Nuevos hispanismos interdisciplinarios y trasatlánticos 9783954871537

Redefinición del actual panorama del hispanismo como un escenario interdisciplinario de diálogo trasatlántico entre las

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Spanish; Castilian Pages 320 Year 2010

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ÍNDICE
PRÓLOGO
I . BALANCES Y PROSPECCIONES
EL HISPANISMO MEDIEVALISTA DEL SIGLO XXI
LA HISPANOFONÍA, LA LINGÜÍSTICA HISPÁNICA Y LAS ACADEMIAS DE LA LENGUA: PROPUESTAS PARA UNA NUEVA CULTURA LINGÜÍSTICA
MEMORIA HISTÓRICA Y DERECHOS HUMANOS: LECCIONES DE HISPANOAMÉRICA
¿EL PREMIO SERÁ OTRA CARRERA? (EL LUGAR DE LA MUJER ESCRITORA EN EL HISPANISMO DEL FUTURO)
COSMOPOLITISMO Y LATINOAMERICANISMO: NUEVAS PROPUESTAS PARA LOS ESTUDIOS LITERARIOS
II. ESCENARIOS INTERDISCIPLINARIOS
LABORATORIOS FANTÁSTICOS: LITERATURA Y CIENCIA
LOS ESTUDIOS CINEMATOGRÁFICOS Y TELEVISIVOS: LOCALISMO Y TRASNACIONALIDAD
BLOQUEO DIGITAL: PERVERSIDAD EN LAS AUTOBIOGRAFÍAS PÚBLICO-PRIVADAS
NUEVOS HISPANISMOS EN ESTADOS UNIDOS: PARA UNA ÉTICA DEL AULA
EL HISPANISMO EN ESTADOS UNIDOS: LITERATURA, ESTUDIOS CULTURALES Y LINGÜÍSTICA EN EL PANORAMA ACTUAL
III. PROYECCIONES TRASATLÁNTICAS
ESCENARIOS DE LA CRÍTICA LATINOAMERICANISTA: UNA VISIÓN DESDE ARGENTINA (DEL DESCONTENTO A LA PROMESA)
LA CONSTRUCCIÓN DEL HISPANISMO TRASATLÁNTICO: LECCIONES DE UNA POLÉMICA MEXICANA SOBRE EL IDIOMA
LAS ESTRUCTURAS Y EL VIAJE (HACIA UN NUEVO HISPANISMO)
EL DISCURSO SOBRE LA SIERRA DEL PERÚ: LA FANTASÍA DEL ATRASO
HACIA UNA LECTURA TRASATLÁNTICA DE BORGES: EL ALEPH EN EL ESPEJO Y EL ESPEJO COMO ALEPH EN LA LITERATURA ESPAÑOLA
ZONA SOTÁDICA: HISTORIAS DEL CUERPO Y SEXUALIDADES FRONTERIZAS
SOBRE LOS AUTORES
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Nuevos hispanismos interdisciplinarios y trasatlánticos
 9783954871537

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NUEVOS HISPANISMOS DIRECTOR: Julio Ortega (Brown University) EDITORIAL: Iberoamericana Editorial Vervuert (Madrid/Frankfurt) COMITÉ EDITORIAL: Anke Birkenmaier (Columbia University, New York) Beatriz Colombi (Universidad de Buenos Aires) Cecilia Garcia Huidobro (Universidad Diego Portales, Santiago de Chile) Ángel Gómez Moreno (Universidad Complutense de Madrid) Dieter Ingenschay (Humboldt Universität Berlin) Efraín Kristal (University of California, Los Angeles) Esperanza López Parada (Universidad Complutense de Madrid) Rafael Olea Franco (El Colegio de México) Fernando Rodríguez de la Flor (Universidad de Salamanca) William Rowe (University of London) Carmen Ruiz Barrionuevo (Universidad de Salamanca) Víctor Vich (Universidad Católica del Perú, Lima) Edwin Williamson (Oxford University) Dedicada a la producción crítica hispanista a ambos lados del Atlántico, esta serie se propone:

· Acoger prioritariamente a la nueva promoción de hispanistas que,

a comienzos del siglo XXI, hereda y renueva las tradiciones académicas y críticas, y empieza a forjar, gracias a su vocación dialógica, un horizonte disciplinario menos autoritario y más democrático.

· Favorecer el espacio plural e inclusivo de trabajos que, además de calidad analítica, documental y conceptual, demuestren voluntad innovadora y exploratoria.

· Proponer una biblioteca del pensar literario actual dedicada al ensayo reflexivo, las lenguas transfronterizas, los estudios interdisciplinarios y atlánticos, al debate y a la interpretación, donde una generación de relevo crítico despliegue su teoría y práctica de la lectura.

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Julio Ortega (ed.)

NUEVOS HISPANISMOS INTERDISCIPLINARIOS Y TRASATLÁNTICOS

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Derechos reservados © Iberoamericana, 2010 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2010 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net © Bonilla Artigas Editores, S. A. de C. V. Cerro Tres Marías, 354 Col. Campestre Churubusco 04200 México, D. F. ISBN 978-84-8489-500-8 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-559-2 (Vervuert) ISBN 978-607-7588-23-8 (Bonilla Artigas) Depósito Legal: Diseño de cubierta: Carlos Zamora.

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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ÍNDICE

PRÓLOGO de Julio Ortega . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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I. BALANCES Y PROSPECCIONES Ángel Gómez Moreno: El hispanismo medievalista del siglo XXI . . .

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Klaus Zimmermann: La hispanofonía, la lingüística hispánica y las Academias de la Lengua: propuestas para una nueva cultura lingüística . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Hernando Valencia Villa: Memoria histórica y derechos humanos: lecciones de Hispanoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

61

Susana Reisz: ¿El premio será otra carrera? (El lugar de la mujer escritora en el hispanismo del futuro) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

77

Ricardo Gutiérrez Mouat: Cosmopolitismo y latinoamericanismo: nuevas propuestas para los estudios literarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

103

II. ESCENARIOS INTERDISCIPLINARIOS Margery Arent Safir: Laboratorios fantásticos: literatura y ciencia . . .

131

Paul Julian Smith: Los estudios cinematográficos y televisivos: localismo y trasnacionalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

149

Enric Bou: Bloqueo Digital: perversidad en las autobiografías público-privadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Aránzazu Borrachero Mendíbil: Nuevos Hispanismos en Estados Unidos: para una ética del aula . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Anke Birkenmaier: El hispanismo en Estados Unidos: literatura, estudios culturales y lingüística en el panorama actual . . . . . . . . . . .

199

III. PROYECCIONES TRASATLÁNTICAS Beatriz Colombi: Escenarios de la crítica latinoamericanista: una visión desde Argentina (del descontento a la promesa) . . . . . . . . . . .

213

José del Valle: La construcción del hispanismo trasatlántico: lecciones de una polémica mexicana sobre el idioma . . . . . . . . . . . . . . . . . .

227

Jorge Carrión: Las estructuras y el viaje (hacia un nuevo hispanismo) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

239

Víctor Vich: El discurso sobre la sierra del Perú: la fantasía del atraso

253

Vicente Luis Mora: Hacia una lectura trasatlántica de Borges: el aleph en el espejo y el espejo como aleph en la literatura española . . .

267

Juan Francisco Ferré: Zona sotádica: historias del cuerpo y sexualidades fronterizas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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LOS AUTORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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PRÓLOGO J U L I O O RT E G A Brown University

Todo indica que el nuevo hispanismo internacional, que hoy interactúa en foros y publicaciones, es consecuencia del proceso de renovación de los estudios literarios, el cual seguramente empezó poniendo en duda la validez universal del canon consagrado por distintas tradiciones académicas, todas ilustres pero a la zaga de la democratización que la teoría y la crítica habían abierto en la validez de la interpretación y los turnos del diálogo. Muy probablemente, ese proceso renovador prosiguió con la recuperación de las literaturas regionales, de las tradiciones orales y los textos aborígenes, que favoreció las convergencias de la historia cultural y la historia material, de la cultura popular y la comunicación. Libre de autoridades de sanción, esta renovación se nutre del repertorio de los estudios culturales y postcoloniales. Un nuevo hispanismo plural se proyecta, así, más horizontal y dialógico, forjando una práctica teórica compartida, no menos crítica y más democrática. Luego, a comienzos del siglo XXI, ese proceso de renovaciones se consolidó en una nueva geotextualidad desde la perspectiva de una crítica trasatlántica, cuya primera característica es que, al asumir ese rico y complejo debate, confirma todas sus instancias como válidas, desde una perspectiva teórica inclusiva, hecha en la conceptualización de las prácticas dialógicas. Esa primera definición, por lo mismo, no sostiene un mero eclecticismo sino una más exigente radical praxis democrática. Se trata, en efecto, de una teoría crítica forjada en español, cuyo sentido de pertenencia se afirma en su traza multinacional y se proyecta en su disputa de

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una textualidad más articulatoria y más dialógica; esto es, libre de los cánones forjados por la conflictiva voluntad de verdad de varias persuasiones críticas y autoridades teóricas. Para no hablar ya de la disolución metodológica y dudosa pertinencia perpetuadas por no pocos maestros encarnizados en la difusión de su prédica, con lamentables consecuencias para la profesión académica y, sobre todo, para sus estudiantes. Explorar la hipótesis de una conversación intelectualmente innovadora, capaz de articular distintas tradiciones analíticas, institucionales y metodológicas, es el propósito de este libro. Los «nuevos hispanismos» empiezan por cuestionar la retórica de su propia genealogía: preguntan por quién habla, desde qué posicionamiento, y para cuál propósito. Mientras los estudios culturales privilegiaron la transparencia de los objetos que leyeron para desmontar las tramas ideológicas, los estudios postcoloniales, por su parte, revelaron los procesos de modernización compulsiva naturalizados por una política del mercado como hegemonía global y la crítica de la subalternidad, a su turno, denunció el sojuzgamiento y la violencia de los sujetos bajo los poderes de control. La crítica trasatlántica, probablemente, empieza siendo una renovación del hispanismo y una avanzada del Humanismo internacional. Recupera la textualidad aleatoria y discontinua de los contactos, intercambios, negociaciones, fracturas, cruces y mezclas de los lenguajes culturales que construyen espacios de afincamiento y estrategias de migración, dispositivos de articulación y prácticas de entramado y anudamiento. Requiere, por ello, cuestionar la autoridad de las disciplinas sociales que, por necesidades de categorización, homogenizan sus objetos de estudio, olvidando a veces que son productos de la mezcla que define la creatividad popular de lo moderno, su disputa del intercambio dentro de los sistemas de información. En las representaciones de la mezcla que se suceden a lo largo del Descubrimiento; en la racionalización de la explotación esclavista; en el Barroco y su inmanencia americana; en el debate político liberal del siglo XIX; en la formación de las lenguas nacionales; en el horizonte de recuperaciones e invenciones del Modernismo; en la exploración etnológica de las vanguardias; en los exilios, nomadismos y migraciones; en el despliegue de las tecnologías narrativas y la crítica de la representación que consagró la novela de los años sesenta y setenta y, ahora mismo, en los dispositivos de las narrativas de innovación, que reformulan las representaciones con mayor liber-

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tad; en esa visión más procesal y desencadenante que genealógica, construyen estos estudios trasatlánticos escenarios de trabajo fecundo. Son, por ello, un pensamiento sobre las rearticulaciones culturales en un período de renovada violencia modernizadora. No ha tenido, y dudo que adquiera, vocación autoritaria una metodología comparativa que busca organizar mapas rizomáticos con el precipitado informativo que la lectura provoca, no sólo gracias a su estrategia transdiciplinaria, intersticial, sino también en virtud de las hipótesis de resolución cultural afirmativa, que recusan tanto el viejo archivo del discurso traumático y autoderrogativo como la mitología actual del neoliberalismo economicista, que en varios países latinoamericanos equivale a una más violenta, si cabe, reconquista exportadora. En todo caso, se debe a la pertinencia y discreción de sus cotejos y materiales, que recobran la textualidad literaria, y construyen, sobre la documentación, una trama de articulaciones para conceptualizar las categorías y desarrollar hipótesis capaces de dar forma y validación a una lectura productiva que busca resignificar el trabajo literario. Nada más lejos de esta metodología que la pretensión de jerarquías gnoseológicas y superioridad hermenéutica de algunas persuasiones críticas que, bajo el paradigma de la verdad única, propia del cainismo antiintelectual de las políticas faccionalistas, han creído recuperar en el campus universitario una esfera pública hoy ocupada, más bien, por la información como entretenimiento. Por ello, los nuevos hispanismos sólo pueden ser plurales. Se sitúan en una contextualización tan cambiante como decisiva, la de una textualidad que consideran en su hechura de modelos de información y de intercambio. Y, en consecuencia, demandan articulaciones tan críticas como políticas. No es casual, por lo mismo, que resulte consustancial a los estudios trasatlánticos la ausencia de un canon o un programa: sus objetos no son tipificables como transparentes ni como homogéneos, ya que, debido a su entrecruzamiento informativo, son procesales y se despliegan, abiertos. Más bien, son una crítica cultural que alienta la heterogeneidad (sus objetos resultan más híbridos después de la lectura) de un campo interdisciplinario, menos genealógico y más desplegado, en devenir. Se trata de un campo más deconstructivo que asertivo, y duda de una verdad operativa y formulaica. Por eso, se despliega en el espacio que Edward Said previó cuando dijo que el nuevo Humanismo sólo podría ser internacional. Y es previsi-

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ble, entonces, que la perspectiva trasatlántica (las prácticas del cruce de lecturas en una geotextualidad virtual) signifique distintas cosas para distintos grupos de trabajo. Y hasta es mejor que signifique opciones contradictorias para evitar cualquier opción única. En un polémico trabajo sobre el lugar de la filología en este debate crítico, Sheldon Pollock discute la supervivencia de sus prácticas y reafirma su función como una «teoría de la textualidad» y, al mismo tiempo, como una «historia del significado textualizado». En ese sentido, afirma, la filología ha sido siempre «una práctica global del conocimiento». Liberarla del positivismo historicista, que pierde de vista los textos mismos, y reinscribirla en la vuelta del Humanismo y su inventiva crítica, más allá del espacio monolingüe, en el ámbito del Romance, sintoniza plenamente con la concurrencia actual de la recuperación de las lecciones clásicas en el nuevo Humanismo internacional. No es una tarea fácil porque la filología tradicionalmente ha sido el discurso de legitimación cultural del Estado-nación y, hoy, la práctica social construye espacios transfronterizos, plurinacionales, en los cuales la ciudadanía es un membership y el plurilingüismo una evidencia del nuevo siglo. Por lo mismo, así como los «estudios culturales» fueron rechazados por las universidades latinoamericanas dominadas por el positivismo de las disciplinas históricas, los estudios trasatlánticos resultan todavía ajenos a la división institucional y jerárquica de los departamentos de Filología en las universidades españolas, aunque en las nuevas promociones la vieja impronta de la endogamia y el autoritarismo ha empezado a ceder. Este libro es el primero de una serie de balances y prospecciones. Si bien no se ocupa directamente de la crítica trasatlántica, en la mayoría de los casos su escenario está implícito y reaparece como un denominador común, como el enmarcamiento intelectual de su hipótesis transfronteriza y transdisciplinaria. Éste sería un posicionamiento crítico que corresponde al «universalismo pluralístico» promovido por Immanuel Wallerstein. En una nota de ánimo polémico («Hölderlin y la mosca del vinagre») que vuelve a declarar la incomodidad pública con la crítica filológica histórica, Jürgen Kaube se pregunta: «¿Cómo plantear las investigaciones sobre literatura de forma que, más allá de los gustos personales, realmente sirvan al avance del conocimiento?». Y se responde:

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Lo que en nuestra opinión distingue a las humanidades, lo que las hace valiosas, no es nada subjetivo, no depende de gustos o preferencias personales. Consiste, en cambio, en que se ocupan de individuos históricos, concretos, y no de fenómenos genéricos como la mosca del vinagre y sus genes. Pero, ¿por qué guiarse por un sentimiento de apego a la hora de plantear una investigación? Al final cualquier autor, cualquier época, cualquier género es un individuo histórico, y la alternativa a seguir trabajando eternamente sobre Thomas Mann y Stefan George no puede ser pasar a ocuparse de Heinrich Mann y Rudolf Borchardt, o de masas de texto aún más desconocidas –cómics, series de televisión: primero debe quedar claro qué interés pueda revestir escribir sobre un texto más amplio–. En otras palabras: qué problemas se pueden resolver –o, en su defecto, analizar– escribiendo el enésimo comentario de una obra, llevando a cabo su enésima «re-lectura»*.

Hans Ulrich Gumbrecht («El queso y los ratones de biblioteca») responde con ingenio, primero, dándole la razón al polemista: En dos sentidos tenía razón Jürgen Kaube cuando […] carga las tintas contra ciertos hábitos de los estudiosos del arte –y, sobre todo, de la literatura– a la hora de plantear sus «investigaciones». Vienen ocupándose, en efecto, tradicionalmente de unos temas que ni queriendo podrían emular las fantasías más delirantes. «El queso en don Quijote», o «La i en la poesía simbolista francesa», son títulos sacados no de ficciones satíricas, sino de trabajos con los que, en la segunda mitad del siglo XX, quienes luego serían reputados humanistas consiguieron su grado de Doctor. Por otra parte, en nuestro país (Alemania) los fondos destinados a la investigación en humanidades probablemente nunca hayan sido tan cuantiosos como los que hoy se puede obtener presentando proyectos en concursos públicos; pero este hecho –en el que, curiosamente, rara vez se repara– ha llevado a una falta notoria de propuestas convincentes. El panorama es desolador. Antes los humanistas estudiaban, sí, temas que sólo ellos encontraban fascinantes y, salvo excepción, no tenían mayor interés social, pero es que hoy parten de preguntas en las que, a menudo, ni siquiera ellos sabrían decir qué hay de estimulante. Dicho más claro: su objetivo último –lo que les quita el sueño– no es tanto ya el conocimiento como la financiación.

* «Hölderlin und die Fruchtfliege». Traducción de Rebeca Aschenberg y Manuel Cuesta.

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Se trata, así, de una situación desde el punto de vista político bastante delicada, si tenemos en cuenta que en Alemania la investigación se sostiene casi toda con dinero público, y que sus resultados deberían repercutir siempre en los alumnos. Investigar, dice en primer lugar Kaube, es solucionar problemas –una investigación debe plantearse, por lo tanto, en función de un problema claramente definido: no de «un vago sentimiento de atracción» hacia determinado texto o producto artístico–. Lo segundo que dice es que la solución que se proponga para el problema en cuestión deberá ser tal en sentido paradigmático; es decir: debe poder dar cuenta no sólo del objeto específico a través de cuya observación se haya llegado a ella. Ciertamente, convengo con Jürgen Kaube en que algunos estudiosos de la literatura podrían plantear sus investigaciones de forma menos etérea, centrarse en problemas más claramente definidos, pero debo decir que –en mi opinión–, si se hace a través de la observación de ejemplos específicos, el mejor método para resolver problemas generales no es investigar en sentido paradigmático, sino asomarse a los textos con cierta mirada por cuya virtud la investigación propiamente dicha, aunque sigue siendo necesaria, en sí misma deja de ser un fin –pasa a ser subsidiaria de otra cosa–. Y esa mirada, si se ejerce, al final siempre lleva a la misma pregunta incómoda: si «ciencia» e «investigación» realmente son palabras adecuadas –o mejor dicho: útiles para el estudio académico de la literatura, el arte, la música y quizás incluso la filosofía. Esto es obvio en el caso de la filología: entendida como una «preocupación histórica por los textos», ofrece, a través del análisis de casos específicos, soluciones para múltiples problemas que no sólo están siempre claramente acotados, sino que a menudo revisten, además, importancia; sin su aportación –y sin la de biógrafos e historiadores– difícilmente sería posible emprender el estudio de textos producidos en culturas o épocas lejanas. Creer, sin embargo, que el estudio de distintos textos concretos idealmente habría de llevar a conclusiones abstractas –a solucionar problemas en sentido paradigmático–, esto es un error cientificista*.

Concluye Gumbrecht postulando el ejemplo de Auerbach como lector capaz de una nueva lectura, que iluminaba no sólo los textos sino que revelaba algo del presente mismo: «nuestras sociedades

* «Der Käse und die Bücherwürmer». Traducción de Rebeca Aschenberg y Manuel Cuesta.

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deberían seguir permitiéndose esos momentos de relación vívida, intensa, con el pasado y el presente –hasta donde sea posible». En este intercambio podemos, en efecto, deducir una mirada escéptica ante los trabajos filológicos poco inspirados y nada inspiradores, pero no porque no sean científicos sino porque, siendo financiados por dineros públicos, están fuera de cualquier validación del bien común. Se han vuelto redundantes y prescindibles, con lo cual hacen el camino contrario de las Humanidades, que es el del homus dialogicos, sujeto responsable de la comunicación como esfera de humanización, esto es, de inteligencia crítica y tolerancia. Aunque ambos comentaristas parecen descartar esa función política de los estudios literarios, es claro que, desde nuestra posición crítica de lectores hispanofónicos, la creatividad política de la literatura, y de su afincamiento cultural, nos es fundamental. Ningún crítico serio, en español, creería que su labor está exenta de su inserción social, sentido cultural, y significación política. Por eso, podemos creer que los estudios trasatlánticos se deben al porvenir. Pero lo que este intercambio traduce (y donde se revela la posición de estos discursos de germanismo melancólico) es el contexto actual de un debate tan intenso como confuso: la conversión de buena parte de las universidades europeas al llamado «Plan Bolonia». Esto es, el ensayo determinado por los estados y las autoridades educativas, de una reforma de los programas de educación superior, que en el dominio literario privilegian las «competencias» del programa de Másters frente a la investigación filológica del Doctorado tradicional. Sin embargo, no nos llevemos a engaño: no es el modelo norteamericano el que se sigue, como se repite, porque en ese sistema tampoco el Máster tiene futuro (¡salvo que se trate de un Máster en Negocios!). La errática polémica demuestra la desarticulación de objetivos y prácticas, y la previsiblemente costosa fabricación que será esta resta de las Humanidades en ese Máster de competencias dudosas. No deja de ser irónico que unos estados fundados en la filología como fuente de validación busquen ahora reemplazarla con el dudoso mito de la economía como verdad universal. Pero la pregunta no es por los estados, creo yo, es por la Universidad. También por eso, este volumen quiere contribuir con la actualidad viva de los estudios literarios, la vuelta de las Humanidades y el rescate de la filología por su pertinencia creativa.

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Cuando nuestros estudiantes, finalmente, sean capaces de tomar la palabra para intervenir y opinar en clase, estos estudios humanísticos, filológicos y críticos habrán recuperado el aliento que requieren para seguir siendo alimento del diálogo, allí donde seamos interlocutores plenos. Gracias son debidas a los colaboradores de este tomo, por su buena voluntad, y a Klaus Vervuert, por su dedicación profesional y académica a avanzar estos estudios; y esperamos sugerencias y propuestas para un segundo tomo de lo que confiamos sea una reflexión periódica abierta al futuro.

OBRAS

C I TA D A S

GUMBRECHT, Hans Ulrich (2010): «Der Käse und die Bücherwürmer». En: Frankfurter Allgemeine Zeitung, 4, 6 de enero, p. 3. KAUBE, Jürgen (2009): «Hölderlin und die Fruchtfliege». En: Frankfurter Allgemeine Zeitung, 302, 30 de diciembre, p. 3. POLLOCK, Sheldon (2009): «Future Philology? The fate of a soft science in a hard world». En: Critical Inquiry, 35, 4, pp. 931-961. SAID, Edward (2004): «The return to Philology». En: Humanism and Democratic Criticism. New York: Columbia University Press, pp. 77-78. WALLERSTEIN, Immanuel et al. (1996): Open the Social Sciences: Report of the Gulbenkian commission on the restructuring of the Social Sciences. Stanford: Stanford University Press.

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DEL SIGLO XXI ÁNGEL GÓMEZ MORENO Universidad Complutense de Madrid

A Charles B. Faulhaber, de nuevo

Antes de nada, ruego que se repare en el título de esta sección y se caiga en la cuenta de que me sirvo de un término problemático, un supuesto neologismo que en realidad no lo es, ya que, a lo largo de las tres últimas décadas, se ha venido usando de manera regular. Ciertamente, hispanomedievalismo e hispanomedievalista son voces con cierta solera y no pocos valedores, particularmente Alan Deyermond, cuya autoridad indiscutible no ha sido razón suficiente para que arraiguen1. Quienes a ello se oponen apelan al argumento de que, tras ambos términos, se intuyen otros dos, hispanismo e hispanista, por lo que, de usarlos, dejaríamos fuera a cuantos españoles e hispanoamericanos se ocupan del Medievo hispánico. Pero ni tan siquiera es así, ya que en ninguno de nuestros grandes diccionarios, incluido el DRAE, se dice que el hispanista sea necesariamente extranjero o que el hispanismo como ámbito de investigación englobe sólo a aquellos estudiosos foráneos que trabajan con la cultura hispánica2. Es más, si, al mar-

1 Se dice, no sé si con razón, que ambos términos han sido acuñados por este conspicuo medievalista. De lo que no cabe duda es de que él los ha defendido como nadie. 2 Juan Antonio Frago García ha abordado el asunto en «Hispanismo, hispanista»; en ese lugar, no se aparta un ápice del parecer del DRAE. Sólo al final acota el terreno: «Por otro lado, al principio y durante un cierto tiempo efectivamente fueron los extranjeros versados, más que aficionados, en hispanismo los que justamente recibie-

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gen de lo que digan los diccionarios, restringimos su uso en el sentido indicado –de hecho, muchos lo venimos haciendo desde hace tiempo–3, hispanomedievalista debe quedar a salvo, ya que no deriva de hispanista, sino de la suma del adjetivo hispano y el sustantivo medievalista. En resumen, considero que debemos abandonar toda reticencia y servirnos de ambas voces, tan útiles como legítimas. Hay infinidad de «palabros» que, con menos razón y sin titubeos, hemos encajado en nuestro cotidiano hablar o en nuestro metalenguaje profesional. Una segunda y necesaria observación tiene que ver con la esencia misma del presente trabajo, limitado en su extensión y enfoque para cumplir con el encargo de su editor. De su intrahistoria les daré cuenta en pocas palabras. Cuando comencé la tarea, creí necesario un recorrido largo en términos cronológicos y comprehensivo no sólo en un sentido geográfico, ya que me interesaban tanto las tendencias o corrientes de análisis (que saltan por encima de fronteras y se mueven entre continentes) como las escuelas (éstas sí de carácter nacional). Al poco tiempo, sucedió lo inevitable: mi encargo para Nuevos Hispanismos se me fue de las manos; y, con el estímulo adicional de lectores amigos que me pedían alguna pincelada más aquí y allá (por lo común, nombres de especialistas en activo que echaban en falta), sin perder del todo su magrez, fue pareciendo más libro que capítulo de libro. Este accidente inicial y la generosidad de Klaus Vervuert tienen la culpa de que, poco después de que estas líneas vean la luz, salga a la calle mi Breve historia del medievalismo panhispánico, un trabajo comprometido como pocos, de esos que inevitablemente provocan desazones, aunque me haya esforzado en mencionar al mayor número de especialistas de mérito y en destacar los principales hitos en la ron el título de hispanistas, pero como tales acabarían siendo llamados también los estudiosos españoles y los americanos, de manera ininterrumpida ya desde el primer Congreso de 1962 de la AIH […]» (2003: 47). A continuación, cita las palabras con que Dámaso Alonso se dirigió a los asistentes al II Congreso de la AIH, celebrado en Nimega, donde defendía la idea de que el hispanismo, auténtica posición intelectual, hermana a los estudiosos hispánicos y no hispánicos. No es de extrañar, por tanto, que, en ese volumen, a mi buen amigo Abraham Madroñal le haya correspondido ocuparse de «El hispanismo en España» (Ibíd.: 161-176). 3 Aunque ello quita que españoles e hispanoamericanos formen parte de la Asociación Internacional de Hispanistas, o que la presidan, como lo hace Carlos Alvar a día de hoy.

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historia de nuestra disciplina. ¿Y por qué me meto en este berenjenal –se me ha preguntado ya– si barrunto tales sinsabores? Pues porque, a pesar del riesgo que implica (acaso sólo superado por una antología de poetas vivos, tarea en que el editor se juega literalmente el cuello), a estas alturas precisamos de una retrospectiva; y más aún, en mi opinión, la necesitan los jóvenes que apuntan maneras de medievalistas. Un panorama como ése ayuda a entender por qué, en nuestra especialidad, existen áreas de atención primordial frente a otras prácticamente olvidadas; además, permite captar la peculiar sintonía entre un momento histórico dado y su medievalismo, comprobar el cultivo de determinados métodos y el olvido, inconsciente o voluntario, de otros, etc. Al final, y es lo que más importa, revela las faltas y carencias, al tiempo que sugiere acciones para superarlas, como la catalogación de bibliotecas y archivos en pos de fuentes primarias; la recuperación de textos, autores y géneros olvidados o maltratados por la crítica; el recurso experto a la ecdótica, aplicada al conjunto de nuestra literatura medieval; el diseño de poéticas de autor, cuerpos textuales o géneros completos; y lecturas innovadoras y estimulantes por disponer de nueva documentación, adoptar un enfoque original o apelar a métodos de análisis inusitados y pertinentes. Si en ese volumen me ocupo del devenir del hispanomedievalismo en su conjunto, en otro lugar me he interesado por los cambios acontecidos en España durante las dos décadas largas que arrancan de los primeros ochenta, lo que me exime de volver sobre determinados asuntos4. De ese modo, en esta entrega, sólo aludiré al pasado en tanto en cuanto ayuda a entender por qué hemos seguido una ruta concreta, la misma que seguiremos frecuentando en un futuro próximo. En nuestra especialidad, los cambios se produjeron en cascada y coincidieron con el desarrollo que, en todos los órdenes, experimentó España a poco de consolidarse la democracia; por esas fechas, parecía claro que los principales garantes de la preservación y difusión de nuestra cultura medieval no lo eran ya tanto los hispanistas como los propios expertos españoles. De todos los factores que hicieron posible esa

4 Gómez Moreno (2004). En este trabajo, entre todos los hitos que me permitían marcar un terminus a quo entre 1980 y 1984, me quedé en un término medio gracias a que 1982 fue el año de publicación del revolucionario Catálogo-índice de la poesía cancioneril del siglo XV de Brian Dutton.

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deriva del exterior al interior, el primero es, sin ningún género de duda, el vertiginoso desarrollo, económico y cultural, experimentado por España, que pobló su geografía de nuevas instituciones académicas, dotadas de modernas bibliotecas y pertrechadas con todos los medios necesarios para la alta investigación: costosas infraestructuras, el último grito en electrónica, revistas y hasta editoriales. En paralelo, desde ministerios, comunidades, instituciones públicas y organismos privados comenzó a caer una lluvia de millones que hizo posible cualquier proyecto; además, se respaldó a los mejores estudiantes con becas predoctorales, posdoctorales y contratos de investigación. Este panorama, que se antoja perfectamente normal a día de hoy, no lo era en absoluto un cuarto de siglo atrás, como saben quienes, como yo, han vivido esos cambios trascendentales en directo y desde sus inicios. A ese respecto, me considero un testigo privilegiado, pues formo parte del profesorado español desde 1983, cuando, con 24 años recién cumplidos, logré mi primer contrato como profesor ayudante en la Universidad Autónoma de Madrid. El curso previo lo había pasado en la University of Wisconsin-Madison, vinculado al mítico Seminary of Medieval Spanish Studies, verdadera meca de los estudios medievales y justamente famoso por sus adelantos al aplicar la cibernética a las Humanidades. De vuelta a casa, España me pareció atrasadísima; sin embargo, sólo dos o tres años después el panorama había cambiado de forma radical: habíamos dado pasos de gigante en todos los órdenes. Mis continuos viajes y prolongadas estancias en Norteamérica me confirmaban que, en lo que a medios se refería, nada teníamos que envidiar. Conozco como pocos la magnitud de la tarea acometida y resuelta, ya que, en los últimos quince años, y con gobiernos de distinto signo, he trabajado como gestor o colaborador en numerosos programas que han servido para impulsar la ciencia en España y estrechar lazos con otros países, con el objeto de mejorar la formación de nuestros investigadores o como ayuda al desarrollo. Ante un cúmulo de circunstancias tan favorables, rara fue la especialidad que no logró sacar provecho, como se refleja en las bibliografías internacionales y en los índices de impacto. Dada la singularidad de nuestra nación, con un legado que sólo se aviene a medir fuerzas con los de Italia o Francia, parece lógico que a las Humanidades se les prestase especial atención, y no sólo por prurito cultural: nuestra historia, nuestra cultura, nuestro arte y nuestra literatura poseen una

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dimensión económica que a nadie se le escapa, por el propio valor de los testigos que nos la transmiten (códices e incunables, fundamentalmente) y por su capacidad para atraer visitantes en un país que tiene en el turismo su primera industria. Seamos categóricos y defendamos nuestro oficio desde todos los ángulos; pero antes de nada, reparemos en la singular riqueza de nuestro Medievo literario: por la importancia de sus textos (en razón de su belleza, aunque también poseen otros valores) y, algo irrefutable, por el formidable patrimonio bibliográfico que lo preserva y transmite; por añadidura, la geografía y el paisaje con que esa literatura se relaciona (como el Camino de Santiago, la ruta del Cid, el itinerario serrano del Libro de Buen Amor, los enclaves literarios del Marqués de Santillana, y tantos otros) aumentan su poder de atracción en términos culturales y turísticos. El conjunto no sólo resulta subyugante para el medievalista: debidamente tratado, se convierte en una atracción de primer orden; de ese modo, desde instancias diversas y con un grado de implicación variable, se han impulsado proyectos permanentes (rutas literarias como las que llevan a San Millán, Santo Domingo de Silos o las ruinas de San Pedro de Arlanza, si no a lugares tan evocadores como la Urueña de Joaquín Díaz) y otros de carácter temporal (exposiciones con motivo de centenarios, como la reciente del Cantar de mio Cid en 2007, en que tanto ha tenido que ver el Instituto de la Lengua de Castilla y León; ciclos como las Edades del Hombre, con sede en varias catedrales castellano-leonesas; exposiciones bibliográficas como las de la Biblioteca Nacional o la Universitaria de Salamanca, y otros muchos eventos al cuidado de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales). En casi todos los casos, se ha procedido con una inteligente amplitud de miras, que pone en relación el texto literario y el documento notarial, la pieza museística y los modestos ephemera. En caldo de cultivo tan idóneo, la nómina de medievalistas españoles no podía sino crecer a pasos agigantados; pronto, de hecho, la relación anual de sus publicaciones abrumó por su cantidad y calidad. En ese marco, el hispanismo internacional conservó su cuota, pero creció en importancia: su labor gozaba ahora del reconocimiento de toda España, desde donde llegaban invitaciones para participar en cursos de doctorado, congresos, coloquios, ciclos y eventos culturales de diversa índole, o para formar parte de comités editoriales, consejos de redacción y comisiones de expertos; por añadidura, no son

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pocos los hispanistas que han obtenido el mayor reconocimiento académico posible al laurearse con uno o varios doctorados honoris causa. Queda claro, por lo tanto, que la expansión del hispanomedievalismo en España benefició mucho a los hispanistas especializados en ese período, aunque lo mismo procede decir de cuantos atienden a otras épocas. Ahora bien, para que el relevo a que vengo refiriéndome fuese posible, no sólo se precisó de financiación; de hecho, hubo factores que pesaron tanto o más. En este sentido, hay que aludir de nuevo a Deyermond, más concretamente a su volumen de Edad Media en Historia y crítica de la literatura española (1980), dirigida por Francisco Rico, pues obró como un poderoso revulsivo, al atraer a decenas y decenas de jóvenes. El Primer Suplemento, único publicado, salió a la calle once años después (1991); en su preámbulo, el hispanista británico destaca los cambios ocurridos en tan breve intervalo e incide en la importancia de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval: Conocía ya desde muchos años antes trabajos valiosísimos de colegas españoles, dignos sucesores de los grandes del pasado; sin embargo, lo que realmente me sorprendió en aquella ocasión fue el número de jóvenes investigadores de primer orden y su deseo de ponerse en contacto con los medievalistas extranjeros. Se me hizo patente que el centro de nuestros estudios, que se había desplazado al extranjero (sobre todo, a los países anglófonos) a causa de la translatio studii que supuso la Guerra Civil, con la diáspora de intelectuales y el consiguiente auge del hispanismo norteamericano y británico, volvía a España. Más incluso que el número y la valía de los jóvenes españoles dedicados total o parcialmente al estudio de las literaturas medievales de su país, me sorprendió el desconocimiento del fenómeno: las nuevas generaciones de medievalistas parecían coexistir en grupos aislados, convencido cada uno de ellos de ser el último representante de dichos estudios. La constitución de la AHLM y el éxito innegable de su Primer Congreso supusieron un paso decisivo, un diagnóstico favorable de la salud y vitalidad de nuestros estudios en España (1-2).

Los medievalistas españoles establecieron contacto con lo más granado del hispanomedievalismo internacional, cuyas lecciones sumaron a las de los maestros en activo, como Dámaso Alonso (cuya última lección en un cursillo para filólogos me lleva al Ateneo de

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Madrid, en noviembre de 1985), Rafael Lapesa, Martín de Riquer, José Manuel Blecua, Eugenio Asensio, Francisco López Estrada, Miquel Batllori, Andrés Soria Ortega, José Fradejas, Diego Catalán o Manuel Alvar. A su blanda férula, se añadía el acicate de un joven y provocador Francisco Rico, cuyos sucesivos trabajos sirvieron de banderín de enganche del hispanomedievalismo (y no olvido que él ha sido uno de los enemigos declarados de esta etiqueta) dentro y fuera de la Universidad Autónoma de Barcelona, desde «Las letras latinas del siglo XII en Galicia, León y Castilla» (1969), y a través de su labor con Alfonso X (1972), Petrarca (1974 y 1978), Nebrija (1978), el mester de clerecía (1985) o el humanismo italiano, español y europeo (1993), hasta sus títulos más recientes. La sombra de don Ramón Menéndez Pidal levitaba sobre todos, maestros y discípulos, con consecuencias diversas: si unas veces animaba a volver sobre sus géneros predilectos (la épica y el romancero, las crónicas o la poesía que decimos de clerecía) o ahondar en los orígenes del castellano y sus dialectos, otras actuaba en sentido contrario5. De entrada, había que liberarse de sus fobias respecto de ciertos géneros (el roman y la poesía de cancionero, sobre todo) y familiarizarse con algunos métodos filológicos por los que nunca sintió estima, como la crítica textual de corte neolachmanniano, que, al inicio de los años ochenta, contaba con un formidable cuerpo teórico y un sinfín de aplicaciones en otras literaturas. Frente a tamaña riqueza, el panorama español era simplemente desolador: nada cabía buscar a no ser el temprano recurso a la ecdótica por parte de Antonio García Solalinde en la General Estoria I (1930) y, con sus discípulos Lloyd Kasten y Victor Oelschläger, en la General Estoria II (1957); de hecho, fue un romanista italiano, Giorgio Chiarini, el primero que aplicó el método de Lachmann a un texto español del Medievo: el

5 Este hecho no es privativo de España. Para comprobarlo, basta echar un vistazo al país vecino, donde los postulados del gran Joseph Bédier (1864-1938) lo fueron todo en cuanto a enfoque (en los estudios de la épica, su individualismo impregnó a la práctica totalidad de la crítica francesa desde entonces hasta hoy) y método (su rechazo de la técnica editorial de Lachmann y su observancia del principio del bon manuscrit son marca de la Escuela Francesa). Mi opinión al respecto, y con ella la de la crítica que se ha ocupado de la vida y pensamiento del gran maestro español, la recojo en un trabajo que no es sólo semblanza: «Ramón Menéndez Pidal (1869-1968)» (Gómez Moreno 2005).

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problemático (pues lo es en todos los órdenes) Libro de Buen Amor (1964)6. Algo después, el holandés Maxim Kerkhof iniciaba su ejemplar labor con sucesivas ediciones del Marqués de Santillana (la primera de todas, su tesis doctoral sobre la Comedieta de Ponza, 1976; la última, sus Poesías completas, 2003, preparada junto a mí) y Juan de Mena (con dos poemas, Laberinto de Fortuna, 1995, y La Coronación, 2009, de tradición textual tan compleja como su obra breve, según demostró Alberto Vàrvaro, Premesse a una edizione critica delle poesie minori di Juan de Mena [1964]), que sirvió de estimulo a aprendices de filólogo como lo era entonces (y lo es aún) quien firma estas líneas. El caso de don Íñigo López de Mendoza es singular, ya que en su tradición hay un verdadero codex optimus (ms. 2655 de la Biblioteca Universitaria de Salamanca) que justifica una fórmula editorial híbrida de Lachmann y Bédier por la que algunos expertos apuestan en abstracto: si con recurso al stemma, se eliminan los descripti, se establecen relaciones textuales y se detectan lecciones equipolentes (en Pregunta de nobles o Bías contra Fortuna), el apógrafo salmantino supone todo un seguro para el editor. Indudablemente, la crítica textual tiene un terreno poco idóneo en nuestra literatura medieval, poblada como está de obras transmitidas por un único testigo, comúnmente manuscrito (Cantar de mio Cid, Auto de los Reyes Magos, Elena y María, Poema de Fernán González, Libro de Apolonio, Razón de Amor…), aunque a veces impreso (pienso en el Amadís refundido de 1508, que obliga a otro tipo de esfuerzos, como vemos en Juan Bautista Avalle-Arce, «Amadís de Gaula»: El primitivo y el de Montalvo [1990]), y siempre con problemas para los que no existen recetas establecidas. El panorama, no obstante, tampoco se aclara (acaso al contrario) cuando nos han llegado dos o más testimonios, según percibimos en los continuos escollos del Libro de Alexandre (con los códices de Osuna y París, sometidos por los editores a los más diversos métodos de análisis, incluidos los electrónicos), en el desacuerdo absoluto sobre la tradición textual del Libro de Buen Amor (con los manuscritos Gayoso y Toledo, por un lado, y Salamanca, por otro, cuyas diferencias y doble datación han llevado a defender una doble redacción en la que pocos creen) o en 6 Italia es el paraíso de la escuela neolachmanniana, con una larga lista de manuales y desarrollos teóricos y un largo número de ediciones que se sirven de tal método.

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una Celestina con la que se han estrellado, uno tras otro, los expertos y que ha consumido, con éxitos sólo parciales, las fuerzas de los filólogos más avezados; a ese respecto, el hallazgo (en que tanto tuve que ver) del primer auto de la obra en un manuscrito de la Biblioteca de Palacio (ms. 1520) no ha hecho sino aumentar las disensiones, como si tras las palabras del prólogo se escondiese una verdadera profecía: «Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla dize aquel sabio Heráclito en este modo: Omnia secundum litem fiunt». Permítaseme añadir que, sobre todo en las obras más tempranas, las dudas nos asaltan por doquier, si bien es cierto que los historiadores de la lengua no lo tienen más fácil. El problema radica en la inestabilidad del español primitivo, que dificulta cualquier intento de datación o adscripción geográfica de nuestros textos arcaicos. Por ejemplo, en el Auto de los Reyes Magos y sus rimas anómalas se ha querido ver a un autor occitano (más concretamente gascón, en opinión de Rafael Lapesa) o catalán (según Maximiliam Kerkhof) escribiendo en lo que sería el español de Toledo a mediados del siglo XII; incluso, hay quien sostiene (en concreto, Josep Maria Solà-Solé, cuya opinión nadie parece compartir) que el romance en que se compuso es el propio de los mozárabes toledanos. En cuanto a su datación, en los últimos años se ha ido de las medianías del siglo XII, que proponía Menéndez Pidal, al final de la centuria. El caso de la Razón de Amor es semejante, ya que, mientras para Menéndez Pidal se ha redactado en un aragonés trufado de castellanismos, G. H. London mantiene justamente lo contrario: sus versos están escritos en un castellano impregnado de rasgos aragoneses; en fin, para David Hook, sólo procede hablar de lengua castellana sin más; investigadores hay, no obstante, que han postulado la mediación, como autor o mero copista, de un mozárabe y han prestado especial atención al éxplicit del poema, que sigue suscitando no pocas dudas: «Lupus me fecit de Moros». Volvamos por un momento a la crítica textual, no sin antes citar a Pedro Sánchez-Prieto Borja allí donde invita a arrinconar lo que no son más que puras ideas heredadas: Ni siquiera con Alfonso X puede hablarse de uniformidad, entre otras cosas porque ésta no se pretendía […] si algo caracteriza el desarrollo de la puesta por escrito del romance es la diversidad de tendencias y de opciones simultáneas que se presentan no sólo comparando diferentes escri-

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torios entre sí, sino dentro de un mismo ámbito de escritura. Y esto es así especialmente en el caso de la ciudad de Toledo, donde, amén de coexistir diferentes entidades en las que la práctica de la escritura es habitual (notarías mozárabes, parroquias, catedral, cancillería regia en algunos períodos), ni siquiera en el entorno de la catedral puede hablarse de usos uniformes (2007: 159, 173-174).

Fecha para el recuerdo es 1983, en que, tras diversas aplicaciones de un método en el que ya era maestro (La transmisión textual de «El Conde Lucanor» [1980]), Alberto Blecua publicó su Manual de crítica textual, primer título teórico escrito por un español. Luego vendrían los de Miguel Ángel Pérez Priego (1997) y Pedro Sánchez-Prieto (1998), o los de Francisco Marcos Marín (1994) y José Manuel Lucía (2007), que ponen de manifiesto la utilidad de la electrónica. Importantísima es la labor desarrollada por Íncipit, revista del Seminario de Edición y Crítica Textual (SECRIT) de Buenos Aires, que porta ahora el nombre de su fundador, Germán Orduna; en concreto, desde 1981 para acá, el equipo bonaerense y sus colaboradores se han enfrentado a toda una variedad de escollos textuales con diversas técnicas ecdóticas, al tiempo que han hecho importantes reflexiones en atención a la metodología. Todo ello ha sido posible porque, en tan corto espacio de tiempo, nuestros filólogos, además de mostrar su pericia con Lachmann y sus continuadores, han estado atentos a cualquier novedad y han hecho propuestas verdaderamente originales. Por ejemplo, se ha dado el obligado acuse de recibo a la crítica genética de Louis Hay; no obstante, mucho más interés ha despertado la bibliografía textual o material, una técnica de obligado conocimiento para el especialista en literatura áurea, por su gran utilidad en aquellos casos en que se conservan el original de imprenta y el impreso derivado. Por desgracia, sólo dos de nuestros textos responden a ese patrón: el Sinodal de Aguilafuente, impreso hacia 1472 a partir del ms. B-335 de la Catedral de Segovia, y el Universal vocabulario en latín y romance de Alfonso de Palencia, impreso en 1490 desde el ms. f-II-11 de la Biblioteca de El Escorial7. El caso de las Introductiones

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Todos esperamos que vea la luz la tesis doctoral de Sonia Garza Merino, «Manuscritos e imprenta» (Universidad de Alcalá, 2005), dirigida por Carlos Alvar; en ella, se analizan 82 originales de imprenta desde el final del siglo XV (con los textos

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latinae guarda algún parecido, ya que las anotaciones prácticamente ilegibles de la príncipe de 1481 (que transcribí para el Archivo Digital de Manuscritos y Textos Españoles [ADMYTE-1, 1992]) parecen haberse respetado, aunque no en su totalidad, en las Introducciones latinas contrapuesto el latín al romance (¿1486-1488?)8. Problemas hay que sobrepasan la capacidad analítica de la crítica textual, sobre todo cuando un autor vuelve en una o más ocasiones sobre su obra. En tal caso, ¿con qué hemos de quedarnos? Reparemos en que aquí no vale el principio jurídico universal de respeto a la última voluntad de quien tiene la propiedad del bien, a no ser que medie enajenación mental transitoria o permanente (a ese respecto, la última palabra la tendría un médico forense). De hecho, en los últimos años se oye la voz de cuantos proclaman la superioridad de la Comedia de Calisto y Melibea frente a la ampliación de la Tragicomedia; del mismo modo, cada vez son más los defensores de El Buscón de toda la vida, transmitido por un largo número de manuscritos e impresos y memorizado desde nuestra infancia, antes de que una pieza señera, el manuscrito Bueno de la Fundación Lázaro Galdiano, desplazase a todos los demás testigos por representar, aparentemente, la última voluntad de su autor. ¿Y cómo hay que proceder con los poemas de Rafael Alberti redactados en los años veinte y treinta?: ¿nos quedamos con el poeta inspirado de aquellos tiempos o con los retoques estéticamente discutibles del Alberti anciano? Como digo, si hubiese que dar una solución legal al caso, todo se arreglaría de inmediato, pero nos movemos en otro terreno. Naturaleza semejante tienen para el medievalista las refundiciones textuales, con la difícil trama de la Estoria de España y sus derivados, o la inevitable diversidad de la poesía de transmisión memorística, entre el romancero viejo arriba indicados) hasta el del siglo XVII. Complementaria y de la mayor importancia es la labor que, en este mismo terreno, vienen desarrollando Florencio Sevilla Arroyo y Begoña Rodríguez Rodríguez, que restan importancia al principio de la cuenta del original y muestran la extrema habilidad de los cajistas (cuyas injerencias en el texto son contadas) para respetar el original, con independencia de su extensión y del espacio de que dispongan; para ello, se servían de un rico sistema de abreviaturas, que manejaban de acuerdo con su conveniencia. 8 Aunque señalé el asunto y lo puse a disposición de cualquiera interesado, en mi España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos (1994: 149 n.), nadie parece haber aceptado mi invitación; por ello, desde estas mismas líneas dejo emplazado a mi sabio discípulo Álvaro Bustos para que cuanto antes acometa la tarea.

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y el romancero oral. En ambos casos, el dilema se ha superado por medio de la recopilación exhaustiva, aunque nuestra actividad docente y las necesidades del lector no especializado precisan de otro tipo de soluciones, que generalmente pasan por la elección de una versión concreta. Ocuparse de los dos reservorios literarios citados habría consumido las fuerzas del medievalista más curtido, y con escaso fruto; de hecho, su estudio y edición constituyen la labor primordial del Seminario Menéndez Pidal, dirigido hasta su reciente fallecimiento por Diego Catalán. En este y en cualquier otro caso, los equipos de investigación dedicados a empresas de gran envergadura sólo son viables si se dispone de la financiación necesaria. Del mismo modo que el National Endowment for the Humanities, de carácter público, respaldó la magna labor de Lloyd A. Kasten y John J. Nitti en el Seminary de Madison, al igual que numerosas sociedades filantrópicas norteamericanas, de carácter privado, apoyan la investigación universitaria, en España ha resultado decisiva la implicación de diversos organismos públicos y de un puñado de instituciones privadas que merecen una cerrada ovación. Así y sólo así, Pedro Cátedra ha creado el SEMYR (Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas) salmantino, famoso por sus encuentros eruditos y por la publicación de textos y ensayos en forma impresa; así, los medievalistas de Valencia, bajo la dirección de José Luis Canet, han impulsado el LEMIR (Literatura Española Medieval y Renacimiento), que cuelga sus transcripciones y estudios en su página web; así, en Alcalá de Henares, Carlos Alvar y Fernando Gómez Redondo dirigen, respectivamente, dos publicaciones periódicas de la calidad de Revista de Literatura Medieval y Revista de Poética Medieval; así, ha nacido la SEMYR ovetense (Sociedad de Estudios Medievales y Renacentistas), bajo la dirección de Fernando Baños Vallejo; así, Lola Badia y su equipo de la Universidad de Barcelona avanzan en el ambicioso CODITECAM (Corpus Digital de Textos Catalanes Medievales); así, aunque esta vez, más que con financiación, con un trabajo que se fundamenta en la pericia y una voluntad inquebrantable, se ha ido difundiendo la literatura sefardí, que queda en deuda con el maestro Iacob Hassán, relevado a su muerte por Elena Romero y Paloma Díaz-Mas; en fin, mención especial merecen los colegas de distintas áreas que impulsaron la Biblioteca Virtual Cervantes con ayuda de la Fundación Gene-

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ral de la Universidad de Alicante. De Philobiblon, proyecto del que yo mismo formo parte desde 1982, hablaré algo después, aunque anticipo que nada se podría haber hecho sin contar con el apoyo decisivo de varias instituciones públicas y privadas. Se trabaje solo o en equipo, la comunicación con los colegas se revela fundamental, pues sólo el contacto directo o indirecto –ocasional en el pasado y continuo en nuestros días– nos mantiene debidamente informados. Ahora, gracias a la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, con su Boletín, y a la rama de la Modern Language Association que atiende al Medievo hispánico, con La Corónica, tenemos noticias frescas con relación a lo que acaba de hacerse y a los proyectos en marcha. Antes de acometer una tarea, debemos saber de dónde partimos; para ello, habremos de contar con una especie de mapa inicial, un status quaestionis que evitará redundancias y revelará carencias. Si no respetamos esta regla de oro, estaremos descubriendo el Mediterráneo día tras día, lo que dará en la burla de los expertos que lo son de veras. En segundo término, con su praxis, que comporta placer y sacrificio en dosis parecidas, los maestros del medievalismo nos enseñan a no caer en la trampa de las plantillas metodológicas y, de situarnos en la realidad del presente, a no usar sin criterio o filtro la información fácil que nos llega a través de Internet. Claro está que nadie puede prescindir de una tecnología que acorre en circunstancias inimaginables hace poco más de diez años9; sin embargo, hemos de buscar la información en páginas electrónicas de calidad contrastada. Tras la batida bibliográfica, hay que hacerse con las fuentes primarias y referenciales que se precisen; para ello, acudiremos a las bibliotecas que correspondan, aprovecharemos las facilidades de los modernos servicios de reprografía, comprobaremos si hay ejemplares digitalizados en la red, haremos uso de las colecciones de revistas en formato electrónico y, en caso de necesidad, apelaremos a un servicio que en el pasado se limitaba a unos pocos países (y que era particularmente común en los Estados Unidos): el interlibrary loan o préstamo inter-

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Para un uso ponderado e inteligente, véanse los diversos trabajos de José Manuel Lucía Megías, como Literatura Románica en Internet (2002 y 2006) y la próxima revisión de Florencio Sevilla Arroyo en eHumanista (2010); además, debo incidir de nuevo en la importancia de la Biblioteca Virtual Cervantes o en la digitalización de libros antiguos por parte de Google, que facilitan la consulta y evitan su deterioro.

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bibliotecario. Tamaña riqueza en medios y recursos no habría servido de nada si no se hubiese trabajado a conciencia y con entusiasmo; en concreto, ha sido decisivo el reencuentro con textos olvidados y el hallazgo de otros desconocidos por completo, lo que demuestra lo mucho que aún tiene que decir la crítica de exploradores. Esta época de hallazgos es hija de la catalogación sistemática de nuestro fondo antiguo en archivos y bibliotecas, tarea a la que se han dedicado filólogos, historiadores y bibliotecarios en un cuarto de siglo de actividad frenética. Sólo así se explica que, en tan corto espacio de tiempo, se hayan dado a conocer, de manera parcial o íntegra, las colecciones de la Real Academia Española, el Palacio Real, la Fundación Lázaro Galdiano o la Universidad de Salamanca; además, se ha progresado mucho en la catalogación de instituciones de especial riqueza y complejidad, como la Biblioteca Nacional o la laberíntica Real Academia de la Historia10. En conjunto, las grandes desconocidas son las bibliotecas de la Iglesia española, aunque de algunas sabemos ya bastante (catedrales de Burgo de Osma, León, Córdoba, Segovia o Sevilla, la Colegiata de San Isidoro en León o fondos desamortizados o trasladados, como los de los monasterios de San Pedro de Cardeña o San Millán de la Cogolla, hoy en la Real Academia de la Historia, además de los códices de la Catedral de Toledo, hoy en la Biblioteca Nacional); por el contrario, hay centros que precisan de una catalogación urgente y sistemática, por lo mucho que de ellos se espera (como las catedrales de Palencia y Zamora). En cualquier caso, como la experiencia indica, la sorpresa puede surgir donde menos se imagina, y no sólo en España11. Nadie piense que en los países más desarrollados de Occidente ya se ha abandonado esa fase; de hecho, las dos grandes empresas nacionales de catalogación de manuscritos en las bibliotecas públicas de Francia e Italia continúan abiertas; además, se trabaja en instrumentos tan necesarios como Manuscrits datés des bibliothèques de France (proyecto del CNRS con una primera entrega de 2002 que pronto tendrá correspondencia en España) o In principio, que recoge íncipits de manera exhaustiva (proyecto del Ins-

10 Los últimos fondos revisados por Faulhaber y por mí de modo sistemático son los pertenecientes a la Universidad Complutense y a la Duquesa de Alba. 11 Aunque hijo propio, me atrevo a recomendar el panorama trazado por Ángel Gómez Moreno y Maxim P. A. M. Kerkhof (2001).

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titut de Recherche et d’Histoire des Textes accesible en Internet desde 2003). Tenemos un magnífico ejemplo de lo mucho que cabe esperar de la catalogación sistemática y de rebuscas puntuales: la recuperación, tras la correspondiente batida de un filólogo tan sagaz como Alfredo Stussi, del primer testimonio lírico de la literatura italiana en el Archivio Storico Arcivescovile de Ravenna.12 El medievalista precisa formarse en la disciplina que se ocupa de los manuscritos, la codicología (junto a estupendas aproximaciones de expertos foráneos, como la tradicional de Alphonse Dain o las recientes de Jacques Lemaire, Maria Luisa Agati o Armando Petrucci, están la Introducción a la codicología [2002] de Elisa Ruiz o El llibre manuscrit [2002] de M. Josefa Arnall i Juan); de otro modo, los errores en que puede incurrir son de muy diversa índole, no sólo de naturaleza paleográfica o diplomática. También están en nuestra memoria fracasos sonados por carecer de un conocimiento básico del quehacer de la antigua imprenta (como cierta edición crítica de la Celestina, que se estrelló por olvidar una de las reglas elementales del trabajo con tales impresos: la revisión de datas por medio de un cotejo tipográfico), una formación que, si no media un docente experto, se puede adquirir apelando a la Introducción al estudio de los incunables de Haebler, con la glosa deslumbrante de Julián Martín Abad (1995). La fuerza sobrehumana de este investigador está a punto de lograr dos objetivos que se antojaban inalcanzables: un catálogo de los incunables de la Biblioteca Nacional que superará todas las carencias de Diosdado García Rojo y Gonzalo Ortiz de Montalbán (1945 y 1958, con signaturas exactas sólo en los ejemplares de trabajo de la Biblioteca Nacional, anotados a mano) y un catálogo de los incunables de las bibliotecas españolas que enmiende el anterior de Francisco García Craviotto (1990-1991), pues, aunque muy meritorio, nació incompleto (en él, sólo indica que una biblioteca tiene uno o más ejemplares, sin especificar su número ni indicar su signatura, estado y demás datos). Cada vez sabemos más sobre los impresos del siglo XVI, importantes reservorios de la literatura de la centuria previa y hasta de textos tan añosos como los Castigos y ejemplos de Catón (acaso de finales 12 En su fundamental «Versi d’amore in volgare tra la fine del secolo XII e l’inizio del XIII» (1999).

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del siglo XIII), transmitidos gracias a varios pliegos sueltos quinientistas. No es por ello ociosa la permanente revisión de los principales útiles de trabajo; de ese modo, el Diccionario de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI) (1970) de Rodríguez-Moñino es ahora el Nuevo diccionario de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI) (1997) de RodríguezMoñino, Arthur L. F. Askins y Víctor Infantes. Lo mismo cabe decir de los impresos de las dos primeras décadas del siglo XVI, conocidos como posincunables o posincunables, catalogados por F. J. Norton en un trabajo ejemplar (A Descriptive Catalogue of Printing in Spain and Portugal, 1501-1520 [1978]) que ahora se ve superado en todos los órdenes por ese gigante que es Julián Martín Abad (Post-incunables ibéricos, 2001 y 2007). Aunque conservada en recipientes áureos, el aroma de la lírica tradicional lleva automáticamente al Medievo, por lo que los medievalistas tienen en ella uno de sus temas de investigación predilectos. Para cualquier prospección, hasta hace poco era imprescindible repasar uno a uno los testigos de Margit Frenk en su Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII) (1990 y 1992); sin embargo, ese trabajo ha sido superado por su Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII) (2003)13. Dado lo escurridizo de la materia, toda cautela es poca, aunque la propia Frenk ha venido a auxiliarlos con algo parecido a una piedra de toque: una recopilación titulada Poesía popular hispánica: 44 estudios (2006), que más que actualizar revoluciona la guía que campo que ya se ocultaba en sus Estudios sobre lírica antigua (1978). Nuestra profesión necesitaba el andamiaje del que sólo ahora dispone. A ese respecto, hay aportaciones individuales especialmente valiosas, como la de Charles B. Faulhaber, cuya labor se ha basado siempre en una revisión metódica, exhaustiva y entusiasta de las fuentes primarias. Ésa fue su guía al volver sobre Menéndez Pelayo y sus teorías en torno a la retórica clásica en el Medievo español (Latin Rhetorical Theory in Thirteenth and Fourteenth Century Castile [1972])14. Aquí se demuestra la necesidad del rastreo sistemático, del 13

Véase mi artículo-reseña Gómez Moreno (2007). Había tomado en consideración una certera hipótesis de López Estrada: «Ignoro cuál podía ser el Ars poética que conociese Pérez de Guzmán, pero el fondo retórico medieval es común en la romanidad y en la zona de su influencia […]. Aun teniendo en cuenta que el estudio de estas Artes en España está aún por realizar, no creo que difiriesen mucho los hispánicos de los recogidos por Faral» (1946: 311. Por 14

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trabajo con el libro en la mano, a la manera de los grandes maestros de todos los tiempos y como uno de ellos en especial, Paul Oskar Kristeller, a quien aludiré enseguida. Además, Faulhaber nos ha enseñado cómo hay que catalogar un fondo antiguo (los manuscritos y documentos de la Hispanic Society [1983 y 1993]) y la importancia que tienen las bibliotecas medievales para reconstruir la historia cultural del período (Libros y bibliotecas en la España medieval: una bibliografía de fuentes impresas [1987]). Mucho más ambicioso, no obstante, es su proyecto (junto a Gómez Moreno, desde 1982, y con la incorporación posterior de Ángela Moll, Antonio Cortijo y Óscar Perea) de catalogar todos los manuscritos e impresos en que se transmite la literatura castellana medieval (BETA, acrónimo de Bibliografía Española de Textos Antiguos, antaño BOOST, Bibliography of Old Spanish Texts), hermanado con el que se ocupa de la literatura catalana, valenciana y mallorquina (BITECA, antaño BOOCT, de Vicente Beltrán, Gemma Avenoza y Lourdes Soriano) y el que atiende a la literatura gallego-portuguesa (BITAGAP, antaño BOOPT, de Arthur L. F. Askins, Harvey L. Sharrer, Aida Fernanda Dias y Martha E. Schaffer), accesibles los tres en el portal electrónico Philobiblon. De seguro, este proyecto –nuestro proyecto– continuará activo gracias a la generosidad de organismos públicos (National Endowment for the Humanities y Ministerio de Educación y Ciencia) y fundaciones privadas (Fundación IBM, Fundación Mapfre América y Fundación Ignacio Larramendi); además, colaborará con todo investigador que lo desee y con equipos de investigación con intereses comunes, como el que se ocupa del corpus Manuscritos datados españoles de la Edad Media, proyecto integrado en CiLengua a través de la Fundación San Millán y que cuenta con el respaldo científico de Pedro Cátedra y Francisco Gimeno Blay. El conocimiento de nuestros archivos y bibliotecas, la catalogación de sus fondos, el uso de todos los instrumentos que aporta la crítica textual y la aplicación de los útiles que la Filología ha desarrollado a lo largo de los siglos sólo pueden tener una feliz consecuencia: ediciones fiables (aún nos faltan muchas) que permitan leer las obras y compararlas con sus congéneres, así como conocer a los autores y cierto, Faulhaber publicó la relación de manuscritos retóricos en Ábaco, 4 (1973), pp. 151-300.

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relacionarlos con sus coevos. Sólo con esos basamentos, se hace posible la determinación de poéticas y la diferenciación de géneros y modelos literarios, lo que ya se ha conseguido en cuerpos textuales como el de la poesía épica (Carlos Alvar, Alan Deyermond o Mercedes Vaquero), el mester de clerecía (López Estrada, Rico, Nicasio Salvador Miguel, Gómez Moreno o, últimamente, Elena González-Blanco), la poesía de cancionero (Salvador Miguel, Dutton, Juan Casas Rigall o Vicente Beltrán, y, en el ocaso de esta escuela, Álvaro Alonso o Álvaro Bustos), la novela sentimental (Alan Deyermond, Keith Whinnom, Michael Gerli, Régula Rohland, Cortijo Ocaña o Carmen Parrilla) o las crónicas (Diego Catalán con sus discípulos de la Universidad Autónoma, y, por supuesto, Gómez Redondo, cuya extensa Historia de la prosa medieval castellana [1996-] pone orden en este y otros géneros con su precisión y rigor taxonómico acostumbrados). Sólo entonces caben lecturas o interpretaciones (ya sea en un ensayo ligero o en el sesudo, y a veces plúmbeo, libro para especialistas) sin temor a despeñarse. No pocos disparates tienen su origen en malas lecturas de manuscritos poco fiables, cuando hay otros limpios de tales tachas que habrían librado del error, pero se hallaban en bibliotecas sin catalogar o habían caído en manos de editores inexpertos. Del mismo modo que el estudioso de la literatura española se siente legitimado para trabajar con tratados médicos, fueros, libros de heráldica y arte militar, manuales de albeitería o vidas de santos15, tiene la obligación de manejar los textos latinos y los repertorios donde éstos se recogen. Cuando esto escribo, no sólo tengo la cabeza puesta en aquellos catálogos de fondos latinos que abundan en noticias sobre obras vernáculas, como el del padre Guillermo Antolín sobre El Escorial o el Iter Italicum de Paul Oskar Kristeller, que procedió al vaciado de bibliotecas de todo el mundo. Estoy pensando, en 15 Por diversas razones, y no sólo desde la peculiar óptica del Medievo, las categorías enumeradas caen dentro de la órbita literaria. Esto es cierto en especial en el caso de la hagiografía, entroncada como se muestra con los géneros más linajudos, particularmente con la épica, el cuento y el roman, según he recordado en mis Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar de mio Cid a Cervantes) (2008), donde me he servido de las investigaciones previas de José Aragüés Aldaz, Fernando Baños Vallejo o Jesús Moya, junto a las de Carlos A. Vega, John R. Maier y Thomas D. Spaccarelly, Billy Thompson o Leonardo Romero Tovar; además, he trabajado con unos cuantos cientos de títulos entre los miles que forman la bibliografía general sobre hagiografía.

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primer lugar, en los clásicos latinos y en su difusión por tierras de España, por ser éste un termómetro cultural infalible16; para ello, acudiremos a L. D. Reynolds (Texts and Transmission: A Survey of the Latin Classics [1983]) y a Lisardo Rubio (Catálogo de los manuscritos clásicos latinos existentes en España [1984]). Por supuesto, también nos interesaremos por los textos latinos medievales, que conocemos en gran medida gracias a los desvelos de Manuel C. Díaz y Díaz y su equipo de expertos17. Al atender a Pablo de Santa María, Alfonso de Cartagena, Alfonso del Madrigal, Alonso de Palencia o Antonio de Nebrija, en su doble dimensión latina y vernácula, y al trabajar con autores que sólo se sirvieron del latín, como Diego García de Campos al filo del siglo XIII o Juan Gil de Zamora entrada la centuria, damos la razón a Whinnom (Medieval Spanish Historiography: Three Forms of Distortion [1967]) y quebrantamos unas barreras lingüísticas que carecen de cualquier justificación científica. Lo que en Whinnom era teoría, lo llevó a la práctica un Rico jovencísimo en su trabajo, ya citado, de 1969, donde recuerda la importancia del Codex Calixtinus, la Garcineida, los Carmina Rivipullensia o Analecta Hymnica por sí y como herramientas para el estudio de la literatura vernácula. Los maestros de la generación previa habían marcado el camino con total nitidez, particularmente al analizar la transformación espiritual del Quinientos (Bataillon, Asensio, Dámaso Alonso…), pero se necesitaba un nuevo toque de atención para romper un encasillamiento en áreas o disciplinas de estudio que, por desgracia, ha ido a más, y con resultados verdaderamente perniciosos18. Como muestra de que las aguas están volviendo a su cauce, y no sólo en España, es reveladora la publicación, en el órgano 16 Idea obsesiva en mi caso, como se desprende de trabajos propios del tipo de «Los clásicos en el umbral del siglo XIV allende y aquende los Pirineos» (2000) y «Letras latinas, tradición clásica y cultura occidental» (2006). 17 En solitario compiló el Index scriptorum latinorum Medii Aevi hispanorum (1958); en equipo por él coordinado el HISLAMPA: Hispanorum Index Scriptorum Latinorum Medii Posteriorique Aeui (Autores latinos peninsulares da época dos descobrimentos, 1350-1560) (1993). 18 Por desgracia, en España corremos un peligro cierto cuando nos movemos en los márgenes o fuera del área de conocimiento a la que estamos obligatoriamente adscritos y pretendemos el reconocimiento de un sexenio de investigación por parte de la Comisión Nacional de Evaluación de la Actividad Investigadora (CNEAI). Tal losa no pesa sobre el resto de nuestros colegas extranjeros.

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de expresión de los hispanomedievalistas de la Modern Language Association, La Corónica. A Journal of Medieval Hispanic Languages and Cultures, de todo un volumen dedicado al Humanismo latino en España: «“Salió buen latino”: los ideales de la cultura española tardomedieval y protorrenacentista» (Cortijo Ocaña/Jiménez Calvente 2008). Hace bien poco, esto habría sido impensable. También estamos logrando acabar con la funesta segmentación en corrientes de estudio, que amenazaba con seccionar el poderoso brazo norteamericano del cuerpo del medievalismo hispánico19. Ello ha sido posible gracias al progreso de métodos de análisis comprehensivos y contrarios al reduccionismo, como la Teoría de la Recepción o la Historia de la Cultura y de las Ideas (no se confunda con los Cultural Studies norteamericanos, que, a este lado del Atlántico, sólo han arraigado con fuerza en el área de Filología Inglesa), que no dudan en servirse de todo lo bueno que aportan las corrientes críticoformales (de carácter inmanentista), la sociología literaria o la psicocrítica. En un caldo de cultivo tan idóneo, son especialmente gratos los estudios de corte comparatista, que apelan a herramientas propias de folkloristas y antropólogos; de hecho, aun cuando todos estamos encasillados en áreas de conocimiento y departamentos, son cada vez más frecuentes las ocasiones en que, por razones de objeto y método, nos sentimos hermanados con colegas de otras especialidades filológicas, filosóficas o historiográficas. Sirva de ejemplo la comunión de muchos de nosotros en lo que Enrique Moreno Báez llamaba Nuevo Comparatismo, que consiste en el estudio comparado de los textos literarios, las artes plásticas y el pensamiento (por tema, género, corriente o generación artística, etc.).Un enfoque como éste (con antecedentes en Emilio Orozco, López Estrada, Juan Manuel Rozas o, modestamente, en algunas de mis páginas) ha aportado las bases teóricas a Rebeca Sanmartín en Imágenes de la Edad Media: la mirada del Realismo (2002). 19 Provocadora como siempre, Elena Gascón Vera ofrece una magnífica prueba de ese divorcio al oscilar de la historia literaria (su tesis sobre don Pedro de Portugal [1979]) a los estudios de género y feminismo. Públicamente, se ha quejado de que en España hacemos una crítica muy aburrida. ¿Será posible ahora el reencuentro? Creo que sí; es más, un repaso de la bibliografía muestra que, también en ese terreno, han cabido formulaciones inteligentes y ponderadas, asumibles desde cualquier perspectiva. Basta un nombre para comprobarlo: Eukene Lacarra.

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Los estudios de oralidad gozan de una alta estima entre los investigadores. Quienes por ese fenómeno se interesan suelen partir de las tesis tradicionales de Milman Parry y Alfred Lord o de las más modernas de Walter J. Ong –Orality and Literacy: The Technologizing of the Word (1982)–, Paul Zumthor –La lettre et la voix. De la “littérature” médiévale (1987)– o Margit Frenk –Entre la voz y el silencio (La lectura en tiempos de Cervantes) (1997)20–. Lo mismo cabe decir con respecto a asuntos como la alfabetización y el desarrollo de la pasión lectora, individual y callada, que ha merecido valiosas reflexiones de Fernando Bouza, Pedro Cátedra, Víctor Infantes o Antonio Castillo, que comparten intereses y postulados con Roger Chartier. Hablar de libros y de lectores conlleva hablar de cánones (o listas de libros de lectura obligada) y de clásicos (los idolatrados auctores del pasado), dos categorías fundamentales a lo largo de la historia; por ello, tras una guerra de la que sólo podían salir victoriosos, los sabios Allan Bloom, Harold Bloom y George Steiner las han recuperado para la cultura anglosajona y universal. Por si algo faltaba, la Filología, cuya sola mención resultaba perniciosa para cuantos aspiraban a ocupar una plaza como profesor universitario (a no ser en Italia o, con un uso mucho más vago del término, en España), va retornando a todas partes de manera lenta pero inexorable; y lo hace con nuevos aires, remozada en lo poquito que precisaba y segura y vigorosa como en los mejores tiempos21. En un número inminente, aprobado por su junta directiva, La Corónica se ocupará precisamente de la Filología y sus herramientas a través de una serie de surveys teóricos y de casos prácticos o aplicaciones de su rica metodología. Realmente, hemos hecho que salten las barreras que nos separaban de nuestros iguales. Ahora, lo normal es coincidir, en coloquios o en proyectos de investigación, con expertos en Derecho medieval,

20 Aunque ya tiene sus años, mi trabajo «Proyección de la cultura oral sobre la vida en el Medievo. La transmisión oral del saber: juglares, épica y teatro» (1994a) sirve aún como panorama de conjunto. Hay que eliminar, eso sí, un desliz: la errada separación entre juglares de péñola y boca que se refleja en la ilustración de la p. 850. 21 De verdadero acuerdo con las cesiones justas (en ningún caso se trata de un pacto de mínimos) cabe hablar en el caso de la propuesta del orientalista Sheldon Pollock para su próximo libro Future Philology? The Fate of a Soft Science in a Hard World, que puede consultarse en Internet (véase ).

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historiadores de la Ciencia, historiadores de la Iglesia, estudiosos de las artes plásticas, arabistas, hebraístas, helenistas, latinistas, con colegas que se ocupan de otras literaturas europeas sin quitar la vista de la nuestra y, por supuesto, con historiadores de la lengua española, más concretamente con lexicógrafos; con estos últimos, se ha colaborado en empresas de la importancia del Corpus Diacrónico del Español (CORDE) de la Real Academia Española o en la confección de los diccionarios del español medieval que hasta hace unos años preparaba el Seminary of Medieval Spanish Studies de la University of Wisconsin-Madison22. Sociedades hay, como la poderosa European Science Foundation, con sede en Estrasburgo, o el recién creado International Research Consortium, sito en Erlangen-Nuremberg, que velan por ampliar tales relaciones académicas en un doble sentido, al quebrantar las adscripciones en razón de materia y de lengua o cultura. Cuando esto escribo, el panorama se ha ido enrareciendo por una crisis que todo lo destruye y que ha dado muerte súbita a no pocos proyectos; con todo, es tanto lo hecho que de algún modo se hace más llevadera la ralentización que imponen las circunstancias. Una rápida retrospectiva invita al optimismo, pues muestra hasta qué punto nos hemos pertrechado como conviene: contamos con ediciones y estudios sin cuento, repertorios, bibliografías, manuales de paleografía y diplomática, codicología e incunabulística, tratados de retórica, artes métricas, enciclopedias de época, poliantheas, etc.23. Por añadidura, la electrónica viene en nuestro auxilio con bibliotecas digitalizadas que suman muchos miles de títulos y ponen en nuestras manos las principales obras de referencia sin moverse de casa ni gastar un euro. De todo esto dispone hoy el hispanomedievalista gracias al progreso de la tecnología y el formidable dinamismo mostrado por

22 Los materiales del que también se conoce como Hispanic Seminary están ahora depositados en la sede neoyorquina de la Hispanic Society of America, bajo la supervisión de John O’Neill. 23 Muchas de estas herramientas, importantísimas para el investigador, han sido tradicionalmente etiquetadas como auxiliares o ancilares. En nuestra especialidad aún se echan en falta útiles de trabajo como los que ofrece la editorial Brepols en la colección L’Atelier du Médiéviste, que hasta la fecha lleva publicados once tomos. Del primero de todos se ocupó Jacques Berlioz y su equipo en Identifier sources et citations (1994).

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la especialidad en los últimos treinta años. Por muy malos que se nos antojen los tiempos, nos hallamos en una posición privilegiada. Estoy absolutamente convencido de que, con crisis o sin ella, nada nos parará; es más, tiempos hubo mucho peores y se salió de ellos airosamente y con energía doblada.

OBRAS

C I TA D A S

CORTIJO OCAÑA, Antonio/JIMÉNEZ CALVENTE, Teresa (eds.) (2008): «“Salió buen latino”: los ideales de la cultura española tardomedieval y protorrenacentista». En: La Corónica. A Journal of Medieval Hispanic Languages and Cultures, 37, 1 [otoño], número monográfico. DEYERMOND, Alan D. (1980): Historia crítica de la literatura española. 1. Edad Media. Barcelona: Crítica. — (1991): Historia y crítica de la literatura española. Primer suplemento. Ed. Francisco Rico. Barcelona: Crítica. DÍAZ Y DÍAZ, Manuel C. (1958): Index scriptorum latinorum Medii Aevi hispanorum. Salamanca: Universidad de Salamanca. — (1993): HISLAMPA: Hispanorum Index Scriptorum Latinorum Medii Posteriorique Aeui (Autores latinos peninsulares da época dos descobrimentos, 1350-1560). Lisboa: Imprensa Nacional Casa da Moeda. FRAGO GARCÍA, Juan Antonio (2003): «Hispanismo, hispanista». En: Boletín de la Fundación Federico García Lorca, 33-34, pp. 41-49. GÓMEZ MORENO, Ángel (1994): España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos. Madrid: Gredos. — (1994a): «Proyección de la cultura oral sobre la vida en el Medievo. La transmisión oral del saber: juglares, épica y teatro». En: Jover Zamora, José María (dir.): Historia de España Menéndez Pidal, vol. 16, García de Cortázar, José Ángel (coord.): La época del gótico en la cultura española (c. 1220-c. 1480). Madrid: Espasa-Calpe, pp. 829-860. — (2000): «Los clásicos en el umbral del siglo XIV allende y aquende los Pirineos». En: Homenaje a Francisco Ynduráin, anejo 18 de Príncipe de Viana, 61, pp. 153-163 — (2001): «Los clásicos en el umbral del siglo XIV allende y aquende los Pirineos». En: Homenaje a Francisco Ynduráin, anejo 18 de Príncipe de Viana, 61, pp. 153-163. — (2004): «Historia y canon de la literatura española medieval: 20 años de evolución y cambios». En: Romero Tobar, Leonardo (dir.): Historia literaria y canon. Zaragoza: Universidad de Zaragoza, pp. 161-175.

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— (2005): «Ramón Menéndez Pidal (1869-1968)». En: Aurell, Jaume/Crosas, Francisco (eds.): Rewriting the Middle Ages in the XXth Century. Turnhout: Brepols, pp. 69-85. — (2006): «Letras latinas, tradición clásica y cultura occidental». En: eHumanista, 7, pp. 37-54. — (2007): «Margit Frenk y su Nuevo corpus (2003)». En: Revista de Filología Española, 87, pp. 179-195. — (2008): Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar de mio Cid a Cervantes). Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert. GÓMEZ MORENO, Ángel/KERKHOF, Maxim P. A. M. (2001): «Bibliotheken: Spanien und Portugal». En: Lexikon der Romanistischen Linguistik. Tubinga: Max Niemeyer Verlag, 2001, vol. I, 2, pp. 1138-1155. KRISTELLER, Paul Oskar (1963-1992): Iter Italicum: Accedunt Alia Itinera: a Finding List of Uncatalogued or Incompletely Catalogued Humanistic Manuscripts of the Renaissance in Italian and other Librarie. London/ Leiden: The Warburg Institute-E. J. Brill. LÓPEZ ESTRADA, Francisco (1946): «La retórica de las Generaciones y Semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán». En: Revista de Filología Española, 30, pp. 310-352. SÁNCHEZ-PRIETO BORJA, Pedro (2007): «El romance en los documentos de la catedral de Toledo (1171-1252): la escritura». En: Revista de Filología Española, 87, pp. 131-178. STUSSI, Alfredo (1999): «Versi d’amore in volgare tra la fine del secolo XII e l’inizio del XIII». En: Cultura Neolatina, 59, pp. 1-69.

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LA

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H I S PA N O F O N Í A , L A L I N G Ü Í S T I C A H I S PÁ N I C A

Y LAS

ACADEMIAS

DE LA

L E N G UA :

P R O P U E S TA S

PA R A U N A N U E VA C U LT U R A L I N G Ü Í S T I C A KLAUS ZIMMERMANN Universität Bremen

1. LA

B A S E D E L H I S PA N I S M O L I N G Ü Í S T I C O

Desde el punto de vista lingüístico es indudable que la expansión de la lengua castellana o española por imposición, en el marco de las conquistas del reino de Castilla, ha creado la base de la ideología del hispanismo. La expansión de la lengua castellana puede distinguirse en varios ámbitos: a) la expansión territorial en forma de migración de personas castellanohablantes en el marco de las conquistas que produjo una superposición de lenguas (muchas veces en forma de diglosia regional), la castellana y las lenguas autóctonas del lugar, b) la castellanización-bilingualización de sectores de las poblaciones colonizadas, c) el desplazamiento local de otras lenguas a «regiones de refugio», d) el desplazamiento-sustitución de lenguas por la lengua castellana, e) las influencias que surgieron de estas situaciones en las lenguas de los pueblos conquistados, oprimidos y víctimas de políticas de asimilación cultural y religiosa y de imposición del sistema político y social de España. Todos estos procesos no han sido naturales sino iniciados y acompañados por políticas lingüísticas o políticas económicas, culturales y

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sociales que tuvieron efectos laterales a nivel lingüístico. Desde la perspectiva cultural y lingüística estos procesos pueden agruparse bajo el término de hispanización1, término algo problemático ya que quita el aspecto de violencia implicado. Como consecuencia de este conjunto de procesos de hispanización se ha construido una identidad hispana, un lazo de comunidad entre los países y personas que se caracterizan por el uso de la lengua castellana o española a pesar de que el espacio donde se habla la lengua española se había fragmentado en el transcurso de la creación de Estados (hispano)americanos al inicio del siglo XIX. Esta comunidad construida mentalmente por el criterio de «la misma lengua» puede llamarse hispanismo o en forma más neutral hispanofonía, como calco del concepto de francophonie, desarrollado en tiempos más recientes. Podemos concebir este concepto de hispanismo-hispanofonía como ideológicamente cerca del polo de descriptividad. Cabe bien aclarar que el hispanismohispanofonía es una construcción política y cultural (lo que significa que hubo la alternativa de no hacerla) aunque parezca, una vez puesta en marcha la idea, algo obvio. El discurso (la historia de los discursos) al respecto demuestra su carácter de construcción: la primera de ellas es la de que los países hispanófonos comparten la «misma lengua».

2. LA

C O N S T R U C C I Ó N D E L H I S PA N I S M O M O N O C É N T R I C O

Sin embargo, observadores de la lengua en el siglo XIX se habían percatado de que en los diferentes países y regiones de América se había producido un proceso de diversificación de la lengua española (o sea, en alguna forma, la «misma lengua» ya no era realidad). Algunos se imaginaban incluso una diversificación drástica semejante a la que dio lugar a la génesis de las lenguas románicas, con conclusiones divergentes: para unos era un futuro indeseado; otros, sobre todo en Argentina, lo tomarán como signo de autenticidad nacional de las repúblicas independientes (cf. Sepúlveda 2005: 214-218). Para frenar o impedir este desarrollo pronosticado –que era visto como peligroso y nefasto– se ejerció una política lingüística que tuvo la meta de mantener (o recrear) la unidad o uniformidad de esta lengua. La creación 1

Uno de los primeros a utilizar este término fue Rosenblat (1964).

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de la red de Academias correspondientes de la RAE y sus tareas es un acto significativo al respecto. Partiendo del peligro «[…] porque en el suelo americano el idioma español recobre y conserve, hasta donde cabe, su nativa pureza y grandilocuente acento» (De la Puente y Apezechea 1873: 279) y de la construcción de «la misma lengua» –«[…] pero una misma lengua hablamos, […] hoy hemos de emplearla para nuestra común inteligencia, aprovechamiento y recreo» (Ibíd.: 1873: 275)– el protocolo termina definiendo la función de la red de Academias: […] cada una de las cuales representa en su país dignamente á la Academia Española, todas tan españolas como ella, formando entre todas una federación natural que no reconozca límites ni barreras donde quiera que sea lengua patria la lengua de Cervantes, cuyos pueblos […] podrán formar diversas naciones, pero nunca perderán esta robusta y poderosa unidad, nunca dejarán de ser hermanos (Ibíd.: 289).

La fundación de las Academias participa de la ola del hispanismo y el documento es testimonio de la conciencia de la necesidad de actividades para instaurar la mencionada unidad. Se trata de conseguirla –conforme a la visión de la lengua de la época– por la intervención en la estructura de la lengua, su supuesta «nativa pureza» y el supuesto «grandilocuente acento». No se puede descartar que el concepto de hispanismo y conceptos similares (hispanidad, panhispanismo, hispanoamericanismo) tienen una historia ideológica vinculada con pretensiones políticas: parte de los que se valían del término lo concibieron como forma de supremacía de todo lo que era de España, menospreciando los pueblos y las culturas autóctonas (amerindias, filipinas, austronésicas y africanas, estas últimas tanto en las colonias en África, como con la deportación de esclavos a América) (Pike 1971: 311-331; Sepúlveda 2005: 211223). Relictos de esta ideología del hispanismo tradicional persisten hasta hoy en día también en sectores de la lingüística hispánica, sobre todo en España. Es interesante este aspecto ya que la lingüística como ciencia reclama ser una actividad intelectual neutral, descriptiva y no ideológica, por lo menos desde hace 30 años. Sabemos que de hecho este postulado no es alcanzable (Van Dijk 2000). El diseño de las ciencias del lenguaje y sus subdisciplinas obedece a criterios no del objeto sino de la perspectiva sociocognitiva, cultural, histórica y económica.

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Ya en la mera construcción de las ciencias y las disciplinas y subdisciplinas de la lingüística entran factores como división de trabajo, la perspectiva de lo propio y de lo ajeno en cuanto a lengua, relevancia de lenguas y aspectos estudiados, construcciones del objeto, etc. Así también la lingüística hispánica acarrea consigo la historia de la expansión y del colonialismo español; la construcción del otro, considerado como inferior, la ideología lingüística de la pureza de la lengua y el desprecio de las lenguas autóctonas y de las variedades híbridas emergentes en los procesos de transculturación y de contacto lingüístico como las lenguas criollas o variedades regionales del español con características propias producto del contacto (con otras lenguas o en el proceso de koineización con otros dialectos de España) y del desarrollo independiente por constituir una sociedad con una dinámica sociocultural propia, una red de comunicación propia en un espacio más o menos separado del de la lengua de origen.

3. LA

E L I M I N A C I Ó N D E L A R E A L I D A D C O M U N I C AT I VA Y

LINGÜÍSTICA EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA LINGÜÍSTICA HISPÁNICA

La constitución de la lingüística hispánica está marcada hasta hoy en día por la construcción del objeto lengua española. Lo que parece trivial y obvio –por estar arraigado como normal en nuestro pensamiento– obedece a un cierto concepto de lengua como sistema de reglas (ya anterior pero reforzado por el concepto estructuralista de Saussure) y de la construcción de una variedad estandarizada (lingüística normativa) que sirve tanto para allanar barreras de comunicación como para mostrar «el esplendor» de la comunidad que la habla. Este enfoque hacia el constructo de lengua impidió o dificultó la percepción de la realidad comunicativa y lingüística en las regiones y Estados fuera de la metrópoli y después ex-metrópoli. Hasta hoy muchos lingüistas en España consideran el estudio del español de América y la historia de esta lengua en América como un apéndice a la historia de esta lengua en España. Su enfoque sobre el sistema de la lengua produce inevitablemente la impresión de que lo importante del desarrollo (interno) del español se había consolidado antes de la expansión a ultramar. Sin embargo, un enfoque que incluya las dimensiones

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sociales, pragmáticas y contactológicas (o contactísticas) enseña que hubo una historia propia en cada país con resultados regionales y socioculturales propios que sólo pueden ser devaluados bajo criterios preestablecidos como los mencionados arriba. La ciencia, en este caso el estudio de la historia de una lengua, debe incluir y estudiar todo lo que pasó y lo que no pasó en eventuales casos de cambio por intervención política. No es que lo que ocurrió lingüísticamente en América sea poco relevante, sino que la lingüística hispánica tradicional construyó su objeto de tal manera que no ha visto o no quería ver la realidad multilingüe y multivariacional y la eliminó de su interés por haber restringido éste al «habla culta»2. Deshaciéndose parcialmente de esta orientación lingüistas en América han construido nuevos enfoques, basándose en la observación de su propia realidad: rompieron la frontera tajante que separó la ya establecida lingüística hispánica con la lingüística antropológica (por ejemplo el Instituto de Estudios Peruanos y el programa de doctorado de El Colegio de México). Dedicándose a las dos, enfocaron el contacto entre lenguas no sólo en su forma de indigenismos en el español de la región sino del español a las lenguas indígenas (aspecto de translingualización en el sistema) y además los aspectos sociolingüísticos y comunicativos que se dan en estos nuevos espacios comunicativos particulares emergentes de la expansión del castellano (Zimmermann 2003a). El origen del hispanismo lingüístico tradicional se basaba –como hemos visto– en un concepto de lengua normativo y purista, identificando el término lengua con el de variedad estándar (lo que es históricamente falso) y privilegiando entre las variedades estándares la de la España septentrional (visión monocentrista e ideología eurocentrista)3. Este hispanismo se concibió como un proyecto de política lingüística, de intervención tanto en la concepción linguo-ideológica

2 El famoso y en muchos aspectos pionero proyecto del estudio coordinado de lenguas de los países hispanohablantes versaba principalmente sobre el habla culta de las capitales. 3 Incluso en la Nueva gramática de la lengua española (2009), la cual explícitamente se hace partidaria de una visión no eurocentrista incluyendo la colaboración con lingüistas de todos los países hispanoamericanos, prevalecen indicaciones bipolares del tipo: «En España vs. en muchos países hispanoamericanos», dando así implícitamente por un lado primacía a España y por el otro vaguedad de información acerca de los hechos lingüísticos en los países hispanoamericanos.

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como en el desarrollo de la cultura lingüística4 en el ámbito espacial y social creado por la expansión de las variedades de la lengua española (tanto variedades regionales como variedades sociales, no de la lengua estándar) no como proyecto de análisis científico de la realidad en el marco de la hispanofonía. Esta visión del hispanismo conllevó un fuerte impacto en la manera de hacer lingüística en España pero también en los otros países hispanófonos. Primero, cabe notar que los estudios sobre la realidad lingüística de los países hispanoamericanos y otros países hispanófonos empiezan muy tarde y siguen siendo pocos los científicos que se dedican a este asunto (considerando la cantidad y complejidad de temas a investigar). Es como si hubiera existido un consenso de que la investigación sobre la lengua española se hace y se debe hacer en el país de procedencia de esta lengua. Y parece ser lógico: si la tarea primordial de la lingüística es construir, implementar y defender la norma de la RAE, no hay necesidad de investigar las expresiones no estándares sino de combatirlas. Segundo, se ignoraban y marginaban –por barreras ideológicas– muchos aspectos de la expresión de culturas lingüísticas. Tanto los estudios sincrónicos como los diacrónicos se concentraban sobre aspectos del lenguaje estándar. Es interesante que los estudios sobre variedades de contacto no se han considerado válidos, no se han hecho o los que sí se han hecho han sido impulsados por influencias científicas ajenas. Tan sólo en la dialectología de España hubo un movimiento que tomó en consideración la variación lingüística (la variación antigua). Un verdadero nuevo hispanismo lingüístico debe basarse en un concepto moderno de lengua, más adecuado, sociolingüísticamente fundamentado y políticamente de respeto e igualdad. Seguirá siendo una construcción, pero como construcción científica descriptiva concibe la idea de la unidad como hipótesis, no niega ni desvalora la 4 El concepto de Sprachkultur (cultura lingüística) se ha definido en contextos monolingües reales o ideologicamente construidos como tales y se asemeja mucho a la cultivación de una lengua. En contextos bi y multilingües y variacionales esta restricción definitoria debe superarse. Entiendo –conforme a la realidad de muchos países– por cultura lingüística el conjunto de expresiones lingüísticas y su configuración sociocultural, incluyendo todas las lenguas de un país y las variedades que no corresponden a la norma, las medidas sociopolíticas de gestión del espacio comunicativo creado por los sucesos históricos, es decir el conjunto de actividades que contribuyen a la jerarquización o igualdad de lenguas/variedades, el fomento o no fomento de su elaboración, su enseñanza, las actividades de discriminación, las ciencias de la lengua, etc.

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diversidad en todos sus facetas ni ninguna variedad que emergiera por cualquiera constelación social y de contacto.

4. LA

E M E R G E N C I A D E U N N U E V O H I S PA N I S M O O

H I S PA N O F O N Í A

En este sentido algunas orientaciones de la lingüística hispánica se pueden vanagloriar de haber contribuido a un nuevo hispanismo nooficial desde hace años, algunos ya datan de un siglo. A título de ejemplo quiero mencionar algunos pocos, pero entre ellos los más pioneros5. El primer estudio sobre el papiamentu se ha hecho por un alemán (Rudolf Lenz 1927), el primer estudio sobre el palenquero por un norteamericano (Derek Bickerton, en colaboración con un antropólogo colombiano, Roberto Escalante 1972), el primer estudio sobre el chabacano por un inglés (Keith Whinnom 1956). Los primeros estudios sobre variedades populares del español mexicano por un alemán (Max Leopold Wagner 1918) y sobre el pachuco un norteamericano (George C. Barker 1950). Los trabajos seculares sobre sociolingüística andina por un peruano que se había doctorado en Alemania (Alberto Escobar 1973), defensores de la visión pluricentrista actual en forma de elaboración de un diccionario del español de México (no contrastivo-diferencial de mexicanismos, independiente del de la RAE) se han formado en Alemania (Luis Fernando Lara), la primera descripción de la lengua media en Ecuador está hecha por un holandés (Pieter Muysken). Una gama de estudios sobre variedades afrohispanas están proporcionados por un norteamericano (John Lipski). Hay un par de trabajos sobre contacto y variedades de contacto y otros aspectos hecho en los países hispanoamericanos y de hispanistas de otros países (Rodolfo Cerrón-Palomino, José Luis Rivarola, Rainer Hamel, Klaus Zimmermann, Carlos Patiño Roselli, Matthias Perl, Armin Schwegler, Humberto López Morales, William Megenney y otros más jóvenes).

5 En este apartado menciono los pioneros con la fecha de la publicación de sus primeros estudios al respecto. Cuando no pongo fechas, significa que son varias contribuciones de una obra entera. No pongo los datos bibliográficos en las referencias bibliográficas por razones de espacio.

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En España este tipo de estudios y subdisciplinas han sido durante mucho tiempo inexistentes o rarísimos: Excepciones son Zamora Vicente (1974) que incluye un capítulo sobre el papiamentu en su dialectología (pero dice nada sobre el chabacano y el palenquero), Germán de Granda, el gran pionero que no sólo se dedicó al papiamentu, el contacto con lenguas amerindias en Paraguay y la zona andina, y el contacto con lenguas africanas en el Caribe, en Colombia (Chocó y Costa Atlántica) y Guinea Ecuatorial sino todos sus estudios han sido apoyados en trabajos de campo. Manuel Alvar ha trabajado en cuestiones de contacto del español y lenguas amerindias (México, Colombia, Guatemala). Sin embargo, ninguno de ellos tuvo sucesores en España hasta hace poco, entre los que cabe mencionar a Julio Calvo, Mauro Fernández y Azucena Palacios. Están ausentes lingüistas españoles en la lingüística amerindia (lenguas que coexisten con el español en el mismo ámbito y que padecen influencias de ella) hasta hace muy poco (con excepción de Antonio Tovar, ejerciendo su cátedra fuera del país). Otros, como los del grupo de Valencia (Ángel López García, Carlos Hernández Sacristán), se reclaman de lingüistas generales. Recientemente hubo un redescubrimiento de la Lingüística Misionera y una ola de estudios al respecto también en España (Emilio Ridruejo, Joaquín Sueiro Justel, Manuel Galeote, Julio Calvo, Esther Hernández y otros) aparte de los expertos en otros países. Se han creado especialistas de lingüística amerindia en los países respectivos (pero más bien por el movimiento opuesto al hispanismo, el indigenismo). Respecto a la situación lingüística en España, aparte de la dialectología, se percibe un inicio de hispanismo pluricéntrico, los que abogan en favor del reconocimiento oficial de la diversidad lingüística en términos de política lingüística (Villena Ponsada 2000, Morera 2005, Morgenthaler García 2008b). En cuanto a la historiografía del español en ultramar, tema muy enfocado por lingüistas de España, cabe mencionar los libros de Sánchez Méndez (2003) y Quilis/Casado-Fresnillo (2008). Ambos incluyen aspectos que no se han tratado en libros de temas semejantes en el pasado (no ocultan el fenómeno de imposición de la lengua y tematizan la hispanización de lenguas indígenas y variedades híbridas). El cambio en la lingüística hispánica, que se puede considerar como inicio de un nuevo hispanismo, se está perfilando en los últimos años. Se manifiesta en la discusión sobre la adecuada concepción de la disci-

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plina. Hay un discurso tradicional subyacente y a veces inconsciente sobre la utilidad, lo primordial y lo esencial de los enfoques y temas, también en el sentido de que sean idóneas para conseguir puestos de universidad. Me parece que la apertura no vino desde dentro de la disciplina en los países hispanófonos sino que era provocada por la influencia de corrientes lingüísticas de otros países y por el creciente vigor de un orgullo lingüístico de la variedad propia por parte de lingüistas concientizados, tanto en los países de América como en España (aspecto político). En España comienzan a tomar en cuenta las contribuciones de lingüistas hispanoamericanos o sobre Hispanoamérica provenientes de otros países. Los congresos de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina cuentan cada vez más con participantes de España (incluso uno se organizó en Las Palmas). En esta asociación están involucradas tanto los temas de sociolingüística latinoamericana como la historiografía de la lingüística hecha en América, la lingüística amerindia, los estudios sobre la «América negra», la lingüística contactológica (tanto translingualizaciones del español a lenguas amerindias como lenguas amerindias al español y otras formas de contacto como la emergencia de nuevas variedades). Todo ello ha sido ignorado o marginado por la corriente dominante que se apegaba al antiguo hispanismo fuertemente propugnado por la RAE y otras instituciones. El nuevo hispanismo lingüístico oficial se está ya perfilando desde hace poco, por lo menos en discursos oficiales. Obedece a un reconocimiento de la realidad demográfica y visiones políticas: El español es hoy ante todo una lengua americana, pues nueve de cada diez de sus hablantes como lengua materna residen en este continente. Es también el elemento clave que facilita los procesos de integración en Iberoamérica (Instituto Cervantes 2009).

Se hizo público (también en palabras pronunciadas por el Rey de España) en los dos últimos Congresos Internacionales de la Lengua Española. El lema del Congreso de Cartagena de Indias (2007) ha sido: Presente y futuro de la lengua española: unidad en la diversidad. En la página web del Congreso se dice: Final: Nuestra lengua […] nos define en una doble y orgullosa condición: aquella que respeta nuestras identidades y nuestra diversidad, y aquella

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que nos convoca alrededor de un patrimonio común: el español es unidad en la diversidad (Instituto Cervantes 2009). Una de las principales características del español es que tiene una norma policéntrica, es decir, que no hay un único centro rector sino múltiples, lo que la hace fértil, diversa y variada. Al mismo tiempo ha conseguido ser la más homogénea de entre las grandes lenguas del mundo, lo que contribuye de forma decisiva a su expansión internacional (Instituto Cervantes 2009).

La idea clave del Congreso de Rosario (2004) ha sido el mestizaje de las lenguas y sobre todo del español. Anuncia el director de la RAE como novedad y mérito: […] dos grandes temas: el español y las comunidades indígenas de hoy, es decir, el diálogo de las lenguas indígenas con el español. […] Plantearemos también, cómo no, el tema del castellano en su relación con otras lenguas de España, con el euskera o vasco, con el gallego, el catalán. […] Y plantearemos igualmente dentro de esa sección el problema de las migraciones, lengua e identidad, con el gran problema que está suponiendo por ejemplo toda la migración de hispanos hacia Estados Unidos, todo lo que ello está haciendo repercutir de enriquecimiento sin duda ninguna, porque el mestizaje siempre es enriquecimiento, desde el comienzo todos somos mestizos (García de la Concha 2004)6.

Considerando lo dicho arriba sobre el desarrollo de la lingüística hispánica este nuevo hispanismo lingüístico oficial (como discurso político) es tan sólo una percepción muy retardada de la realidad lingüística. La cultura lingüística actual produce el efecto de que estos discursos no sean en absoluto pioneros sino atrasados (por su confesión implícita de haberse equivocado durante decenios), pero que han recibido la atención en los medios de comunicación masivos. De cualquier manera, hay que apuntar que más vale tarde que nunca y que es positivo que se propague la visión adecuada en la conciencia colectiva y de los políticos. Hay que esperar que no sea una mera confesión de labios en actos festivos o estrategia discursiva para ocultar la pervivencia del hispanismo tradicional. No faltan voces que pongan en duda la sinceridad de estas proclamaciones y que señalan los intereses económicos detrás del 6

Cf. el estudio al respecto de Fernández (2007).

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cambio (Valle/Gabriel-Stheeman 2004, Lara 2005, Valle/Villa 2007, Fernández 2007, Morgenthaler García 2008a). No obstante, para darle vida a esta no tan nueva idea hace falta fomentar investigaciones que se dediquen a los fenómenos descuidados durante tantos años, hace falta no sólo «dialogar con estas lenguas» sino fomentar la supervivencia, la elaboración y la dignidad de las lenguas oprimidas en el ámbito hispánico. Es necesaria una revisión y un balance neutral del papel de la lengua española en el contexto de otras lenguas (las antes oprimidas) en la historiografía de la lengua y en el diseño de la lingüística hispánica en la currícula de universidades. La consecuencia sincera debe ser que la lingüística de cada país de habla española ya no se divida en dos lingüísticas, una hispánica otra indígena sino una lingüística que integra los dos según la situación de cada país (con las especializaciones pragmáticamente inevitables, no ideológicamente determinadas).

5 . TA R E A S

DE LA INVESTIGACIÓN LINGÜÍSTICA

En lo que sigue quiero esbozar algunas propuestas para dar vida a este nuevo hispanismo.

5.1. El lema de la unidad en la diversidad Cabe preguntarse seriamente en qué puede consistir la unidad en la diversidad, si queda excluida la estrategia antigua de la uniformización. La unidad sin uniformidad se traduce al respeto, es más bien la construcción de una actitud ética que un hecho lingüístico. Sería un error creer que haya algo como una estructura profunda de mentalidad común entre todos los países de habla española y de sus variedades mestizas por esta unidad postulada. El concepto de las visiones del mundo producto de cada lengua (propugnado por Wilhelm von Humboldt), tal vez base de esta creencia, es válido pero es producto de la lengua como energeia (energía creativa), no como ergon (sistema de reglas), y como tal significa una relación constante de mutua adaptación. En este sentido, la energeia ha sido activa en forma diferenciada en cada país (y en cada región como puede verse incluso en

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el caso del andaluz y canario) produciendo precisamente la diversidad no sólo en el lado de los significantes sino también en el de los significados. La unidad es, por otro lado, un fenómeno histórico (procedencia de las lenguas y variedades). ¿En qué sentido podría ser compatible la idea del pluricentrismo con el establecimiento o mantenimiento de un estándar común, una koiné panhispánica, más allá de las estándares nacionales para la comunicación interhispánica, que será el otro lado? Al igual que señaló López García (2009) para las lenguas de España, la solución no está en la intervención en la lengua para uniformizar lo que ya no es idéntico sino en la coexistencia de un estándar regional con uno supranacional (Villena Ponsada 2000), el plurilingüismo y pluridialectalismo (disculpen el término, mejor sería plurivariacionismo) de los hablantes, especialmente de los profesores de lengua. Esta nueva orientación requiere también una visión nueva de la dialectología y en general de la lingüística de las variedades, no diferencial, para acabar con la perspectiva de comparación con el español septentrional y que se estudien y valoren en su propio contexto (cf. Zimmermann 2003b).

5.2. Aspectos políticos e institucionales de un nuevo hispanismo lingüístico Desde la segunda mitad del siglo XIX se sentía la necesidad de colaborar entre las Academias de los países hispanófonos. Cabe acabar finalmente con la supremacía de la RAE madrileña. La aceptación de una cultura lingüística pluricéntrica tiene por consecuencia la elaboración de normas por países (quiero evitar decir nacionales) y su aceptación como tales en cada país. La tarea de la Asociación de Academias en el futuro debe ser entonces el fomento de la elaboración de diccionarios para cada país, semejantes al Diccionario de México, concebido por Luis Fernando Lara. El reconocimiento del pluricentrismo y de la multivariación cuestiona lógicamente la idea de la Academia de la lengua. Es muy conocido que las Academias han contribuido poco a la investigación de la lengua (en el siglo XX). Las contribuciones importantes provienen de la lingüística universitaria. La Nueva gramática de la lengua española (2009) es obra de lingüistas contratados (de España y países hispano-

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americanos). A las ediciones subsiguientes del diccionario de la RAE, posteriores a la primera (de Autoridades), se han hecho tantas críticas7 que está considerado entre los lexicógrafos como de los peores en el ámbito de las lenguas bien estudiadas. En cuanto a la variación y el contacto (mestizaje) de lenguas, las diversas Academias tendrán que captar expertos en los nuevos temas entre su cuerpo para garantizar su consideración en el futuro (aparte del secretario de la Asociación). El fomento de la investigación de estos temas incluye las lenguas criollas, variedades afrohispanas, la variedades etnolectales de los respectivos indígenas y lenguas híbridas como el yopará, la media lengua, el español andino, el contacto del español con el inglés de EE. UU.; procesos en desarrollo, de cuyo estatus lingüístico respectivo la lingüística todavía no ha llegado a un resultado definitivo por falta de estudios. Con todo ello es inevitable la pregunta: ¿qué función podrían tener instituciones como las Academias de la lengua en el futuro?

5.3. Temas descuidados hasta el presente Lo dicho hasta ahora, implicaría un mayor fomento de la investigación lingüística en general en los países hispanoamericanos; porque eso sí, los gobiernos respectivos no han considerado necesaria la elaboración de una infraestructura adecuada al respecto. No sólo por razones ideológicas sino por inactividad en el ámbito científico de muchos países hispanoamericanos, el aumento y la calidad de la lingüística no siempre puede competir con la de España. La mayor parte de temas ya son objeto de estudios en los países hispanoamericanos si bien a veces en forma fragmentaria. Lo que se hace poco es un estu-

7 Las críticas abundan ya en el pasado y estudios recientes lo ponen de manifiesto nuevamente. Compárese por ejemplo el estudio de Azorín Fernández (2007), donde se demuestra que los diccionarios de la RAE ya en el siglo XIX antes rechazan y después poco a poco incluyen tecnicismos y neologismos que en otros diccionarios, en este caso el de Salvá, ya están considerados. Se puede leer el diccionario de Salvá como una crítica al DRAE de la época. También Álvarez Vives (2007) destaca una desigualdad de la representación de regionalismos en las ediciones del DRAE a través de los siglos, y Callisaya (2007: 48-57) lamenta la lentitud y reticencia de «admitir» indoamericanismos en el DRAE.

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dio de las particularidades regionales y nacionales a nivel pragmático. Hay una tradición larga de pesquisas acerca del tratamiento pronominal, pero lo que falta es el estudio sistemático de los valores semánticos y en general de los comportamientos lingüísticos. El nivel pragmático es una faceta más de la diversidad lingüística entre los países de habla hispana, además de socialmente diferenciada está casi totalmente inexplorada. Lo mismo es válido para la diversificación de las tradiciones discursivas o tipos de texto. Hispanoamérica ha sido durante siglos un espacio de inmigración, hoy y cada vez más es un espacio de migración interna y emigración. Este fenómeno es muy conocido y conlleva aspectos económicos y sociales muy importantes. También a nivel lingüístico y sociolingüístico surgen consecuencias enormes. La lingüística de la migración incipiente debe dedicarse con más intensidad a estudiar los procesos actuales y reinterpretar los acontecimientos de los siglos anteriores bajo nuevas perspectivas. Todo lo que se ha estudiado y lo que queda por estudiar en el futuro revela una dimensión histórica. La historia del español en términos de lingüística (diacronía propia e interacción con otras lenguas) se encuentra todavía en sus inicios. La misma corresponsabilidad de los países hispanoamericanos vale respecto a la propagación del español en el extranjero. Hace falta la fundación o participación de otros países en la gerencia, programación, actividades y financiación de institutos semejantes al Instituto Cervantes. Esto no debe ser asunto sólo del gobierno español (Zimmermann 2006).

5.4. Proteger y fomentar las lenguas indígenas Reconocer la dignidad y fomentar el desarrollo autodeterminado de las lenguas indígenas debería ser una de las tareas del las academias de lengua española. Esta propuesta puede parecer absurda ya que según todos los criterios son otras lenguas. Sin embargo, las lenguas indígenas conviven con el castellano-español en el mismo país y conforman así lo que he llamado cultura lingüística. Dependen del mismo gobierno y cada medida de política en favor o en detrimento de una lengua afecta indirectamente a la otra. Es precisamente el establecimiento de una academia y el fomento de la investigación para una

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sola lengua lo que ha contribuido a la discriminación de las otras. La gama de tareas para fomentar las lenguas indígenas va de la elaboración léxica y textual a la Educación Bilingüe Intercultural.

OBRAS

C I TA D A S

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HIS TÓRICA Y DERECHOS HUMANOS :

LECCIONES DE

H ISPANOAMÉRICA

H E R N A N D O VA L E N C I A V I L L A Universidad de Syracuse en Madrid

Y si la guerra tumba las estatuas y las murallas ceden a la horda, ni el fuego atroz ni Marte con su espada impedirán que viva tu memoria. W. Shakespeare, Sonetos, LV

En Hispanoamérica, los derechos humanos constituyen no sólo una cuestión pública prioritaria, que toca de manera transversal todos los sectores de la sociedad (las clases, las regiones, los partidos, la economía, la cultura, la vida cotidiana), sino también una expresión estructural de la crisis ética, del conflicto moral que parece marcar a fuego el pasado, el presente y el futuro del subcontinente. Las violaciones endémicas de las libertades ciudadanas que plagan la región, en efecto, pueden ser vistas como excesos y defectos en la organización y administración de los Estados nacionales hispanoamericanos desde la ruptura del vínculo colonial con la metrópoli española en el primer tercio del siglo XIX, y al mismo tiempo como manifestaciones de la barbarie que todavía derrota a la civilización en el hemisferio occidental. En cualquier caso, la observancia de los derechos humanos en la América hispana resulta tanto más insatisfactoria cuanto que el desempeño de gobiernos y sociedades civiles en la protección y promoción de la dignidad común puede y debe ser juzgado en una doble perspectiva: por una parte, la realización de las promesas de la Ilus-

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tración desde la independencia de las antiguas colonias españolas del nuevo mundo; y por la otra, el cumplimiento de las obligaciones constitucionales e internacionales de los actuales Estados hispanoamericanos en materia de derechos humanos y libertades fundamentales. En el primer caso, la crisis regional de derechos humanos pone en evidencia el profundo abismo existente entre los ideales de la modernidad y las realidades del subdesarrollo. Y en el segundo caso, el drama humanitario de muchos países del extremo Occidente subraya la vigencia de lo que podría llamarse «la mentira normativa», que comprende tanto el constitucionalismo semántico cuanto el internacionalismo retórico que emplean desde antiguo los regímenes políticos hispanoamericanos, sean civiles o militares, democráticos o dictatoriales, tradicionalistas o revolucionarios, neoliberales o populistas, legales o de facto, como coartada para encubrir o legitimar sus prácticas arbitrarias y violentas (Valencia Villa 2007). En este contexto, una de las innovaciones más interesantes de la cultura política emergente es la configuración de un auténtico culto de la memoria o «mnemotropismo», como lo llama el antropólogo francés Joël Candau (2002: 6), que aparece hoy no sólo como la penúltima moda intelectual en el ámbito de las ciencias sociales, sino también y sobre todo como la versión más legítima y eficaz del discurso de los derechos humanos. Así lo confirman fenómenos muy recientes y relevantes desde el punto de vista ético, político y jurídico tales como: el auge de las Comisiones de la Verdad y otros mecanismos similares de construcción o reconstrucción del archivo público y del imaginario colectivo; la consolidación de la llamada «justicia de transición» o «justicia transicional» como nueva frontera del derecho internacional de los derechos humanos; y la insurgencia de las víctimas de la barbarie política en tanto protagonistas o actores claves de los procesos de modernización y democratización de muchos Estados contemporáneos. Para que la celebración del bicentenario de las independencias de Hispanoamérica, que es la liturgia cívica en boga en los países de la región al concluir esta primera década del nuevo siglo, no se reduzca a la semántica constitucional o a la retórica internacional sino que contribuya más bien a la crítica de las ideas y las costumbres, conviene subrayar la influencia del nuevo culto de la memoria en la observancia de las garantías ciudadanas e ilustrar las grandezas y miserias de esta religión civil con las lecciones de dos

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casos ejemplarizantes: la ley colombiana de Justicia y Paz de 2005 y la ley española de Memoria Histórica de 2007.

I. LA

C U LT U R A D E L A M E M O R I A

Según Candau, el nuevo culto de la memoria «se expresa de diversas maneras: frenesí por el patrimonio, conmemoraciones, entusiasmo por las genealogías, retrospección generalizada, búsquedas múltiples de los orígenes o de las ‘raíces’, éxitos editoriales de las biografías y de los relatos de vida, reminiscencia o invención de muchas tradiciones» (Candau 2002: 6). Aunque esta religión del recuerdo tiene sus orígenes remotos en las culturas políticas clásicas de Grecia y Roma, su transformación en una práctica normativa de alto valor simbólico y gran eficacia reivindicativa es mucho más reciente y está asociada a la lucha tanto académica cuanto política contra las dictaduras ideológicas de nuestro tiempo ya que, como señala el pensador búlgaro-francés Tzvetan Todorov, «los regímenes totalitarios del siglo XX han revelado la existencia de un peligro antes insospechado: la supresión de la memoria» (2000: 11). De ahí que el rescate de la vieja facultad mnemotécnica (la facultad épica de que hablaba el pensador alemán Walter Benjamin [1991: 124]) y su conversión en una nueva opción ética y política en favor de las víctimas de la barbarie sean el resultado de la combinación de varios factores, entre los cuales hay que mencionar: el desarrollo de la historiografía del Holocausto y los grandes crímenes de masas del mundo contemporáneo, con particular énfasis en el testimonio de las víctimas y los sobrevivientes de genocidios, dictaduras y guerras civiles; el surgimiento de las minorías y los movimientos sociales articulados en torno a sectores excluidos o marginados de las poblaciones nacionales; el establecimiento del régimen internacional de protección de la dignidad humana y las libertades fundamentales que se derivan de ella; y la hegemonía del individualismo militante de nuestro tiempo, con sus manifestaciones antitéticas en la tradición libertaria del liberalismo y el socialismo, y en la cultura victimista de las religiones del Libro y el psicoanálisis. En este cuadro de luces y sombras, la memoria aparece entonces, de manera creciente, como la reconstrucción moral de un pasado luctuoso o criminal que debe recuperarse y atesorarse para establecer la verdad, honrar y

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reparar a las víctimas, castigar a los verdugos y depurar a sus cómplices, y aleccionar a las generaciones presentes y futuras. Tales son las tareas de la justicia transicional, entendida como corazón ético de la democracia de los derechos (Valencia Villa 2008). Corta como la de la liebre o larga como la del elefante, precisa como la de la hormiga o vasta como la del bibliotecario, la memoria no es lo mismo que la historia. El historiador italo-francés Enzo Traverso las distingue así: La historia supone una mirada externa sobre los acontecimientos del pasado, mientras que la memoria implica una relación de interioridad con los hechos relatados […]. La memoria atraviesa las épocas, mientras que la historia las separa […]. La memoria es ‘afectiva y mágica’, encargada de sacralizar los recuerdos, mientras que la historia es una versión secular del pasado, sobre el cual construye ‘un discurso crítico’. La memoria tiene una vocación singular, ligada a la subjetividad de los individuos y de los grupos; la historia tiene una vocación universal (2007: 27-28).

Desde «el inmenso palacio de la memoria» de San Agustín (Candau 2002: 31) en el siglo quinto hasta «el pasado entendido como argumento» de nuestro coetáneo el historiador canadiense Michael Ignatieff (Hayner 2008: 55), el recuerdo moralmente relevante tiene una larga historia, pero tan sólo hasta el siglo XX, gracias en parte a la reflexión pionera del sociólogo francés Maurice Halbwachs durante el período de entreguerras (Candau 2002: 31) y en parte a la codificación del moderno derecho internacional de los derechos humanos tras la segunda guerra mundial, se convierte primero en una categoría cultural fundamental y después en una noción filosófica, ética, política y jurídica de carácter estratégico. En este último aspecto, la memoria se traduce hoy en el derecho a la verdad, que es uno de los tres componentes del derecho de las víctimas a la justicia; los otros dos son el derecho a la justicia propiamente dicha o al castigo de los victimarios, y el derecho a la reparación de las víctimas. Y si bien el derecho de los familiares de las víctimas de las desapariciones en combate a conocer el paradero de sus allegados se encontraba consagrado ya en dos instrumentos fundamentales del derecho internacional humanitario (el IV Convenio de Ginebra de 1949, artículo 26, y el Protocolo Adicional I de Ginebra de 1977, artículo 32), en su versión más autorizada y

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reciente el derecho subjetivo a la memoria está recogido en la Resolución 60/147, de 16 de diciembre de 2005, mediante la cual la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la doctrina oficial de la organización mundial en esta materia. La decisión aparece bajo el título de Principios y directrices básicos sobre el derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos y de violaciones graves del derecho internacional humanitario a interponer recursos y obtener reparaciones y está basada en los trabajos de la antigua Comisión de Derechos Humanos a partir de los informes de cuatro ilustres juristas contemporáneos: el francés Louis Joinet, el holandés Theo van Boven, el egipcio-estadounidense M. Cherif Bassiouni y la norteamericana Diane Orentlicher. El texto consta de veinte artículos recogidos en escasas diez páginas, pero representa más de veinte años de investigaciones, reflexiones y negociaciones de gobiernos, agencias internacionales, organizaciones no gubernamentales, expertos y activistas de muy diversas procedencias y orientaciones, y constituye la última frontera del derecho internacional de los derechos humanos en lo que tiene de más cercano a la gente de la calle que sufre y muere, como que concierne a la justicia debida a todas las víctimas de todas las violencias. El antecedente más remoto de los Principios y directrices se encuentra en las denuncias en torno a las atrocidades imputables a las dictaduras militares sudamericanas de los años setenta y ochenta del siglo pasado, y en especial a sus infames amnistías generales, que se debatieron en el seno de la desaparecida Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra y que se tradujeron en los primeros informes internacionales sobre la impunidad judicial estructural como principal factor de reproducción de las crisis humanitarias en amplias regiones del planeta. Por el carácter unánime de su adopción (la Resolución 60/147 fue aprobada sin votación, es decir, por aclamación) y por la naturaleza normativa de su contenido, puede afirmarse que esta decisión de la ONU constituye opinio juris communitatis [opinión jurídica de la comunidad internacional] y es, por tanto, obligatoria. Mientras tales avances normativos se consolidan, en otros ámbitos se han producido valiosas definiciones y distinciones sobre memoria literal y ejemplar (Todorov 2000: 31, 32 y 35), memoria individual y colectiva (Magris 2008: 177, 178 y 184; Müller 2007: 103), verdad factual o narrativa e interpretativa o moral (Ignatieff 1999: 167), y verdad

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judicial e histórica (Traverso 2007: 65-66), entre otras. Con todo, importa recordar que, según el romanista alemán Harald Weinrich, «la cuestión fundamental de la moral es, en palabras de Nietzsche: “¿Cómo se da la memoria al animal humano? Se marca a fuego para que permanezca en la memoria; sólo lo que no deja de hacer daño permanece en la memoria”. A este principio llama Nietzsche su mnemotecnia» (1999: 219-220). Porque la memoria es a la vez la fuente y el órgano de la ética, en ella se funda nuestra identidad individual y colectiva, y de ella dependen nuestra valoración del pasado, nuestra vivencia del presente y nuestra preparación del futuro. Y en la lucha contra el mal radical, como sabemos desde la Ilíada, fuente de toda nuestra imaginación moral, la memoria de la barbarie del hombre contra el hombre constituye una estrategia insustituible por lo que tiene de catarsis, exorcismo, archivo y espejo crítico. Así, en un estudio reciente sobre la memoria histórica en España puede leerse: Del mismo modo que Hannah Arendt vio en el relato homérico de la guerra de Troya una forma de aprendizaje de la comunidad política, así nosotros también deberíamos poder reconocernos en la comprensión y el estudio de la Guerra Civil, para ver en ello una forma de aprendizaje similar que fuera más lejos en la articulación de lo común que la simple producción de un tabú sellado con el siempre complaciente y a la vez intimidatorio principio del «nunca más» (Ibáñez Fanés 2009: 341).

II. LA

LEY COLOMBIANA DE

JUSTICIA

Y

PA Z

DE

2005

El conflicto armado interno de Colombia, cuya etapa contemporánea se inicia con el alzamiento de las guerrillas de las FARC en 1964 y del ELN en 1965, ha supuesto para el país andino más de cuarenta y cinco años de ilegitimidades en pugna y hostilidades en descomposición, pero su final está aún lejano. Se trata de una auténtica guerra civil de baja intensidad con decenas de miles de crímenes en la impunidad y víctimas en la indefensión. Y sin embargo, el régimen plebiscitario del presidente Álvaro Uribe Vélez, que se ha prolongado durante casi ocho años y amenaza con prolongarse cuatro años más, niega la existencia misma del conflicto y adelanta actualmente un discutible y discutido proceso de desmovilización de sus propios aliados

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irregulares, los llamados «grupos paramilitares», que está amparado por la ley 975 de 2005 y que bien puede caracterizarse como un ejercicio de simulación de la justicia transicional. La también denominada «ley de Justicia y Paz», «por la cual se dictan disposiciones para la reincorporación de grupos armados organizados al margen de la ley, que contribuyan de manera efectiva a la consolidación de la paz nacional, y se dictan otras disposiciones para acuerdos humanitarios», tiene muy poco o nada que ver con la justicia de transición en sentido estricto y resulta más bien una estrategia de justicia lenitiva o simulada, enderezada al apaciguamiento autoritario y no a la pacificación democrática de la sociedad colombiana. Conviene recordar que tanto el proceso de desmovilización de los grupos paramilitares como su instrumento legal han sido el producto de una negociación opaca, conducida en forma solitaria por la cúpula del poder ejecutivo, sin consulta con el órgano legislativo, ni participación de las víctimas, la sociedad civil o la comunidad internacional. Como han sostenido todas las autoridades internacionales y algunas de las nacionales en el campo de los derechos humanos, la ley colombiana de Justicia y Paz se apropia del discurso de los derechos de las víctimas para vaciarlo de contenido y establece un régimen punitivo tan lenitivo que se parece sospechosamente a una amnistía general encubierta en favor de los dirigentes y militantes de los grupos paramilitares que han perpetrado miles de crímenes de lesa humanidad contra la población civil no combatiente a lo largo de las últimas décadas. Según esta norma, los «desmovilizables» no están obligados a confesar sus crímenes, ni a pedir perdón público a sus víctimas, ni a devolver los bienes adquiridos mediante tales delitos. Peor aún, sin consideración alguna por los crímenes atroces contra el derecho internacional que se les imputan con fundamento, los paramilitares sólo pueden ser condenados a una irrisoria pena máxima de entre cinco y ocho años de cárcel, de la cual pueden descontarse hasta dieciocho meses por el tiempo que permanezcan a la espera del juicio. Las víctimas, por su parte, han sido ignoradas durante todo el proceso, no tienen asegurada su participación autónoma y activa en los juicios contra sus victimarios, y no van a recibir la reparación integral a que tienen derecho de acuerdo con la legalidad internacional aplicable y obligatoria para el Estado colombiano. Y la verdad pública y la memoria histórica de la barbarie y la impunidad rampantes tampoco

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están debidamente garantizadas por la ley pues no se confían a una Comisión de la Verdad digna de ese nombre, ni a ningún otro mecanismo oficial de investigación extrajudicial comparable (Valencia Villa 2005). Frente a este estado de cosas, de por sí inaceptable, la timorata sentencia de la Corte Constitucional en mayo de 2006, que declara inexequibles algunos pasajes de la ley, no ha sido acatada con lealtad por la administración Uribe Vélez, al punto que bien puede hablarse de contumacia gubernamental ante el máximo tribunal del Estado. Si a esto se añaden los múltiples errores en la reglamentación de la ley, las escasas sentencias condenatorias dictadas contra paramilitares y sobre todo la decisión presidencial de entregar a los catorce principales jefes del paramilitarismo a la justicia estadounidense para que respondan tan sólo por cargos relacionados con el narcotráfico, el balance de esta primera experiencia aparente de justicia transicional en Colombia es claramente negativo. El único resultado positivo, si así pudiere decirse en ejercicio de una cierta licencia poética, es el escándalo de la llamada «parapolítica» o infiltración de los grupos paramilitares en los partidos políticos y las administraciones públicas. Pero debe advertirse que la exposición pública de esta trama de corrupción no es mérito del Uribato sino de la oposición democrática, un sector de la administración de justicia y algunos medios de comunicación; no constituye en sí misma una solución de fondo para la crisis generada por la insurgencia y la contrainsurgencia; y tiene tan sólo la precaria virtud de ofrecer un desahogo psicológico o simbólico, en la mejor tradición de la república de la retórica, a la ciudadanía humillada y ofendida. En cualquier caso, ante las acechanzas de la amnesia y la amnistía, la memoria histórica pugna por abrirse paso en Colombia, como lo sugiere el debate en torno a la eventual intervención de la Corte Penal Internacional para esclarecer, castigar y reparar los crímenes internacionales graves que todas las partes contendientes han perpetrado en Colombia desde la entrada en vigor del Estatuto de Roma para el país en noviembre de 2002 y que siguen en la impunidad. Recuérdese, en efecto, que las estrategias de perdón y olvido, amnistía general, encubrimiento, reconciliación sin justicia o justicia lenitiva o simulada dan pie a la actuación del nuevo tribunal criminal global puesto que, según el artículo 17 (2) (a) del Estatuto de Roma, aquél tiene plena competencia para asumir casos juzgados en el ámbito doméstico

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cuando «la decisión [judicial] nacional haya sido adoptada con el propósito de sustraer a la persona de que se trate de su responsabilidad penal por crímenes de competencia de la Corte», como podría y debería suceder con muchos paramilitares colombianos sometidos al régimen de privilegio y de favor de la ley de Justicia y Paz. Un dictamen reciente, publicado en inglés por dos jóvenes juristas latinoamericanas, identifica quince aspectos negativos de la ley 975 de 2005 y concluye que la norma parece haber sido concebida con el deliberado propósito de eludir la intervención de la Corte Penal Internacional (Guembe/Olea 2006). En suma, la ley en cuestión no hace justicia a las víctimas del conflicto armado interno, ni propicia la paz entre las partes contendientes, y, lo que es más grave, contribuye al desprestigio y la ineficacia de las fórmulas legales y pacíficas para la superación de la violencia política y la impunidad judicial en Colombia. Pero la memoria, como la justicia a la cual está unida de manera inextricable, se abre paso.

III. L A

L E Y E S PA Ñ O L A D E

MEMORIA HISTÓRICA

DE

2007

Poco más de treinta años después de la refrendación ciudadana de la constitución democrática del 6 de diciembre de 1978, la monarquía parlamentaria española se asoma con temor y temblor a su segunda transición1. Presionado por las asociaciones de víctimas y por su propio discurso progresista, y acosado por los ataques de los conservadores y por las exigencias de los nacionalistas, el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero presentó en el Parlamento, en julio de 2006, un proyecto de ley «por la que se reconocen y amplían derechos, y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura» que, tras una ardua negociación en la cual se desoyeron casi todas las iniciativas de la sociedad civil, se convirtió en la ley 52 de 28 de diciembre de 2007, más conocida como ley de Memoria Histórica.

1 En la primera transición española, según un reconocido especialista, «la política de ‘reconciliación nacional’ comportó la amnistía para los antifranquistas y la amnesia para los franquistas, es decir, la renuncia a someter los comportamientos políticos del pasado a procesos judiciales» (Colomer 1998: 177).

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Lo primero que llama la atención de la ley es su carácter misceláneo, es decir, su falta de unidad temática y de rigor metodológico. Puesto que se trata de una norma enderezada a la reparación de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura franquista, su contenido debería corresponder a la institución clave del derecho público contemporáneo en esta materia, que no es otra que el derecho de las víctimas a la justicia en su triple acepción de derecho a la verdad o a la memoria, derecho al castigo de los responsables de los abusos y derecho a la reparación de los damnificados. En su lugar, por desgracia, el texto consta de veinticinco artículos presentados en un solo bloque, sin ninguna división temática o metodológica y sin referencia alguna, ni implícita ni explícita, al derecho de las víctimas a la justicia. Este heteróclito articulado se ocupa de seis aspectos concretos, que guardan alguna relación con el enunciado general de la ley pero que no tienen idéntica jerarquía normativa, ni pueden recibir la misma atención del legislador sin que se resientan, como sucede aquí, los bienes jurídicos protegidos por las garantías que integran el derecho a la justicia. Tales aspectos son: el reconocimiento del carácter injusto de los castigos y actos de violencia que se impusieron a muchos españoles durante la Guerra Civil y bajo la dictadura, así como la ilegitimidad de los tribunales especiales que actuaron en ambos períodos; la mejora relativa de las ayudas económicas concedidas a ciertas categorías de víctimas; la colaboración de las administraciones públicas en la localización e identificación de los restos mortales de las víctimas de desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales; la «desfranquización» de los espacios y monumentos públicos; el reconocimiento debido a los voluntarios de las Brigadas Internacionales y a las asociaciones de víctimas; y el derecho de acceso a la información histórica en los archivos estatales. Pero las medidas adoptadas al menos en cuatro de los seis casos resultan simbólicas o insuficientes: la declaración del carácter injusto de las penas y de la ilegitimidad de los tribunales especiales no permite deducir responsabilidad patrimonial al Estado o a las administraciones públicas por los crímenes de la Guerra Civil y de la dictadura franquista; la apertura de las fosas comunes no se asume como obligación estatal, sino que sigue siendo una iniciativa particular; la «desfranquización» se restringe a los monumentos y símbolos estatales o nacionales y se hace depender de razones artísticas, arquitectónicas o de interés general; y el reconocimiento de

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las asociaciones de víctimas se resuelve tan sólo en el elogio o la condecoración. En un sentido más general, la ley 52 de 2007 desaprovecha una oportunidad histórica para hacer justicia a miles de españoles humillados y ofendidos por las partes contendientes de la Guerra Civil y por los responsables políticos de la dictadura franquista puesto que, en materia de derecho a la verdad, no garantiza de manera efectiva el esclarecimiento de los hechos luctuosos del pasado, ni la recuperación de la memoria histórica; en materia de derecho a la justicia, no incluye disposición alguna sobre el castigo legal de los victimarios, con lo cual contribuye a mantener en la impunidad las atrocidades perpetradas entre 1936 y 1939, y entre 1939 y 1978; y en materia de derecho a la reparación, reduce la reparación integral de las víctimas a declaraciones morales o simbólicas y a reajustes en algunas prestaciones económicas. El fiscal Carlos Castresana, quien ha sido uno de los campeones de la lucha contra la impunidad en España, escribía hace algún tiempo en El País: Los derechos humanos de los españoles no nacieron en 1978 […] porque España no era un mundo aparte durante la dictadura: en nuestro territorio también regía el derecho internacional […]. La anulación de las condenas del franquismo no requiere aplicar retroactivamente la constitución de 1978 sino tender un puente de legalidad desde la constitución de 1931 en adelante. El principio de legalidad penal, el derecho al juez ordinario predeterminado por la ley, la irretroactividad de las leyes penales desfavorables y la tutela judicial efectiva no han sido inventados en 1978: estaban reconocidos expresamente en los artículos 28 y 29 de la constitución de 9 de diciembre de 1931 […]. La constitución de 1978 no instituyó nuestros derechos fundamentales; nos los restituyó. No creó ex novo un orden jurídico democrático; sólo restableció el preexistente […]. La dictadura no suprimió nuestros derechos: se limitó a violarlos. Las consecuencias jurídicas de tales actos ilícitos deben considerarse inexistentes (Castresana Fernández 2004).

Más recientemente, en otra vuelta de tuerca, veintidós asociaciones de víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura franquista han visto frustradas sus legítimas aspiraciones inspiradas en la ley de la Memoria Histórica cuando la mayoría de la Sala Penal de la Audien-

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cia Nacional de Madrid acogiera el concepto «negacionista» del fiscal Javier Zaragoza y ordenara en diciembre de 2008 el archivo por incompetencia de la investigación del juez Baltasar Garzón para esclarecer las desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales en la impunidad desde 1936. El auto del juez de instrucción, fechado el 16 de octubre anterior, constituye una decisión histórica por cuanto por primera vez en la historia judicial española se llama por sus nombres a los responsables políticos y militares de la campaña de exterminio de los dirigentes y militantes republicanos a lo largo de la Guerra Civil (1936-1939) y durante el primer tercio de la dictadura franquista (1939-1952), y se califica a tales atrocidades como crímenes de lesa humanidad, lo cual significa que según el derecho internacional vigente y aplicable desde entonces eran y son imprescriptibles y no amnistiables. En otras palabras, la desaparición forzada, la ejecución extrajudicial, la tortura, el expolio, el destierro, la detención arbitraria y las demás prácticas infames infligidas a miles de españoles durante la Guerra Civil y bajo el franquismo constituían crímenes internacionales en julio de 1936 al producirse la rebelión militar contra el régimen constitucional de la Segunda República, lo mismo que en abril de 1939 al concluir la contienda intestina con la entronización de la dictadura, en noviembre de 1975 al morir el dictador o en diciembre de 1978 al ser aprobada la constitución democrática aún vigente en España, al punto que el transcurso del tiempo no ha saneado o reducido su ilicitud, ni ha desvirtuado su justiciabilidad y punibilidad. Por ello, la decisión de la Audiencia Nacional en contra de las asociaciones de víctimas del franquismo es un acto de denegación de justicia que roza la prevaricación e implica una victoria póstuma de la dictadura que no puede calificarse más que como «destierro de los muertos» (Frigolé Reixach 2003: 27-28)2. Honrar a los muertos es el más entrañable de nuestros atavismos porque mientras nos llega el turno de cruzar el umbral atesoramos la memoria de quienes nos han precedido en ese trance mortal, que define nuestra condición pues convierte la vida en destino. En este senti-

2

«Un cadáver en una fosa [común] no es simplemente una cosa hundida en la tierra. Es un grito que clama justicia y un sufrimiento presente que exige una atención tanto social como política» (Gómez Müller 2008: 92).

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do, el derecho de honrar a los muertos deshonrados por el crimen impune es de carácter fundamental, y como tal debe consagrarse de manera expresa en las constituciones democráticas y en los instrumentos internacionales de derechos humanos, porque su denegación compromete por lo menos cuatro garantías ciudadanas básicas: la igualdad ante la ley, la libertad de conciencia y de cultos, el derecho a la justicia y los derechos de la familia.

CODA En el debate entre amnésicos y memoriosos se juega hoy la moralidad democrática de países como Colombia, aherrojada todavía por una guerra civil vergonzante, que no se atreve a decir su nombre, o como España, apoltronada ya en un constitucionalismo ritual, que no se decide a culminar su proceso de transición a la paz con justicia3. Y en el centro de dicho debate están las víctimas. Gracias a ellas y a su memoria de la barbarie y la impunidad que les hemos infligido por acción u omisión, sabemos que si los derechos nos hacen libres, las obligaciones nos hacen humanos. En su memorable ensayo de 1946 sobre la culpa de Alemania y los alemanes en la segunda guerra mundial y en el Holocausto, cuya sola publicación le confiere una dignidad moral que siempre estará ausente de la vida y la obra de su contemporáneo Martin Heidegger, el filósofo Karl Jaspers escribe: «Hay una solidaridad entre los hombres como tales que hace a cada uno responsable de todo el agravio y de toda la injusticia del mundo, especialmente de los crímenes que suceden en su presencia o con su conocimiento» (1998: 54). Ésta es la materia de que están hechos los derechos humanos4.

3 En un estudio reciente sobre la ley del Talión, se revela un antiguo secreto etimológico que podría ser la clave de la conflictiva relación entre justicia y paz en los procesos de transición: en latín clásico, pax deriva de pacare, que significa a la vez «pacificar» y «pagar». Ello implica que la paz no puede pensarse ni practicarse sin la justicia pues ambas se refieren en último término a la misma cuestión: la satisfacción de nuestras deudas pendientes con los otros, que es la obligación moral fundamental (Miller 2006: 15). 4 A partir de este balance provisional, se abren varias perspectivas analíticas y críticas que permitirían ahondar en las múltiples relaciones entre derechos humanos, memoria histórica y regímenes políticos hispanoamericanos contemporáneos. Quizá

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OBRAS

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C I TA D A S

BENJAMIN, Walter (1991): Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Madrid: Taurus. CANDAU, Joël (2002): Antropología de la memoria. Buenos Aires: Nueva Visión. la más promisoria de tales perspectivas es la de la memoria histórica como experiencia política y como paradigma moral en los procesos transicionales concluidos e inconclusos en la región, porque en ella se articulan tanto el derecho internacional de los derechos humanos cuanto el constitucionalismo comparado. En la ingente bibliografía sobre transiciones políticas resultante de los casos centroamericanos (Guatemala y El Salvador) y sudamericanos (Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Brasil, Perú y, en menor escala, Colombia) destaca la ambiciosa investigación interdisciplinaria sobre la transición argentina, intitulada «Memorias de la represión», dirigida por la socióloga Elizabeth Jelin y compuesta de seis volúmenes, de los cuales el primero, Los trabajos de la memoria (Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2002), escrito por la profesora Jelin, constituye la introducción general de carácter teórico. Los otros cinco libros se ocupan del cubrimiento mediático, la historiografía, los archivos, la resistencia popular y los monumentos conmemorativos, respectivamente. Sobre el caso colombiano, pueden leerse con provecho dos compilaciones recientes: Ernesto Borda y otros, Conflicto y seguridad democrática en Colombia, Bogotá, Fundación Social y Fundación Friedrich Ebert, 2004; y Angelika Rettberg (ed.), Entre el paredón y el perdón: Preguntas y dilemas de la justicia transicional, Bogotá, Universidad de los Andes, 2005, y dos textos de análisis jurídico y filosófico, respectivamente: Colombia: El espejismo de la justicia y la paz. Balance sobre la aplicación de la ley 975 de 2005, Bogotá, Comisión Colombiana de Juristas, 2008; y Alfredo Gómez Müller, La reconstrucción de Colombia: Escritos políticos, Medellín, La Carreta Editores, 2008. Sobre el caso español, que contrasta de manera tan patética con las experiencias latinoamericanas, la obra de referencia es: Paloma Aguilar Fernández, Políticas de la memoria y memorias de la política: El caso español en perspectiva comparada, Madrid, Alianza Editorial, 2008. Y sobre los regímenes políticos hispanoamericanos contemporáneos, los dos textos más esclarecedores no son recientes, pero mantienen una actualidad sorprendente, casi profética: Claudio Véliz, La tradición centralista de América Latina, Barcelona, Ariel, 1984; y Fernando Calderón y Mario R. dos Santos, Sociedades sin atajos: Cultura, política y reestructuración económica en América Latina, Buenos Aires, Paidós, 1995. Estos y otros textos pioneros o innovadores iluminan la encrucijada en la cual convergen derechos humanos y memoria histórica. Pero en otros ámbitos, como la historia de la Guerra Civil y de la dictadura franquista en España o la historia de la guerra de guerrillas y del paramilitarismo en Colombia, y la crítica literaria y la literatura comparada en Hispanoamérica, la temática explorada en este artículo también abre perspectivas promisorias. En este último campo, conviene recordar esa pequeña obra maestra del pensamiento literario que es El sol de los desterrados: Literatura y exilio (Barcelona, Quaderns Crema, 1995), del inolvidable Claudio Guillén, que constituye una prueba viviente del carácter mestizo de toda realidad y de la condición interdisciplinaria de toda crítica de ideas y costumbres. La memoria, del exilio o de la barbarie, funda una moralidad que es también historia y teoría.

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MEMORIA HISTÓRICA Y DERECHOS HUMANOS

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CASTRESANA FERNÁNDEZ, Carlos (2004): «Debajo de las togas». En: (5 de agosto de 2009). COLOMER, Joseph M. (1998): La transición a la democracia. El modelo español. Barcelona: Anagrama. FRIGOLÉ REIXACH, Joan (2003): Cultura y genocidio. Barcelona: Universidad de Barcelona. GÓMEZ MÜLLER, Alfredo (2008): La reconstrucción de Colombia. Escritos políticos. Medellín: La Carreta. GUEMBE, María José/OLEA, Helena (2006): «No justice, no peace: Discussion of a legal framework regarding the demobilization of non-state armed actors in Colombia». En: Roth-Arriaza, Naomi/Mariezcurrena, Javier (eds.): Transitional Justice in the Twenty-First Century. Beyond Truth versus Justice. Cambridge: Cambridge University Press, pp. 120142. HAYNER, Priscilla (2008): Verdades innombrables. El reto de las Comisiones de la Verdad. México: Fondo de Cultura Económica. IBÁÑEZ FANÉS, Jordi (2009): Antígona y el duelo. Una reflexión moral sobre la memoria histórica. Barcelona: Tusquets. IGNATIEFF, Michael (1999): El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia moderna. Madrid: Taurus. JASPERS, Kart (1998): El problema de la culpa. Barcelona: Paidós. MAGRIS, Claudio (2008): La historia no ha terminado. Ética, política, laicidad. Barcelona: Anagrama. MILLER, William Ian (2006): Eye for an Eye. Cambridge: Cambridge University Press. MÜLLER, Jan-Werner (2007): Constitutional Patriotism. Princeton: Princeton University Press. SHAKESPEARE, William (2009): Sonetos, edición bilingüe de Andrés Ehrenhaus. Barcelona: Círculo de Lectores. TODOROV, Tzvetan (2000): Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós. TRAVERSO, Enzo (2007): El pasado, instrucciones de uso. Historia, memoria, política. Madrid: Marcial Pons. VALENCIA VILLA, Hernando (2005): La ley de Justicia y Paz de Colombia a la luz del derecho internacional de los derechos humanos. Madrid: Centro de Investigación para la Paz. — (2007): «Los derechos humanos en Hispanoamérica». En: Cuadernos hispanoamericanos, 689 (noviembre), pp. 95-104. — (2008): «Introducción a la justicia transicional». En: Claves de razón práctica, 180 (marzo), pp. 76-82. WEINRICH, Harald (1999): Leteo. Arte y crítica del olvido. Madrid: Siruela.

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PREMIO SERÁ OTRA CARRERA ? LUGAR DE L A MUJER ESCRITOR A

E N EL HISPANISMO DEL FU TURO ) SUSANA REISZ Lehman College and The Graduate Center of CUNY

ESCALANDO

EL

PA R N A S O […] digamos que ganaste la carrera y que el premio era otra carrera (Blanca Varela, curriculum vitae)

Leyendo un artículo periodístico que en apariencia no se relacionaba mucho con el tema que voy a exponer aquí, encontré una clave adicional para explicarme a mí misma por qué cada vez que he escrito algo sobre la literatura producida por mujeres o he reafirmado la legitimidad de publicaciones o coloquios dedicados a escritoras, me he sentido obligada a fundamentar la pertinencia de esa perspectiva crítica. En estos años del nuevo milenio la necesidad de justificar el escrutinio de la creación literaria desde la óptica del género sexual se ha vuelto menos imperiosa, pero de vez en cuando surge alguna acusación de parcialidad contra «las poetas», «las narradoras» o «las feministas», como si se tratara de equipos deportivos que jugaran sucio. Tengo que aclarar, antes de seguir adelante, que en los círculos del hispanismo norteamericano esas justificaciones habrían estado fuera de lugar hace ya muchos años, porque los Estudios de la Mujer y las teorías feministas sobre la literatura están firmemente instalados en el establishment de las disciplinas académicas desde los años ochenta del siglo pasado, mientras que en el mundo hispanohablante esos estudios y esas teorías aún están en lucha por ocupar un lugar estable en la vida

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universitaria y en la crítica literaria oficial. No discutiré aquí los riesgos de anquilosamiento y de desactivación del proyecto reivindicativo que también puede traer consigo la posesión de un sólido nicho académico (con todas las connotaciones de rigor mortis que trae la metáfora tan usual en inglés), pues en los medios de los que hablo, todavía se está lejos de alcanzar ese grado de visibilidad y de consolidación. Tal vez quepa aclarar que me estoy refiriendo a Hispanoamérica y, sobre todo, a los países que mejor conozco, el Perú y la Argentina, pero al parecer, también en España, un país cuya legislación en materia de género es una de las más avanzadas del mundo y en el que constantemente se publican antologías de mujeres escritoras, se hace necesario fundamentar una y otra vez la relevancia –o el mero derecho a la existencia– de ese tipo de publicaciones. Así describe la situación Juan Senís Fernández en un interesante ensayo publicado en 2006, en el que examina ocho antologías de poetas españolas: «¿A qué viene […] una antología de jóvenes mujeres poetas?», se pregunta Ramón Buenaventura en uno de los prólogos de Las diosas blancas. Esa pregunta, aunque no se formule con tal contundencia y claridad, está subyacente en todos los prólogos y las notas introductorias de estas ocho antologías. Porque si quien decide elaborar una antología literaria y sacarla a la luz parece sentirse obligado, por un consenso no por tácito menos pesante, a justificar las razones que le han llevado a ello, en una antología dedicada exclusivamente a literatura escrita por mujeres, las justificaciones parecen aún más necesarias, dado que este tipo de proyectos editoriales aún provoca cierta reticencia y no pocas suspicacias (281-282).

El artículo periodístico que mencioné al comienzo como inspirador de estas reflexiones, titulado «Why There’s No King or Steinem for the Gay Movement» («Por qué no hay ni un King ni una Steinem en el movimiento gay», en Peters 2009), revisa las posibles razones de la ausencia de líderes nacionales en el movimiento de derechos civiles gay-lésbico pese a que se inició hace ya cuarenta años con la rebelión de Stone Wall. El hecho de que los hombres gays y las mujeres lesbianas de los Estados Unidos no tengan ningún líder con gran capacidad de convocatoria (como Martin Luther King Jr. para los afroamericanos o Betty Friedan y Gloria Steinem para la segunda ola del movimiento social feminista), suscita en el autor del ensayo una hipótesis que me

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parece extrapolable a mi objeto de reflexión. Siguiendo la opinión de algunos historiadores del tema, recuerda a los lectores que todavía sigue siendo difícil para el norteamericano promedio sentir empatía por las luchas de hombres y mujeres gays por la sencilla razón de que esas reivindicaciones se ubican en el ámbito de la identidad y la actividad sexual, un terreno en el que es muy difícil alcanzar, ante los ojos de la mayoría, la dignidad y el imperativo moral de que están revestidas otras luchas que no comprometen la esfera más privada de los seres humanos. Es tal vez por eso –dice el articulista– que los norteamericanos gays han evitado aparecer bajo la intensa luz de los grandes debates nacionales y han optado por defender sus derechos de manera discreta y local, negociando con intendencias y legislaturas estatales: los progresos han sido relativamente rápidos y muy importantes pero no han sido logrados con movilizaciones masivas ni bajo la influencia doctrinaria de líderes carismáticos. El aspecto extrapolable a la recepción de las mujeres escritoras y de la crítica predominantemente femenina que se ocupa de ellas, es la dificultad de despertar empatía y de recibir real atención –no elogios vacíos ni juicios generales formulados al pasar– de las instituciones literarias de las diversas naciones hispanohablantes, que son, en este aspecto, un poco parecidas al mainstream norteamericano en relación con los gays. Por supuesto que el paralelo no es exacto, ya que creadoras y críticas en general no perseguimos el derecho de ser sexuales en un sentido contrario al de la mayoría, sino el derecho de hablar con una voz diferente –yo la he llamado sexuada (Reisz 1996)– y la aspiración complementaria de que esa voz diferente sea oída con la misma atención, seriedad e interés que se les suele dedicar a los creadores y críticos de cada canon nacional. Añado rápidamente, anticipando algunas objeciones muy trilladas, que no se me oculta que algunas escritoras hispanoamericanas y españolas han logrado éxitos masivos y que otras han cosechado no pocas alabanzas del establishment literario. Sin embargo, conviene recordar que las muy populares y exitosas sufren la suerte de todos los autores de best sellers (hombres o mujeres), quienes, como se sabe, sólo en casos excepcionales reciben el reconocimiento de los medios académicos o de la crítica prestigiosa. Stephen King, prolífico autor de novelas de terror que dieron lugar a versiones fílmicas muy taquilleras, podría considerarse una de esas excepciones. Sin embargo, el

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hecho de que en 2003 fuera honrado por la Fundación Nacional del Libro de los Estados Unidos con una medalla por su «distinguida contribución» a la literatura del país no estuvo libre de controversias e incluso suscitó la indignación del sanguíneo Harold Bloom. De otro lado, en la banda opuesta a la de los best sellers, conviene tener presente que las escritoras oficialmente más ensalzadas suelen ser aquellas en las que la diferencia genérica resulta menos notoria y/o las que se expresan a través de las oscuridades de un lenguaje artístico complejo y de difícil acceso, más acorde con la sublimidad de la gran literatura, ese territorio en el que siempre han brillado los hombres. Por el contrario, quienes expresan la diferencia de un modo relativamente desnudo y directo no suelen tener buena acogida, ya que por lo general no se ve en sus textos la manifestación de una estética alternativa sino simple falta de calidad.

POÉTICAS

M AY O R E S Y M E N O R E S

La Poesía, aquella de la que hablan los críticos respetados, la que granjea premios nacionales e internacionales y la que se estudia en las universidades, suele ser más apreciada cuando reúne dos características que el establishment poético-crítico-académico de cada literatura nacional considera sustanciales aunque jamás se lo diga así. Una de ellas es la suntuosidad verbal o su contracara, la ruptura de esa misma suntuosidad a través de recursos tales como parquedad y concreción minimalistas, quiebres y mezclas de registros o desafíos e irreverencias que incorporan la jerga callejera y la cultura popular a la manera de cuerpos extraños que interrumpen la sofisticada textura de un lenguaje que no es el de todos los días. Uno de los muchos ejemplos de esta oposición polar, bastante frecuente en distintos momentos y lugares del siglo XX, es la que caracterizaba Robert Lowell como el contraste entre una poesía «cocida» (de construcción cuidadosa, con vocabulario y sintaxis de alta cultura y ritmos perfectamente controlados) y una poesía «cruda» como la de los Beats (de ritmos intencionalmente irregulares, desaliñada en la forma, provocativa en los temas e inspirada en las jergas y las músicas de los márgenes neoyorquinos). Lo inaceptable, en cambio, era –y sigue siendo– pasar al costado del gran escenario en el que se libran las luchas entre padres e hijos

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literarios o entre hermanos rivales sin tomar en cuenta ni las normas consagradas ni las transgresiones que a su vez alcanzan el visto bueno de quienes frecuentan esa palestra. Cabría añadir que la suntuosidad puede presentarse en la versión igualmente prestigiosa del ataque al sentido poemático mediante el desmembramiento del cuerpo poético y la reificación del material verbal. Es así como las vanguardias, las neo-vanguardias, el neobarroco o neo-barroso han favorecido todas los tipos de dicción que radicalizan las tendencias centrífugas del significado y reducen el coeficiente de comunicabilidad restringiéndolo a un grupo de iniciados. El desmantelamiento de la coherencia discursiva puede asumir la forma de lo sentencioso-epigramático o de lo narrativo-coloquial. Sin embargo, para que lo sólo-inteligible-para-iniciados adquiera el valor de vino añejo, tanto la impostada naturalidad de lo coloquial como el semi-conexo aluvión metafórico deben estar al servicio de ciertas directivas ideológicas mayores. Esto último nos lleva a la otra característica a que aludí más arriba y que se puede sintetizar pedestremente en la expresión profundidad de pensamiento. Por supuesto, utilizo calificativos como profundo y poético con plena conciencia de que son juicios de valor que sólo tienen sentido y vigencia dentro de coordenadas históricas, espaciotemporales y sociales bien definidas. Desde la perspectiva crítica dominante profundo parece ser todo lo que toca angustias metafísicas, inquietudes ético-políticas (en el sentido más amplio del término política) o reflexiones estéticas y metapoéticas. Enumero, sólo a modo de ejemplo, algunos conceptos que estarían revestidos a priori de dignidad poética: la conciencia del tiempo y de la muerte; el diálogo o la falta de diálogo entre lo humano y lo divino; la violencia de la historia y la tragedia de la guerra; el Amor (hijo de la Poesía), el dúo Amor-Muerte; la Poesía (concebida desde la tradición mayor en la que se inscribe El Poeta), o su contracara, la anti-Poesía; los límites y las carencias del lenguaje, la utopía de la comunicación humana, la huída de lo referencial, la inutilidad de las palabras o, en una actitud derrotista extrema, la búsqueda del silencio… pero sin renunciar a hablar. Dentro de este marco de expectativas parece obvio que un poema que utilice un lenguaje sencillo y directo –ni simbólico ni paródico– para hablar de temas tan triviales como las humildes batallas diarias del

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ama de casa, las tristezas (con o sin dudas metafísicas) de una mujer ante el espejo, las modernas obsesiones en torno al envejecimiento y la gordura o las secuelas físicas y psíquicas de la maternidad, no tiene muchas chances de ser valorado como buena poesía. En cambio, los poemas o textos narrativos de aquellas escritoras que están más cerca de las preceptivas dominantes, ya sea porque afirman ciertas tendencias celebradas o porque asumen una actitud rupturista –término muy apreciado por quienes no pueden pensar fuera de la vía férrea de los mecanismos de consagración tradicionales– suelen ser tratados más benévolamente. A menos que medien circunstancias de orden personal que, como se sabe, suelen aclarar o enturbiar casi todas las evaluaciones. No es mi intención ejemplificar lo dicho presentando una lista de nombres celebrados y marginados, a la manera de un pliego de reclamos. Sólo mencionaré dos casos de literatura producida por mujeres que me parecen especialmente ilustrativos de los mecanismos de valoración expuestos hasta aquí: el de Carmen Ollé y el de Giovanna Pollarolo. Creo no equivocarme si afirmo que es casi imposible encontrar una antología de poesía peruana actual (y se han hecho muchas) en la que no figuren poemas de Carmen Ollé. Su primer libro de poesía, Noches de adrenalina (1981), está tan firmemente asentado en el canon poético contemporáneo que ni el crítico más adverso a la llamada «poesía femenina de los ochenta» se atrevería a ignorar su existencia o a discutir su valor. Sin embargo, el resto de su producción poética y narrativa no ha recibido la misma atención por motivos que, a mi juicio, no tienen que ver con un descenso de calidad sino con la contingente coyuntura histórico-literaria en que aquel libro salió a la luz. Conjeturo, asimismo, que las razones de su duradero impacto sobre los receptores son diferentes para cada sexo. Para las jóvenes aspirantes a poetas de esos años, ese libro significó una señal de luz verde para hablar con voz de mujer de su experiencia como mujeres y para hacerlo con una libertad e impudicia hasta ese momento inimaginables. Para muchos de los hombres de entonces y de hoy, en cambio, ese libro contiene otros valores muy apreciados dentro de las corrientes literarias dominantes en el siglo XX: originalidad, falta de sentimentalismo, élan político y cierta conexión subterránea con uno de los grandes malditos-sublimes de la cultura europea, George Bataille. Además, ese modo de poetizar parece-

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ría reafirmar –aunque lo haga desde una perspectiva contestataria– que el territorio de la mujer es fundamentalmente su cuerpo y su sexualidad. Muy distinto es el caso de la poeta y narradora Giovanna Pollarolo1, quien pese a haber recibido acogida entusiasta en el público femenino de dentro y fuera del Perú, tiende a estar subrepresentada en antologías de poesía y en reseñas críticas por la sencillez y aparente transparencia de su lenguaje, por su comunicatividad y por su supuesto confesionalismo (que a mi juicio no es tal, sino un sofisticado manejo del género actualmente en boga de la autoficción). De todo lo dicho se desprende que en el panorama actual de las letras peruanas (y probablemente en el de las diversas literaturas hispánicas) sería muy improbable que se reconociera y apreciara la obra de mujeres que sin ostentar características populares o chicha (lo que las colocaría en un equipo aparte, políticamente utilizable) comenzaran a escribir, sin tomar en cuenta las normas consagradas, sobre sus experiencias o las de otras mujeres con su propio lenguaje y desde su propio ángulo de visión, como sí parece ser el caso en otros lugares del orbe2. Tal vez convenga aclarar que no pretendo sugerir que todo texto que hable de esos temas menores en versos sencillos deba ser conside1 Me refiero en particular a sus poemarios Entre mujeres solas (1991) y La ceremonia del adiós (1997). Su labor como libretista de cine, en cambio, ha recibido general aprobación. ¿Habrá que ver en este hecho la tendencia a encasillar su variada producción dentro del género literario que suele considerarse secundario o de menor valor? 2 En relación con este punto crucial, remito a una información periodística cuya veracidad habría que verificar pero que, en principio, me parece digna de ser tomada en consideración: en un artículo del 29 de junio de 2005, Nazila Fahti, corresponsal de The New York Yimes en Teherán, comenta el recientísimo auge de un nutrido grupo de narradoras iraníes que han comenzado a escribir al margen de la institución literaria tradicional en un momento que parecería muy poco propicio para el florecimiento de voces femeninas. Al parecer, pese a la censura social y familiar que pesa sobre las mujeres que sin pertenecer a círculos aristocráticos ni tener una cultura académica se atreven a escribir y a expresar sus emociones, esta nueva narrativa ha tenido tal éxito, que los no muy progresistas colegas masculinos no han tenido más remedio que reconocer su existencia e incluso adjudicarle un par de premios. Un detalle interesante: la prohibición fundamentalista de mencionar cualquier cosa que tenga que ver con sexo ha llevado a estas autoras a inventar ingeniosas elipsis para poder comunicar su propia visión del tema tabú; (29 de julio de 2009).

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rado por todo el mundo buena poesía. Nada está más lejos de mi intención que tratar de sentar una preceptiva o de sustituir ciertas normas escriturales por otras de mi preferencia. Sólo me interesa puntualizar que en esta coyuntura, en la que se están produciendo tantos y tan acelerados cambios en un nivel global y en la que distintos tiempos y grados de desarrollo históricos coexisten en los mismos espacios y a veces en las mismas personas, cada vez se hace más difícil establecer valores universales, ya sea que se trate de valores políticos, éticos, religiosos, culturales o artísticos.

EL

BELLO SEXO, EL BELLO CUERPO Y LA CREACIÓN

LITERARIA

Pese a que soy optimista en relación con el futuro inmediato, la observación del panorama literario actual me lleva a concluir que el pensamiento crítico que todavía tiene algún arraigo en el mundo hispanohablante –sobre todo en relación con el minoritario ámbito de la poesía– no se ha distanciado mucho del reparto de cualidades genéricas hecho por Kant en el Siglo de las Luces: lo sublime, (lo derivado de un pensamiento elevado y complejo, lo que produce pasmo, sobrecogimiento y exalta el espíritu del contemplador) parecería ser todavía, dentro de ese imaginario, el territorio estético del hombre; lo bello (en el sentido de lo gracioso, leve, decorativo y en última instancia intrascendente), el territorio de la mujer3. Hay que considerar, asimismo, que en la segunda mitad del siglo XX esa influyente y perdurable demarcación genérica gana un ingrediente nuevo: no sólo lo bello sino también –como lo sugerí más arriba– el cuerpo y la sexualidad se añaden al hortus clausus del mundo femenino. No es casual, por eso, que en los comentarios y evaluaciones críticas sobre «las poetas de los ochenta» en el Perú –por sólo nombrar un espacio que me es particularmente familiar–4 abunden 3 «Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime», Tercera Sección (Kant 2005). 4 Aunque el grupo está conformado por personalidades artísticas muy diferentes entre sí, la crítica las suele considerar un bloque homogéneo por el simple hecho de que en los años ochenta aparece por primera vez en las letras peruanas un número considerable de mujeres poetas. En España la situación parece haber sido bastante

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los clichés en torno al cuerpo y al deseo femeninos, pese a que tal caracterización sea realmente aplicable sólo a parte de la obra de algunas de esas poetas. Llegamos, así, al punto del que partió mi reflexión: la tradicional reducción de la imagen de la mujer a su cuerpo y a su sexualidad parecería extenderse oscuramente, a modo de reverberación subterránea, a muchos productos de su actividad literaria, que han tendido a ser vistos a través de una lente reacia a otorgarles la importancia, nobleza y dignidad de las estéticas hegemónicas… a menos que coincidan con ellas. Este reduccionismo conceptual-valorativo, probablemente tan antiguo como el mundo, ha servido de justificación, a través de los siglos, para negar o restringir drásticamente el acceso de la mujer al cultivo de las ciencias, las artes o las letras y ha encontrado poderosos canales de expresión en el refranero popular y en la poesía satírica de todos los tiempos. Valga como curioso ejemplo un soneto anónimo del siglo XVII, época en la que algunas mujeres de las clases privilegiadas se atrevían a participar en los diálogos intelectuales y artísticos de la época. Dicho texto reafirma, a través de la ridiculización de una hipotética perspectiva no-convencional, la idea ampliamente aceptada entonces –y todavía vigente– de que el máximo atributo de la mujer no es su inteligencia ni su cultura sino los atractivos de su cuerpo para la mirada masculina: Una nueva locura se ha asentado en los entendimientos desta era, que no hay quien a la hermosa dama quiera si no es discreta y sabia en sumo grado. Por la hermosa no dan ya un cornado y adoran a la que es fea si es parlera, como si en el aviso consistiera tener la dama el cuerpo bien formado. Oh, necio amor, oh, necio devaneo, comer porque es astuta la raposa y no comer por simple la gallina.

similar según la opinión del poeta y crítico José Luis García Martín (1992: 118) quien ubica «el auge de la poesía femenina» peninsular en esos mismos años.

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Pues váyase cualquier tras su deseo que, de mujeres, quiero yo la hermosa, pues hermosura busco y no dotrina5.

Como las luchas gays, la escritura de las mujeres, especialmente la de aquellas que dejan en sus textos un fuerte trazo diferencial, tiende a ser ubicada por el imaginario patriarcal en un ámbito en el que parece no haber cabida para altas experiencias estéticas ni para sentimientos de admiración o veneración como los que suelen suscitar las obras de figuras masculinas consagradas. El ámbito de lo femenino sería, dentro de esa lógica, el de lo íntimo, privado, corpóreo, sentimental y fundamentalmente autobiográfico. La parcialidad de esa ubicación (que es al mismo tiempo una evaluación desfavorable) se hace evidente en la actitud respetuosa y admirativa con que se ha leído la obra de algunos escritores que han transformado la vivencia de la propia corporeidad y de la propia sexualidad en poderosos motores de su actividad creadora. Hasta ahora las mujeres seguimos teniendo la sensación de que cuando un hombre habla de su cuerpo, de su deseo y de su erotismo desde una perspectiva contrahegemónica –como lo hicieron Constantino Cavafis, Jaime Gil de Biedma, Luis Cernuda o César Moro– su voz artística tiende a ser escuchada a través de un filtro que retiene y agiganta los aspectos universales de su palabra, al mismo tiempo que descarta o minimiza lo estrictamente minoritario y trangresivo que puede haber en ella. En otras palabras: lo que dicho por una voz masculina tiende a ser catalogado dentro del prestigioso registro de un pathos sublime, articulado por una voz femenina suele percibirse como una actitud personal y exhibicionista que en el mejor de los casos se interpreta como desafío a la moral convencional y en el peor, como confesionalismo de mal gusto.

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Debo el conocimiento de este interesantísimo texto a Aránzazu Borrachero, quien preparando una edición de la obra de Clara Catalina Ramírez de Guzmán lo encontró en el Manuscrito 3884 de la Biblioteca Nacional de Madrid.

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VA L O R A Ñ A D I D O D E L A C O M P L I C I D A D

Para entender mejor los mecanismos de exclusión-inclusión y de aprecio-menosprecio (mecanismos que a su vez se pueden combinar entre sí de distintas maneras) puede ser útil una interesante observación sobre el uso de metáforas –y de lenguaje figurativo en general–, procedente de un artículo publicado en 1978 por Ted Cohen, un filósofo mas bien ajeno a la crítica literaria pero interesado en la literatura, que descubrí tardíamente y de modo casual6. En ese ensayo, titulado «Metaphor and the Cultivation of Intimacy», Cohen planteaba que el uso de metáforas establece, ante todo, una relación de «intimidad» entre el productor de la metáfora y el receptor capaz de entenderla, y señalaba que esa cercanía (o lejanía para quienes quedan fueran del juego) es similar a la que se da en el caso de los chistes, cuya comprensión puede ser altamente variable según se compartan o no los presupuestos culturales necesarios para captar, es decir, gozar, el sentido del chiste. La consecuencia es el establecimiento de una relación de cercanía y de complicidad o, por el contrario, de distanciamiento e incluso de humillación para quien no comprenda la ‘gracia’ de la historia. La conclusión que se podría sacar de ese modo de entender el lenguaje figurativo y sus prácticas más radicales –cuyo objetivo último sería el rechazo de la comunicación–7 es que las estéticas literarias que utilizan el lenguaje con una intención comunicativa que se extiende más allá de los límites de un público minoritario tienden a ser rechazadas por ese mismo público minoritario que dicta las leyes del buen gusto.

6

Un año antes yo había publicado un extenso artículo sobre el tema de la metáfora desde una perspectiva fundamentalmente lingüístico-literaria, un estudio que no tomaba en cuenta, por las razones de compartamentalización disciplinaria frecuentes entonces, esclarecedoras argumentaciones filosóficas sobre los valores de verdad/falsedad de la metáfora como medio de comunicación (cf. Reisz 1977). 7 Un ejemplo notable de esta tendencia extrema, muy apreciada por las últimas promociones de poetas y por la crítica en general, es el del poeta y lingüista peruano Mario Montalbetti, cuya poética anticomunicativa está expuesta con minucia y brillantez en un ensayo-manifiesto aparecido en el último número de la revista literaria Hueso Húmero. En ese mismo número puede leerse un análisis mío de sus ideas sobre poesía y de su último libro de poemas (Reisz 2009).

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Desde una perspectiva aparentemente opuesta pero a mi juicio complementaria (en la medida en que representa un contraataque de las escritoras relegadas), se puede reconocer, asimismo, que las versiones paródico– humorísticas de los grandes mitos antiguos y modernos y de las estéticas sublimes por las que han optado algunas poetas y narradoras a partir de la segunda mitad del siglo XX, no han gozado de mayor aceptación oficial por razones exactamente inversas, que constituyen la otra cara de la misma moneda: la ironía y la parodia implican el mismo intento de complicidad con los congeniales –en este caso los desplazados a los márgenes de la institución– que los chistes esotéricos o las metáforas alejadas. Buena parte de mi libro de 1996 Voces sexuadas. Género y poesía en Hispanoamérica está dedicada al estudio de la parodización de los grandes lenguajes artísticos y de los grandes relatos patriarcales de Occidente en muchas poetas hispanoamericanas de la segunda mitad del siglo XX. Una de ellas, la argentina Susana Thénon, coetánea de Alejandra Pizarnik, fue eximia cultora de una polifonía burlesca altamente corrosiva. La menciono expresamente pues también ella puede ser considerada un ejemplo paradigmático de los vaivenes de la gloria literaria y de la parcialidad –por no decir la incomprensión total– de ciertos sectores de la crítica que no supieron qué hacer ante la virulencia paródica de su poemario de 1987 Ova completa8. En la actualidad, casi veinte años después de su muerte, el nombre de Susana Thénon tiene un lugar asegurado en el canon de la poesía argentina, muy cerca del de Alejandra Pizarnik. Hay que admitir que algunas escritoras y críticas buscamos hincar la sensibilidad autosuficiente de los tradicionales dueños de la escena literaria y, por eso mismo, debemos contar con que su respuesta no puede ser entusiasta ni consagratoria. Es razonable confiar, sin embargo, en que las tendencias críticas hegemónicas y sus principios valorativos tendrán que ponerse en sintonía con un mundo aceleradamente cambiante, en el que la difuminación de las fronteras entre grupos humanos tradicionalmente aislados y las tendencias al diálogo

8 Añado una anécdota ilustrativa: cuando a comienzos de los ochenta yo misma le propuse a una revista literaria de Lima la publicación de varios poemas de Thénon, entonces inéditos y que más tarde pasarían a formar parte de ese libro, los textos me fueron devueltos sin comentario y, por supuesto, no se publicaron.

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intercultural (allí incluido el diálogo artístico entre hombres y mujeres) están en crecimiento constante.

FEMINISMO

Y T E O R Í A S D E L VA L O R

El feminismo (entendido en sentido lato, como un conjunto de teorías sobre el sistema patriarcal y la posición de la mujer dentro de ese sistema) ha producido variados efectos en el campo de los estudios literarios, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX. Uno de ellos, el más obvio, es haber vuelto visible la obra de muchas escritoras del presente o del pasado que de otro modo habrían sido ignoradas, lo que ha llevado a una relativa ampliación del canon de cada literatura nacional. Otro efecto, quizás aun más importante que el anterior, es haber tendido un productivo puente entre áreas de estudio y sistemas conceptuales que todavía tienden a ser considerados compartimientos estancos, como la reflexión sobre el valor y la evaluación literaria; la estética como disciplina filosófica habituada a compatibilizar la diversidad y mutabilidad de objetos únicos con la necesidad de abstraer y generalizar9; las teorías del lenguaje y de la literatura que descreen de la posibilidad de fijar el sentido de un texto o de alcanzar la interpretación ‘correcta’; y last but not least, los métodos de investigación que toman en consideración la diferencia genérico-sexual tanto en la producción como en la recepción de obras literarias. Huelga decir que no todos los especialistas en literatura utilizan ese puente ni tienen interés en aplicar a sus objetos de estudio y enseñanza una perspectiva analítica integradora, pero la posibilidad de transitarlo existe y puede dar resultados muy provechosos para la renovación de los estudios literarios y para su inserción en los grandes proyectos interdisciplinarios a los que parecen tender cada vez más las ciencias humanas y sociales del siglo XXI.

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Véase Hein (1993), quien ve en este rasgo un modelo metodológico para superar la impasse a la que puede llegar el pensamiento feminista cuando se ve entrampado en el rechazo del universalismo de la lógica patriarcal y la necesidad de abarcar la problemática de todas las mujeres sin perder de vista las diferencias étnicas, culturales y sociales entre unas y otras.

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La primera de las áreas de estudio mencionadas más arriba –la reflexión sobre el valor y la evaluación literaria–, no tiene una presencia fuerte dentro del mundo académico hispánico y tampoco parece tenerla en el pensamiento académico en general, como señala Barbara Herrstein Smith en su fundamental libro Contingencies of Value. Por lo general, la evaluación de las obras estudiadas sólo se manifiesta de modo indirecto e implícito, ya sea a través de la decisión de estudiar a un autor o autora (en el sobreentendido de que vale la pena hacerlo), ya sea a través de la inclusión de determinados autores en cursos, listas de lectura y exámenes. Cuando se formulan juicios de valor explícitos, éstos no suelen ir más allá de la reiteración de los valores fijados por la tradición o de la comparación de unos autores consagrados con otros o, por último, de la comparación de la obra de un autor consagrado con otra obra de ese mismo autor. Allí donde no hay una tradición crítica en la cual respaldarse (por tratarse de una obra muy reciente o de una obra no tan reciente pero poco estudiada), la evaluación queda en suspenso o se deja para quienes ejercen la crítica en periódicos, revistas literarias y en los nuevos medios de Internet (blogs, cadenas de correos electrónicos y revistas virtuales). Puesto que el tipo de crítica que se propone formar opinión y orientar al público lector en materia de novedades no suele reflexionar sobre su propia actividad evaluadora ni sobre los fundamentos ideológicos del valor o disvalor que le atribuye a una obra, sino que se dedica a emitir directos juicios valorativos para atraer potenciales lectores y alabar o repudiar al autor, los productos de esta actividad pueden desembocar en agrias polémicas, feroces invectivas y hasta insultos personales. No es de extrañar, por eso mismo, que los académicos prefieran no pisar ese territorio minado. Yo intenté pisarlo, hace ya mucho tiempo, con un instrumental crítico algo más limitado del que dispongo ahora, en un capítulo de Teoría literaria. Una propuesta (1986), un libro que escribí para mis estudiantes de los años ochenta en Lima. En ese momento ni el feminismo ni los estudios de género ni la teoría queer formaban parte de mi horizonte teórico. Sin embargo, ahora compruebo que el hecho de que en ese capítulo, titulado barthesianamente «Placer de leer, placer de evaluar», hablaba más de constricciones y de opiniones forzadas o vergonzantes que de placeres, era ya una señal de que me movía en una dirección diferente de la que dominaba en la mayor parte de ese libro.

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Ahora veo que aquellos esfuerzos por deslindar los condicionamientos sociales y culturales de los juicios de valor, por estudiar los mecanismos de presión de los grupos hegemónicos y por distinguir estéticas alternativas en relación con el canon de la gran literatura (como la lírica oral-tradicional hispanoamericana, las formas poéticomusicales de origen popular y urbano como la «chicha» y las diversas variantes de la literatura de consumo masivo) eran acercamientos mas bien intuitivos a uno de los aspectos centrales de la problemática de la literatura producida por mujeres: el hecho de que todo acto de evaluación (explícito o implícito) ocurre dentro de contextos sociales que lo predeterminan y se inscribe en una cadena de evaluaciones férreamente controladas por grupos minoritarios, cuyo poder social/cultural les permite difundir, afianzar y reproducir –mediante mutuas citas y mutuas celebraciones– las propias preferencias y asumir la representación de toda la sociedad en sus juicios de valor, sin tomar en cuenta las diferencias que dividen a ese colectivo en sectores con desiguales posibilidades de expresar sus preferencias y de influir en la opinión pública. La afirmación anterior no implica la defensa de un relativismo entendido a la manera de sus adversarios ‘objetivistas’, es decir, una hipotética postura forzada a auto-invalidarse y cuya aplicación radical llevaría a una indiferenciación total de todos los valores y todas las evaluaciones. Sí implica la idea de que la institución literaria –si se entiende por tal el conjunto de las opiniones clasificatorias y valorativas dominantes desde el Iluminismo hasta el momento actual– es uno de los sistemas más conservadores y más jerárquicos de nuestra sociedad. Probablemente muchos de los que todavía ejercen ese dominio sin real conciencia de ejercerlo se admirarían de que sus convicciones políticas, que ellos mismos y otros miembros de su comunidad consideran progresistas, estén en pugna con sus propias prácticas evaluativas en el terreno estético. En cambio, para la mayoría de las mujeres escritoras (como para los grupos tradicionalmente marginados del poder político, económico, social o cultural) la contradicción resulta obvia. La respuesta a esa situación no es, por cierto, proponer como programa alternativo que la valoración y la consagración de las obras de arte esté regida por un sistema de elecciones más o menos democrático (como al parecer funcionó parcialmente en el caso del teatro griego

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clásico) ni por un principio de justicia distributiva. Se trata, simplemente, de reconocer que han aparecido nuevos actores y actrices en el campo literario y que con ellos han surgido nuevas líneas de fuerza y nuevos criterios evaluativos que entran en competencia con los ya existentes. Se trata, asimismo, de aceptar que no es posible establecer una distinción tajante entre lo literario y lo no literario, lo elevado y lo vulgar, la buena y la mala literatura fuera de coordenadas históricas específicas y de una dinámica social igualmente singular, dentro de la que se producen las luchas por la hegemonía estética o los intentos de integración dialógica.

EL

D I L E M A PAT R I A R C A L

Desde la perspectiva que acabamos de examinar el momento histórico actual es para las mujeres escritoras un período de tránsito hacia una manera más equitativa de inscripción en el campo literario. No obstante, si bien las escritoras de hoy se pueden considerar «nuevas actrices» en el sentido de que ya no son «excepciones milagrosas» sino una presencia colectiva cuantitativamente importante, en sus pronunciamientos públicos no todas reivindican la novedad ni la particularidad de su situación en la escena literaria oficial. Es un hecho archisabido (y que, por lo mismo, no necesita documentación) que cada vez que alguien proyecta elaborar una antología de poesía o de narrativa femenina se encontrará con la resistencia o la abierta negativa de algunas de las creadoras que uno o una ha pensado incluir en la selección. La fundamentación de la falta de simpatía de algunas autoras hacia ese tipo de proyectos se suele resumir en una expresión típica como: «mi obra no es literatura femenina, yo escribo para todos». O, en una formulación todavía más radical: «el hecho de ser mujer y mi actividad creadora no tienen nada que ver entre sí». Hay que añadir que el término literatura femenina repele a algunas escritoras tanto por las connotaciones desvalorizadoras del membrete –que mucha gente asocia con revistas de moda y romance–, como por el hecho de que enfatiza lo colectivo –el género sexual– en detrimento de las diferencias artísticas individuales. En relación con esta postura, que desde una perspectiva feminista puede resultar comprensible mas no por eso menos retrógrada, Toril

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Moi (Williams 2006) ha señalado acertadamente que el problema crucial de las escritoras radica en el dilema que la lógica patriarcal les plantea solamente a ellas: si declaran que no son un caso aparte sino un talento creador independiente de su sexo o género, traicionan a todas aquellas que tienen conciencia de las limitaciones sufridas por las mujeres a lo largo de la historia de la humanidad; si, por el contrario, se reconocen como parte de ese colectivo tradicionalmente marginado, deben aceptar, como daño colateral, el ser ubicadas dentro de una clasificación especial que perpetúa su marginación. Por el contrario, en el otro lado de la división genérica, ningún hombre se siente constreñido a declarar si su obra es literatura masculina o literatura para todos… a menos que el pedido de autodefinición provenga del campo feminista. Admitir que se es parte de un sector social que ha estado históricamente en desventaja –ya sea que se trate de mujeres o de grupos desvalorizados por sus características raciales, su menor o diferente cultura, su ubicación social, su edad, su orientación sexual, sus discapacidades o su falta de adecuación a los cánones de belleza imperantes–, trae consigo el riesgo de exponerse a más discriminación, allí incluído el corrosivo poder de la burla. De otro lado, no reconocerlo implica colaborar –por inactividad– en el mantenimiento de la situación de inequidad. Para las escritoras de hoy –como para las mujeres en general– parecería que la única salida del dilema es reconocerse como productos tardíos de un sistema transhistórico y transcultural que ha privado de capacidades al género femenino y, al mismo tiempo, ver los logros individuales como parte de un proceso de crecimiento general de la humanidad. En otras palabras: la solución parecería radicar en trocar el rol de víctimas por el de transformadoras del sistema. Creo, en efecto, que la noción de capacidad, que Amartya Sen y Martha Nussbaum han propuesto como criterio para medir el desarrollo humano y la efectiva libertad y autonomía de los miembros de una comunidad, se aplica también –si bien de modo paradójico– al terreno de la creación artística. Digo paradójico pues el ámbito de las artes parecería ser el medio ideal para el pleno desarrollo de las aptitudes y libertades individuales y de lo más humano de la humanidad: el cultivo de formas de placer y productividad que trascienden las necesidades básicas. Sin embargo, la historia de las artes muestra que

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también en ese terreno privilegiado se ha puesto en evidencia la pobreza (entendida como deprivación de capacidades) que ha generado la lógica patriarcal al impedir o limitar severamente muchas potencialidades de creatividad intelectual y artística a lo largo de los siglos. Aquel refrán que dio título a un ya clásico libro de ensayos de Rosario Castellanos, «mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni tiene buen fin», sintetiza de modo ejemplar los inveterados mandatos sociales destinados a recortar las posibilidades de conocimiento, de expresión y de agencia de las mujeres. Por eso mismo, la conquista femenina de nuevas capacidades (como la auténtica libertad, no la meramente formal, de disponer del tiempo y de los recursos materiales y culturales necesarios para escribir) debería ser –terminará por ser– un motivo de reconocimiento y regocijo para el conjunto de la humanidad.

V E N TA J A S D E L A «LAS CLÁSICAS»

MARGINACIÓN O LA HORA DE

En un interesantísimo estudio que aboga por el realismo científico como alternativa a la lógica posmoderna y por nuevas formas de concebir universales realmente integrativos, la economista y politóloga Tony Lawson hace una observación que me parece perfectamente aplicable al caso de las mujeres escritoras. Según ella, la ventaja epistemológica de los marginales es estar a la vez adentro y afuera: adentro en tanto sólo se puede pertenecer a los márgenes de un sistema si ese sistema tiene márgenes; y afuera en tanto el sistema ubica a la mayoría de sus miembros fuera de la zona central que genera las normas y los valores que rigen al todo. La mirada desde el borde parecería mejor dotada para percibir diferencias significativas entre conjuntos de elementos y entre relaciones complejas que es más económico definir por contraste y no ex ovo. Pienso que la literatura es precisamente uno de esos ámbitos en los que el pensamiento contrastivo se aplica de manera ideal puesto que en él tienen lugar procesos sumamente intrincados que presuponen, como base material, uno de los sistemas más complejos: el lenguaje humano en su potencialidad casi infinita de generar diálogo y

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de autotransformarse. Por eso mismo, la historia literaria sólo se puede concebir y describir mediante comparaciones y oposiciones entre diversos lenguajes artísticos que por un lado están en relación de conflictiva inmediatez y por el otro, de apertura dialógica a largo plazo. En relación con este último aspecto –el largo plazo, la mirada hacia la lontananza–, Luis Beltrán, uno de los mejores conocedores de Bajtín dentro del hispanismo, señala, en consonancia con los principios teóricos bajtinianos, la necesidad de elaborar una filosofía de la historia literaria que contemple los procesos artísticos en el tiempo grande de la Historia, aquél que engloba las diversas etapas por las que han pasado las muchas culturas que configuran la Humanidad, allí incluidas las culturas preliterarias con sus tradiciones orales. En los términos del propio Beltrán: Es la historia –el tiempo como padre de la verdad– la que dicta el sentido de la evaluación. Los aspectos aleatorios –las modas, el poder, la corrupción de la crítica, etc.– se diluyen en presencia de la perspectiva histórica. Ningún poder asegura la valoración positiva más allá de un cierto tiempo. En otras palabras, la mediación caduca, la historia juzga (2004: 149).

Esta idea afianzaría –si bien de modo involuntario e indirecto– lo que acabo de decir a propósito de las bondades del pensamiento contrastivo y de la mejor ubicación de los marginales para ejercerlo. Pienso, en efecto, que el único modo de concebir/describir una historia literaria que lo abarque todo, desde la etapa auroral de los mitos hasta el futuro de la escritura, es analizar la coexistencia y la sucesión de procesos artísticos muy complejos centrando la visión en diferencias oposicionales de bulto: grandes presencias y grandes ausencias. El concepto del juicio histórico, de apariencia irrefutable, se basa en el presupuesto de que lo que da la medida de la calidad de una obra de arte es su capacidad de ser valorada positivamente en diferentes épocas. Los clásicos –se ha repetido hasta la fatiga– son los escritores que perduran a través de los siglos, aquellos en los que cada generación encuentra algo distinto, admirable y en cierto modo actual. Luis Beltrán, para quien el valor de la obra no radica en el placer que pueda producir sino en su capacidad de generar un pensamiento crítico, lo formula así:

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Las obras maestras han tenido, y siguen teniendo, lecturas muy distintas, incluso divergentes. Pero, efectivamente, les confiere el carácter de obras maestras el hecho de que provocan reflexión y que su interpretación es polémica y de interés general. En cambio, otras muchas obras decaen en el interés público. Incluso los genios de la literatura universal son autores de obras que, más allá de su época o ya en su misma época, han perdido interés para los lectores. Son obras muertas. Sólo algún filólogo se acerca a ellas como si fueran fósiles, piezas sólo útiles en colecciones de museo (149).

Afirmaciones como la precedente suenan tan convincentes y están tan extendidas, que tienden a ser vistas como verdades irrefutables. Sin embargo, no bien se las pone en relación con textos concretos, empiezan a resultar menos evidentes. La Antígona de Sófocles, El rey Lear de Shakespeare, Don Quijote de Cervantes o el Fausto de Goethe parecerían entrar sin dificultad dentro de la categoría de obras que incitan a la reflexión y generan polémica en diversas épocas. Pero ¿podría decirse lo mismo de una oda de Píndaro, de un idilio de Teócrito, de una égloga de Virgilio o de un soneto de Petrarca? ¿Hasta qué punto puede sostenerse que el valor de esos textos reside en la posibilidad de estimular un pensamiento crítico capaz de sostenerse a través de los siglos? Quienes no estén familiarizados con esos lenguajes artísticos ni con los temas epocales a los que están ligados sólo podrán decir que los autores mencionados son clásicos pues opiniones autorizadas sostienen que son clásicos, mientras que quienes conozcan de primera mano a los autores en cuestión probablemente no tengan respuestas unívocas. Y sin embargo, todos los autores mencionados no despiertan la mínima duda sobre su pertenencia al canon literario de Occidente. Me refiero, por supuesto, a la valoración de los especialistas en tales autores, a la academia en general y a todos los que asumen los valores fijados por esa tradición crítica. Por todos esos interrogantes de difícil respuesta, cuando se habla de los clásicos –un tema que suele generar una rápida e irreflexiva aceptación de juicios autorizados o, como diría Bajtín, monológicos–, una pizca de relativismo puede ayudar a no perder de vista que el juicio histórico consagratorio se construye sobre el invisible soporte de exclusiones y ausencias. Me parece oportuno, por eso, recordar aquí una observación de la teórica norteamericana que Beltrán acusa de

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«individualismo radical», Barbara Herrstein Smith: Nothing endures like endurance, lo que podría traducirse como «nada perdura como la perduración misma» o, en una versión más didascálica, «nada es más capaz de seguir perdurando que lo que ha estado perdurando». Con esa frase epigramática la autora de Contingecies of Value se refiere al redundante mecanismo de canonización artística: quien perdura a corto plazo por ser más citado y más celebrado tiene más posibilidades de perdurar a mediano y largo plazo. O, dicho de otro modo, el juicio de la historia quizás no sea tan objetivo ni tan independiente de las modas ni de los variados poderes sociales de cada momento histórico como Beltrán parece dar por sentado. No puede ignorarse, por ejemplo, que un factor importantísimo para la supervivencia de una obra es el lobby literario que ejercen los colegas-amigos a través de sus alianzas artísticas y de sus mutuas alabanzas consagratorias. La práctica, evidentísima en las celebraciones y denuestos de los bloggers de nuestros días no es, sin embargo, una novedad de la era cibernética sino una tendencia ya muy difundida en los comienzos de la gran literatura de Occidente, la antigüedad grecolatina. Baste como ejemplo recordar que el poema liminar de los Catulli carmina, que contiene la dedicatoria al historiador-biógrafo Cornelio Nepote, es al mismo tiempo una declaración de la autoridad literaria del amigo (lector y admirador de la poesía catuliana) y una alabanza de una obra histórica de Cornelio hoy perdida: ¿Para quién mi bonito libro nuevo recién pulido a seca piedra pómez? Cornelio, para ti; pues tú solías dar a mis tonterías importancia ya entonces cuando el único en Italia, el tiempo todo en tres libros narraste, laboriosos, por Júpiter, y doctos. Recibe ahora por ello este librito y su valor. ¡Oh virgen protectora, que con vida perdure más de un siglo! (Catulo 1991).

Al parecer, el elogio de Catulo no fue suficiente para asegurar que esa obra durara «más de un siglo» ni alcanzara la inmensa celebridad, vigente hasta hoy, de los poemas breves a Lesbia. Sin embargo, las

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citas y encomios de amigos como Catulo y Cicerón (quien lo menciona repetidamente en sus cartas) y las citas de citas de quienes vinieron después (como Plinio el Viejo) ayudaron a preservar los títulos de las obras que se perderían en el curso de los siglos y apuntalaron el prestigio de Cornelio Nepote, cuyas «Vidas» se utilizan hasta ahora en las clases de latín para principiantes por su sintaxis sencilla y su estilo poco adornado. Ser citado por los miembros de la élite artística e intelectual no asegura ni la consagración ni la perdurabilidad pero indudablemente ayuda a ellas. Cuando el autor y su obra entran sin dificultad en las tendencias epocales dominantes, el espaldarazo explícito de los colegas acrecienta las probabilidades de perdurar. Siempre ha habido, por supuesto, autores visionarios que han sobrepasado las tendencias del momento y que han alcanzado el éxito después de su muerte o que han sido ‘rescatados’ siglos después, gracias a una feliz coincidencia de ideales artísticos entre creadores y lectores de distintos momentos históricos –las «contingencias de valor» de que habla Herrstein Smith. Otros y otras, en cambio (sobre todo otras), pese a haber encajado en las tendencias epocales, han sido ignorados por sus pares más influyentes por haber sido considerados de menor valor o por otras razones. Cabe añadir, en relación con los grupos marginados, que quienes han pasado y siguen pasando al costado de las tendencias dominantes sin integrarse en ellas tienen una desventaja añadida ya que, por lo común, se los ignora por completo o bien se los menciona para achacarles falta de calidad, como es el caso del infeliz poeta Sufeno, cuyo nombre sólo ha perdurado por los denuestos que le lanzó Catulo en el carmen 2210: Ese Sufeno, Varo, a quien conoces, es ingenioso y agradable y fino, y además hace versos más que nadie. Pienso que ha escrito unos diez mil o más, 10

Tomo aquí una versión de Pablo Ingberg, que me parece más ajustada y de mejor ritmo que la que ofrece el volumen bilingüe traducido por Rodríguez Tobal (que es el utilizado en la cita catuliana anterior). La versión de Ingberg se puede ver en línea en: (29 de julio de 2009).

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y no están, como se hace, en palimpsestos, sino en regios papiros, nuevos rollos, cilindros nuevos, rojos los cordones, todo a plomo y con pómez alisado. Cuando eso lees, aquel grato y fino Sufeno ordeñacabras o pocero parece, tan opuesto lo hace el cambio. ¿Qué pensar? Quien ha poco parecía bromista y más perito en este asunto, es más rudo que un rudo campesino al tocar los poemas, y no es nunca tan feliz como al escribir poemas, tanto placer y admiración se causa. Cierto que en eso nos mentimos todos, nadie escapa de ser Sufeno en algo. A cada uno una falla se ha atribuido, mas no vemos la alforja de la espalda.

Las mujeres recién estamos aprendiendo a promover nuestras creaciones artísticas e intelectuales pues durante largo tiempo hemos sido entrenadas para callar nuestros méritos y para dar por sentado que nuestros logros siempre eran secundarios en relación con los de los hombres –o que si eran realmente significativos, debíamos referirnos a ellos de modo discreto para no experimentar el rechazo o las burlas a la marisabidilla. La tarea que tenemos por delante no es fácil pues requiere el afianzamiento de la autoestima personal y artística, el incremento de la capacidad de diálogo intra- e inter-genérico, el esfuerzo por la integración en la escena literaria general y (lo que es tan importante como todo lo anterior) la suficiente autocrítica para no caer en la universal tentación de «no ver la alforja de la espalda» (o de «no ver la paja en el propio ojo») y de achacar todas nuestras limitaciones y fracasos al «sistema». Mi uso del pretérito imperfecto («eran secundarios», «debíamos referirnos») es deliberado, pues tengo la convicción de que estamos en un punto de inflexión que conducirá a sustanciales cambios de valores y a reacomodamientos jerárquicos en todos los planos de la actividad humana, particularmente en las confrontaciones públicas y privadas entre grupos tradicionalmente hegemónicos y grupos tradicionalmente subalternos.

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El terreno de las letras es uno de los más aptos para que las tensiones resultantes de la diversidad de intereses y metas grupales no deriven en monólogos autoritarios sino en una polifonía dialógica, enfocada tanto en el respeto de las diferencias como en la integración armónica de lo diverso. Por eso, si las artistas, intelectuales y académicas del mundo hispánico encontramos la manera de promover ese diálogo –un diálogo transgenérico, transdialectal, trasatlántico y, sobre todo, incentivador de nuevas formas de interacción ética y artística– nuestro futuro premio probablemente no será otra carrera.

OBRAS

C I TA D A S

BELTRÁN, Luis (2004): Estética y literatura. Madrid: Mare Nostrum Comunicación. CATULO (1991): Poesía completa (C. Valerii Catulli Carmina). Versión castellana y notas de Juan Manuel Rodríguez Tobal (ed. Bilingüe). Madrid: Hiperión. COHEN, Ted (1978): «Metaphor and the Cultivation of Intimacy». En: Critical Inquiry, 5, 1, pp. 3-12. GARCÍA MARTÍN, José Luis (1992): «La poesía». En: Rico, Francisco (coord.): Historia y crítica de la literatura española, vol. 9: Los nuevos nombres: 1975-1990, ed. Darío Villanueva. Barcelona: Crítica, pp. 94-156. HEIN, Hilde (1993): «Refinig Feminist Theory. Lessons from Aesthetics». En: Hein, Hilde/Korsmeyer, Carolyn (eds.): Aesthetics in Feminist Perspective. Bloomimgton: Indiana University Press, pp. 3-18. HERRSTEIN SMITH, Barbara (1991): Contingencies of Value. Cambridge: Harvard University Press. KANT, Immanuel (2005): Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y de lo sublime. Madrid: Fondo de Cultura Económica. LAWSON, Tony (1999). «Feminism, Realism, and Universalism». En: Feminist Economics, 5, 2, pp. 25-59. MONTALBETTI, Mario (2009): «Labilidad de objeto, labilidad de fin y pulsión de langue. En defensa del poema como aberración significante». En: Hueso Húmero, 53, pp. 94-106. NUSSBAUM, Martha (2000): Women and Human Development. The Capabilities Approach. Cambridge: Cambridge University Press. NUSSBAUM, Martha/SEN, Amartya (eds.) (1993): The Quality of Life. New Delhi: Oxford University Press.

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OLLÉ, Carmen (1981): Noches de adrenalina. Lima: Cuadernos del Hipocampo. PETERS, Jeremy W. (2009): «Why there’s no King or Steinem for the Gay Movement». En: The New York Times (21 de junio), (29 de julio de 2009). POLLAROLO, Giovanna (1992): Entre mujeres solas. Lima: Ediciones El Santo Oficio. — (1997): La ceremonia del adiós. Lima: Peisa. REISZ, Susana (1977): «Predicación metafórica y discurso simbólico. Hacia una teoría de dos fenómenos semiótico-literarios». En: Lexis, 1, 1, pp. 51-99. — (1986): Teoría literaria. Una propuesta. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. — (1996): Voces sexuadas. Género y poesía en Hispanoamérica. Lérida: Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos. — (2009): «Montalbetti versus El Poema». En: Hueso Húmero, 53, pp. 107131. SENÍS FERNÁNDEZ, Juan (2006): «Las diosas blancas de carne y verso tienen la palabra: canon a la contra y antologías en la última poesía española escrita por mujeres». En: Celma Valero, María Pilar/Morán Rodríguez, Carmen (eds.): Con voz propia. La mujer en la literatura española de los siglos XIX y XX. Segovia: Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, pp. 281-289. WILLIAMS, Jeffrey J. (2006): «What Is an Intellectual Woman?: An Interview with Toril Moi». En: The Minnesota Review, 67, (29 de julio de 2009).

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NUEVAS PROPUES TAS PAR A LOS ES TUDIOS LITER ARIOS R I C A R D O G U T I É R R E Z M O U AT Department of Spanish & Portuguese Emory University

Rara vez coinciden las perspectivas eurocéntricas con los puntos de vista latinoamericanos referentes a la vigencia y legitimidad de los métodos y teorías aplicables al estudio de la literatura, en razón de las distinciones asimétricas entre centros y periferias que constituyen el «espacio literario mundial» (Casanova 2005). Pero no por casualidad coinciden actualmente en señalar el desgaste de la nación como marco de referencia privilegiado para el estudio de los fenómenos literarios. En un foro sostenido en el año 2000 como parte de la convención anual de la Asociación de Lenguas Modernas, y desde una posición manifiestamente eurocéntrica, Edward Said constató la erosión de los contextos nacionales en la crítica literaria contemporánea, haciendo notar que la nación es un marco de referencia cada día más incapaz de reclamar autoridad sobre los objetos literarios, y que su decadencia iba a la par del desgaste de otras ideas bien establecidas –como la figura del autor en tanto origen del texto y la fe en la autonomía estética de la obra literaria– que también estaban en trance de revisión (2001: 64). Said no profetiza el fin de las literaturas nacionales, pero el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael se atreve a dar ese paso en un artículo que critica el nacionalismo cultural, proclamando la cancelación de «la identificación romántica entre cultura y nación, misma que convertía al escritor latinoamericano en una suerte de embajador ontológico de su país, destinado a explicar los misterios esotéricos de México, del Perú, de Colombia al público europeo» (2005: 5). Aclara el mismo crítico que «[l]a extinción de las literaturas

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nacionales, al menos en América Latina, no será desde luego un proceso ni natural ni lineal. Implica la desmantelación de un concepto firmemente establecido en la academia, en la opinión pública, en el espíritu de muchos escritores aún ligados sentimentalmente al nacionalismo cultural». Para Said, la crisis de las literaturas nacionales se refleja en la creciente globalización de los estudios literarios. (El número de PMLA en que aparece la intervención de Said trae una sección dedicada al tema de la globalización.) Para Domínguez Michael, por otro lado, el nacionalismo literario y su «manía identitaria» es un momento transitorio de una tradición cultural básicamente cosmopolita encarnada en figuras como Alfonso Reyes, Octavio Paz y Borges. El discurso identitario, según el crítico, perduró hasta la década del boom cuando culminó el ciclo histórico en que la literatura latinoamericana demostró su excepcionalidad en la república mundial de las letras. Esos fuegos se apagaron en la posmodernidad cuando ya la literatura latinoamericana había conquistado su derecho de ciudad y asegurado su lugar en la literatura mundial. Domínguez Michael constata en la obra de ciertos escritores mexicanos contemporáneos un diálogo espontáneo con las culturas y tradiciones extraterritoriales. Autores como Pitol, Alejandro Rossi o Juan García Ponce «corroboran en sus obras ese fenómeno del cual Borges es un epítome: el cosmopolitismo latinoamericano es una de las grandes escuelas del siglo veinte». Globalización y cosmopolitismo son dos de los términos vigentes en la teoría contemporánea para acercarse a fenómenos culturales que ya no pueden limitarse a los contextos nacionales, ni como horizonte de sentido ni como lugar privilegiado de producción y recepción1. Pero así como la globalización ha tenido una recepción multitudina-

1 Domínguez Michael introduce un tercer término: literatura mundial, que David Darmosch define como el conjunto de obras que circulan más allá de su cultura de origen, ya sea en la lengua original o en traducción, aunque limita esta categoría a las obras que tienen una presencia efectiva en el sistema literario de una cultura ajena (2003: 4). Si aceptamos la definición de Darmosch, la literatura mundial se caracterizaría por su carencia de agencia política en la medida en que se aleja de lugares y situaciones concretas y se agota en una transacción de tipo lingüístico y cultural. Pero no se puede decir lo mismo del cosmopolitismo, cuya vertiente más dinámica en la teoría contemporánea es una «cosmopolítica» mediada por consideraciones de tipo ético.

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ria en los estudios culturales latinoamericanos, el cosmopolitismo ha tenido poca fortuna en el latinoamericanismo y no ha participado, en este contexto, de las múltiples revisiones a las que el concepto viene siendo sometido en los últimos tiempos2. En este ensayo pretendo simplemente remotivar un concepto que estuvo en el origen de la modernidad cultural latinoamericana y sugerir algunos acercamientos de tipo práctico para una crítica literaria que se interese en examinar el cosmopolitismo en la narrativa contemporánea. Mi proyecto no implica una oposición entre cosmopolitismo y nacionalismo en cuanto el primero de estos términos se ha redefinido en relación dialéctica a los estados nacionales para mantener su relevancia política. La política no termina en las fronteras donde acaban las comunidades nacionales, dice Balibar; mientras Bruce Robbins afirma que la cosmopolítica no es necesariamente una política postnacional (1998: 8). Appiah, por su parte, postula un cosmopolitismo arraigado (en una localidad nacional) pero flexible que da origen a conversaciones interculturales y a múltiples identificaciones con lugares y culturas3. Tampoco implica mi proyecto una visión apocalíptica de las literaturas nacionales. El discurso de la nación fue un dispositivo histórico de legitimidad del que se aprovecharon la novela y la poesía para reclamar autoridad cultural y política en el momento de construcción de los estados nacionales pero también en instancias posteriores (lo real maravilloso de Carpentier y su versión carnavalizada en García Márquez como crítica al desarrollismo de la CEPAL en los años cincuenta y sesenta, por ejemplo). En los años del boom esta fuente tradicional de autoridad coexistió con una nueva estrategia de legitimación que se basó en el reclamo de autonomía estética y formal por parte de las obras literarias, que renovaron así su carta de ciudadanía en la modernidad. Pero el boom también introdujo la lógica del mercado en el interior de la institución literaria, y aunque los aparatos de consagración nacionales e internacionales no se plegaron a esta lógica (con la excepción de los premios concedidos por las casa editoriales de mayor prestigio), tampoco se la puede erradicar como fuente de un nuevo tipo de autoridad en lo que Appadurai llama los «paisajes 2

Un estudio de Walter Mignolo que pone los dos términos en relación crítica desde una perspectiva diacrónica es una notable excepción. Ver Mignolo (2002). 3 Ver Appiah (2006).

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mediáticos» de la globalización4. Finalmente, nuevos tipos de legitimación surgieron en la posmodernidad vinculados a circuitos de identificación trasnacionales (feministas y generacionales, por ejemplo). Por estas razones el discurso de la nación hoy en día es un recurso residual de legitimación literaria, que parece menos dominante que en épocas anteriores y acosado por dispositivos emergentes de autoridad cultural, pero no por esto prescindible. En concreto, mis propuestas son éstas: reintegrar la dimensión ética del cosmopolitismo a una tradición literaria que en sus orígenes modernistas y vanguardistas (y en sus extensiones experimentales en las vanguardias narrativas de los años sesenta y setenta) ostentó un esteticismo a veces alienante, pero hacerlo sin desentenderse de los logros del cosmopolitismo, que es la tradición central de las letras latinoamericanas y que en momentos clave de la historia cultural (Paz, Fuentes y la Revista mexicana de literatura en el México del medio siglo; el grupo Sur en la Argentina peronista) rechazó los avances y pretensiones del nacionalismo cultural. Mediante esta reintegración ética en obras de alcance global, se obtienen ficciones «cosmopolíticas» que renuevan la problemática del compromiso y presentan nuevos problemas a la crítica literaria. Un aspecto o etapa de tal reintegración ética se manifiesta en lo que un crítico ha llamado el regreso a casa del poeta vanguardista en la década de los cuarenta (Rosenberg 2006b: cap. 6). De aquí surge una segunda propuesta, que es leer el cosmopolitismo de la narrativa contemporánea desde el sesgo de la repatriación. Una tercera propuesta, que se deriva de prácticas cosmopolitas como el viaje, y de perspectivas críticas y filosóficas sobre los desterrados y migrantes de la posmodernidad5, es la lectura del discurso de la hospitalidad en obras contemporáneas en que la recepción del extraño conlleva problemas de índole ética o política. Y, finalmente, propongo revisar el tema del regionalismo en la cultura latinoamericana a partir de la hipótesis del descentramiento de la nación. En las páginas siguientes desarrollaré brevemente estos puntos y comentaré textos específicos que se ajustan al contexto y ofrecen elementos para expandir la discusión.

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Ver Appadurai (1996). Ver Derrida (2001) y Rosello (2001).

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COSMOPOLÍTICA Pheng Cheah define este término apoyándose en el tratado de Kant sobre la paz perpetua: «Kant’s cosmopolitanism signifies a turning point where moral politics or political morality needs to be formulated beyond the polis or state form, the point at which ‘the political’ becomes, by moral necessity “cosmopolitical”» (1998: 23). En tiempos más recientes, la ética cosmopolita se debate entre un humanitarismo planetario y la tolerancia de la diversidad cultural, que continuamente relativiza las pretensiones de la razón universal. Como escribe Appiah, el cosmopolitismo tiene dos vertientes fundamentales: una es la idea de que tenemos obligaciones hacia los extraños –los seres que no forman parte de nuestro grupo familiar, regional o nacional–, y la otra es que debemos tomar en serio el valor de la vida humana pero sobre todo de las vidas humanas individuales, para lo cual hay que compenetrarse de las diversas culturas que les dan sentido (2006: 15). Desde el latinoamericanismo, Fernando Rosenberg intenta superar las lecturas del cosmopolitismo como «distanciamiento intelectual y afectivo para interpretarlo como una modalidad de la acción política», y define la cosmopolítica como «una política del cosmos, desplazada con respecto a su centro cultural de preocupación, irradiación y acción. Oposiciones tales como nativo-extranjero, naturaleza-cultura, ciudad-campo, pierden así vigencia como polos gravitacionales y semánticos de organizar la política» (Rosenberg 2006a: 468). La razón por la cual hay que volver sobre el cosmopolitismo para recuperarlo es que este término está asociado con ideas «desencontradas» como las pretensiones universalistas eurocéntricas de la alta cultura, con adscripciones imperiales al nivel de la política, y con el desapego, el desprendimiento, o simplemente la posición irónica, esteticista o hedonista al nivel del sujeto […]. Al cosmopolitismo se lo relaciona con una estudiada distancia, cuando no un menosprecio y falta de sensibilidad, respecto a los problemas locales y/o nacionales (ibíd.: 468).

Esta caracterización peyorativa del cosmopolitismo es una herencia del modernismo preciosista y del vanguardismo lúdico pero tam-

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bién es un producto de la mímica colonial de las clases pudientes. No es prudente, sin embargo, desestimar este cosmopolitismo de importación porque tanto en Europa como en los países latinoamericanos los valores que encierra fueron los heraldos de la modernidad6. Un análisis más a fondo tendría que precisar si había modernidades periféricas alternativas, por ejemplo, o recoger una crítica posmoderna del cosmopolitismo modernista. Si recordamos la recriminación de que fue objeto Darío por parte de Rodó, nos damos cuenta de que ya en tiempos del modernismo se quería establecer una dialéctica entre el europeismo y el americanismo, entre el individualismo y la colectividad, entre la torre de marfil y el escenario político e imperialista. De hecho, tomo la crítica de Rodó a Prosas profanas como el prototipo de la corrección ética a un cosmopolitismo fuera de lugar, por paradójica que resulte la expresión, y como una admonición a revisar constantemente, según el fluir de la historia y las necesidades políticas, la relación entre ética y estética en el discurso literario7. A continuación, analizo dos textos contemporáneos que inauguran de diversas maneras espacios cosmopolíticos: una crónica de viaje de Edgardo Cozarinsky que desestetiza el orientalismo modernista y una obra de teatro de Ariel Dorfman que mistifica la localización de una política postdictatorial. «Fantasmas de Tánger», de Cozarinsky, ilustra la coexistencia de una mirada estética con preocupaciones éticas y políticas mezclando el exotismo cosmopolita con la desterritorialización del sin papeles, y contrastando la figura del viajero cultural con la del inmigrante de las pateras. Al visitar ese «microcosmos cosmopolita» (2000: 23) del África del norte, Cozarinsky reflexiona sobre el exotismo, que admite y aprecia como una mitología literaria, mitad novela y mitad crónica social, pero que no identifica con el orientalismo convencional sino con el cosmopolitismo de la ciudad, es decir, con los extranjeros que se radicaron en ella después de la Primera Guerra Mundial. El autor nos cuenta que el «destino cosmopolita» (25) de la región data 6 Para el caso de Europa resulta ilustrativo remitirse a las primeras páginas de Cosmópolis (1892), de Paul Bourget, en las cuales se escenifica una disputa en torno a la modernidad y el cosmopolitismo entre dos adversarios culturales. 7 Said, en el texto antes citado: «I myself have no doubt, for instance, that an autonomous aesthetic realm exists, yet how it exists in relation to history, politics, social structures, and the like, is really difficult to specify» (2001: 64).

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del siglo XIX, cuando las caravanas provenientes del desierto descargaban su cargamento en el patio de las casas tangerinas que oficiaban de bancos, destino que se cimentó poco después del Armisticio cuando las potencias marítimas europeas convinieron en designar la ciudad como zona franca, estatuto que duró hasta 1956, un año después de la independencia de Marruecos. Cozarinsky no ignora que tal designación –zona internacional, puerto libre– fue un aspecto del colonialismo europeo, que ya se había impuesto sobre las otras zonas del territorio marroquí, pero no por eso se ciega ante los efectos liberadores que la extraterritorialidad de la ciudad tuvo sobre algunos beneficiarios del régimen colonial, destacando que la disponibilidad del kif y de otras «variantes indígenas del cannabis», tanto como la «tradicional bisexualidad de los jóvenes», convirtieron la zona internacional «en un limbo donde Jean Genet y William Burroughs, entre cientos de europeos y norteamericanos menos prestigiosos, pudieron vivir las fantasías que, en aquellos tiempos, en otras latitudes los habrían llevado entre rejas» (23)8. Cozarinsky detalla las extravagancias de algunos de estos europeos y norteamericanos que se radicaron en Tánger a largo o corto plazo, como Barbara Hutton –la heredera de Woolworth’s que se hizo construir un palacio miliunanochesco en Sidi Hosni desde donde rigió la café-society tangerina por largas temporadas–, Madame de la Faille –anfitriona de Truman Capote–, un croata que incautó obras de arte robadas por el Tercer Reich y vivió principescamente de las rentas producidas por ese doble robo hasta su muerte en los años 8 Se podría pensar que con Bowles culmina una cierta tradición (europea, colonial) de Tánger como ciudad literaria. Pero Rodrigo Rey Rosa, narrador guatemalteco que vivió por veinte años a caballo entre su país natal, Europa y Tánger, y que conoció muy de cerca a Bowles y que lo tradujo, a la vez que fue traducido por él, y en quien Bowles depositó su legado literario un poco antes de morir, continúa esa tradición en La orilla africana (1999), aunque desde una perspectiva descentrada, cuando no postcolonial. En una entrevista publicada en El País en 1999 Rey Rosa afirma que llegó a Tánger por primera vez en 1980 y que le interesaba el norte de África por las drogas como el kif (Moret 1999). Allí y entonces conoció a Bowles en un taller literario. En otra entrevista confiesa que el impulso para escribir La orilla africana fueron los cambios ocurridos en la ciudad después de morir su mentor (Solares 2001), proyecto obviamente sincronizado con su nombramiento legal como heredero autorizado. La crónica de Cozarinsky es anterior en dos años a la muerte del gran novelista norteamericano, acaecida en 1999, y en ella no figura ninguna referencia a Rey Rosa, quien al parecer no se encontraba en la ciudad por esa época.

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noventa, el propio Jean Genet –enterrado 80 kilómetros al sur de la ciudad–, y un tal David Herbert, hijo segundo del duque de Pembroke (y por lo tanto sin derecho a heredar títulos nobiliarios) que llegó a Tánger en los años treinta y se instaló en una fantasiosa casa desde donde «urdió sus redes hasta convertirse en el árbitro social de la vida elegante tangerina» (24). Toda esta gente y muchos otros son los «fantasmas de Tánger» que contribuyeron a la creación del aura literaria y mítica de la ciudad. Pero advierte Cozarinsky que no todos creen en fantasmas, y que, junto a los viajeros que llegan «alimentados por la literatura» (28) y provistos de antenas especiales para captar el aura legendaria de la ciudad, se agita por las calles otra humanidad que se parangona con los cartoneros de Buenos Aires y los indigentes de Nueva York. Son los futuros «sin papeles», jóvenes oriundos de la propia ciudad o provenientes del sur del país, pero de las áreas pobres, no de las ciudades, como Marrakesh, invadidas por el turismo elegante, ni de otras, como Agadir, destinadas al turismo de masas (29); jóvenes que han oído hablar de las pateras que se dirigen a la orilla española, desde la cual se emiten programas televisivos que ponen en escena la versión local del sueño americano. Para estos jóvenes que no han oído hablar de Paul Bowles, remata Cozarinsky, Tánger es un punto de partida (29)9. Por su parte, La muerte y la doncella de Ariel Dorfman ilustra ciertas tensiones de una literatura cosmopolítica periférica. La muerte y la doncella es la obra teatral más difundida y comentada de toda la dramaturgia latinoamericana, y cuenta en su historial con un sinnúmero de representaciones en ciudades de larga tradición dramática como Londres, Nueva York, Berlín y Los Ángeles –algunas de ellas protagonizadas por actores de fama mundial– y en países (como Corea del Sur y Japón) donde la literatura hispanoamericana no llega con regularidad. Existe también una conocida versión fílmica de la obra, dirigida por Roman Polanski, y en septiembre del 2008 la pieza de Dorfman tuvo su debut operático en Suecia. Se trata de una obra que es fácil llevar a las tablas por su reducido elenco y por la forma en que observa la neoclásica unidad de lugar, amén –por supuesto– de su notable fuerza dramática proveniente de las varias tensiones que 9 En La orilla africana de Rodrigo Rey Rosa aparecen personajes marroquíes que sueñan con cruzar el estrecho.

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enfrenta sin resolver, para implicar al espectador en la acción: justicia/revancha, feminismo/machismo, individuo/sociedad, memoria/ olvido, verdad/ficción, etc. Pero su éxito global está condicionado por su carácter desnacionalizado, pues aunque la obra se inspira, se compuso y se estrenó en el momento de la transición postdictatorial chilena, desde el vamos Dorfman la concibió como una obra de alcance universal, tal como afirma en el «postfacio» que preparó para la edición original del texto y que el autor data, muy conscientemente, el 11 de septiembre de 1991, a dieciocho años exactos del golpe militar de Pinochet. En ese epílogo, y amparándose en Aristóteles, Dorfman reclama un efecto catártico para su obra, que –según él– sirve para encarar cualquier situación en que una colectividad debe purgarse, mediante la compasión y el terror, de pasiones que de seguir reprimidas pueden causar la ruina de la comunidad y del individuo. Es verdad que Dorfman retiene una Comisión de Verdad y Reconciliación en la obra pero ya no es la Comisión que redactó el informe Rettig en 1991 y cuyas conclusiones el presidente Aylwin difundió por la televisión chilena sino una de tantas comisiones parecidas que desde la Argentina hasta Sudáfrica y Guatemala han venido buscando reconciliar a sus respectivas comunidades nacionales con la violencia de sus diversas historias. De modo que la obra llega a los diversos públicos internacionales que la han acogido desprovista de los signos de identidad que restringirían sus afectos y efectos a un contexto geopolítico específico. Así como –según Edward Said– hay teorías que viajan, también hay ficciones que se recontextualizan al cruzar las fronteras y remotivan sus sentidos. Sin embargo, algo se gana y algo se pierde en la circulación y recepción de obras «postnacionales»10. Es cierto que Dorfman estrenó La muerte y la doncella en Santiago como una intervención ética y estética que funcionó mal porque parte del público y de la crítica no querían reconocerse en ese espejo que baja al escenario hacia el final de la obra y que reflejaba el pasado traumático de una violencia estatal que había condicionado el éxito de la economía neoliberal chilena. No obstante, subsiste la sospe10

Aquí uso el término «postnacional» como otros han usado la noción de posmodernismo, es decir, no como una ruptura con lo nacional (o con la modernidad) sino como una revisión que incorpora el concepto revisado.

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cha de que si un régimen como el de Pinochet se hubiese constituido en algún país «importante» y no periférico como Chile, la obra no se habría tenido que situar en un contexto universal, pues esa hipotética cultura de origen, siendo hegemónica y metropolitana, habría absorbido automáticamente la categoría de lo universal. Por otro lado, tampoco se puede criticar tan libremente la desnacionalización de una obra cuyo tema básico –los derechos humanos– es uno de los grandes tópicos de la cosmopolítica contemporánea. ¿Cómo olvidar que Pinochet fue detenido en Londres a instancias de un juez español, y exigir, por lo tanto, una relocalización territorial de políticas cuyos efectos se debaten en una esfera pública trasnacional? La muerte y la doncella es una alegoría postnacional que a falta de una crítica centrada en unas coordenadas geopolíticas situadas se legitima mediante un dispositivo cosmopolítico. Sus lectores o espectadores más escépticos, sin embargo, podrán aducir que lo que se gana es mayor que lo que se pierde en la traducción cultural y política de obras como la de Dorfman, y que tales ganancias son de tipo material y simbólico y que redundan en un mayor prestigio del autor en los circuitos metropolitanos. De modo que una de las contradicciones no asumidas por la obra es la tensión entre el mercado y la ética cosmopolita, tensión que sí aparece –por lo menos en ciernes– en otras obras cosmopolíticas como Maldición eterna, de Puig, Insensatez, de Horacio Castellanos Moya, y Mano de obra, de Diamela Eltit.

R E PAT R I A C I Ó N El cosmopolitismo muchas veces se vehicula mediante el viaje, que ha sido un motivo fundamental de las letras latinoamericanas modernas pero que la crítica ha tratado, generalmente, desde la perspectiva de la escritura desterritorializada11, descuidando un tanto la fase del retorno o subsumiéndola en conceptos tales como el «desexilio». Pero en su estudio de las vanguardias latinoamericanas, Fernando Rosenberg revisa esta tradición crítica y subraya la importancia del retorno a tierras americanas de poetas como Huidobro, Oswaldo de Andrade y 11

Ver, por ejemplo, Colombi (2004).

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Girondo, poetas que se fueron a Europa a participar plenamente de la modernidad rehuyendo el apego a los valores y culturas locales, pero que se encontraron, en algún momento de su experiencia cosmopolita, añorando lugares de identificación en los cuales sentirse en casa. Y agrega Rosenberg que la reacción de estos escritores en contra de esa experiencia que sirvió de base a gran parte de su obra fue nada menos que un acto de contrición, un arrepentimiento, como si el desenfrenado acceso a la modernidad –dice el crítico– tuviera que ser compensado por la melancólica reparación de lo que se había roto en casa (2006b: 136). Esta dialéctica de flujo y reflujo no es de extrañar por cuanto el viaje a Europa ha sido muchas veces un rito de pasaje formativo que ha ayudado al intelectual latinoamericano a comprender lo suyo12. En otras ocasiones ha sido una suerte de retorno fallido al origen a través del cual el sujeto latinoamericano comprueba su excentricidad con respecto a los centros metropolitanos de la cultura. Pero no hay nada que nos impida interpretar la repatriación de estos escritores en la década de los 40, y la consecuente relocalización de la poética latinoamericana, como un retorno a la ética, incluso como el pago de una deuda con el americanismo, después de lo que Spengler llamó la decadencia de Occidente13. Pero estas narrativas de repatriación, que incluyen el ensayo de Carpentier sobre lo real maravilloso americano, no se limitan al reflujo de las vanguardias sino que persisten en la novela contemporánea y mantienen, incluso, ese afecto melancólico que Rosenberg vincula con el arrepentimiento. Diana o la cazadora solitaria (1994), de Carlos Fuentes, recoge la confesión del autor respecto a su falta de prota-

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Bryce Echenique remite a una instancia contemporánea de este lugar común cuando escribe, en Permiso para vivir, que «Me afrancesó mi madre en el Perú y me latinoamericanizó Francia a partir de los veinticinco años de edad» (1993: 20). 13 En realidad, las narraciones de repatriación están implícitas en «El deseo de París», un texto periodístico de Darío de 1912, en que el poeta, que ya había pasado bastantes años en París, advierte a los jóvenes latinoamericanos deslumbrados por el prestigio cosmopolita de la Ciudad Luz, que viajar a París connotaba serios riesgos si no se hablaba la lengua francesa correctamente y si no se estaba en posesión de cantidades adecuadas de dinero: «Si viera usted a los inmigrantes de París que hablan castellano y que andan de Ceca en Meca en busca de una ocupación cualquiera…». A fin de cuentas, advierte Darío, al visitante inexperimentado le quedarán dos recursos: «Ve usted a su cónsul para que lo repatríe… ¡o se tira al Sena!». El texto fue publicado por La Nación de Buenos Aires el 6 de octubre de 1912.

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gonismo en la crisis política desencadenada en México por la masacre estudiantil de la plaza de Tlatelolco en octubre de 1968, año en que residía en París y Londres y en que parecía más interesado en lo que ocurría en París y Praga que en lo que pasaba en su patio trasero. Al año siguiente Fuentes se vio forzado a volver a México para restablecer sus credenciales de intelectual comprometido y progresista, que habían sido puestas en duda por críticos que lo tildaban de traidor por haber abandonado el país en un momento de crisis14. El testigo (2004), de Juan Villoro, pone en escena un personaje que se exilia voluntariamente de México por razones personales y que regresa después de veinticuatro años para intentar poner su pasado en claro (la referencia al poema de Paz es explícita) y atestiguar el extravío político del país. La «repatriación de Julio Valdivieso» (369) –el protagonista cuyas iniciales coinciden con las del nombre del autor– genera un sutil y complejo juego de desdoblamientos, sombras, fantasmas y simulacros en el que cabe la historia moderna de México y que implica una creativa revisión de la literatura nacional, que se define siempre en términos incluyentes mediante un contrapunto con la literatura extranjera. (Por momentos la novela parece un doble de los Detective salvajes, de Bolaño.) Quizás la figura central del libro es López Velarde, en cuya obra y destino se refleja la biografía del protagonista ficticio. Así por ejemplo, para convertirse en el máximo poeta de la provincia mexicana15 y en el poeta íntimo de México, López Velarde, según una de las tesis esgrimidas en el libro, debe desplazarse de la provincia a la capital: «La política lo sacó de la provincia monótona, lo acercó a convicciones modernas que no hubiera tenido de otro modo, lo llevó a la capital […]. Sin ese viaje no hubiera 14 El trasfondo de esta disyuntiva era la pugna que Fuentes sostenía contra el nacionalismo cultural desde los años cincuenta. Haciendo gala de un cosmopolitismo militante, Fuentes le cuenta a Fernando Benítez en una carta de 1968 que ha ideado un plan para salvar a los escritores mexicanos de las limitaciones del ambiente nacional, que es comprar una torre en un pueblito medieval aledaño a Roma y prestarla por turnos a escritores visitantes (Van Delden 1998: 119). 15 Recordemos el elogio de Octavio Paz sobre este punto: «La provincia es uno de sus temas. O mejor dicho: es un campo magnético, al que vuelve una y otra vez, sin jamás regresar del todo. Pero no sólo lo mueven sus sentimientos; la provincia es una dimensión de su estética. La vida de las ciudades y villorrios del interior… le ofrece un mundo de situaciones, seres y cosas no tocado por los poetas del ‘modernismo’» (1969: 84).

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extrañado ‘el santo olor de la panadería’ ni ‘la picadura del ajonjolí’» (80). Valdivieso, igualmente, construye su identidad (subjetiva y nacional) a través de una mirada desdoblada: «Mirar de regreso era muy distinto a descubrir; significaba recuperar cosas que decían algo antes y después, detalles hundidos en su memoria […] Los temas fundamentales de la canción romántica –el tiempo, la distancia, el olvido– lo habían transformado en raro testigo […]» (210). Y más adelante: «¿Había algo más extraño para un mexicano que estar en México?» (254)16. Julio, como Nieves –la prima con la cual tiene un idilio transgresivo que lo marca para toda la vida– representa «el misterio de la familiaridad ajena» (315), es el extraño en un ambiente familiar o el familiar en un ambiente que se le ha vuelto extraño. La extrañeza de lo unheimlich freudiano ronda el discurso narrativo, sobre todo en los momentos en que el radiostato reproduce las últimas palabras –palabras de ultratumba– de López Velarde. El regreso del protagonista a su edén profanado coincide en la novela con el retorno del pasado reprimido de México (la Cristiada). Al constatar que un paisano descubre una placa conmemorativa en la tumba parisina de Porfirio Díaz, el mismo año de la revolución zapatista y del asesinato de Colosio, el narrador registra el proyecto de la novela entera, que implica al individuo y a la nación por partes iguales: «Algo se perdió en el pasado y volvía en forma compleja» (177). En el estudio citado con anterioridad, Rosenberg caracteriza de este modo la reacción de los poetas vanguardistas en contra de su propio cosmopolitismo: «this reaction against their own former cosmopolitan, ironic regard toward native values was typically charged with a remorseful affect, as if a manic sense of free access to the house of the modern was to be followed by a melancholic reparation of things broken at home» (2006b: 136). El vocabulario de Rosenberg –arrepentimiento, melancolía, reparación, cosas rotas en casa– aparece transcrito literalmente en la novela de Villoro: «¡Jesús bendito! Pareces un arrepentido», le suelta la madre de Julio a su hijo cuando 16 El tema del exotismo nacional es inevitable en el diálogo que sostiene la novela entre México y Europa. La mujer italiana de Valdivieso lee a su marido a través de El laberinto de la soledad pero el propio repatriado se ve a veces como turista, al entrar, por ejemplo, al patio de San Ildefonso y enfrentarse a los murales revolucionarios: «Si fuera un turista normal, pensaría que eran extrañamente mexicanos. Si fuera un mexicano normal, no los vería» (351-352).

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lo ve regresar con jet lag y mal dormido (47). «[Julio] estaba dispuesto a hacer algo, que no sabía qué era. Se equivocó de plaza, tenía que reparar algo […]» (280), reflexiona el protagonista, pensando en cómo enmendar un irónico yerro del pasado que lo hizo perder a Nieves para siempre, una cita equivocada en la plaza de Mixcoac (que es también cita textual del poema de Paz). «El impulso del regreso siempre se tiñó de melancolía» (294), explica el narrador comentando un pasaje de la biografía de López Velarde, que refleja la del protagonista. Y el amigo intelectual metido a empresario mediático le espeta a Julio: «El país está roto. Es hora de que se vean los sufrimientos de todos» (310). Estas coincidencias señalan de manera obvia una continuidad, por lo menos formal, entre lo que Rosenberg llama «the homecoming of the avant-garde poet» y narrativas posteriores de repatriación, que en tanto género literario, no han concitado la atención de los críticos17, pero que ofrecen materiales relevantes para plantear el tema de la reconstrucción de la ciudad letrada en un momento de crisis neoliberal y de desbocada violencia social. En El testigo, por cierto, proliferan personajes extraídos del campo literario: poetas, novelistas de éxito, académicos, críticos literarios, publicistas, etc., y una de las tramas se arma en torno al legado de López Velarde, que se lo disputan intereses encontrados para crear un nuevo mito nacional. Hay también una crítica explícita de la cultura mexicana dirigida en contra de los mandarines culturales y los escritores subsidiados –de la intelectualidad palaciega– y a favor de los intelectuales independientes. Pero hay otras dos novelas de repatriación que a primera vista parecen encarnar una nueva y extrema visión del intelectual crítico que arremete contra los cimientos de la cultura nacional y que no vuelve del mundo a la nación arrepentido sino poseído por vergüenza ajena. Una es La Virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo, cuyo protagonista y narrador achaca el derrumbe de su infancia y del país natal a un estado corrupto y a una raza maldita; y la otra, El asco 17 Otra novela de repatriación que retoma el tema del arrepentimiento es El desierto (2005), de Carlos Franz, cuya protagonista –una jueza chilena que se exilió en el tiempo de la dictadura y permitió que la justicia fuera expropiada por militares asesinos– regresa al país después de veinte años y se confunde con las masas de penitentes que asisten a la romería y fiesta de la Tirana, en el desierto de Atacama donde en septiembre de 1973 se posó la caravana de la muerte comandada por el general Arellano Stark.

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(1997), de Horacio Castellanos Moya, cuyo narrador no quiere otra cosa que escapar del país al que tuvo que volver por asuntos de familia y regresar a su exilio dorado en Montreal, donde evita juntarse con sus compatriotas emigrados para nunca más tener nada que ver con su nacionalidad de origen. El personaje de Vallejo se presenta como el último gramático de Colombia que viene a constatar, en las costumbres y en el lenguaje, la barbarie en la que ha caído su ciudad, Medellín. Pero no acepta la responsabilidad que le corresponde como integrante de una ciudad letrada que contribuyó a la creación de ese mismo estado nacional que ahora le parece insostenible. Muy por el contrario, y contrariando también al patriota argentino Juan Bautista Alberdi que inspiró la constitución de 1853 y dijo que gobernar es poblar, el apátrida de Vallejo se regocija con la masacre cotidiana que es la vida en las comunas de Medellín, pues la única solución que se le ocurre para el país es su despoblación por medio de la violencia. El asco, como Diana, El testigo y La Virgen de los sicarios, es una novela semiautobiográfica en que un narrador llamado Vega descarga su veneno antinacionalista en un narratario que tiene el mismo apellido del autor, Moya. Ambos personajes son salvadoreños repatriados: Moya creció en San Salvador y se fue del país durante la Guerra Civil, pero Vega aclara que él no es ningún exiliado político sino que abandonó el país porque nunca se convenció de que ser salvadoreño tenía el más mínimo valor o el menor sentido (Castellanos Moya 2007: 95). De hecho, al refugiarse en Montreal adoptó la nacionalidad canadiense y se cambió el nombre a Thomas Bernhard… La lista de quejas de Vega es interminable: la máxima ambición de los salvadoreños hombres es ser sargentos para poder matar con impunidad; las mujeres se entontecen viendo telenovelas mexicanas veinticuatros horas diarias; el sistema educativo es vergonzoso y la única universidad subvencionada por el estado es una ruina en cuyos pasillos los usuarios defecan y orinan a gusto; el transporte público es sólo apto para el ganado; la cerveza nacional y las papusas son asquerosas; la ignorancia es una epidemia y nadie lee ni sabe nada de arte; los políticos son analfabetos y corruptos; el país venera a un asesino psicópata responsable de un sinnúmero de asesinatos, como el del arzobispo Romero, etc.18 Moya nunca habla (excepto para decir «me dijo Vega») sino sólo escucha 18

En la tradición de la filosofía grecorromana Vega representaría al cínico.

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pero de algún modo es el álter ego del vitriólico Vega. Uno de los tópicos de la literatura del exilio es la integración de un sujeto dividido en dos en el momento de su retorno al país del que fue expulsado. No hay razón para no leer de este modo la relación entre Vega y Moya, un mismo sujeto dividido en dos –uno, un exiliado; el otro, un expatriado–, sólo que estos dos avatares del sujeto desterritorializado experimentan un proceso retórico de integración y se convierten en una tercera figura: el intelectual de una ciudad letrada en ruinas. Vega alega que nada se puede hacer en un país como El Salvador, pero Moya aún intenta salvar al país mediante la literatura. Una lectura más sistemática de novelas de este género podría indagar cómo se distancian las novelas contemporáneas de repatriación del imperativo americanista que críticos como Rosenberg detectan en los años cuarenta19, y cómo el discurso de la repatriación reintegra la nación a los debates sobre el cosmopolitismo. También podría subrayar el hecho de que estas narrativas de retorno perturban teorías postcoloniales y de la globalización que celebran las identidades diaspóricas y los «paisajes étnicos» trasnacionales, por cuanto reinyectan la categoría de lugar en marcos conceptuales seducidos por las fronteras y los flujos nomádicos.

H O S P I TA L I D A D Después de publicar El asco Castellanos Moya tuvo que exiliarse en México, pero después de darse a conocer como el autor de Insensatez

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Otras novelas de repatriación en que impera la figura del exiliado son (en orden cronológico) La desesperanza (1986), de José Donoso, En estado de memoria (1990), de Tununa Mercado, Realidad nacional desde la cama (1990), de Luisa Valenzuela, La pesquisa (1994), de Juan José Saer, Andamios (1996), de Mario Benedetti, Una casa vacía (1996), de Carlos Cerda, La piel y la máscara (1996), de Jesús Díaz, y documentales como Chile: la memoria obstinada, de Patricio Guzmán (1997), y A Promise to the Dead (2007), de Peter Raymont, subtitulada «The Exile Journey of Ariel Dorfman». Novelas de repatriación que se desligan del tema del exilio son: Piedras encantadas (2001) y Caballeriza (2006), de Rodrigo Rey Rosa, y El jardín devastado, de Jorge Volpi (2008). Una versión irónica del tema del arrepentimiento cosmopolita lo ofrece el comienzo de El hablador, de Vargas Llosa. El término «repatriación» puede resultar excesivo en algunos casos en que los protagonistas regresan por corto tiempo. Es un término aproximativo que adapto del lenguaje del derecho internacional.

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(2004) terminó refugiado en Pittsburgh, que ha sido una ciudad de asilo desde noviembre de 2004. En su discusión del cosmopolitismo, que fue una intervención ante el Parlamento Internacional de Escritores en 1996, Derrida se centra justamente en el tema de las ciudades de refugio y lo sitúa en la encrucijada de la lógica aporética de la hospitalidad, que se debate entre una acogida incondicional a todo recién llegado y las condiciones políticas que hacen tal hospitalidad posible. Ese mismo año de 1996, según Mireille Rosello –autora de un magnífico estudio sobre el discurso cultural de la hospitalidad en el contexto de la inmigración postcolonial y del cosmopolitismo20– se inició en París un debate diverso y multicultural sobre la hospitalidad como consecuencia directa del movimiento de los sin papeles, que culminó con una sonada intervención estatal en agosto de ese año pero que no pudo impedir que el término «sin papeles» reemplazara al concepto xenofóbico «clandestino», y que el primero de estos vocablos se alojara en la lengua francesa, que hasta entonces había sido manejada con hostilidad por las autoridades para demonizar al inmigrante. Y Rosello agrega que a pesar del nomadismo propiciado por nuevas rutas y tipos de viajeros en la posmodernidad (incluyendo a los migrantes, que constituyen una suerte de cosmopolitismo subalterno)21, no hay ninguna indicación de que nuestra «aldea global» haya comenzado a pensar en nuevos y correspondientes tipos de hospitalidad, a la vez una y diversa. Lo mismo se podría decir del latinoamericanismo, donde son escasos los trabajos sobre el discurso de la hospitalidad en textos literarios o prácticas culturales. Vargas Llosa, sin embargo, pone en escena en una de sus novelas recientes a un personaje histórico, Flora Tristán, cuya primera obra impresa fue un tratado feminista sobre la hospitalidad22. 20

Ver la introducción a Rosello (2001). Del cual el mejor ejemplo en la narrativa latinoamericana es Travesuras de la niña mala, de Vargas Llosa, quien agrega la figura del pícaro o pícara a la nómina de subalternos de cierto cosmopolitismo contamporáneo: «The cosmopolitanism of our times does not spring from the capitalized ‘virtues’ of Rationality, Universality, and Progress; nor is it embodied in the myth of the nation writ large in the figure of the citizen of the world. Cosmopolitans today are often the victims of modernity, failed by capitalism’s upward mobility, and bereft of those comforts and customs of national belonging. Refugees, peoples of the diaspora, and migrants and exiles represent the spirit of the cosmopolitical community» (Pollock et al. 2002: 6). 22 Ver Gutiérrez Mouat (2008). 21

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Kant había escrito que la hospitalidad, definida como «el derecho de un extranjero a no ser tratado hostilmente por el hecho de haber llegado al territorio de otro» (1998: 27), era el fundamento de una ciudadanía cosmopolita, pero se lamentaba a la vez del abuso de la hospitalidad implícita en el colonialismo europeo: Si se compara la conducta inhospitalaria de los Estados civilizados de nuestro continente, particularmente de los comerciantes, produce espanto la injusticia que ponen de manifiesto en la visita a países y pueblos extranjeros (para ellos significa lo mismo que conquistarlos). América, los países negros, las islas de las especies, el Cabo, etc., eran para ellos, al descubrirlos, países que no pertenecían a nadie, pues a sus habitantes no los tenían en cuenta para nada (28).

Aunque Kant no era un pensador postcolonial sino definitivamente eurocéntrico, la conexión que destaca entre colonialismo y hospitalidad no ha sido desaprovechada por ciertas instancias de la narrativa latinoamericana contemporánea, como La tierra del fuego, de Sylvia Iparraguirre, novela que se apoya en la teoría postcolonial para reconstruir uno de los episodios más notables del colonialismo británico en territorio sudamericano. La novela se centra en la historia de Jemmy Button, el aborigen fueguino hecho rehén por el capitán Fitz Roy del Beagle en mayo de 1830 cuando el marino realizaba un relevamiento hidrográfico en las costas de Tierra del Fuego. Como consta en el diario de Darwin, que se embarcó en el legendario navío cuando éste regresó a Tierra del Fuego dos años más tarde, Jemmy y tres fueguinos más fueron obligados a acompañar a Fitz Roy a Londres para ser «educados e instruidos en la religión a expensas del capitán» (2001: 184) pero también para ser usados más tarde, ya de vuelta en sus tierras, como intermediarios del proyecto imperial británico. Darwin se topó constantemente en la travesía de vuelta con Jemmy Button, cuya vanidad le hacía gracia: «Jemmy was short, thick, and fat, but vain of his personal appearance; he used always to wear gloves, his hair was neatly cut, and he was distressed if his well-polished shoes were dirtied» (185). El fueguino intentó adoptar los modos «civilizados» durante su permanencia en Londres pero su estadía no fue siempre feliz por los vaivenes de la hospitalidad británica. La escena central de la nove-

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la, desde la perspectiva del discurso de la hospitalidad, es el regreso de Jemmy a su tierra, que Darwin narra de esta manera: It was interesting to watch the conduct of the savages, when we landed, towards Jemmy Button: they immediately perceived the difference between him and ourselves, and held much conversation with one another on the subject. The old man addressed a long harangue to Jemmy, which it seems was to invite him to stay with them. But Jemmy understood very little of their language, and was, moreover, thoroughly ashamed of his countrymen (186).

Sin ser reclamado por colonizadores ni por colonizados, Jemmy Button representa el tópico de la doble desidentificación, fórmula usada por Rosello para designar una de las contradicciones de los inmigrantes de segunda generación, que no se pueden identificar ni con la cultura de sus padres ni con la cultura de recepción (2001: 5). Iparraguirre narra la misma escena de este modo e insiste en el tema de la doble desidentificación: «El peso de esos tres años de desarraigo habían caído sobre Button. Seguramente se sentía tan abochornado por la desnudez de los suyos como por su propia vestimenta» (1998: 185). Como intermediario entre amos coloniales y sujetos colonizados, Jemmy Button pertenece a una clase de nativos ampliamente reconocidos por la teoría postcolonial y caracterizados por su posición ambivalente en las estructuras coloniales de conocimiento y poder. Evocando una novela de Naipaul (The Mimic Men), Homi Bhabha define al «mimic man» (simulador colonial) como el sujeto de una representación casi perfecta pero nunca idéntica entre el amo y el esclavo. La simulación (o sea, la representación deficiente y a veces farsesca que los detentadores del poder metropolitano exigen del sujeto colonizado) garantiza la autoridad del sujeto colonial y propicia la administración del proyecto imperial por una burocracia indígena que se identifica con la cultura metropolitana y marca sus propias diferencias con respecto a la masa de sujetos colonizados (1994: 86). A través de toda la novela Iparraguirre insiste en el discurso de la duplicidad y del doblez, aludiendo al problema de la simulación colonial y al encuentro entre dos mundos irreconciliables o reconciliados sólo por medio de la escritura, cuyo arte el narrador enseña a su sirvienta como acto

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de resistencia postcolonial: el narrador es un híbrido cultural que se llama Jack Guevara, Jemmy Button tiene dos nombres (el sobrenombre que lo caracteriza y su nombre indígena), la carta que recibe el narrador está partida por un pliegue que no permite leer la firma del remitente (cuyo nombre puede ser MacDowell o MacDowness), Tierra del Fuego es también Wulaia, etc. La serie de identidades híbridas puede ser leída como signo del proyecto colonial, cuyas ambivalencias –según Bhabha– no pueden ser ni trascendidas ni reprimidas. La tierra del fuego no es la única novela en que el discurso de la hospitalidad se debate entre opciones éticas y políticas23, sino un ejemplo paradigmático de una estrategia discursiva que está por estudiarse en el campo de la literatura latinoamericana y cuya adaptabilidad le asegura un funcionamiento siempre original en diversos contextos de referencia24.

NEORREGIONALISMO Como se dijo antes, el viaje es frecuentemente el sostén material del cosmopolitismo, pero el viaje cosmopolita no es la única tradición que en la América Latina ha dado cuenta de los desplazamientos de los viajeros literarios. Hay una tradición paralela y menos conocida que es la del viaje regional, cuya máxima expresión en el siglo XIX fue la Excursión a Vuelta Abajo, de Cirilo Villaverde, pero de la que dan testimonio también varios de los textos incluidos en la antología de relatos de viaje publicada por la Biblioteca Ayacucho con el título de Viajeros hispanoamericanos y verdaderas joyas bibliográficas como El viaje a la isla de la Mona, de Juan Brusi y Font. Dos razones principales explican el relativo desconocimiento del relato de viaje regionalista. La primera es la ideología progresista del 23

El entenado de Saer también une la expansión colonial con la figura de la hospitalidad. 24 Entre las muchas novelas que podrían estudiarse desde la perspectiva de la hospitalidad se encuentran El jardín de al lado, de José Donoso, Una familia lejana, de Carlos Fuentes, El llanto, de Carmen Boullosa, El huésped, de Guadalupe Nettel, y muchas más. Pero las nuevas regulaciones concernientes a la inmigración en países receptores como Chile y Argentina también pueden ser consideradas dentro de la órbita de una política hospitalaria.

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siglo XIX, que impulsaba a los círculos letrados de las élites modernizadoras a dirigir la mirada hacia Europa y Norteamérica en busca de modelos sociales y políticos –y de inversiones– para organizar las incipientes repúblicas americanas. Y en segundo lugar, es difícil encontrar el relato de viaje regionalista en estado puro, ya que tiende a mezclarse y a ser absorbido por formas heterogéneas como el ensayo, la novela y el cuadro de costumbres. En el siglo XIX, las instancias más conocidas e influyentes de viajes al interior del territorio nacional fueron los grandes ensayos de interpretación nacional como Facundo de Sarmiento y Los sertones de Euclides da Cunha. En los años veinte del siglo pasado el relato de viaje regional fue absorbido por las grandes novelas regionalistas, como Doña Bárbara y La vorágine. Y en las décadas siguientes el regionalismo se confunde con la narrativa transculturadora estudiada por Ángel Rama25. En la posmodernidad, se podría hablar de un neorregionalismo en referencia a los discursos regionales posteriores a la transculturación. El uso de este término, sin embargo, no se debe limitar a la historia literaria pues el regionalismo es también un género historiográfico que sigue un derrotero paralelo a su contraparte literaria. La región, históricamente, precede a la nación, pero como el siglo XIX se caracterizó por la urgencia de integrar los territorios recientemente liberados del dominio español en unidades nacionales fuertemente centralizadas, la historiografía local y regional se replegó a favor de historias nacionales centradas en la capital. A este enquistamiento de la historiografía regional corresponde el regionalismo costumbrista y el de la novela regional de la década de 1920 en la historia literaria. En los años cincuenta y sesenta, el desarrollismo imperante en las cúpulas dirigentes de los estados latinoamericanos fue responsable de una renovación del interés en las particularidades regionales de los territorios nacionales, fase historiográfica a la que corresponde, en la serie literaria, la obra de los transculturadores, como respuesta crítica a un desarrollismo despreocupado por los valores culturales. Y en la pos25 A pesar de lo cual se pueden distinguir una o dos instancias de crónicas de viaje a lugares remotos de la geografía nacional. Pienso en las crónicas del Chocó escritas por García Márquez y publicadas por El Heraldo de Barranquilla a mediados de los años cincuenta, y en el informe de Uchuraccay redactado por Vargas Llosa después de subir a los Andes en 1983 para esclarecer el asesinato de ocho periodistas a manos de campesinos que los confundieron con terroristas.

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modernidad, historiadores como el cubano Hernán Venegas y el norteamericano Gilbert Joseph coinciden en que se asiste a la emergencia de una nueva historiografía regional, a la cual corresponden una novelística y un relato de viaje neorregionales26. El interés actual por el regionalismo muestra evidentes afinidades con teorías de la globalización que subrayan la dialéctica entre localidad y globalidad y el debilitamiento del estado-nación en áreas como la economía, la ecología y el derecho internacional, y que también aluden al aflojamiento de las identidades nacionales en la modernidad-mundo. La nación se ve sujeta a un doble juego de descentramiento, desde afuera y desde dentro, o, como dice Martín Hopenhayn, «por afuera y por debajo»: Los discursos de la modernidad y el desarrollo lograron generar un orden y un imaginario centrado en conceptos como los de Estado-Nación, territorio e identidad nacional, etc. Hoy estos conceptos se ven minados por afuera y por debajo: por una parte la globalización económica y cultural borra las fronteras nacionales y las identidades asociadas a ellas, mientras la diferenciación sociocultural se hace más visible dentro de las propias sociedades nacionales (Hopenhayn 2001: 71-72).

Una de las modalidades de esta «diferenciación sociocultural» interna son las identidades e historias locales comprendidas en el regionalismo, cuya fuerza se hace sentir directamente en la plaza pública, como lo demuestra una de las primeras alocuciones de Michelle Bachelet después de asumir el poder en Chile: Quise estar en Casablanca para decirle a las regiones de Chile, a las provincias, que mi prioridad como gobierno será el desarrollo de todos por igual. Chile va a estar incompleto si no se desarrolla armónicamente junto 26

En México se distingue, por ejemplo, la novela norteña o novelística del desierto. En Chile también hay una literatura regional en el Norte Grande y libros de viaje (como Memorias del desierto, de Ariel Dorfman) que individualizan esa región. De vuelta en México, son notables los libros de viaje de autoras como María Luisa Puga, Ana García Bergua y Silvia Molina patrocinados por Conaculta en los años noventa y que parecen haberse concebido como estímulo para el turismo nacional. En otro contexto pero todavía dentro de México, sobresale Palmeras de la brisa rápida, de Juan Villoro, relato de viaje con destino a Yucatán.

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a sus regiones. Un país no se construye sólo desde su capital o desde sus grandes ciudades. Un país de todos comienza en la plaza, en la escuela, también en las casas y en los barrios de chilenas y chilenos. Porque es tiempo de todos, es también tiempo de regiones (2006).

Las mismas fuerzas globales que atraviesan la comunidad nacional proyectan a esa comunidad hacia afuera del territorio nacional pero también efectúan un repliegue interno sobre sus componentes locales y regionales, no porque éstos contengan alguna esencia nacional corrompida por la globalización sino porque al debilitarse el entramado nacional que las contenía quedan en primer plano para actuar a favor y en contra de los procesos de globalización. Un texto ejemplar en este sentido son las Falsas crónicas del sur, de Ana Lydia Vega, que son como habría dicho Guillermo Cabrera Infante, las anacrónicas de Ana Lydia Vega, testimonios cuya orientación temporal hacia el pasado diverge de las actualidades registradas por cronistas contemporáneos como Monsiváis, Poniatowska, Lemebel y el propio Juan Villoro. Se trata de un libro compuesto de ocho relatos inspirados, según la autora, «por la historia, la leyenda y la tradición oral de los pueblos costeros del sur puertorriqueño» (Vega 1991: 1), región con la cual Ana Lydia se identifica porque su familia materna es originaria de uno de esos pueblos. El proyecto se gesta de manera etnográfica, mediante entrevistas a informantes nativos e investigaciones en «bibliotecas públicas y archivos privados», metodología que supuso una serie de viajes al sur de la isla, algunos de los cuales aparecen registrados en los textos que componen la obra. Aunque este relato se origina en la tradición popular, la obra de Vega se sostiene sobre una complicidad con los historiadores regionales puertorriqueños, que son profusamente citados en el paratexto de los relatos y cuyas obras sirven de base a la elaboración ficticia de ciertos hechos de la historia local que pueden o no haber transcendido a la historia nacional. A pesar de la declarada elaboración ficticia de los hechos registrados por los cronistas históricos, el proyecto de la autora es el mismo de los nuevos historiadores regionales, que según Hernán Venegas es «hacer historia regional [para] contribuir con toda eficacia a la escritura de verdaderas historias nacionales» (2001: 54-55). A otro nivel del discurso histórico, las falsas crónicas del sur dibujan un obvio gesto de reterritorialización en un momento en que las

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naciones se hacen trasnacionales y sus fronteras son atravesadas por sujetos diaspóricos. Arjun Appadurai afirma que las diásporas son uno de los factores que más directamente afectan la producción de lo local en el mundo de la globalidad (1996: 198), y aunque esta afirmación se refiere a la creación de vecindarios étnicos en los países de destino, se aplica también al texto de Vega, que se debe contrastar con otros textos –como La guagua aérea, de Luis Rafael Sánchez– que vehiculan la diáspora isleña. El énfasis de Vega en las historias locales, por lo tanto, es una respuesta a los flujos diaspóricos y económicos de la globalización. Pero también advertimos los límites del proyecto de Vega que, en ocasiones, como en el prólogo a «Cuento en camino», se acerca incómodamente a la etnografía de salvataje, y en otras se ciega ante los orígenes híbridos de las formaciones culturales, por muy localizadas que estén en un territorio específico. La antropología posmoderna se ha encargado de descartar aquel modelo caduco que proponía un isomorfismo entre territorio, sociedad y cultura, y proclama que todas las culturas están desde sus orígenes cruzadas por influencias extraterritoriales. Con todo, el discurso autorial de Ana Lydia Vega sigue vinculando nación y cultura, como corresponde a la posición política de la autora en defensa del independentismo puertorriqueño. Es notable que ese vínculo entre cultura y nación relegitime la práctica literaria en una época de culturas trasnacionales. Para concluir, esta última propuesta del neorregionalismo tendría que incluir una crítica posmoderna de la transculturación27 que supere la dicotomía entre transculturadores y cosmopolitas, y proponer a su vez una transculturación cosmopolita en el contexto contemporáneo de la globalización.

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Ver, por ejemplo, Remedi (1997).

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II. E S C E N A R I O S

I NTERDISCIPLI NARIOS

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L AB OR ATORIOS

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FANTÁS TICOS :

LITER ATUR A Y CIE NCIA * M A R G E RY A R E N T S A F I R The American University of Paris

[…] toute altération de la position physique de l’homme dans l’univers doit correspondre a une alteration de sa position intellectuelle et affective, donc du discours littéraire qui est le calcul de toutes ces coordonnées. (Rio 1993: 19)

En su famosa conferencia Rede de 1959 en Cambridge, C. P. Snow habló de «Las dos culturas». Una, sostuvo, es la de los literatos intelectuales y la otra es la de los científicos; ambas le parecieron categorías separadas e incomunicadas. En lo que sigue me ocuparé de lo que podríamos llamar «más allá de las dos culturas»; esto es, las manifestaciones de literatura contemporánea que dialoga con la ciencia. La perspectiva deberá ser limitada: en ciencia, a la física del siglo XX; en literatura, a una rápida muestra de autores, aunque me detendré en las obras de cuatro escritores latinoamericanos, y haré unas propuestas que van de lo demostrable a lo probable y de ahí a lo abiertamente especulativo.

A LT E R A C I O N E S :

L A N U E VA F Í S I C A

Una generación de escritores nació en el mundo de la nueva física según Albert Einstein y Niels Bohr. La vieja física establecida por * Traducción de Natalia Matta.

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Newton no imaginó las preguntas, conceptos, nombres y mucho menos pruebas de un mundo que tiene agujeros negros y antimateria, cuásares y estrellas de neutrón. Un mundo, además, en el que rige el principio de incertidumbre, de Werner Heisenberg, con la consiguiente falta de predecibilidad absoluta. Este mundo posibilita la interpretación de la medición cuántica de Schrödinger, la cual propone que es el observador quien determina si un gato expuesto a cianuro está vivo o muerto; el árbol de universos múltiples de Everett, o la interpretación de los muchos mundos –universos paralelos, físicamente desconectados, pero igualmente reales–; y la noción de la nolocalidad de la mecánica cuántica de Bohr, la cual postula una cierta memoria permanente o huella misteriosa, y una comunicación instantánea entre partículas que una vez estuvieron unidas, incluso si se encuentran alejadas en el espacio. Las teorías de la relatividad específica y general de Einstein revelan un mundo en el que el espacio y el tiempo no son absolutos y universales sino elásticos; no son planos ni obedecen las leyes usuales de la geometría euclidiana sino que son curvos o deformados; no son fijos sino dinámicos, «stretching, shrinking, even stopping altogether at a singularity»; un mundo, en fin, donde ya no se puede hablar de pasado o futuro, donde el tiempo ya no «pasa» sino que se muestra como parte de una estructura espaciotiempo cuadridimensional? (Davies 1990: 121, 123). ¿Qué sucede con el individuo, hecho de historia y memoria? ¿Qué sucede con la moral en ausencia de causa y efecto predecibles? ¿Qué ocurre con los antiguos debates sobre la libertad y el determinismo? De un lado, con la teoría cuántica, la nueva física parecería prescribir un rol extraordinario –nunca imaginado por Newton– para el observador; esto es, influir en la naturaleza misma de la realidad física. De otro lado, la teoría de la relatividad destierra la noción de tiempo universal y de una división absoluta entre pasado, presente y futuro, y evoca la imagen de un futuro que en cierto sentido ya existe: «and so cuts from under our feet the victory won with the help of the quantum factor. If the future is there –se pregunta el físico Paul Davies, «does it not mean that we are powerless to alter it?» (Ibíd.: 135). Cambios conceptuales de esta magnitud afectan sin duda a la sociedad en general así como la sociedad influyó en ellos. Se produce un cambio en la manera de pensar y la visión completa del universo y el individuo; se debe inventar o reinventar las preguntas que se han

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planteado y el lenguaje en el que están planteadas. Heinsenberg insiste: «The common division of the world into subject and object, inner world and outer world, body and soul is no longer adequate» (Heisenberg 1958; citado en Davies 1990: 112). Se podría postular que la nueva física relega a la «antigüedad» la propia noción de «primera» y «tercera persona». O, como observa Bertrand Russell: «It has begun to seem that matter, like the Cheshire Cat, is becoming gradually diaphanous and nothing is left but the grin, caused, presumably, by amusement at those who still think it is there» (Bertrand Russell; citado en Rae 1995: 67).

LA

SUMA DE LAS COORDENADAS

Welcome to the twentieth century, Mr. Wilmot; we all have some catching up to do. Amazing things are coming out of European physics. Time is the fourth dimension, it turns out, and slows down when the observer speeds up […]. Also, light isn’t an indivisible, static presence; it has speed, and it comes in packets –irreducible amounts called quanta… (Updike 1996: 78-79)

Así concluye el reverendo Thomas Dreaver, en In the Beauty of the Lilies, de John Updike: «We don’t any more merely investigate reality, […] We make it…» (Ibíd.: 79). En Roger’s Version, una novela anterior del mismo autor, el profesor de religión Roger Lambert se enfrenta a un fatuo genio de computadoras vuelto cosmólogo, quien le sirve de antagonista en una discusión que incluye bioquímica, paleontología, biología, biofísica, física cuántica, la teoría del «Big Bang», astronomía, matemática, teología y, tratándose de Updike, sexo (1987: 42). En su novela Le Principe d’incertitude, el escritor francés Michel Rio nos ofrece un diálogo entre su protagonista, el escritor Jérôme Avalon y el actor Dan Harrison: –[J]e pense que la mort n’est pas une transformation, mais une complète disparition de l’essentiel, que la conscience donc tous ses produits, l’identité, la mémoire, l’invention, le sentiment, la logique, la morale, l’esthétique, meurt avec la cellule dont elle est issue.

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–Donc pas d’intention ou de projet, pas de finalité? Pas d’intelligence universelle motivée? Autrement dit, pas de Dieu? –De quel Dieu parlez-vous? (1995: 38).

El dios que ofrece Avalon es el Dios de los matemáticos. Alguien que permite hablar de las fundaciones matemáticas de la libertad del desorden dentro de las restricciones, un tipo de caos determinista bien conocido por los físicos. Avalon propone la distribución de Bernoulli, la cual concluye con una paradoja aplicada a las probabilidades del propio paso de Harrison desde lo transitorio hasta lo definitivo sin pérdida de la conciencia, una paradoja en la cual el 0 relativo pasa a equivaler 1, lo que es una contradicción aparente de términos. En Irlanda, John Banville escribe las biografías ficticias, de base histórica, Doctor Copernicus, Kepler y The Newton Letter. En Inglaterra, un personaje de la novela Hopeful Monsters, de Nicholas Mosley, estudia física con Paul Dirac en Cambridge. La teoría de la nolocalidad de la mecánica cuántica, la cual se está desarrollando en esos momentos y discuten los personajes, sirve como metáfora fundamental para el movimiento en todos los niveles del texto, desde el vínculo romántico entre los dos protagonistas hasta la propia estructura de la novela. En Illinois, Richard Powers escribe The Gold Bug Variations, que además de referencias al cuento de Poe («The Gold Bug») y la música de Bach, presenta a cuatro personajes, todos investigadores, que se entrecruzan como si formaran una doble hélice. El «criptoanálisis» es una actividad central en esta historia. La ciencia y el deseo se funden. Las cuatro notas básicas de las Variaciones Goldberg se tocan y re-tocan, y se analizan y se re-analizan en la búsqueda de una «selfgenerating, self-defining system –residing nowhere, unknown by any of its constituent parts» (Powers 1993: 239, 270-271)1. Se busca –se desea– nada menos que un modelo para interpretar el código genético en su totalidad sobre la base de cuatro nucleótidos. La lista de autores supera fronteras e identidades nacionales. Todos ellos escriben en el siglo XX al tiempo que este siglo de cam1

La fascinación de Power por los sistemas de autogeneración continúa en Galatea 2.2 (1995), donde los temas son la física, la fisiología neuronal, las computadoras y el formalismo algorítmico; en The Time of Our Singing (2003), Powers trata cuestiones de tiempo, o su no-existencia; regresa a la genética en el recientemente publicado Generosity: An Enhancement (2009).

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bios llega a su fin2. No coinciden necesariamente en el conocimiento que poseen ni en cómo lo utilizan; de modo que, en tanto diferentes, no pueden ser reducidos a su interés por las ciencias. Se trata de una lista parcial: no incluye a científicos como Fred Hoyle o Isaac Asimov, quienes escriben ciencia ficción; de hecho, no incluye a ningún escritor de ciencia ficción. Pero resulta evidente que los autores citados comparten un terreno común.

UBICANDO

A

A M É R I C A L AT I N A

E N E L M A PA

¿Saber que Nicanor Parra es un físico y matemático que enseñó física teórica por unos cuarenta años puede influir en nuestra lectura de su obra? ¿Hasta qué punto el título de su Poemas y antipoemas –publicado en 1954– toma como modelo los conceptos de materia y antimateria de la nueva física? ¿La libertad deconstructiva que le da al lector parte del rol determinante que la medición cuántica le da al observador? En su Cántico cósmico, Ernesto Cardenal trata, entre otros temas, la cosmología, astrofísica, relatividad, mecánica cuántica, la teoría del caos, termodinámica, biología, la teoría de la evolución y paleontología. Que una cosa pueda ser onda y particular a la vez. Para que hubiera mecánica cuántica Se descubrió cien años antes la ecuación de ondas. Y más antes las ondas de las cuerdas del arco y la lira. […] Leyendo sobre el gato teórico de Schrödinger. (Fragmentario y también incoherente.) El gato en una caja, que no está vivo ni muerto, Estará o vivo o muerto sólo si se abre la caja. […]

2

Se puede mencionar a otros: Italo Calvino, el químico Primo Levi, los matemáticos Raymond Queneau y Jacques Roubaud, el físico Alan Lightman, Thomas Pynchon, Rebecca Goldstein y Michel Houellebecq. En el escenario: Copenhagen de Michael Frayn, Arcadia de Tom Stoppard, Proof de David Auburn, Oxygen de los químicos Roald Hoffmann y Carl Djerassi.

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La Relatividad es Que es relativo el observador. No es relativa la realidad. Electrones, planetas, o bolas de billar… (1993: 53).

El poeta muestra haber leído y pensado sobre los temas de la nueva física. Se siente cómodo con la física y la cosmología del siglo XX. Para Cardenal, la ciencia es una de las claves para entender el universo y el lugar del hombre en él. Tiempo es espacio. Es el avance de la materia en el espacio. […] En el universo cuatridimensional El pasado y el futuro existen siempre. […] En el de tres dimensiones Como que transcurre el tiempo. Pero es un espejismo. Una ilusión óptica del espacio es el tiempo (Ibíd.: 65-66).

En Cristóbal Nonato, de Carlos Fuentes, nos encontramos con una galería de retratos de famosos físicos, todos premio Nobel: Ernest Rutherford, Max Planck, Niels Bohr, Wolfgang Pauli, Albert Einstein y, en el lugar de honor, Werner Heisenberg. A estos científicos se sumarán después Oppenheimer, Fermi, Watson, Crick, de Broglie y Pauling. Los abuelos de Cristóbal son científicos mexicanos, «los Curie de Tlalpan». Se llaman Diego e Isabela Palomar, y trabajan en ciencia aplicada con el propósito de modificar la materia; los científicos que aparecen en la galería de retratos, sus antepasados intelectuales, se dedicaron a la ciencia fundamental, cuyos descubrimientos sobre la materia modificarían el pensamiento y la manera de ver el mundo del hombre contemporáneo. La magnitud del cambio conceptual que provocó el mundo de la nueva física y que estos mentores pusieron al descubierto sólo puede relacionarse con la magnitud del acontecimiento que constituye el punto de partida de la novela: el quinto centenario del encuentro entre Cristóbal Colón y ese nuevo mundo que descubrió, o como sostienen otros, que inventó. Con ironía dramática, los abuelos científicos de Cristóbal Nonato mueren como sólo los mártires mexicanos de la ciencia podrían hacerlo, como

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víctimas de su intento por erradicar el hambre con una aplicación «nacional» de la teoría de la materia y la antimateria, o sea, la creación del «Taco inconsumible» (Ibíd.: 66). Esta novela de familias es también un espacio de confrontación de familias mitológicas, en donde la ciencia del siglo XX llega a ser otra verdadera mitología, y la «galería de retratos» de la novela, una especie de «panteón moderno», una «sagrada familia» de nuestro tiempo. A Fuentes le interesa específicamente la nueva física, en particular, la física cuántica, de la cual toma conceptos claves que aprovecha en su novela: 1) a partir del principio de indeterminación, trata la ausencia de causa y efecto, y la probabilidad en lugar de la certidumbre; 2) de la imposibilidad de conocer simultáneamente la velocidad y la posición, plantea la necesidad de escoger, en el caso de la novela, un tiempo y un lugar –México– determinados para comprometerse con su historia y su lenguaje; 3) de la dualidad onda-partícula, muestra el rechazo a tener que elegir entre «uno u otro», adoptando «ambos» –la base del mestizaje– o la aceptación de una pareja como Will Gingerich y Colosa Sánchez; 4) de la no-localidad de la mecánica cuántica, toma parejas como la de los mellizos fraternales, los dos Tomasitos, Niña Ba, los indios ciegos y otros personajes separados en el espacio pero unidos de alguna manera en espíritu, pensamiento o acción; además, el juego entre memoria y olvido, no sólo entre el Huérfano Huerta y el Niño Perdido, sino incluso entre Cristóbal y el lector, a quien al final le pide ayuda para no olvidar; 5) finalmente, de la medición cuántica, Fuentes toma el poder del observador: Cristóbal se refiere al lector como el «Elector», es decir, el que elige; en varios casos, se proponen diferentes finales para los episodios y se deja al lector la elección, colocando así al «Elector» en papel equivalente al del observador de la medición cuántica e introduciendo una vez más el concepto de indeterminación en el texto3. Nos detendremos, ahora, en la novela En busca de Klingsor de Jorge Volpi. Si bien ambos autores –Fuentes y Volpi– incorporan la ciencia en sus novelas, sólo En busca de Klingsor cambiaría esencialmente si se eliminaran sus referencias científicas. Si Fuentes evoca al joven Wer3 Para un análisis más detallado sobre el rol de la ciencia en la novela de Fuentes, véase Safir (1997 y 2004).

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ner –el heroico alpinista rubio–, Volpi se interesa en el hombre maduro y su lado oscuro, el Werner Heisenberg «real» que dirigió el proyecto de bomba atómica de Hitler4. Se designa al joven físico y genio de las matemáticas, Francis Bacon, para formar parte del ejército estadounidense, el cual necesita a un investigador que entienda de física. El Bacon de Volpi busca a Klingsor, el director secreto de toda la ciencia nazi. Después de «Francis Bacon» como investigador, Volpi nos da al general responsable, que se llama Watson, una elección exquisita dado que combina el compañero de Sherlock Holmes y uno de los dos principales investigadores científicos que descifraron la estructura del ADN, James Watson. El nombre clave, Klingsor, proviene directamente del Parsifal de Richard Wagner; el matemático alemán implicado en el complot para asesinar a Hitler, y que en la novela guía a Bacon a través del laberinto de la ciencia alemana, lleva el nombre «Gustav Links». ¿Podría el evasivo y, quizá, inexistente Klingsor ser el venerable Werner Heisenberg? ¿O el propio Links? ¿Qué pretende la novia del joven Bacon? A la manera de una buena novela policíaca, el primer plano de sospechas se mueve de un personaje a otro, y entre los interrogados o confrontados se encuentran los matemáticos y físicos John von Neumann, Albert Einstein, Erwin Schrödinger, Kurt Gödel, Niels Bohr y, por supuesto, Werner Heisenberg5. Aquellos científicos que figuraban en la galería de la novela de Fuentes, y otros que podrían haberlos acompañado, hablan en esta historia: Heisenberg: «Una visión de la física que no encajaba con… la modelada por Planck y Einstein y todos los que seguimos sus pasos… A [Johannes Stark] le parecían abstracciones matemáticas que no reflejaban la naturaleza del mundo…» (Volpi 1999: 245). Schrödinger: «[H]ombres como [Pascual] Jordan (y quizás Heisenberg) pensaban que la física cuántica demostraba nuestra imposibilidad para conocer la reali4

Heisenberg, en su función oficial, se reunió en la Dinamarca ocupada por los nazis con el físico mitad judío Niels Bohr, su mentor y padre de la interpretación de Copenhague sobre la teoría cuántica. Esta reunión, que por largo tiempo ha sido objeto de intrigas, es el tema de la obra Copenhagen (1998) de Michael Frayn y figura de manera central en la novela de Volpi, publicada al año siguiente. 5 En los márgenes se encuentran, entre otros, George Boole, Gottlob Frege, Giuseppe Peano, Bertrand Russell, Alfred North Whitehead, David Hilbert, Max Planck y Georg Cantor.

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dad…» (Ibíd.: 279). Bohr: «Estamos en 1927… La afirmación de Heisenberg conducía a un resultado perturbador… “La mecánica cuántica establece definitivamente la invalidez de la ley de la causalidad”. Sin remordimientos, cancelaba tres siglos de historia de la ciencia…» (Ibíd.: 310-311). Como se ve, la ciencia no se puede separar del individuo ni de esas realidades inconfesadas de la investigación científica: la codicia, la envidia, el engaño y la traición. La investigación termina, pues, con incertidumbre. Mientras que Volpi lamenta, a través de Links, la divulgación científica de baja categoría, en la cual se apela a una teoría que se aplica solamente a partículas subatómicas para hablar de amor, promesas incumplidas o «futuras traiciones», él mismo cae en la trampa: «Así que ustedes disculparán el que recurra a esta odiosa vulgarización pero… yo no podía dejar de pensar que el teniente Bacon y yo habíamos sido presa de algo muy parecido al principio de incertidumbre… Confiar en alguien equivalía, inmediatamente, a perder la confianza de otro…» (Ibíd.: 335-336). Finalmente, a su particular manera, Volpi, como Fuentes antes de él, hace la conexión entre física y mitología. El uso metafórico del principio de incertidumbre resuena en las evocaciones de la ópera de Wagner. Gustav Links, quien ha sido arrestado –sin saberse si justa o injustamente– hace la analogía, asignándole a la amante de Bacon, Irene, el rol de Kundry: «[Bacon] jamás podrá librarse de la incertidumbre que pesa sobre su amor… Al final, los dos hemos terminado por parecernos al desdichado y abominable Amfotas: lejos de Dios, nuestras heridas continuarán supurando por toda la eternidad» (Ídem).

«F A N TA S M A S

CUÁNTICOS»

Bohr advertía: «Anyone who is not shocked by quantum physics has not understood it» (citado en Davies 1990: 100). En su sentencia, sin embargo, olvidó hacer una excepción de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Aquí dejamos a los autores que explícitamente invocan la teoría cuántica en sus obras, para visitar a dos otros que sólo hacen eco de ésta de manera implícita y sin embargo parecen tener una relación intuitiva con ella, o viceversa. Regreso al futuro y a otra generación. Estamos, después de todo, en el siglo del tiempo plano y de causa y efecto impredecible más allá de la probabilidad.

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En varias ocasiones, Borges confesó que no le interesaba mucho la ciencia. A todas luces utilizaba una definición de «ciencia» que excluía las matemáticas, las cuales sí le interesaban, y las matemáticas de Borges han interesado tanto a críticos como a matemáticos. Ya en 1984, N. Katherine Hayles leía a Borges en términos de la teoría de conjuntos de Cantor, y se aseguraba a demostrar que Borges estaba familiarizado con ésta. No resulta difícil entender por qué6. Jorge Volpi describe el descubrimiento de Cantor como «este síntoma de insania inscrito en las matemáticas… que el infinito sí podía ser medido» (1999: 124). En cuanto al propio Cantor, su destino suena como el de una historia de Borges: «como si se tratase de una bofetada de Dios, la “hipótesis del continuo” se convirtió en una especie de maldición, una muestra de la estrechez humana, que nunca llegó a solucionarse» (Ibíd.: 126). A la manera de los índices de la existencia de Tlön, la evidencia de una relación entre Borges y las ciencias se multiplican: trece años después del ensayo de Hayle, se organiza una conferencia en Buenos Aires dedicada a «Borges y la ciencia» y once años después de ésta, aparece un libro completo sobre el tema, The Unimaginable Mathematics of Borges’ Library of Babel, de William Goldbloom Bloch7. Bloch es matemático, y su libro está dirigido a matemáticos y no especialistas de la literatura. Se sirve del cuento «La biblioteca de Babel» (y de otros, como «El libro de arena») para explicar varios problemas matemáticos, incluso muchos que no aparecen planteados en las mismas historias. En otro lugar, se ha sugerido que Douglas Hofstadter debería agregar una dimensión literaria a su libro Gödel, Escher, Bach: An Eternal Golden Braid, y que Jorge Luis Borges debería ser el representante literario, siendo el común denominador de los cuatro personajes la «application of the phenomenon known as the “Strange Loop”» (Parker 2001: 11)8. Pero revi-

6 Véase Hayles (1984: 138-67). El conjunto de Cantor es el «set obtained by taking a closed interval in the real line, e.g. [0.1], and removing the middle third, i.e. the open interval (1/3, 2/3), and then doing the same to the two remaining closed intervals… and so on ad infinitum. The set generated in this way has the remarkable property of containing uncountably many points… yet being nowhere dense» (Gibson 1990: 19-20). 7 Una selección de los ensayos de esta conferencia fueron publicados en Borges y la ciencia (VV. AA. 2004). 8 Otros autores han examinado el concepto de tiempo y espacio de Borges, su uso de la lógica cartesiana, su razonamiento científico; su fascinación por el infinito y la

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semos un poco de información elemental y demostrable. Mientras que Borges cita a científicos y matemáticos desde Euclides a Fermat, Cantor, Einstein y otros, teniendo en cuenta la enorme cantidad de referencias que hace en general en su obra, la cantidad de científicos y matemáticos mencionados es pequeña. Dentro de este pequeño grupo, los matemáticos superan en número a los otros científicos, y dentro de los matemáticos, casi todos son, además de matemáticos, algo más, en su mayor parte, filósofos (por ejemplo, Calivieri, Condorcet, Descartes, Leibniz, Russell, Whitehead). De los físicos del siglo XX que hemos venido discutiendo, Borges, según mis cálculos, menciona solamente a Albert Einstein y a Ernest Rutherford. Más intrigante es lo que Borges podría haber llamado su obra matemática y científica «subterránea». Me limitaré a hacer sólo algunas observaciones. El autor de «La biblioteca de Babel», «La muerte y la brújula» y otras historias no podía sino celebrar el principio de incertidumbre de Heisenberg con su declaración de las limitaciones inherentes del conocimiento humano. La consecuente aceptación de la probabilidad en lugar de la causalidad clásica no sorprendería al autor de «La lotería en Babilonia». El concepto de división infinita, tan conocido por el entusiasta de Zenón y Cantor aparece, por ejemplo, en la nota a pie de página al final de «La biblioteca de Babel», en el laberinto griego de «una línea única, recta» que Lönnrot propone a Red Scharlach al final de «La muerte y la brújula» (Borges 1993: 507) y, por supuesto, en «El libro de arena». El «discípulo» de George Berkeley y creador de Tlön afirma en su historia que el idealismo total de Tlön «invalida la ciencia» (Ibíd.: 436). No obstante, la teoría de la relatividad y la física cuántica del siglo XX resuenan bien en ciertos aspectos de la vida en Tlön: una realidad «creada» por el observador, la ausencia de causa-efecto «tradicional», la negación del tiempo, la noción de «universos paralelos» («mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado») (Ibíd.: 437). ¿No es la contribución de Pierre Menard al arte de la lectura en sí misma sino una variación

división infinita, todas las formas de la paradoja de Zenón y, por supuesto, los laberintos. En un ensayo titulado «The Third Man», documenté la identidad «real» del detective Treviranus, de «La muerte y la brújula», siguiéndole el rastro hasta un naturalista del siglo XIX. Además se encuentran «científicos» como Alberto Magno y el alquimista Paracelso.

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literaria del elevado rol del observador propuesto por la medición cuántica? ¿Y qué podemos decir de Julio Cortázar? La teoría de los universos paralelos –alguna vez «marginal» dentro de la física cuántica– hoy día es considerada seriamente y lleva el nombre de «la interpretación de muchos mundos de la mecánica cuántica». Los universos paralelos han existido por mucho tiempo en la ficción de Cortázar, donde una persona puede ser un axolotl por dentro y/o un hombre por fuera (o dentro) de un acuario; estar boca arriba en la cama de un hospital del siglo XX y boca arriba en una mesa de sacrificios azteca, o en la galería Vivienne de París con Josianne y en una sala de Buenos Aires con su madre y su prometida, Irma; donde una persona puede ser al mismo tiempo la Maga y Talita, estar en París y en Buenos Aires, «pertenecer» a las piyamas grises y a las rosadas de un manicomio; donde Horacio Oliveira puede estar, simultáneamente, sentado en el (o saltar del) marco de la ventana de la clínica, dentro de ella o fuera mientras se le cambia la compresa fría, y/o comiendo tortas fritas en el departamento de Gekrepten. La indeterminación habita por completo en los cuentos y en Rayuela, ese experimento que rompe las nociones tradicionales de causa-efecto y en donde los encuentros de Oliveira y la Maga en París son un continuo ejercicio de probabilidad. El observador de la medición cuántica no es menos extraño a la física newtoniana clásica que la tercera parte de Rayuela al tradicional lector-hembra. El lector cómplice asume el papel de ese observador: el mundo es una figura que tiene que ser leída, con lo cual Morelli quiere decir que tiene que ser generado. Recordando la sentencia de Bohr, se podría replicar: la teoría cuántica no debió generar sobresalto en Cortázar, y éste la entendía. En el capítulo 22 de Rayuela, el viejo escritor en la camilla (Morelli), o cualquier anciano en un accidente, podría ser un eminente físico cuántico. En el capítulo 71, «cuando el más idiota de los periodistas encargados de resumirnos los quanta, Planck y Heisenberg, se mata explicándonos…». En el capítulo 98, Oliveira, pensando en la Maga, sospecha que sus lágrimas o su manera de freír las papas eran signos, y lo relaciona con las notas de lectura de Morelli sobre el propio Werner Heisenberg: «Lectura de Heisenberg hasta mediodía, anotaciones, fichas… Sensación de que Heisenberg y yo estamos del otro lado de un territorio». ¿A pesar de todo, podría ser Heisenberg una posi-

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ble apertura? «¿Comunicación con qué, para qué? En fin, sigamos leyendo; a lo mejor Heisenberg…». En estas obras subyacen fantasmas de la nueva física; en su escritura y su lectura, merodean los «fantasmas cuánticos» de la literatura latinoamericana del siglo XX. No propongo ignorar lo obvio: una tradición entera de literatura fantástica, ya sea europea, norteamericana o del cono sur sudamericano, o la coincidencia entre las implicaciones de algunos principios de la física cuántica, y los de algunas religiones y filosofías orientales de diverso tipo. Pero sí propongo la existencia de un terreno de juego común donde están en su elemento los que nadan en los ríos metafísicos de Cortázar y aquellos científicos que tuvieron que admitir la «realidad» de lo que muchos habrían llamado el más fantástico de los mundos de Cortázar.

CUIDADO

CON EL

J A B B E RW O C K

Estas páginas han navegado por algunas de las posibilidades para estudiar la ciencia en aquella literatura que se desarrolla en el mismo siglo en que lo hace la nueva física, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. La crítica que lee una obra de ficción en función de otra disciplina –en este caso, la ciencia– puede añadir una perspectiva iluminadora a dicha obra. Puede también ser medio ciega, y leer la obra sólo a la luz de una disciplina o teoría en particular sin darle la debida importancia a una visión total, con lo cual se corre el riesgo de caer en reduccionismos o en corrientes de moda. Hoy en día la ciencia influye no sólo en la escritura, sino en la lectura de ésta o cualquier página. Si bien se puede hablar de «ideas que están en el aire» que se manifiestan en diversos campos en determinados períodos, se debe tener precaución al atribuir una teoría específica a un autor específico. La superposición de ideas sin duda contribuye al arte de la lectura, pero ¿contribuye también al conocimiento? ¿La coincidencia entre una visión del mundo y ciertas teorías científicas es suficiente para establecer una conexión entre éstas? Soy consciente de haber «jugado con el fuego» en este ensayo, en donde me he acercado a los propios peligros que he advertido. Por eso quizá sea éste un buen momento para tomar distancia y concluir con algunas advertencias para futuras exploraciones en este campo.

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1. Una regla personal: sólo se justifica leer un texto literario con una mirada en la ciencia si el mismo autor la ha incluido de manera explícita en la obra o si en otro lugar ha demostrado que tiene un conocimiento de ésta. No se trata de reverenciar la intención autorial, sino de reconocer que no toda obra de arte que se desplaza del orden al desorden lo hace necesariamente en reconocimiento de la segunda ley de la termodinámica. 2. Cualquier actividad interdisciplinaria supone sacar un lenguaje de su contexto y emplearlo en otro; es en esencia un acto de divulgación, que es fundamentalmente una actividad basada en el lenguaje, una traducción, con todos los riesgos que ella implica. En su transporte los objetos se estropean o se pierden, sin importar cuán talentoso o cuidadoso sea el transportador. Una palabra a la que se le vacía su historia o a la que se le reduce su significado original para emplearla en otro lugar nos coloca en el terreno de lo que Roland Barthes (1957) llama «mito». 3. Corolario del punto 2. «Tengan cuidado», nos dicen, sobre los riesgos que implica moverse de un lenguaje a otro; manténganse alerta sobre los falsos amigos, esto es, aquellas palabras que suenan conocidas, pero que no tienen el significado, el uso o el impacto que suponemos. Un físico que lee E = mc2 en una página comprende esta ecuación en el contexto de una disciplina, tal vez de su historia; conoce las matemáticas implicadas en dicha ecuación, entiende la homogeneidad de ecuaciones y por qué el número 2 no puede ser reemplazado por un 3, conoce el tipo de experimentación asociada con la teoría y el medio que se requiere para pasar de la teoría a la justificación. Su lectura de E = mc2 no puede ser «virginal». Tampoco puede ser idéntica a la lectura de un lector profano en la materia, más acostumbrado a ver las letras y signos de esta ecuación en una camiseta en la que Albert Einstein saca la lengua que en un cuaderno. De igual modo, podemos preguntarnos si todos los físicos piensan en Finnegann’s Wake cuando escuchan la palabra quark9. ¿Todos los especialistas en Joyce piensan en partículas 9 Murray Gell-Mann recuerda el origen de la palabra quark en sus memorias de un pasaje de la novela de Joyce. Véase Gell-Man (1994: 180-181).

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subatómicas? No sólo interesa qué conocimiento colocamos sobre una palabra; la manera como leemos es producto, cierto, de una cultura general, pero también de una disciplina en particular. Un físico y un músico pueden hablar los dos de la «teoría de la relatividad», pero, como Borges pregunta en «La biblioteca de Babel»: «Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?». 4. Incluso con la proliferación de textos de divulgación, es difícil llegar a ser experto en ciencia; de igual manera, es difícil adquirir la maestría para escribir poesía o una obra de ficción. Resulta exponencialmente más difícil ser un experto en ambos campos a la vez. Esto hasta ahora ha sido uno de los límites del empleo de la ciencia en literatura: son pocos los escritores que satisfacen este doble criterio. 5. El «trabajo» de la literatura no es convertirse en un proveedor de conocimiento científico de divulgación, sino hacer lo que la ciencia no hace: examinar el impacto afectivo del conocimiento sobre el ser humano que siente, sufre y vive a medida que cambia la percepción del mundo que lo rodea. 6. Las leyes universales de la física son así llamadas porque son universales, lo cual quiere decir que aplicadas en cualquier lugar e interpretadas en todo lugar nos lleva bien cerca de la afirmación de Borges según la cual todos los libros son el mismo libro. El juego entre lo universal y lo individual en una obra literaria es tal vez el arte combinatorio de Leibniz, pero una obra de arte no puede ser reducida a leyes universales porque precisamente el individuo que se halla al centro de la creación artística no puede ser reducido a una fórmula matemática. En otras palabras, atención, si no al Jabberwock, al menos al efecto Ettelson, ese sabio jasídico, citado por el crítico francés Jean-Jacques Lecercle, que usa los propios métodos de HumptyDumpty en la cuestionable empresa de probar que Through the Looking-Glass no es sino un texto talmúdico secreto10. En un ensayo titulado «Conjuntos», Michel Rio asume el trabajo de clasificar cuatro conjuntos –la física, la biología, la historia y la 10

Véase Lecercle (1992: 169-87).

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literatura– e imagina su propia biblioteca personal. En lugar de las dos culturas de Snow, Rio ofrece esta solución sin fin: […] un imaginario digno de tal nombre ha de incluir ciencia y arte, intelecto y afecto […] lógica y pulsión emotiva. La literatura puede (o debe) aspirar a un campo ilimitado en el que el infinito tiene sueños personales, y la persona piensa el infinito e incluso lo experimenta. Así que imagino al subconjunto literatura absorbiendo el conjunto física… Imagino una biblioteca que se muerde la cola (2000: 34).

Si algo ha distinguido a la literatura latinoamericana del siglo XX ha sido su capacidad para tratar los «grandes temas» de la existencia, mostrando, al mismo tiempo, una inventiva, imaginación, dominio de trama y poética extraordinarias. El reto para cualquier literatura del siglo XXI que quiera hacer frente a los «grandes temas» será integrar el conjunto de la ciencia a los otros, y así llegar a ser el uróboros que envuelve al individuo, sus afectos y sueños, dentro de lo universal, un cuerpo de conocimiento de materias y fuerzas fluctuante y en constante expansión. OBRAS

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Y TELEVISIVOS : LO CALISMO Y TR ASNACIONALIDAD PA U L J U L I A N S M I T H Cambridge University

Para sentar las bases de un nuevo hispanismo enfocado en el campo audiovisual hispano, no sería superfluo echar un vistazo a la producción actual como punto de partida. Al examinar la lista de los largometrajes nominados para la ceremonia de los Goya en el año 2008 (transmitida por TVE el 1 de febrero de 2009), cualquier teleespectador podría creer que el cine español sigue siendo fuertemente localista. Tres títulos se disputaban la mayoría de los premios (Academia 2009). Los girasoles ciegos, dirigida por el consagrado José Luis Cuerda y protagonizada por los igualmente conocidos Maribel Verdú y Javier Cámara, es una película histórica «de calidad» sobre uno de los «perdedores» de la Guerra Civil, el cual se esconde en un pueblo provinciano hasta que un cura le delata al nuevo régimen franquista. El truco del manco, en cambio, es producto de un director novel, hijo de inmigrante africano (Santiago A. Zannou), que narra en términos intencionadamente realistas una historia de los suburbios contemporáneos: un rapero minusválido lucha por montar un estudio en el cual grabar su música hip hop. La tercera película de las listas (la que arrasó al final) fue la incalificable Camino, de Javier Fesser, conocido anteriormente por sus filmes infantiles. Basada en una anécdota verídica conocida en España, Camino relata de forma narrativa esperpéntica, pero muy cuidada estéticamente, la agonía de una joven afectada por un cáncer, quien se ve promocionada e instrumentalizada por el Opus Dei como valioso ejemplo de mártir. Aunque sean tan distintas las unas de las otras, estas tres películas siguen siendo difícilmente atractivas para un público extranjero; y, efectivamente, hasta la fecha

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y a pesar de su éxito nacional, no han conseguido distribución comercial en el extranjero. El Festival de Cine Internacional de Morelia, México, celebrado en octubre del 2008, también enfatizó hasta gran punto el localismo de una cinematografía nacional, puesto que los filmes estrenados se concentraban en debates muy conocidos en el país (Smith 2008a, Morelia Film Fest). Cosas insignificantes, de la joven Andrea Martínez, fue una película de múltiples tramas, todas ellas ubicadas en la inconfundible geografía del Distrito Federal (en un momento, al parecer mágico, caen copos de «nieve» que terminan por ser cenizas provenientes de un volcán próximo a la ciudad); y Bajo la sal, thriller sangriento, el cual se basa en el notorio feminicidio de Ciudad Juárez, aunque el director Mario Muñoz haya cambiado la localización de sus asesinatos ficticios. Es cierto que dos importantes largometrajes trataron las consecuencias de la emigración a EE. UU. (el documental Los que se quedan de Juan Carlos Rulfo y Bastardos de Amat Escalante, un drama tremendista galardonado como mejor filme mexicano), pero por lo muy discutido en México mismo ése es un tema que se puede casi denominar mexicano. Lo que sí llamó la atención fue la presencia, fuera de competencia, del primer largometraje dirigido por Gonzalo Arriaga (quien había sido anteriormente guionista de las tres películas de González Iñárritu) titulado The Burning Plain. Rodada en su mayoría en inglés y en EE. UU. (las protagonistas son Charlize Theron y Kim Basinger) y, a pesar de su título, sin aparente alusión a la obra clásica literaria mexicana El llano en llamas (se estrenaría en España como Lejos de la tierra quemada), este filme es ejemplo de un nuevo género latinoamericano, que denominaré «la película de prestigio»: a diferencia de la gran mayoría de la producción tanto en España como en Latinoamérica, los filmes de este tipo reivindican de forma inequívoca un público trasnacional o, tal vez mejor dicho, transfronterizo a través de su complejidad narrativa, sus altos valores de producción, y su elenco internacional. Por casualidad esta edición del festival de Morelia, la sexta, incluyó por vez primera un congreso científico sobre el tema del cine nacional mexicano («Nación, imagen lectura: un coloquio internacional sobre cine en México»), que, acaso a pesar suyo, hizo hincapié en las paradojas sobre la convivencia del localismo y el transfronterismo

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ya sugeridas por The Burning Plain. Asi, por ejemplo, mientras que una ponente (Norma Lorena Loeza Cortés) insistió en la autonomía de la genealogía del cine mexicano, tan experto como lo es en producir nuevos «remakes» de las obras clásicas de su propio patrimonio histórico, otro (Jesús Mario Lozano) propuso que la cinematografía «nacional» sufría una doble dependencia, pendiente tal como está no sólo de la estética y la financiación hollywoodense, sino también de las normas y fondos europeos que suelen influir (y subvencionar) al cine latinoamericano de arte y ensayo. Para Lozano, él mismo un joven director de dos largometrajes, el cine es actualmente «imposible» en un México atrapado entre los modelos norteamericano y francés, o sea «Mexican cinema» y «cinéma mexicain». Otro coloquio científico celebrado un poco antes en Puebla, México («El cine trasnacional en las sociedades globalizantes» de agosto de 2008) había documentado parecidas relaciones transfronterizas tanto en Latinoamérica como en Asia. Efectivamente, mientras que en este congreso un estudioso latinoamericano del renombre de Néstor García Canclini siguió apoyando la política de la protección estatal de la cultura frente al colonialismo norteamericano y, en menor grado, frente a la influencia española, un especialista en cine de lengua china, Chris Berry, ofreció un modelo tal vez más adecuado para las nuevas y flexibles condiciones cinematográficas, el cual podría ser de interés para los nuevos hispanistas. En cuanto se refiere a la producción, Berry argumenta en contra de la tradicional «presunción nacional» basada en criterios financieros y geográficos, abogando en cambio por la valorización de afinidades culturales y núcleos creativos locales, más flexibles y menos localizables. Así las cosas, los cinematógrafos actuales, como los de lengua china en varios países, recurren a territorios «transfronterizos» con los que comparten una lengua, si no una historia o un sistema político. El cine transfronterizo (término con el que Berry prefiere sustituir el de «trasnacional») no es por lo tanto una red o sistema sino más bien un «assemblage» o dispositivo deleuziano en que múltiples niveles se articulan entre sí, afectándose mutuamente. Acaso sea éste un modelo que se podría desarrollar para analizar la realidad actual de los cines trasnacionales hispanos, como la de los chinos. No cabe duda de que ésta es una prioridad para la investigación del campo cinematográfico de lengua española. Y, a continuación,

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esbozo tres recientes ejemplos de cine transfronterizo que me parecen especialmente significativos: una película de género, un filme de autor, y una producción de prestigio. La primera es un título de terror mexicano, KM31 del joven Rigoberto Castañeda. Ganador de premios Ariel en las categorías técnicas y con un público superior a los tres millones en México, este título sumamente eficaz parecerá una película trasnacional en el peor sentido de la palabra. De hecho el propio director manifestó que había querido realizar una película de terror «digna de competir con el cine de cualquier continente»; y la presencia del actor catalán Adrià Collado en el papel protagonista masculino, señal habitual de la coproducción hispano-mexicana (en este caso, la española Filmax y la mexicana Lemon Films) aseguró cierta presencia en el mercado español. Sin embargo lo que me interesa es que, siendo una película de género ambientada en el presente, KM31 hace referencia al pasado colonial y a cierta historia compartida con España. KM31, como ya queda dicho, parecerá a primera vista un ejemplo patente de esas dos influencias colonialistas (verbigracia, la norteamericana y la española) denunciadas por García Canclini y tal vez un ejemplo del triunfo globalizante del comercio sobre el arte cinematográfico. Pero la situación es más compleja. El simpático personaje de Collado, al parecer asiduo novio español de su pareja mexicana en coma, es (o así se supone) la reencarnación del brutal conquistador colonial que sedujo y abandonó a la doncella que sería la Llorona. Así las cosas, unos traumas y deudas históricas muy específicos (y poco asequibles a los públicos no hispanos) se superponen sobre una base trasnacional genérica, formando un «assemblage» de múltiples niveles que se afectan mutuamente y son difíciles de interpretar, tanto en el ámbito geográfico como en el histórico. La mujer sin cabeza, de la argentina Lucrecia Martel, es sin duda muy distinta de la genérica KM31. Reconocida autora de tres largometrajes aplaudidos por la crítica, si no por el público, el estilo sumamente personal de Martel, basado en planos y encuadres poco frecuentes, se complementa con localismo: no ha dejado de rodar en su nativa Salta, lejos de la cosmopolita Buenos Aires. Con todo, la carrera de Martel debe tanto al globalismo como al regionalismo. Su ópera prima, La ciénaga (2001), se llevó a cabo después de que su directora ganara una beca de parte del festival independiente nor-

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teamericano Sundance para desarrollar su guión; y La mujer, así como su precedente La niña santa (2004), se benefició del apoyo financiero y artístico de los hermanos Almodóvar como productores ejecutivos muy prominentes. Mientras que los filmes de terror como KM31 dependen hasta cierto punto de formatos de género hollywoodenses (los cuales no dejan de matizar con referencias localistas), las películas de arte y ensayo como La mujer recurren a la fuerza a contactos con el cine independiente norteamericano y con las productoras europeas. Tales relaciones determinan en gran medida la naturaleza de los filmes que llegan a realizarse en América Latina, incluso cuando se trata (como en el caso del cine de Martel) de los más originales y creativos. Más allá de estas cuestiones industriales de la producción y de la distribución, existe el problema de las afinidades estéticas distinguibles cada vez más entre los títulos que denomino «filmes de festivales», los cuales pueden llegar a ser tan de fórmula como las películas de género de las que tanto tratan de distanciarse. No es difícil definir a tales títulos en términos estilísticos, narrativos e interpretativos. Suelen emplear poco movimiento de cámara y tomas extendidas sin cortes; narran historias oblicuas y elípticas, sin motivación explícita ni resolución final; y emplean artistas no-profesionales cuya forma de actuación es más bien desprovista de expresividad. Esta estética invariable (condicionada por unos presupuestos reducidos, si no ínfimos) la comparten múltiples largometrajes estrenados en los festivales internacionales de 2008 provenientes de distintos países latinoamericanos que, al parecer, tendrían poco en común. De hecho, Liverpool y Lake Tahoe (del argentino Lisandro Alonso y del mexicano Fernando Eimbcke, respectivamente) coinciden incluso en una señal de ostentoso y redundante trasnacionalismo: el uso de un topónimo irrelevante como título (la primera película se rodó en Ushuaia, la segunda en el Yucatán). Parece probable que el papel algo ambiguo de los festivales internacionales, cada vez más numerosos, que han llegado a ser los únicos sitios de visionado de gran parte de la producción hispana, debería ser prioridad para un nuevo hispanismo centrado tanto en los procesos de producción y distribución como en las cualidades estéticas e ideológicas del cine. A diferencia de estas películas de autor, supuestamente ancladas en una visión única y personal, los filmes que denomino «de prestigio» (y cuyos máximos ejemplos serían los de González Iñárritu)

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suelen ser abiertamente globalizantes. Blindness, del brasileño Fernando Meirelles, es una fábula políglota (en un inglés de múltiples acentos, salpicado de japonés) ambientada en una metrópolis cuidadosamente desnudada de señas de identidad. Una coproducción canadiense, brasileña, japonesa, británica, e italiana, Blindness ostenta un reparto igualmente multinacional (incluido el mexicano más universal, Gael García Bernal) y unas ambiciones trascendentales de índole ética: al emplear la llamativa metáfora de una repentina epidemia de ceguera y la represión gubernamental que desencadena, nos quiere informar sobre cuestiones de conflicto, de comunidad, y de cooperación en situaciones límite. Con todo, incluso aquí en Blindness surge la posibilidad de una lectura localista. Como notaran inmediatamente los lusófonos (si no los espectadores del cine de arte global, público ideado para la película), existe un vínculo muy evidente entre la fuente del filme (la conocida novela de Saramago) y Meirelles, verbigracia la lengua portuguesa compartida por los dos creadores. Es más, una de las tres localizaciones en que se rodó la película es São Paulo, la ciudad nativa del director. Por lo tanto Blindness, una producción al parecer voluntariamente nómada, representa cierto regreso a casa para su director, después del exitoso Cidade de Deus (2002), cuya extendida filmación se había llevado a cabo en Río. Es probable que otras «películas de prestigio», con parecidas ambiciones de relevancia y referencia globales, recurran a semejantes motivos locales. Es cierto que cuando González Iñárritu rodó 21 Grams (2003) en la anónima ciudad estadounidense de Memphis, trajo consigo al equipo entero con quien había filmado la muy chilanga Amores perros. Ya hemos visto, entonces, que la exploración del contexto transfronterizo de la producción y la recepción es una prioridad para la investigación del cine tanto español como latinoamericano y tanto artístico como comercial (sugiero que el llamado «cine de prestigio» ocupa una posición mediana entre los dos polos). De hecho son poquísimas las películas latinoamericanas actuales que no tengan un apoyo financiero (y por eso cierta contribución artística) proveniente de España. Pero existe otro factor imprescindible, el cual los hispanistas tampoco hemos tratado de forma adecuada: la televisión. Es evidente que la producción cinematográfica, sobre todo en España, depende enteramente de las productoras televisivas. De hecho, la

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«Ley del cine» promulgada por el gobierno socialista en 2008 (y fuertemente criticada por estas productoras [Formula.tv.com]) aumenta notoriamente el nivel de fondos transferidos obligatoriamente de unas televisoras exitosas a una industria cinematográfica cuyas protestas de crisis parecen ser perpetuas. Sin embargo, el intercambio entre los dos medios de comunicación es tan artístico y creativo como financiero. En un libro que se editará próximamente, exploro unos estudios de caso de este hibridismo, tan importante y tan descuidado como el que existe entre España y Latinoamérica (Smith 2009). Por ejemplo, la productora de los hermanos Almodóvar (El Deseo, fundada en 1986) ha realizado hace poco su primera serie televisiva: Mujeres fue estrenada por Televisión Española el 18 de septiembre de 2006 (accesible en DVD). Sabia mezcla de drama y comedia enfocada en una familia íntegramente femenina (madre, hijas, y abuela), Mujeres demuestra notables parecidos con la obra fílmica, tan exhaustivamente estudiada, de Almodóvar, sobre todo el largometraje cuyo título recuerda al de la serie, Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). Las semejanzas llegan a ser bastante minuciosas. Por ejemplo, el primer capítulo de la serie empieza (tal como la película) con una secuencia que resulta ser el sueño de la solitaria protagonista, añorando de forma onírica a su pareja ausente. Sin embargo, llaman la atención las diferencias entre las dos obras: la Mujeres televisiva, conforme a su medio, se localiza en un ambiente de clase social popular y abarca unos temas sociales actuales (tal como la inmigración), poco frecuentes en la más estilizada obra cinematográfica de su productora. Es más: los hogares femeninos del cine de Almodóvar se originan en una continua tradición televisiva que se remonta hasta los orígenes del medio en España y cuyo primer ejemplo sería las ficciones del maestro Jaime de Armiñán transmitidas en 1961 bajo un título plenamente almodovariano avant la lettre: Chicas en la ciudad (Armiñán 1963). Más allá de las telecomedias, las series televisivas actuales de temática seria, frecuentemente ambientadas en el puesto de trabajo (hospital o comisaría), rivalizan con los largometrajes fílmicos tanto en la calidad (unos guiones bien trabajados y unos valores de producción bastante altos) como en la extensión (cada capítulo semanal esta programado para una hora y media o dos en la parrilla) (Smith 2007). Además, estas series emplean elencos de lujo, cuyos artistas son

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conocidos por los hispanistas (a diferencia de la experiencia del público español) sólo por su participación en el cine. Para un telespectador asiduo, sin embargo, parece probable que el más complejo y completo papel protagonista que haya hecho un artista tan conocido como Imanol Arias no haya sido en el cine sino en las ocho extendidas temporadas de la premiada serie de TVE ambientada en la era tardo-franquista y la transición, Cuéntame cómo pasó (2001-), en la que representa el papel del patriarca entrañable, pero algo tradicional, que afronta grandes cambios históricos en los contextos familiar y laboral. Efectivamente, un tema tan explorado por el hispanismo como es la memoria histórica en la España actual, difícilmente se podrá examinar sin prestar la debida atención al medio de comunicación que atrae la máxima audiencia entre los españoles. Aunque los hispanistas dedican tanta atención al cine, llegando incluso a utilizarlo como base de generalizaciones sobre las condiciones sociales del estado español, parece más que probable que las cuatro horas diarias que los ciudadanos suelen dedicar a la televisión les importen e influyan mucho más que sus tres visitas anuales al cine. En este contexto otro caso de estudio imprescindible es la serie de sobremesa, igualmente de TVE y localizada en los «años del hambre» del primer franquismo, Amar en tiempos revueltos (2005-), la cual ha superado los doscientos capítulos y en 2009 sigue en antena todos los días laborales. Como señalo en un reciente artículo (Smith 2008b), Amar es un caso único: una serie diaria que compagina el ambiente proletario y el estilo realista de las soap operas británicas con las tramas melodramáticas (amores imposibles, niños desaparecidos) de las telenovelas latinoamericanas. No es casual que, al investigar la historia de esta producción premiada, descubramos que este título tan madrileño, que abunda en referencias localistas, esté basado en un formato catalán y producido por una compañía con un nombre tan barcelonés como lo es «Diagonal», pionera en el estado español en las series con capítulos diarios poco comunes en la producción basada en Madrid. Por consiguiente, en esta ficción muy digna y plenamente integrada en la vida cotidiana de un público masivo, vemos un ejemplo de una continua (y a veces desgarradora) investigación en la memoria histórica que desmiente la hipótesis del «pacto del olvido». Pero también ofrece una manifestación de un complejo entrecruzamiento de

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influencias culturales entre América Latina (principalmente México, cuyas telenovelas se transmiten en España en la misma franja horaria de la sobremesa), Cataluña (pionera de las soap operas de ambiente proletario), y Madrid (que sigue siendo la capital del audiovisual en la Península). Es éste un caso de colaboración transfronteriza que no parece tener equivalente en la esfera cinematográfica, en la que, es más, las películas históricas de los últimos años (como la antes citada Los girasoles ciegos) no han suscitado el interés del gran público. La compaginación de estos dos medios de comunicación ilumina otros aspectos de ambos, hasta la fecha no examinados por hispanistas. Por ejemplo, es probable que el autor audiovisual más productivo y consistente de los últimos decenios no sea un director que se haya limitado al cine, sino el creador de míticas series televisivas transmitidas en el franquismo, la transición, y la democracia, que siguen firmemente colocadas en el recuerdo colectivo: Antonio Mercero, responsable de Crónicas de un pueblo (TVE, 1971-1973), Verano azul (TVE, 1981-1982) y Farmacia de guardia (Antena 3, 19911995). Es instructivo comparar esta vida profesional, tan llena y productiva, con la de un autor fílmico favorecido por el hispanismo, Víctor Erice, quien ha conseguido realizar tan sólo tres largometrajes en treinta años. No digo que los hispanistas debamos dejar de estudiar películas tan notables como El espíritu de la colmena (1973), sino que ensanchemos el campo de estudio para abarcar un mundo audiovisual más extenso, menos conocido, y de innegable interés estético e histórico. Sin ir más lejos, las Crónicas televisivas de Mercero (realizadas en parte en el mismo año en que Erice rodó El espíritu) ofrecen una visión de un pueblo castellano durante la era franquista que complementa la mirada cinematográfica. Si un término fílmico como el de «autor» puede usarse en el contexto televisivo, propongo, en cambio, que las pautas de un género televisivo pueden utilizarse para examinar ciertos aspectos del desarrollo de la cinematografía española. La «sitcom» (o telecomedia), género nuevamente favorecido por las televisoras peninsulares en la última década, ha inspirado algunos de los títulos fílmicos de más éxito comercial e incluso crítico, tal como El otro lado de la cama (Emilio Martínez Lázaro, 2002). Este importante corpus cómico está injustamente olvidado por los hispanistas, sin duda porque el significado de sus componentes deriva hasta gran punto de un contexto

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televisivo desconocido por los estudiosos extranjeros: los artistas y guionistas de tales películas dependen del reconocimiento mutuo que ya se ha establecido entre el público y unos personajes y situaciones que preexisten a la proyección del filme en las salas, ya que se han experimentado repetidas veces en los hogares de los asiduos teleespectadores. Así las cosas, es urgente que los hispanistas hablemos no del «cine» español sino del «audiovisual». Es éste un terreno en el que la televisión sigue dando la pauta cuando se trata de relaciones trasatlánticas o transfronterizas. Es notable que un formato tan universal como el colombiano Yo soy Betty, la fea, al convertirse en el español Yo soy Bea (Tele 5, 2006-), dé muestras de marcados matices particulares, no existentes en las versiones latinoamericanas ni estadounidense. Por ejemplo la situación familiar y la psicología de la protagonista española están bastante alejadas de las de sus equivalentes en Colombia e incluso EE. UU. Por eso nos conviene a los hispanistas estudiar a fondo tales ejemplos de lo que la socióloga italiana Milly Buonanno llama «historias viajeras», o sea narraciones que constituyen íntimas «estrategias de vivir» para sus espectadores, incitándoles a «cruzar puentes» existenciales (Buonanno 2008: 101-118). Es posible que este creciente interés por los medios de comunicación, algo alejado de la actual cinefilia tradicionalista, involucre a los hispanistas, en su gran mayoría anclados en las humanidades, en unas técnicas de investigación que nos acerquen a las ciencias sociales. En su pionero estudio de la recepción del cine español, de próxima aparición, Jo Labanyi y su equipo ya han optado por realizar entrevistas a informantes como base de un amplio proyecto colectivo. En cambio, parece evidente que a los estudios televisivos, fuertemente concentrados hasta la fecha en cuestiones institucionales y en análisis de contenido, les falta el microanálisis formal de estilo audiovisual y de estructura narrativa que es la especialidad de los que nos hemos formado en los estudios fílmicos o incluso literarios. A pesar de los persistentes rasgos localistas de la producción cinematográfica y televisiva a los que hemos hecho alusión más arriba, el audiovisual hispano sigue siendo un «assemblage» trasnacional. Será conveniente que los hispanistas, siguiendo nuestros objetos de estudio, viajemos nosotros también entre medios de comunicación y técnicas de investigación, como ya lo hacemos entre continentes.

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B LO QUEO D IGITAL :

PERVERSIDAD

E N L AS AU TOBIO GR AFÍAS PÚBLICO - PRIVADAS ENRIC BOU Brown University

1. ¿Q U É

ES UN BLOG?

El 3 de diciembre de 2008, Jon Stewart, el gurú de los telediarios satíricos norteamericanos, entrevistó a Arianna Huffington, la gurú de los blogs políticos. Cuando Stewart le pidió consejo para los bloggers, fue muy directa: «blog your passion and your secret passions» [escribe en un blog tu pasión y tus pasiones secretas]. Cuando además le preguntó acerca del secreto para escribir bien un blog ella no dudó: «first thoughts, best thoughts. You are supposed to write like you email» [las primeras ideas son las mejores. Tienes que escribir como si escribieras un correo electrónico]. Estas afirmaciones son particularmente interesantes porque subrayan el carácter indefinido y el valor de borrador de este tipo de texto. Más tarde en la misma entrevista perseveró en esta noción y dio consejos aún más específicos: «Blogging is not about perfectionism. Blogging is about intimacy, immediacy, transparency, and sharing your thoughts». Arianna Huffington había mencionado al principio de la entrevista que nacen 50.000 blogs cada día. Oyendo esto, Jon Stewart le dijo que daba la impresión de que el blogging era una enfermedad de transmisión sexual. Y luego añadió sin atolondrarse: el blogging «is like intimacy without having to be in contact». De estos comentarios podemos sacar dos conclusiones: escribir un blog es escribir sin preocuparse por el resultado final; se crea una situación de intimidad protegida, porque los bloggers crean un sentimiento falso de intimidad, como si

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sus practicantes usaran un preservativo. Desde la perspectiva del pacto autobiográfico se trata una comunicación «protegida», una sorprendente perversidad digital1. Una viñeta publicada en The New Yorker en 1994 nos da más argumentos para detectar aún otra característica pertinente de la escritura de los blogs: su aislamiento obsesivo. La imagen de los escritores aislados entre sí y del resto del mundo es un buen modo de ilustrar algunas de las características del nuevo tipo de escritura que representa un blog. De hecho «bloquear», perderse (y ser descubierto) en el mundo digital se convierte en una situación oximorónica: una soledad intensa rodeada de millones de otros bloggers y (tal vez) de algunos lectores. A causa de la necesidad de atraer un público, el blogging tiende a vincular lo mejor de la escritura y la publicación tradicional y lo peor de la telebasura. Resulta en la creación de tipos de comunidades individuales egoístas y que tienden a actuar, como las definidas por Zygmunt Bauman. Discutiendo nuevas maneras de construir la identidad en la modernidad líquida, Baumann diferenció ingeniosamente entre comunidades peg, cloakroom y carnival. Las comunidades peg son las que se constituyen alrededor de eventos o de intereses, que proporcionan un foco temporalmente limitado; las comunidades cloakroom permiten la construcción de una identidad estilizada para cada ocasión particular; las comunidades carnival, en cambio, consisten en proporcionar un centro temporal y atractivo al cual pertenecer (Bauman 2000: 37 y 199-201). En muchos casos, el blogging es un vivo ejemplo de este enfoque líquido en la creación de comunidades. Como afirma Bauman de manera perspicaz:

1 En español hay una reflexión en marcha acerca de la cultura digital que está a cargo de algunos de los protagonistas de los blogs literarios más notables. Véase, por ejemplo el libro de Vicente Luis Mora, Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mudo nuevo (2006), una reflexión de los inicios de la transformación, en Enric Bou «A la búsqueda del aura. Literatura en la Internet» (1997), las publicaciones y actividades del grupo de investigación que dirige Laura Borràs de la Universidad de Barcelona, «Hermeneia», , o las reflexiones de José Antonio Millán en un blog excepcional, uno de los más antiguos y más interesantes en español, «Libros y bitios (edición digital y tradicional)», . Millán es un veterano de las guerras digitales. El blog es calificado por el propio autor como una «[p]ublicación unipersonal, independiente, de periodicidad incierta, y no subvencionada».

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One effect of cloakroom/carnival communities is that they effectively ward off the condensation of «genuine» (that is, comprehensive and lasting), communities which they mime and (misleadingly) promise to replicate or generate from scratch. They scatter instead or condense the untapped energy of sociality impulses and so contribute to the perpetuation of the solitude desperately yet vainly seeking redress in the rare and far-between concerted and harmonious collective undertakings (2000: 201).

El aislamiento y la alienación, el contacto parcial, las tendencia a actuar al relacionarse con los otros, son de hecho reconocibles en el mundo virtual del blogging. La publicación de muchas guías dedicadas al blogging o su popularidad siempre creciente nos recuerda que ha entrado ya en la normalidad cotidiana. The Huffington Post Complete Guide to Blogging (2008), por ejemplo, pone el énfasis en, entre otras secciones: «Getting noticed», «Building community», «Finding your voice» que son algunas de las cuestiones más urgentes para cualquier ser humano cuando se relaciona con otros: cómo asegurarse el ser visto y escuchado. Los blogs me recuerdan lo que mis hijos hacían en el Kindergarten (jardín de infancia): show and tell, una actividad importante tal como me la describió su maestra: hace que los alumnos se sientan muy orgullosos de lo que poseen y es una manera excelente de mejorar sus aptitudes sociales. Esto es precisamente lo que hacen la mayoría de los blogs: sus autores presentan en forma fragmentaria, lo que han visto, oído, leído, fotografiado. Los blogs se usan como un instrumento de conocimiento low-tech, más parecido a un simple libro tipo manual de instrucciones o de autoayuda, que a la gravedad de la enciclopedia Británica. Por último, es un excelente instrumento de expresión literaria. De hecho, la mayoría de los escritores que quieren ser alguien saben perfectamente que hoy en día tienen que escribir un blog. Otro aspecto digno de mención es el hecho que los blogs se dividen entre diaristas personales y blogs de comentario político, con una clara distinción entre la vida pública y la privada. Según las cifras estadísticas de NITLE (National Institute for Technology and Liberal Education) los blogs del primer tipo son escritos principalmente por mujeres, los del segundo por hombres (NITLE).

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2. D I A R I O

Y BLOG

Los diarios y los blogs tienen muchas cosas en común. Para comenzar, el hecho que los dos son un tipo de autobiografía, y como tales comparten muchos aspectos de la melancolía autobiográfica. Discutiendo el carácter de la autobiografía Robert Folkenflick presentó una paradoja interesante: «[a]utobiography […] has norms but not rules». En otras palabras: tiene estándares, pero no tiene reglas. Un escritor de un texto autobiográfico sabe muy bien lo que es escribir una memoria, un diario, un blog, pero está dispuesto a olvidar las reglas preexistentes, los ejemplos anteriores e inventar su modo de escritura. Una norma significativa es la separación entre la imagen civil de un diarista/blogger y su representación mediática en la página escrita o en la pantalla fosforescente de un ordenador. En un capítulo de Le Livre à venir, «Le journal intime et le récit», Maurice Blanchot prestó alguna atención a la escritura de diarios. Indicó que un diario tiene que respetar una ley inescapable: el calendario. También discutió la imposibilidad para el diario de un escritor de revelar algo significativo sobre su obra literaria, porque son dos tipos de escritura muy distintos, y comunican –obra literaria y diario– experiencias muy disímiles. Así, según Blanchot, si un diario es la escritura de cada día, el ser humano que distinguimos en la obra literaria firmada por ese autor es divergente del ser humano que escribe el diario: Il semble que doivent rester incommunicables l’expérience propre de l’œuvre, la vision par laquelle elle commence, «l’espèce d’égarement» qu’elle provoque, et les rapports insolites qu’elle établit entre l’homme que nous pouvons rencontrer chaque jour et qui précisément tient journal de lui-même et cet être que nous voyons se lever derrière chaque grande œuvre (1959: 258).

Por eso, concluye Blanchot, «l’écrivain ne peut tenir que le journal de l’œuvre qu’il n’écrit pas» (Ibíd.). Históricamente, los diarios se construyen sobre el antagonismo entre la intimidad y el mundo. Es en este vacío donde el sujeto (el yo) duda entre una conciencia de lo efímero y la conciencia propia del autor que sabe que no es posible captar la realidad. Es esta duda la

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que indica las insuficiencias de este género literario, pero que a la vez le concede su fuerza característica. Pero los blogs, precisamente, explotan este antagonismo entre la intimidad y el mundo, borrando (o así lo creemos) las fronteras que pudieran existir. Los diarios, por otra parte tienen sus propias limitaciones. Jorge Luis Borges imaginó en «Del rigor de la Ciencia» un imperio donde la cartografía hubiera sido desarrollada al máximo: […] En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos (1960: 106).

La provocativa paradoja de este texto subraya uno de los desafíos y defectos de cualquier diario: la imposibilidad de contar todo lo que ocurre durante un día. Sólo la repetición exacta de un día revivida segundo a segundo incluiría la experiencia entera. Tenemos que concluir que los diarios no pueden contarlo todo, y los lectores de esos textos se dan cuenta cabal de ese hecho. Como hicieron las «Generaciones Siguientes», los escritores de diario prestan más atención a la parcialidad que a la totalidad, porque la fragmentación es la norma de este tipo de texto. A medio camino entre una crónica privada, que acepta sólo un lector, y la conciencia de no poder captar toda la historia completa, un diario anda simultáneamente con unos pantalones de dos perneras, cada una confeccionada por un sastre distinto. En consecuencia nos damos cuenta de su duda característica: un diario destaca experiencias escritas en el apremiante ahora, sin prestar ninguna atención a explicar una vida entera en su integridad, como sí sucede en el caso de la escritura de un libro de memorias. Por eso un diario pertenece al presente, donde se escribe, pero cuando se lee en el futuro, provee al lector un sentido del pasado. Así sucede en el caso de El Quadern Gris de Josep Pla (1966), donde contempla su presente, da testimonio de su transformación como escritor. Pero es también un diario mani-

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pulado. Una primera versión fue escrita en 1918-1919, pero la versión final «oficial» fue completamente reescrita en 1966, convirtiéndose por lo tanto en una memoria ficcionalizada de sus primeros años (Pla 2005). La escritura tradicional de diarios no recibió muchos elogios por parte de Roland Barthes. En su conocido Roland Barthes par Roland Barthes declaró que en un diario hay una reducción en entidad de lo que se escribe. De una composición organizada, bien considerada, una «dissertation» (en francés), un tipo de ejercicio escolar de reconocido prestigio en el sistema educativo francés, los textos degeneraban hacia el fragmento, y del fragmento al «diario». Barthes era extremadamente crítico: «Le “Journal” (autobiographique) est cependant, aujourd’hui, discrédité. Chassé-croisé [desencuentros]: au XVIe siècle, où l’on commençait à en écrire, sans répugnance, on appelait ça un diaire: diarrhée et glaire». Y concluyó: «Production de mes fragments. Contemplation de mes fragments (correction, polissage, etc.). Contemplation de mes déchets (narcissisme)» (1975: 99). Esta opinión es extremadamente negativa respecto de la escritura de diarios, y puede tener algún sentido en la discusión del blogging. Barthes percibe los diarios como diarrea o secreción vaginal femenina, o incluso excremento. Una consecuencia involuntaria de esta dura crítica es que nos hace prestar atención a la singularidad de estos textos. Son escritos periódicamente, tienen un valor más íntimo que público, serán leídos por un círculo pequeño, yo, algunos bloggers2. Entre los diarios y los blogs podemos indicar ya una diferencia fundamental. Muchos blogs son textos escritos por rabia, escritos sin reflexionar mucho, sin deliberar. Están escritos en un momento de exceso reactivo y pueden ser ofensivos, puesto que carecen del carácter secreto de los diarios. De hecho muy pocos diarios se publican antes de la muerte del autor. Los bloggers, en cambio, inmersos en la inmediatez del presente (escritura y lectura), están muy cerca del concepto barthesiano de diarrea. Lo llevan incluso un paso más allá. En la soledad de un WC, en donde comienza cada blog, los bloggers

2 De hecho Roland Barthes promovió el uso de la palabra anti-journal. Barthes publicó en Tel quel un artículo, «Delibération» (1979), un tipo de diario, mientras execraba el diario como género, lo que provocó una respuesta vigorosa de Gérard Genette en «Le journal, l’antijournal» (1981).

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escriben en las paredes sin ningún tipo de control, sin la intervención de un corrector de estilo, o un director, de la editorial del diario o revista, que ejerza algún tipo de control, protegido en muchos casos por el anonimato. La soledad del WWW se convierte en un tipo de sepulcro virtual donde todo es posible y nada se lee. El WWW puede ser percibido entonces como una especie de serie de camposantos habitados por los muertos vivientes. De la observación precedente podemos deducir que los blogs tienen una ansiedad específica: alcanzar la popularidad. Hay que ser leído (recibir «hits»), visto, discutido. Aún más que en los otros medios de comunicación, o como en la telebasura, donde los llamados «índices de audiencia» son los dictadores del éxito. Y de la publicidad, algo también inherente a los blogs. Para empeorar las cosas existe el «Dantuluri’s law of Blog Purity», que afirma que un blog no puede ser popular y puro a la vez. Un blog puede ser o puro en su contenido o convertirse en popular por su habilidad de modificar la intención original. En otras palabras, un blog deja de ser puro el momento en que se pone popular3.

3. P U B L I C O -P R I VA D O ¿Son los blogs una nueva forma de exhibicionismo? ¿O bien un lugar ideal para el intercambio rápido de ideas? ¿Un lugar para ser visto y para autoafirmarse? Lo peculiar de los blogs es su falta de intimidad, o mejor dicho, una contradicción de términos: su intimidad pública. Como lo expresa el psicoanalista francés Serge Tisseron, nos enfrentamos a un nuevo fenómeno, que él llama «l’extimité» ( 2001). Esto es muy obvio en los llamados reality shows, uno de los programas básicos de la telebasura. Los blogs pueden ser relacionados con lo que en las ciencias sociales se conoce como un journal de cours o el journal de recherche. Es un tipo de diario científico donde un equipo de investigadores escribe «au jour le jour comme dans un journal intime, des petits faits organisés autour d’un vécu dans une institution» 3

Esta ley se deriva del principio de incertidumbre del físico quántico Werner Heisenberg, según el cual no se puede determinar simultáneamente la posición y el impulso de un electrón. Cuando se calcula la posición, se corrompe el impulso.

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(Lourau 1988: 202-203). Estos diarios son leídos por una colectividad, no por un solo lector como el diario íntimo, y serían buenos ejemplos de la situación que se produce en la escritura y lectura de los blogs, una especie de pre-blogging. Pero es muy difícil poner al mismo nivel los diarios y los blogs. Por un lado, la manera en que se distribuyen crea una serie de problemas completamente distintos para ellos. Los blogs son publicados en la red, con la posibilidad de un vasto público lector que lo lee instantáneamente, después de su publicación. Las páginas de un blog se ponen al día muy frecuentemente, a veces cada día, como se hace en un diario. Uno puede establecer conexiones con otros blogs (o blogrolls). Mediante la publicación en la red, los blogs tienen un estado provisorio, uno nunca sabe cuando serán interrumpidos o si serán trasladados a otro sitio (como en el caso de los bloggers de Bagdad, desaparecidos, ejecutados o silenciados). Mediante la interconexión se convierten en hipertexto. Los blogs se han vuelto el instrumento de comunicación de preferencia cuando otros medios tradicionales son atacados o muestran sus limitaciones y su censura: como se vio en la candidatura a la presidencia de los EE. UU. de Howard Dean o Barak Obama, después del 11 de septiembre, antes del ataque a Iraq, o después del tsunami de 2004, o para poder comunicar noticias acerca de la oposición política en Cuba, o en el período post-electoral en Irán. Muchas definiciones han sido desarrolladas y algunas podrán ser útiles para comprender la novedad de este formato. En francés usan un neologismo derivado del inglés to blog (una contracción de web + log), bloguer. En catalán utilizamos blocs. De esta palabra deriva un verbo de uso menos común, pero particularmente interesante bloquejar (bloquear). Así, blocatge, que según el diccionario quiere decir «Alteració del pensament en què es manifesta un grau màxim d’inhibició mental, que comporta l’absència de pensaments nous en una direcció determinada», puede servir para referirse a una situación de escritura en dificultades, como en la viñeta de The New Yorker. Pero es el mismo diccionario el que acude a socorrernos y nos provee una solución. Bloc también quiere decir: «bloc de paper (o simplement bloc). Llibreta de la qual hom pot arrencar els fulls fàcilment. Un bloc quadriculat, amb espiral. Un calendari de bloc». Se podría adaptar al español, puesto que según el diccionario de la RAE bloc significa «Conjunto de hojas de papel superpuestas y con frecuencia sujetas

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convenientemente de modo que no se puedan desprender con facilidad». Y de ahí se llega fácilmente a «bloquear». Los blogs tienen algo de obstrucción para la escritura. Algunos blogs literarios, en cambio, se convierten en instrumentos de propaganda para propósitos estéticos, prosiguiendo por otros medios (o por medios más contemporáneos) lo que una publicación literaria tradicional no puede lograr. Puede ser pertinente preguntarse también si los blogs son una nueva forma de escritura o no. Tal vez son un nuevo modo de publicar, sin todas las categorías, restricciones, sin todo el trabajo editorial (poder, censura, y control) asociado con la publicación tradicional, el tipo de texto que ha pasado por un proceso «editorial», y que uno suele leer en un periódico o en forma de libro. El blogging ha creado una nueva clase social virtual (o grupo), el bloggery (inglés), bloguesía (español), blokesia (catalán). El circular por la red internéctica se ha convertido en una actividad preferida en nuestra realidad líquida WWW, donde pasamos una gran parte de nuestras vidas «navegando». Leer en la red tiene un nuevo significado, porque el verbo preferido es to browse, que significa: «survey objects casually, especially goods for sale», o «scan through a book or magazine superficially to gain an impression of the contents». Los internautas navegan el WWW (la Red) y son simultáneamente productores y consumidores de información. Se convierten en escrilectores. Le Nouvel Observateur observó el 26 de mayo de 2005, no sin angustia, que los blogs literarios son una competencia desleal con los periodistas literarios tradicionales y los reseñadores de libros. De hecho, uno de los blogs más populares en catalán es escrito por un autor anónimo «El Llibreter». Ha podido presentar una visión revolucionaria por alternativa de un sistema literario corrupto. Lo cual no deja de ser viento fresco en un sistema dominado por grupos editoriales de comunicación que también controlan suplementos literarios y cadenas de televisión. Los blogs representan una esperanza de liberarse de la dictadura del monopolio informativo. Los blogs crean una frontera distinta entre público y privado. De hecho, como hemos visto, son diarios público-privados. Desde la invención del periodismo, muchos escritores han escrito un tipo de diario público: Marc Twain explicando sus viajes por Europa (Innocents Abroad, 1869), Rubén Darío visitando Francia y España en busca de compañeros «modernistas» (Los raros 1896-1905), o su seguidor

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Pere Gimferrer meditando sobre su realidad literaria artística, hecha de libros, películas, e imágenes (Dietari 1979-1981). Todos han hecho un buen trabajo escribiendo «en vivo», y compartiendo con el público sus pensamientos íntimos, con amplio éxito. La novedad asociada con el blogging está en el hecho que virtualmente cualquiera puede escribir y publicar uno. Esto lleva a una falta de control editorial, que deja que los escritores de blog publiquen sin constreñimientos, y con un estilo sin regular. Más libre y en una situación más anárquica.

4. TIPOS

DE BLOG

Podemos enumerar algunos tipos de blog: las quejas o cartas al editor; las acusaciones o «dazibao», un cartel o mural escrito con letras muy grandes, que fue utilizado durante la revolución cultural china para hacer denuncias políticas públicas; las cartas abiertas en contra de políticos, servicios públicos (infraestructuras destinadas al fracaso); el libro de quejas y comentarios, parecido al que encontramos en un restaurante, una exposición, o un funeral; los sermones y discursos políticos, todos contaminados por una retórica particular, intentado convencer al cliente. ¿Será posible (o incluso justo) tratar de distinguir tipos de blogs? La industria artesanal de los blogs se caracteriza por su presencia masiva y su condición heterogénea: normas sin reglas. La mayor parte de los blogs son una mezcla de estos tipos. El tema y/o el humor del autor exigen el uso de uno u otro tipo. En el mundo anglosajón uno nota la presencia de blogs importantes de ficción, en la unión entre autobiografía y ficción. Yo diría que hay muchos menos en español, donde no puedo localizar casos similares. Ejemplos excelentes de este tipo de escritura creativa digital en inglés sería el hipertexto popular de Shelley Jackson MY BODY, , donde la autora confunde [de-familiariza] el discurso autobiográfico y lo convierte en ficcional. Este caso es muy semejante al del web art, en donde se enfatiza la textualidad y lo narrativo. Otro ejemplo de este tipo de narrativa hipertextual es «Six Sex Scenes» de Adrienne Eisen, 4. 4 Otros ejemplos de pseudo-autobiografía podrían ser: el de Donna Leischman «littleredridinghood», ; el de Eric

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En el mundo hispano los blogs más populares (en su mayor parte localizados en España) son de otro tipo. En una clasificación mundial de blogs entre los veinte primeros sólo tres son europeos. Son blogs técnicos, para nerds (empollones de la tecnología): «Techcrunch» (Francia) es número 10, «Microsiervos» (España) es número 13 y «Basic Thinking» (Alemania) es número 18. Los blogs españoles más populares están dedicados a cuestiones de informática e Internet. El resto, con muchos menos lectores, pero mucho más interesantes de leer son, como sucede en todo el mundo, son los dedicados a la política5. Con todavía menos lectores encontramos los blogs literarios. A pesar de su carácter más minoritario, es en el mundo de los blogs literarios donde podemos encontrar algunos ejemplos extremadamente interesantes. Vale comentar una breve selección de algunos de ellos, en especial por lo que tienen de sintomático de una nueva tendencia en literatura. Son buenos ejemplos de cómo las transformaciones que producen las nuevas tecnologías en los medios de comunicación están transformando el modo cómo pensamos acerca de nosotros mismos (Gere 2008: 203). También son muestra de cómo los nuevos medios ofrecen otras posibilidades para desarrollar las viejas ambiciones del escritor: ser leído y valorado (criticado). Todos estos blogs son muy creativos, están dirigidos a un público lector intelectual, y una gran parte de ellos tienen un programa específico que defender: la nueva literatura afterpop (Fernández Porta 2007, 2008) o «mutante» (Ferré 2003, 2005). Fernández Porta defiende una narrativa influenciada por los audiovisuales que considera la verdadera alta cultura crítica de nuestra época. Apuesta por un mundo, una cultura tecno-pop, de adaptación a las nuevas posibilidades tecnológicas de la cultura audiovisual, mediática o electrónica, y de integración de los referentes de la cultura de masas, que ahora tienen

Loyer «Marrow Monkey», ; «YoungHae Chang Heavy Industries», ; o el film narración «VJ (artista que trabaja con video) “FILMTEXT”», . 5 Pueden mencionarse: el blog Salmón. Economía y finanzas en su color natural. Lecciones de economía para legos ; Antonio Lobato. Diario de carreras, . Un periodista de deportes que se especializa en información sobre carreras de autos y motos. El de un «publicista», Risto Mejide, .

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en cuenta el carácter pasajero, el fenómeno de la inmigración y la globalización. Ferré, por su parte, apuesta en «La literatura del post» (2005), por una literatura que ha perdido su centralidad en el sistema cultural, y que reacciona adoptando una actitud contaminada, mestiza, en relación con la baja cultura o los otros medios. Se manifiesta rebelde respecto a la tradición, por la renovación temática y formal. En la nueva literatura se incluye la ciencia y la tecnología, la economía y la ideología. Por ello es una escritura mutante en relación a un mundo contemporáneo en continua transformación. Es también mutante porque es consciente de la realidad mediática, viviendo de los referentes virtuales (digitales) y televisivos disfrutando de una saturación mediática: «cada uno a su manera, por supuesto han comprendido que habitan una época de saturación mediática y mediación sistemática […]. Así creen responder también, generando narrativas interferidas de uno u otro modo por la cultura de masas circundante, a la pixelización del relato colectivo y la digitalización de la realidad» (Ferré 2005: 17). Estos blogs literarios están todos escritos en una jerga parecida. En este caso es obvio que este grupo de escritores pertenece a su tiempo y usa el blogging como si fuera el equivalente de las tertulias decimonónicas. Sólo hasta cierto punto. Es obvio que están promoviendo un programa de renovación literaria, y la escritura de blog se convierte en su arma preferida. En efecto, el blogging se convierte en medio y mensaje en esta transformación. Entre otros muchos se pueden destacar: «Vicente Luis Mora. Diario de lecturas», . Según la declaración inicial del mismo: «En este blog se intenta una lectura crítica de literatura –y otras cosas– alternativa a la común: buscamos una crítica para el siglo 21 en tiempo real». Mora es el autor de Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mundo nuevo (2006). Como afirma en su ensayo más reciente, La luz nueva (2007): «Pangea representa el actual estado del mundo, indisociadas ya sus vertientes físicas concretas y las digitales o abstractas, y el arte pangeico sería aquel que responde ya plenamente a este nuevo […] estado de cosas» (Mora 2007: 72). Jorge Carrión, que es uno de los narradores incluidos en la antología «mutante», escribe un «blog nómada sobre libros y viajes» . Juan Francisco Ferré, por su parte, mantiene un blog titulado La vuelta al mundo. Juan Francisco Ferré», . También es digno de mención el de Agustín Fernández Mallo, el autor de Nocilla Dream, una de las obras que inició la era afterpop o mutante: «Blog de Agustín Fernández Mallo. El hombre que salió de la tarta», . Él es uno de los nuevos escritores españoles, que en el año 2000 acuñó el término «Poesía Pospoética» (explorando las conexiones entre artes y ciencias). Su novela de 2006 Nocilla Dream es la primera del «Proyecto Nocilla», una trilogía que, se empeña de un modo claramente programático en una renovación crítica de la literatura española. Para ello el blog, y el diálogo entre los mismos es una de las características de difusión y un elemento clave en el propio programa. En la América hispanohablante encontramos también algunos blogs de gran interés. El fenómeno de la renovación literaria (o al menos de su demanda urgente) a través de los blogs ocurre también entre los escritores jóvenes. Un caso notable es el de la escritora Vivian Abenshushan, , una las mejores escritoras jóvenes, que tiene un blog contra el trabajo, que en una variante de las actitudes contra el bloguismo, actualiza poco: «Nuestro caso, en pocas palabras, es éste: hemos perdido toda facultad de trabajar en cualquier cosa que no sea la crítica sistemática del trabajo forzado. En eso nos empeñamos todos los días, durante jornadas magníficas de ocio e incertidumbre». Esta escritora fue incluida en la antología Best of Contemporary Mexican Fiction editada por Álvaro Uribe. Como es de rigor, el listado de blogs constituye un pequeño mapa de los más afines a su acción cultural. Heriberto Yépez es autor de un blog bilingüe, en español e inglés, en el que escribe sobre cuestiones de prácticas culturales, entre la teoría de la cultura, la sociología y la denuncia de desastres contemporáneos como Tijuana (). Aquí el blog se utiliza como repositorio de textos ya publicados en revistas que tienen a sí una nueva vida. Es destacable, por ejemplo, un texto de 2004: «A Ten Step Program (Or A User’s Guide) On How | Mexicans And | Americans | Can Know | They Have | A Body». Son también conocidos los blogs de Cristina Rivera Garza, , o el del joven crítico peruano Gustavo Faverón, que incluye otros blogs peruanos y latinoamericanos, .

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En catalán podemos destacar iniciativas semejantes, aunque con su propia especificidad. Siendo una lengua minoritaria, la publicación en la red ha llenado un vacío en términos de capacidad de publicación, y –tal vez– de público lector. Es sorprendente comprobar que según NITLE (National Institute for Technology and Liberal Education), en las estadísticas que muestran en su NITLE Blog Census, el catalán es una de las lenguas más usadas en los blogs. Aunque los datos sean de junio de 2003, los resultados son bien interesantes. Aproximadamente el 60% de los blogs están escritos en inglés. Existen estadísticas de lenguas aún más sorprendentes, lo que explica la manera en que se presenta el blogging en las versiones española y catalana de Wikipedia. En la definición de blog en Wikipedia hay diferencias asombrosas entre la versión catalana y la española. La primera presta mucha más atención al censo, porque muy sorprendentemente el catalán fue la segunda lengua más usada en el 2003. Esto no es de interés en la versión española de Wikipedia, donde se presta mucha atención a la etimología y se trata de averiguar cual es la palabra apropiada. Proponen «bitácora», que es entendido como «sitio electrónico personal, actualizado con mucha frecuencia, donde alguien escribe a modo de diario o sobre temas que despiertan su interés, y donde quedan recopilados asimismo los comentarios que esos textos suscitan en sus lectores». Una de las aventuras digitales más interesantes es aquella promovida por «VilaWeb», una operación periódico digital, estación de televisión, y «bloc». Muchos escritores catalanes publican allí sus meditaciones digitales. Otra iniciativa notable es un blog creado a partir de la reedición en versión digital de uno de los diarios personales más conocidos escritos en catalán, entre 1918 y 1919. Se trata de El quadern gris. Al cap de 90 anys de 1996, . Hay un grupo de blogs literarios que presentan afinidades con el caso antes indicado de los blogs en español. Así por ejemplo existe un grupo de escritores que utilizan el blog y el diálogo entre ellos para reflexionar sobre las nuevas tendencias (la nueva realidad) en la literatura catalana. Destacan el de Josep-Anton Fernàndez, «El malestar en la cultura catalana», , un blog dedicado al libro del mismo título, que contiene algunas clarividentes y funestas opiniones sobre el futuro de una cultura minoritaria como la catalana: «Siguem radicalment optimistes: nosaltres i la nostra cultura

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no ens podem morir, ni ens poden matar, perquè ja estem morts». Oriol Izquierdo, que actualmente dirige la «Institució de les Lletres Catalanes», es el autor de «Oi? Algunes notes d’un bloc d’Oriol Izquierdo», . Es fundamentalmente un diario de lecturas en el cual las entradas siempre iluminan, retrospectivamente, por su interés en la literatura desde una perspectiva histórica; o en el presente, atento a las novedades más recientes. Jaume Subirana es el autor de «Flux», , un diario digital. Subirana es autor de diarios en formato papel con libros como Suomenlinna (2000), y fue de los primeros en trasladarse al formato digital. Adrada (2005) es una publicación en papel que proviene de una selección del blog. La inmediatez del blog (pasado a libro se asegura la supervivencia de formatos) pone el énfasis en el presente: suyo (del escritor) y nuestor (del lector), como un tipo de testimonio. Como ha indicado Ricœur, el testimonio es el camino por el que transitar entre la memoria y la historia. La memoria nos ayuda a recordar y a distingir entre sombras y luces, entre el olvido y el recuerdo. Y el diario-blog es como una «inversión», libreta de ahorros de la vida y libro de contabilidad de las entradas y salidas de sentimientos, lecturas y escrituras. Uno de los propósitos que guiaban a Jaume Subirana en Adrada. Gosa poder ser fort, era «la recerca d’una suma de relats parcials amb prou parts perquè arribés a semblar personal» (2005: 7). Fragmentos de vida y de vidas se nos presentaban en organización caleidoscópica, siguiendo un orden temporal inverso, el paso de los años al revés, disuelto en el caos de los meses, leídos en el retrovisor de la memoria. Al sustituir por breves títulos las fechas obligas de los diarios pre-post-modernos se crea un efecto desorientador. O reorientador. La atención no se centra en el progreso de una vida, sino en la ambigua e inquietante monotonía de las obsesiones: del autor y del mundo de ideas o hechos de crónica en que vive inmerso. Así destaca en el diario-blog de Subirana, como en el de todos los escritores la vida que es pasión que es la literatura. Como actor y espectador. Como degustador. Los blogs representan la superación de algunos de los mitos de la verdad instaurados por el fundamentalismo autobiografista (Lejeune 1975, 1986). En la literatura autobiográfica más reciente, ya no es necesario contarlo todo y los autores se acercan a nociones de la autoficción y –aparentemente– se desnudan ante el lector en ejercicios de autoreflexión, sobre la pro-

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blemática del propio texto que escriben. Los textos del autobiografismo, los diarios, los cuadernos de notas, las cartas las autobiografías, memorias o blogs son, en opinión de Subirana menos indiscretos e impúdicos que la mayor parte de la poesia, la ficción, el teatro o los guiones que se escriben (33).

5. C O N C L U S I Ó N ¿Son los diarios o los blogs textos dignos de escribir o de ser leídos? Uno puede plantearse qué sucederá con la mala y corta vida de tantos textos literarios en Internet. ¿Se llegarán a estudiar como manifestaciones literarias, incorporadas a los programas de estudio o a las pruebas de selectividad? ¿O sólo ocurrirá así cuando se produzca un proceso de inversión en el progreso y se conviertan en libro? Quizá así, sí. Domados bajo el viejo formato analógico, entonces podrán salvarse, mostrando alguna de las flaquezas de la supuesta revolución digital. Después de la segunda Guerra Mundial la escritura de cartas cayó en picado. Uno puede acordarse del slogan de USPS, el servicio de correos estadounidenses, en los cuarenta, que enfureció a Pedro Salinas: «Wire don’t write». Y luego vino la Revolución digital. Los escritores de yméiles y los bloggers forman parte de un renacimiento autobiográfico asombroso. ¿Adónde nos llevará? De todos modos los bloggers representan una innovación fascinante, apropiando elementos del pasado (la escritura de diarios), innovando con su exhibición sin problemas de la intimidad. Estos esfuerzos publico-privados (basados en la extimité) hacen mucho para mejorar la jungla aburrida de la cotidianidad posmoderna. Escribir los pensamientos personales en una hoja de papel o en la pantalla fluorescente del ordenador, puede proveer un momento de excepcionalidad, un refugio contra la monotonía, cuando nos perdemos en una serie de días que son difíciles de distinguir entre sí. Es una invitación a dibujar un tipo de mapa distinto del que proponía el Emperador de Borges. En vez de una imagen exacta y completa de la realidad, el mapa de los bloggers presenta una realidad parcial fragmentada y falsa, pero muy viva. Una realidad que ha sido librada a las «Inclemencias del Sol y de los Inviernos», un espejo de nosotros mismos, perdidos en el ciberespacio. Cuando ya lo hemos leído todo y no tenemos nada más que aña-

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dir, o que escribir. «Desbloquear» y compartir nuestro ser íntimo puede ser una solución a la perversidad digital temida por Barthes. Y es sin duda uno de los caminos de avance de la nueva literatura. Los blogs literarios, por su calidad estética, literaria, de pensamiento, demuestran que la definición de Huffington es aplicable sólo para ese (alto) porcentaje de blogs que son confesiones adolescentes, atentas a la explosión al ruido, y no a la calidad de la carga que llevan. A pesar de su condición de perversidad, o precisamente por ella, los blogs literarios están protagonizando la renovación de la literatura.

OBRAS

C I TA D A S

BARTHES, Roland (1975): Roland Barthes par Roland Barthes. Paris: Éditions du Seuil. — (1979): «Délibération». En: Tel Quel, 82, pp. 8-18. BAUMAN, Zygmunt (2000): Liquid Modernity. Cambridge: Polity. BLANCHOT, Maurice (1959): «Le Journal intime et le récit». En: Le Livre à venir. Paris: Gallimard, pp. 271-279. BORGES, Jorge Luis (1960): «Del rigor de la Ciencia». En: El Hacedor. Buenos Aires: Emecé. BOU, Enric (1997): «A la búsqueda del aura. Literatura en la Internet». En: Romera Castillo, José/Gutiérrez Carbajo, Francisco/García-Page, M. (eds.): Literatura y Multimedia (Actas del VI Seminario Internacional del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y nuevas tecnologías de la UNED; Cuenca UIMP, 1-4 julio 1996). Madrid: Visor, pp. 163-180. Reproducido en . EDITORS HUFFINGTON POST (2008): The Huffington Post Complete Guide to Blogging. New York: Simon & Schuster. FERNÁNDEZ PORTA, Eloy (2007): Afterpop. La literatura de la implosión mediática. Córdoba: Berenice. — (2008): Homo Sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop. Barcelona: Anagrama. FERRÉ, Juan Francisco (2003): «El relato robado. Notas para la definición de una narrativa mutante». En: Quimera, 237, pp. 29-34. FERRÉ, Juan Francisco/ORTEGA, Julio (eds.) (2005): Mutantes. Narrativa española de última generación. Córdoba: Berenice. GENETTE, Gérard (1981): «Le journal, l’anti-journal». En: Poétique, 47, pp. 314-322. GERE, Charlie (2008): Digital Culture. London: Reaktion Books.

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LEJEUNE, Philippe (1975): Le pacte autobiographique. Paris: Éditions du Seuil. — (1986): Moi aussi. Paris: Seuil. LOURAU, René (1988): Le journal de recherche. Matériaux d’une théorie de l’implication. Paris: Méridiens-Klincksieck. MORA, Vicente Luis (2006): Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mudo nuevo. Sevilla: Fundación José Manuel Lara. — (2007): La luz nueva. Singularidades de la narrativa española actual. Córdoba: Berenice. NITLE: . PLA, Josep (1966): El quadern gris. Un dietari. Barcelona: Destino. — (2005): El primer quadern gris. Edición facsímil de Xavier Pla. Barcelona: Destino. RICŒUR, Paul (2000): La mémorie, l’histoire, l’oubli. Paris: Éditions du Seuil. SUBIRANA, Jaume (2005): Adrada Gosar poder ser fort. Barcelona: Edicions 62. TISSERON, Serge (2001): L’intimité Surexposée. Paris: Ramsay. URIBE, Álvaro (ed.) (2009): Best of Contemporary Mexican Fiction. Urbana Champaign, IL: Dalkey Archive.

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E S TAD OS U NID OS :

PAR A UNA ÉTICA DEL AUL A ARÁNZAZU BORRACHERO MENDÍBIL Queensborough Community College, CUNY

LENGUA

Y PODER

Hacia la mitad de los años ochenta del siglo pasado, la Junta de Educación de la Ciudad de Nueva York vivió un período de contratación frenética de maestras y maestros, con criterios bastante laxos, para poder hacer frente al aluvión de estudiantes hispanohablantes que llegaba a sus escuelas. Yo fui una de ellas. Con mi escasa experiencia y deficiente preparación, me presenté en septiembre de 1988 delante de una clase de más de treinta niñas y niños de quinto grado, recién llegados de República Dominicana. De entre las muchas vivencias reveladoras que aquella experiencia me deparó, en un aula donde no había sillas suficientes, tizas, libros ni currículum a seguir, una de ellas me viene con frecuencia a la memoria: la pregunta burlona de uno de mis estudiantes, al terminar yo un discurso improvisado e ingenuo sobre la importancia de que todos aquellos niños y niñas aprendieran inglés. Así me interpeló: «Maestra ¿por qué no nos enseña a hablar lo que usted habla antes de enseñarnos a hablar inglés?». Se refería, por supuesto, al castellano, al español peninsular, con sus tonos, acentos y vocabulario, extraños para él. Con sorprendente agudeza política, aquel jovencito de diez u once años me señaló la doble alienación en la que mis palabras le sumían: no sólo tendría que aprender la lengua del país al que había migrado –la lengua del prestigio, de la riqueza, de la dominación– sino que

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además tendría que descifrar todos los días lo que aquella joven blanca, que traía educación universitaria de la «madre patria»1, se esforzaba por hacerle llegar. Este pequeño incidente, al que en los veinte años transcurridos han seguido otros similares, contiene múltiples significados que sólo con el correr de los años, las conversaciones, las lecturas y el estudio de ciertos temas he podido entender. A saber: que la dinámica del aula, como toda relación humana, está marcada históricamente por el poder y las resistencias a éste (manifestadas, en la ocasión que he relatado, en forma de ironía y transgresión); que en esta relación de poder participan la clase social de los implicados, su origen y, cómo no, el género, pues no es casualidad ni está exento de resonancias el hecho de que la pregunta capciosa se la hiciera un jovencito hispanoamericano a una mujer que ocupaba en ese momento el lugar de autoridad; y que la variedad lingüística siempre connota más, mucho más, que una simple diferencia de acento. Hoy ya no soy maestra de primaria, pero casi todas mis clases de la universidad pública de la ciudad de Nueva York (CUNY) tienen estudiantes de perfil parecido a aquél que me encontré en mi primerísima experiencia docente: hispanohablantes con distintos grados de comprensión y dominio del español y del inglés. Yo, si embargo, he cambiado mucho. Ya no tengo aquellas ideas simplistas y estereotipadas que me llevaron a perorar sobre la importancia de una lengua o de otra delante de un grupo de estudiantes para los que mi acento y modo de hablar eran de un exotismo inusitado. Ahora yo misma me hago una serie de preguntas parecida a la que el espabilado muchachito me hizo: ¿Qué variedad lingüística empleo en el aula? ¿Es siempre la misma o depende del tipo de estudiante que tenga en la clase? ¿Qué variedad, de las que los estudiantes usan, yo refuerzo positivamente y cuál recibe mi desaprobación más o menos consciente? ¿Cómo respondo a los prejuicios de mis estudiantes sobre su uso del español? ¿De qué manera se manifiestan en la clase mis propios prejuicios sobre el «correcto» uso de la lengua? Ahora bien, la presencia modélica de una actitud auto-observante y autocrítica en la docente no basta, como señala agudamente el lingüista Glenn Martínez, para que los estudiantes también la adquieran. 1

Todavía escucho esta frase más de lo que me gustaría y, lo que es peor, sin ironía.

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Cuando uno de ellos se refiere a su «broken Spanish» o al «broken Spanish» de su familia, el mostrarle de manera práctica o teórica la validez, funcionalidad y hasta belleza de todos los registros lingüísticos es bueno y loable, pero poco eficaz a la hora de cambiar actitudes hondamente enraizadas. Es preciso apuntar hacia el desarrollo de un conocimiento consciente, explícito, de cómo las distintas formas de hablar el español trazan y señalan zonas sociales de influencia y de poder. Hay que dirigir la atención del estudiante hacia las lenguas como sistemas que comunican y que, a la vez, definen círculos de exclusión. A este tipo de lección sobre las connotaciones y, más importante aún, sobre las funciones político-sociales del registro o de los registros lingüísticos de una lengua, Martínez lo denomina «promotion of dialect awareness», es decir, desarrollo de conciencia, en la propia estudiante, sobre cómo y por qué las distintas variantes dialectales de una lengua estructuran las relaciones sociales. Estamos hablando, así pues, de una lingüística crítica y aplicada que se debería ejercer dentro del aula: «una visión de la enseñanza de la lengua que confronte directamente el tema del poder» (Martínez 2003: 5)2. Desde la pedagogía, la estrategia didáctica que invita a establecer relaciones entre las formas dialectales del español y la repartición del poder socio-económico, es un ejemplo concreto de la práctica del «pensamiento complejo». Su teórico principal, Edgar Morin, lo define como la actividad mental que quiere «captar ‘lo que está tejido junto’», según la antigua etimología de la palabra, que remite a la fabricación manual de cestas (2000: 14). En el caso que nos ocupa, se trata de seguir las ramificaciones históricas, políticas, económicas, sociológicas y afectivas de la lengua, de la cultura o de la literatura que enseñamos.

L I T E R AT U R A ,

ÉTICA Y PENSAMIENTO COMPLEJO

En 2005, poco antes de morir y con ocasión de haber sido galardonado con el premio Nobel de literatura, Harold Pinter nos regaló un 2

Todas las traducciones del inglés son mías. Glenn Martínez propone una serie de actividades para la clase que resultan especialmente eficaces a la hora de despertar esta conciencia lingüística en los estudiantes (2003: 5-11).

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hermoso, aunque apesadumbrado discurso titulado «Arte, verdad y política», en el que dijo: En 1958, escribí lo siguiente: «No hay grandes diferencias entre realidad y ficción, ni entre lo verdadero y lo falso. Una cosa no es necesariamente verdadera o falsa; puede ser al mismo tiempo verdadera y falsa». Creo que estas afirmaciones aún tienen sentido, y aún se aplican a la exploración de la realidad a través del arte. Así que, como escritor, las mantengo, pero como ciudadano no puedo; como ciudadano he de preguntar: ¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? (2005: s.p.).

Esta preocupación por el cuestionamiento de lo que se nos presenta como «real», aparece también de forma apremiante en las siguientes palabras del historiador y profesor Howard Zinn a la hora de evaluar el peso histórico de Robert McNamara, fallecido el 6 de julio de 2009: Me parece que lo que deberíamos plantearnos sobre Robert McNamara es que éste representaba todas esas cualidades superficiales que tanto veneramos en nuestra cultura: la brillantez, la inteligencia, la educación […]. Esa idea de que a los niños hay que juzgarlos, todavía hoy, por unas calificaciones en un test, por lo listos que son, por la cantidad de información que pueden retener, por la cantidad de información que pueden repetir […]. Y hay que recordar que esto era lo que McNamara hacía bien: tenía brillantez, era listo, pero no tenía inteligencia moral […]. Mejor sería que dejáramos de venerar esas cualidades tan superficiales de la brillantez y la inteligencia y nos propusiéramos formar una generación que piense en términos morales, que se haga preguntas que no son «vamos a ganar» o «vamos a perder», sino que se pregunte «esto está bien» o «esto está mal» (Zinn 2009; el énfasis es mío).

No es casualidad que estos dos testimonios coincidan en resaltar la urgencia de la pregunta moral para los tiempos que vivimos –qué es verdad, qué es bueno– ni que sean extractos de dos reflexiones extensas sobre la violenta historia de política internacional de los Estados Unidos en el siglo XX: ambas son reacciones de intelectuales integrales a una realidad concreta, post 11 de septiembre. Además, existe otro vínculo importante, aunque menos visible, entre las palabras de Pinter y las de Zinn y es la referencia a la necesaria complejidad de la pregunta y de la respuesta moral. Pinter señala

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que esta complejidad –«una cosa […] puede ser al mismo tiempo verdadera y falsa»– es la materia prima del arte, de la literatura en su caso. Zinn alude a la complejidad por omisión: la inteligencia superficial, dice, la de la competición, la de la exhibición de virtuosismo y brillantez despojados de toda preocupación ética, es la que la sociedad occidental contemporánea, con Estados Unidos a la cabeza, enaltece y premia. Las consecuencias de este tipo de inteligencia, a la que Morin denomina «inteligencia ciega» (2001: 29), están a la vista en el legado sangriento de McNamara. La distinción que Pinter hace entre el artista y el ciudadano, o incluso entre el intelectual y el ciudadano, pone de manifiesto, paradójicamente, que no han de ser figuras excluyentes, sino más bien complementarias3. Esta propuesta me parece fácilmente transportable al área de la pedagogía de la literatura. Es el objetivo general, amplio, de muchos de nosotros, educadores, formar ciudadanas y ciudadanos que se hagan esas preguntas sobre la verdad o la mentira de lo que se les aparece o se les presenta superficialmente como realidad, pero queremos que sean capaces, antes de lanzarse a la respuesta irreflexiva (a menudo empática y emotiva, pero poco lúcida), de sumirse en la complejidad y en la incertidumbre, en los grises que introduce la duda, la ausencia de la verdad absoluta. La literatura se presta, como dice Pinter, a esta problematización ética del vivir que es necesaria para desarrollar la «inteligencia moral» a la que se refiere Zinn. La exploración, así pues, se da en lo literario; las respuestas y las decisiones, en la vida. Lo que una artista puede permitirse en el terreno de lo posible, no tiene una correspondencia exacta en el terreno de lo real. Lo mismo vale para nuestros estudiantes: las aguas grises y empantanadas en las que, inmersos en la obra literaria, pueden y deben navegar, las desdibujadas fronteras entre la verdad y la mentira y entre el bien y el mal que encuentran en la literatura, no están presentes en un análisis sociológico o en una noticia periodística. La literatura es, por lo tanto, fértil lugar para el desarrollo del pensamiento anti-reduccionista, el que es capaz de soportar la compañía frecuente 3

Al respecto, es interesante, aunque no novedosa, la reflexión reciente del filósofo iraní Ramin Jahanbegloo (2009) sobre el tema del intelectual y su relación con el poder.

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de la incertidumbre. Este tipo de pensamiento, siguiendo a Pinter, no está desvinculado de la vida, aunque en ésta, la praxis –la acción sobre las cosas y las personas– nos exija una toma de postura que la literatura, el arte, puede darse el lujo de posponer indefinidamente4. Nosotros, los docentes, que compartimos ese contexto de preguntas urgentes –el de Zinn, el de Pinter– deberíamos reconsiderar nuestras clases para facilitar el viaje constante de la literatura a la vida, del mundo de la problematización ética y de la exploración, al de la asunción de una postura moral y una praxis de vida. Las oportunidades para realizar este papel vehicular no han faltado durante los últimos ocho años. Me atrevo a decir que para una gran cantidad de hispanistas y profesores de lengua y literatura hispanoamericanas, los acontecimientos que se produjeron el 11 de septiembre y los meses siguientes nos hicieron sentir, con renovada intensidad, la radical alteridad que va intrínsecamente unida a nuestra condición de estudiosos y divulgadores de una cultura extranjera. La ola de nacionalismo exaltado y ensimismado –todo nacionalismo lo es– contribuyó forzosamente a generar una situación interna, y en muchos casos externa, de incomodidad frente al país en el que residimos y, por supuesto, frente a nuestros estudiantes: qué hacer, cómo hablar sobre lo que había pasado. ¿Era posible no hablar sobre lo que había pasado? En la situación concreta en la que yo me encontraba, trabajando para la Universidad de San Francisco, en California, se me presentaban dos escenarios distintos según me dirigiera a mis clases de español de nivel básico, con las que no había intercambiado opiniones político-sociales de ningún tipo por las limitaciones que la propia materia imponía, o a mi clase de literatura colonial, mucho más maleable desde el punto de vista del debate. En cualquiera de los dos casos y dadas las circunstancias, se me antojaba imposible tratar el aula 4

Cuando esto escribo, no puedo evitar que me venga a la cabeza la maravillosa historia que cuenta Grace Paley en la dedicatoria de su volumen The Collected Stories: «Me parece justo dedicarle esta colección a mi amiga Sybil Claiborne, colega en el Oficio de la Escritura y de la Maternidad. Un día, en 1957, la visité en su apartamento, un quinto piso en la calle Barrow […]. Después de aquel encuentro, hablamos y hablamos durante casi cuarenta años. Luego, se murió. Tres días antes dijo, muy despacio, con la delicadeza de una persona insatisfecha a la que sólo le quedan una docena de palabras: “Grace, la verdadera pregunta es: –¿cómo hemos de vivir?”»

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como una zona encapsulada, separada del mundo. Con la clase de lengua, no me quedó otro remedio que dejar de lado el currículum, la práctica de los rudimentos básicos de la lengua extranjera, para poder tener una conversación de adultos con mis estudiantes y averiguar cómo se sentían y qué pensaban. Por cierto, que la toma de conciencia de esta radical distancia entre lo que pasaba fuera de la clase y lo que hacíamos dentro, me hizo volver a la pregunta –no era la primera vez– de si en verdad estamos planteando la enseñanza de la lengua de las maneras más útiles, efectivas e interesantes para nuestros jóvenes adultos5. En cuanto a las clases de literatura, la que siguió a aquellos acontecimientos del 11-S y las que vinieron después, durante aquellos cuatro años que pasé en San Francisco, me obligaron a renovar mis planes didácticos, los materiales y, desde luego, la forma de presentarlos. Para dar un ejemplo, poco después del 11 de septiembre, el periódico The New York Times, fiel a su postura ambivalente respecto a los acontecimientos que siguieron al ataque a las Torres, creó una sección de pomposo y equívoco nombre: «A Nation Challenged: The Battle». En ella, apareció un artículo titulado «With Relief and Sarcasm, Soldiers Recall Whizzing Bullets Fired by “Wimps”» que detalla, con actitud no exenta de complacencia, una escena en que los soldados estadounidenses ridiculizan las estrategias militares de los afganos (wimps) y su fanatismo religioso («They don’t care if they die, that’s what jihad is»), al tiempo que se ufanan, sin percibir la cuasi-comicidad del parecido con su enemigo, de estar protegidos por un dios mejor: «God was most definitely with us» (Bearak 2002). La lectura de «With Relief and Sarcasm» me arrastró inmediatamente a una comparación con los textos que mis estudiantes estaban 5 Para ayudarnos a responder, me parece cada vez más claro que debemos dar entrada en nuestros departamentos a los expertos en adquisición de lenguas extranjeras, que son los que en verdad deberían asesorarnos a los estudiosos de la literatura, de la cultura y del arte hispánicos sobre las técnicas, metodologías e investigación punta en esta área. El ejemplo del programa de enseñanza del francés llamado Cultura, creado por Gilberte Furstenberg y Sabine Levet con una beca NEH, es modélico, y me habría permitido, de haber existido en español, abordar, sin dejar el currículum y de manera natural, los acontecimientos del 11-S y los que siguieron. En este programa, que está creado en formato de plataforma web, los estudiantes franceses y los estadounidenses comparan y contrastan los valores más arraigados de sus respectivas culturas a través de una serie de instrumentos muy ingeniosos, como son la superposición de titulares periodísticos o las asociaciones de palabras (Furstenberg s.f.).

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analizando en aquellos momentos: las cartas de Colón sobre «el descubrimiento», en las que éste se esfuerza por pintar una población indígena afeminada y vulnerable, poco preparada para defenderse o atacar, y sujeta a la adoración de un dios menor, en modo alguno comparable al de la verdadera y única religión católica. Presentados con el artículo de The New York Times, mis estudiantes debatieron, con poco esfuerzo por mi parte, las similitudes y diferencias entre la retórica del imperialismo español durante el siglo XVI y la del imperialismo estadounidense durante el XX y el XXI, e incluso señalaron la peligrosidad que esconde la nueva «religión de la democracia», con su papel estelar a la hora de disfrazar y de dorar las razones más aviesas de los modernos imperios6. Los lenguajes o discursos, decía Bajtín, se iluminan entre sí y «en este juego de espejos dirigidos uno hacia el otro, cada cual revela un fragmento, un rincón, que obliga a adivinar y captar un mundo mucho más amplio y con más horizonte» (Zavala 1996: 28). Las acciones bélicas de los Estados Unidos durante los últimos nueve años representan un terreno tristemente fértil para el análisis comparativo de discursos y acciones que, en efecto, al verse superpuestos, se arrojan luz. El debate actual sobre la legitimidad de las ocupaciones violentas estadounidenses –la recuperación distorsionada del concepto de «guerra justa»– y el debate que en el siglo XVI mantuvieron Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda acerca de parecidas cuestiones fue otra de las lecciones que dieron interesantes frutos en mis clases. Vimos también las fotografías de Abu-Ghraib y analizamos las denuncias de Las Casas, ilustradas por De Bry, de la brutal conducta de los españoles en América. Buscamos sentido a los cuadros de Botero y a la poderosa denuncia de Susan Sontag (2004) titulada «Imágenes torturadas», en donde afirmaba que los retratados «somos nosotros» y en donde ponía bajo el foco el cariz sexual de las imágenes, a contracorriente del silencio que se había creado sobre ese 6 Un artículo que complementa bien estas comparaciones de discursos y que resalta la idea del «nuevo evangelio de la democracia» es «Connecting the Democratic Dots», de John Feffer (2005). Asimismo, la noción de «superioridad de los pueblos cristianos» y la «responsabilidad» que dicha superioridad se arroga en tantos textos de la conquista y colonización de América, se presta a comparaciones interesantes con los argumentos imperialistas de los neoconservadores estadounidenses presentados en el artículo «Neoconservative clout seen in U.S. Iraq policy», de Bruce Murphy (2003).

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aspecto de las torturas (2004). Con mayor o menor éxito, intentamos «pensar» de una manera compleja los discursos y los hechos del «aquí» desde los discursos y los hechos del «entonces». Pasando del ensayo, de las cartas y de la crónica a la ficción, es claro para mí que la literatura nos presta un punto epistemológico privilegiado para entender la violencia: la mirada desde dentro –la del insider– que ninguna otra disciplina o rama del conocimiento pone a nuestra disposición. Los propios escritores, de maneras más intuitivas que racionales, apoyan mi aserción. Dice Alice Walker: «La escritura me salvó del pecado y de la inconveniencia de la violencia» (1994: 127). Y Cortázar: […] escribir es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas invasoras […] todo cuento breve plenamente logrado, y en especial los cuentos fantásticos son productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación […] como si el autor hubiera querido desprenderse lo antes posible y de la manera más absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma en que le era dado hacerlo: escribiéndola (1969: 66).

Y, en verdad, así ocurre con algunos cuentos del propio Cortázar –«El río», «Las armas secretas»– que parecen arrastrarnos al interior del pensamiento del agresor sexual y, a veces, hacer que suspendamos momentáneamente la condena moral7. Para Fredric Jameson, el valor de una buena obra literaria radica, precisamente, en «poner esos fantasmas enterrados bajo la luz de la conciencia social» (1972: 186) –y aquí no estamos hablando ya de los demonios de Cortázar, sino de los de la propia lectora o lector8. Para explicar en el aula los mecanismos más sutiles de la dominación sexual y del papel de este tipo de violencia en la construcción de grupos sociales, me consta que los relatos fantásticos –como el enig-

7 Al respecto, hay un artículo precioso titulado «Sexual Violence in Two Stories of Julio Cortázar: Reading as Psychotherapy?», de John H. Turner (1987), en el que se discurre largamente sobre la idea de la escritura como exorcismo de fantasmas y la lectura como correlato terapéutico a la hora de entender también los propios demonios. 8 Hace unos años analicé cómo, por ejemplo, la violación se disfraza de amor romántico en algunos de los textos que en su momento la crítica feminista latinoamericana consideró emblemáticos (Borrachero 2003).

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mático «Bajo las jubeas en flor», de Angélica Gorodischer– son de una eficacia mucho mayor que cualquier aproximación científica.

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En el área de las humanidades, dentro del sistema educativo estadounidense, las instituciones universitarias privadas de corte progresista abordan los temas de discriminación, clase social y poder dentro y fuera del aula constantemente. He observado, sin embargo, que en las universidades públicas, donde muchos de los estudiantes sufren en carne propia los efectos más violentos de dichas inequidades, parece haberse creado un pacto tácito de silencio en torno a ellas. Se alega a veces que a estos estudiantes hay que armarlos, primero, con los instrumentos del conocimiento, y que hasta que no los tengan, de nada vale intentar una conversación académica seria o adulta con ellos sobre las conexiones interdisciplinarias o las relaciones sociales, políticas o filosóficas entre los textos y la vida9. Es posible que este pacto de silencio ponga de manifiesto un cierto temor, más o menos consciente, por parte de los sectores administrativos y docentes de estas universidades, a despertar posturas antagonistas o rebeldes en el estudiantado10. En cualquier caso, cuando así actuamos como administradores o educadores, replicamos y reforzamos las distancias sociales y las desigualdades de acceso a los recursos materiales e intelectuales que existen ya en el entorno socio9 Digo «conversación adulta» intencionalmente, pues lo que sí he tenido ocasión de observar es un trato condescendiente, por parte de muchos educadores, con los estudiantes de universidad pública que llegan con retrasos educativos. Se les invita a hacer asociaciones, pero éstas son más bien de carácter infantil y de gran superficialidad. En más de una ocasión, he escuchado a mis colegas de Community College declarar que lo único que se puede hacer con nuestros estudiantes, que suelen traer retrasos académicos notables, es practicar destrezas mecánicamente y estimular las operaciones de descripción y resumen de contenidos. 10 Esta hipótesis se me ocurrió cuando la administración del Community College en el que trabajo decidió enviar las fuerzas de seguridad de la universidad a la proyección de una película titulada Outlawed: Extraordinary Rendition, Torture and Disappearances in the «War on Terror», que unos colegas y yo habíamos organizado. La enorme pluralidad étnico-cultural del College hacía prever la asistencia al acto de un público posiblemente identificado con las personas que la película presenta como víctimas de la acción «anti-terrorista» de las potencias occidentales.

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familiar de los estudiantes. Se da la ironía, además, de que nuestros estudiantes hispanos, que tanto se beneficiarían de los enfoques nuevos de un hispanismo progresista, multidisciplinar y comprometido con el cambio social, tienen pocas posibilidades de acceso a los centros donde con más frecuencia y mayores facilidades se practica11. Un modelo docente alternativo a éste, que separa y priva de estímulo intelectual y crítico a los estudiantes que más lo necesitan aduciendo que no están listos para poner en marcha las operaciones del pensamiento complejo, es el que por allá en los años treinta del siglo XX propuso el bielorruso Lev Vygotsky. Este fascinante y polifacético psicopedagogo, preocupado por extender la escolarización a los sectores marginales, experimentó extensamente para poder explicar los procesos más importantes del aprendizaje, que son, concluyó, siempre sociales primero e individuales después, tras un proceso de interiorización. El aprendizaje óptimo, decía, se produce cuando el contexto, el estímulo, va por delante de lo que el aprendiz ya sabe y éste trabaja en compañía, con un mediador, para llegar hasta ese nivel. El espacio entre lo que uno o una sabe o puede realizar en solitario y lo que uno o una sabe o puede realizar con un mediador, es lo que Vygotsky llama la «zona de desarrollo próximo». Con su prolífica labor de investigación, lamentablemente truncada por la muerte temprana, Vygotsky demostró la importancia de la mediación social en la formación y evolución de los procesos psicológicos superiores, los del pensamiento complejo. La figura del docente en el aula, así pues, debe ser la del mediador que brinda material y estrategias para trabajar dentro de la zona de desarrollo próximo. Qué lejos está esta figura de la del clásico profesor –todavía muy vigente– extremadamente versado en una época dorada de la literatura, o quizás en un período menor que se haya puesto de moda, que concibe la clase como el lugar para exhibir todos sus conocimientos. Qué poco contribuye este tipo de «lección desde el podio» al desarrollo de las destrezas superiores del pensamiento12. Nuestra resis-

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Véase, por ejemplo, o . 12 Paulo Freire le puso el nombre de «educación bancaria» a este tipo de enseñanza, la que considera al estudiante como una hucha o caja en la que el docente deposita su conocimiento.

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tencia, la de los educadores, al cambio, se explica por varios factores, pero uno de los más importantes es que una didáctica de la mediación requiere preparación, planes y trabajo, y este trasiego pedagógico despierta por lo común bastante desprecio en las esferas de la educación superior. No obstante, los educadores interesados en caminar hacia nuevas formas de hispanismo en la educación, que tengan resonancia en las generaciones jóvenes y en los sectores estudiantiles marginales o desfavorecidos, tendríamos que derribar esas barreras que dejan la preocupación pedagógica para la educación primaria o, ya dentro de la universidad, para los cursos de «adquisición de destrezas básicas», como pueden ser, en nuestro caso de hispanistas en EE. UU., los cursos de enseñanza de la lengua. Aparte de las consecuencias negativas que tiene la división en el interior de las fuerzas docentes entre personal de «primera y de segunda», el asumir que nuestras lecciones no requieren una seria y programada reflexión pedagógica constituye posiblemente una de las rémoras más pesadas en el cambio hacia nuevas formas de hispanismo en el aula13.

SOBRE

L A F R A G M E N TA C I Ó N Y E L E X C E S O

EN LA UNIVERSIDAD

A esta división entre educación de élite y educación pública, entre lengua y literatura, entre los profesores que disertan sobre los temas más elevados del corpus literario y la docencia de base –una especie de proletariado– que realiza las tareas menos dignificadas de la enseñanza, hay que añadir otras separaciones y fragmentaciones que se dan en nuestras universidades de maneras cada vez más palpables. En nuestros estudiantes, la fragmentación de la atención; en el personal docente, la fragmentación y dispersión de la actividad. Sería poco útil, para los propósitos de este ensayo, caer en el lugar común de culpar a los propios estudiantes de funcionar con procesos de pensamiento que no unen ni relacionan, cuando la mayor parte del estímulo mediático que reciben, y reciben mucho, sigue ese patrón. 13 Máxime si consideramos que muchos de nuestros estudiantes son hispanohablantes con relaciones complicadas y ambiguas con su herencia hispana y su lengua.

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Desde los descontextualizados vídeos musicales de MTV hasta el formato de los noticieros, la pantalla del televisor sólo les ofrece imágenes e historias parceladas en diminutos «bocaditos». En los informativos, los supuestos «expertos» en alguna materia demuestran una habilidad asombrosa para ofrecer explicaciones hiper-simplificadas de la realidad14. Los profesores, a su vez, presionados por un modelo de universidad que está adoptando, con muy poca resistencia, el modus operandi de la economía de mercado y, por lo tanto, el de la oferta imparable y excesiva, nos vemos obligados, o quizás seducidos, por mil y una tareas que se añaden a las de preparación de cursos y desarrollo curricular, olvidando que «es mejor una mente bien ordenada que otra muy llena», como nos recuerda Morin, con palabras prestadas de Montaigne (2000: 25). Hay que acumular conferencias y publicaciones que no siempre aportan reflexiones sustanciales al campo de nuestra investigación, hay que hacerse visible o figurar en un número excesivo de instancias universitarias, hay que cultivar relaciones para los procesos de promoción… Nuestra frenética actividad es sintomática de lo que Rafael Sánchez Ferlosio llama la «sociedad de producción», término más apropiado, dice, que el de «sociedad de consumo» (Sánchez Ferlosio 2003). Nos hemos convertido en productores permanentes de una sucesión dispersa, fragmentada y excesiva de actividades que dividen y sobre-estimulan nuestra atención y la del estudiantado15. Sigo aprovechando la sustanciosa jerga literaria de Sánchez Ferlosio para añadir que en nuestras vidas profesionales actuamos ya como «personajes de destino», de acción, dominados por la búsqueda de la 14 Son los «mini-sound bites» de los que habla Noam Chomsky en la película Manufacturing Consent. Añado que el formato visual de estos informativos es igualmente desconcertante: el locutor o la locutora está en el centro de un recuadro, rodeado de otros cuadrantes varios donde aparecen y desaparecen los entrevistados. Además, hay una corriente continua de noticias en las partes superior e inferior de la pantalla que anuncia el tiempo climático, el estado del mercado de valores o la última bomba en Irak. 15 La exigencia de dispersión y fragmentación en nuestra profesión es de tal calibre hoy en día que, para describirla, un compañero de trabajo de los años en que estuve en la Universidad de San Francisco solía entonar sarcásticamente la melodía con que los malabaristas circenses hacen acompañar los números en los que lanzan y recogen diez, quince, veinte bolas con la ayuda de sus dos únicas manos.

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satisfacción que se expresa en la anglosajona expresión del «I did it!», y que hemos renunciado a ser «personajes de carácter», cuyo contento, o felicidad, está más en el manifestarse que en el ganar o perder, más en el ser que en el hacer. Es –dice el autor– como si a los diminutos patinadores de El jardín de las delicias, de El Bosco, les hubieran susurrado al oído un «a ver quién gana», destruyendo así el aspecto lúdico y rentable de su patinar, que era conseguir la máxima movilidad con el mínimo esfuerzo: Ya están contentos, ya tienen «algo por qué luchar». Hemos entrado en el deporte «agónico», en el deporte con sentido y argumento, y, por tanto, en el orden del destino. Lo relevante es la inversión total del aprovechamiento ventajista del terreno, puesto que ahora, por el contrario, aquí el jugador somete a su propio cuerpo a la exigencia y la violencia de aumentar el esfuerzo muscular hasta su máximo potencial de rendimiento (2004: 6).

En esta lógica académico-competitiva y mercantil, en la que los entrenadores de béisbol y de fútbol de las universidades tienen sueldos que doblan los de los más reconocidos profesores, y donde toda universidad que se precie ha de ofrecer instalaciones deportivas de lujo a sus estudiantes, antes incluso de pensar en mejorar la bolsa de becas, las distancias entre las condiciones de trabajo de los profesores de las universidades privadas y los de las públicas, crecen a marchas forzadas, con estos últimos impartiendo un número mucho mayor de clases a un número mucho mayor de estudiantes con retrasos educativos. Educación esmerada y capital parecen indisolubles, lo cual traiciona el principio básico de toda democracia y, lo que es aún más grave, incita a grandes cantidades de estudiantes que no se pueden permitir las matrículas astronómicas de los centros privados, a pedir préstamos bancarios elevadísimos con intereses variables16.

16 Sobre el tema, hay una exposición completa y de sumo interés para todos los que nos dedicamos a la educación universitaria en este país en el siguiente enlace: . Entre otras cosas, este programa de radio contiene una entrevista a Alan Collinge, autor de The Student Loan Scam: The Most Oppressive Debt in US History. And How We Can Fight Back. Alan Collinge es, además, el fundador de StudentLoanJustice.org, una organización que a muchos de nuestros estudiantes les interesaría conocer.

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Pasaré por alto el paralelismo obvio que existe entre estos préstamos estudiantiles y las «hipotecas-basura» o subprime mortgages que nos han llevado al cataclismo económico actual –entre otras cosas, ambos tipos de préstamos se aprovechan de una población vulnerable, necesitada y con poco conocimiento del sistema financiero– y me conformaré con señalar que la educación más radical, progresista e iluminadora de conciencias oprimidas nada puede, o casi nada, contra la situación de esclavitud económica que crea el salir de la universidad con una deuda de muchos miles de dólares. Nosotros, los hispanistas, estaremos soñando si pretendemos que estos estudiantes, a los que hemos querido educar en la cultura y lengua de una de las regiones más empobrecidas del mundo con la esperanza de desarrollar vocaciones de servicio y de justicia social, acepten trabajos mal pagados y poco estables en organizaciones humanitarias mientras están bajo la presión morosa de los bancos. El sistema se asegura así su supervivencia17.

UNIVERSIDAD

Y P E RT I N E N C I A S O C I A L

Desde el marxismo, hay intelectuales como Rosalind Coward que exhortan al profesorado a resistir los cantos de sirena de las universidades privadas y a volcar sus esfuerzos en el sistema público de educación. Desde la pedagogía de la liberación, bell hooks, cuya trayectoria profesional de enseñanza atraviesa todo tipo de institución –escuela y universidad, instituciones públicas y privadas– termina por darle la razón a su maestro, Paulo Freire, y concluye que es casi imposible construir una práctica docente verdaderamente progresista y transformadora dentro del «mundo académico corporativo», cuyo objetivo principal es, dice, «vender educación y producir una clase profesional de directivos escolarizados en la obediencia a la autoridad y en la aceptación de una jerarquía basada en la dominación» (2003: 16). 17 Sobre los distintos aspectos del proceso de corporativización de la universidad, es interesante el ejemplar de la temporada de invierno de 2004 de la revista Thought and Action. Personalmente, creo que la mejor expresión del mimetismo mercantil que anima el espíritu de nuestras universidades hoy en día es la de la presión por poner títulos «sexys» a nuestros cursos. Este uso de la palabra «sexy» viene, aparentemente, del mundo de la empresa privada: «a sexy deal».

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Para los que todavía nos ganamos el sustento trabajando en instituciones que han sucumbido, o están camino de hacerlo, a las demandas de una perspectiva más enfocada en la estrecha profesionalización que en la formación de «mentes complejas», la solución del abandono seguramente resulta de un radicalismo difícil de cumplir. Tal vez debamos antes intentar poner en práctica propuestas alternativas que nos permitan comenzar a transformar desde dentro nuestros centros de trabajo. Aquí van algunas: Carlos Tünnermann Bernheim, del Comité Científico de la UNESCO para América Latina y el Caribe, denuncia la desaparición en las universidades de la división entre «las funciones administrativas de dirección, ejecución y apoyo administrativo» y «las funciones académicas de docencia e investigación», con la consecuente acumulación de tareas en el personal docente, que se encuentra, así, desempeñando «funciones diferentes de aquellas que por definición debería realizar» (2003: 29)18. A partir de una reestructuración universitaria que proteja seriamente el espacio de las funciones de docencia e investigación, Tünnermann llama a la formación de educadores en un nuevo paradigma educativo cuyo prisma no es el de la enseñanza, sino el del aprendizaje. En este paradigma, los educadores son «primordialmente diseñadores de métodos y ambientes de aprendizaje». Nos alejamos, pues, del énfasis en los contenidos y nos acercamos a los procesos; vamos dejando atrás la figura del docente que dicta una clase ex-cátedra y caminamos hacia el docente que deviene «coaprendiz» (25). David Fernández Dávalos, rector de la Universidad Iberoamericana de Puebla, México, llama a «la pertinencia social de la calidad académica»: que la institución responda a las necesidades de la realidad social y que sea, a la vez, capaz de transformarla. Preciso es aclarar, sin embargo, cuál es «la realidad social» a la que este jesuita se refiere. La mayoría de las universidades, cuando habla de adaptar la respues-

18 Tünnermann elabora una lista de tareas y actividades que recaen equivocadamente sobre los hombros de los educadores: «la dirección de programas académicos, la coordinación de comités, la elaboración de informes no-académicos (financieros, por ejemplo), la búsqueda y tramitación de créditos y donaciones e incluso de actividades secretariales […]» (2003: 30). La incidencia de esta sobrecarga en la producción intelectual y en la calidad de la docencia no puede ser ignorada.

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ta académica a las exigencias de la realidad, lo que quiere decir es que hay que realizar cambios curriculares o introducir nuevas áreas de especialización que satisfagan las demandas económicas del momento. En contraste, aquí está la definición de Fernández Dávalos: […] una universidad en la que la docencia, su investigación y su vinculación social surjan de la realidad social a la que la institución se debe, y respondan de manera adecuada a las necesidades que esa realidad nos plantea, para transformarla en una realidad buena, en beneficio de los pobres y los excluidos (s.f.: 13; el énfasis es mío).

¿Con qué frecuencia se considera, en los planes educativos de las llamadas Humanidades, la creación de currículo que tenga en cuenta cambios estructurales en «beneficio de los pobres y los excluidos»? Y, sin embargo, en ausencia de esta pertinencia social, que también podríamos llamar «promoción de justicia», dice Fernández Dávalos, la docencia se vuelve «inoperante, irrelevante, repetitiva, obsoleta y, en el mejor de los casos, abstracta» (14). Esta realidad –a la que la universidad le debe una labor «pertinente»– contiene, en sí misma, la trans-disciplinariedad que debería informar nuestro currículo, nuestra investigación y nuestra docencia. Volvemos pues, al proceso de formación de mentes complejas con el que comenzaba estas reflexiones: mentes que puedan comprender, por ejemplo, no sólo el impacto colectivamente negativo de la exportación de fábricas y empresas a países donde la mano de obra es muy barata, las regulaciones de las condiciones de trabajo muy laxas, y la vigilancia sindical casi nula, sino también, y sobre todo, las consecuencias personales –sobre la propia vida del y de la estudiante– que un control más efectivo de estas exportaciones puede traer (¿el encarecimiento de los productos de consumo más anhelados por el estudiantado?). Sólo este tipo de pensamiento asociativo y complejo, que se permite –y que sabe– explorar las consecuencias últimas de las utopías y de los conflictos morales que presentan los textos puede hacer que la universidad se convierta en «un signo de contradicción, una institución que de algún modo incomode y rompa los esquemas de pensamiento fosilizados», dice otro educador jesuita, Rafael Velasco (s.f.: 4); sólo con ese trabajo de aprehensión integrada del saber, que exige compasión y raciocinio, creatividad y disciplina mental, puede

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una población joven y universitaria como la nuestra producir respuestas lúcidas ante lo que Susan Sontag llama «el dolor de los demás» y emprender «proyectos de desarrollo endógeno, integral y sostenible» (Fernández Dávalos s.f.: 25), es decir, revoluciones y cambios duraderos.

OBRAS

C I TA D A S

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LITER ATUR A , ES TUDIOS CULTUR ALES Y LI N GÜÍS TICA E N EL PANOR AMA ACTUAL ANKE BIRKENMAIER Columbia University

Jorge Luis Borges escribió alguna vez con respecto a Pedro Henríquez Ureña que no había americanismo, sólo americanos. Según el escritor argentino, el sentido de lo americano era algo esporádico, atado a ciertos momentos, como la Guerra Civil española, cuando muchos en América Latina se aliaron a la causa republicana, o las dictaduras del siglo veinte que siguieron el mismo patrón en casi toda la América Latina. Momentos de gran violencia son los que menciona Borges como motivos para reflexionar sobre una corriente de pensamiento que carecía de base institucional o política. Sin embargo, escribía que Henríquez Ureña sí, era americano por vocación (1960: viii-ix). El mismo Henríquez Ureña desde luego, define lo americano por su eclecticismo y por una combinación de acontecimientos europeos, como el descubrimiento y conquista de América por los españoles, el Renacimiento italiano, y los ideales de la Revolución francesa. Según él, la coherencia cultural de América, como la de España, radicaba tan sólo en el idioma español usado por todos (Henríquez Ureña 1947: 8). Algo similar se podría decir del hispanismo en tanto disciplina académica que hoy en día se encuentra cuestionada más que nunca. Si aceptamos como punto de partida la definición de Fredrick Pike del hispanismo como un movimiento de estudiosos que compartían la misma fe en la existencia de una gran familia, comunidad o raza hispánica trasatlántica (1971: 1), ese mismo hecho se debía a la conquista y la eliminación de las culturas prehispánicas en el continente americano, y a la supresión de las lenguas y culturas regionales de la Penín-

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sula Ibérica, tales como el catalán, el vasco, y el gallego-portugués. No sin razón, el hispanismo ha sido acusado recientemente de ser una ideología más que un campo de estudios, una ficción que sólo se sostiene si asumimos la unidad del idioma por encima de todo lo demás (Valle/Gabriel-Stheeman 2004). Según el crítico catalán Eduardo Subirats en sus «Siete tesis contra el hispanismo», el hispanismo español es una invención de los escritores de la Generación del ’98 tales como Miguel de Unamuno y Ramiro de Maeztu, cuya razón de ser hay que cuestionar radicalmente (Subirats 2005). Si aceptamos el reto y nos ponemos a reflexionar sobre cómo comparar los principios del hispanismo académico español en las muchas veces problemáticas obras de Miguel de Unamuno, Marcelino Menéndez Pelayo o Ramón Menéndez Pidal con sus fines hoy en día, nos vemos confrontados con dos fenómenos que complican más aún la idea de una disciplina académica que pueda cubrir tanto América como España, y tanto los hispanistas fundadores descritos por Pike en su estudio como los estudios hispánicos de hoy en día: por una parte, están los Estados Unidos como nuevo crisol de culturas para los hispano-hablantes venidos de diversas naciones latinoamericanas y el auge del bilingüismo a raíz de esta migración hispana sin precedente. Esta migración luego ha producido el fenómeno de las remesas financieras y culturales en sus respectivos países de origen1. Por otra parte, después de décadas de aislamiento relativo, la España post-franquista ha vuelto a ser un centro importante de producción de libros para América Latina y ha desarrollado allí una presencia política, económica y cultural fuerte. A la vez, después de años de ser país de emigración y exilio, España se ha convertido en un país de inmigración hispana, con una sociedad cada vez más heterogénea. ¿Cómo reconciliar las demandas de las diferentes comunidades hispanas en América y en España? ¿Tiene sentido seguir hablando del «hispanismo» como nuestro campo de estudios, cuando ambas áreas, la de la Península Ibérica y la de América Latina han desarrollado dinámicas muy divergentes en el ámbito político, económico y cultural, y hasta en cuanto a las variantes del idioma escrito y los présta-

1 Sobre este fenómeno, véase el reciente libro de Juan Flores, The Diaspora Strikes Back (2008), donde introduce el término de las remesas culturales.

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mos que se hacen de otras lenguas? Frente al cuestionamiento del hispanismo por algunos, y las nuevas olas de migración en España y en las Américas respectivamente, es llamativa la publicación de varias historias y panoramas del hispanismo en los Estados Unidos. En lo que sigue reviso algunas de estas publicaciones recientes sobre el hispanismo en Estados Unidos para llegar a una conclusión pragmática sobre la lengua como fundamento del hispanismo, y la lingüística como nuevo eje central del hispanismo en su vertiente actual, una lingüística que ha cambiado en sus matices, aunque no en su fondo, especialmente en cuanto a la atención prestada a las lenguas vecinas del español. Las publicaciones de los últimos años sobre la historia de los estudios hispánicos en los Estados Unidos y en España han hecho el recuento de diferentes momentos del hispanismo, y en consecuencia han presentado la relación triangular entre España, América Latina y los Estados Unidos en diferentes niveles de intensidad. Según Richard Kagan en la introducción al libro editado por él, Spain in America, la palabra Hispanism existe en inglés desde apenas el siglo XX. Continuaba la hispanofilia de estudiosos y coleccionistas como Obadiah Rich o Washington Irving, cuyo libro sobre Cristóbal Colón había abierto la serie de obras históricas angloamericanas sobre el hemisferio sur, que incluía las obras de los historiadores William Hickling Prescott y George Ticknor. A partir de los años 1820, empezaron a darse las primeras clases de español en algunas universidades estadounidenses, y se crearon cátedras para la enseñanza del idioma y de la literatura española (Harvard, 1819; Universidad de Virginia, 1825; Yale, 1826; y Columbia, 1830); para 1885 había alrededor de diez cátedras de español en los Estados Unidos. Mientras tanto en los Estados Unidos el interés por España estaba motivado también por el creciente interés económico y político por los nuevos países independientes hacia el sur, interés que se manifestó en 1823 en la Doctrina Monroe que dejaba en claro que los Estados Unidos consideraban el hemisferio sur de América como zona de interés estratégico. El resultado paradójico fue, como explica James D. Fernández (2002), un boom académico de los estudios de la lengua y literatura española, pero que no privilegiaba las literaturas latinoamericanas sino la española. Como resultado, Miguel de Unamuno pudo elogiar en 1906 a los Estados Unidos como el país donde mejor

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se estudiaban las cosas de España2. En Inglaterra los avances del hispanismo fueron más lentos en comparación: en la Universidad de Londres la primera cátedra es de 1828 y la de Cambridge data de 1908 (Kagan 2002: 9-12). Este auge del hispanismo académico norteamericano fue secundado a finales de la Segunda Guerra Mundial por la diversificación del campo de las humanidades. Como vemos en el libro editado por David Hollinger, The Humanities and the Dynamics of Inclusion since World War II (2006), se empezó a hacer énfasis sobre el estudio y la preservación de la cultura entendida en el sentido de Matthew Arnold como perfeccionamiento de la humanidad. En el ámbito de las lenguas extranjeras, la guerra fría motivó la creación de nuevos centros de estudios de área, financiados por el gobierno federal para «fomentar la resistencia contra el totalitarismo». Según Rolena Adorno en su artículo «Havana and Macondo. The Humanities in U.S. Latin American Studies», sin embargo, el efecto sobre los estudios de América Latina fue irónico, ya que en vez de fortalecer la presencia de Estados Unidos en el área, fomentó la emergencia de nuevos campos de estudios sobre América Latina y un mayor diálogo entre los estudiosos de norte y sur. El número de clases sobre América Latina en los departamentos de economía, antropología, historia y ciencias políticas aumentó, y en los departamentos de lengua se crearon nuevas sub-disciplinas tales como los estudios coloniales, Latino studies, los estudios culturales, los estudios de gender, etc. (Adorno 2006: 373). A pesar de la llegada de intelectuales españoles refugiados republicanos ante la dictadura de Francisco Franco (Jorge Guillén, Pedro Salinas, Américo Castro y muchos otros), a partir de los años sesenta los estudios de literatura peninsular dejaron de dominar los de literatura latinoamericana, la que tuvo su primer boom de traducciones y publicaciones de éxito internacional con novelas de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y otros. Según Adorno, este boom literario fue importante y ayudó a establecer América Latina como un campo de estudios independiente no sólo en las ciencias sociales sino también en las humanidades. Ya en los años treinta y cuarenta varios ensayistas y profesores latinoa2 Miguel de Unamuno, «Los hispanistas norteamericanos» (Salamanca, agosto de 1906) citado en (Kagan 2002: 2).

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mericanos, entre ellos Henríquez Ureña, habían escrito obras panorámicas sobre América Latina donde argumentaban a favor de la «excepcionalidad latinoamericana». Es cierto, sin embargo, que la fundación de los estudios de área también ayudó a crear cierta tensión entre el estudio de la literatura latinoamericana en los departamentos de lengua, y el estudio de la sociología, política y economía de América Latina. Dejaron de producirse los grandes estudios americanistas de síntesis como lo habían sido los de Henríquez Ureña o de Mariano Picón Salas en los años cuarenta. Esta tensión en cuanto al lugar académico de los estudios de América Latina tomó otro matiz en la discusión de los años noventa sobre los estudios culturales en los departamentos de español. En su libro El hispanismo en los Estados Unidos (1999), José del Pino y Francisco de la Rubia Prado comparan el hispanismo en España y en Estados Unidos y anotan que a diferencia de España, donde el hispanismo sigue restringido a un matiz filológico de orden positivista, en los Estados Unidos hay una mayor pluralidad de metodologías y aproximaciones. El volumen presenta un panorama de aproximaciones y de manifestaciones culturales incluidas en el estudio de España y de América Latina, tales como la retórica, la hermenéutica, la nueva crítica americana, el feminismo, el nuevo historicismo, el psicoanálisis, la desconstrucción, el posmodernismo, la performance theory, los estudios cinematográficos, los estudios gay y lésbicos, y los estudios culturales, estos últimos discutidos por dos autores en diferentes ensayos. A diferencia de los otros que hemos visto, los editores interpretan el hispanismo en su sentido etimológico original como todo lo que se refiere al estudio de la antigua Hispania, es decir, la Península Ibérica. Según ellos, los hispanistas deberían estudiar todas las lenguas de la Península Ibérica, no sólo el castellano sino también el catalán, el gallego-portugués, y el vasco (Pino/La Rubia Prado 1999: 12). Esta orientación interdisciplinaria y multilingüe de los editores pone los estudios hispánicos, redefinidos como estudios ibéricos, sobre un mismo plan como los estudios latinoamericanos creados a partir de los años cincuenta en Estados Unidos3. 3

El debate sobre la inclusión de los estudios culturales en el currículo de los departamentos de español ha sido retomado recientemente por Frank Graziano, quien en un artículo de 2008 pide la inclusión de los estudios culturales en el currículo de los

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Como en el caso de los estudios catalanes, gallego-portugueses y del vasco, en el campo latinoamericano también se ha reclamado el estudio de las lenguas minoritarias que han estado en prolongado contacto con el español, tales como el náhuatl o el zapoteca, y han surgido recientemente estudios de las poblaciones que hablan y escriben en estos idiomas (Franco 2009). Estos estudios se refieren ya no al eco dejado por una lengua en contacto con otra, sino se basan en la traducción como actividad fundamental para enterarse de las zonas de lo traducible y lo intraducible de una cultura. Añaden de esta manera a los estudios del bilingüismo de Doris Sommer (2003) y de Gustavo Pérez Firmat (2003) sobre el español hablado en los Estados Unidos, como también a los estudios de Martín Lienhard (1990) sobre la mutua imbricación del español y algunos idiomas indígenas en la escritura latinoamericana. Después del 11 de septiembre de 2001, con su secuela de discusiones sobre la importancia estratégica de entender idiomas extranjeros, la Modern Language Association (MLA), inició una discusión sobre la necesidad de reforma en los departamentos de lengua que va más allá del argumento sobre los estudios culturales4. Según el informe de un comité de la MLA publicado en 2007, hace falta reestructurar el llamado «two tier model» para integrar mejor los cursos avanzados de literatura y cultura con los de lengua. Sobre todo debe desaparecer el enfoque exclusivo en la enseñanza de la literatura en los cursos avanzados e incluirse la enseñanza de conceptos claves, tomados también de la cultura popular o masiva, para permitir la adquisición de una competencia «translingual and transcultural» (Languages 2007: 237238). Ese segundo aspecto es importante, ya que los autores subrayan que en la sociedad contemporánea no importa tanto adquirir el conocimiento casi nativo del idioma, sino hacerse especialista en la traducción entre lenguas y culturas. Para conseguir ese propósito, los autores argumentan que se debe aumentar la oferta de cursos de lingüística:

Departamentos de lengua. Graziano (2008) cita los estudios de área como un ejemplo a imitar, por su enfoque en temas en vez de textos. 4 Véanse sobre todo los números de 2007 y 2008 de la publicación Profession de la Modern Language Association, donde varios artículos discuten el impacto de las humanidades hoy en día y el papel de las lenguas extranjeras en la educación superior.

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The presence of linguists and second language acquisition specialists on language department faculties is also an essential part of this vision. Linguists enrich the foreign language major through their ability to offer courses in second language acquisition, applied linguistics, dialectology, sociolinguistics, history of the language, and discourse analysis. In addition to learning the history and underlying structure of a particular language, students should be offered the opportunity to take general courses in such areas as language and cognition, language and power, bilingualism, language and identity, language and gender, language and myth, language and artificial intelligence, and language and the imagination (Ibíd.: 240).

Lo que se llama lingüística aquí es un campo refigurado de estudios de la lengua que propone añadir a los conocidos cursos de la historia del español otros cursos que hagan énfasis sobre su historia externa, la política lingüística en España y fuera de ella, la sociolingüística, la pragmática y el análisis del discurso, y la semiología. Como se ve, el campo no es nuevo y existen los estudios de Roman Jakobson, William Labov, J. L. Austin, y otros para probarlo. En el ámbito del español, tal como se ha enseñado en Estados Unidos, sin embargo, sí es nueva la insistencia sobre un componente lingüístico fuerte, a diferencia de la tradición europea, donde la lingüística había tenido un lugar importante desde el nacimiento de las filologías nacionales en el siglo XIX. Un ejemplo interesante de este nuevo tipo de estudio lingüístico en el ámbito del hispanismo estadounidense es el libro La batalla del idioma (2004) de José del Valle y Luis Gabriel-Stheeman. El estudio esboza una posible historia de lo que los autores denominan la «batalla del idioma», es decir, de la imposición de una «cultura monoglósica» en todos los ámbitos de habla castellana después de la independencia de la mayoría de los países latinoamericanos. La operación fundamental de esta política era, según los editores, convencer a los miembros de una comunidad de que para poder adquirir perfil propio, una cultura tenía que adoptar un solo idioma que sustituyera a los anteriores y que se impusiera de forma homogénea sobre las variantes dialectales. El libro tiene capítulos sobre las similitudes de las políticas lingüísticas del argentino Sarmiento y de Miguel de Unamuno, sobre la gramática de Andrés Bello, la polémica entre el gramático colombiano Rufino José Cuervo y el español Juan Valera, el filólogo Ramón Menéndez Pidal, sobre José Ortega y Gasset, José

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María Arguedas y sobre el Spanglish en los Estados Unidos. Centrado en el va y viene de la política lingüística entre España y las Américas, el libro combina el estudio de la construcción postcolonial de las naciones latinoamericanas con el de la modernización de España y sus actividades lingüísticas en relación con sus antiguas colonias (Valle/Gabriel-Stheeman 2004: 9). Los editores se adhieren a los recientes estudios de «ideología lingüística» por B. B. Schiefelin, K. A. Woolard y P. V. Kroskrity (Ibíd.: 31), y analizan los discursos sobre la lengua, más allá de la lengua misma. Es decir, devuelven el hispanismo al campo de la lingüística, pero a una lingüística que ha evolucionado de la filología practicada por sus fundadores, pasando por la sociolingüística, a los estudios de ideología lingüística. Es llamativa la retórica del cambio y de lo nuevo que se nota en la discusión estadounidense sobre la enseñanza del español y la inclusión de la lingüística y de los estudios postcoloniales en el currículo de los departamentos de español. ¿Pero es realmente tan nuevo lo que se anuncia como tal? Quisiera proponer que a pesar de todo, hay afinidades importantes entre la tradición filológica del hispanismo asociada con España y con otros países europeos, y la tradición de los estudios culturales promovida desde los Estados Unidos e Inglaterra. Estas semejanzas radicarían precisamente en la enseñanza de la lingüística, discutida ahora en ambos lados del Atlántico.5 Si nos fijamos en el hispanismo alemán, por ejemplo, vemos que la romanística general, de la cual formaba parte hasta hace poco, siempre tenía un componente «postcolonial» si se quiere, ya que se fundaba en el estudio histórico y comparativo de los diversos ámbitos geográficos y culturales del antiguo imperio romano. Filólogos y lexicólogos tales como Friedrich Diez, Wilhelm Meyer-Lübke, Walther von Wartburg, Helmut Hatzfeld, Ernst Robert Curtius y otros trabajaban para reconstruir no sólo las lenguas sino gracias al conocimiento de ellas las escrituras que constituían el legado cultural de un espacio que derivaba su coherencia de las conquistas agresivas del pueblo romano

5

Uso aquí la definición de filología dada por Hans Ulrich Gumbrecht en su libro The Powers of Philology, donde subordina la definición etimológica de filología como «interés o fascinación por las palabras» a la siguiente: «The word philology will always be used according to its second meaning, that is, as referring to a configuration of scholarly skills that are geared toward historical text curatorship» (2003: 2).

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y de su política lingüística de imponer una sola lengua, el latín. En un artículo sobre la «romanística alemana como modelo para el futuro», Brigitte Schlieben-Lange describe la romanística como una ciencia comparada envidiada por los especialistas de literatura comparada por su coherencia y claro origen histórico, una práctica además que siempre había combinado la enseñanza de la lengua, la literatura y la «cultura material» (Sachkultur). Según la lingüista alemana, la separación del hispanismo alemán de la romanística general con la fundación, en 1977, de la Asociación Alemana de Hispanistas, fue un resultado de la profesionalización de la disciplina, pero de ninguna manera de su fragmentación, en el sentido en que la perspectiva hispanista seguía siendo comparativa con respecto a sus culturas vecinas (Schlieben-Lange 1999)6. También Félix Martínez Bonati, profesor emérito de la Universidad de Columbia quien conoce muy bien ambos sistemas universitarios, elogia la tradición comparada de la romanística alemana, pidiendo, eso sí, su aplicación al presente. Argumenta que limitar el enfoque comparativo a los contactos culturales entre los países del antiguo imperio romano deja por fuera la historia más reciente de relaciones trasatlánticas y de inmigración masiva a los Estados Unidos y España (Engelbert/Martínez Bonati 2008). Ottmar Ette toma la cuestión de la relevancia de la romanística hoy en día desde el ángulo de la filología. Propone la reintegración de la «vida» a filologías como la hispánica o la francesa. Ette, en su libro dedicado a la filología como ciencia de la vida, ÜberLebenswissen. Die Aufgabe der Philologie (2004), afirma que la romanística debe volver a concentrarse en las aporías de la vida misma en vez de perderse en discusiones sobre divisiones disciplinarias. El catedrático de Potsdam analiza el enlace esencial entre la vida y obra de Erich Auerbach, Hugo Friedrich, Karl Kraus y otros en este sentido (Ette 2004).

6 Emily Apter, en su libro The Translation Zone, describe la fundación de la literatura comparada como disciplina en Estados Unidos por parte de exiliados alemanes tales como Erich Auerbach y Leo Spitzer. Son, según ella, los paralelos entre el Imperio Romano, la Alemania bajo el Tercer Reich y la Turquía de las reformas lingüísticas de Ataturk, los que hicieron a estos filólogos concebir la literatura comparada como el ámbito de lo humano que depende, para sobrevivir de la traducción y el reconocimiento del parentesco entre lenguas (Apter 2006: 8). Descritos como tales, los orígenes de la literatura comparada tienen la misma precariedad histórica que lo que he descrito con referencia al hispanismo.

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Hans Ulrich Gumbrecht a su vez recomienda en su The Powers of Philology la vuelta de los filólogos a la edición de textos, la escritura de comentarios y la «historización de las cosas», porque: «I am hoping for noninterpretive ways of dealing with cultural objects; I am hoping for noninterpretive ways of dealing with cultural objects that would escape the long shadow of the humanities as Geisteswissenschaften, that is, as “sciences of the spirit”, which dematerialize the objects to which they refer and make it impossible to thematize the different investments of the human body with different types of cultural experience» (2003: 8). Gumbrecht reinterpreta la filología como ciencia de la reconstitución de la palabra material e historia de textos más que de ideas. El enfoque en el poder de los textos en vez del poder de naciones o instituciones vuelve a establecer la lengua en el centro de atención de los hispanistas y filólogos. Para ambos Ette y Gumbrecht, su objeto de estudio no es la literatura ni tampoco una cultura sino la experiencia individual, reflejada en textos o en otras manifestaciones culturales. En los tres casos que hemos visto, los de Estados Unidos, España y Alemania, hay un retorno de la lingüística y de la filología en la discusión sobre posibles reformas en el campo del hispanismo. Eso sí, sus matices han cambiado, y los hispanistas de hoy tienden a prestarle más atención que antes al estudio de las políticas lingüísticas del pasado y el presente, y al estudio de las lenguas en contacto, que sean lenguas indígenas en el caso de América Latina, el inglés de Estados Unidos o los demás idiomas oficiales de España. En vez de hablar de finales de discursos científicos fosilizados, conviene, sin embargo, insistir sobre la continuidad en el hispanismo de ambos lados del Atlántico. Parece bueno revisar la larga historia de escépticos del hispanismo (y del americanismo), y siendo conscientes de las discontinuidades políticas, económicas y culturales entre las diferentes comunidades hispanohablantes y de los intentos de reforma de la disciplina que las analizaba, no dudar del soporte material y objetivo que siempre tuvo el hispanismo, que es su lengua en sus múltiples expresiones visuales y auditivas. Si hay mayor conciencia hoy en día de las culturas que chocaron y chocan con la hispánica, y si se ha vuelto más compleja la ubicación del español en el mundo, más que nunca importa estudiarlo desde una perspectiva precisa. Incluir un componente más fuerte de lingüística en la enseñanza de los Departamentos

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de español y portugués parece apropiado, hablar del final del hispanismo o de la filología, sin embargo, prematuro.

OBRAS CITADAS ADORNO, Rolena (2006): «Havana and Macondo: The Humanities in U.S. Latin American Studies, 1940-2000». En: Hollinger, David A. (ed): The Humanities and the Dynamics of Inclusion since World War II. Baltimore: Johns Hopkins University Press, pp. 372-405. APTER, Emily (2006): The Translation Zone. A New Comparative Literature. Princeton/Oxford: Princeton University Press. ENGELBERT, Manfred/MARTÍNEZ BONATI, Félix (2008): «Konzepte der Disziplin “Romanistik”: Zur Problematik von Evaluationen am Beispiel der Hispanistik in Göttingen». En: Zeitschrift für Romanische Philologie, 124, 4, pp. 577-591. ETTE, Ottmar (2004): ÜberLebenswissen. Die Aufgabe der Philologie. Berlin: Kulturverlag Padmos. FERNÁNDEZ, James D. (2002): «“Longfellow’s Law”: The Place of Latin America and Spain in U.S. Hispanism, circa 1915». En: Kagan, Richard L. (ed.): Spain in America. The Origins of Hispanism in the United States. Urbana/Chicago: University of Illinois Press, pp. 122-142. FLORES, Juan (2008): The Diaspora Strikes Back: Caribeño Tales of Learning and Turning. London: Routledge. FRANCO, Jean (2009): «Overcoming Colonialism. Writing in Indigenous Languages». En: Forum, XL,1, pp. 24-27. GRAZIANO, Frank (2008): «Hispanic Studies Must Reform to Stave Off Obsolescence». En: The Chronicle of Higher Education, 55, 17, p. A25. GUMBRECHT, Hans Ulrich (2003): The Powers of Philology. Dynamics of Textual Scholarship. Urbana/Chicago: University of Illinois Press. HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro (1947): Historia de la cultura en la América hispánica. México: Fondo de Cultura Económica. — (1960): Obra Crítica. Ed. Emma Susana Speratti Piñero. México: Fondo de Cultura Económica. OLLINGER , David A. (2006): «Introduction». En: Hollinger, David A. (ed.): H The Humanities and the Dynamics of Inclusion Since World War II. Baltimore: Johns Hopkins University Press, pp. 1-22. KAGAN, Richard L. (2002): «Introduction». En: Kagan, Richard L. (ed.): Spain in America: the Origins of Hispanism in the United States. Urbana: University of Illinois Press, pp. 1-19.

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A RGE NTI NA

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¿Qué carácter han tenido los estudios literarios latinoamericanos en la Argentina y cuál es su perfil hoy? Responder a esta pregunta es el propósito de este trabajo, observando que el tema tiene numerosas derivas en la cultura y al devenir político del país, más allá del ámbito exclusivamente académico. Pero, para acotar de algún modo esta reflexión, voy a centrarme en la disciplina literaria y su contexto, antes que en el latinoamericanismo como tema mucho más vasto que atañe a otros campos del conocimiento. Recortando así una fracción, seguramente exigua, de un fenómeno mucho más complejo, advierto que ésta se ha cultivado en el marco de la Universidad pública, y que ha estado sujeta a los mismos vaivenes del país, es decir, sometida a la discontinuidad y al azar de las diversas coyunturas históricas. Podemos hablar de un espacio fundador en el Instituto de Filología Hispánica de la Universidad de Buenos Aires, como explico más adelante, pero al mismo tiempo, de una tradición interrumpida y fracturada por los avatares institucionales, síntoma de lo cual han sido las numerosas migraciones de intelectuales, así como la oscilación entre momentos de mayor y menor visibilidad del tema. Una alternancia de descontento y promesa, para retomar el título que Pedro Henríquez dio su a ensayo «El descontento y la promesa» (1926), donde planteaba algunos ejes polémicos y organizadores de nuestra historia 1

Agradezco a mis colegas Susana Zanetti, Carolina Sancholuz, Mónica Marinone, Adriana Rodríguez Pérsico, Nora Domínguez, a quienes consulté sobre estos temas, brindándome generosas opiniones y datos que recupero en este trabajo.

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letrada. En lo que sigue, me centraré en considerar los hitos de la disciplina, las instituciones, maestros y publicaciones que dieron vida y continuidad a una cultura del latinoamericano literario, las tensiones por la definición de una agenda y las líneas principales de desarrollo en la actualidad.

1. C O N T E X T O S Sin pretender trazar un relato detallado, sería al menos importante recordar algunos de los momentos señeros. Ya el crítico más destacado de la generación romántica argentina de 1837, Juan María Gutiérrez, prestó atención a una constelación continental con su temprano Escritores coloniales americanos, pero fue recién a comienzos del siglo XX cuando se consolida un área de investigación específica, al mismo tiempo que lo hacen otras líneas de las humanidades y de las ciencias sociales. Las antologías y obras críticas de Enrique Rodó, Rubén Darío, Manuel Ugarte, Rufino Blanco Fombona, Francisco Contreras o Ventura García Calderón difunden a los escritores hispanoamericanos en París, lo que detona el interés de los críticos y escritores franceses, como Rémy de Gourmont o Valéry Larbaud, y nuestra literatura encuentra así por primera vez un lugar en la «república mundial de las letras». El reconocimiento en las columnas de periódicos y revistas parisinas impulsa las traducciones en la editorial Gallimard de obras que luego integraron el canon de esta literatura, como Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes, Los de abajo de Mariano Azuela y Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. Ricardo Rojas, quien escribe la primera Historia de la literatura argentina (19181922), dará relevancia a los temas americanos en ensayos como Eurindia y otros trabajos sobre textos coloniales. En esos mismos años, la Reforma Universitaria (1918) nacida en Córdoba, se expande por el continente ocasionando una intensa movilidad y contacto entre intelectuales y permitiendo un enfoque común de los problemas y las disciplinas. Pero fue el Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, fundado en 1923, la piedra basal para la afirmación del área literaria (Colombi 2007). Con la dirección a cargo de Amado Alonso desde 1927, el Instituto se con-

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vierte durante las décadas de 1930 y 1940 en «el (centro) de mayor prestigio mundial en los estudios hispánicos» (Weber de Kurlat 1975: 3). Respaldado por un grupo de colaboradores y de discípulos notables como Pedro Henríquez Ureña, Eleuterio F. Tiscornia, Ángel Rosenblat, María Rosa Lida, Raimundo Lida, Marcos A. Morínigo, Julio Caillet-Bois, Frida Weber, Ana María Barrenechea, Enrique Anderson Imbert, entre los principales, Alonso promoverá numerosas series y publicaciones, además de la Revista de Filología Hispánica. Impulsa desde este centro una nueva crítica académica que bajo la influencia de los autores que contribuye a difundir y traducir, (Ferdinand de Saussure, Karl Vossler, Leo Spitzer, Charles Bally), decanta en la estilística, la línea teórica central de los estudios hispanos e hispanoamericanos hasta la década del sesenta, cuando pierde vigencia lo que Roberto Fernández Retamar ha llamado la «era de la estilística» (1995). Crítico agudo de Jorge Luis Borges, Enrique Larreta o Pablo Neruda, Alonso desempeña la dirección del Instituto durante veinte años hasta que, como consecuencia de los cambios políticos en la universidad durante el primer gobierno peronista –las autoridades le niegan una licencia para atender a una invitación de la Universidad de Harvard–, decide renunciar en 1946 y establecerse en esa universidad, donde muere, pocos años más tarde, en 1952. Con su salida se desencadena una verdadera diáspora intelectual de los investigadores del Instituto que fue responsable de la consolidación de los estudios académicos hispánicos e hispanoamericanos en distintos centros universitarios a lo largo y a lo ancho de América. Se trató del primer episodio de una historia de intelectuales desplazados por exilios y migraciones que se repite a lo largo del siglo XX. La proximidad de dos figuras como Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes en Buenos Aires en los años veinte y, ocasionalmente, en la década del treinta, fue decisiva para la consolidación del hispanoamericanismo literario, sostenido sobre tres principios, la confluencia con España, la búsqueda de la diferencia (nuestra expresión) y el reclamo universalista. Ambos participaron en el armado de vínculos supranacionales, además de realizar trabajos de recuperación de fuentes, ediciones críticas y trazados de tradiciones imprescindibles para la constitución de un objeto de estudio. Entre las numerosas intervenciones de Reyes en esta materia, sería importante recordar sus «Notas sobre la inteligencia americana», donde propone la paridad

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entre nuestra literatura y la universal en la VII Conversación del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, realizado en Buenos Aires en 1936. Pero además, después de su retorno definitivo a México en 1939, su iniciativa fue decisiva para la fundación de El Colegio de México, Cuadernos Americanos y Fondo de Cultura Económica, instituciones con las que interactuaron intelectuales y académicos argentinos. En 1931 se funda en Buenos Aires el Instituto de Literatura Hispanoamericana y en 1934 la cátedra de Literatura Ibero Americana, a cargo de Arturo Giménez Pastor. Pedro Henríquez Ureña, que ejerció la docencia sobre todo en colegios secundarios, fue profesor adjunto de la mencionada cátedra, un lugar secundario que sus merecimientos y capacitación, lógicamente, excedían2. Sus libros Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), Las corrientes literarias en la América Hispánica (1945) e Historia de la cultura en la América Hispánica (1947) apuntaron a una síntesis continental con una perspectiva humanista, basada en la autoridad del letrado y su misión civilizadora en nuestras sociedades. En la línea discipular de Reyes y Ureña, Mariano Picón Salás publica su De la conquista a la independencia (1944). En estos años Ángel Rosenblat completa su edición de Comentarios reales de los Incas del Inca Garcilaso de la Vega, que sale con el sello de editorial Emecé de Buenos Aires (1943-1945). La industria editorial argentina contribuye especialmente al conocimiento de la literatura latinoamericana, baste pensar en el papel de Editorial Losada que publica, entre otros, la obra de César Vallejo y de Pablo Neruda. Ana María Barrenechea, Raimundo Lida, Enrique Anderson Imbert, autor de la varias veces editada Historia de la Literatura Hispanoamericana de 1954, Emilio Carilla y Juan Carlos Ghiano, fueron algunos de los maestros y referentes destacados durante los años cincuenta y sesenta3. En esos años una nueva generación de jóvenes crí-

2 En los programas conservados en la Facultad de Filosofía y Letras se detalla las unidades que estaban a cargo del dictado de Pedro Henríquez Ureña como «profesor adjunto». 3 Entre otros aportes, debe recordarse, de Ana María Barrenechea La expresión de la irrealidad en la obra de Borges (1957), Textos hispanoamericanos: De Sarmiento a Sarduy (1978), Cuaderno de bitácora de «Rayuela» (1983); de Emilio Carilla, El gongorismo en América (1946), El romanticismo en la América Hispánica (1958), El barroco literario hispánico (1969?), además de sus trabajos sobre modernismo y literatura de la independencia. De Juan Carlos Ghiano sus trabajos sobre Bello, Darío, Silva, Martí.

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ticos, reunidos en la revista Contorno (1953-1959) problematizan la relación entre literatura y sociedad y si bien la revista está volcada centralmente a la crítica de las letras nacionales, algunos de sus organizadores y colaboradores (David Viñas, Noé Jitrik, Adolfo Prieto, Tulio Halperín Donghi) serán después figuras destacadas de la crítica literaria y cultural latinoamericana, además de desempeñarse en la universidad pública de los sesenta y en las décadas posteriores, con la salvedad de los exilios que interrumpió muchas de estas trayectorias. En los años sesenta, durante el gobierno militar de Juan Carlos Onganía se desencadena la intervención en la Universidad de Buenos Aires, recordada como «La noche de los bastones largos» (1966), lo que motiva la cesantía, renuncia y exilio de numerosos intelectuales, científicos, profesionales, docentes y equipos completos de investigación, que deben o bien migrar o bien permanecer en ámbitos de trabajo no institucionales. Entre las décadas del sesenta y setenta, se manifiesta en el campo intelectual argentino –caracterizado por la rápida recepción y traducción de la teoría– la difusión del estructuralismo, la teoría de la dependencia, la critica marxista, el psicoanálisis, la semiótica, la hermenéutica, la sociología de la cultura, lo que incide rápidamente en los parámetros con los que se lee, se escribe el discurso crítico, y se imparte su enseñanza en las universidades4. El boom de la literatura latinoamericana, cuyo punto de inflexión fue el éxito de ventas de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez publicado por Sudamericana en 1967, la edición de Los nuestros de Luis Harss (1966), también por Sudamericana, la compilación de Jorge Lafforgue de Nueva novela latinoamericana (1969), la publicación de América Latina en su literatura (1972) coordinado por César Fernández Moreno, los lazos que numerosos escritores e intelectuales argentinos mantienen con la Revolución Cubana, la publicación de revistas con impronta latinoamericanista como Los libros (1969-1976) donde colaboran entre otros Héctor Schmucler, Carlos Altamirano, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, Germán García, hablan claramente del sesgo

4 Por ejemplo los trabajos de Josefina Ludmer, Cien años de soledad: una interpretación (1972) y Onetti: los procesos de construcción del relato (1977), y Noé Jitrik, Producción literaria y producción social (1975), ambos profesores de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires en aquellos años.

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continentalista de este período, acompañado por una marcada politización de los discursos (Diego 2001). Las colecciones patrocinadas por Eudeba, como la serie Genio y Figura dirigida por José (Pepe) Bianco, la Biblioteca de América, dirigida por Gregorio Selser o la Serie del Nuevo Mundo, dirigida por Horacio Achával, las ediciones populares del Centro Editor de América Latina, dirigidas por este último o por Susana Zanetti, y por supuesto, el empeño de escritores como Julio Cortázar, activan y consolidan estas relaciones5. Con este trasfondo de efervescencia e interés por la cultura latinoamericana, durante el breve tramo democrático de 1973-1976 acontece una profunda renovación de los planes de estudios en la universidad argentina, cuya orientación será un reflejo del alineamiento con los proyectos políticos del momento, y dará por resultado la ampliación de la consideración prestada a la disciplina, avivada además por el prestigio de una nueva crítica liderada por figuras como Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Antonio Cândido, Jean Franco, y la circulación local de revistas como Casa de las Américas, Marcha, Mundo Nuevo, en cuyas propuestas prevalece la sociología literaria, encuentran eco en la educación a todos los niveles6. Una etapa de oscuridad y silencio se abate sobre la sociedad argentina durante los años del Proceso Militar (1976-1983), motivo de nuevos exilios y migraciones. Los intelectuales y profesionales se concentran en torno a pocas revistas (una de las más paradigmáticas fue Punto de vista), trabajos en editoriales, y sobre todo, grupos de estudio particulares que, sin participación en los lugares de visibilidad social, continúan una formación intensiva que se volcará en la educación universitaria y en la vida intelectual luego de la recuperación democrática. A partir de 1984 se produce una reactivación y puesta al día de carácter científico y académico. La difusión de la crítica cultural inglesa (Raymond Williams), la sociología literaria (Pierre Bourdieu), la escuela de Frankfurt (Walter Benjamin), el postestructuralismo (Michel Foulcault, Jacques Derrida), la crítica postcolonial (Edward Said, Homi Bhabha) entre otros referentes teóricos, pro-

5 Su peso fue determinante para la publicación de Paradiso de Lezama Lima en la Editorial De la Flor de Buenos Aires. 6 Las obras de la llamada «nueva narrativa latinoamericana», se leían en la escuela pública argentina, hasta el advenimiento del Proceso Militar en 1976.

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mueve un cambio de paradigmas, así como se amplía y diversifica el corpus de obras, y el interés en fenómenos desatendidos hasta ese momento. La preocupación central de toda una generación crítica será establecer una teoría y herramientas metodológicas apropiadas para actualizar los estudios. Los resultados de este empeño pueden verse, por ejemplo, en la Reunión de Campinas (1983) de la que participan Antonio Candido, Roberto Gutiérrez Girardot, Carlos Pacheco, Ana Pizarro, Ángel Rama, Beatriz Sarlo y Roberto Schwarz, entre otros. Los trabajos fueron compilados por Ana Pizarro en La literatura latinoamericana como proceso, y publicados por el Centro Editor de América Latina en 1985. El libro resulta una verdadera puesta al día de las principales líneas de trabajo que rendirán sus frutos en los años siguientes, como la historiografía literaria, la literatura popular, las áreas culturales, el comparatismo, la inclusión de Brasil, los polos de religación y la integración continental. Un referente de este esfuerzo será la publicación en 1993 de Palavra, literatura e cultura, organizado también por Ana Pizarro, de incidencia en la orientación de los estudios. En éstos prevalece el magisterio de Ángel Rama, cuyas propuestas de ciudad letrada, transculturación y religación, marcan la tendencia dominante. En los últimos treinta años se manifiesta un crecimiento muy considerable de la disciplina en la universidad argentina. En la década del ochenta se produce la vuelta del exilio de numerosos intelectuales, entre ellos Noé Jitrik7, quien reactiva el interés y la confluencia de discípulos a partir de su dirección del Instituto de Literatura Hispanoamericana de Buenos Aires, un espacio representativo de la fusión de diversas experiencias críticas y generacionales de las últimas décadas. Susana Zanetti es un referente imprescindible, con un magisterio extendido en varios centros universitarios del país, donde es responsable de la formación de las nuevas generaciones de especialistas. La apertura de nuevas cátedras, la consolidación de institutos y proyectos de investigación financiados, la realización de congresos anuales o bianuales (en las Universidades de Buenos Aires, Rosario, La Plata, Mar del Plata), la creación de carreras de postgrado en distintos centros (Universidad de Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata, La Plata, 7 Vuelven también al país David Viñas, Juan Carlos Portantiero, Óscar Terán, Nicolás Casullo.

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Córdoba, Salta), la emergencia de editoriales especializadas en el ámbito académico (Beatriz Viterbo, Universidad de Quilmes, Prometeo) colocan en circulación la obra de nuevas promociones de ensayistas y críticos. Los ateneos, encuentros, jornadas y asociaciones para-institucionales, constituyen uno de los espacios más dinámicos, entre ellos, la Asociación de Amigos de la Literatura Latinoamericana, promovida por David Lagmanovich y que tuvo importancia en los años ochenta con la organización de los primeros congresos del área, el Seminario Óscar Terán en el Instituto Ravignani, el Foro de Estudios Culturales de la Universidad de San Andrés, el Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria de la Universidad de La Plata, el Instituto de Literatura Hispanoamericana con sus Jornadas anuales, el Centro de Estudios de Crítica Literaria de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario, el grupo Katatay que reúne académicos de diversas universidades argentinas y publica una revista especializada con el mismo nombre. También revistas universitarias como Celehis (Mar del Plata) Orbis Tertius (La Plata), Telar (Tucumán), Anclajes (La Pampa), Zama y Filología (Buenos Aires). Si bien me propuse acotar esta reflexión a la literatura, sería incompleto este breve panorama sin señalar el aporte de historiadores y maestros como Gregorio Weingberg, José Luis Romero, Tulio Halperín Donghi, Óscar Terán y Enrique Tandeter, cuya obra ha sido sustancial para el armado de un pensamiento latinoamericano.

2. D E B AT E S ,

A G E N D A S Y P R O P U E S TA S

La influencia de los estudios realizados en los Estados Unidos tiene un peso indiscutido en toda América Latina, por la importancia de las revistas publicadas en esos centros (como Iberoamericana, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana), congresos y simposios (JALLA, LASA, Iberoamericana, MLA), y por sus mecanismos de validación de ideas, agendas y publicaciones que se adoptan en los distintos centros al sur. Una pregunta necesaria y a veces acuciante en América Latina es sobre la dinámica de esta relación académica norte-sur. Ciertos debates en el interior de la propia academia norteamericana puede aproximarnos a algunas coincidencias y diferencias. Un núcleo

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de estos debates fue el polémico y último texto de Cornejo Polar «Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas», donde dejó sentada su disconformidad con esta relación que visualizaba como asimétrica, también realizó una defensa de la lengua española para la escritura crítica y sentó el reclamo de un latinoamericano vernáculo. Por otra parte, con el impulso de los estudios postcoloniales en Estados Unidos entra en descrédito la tradición filológica-estética, pensada por algunos críticos como elitista y reproductora de la ideología de los países centrales/imperiales. Si bien se trata tan sólo de dos argumentos de la controversia, la pregunta por la incumbencia de esta área disciplinar (su contexto, su lengua, sus intereses, sus practicantes, su agenda) y la cuestión del valor estético, tienen particular repercusión en la universidad latinoamericana. Respecto a lo primero, no se puede desconocer el impacto de una disciplina globalizada y que, al mismo tiempo, reclama cierta pertenencia e identidad, como tampoco pasar por alto que buena parte de la crítica practicada en los Estados Unidos está siendo realizada por intelectuales formados y procedentes de América Latina. Por caso, la migración intelectual argentina, Walter Mignolo, Sylvia Molloy, Josefina Ludmer, Andrés Avellaneda, Saúl Sosnowsky, entre muchos otros, ha tenido peso tanto en el norte como en el sur del continente para imponer objetos e intereses. Del mismo modo, críticos como Julio Ortega, Roberto González Echevarría, Hugo Achugar, Julio Ramos, Mabel Moraña, Arcadio Díaz Quiñones residen en aquel país y mantienen lazos fluidos con las universidades latinoamericanas. Visto de este modo, podríamos pensar en un continuo diálogo norte-sur que se retroalimenta a través de viajes y residencias, en una dinámica académica sin fronteras y de carácter trasnacional. Pero tampoco podemos pecar de ingenuidad respecto al optimismo armonizador de esta hipótesis, ya que las condiciones de producción de cada discurso están atrapadas en circunstancias concretas, que no son globalizadas ni globalizables. Esta fisura es la que debería tenerse presente, para no ocasionar falsos debates maniqueístas, ni tampoco incurrir en planteos idealizados. Lo que no obsta para definir al latinoamericanismo como una disciplina fruto del desplazamiento y de la migración, que establece continuamente circuitos letrados extraterritoriales (Madrid, Barcelona, París o Nueva York). Quiero resaltar iniciativas como la de los Estudios Trasatlánticos, coordinados por

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Julio Ortega desde la Universidad de Brown, que propone articulaciones entre distintos centros académicos (EE. UU., América Latina, Europa) con el objetivo de configurar un nuevo hispanismo. La llamada «agenda» de los Estados Unidos ha tenido peso en las Universidades argentinas, sobre todo a partir de la década del noventa, tanto en la configuración del corpus a través de la inclusión de textos y problemas previamente desatendidos (escritura femenina, género testimonial, textos indígenas, etc.) como de perspectivas teóricas para su abordaje, con el desarrollo de los estudios de género, culturales, postcoloniales y del subalterno. No obstante, me parece fundamental remarcar que estas propuestas pasan por adaptaciones y transformaciones importantes en nuestro contexto, motivadas en buena medida por una fuerte tradición humanista, textualista y esteticista. Preguntarse hoy por estos estudios es hacerlo por el destino de las humanidades, cada vez más desatendidas en los organismos de investigación y en las prioridades curriculares a nivel medio y universitario en nuestro país. De donde la defensa del humanismo y del valor estético tiene un matiz totalmente diferenciado en nuestro medio y hasta podría decirse que es un gesto de resistencia frente a la amenaza de su desarticulación. Las tendencias actuales de los estudios latinoamericanos se nuclean en torno a algunos proyectos, cuya enumeración no quiere ser exhaustiva ni exclusiva, sino que atiende a algunas características y manifestaciones remarcables. a) La historia de los intelectuales. Proyecto desarrollado en la Universidad de Quilmes, en torno a la revista Prismas y el «Seminario Óscar Terán» en el Instituto Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, recoge y profundiza el legado de Ángel Rama con La ciudad letrada y del historiador argentino José Luis Romero con Las ciudades y las ideas. Este programa establece lazos con programas semejantes en universidades de Brasil, México y los Estados Unidos (Altamirano 2008, Gilman 2003, De Diego 2001). b) Los estudios culturales. Se desarrollan en Argentina a partir de la década del 90, con mayor incidencia en las áreas de comunicación, ciencias políticas o sociología, pero también en las letras, humanidades y artes. Uno de sus referentes es Néstor García Canclini, investigador argentino residente en México,

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con fluida presencia en los medios e instituciones educativas nacionales. Su propuesta de las culturas híbridas y de una perspectiva transdiciplinaria ha hecho escuela en el ámbito local. Estudios de Redes. El agotamiento de los enfoques exclusivamente locales, nacionales o regionales da lugar a otro tipo de dispositivo, que es el de la red, con su antecedente teórico en el concepto de religación propuesto por Ángel Rama. Esta herramienta permite el armado de constelaciones entre los proyectos de los escritores, críticos e intelectuales que han mantenido tal red a partir de epistolarios, viajes, encuentros académicos y otro tipo de relaciones. Desde luego, el fenómeno de los viajes, exilios, estadías y migraciones intelectuales forma parte de los objetos que las redes permiten indagar (Colombi 2004). Un proyecto de Redes está articulado por académicos provenientes de la Universidad Nacional de Cuyo, New York University en Buenos Aires y Universidad de Buenos Aires (Fernández Bravo/Maíz 2009). Los nuevos estudios coloniales, en crecimiento y afirmación, en las universidades del Norte (Salta, Tucumán), como así también en la Universidad de Córdoba, La Plata y Buenos Aires (Altuna 2002). Estudios del libro y la lectura. La frecuente presencia de Roger Chartier en Buenos Aires, donde ha formado numerosos discípulos, ha expandido el interés en este objeto. En literatura, los trabajos de Susana Zanetti son representativos de esta renovada propuesta. Los estudios género, que comienzan en las universidades argentinas en los primeros años de la década del noventa, en el IIEGE (Instituto de Estudios de Género) de la Universidad de Buenos Aires, y en las universidades de Tucumán, Rosario, Luján, Comahue, Santa Fe, Córdoba, con centros, programas, institutos y relaciones con ONGs y secretarías de la Mujer en cada región. En este contexto se desarrollan investigaciones que revalorizan escrituras del siglo XIX, así como redimensionan el lugar de las escritoras en el canon8.

Los coloquios organizados en el Instituto de Estudios de Género en torno a Alfonsina Storni, Sara Gallardo, Silvina Ocampo, Norah Lange, Elena Poniatowska, Margo Glantz, Beatriz Guido, Victoria Ocampo.

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g) La interacción académica entre Brasil y Argentina, preocupación de críticos como Ángel Rama, Antonio Cândido, Ana Pizarro, se ha intensificado a partir de iniciativas como las de la Universidad de San Andrés o la Fundación Centro de Estudos Brasileiros en Buenos Aires9. h) Los estudios caribeños se desarrollan en la Universidad de La Plata, Mar del Plata, La Pampa y Buenos Aires, en esta última con un Grupo de Estudios Caribeños10. i) Las perspectivas estéticas y textualistas conservan, como se dijo más arriba, un arraigo importante, en torno a ejes como la intimidad, la escrituras del yo, autobiografía, biografía, y el género poesía. j) El canon. El debate del canon se produjo a partir del libro de Harold Bloom El canon occidental, y si bien se trató de un debate puntual (con la participación de Noé Jitrik, Susana Zanetti, Adolfo Prieto, Tomás Eloy Martínez, entre otros) el tema continúa siendo un territorio sensible ya que compromete el diseño futuro del área. k) Los estudios andinos, sobre todo en las universidades de proximidad geográfica, en las cuales la impronta de Antonio Cornejo Polar y su conceptos de heterogeneidad y sujeto migrante ha hecho escuela entre sus discípulos, con proyecciones más allá de ese contexto temático. A estas corrientes, sería necesario sumar un trabajo más intenso de confluencia entre los estudios hispánicos y latinoamericanos, así como una vinculación más estrecha con investigadores en otros países del área, que si bien se dan de modo informal a través de sus intelectuales, revistas y publicaciones, requiere de mejores condiciones institucionales para su crecimiento. Para concluir, el balance y propuestas reseñadas aquí constituyen sólo una mínima parte de una tarea por hacerse, la historia de un campo de estudios, cuyo protago9 Véanse los trabajos de Susana Zanetti, Raúl Antelo, Adriana Rodríguez Pérsico, Gonzalo Aguilar, Florencia Garramuño, Adriana Amante, entre otros investigadores. También la Colección «Vereda Tropical» de la editorial Corregidor que ha publicado nuevas traducciones con aparato crítico de académicos brasileños y argentinos. 10 La presencia asidua en congresos y seminarios de Arcadio Díaz Quiñones, Julio Ramos, Juan Gelpi afirma esta orientación.

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nismo, a veces oculto por el peso de los estudios nacionales, es mucho más rico, intenso y prometedor que lo usualmente admitido.

OBRAS

C I TA D A S

ALTAMIRANO, Carlos (2008): Historia de los intelectuales en América Latina. I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo. Buenos Aires: Katz. ALTUNA, Elena (2002): El discurso colonialista de los caminantes. Siglos XVIIXVIII. Ann Arbor/Berkeley: Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar/Latinoamericana Editores. COLOMBI, Beatriz (2004): Viaje intelectual: migraciones y desplazamientos en América Latina (1980-1915). Rosario: Beatriz Viterbo. — (2007): «Amado Alonso en Buenos Aires. Inserciones en un campo intelectual». En: Martínez, Juana (ed.): Exilios y residencias. Escrituras de España y América. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert, pp. 55-66. DIEGO, José Luis de (2001): ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? Intelectuales y escritores en Argentina (1970-1986). La Plata: Ediciones al Margen. FERNÁNDEZ BRAVO, Álvaro/MAÍZ, Claudio (eds.) (2009): Episodios en la formación de redes culturales en América Latina. Buenos Aires: Prometeo. FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto (1995): Para una teoría de la literatura latinoamericana. Bogotá: Caro y Cuervo. GILMAN, Claudia (2003): Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI. WEBER DE KURLAT, Frida (1975): «Para la historia del Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas Dr. Amado Alonso». En: Homenaje al Instituto de Filología y Literatura Hispánica Dr. Amado Alonso en su Cincuentenario 1923-1973. Buenos Aires: Comisión de Homenaje. ZANETTI, Susana (2002): La dorada garra de la lectura. Rosario: Beatriz Viterbo.

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TRASATLÁNTICO : LECCIONES DE UNA POLÉMICA MEXICANA SOBRE EL IDIOMA J O S É D E L VA L L E The Graduate Center, City University of New York

El 14 de junio de 1950, el presidente de México, Miguel Alemán (1902-1983), proponía una ambiciosa y original iniciativa cultural que, con el tiempo, acabaría por tener un profundo impacto sobre el marco institucional en que se apoya la estandarización de la lengua española: le encargó a la Academia Mexicana la organización de un congreso cuyo objetivo fuera proteger la naturaleza e integridad del idioma. Todas las academias de la lengua –de España, América y las Filipinas– serían invitadas. La historia de estas instituciones empieza, por supuesto, mucho antes, en 1713, cuando, bajo la protección del primer rey Borbón, Felipe V, se creó la Real Academia Española (RAE). Siguiendo los modelos ofrecidos por la Academie Française –que existía desde 1635– y la Academia della Crusca –fundada ya en 1582– asumía la nueva corporación, como principal y más apremiante responsabilidad, la producción de un diccionario que, además de estabilizar la lengua y proteger su pureza, sobresaliera también como orgullosa muestra de la estatura cultural del país. Para los fundadores de la Academia, el diccionario –que acabaría siendo publicado entre 1726 y 1739 y conocido como «de autoridades»– era, en efecto, cuestión de orgullo nacional (Álvarez de Miranda 1995, Lázaro Carreter 1949 y 1980). A medida que la RAE consolidaba su posición en España –ampliando su acción para incluir la elaboración de una ortografía (la primera fue publicada en 1741) y una gramática (en 1771) y para fortale-

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cer su relación con el Estado1– empezaba también a responder a su cada vez más débil posición en América, especialmente a partir de las guerras que, en la segunda década del diecinueve, llevaron al colapso del Imperio y a la emergencia de nuevas naciones hispanohablantes. Como consecuencia de esta preocupación y en consonancia con proyectos políticos de mayor calado dirigidos al mantenimiento de la preeminencia postcolonial de España sobre América –pensamos aquí en el movimiento conocido como hispanismo, hispanoamericanismo o panhispanismo (Pike 1971, Sepúlveda 2005)–, en 1870, el director de la Academia, Mariano Roca de Togores (1812-1889), Marqués de Molins, nombró un comité especial que, a lo largo de los siguientes años, se ocuparía de construir una red de academias correspondientes destinada a proteger el idioma y fortalecer la autoridad de la corporación española en las antiguas colonias. Al diseñar este nuevo consorcio, la RAE mantuvo el control sobre la elaboración del diccionario, la ortografía y la gramática; impuso sus estatutos y reglamentos; y retuvo el derecho a confirmar a todos los nuevos miembros de las academias correspondientes2. En vista del firme propósito de los españoles de proteger su autoridad y su rol como líderes del proceso de estandarización, resulta cuando menos llamativo –ciertamente fascinante desde una perspectiva geopolítica de la acción académica– que fuera una institución mexicana y no española la que en 1951 convocaba a todas la academias a defender conjuntamente la lengua compartida. El hecho es que el 24 de junio de 1950 José Rubén Romero (18901952), escritor y académico mexicano, declaraba públicamente, en nombre del presidente Alemán –de quien era consejero–, el compromiso de su gobierno a organizar y financiar el gran acontecimiento.

1 La gramática de la Academia «fue declarada por Carlos III en 1780 libro de texto oficial para la enseñanza del español en las escuelas» (Álvarez de Miranda 1995: 276). Ya en el siglo diecinueve, el uso de la ortografía académica se oficializó en las escuelas primarias en 1844 y el de la gramática en la enseñanza pública se hizo obligatorio a partir de 1854. 2 Los términos en que se decide crear las academias correspondientes se pueden consultar en el informe redactado por el académico Fermín de la Puente Apezechea en las Memorias de la Academia Española (1873). Los primeros estatutos que regularon la relación entre la Española y el resto se pueden consultar también en la historia oficial de la RAE de Alonso Zamora Vicente (1999: 363).

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Anunciaba el mexicano un bello espectáculo que reuniría a todas las academias sin excepción… «sin considerar las relaciones con los diversos Gobiernos y atendiendo sólo a los intereses comunes, a la simpatía mutua emanada de esa sangre espiritual de las razas que es el lenguaje» (Comisión Permanente 1952: 11). El día 27 del mismo mes se estableció el comité organizador (con el director, Alejandro Quijano, y los académicos Jenaro Fernández-Mac-Grégor y José Rubén Romero), el cual, a las pocas semanas, emprendió viaje a la capital de España. Llegaron a Madrid el 13 de octubre y fueron recibidos en el aeropuerto de Barajas por un nutrido grupo de académicos españoles. El 18, en sesión especial de la RAE que retransmitiría para España y América Radio Nacional de España, la delegación mexicana pudo por fin cursar la invitación formal y ofreció al director de la corporación española, el distinguido filólogo Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), la presidencia del congreso de México. Pidal aceptó honrado la generosa invitación y, en elocuente discurso, les recordó a los académicos presentes su enorme responsabilidad: No se necesita ciertamente don profético para anunciar y esperar confiadamente que esta reunión de Academias señale un período decisivo, en el cual las relaciones entre ellas habrán de ser más estrechas y más fructíferas para la grave tarea que todas se proponen: la de mantener nuestro común idioma como uno de los más poderosos vínculos culturales que la humanidad ha creado. Esta comunidad idiomática, aunque puede sufrir quebranto, es esencialmente inconmovible […]. Que la unidad superior de nuestro idioma se mantenga floreciente y eficaz, o que decaiga, no en fraccionamiento absoluto, pero sí valorizando con exceso las diferencias dialectales que todo idioma entraña, eso está en manos de cuantos hablan y en la inspiración de cuantos escriben; está también muy para nuestra responsabilidad, en la conciencia y en la mente de los que integramos estas corporaciones que ahora se van a reunir en Méjico (Pidal 1950).

A principios de 1951, todo parecía seguir su curso y se esperaba que el congreso resultara ser una gran celebración de la armonía panhispánica y del compromiso con la defensa colectiva de la lengua común bajo la tutela de España y el auspicio de México. Sin embargo, el 26 de febrero la Academia Mexicana recibía un telegrama de España: «SURGIDA DIFICULTAD INSUPERABLE». Estaba firmado por Julio Casares (1877-1964), secretario de la RAE, y fue seguido de una carta, enviada

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en la misma fecha, que confirmaba, con algunas palabras más, la renuncia de la corporación española a asistir al congreso. Con todo, las circunstancias que rodearon el aparente cambio de parecer de la Española no se sabrían sino seis semanas más tarde, el 7 de abril, cuando el Ministro de Educación del gobierno franquista declaró lo siguiente: Para puntualizar en su justo término el alcance de la negociación llevada a cabo en torno al Congreso de Academias de la Lengua Española, es necesario que se sepa que al recibir la invitación de parte del Presidente de la República de México, la Real Academia Española manifestó que razones de patriotismo exigían, como condición moral ineludible para su concurrencia, que el gobierno mexicano manifestase públicamente haber puesto término a sus relaciones con el gobierno rojo y desconociese la llamada representación diplomática española existente en México. No habiéndose cumplido por parte del gobierno de México esta condición, que en las circunstancias actuales exige la dignidad nacional como inexcusable, la Real Academia Española de la Lengua ha decidido no acudir al referido Congreso de Academias (citado en Pagano 1951: 253).

Como cabría esperar, la actitud del gobierno español provocó una airada reacción a lo largo y ancho de Latinoamérica y muy especialmente en México. La prensa diaria llenó sus páginas con artículos que informaban sobre el episodio y expresaban indignación por lo que sentían como un desplante de España al pueblo de México. A pesar del escándalo, los organizadores del congreso estaban decididos a minimizar la crisis: las ceremonias de apertura se celebraron con aparente normalidad con referencias apenas de pasada a la ausencia de la Española. Queríamos un hispanismo congruente y lógico, un hispanismo integral dirigido por la Madre Patria. Pero ya que eso no ha podido ser, lo único que procede es lo que estamos intentando: un hispanismo gobernado por nosotros mismos […]. Gobernado provisionalmente, se entiende, pues ni la Academia Mexicana, ni las otras de este hemisferio, ni la de Malasia, han pensado por un momento en desconocer la autoridad de la Real Española (Nemesio García Naranjo, el 23 de abril, al proponer un brindis por el éxito del congreso, citado en Guzmán 1971: 1375).

A pesar de estos esfuerzos retóricos, la tensión y el poder simbólico del acontecimiento eran demasiado grandes para ser contenidos.

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Durante la primera sesión plenaria del congreso, el día 27, el escritor y académico mexicano Martín Luis Guzmán (1887-1976), tras un discurso apasionado pero cuidadosamente elaborado, obligó a sus colegas a enfrentarse al problema y tomar partido. La ausencia de la RAE, afirmaba, era, en primer lugar, un insulto a México y al resto de naciones hispanohablantes; segundo, una violación flagrante de los estatutos que, desde 1870, habían regulado la relación entre las academias3; y, tercero, un acto irresponsable que hacía peligrar la misión académica de proteger la naturaleza y unidad del idioma. Si no se remediaba la situación creada por la Española, preguntaba «¿qué porvenir espera a la colaboración indispensable para que nuestros pueblos eviten lo que ya apunta en el horizonte: la desintegración del lenguaje castellano?» (Guzmán 1971: 1377). Nos arriesgamos, continuaba, «a que hoy por España y México, y mañana por cualesquiera otros dos, la unidad colaborante y práctica, no la de los saludos y las sonrisas protocolarias, sea imposible; a que se convierta en crónico el “peligrosísimo truncamiento”» (1380). Disputaba la noción de que la unidad lingüística sólo podía ser protegida por medio del modelo jerárquico existente, en el cual las academias filipina y americanas eran tratadas como meras subsidiarias. Guzmán mantenía, de hecho, lo opuesto: la verdadera unidad sólo se podría alcanzar por medio de un acuerdo digno entre iguales que no le impusiera a nadie juramento humillante alguno, residuo en todo caso de relaciones feudales y vínculos coloniales: [L]a unidad que quiere defenderse no existe, y en cambio sí tiene ya un principio de existencia la que se debiera propugnar, la que sin duda nacería de un concierto digno entre iguales, entre pares, no en virtud de un pleito homenaje, juramento humillante desde que al acabar el feudalismo acabaron también los señores, y desde que al acabar en América y en la Filipinas el imperio de España dejamos de ser colonia (Guzmán 1971: 1383).

3

El artículo 11 de aquellos estatutos, elaborados por la propia RAE en 1870, decía así: «Siendo, como lo es, puramente literario el fin para el que se crean las Academias Correspondientes, su asociación con la Española se declara completamente ajena a todo objeto político; y, en consecuencia, independiente a todos conceptos de la acción y relaciones de los respectivos gobiernos» (Zamora Vicente 1999: 363).

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Guzmán mantenía que, con sus acciones, la RAE había expuesto la debilidad del sistema y, lo que es más importante aun, había renunciado a las credenciales que le podrían permitir actuar como líder cultural del mundo hispanohablante. Concluyó su discurso proponiendo que el congreso adoptase la siguiente resolución: 1. Es de recomendar, y se recomienda, a las Academias americanas y Filipina, Correspondientes de la Real Academia Española, renuncien a su asociación con esta última en los términos previstos por el artículo IX del texto estatutario que las une, y asuman así de lleno la autonomía de que no deben abdicar y la personalidad íntegra que les es inalienable. […] 3. Se recomienda también a las academias americanas y filipina de la lengua española que, tan pronto como queden reconstituidas autónomamente, den los pasos conducentes a convocar, para que se reúnan en la ciudad de México, o en alguna otra capital de este continente, representantes de todas y cada una de ellas, así como de la Real Academia Española, con el fin de convenir, ya sobre pie de igualdad, la asociación clara, igualitaria, fecunda, que haya de unirles en lo futuro, gracias a un pacto estudiado y aprobado juntamente por todas, no mediante una carta de derechos y obligaciones otorgada de arriba abajo, como la que hoy las norma, o supone normarlas, en sus relaciones (Guzmán 1971: 1387).

El discurso fue seguido de una intensa y por momentos airada discusión que dejó, al final, dos mociones sobre la mesa: mientras que unos se decantaban por el total rechazo de la propuesta de Guzmán, otros aceptaban el que fuera enviada a una comisión especial sometida a nuevo debate. La representación de la Academia Filipina se abstuvo, cuatro delegaciones –Guatemala, Panamá, Paraguay y Uruguay– votaron a favor de continuar la discusión en comisión especial y una mayoría de trece votó por la «inhibición», es decir, por que el congreso ni siquiera sometiera a debate la propuesta de Guzmán (Comisión Permanente 1952: 380-383). Si bien la polémica suscitada por el discurso de Guzmán fue sin duda la mayor del congreso, no fue la única. En varias ocasiones volvieron a saltar chispas ante iniciativas que, como en el primer debate, eran percibidas por algunos como amenazas a la unidad del idioma. Entre aquellas propuestas se encontraba, por ejemplo, la creación, en un esfuerzo conjunto de todas las academias, de un gran diccionario del español y la producción, de nuevo, con el consentimiento y parti-

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cipación de todos, de una nueva gramática que contribuyera a unificar la enseñanza de la lengua en todo el continente4. Este breve repaso de los acontecimientos debería bastarnos por ahora para mostrar que el congreso de México provocó una explosión de discursos metalingüísticos en los cuales la naturaleza y unidad de la lengua y el dispositivo institucional a cargo de su gestión fueron temas centrales. Nos encontramos sin duda ante un extraordinario episodio y un corpus de textos crucial para la reconstrucción e interpretación de la reciente historia sociolingüística de España y de la América hispanohablante. Por supuesto, estos materiales difieren cualitativamente de los utilizados por las aproximaciones convencionales a la historia lingüística. Frente a la centralidad de la estructura del lenguaje para la pragmática histórica (e.g. Jacob y Kabatek 2001) o la sociolingüística histórica (e.g. Conde Silvestre 2007) –y selecciono estas dos por su explícita preocupación con el contexto–, los discursos metalingüísticos resultan centrales para un tipo distinto de aproximación histórica al lenguaje; una aproximación que afirma los orígenes y efectos sociopolíticos de los fenómenos lingüísticos y que se plantea desenmarañar las raíces y ramificaciones contextuales de los regímenes de normatividad en que se despliegan las prácticas lingüísticas5. Al adoptar esta perspectiva, nos proponemos examinar el carácter ideológico de las representaciones lingüísticas que se produjeron en México. Pensamos por tanto en ellas como concepciones históricamente localizadas del lenguaje en general y del español en particular, como realizaciones discursivas de un orden colectivo y como huellas de intereses culturales, políticos y sociales involucrados en disputas en torno a regímenes de normatividad en los cuales al español y sus variedades se les asignan valores diferentes6. Ya vimos, por ejemplo, que el congreso se organizó sobre la premisa de que la naturaleza y unidad del idioma necesitaba protección. 4

Véanse, por ejemplo, las actas del tercer y cuarto pleno (Comisión Permanente 1952: 387-390 y 407-416). 5 En este sentido, nuestra aproximación a los debates que se desarrollaron en el congreso de México está vinculada a la propuesta realizada por Jan Blommaert y sus colaboradores y a la idea de historicidad que abrazan (Blommaert 1999). 6 No procede la discusión extensa de la categoría de las ideologías lingüísticas en este breve artículo, pero ha sido tratada en detalle en Valle (2007), Kroskrity (2000) y Woolard (1998), entre otros.

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Esta premisa, de hecho fue repetida una y otra vez durante las fases preparatorias y las ceremonias de apertura así como durante el congreso mismo. La preocupación por el deterioro de la lengua no era ni mucho menos una preocupación nueva, y no era, por supuesto, una preocupación exclusivamente hispánica. Pero sí era una manifestación históricamente localizada de una forma particular de higiene verbal (Cameron 1995), de un discurso sobre el lenguaje muy cercano a lo que James y Lesley Milroy han calificado como the complaint tradition (la tradición de la queja) (1999: 24-45). A lo largo del siglo diecinueve, el protagonismo político de las clases trabajadoras y el aumento de la movilidad social se convirtieron en fuentes de ansiedad para la burguesía en general y para la élite letrada en particular. Igualmente, la mayor prominencia cultural de países como Francia –que se habían convertido en referentes para las antiguas colonias españolas– era un perturbador recuerdo del estatus relativamente bajo que poseía España en las jerarquías culturales de Europa. Estas preocupaciones culturales y sociales –todas ellas con su visible dimensión política– llegaron hasta el lenguaje, que se convirtió en objeto de acción política y zona discursiva en la que se procesaban aquellas ansiedades. La presencia impertinente de formas dialectales y extranjeras en géneros textuales considerados tradicionalmente a salvo de tales invasiones –la aparición, por ejemplo, de formas dialectales y galicismos en la literatura en lengua española– eran la principal causa del temor al deterioro del idioma.7 A mediados del siglo veinte, como vimos, en las representaciones del lenguaje que surgieron en torno al congreso de México, se expresaron preocupaciones similares sobre la pureza del idioma. Pero el contexto, las circunstancias convocadas como causa del deterioro del idioma, había tomado nueva forma: por un lado, los medios de comunicación de masas habían sustituido a los escritores como principal amenaza a la jerarquía sociolingüística del español; por otro, la cultura anglosajona –especialmente el poderío político y la influencia cul7 Véanse, como muestra de la vitalidad y manifestación de estos temores, la polémica de finales del diecinueve entre el filólogo colombiano Rufino José Cuervo –lo que, aunque lamentaba, predecía la inevitable fragmentación del español– y el escritor y diplomático español Juan Valera (tratada en Valle 2004) y el ensayo publicado por Ramón Menéndez Pidal en el primer número de la revista norteamericana Hispania (Menéndez Pidal 1918).

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tural de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial– había sustituido a Francia como la principal amenaza a la integridad cultural de la civilización hispánica. De acuerdo con los objetivos del congreso, la necesidad de proteger la pureza del español y las estrategias para hacerlo fueron, por supuesto, temas centrales en las discusiones: ocho de las 31 resoluciones aprobadas tenían una orientación explícitamente proteccionista. Sin embargo, como vimos desde el principio, el discurso sobre los peligros que acechan al idioma fue más allá de las formas convencionales de purismo. De hecho, la necesidad de proteger el español aparecía ligada a temores de fragmentación que perseguían a los académicos igual que habían perseguido a hombres de letras españoles e hispanoamericanos al menos desde mediados del siglo diecinueve (Valle/Gabriel-Stheeman 2004). En aquellos tiempos, la ansiedad ante la posible fragmentación se encontraba profundamente enredada con las crisis producidas por la caída del Imperio y los proyectos de construcción nacional emprendidos no sólo por los nuevos países sino por la propia España. Aun así, el objeto de los discursos asociados con aquellos temores era predominantemente lingüístico: si las formas dialectales llegaran a penetrar el habla de las clases cultas de cada país hispanohablante, el idioma pronto seguiría la misma ruta que el latín y evolucionaría en cada lugar de manera autónoma hasta generar una multiplicidad de lenguas8. En 1951, estos argumentos habían desaparecido casi totalmente. De hecho, se podría concluir que, para esta fecha, aunque el discurso de la fragmentación aun estaba presente, la amenaza de la división no era ya una preocupación real. Recordemos si no las ya citadas palabras de Menéndez Pidal: «Esta comunidad idiomática, aunque puede sufrir quebranto, es esencialmente inconmovible». Lo que apreciamos ahora es una proyección fractal de la ansiedad de desintegración ya no sobre la lengua misma sino sobre las academias. En esta nueva reencarnación del discurso de la fragmentación, la naturaleza y unidad del campo lingüístico hispánico se vería amenazada no por la posible evolución divergente de las formas lingüísticas sino por con8

Recordaremos aquí los temores que inspiraron a Bello a elaborar su gramática (Bello 1847) y los ya mencionados presagios de Cuervo (Cuervo 1899) que hicieron reaccionar tan apasionadamente a Juan Valera.

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ceptualizaciones alternativas –y contradictorias– del cuerpo político del idioma. Por un lado, los adversarios de Guzmán creían que el arreglo institucional vigente era el marco adecuado para defender la naturaleza y unidad del idioma. En consonancia con el espíritu del movimiento panhispánico, este grupo de académicos hispanoamericanos aceptaban una comunidad lingüística construida bajo la tutela de España. No se debía cuestionar la autoridad de la Real Academia; no se debía desafiar tampoco el valor de su gramática y su diccionario como herramientas únicas de la estandarización. Frente a éstos, Guzmán se enfrentó al modelo tradicional de relaciones interacadémicas y al tipo de comunidad panhispánica de la que se erigía como vergonzoso reflejo. Al igual que para el resto de los académicos que asistían al congreso, para Guzmán, el español necesitaba protección en tanto que la influencia cultural, económica y política de Estados Unidos se vislumbraba cada vez más clara en el horizonte –un horizonte, por cierto, bastante literal para México–. Pero una aproximación institucional unificada a esta estrategia defensiva sólo era posible si las instituciones involucradas renunciaban a mantener una relación que, como había revelado la ausencia de la RAE, estaba marcada con el sello de la era colonial. La defensa competente del español, mantenía Guzmán, debería estar anclada en un dispositivo institucional en el cual las naciones hispanohablantes convergieran como iguales. En conclusión, aunque el congreso de México tuvo escaso impacto a corto plazo en la naturaleza del español estándar –en las formas legitimadas por las academias–, los debates sobre el proceso de estandarización suscitados por la ausencia de España y la voz, lúcida y orgullosa, de Guzmán acabaron teniendo un efecto importante no sólo en el modo en que se relacionan las academias sino también –y de modo muy especial– en el modo en que conciben la norma. Dejaré este tema para trabajos futuros con la esperanza de haber reivindicado, con argumentos suficientemente convincentes, una aproximación política e histórica a la lengua que ilumine, en nuestro caso, la naturaleza presente del español y el complejo régimen de normatividad en el que su uso queda inscrito. Espero también, finalmente, que esta breve incursión en la historia lingüística de las comunidades hispánicas contribuya, de algún modo, a mantener vivo un muy necesario diálogo –académico y social– en torno a la memoria histórica de esta compleja

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y desigual relación transatlántica. Tal como ocurre con la francofonía y la lusofonía, como sucede también con la Commonwealth, la comunidad hispanohablante –anclada en una lengua partida y compartida, que une y separa a la vez– se presenta ante nosotros desde luego como experiencia sentida pero, al mismo tiempo, como objeto central de políticas cuya relevancia trasciende el universo de los afectos. En tanto que función de la política y, por lo tanto, como construcción discursiva, la comunidad hispanohablante –y con ella la lengua española– se convierte en sintagma resbaladizo y pegajoso, en objeto de disputas en las cuales se enarbolan argumentos que ambicionan controlar su historia, su presente y su futuro. Sólo desde un acercamiento sin complejos –abierto y riguroso– a la historia –y no sólo por ser ésta magister vitae– se podrá construir una memoria histórica capaz de servir a un proyecto colectivo crítico, trasatlántico y democratizador. OBRAS

C I TA D A S

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Los seres humanos ‘tienden’ a realizarse, quiero decir, a ejecutarse y manifestarse, desde la multiplicidad. Múltiples moradas (Guillén 1998: 16) El nuevo hispanismo debería examinar sus propias limitaciones conceptuales y sus desfallecientes proyectos, para revisar reflexivamente su pasado y abrir una alternativa original para el futuro. «Siete tesis contra el hispanismo» (Subirats 2005: 188)

En 1909 la Universidad de Oviedo envió al profesor español Rafael Altamira a América Latina en misión pedagógica; concretamente, a Argentina, Uruguay, Chile, Perú, México y Cuba. En su libro Mi viaje a América se reproducen las palabras de su superior e ideólogo del proyecto, el rector Fermín Canella, quien bautizó a Altamira como «portavoz de la antigua Metrópoli» y enmarcó históricamente la empresa: […] con el apoyo del Estado podrá convertirse en lo que soñamos: en la creación de cursos completos profesados por nosotros en el extranjero, y por los extraños en nuestras Universidades. Tras ello irá también el ideal cambio de estudiantes. […] Si fue relativamente fácil convertir en hecho este proyecto [un intercambio con Burdeos], el otro, más trascendental, requería sólida preparación y meditado estudio. No es cosa hacedera para nuestras pobres Universidades organizar un viaje a América; pero había

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que hacerlo. La ocasión brindaba con su oportunidad; debíamos aprovechar la proximidad de la celebración del primer Centenario de la Independencia de la que fue nuestra América, para llevar a ella nuestro espíritu (Altamira 2008: 15-16).

La intervención estatal, a principios del siglo XX, ya se veía como indispensable para la creación de vínculos académicos entre la ex metrópolis y las ex colonias. Unos vínculos que eran percibidos por la opinión pública española como espirituales y raciales, y cuya reivindicación siempre tenía y sigue teniendo lugar en las proximidades de un aniversario. Leído como libro de viajes, Mi viaje a América es una obra extraña. Está configurada por un sinfín de cartas, documentos oficiales, artículos periodísticos, informes, conferencias y alocuciones, en la mayoría del propio Altamira, pero en ocasiones también de otros profesores o de políticos que ampararon el proyecto de su viaje. En total, pronunció «trescientas sesenta conferencias o discursos» (294), cuyo resultado principal, según él mismo, fue: «el hecho mismo del viaje y de que un profesor español haya explicado en Universidades americanas. Hasta hoy sólo han realizado eso los norteamericanos (Rowe, Shepherd) y algún italiano. Los franceses se preparan a ello»; de lo que se extiende el «establecimiento de instituciones e influencias españolas» (294), como cátedras, convenios de intercambio de estudiantes y de relaciones académicas. Entre las peticiones de Altamira, que implican créditos y desembolsos por parte de instituciones españolas, se encuentra la del establecimiento en Madrid de un «Centro oficial de Relaciones hispano-americanas», que debería «asesorar sobre la política general americana de orden intelectual y económico» (312). Entre los argumentos que el profesor universitario despliega para convencer a quien corresponda de la necesidad de esa institución técnica gubernamental, destaca la comparación con otros países, como los Estados Unidos, Francia, Alemania e Italia, que en ese momento están potenciando en América Latina una red de organismos con capacidad tanto comercial como académica: «Si el Estado español continuase inactivo frente a tantos y tan poderosos esfuerzos, la causa de la civilización, del espíritu y de los intereses económicos de nuestra patria en América, perdería rápidamente terreno» (314). El profesor piensa políticamente y su enumeración ordena las prioridades de la academia española de la época: cultura, religión y

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economía. Su discurso se encabe en los paradigmas del neoimperialismo internacional, con la carrera de las antiguas metrópolis por reeditar su influencia en los países independizados –la tónica del siglo XX. Los escritos y las conferencias de Altamira se enmarcan, por un lado, en la corriente regeneracionista emparentada con la Institución Libre de Enseñanza; por el otro, con el americanismo que buscaba un nuevo lugar para la España postcolonial, para la España posterior a 1898, mediante un discurso de hermanamiento y de raíces en la «raza común». El caldo de cultivo en que se configuraba la ideología de la hispanidad, híbrida de interés cultural y de interés político, de defensa del pasado y apuesta interesada por el futuro. Contemporáneamente, el profesor Adolfo Posada fue enviado a Argentina en 1910 por la Junta de Ampliación de Estudios, institución española que se proponía crear una red de intercambio cultural entre España y Argentina. Coincidió en su viaje a Paraguay con ValleInclán, dio «noventa discursos» y alcanzó «la más justa visión y comprensión de la grandeza de España […] el valor de España sube, se eleva a lo más alto, en o desde nuestra América, obra de los españoles de España» (Posada 1984: 344). De sus dos viajes al Cono Sur, el de 1910 y el de 1921, dio cinco libros a imprenta: textualizar es uno de los imperativos de este tipo de misiones. Pero, sobre todo, Posada formó un incipiente comité que daría lugar a la Institución Española de Buenos Aires, modelo para la expansión posterior en otros países (Pascuaré 2000: 16). El profesor regresaría con otra misión: recorrer las provincias del norte argentino con el objeto de aplicar los resultados a trabajos de orden social. Otro de los objetivos de estas empresas era «la publicación en España de obras científicas sobre América» (14). La Institución Cultural Española de Buenos Aires invitaría a José Ortega y Gasset y a Ramón Menéndez Pidal, entre muchos otros, en calidad de «conferencistas». El esquema futuro estaba fijado: la exportación del conocimiento se equilibraba con la importación de datos, en un intercambio con supuesta empatía espiritual y racial; ambos movimientos se relacionaban, además, con lo que más tarde se llamaría «cooperación cultural». Tras la Guerra Civil, Francisco Franco comienza a utilizar la palabra «hispanidad» como sinónimo de la voluntad de expansión española en América Latina (Barbeito Díez 1989: 113), y los diarios afines (como ABC) se hacen eco de la idea y exploran su potencial semánti-

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co: «En el año 1940 funcionaban en España varias asociaciones de tipo privado, cuyo objetivo era la búsqueda de vínculos culturales comunes entre España e Hispanoamérica. De todas ellas, la más destacada era la Asociación Cultural Hispano Americana» (114), que se puede considerar el antecedente directo del Consejo de la Hispanidad, del mismo 1940, órgano destinado a la propaganda justificadora de la Cruzada en el ámbito americano, en el marco de una política claramente neoimperialista, motivada por la convicción espiritual en la unidad de la cultura española. En 1946 fue creado el Instituto de Cultura Hispánica, con carácter de asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores; en 1947, nació la revista Mundo Hispánico; al año siguiente, Cuadernos Hispanoamericanos; en 1949, la Biblioteca de los Pueblos Hispánicos, con un fondo dependiente del canje y de las donaciones entre las dos orillas del Atlántico. En una década se consolida, por tanto, una red institucional hispanista. Que no es totalmente unidireccional: en 1951 tuvo lugar en México el I Congreso de Academias de la Lengua Española, a iniciativa del presidente mexicano Miguel Alemán. En la década de los 50 se instauró el sistema de becas de estudios para jóvenes iberoamericanos que quisieran formarse académicamente en España, que sobrevive hasta hoy. En los Fragmentos de mis memorias –que Alfonso Posada dejó inconclusos a su muerte en 1944– se encuentra un capítulo dedicado a su colega Rafael Altamira, que para aquella fecha se encontraba exiliado en México: [Fue] el iniciador, con su ejemplo, del renacimiento del prestigio español, […] demostrando con ello que en la madre patria había quienes podían hablarles el lenguaje digno de sus anhelos culturales en el común lenguaje de la nación hispana y con la más alta preparación científica. No se hablaba entonces todavía de Hispanidad; pero cuando se estudie bien y serenamente lo que pueda significar esa palabra, deberá señalarse como antecedente calificado el viaje de Altamira en 1909 (Posada 1984: 254).

* La estructura de relaciones culturales entre España y América Latina, por tanto, aunque se prefiguró intelectual e institucionalmente durante las tres primeras décadas del siglo XX, fue legislada y fijada sobre

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todo durante el franquismo. Una vez llegada la democracia, en 1977 se crea el Centro Iberoamericano de Cooperación; y en 1979, el Instituto de Cultura Hispánica pasa a llamarse Instituto de Cooperación Iberoamericana; exactamente una década más tarde, nace la Agencia Española de Cooperación Internacional, que absorbe el ICI y que expande el radio de acción de la ayuda española al desarrollo al marco global. No es hasta 2008 cuando a las siglas AECI se le añade una «D» que significa «para el Desarrollo», dando lugar a la actual AECID. Su objetivo es: «el fomento, la gestión y la ejecución de las políticas públicas de cooperación internacional para el desarrollo, dirigidas a la lucha contra la pobreza y la consecución de un desarrollo humano sostenible en los países en desarrollo» (AECID 2009). En la página web se lee una historia de la institución que la emparienta con todos los precedentes que se han recorrido en los párrafos anteriores. La tradición y la continuidad son valores más importantes que la democracia, a juzgar por ese énfasis en la historia, más allá de sus períodos dictatorial y democrático. Dentro de esa ampliación del campo de batalla que suponen la AECID y la Casa de América (consorcio creado en 1990) cabe situar la creación del Instituto Cervantes en 1991, «para promoción y enseñanza de la lengua española y para la difusión de la cultura española e hispanoamericana» (Instituto Cervantes 2009), que cuenta entre sus objetivos con el de «apoyar a los hispanistas»; así como la recuperación de los Congresos Internacionales de la Lengua Española (Zacatecas, 1997; Valladolid, 2001; Rosario, 2004; Cartagena de Indias, 2007). En el discurso oficial del Instituto se conecta ese rescate con el I Congreso Literario Hispanoamericano (1892) y con el Congreso de la Lengua Española (1992) (Instituto Cervantes 2009); pero no con la creación de las Academias de la Lengua, que Ángel Rama vio como una forma de compensación de los procesos modernizadores iniciados hacia 1870 y que se formularon y organizaron como «religaciones con las fuentes europeas» (Rama 2009: 134). Obviamente, mientras desde 1940 la política cultural de España respecto a América Latina ha sido más o menos firme y ha estado representada por órganos de parecidos objetivos (en la teoría, más allá de la posibilidad de aplicación práctica, dependiente de los contextos locales), la respuesta de cada país latinoamericano respecto a los propósitos de la ex-metrópolis han sido diversos. Como afirmó

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Mercedes Barbeito Díez en su análisis del nacimiento y la expansión del Consejo de la Hispanidad: «Los Gobiernos de las repúblicas hispanoamericanas iban a mantener, oficialmente, una política de ambigüedad con respecto a las tesis de la Hispanidad» (Barbeito Díez 1989: 134). La respuesta de cada país, sus negociaciones con España, han sido históricamente diversas. La ambigüedad sigue existiendo. No hay más que observar, por ejemplo, la retórica de los últimos años que han practicado Néstor y Cristina Kirchner en Argentina o Hugo Chávez en Venezuela respecto a la política económica española, mientras la AECID y la mayoría de las multinacionales españolas seguían operando en esos países sin que sus programas de ayuda al desarrollo ni sus políticas de expansión cambiaran substancialmente. Obviamente, la progresiva expansión de la influencia española en el continente americano durante el siglo XX se sitúa en un contexto mayor de conflictos postcoloniales; incluso el Instituto Cervantes responde a la necesidad geopolítica de trabajar en una dimensión global, con el inglés y el chino como lenguas rivales de expansión y dominio (físicos y virtuales). Como ha escrito Renato Ortiz, el imperialismo es, sobre todo, económico y nacionalista; pero el fundamento de sus políticas no son «los intereses económicos, sino una actitud psicológica, residuo de estructuras pasadas y peculiar de las clases dirigentes» (Ortiz 2005: 41). Su marcado cariz ideológico y cultural deriva, en todas las culturas imperialistas, hacia el concepto de misión civilizatoria. Aunque el concepto «imperialismo cultural» sea relativamente reciente –finales de los años sesenta (42)– y se vincule sobre todo con los Estados Unidos, lo cierto es que no hay otra manera de calificar la política cultural de España en América Latina que como neoimperialismo cultural. La penetración de las instituciones culturales es paralela a la de la influencia política y económica, de modo que la presencia y la influencia de las multinacionales españolas es mayor cuanto lo son los programas de cooperación cultural y ayuda al desarrollo. En los países no hispanohablantes, en cambio, el neoimperialismo español sí tiene motivaciones claramente económicas (la enseñanza del español como negocio, del que se desprende circunstancialmente el interés por la cultura española e hispanoamericana), que difuminan u opacan cualquier voluntad aproximadamente misionera.

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Los Centros Culturales de España en América Latina, vinculados con el Ministerio de Asuntos Exteriores y con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, continúan representando la relación asimétrica que se establece entre la ex metrópolis y las ex colonias. Es impensable un Centro de Cultura Peruana en Madrid o un Centro de Cultura Guatemalteca en Barcelona, con funciones tanto culturales como políticas; pero no a la inversa. Del mismo modo, la producción textual de funcionarios, diplomáticos y viajeros españoles sobre América Latina, durante todo el siglo XX, casi siempre vinculada con el ejercicio de misiones o como consecuencia de invitaciones oficiales, ha creado un archivo desequilibrado. Mientras que para Altamira o para Posada –y más tarde para los viajeros del franquismo– América Latina es el espacio de la reafirmación de lo español, para los viajeros hispanoamericanos contemporáneos España es un espacio de reinterpretación: Hacia finales del siglo XIX, sin embargo, dado el momento histórico que permitió cierta prosperidad en las naciones de la América española con la instauración de los regímenes liberales, la necesidad de rescribir España como la antesala de Europa, y por lo tanto de la modernidad, produce textos que intentan recuperarla y reinscribirla en el sistema de valores del hispanoamericano (Fombona 2005: 174).

Es decir, mientras los viajeros españoles están certificando el legado hispánico de América y están subrayando los lazos espirituales entre las antiguas colonias y la Madre Patria, los viajeros hispanoamericanos están europeizando España e incluyéndola en un proyecto generacional de modernidad. Otro ejemplo de desequilibrio, que ilustra la pervivencia del problema, es el del Premio Grandes Viajeros, otorgado por Ediciones B (con el patrocinio de Iberia) entre 1998 y 2005, que recayó en tres ocasiones en libros sobre América del Sur. En dos casos, se trató de autores españoles (Memorias del Mato Grosso, de Mónica Sánchez Lázaro, en 2004; y Volcanes dormidos. Un viaje por Centroamérica, de Rosa Regàs y Pedro Molina Temboury, en 2005), que obviamente hablaban de realidades lejanas, incluso exóticas, pese a tratarse de una cooperante y de dos ex-directores del Ateneo Americano de la Casa América de Madrid; el tercer caso fue el del escritor argentino Mempo Giardinelli (Final de novela en Patagonia, 2000), que trataba

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el sur de su propio país como un paraje tan lejano y exótico como pueda resultar para los lectores españoles. * Para comprender la complejidad de lo que llamamos «hispanismo», a la red de instituciones que he comentado hay que sumarle muchos otros nodos multinacionales e intercontinentales: fundaciones, archivos, museos, asociaciones, revistas, centros de investigación, universidades, colecciones editoriales, etc. Lo que une esos nodos son links: flujos de información. Tradicionalmente, ese rol lo encarnaron los viajeros. Desde los cronistas de Indias del siglo XVI hasta los estudiosos alemanes, franceses, ingleses de los siglos XIX y XX, pasando por todo tipo de viajeros iberoamericanos y de académicos globales, el hispanismo se desarrolla como un sinfín de cruces de información, orales y textuales, en que la mirada local y la mirada extranjera cortocircuitan una y otra vez. Cruces que –como se está viendo– no están exentos de su naturaleza de «configuraciones de poder» (Said 2002: 25), ya que no existe «una erudición que no sea política» (428). Las conclusiones a las que llega Edward W. Said en Orientalismo son parcialmente trasladables al ámbito del hispanismo. En efecto, la relación de los hispanistas con el mundo hispánico –o, al menos, con vastas áreas del mundo hispánico– es eminentemente textual (o, en nuestra era, audiovisual); la mirada de los conquistadores y de los exploradores hacia América y la de los viajeros románticos europeos hacia España transforma los lugares en escenarios donde tienen lugar las representaciones de lo americano o de lo español, según un amplio repertorio teatral (desde El Dorado o el canibalismo hasta Carmen, el bandolerismo o Don Juan); del mismo modo que el anticolonialismo «unifica todo el mundo oriental» (154), también unificó y sigue unificando –como mínimo en el nivel de la retórica política– América Latina. Cada uno de estos tres paralelismos entre el orientalismo según Said y el hispanismo provoca al menos un problema. Sobre cada uno de ellos versan los tres próximos párrafos. La relación textual y audiovisual que establece el hispanista con América Latina y con España guarda relación directa con una realidad: el mundo hispánico es un espacio inabarcable. Más de trece millones de metros cuadrados repartidos en una veintena de estados

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cuya lengua oficial es el castellano, más plurilingüismos, insularidades, conflictos étnicos, nacionales y de transculturación, etc., constituyen más que una realidad transformable en objeto de estudio, un mosaico de realidades que empujan a la especialización. Pero incluso cuando se aboga por ésta, es decir, cuando se pasa del hispanismo a una disciplina académica acotada (el cine mexicano, la literatura andina, la telenovela), la enorme diversidad iberoamericana es neutralizada por el desconocimiento de parcelas del terreno escogido. La única solución es el viaje. El hispanista debe conocer tanto textual y audiovisual como físicamente sus áreas de estudio. En la era de Google Books, las bibliotecas y las librerías locales continúan albergando documentos a los que sólo se puede acceder in situ –o en los que la mirada sólo va a reparar en el contexto adecuado. En la era de Youtube los archivos de las cadenas de televisión continúan almacenando material que sólo se puede consultar en ellos. En la era de la Asociación de Academias de la Lengua Española y del Diccionario panhispánico de dudas, las palabras y sus referentes continúan poseyendo mayor sentido en el marco en que encarnan realidad. En términos de análisis y de lectura, nuestra época quizá se esté definiendo por el paso del concepto de campo cultural de Pierre Bourdieu al de escena, de definición mucho menos precisa, casi siempre vinculada con lo local. El hispanista debiera huir de esos términos teatrales y creer –como el etnógrafo o el arquitecto– en el trabajo de campo. El viaje y la autocrítica son las herramientas para anular la conversión del espacio visitado en un teatro donde representar el repertorio de lo otro. Es decir, mediante el viaje se somete a contraste y probablemente se refutan las ideas recibidas, los tópicos y los estereotipos leídos o vistos. Pero es necesaria también la autocrítica, el examen de los prejuicios que uno transporta, para que se produzca la apertura que conduce al conocimiento. Somos máquinas de prejuzgar y de proyectar; pero en el siglo XXI prejuzgamos y proyectamos a sabiendas, y esa conciencia pos-posmoderna, construida con la lectura de los textos fundamentales del estructuralismo, de la deconstrucción, del psicoanálisis o de los estudios culturales, debe ser la garantía de que no actuemos con presunta inocencia. Precisamente han sido los estudios postcoloniales los que han creado el espacio que obliga a los lectores profesionales españoles a leer desde una nueva perspectiva las literaturas de América Latina. Y vice-

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versa. Si el anticolonialismo unió a los países americanos, entonces –digamos que en 1898– una parte de hispanismo quedó fuera del hispanismo. España. Todos los esfuerzos institucionales de España a lo largo del siglo XX pueden interpretarse como una sucesión de intentos por recuperar la unidad perdida (y el poder). Una unidad como objeto de estudio. En la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, se ofertan las siguientes asignaturas de literatura: Alemana, Argentina, Brasileña y Portuguesa, del siglo XIX, del siglo XX, Española, Europea del Renacimiento, Europea Medieval, Francesa, Inglesa, Italiana, Latinoamericana, Norteamericana y Eslavas. En la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, la Literatura Española forma parte del departamento de Literaturas Occidentales. En el programa de Filología Hispánica de la Universidad de Barcelona se ofrecen unas veinticinco asignaturas de Literatura Española y cuatro de Literatura Hispanoamericana. Es difícil encontrar un ejemplo de integración de la literatura española a la currícula académica de la literatura hispanoamericana (y viceversa). Por un lado, tenemos la balcanización nacional de los estudios literarios, según la cual cada país iberoamericano da mayor importancia (más horas de docencia, más créditos, más páginas en los manuales) a la poesía local que al teatro del Siglo de Oro español o a Borges, porque en la literatura propia recae una parte importante de lo que todavía, anacrónicamente, se percibe como identidad nacional. El anacronismo –como todo– tiene su historia política: La constitución de la literatura, como un discurso sobre la formación, composición y definición de la nación, habría de permitir la incorporación de múltiples materiales ajenos al circuito anterior de las bellas letras que emanaban de las élites cultas […]. La constitución de las literaturas nacionales que se cumple a fines del XIX es un triunfo de la ciudad letrada, la cual por primera vez en su larga historia, comienza a dominar a su contorno (Rama 2009: 146).

Por el otro lado, tenemos un malentendido semántico. * Según el DRAE, «hispanoamericano» es un adjetivo «perteneciente o relativo a españoles y americanos»; «latinoamericano», «se dice del

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conjunto de los países de América colonizados por naciones latinas, es decir, España, Portugal o Francia»; e «iberoamericano» refiere a los «países que formaron parte antes de los reinos de España o Portugal» y a los propios «España y Portugal». De los tres adjetivos, por tanto, el más adecuado para hablar de la cultura hispánica es «hispanoamericano». Sin embargo, es sabido que con esa palabra se alude generalmente a las culturas de América Latina –excluyendo las de España. Se diría que con el cambio del siglo XX al siglo XXI y con la aparición de nuevas formas de organización en el seno de la Academia –como las derivadas de los estudios culturales– y de nuevas formas de organización de los discursos del saber –como las derivadas de Internet– estaríamos en una posición privilegiada para cambiar de una vez por todas las estructuras finalmente institucionales y, por tanto, políticas, que fueron fijadas durante períodos históricos de gobierno no democrático (imperialismo, despotismo ilustrado, dictaduras militares), y que percibimos como anacrónicas e injustas. Pero no se ha producido el cambio. En formato libro, el tercer tomo de la española Historia de la literatura hispanoamericana (Barrera 2008) divide la mayor parte del volumen en cronologías nacionales; por su lado, el proyecto argentino de una historia temática literaria, que fuera «organizada desde la propia literatura» (Drucaroff 2000: 12), vuelve a limitarse a las fronteras locales en Historia crítica de la literatura argentina. En formato digital, no hay más que consultar la entrada «Literatura hispanoamericana» de Wikipedia, numéricamente ordenada en literaturas nacionales. El reto es tratar de ver el bosque a partir de la suma de muchos de sus árboles. Un bosque, el de la literatura, cuyas raíces son cada vez más nómadas: tanto desde el polo de la escritura de creación como desde el polo (complementario) de la lectura creativa. Un bosque que siempre es insatisfactoriamente parcelado. No puede entenderse la poesía de Pablo Neruda sin la de Federico García Lorca (y viceversa); ni la de ambos sin Juan Ramón Jiménez –o el surrealismo francés o Walt Whitman–. No puede entenderse la novelística de Juan Goytisolo sin la de Severo Sarduy o la de Carlos Fuentes. No puede entenderse el ultraísmo si no se lo observa como un diálogo trasatlántico. No puede entenderse la narrativa hispanoamericana del siglo XXI sin las lecturas cruzadas que los autores de una y otra orilla han hecho y

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hacen de Ricardo Piglia, Enrique Vila-Matas, Javier Marías, Fernando Vallejo o César Aira. Es eso tan obvio que uno se pregunta en qué momento de la historia reciente de la hermenéutica nos equivocamos. Quizá fue en el momento en que introdujimos en las facultades del ámbito hispánico (al fin y al cabo: centros de lectura) la Literatura Comparada, sin darnos cuenta de que antes de comparar literaturas escritas en lenguas distintas debíamos llevar a cabo un proyecto sistemático de lectura comparativa de las literaturas escritas en la misma lengua. En otras palabras: que no tenía sentido leer en paralelo la poesía de Ronsard, Fray Luis de León o Shakespeare; o las novelas de Flaubert, Clarín o Tólstoi; o los libros de viaje de Chateaubriand, Dickens o Sarmiento; sin haber intentado antes comprender como un fenómeno orgánico la literatura que durante los cuatro últimos siglos se ha producido en dos continentes y en una misma lengua. Quizá después de ese cambio de paradigma se hubiera podido entrar en una Literatura realmente Comparada, en una inteligencia de la multiplicidad, no sólo eurocéntrica u occidentalista, sino con la pretensión de universal. Quiero creer que no es tarde para la rectificación. Ésta pasaría por el trabajo personal y su expansión en red: la inercia institucional de la ciudad letrada es capaz de someterse a periódicas operaciones de cirugía estética para perpetuar su esencia, según parece inmutable. Ese proyecto arbóreo sólo sería posible si se dejara atrás para siempre la reafirmación acrítica de identidades caducas (nacionales, raciales, espirituales) y se apostara sin ambages por la reinterpretación extremadamente crítica desde las dos orillas. Desde todas las orillas.

OBRAS

C I TA D A S

AECID-Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (2009): «Introducción». En: (29 de julio de 2009). ALTAMIRA, Rafael (2008): Mi viaje a América. Oviedo: Universidad de Oviedo. BARBEITO DÍEZ, Mercedes (1989): «El Consejo de la Hispanidad». En: Espacio, tiempo y forma. Serie V, Historia contemporánea, 2, pp. 113-137. BARRERA, Trinidad (ed.) (2008): Historia de la Literatura Hispanoamericana III: Siglo XX. Madrid: Cátedra.

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DRUCAROFF, Elsa (ed.) (2000): Historia crítica de la literatura argentina. Dirigida por Noé Jitrik. Vol. 11: La narración gana la partida. Buenos Aires: Emecé. FOMBONA, Jacinto (2005): La Europa necesaria. Textos de viaje de la época modernista. Rosario: Beatriz Viterbo. GUILLÉN, Claudio (1998): Múltiples moradas. Ensayo de Literatura Comparada. Barcelona: Tusquets. INSTITUTO CERVANTES (2009a): «La institución». En: (1 de agosto de 2009). — (2009b): «Congresos de la lengua». En: (1 de agosto de 2009). ORTIZ, Renato (2005): «Revisitando la noción de imperialismo cultural». En: Salvatore, Ricardo (comp.): Culturas imperiales. Experiencia y representación en América, Asia y África. Rosario: Beatriz Viterbo, pp. 37-53. PASCUARÉ, Andrea (2000): «Del Hispanoamericanismo al Pan-hispanismo. Ideales y realidades en el encuentro de los dos continentes». En: Revista Complutense de Historia de América, 26, pp. 281-306. POSADA, Adolfo (1984): Fragmentos de mis memorias. Oviedo: Universidad de Oviedo. RAMA, Ángel (2009): La ciudad letrada. Madrid: Fineo. SAID, Edward W. (2002): Orientalismo. Trad. de María Luisa Fuentes. Barcelona: Random House Mondadori. SUBIRATS, Eduardo (2005): Viaje al final del paraíso. Ensayos sobre América Latina y las culturas ibéricas. Madrid: Losada.

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LA FANTASÍA DEL ATRASO 1 VÍCTOR VICH Pontificia Universidad Católica del Perú

La pregunta acerca de por qué la sierra peruana ha sido históricamente marginada en distintos proyectos de desarrollo puede contestarse de muchas maneras. Pueden enfatizarse, por ejemplo, razones políticas, económicas o culturales. Este ensayo se concentra en las últimas y sostiene que la relación de la costa con la sierra ha estado obstruida por la presencia de un imaginario que bloquea sistemáticamente un nuevo posicionamiento ante su realidad. Me refiero a que hay un discurso externo que la ha definido estereotipadamente y que ha tenido –y tiene– consecuencias políticas muy concretas. Por tanto, mi objetivo es comentar aquí los principales sentidos comunes que circulan sobre la sierra del Perú, vale decir, cartografiar el lugar que ella ocupa en el imaginario nacional. La hipótesis sostiene que la sierra no es sólo un espacio geográfico sino también una «realidad discursiva», vale decir, un conjunto de imágenes sobre las cuales la sociedad peruana ha depositado sus fantasías, sus miedos y sus anhelos. Hay, por supuesto, una realidad material, una sierra material, pero el problema es que, en buena medida, esa materialidad se define desde los discursos y con las palabras (Mignolo 2007). Es decir, la «realidad» nunca se nos presenta como 1

Agradezco a Carolina Trivelli por haberme animado a escribir este trabajo que fue parte del proyecto «Desarrollo rural en la sierra: aportes para el debate» auspiciado por el Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES) y dirigido por ella misma, Javier Escobar y Bruno Revesz. Agradezco además los comentarios de Fernando Eguren.

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algo independiente del lenguaje y, más bien, son las imágenes –configuradas como representaciones sociales– las que influyen notablemente en las maneras que tenemos de interactuar con la realidad. Sostengo que tanto el espacio nacional como los nuevos espacios geopolíticos trasatlánticos deben ser repensados y sometidos a una crítica deconstructiva capaz de localizar las maneras en que éstos han sido conceptualizados en la medida en que muchas consecuencias políticas han surgido de tales presupuestos. En efecto, las figuraciones sobre la geografía y el territorio son claves pues ellas han determinado muchas veces específicas formas de subjetividad y, más aún, vínculos sociales constituidos desde tal contexto. No se trata, por tanto, de un conjunto de representaciones sin relevancia política sino, sobre todo, de dispositivos culturales siempre asociados a formas de control social2. La naturaleza nunca se nos ofrece cruda y completamente desprovista de sentido. Nuestras percepciones están siempre mediadas por aparatos retóricos y sistemas de ideas que nos proveen lentes a través de los cuales hacemos significar paisajes y objetos. A pesar de la idea de inmediatez que evoca, la naturaleza está inserta en la historia y por lo tanto sometida al cambio y la variación (Nouzeilles 2002: 16).

En lo que sigue, me interesa comentar algunos de los principales imaginarios que han circulado –y circulan– sobre la sierra del Perú. Voy a intentar explicar cada uno de ellos valiéndome de ejemplos diversos. El primero figura a los Andes peruanos como un lugar «estático», resistente a la noción de cambio o de modernidad. La sierra, en efecto, siempre ha sido fantaseada como opuesta al mundo moderno como situada en un orden temporal diferente. Ante los ojos de un observador externo se ha tratado siempre de una realidad «estancada» y «precaria». El famoso informe de la Comisión Uchuraccay, escrito a inicios de la violencia política, lo propuso de la siguiente manera: Para estos hombres y mujeres, analfabetos en su mayoría, condenados a sobrevivir con una dieta exigua de habas y papas, la lucha por la existen2

Fue Michel Foucault (1972) quien demostró cómo los sistemas de poder producen objetos (y sujetos) que luego se representan como si existieran previos al discurso. Y fue Edward Said (1990) quien sostuvo que todo el saber que Occidente había producido sobre el Oriente no servía necesariamente para describir al Oriente sino, más bien, para conocer los presupuestos del propio razonamiento occidental.

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cia ha sido algo tradicionalmente muy duro, un cotidiano desafío en el que la muerte por el hambre, enfermedad, inanición o catástrofe natural acechaba a cada paso. La misma noción de superación o progreso debe de ser difícil de concebir –o adoptar un orden patético– para comunidades que, desde que sus miembros tienen memoria, no han experimentado mejora alguna en sus condiciones de vida sino más bien, un prolongado estancamiento con periódicos retrocesos (Vargas Llosa 1990: 111).

De hecho, estudios como los de Pino (2003) demostraron que los iquichanos lejos estaban de no conocer el mundo moderno y más bien negociaban constantemente con la ciudad. En efecto, en el Uchuraccay de 1983 había radios, tocadiscos y diversos productos modernos (además de dinero, por supuesto). Sin embargo, lo interesante radica en notar que los comisionados no consiguieron «ver» aquello: es decir, que sólo se dieron cuenta de «lo tradicional» y simplemente figuraron a los campesinos como aquellos «otros» sin modernidad donde, como se afirma, «la misma noción de superación o progreso debe de ser difícil de concebir». Desde este paradigma, la sierra peruana ha terminado siempre imaginada bajo una supuesta monotonía ritual que se repite en el tiempo. Johannes Fabian ha denominando «negación de la coetaniedad» (1983: 35) al mecanismo por el cual una cultura subalterna es interpretada como si estuviera situada en un orden temporal diferente. Desde ahí se ha imaginado a la sierra como «salida del tiempo» y como «separada» de la historia de la modernidad. Es decir, el presente de la sierra (para la costa) ha sido por lo general una especie de pasado y el futuro ha aparecido poco porque siempre ha terminado colonizado por el peso de su tradición. El segundo imaginario sostiene que la modernidad peruana inventó a la sierra como una realidad degradada y abyecta. La sierra fue entendida como el lugar de la «barbarie», una cultura figurada como inferior a la que en el mejor de los casos había que «educar» tutelarmente y excluirla de toda participación política. El ejemplo más claro es el de los propios idiomas nativos: la independencia del Perú no constituyó al Perú como un Estado nacional bilingüe –lo cual hubiera permitido la participación política del sector más grande de la población– sino que hasta la actualidad las lenguas indígenas no tienen ninguna importancia y la educación nacional se sigue entendien-

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do como un proceso de franca des-indigenización, vale decir, como un dispositivo encargado de dejar atrás toda la herencia cultural andina que sigue siendo conceptualizada como «inferior». La siguiente cita puede ayudarnos a entender mucho mejor este asunto. Se trata de unas «notas de campo» previas a un estudio sobre la escuela rural peruana: «En el patio de la escuela una niña se me acerca con su hermanito de primer grado y le ordena que saque uno de sus cuadernos de su mochila. La niña abre el cuaderno y me dice: «enséñale, profesora». No entiendo a qué se refiere y le pregunto: ¿qué le enseño? Lo que sabes pues profesora, ¡enséñale!» (Ponce 2009). Dos son las imágenes que resaltan en este pasaje: por un lado, la sierra es entendida como una realidad vacía donde no hay ningún conocimiento relevante y, por otro, la costa se concibe como aquel lugar que «lo posee todo». En realidad, no importa qué es lo que la costa sepa; para esta niña lo verdaderamente importante es que el saber de la costa se imagina como aquello único que tiene valor social y desde ahí la sierra pasa a concebirse como una especie de «pizarra vacía» donde el poder de la costa puede escribir lo que quiera. Dicho de otra manera: los niños andinos sienten que su cultura no es importante, que es inferior, que no es verdaderamente «una cultura» y que deben continuar aceptando su propia colonización. En ese sentido, no puede discutirse la idea moderna de la sierra sin su correlato antagónico: la costa. En el Perú, la costa se constituyó históricamente como el lugar de la civilización, del mercado y de una modernidad que se sabía periférica pero a la que igual se convocaba con necesidad. Entre ambas regiones ha existido una relación conflictiva que ha estado marcada por el autoritario ejercicio de poder3. Si bien la oposición entre ciudad y campo ha sido fundamental en todo el mundo moderno, ella se ha acentuado en el Perú por la localización geográfica de Lima. El argumento es muy conocido: mientras que Ecuador y Bolivia situaron sus capitales en ciudades andinas, Lima es una ciudad costeña construida de espaldas a los Andes. Aunque los

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La rígida división costa/sierra no era tan clara en la época prehispánica, donde los espacios no eran fijos y el territorio se concebía como una totalidad atravesada por un permanente flujo humano y económico. Murra (1975), en efecto, demostró relaciones muy dinámicas entre el control vertical de territorio, la producción económica y la propia organización social y política.

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contactos y las interferencias han sido permanentes y múltiples lo cierto es que el Perú se constituyó como uno de los países con el más alto grado de centralismo en la región4. El tercer imaginario figura a la sierra peruana como un territorio gigante, desconocido y difícil de controlar. La sierra, tal como la conocemos hoy, es sobre todo una invención republicana que representó al espacio andino, por un lado, como una instancia «salvaje» e «ingobernable» y, por otro, como un territorio «virgen» y «natural» casi sólo dispuesto para la explotación económica. La imagen es también muy conocida: «El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro». Como se sabe, fueron los viajeros europeos quienes comenzaron a conocer (y representar) el territorio americano desde una óptica moderna y occidental. En un estudio clásico, Pratt (1997) ha sostenido que se trató del momento en que el racionalismo, el capitalismo y un proyecto imperialista comenzaron a entremezclarse bajo el interés de restablecer el contacto y reimaginar a América luego de las luchas por la independencia. Atribuida a Antonio Raimondi, dicha frase se ha vuelto un lugar común en el imaginario nacional y aparece, a cada instante, en los debates políticos y en las conversaciones cotidianas. En dicha imagen, el país se figura como dotado de una gran riqueza pero como incapaz de explotarla o de hacerla producir. La frase señala que la propiedad no es garantía de riqueza ni mucho menos un agente que por sí solo promueva el desarrollo nacional. Ella alude a un país que desconoce su propio territorio y anima a la necesidad de inscribirlo en un proyecto de Estado más moderno y eficiente (Portocarrero s/f). Esta imagen del territorio cargado de riquezas también ha sido central en la producción de un imaginario de corte nacionalista y patriotero. La sierra, en efecto, ha sido entendida como lo más «profundo» y «auténtico» del país: un lugar de identificación colectiva que, curiosamente, ha asumido a los Andes como el corazón de la

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¿Por qué no existen importantes movimientos indígenas en el Perú de hoy? La respuesta ha sido más o menos consensual: el problema habría radicado en la ausencia de élites indígenas, vale decir, en el hecho de que después de la revolución de Túpac Amaru éstas hayan sido destruidas y pauperizadas. Es decir, cuando las élites cayeron lo indígena terminó asociado sólo con «lo pobre», «lo no poderoso» y «lo ignorante».

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nación y el centro de la patria. «La sierra –sostuvo Mariano Ibérico– es nuestra región metafísica» (1963: 75), vale decir, el lugar donde los peruanos nos reencontramos con nuestra identidad más profunda, o mejor aún, con las preguntas que sabemos que son esenciales pero que no podemos responder. Desde ahí se ha producido un imaginario idealizado sobre la sierra peruana que Cecilia Méndez (1995) ha explicado muy bien: «Incas sí, indios no» es una buena imagen que da cuenta de cómo la admiración por el pasado andino de parte de la élites criollas ha estado simultáneamente acompañada de prácticas racistas frente a los indios del presente. El discurso sobre los incas y las culturas prehispánicas no ha estado articulado a otro de reivindicación cultural. De hecho, en la actualidad es fácil comprobar cómo una agencia estatal como Prom Perú promociona una imagen del Perú como país indígena cuando al mismo tiempo –en la política interna– no existe ningún interés destinado a invertir en ese sector5. Ricas montañas / Hermosas tierras / Risueñas playas / ¡Es mi Perú! / Fértiles tierras / Cumbres nevadas / Ríos, quebradas / ¡Es mi Perú!6

Como puede notarse, el territorio deja de ser, en este tipo de discursos, cruda naturaleza para volverse un simple «paisaje», vale decir, una composición estética destinada a satisfacer la mirada de un ojo externo a esa realidad. La sierra es profunda, misteriosa, solemne. De sus cerros abruptos, de sus cálidos valles, de sus bosques sombríos, de sus flores humildes, de su fauna pensativa y paciente, emana, no sé qué revelación de fuerza dolorida y grande. […] El paisaje de la sierra es esencialmente solitario y mudo; no está lleno, como el de la selva, del rumor de la vida (Ibérico 1963: 75).

5 De hecho, la imagen estática sobre el mundo andino sigue reconfigurándose en el Perú a partir del discurso turístico que produce muchas veces una fuerte exotización de la historia nacional. A partir de empresas privadas y también del discurso mismo del Estado la sierra peruana está siendo utilizada para performar una identidad exótica ante el mercado globalizado donde son justamente los grupos más excluidos los encargados de nombrar –siempre «hacia fuera»– la esencia de lo nacional, mientras –«hacia adentro»– lo que se observa es una profunda indiferencia de parte del Estado ante las problemáticas locales. 6 Manuel Raygada, «Mi Perú».

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Alberto Flores Galindo (1994: 239) llamó la atención sobre cómo en este tipo de composiciones el paisaje siempre se encuentra deshabitado, vale decir, que la sierra peruana sólo puede imaginarse como «hermosa» en tanto se encuentre vaciada de seres humanos y de trabajo. De hecho, en la historia cultural del Perú, fue el indigenismo el que se encargó de poblarla de sujetos dotados de una dignidad cultural por restaurar en el presente. Manuel González Prada, por ejemplo, sostuvo que el desastre de la guerra con Chile se debía a la sistemática exclusión del mundo indígena en la nación y fue José Carlos Mariátegui quien se atrevió a dejar de lado todas aquellas etéreas discusiones (del tipo «los indios necesitan educación») para aterrizar el debate proponiendo un punto de vista fundamentalmente económico y culturalista: el problema del indio consistía tanto en el despojo de su tierra como en la ausencia de una representación digna de su cultura. El caos del país era causa del gamonalismo y de la existencia de una férrea cultura tutelar. Por eso mismo, el siglo XX se ha visto atravesado por diferentes revueltas que han figurado a la sierra –y éste es el cuarto imaginario– como un lugar esencialmente violento y conflictivo. Desde ahí se imagina que se trata de una realidad marcada por un permanente descontento político que en la historia republicana ha tenido su punto más alto en el conflicto armado iniciado por Sendero Luminoso en la década de 1980. La sierra se volvió entonces un lugar «atroz» e «imposible». De hecho, muchas interpretaciones iniciales leyeron la violencia política sólo en una clave mítica y sostuvieron que ella era producto del milenarismo andino y de un pensamiento mágico anclado en irrupciones de este tipo. Sin embargo, aunque algo de aquello pudo canalizarse a partir de distintas estrategias, lo cierto es que Sendero Luminoso fue fundamentalmente un producto universitario, una ideología que surgió del saber letrado y occidental. Sus líderes eran todos intelectuales urbanos y sus bases estuvieron constituidas, al inicio, por jóvenes universitarios que, aunque de ascendencia campesina, se sentían demasiado lejos de cualquier identidad rural (Degregori 1990). El último y quinto imaginario figura a la sierra como un espacio donde el capitalismo y la modernidad deben ingresar a como dé lugar. Dentro de esta lógica, se afirma que ella está muy atrasada y que debe

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comenzar a parecerse a la costa. Por ejemplo, una lectura del ensayo de Alan García Sierra exportadora (2005) revela la producción de un discurso que la configura sólo como un lugar disponible ante los mandatos del mercado global. Es decir, en este proyecto del actual presidente de la República los actores importan muy poco y son sistemáticamente invisibilizados. En él no hay instituciones locales, no hay asociaciones de campesinos y los conocimientos tradicionales no parecen encontrar ningún espacio al interior de una pura fantasía modernizadora. Si los criollos republicanos produjeron un «paisaje sin pobladores», hoy observamos un discurso con muchas cifras macroeconómicas y sin política: ni la herencia cultural ni el juego de intereses parecen ser parte de un proyecto como éste que termina por situarse en una posición realmente atípica en el contexto de los actuales debates sobre el desarrollo rural. El gran motor del desarrollo debe ser, hoy día, la globalización de la sierra, vinculando sus productos con el mercado externo y para ello el Estado debe informar, promover, alentar a la empresa privada agro exportadora, capaz de establecer cadenas de comercialización para cumplir ese papel (García 2005: 13).

Dicho de otra manera: sólo se trata de «exportación» y nunca de la construcción de mercados internos ni mucho menos de la articulación de redes más dinámicas entre pequeños agricultores. En ese sentido, los constantes paros agrarios que han ocurrido en los últimos años no son sino la expresión de miles de pequeños campesinos que siguen sin tener cabida en los planes del Estado. Por ello, la actual propuesta aprista sólo puede ser definida como una pura «ensoñación industrial» (Pratt 1997: 264), vale decir, como una construcción discursiva donde la sierra, sin actores propios, se concibe casi solamente como un territorio que se quiere volver a conquistar.

REFLEXIONES

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Las formas en las que representamos el mundo determinan la manera en que nos relacionamos con él. Las imágenes importan porque no

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son sólo imágenes y porque tienen consecuencias en las maneras en que los seres humanos actuamos en el mundo. Un niño socializado al interior de discursos racistas tendrá muchas posibilidades de creer que existen diferencias «naturales» entre los seres humanos. En este ensayo he intentado sostener que los imaginarios sobre la sierra peruana funcionan como fantasías que obstaculizan toda relaˇ izˇek 1999) que atración con ella. Se trata de «pantallas» o «velos» (Z pan a la sierra en distintas relaciones de poder y que la subalternizan congelándola en una imagen. Entendida como lo «opuesto» al mundo moderno, como un lugar de permanentes antagonismos sociales, como un mar de problemas políticos o como un proyecto en donde el capitalismo debe desarrollase igual que en la costa, todos estos discursos son obstáculos que bloquean la construcción de una relación con la sierra desde un nuevo lugar. Es preciso sostener, sin embargo, que estos imaginarios no tienen una secuencia evolutiva y que podemos encontrarlos superpuestos unos a otros en diferentes momentos y circunstancias. Hay períodos históricos en que algunos de ellos pueden volverse hegemónicos, pero es posible afirmar que todos ellos se encuentran circulando (y reescribiéndose) en la sociedad peruana en general. Pantaleón y las visitadoras (Vargas Llosa 1973) acierta en producir una buena geopolítica del territorio peruano: ahí la costa es representada como el lugar de las decisiones políticas; la selva como el lugar de la sensualidad y el goce; y la sierra como el lugar del castigo. En efecto, es a la puna a donde mandan a Pantaleón Pantoja por haber desafiado a su propia institución; es ahí donde el personaje debe exorcizar sus culpas como si estuviera en el «infierno»7. Pero regresemos nuevamente a la teoría: El grupo como tal es una entidad imaginaria en el sentido de que ninguna mente individual puede intuirlo concretamente. El grupo debe ser abstraído, o idealizado sobre la base de los contactos discretos individuales y de experiencias que nunca pueden ser generalizadas más que de una manera abusiva. Las relaciones entre los grupos son siempre estereotípicas hasta el punto que deben implicar abstracciones colectivas sobre el otro grupo, sin importar qué tan sensatas o qué tan liberalmente censura-

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Agradezco a Santiago López Maguiña por una buena conversación al respecto.

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das o imbuidas estén al respecto. Lo que es políticamente correcto hacer, bajo tales circunstancias, es permitirle al otro elaborar su propia imagen preferencial y trabajar a partir de ese estereotipo oficial. Pero la inevitabilidad de lo estereotípico –y de la persistencia de la posibilidad de aborrecimiento grupal, del racismo, de la caricatura y todo lo restante que ello trae consigo no es lago que pueda hacerse de lado (Jameson 1993: 105).

Esta cita es fundamental si reconocemos que en la actualidad ya es un consenso afirmar que no hay desarrollo sin participación y que cualquier proyecto debe partir de la manera en la que los actores van construyendo imágenes de sí mismos para iniciar así nuevas relaciones sociales8. Debemos subrayar, entonces, que cualquier proyecto de desarrollo tiene que partir de la recuperación de saberes tradicionales que fueron negados y excluidos por un paradigma de modernidad que hoy todos cuestionamos. Por tanto, la reinvención de la sierra debe concebirse como un proceso dialógico que consiga una mejor articulación entre las propias autoridades locales y los centros de poder en el país. Resulta claro que el proceso de la sierra debe ser liderado por sus propios actores y por la capacidad que éstos desarrollen de articularse con muchas otras instancias. Desde una perspectiva histórica, el tema ha sido estudiado por Méndez (2005), Rénique en dos notables libros (1991, 2004) y por Pajuelo en la actualidad (2007). En todos ellos, se enfatizan los esfuerzos por conformar élites que busquen mayores autonomías locales y que aspiren a una sociedad más plural donde las hegemonías actuales sean deconstruidas o queden, en su mayor parte, neutralizadas. Acusados de «bárbaros», «irracionales» o «terroristas» o de gente que «no se da cuenta de lo que es el desarrollo» es recurrente seguir observando la profunda incapacidad del discurso oficial para entender las necesidades de esta región y para producir un diálogo horizontal. Sigue imperando, entonces, una cultura autoritaria: gobernantes que imponen leyes sin consultarlas y poblaciones locales que desconfían de los canales institucionales para expresar sus demandas. 8 Se cuenta que fue Humboldt quien llevó el guano a Europa y que tal descubrimiento (con todas las consecuencias económicas que vinieron años después y que conocemos bien) consistió en divulgar un dato que los indígenas mismos le habían proporcionado (Pratt 1997: 239).

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En ese sentido, el gran tema sobre la sierra peruana sigue siendo el de la descolonización. No se trata, sin embargo, de una propuesta por una mayor «inclusión social» sino, fundamentalmente, por la construcción de un verdadero proyecto intercultural, vale decir, de una propuesta donde se pongan en cuestión los paradigmas hegemónicos de desarrollo y donde la legitimidad de la diferencia cultural (de los saberes tradicionales) y la mejor distribución económica ocupen un primer plano. El desarrollo rural no puede seguir entendiéndose como un problema «exclusivamente rural», sino como un asunto absolutamente relevante para la totalidad social (Trivelli 2007: 705). La sierra peruana vive hoy en día un acelerado proceso de cambio climático que irá transformando no sólo el escenario geográfico sino también la producción discursiva que se genera del mismo. Dicho de otra manera: la extracción de las riquezas va teniendo un costo ecológico cada vez más grave. Las imágenes de los deshielos así como las noticias sobre la contaminación en diversos asentamientos mineros y la deforestación en la selva van configurando una nueva idea sobre el territorio peruano que el Ministerio del Medio Ambiente debe comenzar a producir. Este nuevo organismo y los estudios que deben ir surgiendo, se convertirán –sin duda– en los principales agentes discursivos de un nuevo imaginario sobre la sierra peruana. En conclusión, ningún proyecto político o económico que no vaya acompañado de un nuevo discurso cultural tendrá posibilidades de éxito en el largo plazo. El reto es entonces múltiple: político, en tanto destinado a generar mayor participación social; económico, referido a redistribuir mejor lo que se produce; y cultural, fundador de nuevas representaciones sobre la región. Nada de esto es fácil pero los acontecimientos recientes (los constantes conflictos regionales) dejan sobre la mesa algo muy claro: un verdadero proyecto nacional no puede continuar construyéndose desde los viejos discursos sobre la sierra peruana (y sobre la selva, que hay que estudiar urgentemente) que, como hemos visto, siguen poblados, todos ellos, de múltiples y oscuros intereses.

OBRAS

C I TA D A S

DEGREGORI, Carlos Iván (1990): El surgimiento de Sendero Luminoso. Ayacucho 1969-1979. Lima: IEP.

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H ACIA UNA LECTURA TRASATLÁNTICA DE B ORGES : EL ALEPH EN EL ESPEJO Y EL ESPEJO COMO ALEPH EN LA LITERATURA ESPAÑOLA VICENTE LUIS MORA

Borges interroga a los espejos y contempla el paulatino desvanecimiento de las imágenes. Octavio Paz, El signo y el garabato …deformada en espejos de pesadilla Jorge Luis Borges (2003: 27)

La herencia literaria de Borges ha sido tan extensa, universal y fructífera que Rodrigo Fresán ha podido escribir, sin pizca de exageración, que «Borges es un virus» (2005: 71). Si nos centramos en el sistema literario español, se da la curiosa paradoja de que la importancia del legado borgiano es indiscutida, frente al debate sobre la huella que la literatura peninsular dejó en él1, con la excepción de Francisco de Quevedo y algunos otros autores. Del magisterio de Borges, a mi juicio, vienen directamente muchos relatos y poemas escritos en España durante los últimos 30 años, sobre todo aquellos que tienen como temas el doble, las paradojas temporales, el ajedrez, los mapas, el espejo o aquellos en los que aparece, de forma más o menos velada, el miedo

1 Nada menos que «hijo airado y parricida hacia el centro de la tradición» le denomina Domingo-Luis Hernández (1999: s. p.).

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al azogue. A esta larga descendencia se suma la que tiene el aleph como tema borgiano que, en sí mismo, se ha tomado en cuentos y poemas españoles y latinoamericanos como punto de partida. En España la recepción de Borges fue más temprana de lo que suele pensarse. En 1955 Juan Ramón Jiménez declaró con su habitual contundencia que Borges era «el escritor hispanoamericano más importante» (citado en Gullón 2008: 62). En 1961 recibe en Mallorca el Premio Internacional Formentor (hay muchos despistados que piensan que éste fue un premio francés), y poco después, en 1964, Leopoldo Azancot escribía en una nota titulada «Borges en Madrid» estas significativas palabras: «desde nuestro Siglo de Oro, ningún escritor de lengua castellana ha tenido tanta proyección universal como Borges. […] el único hombre de nuestro tiempo que ha sido capaz de crear un pensamiento mítico» (2004: 317). El hecho de que Borges estuviera mucho tiempo ausente de los libros de texto o de los manuales académicos españoles no es un dato de relieve, teniendo en cuenta que también otros muchos escritores –bastantes españoles entre ellos– quedaban sistemáticamente fuera de tales recuentos, ya fuese por razones ideológicas, estilísticas o de simple desconocimiento. Más importante me parece otro hecho: desde que la lectura de Borges se vuelve habitual en España, primero entre un sector de lectores cultos, de manera más generalizada después, los efectos literarios del imaginario del autor argentino comienzan a advertirse, indisimuladamente, en las obras de los escritores españoles. La presencia de Borges en los libros de otros autores atiende a distintas formas; puede ser explícita, diluida o en fantasma. Justo en estos días ha aparecido un libro de relatos del mallorquín José Vidal Valicourt, El hombre que vio caer a Deleuze, que contiene un relato titulado «Francotirador o cómo leer literalmente a Borges». En él se describe a un psicópata que comete un crimen «azuzado» por un párrafo de Borges que repite obsesivamente: «Es el crematorio. Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó…» (Valicourt 2009: 19), sin aclarar a qué obra del corpus borgiano pertenece. El cuento de Vidal Valicourt resulta en una primera lectura un poco hermético, pero si el lector sabe que esas frases de Borges se incluyen en el relato titulado «Utopía de un hombre que está cansado» (El libro de arena), las cosas se aclaran un poco. De este modo, el conocimien-

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to de la obra de Borges funciona como un hipotexto general, un imaginario de conjurados que ven el mundo, escriben y leen desde la obra borgiana, con independencia de su origen geográfico. La literatura borgiana se constituye, de esta forma, como un espacio trasatlántico en sí misma, un campo cultural de juegos y referencias cruzadas donde los símbolos borgianos establecen de manera natural un lugar de diálogo. Los procesos de aparición del legado de Borges pueden ser, y la mayoría de las veces son, más elocuentes. De hecho, las propias editoriales, al publicar a un cuentista joven, se encargan de declarar inmediatamente su adscripción borgiana. En el mercado literario español, se tiene la extraña –y no poco injusta– sensación de que un escritor de relatos actual tiene que decantarse o bien por la línea «clara» y realista del estilo carveriano, o bien por la metaliteraria y fantástica de Borges. No se busquen aquí tanto criterios artísticos como mercadotécnicos. Cada elección hace surgir de forma instantánea un sector de lectores y hasta de críticos. Cuando la editorial, por lo común con la conformidad orgullosa del autor, opta por declarar la «borgianidad» o «borgesianidad» del lanzamiento, conoce a la perfección los efectos inconscientes que producirá en su público lector: esa rúbrica presentará al joven autor como un buen conocedor de la tradición en la propia lengua, como un aspirante que demuestra su sprezzatura técnica o su virtuosismo (según el grado de retórica comercial) prosístico, como un enamorado de la literatura (en parcial detrimento de la preocupación por la realidad social –repito que todas estas consideraciones son injustas y relacionadas con el mercado y no con la cultura ni con Borges–), y como un precoz conocedor de las bondades de la metanarración y el «escapismo» histórico o fantástico. A juicio de lo habitual de las referencias publicitaria de contraportada, parece que el etiquetado borgiano funciona, vende y emplaza automáticamente al escritor en un lugar muy concreto, y en apariencia favorable, del espectro narrativo. Veámoslo con ejemplos: el excelente libro de cuentos de Juan Bonilla Tanta gente sola (2009) se presenta así por Seix Barral: «Hay en este libro una mirada que sólo con cierta ironía podría definirse como metaliteraria. Uno de sus personajes trata de llevar a la realidad un relato de Borges». El protagonista de la novela de Diego Medrano Una puta albina colgada del brazo de Francisco Umbral (2008), según la editorial Nawti-

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lus, «empieza su trepidante búsqueda, literaria, vital, en donde él como narrador con un amplio registro literario (Borges, Kafka, Gómez de la Serna, etc.)». Alfaqueque Ediciones aclara en su nota de solapa que «con ecos de Borges […], en las historias que componen Comunión [2009] Eloy M. Cebrián exprime hasta el límite las posibilidades del cuento literario…». La «voz en off» de Hipálague apunta que en La venganza de Evaristo Cubista (2009) el escritor Antonio Zamora, «en la línea de Paul Auster y Cortázar, del relato borgesiano y con un suave aroma tolstoiano […] hará las delicias de todos los lectores». En el caso del narrador Antonio Bordón, el título que él mismo elige, Muchachos, maten a Borges (Ediciones Escalera, 2009), creo que habla por sí solo. Obsérvese que no me he remontado más allá de 2008. De una manera u otra, estética o comercial, oblicua o explícita, la presencia de Borges en la literatura española me parece un fenómeno muy positivo en sí mismo, precisamente por su significación trasatlántica. La lectura de Borges no sólo conecta a los lectores y escritores españoles con una obra literaria concreta; los envuelve en la literatura argentina primero y latinoamericana después, les invita a conocer a poetas o narradores no demasiado difundidos en la Península, como los argentinos Macedonio Fernández, Leopoldo Lugones, Enrique Banchs, José Hernández y Evaristo Carriego, o el polígrafo mexicano Alfonso Reyes, entre otros. Les abre las puertas de parte de la historia y la geografía del Cono Sur, les sitúa en otros modos de ver, en otras perspectivas y laderas del idioma. Borges vuelve cosmopolita al lector, algo muy importante para un escritor en ciernes. Pero donde mejor se ve la huella de un autor en otra literatura y, en consecuencia, el potencial impacto trasatlántico de su obra, es en los ejemplos concretos. Rastreando en un par de motivos característicos de Borges y su repercusión en la literatura española posterior es como mejor centraremos el espacio de diálogo cultural que ha generado en nuestro país. Para ello, hemos elegido los temas del espejo y del aleph. En el primer caso, un tema y motivo universal, el del espejo, se convierte tras la obra borgiana en un nuevo topoi lírico refundado para lo libresco y lo referencial; en el segundo, Borges crea un tema (con sus consabidos precursores indirectos) que se vuelve universal. Veamos los dos asuntos por separado.

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A LOS ESPEJOS

C O M O H I P O T E X T O C O N S TA N T E E N L A L I T E R AT U R A Ú LT I M A E N C A S T E L L A N O

Por su interés en sí mismo como escritor, por su evidente influencia en los poetas y prosistas españoles que comienzan a publicar pasado 1970, por su peculiarísima relación con los espejos y por la profundidad y variedad con la que abordó el tema, es necesario partir de un somero análisis de la relación de Borges con el azogue. Según él mismo explica en «Los espejos velados», dentro de El hacedor (1960 [1975: 22]): Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o multiplicación espectral de la realidad, pero ante los grandes espejos. Su infalible y continuo funcionamiento, su persecución de mis actos, su pantomima cósmica, eran sobrenaturales entonces, desde que anochecía. Uno de mis ruegos a Dios y al ángel de mi guardia era el de no soñar con espejos. Yo sé que los vigilaba con inquietud. Temí, unas veces, que empezaran a divergir de la realidad; otras, ver desfigurado en ellos mi rostro por adversidades extrañas.

Alicia Jurado hace notar cómo Borges y su hermana se horrorizaron con una imagen de su fantasía que les afectó hasta tal punto que creyeron ver a un asesino reflejado en uno de «esos terribles espejos de ropero. Era, asegura Norah, borroso y de color verde» (cf. Vázquez 1996: 36). La definición colorista de su hermana pintora pudo dejar a Borges un recuerdo verde sobre el fondo del espejo, cuyo rastro terrible le dejaría marcas toda la vida (cf. García Méndez 1984). Para Marcos Ricardo Barnatán (1995), Borges «asocia la idea del espejo a la de la vanidad y también a la mentira», y en su tratamiento literario del tema se rastrean precedentes gnósticos2. Didier Anzieu, 2 Así lo dice Margo Glantz examinando Historia universal de la infamia: «la famosa frase que convoca a Tlön aparece ya aquí, la subrayo: “la tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son abominables, porque la multiplican y afirman”. La cosmología gnóstica así enunciada se guarda en el relato. El velado rostro del profeta huye de los espejos y de su reflejo; su invulnerabilidad es una parodia que enmascara, oculta y sus artes mágicas derivan de la alquimia»; M. Glantz, «Borges: ficción e intertextualidad» (en Brushwood 2001: 186). Sobre el espejo en Ficciones y, sobre todo, en «Examen de la obra de Herbert Quain», véase Ramos-Izquierdo (2006: 34).

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en su estudio psicoanalítico sobre Borges, concluye que su evolución fue contraria a la habitual positiva de cualquier niño, porque no se veía en él como quería ser, sino como él era, sin acompañamiento materno. Según Rodríguez Monegal, uno de los mejores biógrafos del autor, el bilingüismo pudo agravar esa difracción. El propio Rodríguez Monegal aventura una visión del espejo en Borges como metáfora de la cópula, algo forzada a pesar de su aparente sustentación en textos como «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», y otros relatos y poemas. El hecho de que en alguna ocasión fueran para él semejantes (en algún momento habla de espejos «generadores»), no autoriza una extrapolación a la generalidad de la obra del argentino, sobre todo en su última parte, algo que también ha apuntado, examinando el mismo relato citado, Juan Carlos Rodríguez3. Todas las opiniones de Borges sobre espejos han sido muy reproducidas y son hoy una especie de koinée retórica para referirse al objeto. Pero los varios poemas que Borges dedicó al azogue han generado en la poesía española contemporánea una auténtica cascada de descendientes directos, al convertir al espejo en el catalizador perfecto del «giro subjetivo»4 que la lírica española estaba tomando a finales del siglo XX y principios del XXI. Entre otros textos que se han escrito, a mi juicio con clara inspiración borgiana, podríamos citar «Los tigres de los espejos», de Juan Van Halen; «Los espejos» y «Oráculo matinal», de Felipe Benítez Reyes; «Los espejos», de Luis García Montero, incluido en Habitaciones separadas (1994); «Ficciones, dos poemas borgianos», en Impostura (2006), de Ramón Bascuñana, o en algunos poemas de Nadie (2002), de Bruno Mesa. Especialmente visible fue el eco en el grupo de poetas llamado novísimos (reunidos por J. M. Castellet, en su conocida antología Nueve novísi3

«Es cierto que Borges […] ha resaltado siempre esa fascinación literaturizada por los espejos no tanto como reduplicación de la propia imagen […] y ni siquiera como ajenidad o alienación; sino explícitamente como vacío, hueco de la propia imagen, su nada, precisamente […] por su posibilidad infinita de reduplicación, de reproducción. El espejo como exceso de sentido, como capacidad infinita de imágenes» (Rodríguez 2001: 406-07). 4 Tomo la expresión «giro subjetivo» de Beatriz Sarlo (2008): «El yo está de regreso y, entre otras tendencias, lo habilita la moda. Un giro subjetivo atraviesa no sólo la literatura culta sino el testimonio, los programas de televisión, las plataformas de Internet». La autora tiene un ensayo sobre este tema titulado Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión (2005).

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mos poetas españoles, de 1970), calificados como «borgianos hasta en esto» por Alejandro Duque Amusco (1990: 68), al referirse a las alusiones al «otro» en la poesía novísima. Del influjo de Borges en la poesía española hablan también otros muchos textos, relacionados o no con el motivo del espejo, como los poemas «Los aristócratas», de Gabriel Ferrater; «Razones de Ariosto», de Antonio Cáceres; «Aún otros dones (J. L. B.)», de Luis Martínez de Merlo; «El otro laberinto (J. L. B.)», de Antonio Jiménez Millán; «Noche de luna llena», de Víctor Botas, en Retórica (1992); «Recaída» y «Debajo de la piel», de Luis Alberto de Cuenca o «El genio de la especie», de Carlos Marzal, en La vida de frontera (1991)5. A ello habría que sumar las continuas citas, más o menos ocultas, en diversos poemarios de autores como Vicente Núñez, Jaime Siles, Álvaro Valverde, Juan Manuel Barrado o María Teresa Cervantes6. También, desde luego, su ascendencia puede notarse en numerosas obras narrativas, entre las que pueden citarse, por constituirse como un declarado homenaje, las novelas Quién (Barcelona: Destino, 1997), de Carlos Cañeque; El sueño de Borges (Sevilla: Algaida, 2005), de Blanca Riestra, y El suplicio de las moscas (Madrid: Anaya/Mario Muchnik, 1994), de Luis Manuel Ruiz. Asimismo hay varios relatos de Andrés Neuman, Manuel Talens, Rodolfo Martínez, Enrique Prochazka, Edmundo Paz Soldán, Javier Moreno o Juan Bonilla7, y algunos fragmentos de Mario Bellatin (2005:

5 Origen de los poemas citados: Juan Van Halen (1998: 30). F. Benítez Reyes tiene dos poemas titulados «Los espejos»; el primero fue publicado en La mala compañía (1987) y el segundo en Escaparate de venenos (2000). «Oráculo matinal» pertenece a La misma luna (2006). G. Ferrater (1979: 257), Antonio Cáceres (1992). El poema de L. Martínez de Merlo fue incluido en Jesús Munárriz (2000: 406). El texto de Antonio Jiménez Millán se encuentra en Medina/Brú/Figueroa/Bañuelos (2006a: 100). Luis Alberto de Cuenca (1996: 30 y 59). 6 V. Núñez (2007: 331). Dentro del poema de Siles «Partida de ajedrez» (2004: 135), encontramos versos como: «[…] Nunca se sabe / qué es lo que mueve a quién», que apelan, desde luego, al conocido soneto borgiano sobre el ajedrez. Á. Valverde: «Borgeana» (2008: 155). J. M. Barrado: «Panorama» (en Medina/Brú/Figueroa/Bañuelos [2006]: 487). María Teresa Cervantes escribe: «como en los sueños, / detrás del rostro que nos mira no hay nadie» (2006: 116). 7 Véase relato de A. Neuman, «El oro de los ciegos» (2006: 123 ss.). La profesora Francisca Noguerol tiene antologados, preparando una antología inédita, 56 relatos hispanoamericanos en los que Borges es protagonista del relato. Manuel Talens, «La venganza de don Quijote», en Medina/Brú/Figueroa/Bañuelos (2006b: 578 ss.). R. Martínez, «El hijo de la noche» (2006: 11 ss.). Véase también «Los otros libros», del

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23)8, José María Pérez Zúñiga (2002: 226)9 y Germán Sierra (1996: 66)10. También han sido varios los escritores que han tomado el tema del relato de Borges «El otro» (el encuentro de un personaje con su yo unos años mayor, que Borges tomó a su vez de Giovanni Papini11), como Ricardo Menéndez Salmón (2007). Y de su influencia hay testimonios y reconocimientos explícitos en autores tan diferentes como Ángela Vallvey, Jorge Volpi y Jordi Doce12, así como ensayos dedicados al autor argentino de Francisco Ayala, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Juan Bonilla, Luis Alberto de Cuenca, Pere Gimferrer, Carlos Meneses, José María Micó, Pedro Sorela, Eduardo García de Enterría, José María Conget o Victorino Polo, entre muchos otros. Del impacto que la obra del argentino ha tenido en nuestro país habla por sí solo un dato: una búsqueda en la base de datos Dialjoven Ramiro Sanchiz (2009: 50 ss.). La obra de Borges y especialmente el relato «El inmortal» es una constante en la obra narrativa de Prochazka, de lo que pueden dar cuenta varios relatos de Único desierto (1987), que cuenta con una introducción apócrifa titulada «Orbis tertius». Edmundo Paz Soldán, «Un pasatiempo sin sentido» (1999: 109). Javier Moreno, «Cervantes, autor del Pierre Menard, autor del Quijote» (2009: 96 ss.). J. Bonilla, «Matilde Urbach» (1996: 113). 8 «[…] el poeta ciego […] cuando cumplió los nueve años dictó su primer poema. Hizo que lo escribieran con letras grandes en la pared principal de la casa donde creció. El poema se refería a los reflejos y a cómo se hacían inciertos en los espejos y en el tiempo». 9 Seguramente influido por Borges, en un momento anterior de la misma novela había escrito Pérez Zúñiga: «los espejos tienen algo terrible, y nos acercamos a ellos con temor. Hay quien dice que es porque muestran la dualidad intrínseca de todo ser humano, porque la hacen visible. Pero eso no quita que no podamos resistirnos a hacerlo» (2002: 81). 10 «Me siento como un príncipe de los sueños exiliado en un mundo casi real, o al menos eso es lo que veo cuando me miro al espejo, como diría Borges, detrás del rostro que me mira». 11 El argumento está desarrollado en «Dos imágenes en un estanque», de Papini, incluido en El piloto ciego (1907). En el prólogo que escribió para este libro Borges reconoció que «el olvido bien puede ser una forma profunda de la memoria. Hacia 1969, compuse en Cambrigde la historia fantástica “El otro”. Atónito y agradecido, compruebo ahora que esa historia repite el argumento de “Dos imágenes en un estanque”, fábula que incluye este libro» (Borges 1996: 473). 12 «No es casual que don Quijote creyese hallar su fin al enfrentarse con el Caballero de los Espejos; tampoco que Borges odiase los espejos tanto como la cópula» (Volpi 2008: 85). «durante mi estancia en Ginebra, Borges ha sido mi mejor amigo […]. Los dos estábamos igual de solos. Y a lo mejor es verdad que, debido a su influencia, pienso que la mejor novela de hoy día es la que puede hacerse con cuentos» (Ángela Vallvey, citada por Romeo 2004: 36). Véase también Doce (2008: 43).

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net, de la Universidad de La Rioja, arroja un resultado de 2.206 artículos de investigación con la palabra «Borges» en el título, incluyendo varias tesis doctorales. La primera consulta fue realizada en marzo de 2009. En agosto del mismo año la suma ha subido a 2.508 documentos encontrados, con más de trescientas entradas nuevas en tres meses, lo que da prueba de que el interés investigador sobre el escritor argentino no sólo no decrece con el tiempo, sino que se intensifica.

II. L O S

O T R O S A L E P H 13

La llama extraña y todo ardía en ella Juan Perro (S. Auserón), De un sueño malo Repetidlo conmigo: creo en el aleph. José Luis Rey, La familia nórdica Todo duerme en mí Todo habita en cada uno de nosotros Somos un aleph moribundo de ignorancia Julieta Valero, Altar de los días parados

Augusto Monterroso, aficionado a Jorge Luis Borges y a la bibliofilia (lo que es tanto como decir doblemente adicto a los libros), dedicaba uno de los mejores capítulos de su colección de ensayos La vaca (1999) a una resonancia borgiana vista en La Araucana, de Alonso de Ercilla, donde el guatemalteco encuentra un aleph («yo creo que hay [o que hubo] otro Aleph» (Borges 1996: vol. I, 627)14, decía el origi-

13 Una versión más reducida de este apartado se publicó en como «La penúltima herencia de Borges» en Clarín. Revista de nueva literatura, nº 75, Oviedo, mayojunio de 2008, pp. 9-14. 14 Rodríguez Monegal ha apuntado las difíciles relaciones que tiene el relato con la Divina Comedia, que Borges llegó a negar taxativamente, aunque al biógrafo le parecen irrefutables: cf. Borges (1992: 454-455). Véase también la bibliografía citada en Ortega (1994: 186).

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nal borgiano); fue ahí donde nos dimos cuenta de una nueva senda bifurcada en el camino de la Literatura, que no tardó mucho en ensancharse: Jorge Edwards apuntó en su discurso al recoger el premio Cervantes que en el Quijote hay otro aleph, en la escena que transcurre en la Cueva de Montesinos, y es cierto que existe: Me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras, y apenas las hube visto, cuando conocí ser una la sin par Dulcinea del Toboso […]. Pregunté a Montesinos si las conocía; respondióme que no; pero que él imaginaba que debían de ser algunas señoras principales encantadas, que pocos días había que en aquellos prados habían parecido; y que no me maravillase desto, porque allí estaban otras muchas señoras de los pasados y presentes siglos, encantadas en diferentes y estrañas figuras (Quijote, Parte II, cap. XXIII).

El propio Edwards, en un artículo, señaló un tercero, presente en Suspiria de profundis, de Thomas de Quincey15. Pues bien: en realidad el objeto de este apartado es demostrar que el aleph es una especie de mito o arquetipo literario, que cubre varias literaturas y todas las épocas, pero cuyos precursores no son visibles hasta la refundación del mito por Borges. Una refundación fundadora ya que, como ha explicado Julio Ortega, este relato borgiano «tal vez sea el cuento más influyente de la narrativa latinoamericana en el mundo» (Ortega 1994: 182). A nuestro juicio el aleph tiene una explicación algo metafísica (disculpen) que dejamos para el final, para comenzar con su análisis histórico. Los primeros aleph son, necesariamente, bíblicos. Puede que a los poco dados a lecturas sagradas sorprenda esta aseveración, tanto más si añadimos que la presencia del aleph tiene un contenido maligno: en realidad (no sé si Borges tenía esto en cuenta a la hora de reinventarlo) la posibilidad de contemplar todos los puntos y lugares del mundo

15 «Una niña de nueve años cayó en un pozo, en el campo de Inglaterra, y un campesino la alcanzó a ver a la distancia. Corrió y llegó justo a tiempo para salvarla. La niña había caído, había sufrido un golpe y dos rayos luminosos salieron de “las bolas de sus ojos” en la profundidad. Los rayos iluminaron una síntesis apretada de los episodios de la totalidad de su corta vida, pero los episodios no se presentaban en forma sucesiva, sino simultánea. Es un detalle, éste de la visión simultánea, en el que el narrador de El Aleph insiste» (Edwards 2005: 24).

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en el mismo instante es una característica del mismísimo Lucifer: «después le transportó (el diablo) a una altura, le mostró todos los reinos mundo, en un instante» (Lucas 4:5); continuando su oscura estirpe, El diablo cojuelo (1641) repetirá, siglos más tarde y refiriéndose a Madrid, el mismo procedimiento16. Pero hay un aleph anterior, veterotestamentario: la mesa de Salomón: como recuerdan Andoni Alonso e Iñaki Arzoz (2002), en ella «se hallaba incrustada un espejo mágico que era capaz de revelar todos los lugares y secretos del mundo»17. Recordemos que en la versión borgiana, el aleph es un objeto (como el zahir), con el don de contener dentro de sí todo el universo. No es un objeto de sustitución, pese a la opinión de Piglia, sino incluyente por sublimación18. Es obvio, por tanto, que la omnivisión aparece como una facultad inhumana, lo cual implica, según las culturas tradicionales, dos únicas posibilidades: la Omnipresencia de Dios o los ardides del demonio. Poco a poco, sin abandonar su revestimiento mistérico, la idea de omnivisión se transforma y desliga de consideraciones religiosas o feéricas, para travestirse en mito (de hecho, el aleph religioso típico, como bien apuntase Jung [2002: 375], es la figura de Adán, hijo de la metamorfosis, hermafrodita e imagen durante siglos del microcosmos humano19). Hoy diríamos que la explicación metafísica (en tanto más que física) del aleph está relacionada con su condi-

16 «Y levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo hojaldrado, se descubrió la carne del pastelón de Madrid como entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras» (Luis Vélez de Guevara, El diablo cojuelo, 1641, Tranco I). 17 También hay un espejo-aleph en la novela de Luis Manuel Ruiz, La habitación de cristal (2004): «figúrese por un momento el universo contenido en un pequeño disco transparente, con sus selvas, sus torres, el corazón de los colibríes, los cerros de la cara oculta de la luna, usted y yo» (2005: 211). 18 Hablando del Museo de la novela de la Eterna de Macedonio Fernández, escribe Piglia: «lo mismo pasa en “El Aleph” de Borges, que parece una versión microscópica del Museo. El objeto mágico donde se concentra todo el universo sustituye a la mujer que se ha perdido» (2000: 25). En otro lugar dice Piglia que «El Aleph, por ejemplo, es una especie de Adán Buenosayres, anticipado y microscópico» (2001: 75). 19 Cf. Jung (2002: 375 ss.). Sería necesario establecer una lectura conjunta de las obras de Borges y Jung, para esclarecer hasta qué punto –a mi juicio, no poco– el argentino pudo haber tomado elementos y asuntos de la obra del psicoanalista suizo. Cf. Juan Arana (2000: 130-133).

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ción de objeto mágico. Italo Calvino dice en Seis propuestas para el próximo milenio: «desde el momento en que un objeto aparece en una narración, se carga de una fuerza especial, se convierte en algo como el polo de un campo magnético, un nudo en una red de relaciones invisibles. El simbolismo de un objeto puede ser más o menos explícito, pero existe siempre. Podríamos decir que, en una narración, un objeto es siempre un objeto mágico» (de forma exagerada, y utilizando las tesis de Vladimir Propp, el relato borgiano podría definirse como una hipertrofia de la función número 14, aparición del objeto mágico, en detrimento de las más comunes). Ésta es la explicación del fetiche literario del aleph: es un objeto mágico por sí, pero también por su significado o efecto añadido: un objeto mágico de segundo grado. Si aplicamos la metodología de Jung, lo cual es harto pertinente en estos temas20, el aleph puede ser configurado sin problemas como arquetipo: está presente en la mayoría de las culturas antiguas, como habíamos avanzado, y goza de una tradición occidental que vamos a recorrer, con los debidos saltos y extrapolaciones, partiendo de la Alucinación de Gylfi (siglo XIII), de Snorri Sturluson, integrada en el primer ciclo de sagas medievales. Allí se describe un trono, Hlithskjálf, dentro de la morada del cielo llamada Valaskjálf, donde Odín, el Padre de Todo, «mira todas las tierras»; la asociación física al trono implica que es éste, y no la habitación ni el dios, el que otorga la omnivisión espacial. William Blake, caja de resonancia de todo lo simbólico, apuntó que es posible «ver el mundo en un grano de arena»21. Dentro de la literatura hispánica hallamos otro en el tan denostado (y mucha culpa tiene el autor argentino en ello) como asombroso Baltasar Gracián:

20

Siempre que se haga con las prevenciones establecidas por el propio Jung: «si queremos probar que una determinada forma psíquica no es un acontecimiento único, sino típico, sólo podremos justificar tal conclusión si comenzamos por atestiguar que […] hemos observado lo mismo en distintos individuos. Luego otros observadores deben acreditar que han hecho observaciones similares o iguales. Finalmente, hay que demostrar la existencia de fenómenos similares o iguales en el folclore de otros pueblos y razas y en los textos de otros siglos y milenios que han llegado hasta nosotros» (Jung 2009: 278). 21 Como recordaba Jacob D. Bekenstein, quien oponía a esa visión la suya, algo menos poética: «quizá un grano de arena no abarque el mundo, pero sí lo pueda hacer una pantalla plana» (citado en Fernández Mallo 2006: 74).

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Pero la que fue gran vista y espectáculo de mucho gusto, fue una gran rueda que bajaba por toda la redondez de la tierra, desde el oriente al ocaso de la Ocasión. Veíanse en ella todas cuantas cosas hay, ha habido y habrá en el mundo, con tal disposición que la una mitad se veía clara y exentamente sobre el horizonte, y la otra estaba hundida acullá abajo, que nada de ella se veía; pero iba rodando sin cesar, dando vueltas al modo de una grúa, en que se metió el Tiempo y, saltando de la grada de un día en la del otro, la hacía rodar, y con ella todas las cosas; salían unas de nuevo y escondíanse otras de viejo, y volvían a salir al cabo de tiempo. De modo que siempre eran las mismas, sólo que unas pasaban, otras habían pasado y volvían a tener vez. Hasta las aguas, al cabo de los años mil, volvían a correr por donde solían, aunque no serían por los ojos: que ésas más presto vuelven, que hay mucho que llorar (El criticón, Parte III, crisi décima).

Y sobre esto tenemos que decir: primero, que el texto gracianesco puede ser igual o mejor que el borgiano. Segundo, que está en él no sólo la variedad de las cosas, sino, en asombrosa reduplicación y complejidad, la variedad que los estados del tiempo tienen sobre cada una. Tercero, ahora a favor de Borges: que cabe decir de él lo que él dijo de Kafka: que también crea a sus precursores22, que Browne, Ercilla y Gracián son borgianos desde que escribieron, sin que fuera sabido hasta él. E inevitable cuarto punto: sabemos de sobra que Borges leyó larga y profundamente a Gracián. Es pues bastante posible que el relato de «El Aleph» tenga correspondencia directa con el asunto gracianesco. Diremos correspondencia directa para evitar (pues callan, homenajeamos) mayores conclusiones al respecto; las cuales, además, serían difícil objeto de prueba. Un aleph algo más reciente, escrito después de la escritura del original borgiano, está en La isla de los Jacintos Cortados (1980), de Gonzalo Torrente Ballester, donde a través de un espejo pueden los protagonistas cualquier parte del planeta y de la Historia del mundo. Más previsible es uno de los últimos hasta la fecha, incluido en la novela Baudolino (2001), de Umberto Eco: «en la base de un determinado escalón había un agujero desde donde se veía pasar todo lo 22

«El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro» (Borges, «Kafka y sus precursores», 1996: vol. II, 90).

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que sucede en el universo» (la mención a la escalera nos hace recordar «El Zahir» tanto como «El Aleph»). También es deliberado el contenido en la excelente novela Mantra, de Rodrigo Fresán. La sospecha se despierta cuando oímos de labios de Marie, la misteriosa protagonista: «Yo estoy convencida, entonces, de que tiene que haber una piscina que es la mía, la mejor, la piscina en donde yo nado como nunca y en la que debajo de su agua se esconden todas las explicaciones a todos los misterios y los olvidos» (2001: 412), dudas que se despejan más tarde: «Me refiero ahora a esa piscina y a esa chica que contienen a todas las chicas y a todas las piscinas y a todas las piscinas. Una chica-aleph zambulléndose en una piscina-aleph que conviertan a esa chica y a esa piscina en las coordenadas desde las que puedan verse todos los lugares de la tierra desde todos los ángulos, sin confusión alguna ni mezclarse, todo lo que ocurrió y va a ocurrir, al mismo tiempo» (Ibíd.: 428). Medardo Fraile, en Cuentos de verdad (2000), incluye «El álbum», donde se habla de un álbum propiedad de una pareja de amantes. Sobre esa mujer y ese hombre escribe Fraile que «tenían sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las maravillas todas del Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa». La última y salvaje deconstrucción del relato borgiano sería Help a Él (2007), de Fogwill, que es un retorcido homenaje al relato borgiano desde el anagrama del título. Pueden encontrarse sin dificultad numerosos ejemplos de aleph en una cultura poco transitada por Borges, la literatura oriental, de la cual espigó superficialmente; por su comentario del Vathek de Beckford deducimos que al autor de Los conjurados lo que le atraía era el orientalismo, y no el Oriente23. Dentro de la tradición aléphica árabe, encontramos El núcleo del núcleo, de Ibn Arabí, donde podemos leer: «Puedes imaginar la grandeza del Hombre perfecto de esta manera: si dieciocho mil universos se pusieran en un mortero y se hiciere con ellos una pasta, su composición sería el Hombre perfecto. Este Hombre vería los dieciocho mil universos a través de dieciocho mil ojos. Ve cada universo con el ojo apropiado». Y no es el único ejemplo 23

Quizá una prueba oblicua sería que Edward W. Said sólo cita a Borges en Orientalismo para decir que el orientalista Sir Hamilton Gibb parece un investigador imaginado por Borges (cf. Said 1994: 266).

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dentro de la mística árabe24. Por terminar con los ejemplos musulmanes, Abu’l-Qasim, en su libro Kitâb al-ilm, configura el aleph como una montaña, en la cual se encuentra «cualquier clase de conocimiento que exista en el mundo […]. Y no existe ni odio ni mala voluntad ni fraude ni villanía o engaño o tiranía u opresión o perversidad o ignorancia o estupidez o bajeza o violencia o alegría o canción o deporte o flauta o lira o matrimonio o bromas o armas o guerra o sangre o muertos que no estén presentes allí». El aleph como remisión global se enlaza, como hemos visto antes con Torrente, con otro fecundo símbolo de la literatura: el espejo mágico, muy frecuente en las literaturas orientales (amén del relato popular europeo de Blancanieves), siendo una constante en China. Así, Chin Nung, citado por Bruno Ernst (El espejo mágico de M. C. Escher, 1978) configura otro aleph borgiano: Cuando el Emperador se miró fijamente en el espejo, vio que su rostro se transformaba primero en una mancha sanguinolenta y luego en una calavera de la que goteaba una mucosidad. Lleno de horror, el Emperador apartó su mirada. «Majestad», dijo Shenkua, «no apartéis vuestra mirada. Sólo habéis visto el principio y el final de vuestra vida. Si seguís mirando el espejo, veréis todo lo que es y lo que puede ser. Y cuando alcancéis el grado más algo del éxtasis, el espejo os mostrará incluso cosas que no pueden existir».

Y el relatista Su Pongling (1640-1715) escribió un cuento, «La isla llamada Anqi», donde relata cómo, tras la visita a la Isla de los Inmortales, el guerrero y escritor Liu Hongxun abre el regalo que había recibido allí del rey: Liu Hongxun no pudo aguantar más y lo abrió apresuradamente. Tras retirar cientos de capas de papel y seda, por fin lo vio: era un espejo. Mientras lo observaba atentamente, pudo ver claramente varias generaciones de dragones marinos en su palacio imperial25. 24 «La copa simboliza generalmente el corazón, entendido en el sentido de intuición, de punta fina del alma. El corazón del iniciado (arif), que también es un microcosmos, se compara, a menudo, con la copa de Djmashid; este rey de la Persia legendaria poseía, se dice, una copa en la que podía ver el universo» (Chevalier/Gheerbrant 1993: 339). 25 Traducción de Carmen Roda Espinosa para Quimera, nº 279, febrero de 2007, p. 57.

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Otro aleph oriental, pero en la tradición sánscrita, está incluido en la Mahabarata (III, 187, 12). Según el texto hindú, Markandeya es autorizado a entrar en el estómago de la deidad, donde puede ver «el mundo entero con sus reinos y ciudades, con el Ganges, con todos los ríos y el mar, con las cuatro castas, los animales salvajes, Sakra [es decir, Indra], y toda la multitud de los dioses, los Rudras, Adityas y los padres; todo lo que ha visto en la tierra, todo lo contempla mientras pasea por el vientre de la divinidad» (citado en Widengren 1945: 84). También puede estar en ese ojo celeste que Krisna le da al héroe Arjuna en el Bhagavad Gita y con el cual puede contemplar «el universo entero, / de tan variada apariencia como algo único, / revelado como múltiples partes en los cuerpos de los dioses» (Canto XI). En otra leyenda hindú Krishna abre la boca, que supuestamente estaba llena de barro, y en su interior se podían ver los Tres Mundos, que comprendían la totalidad de las cosas existentes. Dentro de la poesía hindi encontramos, seguramente inspirada por las referencias anteriores, alguna manifestación: Aún el alfabeto vivía en comunión de letras abrazadas y no se había desplegado, pero había un espejo cuyo azogue de plata mostraba maravillas (Gami 2004: 170).

Hace poco hemos asistido a una versión del tema en la poesía española contemporánea, que superando incluso el posmodernismo literario, puede insertarse en lo pangeico26; se trata de un poema de Javier Moreno, incluido en Cortes publicitarios (2006), que asocia la omnivisión a la nueva tecnología global de Internet: ODA A TIM BERNERS LEE (HIPERTEXTO) Mosen Ben Ezra llenó un recipiente esférico de vino. En las noches de luna llena asomado a un pequeño orificio creía ver reflejado el rostro de la divinidad la potencia del continuo 26 Cf. nuestro ensayo Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mundo nuevo (2006).

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un espejo esférico la imaginación posando en el centro partículas y antipartículas traducidos a ceros y unos a la velocidad de la luz un alef de veintisiete kilómetros de circunferencia bajo la tumba de Borges Llamémosle World Wide Web [pulsemos INTRO] […]

Visión tecnológica pareja a la de Eloy Tizón, para quien es un robot, en este caso, el que tiene la potestad omnivisiva: «para ella era la nada mientras yo, con mi inteligencia artificial, me jacto de haber sido un robot multifunción, hiperactivo. Yo fui todos los poetas, todas las voces, todas las ventanas de todas las alcobas de todos los hoteles del mundo. Alguna vez fui todos los ojos a la vez de todos los habitantes vivos y muertos del planeta con sus globos oculares y su trocito de cielo azul incrustado en la pupila» (2007: 100)27. El del aleph es en realidad un mito que intenta reflejar la imposibilidad del conocimiento total. Descartes, en sus Principios de la filosofía, alertaba sobre la inutilidad del ser humano para hacerse grandes preguntas, porque algo finito no puede responderse (ni quizá preguntarse) por la infinitud, algo que luego sería recogido por Leibniz. La total comprensibilidad, así como la total visión del mundo (la omnisciencia u omnipresencia) son, en todas las culturas antiguas, desde la irania a la cristiana pasando por la árabe o la egipcia, atributos divinos por antonomasia. El aleph sería el objeto talismánico o hermético que permitiría a los hombres ver como dioses, por eso es especialmente hermosa y precisa la metáfora del Gita sobre la concesión a Arjuna de un ojo celeste. Es una lente para mirar universos, universalmente. Sus taumatúrgicos poderes incluyen también los del viaje en el tiempo, como hemos visto en muchos casos, algo también 27

Un ejemplo un poco posterior está en la novela de Ricardo Menéndez Salmón Derrumbe, donde se lee: «remató Menezes aquella madrugada con su índice apuntando al vidrio de las botellas, como si allí se escondiera el aleph del universo» (2008: 73).

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vedado a los hombres; de hecho, el Dios de dioses de la mitología escandinava, dotado de doce nombres, «vive en todos los tiempos y gobierna todo su reino, y dirige todas las cosas, grandes y chicas» (Sturluson, Edda menor); es decir, es el que tiene poder sobre todas las regiones del tiempo y el espacio28. El mito del aleph conecta con el árbol prohibido del Paraíso aunque la prohibición no es legal ni divina sino estructural, biológica, antropomórfica: la incapacidad del ser humano de ver físicamente más allá de treinta kilómetros de distancia. Ésta es su pobreza: imaginar el resto, definirlo y concretarlo científicamente, y el motivo de ser el incompetente dueño del mundo y las demás criaturas. En cierta forma, hemos de agradecer no ser capaces de ver, comprender y, sobre todo, actuar con extensión universal, porque la ley pascaliana de infinitos nos dice que, de seguro, también nos equivocaríamos universalmente. Por eso nos contentaremos con hallazgos artísticos, como el aleph de Borges que, si bien no nos otorga la posibilidad de ser dioses, nos lega al menos la posibilidad mitológica de soñarnos como tales.

III. C O N C L U S I Ó N La herencia borgiana en la literatura hispánica en general y española en particular es inagotable. Como hemos visto, se adapta a todos los géneros, lugares, tonos y educaciones generacionales. El aleph y el espejo funcionan como imágenes simbólicas unas veces, alegóricas otras, que aglutinan formas de cosmovisión y por ello a veces incluso caminan juntas en la imaginación de sus recreadores, bajo la forma del espejo mágico como aleph que permite ver la totalidad del universo29.

28 De forma sabia, Borges utiliza en el relato otro arquetipo, en este caso textual, el del mise en abîme, para conectar estructuralmente el mito creado con el del eterno retorno temporal; Beatriz Sarlo (1993: 56) ha estudiado cómo el argentino utiliza esta estructura. 29 Así, el ejemplo, apuntado por Jesús Montoya Juárez, del espejo donde el protagonista de La ciudad ausente (1992), de Ricardo Piglia, observa: «cualquier cantidad de cosas terribles adentro, cuerpos amontonados, restos […] la impresión de lo que había, en ese espejo, la luz que daba, como un círculo, lo movía y veía el pozo, en ese espejo, el brillo de los restos, la luz se reflejaba adentro y vi los cuerpos, vi la tierra, los muertos, vi en el espejo la luz y la mujer sentada y en el medio el ternero, lo vi» (2008: 282).

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La universalidad de las inquietudes borgianas, su curiosidad intelectual sostenida durante décadas a pesar del escollo de la ceguera, configuran la propia obra del argentino como otro aleph donde la totalidad de la cultura universal puede verse aglutinada, o como un espejo donde las nuevas generaciones de narradores, poetas y ensayistas en castellano se siguen o nos seguimos mirando. Ello habla bien de Borges, pero también señala la buena salud de un sistema trasatlántico, por no decir global, de relaciones culturales que va más allá de senderos que se bifurcan o de signos en rotación. Los autores como Borges son conscientes de que la cultura es una red, un sistema complejo en el que los nodos no son las naciones ni las geografías, ni siquiera los movimientos estéticos, sino las ideas. Cuando las ideas son realmente importantes se comunican e interpenetran, se enriquecen y denotan unas a otras por encima de las barreras lingüísticas, sociales, antropológicas, e incluso temporales. Criticando las teorías de Huntington, escribía Said que sus hipótesis sobre el choque de civilizaciones eran absurdas en tanto en cuanto «uno de los grandes avances de la teoría cultural moderna es la comprensión, casi universalmente aceptada, de que las culturas son híbridas y heterogéneas y, como discutí en Cultura e imperialismo, esas culturas y civilizaciones son demasiado interdependientes e interrelacionadas como para mendigar unitarias y simplistas descripciones de su individualidad» (1994: 347; traducción nuestra). Nuestra realidad global, caracterizada por el triunfo de las redes sociales tecnológicas y la creación del conocimiento como un inmenso y aléphico texto-google, accesible al instante desde cualquier lugar del planeta, demanda miradas teóricas más anchas, pangeicas, superiores, complejas, conectadas, nómadas30, dialogantes31, capaces de entender las relaciones de doble vuelta entre teorías, obras e ideas de autores de muy distintos orígenes y latitudes. Un pensamiento literario que intente establecer cone30

«Lo que hoy necesitamos es un pensamiento nómada, en el que no se dé ya una supuesta unidad de lo real, sino más bien se muestre su anarquía, su dispersión y su diferencia, del mismo modo que una tribu nómada se dispersa en su territorio sin distribuirlo entre sus componentes. No hay principio supremo ni fundamento último o instancia ante la que apelar para decidir la esencia de las cosas» (Bolívar Botia 1985: 161). 31 Un buen ejemplo de este tono dialogante entre culturas sería la excelente lectura que hace Jorge Carrión (2009), de Juan Goytisolo y W. G. Sebald, entre los que descubre conexiones inesperadas, justificables y sorprendentes.

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xiones diferentes, más cuánticas que lineales, entre palabras lejanas. Una idea de la literatura que se plantee, como hacía Lezama Lima en Fragmentos a su imán (1976), constituirse como un océano dividido entre una continuidad que interroga y una continuidad que responde

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En la renovación de los estudios hispánicos, que es el proyecto de futuro abordado en este libro, el análisis de la figura de Juan Goytisolo aporta una multiplicidad de categorías de fecunda aplicación en el ámbito de dichos estudios, y esto en razón, sobre todo, de dos características centrales de su persona y obra: en primer lugar, su condición geopolítica y cultural desplazada, su posición de expatriado de todas las versiones oficiales de España y lo español1, así como el singular sesgo ético, estético y político de su arte narrativo, plenamente instalado en un mundo plural, cambiante y mestizo; y, en segundo lugar, su afirmación inconformista de la diferencia sexual y la disidencia activa respecto de cualquier forma de sexualidad dominante, que es el aspecto esencial que centra este ensayo. En este sentido, ambos atributos se conjugan para hacer de Goytisolo la encarnación viva de todas las heterodoxias, disidencias, contracorrientes y resistencias que constituyen el germen más crítico a inscribir en el seno de las culturas hispánicas, siempre amenazadas de docilidad académica o institucional. En el primer caso, como extraterritorial hispano y occidental, con su aproximación al mundo oriental islámico, su obra permitiría abrazar un período cronológico tan vasto como la historia moderna española y europea (desde finales de la Edad Media hasta 1 Como probaría, entre otras cosas, su temprana inclusión en el canon de la renovación narrativa latinoamericana de los años sesenta a partir de la lectura cómplice de su obra hecha por Carlos Fuentes en La nueva novela hispanoamericana, en especial en el capítulo «Juan Goytisolo: la lengua común» (1969: 78-83).

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nuestros días) como medio de reactualización de discursos y conflictos insertos en la médula secular de la cultura2. En el segundo, a través de su afirmación valiente de una diferencia marcada en el delicado terreno de lo sexual, accederíamos a la dimensión más privada y menos convencional de dichos discursos y conflictos históricos. Una dimensión que ha sido tradicionalmente relegada o poco estudiada en el mundo hispánico. De este modo, Goytisolo, a medida que completa su obra narrativa y ensayística, se constituye en referente insustituible de cualquier discurso libre y desprejuiciado que quiera responder a los verdaderos desafíos de este tiempo desde una perspectiva inédita y enfoques siempre innovadores. En cualquier redefinición en curso del hispanismo, pues, una trayectoria como la suya, concebida como anomalía cultural a contracorriente de las tendencias dominantes o de los lenguajes hegemónicos, ha de entrañar una aportación ejemplar, de una riqueza y pluralidad inagotables, y debe entenderse, por consiguiente, como una apertura ética y estética, una mutación ideológica de secuelas muy productivas para la comprensión de los discursos literarios y culturales tanto existentes como posibles, así como de sus condiciones de producción y recepción. Siendo la categoría de lo «trasatlántico», en su misma definición discursiva, una suerte de espejo múltiple y al mismo tiempo interrogativo de la multiplicidad y complejidad que constituyen la identidad hispánica, la figura de Goytisolo (y el análisis de cualquier aspecto esencial de la misma) podría erigirse en paradigmática de dicha categoría cultural por su misma multiplicidad y complejidad, más allá de los rasgos particulares que lo asimilarían con otros paradigmas vigentes en el campo de los estudios latinoamericanos, como Borges, una de sus influencias mayores en la concepción de la ficción como desestabilizadora radical de las «versiones de la realidad» tenidas por dominantes. Sin olvidar otras influencias hispanas que han marcado de modo fecundo a lo largo de los años su obra crítica y creativa:

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De lo que daría muestra, una vez más, la atención académica y curricular prestada a su obra en diversos países europeos y latinoamericanos y, muy en particular, en numerosas universidades de los Estados Unidos, como Harvard, Brown, Yale, Princeton, Cornell, Montclair State University, Columbia, Boston University, entre otras, donde su obra es estudiada, enseñada y leída con singular rigor e interés.

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Octavio Paz, José Lezama Lima, Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, etc. Todo esto permitiría concebir a Goytisolo, por sus influencias, temas e internacionalidad, como un autor fundamental tanto en el ámbito de la cultura española como de la hispanoamericana. Un autor paradigmático de lo trasatlántico. * El sitio de los sitios (1995), la novela más laberíntica y borgiana de Juan Goytisolo, es una gran denuncia ficcional de los sistemas de organización social y política e ideologías represivas de la historia que condujeron a la masacre de los habitantes de la ciudad bosnia de Sarajevo a mitad de los años noventa. En este contexto, podría resultar paradójico introducir un aspecto tan provocativo y desafiante como la sexualidad y, en particular, la homosexualidad, como hace esta novela. En mi lectura de la misma, esta ingerencia del erotismo y la sexualidad como definiciones de un modelo abierto o represivo, según los casos, de la identidad y sus relaciones con la alteridad, cobra una pertinencia absoluta y conecta con la indagación emprendida en ambas orillas del idioma de la ficción en español sobre esta cuestión tan decisiva (y a menudo menospreciada, si no censurada) de la identidad y las culturas hispánicas. El elemento sexual y erótico de El sitio de los sitios (en adelante, El sitio) aparece explícito en los dos poemarios –«Zona sotádica» y «Astrolabio»– que aparecen incluidos como apéndices al final del libro. Ahí es donde se concentra e intensifica la novela, y donde se postula desde la escritura una reafirmación a la vez singular y universal de lo sexual y erótico como dimensiones inalienables de la experiencia humana. Esta perspectiva sobre la cuestión, esta integración en una novela de estas características de una temática aparentemente ajena o alejada de sus determinaciones más inmediatas, es tal vez el mayor riesgo que haya corrido su autor al escribirla, desafiando así cualquier norma ética o estética vigente, ya sea cualquier presupuesto ortodoxo de viejo cuño o el renovado puritanismo de la corrección política. En todo caso, la inclusión de la temática homosexual en el contexto de la novela no sólo no es casual o caprichosa sino que se inscribe

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en la revisión posmoderna del discurso cultural en torno a esta cuestión esencial y manifiesta la paradójica centralidad social e intelectual de la misma, como estableciera Jonathan Dollimore, uno de los críticos y teóricos que ha forjado uno de los discursos más influyentes en lo que se ha denominado queer theory. En este ensayo, esbozaré una visión general de la cuestión en nuestros días y la proyectaré sobre la novela a fin de procurarle un nuevo marco de interpretación en el que se establezca que el concepto fundacional de alteridad hacia el que apuntan estas páginas no se limitaría, evidentemente, al otro racial, cultural o étnico (cuya modalidad occidental preferida, quiéralo o no el europeo, es la del musulmán), sino también al otro sexual o erótico, representado por la conflictiva figura del homosexual. Ambas categorías de marginalidad no funcionan sólo en la escritura de Goytisolo como factores dialógicos de cuestionamiento del poder y la normatividad excluyente, también encarnan las metáforas más pertinentes en las que esa práctica literaria encuentra su reflejo más preciso, su doble paradójico3. Puesto que constituye uno de los ejes alusivos y temáticos de la novela, forzosamente la primera referencia a la que me propongo apelar es la de Sir Richard Francis Burton4 (1821-1890) y sus comentarios finales (o «Terminal Essay»5) a la traducción de Las mil y una noches (The Arabian Nights, 1885-1888). Es ahí donde dirty dick, como se motejó a Burton a raíz de sus sulfúreos escritos sobre antro3 Lo cual no impide a Goytisolo tomar su distancia, practicar la ironía y manifestar ocasionales sarcasmos hacia los nuevos tópicos y estereotipos con que el mundo «gay» se ha apropiado de la experiencia homosexual y la ha codificado conforme a unos patrones militantes a veces tan simplificadores como convencionales. Este punto ha sido abordado desde distintos ángulos tanto por Epps (1996) como por Prout (2001). 4 El sedentario y apacible Borges, tan influyente en esta novela, ofrece del nómada y tumultuoso Richard Burton este impagable y conciso retrato: «El capitán inglés que tenía la pasión de la geografía y de las innumerables maneras de ser un hombre, que conocen los hombres» («Los traductores de Las mil y una noches», 1996: 436). La Enciclopedia Británica prefiere describirlo como «Rabelaisian scholar-adventurer», en unos términos muy adecuados a la estética novelística de Goytisolo: un investigadoraventurero de hiperbólico y desaforado talante. 5 En estos ensayos finales (Terminal Essay: A. Social Conditions; B. Woman; C. Pornography; D. Pederasta; 1895) aborda Burton las cuatro cuestiones que le parecen relevantes para contextualizar la lectura de Las mil y una noches en un entorno cultural tan distinto como la Inglaterra victoriana.

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pología sexual, acuña la expresión «Zona sotádica» que tanto juego y tanto jugo le proporciona a esta novela de Goytisolo. Burton se arroga la función de cartógrafo de ese territorio paradisíaco tan licencioso como fantaseado circunscrito a las riberas orientales y occidentales del mar Mediterráneo. Goytisolo había dedicado ya un espléndido ensayo a la figura de este excéntrico y fascinante personaje en el que se consagraba a glosar su vida y comentar brevemente su obra. La cualidad más destacada de ésta en relación con la expresión y el conocimiento de lo sexual responde a lo que Goytisolo califica como una «reivindicación de los impulsos bajos» teñida «por un matiz nítidamente moral» («Sir Richard Burton, peregrino y sexólogo», 1982: 168). Igualmente se podría considerar el papel de los poemarios y la presencia de lo sexual en la ficción de El sitio, una tentativa de combinar una temática noble e incorrecta con el riesgo inherente a la asunción corporal y expresiva de la libertad humana. En este sentido, Goytisolo comenta el exilio de Burton en unos términos que son absolutamente análogos a los de su propio exilio desde hace décadas. Burton era, para Goytisolo, «un hombre asfixiado por la hipocresía ambiental y que buscaba en el ámbito de otras culturas una libertad y tolerancia inexistentes en la propia», esto justificaba «su exilio perpetuo […] de la insoportable vida inglesa» (El sitio, 168). La reivindicación de la libertad de conducta en lo concerniente a la satisfacción del deseo y el apetito sexual como verdad del sujeto trabada sistemáticamente por una sociedad como la puritana (católica o protestante) es el rasgo ideológico que Goytisolo encuentra más afín en Burton, y es ésta la importancia conferida a la homosexualidad en la novela, como perturbación de lo convencional, transgresión de lo establecido y desafío moral al orden social dominante. En cualquier caso, este curioso «tratado» de Burton sobre la pederastia merece algunas críticas de Goytisolo, contemporáneo de Michel Foucault, por su candor y fantasiosa erudición típicamente decimonónicas, y un comentario como éste sobre la explicación de la existencia real de la denominada «Zona Sotádica»: Más interés tienen para nosotros las discutibles y aun peregrinas teorías de Burton según las cuales, la homosexualidad, lejos de ser un desarreglo fisiológico o un vicio perverso, obedecería sobre todo a factores geográ-

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ficos y climáticos […]. En dicha zona, se produciría una mezcla de temperamentos masculinos y femeninos que explicaría la propagación tanto de la pederastia como del tribadismo (El sitio, 170).

Más interés suscita todavía la reflexión final de este ensayo, en la que el autor extrapola la experiencia del explorador británico a su propio caso y concluye con una nota vindicativa que podría caracterizar la personalidad del apócrifo «Ben Sidí Abú al Fadaíl» de la novela tanto como la de su encubierto autor: La alquimia de convertir la pasión por un cuerpo […] en una forma voraz de conocimiento, capaz de volver al amante en lingüista, investigador, erudito o poeta […] penetrar en el idioma, literatura y pensamiento que el cuerpo amado convoca y representa, todo ello, digan cuanto digan los hipócritas y los necios […] es una baraka o gracia que acompaña a quien […] se mantiene fiel a lo más secreto y precioso de sí mismo, y justamente por eso, en la medida en que intelectualiza y moraliza su sexo y corporeiza moral y pensamiento, metamorfosea, como escribió Malraux, el destino ancestral en conciencia (El sitio, 172).

En todo caso, en el segundo volumen de sus «Memorias» (En los reinos de taifa) aquilató con mayor concreción y se aplicó sin ambages esta doble alquimia carnal y verbal que opera plenamente en los poemarios incluidos en la novela: La operación de transmutar el estigma inherente a mi desvío en fecunda curiosidad de lo ajeno se convertía así en una gracia inasequible al burgués atrapado en la convencional rigidez de su universo mezquino. Conjugando de golpe sexualidad y escritura, podía forjar en cambio un nuevo lenguaje alquitarado y decantado en la dura, pugnaz expresión del deseo, largo, seminal proceso originado en el aleatorio encuentro inicial (1986: 225-226).

Desde la perspectiva de esta novela, por otro lado, es interesante resaltar también cómo si uno de los elementos de la filiación de Goytisolo con Burton se evidencia a través del uso de la expresión mencionada de «geografía carnal», hay otro aspecto que guarda estrecha correlación con un elemento de la ficción que no debería descuidarse en ninguna lectura. Comenta Goytisolo lo siguiente sobre la identidad simulada adoptada por Burton en algunos de sus viajes:

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Su interés apasionado por la vida y costumbres indígenas le indujo a vestirse y vivir con ellos, con el embozo de un presunto comerciante y curandero llamado Mirza Abdullah y colectar de ese modo una serie de informes directos sobre sus normas sociales, creencias, tabúes y costumbres. Persuadido, con razón, de que la mejor manera de entrar en contacto con los pueblos extraños es mantener relaciones sexuales con sus habitantes, su afición a mantener tales aventuras […] le valió ya el oprobio de sus compañeros de armas (1982: 149).

Este paradigma de relación con el mundo del Otro, sexual y cultural, lingüístico y vital, es uno de los atributos indudables de la personalidad de Goytisolo, acaso como asunción de la influyente experiencia de Burton, pero también se le podría considerar el modelo de la concepción novelesca de ese viajero llegado a Sarajevo que asumirá la personalidad carismática del santo marroquí «Ben Sidí Abú al Fadaíl». Por eso los poemas escritos por este personaje son el único testimonio fidedigno de su identidad, los únicos documentos que la ficción aporta al conocimiento de la identidad anímica e intelectual del misterioso personaje, pero también, evidentemente, a la sexual y cultural, una vez más. Goytisolo habla del álter ego de Burton en estos términos tan afines, por otra parte, a la impostura cifrada en esa significativa transformación de la novela: «Para sus fines antropológicos, ha resuelto combinar los atributos de derviche con los de curandero» (1982: 156). Otro aspecto de la biografía del personaje que guarda relación con la novela es el de la censura de sus escritos llevada a cabo por su esposa, Isabel, sobre la parte más erótica de su bibliografía6 y, en especial, sobre Las mil y una noches de su marido: los ejemplares que le pertenecieron […] están sembrados de borrones, tachaduras, cambios y comentarios de su propia mano, dignos de nuestros probos funcionarios del ministerio de Información y Turismo de tiempos de Arias Salgado (El sitio, 167).

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Entre las traducciones destruidas por su celosa mano femenina se cuentan, según la Enciclopedia Británica, dos obras sexualmente complementarias: El jardín perfumado (The Perfumed Garden of the Cheikh Nefzaoui, 1886) y una recopilación de Epigramas a Príapo (Priapeia, cuya relación temática con los fálicos poemarios de la novela, por otra parte, no resulta accesoria).

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Este importante dato ha sido utilizado por Goytisolo para salpimentar la trama textual de la novela con la polémica de los manuscritos poéticos censurados y parcialmente destruidos por el personaje del comandante español destacado en Sarajevo, entre otros. En cierto modo, se podría considerar este protagonismo de la censura en la novela como una forma indirecta de aludir al carácter subversivo que todavía podría tener esta temática y a la atribución de tal efecto perturbador en su lector a los poemas que circulan a lo largo de la novela y se recogen en los apéndices finales. Se trataría, en cualquier caso, de una metonimia narrativa empleada para designar la tarea de represión histórica llevada a cabo sobre los textos, entendidos como documentos transmisores de desviaciones, perversiones o diferencias, pero también sobre las vidas, esto es, sobre los cuerpos, practicantes o no de esos actos considerados peligrosos por la norma social o la ideología dominante7. En esto la novela no estaría lejos de los libros de Foucault donde se repasa la «historia de la sexualidad» humana en sus múltiples variaciones y se relativiza o menosprecia su interpretación en clave exclusivamente psicoanalítica. En cualquier caso, no cabe duda de que Goytisolo no se resiste a prestar a su trasunto literario las trazas de lo que Foucault denominara «hombre infame», aquél precisamente en el que la literatura encuentra su prototipo o su ideal abyecto, si se quiere, a fin de vehicular contenidos reprobables o subversivos: La ética inmanente del discurso literario de Occidente: sus funciones ceremoniales se borrarán progresivamente; ya no tendrá por objeto manifestar de forma sensible el fulgor demasiado visible de la fuerza, de la gracia, del heroísmo, del poder sino ir a buscar lo que es más difícil captar, lo más oculto, lo que cuesta más trabajo decir y mostrar, en último término lo más prohibido y lo más escandaloso (Foucault 1990: 200).

Así, en la ficción de El sitio, la convulsión íntima y sexual del militar español, los actos escatológicos y grotescos del profeta social parisino, la ambigua conducta del santón marroquí y la malicia textual y 7 Borges mismo nos recuerda qué labor de exigente «desinfección» practicó sobre el corpus de Las mil y una noches su primer traductor inglés Edward Lane, al que la traducción de Burton combatiría polémicamente, en especial poniendo al descubierto toda la carga erótica del original suprimida por su antecesor (1996: 432-435).

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erótica del filólogo sarajevita, entre otros índices de esta equívoca cualidad, se inscriben en la trayectoria de ese discurso literario que los coloca en primer plano y hace de ellos héroes de una nueva estirpe, protagonistas del mecanismo de «doble relación que la literatura tiene con la verdad y con el poder», como elucidan de nuevo estas lúcidas palabras de Foucault tan adecuadas al peculiar discurso literario de esta novela y, en general, de su autor: Mientras que lo fabuloso no puede funcionar más que en una indecisión entre lo verdadero y lo falso, la literatura se instaura en una decisión de no verdad: se ofrece explícitamente como artificio, pero comprometiéndose a producir efectos de verdad que son como tales perceptibles […]. Más que cualquier otra forma de lenguaje la literatura sigue siendo el discurso de la «infamia», a ella le corresponde decir lo más indecible, lo peor, lo más secreto, lo más intolerable, lo desvergonzado (El sitio, 200-201).

Coincidiendo con esta aproximación a la «infamia» de los sujetos desprovistos de poder planteada por Foucault, habría que recordar quizá la importancia que en Jean Genet, uno de los maestros morales de Goytisolo8, tenía la diferencia ontológica entre «hombres veraces» (jueces e inquisidores, principalmente, esto es, aquellos servidores del poder que creen en la posibilidad de representar dramas verdaderos, dotados de la capacidad de perpetuar el orden establecido) y «simuladores espontáneos». En palabras de Scott Durham, estos últimos serían «thieves of language and perverters of images, they exercise the power of the powerless: the powers of the false» (1998: 117). Esta adscripción, nada ajena a la sexualidad de los sujetos implicados, es la que parece caracterizar, en cierto modo, a los narradores rectores de El sitio en sus múltiples trastrocamientos de identidad y corrupciones narrativas y líricas y, por supuesto, a su omnisciente autor. La condición de «simulador espontáneo» que se le puede atribuir fácilmente a Goytisolo redunda en algunos de los conceptos que explicarían el diálogo que en su obra se establece entre biografía y ficción, autoría y desfiguración, etc. No obstante, el juego autoficcional inserto en la ficción y la metaficción de esta novela particular admite

8 De la influencia integral de Genet en su persona y obra Goytisolo acaba de dar un testimonio contundente en su nuevo libro: Genet en el Raval (2009).

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una caracterización similar a la que Durham confiere a Genet, probando una vez más la cualidad de gran lector creativo que Goytisolo ostenta respecto del novelista y dramaturgo francés: For the spontané simulateur, it is not the actuality of lived existence as such that is memorable, but the images in which the virtual identities that haunt that existence are simulated (or «counter-actualized») in another dimension. The «visible life» of the spontané simulateur is composed of fabulous images: it is a play of masks and identities (1998: 173-174).

Siendo éste, pues, el dispositivo dialógico y paródico que configura la trama textual y sexual de la novela, se hace necesario reafirmar, sin embargo, la poderosa cualidad mimética de su experiencia de escritura respecto de su experiencia de referencia, ese acto amoroso (anal, oral, mental) reiterado a lo largo de sus páginas como metáfora carnal del acto mismo de su escritura. Un «combate amoroso, un acto sex/textual en que se funden la lucha de clases y la vida sexual de las palabras9, cuerpo y lenguaje, bolígrafo y pene», como ha señalado Marco Kunz (2004: 128). Con este modelo de escritura se deconstruiría, en cierto modo, lo que Derrida había bautizado como «falogocentrismo», esto es, el centrado preferente de la experiencia del pensar y el decir en el emblema viril por excelencia que es la herencia de la tradición filosófica y cultural de Occidente10. Un sistema de pensamiento que privilegia, en suma, la búsqueda de centros y orígenes, certezas y puntos de referencia, intenciones autorales verdaderas, etc. Pues si el objeto de deseo de esa escritura es el falo, instrumento y objeto de un deseo y de una carencia sustancial, su omnipresencia en la novela determina una instancia de anulación, un espacio de negación y denegación fálicas que supondría al mismo tiempo una celebración pletóri9 Se reconocerá sin problemas en este sintagma nominal incorporado por el crítico y profesor suizo Marco Kunz la expresión acuñada por Julián Ríos para nombrar, desde una preferencia sexual distinta pero desde una práctica de escritura absolutamente afín a la de Goytisolo, la fusión gozosa de carne y verbo, sexo, erotismo y literatura (Ríos 1991: 143-153). 10 Como escribiera Goytisolo, comentando esta tendencia reductora y dominante de raigambre occidental: «El logocentrismo de nuestra cultura […] conduce a la situación aberrante de un mundo en el que el goce debe ocultarse tras la máscara de la razón (política, social, religiosa), proporcionando así una coartada temible a verdugos y sicarios de toda laya» (1976: 185-186)

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ca del atractivo sexual del pene11. Es decir: sólo la potenciación de esa dimensión erótica y luego mística, esa creación de un cuerpo a la medida del deseo dotado de ese miembro como remate anatómico, es la que permitiría posteriormente el desmantelamiento de su poder de dominio en otro nivel, real o simbólico. Es como si Goytisolo al exacerbar sin tapujos ni restricciones la tendencia innata de su escritura y de su vida hacia ese objeto privilegiado estuviera desarmando su propia escritura en lo que podría denunciarse en ella de poder autoral y control ideológico, puesto que, en definitiva, reconocería su propia insuficiencia y señalaría el vigor paradójico del objeto de atracción, acaso inalcanzable o remoto, o de contacto tan fugaz como memorable para el ignoto autor de los poemas. El centro de irradiación del texto lo constituye así esa suerte de faro o foco desiderativo hacia cuya órbita propenden inevitablemente el estilo y la construcción, pero que por eso mismo, por su protagonismo pleno y su plena presencia obscena en el texto, sin velos ni disimulos, se desharía como última ilusión de poder sobre el texto. Como señala también Steven Shaviro en un comentario sobre la visión esencial de Bataille de la sexualidad masculina, muy pertinente para el discurso de esta novela y, especialmente, de los poemas que la atraviesan y clausuran: Male sexuality, for Bataille, becomes an «erection» which does not dominate from a height, but loses its «verge ignoble» in the night which it cannot illuminate, or even encounter face to face. Ejaculation is no longer a sign of potency, but a «purement parodique» and unproductive movement, the living-through of a loss without recompense (1990: 96-97).

Así, según Shaviro, tanto Bataille como Goytisolo trastornarían las «habituales asunciones del orden falocéntrico» y articularían la 11 Rasgo monotemático que alcanza su cenit expresivo y ficcional a la par en la novela posterior Carajicomedia, donde esta temática se ve inmersa en un proceso de carnavalización constante, prefigurada aquí en el capítulo titulado «Primer sueño» («El escabroso currículo de su doctorado», 2000: 29) y alguno de los poemas incluidos en El sitio, donde la enumeración de amantes masculinos y relaciones sexuales orbita con prioridad alrededor de la fascinación suscitada por ese órgano masculino, como explicita el título, y sus variadas posibilidades amatorias («absorto en sus ejercicios de devoción», 1995: 30). Sin olvidar tampoco, la apasionada peregrinación autobiográfica por los «templos» (urinarios públicos, salones de masaje, cines de barrio o salas porno, etc.) erigidos para rendir culto orgiástico y adoración oral o anal al ídolo priápico.

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sexualidad masculina en «una economía del deseo diferente y no hegemónica» (1990: 95). Leídos a esta luz teórica, los versos más polémicos de la novela cobrarían una nueva dimensión y permitirían comprender con mayor nitidez la decisiva influencia que ejercen sobre la lectura de la misma y la compleja trama textual que la vertebraría. En este mismo sentido se expresa Shaviro al analizar los mecanismos de fascinación y satisfacción generados por el objeto de deseo masculino en la literatura y en el cine: «For Fassbinder as for Genet (and also for Bataille), the sacred or auratic object immediately deconstructs itself: it points not to transcendence but to self-annihilation» (1993: 176). De ese modo, Goytisolo consigue eludir toda idealización o discurso positivo sobre la homosexualidad y perseverar en una concepción básicamente anticomunitaria y maldita de la misma, influenciada en esto por los planteamientos de, entre otros, Jean Genet o Georges Bataille, como veíamos12. En especial en los poemas, pero también en el texto de la novela, Goytisolo se implica de manera subjetiva en los mecanismos de fascinación y poder que marcan sus señas de identidad como sujeto de deseo a fin de poner las cartas más íntimas boca arriba del mismo modo que lo hará, con paradójica honestidad, como narrador-marionetista que mueve los hilos de la trama y de los distintos personajes y situaciones que vertebran la ficción. El escenario del acto de escritura de esta novela, exhibido en su total desnudez, revela la clave de escritura de todas sus novelas y de su entera experiencia de escritor, tal y como la establecía ya como principio de indagación en Juan sin tierra: iniciando, tantálico, tu propio y personal proceso al canon novelesco y la radiografía de sus orondos comparsas: mientras buscas a tientas la secreta, guadianesca ecuación que soterradamente aúna sexualidad y escritura: tu empedernido gesto de empuñar la pluma y dejar escurrir su licor filiforme, prolongando indefinidamente el orgasmo (1975: 239).

12 Goytisolo coincidiría en este aspecto con una larga tradición de escritores modernos: «Jamais Proust n’aurait considéré l’homosexualité autrement que comme un vice; ni Genet autrement que comme un défi, une infraction, un délit, une trahison; ni Fassbinder autrement que comme un facteur de dépravation, et de provocation; ni Pasolini, même, autrement que comme un comportement impur […] en tout cas comme un écart par rapport au conformisme, aux normes (cléricales ou permissives) de la société» (Scarpetta 2004: 263).

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Esa ecuación soterrada del párrafo, jugando un poco con las palabras y los conceptos, es ahora una ecuación «sotádica», como he indicado más arriba, orientada de modo parcialmente distinto, si se quiere, en lo literario, pero fiel en lo sustancial, y además hecha explícita, evidenciada y asumida con todas las consecuencias. En este sentido, como sugería Judith Butler, Goytisolo niega la posibilidad de construir cualquier identidad sexual con absoluta independencia de una instancia de poder que la condicione: If sexuality is culturally constructed within existing power relations, then the postulation of a normative sexuality that is «before», «outside» or «beyond» power is a cultural impossibility and a politically impractical dream, one that postpones the concrete and contemporary task of rethinking subversive possibilities for sexuality and identity, within the terms of power itself (1999: 40).

Con esto, Butler no pretende sino poner en evidencia el aspecto performativo y contingente de la identidad sexual, su dependencia de actos, gestos y simulaciones que lo definen en la práctica. Algo parecido sucede en el curso de esta novela. De hecho, muchas de las imágenes mentales que aparecen en el capítulo «Primer sueño» (1995: 2631), y también las evocadas en los dos poemarios, se presentan sin rebozo como representaciones, acciones simuladas o simulacros animados por la fantasía, el deseo o la memoria trastornada por el poder figurativo de éste. Se trata, por tanto, de un juego de simulacros y estereotipos, y no de supuestas realidades invocadas por la escritura en plena transparencia comunicativa o veracidad informativa: escenas enteramente organizadas por el artificio y el tópico, reconocibles en su condición irreal de fantasmas o proyecciones eróticas, exhibidas con ambivalencia e ironía, caricaturizadas o caricaturescas en cierto modo. Por esto las severas críticas que ha merecido este aspecto singular de la novela no pueden sino invitar a la risa más despectiva hacia sus autores13. Salvo que se entienda que, merced a esa condición 13

Singularmente, el escándalo puritano persistente de Inger Enkvist, que sólo ha visto en la alianza de denuncia política y provocación sexual de la novela una prueba más de la actitud decididamente anti-occidental de Goytisolo (1999: 50-51), cuando debería haber detectado en esa fusión una reivindicación de uno de los cánones expresivos más genuinos de la tradición creativa occidental; y la homofóbica misreading del

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simulada o artificial, causen en el crítico afectado una reacción de perturbación y rechazo, no necesariamente en ese orden, un trastorno íntimo del mismo tipo que experimenta en la novela el personaje del comandante de las «Fuerzas de Interposición» (la ironía táctica del rango o cargo de responsabilidad de este personaje se haría aún más evidente en este contexto específico del análisis). En este sentido, lo que más ha podido sorprender de la novela ha sido el modo en que habilita una nueva lógica del deseo masculino, esto es, una redefinición literaria y ficcional de la masculinidad, o lo masculino, a partir de su vinculación con una sexualidad no normativa y por completo ajena a su diálogo naturalizado con la feminidad, o lo femenino, en una línea ideológica concomitante una vez más con la de Genet –el deseo masculino, o, como se ha podido decir más o menos acertadamente, el deseo «hipermasculino» presente en toda la obra de Juan Goytisolo (Prout 2001)–. La descripción de los presupuestos de esta redefinición coincidiría con una narrativa, según Shaviro, que toma en consideración la «producción social de la masculinidad, en un doble registro de idealización y desmitificación, exaltación y degradación» (1993: 177). Así, no puede entenderse sino como una malicia irónica del texto el hecho de convertir en primer lector o lector privilegiado de las partes más polémicas o perturbadoras del mismo a un representante, pasivo y confuso, de esa institución que en muchas sociedades a lo largo de la historia (y, en especial, en las sociedades hispánicas, como prueban ya, entre otros muchos ejemplos literarios, la primera novela de Vargas Llosa, La ciudad y los perros, o el escalofriante relato de Cortázar La escuela de noche) ha constituido el modelo y la garantía de toda masculinidad normativa. Me refiero, por supuesto, al ejército14, cuyos valores e ideales viriles constituidos a partir de un rechazo

insigne Miguel García Posada, cuyos fantasmas sexuales reprimidos fueron sacudidos tan poderosamente por la lectura de la novela que, en plena confusión mental, se vio obligado a arremeter contra el autor (1995: 11) en unos términos que resultaban desdeñosos incluso para las víctimas bosnias de la guerra. 14 Si en esta novela Goytisolo se atreve a deconstruir festivamente la lógica sexual de la institución militar, sólo será en Carajicomedia donde haga lo mismo con esa otra institución, la Iglesia, garante en la historia española (y, como herencia nefasta, hispanoamericana) de toda opresión y sostén de la ideología que, aliada con la primera, desató la Guerra Civil e implantó una dictadura militar y religiosa que duró casi cuarenta años.

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sistemático de cualquier atisbo de feminidad, de cualquier insinuación de contagio femenino, sin demasiado esfuerzo, podría invertirse en adoración del ideal masculino y, por tanto, en idolatría de los rasgos y atributos, reales y simbólicos, asociados con ese patrón varonil de conducta y definición de identidad. Como Shaviro puntualiza con acierto: I become male only through a long initiation: a violent, ascetic process of being-affected, a subjection and passion of my body. The hierarchy and authority that define my position as a man are themselves generated in the gestures and rituals through which men challenge and fight one another, touch one another, physically interact with one another (1993: 178).

No sería exagerado decir, por tanto, que la identidad masculina es constitutivamente sadomasoquista (o alternativamente sádica y masoquista, según el grado de arraigo en la necesidad de posesión de su «objeto de deseo», en todos los sentidos del término), pues los mecanismos sociales y psicológicos que la originan determinan esa característica intrínsecamente perversa o patológica de su definición social: «Virility is finally an imposture: a simulation that imposes itself upon the flesh and insinuates itself within an otherwise chaotic play of images and reflections» (Shaviro 1993: 195). Si se compara esta concepción con lo expresado y lo vivido por el propio comandante, el emparejamiento de los términos «masculinidad» e «impostura», «simulación» o «caótico juego de imágenes y reflejos» y «carne», no parecerá ni tan caprichoso ni arbitrario como las críticas negativas de la novela y de su autor podrían dar a entender. Durante las horas de intensa lectura del poemario incendiario y maldito, el personaje del comandante español declarará: «Todas las teofanías o imágenes censuradas a lo largo de mi vida familiar, educativa y castrense irrumpen en la tiniebla de la celda con el fulgor del apoderamiento: el verbo me conjuga» (El sitio, 97). Goytisolo asumiría así en su integridad los rasgos más acreditados de la masculinidad para provocar en ellos la inversión de categorías que requeriría la fundación de esa nueva lógica de lo masculino a partir de la comprensión de lo que constituye y construye socialmente la masculinidad. Un proceso de subversión de los códigos con que se reconoce e identifica en el ámbito social la masculinidad que se fun-

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daría en la sumisión de lo masculino a la degradación desiderativa, la objetualización erótica y sexual, a la que con normalidad el falo somete a lo femenino en el interior del escenario heterosexual convencionalmente aceptado, o «feminiza» y «afemina» todo lo que toca con su poder dominante, redoblando así sus ambiguos efectos en otro contexto y con otros actores (como sucedía en los escenarios carcelarios de Genet). Este motivo de su literatura es la que le permitiría reclamar para sí el aura del santo o del héroe espiritual paradójico que ya se ha señalado en Genet empleando su propia concepción del «monstruo»: «the heroism of the actor who draws a new role from the abject monstrosity within, and who thereby affirms “the horror –and beneath it the happiness– of becoming a monster”» (Durham 1998: 175). La afirmación absolutamente carnal y corpórea del deseo homoerótico inscrita de modo nuclear en los planteamientos de la novela coincidiría, por lo tanto, con los postulados de Foucault cuando definía la sexualidad humana negando que fuera algo más que «los cuerpos, los órganos, las localizaciones somáticas, las funciones, los sistemas anatomofisiológicos, las sensaciones, los placeres» (1999: 185). En El sitio, pues, el lector se encuentra ante una tentativa de disolución y redefinición posterior de las categorías binarias con las que se clasifica convencionalmente la sexualidad y el erotismo humano, que hallaría su alegoría más potente en el antagonismo inicial de los personajes del militar español, dominado por la imagen autoritaria del padre militar, y su pariente subversivo y decadente, el poeta sotádico Eusebio, recluido por perverso en un hospital psiquiátrico castrense al estallar la Guerra Civil en el año 1936 mientras los demás militares alzaban sus problemáticas erecciones y se lanzaban a violar a la débil República española, como si de una virgen se tratase, para probar su maltrecha virilidad15.

15 Como probaría la siguiente novela del autor, Las semanas del jardín, donde la biografía plural y heterodoxa de Eusebio y el contexto fascista español de la Guerra Civil y la posguerra ofrecen una secuela extraordinaria a estos planteamientos de El sitio. Como escritor plenamente contemporáneo que es, Goytisolo dará en esta novela un paso más en el proceso de negación o denegación de la autoría como metáfora del poder y el dominio y otorgará al texto novelístico la virtualidad inédita de generar su propio autor y, por ende, sus propios lectores.

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No es irrelevante, en este sentido, que esta ambivalencia moral de la masculinidad y su poder (propio de la cultura latino-occidental) de agresividad y agresión fálicas hayan tenido en la Guerra de Bosnia un papel tan determinante como abyecto y atroz. Como comentaba Louise O. Vasvári en otro contexto: The semiotics of phallic aggression and anal penetration refers to sex not as hetero- or homosexual act but as a game of dominance and submission, reinterpreted as insertive and receptive sexual roles, where the male organ becomes a kind of weapon and where the passive position is equated with dishonor, weakness and feminization […]. The real world use of phallic aggression as a weapon of war has recently been tragically demonstrated in the former Yugoslavia, where an international team investigating the atrocities found that rape was systematically being used against both women and men, with the conscious intentions of demoralizing and terrorizing communities (1999: 130).

El devenir homosexual del comandante español, su internamiento literal en un centro psiquiátrico militar y la nueva dirección de su compromiso con los sojuzgados «musulmanes» de Bosnia responden a este esquema intelectual, analizado más arriba, de conversión del deseo en instrumento pasional de conocimiento y reconocimiento del otro (la biblioteca en llamas, el saber incendiado, el conocimiento abrasivo). En todo caso, esta actitud, desde una perspectiva negativa o crítica, respondería también a una voluntad de rastrear el inconsciente pulsional de la ideología fascista o autoritaria que, en el paralelismo subjetivo sugerido por la novela, emparienta las situaciones de exclusión, opresión y masacre de la España de fines del siglo XV y la Guerra Civil y la dictadura franquista con la Guerra de Bosnia y el asedio a Sarajevo. Inconsciente pulsional que tal vez constituya, como señalaba Goytisolo, la clave secreta «del pensamiento reaccionario» que articula con sus represiones y opresiones el sitio de Sarajevo y, por ende, el «sitio de los sitios» del espacio novelístico: Edificado siempre sobre una ciénaga de temores, repulsas y odios –menos contradictorios de lo que a primera vista parece– a la promiscuidad (goce sexual), lo inasimilable y ajeno (razas, culturas diferentes) y la realidad traumática del ano y la atracción latente hacia lo fecal (sodomía) (1976: 132).

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De ahí la doble postulación de la novela en su reivindicación del cuerpo contra la represión histórica y castiza16, autoritaria y fascista, y también contra la alienación del mismo al servicio de la productividad y la rentabilidad, su sumisión a los parámetros contables de la economía capitalista, y la vindicación de «la exuberancia sexual como único elemento humano irreductible a la cosificación» (Goytisolo 1976: 182). La promoción, por tanto, del marginal en su literatura, bien sea el homosexual o el sodomita, el musulmán o el paria social, o como en esta novela su parentesco moral con las víctimas de un conflicto bélico o político, no responde exclusivamente a señalarlo como factor de liberación, sino también a vehicular a través de estos personajes equívocos o relegados un discurso subversivo sobre la dominación política y el poder, el orden normativo y su exclusión o eliminación del otro, del diferente, en definitiva. Volviendo así, para concluir, a un momento anterior de estas reflexiones y, sobre todo, a la postulación de una soterrada ecuación de escritura y sexualidad en la obra de Goytisolo, podría afirmarse sin problemas que El sitio explicita con admirable sutileza conceptual «la estrecha relación entre escritura, impulso sexual y excremento» (Goytisolo 1976: 135) que singulariza la experiencia literaria de Goytisolo. La «Zona sotádica» se constituye así en la metáfora territorial que engloba esa ecuación de escritura y vida que es el mito que alimenta la escritura del autor y se proyecta, con toda su carga fantasmática, sobre cada una de sus obras narrativas con singular contundencia y tenacidad. Este «territorio liberado del deseo» se configura, tal y como precisa Óscar Cornago, «como un nuevo cronotopo erótico, marginal y transgresor, recorrido por las energías libidinales y los excesos instintivos de la colectividad y el individuo, fuera del alcance de la lógica y la razón occidental, de la ordenación económica y la moral utilitaria» (2001: 614). En definitiva, el principio básico, la síntesis del doble dispositivo ético y estético que caracteriza su práctica narrativa consistiría en la sumisión de la «representación de la perversión» a una sistemática «perversión de la representación» (Scarpetta 2004: 131). Acaso sea ésta la única forma para Goytisolo de evitar a toda costa su recupera16 Para comprender el alcance histórico y cultural de esta represión convendría leer en su integridad Queer Iberia (Blackmore/Hutcheson 1999).

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ción positiva por cualquier movimiento político o grupo social que pretendiera movilizarse a partir de los supuestos contenidos constructivos de su discurso novelístico. Un modo creativo de resistencia, en suma, a cualquier lectura permisiva o complaciente de un texto cuya naturaleza indómita, en todos los terrenos, incluido el político, ningún discurso crítico debería pretender domesticar. Pues si corresponde a Goytisolo, precisamente, la condición de escritor posmoderno, no es sólo por el modo en que su escritura neutraliza o subvierte los discursos coercitivos del orden, sino principalmente por su aceptación de que el papel del autor en un mundo como el contemporáneo exige renunciar a los antiguos privilegios y certezas, y optar por «la incertidumbre de la exploración y el descubrimiento», tarea innovadora que Goytisolo realiza con extrema audacia y ambición, conforme a estas coordenadas críticas: Los escritores contemporáneos más comprometidos en el proyecto de renovar la literatura occidental son aquellos que han intentado recuperar lo que la «memoria cultural» se ha encargado de olvidar o silenciar […] a través de la destrucción de las formas heredadas de la tradición logocéntrica –las estructuras miméticas y simbólicas– con el propósito de liberar la espontaneidad de la experiencia humana (Sánchez-Pardo 1994: 66).

En este sentido, la apertura ética y estética reclamada en el preámbulo de este ensayo tendría que fundarse en consideraciones de esta misma definición crítica, prestando atención rigurosa a todos los discursos (la teoría queer, la teoría lésbica, los estudios de género, el multiculturalismo, etc.) que están abriendo nuevas perspectivas y territorios de exploración en un campo cultural tan acotado a menudo por las visiones más convencionales como los estudios hispánicos. Con este análisis en particular, y el desarrollo concreto de algunas de sus más escurridizas líneas de investigación, sólo he pretendido mostrar un modo posible de esta renovación anunciada. Nada mejor para hacerlo, además, que proponer como paradigma a un autor tan singular como Goytisolo. Un escritor capaz de abarcar con su pasión crítica y creativa el territorio vasto y complejo de la literatura escrita en español. Y que ha tenido la valentía y la inteligencia de aprender preciosas lecciones narrativas de maestros hispanoamericanos como Borges, entre otros, con el fin de afrontar moti-

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vos polémicos y perturbadores, como los tratados en este ensayo, que no suelen aparecer, con las excepciones de rigor, en la narrativa hispanoamericana. Esta cualidad paradójica de su obra redundaría, una vez más, en su calificación de paradigma del creador trasatlántico.

OBRAS

C I TA D A S

BORGES, Jorge Luis (1996): Obras completas. Vol. I. Barcelona: Emecé. BLACKMORE, Josiah/HUTCHESON, Gregory (eds.) (1999): Queer Iberia. Sexualities, Cultures, and Crossings from the Middle Ages to the Renaissance. Durham: Duke University Press. BURTON, Richard Francis (1895): Terminal essay. En: (2 de febrero de 2010). BUTLER, Judith (1999 [1990]): Feminism and the subversion of identity. New York: Routledge. CORNAGO, Óscar (2001): «La escritura erótica de la posmodernidad. De la representación a la transgresión performativa en la obra de Juan Goytisolo». En: Bulletin of Hispanic Studies, 78, pp. 597-618. DURHAM, Scout (1998): Phantom Communities. The Simulacrum and the Limits of Postmodernism. Stanford: Stanford University Press. ENKVIST, Inger (1999): Un círculo de relectores. Almería: Instituto de Estudios Almerienses. EPPS, Brad (1996): Significant Violence. Opression and Resistance in the Narratives of Juan Goytisolo, 1970-1990. Oxford: Oxford University Press. FOUCAULT, Michel (1990): La vida de los hombres infames. Madrid: La Piqueta. — (1999): Historia de la sexualidad. Vol. I. La voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo XXI. FUENTES, Carlos (1969): La nueva novela hispanoamericana. México: Joaquín Mortiz. GARCÍA POSADA, Miguel (1995): «Cercos y heterodoxias». En: «Babelia», El País, 18 de noviembre, p. 11. GOYTISOLO, Juan (1975): Juan sin tierra. Barcelona: Seix Barral. — (1976): Disidencias. Barcelona: Seix Barral. — (1982): Crónicas sarracinas. Barcelona: Ruedo Ibérico. — (1986): En los reinos de taifa. Barcelona: Seix Barral. — (1995): El sitio de los sitios. Madrid: Alfaguara.

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— (1997): Las semanas del jardín. Madrid: Alfaguara. — (2000): Carajicomedia. Barcelona: Seix Barral. — (2009): Genet en el Raval. Barcelona: Galaxia Gutenberg. KUNZ, Marco (2004): «“África empieza en los bulevares”: la atracción del otro y la metrópolis mestiza». En: Juan Goytisolo: Metáforas de la migración. Madrid: Verbum, pp. 117-142. PROUT, Ryan (2001): Fear and Gendering. Pedophobia, Effeminophobia, and Hypermasculine Desire in the Work of Juan Goytisolo. New York: Peter Lang. RÍOS, Julián (1991): La vida sexual de las palabras. Barcelona: Mondadori. SÁNCHEZ-PARDO GONZÁLEZ, Emilio (1994): «Ficciones de la teoría/Teorías de la ficción. Versiones del postmodernismo norteamericano». En: Álvarez, Román (ed.): La presencia ausente: perspectivas interdisciplinares de la posmodernidad. Cáceres: Universidad de Extremadura. SCARPETTA, Guy (2004): Variations sur l’érotisme. Paris: Descartes & Cie. SHAVIRO, Steven (1990): Passion and Excess. Blanchot, Bataille and Literary Theory. Tallahassee: Florida State University Press. — (1993): The Cinematic Body. Minneapolis: University of Minnesota Press. VASVÁRI, Louise O. (1999): «The semiotics of phallic aggression and anal penetration as male agonistic ritual in the Libro de buen amor». En: Blackmore, Josiah/Hutcheson, Gregory S. (eds.): Queer Iberia. Sexualities, Cultures, and Crossings from the Middle Ages to the Renaissance. Durham: Duke University Press, pp. 130-156.

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LOS AUTORES

MARGERY ARENT SAFIR es profesora de Literatura Comparada en American University of Paris, donde dicta cursos interdisciplinarios sobre ciencia y literatura, así como de literatura española y latinoamericana. Desde 1992 es miembro del Centro de Investigaciones Interuniversitario sobre Campos Culturales de América Latina (CRICCAL), Université de Paris III-Sorbonne Nouvelle. Es coautora con Manuel Durán de Herat Tons: The poetry of Pablo Neruda (1981). Ha editado, entre otros libros, Mélancolies du savoir: essais sur l’œuvre de Michel Rio (1994), Melancholies of Knowledge: Literature in the Age of Science (1999) y Conectando creaciones: cienciatecnología-literatura-arte (2000). ANKE BIRKENMAIER es profesora de Literatura y Cultura Latinoamericana en Columbia University. Es co-editora del libro de ensayos Cuba: Un siglo de literatura (1902-2002). Su libro Alejo Carpentier y la cultura del surrealismo en América Latina (2006) recibió el Premio Iberoamericano 2007 de la Latin American Studies Association (LASA). Su investigación actual se centra en el auge de la antropología americanista en el período de entreguerras. ARÁNZAZU BORRACHERO MENDÍBIL es profesora en el Departamento de Literaturas y Lenguas Extranjeras de Queensborough Community College (City University of New York). Escribe y publica sobre literatura, estudios de género y estudios culturales.

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SOBRE LOS AUTORES

ENRIC BOU es catedrático de literatura española en Brown University desde 1996, cuyo Departament of Hispanic Studies dirige. Es autor de La poesia de Guerau de Liost: Natura, amor, humor (1985), Poesia i sistema. La revolució simbolista a Catalunya (1989) y Voces en el museo: Arte y literatura en la modernidad (1997). Ha preparado las ediciones críticas de obras de Joan Salvat-Papasseit, Joan Maragall y Guerau de Liost. Sus publicaciones recientes incluyen Pintura en el aire. Arte y literatura en la modernidad hispánica (2001), dos ediciones de correspondencia de Pedro Salinas, Cartas de viaje (1996) y Cartas a Katherine Whitmore. Es asimismo editor de Nou Diccionari 62 de la Literatura Catalana (2000), de La crisi de la paraula. La poesia visual: un discurs poètic alternatiu (2003), de Daliccionario. Objetos, mitos y símbolos de Salvador Dalí (Tusquets, 2004) y de las Obras Completas (3 vols., 2007) de Pedro Salinas. JORGE CARRIÓN es doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra, donde da clases de Literatura Contemporánea y de Escritura Creativa. Crítico cultural del suplemento ABCD, colabora en diversas publicaciones españolas e hispanoamericanas. Ha publicado el estudio Viaje contra espacio. Juan Goytisolo y W. G. Sebald (2009), el libro de viajes Australia. Un viaje (2008), la crónica La piel de La Boca (2008), el libro de artista GR-83 (2007), el de crónicas La brújula (2006) y la novela breve Ene (2001). Es editor de los volúmenes Madrid/Barcelona. Literatura y ciudad (1995-2010) (2009), El lugar de Piglia. Crítica sin ficción (2008) y Amor global (2003). Sus crónicas sobre América Latina están reunidas en Norte es Sur (2009). Los muertos (2010) es su primera novela. Véase su blog: . BEATRIZ COLOMBI es doctora en Letras, Investigadora en el Instituto de Literatura Hispanoamericana y profesora titular de Literatura Latinoamericana I en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Ha sido profesora visitante en Brown University, Universidade de São Paulo, Posgrado de Estudios Latinoamericanos UNAM e investigadora visitante en CCyDEL-CIALC (México). Ha publicado artículos sobre Literatura Latinoamericana Colonial, del siglo XIX y Modernismo, Ficción, Literatura de viajes, Exilio y migración, Ensayos y Redes Intelectuales en América Latina, siglos XIX y XX . Ha editado y prologado obras de Horacio Quiroga, Delmira

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Agustini, Machado de Assis, Julio Cortázar, Paul Groussac. Es autora de Viaje intelectual. Migraciones y desplazamientos en América Latina (1880-1916) (2004) y de la antología de viajes hispanoamericanos, Cosmópolis. Del flâneur al globe trotter. JUAN FRANCISCO FERRÉ es escritor y crítico literario. Es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Actualmente es profesor-investigador en Brown University. Es autor de las antologías El Quijote. Instrucciones de uso (2005) y Mutantes (2007, en colaboración con Julio Ortega). Ha publicado La Metamorfosis (2006), relatos, y las novelas La vuelta al mundo (2002), I love you Sade (2003) y La fiesta del asno (2005, con prólogo de Juan Goytisolo). Su novela, Providence obtuvo la mención del Premio Anagrama (2009). Mantiene el blog «La vuelta al mundo»: . ÁNGEL GÓMEZ MORENO es catedrático en el Departamento de Filología Española II (Literatura Española) de la Universidad Complutense de Madrid. Experto en literatura medieval y renacentista, ha editado al Marqués de Santillana, Juan de Mena y Jorge Manrique, un Frontino romanceado y a Bernardino de Mendoza; además, es editor de BETA/BOOST y coautor de una historia literaria del Medievo. Sus monografías más conocidas atienden al teatro castellano medieval, a los primeros contactos entre España y la Italia de los humanistas, y al influjo de las vidas de los santos sobre la ficción literaria. Esta última, titulada Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar de Mio Cid a Cervantes), ha visto la luz en Iberoamericana/Vervuert. RICARDO GUTIÉRREZ MOUAT se doctoró en Princeton University y es catedrático en el Departament of Spanish and Portuguese de Emory University. Ha publicado libros como José Donoso: impostura e impostación y El espacio de la crítica: estudios de literatura chilena moderna (estudios sobre literatura chilena), además de numerosos artículos en Revista Iberoamericana, Hispamérica, MLN, PMLA, Inti, etc. Sus investigaciones se concentran en las áreas de representación literaria de la violencia, cuestiones de globalización y discursos culturales de la post-dictadura en el Cono Sur.

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SOBRE LOS AUTORES

VICENTE LUIS MORA es director del Centro del Instituto Cervantes en Albuquerque (New Mexico, EE. UU.). Doctor en Literatura Española Contemporánea por la Universidad de Córdoba, Licenciado en Derecho y con estudios en Filosofía. Es autor de los relatos Subterráneos (2006), la novela Circular 07. Las afueras (2007), y los ensayos Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual (2006), Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mundo nuevo (2006). Como poeta ha publicado, entre otros, Construcción (2005) y Tiempo (2009). Escribe en Ínsula, Quimera, Mercurio, Clarín, Cuadernos del Sur, y lleva un blog dedicado a la crítica: . JULIO ORTEGA es catedrático de Literaturas Hispánicas y director del Proyecto Trasatlántico de Brown University. Lo fue en las de Texas (Austin) y Brandeis, y profesor visitante en las de Harvard, Yale, NYU, Puerto Rico (Río Piedras), Las Palmas, Granada y Salamanca, así como Simón Bolívar Professor en la University of Cambridge. Su crítica está reunida en Una poética del cambio, prólogo de José Lezama Lima (1992) y La imaginación crítica (2010). Otros libros suyos son Transatlantic Translations (2006), Rubén Darío (2004) y El principio radical de lo nuevo (1997). Ha editado Trilce de Vallejo, El Aleph de Borges y Rayuela de Cortázar. SUSANA REISZ, después de doctorarse en Teoría y Literaturas Clásicas en Universität Heidelberg fue profesora de Teoría Literaria en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Enseñó luego como profesora visitante en Estados Unidos y España, y se instaló en Nueva York como profesora del Lehmam College, City University of New York, y del Graduate Center. Entre sus libros se encuentran Teoría Literaria. Una propuesta (1986) y Voces sexuadas. Género y poesía en Hispanoamérica (1996). PAUL JULIAN SMITH es especialista en cine, televisión y cultura visual de España y América Latina. Es catedrático de Español en University of Cambridge desde 1991 y ha sido profesor visitante en diversas universidades de Europa y Estados Unidos. Publica con regularidad en Sight & Sound, la revista del British Film Institute y en el Guardian Film Blog; es uno de los editores-fundadores del Journal of Spanish

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Cultural Studies y tuvo a su cargo la serie Oxford Hispanic Studies. Ha publicado más de 50 artículos académicos y 14 libros, entre los que se encuentran Spanish Screen Fiction: Between Cinema and Television (2009) y Spanish Visual Culture: Cinema, Television, Internet (2007). HERNANDO VALENCIA VILLA es doctor en Derecho por Yale University, ex procurador de Derechos Humanos en Colombia, ex secretario ejecutivo adjunto de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y profesor de Derechos Humanos y Política Internacional en la Universidad de Syracuse en Madrid. JOSÉ DEL VALLE es doctor en Lingüística Hispánica por Georgetown University y profesor en Graduate Center-City University of New York. Ha investigado sobre políticas de la lengua y la identidad en España e Hispanoamérica y sobre ideologías lingüísticas. Ha publicado El trueque s/x en español antiguo. Aproximaciones teóricas y, junto con Luis Gabriel-Stheeman, La batalla del idioma: la intelectualidad hispánica ante la lengua (2004). Su trabajo más reciente es la edición de La lengua, ¿patria común? Ideas e ideologías del español (2007). VÍCTOR VICH es doctor en Literatura Hispanoamericana por Georgetown University. Es autor de cuatro libros: El discurso de la calle: los cómicos ambulantes y las tensiones de la modernidad en el Perú (2001), El caníbal es el otro. Violencia y cultura en el Perú contemporáneo (2002), Oralidad y poder (con Virginia Zavala, 2004) y Contra el sueño de los justos: la literatura peruana ante la violencia política (con Juan Carlos Ubilluz y Alexandra Hibbett, 2009). Actualmente, es coordinador de la maestría en Estudios Culturales en la Pontificia Universidad Católica del Perú e investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). KLAUS ZIMMERMANN es catedrático de la Universität Bremen. Ha tenido a su cargo la publicación de innumerables libros monográficos, colecciones y ediciones críticas. Entre sus áreas de investigación se destacan el español en América (y su historia), la Sociolingüística, la Lingüística de contacto, la Lingüística de la migración, la Teoría Lingüística, las relaciones entre lengua e identidad, la Historia de la

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SOBRE LOS AUTORES

lingüística, la Política Lingüística y la Lexicografía del español en América. Con Iberoamericana/Vervuert ha publicado, entre otros, Contacto de lenguas, identidad étnica y deterioro de la identidad (1992); Política del lenguaje y planificación para los pueblos amerindios: Ensayos de ecología lingüística (1999); La descripción de las lenguas amerindias en la época colonial (1997); Lenguas criollas de base lexical española y portuguesa (1999); Lo propio y lo ajeno en las lenguas austronésicas y amerindias (2001) (con T. Stolz). Es director de la revista RILI.

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