Pierre Matthieu en España: Biografía, política y traducción en el Siglo de Oro 9783954877706

Las traducciones españolas de las biografías políticas del historiador francés Pierre Matthieu (1563-1621) son testimoni

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Spanish; Castilian Pages 306 [305] Year 2019

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Pierre Matthieu en España: Biografía, política y traducción en el Siglo de Oro
 9783954877706

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Dirección de Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, Pamplona) con la colaboración de Christoph Strosetzki (Westfälische Wilhelms-Universität, Münster) y Marc Vitse (Université de Toulouse Le Mirail/Toulouse II)

Consejo asesor: Patrizia Botta Università La Sapienza, Roma José María Díez Borque Universidad Complutense, Madrid Ruth Fine The Hebrew University of Jerusalem Edward Friedman Vanderbilt University, Nashville Aurelio González El Colegio de México Joan Oleza Universidad de Valencia Felipe Pedraza Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real Antonio Sánchez Jiménez Université de Neuchâtel Juan Luis Suárez The University of Western Ontario, London Edwin Williamson University of Oxford

Biblioteca Áurea Hispánica, 126

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PIERRE MATTHIEU EN ESPAÑA Biografía, política y traducción en el Siglo de Oro

ADRIÁN IZQUIERDO

Iberoamericana • Vervuert • 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

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CONTENIDO

INTRODUCCIÓN .....................................................................................

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CAPÍTULO I. PIERRE MATTHIEU (1553-1621): FABRICADOR DE LA INMORTALIDAD DE LA FAMA......................................... 1. Pierre Matthieu atacado y defendido ................................................ 2. «Porque no escribimos historias, sino vidas» ...................................... 3. Pierre Matthieu ante la crítica de su tiempo: el «Advertissement sur tout le livre» de la Histoire de France et des choses mémorables .........

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CAPÍTULO II. EL TEATRO DE LOS TIEMPOS MODERNOS: DEL HOMO LOQUENS AL HOMO POLITICUS ............................................................................... 1. El estilo de lo político y el magisterio lipsiano .................................. 2. Matthieu y sus traductores españoles ................................................. 3. El juicio de Quevedo ....................................................................... 4. Commynes, Matthieu y Malvezzi en la España de Olivares................

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CAPÍTULO III. SEYANO, FELIPA DE CATANEA Y EL DUQUE DE BIRON: ESCARMIENTO Y ENSEÑANZA DE LOS MALADVERTIDOS ................................ 1. Seyano: Vida del dichoso desdichado ..................................................... 2. La Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea ........................ 3. La Historia trágica de la vida del duque de Biron .....................................

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CAPÍTULO IV. LAS VIDAS DE FELIPE II DE ESPAÑA ...................................... 1. El Breve compendio y elogio: una traducción envenenada ...................... 2. Don Felipe el Prudente: la reescritura como antídoto ...........................

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CONCLUSIONES .....................................................................................

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Addendum I. Lista de las obras de Pierre Matthieu ............................... Addendum II. Manuscritos de la vida de Felipe II ................................

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BIBLIOGRAFÍA ........................................................................................

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ÍNDICE ONOMÁSTICO DE PRINCIPALES AUTORES.........................................

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PALABRAS PRELIMINARES

Las páginas que siguen deben mucho, si no todo, al constante apoyo y consejo de Lía Schwartz, así como a la colaboración de diversos colegas y excelentes amigos a quienes agradezco sus inteligentes observaciones, en particular a Almudena Vidorreta (Universidad de Zaragoza y The Graduate Center, CUNY), Antonio Azaustre Galiana (Universidad de Santiago de Compostela), Anne E. B. Coldiron (Florida State University), Fabien Montcher (Institute for Advanced Studies, Princeton) y Miguel Aristondo (Columbia University). La publicación de este libro no habría sido posible sin el apoyo de una beca del PSC-CUNY, conjuntamente finaciada por The Professional Staff Congress y The City University of New York. Quedo también agradecido a las becas de investigación otorgadas por la Casa de Velázquez de Madrid (École des hautes études hispaniques et ibériques), la Leon Levy Center for Biography del Graduate Center de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y la Folger Shakespeare Library de Washington DC. Gracias también a John O’Neill y al personal de la Hispanic Society of New York por su disponibilidad y ayuda para la consulta de manuscritos y fuentes diversas. Una mención especial merecen los profesores y colegas que participaron en la etapa inicial del proyecto que está en la base del presente libro: Alain Bègue (Université de Poitiers), Monica Calabritto (The Graduate Center, CUNY) y Katharina Piechocki (Harvard University). A todos ellos, mi más sincero agradecimiento.

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INTRODUCCIÓN

Junto con la imitación y la emulación de los autores clásicos, la traducción fue una de las prácticas esenciales que conformaron el movimiento paneuropeo que conocemos como Renacimiento. La recuperación del corpus de textos antiguos y su transformación propició el renacimiento de las lenguas vernáculas europeas e hizo posible el comercio de ideas, modelos y estilos de escritura a medida que el italiano, el francés, el español, el inglés o el portugués se iban afianzando para conformar una tradición literaria propia. En este dinámico trasiego en el que la traducción, la imitación y la emulación tendieron puentes entre los nacientes estados europeos, los intercambios culturales entre la dilatada Monarquía Hispánica y la pujante Francia de Enrique IV y Luis XIII, revelan no solo la coincidencia de dichas praxis imitativas sino también la interesada manipulación de todo un repertorio común de textos antiguos y modernos. El presente libro se articula en torno a la difusión en España del poeta, jurista, dramaturgo e historiador francés Pierre Matthieu (1563-1621) y se asienta en el complejo sustrato intelectual que propició la circulación de su obra a lo largo y ancho de la República de las Letras europea. El estudio de su fortuna española ha sido el catalizador, en ese sentido, para dilucidar toda una serie de fenómenos históricos, literarios, políticos y culturales que conciernen a la historia de los dos países y que, al observarlos en pleno diálogo, arrojan luz sobre el conjunto de influencias que se fraguaban en el tablero transnacional de la Europa de finales del XVI y principios del XVII1.

1 Para las relaciones franco-españolas en el periodo seguimos a Schaub, 2003, pp. 9-21.

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Una de las peculiaridades de dicho intercambio fue la recuperación de gran parte de los géneros literarios y, en particular, el que interesa a nuestro trabajo, la biografía, uno de los más practicados en la temprana Edad Moderna2. Había que imitar no solo los textos de los antiguos, sino también las acciones de los hombres virtuosos del pasado; y la narración de historias de hombres y mujeres de carne y hueso era uno de los medios más eficaces para la enseñanza de las virtudes y el escarmiento de los vicios. De ahí el fin didáctico del subgénero histórico de la biografía, que se manifestaba a través del conocido topos ciceroniano de la historia magistra vitae, conjugado con el dictum polibiano de la similitudo temporum. La historia se repetía cíclicamente con otros actores y en otros escenarios: «Otros son los hombres, o los nombres, pero no las costumbres», sentenciaba, citando a Tácito, el tratadista Baltasar Álamos de Barrientos en su «Dedicatoria» del Tácito español ilustrado con aforismos al duque de Lerma3. Bajo ese concepto concibió Pierre Matthieu su empresa historiográfica, que —en otra vuelta de tuerca— sus traductores europeos adaptaron a las particularidades históricas y coyunturas políticas de sus respectivos países. La lectura de los originales y traducciones aquí estudiados se centra en las mutaciones que se llevan a cabo durante el proceso de transferencia de una cultura a otra, en particular los cambios que se operan en el texto traducido en relación con el campo en el que se producen, entendido este como un universo social propio, con instituciones y leyes específicas, según el modelo de Pierre Bourdieu4.

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Aunque los vernáculos biografía, biographie y biography surgieron en las últimas décadas del XVII o a principios del XVIII, recurrimos al término ‘biografía’ por razones prácticas.Ver Mayer y Woolf, 1995, pp. 1-37; y Weiss, 2010, p. 12. Para el género en España, ver Simón Díaz, 1985. Utilizamos el término «temprana Edad Moderna» o Renacimiento para el periodo estudiado, conscientes de los debates que existen al respecto y, en particular, de la disimilitud de usos en Italia, Francia y España desde el punto de vista de la historia literaria, artística e histórica. Coincidimos con la propuesta cronológica de Bennassar (1982), que sitúa el Siglo de Oro español aproximadamente entre 1525 y 1648. Cuando hablamos del Barroco, nos referimos fundamentalmente al XVII español. 3 Álamos de Barrientos, Aforismos al Tácito español, t. I, 1987 p. 21. Cicerón, De oratore, II, ix, 36: «Historia vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis, qua voce alia, nisi oratoris, immortalitati commendatur?» 4 Bourdieu, 1995. Para el «primer campo literario español» a principos del XVII, ver Gutiérrez, 2005.

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Dichas variaciones reflejan unas prácticas culturales múltiples que subrayan la diversidad de métodos que llevaban a una obra literaria a ser descontextualizada y recontextualizada en función de los agentes del campo y que observamos mediante el prisma de la «traducción cultural», es decir, la descripción de «los mecanismos a través de los cuales los encuentros culturales dan lugar a nuevas formas híbridas»5. Este concepto, generalizado por los antropólogos y aplicado al estudio de la traducción interlingüística, ve estos traslados como formas de negociación socio-cultural entre grupos, clases y géneros aplicables tanto a la literatura como a otras manifestaciones, que van desde la producción de imágenes hasta los aspectos de la vida cotidiana6. La obra de Pierre Matthieu, gracias a su gran difusión europea en el primer tercio del XVII, es particularmente ilustrativa de ese trasiego en el continente, y, por esa misma razón, reflejo del pensamiento y de los gustos literarios de toda una época. Sus textos constituyen documentos históricos que permiten definir cómo se originaban, en el seno de las instituciones representativas del poder, conceptos que hoy son comunes en el pensamiento político moderno y, también, desde el punto de vista literario, cómo se fue conformando un estilo de prosa histórico-didáctica que iba dando cada vez más cabida a la representación de la interioridad de los personajes retratados. La Europa en la que vivió Pierre Matthieu y por donde se difundió su fama era muy diferente de la que conocemos hoy día. La cartografía del siglo XVII, que se iba configurando en función de los conflictos religiosos, dinásticos y políticos, fluctuaba según se firmaban o violaban tratados o se declaraba la guerra. En las últimas décadas del XVI, donde se sitúa la plena madurez intelectual de Matthieu, los esfuerzos bélicos y diplomáticos que desplegaba la Monarquía Hispánica eran colosales. La tirante relación con la Inglaterra protestante de Isabel I, las constantes guerras con los Países Bajos, los inquietantes conflictos con Francia, las desaveniencias de Felipe II con Roma, la gestión de las colonias americanas y la defensa de la reputación de la Monarquía en el Mediterráneo hacían cada vez más difícil la conservación de un tentacular imperio que carecía de uniformidad territorial y jurídica. En medio de ese 5

Para Burke, la hibridación es uno de los rasgos fundamentales de la cultura de la temprana Edad Moderna, y las traducciones, debido a la eliminación o adición de ideas y palabras, «el caso más obvio de textos híbridos» (2010, pp. 91, 105 y ss.). 6 Burke, 2010.

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cambiante horizonte, sin embargo, otra serie de tensiones reconfiguraba sin cesar la cultura del continente7: en la religión, protestantes y católicos intentaban adaptar los saberes heredados a sus propias circunstancias; en la política, se debatía sobre el gobierno de la monarquía, los métodos idóneos para su conservación y las implicaciones de la ruptura con la religión; en la escritura de la prosa, se renovaban las polémicas entre «antiguos» y «modernos» y se buscaban nuevas formas conectadas con un saber más empírico; en la historia, el cuestionamiento de la manera de escribirla ‘verídicamente’ desató una ola de tratados y métodos que buscaban fundirla o escindirla de la definición aristotélica de ‘poesía’. Pero al mismo tiempo, en el centro de dichas tensiones marcadas por una constante rivalidad política, y jalonadas de conflictos bélicos e ideológicos, la produción cultural de estos largos años se va consolidando mediante una serie de intercambios que, gracias a la filología, aunaba a los ciudadanos de una República de las Letras que compartían una cultura común y que les hacía formar parte de «una institución, regulada por un código en buena parte tácito e informal de preceptos y recomendaciones, y dotada de instancias de autorización y censuras específicas»8. En el capítulo I, «Pierre Matthieu: fabricador de la inmortalidad de la fama», ubicamos la vida y obra del francés en medio de ese contexto político y humanístico que sirvió de transfondo de su producción intelectual. En Francia, Matthieu fue un politique, es decir, un integrante de la línea más moderada de magistrados y hombres de letras que después de la conversión al catolicismo de Enrique IV participaron en la reconstrucción de la monarquía gala ofreciendo soluciones conciliatorias que conjugaban el interés de la patria con los dictados de la religión con el fin de lograr la necesaria unidad política en torno a la figura del nuevo rey. Fue, además, un importante representante de la clase de juristas 7

Entendida esta, la cultura, como el conjunto de «actitudes, mentalidades y valores, así como la forma en que estos se expresan o adquieren un significado simbólico cuando se encarnan en artefactos, prácticas y representaciones», Burke, 2010, p. 66. 8 Blanco, 2004a, p. 223. Francisco Rico (1978, p. 904) ejemplifica la presencia de una literaria civitas, basándose en la defensa de los literarum studia que hace Juan Pérez en 1537. Jorge García López (2006, p. 22) recuerda que el uso de la expresión, que remonta al siglo XV, toma cuerpo a principios del XVI gracias a la imprenta y al latín ciceroniano, que acaban siendo sus señas de identidad.Ver también Waquet, 1989. Para la filología como elemento de cohesión cultural ver Momigliano, 1984, p. 78 y Fumaroli, 1980, p. 42.

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humanistas que se regían por los métodos críticos de la filología renacentista, fundados en la minuciosa lectura, confrontación y enmienda de testimonios de autores y documentos auténticos. Al margen de los conflictos que enfrentaban a Francia y España, la relación de «antipatía» y «simpatía» que se estableció entre ellas fue variada y abarcaba todos los ámbitos de la cultura erudita y la popular9. La cultura española del momento revela un gusto por lo francés y, en este sentido, destacamos la presencia de los libros de Pierre Matthieu en muchas de las bibliotecas españolas más importantes. Si la influencia de la literatura española en Francia por medio de los complejos regímenes de la traducción ha sido objeto de amplios estudios10, el propósito de este trabajo es realizar un viaje a contrario mediante las traducciones españolas de las biografías políticas de Pierre Matthieu que difunde un círculo de autores comprometidos con el devenir político de la Monarquía Hispánica en las primeras décadas del XVII. Llama la atención, a partir de los años 1620, la presencia de las obras históricas de Matthieu en las letras españolas. Como consecuencia de su deseo de reinterpretar la historia reciente, su pasado liguista y proespañol, su intención de difundir los valores morales y de propagar la visión socio-política y religiosa del nuevo monarca galo, Enrique IV, la historia del presente que escribe Matthieu está regida por el contexto en el que interactúan esas dos «balanzas de Europa»: Francia y España, como las llamara Antonio Pérez11. Si nuestro estudio se ciñe a las relaciones franco-españolas de las primeras décadas del XVII, en un esfuerzo por entender mejor el panorama europeo, hacemos múltiples referencias a Italia e Inglaterra, donde también se tradujeron las obras del francés. En este sentido, las versiones españolas, italianas e inglesas del historiador francés, con prefacios, advertencias, censuras y juicios, forman un significativo corpus de textos que desempeñan un papel vital en la vida política y cultural europea del siglo XVII.

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Aludimos al título de Carlos García, La oposición y conjunción de los dos grandes luminaires de la tierra o la antipatía de franceses y españoles (París, 1617). Para las relaciones francoespañolas, ver Cioranescu, 1959, 1977 y 1983; Gutiérrez, 1977; Schaub, 2003; y Losada Goya, 1999. Para la historigrafía oficial de los dos países, seguimos a Montcher, 2013. 10 Ver, por ejemplo, Cioranescu, 1983 y Losada Goya, 1999. 11 Ver Aforismo núm. 71: «Francia y España, las balanzas de Europa; Inglaterra el fiel», 2009, p. 26.

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A pesar de su fama, sin embargo, la escritura histórica de Matthieu también fue muy criticada. Es por ello por lo que, al examinar la recepción que tuvo en su tiempo, hacemos calas tanto en las críticas como en las alabanzas que mereció de boca de sus contemporáneos franceses, italianos y españoles. Críticas y alabanzas que, por otro lado, son parte de una reacción ante la nueva dirección que estaba tomando la historiografía en la bisagra del XVI y el XVII, y que constituye otro episodio más de las batallas libradas entre «antiguos y modernos» en el seno de la República de las Letras. Los historiadores renacentistas y barrocos escogían a sus biografiados teniendo de antemano una intención didáctica, y recurrían a conocidos prototipos que permitieran extraer ciertas enseñanzas a sus lectores sobre la realidad del presente. A partir de un personaje conocido de la Antigüedad —por ejemplo, Seyano— se pasaba revista a la ambición y disimulación que llevaban desde lo más encumbrado a la caída más estrepitosa. Si bien estas biografías políticas pertenecían al género histórico, sus cimientos descansaban en la retórica epidíctica del laus et vituperatio para el despliegue de un bosquejo político-moral o una doctrina o cuestión de provecho. Si en el presente estudio el corpus analizado son las traducciones y adaptaciones de las vidas particulares de Seyano, Felipa de Catanea, el duque de Biron y Felipe II de España, puestos a dialogar con los textos originales, también hacemos importantes calas en otras obras históricas, dramáticas y biográficas de Pierre Matthieu, Juan Pablo Mártir Rizo y Lorenzo y Pedro van der Hammen y León, dado el interés que revisten para nuestro trabajo. Hoy en día, acostumbrados a la división y especialización por materias, tendemos a presuponer una inmóvil frontera entre verdad y ficción, y al llegar a la escritura de vitae, nos encontramos con una indiscutible difuminación de los límites de lo histórico y lo literario. La escritura de la historia y, dentro de ella, la biografía, a pesar de regirse por los preceptos del ars historica, acogía recursos retóricos que la hicieran más entretenida. Esos recursos, desde el punto de vista de los detractores de esta manera de concebirla, atentaban contra la regla ciceroniana primera de la historiografía: la verdad. Por otra parte, la obra de historiadores, biógrafos y traductores como lo fueron Matthieu, Mártir Rizo y los hermanos Van der Hammen, marcada por el dinámico intercambio de ideas y fronteras, no deja de ser imparcial, ya que tanto la escritura histórica como la práctica de la traducción, a pesar de las reiteradas defensas de la verdad y proclamaciones de fidelidad que hagan sus autores, eran

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de naturaleza ambigua. La verdad, según el lado de los Pirineos desde el que se escribiera, tenía un sinfín de matices. Además de estar teñida por motivaciones políticas, las vitae estudiadas, como subgénero de la historia, no manifestaban un interés por el conocimiento científico de la historia pasada ni la contemporánea, tal como lo consideraríamos hoy día: la imitación de temas y motivos se asentaba en cuestiones de carácter utilitario, moral e ideológico. En el segundo capítulo, «El teatro de los tiempos modernos: del homo loquens al homo politicus», nos detenemos en los aspectos retóricos de la historiografía de Matthieu y la relación de su obra con las polémicas europeas sobre el estilo lacónico. Su prosa sentenciosa, aforística y dramática fue, además de criticada, grandemente celebrada e imitada hasta el punto de tener émulos en España, Italia e Inglaterra. Después de trazar un esbozo de las cuestiones relacionadas con el mejor estilo que cundieron por la Europa de la segunda mitad del XVI, hacemos una breve cala en el humanismo jurídico de Matthieu, que se manifiesta en la escritura gnómica que practicó en su poesía, en su teatro y en su prosa histórico-política. Un buen conocimiento del campo literario en el que se desarrolló la obra de Pierre Matthieu y la de sus traductores e imitadores propiciará, en este sentido, entender hasta qué punto respetaron sus respectivos modelos, los transformaron o los sobrepasaron. Las cuestiones sobre la ‘poética’ de la historia y, dentro de ella, la escritura biográfica, quedan relacionadas en este apartado con las transformaciones políticas que sacuden la Europa de finales del XVI y principios del XVII. Nos adentramos así en las corrientes neoestoica y tacitista, en el vórtice de las cuales se genera su obra en la segunda mitad del XVI, destacando la labor filológica y filosófica de Justo Lipsio en la conformación de una doctrina que conjugaba novedosamente el cristianismo con el estoicismo, todo ello relacionado con escritores históricos y políticos como Philippe de Commynes, Jean Bodin, Giovanni Botero y Nicolás Maquiavelo. Lipsio contribuyó al desarrollo del concepto de la «razón de Estado» cristiana difundido por Giovanni Botero en el libro que salió, señal de los tiempos, el mismo año que su influyente Politicorum. Tácito, el historiador antiguo más traducido durante la temprana Edad Moderna, es sin duda uno de los puntales sobre los que se levanta la estructura de la razón de Estado, y gran parte de la obra de Matthieu y sus seguidores12. La recepción del francés en España representa, por 12

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Para la difusión de Tácito, ver Burke, 2007; y, del mismo, 1966.

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lo tanto, otro de los modos de apropiación de la corriente tacitista y la razón de Estado cristiana reformulada por los pensadores contrarreformistas. Debido a la lectura, traducción y adaptación de la obra del historiador francés por escritores, políticos y hombres de Estado españoles de la primera mitad del XVII, la «vía Pierre Matthieu» ha de considerarse como una de las puertas de entrada fundamentales de la corriente tacitista tanto estilística como política en España13. Sin embargo, traducir a Pierre Matthieu no era solo integrar a Tácito y el tacitismo en la Europa del momento, sino —y esta es una de las propuestas fundamentales de este libro— reconocer al historiador francés como modelo retórico y moral contemporáneo cuyas narraciones y traducciones al español, italiano e inglés ponían de relieve el valor de lo vernáculo dentro de la producción de un conocimiento histórico y político moderno. En este sentido interesa también filiar su obra con la fecunda controversia suscitada en torno a Maquiavelo desde la segunda mitad del XVI. Para Benedetto Croce, por ejemplo, el tacitismo, en un primer momento, sirvió para enmascarar el maquiavelismo, idea que desarrolló Maravall en sus clásicos estudios sobre el tema14. La condena del florentino, como se sabe, no contuvo la absorción camuflada y la reinterpretación de sus ideas incluso por escritores y teóricos españoles defensores de la ordodoxia. Maquiavelismo y tacitismo fueron dos concepciones que se fueron alternando en la construcción de la política moderna, de ahí que relacionemos la obra del francés y sus traductores con la de Bodin, Botero y Lipsio, ejemplificando cómo sus escritos se respondían entre sí, refutando o defendiendo ciertas posturas a tal punto que fueron conformando una densa amalgama de términos, significados, alusiones y citas. La retórica empleada por estos escritores es esencial, como ha demostrado Victoria Kahn en el caso de Maquiavelo15, para entender todo el entramado sobre el que se construye el discurso político tanto de Botero como de Bodin, Guicciardini, Ribadeneyra o Lipsio. Por medio de este estudio, Matthieu, heredero de estas cuestiones y participante activo de la cultura humanística y política de su tiempo, queda imbricado dentro de la historia de la adquisición y transformación del 13 Para el tacitismo, ver Tierno Galván, 1949; Toffanin, 1972; Maravall, 1944 y 1984; Antón Martínez, 1992; Cid Vázquez, 2002; Martínez Bermejo, 2010; Badillo O’Farrell et al., 2013; y Merle y Oïffer-Bomsel, 2017. 14 Ver Croce, 1993; y Maravall, 1984, pp. 39-76; pp. 77-105. 15 Kahn, 1994.

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pensamiento y lenguaje de la política occidental. En otras palabras, la escritura de una historia ‘retórica’ como la de Matthieu permitía fabricar ciertas ‘ficciones’ que dialogaban con el arte de gobernar, que en este periodo tendrá una centralidad sin precedentes, y determinaban una forma de hacer política. Quentin Skinner, cuyas intuiciones sobre lo que denomina «semántica histórica» animan estas páginas, nos recuerda que fue entonces — en un momento en el que la noción de un gobernante que intentaba conservar su Estado fue dando paso a la del Estado como una entidad independiente que ese gobernante tiene que proteger— cuando términos como state en Inglaterra y état en Francia empezaron a adquirir su sentido moderno16. Conceptos en metamorfosis como el de ‘político’, que tuvo en un principio tintes peyorativos, o el término ‘aforismo’, a partir de entonces relacionado con cuestiones políticas, también hacen su aparición en este periodo en títulos como el Tácito español ilustrado con aforismos de Baltasar Álamos de Barrientos o la Doctrina política civil escrita en aforismos de Eugenio de Narbona. Semejante mutación sufre el término ‘revolución’, que con el rebrote de la obra de Tácito pasa a describir, además de los movimientos rotativos de astros y relojes, las grandes conmociones populares17. Emparentados con las ideas de Maquiavelo, circulaban por toda Europa términos y conceptos tales como ‘razón de Estado’, ‘político’, ‘disimulación’, ‘tirano’, etc., que, a la altura de 1620, conformaban una confusa entidad18. En el apartado «Pierre Matthieu y sus traductores españoles», tras ofrecer un breve repaso del marco teórico en que se desarrolla la práctica de la traducción, ubicamos las versiones españolas de la obra del francés. La revitalización de los estudios de traducción en las últimas décadas ha propiciado el análisis de las redes de intercambios que se establecen entre varias culturas desde una perspectiva que abarca tanto los autores, la lengua y la política como los lectores y los agentes de difusión de una obra en un momento histórico dado. En este caso, nos ha parecido pertinente relacionar estos textos con las concepciones retóricas

16 Skinner, t. I, 1978, pp. ix-x. Para el término, ver Cassin, 2014, pp. 1054-1059, y Padgen 1987. 17 Maravall, 1972, p. 229. 18 El vocablo ‘político’ se usaba con frecuencia para señalar a los seguidores del pensamiento de Maquiavelo. Para la historia del término, ver Rubinstein, 1987; y Pocock, 1975.

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del momento así como con las teorías modernas de la traducción, que permiten analizar los componentes históricos y antropológicos del texto resultante, haciendo hincapié en las cuestiones de transnacionalismo y cultura más que en sus aspectos lingüísticos19. Buscamos, en suma, alejarnos de las rígidas demarcaciones nacionalistas y observar los fenómenos literarios desde una perspectiva transnacional que revele el flujo de los procesos culturales que animaban la República de las Letras europea. Dado que Matthieu escribía para su rey, sus textos tenían que ser filtrados antes de atravesar los Pirineos con el fin de eliminar aquello que resultara inaceptable para un receptor español, o para, como sucede en varios de los casos que estudiamos, insertar un giro ideológico conveniente o vencer los índices inquisitoriales. El objetivo ha sido dilucidar cómo el corpus selecto de textos biográficos traducidos —reflejo, además, de la estrecha relación entre el conocimiento histórico y las esferas del poder— dejaba de ser un mero trasvase lingüístico y pasaba a integrarse a una nueva realidad según las intenciones del traductor. Este lector privilegiado del texto y del autor originales que es el traductor nos ofrecerá una lectura mediada por sus referentes culturales, ideológicos e históricos, y sus estrategias —añadidos, supresiones, modulaciones— son producto de configuraciones históricas que nos dan una clave para el estudio de las prácticas intelectuales del momento con el fin de entender cómo las circunstancias específicas de la historia presente iban conformando la versión final del texto. Desde el punto de vista de la historia de la traducción, conceptos relativos a la fidelidad, la libertad o la equivalencia son contextualizados para determinar cómo estos textos traducidos son creadores de nuevos significados, inseparables de las élites y esferas del poder, y que, además, participan de un mercado editorial preciso en el que la predilección por la biografía era evidente. En este capítulo, además, examinamos cómo se tradujo a Matthieu, quién o quiénes lo tradujeron, con qué objetivos, en qué contexto, dónde y para qué receptores o consumidores se dirigían los textos traducidos de su obra histórica. En calidad de agentes de intercambio cultural, los traductores cercenan, seleccionan y distorsionan en función de sus motivaciones ideológicas, en particular cuando, como Matthieu, Mártir Rizo y Van der Hammen, escriben la ‘historia oficial’ desde la atalaya de sus patrias respectivas. Al dedicar sus traducciones a influyentes 19

Para un panorama del tema, ver Steiner, 1975; Venuti, 2000, pp. 1-2; Burke,

2007.

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cortesanos del momento, descubrimos algunas de las estrategias más comunes de configuración de una carrera literaria, inseparables de todo un nudo de relaciones clientelares, de amistad y de patronazgo cuyo significado intentamos reconstruir para comprender las razones del éxito de la obra del francés en los círculos de poder madrileños del primer tercio del XVII. El más conocido traductor e imitador de Pierre Matthieu en España, y el más prolífico, fue Juan Pablo Mártir Rizo (1592/3-1642). En su obra predominan —y un rápido vistazo nos permitirá comprobarlo— las de corte histórico, en particular las del subgénero biográfico: Historia de la vida de Lucio Anneo Séneca español Historia de la vida de Mecenas Norte de Príncipes Historia de la Guerra de Flandes, contra la de J. de Franqui Conestaggio Historia trágica de la vida del duque de Biron Vida de Rómulo

1625 1626 1626 1627 1629 1633

Y de sus traducciones, todas de Pierre Matthieu, y todas publicadas en 1625: Vida del dichoso desdichado (Seyano) Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea Historia de la muerte de Enrico el Grande, cuarto Rey de Francia

Poeta, crítico, traductor, historiador y cortesano, Mártir Rizo ocupó un lugar destacado dentro de la entre la élite de los hombres de letras de su tiempo. La traducción de las obras de Pierre Matthieu fue su gran contribución a las polémicas que inundaron los foros literarios del Barroco español sobre el estilo lacónico y, en particular, sobre las corrientes tacitista y maquiavelista en nuestra literatura, factor este ya subrayado por Blüher en su estudio sobre la recepción de Séneca en España, donde destaca la obra biográfica de Mártir Rizo como «rebrote de la literatura tacitista» con raíces en Pierre Matthieu y Virgilio Malvezzi20. Las traducciones españolas del historiador francés son un jalón importante en la conformación del estilo característico de Gracián. Destaca Ferrari, por ejemplo, las afinidades de la obra del jesuita aragonés con 20

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Blüher, 1983, p. 492.

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El biografismo político, valorativo, sentencioso, demostrativo y racional o intelectivo que nació y se desarrolló en España durante los reinados austríacos, y más particularmente bajo Felipe IV, como el género historiográfico y político de mayor fuerza entre cuantos en dicho periodo literario prosperaron21.

Los paralelismos de la coyuntura política entre las cortes de Francia y España nos dan pie para adentrarnos, en este capítulo, en la figura de un personaje esencial en el gobierno de las monarquías absolutas: el privado, valido o ministro, y con ese fin trazamos la historia de los ministros franceses del XVII sobre los que escribe Matthieu, relacionándolos a su vez con sus homólogos españoles. Debido a la complejización de la maquinaria estatal, los enfrentamientos religiosos y políticos y las recurrentes crisis económicas que azotaban las monarquías absolutas de Europa occidental, se fue afianzando el cargo de consejero, que, en mayor o menor medida, se tradujo en la figura de un ministro absoluto en las monarquías de España, Francia, Inglaterra, Suecia y Portugal, entre otras22. En Francia, después del asesinato de Enrique IV en 1610, las riendas del poder cayeron en manos de dos favoritos de la reina regente, Concino Concini y su mujer, Léonora Galigaï. Tras el ajusticiamiento de ambos y la subida al trono del joven Luis XIII, el favor regio encumbró a Charles d’Albert, halconero real y futuro duque de Luynes. Igualmente, fue durante el reinado de Felipe III de España cuando se consolidó la institución del valimiento con el duque de Lerma, a quien le sucedió brevemente su hijo, el duque de Uceda. El modelo se repite con Baltasar de Zúñiga y el futuro conde duque de Olivares en el reinado de Felipe IV, mientras que, en Francia, la situación vuelve a darse con el cardenal Richelieu. La institución de la privanza, que despertó gran interés entre los autores y tratadistas del XVI y XVII, es el común denominador de las biografías de Matthieu estudiadas y pilar esencial para nuestro trabajo al permitirnos entrever las relaciones que se establecen entre ese ministro todopoderoso del naciente Estado moderno en Europa y el príncipe, la imagen y representación del poder divino en la tierra. En este apartado

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Ferrari, 1945, p. 31. Para el tema, ver Martínez Millán y Visceglia, 2008. Para la privanza en Europa, ver Bérenger, 1974; Tomás y Valiente, 1990; Benigno, 1994; Elliott, 1999; Escudero, 2004; Bravo, 2009; y Tropé, 2010. Feros, 2000 y 2002. 22

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hacemos hincapié en las concomitancias y superposiciones que se dan en la historiografía oficial de los dos países, que arrojan luz sobre las relaciones de poder y la escritura histórica entre 1598 y 1635, periodo de relativa paz entre la Monarquía Hispánica y la francesa23. En el tercer capítulo, «Seyano, Felipa de Catenea y el duque de Biron: escarmiento y enseñanza de los maladvertidos» —y el expresivo sintagma es de Quevedo—, profundizamos en la institución del privado a partir de las traducciones de la Vida del desdichado dichoso (Seyano) y la Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea. Si con la primera nos adentramos en la utilización del género biográfico para ejemplificar cómo se perfilan las cuestiones teóricas vistas en el capítulo anterior sobre las cortapisas de la privanza, en la segunda nos centramos en la descripción de las pasiones que buscan revelar las causas internas que rigen la conducta de reyes y consejeros del Estado. Una de las razones del éxito de las narraciones histórico-políticas de Matthieu se debe al interés por el descubrimiento de la naturaleza humana, en particular tras la difusión del maquiavelismo. En las versiones españolas de sus biografías, en mayor o menor medida, analizamos el papel de los afectos individuales en el imaginario político contrarreformista en el que la exploración de las causas que empujaban a un individuo a actuar daba paso a interpretaciones generales sobre la política. En el ámbito español, una de las ambiciones de nuestra investigación ha sido reconstruir, desde la historia y la literatura, la dinámica cortesana de facciones políticas, rivalidades y conflictos que se producen en torno a la adjudicación de la gracia real por la mediación de la figura del valido. Con ello intentamos analizar en qué medida las traducciones y reescrituras de biografías de Matthieu en el suelo español fueron generadoras de conceptos políticos, en un momento clave de formación del Estado moderno. Si la crítica al gobierno de casi dos décadas del duque de Lerma se intensificó tras el ascenso de Felipe IV al trono, y el rescate de la figura real de Felipe II como modelo regio se hizo cada vez más común, no toda la aristocracia española, dividida por intereses dispares, se aglutinó en torno a Olivares, quien, a pocos años de estar en el poder, demostró seguir los pasos de su predecesor. No por gusto la historia de 23

Para este periodo, ver Montcher, 2013. ‘Monarquía Hispánica’, ‘Monarquía de España’ o ‘Monarquía Española’ son tres de los nombres más utilizados en el periodo para referirse a esta polisinodial formación política integrada por un conjunto de reinos, estados y señoríos (Barrios, 2015, p. 31).

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Seyano y Tiberio contada por Tácito fue una de las más aprovechadas para orientar las reflexiones sobre la actuación de los malos privados y la indolencia, e incluso el maquiavelismo, de algunos monarcas y consejeros. En este sentido, nos apoyamos en los prefacios, dedicatorias y censuras, rotundos indicadores de un arraigado sistema de clientelismo y mecenazgo, para entender el mundillo de facciones literarias, pendencias políticas y relaciones de amistad en el que se desenvolvían los traductores, dedicatarios y mecenas de las versiones españolas de Matthieu en la corte madrileña de la tercera década del XVII, cuando el equipo del conde duque de Olivares sustituyó a la camarilla del duque de Lerma en el gobierno. Al margen de enemistades y polémicas literarias, todos estos autores compartían las mismas preocupaciones de su tiempo. Admiradores del escritor francés como intermediario de la historiografía clásica y promotor de una nueva manera de hacer historia política y moral, la vida y obra tanto de Mártir Rizo como de Lorenzo van der Hammen se va a entrecruzar con la de uno de los más estudiados escritores del momento: Francisco de Quevedo. Es bien conocido el interés de este último por la política, que vierte en obras mayores y en opúsculos a lo largo de su vida, así como su participación activa en el gobierno de Felipe III y, sobre todo, de Felipe IV24. En la obra de Quevedo, Lope de Vega, Tomás Tamayo de Vargas, Lorenzo Ramírez de Prado, Pedro Fernández de Navarrete, Juan Pablo Mártir Rizo, Lorenzo y Pedro van der Hammen y muchos más, circulaban los temas que nos ocupan como inquietudes más o menos evidentes: las atribuciones del privado, el tiranicidio, el tacitismo, el senequismo, la razón de Estado, la disimulación, la prudencia, la instrumentalización de la historia, la defensa de la patria, etc. El apartado sobre la Historia trágica de la vida del duque de Biron, también de Mártir Rizo, lo dedicamos, entre otros aspectos, a la función propedéutica de la traducción. El cotejo de esta biografía con la historiografía de Matthieu nos ha permitido descubrir que se trata, casi en su totalidad, de una traducción no confesada de fragmentos enteros extraídos de la Histoire de France et des choses mémorables a los que el escritor español le da forma de biografía política. El paso de la lectura de la Histoire de France a la redacción de la vida del duque de Biron por parte del madrileño es, además, testimonio directo de las disímiles maneras 24 Ver, por ejemplo, Schwartz, 2006; Ettinghausen, 1997; Peraita, 1997; y Arellano, 2008.

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de ‘trasladar’ las ideas, los argumentos y los materiales de un texto en el XVII. Dentro de la praxis imitativa de la escritura, hacemos una cala en los métodos organizativos y de compendio de los mejores autores y fragmentos que se hacían desde los años escolares, y que daban lugar a un complejo sistema de erudición de segunda mano. Repasamos así las principales concepciones retóricas del periodo vistas en los capítulos anteriores con el fin de examinar categorías tradicionales tales como la originalidad, el uso de las fuentes, el plagio, la modalidad genérica, etc. Tales categorías adquieren una nueva significación al estudiarlas en el contexto de una literatura concebida sobre el modelo de los antiguos, cuya falta de demarcación entre lo que se estimaba copia servil, hurto indecoroso, despojo, reescritura o imitación creadora nos difículta hoy en día, preocupados por los fantasmas del plagio, la ansiedad de la influencia y el afán por la originalidad, entender su verdadero alcance25. Dado el perceptible dramatismo con el que Matthieu construye sus biografías —como Tácito y Maquiavelo, por ejemplo— cerramos este cuadro con algunas reflexiones sobre el género de las «histoires tragiques», que alcanzó gran difusión en Francia a finales del XVI y principios del XVII, y que relacionamos con el fenómeno de la «teatralización de la historia», aquí ejemplificado con las comedias que se escriben en España sobre los casos de Felipa de Catanea y del duque de Biron. La puesta en escena de estos dramas históricos, es decir, la dramatización de un hecho del pasado para que sirviera de lección moral en el presente, nos da pie para medir el alcance de esta literatura política cortesana en los demás estamentos sociales. Peter Burke, al estudiar la permeabilidad que se da entre la cultura de élite y la popular, ha dado ejemplos de la circularidad entre esos espacios en la temprana Edad Moderna26. Por medio del teatro, la emblemática o las artes plásticas, por ejemplo, las cuestiones filosóficas y políticas del momento que se vertían en eruditos tratados y discursos historiográficos se filtraban a todas las capas de la sociedad y constituyeron un importante elemento en la formación de la conciencia nacional y política. La representación teatral, en particular, sirvió para popularizar dichos fundamentos morales, y la historia representada en las tablas, al transmitirse de modo más deleitable, se difundía fácilemente entre los espectadores de los corrales. 25

Para un panorama del plagio en la literatura occidental, ver Maurel-Indart,

2014. 26

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Burke, 2009.

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Si en el capítulo anterior centramos la atención en la figura del privado, el cuarto y último capítulo, «Las vidas de Felipe II de España», lo dedicamos a los avatares de la traducción anónima de una biografía de Felipe II —extraída de la ingente historiografía oficial de Matthieu— que tuvo particular difusión manuscrita en España a partir de la década de 1620 y que consideramos como la primera «biografía política» del Monarca Prudente en España. Damos cuenta de las numerosas variantes manuscritas de dicho anónimo que hemos podido localizar —casi treinta— y del alcance de los cambios más reveladores respecto al original, antes de cotejarlo con un tercer texto, la ‘contrabiografía’ que escribió —en reacción ante las supuestas mentiras históricas que contienen dichos manuscritos anónimos— Lorenzo van der Hammen y León (1589-1665). Este escritor —junto a sus hermanos Juan (1596-1631), el pintor, y Pedro (ca. 1587- ?), también hombre de letras— perteneció a los círculos cortesanos, artísticos y literarios más destacados de las primeras décadas del siglo XVII27. Juan y Lorenzo se codearon con el círculo de amigos de Lope de Vega y Quevedo; hoy en día descubrimos la relación del pintor Juan con los más destacados humanistas del momento por los datos y testimonios que se deducen de la fascinante galería de retratos que pintó. Menos se sabe, sin embargo, de Pedro, a quien citamos en ocasiones concretas por haber contribuido también a la difusión de la fortuna literaria de Pierre Matthieu en el Madrid de Felipe IV con su traducción comentada de la biografía política del marqués de Villeroy (Pedazos de historia y de razón de Estado), publicada en 1624. Lorenzo van der Hammen publicó su primer libro, el Don Felipe el Prudente, segundo de este nombre, rey de las Españas y Nuevo Mundo en 1625. Analizamos esta reescritura de la traducción anónima como parte de las respuestas de escritores y apologistas hispanos a la conocida Leyenda Negra28. El Don Felipe el Prudente forma parte del conjunto de textos que buscaron contrarrestar los muchos de rumores que para ese entonces ya pesaban sobre la imagen del rey, y que en su mayoría eran avivados por la pluma de los enemigos del Imperio. Una imagen que,

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Para la biografía de los Van der Hammen, ver Cherry, 1999; Jordan, 2005; y Véliz y Valverde, 2006. 28 La Leyenda Negra, como la define Sánchez Jiménez, fue «el sistema de estereotipos antihispánicos que circulaban en los siglos XV-XVII, representando a los

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como analizamos en este capítulo, fue tenaz a lo largo del XVII y en los siglos venideros. La obra de Matthieu, a medida que fueron cambiando las circunstancias históricas o que el gusto por su peculiar manera de escribir fue decreciendo, fue objeto de descrédito, y para finales de siglo XVII casi había dejado de leerse. Es ese parcial abandono, en relación con las letras barrocas españolas, lo que queremos rectificar con este estudio, en el que intentamos resucitar algunas correlaciones no atendidas en el periodo de conformación de los estados modernos de Europa occidental, dentro del cual los originales y traduciones de la obras de Matthieu son textos fundamentales, tanto por la plasmación de la estética de la prosa histórica del momento como por ser testimonio de la acogida del pensamiento político antiguo y europeo en España. No por gusto, sentencia Jean Lafond, la prosa del francés, transformada en ese ir y venir entre Francia e Italia, llega a España y encuentra gran acogida en la patria contrarreformista de Quintiliano, de Séneca y de Lucano29. En suma, el conjunto de la obra de Matthieu y de sus traductores españoles, auspiciado por circunstancias histórico-políticas propicias, constituyó un hito fundamental en la conformación del discurso, el estilo, el pensamiento político y los géneros que a lo largo del XVII llevarían a su cumbre autores españoles como Francisco de Quevedo, Diego de Saavedra Fajardo y Baltasar Gracián.

españoles como seres especialmente tiránicos, crueles, intolerantes y avariciosos», 2016, p. 22.Ver también Calvo, 1991; Portús, 2009. 29 Lafond, 1981a, p. 139.

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Figura I. Retrato de Pierre Matthieu publicado en los preliminares del volumen L’Opere del Sig. Pietro Mattei, Historiografo de’ Rè di Francia, I. Giunti,Venecia, 1638.

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CAPÍTULO I PIERRE MATTHIEU (1553-1621): FABRICADOR DE LA INMORTALIDAD DE LA FAMA

Già si sa che Pietro Mattei fu a noi traportato dalla lingua francese, ed ora, per quanto mi vien detto da persona degna di fede, è stato tradotto in spagnuolo ed in inglese, ed alcuni vogliono anco in ischiavone per commandamento del Turco1.

Con estas palabras, el erudito y polígrafo italiano Agostino Mascardi (1590-1640), activo participante de las grandes polémicas literarias del momento, deja constancia de la gran difusión a escala europea de la obra historiográfica de Pierre Matthieu, traducida del francés al italiano, español e inglés —y alude a una versión a una lengua eslava por orden del sultán otomano—. Aunque su fama fuera apagándose paulatinamente a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII, Pierre Matthieu llegó a tipificar uno de los humanistas más leídos de su tiempo en Francia, Italia, España, Inglaterra y, según el testimonio de Mascardi (por lo demás nada apreciativo y que retomaremos más adelante), incluso más allá de la cristiandad. Pierre Matthieu nació en la ciudad de Pesmes, en el Franco-Condado, el 10 de diciembre de 15632. Esta región, también llamada Borgoña condal o española, estaba situada entre Suiza y la Borgoña ducal o francesa, y formaba parte de la herencia que recibió Carlos V de sus antepasados. Desde la creación de los tercios españoles, en 1534, hasta finales del siglo XVI, estos territorios, paso obligado del Camino Español, constituyeron una importante vía de intercambio en toda Europa. España se 1 2

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Citado por Bellini, 2002, p. 202. Para los datos biográficos de Matthieu, seguimos a Ernst, 1984 y Smith, 1981.

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vio obligada, en múltiples ocasiones a lo largo de los siglos XVI y XVII, a defender las vías de acceso entre los territorios europeos que constituían su imperio y a entrar en conflicto con las naciones y principados fronterizos. Por su posición estratégica, tanto el Franco-Condado como Flandes le servían a la Monarquía Hispánica para mantener a raya a los franceses y conservar su hegemonía en el continente3. En la primera mitad del XVI, rodeado por una Europa en guerra, fiel a la Casa de Austria, el territorio gozó del beneficio de la neutralidad y tuvo una de sus épocas de mayor prosperidad4. Así, el territorio donde nació y se formó Matthieu (que no fue francés hasta 1674) estaba enclavado en una región que se beneficiaba de la cercanía del Camino Español y mantenía lazos estrechos con el Imperio, al tiempo que le tocaban muy de cerca los conflictos religiosos, bélicos y dinásticos que sacudían a Francia, Suiza, Italia y Saboya5. Este último territorio, por ejemplo, era esencial para paso de los soldados españoles de Milán a Flandes, y su ocupación por parte de los franceses en 1600 desencadenó uno de los más sonados conflictos que sacudió la paz entre las dos monarquías y que, como veremos en el apartado sobre la conspiración del duque de Biron, muchos españoles leyeron y conocieron gracias a la historiografía de Pierre Matthieu. En las primeras décadas del siglo XVI, toda Europa vive el enfrentamiento de las monarquías española y francesa a partir de las Guerras de Italia, surgidas con la disputa dinástica sobre de los derechos hereditarios de Francia respecto al Ducado de Milán y el Reino de Nápoles. A esta serie de conflictos territoriales le suceden las Guerras de Religión en Francia, que comenzaron un año antes del nacimiento de Matthieu, en 1562, y que por más de tres décadas se verían jalonadas de asesinatos, asedios, batallas, revueltas, conjuraciones y masacres como la de San Bartolomeo, en 1572. En medio de estos conflictos, destacó una facción, conocida como la Santa Liga, a la que perteneció el joven Pierre Matthieu. En un principio, esta confederación católica encabezada por el duque de Guisa tuvo como objetivo defender el catolicismo contra los herejes franceses, y posteriormente, a raíz del decreto de Enrique III de Francia en favor de los protestantes, destronar al rey. Enrique III, al intentar en vano conciliar 3

Elliott, 2004, p.78. Febvre, 1932, pp. 170-171. 5 Para la historia del Camino Español, ver el clásico de Parker, 2005. 4

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las dos facciones religiosas, se hizo aborrecer por los católicos, que querían colocar en el trono al duque de Guisa. Este último, aliado con Felipe II de España y con el papado, se fue apoderando poco a poco de varias ciudades francesas hasta que, en 1588, logró expulsar al rey francés de París. Fingiendo una reconciliación con los liguistas, el expulsado rey reunió los Estados Generales en Blois e hizo asesinar al duque de Guisa y a su hermano6. La traición del rey Enrique III y el asesinato de los Guisa crearon una profunda división entre los que apoyaban, por un lado, el derecho a la sucesión del calvinista Enrique de Navarra por la ley sálica, y, por otro, cualquier sucesor que respetara la indispensable pertenencia al catolicismo de todo rey francés. Ante la perspectiva de ver a un calvinista en el trono francés, la intervención de España en estos años fue activa, con la firma de los tratados de Joinville en 1584 y de Péronne en 1585. Obligado a aliarse a su sucesor legítimo, aunque protestante, Enrique III acompañó a Enrique de Navarra (futuro Enrique IV) en varias batallas contra los liguistas, pero en 1589, este último rey de los Valois fue asesinado por un dominico fanático cuando regresaba a París. Antes de morir, había nombrado a Enrique de Navarra su sucesor (esperando que se reconvirtiera al catolicismo), pero la Liga Católica no reconoció los derechos del calvinista navarro, quien tuvo que luchar contra esta última, el papado y contra Felipe II para hacerse reconocer. Finalmente, tras casi cuatro años de conflictos en una Francia regida por un monarca protestante, Enrique IV puso fin a la Liga abjurando del calvinismo en 1593. El problema religioso francés quedó zanjado con el Edicto de Nantes, en 1598, en el que se recogían todas las disposiciones relativas a la tolerancia religiosa; la cuestión bélica con Felipe II de España se resolvió con la Paz de Vervins firmada ese mismo año. Con dicho tratado se calmaron los conflictos religiosos y bélicos, pero todas las tensiones siguieron latentes en el XVII y se fueron metamorfoseando en función de las circunstancias políticas, hasta la muerte del último de los Austria, Carlos II de España. Aunque con el asesinato de Enrique IV en 1610 se garantiza otra tregua, que se ratifica con los matrimonios dobles de Luis XIII de Francia y Ana de Austria, y del futuro Felipe IV 6

Para los conflictos franceses y la Liga, ver Descimon, 1983; Decimon y Ruiz Ibáñez, 1998; De Waele, 2010; Vázquez de Prada, 2004; y Ruiz Ibáñez, 2005. Ver, en relación con Matthieu, Ternaux, 2008; De Waele 2007 y 2010; y De Waele y Lafrance, 2012.

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de España con Isabel de Borbón en 1615, la paz vuelve a quebrarse con el inicio de la Guerra de los Treinta Años en 1618. Sin embargo, en lo que respecta a Francia, y a diferencia del reinado de su padre, el de Felipe III, desde Vervins hasta la declaración de guerra hecha bajo Felipe IV en 1635, fue un periodo de relativa paz, a pesar de la guerra fría que mantuvieron las dos potencias, y la época de los matrimonios dobles franco-españoles significó un importante periodo de influencia cultural para ambas naciones. Volviendo a la biografía de Matthieu, en 1567, su padre, que era rector escolar, se trasladó con la familia a la ciudad suiza de Porrentruy, que por esos años alcanzó su época de apogeo con la ampliación del castillo y la construcción del Colegio Jesuita. En 1577, el joven Matthieu recibió un beneficio de la Iglesia de Saint Pierre de Porrentruy que le permitió continuar sus estudios. Según la propia declaración de Matthieu, es por esta época, con unos 15 años, cuando habría compuesto su primera tragedia, Clytemnestre 7. En 1580, la familia regresó al Franco-Condado y se estableció en la pequeña ciudad de Vercel, a unos 40 kilómetros de Besançon, donde el rector Matthieu fundó una escuela en la que su hijo de 17 años se encargaba de la dirección de los estudios. Vercel, en esta época, se encontraba situada en la ruta montañosa del Camino Español. Su importancia estratégica explica sin duda la fundación de una escuela en dicho lugar, algo que fue proceder común durante el imperio de Felipe II8. En 1583, el joven Matthieu estrena la tragedia Esther, publicada en Lyon dos años más tarde, y en 1586 defiende su tesis in utroque jure en la Universidad de Valence. Cabe destacar que esta universidad conoce gran auge en el campo del derecho, que impartían profesores extranjeros, fundamentalmente italianos o que se habían formado en Italia. Entre sus alumnos más famosos en esta época figuran José Justo Escalígero (que había sido invitado por el jurista más grande de su tiempo, Jacques Cujas), el historiador Jacques-Auguste De Thou y el jurista Pierre Pithou. Matthieu, educado con los jesuitas, aprendió además de latín y griego, español, italiano y alemán, como constatamos en los márgenes de sus obras, en los que cita repetidamente fragmentos enteros en estos idiomas. Más tarde, en la Histoire de France et des choses mémorables dirá de los jesuitas, a quienes siempre defendió, que todos sus alumnos son 7 8

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Ver Ernst, 1984, p. 91. Febvre, 1970, pp. 215-217.

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«pieux et savants à la fois» y que saben mantenerse «fermes et constants en la religion»9. En 1587, Matthieu se instala en Lyon, primero como abogado del Tribunal judicial (Présidial) de la ciudad, y luego como secretario de Charles-Emmanuel de Savoie, duque de Nemours, gobernador liguista de Lyon y medio hermano del duque de Guisa. En 1589 publica cuatro de sus tragedias de temática bíblica o clásica en las prensas lionesas: Vasthi, Aman, Clytemnestre y La Guisiade, esta última reimpresa una segunda vez ese mismo año, revisada y aumentada. La producción dramática de Matthieu en este período, con tragedias que versan sobre personajes bíblicos o de la historia antigua, constituye, sin duda, una respuesta a los acontecimientos políticos y religiosos del momento. Por ejemplo, para los lectores o espectadores de la época, la reescritura de uno de los episodios de Esther, gran salvadora del pueblo judío, cobraba vida en la supuesta intercesión de la reina madre, Catalina de Médicis, en la reconciliación del rey Enrique III con el duque de Guisa (antes de su asesinato) 10. Esta relectura del pasado bíblico o antiguo para reescribir el presente es una temprana lección que Matthieu, como veremos, aprovechará con creces en su posterior producción biográfica unas décadas más tarde. En 1594, tras la conversión religiosa de Enrique de Navarra, el jurisconsulto francés, como la inmensa mayoría de los liguistas, se convierte políticamente11. Matthieu forma parte de la delegación que recibe al rey en Lyon, redacta las inscripciones de los arcos de triunfo y publica una relación de la ceremonia que consagró esa ciudad a la causa del Borbón ese año (Harangue aux consuls et peuple de Lyon)12. Al dividirse el partido de la Liga, Matthieu se alejó tanto de los «devotos» proespañoles como de los protestantes más radicales para buscar una postura moderada, es decir, la de los politiques, muchos de los cuales eran juristas

9

Citado por Yardeni, 2005, p. 149. Recordemos también los elogios de Cervantes a los jesuitas en «El coloquio de los perros». 10 Ver Lobbes, 1990 y 2001, para la reescritura de Vasthi y Aman a partir de Esther. 11 Ver De Waele, 2010, pp. 187-206. 12 Matthieu fue autor de las entradas triunfales del rey, la reina y de Mme de Guiche en Lyon. Ver McGowan, 2013. Para una lista de las obras de Matthieu, ver Addendum I.

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como él13. Si antes había defendido la Liga, a partir de ese momento pondrá su pluma al servicio del nuevo monarca que se da a la tarea de unificar y reconciliar a todos los franceses tras varias décadas de guerra civil. Como gran parte de los franceses que habían sufrido tres décadas de violentas guerras civiles, aceptó la sinceridad de la conversión del Borbón y el derecho al trono que esta le confería14. Una vez convertido a la causa política de Enrique IV, y como cortesano que escribe por encargo, Matthieu culpa al duque de Guisa y a los radicales de las ciudades tomadas por la Liga, ayudados por España: «Prescheurs empoisonnez de l’or d’Espagne & secondez par les practiques des chefs & dames de la Ligue, envenimèrent tellement les parisiens contre leur roy légitime & Seigneur souverain».También se refiere a la Liga como una facción controlada totalmente por los intereses personales de sus líderes y por Felipe II, que imponen al pueblo «l’horrible servitude & tyrannie des Espagnols» y de los liguistas15. Aupado a las primeras filas del círculo de poder real, el historiógrafo convertido a la causa real reescribe y manipula la historia de su tiempo señalando como culpables de los conflictos la política de Felipe II y la Liga. A partir de ese entonces, Matthieu será uno de los más ardientes defensores del primer Borbón y se enfrascará en la redacción de su primera obra de perfil histórico, la monumental Histoire des derniers troubles de France, sous les règnes des roys très chrestiens Henry III, roy de France de et de Pologne, et Henry IIII, roy de France et de Navarre, divisée en plusieurs livres contenant tout ce qui s’est passé durant les derniers troubles, jusques à la paix faite entre les rois de France et d’Espagne (1594-1606), dedicada a la gloria de Enrique IV. Ejercerá como consejero e historiador real y redactará obras de circunstancia o libros sobre los reinados de reyes anteriores, como es el caso de la Histoire de Louys XI, roy de France, que alcanzó gran éxito editorial en varias naciones europeas a partir de su publicación en 1610. Otra de sus grandes obras históricas, a la que recurriremos repetidamente en este estudio, es la Histoire de France et des choses mémorables advenues aux provinces estrangères durant sept années de paix du

13 Para el humanismo jurídico, literario y religioso en el XVI francés, aplicable a Matthieu, ver Broch, 2012. 14 Ver la Histoire de la mort déplorable, p. 141, para la defensa de las calumnias contra su falsa conversión. 15 Citado por Lafrance, 2008, p. 62. Para los usos ideológicos y políticos del saber histórico ver Esteve, 2103.

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règne de Henry IV, roy de France et de Navarre (París, 1605). En 1610, a la muerte del titular del cargo, Matthieu es nombrado historiador del rey, pero ese mismo año Enrique IV es asesinado por el fanático François de Ravaillac16. Durante la minoría de Luis XIII y la regencia de María de Médicis, con el consecuente ascenso del favorito Concino Concini y su esposa, Léonora Galigaï, los antiguos ministros y consejeros del rey, fueron expulsados o relegados a un segundo plano. Parece ser que por esos años, Matthieu mantuvo una prudente distancia sin estar del todo desligado de los círculos de poder. En 1617 se produce un cambio radical en el gobierno con el asesinato del consejero real Concino Concini y la ejecución de su esposa. Ese mismo año Matthieu publica, uno tras otro: Aelius Sejanus, histoire romaine recueillie des divers autheurs, que da como una traducción, entre otros, de los libros III y IV de los Anales de Tácito, y que contiene alusiones muy precisas a la vida de Concini; la Histoire des prosperitez malheureuses d’une femme cathenoise, grande seneschale de Naples, en la que escribe en filigrana la biografía de Léonora Galigaï tomando como modelo un relato de Boccaccio. En 1618 saca a la luz, dedicado al joven Luis XIII, La conjuration de Conchine, marquis d’Ancre, en cuya epístola liminar se lamenta de los acontecimientos que lo obligaron a alejarse de la corte, y explica cómo tuvo que soportar estoicamente sus aflicciones «comme un forçat à la rame», autorrepresentándose como un hombre justo balanceado por la fortuna, ante la cual tiene que arriar las velas para no sucumbir a la tormenta, para lo cual recurre a la tópica metáfora del náufrago en el océano de la política17. Aprovecha esas páginas para ratificar su deseo de servir al joven monarca que supo erradicar al «monstre infernal» y tirano que fue Concini, de la misma forma que había servido a Enrique IV, quien, le recuerda al sucesor, lo había señalado como «trompette de sa gloire, et pour combattre le temps envieux et jaloux de

16 Para el cargo de «historiador real» en Francia, ver Fossier, 1977; Ranum, 1980 y Lobbes, 2005. Si bien muchos historiógrafos gozaron del oficio de consejero real, el cargo era, a menudo, solo un título honorífico otorgado a hombres como Matthieu.Ver también Grell, 2006. 17 Matthieu, La conjuration de Conchine, «Au Roy», s.p. Esta obra se publicó sin nombre de autor y se le ha venido atribuyendo a Matthieu.Ver Lobbes, 2005, p. 510, n. 44. Conservamos la ortografía original del francés, pero modernizamos la acentuación, puntuación y empleo de mayúsculas para facilitar la lectura y comprensión de los fragmentos de las obras de Matthieu citadas a lo largo de este libro.

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ces faicts incomparables», en una también tópica alusión al atributo de Clío, Musa de la Historia. Tras su regreso a la corte, Matthieu, historiador real de Luis XIII, ya no compone las ingentes obras historiográficas que le habían valido el cargo bajo Enrique IV; ahora narra episodios recientes y biografías que, como las tragedias escritas en sus primeros años, buscan en el pasado respuestas o advertencias a la situación del presente. En 1621, Pierre Matthieu acompaña a Luis XIII al asedio de la ciudad protestante de Montauban, y contagiado por la peste, muere el 21 de octubre. Su muerte, sin embargo, no significó el fin de su carrera ya que su obra daría los excelentes frutos que tendremos la ocasión de conocer a lo largo de estas páginas. 1. PIERRE MATTHIEU ATACADO Y DEFENDIDO En el permeable microuniverso europeo por el que se movían las obras de nuestros humanistas, la escritura histórica de Matthieu lo hizo el foco de numerosas polémicas que, como era costumbre, solían zanjarse por medio de panfletos, sátiras, comentarios, epístolas y disputationes que hacían las veces de ‘tribunales’ de justicia, ejemplo temprano-moderno de los enfrentamientos del «campo literario» que Bourdieu concibiera como «campo de batalla». El caso de Matthieu es representativo ya que, en los círculos cortesanos parisinos y de algunas ciudades italianas de las dos primeras décadas del XVII, y a partir de los años 1620 en los de Madrid, su estilo lo colocó en el vórtice de las disputas sobre la renovación estilística de la prosa histórica. El jesuita Nicolas Caussin, preceptor y confesor de Luis XIII de Francia, en la dedicatoria al Cardenal de Retz de sus Tragediae sacrae en 1620, al ponderar los méritos de la prosa, que «dans sa forme élevée et soigneusement polie, exerce aussi un grand empire sur les âmes», se refiere a Matthieu en estos términos: L’éloquence est, en effet, comme un fleuve qui, dégagé des entraves du mètre, coule plus librement, et agit avec d’autant plus de vigueur que l’art s’y fait moins sentir. Ayant récemment discuté sur ce point avec Pierre Mathieu, qui a apporté dans l’étude de l’histoire toutes les lumières d’un grand esprit, je trouvai en lui un partisan décidé de la prose18. 18

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Boysse, 1970, p. 356.

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Autor de La cour saincte, manual repleto de máximas morales, ejemplos y reflexiones piadosas sacados de la historia, el padre Caussin fue admirador de Matthieu y de su prosa histórica19. Según este testimonio, su intercambio con el historiador lo animó a escribir sus «tragedias en prosa», ya que, a diferencia de la poesía, esta encubre mejor el artificio poético. Un precepto de Quintiliano esgrimido por los escritores del periodo, que a su vez Mártir Rizo, en la «Advertencia» de su traducción de 1625 de la Historia de la muerte de Enrico el Grande de Matthieu, no olvidará anotar: «Y Quintiliano llamaba a la prosa verso sin consonancia. Esto se debe imitar, no reprehender»20. Aun con el respaldo de Quintiliano y de Caussin, no todo fueron laudes para la prosa del historiador del rey. Los juicios sobre su producción histórica, como veremos a lo largo de este recorrido por la recepción contemporánea de su obra, se basan, por una parte, en el particular estilo con que la concibió y, por otra, en el contenido moral e ideológico que marca su escritura. En 1614, un historiador contemporáneo, René de Lucinge (que, por lo demás, le reprochaba haber traicionado tanto en la vida como en la historia al duque de Nemours, de quien, como dijimos, Matthieu había sido secretario en Lyon), es particularmente crítico con él en su tratado La manière de lire l’histoire. Con un argumento totalmente opuesto al del padre Caussin, Lucinge, antes de condenar la obra de Matthieu al olvido («Son livre (à mon avis) ne vivra pas») lo califica de ignorante de las causas históricas, de autor superficial y trivial, y de historiador incompetente21, puesto que, al escribir sobre Enrique III, por ejemplo, «se veut monstrer au langage plus net et plus beau que sage et discret historien»22. Si el jesuita Caussin admira el vigor y la elocuencia de la prosa que fluye como un río y resulta más natural que la poesía, el tratadista Lucinge le reprocha su manera de concebir la 19

El jesuita Caussin, renombrado maestro de retórica, fue autor de De Eloquentia sacra et humana, elogiada por Quevedo en La constancia y paciencia del Santo Job. Para el estilo de Caussin y la relación de Matthieu con los jesuitas ver Fumaroli, 1980, pp. 284-285. 20 Historia de la muerte de Enrico el Grande, trad. M. Rizo, s. p. 21 Lucinge, 1993, pp. 12-16. Si Matthieu es para Lucinge el gran traidor de la historia, también lo son otros historiadores como De Thou y Palma Cayet (pp. 1617). Para su juicio sobre Matthieu, ver las pp. 92-95; para la cita, p. 94. En el «Advertissement» de su Histoire de France et des choses mémorables, Matthieu se defiende de estos ataques y muy posiblemente de los de Lucinge en particular. 22 Lucinge, 1993, p. 93.

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escritura de la historia, a la que achaca la superficialidad de un aprendiz («clerc d’arme»). El estilo que alababa el Padre Caussin, y que tanto agradó a la corte francesa de la década de 1620, no tardó en pasar de moda. En 1636, Scipion Dupleix, sucesor de Matthieu en el cargo de historiador, decía que su predecesor había escrito «l’histoire de son temps en style fleurissant, et avec tant d’ornements oratoires, qu’il apparoit moins historique»23. Con estas palabras, Dupleix pone el dedo en el estilo florido que, según él, disminuía su capacidad como historiador al incluir en la escritura demasiados ornamentos discursivos. Así, el tratadista Lucinge, y de manera un poco más mitigada, Dupleix, cuestionan tanto la forma como el contenido de la historiografía de Pierre Matthieu. Por último, el Padre Pierre Josset24, en una defensa del estilo ático de influencia senequista y lipsiana, al catalogar hacia 1650 a los grandes prosistas (oratores) franceses, incluye a Matthieu junto con Jacques Amyot, Guillaume Du Vair, André de Nesmond, Scipion Dupleix, François de Sales y Guez de Balzac, entre otros. El orador, según la preceptiva clásica, se ocupaba, a diferencia del poeta, de la historia. A Guez de Balzac, el gran escritor de las Lettres y renovador de la lengua francesa, bautizado el «Sócrates francés», se le criticó por haber copiado de los márgenes de las obras de Matthieu, de las polianteas y del Politicorum de Lipsio25. Precisamente, una de las características de los textos de Matthieu, como los de Lipsio y Montaigne, es el empleo de sentencias, aforismos y apotegmas extraídos de grandes autores clásicos y modernos, tanto en los márgenes como en los textos mismos26. Charles Sorel, historiador de Francia a partir de 1635, transmite la opinión general de que bastaba la lectura de los márgenes de los libros de Matthieu para hacerse erudito. También atribuye su éxito en la segunda década del siglo a un elegante «stile fleury et figuré» plagado de metáforas y digresiones muy del gusto de muchos por esos años pero que sobrecargaba la lectura de la historia. Unas décadas más tarde, en 1670, el padre Pierre Le Moyne, en su libro De l’Histoire, acusa a Matthieu de haber dado «le premier exemple de cette manière de parler et d’écrire par morceaux», y lo llama el maestro 23

Lobbes, 1991, p. 99.Ver también Grell, 2006. Fumaroli, 1980, pp. 349-351; y 1990, pp. 108-109. 25 Citado por Lafond, 1981a, p. 138. 26 Sorel, La Bibliothèque françoise, p. 292 y 315-317. También citado por Lafond, 1992, p. 6. 24

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de «une certaine diction coupée ou rompüe, qui commence et finit à chaque ligne»27. Con estos ejemplos, vemos que el rechazo total de su estilo comienza a generalizarse con el clasicismo28 y, hacia la segunda mitad del siglo, contamos con un conocido testimonio en el que se recuerda a Matthieu como autor de sentencias morales. En Sganarelle (1660), Molière deja constancia de la difusión de sus versos: Lisez-moy, comme il faut au lieu de ces sornettes Les Quatrains de Pibrac et les doctes Tablettes Du Conseilleur Matthieu, ouvrage de valeur Et plein de beaux dictons á réciter par cœur29.

Esta es la imagen que perdurará en Francia, la de consejero de sus príncipes y escritor de bellas sentencias que se recitan de memoria; la del autor de las ingentes y floridas Histoires irá quedando en el pasado. En los citados versos, Molière alude a las Tablettes de la vie et mort, compuestas alrededor del año del regicidio de Enrique IV, que se leían en las escuelas y alcanzaron gran éxito editorial a lo largo del XVII francés junto con los versos de Pibrac y Faure30. Escritas en cuartetos y repletas de máximas agudas, alusiones a las costumbres de la época y a personajes contemporáneos —en la estela de toda una literatura gnómica de gran tradición— las Tablettes enseñan al hombre, mediante la «retórica de la consolación» a conocerse para aceptar, en perfecta lección estoica, la vida terrenal y la muerte31. Esta forma breve de filosofía moral, de raigambre griega, era también de uso común en las ars historiae del periodo y el éxito de las de Matthieu nos ofrece una visión de conjunto de su producción.

27

Le Moyne, 1670, p. 314.Ver también Lafond, 1981a, p. 136. Lafond 1981a, p. 137 . En relación con las críticas a Matthieu, Lafond advierte sobre la cómoda oposición que suele establecerse entre un clasicismo (buen gusto) y un Barroco (mal gusto) que poco tiene que ver con la realidad literaria del XVII (p. 148, nota 70). 29 Molière, Œuvres Complètes, acto I, escena 1, vv. 33-36. La importancia de la referencia estriba en el recuerdo de Matthieu por esas fechas, aunque Molière lo trate peyorativamente de ‘docto’.Ver Lobbes, 2005, p. 502. 30 Ver Tourette, 2008; Cabos, 1922; Lafond, 1984, p. 106. 31 Ver Smith, 1981; y Pibrac et al., 2008. 28

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Pierre Matthieu adquiere con su pluma fama en su tierra y más allá de las fronteras transalpina y pirenaica a pesar de los conflictos bélicos, religiosos y dinásticos que caracterizaron las relaciones de Francia con el Imperio de los Austria, y de estas dos naciones con la Inglaterra protestante. En España, su nombre fue ensalzado por Quevedo, quien, en el prefacio de la traducción de Mártir Rizo de la Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea, escribe un «Juicio a las obras de Pedro Mateo» donde lo llama «historiador francés cuyos escritos tienen estimación y alabanza», al que dedicaremos mayor atención más adelante. Otro juicio singular sobre su presencia en las letras españolas lo tenemos en una novella publicada en 1628, en la que uno de los personajes se refiere al francés como «ejemplo de historiadores, digno de sus cristianísimos reyes, a quien Maquiavelo no iguala en las materias de Estado»32, opinión que ilustra el sesgo político con que se leyó su obra en España. Sin embargo, ha sido el aragonés Baltasar Gracián quien ha dejado el argumento más concluyente sobre la importancia de Matthieu en el universo intelectual del XVII. En El Criticón, los personajes de Egenio y Critilo observan a Alejandro, Julio César y Augusto, e incluso a don Juan de Austria, frecuentar una botica sin letrero donde se vende «aquel inestimable licor que haze inmortales a los hombres, y entre tantos millares como ha habido y habrá los haze conocidos, quedando los demás sepultados en el perpetuo olvido»33. Critilo la compra y recibe una «redomilla de aquel eterno licor… y halló que era un poco tinta mezclada con aceite». Al disponerse a arrojar el licor de la fama, Egenio lo detiene y le dice: No hagas tal, y advierte que el aceite de las vigilias de los estudiosos y la tinta de los escritores, juntándose con el sudor de los varones hazañosos y tal vez con la sangre de las heridas, fabrican la inmortalidad de su fama. Desta suerte la tinta de Homero hizo inmortal a Aquiles, la de Virgilio a Augusto, la propia a César, la de Horacio a Mecenas, la del Jovio al Gran Capitán, la de Pedro Matheo a Enrique IV de Francia34.

32

La novella es «Casos prodigiosos y cueva encantada», de Juan de Piña Izquierdo, 1907, p. 195. 33 Gracián, 2001, p. 276. 34 Gracián, 2001, p. 276.

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En efecto, erigida sobre el sustrato del conocido tópico horaciano del poeta como immortalizador de la fama, Gracián coloca a Pedro Matheo, nombre hispanizado de Pierre Matthieu, en la filas de los escritores que supieron fabricar la gloria de los varones hazañosos, junto a los grandes Homero, Virgilio, César, Mecenas y Jovio. Si en Francia el nombre de Matthieu era recordado para ese entonces como escritor de bellas sentencias y consejero de príncipes, en España será conocido y alabado como el elocuente artífice de la gloria de Enrique IV de Francia. Así ocurre también en Inglaterra, donde vemos una traducción parcial al inglés de la vita de Enrique IV (The Tropheis of the Life and Tragaedie of the Death of that Vertuous and Victorious Prince Henry the Great Late of France and Navarre) de Josuah Sylvester, y una traducción íntegra de Edward Grimeston, The Heroyk Life and Deplorable Death of the Most Christian King Henry the Fourth35. Un breve repaso de los inventarios de algunas de las bibliotecas más importantes del momento indica que hombres de letras y eruditos españoles tuvieron la posibilidad de hacerse con libros franceses, entre ellos con los de Pierre Matthieu36. A pesar de las trabas impuestas por la Corona y la Santa Sede, el mercado librario extranjero era muy activo, y son varios los libreros franceses como Jerónimo de Courbes o Pierre Mallard (ambos amigos o conocidos de escritores y artistas del mundillo intelectual madrileño) que, hacia 1620, contaban con prósperos negocios en la corte. Estos libreros y mercaderes de libros mantenían un estrecho contacto con sus congéneres europeos y su campo de acción se extendía a Amberes, Lyon, París y Ruán, entre otras muchas ciudades europeas. Las rutas de intercambio por mar y tierra eran numerosas, abiertas por otros comerciantes y libreros como Pierres Cosin, Jean

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Aunque queda fuera del propósito de este libro, interesa señalar la difusión de Matthieu en la Inglaterra protestante y cómo su marcado catolicismo fue ‘traducido’ al contexto inglés, aclarando que la popularidad de su obra en una Europa de monarquías absolutas —dado el interés en la privanza, el sustrato neoestoico de sus escritos puestos al servicio del arte de gobernar, y su particular estilo— traspasaba las fronteras religiosas. Para el neostoicismo en Inglaterra, ver McCrea, 1997, pp. 3-24. Sobre las diferencias básicas entre humanistas católicos y protestantes, ver Ynduráin (1994, pp. 457-458). 36 La mayoría de los datos sobre las obras de Matthieu en estas bibliotecas los extraemos de Gutiérrez, 1977, p. 182 y ss.Ver también Manso Porto, 1996 y la base de datos IBSO: Inventarios y Bibliotecas del Siglo de Oro, .

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Curlet, Diego Faures o Francisco Pérez de Bayona, que en desde finales del XVI y principios del XVII mantuvieron un ojo atento a las novedades editoriales de otras urbes y facilitaron la llegada de libros franceses a manos de selectos grupos cortesanos37. En el Índice expurgatorio de Sandoval y Rojas, entre las obras francesas expurgadas a la altura de 1612, está la citada Histoire de derniers troubles de France de Matthieu, al lado de otros escritos polémicos sobre política y religión francesa38. Con todo, parece ser que el prestigio que había alcanzado el francés, como mismo había sucedido con Lipsio o Bodin, le permitieron pasar las sospechas inquisitoriales tan solo unos años más tarde. El inventario de las bibliotecas de personalidades tan diversas como el arquitecto Juan de Herrera, los pintores Diego Velázquez y Bartolomé Esteban Murillo, el conde duque de Olivares, el diplomático y político Lorenzo Ramírez de Prado, el mecenas Vicencio Juan de Lastanosa, el consejero Diego de Arce y Reinoso, y el bibliófilo Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar, nos permiten constatar la fuerte presencia en España de libros franceses, y en muchas de ellas, de varias obras de Matthieu. En la biblioteca del pintor Murillo figura la Histoire de France et des choses mémorables (en tres tomos); en el inventario de la del conde de Gondomar, que data de 1623, aparecen, además de esta, la Histoire des derniers troubles de France y la Histoire de la mort déplorable de Henry IV 39. En la de Olivares, una de las más nutridas a la altura de 1620, como se sabe, de Matthieu se encuentran la Historia general de los postreros tumultos de Francia, en tiempo de los reyes Henrique III, Enrico IV y Luis XIII; la Histoire de Louis XI, la de la muerte de Enrique IV (2 ejemplares), la del marqués de Villeroy y la de Seyano. En el inventario de 1637 de la Biblioteca del Alcázar de Madrid, figuran casi todas las obras históricas de Matthieu en italiano, francés, además de las traducciones al español de Mártir Rizo y de Van der Hammen40. Abundan en este periodo en España las publicaciones de textos históricos que versan sobre la práctica del gobierno. Un conocido testimonio es la importante biblioteca de Olivares, «particularmente rica

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Gil Fernández, 1981, p. 624.Ver también Aranzueque, 2011. Martínez de Bujanda, 2016, p. 97. 39 Manso, 1996, pp. 604-605. 40 Bouza, 2005, pp. 555-557. 38

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en libros de historia y tratados políticos»41. El interés del conde duque por la obra historiográfica francesa es manifiesto, así como el de su gran amigo y bibliotecario, Lorenzo Ramírez de Prado, conocido francófilo y apasionado coleccionista de libros franceses42. En la biblioteca de este último se encuentran varias de las obras originales de Matthieu, además de las traducciones de Mártir Rizo y la de Pedro van der Hammen y León. No en vano Mártir Rizo le dedica al influyente bibliotecario su Historia de la vida de Séneca (1625). La biblioteca de Lastanosa cuenta también con ediciones francesas de Matthieu y con las tres traducciones de Mártir Rizo, y también la del canónigo hispalense Ambrosio José de la Cuesta, que incuye la traducción de Squarzafigo de la vida de Seyano43. Como se desprende del estudio y la catalogación de Asensio Gutiérrez, la obra histórica de Matthieu interesa en España en ese entonces, y sus escritos penetran en la península por vías diversas: las versiones originales, las traducciones y las ediciones italianas44. La primera traducción al español de una obra de Matthieu de que tengamos constancia, la que poseía el canónigo De la Cuesta, data de 1621 y la hace un banquero genovés residente en Madrid, Vincencio Squarzafigo, e ilustra la «ruta» italiana de la difusión de su obra en España. Su fama en Italia, donde alcanzó ese elemento de «distinción» acuñado por Bourdieu, fue inmensa y, al parecer, los lectores llegaron a preferirlo a Michel de Montaigne ya que el clima cultural italiano de la época era más receptivo a la reflexión política del primero que a los ensayos «cerrados» del segundo45. El gran centro donde se producen las traducciones de Matthieu es Venecia, en las casas editoriales de Fontana y de Barezzi, que compiten por publicar su Histoire de France et des choses mémorables, en la que los cambios de títulos, la edición y presentación

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Elliott, 2004, p. 57. La historia, en segundo lugar tras la poesía, es uno de los géneros más publicados en el XVII, según el cómputo de José Luis Aguirre (1987). Ver Cayuela, 2005, pp. 68-69. 42 Gutiérrez, 1977, p. 194. 43 Ver Solís de los Santos, 2017, p.83. 44 Gutiérrez, 1977, p. 252. 45 Para esta opinión, y la del éxito italiano de Pierre Matthieu, seguimos a Zilli, 1991, 1997; y a Motta, 1998. Según Zilli, el escritor Girolamo Cannini, que en 1625 había reducido la Storia d’Italia de Guicciardini a una serie de aforismos políticos, tradujo los Essais e intentó en vano introducirlos en la corriente en boga de los «discursos políticos», eliminando, durante la traducción, los capítulos demasiados personales y las notas demasiado privadas.

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de los libros, así como la añadidura o eliminación de fragmentos en las diversas traducciones, era una estrategia común46. En el año 1628, en pleno apogeo editorial de la obra de Matthieu en Italia, el editor Barezzi, en su dedicatoria a la edición veneciana de Della Historia di S. Luigi XI, Ré di Francia se dirige a los lectores encomiando al francés como escritor venerado y el más famoso de su tiempo47. El título de la versión italiana es testimonio que, a nuestro modo de entender, resume ese gusto por la lectura política de la obra del francés: Della Historia Memorabile di Luigi XI, Ré di Francia, Libri Dieci, del Sig. Pietro Mattei, Consigliere & Historiografo del Rè Henrico IV, Il Grande, Tradotti con ogni fedeltà di Francese in Italiano, dal M. R. Sig. Girolamo Canini d’Anghiari; Ne´ quali si scorge, quanto di eccellente, e di sublime può produrre la più fina Ragione di Stato; E si vede maestreuolmente ritratto al vivo il perfetto modello d´un principe politico (Venecia, Barezzi, 1628). El auge editorial de su obra en Italia llegó a tal punto que el editor Barezzi le añade a dicha traducción, la de la historia de Luis XI, un Giuditio politico sopra la vita di Luigi XI y un Specchio della scienza politica, cavato da’ più fini christalli delle Massime e Detti Sententiosi che sono sparsi nell’ Opera presente e nell’ Historia memorabile del Signor Pietro Mattei. E ridotto ad utile de’Virtuosi in forma di Tavola sotto capi per ordine d’alfabeto da Barezzo Barezzi, en la que el veneciano recopila y ordena máximas y sentencias, a la manera de manuales de conducta para hombres de Estado. Otro de esos florilegios, publicado también en Venecia en 1628, es muestra de las concomitancias que editores y lectores veían entre la obra de Matthieu y la de Trajano Boccalini y Marcantonio Querini: el Vago e dilettevole giardino di vari coloriti fiori, politici e morali, racolti dagli spaziosi e ameni campi dei signori Mathieu, Boccalini e Quirini48.

46 Zilli, 1991, p. 240. La portada de la edición veneciana de Barezzi de 1628 reza: Della Perfetta Historia di Francia, e delle cose più memorabili occorse nelle Provincie straniere ne gli di Pace Regnante il Christianissimo Henrico IV Il Grande, Re di Francia e di Navarra, Libri Sete: Del Signor Pietro Mattei, Consigliere, & Historiografo Regio. Tradotti di Francese in Italiano dal Signor Conte Alessandro Senesio Bolognese: Aggiunto hora, oltre molte cose tralasciate ne’ll altre editioni, e riposte con accurata diligenza a suoi luoghi, Tre curiosi, e nobilissimi Discorsi dello stesso Mattei, i quali nell’ altre impressioni non si ritrovano, cioè, Il Principe Glorioso, La Principessa Santa, & L’huomo Saggio Di Stato: Con li Summarii, e Numeri fedelissimo à ciascuna Narratione, & vna Nuova, & copiosissima Tavola delle cose più notabili: oltre molti altri miglioramenti: comme nella Lettera a’ Lettori dimostra. Consacrati all’ Illustrissimo Signore Il Sig. Michelangelo Bagliono, Marchese di Morcone. 47 Citado por Zilli, 1991, p. 237. 48 Citado por Aricò, 2007, p. 204, n. 60.

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La utilización interesada de las obras de Matthieu en tales operaciones editoriales es significativa en sí y apunta, en primer lugar, a la opinión de Sorel de 1664 antes vista de que las obras de Matthieu eran casi polianteas o recopilaciones de erudición, y además, a su importancia en la producción de conceptos políticos en lenguas vernáculas. Además de Venecia, la obra del historiador francés parece haber seguido el circuito político de París-Módena-Roma-Vaticano. Gracias a los frecuentes contactos culturales y diplomáticos franco-italianos, las obras historiográficas de Matthieu —«voz de la mejor literatura cortesana francesa»49— llegaron al Ducado de Módena y a gran parte de los círculos cultos romanos y del Santo Oficio. El cardenal Bonifacio Bevilacqua, el cardenal Alessandro d’Este (que incluso participa en las traducciones), el humanista Antonio Querenghi, entre otros, conocían y divulgaban su obra, fundamentalmente las vidas de Seyano, de Enrique IV de Francia, de Felipa de Catanea y del marqués de Villeroy50. Otro de los juicios más conocidos sobre Matthieu que da cuenta de su relevancia en las letras italianas del periodo se encuentra en el cuarteto liminar de Giulio Strozzi de la edición de las Opere del Signor Pietro Mattei, Historiografo de’ Rè di Francia de 1638, donde lo llama «Tácito de Francia»51. Esos pocos ejemplos, a lo largo de dos décadas, son muestra del éxito transalpino de Matthieu por medio de la traducción y la adaptación de sus obras: ocho traductores se dan a la tarea de pasarlo al italiano y una veintena de editores lo difunden por la península itálica52. Tras el éxito alcanzado entre 1610 y 1629, el gusto por su obra, al igual que sucede en España, también parece haber decaído para la década de 1650; después de la publicación de sus Opere en 1638 las ediciones de sus obras en Italia se irán haciendo cada vez menos frecuentes53. * * *

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Motta, 1998, p. 126. Para el recorrido París-Módena-Roma de las primeras versiones italianas de Matthieu, ver Motta, 1998. 51 «Gran Tacito di Francia, ecco qui sei/ Dà dotta man vivacemente espresso:/ Mà tù nel opre tue meglio tè stesso/ Hai Saputo ritrar PIETRO MATTEI», Le opere del signor Pietro Mattei, 1638, s.p. 52 Zilli, 1991, p. 238. 53 Zilli, 1991, p. 242. 50

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Los juicios sobre la escritura histórica de Matthieu contienen, en su mayor parte, un elemento esencial sobre su particular estilo que, como decíamos, se inserta en la gran polémica retórica sobre el uso de la frase breve, las sentencias y los apotegmas en la prosa europea del momento. Fue gracias a este estilo sentencioso que, según Croce, tuvo grande rinomanza e divulgazione in Italia il francese Pierre Mathieu, o Pietro Mattei, con la sua Historia di Francia, e più ancora con le brevi storie di Elio Seiano e di una Femina di Catania gran siniscala del regno di Napoli; il cuale, come scrive Tomasi, «inventò un novo modo di congiungere agl’istorici racconti le politiche massime e di spiegare con brevità di concisi gravità di sentenze», e la cui opera un editore italiano lodava «così copiosa di sentimenti pellegrini che ella è reputata per un cielo del quale seino stelle gl’infiniti concetti ch’ella comprende, singolari non solamente, ma divini54.

Interesa, en la cita de Tomasi, su consideración del francés como inventor original que combina lo histórico y lo político, juicio que demuestra que, a pesar de haber sentado Matthieu las bases de su obra en la imitatio del legado grecolatino y renacentista, logró impregnarla de originalidad y distanciarse de ese mismo legado hasta convertirse en un referente europeo. La utilización de ese nuevo modo de conjugar en la narración histórica las máximas políticas con un estilo sentencioso y aticista que subraya la gravedad de la frase que elogia Tomasi, fue lo que le valió gran fama, pero también fue el punto central de su crítica como historiador. Veamos, en primer lugar, en qué sentido se entiende su pertenencia a las filas de los historiadores. En la misma Italia donde fue tan bien recibido y difundido, en el contexto de la renovación del estilo, Matthieu sirvió de punta de lanza contra los «modernos». Mascardi, humanista de tradición ciceroniana, da noticia de la fama europea (e incluso otomana) del historiador, como referíamos al inicio de este capítulo, pero no con el fin de ensalzarlo, sino para atacar su estilo. El italiano es el autor de uno de los tratados más importantes sobre la historiografía de su tiempo, Dell’ arte historica (1636), y fue un intransigente clasicista opuesto a la moda aticista de los modernos. En varias ocasiones a lo largo de su tratado, Mascardi

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Croce, 1993, pp. 189-190.Ver Zilli, 1997.

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aprovecha para referir la opinión de que Matthieu fue el iniciador de esta «corrupta eloquencia»55. En las Historiettes de Gédéon Tallemant de Reaux, escritas a partir de 1657, y que pasan revista a la vida cultural francesa del XVII, vuelve a aparecer la figura de Matthieu, entre otros, como corruptor de los italianos56. Esta evaluación de Tallemant es ejemplo de esos fuegos cruzados de préstamos y deudas que caracterizaron la República de las Letras europeas de finales del XVI y principios del XVII, en que se inventó un «dir moderno»57 en la escritura de la historia, para emplear el sintagma de Lafond, y del que Pierre Matthieu fue uno de sus creadores, y Virgilio Malvezzi uno de sus mejores representantes. Parece ser que los ataques de Mascardi al estilo de Matthieu como corruptor de la prosa de su tiempo iban en realidad dirigidas a Malvezzi, y que eran el «bersaglio fittizio per nascondere il vero obiettivo della polemica che sarebbe invece da individuare Virgilio Malvezzi, campione riconosciuto di una corrente stilistica non ciceroniana, ma importata invece all’ imitazione di Tacito e Seneca»58. Así, se critica a Matthieu para atacar a Malvezzi: «Se agli occhi dei contemporanei risultava del tutto scontata la collocazione ‘spagnola’ della cifra stilistica malvezianna, essa finiva quasi per riverberarsi sulle stesse scritture storiche del Matthieu». Si es 55 Dice así: «...se questo e vero, compatisco di cuore a la nostra disavventura, veggendo ingegni senza paragone du lui più generosi et più dotti farci volontariamente seguaci d’uno scrittore dalla sua medesima nazione per più titoli vilipeso», citado por Bellini, 2002, p. 198. Para la historiografía de Mascardi, ver Pineda, 2012. La tratadística histórica de Mascardi buscaba corregir los ‘vicios’ de su época y proponer una teoría coherente de la elocución, sacada entre otras fuentes de Cicerón (contrapuesta a la oscura brevitas lipsiana), oponiendo el estilo de la responsabilidad a «quella ventosa e enorme loquacitá de’ sofisti», librándose a un ataque contra los sofistas modernos y su excesivo ornamento debido a la confusión entre prosa y poesía (Fumaroli, 1980, pp. 223-226). 56 Tallemant critica a Honorat Laugier, sieur de Porchères, junto con Matthieu: «Je croy que Porchères a contribué avec Mathieu à gaster les Italiens d’aujourd’huy, et les Italiens à leur tour ont gasté quelques-uns des nostres. Il n’y a que vingt ans qu’on a veû des secretaries d’Estat (Brienne) donner deux pistolles du Politico-Catolico de Virgilio Malvezzi». En la nota sobre Matthieu, leemos que este representaba, en opinión de contemporáneos como Malherbe, «l’extrême folie du baroque, par-delà les excès mèmes de Nervèze et de Des Escuteaux» (Tallemant des Réaux, 1960, p. 154). Para la relación de la academia des Gelati de Boloña con Matthieu y Malvezzi, ver Motta, 1998; y Miotti, 2014. 57 Lafond, 1981a. 58 Bellini, 2002, p. 199.

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cierto, como dice Mascardi, que Matthieu fue quien dio comienzo a esa corriente, el italiano se compadece de los escritores de su patria que imitaban a un autor vilipendiado, incluso en la suya59. Observemos, por último, otro curioso episodio literario del XVII de las décadas en que la fama del historiador iba en picado. Girolamo Brusoni (1614-1686), uno de los más activos participantes de la Accademia degli Incogniti de Venecia, en su bocaliano Ragguagli di Parnaso (1641), inserta una mordaz sátira en la que coloca a Matthieu a las puertas del Parnaso antes de ser admitido en las filas de los gloriosos historiadores. Tras examen del aspirante Matthieu por los censores, este es el veredicto: tener discorsi sopra le azioni dei principi, non veniva reputato officio di perfetto istorico, ma di semplice compilatore o di cortese panegirista; ch’egli, il Mattei, aveva mostrato in quelle sue opere d’aver cosi poco rispetto per la verità e tanta invece fantasia, che il reputavano degnissimo d’essere ammesso nella nazione non già degli storici, ma dei poeti, come persona ch’ha saputo con tanta grazia e con tanta destrezza far passare il nervo dell’ Historia in sostanza Poetica, che gli Omeri, i Virgili e i Tassi con molta ragione devono cedergli il principato!60

El lucianesco episodio, sin duda, remite a uno de los más conocidos pasajes de la Poética aristotélica en que se establecía la distinción entre el poeta y el historiador: el primero, el poeta, debía ocuparse de la verosimilitud, es decir, de «lo que podría suceder» y el segundo de la verdad, o «lo que ha sucedido»61. Obviamente, Brusoni, por boca de los censores, acusa a Matthieu de ser un mero compilador y panegirista real que escribe con poco respeto por la verdad transformando el «nervio de la Historia» en substancia poética a tal punto —y he aquí lo fino y mordaz de la sátira— que los grandes Homero, Virgilio y Tasso le han de conceder la corona. Esta opinión se alza en contraste con las emitidas por Gracián en estos años que, si bien reconoce la pertenencia del francés a 59

Bellini, 2002, p. 213. Por su parte, Colomer (1995) subraya la huella del estilo de Malvezzi. Quizá uno de esos «dalla sua medesima nazione» a que se refiere el italiano es el anticuario francés Nicolás de Peiresc (1580-1637), quien, en una carta de 1619, dice de su coterráneo: «Qua non se tiene gran conto, per essere persona assai poco guidiciosa e che si pagga d’ogni sorte di moneta. Citado por Bellini, 2002, p. 199, n. 156. 60 La cita completa es de Marchesi, 1896, pp. 81-82. 61 Aristóteles, Poética, 1974, pp. 157-158 (1451b).

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la fila de los oradores y señala su excesiva ponderación, lo hace pasar por las puertas del mausoleo de los grandes historiadores: El francés Pedro Matheo, eminente historiador de Enrico Cuarto, y muy estimado de él (sabiamente, pues con una valiente pluma vuela por los espacios de la eternidad la fama), fue también juicioso, ponderativo algo en demasía, tanto que le censuran algunos de su nación más de orador que de historiador; pero absolutamente se hace lugar entre los antiguos Floros, Patérculos, y aun Cornelios…62

Con distintiva agudeza y concisión, Gracián resume el aspecto central de las críticas al francés en el marco de las polémicas sobre la escritura de la historia y la renovación del estilo que agitaron la comunidad literaria del Barroco: si bien Matthieu es poseedor de una osada pluma que asegura la fama de Enrique IV, y merecedor de integrar «absolutamente» la casta de los grandes historiadores, es, asimismo, «ponderativo algo en demasía», por ello censurado, como hemos visto, no solo en su patria, sino también por italianos y españoles. Esta centrada valoración de Gracián condensa el espectro de juicios que se emitieron sobre la significación de la obra histórica y el estilo del cronista en las letras españolas. Tras estos breves apuntes, resalta con claridad que durante las tres primeras décadas del XVII, un destacado núcleo de escritores, editores y estadistas europeos conocía y leía en original o en traducciones la obra de Matthieu, y opinaba sobre ella. La elocuencia alabada por Caussin y Gracián, las frases sentenciosas dignas de ser recitadas de memoria de Molière —junto con las muchas objeciones a su estilo y fidelidad histórica— hacen de él un típico representante del quehacer humanístico europeo de finales del XVI y principios del XVII. 2. «PORQUE NO ESCRIBIMOS HISTORIAS, SINO VIDAS» El veredicto de los censores del Parnaso de impedirle la entrada en las filas de los historiadores revela una de las más intensas inquietudes sobre la escritura histórica en el XVI y XVII, en el vórtice de la cual se encuentra el cronista real Pierre Matthieu. En ese sentido, Mascardi, 62

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Gracián, Obras completas, p. 793.

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Lucinge, Le Moyne y otros teóricos de la historiografía europea pertenecen a esta corriente de humanistas que discurren sobre las cuestiones relacionadas con la ars rhetoricae y la ars historiae, es decir, la relación entre la narración y los hechos, la escritura de la verdad y las cortapisas retóricas de dicha escritura. En realidad, no solo sobre Matthieu, sino sobre todos los hombres de letras que, como él, se dedicaban a la escritura de la historia oficial, llovieron las acusaciones de adulación, incompetencia y tergiversación. A partir del siglo XIV italiano, la recuperación y estudio de manuscritos del legado grecorromano produjo una intensa labor de edición y difusión que marcaría la temprana modernidad. El estudio de la literatura clásica en griego, latín y hebreo, así como el análisis de estos textos y el intercambio de inquietudes y hallazgos entre los humanistas, propiciaron el desarrollo de la filología, la filosofía y la historiografía, entre muchas otras disciplinas. Recuerda Jorge García López, en relación con la polémica ciceroniana sobre el mejor estilo, que a finales del siglo XVI, la philologia acertó a ser la primera ciencia rigurosa de la Europa moderna63. Los resultados de los avances en la edición y el estudio crítico de estos textos revolucionaron la manera de concebir la escritura historiográfica, al tiempo que el rescate de los historiadores griegos y romanos fomentaba la búsqueda de nuevos métodos para su estudio64. Para Aurora Egido, las dos vertientes que contribuyeron al proceso de autonomía alcanzado por la historia como ciencia fueron el estudio de los historiadores clásicos (Polibio, Tucídides, Tácito) y el descubrimiento de la Poética de Aristóteles, con el papel que la historia desempeña dentro de la misma junto a la filosofía y la poesía65. Así, las ars historicae, junto con las artes poetica y rhetorica, desde sus inicios tuvieron que buscar maneras de adecuarse a los estilos y los tiempos. En el XVI, se pasó de la escritura y la lectura de la historia al método, y de su aspecto literario a su utilidad interdisciplinaria, e incluso a su valor filosófico66. Consciente de que en escritores como Bodin, De Thou o La Popelinière se estaba gestando una nueva manera de concebir la historia, patente en prefacios,

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García López, 2006, p. 43. El caso más conocido, como es sabido, es la aplicación de métodos filológicos por Lorenzo Valla en el XV para demostrar la falsedad de la Donación de Constantino. Ver Regoliosi, 1987. 65 Egido, 2000, p. 119. 66 Egido, 2000, p. 217. 64

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dedicatorias o introducciones, Matthieu, en defensa de su particular manera de concebirla, y ante las críticas de sus contemporáneos, nos ofrece un testimonio de esta idea en una breve nota marginal: «Façon d’escrire l’Histoire nouvelle mais utile & agréable»67. Anclado en la visión tardo-humanística de una historia inseparable de la ética y la retórica, esta forma innovadora que prefiere Matthieu ha de relacionarse con la intensa búsqueda de ‘métodos’ por estas décadas, entre los que destacan el pedagógico de Petrus Ramus y el científico de Bodin, que con su Methodus ad facilem historiarum cognitionem (1556) ofreció un modelo para las divisiones de la historia. Este proceso de evolución de la historiografía a lo largo del XVI se produce, sin embargo, sobre el inevitable sustrato del dictum ciceroniano de la historia magistra vitae. Con sus raíces en la tradición grecorromana, en resumen, la historia, a lo largo del XVI y XVII, fue para estos historiadores y tratadistas una forma de retórica y una fuente de ejemplaridad moral y prudencial68. La veritas, uno de los temas dominantes, era, según Cicerón, la prima lex historiae, lo que la separaba de la retórica y de la poesía69. La crítica por faltar a la verdad que lanza Mascardi en el Dell’arte historica, por ejemplo, no solo se reduce a modernos como Matthieu, sino que llega a extenderse a venerados griegos y romanos, desde el «menzogne de Erodoto» cuya obra está repleta, según él, de «materia favolose e degne di poema» hasta las mentiras («manifeste bugie») de autores latinos como Tácito70. Uno de los subgéneros históricos más practicados por el francés para la edificicación moral de sus lectores fue la escritura de vitae, que hunde sus raíces en las conocidas Vidas paralelas de Plutarco. Desde el punto de vista moral, sabemos que este último, al igual que Séneca, fue considerado uno de los moralistas antiguos con que mejor podían engarzarse la antigüedad clásica y el cristianismo. Erasmo, en su apartado sobre la variedad de los ejemplos para lograr la copia, ofrece a Plutarco como paradigma de historiador y filósofo: «Este autor es el más serio

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Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. El discurso de Antonio del libro II de De Oratore de Cicerón es la fuente romana más importante para la teoría de la historiografía clásica.Ver Woodman, 1988, pp. 70-116; Koselleck, 1985; y Momigliano, 1990, p. 48. Para la importancia de la verdad y la ejemplaridad ciceronianas, ver Hampton, 1990, p. 6. 69 Kelley, 1988 y 2005, pp. 216-217. 70 Citado por Bellini, 2002, pp. 114-115. 68

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de todos, ya que unió a sus conocimientos de la filosofía la elocuencia de un historiador, de manera que en él hay que contemplar no sólo a un historiador digno de todo crédito sino también a un filósofo escrupuloso y sabio de juicio autorizado»71. Su obra fue pilar indispensable en los programas de estudio de las escuelas renacentistas y barrocas. Sus Vidas paralelas, dado lo ameno de su lectura y su temática, eran perfectos espejos de príncipes y constituyeron un componente esencial del aprendizaje moral y la instrucción de reyes y nobles. No obstante, como ha demostrado Peter Burke, no todos los historiadores del pasado tuvieron la misma recepción e influencia por esos años, ya que su lectura e interpretación variaba en los diversos países y épocas según los intereses particulares de cada nación, o simplemente porque los gustos respecto a la historia iban evolucionando72. Si Tácito fue el historiador antiguo más traducido en nuestra primera modernidad73, Plutarco no quedó olvidado, y tanto en Montaigne como en Matthieu, las referencias a su obra —junto con las de Séneca— son las más abundantes. Dentro de una nómina de ciento sesenta y dos autores citados en la Histoire de France et des choses mémorables de Matthieu, Plutarco y Séneca encabezan la lista, hecho este también relacionado con la difusión que alcanzó el autor griego en Francia después que su traductor más conocido, Jacques Amyot, llevara sus Vidas al francés en 1559. Para la escritura de vitae los hombres de letras del periodo contaban, además del omnipresente Plutarco, con otros biógrafos griegos como Jenofonte, autor de la Ciropedia, una de las vidas más leídas por nuestros humanistas74. Del periodo clásico podían también seguir el modelo de Arriano (Discursos de Epicteto, el filósofo estoico con quien este había 71 Erasmo, De Copia, pp. 352-353. Para las citas, abreviamos esta obra por su título en latín: De Copia. Para Plutarco en España, ver Morales Ortiz, 2000. 72 Burke, 1966, p. 135. 73 Burke, 2007 p. 126; y Burke, 1966, p. 136. 74 Para la biografía en general, ver Momigliano, 1971; Madelénat, 1984; Cochrane, 1981; Mayer y Woolf, 1995;Weiss, 2010. Matthieu, y también Lorenzo Van der Hammen, citan a Jenofonte. De este circuló en España la versión de Diego Gracián de Alderete de 1552. Nepote es autor de De viris ilustribus, Crónica, Exempla y Vidas de Catón y Cicerón. Además de Nepote, también es representante del género Valerio Máximo, cuya obra tuvo gran transcendencia en el Renacimiento, como estudiaron Cuartero (1993, vol. I, pp 61-91); y Aragüés, 1999. No forma parte de este estudio dedicarnos a las hagiografías medievales ni a los accessus escolares de las vidas de filósofos, autores y figuras míticas. Para un estudio general, ver la colectánea editada por France y St. Clairn, 2004.

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estudiado); de Filostrato, que compuso la vida de Apolonio, el filósofo de Tiana; y de Diógenes Laercio, con la Vida y opiniones de los eminentes filósofos. Dentro de este subgénero historiográfico es de destacar también la figura de Tácito, que escribió la vida del soldado y estadista Agrícola, su suegro, en la que dio preponderancia al discurso panegírico; y la de otro contemporáneo, Suetonio, que escribió las famosas De Vita Caesarum donde, mediante una industriosa recopilación de hechos, anécdotas y dichos, incluye detalles escandalosos de la vida de los emperadores romanos. Además de la distinción entre la historia y la biografía que hacían los antiguos dentro de la escritura histórica, los escritores de vitae como Suetonio, Diógenes y Plutarco se distinguían por los fundamentos filosóficos, las técnicas narrativas y los fines morales de sus obras. Aunque considerada un subgénero historiográfico, los contornos que regían la composición una vita eran flexibles, los autores que las componían extraían materiales eclécticamente de los modelos citados y las formas de concebirlas podían ser también muy variadas75. Al hablar de la biografía en el Renacimiento no se puede olvidar el papel de Boccaccio y Petrarca como difusores de gustos y prácticas contemporáneos que renovaron el antiguo género heredado de la literatura antigua y medieval. Boccaccio, como sabemos, se convirtió en uno de los primeros en recopilar infinidad de anécdotas de la historia antigua en el De casibus virorum illustrium (1360 y 1373) y De claris mulieribus (1362). Petrarca, que había resucitado el antiguo género de las vidas a partir de los modelos de las colecciones hagiográficas, comenzó su De viris illustribus en 1337 y trabajó en su reescritura hasta su muerte76. El género se vio revitalizado con las galerías de personajes ilustres

75 Weiss, 2010, p. 14; Cochrane, 1981, pp. 406-408. En apretado resumen, estos son algunos de los tipos fundamentales de escritura biográfica: (1) La vida ejemplar en la estela de Plutarco; (2) la tradición cortesana de Suetonio; (3) la vida humanista de un ilustre varón; (4) la colección humanista de vidas, o retratos de individuos (categoría diversa, reavivada por Petrarca y Boccaccio) que acoge una subcategoría de «caída de príncipes» y otra de vidas de pintores y literatos; (5) la de la tradición no humanista, sin las especificades de los modelos clásicos; (6) la vida y época de un gran personaje; (7) las continuaciones de la hagiografía medieval, que cobran auge tras la reforma tridentina; (8) la biografía eclesiástica; (9) la biografía sagrada protestante; (10) y los escritos varios que no son biografías en el sentido formal pero que encapsulan la vida de algún personaje ilustre: prefacios y alabanzas a personajes famosos en dedicatorias, cartas, panfletos políticos, etc. (Mayer y Woolf, pp. 13-16). 76 Eichel-Lojkine, 2001, p. 32.

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y los retratos panegíricos de los grandes hombres y mujeres del pasado como una de las variantes válidas del discurso historiográfico y una de las formas básicas de la literatura humanística en lengua vernácula77. Valla, con su vida de Fernando de Aragón, Pier Cándido Decembrio con la de Francisco Sforza y de Filippo María Visconti, y Beccadelli (Il Panormita), con su famoso De dictis et factis Alphonsis Regis, son ejemplos de este interés renovado por la tradición biográfica y política dentro de la escritura de la historia. Maquiavelo, conocedor de la tradición, añade al edificio biográfico la Vita di Castruccio Castracani y su conocido Il Principe. El desarrollo del pensamiento historiográfico de la península itálica durante el siglo XV, mediante el escrutinio de los hechos de la antigüedad desde el prisma de la política en un momento en el que ya se habían afianzado estados monárquicos en Milán, Nápoles, Ferrara y Mantua, por ejemplo, nos servirá para mejor entender un florecimiento similar, mutatis mutandis, de la biografía política en el contexto absolutista del siglo XVII europeo. Uno de los aspectos más importantes de la historiografía renacentista que habría que subrayar es el lugar que ocupa el tema del tiranicidio, que toma como prototipo a Bruto a partir de la lectura de Plutarco y los comentarios de Dante, Petrarca, Salutati y Boccaccio78. Esta preocupación, desde el asesinato de Alejandro de Médicis por su primo Lorenzino en 1537, renace con fuerza tras los magnicidios de Enrique III y IV de Francia, el de la católica María de Escocia por orden de Isabel I en 1568, y el asesinato de Guillermo de Orange en 1580. En el XVII, el ajusticiamiento del secretario de Lerma, Rodrigo Calderón en España y, en Inglaterra, la ejecución de Walter Raleigh en 1618 y el asesinato del gran duque de Buckingham en 1628, dejaron en la literatura del periodo muestras de esta inquietud. Estos ‘contramodelos’, que representan un desajuste del orden político, serán objeto de decenas de narraciones biográficas a lo largo del XVI y XVII. El prólogo de Plutarco a las vidas de Alejandro y César servirá de marco teórico para la escritura de vitae en la Europa renacentista y barroca. Así como la Poética de Aristóteles fue fundamental para la 77 Gómez Moreno, 1994, pp. 227-241. Uno de los episodios más conocidos es el que opuso al historiador oficial, Lorenzo Valla y a Bartolomeo Facio y Antonio Beccadelli (el Panormita) en la corte de Nápoles a mitad del XV. Para el debate, ver Bentley, 1987, pp. 222-241. 78 Piccolomini, 1991.

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distinción entre la poesía y la historia, la obra de Plutarco fue el otro cauce que siguieron los autores del Renacimiento y Barroco para acotar el subgénero histórico de la biografía79. En lo esencial, Plutarco señala en este texto que no referirá algunas de las grandes hazañas (o las mencionará apenas) con el fin de escribir la vida de un hombre en la que se manifiesten sus virtudes o vicios; un dicho agudo o una niñería son más ilustrativos que las batallas y sitios de ciudades. Consecuentemente, la selección de anécdotas y nimiedades que hace en las vidas de los ilustres griegos y romanos subrayan su intención de ofrecer pinturas completas, semejando su arte al del pintor de los «indicios del ánimo». Resulta entonces claro que para los lectores y escritores de nuestra primera modernidad, el elemento primordial de este subgénero histórico era el ethos, el cual se logra con la inserción de anécdotas y detalles ejemplares. Llama la atención, sin embargo, una nota discordante en medio de tanta alabanza e imitación del gran autor de las Vidas paralelas, y la lanza Jean Bodin al criticarlo por no ser tanto historiador, como juez de príncipes80. Montaigne, en el ensayo sobre la «Défense de Sénèque et de Plutarque», defiende a este último del ataque de Bodin de escribir «souvent des choses incroyables et entièrement fabuleuses»81. Plutarco, a quien Montaigne considera «le plus judicieux autheur du monde», además de ser una inagotable fuente de citas y anécdotas ejemplares, representaba para el bordelés el mejor ejemplo de escritura histórica. En el capítulo «Des livres», distingue a los escritores de vitae de aquellos «otros» que escriben hazañas: «Or ceux qui escrivent les vies, d’autant qu’ils s’amusent plus aux conseils qu’aux évènements, plus á ceux là me sont plus propres.Voylà pourquoy, en toutes sortes, c’est mon homme Plutarque»82. Respecto a la divergencia de opinión entre Bodin y Montaigne sobre Plutarco lo más llamativo es, problablemente, el paralelo que se puede establecer con la polémica que suscitó la obra de Pierre Matthieu entre sus contemporáneos: sus alabanzas celebran las cualidades que no son precisamente las del historiador perfecto, de las cuales la imparcialidad, el juicio y la veracidad han de ser las principales. A Matthieu, como hemos visto, si se le alaba el estilo ático «florido» y cargado de sentencias morales, se le acusa de corromper la verdad histórica. 79

Plutarco, Las vidas paralelas, p. 5. Citado por Burke, 1966, p. 143. 81 Montaigne, Essais, p. 808. 82 Montaigne, Essais, p. 458. 80

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Insistimos en el interés por la enseñanza moral en la obra de Plutarco, que repecutirá en las biografías escritas por Matthieu, en las que encontraremos elementos de la filosofía estoica que llegaron a los autores españoles del XVI y XVII por medio de las obras de Séneca y de Epicteto, los escritos de Diógenes Laercio (Vidas de los filósofos ilustres), las Tusculanas de Cicerón y la Moralia de Plutarco; es decir, la conjugación de elementos sapienciales presentes en toda una galería de autores clásicos, que se van a leer y destilar como fuentes de ideas estoicas83. En conclusión, la biografía, tal como se entendía entonces, era un practicado subgénero de la historia. Así la entiende Agostino Mascardi en su Dell’arte historica y también el inglés Francis Bacon, quien en su De dignitate et augmentis scientiarum, la clasifica de esta forma: La historia que podríamos llamar cabal y perfecta es de tres clases, según el objeto que expone o que se propone presentar: pues, o bien presenta una época, o una persona o un hecho. A lo primero lo llamamos crónicas, a lo segundo vidas y a lo tercero narraciones o relaciones. De estas clases de historia, aunque la primera sea la más completa y entera y la que goza de mayor estima y celebridad, empero la segunda la aventaja en provecho y utilidad, y la tercera en veracidad y fidelidad.

Después de subrayar la naturaleza ejemplar y didáctica de las vidas, Bacon señala su dimensión retórica al decir de ellas que si están bien escritas, al proponerse presentar a una persona en la que están mezcladas las acciones mayores y menores, públicas y privadas, por fuerza han de contener una representación más veraz, natural y animada84.

83 Blüher, 1983, pp. 302-303. De ahí quizá que, de la obra de Plutarco, que no compartía la filosofía estoica, se extrajeran preceptos estoicos; no es casual que Plutarco sea el autor más citado y explotado por Antonio de Guevara, contemporáneo de Matthieu, en su Relox de príncipes (Redondo, 1976, p. 545). 84 Bacon, El avance del saber, 1988, p. 86 (énfasis nuestro).

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Figura II. Portada de Histoire de France et des choses mémorables advenues aux provinces estrangères durant sept années de paix du règne de Henry IV, roy de France & de Navarre; divisée en sept livres, Paris, Chez Jamet Mettayer & Mathieu Guillemot, 1605. Figura III. Primera página del «Advertissement sur tout le livre» de dicho volumen.

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3. PIERRE MATTHIEU ANTE LA CRÍTICA DE SU TIEMPO: EL «ADVERTISSEMENT SUR TOUT LE LIVRE» DE LA HISTOIRE DE FRANCE ET DES CHOSES MÉMORABLES

Matthieu, historiador real, es consciente de la gran dificultad de escribir la historia presente y no parece desconocer las críticas a su manera de escribirla. Los preliminares de su Histoire de France et des choses mémorables, en particular el «Advertissement sur tout le livre» (y también la epístola al Rey), ofrecen valiosas informaciones de primera mano de los preceptos poéticos sobre los que levantó su empresa histórica y de su apuesta ética y política como historiador ante las polémicas literarias antes esbozadas. De este «Advertissement», una suerte de tratado historiográfico, vale la pena rescatar algunos pasajes que ejemplifican su postura85. Insiste Matthieu en la regla cardinal de la escritura de la historia, tal como se venía esgrimiendo desde Heródoto y Tucídides: la verdad. Los que escriben la historia —así abre la advertencia— encuentran dos grandes dificultades: contar lo que han visto con sus ojos y lo que han presenciado terceros. Si en este último caso el recuento no puede ser siempre fiel, en el primero siempre quedará la duda de la «lisonja» (‘flatterie’) o el artificio (‘déguisement’)86. La dificultad de escribir sobre lo que el historiador no ha presenciado, Matthieu la vence con los testimonios de «premiers seigneurs» al servicio del rey tanto en Francia como en el extranjero, siguiendo un viejo argumento tucidiano de contar con testigos oculares cuando no se presenciaba un hecho. Respecto a escribir lo que él ha visto, dado su interés por ver triunfar la verdad

85 Matthieu no es el primero, sin embargo, en enfrentarse a las complejidades que definen las fronteras entre la historia, la poesía y la narración de la verdad, y por momentos creemos encontrar en sus páginas ecos de uno de los primeros textos sobre la historiografía, el compuesto en el siglo II por Luciano de Samósata (Cómo debe escribirse la historia), que acopia los preceptos de Heródoto, Tucídides, Polibio, Cicerón y otros historiadores sobre la dimensión retórica y la función moral y política de la historia. No hemos encontrado referencias explícitas a dicho tratado, pero Matthieu conocía la obra del samosatense ya que cita «un dialogue de Lucien entre Charon, Menippus et Mercure» en su Histoire de France et des choses mémorables, t. I, pp. 430-431. También hace referencia al tratado Mártir Rizo en su «Advertencia» de la Historia de la Guerra de Flandes…, fol. 2v. Para el lucianismo en Francia, ver Lauvergnat-Gagnière, 1988. 86 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p.

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sobre la mentira (y actuando según mandato real) nos asegura que esta dificultad queda salvada. La constante búsqueda de la autenticidad histórica, no solo a través de testimonios de primera mano, sino también de autores y documentos originales, es evidente a lo largo de su obra histórica, en la que indica una y otra vez haber consultado a médicos, juristas y consejeros reales para fundamentar la narración de los hechos: J’ay recueilly soigneusement les paroles des roys, recherché les discours des officiers de la Couronne, et des premiers du Conseil, veu les originaux des traictez, des instructions, des lettres, des advis de plusieurs grandes et importantes actions, en un mot, je ne dis rien sans preuve ny fondement87.

Unas líneas después, se defiende del golpe acusatorio de los censores acerca de la escritura de aquello que el historiador no ha presenciado, esgrimiendo la lógica y el ejemplo de los antiguos: «Quel historien n’a escrit sur les mémoires d’autruy? Quel s’est obligé n’escrire que ce qu’il avoit veu?». Da como ejemplo a Jenofonte, Heródoto,Tito Livio,Tácito, Salustio y concluye que casi todos los historiadores han escrito sobre hechos alejados de su vista y de su siglo. Incluso los que dicen haber estado en el lugar de los hechos —añade— a veces mienten. El tópico de la defensa de la verdad, que reitera una y otra vez, aparece aquí engarzado con la moral cristiana: «La verité n’est point dangeureuse soubs le règne du roy», dice en una nota marginal al lado del texto que explica que los reyes temerosos de Dios, como es el caso del Enrique IV, son amantes de la verdad. Sin embargo —continúa, apelando a la indulgencia del lector con elementos propios de la retórica de la humildad—, lo realmente dificultoso de su tarea de historiador ha sido su impericia, ya que carece de habilidades que, añade, son raras en los historiadores de todos los tiempos. Para salvar este escollo, se apoya en el conocido ideal platónico de que para cada cosa existe una única idea perfecta y verdadera: la idea del 87

Matthieu, Histoire de France sous les règnes de François I, Henri II…, 1 vol., «Advertissement», s. p. Ver Yardeni, 2005, p. 321. Para ejemplos donde cita conversaciones con el rey y otros ministros, ver también Lobbes 2005, pp. 504-505. Dice Luciano al respecto: «En cuanto a los acontecimientos mismos, no deben reunirse al azar, sino con una investigación laboriosa y concienzuda de los mismos, sobre todo como testigo presencial, y si no, prestando atención a quienes los refieren con la máxima imparcialidad y a los que se puede suponer que quitan o añaden menos a lo sucedido por motivos de simpatía o aborrecimiento», p. 380.

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historiador perfecto solo se da en el cielo, como sucede con toda idea de república, de rey, de orador, de capitán, etc. Asimismo, la noción de la perfección misma de la historia, múltiple según el historiador que se mire, es un espejismo88. La escritura objetiva de la historia —y más de la biografía— es, según la lógica de Matthieu, una utopía. Aun así, por muy imperfecta que sea, agradece a Dios haberle dado aquella virtud que es común a todos los hombres de bien: la defensa de la verdad, que para él va teñida de ecos platónicos de la virtud y la bondad como fuentes de conocimiento, así como de la complementaridad aristotélica de la ética y la política. El hombre es bueno cuando es virtuoso y la virtud es conocimiento; aquí, la conducta personal del escritor es indisociable de la del humanista: el buen historiador es también un hombre bueno. «Home de bien» y de «bonne conscience» son las cualidades con las que escribe Matthieu. Consciente de que se encontrarán imperfecciones en su historia, se somete a la corrección de los que saben juzgarla, pero no acepta la de los ignorantes. Je sçay que l’on trouvera des grandes imperfections en ceste Histoire & je désire prévenir & porter l’esponge sur touts les traicts que l’on trouvera difformes en ce tableau, que j’ay exposé à la veue des hommes d’entendement & non des ignorants, qui n’ont yeux qu’à la teste, ny jugement qu’aux yeux, & se veulent mesler de juger plus haut que l’escarpin. Je serois bien marry de me sousmettre à la correction d’autres que de ceux qui peuvent faire mieux89.

Interesa destacar la invitación a la «corrección» textual que extiende a los lectores modelos, exhortándolos a la creación de significado. Sus textos abiertos podían ser interpretados por el lector, quien, en ese proceso, también estaría reescribiendo la historia. Ahora, respecto a una de las acusaciones más comunes a su escritura, y que, como ha dicho, es una de las mayores dificultades del que escribe lo que ve con sus ojos —la lisonja (‘flatterie’)— vuelve a la carga y se justifica así: On dira que je louë le Roy & que je le flatte. Cela est vray, si les pures loüanges sont flatteries. Il ne peut estre qu’en parlant d’un Prince vivant, il n’y ait quelque traict trop adoucy. Mais on ne sçauroit donner aux Dieux trop de parfums, ny trop de belles paroles aux Roys. Elles doivent estre toutes de soye,

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Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p.

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comme disoit la mère de Cyrus. Et, en conscience, qui peut dire mal d’un Roy qui a si bien faict ? Si bon qu’en seize ans de son règne il n’a faict couper qu’une teste, si clément, que plusieurs seroient misérables s’ils n’avoient esté ses ennemis ? On ne sçauroit mal parler d’Hercule, ny faire triomphe sans l’effigie d’Hercule, ny représenter quelque chose de grand sans l’exemple de cet Hercule Gaulois, qui pour douze labeurs que l’on donne à l’autre, en a passé & achevé plus de douze mille, pour avoir par le droict des armes ce qu’on ne luy pouvoit oster par la loy de Dieu, de la Nature & de l’Estat90.

La anotación al margen recoge esta idea sucintamente: «En escrivant la vie d’un prince vivant il y a tousjours quelques traicts de flatterie». Si bien hay siempre algunas vetas lisonjeras, estas son muy pocas, nos dice, ya que él escribe alabanzas, porque, ¿quién podría hablar mal de un rey que ha hecho tanto bien?; un rey, añade, que en dieceiséis años de reinado supera los titánicos trabajos de Hércules y solo ha cortado una sola cabeza (creemos que alude a la de duque de Biron). No todos los príncipes pueden llevarse a tan alta escala de sacralización: es la divina Providencia, y no el historiador, según él, quien ha establecido los hechos así y quien tiene la última palabra. Enrique es grande, más grande que los monarcas anteriores, por designio divino y no autoral. No cabe duda, no obstante, de que el historiador, fiel al empeño real de restaurar la paz en una nación dividida por la religión, coloca la autoridad real en una esfera independiente y superior. La verdad, para historiadores como Matthieu y sus contemporáneos (también para Mártir Rizo, Van der Hammen o Quevedo) tenía que alinearse con intereses precisos y reflejar el orden moral, estético y religioso de sus circunstancias. Así, Matthieu acepta la laus real como indispensable: Et poussant jusques au ciel la gloire d’un si grand Prince, je ne suis poussé à cela que de la vérité, ny par autre obligation que par celle que le subject doit à son Roy, car quand il m’a faict son Historiographe par l’avis de Monsieur le Chancelier & de Monsieur de Villeroy, il m’a donné plus de moyen d’enrichir ceste Histoire des merveilles de ses royales vertus, que des effects de sa libéralité91.

90 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Sentencia Luciano:Y si […] endulzas la historia más de lo conveniente con cuentos y elogios y otras formas de adulación, muy pronto la harías igual que Heracles en Lidia; […] Es un espectáculo muy vergonzoso», p. 372. 91 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p.

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Al igual que las repúblicas italianas renacentistas, los estados nacientes como los de Francia y España patrocinaron obras históricas de carácter apologético y propagandístico; en tal sentido, Pierre Matthieu, historiador oficial de Enrique IV y su hijo Luis XIII, no sería un caso único de lo que Kagan llamó, sirviéndose del sintagma de Gracián, «plumas teñidas»92. Menciona de paso a los estadistas Pompone de Bellièvre y Nicolas de Villeroy, sus mecenas y dos de los personajes más ilustres con quienes se codeó en la corte. Nos quiere persuadir de que ha sido la verdad misma lo que le llevó a elevar al cielo la gloria del rey, sin ninguna otra obligación que la de ser su sujeto. Sin embargo, a pesar de su garantía de imparcialidad, su cargo oficial y su compromiso con la causa real lo ponen en tela de juicio. En muchos de sus textos, Matthieu conjuga la escritura histórica con el panegírico, y aunque defienda que escribe con la verdad y sin pasión, no se puede decir que sea imparcial. Sabe, además, que, desde el punto de vista retórico, la laus (cercana a la lisonja) magnificaba virtudes y opacaba vicios: D’autres diront que les jugements y sont trop libres, & tel est l’advis mesme d’un grand personnage que j’ay nommé ailleurs, l’œil de la justice souveraine du Roy, lequel ayant prins la peine de veoir quelques feuilles de cet ouvrage entre les mains de l’imprimeur, m’advisa qu’il les trouvoit trop fréquens. J’honore sa censure, je tiens ses opinions pour oracles, mais je l’ay supplié de considérer que ce seroit réduire l’Historiographe à une honteuse servitude, s’il n’avoit la liberté de nommer chaque chose par son nom93.

El dato no es gratuito, ya que revela que Matthieu es consciente de las críticas a los frecuentes juicios que inserta. El gran personaje que le advierte de ese defecto, y que ya ha nombrado antes, es el ministro Villeroy, a quien inmortalizará en una biografía. Matthieu, sin embargo, se justifica esgrimiendo que prefiere la libertad de nombrar las cosas por su nombre para no ser esclavo de los preceptos. Según él, la narración histórica sin observaciones ni análisis (véase digresiones, sentencias y discursos) es inconsecuente para la formación moral del hombre, y la

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Kagan, 2009, p. 313. Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Dice Luciano que el historiador ha de ser «libre de espíritu, que no tema a nadie ni espere nada o será igual que los malos jueces que venden su veredicto por un favor o por un odio», p. 379. 93

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escritura de la historia sin un marco narrativo, tarea imposible. La finalidad de la historia que rige su escritura es la enseñanza moral: La première & plus importante fin de l’Histoire est de rendre les mauvais bons, les bons meilleurs. Cela ne se peut faire que par l’jugement de leurs actions. C’est pourquoy Thucydide a loué si haut Périclès, quoy qu’il fust son ennemy, & semble que Tacite n’ait autre dessein que d’eslever les vertus & abattre la mémoire des vices particuliers de ceux de son temps. Et il est certain que quand les hommes cesseront d’estre louez, ils cesseront de bien faire94.

Esta es una declaración esencial de Matthieu, con la que justifica la inserción de juicios para la fomación moral de los hombres. El día en que no se alabe más a los hombres (y ‘alabar’ aquí no es ‘adular’), estos dejarán de hacer el bien, sobre todo en tiempos tan difíciles como los que corrían. El fin de la historia es, entonces, «rendre les mauvais bons, les bons meilleurs» (frase que calca Mártir Rizo en los preliminares de su Historia de la vida de Mecenas, y a la que volveremos más adelante) y dicha finalidad se logra juzgando las acciones de los hombres. Seguidamente, parafrasea el tópico de la historia como maestra de la vida y espejo de las acciones, que, conjugado con el conocido dictum de Livio, enseña al lector qué imitar y de qué huir: L’Histoire porteroit en vain ces glorieux tiltres de maistresse de la vie, de miroir & patron des actions humaines, si elle ne remarquoit & ne mettoit en veuë les choses qui pour l’excellence de leur vertu doivent estre suivies & imitées, ou blasmées par la honte & l’horreur de leur vice95.

En la escritura histórica, ya sea mediante la organización del material o la selección de los hechos, es inevitable una dosis de interpretación. Sin embargo, si antes defendía la libertad que ha de tener el historiador, aclara que la suya está amparada por la discreción ya que conoce el peligro que conlleva hablar de los grandes hombres:

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Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Para Luciano, «el cometido y la finalidad de la historia es único, la utilidad, y esto sólo se deduce de la verdad», p. 372. 95 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p.

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Mais je parle de leurs vertus sans flatterie, je discours de leurs défauts avec prudence, j’en juge sans passion, mes opinions se trouvent tousjours affranchies de ces deux violentes tyrannies, la haine & l’affection, & au partir de là, mes jugements ne sont pas arrests, la créance en est libre & je veux bien qu’il y ait appel des premières pensées aux secondes96.

En cuanto a la acusación de acomodar su discurso a los tiempos y fortunas, Matthieu confiesa que sí lo hace, pero respetando la verdad. Esta declaración de una escritura liberada de las tiranías del odio y la afección recuerda las palabras del famoso comienzo de las Historias de Tácito, que dice escribir la vida de los emperadores neque amore […] sine odio. A los que reprueban tanto su manera de narrar la historia como el contenido de la misma, el francés les responde que es consciente de una nueva manera de escribirla: Il en aura qui trouveront à redire en la façon aussi bien qu’en l’estoffe de ceste Histoire. Ils diront que tant de beaux traits tirez des meilleurs livres de toutes nations, ne dévoient estre tant esclairez, que l’Histoire ne veut point tant de parade : que plus la pierre est belle, moins il y faut d’or & d’ornement. Je leur pourrois dire pour toute réponse, que cela a pleu à ceux dont le plaisir sert de loi, & que ceste façon a esté approuvée des premiers esprits de France & des premiers du Conseil du Roy. Mais si ces censeurs sont si mal aisez à servir qu’ils ne se veuillent contenter de ce qu’on leur donne pour rien, & qui couste beaucoup de peine & de temps, il est en leur liberté de ne les lire point, car ils ne seront pas moins sçavants de la vérité pour ne s’arrester à telles observations. Chacun en prendra selon son goust ou son entendement. Ce sont parements qui se peuvent lever sans gaster ny la façon ny l’estoffe de l’habit. Ce sont perles & pierreries qui surhaussent l’excellence de l’ouvrage sans y rien gaster ny confondre. Les tableaux de diverses couleurs, le paysage de divers fruits, les concerts de différentes voix sont agréables97.

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Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Sentencia Luciano: «Una cosa parecida es también la tarea del historiador: ordenar con belleza los acontecimientos y exponerlos con la mayor claridad en la medida de lo posible.Y cuando el oyente crea luego estar viendo lo que se relata y a continuación lo aplauda, entonces sí que se puede dar por totalmente acabada la obra histórica de nuestro Fidias, que ha conseguido su propia alabanza», p. 381. 97

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Si bien la historia no ha de llevar ornamentos, esta nueva manera de escribirla sí los requiere: en primer lugar, para lograr una lectura agradable y placentera; y, en segundo, porque así lo ha pedido el rey98. Su cargo de cronista oficial, en contacto con los «premiers esprits de France» y la élite cortesana, todo ello amparado por la voluntad del mismo monarca, avala la escritura de su libro y lo coloca en una zona de respetabilidad que sanciona su empresa historiadora; escribe para «ceux dont le plaisir sert de loi», es decir, para la élite dirigente y por ello distingue en sus textos los elementos con los que, apoyándose en eventos históricos, asuntos y personajes del pasado o del presente, busca determinados efectos retóricos. Juristas-historiadores como Matthieu emplearon este tipo de expresiones, «historia nueva» e «historia perfecta» para aglutinar bajo ellas un género de obras que explicara los acontecimientos «completamente», que se basara en la documentación y que ensalzara el componente nacional, en el sentido temporal y dinástico que entonces prevalecía en el concepto»99. Los que reprueben los ornamentos y digresiones, pueden escoger no leerlos, ya que, incluso así, no se perderían la verdad. Eso hicieron, por ejemplo, algunos editores italianos100, que eliminaron muchos de los oropeles que Matthieu había añadido al «tejido» (también procedieron así con la obra de Montaigne). Estas «perlas y piedrerías» que realzan la obra sin confundirla ni desvirtuarla, apelan, como es sabido, al gusto por la estética de la varietas que predominó en este ámbito intelectual y, en su caso, sirven para iluminar los aspectos morales o interiores de los hechos que narra. En su De l’Histoire, que ya hemos citado, el padre Le Moyne explica categóricamente, «[q]ue l’Histoire et la poësie sont alliées […] Qu’il faut estre Poëte pour estre Historien». La historiografía, añade, ha de ser la narración continua de cosas verdaderas pero, acota, «des choses vraies, grandes et publiques, écrites avec art, avec éloquence, avec jugement»101. 98 La historia (narratio) como la concebía Cicerón en De oratore, además de convincente (probabiliter) podía ser entretenida (suavitatem), citado por Woodman, 1988, p. 85. El conocido dictum horaciano de la mezcla de lo útil y lo agradable parece también informar su escritura. 99 Valladares, 2011, p. 390. 100 Así, por ejemplo, lo hace Mascardi, que elimina todo lo que cree innecesario de las primeras páginas de la traducción italiana de la Histoire de France et des choses mémorables, reduciendo a dos páginas las seis de Matthieu (citado por Lafond 1981a, p. 145, n. 10). 101 Le Moyne, 1670, pp. 1 y 76-77.

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Por ende, la historia que escribía Matthieu era, a consciencia, una historia vertida en los moldes de la retórica. Los que la escriban de manera tal que parezca una «masa de huesos cubiertos de pellejo» —y aquí sigue Matthieu un viejo tópico de Plinio el Joven— harán de ella un verdadero «fantasma», en lugar de aderezarla con bellezas naturales (como las del arte, que son el orden, la claridad y el juicio) para atraer todas las miradas y contentar a todos. Su historia, admite, es bien sencilla, y solo lleva algunos adornos «de quelques fleurs estrangères, sans lesquelles les plus véritables discours flestrissent & languissent sans odeurs & sans ardeur»102. A los que no aprueben las digresiones, los invita a cambiar de opinión si consideran que en ocasiones il est permis à l’Histoire de faire le rhéteur, & que ceux qui ont escrit les histoires grecques & latines les ont ainsi embellies. Il importe de donner de l’artifice & de l’embellissement au discours de l’Histoire pourvue que les choses advenues soyent exprimées sans changement ni diversité103.

No cabe duda de que el éxito editorial de la historiografía de Matthieu en Europa debe mucho a su técnica narrativa y a los elementos retóricos y lingüísticos con que sabe animarla. A diferencia de los que querían encasillarlo en las filas de historiadores o poetas, él mismo responde que, para escribirla, hace falta ser ambos a la vez. En lo esencial, creemos que las encontradas opiniones que suscitó su obra historiográfica en la República literaria de su tiempo, a partir de presupuestos históricos o retóricos, ofrecen las dos caras de una misma cuestión. Las opiniones, tanto de sus defensores como de sus detractores, han de leerse como un episodio único del enfrentamiento de dos maneras de

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«Qui rendront l’Histoire tant ectique que elle ne parust qu’une masse d’os couverts de peau, en faroit un vray phantosme, au lieu qu’estant ornée de ses beautez naturelles…», Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. 103 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Luciano resume la idea con esta comparación: «Que la mentalidad del historiador participe y se contagie un poco de la poesía, en la medida en que también aquella es grandiosa y elevada, especialmente cuando se enzarza en formaciones de combate, batallas y luchas navales. Porque entonces necesitará cierto espíritu poético que hinche las velas con vientos favorables y transporte la nave por encima de las altas olas. Pero que la expresión se quede en tierra, creciéndose con la belleza y grandeza de los temas y adecuándose a ellos cuando sea posible, sin tomar aspecto extraño ni salirse de sí inoportunamente», p. 380.

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entender el texto literario, ancladas ambas en la tradición teórica del siglo XVI. Por un lado están los que, fieles al distingo aristotélico, examinan con intenciones varias si se cumple la regla primera de la historia: la narración de la verdad y la edificación moral del hombre. Por otro, desde el punto de vista de la retórica, están quienes alaban o denuestan las estrategias narrativas empleadas para escribirla, y critican giros retóricos como el uso del panegírico o el vituperio, y los rasgos cercanos a la escritura fantasiosa o imaginativa. En suma, los usos de la historia y de la retórica no eran necesariamente excluyentes, y en el caso del francés, catalogadas de elegantes y floridas, sustentadas por la tradición epidíctica, sus biografías, dentro del género historiográfico, se hacen más atractivas y entretenidas. Respecto a una cita anterior en la que Gracián lo colocaba en las filas de los historiadores y poetas famosos junto a Virgilio, César y Mecenas, nos recuerda Aurora Egido que el aragonés ofrece «paridad entre poetas e historiadores; consciente Gracián de que el panegírico y otras formas de alcanzar la fama eran patrimonio de ambos y que en las dos disciplinas se asientan los pilares de la inmortalidad»104. Si Pierre Matthieu sabe manejar las armas tanto de la poesía como de la historia, lo hace por razones estéticas (para la renovación del estilo de la escritura histórica) e ideológicas (para la defensa de su rey), aunque, como historiador, se escude una y otra vez en el topos de la escritura verdadera y sin pasión.

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Egido, 2000, p. 196 y n. 6.

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CAPÍTULO II EL TEATRO DE LOS TIEMPOS MODERNOS: DEL HOMO LOQUENS AL HOMO POLITICUS

La prosa histórica de Matthieu, inserta en su contexto de producción y recepción europea, fue atacada y defendida tanto desde el punto de vista histórico como retórico. Su exceso de ‘ponderación’ al príncipe y su empleo de artificios retóricos fueron poco a poco menguando el interés por su obra hacia la mitad del siglo XVII, cuando se estaba forjando una nueva visión de la historia, más crítica con el pasado, conectada con procesos históricos y culturales muy variados como los progresos de la ciencia, el escepticismo o el pirronismo histórico, que cuestionaban los conocimientos sobre el pasado, las reformas religiosas (protestante y católica) o la veracidad de los hechos1. Estos debates se planteaban desde la perspectiva de la incompatibilidad entre discurso histórico y verdad o —según otra manera de ver el mismo fenómeno— desde la afinidad entre retórica e historia. Cuanto más cercana se consideraba el ars historica al ars rhetorica, mayor cabida se daba a los topoi y figuras de estilo; por el contrario, si la escritura buscaba anclarse en la ‘verdad’, entonces la inserción de dichos discursos y figuras se veía como problemática, puesto que, en línea neopirronista, se dudaba de la posibilidad de un conocimiento histórico exacto2. La recepción europea de Matthieu tampoco puede desligarse de la producción literaria del momento en España, proclive a la acogida de nuevas formas de escritura. Entre las obras de tipo moral compuestas por los años en que se leen y traducen sus biografías y muy en relación con

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Momigliano, 1990, pp. 17 y ss. Pineda, 2007, p. 96.

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el pensamiento de los autores tratados, habría que citar las tres versiones de Focílides y Epicteto, de la pluma de Francisco Sánchez de las Brozas, Gonzalo Correas y Francisco de Quevedo, así como las traducciones de Séneca por Fernández de Navarrete3. En la prosa histórica y de ideas, como hemos visto, destacan las traducciones y adaptaciones de Tácito, más las de Valerio Máximo, Herodiano, Plutarco y Suetonio4. A diferencia de los críticos que en Italia o Francia sancionaron su estilo, lo que caracteriza la recepción de Matthieu en las letras españolas son las alabanzas e intentos de imitación. Estamos en un contexto en el que se imbrican géneros que la preceptiva había separado. Mateo Alemán, por ejemplo, clasifica su gran picaresca como «poética historia»: historia por la forma aparente de la narración; poesía por el contenido ficticio5. Cervantes, que se vale de un género clásico en La Galatea en las últimas décadas del XVI, emplea un tipo de narración más innovadora en el Quijote y las Novelas Ejemplares. La prosa narrativa, en plena evolución, acoge tanto la reflexión filosófica, el didactismo y la ejemplaridad religiosa como los poemas en prosa, la escritura teatral y la historiografía. No podemos olvidar que por estos años Góngora estaba enfrascado en la composición de sus poemas mayores, fraguando una nueva lengua y dando lugar con ello a una de las polémicas literarias más importantes de nuestras letras. Así puede entenderse, por ejemplo, que Lope de Vega comparara la revolución poética del cordobés con las innovaciones estilísticas y literarias en latín realizadas por Justo Lipsio, llamando a Góngora «Lipsio de los poetas y veneración justa de su patria»6. 3

La importancia de la huella de Séneca en España la destacó Blüher en el círculo de amigos de juventud de Quevedo: «Del círculo más amplio de juventud de Quevedo, dieron pruebas de la predilección típica del Humanismo tardío por la latinidad de la época posclásica el traductor de Lipsio,Tomás Tamayo de Vargas (15881641), que se encargó de una edición latina de Persio (1621) y tradujo a Marcial (1621), y el traductor de Séneca, Jusepe Antonio González de Salas (1588-1651), de quien son, entre otras obras, una edición latina de Petronio con comentarios y versiones de Marcial y Persio, así como la conocida edición póstuma de la lírica de Quevedo» (p. 414). El traductor más importante de Séneca en el XVII fue Pedro Fernández de Navarrete, que publicó en 1627 los Siete libros de L. Ae. Séneca, dedicados al conde duque de Olivares. 4 Para estas traducciones e impresiones, ver Nicolás Antonio et al., 1999; Menéndez Pelayo, Obras completas, «Biblioteca de traductores españoles», en línea. 5 Alemán, 2012, p.16. 6 Ver el estudio de Conde Parrado sobre las «Epístolas» de La Filomena de Lope, Proyecto Pólemos, en línea.

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La varietas de la naturaleza y la hibridación como fuente de belleza, en el conocido adagio renacentista, es lo que motiva a autores como Lope de Vega a servirse de la mezcla para conseguir el entretenimiento. Vilipendiada por los preceptistas, la comedia nueva, ese «monstruo hermafrodito» de elementos trágicos y cómicos, fue una de las grandes revoluciones del teatro español del periodo7. Si el auge de un género literario está relacionado con las ideas estéticas predominantes en un momento histórico dado, podemos constatar que el francés —típico representante del humanismo de su época— comparte, en gran parte, las mismas concepciones e ideas de los escritores de su época: levanta su obra con los elementos y convenciones predominantes en su tiempo, pero logra con ellos abrir nuevas sendas. Siguiendo el principio humanista del aprovechamiento de autores clásicos antiguos y modernos, Matthieu logró escribir una historia que realzaba los hechos secos y deslucidos, incorporaba discursos y juicios, y alternaba las habilidades de historiador y de narrador (atendiendo al decoro y la verosimilitud) para, en última instancia, crear un texto híbrido. Además de constituir complejos actos semióticos, toda obra literaria tiene un modo de ser histórico, nos recuerda Schaeffer, para quien la «genericidad puede explicarse perfectamente como un juego de repeticiones, imitaciones, préstamos, etc., de un texto con respecto a otro, o a otros», dando lugar a una transformación genérica y al comienzo de un nuevo género o un texto a-genérico a través de relaciones que podrían ser paródicas, de imitación, de traducción y de refutación del texto con un género determinado8. Heredera de modelos renacentistas y antiguos, la producción biográfica del Barroco tradujo y adaptó viejos textos a las nuevas realidades históricas. El Aelius Sejanus de Matthieu es una reescritura de algunos pasajes de los Anales de Tácito y otros autores clásicos; la Histoire des prosperitez malheureuses d’une femme Cathenoise, del De casibus de Boccaccio; y la Histoire de Louys XI, roy de France, de las Mémoires de Philippe de Commynes. En suelo ibero, las traducciones al español hechas por Mártir Rizo y por los hermanos Van der Hammen propician

7 Ver Arellano, 2011. Ejemplo de hibridez genérica es la Historia de las guerras civiles de Granada (1595 y 1619) de Ginés Pérez de Hita, donde la mezcla de historias verídicas con episodios galantes y caballerescos, y romances fronterizos y moriscos, produce una obra mixta de verdades históricas e invenciones novelescas (Vaíllo, 2007, p. 17). 8 Schaeffer, 2006, pp. 5 y 91.

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esta labilidad genérica y abren la puerta a otras aportaciones en un momento histórico de transformación de la poesía y la prosa. Con autores como Lipsio, Mateo Alemán, Cervantes, Montaigne, Matthieu y Mártir Rizo se abrieron nuevas sendas de experimentación en la prosa del XVII. Como ha demostrado Delage —que realiza un estudio global de cuarenta autores y cincuenta y ocho obras, publicadas entre 1621 y 1665, que se sirvieron del género biográfico laico como un laboratorio de experimentación estilística e intelectual— la cuestión de la identidad genérica está en el centro mismo de la renovación de la escritura biográfica en España9. En este sentido, interesa estudiar el desarrollo del género a partir de las traducciones e imitaciones de la obra de Matthieu: las primeras biografías innovadoras desde el punto de vista formal son, en efecto, como recuerda Ferrari, las traducciones de Pierre Matthieu10, que comienzan a aparecer a partir de 1621 con la Vida de Elio Seyano en la versión del banquero italiano Vincencio Squarzafigo. El estudio de la retórica en la bisagra de los siglos XVI y XVII —en el momento más fuerte del anticiceronianismo11— constituye un momento determinante en la formación de la prosa europea y nos ofrece la vista de un taller incomparable en el que se forja un estilo y un pensamiento que tiene sus bases en modelos y tendencias diversos. Esta orientación de la retórica va de la mano del «giro político» que toma la historiografía en dicho periodo, para usar el sintagma de Richard Kagan, y del cual Pierre Matthieu es uno de sus más conspicuos representantes12. Antes veíamos cómo uno de los puntos más discutibles de la historiografía de Matthieu fue la adopción de un estilo breve, agudo y ‘moderno’ que sacaba a relucir la esencia filosófica y moral de la frase. Los Colloquia y De Copia rerum et verborum de Erasmo fueron ampliamente utilizados en las escuelas renacentistas, y su contribución al uso de las sententiae fue esencial. Como ha estudiado Fumaroli, en los Adagia de Erasmo, la figura matriz es la sententia, puesto que esta, dada su afilada brevedad (acuta brevitate) infundía el contenido de sentido filosófico al tiempo que entretenía13. Cuando Matthieu se sirve de las citas o de las 9

Delage, 2005, p. 5; y 2006. Delage, 2005, p. 7. 11 Fumaroli, 1980, p. 227. 12 Kagan, 2006. 13 Fumaroli, 1980, p. 94. 10

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ideas de sus autores preferidos, tanto de Séneca como de Plutarco y de Tácito, lo hace para mezclarlas con su propia reflexión y así, en un contexto moderno, darles una nueva interpretación, como ha estudiado Antoine Compagnon, por ejemplo, en la obra de Montaigne14. Dichos métodos de composición, asentados en la retórica de la imitación compuesta, se aprendían en las aulas donde los alumnos, tras la meticulosa lectura de los autores clásicos, constituían un cartapacio escolar —codex excerptorius— para recoger, organizados por temas, lugares comunes, fragmentos, sentencias o figuras de autoridades15. En la primera retórica escrita en castellano, la del jerónimo Miguel de Salinas, publicada en 1541 en Alcalá de Henares, el autor aconseja sobre la «forma que se debe tener en sacar los ejemplos y sentencias de los autores que se leen, de manera que se apliquen a todos los propósitos que pueden hacer y se pongan por orden»16. Se trataba, en suma, de una práctica de lectura muy corriente mediante la cual el lector se apropiaba de todo un repertorio de pasajes para su futura reutilización. La obra de autores como Lope de Vega, Quevedo, Montaigne o Matthieu nos permite hoy en día imaginar cómo se llevaba a cabo este ejercicio de reescritura y traducción. La primera obra juvenil de Matthieu, Clytemnestre, de la vengeance des injures perdurable à la postérité des offencez, et des malheureuses fins de la volupté, es una tragedia original, además de un excelente ejercicio de contaminación y adaptación libre del Agamenón de Séneca y del Hipólito del dramaturgo francés Robert Garnier, entre otras fuentes. De la obra de Séneca, el joven Matthieu imitó, directamente o a través de Garnier 14

Compagnon, 1979. Además de los codices excerptorii que habría elaborado Matthieu a partir de sus lecturas, es plausible pensar que se sirviera de difundidísimos florilegios, enciclopedias y polianteas como la Officina de Ravisio Textor, la Polyanthea Nova de Joseph Lange, el Dictionarium de Ambrogio Calepino y los Apophthegmata de Eramo. Según Ernst (1984, p. 65), se sirvió del manual de adjetivos Les Épithètes (1571) de Maurice de La Porte. Lobbes (1991) indica que consultó los trabajos enciclopédicos de Conrad Lycosthenes.Ver Moss, 1996a; López Poza, 2000. 16 Ver Salinas, Rhetórica en lengua castellana, fol. 103v. El rétor español ejemplifica, además, la utlilidad de organizar por conceptos: «Si, queriendo hablar de una virtud o vicio, voy a mi libro a buscar lo que tengo cogido a quel efecto, luego me pone delante juntas las otras materias semejantes a ellas en las cuales puedo tocar el mismo propósito, y me ayudo de lo que en ellas está conveniblemente como de la materia principal; yo sigo en esta tabla el artificio de las virtudes morales y teologales poniéndoles sus contrarios y especies…», fol. 110v. 15

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como intermediario, los recursos típicos de la tragedia erudita como los adunata, las tablas recapitulativas, las exclamaciones e interrogaciones retóricas y los diversos tipos de amplificaciones. Los versos gnómicos marcados por comillas en Clytemnestre, que provienen de fuentes autorizadas, se pueden rastrear hasta Garnier o Ronsard cuando se trata el tema del amor, y hasta Séneca, cuando se trata de la fortuna17. En las ingentes Histoires del francés destaca ese acopio erudito típico del periodo que se nutre de frases, citas o fragmentos de autores varios de la cultura grecorromana y de la moderna, de la geografía y de la historia, del arte y de las lenguas, ya sea a través de lecturas directas, de los cartapacios escolares o de las colecciones de polianteas. Sobre este rasgo pone Matthieu el acento, nuevamente, en su «Advertissement»: Comme le labeur a esté grand à recueillir ces fleurs parmy tant d’espines, aussi n’a pas esté la peine petite à sçavoir choisir les lieux où elles croissent, j’en ay pas pris par tout où j’en pouvois trouver. J’ay laissé les théologiens, les médecins, les poètes grecs & latins, & à mon grand regret Homère, pour me tenir aux historiens, orateurs & philosophes, comme plus conformes à mon dessein, & qui ont traicté expressément ou par rencontre des affaires politiques, militaires & morales. Et pour faire veoir que les hommes de ce dernier siècle n’ont pas eu de moindres pensées que les anciens aux choses du monde, j’ay choisi de quatre ou cinq principales nations de l’Europe, ceux qui à mon advis en ont escrit en leur langue plus élégamment & judicieusement18.

Admite el francés haber extraído sus materiales solo de historiadores, oradores y filósofos, dejando fuera a poetas, médicos y teólogos. Al igual que Bodin, la historia de la religión es tratada por Matthieu de manera tan objetiva como la política, centrándose en una explicación de las causas sociales y humanas de los acontecimientos que la distinguía 17 Para este juicio de la obra de Matthieu, seguimos a Ernst, 1984 pp. 26-36, pp. 64-68 y 70-72; y 1997. En la primera fase del humanismo italiano, el contenido estoico y el estilo de las tragedias de Séneca hicieron de ellas textos indispensables en las escuelas y se convirtieron en una de las mayores fuerzas que moldearon la tragedia renacentista (Grendler, 1999, p. 203). Para la influencia de Séneca en la tragedia europea, ver Jacquot, 1964; y en la literatura española del periodo, Blüher, p. 318 y ss. Ha destacado Arellano la centralidad del teatro en la ratio studiorum de la Compañía de Jesús en el siglo XVI (donde se formó Matthieu), que para la tragedia seguía el modelo de Séneca, y Terencio y Plauto para la comedia (1995, pp. 24-28). 18 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p.

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de la tradicional disquisición teológica19. Así, la falta de citas bíblicas o religiosas en la obra de este historiador católico se debe a que, como ocurre en el caso de Montaigne, para ellos la historia era una disciplina secular que tenía como objeto de estudio la sociedad en su más amplio sentido20. No en vano, en un pasaje de la Histoire de France et des choses mémorables, apunta sentenciosamente Matthieu que: «La passion de la religion pourroit diminuer la créance de la verité»21. Sin embargo, el interés del pasaje antes citado reside en su admisión de también haber extraído ideas o fragmentos de la obra de hombres de letras modernos, contemporáneos suyos y ciudadanos de la República de Letras europea de su siglo. Paolo Cherchi, estudioso de este tipo de erudición de ‘segunda mano’ en el Renacimiento italiano, revela que una inmensa mayoría de las colecciones historiográficas, florilegios, ensayos, etc. de la segunda mitad del XVI reutilizan datos, sentencias, anécdotas, argumentos y tropos de las más conocidas misceláneas del momento como la Officina de Ravisius Textor, la Polyanthea de Nani Mirabelli, el De inventoribus rerum de Polidoro Virgilio, los Adagia y Apophtegmata de Erasmo, el De incertitudine et vanitate scientarum de Cornelio Agrippa, las obras de Antonio de Guevara (Relox de príncipes, Libro áureo), y la conocida Silva de varia lección de Pedro de Mexía22. Los lectores de Lipsio, Montaigne o Matthieu, por lo tanto, no eran desconocedores de este tipo de obras que engarzaban elementos disímiles de la inventio como estrategia compositiva, y en los que, para diferenciar lo suyo de lo prestado, usaban marcadores tipográficos. En los márgenes internos del Politicorum de Lipsio o las historias de Matthieu, por ejemplo, se resumen párrafos o fragmentos con citas que contienen autor y procedencia. Recordemos que en el «Ad lectorem de Consilio et forma nostri operis» del Politicorum, Lipsio explica cómo ha conformado su centón, antes de aclarar que la obra «omnia nostra esse, et nihil», y resumir, en una nota marginal lo novedoso de la dispositio: «Forma

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Huppert, 1973, p. 129. Huppert, 1973, p. 105. 21 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, t. II, p. 596. 22 Citado por Perromat Agustín, 2010, p. 123. Para la noción de reescritura, ver Cherchi, 1980 y 1998. 20

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nova nostri operis»23.Volvamos nuevamente al «Advertissement» para la opinión de Matthieu sobre la utilidad de los márgenes de sus libros, y el lector ideal que tiene en mente24: En cela j’ay pense principalement à ceux qui se plaisent tant aux livres vulgaires, qu’ils ne se soucient plus des bons auteurs, perdent du tout l’intelligence des langues, les riches trésoriers des sciences, & du jour mesmes qu’ils sont sortis des escoles font gloire de n’en retenir rien. Ils répareront icy les ruines d’une mémoire de mauvaise foy, essayeront le contentement qu’il y a de retrouver ce qu’elle avoit perdu, retiendront une infinité de belles choses sans peine & sèvreront leur goust de ces petits livres, qui pour la pluspart n’ont ny science pour former l’entendement, ny piété pour contenter la religion, ny vérité pour asseurer la science25.

Al igual que los márgenes del Politicorum, los de la historiografía de Matthieu son dobles: de un lado, se condensa el argumento del texto y, del otro, se indican las referencias y fuentes26. Las estrategias de impresión, es decir, la utilización de diferentes tipos de letra, de tablas recapitulativas, los márgenes y los índices que hacían más manejable el caudal enciclopédico que se vacíaba en sus páginas, promovían, al mismo tiempo, el marcado pragmatismo de estos libros de historia. La técnica de la variedad y la acumulación nos remite sin duda a los comentarios antes citados de Sorel sobre la sapiencia que se podía alcanzar leyendo los márgenes de la obra de Matthieu, o la crítica que se le hizo a Guez de Balzac (autor fundamental de la prosa francesa del XVII), de haber copiado las sentencias de Matthieu. Estas obras eruditas de ‘segundo grado’, retomando el sintagma de Antoine Compagnon, en las que se discurría eclécticamente sobre monedas, derecho, astronomía, historia, mitos, navegación, medicina, etc., inundaron la República literaria de principios del XVII y poco a poco fueron motivo de crítica y burla. En el prólogo de la primera parte del Quijote, recordemos, Cervantes satiriza la pedantería de este tipo de erudición vacía por medio del conocido diálogo con el fingido amigo; 23 «Cum enim Inventio tota & Ordo à nobis sint, verba tamen et sententias varie conquisivimus à scriptoribus priscis, idque maxime ab Historicis; hoc est, ut ego censeo, à fonte ipso Prudentia Civilis», Politicorum, 1590, s. p. 24 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. 25 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. 26 Para la estructura del Politicorum, ver Moss, 1996b, p. 473.

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cuando el autor se ‘lamenta’ de no poder adornar sus obras con los acostumbrados poemas encomiásticos, sentencias, citas clásicas y anotaciones al margen, este último le aconseja que los componga él mismo adscribiéndoselos a otros. Diez años más tarde, en el capítulo XXII de la segunda parte del Quijote, vuelve a la carga burlándose del primo del licenciado que, entre otras obras eruditas, quiere dar continuidad al De inventoribus rerum del humanista italiano Polidoro Virgilio, miscelánea muy difundida en la época. No cabe duda de que durante la época de producción intelectual de Pierre Matthieu el declive de la elocuencia clásica basada en el aprovechamiento de lugares comunes era un hecho palpable27. Las fuerzas que contribuyeron a estos cambios fueron múltiples y, entre ellas, cabe mencionar las contribuciones de la ciencia, la filosofía, la teología y la jurisprudencia en los contextos nacionales específicos europeos, que se fueron sumando a la fuerte tradición ciceroniana cuatrocentista y quinientista, o a revolucionarias influencias como las del ramismo28. El controvertido filósofo y profesor parisino Petrus Ramus (1515-1572), cuyas innovaciones pedagógicas proponían el pragmatismo del conocimiento, en su afán de facilitar el estudio escolar, escinde la retórica de su subordinación a la dialéctica como parte del Trivium (gramática-retórica-dialéctica), para conjugarla con la poesía, la gramática, la filosofía, la historia y la filosofía moral29. Una de las características esenciales del humanismo de estas décadas fue la centralidad sin precedente que tuvo la elocuencia desde los primeros años escolares con el fin de hacer frente a la imitación cansina de la retórica tradicional30. En el siglo que va de 1550 a 1650 salen a la imprenta más de mil ediciones de la obra de Ramus31. Otro de los cambios fundamentales del periodo fue la paulatina recuperación de la retórica del griego antiguo. Como ha demostrado Luisa López Grigera, Jorge de Trebisonda, además de llevar al latín una nueva y mejorada traducción de la Retórica de Aristóteles (ca. 1475), compuso también el primer tratado renacentista que se propuso casar a Cicerón con Hermógenes. Por medio de este autor, Hermógenes tomó 27

Para una visión introductoria de las polémicas, ver Scott, 1991. Croll, 1966, pp. 15 y 121-122. 29 Kristeller, 1990, p. 70. 30 Ver Grendler, 1999, pp. 203-234. 31 Ong, 1958, p. 5. 28

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su lugar junto a Cicerón y Quintiliano como principales autoridades de la Antigüedad. La gramática de Trebisonda —otro de esos griegos expatriados que propiciaron el movimiento humanista en Italia—, junto con las publicaciones aldinas de los demás rétores griegos (Aftonio, Demetrio, Dionisio de Halicarnaso y Aristóteles), contribuyó hacia mediados del siglo XVI a transformar el paisaje retórico y la dominación exclusiva de Cicerón y Quintiliano32. La obra de Trebisonda influyó, además, en este proceso de reducción que ponía de relieve la elocutio sobre las demás partes retóricas33. Por otra parte, hay que entender que las polémicas sobre el ciceronianismo no se resumían maniqueamente al enfrentamiento de los que deseaban perpetuar el latín clásico y los que buscaban transformarlo en una lengua viviente. Erasmo responde a los imitadores de Cicerón con el conocido diálogo satírico publicado en 1528, Ciceronianus, sive de optimo dicendi genere, donde ejemplifica la insensatez de imponer un lenguaje clásico acartonado al discurso cristiano. Es a partir de las polémicas que se intensifican con el Ciceronianus que la imitación del estilo tuliano entra en otra etapa de transformación mediante toda una literatura preceptiva de ataques y defensas de estas posiciones. La posición de Erasmo, al defender el aprovechamiento ecléctico de fuentes, estilos, vocabulario y estructuras adaptadas al ingenio y decoro de cada autor, fue fundamental para el posterior desarrollo de la literatura europea dentro de la cual se sitúa la obra de Pierre Matthieu34. Reduciendo en cierto modo estas tendencias, es ilustrativa la división por fases consecutivas del progreso de la imitatio que recomendaba Justo Lipsio para los escolares: si para la primera fase reservaba a Cicerón como fundamento, a los jóvenes les recomendaba el estudio de Curcio, Tito Livio, César, Plauto y Terencio, de quienes alababa la «fulgurancia ática del estilo»; y, por último, reservaba para los adultos a Salustio, Séneca y Tácito35. El programa de Lipsio de liberación del ciceronianismo, que germinó con el estudio de Plauto, las epístolas de Cicerón, su

32

López Grigera, 1994, pp. 49-60 y 91. Ver Albadalejo Mayordomo, 1989, p. 35 y, para la independencia de la elocutio, Pozuelo Yvancos, 1983. 34 Remitimos a Fumaroli, 1980, que repasa el desarrollo quinientista y seicentista del estilo sobre el sustrato ciceroniano. Ver también Mouchel, 1990. Para los aportes de Ramus, ver Meerhoff, 1986. 35 Citado por Lafond, 1984, pp. 410-411; ver Blüher, 1983, pp. 410-411. 33

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intercambio intelectual con Muret, y sus investigaciones filológicas y filosóficas para las ediciones de Tácito y de Séneca, lo llevaron a interesarse en otros autores menores de la llamada Edad de Plata romana. Lipsio contribuyó a crear el gusto por Salustio, defendió la latinidad de la Edad de Plata y traspuso a su época el movimiento anticiceroniano que ya se había dado en tiempos de Cicerón para demostrarles a sus contemporáneos como escapar del influjo de este autor36. En opinión de Lipsio, el aprendizaje escolar debía alzarse sobre los cimientos ciceronianos para terminar con el estilo de los autores aticistas más complejos. Más que el distanciamiento de la autoridad de Cicerón, interesa destacar, como demuestra Mouchel, «l’apparition du style de l’intensité, qui se dégage sur le fond suave du ciceronianisme de la Renaissance», entre 1555 y 162037. En este proceso de transformación retórica de la prosa de finales del XVI, Morris Croll designa a Justo Lipsio, Montaigne y Francis Bacon como sus mejores representantes. En términos generales, estos autores renuncian al estilo elevado, a la búsqueda de efectos rítmicos según las leyes de las concinnitas ciceroniana, que sustituyen por una construcción sintáctica simple y yuxtapuesta. Una de sus características esenciales es la sustitución de figuras retóricas de ritmo y sonido por figuras del pensamiento —aforismos, antítesis, paradojas, sententiae—, que buscan dar mayor expresividad38. En lo esencial, el innovador estilo lipsiano se caracteriza por la brevedad (frases breves, locuciones elípticas, condensación del pensamiento en máximas); por el rechazo de apólogos y exordios ciceronianos; la omisión de conjunciones y transiciones; el rechazo de los paralelismos y las semejanzas armónicas de la secuencia ciceroniana; el uso de paréntesis frecuentes y giros concisos. Lipsio acorta los largos periodos ciceronianos; la intensidad se logra por los acumina, es decir, los pensamientos sutiles breves y antitéticos, y favorece las metáforas y las sententiae39. Para Croll, decir que el estilo neoestoico tiende a la brevedad no sería suficiente ya que este, en su forma más característica, tiende a la sententia, que es su forma ideal de expresión40.

36 Croll, 1966, pp. 18-21. Cicerón es el segundo autor más citado en el Politicorum, con 198 citas de 48 obras, según Waszink, 2004, p. 138. 37 Mouchel, 1990, p. 316. 38 Croll, 1966, pp. 87-89. 39 Croll, 1966, pp. 28-29, 85-93. 40 Croll, 1966, p. 87.

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Aun así, habría que distinguir el aticismo ciceroniano perteneciente al genus humilis de Cicerón, cercano a la libertad de la conversación (que es el que triunfa en Francia en el XVII), del aticismo de inspiración estoica, caracterizado por la brevitas, la subtilitas y la obscuritas. El aticismo lipsiano siguió una vertiente senequista que tendrá letras de nobleza entre los conceptistas españoles del XVII41. A los herederos de esta última tendencia, Fumaroli los llama aticistas senequistas, y ubica sus mejores representantes en España, patria de Séneca, y en las regiones que tenían su influencia; esta última modalidad, según el estudioso, tuvo poca repercusión en Francia42. Al hablar del denostado estilo del francés Antoine de Nervèze (c. 1570-c. 1622) —florido, sobrecargado, hiperbólico, nervioso—, nos recuerda Roger Zuber que el mejor representante de esa corriente estilística bien podría ser Pierre Matthieu. Aclara, sin embargo, que, al igual que Nervèze, Matthieu sabía escribir en todo tipo de estilos, y limitando su ejemplo a la producción histórica del francés, acusa diferencias entre la Histoire de France et des choses mémorables de 1605 y la breve biografía de Louys XI, roy de France de 1610. Fue solamente esta última, nos dice Zuber, en la que quiso emular con Commynes, impregnándola de un marcado estilo sentencioso; y es esta la que estudia Lafond como epítome del estilo entrecortado de Matthieu43. Es con esta obra que se extiende por Italia un ‘dir moderno’ de esencia tacitista, nos dice Zuber, quien añade que no cree, además, que un tacitismo supertenso, nervioso y oracular hubiese encontrado en la corte de Enrique IV un gran eco, recordando que en otras obras de Matthieu se pueden percibir claramente las huellas del estilo ciceroniano44. Asimismo, al referirnos al estilo habría que tener en cuenta la impronta de la formación jurídica de Matthieu como parte la aristocratie de robe, es decir, la élite de magistrados y hombres modernos oriundos de las ciudades de provincia, muchos de los cuales fueron captados por Enrique IV para la reconstrucción nacional tras el fin de las Guerras de Religión45. El famoso método de la enseñanza jurídica que inició

41

Fumaroli, 1980, pp. 33, 53 y 92. Fumaroli, 1980, p. 54. 43 Lafond, 1981a, pp. 137 y ss. 44 Zuber, 1997, p. 91. 45 Fumaroli, 1980, pp. 439-445, 551-556, 663-665. Para el humanismo jurídico, ver Huppert, 1973; García López, 2006, pp. 44-55; y Gazzaniga, 2000. Para 42

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en Francia Guillaume Budé en el siglo XVI consistía en la aplicación de los métodos filológicos al estudio del derecho romano; así, filólogos y jurisconsultos de las universidades francesas de Bourges,Valence (donde estudió Matthieu), Orleans y Toulouse, editaban y examinaban textos, monedas, inscripciones y cronologías teniendo como referente las leyes romanas46. Con el mos gallicus —frente al antiguo mos italicus—, la generación de juristas franceses a la que pertenecían Matthieu, Montaigne, Michel de L’Hôpital y Pibrac aprendieron a contextualizar el derecho y a estudiarlo como un conjunto de leyes establecidas por una sociedad dada en un momento dado que, con el paso del tiempo, había que renovar en función de los cambios sociales. «Las turbulencias del siglo XVI y comienzos del XVII causaron un fenómeno social problemático: la popularización de la historia», y ante la desacreditación del historiador y de la disciplina esta «necesitaba bases nuevas que los juristas creyeron hallar en la historia del derecho y en la técnica jurídica —léase el proceso— como método de verificación sin ninguna auctoritas previa»47. Surge así, en la segunda mitad del XVI, y principalmente en Francia, el jurista-historiador. La aplicación de los métodos del mos gallicus a los problemas históricos producía, por ende, un criterio interpretativo lógico, y Matthieu, avezado lector de la historia antigua y contemporánea, acudió a sus páginas para extraer algunos ‘casos jurídicos particulares’ que le permitieron crear modelos, símbolos o representaciones generalizadores de algunos comportamientos políticos positivos y negativos. En su propia obra histórica, no son pocos los momentos en los que se apoya en procedimientos jurídicos para elaborar la intriga, como sucede, por ejemplo, en la absolución de la reina Juana de Nápoles por el asesinado de su esposo, o en los episodios de la condena y ajusticiamiento del duque de Biron. En este contexto, vale recordar también el difundido libro publicado en 1581 en Lyon por el médico Francisco Sánchez, Quod nihil scitur, que, como arma de conocimiento, ponderaba el escepticismo como

la contribución de juristas como Matthieu a la conformación del Estado real en Francia, ver Broch, 2012. 46 Huppert, 1973, p. 41. 47 Valladares, 2011, p. 789. En España, la figura del jurista-historiador no alcanzó el desarrollo que tuvo en Francia. Para su presencia en la historiografía a partir de los años 1630 con los conflictos de Cataluña, Portugal y Flandes, ver Valladares, 2011.

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método de búsqueda del saber. Este escepticismo no era la negación de la sabiduría, sino la aceptación de la imposibilidad de alcanzar el verdadero conocimiento científico48. El escepticismo, que se fue orientando hacia un método científico, se conjugó con el estoicismo como soporte moral49. El neoestocismo cristiano de autores como El Brocense, y más tarde Quevedo, por ejemplo, brota de «una actitud fundamental escéptica», estableciéndose así una línea de confluencia entre esas dos doctrinas del conocimiento del hombre y su actuación moral que, como veremos en estas páginas, está muy ligada a la difusión de la obra de Matthieu por Europa50. 1. EL ESTILO DE LO POLÍTICO Y EL MAGISTERIO LIPSIANO Hacia 1594, cuando el jurisconsulto francés Pierre Matthieu se convierte a la causa del primer rey Borbón y pone su pluma al servicio de la Corona, la corriente neoestoica, que había integrado los valores clásicos y cristianos, el escepticimo y el redescubrimiento sin precedentes del pragmatismo de la obra de Tácito, había encontrado en la retórica nuevas maneras de extraer lecciones, concentrar el pensamiento, fabricar ficciones morales, acentuar la naturaleza ética del discurso y sistematizar un incipiente arte de gobernar para hacer política en tiempos de crisis. Una de las figuras más descollantes del paisaje intelectual de la segunda mitad del XVI fue la del humanista belga Justo Lipsio quien, con su edición de Tácito en 1574 y de Séneca en 1605, dejó establecidos los contornos de la corriente neoestoica. Combinando filología y filosofía, en la que esta última se iba perfilando cada vez más como un medio que una finalidad, llegó a hacer, en su lapidaria sentencia, filosofía moral a partir de la filología51. De Constantia Libri duo, qui alloquium praecipue continent in publicis malis (1583/4) fue su primer intento de conciliar la doctrina filosófica con el cristianismo, para enseñarles a los tribula48

Además del libro de Sánchez, circuló la traducción de los Esbozos pirrónicos de Sexto Empírico por Henri Estienne, para quien el escepticismo era una cura del dogmatismo y la impiedad. 49 Zanta, 1914, p. 10. 50 Blüher, 1983, p. 430.Ver también Tuck, 1993, p.xiii. 51 La frase de Lipsio: Ego e Philologia Philosophiam feci dialoga con una epístola de Séneca en la que el filósofo critica a los estudiosos por hacer del estudio un fin en sí mismo: «itaque quae philosophia fuit facta philologia est» (Morford, 1971, p. 137).

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dos ciudadanos europeos a soportar los males divinos (divinae clades). Su Politicorum sive Doctrina civilis libri sex (1589) —una colección de pasajes y aforismos extraídos de historiadores y filósofos antiguos (la gran mayoría de Tácito)— perseguía el mismo fin, pero esta vez dirigido a las clases gobernantes52. El documento más significativo de la ligazón entre tacitismo y neoestocismo (político y estilístico), como señala Blüher, es el Politicorum de Lipsio53. A él le debemos la convergencia del Séneca político, preceptor y consejero de Nerón con el Séneca filósofo y renovador de las ideas estoicas54. Así, el rescate y sistematización del estocismo, llevados a cabo por Lipsio en un siglo sacudido por las reformas y contrarreformas religiosas y las luchas intestinas que ellas causaron, hizo de esta filosofía consolatoria antigua todo un movimiento espiritual55. En Francia, dos seguidores fundamentales de esta doctrina fueron el estadista Guillaume du Vair (1556-1621) y Pierre Charron (1541-1603), ambos contemporáneos de Matthieu. Du Vair, conocido estudioso de Lipsio, escribió su propio tratado De la constance en 1594, inspirándose menos en Séneca, como había hecho Lipsio, y más en Epicteto, a quien había traducido c. 1586: Philosophie morale de Stoïques. El esclesiástico Pierre Charron escribió De la sagesse, publicada en 1601, en la que se centra en el ideal estoico del sabio, y en la manera de llegar a serlo siguiendo, él también, el Enchiridion de Epicteto. Se podría objetar, por otra parte, que la fecha de producción de las primeras obras de Matthieu hacia la última década del XVI, a diferencia de las narraciones biográficas objeto de este estudio, es demasiado cercana en tiempo a la obra de Lipsio para caracterizarlas como «neoestoicas». Sin embargo, para entonces, el estoicismo como movimiento espiritual ya había permeado las letras renacentistas europeas, y la huella de Séneca, tras las ediciones de Erasmo y de Marc-Antoine Muret, habían echado raíces en el continente56. Sin duda, por la estela que va dejando en su obra, podemos insertar los 52 Sobre la difusión de Tácito en Europa en los siglos XIV a XVII, ver Antón Martínez, 1992, pp. 37-54, y para las vías de penetración en España, pp. 91-156;Ver también Momigliano, 1990, pp. 109-131; y Sagrario López Poza, 2008.Y estas cifras de Burke, 2008, p. 485: «In his Politicorum libri sex […] Lipsius gave Tacitus pride of place with 547 citations (Cicero, the runner-up, received only 227)». 53 Blüher, 1983, p. 490. 54 Antón Martínez, 1997. 55 Para un paralelo en Inglaterra de esta confluencia de senequismo y tacitismo, ver Salmon, 1989. 56 Blüher, 1983, pp. 242 y 392.

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años de formación de Matthieu en esta corriente neostoica europea en la que se sentaron las bases de la interpretación de Séneca y Epicteto. Las dos últimas décadas del XVI, las de pleno apogeo y difusión de la obra de Lipsio, correspondientes a sus años en Leiden (1578-1591), coinciden con los del inicio de la producción intelectual de Matthieu. Las obras del francés y del belga circularon a la par; solo en Francia, bajo el reinado de Enrique IV (1589-1610), el Politicorum de Lipsio se imprimió diez veces en francés. Recordemos nuevamente que Montaigne, contemporáneo de ambos, se carteó con el filósofo belga; y que Matthieu fue lector de Montaigne57. En España, la recepción de la obra de Lipsio en el XVI ejemplifica los mismos círculos que acogerían la del francés unos años más tarde, con la que está conectada ideológica y estilísticamente. Recordemos que Felipe II lo había nombrado cronista real en Flandes y que el belga mantenía un activo intercambio epistolar con muchos españoles. El círculo cortesano que recibió la doctrina de Lipsio en España58 incluía al futuro monarca Felipe III, a quien el humanista enviaría su De Militia romana en 1595; al preceptor del príncipe, García de Loaysa; a García de Figueroa, gentilhombre de su cámara; al erudito Arias Montano; al embajador y luego secretario y consejero de Felipe II, Juan de Idiáquez; y al propio Felipe II, como se desprende de la correspondencia que mantuvo con el belga con varios de estos personajes59. Mención aparte merecen Antonio Pérez, secretario del Prudente, y el embajador Bernardino de Mendoza, traductor del muy difundido Politicorum a principios del XVII60.

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Trinquet, 1957. Para Elliott, la gran acogida de Lipsio en España se debe a una actitud del mundo como la de Tácito, en la que se perciben las motivaciones psicológicas humanas, con las máximas extraídas de la historia y experiencia; una relectura de las virtudes romanas como la austeridad, economía, disciplina y orden; una resignación estoico-cristiana ante las adversidades (1984, p. 40). Cid Vázquez recoge la opinión de Thomas G. Corbertt del atractivo de Lipsio en España debido a su combinación de erudición, piedad religiosa y sofisticado arte de gobierno (2002, p. 94). Para Lipsio en España, ver Ramírez, 1966; en Portugal, Alburquerque, 2002. 59 Antón Martínez, 1992, pp. 137-139. 60 Matthieu menciona una carta del embajador Bernardino de Mendoza en la vita de Felipe II (Breve compendio, 1788, p. 45). Es muy posible que lo conociera cuando el español fue embajador en París. Para la relación de Mendoza con el gobierno de Felipe II, ver Vázquez de Prada, 2004, pp. 83-90. Para ejemplos de las redes transnacionales de escritura de la historia de los ‘herederos de Lipsio’, y 58

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Sevilla fue puerto de entrada de muchas novedades extranjeras, donde llegaban los barcos de Flandes e Italia con libros y otras curiosidades. Uno de los grandes admiradores de Lipsio (y de Montaigne, de quien tradujo parte de los Essais) fue don Baltasar de Zúñiga, que lo conoció en persona durante su servicio diplomático en Bruselas, y una de las figuras esenciales en la difusión del neoestocismo en España gracias a su posición en las esferas de gobierno durante los reinados de Felipe III y los primeros años del de Felipe IV. Zúñiga, gran conocedor del panorama político de Europa, había participado en la Armada contra Inglaterra en 1588, ejercido como embajador de los Países Bajos (1599-1603), de Francia (1603-1606) y de la corte imperial en Praga (1608-1617) y transmitido a su sobrino Olivares, en Sevilla, el interés por la doctrina neoestoica. Muchos de los hombres con los que Zúñiga y Olivares conformaron su círculo cortesano eran familiares, parientes, amigos o naturales de Sevilla, todos ellos sus «hechuras», como recuerda Elliott. «Madrid fue tomado al asalto por Sevilla en estos años iniciales del reinado»61; los miembros de la casa de Zúñiga, Guzmán y Haro, cuñados, sobrinos, primos, etc. ocuparon todos puestos claves en la corte, y también amigos sevillanos como Francisco de Rioja y Juan de Fonseca y Figueroa, Juan de Jáuregui, Francisco de Calatayud, Diego de Velázquez, Francisco de Alviz y Antonio Carnero, y también el anciano Álamos de Barrientos. En esa suerte de contubernium intelectual creado por Olivares, el tacitismo lipsiano constituyó una de sus señas de identidad62. Pierre Matthieu deja constancia de su profunda admiración por Lipsio en una breve anécdota que incorpora en su Histoire de France et des choses mémorables. De misión en Bruselas, los cancilleres de Enrique IV, Pompone de Bellièvre y Nicolas Brulart de Sillery, tras haber visitado varias ciudades flamencas quisieron ir a Lovaina para ver a Juste Lipsius, historiographe du Roy d’Espagne. Il faut voir Flandres pour voir Louvain, & Louvain pour y voir Lipsius, qui en est le plus digne ornement. Ce qu’il a fait pour la lumière de l’Histoire mérite qu’on fasse

su relación con el tacitismo y la razón de Estado en la Monarquía Hispana, ver Montcher, 2017. 61 Elliott, 2001, p. 47. 62 Elliott, 2004, pp. 53-55. Tres de los traductores de Tácito (Emmanuel Sueyro, Álamos de Barrientos y Herrera y Tordesillas) colaboraron con el régimen de Olivares.Ver Montcher, 2017, p. 361, n. 28.

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autant de chemin pour le voir, qu’en fit un autre de Gadix á Rome, pour voir Tite Live63.

Basten estas efusivas palabras que nos regala con su característico estilo para entender la veneración que sentía por el maestro humanista. Vale destacar en tal afirmación, además del papel que Matthieu le atribuye al flamenco en la recuperación de la historia antigua, cómo él mismo se identifica, junto a Lipsio, con el gremio de los historiadores. Si con el De constantia Lipsio proponía una filosofía práctica a los ciudadanos de una Europa desolada y tornadiza a causa de guerras religiosas y luchas civiles, con su Politicorum, en el que Tácito, como decíamos, es fundamental, se propuso una discusión de la práctica del gobierno de la monarquía absoluta a finales del XVI para ofrecer una sabiduría práctica (prudentia) a príncipes y ministros. En tiempos de la Contrarreforma, muchos humanistas leyeron a Tácito como el principal iniciador de esta «razón de Estado», es decir, de las mejores estrategias políticas que le permitían a un príncipe cristiano, asediado por las circunstancias, recurrir a «los medios convenientes para fundar, conservar, y engrandecer un señorío», según la definición de Botero en traducción de Antonio de Herrera y Tordesillas64. En esta compleja urdimbre de teorías e interpretaciones, que se entremezclan en la segunda mitad del XVI, como han estudiado Toffanin y Maravall, citar y comentar a Tácito, en otra vuelta de tuerca, podía ser una manera de enseñar ciertas doctrinas de la política maquiavélica sin nombrar al autor y sin desligar del todo la política de la moral. En la introducción al «Comentario» de su edición de 1585 de los Anales de Tácito, parafraseando y amplificando al mismo romano (An. 4.32), Lipsio deja constancia del valor que le atribuye a su historiografía:

63 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, t. I, p. 82. La anécdota del desconocido gaditano que camina a Roma desde Cádiz, no para ver las maravillas de la urbe sino para conocer al gran historiador Tito Livio, la transmiten Plinio el Joven y San Jerónimo. 64 Botero, Razón de Estado, trad. de Herrera y Tordesillas, 1603, fol. 1. «Ragione degli stati», es sintagma empleado por primera vez por el florentino Giovanni Della Casa y retomado por Botero, Girolamo Francheta y Scipione Amirato. Aunque Botero critique la postura de Maquiavelo, los temas que trata en su libro son muy similares a los del florentino.Ver Skinner, 1978, t. I., pp. 248-249; 1984; Pocock 1987.

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No todas [las historias] nos ofrecen el mismo grado de utilidad. En mi opinión, la mejor es la que tiene mayor similitud y mejor refleja nuestros tiempos. […] No os explica este [Tácito] guerras y triunfos impresionantes, que solo sirven para entretener al lector, ni sediciones o arengas tribunicias, ni leyes agrarias o frumentarias, que de nada sirven a este siglo. Pone ante vosotros a reyes y monarcas actuando como en un drama contemporáneo. A veces veo a un príncipe opuesto a las leyes y a los derechos, y a súbditos levantados contra el príncipe. Descubro las técnicas y los instrumentos con los que ahogar la libertad y el infeliz esfuerzo por recuperarla. Leo cómo una y otra vez caen y se someten los tiranos y lo inestable que siempre se vuelve el poder cuando se abusa de él. No faltan tampoco consecuencias negativas de la vuelta de la libertad: la confusión, la envidia entre iguales, la avaricia, el robo, dinero sacado del Estado y no destinado a él. ¡Por Dios, qué útil e imponente es este autor! y cómo convendría que lo manejaran los que manejan el gobierno y el timón de la República65.

Conjuga así en el comentario la metáfora del teatro moderno —theatrum hodiernae vitae— con la del mundo como mar proceloso y los gobernantes como pilotos de la nave del Estado, que se convertirían en un recurrido tópico a lo largo del siglo XVII66. Tácito es, para Lipsio, el historiador moral del arte de gobernar, y los jóvenes aristócratas que venían a las universidades en busca de conocimientos que los preparasen para la vida pública activa necesitaban lecciones nuevas para estar a tono con los tiempos. Para Arnaldo Momigliano, es en la década de 1580 cuando el tacitismo se convierte en un movimiento político asentado ideológicamente en la gran explosión de los comentarios de Tácito67. Respecto a 65 Extraemos la cita en español de Ballesteros Sánchez, 2008, p. 140. No solo Lipsio, sino también Montaigne, por citar a otro contemporáneo, subrayó la importancia del conocimiento de las causas ‘interiores’ de la historia de Tácito, que recuerda, además, el prefacio de Plutarco antes visto. Ver Montaigne, «De l’art de conferer», Livre III,VIII, Essais, p. 1054. 66 La similitud entre la época que pinta Tácito en sus Historias y Anales y la moderna se convirtió en un tópico, y sus historias se leyeron como un «espejo», siguiendo la definición ciceroniana (Antón Martínez, 1992, pp. 24-25). Para Tácito en Francia, ver Gorris, 2005. Para el topos del mundo como teatro, ver Curtius, 1973, pp. 138-144; y también Blair, 1997, pp. 145 y 153, para los usos metafóricos del término theatrum en el XVI. 67 Momigliano, 1947, pp. 91-101. Para el tacitismo, ver Tierno Galván, 1949; Toffanin, 1972; Maravall, 1944, 1982 y 1984; Antón Martínez, 1992; Cid Vázquez, 2002; Martínez Bermejo, 2010; Badillo O’Farrell et al., 2013; y Merle y

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las principales vías de entrada del movimiento tacitista en España, nos recuerda Beatriz Antón Martínez, estas fueron tres: la italiana (Alciato, Guicciardini, Ammirato, Botero, Boccalini, Malvezzi); la francesa (Bodin, M. A. Muret, Montaigne); y la de los Países Bajos (Lipsio). Después de calificar la italiana de «la más temprana y duradera» y de destacar en la francesa la «indiscutible preeminencia» de Bodin, añade que esta última contribuye tempranamente a la receptio del tacitismo en España y nombra entre los principales exponentes, entre otros, a Guillaume Budé, Étienne de la Boetie, Auguste De Thou y a nuestro Pierre Matthieu68. En esa misma dirección apunta el «giro político» que se perfila en la historiografía oficial del momento, sintagma acuñado por Richard Kagan al estudiar, tomando como ejemplo un contemporáneo español de Matthieu, la obra del historiador real Antonio de Herrera y Tordesillas69. Por su parte, el estudioso del pensamiento político Richard Tuck ha demostrado la aparición y desarrollo de una cultura común en Europa a finales del siglo XVI en la que el escepticismo, el estocismo y la razón de Estado iban de la mano70. En paralelo, pero en el campo de la retórica, Luisa López Grigera observaba, en las dos últimas décadas del XVI, un importante giro propiciado por la inclusión de los rétores griegos en la enseñanza escolar, cambio que acusa también Morris Croll en relación con la imitación de los autores de la Edad de Plata romana. Matthieu, nacido en 1563, cuya producción intelectual se dispara a partir de la década de 1580, se hace eco de todos esos cambios históricos, retóricos y de prácticas imitativas que hemos perfilado a lo largo de estas páginas. Fue, vale recordarlo, contemporáneo de Shakespeare, Francis Bacon, Cervantes, Lope de Vega, Góngora y Hortensio Paravicino, entre otros destacados innovadores de las letras renacentistas a los que unía un legado común y un empeño semejante por la experimentación y la renovación de fuentes, géneros y motivos heredados. En cuanto al estilo que fascinó a los escritores de este periodo, sus elementos esenciales eran la construcción sintáctica breve y apotegmática

Oïffer-Bomsel, 2017. Para otras lecturas y usos de Tácito a lo largo del XVI, ver la primera parte de la colectánea editada por Merle y Oïffer-Bomsel, 2017. Para un panorama de diferentes lecturas a las que se sometió la historiografía de Tácito, en el mismo volumen, Martínez Bermejo, 2017. 68 Antón Martínez, 1992, pp. 107 y 120; Blüher, 1983, p. 489. 69 Kagan, 2006. 70 Tuck, 1993, p. xiii.

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que subrayaba juicios e ideas sobre la situación política romana, además de la elocuencia con que vestía los discursos de los personajes. Al estudiar los usos del apotegma en el XVI y del aforismo en el XVII, Mercedes Blanco señala que estos pensadores creían en la eficacia táctica de los mismos, y propone no verlos como simples juegos71. «Es cierto que en todos los países, durante la época postrenacentista fue sentencioso y audaz el tacitismo, en cualquiera de las modalidades en que llegó a florecer»; y en el caso de España, en palabras de Ferrari, el tacitismo, al aliarse con el erasmismo, se tornó marcadamente apotegmático72. En cuanto a las motivaciones didáctico-morales, su lectura propiciaba el «empleo frecuente del método inductivo» y la «firme matización psicológica en la materia política»73. El traductor español de Tácito, Antonio de Herrera y Tordesillas, por ejemplo, señalaba en el estilo del romano una «escabrosidad (aunque misteriosa) del lenguaje»74. Dado el interés por la historiografía de corte político, con el rescate de Tácito (en España traducido y comentado, además, por Emmanuel Sueyro, Álamos de Barrientos y Carlos Coloma, entre otros)75 se desempolvan y traducen historiadores menos estudiados como Valerio Máximo,Veleyo Patérculo y Cornelio Nepote. Pero no solo servían los modelos antiguos; Matthieu, por ejemplo, además de integrar a los historiadores romanos e instrumentalizarlos, incluye autores contemporáneos como Maquiavelo y el Aretino, a quienes menciona expresamente, justificando así su elección en el margen: 71

Blanco, 1987, p. 378.Ver también Lafond, 1981b. Ferrari, 1945, p. 68. 73 Maravall, 1984, p. 96. 74 Herrera, citado por Fernández-Santamaría, 1986, p. 194. Para un resumen de los rasgos del estilo de Tácito (brevitas, inconcinnitas, variatio, uso de sententiae, antítesis, empleo de términos poéticos y carga dramática de sus retratos) ver Badillo O’Farrel et al., 2013. Herrera también es autor del descriptivo opúsculo «Discurso sobre que Tácito excede a todos los historiadores antiguos, y el fruto que se saca de sus escritos». 75 Las obras de C. Cornelio Tácito, traducidas de latín en castellano, por Emanuel Sueyro, Madrid, Viuda de A. Martín, 1614 (incluye los Anales I-VI y XI-XVI, la Historia I-V, Germania y Agrícola). Baltasar Álamos de Barrientos, Tácito español ilustrado con aforismos, Madrid, Luis Sánchez y Juan Hasrey, 1614; Benito Arias Montano, Aphorismos sacados de la Historia de Publio Cornelio Tácito, Barcelona, Sebastián Matevet, 1614; Antonio de Herrera, Los cinco primeros libros de los Anales, Madrid, Juan de la Cuesta, 1615; Carlos Coloma, Obras de Cayo Cornelio Tácito, Duay, Marcos Wyon, 1629. 72

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«Plusieurs bons mots sortis de bouches prophanes & impies»76. Esta revelación de haber empleado «buenas expresiones» salidas de la impía boca del florentino nos permite confirmar, sin duda, otra vía de acceso de elementos del pensamiento maquiavélico en la literatura de corte político en España77. A los escrupulosos que lo critiquen por haber sustraído de esos dos autores algunas ideas —igual que Epicteto y Séneca las habían sacado de Epicuro, añade— les pide considerar que, si bien ambos italianos carecían de conciencia, tenían «beaucoup de sçience & de cognoissance aux choses du monde»78. Una vez más, al enfatizar el conocimiento práctico de política, sale a relucir el interés por un saber utilitario presente ya en la escritura de Maquiavelo, por ejemplo, quien en El príncipe, alterna los ejemplos sacados de los historiadores y los archivos con los avatares que sacudieron su propia vida en el XVI. Defender en Maquiavelo el conocimiento de las cosas del mundo, es decir, su pragmatismo político y el análisis de la realidad tal cual, era querer encontrar nuevas vías que no implicaran una separación de lo ético y lo religioso de lo político. Para contrarrestrar las ideas del impío florentino (y también las de Tácito, el pagano historiador romano), Giovanni Botero buscó dar una respuesta viable a los problemas que planteaba la relación de la política con la moral y la religión adecuándose a los tiempos para sufrir el menor de dos males. Ejemplo de tal pragmatismo puede leerle en la versión castellana que Antonio de Herrera hizo de los Diez libros de la razón de Estado (1591), en cuyo prólogo afirma que el intento del italiano con su obra fue formar un príncipe religioso y prudente para saber gobernar y conservar su Estado en paz y justicia, procurando que se pueda hacer sin los medios que enseñan Nicolás Maquiavelo y Cornelio Tácito, como aquellos que son en todo contrarios a la ley de Dios, porque el primero funda la razón de Estado en la poca conciencia, y Tiberio César, a quien sigue Tácito, encubría su tiranía con una bárbara ley de majestad y con otras formas que 76

Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Puigdomènech (2008, pp. 41-60) señala un interés similar por querer extraer de la obra de Maquiavelo cosas «de mucha curiosidad y aprovechamiento» y de expurgar los «errores y cosas impías y malsonantes» mediante la enmienda y ‘traducción’ de los textos, en una petición de 1584 del secretario del quinto duque de Sessa dirigida al Consejo de la Inquisición. Esto no se llegó a hacer, y su obra fue prohibida en su totalidad. 78 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. 77

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no sufrieran hombres muy viles, y por esto, se maravilla que hayan llegado a ser dechado para lo que debe hacer en el gobierno de los Estados y que esta pésima manera de gobernar se haya descarada y atrevidamente puesto contra la ley de Dios79.

De las palabras de Herrera se desprende que el objetivo de la política, inseparable de la ética y la religión, era la conservación de un Estado, y que el príncipe, como cabeza del mismo, tenía que velar por su seguridad. Esa actuación ideal es la que todos proponen, y se diferencia de la ‘mala razón de Estado’ escindida de la moral que se leía en Maquiavelo. Obviamente, entre lo que era buena y la mala razón, o lo que era simulación o disimulación, había todo un sinfín de matices. La utilidad de este tipo de tratados políticos sobre la razón de Estado es la línea matriz del estudio de Oestreich, donde recuerda que si bien el Humanismo nacido en Italia en el XIV había sido inicialmente un movimiento literario, el creciente estudio e investigación de todo el mundo antiguo propició el desarrollo del conocimiento en las áreas del campo pragmático, tanto en las artes como en las ciencias; los conocimientos en el derecho, la medicina, la minería, la arquitectura, la agricultura, la mecánica, la guerra y la estructura del Estado se fueron forjando sobre patrones grecorromanos. La edición y reedición de traducciones vernáculas de textos antiguos con comentarios se debía a consideraciones de orden práctico, en particular al interés por aplicar esos conocimientos extraídos de esos textos al mundo contemporáneo80. Así, las obras de Tácito y de Séneca, editadas y difundidas por Lipsio, tuvieron, como había tenido y seguía teniendo la de Plutarco, una orientación pragmática y didáctica. Para Matthieu, discípulo de Lipsio, la razón de Estado era inseparable de la prudencia política, que había de ser compatible con la moral cristiana. Esta es, según su propia definición, una ciencia real basada en la discreción y el juicio para la toma de medidas de gobierno que redunden en la conservación y bienestar del Estado: «La science royalle qu’on appelle la raison d’Estat, ou la prudence politique, consiste en

79

Citado por Tierno Galván, 1949, p. 397, n. 5. Oestreich, 2008, p. i. Sin embargo, recuerda Oestreich, habría que tener en cuenta que estos autores pertenecen a un epistema en el que la separación de las artes y las ciencias no se había efectuado y ambas dependían mayoritariamente de la noción de autoridad textual (p. 5).Ver también Albaladejo Fernández, 2009. 80

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une vigoureuse force d’esprit & une expérience conformée au maniement des affaires publiques, dont la cognaissance est si difficile, que la vie est trop courte pour l’apprendre»81. Esta definición es deudora de la «prudencia» lipsiana, que el belga definía como el «conocimiento y discreción de cosas, que así en público como en particular se ha de huir o desear»82. Sin embargo, lo que es más, la definición de Matthieu es también ilustrativa de lo que evita de los postulados de Maquiavelo: si hace falta una vigorosa fuerza de espíritu por parte del monarca, nada se dice de la disimulación o del engaño.Y fuerza y fraude, como sintetiza Victoria Kahn, era lo que recetaba Maquiavelo a los príncipes83. Por otra parte, y en el campo de lo práctico, la frase de Matthieu destaca el otro pilar fundamental de la política del momento: la experiencia. Esta es, junto con «la memoria de las cosas» alcanzada por lo que se ha oído o leído, fundamentalmente en los libros de historia, el sostén de la prudencia necesaria para lograr recetar remedios a los problemas o ‘enfermedades’ del Estado. La experiencia es «eficaz maestra de todas las cosas, y que mucho mejor se da crédito a los experimentados; y aún mucho más, que la experiencia avantaja a los preceptos de todos los maestros»84. Es en la insistencia en lo pragmático y prudencial donde hay que enmarcar esos cambios de facciones religiosas o políticas que llevaron a Bodin a defender la Liga a partir de 1589, a Lipsio a enseñar en universidades protestantes y reafirmar su catolicismo hacia el final de sus días, y a Pierre Matthieu a convertirse políticamente de liguista católico a defensor del monarca reconvertido que sabría unificar una Francia dividida. El reconocimiento de dicha realidad histórica y la aceptación práctica de la tolerancia religiosa que tanto le criticó España a Francia— marcó la vida y obra de muchos de los hombres de la generación de Matthieu. La razón de Estado es prudencia política, y la prudencia, como ha estudiado Aurora Egido en Gracián, tiene tres caras, motivo que también leemos en la obra de nuestro historiador, en un pasaje donde describe la ciclópea capacidad de consejo del marqués de Villeroy:

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Matthieu, Remarques d’estat, 1642, p. 437. La prudencia, una de las cuatro virtudes cardinales (junto con la templanza, la fuerza y la justicia), es fundamental en el neoestoicismo. 82 Para Lipsio hay dos tipos, la doméstica («provechosa a sí misma») y la civil (a los demás), Políticas, 1997, pp. 26-28. 83 Kahn, 1994, p.18. 84 Lipsio, Políticas, 1997, p. 27.

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Ceux qui manient les affaires se proposent tous un mesme but, mais ils y vont par diverses routes, & les uns plustost que les autres. Les italiens par des discours profonds donnent bien avant dans l’advenir ; les espagnols tirent leurs meilleures résolutions des exemples du passé : les françois s’arrestent au présent, mais la prudence regarde les trois temps ; & forme tousjours ses raisons sur la nécessité du présent, l’utilité ou le dommage du passé & la prévoyance de l’advenir85.

Por lo tanto, la prudencia de los hombres que manejan las riendas del gobierno ha de mirar, como monstruo tricéfalo, al presente, al pasado y al futuro86. Matthieu concibe su obra no como haríamos hoy, con el fin de entender los fenómenos del pasado, sino según la concepción cíclica de la historia heredada de la Antigüedad y del Renacimiento que proponía el análisis de símbolos o representaciones avalados por la historia para entender el presente y predecir el futuro. Esa ejemplaridad se aprendía en autores como Tácito, pero había que saber desenterrarla: No se contentaba aquel gran oráculo de los políticos, el ídolo de estadistas, Cornelio Tácito, con la vulgar sencilla narración de la historia, sino que la forró de glosas, crisis y ponderaciones; no paraba en la corteza de los sucesos, sino que transcendía a los más reservados retretes, a los más ocultos senos de la intención...87

Sin embargo, por los años en que escribe Gracián, la prosa de Pierre Matthieu contaba con pocos adeptos y, con el desarrollo de nuevas corrientes de pensamiento y nuevos métodos científicos, la noción de la similitudo temporum había ido perdiendo fuerza como forma de conocimiento. Para pensadores como René Descartes, por ejemplo, la historia era una forma de evasión del escritor sin ningún uso práctico88. Esta 85

Matthieu, Remarques d’estat, 1642, p. 483. Egido, 2000. Ramírez de Prado, en su Consejo y consejero de príncipes, recoge el mismo locus, pero cita como fuente al historiador portugués Juan de Barros, para quien «los italianos se gobernaban por lo pasado, los españoles por lo presente y los franceses por lo venidero», p. 8. 87 Gracián, Obras completas, p. 527. Kagan (2003, pp. 91-92) recoge la relación del jesuita con los historiadores y destaca las alabanzas que dirigió a aquellos que se dedicaron a temas políticos como Matthieu, Commynes, Guiciardini, Conestaggio, Malvezzi, el conde de la Roca, José de Pellicer, Diego de Valera y Fernando de Pulgar. 88 Para un resumen de la posición de Descartes ante la historia, ver Collingwood, 1946; y Popkin, 1960. 86

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actitud se perfila desde el título mismo del tratado de uno de los difusores del escepticismo en Francia (y quien sería tutor e historiógrafo de Luis XIV), La Mothe Le Vayer: Du peu de certitude qu’il y a dans l’histoire (1668), que refleja el nuevo giro que tomaría la historiografía europea en las décadas posteriores. Al cambiar las circunstancias históricas y los gustos estéticos, la manera de escribir de Matthieu se criticó por artificiosa y sobrecargada. Su obra fue víctima de su propio éxito al irse poco a poco transformando en un modelo que se reducía a la búsqueda de detalles curiosos marcado por la fascinación de apotegmas y agudezas, como revelan las críticas a su prosa hacia la segunda mitad del XVII89. 2. PIERRE MATTHIEU Y SUS TRADUCTORES ESPAÑOLES Traducir a Matthieu en el XVII era, además de intrumentalizar la filosofía moral extraída de Plutarco, Séneca, Tácito y un conjunto de autores antiguos y contemporáneos, difundir en lengua vernácula todo un sistema de nociones literarias, históricas y políticas relacionadas con el ejercicio del poder. Ser un autor alabado, imitado, traducido, comentado y criticado en la República literaria de su tiempo era la prueba de que el historiador francés había alcanzado un reconocimiento que lo convertía en «capital simbólico» del momento. En la época de Matthieu, el concepto de lo que hoy concebimos como ‘traducción’ cobraba forma en varias modalidades cuyo marco teórico dependía de los métodos de enseñanza, lectura y reescritura practicados en las escuelas humanísticas. Gracias al diálogo y comercio que había establecido con el legado grecolatino y renacentista, Matthieu concebió su primera tragedia juvenil, Clytemnestre, como una ‘princesa extranjera’ vestida a la francesa, y así lo revela en la dedicatoria del libro sirviéndose de una tópica metáfora sartorial muy empleada para la traducción90. En este temprano ejemplo de traslación y adaptación de la obra de Séneca a su mundo de la segunda mitad del XVI, se perfilan ya temas que serán recurrentes tanto en su dramaturgia como en su posterior obra biográfica: la inconstancia de la fortuna, la caída de los grandes personajes, la crueldad de la guerra y de los tiranos. 89 90

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Mouchel, 1990, pp. 331-332. Matthieu, Clytemnestre, p. 85.

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Tales métodos compositivos, como se sabe, ahondaban sus raíces en los practicados en los centros docentes de la Roma imperial, donde se traducía del griego al latín y luego al griego. Siguiendo las recomendaciones de los rétores antiguos, la doble traducción fue una de las técnicas de aprendizaje más empleadas en las escuelas humanísticas para ejercitar a los alumnos en la copia verborum y enriquecer tanto su propio acervo lingüístico como el de su lengua vernácula91. Para el alumno de los studia humanitatis, traducir era un método creativo que lo capacitaba para adquirir vocabulario y construcciones —copia rerum et verborum, asimilación de la difundida De copia rerum ac verborum erasmiana de 1512 — y para ello tenía que hacer «los ejercicios de lectura comentada de los clásicos, de «copia», de imitación, y de traducción»92. Aun así, si gracias a los ejercicios propedéuticos las diferencias entre uno y otros modelos estaban bien delimitadas, una vez fuera de las aulas, estas distinciones se nublaban y confundían en la práctica. Llevados por la complejidad del proceso traslativo, los traductores tendían a contaminar los diversos patrones de traslación de textos93. Peter Burke nos propone reflexionar sobre la traslación de textos en su contexto cultural, ligada a los sistemas o ‘regímenes’ de traducción típicos del periodo o, en otras palabras, inseparable de las reglas, normas o convenciones que rigen su práctica, tanto los fines (o estrategias’) como los medios (las ‘tácticas o ‘poéticas’)94. Burke ha subrayado, además, las importantes discrepancias que separan los discursos tradicionales sobre la traducción de su práctica, por lo que prefiere hablar de ‘culturas’o ‘subculturas’ coexistentes de la traducción en este periodo. La noción de fidelidad, por ejemplo, que desde el punto de vista diacrónico no es monolítica, cambiaba en un mismo momento histórico según el tipo de texto o el autor que se fuera a traducir. Aunque los tradicionales intentos de definir qué es y cómo han de hacerse las traducciones en ocasiones han reducido el debate a la bicéfala oposición de literalidad y libertad, propuestas interdisciplinarias como las de Susan Bassnett —que sugiere ver la traducción como «un

91 Estudiado por Santoro L’Hoir, 2006, p. 4; Norton, 1984, p. 25; y López Grigera, 1998, p. 55. 92 López Grigera, 1994, pp. 34-35. 93 Ver Cave, cap. II, 1979. Ver, para la traducción renacentista en Francia, Glyn, 1984. 94 Burke, 2007, p. 11.

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conjunto de prácticas textuales»95— o el concepto de intertextualidad de Julia Kristeva, basándose en la noción bajtiniana de dialogía, en el que «todo texto es la absorción o transformación de otro texto», nos parecen esclarecedores para contextualizar la labor traductora de los siglos XVI y XVII. Además del dialogismo y de la intertextualidad, las prácticas textuales de humanistas y traductores también tienen muchos puntos de contacto con las nociones de hipertexto e hipotexto de Genette, que ejemplificaremos en el último capítulo. Estos conceptos, desarrollados en el siglo XX, pueden resultar muy productivos al examinar la preceptiva siglodorista de producción textual, anclada en la apropiación y recontextualización de modelos antiguos y modernos. Vimos que Matthieu, en original y traducido, estaba presente en las bibliotecas de importantes mecenas y personalidades asociadas con el poder. Uno de los primeros en traducirlo en España fue un conocido banquero genovés de la Corona, Vincencio Squarzafigo, quien lo llevó al español desde el italiano, como nos recuerda Quevedo refiriéndose a la Vida de Elio Seyano, publicada en Barcelona en 1621: «que pasó a nuestra habla de la versión italiana Vicencio Squarzafigo; y aunque no la dio entera, ha sido sabrosa lectura»96. Convendría matizar, sin embargo, esta afirmación de Quevedo ya que no se trata de una versión parcial, sino de una traducción de la primera edición de Aelius Sejanus de 1617 (Paris, Robert Estienne), que consta de ciento sesenta y dos páginas. Existe otra edición, publicada en 1618 (Rouen, Jacques Besongne), que Matthieu aumentó considerablemente, y que salió al mercado con trescientas cuatro páginas97. Es muy posible que Quevedo y Mártir Rizo conocieran solamente esta segunda edición y creyeran que la de Squarzafigo era una abreviada. Un cotejo, sin embargo, de la edición de 1617 de Robert Estienne y la española compuesta por el banquero permite comprobar que se trata de una traducción completa. Squarzafigo formaba parte de la generación de banqueros genoveses que manejaron las finanzas castellanas en las primeras décadas del XVII y que trabajaron directamente con la Real Hacienda98. Contaban con

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Bassnett y Lefevere, 1990, p. 39. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, «Juicio» de Quevedo, s. p. 97 Lobbes, 2005, p. 509. 98 Entre 1621 y 1626, Squarzafigo era uno de los acreedores del rey que recibió dinero de la Casa de la Contratación. Su negocio se vio afectado por la suspensión de pagos de 1627.Ver Álvarez Nogal, 1997, p. 86. 96

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fuertes apoyos económicos y sociales y tenían una activa red de colaboradores en las principales urbes europeas (Génova, Amberes, Lisboa, Milán, Nápoles, Sevilla, etc.). Aunque no contemos con datos suficientes para saber cuáles fueron las motivaciones de Squarzafigo para acometer la traducción, no es de extrañar, dada la fama transalpina del francés y el trato permanente del hombre de negocios con las altas esferas del poder, que esta provenga del italiano. Entre las más tempranas traducciones de Matthieu al español destaca también las Observaciones de Estado y de Historia sobre la vida y servicios del Señor de Villeroy (Lisboa, Pedro Crasbeeck, 1621), del funcionario de intendencia militar, pensador de corte tacitista y autor político Fernando Alvia de Castro99, otra señal del arribo de Matthieu a España a inicios de esta década por la vía indirecta de la traducción italiana, como no olvida señalar Alvia en su dedicatoria a don Pedro de Toledo Osorio, marqués de Villa Franca: Francia produjo al señor de Villaroy para secretario de Estado de cinco reyes suyos, noble de nacimiento y, por su gran prudencia y cristiandad, digno de fama que posee. España la hace ahora su natural, traduciendo en castellano lo que de su vida, hechos y dichos, escribió Pedro Matheo. Vuestra Excelencia, cuando estuvo en París, le honró mucho; por lo que vio sabía y merecía diomele en italiano para leerle. Tal le hallé que juzqué serviría a la curiosidad ponerle en nuestra lengua como otras naciones le tenían en las suyas100.

El interés de Alvia de Castro por estas obras políticas de corte apotegmático y didáctico es evidente en el resto de su producción: Verdadera razón de Estado. Discurso político (Lisboa, Pedro Craesbeeck, 1616); y Aforismos y ejemplos políticos y militares. Sacados de la primera década de Juan de Barros (Lisboa, Pedro Craesbeeck, 1621) y dedicada al importante político Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas101.

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Para la vida de Alvia de Castro, ver Simón Díaz, 1953. Matthieu, Observaciones a Villeroy, trad. Alvia de Castro, s. p. 101 Maravall señala que Juan López del Valle también tradujo a Matthieu, y que dicha traducción quedó manuscrita, sin especificar cuál fue, por lo que no ha sido posible confirmar el dato. Menciona también la de la vita de Enrique IV por parte de Félix de Guzmán, Arcediano de Sevilla, en manuscrito en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, que tampoco hemos podido localizar (1984, p. 431). 100

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Estas traducciones de Squarzafigo y Alvia de Castro, las primeras de Matthieu, como hemos visto, llegan por vía de traducciones italianas a Barcelona y Lisboa, e iban dedicadas a importantes políticos y estadistas. Como práctica intelectual, la traducción no puede desligarse del mundo material del que depende, por lo que estudiar el circuito europeo y la materialidad del libro permite, en primer lugar, descubrir los caminos que seguían estas obras (don Pedro de Toledo Osorio, que conoció en París a Villeroy, le obsequió a Alvia una versión italiana, que este traslada al español), así como las múltiples manipulaciones, paráfrasis, cambios de significados y decisiones editoriales a que son sometidas (Vicenzo Squarzafigo, banquero con importantes vínculos comerciales en toda Europa, traduce la primera versión del Seyano, que se publica en pequeño formato). En segundo lugar, permite considerar el texto traducido como una ‘primera lectura’ filtrada por ese lector privilegiado que es el traductor, y fuente de nuevas lecturas. Situada así en una zona liminar de intercambio, la traducción se alza sobre el sustrato del original, pero lo reproduce y transforma añadiéndole otros elementos propios de la cultura de llegada. Su más asiduo traductor, lo hemos dicho, el único que traduce más de una obra, fue Juan Pablo Mártir Rizo, con la Vida del dichoso desdichado (Seyano), la Vida de Felipa de Catanea, y la Historia de la muerte de Enrico el Grande (Enrique IV). Además, también extrae de la obra historiográfica de Matthieu los fragmentos con los que compuso la Historia trágica de la vida del duque de Biron y el prólogo, y el método, para su Historia de la vida de Mecenas. Los demás traductores importantes fueron los hermanos Pedro y Lorenzo van der Hammen y León. El primero vertió al español y comentó los Pedazos de historia y de razón de Estado. Sobre la vida y servicios del ilustrísimo señor Nicolás de Nueva Villa, marqués de Villarreal. El segundo, Lorenzo, basándose en la traducción del Breve compendio y elogio de la vida de Felipe II, fragmento extraído anónimamente de la obra historiográfica de Matthieu, compuso su Don Felipe el Prudente, e instigado por las críticas al hemanastro del rey que figuran en la obra de Matthieu, su Don Juan de Austria. También fue lector y seguidor de la obra del francés el conde de la Roca, don Juan Antonio de Vera y Zúñiga (o Vera y Figueroa, como también se le conoce), perteneciente al círculo sevillano del conde duque y conocido tanto por su libro El embajador como por su biografía del conde duque de Olivares, Fragmentos históricos de la vida de Don

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Gaspar Felipe de Guzmán, Conde de Olivares (de difusión manuscrita, no publicada hasta el XVIII)102. También compuso un Epítome de la vida y hechos del invicto Emperador Carlos V, que dio a la imprenta en 1624 y que, en pleno auge de estas biografías breves, se reeditó en 1625, 1627, 1645 y 1649. Una de las traducciones más tardías de Matthieu en España es la de las Observaciones de Estado y de Historia sobre la vida y servicios del Señor de Villaroe. Escritas en francés por por Pedro Matheo, traducidas e ilustradas por don Fabricio Pons de Castellví, caballero de la Orden de Santiago, señor de la Baronía de Masricart, del Consejo de su Majestad en el de Cataluña (Martí Gelabert, Barcelona, 1664). De manera parecida a la de Pedro van der Hammen, esta contiene una larga relación de aforismos bajo el epígrafe «Ilustración a las observaciones de estado y de historia de Pedro Mateo, sobre la vida y servicios del Señor de Villaroe». Respecto al oficio de traductor, señalaremos que en este periodo solo un número reducido de traductores lo era profesionalmente ya que la gran mayoría se dedicaba a la traducción una o dos veces a lo largo de su vida, hecho que corroboramos en los traductores antes mencionados103. Excepción es la de Mártir Rizo, lo hemos dicho, que además de trasladar varias obras de Matthieu, había ya traducido (y comentado) la Poética de Aristóteles y las Décadas océanas compuestas por su ancestro, el historiador Pedro Mártir de Anglería. En este periodo, como ha estudiado Bouza, «fut redefini le travail du traducteur, comme forme subtile d’autorité intellectuelle pouvant même devenir plus grande que celle de l’auteur lui-même»104. Recordemos, por ejemplo, la fortuna de las traducciones inglesa y española de Il Cortegiano de Thomas Hoby y de Juan Boscán, o la famosa de Jacques Amyot de las Vidas paralelas de Plutarco. Aunque este no fuera el caso de los traductores de Matthieu, los españoles Mártir Rizo y los hermanos Van der Hammen sí llegaron

102 Para el conde de la Roca, ver García González, 1990. El conde formó parte de la embajada parisina del duque de Feria en 1610 para dar el pésame por la muerte de Enrique IV y negociar las dobles bodas. Ha dejado testimonio de las intrigas palaciegas y el descontento que reinaba tras el ascenso de Concini y de su esposa en una carta en la que vaticinaba un trágico final de la situación política (Fernández-Daza, 1995, pp. 77-78). Es también destacable la influencia de las traducciones españolas de Lipsio en El embajador del conde. 103 Burke, 2005, p. 19. 104 Citado por Bouza, 2010, p. 103.

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a alcanzar cierto reconocimiento entre sus contemporáneos por haber trasladado la obra, doctrinas y elocuencia del francés al ámbito español. Roger Chartier ha estudiado la diferencia que existe entre la cambiante materialidad del libro como objeto y la supuesta estabilidad de los textos, definiendo la relación entre los mismos, las formas en que estos se ofrecen al lector y los usos o interpretaciones que les dan significado105. En este sentido, entendemos las traducciones de Matthieu no exclusivamente como textos más o menos estables, sino como objetos que ofrecen una serie de datos esenciales que contribuyen a delimitar su trascendencia. Además de las variopintas decisiones editoriales que propiciaron la difusión de la obra del historiador francés en Italia, como hemos visto, podríamos citar el ejemplo de las traducciones de sus dos primeras biografías, las vitae de Seyano y Felipa Catanea, que se leyeron y publicaron no pocas veces juntas, con frontispicios grabados con las figuras de ambos personajes. Tal es el caso de la edición inglesa de 1632, que, además, incluía las observaciones de historia del marqués de Villeroy y varios comentarios sobre la caída de Seyano; o la francesa de 1642, que volvía a juntar estos tres libros106; o las dos traducciones al español del Seyano, la de Squarzafigo y la de Mártir Rizo, publicadas a cuatro años de distancia, así como las dos sobre la vida política del marqués de Villeroy de 1621 y 1624, esta última con escolios de Pedro van der Hammen. Hoy en día, un rastreo por los catálogos de bibliotecas europeas y americanas revela que, en su gran mayoría, las traducciones españolas de estas vitae se sacaban en formato de cuarto. La utilidad de estas teselas historiográficas narradas en forma de biografía se hace evidente con estas ediciones de fácil manejo; la de Seyano de Squarzafigo, por ejemplo, se publicó en formato de octavo, al igual que las Observaciones a Villerroy de Alvia de Castro. Esta última es un magnífico ejemplo de heteroglosia o diversidad lingüística ya que, además de ser una traducción indirecta del italiano, tiene todas las aprobaciones en portugués.

105

Chartier, 1993, p. 9. Unhappy Prosperity. Expressed in the History of Aelius Seianus and Philippa the Catanian.With Observations upon the Fall of Sejanus. Lastly, Certain Considerations upon the Life and Services of Monsieur Villeroy, traducidas por Thomas Hawkins, Londres, Io Haviland, 1632. La portada contiene los retratos de Seyano y Filipa. La edición francesa de 1642 (Rouen, Ian Berthelin) juntaba las vitae de Seyano, Felipa y las Observaciones de estado de Villeroy. Para otros ejemplos, ver Aricò, 2007, p. 205 106

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Un aspecto fundamental de estas obras de Matthieu es el uso de la historia breve, servida en forma de ‘vidas particulares’, que la distingue de la ‘dilatada’ y grande. «El énfasis en la brevedad […] [a]punta hacia una práctica de la lectura menos atenta a aspectos informativos del conocimiento histórico, más ajustada a una lectura lenta, meditativa y espiritual, dirigida a enriquecer la sabiduría del lector más que al acopio de saber, al logro de un provecho moral más que a la comprensión del funcionamiento de circunstancias o agentes históricos»107. Recuerda José Simón Díaz la popularidad que alcanzaron términos tales como «suma, sumario, enquiridion, epítome, compendio, manual, opúsculo, prontuario…», que aludían a la amplitud con se abordaba algún tema108. Como veremos, de estos términos, los de epítome, compendio y breviario figuran indistintamente en varios de los manuscritos de la vida anónima de Felipe II que tratamos en el último capítulo. Ann Blair, al acercarse a este momento histórico de adquisición masiva del conocimiento en que se buscaban formas para poder fijarlo, recuerda que precisamente los epítomes, compendios y biografías cumplían esa finalidad109. Estos libros, en suma, buscaban difundir ‘materialmente’ modos de comportamiento para la instrucción de gobernantes y consejeros demasiado ocupados con los asuntos del gobierno. La necesidad de difundir modos de comportamiento había llamado la atención de nuestro historiógrafo francés, y para ello buscó correspondencias entre la Roma antigua y la Francia de Enrique IV y Luis XIII. Es en esa «paridad o careo ingenioso» entre mundos y textos del legado antiguo, por tomar la definición de Gracián, donde se forja su obra y la de sus contemporáneos. Inseparables de su contexto, y producto de las circunstancias históricas y biográficas en que se engendraron, estos textos de Matthieu tienen, además, su reflejo en hechos y hombres de carne y hueso que conoció el historidor real los años que siguieron al asesinato de Enrique IV y que le sirvieron de acicate para la composición de algunos de sus cuadros ejemplares. A partir de 1610, y durante toda la regencia de María de Médicis, la gran influencia de Concino Concini sobre la regente colocó las riendas del gobierno francés en sus manos por siete años, elevándolo incluso a

107

Peraita, 2005, p. 160. Simón Díaz, 1983, p. 46. 109 Blair, 2003 y 2010. 108

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mariscal de Francia en 1613110. Los testimonios de la época lo describen como un hombre pretencioso y arrogante, odiado por los nobles y el pueblo, situado políticamente en el partido de oposición del adolescente heredero y del duque de Luynes111. Al alcanzar la edad de acceder al trono, la regente declaró a su hijo incapaz, y este entonces hizo asesinar al favorito. El cadáver de Concini, enterrado discretamente en la iglesia de Saint-Germain-l’Auxerrois, fue exhumado por el pueblo de París, arrastrado por las calles y colgado por los pies en el Pont Neuf antes de ser finalmente despedazado y quemado. Léonora Galigaï, su mujer, que había llegado a París en el séquito florentino de la reina, también fue una de las mujeres más influyentes de Francia y un personaje esencial en el fulgurante ascenso de su marido.Tras la espectacular muerte de Concini, Galigaï fue juzgada por brujería, ejecutada en la Place de Grève y los bienes de los mariscales de Ancre confiscados y otorgados al duque de Luynes112. ¿No sucedería algo similar seis años más tarde, en España, con el proceso por brujería y traición que llevaría a Rodrigo Calderón a la horca en la Plaza Mayor de Madrid? Como la causa del sometimiento de estos príncipes a la voluntad de sus validos se atribuía en ocasiones a la brujería, por el año 1622 circularon por la corte madrileña rumores sobre una tal Leonor y las pociones que Olivares le suministraba al rey para amarrar su voluntad113. La mayoría de los panfletos y libelos difundidos durante la regencia francesa iban dirigidos en contra de la reina madre y su ministro, y muchos de ellos contenían acusaciones de matiz sexual, o rumores de su implicación en el asesinato de Enrique IV. En 1618 Matthieu compone el libro La conjuration de Concini, en el que las concomitancias con Seyano son numerosas, con el fin de ilustrarle al joven rey Luis XIII «d’un costé les actes damnables de la tyrannie de Conchine, et de l’autre la victoire que vostre héroïque valeur a remportée de cette tempeste qui 110 Para la regencia de María de Médicis, ver Dubost, 2009; y Duccini, 1991. Para la vida de Galigaï, Mongrédien, 1968; y de Kertanguy, 2007. 111 Guido Bentivoglio, nuncio pontifical en Francia por esos años, cuenta en una carta: «Ma il re finalmente ha voluto ser re, ed ha fatto prevalere la reale sua autorità in ogni parte, e, per dire il vero, parlando ora del marecial d’Ancre, qui non si poteva più tollerare la sua arroganza e superbia» (citado por Aricò, 2007, p. 185). 112 La literatura panfletaria en torno a los mariscales de Ancre es inmensa. Ver Fanlo, 2012, pp. 439-450. 113 Marañón, 1965, pp. 195-198.

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ravageoit la France», sirviéndose de la historia como espejo para explicar, como anuncia en la primera página de la narración, el caso de los «puissants favorits qui ont dégénéré en tyrannie, et abusé de leur fortune en toute sorte d’injustice, d’orgueil et d’insolence»114. Tras la aparatosa caída de los mariscales de Ancre, Charles d’Albert, que había sido (como lo fue Lerma del príncipe Felipe) el amigo y confidente del joven Luis, ocupó el lugar de Concini. Luis XIII lo nombró consejero de Estado y poco a poco le fue concediendo los títulos de «grand fauconnier de France», gentilhombre de la Cámara del rey, condestable de Francia y duque de Luynes. Su vertiginoso ascenso a las altas esferas del gobierno y su influencia sobre el joven rey le valieron muchos enemigos que veían en este nuevo favorito a otro Concini. Además de Concini y de su mujer, Matthieu se sirvió de otros ministros de carne y hueso para levantar cuadros ejemplares que eran la antítesis del fatídico matrimonio. Pierre Jeannin, discípulo del jurista Cujas y colaborador y consejero de Enrique IV desde 1595, los ministros Nicolas de Neufville, señor de Villeroy (1543-1617) y Pompone de Bellièvre, señor de Grignon (1529-1607) fueron algunos de los personajes más ilustres con que Matthieu se codeó en la corte115. Villeroy, activo consejero y diplomático por varias décadas quedó inmortalizado, lo hemos dicho, con las difundidas Remarques d’estat et d’histoire sur la vie et les services de monsieur de Villeroy. Ambos ministros,Villeroy y Bellièvre, contaban con gran experiencia en los asuntos internos y europeos, eran hombres sutiles, perspicaces e incorruptos. Antes de que pasaran a servir al primer Borbón, Enrique IV, sus objetivos eran patentes: la defensa ferviente del catolicismo y de la Monarquía francesa para mantener la patria unida ya que la religión, el Estado y el rey era un todo que no debía separarse. Para Matthieu,Villeroy era el paradigma del hombre que logra hacer frente a los muchos ataques de la Fortuna. Así se entiende la difusión de este opúsculo en el que pondera sus habilidades diplomáticas y políticas, su fidelidad y prudencia, que contrastaba con la influencia del corrupto matrimonio Concini en la corte parisina; y también se entiende el interés europeo por esta obra en momentos en los que ministros a toda 114

Matthieu, La conjuration de Conchine, «Au Roy», s.p.; y p. 1. Para Lobbes (2005, p. 510), son Aelius Sejanus «est un réglement de comptes longtemps attendu, par allégorie interposée» 115 Para un estudio comparativo de Villeroy y Bellièvre, ver Dickerman, 1971.

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prueba como Villeroy eran cada vez más raros de encontrar, mientras en las cortes pululaban los Lermas, Concinis, Buckinghams y Ucedas, es decir, los herederos directos de Seyano. De este modo, mediante la lectura e interpretación de textos antiguos, Matthieu trasladó y tradujo a su presente un pasado «en clave» que era entendido por todos: Seyano era el epítome del privado disimulador, como Bruto lo era del traicionero; Villeroy y Séneca los modelos del privado perfecto, y Enrique IV el del monarca ideal; estos símbolos, a su vez, eran utilizados en la literatura como imágenes especulares de personajes contemporáneos: Concini, Lerma, Calderón, el duque de Buckingham, el conde duque Olivares, etc. Sin embargo, vale aclarar, desde el punto de vista histórico y teniendo presente las teorías de la recepción antes esbozadas, que las conexiones entre el pasado imperial descrito por Tácito en sus Anales e Historias y la situación política de las monarquías de los siglos XVI y XVII eran, más que una realidad, —y a pesar de las muchas concomitancias— el resultado de una lectura de esos textos en los que autores y lectores intervenían directamente en la construcción del significado de la obra antigua, recontextualizándola en un nuevo espacio y tiempo. ¿No había visto Matthieu este proceso de traslación de Roma a París? ¿Y no lo vieron a su vez los traductores españoles de Roma a París, y de París a Madrid? Y no solo los traductores, sino también, con seguridad, estos desplazamientos estaban en el horizonte de expectativas de los lectores de la época. Tal escenario en el Louvre parisino fue lo que inspiró a Pierre Matthieu, con la Roma imperial de Tácito y la corte napolitana descrita por Boccaccio como modelo, a escribir las vidas trágicas de Seyano y de Felipa de Catanea. E imitando los textos de ambos, sus traductores y lectores trasladaron a España la situación política provocada por Concini, considerado por los diplomáticos españoles como «el duque de Lerma de la reina», María de Médicis116. No por gusto, y el comentario crítico es del historiador Sorel, parecía que Matthieu, cuando escribía la historia de Francia, hacía también la de Atenas y Roma117. En cuanto a la dispositio, la trama de estas biografías políticas sigue una cronología que va desde el nacimiento o la entrada en política del biografiado, hasta su escandalosa caída en desgracia y su muerte. A lo largo del texto se van desgranando episodios vitales que sirven de base 116 117

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Ver, para la fortuna de Seyano en Europa, Aricò, 2007. Sorel, La Bibliothèque françoise, p. 349.

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a una disquisición moralizante, en casi todos los casos de orden político: verdad histórica, discursos inventados, aforismos, sentencias y episodios ejemplares se entrelazan entre sí para ir conformando un conjunto de unidades narrativas de hechos y reflexiones que dan un ritmo característico a la narración. Estas vitae trágicas contienen varios altibajos que complican el esquema «en punta», y presentan una o dos subidas antes de la caída final: al retardar el golpe de gracia, la Fortuna golpea con mayor violencia118. Las dramáticas biografías de Matthieu incorporaban elementos del difundido género de las ‘histoires tragiques’ practicado por humanistas e historiadores contemporáneos franceses como Jean-Pierre Camus, Pierre Boitel, Pierre Boaistuau, François de Belleforest, Agrippa d’Aubigné y Victor Palma Cayet.119 Dramaturgo e historiador, Matthieu había dado muestras, tanto en sus piezas de teatro bíblico y clásico como en su poema trágico La Guisiade, de su talento para servir la historia reciente, la de los conflictos de las Guerras de Religión, en los moldes de la poesía trágica. En su prosa histórica, fundamentalmente en sus relatos biográficos, siguiendo los dictados de la retórica, predominan los elementos trágicos, las descripciones de los vicios, los discursos directos que marcan puntos de tensión en la narración, los altibajos de la fortuna de los biografiados, los pasajes que describen estados, emociones y pensamientos, los intercambios epistolares y los episodios interpolados120. Tal es el caso del episodio de la vida de Raymundo de Cabanes, marido de Felipa de Catanea, en el que reconocemos el cuadro trágico de la variación de la concupiscencia del poder; o el de la fortuna del conde de Essex en la Inglaterra de Isabel I, insertado en la Historia trágica de la vida del duque de Biron. Las constantes reflexiones sobre lo efímero de las ambiciones humanas y el poder, en la estela del carpe diem, se combinan con ideas sobre la conservación del sistema monárquico. Por culpa de Seyano, «hombre 118 El esquema lo ofrece Eichel-Lojkine, 2001, pp. 180-183, al estudiar lo que denomina «vies tragiques». 119 Para el género de las «histoires tragiques» y el exemplum, ver Uomini, 1998. Muchas de esas historias francesas, traducciones y adaptaciones de las italianas de Bandello, fueron, a su vez, llevadas al español: las Historias trágicas ejemplares, por Vicente Millis Godínez, y las Historias prodigiosas de Boaistuau, por Andrea Pescioni. Ver también Marincola (2013) para la ‘historia trágica’ y la distinción aristotélica entre poesía e historia. 120 Civil, 1998, pp. 370 y 373.

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industrioso, atrevido», y como sucedía en esos momentos en España con los gobiernos de Lerma u Olivares, «titubeó la maquina del imperio»121. Así sucede con Felipa de Catanea, cuya biografía abre con una reflexión sobre la manera en que se se destruyen los estados: «por causa de instrumentos débiles como por violentos rigores». Sentencia Matthieu que esa verdad «se prueba mejor, y tiene mayor ejemplo en la Historia de los reyes de Nápoles […] siendo así que personas muy humildes han alterado la prosperidad de este reino»122. Como se verá en las páginas que siguen, el continuo oscilar del plano narrativo al dramático, la alternancia de hechos y comentarios, las digresiones, la puntuación y tipografía, la inclusión de discursos directos y la retórica de los afectos, son de los rasgos más deleitables de la obra biográfica de Matthieu123. En opinión de Ángel Ferrari, estas «biografías artificiosas o valorativas y apriorísticas» tenían por fin defender «una tesis moral o política trazada […] siguiendo un esquema racional o intelectivo, previamente concebido», y aunque dicen poco del personaje retratado, sí recogen muchas de las ideas políticas del momento124. Con la edición crítica de la obra panegírica de Plinio el Joven dedicada a Trajano, llevada a cabo por Lipsio en 1600, acompañada de profusas notas históricas y comentarios políticos, el biografismo político de semejante tendencia se vio fortalecido, y las biografías heroicas experimentaron una radical transformación125. No creemos casualidad que el primer ejemplo que ofrece Ángel Ferrari de este tipo de biografía apriorística de corte político en España haya salido a la luz en Madrid en 1622, precisamente dedicada al conde de Olivares en los comienzos de su carrera política, y que, como dijimos, se trata de la traducción al español de un importante texto clásico que llevaba el sugerente título de El mejor príncipe Trajano Augusto: su filosofía política, moral y económica, deducida y traducida del Panegírico de Plinio, ilustrada con márgenes y discursos, de Francisco de Barreda, jurisconsulto y dramaturgo español126.

121

Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, «Advertencia», s. p. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 1r. 123 Aricò, 2007, p. 198. 124 Ferrari, 1945, p. xxx. 125 Ferrari, 1945, p. 24. 126 Para las obras de Barreda, ver Simón Díaz, 1973, pp. 326-327; y Bellón Barrios, en línea. 122

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Añade Ferrari que son razones teleológicas lo que separa al biografismo político renacentista del valorativo y racional, que con estilo y técnicas propias se desarrolló durante el periodo que va desde el El mejor príncipe Trajano Augusto (1622) hasta El Político de Gracián (1640). Estima que es el panegírico de Barreda, «y no las biografías glosadas que, a partir de 1629, empezó a publicar en Italia Virgilio Malvezzi», la piedra angular sobre la cual se afirmó el edificio del biografismo político español127: La irrupción en España del biografismo sentencioso y glosado —pasajes biográficos tomados de clásicos actuando de premisas y digresiones sucesivas que lo completaran— que primeramente fue cultivado en Francia por Pedro Matthieu, y más tarde perfeccionado en Italia por Malvezzi, escritor este que, desde sus comienzos literarios casi, se puso al servicio de la corona española, enriqueció tan singular género literario, demostrativo, venusino y numeral, que había comenzado con Barreda128.

Ferrari sostiene que, con El Rómulo de Quevedo, de 1631, «el biografismo político sentencioso nacido en España ganó fortaleza y alcanzó nuevos giros doctrinales. El esquema de la vida se subsumió, en efecto, al esquema de la política». Añade el estudioso que «en España esta técnica apareció en el Trajano de Barreda o en el Séneca de Mártir Rizo, ambos concebidos y escritos con anterioridad a que Malvezzi se dedicara a la escritura biográfica»129. Coincidimos también con Agnès Delage, para quien «la mutación del género [biográfico] se dejaba percibir antes de la intrusión de Malvezzi en la historiografía peninsular, en contra de lo que pretendía Quevedo en su traducción-manifiesto del Rómulo»130. Si bien vinculada con el panegírico —ya lo decía Gracián refiriéndose a Matthieu: «componían los autores, no ya historias sino panegíricos, hasta el mismo Pedro Matheo»131—, estas biografías, sin embargo, pertenecen al género histórico y comparten rasgos comunes con la historia «grande» y la filosofía moral. Ambas observaban las mismas distinciones entra verdad y ficción, y ambas prescribían los mismos medios para distinguirlas132. Testimonios como los de Bodin, Francis Bacon y Mascardi 127

Ferrari, 1945, p. . Ferrari, 1945, p. 34. 129 Ferrari, 1945, p. 40. 130 Delage, 2005, p. 71. 131 Gracián, El Criticón, p. 629. 132 Cochrane, 1981, p. 411. 128

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son útiles para insistir en esta clasificación de la biografía dentro de la historia, ya que así la concebían nuestros autores133. Y de este subgénero de gran vitalidad en la España de la tercera década del XVII la obra traducida de Pierre Matthieu fue uno de sus principales catalizadores. Enfoques como los de la estética de la recepción y la teoría del polisistema resultan útiles para entender las razones que propiciaron las traducciones del historiador francés y cómo los originales fueron reinterpretados en su nuevo contexto cultural134. Los escritores españoles sintieron predilección por las historias breves, entretenidas, útiles y apotegmáticas compuestas por Matthieu, y no por sus cuartetos morales, su teatro, ni las grandes historias francesas. Por ello, no se traducen ni su obra dramática ni poética, de las que no hemos encontrado referencia alguna en España. Su obra histórica mayor (las ingentes Histoires de France) presentes en las bibliotecas, tampoco se traducen. Solo se lleva al castellano su obra biográfica: las vitae de Seyano, de Felipa de Catanea, la historia de la muerte de Enrique IV, las observaciones políticas sobre la vida del marqués de Villeroy, el episodio del duque de Biron y la tesela anónima de la vita de Felipe II. En gran medida, estas versiones, después de aparecer en ciudades como Barcelona o Lisboa, o de tener tiradas editoriales en otras ciudades del reino como Segovia (Historia de la muerte de Enrico el Grande, Diego Flamenco, 1628), se producen en Madrid, centro del poder monárquico del Imperio español. La traducción, al salvaguardar los valores retóricos y elocutivos del original que agradaban en la España de este periodo, se volvía reescritura en manos de los traductores, que buscando mantener el espíritu del original, intentaban eliminar todo hálito foráneo y, con su ‘buen juicio’, engendrar una elocuencia similar. Los traductores de Matthieu, respetando en mayor o menor medida las ideas y hechos narrados del original —inventio y dispositio— se concentran en la elocutio con el fin de conservar el brillo del original135. Los textos proemiales de las versiones comparten la mayoría de los loci al uso y las fórmulas más corrientes de la captatio benevolentiae (ofrecimiento a un noble, alabanza

133

Momigliano, 1971, p. 2. Para la estética de la recepción, ver Jauss, 2009; para el polisistema, Even-Zohar, 1978. 135 Furlan (2002), que estudia la relación de la elocutio con la praxis de la traducción, propone una teoría que denomina «teoría retórica elocutiva de la traducción». Ver Lindeman, 1981; y Morini, 2006, cap. I. 134

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del destinatario y de su familia y petición de amparo). Abundan las defensas de la versión ad sententiam, las fórmulas sobre la falta de ingenio e incapacidad de trasladar la obra, superada por el atrevimiento de divulgar unos textos o conocimientos necesarios y de los cuales carece la patria; la fidelidad al pensamiento del original; la atención a la lengua vernácula propia mediante la recreación de un estilo «español» alejado de «locuciones sonoras foráneas». Mártir Rizo no duda en intervenir en el texto preliminar de Matthieu de la vida de Felipa de Catanea y añadir, sin anunciarlo, estas palabras: «En mi escrito he atendido más a explicar el concepto con razones eficaces propias de nuestro idioma que con locuciones sonoras forasteras que divierten el oído y carecen de alma, todo para mejor inteligencia del mayor ejemplo que ha dado los siglos a la ambición humana»136. Por su parte, Pedro Fernández Navarrete, calificador de la Historia de la muerte de Enrico el Grande, apunta que si bien Mártir Rizo la ajustó «con las rigurosas leyes de la traducción, no se apartó de la pureza y gala de nuestro idioma castellano». En los mismos liminares de ese libro, Diego de Logroño añade, en otro giro muy usado, que el traductor la escribió con «tanta felicidad, que antes parece traducción el original»137. La desaparición de las copiosas notas marginales del original en casi todas estas traducciones, sustituidas, en el mejor de los casos, por rectificaciones o advertencias, son indicio de que esos textos, en primer lugar, iban dirigidos a un público mucho más amplio y menos dado a la identificación de las referencias intertextuales; y en segundo, de que la variedad de voces de un original plagado de citas y referencias daba paso a una versión en la que predominaba la voz del traductor o adaptador, distanciándola de la auctoritas del pasado. En las traducciones al vernáculo de este tipo de obras, como como ha demostrado Carmen Peraita con la versión de Bernardino de Mendoza del Politicorum de Lipsio, se pierden muchas de las «fragmentaciones» de estos centones ya que al no diferenciar tipográficamente los pasajes, como en el original, se produce una mayor unidad textual que enfatiza más la autoría única (en este caso la de Lipsio) y menos la naturaleza múltiple del texto138. La lectura de los originales estaba mediada por la comprensión del modelo histórico y retórico del francés, que componía sus obras 136

Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, «Advertimiento», s. p. Matthieu, Historia de la muerte de Enrico el Grande, trad. M. Rizo, s. p. 138 Peraita, 2011. 137

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a partir de los mismos saberes clásicos que manejaban sus traductores. Las traducciones de Matthieu forman parte de todo un programa de apropiación de la cultura extranjera, y tienen una finalidad divulgativa en provecho del lector y de la patria, motivo tópico que se reitera en numerosos prefacios139. Con estas traducciones, dedicatarios y lectores podrán llegar a disfrutar ese libro tan esencial que conocen otras naciones al tiempo que se instruyen y entretienen, según el conocido ‘prodesse et delectare’ horaciano140. Tanto en los paratextos como en la obra misma se pueden rastrear, con más o menos dificultad, indicios de pugnas nacionalistas teñidos de patriotismo. El «nacionalismo cultural» fue un impulsor de las traducciones vernáculas141, y el ejemplo nos lo ofrece Mártir Rizo en el prefacio de su Seyano: Y si Pedro Mateo, en la historia que llamó grande, escribe en dos cosas defectuosamente: una que pertenece a las falsas relaciones que tuvo del ánimo de nuestros príncipes, y otra el ser poco afecto al valor de la nación española, de donde se conoce que habla en él la pasión, no la verdad, general defecto de los franceses. Con todo eso no se puede negar que fue hombre digno de eterna alabanza, y que Enrico Cuarto, su rey, debe más a su pluma que a la naturaleza, pues esta le concedió breve vida y aquella le eternizó en las memorias de las gentes, dejando admiración para la posteridad142.

El gran defecto que le achacan los españoles a Pedro Mateo no es —a diferencia de los italianos y los franceses— la ambigüedad de la escritura histórica, ni la poca idoneidad del estilo o del juicio en la historia. Estos 139

Destaca Maravall el desarrollo de la conciencia del escritor como servidor de su patria. «Apenas hay libro de los siglos XVI y XVII —y más aún de la primera de ambas centurias— que no pretenda justificar su publicación como un servicio a la patria, o, más concretamente, a la comunidad humana de los compatriotas» (1972, p. 42). 140 Para el exordio, ver Curtius, 1973, pp. 85-89; para Horacio, Ars poetica, vv. 333-334. 141 Ebel, 1969. 142 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, «Advertencia», s. p. En la «Advertencia» de su Historia de Flandes… M. Rizo alaba el estilo de Matthieu y le reprocha su parcialidad: «Estos quieren hacer demostración de su elocuencia, con hacerse tan exquisitos, que nos quitan la libertad de poder juzgar; y así sucede que muchas veces hacen este juicio de sus escritos, que fuera de la locución no hay en ellos otra cosa digna de juzgar».Y añade al margen: «Tal es la historia de Enrique Cuarto, que escribió Pedro Mateo, francés», fol. 4r.

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elementos, al contrario, son recibidos con agrado. Se le critica la falta de verdad animado por el «poco afecto al valor de la nación española», señal de la orientación política que tendrá la traducción. Carece así Matthieu, según Mártir Rizo, de la imparcialidad del historiador y del respeto de la verdad que una y otra vez, sin embargo, esgrimía el francés como eje de su producción histórica.Y tal opinión no es exclusiva de Mártir Rizo, sino que se repite en Quevedo, en Lorenzo van der Hammen, en Tamayo de Vargas y en Gracián, por ejemplo. Interesa en la cita anterior subrayar cómo Mártir Rizo destaca el papel del francés como inmortalizador de la fama de su rey, superior a la naturaleza misma, pues le dio vida inmortal para la posteridad. Es precisamente para medir fuerzas con los extranjeros y demostrar que en España también abundaba el talento que Mártir Rizo se enfrascó en la redacción de la Vida de Rómulo, instigado, como confiesa, por los desmedidos elogios que «un grande ingenio» español, en este caso Quevedo, hiciera del libro de Malvezzi: La alabanza con exceso que vi dar a un grande ingenio al Rómulo del marqués Virgilio me dio a mí motivo para escribir su vida, por ver si había en España quien la pudiese igualar, porque según el parecer de la persona que digo, ni aun en el mundo se podía hallar obra que compitiese con la suya […] Dirán algunos que ha sido exceso escribir yo materia que ha tratado tan gran varón, con aprobación de tantos grandes ingenios, y ahora mejorada con la traducción de don Francisco de Quevedo, que le habrá dado nuevo lustre en nuestro idioma.143

3. EL JUICIO DE QUEVEDO Como hemos ido demostrando al comentar algunos hechos de la vida política y de la obra de Quevedo, los temas que le interesan a Matthieu coinciden en gran medida con las preocupaciones del gran escritor madrileño. Que Francisco de Quevedo fuera un intransigente defensor de su patria es patente desde sus juveniles años, cuando redacta, hacia 1609, su España defendida para contestar la maledicencia de algunos autores extrajeros y exhortar a la nación a recuperar su antiguo

143 Mártir Rizo, Vida de Rómulo, 1945, «Prólogo enviado a Fray Lope de Vega Carpio», p. 114.

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esplendor. Es frecuente encontrar la huella de Quevedo en los más altos asuntos de las monarquía del periodo, desde su estancia con el duque de Osuna en la península itálica entre 1613 y 1618 hasta su acercamiento, esporádicas colaboraciones, pugnas y encontronazos con Olivares en las décadas siguientes144. Su «Juicio a las obras de Pedro Matheo» inserto en los preliminares de la Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea orienta la lectura de la traducción española. Sus declaraciones son un testimonio de la época sobre la estima en España por la obra del historiador francés, que aunque escribe juiciosa y razonadamente, está movido por la animadversión propia de los extranjeros: Pedro Mateo, historiador francés cuyos escritos tienen estimación y alabanza, hombre elocuente, sin ambición, de juicio más lozano que igual, que ni disimula el amor a su patria ni se desembaraza del aborrecimiento con los extranjeros, escribió historia grande, en partes menos legal que bien razonada…145

El cambio fundamental que hace el traductor para enmendar los errores del francés, como explica Quevedo, es la rectificación histórica sobre los reyes de Aragón: En dos partes Pedro Matheo no pudo vencerse a perdonar la calumnia a los reyes de Aragón, a que satisface con su margen Juan Pablo; y en otra, escribiendo el desafío del rey Carlos.Y Pedro, con tanta licencia y descortesía que agravia menos al rey de Aragón que a la verdad, y cara a cara, escribe contra ella146.

Este tipo de advertencias preliminares que modifican el mensaje del original eran comunes en las traducciones de este periodo, y más cuando se trataba de una opinión política. En la versión de Mártir Rizo, sancionada por Quevedo, desaparecen las notas marginales del original, que son sustituidas por una nota explicativa que repara estas imperdonables calumnias del historiador. Quevedo, esgrimiendo el tópico de 144

Ver Ettinghausen, 1997; Schwartz, 2006, 2017; Roncero, 2009. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, «Juicio» de Quevedo, s. p. Para este texto de Quevedo, ver Martinengo, 2010. 146 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, «Juicio» de Quevedo, s. p. 145

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la veracidad histórica, lo acusa de «agraviar a la verdad», para prometer, unas líneas más adelante, escribir él mismo la historia de Felipa «con toda certeza y diligencia», ya que, a diferencia de la Vida de Seyano, donde Matthieu siguió de cerca a Tácito por haberle traducido —aclara Quevedo— «para la Catanesa le faltó este caudal… la diferencia se lee en cada renglón, y los advertimientos carecen de aquella fuerza y agudeza que nunca acabarán de alabar los atentos»147. En el original, Matthieu había establecido una comparación entre la grandeza de la Monarquía francesa y los humildes y recientes orígenes de la aragonesa, que, según dejaba entender, fue casi falseada cuando los aragoneses sacaron a un monje de su claustro para fundar una dinastía con sangre goda. En un extenso margen acusa Mártir Rizo al francés de haberse dejado arrastrar por la pasión, y alega que el monje bastardo, Ramiro, hijo del rey castellano Don Sancho, podía, con su sangre castellana, competir y superar a los monarcas franceses148. En el contexto en que se produce la traducción española, la historia de Felipa de Catanea, ligada al reino de Juana I de Nápoles, adquiere nuevos matices al estar dicha región italiana bajo dominación aragonesa. Estudiar esta obra en el marco de las luchas hegemónicas por el poder permite tender un puente entre el humanismo italiano del primer cronista de la historia de Felipa y Juana, Boccaccio, con el humanismo francés y español del XVII. La gran nota marginal intercalada que rectifica el supuesto fallo del original tiende a confirmar esta impresión: Adviértase que el autor es francés, y así no es mucho que hable con pasión de sus reyes; pero sin ella, fácil sería persuadirle que Ramiro el Monje fue hijo bastardo de don Sancho, rey de Castilla, y que, como sangre de estos reyes, podían los de Aragón competir con los de Nápoles, que traían su origen de Francia, y aun excederlos; pues bien tiene averiguado Valdés en su doctísimo libro De Dignitate Regum cuánto son superiores los reyes de Castilla a los de Francia. Y aquello del Capitolio es muy allá: más cerca estaba lo del Parque de Pavía149.

147

Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, «Juicio» de Quevedo,

s. p. 148

La citada comedia La campana de Aragón, que escenifica la vida del monje y rey Ramiro, es otro de los muchos ejemplos del interés de Lope por los asuntos históricos. 149 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 11r.

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Interesa destacar el uso de la fuente, De dignitate regum regnorumque Hispaniae (1602) de Diego de Valdés, para corroborar una opinión, dándole al juicio un soporte científico. A diferencia de las traducciones que se hacían del latín y el griego, por ejemplo, en las cuales las costumbres, ritos, monedas, tácticas militares, festejos y cargos públicos de la antigüedad eran, por lo general, modernizados, en el caso de las de Matthieu en España, provenientes de una nación vecina con el que se compartía un imaginario cultural basado en modelos y símbolos heredados, no había problemas mayores. Sin embargo, a través de dichas puntualizaciones y rectificaciones históricas, se defendía la superioridad monárquica de España respecto a Francia, y se le recordaba su fracaso militar en Pavía un siglo atrás. Las ocasiones en que se cambia un título o se hace una anotación marginal son motivadas por supuestos ideológicos. Por lo general, los grandes cambios o adiciones se anuncian en los paratextos o se hacen en letra bastardilla al margen de la traducción. Mártir Rizo, por ejemplo, al final de la Historia de la muerte de Enrico IV, añade un documento histórico, y así lo señala en la «Advertencia»: Advierto que Pedro Mateo, con industria, no quiso poner en este escrito el nombre del parricida, mas yo, habiendo hallado en otra parte la sentencia que pronunció contra él el Parlamento, la he introducido con distinción de letra en el lugar que se hallará, para adorno de la Historia, admiración del que leyere y horror de los atrevidos150.

Casi todas las traducciones de estas vitae, género que Pierre Civil cataloga de «cortesano» por ponerse al servicio del poder, iban dirigidas a importantes personajes de la política monárquica del gobierno e Felipe IV151. Debido a que en la mayoría de los casos nuestros traductores pertenecían, o pretendían insertarse en redes de patronazgo y servicio, y que nos recuerda, una vez más, el estatus dependiente del escritor desde el punto de vista socio-económico, la demanda de amparo literario contribuía a consolidar su imagen pública o a hacer carrera en la Corte152.Tanto las dedicatorias a personajes importantes de

150 Matthieu, Historia de la muerte de Enrico el Grande, trad. M. Rizo, «Advertencia», s. p. 151 Civil, 1998, p. 374. 152 Leemos las dedicatorias siguiendo la clásica definición de Genette de «zone non seulement de transition, mais de transaction» (1987, p. 8); y Cayuela, 1996.

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este entonces como los prólogos, advertencias y otros liminares de estas biografías son indicios de la cofradía de letras que reunió a un ecléctico grupo de humanistas, mecenas y políticos españoles del XVII, vinculados directa o indirectamente con la gestión del gobierno de Felipe IV. Para los ministros europeos del XVII, llámense Olivares, Buckingham o Richelieu, la clave de su supervivencia en ese espacio socio-cultural que era la corte estaba en el control del patronazgo y en su capacidad para convertirse en «intermediario imprescindible entre los pretendientes y la gracia real»153. El pico de la difusión de las traducciones de la obra de Matthieu por Mártir Rizo y Van der Hammen fue el año 1625. Ese mismo año se concluyen los planes de Olivares para la controvertida Unión de Armas como estrategia de defensa de todos los reinos de la monarquía. No ha de extrañar, por ello, que Mártir Rizo le dedique a Olivares su Historia de la muerte de Enrique IV, por ser todos «deudores a V. Excel. por los aciertos del bien común en que se ocupa solo por servicio de su Majestad y nuestro provecho…»154. En el campo de las letras, es también el año en que la Junta de Reformación creada en 1621 establece la suspensión de licencias de impresión de comedias y libros perjudiciales para la juventud, que va de 1625 a 1634, por el perjuicio que estos géneros considerados triviales causaban en las costumbres. Si bien esta disposición legal no se aplicó rigurosamente, la publicación de novelas disminuyó considerablemente y la de comedias se estancó completamente155. A mitad de la década, el despunte editorial de narraciones históricas ejemplares que ofrecían consejos a los pilotos de la nave de la Monarquía, estuvo también marcado por el deseo de los escritores políticos y traductores de Pierre Matthieu de adaptarse a las pautas trazadas por el discurso oficial y sacar partido del provechoso género de la biografía política.

153

«El gran reto para todos los validos europeos del XVII fue, en efecto, cómo lograr manipular la distribución de mercedes reales con el fin de promover lealtad y servicio a la Corona, un reto todavía más perentorio en una sociedad organizada sobre la base del patronazgo y el clientelismo» (Elliott, 1997, p. 894). 154 Matthieu, Historia de la muerte de Enrico el Grande, trad. M. Rizo, «Dedicatoria», s. p. 155 Ver Cayuela, 1996.

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4. COMMYNES, MATTHIEU Y MALVEZZI EN LA ESPAÑA DE OLIVARES Si antes ilustrábamos el mundo referencial del Louvre parisino que le sirvió de acicate a la pluma de Matthieu, tornemos ahora el espejo de la historia hacia el Alcázar madrileño para señalar algunos de los hechos de la política del momento que arrojan mejor luz sobre el auge de las lecturas y traducciones de la obra de Matthieu, que corresponde a un momento de particular importancia del gobierno español: la década de 1620. Cuando Felipe III subió al trono en 1598, Francisco de Sandoval, que había sabido captar la voluntad del joven príncipe, se rodeó de un equipo de gente de su confianza y distribuyó los puestos más importantes de la Casa Real entre sus familiares y amigos. Uno de estos personajes fue Rodrigo Calderón (¿1576?-1621) o, como se le conocía, ‘el valido del valido’. En 1599, el rey le otorgó a De Sandoval el título de duque de Lerma y bajo ese título el privado desempeñará un papel esencial en la política de la Monarquía Española hasta su caída en desgracia casi veinte años más tarde156. En los años finales del reinado de Felipe III, cuando al investigarse las finanzas se descubrió toda una red de corrupción e irregularidades, se agudizaron las luchas por el poder. Uno de los episodios más destacables de estos años es la participación del duque de Uceda, quien entre 1615 y 1618 va opacando a Lerma, su padre, hasta hacerse cabecilla de una facción política en la corte y lograr la confianza del rey con el objetivo de suplantarlo en la privanza. Para ello buscó la alianza con los enemigos declarados de su padre, en particular con el confesor del rey, padre Luis de Aliaga, con Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, y con el duque de Osuna. La breve privanza de Uceda y Aliaga (de 1618 a 1621) «se hizo tan odiosa que todo el mundo deseaba un cambio»157. En 1621, con la subida al trono de Felipe IV, Lerma fue procesado, y posteriormente huyó escudándose tras el nombramiento de cardenal; su secretario, Rodrigo Calderón, que sirvió de chivo expiatorio, fue arrestado y torturado para conseguir que

156 A pesar de que tradicionalmente se hable de la «abulia» de Felipe III, parece ser que participó en el gobierno desde el principio más de lo que se había creído. Ver Escudero, 2004, p. 174; Alvar Ezquerra, 2010, y la colectánea dirigida por Matas, Micó y Ponce, 2011. 157 Para los entresijos de la carrera de Uceda, ver Pérez Marcos, 2004. Para la cita, p. 218.

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confesase los cargos de asesinato y brujería. Su muerte —ejemplar escarmiento para los ministros y secretarios corruptos— fue una de las más polémicas de su tiempo; por último, Uceda, que también fue procesado por corrupción en el proceso de Osuna, falleció en la cárcel. Cuando muere Felipe III en 1621, le deja a su heredero de 16 años un imperio agotado. Malvezzi, al inicio de la Historia de los primeros años del reinado de Felipe IV, habla así de los estragos que habían causado Lerma y sus ministros en el gobierno anterior y de las dificultades que enfrentaba el de Olivares: La benignidad de Felipe III y la insaciabilidad de los ministros habían reducido a cadáver el cuerpo de esta monarquía, el alma de quien es oro; y el consumir los erarios, si no es el más malo de los vicios, es el más dañoso. El sucesor, o quedando sin tesoro arruina por la enfermedad, o queriendo restaurarlo arruina por los medicamentos. Las monarquías más se destruyen por la prodigalidad que por la crueldad158.

En 1621, cuando se crea el nuevo equipo de mando de Felipe IV, el rey anuncia su intención de sanear las finanzas, desarraigar los vicios y restaurar la autoridad real159. Fue con el fin de paliar esta situación que se constituyeron o resucitaron juntas, consejos y programas durante los primeros años de la década de 1620, como es el caso de la Junta General de Reforma de 1622. Los primeros meses del reino anunciaban un nuevo comienzo, y así lo relata el gacetillero de la época, Andrés de Almansa y Mendoza: ¡Es glorioso este siglo para España! ¡Viva mil años nuestro monarca Felipe IV, pues con su católico y acertado gobierno luce grandiosamente

158

Malvezzi, Historia de los primeros años, p. 3. Nótese en la cita la idea la medicina hipocrático-galénica de la concepción del Estado como un organismo, y su relación con la salud individual y la constitución política.Ver Rivero Rodríguez (2017) para algunas matizaciones sobre el papel de Olivares en estos años iniciales y la elevación histórica de su figura por sus historiadores a sueldo, fundamentalmente el conde de la Roca y Malvezzi. 159 Cédula del 8 de abril de 1621. Ver González Dávila, Teatro de las grandezas de Madrid, pp. 339 y ss.; y Fernández de Navarrete, Conservación de monarquías, pp. 449-557. El rey anuncia la creación de una Junta de Censura que «prosigue en remediar excesos, en desterrar culpados y en castigar delitos» (Almansa y Mendoza, Obra periodística, p.186).

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su prudencia en el provecho común y bien universal de sus vasallos! El valor y la virtud crecen premiados, los vicios enflaquecen con el castigo, gobierna la justicia y la prudencia, y el favor se ha desterrado de manera que ya es ciego y manco para todo, gracias a las dos columnas de esta monarquía que se desvelan en su aumento y en la elección de ministros acertados, con que nada puede errarse160.

De 1621 a 1627 Olivares intenta renovar y restaurar la Monarquía Hispánica; en estos primeros años todavía se albergaban esperanzas de lograr una reforma. Los años que van de 1627 al final, a 1643, son los del desengaño y la catástrofe161. En estos primeros años de limpieza moral, purga de vicios y restauración de la virtud pública, en una interesante analogía de la historia como maestra de la vida, se les pidió cuentas a todos los ministros que ostentaron cargos desde 1603 para que presentaran los registros de sus propiedades, siguiendo, según argumenta Elliott, el ejemplo del emperador Galba como restaurador de los desmanes de Nerón162. Sin embargo, las medidas iniciales de la administración Zúñiga-Olivares fueron «perfectamente calculadas para crear una impresión de purificación y renovación» (por ejemplo, rechazando ostentosamente regalos y mercedes) 163.Ya desde el primer año del nuevo gobierno, la posibilidad de esa edad dorada anunciada por Almansa y Mendoza se había disipado, y hacia mediados de la década el malestar era evidente 164. El favorito real había acumulado dinero y honores, entre ellos el título de caballerizo real y duque de Sanlúcar en 1624, el acceso al Consejo de Estado en 1625, y el pago de sus deudas personales con fondos del tesoro real por orden del rey en 1626165. Los problemas internos se agravaron con los conflictos bélicos, que se reanudan tras finalizar la Tregua de los Doce Años en 1621. En este

160

Almansa y Mendoza, Obra periodística, p. 228. Elliott y De la Peña, 1978-80, p. xiii. 162 Elliott señala que el precedente de Galba aparece en los Fragmentos del conde de la Roca, y en El Chitón de las Tarabillas de Quevedo, que toman el episodio de las Historias de Tácito. Indica, además, que en la Vida de Mecenas de M. Rizo figuran los pros (atajar la corrupción) y los contras (poner al descubierto la pobreza de unos y las riquezas de otros) de la orden de Mecenas de registrar toda la propiedad pública (2004, pp. 135). 163 Elliott, 2004, pp. 133 y ss. 164 Elliott, 2004, p. 132. 165 Elliott y De la Peña, 1978-1980, p. 206. 161

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panorama político, resulta notable el surgimiento de esta corriente literaria de carácter reformista que, como decíamos, expresaba una verdadera conciencia de las dificultades que atravesaba el dilatado Imperio español. Autores como Quevedo o Mártir Rizo —integrantes de esa élite de juristas, altos funcionarios, eclesiásticos y arbitristas atentos a los sucesos ultrapirineicos— se dieron a la tarea de proponer remedios destinados a orientar a los monarcas y a sus secretarios. En estas primeras décadas del XVII proliferaron los ‘espejos de privados’ en los que se prevenía del peligro de la caída a estos ministros que llegaron a ser reyes de facto en los reinos de Felipe III y IV, ya fuese por la complejidad del sistema de gobierno de la Monarquía Hispánica, o como consecuencia de reyes jóvenes o indolentes que no podían, o no querían, asumir la carga heredada. *** Para los receptores de esta literatura cortesana —e insistimos en la figura del traductor como receptor y lector privilegiado— la escritura se asentaba en un vasto tejido de relaciones intertextuales que formaban parte del acervo cultural paneuropeo que eran reconocibles por todos. Además de su relación con los clásicos, la pertenencia de Matthieu a las filas de la historiografía tacitista, antimaquiavélica, procatólica y profrancesa del momento era notoria para sus lectores españoles. Restaba, para filtrarlo por los Pirineos, limar algunas impurezas que un español no podía pasar por alto, como hemos visto en el «Juicio» de Quevedo. Entre los diversos factores que contribuyeron a su recepción en España, el primero que ha de resaltarse, a la luz de lo expuesto sobre su vida y obra, es su marcada filiación católica: en el vórtice de los conflictos religiosos en que vivió y escribió, Pierre Matthieu nació y permaneció católico. Su Franco-Condado nativo se mantuvo predominantemente católico y proespañol, y los movimientos reformistas hicieron poca mella en este territorio francoparlante del imperio de los Habsburgo, que sintió su anexión a Francia medio siglo después, en el año 1678, como una ocupación166. Matthieu fue un gran defensor del catolicismo, y desde sus primeras tragedias se hace eco del programa político de la Liga Católica al afirmar la primacía de la religión sobre 166

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Febvre, 1932, p. 183 y Cioranescu, 1983, p. 48.

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el Estado, suscribiéndose a la tradición platónica de la monarquía como forma ideal de gobierno, con la figura del rey como vicario de Cristo en la tierra. Hemos visto que tras la llegada del canciller Bellièvre a Lyon, ciudad minada por conflictos intestinos entre las facciones liguistas, Matthieu se convierte a la causa del rey Borbón. Este cambio de orientación se venía operando en las facciones de los politiques, y muchos de sus integrantes eran juristas como Matthieu que se decantaron por una posición conciliadora que diera fin a las guerras civiles. Lipsio, por ejemplo, difundió la idea de que era preferible el gobierno injusto a la guerra civil167. Tanto Matthieu como su protector en la corte de Enrique IV, Bellièvre, adoptaron una postura moderada en cuanto a la coexistencia religiosa y mostraron su total adhesión a los derechos que le ofrecía el edicto de Nantes a los calvinistas168. Además de su papel en la ‘fabricación’ de la inmortal fama de su rey, resalta a lo largo de su obra la fidelidad que se han de tener mutuamente príncipes e historiadores.Todo gran príncipe necesita un gran historiador que cante su gloria, y Pierre Matthieu lo fue de Enrique IV. Catolicismo y fidelidad al rey eran esenciales, y estos aspectos no pasaron desapercibidos en España, donde un elemento constitutivo de la base ideológica de la Monarquía Hispánica, como nos recuerda Elliott, fue la identificación entre el trono y el altar»169. No parecería ocioso recalcar que, a pesar de ser un historiador de la nación enemiga, Matthieu entra en España gracias a su filiación católica y a su implacable exaltación del príncipe y de la monarquía absoluta como forma ideal de gobierno170. Defensor de la providencia divina en la Europa contrarreformista, Matthieu también es admirado en la España católica por ser antimaquiavelista. Es precisamente la glorificación de la figura de un monarca que sabía aunar la política y la moral tras la condena de Il Principe (1559), 167 Decía Lipsio así: «De donde nacen bandos, disensiones y guerras civiles y interiores.Yo para mí afirmo con Favonio ser peor y más desdichada la guerra civil que la tiranía o gobierno injusto», Políticas, 1997, p. 331. 168 Dickerman, 1971, pp. 133-139. 169 La misión global de España se concibe primero en términos religiosos y dinásticos por igual, y más adelante, dada la «debilidad» del Imperio, en términos de activismo político (Elliott, 1989, p. 165). 170 Recuerda Montcher, 2013, p. 236, que historiadores como Ambrosio Morales, Esteban de Garibay y Juan de Mariana afirmaban que las historias francesas los había impulsado a redactar las suyas.

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según avanza Luiggia Zilli, una de las razones del éxito de Matthieu en Italia y lo que motivó al editor Barezzi a publicar su Specchio della scienza política, sacado de la Historia de Luis IX de Matthieu; o al editor Cecconcelli a publicar las Remarques de Matthieu al lado de Saggi morale e Sapienza degl’ Antichi de Andrea Cioli171. Ya desde los poemas compuestos cuando era partisano de los procatólicos Guisa, se lee su rechazo hacia la doctrina del florentino. En La Guisiade, los maquiavelistas, junto con turcos, calvinistas y herejes, constituían, según Matthieu, un mismo bando con un rey de dudosa fe a la cabeza172. Sin embargo, entre los autores modernos que más cita Matthieu en su Histoire de France et des choses mémorables se encuentran Maquiavelo y Commynes173. De la obra del secretario florentino extraía lo que le resultaba compatible con la razón de Estado católica, lo hemos visto, y su rechazo a su doctrina se ve jalonado de un marcado uso del vocabulario, figuras y tropos ‘maquiavélicos’, lo que quizá explique las contradicciones que observamos en su larga producción histórica, plagada de fragmentos e ideas de los mismos autores a quienes intenta rebatir, y de quienes tomaba prestado su mismo arsenal léxico. Por su parte, Philippe de Commynes, señor de Argentón (1477-1511) y consejero real —primero de Felipe V de Borgoña y luego de su hijo, Carlos el Temerario, a quien abandona más tarde para ponerse al servicio del rey Luis XI— gozó en España de gran popularidad. Sus Mémoires fueron uno de los libros preferidos de nobles y eruditos europeos y, al igual que los libros de Matthieu, estaban en muchas de las librerías más importantes del momento174. La lectura de la obra del historiador borgoñés, que había sido una constante en la corte española de Carlos V, también lo fue fundamental para la instrucción de Felipe como príncipe heredero175.

171

Zilli, 1991, pp. 242 y 246. «Si l’alme Foy estoit en vostre cueur emprainte, / le Turc, ny l’Alcoran, ny l’Epicuerien, / ny le Calvinien, ny le Lutherien, / le Machiaveliste, et l’homme de fortune, / ne trouveroit en vous tant de grace opportune», Matthieu, Théâtre complet, pp. 706-707.Ver la introducción de La Guisiade, p. 90. 173 Lobbes, 1991, p. 97. 174 Boadas, 2015. 175 Según Michel de L’Hôpital, el emperador tenía La República de Platón, el De Officis de Cicerón y las Mémoires de Commynes como libros de cabecera (Maissen, p. 313). El joven Felipe II leyó traducciones de Julio César, de Guicciardini, el Amadís de Gaula, y las historias de Commynes en francés, según testimonio de uno de 172

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El interés por la prosa de Commynes, que llegó incuso a traducirse al latín, va de la mano con los resortes de la prudencia política que revelan sus escritos. El autor tacitista e historiador a sueldo de Olivares, el conde de la Roca, consciente de su deuda con Commynes, Lipsio y Matthieu, en su tratado El embajador inserta un retrato de Felipe III en el cual la historia de Commynes descansaba sobre los libros de gobierno y de política cristiana176. Para Saavedra Fajardo, Commynes, «con su buen natural juicio se igualó a los antiguos; es maravilloso en penetrar las causas de los sucesos y en dar consejos»177. Juan de Vitrián, seducido por esa objetividad del historiador, tradujo sus Mémoires por la década de 1620, al igual que el príncipe Manuel Filiberto de Saboya, que se las ofreció a Felipe IV178. También promete una traducción (que no llegó a realizar, que sepamos) Mártir Rizo en los preliminares de la Vida de Seyano de Matthieu: Empero si mis escritos no son ya molestos, ofrezco en nuestro idioma las memorias de Filipe de Commines, señor de Argenton, historia admirable, y que siempre serán limitadas las alabanzas que se dieren a la integridad de sus relaciones, a la modestia de su estilo, a la verdad de su doctrina179.

Nótense en la cita de Mártir Rizo los sintagmas con los que resume la opinión: «integridad de sus relaciones», «modestia de su estilo» y «verdad de su doctrina». Commynes explota en su prosa histórica los procedimientos del político moralista: máximas, juicios, digresiones filosóficas y morales, fábulas, preguntas y respuestas, expresiones conclusivas, librándose a lecciones morales y políticas que lo hacen un precursor

sus ayudas de cámara, Jehan L’Hermite, en su Passetemps. Ver Montcher, 2013, pp. 44-46. 176 Montcher, 2013, p. 47. Antonio Hurtado de Mendoza acusa al conde de haber: «copiado a trozos de la Constancia de Justo Lipsio…» (Fernández-Daza, 1995, p. 125). Hurtado de Mendoza quiso impedir el nombramiento de la Roca como biógrafo de Olivares por considerar que él era mejor historiador. 177 Saavedra Fajardo, 2006, p. 132. 178 Traducidas en la década de 1620 por Emmanuel Filiberto y publicadas solo en 1649. La de Juan de Vitrián, publicada en 1643, Las memorias de Felipe de Comines, con escolios propios, 2 vols., quizá date c. 1625. Para esta traducción y para la fortuna de Commynes en España, ver García López, 2013; y Bouza, 2005, cap. IV. 179 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, «Advertencia», trad. M. Rizo, s. p.

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de Maquiavelo y de Guicciardini180 y, añadiríamos, de Matthieu, que se basa en su obra para componer la Histoire de Louys XI, roy de France. Commynes, como Tácito, Matthieu y sus traductores, son, además de autores de la historia que escriben y viven, desveladores de los afectos que rigen a los príncipes. Al respecto, dice así Vitrián181: En el teatro deste mundo hizo el emperador Tiberio un personaje compuesto de disimulaciones, pliegues y dobleces; desplególe Cornelio Tácito. Este rey Luis, de simulaciones, artificios y estado, descubrióle Comines con igual ingenio, y ambos ganaron renombre de buenos autores…182.

Es llamativa, una vez más, la relación que establece Vitrián entre Commynes y Tácito. Pierre Matthieu escribe la vida de Histoire de Louys XI, roy de France a petición del rey Enrique IV, según revela en la epístola liminar al rey y, lo que es más, declara, valiéndose de una metáfora arquitectónica lipsiana recurrente en nuestro autor, que para concebirla extrajo de Commynes las «principales pièces de ce bastiment», para luego añadir que «l’ordre, la taille, l’architecture, les ornements» son suyos, afirmación que nos remite a la manera en que Lipsio construyó su Politicorum y Montaigne sus Essais183. Su Histoire de Louys XI, roy de France es un edificio complejo, una intrincada red intertextual que se alza sobre las Mémoires de Commynes con el fin de comparar la vida de Luis XI con la de Enrique IV. Si Luis XI fue un gran rey —aunque, según revela Commynes, propenso a los errores e intenciones dudosas— Enrique IV excede con creces todas las virtudes reales y es el epítome neoestoico de la realeza. Este cuadro comparativo que alza Matthieu tiene como objetivo formar «une vivante image de ce qui peut servir à la conduite d’un prince. L’esclat de la vérité paroist de l’opposition de son contraire, & les ombrages rehaussent les vives couleurs»184. Así, al pasar revista a 180

Ver Dufournet, 2007, pp. 41-45. Commynes, 2007, pp. 8-9. Ver, a este respecto, el addendum de Jorge García López, 2013. 181

182

Vitrián, Las memorias de Felipe de Comines, «Dedicatoria», s. p.

183

Lipsio, Sobre la Constancia, p. 82. Matthieu, Histoire de Louys XI, «Advertissement», s. p. También la usa en la epístola al rey de su Remarques d’estat: «Voicy des ruines d’un excellent édifice, d’où l’on tirera de belles & rares pièces pour enrichir les nouveaux bastiments», 1642, s. p. 184 Histoire de Louys XI, «Advertissement», s. p. Similar comparación es la que ofrece Gracián en El Político: «Opongo un rey a todos los pasados; propongo un rey a

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los errores y defectos del antepasado real, las virtudes del nuevo Borbón adquirían nuevos colores. Tras concluir la narración de la Histoire de Louys XI, roy de France Matthieu añadió una recopilación de sentencias sacadas de la historiografía de Commynes, agrupada bajo epígrafes tales como «La Providence de Dieu», o «Princes». Oscilando entre Luis XI y Enrique IV, entre pasado y presente, la Histoire de Louys XI, roy de France constituye un ejemplo perfecto de cómo las virtudes de un príncipe cristiano redundan en sus decisiones y astucia política; de ahí también, por el componente religioso indisociable de la vida política, el tenaz éxito de la obra de Commynes y Matthieu en España. En este punto, cabe recordar que la difusión de Commynes no fue un fenómeno exclusivo de Francia ni de España sino también de Italia, a tal punto que Thomas Maisse acuña el término ‘commynisme’, análogo al de ‘tacitismo’, para referirse al resurgir, por los años 1580, de su figura como consejero ideal de la prudentia, partidario de la religión como pilar fundamental de la monarquía (en clave de lectura antimaquiavelista) e inventor de la política moderna, muy admirado por su imparcialidad (a pesar de su lealtad a Luis XI) y por su larga experiencia como estadista185. Las alabanzas de Gracián a Commynes y a Matthieu son señal, además, de la semejanza que los contemporáneos veían en los dos historiadores, a quienes los españoles también llegaron a asociar con Tácito. Si en Francia aparece citado Commynes como «Tacite français» en la Apologie pour Machiavelle en faveur des princes et les ministres d’estat (1643) de Luis Machon186, en España, por esos mismos años, decía Gracián que los estadistas veneraban a Tiberio y a Luis XI como «dos oráculos de la política» no tanto por el acierto de sus hechos sino gracias al «comento de sus dos escritores, que fueron Tácito y Comines»187. Otra vez, en el «Museo del discreto», la Historia, personificada, llama a la narrativa de todos los venideros», donde coteja hechos de la vida de Fernando el Católico con ejemplos sacados de las biografías de monarcas anteriores. Como ha estudiado Ferrari, la influencia o presencia de la obra de Matthieu permea todo El Político (1945, p. 288). 185 Maissen, 1996. 186 Citado por Bakos, 1997, p. 128. Para Commynes y Maquiavelo, ver Stegman, 1972. 187 «Dos ídolos, dos oráculos de la política veneran los estadistas: a Tiberio y a Luis; encarecen su disimulación, exageran su artificio; mas yo atribuyo esta reputación de políticos más al comento de sus dos escritores, que fueron Tácito y Comines, que al acierto de sus hechos» (Obras completas, p. 73).

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Commynes «la más plausible de todas»188; y nuevamente, en la «La isla de la Inmortalidad», vuelve a asociar a los grandes fabricadores de la fama: Homero,Virgilio, Plinio,Tácito, Curcio, Jenofonte, Comines, Pedro Mateo, César…189. En suma, la conjunción de los dos historiadores, grandes defensores de sus católicos príncipes y protectores de la monarquía absoluta, tuvieron en suelo español cosecha asegurada. Si en cuanto al aspecto político en España, Matthieu aparece una y otra vez relacionado con Tácito y Commynes, en lo tocante a su estilo, su nombre también se asocia al de una figura descollante en el panorama de renovación de las letras del XVII: el marqués Virgilio Malvezzi (1595– 1654). Hacia fines del primer tercio del XVII, cuando las narraciones de Matthieu eran conocidas en España e Italia, no cabe duda de que, a la luz de las opiniones antes vistas, eran varios los hombres de letras italianos que practicaban el estilo sentencioso que, por medio de las traducciones de Matthieu, se había difundido en la península itálica. En el capítulo que consagra a Malvezzi, Benedetto Croce señala que si su primer libro, Discorsi sopra Cornelio Tacito, publicado en 1622, está escrito aún en el estilo periódico ciceroniano (no así el prólogo), Il Romulo de 1629, que le dio a Malvezzi renombre internacional (en España alcanzó seis ediciones), marca el inicio de una serie de obras compuestas según el estilo difundido por Matthieu190. En su juventud, Malvezzi «[a]lacremente s’immergerá nella lettura dei classici, in particolare di Seneca, Tacito e Tito Livio, acquistandosi quelle cognizioni umanistiche che costituiranno la base della sua formazione spirituale191. Así, el más grande senequista italiano que es en ese entonces Malvezzi aprovecha una corriente que, nacida en el XVI, tendrá gran aceptación en la España de la Contrarreforma192.

188 «¡Eh, señor, que no lo entendéis! —dixo la Historia— [que estas] son de cuervo en el picar, en el adevinar las intenciones, en desentrañar los más profundos secretos. Ésta del Comines es la más plausible de todas» (El Criticón, p. 370). 189 Gracián, El Criticón, p. 790. 190 Simón Díaz, 1966; Croce, 1931, pp. 91-105. Compárense estas opiniones de Croce con las de Raimondi, que define el prólogo al lector del Discorsi como una apuesta por el laconismo (en contraposición al estilo ciceroniano), aunque la obra como tal no siga dichos preceptos.Ver Raimondi, 1982.Ver Malvezzi, Historia de los primeros años, p. x; y Carminati, 2002. Para el laconismo, ver García López, 2001a, 2001b y 2009. 191 Brändli, 1964, p. 15. 192 Lafond, 1981a, p. 139. Ver García López, 2001a, 2001b y 2103; y Blanco 2004b.

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En efecto,Virgilo de Malvezzi, marqués de Castelguelfo y barón de Taranta y Quadri, fue un literato boloñés que empezó a redactar obras en estilo lacónico a partir de los citados Discorsi. Posteriormente elaboró biografías de personajes clásicos y bíblicos que, gracias a la estima que alcanzaron en Europa, le abrirían las puertas de la corte madrileña y la bolsa del conde duque de Olivares, que lo nombró cronista de Felipe IV. De las biografías del marqués, la primera y más conocida fue Il Romulo (Bolonia, 1629), obra que trasladaron al español Quevedo (Pamplona, 1632) y Teodoro del Aula (Milán, 1632). Entre los émulos de Malvezzi, lo hemos dicho, se encuentra Mártir Rizo con su Vida de Rómulo (Madrid, 1633). Cuando en 1636 Olivares lo hizo venir a España, lo incorporó a su círculo personal de consejeros y le encargó la escritura de una Historia de España de los reinados de Felipe III y de Felipe IV. También suscitaron gran interés su Il Tarquinio Superbo (Bolonia, 1632), traducido al español varias veces; y su Il Ritratto del Privato Politico Christiano estratto dall’originale d’alcune attioni del Conte Duca di S. Lucar (Bolonia, 1635), que, inspirado en la vida de Olivares, fue trasladado al español por F. de Balboa y Paz con el título Retrato del privado cristiano político deducido de las acciones del Conde Duque (Nápoles, 1635). En los discursos que pronunciaba el conde duque en el Consejo de Estado —ese «nuevo Séneca español», como lo bautizó Quevedo en su comedia Cómo ha de ser el privado— había siempre un elemento de exceso retórico que lo diferenciaba de las generaciones precedentes193. El estilo lipsiano, con su oscuridad y brevedad tacitista, eran del gusto del ministro, y prueba de ello es la invitación que hace a Malvezzi de trasladarse a la corte para escribir la crónica de su régimen. A semejanza de un don Quijote imitador de las hazañas de la caballería, la influencia de los libros en su actuación política se hace patente en el conde duque, que buscaba consejos en la lectura de los historiadores del pasado: Era o Conde Duque, de natural, vãoglorioso, e procurava obrar, por modos extravagantes: que se no meneyo particular, são aborreciveis, são péssimos no governo pùblico. Os livros politicos, e historicos q professára, lhe havião deixado algũas maximas improporcionadas ao humor de nossos tempos; dõde procedia intentar algũas vezes, cousas asperas, sem outra conveniẽcia, que a imitação das antigas: como se os mesmos Tacitos, Senecas, Paterculos, Plinios, Livios, Polibios, e Procópios, q as aconselhârão, e 193

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Citado por Elliott, 2004, p. 318.

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escrevèrão, sendo hoje viventes, não mudârão a opinião, à vista da diferença q fazẽ os annos, os interesses, e os costumes dos homens194.

La opinión sobre el estilo de Malvezzi que nos dejó Gracián en la Agudeza expresa una admiración similar a la que sintió por el de Matthieu. El marqués, dice, «junta el estilo sentencioso de los filósofos con el crítico de los historiadores, y hace un mixto admirado; parece un Séneca que historia y un Valerio de filosofa»195. En El Criticón lo coloca junto a «los mayores ingenios de nuestros tiempos, hombres tan eminentes que con cada uno se pudiera honrar un siglo», en las filas de John Barclay, Mascardi, Boccalini, Giovanni Battista y Enrico Caterino Dávila: «Conoced el Malvezzi, filosofando en la historia, estadista de sí mismo»196. Tanto en Quevedo como en Gracián, la obra del marqués pesó de manera notable en los usos de la condensación estilística, los juegos paradójicos y el tono sentencioso que caracteriza su obra. El camino desbrozado por la pluma de Matthieu, tal como se ha dicho, fue el que siguió Malvezzi, que se pronuncia así al respecto: Ti confieso, o lettore, che pongo ogni arte per non iscribire una Istoria con semplice narrazione, e che adopro ogni mio spirito per adornarla, parendomi questo l’obbligo di colui che ha da lasciare ai posteriti spiegati su nobili memorie gli illustri gesti e le ammirabili azione del maggior Re do mondo... Non pare da mettersi in dubbio la lode che merita colui che leva dal cammino ordinario e conduce per uno, oscuro no, breve sí, pieno di peregrinità, sentenze ed elocuzioni, che ora insegnano ora dilettano, e che tavolta mescolate insieme non lasciano di insiememente insegnare e dilettare197.

Al igual que Matthieu, Malvezzi rechazaba una historia seca y deslucida y recomendaba en su escritura «dotti contrapunti, peregrine delicatezze, grazie, gruppi, trilli, accenti e spiriti»198. Hacia la segunda mitad del siglo XVII, las voces en contra del estilo del marqués fueron muchas, y los juicios de Milton, Sforza Pallavicino, Chapelain y La Mothe Le Vayer, 194

Melo, Epanáforas, pp. 78-79. Citado por Elliott, 1984, p. 93. Gracián, Obras completas, p. 793-794. 196 Gracián, El criticón, p. 1429. 197 Malvezzi, «Al lettore», en Successi principali della Monarchia di Spagna nell’anno 1639, citado por Croce, 1993, p. 190. 198 Malvezzi, citado por Shaw, 1968, p. xxxi. 195

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por ejemplo, así lo atestiguan199. La crítica francesa lo acusó de haber introducido en Italia el estilo entrecortado del que Mascardi, como hemos visto, consideraba culpable a Matthieu200. Comenta José Simón Díaz que el gusto por las obras de Malvezzi constituye un «curioso ejemplo de fulminante difusión de libros»201, afirmación que podemos extender a Matthieu, quien fuera para el rey Borbón lo que Malvezzi para el reinado de Felipe IV y Olivares: un historiador del presente que puso su arte al servicio de una monarquía absoluta europea. Sin la pluma de los historiadores, no hay grandes hombres ni reyes: «quand les hommes cesseront d’estre louez, ils cesseront de bien faire», nos decía Matthieu en su «Advertissement»202. Y para alabarlos e instruirlos, él y sus traductores e imitadores se valieron de la biografía política, sacando provecho del lado más humano de la escritura histórica y poniendo al descubierto su papel de constructora de la memoria cultural.

199

Shaw, 1968, p. xx. Brändli, 1964, p. 103. 201 Simón Díaz, 1966, pp. 87-93. 202 Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. 200

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CAPÍTULO III SEYANO, FELIPA DE CATANEA Y EL DUQUE DE BIRON: ESCARMIENTO Y ENSEÑANZA DE LOS MALADVERTIDOS

En el Catálogo de ingenios eminentes en diversas artes, ciencias y profesiones naturales de Madrid, el escritor y dramaturgo Juan Pérez de Montalbán opinaba así de Juan Pablo Mártir Rizo: Juan Pablo Mártir Rizo, de cuyo grande ingenio han dado tantas muestras sus mismas obras, ha traducido del francés El Seyano, La Filioa Catanessa, La muerte de Enrico Cuarto el Grande, y escribió La Historia de Cuenca, sin otros muchos papeles de historias que andan suyos manuscritos1.

Varios detalles interesan de esta cita. En primer lugar, que Pérez de Montalbán subraye la faceta de traductor del francés de Mártir Rizo. Esas traducciones son, como se comprueba al cotejar los títulos, las de la obra biográfica de Pierre Matthieu. En segundo lugar, que lo señale como historiador mencionando esos otros «papeles de historias» que circularon de forma manuscrita y de los que poco sabemos hoy. La parca valoración que hace de Mártir Rizo suscitó, además, la reacción de

1 Para Mártir Rizo, seguimos a Maravall, 1984. Ver también Mesnard, 1959 y Marañón Ripoll, 2010. Que se le conociera por sus traducciones del francés queda constancia en una de las silvas satíricas contra el estilo culto: «No sea Lope latino, / mas fecundo escriptor, dulce y divino. /No sea francés Juan Pablo; / ¿estás contento, diablo?,…», Quevedo, Poesía original, p. 1103. La Filioa Catanessa es, sin duda, la vida de Felipa de Catanea, la lavandera de Nápoles.

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Quevedo en la conocida polémica desatada a raíz de la publicación del Para todos de Pérez de Montalbán2: A Juan Pablo Martir Rizo le calla la Vida de Séneca, la Defensa contra el Conestaggio en las calumnias de Flandes, la Vida de Mecenas, el Norte de Príncipes, todas impresas; y también la Vida del Duque de Biron, de que debía acordarse el dotor por la comedia que hizo de este libro3.

Con estas palabras Quevedo deja claro que la obra de Mártir Rizo no se reducía a esas traducciones y papeles históricos, y no sin cierto tono mordaz le recuerda a Pérez de Montalbán que él mismo se había basado en una vita escrita por Mártir Rizo, la del duque de Biron, para escribir una comedia4. Clasicista admirado, Mártir Rizo ‘tradujo’ e ilustró la Poética de Aristóteles, para la cual tenía aprobación y licencia en 16235. Esta Poética de Aristóteles traducida de latín. Ilustrada y comentada por Juan Pablo Mártir Rizo», es en realidad la traducción española de un libro publicado unos años por el humanista Daniel Heinsio, y a la que el español le añade sus propios escolios. De su producción literaria se conservan, además, unos pocos versos compuestos a raíz de un conocido certamen de 1622 para conmemorar la canonización de varios santos, y algunos curiosos «enigmas». En prefacios y declaraciones, nos recuerda Juan Pablo Mártir Rizo a su ilustre ascendiente, Pedro Mártir

2 El Para todos: Ejemplos morales, humanos y divinos (1632), de Juan Pérez de Montalbán, es una miscelánea que incluye novelas cortas, piezas dramáticas, autos sacramentales. A raíz de su publicación, Quevedo escribió la Perinola, dando lugar a una de las polémicas literarias más sonadas del momento. Para la cita, ver 2005, p. 630. 3 Citado por Maravall, 1984, p. 388. La Historia de las guerras de Flandes refuta el Delle guerre della Germania inferior (Venecia, 1614) de Jerónimo de Franqui Conestaggio. Años antes, Herrera y Tordesillas también había compuesto sus Cinco libros de la historia de Portugal (publicada en 1591) en respuesta a lo que llamaba falsedades de Conestaggio en su Dell’ unione del regno di Portogallo alla corona di Castiglia de 1585. Otra traducción de Luis de Bavia de esta última, la Historia de la unión del reino de Portugal a la Corona de Castilla (Barcelona, 1610) también rectificaba al genovés. Aunque se le atribuya a Matthieu en el título, no parece ser traducción de una de sus obras 4 Para los hitos principales de esta batalla literaria, ver, por ejemplo, Plata, 2006, pp. 245-255. 5 Newels advierte que más que de una traducción, se trata de «una obrita independiente de carácter netamente didáctico» (1965, p. 32). Ver también López Grigera, 1998.

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de Anglería, de quien también tradujo las famosas Décadas océanas, que tenía listas en 1629 y de las que hoy no tenemos noticias. El corpus principal de su producción se sitúa cronológicamente en el decenio que va de 1623 (escolios de la Poética) a 1633 (Vida de Rómulo)6. El vínculo entre la literatura, la historia y la política es constante en la obra de Mártir Rizo, por lo que es indiscutible su aporte al pensamiento político-moral de los círculos más importantes de la corte madrileña, dado su interés por los problemas que sacudían la unidad de la gran máquina monárquica hispana y, en especial, por el papel del valido o privado en el manejo del timón de reino. Entender los límites y privilegios de la creciente institución del privado es esencial, y de ahí que, a diferencia de modelos españoles del siglo anterior, en estas nuevas obras cunda el interés por lo político. Como afirma Pierre Civil al estudiar estas biografías del XVII, si los instrumentos que el humanismo ponía a disposición de nuestros autores tenían en el Marco Aurelio (1528) fines literarios y filosóficos (aunque no dejaran de acoger reflexiones políticas), en autores como Mártir Rizo lo puramente moral da paso a lo político-moral7. En el Madrid del primer tercio del XVII, tres grandes genios eran cabeza de bando —Lope, Quevedo y Góngora— sentencia Maravall al referirse a la filiación de Mártir Rizo al bando de Quevedo y a su enemistad con Lope de Vega, a quien criticó por no someterse a los preceptos clásicos8. Sin embargo, en estas movedizas arenas de querellas y batallas intelectuales, cuando la enemistad parece haber amainado, el Fénix, en El laurel de Apolo, alabó al madrileño9; Mártir Rizo, a su vez, le dedicó el prólogo de El Rómulo, recordándole su parte de culpa en la prisión que había sufrido10. Además de su amistad con Tomás Tamayo de Vargas (amigo de Lope, Quevedo, Pérez de Montalbán y Lorenzo van der Hammen), con el cronista oficial de Castilla Antonio de Herrera y Tordesillas, con Pedro Torres Rámila (el gramático autor de la Spongia) y con Gil González 6

Simón Díaz, 1984, pp. 371-375. Civil, 1998, p. 365. 8 Maravall, 1984, p. 402. Mártir Rizo critica al Fénix en los escolios de su Poética. Para las polémicas literarias del XVII, ver Tubau, 2008, pp. 120 y ss.; y Conde Parrado y Tubau, 2015 9 Dice Lope (2002, p. 237): «En el retrato de Juan Pablo Rizo/ mira la imagen del dorado Febo/ de quien sin las escritas/ te ofrezco maravillas inauditas». 10 Mártir Rizo, Vida de Rómulo, 1945, pp. 113-116. 7

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Dávila (cronista del reino y autor del Teatro de las Grandezas de Madrid) su obra aparece a menudo relacionada con la de Francisco de Quevedo. Mártir Rizo no duda en romper lanzas por este último en la batalla religioso-literaria y político-histórica del patronato de Santiago con Defensa de la verdad que escribió don Francisco de Quevedo Villegas, caballero profeso de la Orden de Santiago, a favor del Patronato del mismo apóstol, único Patrón de España. Contra los errores que imprimó don Francisco Morovelli de Puebla, natural de Sevilla, contradiciendo este único Patronato (1628). Como se sabe, la defensa de Quevedo en dos memoriales enviados al rey que abogan por el patronato único de Santiago lo condujo al destierro en la Torre de Juan Abad, donde permaneció hasta principios de 1629, cuando Olivares lo llamó de vuelta a la corte. Parece que Mártir Rizo, que fue a la cárcel en dos ocasiones (de la primera no aparece rastro, según nos dice Maravall11), vivió una transformación espiritual tras su segundo encarcelamiento, en 1632. Su ordenación como presbítero tiene lugar más tarde, una vez que parece haber abandonado la actividad literaria, pues solo conservamos publicaciones suyas entre los años 1625 y 1633. Antes había estado al servicio del conquense marqués de Cañete, Juan Andrés Hurtado de Mendoza, ejerciendo de preceptor de su hijo, Melchor Hurtado de Mendoza, hasta la temprana muerte del pupilo. Parece que hacia 1633, tras su segundo encarcelamiento, abandona el ejercicio de las letras, ya que no constan publicaciones suyas después de El Rómulo ese mismo año. En 1636 toma hábitos de órdenes menores en la Congregación de San Pedro, asociación de sacerdotes nacidos en Madrid, a la que también habían ingresado Lope y Juan Pérez de Montalbán en 1625. 11 Maravall, 1984, p. 396; y 1972, p. 230. Un dato que pudiera ofrecer luz al respecto y que retrata ese mundillo madrileño en el que nombres hoy canónicos se libraban a mezquinas pendencias lo ofrece Góngora en una carta a fray Hortensio Paravicino, fechada el 19 de diciembre de 1623, contándole lo sucedido en el estreno de la comedia El anticristo, de Juan Ruiz de Alarcón: «Echáronselo a perder aquel día con cierta redomilla que enterraron en medio del patio, de olor tan infernal que desmayó a muchos de los que no pudieron salirse tan aprisa. Don Miguel de Cárdenas hizo diligencias y a voces envió un recado al vicario para que prendiesen a Lope de Vega y a Mira de Amescua, que soltaron el domingo pasado porque prendieron a Juan Pablo Mártir Rizo, en cuyo poder se encontraron materiales de la confección…» (Góngora, Obra poética, t. III, 1921, p. 220). Es posible que fuera esta la razón de su primer encarcelamiento, aunque no podamos asegurarlo. Aún así, es otra muestra de su presencia en el ambiente literario madrileño por las fechas en que traducía a Matthieu.

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El historiador Gil González Dávila lo considera un poeta ilustre, y destaca, en la aprobación de la Historia de la vida de Mecenas que sus «escritos y singular erudición son muy conocidos y dignamente estimados por los mejores del reino»12. Entre los personajes influyentes a quiénes dirigió su obra en busca de amparo están Lorenzo Ramírez de Prado, dedicatario de la Historia de la vida de Lucio Anneo Séneca español; el conde duque de Olivares, a quien ofreció la Historia de la vida de Mecenas y la Historia de la muerte de Enrico IV; el consejero real Diego Corral Arellano, receptor de su Norte de Príncipes; 13 y Antonio de Roxas, Contador de penas de Cámara de su Majestad», para quien compone uno de los prólogos de la Vida de Mecenas. El caso de Juan Pablo Mártir Rizo es uno de los ejemplos más ilustrativos dentro de esta constelación de intelectuales relacionados con la esfera del poder, atentos a lo que se escribía fuera de España sobre el arte de gobernar. En el Norte de Príncipes— que denomina «breve compendio» compuesto para «abrir camino en el conocimiento de las más graves materias del Estado y Gobierno de una República bien ordenada»14— acopia, como ha estudiado Maravall, fragmentos enteros de Bodin y Maquiavelo sin mencionarlos. Los primeros capítulos del Norte están tomados del autor de Les six livres de la Republique y del quinto en adelante, «buena parte de la reflexión de Mártir se corresponde con los problemas políticos desplegados por Maquiavelo…»15. Cabe destacar que aunque Mártir Rizo advierta haber extraído ideas de «muchos varones que escribieron policía, ya sean latinos, franceses, italianos o españoles»16—procedimiento habitual en este periodo, como vimos en páginas anteriores— lo hace sin revelar quiénes eran, aunque podemos suponer que los lectores avezados de la época podían reconocer muchas de esas fuentes con relativa facilidad. La mención expresa de lo que la ortodoxia consideraba impíos autores como Bodin o Maquiavelo hubiera bastado para levantar las sospechas del Santo Oficio, como sucedió 12

Mártir Rizo, Vida de Mecenas, s. p. Diego del Corral y Arellano (1570-1632) fue fiscal de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid y consejero del Consejo de Hacienda, oidor del Consejo de Castilla y caballero de la Orden de Santiago. Fue parte del tribunal que juzgó al valido de Lerma, Rodrigo Calderón, y votó en contra de su pena de muerte. 14 Mártir Rizo, Norte de príncipes, «Dedicatoria a don Diego Corral y Arellano», 1945, p. 5. 15 Rivera Gracía, en línea, pp. 5 y ss.Ver Maravall, 1984, p. 48. 16 Mártir Rizo, Norte de príncipes, «Advertencia», 1945, p. 13. 13

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décadas más tarde, hacia 1634, con la versión de la obra de Montaigne por Diego de Cisneros, que nunca llegó a las prensas17. Mediante la traducción, la manipulación y la reescritura, autores españoles como Mártir Rizo recuperaron algunas de las enseñanzas políticas derivadas de Bodin y otros pensadores europeos y las transformaron en agujas de navegar por los agitados mares de la política, limando en dicho proceso los aspectos que no podían aceptarse en la España contrarreformista18. De ahí la amalgama de ideas, refutaciones y contradicciones que hacen de su obra un palimpsesto político de los opúculos, discursos, consideraciones y tratados de autores europeos, y que, en el caso de Mártir Rizo, descansa en Lipsio, Maquiavelo y Pierre Matthieu, fundamentalmente. Sin embargo, desestimar una obra literaria o un autor cuya producción se guiaba por las prácticas renacentistas o barrocas de la imitación sería una falta de conciencia histórica; lo que interesa averiguar, en el caso de Mártir Rizo, son las razones que lo llevaron a apropiarse de estos autores, e insertar su obra dentro de los mecanismos de producción textual estudiados antes en relación con el Politicorum de Lipsio (cuya influencia también es detectable en el Norte de Mártir Rizo)19 y el cuidado de no mencionar las peligrosas fuentes, ni siquiera para rebatirlas20. Como se sabe, la obra de Maquiavelo, prohibida por los Índices de Roma de 1559 y de Trento de 1564, no fue vedada oficialmente en España hasta más de veinte años después, en el Índice del Cardenal Quiroga de 1583, hecho que demuestra la relativa independencia de la Inquisición española respecto a las prohibiciones emitidas por el Santo Oficio. Helena Puigdomènech ha descartado la tradicional afirmación del desconocimiento de Maquiavelo en España, que se sustentaba en dos factores: «el imperio de la Inquisición española, contraria al pensamiento de Maquiavelo; y la escasez de traducciones españolas

17 Señala Rivera García que Rizo extrae de Bodin (sin mencionarlo) la concepción mágico-numerológica de la vida de los estados que incluye en su Historia de Cuenca, (en línea, p. 5, nota 8). Para Montaigne, ver Aranzueque, 2011. 18 Para las huellas de Bodin en España, Alburquerque, 1978; y Avilés, 1985. La obra de Bodin (como la de Matthieu), nacida en el contexto de luchas religiosas y políticas en Europa, pretende, como explica al inicio de Les six livres de la République (1576), mostrar el camino para la restauración del desgarrado país. 19 Schwartz, 2007, p. 168. 20 Maravall se refiere en particular al Norte de príncipes (1984, p. 392).

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de sus obras, consecuencia, se creía, del primer factor21. Su presencia en suelo ibero queda avalada por las primeras traducciones de los Discorsi, amparadas por Carlos V y dirigidas al príncipe Felipe; y por las innumerables ediciones en italiano y en francés que se han encontrado en las bibliotecas de intelectuales, políticos, artistas y eclesiásticos españoles de la segunda mitad del XVI y de todo el XVII. Si en un primer momento algo de la obra del florentino pasó al español con su nombre —como es el caso del anónimo Tratado de re militari, publicado en 1590 en Alcalá de Henares y presente en casi todas las bibliotecas de la época (su autor, por ejemplo, admite haber imitado a «muchos autores antiguos y modernos, siguiendo más que a otros el parecer de Machavelo, que imita él a Vegetio»22—el mutismo de Mártir Rizo en cuanto a sus fuentes no ha de extrañar ya que la opinión respecto a Maquiavelo hacia 1625 era mucho más peligrosa de lo que había sido tres décadas antes. La deuda de la obra de Mártir Rizo con las de autores clásicos y renacentistas europeos es un hecho que no esconde en el «Prólogo» de la Historia de la Vida de Mecenas: Si alguno dijere que he copiado muchas sentencias de autores españoles, latinos, franceses y italianos, y que una historia no necesita de estos adornos, porque cuanto un diamante es más precioso tiene menos necesidad de oro y esmalte, respondo lo que a este propósito me dijo don Francisco Paz de Balboa (del Consejo de su Majestad, en el de la Vicaría de Nápoles y Consultor del Santo Oficio): que los antiguos hicieron lo mismo, imitando, trasladando unos de otros con poder dilatarse mejor…23

La retórica de la imitatio es el mecanismo que sirve de acicate creativo, que garantiza el «dilatarse mejor». A esos «censores que no se contentan con los que se les da» les recomienda elegir según su gusto o entendimiento, ya que los juicios insertados son «adornos que se pueden quitar sin deshacer la labor del vestido»; juicios e ideas que enriquecen la lectura de los hechos. Curiosa metáfora que recuerda la descripción de Montaigne del Politicorum de Lipsio como un «docte et laborieux

21

Puigdomènech, 1988; 2008, pp. 41-42. Ver también, para Maquiavelo en España, Ghia (2013). 22 Puigdomènech, 2008, pp. 50-51. 23 Mártir Rizo,Vida de Mecenas, «Prólogo», s. p.

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tissu»24, pero, más aún, las propias palabras de Matthieu en el «Advertissement» antes estudiado, de quien, como veremos más adelante, el español calca el párrafo recién citado. De Il principe de Maquiavelo, por ejemplo, Mártir Rizo extrae otro párrafo entero para justificar el valor de la lectura de la historia y la imitación de modelos en su Historia de la vida de Lucio Anneo Séneca español: Quanto all’esercizio della mente, il principe deve leggere le storie che parlano di battaglie. In quelle deve considerare le azioni degli uomini eccellenti, vedere come si sono comportati nelle guerre, esaminare le cause delle vittorie e delle sconfitte, per potere fuggire queste e imitare quelle. E sopra tutto deve fare come ha fatto per l’addietro qualche uomo eccellente, che ha preso ad imitare qualcuno che prima di lui è stato lodato e gloriato, e di quello ha tenuto sempre i gesti e le azioni davanti agli occhi. Così si dice che Alessandro Magno imitava Achille; Cesare Alessandro; Scipione Ciro.

Mas cuanto al ejercicio del entendimiento debe el príncipe leer historias, y en ellas considerar las acciones de los hombres excelentes, ver como se han gobernado en la paz y en la guerra, examinar las causas de la victoria o pérdida, para poder huir estas e imitar las otras, y sobre todo hacer lo que hizo algún hombre excelente, a quien ha deseado imitar de los que antes han sido venerados y gloriosos, teniendo sus movimientos y acciones presentes, como se dice que Alejandro Magno imitaba a Aquiles, César a Alejandro, Escipión a Ciro…»25.

Para esta biografía ‘original’, la Historia de la vida de Séneca, no solo acude a Maquiavelo, sino también a los Discorsi sopra Cornelio Tacito (1622) de Malvezzi, de donde expolia y traduce el párrafo titulado «Come e quanto sia odioso il governo delle donne» (Discorso vigesimoterzo), para ejemplificar las maneras en que una mujer puede ejercer el poder, como ha demostrado Valentina Nider. A pesar de que no contemos con traducciones españolas de los Discorsi en el periodo, estos se leían en el original, por lo que concordamos con Nider cuando afirma que «en contra de lo que se ha ido afirmando, Mártir Rizo leyó a Malvezzi mucho antes de la publicación del Romolo»26. El cotejo del «Advertissement» de la Histoire de France et des choses mémorables con el «Prólogo» de la Historia de la vida de Mecenas de Mártir 24

Montaigne, «De l’institution des enfants», Essais, I, XXVI, pp. 179-180.

25

Vida de Séneca, pp. 58-59; Il Principe, 1972, p. 35. Para ejemplos de Maquiavelo en Quevedo, ver Ghia (2013). 26 Para la referencia, ver Nider 2011, p. 408.

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Rizo —a raíz de ciertos paralelos y giros como los anteriores— nos ha permitido comprobar que, al igual que había hecho con Bodin y con Maquiavelo, Mártir Rizo también ‘hurta’ y traduce —sin citar— extensos fragmentos de la obra de Pierre Matthieu para la constitución de su obra ‘original’. Insistimos en que los calcos que consignamos a continuación no los extrajo de ninguna de las obras biográficas del francés, sino de ese prolijo paratexto analizado antes, el «Advertissement» de la ingente obra histórica de Matthieu. De este texo expolia Mártir Rizo algunos pasajes para componer el «Prólogo a Antonio de Roxas, Contador de penas de Cámara de su Majestad» de la Historia de la vida de Mecenas, obra dedicada al conde duque. Los fragmentos siguientes, insertados casi verbatim en dicho prólogo, servirán para ilustrarlo: [...] que l’Histoire ne veut point tant de parade : que plus la pierre est belle, moins il y faut d’or, & d’ornement.

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[...] que una historia no necesita de estos adornos, porque cuanto un diamante es más precioso, tiene menos necesidad de oro y esmalte.

Mais si ces Censeurs sont si mal aisez a servir qu’ils ne se veuillent contenter de ce qu’on leur donne pour rien, & qui couste beaucoup de peine & de temps, il est en leur liberté de ne les lire point, car ils ne seront pas moins sçavants de la vérité pour ne s’arrester à telles observations. Chacun en prendra selon son goust, ou son entendement. Ce sont parements qui se peuvent lever sans gaster ny la façon ny l’estoffe de l’habit. Ce sont perles & pierreries qui surhaussent l’excellence de l’ouvrage sans y rien gaster ny confondre. Les tableaux de diverses couleurs, le paysage de divers fruits, les concerts de différentes voix sont agréables.

Y si hay tanta dificultad en servir a estos censores que no se contentan con lo que se les da por poco, o nada, y cuesta mucha fatiga y trabajo, libertad les queda para no leerlos, que no serán menos instruidos de la verdad por no entretenerse en tales observaciones. Cada uno elija lo que fuere de su gusto y entendimiento; estos son adornos que se pueden quitar sin quitar la labor del vestido son perlas y joyas que dan mayor excelencia a la obra, sin deshacerla o confundirla. Los cuadros de diversas colores, los países de diversos frutos, los concentos de diversas voces son de mayor gusto y recrean más el ánimo.

La première & plus importante fin de l’Histoire est de rendre les mauvais bons, les bons meilleurs. Cela ne se peut faire, que par l’jugement de leurs actions.

El más importante fin de la historia es hacer a los malos buenos, a los buenos mejores, y esto no se puede conseguir sino con el juicio de sus acciones…

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C’est pourquoy Thucydide a loué si haut Périclès, quoy qu’il fut son ennemy, & semble que Tacite n’ait autre dessin que d’esleuer les vertus, & abattre la mémoire des vices particuliers de ceux de son temps. Et il est certain que quand les hommes cesseront d’estre louez, ils cesseront de bien faire.

Tucídides atribuyó grandes alabanzas a Pericles aunque fuera su enemigo, y parece que Tácito no tiene otro designio sino encumbrar a la virtud y derribar la memoria de los vicios particulares de su tiempo, siendo así que no habiendo quien alabe a los hombres, es porque dejan de ser dignos de alabanza.

Mais ils changerons d’advis s’ils considèrent qu’en plusieurs rencontres il est permis à l’Histoire de faire le Rhéteur, & que ceux qui ont escrit les Histoires Grecques & Latines, les ont ainsi embellies.

La armonía se compone de diferentes voces, de varios instrumentos: en muchas ocasiones, se permite al histórico ser orador. Los que han escrito historias griegas y latinas las han enriquecido desta forma.

Le Paon que l’Empereur Adrian consacra au Temple de Juno en Negrepont, fut trouvé excellent, non pour ce qu’il estoit tout d’or, mais parce qu’il estoit enrichy de diverses pierreries. Tous livres son livres, comme toutes rivières son rivières, mais il y en a dont l’utilité passe les autres. Le Nil est agréable à la veue, non pour l’abondance de ses eaux, car l’Istre en a bien autant, mais parce que son eau rend fertile & abondantes les terres d’Egypte.

El pavón que el emperador Adriano consagró en el Templo de Juno en Negroponte fue juzgado por excelente y admirable, no porque era todo de oro, sino porque estaba guarnecido de varias joyas. Todos los libros son libros, como todos los ríos son ríos, mas no hay duda que uno es más útil que otro; el Nilo es agradable a la vista, no por la abundancia de sus aguas, que el Danubio es tan caudaloso, sino porque sus corrientes hacen fértil y abundante al Egipto.

L’utilité des bordures de ce livre est telle, qu’il n’y aura personne de quelque profession qu’il soit, qu’à la première ouverture n’y trouve du contentement, & du profit. & les faux accords.

La utilidad de las digresiones y ornamentos deste libro presumo que son tales que no se hallará persona de cualquiera profesión que sea que la primera vez que le lea, por cualquiera parte que le abra, no halle satisfacción y utilidad.

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Il ne peut estre qu’il n’y ait des endroits trop vides, d’autres trop pleins. Il y a des actions que l’on ne peut surhausser à l’égal de leur juste exaltation. Il en est en comme du bouclier d’Enée qui portoit bien toute la destinée de l’Empire Romain, amis ne pouvoit pas représenter toute sa grandeur & Majesté. Il n’y a que les bons peintres & les bons musiciens qui reconnoissent les mauvais ombrages & les faux accords.

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Puede ser que haya lugares en que sea difuso y en otros conciso. Hállanse acciones que no se pueden levantar a la medida de su exaltación y les acontece lo que del escudo de Eneas: que aunque mostraba toda su descendencia destinada al Imperio Romano, con todo eso no podía representar toda su grandeza y majestad. Pocos son los que lo prevendrán, que solo los buenos pintores y músicos reconocen los defectos de las sombras y las muchas disonancias de los instrumentos.

Baste este breve cotejo para confirmar que, además de la obra de Bodin, Malvezzi y Maquiavelo, la historiografía de Pierre Matthieu fue uno de los pilares esenciales sobre los que Mártir Rizo erigió su obra, y su fama. Estos fragmentos, además, nos permiten observar cómo el español iba adaptando la tradición al ‘rejuvenecer’ el texto francés (Danubio por Istre), o ajustaba técnicas que no eran características del nuevo género: cuando Matthieu se refiere a la utilidad de los márgenes («bordures») del libro, el español sustituye el término por «digresiones, y ornamentos»; por ello, como hemos ya mencionado, en la mayoría de sus traducciones el español elimina los márgenes explicativos de Matthieu. Con este cambio subraya la importancia que concedía Mártir Rizo a las digresiones y a la explotación de exempla del pasado con el fin retórico de movere. Los ejemplos de la antigüedad clásica que eran parte del patrimonio común franco-español (el pavo de Juno, el escudo de Eneas, el topos de la ejemplaridad) se mantienen intactos. Si Mártir Rizo incluye en los liminares de la Historia de la vida de Mecenas estos extensos fragmentos con los que justifica su posición ante la escritura de la historia, ¿no sería plausible pensar que, cobijado por la sombra del estilo y el contenido de la obra de Pierre Matthieu, que tan bien conocía por haberle traducido, elaboró esta vita ‘original’ del privado ejemplar siguiendo su modelo? Por otra parte, la imitación textual se combina con la humana ya que Mártir Rizo escribe de Mecenas para hablar de Olivares. En la dedicatoria al conde duque, epítome del hombre de confianza ideal, el careo entre pasado y presente se hace patente: «De acciones generosas de V. Excel. he compuesto esta Historia, siendo tan vivo traslado que se no hallará

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diferencia de la imitación a la verdad»27. Así, Mártir Rizo procede a inventar una estructura en la que la vida del conde duque es el molde que permite el «traslado» de sus acciones a la horma de la del romano Mecenas. Es una reescritura de la historia antigua propiciada por la moderna, y sometida a esta; un traslado de cuestiones políticas del presente a la antigüedad romana. También para Matthieu, igual que lo había sido Séneca, Mecenas era ejemplo del privado ideal y consejero del rey, y así deja constancia en una nota al margen en su Histoire de Louys XI, roy de France, en la que se refiere al romano en esos términos, siguiendo a Plutarco y Suetonio: «Auguste César ayma deux hommes principalement, Agrippa pour sa patience & Mecenas pour son secret & sa discrétion. Après la guerre Acjaque estant en conseil avec eux comme il se devoit gouverner, Agrippa le conseilla de faire une vie privée. Mecenas de penser á la Monarchie»28. Este tipo de construcción paralela es la misma que articula, por ejemplo, ese mismo libro, la Histoire de Louys XI, en la que Matthieu habla, no en términos de semejanzas, como en el caso de Mecenas-Olivares, sino de diferencias: los grandes hechos de la vida de Enrique IV hacen palidecer los de Luis XI, como hemos visto antes. Es muy probable entonces que, gracias a su labor como traductor, las estrategias y métodos retóricos de composición que empleara Matthieu le sirvieran de modelo, y que buscara en múltiples testimonios antiguos (junto con otros modernos como El príncipe de Maquiavelo) las fuentes que trataban sobre la vida de Mecenas, que, como aclara Mártir Rizo en el prólogo, eran escasas: «La vida de Mecenas no la ha tratado ninguno particularmente: en Dion se hallan algunos fragmentos; en Virgilio, Horacio y en sus comentadores, de lo que ellos dijeron, hice esta historia»29. Su método es tan semejante al de su modelo francés que bien hubiera podido el español subtitular su libro, como había hecho Matthieu con el Seyano, «histoire romaine recueillie des divers autheurs». Ya hemos visto que, además de la recuperación de los saberes del legado antiguo mediante la apropiación y superación de géneros y formas de raigambre clásica, también se imitaban ideas y géneros de otros importantes intermediarios de la cultura heredada. Como ha estudiado Karlheinz Stierle, el giro de un modelo de cultura medieval a uno 27

Mártir Rizo, Historia de la Vida de Mecenas, «Dedicatoria», s. p. Matthieu, Histoire de Louys XI, p. 319. 29 Para las fuentes de esta vida de Mecenas, ver Schwartz, 2005. 28

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postmedieval puede entenderse como un desplazamiento del modelo vertical al horizontal30. En el caso de Matthieu en España se buscaba reescribir al vecino francés —y menos a los historiadores del pasado— para descifrar el presente. «Escribiré del siglo pasado para el presente»31 era, como deja constancia Malvezzi en el prólogo de Il Romulo (en traducción de Quevedo), apropiarse de lo que hacían nuestros humanistas de la historia pasada, tal como había hecho Tácito al recoger hechos y opiniones sobre los gobernantes anteriores para evitar el peligro de escribir sobre los tiranos de su tiempo, e igual fueron los propósitos que animaron las traducciones de Tácito por parte de los autores políticos del XVII. Y es este modelo horizontal, el de las traducciones del frances al español, el que estudiamos aquí, sin olvidar por ello la omnipresencia de la «verticalidad» en estos textos dado el acervo grecolatino común de las culturas modernas francesa y española. En suma, tanto en esta como en muchas de sus biografías originales, mediante una serie de préstamos sucesivos Mártir Rizo imita los métodos compositivos de Matthieu y se apropia de pasajes enteros del francés, de Maquiavelo y de Bodin para exponer todo un conjunto de ideas políticas que en ese momento eran candentes en Europa. En sus textos, la cabeza de nombres tan connotados en el XVII español como los de Maquiavelo o Bodin, aunque se trate de cercenar, reaparece una y otra vez. La mezcla de voces, ideas y personajes que utiliza a su conveniencia se adecuan a la técnica de la varietas, y a pesar de la miscelánea de elementos contradictorios, Mártir Rizo logra levantar, a partir de conceptos y términos muy identificables, un discurso coherente sobre la actuación de reyes y validos en el marco de la ortodoxia cristiana en un mundo político en plena transformación.

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Stierle, 1996. Malvezzi, El Rómulo, trad. Quevedo, «A quien leyere», p. 188.

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Figura IV. Edición de Aelius Sejanus, histoire romaine recueillie des divers autheurs, Paris, Robert Estienne, 1617. Figura V. Edición de la Vida del dichoso desdichado, escrita en francés por Pedro Matheo, cronista del Rey Cristianísimo, y en castellano por Juan Pablo Mártir Rizo, Madrid, Pedro Tazo, 1625.

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1. SEYANO: VIDA DEL DICHOSO DESDICHADO «Privados los llama la lengua española, quizá porque, en siendo privados, se hallan privados de la seguridad natural»32. Antonio Pérez

No cabe duda de la significación de Mártir Rizo como representante típico de las ideas de su tiempo, así como de su importante presencia en las polémicas literarias más importantes que sacudían la República de las Letras de la España del momento. Destaca, además, su agudo interés —al igual que en la obra de Lope y Quevedo, por ejemplo— por las cuestiones relacionadas con la conservación de la monarquía, y en especial, por el papel de uno de los personajes más visibles de la escena política del momento: el consejero absoluto, valido o privado, en el manejo del timón de reino. Gran parte de su obra, como ha sintetizado Maravall, se alza sobre las posibles combinaciones, algo formularias, de príncipe y privado: Mecenas será para Mártir Rizo el buen Privado con un buen Rey; Séneca, el buen Privado con un mal Rey; Biron, el mal Privado con un buen Rey. Y en las traducciones recogerá otra vez esta grave cuestión, y Seyano le dará ocasión de presentarnos el mal Privado con mal Rey, y Felipa Catanesa el mal Privado que domina e inclina malamente a un Rey, relación que en este caso se da entre mujeres.Todo el cuadro de combinaciones posibles está agotado en el conjunto de estas obras33.

Y es a algunos aspectos de esta creciente modalidad de gobierno —la privanza— a los que nos referiremos en este capítulo, tomando como punto de partida las traducciones de Mártir Rizo de la biografías de Seyano, de Felipa Catanea y del duque de Biron, todas de Pierre Matthieu. Antes apuntábamos que en la Italia del siglo XVI se fue forjando una concepción nueva del príncipe en relación con el estado, sus súbditos y sus ministros, fenómeno que, por vías directas o indirectas, llegó a 32

Pérez, 2009, Aforismo b, 41, p. 24. Maravall, 1984, p. 415. Vale recordar que si este interés por el valido es trascendental en el XVII, no es nuevo en la historia española: el caso de Álvaro de Luna, privado de Juan II, así como el Doctrinal de privados del marqués de Santillana, son precedentes, aunque, como sabemos, surgieron en condiciones históricas distintas. 33

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Francia y a España durante el proceso de consolidación de un Estado absoluto, centralizado y de derecho divino. En España, Carlos V y sus herederos se yerguen como los modelos ideales del príncipe tridentino, absoluto y católico, y es esta imagen, a lo largo del siglo XVII, la que ilustrarán oficialmente los teóricos políticos por medio de los diversos canales de representación. La mayoría de los argumentos esgrimidos para justificar la autoridad del rey se sostenían en la concepción política de origen medieval de un rey justo, protector de una potestad de derecho divino, que se difundió con el género de los «espejos de príncipes». Si el género se asienta en el De regimine principum de Santo Tomás y alcanza gran vitalidad en el medioevo, para finales del XVI y principios del XVII eran referentes más actuales los de Erasmo (Institutio y Enchiridion) y, por supuesto, los de Maquiavelo34. Ya desde finales del XVI, en una obra como la del jesuita Pedro de Ribadeneyra se defendía que la disimulación (o la «reserva mental») era lícita si con ello se podían evitar males mayores al cuerpo político35. Asimismo, con la propagación de la obra del florentino, el género de los specula pasa a incluir, cada vez con más frecuencia, la figura del monarca absoluto acompañado de uno o varios consejeros. Cuando el príncipe no mostraba prudencia en la elección de sus ministros, abría las puertas del reino a «monstruos» y tiranos. «La privanza se parece a la Monarquía: si se halla en poder de un bueno, es buenísima; si de un malo, es muy mala», sentenciaba por esos años Malvezzi36. Es por ello por lo que muchas de las biografías que estudiamos se articulan en torno a un modelo un tanto maniqueo del mal consejero: un príncipe hereditario, demasiado joven o sin interés por el gobierno, deja sus asuntos a un hombre de confianza que, casi siempre por medios inmorales, se apodera de su voluntad. Si el príncipe, dada su naturaleza divina, ha de ser sufrido con paciencia, el privado que se comporta como tirano tendrá siempre una caída estrepitosa. Por ende, con el fin de evitar los desastres que acarreaba su mala actuación e influir así en la vida política, convenía advertir contra los excesos e invitar a príncipes y privados a cultivar aquellas virtudes de las que carecían. 34

Para una introducción al tema, ver Ariza Canales, 1995; y Galino, 1948. Para la obra de Rivadeneyra, ver Iñurritegui, 1998. Para el lugar de la disimulación en la conformación de formas modernas de prudencia política, ver Rodríguez de la Flor, 2005. 36 Citado por Feros, 1999, p. 304. 35

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Por estos años, la necesidad del valido se hace patente en un breve tratado que Francisco Lanario, duque de Carpiñano y miembro del Consejo de Guerra en los Estados de Flandes, publica en Palermo en 1624 con el título de Breve discurso donde se muestra que los reyes han de tener privado37. Algunos años antes, en su vita de Felipa, Matthieu insistía en esa imprescindible amistad con su peculiar estilo: ¿Qué hombre (no solo los grandes príncipes) carece de un amigo particular con quien descansar el alma en las aflicciones de la vida humana? Algunos animales se inclinan a otros con mayor cuidado. Los metales y las piedras asisten con singular aplicación, y aun las plantas, por las ocultas venas de la tierra, se comunican con las raíces. Los reyes necesitan de alivio y de descanso, por medio del más próximo a su favor. Uno debe ser el privado, el libro y aun el espejo del príncipe. Atlante remitió a los hombros de Alcides la gravedad de los cielos38.

Secretarios y hombres de confianza son inevitables, y a estos últimos, por su cercanía con el monarca, se les compara con un mítico Atlas que aligera los trabajos del rey. A esta misma imagen recurre Quevedo en la canción pindárica dedicada al duque de Lerma y escrita entre 1607 y 1609: «de Atlante sois Alcides,/ que le [al rey] alivia en sus paces y en sus lides»39. Nos recuerda Elliott la identificación de Olivares por varios contemporáneos con la imagen de Atlas como sostén del peso del imperio español, en particular en la portada del poema épico del conde de

37 El opúsculo de Lanario va dirigido a Felipe III. Francisco Bermúdez de Pedraza, en El Secretario del Rey, dice así: «Porque si V.M. es la cabeza, sus secretarios son la garganta del cuerpo místico desta Monarquía; y por este cuello comunica a los demás miembros de sus reinos el alimento de su gobierno; son el intérprete de su voluntad, porque llevan al príncipe la súplica del reino y vuelve decretados sus memoriales con su respuesta. Son la voz de su lengua, porque lo que quiere el príncipe lo pronuncia su secretario. Son la imagen de su corazón, porque saben cuanto tiene el príncipe con él, por la dependencia precisa con él…» (1620, p. 15). 38 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 26r.Vuelve a servirse de la imagen en la Vida de Séneca, en el discurso que el filósofo hace al comienzo del gobierno de Nerón, p. 85. 39 Quevedo, 1981, I, núm. 237, vv. 77-78.También en el Discurso de las privanzas, p. 205: « el bien de la república pide privado como el gran peso del cielo un Alcides, no que le sustente, sino que descanse al que le sustenta a ratos».

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la Roca, El Fernando, en la que aparece el ministro cargando el globo terráqueo sobre sus hombros40. La labor del consejero, y en la mayoría de los casos la del historiador, se compara con la del médico, y esta metáfora, que le confería al discurso mayor rigor científico, fue una de las principales analogías empleadas en el discurso político, ya que a partir del conocimiento extraído tanto del pasado grecorromano como de la propia experiencia, se recetaban remedios al doliente cuerpo político41. «El consejero es médico, que busca diferentes remedios porque conoce las enfermedades y mudanzas de las circunstancias», sentencia el consejero Ramírez de Prado, dedicatario de la Historia de la vida de Séneca, en su Consejo y consejero de príncipes 42. Para Mártir Rizo, como para Quevedo, el acceso al gobierno no solo debía tener como base la cuna y el mérito, sino también la confianza nacida de la amistad: «No pueden los príncipes carecer de amigos porque la máquina del gobierno está fundada sobre la reputación… por esto necesita de comunicación particular»43. Este ha de ser rico para no sentirse tentado a robar; noble, para codearse con la aristocracia; prudente, porque esa cualidad es esencial, como hemos visto, en el tablero de la política. Conjuntamente con la problemática relación príncipe-privado que cobra fuerza tras la difusión de la obra de Maquiavelo, estamos ante la antigua idea aristotélica de que el rey que no ha de aficionarse a un solo personaje, recogida por Lipsio en el Politicorum (basándose en Tácito)44. Apunta Lipsio al respecto: «como dice Aristóteles, la común guarda del principado es no hacer a ninguno muy grande. Siempre fue peligroso levantar el nombre de algún particular que sobrepuje o iguale al del príncipe. Mas si está hecho, corríjase; pero de manera que no se derribe de una vez, sino bajándole poco a poco»45. El horizonte político del XVII europeo renueva con fuerza el interés por dicha amicitia, que en los ejemplos anteriores de Lanario y de Matthieu se llega a justificar con razones naturales, subrayando los beneficios éticos y políticos de una amistad necesaria tanto para el cuerpo 40

Elliott, 2004 p. 74. El vínculo Atlas-Olivares también figura en la comedia de Lope de 1622, El vellocino de oro, compuesta para festejar el cumpleaños de Felipe IV. 41 Ver, para el caso francés, Soll, 2002 y Keller, 2012. 42 Santos Herrán y Santos López, 2008, p. 167. Para la iconografía política en general, ver Moreno Cuadro 1995. Para la metáfora médica, Siraisi, 2000. 43 Mártir Rizo, Norte de Príncipes, 1945, p. 79. 44 Ver, para esta relación, Quevedo, La hora de todos, p. 365, nota 1145. 45 Lipsio, Politicas, 2004, p. 135.

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natural del rey como para el buen funcionamiento del cuerpo político46. Tras los muchos años con Lerma al timón de la nave, la necesidad de la privanza en una monarquía tan vasta y diversa era casi consenso general. El príncipe, como todo hombre, necesita de un amigo particular para «descansar el alma en las aflicciones de la vida humana», y esta es la razón de ser del privado47. En su Norte de Príncipes, Mártir Rizo le dedica todo un capítulo al tema del «privado» (cap. XIV: «Del privado del príncipe, si es bien que le tenga y cual debe ser»), al igual que había hecho Maquiavelo (cap. XXII: «De his quos a secretis principes habent»), tema al que vuelve, parafraseando al florentino, en las primeras líneas de la Historia de la vida de Séneca: Per un principe non è di poca importanza la scelta dei ministri. Essi sono buoni o no, secondo la prudenza del principe. La prima congettura che si fa sulle capacità di governo di un signore è quella di vedere quali uomini ha intorno a sé. E, quando essi sono capaci e fedeli, si può sempre reputarlo savio, perché ha saputo riconoscere quelli che sono capaci e poi ha saputo mantenerli fedeli. Ma, quando essi sono altrimenti, si può sempre dare un giudizio non positivo su di lui, perché il primo errore che fa, lo fa in questa scelta.

Los que son dueños del supremo gobierno en la elección de los ministros deben poner particular cuidado, porque estos son buenos, o dejan de serlo, según la prudencia del príncipe, y la primera conjetura que se hace del señor y de su juicio es ver los hombres de quien se sirve, reputándole por entendido conforme los criados son suficientes y hábiles, porque los supo conocer con estas calidades, conservándolos con fidelidad en su servicio. Mas si son diferentes, con razón se puede tener por hombre no de buen juicio, porque el primero yerro que comete es el de esta elección48.

En efecto, para dar inicio a esta biografía de Séneca, Mártir Rizo traduce casi al pie de la letra todo el primer párrafo del cap. XXII de El príncipe. En las líneas siguientes, para adaptar el texto al contexto español, sustituye el ejemplo de Maquiavelo del príncipe de Siena, Pandolfo Petrucci, y su ministro, Antonio de Venafro, por el de Nerón y Séneca: «Quien viera a Nerón, que tenía por maestro a Séneca, ninguno le

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Para el tema, ver el clásico de Kantorowicz, 1957, Feros, 1995; Elliott y Brockliss, 1999. 47 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, p. 87. 48 Il principe, cap. XXII; Vida de Séneca, fols. 1-2.

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juzgara sino por príncipe perfecto»49. Al igual que había hecho Matthieu para construir su biografía de Seyano, Mártir Rizo, poniendo en práctica el método aprendido del francés, acude a los Anales de Tácito para componer su Historia de la vida de Séneca, salpicando la narración de fragmentos extraídos de otras fuentes. También, como el francés, incorpora teselas de la obra de Maquiavelo, expoliadas selectivamente. Por lo general, la postura más frecuente por estos años en España —aunque no la única— es la aceptación de la privanza, y por medio de tratados, manuales, avisos y advertencias se añaden nuevas consideraciones sobre el ejercicio político del privado reelaborando y reinterpretando el arsenal de discursos heredados, con el mismo vocabulario e ideas puestos en circulación por las lecturas de Tácito y los descendientes intelectuales de Lipsio y Maquiavelo, aunque, en lo esencial, el excesivo pragmatismo maquiavélico quede atemperado con la moral neoestoica. La institucionalización del valido —más que a los tradicionales argumentos del desinterés o la ineptitud de los reyes— está ligada a la complejización del gobierno monárquico en el XVII y al desarrollo del estamento nobiliario, que buscaba participación en una maquinaria política estatal. Sin embargo, cuando la nave del Estado estaba por irse a pique, el privado, para utilizar la feliz expresión de Tomás y Valiente, se convertía en el «pararrayos protector» del monarca y era el primero a quien había que sacrificar para salvaguardar la imagen y las prerrogativas reales50. Resulta evidente, al repasar algunas de las obras que se centran en la nefasta influencia de Seyano en Tiberio, que estos se convirtieron en verdaderos símbolos literarios51. En el libro IV de los Anales, Tácito comienza la segunda parte con la narración de los acontecimientos del reino de Tiberio, y atribuye el desastroso cambio de actitud del emperador 49

Mártir Rizo, Vida de Séneca, fol. 2. «Non era alcuno che cognoscesse Messer Antonio da Venafro per ministro di Pandolfo Petrucci, Principe di Siena, che non giudicasse Pandolfo essere prudentissimo uomo, avendo quello per suo ministro», Il principe, cap. XXII 50 Citada por Escudero, 2004, pp. 66-67. Para la privanza en Europa, ver Bérenger, 1974;Tomás y Valiente, 1990; Benigno, 1994; Bravo, 2009; y Tropé, 2010. Para la privanza de Lerma, Feros, 2002. 51 Ver Aricò, 2007 para las fuentes de la vida de Seyano que se manejaban en el XVI y XVII: Patérculo, Juvenal, Plutarco, Plinio, Casio Dion y Tácito. Sobre el valido en España, Francia e Inglaterra, ver Feros, 1999. Usamos ‘valido’ y ‘privado’ indistintamente.Ver al respecto Escudero, 2004, p. 18.

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a la mala influencia de su consejero. En Inglaterra, algunos años antes de la oleada de traducciones del Seyano de Matthieu, la figura del favorito romano ya era todo un símbolo: Ben Jonson había representado una tragedia titulada, Sejanus, his fall, en 1603, en la que imitaba fragmentos de la sátira X de Juvenal sobre la corrupción del poder y la codicia. El favorito de Tiberio es también el personaje central de la tragedia anónima Tragedy of Claudius Tiberius Nero publicada en 160752. A la traducción de la obra de Matthieu al inglés, The Powerful Favorite, or the Life of Aelius Sejanus, (París, 1628), le siguen dos más: una hecha tras la caída de Buckingham (Of Changes of Fortune), y la de Sir Thomas Hawkins (Political Observations upon the Fall of Sejanus), a partir de Della peripetia di fortuna, overo sopra la caduta di Seiano, de Giovanni Battista. The Powerful Favorite, or the Life of Aelius Sejanus nos ofrece otro dato importante para comprender cómo se leyó la vita del romano en el XVII. Publicada en 1628, año del apuñalamiento del influyente favorito de Jacobo I, el duque de Buckingham, la portada recoge una frase de Virgilio que recalca la intención de esta versión inglesa —Nec tibi regnandi veniat tam dira Cupido—, y que advierte contra la codicia que aguijoneaba a los que ambicionaban el poder. La vida y muerte de La relación de Tiberio y Seyano queda también reflejada en una comedia compuesta en España por esos años: Amor, privanza y castigo, o las fortunas de Seyano, de Juan Pérez de Montalbán53. Mediante la fuerza simbólica de este paradigma, la corrompida asociación entre monarcas y privados en la Europa del XVII sirve de modelo denunciador, y las figuras de Seyano, Lerma, Concini y Olivares, de piezas humanas sustituibles dentro de los moldes de esa 52

Sejanus, his fall, London, George Eld, 1605; Tragedy of Claudius Tiberius Nero, London, Francis Burton, 1607;Ver Bird, 1969. Recuerda Elliott (1997) que Richard Howard estrenó en 1668 una comedia titulada The Great Favourite or the Duke of Lerma en la que la figura del privado español escondía la del conde de Clarendon, ministro de Carlos II de Inglaterra. 53 También conocida con el título de El fin más desgraciado, y fortunas de Seyano. En ella, el personaje de Germánico dice: «No digo yo que a Seyano /deje Tiberio de amar,/ no digo yo que han de hablar /los reyes siempre consigo,/ que tengan privados digo,/ que son hombres en rigor,/ y no hay gusto sin amor/ ni dicha sin un amigo./ Claro está que ha de elegir /amigo particular / con quien poder descansar, / algo se ha de divertir/ y en algo ha de preferir/ a un vasallo que obediente,/ entendido y diligente,/ con nobleza natural/ sabe servirle leal/ y aconsejar prudente», p. 275. Como ha estudiado Feros (1995), en estos años se debatió intensamente la validez de la amistad con un monarca ya que esta presuponía una base de igualdad que, dada la naturaleza divina del rey, era imposible.Ver también, Feros, 2002, cap. 6.

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ejemplaridad negativa, según las particularidades de cada nación. Es posible, por ejemplo, que el retraso de casi dos décadas de la publicación de los Aforismos al Tácito español de Álamos de Barrientos se debiera a la intervención personal de Felipe II ante el temor a que se le comparara con Tiberio (y a Antonio Pérez con Seyano)54. La Vida del dichoso desdichado —el oximorónico título español alude a la contradictoria suerte del consejero real de la monarquía absoluta— salió a la luz en Madrid en 1625 y lleva una aprobación de Gil González Dávila, gran admirador de la obra de Mártir Rizo, para quien esta es «…Historia digna de ser sabida, y más de aquellos que están cerca de los reyes u ocupan lugares altos»55. Eco de esta primera aprobación, la de Pedro Fernández Navarrete no es menos enjundiosa: «…obra digna de salir a la luz porque, demás de ser Historia verdadera, está adornada de importantes y graves sentencias, y con lenguaje y elegancia castellana…». Si en la primera llama la atención la utilidad para los que «ocupan lugares altos», en línea con el docere horaciano, en la segunda volvemos a encontrar los consabidos topoi de la «veracidad» de la historia y el uso didáctico de las sentencias56. Tras estas dos aprobaciones sigue la «Advertencia» de Mártir Rizo que, al igual que la de Matthieu que hemos visto antes, es muy reveladora: «Comunico un ejemplo del príncipe más disimulado y de un hombre industrioso, atrevido, por quien titubeó la máquina del Imperio Romano…». Obviamente, la referencia al «príncipe más disimulado», que ya aparecía en Tácito, ha de leerse de cara a la noción de disimulación maquiavélica. Tras justificar con los usos comunes de la captatio su traducción respecto a la hecha por Squarzafigo unos años antes, subraya el valor de la vita: «Obra es que por lo grande del suceso, por su doctrina

54 Fernández Santamaría, 1987, pp. iii-xiv; y Davies, 2001, pp. 59-60, que recoge testimonios de que Álamos y el secretario Antonio Pérez se referían en su correspondencia a Felipe II como ‘Faraón’ o ‘Tiberio’. Elliott ofrece el ejemplo de Carlos I de Inglaterra, quien, en 1626, cuando sir John Eliot denunció a Buckingham como un nuevo Seyano, este respondió indignado: «Implícitamente, pues, me toma a mí por Tiberio» (1997, pp. 891-892). Para la comparación entre Felipe II y Tiberio, presente ya en el XVII en Boccalini, ver Fumaroli, 2013, pp. 314-331. 55 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, «Advertencia», s. p. 56 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, «Advertencia», s. p.

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y enseñanza merece aplauso entre los escritos venerados, y su autor eminente lugar con los heroicos varones que la antigüedad admira»57. La formación de príncipes ejemplares, en la estela de la tradición de los regimine principum, constituye en estas obras una preocupación fundamental. Es por ello que desde la primera línea se insiste en el error de Tiberio —error trágico o harmatía— que es «el exceso de afición» del emperador hacia Seyano. Así, con un discurso universal sobre la naturaleza del amor de los príncipes para con sus súbditos, da comienzo esta biografía: Aunque es verdad que los príncipes disponen soberanamente de sus corazones y que en ellos forman el amor o aborrecimiento ejecutando sus designios, es razón que por esta causa sean sus inclinaciones justas y bien reguladas; porque siendo sin orden, traen consigo las ruinas públicas, hacen los príncipes aborrecibles y odiosos a los que gozan de su favor58.

Nótese, en el plano del contenido, la mención del corazón como sede del amor o la aversión, y desde el punto de vista del estilo, el quiasmo final. Continúa con una alegoría teatral y su conclusión sobre el error de hacer juicios basados en la nobleza o dignidad de los hombres, que se entronca con las conocidas preocupaciones barrocas por desentrañar las apariencias, y por el topos del theatrum mundi: Cuando tenía fin la comedia se quitaban los suecos los representantes antiguos con que parecían más altos que los demás y, desnudándose de las galas de las personas que imitaban, volvían a su propia forma. De donde se infiere que no se debe hacer juicio de la estatua por la basa que la sustenta, ni del hombre por su dignidad o fortuna59.

Las dos citas anteriores con que abre la Vida del dichoso desdichado, ilustran cómo Matthieu subraya una interpretación en clave neoestoica sobre la necesidad de la justa mesura del príncipe y la importancia de la «substancia» aristotélica por encima de la forma, todo ello expuesto en un estilo grave y de periodos sueltos. Este incipit, que alude al mundo 57 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, «Advertencia», s. p. Decía Tácito de Tiberio: «De todas sus virtudes, según él creía, ninguna apreciaba tanto Tiberio como su capacidad de disimulo» (Anales, 2008, p. 295). 58 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 1r. 59 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 1v.

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de la antigüedad romana, y que no aparecía en la primera edición del Aelius Sejanus de 1617, transforma la lectura de la obra en una consideración política de carácter universal y atemporal. El añadido, además, va a destacar el uso ideológico de la historia: interesaba advertir al príncipe sobre sus pasiones humanas, y al privado sobre lo movedizo de su posición. Esta inserción, que se desarrollará deductivamente, de lo general a lo particular, fundamenta la argumentación de todo el libro. No así, sin embargo, el primer párrafo de la primera versión francesa, la que traduce Squarzafigo, que entra de lleno en la materia antigua: la naturaleza imprudente de Tiberio y su desmedido afecto por Seyano, que son la causa directa de los males que van a azotar al Imperio romano60. Si los pecados de Tiberio fueron la imprudencia y la desmesura, los de Seyano fueron la disimulación y la codicia: En los principios de su privanza procuró dar a entender que estaba fundada en una firme resolución de adelantar el servicio de su príncipe y el bien de la República; que no se verían en sus acciones sino justicia; en sus consejos, prudencia; modestia en su fortuna. Llevaba en las apariencias moderación y en lo intrínseco ambición. Empero esta se descubría en sus gastos y prodigalidades, en la magnificencia de sus ajuares, en la soberbia de sus palacios dorados como templos. Era industrioso y vigilante para sus fines, tenía el espíritu pronto para conocer los sujetos y tomar los medios necesarios, transformándose según las ocasiones a la modestia o arrogancia61.

Nótese en la cita el constante uso del asíndeton, la contraposición exterior/interior, moderación/ambición, amplificada esta última con tres sintagmas paralelos que llevan por núcleo uno o dos sustantivos (gastos y prodigalidades, magnificencia y soberbia).Todo el pasaje inicial, además, puede leerse como un «texto paralelo» de la relación de María de Médicis con Concini, en el caso del francés, o la del duque de Lerma con Felipe III en el del español (y también la de Felipe IV con Olivares): exceso de afecto por parte de los príncipes; oportunismo y disimulación por la de los privados. Lipsio reprende, por ejemplo, la codicia de los 60 Matthieu, Aelius Sejanus, trad. Squarzafigo: «Le ciel irrité sur les romains permit pour la désolation de l’Empire, l’excez de l’affection que l’Empereur Tibère porta à Aelius Sejanus, le faisaint si grand qu’il eut peine de le desfaire», fol. 1r. 61 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 4r. Igualmente: «Conoció el natural de Tiberio y conformó de tal suerte con él que parecía tener ambos corazones un mismo movimiento», fol. 3r.

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ministros (casi todos, según él, amparados por Laverna, la diosa romana de los ladrones), «más arrebatadores que gatos» y aconseja «mirarles a las manos y reprimirlos; donde no, perderán al mismo príncipe. Digo que estos perros comerán a su Acteón»62. La Vida de Seyano recalca una y otra vez la espinosa cuestión del sometimiento del monarca al privado, y su avaricia: «Halló en Tiberio tanta facilidad y disposición a sus deseos que solo había menester pedir y dar gracias: jamas le negó cosa, y previno muchas veces sus peticiones confesando que merecía mucho más…»63. Disimular con el príncipe y atentar contra el deber que tienen los soberanos para con el pueblo fue lo que hizo Seyano. Para Matthieu y Mártir Rizo, siguiendo a Tácito, las crueldades del emperador nacen de la mala influencia de Seyano, a pesar de que el emperador fuera, además, intrínsecamente cruel: «Encaminó todas las acciones de Tiberio al rigor y severidad para que perdiese la afición del pueblo, que no puede querer bien a quien no le hace sino malos tratamientos. No le costó mucho persuadirle a la crueldad que su natural le inclinaba…»64. La contrapartida de esta frase sobre el privado ideal la encontramos en el Davide Perseguitato de Malvezzi: «L’offizio del privato é offizio di angelo. Deve portere le suppliche de’ sudditi al signore e riportar le grazie del signore a’ sudditi. Colui che fa in contrario é un demonio, non un angelo»65. Un tirano, según la conocida definición de Aristóteles, es el príncipe que se ocupa más de sí que del bien de sus súbditos. En la narración de Matthieu, la definición aristotélica le sirve como argumento para ahondar en los vicios morales de los biografiados. La disimulación maquiavélica no se limita al privado; además de su apego a Seyano, el tirano Tiberio era calculador y se servía de su favorito con fines poco morales: «No era la de Tiberio toda afición, sino necesidad, porque quiso valerse de las trazas y engaños de Seyano para destruir la casa de Germánico y levantar la suya…»66. La disimulación —trazas y engaños— es, por tanto, reprobable en un monarca. Mártir Rizo la admite, pero diferenciándola, en otra de sus obras, de la inmoral simulación practicada por Seyano: «Ella y la simulación difieren en que la disimulación es no manifestar lo que uno ha 62

Lipsio, Politicas, 2004, p.167. Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 5r-5v. 64 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fols. 5v-6r. 65 Citado por Brändli, 1964, p. 79. 66 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fols. 11v-12r. 63

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sabido o sospecha, y la simulación es decir o prometer una cosa y pensar y hacer otra»67. La literatura del periodo convierte en tópico el famoso dictum atribuido a Luis XI, «Qui nescit dissimulare, nescit regnare»68, en una equiparación de la política con la astucia, tras una interesada lectura de Tácito y de Commynes. Al describir la actuación de los monarcas cristianos del momento que no pueden guiarse por la impía doctrina maquiavélica, se barajan las nociones de ocultación, simulación, pero nunca de mentira, de ahí los variados matices sobre el engaño y la máscara de la verdad. Los lazos entre prudencia política, razón de Estado y disimulación se irán así estrechando hasta llegar a fusionar estos conceptos antes dispares e incompatibles entre sí69. Pero volvamos a la narración de la vida de Seyano, que prosigue con una defensa de los designios secretos de los reyes, cuyas motivaciones ocultas, o arcana imperii, no podemos entender, idea que se viene repitiendo desde Tácito: «…los príncipes se agravian quando se dice mal de sus privados porque les parece que es culparlos de faltos de juicio en elegir sujeto indigno de su favor»70. Aunque no las entendamos, tampoco las podemos criticar: «…no es lícito escudriñar los profundos intentos del príncipe, medir el fondo de sus pensamientos secretos es cosa peligrosa y que no se puede alcanzar…»71. Así, a pesar de la crítica a la afición a particulares con que arranca la biografía, se funden dialécticamente dos ideas que pudieran parecer contrarias: ¿Es parte de los arcana imperii aficionarse a un privado y darle carta blanca en el gobierno? ¿O se puede cuestionar el secreto actuar de los los príncipes? Si de manera general no se han de discutir las razones reales, el caso particular de Tiberio y Seyano sí es criticable porque

67 Mártir Rizo, Norte de príncipes, 1945, p. 119. Para ejemplos en Francia, ver Cavaillé, 2002.Ver Rodríguez de la Flor, 2005, p. 205 y ss. 68 Ferrari, 1945, p. 299. 69 Para la razón de Estado y Luis XI, ver Bakos, 1997, pp. 122-136. La disimulación se presenta como una modalidad de la prudencia política y la conexión entre ambas es recurrente en los autores españoles del Barroco. 70 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 60r. Compárese con Tácito: «No es competencia nuestra juzgar a quién ensalzas tú por encima de los demás y por qué motivos lo haces. A ti te han concedido los dioses el poder supremo, mientras que a nosotros se nos ha dejado la gloria de obedecerte»; y «El investigar los ocultos sentimientos del príncipe y los proyectos que mantiene escondidos es ilícito y peligroso» (Anales, 2008, p. 314). 71 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol.149r.

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resquebraja la relación príncipe-privado en la que este último controla al primero, y al reino, con métodos cuestionables, trastocando el orden natural de las cosas. El Relox de príncipes de Guevara, compuesto en la segunda mitad del XVI, recoge una crítica a la privanza. Aunque el monarca ha de pedir consejo, es él quien, tras prudente reflexión, tomará la decisión final: «Loco es el príncipe que menospreciando el consejo de todos se fía del parecer de uno solo»72. Guevara, como señala Redondo, estima que la privanza violenta el orden divino, ya que el soberano, que ha recibido el poder de Dios, va en contra de esta voluntad cuando lo deja en manos ajenas73. Idea, por lo demás, reelaborada por Maquiavelo, para quien el monarca que ponía el reino en manos de otro, por prudentísimo que fuera, estaba expuesto a que este se lo arrebara74. Sin embargo, para el XVII, la cuestión de la privanza había ya adquirido tonos más enérgicos y realistas. Dada la doble naturaleza del rey, como hombre y como príncipe —cuerpo natural y cuerpo político— en el contexto español el dedo señalaba a Felipe III y Felipe IV por abandonar el poder real, es decir, el cuerpo político, en manos de sus favoritos, quebrando la naturaleza divina del monarca, y como consecuencia, haciendo titubear toda la máquina monárquica. El descanso y alivio que el príncipe podía lograr con el privado era más para el cuerpo natural del monarca que para el político75. Seyano, el privado disimulador, es consciente de lo inestable de su posición y de la doble naturaleza de su príncipe, y al ver la inmutabilidad de Tiberio ante la muerte de su hijo y el ascenso de los hijos de Germánico, cuya casa intentaba destruir con su apoyo, reflexiona:

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Citado por Redondo, 1976, p. 608. Redondo, 1976, p. 609. 74 Maquiavelo, El príncipe, 2006, cap. XXIII, p. 167. 75 Feros, 1995, p. 30. Motivo que se repite en el Norte de príncipes: «No pueden los príncipes carecer de amigos, porque la máquina del gobierno está fundada sobre la reputación, y el príncipe, aunque obre bien, ignora la suya. Por esto necesita de comunicación particular, mas importa que sepa templar los afectos de la amistad que no corrompa los efectos del principado…», (1945, p. 79). Aún así, en este punto se pueden verificar contradicciones en Mártir Rizo, señaladas por Maravall; por ejemplo, en El Rómulo, dice así: «Lucrecio, familiar de Rómulo, no su amigo (que los reyes no los tienen; quien dijo amigo, dijo igualdad, e igualdad no la puede haber entre el súbdito y el príncipe)» (1945, cap. XIV, p. 198). 73

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¿Creía que un príncipe que no hacía sentimiento por la muerte de su hijo había de hacer estimación de la sus criados? Debía ser más astuto en conocer el humor de su dueño, que se servía de él como de una capa en tanto que llovía, para dejarla en escampando…Tratábale entonces como a un famoso caballo, que cuando el caballerizo le ve voluntarioso, le acaricia y le hace ir adonde quiere, y al fin hace que reviente76.

Nótese el uso de la reflexión interior para pintar la ‘psicología’ del privado, que se demarca en el texto con comillas, así como los símiles de la capa y el caballo. Ante la disimulación y el desamor del príncipe, el privado tiene que redoblar su astucia. Incluso en el tirano prevalece la razón de Estado sobre la pasión, y a pesar de amar a Seyano, Tiberio decide acabar con él al ver peligrar su corona: Tiberio, que le amaba, empieza a tenerle miedo y viendo que el Senado le estima más que a él, sospecha que le quiere hacer Emperador, y desde este punto determinó de sacar esta espina de su corazón, aunque no quiso hacerlo precipitadamente, siendo peligroso no solo emprender arruinarle, sino también el darlo a entender77.

Seyano es el prototipo maquiavélico del ministro manipulador, consciente de su poder sobre el príncipe, y también de que las mismas armas que ha utilizado para lograr ese poder se podían volver contra sí mismo. Inserta Matthieu en este lugar uno de esos pasajes en que el historiador se deja llevar por la escritura y pondera con extrañeza sobre la falsedad de la amistad en las altas esferas de gobierno, reflexiones que creemos motivadas por los sucesos de su tiempo. Recordemos que tras la caída de Concini, Lerma y Olivares, se esfuman casi todos sus amigos y ‘hechuras’. Igual suerte le tocó a Pierre Matthieu, como vimos antes, y a gran parte de los ministros reales de Enrique IV durante la regencia de María de Médicis; y también a Mártir Rizo tras su segundo encarcelamiento en 1632, cuando desapareció de la corte madrileña por razones que no conocemos del todo. Se extraña así Matthieu sobre la suerte de Seyano: Estoy admirado cómo habiendo adquirido tantos amigos careciese de ellos, y que entre tantas cabezas que dependían de la suya, que no podían

76 77

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Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fols. 72v -73r. Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 119r.

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estar seguras si ella cayese, no tuviese ninguno que le hablase con libertad, o con verdad, para remediar su ruina: esta es la común desgracia de los grandes78.

Cae Seyano y volvemos a la metáfora celestial con la que había iniciado la obra, donde, además, constatamos la presencia de ‘agüeros’ y ‘prodigios’, elementos de uso recurrente en Tácito y que Matthieu repetirá en las narraciones de la vida de Felipa de Catanea, de Enrique IV y de Felipe II: y así como el rayo suele caer cuando el cielo esta más sereno, así Seyano se vio asaltado de una borrasca en medio de la mayor serenidad de su fortuna. Tuvo muchos agüeros en su desgracia: el tablado donde recibía los besamanos de las calendas se quebró; un gato pasó al través; volviendo del Capitolio sus lacayos, haciendo plaza en la apertura para seguirle y pasar adelante, cayeron de donde se precipitan los delincuentes. Seyano consultó los adivinos para saber lo que significaba este suceso: los pájaros de buen agüero no parecieron. No vio más de una gran banda de cuervos, aves infaustas, ruiseñores del infierno, que volaban y graznaban alrededor de su cabeza79.

Este pasaje típico de la escritura de Matthieu muestra de su gusto por la amplificación y los paralelismos, abre con una comparación («así como…») en la que engarza la metáfora de la borrasca, reforzada por un políptoton.Vuelve la vista al pasado para enumerar los augurios con tres ejemplos marcados por los periodos oracionales breves, antes de terminar con un hipérbaton. Prosigue con una imagen del hombre de confianza ante los adivinos, que comienza con una correctio simple («…no aparecieron») antes de referirse a las aves infaustas («...una gran banda…») que revoloteban en torno a la cabeza de Seyano —ejemplo patente de efecto de imagen o evidentia—, y concluye con el tópico augurio del cometa. Las marcas tipográficas —siguiendo el estudio de la materialidad del libro— de los discursos directos tanto en original como en traducción, revelan la importancia que se atribuía a la reproducción literal de palabras en el género historiográfico y que se recoge en muchos de los

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Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol.121v. Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fols.130v-131r. Para Tácito, ver Anales, 2008, p. 598. 79

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tratados más leídos sobre la escritura histórica. En la sección destinada al enriquecimiento del discurso del De Copia, Erasmo argumenta que «poner discursos en boca de personas» es admirable en los historiadores paganos y algo que todos aceptan80. En esos dicursos se condensan con elocuencia muchas de las figuras, máximas y sentencias que adornan toda la narración y se ponen de relieve los elementos patéticos. En la Vida del dichoso desdichado, por ejemplo, se insertan varios de ellos, marcados en cursiva: discurso de Silano; discurso de Tiberio; discurso de Germánico antes de morir; discurso de Tiberio; y discurso de Cordo81. Desde el punto de vista tipográfico, también se mantiene, en algunos pasajes, la letra mayúscula para destacar las sentencias82. Otra de las técnicas que aprendió Matthieu de Tácito es la inclusión de múltiples opiniones sobre algunos hechos históricos y su consiguiente toma de posición por una u otra versión. En ocasiones, consciente del tópico retórico de la imposibilidad de conocer a fondo las causas de todos los hechos, inserta varios rumores para finalmente decantarse por el que estima más plausible o útil para su fin, como muestran estos ejemplos: Tácito dice que no es cierto que las señales de veneno se manifestasen en Germánico; Suetonio que se vio cubierto de manchas, la espuma en la boca, y que el corazón se halló entero entre las cenizas; y Plinio que Vitelio apremiaba en esto a Pisón gallardamente…83.

……………………………………………………………… Dudábase si su muerte [la de Germánico] fue por hechizos o veneno, aunque se persuadían a esto porque no se quemó su corazón; lo otro se publicó por haberle hallado cercado de huesos de muertos, caracteres y versos84. 80

Erasmo, De Copia, p. 404. Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fols. 9r, 9-10r, 15r.-16r, 22r.-24r y 53v.-55r. Para los discursos y el exemplum, ver Pineda, 2005. Para rasgos generales y antecedentes del uso de los discursos en la historiografía ver Nider, 2007, 2011; Schwartz 2005 y 2007. 82 Por ejemplo, al referirse al suicidio de Pisón, que se cortó la garganta con la espada: SI HAY ALGÚN DOLOR QUE AFLIJA EN UNA MUERTE PÚBLICA, ES SOLO EL TORMENTO, Y LA INJURIA DEL GUSTO QUE SE DA EN ELLA A LOS ENEMIGOS (Vida del dichoso desdichado, fol. 41r). 83 Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 39v. 84 Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 17r. Ver también este ejemplo: «Esto se divulgó por la malicia de los discursos poco favorables a los hechos de los 81

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Matthieu intenta «concordar» las opiniones divergentes que recoge en textos diversos de la historiografía antigua y reinterpretarlas a nueva luz. Al referirse a la muerte de Seyano, dice así: Séneca y Dion no concuerdan; este dice que el cuerpo fue arrastrado por tres días y aquel refiere que a quien el Senado había acompañado el mismo día, hizo el pueblo pedazos, y a una persona en quien los dioses y los hombres habían depositado lo que se podía de grande y precioso, no le quedó al verdugo ninguna cosa que coger entre sus garfios y arrojarle a Tíber. Para concordarlos, presupongo que después de haber hecho justicia de él, fue llevado a las Escalas Gemonias para que le viese el pueblo, y que con este furor le arrebató al instante y, habiendo llevádole a la ribera del río, le hizo pedazos; y puede ser que en catorce partes, cuantos barrios tenía la ciudad, y que estas cenizas fuesen arrastradas tres días por ella85.

Esta multiplicidad de perspectivas de un mismo hecho o personaje histórico, propiciada por la creciente circulación de opiniones a escala europea gracias a la imprenta y al desarrollo del escepticismo, le sirven a Matthieu, basándose en Tácito y apoyándose en todo un arsenal de fuentes antiguas como contrafuertes del edificio, para componer una biografía en la que se insertan rumores, juicios, opiniones, discursos y enmiendas con propósitos muy determinados. La retórica preceptuaba las figuras de pensamiento destinadas a mover los afectos, de las que las más importantes eran las prosopopeyas —hacer hablar a los personajes en estilo directo— y la evidentia o viveza86. También habría que tener en cuenta las digresiones que, como recurso imaginativo, reforzaban la verdad o la verosimilitud que pedía la historia. El buen lector se deleita por lo tanto alternando entre narración y digresión, lo cual eleva la intelección de los hechos y la fuerza del discurso. príncipes. Todo lo que hizo Tiberio se halla curiosamente recogido y publicado, mas nunca ha habido persona tan vencida de la pasión de infamarle que le haya imputado este parricidio; no se debe admitir sin sospecha lo que la fama aprueba; y aunque sean recebidas y publicadas con atrevimiento las cosas increíbles, se han de preferir a las verdaderas, que se disfrazan muchas veces con falsedades aparentes y vanos milagros para causar admiración» (fols. 69v-70r). 85 Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fols. 148r y 149v. 86 Es Quintiliano quien distingue enérgeia, que es el vigor caracterizado por la ausencia de cosas inútiles (Instituto Oratoria, 1920-1922,VIII, iii, 89) de la enárgeia o evidentia o la capacidad para presentar vívidamente los hechos. Para Azaustre Galiana, esta es el recurso principal del teatro del Siglo de Oro, (2009).

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Para cerrar este primer cuadro sobre la privanza, veamos algunos paralelos entre los temas fundamentales de esta biografía de Matthieu y los que trata Quevedo en la Política de Dios, dedicada a Olivares y a Felipe IV, y publicada en 1626. «El argumento», como dice Van der Hammen en los preliminares en calidad de censor de la obra, «está seguido con felicidad y fortuna, y representados a los ojos los dos estados de príncipe y ministro con tanta erudición y brevedad, que ni al celo del bien público le queda más que desear, ni más que abrazar al entendimiento»87. Algunos de los epígrafes de los capítulos son reveladores; por ejemplo, el noveno: «Castigar a los ministros malos públicamente es dar ejemplo, a imitación de Cristo, y consentirlos es dar escándalo, a imitación de Satanás, y es introdución para vivir sin temor»; el décimo: «No descuidarse el rey con sus ministros es doctrina de Cristo, verdadero rey»; o el vigésimo: «El rey ha de llevar tras sí los ministros, no los ministros al rey; o el vigésimo primero: «Quién son ladrones y quién son ministros y en qué se conocen». Como señala Jauralde sobre la posible fecha de composición de la Política de Dios, quizá alrededor del año de la muerte de Felipe III, «solo la creencia quevediana de que se había terminado la época de los privados y las privanzas pudo llevarle a escribir una obra tan atrevida sobre el tema de los valimientos»88. Pero más llamativa aún resulta la nota discordante de la aprobación del calificador, el padre Gabriel de Castilla: «He leído con particular atención y sumo gusto la Política de Dios, que sacó a luz felizmente don Francisco de Quevedo. Abstrayendo de que pase o no en este tiempo lo que dice: solo miro acomodación y encaje de lo que se levanta con lo que ejerció Cristo…»89. ¿Abstrayendo de que pase o no en este tiempo, a la altura de 1626? ¿Por qué aclara el censor que ‘solo’ se fija en la adecuación al tema y rechaza de golpe la lectura de la similudo temporum? La Política de Dios, que había compuesto Quevedo bajo el gobierno de Lerma, le servía, hacia 1626, cuando se publicó su primera parte, para lanzar dardos al de Olivares, a pesar de habérsela dedicado, paradójicamente, al gran ministro. De ahí, creemos, la aclaración del censor. La relación especular y los constantes desplazamientos entre el «modelo» antiguo» —en las figuras de Seyano, Felipa, Bruto, Tiberio, etc., o en el caso de la Política de Quevedo, de Jesús y sus apóstoles— y un personaje 87

Quevedo, Política de Dios, 2012, p. 203. Jauralde, 1999, p. 400. 89 Quevedo, Política de Dios, 2012, p. 194, énfasis nuestro. 88

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del presente —¿Lerma, Olivares o ambos?— eran las razones de ser de estas biografías ejemplares y de tratados como el de Quevedo en los que los lectores participaban activamente en la creación de significados. En la España del XVII existía una facción que se oponía a la creciente influencia del duque y que, en 1626, durante la estancia del cardenal Barberino en Madrid, rehusó hacerle una visita de cortesía (los duques de Híjar, Lerma, Maqueda, Feria y Alcalá, el marqués de Castel Rodrigo y don Pedro de Toledo)90. Todo ello sin olvidar al mecenas de Lope, el duque de Sessa, cabeza del clan aristocrático de Granada, que pudo haber enviado a Felipe IV, tres años más tarde, un manifiesto abierto acusando a Olivares de querer destruir la Corona con sus medidas. En este manifiesto anónimo con fecha de junio de 1629 se acusa a Felipe IV de la misma indolencia de su padre —a diferencia de la actitud ante el gobierno de su abuelo o bisabuelo91. No por gusto, además, la mala influencia de Seyano en Tiberio vuelve a ser un caso paradigmático en este texto de Quevedo92. La elocuente dedicatoria al rey escrita por Matthieu en su Aelius Sejanus, como hemos explicado, ya ilustraba este tipo de relaciones especulares que no pasaron desapercibidas para los traductores y lectores de entonces, que veían oscilar ante sus ojos el Capitolio romano y el Louvre parisino. El Seyano, en palabras de Matthieu era «un miroir qui ne flatte point, mais plustot une eau pure & claire, qui au mesme temps qu’elle monstre la tache, donne de quoy l’effacer»93. En suma, estos retratos trágicos y poco halagüeños, al tiempo que mostraban la mancha, proponían cómo erradicarla. Destaca Monique Cottret en su estudio sobre el tiranicidio que, en medio de este violento panorama europeo del XVII, se nota un esfuerzo por proteger a los reyes y un aumento del peligro que corrían los ministros: «Pas un assassinat de roi entre 1610 y 1649, en Europe du moins. Mais le tyrannicide écarté éclate en mille facettes diverses. Si l’on épargne le sang des monarques […] la vie des ministres et des serviteurs de l’Etat n’est pas ménagée»94. El temor al tiranicidio tras el asesinato de 90

Elliott, 2004, p. 350. Del memorial anónimo existen varias copias. Elliot (2004, pp. 420-421) se inclina por la autoría del duque de Sessa mientras que Dadson lo atribuye al conde de Salinas (1987).Ver también Dadson, 2011. 92 «Más le costó a Tiberio Seyano que todas sus maldades y todos sus enemigos», Quevedo, Parte segunda de la Política de Dios, 2012, pp. 494-495. 93 Matthieu, Aelius Sejanus, «Au Roy», s. n. 94 Cottret, 2009, p. 204. 91

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Enrique IV de Francia era un hecho innegable: «L’horreur du tyranicide entre 1610 y 1649 est une des clefs du succès de la monarchie absolue»95. La inquietud por la suerte de los ministros reales no es exclusiva de la prosa ni de la tratadística; la poesía, por ejemplo, retrata la triste paradoja de la privanza en estos términos: Oh tú, que en las sublimes aulas de oro de reyes vives, huye, y escarmienta del que a nado escapó de la tormenta, echando al mar riquezas y tesoro. Y cuando la Fortuna en su alto coro vieres que el rostro alegre te presenta, teme de Amor la rigurosa cuenta, como tragedia que provoca a lloro. ¿Qué piensas que has de hallar firme y estable donde están en sus tronos la mentira, la lisonja, el engaño y la mudanza? Huye de tu rüina lamentable, que el cielo sólo arroja rayos de ira a los que en él no ponen su esperanza96.

Corrían tiempos difíciles, y la acusación de tiranía amenazaba cada vez más a los timoneles del gobierno. Dada la concepción predominante de la naturaleza divina del rey, las caídas de los privados fue entonces el vehículo fundamental para aleccionar sobre el desengaño de los que ostentaban el poder. Ante tan grave peligro, había entonces que advertir a monarcas y privados e influir en la realidad política del momento valiéndose de la historia, pero no de la larga y dilatada, sino de breves retratos biográficos, ejemplares y dramáticos: los del prudente, católico y juicioso francés Pierre Matthieu eran ideales para esos fines.

95 Cottret, 2009, p. 366. Recordemos que la obra del jesuita Mariana, De Rege et Regis Institutione Libri III fue leída en Francia, a raíz del regicidio de Enrique IV, como teorización del tiranicidio. 96 Bartolomé Leonardo de Argensola, Rimas, soneto XXI, p. 192.Ver también el soneto IV, p. 257, que empieza: «¿Hasta cuándo Babel, piensas que el cielo / ha de sufrir tu loco atrevimiento?».

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Figura VI. Edición de la Histoire des prosperitez malheureuses d’une femme cathenoise, grande seneschalle de Naples, Paris, Chez la Veuve Jean Regnoul, 1617. Figura VII. Edición de la Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea, Madrid, Diego Flamenco, 1625.

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2. LA HISTORIA DE LA PROSPERIDAD INFELIZ DE FELIPA DE CATANEA La huella de la trágica historia de la lavandera de Catania fue tenaz en la literatura europea del Renacimiento y del Barroco gracias a la difusión de las obras latinas de Boccaccio, que relata el suceso en el último capítulo del Libro IX del De casibus illustrium virorum, y que, como hemos dicho, fue un importante jalón en el desarrollo del género biográfico. La fortuna del De casibus fue enorme; en España fue traducido en el siglo XV por Pedro López de Ayala (terminada por Alonso de Cartagena) y circuló con el título de Caídas de príncipes. En Francia fueron muy conocidas la versión de Laurent de Premierfait, Des cas des nobles hommes et femmes, de principios del XV, y la de Claude de Witart, Traité des mesadventures des personnages signalez (1578), que contribuyeron a la popularidad del género biográfico moral dentro de la tradición de la literatura especular97. Además de la difusión europea de las traducciones del De casibus de Boccaccio, el papel de intermediario de Lipsio en la transmisión del suceso napolitano, que el belga menciona en su Monita et exempla politica, fue también determinante para la conformación de la imagen política de la reina napolitana y su consejera. En el capítulo segundo, libro segundo, «In eo Viros Faeminis praeferendos, & has vix feliciter imperare», Lipsio señala que para el gobierno de una monarquía son preferibles los hombres ya que las mujeres, caracterizadas por la lascivia y la veleidad (de lacivita aut luxu), carecen de virtudes regias masculinas como la fortaleza aparente (visu robustior), una presencia que infunda miedo y reverencia (quem magis vereare, aut venerere), la prudencia, la constancia, etc. Si bien enumera ejemplos negativos y positivos sobre la capacidad de gobierno de las mujeres, para ilustrar la parte nefasta se apoya en los ejemplos de Cleopatra, Mesalina y Juana de Nápoles («O quale regnum, vbi Cleopatra aliqua, Messalina, au Ioanna Neapolitana imperat?»), antes de concluir que «Muliebris imperii infelicis»98.

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Existen setenta y dos manuscritos del texto latino de Boccaccio y varios impresos. El título en romance es Los acaecimientos et casos de Fortuna que hubieron muchos príncipes et grandes señores, versión de López de Ayala, supuestamente terminada por Alfonso de Cartagena. Para Juana y Felipa, ver Naylor, 1992; Hedeman, 2008, p. 5; Aricò, 2005; y Miotti, 2014. Fue trasladado al inglés por John Lyngate también en el XV. Para una versión anterior de este apartado sobre Felipa, ver Izquierdo, 2016b. 98 Lipsius, Monita et exempla politica, p. 73.

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Evidentemente, Pierre Matthieu, dando pruebas de su fiabilidad como historiador, y sirviéndose de la collatio de documentos auténticos, dice haberse basado en la versión de Boccaccio, a quien reconoce como fuente primaria de su libro (quien a su vez había referido la historia «con la fe de sus ojos y de dos antiguos capitanes, Marino de Bulgaro y Constantino de la Roca, que había conocido en la corte de Roberto, rey de Nápoles»). Dice, además, haber «cotejado con un antiguo códice manuscrito la primera impresión hecha en Francia, así como la escrita por Juan Antonio Sumonte», historiador del Reino de Nápoles. Finalmente, también señala haber consultado al historiador Pandolfo Collenuccio, a quien le rectifica un comentario99. En España, de la traducción de la Histoire de prosperitez malheureuses d’une femme cathenoise, grande seneschalle de Naples se ocupa Mártir Rizo, y Quevedo, en el «Juicio a las obras de Pedro Mateo», manifiesta su interés por traducirla (pero no llega a hacerlo). En el original francés, y no en la versión española, aparece, tras el «Advertissement», una cita de la Gerusalemme Liberata de Tasso, canto II, 70: «ed ai voli troppo alti e repentini /sogliono i precipizi esser vicini», otra muestra del eclecticismo de las lecturas y fuentes de las que se servía Matthieu para componer sus ‘espejos de privados’. Sir Thomas Hawkins, lo decíamos antes, la llevó al inglés en 1632 y la obra se publicó y reeditó en Londres en los años siguientes junto con el Seyano y las Observaciones de Estado del marqués de Villeroy. A grandes rasgos, la reescritura de Matthieu del relato de Boccaccio cuenta las pugnas dinásticas del reino napolitano entre Federico de Aragón (Federico II de Aragón o Federico II de Trinacria) y Carlos de Anjou (Carlos II de Nápoles y Sicilia) a raíz de la muerte del emperador Federico II. Durante el sitio de la ciudad siciliana de Trápani, Violante, mujer de Roberto (hijo de Carlos), dio a luz, y ante la necesidad de una nodriza, entra en escena una joven lavandera llamada Felipa que conquista el afecto de Violante y, tras la muerte de esta y de su hijo, el de la segunda esposa de Roberto, haciéndose poco a poco, aya de varias princesas reales y finalmente consejera de la reina Juana I, sucesora de su abuelo Roberto. Uno de los episodios centrales de la narración es el asesinato de Andrés, el esposo húngaro de Juana, y la posible implicación de la reina y su favorita en el asesinato. A raíz de la muerte de Andrés y producto de la funesta irrupción de Felipa en el gobierno, interviene la Fortuna, y la todopoderosa mujer y toda su familia son ajusticiados. 99

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Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, «Advertimiento», s.p.

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Antes, al acotar algunos de los preceptos que regían la construcción genérica de las vitae, señalábamos que la historia general servía de marco para la descripción del carácter de los personajes; en este caso, para revelarlo, Matthieu se vale de varios sucesos menores que, sin embargo, apuntan a un rasgo importante de la personalidad de la biografiada, revelando así en su escritura la huella de Plutarco y de Tácito. No solo se concentra más en el carácter que en la historia, sino que, insistimos, se vale de tácticas retóricas puntuales para escribirla, opacando el vínculo entre el texto así creado y la naturaleza «histórica» del personaje. Es por ello por lo que, aunque las Felipa y Juana de Matthieu, y por ende de las Mártir Rizo, estén basadas en personajes históricos, difieren mucho de ellos. La Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea sigue muchos de los preceptos retóricos de la narración de los «argumentos de la persona» (linaje, patria, sexo, edad, disposición, fortuna o condición, oficio, ect.) presentes en los textos de Cicerón, la Rhetorica ad Herennium y el libro quinto de las Institutiones Oratoriae de Quintiliano100. Para los rétores, «la descripción de una persona puede hacerse a partir de todo tipo de circunstancias de la misma» y este aspecto es esencial en esta narración ya que los atributos físicos solo interesan según su utilidad para revelar las cualidades morales101, y los hechos descritos son alabados o vituperados en relación con el contexto, sus antecedentes y la significación futura que puedan tener. Obviamente, en estas técnicas, si se quería alabar, se olvidaban o minimizaban los defectos; y si se trataba de denostar, se amplificaban. La entrada de la catanense en la historia europea se da en el momento en que, por circunstancias mayores (guerra y parto) se necesitaba una nodriza. Esta irrupción en escena se hace con un enfático paréntesis retórico en la narración de los hechos que, además de describir moralmente a Felipa, anticipa ya lo que sucederá con el reino: «y el orden inmutable, que depende de una ley superior, quiso para mayor desolación de este florido reino que no hallase Violante otra mujer apta para criar este príncipe, sino a una que lo era tan vil que ganaba su sustento lavando paños»102. En esta «entrada triunfal» en la historia, los datos físicos y vitales que se ofrecen son escasos, pero suficientes para pintar moralmente a la 100

López Grigera, 1994, p. 22. Erasmo, De Copia, pp. 321 y ss.; Quintiliano, Instituto Oratoria, 3.7.12. 102 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 9v. 101

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mujer. Siguiendo a Boccaccio, señala Matthieu que «era joven y su rostro tan gracioso que daba belleza a las demás partes de una disposición fuerte y vigorosa», para seguidamente enlazar este cuadro con el de su condición o estado. Dada su baja extracción, como Felipa carecía de apellido, tomó el de su lugar de nacimiento, dando paso a una comparación de igualdad: «y así como esta ciudad ha recibido gran daño de la vecindad del Monte Etna, que vomita sobre los vecinos fuego y azufre, así la principal miseria de ella fue el acercarse a este fuego del favor que al fin la convirtió en cenizas»103. El biógrafo moralista prolonga este juego de antítesis de la mujer volcán con una contraposición entre fortuna y pobreza, en la que los juegos antitéticos y metafóricos acentúan el contenido neoestoico del pasaje: Luego que bebió en la taza encantada de la corte, su primera inocencia se convirtió en un ardiente deseo de engrandecerse de tal manera que, si en la bajeza de su estado sufría las incomodidades de la pobreza, no supo comportar el gran concurso de bienes en esta primera fortuna, si bien no hay cosa más difícil a los ricos que el padecer la pobreza a que son reducidos, como a los pobres el conservar la modestia en medio de las riquezas a que han ascendido104.

El fragmento con el que se introduce el personaje de Felipa encierra también una modulación de los elementos antitéticos que se recogen en los debates del momento: inocencia contra disimulación, vida campestre contra la cortesana, riqueza contra pobreza, y la baja extracción contra la condición aristocrática que, según los tratadistas, debían tener los ministros. Si el contacto con la riqueza y el poder ponía a prueba la entereza del carácter humano, como recetaba Quintiliano, la transformación que sufre esta mujer al verse encumbrada lo ejemplifica al máximo105. Hemos insistido antes en que en la protociencia política, para conocer y prevenir las acciones humanas, hacía falta desenmascarar las ocultas intenciones del hombre y entender sus pasiones. Según los saberes de la medicina y filosofía platónica, aristotélica e hipocrática-galena, los términos «pasiones» y «afectos» (hoy diríamos «emociones») remitían a un imaginario que poco tiene que ver con las nociones de la psicoanalítica 103

Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 10r. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 10r. 105 Quintiliano, Instituto Oratoria, 3.7.14. 104

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actual. Este último término, «emociones», solo alcanzó la connotación afectiva que hoy tiene alrededor de 1660, fecha en que el término «individuo» comenzó a adquirir su significación moderna106. Este interés por las inquietudes del alma humana tan frecuente en la filosofía del XVII, apunta Susan James, es parte de una preocupación mucho más amplia por la gnoseología propia o la de los demás107. En el campo de lo político, el discernimiento de los afectos era esencial para saber recetar y aplicar reglas de conducta para el príncipe o consejero; para humanistas como Matthieu, la historia era el instrumento idóneo para describir tales pasiones. El ‘caso’ que compone para ilustrar el prototipo del mal privado se rige por la teoría clásica de los afectos, que vertebra la escritura de la vita de una mujer pobre, sin apellido, de baja condición, de gran temperamento («complexión gallarda») y conciencia llana —lo contrario de lo que Lipsio recomendaba a los príncipes a la hora de elegir a sus consejeros y ministros— que al verse encumbrada en el palacio se torna codiciosa. A partir de ese punto, solo se describirán las transformaciones que este cambio de estado produce en su rústica personalidad. Como Felipa sabe criar al príncipe con «cuidado exquisito», se torna «oráculo» de la voluntad de Violante y, si con la muerte de esta decayó su fortuna por un tiempo, pronto se aprovechará de los puntos débiles de Sancha, la nueva y extremadamente piadosa esposa del rey, y «trató de hacerse hipócrita y piadosa para agradarla»108. El modelo de iniquidad de la Catanea se repite al pasar a servir a la princesa María, madre de Juana, y aunque esta la amara más que a las demás, no por ello se libró de la maldad de la mujer. Como Felipa era sagaz «conoció luego que su señora era inclinada a galas, adornos y aderezos, y así no había cosa alguna exquisita y excelente en toda Europa que no procurase tener para contentarla»109. Relacionados sin duda con el tema de la disimulación maquiavélica, estos fragmentos, como vimos también en el Seyano, siguen muy de cerca lo que dice el florentino en el famoso capítulo XVIII de El príncipe sobre el fingimiento de las virtudes y de la religión110.

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Kern Paster et alii., 2004, p. 2. James, 1997, p. 2.Ver también Díaz Marroquín, 2008. 108 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 12v-13r. 109 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 22r. 110 Dice Maquiavelo: «Un príncipe no ha de tener necesariamente todas las cualidades citadas, pero es necesario que parezca que las tiene. Es más, me atrevería 107

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Tras esas reflexiones, el historiador hace un alto para «imaginar» lo que sentía la Catanea al fingir piedad: «Verdad es que ella sentía mucho disgusto en violentarse, porque la devoción es clara, pura, que no se puede enturbiar; antes se mezclará el fuego con el agua que la piedad con la hipocresía»111. Añade luego una nota personal mediante una correctio retórica, y da por sentado que Felipa había venido a la corte a medrar, sin conciencia ni moral alguna. Este estereotipo del comportamiento del cortesano inmoral, como se ve, reitera el maquiavelismo de la conducta de la mujer, y destaca el uso del fingimiento público marcado por su carencia de ética, moral y religiosidad con el único fin de conseguir el propio interés: «Yo me admiro cómo se depravase entre tantos ejemplos de piedad y de virtud: mas había venido a la corte no para disponer su conciencia, sino para fabricar su mayor dicha»112. Todo ello contribuye a que en el lector vaya acumulándose la hostilidad hacia Felipa, tal como prescribían los tratados retóricos. El conocido Ad Herennium, por ejemplo, recomendaba describir el enemigo para producir odio, rechazo público y desprecio (in odium, in invidiam, in contemptionem adducemus) y para ello enumeraba algunas de las cualidades con que se había de adornar el personaje (perfidia, crueldad, engaño, traición, falta de moderación, ansias excesivas de poder, etc.)113. Cuando fallece el primer marido de la Catanea, que era pescador, muchos piden su mano en matrimonio por el gran poder del que gozaba en la corte. Como hemos apuntado, la actividad de consejeros y ministros se ejercía a través de un intrincado nudo de relaciones clientelares y de patronazgo, por medio del cual se tejía toda una serie de enlaces matrimoniales que les permitían conservar su autoridad. La pintura se intensifica en este punto con una típica acotación en la que aparece una figura tradicional de los emblemas morales para caracterizar a la mujer: «Esta serpiente, que en tanto que duró el invierno de su bajeza estaba

a decir eso: que son perjudiciales si las posees y practicas siempre, y son útiles si tan sólo haces ver que las posees: como parecer compasivo, fiel, humano, íntegro, religioso, y serio; pero estar con el ánimo dispuesto de tal manera que si es necesario no serlo puedas y sepas cambiar a todo lo contrario».Y luego dice sobre la religión: «Y no hay nada que sea más necesario aparentar que se practica, que esta última cualidad» (El príncipe, 2006, p. 140). 111 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 13r 112 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 13r. . 113 Rhetorica ad Herennium, 1954, I. v. 8.

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como muerta de frío, no tan presto sintió la calor del sol de tan gran favor, cuando cobró aliento y levantó las alas»114. La alusión a la serpiente, además de remitir a la bestia bíblica y maquiavélica, se fundamenta en el tópico de la comparación de los tiranos con las fieras en los regimine principum. En La educación del príncipe cristiano, Erasmo, por ejemplo, recomienda que se represente al tirano poniendo delante de los ojos del pupilo una bestia infanda que tenga algo y aun algos de dragón, de lobo, de víbora, de oso y de otras semejantes alimañas, armada en todo su cuerpo de mil ojos, con fieros dientes dondequiera, con temibles uñas de garfio […] Y a seguida decirle que aquella es la imagen del tirano o todo cuando puede crear la fantasía de más odioso115.

En los folios que siguen, mediante una digresión, Matthieu se detiene en la descripción de la figura del nuevo esposo de Felipa: un moro a quien Raymundo de Cabanes, pinche de la cocina del rey, había bautizado y elevado gracias su buen comportamiento. En un principio, la descripción del moro es elogiosa: actuaba juiciosamente, con humildad, discreción y prudencia, y a diferencia de su futura, «no levantó las alas de cera muy vecinas al sol con el favor que le habían dado»; tampoco olvidó su condición: «asistió entre el conocimiento de lo que era al presente y de lo que primero había sido»116. Se comportaba con humildad ante los grandes, «hizo escudo con la modestia contra toda suerte de defectos porque la ignorancia modesta es más sufrible que la soberbia suficiencia»117. En un revelador párrafo —que pretende subrayar esta modulación del tema del encumbramiento de sujetos de baja condición, y que puede leerse de cara a las obligaciones de los consejeros que enumera Lipsio en el libro tercero del Politicorum118— Matthieu celebra la modestia como faro y guía de la prosperidad ya que esta «[e] s una especial gracia del cielo, cuando están mucho tiempo unidas es el 114

Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M.Rizo, fol. 13v. Para la referencia, ver Quevedo, 2009, p. 366, nota 1150. Apunta Schwartz la relación de este topos con el soneto moral 118 de Quevedo y con una carta del mismo autor en la que comenta, refiriéndose a la muerte de Olivares, que «otros dicen que le hallaron culebras y serpientes en el buche». 116 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 14v. 117 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 14v. 118 Lipsio, Políticas, 2004, p. 81. 115

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principal instrumento que falta muchas veces a los que se encaminan apresuradamente a las grandes fortunas. La prosperidad engendra a la arrogancia, esta a indolencia, ella a la locura y la locura al precipicio»119. Como la vida en la corte se presta al engaño y a la vanidad, resultaba imprescindible, en primer lugar, la modestia para templar y regular las acciones externas. La Catanea, «importuna en pedir los favores» y «temeraria en procurar las honras» logró que hicieran caballero a Raymundo120. A raíz de este inmerecido honor, el biógrafo discurre sobre los reyes poco prudentes que regalan pródigamente honores a quienes no merecen recompensa ni méritos; explica, con un ocurrente giro, que en el caso de Raymundo, receptor de la Orden de los Caballeros, fue invento lo de su «inclinación a las armas» ya que como era cocinero, «no usó del hierro en otra parte sino en la cocina»121.Toda la corte murmuraba y señalaba al príncipe «como de pródigo de contraseñas de honor, debiendo el príncipe prudente ser tan escasos de ellas, que nunca las use sino para recompensa de méritos y servicios grandes»122. Como consecuencia de tan injusta prodigalidad, pero obligados a respetar las decisiones reales, terminada la ceremonia de investidura de Raymundo, «los caballeros le abrazaron, aunque con mal ánimo, porque había alcanzado sin méritos y servicios (por solo favor y ruegos) las honras que no estaban diputadas sino para recompensar las raras y excelentes pruebas de virtud»123. Aun así, era difícil acallar el rechazo nobiliario a la elevación de Raymundo, añade, porque con tal actuación se ofendía a las familias ilustres por el inmerecido ascenso de esos personajes. Esta noción de la prudencia que ha de tener el monarca a la hora de conceder favores y cargos a un solo individuo, de raíz aristotélica, es la misma que anima, como vimos, la biografía de Seyano, en cuyos párrafos iniciales se reprende en la decisión de Tiberio de honrar a Seyano «con oficios que debía dividir entre muchos»124. Sin duda, la insistencia en la costumbre de reyes y regentes de nombrar un único privado y de atribuir honores y mercedes de forma

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Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 14v-15r. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 15v. 121 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 15v-16r. 122 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 15v. 123 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 16v. 124 Matthieu, Vida del dichoso desdichado, trad. M. Rizo, fol. 1v. 120

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arbitraria invitaba a los lectores del original francés a pensar en los italianos Concini y Galigaï, cuyos títulos, honores y riquezas excedían ampliamente sus méritos y condición. No olvidemos, como vimos en capítulos anteriores, que esta lavandera de carne y hueso, al igual que la figura histórica del privado Seyano, son las matrices literarias del matrimonio Concini-Galigaï, que sufrían de los mismos excesos y vicios que los derrumbaron de la cumbre del poder. Así, se amplifica la reflexión sobre la elección que hacen los príncipes para repartir dignidades, a quienes no se puede censurar para «no desacreditar su juicio ni ofender su reputación»,125 dejando patente la ciega obediencia al absolutismo real. En el original francés, que lleva notas marginales que no se traducen al español, aparece una que condensa esta idea: «La liberté du prince au choix de ses serviteurs est absolue»126. En el contexto español, tampoco estarían muy lejos de la mente de los lectores los muchos cargos y ‘hechuras’ de los poderosos Lerma y Olivares que, como se sabe, eran los mayores distribuidores de favores y cargos. Para quienes no están acostumbrados, «la dignidad y riqueza en los hombres nuevos ocasionan un no sé que de incivil y de arrogante», y la modestia anterior de Raymundo, casado ahora con la Catanea, se desvanece, porque al casarse con ella había desposado también «la insolencia, el desconocimiento y la ferocidad»127. Este cambio de actitud de Raymundo tras el casamiento es muy semejante al de Concini, quien, nos dice Matthieu, se tornó orgulloso e insolente, dándose ínfulas de caballero después de su matrimonio con la favorita de la reina, Léonora Galigaï128. Muere Raymundo sin disfrutar por mucho tiempo las dignidades recibidas: «la muerte le libró de la envidia y del aborrecimiento que hubiera adquirido si la ejercitara más tiempo», y Matthieu nos cuenta que por la estima que le tenía el rey Roberto, le ofreció al moro funerales de príncipe. Raymundo, a diferencia de su esposa, había dado

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Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 25v. Matthieu, Histoire des prosperitez malheureuses, p. 59. 127 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 16v-17r. 128 «Comme il se veit engraissé par ce mariage ainsi que la perdris, incontinent il devint orgueilleux & insolent, & commença à concevoir en son esprit de grandes espérances. La faveur de sa femme, qui estoit la favorite de la Royne le fit incontinent Maistre d’Hotel d’icelle, puis son premier Escuyer, de là premier Gentilhomme de la Chambre du Roy, & en fin Mareschal de France…», La conjuration de Concini, p. 6. 126

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muestra de poseer virtud y prudencia, a pesar de que también «miraba el aumento de sus cosas»129. Esta pacífica muerte de Raymundo contrasta con la espeluznante del mariscal Concini, enterrado con premura y arrastrado por las calles de París, o con la decapitación de Rodrigo Calderón en la Plaza Mayor de Madrid. En el marco de esta biografía, la descripción del fin de Raymundo es, asimismo, la antítesis de la horripilante muerte que tendrán su mujer y sus descendientes. Es lícito pensar que el ‘excursus’ sobre Raymundo de Cabanes en esta vita, y su aprovechamiento, fueron utilizados por Matthieu para aleccionar no solo con el destino de la mujer, sino también del marido, así como para engastar otra variación del tema central. El autocontrol de las pasiones —modestia, temperantia y constantia, como ejemplo de las lecciones neoestoicas de Lipsio que permitían medrar y sobrevivir en la corte,— constituye una clave de lectura de todo el texto. El moro sabe refrenar sus impulsos y no se deja arrastrar ni por la ambición ni la vanagloria. Aunque sabe mantenerse modesto ante la fortuna, el agente externo que lo malogra, al igual que sucede con el gobierno de Nápoles, es la destructiva influencia de su maquiavélica esposa. Además, la sujeción de las pasiones individuales tiene su correspondencia con las pasiones que han de controlarse en el cuerpo monárquico, ya que hombre y Estado representan dos organismos sujetos a los mismos embates de la fortuna, como veremos a continuación ejemplificado con la reina Juana. Terminada su lección moral con Raymundo, Matthieu puede retomar el hilo de la narración de la catanense quien, «como si todas las cosas se hubieran conspirado a su grandeza», una vez muerta la duquesa de Calabria, si ya manejaba la voluntad de la princesa, ahora se hace con el control del estado130. Tras la muerte del gran mecenas y rey Roberto, su nieta Juana sube al trono acompañada por su esposo Andrés, pero ambos, «careciendo de concordia y prudencia», no supieron conservar el florido estado heredado por ser «metales tan contrarios»: el húngaro Andrés, áspero y severo, de espíritu entumecido y embelesado, dado a los deleites; y la casi adolescente e inexperta Juana, también dada a los placeres, defecto que ella podía disimular con su hermosura. Su gran pecado, además de su extremada juventud, fue «haber satisfecho

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Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 26v. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 27v.

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las imperiosas pasiones de quien la gobernaba, anteponiendo su gusto al suyo propio, y al bien del Estado»131. Con el fin de someter a la reina a sus designios, Felipa excluyó a los húngaros de la participación en el gobierno, despidió a los antiguos criados, destituyó a los secretarios de Estado, cancilleres y jueces, atribuyó títulos y propiedades del reino a sus hijos, y aconsejó a la reina que empobreciese a los príncipes de sangre para incapacitarlos. La voz del historiador, en este punto, se lamenta: ¡Qué extraña bizarría de la Fortuna! Una lavandera manda absolutamente un reino compuesto de tantos grandes, de ricas y nobles familias; una vil mujer violenta el espíritu de una gran reina y le tiene como incapaz y enfermo ¿Qué se puede decir? ¿Mas qué no se dice, viendo los hijos de un mozo de cocina sublimados en las primeras dignidades del reino?132

La biografía prosigue con las intrigas de una mujer «tan poderosa para cualquier empresa, que predominaba sobre los demonios» para destruir a los húngaros del séquito de Andrés133. Su furia ante la amenaza que representaba el marido de Juana ejemplifica el desatino de las turbulentas pasiones que la movían, ya que «royendo el hueso de sus profundos intentos, se volvía como un mastín a todos los que se acercaban, ladrando aun al menor rumor, sin saber de dónde viniese»134. Cuando Juana quedó embarazada, Felipa «la hizo beber del veneno de un detestable consejo» y creyendo que Andrés, padre del futuro príncipe, adquiriría más autoridad con un hijo, le advirtió a la reina que «el cielo la haría un favor muy grande si permitiese que se viese viuda antes que madre»135. Llegamos aquí a uno de los capítulos más oscuros de la historia de la corte napolitana ya que si el asesinato de Andrés es un hecho histórico irrefutable, Matthieu decide absolver categóricamente a Juana y eximirla de toda participación en el complot, no basándose en fuentes históricas, sino en una opinión:

131

Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 30v-31r; 33v.34r.;

36r. 132

Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 33r. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 36v. 134 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 32v. 135 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 38r. 133

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Yo tengo a esta reina por señora de grandes partes, y su corazón era muy generoso para consentir jamás la muerte de su marido. Mas puede ser que ella diese lugar a que lo hiciese la Catanesa, que tenía usurpada toda su autoridad, sin dejarla parte alguna; porque su espíritu, ofuscado con la niebla del aborrecimiento que tenía a Andrés, no le servía de más que de lo que hacían los ojos, que la pasión había cegado136.

Matthieu deja patente así su papel de crítico, de intermediario entre el pasado y el presente, poniendo la escritura de la historia al servicio de la reflexión filosófica. Según su punto de vista, la naturaleza divina de la reina y sus buenas costumbres —en el marco de la tesis política que han venido desarrollando en la biografía— eran garantía suficiente para demostrar su inocencia. La usurpación del espíritu, la turbación causada por el aborrecimiento y la ceguera de la pasión que embargaban a la reina nacían del sometimiento de su voluntad por Felipa, que los lectores de la época podían identificar con la capacidad que tuvieron ministros como Concini, Luynes, Lerma y Olivares de apoderarse de la voluntad de sus príncipes, a tal punto que varios de ellos se vieron acusados de recurrir a la brujería o la nigromancia. Sin embargo, la ascendencia que tenía la favorita sobre su reina no se basaba en la magia —y en esto Matthieu es digno émulo de Tácito—, sino en su habilidad para moldear los afectos de Juana. La sujeción y represión de las pasiones para agradar al monarca, en ocasiones aprovechando la juventud e inexperiencia del heredero, era práctica común en las cortes de la Europa seicentista. En un evocador episodio narrado por Elliott, el joven y petulante príncipe Felipe, que al principio no parecía estimar a Olivares, dice estar harto de la presencia del conde. Al escucharlo, Olivares, que llevaba la bacinilla real en ese instante, la besó devotamente antes de retirarse de la habitación. «Poco a poco», concluye Elliott, «la degradación personal y la lisonja fueron dando sus frutos. Aprovechando sobre todo la pasión de Felipe por la equitación y su gusto por el teatro, Olivares empezó a labrarse un lugar preeminente dentro de su séquito»137.

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Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 38r.-39v. Elliott, 2004, p. 61.Ver, para las relaciones entre príncipes y privados, y la importancia de los puestos domésticos cercanos a los monarcas (como el de sumiller de corps), Feros, 1995. 137

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Ante los ojos de cualquier observador a la altura de 1625, año en que Mártir Rizo saca a la luz su traducción, era evidente que los métodos del conde duque para garantizar la gracia real no diferían mucho de los de su antecesor. Al igual que Lerma y Olivares, la catanense había logrado subyugar a la reina napolitana y tejer una intrincada red con familiares y ‘hechuras’ para manejar la maquinaria política a su antojo. No en vano, Mártir Rizo dedica su libro «A don Franciso de Calatayud, Secretario de su Majestad»138, a quien Olivares había llevado a la corte a comienzos de su privanza. Ello explica estas palabras del traductor al dedicatario: «Los atrevidos a la soberanía de los príncipes hallarán en él [el discurso] escarmiento con ejemplos infaustos; los que asisten en el abismo de la infelicidad, alivio en sus desdichas…»139. Cuando la Catanea, con sus hijos, yernos y algunos señores, traman la ejecución de Andrés, vuelve a insistir Matthieu en la inocencia de la reina, y lo hace con una frase parentética: «el Collenuccio lo dice así, mas no lo afirma» con la que rebate o debilita el decir del historiador Pandolfo Collenuccio, escritor de Compendio delle historie del Regno di Napoli, sobre la participación de Juana en el complot. Según Matthieu, cuando Andrés ve a Juana tejer un cordón de oro y seda, y le pregunta que para qué fin era, esta le responde: «esto se hace para ahorcaros». Aprovechando esa frase, el francés defiende nuevamente a la reina arguyendo la falta de credibilidad de tal respuesta: «Puede ser que el aborrecimiento pusiese esta palabra en el pensamiento de esta señora; mas tiene poco de verisimilitud que saliese de su boca»140. Nótese cómo indica que pudo haberlo pensado, pero no haber llevado a cabo acción tan infame para una reina. Si antes el historiador, en la estela de Tácito, apoyaba su escritura histórica en fuentes directas del pasado, ahora recurre al método de la confrontación de opiniones, también utilizado con abundancia por el historiador romano, con el fin de profundizar el análisis de los entresijos de la corte napolitana: Andrés fue llamado de su cámara a la de la reina; otros dicen que estando en el lecho, cerca de ella, le despertaron como si fuese a alguna cosa de grande importancia para lo que le llamaban: lo cierto es que queriendo

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De Calatayud se acordó Cervantes en su Viaje del Parnaso por su servicio a las armas y las letras. 139 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, «Advertimiento», s. p. 140 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 39r.

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entrar en la cuadra, o al salir de ella, alargando la cabeza, los traidores le echaron a este tiempo la cuerda a la garganta y le ahogaron y colgaron a los hierros de la ventana141.

Aunque fue «notada de impúdicas costumbres», prosigue el biógrafo exculpando a la reina, «yo hallo en ella cosas que con dificultad se ven en las que son más afectas a tener el rostro más aderezado que las conciencias limpias. Todos los buenos espíritus de aquella edad hablan en su alabanza…»142. Mediante una serie de preguntas retóricas pasa a desmentir los cargos de lascivia y oculta disimulación, ya que la reina supo compensar sus defectos con otras reales virtudes que desarmaban las falsedades y acusaciones en su contra: «bondad increíble, magnificencia regia, piedad no escrupulosa y liberalidad sin límites»143. La defensa se torna más potente al exculpar las supuestas costumbres indecorosas de la reina, que amplifica con el uso de preguntas retóricas que apelan a la sensibilidad del lector con ánimo de persuadirlo: Si ella tuviera voluntad a otros (como se murmura), ¿para qué buscaba con tanta curiosidad la juventud, la hermosura y la robusticidad en sus maridos? ¿No sabía muy bien que en deshonrándolos se ponía al riesgo del furor de los celos, que hasta a los mismos animales mueve por naturaleza a sentimiento? 144

En el intercambio epistolar entre Juana y Luis de Tarento (el vengativo hermano de Andrés) inserto en la biografía, la reina niega toda participación en su asesinato. Matthieu dedica varios folios a la exculpación de la reina; cita dos veces a Boccaccio al hablar de los rumores de sus amores con el hijo de Felipa para rebatirlo e incluso desacreditarlo145. La idealización de la reina apunta a la utilización del personaje histórico de Juana como modelo de las pasiones personales que malograban al monarca que se rodeaba de un mal privado, pero que sabe, en un momento dado, sustraerse de su influencia y separar el cuerpo particular del político. A esa idea remite Matthieu, en uno de sus ingentes volúmenes

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Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 40r. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 44r. 143 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 44r-45v. 144 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 44v-45r. 145 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 43r. 142

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de historia, al decir: «Je parle de tous les roys comme de vives images de Dieu, je n’oublie pas les fautes qu’ils font comme hommnes, je remets à Dieu les jugements de celles qu’ils font comme roys»146. El biógrafo se decanta, en casi toda su defensa, por el recurso retórico de la verosimilitud, subrayando la justificación de la realeza de Juana con técnicas retóricas muy específicas como el uso de epístolas, diálogos y discursos. La interpolación de cartas es una de las técnicas de la narratio, y una verdadera norma del género historiográfico practicada por historiadores antiguos como Tito Livio y Suetonio, que intercalaron en sus escritos cartas ficcionales. Además de estas, los historiadores se servían con frecuencia de diálogos que desvelaban un punto de vista psicológico de los hechos históricos. Para Erasmo, el uso de diálogos, que la retórica llama sermocinatio, «puede ser construido fingidamente en la historia» (aunque es más propio de los poetas) y «consiste en dar a cada uno de los personajes de un diálogo el lenguaje apropiado a su edad, género, patria, forma de vida, ánimo y costumbres»147. No hacía falta que hubiera sido cierto, sino que fuera verosímil, que concordara con la naturaleza del personaje. En las escuelas renacentistas, los alumnos aprendían a componer discursos poniendo en situaciones extremas a distintos personajes de la historia. Apoyados en Tucídides, Salustio, Livio o Tácito, la composición de estos discursos típicos de la técnica oratoria, que Matthieu y sus imitadores bien conocían, era práctica común, y de ellos hay abundantes ejemplos en esta y otras biografías. Se acerca ya el desenlace y, ante la presión del papa y los grandes del reino, Juana reúne al Consejo y pronuncia un elocuente discurso en el que se defiende de las acusaciones y, con profunda ética neoestoica, pone a Dios como autor de su juicio: «no estoy sujeta a juicio de los hombres, a los cuales la pasión sirve muchas veces de razón», e implora a sus consejeros que le sirvan «en este justo intento, y de quitar la máscara de la pasión para que se conozca la sinceridad de la justicia»148. Con el uso de la primera persona, la voz del historiador y de Juana confluyen en el discurso de defensa, al rebatir punto por punto las acusaciones y

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Histoire de France sous le règnes de François I…, t. I, «Au Roy», citado por Yardeni, 2005, p. 325. 147 Erasmo, De Copia, p. 326. Para la sermocinatio, ver Lausberg, 1975, p. 218. 148 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 45v-46r.

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dirigirse tanto a los consejeros napolitanos como a los lectores de la biografía149. Como mujer, Juana se deja arrastrar por sus afectos; pero, como reina, logra desprenderse de esas ataduras y actuar como cuerpo político. Una vez escuchados y defendidos los cargos, vemos desplegarse los conflictos interiores que llevan al triunfo de la virtud real. En una nota marginal del original, Matthieu resume el tenor del discurso de la reina dejando en claro que, si bien los príncipes solo rinden cuenta a Dios, tienen que velar por la satisfacción pública para no dañar su reputación150. La defensa de Juana por parte de Matthieu puede extrañarnos, pero hemos de recordar la distinción que se establecía entonces entre virtudes personales y políticas en el príncipe151. Destacar su toma de acción era destacar la necesidad, no solo de desprenderse de sus pasiones como ser humano, sino también de tener monarcas más prudentes y efectivos, algo que no estaría lejos del pensamiento de muchos de los lectores por estos años. Al tomar Juana las riendas del gobierno y remendar los graves errores políticos de la favorita y su camarilla, recuperaba su doble naturaleza real. Su actuación moral se mide por sus intenciones, y tal como las describe el biógrafo, estas no fueron malévolas ni calculadoras, como las de su favorita. Una vez exculpada la reina gracias a su actuación política, la biografía se detiene en el postrero descenso de los altibajos de Felipa. El Consejo apresa a los culpables y «para que el pueblo recibiese públicamente la satisfacción […] hizo poner fuera de Nápoles una cuerda, adonde mandó atar a vista de toda la ciudad, y del reino, a la Catanea y a sus hijos, los cuales padecieron grandes tormentos por principios de los extremos»152. Tras ser torturados, desnudos «fueron arrastrados por toda la ciudad sobre unos penetrantes hierros», luego amarrados a árboles, despedazados con tenazas ardiendo y cuchillos, y ahogados con fuego y humo. Felipa, cuenta Matthieu, «murió en el tormento, mas luego la sacaron el corazón y sus interiores, la cabeza se puso sobre una puerta de Nápoles, y lo demás de su cuerpo reducido a cenizas»153. 149

Para otros ejemplos de personajes femeninos y sus orationes fictae en las vitae las de Malvezzi y Mártir Rizo, ver Nider, 2011. 150 «Encores que le prince ne doive rendre compte de ses actions qu’a Dieu, il est obligé pour sa réputation à la satisfaction publique», Matthieu, Histoire des prosperitez malheureuses, p. 105. 151 Kantorowicz, 1957. 152 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 48v-49r. 153 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 49v-50r.

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Matthieu da por terminado el relato e invita a los lectores a continuar con sus otros volúmenes de historia para que conozcan el desenlace de la tragedia, no sin antes aclarar que «Felipa de Catanea condujo a los reyes y al reino de Nápoles un diluvio de calamidad, atrayendo la desdicha como con puntas de diamante a la corona de Sicilia, que no fue más dichosa: a Juana, a sus cuatro maridos, a su hermana, ni a ninguno de los de su sangre»154. La vida y la muerte de la Catanea ejemplifican la caída al precipicio de quienes se dejan arrastrar por las pasiones tanto en el orden personal como estatal. Si con su cruel ejecución vence la justicia divina, las consecuencias de los abusos de poder de Felipa perduran más allá del final de la biografía. Subyugar a la reina y obligarla a abandonar sus deberes marcó el ocaso del reino siciliano para las generaciones venideras. Con el desenlace del «accidente» de la Fortuna que elevó a la lavandera a tan alto cargo, se cierra así la idea con la que había abierto la narración de la vita: Los estados se destruyen con la misma facilidad por causa de instrumentos débiles como por violentos rigores; y cuando la justa ira de Dios los quiere arruinar no siempre ocupa las tres puntas de su flecha, mas tal vez las ranas, los mosquitos, los ratones son ministros de su justicia155.

Felipa, equiparada con alimañas como ranas, mosquitos o ratones, es un mal ‘débil’ aunque de fuerza destructora tan nociva para el Estado como lo pueden ser los grandes fenómenos, llámense guerras o catástrofes. Si el biógrafo había introducido al personaje de Catanea como un accidente de la Fortuna en el «orden inmutable» dependiente de una «ley superior» —es decir, de la Providencia divina—, cierra la biografía con una breve conclusión, de marcado carácter bíblico, sobre el castigo que reciben las maldades ya que «cuanto durare el teatro del mundo, la Fortuna nos representará sus tragedias, y que tal vez da abrazos a los que quiere después ahogar entre ellos»156. La voz del historiador, que se posiciona desde el espacio paratextual, se hace patente a lo largo de toda la narración y revela la manera en que construye el texto, al justificar las

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Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fols. 49v-50r. Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 1. La nota marginal del original resume la idea: «Les ruines des Estats ont des causes occultes, plus dangereuses que les apparentes», Histoire des prosperitez, p. 1. 156 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, fol. 51v. 155

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digresiones, o al comentar o subrayar las fuentes para apoyarse en ellas o rebatirlas157. La biografía de la lavandera se construye así, de principio a fin, como un movido relato de oposiciones de ascenso y caída, Dios y demonio, vicios y virtudes con los que se explota toda la gama de recursos de la retórica de contrarios; estos paralelismos, esenciales en el estilo de Matthieu, son un elemento formal que embellece la prosa y realza las ideas con que se pretende mover y enseñar al lector. No por gusto, la dedicatoria de Matthieu al rey francés —que Mártir Rizo traslada íntegramente al español— recoge, en su característico estilo antitético, muchos de los lugares comunes de la privanza que se repetirán en este tipo de obras, conjugando las metáforas del precipicio, las cenizas, el monstruo de la Fortuna y el naufragio de los atrevidos: El favor encumbró a esta mujer desde las cenizas a la gloria, y la arrogancia la precipitó de la gloria a las cenizas. Presento su historia a Vuestra Majestad como de un monstruo de Fortuna, que podrá ver por curiosidad, y los demás para enseñanza, por ser pintura que denota el naufragio de los que no amainan las velas, como era justo, para disminuir la fuerza del rigor a la tempestad158.

Este pasaje típico de la escritura de Matthieu revela su gusto por los paralelismos, la reiteración sintáctica, las metáforas y los periodos oracionales concisos que refuerzan el significado y dotan la frase de armonía y belleza. Algunos de estos motivos se repetirán en la dedicatoria del traductor a don Francisco Catalayud: «La felicidad de Felipa de Catanea, después de tantos siglos que tuvo límite su fortuna, recibe nuevo aliento (animada con la protección de V. M.), indicio que su inconstancia no

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Veamos algunos ejemplos: «Para entender esta historia, conviene descubrir el retrato de la guerra de Sicilia entre los Reyes de Nápoles, y Aragón»; o cuando introduce una nota personal al hablar de Juana, y refiere haber visto su retrato en el palacio de «Fontanableo», que «representa debajo de una grande y viva belleza, una gravedad real, un espíritu atrevido…); O al rebatir a Boccaccio («dice el Boccaccio»).Ver los fols. 1v; 31v; 43r; 49r. 158 Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. Mártir Rizo, s.p. «La faveur éleva ceste Cathenoise de la cendre à la gloire, el l’orgueil la précipita de la gloire à la cendre. J’en présente l’Histoire à V. M. comme d’un monstre de fortune, qu’elle verra par curiosité, les autres par instruction, car c’est un tableau qui marque le naufrage de ceux qui n’abaissent les voiles pour donner moins de prise à la tempeste», Histoire des prosperitez malheureuses, «Au Roy», s.p.

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perdona a los que convirtió en cenizas, y en sepulcro hallaron más segura asistencia»159. Aunque el objetivo de Matthieu era presentar un modelo negativo de la privanza, abramos un breve paréntesis para referirnos a la naturaleza femenina de Felipa y Juana. Como se sabe, las convenciones de la escritura de vidas pocas veces se servían de las mujeres para pintar la ejemplaridad de la virtud civil o política160. Desde la eruptiva entrada de Felipa en la historia, sabemos que una mujer como ella no podrá resistir pasiones tan poderosas como la codicia y el poder. De su vida afectiva familiar e individual el biógrafo ofrece escasos elementos; y pocos son los detalles sobre la descripción de la organización gubernamental o el entorno cortesano en que se desarrolla la narración. Dichas carencias apuntan a la construcción de un «tipo» más que de un personaje histórico por parte de Matthieu, y a la naturaleza retórica de la construcción del texto como de su finalidad político-moral. La pintura de perfil «psicológico» de Felipa se centra en motivaciones apriorísticas sobre su ambición. En Juana, por ser mujer, se justifica que reinara por sus pasiones; se ha de procurar que el príncipe no gobierne «por sus afectos, sino por la razón de Estado»161. Solo cuando sabe desprenderse de las pasiones, logra retomar su rol divino. La despersonalización de Felipa o de Juana se explica ya que ambas son vehículos, como todos los personajes de las biografías valorativas de Matthieu, para la expresión de las pasiones que han de huir o seguir los gobernantes. Por lo tanto, en las biografías del francés y sus seguidores no es la individualidad, sino el exemplum, tanto como construcción retórica como fuente de imitación moral, la espina dorsal que sostiene la narración.Vista de este modo, la expresión de una «esencia individual» tiene poca ca-

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Matthieu, Historia de Felipa de Catanea, trad. M. Rizo, s.p. Con el sintagma muliebris impotentia se caracterizaba la incapacidad femenina para controlar sus afectos en la antigua Roma; lo emplea Tácito para describir la fuerza que animaba a Agripina y a Livia, ambas asesinas de sus maridos, a someter los intereses del Estado a los suyos.Ver Santoro L’Hoir, 2006, p. 50, pp. 111 y ss. La mujer como fuente de vicios fue lugar común en la escritura patrística, escolástica y renacentista. Recordemos, por ejemplo, el alfabeto de vicios femeninos de Antoninus Forciglioni (aumentado por Jacques Olivier en 1617) titulado Alphabet de l’imperfection et malice de femmes, que reactivó el conocido género de la «querelle des femmes», curiosamente el mismo año en que sale esta obra de Mattthieu. Ver Mclean, 1980, p. 16. 161 Saavedra Fajardo, Empresa VII, «Auget et minuit», 1976, p. 120. 160

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bida en la escritura biográfica del momento, dado su interés, como el de la historia toda, de enseñar lecciones morales. Esta dificultad de destilar una esencia individual en la escritura de vidas la pone de manifiesto Patricia Eichel-Lojkine al examinar cuatro colecciones biográficas del XVI y demostrar cómo sus autores se debatían, por un lado, entre la dificultad de representar a los biografiados como ejemplos de valores morales imitables (en consonancia con la ineludible ejemplaridad de la historia); y por otro, la tendencia a querer representarlos como individuos únicos162. En suma, las viles pasiones que movieron a Catanea, las que sujetaron a la joven Juana y que finalmente llevaron el reino a la ruina, no se debieron tanto a la Providencia divina como a la ambición de la mujer, la extremada juventud e inexperiencia de la reina, a sus malas decisiones, y a la envidia y a la exagerada confianza en ministros maquiavélicos. Son estas causas, las naturales e «interiores», las que exploraron Matthieu y sus imitadores, aunando historia y retórica para acentuar los elementos patéticos y mover los afectos del lector. Y es precisamente gracias a esa articulación del pathos retórico que casos como el de la reina napolitana y su consejera fueron llevados a la escena para, en otra vuelta de tuerca, acercar la historia a un público más amplio. Nada mejor que el teatro para ejemplicar cómo los temas de naturaleza política permeaban todos los estamentos sociales. Unos años antes de que Matthieu compusiera su biografía, la desafortunada historia de la reina napolitana, por ejemplo, había movido la prolífica pluma de Lope de Vega. En la comedia La reina Juana de Nápoles, compuesta en 1615, la monarca se ve obligada a defender su corona ante el peligro de su tirano esposo Andrés. La comedia, como ya comentaba Menéndez Pelayo, difiere mucho de los hechos históricos y la acción se centra en el asesinato de Andrés y los lances de amor de la reina con Luis de Tarento163. Precisa Menéndez Pelayo, además, —extrañado— que Felipa de Catanea no aparece para nada en esta comedia. Lope, como se sabe, aprovechaba de la historia casos que tuvieran intensidad dramática y los transmutaba 162

Eichel-Lojkine, 2001. Estos autores son Paolo Giovio, André Thevet, Giorgio Vasari y Theodore Beza. 163 Publicada en la Sexta parte de las comedias de Lope de Vega en 1615, también se le conoce con el nombre de El marido bien ahorcado. Para esta obra, ver McKendrick, 1974; Trambaioli, 1997. Para las cuestiones de fuentes y atribución, ver la edición de Germana Volpe, 2006 (que generosamente nos ha hecho llegar desde Nápoles).También Meregalli, 1995 y 2008. Para el estudio de Menéndez Pelayo, ver Obras completas, La reina Juana de Nápoles, en línea.

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con fines muy específicos. La reina Juana de Nápoles pone en escena a una reina que tiene que asesinar a su consorte, que la quiere envenenar. Ella es la verdadera y justa monarca, no Andrés, y Lope no incluye al personaje de Felipa porque lo que le interesaba para desarrollar la trama que se proponía era el tema del tiranicidio y no el de la privanza164. Sin embargo, aunque se base en el mismo suceso, la comedia El monstruo de la Fortuna. La lavandera de Nápoles, Felipa de Catanea, escrita algunos años más tarde, es muy diferente de la de Lope. La privanza es el núcleo de este drama escrito a tres manos (Calderón de la Barca, Juan Pérez de Montalbán y Francisco de Rojas Zorrilla) que podemos inscribir en la estela de la fama alcanzada por la traducción española de Mártir Rizo. ¿Habrá sido Pérez de Montalbán, a partir de sus lecturas de la obra de Mártir Rizo, el principal impulsor de esta pieza? Como se recordará, Quevedo le achacaba haberse inspirado en la Historia trágica de la vida del duque de Biron para su comedia del duque. De ser así, no fue la única fuente a la que acudieron los tres dramaturgos ya que, según Menéndez Pelayo, extrajeron de Lope las principales situaciones, repitiendo textualmente el famoso verso «madruga y mata primero», usado por el Fénix en La reina Juana de Nápoles. Nuevos tiempos dan lugar a nuevas lecturas del pasado y El monstruo de la Fortuna. La lavandera de Nápoles, Felipa de Catanea, compuesta probablemente entre 1630 y 1633, tampoco se ajusta a los hechos históricos: el final de esta nueva versión ofrece a una Felipa generosa, dispuesta a dar la vida por salvar a su señora, imagen muy diferente de la monstruosa mujer descrita por Matthieu. La escritura biográfica de Matthieu es un vivo retrato de una amenaza común: un personaje oportunista que se gana la confianza de un joven e inexperto rey para someter un reino. Aunque estuviera ubicado en la corte medieval napolitana, para los lectores avisados el suceso no dejaba de tener relevancia en el presente francés, marcado por la presencia de Léonora Galigaï, y también, más allá del sexo de la retratada, en el español. Las biografías, tanto esta como la de Seyano, dedicadas a Olivares para «divertir ociosidades», ¿no eran también una sutil advertencia al todopoderoso reformador del momento? La figura «alegórica» de Catanea, que podía leerse en filigrana a la del corrupto e indolente de Lerma, era cada vez más aplicable a la del poderoso Olivares. Al igual que había sucedido con Lerma, la camarilla de Olivares —como la Catanea y sus parientes— se habían servido de la gracia 164

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Ver, para esta opinión,Volpe, 2006, p. 72.

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real para enriquecerse y lograr favores, nombramientos y el tan ansiado ascenso social. ¿Acaso la Felipa de Catanea de la traducción podía leerse como reflejo del valido anterior al tiempo que le vaticinaba al nuevo valido su caída si continuaba por ese camino? Es muy posible que para muchos lectores del momento, que sabían que la traducción de la historia napolitana también era un pretexto para ilustrar sus propias circunstancias, la censura y advertencia al privado de turno estaban muy presentes. Esa variopinta mezcla traducida de historia, comentarios, diálogos, epístolas, disquisiciones, alusiones y consejos era idónea para camuflar una solapada embestida a la actuación de Olivares. Muchas son las obras del teatro áureo que desde esta perspectiva —de Calderón, Quevedo, Lope, Tirso, Pérez de Montalbán, Mira de Amescua— se interesan en la institución del privado y su relación con el monarca165. La comedia de Quevedo Cómo ha de ser el privado «promociona un modelo de conducta cívica, cuyos rasgos constitutivos se asemejan a los expuestos en los tratados de Lipsio. A partir de este modelo de privado ideal, y por antítesis, Quevedo irá forjando figuras de escarnio, que serán blanco reiterado de la denuncia satírica»166. Siguiendo la línea temática que nos lleva desde la historiografía hasta la comedia nueva, la reescritura teatral de la vida de Felipa de Catanea, o la de Seyano, puede leerse en el marco de las cuestiones sobre la crisis del poder e, incluso, de la censura, que «por antítesis» se podían hacer desde el corral de comedias. 165 Por citar algunas de la nómina de Wilson y Moir (1974, p. 128): Los guzmanes del Toral, Las mudanzas de fortuna de Lope; El arpa de David, La adversa fortuna de don Álvaro de Luna, de Mira de Amescua; Privar contra su gusto, de Tirso; Cumplir con su obligación, de Montalbán; Los favores del mundo, La amistad castigada, de Ruiz de Alarcón.Ver también McCurdy, 1978. 166 Schwartz, 2000, p. 229. En la comedia Cómo ha de ser el privado (escrita probablemente entre 1627 y 1629) Quevedo, al tiempo que defendía la actuación política de Olivares (como hará en El chitón de las Tarabillas), insertó varios dardos críticos para recordarle al ministro sus obligaciones políticas (Iglesias, 2005 y 2010). La comedia de Quevedo, que curiosamente se ubica también en la corte napolitana —y trata el ascenso de Fernando al trono de Nápoles y su intención de elegir al mejor favorito con la ayuda de sus ministros, que recae en el marqués de Valisero (anagrama de Olivares)— se organiza en torno al «tema mayor del buen gobierno» (Arellano, 2009, p. 203) para representar en clave la situación de la corte madrileña de esos años. Para un ejemplo de la transmutación en literatura de personajes reales del momento (Olivares, el conde de Gondomar, el Almirante de Castilla, etc.) en Cómo ha de ser el privado, ver Gentilli, 2004, pp. 35-52.

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Los peligros potenciales que algunos hombres de letras de finales del XVI y del XVII veían en la difusión de las obras de Tácito en las lenguas vernáculas fueron ficcionalizados por Boccalini en una sátira en la que el dios Apolo condenaba al gran Lipsio por haber sacado al historiador romano de la oscuridad para ponerlo en manos de todos, incluso de los tenderos, que llegaban a creerse doctos en materia política y razón de Estado167. Evocar este pasaje satírico nos recuerda que aunque la filosofía y la historiografía se concibieran y consumieran fundamentalmente en las esferas del poder y de la «alta cultura», el conocimiento de las mismas y el contenido de sus textos se fueron transformando por medio de otros soportes hasta permear todos los estratos sociales168.Tanto las cuestiones filosóficas del momento como el discurso historiográfico oficial se filtraban a todas las capas de la sociedad a través del teatro, la emblemática o las artes plásticas. En mentideros madrileños como el de San Felipe, en la Puerta del Sol, los temas políticos eran de los que más gustaban a la muchedumbre169. La representación teatral, en particular, sirvió para popularizar los fundamentos morales de la política que se recogían eruditamente en los libros de filosofía e historia. Son muy citadas, además, las reflexiones de Lope en la dedicatoria de La campana de Aragón (1623) en las que expone que la historia teatralizada podía imprimirse mejor en los espectadores que la lectura de la misma170.

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«ahora tan públicamente anda en manos de todos que hasta los tenderos, no mostrándose más inteligentes de otra ciencia que de razón de Estado, con gran mofa de esta arte, tenida en tanta reputación de los príncipes, se ve todo el mundo lleno de políticos mecánicos», Boccalini, Discursos políticos y avisos del Parnaso, p. 191. 168 Para la permeabilidad entre los espacios de élite y los populares, ver Burke, 2009. Bouza ha destacado la importancia de la circulación de los textos manuscritos en la difusión de contenidos heterogéneos (políticos, espirituales, etc.), y la relación entre escritos populares y textos eruditos. A partir del auge de la imprenta, estudia la unidad que se dio entre dos espacios distintos: el de la gran República de las Letras y el de las casas de conversación (casas de juego, tabernas, tiendas, botillerías, gradas, etc.) en un momento de difusión masiva de tratados y obras de tipo político. Ver Bouza, 2010, pp. 34-70, en especial la p. 38; y del mismo, 2012. 169 Castro Ibaseta, 2008, p. 232. Un precedente de esa concepción la tenemos en Maquiavelo, quien en la comedia La Mandrágora subrayaba la importancia cívica del teatro en la sociedad.Ver Puigdomènech, 2006, pp. 56-62. Para lo trágico en la obra de Maquiavelo, Bárberi, 1956. 170 «…la fuerza de la historia representada es tanto mayor que la leída, cuanta diferencia se advierte de la verdad a la pintura y del original al retrato; porque en un cuadro están las figuras mudas, y en una sola acción las personas, y en la comedia

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La historia representada en las tablas se transmitía de modo más deleitable que la leída, y esta relación entre lectura y representación podríamos trasladarla a la biografía, en la que la brevedad, la ejemplaridad y la descripción de resortes internos imprimían mejor el mensaje en la mente de los lectores que las dilatadas narraciones de la historia ‘grande’ y los secos tratados y discursos políticos. A diferencia de estos, la galería de reyes, duques, príncipes y monarcas animados por vicios y virtudes (en este caso políticos) que ofrecía el género biográfico pretendía persuadirlos a seguir el camino del ejemplo mientras los deleitaba u horrorizaba. Melveena Kckendrick, que se ha acercado a la utilización del teatro español como plataforma de cuestionamiento del status quo, destaca, evocando a Stradling, que el escenario seicentista fue el foro más democrático de expresión de las cuestiones sobre la realeza, y que la especulación política tenía tanta cabida en las tabernas como en la corte, sobre todo durante el gobierno de Lerma, durante el cual se multiplicaron las comedias sobre el arte de gobierno171. Como ha demostrado McKendrick con la comedia de Lope de Vega —conclusión que podemos extrapolar a nuestras biografías—, la reescritura dramática era una manera de mitigar angustias, de advertir y, en el mejor de los casos, de ejercer una influencia restrictiva. Saavedra Fajardo —apunta McKendrick— creía que la crítica, incluso la murmuración, desempeñaba un papel esencial en el control del vicio172. Nada mejor que las palabras de Matthieu sobre la finalidad de la historia tanto para las biografías que nos ocupan como para las tragedias «políticas» que se representaban en los corrales: «hacer a los malos, buenos, a los buenos, mejores»173. En este sentido, el empleo retórico de la alegoría es revelador, ya que esta es «espejo natural de las ideologías» y su uso

hablando y discurriendo y en diversos afectos por instantes cuales son los sucesos, guerras, paces, consejos, diferentes estados de la fortuna, mudanzas, prosperidades, declamaciones de reinos y períodos de imperios y monarquías grandes» (Lope de Vega, Comedias escogidas, vol. 41, t. III, 1880, p. 35). 171 McKendrick, 2000, p. 23, p. 96. 172 McKendrick, 2000, p. 213. «Ningunos consejeros mejores que las murmuraciones, porque nacen de la experiencia de los daños. Si las oyeran los príncipes, acertarían más», Saavedra Fajardo: Empresas políticas, Empresa XIV, «Detrahit et decorat», pp. 177-178.Ver también Arellano et al., 2009. 173 Mártir Rizo, Historia de la vida de Mecenas, «Prólogo», s. p.

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se multiplica en los periodos de crisis dado que tiene un sentido literal independiente que se presta a una significación secundaria174. Los lectores y espectadores españoles del XVII eran conscientes de las similitudes de su presente con lo narrado en las vitae de Seyano y de Catanea, dos agentes externos que obligaron a sus respectivos monarcas a sacrificar la prudencia política a sus preferencias. No olvidemos, en el caso del primero, los párrafos iniciales que añadió Matthieu a su segunda edición del Aelius Sejanus sobre la extremada afición del emperador por su ministro; y en el segundo, la total subyugación de la reina por parte de su consejera. El desenlace trágico que generan la caída de la mala mujer y su prole, que exhortaba a lectores y espectadores, a príncipes y privados, a poner riendas a sus malas pasiones, es paradigmática; la purificación emocional, corporal y mental mediante la compasión y el temor, de la manera prescrita por la Poética de Aristóteles, ejemplar. 3. LA HISTORIA TRÁGICA DE LA VIDA DEL DUQUE DE BIRON Uno de los episodios más sonados de las tensiones franco-españolas tras la firma de la Paz de Vervins lo constituye, sin dudas, la conspiración de Charles de Gontaut, duque de Biron (1562-1602) con el Ducado de Saboya entre 1598 y 1602175. Ese pequeño territorio acorralado entre Francia y España era codiciado tanto por la primera, que lo necesitaba para abrirse paso a Italia y conquistar el Milanesado, como por la segunda, que lo quería como barrera de contención ante el empuje francés176. El promotor de la conspiración, el duque de Saboya, le propuso a Biron la mano de una de sus hijas y la soberanía de Borgoña (de la que Biron era gobernador) a cambio de un levantamiento contra su rey, Enrique IV. Por el lado español, el principal cómplice en el complot fue Pedro 174

Fletcher, citado por McKendrick, 2000, p. 201. Para la conspiración de Biron, seguimos a Cano de Gardoqui, 1970. Para una versión anterior de este capítulo en inglés, ver Izquierdo, 2016a. 176 Como testimonio de la época, valga el pasaje de La hora de todos en el que un saboyano se queja de las guerras perpetuas del territorio acorralado entre ambas potencias: «Cuando Francia le embiste España le ayuda y cuando España le acomete, Francia le defiende y como ninguno de los dos le ampara por conservarle sino porque el otro no crezca con su estado y le sea formidable y próximo vecino» (2006, pp. 345-347).Vuelve Quevedo a denunciar los dobles juegos de Saboya en el Lince de Italia (pp. 23, 197 y ss.). 175

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Figura VIII. Primera edición de Historia trágica de la vida del duque de Biron, de Juan Pablo Mártir Rizo, Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1629.

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Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes, gobernador y capitán general del Milanesado entre 1600 y 1610. Por el lado francés, además de Biron, hubo otros implicados de alto rango, descontentos con la política de Enrique IV (el conde de Soissons, el condestable de Francia Montmorency, el conde de Aubergne, el duque de Bouillon, el gobernador de Rennes, el príncipe de Joinville) que argüían querer defender la religión católica ante un rey demasiado tolerante con los protestantes177. Al tanto de la conjura, Enrique IV, después de varios intentos fallidos por obtener la confesión de Biron y concederle el perdón, decide finalmente apresarlo y decapitarlo en la Bastilla en 1602. Matthieu, que escribe la historia de su época como parte del gran programa reformista de Enrique IV, dedica extensas páginas a la conspiración del duque en su extensa Histoire de France et des choses mémorables, donde describe tanto la ambición que llevó al duque a traicionar a su rey y aliarse a Saboya y España como las grandes muestras de clemencia con que Enrique IV intentó perdonarlo. En el primer volumen de Histoire de France et des choses mémorables (libro primero, tercera narración) relata, por ejemplo, cómo Biron alcanzó sus ilustres títulos: «Charles de Gontault et Biron, creé Duc de Biron & Marechal de France»; en el libro tercero, la cuarta narración detalla la traición del duque: «Defection du Duc de Biron». El segundo volumen de la Histoire contiene ya todos detalles del caso: en el libro quinto, primera narración, se trata la «Descouverte de la conspiration du Duc de Biron; Ses grades & dignitez; Ses intelligences avec le Duc de Savoye et le Comte de Fuentes; Il demande pardon au roy et continue son offence…», etc. El relato prosigue en la tercera y cuarta narraciones del mismo libro hasta llegar a «L’exécution de mort & la sépulture de l’exécuté». Así, desplegados a lo largo de dos volúmenes y varios libros y narraciones, Matthieu cuenta todos los pormenores del caso, las confabulaciones con Saboya y España (en especial con el conde de Fuentes) y las posibles motivaciones que llevaron a Biron a la traición; toda la historia está sazonada, como bien sabe hacer el historiador, de comentarios políticos y filosóficos sobre la razón de Estado, y repleta de juicios, de citas de autores clásicos y modernos, de sentencias, digresiones 177 La participación del líder hugonote, el duque de Bouillons, en la conspiración, es muestra de que la defensa del catolicismo aducida por los conspiradores era una excusa para garantizar el apoyo político y monetario de España, que necesitaba un pretexto para intervenir porque, en principio, estaba en paz con Francia desde Vervins.Ver también Linde, 2005, pp. 89 y ss. para un resumen de la conspiración.

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y multitud de ejemplos de la historia presente y pasada. Si para sus contemporáneos no están del todo claras las motivaciones que impulsaron a Biron a traicionar al rey, los historiadores tienden a coincidir en la extrema soberbia que lo caracterizaba178. Matthieu, quien lo conoció personalmente, recibió duros reproches y amenzas del duque por no haber cantado sus alabanzas «ny si souvent ny si hautement qu’l vouloit»179. A raíz de la paz alcanzada con el Tratado de Vervins, nos dice Matthieu, no podía sobresalir como militar y seguir adquiriendo mayores honores y dignidades: «En la guerra tuvo principio su vida, en la guerra sustentó la fama que había granjeado, con la guerra crecieron sus esperanzas, y por las felicidades de la guerra dejó crecer tanto sus pensamientos que se resolvieron en humo, y despeñó su crédito en el obscuro abismo de la infamia»180. En efecto, Gontaut llegó a alcanzar el ducado de Biron, el rango de mariscal, de par de Francia y de gobernador de Borgoña por sus servicios al futuro Enrique IV durante las guerras religiosas y por la amistad que ambos se habían profesado durante las campañas bélicas. Coincide Matthieu con otros historiadores en que los títulos y cargos concedidos por el rey alimentaron su presunción y apetito por el poder, antes de concluir: «[n]o se sabía comportar en medio de sus comodidades, despreciando lo que era para mostrar lo que no podía ser. Esta nueva dignidad de duque y Par de Francia puso aceite en este fuego»181. En efecto, parece que los pecados de soberbia y cupiditas empujaron a Biron a la traición, y esta es la hipótesis que, siguiendo a Matthieu, suscribe también Juan Pablo Mártir Rizo en la Historia trágica de la vida del duque de Biron, impresa en Barcelona por Sebastián de Cormellas en 1629. Esta obra, que difunde en España el caso de la conspiración, va dedicada al influyente don Francisco de Zúñiga y Sotomayor, séptimo duque de Béjar, destacado militar y heredero de aquel a quien Cervantes y Góngora le dedicaran algunas de sus obras. La breve dedicatoria recoge, como en las de las biografías de Felipa de Catanea y de Seyano, el interés por los altibajos de la fortuna de aquellas «cenizas extranjeras» de

178 De Thou, 1740, pp. 522 y ss.; Cayet, 1836. pp. 360 y ss. Circuló también un opúsculo francés de 1603 titulado Histoire de la vie, conspiration, prison, jugement, testament et mort du maréchal de Biron. 179 Citado por Lobbes, 2005, pp. 499-500, n. 19. 180 Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, fol. 5r . 181 Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, fol. 11v.

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un hombre que «cuando coronado de triunfos fue aclamación de los franceses», y que ahora no encuentra paz ni en el sepulcro182. Al igual que las biografías de Mecenas y de Séneca, Mártir Rizo publica su Historia de la vida del duque de Biron como obra propia: «ofrezco a vuestra Excelencia estos escritos», apunta escuetamente en la dedicatoria al duque de Béjar. También como propia de su amigo la da Quevedo, recordemos, en la defensa que hace a raíz del Para todos de Pérez de Montalbán, cuando este último solo mencionaba sus traducciones. Quevedo riposta incluyendo la Vida del duque de Biron con las de Séneca y Mecenas, y la Defensa contra el Conestaggio como originales de Mártir Rizo.También como obra suya la da Luis de Céspedes, calificador de la edición barcelonesa de 1635 (titulada Historia trágica de la vida del duque de Biron, con su comedia a la fin): «Esta trágica historia del duque de Biron (elegancia cuidadosa de Juan Pablo Mártir Rizo, su autor, ya otra vez impresa en esta ciudad) he visto por mandato de […]»—183. Así, junto con sus historias de la Vida de Mecenas y la Vida de Séneca, la del duque de Biron se ha considerado una de las biografías originales del madrileño, desde sus primeras impresiones en 1629 y 1635 hasta los estudios de Maravall en la segunda mitad del pasado siglo. Señalaba Maravall algunos pasajes en los que se notaba la impronta de Maquiavelo y añadía: «las fuentes de esta narración están en las crónicas de Pierre Matthieu, y nuestro autor lo que le añade es su sentido político»184. Sin embargo, no sospechaba el gran estudioso que la Vida del duque de Biron no es solo una fuente sino más bien una traducción de Matthieu, y que esa veta maquiavélica que tan bien supo detectar en Mártir Rizo le llega al español por la vía indirecta de Pierre Matthieu. Si el lenguaje empleado en la Historia trágica de la vida del duque de Biron, con metáforas, hipérboles, digresiones y ejemplos de la historia, es muy acorde con el empleado en las otras biografías de Mártir Rizo, esta difiere de las demás tanto en su extensión como en la segmentación por partes y el uso esporádico de notas marginales, que, decíamos, el español no utiliza en las anteriores (excluyendo la nota claramente reconocible 182

Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, «Dedicatoria», s. p. Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, «Aprobación y licencia», s. p. 184 Maravall, 1984, p. 424. Marañón Ripoll menciona, en passant, esta obra como traducción, y no original, de Mártir Rizo, (2010, p. 936). Olvida, sin embargo, incluir la Historia de la muerte de Enrico el Grande. También la menciona Montcher, para quien, gracias a las traducciones, «la historiografía española se familiarizó con la obra de Pierre Matthieu hasta tal punto que fue difícil luego distinguir sus aportes de los de los historiógrafos del Rey Católico» (2013, p. 262). 183

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antes vista de la Vida de Felipa para rebatir a Matthieu). En la Historia trágica de la vida del duque de Biron esos márgenes se reducen a cinco y son: un par de fechas para ubicar algunos sucesos históricos, un llamado a mirar a «Catilina en Salustio» al referirse a la traición de uno de los conspiradores (el señor de Lafin, delator de Biron), otra para a indicar el pasaje donde se dicta sentencia contra el duque (que erróneamente ubica en el año 1622 en lugar de 1602) y una breve nota intercalada en la primera parte, al analizar lo que pudo haber empujado al duque a la traición y concebir «aquella máquina que al fin se descubrió»: «Pedro Ma/theo hi/storia de Fran/cia I. parte/ Lib. 3 prime/ra nar/ración»185, como si se tratara de un autor más que menciona de paso y no uno del que estuviera extrayendo casi todo el contenido para su libro. No hubiera sido raro que Mártir Rizo, conocedor de la obra del francés, como hemos dicho, y su más prolífico traductor, utilizara la gran producción histórica de este último como cantera para desenterrar los datos que necesitaba para componer la vida. La naturaleza enciclopédica de la disciplina histórica tal como hemos estudiado, y tal como la concebía Matthieu, quien en sus obras incluyó desde la mitología, la astrología y la numerología hasta la teoría de los humores y la antropología, contiene toda una serie de motivos y testimonios de la vida política y de la historia de Francia que parecían demasiado prolijos para la composición de la vida del duque, sobre todo teniendo en cuenta que la brevedad es uno de los pilares de estas biografías. A diferencia de las traducciones de la vida de Seyano y de Filipa de Catanea, la del duque de Biron es mucho más extensa: se divide en cinco partes, cada una de ella acompañada de una tabla con los acontecimientos tratatos. Habiendo visto que para componer la «Advertencia» de su Historia de la vida de Mecenas, Mártir Rizo había extraído bloques de ideas del «Advertissement» de la Histoire de France et des choses mémorables de Matthieu, y que también había traducido párrafos enteros de Il principe de Maquiavelo, nos dimos a la tarea de rastrear algunas de las «fuentes» a las que se refería Maravall con el fin de comprobar el uso propedéutico de la traducción en la obra propia de Mártir Rizo. Una detenida lectura de la Vida del duque de Biron reveló, sin embargo, que esta obra es, casi en su totalidad, un traslado no confesado —no imitación ni paráfrasis— de páginas y páginas enteras de la Histoire de France et des choses mémorables de Pierre Matthieu. 185

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Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, fol. 19r.

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Al analizar esta obra de Mártir Rizo mediante el prisma de la traducción tal como podía entenderse en el XVII, vemos que su composición es indisociable con la concepción retórica del momento, de la cual, como hemos avanzado en capítulos anteriores, la traducción era parte constituyente. Parece claro que, para crear su texto, Mártir Rizo, en primer lugar, recopiló de la Histoire de France et des choses mémorables todos los bloques relacionados con la vida del duque. Con los elementos retóricos de la inventio en mano, escogió seguidamente el orden cronológico característico de la construcción de las vitae, con importantes variantes respecto a cómo aparecen localizados en el original. Salvadas ya inventio y dispositio, por medio del traslado al español de dichos pasajes, iba seleccionando los términos y giros más adecuados que garantizaran la «elegancia española» elogiada por el calificador —la elocutio—. Paralelamente, introducía cortes, frases introductorias y añadidos para concatenar los fragmentos traducidos y darles mayor coherencia. Las primeras líneas de la Vida del duque de Biron son de la autoría de Matthieu (primera parte, libro III, primera narración) a las que Mártir Rizo añade unos catorce folios que parecen ser de su propia cosecha, en «imitación» del estilo del francés (no hemos podido localizarlos en la Histoire de France et des choses mémorables). A partir del folio diecisiete, a excepción de algunos breves añadidos o recortes, la biografía es una traducción del francés que conjuga lo extraído del libro III con fragmentos de la primera narración del libro I, eliminando pasajes digresivos del original tales como los «Estranges effets de la magie»186. A partir de la segunda narración de la vida, casi todo lo que escribe Mártir Rizo en español es traducido de Matthieu. Desde el punto de vista retórico, Mártir Rizo aprovecha del original los discursos imaginarios atribuidos a personajes históricos como Isabel I de Inglaterra o el conde de Essex, los argumentos y reflexiones sobre la acción con el fin de descubrir y explicar las motivaciones de los personajes, ya fuera el rey o el duque de Biron, todo ello con lenguaje saturado de giros expresivos, antítesis, metáforas y paradojas que giran en torno a la naturaleza humana y la descripción de los móviles de la conducta política. La correspondencia de partes entre el original y la Historia de la vida del duque de Biron, sin embargo, no es absoluta: como decíamos, abundan los cortes, amplificaciones, ilustraciones, y la reordenación de la materia manifiesta una intención interpretativa que supera 186

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Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, fol. 17v.

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la mera trasposición del texto francés. Concebida en otras circunstancias, en un contexto político distinto, con una finalidad diferente, la versión española se erige sobre el original, pero también se distancia muchísimo de él. Para entender mejor los distintos modos de apropiación a que se someten los textos de Matthieu al español y la pertenencia de la Vida del duque de Biron a la tradición retórica y traductológica en que fue concebido187, conviene hacer un breve cotejo con algunos ejemplos sacados de la Vida de Felipa de Catanea, la Historia de la muerte de Enrico IV (ambas traducciones de Mártir Rizo) y los Pedazos de historia y de razón de Estado de Pedro van der Hammen. El ejemplo de la reescritura de la Vida de don Felipe el Prudente de Lorenzo van der Hammen, que ejemplifica otra modalidad traslativa en el periodo, lo abordaremos en el capítulo final de este libro. En el primer caso, la intervención de la mano del traductor en la Vida de Felipa de Catanea, como ya hemos visto, se hace visible desde el aparato paratextual que la acompaña, donde nos recuerdan él y Quevedo que han subsanado el error histórico cometido por el autor francés. Aquí, la manipulación en texto y paratexto son el acto de domesticación más palpable ya que, en resumidas cuentas, Mártir Rizo sigue el original con fidelidad, aunque extirpe, amplifique o adapte ciertos fragmentos. Otra es la manera, sin embargo, que declara haber seguido Mártir Rizo en su traducción de la Historia de la muerte de Enrico IV. Tras su «Advertencia» preliminar, aclara haber añadido, también en letra cursiva en el cuerpo del texto, la «Sentencia de la corte del Parlamento» con los datos sobre la condena del tiranicida Ravaillac, cuyo nombre Matthieu había evitado mencionar en el original188. Es muy posible que este añadido lo hiciera motivado por razones políticas. Después del asesinato de Enrique IV, el Parlamento francés ordenó la quema del libro De rege et regis institutione, del destacado pensador jesuita español Juan de Mariana, por considerarlo una incitación a la rebelión para terminar con el rey en nombre de la religión católica. Cuando se dio noticia del tiranicidio, los

187 Hermans señala la coexistencia de modos y prácticas traductológicos e imitativos en el periodo, (1992, p. 95).Ver también Burke, 2007, p. 27; y 2005, p. 18. 188 Matthieu no quiere nombrar al tiranicida para no darle fama: «L’abolition de ce détestable nom a esté ordonnée très justement», Histoire de la mort déplorable, p. 76. El añadido de Mártir Rizo en la Historia de la muerte de Enrico el Grande comienza en la página 85.

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parisinos se concentraron frente a la residencia del embajador español en París para impedir cualquier intento de fuga. Pero lo que es más, durante los interrogatorios bajo tortura a que fue sometido, se le preguntó al tiranicida si conocía el libro de Mariana, algo que siempre negó. Más que un aviso para escarmiento de los tiranicidas, es muy posible que el apéndice del traductor buscara limpiar a España, y a la orden religiosa española, de toda duda sobre su asociación con el magnicidio189. Otra es la naturaleza de la intervención textual de Pedro van der Hammen al traducir y comentar los Pedazos de historia y de razón de Estado. Sobre la vida y servicios del ilustrísimo señor Nicolás de Nueva Villa, marqués de Villarreal, Secretario de Estado que fue del rey de Francia Enrico IV. Autor Pedro Mateo, coronista de los reyes cristianísimos Enrico Magno y Luis el Justo, su hijo. Traducidos de lengua francesa y en algunas partes ilustrados por don Pedro van der Hammen Gómez y León, natural del Madrid y criado de su Majestad. Al igual que había hecho años antes Álamos de Barrientos con su Tácito, Van der Hammen comenta algunas partes del texto del francés con disquisiciones (o ilustraciones o comentarios) que interpola en letra cursiva, demarcadas del texto traducido. El libro va dedicado a Martín de Aróztegui, Secretario del Consejo Guerra, miembro del Consejo de Castilla y hermano de Antonio de Aróztegui, Secretario del Despacho de Felipe IV y el personaje más cercano a Zúñiga en el gobierno en los primeros años del reinado. Un segundo paratexto titulado «A los que gobiernan» abre con una interesante reflexión de la labor traductora: «Aunque parezca acción de poca gloria valerse de trabajos ajenos para lucir con ellos, no han sido pocos los que han andado este camino». Después de mencionar a aquellos que han traducido obras escritas por sus padres o hermanos, añade una segunda categoría de traductores: «Otros se han contentado con solo traducir en su materno idioma las obras que se escribieron en lenguas peregrinas, estudio que a pocos dio estimación ni nombre». Pero como no quiere seguir ninguna de las dos vías, ni es su natural ser «ladrón de vigilias de otros», quiere dar a conocer al autor francés —el «dueño» de la obra— al tiempo que busca «añadir algo de casa (si es della lo que se saca de los libros) porque por lo menos tengan que agradecerme los que no aprueban esotras ocupaciones»190.

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Ver Méchoulan, 1985; y Braun, 2007, p. 7. Matthieu, Pedazos de historia, trad.Van der Hammen, «A los que gobiernan», s. p.Ver también Izquierdo, 2015. 190

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De sus palabras, interesa destacar, además del tópico de la traducción entre lenguas vernáculas como acto de escasa nobleza, que Pedro van der Hammen haya decidido insertar dentro de la dispositio original sus ilustraciones, es decir, sus comentarios, explicaciones y amplificaciones como elementos de la inventio. Declara, además, que como su «pluma no es capaz de remontar el vuelo» para componer una obra sin recurrir a la necesidad de traducir, ofrece la de Matthieu, que «miembros son desatados, confiésolo: pero aunque tales, cualquier escultor mediano concertará el cuerpo después; por ser estas de las partes principales que más declaran la figura natural del ministro, de la privanza y de la Fortuna»191. Nótese cómo Van der Hammen duda de que lo que se extraiga de ningún libro pueda ser original, consciente de la elástica praxis de la imitatio como modo de producción textual, y cómo llama la atención sobre la naturaleza fragmentaria de su obra. Si en la portada recoge todos los datos que figuran en el original francés: título, autor, declaración de traducción e ilustración, dedicatoria, privilegio y editor, en la página siguiente decide aclarar qué añade, advirtiéndole al lector que todo lo que va de letra redonda es del autor francés y que lo ilustrado, en cursiva, es suyo192. Son este tipo de añadidos, supresiones, manipulaciones y otros disímiles modos de proceder con la dispositio retórica lo que quizá arroje mejor luz sobre las múltiples reescrituras a que dio lugar la obra historiográfica de Matthieu, de por sí ya muy híbrida e imitativa. Es muy posible que tiempos en que los límites intertextuales tendían a ser muy imprecisos, la producción textual de Mártir Rizo, mediante la extracción de pasajes de diversos libros y narraciones de la obra del francés, tuviera como uno de sus modelos la obra de Lipsio. Para concebir su Politicorum, Lipsio se había basado en sentencias de autores clásicos con las que, teniendo en cuenta la idea que quería vehicular, iba tejiendo un texto coherente del que se desprendía una nueva significación, a menudo con una finalidad política. Recordemos que en el «Ad lectorem de Consilio et forma nostri operis» del Politicorum, Lipsio expone cómo ha conformando su centón: «Cum enim Inventio tota & Ordo à nobis sint, verba tamen et sententias varie conquisivimus à scriptoribus priscis, idque maxime ab Historicis; hoc est, ut ego censeo, à fonte ipso Prudentia Civilis», antes 191

Matthieu, Pedazos de historia, trad.Van der Hammen, «A los que gobiernan», s. p. Matthieu, Pedazos de historia, trad. Van der Hammen, s. p. «Todo lo que va de letra redonda, desde la dedicatoria al Rey de Francia en adelante, es de Pedro Mateo; lo demás, lo ilustrado de don Pedro van der Hammen». 192

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de aclarar que la obra «omnia nostra esse, et nihil», y resumir, en una nota marginal, lo novedoso de la dispositio: «Forma nova nostri operis»193, que recuerda la declaración de Matthieu de escribir la historia de manera novedosa vista en capítulos anteriores. Semejante método traslativo fue el que siguió el tacitista Juan Antonio de Vera y Figueroa (el conde de la Roca) para la composición de El embajador (la crítica, en este caso, la hace Antonio Hurtado de Mendoza, para quien el autor había «copiado a trozos de la Constancia de Justo Lipsio»)194. Además de los ejemplos de Lipsio, Montaigne o el conde de la Roca, en Inglaterra, por citar otros casos de prácticas escriturales semejantes, es conocida la reutilización de materiales diversos con los que Shakespeare y Ben Jonson, por ejemplo, compusieron sus piezas dramáticas, y en el caso de la prosa, el caudal enciclopédico que vertió Robert Burton en The Anatomy of Melancholy, en cuyo prefacio dice de su obra, casi como Lipsio, «it is neminis nihil»195. Matthieu, traductor y traducido, había seguido un proceder semejante en su Histoire de Lovys XI, en la que después de admitir que había extraído del historiador Philippe de Commynes «les principales pièces de ce bastiment», aclaraba que «l’ordre, la taille, l’architecture, les ornements sont de moy»196. El descriptivo título, Histoire de Louys XI, roy de France et des choses mémorables advenues en l’Europe durant vingt & deux années de son règne. Enrichie de plusieurs observations qui tiennent lieu de commentaires. Divisée en unze livres, da cuenta de la combinación de fuentes y comentarios. No dejó de advertir el francés, sin embargo, sobre la diferencia entre lo que consideraba imitar y despojar, que explica en términos cuantitativos y de camuflaje en la advertencia liminar de su Histoire de France antes vista: Il est permis d’imiter, non de desrober, au moins faut-il que le larcin soit couvert & changé qu’il ne se recognoisse plus, & ne serve pour convaincre celuy qui en est trouvé saisi. Les jardiniers ne disent mot à ceux qui

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Lipsi, Politicorum sive Civilis Doctrinae, 1590, s. p. Para el centón en la literatura política, Lafond, 1981b. 194 Citado por Fernández-Daza, 1995, p. 125. 195 Burton, 2001, p. 122. Según el traductor Bernard Hoepffner, la obra contiene «pas moins de 13 133 citations ou paraphrases tirées de 1598 auteurs» (citado por Crignon-De Oliveira, 2006). 196 Matthieu, Histoire de Lovys XI, «Advertissement», s. p.

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prennent çà & là quelques fruicts de leur jardin ; ils crient & courent après ceux qui en arrachent les plantes & emportent les branches197.

Para Matthieu, amparado en la preceptiva del honeste furari, lo que se extraía de otras fuentes había de ser transformado por el autor hasta quedar casi irreconocible; y así, valiéndose de la metáfora del jardinero, establece un límite moral entre los que acopian algunos frutos y los que arrancan de raíz plantas enteras y se llevan las ramas. La nota marginal, en suma, condensa la idea: «Imitations permises, larcins odieux». No por gusto señala Burke que, «como alternativa a la imitación, se ha propuesto la idea de apropiación o, dicho más gráficamente, de expolio [spolia]»198. Si comparamos la manera de concebir la Vida del duque de Biron con los ejemplos anteriores, estamos ante el sustrato de un mismo autor francés, muchas de las mismas motivaciones ideológicas, un interés similar por naturalizar un discurso extranjero, pero un método de construcción textual diferente debido a la postura del traductor/autor ante el original. Usando la Histoire de France et des choses mémorables como cimiento, Mártir Rizo cercena páginas enteras y adapta temas y comentarios sin distinguirlos de lo que toma del francés, eliminando todos los márgenes (solo mantiene los pocos mencionados) y subdividiendo el todo por capítulos para levantar el edificio de su biografía política. En el proceso, traslada los elementos de la inventio desde el género de la historia grande para recrear, con un nuevo formato o dispositio, una vita en la que desaparecería —como sucede con el trasvase de la poesía o la prosa al teatro— la necesidad de citar las fuentes199. La división en partes y párrafos que establece, así como las tablas recapitulativas que coloca a inicio de cada una de ellas, más la eliminación de casi todas las notas marginales, son muestras de la búsqueda 197

Matthieu, Histoire de France, «Advertissement», s. p. Decía Luciano al respecto: «Pues bien, yo afirmo que el mejor historiador debe venir de su casa equipado con estas dos cualidades fundamentales: inteligencia política y capacidad de expresión; la primera es don innato de la naturaleza y la segunda se produce a continuación de un intenso ejercicio, un esfuerzo continuado y la imitación de los antiguos», p. 378. 198 Burke, 2010, p. 91. 199 Para Jacob Soll, que trata la cuestión en El Príncipe de Maquiavelo, la «retórica material» va más allá de la forma material de los textos; esta también tiene en cuenta los métodos conscientes de cambios de significado que se lograban al cambiar la presentación formal de un texto (2005, pp. 13-14).

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de organización de un ‘caso particular’ en el que ya había reparado en las extensas páginas de Matthieu; un caso, como había sucedido con Mecenas, que nadie había tratado hasta entonces. La apropiación textual del relato de Biron y su intervención censoria no son de extrañar en un momento en el que los textos podían dividirse, abreviarse, modificarse y enmendarse; es en la nueva dispositio y en su pertenencia a un subgénero nuevo, el de la biografía, donde reside la clave de la composición de la Historia trágica de la vida del duque de Biron. No olvidemos, parafraseando a Burke, que lo que se llamaban obras «originales» entonces eran, no pocas veces, imitaciones, y que las traducciones, asimismo, eran con frecuencia muy creativas. «La domesticación de la obra extranjera», añade Burke refiriéndose a la traducción como ejemplo paradigmático de la hidridación, «tiene un eco de plagio o imitación»200. En cuanto al silencio de Mártir Rizo respecto a su fuente, la mención de Matthieu como autor hubiese echado por tierra el propósito mismo del edificio biográfico que había levantado, ya que la ‘verdad’ que propone en cuanto a la participación de España en el conflicto es diametralmente opuesta a la que narra el original. Es precisamente con este fin que en la Vida del duque de Biron el madrileño realiza ciertos cambios que, a la luz de la coyuntura de la política franco-española de entonces, son muy significativos. Nos referimos a la tajante supresión de toda implicación de España en la conspiración. Dichos cambios se dan desde la páginas iniciales, por ejemplo, en el pasaje que detalla el encuentro de Biron con el enviado del duque de Saboya, donde, en la versión española, desaparece la siguiente acusación: «Mais le Duc de Biron ne faisoit pas d’estat de ce qu’on lui avait donné, que du prix auquel on avait mis à valeur quand il la voudroit employer pour le service du roy d’Espagne201. Obviamente, la mención del precio que el traicionero duque ponía al venderse al servicio del rey español no tenía cabida en la versión española. Asimismo, en otro pasaje se elimina toda referencia al declinante papel hegemónico de la Monarquía Hispánica en el panorama político europeo202. Para el historiador francés, los obstáculos principales que impedían alcanzar la paz europea en los últimos 200 Burke, 2010 p. 91. Recuerda Burke que John Florio señaló en su prefacio de la traducción de los Essais de Montaigne que muchas obras llamadas ‘originales’ podían describirse mejor como ‘traducciones’ (2007, p. 34). 201 Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, fol. 17r. 202 Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, fol. 62r.

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años del XVI y los primeros del XVII eran «[l]es grandes levées qui se faisoient en Italie, l’humeur tant guerrier du Comte de Fuentes, les remuements du Duc de Savoye qui ne pouvouit vivre en paix, les regrets que les espagnols avoient des conditions désavantageuses du Traicté de Vervins»203. Fiel a su patria y a su propósito, Mártir Rizo extirpa esta sección y la reemplaza por una disquisición sobre las grandes maldades del hombre y la metamorfosis paulatina del duque de Biron (al parecer de su propia cosecha), que luego encadena con la traducción del texto francés. Repetidamente extirpa cada uno de los fragmentos relacionados con la intervención del conde de Fuentes204, a quien, a diferencia de las decenas de veces que figura en el original, menciona solo una en la versión española para defenderlo y absolverlo de toda culpa: Lafin va a Milán a hablar con el conde de Fuentes porque ellos querían ocuparle en este trato [la conspiración]. Mas aquel invencible capitán no admitió plática tan indigna, diciendo que la grandeza de los reyes españoles y el valor experimentado de sus súbditos no permitían vencer a los enemigos sino rostro a rostro y siendo el sol testigo de sus acciones. De esta respuesta, y de lo que luego dice que hizo el conde, se conoce que el rey de Francia debe al de Fuentes librarse desta conjuración205.

La versión de los hechos de Mártir Rizo —y no la de Matthieu, insistimos— se caracteriza por su conformidad a la historia contada desde el lado español, en la que el conde de Fuentes —al que tilda de «invencible capitán»— da muestras de una entereza sin par, rehusando toda ocultación maquiavélica en la política, a tal punto que, según Mártir Rizo, el rey francés le debe haberse librado de la conjura. Poco falta, en este hinchado párrafo, para que Mártir Rizo proponga al conde de Fuentes como adalid de la historia francesa. Amplifica el añadido con una anécdota ejemplar de su cosecha sobre el odio de los españoles a los traidores: 203

Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, vol. 2, p. 213. Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, fols. 70-75. A modo de ejemplo, cuando Matthieu dice que «Lafin partit aussi de l’armée pour aller clorre le marché avec le Duc de Savoye & le Comte de Fuentes», p. 223, M. Rizo traduce: «Lafin partió del ejército para ir a confirmar el trato con del Duque de Saboya», fol. 75r. También elimina el resto del pasaje sobre las negociaciones de Lafin con Saboya, Fuentes y el embajador español. 205 Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, fol. 78v. 204

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En España aborrécense sumamente los traidores, y el buen trato que con ellos tienen es solo de palabras.Viose escrito encima del palacio del gran Almirante de Castilla, duque de Medina de Rioseco, en Valladolid, adonde había ido a aposentar el duque de Borbón, esta sentencia: Mi casa está a disposición del Emperador, mas yo pondré fuego en ella luego que este francés haya salido206.

Aunque según Mártir Rizo la intención de Fuentes fuera la de arruinar a Lafin por traidor, se ha demostrado que el conde sí tuvo una participación activa en la conspiración, estando en comunicación tanto con el duque de Biron como con Felipe III y Lerma (ambos a espaldas del Consejo de Estado), quienes le instruían mediante despachos secretos, y seguían muy de cerca, sobre todo a partir de 1601, los avatares del complot con Biron207. Este destacado militar, Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes (1525-1610), fue muy admirado en la España de su tiempo. Es uno de los personajes principales de la comedia de Lope de Vega Pobreza no es vileza (circa 1624) y el protagonista de la del dramaturgo Luis de Belmonte Bermúdez, también de esos años, titulada El Conde de Fuentes, donde se ensalzan sus proezas militares durante la campaña en Flandes en 1595. Góngora lo menciona explícitamente en su soneto satírico «No más modalidades de corrientes», en el que parece criticar a Rodrigo Calderón y a Lerma, incapaces de alcanzar la grandeza de Fuentes. Asimismo, el poema de Villamediana «Del saber de Dios las minas» critica a los ministros reales y ofrece a Fuentes como contramodelo. Según el comentarista de Góngora, José García Salcedo de Coronel, el soneto del poeta andaluz que comienza «A este que admiramos de luciente» también va dedicado a las hazañas del admirado militar. Podemos asegurar entonces que en la España del XVII, el conde de Fuentes era una figura conocida por sus largos años de dedicación y servicio en los territorios de la Corona, y su nombre símbolo de heroicidad para nobles y asistentes a los corrales de comedias. La labor de absolución que hace Mártir Rizo en su biografía, por lo tanto, es consecuente con los elogios y laudes de sus contemporáneos. 206

Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, fol. 79r. Para la historia del conde de Fuentes, ver Fuentes, 1908. Para Cano Gardoqui (1970, p. 13), la de Biron, a diferencia de otras conjuras —que no pasaron de ser «una serie de conatos o simples propuestas de intrigantes, que, las más de las veces, ni siquiera fueron escuchados por la corte española»— es la más probada y una en la que las altas instancias de la corte española tuvieron un activo interés. 207

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Además de las expuestas, otras razones de orden histórico también pudieron haber suscitado el interés de Mártir Rizo para componer la vida del duque, que, lo hemos dicho, salió a la luz en 1629. Si con la invasión francesa de la Valtelina a finales de 1624 y la marcha conjunta de franceses y saboyanos por el territorio neutral de Monferrato para invadir la República de Génova y cortar las comunicaciones entre esta y Milán se puso en jaque el control español en el norte de Italia, en 1628 comenzó el conflicto de la Guerra de Mantua y el Monferrato, que durará hasta 1631, iniciado tras la muerte sin descendencia del duque Vicente II, y a cuya sucesión pretendía el francés duque de Nevers. Ante la inquietud de España en la lucha hegemónica contra Francia y su preocupación por salvaguardar el paso a los Países Bajos (el ducado de Monferrato servía de puente entre Milán y Saboya), se dio inicio a una política en contra de los derechos de sucesión del francés Nevers a través del gobernador de Milán, don Gonzalo de Córdoba, (cuyo cargo, a principios de siglo, había ocupado el conde de Fuentes) que produjo una abierta confrontación entre Francia y España y terminó con la victoria de las tropas francesas sobre las saboyanas. Este grave episodio de las pugnas franco-españolas por los territorios de la península itálica, que reabría viejos conflictos de la Monarquía ante la pujanza de Luis XIII y Richelieu, fue, en palabras de Elliott, el peor de los errores de Olivares en sus veintidós años en el poder208. La reputación de la política interna y externa del ministro sufrió un duro golpe, y la entrada en guerra con Francia no tardaría en llegar unos cinco años después. Otro elemento nada desdeñable es que la Historia trágica de la vida del duque de Biron se publicó dos veces en Barcelona, epicentro de una región que se oponía con fuerza a las políticas del privado que buscaban limitar los derechos y libertades de la provincia. Este creciente conflicto con las provincias llevaría, en menos de una década, a la revuelta de los catalanes y a la pérdida de Portugal. Este interesante caso de recodificación e instrumentalización genérica de un texto histórico francés por parte del español cumplía un objetivo político, con el que se ejemplificaba un caso de traición y se exculpaba toda intervención española; uno estético, al traer al español un estilo que ya tenía letras de nobleza en España; y otro material y 208

Para el conflicto de las Guerras de Mantua, ver Elliott y De la Peña, 19781980, t. II, «Documentos I-X, El Rey, el valido (1629-1630)»; y de Elliott, 2004, pp. 378 y ss

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simbólico, al querer el traductor no confesado, ante la pujanza del género, participar de un mercado donde proliferó la biografía política como espejo de reyes y privados. No cade duda de que, para la construcción de su edificio biográfico en español, la selección, amplificación y omisión de hechos que hace Mártir Rizo ha sido muy calculada. Desde el punto de vista de la ejemplaridad, esta biografía es, si se quiere, un gran ejemplo de la ‘buena razón de Estado’ al describir un monarca clemente que se ve obligado a decapitar a un traidor y regicida, que fue el cargo de más peso que se alegó para el ajusticiamiento de Biron; y por tanto un gran ataque al tiranicidio, motivos que ya estaban presentes en la narración de Matthieu pero que, al ser vertidos en el molde del subgénero biográfico a partir de la historia grande adquirían mayor contundencia. En suma, la biografía, en palabras de Luis de Céspedes en su «Aprobación y licencia» de la edición barcelonesa de 1635, permitiría «sacar documentos morales y escarmientos en cabeza ajena»209. Tras el análisis de estas obras de Mártir Rizo queda claro que para sus contemporáneos no solo fue traductor o simple refundidor de textos, sino también autor de composiciones nuevas, como es el caso de su narración biográfica de la vida de Biron, pues, aunque descanse casi entera en la obra de Matthieu, y haya aprendido de él a concebir y organizar una ‘biografía política’, el resultado es un texto novedoso que responde a un objetivo, interés y gusto estético distintos. Al igual que las biografías de Seyano y Felipa de Catanea, el relato de Biron contiene un aspecto muy dramático: un duque y grande de Francia que movido por la ambición de poder y la soberbia traiciona a su rey y termina en el cadalso. Como hemos visto en los casos de Seyano y Felipa, era habitual llevar a la escena las relaciones entre monarca y privado marcadas por los signos maquiavélicos de la avaricia, la traición y el fingimiento. Ese mismo fin persigue la comedia de Juan Pérez de Montalbán antes mencionada, El mariscal de Virón, reimpresa varias veces a partir de 1632 y que, según el propio dramaturgo, trata de «aquel valido, el más agasajado de su Rey, y el más valiente restaurador de su patria, si bien malogró lo uno y lo otro con la ambición de pensar que quien nace vasallo por naturaleza, puede llegar a príncipe por maña»210. 209

Mártir Rizo, Vida del duque de Biron, 1635, s. p. Montalbán, «Dedicatoria», El mariscal de Virón. Mantenemos la grafía españolizada de Virón para las comedias, tal como figura en los repertorios y la han respetado sus editores modernos; al referirnos al personaje, hablamos del mariscal o 210

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Biron es, en esta comedia de Pérez de Montalbán, un personaje a quien el orgullo y la arrogancia le llevarán a la traición y al cadalso. Las comedias de El monstruo de la fortuna antes estudiada y El mariscal de Virón pueden leerse como epítomes o paradigmas del privado fingidor que corrompe a sus príncipes; ambos monarcas, Juana y Enrique IV, depositan su confianza en un personaje de su entorno que los traiciona. Si Juana puede llegar a ser objeto de censura por sus afectos y pasiones, su actuación como monarca la salva; en el caso de Enrique IV, su deseo inicial de clemencia y su insistencia en la confesión del duque para otorgarle el perdón hacen de él un monarca virtuoso. La ejemplaridad de estas representaciones deja poco espacio para la individualidad por ser estos símbolos reconocibles con los que se transmitía un mensaje, tanto en la escritura biográfica como en la escena. La representación de la historia adquiría así mayores tintes de verdad que la historia misma y daba pie a que lectores y espectadores estebleciesen correspondencias con el contexto político que estaban viviendo. La biografía, y la comedia en particular, a pesar de la transmutación de lugar y nombres reales, fomentaba la reflexión sobre los sucesos recientes. Unas décadas más tarde, en 1658, en la parte duodécima de las Comedias nuevas escogidas de los mejores ingenios de España, se publicó la comedia burlesca de Juan de Maldonado, El mariscal de Virón. Si el ambiente histórico, los personajes y la acción se asemejan a los de la comedia seria de Montalbán, la burlesca de Maldonado está protagonizada por nobles ridículos que se mueven en un universo carnavalesco. Como ha estudiado Carlos Mata en relación con el género, «son obras muy interesantes por su esencial comicidad, pero también porque nos muestran el revés ridículo —el otro lado del tapiz, por así decir— de la Comedia Nueva, abundando en estructuras del “mundo al revés” y en la comicidad carnavalesca»211. Asimismo, nos recuerda Mata, la representación de estas comedias en las que se «ridiculizaba al rey y a otros nobles delante precisamente del rey y sus cortesanos» se hacía en un marco palaciego

duque de Biron.Ver Maldonado, pp. 29-43 para más detalles. El interés de Pérez de Montalbán por personajes tratados por Matthieu y M. Rizo es evidente: El monstruo de la Fortuna, El mariscal de Virón, Amor, privanza y castigo o fortunas de Seyano, El señor don Juan de Austria, El gran Séneca de España, Felipe II, o El príncipe don Carlos, son títulos que evocan el corpus de obras traducidas o imitadas de Matthieu. 211 Mata, 2004, p. 151.

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concreto y no llegaba al corral212. Si en el caso de la de Biron se ridiculizaban tanto al rey como al mariscal, no olvidemos que son el rey y el infortunado noble de la nación vecina, y todo ello, a medio siglo de distancia de los hechos. El caso de la conspiración y caída del duque, también registrado por otros historiadores franceses como Jean de Serres y Victor Palma Cayet, no solo dejó su estela en España, sino que también se difundió en Inglaterra por medio de la traducción de Edward Grimeston, A General Inventory of the History of France (1607). En ella se basó el dramaturgo George Chapman para su doble tragedia The Conspiracy and Tragedy of the Duke of Byron, puesta en la escena en el teatro Blackfriars un año más tarde. Estas obras inglesas, junto con la biografía de Mártir Rizo, la comedia de Montalbán y la burlesca de Maldonado, son rotundos indicadores de la diseminación de libros, así como de la instrumentalización de escritos políticos en Francia, España e Inglaterra por medio de la adaptación creativa. En este sentido, la moderna escritura de Pierre Matthieu —actor imprescindible de la literatura vernácula de su tiempo—, gracias a la transformación en «poesía» de los saberes y símbolos históricos, contribuyó a la divulgación de las materias de Estado y de gobierno a todos los estamentos de la sociedad. Matthieu y sus imitadores europeos, activos representantes de toda una tradición humanística que se servía de la filosofía moral para mejorar las costumbres de sus contemporáneos, tradujeron, reescribieron, adaptaron y transformaron los exempla del pasado y del presente al tiempo que actuaban como intermediarios de la circulación de la información política y defensores de las reclamaciones históricas y hegemónicas de sus respectivas patrias213.

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Mata, 2004, p. 152. Ver también la descripción de proyecto de edición del corpus de estas comedias burlescas en: . Para la Comedia burlesca del mariscal de Virón, ver Maldonado, 2011. 213 «Cette histoire officielle n’est pas un phénomène isolé. Elle s’inscrit dans un jeu d’émulation et de compétition qui, au moment où se construisaient les unités territoriales à l’origine des États modernes, engagea l’Europe entière», Grell, 2006, p. 12.

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CAPÍTULO IV LAS VIDAS DE FELIPE II DE ESPAÑA

En la sección dedicada al «Advertissement sur tout le livre» de su Histoire de France et des choses mémorables vimos cómo Matthieu respondía a las críticas sobre los panegíricos de Enrique IV que componía, señalando a la divina Providencia (y no a su pluma) como responsable de la sacralización de su insigne monarca. Llegados a este punto, cabe preguntarse por la fuerte presencia en librerías españolas, italianas e inglesas del retrato encomiástico de Enrique IV de Francia compuesto por Matthieu y traducido por Juan Pablo Mártir Rizo con el título de Historia de la muerte de Enrico el Grande, cuarto rey de Francia de este nombre (1625). Como habíamos estudiado al acercarnos al interés por las obras del francés en la España del XVII, los españoles fácilmente lo reconocían como defensor de la imagen de su cristianísimo rey y fabricador de su fama. Sin duda, una de las obras de Matthieu que más circuló en Europa fue la Histoire de la mort déplorable de Henry IV, roy de France et de Navarre. Ensemble un poème, un panégyrique et un discours funèbre dressé à sa mémoire immortelle, publicada en París en 1611. Matthieu combina en un mismo libro, dedicado a la reina regente María de Médicis, una historia, un poema panegírico y un discurso fúnebre; el primero de estos textos, la Histoire de la mort déplorable de Henry IV, se da, en el epígrafe del primer capítulo, como «suite de l’Histoire de France sous Henri IV, roy de France & de Navarre» y se inicia en 1610, año de su magnicidio. Esta primera parte detalla los eventos que jalonaron ese año antes de centrarse en el fatídico 14 de mayo, día del asesinato; la segunda parte la dedica al relato de la vida del joven Luis XIII de Francia. Toda la obra es testimonio de la medida en que Matthieu se vale de la tradición grecolatina del encomio para asentar la fama de su

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rey, y hasta qué punto son fundadas, en algunos casos, las críticas sobre su excesiva panegirización del monarca, a pesar de que se defienda de ellas, como vimos en el primer capítulo. Para su Histoire de la mort déplorable de Henry IV, Matthieu extrajo de las Vidas de Plutarco, «especialmente del relato de la muerte violenta de Julio César, las líneas isomórficas y los esquemas interpretativos que le ayudaran a descifrar, para sí y para sus lectores, un caso tan lastimoso como el que se había producido casi ante sus ojos de cortesano y confidente del rey»1. El cronista real, en la estela de Plutarco y de Tácito, revela el interés por desentrañar no solo los móviles políticos del gran monarca francés sino también como estos repercutían en el tablero donde se jugaban la paz y la guerra de los estados. Así, al inicio de esta Histoire, señala: «La restitution de Juliers, la liberté d’Allemagne, la nouvelle alliance avec le Duc de Savoye estoient bien les causes apparentes de cet armement, peu de gens ont cogneu les interieures»2. Desde el inicio, queda claro que se tratará la correspondencia entre la vida política y la personal del monarca. A raíz de casos sonados de la política reciente (el conflicto europeo conocido como la crisis dinástica de Juliers-Cleves y la alianza con Saboya, por ejemplo) analiza las causas profundas que guiaron la conducta del rey para resolverlos. Este interés por los resortes internos de su vida —atractivo especial de la obra de Matthieu en Europa— se repite en la «Aprobación» de Gil González Dávila a la traducción de Mártir Rizo de la obra, en la que alaba al español por haber dado a conocer «lo secreto y lo público del mayor caso que ha sucedido en nuestro tiempo en la Europa», en una antimaquiavélica postura por la transparencia real3 . Además de la detallada atención que concede a los acontemientos de 1610, la Histoire de la mort déplorable de Henry IV describe la crianza del príncipe y algunos fenómenos naturales y ‘prodigios’ (eclipses, inudaciones y predicciones hechas a la reina, así como augurios, cometas, conjunción de planetas superiores y sueños premonitorios)4. Como en todo discurso de alabanza regia se destacan, mediante el tratamiento de las acciones, victorias y triunfos en campañas bélicas y virtudes reales como la piedad, justicia, clemencia, templanza, sabiduría, fortaleza, 1

Martinengo, 1994, p. 801. Matthieu, Histoire de la mort déplorable de Henry IV, p. 4 (énfasis nuestro). 3 Matthieu, Historia de la muerte de Enrico el Grande, trad. M. Rizo, s. p. 4 Matthieu, Histoire de la mort déplorable de Henry IV, pp. 18-25. También Tácito describe prodigios, augurios y sueños en los Anales; Bodin, siguiendo la tradición, 2

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magnanimidad, etc. Enrique IV es el rey modelo y las referencias a Hércules, David, Salomón y San Luis sirven de realce de sus virtudes. La sublimación retórica del biografiado, por más que se defienda Matthieu, es una realidad en el texto.Ya desde la «Epístola» que encabeza esta obra, dedicada a la regente, aparece, por ejemplo, la identificación de la familia real (Enrique, María y el infante Luis) con la sagrada familia. Muchos fueron, en toda Europa, los apesadumbrados testimonios de la época por el regicidio del monarca francés 5. La circulación en España del retrato panegírico de Enrique IV compuesto por Matthieu resulta significativa al cotejarla con las muchas alabanzas que los poetas españoles hicieron al asesinado rey Borbón, protestante reconvertido y enemigo de los españoles. Los poemas de Quevedo lamentando el fatídico suceso son conocidos, y los de Góngora, Villamediana, Lope, y un anónimo insertado por Pedro van der Hammen en su versión de los Pedazos de historia y de razón de Estado, son ejemplos de la respuesta española ante el horror causado por el magnicidio en el vecino reino6. Para Luis Rosales, «lo que dictaba a los poetas españoles, a Quevedo y a Villamediana, acentos de tan encendido elogio por el heroísmo y la belicosidad de Enrique era una actitud de amarga crítica a la dejación y pusilanimidad del gobierno de Felipe III»7. Estos encomios al rey francés que había sacado a su nación del marasmo de guerras civiles y religiosas se hicieron en un periodo de paz relativa entre los dos reinos en el que se sentía que el mando de la Monarquía Hispánica necesitaba relaciona los fenómenos naturales con los políticos. Para ejemplos en la literatura española, ver De Armas, 2013. 5 Ver, por ejemplo, el Discurso lamentable sobre el atrevimiento y parricidio cometido en la persona del Rey Enrique Cuarto, de gloriosa memoria, Rey de Francia y de Navarra. Traducido de francés en castellano por Roberto Duport, francés natural de París, Zaragoza, por Lucas Sánchez, 1610. 6 Los de Quevedo son: «Inscripción al túmulo del rey de Francia, Enrique IV» (257); «Otro a la muerte del mismo rey, sobre la causa que le movió al matador» (258); «Soneto a la muerte del Cuarto, Rey de Francia» (259); y «A la muerte de Enrique, Rey de Francia» (280), (Poesía original, 2004). El de Góngora: «El Cuarto Enrico yace mal herido» (Sonetos completos, 1969, p. 204); Los de Villamediana, «Hace el mayor Enrique cuando lidia» (196), «Éste que con las armas de su acero» (317), «Cuando el furor del iracundo Marte» (340) y «El roto arnés y la invencible espada» (341), (Poesía impresa completa, 1990). El de Lope, «Cuando feroz al carro de Belona» (Corona trágica, 1627, p. 124); y el anónimo de Van der Hammen, «Mano vulgar del más común acero/ contra la majestad armó la muerte» (Pedazos de historia, 1624, fol. 4r). 7 Rosales, 1966, citado por Martinengo, 1994, p. 802.

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una actuación más firme. Además, para Matthieu y sus contemporáneos europeos, las sinceras muestras de simpatía ante la pérdida de un rey por mano de un tiranicida ejemplifican su espanto ante la violación de la naturaleza divina de los reyes. En suma, la disfusión de Histoire de la mort déplorable de Henry IV en España ha de entenderse como una velada incitación a los monarcas del momento a practicar las virtudes que el rey vecino había sabido desplegar juiciosamente. En su monumental Histoire de France et des choses mémorables, consagrada, como toda su obra hasta 1610, a la gloria de Enrique IV, Pierre Matthieu también dedicó extensas páginas a otros monarcas de su tiempo como la reina Isabel de Inglaterra y Felipe II de España. A Isabel de Inglaterra, en un extenso episodio sobre la ejecución de su favorito, el conde de Essex, la alaba por su sentido de la justicia y por anteponer el bien del Estado al suyo. Estas alabanzas contrastan con la crítica a Tiberio y a Juana de Nápoles por pecar de lo contrario: Ejemplo al fin notable de una extrema y gran justicia. La reina de Inglaterra, a lo menos en esta parte, será alabada en los siglos que han de venir; que ha sido inexorable en la persecución de los delitos de estado de facciones y de sediciones. El elefante es el hieroglífico de un príncipe de severa justicia que jamás dobla las rodillas y hace perpetua guerra a las serpientes y bestias venenosas. Jamás ella prefirió sus aficiones al bien del Estado8.

Como aclara Matthieu en su «Advertissement», alaba a reyes extranjeros, aunque sean enemigos, en aras de la verdad y movido por la calidad de sus reales méritos. La recuperación de las figuras reales de Isabel I de Inglaterra y de Felipe II de España como monarcas ejemplares resaltan claramente en su prosa de corte tacitista. Cabría relacionar su interés por estos monarcas extranjeros con estos versos juveniles que le dirigiera al rey español desde su Franco Condado natal, del que Felipe II era soberano: «Là j’y osé chanter avec plusieurs Orphées / du tres grand PHILIPOT la vie et les trophées»9; y más aún cotejarlo con un retrato biográfico de Felipe II inserto en su Histoire de France et des choses memorables que dejó en España una huella pertinaz y del que nos ocuparemos en las páginas siguientes.

8

Este episodio, narrado por Matthieu en su Histoire de France et des choses mémorables, lo repite Mártir Rizo en su Historia trágica de la vida trágica del duque de Birón. Para la cita, ver fols. 54v-55r. Para un estudio del mismo, ver Izquierdo, 2019. 9 Citado por Ernst, 1984, p. 13, n.10.

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Figura IX. Primera página del manuscrito 7280 de la Biblioteca Nacional de España, Vida reservada de Felipe II, por Antonio Pérez.

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1. EL BREVE COMPENDIO Y ELOGIO: UNA TRADUCCIÓN ENVENENADA Durante más de cuatro siglos, desde los tiempos mismos de Felipe II, algunos de los sucesos más sonados de su vida movilizaron la pluma de escritores y artistas que, en poesía, narrativa, teatro, ópera o ballet, fueron urdiendo las más descabelladas intrigas. Hechos controvertidos u oscuros como la muerte del príncipe don Carlos, la rebelión de los moriscos de Las Alpujarras, la rivalidad del rey con su hermanastro don Juan de Austria, la huída de Antonio Pérez, el asesinato del secretario Escobedo, la ejecución de los nobles rebeldes holandeses por orden del duque de Alba, la derrota de la Armada y la ‘aparición’ del pretendido sucesor del trono de Portugal, han dado lugar a las más desequilibradas hipótesis10. Uno de estos enigmáticos episodios —la prisión y muerte del príncipe don Carlos— ha tenido una fortuna tan tenaz en las letras y el arte europeos que, con el tiempo, se ha ido impregnando de hipótesis muy ajenas a la verdad de los hechos. Si en el XIX europeo proliferaron las interpretaciones en clave romántica que enfrentaban al fanático y celoso rey con el fatídico y enamorado príncipe Carlos, no hay que olvidar que dichos rumores ahondaban sus raíces en la intensa propaganda antiespañola extranjera nacida durante el reinado de Felipe II que hoy conocemos como la Leyenda Negra. Un hito fundamental de esa guerra propagandística contra los españoles fue una obra francesa de la segunda mitad del XVII: la novela «histórica» de César Vichard, abate de SaintRéal, Histoire de don Carlos, fils de Philippe II, roi d’Espagne (1672), reeditada en múltiples ocasiones en los siglos XVIII y XIX11. La popularidad de esta obra del abate se debió, entre otros factores, a la representación del lúgubre destino de Carlos, a su supuesta relación incestuosa con la reina Isabel de Valois, su madrastra, y al hipotético asesinato de ambos por el siniestro Felipe II, todo ello servido en un marcado estilo de romántico dramatismo12. En realidad, poco tienen que ver tanto la visión enemiga 10 Para Felipe II, ver la colectánea dirigida por Martínez Millán, 1998. Para el tema del príncipe Carlos en los siglos XVIII y XIX, seguimos a Schaub, 2003; y Díez Borque, 2000. 11 César Vichard, abate de Saint-Réal (Chambéry 1639-1692), fue un escritor e historiador francés al servicio de la casa de Saboya, autor De l’usage de l’histoire (1671); Césarion (1684); Conjuration des Espagnols contre la République de Venise (1674). Su «novela histórica», la primera del género, Histoire de don Carlos, fils de Philippe II, roi d Espagne, de 1672, fue reeditada en 1781, 1864, 1865, 1867, 1873, 1893 y 1897. 12 Ver Hautcoeur, 2009.

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difundida por la Leyenda Negra como la romántica de Saint-Réal o de Schiller con la vida y encarcelamiento de don Carlos, quien es muy probable que estuviera afectado por serios problemas psíquicos y físicos producto de una mala educación y de una encefalopatía juvenil que le dejó graves secuelas13. Para componer la vida de don Carlos, Saint-Réal se basó en el sinfín de panfletos, libelos y rumores que circulaban por la Europa de su tiempo. Es plausible pensar que conociera las Relaciones de Antonio Pérez, la polémica el AntiEspañol y la conocida Apologie, acusación de lesa majestad contra Felipe II lanzada por Guillermo de Orange, así como una relación de la vida del monarca compuesta por Pierre de Bourdeille, Señor de Brantôme, que habiendo vivido en la corte madrileña entre 1564 y 1565, trazó en su colección de Vies des grands capitaines estrangers el retrato de un Felipe II maquiavélico y el de un joven Carlos enamorado de su madrastra. Además de estas fuentes y de su imaginación, y animado por su posición antiespañola, el abate también pudo haber consultado textos españoles como los de Herrera y Tordesillas, Cabrera de Córdoba, o de italianos como Natale Conti14. Lo que interesa preguntarnos ahora es por qué la traducción anónima al español de un fragmento extraído de la obra histórica de Matthieu se le atribuye, en algunos de los manuscritos consultados, al abate de Saint-Réal, nacido en 1639. Nos referimos a la versión española del texto biográfico de Felipe II, inserto originalmente en la Histoire de France et des choses mémorables, que circuló por la corte madrileña en la década 13

Ver Kamen, 1998, pp. 91-92 y Martínez Cuesta, 1998. Para este último, «la historiografía actual ha desmontado toda verosimilitud a la idea de que Felipe II tuviera intención alguna de matar a su hijo. El propósito del rey era alejar a don Carlos de las cuestiones políticas con un encierro de por vida al igual que había ocurrido con doña Juana de Castilla, cuya débil salud mental también había obligado a esto mismo» (p. 2003). Para un reciente análisis de la Leyenda Negra y Felipe II, ver Gárcía Cárcel, 2017. 14 Para los historiadores franceses que trataron el tema, ver Alvar Ezquerra, 1997, pp. 20 y ss.; Kagan, 1998, p. 465. En un manuscrito en el que figura una de las copias del Breve compendio de la vida de Felipe II (el ms. 185 de la Biblioteca de la Universidad de Pensilvania) se recogen los comentarios de diversos historiadores que trataron el suceso de don Carlos, y se citan a «todos los autores españoles, franceses, italianos y flamencos que escribieron en el tiempo que pasaba»: Brantôme, Cabrera de Córdoba, Campana, Natale Conti, Dupleix, Mazeray, Théodore de Mayerne y Estrada. Como se ve, la mayoría de las fuentes son francesas (fol. 47r de la p. digital). Ver también Juderías, 1914, pp. 104-108.

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de 1620, y que varios copistas adjudican indistintamente —prueba de la confusión autorial que sobre este opúsculo se ha tenido desde el mismo siglo XVII— a la pluma de Saint-Réal, a la de Pierre Matthieu, la de Antonio Pérez, o a la del consejero real Juan de Idiáquez15. En uno de los manuscritos de este texto anónimo, el de la Bibliothèque nationale de France, figura la siguiente valoración de la primera mitad del siglo XIX por el escritor romántico Jacinto de Salas y Quiroga, con la que (salvo el juicio negativo sobre el valor de la obra) estamos de acuerdo: Cet abrégé de la vie de Philippe II est assez curieux, mais, je doute qu’il ait été écrit par Antonio Pérez. Il fait partie sans aucun doute d’un ouvrage sur l’histoire générale soit de Espagne, soit de l’Europe. L’auteur s’il n’est pas français, est du moins bien favorisé pour la France. Il écrivait probablement au commencement du règne de Philippe III d Espagne et avant la mort d’Antonio Perez. Probablement il a connu ce dernier personnage quoiqu’il n’en parle que très légèrement. Son opinion sur Don Carlos et sur Don Juan d’Autriche est à mon avis, la seule vraie, mais ce fâcheux qu’il ne dise pas de qu’il bien a les précieux détails qu’il donne sur les deux princes. Je crois très exacte son opinion sur le Roi, et de bien peu de valeur le reste de l’ouvrage. La copie fourmille de fautes, il y en a de toutes les espèces, mais avec un peu d’attention il serait très facile de les corriger presque toutes. On devine aisément la pensée de l’auteur. Il y a quelques gallicismes, et ce qui est plus extraordinaire des italianismes. Il y a même des mots tout a fait italiens16.

Acierta el escritor y erudito decimonónico —sin sospechar que era una traducción— en la pertenencia del texto a una obra mayor y en la postura profrancesa de su autor. Tampoco yerra mucho en la fecha, ya que Matthieu publica su Histoire de France et des choses mémorables en 1605, ni cree, con razón, que el autor sea Antonio Pérez. También está de acuerdo con el retrato que se hace de don Juan de Austria, de don Carlos y del rey. Si bien resulta curiosa la mención de galicismos —lo cual es comprensible—, más lo es la de italianismos. Según este

15 Ver Addendum II. En el catálogo de la Biblioteca de Palacio Real existe una entrada que la atribuye a Idiáquez, pero no pudimos dar con el manuscrito, que data del XVIII. 16 Breve compendio y elogio de la vida del rey Felipe Segundo de España. Escrita por Antonio Pérez, su Secretario, copia de 1730. El primer folio, que contiene estos comentarios, es del XIX.

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comentario, el anónimo pudo haberse hecho teniendo como fuente una de las tantas traducciones italianas de la obra de Matthieu que circularon por ese entonces. Que sea una traducción mediada es muy posible si recordamos la gran fama que alcanzó Matthieu en Italia, y el hecho de que sus primeras traslaciones al español, como hemos visto, se hicieran a partir del italiano. En 1922, el librero de El Escorial, Julián Zarco Cuevas, decía que de esta vita «abundan los manuscritos en bibliotecas públicas y particulares»17. Solo en los fondos de la Biblioteca Nacional de España figura alrededor de una decena. De todos los manuscritos, si bien hay varios que parecen datar del XVII, la gran mayoría son copias del XVIII. La abundancia de este «epítome» o «breviario», con variantes tanto en el título como en su autoría, en las bibliotecas de Europa y Estados Unidos, es muestra fehaciente de su circulación y atractivo tanto en el XVII como en el XVIII. El texto no llegó a la imprenta hasta finales del siglo XVIII (1788) y doscientos años más tarde se reeditó para conmemorar el aniversario de la muerte de Felipe II. Aunque la impresión de 1788 y su reimpresión de 1998 se titulen Vida interior del Rey D. Felipe II, atribuida comúnmente al abad de San Real y por algunos al célebre español Antonio Pérez, su secretario de Estado, en estas páginas nos referimos a este texto anónimo por el título con que la describe Van der Hammen en 1625: Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo. Detacan en estos títulos, además de términos como «compendio», «epítome» y «breve» —que, a diferencia de las grandes historias, como dijimos, dan cuenta de la extensión del tema tratado—, los tocantes a los resortes de la «interioridad» del monarca: «interior», «privativa» y «reservada». En ese sentido, el crítico De Salas y Quiroga destacaba antes la introspección como rasgo del autor, del que se puede adivinar lo que piensa, comentario que subraya el interés por el análisis de la interioridad de uno de los más grandes monarcas de la historia occidental. En varios de los títulos, además, se añade la ‘noticia’ o ‘suceso’ de la muerte del príncipe Carlos, señal del interés de este episodio para los lectores del momento. 17 Zarco Cuevas, 1922, p. 66. Indica acertadamente que es traducción de Matthieu, extraída de la Histoire de France et des choses mémorables. Aunque no el único, es de los pocos que remiten al paratexto de Van der Hammen y señala que para 1632 ya estaba en castellano con el título de Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo. Para estos manuscritos, ver Addendum II.

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La primera historia oficial de la vida del Rey Prudente, de la pluma de su cronista real, Antonio de Herrera y Tordesillas, no se escribió hasta después de su muerte. Fernando Bouza y Richard Kagan se refieren a una carta de 1585 en la que el historiador revela que, por voluntad expresa del rey, no debía escribir su crónica como una vita18. Explica Bouza que Herrera y Tordesillas, siguiendo los deseos reales, compuso la obra histórica que se le había ordenado ese año, la Historia general del mundo, comenzando con los sucesos del XVI desde finales de 1550 y no desde el nacimiento del rey (como se hubiera hecho en una biografía), en la que la figura del Rey Prudente ocupa un segundo plano y se supedita a los hechos narrados19. La obra de Herrera y Tordesillas le sirvió de base a Cabrera de Córdoba para componer la conocida Historia de Felipe II, Rey de España (1619), cuya segunda parte quedó sin publicar hasta el siglo XIX, precisamente debido a uno de los problemas que hemos tratado en las páginas iniciales de este trabajo sobre los retos y dificultades de la escritura de la historia reciente20. Las historias de ambos historiadores españoles, en lo relacionado con los hechos del reinado de Felipe II, eran las más abarcadoras crónicas que se podían consultar en el XVII. Como era prescriptivo, Cabrera de Córdoba, también autor de un manual teórico de la escritura histórica, le dedica al nuevo monarca, Felipe IV, la Historia de Felipe II, Rey de España, su abuelo, con fines educativos: «Haga imitador a vuestra Alteza el ejemplo de quien sangre y obligaciones tiene…»21. La filiación con héroes y antepasados del rey se hace, como era habitual, con los recursos típicos del género, y el cronista 18

Bouza, 1998, p. 20; Kagan, 2009, p. 130. Ver también Kagan, 2004 y Alvar Ezquerra, 2000. 19 La extensa Historia general del mundo de Herrera y Tordesillas se divide en tres partes: años 1559-1557; años 1575-1585; y de 1585 hasta la muerte del rey en 1598 (Bouza, 1998, pp. 20-21, n.23). Es una crónica anual de los hechos señeros del reinado de Felipe II relacionados con los del mundo donde abundan referencias a África, Asia, el Mediterráneo, las Indias, Japón etc. (Herrera, Segunda parte…, 1601, «Dedicatoria», s. p.). 20 El conflicto, en este caso, no estaba relacionado con Francia sino con Aragón y las alteraciones aragonesas de 1591 a raíz de la huida de Antonio Pérez. La revisión de la segunda parte fue encomendada al historiador aragonés Bartolomé Leonardo de Argensola, que sugirió reescribir los pasajes en los que, según él, se criticaban los sucesos aragoneses. Como Cabrera de Córdoba se opuso a enmendarla, la obra quedó sin publicar. 21 Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, 1998, p. 3. El manual se titula De historia, para entenderla y escribirla, y se publicó en 1611.

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español llega a emplear hipérboles o exageraciones de manera muy similar a Matthieu. Haciendo acopio de los lugares comunes para describir a los monarcas, Cabrera de Córdoba coloca a Felipe II, el «Perfecto», junto a Josías, David, Carlos V, Salomón, Constantino Magno, Ezequías, Asuero, Trajano Antonino, Alfonso el Sabio, Luis XI, Julio César, Moisés y toda una lista de ilustres personajes bíblicos e históricos22. A finales del reinado de Felipe III y tras el ascenso al trono de Felipe IV, interesaba proponer al joven monarca la imagen de su prudente abuelo como modelo. Nos recuerda Elliott que si tras los desastres de los últimos años del XVI era normal pensar, en tiempos de Felipe II, en el reinado de Isabel y Fernando como la verdadera edad de oro de Castilla, también lo era, en los últimos años del reinado de Felipe III, considerar el de su padre, Felipe II, como un periodo de épicos logros23. Quevedo, en sus primeras versiones de los Grandes anales de quince días, apostando por el nuevo equipo gubernamental de Felipe IV, describía la gestión de Lerma en estos términos: «Prometen los que hoy sirven (tanto es menester rodear por no decir privados, que ha quedado esta voz por aciaga y achacosa y formidable), que han de volver el estilo del gobierno al tiempo de Felipe II, anivelándose por su providencia»24. No en vano Zúñiga y Olivares, al tomar las riendas del gobierno, manifestaron su intención de «restaurarlo todo al estado en que se hallaba durante el reinado de Felipe II y acabar de una vez con los numerosos abusos introducidos por el gobierno reciente»25. Desde el punto de vista de la privanza, la diferencia más notable entre el reinado de Felipe II y el de su hijo y nieto fue la acumulación de poder de un solo ministro. Malvezzi, por ejemplo, comparaba el estilo de gobierno del Prudente con el de su sucesor: Moura no fue único valido de Felipe Segundo ni este tuvo privado solo, sino tres o cuatro con quien desahogaba sus cuidados. Entre ellos tenía repartidos los negocios del reino, pero a ninguno entregaba la Monarquía. Cuando venía dependencia grave los juntaba y escuchaba sus pareceres,

22

Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, 1998, p. 6. Elliott, 2004, p. 121. 24 Quevedo, Grandes Anales, p. 279. 25 Elliott, 2004, p. 111. Para la opinión de Quevedo, ver Roncero, 2009, p. 148. 23

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eligiendo el que mejor le parecía. Ahora el marqués era privado único y a él solo se encomendó, con el peso del gobierno, el reino26.

Para Elliott, el reinado de Felipe III, de relativa paz internacional y estabilidad interna, suscitó una intensa introspección y una masiva repudiación por parte de sus contemporáneos debido a que los moralistas de la época, ante la necesidad de entender el agravante estado de la Monarquía, recurrieron a la explicación de la pérdida de la antigua virtud encarnada por el monarca justo y autoritario que fue Felipe II, y a su personal modo de conducir el gobierno sin delegar las funciones regias en manos de sus favoritos27. En esta coyuntura, la de la revalorización de la figura del Monarca Prudente, entra en escena en la corte madrileña la mencionada narración de la vida de Felipe II que, atendiendo al valioso e indignado testimonio de Lorenzo van der Hammen, circulaba por el Madrid de entonces: Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo. Esta vita en cuestión —a diferencia de la colosal obra de Herrera y Tordesillas y de la cronológica de Cabrera de Córdoba— proponía, como se deslinda desde el título mismo, narrar con brevedad y concisión la vida y muerte del monarca. En los primeros años del siglo XVII, cuando Enrique IV de Francia y de Navarra había conseguido aplacar los conflictos civiles que habían arruinado el país, Pierre Matthieu, que desde 1594 había puesto su pluma al servicio del rey para componer ingentes historias, publicó en París una obra de la que ya hemos avanzado varias reflexiones: la Histoire de France et des choses mémorables advenues aux provinces estrangères, en cuyo primer volumen figura esta extensa tesela de la vida de Felipe II de España. Esta narración que adquiere vida propia e independiente en español, parte integrante de la ingente historia oficial del francés, fue concebida como una vita desde el nacimiento hasta la muerte, anclada en la tópica laus, la descripción de las virtudes, el origen familiar, el aspecto físico y el énfasis en los nobles hechos y palabras del monarca español, en la estela de Plutarco y Jenofonte. El rechazo a la seca y deslucida exposición de los hechos, y el maridaje de noticias biográficas con una serie de episodios comentados, juicios y opiniones que agilizaban la lectura y rompían la monotonía de la narración, es un claro ejemplo de un modo 26 27

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Citado por Escudero, 2004, p. 174. Elliott, 2004, p. 92.

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de escribir la historia que, es plausible pensar, pudo haber dado paso más tarde a la opinión de que podía constituir una «novela histórica» à la Saint-Réal. Sin embargo, estas vidas, vistas desde la perspectiva y la preceptiva del XVII, como ha estudiado Lía Schwartz en el caso de Mártir Rizo, «lejos de haber sido compuestas según convenciones poéticas o literarias, seguían las pautas de producción de los géneros historiográficos de la época», de ahí que definiciones tales como las de «novelas históricas» o «historias noveladas» resulten anacrónicas a la hora de definir estas narraciones biográficas28. La escritura histórica tal como la practicaba Matthieu ejemplifica claramente las concomitancias que se dieron entre ficción e historiografía en el XVII y demuestra «la variedad de historias en el siglo XVII en las que puede darse cierta comunicación con la novela, en cualquier caso una apertura a la ficción, a la imaginación que está en manos del historiador restringir o ensanchar…»29. El caso de Pierre Matthieu y sus traductores son un vivo ejemplo de ello —en particular el fragmento que se tradujo como Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo—, en el que el cronista francés optó por ‘ensanchar’ esa brecha para acoger en la narración juicios, opiniones, examen de la naturaleza humana, frases atribuídas en estilo directo, confrontación de pareceres, y demás recursos expresivos, sin que por ello llegue a ser ‘novelada’. Al apuntar el precario equilibrio que se establecía entre la ejemplaridad y la expresión de la individualidad en la escritura biográfica, citábamos el estudio de Patricia Eichel-Lojkine, para quien, desde la segunda mitad del XVI, las biografías y colecciones biográficas vacilaron cada vez más entre la «singularidad individual y un mensaje universal», 28 Schwartz, 2005, p. 89; y también 2007 para la revisión de las definiciones genéricas de críticos anteriores como Menéndez Pelayo, Maravall, Blüher y Fueter. Para el estilo de Tácito en el Don Carlos de Saint-Réal ver Navaud, 2017. 29 «Si acaso, se verifica por aquella época en Europa, en el campo de la combinación de historia o realidad contemporánea y ficción, una serie de tanteos aislados o derivados de modas pasajeras, que, faltos de prestigio o subsumidos en otros géneros, no acaban de cuajar en un género narrativo distinto y consolidado, como sería tiempo después el decimonónico de la novela histórica» (Vaíllo, 2007, pp. 19 y 36). Para el caso de España, ver Spang, 1998; Mata, 1995; y Ferreras 1988. Para los fundamentos teóricos de la novela y la historia en Francia, ver Williams, 1979, pp. 78-83; y Boilève-Guerlet, 1993, pp. 121-128. Entre 1660 y 1680 (por los años en los que escribe Saint-Réal) historia, novela, teatro y moral se conjugan y tienen como elemento de unión el descubrimiento de los secretos del alma humana (Guion, 2008, pp. 261 y 294).

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estableciendo una «alianza entre discurso histórico y personal»30. ¿Cómo reconocer en esta biografía de Felipe II las técnicas que pintan lo que hoy llamamos individualidad? Más que las mudanzas de la Fortuna, Matthieu busca la plasmación de la interioridad del monarca para explicar acciones loables o deleznables en la política ya que, como bien sabía el historiógrafo oficial por haber vivido en la corte parisina, cerca del rey y de sus consejeros, el escrutinio de la naturaleza humana era esencial. Las anécdotas personales o detalles escabrosos (siguiendo a Plutarco, Tácito o Suetonio), más allá de la mera curiosidad, son reflejo de la «vida interior» y, por ende, la singularidad del sujeto. Según Matthieu (y su traductor anónimo), este retrato biográfico se propone «conocerle por propias acciones y por el gobierno de los pueblos sobre quienes reinó», subrayando así la búsqueda de los mecanismos y motivaciones de su actividad política31. Tanto en el original francés como en la versión anónima, la primera parte de la narración se concentra en una detallada enumeración de las acciones ‘exteriores’ del rey: la guerra contra los moros de Granada, contra los turcos en la defensa de Malta y en la batalla de Lepanto, las fricciones de la Monarquía con el papado, la guerra de Flandes, la unión de Portugal, etc., y la actuación de varios personajes claves del entorno del rey. Relata además, un episodio con el que los lectores españoles no podían estar de acuerdo: la actuación militar del duque de Alba en Flandes., de quien dice: «El primer enviado a ellos para contenerlos en los límites de la razón fue el duque de Alba, el cual entró no conociendo el humor de la tierra; circunstancia dañosa siempre para un general del rey»32. La oración siguiente, que compara a los holandeses con los numantinos y saguntinos, refuerza la crueldad del duque, que llevó «las órdenes de S. M. en la punta de la espada y quiso forzar con la violencia a un pueblo que no se deja vencer sino solo por necesidad»33. Las acciones de don Juan de Austria se describen animadas por su ambición, que solo su temprana muerte pudo detener (comentario 30

Eichel-Lojkine, 2001, pp. 7 y 10.Ver Burke, 1997. Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 6. 32 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 18. La nota al margen izquierdo en el original francés, y eliminada en la traducción, remite a Tácito y dice así: «Un gouverneur doit congnoistre le pays qu’il gouverne»; y en el lado derecho: «Noscenda populi quem regere vis natura est, quique eam calt prudens dicitur. Tacit. Lib. 4» (Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, p. 103). 33 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 18. 31

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acompañado de una nota marginal de Antonio Pérez). Así sucesivamente, el historiador pasa revista a los sucesos de Portugal (deteniéndose en la crueldad que sufrieron los franceses que ayudaron al prior de Crato); a la derrota de la Armada (que atribuye a los elementos); a los sucesos de Aragón y la huida de Antonio Pérez, de quien dice: «se retiró a París, adonde está todavía mirado como un monstruo de la fortuna»34. Seguidamente, se tratan las guerras de Francia y, curiosamente, Matthieu remite a sus otras obras históricas para que sus lectores se informen sobre lo que ya ha escrito en relación con «los belicosos designios del rey Felipe II»35. Aprovecha para acusar al monarca español de haber dividido el reino francés apoyando la Liga Católica, y subraya el mal comportamiento de los españoles para con los franceses. No olvida destacar la conocida y criticada inaccesibilidad del rey, que no se movía de El Escorial y «vendía cara su vista a los vasallos» y, a este respecto, recuerda la transparencia de los monarcas galos, a quienes «los franceses quieren tener delante de sus ojos»36. Felipe II, como se sabe, después de los años que pasó en Inglaterra y tras su Felicísimo Viaje en 1559, se atrincheró en El Escorial y en algunos de sus palacios cercanos a Madrid y no salió de los confines de la Península a visitar ninguno de los vastos territorios que componían su Monarquía. Después de su descripción y comentarios de estos y otros hechos, pasa entonces a escudriñar el ‘interior’ del rey con un calculado corte, introduciendo una clara línea de ruptura entre la vida política y la personal: «Esta fue la fortuna pública de nuestro gran Felipe, la cual no le dio jamás cosa alguna sin grandes dificultades. La doméstica ofrece, por ventura, más admiración; pero contra las dos opuso siempre la constancia, contra las inquietudes del alma la razón»37. La exploración de la intimidad del rey se refuerza con el uso la interrogación retórica: «Pero si fue venturoso, ¿cuántas desdichas no se alojaron con él debajo de su mismo lecho? Si tuvo prosperidades, no podemos decir que las tuvo puras, sino acompañadas de grandes desastres»38. La pregunta le da pie para entrar en el episodio de don Carlos, de cuyo triste destino considera culpable a su padre. Con todo, como el buen historiador que nos asegura ser, no 34

Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 42. Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 42. 36 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 48. 37 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 46. 38 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 51. 35

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lo hace directamente, sino recurriendo a la confrontación de pareceres (recurso muy empleado por Tácito, como hemos visto): Unos dicen que queriendo tomar debajo de su protección a los flamencos, oprimidos de los castigos indispensables del duque de Alba, fue preso y muerto en Madrid, en la torre que llaman de San Gil. Añaden otros que su muerte no fue muy llorada, visto que degeneraba de la virtud de sus pasados39.

El original francés y la versión anónima se detienen en este punto en la enumeración de todos los rumores sobre la muerte de don Carlos, clasificados por naciones extranjeras, comenzando por los españoles (una frialdad de estómago irremediable), y pasando por los italianos (entristeció, enfermó y murió al verse prisionero), los alemanes (por sentencia de la Inquisición) y los holandeses (por el propio rey tras el consejo de los inquisidores), antes de concluir: La Historia es como una tapicería historiada o figurada de la cual no se pueden ver las imágenes sino se desenvuelve y despliega toda. Necesario es decirlo todo para saber el secreto de la muerte del príncipe, historia escondida en el último pliego de las más secretas acciones de la vida de este rey40.

Finalmente, tras narrar el deteriorado estado mental y las cuestionables inclinaciones y actos del príncipe que obligaron a Felipe II a encarcelarlo, refiere la sentencia de muerte que supuestamente dictó el rey, quien «para firmarla, sabe Dios qué violencia y qué tormento recibió su alma para romper las invencibles ataduras del amor paternal», justificando así la condena del príncipe según la razón de Estado41: «El Rey de España quiso más perder la prenda más cara que tenía en esta vida que ver alborotados sus estados: cosa nunca oída, que un príncipe prefiera 39 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 53. Compárese con este pasaje de los Anales, por ejemplo: «Al relatar la muerte de Druso he transmitido los datos recogidos por la mayoría de los autores y por los de mayor fiabilidad. Pero no quisiera dejar pasar por alto un rumor que se extendió por entonces con tal consciencia que todavía hoy no ha desaparecido» (IV. 10, p. 245). O con este: «Que Nerón viera a su madre muerta y elogiara la hermosura de su cuerpo, hay quienes lo afirman y quienes lo niegan» (XIV. 10, p. 489). 40 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 55. 41 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, pp. 61-62.

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el bien de la república a la vida de un hijo que tanto amaba»42. Después de describir la relación del rey con don Juan de Austria, sus esposas, su bíblica resignación ante las enfermedades y su estoicismo ante la agonía, termina con una valoración de su espíritu: la constancia de sus acciones, su impasiblidad y su prudencia43. En el estilo de Matthieu (y por extensión, en el del texto anónimo) se siente la huella de las técnicas retóricas que agilizan la prosa y permiten asomarse a los ‘retretes’ del alma. Sin pretender ser exhaustivos, señalaremos algunos de esos recursos en el Breve compendio de la vida de Felipe II. La brevedad y sentenciosidad de la frase, por ejemplo, son características en las oraciones introductorias, que encierran una verdad universal aplicada, por deducción, a una verdad particular. Conformada por frases coordinadas paralelas que terminan con una antítesis con correctio, da inicio así la narración: La muerte, que es una pieza de la arquitectura humana y de la orden del universo, verdaderamente es enfadosa a los que creen que ha de durar siempre el mundo para ellos, y a los que consideran más su condición por la ley de su poder que de su naturaleza, no acordándose que los hombres se diferencian por la entrada, no por la salida44.

Como elemento dramático, Matthieu introduce a menudo anécdotas extraídas de la historia romana con fines morales o comparativos. Después de narrar cómo el rey había decidido dar muerte a su hijo, concluye: No fue vituperado este acto, sino ensalzado por justicia estimada; y la seguridad de las cosas del padre no dieron lugar a tratar con blandura los atrevimientos de su hijo. Alababan a Torquato Cónsul porque cortó a su hijo la cabeza porque había peleado contra el tenor de la ley. Bruto hijo hizo morir a dos hijos suyos como cómplices de una conjuración contra la República. ¿Pues qué podía hacer un rey de España entre estas dos pasiones grandes de la justicia de rey y el amor de padre, sino remitirse a los jueces?45.

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Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 66. Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, pp. 100, 101-102 y 105. 44 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 3. 45 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 65. 43

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Nótese, además, la agilidad que el asíndeton le imprime a la prosa, la variación sintáctica entre las oraciones que obliga a una lectura detenida, así como la dramática pregunta retórica final. Hablábamos del recurso de la comparación de pareceres, en imitación de Tácito, cuando se trataba de narrar los varios puntos de vista de un espinoso suceso, como es el caso del asesinato de Andrés en la Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea, o la muerte de don Carlos en esta narración. En esta última, antes de enumerar los diversos rumores sobre el hecho, se justifica así el historiador, dando muestras de su ‘imparcialidad’: «Prueba de un alma perversa es atenerse, en las cosas dudosas, a la peor parte, y así no hace mal el historiador que en tales casos, por no atenerse a una opinión sola, las escribe todas»46. La creación de patéticos cuadros, en los que a menudo se aprovecha el estilo directo en cursiva para describir estados mentales, es también una técnica frecuente: La calentura lenta que le había combatido tres años, y la más violenta gota que puede atenazar un cuerpo humano, le habían preparado a la muerte mucho antes del fin de sus días, y así tenía tan apartados de su atención todos los pensamientos de vivir, que viendo un gentil hombre de su cámara que en medio del rigor de sus dolores tenía tal vez alguna tregua y alivio, y diciéndole que si mudaba de aposento y se pasaba a otro cuarto más desahogado y alegre que aseguraban los médicos que podía durar dos años más, no respondió otra cosa sino: Dad esa imagen de Nuestra Señora a la Infanta, que fue de mi madre, y la he traído conmigo cincuenta años 47.

Vuelve a recurrir a esa técnica más adelante, conjugando las palabras de Felipe II con las de Job: «Decía muchas veces: Que la vida de un rey era de la misma condición que la de un tejedor. Job, que también fue rey, hizo el mismo juicio cuando dijo: Que su vida había sido con toda aquella prontitud con la que el tejedor corta su tela»48. Se nota un aprovechamiento del tradicional ars bene moriendi —por el que Matthieu fue conocido con sus Tablettes, como hemos visto— para enseñar al hombre a desprenderse de la vida terrenal y aceptar la muerte. En perfecta lección neoestoica, deja 46 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 53. Compárese con Tácito: «Acerca del linaje de Curcio Rufo, se según cuentan algunos era hijo de un gladiador, no querría dar informaciones falsas, pero me da vegüenza contar la verdad» (Anales, XI. 21, p. 367). 47 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, pp. 78-79. 48 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 97.

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testimonio de un monarca virtuoso que supo conquistarlas las dos.Toda la narración, ágil desde el inicio, termina con un breve párrafo en el que el polisíndeton resume categóricamente la vida del rey: «Últimamente fue en todo grande, y su virtud y resignación en los contratiempos, y paciencia en sus accidentes, nos mueven a creer piadosamente que su alma goza de la bienaventuranza»49. Si la brevedad sentenciosa de la frase, las metáforas y las máximas políticas abundan esta narración, tampoco faltan pinturas, exempla y digresiones que juntan figuras de estilo y de pensamiento que buscan, como hemos demostrado, no solo dar noticia de los sucesos, sino también, —y fundamentalmente— de sus causas. Sin embargo, Matthieu y sus traductores, admiradores de la prosa lacónica, no llegaron a los extremos de reducción semántica de Quevedo ni de Malvezzi, ni al torcimiento de las frases de estos últimos. Ante la primera oración de la narración de la vida de Felipe II de Matthieu que ya hemos anotado —«La muerte, que es una pieza de la architectura del mundo y de la orden del universo, verdaderamente es enfadosa»—, Malvezzi, por ejemplo, concibe así la primera línea de su Historia de los primeros años del reinado de Felipe IV: «La muerte, que no tiene remedio, es remedio de casi todas las cosas que no tienen remedio»50. Si bien emparentadas, la diferencia en la construcción conceptuosa y el enrevesamiento sintáctico es notable entre uno y otro autor. En este punto, es necesaria una breve digresión para señalar algunos cambios realizados por el anónimo traductor del Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo respecto al original francés que nos han parecido reveladores del contexto en que se produjo51. En líneas generales, el anónimo español suaviza los pasajes más escabrosos en los que España y los españoles salían mal parados, rectifica y corrige hechos y acciones del Prudente, y culpa a Enrique IV, y no al rey español, de fomentar choques y conflictos. Refiriéndose a las guerras civiles francesas, 49

Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 110. Malvezzi, Historia de los primeros años, p. 3. 51 Como dijimos antes, es la reimpresión de esta vita, la que lleva por título Vida interior del Rey D. Felipe II, atribuida comúnmente al abad de San Real y por algunos al célebre español Antonio Pérez, la que estudiamos en este capítulo, y a la que nos referimos como Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo. Somos conscientes de que muchas de las versiones manuscritas consultadas contienen muchas otras variantes, cambios y mofidicaciones a los que no nos refererimos salvo en contadas ocasiones. 50

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y ante la defensa y alabanza pro patria del original que pone de relieve la superioridad gala, como era de esperar, el español coloca a ambas potencias —Leones y Lises— en igualdad de fuerzas y valor. Resteroit de parler des guerres de France, qui on esté les premières en la vie & en l’intention, comme les dernières en l’exécution des desseins belliqueux de ce Prince.[…] Tant y a qu’après des fleuves de sang & des montagnes d’hommes morts, il a esté constraint de confesser que la France ne se peut vaincre que pas les François, qu’elle reprend ses forces comme Antée de sa cheute, qu’elle se relevé du profond de ses ruines, & ne bronche que pour marcher plus seurement (p. 115).

Ahora nos quedaba tratar de las guerras de Francia, que fueron las primeras en la vida y en la intención, como también las últimas en la ejecución, de los belicosos designios del rey Felipe […] hasta que tras los arroyos de sangre derramada, tras los montones de hombres muertos, se vieron obligadas estas dos potencias a confesar que no podía vencer una a la otra y que eran iguales en el valor y la constancia los Leones y las Lises (pp. 42-43).

Aunque cambie el significado y elimine el sustrato mitológico, el traductor no cree necesario suprimir del texto la referencia a «los belicosos designios del rey Felipe». Si los historiadores franceses criticaron la poca visibilidad del rey español, que se escondía en El Escorial y desde allí gobernaba su vasto imperio, el anónimo manipula la comparación de los reyes asirios para suavizar el reproche: Les roys de la première race voulant demeurer retirez, sans se faire voir qu’une fois l’an, comme les assiriens, furent incontinent mesprisez de leurs subjects & tost après dépouillez de leur royaume (p. 118).

Los reyes de primera línea, queriendo vivir retirados, sin dejarse ver más que una vez en el año, como los asirios, fueron muy respetados de sus vasallos; pero el amor era menos que el respeto (p. 48).

No se atreve a trasladar el anónimo la despiadada conclusión a que llega el historiador francés y la reemplaza por otra menos comprometedora pero tampoco muy halagueña: como los asirios no se mostraban, fueron respetados, pero menos amados (una adición que remite a Maquiavelo). En cuanto al espinoso epidodio de don Carlos, el traductor transforma la «herejía» del príncipe en «delito», y el «atentar contra su padre», en «razón de Estado», subrayando así la actuación de Felipe II más como soberano que padre :

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Les inquisiteurs, pour les pratiques qu’il avoit euës avec les ennemies de sa religion, le déclarèrent hérétique & pour avoir conspiré contre la vie de son père, le condamnèrent à la mort (p.125).

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Los inquisidores, por el trato que había tenido el príncipe con los enemigos de la religión, le declararon con delito, y por haber conspirado contra el Estado, le condenaron a muerte (p. 61).

Dando muestras de mayor decoro, y respetando la noción clásica y renacentista de la dignidad de la historia, el traductor silencia el rumor sobre la muerte de la reina («La mort de la reyne d’Espagne quatre mois après ce fait a fait dire d’autres causes de sa mort») y también pasa por alto el ataque de piojos y la vergonzosa pitiriasis del rey, que atenúa con «una asquerosa llaga y con un ejército de innumerables accidentes»52. Por otra parte, el anónimo traductor intensifica el acato del rey Prudente a Roma y reduce sus conflictos con el papado. Como ha estudiado José Martínez Millán, Felipe II se apoderó del control de la jurisdicción eclesiástica y de las órdenes religiosas de la Corona, obligando al papa a seguir los intereses políticos de la Monarquía Hispánica sin permitir su arbitraje en los conflictos. El sueño de los Austria como protectores de la cristiandad y sus aspiraciones de Monarchia Universalis parecían hacerse realidad: la anexión de Portugal y sus dominios (en contra de la opinión del papa Gregorio XIII), la incursión de la Armada en Inglaterra, el apoyo a la Liga Católica en Francia, las guerras de Flandes53. Sin embargo, con el ascenso del papa Clemente VIII en 1592, se produce un cambio en esta dinámica, en la que el pontífice decide socavar el control hispano y llevar a cabo a una reforma ideológica que dio un viraje radical a las relaciones de la Monarquía con Roma. A finales del reino del Rey Prudente, el partido «castellanista» que favorecía el ideal de una Monarchia Universalis independiente de Roma había perdido fuerza, y los pocos representantes que quedaban de este importante cimiento de

52 Histoire de France et des choses mémorables, t. I, p. 126. En francés: «assaillit par une sale phtiriase & une armée innombrable de poux» (p. 126); Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 74. Aunque muchos manuscritos del anónimo contengan estas depuraciones, no es el caso de la Bibliothèque nationale de France, a juzgar por la cita que ofrece Mignet, que sí mantiene la «pitiriasis» y los «piojos» del rey: «Ella le embistió al fin con una asquerosa phitiriase con un exercito innumerable de piojos…», fol. 39 del mss. 273 (Mignet, p. 347); ni el de la University of Pennsylvania: «ella le asaltó por el medio de una asquerosa enfermedad de lepra y con un ejército invencible de piojos», fol. 33. 53 Martínez Millán, 2003, 2010 y 2014.Ver también Tallon, 2007.

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la consolidación de la monarquía católica de Felipe II (entre ellos Quevedo, y entendemos también que Lorenzo van der Hammen) fueron relegados a un segundo plano en el reinado de su hijo y de su nieto. Felipe III instaura, desde el inicio de su gobierno, un nuevo modelo de monarquía en la cual el rey obedecía a Roma; en el XVII, el modelo de monarquía católico-castellana de Felipe II es sustituido por el de monarquía católico-romana de sus herederos con el que Roma impedía el crecimiento europeo de los Austria y centraba sus esfuerzos en la lucha contra el islam y la herejía. Así, tras este preámbulo, se pueden entender mejor las modulaciones respecto a la dinámica entre Felipe II y el papado que realiza el traductor. Recordemos que, si bien no tenemos fecha para esta versión anónima, es muy posible que se hiciera en los últimos años del reinado de Felipe III o en los primeros del de su sucesor. Otro de los cambios más notables es la adición de de «otros soberanos católicos» (no exclusivamente la de Felipe II) en la guerra contra el islam. En el pasaje que narra el enfrentamiento del rey con el papa, el traductor no desaprovecha la concomitancia sonora del sintagma «tant d’ardeur» de la empresa bélica española para trastocarlo por el sintagma «santo ardor», con el que refuerza la naturaleza católica del rey, a quien define «como tan católico», matices ausentes en el original: Il attaque au commencement de son règne le Pape & envoya le Duc d’Alve en Italie. Ceste entreprise enflammée de tant d’ardeur & de colère s’en vola toute en fumée, ne rendit autre fruit á l’entrepreneur que le blasme d’avoir usé du pouvoir du sceptre contre la révérence du Thumin (p. 102).

Al principio de su reinado acometió al Papa y envió al duque de Alba a Italia; y esta empresa, inflamada de santo ardor y justa cólera se deshizo en humo, y no dio otro fruto que el de arrepentirse Felipe, como tan católico, de haber usado del poder del cetro contra la reverencia de la tierra (pp. 16-17).

Donde el francés relata la culpa del rey por haber utilizado su poder terrenal para atacar al celestial, el traductor habla de «arrepentimiento». Haciendo quizá alusión al Cisma papal de Aviñón, el original señala a Francia como sempiterna tierra de asilo de papas (aclaración que se elimina en la traducción y que se sustituye por una nota que atribuye a Felipe II la razón en el conflicto papal). Una vez terminado este mediante la intervención de Francia, el tratado firmado pedía que el duque de Alba, en nombre de su rey, diera al pontífice muestras de sumisión

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y obediencia y le pidiera perdón54. La amplificación del traductor es significativa: [...] que el duque de Alba restituyese a su Santidad cuanto había ocupado de sus estados y dominios y le besase el pie en muestras de sumisión, rendimiento y obediencia que le prestaba el rey su amo, como al verdadero pastor del católico rebaño y cabeza visible de la Iglesia55.

Además de añadir lo relativo a la restitución de los estados ocupados, el duque de Alba, en nombre de Felipe II, debía dar muestras de obediencia al papa, el «verdadero pastor» de la iglesia. En suma, el traductor reescribe la imagen del Prudente siguiendo el nuevo modelo monárquico que se supeditaba a Roma, al igual que, por ejemplo, Juan de Santa María, Juan Fernández de Medrano y Sandoval y Fernando Alvia de Castro o fray Juan de la Puente, y a diferencia de Quevedo, que seguía defendiendo el modelo de Felipe II56. En ese mismo sentido apuntan los cambios relativos a los motivos imperiales hispánicos, en los que el sueño de Monarchia Universalis se conseguía mediante la conquista y evangelización de nuevos territorios. La toma de Amberes sirve para ejemplificar la crueldad de los españoles en el original de Matthieu, pero desaparece en la versión: Anvers de plus riches & fleurissantes de l’Europe, fut saccagée plusieurs jours par les espagnols qui entrèrent dedans par la Citadelle & y exercèrent des cruautez qui n’ont estés scuës par l’antiquité, & que la postérité ne pourra croire (p. 106).

…Amberes, una de las más ricas y florecientes ciudades de Europa, fue saqueada muchos días con rigor por los que entraron dentro del castillo y ejecutaron notables hostilidades (p. 24).

Todo el oro que extraían los españoles y portugueses, animados por la avaricia y la ambición que, según Matthieu, los movía a cruzar los

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Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 102. Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 17. 56 Martínez Millán, 2003, p. 38. Un ilustrativo ejemplo de esta tendencia es el grueso volumen de fray Juan de la Puente: La conveniencia de las dos monarquías católicas, la de la Iglesia romana y la del Imperio español, y defensa de la precedencia de los Reyes Católicos de España a todos los reyes del mundo (1612) donde, en el blasón que lo encabeza, el autor establece una comparación entre el sol («potestad espiritual que reside en el papa») y la luna («símbolo de la potencia temporal del mayor de los reyes»). 55

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mares, se empleó inútilmente en guerras en Europa ya que debió haberse puesto al servicio de la lucha contra el islam57. Les espagnols & les portugais desquels on peut dire comme des romains qu’ ils n’ont jamais pris les armes hors de leurs pays que par l’avarice ou par l’ambition, n’eussent entrepris ces grandes périlleuses navigations, s’il n y eust eu non plus d’or qu’ aux déserts de Lybie.Tout ce qui en est venu s’est employé inutilement en l’Europe. La splendeur de l’or qui avoit donné la lumière de l’Evangile aux Indiens deveoit servir pour le remettre aux lieux ou l’Alcoran l’en a chassé (p. 112).

Los españoles y portugueses, de quienes se puede decir con toda verdad que jamás tomaron las armas fuera de su patria sino por causas justísimas, fueron los primeros que pusieron el pie en las Indias. Hallaron tesoros, pero su objeto fue que la luz del Evangelio ilustrase a los indios, como lo consiguieron gloriosamente a costa de su sangre y de los infinitos riesgos que venció su magnanimidad (p. 36).

El traductor extirpa toda referencia al móvil de la crueldad y la codicia hispano-portuguesa, y reemplaza la oración por otra donde menciona las «causas justísimas» que animaban los actos de los peninsulares en el Nuevo Mundo. El oro que hallaron, añade, fue para evangelizar a los indios, tarea que los conquistadores llevaron a cabo «gloriosamente a costa de su sangre»58. Desaparece así toda referencia a ese otro puntal de la Leyenda Negra que se difundió fuera de España y se convirtió en todo un mito. 2. DON FELIPE EL PRUDENTE: LA REESCRITURA COMO ANTÍDOTO Al estudiar los sucesos claves de la vida de algunos intelectuales como Juan Pablo Mártir Rizo, Lorenzo van der Hammen o Francisco de Quevedo, resulta evidente que su entusiasmo por el nuevo gobierno de 1621 se había desvanecido hacia finales de la década. El ascenso de Felipe IV y la camarilla de Olivares, lo decíamos, habían avivado las esperanzas de muchos hombres de letras y políticos españoles que, como Quevedo, pronto vieron desaparecer sus ilusiones. 57 Esta opinión, emitida por historiadores no españoles, figuraba, por ejemplo, en la Storia d’Italia de Guicciardini, para quien los logros de España en el Nuevo Mundo hubiesen sido más celebrados de haber sido motivados por el deseo de conocimientos o de propagación de la fe cristiana y no por la avidez del oro y las riquezas (1971, p. 571). 58 Matthieu, Breve compendio, trad. anónima, 1788, p. 36.

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Figura X. Don Felipe el Prudente, segundo de este nombre, rey de las Españas y Nuevo Mundo, de Lorenzo van der Hammen, Madrid,Viuda de Alonso Martín, 1632.

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Lorenzo van der Hammen fue otro de esos escritores que se movió en los espacios cortesanos madrileños de los años 1620 y tuvo una activa vida intelectual, a diferencia de su hermano Pedro, del que poco se sabe. Apenas con diecisiete años, Lorenzo estuvo al servicio del cardenal Giovanni Garzia Millini, arzobispo de Rodas y nuncio papal en Madrid. En 1608 había recibido las órdenes menores, y para 1612 ya era sacerdote. A partir de 1610, su fortuna estuvo ligada a la de personalidades como el arzobispo de Granada, Pedro González de Mendoza, de quien fue secretario, y quien pudo haber sido su maestro en Alcalá59. En 1620, participó en la Justa poética y alabanzas justas que hizo la insigne villa de Madrid al bienaventurado San Isidro en las fiestas de su beatificación, recopiladas por Lope de Vega. «Dentro del núcleo cortesano, Lorenzo pertenecía a un grupo muy concreto, y estaba vinculado a la población relativamente anónima de los nobles palaciegos con cargos intermedios, responsables del día a día en Palacio»60. Para el funcionamiento del gigantesco aparato de gobierno español, como se sabe, se constituyó todo un sistema de instituciones, juntas y secretarios que eran parte esencial de la maquinaria administrativa; los letrados, que llegaron a ostentar cargos diversos (arquitectos, bibliotecarios, capellanes, cronistas, maestros, intérpretes de lengua, músicos, médicos, embajadores, etc.) buscaban hacer carrera en la corte y medrar con su pluma o servicios61. Este grupo de intelectuales, en palabras de Carlos Gutiérrez, «comienza a percibir los cargos palaciegos no solo como un prestigioso reconocimiento cortesano, sino también como parte fundamental de la imagen pública»62. Supeditados al poder, escritores como Quevedo, Mártir Rizo o los hermanos Van der Hammen seguían muy atentamente los vaivenes y conflictos faccionales que se daban en ese mudable espacio gubernamental que era la corte, y se decantaban por uno u otro noble como dedicatario de su obra para poder alcanzar mercedes simbólicas, materiales o reconocimiento literario y social.

59

Jordan, 2005, p. 49. Véliz y García Valverde, 2006, p. 4. 61 Para los secretarios reales y sus funciones, ver Barrios, 2015, pp. 575 y ss. Simón Díaz ha recogido el censo de los ‘escritores-criados’ que, de los 30 que había en la corte de Carlos I, pasan a 66 con Felipe II, a 76 con Felipe III y a 223 con Felipe IV (1988, p. 113). 62 Gutiérrez, 2005, pp. 132-135. La cita en la p. 133. 60

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La primera obra publicada por Lorenzo, como recuerda Tamayo de Vargas en la carta liminal del libro, es el Don Felipe el Prudente, segundo de este nombre63. Tras la biografía del monarca, compone seguidamente la de su hermanastro, Don Juan de Austria. Historia, publicada dos años más tarde, en 1627. Poco antes, hacia 1620, habría escrito otra que nunca vería la luz y hoy dada por perdida: El perfecto secretario. Lope, que le dedica a Lorenzo la comedia El bobo del colegio, dice haberla leído y lo exhorta a publicarla; su hermano Pedro la describe, en 1624, como una obra que trata de «cancelleres mayores, presidentes, capitanes generales, reyes, emperadores, arzobispos, cardenales y pontífices»64. Entre las demás obras que pudo haber escrito y que circularon manuscritas están: Historia general de su tiempo, la Vida del rey D. Felipe III, el Sitio y toma de Breda, la Historia tópica de la restauración de la Bahía de Santa Cruz, la Monarquía y cifra universal del orbe y los Juegos antiguos de griegos y romanos65. Como se observa por los títulos, su interés por la historiografía era manifiesto y su conocimiento del mundillo cortesano y literario del Madrid de Felipe IV, innegable. En las páginas iniciales de su Don Juan de Austria, dando pruebas de su fidelidad como historiador, igual que Matthieu en su «Advertissement», dice haberse enriquecido de «relaciones ciertas, fieles originales, libros graves, seguros y doctos y haber comunicado con ministros de importancia en la Corte y Palacio de la Majestad católica, donde nací, me crié y asisto»66. Lorenzo, Lope de Vega y Juan Pérez de Montalbán, sacerdotes los tres, ingresaron en 1625 en la Venerable Orden de San Pedro, de la que Lorenzo sería capellán mayor cinco años más tarde. Destaca también el papel de Quevedo en la corte por estos años, donde «se ‘sentía’ su imparable ascenso, su renovada aparición en los círculos cortesanos más altos, después de haber sorteado todas las caídas». En su biografía de Quevedo, aprovecha Jauralde para mencionar su amistad con el otro traductor de Matthieu, Mártir Rizo, y llamar la 63 Montalbán, Para Todos, p. 634; y Pedro van der Hammen, Pedazos de historia, s.p. Ver Jordan, 2005, p. 67 y p. 301, n. 11. También compuso una descripción del monasterio de San Lorenzo Real de la Victoria, circa 1620-1621 (Jordan, 2005, p. 301, n. 16). 64 También la menciona Montalbán: «y tiene para sacar a luz en romance El perfecto secretario en cuatro tomos» (Para Todos, p. 634).Ver Jordan, 2005, p. 67, n. 11. 65 El dato es de Álvarez de Baena, Hijos de Madrid…, pp. 378-381, pero no da más detalles de dichas obras. 66 Van der Hammen, Don Juan de Austria, fol. 2v.

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atención sobre «el coro de alabanzas que rodea al Conde-Duque y a su programa reformista en estos primeros años»67. Una muestra de la importancia de la figura de Lorenzo en la constelación de letras barrocas que hemos venido describiendo es su contribución al pensamiento político del momento en el texto liminar de la Política de Dios de su amigo Quevedo, que hemos mencionado en capítulos anteriores. De los prolegómenos que intercambiaron —y uno de los mejores testimonios lo encontramos el Don Felipe el Prudente— podemos deducir que tenían cierta amistad por entonces. Es gracias a esa relación que Quevedo le encargó el extenso prólogo de la Política de Dios y una primera revisión de los Sueños68. En 1629, Lorenzo también firmó la aprobación de las ediciones de Quevedo de las Obras propias y traducciones de fray Luis de León y de las Obras del bachiller Francisco de la Torre en calidad de censor eclesiástico La edición primera del Don Felipe el Prudente, la de 1625, va dedicada a Hernando Álvarez de Toledo y Beaumont, heredero de los títulos de la poderosa casa de Alba. La segunda edición de la misma biografía, publicada en 1632, iba dirigida al duque de Sessa, cabeza de otra de las más grandes familias de la nobleza española. La dedicatoria a algún influyente personaje cortesano del momento revelaba una afinidad ideológica entre el escritor y su mecenas, por lo que con este ofrecimiento a Sessa, claramente vinculado a la nobleza contraria a Olivares, Lorenzo volvía, siete años más tarde, a dejar en claro su posición respecto al ministro69. La antipatía y el rechazo que sentían muchos de los representantes de las casas de mayor abolengo de Castilla por el conde duque no eran secreto. Las relaciones de la casa de Alba con Olivares no fueron las mejores en estos años, ni en los siguientes, en los que se temía una rebelión de los «grandes»70. Cuando el duque de Alba terminó sus funciones como virrey de Nápoles en 1628, fue nombrado mayordomo mayor, en consonancia con su alto rango; pero Olivares, que no se sentía cómodo con la presencia de un grande de España en un puesto tan

67

Jauralde, 1999, pp. 498-499. Jauralde, 1999, pp. 498-499. Para la carta, ver Jauralde, 1999, p. 519: «Remito a Vuestra Merced esos sueños del amigo, como prometí, y le aseguro se pueden ahora leer sin escrúpulo, porque los he corregido por los originales que en mi librería tengo, y aun yo mismo he escrito gran parte, como le dirá la letra». 69 Jordan, 2005, p. 294;Véliz y García Valverde, 2006, p. 15. 70 Elliott, 2004, pp. 531-532. 68

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determinante, limitó sus funciones71. A tenor de las críticas lanzadas por algunos miembros de las más nobles familias a la política económica del conde duque de Olivares (como fue el caso del granadino Mateo de Lisón y Biedma, desterrado de sus propiedades), en 1627 se prohibió la impresión de «cartas y relaciones, apologías y panegíricos, gacetas y boletines, sermones, discursos y artículos sobre asuntos del Estado y del gobierno, […] arbitrios, versos, diálogos, o cualquier otra cosa, por breve que fuera»72. En el conocido Memorial de los caballeros de España, texto anónimo dirigido a Felipe IV que circuló por la corte en junio de 1629, probablemente salido de la pluma del duque de Sessa o del conde de Salinas, se acusaba abiertamente al conde duque de arruinar a España con medidas económicas y guerras inservibles73. A raíz de la publicación de El Chitón de las tarabillas en 1630, panfleto ‘anónimo’ dedicado a defender la política financiera de Felipe IV y del duque ante las críticas y libelos que circulaban en su contra (pero lleno de dardos envenenados a los monarcas españoles), y después de la muerte de su hermano Juan en 1631, parece ser que la relación de Lorenzo con el gobierno de Olivares, como sucedió con varios de los antiguos miembros de la vieja aristocracia, ahora desilusionados con el giro que tomaba la dirección del gobierno, se había deteriorado74.Tras periodos de cárcel, alejamientos de la corte e incluso destierro, escritores relacionados con los círculos de poder como Quevedo, Mártir Rizo o Lorenzo pasaron a formar parte de los opositores del todavía muy poderoso conde duque. Es posible que sus vicisitudes también estén ligadas al rechazo de la autocracia con que gobernaba Olivares, en particular a las medidas económicas que les exigía a los nobles, descontentos con sus métodos arbitrarios de gobierno y exentos de pagar tributos, de hacer «donativos» o contribuciones voluntarias con el fin de recaudar fondos para las arcas cada vez más vacías de la Corona. Recordemos que el primer ‘donativo’ que ordena Olivares fue en 1624-1625, periodo fundamental para las traduciones de la obra

71

Elliott, 2004, pp. 444-445. Citado por Véliz y García Valverde, 2006, p.13. 73 «pierde a España, y España lo conoce, [...], ya con pragmáticas sin fruto [...], ya con la baja de moneda, tan sin tiempo, ya con pérdida de la flota por su culpa, [...], ya con guerras en Italia, comenzadas por su antojo, mal prevenidas y en peor sazón, sin gente, sin dineros y sin razón», Elliott y Peña, 1978-1980, p. 8. 74 Véliz y García Valverde, 2006, p. 15. 72

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de Matthieu. El rechazo de la medidas del gobierno del conde duque no solo encontró la oposición política y económica de los miembros de la alta nobleza y las élites provinciales, sino también la del estamento eclesiástico, grupo al que pertenecían Mártir Rizo y Van der Hammen75. No podemos dejar de preguntarnos —sin llegar por el momento a respuestas definitivas— si hay alguna relación entre la pérdida de favor de Quevedo en la corte, el encarcelamiento de Mártir Rizo y el destierro de Van der Hammen. El fracaso de los esfuerzos de consagración social y la caída en desgracia de Mártir Rizo y Lorenzo, los traductores principales de la obra de Matthieu, es coincidente con el alejamiento de Quevedo de la Corte que, como vimos, fue amigo de los dos. Sí podemos intuir que su colaboración con un grupo nobiliario que se iba apartando del todopoderoso privado fue una razón de peso en el destino de estos intelectuales que, como letrados y pretendientes cortesanos, sucumbieron a las luchas faccionales del momento y terminaron castigados o alejados de la vida política. Recordaba Jauralde que hacia finales de la década de 1620, la mayoría de los opositores al régimen de Olivares eran «todos nombres cercanos a Quevedo»76. Este, tras las polémicas sobre el patronato de Santiago, estuvo alejado de Madrid hasta principios de 1629, cuando es llamado por Olivares, pero en tan solo unos años, su relación con el conde duque se había deteriorado. En el caso de Lorenzo van der Hammen, su postura respecto a Olivares al dedicar su Don Felipe el Prudente a dos de los miembros de las familias que más se enfrentaron a la política de Olivares, creemos que está clara. Es muy posible que «Lorenzo fuera una de sus víctimas, a causa de algún escrito o sencillamente por su conexión con las Casas de Alba y Fernández de Córdoba»77. Como se sabe, con el fin de controlar la desobediencia de algunos miembros de las más nobles familias, se creó en 1634 la Junta de Obediencia; ese mismo año, los duques de Sessa y de Alba fueron exiliados de la Corte78. Por esos mismos años, Lorenzo, tan orgulloso de haber nacido y haberse criado en Madrid, pudo, gracias a la intervención de algunos amigos miembros del Consejo de Castilla, escaparse a Las Alpujarras, lugar del que dijo: «solo el infierno pudiera serme vivienda 75

Negredo del Cerro, 2014. Jauralde, 1999, p. 512. 77 Véliz y García Valverde, 2006, p. 17. 78 Elliott, 2004, p. 531. 76

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más insufrible»79. Allí pasó 14 años y no se tienen más noticias suyas hasta que más de una década más tarde firmó la larga dedicatoria del libro Modo de llorar los pecados, dirigido a un primo del duque de Sessa, el marqués de Valenzuela, señal del estrecho vínculo que aún lo unía a esta familia. Una vez fallecido Olivares, y nuevamente con la ayuda de algunos amigos, fue nombrado capellán de la Capilla Real de Granada en 1650, donde murió en 1664, a la edad de 75 años. Tras su ausencia de la corte y durante los años que vivió alejado de ella, publicó obras de factura religiosa que poco tienen que ver con la literatura política a la que se había dedicado en el Madrid de los años 1620. Al hilo de todo esto, conviene recordar la galería de humanistas retratados por Juan van der Hammen y su vinculación con el género de las colecciones biográficas como las de Vasari, o la que tenía pensada Malvezzi dedicada a los siete reyes de Roma (Rómulo, Tarquino, David…); o las dos vitae compuestas por el mismo Lorenzo —la de Felipe II y la de su hermano Juan de Austria—, que pueden leerse como una «pequeña galería de vidas»80. Juan van der Hammen fue un conocido pintor de retratos y bodegones a quien Pacheco le dedicó elogiosos comentarios en El arte de la pintura (1649). Entre sus amigos o conocidos, estaban Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Ruiz de Alarcón, Pérez de Montalbán, Francisco de Rioja y fray Hortensio Paravicino. Sus raíces flamencas, que le daban mayor distinción de la que tenían muchos de los pintores de Madrid, explican su relativa sofisticación y el lugar que ocupó en la Corte81. Tras su temprana muerte en 1631, al realizar el catálogo de su patrimonio, se registró una serie de veinte retratos de personajes ilustres del mundo cultural madrileño. Estos lienzos revelan un hecho curioso que apunta a una manera semejante de concebir las colecciones de vitae en la literatura y la pintura: la serie se catalogó como una sola unidad y se le distinguió de los retratos que se listaban por separado en el inventario. Entre los retratos del conjunto figuraban, además del de su hermano Lorenzo, los de Lope de Vega, Quevedo, Luis de Góngora, Juan Pérez

79

Citado por Véliz y García Valverde, 2006, p. 15. Véliz y García Valverde, 2006, p. 10. Y también la de Felipe III que quizá escribiera, aunque no hemos podido corroborar el dato que ofrece Álvarez de Baena. 81 Pacheco, Arte de la pintura, pp. 421-422. Juan escribió versos destacando las similitudes entre poesía y pintura, lo cual le valió las alabanzas de Juan Pérez de Montalbán (Cherry, 1999, pp. 146-166). 80

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de Montalbán, Juan Ruiz de Alarcón, Francisco de Rioja, Jerónimo de Huerta, Catalina de Erauzo (la monja Alférez) y José de Valdivieso82. Antonio Sánchez Jiménez sugiere que tanto el interés profesional y comercial por estos géneros pictóricos de ‘menor’ estima (retratos y bodegones) como las invectivas de Lope contra la poesía culterana y su defensa del arte imitativo de Juan van der Hammen han de verse como batallas en un mismo frente83. Parece plausible pensar, siguiendo el principio clásico de la relación entre pictura y poesis, que del mismo modo que Juan se inclinó hacia un arte pictórico renovador, su hermano Lorenzo abogó por un género que también estaba ganando letras de nobleza en la literatura áurea: las vidas particulares. Su vida de Don Felipe el Prudente, seguida más tarde de la Historia de Don Juan de Austria, como señalan Véliz y García Valverde son dos biografías complementarias de los hijos del emperador, la del hombre político y la del hombre de acción, aspectos que «los moralistas políticos buscaban en vano en el panorama del reinado de Felipe IV»84 . Y ello sin desestimar el interés comercial tanto de Lorenzo como de Pedro por el género de la biografía que practicaron en un gran momento de auge editorial sirviéndose de la traducción y adaptación de la obra de Matthieu, al igual que, como hemos visto, aprovechó Mártir Rizo. En sus estudios sobre los diversos tipos de vínculos que se pueden establecer entre los textos —hipertextuales, intertextuales, metatextuales, architextuales y paratextuales— Genette aporta toda una serie de ejemplos de hipertextos entre los que figuran la parodia, el pastiche, el travestimiento, las continuaciones y prolongaciones y la transposición85. En este sentido, la lectura de los abundantes paratextos de Don Felipe el prudente, compuestos por el propio Van der Hammen, Quevedo,Tamayo de Vargas y los censores, nos revela que esta biografía tiene como hipotexto el anónimo Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo. Así lo confiesa Van der Hammen, indicando que su aporte,

82 La mayoría de estos lienzos, sin embargo, no ha podido ser localizada. Para Jordan y Cherry, la llegada de Velázquez a la corte obstaculizó la carrera de retratista real de Juan (Jordan, 2005 p. 148). 83 Sánchez Jiménez, 2009. 84 Véliz y García Valverde, 2006, p. 10. 85 Genette, 1962.

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[...] lo que lleva de casa (aunque Vuesa Merced lo conocerá mejor) es haber reducido a pocos pliegos de papel lo mucho que de la vida de don Felipe escribieron sus historiadores. La disposición y traza (si bien no nueva, pues Suetonio Tranquilo, Lucio Floro y otros la usaron, pienso fundados en la sustancia de aquellas palabras de Veleyo, cum facilius cuius que rei in unam contracta species, quam divisa temporibus oculis animisque inhaerat, es de Pedro Matheo, algún tanto mejorada86.

Para su Don Felipe el prudente, Van der Hammen confiesa entonces haber mantenido la estructura o dispositio de Matthieu debido a que, según él, la relación de los hechos, tal como los arregla el francés, se imprimía mejor en la mente del lector. Asimismo, da cuenta de cómo entendía los antecedentes en los que se asentaba su escritura histórica —imitatio y aemulatio— al tiempo que acentúa la figura del historiador francés como biógrafo e intemediario de la transmisión de los saberes heredados. Esta declaración puede leerse con otra que nos ofrece, una vez terminados los prolegómenos del libro, en una breve descripción sobre los historiadores que han celebrado la memoria de los monarcas que se han de imitar. De la cita anterior repite a los antiguos Livio, Tácito y Suetonio para conectarlos con los españoles que habían escrito sobre la vida de Felipe II (Herrera y Tordesillas y Cabrera de Córdoba), en la estela de Valerio Máximo, quien, nos dice, compuso nueve libros de ejemplos memorables87. Haciendo hincapié en la brevedad necesaria para la biografía, termina la lista con estos curiosos ejemplos: «El de Fuenmayor, del divino Herrera, Pedro Mateo y don Francisco de Quevedo, en las vidas que epitomaron de Pío Quinto, Tomás Moro, Nicolás de Nueva Villa y don Tomás de Villanueva»88. Es significativo el recorrido temporal, espacial y doctrinal que hace Van der Hammen al pasar de autores antiguos a modernos dedicados en algún momento a la biografía de modelos ejemplarizantes muy cercanos en tiempo: la vida del papa Pío V, personaje clave del Concilio de Trento 86

Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «Don Lorenzo Vander Hammen a Quevedo», s. p. Las palabras de Patérculo están en Historiae Romanae, Libro I, 14. 87 Como se sabe, el historiador romano escribió un compendio de anécdotas y exempla titulado Factorum ac dictorum memorabilium libri IX (Nueve libros de hechos y dichos memorables). 88 Para el caso de la vida de Tomás de Villanueva ver Quevedo, 2005; y Peraita,

2012.

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y la Contrarreforma; la de Tomás Moro, político, consejero de Enrique VIII de Inglaterra y detractor de la Reforma protestante; el marqués de Villanueva, consejero de varios monarcas galos y a quien ya hemos mencionado; y la del sacerdote y arzobispo Tomás de Villanueva, confesor y consejero de Carlos V. Con la inserción de su propia obra en la lista de estas biografías compuestas por los mencionados autores antiguos y modernos se redondea toda una tradición en la que él mismo se inscribe como biógrafo e historiador, y se enfatizan, más que los historiadores del pasado grecolatino, los símbolos autóctonos y las figuras transcendentales del siglo anterior y de su tiempo. Insiste, por otra parte, en el uso de narraciones breves que, a diferencia de la historia ingente, tenían el propósito de enseñar deleitando: Otros hicieran grandes libros de institución y crianza de príncipes y escribieran doctrinas o, como las llama Cicerón, catequesis de reyes, pero yo me he contentado con solo retratar a Don Felipe el Prudente (graduado por tal de la voz común, voz de Dios) pareciéndome con esta lección se aprende más y con menos trabajo que en todos esos avisos y preceptos: Longum iter per praecepta (dijo Séneca) breue & efficax per exempla; doctrina es suya» (Epist. 6)…89

En términos similares se expresa uno de sus calificadores, el padre fray Lucas de Montoyo, predicador y cronista general de la sagrada religión de San Francisco de Paula, al inicio de su aprobación: «El don Filipo el Prudente, dispuesto en tan pequeño epílogo por don Lorenzo van der Hammen y León, he leído»; y similar énfasis en la brevedad destacan los demás calificadores: el maestro Gil González Dávila lo llama «breviario», y el propio Lorenzo lo llama «librillo, escrito con la brevedad que vuestra merced sabe», antes de revelar que sigue la dispositio de Matthieu por ser «imposible poder por anales abreviar tantos años, tan llenos de acaecimientos y sucesos varios, en tan breve espacio, sin confundirlo todo»90.Vuelve a recordar importancia de la brevedad en estas narraciones Tamayo de Vargas con sintagmas tales como «relación sucinta de la vida de Filipe el Prudente», o «lienzos cortos», que premiten subrayar «el

89

Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A don Tomás Tamayo de Vargas», s. p. 90 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «Aprobación de Gil González Dávila», s. p.

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provecho que de su fácil lección pueden sacar los príncipes, que aunque siempre ocupados, han de tener por espejo las memorias de sus antepasados para disponer las suyas gloriosamente…»91. El mejor y más temprano testimonio de la circulación de los manuscritos del Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo, lo hemos dicho, nos lo ofrece Lorenzo van der Hammen en una de las «Advertencias» paratextuales de su Don Felipe el Prudente. Los abundantes preliminares —citamos por la edición reimpresa en 1632— son ya indicio de que la obra tiene unos polémicos antecedentes que el conjunto de censuras, dedicatorias y epístolas intenta purificar. Este complejo aparato introductorio se compone de: • La conocida frase de la Epístola XCI de Séneca: Aequat omnes cinis; impares nascimur, pares morimur. Conditor ille ivris humani non natalibus nos, nec nominum claritate distinxit, nisi dum sumus. • La dedicatoria «Al excelentísimo señor don Luis Fernández de Córdoba, Cardona y Aragón, duque de Sessa, Baena y Soma». • Una «Aprobación del reverendo padre fray Lucas de Montoyo, predicador y Coronista general de la sagrada religión de San Francisco de Paula». • «Don Lorenzo van der Hammen y León, Vicario de Jubiles, a don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, señor de la Villa de la Torre de Juan Abad». • Respuesta de «Don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, señor de la Villa de la Torre de Juan Abad, a don Lorenzo van der Hammen y León,Vicario de Jubiles». • «A don Tomás Tamayo de Vargas». • Respuesta de «Tomás Tamayo de Vargas a don Lorenzo van der Hammen,Vicario de Jubiles». • «A Todos», de Lorenzo van der Hammen La acumulación paratextual, con la cual Van der Hammen teje una estrecha red con otros agentes del campo del poder, revela su apuesta por el patriotismo al presentar su Don Felipe el Prudente como contestación a la envidia y la animadversión extranjera, haciendo del tema de las calumnias foráneas un verdadero leitmotiv. La diana fundamental es 91 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A don Tomás Tamayo de Vargas», s. p.

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precisamente Pierre Matthieu, y en el último de los paratextos, su «A Todos», arranca con una áspera acusación de la parcialidad del francés como historiador: Pedro Mateo, elocuente escritor y coronista de los cristianísimos reyes de Francia, olvidado de la obligación de su oficio, menos reconocido de lo que debiera a la estimación que de él hizo siempre España, y llevado de la pasión natural (común en los más de los extranjeros) con que nació a esta Corona…92.

Como vimos en el «Juicio a las obras de Pedro Matheo» de Quevedo para la edición de su otro amigo y traductor, Mártir Rizo,Van der Hammen alaba la elocuencia del francés y reconoce la fama que ha alcanzado en España antes de acusarlo de dejarse arrastrar por la pasión y violentar la noción clásica de la dignidad de la historia. Seguidamente nos da la ubicación, dentro de la obra de Matthieu, del texto en cuestión, con números de folios específicos e incipit en francés y español, para mayor aclaración: «en la cuarta narración del libro primero, que comienza en el fol. 95 con estas palabras: La mort, qui est une piece de l’architecture du monde, et de l’ordre de l’univers, etc. La muerte, que es una pieza de la arquitectura del mundo y de la orden del universo, etc., y acaba en el 148»93. Explica a continuación la posible fuente de esos venenosos rumores que recoge Matthieu, recriminándolo por su falta de decoro por desvelar detalles de la vida de los príncipes y por su cuestionable empleo de artificios retóricos que tiñen la verdad: [...] pienso yo, ayudado de relaciones falsas que la pasión de cierto español retirado en aquel reino por causas graves y ocultas inventó para descargo de sus delitos, o venganza de lo que había padecido, escribió la vida de don Felipe Segundo con estilo y lenguaje que la envidia o depravada inclinación suelen ofrecer, aunque mezclando con artificio y cuidado entre los vituperios alabanzas (condición del áspid, que entre las rosas más hermosas vierte el veneno) sin acordarse, cuando la necesidad le obligara, de lo que poco después dijo: que las cosas que tocan a los príncipes tenemos la obligación de sentirlas, mas no licencia de manifestarlas.94

92

Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p. Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p. 94 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p. 93

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Para el español, Matthieu es artificioso, envidioso, no sigue sus propios preceptos, y sus fuentes no son siempre fidedignas. ¿Es aquí donde comienza la atribución de esta biografía a Antonio Pérez, como se puede constatar en varios de los manuscritos? (Ver Addendum II). La mención de «cierto español» retirado en Francia por causas graves nos inclina a pensar así; que Matthieu conociera en persona a Antonio Pérez es muy posible, porque el español, como sabemos, también fue protegido del ‘mecenas’ de Matthieu, el canciller Bellièvre, durante su exilio en París. Además, deja constancia de haberlo leído, puesto que lo cita en múltiples ocasiones a lo largo de su obra95. Apoyándose en el conocido topos del áspid escondido entre las rosas, pasa Van der Hammen a señalar quiénes son los vituperados en el anónimo traducido del francés: don Juan de Austria, el príncipe don Carlos, el duque de Alba y toda la nación española: Esto, como insinúa Halicarnaseo, arguye mala inclinación y es bajeza de ánimo, si bien pasara aun con decir también tanto mal del señor don Juan de Austria, del serenísimo príncipe don Carlos, del gran duque de Alba y de toda la nación sin volver por nuestra reputación si se quedara en su materno idioma, en que se imprimió, como los demás que escribieron del mismo género sin saberlo, ni poderlo averiguar (que es harta gracia): el presidente Jaques Augusto Tuano, Pedro Justiniano, Patricio de Venecia, Jerónimo Campis Connestagio, Natal Conde y otros que pudiera nombrar, pero déjolo de hacer por decirles lo que San Pablo y Cicerón a los griegos, Tertuliano y Pedro Crinito a Tácito: que tuvieron mayor cuidado de la erudición y elegancia, que de la verdad; por lo que Persio, y algunos más que miraron bien la cosa, los llamaron a unos y otros mentirosos atrevidos, habladores y livianos96 .

Para Van der Hammen, Matthieu no es el único extranjero que envidia y critica a los españoles, sino que forma parte de toda una galería de conocidos enemigos de España, fundamentalente italianos y franceses. Llama la atención, además de la crítica, la equiparación de la escritura de Matthieu con la de Tácito que, según el español, cuidaba más la elegancia que la verdad. Evidentemente, la ‘verdad’ que manejaban Matthieu y los 95 Lo menciona, por ejemplo, en su Histoire de France et des choses mémorables (t. I, p. 75), y en una nota al margen invita a «Voir les Espitres de Antonio Perez»; más adelante, al hablar de los disturbios de Aragón, remite a las «relaciones» compuestas por el español (t. I, p. 113). 96 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p.

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demás historiadores extranjeros sobre Felipe II, su hermano, su hijo y el duque de Alba en una Europa asediada por la tentacular Monarquía Hispánica era una verdad en pugna con la de los españoles. Hoy nos es difícil averiguar quién pudo haber sido el traductor anónimo, pero dice de él Van der Hammen: Mas como cierto curioso (otro título le iba a dar) tradujo este papel del francés en nuestra lengua castellana sin prohijarle (peregrina malicia), más autor y dueño del que cada uno quisiere darle, titulándole: Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe Segundo, y muchos, no conociendo el acíbar que dentro de él estaba, comenzaron a estimarle y aun acreditarle no pocos de los que se precian de muy entendidos (no pequeña dicha si medianamente lo fueran) cuyo fin principal es decir mal y desear no se diga bien de lo que merece estimación (infelicidad de este siglo) fue forzoso volver por la verdad, dando a entender el engaño y malicia y, de camino, derribando del lugar que tan inméritamente ocupa este mal retrato del mayor y mejor príncipe que ha gozado el mundo en muchos siglos97.

Van der Hammen, que durante esos años había ejercitado la censura eclesiástica de libros, se presenta como autorizado calificador al revelar los errores y mentiras encubiertos del anónimo, por muy sutiles que fueran. Ataca al malicioso traductor por ocultar su nombre y les advierte a los que estiman el texto del «acíbar» que esconde. La mención del amargor disimulado nos recuerda las acusaciones que llovieron sobre Lipsio por haber sacado a la luz el «veneno» que contenía la obra de Tácito y ponerlo en boca de la gente; o la conocida comparación de Lipsio con el inventor de la pólvora que hizo Saavedra Fajardo98. La censura y expurgación de libros, como se sabe, no se limitó a los heréticos, «sino que atañe al mal libro en general» y recurría a «analogías y fórmulas iconográficas» que «surgen, principalmente, del imaginario de la herejía, tradicionalmente asociado con el símbolo del veneno»99. Así, tras dar el testimonio de la existencia de esta biografía emponzoñada y de la estima que alcanzó entre algunos lectores,Van der Hammen decide derribar el 97

Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p. Al tratar la recuperación de Tácito por Lipsio dice del belga: «Pero no sé si fue en esto más dañoso al sosiego público que el otro inventor de la pólvora. Tales son las doctrinas tiranas y el veneno que se ha sacado de esta fuente; por quien dijo Budeo que era el más facineroso de los escritores» (República literaria, 2006, p. 97). 99 Nakládalová, 2013, p. 59. 98

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«mal retrato» de Felipe II creado por el francés y justifica la necesidad de su empresa, es decir, la adaptación y reescritura de esta traducción: «Detuviérase otro en castigar de espacio los errores de este papel, respondiendo a cada uno muy de propósito, como si los gustos estuvieran hoy hechos a tales viandas o fuera de algún provecho semejante género de estudio»100. Nótese, de paso, el uso del término ‘retrato’ que, si es natural en este contexto, apunta a las concomintancias entre arte pictórico y escrito a las que nos referíamos antes. Aunque la obra de Matthieu se leyera y alabara en estos años en España, no resulta extraño que el traductor ocultara su nombre. A diferencia de las vitae de Seyano, de Felipa de Catanea y de Enrique IV, la de Felipe II no era una «historia oficial» ni estaba amparada por ningún oficial de la Corona, y es posible que tampoco hubiera podido franquear el sistema de censuras y privilegios para su publicación. Apunta Kagan a este respecto que historia oficial es aquella que es «aprobada» o «autorizada», la que recibe patrocinio o apoyo gubernamental y que se elabora para dejar a las generaciones futuras una lectura particular del pasado101. Más que mentir deliberadamente, la pluma de Matthieu, historiador oficial francés, reflejaba la visión política del círculo cortesano del rey Enrique IV, a quien servía. Si a la hora de alabar a su rey una «pluma teñida» como la suya se esforzaba por guardar el debido decoro y escoger calculadamente los hechos que mejor reflejaran el semblante real galo, esa misma pluma no estaba obligada a hacerlo al describir a Felipe II, monarca de la nación enemiga. Como hicieron también Mártir Rizo y Quevedo al condenar y subsanar los supuestos errores históricos en la Historia de la prosperidad infeliz de Felipa de Catanea, el amargor que Matthieu había diluido en esta parcela de la vida del Rey Prudente movilizó la pluma de Van der Hammen, que responde con el antídoto de su contrahistoria de Don Felipe el Prudente. Al igual que el «Juicio» de Quevedo en los preliminares de la historia de la lavandera de Nápoles —que, recordemos, dice: «Yo, habiendo visto este libro, propuse no responder a Pedro Matheo»—, Van der Hammen, que también busca enaltecer la reputación de España y de su monarca defendiéndolos de los ataques enemigos, opta por no señalar los errores del anónimo para, una vez argumentada su intención de escribir la «contrahistoria», puntualizar cómo la llevó a cabo: 100 101

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Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p. Kagan, 2009, p. 3.

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quise elegir camino más seguro y dar a la patria, de aquel océano, sola una gota; pero esa clara, pura y limpia de castigaciones, impugnaciones, censuras y advertencias, si bien aunque en algunas partes mejorado, guardando el orden y disposición del otro Compendio o Breviario, para que todos la gocen sin embarazo ni estorbo: pues no siendo común la traducción, el que la tuviere hallará a poco trabajo en lo que erró Pedro Mateo; y el que no, seguidos los discursos y tratada la materia con igualdad de limpieza, aseo y sencillez, honrando lo más bien que he podido a todos y no ofendiendo a nadie. Tal fuerza tiene la verdad dicha con las circunstancias que piden el buen juicio y la prudencia102.

Al no querer hacer una revisión y refutación de los puntos en que ‘yerra’ la narración del francés, y con el objeto de sacar a la luz un documento íntegro, decide reescribirlo guardando la dispositio del original pero limpiando, purificando y expurgando los dardos nocivos presentes en el texto103. Añade, además, un dato interesante, y es que la traducción en cuestión, a pesar de su circulación manuscrita, no era aún muy conocida por esos años, como lo sería después, a juzgar por el número de copias que nos han llegado hasta hoy. Termina esta sección con un tópico discurso nacionalista sobre las virtudes de los grandes historiadores españoles, a quienes insta a no copiar a los «defectuosos ingenios» de las naciones extranjeras104. Las «culturas de la traducción» que prevalecen en este periodo, y de las que hemos hablado, podrían dificultar, hoy en día, la concepción de esta reescritura o adaptación. La negativa de Van der Hammen (como también de Quevedo en su «Juicio») de rebatir al francés y su defensa pro patria nacen de un profundo sentido de orgullo nacional y justifican, en su caso, la necesidad de neutralizar el veneno del texto ya traducido para concebir una contrabiografía correctora en lugar de recrear una desde cero. En metáforas censorias como la del veneno convergen «todas las cuestiones esenciales de la censura y de la textualidad: la posibilidad de modificar, acortar, fragmentar y manipular el texto —enmendándolo—; 102

Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p. Casos semejantes de revisión y reescritura histórica son los de los Cinco libros de la historia de Portugal que de Herrera y Tordesillas en indignada respuesta a la descripción de Conestaggio de la anexión de Portugal al Imperio en 1581; o la Historia de la Guerra de Flandes, contra la de Gerónimo de Franqui Conestaggio de M. Rizo, obra que, aunque así figure en el título, no nos consta que sea de Matthieu. 104 Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p. 103

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las justificaciones doctrinales y la legitimidad de las instituciones políticas y religiosas para intervenir en él y, finalmente, la metodología exacta de las actuaciones del censor»105. Desde los profusos liminares, la respuesta de pensadores e intelectuales vinculados con el gobierno como Gil González Dávila, Francisco de Quevedo y Tamayo de Vargas, corrobora la necesidad de tal reescritura y nos permite relacionar lo que de ellos sabemos con el posicionamiento ideológico de Van der Hammen. El calificador fray Lucas de Montoyo, por ejemplo, apunta que la obra del español «no permite agravios que los extranjeros intentan contra grandes príncipes». Añade que en el caso de Felipe II, le sobraron tantas excelencias que «no las pudiendo tolerar la envidia, pensó deshacerlas desbocándose falsamente, alta petit livor»106. Es posible que se refiera a Matthieu, a quien, valiéndose de la expresión latina, acusa de envidioso. Para el historiador Gil González Dávila, la obra de Van der Hammen «enseña con su erudición, verdad y peso de palabras a los extranjeros el modo con que habían de escribir los hechos de aquel prudente príncipe, mostrándoles claramente en lo que faltaron en la narración de sus historias»107. Quevedo, por su parte, expresa admiración por una escritura que, según él, no dismula la «defensa forzosa a la envidia de los extranjeros, que han querido deslucir en parte el esplendor de todas las edades para gloria nuestra»108. Finalmente, Tamayo de Vargas retoma la nómina de enemigos de España ya citada por Van der Hammen para concluir que este corrige con su obra «las siniestras relaciones de Natal Conde, Pedro Justiniano, Jaques Thuano, Pedro Mateo y otros que, o juzgaron como extranjeros de nuestras cosas, o se dejaron creer de gente de poca fe en materia tan grave como la reputación del mayor monarca y del más dilatado imperio». En ese dejarse creer por «gente de poca fe» volvemos a percibir otra alusión a Antonio Pérez109. El conjunto de preliminares del libro, en suma, constituye uno de los mejores testimonios de cómo se entendieron en su momento algunos 105

Nakládalová, 2013, p. 68. Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «Aprobación de fray Lucas de Montoyo», s. p. 107 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «Aprobación de Gil González Dávila», s. p. 108 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «Carta de Francisco de Quevedo», s. p. 109 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «Carta de Tamayo de Vargas», s. p. 106

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de los temas que he hemos ido desgranando a lo largo de este trabajo: la opinión sobre la elocuencia de Matthieu, en este caso en detrimento de su oficio como cronista de la verdad histórica española; su filiación tacitista, las ambiguas alabanzas a los atributos, glorias y espíritu españoles; la posible adscripción del texto al secretario Antonio Pérez; la nómina de autores antiguos y modernos que se leían y los que se rebatían; la concepción de la traducción como arma ideológica, y el uso «político» de la misma. La escritura de la vita de Felipe II, al centrarse en un personaje de tal magnitud histórica, se fundía con la gran historia, provocando sonadas críticas, máxime cuando esta se escribía, como lo hacía Matthieu, en un estilo que disimulaba matices o argumentos tendenciosos con los que un español no podía estar de acuerdo. En el marco de la historiografía francesa, Myriam Yardeni emplea el sintagma «conscience nationale» para describir el protonacionalismo emergente en este periodo, dentro del cual las amenazas verdaderas o fingidas de invasión extranjera eran parte importante110. Las reacciones de los escritores españoles a la Leyenda Negra fueron disímiles, y la de Van der Hammen es una respuesta más, al igual que la Visita y anatomía de la cabeza del cardenal Richelieu de Quevedo, unos años antes, a la propaganda de la guerra de Flandes, y a la contienda panfletaria de la guerra francesa que se desataría tan solo unos años después. El Don Felipe el Prudente, además de mostrar las concomitancias y diferencias existentes entre la historiografía de ambas naciones, corrobora el uso «teñido» de la escritura histórica para la alabanza y vituperio no solo de los monarcas, sino también de sus representantes y de sus respectivas coronas. Todo era, como se ve, cuestión de qué lado de los Pirineos se escribiera la historia. En suma, queda claro que Van der Hammen, quizá deseoso de entrar en el sistema de servicios y mercedes de la corte, y movido por la indignación patriótica, anticipa unos pocos años, con su Don Felipe el Prudente y su Don Juan de Austria, la guerra propagandística antifrancesa que a partir de 1635 animaría la pluma de Quevedo, Pellicer y Saavedra Fajardo, entre otros hombres de letras del momento111. Debido al marcado sesgo patriótico con que concibe su contrabiografía, a diferencia de los hipotextos, es decir, del original francés y de la traducción anónima,Van der Hammen vuelca el peso de la narración en los hechos y acciones de Felipe II y no en su interioridad. Como era 110 111

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Yardeni, 1971, pp. 26-27 y 63-64. Para la guerra propagandística antifrancesa, ver Arredondo, 2011.

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prescriptivo en el género, se vale de notas al margen, utiliza cursivas para diferenciar el estilo directo y reitera en más de una ocasión su intención de «epitomar»112. También incluye, al final del libro, un apéndice con todas las notas marginales. Añade, algo que obviamente no había hecho Matthieu, una detallada descripción de la batalla de San Quintín (huida desordenada de los enemigos, seis mil bajas francesas, ocheinta y tres españolas)113, lo que le da pie para rematar el episodio con la firma del ventajoso tratado de Cateau-Cambrésis, que le da a España hegemonía europea y mundial. La historia de los moriscos y su expulsión, la guerra de las Alpujarras, el glorioso desempeño de don Juan de Austria en el asunto, la batalla de Lepanto, los conflictos con los sobrinos del pontífice romano Pablo IV (no con Roma, puntualiza), la amplia narración de las «Alteraciones de Flandes» en las que se insiste en la defensa de la religión católica contra turcos y herejes, son todos ejemplos de una historia que se reescribe con un prisma español. Asimismo, al hacer un breve recuento de la ballata de Alcazarquivir y tratar el episodio de la unión de Portugal, aprovecha Van der Hammen para detallar la injerencia francesa en el conflicto luso y el apoyo que tanto Catalina de Médicis como Isabel Tudor le brindaron al prior de Crato (detalles ausentes en los hipotextos). Prosigue la narración con los sucesos de Aragón, que, según el historiador, no fueron «otra cosa que una borrasca ocasionada de Antonio Pérez, Secretario de Estado de don Felipe, y de su fuga de Madrid»114. En este episodo, como en los anteriores, subraya la intervención francesa. Al narrar el suceso de las «Guerras civiles de Francia (de la ayuda de los españoles y del papado para combatir a los calvinistas e hugonotes)», argumenta la legitimidad de la intervención española ya que don Felipe no había tomado las armas por otro fin más que la conservación de la fe católica en aquel reino [...] Esto es, en suma, lo que hizo en socorro de la Liga, que fue lo que la religión católica podía esperar de un tan alto cristiano y religioso monarca, en que ha sido fuerza detenernos algo más de lo que yo quisiera115. 112 «Era alargarnos mucho si de todo menudamente se hubiera de hacer mención, y no estoy obligado a ello; baste lo dicho» (Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», fol. 4r.). 113 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», fol. 8r. 114 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, fol. 69v. 115 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, fol. 91v.

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En la historiografía de Matthieu, como señalábamos al referirnos a la Liga Católica, se acusaba a Felipe de lo contrario, por eso Van der Hammen justifica haberserse extendido en ese punto, antes de amplificar la narración con toda una serie de episodios ilustres del reinado de Felipe II en Europa y en el mundo (original y anónimo solo se centraban en Europa)116; relata la «Conquista de Orán», el «Socorro de Malta», el «Suceso notable de Melilla»; emplea sintagmas a modo de subtítulos como «Queda libre la Florida de los franceses», «Gana el señor don Juan de Austria a Túnez», y llega incluso a referirse a la «Población de las Filipinas». Se suceden así varios episodios que son muestra «acreditada de la fortuna de este príncipe, sin referir lo demás sucedido en Europa, África, Asia y América, y en especial en los Molucos y Chile»117. Amplifica pasajes del original, por ejemplo, para justificar las críticas al aislamiento del rey tras la anexión de Portugal, en los que mantiene algunas metáforas del original francés, pero añadiendo otras que eliminan las implicaciones maquiavélicas presentes incluso en la traducción del Breve compendio, por ejemplo: Il s’enferma dedans l’Escurial en intention de n’en sortir plus, et de voir en seureté les ondes et les flots se jouer de toute la terre. Les actions de son corps estoient en un seul lieu, celles de son ame s’espanchoient et se dilatoient par tout le monde, et vieil et nouveu, faisant autant á la pointe de sa plume que ses prédécesseurs á la pointe de leur épée. Tant plus que ses subjets ont été esloignez de luy, tant plus ils l’ont redoubté…, Matthieu, Histoire de France, p. 113.

Se encerró en el Escorial, resuelto a no salir más y a mirar desde allí las ondas y borrascas de la tierra. Las acciones de su cuerpo estaban solo en su lugar, pero las de su alma se esparcían y dilataban por ambos orbes, haciento tanto con la pluma como hicieron sus antecesores con la de sus espadas. Cuanto más lejos estaban de él sus vasallos, tanto más le temían…, Matthieu, Breve compendio, p. 47.

[...] cansado de tantos viajes a Italia, a Flandes, a Alemania, a Inglaterra, Francia, sin los muchos que en España hizo, se encerró en Madrid y el Escorial, centro suyo desde donde tiraba con admirable providencia y rectitud las líneas del gobierno a la circunferencia de su amplísima Corona, resuelto en no salir más y en mirar desde allí las ondas y borrascas de la tierra. Las acciones de su cuerpo estaban en un solo lugar, pero las de su alma se esparcían y dilataban por ambos orbes...Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, p. 120v

116

Esta subdivisión recuerda la de los ejemplos romanos (domestica) y ejemplos extranjeros (externa) de los Factorum ac dictorum memorabilium libri IX de Valerio Máximo, a quien Van der Hammen cita en los paratextos. 117 Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», fol. 102v.

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El episodio de don Carlos, como era de esperar, lo relata solo para aclaración de enemigos y extranjeros que no saben, ni pueden saber, lo que sucedió de verdad: cuenta el nacimiento del príncipe, la caída que sufrió en la infancia y la incisión craneana que le practicó el médico, a la que da como causante del «entendimiento suceptible de todas impresiones y sujeta menos la voluntad a la razón, y ajustada con la de su padre, de lo que convenía»118. Narra los exabruptos, intrigas, encarcelamiento y muerte del joven, que achaca al hielo que utilizaba para enfriar la cama a causa del calor madrileño, que lo enfermó de fiebres y disentería119. En la versión de Van der Hammen, Felipe II llega a darle la bendición a su hijo momentos antes de la muerte y el joven príncipe otorga testamento y recibe los sacramentos. No se menciona ninguna de las hipótesis criminales ni rumores que enumeraban Matthieu y su anónimo traductor. Hemos de considerar, por ejemplo, que al igual que el Breve compendio, las biografías actuales sobre el Rey Prudente, menos movidas por la ‘pasión’, recogen también móviles internos y escabrosos detalles de los personajes históricos. Este es el caso, por ejemplo, de Felipe II y su tiempo, de Manuel Férnández Álvarez, publicada en 1998, donde el historiador refiere el tumor maligno y supurante que le salió en una pierna al rey, la fama de cruel del duque del Alba (a tal punto que a sus setenta y dos años fue enviado al mando de la operación militar de Portugal por el espanto que infundía en el enemigo), y los excesos, desmanes, intrigas, enfermedad psíquica y aspiraciones truncadas de don Carlos120. Por lo tanto, el cuadro del monarca español compuesto por Matthieu y trasladado a España por un anónimo está más cercano a lo que hoy consideraríamos ‘verdadero’ que la biografía casi hagiográfica de Van der Hammen. En cuanto a los últimos años de la vida de Felipe II, Van der Hammen se concentra en el estoicismo y la religiosidad con que soportó las enfermedades (no se mencionan ni llagas ni piojos), prosigue con un extenso pasaje que titula «Partes naturales y adquiridas de don Felipe» (entre las que destacan: piedad y religión, justicia y liberalidad, celo del bien común, gravedad, confianza y valor, modestia en el hablar, verdad y trabajo) y concluye comentando algunas frases y sentencias dichas por el rey (a imitación de la obra de Valerio Máximo). Tras una relación de 118

Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», fol. 114v. Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», fol. 117r. 120 Férnández Álvarez, 1998, pp. 937, 527 y 395-425, respectivamente. 119

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«varones insignes en santidad, letras y armas» que medraron durante el reinado de Felipe, cierra esta biografía del Rey Prudente, cuya vida fue, según su autor, «verdadera regla para saber reinar y arte que enseña a vivir y morir con acierto»121. Ante lo visto, resulta obvio que el propósito de Van der Hammen es la reivindicación de la grandeza de España a través de las hazañas, y no de la persona de Felipe II. Esto, y no es poco, lo distancia del tipo de escritura difundida por Pierre Matthieu que hemos venido describiendo hasta ahora. Para Kagan, el interés de Matthieu «por humanizar y desmitificar la historia, transformó a Felipe en hombre de carne y hueso, dotado de su propio carácter»122. Si lo interesante de la prosa de Matthieu era el análisis del cuerpo natural para llegar a conclusiones sobre el político, Van der Hammen solo celebra lo glorioso, lo militar y lo político sin buscar averiguar las causas que motivaban las acciones reales, eliminando gran parte de las sentencias y juicios en los que residía el ímpetu de la prosa de Matthieu. De la vita del Rey Prudente de Matthieu se puede decir lo que dijera pocos años más tarde Quevedo sobre los aciertos de Malvezzi en su biografía de Il Romulo: Escribieron la vida de Rómulo muchos, mas a Rómulo ninguno. Los pasados fueron historiadores de su vida, nuestro autor de su alma. Habíanse leído sus acciones, no sus intentos; los sucesos, no la causa de ellos. El marqués escribe el príncipe, los demás el nombre. Llámase Rómulo, no historia, o vida de Rómulo, porque no se dice solo lo que de él se supo, sino lo que supo él. Refiérese lo que vieron todos, y lo que él procuró (si fuese posible) que no se viese. Con tal diligencia le ha descifrado el marqués, que si como él le ha sabido escribir en su muerte le hubieran sabido penetrar en su vida, ni él reinara, ni su hermano muriera: tanto vale el interior ignorado. Más grandezas se le deben a la disimulación que al valor123.

Si Quevedo ensalza a Malvezzi porque escribió sobre el «hombre» Rómulo y no sobre los hechos de su vida, y supo penetrar ese «interior ignorado», Gracián reitera ese interés por los resortes que mueven la política del rey Fernando el Católico en El Político: «Será este [libro]...

121

Van der Hammen, Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», fol. 135v. Kagan, 1998, p. 464.Ver también García Cárcel, 1999. 123 Malvezzi, El Rómulo, trad. Quevedo, «A pocos», p. 185. 122

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no tanto cuerpo de su historia cuanto alma de su política; no narración de sus hazañas, discurso sí de sus aciertos; crisis de muchos reyes, que no panegiris de uno solo»124. Sin embargo, para españoles como Van der Hammen retratar al hombre y sus pensamientos significaba la pérdida de la dignidad y decoro a que debía aspirar la escritura de la historia, por lo que corrige la imagen propuesta por el historiador extranjero, destacando su perfil de Monarca Prudente y «rey de las Españas». Van der Hammen busca alejarse de Tácito y de Matthieu, aunque no pueda sustraerse de la influencia de ninguno de los dos. No fue el único en la España de entonces, sin embargo, en reprocharle al romano su estilo oscuro y la ambigüedad moral de su prosa. Quevedo, en la Política de Dios no duda en asociar al historiador antiguo con Pilato (llamándolo «eminentísimo como execrable estadista») y con Maquiavelo (el «impío moderno»)125. Saavedra Fajardo acusaba a Lipsio por haber difundido a Tácito y, con él, todas las ‘doctrinas tiranas’ y el ‘veneno’ que albergaba su obra, y llega a compararlo con el inventor de la pólvora126. En este tipo de acusaciones se contraponen los planos religioso-moral y político, y se habla en términos de ‘veneno’, como mismo Van der Hammen hablaba antes de ‘acíbar’. La postura antitacitista, tanto estilística como doctrinal, que recorre el Don Felipe el Prudente se repite en el «Proemio al lector» del Don Juan de Austria de Van der Hammen, escrito por un notable eclesiástico y hombre de letras asociado al movimiento cultista: Gabriel del Corral. Resulta curioso que Del Corral construya toda la sección inicial de su «Proemio» con una frase de Lipsio y otra de Boccalini sobre la dificultad de la escritura histórica. Este último, autor tacitista y enemigo de España, en uno de sus satíricos Avisos acusó al Tácito difundido por Lipsio de corromper la doctrina política y convertir a los príncipes en legítimos tiranos127. Sin embargo, Del Corral, apoyándose en Cicerón, enaltece la prosa del español por la «viril hermosura» de un «estilo, no degenerando de la gravedad y peso que pide la historia», y sin forzarlo a «feminadas 124

Gracián, Obras completas, p. 51. «¿La disimulación?, ¿cuál igual a lavarse las manos en público para condenar al inocente? ¿Quién negará de los que son pomposos discípulos de Tácito y del impío moderno que no beben en estos arroyuelos el veneno de los manantiales de Pilato?», Quevedo, Parte segunda de la Política de Dios (2012, p. 389). 126 Savedra Fajardo, 2006, p. 97. 127 Boccalini, Discursos políticos y avisos del Parnaso, pp. 187-194. Ver también Blanco, 1998. 125

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voces, sin que siga la lisonja de su siglo, escribiendo verdad, digo, condición precisa de la Historia, porque de otra suerte declinaría en fábula». Concluye con un sentencioso «Veritate, non ornatu» en bastardilla, invitando al lector a no culpar a Van der Hammen por no seguir a ningún antiguo ya que a todos Lipsio halló defectos y «vicio fuera imitarlos»128. Las aprobaciones y privilegios del Don Juan de Austria datan de finales de 1625 y principios de 1626, por lo que es muy probable que en algún momento el Don Felipe el Prudente y el Don Juan de Austria se llevaran a cabo conjuntamente, y que fuera el venenoso ‘retrato’ de don Juan presente en el original de Matthieu (y en el anónimo), lo que moviera a Van der Hammen a componer esta otra biografía casi inmediatamente. Si en la primera, la de Felipe II, rebate a Matthieu expresamente, en la segunda, la de don Juan, aunque no lo mencione, subyace también la prosa histórica del francés como hipotexto. El Don Juan de Austria está dividido en seis partes, todas ellas relacionadas con un gran hecho de la vida del biografiado: su nacimiento, la Armada, los sucesos de Granada, la batalla de Lepanto, las incursions en Túnez, las alteraciones en Génova y en los Países Bajos, todo ello más en imitación de Valerio Máximo que de Tácito. Su manera de escribir la historia, apuntan Van der Hammen y su prologuista, discrepa con las incesantes incursiones en el alma humana en busca de las motivaciones y pasiones que tan esenciales eran en la escritura «tacitista» de Matthieu, Mártir Rizo o Quevedo. Sin embargo, a pesar de ello, en más de una ocasión lo vemos enfrascarse en esa búsqueda interior: Nunca acabamos de entender de dónde nacen los males que nos rodean, los azotes, castigos y aflicciones que envía Dios a los reinos, y con los que aflige. Ponemos los ojos fuera, echamos la culpa al descuido, a la falta del consejo y prudencia humana, al mal gobierno de los privados de los reyes.Y aunque muchas veces esto es así, con todo, no es la raíz esta, sino que muy pocos miran al bien público y por él, llenos los más de sus particulares pretensiones, envidia del que ven mejorando, deseo y recelos que ninguno se les iguale ni eche de la privanza…129.

Además de la imprudencia humana y la mala privanza, en la cita anterior Van de Hammen añade la envidia y el interés personal como 128 129

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Van der Hammen, «Proemio», Don Juan de Austria, s.p. Van der Hammen, Don Juan de Austria, fol. 51r.

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causas de los males del gobierno. Aunque Van der Hammen no pueda desprenderse de la influencia de Matthieu o de Tácito, confiesa que, cuando su pluma quiere coger vuelo y exponer pareceres diversos, se contiene, como explica al referirse a la rebelión de Las Alpujarras: Quisiera discurrir así en este como en otros casos de igual grandeza, y representar las que por ambas partes se hallaban; pero temo parecer más político que historiador, y que algún crítico me culpe, como a Tácito. Haré lo que pudiere con todo, aunque con más cuidado del que la pluma quisiera130.

Si sumamos estas líneas a las citas de Lipsio y Boccalini por Del Corral, y a las propias palabras de Van der Hammen en su Don Felipe el Prudente, tras la lectura de sus dos biografías podemos concluir que aunque se resista, en ocasiones no puede evitar explicar causas y motivaciones. Los hechos y personas que describe, sin embargo, son todos dignos de imitación, a diferencia de la mayoría de las traducciones de Mártir Rizo del francés, como recuerda en las primeras líneas de su Don Juan de Austria, señalando que los antiguos escribían y escudriñaban «las vidas más notables» como «medicina de llagas públicas»: Y no solo los escritores, con cuidado y desvelo, inquirían las vidas más notables para este efecto, pero los mismos príncipes con premios honoríficos obligaban generosamente a los hombres eminentes a emplear sus escritos en su alabanza; y quien la paga de sus merecimientos no alcanzaba de la pluma del historiador, o de la fama (cuyo es el publicarlos) vivía contento con ver premiado su valor en sus semejantes. Pasáronse aquellas edades dichosas y con el tiempo perdió esta costumbre las fuerzas que en sus principios había gozado; y ni los autores hallan vidas ya que merezcan semejante género de esmalte, ni los señores estiman sus loores después que obran cosas indigas de alabanza…131

Prueba son estas palabras del empeño de Van der Hammen por insertarse en la economía de mercedes y «premios honoríficos» de la que dependía la élite intelectual del periodo. Reitera el uso moral de la escritura de vitae, y aquí volvemos a sentir otro dardo lanzado a la historia propuesta por Matthieu, cuyos sujetos eran, en su mayoría, modelos

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Van der Hammen, Don Juan de Austria, fol. 63v. Van der Hammen, Don Juan de Austria, fol. 1v.

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o representaciones negativos indignos de imitación. Van der Hammen apuesta por la renovación del antiguo género de las vitae destacando su función moral y recordando que los biografiados han de ser sujetos ilustres y graves, y no las Felipas, los Seyanos nis los Birones: Aquel uso, pues, loable, antiguo, celebrado de los historiadores en sus escritos, repetido de los santos en sus consejos, y no solo admirado de los senadores en la paz, sino también en la guerra (como gastado por la posteridad) determino renovar yo ahora, salvando a vistas del mundo (aunque sin mandato, sin oficio, sin gratificación, desaliento de los escritores) el sujeto grave y alto de don Juan de Austria, cuyas acciones admirables deben celebrar estos reinos con agradecimiento y veneración. Ley es primera de Historia sea el asunto grande; y este, a mi juicio, es el mayor de que se puede hacer elección132.

Sus biografiados, pues, eran figuras ilustres notables por su comportamiento, por lo que no ha de extrañar que escogiera modelos regios: Felipe II, su hermanastro, hijo natural del emperador, y posiblemente el rey Felipe III (Vida del rey D. Felipe III, texto dado por perdido, en caso de que lo escribiera) para recuperar el decorum de una historia que pintara el mejor rostro de los grandes hombres. Así lo corrobora Del Corral, acudiendo a un clásico ejemplo en el que compara la dignidad del historiador con la del pintor: porque se atiende a que en la Historia solo se escriba lo que parece loable, como aquel pintor que, retratando a un príncipe a quien faltaba un ojo, le pintó por la parte del rostro que carecía de aquel defecto. Y porque las acciones que algo se desvían de la piedad y cristiana profesión se apliquen a razón de Estado133.

Quizá esta cita de Del Corral sea señal también de su condena a la historiografía de Matthieu por la selección ‘parcial’ de los hechos: pasiones indomables, pinturas de crueldad, ambición, llagas y piojos en los grandes hombres de la historia de España. Con estas dos obras biográficas, en suma, Van der Hammen se autopropone, indignado por la profusión de historiadores extranjeros que tergiversan los hechos, como historiador de los monarcas españoles:

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Van der Hammen, Don Juan de Austria, fol. 2v. Van der Hammen, «Proemio», Don Juan de Austria, s.p.

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No sé si querrán venir en esto algunos de los nuestros que, despreciando las vigilias graves y doctos estudios de los grandes varones que gozamos y veneran las demás naciones de la Europa (cosa que fuera de España no se halla, por bárbara que sea la provincia) hacen precio de las obras más humildes que el ingenio defectuoso engendra y estiman los sujetos más viles de la tierra solo por la novedad del nombre o de la patria, persuadiéndose a que sus yerros, delirios, con vicios y mentiras, son aciertos, doctrina sólida y verdades apuradas; ignorancia grande, sino la queremos llamar tacañería. Desengáñense pues, les suplico, y redúzcanse a dar crédito, como los de sano juicio, a los escritos de los naturales, pues Tucídides, Mirsilo Lesbio, Cornelio Nepote y otros que supieron más que ellos, confiesan que se debe mayor a estos que a los extranjeros cuando escriben de las cosas de su tierra, y aun Pedro Mateo lo confirma (en el tom. 2, p. 770) por autoridad de Egesipo.134

Así, con estas palabras, concluye Van der Hammen su mensaje «A Todos» en el Don Felipe el Prudente, reprochándoles a sus compatriotas su incomprensible inclinación por lo que se produce fuera de España y señalando al propio Matthieu como ejemplo de aquella regla conocida por todos los historiadores antiguos y que el francés no supo respetar: que para escribir las cosas de la patria no valen los extranjeros. Por haber sido concebidas con otros fines, las biografías de Van der Hammen son, a diferencia de las traducidas de Matthieu, las menos ‘interiores’ o ‘protopsicológicas’ de todas las analizadas en este libro. La defensa de la Monarquía y de la figura del Rey Prudente y de su hermanastro, la decisión de resucitar el género moral y edificante de la biografía siguiendo modelos españoles, y el interés por proponerse como ejemplo y animar a los historiadores del patio a hacer lo mismo sin recurrir a los extranjeros —y no el análisis de las motivaciones «políticas» del rey— son el acicate de esta biografía, que persigue limpiar manchas indecorosas y silenciar la maledicencia extranjera.

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Don Felipe el Prudente, 1632, «A Todos», s. p.

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CONCLUSIONES

Las traducciones españolas de la obra biográfica de Pierre Matthieu —«Tácito francés», como se le llamó en una de las muchas ediciones italianas de sus obras; «adiestrado de Cornelio Tácito», como lo calificó Quevedo; o ejemplo de historiadores «a quien Maquiavelo no iguala en las materias de Estado», como lo describe uno de los personajes de Juan Izquierdo de Piña— son testimonio de un momento de experimentación y metamorfosis de las letras españolas en el que se dieron aires innovadores no solo en la historiografía sino también en la tratadística, la literatura de entretenimiento y el teatro. Las polémicas relacionadas con su obra y estilo son muestra de su relevancia como escritor en el seno de la República de las Letras de la Europa de finales del XVI y principios del XVII, momento en que el discurso historiográfico tradicional estuvo sometido a fuertes transformaciones como consecuencia de nuevos métodos aplicados a la escritura de la historia, la circulación de autores y rétores de la Edad de Plata de las letras romanas y los nuevos rumbos que tomaba la política europea. En el caso de Matthieu, como hemos visto, las dos posturas, la histórica y la literaria, no son irreconciliables, idea plasmada en la citada valoración que hizo Gracián del francés como «eminente historiador […] juicioso, ponderativo algo en demasía»1. Si desde el punto de vista de la configuración discursiva su obra descansa en el uso fragmentado y variado de lugares comunes, apotegmas, exempla y citas de autores antiguos y modernos que componen 1 Gracián, Obras completas, p. 793. «La frontera entre literatura e historia lleva dos epígrafes distintivos, el de la verosimilitud y el de la verdad, que tan importantes fueron, para Cervantes y los narradores del Siglo de Oro, como para los mismos historiadores», (Egido, 2000, p. 121).Ver también el concepto de «metahistoria» de White, 1978 y y 1987. Para Cervantes, la poética y la historia, Ruiz Pérez, 2006.

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un vasto tejido intertextual, Matthieu supo, más allá de la veracidad cuestionable de su pluma y su orientación política, narrar los acontecimientos con elegancia, demostrando tener un don particular para encontrar correspondencias entre el pasado grecorromano y la Europa de su tiempo. La novedad de la dispositio, es decir, del matrimonio de los hechos históricos con las reflexiones morales y los exempla, además del estilo sentencioso, son dos de sus mayores aciertos. Los modelos ejemplares (para seguir o huir) con que ilustra cada tesis, al apoyarse en ejemplos del legado común, en símbolos heredados fácilmente reconocibles, en hechos del presente europeo, de la Italia medieval o renacentista, o de la corte francesa, son otra muestra de su talento. La verosimilitud con que se construía la historia que defendía Matthieu, adornada de recursos retóricos, le permitó, fabricar estas ficciones que fueron conformando un sistema simbólico propio que dialogaba con el arte de gobierno. En la estela de Lipsio, que proponía el neostocismo cristiano como manera de vida, Matthieu imitó, al tiempo que difundió, un estilo que sacaba a relucir la filosofía de la frase, erigiéndose con ello como un autor fundamental de la literatura vernácula de la razón de Estado. Cumpliendo con la tradicional función social de la historiografía, la ficcionalización del arte de gobernar que logró asentarlo como modelo europeo es ejemplo de una respuesta innovadora a las cuestiones retóricas y políticas que sacudían el universo de su tiempo. De la escritura historiográfica sin ornamentos —un «amasijo de huesos», un «fantasma»— se dio paso, con historiadores como el «elegante e inimitable Matthieu», a una «representación más veraz, natural y animada»2 que edifica, distrae, enseña y entretiene. En términos horacianos, y a diferencia del arsenal de secos tratados, discursos políticos, consideraciones de gobierno o de jurisprudencia, crónicas y avisos para la vida en la corte que tratan temas similares como la Política de Dios o el Norte de Príncipes, el placer de la lectura de estas biografías era innegable para sus contemporáneos. Muchas de estas narraciones, que se nutren de los elementos tradicionales de los espejos de príncipes hasta transformarse en espejos para privados y conformar así un marco teórico donde situar la 2 Para la cita de Matthieu, Histoire de France et des choses mémorables, «Advertissement», s. p. Así lo llama, «the elegant and inimitable Matthieu», uno de sus más asiduos traductores, el inglés sir Thomas Hawkins, en la dedicatoria al conde de Salisbury (ver Unhappy Prosperity, 1632, s.p.). Para la biografía como más veraz y natural, recuérdese la cita de Bacon, El avance del saber, 1988, p. 86.

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CONCLUSIONES

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institución de la privanza, cobraban nuevos bríos al servirse en el molde breve de la biografía. Aunque el punto de inflexión que alcanzó el género con la traducción española de El Rómulo de Francisco de Quevedo hacia 1632, escrita en estilo marcadamente lacónico, sea indiscutible, las recreaciones e imitaciones de las biografías políticas de Matthieu, anteriores a esa fecha casi una década, han de ubicarse a la cabeza de esta línea de desarrollo como los primeros ejemplos del auge del género, a partir del Elio Seyano de Squarzafigo, las Observaciones de Estado y de Historia sobre la vida y servicios del Señor de Villeroy de Alvia de Castro, ambas de 1621, y el Trajano de Barreda de 1622, que es una traducción del de Lipsio. La obra de Matthieu y de sus imitadores recobra así su papel fundacional en el desarrollo de esta modalidad genérica en la que, en las letras españolas del Barroco, las vitae de Seyano, de Felipa de Catanea, del duque de Biron, de Séneca, de Mecenas, de Felipe II y de Juan de Austria constituyeron hitos fundamentales. Mediador imprescindible de los saberes antiguos, al abrir las páginas de sus libros los lectores del momento encontraban un Tácito reinterpretado e instrumentalizado, pero también notaban todo lo que el francés se distanciaba de la auctoritas del historiador romano. Además de los prototipos heredados de la historiografía de Tácito, supo proponer nuevos ‘casos’ de la historia más reciente, o de su entorno más inmediato, por lo que se puede decir que Matthieu llegó por momentos a desplazar a su modelo como autor imitado. Estas vitae son su aporte a la creación, en vernáculo, de obras que marcaron la producción de un conocimiento histórico-político y determinaron formas autóctonas de hacer política. Para escritores como Matthieu o Montaigne, la incisiva mirada de Tácito a las costumbres e inclinaciones humanas en lo público y lo privado era uno de sus principales atractivos. En general, las calamidades que en ocasiones se le atribuían a la Fortuna, eran, en realidad, producto de las malas actuaciones humanas. Un revelador diálogo de la comedia El mariscal de Virón, de Pérez de Montalbán, a quien, recordemos, Quevedo le achacaba haberla imitado de Mártir Rizo, se hace eco de este parecer:

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Soissons: Virón

Son obras de la fortuna, la privanza y la caída. No ha sido fortuna en mí, Conde, lo que ahora paso, que la Fortuna es acaso y esto yo lo pretendí 3.

La privanza en sí, como institución, no conduce a reinos y reyes al fracaso: son los malos privados, por el ejercicio irresponsable de un poder mal atribuido y por la supeditación de sus intereses a los del bien común quienes la perjudican. Son los hombres, y no la Fortuna, los causantes de sus desgracias y las de su reino. Los trágicos y desafortunados sucesos acaecidos en el lejano Capitolio y en el cercano Louvre permitían, mediante la la traducción, entender el presente francés o español. En el traslado de lenguas y fronteras, el horizonte de expectativas literario de estas obras —es decir, las obras de Tácito, Lipsio y Matthieu— se fusionaba con el horizonte extraliterario o social del lector de las traducciones o adaptaciones españolas. Es importante, sin embargo, no pasar por alto la tensión que puede leerse entre los paratextos y las biografías mismas, que no debía haber pasado desapercibida para los lectores del momento. Si en dedicatorias, epístolas y aprobaciones se elogiaba la actuación de los que llevaban el timón de la política (Felipe IV, Olivares, Ramírez de Prado, los duques de Huéscar o Sessa, Francisco de Calatayud, etc.) y se ensalzaban sus virtudes, los biografiados tenían, en su mayoría, un comportamiento moral censurable. De igual modo, el contraste resultante de la fabricación biográfica de gobernantes y consejeros ideales con los de carne y hueso del momento ponía en evidencia las diferencias entre lo que realmente eran y lo que debían ser tanto reyes como privados. En los años en que se traducen y publican, estas trágicas caídas de privados invitaban a un replanteamiento crítico de la actuación del privado de Felipe IV, el todopoderoso Olivares, cuya influencia en la política de la Monarquía empieza a sentirse en los primeros años de la década de 1620. Matthieu y sus imitadores explotan los fines morales de la historia para persuadir avergonzando, y por medio de sus trágicos casos, perfilan ante nosotros, como también ante los ojos de los lectores de la época, las estampas de Concini, los tres Felipes, Lerma, Uceda u 3

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Citado por Maravall, 1984, p. 425.

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CONCLUSIONES

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Olivares. Así, en el imaginario colectivo, se van superponiendo nombres de la historiografía antigua y moderna como los de Felipa, Biron, Álvaro de Luna o Rodrigo Calderón con consagrados modelos bíblicos o históricos como los del rey Asuero, Seyano, Tiberio, Hamán y Séneca. Los traductores españoles aquí estudiados eran en su mayoría juristas o letrados que buscaban, como hemos visto, acceder a un puesto en la corte o adquirir notoriedad. Redactan sus obras en español, en ocasiones traducidas o adaptadas del francés o el italiano para integrarse en la corriente europea tacitista y de la razón de Estado que transformó el panorama europeo de finales del XVI. El conjunto de su obra ilustra, además, la red de relaciones sociales que conformaban mediante la inclusión de agradecimientos, epístolas, advertencias y poesías laudatorias en los preliminares de sus publicaciones. Anne Cayuela estima que estos paratextos son «un lejano antecedente del Facebook», donde se ostentan nombres y se explayan «amistades» para legitimar el libro social o intelectualmente4. Las amistades de que presumen autores y traductores permiten vislumbrar el dinámico flujo de ideas que se producía por medio de esas redes sociales, en las que los grandes nombres de la política y las letras de la época aparecen vinculados a los altos personajes del gobierno del momento. Mártir Rizo y Van der Hammen, por ejemplo, se mueven en el ámbito de hombres como Quevedo, Tomás Tamayo de Vargas, Pérez de Montalbán, Gil González Dávila, Antonio de Herrera y Tordesillas, Pedro Fernández de Navarrete, Francisco de Rioja, fray Lucas de Montoyo y Hortensio Paravicino. Entre los personajes influyentes a quienes dirigieron su obra están el conde duque de Olivares, Francisco de Calatayud, Lorenzo Ramírez de Prado y Diego Corral Arellano. Relacionados con su vida y obra encontramos, además, los nombres de Juan Izquierdo de Piña, Gabriel del Corral y miembros de la Casa de Alba y de Sessa. Muchos de estos dedicatarios, o los autores de algunos de los paratextos, pertenecían la élite ilustrada formada en las univesidades españolas, caballeros de las órdenes militares u hombres de confianza que ostentaban altos cargos palaciegos o en los influyentes Consejos de la Monarquía. Sin embargo, no todos alcanzaban los premios y privilegios esperados. Su participación en la esfera política o vita activa podía, en muchos casos, acarrear graves consecuencias: en el caso de Lipsio o de Matthieu, su vida estuvo marcada por los cambios o vaivenes de lealtades a causa 4

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Cayuela, 2012, pp. 361-362.

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de guerras religiosas; y en el de sus traductores, por la creciente conciencia de declive económico, político y moral de la Monarquía Hispánica. Ayer como hoy, usar la literatura como arma crítica conllevaba sus riesgos y, en otro de esos fascinantes paralelos de la historia, tanto Pierre Matthieu como sus dos traductores o imitadores más importantes en España, Mártir Rizo y Lorenzo Van der Hammen, al igual que muchos de sus biografiados, también cayeron, en algún momento de su vida, desde las cumbres del poder. Relacionado en mayor o menor medida con la prosa de Matthieu, se perfila el brote de un género que llevaría a copistas y lectores de los siglos siguientes a atribuirle al abad César Vichard de Saint Réal una de las parcelas biográficas de Matthieu —el Breve compendio y elogio de la vida y muerte de don Felipe II— caracterizada por un estilo que conjugaba el retrato histórico, la filosofía moral y la indagación de la naturaleza humana, haciendo del francés un precursor de Saint Réal. Nuestro estudio subraya este porfiado testimonio de pervivencia de su obra en las letras españolas que, dada la cantidad de copias manuscritas encontradas, demuestra que el francés, incluso sin saber que se trataba de él, se siguió leyendo en el XVIII y el XIX. Con la creación de casos trágicos y vidas ejemplares como los de Felipe II, Felipa de Catanea, Biron o Seyano, en cuyo seno late, en mayor o menor medida, el incipiente concepto de ficción histórica, Matthieu y sus traductores, al pasar de la historia general a la más particular e íntima, poblaron sus páginas de hombres y mujeres que representaban el rostro más humano de la escritura histórica. Las narraciones biográficas estudiadas son parte de «una serie de tanteos aislados o derivados de modas pasajeras que, faltos de prestigio o subsumidos en otros géneros, no acaban de cuajar en un género narrativo distinto y consolidado, como sería tiempo después el decimonónico de la novela histórica»5. No extraña que en el siglo XIX, por ejemplo, el gran maestro de este género,Victor Hugo, alabara la prosa y estilo del francés: «Matthieu est de la race des Villon, des Régnier, des Saint-Amant, de ces écrivains de second ordre, á la touche hardie, qui marient la langue avec un si grand bonheur, mais dont les audaces de style épouvantent les timorés». También añadió que para ser gran poeta había que «savoir penser comme Corneille, écrire comme Rousseau,

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Vaíllo, 2007, p. 19.

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peindre comme Pierre Matthieu». Para el gran crítico décimonónico Sainte-Beuve, Matthieu era un «écrivain d’imagination»6. Hoy en día, el estudio de su obra y la de sus imitadores españoles saca a relucir inquientantes concomitancias con un mundo en el que volvemos a enfrentarnos al problema de la gestión y difusión del saber, la multiplicidad de fuentes para la escritura, el rechazo del enciclopedismo y la literatura libresca, así como la explosión de nuevas tecnologías que, al igual que la imprenta en su momento, están revolucionado la naturaleza del conocimiento, la producción de textos y su estatus dentro de la cultura. Un mundo en el que las fronteras entre la verdad y la ficción se nublan sin cesar, lo real se ficcionaliza, la invención cobra visos de realidad y la difusión de los llamados ‘hechos alternativos’, antigua forma de propaganda política para camuflar la realidad sociopolítica, son parte de lo cotidiano. Un mundo en el que, a pesar del rechazo aparente a la razón de Estado, esta sigue viva y aunque se considere contradictoria con el derecho internacional y el gobierno constitucional, «en casos de emergencia, la mayoría de los Estados actúan de acuerdo con ella, por ejemplo, para enfrentarse al terrorismo»7. El corpus de personajes nobles e innobles inmortalizado por Matthieu conforma un fascinante lienzo que nos invita a buscar parecidos razonables. No cabe duda de que cinco siglos después de que sus obras llegaran a ser bestsellers europeos, sigue muy vivo el interés por el género de la biografía en todas sus manifestaciones. Al indagar en los retratos biográficos que la pluma del francés transformó en materia literaria útil y entretenida, descubrimos que las pinturas de personajes ilustres o infames de nuestro presente, desde políticos y presidentes corruptos hasta escritores, santos, pícaros, estrellas de cine y deportistas, se multiplican cada año en bibliotecas y librerías y nos invitan a mirarnos en el espejo de nuestros tiempos y a reflexionar sobre la pertinencia de la historia, el provecho de la escritura de una vida humana como modelo imitable o censurable, y los usos y abusos de la retórica para aleccionar, conmover o disuadir.

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Grand Larousse, 1873, p. 1348; y para Sainte-Beuve, Port-Royal, t. I, 1867, p. 71. Cid Vázquez, 2015, p. 307.

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ADDENDUM I LISTA DE LAS OBRAS DE PIERRE MATTHIEU1

Teatro 1. Esther. Histoire tragique en laquelle est représentée la condition des rois et princes sur le théâtre de Fortune, 1585. 2. Vasthi, première tragédie, 1589. 3. Aman, seconde tragédie, 1589 4. Clytemnestre, tragédie, 1589 5. La Guisiade, tragédie nouvelle, en laquelle au vraie et sans passion est représenté le massacre du duc de Guise, 1589. 6. Troisième édition de La Guisiade, tragédie nouvelle. Revue et augmentée, 1589. Historia 1. Histoire des derniers troubles de France, sous les règnes des rois Henry II et Henry IV, 1594-1595. 2. Histoire mémorable des guerres entre les deux maisons de France et d’Autriche, depuis l’an 1515 jusques au traité de paix de Vervins et mort du roi d Espagne en l’an 1598; avec la généalogie de la royale maison de Bourbon, 1599. 3. Histoire des derniers troubles de France, soubs les règnes des roys Henry II et Henry IV. Seconde édition, revue et augmentée de l’histoire des guerres entre les maisons de France et d’Espagne, 1600. 4. Histoire de France et des choses mémorables advenues aux provinces estrangères durant sept années de paix, du règne de Henry IV. Divisée en set livres, 1605. 1

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Adaptado de Cioranescu, 1977, pp. 476-478.

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Elizabeth, fille du roi d’ Hongrie, 1607.2 Histoire de Louys XI, roy de France, et des choses mémorables advenues en l’Europe durant vingt et deux années de son règne. Enrichie de plusieurs observations qui tiennent lieu de commentaires. Divisée en unze livres, 1610. 7. Histoire de la mort déplorable de Henry IV. Ensemble un poème, un panégyrique et un discours funèbre dressé á sa mémoire immortelle, 1611. 8. Aelius Sejanus. Histoire romaine recueillie de divers autheurs, 1617. 9. Histoire de prosperitez malheureuses d’une femme cathenoise, grande seneschalle de Naples, 1617. 10. Histoire de Saint Louys, roy de France, IX, 1618. 11. La conjuration de Conchine, 1618 (atribuida). 12. Remarques d’Estat et d’histoire sur la vie et les services de Monsieur de Villeroi, 1618. 5. 6.

Poesía y varios 1. Stances sur l’heureuse publication de la paix et saincte union, avec un hymne de mesme argument, prins de l’Erinophile du sieur de Saint Germain d Apchon, 1588. 2. Tablettes de la vie et de la mort. Divisé en deux parties, 1613 3. Pompe funèbre des pénitents de Lyon, en déploration du massacre faict à Bloys sur les personnes du Louys et Henry de Lorraine, avec l’oraison sur le mesme suject, 1589. 4. Description politique de nostre temps. Dédiée au feu roy Henri III, 1591. 5. Discours véritable et sans passion. Sur la prinse des armes et changements advenus en la ville de Lyon, pour la conservation d’icelle sous l’obeyssance de la S. Union et de la couronne de France, 1593. 6. Les sermons de Francois de Panigarole, évesque d’Asti, traduits d’italien en françois par P. Matthieu, 1593. 7. Harangue aux consuls et peuple de Lyon. Du devoir et obéissance des sujets envers le roy et du soing perpétuel de la providence de Dieu sur ceste monarchie françoise, 1594.

2 De las crónicas medievales rescata Matthieu la vida de Elizabeth, fille du roi dedicada a «Elisabeth, première fille de France». Parece que no interesó en España, aunque sí tuvo gran fortuna en Inglaterra, quizá también por la coincidencia de nombres entre la santa y la reina Tudor. La tradujo sir Thomas Hawkins: The Historie of S. Elizabeth daughter of the King of Hungarie, 1633.

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ANEXOS

8. 9. 10. 11.

12.

13. 14. 15. 16. 17.

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L’entrée du très-grand, très-chrétien, très-magnanime et victorieux prince Henry IIII, en sa bonne ville de Lyon, le IIII sept., l’an MDCXCV. L’accueil de Mme de La Guiche á Lyon, le lundi 27 d’avril 1598. L’entrée de la Reine á Lyon, 1601. L’entrée de Marie de Médicis, royne de France et de Navarre, en la ville de Lyon. Avec l’histoire de l’origine et progrès de l’illustrissime maison des Médicis, 1601. Eloge du Roy, (L’inscription faicte sur les principales actions du très chrétien Henry IIII, roy de France ; Petit sommaire de la vie, actes et faicts de très heureuse mémoire de Henri IV), 1609. Le Panegyre d’Henry de Bourbon, IIII du nom, roy de France et de Navarre, 1609. Panegyre sur le couronnement de la Royne, 1610. Petit sommaire de la vie, actes et faits de très-heureuse mémoire Henry IIII, 1610. Eloge historial sur la vie, les vertus, la fortune, les plus mémorables actions et l’heureuse régence de la reyne, mère du roy, 1616. Alliances de France et de Savoy, 1619.

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ADDENDUM II MANUSCRITOS DE LA VIDA DE FELIPE II

En la Biblioteca Nacional de España: 1. MSS/ 4400. Compendio de los hechos y vida reservada de Felipe Segundo, Rey de las Españas, de felicísima memoria, escrita por Antonio Pérez, su Secretario de Estado, muy valido estando huido en Francia (fols. 1-55). 2. MSS/ 9073. Breve compendio de la vida del Rey Don Filipe Segundo de felicísima memoria, escrito por Pierre Mathieu, coronista mayor del Rey de Francia (fols. 63-126v). 3. MSS/9078. Breve compendio y elogio de la vida del Rey Don Filipe Segundo de felicísima memoria, escrito en francés por Fierres Matui, coronista, mayor del Reino de Francia. 4. MS /10898. Vida de Felipe Segundo, por Antonio Pérez (fols. 112168v). 5. MSS/ 9304. Historia de la vida de Don Felipe Segundo, Rey de España, escrita por Antonio Pérez, su Secretario de estado. Escribió este epítome Antonio Pérez, estando en Francia fugitivo, y divúlgala en nombre de un cronista francés. 6. MSS/ 11041. Vida privativa o interior de Felipe II con las noticias de las Guerras de Flandes y los que sucedieron en ella; y también con la noticia del príncipe Carlos su hijo, y su muerte, y por qué causa se la dieron. Escrita por Antonio Pérez, su Secretario de Estado, y del Despacho Universal (fols. 123-218). 7. MSS/12193. Vida interior del Señor Rey Don Felipe Segundo, por Antonio Pérez (fols. 1-75). 8. MSS/ 21037. Vida de Felipe II, por Antonio Pérez (fols. 2-70v). 9. MSS/ 5696. Vida reservada de Felipe II: breve compendio y elogio de la vida del Rey Felipe II con todas las cosas memorables de su reinado, su

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autor, el cronista mayor del rey de Francia, llamado [Puagmateg, i.e. Pierre Matthieu]. 10. MSS/7280. Vida reservada de Felipe II, por Antonio Pérez. 11. MSS/9073. Breve compendio de la vida del Rey Don Felipe Segundo de felicísima memoria, escrito por Pierre Mathieu, coronista mayor del Rey de Francia (fols. 63-126v). 12. MSS/2605. Breve compendio y elogio de la vida del Rey Felipe II de España, escrita por Antonio Pérez, su secretario. En la Real Academia Española, Madrid: 13. Breve compendio y elogio de la vida del Rey Felipe Segundo escrito en francés por Pierres de Matin; y traducido en español por un caballero castellano. Año 1618 (pp. 343-427), en Vida del Conde Duque y otros papeles curiosos, Núm. de identificación: CCPB000825608-X. En la Biblioteca del Palacio Real, Madrid: 14. MSS/ S. II/837. Historia o Vida interior del rey Felipe Segundo, por el Abad de S. Pedro. 15. MSS/ 724, Breve compendio y vida del rey Don Felipe el Segundo con los sucesos del príncipe don Carlos, su hijo, compuesto por don Joan Idiáquez, comendador mayor de León, del Consejo de Estado (fols. 227-275). 16. MSS/ 1149. Elogio a la vida y muerte del Rey don Felipe 2º, escrito en su original francés (a lo que se cree) por Monseñor Pierres Mathieu, Cronista mayor del Rey de Francia (Tomo VI de Papeles manuscritos, fols. 254269). En la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial: 17. Vida Interior del Señor Rey Felipe 2º. Por Antonio Pérez, RBME J-III-15 (fols. 2r-76 bis). En la Fundación Lázaro Galdiano, Madrid: 18. M 7-1-24 [I. 14882], Vida interior de Felipe 2o, Rey católico de España, fols. 1-169. En la Biblioteca Pública del Estado en Palma de Mallorca: 19. Breve compendio y elogio del rey D. Philippe segundo / Pierre Alatin. Núm. de identificación: CCPB001073788-X.

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ANEXOS

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En la Biblioteca de Castilla-La Mancha / Biblioteca Pública del Estado en Toledo: 20. Vida y muerte del Príncipe Dn. Carlos de España por el abad de San Real (pp. 157-490), Núm. de identificación: CCPB001215196. 21. Vida de Felipe 2º por Antonio Pérez (fols. 1-150). Núm. de identificación: CCPB001215196-3. En la Biblioteca de la Universidad de Oviedo: 22. Compendio de la vida del Rey de España Don Felipe Segundo, traducida de la Historia de Francia que escribió Pedro Mathey, cronista francés. Núm. de identificación: CCPB001053910-7. En la Hispanic Society of New York: 23. MSS/ HC 397/183. Breve compendio y elogio de la vida del Rey Dn. Felipe Segundo, escrito en francés por Pierres Matthieu, cronista mayor del rey de Francia y traducido al castellano, con la muerte del Príncipe Baltasar Carlos. 24. MSS/ B 3533. Breve compendio y elogio de la vida del Rey Don Felipe II de su memoria, escrito en francés por Pierres Matthieu, Cronista mayor del Reino de Francia. Con otra letra y tinta, se añade: Este tratado lo hizo A.P. S. del Rey N. S. Felipe Segundo, estando en Francia retirado. En la Bibliothèque nationale de France: 25. MSS/ Espagnol 273 Breve compendio y elogio de la vida del Rey Felipe Segundo de España. Escrita por Antonio Pérez, su Secretario (copia de 1730). Así figura en el Catalogue des Manuscrits espagnols et des manuscrits portugais par Alfred Morel-Fatio, quien añade: «Cet abregé de la vie de Philippe II n’est qu’une traduction du livre premier de l’Histoire de France et des choses mémorables advenues aux Provinces estrangères durant sept années de paix, etc. par Pierre Matthieu, voyez l’edition de Paris 1606, in-4o, T. I, pág. 95 a 148», p. 66. En la Rare Book & Manuscript Library, University of Pennsylvania: 26. MS. Codex 1385 - Vida del Rey don Felipe Segundo, y de don Carlos, su hijo, Príncipe de España. Probablemente del siglo XVIII, contiene otros pormenores y addenda muy interesantes.

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En la London Library, según el catálogo The Manuscripts in Spanish in the British Museum, consultado en la Bibliothèque nationale de France. 27. MSS/2802, Breve compendio y elogio de la vida y hechos de Felipe Segundo, rey de España y del Nuevo Mundo, con la muerte del Príncipe don Carlos, su hijo. Compuesto en francés por Pierres de Prette, coronista del Rey de Francia, y traducido en español por un caballero español (fol. 108). 28. Add. 20 978, En Papeles Históricos [y genealógicos] de España. El documento número 10 es: Breve compendio y elogio de la vida del Rey Don Felipo segundo de felicísima memoria, escrito por Antonio Pérez, estando en el Reino de Francia (fol. 108). En la Biblioteca Arzobispal del Seminario Conciliar de Barcelona: 29. MSS/ 275. Breve compendio y elogio de la muerte del rey D. Felipe II, de feliz memoria, escrito por Antonio Pérez, estando en el reino de Francia: murió en Valladolid, año de 1598. Escribióla después Pedro Matheo, coronista de Henrique IV, tomando las más de las noticias de Pérez. Contra él escribió Wander Hamer, alemán, guardando el mismo orden de materias.

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ÍNDICE ONOMÁSTICO DE PRINCIPALES AUTORES

Álamos de Barrientos, Baltasar 10, 17, 83, 87, 148, 194. Alba, duque de (Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel), 210, 218, 220, 226, 227, 241, 242. Alba, duque de (Hernando o Antonio Álvarez de Toledo y Beaumont), 232,234, 238, 261. Alemán, Mateo, 68, 70. Almansa y Mendoza, Andrés, 115, 116. Alvia de Castro, Fernando, 95, 96, 98, 227, 259. Amyot, Jacques, 36, 50, 97. Arce y Reinoso, Diego, 40. Aretino, Pietro, 87. Aristóteles, 46, 48, 52, 58, 65, 75, 76, 97, 128, 144, 149, 151, 169, 186. Austria, Juan de, 38, 210, 212, 218, 221, 231, 235, 236, 241, 247, 248, 254, 259. Bacon, Francis, 54, 77, 86, 105. Barreda, Francisco de, 104, 105, 259. Béjar, duque de (Francisco Zúñiga y Sotomayor), 189, 190. Bellièvre, Pompone de, 60, 83, 101, 118, 241. Bevilacqua, Bonifacio, 43. Biron, duque de, 14, 21, 23, 28, 59, 79, 106, 128, 141, 186-193, 198- 204, 254, 259, 261, 262. Boccaccio, Giovanni, 33, 51, 52, 69, 102, 111, 162, 163, 165, 175, 179. Boccalini,Trajano, 42, 86, 125, 148, 184, 251, 253.

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Bodin, Jean, 15, 16, 40, 48, 49, 53, 72, 86, 90, 105, 131, 132, 135, 137, 139, 206. Boetie, Etienne de la, 86. Botero, Giovanni, 15, 16, 84, 86, 88. Bourdeille, Pierre de, señor de Brantôme, 211. Brulart de Sillerie, Nicolas, 83. Brusoni, Girolamo, 46. Buckingham, duque de (George Villiers), 52, 102, 113, 147, 148. Budé, Guillaume, 79, 86, 242. Burton, Robert, 196. Cabrera de Córdoba, Luis, 211, 214, 215, 216, 237. Calatayud, Francisco de, 83, 174, 260, 261. Calderón de la Barca, Pedro, 182, 183. Calderón, Rodrigo, 52, 100, 102, 114, 131, 171, 200, 261. Carlos II de España, 29, 147. Carlos V de España, 27, 97, 119, 133, 142, 215, 238, 254. Caussin, Nicolas, 34, 35, 36, 47. Cervantes, Miguel de, 31, 68, 70, 74, 86, 174, 189, 235, 257. Chapman, George, 204. Charron, Pierre, 81. Cicerón, 10, 12, 14, 44, 45, 48, 49, 50, 54, 56, 63, 70, 75, 76, 77, 78, 85, 119, 123, 164, 238, 241, 251. Commynes, Philippe de, 15, 69, 78, 91, 119, 114, 120- 123, 152, 196. Concini, Concino, 20, 33, 97, 99, 100, 101, 102, 147, 150, 154, 170, 171, 173, 260.

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Corral, Gabriel del, 251, 253, 254, 261. De Thou, Jacques Auguste, 30, 48, 86, 189. Du Vair, Guillaume, 36, 81, Dupleix, Scipion, 36, 211. Duque de Guisa (Enrique I), 28, 29, 31, 32, 119. Edward Grimeston, 39, 204. Enrique III de Francia, 28, 29, 31, 35, 52. Enrique IV de Francia, 9, 12, 13, 20, 29, 31-34, 37, 38, 39, 40, 43, 47, 52, 57, 60, 63, 78, 82, 83, 97, 99, 100, 101, 102, 106, 118, 121, 122, 138, 154, 155, 160, 166, 188, 189, 193, 199, 203, 205, 207, 208, 216, 223, 243. Epicteto, 50, 54, 68, 81, 82, 88. Erasmo de Rotterdam, Desiderio, 49, 50, 70, 73, 76, 81, 142, 156, 164, 168, 176. Escalígero, Justo José, 30. Essex, conde de (Robert Deveraux), 103, 192, 208. Felipe II de España, 11, 14, 21, 24, 29, 30, 32, 82, 99, 106, 119, 148, 155, 205, 208, 210, 211, 213, 214, 215, 216, 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 227, 230, 235, 237, 242, 243, 245, 246, 247, 248, 249, 250, 252, 254, 259, 269. Felipe III de España, 20, 22, 30, 82, 83, 114, 115, 117, 120, 124, 143, 150, 153, 158, 173, 200, 207, 215, 216, 226, 230, 235, 254. Felipe IV de España, 20, 21, 22, 24, 29, 30, 83, 112, 113, 114, 115, 117, 120, 124, 126, 144, 150, 153, 158, 159, 194, 214, 215, 228, 230, 231, 233, 236, 260. Fernández de Navarrete, Pedro, 22, 68, 107, 115, 148, 261. Fuentes, conde de (Pedro Enríquez de Acevedo), 188, 199, 200, 201. Galigaï, Léonora, 20, 33, 100, 170, 182. Garnier, Robert, 71, 72.

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Gondomar, conde de (Diego Sarmiento de Acuña), 40, 183. Góngora, Luis de, 68, 86, 129, 130, 189, 200, 207, 235. González, Dávila, Gil, 115, 125, 129, 131, 148, 206, 238, 245, 261. Gracián, Baltasar, 19, 25, 38, 39, 46, 47, 60, 65, 90, 91, 99, 105, 109, 121, 122, 123, 125, 250, 251, 257. Guevara, Antonio de, 54, 73, 153. Guez de Balzac, Jean-Louis, 36, 74. Guicciardini, Francesco, 16, 41, 86, 119, 121. Guillermo de Orange, 52, 211. Heródoto, 56, 57. Herrera y Tordesillas, Antonio de, 83, 84, 86, 87, 128, 129, 211, 214, 216, 237, 244, 261. Horacio, 38, 39, 63, 108, 138, 148, 258. Idiáquez, Juan de, 82, 212. Isabel I de Inglaterra, 11, 52, 103, 192, 208, 247. Jeannin, Pierre, 101. Jenofonte, 50, 57, 123, 216. Jonson, Ben, 147, 196. Josset, Pierre, 36. Juana I de Nápoles, 79, 111, 162, 163, 164, 166, 171-182, 203, 208. La Popelinière, 48. Laercio, Diógenes, 51, 54. Lanario, Francisco de, 143, 144. Lastanosa,Vicencio Juan, 40, 41. Le Moyne, Pierre, 36, 37, 48, 63. Le Vayer, La Mothe, 92, 125. Lerma, duque de (Francisco Gómez de Sandoval), 10, 20, 21, 22, 52, 101, 102, 104, 114, 115, 131, 143, 145147, 150, 154, 158, 159, 170, 173, 174, 182, 185, 200, 215, 260. Lipsio, Justo, 15, 16, 36, 40, 45, 68, 70, 73, 76-78, 80- 86, 89, 90, 97, 104, 107, 118, 120, 121, 124, 132, 133, 144, 146, 150, 151, 162, 166, 168, 171, 183, 184, 195, 196, 242, 251, 252, 253, 258, 259, 260, 261.

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ÍNDICE ONOMÁSTICO DE PRINCIPALES AUTORES

Lope de Vega, Félix, 22, 24, 68, 69, 71, 86, 109, 127, 129, 130, 141, 144, 159, 181-185, 200, 207, 230, 231, 235, 236. Lucinge, René de, 35, 36, 48. Luis XI de Francia, 42, 121, 122, 138, 152, 215. Luis XIII de Francia, 9, 20, 29, 33, 34, 60, 99, 100, 101, 201, 205. Luynes, duque de (Charles de Albert), 20, 100, 101, 173. Maldonado, Juan de, 203, 204. Malvezzi, Virgilio de, 19, 45, 46, 86, 91, 105, 109, 114, 115, 123-126, 134, 137, 139, 142, 151, 177, 215, 223, 235, 250. Maquiavelo, Nicolás, 15, 16, 17, 23, 38, 52, 84, 87- 90, 117, 119, 121, 122, 131, 132, 133, 134, 135, 137, 138, 139, 142, 144, 145, 146, 148, 151154, 166, 168, 171, 181, 184, 190, 191, 197, 199, 202, 206, 211, 224, 248, 251, 257. Mariana, Juan de, 118, 160, 193, 194. Mártir Rizo, Juan Pablo, 14, 18, 19, 22, 35, 38, 40, 41, 56, 59, 61, 69, 70, 94, 96- 98, 105, 107-113, 117, 120, 124, 127-135, 136-141, 144- 148, 151154, 163, 164, 174, 177, 179, 182, 187, 189- 192, 195, 197, 197-202, 204-206, 208, 217, 228, 230, 231, 233, 234, 236, 240, 243, 252, 253, 259, 261, 262. Mascardi, Agostino, 27, 44, 45, 46, 47, 49, 54, 63, 105, 125, 126. Máximo, Valerio, 50, 68, 87, 125, 237, 248, 249, 252. Mecenas, 19, 38, 39, 61, 65, 96, 116, 128, 131, 133- 135, 137, 138, 141, 185, 190, 191, 198, 259. Médicis, Catalina de, 31, 247. Médicis, María de, 33, 99, 100, 102, 150, 154, 205, 207. Mendoza, Bernardino, de, 82, 107. Molière, 37, 47.

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Montaigne, Michel de, 36, 41, 50, 53, 63, 70, 71, 73, 77, 79, 82, 83, 85, 86, 121, 132, 133, 196, 198, 259. Muret, Marc-Antoine, 77, 81, 86. Nepote, Cornelio, 50, 87, 255. Nervèze, Antoine, de, 45, 78. Olivares, conde duque de (Gaspar de Guzmán y Pimentel), 20-22, 40, 41, 68, 83, 96, 100, 102, 104, 110, 113, 114-116, 120, 124, 126, 131, 135, 137, 138, 143, 144, 147, 150, 154, 158, 159, 168, 170, 173, 174, 182, 183, 201, 215, 228, 232, 233, 234, 235, 260, 261. Osuna, duque de (Pedro Téllez Girón), 110, 114, 115. Palma Cayet,Victor, 35, 103, 204. Paravicino, Hortensio, 235, 261. Patérculo,Veleyo, 47, 87, 124, 146, 237. Pérez de Montalbán, Juan, 127-130, 147, 182, 183, 190, 202-204, 231, 235, 259, 261. Pérez, Antonio, 13, 82, 141, 148, 210, 211, 212-214, 219, 223, 241, 245247. Petrarca, Francisco, 51, 52. Plauto, 72, 76. Plutarco, 49, 50- 54, 68, 71, 85, 89, 92, 97, 138, 146, 164, 206, 216, 218. Polibio, 10, 48, 56, 124. Pons de Castellví, Fabricio, 97. Príncipe don Carlos, 203, 210-213, 217, 219, 220, 222, 224, 241, 249. Quevedo, Francisco de, 21, 22, 24, 25, 35, 38, 59, 68, 71, 80, 94, 105, 109111, 116, 117, 124, 125, 127- 130, 134, 139, 141, 143, 144, 158, 159, 163, 168, 182, 183, 186, 190, 193, 207, 215, 223, 226-228, 230, 231,237, 239, 240, 243- 246, 250, 251, 252, 257, 259, 261. Quintiliano, 25, 35, 76, 157, 164, 165. Raleigh, Walter, 52. Ramírez del Prado, Lorenzo, 22, 40, 41, 91, 131, 144, 260, 261.

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PIERRE MATTHIEU EN ESPAÑA

Ramus, Petrus, 49, 75, 76. Ribadeneyra, Pedro de, 16, 142. Richelieu, 20, 113, 246. Rioja, Francisco de, 83, 235, 236, 261. Rojas Zorrilla, Francisco de, 182. Rómulo, 19, 105, 109, 123, 124, 129, 130, 139, 153, 235, 250, 259. Saavedra Fajardo, Diego, 25, 120, 180, 185, 242, 246, 251. Salinas, conde de (Diego de Silva y Mendoza), 95, 159, 233. Salinas, Miguel de, 71. Salustio, 57, 76, 77, 176, 191. Séneca, 19, 25, 41, 45, 49, 50, 54, 68, 71, 72, 76, 77, 78, 80, 81, 82, 88, 89, 92, 102, 105, 123, 124, 125, 128, 131, 134, 138, 141, 145, 146, 157, 173, 190, 238, 239, 259, 261. Sessa, duque de (Luis Fernández de Córdoba), 159, 232- 235, 239, 260, 261. Seyano, 14, 19, 21, 22, 33, 40, 41, 43, 69, 70, 94, 96, 98, 100-102, 103, 106, 108, 111, 120, 127, 138, 141, 146156, 157-159, 163, 166, 169, 170, 182, 183, 186, 189, 191, 202, 203, 243, 254, 259, 261, 262. Shakespeare, William, 86, 196. Sorel, Charles de, 36, 43, 74, 102. Squarzafigo,Vicencio, 41, 70, 94, 95, 96, 98, 148, 150, 259. Suetonio, 51, 68, 138, 156, 176, 218, 237. Sueyro, Emmanuel, 83, 87. Tácito, 10, 15, 16, 17, 22, 23, 33, 43, 45, 48, 49, 50, 51, 57, 61, 62, 68, 69, 71, 76, 77, 80- 89, 91, 92, 102, 111, 116, 121, 122, 123, 124, 136, 139, 144, 146, 148, 149, 151, 152, 155, 156,

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157, 164, 173, 174, 176, 180, 184, 194, 206, 217, 218, 220, 222, 237, 241, 242, 251, 252, 253, 257, 259, 260. Tamayo de Vargas, Tomás, 22, 109, 129, 231, 236, 238, 239, 245, 261. Tiberio, 22, 88, 68, 109, 121, 122, 129, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 154, 156-159, 169, 208, 261. Tito Livio, 57, 61, 76, 84, 123, 124, 176, 237. Trebisonda, Jorge de, 75, 76. Tucídides, 48, 56, 61, 136, 176, 255. Uceda, duque de (Cristóbal Gómez de Sandoval), 20, 102, 114, 115, 260. Valla, Lorenzo, 48, 52. Van der Hammen y León, Juan, 24, 233, 235, 236. Van der Hammen y León, Lorenzo, 14, 18, 22, 24, 40, 41, 50, 59, 69, 96, 97, 109, 129, 113, 158, 213, 216, 226, 228-231, 234-255, 261, 262. Van der Hammen y León, Pedro, 14, 22, 41, 69, 96, 97, 98, 193, 194, 195, 207, 231. Velázquez, Diego de, 40, 83, 236. Vera y Zúñiga, Juan Antonio, conde de la Roca, 91, 96, 97, 115, 116, 120, 144, 196. Vichard, César, abate de Saint-Réal, 210, 211, 217, 262. Villeroy, marqués de, 24, 40, 43, 59, 60, 90, 95- 97, 98, 101, 102, 106, 163, 194, 259. Virgilio, 123, 138, 147. Virgilio, Polidoro, 73, 75. Vitrián, Juan de, 120, 121. Zúñiga, Baltasar de, 20, 83, 116, 194, 215.

23/05/2019 16:15:27