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Spanish Pages 24 Year 2006
Mundo laboral y vocabulario bananero en el Pacífico Sur de Costa Rica Gabriela Villalobos Madrigal
“...los conquistadores españoles nunca pudieron imaginarse que el oro que buscaban con fervor tan desconsiderado y a costa de tanto derramamientos de sangre, varios siglos después iría a explotarse en forma de fruta dorada, precisamente en esos odiados sitios palúdicos que atravesaban al buscar vanidosamente el metal precioso.” Hakan Arvid Mörne. Viajero finlandés. Pacífico Sur, 1948
Agradecimientos Un agradecimiento especial a Don Santos Castellón, de cuya memoria e interés se alimentó gran parte de esta investigación. Gracias también a los que con sus historias, fotografías y objetos le dieron vida a este folleto: Alcides Mora, Alvaro Bolaños, Alvaro Castro, Antonio Gutiérrez, Bruce Masís, Cecilia Bolaños, Enid Barrantes, Franklin Obando, Heliodoro Medina, Henri Rojas, Hernán Quirós, Ismael González, Jorge Gómez, Jorge Gutiérrez, José de la Cruz Obando, Leonardo Castillo, Margarita Reyes, Mayra Gómez, Roberto Matarrita, Marisol Sequeira y Rafael Medina. Así como a algunos antiguos trabajadores bananeros del Hogar de Ancianos de Palmar Sur. Este folleto no hubiera sido posible sin la iniciativa y colaboración del Consejo Local del Área de Conservación Osa-Subregión Diquís (CLACOSA) y su Directiva: Dagoberto Rodríguez, Santos Castellón, Elizabeth Chavarría y Jaime González. Ni tampoco sin la diligencia de Marjorie Marchena, coordinadora de la Unidad Ejecutora de ASDI, organización que aporta los recursos para la publicación.
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Villalobos Madrigal, Gabriela Mundo laboral y vocabulario bananero en el Pacífico Sur de Costa Rica.--1.ed. -- San José, C.R. : Museo Nacional de Costa Rica; CLACOSA, 2006. 24 p. : il.; 18 x 11cm. ISBN: 9977-972-12-5 1. BANANO 2. PACIFICO SUR (COSTA RICA) 3. TRABAJADORES – COSTA RICA I. Título
Investigación: Gabriela Villalobos Madrigal. Departamento de Antropología e Historia, Museo Nacional de Costa Rica. Asistentes de investigación: Zachary Kerbow y Hansi Rojas. Imagen portada: Cortador y conchero recolectando un racimo de banano de la variedad Gros Michel, Pacífico Sur, 1939. (Colecc. Bruce Masís) Imagen contraportada: Dibujo de varias décadas de antigüedad ubicado en la actual empacadora de plátano de SURCOOP en Finca 6, anterior empacadora de la Compañía Bananera.
Diseño y diagramación: León Coto. Impresión: Imprenta Amerrique. Financiamiento publicación: Autoridad Sueca para el Desarrollo Internacional (ASDI-Extensión Comunal). Fideicomiso Área de Conservación Osa (ACOSA) Producción editorial: Museo Nacional de Costa Rica y Consejo Local del Área de Conservación Osa-Subregión Diquís (CLACOSA).
Presentación
Contenidos Presentación. . . . . . . . . . . . . . 3 El Pacífico Sur: una larga historia. . . . . . . . . . 5 La llegada de la Bananera. . . . 5 Del manager en Boston al parcelero en la finca . . . . . . 6 Día a día en la plantación. . . . 8 La maldición de los bananales: las enfermedades . . . . . . . . . 10 Mañana hay corta . . . . . . . . 11 Del bananal a la empacadora . . . . . . . . . 13 Camino al muelle: del río al ferrocarril. . . . . . . .15 La carguía . . . . . . . . . . . . . . 17 La vida en el cuadrante. . . . . 18 Trabajadores en lucha. . . . . . 21 Del apogeo al abandono. . . . 22 Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . 24
Gracias a la ejemplar construcción de un proceso de coordinación y confluencia de sinergias que estamos consolidando con un conjunto de sectores sociales, públicos y privados, entre los que hay que destacar al más que centenario Museo Nacional de Costa Rica y, su excelente equipo humano, nuestra organización: el Consejo Local del Área de Conservación OSA de la Subregión Diquís (CLACOSA), Palmar Sur, como entidad comprometida con los procesos de sostenibilidad ambiental y valoración de nuestra herencia cultural y natural; con humildad y respeto presenta esta publicación como una ofrenda dedicada a los emblemáticos trabajadores bananeros: miles de hombres y mujeres que a casi 70 años de haberse instalado la “Compañía Bananera de Costa Rica”, protagonizaron un período fundamental de la historia; moldeando los elementos básicos de la idiosincrasia y la cultura que identifica a la mayoría de las poblaciones del Pacífico Sur del país. Esta publicación es un pequeño e importante esfuerzo de recuperación del mundo laboral y el vocabulario utilizado en la producción bananera, reflejado en sus múltiples actividades, oficios, tareas y procesos productivos. El vocabulario que es parte importante de la expresiones y de la cultura de los pueblos, establece una relación directa con las formas económicas, políticas y sociales que caracterizan a una sociedad determinada, en un momento histórico específico. Como tal es una parte integral de la cultura; no es un proceso que se da por generación espontánea. Su peso es producto del valor histórico de la realidad y cotidianidad de la estructura y la superestructura de un sistema social concreto. Aspiramos a que esta publicación, producto de un corto pero intenso período de investigación realizado por la historiadora del Museo Nacional de Costa Rica y la iniciativa de las sociedad civil organizada, tanto en su estilo, diseño y contenido sea considerada por el lector como un aporte a los procesos de apropiación y valoración de nuestra herencia cultural y del rescate de la memoria colectiva de los pueblos. Dagoberto Rodríguez Pérez Presidente Consejo Local del Área de Conservación OSA Subregión Diquís
Operaciones de la Compañía Bananera en el Pacífico Sur de Costa Rica.
Lugares como Osa, Quepos, Boruca y Coto deben su nombre a los caciques indígenas de la región al momento de la llegada de los españoles. Mientras tanto, Diquís es el palabra indígena para designar al gran río, el Térraba, este último, también, nombre de un grupo indígena de Sur: los térrabas. Otros nombres de lugares menos antiguos no lograron sobrevivir, como es el caso de Hato Viejo, actual Buenos Aires; o El Pozo, hoy día Puerto Cortés, que cambió su nombre en honor al ex-presidente León Cortés, quien en 1936 construyó una bodega en el lugar. Mientras tanto, otros nombres fueron parcialmente modificados, como es el caso de Palmar de los Indios, actual Palmar Norte.
En el mundo bananero cada división estaba organizada en distritos con sus respectivas fincas. En la División de Quepos estaban las fincas Anita, Bartolo, Cañas, Cañitas, Capital, Cerritos, Cerros, Damas, El Negro, El Paso, El Rey, Llorona, Marítima, Mona, Pastora, Portalón, Quebrada, Ríos, Roncador, Savegre y Silencio. Además en Parrita existían las fincas bananeras de Asis, El Tigre, La Palma y Los Ángeles. Con los números del 1 al 20 se bautizaron las fincas en Palmar Sur, mientras que de la 41 a la 63 eran las fincas de Coto. En el Distrito Esquinas las fincas se llamaron con el nombre de las siete provincias de Costa Rica, además de Finca Jalaca y Finca 18. En Puerto González (que era más bien un puesto de aduana fronterizo y no un puerto) las fincas tenían nombres de árboles como Caucho, Cenizo, Laurel, Mango y Tamarindo.
El Pacífico Sur: una larga historia Las palabras no son solo un medio para contar la historia del Pacífico Sur, son en sí mismas historia viva, crónicas de los habitantes de esas tierras, de los que vinieron, de los que se quedaron y de los que se fueron. Ellas narran la vida cotidiana, los trabajos y los diversos orígenes de los pobladores de la región que durante buena parte del siglo XX vivieron a la sombra de los bananales. En busca de las huellas que dejan las palabras, las más antiguas halladas provienen de los habitantes indígenas que desde hace miles de años han poblado estas tierras, los mismos que hicieron con sus manos las famosas esferas precolombinas del Delta del Diquís. Después de que los conquistadores españoles fracasaron durante el siglo XVI en su intento de dominar la región, la presencia española en la época colonial se limitó a las misiones franciscanas fundadoras de los pueblos indígenas de Boruca, Térraba y Cabagra. Aunque diezmados, explotados y olvidados, los indígenas persistieron y se han mantenido principalmente en el cantón de Buenos Aires. En el siglo XIX llegaron a la región pobladores de Chiriquí en Panamá, así como del Valle Central y algunos de Nicaragua; ya sea en la costa, en la orilla del Térraba o tierra adentro comenzaron a pescar o a sembrar productos de subsistencia difíciles de comercializar por la falta de medios de comunicación terrestres. A pesar de esto, para inicio del siglo XX estos pobladores, cuya cantidad sobrepasaba los 2 mil, comercializaban arroz y ganado entre otros productos mucho antes de que la Compañía Bananera arribara al Pacífico Sur y modificara drásticamente el paisaje natural, económico y cultural de la región.
La llegada de la Bananera Antes de que en 1936 la United Fruit Company (UFCO) se trasladara del Atlántico al Pacífico, en Quepos y Parrita ya había desde la década de 1920 pequeños y medianos productores independientes de banano. Uno de los principales fue Agathon Lutz y su empresa Pirris Farm and Trading Company. A la mayoría, la Compañía los terminó desplazando. Desde 1928 la Compañía había comenzado a hacer estudios de factibilidad en la zona sur. Posteriormente, ampaVenancio Mora, líder indígena a la llegada de la Bananera. rada en los contratos bananeros con el gobierno de 1930, 1934 y 1938 (Colecc. Cristino Lázaro)
Esfera de piedra precolombina en el Parque de Palmar Sur.
Boruca en la época colonial, dibujo de Figueroa, siglo XIX. (Archivo Nacional)
Palmar de los Indios a inicios de la década de 1920. (Archivo Nacional)
obtuvo la concesión para construir y controlar los ferrocarriles y los muelles de Quepos y Golfito. También se apoderó de tierras, ya fuese valiéndose de terceros, haciendo denuncios o comprando terrenos ya inscritos legalmente. Cuando la UFCO llegó a la zona cambió su nombre al de Compañía Bananera de Costa Rica para protegerse de las leyes antimonopolio. Después, en 1969, se fusionó con otras empresas dando origen a la United Brands. La compañía transnacional también producía bananos en otros países de Centro y Sur América. Costa Rica, después de Ecuador llegó a ser en algunas ocasiones el segundo productor de bananos en el mundo. Finca de Aghaton Lutz en la década de 1920. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
Era común ver a los mandadores o capataces montados en mulas supervisando el trabajo en el bananal. (Colecc. Bruce Masís)
El time keeper o apuntador era el asistente del mandador que elaborada el reporte de las horas diarias trabajadas por cada persona. Los trabajadores revisaban al día siguiente el reporte en la papaya, especie de pizarra o casillero colocado en la pared de la oficina. Esta denominación se debía a que originalmente los reportes eran en papel amarillo.
Del manager en Boston al parcelero en la finca La región no solo comenzó a llenarse de bananos, sino también de nuevos pobladores. Las historias familiares de los habitantes de la zona sur nos hablan de como estos trabajadores arribaron de diversos lugares, algunos del Valle Central, en donde poco a poco se estaba agotando la frontera agrícola; otros llegaron de Guanacaste, también huyendo de la pobreza. Muchos venían desde Panamá, Nicaragua y Honduras. Tanto extranjeros como nacionales llegaron atraídos por los salarios, comparativamente más altos que el de un jornalero en una hacienda cafetalera o el de un peón ganadero. Para ocupar los puestos de mando en la Compañía también arribaron los estadounidenses, que aunque pocos, impregnaron con el inglés el vocabulario de los trabajadores de la región, sobre todo, el ligado al mundo administrativo, al sistema de jerarquías y a los procesos laborales. Las principales divisiones de la Compañía en el Pacífico Sur eran Quepos, donde se produjo banano hasta 1956, Golfito y Puerto González, esta última, que por su posición fronteriza, se manejó bajo las normas panameñas hasta entrada la década de 1950. En la División Golfito los principales distritos eran Palmar Sur, Coto y Esquinas. La Compañía comenzó a producir banano en Palmar Sur a partir de 1938, producción que abandonó en 1956 y retomó a mediados de la década de 1960 hasta 1985. La producción en Coto y Esquinas inició en la década de 1940, aunque en Esquinas fue abandonada dos décadas después. Desde Boston, donde estaba el manager de la Compañía partía una muy elaborada organización administrativa. A la cabeza de las divisiones en cada país había un gerente general seguido de los superintendentes por áreas. Como responsable de la producción en las fincas había un mandador asistido por dos time keeper. El mandador planeaba el programa del trabajo general de la finca y daba las respectivas ordenes al capataz
Pacífico Sur, finales de la década de 1930. (Colecc. Bruce Masís)
La primera variedad de Musa que reinó en el Atlántico y también en el Pacífico americano hasta finales de la década de 1950 fue la Gros Michel (Musa acuminata). Esta tan añorada variedad era conocida también como Patriota o Martinique en Jamaica. Su fruto era grande, de dulce sabor, de cáscara dura y de maduración homogénea, podia alcanzar 10 metros de altura por lo que el racimo era susceptible de quebrarse y de sufrir por los vendavales. Pero su gran debilidad era el incontrolable Mal de Panamá. A partir de los sesentas se comenzó a sembrar en el Pacífico Sur el Valery (o Robusta) del subgrupo Cavendish. Esta variedad tenía un fruto más pequeño y una altura menor por lo que era más fácil de cortar y podía sembrarse con mayor densidad por hectárea (1750 plantas mientras que el Gros Michel 700). Clave era su
mayor resistencia al Mal de Panamá, aunque era más susceptible a la sigatoka, una enfermedad mucho más cara de controlar. Un elemento fundamental del Valery tenía que ver con la delicado de su cáscara y lo fácil que se manchaba, además era más variable en el tamaño de los dedos de las manos. Estas fueron razones importantes para venderlo empacado, pues en la época anterior cuando el Gros Michel era el rey, era vendido por racimos enteros y pagado según el número de manos. Otra variedad que se trató de experimentar fue con Cocus, muy similar al Valery pero con hojas más cortas y extendidas. Se empezó a sembrar en Palmar y aunque era muy resistente a los vientos también era muy vulnerable al Mal de Panamá y no tuvo la debida aceptación en el mercado.
A partir de la década de 1960 la deshija, chapia, deshoje y limpieza de los zanjos de parcelas de aproximadamente 8 Ha comenzó a ser realizada por los parceleros. Los capataces repartían entre los mismos trabajadores de la Bananera esta labor extra o fajina para que fuera realizada fuera del horario normal y entregada en el tiempo que exigía el contrato.
Palea en zanjas con pala carrilera.
o foreman quien en la mañana siguiente debía distribuir las labores diarias entre los trabajadores. En el campo las cuadrillas estaban bajo la responsabilidad de un encargado, las cuales eran constantemente supervisadas para que brindasen el mejor cuido en el menor tiempo posible al racimo de banano, el oro verde de la región.
Día a día en la plantación En el traslado de las plantaciones bananeras del Atlántico al Pacífico, la primera víctima silenciosa fue la naturaleza. De un medio ambiente de gran biodiversidad y poco impactado, del cual nos quedan algunas zonas protegidas, se pasó a un mar verde de miles de hectáreas de monótonos bananales. Dos cosas eran fundamentales para iniciar una plantación bananera: talar el bosque y hacer drenajes. En un terreno virgen después de la socola o desmonte del tacotal (matorral alto), se cadeneaba, es decir, se medían los puntos a sembrar con cadenas con marcas alternas de argollas y chapas y se procedía a hacer el estaquillado. Como el banano se producía por rizomas, en los viveros se esperaba que las plantas tuvieran unas 6 pulgadas de grosor en el tallo para ser capadas o cortadas por un seleccionador. Extraída la raíz por un arrancador era llevada a la planta procesadora en Coto 46 conocida como La Peladora, ahí, esa raíz era pulida, pelada para quitarle lo sucio y lo inútil y cocinada durante unos 10 minutos para desinfectarla. Esa cepa de banano de alrededor de 8 libras de peso era puesta en los hoyos y se le aplicaba en forma circular el fertilizante conocido como uria, posteriormente, cuatro veces al año, se le seguiría aplicando fertilizantes. A la semana la planta empezaba Corte de chira en plantación bananera de COOPETRABASUR.
Punta de la chira cortada para la respectiva contabilidad.
a ver la luz y al mes, cuando ya la planta había alcanzado un metro era rebautizada como banano en bandera. A cada hoja nueva en la punta de la planta se le llamaba candela. Cuando el banano tenía dos meses o dos meses y medio comenzaban una serie de minuciosos cuidados, -sobre todo cuando se cambió a la variedad Valery en la década de 1960-, con el objetivo de que llegase a la mesa del consumidor un banano de dulce sabor, bello color, del mayor tamaño posible y de sedosa cáscara sin ninguna mancha que lo afeara. Primero un trabajador se dedicaba a rodajear la planta, lo cual consistía en limpiarle la hierba en un radio de 0,50 m a 1m. Poco después, la planta también era deshojada, es decir, las hojas viejas y enfermas eran cortadas, así como la capota y la placenta, hojas que por su posición podían llegar a dañar el racimo. Para tener una producción constante se realizaba un muy delicado proceso llamado deshija que consistía en dejar de la cepa un primer tallo más grande llamado madre, después el segundo llamado hijo y un tercero llamado nieto, los tres cortados en una posición llamada pata de gallo. De los tallos que se iban a cortar o no, se dejaban los cola de burro de hojas angostas, enrolladas y puntiagudas y se quitaban los hijos de agua u orejones, como se les conocía en otro países, de hojas grandes y que nacían más alejados de la cepa. Otro labor que realizaba los zoneros, como a veces se les decía a los trabajadores bananeros, era la de deschirar, embolsar y apuntalar. Cuando del extremo del racimo nacía la chira, -especie de bulbo morado-, esta se cortaba y se conservaba su punta para llevar la contabilidad del trabajo del peón y de los racimos que podían cosecharse en las próximas semanas, para lo cual también comenzaron a ponerse en los racimos cintas de diversos colores por semana. Un proceso que también se hacía era cortar las llamadas manos de mono que eran las dos o tres últimas manos deformes que nacían cerca de la chira en la variedad Valery. Además se aprovechaba para ponerle al racimo bolsas de polietileno impregnadas de plaguicidas par protegerlo de los insectos y para evitarle daño en las cáscaras. Por último, también se apuntalan las plantas con bambú, con mecates de nylon y en una época se trató de hacerlo con unos alambres llamados cocalecas. Esto se hacía porque el peso de los racimos podía quebrar las plantas pero especialmente porque los fuertes vientos podían destruir una plantación entera. Si en el invierno el agua en exceso tenía que ser drenada, en verano la planta exigía riego, pues a diferencia del Atlántico, el Pacífico tiene una estación seca más marcada. Para el riego la Compañía usaba un sistema de torres de unos 7 mts de altura con pistola giratorias que podía abarcar hasta 100mts y completar los 360 grados en unos 20 minutos, para lo cual los aguadores tenía que abrir y cerrar las llaves durante el día y la noche.
Sistema de riego con pistolas a mediados de la década de 1950. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
Efectos de un vendabal en la década de 1950. (El Pacífico)
En la creación del sistema de drenajes de los bananales, los zanjeros con sus palas de cabo largo y sin puño conocidas como carrileras, primero hacían los boquetes o zanjas pequeñas, después los zanjos y por último se hacía con dragas los canales que desembocaban a un río. Además, periódicamente también tenían que destaponar o recavar las zanjas llenas de tierra o ramas.
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La maldición de los bananales: las enfermedades
Cuadrilla de pericos fumigando a mediados de la década de 1950. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
Los pericos tenían que regar las hojas de las plantas con el rostro vuelto hacia arriba y a pesar de que usaban sombrero, inhalaban el líquido, este caía en sus ojos y era absorbido por su cuerpo. Por ser un trabajo poco gustado, a pesar de ser muy bien pagado, esta labor era realizada por trabajadores nuevos del Valle Central o por trabajadores muy viejos, que en muchas ocasiones también vivían en cuadrantes aparte.
La plantación de banano como cualquier monocultivo a gran escala es muy vulnerable a las enfermedades. El primer gran enemigo que la Compañía nunca pudo vencer fue el Mal de Panamá, un hongo que endurecía el tallo, ponía amarillas y marchitas las hojas y afectaba la calidad del fruto. Aunque se trató de controlarlo por varios medios, incluido inundaciones, esta enfermedad se convirtió en una de las principales causas del abandono del Atlántico por la Compañía y del cese de la plantación a mediados de los cincuentas en Palmar y en Quepos. Para finales de la década de 1930 surgió otro enemigo: la sigatoka amarilla, un hongo que también atacaba las hojas y como consecuencia dañaba el fruto. No siendo suficiente, a mediados de la década de 1970 también arribó la sigatoka negra, todavía más dañina y cuatro veces más costosa en el combate que su antecesora. Casi una cuarta parte de la fuerza laboral de la bananera se dedicó a esa guerra, como General, a la cabeza de la misma, estaba el Spray Master o jefe de fumigación que tenía como principal arma al sulfato de cobre o caldo bordelés. Entre los sectores y tramos del bananal este líquido era bombeado por medio de tuberías a las cuales se conectaban las mangueras, las más antiguas y gruesas llamadas mongas, las posteriores y más delgadas apodadas pachucas. Cual ejército disciplinado todas las cuadrillas tenían que trabajar al mismo tiempo para evitar rupturas en los tubos o desbalances en la presión. Los trabajadores llamados manguereros arrastraban las mangueras y cambiaban las boquillas mientras los pistoleros, atomizadores o regadores irrigaban las hojas. Este proceso pringaba mucho, por eso las vestimentas de los trabajadores terminaban verde azuladas, de ahí el nombre de pericos. Hasta 1962 este proceso de hizo por el anterior método manual, pero cuando se cambió la base del líquido a una aceitosa esto permitió el uso de irrigación aérea, primero con helicópteros, y poco después con aviones que trabajaban en conjunto con los banderilleros que en tierra señalaban con banderas las zonas a fumigar. Otra enfermedad que desde finales de la década de 1940 hizo sus primeras apariciones fue el moko, causado por una bacteria difícil de detectar que provocaba la pudrición del corazón del tallo, ponía amarillas las hojas y dañaba directamente el racimo. Era muy contagioso, por eso los mokeros llevaban consigo un cuchumbo o tambuco, especie de funda de metal donde cargaban formalina para limpiar los cuchillos usados y así no transmitir la enfermedad a
11 otra planta. Si los mokeros detectaban una planta enferma, la derribaban y le aplicaban uidón, nombre en inglés del químico Weedone. Los restos los cubrían con un plástico y hacían una corta preventiva de unos 10 metros de radio aproximadamente a la cual nadie podía acercarse. Otros soldados en la guerra contra las enfermedades eran los gusaneros, así se les decía a los que aplicaban dos veces al año el nematicida en el suelo con una especie de jeringa para combatir los parásitos en las raíces de la planta. En ocasiones se les decía también perros a las cuadrillas que se dedicaban a “olfatear” las enfermedades en el bananal. Contrastante era la salud de los bananales en comparación con las enfermedades de los trabajadores. Los pericos fueron los primeros de una larga lista de trabajadores bananeros afectados por la contaminación con agroquímicos, junto a otras víctimas todavía más silenciosas: sus esposas o las lavanderas que también tenían contacto constante con las vestiduras contaminadas. Esto sin mencionar los grandes problemas de infertilidad en la tierra, producto de los derrames del tristemente famoso caldo bordelés, salvador de bananales, victimario de seres humanos.
Mokero cortando una planta infectada durante la década de 1950. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
Mañana hay corta La orden de corta llegaba de Boston generalmente al finalizar la semana, en ella se decía la cantidad de racimos a cortar, su destino y el momento del embarque. Esta orden iniciaba una cadena mundial cuyo primer eslabón eran los países productores, la cadena continuaba con los transportistas, pasaba por los maduradores, como se les llamaba a los que distribuían a los mayoristas en cada país, y por medio de los detallistas llegaba en la mesa de cada consumidor. De esta cadena obtenían más ganancia los países que compraban la fruta, que los que la producían y exportaban. Según fuera el lugar a donde se iba a exportar el banano, así era el grado de la fruta a cosechar. El grado, calibre o vitola, como se le conocía en otros países, se media por el diámetro de la fruta que estaba en función de su madurez. En general eran dos los grados principales, el estadounidense más grueso y el europeo, un poco más delgado, después cuando el banano se comenzó a exportar a Japón el calibre era todavía más pequeño. Antiguamente tres cuartos, tres cuartos completos y lleno eran las medidas usadas, pero este último ya no era exportable por estar cercano a la maduración. En los primeros años el sistema usado para saber el calibre era poner un racimo a la vista de todos para que se supiese cuál grado cortar, un método muy diferente a la exactitud milimétrica con la que se trabajó después. El día de
Cortador con chuza en proceso de corta del banano, década de 1940. (PALMATICA Quepos)
12 corta era un día “sagrado”, donde no importaba si era lunes o domingo. La cuadrilla de trabajadores iniciaba su labor con la primera luz del día, el cortador con una chuza, -un metal cortante en forma de media luna ajustado a una vara-, realizaba un primer corte a la mitad del tallo para que el racimo bajase lentamente en su camino a la espalda del conchador, después separaba el pinzote de la planta con un corte de machete o rula para que el racimo se terminara de posar en el hombro del conchador, el cual tenía una almohadilla para recibirlo y no causar maltrato a la fruta, la cual podía llegar a pesar entre 80 y 90 libras. Entre el momento de la corta y su refrigeración en los barcos no podía pasar más de 48 horas porque la fruta comenzaba su proceso de maduración.
Los extremos se unen. Junto a un conchero aparece Richard Nixon, vicepresidente de Estados Unidos en una visita a Golfito a mediados de la década de 1950. (Revista de Costa Rica de Ayer y Hoy)
Talvez una de las figuras más emblemáticas del mundo de los bananales era el conchador, que debe su nombre a que ponía su espalda, llamada concha, para cargar el racimo de banano. Cuando se producía el Gros Michel, por el gran tamaño del fruto el conchero recibía en ocasiones el auxilio de un conchero extra, llamado también garrobero, quien con una caña de bambú enganchaba el racimo en la base de la chira para que éste bajara con poca velocidad y en forma horizontal y así evitar que el pinzote se quebrara.
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Del bananal a la empacadora Los racimos en su travesía desde el bananal tuvieron como primer medio de transporte a las mulas. Se les llamaba muleros a los encargados de transportar el banano al ferrocarril, así como de ensillar y cuidar las mulas. Cuando los racimos debían cruzar ríos se utilizaba el andarivel, un sistema de cable o tranvía aéreo movido por motor, y en ocasiones, manualmente. Posteriormente se fue imponiendo el monorriel para sacar la fruta a su punto de transporte. Los carreros colocaban el racimo en el cable, en una especie de gancho con rodines llamado rola hasta completar un tren de 20 a 25 racimos, los cuales eran separados con varillas para que no chocasen. Los trenes inicialmente eran acarreados por los propios trabajadores, después por tractores conocidos como chapulines que podían jalar grupos de hasta 250 racimos. Finalmente los cables transportadores de racimos fueron movidos por máquinas fijas. Aunque el sistema de acarreo se modernizó, se podía encontrar varios de estos métodos conviviendo a la vez según fuere la ubicación de la finca. Antes de la época de las empacadoras, en los puntos de carga existían bacadillas donde el racimo se desinfectaba y se le quitaba los restos del caldo bordelés con que eran fumigados. Posteriormente una de las transformaciones más importantes que se dieron en el mundo del trabajo de la plantación bananera fue el establecimiento de las empacadoras a partir de 1963. La época de la exportación de banano por racimos enteros llegó a su fin, no solo por la introducción del Valery, sino también porque los requerimientos de calidad eran mayores y había aparecido la competencia de otras empresas productoras de banano en el Atlántico. Las empacadoras eran edificios sin paredes, con techos de zinc, armadura de hierro y piso de cemento. Un lugar bullicioso donde se abrió un espacio laboral a las mujeres y a los jóvenes. Cuando llegaba el arañero, o sea, los trenes de racimos desde la plantación eran recibidos por el quitabolsas o deschingador quien además de las bolsas En la bacadilla había una le quitaba las cintas a los raplataforma con un balancimos. Desde ese momento cín y dos tanques, uno aparecían en escena los con bisulfato de sodio y chequeadores que revisaban el otro con agua corrienla calidad de la fruta, por lo te donde el balancinero que nunca les faltaba en su haciendo con su cuerpo mano un medidor para recontrapeso con el racimo visar el largo de los dedos o sumergía varias veces la un calibrador para medir el fruta en cada recipiente. grosor de los mismos.
Muleros transportando banano. (PALMATICA, Quepos)
Sistema de andarivel. (Tesis Flora Guido)
Balancinero laborando en una bacadilla. (PALMATICA, Quepos)
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Empacadora a finales de la década de 1960. (Ministerio de Educación Pública)
Dibujo antiguo de la empacadora bananera de Finca 6.
Uno de los principales sellos con el que se exportaba el banano de la Compañía.
Después de que el desflorador quitaba las pequeñas flores secas en los extremos de los dedos, el desmanador cortaba del racimo las manos de bananos con el curvo, especie de cuchillo mediano en forma curva. En este proceso el pinzotero recogía los pinzontes o virotes, como se le decía en el Valle Central, el barredor limpiaba la empacadora y el tractorista o chanchero tiraba los desechos de la fruta. Como el principal sistema de Calibradores, los primeros empaque consistía en hacer cajas con de empacadora y el tercero 42 libras de peso aproximadamente usado en el bananal durante y con no más de 15 manos por caja, la corta. el selector cortaba gajos o cluster de entre 3 y 7 dedos, y quitaba y separaba en pilas la fruta de primera, segunda y de desecho. Posteriormente de que el banano pasaba por las pilas con agua clorada, el sacador de fruta las extraía y se las daba al panero o bandejero que las ponía en bandejas de 60cm por 60cm aproximadamente. A partir de este momento, el banano continuaba su camino deslizándose en fajas transportadoras. En su trayecto un sellador colocaba el sello de la Compañía en algunos de los dedos, en seguida, el ditanero aplicaba Ditano para evitar la proliferación de hongos en la corona del cluster donde venía el corte. Antes de que el banano fuese empacado, un pesador confirmaba que el peso era el requerido. Después los abastecedores surtían al empacador de las cajas donde dentro de bolsas plásticas se colocaba la fruta. Listas las cajas los esquibadores o estibadores terminaban el duro trabajo de poner en el vagón del ferrocarril la fruta para que continuase su minuciosa travesía. En los primeros tiempos de las empacadoras se trató de usar cajas de madera, pero se terminaron usando las de cartón elaboradas en una fábrica ubicada en Coto 49. Como las cajas no venían armadas, en la empacadora el armador las preparaba para que el cajero las engrapase, mientras que el laterista les colocaba en el interior una pieza llamada lateral.
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Camino al muelle: del río al ferrocarril En un inicio la producción bananera se valió de los ríos para el transporte de la fruta, sobre todo del Térraba, donde barcos de importante calado podían entrar aguas arriba hasta Puerto Cortés, punto obligado en el sistema de comunicación con el Valle Central que implicaba viajar por el litoral Pacífico pasando por Puntarenas. Si bien era cierto que desde finales de la década de 1930 ya había algunos aeropuertos en la región construidos por la Compañía, su costo era prohibitivo para la mayoría. En 1961 se inauguró el puente sobre el río Térraba construido por la compañía estadounidense Foster William Bros, puente que hasta hace poco era el más grande del país. Su construcción estableció una comunicación directa por medio de la Carretera Interamericana con el Valle Central, lo que tuvo como consecuencia un cambio cultural importante en la región y el golpe de gracia para los balseros quienes hasta entonces habían sido los dueños y señores del río. Tan imponente como es el puente sobre el río Térraba, así eran sus llenas, inundaciones que significaban pérdida de vidas, de viviendas y de plantaciones enteras. La más famosa llena de la cual guardan memoria los antiguos habitantes de la región fue la de 1955, aunque también la región se vio muy afectada por el huracán Juana en 1988. El éxito de la Compañía Bananera tanto con el Atlántico como en el Pacífico dependió en gran medida del control sobre los ferrocarriles y de los muelles. A inicios de la década de 1940 se inició la construcción de la línea férrea, cuya main line Construcción del puente sobre el río Térraba, 1959. (Colecc. Henri Rojas)
Transportando bananos cerca de Puerto Cortés, 1939. (Colecc. Bruce Masís)
La Gran llena de 1955 en Puerto Cortés. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
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Tren de carga, década de los cincuentas. (Colecc. Henri Rojas)
Taller ambulante de reparación mecánica, finales década de 1930. (Colecc. Alvaro Castro)
Máquina de vapor en Quepos, década de 1940. (PALMATICA, Quepos)
(línea principal) comunicó La reparación y manteniGolfito con Palmar Sur y con miento de la línea férrea Puerto González. En Quepos estaba en manos de los la Compañía también constrabajadores llamados truyó una línea férrea que cusucos (armadillos) que fue levantada en la década de se transportaban gene1960. El ferrocarril recorría ralmente en moto car. los ramales de las fincas hacia Los cusucos tenían en las empacadoras donde había ocasiones que levantar que recoger la fruta para ser líneas provisionales solo llevada al muelle. para movilizar las dragas Las primeras máquinas (grandes máquinas para que llegaron a la región fueextraer materiales de ríos ron las de vapor, de las cuao puertos). les algunas se conservan en Golfito y Palmar Sur. Luego la Compañía trajo otras más grandes de color amarillo que funcionaban con diesel. Las máquinas de ferrocarril eran manejadas por el maquinista con el apoyo de un fogonero. Un despachador tenia bajo su responsabilidad el control del tráfico ferroviario de la División. Las ordenes de tren, con sus horarios y rutas específicas eran coordinadas por el conductor con la ayuda de los brequeros, quienes acoplaban o desacoplaban los carros, movían las palancas para que entraran los trenes a los desvíos y hacían señales a los maquinistas con lámparas en la noche o banderas en el día, especialmente en las vueltas o puntos con problemas de visibilidad. Había distintos trenes, el más importante, el de transporte de bananos que salía desde Golfito iba por todas las fincas recogiendo banano; en ocasiones con 40 vagones regresaba al muelle alrededor de las 5 de la tarde para que iniciase la carguía. Otros trenes eran el de pasajeros, más rápido que el de carga o local, porque este último tenía que repartir los productos y materiales en los poblados.
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La carguía Cuando la Compañía llegó al Sur utilizó inicialmente el puerto de Puntarenas para sus grandes embarques y a Puerto Jiménez y Puerto Cortés para manejarse en las zonas productoras. Pero como ocupaba puertos de altura propios que le permitiera la llegada de barcos de gran calado inició la construcción de los muelles de Quepos y de Golfito, este último terminado en 1941 y considerado en la época uno de los mejores de su tipo en Centroamérica. Como ya mencionamos, antes de la creación de las empacadoras el banano Gros Michel era exportado en racimos enteros. En esa época cuando se iban las últimas luces del día, unos 400 trabajadores iniciaban la carguía o carguilla, si era necesario durante toda la noche e incluso la madrugada, hasta que las bodegas del barco estuvieran llenas, sobre todo si era un día de bloqueo, como se le llamaba en la década de los cincuenta a los días de mayor embarque, que generalmente eran los miércoles. En una carguía un barco podía ser cargado hasta con 70 mil racimos de banano. Después de que las locomotoras espoteaban o colocaban los vagones dentro del muelle los carreros sacaban la fruta de los vagones para colocarlos en los hombros de los concheros de tierra quienes llevaban los racimos a una tarima para colocarlos en las máquinas alimentadoras. En la tarima, los hojeros le quitaban las hojas y la basura al racimo y los pinzoteros cortaban los extremos de los racimos para que fueran uniformes y facilitaran la estiba. También entraban en escena los doctores que con sus instrumentos de “cirugía” arreglaban desperfectos de los racimos como las manos maltratadas o ligaban con tafetán cualquier ruptura del pinzote. También había barredores encargados de mantener limpio los lugares donde se estaba cargando la fruta. Posteriormente los alimentadores colocaban los racimos en las fajas de las cuatro grandes máquinas movidas por electricidad. Estas tenían cadenas y cintas de lona que formaban una especie de cunas en constante movimiento donde se ponían los racimos para que subiesen a los barcos. Ya en el barco, dos recibidores colocaban en la espalda de los concheros de abordo los racimos que eran llevados a los estibadores en la bodega. En varias parte de este proceso siempre había inspectores revisando la calidad del banano, sacando para el mercado local la fruta que no cumplía con las normas de calidad. Durante la carguía los trabajadores se alimentaban en la papota ubicada a un costado del muelle. Al terminar la jornada entregaban la tarjeta de trabajo perforada por el chequeador, para que según un cálculo hecho a partir del tonelaje del barco, se les pagase inmediatamente e iniciara la espera de otra carguía en los barcos de la gran Flota Blanca de la Compañía.
Concheros en Golfito, 1958. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
Máquinas cargadoras de banano, Golfito. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
Embarcación de la flota blanca en Golfito. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
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La vida en el cuadrante
Golfito, finales década de 1940. (Tesis Flora Guido)
Quepos, finales década de 1940. (Tesis Flora Guido)
Procesión en Palmar Sur, alrededor de la década de 1950. (Colecc. Margarita Reyes)
La Compañía no solo diseñó cómo debía trabajarse en los bananales, también estructuró y controló la vida cotidiana de sus trabajadores. En la organización de las viviendas se reproducían las diferencias sociales del mundo bananero; la ubicación y aislamiento espacial, el diseño habitacional y los colores de las casas dejaban muy claro las jerarquías existentes. En primer lugar estaba la zona americana o blanca, en ella vivían los más altos empleados de la gerencia separados del resto de los trabajadores. Tenían a su disposición un campo de golf, piscina, cancha de tenis y su respectivo Club Americano. La siguiente era la zona amarilla donde vivían los empleados de rango intermedio, puestos que en un inicio estaban en manos de extranjeros, pero que poco a poco incluyeron una mayor cantidad de costarricenses. Por último teníamos la zona gris, la de los trabajadores que vivían en cuadrantes alrededor de una plaza. En ellos había una mayor densidad de viviendas y menor privacidad, especialmente porque para ciertos conjuntos de casas las duchas y los servicios sanitarios eran compartidos. Los diseños de estas casas venían directamente de las Oficinas Centrales de la Compañía en Estados Unidos. En ocasiones las casas llegaban por piezas rotuladas para armar según las instrucciones. En términos generales los diseños se caracterizaban por techos con fuerte inclinación, grandes aleros para la sombra, circulación del aire y pisos separados del suelo para hacer frente a las inundaciones y evitar al máximo los insectos. Entre los diseños existentes estaban las casas tipo “H” para la alta administración, las tipo “E” para los mandadores, las tipo “F” para los timekeeper y las tipo “K” para los foreman. También estaban los baches, las casas unifamiliares, las bifamiliares de dos plantas y las two room de dos plantas pero divididas al medio. Cuando los primeros trabajadores comenzaron a construir las fincas vivían en campamentos con muy pocos servicios básicos. Lugares muy hacinados fueron los barracones de dos pisos, donde vivían arriba los solteros y abajo las familias. Poco a poco se dio una menor presencia de barracones y un mayor uso de casas unifamiliares, resultado en parte de la presión de los mismos trabajadores. Según se tratase del cuadrante principal de un Distrito o de una finca alejada, así era la mayor o menor presencia de agua, electricidad y servicio de recolección de basura. En las fincas se encontraba un comisariato, un dispensario y una escuela. Indispensables en las fincas eran las fonderas que generalmente en sus propias casas vendían comida, en especial a los trabajadores solteros. Este era de los pocos trabajos que
19 podían realizar las mujeres en las fincas bananeras, situación que cambió cuando se abrieron las empacadoras y se comenzó a contratarlas. En las viviendas de la Compañía cualquier reparación, cambio de bombillo o aplicación de pintura no la realizaban los que vivían en ellas sino una cuadrilla que atendía dichas necesidades. El mantenimiento los jardines y de las cercas, generalmente de amapolas, era realizado por los yarderos o jardineros, no solo por un asunto estético sino para evitar la proliferación de insectos y enfermedades, por eso en ocasiones se fumigaron con DDT las casas de habitación. Aunque estos servicios eran prácticos para los trabajadores, la otra cara del asunto era que las familias no podían sembrar, ni tener animales en su “propia” casa, lo cual iba en contra de una práctica cultural de las familias de origen campesino. Con estos servicios “Mamita Yunai” profundizaba el control y la dependencia de los trabajadores hacia ella. La salud era un gran problema en el mundo bananero, había malaria (que poco a poco se fue erradicando), disentería, parásitos intestinales, picaduras de serpientes y problemas generados por la misma dinámica laboral como cortaduras e intoxicación con agroquímicos. También había gran incidencia de enfermedades venéreas y la región tristemente destacaba por los altos índices de tuberculosis. No es casual que se consideraba que la vida útil de un trabajador bananero era de unos 12 años. Para atender los problemas de salud había dispensarios en las fincas y en los lugares céntricos clínicas y
La familia Rojas, igual que muchas otras migraron de las fincas bananeras del Pacífico a las del Atlántico. Finca 7, década de 1950. (Colecc. Henri Rojas)
Baches en Golfito.
Los baches eran las viviendas de los trabajadores solteros, su nombre viene de la palabra en inglés bachelor, que significa soltero.
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Trabajadores frente a un comisariato, 1953. (Colecc. Henri Rojas)
Comisariato de Golfito durante una venta de juguetes, finales década de 1950. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
hospitales que fueron manejados por la Compañía hasta que se traspasaron a la Caja Costarricense de Seguro Social a mediados de la década de 1970. En términos culturales el estilo de vida norteamericano era el modelo a seguir, un entorno enajenante que se reflejaba en el antiguo sistema educativo de la Compañía que seguía los programas educativos estadounidenses. En un inicio existieron dos tipos de escuelas, la americana para los hijos de los administradores y la escuela para los hijos de los trabajadores, en las cuales a veces solo se podía llegar hasta tercer grado si estaba ubicada en una finca alejada. Al principio los maestros tenían que traerse de afuera y eran pagados por la Compañía. La misma manejó la educación en sus fincas hasta la década de 1980, aunque siguiendo los programas oficiales del Ministerio de Educación Pública. En los pueblos civiles (adyacentes pero que no estaban bajo el control de la Compañía) comenzaron a formarse centros de educación secundaria, aunque eran pocos los hijos de los trabajadores bananeros que podían continuar con esos estudios. La monotonía del diario trajín se rompía los días de pago, generalmente dos veces al mes cuando llegaban a las fincas los cajistas en los carros pagadores a distribuir los salarios. Ese día aparecían los vendedores ambulantes, muy populares en la zona, pues el grado de aislamiento de las fincas no facilitaba la movilización de los trabajadores fuera de ellas ni más allá de los pueblos civiles ubicados en las cercanías. Allí se dirigían muchos de los trabajadores los fines de semana a divertirse en cantinas, en bailes o en burdeles. En días como esos no iban a faltar los pleitos con machetes propios de un entorno Croquis de Palmar Sur.
21 donde el concepto de masculinidad machista estaba muy arraigado, existía toda una subcultura de hombres que hacían carrera de peleadores conocidos en toda la región, casi leyendas por la fama que sembraron, por ejemplo, un Mercedes Cubillo, al cual, al parecer, la Compañía movilizaba entre fincas para que informalmente pusiese “orden” en las mismas. Para el disfrute del tiempo libre también existían los Clubes Americanos y los Clubes de Trabajadores donde se proyectaban películas estadounidenses y mexicanas. Con respecto a los deportes, en la Zona Americana había canchas de tenis, campos de golf y piscina. En los cuadrantes de los trabajadores existían canchas de fútbol y algunas de béisbol. Una actividad que también se realizaba como pasatiempo era el huaquerismo, en una región famosa arqueológicamente no solo por sus esferas de piedra, sino también por la presencia de oro indígena. Los comisariatos en un inicio fueron manejados por la Compañía. A mediados de 1940, se podía comprar en el comisariato de Golfito el arroz a ¢0,30 la libra, frijoles a ¢0,35, azúcar a ¢0,30 y manteca a ¢1,80 la libra. Los productos alimenticios eran uno de los principales gastos de los trabajadores bananeros, sobre todo si tenían una familia numerosa.
Trabajadores en lucha Un mundo con grandes diferencias sociales, genera grandes conflictos sociales, y eso era el Pacífico Sur de Costa Rica. Una región que se movía al ritmo de la Compañía Bananera, de cuya formas de operar en los países tropicales se originó el irónico nombre de “Banana Republic”. Esta región fue uno de los principales bastiones del movimiento sindicalista en Costa Rica, en donde destacaron organizaciones como FETRABA, FOBA, FUTRA o la UTG. Estas organizaciones vivieron persecución sindical, a veces con apoyo del Estado, despidos de sus dirigentes sindicales, uso de estrategias desmovilizadoras de la Compañía, como la creación de sindicatos blancos para contrarrestar a los sindicatos rojos; o como se hizo en una época, uso de los arreglos directos entre patrono y trabajador en lugar de convenciones colectivas para evitar negociar con los sindicatos. Un contexto de conflicto en donde las organizaciones laborales también cometieron errores tácticos en las negociaciones y se vieron afectadas por la relación de verticalidad con el Partido Comunista. En un inicio los trabajadores no tenían derechos laborales, después la Compañía tuvo que acatar, aunque fuese en parte, los estipulados en las Garantías Sociales y el Có-
Club de trabajadores, 1957. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
Desfile previo a un partido de fútbol en Coto, 1958. (Revista Costa Rica de Ayer y Hoy)
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Carro pagador en Coto a mediados de la década de 1950. (El Pacífico)
El líder comunista Manuel Mora en el Pacífico Sur. (Colecc. José de la Cruz Obando)
digo de Trabajo de la década de 1940. Es cierto que las En las bananeras había una diversidad de formas condiciones laborales de la de pago, estaban los saCompañía Bananera en el larios mensuales, también Sur eran mejores que las de estaban los trabajadores algunas de las fincas banaque laboraban por pieza neras que se establecieron y tarea, o sea, a destajo. en el Atlántico a partir de la Cuando se trabajaban década de 1950. Pero, aún horas extras eran llamaasí, los manchados o cabitos das rojas, porque en el (porque algunos trabajadoregistro eran anotadas en res nicaragüenses habían ese color. sido cabos de la Guardia Nacional) -como también se les llamaba a los trabajadores bananeros-, experimentaban serios problemas laborales. Motivos de protestas sociales fueron los conflictos por los salarios, el irrespeto a los derechos laborales y las malas condiciones de vida. Los trabajadores bananeros sufrían un gran desgaste físico generado por agotadoras jornadas laborales de hasta 13 horas y algunos que trabajaban por contrato eran despedidos a los tres meses antes de que adquirieran los derechos laborales. En la Bananera se dieron fuertes movimientos huelguísticos, donde los muertos y la represión no estuvieron ausentes, en especial durante la década de 1950 y la de 1970. Se vivieron huelgas como la de 1952 donde se conquistó el derecho de seguro contra accidentes de trabajo; la de 1955, la única declarada legal; la del aguinaldo en 1959, cuando la Compañía no quiso pagarlo; o la de 1971, cuando se firmó la primera Convención Colectiva de Trabajo. Otra huelga fue la de 1984, movimiento de 72 días que le permitió a la Compañía justificar el abandono de la producción bananera en la región.
Del apogeo al abandono
Isaías Marchena, uno de los principales líderes sindicales bananeros.
La Bananera en el Pacífico Sur repitió en 1985 lo que había hecho cincuenta años atrás en el Atlántico, dejó a una región y a sus habitantes en el abandono. Desde la década de 1950 la Compañía había iniciado un proceso de transformación productiva con la siembra de palma africana en Quepos. Con el nombre de PALMATICA la Compañía produce este aceite, materia prima de la Compañía NUMAR. El problema es que ésta actividad solo necesita de una tercera parte de la mano de obra que se ocupaba en una plantación bananera. A mediados de la década de 1970 la Compañía empezó a bajar su producción de banano y a aumentar el número de hectáreas sembradas con palma africana. Desde 1956 la Compañía vio como la competencia aumentó cuando la producción
23 bananera volvió al Atlántico con la Standard Fruit Company y después a mediados de la década de los sesentas con BANDECO y COBAL. Estas empresas, a diferencia de la Compañía, se centraban en la comercialización, dejando gran parte de la producción en manos de productores locales. La Compañía también estaba enfrentando problemas por el agotamiento de suelos, el alto costo del combate contra las enfermedades y las elevadas cargas sociales si se comparaba con Ecuador donde la mano de obra bananera era mucho más barata. Además, el principal mercado de la Compañía era la costa pacífica del Estados Unidos, donde solo podía colocar 10 de los 14 millones de cajas que producía al año, y el resto, comercializado por el Atlántico, tenía un alto costo en transporte. La huelga de 1984, mal manejada por los sindicatos, le dejó millones de dólares de pérdidas a la Compañía, pero también fue el pretexto oportuno para que ésta abandonara la actividad bananera en la región. El desempleo en la zona llegó a duplicar la media en el país, la pobreza rondó por todas partes, muchos migraron en busca de trabajo, algunos poblados se quedaron sin comunicación porque la Compañía levantó las líneas férreas. Ante esto, el gobierno tomó algunas medidas, como la creación del Depósito Libre de Golfito y el impulso de proyectos productivos que no tuvieron mucho éxito. A pesar de todo, las comunidades del Sur no se dan por vencidas. Si en un momento de la historia trabajaron para generarle riqueza a una gran compañía transnacional, es la oportunidad de que lo hagan para sí mismas.
Palma africana en la zona sur.
Plantación de plátano de SURCOOP.
Trabajadores bananeros de Finca 7, década de 1950. (Colecc. Henri Rojas)
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