Mujeres y hombres en el mundo global : antropología feminista en América Latina y España
 9786070304392, 607030439X

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MUJERES Y HOMBRES EN EL MUNDO GLOBAL Antropología feminista en América Latina y España coordinadoras CARMEN GREGORIO GIL MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO por VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO •CARMEN GREGORIO GIL•MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO•ÁNGELA GUADALUPE ALFARACHE LORENZO•ADRIANA PISCITELLI • TERESA DEL VALLE MURGA•ANA ALCÁZAR CAMPOS •MARÍA EUGENIA D'AUBETERRE BUZNEGO •HERMINIA GONZÁLVEZ TORRALBO•SUSANA ROSTAGNOL•ASSUMPTA SABUCO CANTÓ•JAHEL LÓ PEZ GUERRERO•MARÍA ESPINOSA SPÍNOLA• MARÍA CARBALLO LÓ PEZ•FERNANDO HUERTA ROJAS•GISELA PÉ REZ SANTANA•MARIE:JOS É NADAL•RENATA EWA HRYCIUK• PAULA SOTO VILLAGRÁN•ANA RODRÍGUEZ RUANO•AMAIA PAVEZ LIZÁRRAGA• MARCELA LAGARDE Y DE LOS RÍOS

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GN33.8 M44 201 2 Mujeres y hombres en el mundo global : antropología feminista en América Latina y España / coordinadoras, Carmen Gregorio Gil, Martha Patricia Castañeda Salgado ; por Virginia Maquieira D'angelo [y otros veintiuno]. - Méxic.o : Siglo XXI Editores : UNAM, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 201 2.

355 p. - (Antropología) ISBN: 978-607-03-0439-2 1 . Antropología feminista - América Latina - Siglo XX. 2. Antropologia feminista - España - Siglo XX. l. Gregorio Gil, Carmen, editor Il. Castañeda Salgado, Martha Pauicia, editor. III. Maquieira D'angelo, Virginia, colaborador. IV. t. V. Ser.

primera edición, 201 2 ©centro d e investigaciones interdisciplinarias en ciencias y humanidades, unam ©siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 978-607-03-0439-2 impreso en ingramex, s.a. de c.v. centeno 1 62-1 col. granjas esmeralda 09810, méxico, d.f. noviembre de 201 2

PRÓLOGO TERFSA DEL VALLE MURGA*

El prólogo me sugiere la entrada a un lugar al que hemos llegado pero del que desconocemos lo que nos aguarda. Es la experiencia del placer de encontrarnos bien y al tiempo sentir el latido del deseo de descubrir lo que se atisba detrás de la cancela que caracteriza al umbral y en este caso, al umbral literario. Si las ideas que contenga nos encaminan a traspasarlo, el prólogo habrá cumplido su propósito. Para el primer paso me ftjo en las temáticas amplias y variadas que suscitan el interés en ahondar en los escritos y a ello contribuyen los cuatro apartados que mar­ can el camino y en el que aparecen como elemento dominante preocupaciones y vi­ siones actuales que toman una dimensión amplia mediante análisis globalizadores, mieqtras que otras centran su interés en el estudio minucioso de aspectos concre­ tos. El juego de conjuntar una panorámica amplia de temas y la distancia corta de estudiar otras con detalle es uno de los atractivos de la publicación. En el abanico la temática tiene relación con intereses actuales, unos que emergen de los proce­ sos de globalización; otros de necesidades sentidas desde la marginación de ciertas opciones sexuales; de posicionamientos diferentes respecto de la prostitución. Los hay vinculados a las nuevas tecnologías con sus posibilidades de ampliar prácticas entre las que se encuentran las de comunicación y de educación generizada, las de visibilizar lo minoritario. Hay cuestionamientos a temas tradicionales como son el cuidado cuando se produce fuera de los escenarios habituales y protegidos de la familia: cuestionamiento y crítica a formas de socialización que perpetúan las desigualdades de género. Se plantean avenidas para repensar la crítica feminista y se exploran conceptos como tensión, genealogías, sexualidad, ritualidad religiosa, parentesco, prostitución, maternidad. Aparecen cambios en las formas de vivir el ocio desde la juventud así como descubrir la importancia de ciertas estéticas corpo­ rales. También está la emergencia de formas de asociación para el cambio político, lideradas por mujeres que reivindican la tierra, la pluralidad social y los derechos. Y la ciudadanía se hace presente en la conciencia de los derechos y en la personali­ zación de las emociones. Otra forma de acercarnos al umbral del texto es a través del descubrimiento de ciertos hilos conductores. Uno de ellos nos encamina a la diversidad y por ello a la riqueza acumulada a través de objetos de investigación, aproximaciones teóricas, contextos culturales y sociales donde se han llevado a cabo los estudios. Todo ello hace que los textos presenten distintos lenguajes y campos de interés.

*Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertstatea.

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PRÓLOGO

Otro hilo conductor es el que propicia el acceso a los avances en el conocimiento que se han ido dando en el campo de la crítica feminista que tiene la interdiscipli­ nariedad como un elemento constitutivo de dicho saber y el potencial para generar cambios. Un tercero se refiere a cómo se comunica dicho conocimiento de manera que sea expuesto para que, al hacerse público, identifiquemos el lugar científico y el peso que le corresponde como corrector y transformador del androcentrismo. Esto supone un gran esfuerzo y un compromiso con el cambio social, algo que me co­ rresponde resaltar del trabajo realizado por las editoras Patricia Castañeda y Car­ men Gregorio, y que hay que sopesarlo con una mirada larga hacia el pasado donde empezaron a diseñar los dos simposios que han generado los textos que estaban presentes tras el umbral. Ha supuesto viajes de ida y vuelta entre el primer congreso celebrado en Sevilla en el caluroso verano de 2006, y el que tuvo lugar en la ciudad de México en 2007. Para que haya avances en las disciplinas es necesario el intercambio intelectual y para ello los congresos se erigen en lugares de exposición, intercambio, debate que en muchos casos propicia la mejora de los textos. En nuestro caso quiero reconocer el esfuerzo de las organizadoras para llevar a buen fin una tarea compleja, dificil en la que el tiempo atrapa y los resultados se irán viendo a largo plazo porque el saber no es unidireccional y por ello dificil de atrapar para medir sus resultados. Pero el hecho de poder pasar las páginas e introducimos en su lectura es ya un primer re­ sultado. El camino que siga dependerá del interés que suscite más allá del umbral. También hay lugar para realizar una reflexión acerca de lo que supone contar con un conocimiento que nos abre a un abanico de datos, interpretaciones y resul­ tados. Que propicia preguntas, deseos de ir más allá, de explorar cuestiones que sólo han quedado esbozadas; en una palabra: de pensar que la investigación cuando está bien hecha y en el caso de las ciencias sociales enraizada en la realidad, enri­ quece y al mismo tiempo cuestiona a las personas y a las sociedades. En su propia apertura es un conocimiento siempre inacabado para hacemos avanzar. Es algo básico para la contemporaneidad en la que estamos inmersas e inmersos ya que vivimos cambios importantes que hacen que el mundo se redefina de continuo. Y hay conocimientos que nos introducen más directamente en ese proceso como son los que generan una reflexión desde lo social donde la persona puede reconocerse a sí misma y en las capacidades que desarrolle en la interacción grupal. EN ASTEASU EN EL UMBRAL DEL AÑO 201 1 .

INTRODUCCI ÓN MARTHA PATRICIA CASTAÑEDA SALGADO* CARMEN GREGORIO GIL**

La antropología feminista se ha venido consolidando como un enfoque de la disci­ plina antropológica a lo largo de las tres últimas décadas. Entendemos la antropolo­ gía feminista como un enfoque crítico y cuestionador de la disciplina, que acuñan­ do teorías y prácticas feministas vindica la generación de nuevos conocimientos no androcéntricos ni heterosexistas sobre la experiencia humana. Al mismo tiempo, postula la importancia de la acción como referente tanto de la investigación como de la aplicabilidad de sus resultados. Se trata, pues, de la configuración de un cam­ po de conocimiento que aporta discursos novedosos sobre temas clásicos y líneas de reflexión sobre temas emergentes (Gregorio, 2002, 2006; Castañeda, 2006) . Con matices propios de acuerdo con el contexto en el que se desarrolla, sus practican­ tes han hecho contribuciones importantes al conocimiento de distintas culturas de género, arraigadas en relaciones genéricas que van más allá de la dicotomía mujer­ hombre para abarcar ámbitos cada vez más amplios de la experiencia humana. En esa perspectiva, echan mano de un andamiaje conceptual y metodológico cada vez más complejo e interdisciplinario, en el que se generan perspectivas de análisis ca­ paces de captar las imbricaciones del género con otros ordenadores sociales y con procesos amplios en las distintas escalas de sus dinámicas internas (local, comunita­ ria, regional, nacional, internacional, global) . Las reflexiones críticas hechas en distintas latitudes respecto de este campo de estudio1 dan cuenta de una trayectoria --disímil pero compartida- en la que he­ mos transitado del reconocimiento de la relevancia de visibilizar a las mujeres tanto en las etnografías como en las elaboraciones conceptuales, pasando por las inno­ vaciones metodológicas que lleva consigo privilegiarlas como sujetos epistémicos, a un análisis complejo de la imbricación del género con procesos económicos, so­ ciales y políticos que no se explican suficientemente si el primero se deja de lado. Los textos que conforman este volumen son herederos de varias generaciones de antropólogas que han contribuido con un legado fundamental para comprender a las sociedades contemporáneas desde una perspectiva que rehumaniza el concepto *Universidad Nacional Autónoma de México. **Universidad de Granada. 1 Las referencias son numerosas, más aún en el ámbito de la antropología anglosajona que en el de habla hispana. A manera de ilustración citamos sólo algunas de las que tienen resonancia para los efectos de este libro: Méndez (2007) , Moore ( 1 990) , Behar y Gordon ( 1 995) , Gregario (2006) , Del Valle (2002 ) , Castañeda (2006) , Lagarde (2002) , Visweswaran ( 1 997) , Narotzky ( 1995) , Esteban y Díez ( 1999) , Díez y Gregario (2005) , Thuren ( 1 993) , Maquieira (200 1 ) .

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de cultura al volver la mirada hacia los sujetos que la crean, haciendo el viraje de co­ locar a las mujeres sólo en el ámbito de la reproducción para considerarlas también como productoras/autoras/ creadoras de significaciones profundas que conforman lo humano en un devenir histórico.2 Los ensayos que se reúnen en este libro pretenden ofrecer un panorama de te­ máticas y aproximaciones teórico-metodológicas que se abordan recientemente en ámbitos académicos de filiación distinta a la anglosajona. El antecedente inmediato de este ejercicio de diálogo entre especialistas latinoamericanas y españolas es la realización de un primer seminario-conversatorio sostenido en 2004 en el Centro de Investigaciones lnterdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México entre la doctora Teresa del Valle, antropóloga vasca con un amplio reconocimiento por sus aportes a la introducción de la perspectiva feminista a la antropología social, y un grupo de investigadoras y estudiantes que impulsan el reconocimiento de ese campo de estudios dentro de la academia mexi­ cana, invitadas para la ocasión por Patricia Castañeda. A partir de esa experiencia, quienes escribimos esta Introducción convocamos en dos ocasiones a la participación en simposios celebrados en el marco de los 5211 y 5 3 º Congresos de Americanistas, celebrados en Sevilla (España, 2006) y la Ciudad de México (México, 2009) . El propósito de ello fue responder algunas preguntas concernientes a los puntos en común y a las particularidades que reviste la antro­ pología feminista practicada a ambos lados del océano, poniendo énfasis en las elaboraciones teóricas, las posiciones epistemológicas, las metodologías aplicadas y las formas de hacer etnografia que, en su conjunto, conforman el corpus de este campo de investigación. Ello suponía abordar tanto los temas "clásicos" de la antro­ pología desde esta nueva perspectiva, como presentar pesquisas que se adentraran en la comprensión de temas emergentes. Las transformaciones sociales, políticas y económicas de las últimas décadas, junto con la emergencia de nuevas actoras y actores sociales en situaciones de cambio social, nos han conducido a llevar a cabo una revisión conceptual, así como una ampliación de campos teóricos, que contri­ buyan a la comprensión de la situación de las mujeres y los hombres en el mundo contemporáneo. El libro finalmente reúne a un grupo de especialistas en antropología social que analizan los recorridos teórico-metodológicos que han realizado en su estudio de los temas específicos a los que han dedicado su atención en los años más recientes, así como la manera en que los resultados de su trabajo académico están contribu­ yendo a consolidar a la antropología feminista como un campo teórico reconoci­ do en el contexto actual de las disciplinas sociales. En lo que toca a la disciplina, en sus distintas especialidades, los temas abordados constituyen una amplia gama de reflexiones, tanto teóricas y epistemológicas como etnográficas y metodológicas que hemos organizado en torno a cuatro ejes: genealogías, las nuevas caras de la globalización, etnografias de experiencias emergentes y nuevas propuestas teórico­ metodológicas. 2 Castañeda, 2007.

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Vistos en conjunto, los trabajos de investigación aquí reunidos ilustran distintas posiciones teóricas desarrolladas dentro de la antropología feminista, así como su carácter interdisciplinario y multimetódico. Además, reflejan el compromiso de sus autoras y autor' con la necesaria actualización de la disciplina antropológica, así como el interés por generar conocimientos situados que muestren la vastedad de líneas de investigación que ofrece la perspectiva feminista a ésta y otras áreas de conocimiento en su capacidad para el análisis y transformación de nuestro mundo contemporáneo. Éste es un libro innovador en el área iberoamericana porque recoge aportaciones de especialistas que se posicionan explícitamente en la antropología feminista, por un lado, y por otro porque presenta miradas de reconocimiento mutuo y de diálogo entre autoras con distintas procedencias culturales, que además hacen investigación en contextos distintos al propio. A ello se añade que se trata de antropólogas de distintas edades que han cursado diferentes procesos de formación, reflejando con ello que la antropología feminista en América Latina y España comprende varias ge­ neraciones de profesionales, lo que se expresa en un enriquecimiento creciente de la especialidad en el que la renovación de ideas y procedimientos para abordar los problemas complejos de las sociedades contemporáneas va acompañada de la com­ binación entre experiencia y juventud que tan útil es para el desarrollo científico. En la primera parte, que hemos titulado 'Trazando genealogías" se reúnen tra­ bajos que se proponen identificar las múltiples coordenadas desde las que se gene­ ra conocimiento antropológico feminista en torno a temáticas de especial relevan­ cia en la comprensión de la desigualdad, como los derechos humanos (Maquieira) , las migraciones transnacionales (Gregorio) , la ritualidad católica (Castañeda) o la sexualidad (Alfarache) , pero también sobre los propios procesos de elaboración del conocimiento feminista (Piscitelli y Del Valle) . En consecuencia, estos trabajos se adscriben a uno de los principios académicos -y también políticos-- que han orientado las investigaciones feministas desde la década de 1 970: el re-conocimien­ to de una genealogía de conocimiento propia, en la que la autoría de las mujeres es ponderada y legitimada. Virginia Maquieira en su trabajo 'Tensiones creativas en el estudio de los dere­ chos humanos de las mujeres" se adentra en el campo del estudio antropológico de los derechos humanos en nuestra era global. Apoyándose en la categoría "tensión creativa" acuñada por Del Valle ( 2005) nos presenta las principales discusiones de la antropología social en el estudio y práctica de los derechos humanos. La autora sitúa las contribuciones de la antropología social en el contexto de los procesos previos a la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1 948 marcados por el debate acerca de la posibilidad de defender y aplicar derechos de carácter universal en un mundo de diferencias culturales. La tensión entre relativis'El reconocimiento de este enfoque, de su importancia y creatividad aún es poco recurrente entre los antropólogos. En este libro participa un especialista que se autoadscribe a la antropología feminista, por lo que relevamos sus aportes. Sin embargo, con fines de aligerar la lectura, en adelante nos referiremos a las autoras, haciendo la aclaración de que mantenemos presente la inclusión de nuestro colega.

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mo y universalismo que se dio en estos años a juicio de la autora se vio revitalizada en la última década del siglo XX como consecuencia del interés renovado de la disciplina por los derechos humanos y nuestro compromiso profesional con los su­ jetos de las investigaciones. En la consolidación de este campo de estudio Maquieira destaca, por un lado, las aportaciones de la antropología feminista en su intento de explorar los derechos a nivel de práctica social y cultural en los procesos legales cotidianos: cómo, cuándo y por qué se tornan significativos, cómo y para quién son aplicados, así como la capacidad de condicionamiento y(o) empoderamiento en dichos procesos. Y por otro, su crítica al concepto de cultura subyacente al relativis­ mo cultural en sus consecuencias para la imposibilidad del conocimiento e interpe­ lación intercultural, así como la utilización de la defensa de la diferencia cultural como legitimadora de la desigualdad de género (Maquieira, 1 998, 2000, 2006) . Carmen Gregario traza en su trabajo una genealogía en el campo de estudio de las migraciones transnacionales y las relaciones de género revisitando dos ejes de discusión teórica claves desde perspectivas feministas en antropología social: la reproducción y el cambio social. La autora re-significa estas categorías en todo su potencial cuestionador, al tiempo que nos propone restituir el valor de la etnogra­ fia en su capacidad para mostrar de forma contextualizada los procesos mediante los que se producen las diferenciaciones, así como la multiplicidad de significados de las prácticas sociales. Gregario explora viejos debates desde la crítica feminis­ ta en torno a la necesidad de superar las dicotomías producción/reproducción, mercado/hogar, público/doméstico al tiempo que problematiza sobre la noción de género y de sistema de género aplicada al análisis del cambio producido por el hecho migratorio. Martha Patricia Castañeda expone un conjunto de aportaciones etnográficas centradas en las mujeres católicas mexicanas como sujetos de los rituales; con ello la autora se propone analizar el protagonismo del catolicismo como elemento cons­ titutivo de las culturas locales a la luz de la perspectiva de género. La autora pro­ pone un análisis de los rituales católicos como dramatizaciones de la posición/ oposición entre mujeres y hombres, en tanto que se opera una "ritualización de los límites" (del Valle 1 99 3 ) espacio-temporales, corporales, emocionales, simbólicos, subjetivos, imaginarios así como de las prácticas, capacidades y poderes de cada gru­ po genérico. A partir de la revisión de diferentes trabajos antropológicos que nos muestran a las mujeres católicas como sujetos de los rituales -en el culto religioso, en los rituales en torno al cuerpo y la sexualidad, en los rituales agrícolas, familiares y domésticos y en los sistemas de cargos- la autora apunta a las ricas posibilidades de desarrollo del campo de la ritualidad gracias a la novedosa óptica derivada de la antropología feminista. Ángela Alfarache coloca los análisis de las identidades lésbicas en el contexto de la conformación de la antropología feminista, señalando que en ella encontraron el andamiaje teórico y conceptual apropiado para nombrar lo que había permanecido al margen del interés disciplinar. Para ella, el sustento básico de la investigación con lesbianas feministas (categoría que establece la distinción conceptual y política con las mujeres homosexuales) es la existencia de una cultura feminista contemporá-

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nea, que forma parte a su vez del marco a partir del cual contribuir a la construc­ ción de los derechos humanos de las mujeres, en particular de las lesbianas. Esta construcción tiene como un referente primordial el desmontaje de la lesbofobia, hecho político que contribuye a la invisibilización de las lesbianas al mismo tiempo que, al ser visibles, las expone a la violencia sexista. Por ello, centra su propuesta en la erradicación de la lesbofobia a través de la exigencia de "visibilidad sin violencia, con seguridad y libertad". En cuanto al análisis de los procesos relacionados con la elaboración del conoci­ miento antropológico feminista Adriana Piscitelli nos aporta sus reflexiones sobre algunos aspectos del pensamiento feminista brasileño considerando la circulación y traducción que han tenido las teorías poscoloniales a partir de los textos antro­ pológicos publicados en dos importantes revistas académicas brasileñas, la Revista Estudos Feministas y los Cuadernos Pagu. La autora destaca la especial relevancia de la antropología en la constitución de los estudios feministas en Brasil y respecto de las teorías poscoloniales concluye que han sido especialmente influyentes en la lectura crítica de las definiciones de cultura nacional con raíces coloniales, formuladas en y sobre Brasil y en el análisis de cómo los procesos de transnacionalización afectan a las identificaciones marcadas por género, raza, clase, sexualidad y nacionalidad. Por su parte, Teresa del Valle toma como punto de partida para su texto la re­ flexión individual (biografia intelectual) dentro del marco general de la antropolo­ gía feminista con la intención de relacionar lo que emerge en la dimensión micro con las aportaciones de otras investigadoras, presentándonoslo como una aventura colectiva donde la libertad e iniciativa actúen como soportes generativos y cuyos pasos posteriores amplíen y ofrezcan inspiración y contraste. La autora selecciona de su biografia intelectual sus denominados "ejes estructuradores del recuerdo" y los "cronotopos genéricos", (específicos y generales) y "tira del hilo" para propo­ nérnoslos como estrategias metodológicas en la detección de la desigualdad, cons­ tructos para la elaboración de la memoria encarnada y por último exponentes de características articuladoras de distintos niveles de análisis. Y nos invita a generar recapitulaciones sobre el conocimiento feminista producido y abrirlo al reconoci­ miento: "es tiempo de aunar esfuerzos para insertar el conocimiento feminista en el canon general del conocimiento" En la segunda parte, "Las nuevas caras de la globalización ", las autoras ofrecen profundas reflexiones en torno a problemas que afectan a las mujeres de todo el planeta, tanto por su condición de género como por las imbricaciones de ésta con otras condiciones sociales que agudizan la desigualdad y la exclusión propia, así como la de los grupos y colectividades a los que pertenecen, abordando tópicos como los "sitios de deseo o economías del placer'', las comunidades reterritorializa­ das, "las migraciones transnacionales". Un referente fundamental para compren­ der los reordenamientos relacionales que suponen las prácticas contemporáneas analizadas en torno a la sexualidad, el matrimonio y la familia sigue siendo, como bien lo apuntó el feminismo radical, la significación del cuerpo de las mujeres como espacio de/para los otros, sin perder de vista que cada una de ellas hace una interpretación particular de su posición de género, clase, raza y etnia.

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Ana Alcázar indaga, a partir del trabajo de campo realizado en Cuba, en los pro­ cesos de (re) producción de las desigualdades de género, raza, clase y nacionalidad emergentes en el mercado del turismo. El ejercicio de una etnografia situada, re­ flexiva y encamada le permite mostramos los significados racializados y generizados del jineterismo y sus localizaciones sexuadas, "jinetero y jinetera", desdibujando los límites establecidos entre el turismo sexual y el turismo de romance. María Eugenia D'Aubeterre, mediante su minucioso trabajo etnográfico, des­ entraña las prácticas matrimoniales en el "campo social transnacional" emergente entre California (Estados Unidos) y San Miguel Acuexcomac (México) . Para la autora las prácticas de formación de uniones matrimoniales y los rituales que las sancionan están informadas por regímenes de género locales, coaligados y dialo­ gantes, y explora cómo los y las actoras reaccionan y construyen nuevas respuestas atenazadas por una orientación dual y definidas por la pertenencia a una comuni­ dad translocalizada. En el contexto de esta pertenencia translocalizada la fórmula del "pedimento de la novia" da paso a la de "la fuga concertada" que comporta, como nos muestra la autora, la celebración de un humilde ritual que sintetiza va­ riadas acciones rituales. Herminia Gonzálvez comparte su propuesta teórica para el estudio de la organi­ zación social de los cuidados en la conformación de familias cuyos miembros están en diferentes estados, las llamadas familias transnacionales. La autora incide en las potencialidades de la metodología etnográfica para visibilizar prácticas y significa­ dos de género y parentesco junto con las tareas relacionadas con el cuidado, confi­ gurando con ello el "trabajo de parentesco" (Di Leonardo, 1 987) . Susana Rostagnol en su trabajo "Sociedad y prostitución de niños, niñas y adoles­ centes ¿Qué tiene para decir el feminismo?" discute la manera en que la sociedad procesa el fenómeno de la prostitución, silenciándolo, reproduciéndolo y colocán­ dolo en los márgenes. La autora, sin olvidar que la pobreza influye fuertemente en la configuración de vulnerabilidades, nos propone "ir más allá" para alcanzar un análisis más comprensivo del fenómeno que rompa con los sociocentrismos. En este sentido la antropología social, ajuicio de la autora, "permite realizar un estudio hermenéutico de los sentidos de la prostitución de niñas, niños y adolescentes para encontrar los pilares culturales que hacen que la práctica perdure aunque cambie de ropajes". Cierra esta segunda parte el capítulo "Los cuerpos fragmentados de la globali­ zación: de la estética a la maternidad", de Asumpta Sabuco Cantó, quien analiza los efectos de la globalización en las representaciones y aspiraciones de los cuer­ pos de las mujeres. La autora plantea cómo la exaltación de la salud y el "cuidado personal" convertido en una lucha contra el tiempo y contra nuestra corporeidad, afecta y condena a las mujeres. Las identificaciones que propone el mercado de la industria cosmética, de la salud -especialmente la reproductiva-, la estética, los gimnasios, la moda y las cadenas de cuidado corporal ahondan en la desigualdad estructural que legitima el domino de unos frente a otras. En estas nuevas condicio­ nes, como plantea la autora, la maternidad tiene un peso ideológico que destaca su importancia como experiencia personal, ajustándose las nuevas representaciones

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de la maternidad a las condiciones que impone el neoliberalismo patriarcal en el que se asiste a una revalorización de la "naturaleza". En la tercera parte del libro, titulada "Etnografiando experiencias emergentes", se analizan reordenamientos sociales que ilustran procesos en los cuales mujeres que han permanecido silenciadas o invisibilizadas se reconocen y son reconocidas como sujetos que están influyendo en la reorientación de dinámicas locales y glo­ bales. La presencia de estas mujeres en las investigaciones actuales introduce una vez más la discusión de los planteamientos teóricos en torno a su caracterización como sujetos, mismos que pasan por la discusión sobre la otredad, la diversidad, la multiculturalidad, además de introducimos a las innovaciones derivadas del acceso a la tecnología, a partir de las cuales se puede hablar del carácter multisituado de algunos procesos sociales. Jahel López atrae la reflexión hacia las distintas fuentes que pueden disparar la llamada "imaginación sociológica" para encontrarnos frente a evidencias de una realidad cambiante que ameritan ser etnografiadas. En su trabajo, la obra de un fotógrafo cumplió esta función para que la antropóloga reconociera a las jóvenes indígenas como un sujeto cuya presencia en la literatura especializada es aleatoria y marginal. En su búsqueda, se topa no sólo con sobregeneralizaciones y subrrepre­ sentación de esas mujeres, sino con una pregunta sensible: "¿por qué las jóvenes indígenas resultan poco interesantes para quienes analizan a quienes transitan la juventud? " Para abordar el tema, elabora una perspectiva en que la antropología y la epistemología feminista se complementan, pasando entonces a identificar las "diferentes diferencias" que hacen de las mujeres indígenas jóvenes un sujeto espe­ cífico para el cual la edad es un lugar de resistencia. María Espinosa aborda otra expresión particular de la niñez y la juventud en la Ciudad de México a partir de quienes denomina "chavalas y chavales" de la calle, con una aproximación que desafia dos supuestos vigentes: a] que la familia es el ám­ bito relacional por excelencia para prodigar cuidados, y b] la horizontalidad en las relaciones establecidas por personas que comparten una situación social dada, mos­ trando por el contrario la existencia de relaciones de poder entre los géneros que conforman los dos grupos de edad abordados. Sus hallazgos desafian también la concepción misma de "menor". Entre las expresiones de desigualdad al interior de las bandas estudiadas destaca la distinta valoración que reciben las prácticas sexua­ les de mujeres y hombres. Sin embargo, la autora destaca también la creatividad de las niñas para hacerse de estrategias no basadas en los mandatos de género que les permitan sobrevivir en la calle, aun cuando sea desde la paradoja de necesitar una pareja (hombre) que las "proteja". Ello ilustra que en el interior de las bandas se mantienen los mecanismos que operan a favor de la producción, reproducción y transformación de las identidades de género con orientación sexista. El trabajo de María Carballo describe las características de la participación de las mujeres dentro del Movimiento de los Sin Tierra, el cual ejemplifica una tendencia experimentada en un sinnúmero de organizaciones sociales mixtas en las que las demandas de las mujeres emergen lentamente ante la desatención o margin.álidad de que son objeto en relación con las "grandes" demandas que enarbola el grupo

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ampliado. Asimismo, es un ejemplo de la vindicación conjunta de demandas de género y clase, en las que uno y otra se considera que forman parte de un mismo nudo problemático que define la situación de desventaja de las mujeres. En esa tesitura, muestra que las formas e intensidad de la participación femenina deri­ van de la combinación de actividades domésticas, familiares y reproductivas con las exigencias que les impone la movilización social. Sin embargo, advierte la autora, las distintas manifestaciones de participación social o política emprendidas por las mujeres siguen siendo invisibilizadas o poco reconocidas. Femando Huerta analiza otra forma de conformación de sujetos particulares, determinada en su caso por la vinculación entre género y juventud, en particular en lo que atañe a los procesos a través de los cuales los hombres jóvenes se socializan en la violencia a través de los videojuegos. Desde su perspectiva, dicha socialización involucra la conformación de los jugadores en grupos juramentados sustentados, a su vez, en pactos seriales. En un sentido amplio, los procesos de conformación de la juventud, la masculinidad y la violencia encuentran en el juego un espacio de convergencia de sus respectivas pedagogías de género, reforzando sus contenidos de dominación. Abordando otra forma de tecnología, Gisela Pérez Santana estudia la presencia de las lesbianas en el ciberespacio a partir de una caracterización que se despega de los modelos centrados en las minorías o la marginalidad, para presentarlas como una sociedad diferente a la dominante que, en consecuencia, habita de manera particular ese espacio deslocalizado. Con ello, el ciberespacio queda caracteriza­ do como "un árbol de subculturas" y un ámbito propicio para las nuevas formas de hacer política protagonizadas por movilizaciones sociales que no responden a las convocatorias convencionales, permitiendo a la comunidad LGTB convertirse en un "movimiento global de liberación sexual". Siendo así, la conformación de una comunidad lesbiana virtual ofrece la visibilidad y reconocimiento que la heterorrea­ lidad niega a las lesbianas concretas, lo que permite a la autora afirmar que la pre­ sencia en la red constituye un hito para sus vidas, mismo que se puede sintetizar en la metáfora que presenta según la cual los "armarios" se convierten en "ventanas" para las mujeres que quieren verse y encontrarse. Nombramos "Nuevas propuestas teórico-metodológicas" a la cuarta y última par­ te del libro. En ella reunimos trabajos que se inscriben en las tendencias contem­ poráneas de la antropología signadas por el interés en la reflexividad que se genera cuando se rompe la dicotomía sujeto-objeto en la investigación para dar paso a procesos dialógicos en los que se conjuga el posicionamiento de quien investiga con la indagación en nuevos campos de estudio, mismos que generan nuevas preguntas y requieren, por lo tanto, innovación y creatividad tanto conceptual como metodo­ lógica para interpretar realidades cambiantes como las que se viven en los contex­ tos abordados. El establecimiento de la intersubjetividad está presente también en estos capítulos, así como la reflexividad de cada autora respecto de hechos de la propia vida y de la experiencia profesional que intervienen en sus investigaciones. Iniciamos con el trabajo de Marie:José Nadal, quien apunta a una revisión crítica de la que llama "dualidad" de género a través de un doble prisma: las posturas fe-

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ministas de la diversidad y las manifestaciones de las mujeres indígenas en relación con los problemas que consideran más acuciantes y que, por lo tanto, las han hecho organizarse y movilizarse políticamente. En su análisis, identifica tensiones entre los modelos normativos "universalistas" y las expresiones de la diversidad de las muje­ res, enfatizando que en el caso de las indígenas estas tensiones agudizan la desigual­ dad derivada de que su particularidad cultural es tratada como fundamento de la discriminación de que son objeto. Al revisar situaciones concretas relacionadas con la violencia conyugal, los efectos de la crisis económica en los roles de género y las características de las propuestas políticas de mujeres indígenas, llega a la conclusión de que su protagonismo ejemplifica el proceso de constitución de una "práctica política plural" en la que la ciudadanía y sus manifestaciones están íntimamente vinculadas no sólo con el género y la etnia, sino también con la nacionalidad, la clase, el parentesco y la religión, confluencias en la que se ubica la particularidad de las demandas y vindicaciones de las mujeres indígenas en el contexto local-global. Renata Ewa Hryciuk discurre en torno a un tema relevante para la investigación antropológica feminista: las características e implicaciones de ser mujer, de hacer etnografia feminista y de tener que desempeñar roles imprevistos a partir de las de­ mandas de sus interlocutores. Entendido el trabajo antropológico empírico como un entretejido de relaciones sociales, la autora muestra cómo fue colocada en dis­ tintas posiciones por parte de la población local, de acuerdo con el conocimiento más amplio que tuvieron de su persona y de su formación profesional, así como de lo que representaba para cada integrante de la comunidad. Esas posiciones le fueron asignadas combinando las expectativas de género con la edad y la actividad profesional, además de estar marcadas por una exigencia de mayor o menor depen­ dencia respecto de las personas con quienes estableció las relaciones más cercanas. Eso le permite hacer una introspección en relación con los juegos de poder que se establecen durante el trabajo de campo. El trabajo de Paula Soto recorre otras veredas, conducentes a elucidar la arti­ culación entre espacio, género y estatus menor de las mujeres. Muestra que los lugares ocupados por las mujeres no sólo están determinados socialmente, sino que también son el resultado de delicadas operaciones de simbolización derivadas de las oposiciones que marcan en su interior a los tres elementos mencionados. Advierte sobre la espacialización del género, así como el movimiento inverso, la impronta del género en la delimitación y uso de los espacios, enfatizando que las identidades de género tienen coordenadas espacio-temporales. Ana Rodríguez Ruano aborda un tema emergente e ineludible: el de los cuida­ dos y la dependencia. Reconoce al cuidado como un trabajo que tiene la particula­ ridad de establecer interdependencia económica, emocional, psicológica, elemen­ tos todos que forman parte de la "sostenibilidad de la vida humana", mostrando que siguen estando a cargo de las mujeres y se siguen realizando en el ámbito del hogar. Ante este reduccionismo, apunta hacia una des-generización o una trans­ generización de los cuidados, así como a una redefinición tanto de la categoría de quien cuida como de la de quien requiere de cuidados, además de alertamos respecto de la presencia de personas "dependizadas" que, sin necesitar cuidados en

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INTRODUCCIÓN

sentido estricto o apremiante, ocupan posiciones de poder y prestigio (principal­ mente asociados con su género) que les hacen centro de todo tipo de atenciones. La reorientación propuesta por la autora supone una línea de continuidad entre complejizar la noción de cuidados y modificar su práctica, lo cual supone cambios sociales, identitarios, subjetivos y políticos radicales. Por su parte, Amaya Pavez explora otra faceta de las relaciones interpersonales, la de las emociones. Señala la importancia que revisten en la vida cotidiana, pero también el lugar que ocupan en las nuevas socializaciones que pretenden modificar el orden de géneros prevaleciente. La autora demuestra la vigencia de las emocio­ nes en la jerarquización entre mujeres y hombres, referida entre otras cosas a la conformación de subjetividades en las que se les da un lugar diferenciado a partir de la oposición razón-emoción. Sin embargo, señala también que las emociones no sólo soportan el orden establecido, sino que juegan un papel importante en las po­ sibilidades de cambio, pues suponen necesariamente un cambio interno profundo que, al ser colectivo, tiene repercusiones sociales. En consecuencia, nos muestra también su vínculo con la que llama "ciudadanía cotidiana", así como la distancia que guarda ésta respecto de la ciudadanía formal, distancia que le permite distin­ guir entre mujeres que se conforman como sujetos y aquellas que han sido con­ formadas como sujetos pasivos. Comparte con otras autoras la idea de la necesaria transformación de estas relaciones no sólo como un ejercicio subjetivo sino como parte de una práctica ciudadana resignificada. Dos grandes maestras nos han acompañado en distintos momentos de la con­ formación de este libro. Agradecemos a las doctoras Teresa del Valle y Marcela Lagarde presentarlo y epilogarlo. Sus textos enriquecen los nuestros, a la vez que expresan el reconocimiento de quienes aquí escribimos del lugar que ocupan en nuestra genealogía como antropólogas feministas comprometidas con la disciplina y con la pretensión de transformación social, cultural, económica, filosófica y polí­ tica que suscribimos.

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PRIMERA PARTE

TRAZANDO GENEALOGÍAS

TENSIONES CREATIVAS EN EL ESTUDIO DE LOS DERECHOS HUMANOS DE LAS MUJERES VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO*

No puede surgir la creatividad a no ser que seamos disidentes, en especial en un sistema construido sobre la injusticia. NAWAL EL SAADAWI

INTRODUCCIÓN

El término tensión ha sido recurrente en el desarrollo de la antropología socio­ cultural para indicar el caudal creativo de la disciplina como consecuencia de las aparentes fuerzas contrapuestas entre la unidad de la especie y la diversidad de sus realizaciones culturales. Asimismo se ha resaltado la tensión entre la tarea compara­ tiva y la textura del análisis etnográfico. El antropólogo Marc Augé considera que la antropología tiene por objeto �l estudio de la tensión entre SENTIDO y LIBERTAD. El sentido entendido como el conjunto de las relaciones sociales pensables y la libertad definida como el espacio dejado a la iniciativa individual. Considera que todas las sociedades están amenazadas por el cierre del sentido y la reificación de la cultura pero la alienación en sentido social nunca es tan restrictiva como para ahogar la exterioridad y la individualidad (2007) . El propósito de este texto es reflexionar sobre una investigación colectiva reali­ zada durante el periodo 2002-2005 titulada Mujeres, globalización y derechos humanos (Maquieira, 2006) y publicada en su segunda edición corregida y aumentada en 2010. Pretendo hacer este ejercicio reflexivo a la luz de la categoría de tensión acu­ ñada por Teresa del Valle ( 2005; 2006/2007) . Este propósito a su vez me permite situar el campo del estudio antropológico de los derechos humanos en nuestra era global y hacerlo desde la crítica feminista. Esta interacción y movilidad a través de las fronteras disciplinares establece de por sí elementos de tensión generadoras de nuevos enfoques y problemas de investigación que pueden potenciar la capacidad de la antropología feminista en el análisis y transformación del mundo contempo­ ráneo. Teresa del Valle considera importante el estudio de la tensión para la compren­ sión de los procesos de cambio ya que permite descubrir características dinámicas y contrapuestas y su activación en contextos específicos. El estudio intelectual y social

* Universidad Autónoma de Madrid/Vicerrectora de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

VIRGINIA MAQUIEIRA D'ANGELO

de la tensión abarca, a su juicio, una gran complejidad y de entre posibles categorías de tensión y a la espera de identificar otras nuevas estudia las siguientes: tensión negativa; tensión crítica y tensión creativa. La tensión negativa es la que se queda en la delimitación del problema y se apoya en verlo como conflicto irremediable sin posibilidades de salida. La tensión critica facilita la emisión de valoraciones y enjuiciamientos sobre problemas y áreas de actuación. La tensión creativa es la que analizando las fuerzas contrapuestas, pro­ mueve salidas que tienen en cuenta fuerzas sociales generadas por grupos diver­ sos. Por ello, la autora considera que el análisis de la tensión requiere en muchos casos atender a grupos que llevan a cabo proyectos situados en los márgenes. Las tipologías siempre plantean problemas, no son más que instrumentos heurísticos y normalmente no excluyentes como ocurre en esta ocasión porque como ella misma propone la tensión crítica y la creativa conducen al cambio aunque con dinámicas y resultados posiblemente diferentes. Del Valle considera que la tensión puede ser un producto intelectual y también una experiencia individual y social. La tensión se experimenta en la individualidad y en la vida social. La persona es receptiva de distintas maneras a la tensión social y también vive su tensión personal nutriéndose muchas veces de la tensión social. A mi juicio las tensiones conceptuales también pueden ser producto de los acon­ teceres sociales e inciden a su vez en el modo en que se perciben los sujetos y las posibilidades de cambiar o reproducir el orden existente. Una de las cuestiones más relevantes del planteamiento y de los análisis teóricos y etnográficos de Teresa del Valle sobre esta cuestión es que plantea el potencial de cambio del concepto de tensión asociándolo a la creatividad redefiniendo así la imagen negativa que suele ir asociada al concepto de tensión y, por lo tanto, es una iniciativa poderosa para reflexionar y realizar procesos creativos en las dinámicas sociales, políticas, perso­ nales e intelectuales.

lA TENSI Ó N GLOBALIZACI Ó N / DERECHOS HUMANOS

Las tensiones conceptuales supusieron un primer desafio en el desarrollo de la investigación anteriormente mencionada. Adentrarse en el campo de los estudios de globalización fue una primera dificultad porque en la actualidad este campo que se fragua de manera interdisciplinar y en el cual la antropología está haciendo importantes contribuciones, ha provocado cambios significativos en el conjunto de los saberes. Por lo tanto ha dado lugar a una ingente bibliografia caracterizada por posiciones contrapuestas en relación con el diagnóstico, alcance y pronósti­ co del fenómeno mencionado así como con su propia conceptualización. La falta de acuerdo sobre una definición unívoca del fenómeno no es una novedad en las ciencias sociales sino que pone de manifiesto los distintos enfoques y debates en la construcción de los objetos de estudio pero necesariamente conlleva una toma de posición para delimitar el problema a investigar.

TENSIONES CREATIVAS EN EL ESTUDIO DE LOS DERECHOS HUMA."IOS

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De las propias definiciones u orientaciones que resultan del concepto de globali­ zación se deriva una primera tensión entre aquellos enfoques que ponen énfasigico juvenil y el cronoto­ pos de género, donde la apropiación, el uso y la permanencia en el tiempo y espacio de las videosalas están signadas por esta exploración de los participantes que, en el enclave de las intersubjetividades y la configuración de identidades, se erigen en la ritualidad de la simulación del juego. La sociabilidad con el grupo, las amistades y los pares, reales y virtuales, com­ prenden relaciones sociales y personales que se pueden iniciar en ese momento y hacerse duraderas o efimeras. Ello comprende el establecimiento de rivalidades y competencias en un marco de reconocimiento de la calidad que como videojuga­ dor tiene cada quien, y que en ocasiones conducen a los golpes, a las ofensas, a las miradas retadoras o al reconocimiento de los niveles competitivos personales. Tam­ bién sucede que cuando los rivales no se conocen y uno es el que marca la pauta del juego y gana continuamente, se provoca en el otro una afrenta que desea vengar, por lo que vuelve a pasar su tarjeta o echar una ficha a la máquina las veces que sean necesarias para retomar el reto, hasta que se logra vencer al rival, y si no se logra esto, se van con la espinita y el enojo de haber sido derrotados por un desconocido. Al respecto, y como lo plantea Teresa del Valle ( 1 999) , los jóvenes, en los cro­ notopos de género de los juegos virtuales, socializan navegando por este ciberespa­ cio en el que el tiempo y el espacio, como puntos de convergencia dinámica, actúan como síntesis de significados más amplios que catalizan y condensan la creatividad de los sujetos, en la que, de forma compleja, negocian sus identidades con presen­ cias de conflictos, cuyas simbolizaciones reafirman o no las igualdades y desigualda­ des entre los iguales. Por ello, como señala Amorós ( 1 990: 5) , la socialización genérica de los jóve­ nes en las videosalas, en tanto grupo juramentado en conformación, patenta cómo "cada varón estructura de ese modo su pertenencia al conjunto de los varones y realiza -es decir, da entidad práctica- a su virilidad mediante operaciones practi­ co-simbólicas con un doble referente: por una parte, la tensión referencial en que se mueve la 'obligada participación en los atributos del tipo' , como hemos tenido ocasión de ver; por otra, esta tensión se constituye a su vez en el desmarque con res-

SOCIALlZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES

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pecto a algo en tanto que, como lo diría Sartre, es el desmarque del otro y de todos Jos demás, y esa misma recurrencia en serie es lo que configura el topos como lugar de todos, como ámbito transaccional, en tanto que es la tierra de nadie -luego un espacio simbólico de indiscemibilidad- y de cualquiera". La socialización entre los jóvenes comprende el establecimiento de una serie de relaciones (sociales, afectivas, emocionales, escolares, sexuales, etarias, laborales, lingüísticas, lúdicas) que forman parte de la interacción, de ahí la importancia de éstas para ampliar y consolidar la red de las amistades masculinas requeridas por el grupo juramentado. Esta red incluye a las jóvenes, con las que se establecen, desde una concepción y práctica masculinas de la complementariedad, relaciones afectivas, emocionales, escolares, sexuales, lúdicas y competitivas que resultan útiles y necesarias para el acompañamiento y corroboración de las proezas de las formas de juego de los jóvenes. Cabe destacar que en la interacción de estas relaciones. al­ gunos jóvenes socializan, en el reconocimiento genérico de algunas jóvenes con las que juegan, sus capacidades, habilidades, destrezas y autoridad que poseen como videojugadoras, lo cual las posiciona y ubica en los primeros lugares del ranking de losjuegos virtuales. Asimismo, la socialización e interacción de género de los jóvenes, comprende las diferencias y desigualdades sociales, sexuales, etarias, escolares, raciales, urbanas. Ello se expresa en el nivel y calidad de los conocimientos que se poseen sobre los videojuegos; la posesión o no de tecnología y máquinas virtuales en el hogar; las videosalas a las que se acude ( tanto las que se encuentran ubicadas en las plazas comerciales como las que se encuentran en locales ad doc, así como las de las tiendas de las esquinas) ; del reconocimiento y jerarquía ocupada en el ranking que se tenga como videojugador; del tipo de relaciones establecidas en y con el grupo, así como del lugar asignado en la sociabilidad e interacción de la ritualidad del juego. De esta manera, el proceso de socialización de los jóvenes comprende diferentes niveles y matices, los cuales mantienen una relación compleja según sea el contex­ to y realidad social en el que cada uno se proyecta.6 Uno de estos niveles es el de la adaptación al grupo, con lo cual el joven aprende el capital cultural y simbólico necesario para ser aceptado y reconocido como hombre y como joven, lo que a su vez puede garantizar su permanencia. Otro de los niveles es el de la búsqueda de una inclusión y posición en el grupo, lo cual conjunta una serie de características contenidas en el orden dominante de género, y que define el reconocimiento de la

6 Juan Maestre Alfonso ( 1 974) plantea que en las sociedades urbanas e industrializadas, el proceso de socialización presenta una mayor continuidad en edades y épocas comprendidas no sólo en la infancia o la adolescencia, sino que se llega a prolongar en toda la vida de las personas, entre otras cosas por la gran división del trabajo, la especialización de las funciones y la creciente tecnologización en todos los ámbitos sociales, lo cual ha conducido a una mayor prolongación del proceso de aprendizaje y de la so­ cialización. Considera que en un marco dinámico de la cultura, el proceso de socialización comprende cuatro niveles: la adopción, la inclusión, el aprendiz.aje y práctica de los papeles sociales, la aceptación de los valores, el orden cultural, social, político y económico. Si bien su abordaje teórico-antropológico no es desde un enfoque feminista, retomo estos planteamientos para el análisis del proceso de socialización genérico de los jóvenes, desde una perspectiva antropológica feminista.

FERNANDO HUERTA ROJAS

diversidad de las personalidades de los jóvenes, como el ser buenos académicamen­ te y como videojugadores, o más lo uno que lo otro, o considerar alguna (s) otra(s) habilidad ( es) , etc. Esto, a su vez, determina la forma de inclusión y la posición, de acuerdo con la movilidad (ascendente y descendente) en la jerarquía masculina y estructuras de prestigio del grupo, de acuerdo con la condición y calidad que se tie­ ne como videojugador. He aquí parte del proceso de c·onformación de los jóvenes como grupo juramentado. Un nivel más de la socialización se refiere al aprendizaje y práctica de los pape­ les genéricos asignados e impuestos socioculturalmente. En las videosalas, los jóve­ nes representan los papeles que como hombres han internalizado en la asunción genérica y el desideratum cultural:7 la grandeza o no de sus masculinidades como videojugadores, estudiantes, trabajadores, amigos, novios, amantes, estudiantes, confidentes, rivales, humoristas, impertinentes, ruidosos, extravagantes, vagos, ar­ tistas, exitosos, líderes, entre otros. El último nivel es el de la aceptación de todos los valores, normas y códigos de toda esta organización sociocultural, económica y política en la que realizan su aprendizaje. Así, los jóvenes, en la sociabilidad de las relaciones, la diversión y el juego, dialogan, intercambian pensamientos, estilos, estéticas, experiencias y comportamientos que aceptan como válidos y normaks, de acuerdo con lo determinado por la sociedad y la cultura. En relación con lo anterior, y retomando la idea de grupo juramentado, se pue­ de afirmar que los jóvenes, en los cronotopos de género de los juegos virtuales, establecen pactos seriales (Amorós: 1 990) 8 en proceso de identificación , creación y proyección de imágenes (De Lauretis: 1 992 ) 9 juveniles que los caracterizan y de7 Al respecto, Daniel Cazés ( 1998: 86) plantea que "a partir del desideratum o mandato cultural de cada sociedad en torno a la sexualidad, se forman y se estructuran las personas, los géneros y sus relaciO'Tll!s. Con base en el desideratum se construyen los contenidos del deber ser hombre y del deber ser mujer, del desear ser hombre y del desear ser mujer, del poder ser homlTre y del poder ser mujer. Sobre la misma base se definen las formas y estructuras a que deben ceñirse las relaciO'Tll!s entre ellas y ellos. El desideratum constituye el deseo social de que los individuos sean de una manera y no de otra; al tiempo que el desideratum es culturalmente impuesto a los sujetos, cada sociedad logra que lo hagan suyo, como impulso y como deseo, las personas, los sujetos genéricos y las instituciones inventadas en el desideratum mismo". 8 Celia Amorós ( 1 990: 1 1 ) plantea que "desde este punto de vista, lo que hemos llamado 'pactos seriales' , correspondería al grado de tensión sintética menor; son los más laxos, y la misoginia que les es correlativa, se expresa como violencia en forma de exclusión de las mujeres no especialmente represiva: es más bien, como tuvimos ocasión de ver, un 'no tener en cuenta' constituyendo el topos de 'lo-no­ pensado' . Pero, en determinadas circunstancias -relacionadas, sobre todo, con relevos históricos del poder patriarcal: conflictos generacionales fuertes, situaciones revolucionarias-- estos pactos pueden perder fluidez y estrechar sus mallas: nos encontramos, entonces, ante lo que Sartre ha llamado 'el grupo juramentado' . n 9 Teresa de Lauretis ( 1992: 93 y 96) señala que "la noción de proyección sugiere un proceso, en mar­ cha pero discontinuo, de percepción-representación-significación (quiero llamarlo 'creación de imáge­ nes' ) que ni es lingüístico (discreto, lineal, sintagmático, o arbitrario) , ni icónico (analógico, paradig­ mático, o motivado) , sino ambas cosas a la vez, o quizás ninguna de ellas. Y en ese proceso de creación, de imágenes se ven envueltos diferentes códigos y modalidades de producción semiótica, y entre ellas, la producción semiótica de la diferencia [ . . . ] . La noción de proyección y el puente teórico que establece entre la percepción y la significación supone, más que una oposición, una interacción compleja y una implicación mutua entre las esferas de la subjetividad y la sociabilidad. Podría servir de modelo, o al

SOCIALIZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES

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finen . El juego, corno práctica cultural, relación social e institución política, está contenido y significado por una serie de pactos seriales de y para los hombres, en los que las mujeres, desde la exclusión/subordinación, forman parte de los objetos que se negocian en calidad de acompañantes. Para ellos, el juego, por su condición genérica y representación política, se ha constituido corno uno de los principales ejes estructuradores del orden sociocultural de las identidades y subjetividades, aso­ ciados principalmente con lo masculino y con los hombres. En la conjunción de la adaptación , la inclusión, la asunción genérica de los pape­ les y la aceptación de los valores políticos de la socialización, los jóvenes interactúan y objetivan, consciente e inconscientemente, una serie de actos en el mateo de estos pactos: ya sea eligiendo a una de las personajas de los juegos de pelea para, en el combate contra sus oponentes, reales y virtuales, apropiarse de su cuerpo y sexua­ lidad simbolizadas en sus destrezas marciales y concentración de poderes morta­ les; yendo con su pareja para demostrarle, entre lucimientos y manifestaciones de afecto, la calidad que se tiene corno videojugador; compitiendo con las jóvenes que también juegan y han desarrollado un alto nivel corno videojugadoras; peleando con otro joven corno una demostración de que sólo entre hombres se reconoce al par-igual con el que vale la pena jugar. É sta es una de las formas en que los jóvenes, ante la supuesta amenaza exterior que representan las jóvenes, refrendan los pactos seriales y se autoconfirrnan corno grupo juramentado. En este sentido, corno plantean Barreto y Puyana ( 1 996: 2 1 ) "la socialización es conservadora porque a través de ella se reproducen las normas, los valores, las cos­ tumbres y las profundas experiencias ligadas a la vida emocional, se forman iden­ tificaciones y se repiten conductas. Mientras el socializador socializa, reproduce su propia historia plasmada en él por sus padres y por las generaciones anteriores". En el proceso de socialización, los jóvenes, al refrendar los pactos seriales y autocon­ firmarse corno grupo juramentado, perciben, representan y significan la creación de sus imágenes. É stas están envueltas en un discurso de códigos semióticos que los identifica y diferencia genéricamente corno hombres, y etariarnente corno jóvenes que socializan e interactúan en los cronotopos de género, con lo cual proyectan la complejidad iconológica y su significado de ser Hombre de juego, en el entrecru­ zamiento de las esferas de la subjetividad y la sociabilidad. Así, se conforma la expe­ riencia virtual en la cultura visual digital de las imágenes de los videojuegos, con las cuales los jóvenes asocian aquellos atributos y mandatos genéricos masculinos con los que se identifican, se mimetizan y se virtualizan, en la mediación y proyección identitaria, subjetiva y sexual de su realidad social. En esta experiencia simbólica de percepción , representación y significación de las imágenes, la interactividad es una de las prácticas que gustan mucho a los jó­ venes, sobre todo con los videojuegos porque pueden decidir sobre la historia del juego. Dependiendo de la ruta seguida, la estrategia tornada y la jugada realizada, menos de concepto guía para comprender las relaciones de la creación de imágenes, la forma en que el cine articula las imágenes con los significados, así como su papel en la mediación, la asociación o la proyección de lo social en lo subjetivo".

FERNANDO HUERTA ROJAS

se determina el desarrollo y se completa o no la historia del juego. Aunque algunos jóvenes señalan que en las videosalas no siempre existen videojuegos en los que puedan incidir completamente, el hecho de tener la oportunidad de hacerlo, es una de las formas de interactividad que les permite desplegar habilidades adqui­ ridas a través de su contacto y relación con la tecnología multimedia, como lo es Internet. Por ello, la codificación digital de las imágenes de los videojuegos es la condición de posibilidad de la simulación (A. Gálvez y F. Tirado, 2006) . Los jóvenes codifican, en el juego y manejo de las máquinas, su condición genérica y juvenil en la apro­ piación visual digitalizada de los personajes y entornos virtuales, significados por los mandatos y atributos masculinos. Esta codificación es fluida y vertiginosa, debido al dinamismo con que los jóvenes navegan y se desplazan en el ciberespacio de las videosalas. Estas formas de codificación son importantes porque posibilitan la simu­ lación, que es una de las características de la virtualidad del juego. En la acción del juego, los jóvenes interactúan en el ciberespacio de los esce­ narios de los videojuegos con representantes virtuales de sí mismos, cuya forma iconográfica es mediada por los personajes, los vehículos, las armas y el respectivo manejo que hacen a través de los controles de las máquinas. Este representante virtual de sí mismos, es significado por la condición genérica y situación vital de cada videojugador, es decir, es un sí mismo de hombre y joven, con características potenciadas de los mandatos y atributos masculinos dominantes de género, en la simulación del juego. Con ello, los jóvenes juegan a socializar sus identidades y subjetividades genéricas, descifrando la informática del significado de las narra­ tivas de los videojuegos, mediante las cuales se internalizan los submundos de la realidad vivida y configuran el estatus del cuerpo de conocimientos de las técni­ cas y tecnologías multimedias, con los que se simboliza el universo de los juegos virtuales. Como plantean Berger y Luckmann ( 1 986: 1 83) , "la relación del individuo con el personal socializador se carga correlativamente de 'significación ' , vale decir que los elementos socializadores asumen el carácter de los otros significantes vis-d-vis del individuo que está socializándose". Ejemplo de ello son las formas de juego y el manejo que se hacen de los videojue­ gos, cuya base se relaciona con la calidad de los conocimientos y materiales de apren­ dizaje a los que acceden (revistas especializadas de videojuegos, consulta a páginas web de Internet, chateo cotidiano, posesión de videojuegos para computadora, en­ tre otros. ) De esta forma, se observa a los jóvenes jugar y manejar las máquinas y sus accesorios, como son las armas, los balones, en el caso de los juegos de futbol, los guantes electrónicos, como en el caso de los juegos de boxeo, las patinetas, los tape­ tes para bailar, los remos para el descenso en los rápidos de los ríos, los pedales para las bicicletas, lo cual hacen, en ocasiones, en interconexión simultanea, al compartir audífonos de ipods y teléfonos celulares. La experiencia virtual de la cultura visual digital, articula la forma en que los jóvenes navegan (corporal y virtualmente por el ciberespacio) de un lugar a otro de las videosalas. Al videojugar, solos o acompañados, están navegando y sumergiéndo-

SOCIALIZACIÓN GENÉRICA DE LOS JÓVENES

se en la mimesis10 con su personaje, peleando, disparando armas, viajando en autos, camiones, vagonetas, motocicletas y acuamotos que transitan a grandes velocida­ des por distintos caminos y escenarios urbanos, campestres, tropicales y marinos del mundo; boxeando contra un contrincante virtual, descendiendo por diferentes escenarios naturales o urbanos en patinetas, skies, lanchas con remos o bicicletas. Este proceso de la socialización e interacción genérica de los jóvenes, compren­ de, también, un proceso de enajenación de su condición masculina mediante la seducción de las imágenes digitalizadas de los videojuegos, las cuales son una forma de apropiación de la representación de la realidad de un mundo jerárquicamente escenificado. Los jóvenes son seducidos por estas imágenes, mediante las cuales aprehenden el orden genérico dominante, socializan e internalizan los contenidos de los mandatos y atributos culturales masculinos, con los que expresan, en la prác­ tica del juego la violencia de género, el éxito, el poder del triunfo y la gloria de la trascendencia que como videojugador les ofrecen los juegos virtuales, así como de la disponibilidad del tiempo y del espacio para hacerlo. Es en la simulación hechice­ ra del juego donde los jóvenes representan su condición genérica mediante la apro­ piación e identificación con las imágenes digitalizadas de sus personajes favoritos. Esta mimesis entre jugadores y personajes es la consideración de la imagen como forma simbólica de conocimiento e identidad Qiménez, 2004) , lo cual constituye uno de los hilos conductores de las formas del juego en que los jóvenes se inmergen en el mundo de los juegos virtuales, configuran su experiencia cyborg y se confor­ man como grupo juramentado. La apropiación de esas imágenes y sus representaciones, tanto las personales, como las de los personajes de los juegos, constituyen la simulación hechicera de la cultura visual digital de la experiencia virtual del juego. Por ello, el juego virtual es un proceso de animación de la condición genérica de los hombres que tiene en los videojuegos toda una cultura visual que digitaliza, en las imágenes, las subjetivi­ dades, las identidades y las sexualidades de quienes los juegan. Se trata de una ins'º En relación con la mimesis, retomo lo planteado por José Jiménez (2004: 68-69) , quien hace re­ ferencia al proceso de la mimesis enfocado a la invención cultural del arte, siendo éste el objeto de su libro. El autor considera la mimesis como un proceso, más que de imitación, de representación y de producción de imágenes, que en el caso que nos ocupa, tiene que ver con la producción de las imágenes de las representaciones de género hegemónicas y dominantes que la sociedad produce, y los hombres aprehendemos, intemalizamos y nos apropiamos como la forma simbólica de visualizamos e interpretar­ nos en nuestra condición y situación vital de género, históricamente determinadas. Es ahí donde centro la atención. KEn último término, lo que mimesis expresa en su sentido más profundo es la idea de repre. sentación, a la vez dinámica y performativa y objetiva o material, la idea de producción de imágenes. De este modo, la categoría mimesis, que para los griegos de la época clásica servía para comprender la similitud y el parentesco de toda una serie de actividades que hoy nosotros llamamos artes [ . . . ] independiente­ mente de sus distintos soportes y procedimientos expresivos, indica mejor que ningún otro término la cristalización de la emancipación formal de la imagen, lo que he llamado arte [ . . . ] . A pesar de su postura rigurosa, que le convierte en el gran adversario de sus peligros, en Platón se establece de modo explícito esa identificación de la mimesis con la producción de imágenes, que constituye la clave de toda la cuestión, de lo que implica la invención cultural del arte. Quiero resaltar dos aspectos: [uno] mimesis es producción o realización (poíesis) , pero no de entidades materiales, sino de apariencias, de imágenes; [otro] , la mime­ sisno supone producir objetos reales, sino tan sólo sus imágenes [es] como una demiurgia de las imágenes".

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cripción gráfica en relación estrecha y dinámica con el espectáculo y contenido de los videojuegos, una forma de continuidad de los avances tecnológicos digitalizados de la animación iconográfica de los hombres y sus masculinidades: proyección de imágenes, inmersión en la animación de la historia y narrativa del juego, represen­ tación de la condición genérica, social, cultural, política, económica y etaria que conforman las culturas juveniles. Esto forma parte de la experiencia inmersiva (Ryan , 2004) que viven los jóvenes en la acción del juego. Esta experiencia comprende la certeza de los videojugado­ res para inmerger en los escenarios del juego virtual, la transposición mental y la proyección corporal en los mundos posibles de la ficción . La experiencia inmersi­ va de los jóvenes, tiene que ver con la forma en que los videojuegos ofrecen ser un mundo textual en el que se articula el dominio semántico ( "conjunto de significa­ dos no numerables, de límites borrosos y a veces caóticos proyectados por o leídos en", p. 1 1 7) en el que los significados constituyen una totalidad semejante a una red activa de relaciones que comprende diferentes cosas entrelazadas. En este sentido, el juego virtual es la representación de la socialización genérica de los jóvenes y de las formas de interacción de los mandatos y atributos masculinos, que se expresan de forma contradictoria, entre la aceptación del modelo genérico dominante, y críticas a algunos de éstos. De ahí que el juego virtual sea la recreación del diseño vertiginoso de estilos y estéticas, de formas de jugabilidad de los videoju­ gadores, cuyas interfases navegan en y por los escenarios virtuales. Por ello, los videojuegos, con sus contenidos, estructura, información , escena­ rios, personajes y jugabilidad, constituyen la experiencia de la vida en la pantalla. Ésta, a su vez, conforma la experiencia de digitalización de la cultura y sus formas de vida (Turkle, 1 997) . Desde esta perspectiva, jugar los videojuegos es una forma de socializar, digitalmente, la condición genérica de los jóvenes y de conformar la experiencia cyborg. Su socialización la ubican desde la pantalla y la hacen virtual al inmergerse y proyectar las imágenes de los personajes, vehículos y escenarios que manejan desde los controles de las máquinas. De esta forma, digitalizan sus iconografias de hombres jóvenes que hacen na­ vegar por el ciberespacio de las salas de los videojuegos, al asumir la agonalidad confrontativa del juego. El tiempo y el espacio están en la pantalla, constituyen el escenario subjetivo, identitario y sexual de la digitalización cultural como los jóve­ nes socializan los mandatos de género masculinos. La experiencia del juego en la pantalla de los videojuegos es un proceso de apropiación simulada mediante el cual los jóvenes conjugan, compleja y contradictoriamente, el simulacro del juego con las realidades de género que objetiva la vida de cada uno de ellos.

DESCONECTÁN DOSE DEL MUNDO DE LOS JUEGOS VIRTUALES, SIN SALIR DE ELLOS

Con base en la práctica de la socialización de género que experimentan los jóvenes en las salas de los videojuegos, podemos ir conociendo, analizando y explicando

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algunos aspectos que conforman y constituyen su condición genérica, así como el proceso como van internalizando el conjunto de aprendizajes de los mandatos y atributos dominantes masculinos que los va integrando como grupo juramentado. Por ello, la socialización genérica de los jóvenes es juramentada porque el juego es un proyecto de sí mismo, en tanto elaboración cultural definida por la propia condición genérica dominante de los hombres, cuyo paradigma explicativo es el HOMBRE.

Los hombres juegan a ser hombres, a divertirse como hombres, a rivalizar, triun­ far y perder como hombres, a desplegar conocimientos, habilidades, destrezas, ap­ titudes, como hombres. Como práctica cultural y relación social, el juego es una de las expresiones del proyecto de sí mismo de los hombres por lo que son como hombres. Por ser un proyecto de sí mismo de los hombres, en el juego, los jóvenes despliegan, en conjunción, los mandatos y atributos de género masculinos y de ju­ ventud en prácticas sustentadas en los juegos virtuales. En este sentido, los videojuegos, en tanto que parte de los juegos virtuales, del ciberespacio y proyecto en sí mismo del grupo juramentado, no tienen un principio ni fin, siempre se juegan , de ahí que la socialización e interacción de género de los jóvenes, sean el ahí es de su existencia misma y de la experiencia cyborg. La jugabili­ dad de los videojuegos articula, en el simulacro, los signos de la vida real con los de la vida virtual, de ahí que las mentalidades, las concepciones, las convenciones cul­ turales y los significados que tienen los jóvenes acerca de lo que son y deben ser los hombres y los jóvenes se potencian, se dinamizan, tanto para reafirmar el modelo genérico dominante de masculinidad como para acercar la posibilidad de cambiar algunos de sus contenidos.

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HABITANDO EN RED: LA CIBERCULTURA LÉ SBICA GISELA PÉREZ SANTANA*

INTRODUCCI Ó N

En las dos últimas décadas se habla de que se ha constituido un nuevo paradigma tecnológico que denominamos informacional, y que representa una divisoria histó­ rica tan importante como la que constituyó la Revolución industrial. Mientras que muchas personas aún no habíamos dado nuestros primeros pasos en la Red, Rhein­ hold -uno de los pioneros en los planteamientos sobre la comunidad virtual-, ya plasmaba la irrupción de las nuevas tecnologías de la comunicación en la vida social con estas palabras: "pronto descubrí que yo era el público el intérprete y el guionis­ ta Una subcultura crecía al otro lado del conector de mi teléfono y me incitaba a ayudar a crear algo nuevo" ( 1 996: 1 6) . Actualmente Internet se ha convertido en una inmensa red de información en constante crecimiento debido a que cualquier persona con acceso a un ordenador y desde cualquier punto del planeta, puede añadir o rehacer sus contenidos, haciendo posible acercarse a través de la navega­ ción, a múltiples pequeños mundos online a golpe (o click) de ratón. El presente trabajo es fruto del interés por abordar las prácticas de apropiación del espacio público de la Red, por parte de sujetos que al vivir una vida al margen de las categorías genérico-sexuales normativas, han sido invisibilizadas y excluidas de la vida social. Mujeres cuyas trayectorias vitales se trazan sobre caminos de des­ igualdades y discriminaciones múltiples por el hecho de ser sexual y culturalmente "lesbianas"; pero que precisamente por ello, forjan redes y resistencias. Para ello, nos adentramos en el ciberespacio y en los Estudios sobre la Red y la Cibercultura, desde dónde extraer reflexiones que abarcan la reformulación cultural que el te­ rritorio virtual está generando. Un entorno donde diversos colectivos encuentran y construyen su espacio social de encuentro, con la paradoja de situarse en un medio de comunicación habitado que ejerce, con aspecto virtual, de ágora y zoco. . . .

NAVEGAR/HABITAR EL CIBERESPACIO

El "territorio", como concepto antropológico, se ha entendido como el espacio donde ocurren las relaciones socioculturales, donde se tiene en cuenta el núcleo habitado, pero también el entorno donde la vida comunitaria transcurre (Ruiz, * Universidad de Granada.

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2004) ; entendiendo que las relaciones sociales imprimen al territorio un carácter subjetivo, ideológico, simbólico, que lo llenan de significados. Esto explica el inte­ rés de la etnografia en la vinculación a un territorio fisico de fronteras definidas y comunidades "cerradas", como espacios donde se tuviesen al alcance las relaciones de todos los individuos y, por lo tanto, la comprensión de toda la actividad social y cultural. En las últimas décadas, la generalización de la antropología urbana ha puesto en evidencia las dificultades que para las investigaciones etnográficas supo­ nen las sociedades complejas donde los límites fisico-sociales se han difuminado. Los Estudios de la Cibercultura, de los cuales se puede hablar según Silver (en Rueda, 2008) de tres estadios o generaciones de estudios cuya consolidación se produce en los años noventa, han abierto un campo de investigación con infini­ dad de líneas de trabajo como la teleducación , la simulación, la hipertextualidad, el activismo hacker, las net-art, etc. Desde estos enfoques ciberculturales, la concep­ ción de espacio queda alejada de lo que se ha reconocido tradicionalmente con este nombre, motivo por el cual algunos críticos hablan de una desterritorializa­ ción producida por la realidad virtual, ya que la localización geográfica y el cuer­ po material, dejan de ser elementos necesarios y determinantes de la sociabilidad, y se elimina así la necesidad de compartir territorio fisico y comparecer cara a cara ante nuestro interlocutor. De ninguna manera este hecho significa que el concepto de "espacio" haya per­ dido relevancia en la interpretación de la Red, puesto que el ciberespacio es ante todo un espacio socioculturalizado caracterizado por la maleabilidad de los conte­ nidos sociales, y por la flexibilidad de los vínculos sociales; "un ciberespacio que tan sólo existe en tanto que hay quien lo habite/ ocupe" ( Mayans, 2002: 240) . Esta reali­ dad virtual se hace posible a través de la inmaterialidad fisica que permite un tráfico de sociabilidades y juegos identitarios, liberados de muchas de las barreras que la distancia o el cuerpo han impuesto tradicionalmente sobre la sociabilidad humana. Por ello, las transformaciones históricas que se están produciendo, no se limitan a los ámbitos tecnológico y económico, ya que en un sistema interdependiente de relaciones sociales, afectan a la cultura, la comunicación y las instituciones políticas. Levis expone (2005: 12) que "la red cuyos primeros nodos empezaron a funcionar en 1969 con fines exclusivamente científico-militares, sus usos derivaron pronto hacia la comunicación interpersonal y las actividades de ocio", así como a un uso académico por parte de las universidades. Desde hace más de 20 años, diferentes servicios tele­ máticos permiten que personas situadas en distintos lugares del mundo intercambien mensajes de todo tipo a través de Internet. Este hecho supone un cambio radical, debido a su utilización como herramienta para comunicación interpersonal y las acti­ vidades de ocio, que ha conllevado a que hoy en día Internet haya pasado a ocupar el estatus de las "plazas" como espacios abiertos para el encuentro e intercambio, donde hay cabida para todo en sus diferentes formas. Plazas sin territorio fisico, cuyos usos van conformando su espacio simbólico a través del tiempo, y mediante las prácticas de las (os) usuarias (os) . Debido a este impacto en la cultura, por parte de las Tecnologías de la Infor· mación y Comunicación (TIC) , Cibercultura surge como un concepto que engloba

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todo lo que sea movimiento, evolución y cultura de los mundos-red, creada entre quienes navegamos a través de las pantallas de nuestros ordenadores. En defini­ úva, hablamos de un nuevo territorio para la socialización, novedoso porque la virtualidad posibilita unas estructuras de tiempo simultáneas e instantáneas, la in­ terconexión de la información, y el constante estado de flujos de sus espacios. Ca­ racterísticas según Gubern ( 1 999: 1 42) que ofrecen ventajas para la comunicación sentimental y resultan ideales para las personas tímidas, solitarias, y quienes viven en zonas despobladas. Puesto que además, habitar el territorio descorporeizado del ciberespacio, supone la posibilidad de escoger quiénes queremos ser, teniendo la opción de mostrar cómo somos, construir "nuestra" personalidad, liberar una parte de nosotras { os) , o ser anónimas ( os) e invisibles. La cibercultura se conforma por lo tanto, a partir de lo que Levis (2005: 27) define como un gran baile de máscaras donde millones de personas, disfrazados con los más diversos trajes, intercambian compañía, interpretan roles, dan rienda suelta a identidades desconocidas o negadas, y construyen con sus fantasías, una realidad (de ficción ) a través de la desinhibición que proporcionan el teclado y la pantalla. Así, no es de extrañar que el uso de Internet se haya convertido en una práctica social cada vez más presente en la cotidianeidad, pues como muestran di­ versas investigaciones que han aplicado el método antropológico al análisis de los entornos y contextos virtuales (Mayans, 2002; Hine, 2004; Ardévol y Grau, 2005; Gil y Vall-llovera, 2006) , Internet puede ser objeto de estudio en sí misma como cultura y como artefacto cultural teniendo en cuenta que los entornos virtuales de interacción, constituyen espacios idóneos para la conformación de comunidades e identidades colectivas (Generelo, Pichardo y Galofré, 2008: 99-100) . Pisani y Piotet (2009: 10, 14) hablan de "alquimia de las multitudes" y "webactores" en relación con la aventura colectiva que supuso el despliegue de la web 2.0, en la que los usuarios actuales no se contentan con navegar, sino que son los protagonistas de Internet al proponer servicios, implicarse y generar la mayor parte del contenido de la web. En relación a la reconceptualización a través de las innovaciones posibles de este espacio, hablo de navegado/habitado, aunque Gubern años atrás defendie­ se (1996: 1 66-1 68) que "el ciberespacio no existe para ser habitado, sino para ser recorrido como un espacio transitorio y efimero, donde el sujeto se desplaza con su escenario a cuestas". Desde los flujos y conexiones que generan redes en la Red, y teniendo en cuenta que la realidad virtual nos posiciona ante sujetos online y ofjline, la etnografia puede servir para profundizar en las nuevas prácticas y dinámicas que la tecnología va adquiriendo en las culturas que la alojan, y las resignificaciones que a su vez se van produciendo en éstas. Como por ejemplo los lenguajes y códigos que los habitantes/navegantes del ciberespacio generan y que progresivamente se van trasladando fuera del entorno virtual, o los nuevos estilos de vida y sociabilidades que tanto nativos digita/,es 1 -haciendo referencia a las generaciones que van nacien­ do en la era de Internet e incorporan los avances de última generación con gran 1 Véase M. Prenski (200 1 ) "Digital Natives and Digital Inmigrants", On the Horiz.on ( NCB) núm. 5, vol. ,

9, octubre, University Press, en Rueda (2008: 1 7) .

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facilidad-, como inmigrantes digitales -las generaciones que nos incorporamos pro­ gresivamente a los cambios tecnológicos-- estamos construyendo. Las nuevas formas de concebir y vivir el mundo-red producidas por la tecnología digital están creando espacios sociales inéditos de relación caracterizados por la deslocalización. Una de las posibilidades que ha concebido la Red y que más se ha generalizado, ha sido el contactar con personas desconocidas a lo largo y ancho del planeta, lo que se conoce como "relaciones mediadas por ordenador". Esta ne­ cesidad de establecer contactos online, según Rosalía Winocur ( 200 1 : 89) se puede entender como "la recuperación ilusoria de los lazos comunitarios, en un formato light que integre pero no amarre, que escuche pero no juzge, que brinde sentido de pertenencia pero que no castigue ni margine a quien escoge salirse, por lo que se presenta como manifestación explícita e implícita del deseo individual y grupal de lograr una mayor tolerancia y reconocimiento de las diferencias". Por ello, esta au­ tora defiende que la importancia fundamental de estas redes y contactos virtuales se basa en la proyección y validación de las necesidades de sus miembros, en muchos casos, minorías o sujetos considerados desviados o problemáticos en sus ámbitos de pertenencia. Para Gil y Vall-llovera ( 2006: 23) "estas voces no escuchadas pertene­ cen a quienes están sometidas a categorías como joven, mujer, inmigrantes, gente mayor, homosexual, etc. Grupos de población que supuestamente se mueven en los márgenes de la sociedad, aunque tal vez sean en sí mismas sociedades diferen­ tes que no participen en la definición de la sociedad dominante, que no pueden definir objetivos ni celebrar logros, que no pueden participar de la elaboración del pensamientos colectivo porque cuando hablan, hay quien solamente oye un ruido".

IDENTIDADES DISIDENTES ONUNE

A través de millones de World Wide Webs, Internet se ha convertido en un gigantes­ co árbol de subculturas, donde sus navegantes crean comunidades a los márgenes de las comunidades tradicionales y sus vínculos familiares y espaciales. Subgrupos sociales, que a partir de intereses comunes de cualquier tipo, desarrollan un vínculo relacional y un sentido de pertenencia a través de la comunicación virtual, permi­ tiendo "todo un abanico de posibilidades de intercambio entre personas que fisi­ camente nunca llegarán a verse, pero que con un simple clic se pueden desplazar virtualmente al otro lado del globo y entablar comunicación con otros" (Corbacho y Pérez, 2006: 1 ) . En definitiva, el ciberespacio está constituyendo hamtaciones jmr pias para grandes "minorías" que han quedado excluidas e invisibilizadas. Parte de esta realidad, como ha mostrado el trabajo coordinado por Generelo, Pichardo y Galofré,2 se ha convertido en un mecanismo de homosociabilidad, donde se hace patente las disconformidades relativas al poder normativo y los conflictos personales 2 Véase Generelo, Jesús; Pichardo, José Ignacio y Galofré, Guillem ( 2008 ) , Adolesancia y sexualidadts minoritarias: voces desde ÚJ exclusión, Alcalá la Real Qaén) : Alcalá Grupo Editorial.

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que atraviesan cotidianamente las personas lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. Mirando retrospectivamente, la construcción de las identidades y prácticas sexua­ les, tanto la perversión sexual, el sadomasoquismo, la pederastia, etc., como la pro­ pia heterosexualidad normativa, son según Guasch (2005: 23) "inventos psiquiátri­ cos del siglo XIX, artefactos culturales que nacen en el contexto político y económico de la Revolución industrial". Por ello, el significado de homosexualidad nace social y médicamente a partir de dicha categorización, pasando de ser una práctica constata­ da (García, 1 98 1 ; Lizarraga, 2003) a una patología que definía a una nueva clase de sujetos que debían ser curados y controlados. Desde entonces, esta terminología se ha utilizado indiferentemente para etiquetar tanto a hombres como a mujeres que vivían -- pretendían vivir- su sexualidad con personas de su mismo sexo, hecho que ha supuesto situar realidades tremendamente diversas bajo un mismo código. La estigmatización y marginalidad generada por la heteronormatividad sobre la población homosexual, hace que al igual que ocurre con otros colectivos en exclu­ sión, se creen espacios y estrategias de resistencia a la opresión. Por ejemplo, a través de códigos lingüísticos propios para cubrir la necesidad de relacionarse, auto-reco­ nocerse e identificarse con sus iguales, como muestran los trabajos de Pereda (2004) y Rodríguez (2008) . En estos procesos, personales y colectivos, los Movimiento de Li­ beración Sexual han realizado una labor fundamental, tanto en su función de reivin­ dicación por el reconocimiento de derechos sexuales para su población, como en la creación de espacios de libertad y encuentro, a los que se suman los espacios de ocio conocidos como de "ambiente", espacios que confieren un sentido de pertenencia y producen el fortalecimiento de la propia identidad. Se puede afirmar por lo tanto que, Activismo, Ambiente y Annario han sido los territorios de liberación/reclusión habitados por la población LGTB. Terrenos de resistencia y visibilización que siguen vigentes, pero que a su vez han pasado a ocupar un estatus virtual. Los procesos de globalización tecnológica, han jugado un papel esencial para los movimientos sociales, puesto que la capacidad de autoorganización y las posibilida­ des de establecer una comunicación horizontal, se han diversificado con el uso de Internet al favorecer el intercambio de información de manera rápida y económica. Desde los movimientos sociales además de apropiarse de estas facilidades de la Red, según afirma Castells (en Pascual, 2006: 1 63) "están surgiendo debates profundos para encontrar formas de resistencia no violentas y que innoven, y consecuencia de estos cambios es que la utilización de Internet como forma de protesta virtual y la intervención mediática, sean cada vez más importantes que la ocupación fisica del espacio". En este sentido, el ciberespacio como área motor para la acción de la co­ munidad LGTB y el cambio político que ésta promulga, ha propiciado la creación de un verdadero movimiento global de liberación sexual, en el que el discurso de los derechos humanos ha sido lenguaje común y vía eficiente para promover el c ambio cultural necesario en lo que atañe a las situaciones de desprotección e injusticia de dicha comunidad. Permitiendo de este modo, compartir estrategias, acciones y marcos de transformación que se adapten a la diversidad de los contextos locales. Es sabido que en la última década se ha hecho efectiva la consecución de cambios legislativos que están siendo claves en lo que concierne a los derechos humanos

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de la población LGTB. Estos logros producidos en algunos países han demostrado repercutir a nivel internacional al instaurarse como modélicos en la lucha por la no discriminación. Pioneros en estos avances legislativos son Holanda y Bélgica, que reconocieron el matrimonio entre personas del mismo sexo en 200 1 y 2003 respec­ tivamente. Dos años después se haría también posible en Canadá y en España; en 2006 en Sudáfrica, y recientemente, en mayo de 201 0, Portugal también ha hecho efectiva la ampliación de derechos. En cada uno de estos países este reconocimiento ha constituido un hito histórico que hace justicia a una demanda social, al mismo tiempo que se convierte en un motor que alienta, desde las esferas políticas a la so­ ciedad civil, al apoyo de iniciativas en pro del reconocimiento de los derechos huma­ nos de las identidades disidentes y de la limpieza religioso-moral de las legislaciones, en países donde las violaciones de los derechos sexuales se hacen más patentes. Por otro lado, según datos ofrecidos por la ILGA (Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales) , la homosexualidad continúa siendo ilegal en 76 países, y en cinco de ellos se procede a su castigo con pena de muerte. Centrando ahora nuestra mirada en los países latinoamericanos, estas modifica­ ciones nos llevan a un amplio abanico de realidades que van desde países que no han legislado la prohibición de discriminación por orientación sexual, al reconoci­ miento del matrimonio entre personas del mismo sexo. Procesos político-sociales de consecución de derechos, con un largo camino de reivindicación por parte de los movimientos LGBTITI. 3 Entre estos avances destaca Uruguay como el primer país lati­ noamericano que desde 2007 reconoce la Unión Civil nombrada como Unión Con­ cubinaria, para quienes acreditasen una relación de al menos cinco años -mismo año que en Nicaragua se derogaba el artículo 204 del Código Civil que castigaba con tres años de cárcel la sodomía, entendida por los legisladores como homosexuali­ dad-. Por otro lado, Argentina consigue en julio de 20 10, ser el primero en avalar el matrimonio entre personas del mismo sexo, dando consecución al reconocimiento de Unión Civil que se había producido progresivamente en las ciudades de Buenos Aires, Río Negro y Carlos Paz (2002, 2003 y 2007 respectivamente) . Y la ciudad Méxi­ co, primera capital latinoamericana en celebrar matrimonios desde marzo de 20 10, ejemplo que es apoyado por el estado de Quintana Roo, México en el año 20 12. A pesar de estos cambios legislativos en algunos países y ciudades que favorecen la igualdad y la no discriminación,4 la realidad social no ha variado tanto como ' Las siglas que se utilizaban internacionalmente hasta hace unos años eran LGTB. En España la ma­ yoría de los grupos que componen el Movimiento se continúan autodenominando así. En cambio, en el contexto mexicano se está utilizando Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales, Travestis, Transgéneros e Intersexuales ya que a medida que se reconoce la diversidad, se hacen visibles nuevas discriminaciones múltiples, y el deseo de nombrarse crea nuevas categorías identitarias. Considero que aunque se nombran y por lo tanto visibilizan, puede conllevar al error de mostrar con un mismo análisis realidades muy dife­ rentes, corno ya ha ocurrido para el caso LGTB. Siendo consciente de ello, opto por usar LGBTITI por re­ cordar la gran diversidad existente que ofrece resistencias ante la imposición de identidades normativas. 4 Algunos ejemplos son la ciudad de Buenos Aires que cuenta desde 2008 con un plan de políticas públicas específicas para erradicar la discriminación por orientación sexual e identidad de género, y ga­ rantizar el pleno acceso a los derechos de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Mientras que en el Distrito Federal (México) se iniciaron en 2001 políticas a favor de la población homosexual,

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a veces nuestros espejismos nos hacen creer, puesto que las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales continúan sufriendo la violencia expresada en los diferentes espacios de la vida social. Una violencia que aún se promociona desde algunos discursos científicos y religiosos, y que prolongan la consideración de la homosexualidad como perversión sexual con tratamientos posibles para redirigir su desvío. Una violencia que comienza en forma de insulto con términos peyorativos y ofensivos, que agrede, silencia, excluye e impide alcanzar la normalización, pero que también se convierte en violencia fisica y muerte. Todo ello, debido a que el estigma que aún prevalece sobre las expresiones sexuales alternativas, imposibili­ ta que se reconozca a las personas independientemente de sus deseos afectivos y sexuales, relegándolos a habitar en entornos hostiles, donde su autoestima queda dañada por la imposibilidad de establecer modelos de vida positivos. La ausencia de espacios sociales normalizados, negados e incómodos para la población LGBTITI, ha promovido que con el auge de Internet las identidades di­ sidentes se muestren y ocupen el ciberespacio. En un paseo por la red, podemos encontrar desde páginas web de asociaciones y federaciones LGBTITI, con sus co­ rrespondientes materiales de sensibilización, programa de actividades, etc . ; a por­ tales de revistas y agencias de noticias sobre diversidad sexual como es el caso de , y ; webs de contactos como ; programas de radio online como , y un largo etcétera. Pero la mayoría de estos espacios, aunque mixtos, muestran la realidad de lo que se vende y visibiliza como homosexualidad, donde el propio mundo "gay", ha dejado en un segundo plano a las lesbianas.

NO-LUGARES LÉSBICOS

Para entender la invisibilización de las lesbianas tanto en el mundo "gay" como en la heterorrealidad, necesitamos preguntarnos cómo ha sido construido el sujeto lésbico y en qué maneras se manifiesta la estructura discursiva del heterosexismo patriarcal en los cuerpos y vidas de las mujeres lesbianas. Para ello, retomamos las formulaciones teóricas que parten del cuestionamiento de la heterosexualidad, que el feminismo lesbiano avanzó desde la década de los setenta. Un planteamien­ to radical, que a pesar de convertirse en base conceptual tanto del Movimiento Feminista como del de Liberación Sexual, queda posteriormente excluido de las voces de unas y silenciado por el "orgullo" de los otros. Unos discursos que a su vez,

prohibiendo la discriminación por orientación sexual, añadiendo en 2006 la aprobación de la Ley tú Sociedades tú Convivencia que permitía el reconocimiento legal de la unión civil entre homosexuales. En el caso de Nicaragua, trns derogación del casúgo por sodomía, se nombra en el año 2009 a la primera Procuradora Especial para la Diversidad Sexual, con el objeto de fiscalizar, promover y defender los derechos de las personas gays, lesbianas, transexuales y bisexuales.

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se retroalimentan en las propuestas que afloran desde la antropología feminista, aportando con ello interrogantes que reconceptualizan la disciplina antropológica. De esta manera, comenzando por ofrecer apuntes para cuestionar las desigualda­ des adscritas a diferencias construidas, estas apuestas evidencian el trasfondo de las dicotomías sexo/género, naturaleza/cultura, a través de trabajos etnográficos que lidian con los cánones que encorsetan los naturalizados marcos normativos. La naturalización y diferenciación sexo-genérica de los cuerpos, ha ejercido de pilar sobre el que se ha fundamentado y fortalecido el sistema patriarcal a lo largo de nuestra historia. Una diferenciación que se justifica con la creación de una ima­ gen naturalizada de las mujeres, como seres inferiores y dependientes del hombre, y que instaura en el parentesco la base de la organización social para el control y protección de estas "débiles". Para Camargo y Pérez ( 2005: 20) estas "imágenes edificadas por mitos, creencias y construcciones imaginarias, son reforzadas social­ mente hasta convertirse primero en consignas y luego en condenas". En este entra­ mado anclaje, el papel cultural asignado a la sexualidad ha sido clave puesto que al nombrarlo como terreno exclusivamente dominado por los deseos y placeres masculinos, se convertía en herramienta de control del destino y el cuerpo de las mujeres. Desde la dominación masculina se reconoce el papel imprescindible de la mujer, motivo por el que se define la capacidad reproductiva como la única habili­ dad y función de las féminas, recluyéndolas de este modo al ámbito privado y a su vez, excluyéndolas de las tareas productivas. Como veíamos al revisar la creación de la categoría "homosexual", las leyes sexuales impuestas por los tabúes religiosos desde donde condenar las relaciones desviadas, incorrectas y al margen de la sexualidad buena, normal, natural, han demostrado con creces su eficacia --conjuntamente con la mitificación del amor-, como una de las armas para ejercer el control de la sexualidad. Por lo tanto, las buenas mujeres definidas desde la identidad genérica, serían quienes asumieran los roles y tareas propias de la feminidad siendo buenas hijas, buenas esposas y buenas madres. Fuera de esta horma quedarían quienes adoptasen patrones sexualmente activos propios de la masculinidad, transgrediendo así la moralidad y el honor, y pasando a convertirse en objeto de desprecio social. Dichas prescripciones establecen los mecanismos que facilitan que desde la fa­ milia, la comunidad, y en definitiva desde la cultura, se pueda controlar con mayor facilidad la experiencia sexual de las mujeres que la de los hombres. Es por lo tanto, en este contexto en el que se construye la categoría "lesbiana" como disidencia ante la opresión de las mujeres por parte de la institución de heterosexualidad obligato­ ria. Hablamos así de un sujeto que queda restringido a un espacio de castigo, al ser nombradas como opuestas al modelo de mujer femenina y, puesto que transgreden e incumplen sus normas y deberes de género, como una amenaza para el conjunto de las mujeres. Este voraz discurso cultural, posiciona simbólicamente a las muje­ res lesbianas en lo que Alfarache define (2003: 1 63) como "no-lugares culturales donde son materialmente oprimidas y no nombradas". Por lo tanto, la definición negativamente asignada al término lesbiana, a través de su carga estigmatizadora, ha supuesto un gran lastre para todas aquellas mujeres que compartan o deseen

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compartir sus vidas con otras mujeres. La construcción y evolución del lesbianismo como identidad sexual no normati­ va, hace palpables las múltiples discriminaciones de las que han sido (y son) objeto las mujeres homosexuales. El predominio del sexismo y de la homofobia que aún impera en nuestras sociedades, ha creado un clima en el que las lesbianas corren un grave riesgo de sufrir violencia fisica y psicológica, considerando el silenciamiento e invisibilidad de la vida de estas mujeres como el más generalizado de éstos, tanto en la comunidad, como en el hogar. Un silenciamiento que se torna cotidianamente palpable, pues cierto es que nadie debe tener la obligación de reconocerse públi­ camente como homosexual, pero cómo puede llegar a sentirse una lesbiana en su entorno laboral, cuando reiteradamente se ridiculiza lo diferente y escucha burlas, insultos y chistes sobre quienes son como ella; cuando no puede mostrar su afecto en público sin sentirse observada y(o) juzgada; si en su nuevo trabajo se organiza una comida de empresa a la que cada una de sus compañeras asistirá en compañía de su marido; o si después de años de relación de pareja, para el entorno familiar su compañera sigue siendo "la amiga". Igualmente, la gama de castigos no tan sutiles es amplia y variada, pues si miramos a un pasado aún cercano en nuestro contexto cultural, las jóvenes que revelaban su orientación sexual podían ser sometidas a di­ versos y duros tratamientos de conversión o curación para su desvíu, o por otro lado, escoger aceptar la tradición social-familiar, y casarse para cumplir "su mandato" de buena hija-esposa-madre. Pero en otros casos, la imposición cultural puede llegar aún más lejos, dando cabida a que estas mujeres puedan ser obligadas a mantener relaciones sexuales con hombres de forma reiterada y no consentida. La negación e invisibilidad social ha perpetuado el afrontamiento de estas muje­ res ante diferentes obstáculos que van desde el reconocimiento de la propia identi­ dad, a los prejuicios y trabas sociales que se generan cuando intentan manifestarse como homosexuales, donde bajo el manto de la incomprensión de la norma social, las situaciones vitales de las mujeres lesbianas han estado marcadas por el conflicto entre el deber ser genérico, y los deseos de optar por un estilo de vida como per­ sona libre y con total derecho para la deconstrucción y reconstrucción constante de su sexualidad e identidad. Viñuales plantea (2000: 59) que "los cambios que se producen en la conciencia de una categoría social estigmatizada, implican que el tiempo que puede precisar una persona hasta que se adscribe a dicha categoría es arbitrario. Para algunas personas puede ser o bien cuestión de semanas o meses, o una decisión que nunca tomaría a lo largo de su vida, o bien que sólo asumen en determinados ámbitos y ante determinadas personas". Como afirma Gimeno ( 2007: 27-28) "si la heterosexualidad fuese natural o si­ quiera beneficiosa para las mujeres, no necesitaría de los enormemente complejos mecanismos que se emplean para que las mujeres se mantengan dentro de ella a pesar de los inconvenientes que les acarrea". Así, el ocultamiento de la realidad lésbica se instaura como un mecanismo más de sustento de la heterorrealidad, ge­ nerando con ello el desconocimiento de estas realidades y la falta de referentes vá­ lidos. Teniendo en cuenta además, que la concepción hegemónica de la sexualidad establece la relación coital como única natural, y por lo tanto ésta implica al falo/

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pene como el actor de poder indispensable. En ausencia de éste, el acto sexual no se concibe como tal puesto que no se enúende que sin él, sean posibles relaciones eróúcas completas y placenteras. Todo ello, da cabida a la construcción de una imagen idealizada de la sexualidad lesbiana que se ha converúdo en objeto del deseo sexual masculino, como apunta el trabajo realizado por Paloma Ruiz sobre pomografia, sexualidad lesbiana e Internet (Platero, 2008) . Por otro lado, es importante resaltar que cuando hablamos de los territorios de liberación/reclusión de la población LGBTITI, más concretamente del ambiente como espacio de relación y socialización, tampoco ha conseguido ser un espacio seguro del cual apropiarse, sino más bien ha llevado consigo un escaso senúdo de perte­ nencia por parte de las lesbianas. Este hecho deriva de la difusión de un mundo gay consútuido como territorio para hombres, mayoritariamente jóvenes y con poder adquisiúvo medio-alto, desde donde en definiúva se entabla la contradicción de per­ petuar las formas de discriminación, incluso dentro de un colecúvo que por sus con­ ductas culturalmente desviadas, conúnúa siendo población excluida. Y por lo tanto supone la escasez de espacios de libertad, comprensión y seguridad offline, además de las dificultades ante las que las lesbianas se encuentran a la hora de acercarse a ellos, ya sea debido a las restricciones propias de los "armarios", a las condiciones geográficas, 5 o al riesgo de eúquetación social inmediata a la que están expuestas. Todo ello construye barreras que no todas las lesbianas están en condiciones de su­ perar, principalmente en los comienzos de su auto-idenificación, y en la búsqueda de las primeras tomas de contacto afecúvo-sexual con otras mujeres. El closet o armario, ha impedido la existencia visible de estas idenúdades y mo­ delos diferentes de relación de parejas, y consecuencia de esta reclusión es que no hayan podido interiorizarse como posiúvos. No poseer estos referentes, unido a la soledad y el aislamiento social, el miedo al rechazo, la falta de apoyo familiar y la baja autoaceptación que ha instaurado la heterosexualidad obligatoria, puede llevar a senúrse culpable y responsable de su propia exclusión. Asimismo, como se ha mostrado en algunos informes realizados en Estados Unidos, derivar en "proce­ sos de destrucción personal y altos índices de suicidio, principalmente durante la adolescencia, al ser ésta la etapa en la que comienza la autoconstrucción idenútaria. Por ello, Llamas y Vidarte (2000: 46) considera "que el hecho de que toda lesbiana o todo gay casi sin excepción haya pasado una temporadita viviendo en su interior, obliga a considerar el armario como una insútución opresora, promovida y contro­ lada e insúgada por la sociedad: éste es el fondo del armario, lo que el armario es en el fondo". Donde como si de un rito de paso se tratase, hay que pasar una tempo­ rada recluida/recluido, para "prepararse" a afrontar la salida del mismo y la "nueva vida". Una reclusión que supone no tener ni voz, ni vida pública, y por lo tanto, no 5 Las condiciones geográficas hacen referencia a que tanto los espacios creados por el activismo lé!r bico, como los espacios de ambiente para lesbianas, por lo general únicamente se encuentran en capitales y grandes ciudades; además, usualmente estos espacios de ocio se dirigen a un público joven. Por lo tanto, una mujer que viva en una zona rural, que no se sitúe entre los márgenes que la sociedad consi· dera como "joven", o que posea una discapacidad, tendrá que soportar una suma de exclusiones en su identidad como mujer lesbiana.

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existir. Una estrategia que ha interesado al sistema heteronormativo, puesto que si no se existe no hay reivindicación posible ni referentes válidos. Quisiera en este punto aclarar que cuando hablamos de identificación o auto­ aceptación, no significa que sea éste un proceso obligatoriamente cumplido para todas las lesbianas, pero sí bastante generalizado debido a las presiones del contexto sociocultural, en el que tal y como hemos ido analizando en el repaso de la construc­ ción del sujeto lésbico, no es deseable optar por una identidad atravesada por múl­ tiples discriminaciones y constituir una vida sentimental de silencio e invisibilidad. Y es que la existencia lesbiana, afirma Adrienne Rich ( 1 999: 1 89) , "comprende tanto la ruptura de un tabú como el rechazo hacia un mundo de vida obligatorio, y supone un ataque directo o indirecto a los derechos masculinos de acceso a las mujeres". Por ello, autoras como Monique Wittig (2005: 57) desde el lesbianismo radical, con el objetivo de liberarse de la pertenencia a la clase política "mujeres", defiende que las lesbianas no son mujeres puesto que tal definición solamente es posible en relación con el sistema heterosexual de pensamiento y con el hombre, mientras que el sujeto lésbico se construye al margen de la dependencia económica y sexual de éstos. Las tecnologías de la realidad virtual y la comunicación horizontal que éstas permiten, dejan fuera muchas de las exclusiones que impregnan nuestras vidas, aunque Rubio (2006: 1 26) nos recuerda que no significa que creen una cultura libre del sexismo tradicional, puesto que por el contrario, ejercen una representa­ ción sobre el cuerpo material y reproducen las relaciones de poder entre los sexos. En este sentido, Remedios Zafra (2007: 48) afirma que "las mujeres, exiliadas de nuestros cuerpos y del mundo real, nos vimos obligadas a entrar en la Red como inmigrantes, ya que lo hicimos percibiendo que aquel territorio no era nuestro, que estaba escrito y leído en masculino -puesto que la tecnofobia de la mujer y el analfabetismo digital femenino, tenía ya entonces mucho de mito, pero su proporción real acentuaba el sentido de extranjería-". Pero a pesar de la brecha digital, poco ha costado a las mujeres y al feminismo habitar la red y empoderarse en la realidad virtual, y así, desde hace unos años se habla del ciberfeminismo como una nueva oleada del diversificado movimiento. También las lesbianas, siempre a caballo entre los feminismos y el movimiento LGTB, han sabido apropiarse de las posibilidades de la comunicación virtual, construyendo Internet ya no sólo como refugio tras la más­ cara del anonimato, sino como herramienta de apertura, visibilidad y resistencia ante la opresión. Un espacio donde opinar y expresar libremente sus sentimientos, ventanas a un mar de opciones en el que navegar y mostrarse sin miedos. La realidad expuesta ha llevado consigo a que en los últimos años la cultura lés­ bica haya pasado a construirse habitando el ciberespacio, de manera que las lesbia­ nas han creado sus propios espacios en la red, a través de infinidad de foros, chats, blogs, MySpace y Webs, diseñados por y para lesbianas, que con sus respectivas re­ comendaciones de viaje (o hipervinculos) incitan a continuar construyendo la Red. Ciberespacios en donde se torna posible encontrar información de cine, música y literatura lésbica; series online --como es el caso de las dos primeras series lésbicas españolas y -; artícu­ los, testimonios para la reflexión, redes de contacto, información sobre derechos

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e historia del movimiento; listas de distribución, biografias de mujeres lesbianas, u orientaciones sobre redes y espacios de ocio para mujeres, como es el caso de , una web de gestión online de espacios de encuentro y ocio offiine, iniciativa que según definen sus creadoras: Nace en febrero de 2009 con el deseo de ofrecer nuevos espacios de ocio y crecimiento per­ sonal orientados a mujeres lesbianas y bisexuales. Cuyas actividades se desarrollan en España, pero están abiertas a cualquier mujer lesbiana o bisexual del mundo que desee disfrutar y compartir buenas experiencias con otras mujeres con sus mismas inquietudes. Un proyecto, en definitiva, que surge de la propia experiencia y que intenta aportar más alternativas a una nutrida comunidad que sigue siendo una gran desconocida.

Otro ejemplo son las bitácoras o weblogs, un fenómeno que se triplica a diario y que en el caso de las lesbianas supone una reflexión compartida de experiencias per­ sonales, como muestra el libro ¿De otro planeta ?. . . 6 que recoge extractos de 34 blogs escritos por lesbianas entre 2003 y 2006. Asimismo, redes sociales y comunidades vir­ tuales como la mexicana y la chilena , son algunas de las múltiples webs en las que es posible además de informarse, con­ tactar con otras mujeres a través de sus foros y canales de chats. Pero otros ejemplos son comunidades de MSN como que se han convertido en revista virtual de cultura lésbica, o webs como que actual­ mente se ha transformado en soporte real de reivindicación, motor de encuentro y referente de visibilidad, pero que nació como "canal#orlando" de IRC-hispano, un espacio chat para la comunicación de mujeres desde el armario, y que ha favorecido el en­ cuentro de cientos de mujeres a lo largo y ancho de la geografía española y latinoamericana, sirviendo a muchas mujeres como punto de partida para aceptar su lesbianismo, encontrarse a ellas mismas y a otras muchas como ellas, y a que sus vidas, en definitiva, hayan sido más plenas y felices .

Estos ciberespacios que en palabras de Elisabethjay (2007: 797) , "podrían ser vis­ tos como guetos virtuales, para las lesbianas-feministas adquieren un significado de fortalecimiento de identidades y libertad de expresión, a lo que se suma la posibi­ lidad de traspasar las fronteras locales". Mientras que Chandler plantea que la Red no sólo se emplea para publicar información, sino también para construir activa­ mente identidades, hacer y responder a la pregunta ¿quién soy? (Leung, 2008: 83) . Estos casos, por lo tanto, muestran la importante y necesaria demanda por parte de la población lésbica, de "espacios vitales afirmativos" (Alfarache, 2003: 1 55) para la construcción del yo y la vinculación con la comunidad, ya que la identificación ge­ nérica positiva para las lesbianas se relaciona con el encuentro con las semejantes ( ibid. : 229) . Pero como veíamos anteriormente, a todo ello se suma el hecho de que difícilmente alguien puede adscribirse a una identidad si no se siente identificada 6 Nuria Rita Sebastián (ed. ) (2006) , ¿De otro planeta ? Miradas c.otidianas desde el universo bWg, España, Ellas.

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con su etiqueta, lo que supone una mayor dificultad en la búsqueda de semejantes, en la construcción de la propia identidad, y en definitiva, en la resolución de los posibles conflictos identitarios. Si nos acercamos a las posibilidades que Internet puede ofrecer a través de un ciberespacio local-regional-global libre de restricciones sociales estigmatizadoras y fronteras, apreciamos las posibilidades de convertirse en un recurso esencial que incluso puede llegar a cubrir determinadas carencias y necesidades que han obliga­ do a migrar a algunas personas homosexuales (Pichardo, 2003: 293) , puesto que la interacción online mitiga el aislamiento social al que han estado sujetas las mujeres lesbianas. Para el caso de América Latina, tal y como afirma Elisabeth Jay (2007: 798-800) , el nivel de visibilidad que ha alcanzado la realidad lésbica sería imposible sin la realidad virtual, ya que los testimonios han servido de estímulo para la acción social, y para amar a pesar de la sanción social. La realidad hoy en día para muchas lesbianas, es que los armarios no han desapa­ recido, y queda aún mucho trabajo de conciencia social para que esto suceda. Pero habitar las redes digitales apropiándose de sus posibilidades comunicativas, está prcr porcionando caminos alternativos de expresión, asociación y relación en un espacio público de participación como es la Red de redes. Por lo que quizás es posible hablar de hitos, siguiendo a Del Valle ( 1 997) , en la vida de las lesbianas que han encontrado en la red esos espacios de aprendizaje e interacción social que buscaban. Las infran­ queables puertas de los armarios adquieren una nueva significación y se convierten en ventanas desde donde verbalizar y compartir las propias experiencias para el be­ neficio de la comunidad. La cibercultura lésbica de nuestro territorio virtual se ha convertido, por lo tanto, en el primer espacio habitado en el que las mujeres lesbia­ nas, sin importar el lugar del mundo del que procedan o en el que se encuentren, pueden hablar en su propio nombre y poner caras a la invisibilidad. Un espacio en incesante construcción donde sentirse libres para ejercer el control de sus cuerpos, identidades y sentimientos, y continuar tejiendo sus propias redes de resistencia.

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CUARTA PARTE

NUEVAS PROPUESTAS TE Ó RICO-METODOLÓ GICAS

lAS ORGANIZACIONES DE MUJERES IND Í GENAS:

¿CÓ MO PENSAR l.A PLURALIDAD SOCIAL Y PO ÚTICA? MARIE:JOSÉ NADAL*

propósito de este artículo es dar cuenta del componente étnico en las sociedades complejas contemporáneas insistiendo en la necesidad de enfoques pluridisciplina­ rios para analizar las experiencias sociales y políticas de agentes sociales marginados por pertenecer a minorías raciales dentro de los estados-naciones. En particular, me detendré en los esfuerzos teóricos para lograr una perspectiva respetuosa de la diversidad destacando las diferencias sociales que existen entre las mujeres e insis­ tiendo en el papel social y político que juegan las mujeres indígenas, a pesar de la posición subalterna en la cual están arrinconadas. Para esto, pondré en relación a la antropología con varios enfoques posfeminis­ tas con el fin de evidenciar los aportes y los límites de estas prácticas discursivas en su afán de redefinir los conceptos de género y de ciudadanía en un contexto inte­ lectual que, desde la mitad de los años 1 980, promueve la crítica del pensamiento dual y de los principios modernistas de la Ilustración para evidenciar la heteroge­ neidad material e histórica de la vida de las mujeres. Además, enfocaré los estudios Queer encabezados por Butler ( 1990, 2004) e inspirados por el deconstruccionismo posmoderno, ya que buscan desnaturalizar el género al evidenciar las discordancias entre sexo y género, la ambivalencia y la indeterminación de las identidades y de las sexualidades. También analizaré el feminismo poscolonial iniciado por Mohanty ( 1997, 2008) el cual marcó una ruptura epistemológica y política con su volun­ tad de demostrar tanto las relaciones de poder que dividen a las mujeres como la agencia de las mujeres del 'Tercer Mundo", las cuales habían sido definidas por su pasividad frente a su condición. Caracterizando a la Mujer del Tercer mundo por su falta de poder, su pasividad e ineficiencia en la resistencia a la dominación social y sexual, el feminismo hegemónico ha creado un espacio diferenciado en el cual la libertad de pensar y de actuar sería característica del Occidente. En el mismo sentido, Moraga y Anzaldúa( l98 1 ) denunciaron que el racismo se articula con el sexismo y marca de un modo particular a las mujeres. Por fin, el feminismo antie­ sencialista y pluralista de Mouffe (2000, 2003) analiza la variedad de las ideologías de género sin dejar de buscar las condiciones que pueden unir a las mujeres y a los hombres de diversas condiciones en la defensa de sus derechos ciudadanos. Tres problemáticas vividas por mujeres indígenas mexicanas: la violencia intra­ familiar, la reconstrucción de las identidades sociales y sexuales en el desarrollo ruEl

* Université du Québec a Montréal.

MARIE-:JOSÉ NADAL

ral y la militancia política, serán el escenario para reflexionar sobre la pertinencia de algunas de estas conceptualizaciones derivadas del femin.ismo de la diversidad. Partiremos de la idea de que, si es necesario cuestionar el esencialismo y el binaris­ mo homogeneizador del pensamiento occidental, la perspectiva antropológica de­ dicada a entender a las culturas "otras" en su diversidad ha defendido el postulado de reconocer la unidad del género humano junto con la diversidad de las maneras de vivir y de entender el mundo. En el caso de los estudios de género, nuestro cues­ tionamiento será: ¿Cómo pensar la dualidad dentro de la complejidad? o ¿cómo se puede relacionar la dualidad del género con la diversidad de las mujeres?

PENSAR LA DIVERSIDAD AL CONSIDERAR LA BICATEGORIZACI Ó N SEXUAL

Desde principios de los años 1990, autoras como Nicholson ( 1990) , Fraser y Nichol­ son ( 1990) y revistas como Signs y Feminist Studies (dentro de las cuales se destacan los artículos de Scott ( 1988) o Flax1 ( 1987) insistieron en el uso erróneo de los con­ ceptos de Mujer, de identidad femenina y de género para optar por una concep­ ción plural y compleja de las identidades sociales en la cual el género se articula con la clase, la etnicidad, la raza, la edad, la orientación sexual y las características personales (Christian, 1988; Bordo, 1 990) . A pesar de que sea justo considerar que las mujeres son múltiples y que sostienen relaciones de poder entre ellas, es obvio que una deconstrucción total del género y de la identidad de género nos llevaría a la idea de que la mujer es una ficción, según la célebre expresión de Julia Kristeva. Por esta razón, algunas investigadoras como Alcoff ( 1 988) proponen pensar el gé­ nero y la identidad de género como una construcción plural y cambiante, constitui­ da a partir de un conjunto de elementos que serían las condiciones económicas y culturales, las instituciones políticas e ideológicas y la experiencia personal. Dentro de estas relaciones, la posición de la mujer se distingue por la falta de poder. Con esta propuesta ¿no está rehabilitada la dualidad? Luego, si es importante luchar contra toda esencializacion de lo femenino, es necesario resguardarse de un antiesencialismo inoperante ( Malabou, 2009) . El reto de las ciencias sociales consiste en tomar en cuenta la bicategorización sexual (o sea la dualidad) pensada en todas las sociedades sin caer en un pensamiento binario homogeneizador. La antropología simbólica permitió, desde los años 1980, logros conceptuales estudiando el género en su diversidad y su especificidad cultural.2 1 "Gender relations enter into and are constituent elements in every aspects of human experience. In turn, the experience ofgender relations for any persons and the structure ofgender relations as social categuries are shaped úy the interactions ofgender relations and other social relations such as class and race. Gender relations thus have no }Wd essence: they vary both within and over time" (Flax, 1 987: 624) . 2 Tarnbien la sociologia entró en este debate: el enfoque pluridisciplinario, presentado en la com· pilación dirigida por Daune-Richard et al. ( 1 989) , demuestra que el sexo/género puede ser definido como una construcción simbólica de definiciones de lo masculino y de lo femenino y de valor diferen· cial de los sexos al mismo úempo que una relación entre los sexos, la cual entra y consútuye las demás

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Para MacCormack y Strathem ( 1 980) o Ortner y Whitehead ( 1 98 1 ) en cada cultura el sistema simbólico otorga significados específicos a lo femenino y a lo masculino. Sin embargo, en todos los casos, la diferencia sexual está pensada en términos de oposiciones binarias y jerarquizadas que asocian lo masculino a lo superior. Esta visión presenta el interés de dar a entender el carácter construido y arbitrario de la preeminencia masculina. Sin embargo, se fue reduciendo la diversidad de las expresiones de la dominación masculina a una serie mínima de oposiciones bi­ narias consideradas como universales (público/privado, cultura/naturaleza, puro/ impuro) , a pesar de las críticas imprescindibles de antropólogas como Strathem ( 1 980) , las cuales demostraron que las nociones de naturaleza, cultura o doméstico no tienen el mismo significado según las culturas. La demostración más relevante de la construcción generalizada de la diferencia­ ción sexual en términos duales pero diversificados según las sociedades se debe a los trabajos de Héritier ( 1 996) . Partiendo del estudio de los sistemas de parentes­ co, de las representaciones de los líquidos corporales, de las representaciones de la diferencia anatómica y fisiológica, esta destacada antropóloga establece que la diferencia entre masculino y femenino ha sido pensada sin excepción en términos contrarios, binarios y jerarquizados en todos los sistemas simbólicos,3 incluso en las sociedades que admiten la ambivalencia y el entrecruzamiento entre los géneros. Además, en el "modelo arcaico dominante" (Héritier, 2005) , la jerarquización se hace en beneficio de lo masculino. Este "valor diferencial" de los sexos debe en­ tonces considerarse como una constante del pensamiento simbólico. No obstante la universalidad de esta lógica binaria jerarquizada, resaltemos que con un mis­ mo "alfabeto" simbólico universal cada sociedad ha elaborado "frases" culturales diferentes para imponer la preeminencia de lo masculino sobre lo femenino. En resumidas cuentas, la antropología simbólica debe ayudarnos a entender cómo las construcciones ideológicas que meten en juego el "valor diferencial" de los sexos sirven de preámbulo a un análisis de las relaciones de sexo. Ilustraré esta posición enfocando los estudios sobre la violencia conyugal en Mé­ xico partiendo de la idea de que, al defender una definición unívoca y universal de la violencia contra las mujeres, los dispositivos gubernamentales dejan desprotegida a una parte de la población indígena respecto a ciertas formas de violencia genérica institucionalizada. Es el caso de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (publicada en el Diario Oficial de la Federación en febrero de 2007) que impulsa una definición general de violencia como resultado de un proceso ins­ titucional que duró casi una década, apoyado por encuestas nacionales y estatales4 relaciones sociales que están en juego en la división sexual del trabajo intra y extradoméstico, en el control de la sexualidad de las mujeres y en las relaciones de autoridad dentro de la sociedad, la familia y la pareja. ' "Suppurt majeur des systemes idéowgiques, 1,e rappurt identique/differen t est a la base des systbnes qui oppo­ sent deux a deux des val,eurs abstraites ou concretes (chaud/froid, sec/humide, haut/bas, injerieur/supérieur, clair/ sombre, etc.), val,eurs contrastées que l 'on retrouve dans l,es grill,es de classement du masculin et du féminin" (Héri­ tier. 1996: 20) . 4

En particular, la Encuesta Nacional de la Dinámica de las Relaciones en los Hogares

(ENDIREH) ;

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que subrayan la violencia intrafamiliar, definiéndola como una manifestación ex­ trema de las expresiones de la masculinidad en una sociedad donde las relaciones entre los sexos toman la forma del machismo. Al definir la violencia conyugal como una violencia esencialmente masculina, los dispositivos nacionales de lucha contra ella se han constituido para lograr el respeto de los derechos de las mujeres y la democratización de la familia gracias a la intervención de agentes especializados en la transformación de las mentalidades. No obstante la supremacía de esta concepción universalista de considerar la modernización democrática de las prácticas sociales, las encuestas que se refieren a las comunidades indígenas (como la Ensademi) , influidas por el enfoque posco­ lonial, ponen en evidencia las diferencias culturales y la agencia de las mujeres in­ dígenas en lo que se refiere al tratamiento de la violencia conyugal. Dentro de esta perspectiva, González Montes y Valdés Santiago ( 2008) defienden la necesidad de considerar la multiplicidad de las relaciones sociales intra y extra familiares que entran en las redes de solidaridad y de reciprocidad constitutivas de las relaciones de pareja, mientras que Raby (2010) analiza los dispositivos que aplican las fami­ lias nahuas de Guerrero para proteger a las mujeres maltratadas. A pesar de que estos estudios hacen patentes las lógicas y dispositivos subalternos, quiero demos­ trar que al no distanciarse de la definición institucional del concepto de violencia conyugal, no logran evidenciar todos los casos de violencia que las comunidades indígenas tienen que solucionar, en particular cuando las mujeres son culpadas de violencia. Relacionaré este problema con la necesidad de estudiar las definiciones de lo masculino y lo femenino y del "valor diferencial" de los sexos para entender la violencia de género y que los dispositivos actuales de lucha contra la violencia intrafamiliar no se adaptan a la diversidad social y cultural de una sociedad pluriét­ nica como México. El diario de un comisario municipal de un pueblo maya de Yucatán publicado por Terán y Rasmussen ( 2004) me ha permitido comprobar que dos tipos de vio­ lencia son considerados tan graves que los dispositivos familiares no pueden con­ trolarlos y necesitan recurrir a los tribunales locales (Nadal, 20 10) . Son los casos de la violencia recurrente por parte de un esposo en estado de intoxicación etílica y el uso de la brujería por parte de la esposa. Los mayas de Yucatán se diferencian de la sociedad global al considerar a la mujer como actriz de una forma de violencia particularmente temida, la brujería. También se diferencian de la sociedad global al considerar que sólo es la repetición de la violencia por parte del marido en esta­ do de ebriedad la que necesita una intervención institucional (y no familiar) para proteger a la comunidad del desequilibrio social y sexual que tales actos producen. Retomando el marco teórico de Héritier ( 1 977, 1 996) , estudié la relación de es­ tos dos tipos de violencia con las normas que rigen la construcción del género para entender si la violencia masculina y la violencia femenina tienen el mismo valor. En la simbología maya yucateca es patente la complementariedad de los géneros al Encuesta Nacional sobre Violencia contra las Mujeres (Envim) o la Encuesta sobre Salud y Derechos de las Mujeres Indígenas (Ensademi) .

LAS

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mismo tiempo que su jerarquización (Nadal, 200 1 ) . El esposo es el jefe de familia porque "Dios lo ha querido así" ya que lo creó con los huesos más fuertes que los de la mujer. De su fuerza depende la sobrevivencia de la familia, ya que él produce el maíz que su mujer transforma en alimento.5 Sin embargo, un buen jefe de familia tiene que ejercer su autoridad con sabiduría. Esta sabiduría se encuentra en la natu­ raleza misma del hombre ya que sus huesos soldados le dan un pensamiento seguro. En cambio, la debilidad física de la mujer proviene del hecho de que sus huesos no están soldados para poder dar a luz. Esta falta de soldadura que va del cráneo hasta el pubis deja que su mente pueda ser perturbada por muchos pensamientos contradictorios, algunos buenos y muchos malos.6 También autores clásicos de la antropología maya yucateca como Redfield y Villa Rojas ( 1 934) o Elmendorf ( 1 973) encontraron que la masculinidad normal se caracterizaba por la falta de exaltación y la circunspección en la relación amorosa. Entonces los actos violentos debidos al delirio etílico del esposo están en contradicción con la definición del género mas­ culino maya. En cambio, la brujería de la esposa puede equipararse con la debilidad "natural" de lo femenino sujeto a los malos pensamientos. Además, el género feme­ nino está construido de un modo ambivalente: valorada por su capacidad de dar la vida, la mujer es temida por su naturaleza propensa a los excesos y por sus senti­ mientos mal controlados que pueden llevarla a tener tratos con las fuerzas ocultas. Así, en el caso de los mayas yucatecos, la violencia del esposo es considerada como una transgresión de las normas del género (y no como una continuación de la de­ finición de lo masculino) y la violencia femenina, por lo contrario, está relacionada con un aspecto de la definición de la femineidad. Por otra parte, al considerar las soluciones para volver al equilibrio social, la co­ munidad maya presentada aquí utiliza un tratamiento diferen ciado según los sexos: el esposo violento puede enmendarse con una detención momentánea (el tiempo que dura su locura etílica) y un castigo público. Al salir del calabozo, el marido pue­ de reintegrarse a la sociedad ya que ha logrado reparar sus faltas. Por el contrario, una mujer culpada de violencia conyugal por brujería no va a la cárcel ni tiene un castigo fisico. El simple hecho de denunciarla como bruja es un estigma que no tiene reparación alguna. Así se consolida el valor diferencial de los sexos. Por esta razón, los dispositivos de lucha contra la violencia conyugal deben tomar en cuenta los actos de violencia femenina que dejan a las mujeres sin defensa ante el oprobio de toda la comunidad. Este ejemplo nos permite entender cómo se construye la dualidad dentro de la diversidad: las definiciones de género y las relaciones entre los sexos resultan de los sistemas de representación propios de cada grupo social, los cuales legitiman a su manera la supremacía masculina. 5 Eso es un ejemplo de lajerarquización dentro de la complementariedad ya que la actividad agrícola es valorada y da lugar a fiestas y a rituales religiosos así como a conocimientos políticos y esotéricos. Por lo tanto, la actividad femenina de transformación del maíz se produce en la esfera doméstica y no da lugar a un reconocimiento valorado por toda la comunidad. 6 Estos datos son el resultado de unas encuestas que he hecho en Yucatán con parteras de pueblos de la zona maicera.

MARIE-JOSÉ NADAL IDENTIDADES SEXUALES INDETERMINADAS: ¿ HASTA QU É PUNTO ?

El enfoque queer (Butler, 1990) iniciará esta reflexión. Revelando las relaciones de dominación que han construido como anormalidades las identidades sexuales y las sexualidades diferentes, Butler se centra en la deconstrucción de la dualidad del género y propone inventar identidades sexuales y sociales complejas para trans­ gredir la normatividad del género. Entonces, el trabajo científico debe orientarse hacia el estudio de la ambivalencia y de la indeterminación tanto de las identidades como de las sexualidades. Trabajos en Cultural Studies y Q:µeer Studies han seguido el rumbo abierto por Butler: citaremos, por ejemplo, los de Bourcier (200 1 ) y Califia (2003) entre otros que, en su defensa de las identidades minoritarias, se han opues­ to a los universalismos hegemónicos y asimiladores insuficientes para entender la complejidad de la realidad social. En el mismo sentido, han protagonizado la crítica del feminismo dominante en tanto que dispositivo heterocentrado de dominación de los demás tipos de sexualidades e identidades. Dentro del paradigma queer, el género se vuelve un acto performativo (una perfamtance) que busca desnaturalizar los géneros ya que las identidades son nómadas (Braidotti, 1 994 y 2002) , inter­ cambiables, basadas en la discursividad y en el comportamiento. Tanto las teorías como los experimentos "trans" buscan sobrepasar las normas binarias de un género naturalizado para promover identidades sexuales aceptadas según un principio de equivalencia a pesar de sus rarezas. Luego, el género se vuelve una ficción. A partir de esta conclusión, preguntaremos hasta qué punto estas experiencias sociales tras­ tocan los fundamentos mismos de la dualidad, ya que la antropología demuestra que a pesar de la existencia del entresijo entre los géneros en diversas sociedades (ya sean los casos de "tercer sexo", las experiencias socialmente aceptadas corno el casamiento entre hombres o entre mujeres, el travestismo o las manipulaciones genitales) , este hecho nunca ha perturbado el fundamento universal de la bica­ tegorización sexual y de la heterosexualidad en tanto que sexualidad dominante. Además, la ambivalencia sólo ha podido ser imaginada a partir de las definiciones previas de lo masculino y de lo femenino, es decir, sin lograr desnaturalizar el géne­ ro a pesar de que ni las definiciones de género ni los límites entre las categorías de los sexos hayan sido pensadas en términos definitivos. En el mismo sentido, la antropóloga Mathieu ( 1 99 1 ) abrió caminos pocos explo­ rados para demostrar que la diversidad de las identidades y de las prácticas sexuales no ha acabado con la preeminencia masculina, por lo tanto tampoco con la duali­ dad. Basándose en el análisis transcultural de los fenómenos marginales, esta autora ha demostrado que a pesar de la multiplicidad de las articulaciones entre sexo y género, las cuales pueden generar sexualidades transgresoras, las experiencias mas­ culinas se revelan más aceptadas y dominantes en comparación con las prácticas femeninas. Por ejemplo, cuando la anatomía se transforma para acordarse a una identidad construida al nivel mental (caso de los transexuales) o a ciertas normas culturales (en algunas sociedades no occidentales) , los hombres que adoptan un cuerpo de mujer o actitudes relacionadas con el género femenino se benefician de un reconocimiento mayor al de las mujeres que cambian para adoptar un cuerpo o

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comportamientos masculinos. También, cuando la identidad personal se relaciona fuertemente con la identidad del grupo genérico opuesto (caso de los travestis o del "tercer sexo" inuit) , los análisis de la autora revelan la desvalorización social de las experiencias de las mujeres. Entonces, a pesar de que el género se constituye como un conjunto de referentes que pueden ser contradictorios en todos estos casos, hay que considerarlo como una relación que penetra y constituye parcialmente las demás relaciones sociales y permite entender lajerarquización de los significados de lo masculino y de lo feme­ nino producidos por y dentro de las relaciones que hombres y mujeres socialmente diferenciados entretejen entre sí. Entonces, la bicategorización sexual se construye dentro de un juego de relaciones complejas entre las categorías sexuales y las cate­ gorías sociales concretas. Es un proceso inestable, por lo tanto, una deconstrucción sin fin puede oscurecer la naturaleza misma de estas relaciones. Quiero ampliar estas consideraciones para otro tipo de identidades, analizando la deconstrucción/reconstrucción de las identidades de género producida en Yuca­ tán por los programas de desarrollo rural. Al principio, la creación de cooperativas productivas de mujeres mayas retomó el modelo organizativo del ejido masculino, lo que fue considerado como una transgresión de las normas constitutivas de la división sexual del trabajo ya que masculinizaba a las mujeres y, al mismo tiempo, desvirilizaba a los hombres. Este intrincamiento de las fronteras entre los géneros creó confusión y provo­ có conflictos personales, sociales y sexuales en la comunidad (Nadal, 2001 ) . La necesidad de volver a una conformidad social y sexual obligó a las socias y a sus esposos a reconstruir sus identidades sociales y sexuales remodelando relaciones diversas entre sexo y género. La estrategia más fácil consistió en tomar una posición conformista respetando la existencia de la complementariedad jerarquizada de los sexos promovida por las normas de la comunidad. Por ejemplo, algunos maridos de las presidentas decían que eran ellos los que dirigían la cooperativa y sus esposas asentían. Igualmente, los maridos afirmaban su virilidad emborrachándose y las mujeres, por el contrario, ostentaban todos los comportamientos valorados de la mujer decente. Por otro lado, las mismas familias retomaban el discurso ideológico exógeno de igualdad de los sexos promovido por los representantes de la autoridad externa (que son los promotores, los servidores públicos, los expertos del desarro­ llo rural) . Esta nueva representación de un género igualitario tiene la fragilidad de todo lo que es ajeno a la comunidad pero, al mismo tiempo, tiene la fuerza de pertenecer a la ideología dominante y de ser promovida por los movimientos de mujeres indígenas. Con los años, se ha comprobado la influencia de este modelo en las zonas rurales mexicanas, por lo tanto, las socias que consiguen la ayuda de sus es­ posos en las tareas domésticas, siguen siendo consideradas como las "que llevan los pantalones" y las solteras que toman responsabilidades públicas, como presidentas de unidades económicas o como representantes de organizaciones sociales, cultura­ les y políticas, siguen siendo solteras porque pocos hombres se atreven a compartir una vida familiar con ellas. Finalmente, considerando la amplitud de la crisis que se vive en las comunida-

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des indígenas, una nueva ideología se está constituyendo privilegiando una visión pragmática la cual preconiza que todo tipo de comportamiento es válido si permite a las familias salir de la miseria y del hambre. Este nuevo discurso trastoca las fun­ daciones mismas del sistema de género el cual, hasta ahora, había garantizado el equilibrio social con la existencia de dos esferas complementarias: la masculina y la femenina. El nuevo modelo propone dos esferas entrecruzadas, en cuya parte común los roles sexuales son intercambiables: cada individuo, independientemen­ te de su sexo, puede tener prácticas y comportamientos característicos del otro género.7 El espacio, ciertos medios de producción, ciertas actividades económicas, ciertas partes de la esfera pública perderían sus características masculinas y podrían ser utilizados por las mujeres y viceversa. Por lo tanto, estos cambios no contradicen la jerarquía de los géneros. Por ejemplo, los hombres bordadores que han brincado la frontera entre los géneros al dedicarse a la actividad femenina por excelencia (el bordado) presentan esta transgresión no como una falta de virilidad sino como un signo de valentía y de realismo. Otra estrategia para adecuar el sexo con el género consiste en transformar el nombre de la actividad. En un pueblo, los bordadores se denominan artesanos8 y las mujeres siguen siendo bordadoras. Esta diferencia en la denominación restablece la bicategorización sexual, la jerarquía entre los se­ xos y reconstruye las normas del género otorgando un valor simbólico superior a cualquier tipo de trabajo masculino. En otro pueblo, entrevisté a un bordador que hacía bordados a mano. De joven tuvo que salir de su pueblo porque lo calificaban de homosexual. Al regresar con un título de diseñador y estilista pudo casarse por fin y tener un hijo. Su diploma y su paternidad lo restablecieron en su cualidad de hombre viril. La conclusión se impone: la dualidad de los géneros persiste a pesar de la pluralidad de los comportamientos.

INTEGRAR EL COMPONENTE IND Í GENA A LA CONCEPTUALIZACI Ó N DE LA CIUDADAN ÍA

Ya hemos dicho que el feminismo poscolonial promueve la meta política y episte­ mológica de revelar la distribución desigual del poder basada en la definición del otro, cuyas diferencias sirven de legitimación al tratamiento discriminatorio que se le aplica y que es avalado por razones "morales" (Spivak, 1988) . Las mujeres indíge­ nas mexicanas hacen eco de estas aseveraciones al organizarse políticamente para cambiar sus condiciones de vida. 7 En el mismo sentido, para Collin ( 1 989) , lo masculino y lo femenino se destacan del hombre y de la mujer para volverse categorias autónomas que los individuos de cada sexo pueden apropiarse. 8 "No hay por qué burlarse de un oficio tan noble como el de artesano. En el pueblo, los hombres que trabajan en el bordado son artesanos. No hay que despreciarlos porque hacen un oficio muy bonito. Nadie se burla de un artesano que hace sombreros ¿por qué burlarse de los que hacen bordados en su máquina?" Así me contestó un comisario ejidal cuando le comenté que unos bordadores se quejaban de que en el pueblo la gente se burlaba de ellos.

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En efecto, su actividad política independiente se ha hecho notoria en los años ochenta, cuando entran en lucha contra las consecuencias familiares y comunitarias del alcoholismo de los hombres. En Chiapas, se hizo la distinción entre las buenas costumbres y las malas, que son el consumo de bebidas alcohólicas, la doble moral sexual, la imposibilidad para una mujer de heredar, la escolarización preferencial de los varones, y la terquedad de los esposos en querer "los hijos que Dios manda". A partir de 1994, con el levantamiento indígena en Chiapas y los Acuerdos de San Andrés, una parte importante de las organizaciones indígenas (tanto mixtas como de mujeres) ha seguido al movimiento zapatista retomando la idea de que, en un mundo globalizado, la autonomía política es el único camino para que indí­ genas, pobres y marginadas, salgan de la opresión y de la explotación (Zermeño, 200 1 ) . La Primera Convención Estatal de Mujeres Indígenas de 1994, en Chiapas, y el Primer Encuentro Nacional de Mujeres Indígenas de 1 997, en Oaxaca (con la presencia de 700 mujeres indígenas en torno a la comandanta Ramona) favorecie­ ron la organización política autónoma de las mujeres indígenas y la creación de la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas (Conami) . A partir de entonces, los discursos y la acción política de las mujeres denuncian las relaciones de violencia que las oprimen por ser "indígenas, mujeres y pobres" y revela que son unánimes en su defensa de una vida digna. Al analizar sus discursos y sus acciones sobresale que las mujeres indígenas ocu­ pan un lugar específico dentro de los movimientos tanto indígenas como de mu­ jeres. En particular (Sánchez Néstor, 2003 y Nadal, 2008) , el cuerpo de la mujer indígena se vuelve la metáfora del racismo y del sexismo; este cuerpo martirizado, explotado, ofendido en su dignidad y en su pudor. Además, al denunciar la guerra (real o de baja intensidad) , las organizaciones de mujeres indígenas ponen en evi­ dencia la violencia en su forma sexualizada (Hernández Castillo et aL , 1998 y 2006 ). En el mismo sentido se quejan de la "guerra del hambre", consecuencia de la militarización de las regiones indígenas o de los megaproyectos de desarrollo que las despojan de los recursos naturales. También culpan los "vicios y costumbres" (como la prostitución, las drogas y las violaciones) que son las consecuencias de la presencia militar. Por otra parte, condenan las políticas neoliberales y la violencia estructural de las cuales padecen en su forma económica y cultural. Además, desde la publicación de la Ley Revolucionaria de las Mujeres, las mujeres zapatistas han sido activas en la denuncia de la dominación masculina de sus "hermanos" indíge­ nas. Reivindican la libertad de definir los derechos a la salud, nutrición, sexuali­ dad, salud reproductiva, educación y la dignidad. El término "usos y costumbres" se vuelve entonces el paradigma del valor diferencial de los sexos específico de cada comunidad. Así hacen patente su posición de sujeto particular como indíge­ nas, mujeres y pobres. A diferencia de las feministas urbanas, las militantes indígenas han negado desli­ garse de sus características de madre y de esposa para obtener la libre determinación sobre sus cuerpos. Esta diferencia las lleva a reivindicar la interculturalidad (Rovira, 2004) cuando se alían con otras organizaciones de mujeres. "Es importante seguir tejiendo las alianzas con los otros sectores de mujeres y que el acompañamiento

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permanente potencie las capacidades de avanzar en esta lucha por el reconocimien­ to de nuestros derechos como mujeres indígenas" (Sánchez Néstor, 2003) . En México, trabajos inspirados por el feminismo poscolonial como los de Her­ nández Castillo (200 1 , 2008) , Suárez Návaz y Hemández Castillo (2008) , insisten en la agencia de las mujeres indígenas y ponen en evidencia las experiencias de estos nuevos sujetos políticos y sociales para trascender el individualismo occidental en la invención de nuevas relaciones entre hombres y mujeres. En su crítica de los hegemonismos mestizos promueven una epistemología basada en el conocimiento de las experiencias vividas a nivel local sin dejar de vincularlas al contexto de glo­ balización que trastoca de frente las condiciones de vida y de supervivencia de los pueblos indígenas. En esta misma perspectiva, Mohanty (2008) pone la lucha anti­ capitalista en el centro de la unificación de diversos movimientos. Marcos y Waller (2008) tratan de relacionarse con las "cosmovisiones" locales para tejer puentes entre prácticas sociales y políticas diversificadas. Sin embargo, la voluntad de tomar en cuenta los sistemas de representación indígenas necesita que se desglosen algu­ nos conceptos para romper con las ideas preconcebidas que se encuentran tanto en ciertos escritos poscoloniales como en discursos de las organizaciones de mujeres indígenas.9 Es el caso de la idea de reciprocidad indígena que lleva a concluir que estas sociedades son más igualitarias que la sociedad occidental. En el mismo senti­ do se pueden criticar las generalizaciones que consisten en inferir que la presencia de diosas en las mitologías prehispánicas significa que las sociedades indígenas con­ temporáneas comparten un pasado de igualdad entre los sexos y que la dominación masculina hace estragos en los pueblos indígenas por la sola influencia de la colo­ nización española.10 A pesar de estas limitantes, la fuerza de la corriente poscolonial es haber logrado conceptualizar a las mujeres indígenas como actores de la vida política local, nacio­ nal e internacional. Desde los Acuerdos de San Andrés, las organizaciones indíge­ nas promueven la construcción de un espacio político interétnico, plural, incluyen­ te y tolerante (Nadal, 2008) que no es sólo nacional sin tampoco ser sólo étnico. Esto nos obliga a invocar la cuestión de la ciudadanía e investigar si este concepto integra a los nuevos sujetos políticos dentro de un espacio político redefinido. El análisis presentado por Carver et aL (2000) plantea una crítica del concepto de ciudadanía. Resaltaré el artículo de Dietz (2000) y su crítica de la concepción liberal de la ciudadanía; también la aportación de Pateman (2000) y su concep­ tualización de un modelo de ciudadanía sexualmente diferenciado a partir de la experiencia privada de las mujeres; por fin, me detendré en el nuevo modelo de ciudadanía democrática plural y radical concebido por Mouffe (2000 y 200 1 ) para pensar el cambio social a partir de la inclusión, la igualdad y el reconocimiento institucional de la diversidad. Rechazando las expresiones anteriores del feminis9 Por ejemplo en el libro citado de Marcos y Waller, no parece justo referirse solamente a los análisis de López Austin para explicar las representaciones de los pueblos mayas actuales. 'º He analizado (Nada!, 200 1 ) cómo la presencia de las figuras femeninas que son Ixmucane o Ixquic en el PJlol Vuh no contradice la idea de la preeminencia masculina en los mayas prehispánicos.

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mo (liberal, marxista, diferencialista) , esta investigadora afirma que la crítica de los esencialismos y de la racionalidad del sujeto debe permitir dar cuenta de las múltiples relaciones que caracterizan al agente social. En particular, éste puede do­ minar una relación sin dejar de ser subordinado: sus múltiples posiciones de sujeto nunca son fijas en un sistema cerrado de diferencias. Hay que pensar la ciudadanía a partir de la inestabilidad de las identidades; luego el feminismo contemporáneo debe integrarse a la lucha contra las múltiples formas de opresión dentro de las cuales la categoría Mujer ha sido constituida en la subordinación. Mouffe (200 1 y 2003) establece que en esta lucha contra toda forma de opresión se crean nuevas relaciones sociales como resultado de las múltiples y contradictorias identidades de los sujetos sociales. La democracia será el resultado de alianzas a partir del principio de equivalencia, la cual no elimina las diferencias. Estas alianzas rebasan la acción de los partidos y de la democracia representativa para lograr un cambio radical de sociedad que la autora denomina democracia radical y plural. Con Esteva (2005) , opino que el zapatismo dio origen a la corriente democrática radical dentro de la vida política mexicana. En efecto, esta corriente afirma que los hombres y las mujeres de los pueblos originarios dominados son sujetos políticos que contribuyen a remodelar los principios políticos de las democracias modernas. Este nuevo imaginario político es instituyente se revela con las ideas de autonomía, de justicia social y de rebeldía, o con los lemas "Nunca más un México sin nosotros"; "Un mundo en el cual quepan muchos mundos" o "Mandar obedeciendo". Al mis­ mo tiempo, considero (Nadal, 2005) que, al definirse como indígenas, mujeres y pobres . . . pero también como jóvenes o madres, las mujeres indígenas articulan la defensa de sus intereses específicos con la defensa de intereses más amplios para lograr la transformación de lo que construye a las mujeres, a las mujeres indígenas, a los pueblos indígenas, a los pobres como categorías subordinadas y oprimidas. En esta corriente, las mujeres ocupan un lugar específico argumentando que la autonomía habrá que obtenerla a nivel de la comunidad, de la región, de la nación y también personal. 1 1 Con esta última dimensión, revelan su voluntad de liberarse del punto de vista dominante y politizan relaciones sociales que se realizan en el ámbito personal y que no habían sido politizadas por las organizaciones masculinas. Además, insisten en la voluntad incluyente de participar en alianzas con las demás organizaciones de mujeres, con los hombres, 12 con las demás mujeres indígenas del continente y del mundo. El discurso preconiza la cohesión de una comunidad política activa en la transformación de las democracias. La Declaración final del IV Encuentro Continental de Mujeres Indígenas afirma que las indígenas están orga­ nizadas en un "enlace fortalecido incluyente, respetuoso y tolerante con la misma diversidad y diferencia que tenemos al interior de nuestros pueblos". 11 Para Martha Sánchez Néstor, la autonomía personal significa que es necesario salir de las identi­ dades dominadas, es decir, olvidarse del miedo, tomar decisiones, ser independiente. Conferencia en la ENAH, en 200 1 , citada en Memoria, núm. 1 74, agosto de 2003. 12 "Nosotra� tampoco queremos dividir ni hacer otro pueblo en el interior del pueblo indígena" (Conami) .

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El marco teórico de Chanta} Mouffe permite entender los imaginarios políticos radicales basados en el principio de equivalencia democrática, la cual no elimina las diferencias. Por lo tanto, esta autora se refiere a que, en los países pluriétnicos, el pluralismo debe tomar en cuenta que las organizaciones políticas indígenas no se conciben como organizaciones de individuos sino como conjuntos de miembros de comunidades. La ciudadanía ya no debe entenderse como la relación del individuo con el Estado sino que como relación entre las diferentes identidades que confor­ man la colectividad. Luego, hay que articular la filosofia política con la antropolo­ gía. La antropología política demuestra que los principios políticos pueden tener significados diferentes según los grupos étnicos (Neveu, 2004) . En particular, esto puede ocurrir con los conceptos de democracia, de autoridad (Dehouve, 2006) , de derechos humanos (Galinier, 1 997) y de dignidad. Hay que estudiar cómo las or­ ganizaciones indígenas son activas en la resemantización de algunos principios de la filosofia política occidental, introduciendo sus propios valores y sus creencias en el escenario político nacional. Por ejemplo, los lemas "Mandar obedeciendo", "Un mundo en el cual quepan muchos mundos" inculcan una visión particular de la de­ mocracia: partiendo de su historia profunda y de sus experiencias de lucha, los mo­ vimientos indígenas difunden dentro de la sociedad global principios organizativos y de toma de decisiones inspirados en la práctica de las comunidades indígenas. Por fin, ciertas prácticas ilustran que, en los movimientos indígenas, la espiritualidad y la religión no pueden concebirse como separadas de lo político. Sólo mencionaré la "limpia" que se hizo en el centro histórico de Oaxaca al conmemorar las muertes de los manifestantes de 2006; o el crucifijo en el suelo para detener a los policías que se oponían con la fuerza a una marcha pacífica. Este símbolo religioso se vuelve un emblema de una concepción específica de la manifestación política. A final de cuentas, las acciones de las organizaciones indígenas (tanto mixtas como de mujeres) ponen en evidencia las relaciones entre ciudadanía, nacionali­ dad, clase, género, parentesco y religión. Inspirándome de Neveu ( 1997) concluiré con la idea de que la antropología política define el espacio político a partir de grupos sociales intermediarios (tales como la comunidad o la familia) , a partir de identidades complejas y cambiantes (mujer/hombre, indígena, migrante o campe­ sino . . . ) , rebasando la idea occidental del ciudadano en su relación con el Estado. Este espacio político nuevo es el resultado del estallido de las comunidades y de la nación dentro de un contexto de globalización y de integración continental.

CONCLUSIÓN

Al escenificar un diálogo ficticio entre la antropología y un movimiento amplio de crítica de un feminismo occidental que, a partir de su posición dominante, había invisibilizado a las mujeres diferentes por su sexualidad o su pertenencia a un grupo étnico subalterno, he querido demostrar la importancia de investigar los sistemas simbólicos de representación. Este trabajo intelectual ayuda a entender cómo se

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articulan las experiencias de los pueblos indígenas con la sociedad global al inventar sus propias modalidades para solucionar las inconformidades sociales que son la vio­ lencia conyugal o la participación de las mujeres en la economía formal y en la vida política nacional. En el análisis de los encuentros y desencuentros entre diferentes teorías para entender el lugar específico que ocupan las mujeres indígenas en la esfera pública, he podido probar que la deconstrucción de la bicategorización sexual pensada para subvertir la normatividad genérica no resuelve entender cómo el valor diferencial de los sexos es patente aún en las experiencias que buscan desnaturalizarlo y trans­ gredirlo. Es entonces obligatorio relacionar la dualidad con la pluralidad para dar cuenta de la opresión de las mujeres a pesar de que puedan estar en relación de dominación entre ellas. Es importante estudiar las diversidades culturales en lo que se refiere a las representaciones de la bicategorización sexual tanto para entender cómo pueden cohabitar varias definiciones de la violencia conyugal dentro de las sociedades complejas contemporáneas, como para percibir las nuevas definiciones de lo masculino y de lo femenino que permiten adaptar los comportamientos de los pueblos subalternos a la modernidad. Las mujeres indígenas se han constituido en sujeto político resistiendo al proce­ so de domesticación forzada derivado de la modernización de la economía y de la sociedad, afrontando el racismo y el etnicismo de la sociedad global y rebelándose contra la dominación mascuJina dentro de la sociedad global y dentro de la co­ munidad indígena. El análisis de la práctica política plural en las sociedades con­ temporáneas requiere teorizar un espacio político interétnico que tome en cuenta componentes tales como la horizontalidad (opuesta al verticalismo de los partidos políticos) , la articulación de lo religioso con lo político y las especificidades en la toma de decisión por parte de grupos excluidos del poder.

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DE UNA HIJA A l.A MUJER PREPARADA. HACIENDO ANTROPOLOGÍA FEMINISTA EN LAS COLONIAS POPUI.ARES DE M ÉXICO RENATA EWA HRYCIUK*

La etnografia moderna es un método complejo que puede combinar la obseiva­ ción, la observación participante, el análisis de los archivos y la entrevista cualitativa con los elementos de la historia de la vida. Los trabajos de campo son aplicados no sólo en la etnología y antropología cultural sino también en la sociología general, geografia social, economía o historia. En esta última destacan las historias de la vida ( oral histuries) . Un ejemplo de este método de investigación son los trabajos de Mar­ garet Power (2002, 2004) , quien estudia la historia moderna de Chile enfocando el tema del papel de la mujer del Partido de la Derecha desde el año 1970 (inicio del gobierno del Frente Popular bajo el liderazgo de Salvador Allende) hasta el año 2000 (con el fin del gobierno de la junta de Augusto Pinochet) . La mayor par­ te de su material de investigación lo obtuvo mediante la observación participante y las entrevistas hechas con las mujeres involucradas en la actividad sociopolítica del Partido de la Derecha. Hasta los años noventa, los historiadores no tomaron en cuenta la actividad de las adversarias de Allende, ya que, como advierte Power, "muchos investigadores no quieren estudiar a personas con las que no concuerdan" (Power 2004: 1 38) . Además, continúa la autora, los estudiosos consideraban que las decisiones políticas de las mujeres estaban influidas por la Iglesia católica, por los partidos conservadores o por sus propios maridos. En cambio, la investigación que ella realizó mostró el poder de esas mujeres frente a la debilidad de la Izquierda chilena y del feminismo, "por lo que quizás eran sujetos que algunos investigadores preferian no destacar" ( op. cit. : 1 39) . En cuanto al estado de conocimiento de la historia moderna de Chile, los traba­ jos de Margaret Power ayudaron a llenar un vacío que existía hasta ese momento. Las historias de las conservadoras chilenas registradas por la investigadora ayuda­ ron a reexaminar la opinión que propagaba que las únicas mujeres solidarizadas y movilizadas ante una crisis económica por los líderes-hombres para manifestarse en las calles provenían de la clase media y alta. Sus investigaciones demostraron que las relaciones ante la crisis sustentadas en la condición de género, tanto en la cultura como en el sentido común, fortalecidas por lemas como la salvación de la familia y de la nación, convencieron a la mayoria de mujeres ya que evocaban las obligacio­ nes maternales. Por lo tanto, contribuyeron a que las mujeres de diferentes estratos sociales se unieran a las manifestaciones.

*Universidad de Varsovia.

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Power provenía de los WASP ( White Angkhlaxon Americans) , de una familia repu­ blicana, por lo que estaba familiarizada con el ambiente conservador de la Derecha estadunidense. Empezó sus investigaciones sobre la Derecha chilena enfrentándose con varias dificultades. Cuando comenzó a entrevistar a las activistas de la Derecha ya había tenido el conocimiento y la experiencia adquiridos durante su estancia de unos años en Chile bajo el gobierno de la junta de Pinochet. Durante estos años fue no sólo un testigo de represiones crueles por parte de la junta sino también participaba, de una forma activa, apoyando a la oposición democrática chilena. Gra­ cias a su observación participante conoció la realidad de la vida en Chile durante la época de Pinochet y se declaró en favor de la oposición al régimen. Mientras tanto, queriendo realizar su proyecto de investigación, trabajó con un grupo de personas cuyas ideas políticas y valores eran totalmente opuestos a los de ella. Además, tenía que fingir ante sus informantes que su visión sobre el mundo concordaba con la de ellas. Para entender las motivaciones de las mujeres de la Derecha para involucrarse en la actividad política, Power realizó entrevistas a profundidad relacionadas con elementos de las historias de la vida, concediendo "la voz" a las mujeres con quienes realizó el estudio. Durante las entrevistas --como lo señaló-- no podía expresar ho­ nestamente sus propias ideas. Estaba consciente de que, de hacerlo, no sólo habría podido lastimar a sus interlocutoras, sino que corría el riesgo de invalidar toda su investigación. El llamado "chisme" podría acrecentarse como una bola de nieve y destruir una red de contactos con las futuras informadoras. Por lo tanto, siempre ex­ perimentaba las frustraciones que dicha actitud traía consigo y tuvo que enfrentarse con varios dilemas éticos. Aparte de la ideología política diferente --como lo subrayó la autora- su origen y posición socio-cultural (positionality) : raza, clase, formación, influían en el carácter y desarrollo de su estudio. El hecho de ser extranjera, una gringa, le facilitaba el acceso a sus interlocutoras. En una sociedad heterogénea, Power fue considerada como una mujer proveniente de la misma clase social que las mujeres de la élite chilena. Por lo tanto, fue invitada y recibida en sus casas. Para las interlocutoras de la clase media, el hecho de ser entrevistadas por una estadunidense era un honor y marcaba su estatus social. Con ello, entrar en el ambiente de las activistas conser­ vadoras no era ningún obstáculo para la investigadora. Por el contrario, las inves­ tigadoras chilenas desde el inicio tenían que definir sus posturas políticas y contar las historias de sus familias, por lo que la realización de este tipo de estudios se hizo imposible para la mayoría de ellas. La investigadora estadunidense no sólo aplicó la metodología de la etnografia moderna que incluía las diferentes técnicas de investigación, sino que --como lo señala el enfoque feminista en las ciencias sociales que acentúa la autorreflexión en el proceso de investigación- integró a sus estudios la experiencia personal ad­ quirida durante la observación participante, incluyéndola en la presentación de las conclusiones finales de la investigación. El postulado posmoderno de la reflexividad ( reflexivity) está presente en diferen­ tes campos de las ciencias sociales y las humanidades. Los problemas y los dilemas éticos con los que se enfrentó la historiadora estadunidense son "el pan de cada

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día" para los antropólogos casi desde la aparición de esta rama de la ciencia. En particular, las investigadoras feministas están desde unos años atrás a la vanguardia en cuanto a experimentar con nuevas técnicas de metodología, y sobre todo, con formas éticas de estudio (Wolf, 1 996) . En este artículo pretendo analizar las experiencias adquiridas durante el trabajo de campo que realicé en la ciudad de México entre 1999 y 2006, en el que tuve que enfrentar no sólo diferentes problemas metodológicos y éticos, sino también dilemas personales. Por mi procedencia de una cultura diferente y por el hecho de ser mujer fui obligada a negociar mi estatus. Además, a menudo tenía problemas con la comunicación entre culturas diferentes. Durante mis investigaciones en la metrópoli mexicana nunca escondía mis ideas feministas y siempre era abierta a la entrevista recíproca. El tema de mi investigación, las experiencias de la maternidad y de la paternidad, obligaba a mis interlocutores a auto-reflexionar. Con el tiempo, nuestras entrevistas se convirteron en sesiones casi terapéuticas durante las cuales actuaba como la doctora. Los dilemas éticos y los problemas provinieron de las más inesperadas situaciones, por ejemplo, cuando me obligaron a jugar el rol de tera­ peuta de los interlocutores-hombres.

LOS TRABAJOS DE CAMPO EN LA ANTROPOLOGÍA FEMINISTA

La antropología feminista es una de las corrientes más relevantes de la disciplina1 desde hace más de 30 años. En sus marcos, el enfoque reflexivo está muy acentua­ do y desempeña un papel importante en el estudio etnográfico. En los años 1980, las investigadoras feministas despertaron el interés por el estatus del método del trabajo de campo y principalmente por su situación, marcada por la posición socio­ cultural de investigador/investigadora. Además, el tema de las relaciones de poder entre los antropólogos y las sociedades examinadas hicieron de la auto-reflexividad una parte integral de las etnografias escritas por ellas. Actualmente, se pone más hincapié en la experiencia del investigador/investigadora. La descripción y el aná­ lisis de la parte emocional de relaciones entre la gente amplía y aporta contenido indispensable para la interpretación de los resultados de las investigaciones y el entendimiento del estudio mismo (Jackson, 1990; De Laine, 2000) . Shulamit Reinharz define los trabajos de campo feministas como "las investi­ gaciones realizadas por las feministas enfocadas a los temas de género tanto en contextos femeninos homogéneos tradicionales y no tradicionales como en con­ textos heterogéneos tradicionales y no tradicionales. En etnografia feminista, las investigadoras son mujeres, los lugares de trabajo de campo son a veces ambientes femeninos y los informantes clave son típicamente mujeres" ( 1 992: 55) . Al tomar en cuenta esta definición, los trabajos que realicé en la ciudad de México pertenecen 1 Sobre el desarrollo de esta subdisciplina véase por ejemplo E. Lewin, lntroduction, en Feminist Anthro­ powgy. A Reader, EADEM, Malden/Oxford, 2006.

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a los estudios feministas, a pesar de concordar con la apreciación inicial de San­ dra Harding ( 1987) , para quien en principio no había una metodología feminista como tal. Los métodos aplicados por las antropólogas, en la mayoría de los casos, tienen carácter ecléctico y dependen más de la pregunta de estudio que de una ma­ nera particular de ver la realidad de una sociedad. En este contexto, el feminismo es una perspectiva de investigación tomando en cuenta el hecho de que existan varias definiciones del feminismo y por eso varias metodologías de investigación feministas (Reinharz, 1992) . Por lo tanto, cada situación de trabajo de campo está marcada por la posición socio-cultural de la investigadora, su opinión individual sobre el feminismo, su involucramiento personal y, en fin, los métodos aplicados en el contexto socio-cultural del estudio. El enfoque feminista en las ciencias sociales pone énfasis en conceder la pala­ bra a las mujeres y en estudiar sus experiencias. Por mi parte, decidí realizar mis investigaciones en el ambiente heterogéneo. Opté por la perspectiva de género en la antropología que requiere el estudio de las experiencias de las mujeres en las relaciones con los hombres y con otras mujeres (Bell, Caplan y Karim, 1993; Visweswaran, 1994) . Por lo tanto, di la voz tanto a las mujeres como a los hombres, es decir, a los habitantes de Santa María Tomatlán. La inclusión de los hombres en mis estudios era indispensable para entender los cambios ocurridos en las estrate­ gias de la maternidad de las habitantes de la metrópoli mexicana cuando la mater­ nidad -en el sentido más amplio de la palabra como, por ejemplo, las obligaciones paternales- se convierte cada vez más en objeto de negociación en la relación de pareja y en las familias. Las investigadoras feministas fueron quienes empezaron a poner más atención a los problemas relacionados con el género durante el trabajo de campo. Como ad­ vierte Diane Bell, "aparece la cuestión de género porque nosotros (los etnógrafos) hacemos el trabajo de campo estableciendo relaciones, aprendiendo a ver, a pensar y a ser en otra cultura, y lo hacemos como personas con una edad determinada, con una orientación sexual, creencias, nivel educativo y una identidad étnica y de clase particulares [ . . . ] . Lo más importante, lo hacemos como mujeres y como hombres" ( 1993: 1-2) . Hasta los años noventa eran las antropólogas quienes ponían más aten­ ción a cómo su propia presencia podría influir en la situación de investigación e in­ cluían en la etnografia elementos de sus propias biografias: edad, embarazo, hijos. Con el tiempo, los hombres empezaron a analizar sus experiencias de la misma ma­ nera, principalmente aquellos antropólogos que aplicaron el paradigma feminista en los estudios sobre la masculinidad. Matthew Guunann (2000) es un ejemplo de un antropólogo que a los inicios de los noventa realizaba estudios sobre la imagen contemporánea de hombre, incluyendo la visión de paternidad, en una de las colo­ nias populares de la ciudad de México. El antropólogo estadunidense vivió con su esposa y su hija, de unos meses de edad, en Santo Domingo, lo cual influyó en gran medida tanto en el desarrollo como en los resultados de su investigación. En las descripciones de experiencias personales se pone atención principalmen­ te al proceso de adaptación al medio de estudio. Por lo tanto, para insertarse en ese medio, el antropólogo o la antropóloga tiene que demostrar su flexibilidad, es

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decir, su capacidad de adaptarse a los valores y a los comportamientos que caracte­ ricen a una comunidad, incluyendo las normas peculiares de su cultura de género. Puede tomar la posición neutral, es decir, de una extraña, una especialista, o crear unas nuevas relaciones. Todo depende de la situación (Whitehead y Price, 1 986) . Además, el carácter de la relación cambia con el tiempo. Por lo tanto, en dife­ rentes momentos de la vida el investigador/la investigadora puede jugar diferentes roles. Durante mis estancias en la ciudad de México siempre trabajaba sola, es decir, nunca era acompañada por una pareja, hijos u otros miembros de la familia. Aun­ que las interlocutoras conocieran mi situación familiar, es decir, la edad y la etapa de mi carrera profesional, me asignaban los diferentes roles a jugar. Al principio, era el rol de una hija inmadura, perdida en la metrópoli mexicana, es decir, una joven que había que proteger. Con el tiempo ascendí a la posición de la persona preparada, competente, que conocía la cultura lo suficiente para poder funcionar sola como la especialista.

"LA HIJA " : ¿CÓMO NO HUNDIRSE?

Las circunstancias en que conocí la vida en las colonias populares de la ciudad de México influyeron en gran medida en el éxito de mis trabajos de campo. En el oto­ ño de 1 999, llegué a México. Fuí becada por el gobierno de México para estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México ( UNAM) e iniciar los trabajos de campo sobre la construcción cultural de la maternidad y sobre la experiencia de ser madre en uno de los barrios de la ciudad. Me hallé en una situación política extremadamente dificil. En esos momentos el país pasaba por cambios políticos muy turbulentos. La huelga en la UNAM era una de sus manifestaciones. Como las autoridades mexicanas no me permitieron el cambio de institución académica, du­ rante la mayor parte de mi estancia en México estuve aislada de la vida académica y casi obligada a "sumergirme" en la realidad mexicana. Once meses conviví con una familia mexicana compuesta de la madre y dos hijos adultos. También ellos se convirtieron en algunos de mis interlocutores principales y los guías por el mundo de uno de los barrios de Iztapalapa. Aunque ya no fuera principiante en cuanto al trabajo de campo (antes realizaba las investigaciones en Lituania y Polonia) y tenía preparación teórica (concluí estu­ dios latinoamericanos y conocía la lengua) , me sentía como la mayoría de los estu­ diantes de antropología que emprenden el trabajo de campo sin una experiencia suficiente. Por lo tanto, aprenden a vivir en una nueva realidad o se "hunden". Para mí, ese año tan turbulento en la ciudad de México resultó ser un verdadero rito de paso, un verdadero swim ar sink mystique (Wolf, 1 996: 7) . Durante los trabajos de campo las mujeres son consideradas, de un lado, como personas andróginas por los "honrados" hombres, y de otro, como niños o criatu­ ras inmaduras que había que proteger. La familia mexicana inconscientemente me asignó el rol de una hija adoptiva. Decidí aceptar este rol por un tiempo cuan-

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do realizaba mi trabajo. Hay que señalar que era una etapa dificil porque apenas empezaba a familiarizarme con la realidad mexicana. Por esta razón, necesitaba el apoyo y la seguridad. El rol de "hija" coincidía con mis esperanzas emocionales e intereses relacionados con mi trabajo, lo que me ayudó a entrar en la comunidad donde iba a hacer mis investigaciones. Con el tiempo, me di cuenta que negociar este papel resultó ser prácticamente imposible. Para mis amigos mexicanos siem­ pre era una joven extranjera sin experiencia que necesitaba protección contra las dificultades y los peligros de la vida en la ciudad de México. En esta etapa de mi estancia en México, no era una mujer madura, investigadora, especialista. Además, en los siguientes años durante mis estancias en la ciudad de México lo que se es­ peraba de mí, la "hija" adoptiva, familiarizada con los secretos de la familia, era la participación en sus conflictos y tomar partido por alguna de las partes. Al final, mi renuencia a apoyar a una parte del conflicto y no a otra causó la separación de los viejos amigos.

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"IA EXPERTA : LOS TRABAJOS DE CAMPO EN SANTA

MARÍA TOMATLÁN

Ya durante mi primera estancia en la ciudad de México aprendí a vivir en la cultura urbana. Adquirí el conocimiento, la experiencia y conseguí los contactos. Además, uno de mis interlocutores se convirtió en mi amigo. El padre ]airo jugaría un papel importante en mi segunda estancia de trabajo de campo, ahora en el terreno que pertenece a su parroquia: Santa María Tomatlán.2 Durante mis estancias consecutivas, pero ya privadas, en la ciudad de México entre 2000 y 2005 visitaba al padre en su nueva parroquia, la cual empezó a admi­ nistrar en el año 2000. Durante la fiesta que la mayurdomía3 organizó para el padre Jairo, quien festejaba su quinto aniversario de administrar la parroquia, fui oficial­ mente presentada al pueblo por el padre. El párroco, agradeciendo por la fiesta, aprovechó la ocasión y me presentó a sus fieles. Además, explicó el motivo de mi visita. Fue un momento clave para el desarrollo de mis estudios durante mi estancia en Santa María Tomatlán. El padrejairo era un hombre alto, bien parecido, criollo, de 60 años. Él podría ser mi padre. Realmente desempeñó este papel de padre, pro­ tector, todo el tiempo. Me presentó como su buena vieja amiga que vino a México desde muy lejos, es decir, de la tierra del santo papa Juan Pablo 11 para preparar su tesis doctoral sobre la antropología de la vida familiar (experienci as de las mu_ 2 Uno de los 16 pueblos precolombinos (pueblos originarios) existentes e.n el banio más grande de la Ciudad de México (Iztapalapa) que hasta hoy día conserva las costumbres y la religiosidad popular. • La mayordomía es la forma de patrocinar las ceremonias y fiestas relacionadas con el culto de los santos de barrio y de las representaciones de la Virgen. Según el Diccionario del Español Usual en México: "Mayurdomía es una institución característica para el catolicismo indígena y mestizo cuyo propósito es mantener vivo el culto. Además, organizar, administrar y conservar las fiestas religiosas en los barrios de las ciudades pertenece a estas obligaciones. El patrocinar este tipo de fiestas pueden [hacerlo] las perso­ nas consideradas como honestas" ( 1 996: 596) .

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jeres, maternidad, machismo, entre ellas) en Santa Maria Tomatlán, lo que puso a pensar a las mujeres que me invitaron a tomar el tequila a su mesa y empezaron a examinarme del conocimiento sobre México. Bromeando usaban el doble sentido (el doble significado de palabras) para revisar mi nivel de conocimiento del idioma. Me preguntaban sobre las ciudades visitadas por mí, el tipo de platillos preferidos o los programas de televisión. Durante el trabajo de campo en un lugar desconocido en cuanto a su cultura, las investigadoras, por su género, pueden ocupar el segundo estatus. Pero lo que ganan es autoridad y una posición privilegiada por su raza, clase social o pertenen­ cia a la cultura occidental (Warren, 1988) . Por esto, la manera como el padre me presentó en la fiesta tuvo sus consecuencias para mis futuros trabajos. El padre Jairo me presentó de una manera espontánea subrayando mi posición privilegiada ante los futuros intemecultores. Pero el hecho de que era la compatriota del papa pola­ co, fallecido unas semanas antes, me ayudó reducir la distancia establecida por mi posición de ser una antropóloga extranjera. Aunque fuera Juereña y extranjera, no era una gringa protestante. Por otro lado, cuando intentaba alquilar un apartamento en Tomatlán , me ofre­ cían solamente uno grande, sin muebles, incluso no equipado, al suponer que tenía una posición privilegiada relacionada con la beca que financiaba mis investigacio­ nes, lo cual era algo que no pude aceptar. Después de dos meses de buscar un apar­ tamento y de vivir de arrimada en casa de unos amigos, me rendí y decidí alquilar un apartamento en los alrededores de la universidad, con lo que tuve que pasar más o menos tres horas diarias en el transporte público para llegar al lugar donde realizaba mi trabajo de campo. Las investigadoras enfocadas en la observación participante desde la perspec­ tiva feminista subrayan que a las extranjeras, por su otredad, se les permite pasar las fronteras marcadas por el género. Mientras tanto, pueden sentirse presionadas para adaptarse a los comportamientos de las mujeres característicos de esa cultura. Además, las antropólogas extranjeras que realizan los estudios en el ambiente he­ terogéneo en cuanto al género están expuestas a ciertos peligros, por ejemplo, el abuso sexual, las amenazas fisicas, el funcionamiento de estereotipos relacionados con el género de la cultura en estudio. Durante los estudios en Tomatlán me sentí protegida por la comunidad, incluso por los mismos hombres. En cambio, durante mis viajes diarios por la ciudad estaba expuesta a la violencia verbal y fisica. En con­ secuencia, esto influyó en mi comportamiento muy reservado, pero que al mismo tiempo expresaba mi seguridad. La falta de maquillaje, los lentes y la ropa informal eran unos trucos para no atraer las miradas. Las estrategias del género en las situaciones de los estudios dependen de la pe­ culiaridad del medio de investigación, de la personalidad del investigador/investi­ gadora y del carácter de los estudios que se realiza (Scaglion, 1 986) . El cambio de imagen me dio seguridad durante mis viajes. Desde luego, esta táctica influyó en la m anera en que los interlocutores me veían cuando realizaba mis investigaciones. Se sumó el hecho de que en México a los estudiantes de doctorado se les llama doctor/doctora sin todavía serlo: lo anterior junto con mi imagen seria, la de una

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"intelectual", influyeron en la opinión y la imagen equivocada de /,a doctora, es decir, la terapeuta. A veces, días enteros participaba en la vida del pueblo, en fiestas, aniversarios eclesiásticos y familiares. Me encontraba con mis interlocutores en la calle, el mer­ cado o en el microbús. Además, hice amistades con algunas de ellas y empecé a participar en la vida de las mujeres de la mayordomía ayudando a los preparativos a las fiestas, sobre todo en la cocina. Aquí, el conocimiento sobre la cocina tradi­ cional mexicana que adquirí en anteriores estancias en México resultó ser muy im­ portante. También ayudaba a adornar la iglesia. Prácticamente cada fin de semana me invitaban a las fiestas familiares. Conforme pasó el tiempo, me convertí en una fotógrafa que registraba, por ejemplo, incontables bautizos, bodas, presentaciones, XV años. A menudo, en casos necesarios, cuidaba a los niños, les ayudaba a hacer sus tareas escolares, incluso informaba sobre los programas del gobierno para los más pobres, por ejemplo, el seguro social. Después de familiarizarme con el pueblo, empecé a entrevistar a mis interlocu­ toes principales (key informants) . Nuestras conversaciones eran una oportunidad de autorreflexión y alivio para ellos. Asimismo, con el tiempo, como a veces sucede en la regla de la bola de nieve, no tuve que esforzarme buscando los nuevos contac­ tos sino que las mismas habitantes de Tomatlán empezaron a buscar la ocasión de conversar conmigo. Hay que agregar que para algunas llegué a ser una especie de "urgencia" emocional. Ellas mismas empezaron a sacar las citas para las entrevistas con los hombres y no sólo con sus maridos, sino con sus padres e hijos, creyendo que ellos también necesitaban esta especie de "terapia".

SORPRESAS: ENTREVISTAS CON LOS HOMBRES Las antropólogas feministas enfatizan el hecho de que las mujeres-investigadoras sobrepasan las fronteras del género durante sus investigaciones mucho más fácil porque pueden ser vistas al mismo tiempo como mujeres (desde el punto de vista biológico) y como hombres (desde el punto de vista de los estereotipos de una cultura determinada) . Este estatus bastante peculiar es resultado de la educación, la independencia personal y de que ellas son las que inician las conversaciones. Por lo tanto, en muchas culturas la investigadora-extranjera está colocada socialmente más cerca de los hombres que de las mujeres. Hay una opinión general respecto a que los hombres están menos acostumbra­ dos y más distanciados para hablar sobre sus experiencias íntimas y sus emociones. Mis primeras entrevistas con ellos confirmaron esta opinión. Al principio, los inter­ locutores me coqueteaban. Lo que no disminuyó la distancia entre nosotros y no se inclinaron a más reflexiones personales. Pero en el momento de ganar la confianza de las mujeres, la situación de mis estudios cambió diametralmente. Empecé a en­ trevistar a los hombres que, convencidos por sus mujeres, querían ser interrogados esperando que esto sería para ellos no sólo un alivio sino que les permitiría resolver

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sus problemas personales y familiares. Para ilustrar esta cuestión voy a describir bre­ vemente el contexto de mis entrevistas con tres hombres que consideraban nuestras conversaciones como una especie de "terapia". La entrevista con Daniel,4 un viudo de 38 años, padre de tres hijos, fue planeada y arreglada por su suegra, doña Martha (mi interlocutora principal) . A doña Mar­ tha le inquietaba la manera en que su yerno trataba a sus propios hijos. Antes, me confesaba que su yerno olvidaba sus obligaciones paternales. En vez de dar el dine­ ro a sus hijos, lo gastaba con "otras mujeres". Abusaba del alcohol y, en consecuen­ cia, se volvió muy agresivo. Siempre dejaba a los niños con su abuela porque estaba seguro de que ella los cuidarla bien. Le dejaba toda la responsabilidad a la abuela. Doña Martha usaba varios medios para recordarle sus obligaciones paternales, por ejemplo, amenazando con que iba a quitarle la custodia legal de los niños. En esta situación, ella misma quería adoptarlos legalmente. Cuando llegué a la casa de la señora Martha para entrevistarlo, Daniel ya me es­ peraba "preparado" por su suegra. Al inicio, era muy reservado contándome sobre lo dificil que era ser un emigrante de la provincia (estado de Michoacán) y acos­ tumbrarse a la vida en Tomatlán, el lugar de origen de su mujer. Cuando su esposa falleció por las complicaciones de posparto de su tercer hijo, pasó por la depresión y empezó a abusar de alcohol. Me contaba sobre su soledad, su indefensión y sus intentos de dejar el vicio (hacía más de un año que participaba en las terapias de Al­ cohólicos Anónimos) . Llorando aceptó que no era un buen padre, incluso no sabía cómo serlo. Desde la muerte de su esposa, su obligación se limitaba a mantener a la familia. Repetía que quería aprender a demostrar los sentimientos a sus hijos, ser un verdadero ejemplo para ellos, pero esto se encontraba fuera de su alcance. Du­ rante la entrevista subrayaba que apreciaba la gran ayuda de la familia de su mujer (suegra, cuñadas) . Al final dijo que las obligaciones sobre los hijos es cuestión de las mujeres. Por lo tanto, ¡ su deber es ayudarle a él ! Después de unos días volvimos a encontrarnos en la casa de la señora Martha, pero ahora por pura casualidad. Daniel dijo que le había gustado la entrevista por­ que le hizo recordar sus encuentros en Alcohólicos Anónimos, donde tenía oportu­ nidad de hablar abiertamente sobre sus problemas. Lo más importante para él era que yo no le echaba los sermones inspirados por su suegra. Era lo que temía. El segundo caso fue el del señor Rodrigo. Antes de entrevistarlo hice amistad con su esposa Lupe (mi siguiente interlocutora) . También hablé con sus hijos y sus cuñadas. Conocí bastante bien el ambiente familiar y sus problemas antes de que el señor Rodrigo me diera el permiso de entrevistarle. Me permitió hacerlo porque --como me enteré más tarde- yo no era chismosa como "otras mujeres". Resulté ser una persona seria y digna de confianza. Confesó que tenía necesidad de platicar con alguien sobre sus problemas, y fue su mujer quien le convenció de que hablara conmigo. La señora Lupe resultó ser una persona rica en información. Siempre dispuesta a la conversación, además de contarme la historia de su vida, la de su fa­ milia y de su pueblo, revelaba los chismes sobre mi persona. Lupe dominaba en su 4 Los nombres de las personas entrevistadas no son reales.

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familia. Desde hacía mucho tiempo, intentaba convencer a su marido para que él hablara con la doctora. La verdad esperaba que Rodrigo viera los problemas desde la "perspectiva justa" y tomara las "decisiones justas". La señora Lupe esperaba que yo me pusiera de su parte en el conflicto familiar convenciendo a su marido para que él echara a su madre de la casa. Estaba segura que junto con la desaparición de la "mala suegra" los problemas familiares se resolverían automáticamente. Al principio, nos sentíamos muy incómodos porque los dos fuimos obligados a la conversación por Lupe, que no soportaba la objeción. Su marido, de más de 50 años, un hombre tranquilo, callado, pero siempre sonriente, era un mecánico. Además, era fuereño porque provenía de un barrio vecino y no era originario de Tomatlán. El hecho de que él era quien se mudó al pueblo para vivir en la casa de los suegros, con el tiempo heredado por Lupe, decidió su posición en la familia. Por estar privado de tomar las decisiones relacionadas con la familia o la herencia de su esposa, siempre se sentía "el otro" en Tomatlán. En la vecindad era visto como el padre y el abuelo cariñoso, no violento, que trabajaba duro para mantener a su familia. Aunque para otros era un típico mandilón. Dos años antes de nuestra conversación, la madre de Rodrigo tenía un conflicto con sus hijos y tuvo que mudarse a la casa de Lupe, lo que empeoró la situación de Rodrigo en la familia extensa (las hermanas de Lupe tienen terrenos y viven cerca de su casa) . Mi interlocutor sabía que no hubo una buena solución para esta situa­ ción. Por un lado, no podía dejar a su madre enferma y, por otro, su mujer no que­ ría tolerar a la suegra conflictiva bajo el mismo techo. El señor Rodrigo no podía permitirse alquilar un departamento separado para su madre. Si lo hubiera hecho, de todas maneras habría cuidado a la anciana. Por lo tanto, el conflicto no se solu­ cionaría. Mi interlocutor me contó que se sentía atrapado en las exigencias encon­ tradas de los miembros de las familias. Además, esa situación era muy estresante. El señor Rodrigo no esperaba consejos de mi parte. Cuando volvimos a encon­ tramos, me dijo que apreciaba el hecho de que yo estaba dispuesta a sacrificar mi tiempo y hablar con él. Me agradeció diciendo que por primera vez podía ha­ blar abiertamente con alguien sobre sus problemas y sus sentimientos. Durante la entrevista aparentemente conseguí la confianza de mi locutor. En consecuencia, tuvimos más oportunidades de conversaciones sobre diferentes temas, incluyendo personales, por ejemplo, en las tardes cuando el señor Rodrigo me acompañaba a la estación de autobuses. La tercera entrevista que presento también fue arreglada por doña Lupe. Un día ella me llamó y me pidió que viniera a su casa por la tarde porque "iba a tener para mí un locutor", como lo dijo. Cuando llegué a su casa, ella me acompañó al segundo piso recién reconstruido. Yo iba a hablar con uno de los obreros empleados allá. Aunque antes nunca tuve la ocasión de verlo, él escuchó sobre mis entrevistas de los miembros de la familia de doña Lupe. Nos sentamos en un costal con ladrillos y el señor Hugo me explicó que tenía una necesidad de confesar sus problemas a alguien. Doña Lupe le dijo que la doctora sabía escuchar. Además, la plática con ella podría ser un gran alivio para él. Por primera vez durante mi trabajo de campo en Tomatlán, un hombre era el que buscaba la ayuda y consolación hablando conmigo.

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El señor Hugo, una persona madura, era un obrero no calificado que trabajaba como ayudante de albañil. Era un padre soltero --como él mismo se definió- que cuidaba a dos niños. Era emigrante del estado de Guerrero. Cuando le conocí, alqui­ laba un pequeño departamento en Tomatlán. Lo que él buscaba en nuestra plática, era encontrar lástima por su dificil situación y sus problemas. Me habló sobre la pobreza, el analfabetismo y el estigma social que experimentó siendo un hijo fuera del matrimonio de un cacique local en las costas del estado de Guerrero. También me contaba sobre sus intentos de emigrar a ciudad de México y después a los Estados Unidos para "cambiar su destino". Me confesó que vivió un shock cuando al regresar a la ciudad de México, se enteró de que su mujer ya había tenido una nueva pareja y se negó a cuidar a los hijos de ambos. El señor Hugo tuvo que enfrentarse con una nueva situación, es decir, de repente se convirtió en padre soltero en una ciudad desconocida donde no podía contar con redes de apoyo: la ayuda de las mujeres de su familia. Tampoco tenía amigos o compadres. A pesar de lo dificil que se presentó esta situación, nunca dejaría a sus hijos a las instituciones del DIF,5 como lo subraya­ ba. Quería que la familia se quedara intacta y que los hijos terminaran, por lo menos, la secundaria. Ésta fue una conversación larga y conmovedora. No obstante, esta entrevista fue una de las más emocionalmente agotadoras que realicé en Tomatlán. La peculiaridad de esta conversación consistía en que el señor Hugo, siendo uno de mis interlocutores-hombres, no sólo esperaba mi apoyo emocional sino que esperaba mi ayuda para resolver sus problemas prácticos, en consecuencia, los re­ cibió. Entre los consejos que le di estuvo la información sobre el seguro popular elaborado por el gobierno de la ciudad de México que entonces entró en vigor. Además, encontré la información sobre las terapias psicológicas organizadas en cada delegación. Cada ambiente de trabajo es peculiar para el investigador y requiere un trato distinto. Mi investigación en Santa María Tomatlán me obligó a relacionarme per­ sonalmente con mis interlocutoras e interlocutores. Mi involucramiento estuvo ba­ sado en sentimientos, emociones, empatía e intuición, lo que exigió que jugara el rol de "terapeuta". Por lo tanto, surgieron dudas y dilemas personales. A pesar de que se subraye que los problemas morales o éticos y los dilemas son una parte inseparable del trabajo de campo, no se les puede prever y aparecen ex post fadum (Fabian, 1 99 1 ) . Cuando empecé mi trabajo en el pueblo, esperaba sentir más presión para acomodarme a los comportamientos peculiares para esta comunidad. Estaba preparada para aceptar que estaría obligada a responder varias preguntas sobre mi vida personal y sobre todo por qué era soltera y sin hijos. Ade­ más, esperaba que se me asignara el rol de una extranjera accesible sexualmente ( "una mujer fácil") porque era "una joven sola y lejos de la casa", como se decía. No obstante, las fronteras del comportamiento marcadas por el género resultaron ser bastante elásticas. Por el contrario, me asignaron el rol de un "terapeuta" y el estatus andrógino de una experta. Lo que me facilitó el acceso a los interlocutores, tanto 5 Desarrollo Integral de la Familia ( DIF) . Es una institución gubernamental mexicana enfocada a la ayuda social para las mujeres y los niños.

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con las mujeres como con los hombres. Creo que varios factores influyeron en esta situación. Primero, era extranjera preparada que conocía muy bien la cultura mexicana, el idioma y la realidad de la vida en la ciudad de México. Segundo, el objeto de mis investigaciones era la ex­ periencia de ser madre/padre. Tercero, mi posición durante mi trabajo de campo en Tomatlán establecida y legitimada por el padre ]airo. Mis interlocutoras estaban seguras de que existía la necesidad de una ayuda psicológica para solucionar los problemas cotidianos, lo que era resultado de su contacto con los psicólogos en las escuelas, las parroquias, los medios de comunicación. Además, influyeron los cam­ bios de los últimos años ocurridos en Tomatlán donde las mujeres siguen siendo responsables de sus familias. Pero por otro lado, la generación más joven de muje­ res aprovecha cada vez más las oportunidades educativas, elige una carrera profesio­ nal y el desarrollo personal. Por lo tanto, las mujeres solteras, preparadas, cada vez ganan más respeto y aceptación por ser exitosas; en consecuencia, tienen un nuevo estilo de vida. Lo que ha hecho cambiar la imagen de la mujer en la comunidad de Santa María Tomatlán.

"LA

HUIDA DEL LUGAR DE ACCIDENTE "

Antes de empezar el trabajo en Tomatlán, ya tenía cierto conocimiento sobre la vida en la ciudad de México que adquirí durante mis últimas estancias en la capital mexicana. Pero no pude prever que se me asignara el rol de "terapeuta". Al inicio, intentaba protestar explicando detalladamente el tema y el propósito de mis investi­ gaciones. Aclaraba las diferencias que existían entre la antropología y la psicología. La reacción de mis informadores sobre estas explicaciones era la desilusión o el enojo. Al fin y al cabo, me rendí y acepté el papel asignado por ellos. Finalmente, nuestros interlocutores son los que deciden sobre el desarrollo de las investiga­ ciones cuando están dispuestos a colaborar con nosotros o rechazan hacerlo. Sin embargo, el conflicto de roles aumentó las cargas fisicas y emocionales relacionadas con mi trabajo de campo. Cada una de las entrevistas, "terapias", causaron en mí los sentimientos encontrados que luego se convirtieron en frustraciones. No soy ni una psicóloga profesional, ni una terapeuta preparada, no tengo ni el conocimiento adecuado ni la preparación suficiente para realizar las sesiones terapéuticas. Por lo tanto, mis comentarios se basaban más en la empatía que en el conocimiento. En varias ocasiones mis interlocutores se mostraban conmovidos, nerviosos, o incluso lloraban. No estaba preparada para enfrentarme con este tipo de situaciones y mu­ cho menos cuando un hombre lloraba o me contaba sobre su vida personal, por ejemplo, presumiendo sus conquistas sexuales. De todas maneras, me sentía responsable por mis interlocutores que tanto con­ fiaron en mí confesando los detalles, muy íntimos incluso, de su propia vida. No quería fallarles. De otro lado, lo único que podía hacer para ayudarles era escuchar­ les con atención ofreciéndoles un apoyo moral o dándoles consejos o informacio-

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nes. Pero cuando el problema resultó ser ya muy grave, les ayudaba a encontrar un especialista en la materia, un psicólogo. Nita Kumar describe la situación del trabajo de campo como "un choque valien­ te pero al mismo tiempo torpe de la sensibilidad de un (a) investigadora contra la sensibilidad de un (a) investigado (a) ". En consecuencia, lo define como "la huida del lugar de accidente" ( 1 992: 1 ) . La relación de la investigadora y la comunidad donde realiza sus trabajos es siempre muy complicada. Es una situación donde dos partes influyen recíprocamente. Las dos partes ganan o pierden. Puedo decir que para mí la ganancia podría ser una nueva experiencia de inves­ tigación, el material que conseguí (la tercera parte de las entrevistas las realicé con los hombres) , la falta de conflictos serios en los meses que pasé con los habitantes de Tomatlán en situaciones muy variadas. Y no sólo esto. Además, hice amistades con algunas de mis interlocutoras e interlocutores con quienes estoy en contacto por correo electrónico. Asimismo, la perspectiva de realizar mis investigaciones en el futuro en el mismo pueblo forma parte de las ventajas. En cuanto a las pérdidas, sobre todo sentirme obligada a aceptar un rol asignado por la comunidad, es decir, como lo llaman las feministas estadunidenses de una manera cursi, pero adecuada, intemational shitwork (Reinharz 1 992: 58) . Además, el gran agotamiento fisico y emocional relacionado con una larga estancia en la metrópoli más grande de América Latina. Los antropólogos que realizan sus trabajos de campo en la ciudad de México ponen mucha atención a las condiciones dificiles de la vida en esta ciudad y a ex­ perimentar diariamente "formas de degradación demográfica" (García Canclini y Mantecón, 1996) como destrucción del medio ambiente, problemas con el trans­ porte público, corrupción, laberintos de la burocracia, amenaza de violencia, entre otros. En el caso de las antropólogas, que por su género, diferencias raciales y cul­ turales, a pesar de ser molestadas por los hombres de una forma verbal, se sentían no sólo incómodas sino asustadas por llegar a ser molestadas sexualmente en el espacio público. En mi caso, lo que en el momento de entrar en la comunidad resultó ser una ventaja era la piel blanca y los ojos verdes; por el contrario, en el espacio urbano resultó ser un obstáculo. Durante mis viajes diarios, era lo que atraía la mirada de los hombres. A pesar de mi comportamiento reservado y la imagen lo más natural posible, fui expuesta a los comentarios cualitativos. Además, era destinataria de pi­ ropos poco agradables. Principalmente, durante mi primera estancia en México experimenté las pruebas de molestarme sexualmente.

SOBRE LA RELACIONES DE PODER, OTRA VEZ

Aquí quisiera regresar a uno de los elementos del trabajo de campo más importantes y problemáticos para las antropólogas feministas: la relación de poder entre las inves­ tigadoras y las sociedades investigadas. Diane L. Wolf ( 1996) reflexiona esta cuestión

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en tres diferentes dimensiones relacionadas entre sí. Primero, las ya mencionadas diferencias surgidas de la posición de la investigadora y del investigado (clase, raza, nacionalidad, perspectivas para la vida, procedencia ciudad/pueblo) . Segundo, la relación de poder durante el proceso de definir el sujeto investigado, el intercambio y la explotación desiguales en su desarrollo. Tercero, la cuestión de poder en la par­ te final del proyecto, es decir, elaborando las conclusiones y los resultados. La asimetría de relaciones entre los investigadores y los investigados está más marcada sobre todo en la parte de preparación (la antropóloga decide el tema y el lugar de sus investigaciones) y en la parte final, cuando las conclusiones ya están hechas y aparece la cuestión de la presentación. Hay que subrayar que el lugar de trabajo de campo no depende solamente de la investigadora. También la idea de investigación tiene que ser aceptada por un grupo. Al elegir Tomatlán, estaba cons­ ciente de las dificultades y del riesgo de ser rechazada por la comunidad. El hecho de que concluí satisfactoriamente mi trabajo, fue -en su mayor parte- gracias a la ayuda y la amabilidad del padre ]airo. El segundo momento en que el investigador /investigadora tiene poder sobre el investigado, es cuando presenta y establece los fines a que se aplican sus investi­ gaciones. Durante mi estancia en Tomatlán informé a mis interlocutores sobre el propósito de las investigaciones, es decir, que serían la base empírica de mi tesis doctoral. La mayoría de los interlocutores demostró un gran interés por mi pro­ yecto de investigación. Una parte de ellos no sólo quería que usara sus nombres en las descripciones de entrevistas, sino que permitieran que incluyera las fotos de las fiestas familiares en mi trabajo. Durante el trabajo de campo, mis interlocutores nunca presentaron quejas o du­ das en cuanto a mi honestidad como investigadora. La cuestión de representación aparece muy marcada en la conversación con una amiga del padre ]airo. Ella prove­ nía de la clase media y llegó a Tomatlán para participar en la fiesta de la iglesia. Ella expresó su desconfianza en la cuestión de que los resultados de mis investigaciones realizadas en el pueblo tan "atrasado y folclórico", como lo definió, podrían defor­ mar una "imagen falsa sobre el México". Y lo peor, promoverlo en Europa. Hay que señalar que en el proceso de realizar el trabajo de campo la posición dominante del investigador/investigadora ya no es tan evidente. Así lo comprueban las descripciones de las experiencias que adquirí en la ciudad de México. Nuestros interlocutores no son unos sujetos pasivos de estudio. Las relaciones del poder no son ni estáticas, ni establecidas previamente, por el contrario, son dinámicas. En­ tonces, las relaciones del poder se vuelven elásticas e, incluso, impalpables para el antropólogo/antropóloga, por lo menos al inicio de la investigación. También, hay casos en que los interlocutores son los que dominan en la relación, es decir, toman el control, a veces, deshaciendo el plan de investigación. Sin duda, como antropóloga europea ocupé una posición privilegiada, fortale­ cida por el malinchismo mexicano, frente a mis interlocutores mexicanos, sobre lo cual me advirtió un hombre cuando acababa de llegar a Tomatlán. Él me aseguró que la gente del pueblo iba a recibirme "porque aquí somos muy malinchistas", como lo subrayó. Lo que significa que a los mexicanos les gusta todo lo extranjero y

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principalmente las personas que provienen del Occidente. También sucede con la preferencia por el color de la piel blanca, ojos y pelo claros. 6 Por lo tanto, fui invitada a las fiestas organizadas por la comunidad del pueblo, por ejemplo, para cargar la imagen de la patrona del pueblo durante la proce­ sión en una de las fiestas. También participé en varias fiestas familiares como una invitada de honor. El capital simbólico relacionado con mi posición aseguraba el prestigio para mis amigos y sus familias. Consciente de las consecuencias que mi po­ sición podría traer durante mis investigaciones, intentaba comportarme de manera apropiada para la situación con el fin de reducir la distancia entre los habitantes de Tomatlán y mi persona. Por ejemplo, participaba en la vida cotidiana de la co­ munidad. También estaba abierta a las entrevistas recíprocas. No obstante, tenía en cuenta que, como lo demostraron las investigadoras feministas, estas formas de comportamiento pueden resultar problemáticas y nunca funcionan exitosamente en las relaciones iguales entre el investigador/investigadora y el investigado (Wolf, 1996) . Aunque la posición sociocultural del poder favorece a los investigadores, sería ilusorio creer que ellos son los que controlan realmente la situación de in­ vestigación. En cualquier grado que sea, la resistencia justificada por parte de los investigados y la negociación de las relaciones del poder entre los antropólogos y las sociedades estudiadas durante la investigación, influyen de manera significativa en el desarrollo del estudio. Durante mi trabajo de investigación en México se me asignaron ciertos roles que, con mayor o menor intensidad, tuve que aceptar. Además, estos roles evolu­ cionaban conforme a mi edad y mi preparación. Por lo tanto, de una "niña-hija" inmadura pasé a ser la "hija profesional" competente de cuyos éxitos había que estar orgulloso (así me trata el padre jairo hasta hoy el día) . En la última etapa, ya me convertí en una especialista. Este último rol asignado por la comunidad estaba relacionado con las esperanzas que cumplí ante los ojos de mis interlocutoras. Las habitantes de Tomatlán esperaban que nuestras conversaciones ayudaran a resol­ ver sus problemas y los de sus hombres. También aparecieron las esperanzas de los hombres. Ya al inicio de mi estancia, uno de mis interlocutores preocupado por los últimos cambios en el estilo de la vida de las mujeres expresó su esperanza de que las conversaciones conmigo influirían en "quitar la promiscuidad en el pueblo y las mujeres se darían cuenta cuáles eran sus verdaderas obligaciones". Además, se esperaba que instruyera a las mujeres acerca de ser "una buena madre". Los habitantes de Tomatlán a menudo buscaban por sí solos el contacto conmi­ go. Al prepararse, ellos mismos fijaban las fechc¡.s y horas de las entrevistas. Tam­ bién me invitaban a fiestas. Cuando no podía aceptar la invitación , expresaban su descontento abiertamente. A veces, sucedía que quienes al principio estaban dis­ puestos a ser entrevistados, no llegaban al lugar donde nos habíamos citado. Esto pasaba sobre todo cuando la entrevista se establecía en las oficinas de la parroquia. Mientras tanto, "olvidaban " o cambiaban las fechas de citas. Raras veces pasaba que 6 El colorismo es una forma de discriminación por el color de la piel. El color de la piel define estatus socioeconómico. También las personas de piel clara reciben un trato diferente.

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alguien rechazaba la entrevista abiertamente. Tuvo que pasar bastante tiempo para que pudiera darme cuenta de que no sólo se trataba de la diferencia cultural en tomo a percibir el tiempo (puntualidad) o las relaciones sociales, sino que fue una estrategia de resistencia a mi trabajo de campo, los habitantes de Tomatlán empe­ zaron a disponer de mi tiempo, lo que era muy frustrante sobre todo porque para llegar al pueblo tardaba tres horas diarias. A veces, de tres entrevistas ftjadas para el mismo día, ninguna se realizó. En esta situación no pude demostrar mi desconten­ to o desilusión provocados por las diferencias entre las culturas. Por el contrario, tenía que evitar las situaciones conflictivas, ya que ellas podrían si no destruir, por Jo menos, dificultar o atrasar mi trabajo. El grado en el que podemos negociar nuestra posición durante el trabajo de campo está limitado también por factores exteriores. Raras veces se habla sobre la presión de la situación bajo la cual el antropólogo/antropóloga trabaja. Conseguir el financiamiento para realizar el proyecto que requiere una estancia larga en un país alejado es un proceso complicado y de largo plazo. En caso de ser exitoso, está limitado por varios requisitos legales, sobre todo presentar los productos de investi­ gación en el tiempo previsto. Mientras la entrevista para la gente de Tomatlán, era una curiosidad, una oca­ sión para la autorreflexión o una forma de terapia, para mí era principalmente el trabajo perfilado para obtener el material de investigación. Además, la reali­ zación de varias temporadas de trabajo de campo en la ciudad de México estuvo condicionada por mis obligaciones académicas, financiamiento y beca (cumplir con los requisitos del reglamento de becas del gobierno mexicano) .7 Uno de Jos requisitos era realizar el proyecto exitosamente. Por lo tanto, me limité a negociar mi rol durante el trabajo en Tomatlán, es decir, fuí obligada a ser muy elástica y estar dispuesta a llegar a los compromisos con la comunidad de Tomatlán. Lo que terminaba con los dilemas éticos.

OBSERVACIONES FINALES

Los dilemas éticos y morales que aparecen durante el trabajo de campo nunca pue­ den ser previstos o planeados hasta al final. Por lo tanto, hay que tener en cuenta los riesgos emocionales buscando cada vez más soluciones adecuadas para las situa­ ciones concretas que surgen durante el trabajo. Concuerdo con las investigadoras feministas que no tratan la controversia o la imprevisión relacionadas con el trabajo de campo como las dificultades durante la observación participativa y rechazan este método de trabajo. Por el contrario, es una ocasión para adquirir la experiencia y fortalecer a los mismos investigadores en ·

7 Las temporadas de trabajo de campo realizadas entre 1999 y 2000 y entre 2005 y 2006 estuvieron inscritas en mi estancia corno becaria del gobierno mexicano en el Programa Universitario de Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México (PUEG-UNAM ) , en la ciudad de México.

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las expectativas que de ellos tienen los demás. Además, es una oportunidad para el desarrollo de su propia conciencia para que el estudio sea lo más ético que se pueda tanto para el investigador como para el investigado (De Laine, 2000) . Para que esto se vuelva posible, el antropólogo debería conseguir un conoci­ miento metodológico muy profundo, relacionado con los estudios de caso ( case studies). El amplio conocimiento sobre la materia surgió a lo largo de las tres últimas décadas principalmente en los Estados Unidos. Su producto era la publicación de la literatura enfocada en la metodología de los trabajos de campo (manuales) para preparar a los futuros antropólogos para que sepan enfrentarse con la situación de estudio. En la introducción de uno de esos manuales titulado Fieldwork, parti­ cipation and practice: ethics and dil.emmas in qualitative research, la autora Marlene de Laine (2000) define los propósitos del libro: su intención es atraer para analizar y entender los fenómenos negativos que pueden tener lugar durante el trabajo de campo. Asimismo, el libro puede ayudar a elaborar los métodos para enfrentar los problemas prácticos y éticos a través del análisis de los casos del trabajo de campo. Cuando salí por segunda vez a México, ya había tenido el conocimiento metodo­ lógico adquirido de la lectura de varios manuales. Aunque esto no me protegiera para cometer faltas y no fuera capaz de prever lo que podría suceder durante mis investigaciones en Tomatlán, me ayudó a permanecer en el "lugar de accidente" y terminar exitosamente mi trabajo.

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ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD. APUNTES PARA UNA REFLEXI Ó N FEMINISTA PAULA SOTO VILLAGRÁN*

INTRODUCCI Ó N

La preocupación por el espacio y la ciudad irrumpe con fuerza en las últimas dé­ cadas para ocupar un lugar privilegiado en las ciencias sociales. Algunos factores que desde mi perspectiva han contribuido a esta centralidad, son por un lado las discusiones que se abren a través del debate sobre lo local y lo global, y las formas en que se reestructuran las relaciones espacio-temporales donde la circulación ace­ lerada de mensajes que están en todas partes y en ninguna a la vez, junto con la desterritorialización de las relaciones y los procesos de producción, plantean una gran dificultad para definir la idea de espacio con la antigua concepción que lo ligaba a lo estable y permanente en un mundo globalizado y a la vez fragmentado. En la antropología, el francés Marc Augé ha sostenido la existencia de los "no lu­ gares" que se caracterizan por la circulación acelerada de personas y bienes, donde las transacciones e interacciones se producen entre individuos anónimos, sin atri­ butos sociales. Aeropuertos y centros comerciales son ejemplos privilegiados de "no lugares". En oposición los lugares antropológicos tienen como rasgos principales ser identificatorios, relacionales e históricos, por ejemplo el plano de la casa, los barrios, los altares, las plazas públicas (más que la solidez del concepto, es relevante en tanto que contribuyó a problematizar la figura del espacio y su organización) . Los individuos al posicionarse en este escenario sin territorios y sin grandes relatos, obligan a retrotraer la mirada hacia la producción de sentido individual. Por otro lado, desde una perspectiva de género las preocupaciones geográficas y las referencias espaciales están en la base de las nuevas reconceptualizaciones identitarias ubicando al espacio como escenario estratégico para pensar la alteri­ dad, debido al reconocimiento de los dualismos presentes y profundamente inte­ riorizados en las relaciones entre lo femenino y lo masculino, y sus consiguientes repercusiones en la construcción del espacio (Del Valle, 1 997; Me Dowell, 2000) . Sumado a esto y producto de una fuerte influencia del posmodemismo, el énfasis para pensar las identidades de género se ha ido espacializando. En especial desde la geografía feminista la metáfora de la posición es utilizada para capturar tanto la multiplicidad como la fragmentación de las identidades de clase, edad, nacionali­ dad, etnicidad, etcétera.

* Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. [ 2 94 ]

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En este contexto, a través de este trabajo me propongo desarrollar, en primer lugar, algunos itinerarios teóricos que vinculan las categorías de género, espacio y lugar en el contexto teórico de la antropología. En segundo lugar me pregunto por la noción de espacio en la teorización feminista, especialmente en sus relacio­ nes con las identidades. En tercer lugar me interesa dibujar algunos horizontes y desafios que es posible delinear desde una reflexión situada en Latinoamérica, una lectura de algunos de los trabajos que toman el espacio como una categoría central de análisis, pues las discusiones sobre el espacio y el lugar desde la mirada de gé­ nero son posibles de ubicar en una producción transdisciplinaria, donde buscamos algunos ejes articuladores desde los cuales se han vinculado espacio y lugar para en­ contrar contribuciones significativas. Finalmente me propongo algunas reflexiones que permiten cerrar la discusión puntualizando algunos aspectos que se orientan a la relevancia de la categoría de espacio y lugar en las reflexiones de la antropología feminista, que de alguna forma nos permiten retomar algunas dimensiones básicas de la vida social, el tiempo y el espacio.

EL ESPACIO Y EL LUGAR EN LA REFLEXI Ó N ANTROPOLÓ GICA

Desde la antropología diferentes datos etnográficos nos entregan elementos que muestran la existencia de comportamientos espaciales diferenciados entre hombres y mujeres. Podemos entender esta relación entre el espacio y el comportamiento gracias al trabajo de construcción social que se hace sobre el cuerpo y sus movimien­ tos, inscribiéndolos en el pensamiento, en el cuerpo y en la cotidianeidad de la ex­ periencia. El orden masculino establece una división del mundo que se materializa mediante la localización de los cuerpos, y en la reglamentación de las maneras de comportarse, posturas corporales, ritmos, que dibujan los territorios de movilidad y desplazamiento. La articulación específica entre el espacio, el género y el menor estatus de las mujeres, podemos encontrarla en dif�rentes evidencias etnográficas. En primer lugar, hace más de 20 años en los trabajos de Michelle Rosaldo y Sherry Ortner ( 1 979) . Estas autoras han aproximado la explicación que ha derivado en una visión espacial de la diferencia sexual y que tiene que ver con la desvalorización universal de las mujeres y su posición secundaria en las sociedades. Sostienen que las mujeres han sido identificadas simbólicamente con la naturaleza, en oposición a la cultura que se asocia con los hombres y lo masculino. Culturalmente las mujeres son consideradas más cercanas a la naturaleza que los hombres. La biología y el cuerpo de las mujeres como procreadoras con sus respectivas funciones reproductivas y el contacto íntimo con sus hijos durante la crianza y las tareas domésticas serán la fuente del simbolismo naturaleza-cultura. La consecuencia inmediata será la consideración de que las mujeres están subordina­ das al poder de los hombres, ubicando sus actividades fundamentales de manera tal que el lugar de acción femenino será el mundo doméstico y la familia; por el

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contrario, los hombres serán dueños de la vida pública. "Aunque no todas las cultu­ ras articulen una contraposición radical entre lo público y lo doméstico en cuanto tales, cuesta negar que lo doméstico está simplemente subsumido en lo público" (Ortner, 1979: 1 2 1 ) . Para estas autoras la oposición naturaleza-cultura, mujeres-hombres, doméstico­ público, son en sí mismas construcciones históricamente producidas por la activi­ dad humana y se constituirán en categorías clave para entender y explorar la situa­ ción femenina y masculina. Si bien en diferentes sistemas sociales e ideológicos se presentan con mayor o menor fuerza, este par conceptual nos proporciona una herramienta para conceptualizar las actividades de los sexos. El par conceptual pú­ blico-privado nos entrega un acercamiento topográfico para explorar e identificar las fronteras de los sistemas de sexo-género, pues es una distinción que frecuente­ mente se encuentra en diferentes contextos culturales y de manera semejante. La división sexual del trabajo es una parte integral de la división de género, debido a que mientras la vida de los hombres ocurre fuera de la casa, la alimentación y el cuidado de los hijos ocurre dentro de ésta. En este tipo de sociedades existe frecuentemente una separación entre hombres y mujeres dentro del hogar, de esta manera encontraremos referencias en que el es­ pacio privado o doméstico tiene divisiones entre derecha e izquierda, lugares feme­ ninos y masculinos, con la consiguiente mayor valoración de los espacios masculinos. En segundo lugar, la frecuente separación que ubica a las mujeres aparte de los hombres, espacialmente dentro de las formas de habitar de sociedades no oc­ cidentales, es descrita y analizada en la Casa Cabil de Bourdieu ( 199 1 ) . Para él, la disposición de los espacios se puede entender a través de un conjunto de oposicio­ nes simbólicas homólogas, que se sostienen a través de la división sexual del trabajo y la consiguiente distribución estricta de actividades para cada uno de lo sexos, de espacios y de tiempos, instrumentos y objetos. En este sentido la mayoría de las actividades asignadas que realizan las mujeres cabileñas, así como los objetos que utilizan, pertenecen a la parte oscura de la casa, transporte de agua, leña para la calefacción, cuidado del ganado. De manera que la estructura del espacio, con la oposición entre la parte baja, oscura y nocturna de la casa, se oponen a la parte alta, el interior y el exterior, como lo femenino a lo masculino. Estas oposiciones al mismo tiempo establecen diferencias entre la casa y el uni­ verso. De la casa que es el universo de la mujer, el hombre está excluido, por lo menos durante el día es sagrado y secreto, ocurre en la intimidad, oculto y oscuro. A diferencia de esto, el hombre está afuera, en el universo exterior, en las labores del campo, en la asamblea, a plena luz del día; la oposición que se establece entre la casa de las mujeres y la asamblea de los hombres es una forma de marcar una división entre vida privada y vida pública. Un conjunto de oposiciones, que constru­ yen un sistema simbólico, que se aplica a la estructura del espacio alto/bajo, luz/ sombra, seco/húmedo, abierto/ cerrado, así también a los procesos que estructuran el tiempo noche/día, mañana/tarde, inviemo/verano. 1 1 Las oposiciones que se establecen entre el mundo exterior e interior de la casa, tienen sentido

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Un universo organizado donde las diferencias sexuales están integradas en un más amplio conjunto de oposiciones, que se apoyan mutuamente, y que simbóli­

camente organizan el cosmos, ordenan el universo, y se apoyan en el juego de las transferencias prácticas a los movimientos del cuerpo, los comportamientos y los actos. Matriz original de oposiciones que establecen límites, fronteras en la utili­ zación del cuerpo en determinados lugares, que en última instancia reproduce la primacía de lo masculino. En tercer lugar Henrietta Moore ( 1996) , en su trabajo sobre los marawett de Kenya, establece una estrecha relación entre poder, espacio y conocimiento. Plan­ tea que el análisis sobre la organización del espacio puede ser considerado como un sistema de comunicación o un sistema simbólico de códigos análogos al len­ guaje. En este sentido el espacio doméstico, que es su principal objeto de estudio, es entendido como un texto, donde el movimiento y la acción pueden ser vistos e interpretados como un texto literario. Si bien hay diferentes formas que permiten sintetizar las relaciones entre espacio y tiempo entre los marawett, un eje importan­ tísimo para definirlas es la relación entre hombres y mujeres. La tesis central es que el significado no es inherente a la organización del espa­ cio doméstico, por el contrario, para conocer dichas significaciones es necesario recurrir a la acción de actores sociales. El argumento se orienta a examinar cómo ciertas representaciones llegan a ser dominantes y como éstas son mantenidas. Así "representaciones dominantes" e "interpretaciones dominantes" se relacionan en la reproducción de formaciones ideológicas; la identificación de una interpretación como más apropiada que otras, se considera como una dimensión y una funciona­ lidad del poder político. La repetición cotidiana de actividades de la vida marawet es producida por un conjunto de principios estructurales que sólo se manifiestan en la práctica. La villa de Endo, al estar construida en la parte alta de una montaña, hace que los movi­ mientos diarios desde el área residencial al campo se den en un proceso permanen­ te de movimiento entre arriba y abajo. Esta división es aún más complicada por el uso del término tai, que significa derecha y también se refiere a la idea de frente, y de /et, que significa izquierda y también atrás. Ambos, tai y /,et, son términos de orien­ tación y dirección, y se asocian a los movimientos del Sol, explícitamente vinculado a los hombres, en oposición a la Luna, simbólicamente asociada a las mujeres. Lo masculino se constituye en lo permanente, mientras lo femenino en lo imperma­ nente, conformando así una de las más poderosas formas de generizar el espacio y el tiempo en el Valle de Entlo. La organización del espacio es el producto de prácticas representadas, dada la naturaleza de recursos y relaciones de poder en la vida marawet, esto significa que están siempre abiertas a la negociación y renegociación. Ésta es una visión del espacuando uno de los términos de esta relación, la casa, está a su vez dividido según los mismos principios que se oponen al otro término. Por ello es al mismo tiempo verdadero y falso que el mundo exterior, el afuera, el día etc., se oponen a lo interior, adentro y noche como lo masculino a lo femenino, porque el segundo término de este juego de oposiciones homólogas se divide cada vez en sí mismo y su opuesto.

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cio que toma cuenta de la forma en la cual éste es constitutivo a través de prácticas de relaciones y significados sociales. En cuarto lugar, Shirley Ardener ( 1993) recoge un conjunto de artículos antro­ pológicos, cuyo interés central es la relación entre el género y el espacio, así como la importancia de los arreglos espaciales en diferentes sociedades. La autora plantea que los grupos sociales han generado sus propias reglas de uso del espacio, los lími­ tes, y las divisiones de la vida social dentro de esferas, niveles y territorios específicos que son determinados culturalmente. Plantea que las divisiones de espacio y las formationes espaciales están íntimamente relacionadas, pero no en un sentido de causa y efecto sino que esta interdependencia podría ser pensada como "simultanei­ dad", así el espacio refleja la organización social. Es importante la situación de silenciamiento en la que existen grupos en situa­ ción de "mutismo social", es decir existirían en la sociedad grupos silenciados de­ bido a que perciben y expresan de manera diferente la realidad en relación con grupos dominantes que tienen la posibilidad de hablar y con ello de dominar; las mujeres constituyen un ejemplo de silenciamiento, donde su forma de ver la reali­ dad y percepción del mundo no tiene manera de expresión pues no puede mate­ rializarse en los mismos términos masculinos dominantes. Estas estructuras domi­ nantes impiden cualquier expresión de modelos alternativos, de manera que los dominados deben asumir las formas del grupo dominante. Por ello, para Shirley Ardener hombres y mujeres tienen diferentes visiones de la realidad. Los mapas sociales pueden revelar las relaciones estructurales que ordenan jerar­ quías en otro orden de características y sistemas de relaciones, como el parentesco, los cuales son frecuentemente elaborados pero no necesariamente realizados en el territorio sino por la ubicación de sujetos en el espacio de las relaciones sociales. Los miembros de un grupo podrían ser dominantes en relación con miembros de otro grupo, compartiendo con ellos un universo definido diferente; por ejemplo podríamos ver la relación entre una esposa y su esposo, donde la mujer está en situación de mutismo, pero si luego mapeamos a esa misma mujer en sus relaciones con los hijos de manera de elaborar la figura completa del mapa familiar, ella se encuentra en una posición dominante en relación con ellos. De esta manera los mapas sociales son complejos cuando se agregan otras múltiples dimensiones como la clase, la edad y otras. En quinto lugar, Daphne Spain ( 1 992) trata explícitamente la relación entre espacio, género y estatus, afirmando que la distribución, uso y simbolización del espacio en una sociedad revela las construcciones de los sistemas de género. Para Spain, son precisamente estas construcciones las que reafirman la desigualdad en­ tre hombres y mujeres, que se fundan en los sistemas de prestigio. El espacio sería entonces un reflejo de las diferencias sociales de género. En su libro Gendered spaces, la autora propone que las diferencias de estatus entre hombres y mujeres crean ciertos tipos de espacios generizados que institucionalizan la segregación espacial y refuerzan el poder y privilegio masculino. La segregación espacial a lo largo de la historia está ligada a los espacios en los que se transmite el conocimiento, sean éstos tecnológicos o simbólicos; también la preparación para

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desarrollar tareas en el ámbito público es una de las principales explicaciones para la inferioridad de las mujeres. Advierte que la segregación espacial ayuda a reforzar y en muchas ocasiones a profundizar la estratificación genérica, por ello cualquier modificación en los arre­ glos espaciales por definición altera los procesos sociales. El término "institución espacial" define las fronteras y las barreras que existen para la adquisición del cono­ cimiento por parte de las mujeres; a través de estas instituciones se van asignando espacios generizados.2 Así también, designa contextos fisicos concretos en donde las actividades de hombres y mujeres ocurren. De esta manera, acciones que tienen que ver con las relaciones familiares ocurren en el hogar, acciones asociadas con la educación se desenvuelven en la escuela, y la participación en la fuerza de trabajo se ubica en el lugar de trabajo. Para Spain, los espacios masculinos contienen mayor valor porque se asocian al conocimiento en diferentes ámbitos como la teología, la ley, la medicina, mientras los espacios femeninos, como la casa, son desvalorizados porque llevan consigo el cuidado de los niños, un conjunto de tareas que se organi­ zan alrededor de la reproducción.

EL ESPACIO Y EL LUGAR EN LA REFLEXIÓN FEMINISTA

En los últimos 10 años dentro del feminismo se registra un viraje hacia una tenden­ cia más interpretativa: un mayor énfasis en los símbolos, significados y representa­ ciones junto a la redefinición del concepto de cultura (Geertz, 1991 ) , suscitaron un movimiento que mostró ser especialmente seductor para las ciencias sociales y en particular para la investigación feminista. Pero no cabe duda que será con la influencia del postestructuralismo que la discusión de la identidad y la diferencia adquiera nuevos y provocativos desafios espaciales. Por un lado las identidades en general y particularmente las de género son concebidas como una construcción dis­ cursiva o juegos interpretativos" en términos de Richards (2005) , y por otro con un fuerte énfasis geográfico al recurrir a múltiples metáforas espaciales donde el yo se escenifica. Términos como posicionalidad, ubicación, política del lugar, comienzan a circular para mostrar cómo el lugar, un concepto de larga tradición geográfica, se encuentra articulado con la diferencia y la pertenencia de los sujetos. Sin embar­ go, ha sido el pensamiento feminista el que ha debido conciliar creativamente la referencia material a las mujeres como un sujeto político y por otro la critica que niega toda unidad categorial, en este caso "la mujer", o de otro modo, tal como lo ha afirmado Nelly Richards, "el desafio que enfrentó el feminismo consistió en no renunciar a las luchas colectivas movilizadas por una política de identidad que 2 La utilización del término "generizado" utilizado por Spain, se realiza en el sentido de lo planteado por Sandra Harding ( 1 996) , para quien decir que la vida social así como la ciencia se encuentra gene­ rizada, significa que las culturas asignan un género tanto a fenómenos naturales o sociales como a las personas.

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requiere de una comunidad de referente y en saber, a la vez, ejercer una constante vigilancia teórica y crítica sobre el peso homogeneizador de la refundamentación de un 'nosotras' absoluto que vuelve a cerrar la diferencia sobre sí misma mediante una nueva totalización identitaria" (Richards, 2000) . Retomo tres perspectivas teóricas feministas para repensar las identidades en relación con el espacio y el lugar: l]

Un punto de partida para entender la relación entre el espacio y la identidad desde una perspectiva de género es el concepto de "política de la ubicación" de Adrienne Rich, del cual, si bien representa una posición que se asocia al esen­ cialismo, rescato su noción de ubicación a partir del cuerpo. Para esta autora, el cuerpo es la primera geografia, pues a partir de él se ubica a las personas: "fui ubicada por el color y el sexo con la misma certeza con la que era ubicada una niña negra, aunque las implicaciones de la identidad blanca estaban disfra­ zadas por el supuesto de que las personas blancas son el centro del universo . . . ubicarme en mi cuerpo significa [ . . ] reconocer esta tez blanca, los lugares a los que me ha llevado, así como los lugares a los que no me ha permitido ir" (Rich, 1999: 37) . Esta autora explícitamente sienta las bases para un análisis de la ubicación geográfica como papel determinante en la constitución de la identidad de género, agregando que las opresiones son múltiples y por lo tanto esas experiencias de ubicación también, "incluso si parto de mi propio cuerpo es necesario señalar que desde un principio ese cuerpo tuvo más de una identi­ dad" ( itnd. } .3 Esta política de la ubicación nos sitúa en el mapa y pone en un primer plano nuestras ubicaciones conscientes y posiciones estratégicas, en el entendido de "fronteras históricas, geográficas, culturales, psíquicas y de la imaginación que proporcionan el terreno de definición política y autodefinición de las feminis­ tas contemporáneas" (Mohanty, 2002) . 2] El concepto de posicionalidad de Linda Alcoff. En su propuesta teórica, "la mu­ jer" ya no sería considerada como un conjunto de atributos sino como una po­ sición específica, dejando la idea de un sujeto esencial, por el contrario emer­ giendo en un contexto histórico en movimiento desde donde puede elegir qué hacer de esta posición, cómo delinearse y cómo transformar el contexto. Para Alcoff, el género es " una interpretación de nuestra historia dentro de una par­ ticular constelación discursiva, una historia en la que somos sujetos de y sujetos a la construcción social" ( 1 989: 1 5 ) . La posicionalidad incluiría dos puntos: "primero el concepto de mujer es un término relacional identificable dentro de un contexto (en constante movimiento) ; segundo que la posición en que se encuentran las mujeres puede ser activamente utilizada (más que trascendida) como un sitio para la construcción del significado, un lugar desde donde el sig­ nificado se construye, no ya simplemente el lugar donde un significado puede ser descutnerto (el significado de la feminidad) " ( itnd. ) . .

' Texto escrito el año 1 984.

ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD

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D e acuerdo con lo anterior la posición d e las mujeres estaría definida por la situación externa, relativa en una red de relaciones y elementos que incluyen las condiciones económicas, instituciones, ideologías culturales, políticas, etc. Me parece útil esta concepción acerca de la identidad debido a que tomar una posición permite reconocer el momento histórico y abre la posibilidad de pen­ sar que es posible alterar ese lugar. Esta idea de identidad de género no cons­ tituirá una esencia inmutable contenida en un cuerpo de mujer o de hombre que remite a modelos estables de identidad, sino más bien hace referencia a la noción de identidad construida en una trama de representaciones en el conti­ nuo tiempo y espacio. 3 ] En el campo de la geografia feminista, Liz Bondi sitúa la discusión en las políti­ cas de la identidad. Esta autora afirma que el postestructuralismo se ha apoyado fuertemente en términos espaciales de referencia, y que la reconceptualización de la política de la identidad efectivamente espacializa nuestra comprensión de categorías familiares de identidad como clase, nacionalidad, etnicidad y géne­ ro. "En vez de tratarse de esencias irreductibles, estas categorías se convierten en posiciones que asumimos o que nos asignan" (Bondi, 1 996: 33) . Siguiendo a esta autora una consecuencia de la metáfora espacial es que la pregunta "¿quién soy?", presente en algunas versiones de la política de la iden­ tidad, se convierte en "¿dónde estoy?" De esta manera el lugar toma el papel de referente identitario. La metáfora de la posición es utilizada para capturar tanto la multiplicidad como la fractura interna de las identidades, mientras que el concepto de sujeto nos recuerda que todavía operamos con narrativas de nuestra integridad personal (Bondi, 1 996: 34) . En esta lógica, los lugares van configurando los comportamientos y las actitu­ des, que en diferentes situaciones y ámbitos de significación social se transfor­ man en espacios con sentido, puesto que es allí donde es posible normativizar, legitimar e incluso moralizar el comportamiento. Por esto existirá una plurali­ dad de lugares desde los cuales un actor se ubica para hablar, actuar, pensar y vivir, proliferando los lugares en los cuales construye su identidad. Los significa­ dos sociales no se presentan como un orden coherente y unitario. Al contrario, existen conflictos de poder y muchas veces son experimentados desigualmente dando origen a la reproducción de normas, pero también a transgresiones e innovaciones. Es decir, las categorías para pensar la identidad son tanto relacio­ nales como espaciales ya sea privada, doméstica, personal, social y pública. En las propuestas de estas tres autoras, habría que alertar que el cuerpo así como el lugar o la posición de las políticas de la identidad, deben ser miradas con cuida­ do, pues existe el riesgo de escencializar la discusión: "Si las referencias al 'lugar', la 'posición' o la ' ubicación ' apelan de manera encubierta a esencias estables y ftjas, habremos ganado menos de lo que suponemos" (Bondi, 1 996) . Por lo tanto, las metáforas geográficas en la política contemporánea deben ser entendidas como concepciones del espacio que reconozcan que el cuerpo, el lugar, la posición o la ubicación son construidos socialmente. En términos identitarios esto significa un

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aporte de gran relevancia, pues reconoce que existen categorías tanto relacionales como espaciales y de las acciones que allí acontecen, ya sea privadas, domésticas, personales, sociales o públicas.

TOPOGRAFÍAS LATINOAMERICANAS

Posicionar estas discusiones en la antropología latinoamericana es complejo. En primer lugar porque podemos afirmar que las discusiones sobre el espacio y el lugar desde la mirada de género son posibles de ubicar en una producción deslocalizada disciplinariamente: la sociología, arquitectura, geografia y antropología principal­ mente han hecho contribuciones significativas pero aún insuficientes. En segundo lugar debemos tener en cuenta que el estado de los estudios de la mujer y del géne­ ro en la región, como sostiene Goldsmith (2000) , pese a la proliferación y creciente institucionalización en buena parte de las universidades, están en una etapa de cor­ te más pragmático. Si bien han sido un gran aporte, ha faltado la reflexión teórica sobre los procesos investigativos así como respecto de la docencia. De lo anterior y de acuerdo con diferentes trabajos sobre el tema continúo con un trazado introductorio para entender las vinculaciones entre género y espacio, seguramente incompleto y subjetivo, pero que permite sugerir algunas problema­ tizaciones y desafios que están en el centro de las relaciones entre espacio urbano, cultura y poder:

HÁB ITAT POPULAR, PARTICIPACI Ó N SOCIAL Y CIUDADAN ÍA

En esta línea de investigación han tenido lugar numerosas investigaciones realiza­ das principalmente por sociólogas y antropólogas. En principio se han orientado a buscar antecedentes que documenten la presencia y actuación de las mujeres en espacios locales. Pese a que el territorio no fue una de las dimensiones analíticas principales, en diferentes países de Latinoamérica bajo contextos de reestructu­ ración económica, transición de gobiernos autoritarios a la democratización de las sociedades, se ha llegado a establecer la articulación estrecha entre el espacio urbano y las relaciones de género. Alejandra Massolo ( 1 992, 1994) , en México, ha estudiado el rol protagónico de las mujeres de escasos recursos en las organizacio­ nes sociales y particularmente dentro de movimientos sociales de carácter local que surgen de problemas concretos, como la defensa, apropiación y dominio so­ bre algún terreno; igualmente se analizan las respuestas colectivas en el proceso de autoconstrucción de vivienda. En esta misma línea de argumentación, Teresa Val­ dés y Marisa Weinstein ( 1 993) realizan un interesante recorrido por los procesos de asociacionismo femenino, desde los orígenes de la acción colectiva de mujeres en Chile. El quehacer de la diversidad de organizaciones de mujeres durante este

ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD

periodo comparte el anhelo de ciudadanía en el sentido de utilizar la participación como vehículo para hacer escuchar su voz y demandar mejorías en su situación de vida, familiar, laboral, barrial etc. Estas investigaciones en su conjunto han mostra­ do cómo las generalizaciones que se hacen de "la mujer" tanto para situarla dentro o fuera, en lo público o en lo privado estereotipan y reducen las posibilidades de conocer la movilidad de las mujeres en la urbe. La adscripción social y cultural a los roles genéricos de madre-esposa-ama de casa resultó ser, paradójicamente, tan restrictiva como permisiva, de tal suerte que el control y limitación a la inmediatez espacial facilitaron el entrenamiento y activa participación femenina en la gestión de los asuntos públicos cotidianos, en asociaciones vecinales y redes de solidaridad comunitaria, demostrando capacidad de influencia, liderazgo y eficacia política (Massolo, 1 996) .4 En ambos resultados de investigación se expresa la crítica a la dicotomía público­ privado, pues la ocupación temporal de las mujeres individual y colectivamente de los espacios públicos a través de manifestaciones políticas, el asociacionismo, la gestión comunal, las prácticas de participación en organizaciones sociales que se vinculan al movimiento de mujeres, han permitido desdibujar los tajantes límites entre ambos espacios. Las críticas a la dicotomía público/privado, han tenido am­ plias repercusiones en la teorización sobre los sistemas de género en la ciudad, es­ tableciendo nuevas significaciones y referencias simbólicas dentro de ese contexto.

LA VIDA COTIDIANA DE LAS MUJERES EN LA CIUDAD

Durante un largo periodo esta línea de trabajo se ha orientado a describir, cuanti­ ficar y visibilizar las tareas que conforman el trabajo doméstico de mujeres urbanas y rurales; sin embargo, como sostiene Clara Salazar, en muchos de los estudios las autoras no definen en ningún caso los ámbitos territoriales en que se concreta la esfera del trabajo doméstico y por lo tanto en el que se desarrolla la cotidianeidad de las mujeres (Salazar, 1993) . Por ello es necesario mirar no sólo a la academia, sino también a la puesta en marcha de proyectos a nivel del desarrollo comunitario que han contribuido a la construcción de conocimientos teóricos conceptuales so­ bre la problemática de las discriminaciones y las diferencias de género en el hábitat urbano en el contexto latinoamericano. La red Mujer y Hábitat5 ha desarrollado 4 Interesante ha sido también la investigación de Tarrés (2002) , quien con tribuyó a visualizar el papel activo de las mujeres mexicanas de clase media en organizaciones vecinales, religiosas y deportivas, con lo cual integraba lo ideológico y la división sexual, en cuanto las mujeres mantienen el control en dife­ rentes áreas de los espacios cotidianos, considerando también las propias definiciones de las mujeres, se les reubica a las mujeres como sujetas sociales.

5 La Red Mujer y Hábitat de América Latina adscribe a la Coalición Internacional del Hábitat (HIC) 1 988. Las instituciones miembros de la Red realizan

en cuyo Consejo tiene representación desde el año

experiencias tendientes a generar propuestas que promuevan la equidad de género en el marco de las políticas, particularmente entre los gobiernos locales. Uno de sus principales proyectos a nivel latino-

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un notable aporte investigativo relacionado con la distribución de las mujeres en el espacio urbano, ha planteado que este último se presenta como el resultado de una sociedad sin diferenciación entre hombres y mujeres, los hombres son la norma y de acuerdo con ellos se explican los funcionamientos espaciales dentro de la ciudad. Se concluye específicamente que las mujeres se desplazan más a pie y en transporte público que los hombres, también indican que la disociación entre sus lugares de trabajo y el hogar implican para ellas dobles desplazamientos y hasta triples jornadas para cumplir con sus tareas en el espacio público y en el privado, agregando que en un día laboral, la población femenina tiene la mitad del tiempo libre respecto a los varones, quienes trabajan dos horas menos que ellas en promedio, y en un día no laboral, las mujeres trabajan el doble que ellos (Falú y Rainiero, 2002; Massolo, 2005) . Otra línea de investigación reciente relaciona los modos de vida periféricos con la experiencia de género en las grandes ciudades; se afirma que los modos de habitar menguados de las mujeres terminan siendo constitutivos de la condición e identidad de género (Lindón, 2006) . Desde una mirada geográfica resulta altamen­ te significativo cómo la autora argumenta que una de las caracteristicas del modo de habitar periférico resulta de la exclusión de la complejidad urbana, la que supone una exclusión en el acceso a paisajes urbanos (exclusión visual) , a la diversidad de otredades, a la multiplicidad de encuentros y experiencias propias de la vida urbana. Esto evidentemente enfrenta a barreras simbólicas que terminan siendo los mecanis­ mos más sutiles pero más efectivos para demarcar el espacio urbano.

MUJERES . . . ENTRE ESPACIOS DEL MIEDO Y ESPACIOS DE LA VIOLENCIA

El incremento del temor en América Latina ha cobrado importancia como tema de investigación y acción en las ciudades en los últimos años. Existe consenso respecto de que dicha situación tiene componentes de género específicos, ya que los temo­ res de hombres y mujeres son claramente diferenciables. Sin embargo, es bueno distinguir niveles diferentes en las interpretaciones que se hacen sobre el fenóme­ no. Siguiendo a Lindón (2008) el miedo es una emoción provocada por la con­ ciencia de un peligro que nos amenaza, por ello se podria decir que la violencia se ejerce, mientras el miedo se siente. Hay diferentes estudios que documentan cómo la relación subjetiva de las mujeres con su entorno, va modelando una concepción de la vida urbana relacionada con el miedo. De esta forma los espacios exteriores, las calles, se convierten en sinónimo de peligro, hostilidad, que incluso conviene evitar; en el caso de las mujeres peruanas, por ejemplo, el miedo se localiza en "asentamientos precarios y áreas de borde social, zonas de fractura fisica (vías de ferrocarril, puentes, accesos a barrios) y vacíos urbanos ( terrenos baldíos y otros sin mantenimiento ni infraestructura) . americano es "Ciudades seguras para las mujeres", en ejecución en Chile, Perú, Bolivia, Guatemala y México, entre otros países.

F.sPACIO, LUGAR E IDENTIDAD

Las características fisico-territoriales de los espacios más riesgosos son la falta de iluminación, el exceso de follaje, la falta de mantenimiento, las calles estrechas y sin salidas, la avenida de circunvalación en zonas despobladas (Maccasi, 2005) . Pero también es posible ubicar amenazas del género masculino principalmente en las calles. Estas amenazas van desde un silbido, un piropo, un acercamiento sexual, miradas hostiles, comportamientos corporales invasivos; cada una de ellas y todas en conjunto, son pruebas evidentes por un lado de la demostración del dominio masculino de la calle en el día a día, y por otro, para las mujeres, de una percepción de amenaza y por lo tanto de sentirse no acogidas en el espacio público o la percep­ ción de ser cuerpos fuera de lugar (Soto, 2006) . Con todo, una de las principales consecuencias en la experiencia urbana de las mujeres latinoamericanas tiene que ver con las dificultades para disfrutar plenamente de las ciudades, especialmente de las actividades nocturnas, de recreación y(o) de trabajo. Ello se traduce en el empobrecimiento de las relaciones sociales y en la automarginación respecto de los espacios de protagonismo y disfrute personal y social. (La.uh, 2007) . Una espacialidad diferente pero vinculada con el mismo fenómeno es la vio­ lencia doméstica, aquella violencia que ocurre en la invisibilidad de las paredes de la casa. En especial en estos últimos años los países latinoamericanos han sido golpeados fuertemente por el fenómeno denominado "feminicidio":6 evidenciar la intrínseca relación entre espacio/territorios y prácticas sociales es fundamental, pues los fenómenos sociales no están fuera del espacio, ni del tiempo, ni del géne­ ro, y es necesario también mencionar ni de la raza, ni de la edad: de esta forma el espacio simbólica y geográficamente reubica el cuerpo como un espacio de violen­ cia. Las relaciones con la pobreza, el narcotráfico, la trata de personas, la violencia intrafamiliar, y sobre todo sus vínculos espaciales, aumentan en algunos lugares o marcan especificidades. Quizá donde mayor trabajo investigativo se ha desarrollado sobre estos vínculos es Ciudad Juárez (Chihuahua, México) ; sin embargo, la proble­ mática aumenta y aún no se esclarece.

MIGRACI Ó N, FRONTERAS FÍ SICAS Y SIMBÓ LICAS

Si bien la migración femenina constituye uno de los campos relativamente más con­ solidados dentro de los estudios sociodemográficos, se pueden distinguir algunas líneas de investigación en relación con: La trayectoria seguida en el caso de los flujos migratorios femeninos como in6 De acuerdo con la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, los feminicidios son crímenes de odio contra las mujeres, crímenes misóginos acunados por una enorme tolerancia social y estatal ante la vio­ lencia genérica. Esa perversidad está alentada por la impunidad; al feminicidio contribuyen de manera criminal el silencio, la omisión, la negligencia y la colusión de autoridades encargadas de prevenir y erradicar esos crímenes. Hay feminicidio cuando el Estado no da garantías a las mujeres y no les crea condiciones de seguridad para sus vidas en la comunidad, en la casa y en los espacios de trabajo, de tránsito o de esparcimiento.

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herentes a las transformaciones más globales propias del desarrollo, hasta el es­ fuerzo por documentar la heterogeneidad de los movimientos en que se insertan las mujeres, el impacto diferencial de estos procesos con respecto a las relacio­ nes de subordinación/autonomía femenina y el carácter procesual de la relación migración-género en su interacción dinámica con otras variables sociales. Nuevas dimensiones adquiere la migración femenina intrarregional que muestra una fe­ minización del fenómeno migratorio. Estudios de caso interesantes realizados en Sudamérica, muestran cómo la migración peruana a Chile, o boliviana a Argentina, es ampliamente dominada por mujeres que se insertan en el trabajo doméstico, segmentando el mercado laboral y donde la estigmatización de las peruanas como trabajadoras domésticas por parte de la población local dificulta aún más sus po­ sibilidades de acceso a otros tipos de empleo (Stefoni, 2003) . Sin embargo, como lo menciona Ariza, "los análisis sobre migración descansan en esquemas interpre­ tativos excesivamente economicistas e instrumentales que dificultan visualizar las interrelaciones entre la migración y otros procesos sociales relevantes. Si bien la perspectiva de género ha logrado ampliar las dimensiones analíticas implicadas en el estudio de la relación migración-género" (Ariza, 1 999) . Se observa cómo en este campo se han puesto en marcha escasos estudios para indagar en la valoración de los aspectos subjetivos, simbólicos y socioculturales de diferentes dimensiones del proceso migratorio y su impacto sobre la condición de género. El análisis literario de prácticas autobiográficas de mujeres es un excelente ejem­ plo de lo que nos ofrecen los escritos mestizos y bilingües de escritoras chicanas, centroamericanas y latinas en general para pensar las fronteras y los procesos iden­ titarios. Textos como Border/,ands/La Frontera ( 1 987) , Este puente. Mi espal,da ( 1 981 ) , muestran historias de identidad construidas desde la dispersión, los desplazamien­ tos y experiencias multilocales o pertenencias múltiples. Despliegan una política de la localización, donde la especificidad del yo se encuentra en conocimientos y posiciones situadas en la intersección entre dos culturas, entre dos territorios, se genera una escritura y una narrativa que toma la diáspora7 y lo "híbrido"8 como lugar de producción, reconocen el lugar de la historia, la cultura y la lengua en la construcción de la subjetividad y de la identidad, modificando las ideas sobre la identidad como narrativas unitarias sobre la etnia, la nación y el género. El cuerpo en este contexto se convierte en espacio de afirmación y confrontación, como un es­ pacio de memoria de cicatrices, de huellas coloniales, un espacio de inestabilidad, ruptura y transgresión. Por otro lado y desde una mirada más geográfica también se han iniciado algu­ nas aproximaciones que intentan vincular la imagen genérica de las ciudades fron­ terizas; por ejemplo la relación de la imagen de Tijuana con lo femenino a partir

7 La diáspora en el sentido de una historia de dispersión, mitos/memorias de la tierra natal, alinea­ ción en el país que los recibe, deseo del regreso, apoyo sostenido a la tierra natal, identidad colectiva definida. (Clifford, 2000) . 8 "Procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas, que existían en forma separa­ da, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas" ( 1 989: 111 ) .

ESPACIO, LUGAR E IDENTIDAD

del trabajo de investigación de Silvia López ( 1998) "Women, urban life and city images". Reconociendo la complejidad de los escenarios actuales, y cruzando varios campos como los estudios culturales, los estudios subalternos, los estudios queer, la crítica literaria, hay preocupaciones por analizar el tránsito de los movimientos sociales en espacios transnacionales como puentes para pensar las tensiones entre cultura y poder; así aparecen estudios sobre las formas de representación cultural y la generación de movimientos sociales en las fronteras norte y sur de México, desde los zapatistas hasta las lecturas chicanas, que han puesto especial énfasis en los lugares de enunciación, las marcas históricas y geoculturales de esta producción (Belausteguiagoitia, 2005) .

PARA TERMINAR

El género en tanto que construcción simbólica de la diferencia sexual ha sido fun­ damental en la configuración de espacios específicamente para uno y otro sexo. Hablar de espacio es plantear la necesidad humana de sociabilidad tanto de indivi­ duos como de grupos, pues entendemos que el espacio es una referencia identitaria que permite a los sujetos construir relaciones sociales y a través de la multiplicidad de éstas, conformar la trama social donde se juega su ubicación y movilidad en el mapa social. Sostengo que es en el espacio donde se actualizan e insertan las nociones cultu­ rales de género, que se concretan en actividades, prácticas, y conductas realizadas cotidianamente , que están estrechamente ligadas con una concepción de mundo y con la construcción subjetiva del sujeto. El género entonces se erigirá como ele­ mento que se espacializa, la metáfora de la posición (Bondi, 1996) ; para entender la identidad de género ayuda a captar la multiplicidad de imaginarios que se constru­ yen sobre lo femenino y lo masculino y sus coordenadas espacio-temporales. Por ello espacio-tiempo es una referencia obligada al hablar de los procesos identitarios, vitales en la construcción de la realidad subjetiva, que se elabora en relación dialéctica con la sociedad; en definitiva estamos en estrecha relación con nuestras prácticas, el significado colectivo que ellas adquieren y las coordenadas temporales y espaciales en las que se desarrollan. Los grupos y los individuos nece­ sitan permanentemente pensar su identidad y establecer elementos que simbolicen su experiencia identitaria compartida durante el proceso identificatorio específico. En este recorrido el tratamiento del espacio es vital.

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