadas. A lo más a lo que pueden aspirar es a describir el pluricentrismo fonético y gramatical, pero esta no es obviamente la competencia de una institución normativa sino la de un manual de dialectología. Tanto es así que, como dijimos, la Académie Française sólo llegó a publicar una gramática en toda su larga existencia, obra de nula influencia y que no se ha reeditado. El pluricentrismo consiste en la existencia de sistemas alternativos de condensación categorial, mientras que el policentrismo se enfrenta al problema de hacerlos explícitos en la conciencia cortical cada vez que los fija fugazmente en memoria corta, considerándolos equivalentes (igualmente válidos), lo cual resulta fácil si ya estaban almacenados en la corteza, pero mucho menos cuando residían en el sistema límbico. Los hablantes de una lengua pluricéntrica son conscientes del léxico de los demás dialectos de manera parecida a como el oyente comprende palabras de su propio dialecto que no usaría nunca. Por el contrario, las peculiaridades gramaticales suelen ser ajenas a la conciencia de dichos hablantes de lenguas pluricéntricas, les sorprenden cuando las advierten y generalmente las rechazan. Otro tanto cabe decir de las peculiaridades fonéticas, de las que muchas se les escapan y unas pocas son motivo de parodia (“acento andaluz”, etc.). Tampoco los oyentes suelen reconocer la variación fonética ni la variación gramatical dentro de su propio dialecto.
4.2. Pluricentrismo y policentrismo Conviene diferenciar, por tanto, entre pluricentrismo (sobre el prefijo latino PLURI-) y policentrismo (sobre el prefijo griego πολι-): por lo primero entenderemos que
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cierta lengua presente variación y que ésta se integre en la conciencia metalingüística oyente –reconocemos acento andaluz, argentino, cubano, etc.–; y por lo segundo que dicha variación se acepte normativamente como tal. El pluricentrismo y el policentrismo se presentan como dos situaciones alineadas en ejes psicológicos diferentes. El policentrismo pertenece al dominio cortical de las actitudes lingüísticas y el pluricentrismo, al dominio límbico de los hábitos verbales: Policentrismo
CORTEZA
GRAMÁTICA
LÉXICO
FONÉTICA
léxico
Pluricentrismo
gramática
fonética
SISTEMA LÍMBICO
El pluricentrismo responde a un prototipo intersectivo de parecidos de familia, pues cada variedad es el centro de realización para sus usuarios. El policentrismo, por el contrario, se estructura conforme a un prototipo clásico, con un centro y una periferia. ¿Cómo se manifiesta neurológicamente la centralidad de la variedad policéntrica? Evidentemente, la realización preferida de cada paradigma, lo que lleva a un hispanohablante a preferir la realización [akabáδo] sobre la realización [akabáo], tiene el carácter de una FIGURA, respecto del resto del paradigma (-ado, -ao, -au), que es el fondo. Alzar un elemento frente al resto no es sólo una particularidad neurológica de la variación, pues el mecanismo de la percepción sensorial funciona así y el lenguaje lo refleja articulando la totalidad del habla sobre la oposición FIGURA/fondo. Pero esto es una cosa y otra muy diferente que se sepa y se reconozca socialmente la primacía de un elemento figura sobre los demás. Esta situación sólo se da en el policentrismo.
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La variación no es una organización perceptiva cualquiera. El lenguaje, que parece en muchos aspectos un desarrollo evolutivo de la percepción sensorial del mundo, convierte continuamente a uno de los elementos en FIGURA frente a los demás. El sujeto el sol de el sol calienta mucho hoy es la figura de la oración, la vocal /e/ de la sílaba /pe/ de pe-da-zo es la figura, y así sucesivamente. Pero estas figuras son variables e inconscientes. Así, el sol puede formar parte del fondo oracional, como en María estuvo tomando el sol, y /e/ puede ser igualmente un elemento del margen silábico, como en la realización [‘peaθo], [‘piaθo]. La base neurológica de estas articulaciones figura/fondo cambiantes, las cuales constituyen el fundamento del lenguaje, parece formar parte de una serie de tendencias que facilitan el agrupamiento sináptico de los estímulos, tendencias que ya aparecen en la percepción de las imágenes visuales. Por el contrario, el elemento FIGURA de cualquier paradigma de variación policéntrica es consciente y permanente, por lo que debemos suponer que tiene un fundamento neurológico diferente. Gazzaniga (1998) ha propuesto la teoría del intérprete, según la cual la memoria de trabajo se refuerza mediante la interpretación lingüística de los materiales que está elaborando, con lo que surge la conciencia, una peculiaridad única de la especie humana. Esto es lo que ocurre con los prototipos de la variación lingüística. Hace algunos años, las técnicas de neuroimagen funcional (fMRI) permitieron descubrir el importante papel que en la actividad consciente desempeña la zona medioposterior del lóbulo parietal, el llamado precuneus2. Hasta entonces el precuneus no había llamado la atención de los estudiosos porque no suele estar afectado por lesiones de interés neuropatológico y, además, se encuentra en una región poco accesible (está escondido en la fisura longitudinal interhemisférica). Sin embargo, estudios de neuroimagen realizados en personas sanas muestran que el precuneus interviene activamente en la formación de imágenes visoespaciales, en la recuperación de la memoria episódica, en la conciencia de la agentividad y en la perspectivización desde la primera persona. Se trata de procesos altamente conscientes: el precuneus es de las zonas cerebrales con mayores tasas de actividad metabólica basal, las cuales decrecen notablemente cuando el cerebro pasa a estar involucrado en actividades no conscientes. Por todo ello se supone que el precuneus interviene en las redes neurales que subyacen a los estados conscientes, lo cual explicaría el notable descenso de su actividad metabólica en el sueño o en la anestesia. El precuneus (también llamado lóbulo cuadrado de Foville) corresponde a las áreas 7a y 7b de Brodmann y ocupa una posición estratégica. Es de las últimas regiones que se mielinizan, lo cual indica que aparece tardíamente en el desarro-
2
Cfr. Cavanna/Trimble (2006) para un estado de la cuestión.
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llo ontogenético. Está muy poco desarrollado en las especies inferiores, pero en los monos del viejo mundo su estructura recuerda de cerca al de los humanos, aunque su tamaño es menor. Ello ha permitido investigar sus conexiones mediante experimentos realizados con trazadores químicos en estos animales. La conectividad del precuneus es alta y, lo que es más importante, llega a todos los dominios implicados en el lenguaje y su contextualización (Leichnetz 2001), es decir, es el candidato idóneo para suministrar la base neurológica de la variación lingüística. Está unido al córtex prefrontal, sobre todo a las áreas 8, 9 y 46, relacionadas con el raciocinio; también está unido a las regiones corticales que organizan los campos oculares frontales, lo cual le permite controlar el movimiento de los ojos en las escenas visuales; finalmente envía y recibe sinapsis a y del córtex tempoparietal occipital, que es un centro de asociación de informaciones visuales, auditivas y somáticas. También se relaciona con el sistema límbico, en particular con la zona dorsal del tálamo, implicada en los procesos mnemotécnicos. Por otra parte, el precuneus es bilateral, se sitúa en los dos hemisferios y transmite señales de uno a otro. Por todo ello supondremos que las variantes lingüísticas están neurológicamente relacionadas con dicha zona, aunque faltan experimentos que confirmen esta hipótesis.
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5.1. Clases de pluricentrismo En principio, la variación lingüística afecta a comunidades homogéneas: se dice que existe variación lingüística dentro de una comunidad porque coexisten distintos registros diafásicos, diatópicos y diastráticos, pero tales que en cada caso es una sola realización la que se considera normativa. Un paso más lo representa el pluricentrismo lingüístico, en el que varias normas compiten en calidad de referencia preferente. La base del pluricentrismo suele ser geográfica: puede suceder que varias localidades se disputen la primacía y que cada una aspire a imponer sus variedades diatópicas. Esta situación suele alargarse durante mucho tiempo. Por el contrario, en el caso de la variación social, las clases emergentes alzan orgullosamente su variedad como un reto frente a la clase dominante anterior, mas ésta es una situación efímera que sólo puede saldarse con el triunfo de una de las dos modalidades, la antigua o la nueva1. Por eso las argumentaciones que siguen se atendrán a las variantes espaciales. La cuestión de las lenguas pluricéntricas y de su adscripción territorial puede presentarse idealmente de forma similar a como lo hace la de la terna lenguanación-estado, es decir, mediante una correspondencia biunívoca entre conjuntos. Como es sabido, los románticos partieron del supuesto de que cada lengua define una nación y de que ésta, a su vez, debería tener un Estado correlativo. Ha habido muchas maneras de formularlo. He aquí dos botones de muestra. El primero es de Ernst Moritz Arndt en su escrito de 1813 Was müssen die Deutschen jetzt tun?: Fühlet die heiligen und unzerreisslichen Bande desselben Blutes, derselben Sprache, derselben Sitten und Weisen, welche die Fremden haben zerreissen wollen. […] Nicht mehr Katholiken und Protestanten, nicht mehr Preussen und Österreicher, Sachsen und Bayern, Schlesier und Hannoveraner, nicht mehr verschiedenen Glaubens, verschiedener Gesinnung und verschiedenen Willens – Deutsche seid, eins seid […] (Ziegler 2002: 119).
El otro se debe a Antoine de Rivarol en su discurso sobre L’universalité de la langue française leído en 1783 ante la Academia de Berlín y en el que, contradiciendo el propósito esbozado en el título, afirma: 1 Ocurre en periodos de intensa agitación social, como la Revolución francesa cuando la norma del tercer estado se impuso a la norma de la aristocracia y del clero.
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L’homme qui parle est donc l’homme qui pense tout haut, et, si on peut juger un homme par ses paroles, on peut aussi juger une nation par son langage. La forme et le fond des ouvrages dont chaque peuple se vante n’y fait rien: c’est d’après le caractère et le génie de leur langue qu’il faut prononcer: car presque tous les écrivains suivent des règles et des modèles, mais une nation entière parle d’après son génie (1998: 2).
Estos ejemplos sirven para ilustrar lo que podríamos llamar los dos polos extremos del binomio lengua-nación: el que cimenta la nación en la previa existencia de la lengua (lengua > nación); y el que parte de la nación para llegar a la lengua (nación > lengua). No obstante, cualquiera que sea el sentido de la identificación lengua-nación, ambos puntos de vista coinciden en considerarlas ajenas al Estado, que es otra cosa, un injerto incómodo en este triángulo amoroso. Hoy sabemos bien que nada, ni en Europa ni en el resto del mundo, permite avalar estas analogías, pero como ideal están ahí y no podemos ignorarlas porque obran en el subconsciente de muchas políticas llamadas de normalización lingüística. La teoría es que, dadas i lenguas l1, l2…, li, cada una correspondería a una nación correlativa del conjunto de naciones n1, n2 … ni, y éstas, a su vez, a un estado del conjunto de estados E1, E2…, Ei:
Σ li
lenguas
Σ ni
naciones
Σ Ei
Estados
Trasladando el argumento anterior a la peculiar situación de variación lingüística tendente a la normalización dentro de una misma lengua, que conocemos como pluricentrismo2, sería de esperar que a j normativas diferentes correspondiesen otras tantas demarcaciones estatales o regionales, esto es, que el conjunto d1, d2…, dj (donde d vale por “grupo de rasgos lingüísticos normativos propios de un dialecto”) establezca una correspondencia biunívoca con el conjunto R1, R2…, Rj (donde R vale por “región”):
2 Como dijimos, una cosa es el pluricentrismo y otra, el policentrismo. De momento sirva el primer término para ambos referentes, ya que el segundo lo presupone.
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Σ dj
Σ Rj
dialectos
Regiones
No obstante, como ahora veremos, ninguna de las dos previsiones se cumple: la correspondencia no es biunívoca, se trata de una simple proyección por la que varias unidades del conjunto de partida se relacionan con una misma unidad del de llegada. Además –y esto es lo más interesante– los sentidos de las proyecciones Σ li → Σ Ei y Σ Rj → Σ dj son opuestos:
l1 l2 l3
R1 Ei
Ei
R2 R3
He dicho arriba que la correspondencia biunívoca lengua-nación-estado no es cosa de este mundo: los lingüistas estimamos el número de lenguas en unas seis mil, los etnólogos cifran el de naciones (etnias) en decenas de miles y la ONU no registra más que 192 estados. Es difícil dar cifras exactas, sobre todo en el caso de las etnias, que no siempre son fáciles de diferenciar unas de otras. Por ejemplo, en la India se piensa que existen unas trescientas lenguas (17 oficiales más el inglés) para un millar de etnias. En cualquier caso hay cierta correlación entre etnia y lengua: Cavalli-Sforza (2000) ha mostrado que la dispersión étnica de la Humanidad, medida con el ADN mitocondrial, se ajusta en lo fundamental a su ramificación lingüística. Sin embargo, esta correlación se quiebra totalmente cuando hacemos intervenir el factor estatal. Según los datos de la 13ª edición de Ethnologue, del Summer Institute of Linguistics, la relación lenguas-estados por continentes se presenta como sigue:
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Continente
Estados
Media núm. lenguas/Estado
Lenguas
Europa
49
225
4,6
África
56
2.011
35,9
Asia
46
2.165
47,1
América
46
1.000
21,7
Oceanía
27
1.302
48,2
Totales
224
6.703
29,9
En el caso de la correspondencia d=R (dialectos=Regiones) sucede algo parecido, pero con una inversión de la situación descrita, pues ahora lo más numeroso suelen ser los espacios administrativos y lo menos numeroso los sistemas lingüísticos diferenciados, de manera que la proyección se plantea realmente en la forma Σ Rj → Σ d j. La falta de correspondencia biunívoca es particularmente manifiesta en el caso de las grandes lenguas internacionales, las cuales se presentan como sigue (Malherbe 1983: 30):
Lenguas
Estados
Inglés
47
Francés
26
Árabe
21
Español
19
Portugués
7
Alemán
5
Swahili
5
Neerlandés
4
Chino
3
Italiano
3
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Y eso, aunque el número de estados en los que una lengua es considerada idioma oficial no guarde una relación directa con el número total de sus hablantes como resulta patente en el caso del chino (y no digamos en el del hindi, que ni siquiera figura en la lista). En teoría habría tantas normas estables del español como estados que lo tienen por lengua oficial, tantos estados anglohablantes como normativas reconocidas para el inglés, tantas tradiciones ortográficas del alemán como países germanohablantes, incluso tantas academias de la lengua francesa como países francófonos. Es obvio que esto no sucede o, mejor dicho, sucede en algunos casos, pero no en todos. Por lo pronto, resulta patente que los términos que hemos contrapuesto al de Estado en el párrafo de arriba no son sinónimos: una norma estable es una propiedad real del código social de la lengua; una normativa es su cristalización oficial; una ortografía hace referencia a dicha cristalización tan sólo en lo relativo a la escritura (y una ortolexía, al vocabulario); finalmente, una academia es una institución con unos miembros y unos estatutos. Por eso, en la vida de las lenguas nos encontramos de todo: idiomas con varias normas estables pero con una sola normativa aceptada, como el francés, por ejemplo, donde las variantes de la Francophonie se acomodan a la pauta parisina culta; idiomas con múltiples academias que, sin embargo, aceptan una normativa pactada por todas ellas en el caso del español; idiomas con una tradición ortográfica y ortoléxica generalmente respetada, aunque en otros niveles de la lengua, sobre todo en el fraseológico, la dispersión sea bastante grande, como en inglés; idiomas con un nivel culto ajeno a cualquier realización concreta y variedades locales notoriamente divergentes, como pone de manifiesto el Hochdeutsch (realmente Lutherdeutsch) frente a las Mundarten. En relación con el pluricentrismo distinguiremos pues, entre norma social, normativa oficial, ortografía/ortolexía e institución normativa. Estas perspectivas constituyen centros de condensación prototípica relativos a factores diferentes. Como una lengua es un código, estructurado en varios niveles y empleado por los miembros de una sociedad, nos encontramos con que la norma social selecciona los rasgos más generales, es decir, define la lengua común:
norma
lengua
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Por supuesto el prototipo de la norma, marcado con el sombreado oscuro, no tiene fronteras nítidas. Se trata de las propiedades compartidas por el mayor número de hablantes, aunque ciertos rasgos tengan más extensión que otros y haya personas que sólo practican habitualmente alguna de las normas, pero no todas. La normativa oficial coincide sólo parcialmente con la norma anterior, pues selecciona los rasgos preferidos por los usuarios destacados (escritores, ensayistas, científicos) del idioma. Viene a ser una norma social filtrada por el prototipo culto de la sociedad:
normativa
elites culturales
lengua
sociedad
Y en este sentido la normativa es un subconjunto de la norma, si bien medido con criterios intensionales antes que extensionales (que un rasgo sea mayoritario no prejuzga necesariamente su aceptación normativa). La ortografía y la ortolexía forman parte de la normativa (las representamos con el círculo incluido en el sector circular imperfecto de la izquierda) y aluden a su nivel gráfico y a su nivel léxico, es decir, a los dos polos, respectivamente significante y significado, de la palabra escrita que llaman inmediata y poderosamente la atención de los usuarios. Sin embargo, tal vez por la sencillez de los rasgos que regulan, suelen extenderse, aunque con grados diferentes de cumplimiento, al conjunto de la sociedad: ortografía
elites culturales normativa lengua
ortolexía
sociedad
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Esto explica la fascinación que suelen suscitar los debates ortográficos y de vocabulario en el seno de la sociedad, mientras que ante otras propiedades lingüísticas combatidas por la normativa (solecismos derivados de una incorrecta estructuración de la oración, etc.) los usuarios acostumbran a mostrarse bastante indiferentes. La institución normativa representa una suerte de camino de ida y vuelta, es la asunción por la sociedad de la ortografía y de la ortolexía mediante la creación de organismos encargados de regularlas:
ortografía
institución normativa lengua
ortolexía
elites culturales
sociedad
Este dibujo sugiere algunas reflexiones interesantes. La primera es que la institucionalización no tiene que tomar necesariamente la forma de una academia como en el caso del francés, español o italiano. Cualquier organismo que proporcione una base normativa a la escritura y al vocabulario, es decir, cualquier organismo implicado en la ortografía o en la ortolexía satisface los requisitos institucionales. Por eso, la institucionalización del alemán depende fundamentalmente del Institut der Deutschen Sprache de Mannheim, una empresa, ajena a la Universidad y especializada en la redacción de diccionarios; por eso, también, la reciente reforma de la ortografía, promovida por el gobierno, ha podido ser cuestionada con éxito desde los grandes periódicos, algo inconcebible en Francia o en España. Del lado de la lengua inglesa es de notar igualmente la contribución de los lexicógrafos, en particular de Noah Webster, el autor del American Spelling Book (1783) y del American Dictionary of the English Language (1828), para la consolidación normativa del American English, variedad que llegó a querer distanciar del inglés británico y a convertir en símbolo de la nueva nación: As an independent nation, our honor requires us to have a system of our own, in language as well as government. Great Britain, whose children we are, and whose language we speak, should no longer be our Standard, for the taste of her writers is already corrupted, and her language on the decline. But if it were not so, she is a too
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great a distance to be our model, and to instruct us in the principles of our own tongue (Webster 1992: 33-36).
Una consecuencia del carácter privilegiado de la ortografía y del léxico, frente a la gramática, es la enorme dificultad que suelen tener las academias para llevar a buen puerto sus proyectos gramaticales. Por ejemplo, frente a las antiguas y meritorias creaciones lexicográficas de la Académie Française (la primera edición del diccionario es de 1694), su gramática fue muy tardía (el Essai de Abel Hermant de 1932) y se trata de una obra breve y claramente inferior a las grandes creaciones contemporáneas de Grevisse o de Damourette et Pichon. En el caso español, se ha tardado tres cuartos de siglo en redactar una nueva versión de la gramática académica (la última edición es de 1931). Todo lo dicho hasta ahora resulta válido para las lenguas unicéntricas, pero no para las pluricéntricas. He señalado que la norma tiene carácter prototípico, es una imagen ideal formada por los rasgos que mejor definen el idioma en el sentimiento lingüístico de sus hablantes. Los miembros prototípicos de cada categoría son los que más se parecen a todos los demás y, al mismo tiempo, los que menos se parecen a los miembros de otras categorías: por ejemplo, una cierta pronunciación normativa de un fonema de una lengua (digamos la [-r] del español mar) está muy cerca de otras pronunciaciones menos normativas y muy lejos de las de otros idiomas (de la [-gr] uvular francesa de livre, de la [-∂] inglesa de here, etc.). Sin embargo, como vimos en el capítulo 2, hay dos modelos formales básicos dentro de la teoría de prototipos: el de prototipo centrado, que es el clásico, y el de prototipo difuso, que se basa en los parecidos de familia. Según el primero, el prototipo de ave (definido por los rasgos “volar, poner huevos y tener plumas y pico”) lo satisfacen muy bien gorrión o paloma (serían normas de la categoría), pero mucho peor pingüino o avestruz. En cambio, el prototipo de juego (definido por los rasgos “colectivo, desinteresado, lúdico, esfuerzo físico”) no se ajusta plenamente a juegos tan característicos como el ajedrez, las muñecas o las cartas, los cuales satisfacen algunos de los criterios normativos, pero no todos. En esquema (Givón 1986): b
a a
b
c
prototipo difuso
c
d d prototipo centrado
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Es evidente que las lenguas pluricéntricas son sistemas cuyo prototipo se ajusta al modelo de los parecidos de familia:
normas X
a
Y
b
Z
c
d
lengua
Según este esquema, la lengua consta de tres centros normativos: X, que se define por los rasgos [a, b]; Y, por los rasgos [b, c]; y Z, por los rasgos [c, d]. La causa más frecuente que da lugar a una situación de norma difusa es la excesiva extensión geográfica del territorio ocupado por una lengua, la cual va asociada a dificultades de comunicación entre los núcleos más alejados entre sí. Dentro de este esquema caben modulaciones diversas que van desde las normas dialectales pluricéntricas hasta las lenguas claramente separadas pasando por las normativas diferentes consolidadas. Si consideramos sólo dos modalidades X e Y, podrían reconocerse estas tres situaciones: 1
2 3
X
Y
dialectos de una lengua
X
Y
codialectos de un sistema lingüístico
X
Y
lenguas diferentes
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donde 1 podría aplicarse, por ejemplo, al húngaro, 2, al serbo-croata y 3, a lenguas románicas próximas como el catalán y el español, que un día formaron parte de un mismo sistema lingüístico latino. Estos esquemas resultan de considerar tan sólo los rasgos lingüísticos dialectales d; en principio sería de esperar que existiese una correlación con las regiones geográficas R y con sus respectivos grados de lejanía espacial: 1 X
2 Y
X
3 Y
codialectos de un sistema lingüístico
dialectos de una lengua
X
Y
X
Y
X
Y
lenguas diferentes
X
Y
1’
2’
3’
espacio único
espacios entreverados
espacios distintos
Sin embargo, estas correspondencias no se dan de manera perfecta casi nunca. Por un lado, es frecuente que 1-1’ se vea alterada porque el espacio estatal de una lengua penetra en estados vecinos y es penetrado por la lengua de otros estados: se hablan variedades del alemán en la Alsacia francesa, del francés en Suiza, etc. Estas situaciones son muy comunes y pertenecen al ámbito de estudio de la política lingüística, del cual no nos ocuparemos aquí. Si bien los Estados aceptan sin problemas la coexistencia de normas lingüísticas en su propio territorio, no suelen tolerar la pluralidad dialectal interterterritorial: ésta es la razón por la que la normativa se superpone a menudo a la norma divergente creando un conjunto de regulaciones ortográficas y ortoléxicas –rara vez ortogramaticales– que sustentan un sistema diferente, siempre cuestionado por algunos lingüistas. Es el caso del moldavo respecto al rumano o el del flamenco en relación con el neerlandés. La transformación operada por la normativa distanciadora es de la forma:
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Dos normas muy próximas se distancian artificialmente al introducir una normativa diferenciada para cada una
Pudiera pensarse que la distancia geográfica tiende a incentivar las diferencias, pero no siempre ha sido así. Como la divergencia es de normativa y no de norma, puede suceder que una distancia grande se considere garante suficiente de la independencia política. En este caso, las normativas tienden a convergir y las sanciones académicas ayudan al acercamiento más que a la separación. Es sintomático lo que sucedió con el American English, para el que John Adams, el tercer presidente de Estados Unidos, propuso una academia susceptible de mantener la unidad de la lengua inglesa, o con la veintena de academias hispanoamericanas, las cuales, lejos de propugnar la disgregación del español, son instancias normativas celosas de garantizar su unidad, aunque no siempre las secunden las sociedades civiles respectivas. Incluso en el caso de organismos supraestatales como la Unión Europea resulta patente la tendencia hacia la disminución del número de lenguas de trabajo (Heusse 1999), es decir, la propensión a invertir la proyección Σ li → Σ Ei como Σ Ei → Σ li. Distinto es el caso de la correspondencia 2-2’. Aquí las dos variedades lingüísticas se presentan no sólo en estados diferentes, sino también con un entrecruzamiento de isoglosas muy característico que tiene raíces históricas. Por ejemplo, se puede decir que los dialectos lusos del norte del Duero están más próximos al gallego que al portugués normativo. La consecuencia de todo ello es que tanto el gallego como el portugués se han esforzado por diferenciarse normativamente y han surgido sendas academias encargadas de fomentar el hiato: ni el origen histórico del sistema lingüístico podía aceptar la norma oficial de un retoño suyo ni éste, independizado políticamente, construir su norma a base de modalidades dialectales cercanas a aquél. En esquema: El sombreado divergente, aunque de la misma dirección, marca una distancia mayor que arriba: algunas líneas (i.e. propiedades lingüísticas) se continúan, otras no
La correlación 3-3’ se ha dado innumerables veces en la historia de la Humanidad: las lenguas van expandiéndose territorialmente, sus dialectos constitutivos se distancian y al final se llega a idiomas diferentes. Pero la historia puede imponer tensiones centrípetas que acerquen, si no en lo territorial, sí en lo cultu-
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ral y en lo económico, a las lenguas antaño separadas. Estos movimientos convergentes tienen su reflejo inmediato en las lenguas, aunque raramente en la normativa y menos aún en la constitución de organismos institucionales encargados de lograr una cierta norma común. Básicamente se pueden reconocer tres grados: lenguas intercomprensibles X
lengua artificial
Y
II
III
I
aldea global
lengua internacional
estados convergentes
El grado I consiste en utilizar una lengua internacional (actualmente, el inglés) para los intercambios: esta lengua se superpone a los sistemas de los otros idiomas y no deja de afectar a sus normas; de ahí que las instituciones académicas sean muy sensibles a su (excesiva) influencia, lo que ha sido especialmente patente en el caso del francés (Goudaillier 1982). El grado II consiste en desarrollar mecanismos de comprensión de la lengua ajena sin afectar la producción en la lengua propia: ello ha dado lugar a estrategias como el EuRom4 (Blanche-Benveniste/Valli 1997) o los Sieben Siebe, también llamado EuroComRom (Klein/Stegmann 1999), las cuales suponen una acomodación normativa. Finalmente, la solución más radical –y que no ha tenido tan apenas seguidores– ha sido III, consistente en fusionar de manera artificial los sistemas lingüísticos de las sociedades que la economía tendía a aproximar creando una nueva lengua artificial (por ejemplo, el esperanto consta de una ortografía y una gramática
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muy sencillas con un léxico que incluye sobre todo raíces románicas, germánicas y eslavas)3. ¿Cómo valorar estas oscilaciones del principio pluricéntrico? Hemos visto que, cuando se considera la situación de las lenguas-nación enfrentadas a la tendencia uniformizadora del Estado, surgen tensiones encaminadas a frenar la uniformidad estatal en el sentido de fragmentar cada vez más los instrumentos comunicativos. Pero el examen del pluricentrismo por relación a una sola lengua revela que en este caso la sociedad –representada por sus instituciones normativas– tiende a imponer restricciones a la fragmentación. La tercera situación que he examinado es la de lo que podríamos llamar pluricentrismo de ida y vuelta, algo que resultaba impensable antes de la aparición de las uniones supraestatales y de la aldea global: en este caso existe una obvia contradicción entre las tendencias nacionalistas disgregadoras y las tendencias comunicativas, el cual se resuelve mediante una solución de compromiso. Llegados hasta aquí conviene hacer una pausa y reflexionar sobre el significado de la utilización de la Topología general y de la Neurolingüística en este libro. Casi todas las ciencias tienen problemas con la delimitación del objeto de estudio, pero no con la de su ámbito de existencia. Por ejemplo, la Química ha pasado de considerar como objeto de estudio las moléculas que se encuentran en la naturaleza o que se pueden obtener en el laboratorio –las llamadas “sustancias” o “compuestos”– a postular que su verdadero objeto de estudio son los átomos –tal y como aparecen en la tabla periódica de Mendeleiev– y, últimamente, las partículas elementales y hasta los bosones, casi pura energía. Pero nunca ha habido dudas de que su límite se encuentra en la materia del Universo: todo lo que es material le compete, todo lo que es psíquico (espiritual, imaginario) no pertenece a su ámbito de competencias. La Lingüística también ha vacilado en relación con el objeto de estudio, aunque aquí la dirección ha sido de menor a mayor: tradicionalmente sólo se ocupaba de sonidos, palabras y oraciones, luego amplió su interés hasta los enunciados y hoy se interesa por el discurso en su totalidad (López García/Morant 1999). Ahora bien, ¿cuál es el dominio de existencia de estas unidades? Los manuales de Lingüística responden que siempre se refieren a una cierta lengua, no se debe hablar del fonema /p/ o del número plural, hay que hablar del fonema /p/ del español o del número dual del árabe precisamente porque en español no existe el dual y en árabe no existe /p/. Se pueden hacer estudios contrastivos o tipológicos relativos a varias o a todas las lenguas, pero el ámbito de validez de lo que se estudia, fuera de situaciones de bilingüismo o de cambio de código (code-switching), es siempre
3 Sin embargo, las lenguas artificiales no pueden evitar reflejar la cultura lingüística desde la que están concebidas, según ha mostrado Calero (1999).
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una sola lengua. No obstante, de las observaciones que llevamos hechas en este capítulo se desprende que el límite de la lengua no es estable ni evidente. Aunque ya no se puede aceptar que una lengua es un sistema, puesto que muchos idiomas son pluricéntricos y, por lo tanto, aparecen como plurisistemáticos, la existencia de situaciones de sesquilingüismo, como las que se dan en los países románicos o en los escandinavos, hace patente que ni siquiera el idioma pluricéntrico constituye la frontera. Si existen comunidades en las que se habla español y se entiende perfectamente el portugués o viceversa –algo que en el sur de Brasil y en el norte de Uruguay es lo habitual–, no se puede decir que su sistema lingüístico es monolingüe: no sólo es pluricéntrico sino además bilingüe, ya que las lenguas –mal que nos pese a los lingüistas– son objetos de estudio interesantes por la comunidad social que las comprende y tan apenas por la que las usa. Hay toda una progresión de sutiles diferencias sin solución de continuidad que van desde la lengua de las gramáticas –el objeto de estudio tradicional de los lingüistas– hasta la lengua con sus variedades, de la lengua con sus variedades a la lengua pluricéntrica, de la lengua pluricéntrica a las lenguas en situación de sesquilingüismo y de aquí a dos lenguas mutuamente comprensibles que comparten un mismo espacio bilingüe. Lo interesante de la utilización de la Topología como modelo formal es que legitima metodológicamente este objeto de estudio problemático. Hemos ido viendo como un espacio topológico es simplemente un conjunto en el que se distinguen dos tipos de subconjuntos de elementos, los abiertos y los cerrados (aunque haya subconjuntos que pueden ser las dos cosas). Convencionalmente hemos decidido interpretar los cerrados como los signos lingüísticos y los abiertos como los signos metalingüísticos, lo cual significa que los segundos representan la conciencia relativa a los primeros, los cuales la limitan. Como dice Thom: Toute science est avant tout l’étude d’une phénoménologie. Je m’explique: les phénomènes qui sont l’objet d’une discipline scientifique donnée apparaissent comme des accidents de formes définies dans un espace donné que l’on pourrait appeler l’espace substrat de la morphologie étudiée […]. Si l’on examine une morphologie à l’œil nu, tout est tranquille. Mais aussitôt qu’on examine au microscope un de ses voisinages […] voilà que tout bouge, et qu’un point v apparemment régulier se révèle catastrophique. Mais il ne faut pas oublier que cette distinction constitue une des grandes catégories de notre manière de percevoir le monde. On la retrouve en psychologie (en théorie de la perception) dans la distinction figure/fond, en sémantique dans la distinction forme/contenu et, comme on peut s’y attendre, en topologie générale, dans la distinction ouvert/fermé (1983: 5 y 7).
La conciencia difusa del lenguaje se limita en cada caso por el tipo de signo lingüístico al que subyace: la idea de pluralidad no es igual en un plural discontinuo como mesas que en un plural continuo como harinas ni que en un pluralia
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tantum como víveres. A partir de aquí hemos ensayado introducir distintas topologías, esto es, distintas maneras de comprender (y comprender, COMPREHENDERE, vale por aprisionar, limitar) el espacio lingüístico: la sintagmática, que se fundamenta en la topología base, la paradigmática, que se apoya en la topología cociente y la variacionista que parte de la topología producto. Hemos procedido, pues, conforme al método hipotético-deductivo propio de las ciencias de la naturaleza, como dijimos en el capítulo 3. Galileo y sus sucesores descubrieron que “el libro de la Naturaleza está escrito con números”, es decir, que las fórmulas matemáticas, que son deductivas y no resultan de un análisis de la realidad, prefiguran sin embargo las leyes naturales. Los físicos adoptaron el Álgebra como modelo, lo que permitió a Newton establecer la fórmula F = K mm’/r2 para predecir todas las situaciones que se ajustan a la gravitación universal, a Boyle proponer la fórmula V/V0 = p0/p que describe la relación que guardan los volúmenes y las presiones de un gas a temperatura constante y así sucesivamente. En estos casos lo que sucede es que los miles de observaciones que venían efectuando los físicos cobraron sentido cuando se encontró una fórmula matemática que las comprendía a todas y que permitió hacer nuevas predicciones relativas a conjuntos de datos diferentes. Pues bien, tras la constatación de que el conjunto de los signos lingüísticos junto con sus valoraciones metalingüísticas respectivas tiene la forma de un espacio topológico, hemos usado otra rama de las Matemáticas, la Topología general, para extraer fórmulas susceptibles de adaptarse a las situaciones reales de las lenguas así como de predecirlas: la fórmula de la topología base que se ajusta a la forma de los sistemas gramaticales, la de la topología cociente que se ajusta a la forma de los paradigmas fonológicos y léxicos y la de la topología producto que se ajusta a la forma de la variación y –presumiblemente– a las distintas situaciones de pluricentrismo que representan una extensión de la misma. Si la Física obtiene su legitimidad científica del fundamento matemático que la hace posible, el Álgebra4, la Lingüística la obtiene de la Topología. Un fenómeno natural para el que no encontramos una fórmula algebraica subyacente siempre estará en entredicho y tendremos motivos para pensar que no corresponde a la Física estudiarlo: por ejemplo, la idea de que la sociedad se guía por leyes matemáticas estrictas ha subyugado siempre a los economistas, si bien el repetido fracaso de sus predicciones ha puesto de manifiesto que no es así y que la Economía está incompleta sin la Psicología social, una disciplina que no es algebraica. Los fenómenos lingüísticos
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No sólo el Álgebra. La Trigonometría o la Geometría, por ejemplo, también son muy importantes, respectivamente en Astronomía (cuyos triángulos esféricos se basan en cálculos trigonométricos) y en Óptica.
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que llevamos considerados se ajustan a distintas topologías y constituyen, por lo tanto, un objeto de estudio legítimo para la Lingüística, por mucho que la idea de sistemas pluricéntricos, sesquilingües o plurilingües pueda resultar extravagante. Pasando a la estructura topológica de las lenguas pluricéntricas, diremos que representa una situación especial. Las normas que coexisten remontan a decisiones sociales con hondas implicaciones emocionales y tienen un anclaje geográfico, es decir, resultan de topologías producto. Pero en la medida en que las distintas normas del idioma pluricéntrico se consideren equivalentes, nos movemos en un ámbito distinto al de la simple variación, pues ahora no hay una norma destacada –no existe convergencia de los elementos de una red hacia alguno de ellos–. Dentro de un sistema lingüístico monocéntrico la variación está orientada, se prefiere una posibilidad a las demás: por ejemplo, el español académico se decanta por se me ha caído frente a me se ha caído. Dentro de un sistema pluricéntrico las distintas opciones son equivalentes (valen lo mismo): por ejemplo, en el espacio pluricéntrico hispánico se acepta tanto la serie flexiva española canto / cantas / canta / cantamos / cantáis / cantan como la serie flexiva argentina canto / cantás / canta / cantamos / cantan. Esto es debido a que la simple variación se aplica a un número determinado de situaciones, mientras que el pluricentrismo vale para cualquier situación. Por ejemplo, cuando registramos que un profesor argentino ha dicho me has garcado o que un profesor español ha dicho me has jodido, lo interpretamos como una expresión perteneciente al registro coloquial que se puede explicar por equis razones, ya que en condiciones normales habrían empleado un giro más neutro. El caso del pluricentrismo lingüístico es diferente: los hispanohablantes de Madrid siempre emplean el paradigma verbal con vosotros cantáis, mientras que los de Buenos Aires siempre emplean el paradigma con ustedes cantan: no hay elección ni excepción, tan sólo existen varias alternativas sistemáticas. La topología debería dar cuenta de este hecho para que podamos considerarlo como un objeto de estudio legítimo de la ciencia del lenguaje y no sólo de la Sociología o de la Psicología. Sería de esperar que pudiéramos diferenciar entre las topologías producto que subyacen a los fenómenos ocasionales propios de la variación simple y las topologías producto que subyacen a los fenómenos permanentes propios del pluricentrismo. Y, en efecto, así sucede. Existe una diferencia entre la definición de topología producto según se aplique a un número finito o infinito de conjuntos. En general, dados n conjuntos S1, S2…, Sn, donde n es un número finito, el producto cartesiano S1 × S2 × … Sn es el conjunto de todas las n-tuplas ordenadas (x1, x2…, xn) tales que xi es un miembro de Si: una base que suministra una topología para dicho producto cartesiano de conjuntos y que permite obtener el espacio producto se obtiene mediante la familia de los conjuntos de la forma Ui donde Ui es abierto en Si. Por desgracia, cuando este planteamien-
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to pretende extenderse a un número infinito de conjuntos, es decir al producto cartesiano de los Sj tales que j → ∞, no podemos asegurar que el producto cartesiano de los conjuntos de la forma Uj tales que Uj abierto en Sj constituyan una base. La definición apropiada consiste en tomar como base dicho producto cartesiano de los Uj abiertos en Sj sólo si para todos lo valores de j salvo para un número finito Uj = Sj. La interpretación de esta definición es que cuando el producto de conjuntos afecta a un número infinito de ellos, es decir, cuando tiene valor sistemático y no estamos dando cuenta de un fenómeno ocasional sino de las infinitas realizaciones que hace posible el sistema lingüístico, deberemos considerar como conciencia metalingüística –Uj– de un cierto conjunto de datos lingüísticos Sj a dicho conjunto precisamente, el cual se autoexplica. Pero una situación de este tipo, en la que el lenguaje coincide con la conciencia metalingüística, sólo se da en la comprensión, nunca en la producción. Lo que, como oyentes, comprendemos de los discursos ajenos es exactamente la parte que percibimos o que inferimos: cuando fonéticamente captamos algo y no lo comprendemos, para nosotros es como si no existiese, y cuando ni siquiera llegamos a captarlo, nos pasa desapercibido, con mayor razón. El hablante no funciona así: lo que dice siempre deja muchas posibilidades abiertas, esto es, cada vez que hablamos, hay una amplia gama de sentidos que, como sobreentendido, presuposición o implicación, nos es desconocida y nace del esfuerzo hermenéutico del receptor. Pues bien, el pluricentrismo surge precisamente de una lingüística de la comprensión. Los hablantes no pueden utilizar indistintamente las diversas variantes de la lengua, pero los oyentes sí pueden hacerlo, de hecho, para que un idioma pueda considerarse pluricéntrico, es preciso que lo hagan.
5.2. El policentrismo, una aspiración de la comunidad hispanohablante Cuando comparamos la situación de los países de lengua española con la de los de lengua inglesa, alemana o portuguesa, llama inmediatamente la atención que el imaginario de los primeros está edificado sobre un concepto impensable en cualquiera de los otros: el de Hispanidad5. Resulta que el portugués europeo y el americano comparecen a veces con nombres diferentes en los medios, que los hablantes de alemán culto (Hochdeutsch) tienen dificultades para entender la
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Los nombres nunca son inocentes: Lusofonía o Francofonía sólo aluden a una lengua compartida, el sufijo -dad de Hispanidad nos habla de una entidad abstracta a la que se atribuye existencia real.
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lengua hablada de Suiza (Schwyzertütsch), que el British English y el American English se presentan como alternativas claras a la hora de hablar inglés, que el francés de Francia y el de Canadá son bastante distintos, etc.: en el dominio hispánico, las diferencias, que las hay, no parecen revestir importancia a juzgar por las declaraciones de los filólogos. La importancia del papel de la lengua para constituir comunidades políticoculturales de estirpe transatlántica es una obviedad en todas las culturas europeas que se asentaron en colonias americanas a partir del siglo XVI. Sin embargo, la conciencia de dicho papel y la reiteración –yo diría que agónica– del factor lingüístico en todo tipo de discursos constituye un fenómeno único en el mundo por el que la comunidad hispanohablante se distingue de todas las demás. Dichos discursos se producen a uno y otro lado del Atlántico, pero están siendo capitalizados por España –o, mejor dicho, por ciertas instituciones españolas–, lo cual introduce una distorsión en la convivencia de las naciones de lengua española que sería un error querer pasar por alto. Hace dos años se publicó un libro colectivo que versa sobre este tema, hecho notable en la medida en que no conozco nada parecido sobre ningún otro dominio lingüístico centrado en una lengua internacional. Resumo las ideas de José del Valle (2007), el coordinador del mencionado volumen. El hispanoamericanismo es una doctrina que se estableció a lo largo del siglo XIX, pero que estalló realmente con ocasión de la crisis de 1898; postula una comunidad cultural imaginada, la de los países hispanos, basándose en el hecho de todos comparten una lengua común, igualmente imaginada, lo cual conduciría a la ideología de la Hispanofonía6. Por imaginada se entiende, en el sentido de Anderson (1983), la circunstancia de que ni la comunidad cultural ni la lingüística son algo comprobado empíricamente por todos los hispanohablantes, sino tan sólo por una minoría culta estrechamente relacionada con España. La Hispanidad (es decir, la Hispanofonía de José del Valle) se sustenta en una asimetría irreductible: como el origen histórico de la lengua está en España, resulta inevitable que ésta se arrogue una preeminencia implícita al frente del proyecto. Adviértase la diferencia con la América anglohablante: a Estados Unidos y Gran Bretaña les unen fundamentalmente los intereses, aunque éstos se alcen sobre la evidencia de la consanguinidad y de la comunidad lingüística. Pero lo principal son los intereses: conforme Gran Bretaña fue abandonando la explotación capitalista de los países latinoamericanos a lo largo del siglo XIX fue reem-
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José del Valle habla de Hispanofonía en el sentido de que todos estos países comparten el español, pero obviamente se refiere a lo que aquí llamamos Hispanidad. La Hispanofonía representa una relación de otro tipo, más propia de los dialectos porosos como veremos.
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plazada –ahora con matices imperialistas añadidos– por Estados Unidos sin solución de continuidad; cuando Gran Bretaña abandonó Oriente Medio tras la Segunda Guerra Mundial, también fueron Estados Unidos los que tomaron el relevo y así sucesivamente. Nunca ha ocurrido nada parecido entre España y las repúblicas latinoamericanas, bien tomadas en su conjunto, bien aisladamente, de manera que más que intereses comunes lo que parecen tener son lazos familiares, culturales y lingüísticos, propensos a las exaltaciones retóricas, pero también a la superficialidad. Sin embargo, en el origen del hispanoamericanismo había algo más que pura retórica emocional: por parte de los americanos se trataba de sustentar un proyecto unionista, en la línea de la mejor –y tan frustrada– tradición bolivariana, para enfrentarse a la seria amenaza que representaban Estados Unidos; por parte de los europeos, el proyecto hispanoamericano constituía un proyecto de dimensión nacional concebido como una triaca para el veneno de los nacionalismos periféricos que estaban poniendo en cuestión el proyecto de la nación española surgido de la constitución de Cádiz. En otras palabras: intereses comunes sí, pero divergentes y, además, políticos, no económicos. Isidro Sepúlveda destaca las ventajas mutuas que se derivaban del hispanoamericanismo decimonónico en estos términos: La funcionalidad máxima del hispanoamericanismo se encuentra en su capacidad para dotar al nacionalismo español de un arsenal argumental que, al mismo tiempo que posibilita su proyección exterior, permite reforzar su legitimidad interior. La estructuración del movimiento hispanoamericanista, al mismo tiempo que se producía la aparición y desarrollo de los nacionalismos subestatales hispanos, no responde a una mera coincidencia temporal; al contrario, existe una relación causal, no tanto como respuesta reactiva como por ser ambos movimientos consecuencia del cuestionamiento finisecular sobre la identidad nacional. De ahí que el hispanoamericanismo remarcase la trascendencia que tenían los elementos constituyentes de la raza, la lengua y la historia; elementos tanto más importantes para evidenciar la existencia de una Gemeinschaft hispanoamericana que para ignorar las peculiaridades nacionales dentro de la Gesellschaft española […]. El tercer logro significativo del hispanoamericanismo fue la generación de la idea de transformación de la comunidad cultural hasta alcanzar niveles de actuación política conjunta. El primer paso lo constituyó la constatación de la existencia y la identificación de una comunidad cultural hispanoamericana, con toda la potencialidad que ello tenía consigo; su prolongación consecuente se dio con el intento de alcanzar algún tipo de manifestación política que visualizara esta comunidad. Su éxito más notable se materializó con la celebración oficial en todos los países americanos y en España de la Fiesta de la Raza […]. En definitiva, posibilitó que a partir de ese momento se pensase que el sueño bolivariano de unión americana fuera posible, participara o no de algún modo España en ella (2005: 409-411).
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Lo anterior explica una notable característica de la lexicografía hispánica señalada por Lara (2005b: 51)7: su obsesión por conservar la unidad de la lengua. No es que la unidad del idioma no haya preocupado igualmente a los filólogos de lengua inglesa o de lengua portuguesa; sólo que en el caso de los de lengua española existe un motivo que se añade con fuerza a la obvia repugnancia a prescindir de las ventajas que reporta poseer un instrumento de comunicación compartido por centenares de millones de personas en este mundo de la aldea global: el valor político de la unidad idiomática. Si Hispanoamérica fuese un solo país, como lo son Brasil o Estados Unidos, la unidad del español americano resultaría de las propias estructuras educativas del Estado. Así se consolidó precisamente la tendencia unitaria en el origen con Fernando III y Alfonso X, según advierte Lara, como un deseo de unificar el discurso legal e histórico de las regiones reconquistadas por Castilla a los moros. Pero como los procesos de las guerras de Independencia americanas no lograron mantener la unidad política del antiguo Imperio colonial español y existe una veintena de países de lengua española en América, resulta que el único garante que permite constituir un frente común ante las asechanzas del exterior (sobre todo ante las del big brother septentrional), al tiempo que se facilitan los intercambios económicos y culturales, ha llegado a ser la unidad de la lengua. He aquí el nudo gordiano de la política lingüística hispanoamericana: de un lado, la unidad de la lengua aparece como una condición necesaria; de otro, mientras no se reconozcan debidamente las normas de los grandes centros de irradiación idiomática (México D.F., Buenos Aires y Bogotá, como mínimo) y se logre un equilibrio respecto al predominio histórico de la norma europea recomendada desde Madrid, no se alcanzará una condición suficiente. ¿Cómo conciliar el requisito centrípeto (o mejor dicho, historípeto, pues España no deja de ser periférica en la comunidad hispanohablante) con el requisito centrífugo que resulta de la realidad? La teoría de prototipos distingue dos criterios de organización de campos semánticos, el clásico y el de parecidos de familia. Estos dos patrones alternativos de organización del mundo –tanto real como mental– estructuran respectivamente la normativa histórica y la normativa policéntrica. El prototipo clásico define casi todas las lenguas de cultura, por ejemplo, la norma del italiano está hecha sobre la variedad de Florencia. El prototipo de los parecidos de familia define la situación de muchas lenguas sin normativizar en las que los dialectos más alejados suelen resultar mutuamente ininteligibles (len7
“Si se considera la historia de la lengua española, me parece que puede notarse la existencia de dos valores fundamentales a lo largo de cerca de mil años: el de la unidad de la lengua, orientado al entendimiento mutuo de todas las sociedades hispanohablantes, y el de su raíz popular”.
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guas australianas, lenguas siberianas, etc.), pero también lo encontramos en lenguas de cultura, como el quechua, donde la variedad de Quito y la de Cusco parecen a menudo compartimentos estancos, o como el vascuence, antes de la introducción del llamado euskara batua (vasco unificado) en los años sesenta del pasado siglo. En el dominio de la lengua española es notable que ambos prototipos, el clásico y el de parecidos de familia, se den simultáneamente. En el capítulo 2 planteaba un tanto simplistamente la hipótesis de que la normativa histórica basada en el castellano peninsular se organiza conforme al prototipo clásico y que el pluricentrismo que deriva del alzamiento de prestigiosas normas urbanas americanas se ajusta al prototipo de parecidos de familia. Ahora quisiera refinar dicha hipótesis ya que ni la norma de Madrid propugnada por la tradición académica concentra suficientes propiedades comunes (por ejemplo, opone /θ/ a /s/ pero no unifica las 2ª y 3ª personas del plural, lo cual le confiere un sesgo dialectal bastante exótico en el conjunto) ni ninguna de las variedades normativas americanas resulta ininteligible desde ninguna otra. En la normativa histórica el español de la Real Academia Española (RAE) concentra un mayor número de atributos normativos que el de Centroamérica (CA), el de los Andes (A) o el del Cono Sur (CS), por ejemplo:
CA
CS
RA A
Por el contrario, en la normativa policéntrica los tipos normativos del español están igualmente valorados y cada uno constituye un núcleo de atracción normativa:
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CA
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Suponer que la norma del español debe estructurarse conforme al prototipo histórico es seguir concediendo prevalencia a la norma que dicta la RAE, tanto en el diccionario como en la gramática, simplemente porque la lengua se originó en España y lo que fue válido en un cierto momento –en el siglo XVI– debe seguir siéndolo en la actualidad. Optar por una norma policéntrica es adoptar el segundo modelo con el argumento de que el peso de la lengua se ha trasladado al continente americano y la norma española ya es simplemente una entre varias, ni siquiera la más usada. Recuérdese que si bien vengo empleando dos términos como si fueran sinónimos, policentrismo (sobre un prefijo griego) y pluricentrismo (sobre su equivalente latino), no los considero equivalentes ni topológica ni neurológicamente. En el contexto del presente libro entiendo por pluricentrismo el hecho de que una lengua exista en forma de variedades diatópicas claramente diferenciadas. En cambio, policentrismo sería el reconocimiento oficial de dicha variación, es decir, la existencia de normativas alternativas para dar cuenta de la misma. Las lenguas poco codificadas, cuando son pluricéntricas, resultan ser, por lo mismo, policéntricas, puesto que la normativa deriva de un consenso implícito entre los hablantes. Pero en las lenguas codificadas no sucede esto: una lengua puede perfectamente ser pluricéntrica al tiempo que sus elites pueden mostrar notables resistencias para configurarla normativamente como policéntrica; es el caso del español. Me he ocupado del aspecto sociolingüístico del doblete pluricentris-
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PLURICENTRISMO Y POLICENTRISMO
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mo/policentrismo en otro lugar (López García 2010b), por lo que no lo trataré aquí, pero permítaseme reproducir tan sólo la opinión de Zimmermann, que comparto en lo esencial: Hoy en día, nos encontramos en una fase de cuestionamiento o rechazo, no tanto de la construcción o idea de una variedad estándar ni de su utilidad para la cultura lingüística en el mundo hispánico, sino de la aceptación de la variedad estándar propuesta por la RAE como única y como modelo para todos (2008a: 201).
Y continúa Zimmermann señalando que los puntos principales de esta perspectiva son los siguientes: existen variedades nacionales de español en los países hispanoamericanos; hay consenso en el rechazo a la normativa única defendida por la RAE, pero no en cómo concebir el pluricentrismo; el rechazo a la normativa de la RAE y la defensa de un estándar propio también se dan en las regiones meridionales de España8; la declaración/creación de un estándar no sólo es un problema técnico, también manifiesta la existencia de una identidad nacional o regional; el pluricentrismo no se reduce a la variación lingüística, tiene implicaciones políticas; por eso la codificación requiere de normas legales que la apuntalen; esto se hace cada vez más evidente, pues se ha ido pasando de la libre adhesión a la norma, en tiempos de Nebrija, a todo un sistema de sanciones que castiga su incumplimiento; ello no excluye la posibilidad de que ciertos países o regiones se adhieran a la norma de otros; aparece una situación de sesquilingüismo (comprensión de la variedad ajena) entre hablantes cultos de las distintas regiones hispánicas; la base lingüística de los diversos estándares no es sólo fonética, afecta a todos los niveles del lenguaje; se aconseja abrir una discusión teórica general sobre este problema; se constata la tendencia a que los medios de comunicación configuren pragmáticamente un verdadero estándar panhispánico. En cualquier caso, la querella del policentrismo no es imputable exclusivamente a razones sociopolíticas y en particular a la obcecación centralista de quienes impulsan la norma de la lengua común desde España. Hay también razones estructurales que la topología pone de manifiesto. Los tres tipos de variantes que constituyen el espacio de la variación lingüística no son homeomorfos9, responden a topologías diferentes (López García 1994): la variación diafásica supone un espacio regular, la variación diatópica, un espacio normal, y la variación diastrática, un espacio compacto. En realidad, el policentrismo representa una contradicción entre las tendencias diatópicas, que pretenden alzar tantas normas como centros geográficos de irradiación, y las tendencias diastráticas, que privi-
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Y en las orientales, añadiría yo. Es decir, topológicamente equivalentes.
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legian una sola norma, la de la clase social dominante, sobre todas las demás. Para entender cómo se origina formalmente el dilema policéntrico compárense las definiciones respectivas de espacio normal y de espacio compacto10:
ESPACIO NORMAL: DIATOPÍA Un espacio es normal cuando para cada par de cerrados disjuntos A y B, existen abiertos correlativos U y V, tales que A está incluido en U y B está incluido en V. Lo que interpretamos como un espacio de variación diatópica en el que dados dos rasgos dialectales (y en general dos dialectos) disjuntos A y B, existen conciencias metalingüísticas respectivas U y V que los mantienen como compartimentos estancos.
ESPACIO COMPACTO: DIASTRATÍA Un espacio es compacto si y sólo si cada familia de cerrados que satisface la condición de intersección finita, por la que poseen miembros comunes, tiene una intersección no vacía. Lo que interpretamos como un espacio de variación diastrática en el que dados dos sociolectos cualesquiera, siempre tendrán elementos comunes y se sentirán, por tanto, como pertenecientes a un mismo espacio.
El espacio normal es topológicamente un espacio de conjuntos disjuntos (cada una de sus variedades diatópicas), mientras que el espacio compacto es un único espacio. Sólo hay una forma de resolver la contradicción: construir el espacio compacto haciendo que sus subconjuntos componentes sean disjuntos, es decir, a la manera de los espacios normales. Es lo que significa el siguiente teorema: si A y B son subconjuntos compactos disjuntos de un espacio de Hausdorff X, entonces existen entornos disjuntos de A y B, por lo que cada espacio compacto de Hausdorff es normal. En la práctica ello supondría dotar a cada variedad geográfica relevante de una lengua de un valor funcional específico. En el dominio hispánico esto se insinúa cuando la norma de los medios de comunicación generales adopta un perfil más bien centroamericano mientras que la norma literaria sigue el patrón europeo, pero todavía estamos lejos de una resolución del conflicto.
10 El espacio compacto puede definirse también en términos de recubrimiento, como veremos en el capítulo siguiente.
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6 . H I B R I DAC I Ó N L I N G Ü Í S T I C A
6.1. Fronteras permeables Hemos visto en el capítulo 5 cómo las fronteras entre las lenguas no siempre están claras. Lo que unos consideran un mismo idioma, el gallego-portugués, otros lo ven como dos idiomas diferentes, gallego junto a portugués, y algo parecido puede afirmarse de los llamados dialectos del chino. Una consecuencia de lo anterior es que, donde algunos autores hablan de unas seis mil lenguas en el mundo, otros se conforman con la mitad, ello sin tomar en consideración la circunstancia, tantas veces repetida, de que una misma lengua indígena haya sido bautizada por los investigadores occidentales con dos glotónimos diversos (dakota o siu, por ejemplo), lo que se ha traducido en un aumento gratuito, puramente nominal, del número de lenguas en los repertorios de referencia. Entiéndase que hablo de los inventarios y de las categorizaciones serias, hechas bona fide. Por supuesto que hay personas que, contra toda evidencia, quieren inventarse idiomas, pero detrás no suele estar la ciencia –la pasión por el conocimiento–, sino meramente su interés personal. Descontada, pues, la picaresca segregacionista, hay que reconocer que en ocasiones la frontera entre dos idiomas puede establecerse conforme a más de un criterio, lo que tiene consecuencias inmediatas sobre su identidad y sobre el número de idiomas en un cierto espacio geográfico. En lo que sigue examinaré algunas de estas situaciones de frontera permeable y más o menos problemática.
6.1.1. DIVERGENCIAS RESULTANTES DE DESACUERDOS METALINGÜÍSTICOS El problema es que las categorizaciones lingüísticas que tienen un fundamento político no pueden desestimarse sin más. Al fin y al cabo justo es reconocer que la política está en el origen de todas las compartimentaciones lingüísticas reconocidas tanto las legítimas como las espurias. Si Portugal no se hubiese independizado de Castilla-León en el siglo XII y aún formara parte de España, no hay duda de que el gallego y el portugués seguirían siendo hoy el mismo idioma unitario que eran en la Edad Media: se trata de un hecho político. Pero si Cataluña y Valencia no hubieran formado parte siempre de una misma entidad estatal –la Corona de Aragón, primero, y España, después– es muy probable que el catalán y el valenciano ya no fuesen la misma lengua: otro hecho político, el cual inten-
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tan forzar –poniendo el carro delante de los bueyes, es decir, la lengua antes de los grupos sociales– los enemigos de su cercanía política. Sin embargo, mientras que autores solventes y de la mayor seriedad unas veces tratan el portugués y el gallego como una sola lengua (Vázquez Cuesta/Mendes da Luz 1971) y otras diferenciando el portugués (Teyssier 1976; Cintra/Cunha 1984) y el gallego (Carballo Calero 1966; Pérez Bouza 1996), no existen estudios académicos que refrenden una ambigüedad semejante en el caso del catalán y del valenciano. Para enfocar adecuadamente este tipo de situaciones acudiremos a la Topología general. Una distinción capital en el marco de lo que estamos considerando es la que opone topologías finas a topologías gruesas. Esto significa que los abiertos que describen los cerrados de un cierto espacio topológico no están definidos de antemano y no constituyen un subconjunto rígido. En un espacio se pueden introducir topologías finas, que describen muy pormenorizadamente sus características, y topologías gruesas, que las describen con un detalle menor. De manera intuitiva la distinción es parecida a lo que en electrónica se llama definición, es decir, el número de fotones por mm2 que aparecen en una pantalla1. Los tratamientos del espacio lingüístico del oeste de la Península ibérica aplicarían, por tanto, una topología gruesa al hablar de gallego-portugués y una topología más fina cuando distinguen entre gallego y portugués. ¿Es posible cualquier cosa? Decididamente no. Un espacio debe mantener la cualidad de la conexión, lo cual implica que los abiertos no pueden aplicarse a parte del mismo y dejar de hacerlo a otra parte. Los tratamientos de topología fina encuentran diferencias entre el portugués y el gallego en todos los niveles: fonético-fonológico, léxico, gramatical y hasta pragmático. No es el caso de los intentos secesionistas que pretenden sustraer el valenciano del dominio catalán, los cuales suelen basarse en el léxico y en alguna propiedad fonética y/o morfológica, pero son incapaces de introducir topologías más finas en el conjunto del dominio. En otros casos las fronteras entre variedades lingüísticas no se establecen teniendo en cuenta todos los componentes a la vez, sino tan sólo alguno de ellos. Ello da lugar a varios tipos de divergencias.
6.1.2. DIVERGENCIA LÉXICA Todos aceptan que una lengua se compartimenta en dialectos, bien referenciales, bien sociales, bien geográficos, y que a cada uno lo caracteriza un léxico especí1
En la propia Lingüística también se ha empleado esta distinción, por ejemplo, en la noción de delicacy de M. A. K. Halliday con la que se alude al grado de detalle de una descripción gramatical (Anderson 1968).
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fico. Cuando se consideran los dialectos referenciales o tecnolectos no hay problema, pues evidentemente el lenguaje de la medicina es dudoso que comparta demasiados términos con el de la pesca: los lenguajes especiales muestran distribución complementaria en todos los idiomas y no suelen ocasionar problemas de categorización ya que se aplican a conjuntos de referentes no coincidentes. Sin embargo, precisamente porque estos términos suelen ser tomados en préstamo de la lengua internacional del momento, podría plantearse la cuestión de cómo idiomas muy diversos coinciden en dicho inventario especializado:
japonés
inglés
español
euskera
léxico de la Informática
Es evidente que el esquema de arriba puede parecer exagerado, pues el léxico técnico (y no sólo el de la informática) constituye una pequeña parcela del vocabulario de una lengua. Con todo, si por lenguajes especiales se entienden todos los que hacen referencia al mundo global unitario hacia el que caminamos (esto es, tanto el léxico de la ciencia y de la técnica, como el de la moda, el del deporte, el de la economía, el de la música…) empieza a parecer plausible un panorama como el que bosquejamos. Tampoco los dialectos sociales ocasionan problema alguno de delimitación. En este caso, los referentes coinciden, pero los hablantes, a menudo también, de forma que un hispanohablante que usa o, al menos comprende, el término curro no siente que por emplearlo en vez del término trabajo haya cambiado de código. Ha habido históricamente algún intento célebre de fundamentar una diferencia lingüística en una diferencia social: Nikolai Marr pretendió que el ruso de la clase obrera de la URSS no tenía nada que ver con el ruso de la burguesía (e incluso que aquél se parecía más al francés de los obreros de Francia), pero este dislate –deslegitimado por el propio Stalin en un célebre artículo en Pravda– no llegó a mayores. Menos folclórico fue el intento del régimen de la DDR por diferenciar progresivamente el alemán del este del alemán del oeste: aunque se basaba en un supuesto ideológico
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similar al anterior, la forma de llevarlo a cabo consistió en ir introduciendo progresivamente nuevas denominaciones, lo que, unido a la creciente americanización cultural y lingüística de la BRD, tal vez hubiera escindido a la larga el dominio de la lengua alemana; la caída del muro deja la hipótesis sin confirmar. Igualmente abortada fue la tentativa de crear un “idioma nacional argentino” basado en el lunfardo, una variedad jergal de las clases bajas porteñas, el cual habría escindido al país del dominio lingüístico hispánico. En todos estos casos lo que hay es un proceso sinecdóquico: un componente diferenciado de una región de un idioma aspira a constituirse en representante exclusivo de la misma, con lo que las otras regiones, que no conocían dicho componente, quedan aisladas de ella:
alemán BRD
*lengua A
alemán DDR
*lengua B
Con todo, es obvio que las divergencias léxicas verdaderamente importantes son las geográficas. Cuando una lengua se extiende sobre amplios territorios suele suceder que el léxico de cada variedad se vaya pareciendo cada vez menos al de las otras variedades, hasta el punto de considerarlas lenguas distintas. Algo así pasó con el italiano y con el español, ambas procedentes del latín, bifurcación similar a la que antes se había dado entre el latín y el osco-umbro, como ramas del itálico frente al griego y otros idiomas indoeuropeos, etc. Este tipo de esquema ramificado es el que habitualmente traen los manuales, pero hay variaciones impuestas por la historia antes que por la geografía. Es lo que sucede con las lenguas criollas. En su forma prototípica un criollo es una lengua A que ha sido relexificada completamente por el vocabulario de una lengua B. Por ejemplo, en las sociedades esclavistas del Caribe se desarrollaron pidgins como el de Haití o el de Jamaica, donde una lengua africana (el ewe de Togo en un caso y el krio de Sierra Leona en el otro) conservó su estructura gramatical, pero perdió (casi)
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completamente su componente léxico, el cual fue sustituido por la lengua de los amos, respectivamente el francés o el inglés. En la generación siguiente, la de los niños que nacieron en cautividad, este pidgin –que es lo único que oyen hablar– se convierte en una lengua como cualquier otra, en un criollo:
gramática ewe léxico ewe
gramática francesa léxico francés
∅
créole de Haití: elementos de gramática ewe + léxico francés
Se trata de una situación límite, fruto de las excepcionales y duras condiciones en las que surgieron estos criollos esclavistas. Sin embargo, otros muchos idiomas han sido descritos con una base criollística, sólo que la relexificación no alcanzó a todo el vocabulario, sino tan sólo a un segmento sustancial del mismo. Por ejemplo, varios filólogos (Bailey/Maroldt 1977; Dalton-Pfuffer, 1995) han considerado el inglés como un idioma germánico-románico, ya que tiene su origen en una relexificación parcial del vocabulario germánico del anglosajón por el léxico romance (francés y latín) durante la época de la invasión normanda (1066). En efecto, fuera de los términos patrimoniales, la mitad del léxico culto del inglés viene del latín, lo que ha contribuido grandemente a su aceptación como lengua internacional en Occidente. También hay, como es sabido, numerosos dobletes: clever / intelligent, look / appearance, to come / to arrive, foreseen / predicted, etc. inglés
léxico gramática
francés
léxico gramática
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Una pregunta nada fácil de contestar es la de hasta qué punto este esquema no describe una situación parecida a la de los tecnolectos de arriba: que el léxico de la informática en francés sea un préstamo del inglés, ¿acaso no es lo mismo que el hecho de que casi todo el vocabulario culto del inglés sea un préstamo del francés? Es verdad que en el lenguaje científico los dobletes (computer / ordinateur en francés, por ejemplo) son menos frecuentes, pero tampoco hay siempre dobletes de raíz germánica o románica en inglés común.
6.1.3. DIVERGENCIA GRAMATICAL La divergencia gramatical parece suministrar un criterio mucho más seguro a la hora de trazar la frontera entre dos lenguas: si las gramáticas de dos idiomas son diferentes, se puede afirmar sin ninguna duda que se trata de idiomas distintos. Esto es una consecuencia del hecho de que, mientras el léxico se va formando por incorporaciones individuales a un repertorio abierto, la gramática constituye una estructura cerrada –un système où tout se tient, en palabras de Saussure– en la que la caída de una sola pieza suele acarrear la de la estructura entera. Por ejemplo, el léxico de los colores ha ido creciendo en las lenguas europeas desde la Edad Media (cuando se añadió el gris) hasta el momento presente en el que la moda y otros fenómenos tecnológicos han incrementado enormemente la nómina: fucsia, marfil, caldero, índigo, etc. En cambio, no es posible que el sistema ruso de los casos añada una posibilidad nueva o pierda alguna de las existentes sin quedar destruido de inmediato, pues dichos casos se articulan en un inventario de oposiciones correlativas. No obstante, la práctica desautoriza esta teoría, lo cual demuestra que nuestras concepciones metalingüísticas son demasiado rígidas, que ni las estructuras están completamente cerradas ni los módulos lingüísticos son compartimentos estancos. Hace tres cuartos de siglo, Sandfeld describió un fenómeno muy curioso al que llamó “lingüística balcánica”, consistente en que las lenguas habladas en los Balcanes, aunque sean de filiaciones distintas (griego, albanés, búlgaro, serbo-croata, rumano y turco), han llegado a tener en común no sólo numerosos préstamos léxicos y fraseológicos procedentes casi siempre de la primera de ellas, sino también bastantes rasgos gramaticales: Ce ne sont pourtant pas les concordances phraséologiques, si nombreuses soientelles, qui contribuent le plus à donner à ces langues une empreinte d’unité. Ce qui est plus important, c’est que leur syntaxe est très souvent identique. Le trait le plus frappant et qui plus que tout autre domine la construction des phrases est l’emploi prépondérant de propositions subordonnées au lieu de l’infinitif, emploi qui, sur une
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grande partie du territoire, a amené la perte complète de ce mode. On ne dit pas “Donnez-moi à boire”, mais “Donnez-moi que je boive”: roum. dámi sâ beau, bulg. daj mi da pijâ, alb. a-më të pi, gr. δος µου να πιωˆ (1930: 7-8).
Esta comunidad de propiedades gramaticales entre lenguas de diferente origen que viven contiguas y han mantenido estrechas relaciones históricas es lo que Trubetzkoy denominó Sprachbund y que las tesis de Praga recogen así: El descubrimiento de las tendencias de la evolución de las diferentes lenguas eslavas en las diversas épocas, y la confrontación de estas tendencias con las constatadas en la evolución de las lenguas vecinas, eslavas y extranjeras […] facilitarán datos para un conjunto de cuestiones importantes relativas a las uniones regionales, de extensión variable, a las que se han adherido las diversas lenguas eslavas en el curso de su historia (VVAA 1971: 33).
Se han descrito otras alianzas lingüísticas en distintas partes del mundo, como el área lingüística báltica (Stolz 1991) que agrupa el estonio y el letón, respectivamente del grupo finougrio y del indoeuropeo; el área lingüística india (Emeneau 1956), donde se entremezclan lenguas munda, dravídicas e indoeuropeas; o el área del sudeste asiático (Masica 1976; Bisang 1996), la cual incluye lenguas sínicas, malayas y mon-khmer; ello sin citar otros agrupamientos más extensos y de caracterización más difusa como puede ser el uralo-altaico (Sebeok 1950). Yo mismo he señalado la existencia de sorprendentes concordancias gramaticales entre el vasco y el español, las cuales tal vez evidencian una influencia areal del primero sobre el segundo durante la época de formación del romance del alto Ebro, como veremos seguidamente. En cualquier caso hay que tener muy presente que nunca se da una transferencia de patrones estructurales de una lengua a otra, sino un mero contagio de tendencias de estructuración, un “aire” por decirlo así. El carácter tan laxo de los influjos, que ya aparece en los préstamos léxicos, ha suscitado numerosas polémicas, pero no es suficiente para negar la evidencia de la lingüística de los Sprachbünde:
búlgaro
griego moderno
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6.1.4. DIVERGENCIA FONÉTICA Las divergencias fonéticas no suelen ser consideradas motivo suficiente ni para relajar las fronteras lingüísticas ni para consolidarlas. Por ejemplo, en francés existen varios diasistemas fonológicos claramente diferenciados sin que ello sea motivo suficiente para que se los considere indicativos de una incipiente bifurcación del sistema lingüístico en cuanto tal (Martinet, 1964: 2.16-2.19). Y, a la inversa, los sistemas fonológicos del español y del japonés son bastante similares sin que ello se traduzca en una cercanía tipológica –ya no digamos de comprensibilidad– entre ambos idiomas, fuera de una ventaja para el aprendizaje de cada uno como L2 por los hablantes de la otra. Lo anterior no deja empero inmune al componente fonético-fonológico respecto de las vaguedades derivadas de la frontera. Ha habido intentos –propiciados desde la escritura– para tender puentes entre idiomas de una misma familia. Ésta es la significación histórica de los ideogramas chinos (que permiten comunicarse entre sí a hablantes de mandarín y de cantonés, los cuales no se entienden oralmente) y de los proyectos como EuroComRom de los que tratamos páginas atrás. No obstante, es dudoso que este tipo de iniciativas llegue a afectar realmente a los sistemas lingüísticos como tales. Parece más bien que la fonética debe ser considerada a escala idiolectal: hay personas que, por su formación, son capaces de comprender todas las lenguas románicas o todos las lenguas chinas, pero ello no cambia un ápice la frontera que separa aquéllas o éstas como sistemas lingüísticos. Por eso, puede llegarse a un curioso efecto de aparente surgimiento brusco de una diáspora lingüística cuando los cauces de transferencia se rompen de repente. Es lo que ocurrió en la Europa medieval: antes de la reforma carolingia los textos latinos tal vez se leían con pronunciaciones específicas de cada región de la Romanía (una especie de fonograma románico avant la lettre), pero cuando Alcuino introdujo un nuevo latín, el latín medieval, con una lectura específica, los habitantes de Francia, Provenza, Castilla, o Cataluña se dieron cuenta de que su lengua no sólo era diferente de la latina sino también de la de sus vecinos (Wright 1982).
6.1.5. DIVERGENCIA PRAGMÁTICA Es evidente también que la variación en los usos de una lengua puede ser considerable: unas expresiones consideradas como normales e, incluso, corteses en Estados Unidos o en Australia pueden ser interpretadas en Gran Bretaña como cortantes, cuando no como directamente ofensivas (Wierzbicka 1991). Sin embargo, esta divergencia nunca se ha traducido en el alzamiento de barreras lin-
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güísticas: por la razón que sea, los hablantes de una lengua tienen asumida la divergencia pragmática en un grado y con unos márgenes de tolerancia muy superiores a los de otros componentes como el léxico y, sobre todo, la morfosintaxis.
6.2. Tipos de hibridación Excluidos, pues, el componente fonético y el pragmático, resulta patente que las fronteras entre lenguas no siempre son monolíticas cuando tomamos en cuenta sus componentes centrales, la gramática y el léxico. Puede ocurrir que una parte del léxico de una lengua e, incluso, la totalidad del mismo pertenezca a otra o que parte de la gramática, aunque no toda, se halle igualmente en otro idioma. Ante esta situación nos planteamos otra vez cómo encararla racionalmente mediante una formalización topológica echando mano de las siguientes nociones: 1) En relación con A, el conjunto cerrado } es la clausura de A, y el conjunto abierto A es el núcleo de A. La clausura es igual al núcleo más la frontera (fA): } = A + fA. 2) Cuando se considera el conjunto A en relación con el resto del universo, es decir con el complementario de A (i.e.: CA o A’), resulta que: C} = CA. 3) Hay elementos (o puntos) de varios tipos: aislados, de adherencia, interiores, exteriores, frontera, de acumulación, según registra el siguiente esquema: P4
P3
P1: interiores P2: frontera
P2 P1
P3: aislados P4: exteriores P1, P2: de acumulación P1, P2, P3: adherentes
Como se puede ver: – Puntos interiores son aquellos en los que algún entorno sólo contiene puntos del espacio;
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– Puntos exteriores son aquellos en los que algún entorno sólo contiene puntos del complementario del espacio; – Puntos frontera son aquellos en los que cualquier entorno tiene puntos interiores y puntos exteriores; – Puntos aislados son aquellos en los que cualquier entorno contiene todos los demás puntos de fuera del espacio; – Puntos adherentes son aquellos en los que cualquier entorno contiene al menos un punto del espacio; – Puntos de acumulación son los adherentes no aislados. Puesto que una lengua puede registrarse simplemente como el conjunto infinito de todos sus enunciados, la oposición cerrado/abierto está relacionada con la conciencia metalingüística, con el saber sobre el idioma. Dada la lengua A –digamos el euskera–, la diferencia entre la totalidad de las expresiones en A y cualquier expresión en otra lengua es que las de A incorporan su frontera, constituyen la clausura Ã. Para los euskaldunes A es Ã, para los erdeldunes (los que no hablan vasco) es A. En condiciones normales –y excluidas las situaciones relacionadas con el grosor de la topología, que vimos arriba–, la noción de frontera no resulta problemática: cada lengua incluye, pues, sus puntos interiores y sus puntos frontera, esto es, el conjunto de los puntos de acumulación. Desde esta perspectiva la frontera entre el finés y el sueco, por ejemplo, consiste en que los puntos de acumulación del finés y los del sueco no coinciden. Esto es igualmente válido para fronteras lingüísticas sin contigüidad espacial como la del bribri con el tunebo, dos lenguas chibchas que se hablan respectivamente en Costa Rica y en Colombia. Pero esta situación normal, puede verse alterada de varias maneras: – Lo que sucede con los tecnolectos es un panorama topológico similar al de los puntos aislados. Si se considera el subconjunto tecnolecto como un punto aislado, es obvio que cualquier entorno incluirá puntos ajenos al mismo. Los términos euskéricos para la Biología molecular, por ejemplo, todos ellos préstamos del inglés, pertenecen a un repertorio mental y se ajustan a unas reglas de formación en las que siempre interviene el inglés. – Una situación peculiar es la de las lenguas criollas, las cuales poseen una gramática propia y un léxico compartido. Evidentemente el cierre categorial está fuera, en el complementario: se podría decir que el créole de Haití es una gramática interna basada en el ewe, la cual alcanza su cierre en el vocabulario del francés. Topológicamente, el léxico está constituido por puntos exteriores y puntos frontera, de manera que equivale a CA. – En cambio, parece típica de los puntos de adherencia la situación planteada por los Sprachbünde. Evidentemente las lenguas que los integran –el rumano,
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búlgaro, albanés, turco y griego en el Sprachbund balcánico– son perfectamente regulares, es decir, de puntos de acumulación (interiores y frontera) no coincidentes. Sin embargo, contra todo pronóstico, hay algunas estructuras gramaticales comunes: se trata de puntos aislados que en estas lenguas, salvo en la que hace de catalizador (el griego), están rodeados en los paradigmas de otro tipo de puntos ajenos (precisamente las estructuras gramaticales del griego). Como se puede apreciar los tecnolectos y los Sprachbünde se basan en el mismo principio topológico, el punto aislado, sólo que en el segundo caso éste se considera en relación con los puntos de acumulación, lo que los convierte en adherentes. – Cuestión diferente es la que plantea la divergencia incipiente de un sociolecto. Para entenderla habría que acudir al concepto de topología inducida, esto es, una topología Ti, derivada de T, que se introduce para comprender un subconjunto determinado del conjunto X. En el caso examinado, la conciencia metalingüística del alemán general se aplicaría en la BRD a un cierto inventario léxico con criterios “burgueses” y en la DDR con criterios “socialistas”. No obstante, el hecho mismo de que se trate de topologías inducidas, o sea, relativas a otra topología más potente, demuestra su inviabilidad de cara a una posible escisión. Como resumen de todo lo anterior podemos decir que la cuestión de dónde acaba un idioma y empieza otro no es algo dado de antemano y que a menudo hay zonas borrosas que exigen una metodología específica. Esto se debe a que los lingüistas no examinamos hechos verbales sino cogniciones de hechos verbales y éstas están sometidas siempre a una percepción difusa de naturaleza prototípica, la cual no sólo alcanza a las situaciones de frontera comunes (ya complicadas de por sí, según vimos en el capítulo 2), sino también, con más razón, a las problemáticas. Para comprender este tipo de situaciones de hibridación idiomática volveremos a considerar la noción de espacio compacto. ¿Qué convierte a un sistema lingüístico en una unidad cerrada a pesar de que recibe y emite materiales de y al exterior? Es un fenómeno parecido al de la célula. La célula consta de un núcleo y de un citoplasma que están aislados del exterior por una membrana, la cual impide que los componentes de la célula se confundan con el entorno y pierdan su identidad, aunque deja pasar nutrientes y emite residuos (figura de página siguiente). La idea de la membrana que recubre la célula aislándola del exterior es algo más que una metáfora. En Topología existen cuerpos, como el toro2 o la esfera, los cuales cierran un espacio, y cuerpos que, como el paraboloide, no llegan a
2
El toro es la superficie generada por una circunferencia que gira en torno a una recta coplanar, algo así como un donut. El paraboloide es como una copa sin pie, es decir, la superficie generada por una parábola que gira en torno a su eje.
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Léxico de A Léxico de B Sistema lingüístico A
Sintaxis de A
Sintaxis de C
cerrarlo. Pues bien, los primeros son espacios compactos. Para definir la compacticidad se parte de la noción de recubrimiento. Por recubrimiento de un espacio X se entiende un sistema Rv (para v ∈ N, donde N es un conjunto arbitrario de índices) de partes de X, Rv ⊂ X, tales que ∪ Rv = X, por lo que todo punto de X está recubierto al menos por un Rv. Un sistema R’ formado sobre una parte N’ de N se llama sobrecubrimiento de R, si constituye un recubrimiento de X. A partir de aquí se define un espacio X junto con su topología T como compacto3 si todo recubrimiento abierto de X posee un sobrecubrimiento finito. La interpretación lingüística de estas nociones está en la línea de considerar una lengua como un conjunto de enunciados infinitos obtenidos por medios finitos. Una lengua es un conjunto infinito de textos a los que se llega combinando una serie infinita de oraciones (su recubrimiento), las cuales podrían obtenerse a su vez a partir de un inventario finito de palabras y morfemas (su sobrecubrimiento). Evidentemente lo que presta unidad a cada lengua es este conjunto reducido de elementos: ello explica la tendencia que siempre ha habido a reducir un idioma a su diccionario y a las reglas de combinación de sus términos. Sin embargo, todas las situaciones de hibridación lingüística que hemos tratado hasta ahora no lo son desde el punto de vista del hablante-oyente ingenuo, sólo existen para el lingüista. Aunque históricamente el momento de nacimiento de un pidgin supone la conciencia metalingüística de que dos idiomas se estaban
3 El espacio X debe ser un espacio de Hausdorff, lo cual significa que dados dos elementos existen entornos de cada uno cuya intersección es nula. Obviamente los espacios lingüísticos son de este tipo, pues dados dos signos siempre hay secuencias de las que cada uno forma parte y que no tienen ningún elemento en común, por ejemplo, el libro de mi amigo y la casa con ventanas altas para amigo y casa.
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mezclando, una vez consolidado el pidgin como criollo, dicha conciencia desaparece y quien oye créole de Haití no cree que esté oyendo ewe + francés sino algo enteramente nuevo. Lo mismo sucede con los Sprachbünde: la persona que descodifica un texto en rumano no recurre al griego en su conciencia lingüística. La conciencia de la unicidad y uniformidad de las lenguas es demasiado viva como para que la obvia dualidad de muchos textos llegue a imponerse. Cabe preguntarse a este respecto: ¿qué ley topológica justifica la introducción de material de un idioma en otro idioma sin que por ello se hable de mezcla de códigos, fenómeno que pertenece al habla y es estrictamente individual? La noción de espacio producto compacto parece demasiado fuerte, pues el producto cartesiano de dos lenguas justificaría una lengua doble, no que ciertas propiedades (sintácticas, fonéticas o léxicas) de una de ellas influyesen en la otra. Para legitimar la posibilidad que estamos considerando acudimos a una noción más restrictiva de compacticidad, la de espacio localmente compacto, que es aquél en el que cada punto tiene por lo menos un entorno compacto. Todo espacio compacto es localmente compacto, pero no a la inversa. Los espacios localmente compactos también pueden contraer relaciones de producto cartesiano que se ajustan a la siguiente ley: si un espacio producto es localmente compacto, entonces cada espacio coordinado es localmente compacto y algunos espacios coordinados son además compactos. Esto es lo que sucede en las situaciones que estamos examinando. Cuando varias lenguas contraen una relación de hibridación en una alianza lingüística, la compacidad local afecta al espacio producto, que no se siente como una superlengua, y también a construcciones aisladas, pero las lenguas en sí mismas sí que son compactas4 (figura de página siguiente). Una confluencia del griego con el rumano, el albanés y el búlgaro es el hecho de que el aoristo elimine el perfecto simple. Una concordancia del griego con el búlgaro y el albanés es que el complemento de un nombre de medida no es partitivo. También existen correspondencias del albanés, el búlgaro y el rumano como el artículo pospuesto. El rumano y el albanés coinciden en el uso del participio regido por una preposición como sustantivo verbal, el albanés con el búlgaro, en la confusión del dativo masculino con el femenino. El búlgaro comparte con el rumano la construcción “un día dos” por “uno o dos días”. A su vez, el rumano y el griego convierten los diptongos eu, ou en ef, of ante consonante sorda. En cuanto al turco, su influencia sobre las demás lenguas balcánicas es ante todo léxica. En resumen, tenemos coincidencias concretas de dos, tres o cuatro lenguas, las cuales constituyen espacios localmente compactos y, al mismo tiempo, lenguas completas que, naturalmente, son compactas.
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Los ejemplos que siguen son de Sandfeld.
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Sprachbund de los Balcanes griego
turco
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búlgaro
6.3. Situaciones de hibridación en la lengua española 6.3.1. HIBRIDACIONES DEL PASADO Hace un cuarto de siglo (!) me ocupé de las relaciones estructurales entre el idioma español y el idioma vasco (López García 1985a). No era un simple artículo de tipología lingüística, como si hubiese comparado el español con el japonés, por ejemplo. El español y el vasco han mantenido una profunda zona de contacto desde la Alta Edad Media hasta nuestros días, relación que continúa la que el euskera venía sosteniendo con el latín desde el siglo I a. C. En aquel momento, mi trabajo se insertó en una polémica que estaba de moda –la de la influencia del vasco en la formación del español– y, como era inevitable que sucediese, fue absorbido por la efervescencia de las disputas. Mi propuesta encontró defensores apasionados y opositores no menos encarnizados. Pero lo que subyacía a los acuerdos y a los desacuerdos no era realmente el juicio que a mis comentadores les merecían mis tablas de influencia estructural del vasco sobre el español, sino la consecuencia que se extraía de ellas, a saber, que el vasco debía aparecer en la
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narración de los orígenes del español como un elemento coadyuvante del latín. He de reconocer que el hecho de sustentar dicha propuesta en un libro de ensayo que recibió un premio y que tuvo bastante difusión (López García 1985b) no ayudó a la ecuanimidad de la recepción de mi artículo. En realidad en aquel ensayo no se decía que el español viene del vasco –como disparatadamente se me ha atribuido–; tampoco se le llamaba “vascorrománico”, denominación que también me atribuyeron. Lo único que sugería es que el español no nace como las demás lenguas romances de la Península: deriva de un latín en estrecho contacto con el euskera y que, entre sus primeros hablantes, se debieron probablemente encontrar personas bilingües como resulta evidente para cualquiera que repase sin prejuicios las Glosas Emilianenses. En este camino epistemológico me acompañaban los maestros de la Filología hispánica, desde Ramón Menéndez Pidal5 hasta Emilio Alarcos6, ello por no mencionar a los apologetas de la lengua vasca como Astarloa7, pero fue inútil: el citado ensayo se convirtió en un texto político y mi
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“Y dentro de esta idea, voy a hacer alguna observación acerca de cómo esa lengua neoibérica nos ilustra la historia de las lenguas neo-latinas influyendo en éstas no ya en detalles de origen tardío, sino en rasgos fundamentales que tenemos que colocar entre los caracteres primitivos de las lenguas romances... Para todo el que rinde culto al pasado como fuerte preparación para el presente y para el porvenir, el vasco, resto único de las lenguas primitivas de España y de Aquitania, despierta el mayor interés de veneración que puede despertar ninguna otra reliquia de la más remota antigüedad, abriendo ante nuestros ojos un abismo atractivo de misterioso interés. Y este interés se ensancha aún con las consideraciones que acabamos de hacer ya que nos llevan a la conclusión que indicaré al principio: creo que puede confirmarse el influjo del elemento vasco y de las lenguas ibéricas afines en el desarrollo de muy principales características de la lengua española” (1923: 28-31). 6 “La lengua que reflejan estas glosas [Emilianenses], de acuerdo con la localización geográfica en que se escribieron, es en realidad una muestra, defectuosamente manifestada por la grafía, del romance que se hablaría entonces en la región, es decir, en esta Rioja, zona de interferencia de pueblos y lenguas desde los tiempos prerromanos. Aquí estuvieron en contacto gentes célticas, como los berones, y gentes más o menos eusquéricas, como los vascones, los várdulos, etc. Después, precisamente en los años de nuestras glosas, aquí se situaban las lindes entre la Castilla engrandecida y emancipada del conde Fernán González y el reino navarro […]. Lo interesante es saber que en estos siglos persistía vivo el bilingüismo que indudablemente existió largo tiempo, desde los primeros intentos de romanización, en todas estas tierras del alto curso del Ebro, y que en gran parte es responsable de las especiales características que adoptó el romance castellano. Características que para decirlo rápida y esquemáticamente, se reducen a ser un latín mal aprendido por indígenas que tendrían por lengua propia el vasco o algún dialecto íntimamente emparentado con este. De otro modo; el castellano es, en el fondo, un latín vasconizado, una lengua que fueron creando gentes vascónicas romanizadas” (1982: 14). 7 “Efectivamente, ninguna [nación] es más interesada en las glorias de la lengua Bascongada que la España. Ella la conoce hoy mismo, ocupando una de aquellas mas bellas porciones que la constituyen. Adonde quiera que vuelva sus ojos, no podrá menos de hallarla. Si
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artículo técnico se interpretó en clave militante. Para que el lector pueda juzgar personalmente reproduzco las correspondencias analizadas: a) Es ya un tópico de la gramática española que la oposición ser/estar –y en particular los dos valores, sean cuales sean, que el adjetivo introducido por estos verbos llega a alcanzar– constituye lo que los gramáticos humboldtianos llamaban “forma interior”8. De nada sirve subsumirlos en un sistema más amplio de verbos atributivos: se quiera o no, estos dos verbos realizan en español (y en catalán) las funciones del être francés, del to be inglés, del sein alemán o del éssere italiano (salvo en napolitano), y consiguientemente pertenecen a su visión del mundo lingüística, según atestigua, por cierto, una creciente e inextinguible bibliografía destinada a los estudiantes extranjeros que pretenden aprenderlos. No entraremos en si su oposición es del tipo «imperfectivo / perfectivo», «permanente / transitorio», «cualidad / estado» o tantos otros matices que se han señalado y se superponen parcialmente: indicaré tan sólo que efectos parecidos se logran en vasco según que el adjetivo predicativo vaya en nominativo definido (seudo-ser) o en nominativo indefinido (seudo-estar): eria da, ‘es un enfermo’ / eri da, ‘está enfermo’; khechua da, ‘es irascible’ / khechu da, ‘está irascible-irritado’, etc. No hay ni que decir que la situación euskérica no es parangonable en todos los puntos a la del español, como tampoco a la del catalán. Aquí se trata tan sólo de señalar la coincidencia prescindiendo de la norma, según advertí arriba y haremos en lo sucesivo también (Lafitte 1978: 283)9. b) Otro hecho de forma interior destacado por los gramáticos del español es la existencia diferenciada del artículo neutro lo, el cual se antepone al adjetivo para sustantivarlo10. Se ha discutido mucho su carácter primario o secundario: quiere reconocer los primeros años de su lengua dominante [el español] la verá afanada en dulces funciones de una verdadera nodriza, si acaso no de una amorosa madre, que procura enriquecer con sus más preciosos atavíos a su hija, sin embargo de haber nacido esta con todos los caracteres de una impía matricida” (1803: 11). 8 Así lo conceptúa en efecto Américo Castro (1954: 645-646). 9 Lo anterior no quiere decir que el sistema esbozado sea el único de que se sirve la lengua vasca para reproducir los matices españoles correspondientes a ser y estar; también es usual utilizar el doblete izan, «ser»/egon, «estar» (Villasante 1980: cap. XVI): si no me he detenido en este aspecto es porque la primariedad del euskera sobre el español no es tan obvia, pues se trata de un procedimiento lexicológico y no gramatical; el hecho de que unos mismos matices pueden ser evocados mediante la gramática y a base del léxico parece sugerir que aquélla influyó en el erdera circundante y éste devolvió más tarde el influjo. 10 “La agrupación de varias clases de adjetivos con el artículo, pero sin referencia anafórica del artículo, es un hecho normal en todas las lenguas que poseen esta categoría. Lo que distingue al español, frente a otras lenguas románicas, es el disponer de la forma diferenciada lo para esta función” (Fernández Ramírez 1951: 109).
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sin entrar en este problema, diremos que lo que le distingue, en cuanto a la forma, es su indiferencia al número, es decir, el hecho de admitir concordancia con el singular o con el plural indistintamente –lo malo es esta cuestión/son estas cuestiones–. Nótese que funcionalmente dicho artículo conviene al adjetivo, pues expresa como él la referencia a una clase intensional que puede aplicarse tanto al individuo introducido por el (el libro blanco; lo blanco del libro) como al conjunto extensional marcado por los (los libros blancos; lo blanco de los libros). Es notable que este sistema –el-la/lo/los-las– reaparezca en vasco donde los gramáticos reconocen una declinación definida, ya singular –gizona, ‘el hombre’–, ya plural –gizonak, ‘los hombres’–, y una declinación indefinida –gizon, ‘hombre’–, sentida como característica de dicha lengua11 y cuya propiedad más notable es su indiferencia al número, no el valor indeterminado del sustantivo o adjetivo al que afecta, pues conforme a la misma se declinan los nombres propios de persona o de lugar –Patxi, Patxik, Patxiri, etc.–. Que en romance el artículo lo se añada sólo al adjetivo y en euskera al último término del sintagma nominal –el adjetivo, si lo hay, y en su defecto el sustantivo– responde obviamente a la abismal diferencia tipológica existente entre ambas lenguas y al hecho de que el español conozca también el artículo ‘esencial’ Ø con el sustantivo, que podría ser considerado como variante combinatoria de lo. c) Por tratarse de una cuestión muy conocida (Heger 1974; Mondéjar 1974)12, sólo aludiré de pasada a la conjugación objetiva vasca que podría tener algo que ver con la presencia pleonástica del pronombre objeto en español y en francés: dut, “3a persona objeto d-/raíz verbal -u-/1a persona sujeto –t” como te miro o te miro a ti pero no *miro a ti, es decir, /temíro/, “2ª persona objeto te-/raíz verbal mir-/1ª persona sujeto –o”, en estricto paralelismo con mira o él mira pero no *él mir-. Bien entendido que las semejanzas no son totales y que la afirmación de la influencia vasca sobre el español está sometida en este punto, como en los anteriores, a todas las precauciones y reservas metodológicas imaginables. d) Emparentado con el fenómeno anterior, incluso desde una simple perspectiva románica, se halla el del leísmo, otra de las peculiaridades más destacadas de 11 “Se trata, pues, de algo substancial al euskera, perteneciente a su misma alma o genio, y que ha sido descuidado o poco puesto de relieve por autores y tratadistas” (Villasante 1972: cap. II, 14). 12 Marcos Marín alude expresamente al vasco en relación con estas construcciones del español: “Creemos suficientemente aceptable la afirmación de que esta estructura está lo bastante enraizada en vasco como para no poder ser explicada como calco de la castellana. Podemos, por ello, hacernos la pregunta inversa, es decir, si el vasco ha podido influir en el fenómeno español. Para responderla tendremos en cuenta [...], marginalmente, el hecho al que hemos aludido de que la redundancia sea notable en un autor vascohablante como Baroja» (1978: 94).
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la forma interior del español13. A las muchas explicaciones que se han dado y que sin duda son las que fundamentalmente deben tenerse en cuenta, añadiré aquí tan sólo una observación: en vasco los índices actanciales de 3a persona incorporados por el verbo se caracterizan por unificar regularmente sus formantes de cara al caso en el que aparecen y no según la naturaleza argumental de los mismos: mientras la 2a persona singular (análogamente la 1a y la 2ª plurales) se marca con z(u) tanto en Absoluto –intransitivo «zera»; transitivo «zaitu»–, como en Ergativo –«duzu»– o Dativo –«didazu», «zaizu»– y la 1a persona singular utiliza una forma para el Absoluto –intransitivo «naiz»; transitivo «nau»– y otra para el Ergativo o el Dativo indistintamente –«dut», «zait», «diot»–, la 3a se sirve de /d/ (en imperfecto /z/) para el Absoluto –intransitivo «da»; transitivo «dut»–, de /Ø/ para el Ergativo –«duØ»– y de /o/ (plural /e/) para el Dativo tanto si éste aparece en estructuras de dos actantes –«zaio»– como si lo hace en entornos de tres –«diogu»–. La 3a persona marca pues el Dativo, es decir el «recipiente personal-animado», con un formante característico que no entra en ningún tipo de sincretismo con los demás casos incorporados al verbo según sucede en la 1a o en la 2a: lo dejo como simple dato que tal vez debamos tener en cuenta al evaluar los hechos del español14. e) Fernández Ramírez15 destaca que las construcciones pronominales van suplantando lentamente el terreno de la voz media o pasiva latina en las lenguas románicas, pero que en español algunos de estos giros –se refiere al doblete se venden pisos/se vende pisos– resultan francamente desviantes respecto al pano13
“Absorbida la inundación, la norma literaria española vuelve paulatinamente a los cauces primeros: mantenimiento general de la distinción etimológica de casos; tolerancia –o preferencia regional castellana– para el leísmo referido a persona masculina. Con tales limitaciones de campo gramatical y dominio geográfico, sigue así manifiesta en los pronombres afijos de tercera persona la forma interior que tiende a distinguir en la lengua española la persona y la cosa como objetos directos de la acción verbal” (Lapesa 1968: 551). 14 Al fin y al cabo la uniformidad morfemática de las segundas personas y de la primera plural, así como la oposición “caso recto/casos oblicuos” de la primera singular, se da tanto en vasco (antiguamente se oponían además I, “tú”/Zu, “vosotros”) como en latín (TU-TE-TIBI, NOS-NOBIS, VOS-VOBIS; EGO/ME-MIHI). Sólo la tercera se organiza sobre un modelo semánticopragmático en euskera frente a la disposición argumental latina: el español, que para las demás personas heredó el esquema románico, el cual coincidía con el vasco, se aproxima a esta última lengua con su leísmo. 15 “Soy escéptico acerca del triunfo de la evolución que consiste en transformar el reflexivo se en sujeto general, como el alemán man o el francés on, entre otras cosas porque la lengua española dispone de un rico repertorio de fórmulas para enunciados generales. Todavía mi instinto idiomático me hace ver en la construcción se admira a los valientes una construcción sui generis pasiva. No creo en el triunfo de la concordancia o no concordancia se compra botellas aunque sea también venerable” (1963: 285).
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rama general de la Romania. Por otro lado, la naturaleza ergativa y no nominativa del vasco constituye una de sus propiedades tipológicas más relevantes, habiendo dado lugar al famoso supuesto de que su verbo es pasivo. Apuntaré tan sólo lo siguiente: si la estructura de la oposición de transitividad del español es de tipo nominativo en voz activa –las mujeres saltan/las mujeres cierran la puerta–, se acerca en cambio al tipo ergativo desde el punto de vista formal cuando consideramos algunas construcciones pronominales con se: los giros se compran botellas para la impersonal pasiva y se compra botellas (por este establecimiento) para la activa suponen convertir el sujeto de la estructura no marcada en objeto de la marcada sin cambio diatético en el verbo ni alteración formal en el nombre, es decir, lo mismo que ni nabil (‘yo ando’)/zuk ni naramazu (‘tú me llevas’). f) Según Bouzet, la sustantivación del infinitivo es otra característica gramatical de la lengua española16. La capacidad del español para convertir en sustantivo al infinitivo, y aun al verbo conjugado –recuérdese el verso de Quevedo soy un fue y un será y un es cansado, tantas veces citado–, lo distingue claramente entre el conjunto de las lenguas románicas (Meyer-Lübke 1974: III, 5-7, § 153). Pues bien, en euskera el verbo se declina –y consiguientemente se sustantiva– con notoria facilidad: cualquier verbo puede flexionarse tanto en su infinitivo (que propiamente es un participio), como en el resultado de sustantivizar aquél, o directamente en forma conjugada: eramanetik, ‘desde el/la/lo llevado’; eramatetik, ‘desde el llevar’; daramanetik, ‘desde el/la/lo que lleva’, etc. g) Togeby17 destaca la singularidad de la oposición amara/amase, la cual es correlativa de otros dobletes estructurales en español. Lamíquiz (1971), tras distinguir un -ra1 indicativo que mira hacia el pasado y un -ra2 subjuntivo-optativo enfocado hacia el futuro, concluye que la oposición -ra2/-se es del tipo ‘inactual’ versus ‘actual’ y “apoya la persona del yo-hablante, el más marcado de los elementos oposicionales entre las personas de la interlocución, ofreciéndole la posibilidad de expresar su opinión subjetiva, subjuntiva con -se u optativa con -ra, ante el acontecimiento significado por el lexema verbal”. En euskera el modo potencial –que suplanta al subjuntivo románico en muchas de sus utilizaciones
16 “La substantivation de l’infinitif –et de la proposition en general– est un des traits les plus caractéristiques de la syntaxe espagnole [...]. [Frente al francés] la substantivation telle que l’Espagnol la pratique a une portée beaucoup plus vaste et répond à un but différent” (1948: § 520). 17 “Le système aspectuel du subjonctif est particulièrement caractéristique de la langue espagnole. Le présent et le futur, et surtout les aspects en -ra et en -se sont si rapprochés l’un de l’autre qu’il est difficile de les distinguer formellement et sémantiquement. Ce fait a des parallèles frappants ailleurs dans le système de l’espagnol, par exemple dans les verbes: ser-estar, haber-tener, dans les conjonctions: mas-pero, et dans les adverbes: nunca-jamás” (1953: 117).
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modales y no simplemente completivas– conoce dos manifestaciones: una a base del sufijo –ke, la cual se especifica como “potencial futuro presente” (naiteke, zaitezke, diteke...); la otra a base del prefijo al (al naiz, al zera, etc.), que los gramáticos suelen definir como “potencial presente” (Altube 1929: 249). La diferencia de matices es aproximadamente la de los subjuntivos en -ra/-se: como -ra, el “potencial futuro presente” expresa una potencialidad que se realiza después del momento del habla, es decir, un valor “inactual” –zuk daukazun hori, eraman dezaket, “eso que tú tienes, lo puedo llevar yo también (luego)”–; como -se, el “potencial presente” significa una potencialidad que coincide con el acto de habla, es decir, un valor “actual” –eskuan daramadan hau, eraman al dut, “esto que llevo en la mano, puedo llevarlo (ahora)”–. Pudiera objetarse a la presente analogía que el supuesto correlato de -se está construido sobre un radical indicativo y el de -ra sobre un radical subjuntivo, justamente al revés de lo que conforme a la historia (amavissem/amaveram) cabría esperar. Sin embargo, no creo que esto tenga la menor importancia, pues las sustituciones de unos radicales por otros son continuas en vasco: más interesante es el hecho de que el sufijo -ke, que se añade al correlato vasco relacionado con -ra, sea también el que permite formar en euskera el condicional, aunque añadido a un radical de tipo indicativo (nintzake, ziñake, etc.). El fenómeno recuerda la alternancia -ra/-ría de la apódosis de las condicionales del español, donde -se está excluido, e incluso el uso de ría por -ra en otros entornos, el cual parece haber irradiado de la Rioja y comarcas del País Vasco, aunque también pueda pensarse en una explicación interna (Ridruejo 1975). h) Alonso18, refiriéndose a construcciones como andar desatinado, volverse loco, traer engañado, etc., señala que son características de la forma interior de la lengua española. Coseriu (1977b: 75) añade que hay que ampliar la peculiaridad del fenómeno, que sería “hispánico”, es decir, español-catalán-portugués, y no simplemente “español”; que hay que distinguir un uso “copulativo” con participios y un uso “perifrástico” con gerundios o preposición + infinitivo; que no basta el latín para explicar estas construcciones (piensa en el griego sin decidirse por una solución); y, sobre todo, que su valor gramatical, o, mejor dicho, el del primer tipo, que es el fundamental, “está dado por el hecho de que los verbos mencionados funcionan en las construcciones en cuestión como formas aspectivas del verbo ser, mejor dicho de la cópula (cfr. ser enfermo/estar enfermo/andar enfermo)”. En vizcaíno existe toda una conjugación llamada consuetudinaria 18
“Algunos de estos ejemplos tienen su equivalente en otras lenguas, pero en conjunto, constituyen una manifestación de la específica ‘forma interior del lenguaje’ del español (la Innere Sprachform de Humboldt), y uno de los rasgos más fisonómicos de nuestro estilo idiomático” (1974: 191).
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obtenida mediante las formas sintéticas de los verbos de movimiento joan, ‘ir’ y eroan, ‘llevar’, y el infinitivo-participio de cualquier otro verbo; el matiz al que se llega es claramente un aspecto de izan, ‘ser’, y de ahí que en los pocos verbos que conservan conjugación sintética podamos alcanzarlo bien en la forma descrita, bien a base de una perífrasis gerundiva del propio izan: etorri noa (de joan), ‘suelo venir’ o etortzen naiz (de izan), ‘suelo venir’; para los demás verbos igaro zoaz, ‘sueles pasar’, ulertu daroat, ‘lo suelo entender’, etc. i) Gili Gaya destaca la acumulación de preposiciones en el sintagma nominal como una característica del español19. En este caso la concordancia con el euskera es mucho más nítida que en otros: las preposiciones castellanas no son sino los herederos funcionales antepuestos de las viejas flexiones casuales latinas postpuestas; en cuanto al vasco, por otro lado, no hay ninguna gramática que no destaque el fenómeno de la llamada sobredeclinación (Rotaetxe 1981)20 por el que un nombre flexionado en Genitivo posesivo /-en/ puede volver a recibir afijos casuales, o un nombre que ya ha sido declinado tomar el afijo de Genitivo locativo /-ko/, o ambas cosas a la vez y en teoría indefinidamente –semearenari, ‘al/a la del hijo’, semearentzakoa, ‘el de para el hijo’, etc.–. Sucede además que junto a este esquema básico perviven lexicalizados varios tipos de combinaciones de dos o más casos cualesquiera que sin duda eran practicadas libremente en lo antiguo: ontsalarik, ‘para bien hacer’ = ontsa + Adlativo + Partitivo, etc. j) Otro hecho sorprendente de la sintaxis española es la existencia de adverbios próximos a las postposiciones, destacada ya por Bello y por Lenz21. Trátese de adverbios o de postposiciones, el fenómeno es notable, poco frecuente en la Romanía, y recuerda la existencia de postposiciones en euskera por tres razones: la primera, que las más importantes y usadas son justamente los correlatos significativos de las formas del español, es decir, gain, ‘encima’, be, ‘debajo’, aurre,
19 “Las preposiciones carecen de acento propio y se usan siempre en proclisis con su término, con lo cual se fortalece y expresa la unidad de ambos. El conjunto así formado puede unirse a otra preposición, dando lugar a complejos muy característicos de nuestro idioma, en los que la aglomeración de preposiciones expresa una variedad de relaciones no alcanzada por ninguna otra lengua moderna. Ejemplos: de entre unas breñas... a veces llegan a reunirse tres, p. ej.: hasta de con sus padres fueron a buscarles” (1969: 246). 20 La acumulación de preposiciones y el uso postpositivo de ciertos adverbios son más frecuentes en el romance del País Vasco como era de esperar (Zárate 1976: 49). 21 “Creo necesario llamar la atención a dos cuestiones de denominación: 1. ¿Hay en español preposiciones pospuestas? [...] En varios idiomas se conservan a veces unas mismas palabras, ya como preposición, ya como posposición [...]. Muy diferente es el caso de frases como las castellanas cuesta arriba, río abajo, tierra adentro, mar afuera, meses antes, días después, años atrás, camino adelante..., en que verdaderos adverbios pospuestos, a lo sumo funcionan ‘casi’ como preposiciones” (1935: 519).
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‘delante’, atze, gibel, ‘detrás’, barru, ‘dentro’, etc.; la segunda, que estas postposiciones del euskera admiten a su vez la flexión (ondoan, ‘después’, gainean, ‘arriba’, en Inesivo, etc.) y las del español exigen la preposición a; y la tercera, que el conjunto “nombre + postposición” tiene a menudo en vasco el carácter de una palabra compuesta y, según demuestran consideraciones de tipo acentual, en español sucede algo parecido (RAE 1973: § 1.5.4.c). k) Como destaca Lapesa (1964: 82), la vitalidad y ductilidad del giro “a + objeto directo” parece otro hecho de forma interior del español. Nada importa, naturalmente, que dicho fenómeno pueda retrotraerse al giro latino AD + Acusativo y que lo encontremos no sólo en español, sino también en otros romances peninsulares o extrapeninsulares. Las lenguas donde la fórmula se ha propagado con singular pujanza son el español y el rumano –con pe–, y este hecho debe de responder a alguna causa especial. A mi juicio, Meillet (1926: 208) ha aportado una pista importante al relacionar el doblete español “a + compl. directo personal / ø + compl. directo no-personal” con la reintroducción de las oposiciones “animado/inanimado” o “personal/no personal” en los paradigmas flexivos de las lenguas eslavas: que dichos idiomas, y en particular el antiguo búlgaro que fue la lengua de la cultura en la Dacia durante la Edad Media, coadyuvaron al giro rumano parece evidente. Para la Península ibérica hay que pensar, naturalmente, en otra influencia, la del vasco. En euskera, donde no existe el género masculino/femenino gramatical, se conoce la oposición “animado/inanimado” en el paradigma flexivo de algunos casos locativos (Ablativo, Adlativo, Inesivo, Genitivo locativo), cuyos formantes van precedidos del infijo /-ga-/ si el tema es animado y del infijo /-ta-/ cuando no lo es. Si bien es cierto que el caso del objeto directo es el Absoluto y no los locativos, aquél también desempeña usos propios de éstos, por ejemplo, ablativos –goiz-arrats, ‘de la mañana a la noche’–, adlativos –etxez-etxe, ‘de casa en casa’– o inesivos –ehun libera zor dut, ‘le debo cien francos’ (Lafitte 1978: § 847)– que explicarían una posible confusión. l) Fernández Ramírez (1951: 193) observa el uso creciente del dativo simpatético a lo largo de la historia del español y lo atribuye a un deseo de marcar la personalización. Sin descartar algún influjo semítico, el fenómeno parece fundamentalmente norteño, pues al dativo ético español se suma en gallego un dativo de solidaridad, referido al oyente22 y que está relacionado con el anterior. En uno y otro caso, la referencia al vasco no es desdeñable porque en dicha lengua se
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Carballo Calero (1966: 275) relaciona los giros non che van dar nada aos fillos, ‘no (te) van a dar nada a los hijos’ y dóicheme a cabeza, ‘me (te) duele la cabeza’, etc. con los relativos al hablante que son similares a los del español: non nos saia de aquí, ‘no nos salga de aquí’.
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puede introducir un dativo ético en el verbo mediante el infijo /-ki-/ –de nator, ‘vengo’ se forma natorkizu, ‘te vengo’–, sobre todo en la conjugación familiar, tipo especial que incorpora índices relativos al oyente, la cual sería el correlato estructural del dativo de solidaridad galaico que convive sin problemas con el ético. m) Aunque Monge (1955: 92-93) previene con razón contra la tendencia a explicar las construcciones pronominales del español por la influencia de otras lenguas23, cabe destacar que por relación a un grupo concreto de dichas construcciones, las llamadas intransitivas activas (subirse, etc.), podría haber existido algún catalizador ajeno al romance ya que los ejemplos no parecen anteriores al XIV- XV y su verdadera floración no se produce hasta el XVI , muy lejos ya del latín: en vasco la reflexividad puede marcarse mediante una perífrasis con “posesivo + burua (lit. ‘cabeza’)” o conjugando intransitivamente los verbos transitivos –ni garbitzen naiz, ‘yo me lavo’–, posibilidad formal que tal vez tuvo una extensión funcional en romance pues las construcciones cuasirreflejas son justamente las que no aceptan “refuerzo reflexivo” (comp. *Juan se vino temprano a sí mismo con *gorde da bere burua pero gorde da o gorde du bere burua, ‘se ha ocultado‘); dicho refuerzo reflexivo, bueno es notarlo, viene a ser una especie de paráfrasis de nere / zure / bere burua, es decir, ‘a mí / ti / sí mismo’. n) Señalaré, para terminar, que a veces la concordancia entre el vasco y el español afecta a fenómenos escasamente desarrollados en dicho romance, pero que en cambio afloraron vigorosos en los vecinos catalán y gallego-portugués, lo que pudiera hacer pensar en el papel transmisor pasivo desempeñado por el dia-
23 Naturalmente no puede pretenderse que las construcciones reflexivas y cuasi-reflexivas constituyen un hecho de forma interior, ya que las encontramos en todas las lenguas románicas, a veces con empleos desconocidos en español. Lo que sí parece específico de esta lengua es la tendencia a la constitución de verbos pronominales y, por lo mismo, de dobletes X/me, te, se-X, que son los que nos ocupan aquí en relación con el euskera; así lo reconoce, por cierto, la RAE (1973: §§ 3.5.4 d y e y p. 371, n. 2) cuando destaca este proceso en marcha: “Hay verbos que actualmente no admiten más forma de expresión que la pronominal. Tales son arrepentirse, atreverse, quejarse, jactarse. Decimos actualmente, porque algunos de estos verbos, como jactarse y atreverse, son transitivos en latín, y como tales los vemos usados alguna vez en nuestros clásicos... A partir de su edición 19.a (1970), el Diccionario de la Real Academia Española califica como pronominal a todo verbo o acepción que se construye en todas sus formas con pronombres reflexivos... En el habla corriente y popular existe fuerte tendencia a construir como pronominales muchos verbos, transitivos e intransitivos, que no suelen usarse en el habla culta y literaria; p. ej.: Ya se murió, frente a Ya murió. En los novelistas hispanoamericanos hallamos abundantes ejemplos que reproducen el lenguaje coloquial de los medios populares; v. gr.: Enseguida se regresó a la casa grande (R. Gallegos, Pobre negro: el salto más allá del límite...)”.
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lecto neolatino central. Sería el caso del infinitivo personal galaicoportugués que en español antiguo es tan sólo vestigial y que Togeby (1968) ha relacionado con la conjugación perifrástica vasca del tipo “infinitivo + auxiliar” –ikusi dut, etc.– o, también, el de la doble serie “reforzada/no reforzada” de los demostrativos valencianos –aquest / est, aqueix / eix–, que apunta tímidamente en español antiguo (Menéndez Pidal 1914: § 682) y es normal en vasco –hau / hori / hura vs. hauxe / horixe / huraxe. Así me pronunciaba hace un cuarto de siglo a propósito de las relaciones estructurales entre el español y el vasco, las cuales constituían a mi modo de ver una prueba palpable de hibridación. El trabajo suscitó reacciones apasionadas a favor y en contra. Entre las que se oponían a mis conclusiones me interesa traer a colación la reseña de Trask y Wright (1988), cuyas objeciones se pueden sintetizar en tres puntos: a) la interpretación de la gramática vasca que hace López García es en ocasiones incorrecta y casi siempre resulta parcial; b) se pueden encontrar explicaciones alternativas para estos fenómenos; y c) los casos de interferencia que aduce se basan en analogías bastante vagas, no en equivalencias estrictas. En mi contestación a dichas objeciones (López García 1988) señalaba la dificultad insalvable que tenemos para interpretar cómo debía de ser la gramática vasca de los primeros siglos de nuestra era a la luz de lo que hoy sabemos sobre la gramática del eusquera moderno24. Tampoco rechazo las explicaciones alternativas, pues en mi trabajo ya se aludía a ellas, bien porque la presunta influencia del vasco no hizo sino agudizar tendencias pan-románicas generales, bien a cuenta de la influencia de otros idiomas como el árabe. Estas objeciones, si bien son explicables, no se pueden contrastar empíricamente. En cambio, sí tienen interés, y mucho, las objeciones relativas a la vaguedad y a la parcialidad. ¿Hasta qué punto debe reflejar la hibridación exactamente las estructuras de la lengua inductora? ¿Es metodológicamente legítimo señalar ciertas semejanzas con una estructura cuando no se extienden a todas las situaciones en las que se emplea?
6.3.2. HIBRIDACIONES ACTUALES Éstas no dejan de ser preguntas retóricas mientras no comparemos la hibridación vasco-español con otras situaciones similares más próximas al presente y, por lo 24
Los primeros textos vascos de cierta extensión corresponden al siglo XVI. El mejor estudio del estado de la lengua en dicho periodo sigue siendo, a mi modo de ver, el de Lafon (1980), que es el trabajo que manejé.
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tanto, de verificación más sencilla. En la actualidad un caso semejante lo constituye el llamado castellano andino, que es una variante del español influida por el quechua y que aparece en personas bilingües y últimamente también en monolingües del altiplano de Perú, Bolivia o Ecuador. Pues bien, considérense las siguientes equivalencias estructurales25: a) Construcciones de doble posesivo En quechua, que es una lengua de orden “determinante + determinado”, la construcción posesiva es de la forma mallki-q raphi-n, literalmente ‘del árbol su hoja’. Dicha estructura aparece en castellano andino en giros como de tu hermano su libro, el cual constituye una traducción literal de wayqiyki-pa liwru-n. Sin embargo, la caracterización de la estructura como un mero calco no haría justicia a la realidad de la interferencia del castellano andino y ello por dos razones. Primero, porque en esta variedad del español el orden “poseedor + poseído” no aparece en cualquier situación, sino generalmente para tematizar el poseedor en construcciones como de mi ahijado sus ovejas están en el cerro o de la Pilar su regalo lo hemos comprado recién esta mañana, y por ello el sintagma poseedor debe ser definido, en correspondencia con su función temática. En segundo lugar, junto a las construcciones anteriores, existen otras que nunca se darían en quechua, pues consisten en el orden “poseído + poseedor”, es decir, el del español general, sólo que con doble posesivo: su casa de mi papá tiene cinco cuartos, su niña de mi tía está lejos, etc. No han faltado quienes han intentado retrotraer la construcción de doble posesivo a la retención de un rasgo del español medieval y clásico: que sopiessen sos mañas de los ynfantes de Carrión (Cid, 2171), sus padres de ella (Fray Luis de León), si bien sólo se daba en la tercera persona, en abierto contraste con los giros de ti tu vaca se ha perdido o de mi mi mamá está enferma del castellano andino. Por su parte, Mendoza hace una importante precisión para el castellano andino de Bolivia: “Los resultados muestran que la aceptación del doble posesivo con sintaxis castellana [tipo no pudieron encontrar a su mujer de Pedro] es general en la variedad popular pero limitada en la variedad culta. Sin embargo, esta duplicación con sintaxis amerindia [tipo de esa señora su hijita se perdió el otro día] se encuentra vigente sólo en la variedad popular, especialmente en hablantes bilingües” (2008: 222). La consecuencia que se extrae de todo lo anterior es que la construcción posesiva quechua influyó en el castellano andino produciendo primero un calco formal estricto, si bien, confor-
25 Sigo el trabajo de Merma Molina (2008). En Bolivia y en Ecuador los fenómenos son bastante parecidos.
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me el bilingüismo fue desapareciendo, los monolingües sólo retuvieron en su castellano andino un giro que recuerda el quechua, que tiene un aire quechua, pero que no puede referirse al quechua como un calco, y ello con independencia de que un giro concomitante del español arcaico sirviese de catalizador o no. b) El pronombre átono de 3ª persona En quechua no existen clíticos pronominales, pero sí sufijos personales incorporados al verbo. Dichos sufijos sólo son de primera y de segunda persona: “La clitización, en el quechua, se realiza mediante piezas sufijales por incidencia de roles comunicativos incorporadas al verbo. En esta situación, la disimilitud entre verbo transitivo y verbo intransitivo es nula cuando el objeto es de tercera persona, ya que este no se refleja con ninguna partícula del sistema de clíticos” (Calvo-Pérez 1992: 523). Por ejemplo: qu-ni, ‘lo, los, la, las doy’; qu-nki, ‘lo, los, la, las das’; qu-n, ‘lo, los, la, las da’ frente a qu-wa-n, ‘me da’, qu-wa-nki, ‘me das’, etc. Es difícil que una lengua sin clíticos pueda provocar, en contacto con otra que sí los tiene, la desaparición de los mismos. Sin embargo, el castellano andino presenta peculiaridades desviantes del español general en el sistema de los clíticos, el cual en la tercera persona se ha reducido a lo. La construcción, ya presente en el siglo XVI, se ha generalizado hoy en la zona andina: lo escribimos una carta a mi mamá; no lo vi la cara, estaba tapado; esas ollas no lo fabrican en mi pueblo. Otra construcción peculiar de lo en castellano andino es la que se hace con verbos intransitivos, giro que antaño se llamaba falsa pronominalización y que hoy se considera de aspecto terminativo con verbos de movimiento: como lo ha llegado temprano a la casa, nos hemos ido juntos a la iglesia o mi comadre estaba muy cansada, por eso lo ha salido de la fiesta sin que nadie se dé cuenta. Las explicaciones que se han propuesto señalan la influencia de un sufijo aspectivo quechua -rqu (fonéticamente -÷lu) porque asi-÷lun se traduce como lo rió y wañu-÷lun como lo murió, aunque también hay autores partidarios de la influencia de otra lengua. Probablemente lo que sucedió es que hubo una influencia reiterada del quechua sobre el español que los indígenas intentaban aprender como segunda lengua: primero, ante la falta de clíticos pronominales en quechua, los hablantes bilingües optaron por unificar los clíticos del español en la forma lo26; en segundo lugar,
26 La razón de haber elegido lo es doble. Como masculino singular constituye la forma no marcada. Y en cuanto al caso, en quechua son habituales las construcciones de doble acusativo (wayqi-y-ta cha-y-ta ni-mu, ‘dile esto a mi hermano’), por lo que el equivalente de le se trata como lo y éste tiende a generalizarse. Esto no significa la desaparición de le, sólo que se emplea como fórmula de respeto, precisamente porque los interlocutores que lo conservan suelen hablar español académico.
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extendieron los usos de lo para expresar el aspecto terminativo de los verbos intransitivos, con lo que pasó a traducir el quechua -rqu. Como se puede ver, no hay calco, sino una reelaboración de la influencia quechua sobre el español para producir un nuevo resultado. Ello no excluye que en hablantes bilingües de zonas rurales o marginales, con muy mal manejo del español, aparezca frecuentemente la elisión pura y dura de los clíticos, ajustando el patrón estructural al del quechua: cocinar chupe de lisas es fácil, sólo lavamos lisas, ø picamos, ø cocinamos con leña, luego ø ponemos un poquito de charqui. Sucede lo mismo que con el fenómeno del doble posesivo: los bilingües quechua-español tienden al calco, los monolingües en castellano andino manejan un español que recuerda –pero sólo recuerda– el quechua, un español de fisonomía quechua. c) Los evidenciales Más simple es el caso de los evidenciales. En quechua existe un complejo sistema de sufijos para marcar la responsabilidad del hablante respecto a la veracidad del enunciado: Huwan-cha-qa mikhu-sha-n-mi, ‘vi que Juan está comiendo, tenlo por seguro’ frente a Huwan-cha-qa mikhu-sha-n-si, ‘alguien me dijo que Juan está comiendo’ y frente a Huwan-cha-qa mikhu-sha-n-chá, ‘seguramente, Juan está comiendo’. Hay pues tres evidenciales: asertivo -mi, reportativo -si y conjetural -chá. Un procedimiento complementario consiste en utilizar los sufijos verbales -rqa y -sqa para el imperfecto y el pluscuamperfecto respectivamente; así se consigue diferenciar un pasado que el hablante ha experimentado de otro pasado que no forma parte de su experiencia personal: Maria-qa puñu-sharqa-n, ‘María estaba durmiendo [la he visto]’ frente a Maria-qa puñu-sha-sqa, ‘María había estado durmiendo’. La manifestación de estos evidenciales en castellano andino es fundamentalmente el llamado “dice reportativo”: Juan tiene trabajo dice [alguien dijo, pero al hablante no le consta, que Juan ha conseguido un puesto de trabajo], mucha plata dice ganan los congresistas [alguien dijo que los congresistas ganan mucha plata, pero el hablante no lo afirma de primera mano], en el campo hacía mucho calor dice [alguien le ha informado al hablante de que en el campo hacía mucho calor y éste lo transmite]. Una segunda manifestación de los evidenciales es el pluscuamperfecto con valor de pasado no experimentado, el cual parece ser un calco del sufijo quechua -sqa: se había ido a su pueblo, mi hermana había robado dinero o se había casado con mi amiga son enunciados de un hecho pasado que se acaba de descubrir y que no necesitan integrarse en una secuencia temporal más amplia (Klee/Ocampo 1995). También se recoge una tercera manifestación de los reportativos quechuas en la literatura oral popular, en la que la fuente de información se aleja hasta el origen de los tiempos: con diciendo se señala lo
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que ha manifestado uno de los participantes del cuento (-Iré a la sementera de mi hijo –diciendo fue a cosechar papas). Finalmente, con diciendo ha dicho, traducción literal del quechua nispa nin, se llega a un doble reportativo que suma la referencia a una fuente de información distinta del hablante (ha dicho) a la elusión de responsabilidad (diciendo): nos iremos de paseo todos, diciendo ha dicho mi prima. Como en los casos examinados anteriormente, la relación genética de estos usos del español andino con el quechua resulta patente. Sin embargo, no son un mero calco. En quechua tenemos un sistema informativo ternario basado en las personas: -mi (lo que digo yo) / -si (lo que dice otra persona, es decir, un tú) / -cha (el mundo posible externo a yo y tú, el de él-ella); junto a este sistema hay otro sistema experiencial binario, también centrado en el yo: lo que he experimentado yo con -rqa / lo que no he experimentado yo con -sqa. Ambos son de índole modal y, de hecho, los modos en español general se establecen precisamente en relación a las personas del diálogo (López García 2005, 6.4). Por el contrario, los experienciales en castellano andino han llegado a conformar un sistema completamente diferente en el que se combinan dos variables, la /información ajena/ y la /responsabilidad/: el reportativo simple (dice) es /+información ajena/, el reportativo narrativo (diciendo) asume la responsabilidad de una narración colectiva y es /+información ajena, +responsabilidad/, el pluscuamperfecto independiente con el que se da cuenta de lo que se acaba de descubrir es /+responsabilidad/ y el doble reportativo (ha dicho diciendo) es /+información ajena, -responsabilidad/. Como se puede ver, las variedades hibridadas forman en la lengua meta, a la que pertenecen, sistemas completamente nuevos que no reproducen los de la lengua fuente. d) Gerundio En quechua existen una serie de sufijos de subordinación: -qti o –pti cuando los verbos principal y subordinado pueden tener distinto sujeto, y -spa, -sti/-r cuando el sujeto es el mismo. La forma -spa suele traducirse por gerundio y ha dado lugar a construcciones muy típicas del castellano andino como qué haciendo (calco de imata ruwa-spa) o qué diciendo (calco de imata ni-spa), con las que se obtienen matices modales (¿dices que no irás al colegio porque estás mal?: ¿qué haciendo te has resfriado?), causales (¿qué diciendo te vas y no me llevas a mí?) o finales (¿no te he dicho que te quedes en tu casa?: ¿qué diciendo a cada rato sales a la calle?). Estos enunciados, así como muchos otros que se podrían aducir, están inspirados en otras tantas construcciones quechuas, por lo que en este caso parece que la transformación sistemática de los préstamos en la variedad hibridada no tuvo lugar. Sin embargo, su función pragmática no es la misma. En castellano andino
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la cláusula con gerundio manifiesta, ciertamente, una circunstancia modal, causal o final, pero, si no hubiese nada más, bastaría la subordinada habitual en español general. El giro con gerundio expresa que dicha cláusula se interpreta como una objeción verbal o actitudinal del oyente rechazada por el hablante. Así, ¿qué diciendo te vas y no me llevas a mí? significa “¿por qué insinúas que te vas sin llevarme contigo?”, donde el primer miembro tiene un valor DE DICTO y el segundo, un valor DE RE. Así se logra, como destaca Gladys Merma, un efecto pragmático de cortesía, pues el comportamiento negativo DE RE del interlocutor no se afirma sin más, sino que se atribuye DE DICTO a sus palabras o a la apariencia de sus actos. Esta contraposición no aparece de la misma manera en las construcciones quechuas. Como advierte Calvo, el sufijo -spa se usa “cuando tanto la coincidencia como la discordancia de sujetos es un hecho simultáneo, es decir, cuando el sujeto de una de las estructuras es el inclusivo y el de la otra es una de las dos personas de la comunicación” (1993: 125): lluqsi- -sha -spa, taka-, -wa n, lit. ‘salir Progresivo Gerundio golpear 1ª Obj. 3ª’, i.e., ‘al salir nosotros dos y otros, él/ella me ha golpeado’. Así pues, en quechua, -spa no implica oposición entre las personas de cada cláusula, ya que la persona inclusiva de la primera incluye a la de la segunda. El giro quechua es un esquema de cortesía máxima, el del castellano andino combina la imagen positiva y la imagen negativa, está construido sobre una objeción al comportamiento del interlocutor, aunque dulcificada al remitirlo al plano del enunciado. Lo cual no es de extrañar, pues al fin y al cabo el castellano andino es la modalidad lingüística de una sociedad que se encuentra en una fase de transición entre el modelo colectivista de los incas y el individualista de los españoles.
6.3.3. DOBLE HIBRIDACIÓN En resumen podemos concluir que en las situaciones de hibridación, tanto antiguas (latín ← vasco) como modernas (español ← quechua), se llega a estructuras sistemáticas nuevas e integradas plenamente en el paradigma de la lengua recipientaria, aunque existen paralelismos con el esquema de la lengua donadora en el que se inspiraron. Estas situaciones de hibridación son muy comunes en el dominio hispánico y las dos que hemos examinado constituyen tan sólo la punta del iceberg27. Caso diferente es el representado por la convergencia de lenguas. Se 27
Otros ejemplos de hibridación serían la neutralización de lo y le en el español de los nahuas, inducida por el afijo objetual obligatorio del nahua (lo fueron a enseñar el lugar) o el doble posesivo del español de los mayas, atribuible a la existencia de una redundancia similar en las lenguas mayas (le da una su pena decírselo), construcciones registradas igualmente en
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llama así al hecho de que dos sistemas lingüísticos llegan a aproximarse bidireccionalmente, de manera que no sólo sucede que B adecua algunas de sus estructuras al perfil de A, sino que, al mismo tiempo, A adecua las suyas a B. Esta situación fue destacada por primera vez a propósito del contacto de lenguas indoarias (marathi, urdu) y dravídicas (kannada) en la India por Gumperz y Wilson (1971) y no es infrecuente entre las lenguas amerindias, señaladamente entre el quechua y el aymara o aru (Cerrón Palomino 1987: cap. XI)28. En el dominio hispánico, la convergencia ha sido estudiada a propósito del contacto del guaraní con el español en Paraguay, donde existe un acercamiento del español paraguayo al guaraní y, paralelamente, una aproximación del guaraní criollo al español. Germán de Granda (1999) ha sintetizado la convergencia español-guaraní como sigue: Del lado del guaraní criollo: 1) se adoptan elementos gramaticales del español (pero, porque, sino, entonces, entero, cuanto más, a más que y los numerales a partir de cinco); 2) los adjetivos demostrativos se sustituyen por los artículos españoles la (singular) y lo (plural) en usos topicalizadores; 3) la distinción prehispánica de una lengua de los hombres y otra de las mujeres en ciertas clases morfemáticas se transforma en una sola, la de las mujeres (por ejemplo, el morfema afirmativo ta, propio de hombres, desaparece y sólo queda bee, el de las mujeres); 4) calco de la construcción española “el que + verbo personal” mediante la/lo + verbo + -va; 5) el numeral petei adquiere sentido de presentador; 6) las marcas de género (kuñá, ména/kuimba’e) y de plural (-kuéra) del sustantivo guaraní amplían su distribución; 7) los aglomerados sufijales verbales de índole modal afectiva restringen sus distribuciones. Del lado del español paraguayo: 1) se adoptan elementos gramaticales validadores del guaraní (voí, ko / nikó / nió, katú / ngatú, ndajé, gua’ú); 2) se sustituye la anticadencia que marca la entonación interrogativa española por los morfemas interrogativos guaraníes (pa / pikó); 3) se elimina la cópula verbal y la anteposición adjetiva, conforme al uso guaraní; 4) calco de la construcción terminativa guaraní “verbo + -pa” mediante “verbo + todo”, de la construcción prospectiva guaraní castellano andino según dijimos. También abundan las faltas de concordancia entre el sujeto y el verbo, o las confusiones de género del sustantivo, a imagen y semejanza de lenguas donde faltan ambos fenómenos: en español de los embera, una lengua chocó de Colombia y Panamá, se dicen cosas como esa son phuro palabra. Otras veces lo que tenemos son construcciones sin preposiciones ni artículos como en el español de los ika, una lengua chibcha colombiana: tuve que ir otra ve [a] la casa, pero con [una] linterna, con [un] foco. En cualquier caso, estos fenómenos no llegan a constituir un sistema tan elaborado como en castellano andino. Véanse Flores Farfán (1998), Palacios (2004) y Rodríguez Cadena (2008). 28 En un principio estas semejanzas se atribuyeron a un origen común (Lastra 1970), pero la existencia de diferencias considerables en la distribución de los sufijos ha llevado a postular la hipótesis convergente en la actualidad (Hardman de Bautista 1985).
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“sustantivo + -rã” mediante “para + sustantivo” o de la construcción de cierre conjuntivo guaraní (ha) umía mediante (y) eso; 5) el complejo sistema español de construcciones imperativas (¡vete!; ¡tú te vas!; ¡harás lo que te digo!; ¡marchando!; ¡quietos!; ¡que te calles!) se reemplaza por los marcadores afectivos guaraníes na, ke, katu, kena; 6) ampliación distribucional de la segunda persona verbal del español para expresar usos deferenciales, como en guaraní; 7) restricción distribucional de los clíticos pronominales átonos del español, morfemas inexistentes en guaraní. El cuadro anterior contrasta con los ejemplos típicos de hibridación. Por una parte, se puede decir que la convergencia A→←B es un caso de doble hibridación, esto es, A→B + B→A, puesto que hay un uso no mimético de ciertas peculiaridades gramaticales de una lengua, las cuales suscitan una estructura parcialmente diferente en la otra. Es lo que sucede con todas las modificaciones que tienen que ver con la distribución, y así el español paraguayo, donde muchos usos de los clíticos desaparecen, no es igual que el guaraní, que carece de clíticos, sino un español especial; tampoco el guaraní criollo, que sólo tiene algunos de los aglomerados sufijales de valor afectivo modal, propios del guaraní histórico o tribal, es un correlato del español. Sin embargo, en la convergencia, lo más frecuente no son estos usos hibridados, sino los simples calcos de morfemas o de construcciones, según revelan los ejemplos de arriba. Se podría comparar esta situación a la del magnetismo. Un imán permanente atrae a los materiales ferromagnéticos convirtiéndolos en imanes transitorios de manera parecida a como una lengua hibridadora atrae a una lengua hibridada invistiéndola de ciertas características suyas; cuando el proceso de influencias es recíproco, lo que tenemos son dos situaciones paralelas:
imán permanente
limaduras magnetizadas transitoriamente GUARANÍ CRIOLLO
lengua hibridadora guaraní
imán permanente
lengua hibridadora español
limaduras magnetizadas transitoriamente ESPAÑOL PARAGUAYO
lengua hibridadora español
lengua hibridadora guaraní
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Sin embargo, cuando consideramos ambos imanes a la vez, la imantación obra de manera diferente sobre las limaduras sometidas a un solo polo, a derecha e izquierda, y sobre las que están sometidas a polos opuestos en el centro, las cuales permanecen inmóviles y se equiparan unas a otras. Las primeras suponen una acomodación a la lengua dominante, las segundas un calco:
_
+
_
+
lenguas convergentes
Cuando oponemos dos imanes permanentes y los polos enfrentados son de signo opuesto, puede ocurrir que, si están muy próximos, se atraigan mutuamente y lleguen a funcionar como un solo imán sumando la magnetización permanente a la inducida. Esto es lo que sucede en las lenguas criollas, las cuales funden dos idiomas A y B en un nuevo idioma C que resulta ininteligible tanto para los hablantes de A como para los de B. Como en este libro nos ocupamos de variantes, bien que surgidas de situaciones bilingües, no atenderemos a los criollos de base española como el papiamento de Curaçao (Munteanu 1996) o el palenquero de San Basilio (Friedemann/Patiño Rosselli 1983): imán permanente
doblado estructural acriollado
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7. LA POROSIDAD LINGÜÍSTICA
7.1. El concepto de dialecto poroso Junto a los criollos o las Sprachbünde existen situaciones de hibridación lingüística reconocidas por los hablantes, a las que llamaremos dialectos porosos y que se caracterizan por su inestabilidad. Piénsese en el Spanglish. Desde el punto de vista normativo no es ni español ni inglés, sino el resultado de la práctica lingüística de hispanohablantes que intentan aprender inglés, nunca al contrario. En otras palabras, el Spanglish representa un acercamiento del español al inglés:
Español
Spanglish
Inglés
En apariencia, sucede lo mismo con el llamado castellano andino (del que nos ocupamos en el capítulo 6), que deriva de la práctica lingüística de personas quechuahablantes que intentan hablar español. Sin embargo, mientras que el Spanglish no es inglés, el castellano andino sí es español, lo que representamos mediante una flecha que alcanza el círculo de la lengua meta:
Español
Castellano andino
Quechua
¿Es posible fundamentar topológicamente este tipo de hibridaciones inestables? El teorema de Tychonoff sobre espacios compactos parece la solución: el producto cartesiano de una colección de espacios topológicos compactos es compacto respecto a la topología producto. La interpretación del mismo en relación
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con las dialectos porosos es la siguiente: sean dos lenguas A y B que, como sabemos, en cuanto sistemas cohesionados son espacios compactos; si construimos su producto cartesiano A × B, esto es, pares de signos (ai, bi) entre los que existen interferencias, podemos afirmar que dichos pares constituyen un espacio compacto en relación al producto, es decir, para la reunión de las dos lenguas, pero no para cada una en particular. Obsérvese que esto es lo que sucede en Spanglish. Cuando un hispanohablante dice te llamo p’atrás (“te llamo para atrás”) está calcando la expresión I call you back del inglés. Pero te llamo p’atrás no es inglés y tampoco se acaba de aceptar como español, tiene valor precisamente en el espacio producto, o sea, en las situaciones sociolingüísticas en las que se origina el Spanglish. Ello ha creado la ficción –interesada– de que el Spanglish es una nueva lengua1, algo que el teorema de Tychonoff desmiente absolutamente. Sin embargo, aunque el Spanglish no es exactamente español, los hablantes lo consideran más español que inglés y lo valoran como si fuese un idioma coherente. Ello se debe a que si f: A → B es una aplicación continua de un espacio compacto A en el espacio B, entonces el conjunto imagen f(A) es compacto. Dicho de otro modo, si bien A es el conjunto de signos del español, que es compacto, y B, el conjunto de signos del inglés, que los usuarios deficientes no dominan sistemáticamente y que, por lo tanto, no es compacto para ellos, resulta posible establecer una aplicación de A sobre B2, la cual es compacta: el Spanglish particular de cada persona y de cada situación. Así ocurre cuando los hispanohablantes intentan hablar inglés y les sale el Spanglish. Adviértase que no hay anglohablantes que intentando hablar español lo hagan en Spanglish. Los hispanohablantes empiezan en el espacio compacto del español, E, y para cada signo (palabra, frase u oración) buscan equivalentes en inglés, aunque muchos términos y construcciones inglesas no lleguen a emplearse jamás. Dicho de otra manera: el Spanglish no puede llegar a ser un idioma, pero funciona como si fuese un idioma siempre que permanezca dentro de la órbita del español. La imagen mental de la órbita constituye una buena manera de imaginar la situación que estamos describiendo cuando la referimos a los asteroides. Un asteroide (también llamado planetoide) es una masa de roca que, al igual que los planetas, gira junto con otras en torno al Sol, pero que no llega a ser planeta por su falta de compacidad. El llamado cinturón principal de asteroides constituye una especie de nube de fragmentos rocosos que gira en una órbita situada entre
1 Véase Lara (2005b) donde se argumenta convincentemente en contra de la idea del Spanglish como lengua de nueva creación. Hay fenómenos parecidos en otras comunidades bilingües (Møller 2008). 2 Es decir, una función tal que cada elemento de A tiene una imagen en B, pero un elemento de B puede tener más de una preimagen en A o no tener ninguna.
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Júpiter y Marte y que está sometida a la fuerza gravitatoria de aquél3, la cual les impide consolidarse:
Cinturón de asteroides Júpiter Tierra Marte Sol
A las variedades lingüísticas del estilo del Spanglish las llamaremos dialectos porosos porque son seudoidiomas que atraen elementos de otros como una piedra porosa atrae fluidos, albergándolos en los huecos de su armazón pero sin llegar a integrarlos en su estructura, la cual es manifiestamente inestable. El Spanglish es un español que ha atraído elementos del inglés hasta alcanzar un grado de saturación irreversible. Los dialectos porosos no representan una hibridación consolidada, como la de los préstamos, son hibridaciones inestables. Las secuencias lingüísticas sujetas a situaciones de porosidad no llegan a formar dialectos independientes, necesitan de la presencia del idioma dominante, el cual es incapaz de engullirlas, aunque tampoco les permite consolidarse, en el mismo sentido en el que Júpiter impide la fusión de los asteroides de su anillo. Son siempre variedades lingüísticas ocasionales, pero no por ello carentes de sistematicidad: el Spanglish es un conjunto de materiales lingüísticos que orbitan cerca del español y que a causa de la atracción sistemática de éste no llegan a ser un espacio compacto, es decir, una lengua plena:
3
No se representan las órbitas de Mercurio y Venus, que están más cerca del Sol que la Tierra, ni la de los demás planetas (Neptuno, Urano, Saturno y Plutón) que están más lejos que Júpiter.
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Spanglish Lengua i
Español Lengua j
Gram ática
Universal
¿Qué tipo de organización neuronal cabe postular para las dialectos porosos? Hasta el momento y una vez superada la falacia modularista que piensa ingenuamente que los distintos componentes lingüísticos tienen una localización precisa en el cerebro, no ha habido demasiadas dificultades para comprender las líneas generales de la organización neurológica del lenguaje: concatenaciones sinápticas para los componentes sintagmáticos, almacenamientos neurales para los listas paradigmáticas y redes relacionales para la variación, con sus respectivos correlatos formales, la topología base, la topología cociente y la topología producto. Pero la porosidad plantea un verdadero problema para la Neurolingüística, pues se mueve en el ámbito del bilingüismo y éste siempre ha resultado difícil de abordar como fenómeno mental. Para que se entienda la naturaleza del problema aludiré a una contradicción todavía no resuelta (López García 2008b). Los estudiosos de la enseñanza de segundas lenguas destacan que el aprendizaje de las mismas suele pecar de excesivamente reflexivo, en el sentido de que el alumno está demasiado atento a la perfección formal de sus enunciados y no se abandona con facilidad al automatismo productivo que caracteriza su empleo de la lengua materna. Dicho de otra manera, el aprendiz de L2 se fija demasiado en los aspectos metalingüísticos en detrimento de los lingüísticos. Krashen partió del descrédito del aprendizaje consciente (learning) y de la valoración de la adquisición inconsciente (acquisition), una idea que había introducido el llamado análisis de errores al establecer un paralelismo entre la adquisición de L1 y el aprendizaje de L2: The acquisition-learning distinction is perhaps the most fundamental of all the hypotheses to be presented here. It states that adults have two distinct and independent
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ways of developing competence in a second language. The first way is language acquisition, a process similar, if not identical, to the way children develop ability in their first language. Language acquisition is a subconscious process; language acquirers are not usually aware of the fact that they are acquiring language, but are only aware of the fact that they are using the language for communication. The result of language acquisition, acquired competence, is also subconscious. We are generally not consciously aware of the rules of the language we have acquired. Instead, we have a ‘feel’ for correctness. Grammatical sentences ‘sound’ right, or ‘feel’ right, and errors feel wrong, even if we do not consciously know what rule was violated […]. The second way to develop competence in a second language is by language learning. We will use the term ‘learning’ henceforth to refer to conscious knowledge of a second language, knowing the rules, being aware of them, and being able to talk about them […]. Some second language theorists have assumed that children acquire, while adults can only learn. The acquisition-learning hypothesis claims, however, that adults also acquire, that the ability to ‘pick-up’ languages does not disappear at puberty […]. The acquisition-learning distinction may not be unique to second language acquisition. We certainly ‘learn’ small parts of our first language in school (1982: 10-11).
Estas consideraciones le llevaron a formular la teoría del monitor según la cual: While the acquisition-learning distinction claims that two separate processes coexist in the adult, it does not state how they are used in second language performance. The Monitor hypothesis posits that acquisition and learning are used in very specific ways. Normally, acquisition ‘initiates’ our utterances in a second language and is responsable for our fluency. Learning has only one function, and that is as a Monitor, or editor. Learning comes into play only to make changes in the form of our utterance, after it has been ‘produced’ by the acquired system. This can happen before we speak or write, or after (ibíd.: 15).
En su opinión, pues, la enseñanza de segundas lenguas debería concentrarse en proveer al alumno de cantidades substanciales de lo que llama comprehensible input, esto es, de secuencias lingüísticas reales y accesibles, en vez de concentrarse en los aspectos formales de las mismas. En otras palabras: como los hábitos mentales (y hasta hace un cuarto de siglo la práctica didáctica habitual) del aprendizaje de L2 son diferentes de los de la adquisición de L1, sería necesario corregir aquéllos acomodándolos lo más posible a las condiciones de éstos, que son las condiciones de las que disfrutan los nativos de cada idioma. Si bien el planteamiento de Krashen ha sido muy criticado y hoy la enseñanza de segundas lenguas camina por otros derroteros, ha tenido la virtud de distinguir los procesos lingüísticos conscientes, que suponen la intervención de la conciencia metalingüística, de los procesos lingüísticos automáticos. Con todo, los valores didácticos de dicha teoría son lo de menos: en el marco de la presente discusión
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lo que parece pertinente es plantear si es posible mantener diferenciados como objetos de estudio el lenguaje y el metalenguaje, por más que en el uso de la lengua obviamente resulten inseparables. Como dijimos, hace algunos años Wray propuso un modelo para dar cuenta de esta situación, la llamada hipótesis del foco (Focusing Hypothesis). Su fundamento reside en la bilateralidad asimétrica que caracteriza el cerebro humano: The Focusing Hypothesis proposes that the left hemisphere ‘teaches’ the right, during the course of language acquisition, standard linguistic patterns (formulae) which operate like idioms with lexical spaces… The right hemisphere is thereby equipped to deal with ‘routine’ language processing, leaving the left hemisphere free to deal with the ideas conveyed by the language and to intervene, at some cost, where complicated or unexpected structures and sequences occur … The predictions of the Focusing Hypothesis […] home in on the tendency for experimental subjects and speech-impaired patients to be aware that their linguistic skills are of primary interest, which might lead them to monitor their language more, in turn requiring the selection of a strategy that gives a greater rôle to the left hemisphere than it would have in normal conversation. This would mean that the results of psycholinguistic and clinical tests would (correctly) indicate a primacy for the left hemisphere function, but that this would be relevant only to these test circumstances; such results could not justifiably then be used as the basis for observations about language processing in non-test circumstances. The implication is, of course, that the right hemisphere’s rôle in language processing would be inordinately difficult to measure, because the unnaturalness of testing would prevent the selection of the strategies of most interest. It follows from this […] that there is no primary experimental evidence that can be cited in this book to suport the Focusing Hipothesis (1992: 2-3).
Estos procesos suponen un balanceo de los circuitos neuronales entre ambos hemisferios: Input Analytic
Holistic
phoneme analyse and juxtaposer
word
input accumulator
phrase etc. proposition
clausal processor
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La Focusing Hypothesis predice que, cada vez que existan dificultades del tipo que sea, la atención se centrará en el lenguaje y en un análisis detallado de sus características operado por el hemisferio izquierdo. La capacidad metalingüística es precisamente lo que caracteriza el dominio de un idioma, es la que muestran los creadores (escritores, poetas, humoristas, publicistas) en grado superior a los demás, y por eso es la más afectada por las alteraciones del lenguaje, generalmente de forma inhibitoria. Pero como el análisis metalingüístico supone una condición poco natural para el desarrollo normal del lenguaje (pues cuando hablamos nos interesa lo que decimos, no cómo lo decimos), resulta imposible verificar la hipótesis del foco de manera experimental. Esta conclusión es epistemológicamente incómoda, pues, por una parte, una hipótesis que por definición no es susceptible de contrastación empírica parece cualquier cosa menos científica y, por otra parte, la idea de Wray de que lo metalingüístico pertenece al hemisferio dominante (el izquierdo, por lo general) y lo lingüístico, al dominado (el derecho) se compadece mal con la teoría del monitor. Es sabido que las segundas lenguas, según atestiguan numerosos casos de lesiones del hemisferio dominante que condujeron a la pérdida de L1 pero no a la de L2 (Albert/Obler 1978), tienen una actividad neural diferenciada de las primeras, siendo la de L2 prioritaria en el hemisferio dominado, según reflejan estudios de PET y de fMRI (Dehaene et al. 1997). Ahora bien, si el uso de L2 se caracteriza por la preponderancia de la reflexión metalingüística, ¿no deberíamos buscar su estrato neurológico preferiblemente en el hemisferio dominante? En realidad, la contradicción es más aparente que real. Lo que Krashen advierte es un recurso de los usuarios de L2, no su empleo habitual de las segundas lenguas que, sin duda, están ubicadas sobre todo en el hemisferio derecho. Cuando una persona diestra lleva el brazo derecho en cabestrillo y no puede escribir con él, se sirve de la mano izquierda; de la misma manera, cuando un hablante de L2 se siente inseguro, recurre a una agudización de la conciencia metalingüística, lo cual tiene el efecto subsidiario de involucrar especialmente al hemisferio izquierdo, que es donde se ubica preferentemente L1, la lengua de la que verdaderamente somos conscientes:
L1 (L2)
L2 (L1)
situación normal
L1 (L2)
L2 (L1)
situación de inseguridad lingüística
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Lo anterior suministra una clave para imaginar el fundamento neurolingüísticco de las dialectos porosos como el Spanglish. Si bien estas modalidades idiomáticas se producen siempre en situaciones de bilingüismo y comparten con ellas la inseguridad de los hablantes, se diferencian de las mismas porque se trata de una inseguridad permanente. La L2 del bilingüismo se usa de vez en cuando, pero la lengua porosa acaba por definir a todo un grupo social, según sucede con el Spanglish de los puertorriqueños de Nueva York, por ejemplo. Es evidente que la solución del esquema de arriba no puede aplicarse permanentemente porque cuando el monitor está encendido (cuando la conciencia metalingüística está vigilante), el cerebro se encuentra en tensión, mientras que en los dialectos porosos no existe este desgaste, se hablan fluidamente igual que todos los demás. Hablar segundas lenguas cansa, hablar dialectos porosos, no. La solución estriba en disponer de un mecanismo neurolingüístico que reproduzca el esquema de arriba, pero de otra manera, sin activar la conciencia metalingüística por encima de sus umbrales habituales. Recuérdense las ubicaciones neurológicas diferenciadas del léxico y de los esquemas sintáctico-semánticos que considerábamos en el capítulo 4:
CORTEZA
lexemas
esquemas sintáctico-semánticos
hipocampo
tálamo, etc.
SISTEMA LÍMBICO
El esquema de arriba se caracteriza por oponer las dos entidades que conforman el lenguaje, la sintaxis y el léxico, ubicando la primera en el sistema límbico, que es automático, y el segundo en la corteza, que es reflexiva. Se refiere a ambos hemisferios, pero sobre todo al hemisferio dominante (el
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izquierdo, por lo general), puesto que estamos en el dominio de L1. No obstante, los dialectos porosos, aunque tienen el típico automatismo de L1, presentan características que en su mayor parte recuerdan a L2, entre otras todas las interferencias imaginables (en Spanglish, del español con el inglés) e incluso cierta inhabilidad para emitir juicios metalingüísticos de valor, la cual se da también en algunas patologías del lenguaje caracterizadas por el predominio del hemisferio derecho (Hernández Sacristán 2006: 198-199). Por eso, el sustrato neurológico de los dialectos porosos debe de alcanzarse sobre todo en el hemisferio derecho, presumiblemente a base de proyectar hacia el córtex consciente no sólo el léxico, como en cualquier L1, sino también los esquemas sintácticos, los cuales muestran así su característica variabilidad sinonímica, similar a la del vocabulario:
CORTEZA
lexemas
esquemas sintáctico-semánticos
hipocampo
tálamo, etc.
SISTEMA LÍMBICO
Ello sume a los dialectos porosos en una contradicción que explica su dificultad para consolidarse ora como dialectos hibridados normales, ora como lenguas independientes: al funcionar preferentemente en el hemisferio derecho, deberían predominar los automatismos, pero al avivarse los mecanismos lingüísticos conscientes tanto en el léxico como en la sintaxis, su lugar es el hemisferio izquierdo. Así llegamos a un esquema mixto que podría representarse como sigue:
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H. izd.
H. dcho.
7.2. El caso del Spanglish El español es, junto al inglés y dos o tres idiomas más, una lengua mundial, que como tal se caracteriza por diversificar sus funciones. Toda lengua consta de signos y los signos tienen, según advierte Charles Sanders Peirce (1987: §§ 1.396, 4.447 y 5.73), una dimensión icónica, una dimensión simbólica y una dimensión indexical. Por ejemplo, el rumano no sólo es un icono, una especie de cuadro que manifiesta a los rumanos; además simboliza la nación y la cultura rumanas; finalmente, es un índice de que dondequiera que existan textos en rumano hay o hubo rumanos en las proximidades. Conviene diferenciar estas tres maneras de darse los signos. Los iconos, como las fotos, se parecen al original, pero pueden subsistir sin él (porque esté ausente o haya fallecido): el rumano como icono refleja lo que sienten y piensan los rumanos, pero subsiste sin ellos, por ejemplo, en los libros escritos en rumano. El símbolo se relaciona con lo que representa en virtud de una convención, la balanza es símbolo de la justicia en Occidente, pero no en otras civilizaciones: el rumano simboliza la nación rumana y sus textos, con más razón, aunque pueda tratarse de algo arbitrario ya que dichos textos pueden ser –y a menudo así sucede– simples traducciones de otra lengua. Finalmente, los índices denotan la presencia de lo que indican y desaparecen cuando lo indicado se extingue, pero no equivalen a ello, según sucede con el humo que es índice de fuego y se desvanece cuando éste se apaga: los rótulos en rumano indican que en ese lugar hay rumanos, pero no son personas de nacionalidad rumana. En las lenguas naturales, estas tres dimensiones se dan normalmente a la vez. En las lenguas artificiales, por el contrario, lo más frecuente es que se dé una sola y no las demás. Así el lenguaje formal de las ciencias tiene un valor puramente icónico: en SO4H2, el símbolo S sustituye al elemento azufre, el símbolo O4 al elemento oxígeno y el símbolo H2 al elemento hidrógeno. En las lenguas que sirven de soporte a los textos de una religión, el único valor presente es el simbólico: el árabe es la lengua sagrada del Corán como consecuencia de una convención y de ahí que sus versículos sean objeto de innumerables exégesis (hadices). Los lenguajes animales, en fin, son puramente indiciales: los cantos de un ruiseñor manifiestan su presencia en el bosque y desaparecen en su ausen-
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cia, pero apenas nos dicen algo significativo sobre sus ideas o sus estados de ánimo (no son iconos). La situación de las lenguas mundiales es muy peculiar porque, si bien presentan las tres dimensiones del signo al igual que todas las demás lenguas naturales, a menudo especializan cada una en una franja de población. Esto se advierte claramente en una observación que hace David Crystal a propósito del inglés. Si bien su planteamiento es descriptivo y no hace referencia a las consideraciones semióticas que estamos haciendo aquí, nota que el inglés global se presenta en tres círculos concéntricos como sigue (1994: 53-54):
Expanding circle
Outer circle
Inner circle USA, UK
India, Singapore
China, Russia...
El inner circle se refiere a los países en los que el inglés es la lengua materna de sus habitantes (Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Australia , Irlanda y Nueva Zelanda); el outer circle comprende unos cincuenta países (la India, Malawi o Nigeria, entre ellos) en los que el inglés desempeña un importante papel educativo e institucional y ha llegado a ser la segunda lengua de la población; y el expanding circle incluye países (como China, Japón o Grecia) en los que el inglés no fue introducido como lengua colonial ni goza de reconocimiento administrativo alguno, pero donde se le concede gran importancia en calidad de lengua internacional extranjera. Es fácil comprender que en cada uno de estos círculos predomina alguna de las dimensiones semióticas de arriba: en el círculo
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interno, el inglés es un icono de los anglohablantes, en el círculo externo, un símbolo político que manifiesta la pertenencia de un cierto país a la Commonwealth, y en el círculo en expansión, un índice del grado de modernidad y de inserción en la aldea global alcanzados por el país en cuestión. Si ahora procediésemos a considerar esta cuestión en español, que es otra lengua mundial, la segunda de Occidente, llegaríamos al siguiente esquema (López García 2006)4:
Hispanoproclividad
Hispanofonía Hispanidad España México, Chile... Guinea, Flipinas Brasil
La Hispanidad incluye la veintena de países en los que el español es lengua materna y manifiesta como un icono la entidad étnica y cultural de sus habitantes: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, España, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. La Hispanofonía es una categoría diferente. El término, formado a imitación de “Francophonie”, se refiere a países en los que, si bien el español no es la lengua materna de la mayor parte de sus habitantes, éstos se mueven en su ámbito lingüístico con relativa fluidez: en otras palabras, el español es “fonía”, lo entien-
4
Utilizo el término Hispanofonía en un sentido descriptivo y no ideológico.
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den y lo usan, aunque no piensen el mundo en español como en el caso de la Hispanidad. Por ello, goza de algún tipo de reconocimiento institucional. En Guinea Ecuatorial, antigua colonia española independizada en 1968, funciona como lengua de intercambio entre hablantes de distintos idiomas africanos (fang, ibo, bubi…). En Filipinas fue la lengua de sus primeros textos –Rizal, el líder de la independencia filipina, escribió toda su obra en español–, es todavía la lengua materna de miles de personas (como tal o en forma de criollo, según sucede en Zamboanga) y así lo reconoce la Constitución. Es fácil darse cuenta de que tanto en Guinea Ecuatorial como en Filipinas el español tiene un obvio valor simbólico: en el primer caso permite mantener la identidad de este pequeño país en un entorno de naciones vinculadas a la Francophonie o a la Commonwealth; en el segundo, sucede algo parecido en la medida en que Filipinas es el único país católico de Asia oriental, frente a Australia y Nueva Zelanda, que son protestantes, frente a Malasia e Indonesia, que son musulmanas, y frente a China, Japón, Tailandia, etc., que son budistas o sintoístas. También puede incluirse en la Hispanofonía a Andorra, un pequeño estado pirenaico de lengua catalana, que se ha movido siempre en la órbita política y comercial de España y de Francia, por lo que al mismo tiempo forma parte de la Francophonie. Algo parecido cabe decir de Gibraltar. Otro colectivo afecto a la Hispanofonía es Israel: originariamente los sefarditas –de Sefarad, nombre de España en hebreo– pertenecían a la Hispanidad, pues eran comunidades hispanohablantes que se dispersaron por el Mediterráneo (en Salónica, Monastir, Estambul, Sarajevo, Marruecos, etc.) tras la expulsión de los judíos en 1492; sin embargo, la tragedia de la Shoah llevó a los supervivientes a refugiarse en el Estado de Israel donde perdieron el español como lengua materna, pero lo conservan como referencia cultural. No hay que decir que para los sefarditas el valor simbólico del español es muy fuerte; en realidad, el mantenimiento voluntarista de dicho simbolismo contra viento y marea constituye un caso milagroso. Finalmente, no anda lejos de la Hispanofonía la región marroquí de Tetuán, una ciudad fundada por moriscos andaluces, que fue capital del Protectorado español y cuyos habitantes siguen habitualmente todas las cadenas de televisión peninsulares. La Hispanoproclividad es una nueva categoría semántica que me gustaría introducir aquí: se refiere a países en los que el español ni es lengua materna ni fue lengua colonial o fronteriza, pero lo están aprendiendo numerosas personas como segunda lengua impulsadas por ventajas de orden práctico. El ejemplo prototípico es Brasil donde la constitución del Mercosur ha acelerado el proceso de integración comercial y cultural de los países del Cono Sur y ha tenido el efecto de extender el español en Brasil y el portugués en Argentina, Uruguay y Paraguay. Evidentemente, el español tiene en Brasil un valor indexical: es el índice de una situación geográfica peculiar por la que Brasil está completamente
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rodeado de países hispanohablantes al tiempo que su elevada población y sus recursos le llevan a ejercer el liderazgo del grupo. Por supuesto, la Hispanoproclividad se extiende a otros países en los que la moda de aprender español ha prendido como la yesca, aunque en términos estrictos sólo podría hablarse de tal cuando el país en su conjunto introduce, a instancias de la sociedad civil, la enseñanza de ELE en su sistema educativo. Es por relación a este panorama ternario como debe analizarse, con frialdad y prudencia, el caso del español en Estados Unidos. Ocioso parece destacar que se trata de un país anglohablante cuya lengua es el inglés. Para esto no hacían falta campañas de English only ni modificaciones de la Constitución. Ahora bien, también resulta ridículo negarse a enfrentar la otra realidad, la de que el español no es una más de las lenguas extranjeras de Estados Unidos, sino que viene a representar, de hecho, el otro por antonomasia. Por número de hablantes, por historia (el español llegó antes que el inglés) y, sobre todo, de cara al futuro, los anglo-estadounidenses se miran en el espejo del español5. ¿Cómo se presenta esta lengua en los propios Estados Unidos? Curiosamente siguiendo las pautas del esquema de arriba, es decir, con parcelas de Hispanidad, parcelas de Hispanofonía y parcelas de Hispanoproclividad:
Hispanoproclividad
Hispanofonía
Hispanidad Miami
Suroeste Nueva York Resto de EEUU
5 Para las implicaciones políticas y culturales de la relación entre anglos e hispanos en Estados Unidos, véase López García (2010c).
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Excluido Puerto Rico, que es una nación hispánica como las demás, aunque políticamente se trate de un estado libre asociado, en Estados Unidos existe una pequeña comunidad de hispanohablantes plenos, es decir, de personas que, siendo bilingües, adquieren el español como lengua materna y cuya vida transcurre mayoritariamente en español: la comunidad cubana que ha formado la pequeña Habana en Miami. Hasta que no se produzca una transición política en Cuba es pronto para hacer previsiones sobre el desarrollo futuro de esta sociedad (al fin y al cabo el futuro siempre está abierto). Presumiblemente, algunos volverán a la isla, pero, dado el tiempo que llevan en Estados Unidos y lo profundo de su arraigo, lo más probable es que la mayoría permanezca en Miami y en el condado de Dade. Cuestión diferente es la de los estados del Suroeste (California, Arizona, Nuevo México, Texas) y la de ciertas agrupaciones urbanas como Nueva York o Chicago. Las alarmas de los anglos más intransigentes han saltado realmente en estos territorios, en los que un flujo ininterrumpido y creciente de inmigrantes hispanos, procedentes sobre todo de México, Caribe y Centroamérica, está creando el espectro de una futura disociación de Estados Unidos, tal y como clamaba apocalípticamente Huntington (2004). Me parece que estas previsiones alarmistas son totalmente infundadas y ello por una razón evidente: dichos territorios caminan aceleradamente hacia la Hispanofonía, muchos son ya Hispanofonía. Creo que merece la pena reproducir las siguientes palabras de un estado de la cuestión reciente elaborado por la sociolingüista Carmen Silva-Corvalán: La visión del inmigrante mexicano en particular ha sido diferente de la del europeo e incluso de la del asiático en cuanto a que aquél, como los puertorriqueños y los franco-canadienses que emigraban a Estados Unidos a principios del siglo XX, se consideraban “inmigrantes temporales”. Para estos tres grupos no era difícil mantener contacto con su pasado geográfico, bastaba un viaje de a lo sumo dos o tres días para estar ya en el país natal, donde muchos habían dejado a su familia o donde otros iban en busca de una esposa. La temporalidad de la inmigración es, sin embargo, una percepción equivocada. Una minoría insignificante regresa definitivamente a México después de haber residido legalmente en Estados Unidos. Además, los méxico-americanos nacidos en Estados Unidos se identifican fácilmente con la cultura americana y no demuestran interés en invertir el camino hecho por sus padres […]. La proyección oficial para el año 2010 es que los hispanos serán el grupo étnico minoritario más grande (13,8 por ciento) y que para el 2050 constituirán un 25 por ciento de la población total, estimada para entonces en unos cuatrocientos millones de habitantes […]. La representación que tendrán los individuos de origen hispano en el conjunto de Estados Unidos no se corresponde necesariamente con un crecimiento paralelo de los hablantes de español. En el contexto demográfico descrito, la utilización del español como instrumento habitual de comunicación y, por tanto, su importancia social, dependen en gran medida del uso que de esta lengua haga la población hispana y, en este sentido, se observa un desplazamiento masivo hacia el inglés a partir del estable-
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cimiento permanente en Estados Unidos […]. El deseo de aprender el inglés que se da a través de las generaciones de hispanos, compartido por otros grupos de inmigrantes, se ha formalizado en el apoyo que muchos miembros de estos grupos ha dado al movimiento English Plus […]. El movimiento English Plus reconoce el estatus prominente del inglés en el ámbito nacional e internacional y el mérito indiscutible de elevarlo a categoría de lengua común de Estados Unidos, pero también promueve el mantenimiento de las lenguas ancestrales como medio de enriquecer el entramado cultural y lingüístico de la nación […]. Aunque está claro que no se están resistiendo al cambio hacia el inglés, la mayoría de los hispanos, ya de manera espontánea al conversar o cuando responden a cuestionarios, expresan una actitud positiva hacia el español y el deseo de mantenerlo y transmitirlo a sus descendientes (2000: 67, 70, 71, 90-91 y 107).
En suma, el español de los hispanos de Estados Unidos lo es básicamente en calidad de Hispanofonía, no de Hispanidad. Pasada la primera generación de inmigrantes, el español es una segunda lengua que no hablan como el inglés, en la que no se expresan la mayor parte de las representaciones cognitivas que constituyen su vida mental, pero de la que se sienten orgullosos y en cuyo espacio fónico les gusta sentirse integrados. Este español es un dialecto poroso en el que es difícil hallar pautas sistemáticas, pues los distintos usuarios lo emplean con grados muy variables de desviación respecto al español normal. Sus propiedades más características no han sido investigadas con el detalle que merecen y también carecemos de corpora extensos, a pesar de que la bibliografía sobre política lingüística, actitudes sociolingüísticas y problemas pedagógicos asociados al Spanglish es inmensa. Lipski (1993) realizó un estudio empírico sobre lo que llama bilingües transicionales (TB: transitional bilinguals), que son los típicos hablantes de Spanglish, los cuales difieren tanto del bilingüe fluido, cuyo español muestra una influencia notable del inglés, como del hispanohablante que estudia español como L2. De dicho estudio se pueden extraer los siguientes rasgos gramaticales característicos: a) Inestabilidad de la concordancia entre el sustantivo y el adjetivo: no quieren ser español, ¿cuál es tu favorito parte?, mi blusa es blanco. b) Formas verbales incorrectas: yo bailo y come, cuando vino los japoneses, yo no sabe bien, Omar y yo eh mucho amigo, yo tiene cuaranta ocho año. c) Supresión o inclusión indebida de los artículos: yo iba a [la] escuela, me gusta [las] clases como pa escribir, él va a buscar el [ø] trabajo en agosto, tengo miedo de [los] examens. d) Errores en el uso de las preposiciones: ya recibirá carta [de] Ehpaña, hoy etamo [a] siete, comenzaba [en] setiembre, voy a hablar de las comidas [de] Bélgica.
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e) Pronombre sujeto redundante: yo quiero decir cariño, pero yo no sé si es eso; nojotros tratamos de que vaya otra persona más que nosotros porque nojotros estamos para aquí; cuando ella termina, ella tiene que tirá el agua; yo pensé que yo podía hacer lo mismo. f) Anáfora retrospectiva (se refiere a pronombres explícitos que remiten a una persona implícita de un verbo anterior): alguien me habla en español y ø puedo entender pero yo contesto en inglés; ø tenía muy buena recomendación pa que él siguiera con la carrera de electrónica. Obsérvese que estas características no coinciden del todo con las del español de los estudiantes de L2. Evidentemente, los usos incorrectos de preposiciones, artículos, tiempos y modos verbales o los errores en la concordancia de género y número son típicos del estudiante anglófono de ELE, pero hay otros errores de los estudiantes de ELE que rara vez se dan en Spanglish, como las dificultades para distinguir ser de estar, para ubicar correctamente el adjetivo en la frase nominal o para construir secuencias con se, aspectos que constituyen el objeto de la gramática contrastiva español-inglés (Cruz Cabanillas 2003: cap. 3); y al contrario, la anáfora retrospectiva -f)- resulta impensable en dichos estudiantes de ELE. Por otro lado, el Spanglish tiene, como es sabido, numerosos calcos del inglés, como préstamos o en secuencias con cambio de código, sólo que muy peculiares y diferentes de las clásicas interferencias del estudiante hispanohablante de inglés como L2. Oteguy (2004) y Lapidus (2005) han caracterizado estos calcos con el nombre de adaptaciones, propuesto por Poplack (1983), y han destacado que no se trata de meros procesos de simplificación cognitiva, como los propuestos por Toribio (2004), en los que se adoptan aquellas estructuras de la lengua minoritaria que mejor se acomodan a la dominante. En las adaptaciones se introducen patrones morfológicos específicos. Por ejemplo, en secuencias como “en el cuarto del niño hay un pool table”, “regresé a mi viejo high school a hablar con los maestros” o “le metes un credit card y se abre”, se advierte cómo los sustantivos ingleses se tratan uniformemente como masculinos, incluso con referentes de sexo femenino y con clara conciencia de que en español general son femeninos (“¿Y tu mamá? / –Ella es un social worker, una trabajadora social”). También hay consecuencias distribucionales: ante la duda, se opta por reducir drásticamente las ocurrencias con sustantivos modificados por adjetivos, por artículos o por una combinación de ambos. Los escritores en Spanglish, muy sensibles al elemento referencial, intentan reproducir estos hábitos idiomáticos con precisión, pero no lo logran del todo, pues su inequívoca conciencia lingüística hispanohablante muchas veces se impone sobre el proceso adaptativo. Así, en el relato “Pollito Chicken” de la escritora Ana Lydia Vega (1994),
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–Oh my God, murmuró, sonrojándose como una frozen strawberry al sentir que sus platinum-frosted fingernails buscaban, independientemente de su voluntad, el teléfono. Y con su mejor falsetto de executive secretary y la cabeza girándole como desbocado merry-go-round, dijo: –This is miss Bermiúdez, room 306,
se advierte cómo el género femenino de la palabra fresa induce una concordancia femenina en strawberry. El Spanglish es español, no acaba de desligarse del influjo estructural del español, pero siempre será un español peculiar. Lo ha caracterizado Marco Cipolloni en estos términos: Nonostante la visibilità mediatica e alcuni calcolati eccessi di protagonismo accademico possano indurre a credere il contrario, lo Spanglish tex mex non è una lingua, ma una serie di tratti e di comportamenti linguistici (molto più prossimi alla struttura dello spagnolo messicano che a quella dell’inglese americano). La tijuanización della lingua spagnola è un fenomeno intermedio, per meccanismi, esiti ed equilibri, tra la pidginizzazione e l’interlingua. Questa serie di adattamenti e scambi non ha prodotto e non produrrà (per pesante che diventi e nonostante gli sforzi provocatori di quanti cercano di compilarne grammatiche e dizionari) tanto una nuova lingua, quanto un nuovo spazio culturale (2002: 172).
Tiene razón Cipolloni, el Spanglish no es una lengua criolla, es una variedad del español que aquí hemos caracterizado como dialecto poroso. Es verdad que no faltan autores partidarios de la hipótesis criollista, pero sus argumentos resultan tan discutibles como sus ejemplos. Así, según Ilan Stavans, el comienzo del Quijote quedaría en Spanglish como sigue: In un placete de La Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen who always tienen una lanza in the rack, una buckler antigua, a skinny caballo y un greyhound para el chase (2003: 253).
¿Qué broma es esta? ¿De verdad se está formando en EEUU un pidgin anglohispano que terminaría consolidándose en forma de criollo, como el creole anglo-krio (una lengua africana) de Jamaica o el créole franco-ewe (otra lengua africana) de Haití? Luis Fernando Lara ha puesto las cosas en su sitio, como dijimos: La prensa, que siempre está buscando noticias sensacionalistas, insiste reiteradamente en que en los Estados Unidos se está produciendo una lengua criolla, híbrida del español y del inglés, llamada por algunos Espanglish … En mi opinión, uno no debe confundirse con esta clase de diversiones. «El Quijote» en Spanglish no corresponde a ningún habla real sino que son obra de un profesor universitario que en la
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tranquilidad de su oficina en un college del este de los Estados Unidos se pone a imaginar cómo mezclar las dos lenguas, con un resultado lingüísticamente improbable, que a muchos de nosotros podría parecernos poco estético. Así pues este «Spanglish» no existe. Existe otra cosa, existe un Espanglish con las características que detallaremos a continuación (2005b: 58).
Descontando los efectos estructurales a los que nos hemos referido arriba, en Spanglish la mezcla de lenguas funciona como el code-switching de cualquier bilingüe, sólo que, dadas las peculiares condiciones sociolingüísticas de los hispanos en EEUU, suele ocurrir que la presencia del inglés se incremente no sólo a lo largo de la vida de cada persona, sino incluso en una misma conversación, donde se comienza vigilando que todo, salvo ciertos nombres propios, esté en español y se va aumentando progresivamente el número de enunciados en inglés (García 2009).
7.3. El portuñol fronterizo Por otro lado, el Spanglish no es un caso único, existen otros ejemplos de dialecto poroso relacionados con el español. Uno de los más interesantes es el que aparece en la frontera entre el español y el portugués al norte de Uruguay. En las localidades de Artigas, Rivera, Rio Branco y otros pequeños núcleos uruguayos contiguos a la provincia brasileña de Rio Grande do Sul se instalaron abundantes colonos portugueses, hasta el punto de que el portugués era en el siglo XIX la lengua dominante. La consolidación definitiva del Estado uruguayo y el nuevo mundo de la educación generalizada y de la aldea global fue desplazando dicho portugués hacia el español, aunque con todo tipo de situaciones intermedias, de forma parecida a lo que sucede entre el español y el inglés. Por ejemplo, el contraste del verbo portugués gostar de, cuyo sujeto es la persona afectada, y del verbo español gustar, cuyo sujeto es lo que le afecta, puede resolverse en la secuencia portuguesa eu gosto de bailar, en la secuencia portuguesa interferida por el español eu gosto viashá, en la secuencia española interferida por el portugués a mí me gusta más de hablar brasilero o en la secuencia española me gusta más hablar brasileño. Esta variedad porosa ha sido estudiada pormenorizadamente por Adolfo Elizaincín (1992: cap. 4), quien destaca los siguientes rasgos gramaticales: a) Contracciones “preposición + artículo”: ta trabaiando nua [en] estancia, sofría dos [de] pulmone, ele pode pasá pela [por] alfóndega, vo pa escola as [a] duse, fui pra [para] B.
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b) Simplificación de la pluralidad en el sintagma nominal marcándola sólo con el artículo, conforme al uso popular brasileño: essas minina são endiabrada. c) Expresión de la impersonalidad con tener, siguiendo el patrón portugués con ter: tiene niño en la escuela (“hay niños en la escuela”). d) Clítico postpuesto: ela taba te esperando, eles van me deshá algo. e) Oraciones de relativo sustantivado sin artículo, uso propio de este dialecto de frontera: ø que posu contá du barrio… (“lo que puedo contar del barrio”), e uma vida que si beve (“es una vida en la que se bebe”). Como se puede apreciar, estas secuencias son básicamente portugués influido por el español, si bien no faltan adaptaciones específicas a la porosidad. Esto significa que hoy por hoy6 este dialecto, que Rona (1965) llamó fronterizo, representa un ejemplo de dialecto poroso del portugués. En este sentido, el nombre que le conviene es el de portuñol, en paralelismo con el de Spanglish (español influido por el inglés), aunque habitualmente se entiende por tal la L2 de muchos brasileños que aprenden español como lengua extranjera.
7.4. El yopará Otro caso de porosidad dentro del dominio hispánico es la representada por el llamado yopará, modalidad lingüística que combina guaraní y español, la cual algunos han querido caracterizar como una especie de criollo, pero que realmente resulta de los intentos de hablar español realizados por campesinos guaraníes emigrados a la ciudad. Zajicová (2009a: cap. 3) ha estudiado una encuesta realizada por Gynan (2003) en la que se pedía a un millar de hablantes que clasificasen 14 enunciados como español, como guaraní o como yopará y llega a las siguientes conclusiones: a) Los enunciados con elementos léxicos pertenecientes a un solo idioma se atribuyen al mismo sin vacilar, trátese del guaraní o del español. b) Los enunciados con calcos sintácticos se siguen atribuyendo al idioma que aporta el léxico. Así, voy a ir a comprar para mi ropa se considera español, pese a la interferencia gramatical del guaraní, y a la inversa, hasy chéve che akã, construido sobre me duele la cabeza, se considera guaraní.
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De todas maneras, la situación de esta variedad es bastante inestable, algo que pondrá de manifiesto el ADDU (Atlas lingüístico Diatópico y Diastrático de Uruguay) de Harald Thun, Carlos Forte y Adolfo Elizaincín.
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c) Los demás enunciados se consideraron muestras de yopará: upéinte ou la iména (“después nomás vino su marido”), donde el único morfema español es el artículo la, pero desprovisto de su variación genérica y de parte de sus funciones; ohasa muralla ári pe mbarakaja (“ese gato pasó por encima de la muralla”), con una palabra plena del español; che ndarekói tanto conocimiento (“no tengo tanto conocimiento”), con dos palabras, una léxica y otra gramatical del español; hoy ando medio caigüe (“hoy ando medio cansado”), con una sola palabra guaraní, etc. Evidentemente el yopará es una estructura inestable y, además, asimétrica. La tendencia es llegar al español, pero el punto de partida es el guaraní y, aunque el español predomine objetivamente, la valoración del yopará por parte de los hablantes es que se trata de un mal guaraní. Sucede exactamente lo mismo que en Spanglish, donde el destino inalcanzado es el inglés y la lengua que se cree estar hablando y de la que se parte es el español. Sin embargo, esto no significa que el yopará –y en general los dialectos porosos– carezcan de fijeza. Como ha mostrado Zajíková (2009b: 33-34) los préstamos del español son prácticamente los mismos en los manuales de conversación del siglo XIX que en la actualidad: por ejemplo, en un manual redactado por el seminario de Asunción se lee “añêémíma abañeême pero naentendepái entero peê peiéba” (ya hablo un poco de guaraní, pero no entiendo todo lo que usted dice), donde se toman conectores y términos relativos a la vida intelectual, igual que en la expresión moderna “porque hasy iskrivi ha hasy ilee avei” (porque es difícil su escritura y su lectura también).
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8 . L A S VA R I A N T E S I N T E R L I N G Ü Í S T I C A S D E S D E E L P U N TO D E V I S TA E VO L U T I VO
Considérese el siguiente cuadro en el que se resumen las situaciones de variación lingüística que pueden darse entre dos lenguas: + control L2
P
B Poroso
Bilingüe
– control
+ control
L1
Acriollado
Hibridado
A
H
– control
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Las cuatro posibilidades representan una combinación de L1 con L2. El eje de abscisas representa a L1 y va de /-control/ a /+control/. El eje de ordenadas representa a L2 y va igualmente de /-control/ a /+control/. Por supuesto, el término “control” no tiene las mismas implicaciones en L1 y en L2: en L1 se traduce en comportamientos fluidos y automatizados, mientras que en L2 el exceso de control enciende la conciencia metalingüística (el monitor) y tiene efectos inhibidores. Hay cuatro comportamientos básicos. El bilingüismo y la hibridación son comportamientos de L1 con fuerte control y por eso se sitúan en la rama derecha del eje de abscisas: el bilingüe domina su lengua primera; el hibridado, en la medida en que ha llegado a ser monolingüe, con más razón. En cuanto a L2, en el bilingüismo existe control de la segunda lengua, pero en la hibridación ya no. Ambos son fenómenos graduales: se puede ser más o menos bilingüe y una lengua puede ser más o menos híbrida. El acriollamiento y la porosidad son, por el contrario, comportamientos de L1 con menos control y por eso se sitúan en la rama izquierda del eje de abscisas: el pidgin al igual que el dialecto poroso tiene su origen en una situación de inseguridad lingüística. Sin embargo, son bastante diferentes: la porosidad presupone, junto al control defectuoso de L1, la conciencia de un segundo idioma, pero el acriollamiento la excluye; en el límite la situación se resuelve en la lengua criolla, que es una lengua primaria sin relación con sus dos orígenes. En este libro sólo hemos estudiado la hibridación y la porosidad por entender que las otras dos situaciones son bien conocidas y no tienen que ver con una ampliación de la perspectiva variacionista sobre una lengua, en este caso el español. El bilingüismo es una situación en la que se conocen, con grados distintos de dominio, dos lenguas y las interferencias afectan básicamente al discurso, pero no a los respectivos sistemas lingüísticos. En este sentido, aunque hay bilingües catalán-español en varias comunidades del oriente de la Península Ibérica, no se habla catalanoespañol o hispanocatalán, sino unas veces catalán y otras, español. Dicha alternancia aparece igualmente en los casos de hablante bilingüe individual (español-alemán, español-chino, etc.) que no comparten un mismo espacio comunicativo, como es lógico. En cuanto a las lenguas criollas, poco frecuentes en el dominio hispánico, proceden del contacto entre dos idiomas, pero ya no forman parte ni de uno ni de otro, no sólo en la conciencia de sus hablantes, sino tampoco estructuralmente. Como advertía Sankoff (1980: 142) en un estudio clásico: I will reserve the term pidgin only for those contact vernaculars that display: some degree of conventionalization, and a sharp enough break with all parent languages as to be not mutually intelligible with any of them,
lo cual apostillaba una definición de Whinnom relativa a las lenguas criollas, el terminus ad quem de los pidgins:
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A creole, despite its mixed inheritance –of which we should need to remind ourselves in any phylogenetic classification– must be regarded as a primary language: the hybrid has become a new species (1977: 111).
La variación intralingüística constituye el objeto de estudio habitual de la Dialectología y de la Sociolingüística. Por el contrario, la variación interlingüística se ocupa de la hibridación y de la porosidad, así como del cambio de código propio de situaciones bilingües y de los entornos en los que surgen los pidgins (que eventualmente darán lugar a un criolllo). No obstante, cabe destacar que todos estos fenómenos requieren un sustrato sociolingüístico adecuado: el pluricentrismo; representado en el esquema de arriba mediante el círculo que tiene su centro en el origen de coordenadas. Las lenguas monocéntricas no reconocen variedades sistemáticas en la conciencia de sus hablantes y tienden a rechazar comportamientos bilingües en los que dichas variantes se acentúan, como es natural. Si bien la hibridación y la porosidad surgen de situaciones bilingües y remontan a fenómenos de cambio de código, tanto en la una como en la otra dicho cambio de código, impuesto por circunstancias pragmáticas, ha evolucionado. Auer (1999) diferencia entre code switching, code mixing y fused lects. Los participantes en el acto de habla interpretan y perciben el cambio de código (code switching) como una estrategia pragmáticamente significativa: tal secuencia se expresa en A y tal otra secuencia en B por razones de adecuación y conveniencia situacional. La mezcla de códigos (code mixing), por el contrario, no es una práctica ocasional, sino un recurso permanente en el que llegan a formarse gramáticas mixtas con elementos y estructuras de ambas lenguas. Sin embargo, la palabra mezcla da una idea equivocada del fenómeno, porque no se produce arbitrariamente, sino en los entornos distribucionales en los que coinciden ambos idiomas: The order of sentence constituents immediately adjacent to and on both sides of the switch point must be grammatical with respect to both languages involved simultaneously (Sankoff/Poplack 1981: 5).
Finalmente se entiende por fused lects o mezcla de procedimientos –un término propuesto por Matras (1996)– la mezcla de códigos que ha dejado de ser opcional porque se ha gramaticalizado completamente, hasta el punto de que el hablante ya no es consciente de a qué lengua pertenece cada estructura. En apariencia, la porosidad representa un desarrollo del bilingüismo (code switching) hasta la mezcla de códigos (code mixing) y la hibridación representa una porosidad gramaticalmente estable, es decir, una muestra de mezcla de procedimientos
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(fused lects). No obstante, esta descripción puede dar la impresión de que el bilingüismo se resuelve en porosidad y ésta en hibridación: *[bilingüismo → porosidad → hibridación]
lo que no es el caso, como muestra el esquema de arriba. En realidad, la trayectoria que se inicia en el bilingüismo se bifurca en tres posibilidades distintas: la porosidad, la hibridación o el acriollamiento, esta última de aparición brusca en una sola generación. Una buena manera de captar la situación es la teoría de catástrofes: lengua 1
+
– –
+ lengua 2 porosidad hibridación acriollamiento
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La figura de arriba, que representa la catástrofe de la cúspide1, se puede imaginar como una sábana de material rígido con un pliegue en su superficie. Cuando una bola se desplaza por la tela puede efectuar recorridos suaves o recorridos con transiciones bruscas, como cuando llega al borde del pliegue y cae al fondo del mismo. La posición de partida es el bilingüismo, el cual se sitúa en el comienzo superior del pliegue, donde la lengua 1 (eje de abscisas) y la lengua 2 (eje de ordenadas) apenas se han imbricado estructuralmente y sólo presentan cambios de código ocasionales. A partir de aquí, una desviación mínima puede conducir o a la trayectoria que avanza por la izquierda (trazo continuo grueso), que representa la porosidad, o a la que progresa por la derecha (trazo discontinuo fino), que representa la hibridación. Adviértase que la porosidad avanza relativamente en el eje de ordenadas –por ejemplo, en el caso del Spanglish, incorpora fenómenos del inglés–, al tiempo que retrocede en el de abscisas –se conceptúa por los hablantes como un español vacilante–. Por el contrario, la hibridación, que sigue la trayectoria de la derecha, avanza resueltamente en el eje de abscisas –es un dialecto español consolidado, posiblemente monolingüe–, pero incorpora numerosos elementos estructurales de la lengua 2, según sucede en castellano andino por ejemplo. El criollo, por su parte, avanza por el centro, cae –esto es, surge de forma brusca2– y acaba situándose en la bolsa del pliegue, es decir, fuera del campo de fuerzas de las regiones 1 y 2, pues ha llegado a ser una nueva lengua, según ejemplifica la trayectoria central con su característica discontinuidad catastrófica. Es preciso destacar la utilidad de la teoría de catástrofes en Neurolingüística, pues el cerebro no deja de ser un objeto pluridimensional en el que se establecen
1
Las catástrofes son cambios bruscos experimentados por un sistema pluridimensional cuando se produce un cambio suave en las condiciones externas. Lo que interesa destacar es la relación entre los conceptos de estabilidad e inestabilidad catastrófica. Thom demostró que los procesos biológicos se ajustan a formas predeterminadas –algo que ya había insinuado D’Arcy Thompson en 1917– y que el número de desdoblamientos (de regiones del sistema en las que se pasa bruscamente de un estado de equilibrio a otro) no es mayor de siete, las llamadas catástrofes elementales. La más frecuente es la cúspide, muy abundante en la naturaleza, pero matemáticamente bastante compleja: es la singularidad que surge al proyectar una superficie definida por la ecuación y1 = x13 + x1x2 –y que tiene la forma de una doblez sobre el plano–. No es éste el lugar para desarrollar la teoría de catástrofes; para una introducción divulgativa, véase Woodcock/Davis (1986); para una aplicación a la lingüística, Wildgen (1982); y para una aplicación de la teoría de catástrofes al español, López García (2000). 2 Mientras que las lenguas evolucionan gradualmente de generación en generación, los criollos surgen bruscamente (catastróficamente), pues pasan de ser meros pidgins ocasionales en la generación de los padres a funcionar con valor de lenguas como cualesquiera otras en la de sus hijos.
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conexiones múltiples y en el que predominan estados de equilibrio (pensamientos, sensaciones, enunciados consolidados) rotos de vez en cuando por islas de turbulencia. En un sentido de la aplicación de la teoría de catástrofes al lenguaje se trataría de ver los enunciados y los textos como proyecciones (mappings) del mundo en el lenguaje (Thom 1972: 23-24). Dichas proyecciones tienen una estructura topológica y evolucionan hacia nuevas estructuras topológicas, normalmente mediante una transformación de equivalencia, el homeomorfismo. Esto quiere decir que el espacio topológico formado por los signos de un enunciado o de un texto, junto con la conciencia metalingüística que los aglutina, constituye una unidad comunicativa que el hablante emite y que el oyente está obligado a restaurar homeomórficamente en su mente, pues de lo contrario la comunicación se interrumpiría. Lo descodificado por el oyente nunca es igual que lo codificado por el hablante, pero sí suficientemente parecido3:
enunciado del hablante + conciencia metalingüística
homeomorfismo
enunciado del oyente + conciencia metalingüística
La evolución de un estado de lengua a otro se ajusta al mismo esquema, con la única diferencia de que el cambio no afecta a un enunciado y a la conciencia relativa al mismo, sino a todo un sistema lingüístico junto con su conciencia metalingüística. Esto es algo que los seres humanos, comprometidos con el sistema que adquirieron de niños, no pueden alterar, pero que sus descendientes, libres de ataduras, siempre modifican ligeramente como nota Mendívil (2009). ¿Y en el caso de dos lenguas? En principio podría suponerse que cada lengua tiene una entidad mental independiente y que el niño bilingüe está obligado a conservar cada idioma en un compartimento estanco, con ocasionales cruces y cambios de código susceptibles de hacerlo evolucionar aisladamente. Sin embargo, Zimmermann basándose en ciertas evidencias neurolingüísticas relativas al almacenamiento cerebral de la conciencia metalingüística de niños bilingües, ha destacado que la mezcla de sistemas lingüísticos se produce por lo general en la mente de los niños blingües y que sólo la coerción de los adultos es capaz de restaurar la divergencia socialmente admitida: Weiterhin hat man in neurobiologischen Untersuchungen erkannt, dass Kinder, die aufgrund zweier Sprachen bei den Eltern schon frühkindlich zweisprachig
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Obsérvese que la elipse y el rectángulo son figuras topológicamente equivalentes.
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aufwachsen, d.h. nach unserer geläufigen Vorstellung eigenständig zwei Sprachen lernen, und zwar nicht sukzessiv, sondern simultan, dies offenbar nur in einer Hirnregion tun und beide Sprachen im ‘Erstsprachenzentrum’ speichern […]. Inwiefern kann uns dieser Befund bei unserer Frage weiterhelfen? Erstens kann man sagen, dass die Erkenntnis, dass es zwei Sprachen sind, die ein zweisprachig aufwachsendes Kind spricht, für dieses selbst ein kognitiver Entwicklungsschritt ist, der erst in einem gewissen Alter vollzogen wird, und zweitens, dass diese Trenn-Kategorisierung eine Konstruktion ist. Diese läuft nicht mehr individuell ab, sondern hier wirken die (ihrerseits gesellschaftlich konstruierten) Urteile der anderen Interaktionspartner (Eltern, Erzieher, Verwandte, andere Kinder) mit, mittels Hinweisen, dass man das so nicht sagt, dass das falsch sei, dass das in dieser Sprache so und in jener Sprache (wie auch immer diese genannt werden mag) anders sei (2004: 44-46).
Es en dicha mente bilingüe de los niños donde la situación topológica de las conexiones neuronales relativas a sus dos lenguas evoluciona hacia una divergencia –el bilingüismo– o hacia una convergencia, manifestada ora como porosidad, ora como hibridación, ora como acriollamiento. Dichas conexiones neuronales tienen que ver con los datos primarios, pero también y muy especialmente con los datos actitudinales, es decir, los relativos a las emociones y al grado de estimación social que merecen sus usos lingüísticos. Por eso, el resultado del contacto lingüístico no viene determinado por la naturaleza de las lenguas que conviven en un mismo espacio comunicativo, sino por el tipo de situación social que lo define. Y así puede ocurrir que dos idiomas, A y B, den lugar a bilingüismo o a porosidad o a hibridación y hasta a una nueva lengua criolla. También pueden originar varios de estos fenómenos simultánea o alternativamente. Algo de esto ha sucedido con el tagalo y con el español en Filipinas: como lenguas cultas aún se practican alternativamente por una minoría hispanófila de Manila; sin embargo, para la mayoría de la población lo que existe es el pilipino, un tagalo hibridado léxicamente y, en menor medida, sintácticamente por el español (López García 2008a); además en Zamboanga, han dado lugar a un criollo, el chabacano (Fernández Rodríguez 2001). En cambio, en Paraguay, el guaraní y el español pueden convivir en el habla de una persona culta perfectamente diferenciados, pueden hibridarse mutuamente (guaraní criollo y español paraguayo) o suscitar una situación de porosidad (yopará). Una cuestión relacionada con todo lo anterior es la de por qué se desarrollaron sobre todo modalidades hibridadas o porosas en el dominio hispánico frente al predominio de los criollos en los dominios anglosajón, francófono y portugués4 en América. Con independencia de otros factores políticos o sociales igual4 En Brasil hubo numerosos criollos desde el siglo XVI hasta el XVIII en que se declara (1758) obligatorio el uso del portugués.
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mente coadyuvantes, pienso que la extensión efectiva del espacio comunicativo hispánico fue muy determinante. Nettle (1998) ha sugerido que el número de hablantes de las lenguas está en función del tamaño del espacio comunicativo sostenido por cada una, de manera que en los trópicos, donde la naturaleza permite ocupar nichos ecológicos limitados para sobrevivir, se acumulan muchos más idiomas diferentes que en el resto del mundo. Esta idea, que surge de un moderno paradigma científico que trata la evolución lingüística a la manera de la evolución biológica (Dixon 1997; Mufwene 2001) debe ser corregida, no obstante, cuando se toma en consideración la influencia de los distintos colonialismos (romano, árabe, español, inglés, etc.) que alteraron esta distribución primordial. En algunos casos, como en la América anglohablante o francófona, la irrupción de una lengua europea en espacios insulares y el aporte de esclavos (Jamaica, Haití) no cambió la distribución ecológica anterior y surgieron los criollos. Pero en la América española las instituciones aseguraron siempre un sentido relacional de espacio más amplio, el cual impidió la formación de criollos y sólo dio lugar a fases incipientes de diversificación por contacto, precisamente los dialectos porosos e hibridados. Evidentemente en la actualidad sucede lo mismo y ni el Spanglish ni el castellano andino ni el portuñol ni el yopará acaban de romper el cordón umbilical que los une con la lengua española.
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ZÁRATE, Manuel (1976): Influencias del vascuence en la lengua castellana (a través del elemento vasco en el habla coloquial del Chorierri (Gran Bilbao). Bilbao: La Gran Enciclopedia Vasca. ZIEGLER, Evelyn (2002): “Die Band-Metapher im nationalsprachlichen Diskurs des 19. Jahrhunderts”, en: Cherubim, Dieter/Jakob, Karlheinz/Linke, Angelika (eds.): Neue deutsche Sprachgeschichte. Berlin: Walter de Gruyter, 111-138. ZIMMERMANN, Klaus (2004): “Die Frage der Sprache hinter dem Sprechen: Was kann die Gehirnforschung dazu beitragen?”, en: Graumann, Andrea/Holz, Peter/Plümacher, Martina (eds.): Towards a Dynamic Theory of Language. A Festschrift for Wolfgang Wildgen on Occasion of his 60th Birthday. Bochum: Brockmeyer, 21-57. — (2005): “Interferenz, Transferenz und Sprachmischung: Prolegomena zu einer konstruktivistischen Theorie des Sprachkontaktes”, en: Bidese, Ermenegildo/Dow, James/Stolz, Thomas (eds.): Das Zimbrische zwischen Germanisch und Romanisch. Bochum: Brockmeyer, 3-23. — (2008a): “La invención de la norma y del estándar para limitar la variación lingüística y su cuestionamiento actual en términos de pluricentrismo (mundo hispánico)”, en: Erfurt, Jürgen/Budach, Gabriele (eds.): Estandarización y desestandarización. El francés y el español en el siglo XX. Frankfurt: Peter Lang. — (2008b): “Constructivist theory of language contact and the Romancisation of indigenous languages”, en: Stolz, Thomas/Bakker, Dik/Salas Palomo, Rosa (eds.): Aspects of Language Contact: New Theoretical, Methodological and Empirical Findings with Special Focus on Romancisation. Berlin: Mouton de Gruyter, vol. I, 141-164.
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27. ORTIZ LÓPEZ, Luis A./LACORTE, Manel (eds.): Contactos y contextos lingüísticos. El español en los Estados Unidos y en contacto con otras lenguas. 2005, 356 pp. ISBN 978-84-8489-197-0. 28. CASTILLO LLUCH, Mónica/KABATEK, Johannes (eds.): Las Lenguas de España. Política lingüística, sociología del lenguaje e ideología desde la Transición hasta la actualidad. 2006, 242 pp. ISBN 978-84-8489-216-8. 29. PONS RODRÍGUEZ, Lola (ed.): Historia de la Lengua y Crítica Textual. 2006, 363 pp. ISBN 978-84-8489-263-2. 30. FUENTES MORÁN, María Teresa/TORRES DEL REY, Jesús (eds.): Nuestras palabras: entre el léxico y la traducción. 2006, 182 pp. ISBN 978-84-8489-272-4. 31. KABATEK, Johannes (ed.): Sintaxis histórica del español y cambio lingüístico. Nuevas perspectivas desde las Tradiciones Discursivas. 2008, 276 pp. ISBN 978-848489-345-5. 32. SINNER, Carsten/WESCH, Andreas (eds.): El castellano en las tierras de habla catalana. 2008, 362 pp. ISBN 978-84-8489-348-6. 33. PENAS IBÁÑEZ, María Azucena: Cambio semántico y competencia gramatical. 2009, 538 pp. ISBN 978-84-8489-352-3. 34. CARRASCO GUTIÉRREZ, Ángeles (ed.): Tiempos compuestos y formas verbales complejas. 2008, 548 pp. ISBN 978-84-8489-369-1. 35. GARCÉS GÓMEZ, María Pilar: La organización del discurso: marcadores de ordenación y de reformulación.. 2008, 170 pp. ISBN 978-84-8489-372-1. 36. GARCÉS GÓMEZ, María Pilar (ed.): Diccionario histórico: nuevas perspectivas lingüísticas. 2008, 298 pp. ISBN 978-84-8489-412-4. 37. ENRIQUE-ARIAS, Andrés (ed.): Diacronía de las lenguas iberorrománicas. Nuevas aportaciones desde la lingüística de corpus. 2009, 416 pp. ISBN 978-84-8489-484-1. 38. RIVERA-MILLS, Susana/VILLA, Daniel (eds.): Spanish of the U.S. Southwest: A Language in Transition. 2010, 380 pp. ISBN 978-84-8489-477-3. 39. QUESADA PACHECO, Miguel Ángel (ed.): El español hablado en América Central. Nivel fonético. 2010, 220 pp. ISBN 978-84-8489-498-8. 40. PARODI, Giovanni: Lingüística de Corpus: de la teoría a la empiria. 2010, 184 pp. ISBN 978-84-8489-501-5.
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