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Spanish Pages [101] Year 2012
Maestro de seducción Susanne James
Maestro de seducción (2011) Título Original: The master of Highbridge Manor (2010) Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Bianca 2089 Género: Contemporáneo Protagonistas: Jasper Trent y Ria Davidson
Argumento: Tenía que acatar las órdenes del jefe… Ria no pudo contener el estremecimiento por lo que la esperaba al otro lado de las imponentes puertas de Highbridge Manor. Había ido hasta allí para escapar de su pasado y empezar de cero. Sin embargo, cuando la recibió Jasper Trent, su arrebatadoramente guapo nuevo jefe, se dio cuenta de que se había metido en un terreno peligroso. Ria era resuelta y orgullosa, pero no podía dejar de sonrojarse cuando Jasper estaba cerca. Siempre había sido una profesional intachable, pero, al parecer, el director de Highbridge Manor le tenía preparados otros planes para cuando terminaba la jornada.
Susanne James – Maestro de seducción
Capítulo 1 Ria se dirigió lentamente hacia la entrada del enorme edificio Victoriano. La gravilla del camino crujía bajo las llantas de su anticuado coche y ella esbozó una leve sonrisa al asimilar la escena… Era el típico centro de enseñanza imponente y se imaginó a todos los niños que, aterrados, habían ido por primera vez a ese internado con un nudo en el estómago y la boca seca. Algo con lo que ella se identificaba fácilmente. Era un edificio alargado dividido en dos cuerpos por un campanario y, aunque llevaba levantado más de cien años en esa zona remota de Hampshire, parecía en buen estado. El césped que flanqueaba el camino estaba impecablemente cortado y a la izquierda se veían las cuatro pistas de tenis que, con las redes tensas, esperaban a que los cuatrocientos niños volvieran para empezar el trimestre del verano. Ria se sintió dominada por una sensación conocida cuando aparcó a unos metros de la entrada con columnas y se bajó del coche. Había pasado gran parte de su infancia en un internado y supo que no iba a depararle ninguna novedad, aunque todavía no había entrado en Highbridge Manor. Se olería a productos de limpieza y madera encerada, a libros y papel y también, levemente, a verduras cociéndose. Aunque la verdad era que no esperaba que estuvieran cocinando porque los alumnos no volverían hasta la semana siguiente. Llamó a la campanilla. Cuando la sólida puerta se abrió, se encontró ante los penetrantes ojos azules de una mujer vestida con falda y jersey grises que llevaba las gafas de leer levantadas sobre el pelo castaño y ligeramente canoso. Ria le calculó unos cincuenta años y su actitud le indicó que se sentía cómoda y segura en ese sitio. —¿Ria Davidson…? —le preguntó con una sonrisa extraña y cautelosa. —Sí —contestó ella apresuradamente—. Tengo una cita con el señor Trent a las diez y media. —Estábamos esperándola. Entre —la mujer se apartó—. Me llamo Helen Brown. Soy la secretaria del colegio. Ria pensó que no podía ser otra cosa. Según su experiencia, las secretarias eran una especie aparte; competentes, posesivas y… aterradoras. Ria la siguió por un pasillo hasta una pequeña habitación que daba sobre las pistas de tenis. —Es mi despacho —le explicó Helen—. Siéntese un momento. Le diré al señor Trent que ya está aquí —descolgó el teléfono y marcó un número —. La señorita Davidson ha llegado. ¿La acompaño ya…? Ah, de acuerdo… iremos dentro de diez minutos.
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Ria miró el reloj que había colgado en la pared que tenía enfrente y se dio cuenta de que eran las diez y veinte, se había adelantado. Sin embargo, pensó que el señor Trent iba a ajustarse a lo concertado. Las diez y media eran las diez y media, no las diez y veinte. Suspiró para sus adentros. Iba a ser unos de esos hombres escrupulosos con los detalles más nimios. —Está ocupado con el ama de llaves —le informó Helen mientras colgaba—. Acabará enseguida. Ria se alegró de tener la ocasión de aclarar algunas cosas. —La agencia se puso en contacto conmigo ayer… —empezó a decir. —Lo sé —la interrumpió Helen—. Ha sido una pesadilla. Una de las tutoras de inglés se marchó muy inesperadamente justo antes de que acabara el trimestre. Algo desafortunado, claro, pero, sinceramente, fue una bendición —añadió en voz baja como si temiera que pudieran oírla—. Le aseguro que nadie lloró. Hemos entrevistado a otras tres candidatas y sólo una fue apta, pero se echó atrás. Por eso estamos en una situación un poco complicada. —Sí, ya me di cuenta de que era un trabajo algo precipitado — reconoció Ria con una sonrisa. —Como estoy segura de que sabrá, es un puesto provisional hasta el final del próximo trimestre. Será más fácil encontrar a alguien fijo a partir septiembre. —¿Lleva mucho tiempo aquí? —le preguntó Ria. La mujer sonrió y se miró durante un segundo las uñas perfectamente cortadas. —Unos quince años, creo que ya he dejado de ser una aprendiz. —Doy por sentado que siempre ha sido un colegio privado. —Sí, claro. La familia Trent es la propietaria y lo ha dirigido, con muy buenos resultados, desde que se fundó. Lo cual, me parece un récord de continuidad, ¿verdad? Creo que podemos irnos —añadió Helen levantándose al darse cuenta de que eran las diez y veintiocho. Recorrieron juntas el resplandeciente pasillo hasta que llegaron a una puerta con una placa que decía: Director. Helen llamó con delicadeza y esperó. —Adelante —contestó una voz firme al cabo de un momento. Ria entró detrás de Helen y tuvo que taparse los ojos por la luz que llegaba por los ventanales. Sin embargo, la visión se adaptó rápidamente a la luz, pero casi se desmaya al ver al señor Jasper Trent. Era joven, no era un viejo como se había imaginado. Tendría treinta y muchos años, mediría un metro y noventa centímetros, por lo menos, tenía las espaldas muy anchas y vestía con traje oscuro y corbata. El pelo negro estaba elegantemente cortado y sus ojos, los más oscuros y perspicaces que Ria había visto en su vida, dominaban unos rasgos marcados y fuertes. Ria pensó que la disciplina no sería un problema en ese colegio. ¿Querría
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discutir alguien con el señor Jasper Trent? Cuando habló, su voz autoritaria y tajante le contestó la pregunta. —¿Señorita Davidson? Siéntese, por favor. Las facciones, bastante severas, esbozaron una leve sonrisa mientras se acercaba a Ria. Tendió la mano y estrechó la de ella con firmeza. —Gracias, Helen. —Gracias a usted, señor Trent —dijo ella con deferencia antes de salir y cerrar la puerta. Ria intentó por todos los medios sofocar los latidos desbocados del corazón y se sentó en la butaca giratoria que le había señalado mientras él se sentaba al otro lado del escritorio y la observaba detenidamente con dos sensaciones contradictorias. Se sentía cautivado y, casi a la vez, intensamente enojado. Esa mujer no era en absoluto lo que había esperado. Frunció el ceño y miró los documentos que tenía delante. —Me disculpará que empiece hablando de su edad, señorita Davidson, pero creía que tendría… mmm… cincuenta y cinco años —dijo él con frialdad antes de hacer una pausa—. Y, evidentemente, no los tiene. Ria no pudo evitar sonreír. Los dos se habían equivocado en algo esa mañana. —Efectivamente, tengo veinticinco. —Bueno, eso es algo que hemos aclarado de entrada —comentó él inexpresivamente. Ria se dio cuenta de que su atractivo rostro había reflejado cierta desilusión y se agarró a los brazos de la butaca para que las manos no le temblaran. Siempre había detestado las entrevistas. Alguien debería haberle avisado de cómo era él. Se había imaginado una persona amable, paternal, con gafas, pelo canoso y un cuerpo algo deteriorado. —De modo que la señorita Davidson tiene veinticinco años —siguió él —. Según su currículo, que ayer me enviaron por correo electrónico, está licenciada en inglés, tiene tres años de experiencia docente, ha hecho algunas sustituciones y dado clases privadas. —Efectivamente. —¿Sabe que su puesto, si a los dos nos parece aceptable, durará solo hasta que termine el curso? Él pensó que podría durar más tiempo si ella resultaba ser la persona idónea, pero su instinto le dijo que no debería tener en cuenta esa posibilidad. La señorita Davidson no sólo era joven, también era refinada. Llevaba un traje de un color crema y el pelo color caoba recogido en lo alto de la cabeza con una pinza de carey. Además, tenía una piel muy blanca e inmaculada y unos ojos color avellana inmensos. Era justo el tipo de mujer que no quería tener en el colegio por muchos motivos. Maldijo para sus adentros a la agencia que se había equivocado con todos sus datos.
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—Sí, lo sé —Ria contestó a su pregunta—. Además, es exactamente lo que se adapta a mis planes… si a los dos nos parece aceptable —añadió ella inmediatamente. —¿Puedo preguntarle cuáles son sus planes? —le preguntó él con una ceja arqueada. —No son especialmente originales —contestó ella encogiéndose de hombros—. Llevo metida en colegios desde que tenía cuatro años y, de repente, he sentido la necesidad de salir de esa vida. Por eso, en septiembre tengo pensado viajar a todos los sitios insólitos que pueda. He ahorrado lo suficiente como para poder defenderme durante un año y también estoy segura de que podré dar clases por el camino si tengo que hacerlo —Ria hizo una pausa—. No quiero posponerlo más o me entrará miedo. —¿Irá sola? —le preguntó él mirándole fugazmente las piernas. —Sí. Desdichadamente, ninguno de mis amigos puede tomarse tanto tiempo libre. En cualquier caso, supongo que me encontraré bastante gente como yo haciendo lo mismo. Él pareció meditar durante varios minutos antes de volver a hablar. —Tendrá que enseñar a los niños más pequeños y terminar el curso que ya está establecido. Naturalmente, Tim Robbinson, el director del departamento, la ayudará en todo. Ria lo miró y tuvo la sensación de que el empleo estaba bien. —Me imagino que si el sueldo no fuera aceptable, no habría venido — siguió él mientras movía algunos papeles en el escritorio. Ria se fijó en sus manos, fuertes y con unos dedos largos y delicados. —No, quiero decir, sí. Sus condiciones son… aceptables. Se hizo otro silencio. —Entonces, me alegro de poder ofrecerle el puesto, señorita Davidson —dijo él soltando el bolígrafo que tenía en la mano y dejándose caer contra el respaldo—. Si acepta, me imagino que querrá hacer alguna pregunta. Ria sintió un arrebato de alegría. Lo había conseguido. Aunque sólo fuese un empleo muy provisional, había conseguido convencer al director de ese colegio que se merecía que le pagara. Por primera vez durante la reunión, pudo tranquilizarse y brindarle una de sus sonrisas deslumbrantes. —Gracias y me complace aceptar —dijo ella con desenfado—. La agencia me dio uno de sus folletos y creo que no tengo ninguna pregunta, por el momento. Una vez allí, le dedicaría más tiempo a estudiar todo lo relativo a ese centro tan bien asentado. Él se levantó evidentemente aliviado por haber zanjado ese asunto.
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—Entonces, le enseñaré sus aposentos. El ama de llaves se ha ocupado de que todo esté preparado. Lo que más le había atraído a Ria de ese empleo era que incluía una habitación porque, en ese momento, no tenía un sitio propio donde vivir. El alquiler del piso que había compartido con su amiga Sara había vencido y, además, Sara estaba a punto de casarse. Por eso, sólo contaba con la casa de sus padres al norte de Londres y aunque había sitio para ella si lo necesitaba, nunca le había parecido un verdadero hogar. Algo normal porque había pasado muy poco tiempo allí. Además, en ese momento, con Diana, la segunda esposa de su padre, le parecía menos hogar que nunca. El señor Trent abrió la puerta, dejó que ella saliera y recorrieron juntos el pasillo. La miró y se dio cuenta de que la luz del sol le daba unos reflejos dorados a su pelo. —Naturalmente, todo está muy silencioso cuando no hay niños — comentó él intentando pasar por alto las sensaciones físicas que se despertaban en él por tenerla tan cerca—. Sin embargo, intente aprovecharlo al máximo porque me temo que el ruido va con el empleo. La semana que viene todo será muy distinto. Doblaron una esquina al final del pasillo y empezaron a subir una amplia escalera de piedra. —Creo que cualquiera que haya estado en la enseñanza, aunque haya sido durante cinco minutos, estará inmunizado al ruido y el alboroto —comentó ella antes de hacer una pausa—. Sin embargo, nunca he trabajado en un internado sólo de niños y es posible que tenga que pedir consejo de vez en cuando —lo miró y se lo encontró observándola fija y pensativamente. Ria se sonrojó—. Aunque estoy segura de que me adaptaré enseguida —añadió ella precipitadamente. —Todo el mundo necesita algún consejo de vez en cuando —concedió él asintiendo con la cabeza. No dijeron nada más y, al cabo de un momento, él sacó una llave y abrió una puerta que había al final de una hilera. Ria entró, miró alrededor y no pudo creerse la suerte que había tenido. No era una habitación sin más, era un piso pequeño y bien acondicionado. Siguió al señor Trent mientras le enseñaba la diminuta sala con dos butacas, una mesita redonda, un escritorio, una estantería, una televisión y, en un rincón, la cocina con un fregadero muy pequeño, una nevera del tamaño justo, un hervidor de agua, una tostadora y un microondas. Era perfecta para que una persona pudiera comer sin grandes pretensiones, se dijo ella con la sensación de que allí se sentiría como en su casa. El cuarto de baño que daba al dormitorio fue el toque final. ¡Iba a tener ese sitio para ella sola! ¿Qué más podía necesitar una persona? Lo miró con agradecimiento. —Es precioso. Mucho más de lo que me esperaba —añadió ella con sinceridad. —Es muy importante que el profesorado se sienta a gusto mientras trabaja aquí —replicó él—. Por cierto, como norma general, todos cenamos juntos en el comedor, pero es una decisión de cada uno. Es posible que
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alguna vez tenga que terminar un trabajo y prefiera cenar sola en su habitación. Por eso tiene lo esencial. —¿Todo el personal vive aquí? —preguntó Ria mientras iba hacia la ventana para admirar la vista. —No, sólo la mitad o así. Los demás viven cerca y pueden ir y venir fácilmente todos los días. Volvieron al piso de abajo y el señor Trent la acompañó a la puerta principal justo cuando Helen salió de su despacho. —Ah, Helen, la señorita Davidson ocupará el puesto la semana que viene —le comunicó él. —Muy bien —replicó la mujer con una sonrisa bastante rara. Ria no supo qué pensar de Helen Brown. ¿Era amiga o enemiga? Era demasiado pronto para saberlo. —Resolveré todos los trámites con la agencia —siguió Helen con tono eficiente mientras volvía a su despacho. Una vez en el exterior, hacía una temperatura muy agradable y los dos se dirigieron hacia el coche de Ria. Ella miró las pistas de tenis. Pensó que le encantaría jugar un partido y aclararse la cabeza, que había estado muy aturdida desde que se encontró con el señor Trent. —¿Tiene que ir lejos? —le preguntó él mientras le sujetaba la puerta abierta del coche—. Creo que no me han dicho dónde vive… —En realidad, en estos momentos soy una «sin techo» —contestó ella con desenfado—. Sin embargo, una amiga me ha acogido en su casa de Salisbury durante unos días. Creo que se alegrará de saber que tengo un sitio donde vivir un tiempo —añadió con una sonrisa. Ella lo miró con incertidumbre. Parecía no tener prisa por irse. Tenía un brazo apoyado en la puerta del coche y la otra mano metida en el bolsillo. —Entonces, ¿va a volver directamente a Salisbury? —No lo sé. No lo he decidido —contestó Ria, quien sólo había pensado en la entrevista. —Bueno, a lo mejor deberíamos comer algo —propuso él—. Hay algunos sitios buenos por aquí y tendrá que empezar a conocer la zona. ¡Había sido la invitación más inesperada desde hacía mucho tiempo! Fue a rechazarla elegantemente porque era su jefe y no quería demasiada intimidad, pero algo hizo que cambiara de parecer. —Bueno… gracias. Es muy amable. Gracias —repitió ella. —Entonces, salga —él se apartó—. Iremos en mi coche. Ria salió, cerró el coche y lo acompañó hacia el costado del edificio, donde, evidentemente, guardaba su coche.
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—Por cierto, en el colegio siempre nos llamamos por el nombre de pila cuando no nos oyen los niños. Me llamo Jasper, como ya sabrá —le explicó él mirándola desde su altura. —Como ya sabes, yo me llamo Ria —replicó ella con desparpajo. Mientras siguieron en silencio, Jasper Trent suspiró para sus adentros. Esa mañana había esperado encontrarse con una mujer madura y cabal, no con ese ejemplar perfecto de feminidad deseable. Súbitamente, deseó con todas sus ganas marcharse de allí, devolverle la batuta a su hermano y retomar su profesión. Cuando Cari le pidió ese favor inesperado, él intentó alegar todo tipo de motivos para negarse y uno de ellos fue que nunca encajaría allí. Cari era un director tan bueno que él, Jasper, sólo sería una pálida imitación, aunque sólo fuese un acuerdo provisional. Sin embargo, su sentido de la justicia hizo que acabara aceptando. Cari había sido el hijo cumplidor y también se merecía disfrutar de algún tiempo para sí mismo. Aunque Jasper se había licenciado en ciencias en Cambridge y estaba perfectamente capacitado para enseñar y dirigir el colegio, él siempre expresó su intención de hacer otras cosas, ante la inmensa decepción de su padre, que había esperado que sus dos hijos siguieran la tradición. Sin embargo, como Jasper señaló más de una vez, todas las familias tenían una oveja negra y él estaba encantado de ocupar ese sitio vacío hasta entonces. Helen Brown, que los observaba desde su ventana, arrugó pensativamente los labios y se encogió de hombros. Él sabría lo que hacía, se dijo a sí misma.
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Capítulo 2 Sentada con las manos en el regazo, Ria comparó ese coche, largo, aerodinámico y potente, con su dueño. Lo miró y se dio cuenta de que tenía una leve aunque visible marca que le bajaba desde el costado del ojo izquierdo hasta justo encima del labio. Había tenido algún accidente, pero la naturaleza lo había arreglado muy bien porque la cicatriz no menguaba lo más mínimo su increíble belleza. En realidad, parecía aumentar su atractivo duro, un atractivo que podría, incluso, acercarse a lo despiadado… aunque Ria desechó esa posibilidad al instante. Hasta el momento, no había nada en Jasper Trent que indicara aspereza o crueldad. En cualquier caso, pronto comprobaría cómo era de verdad, aunque no creía que sus caminos fuesen a encontrarse mucho durante la jornada laboral. Al estar con otro hombre muy atractivo, Ria se acordó de Seth. ¿Alguna vez conseguiría borrarlo completamente de su cabeza? Sin embargo, ¿cómo iba a poder borrar aquella época cuando le arrancaron el corazón? No era un incidente sin importancia que podía olvidarse fácilmente. El hombre que estaba sentado a su lado sería como él. ¿También sería desmesuradamente seguro de sí mismo y se deleitaría con su poderosa virilidad? ¿Jasper Trent se limitaría a ver su propia vida, sus esperanzas y sus sueños sin importarle los de los demás? Volvió a centrarse en lo que los rodeaba. Estaba segura de que Jasper Trent llevaba bastantes años dirigiendo ese colegio perfectamente y con una autoridad impecable. Sin embargo, ¿qué hacía durante su vida privada? No le parecía de los que estaban casados con un puñado de hijos en casa. Entonces, ¿cómo pasaba el tiempo y qué hacía para relajarse? Ria se regañó a sí misma. Lo que hiciera o dejara de hacer no era de su incumbencia. —Te habrás fijado en el aparcamiento donde estaba mi coche —le dijo él mirándola fugazmente—. A lo mejor tienes la suerte de ocupar uno de los garajes alguna vez. —Mi coche no está acostumbrado a tener el honor de ocupar un garaje —replicó ella con una sonrisa—. En cualquier caso, lo venderé dentro de unos meses, cuando me vaya de viaje. Además, quién sabe, es posible que no vuelva. Es posible que descubra que todo es más favorable lejos de Inglaterra. —Sólo hay una manera de saberlo —afirmó él sin apartar los ojos de la carretera. —Me vendrá bien pisar terrenos desconocidos y comprobar si puedo sobrellevarlo sin desmoronarme. No iba a reconocer que ya estaba bastante aterrada, que algunas veces deseaba no haberlo planeado en absoluto. Sin embargo, había hablado horas y horas con amigos que habían hecho cosas apasionantes
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en sitios excitantes y se había metido en un callejón sin salida. Además, todo el mundo estaba alentándola y cambiar de idea sería bochornoso. The Lamb estaba a unos cinco minutos en coche del colegio, había bastante gente y su nuevo jefe y ella se sentaron junto a una ventana para disfrutar de la comida. Un poco más tarde, lo miró y dejó el cuchillo. —El plato de queso ha sido perfecto —comentó ella—. Gracias. —Sí, la comida suele ser bastante buena —reconoció él levantando la jarra de cerveza—. Además, el ambiente es tranquilo y agradable. Se ha convertido en el establecimiento del colegio a lo largo de los años. Algunos empleados vienen de vez en cuando a beber algo y nuestros alumnos mayores también han venido a pasar un rato después de los exámenes. Observó a Ria mientras terminaba el agua con gas que había pedido, se fijó en sus dedos alrededor de la copa y admiró la elegancia de cada uno de sus movimientos. Entonces, ella levantó la mirada y lo vio observándola. Casi inmediatamente, sus mejillas se sonrojaron. —Entonces, el trimestre empieza el miércoles que viene —dijo ella—. Dentro de una semana… —Así es. Sin embargo, los niños volverán el lunes. Algunos, el martes —él hizo una pausa—. Supongo que tú harás lo mismo. —El martes me vendría muy bien —contestó Ria. —Helen estará en el colegio a partir del lunes. Te dará las llaves y te enseñará los entresijos. —¿Vive allí? —le preguntó Helen. —No, tiene una casa de campo, pero puede ir andando al colegio. Vive con su madre anciana —contestó él lacónicamente. —Parece muy… competente. —Lo es. Creo que todos le tenemos un poco de miedo. Ria sonrió, pero no dijo nada. No podía imaginarse a Jasper Trent con miedo de nadie ni de nada. —¿Tú vives todo el tiempo allí? —le preguntó Ria con la esperanza de no parecer demasiado curiosa pero queriendo saberlo. —Ocupo mi piso durante casi todo el curso —contestó él con naturalidad—, pero no es mi casa fija —hizo una pausa antes de seguir—. En cualquier caso, sólo soy el director en funciones. Ria lo miró sin salir de su asombro. —¿Qué…? —preguntó con curiosidad. —Mi hermano es el director titular, pero decidió que quería tomarse algún tiempo libre y yo acepté ocupar su puesto durante unos meses — sus firmes labios esbozaron una ligera sonrisa cautelosa—. Sin embargo, tuvo un accidente cuando estaba esquiando y esos meses se convertirán
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en un curso escolar completo —se aclaró la garganta—. Sin embargo, volverá a tomar las riendas en septiembre. Ria no pudo evitar el desconcierto. Jasper Trent la había parecido el director perfecto. Era resolutivo, tenía autoridad y parecía muy metido en la vida del colegio. —Entonces, ¿dónde vives normalmente? —le preguntó Ria. —En Somerset. Puedo tomar un vuelo para pasar un par de días cuando me apetece. Ria se preguntó qué hacía en Somerset, pero no tuvo valor para seguir preguntando. —Dijiste que en estos momentos eras una «sin techo» —comentó él. —Bueno, eso no es verdad del todo —replicó ella—. La casa de mi familia está al norte de Londres, pero no he vivido casi nunca allí. Aunque, naturalmente, pasaba algunas vacaciones. Sin embargo, la casa está vacía muchas veces porque mi padre trabaja en Asuntos Exteriores y pasa mucho tiempo fuera con mi madrastra. Hasta hace unos meses, compartí un piso con una buena amiga, pero ella cambió de planes y rescindimos el alquiler. En estos momentos siento cierto vacío —Ria sonrió—. Afortunadamente, la amiga de Salisbury insistió en que me quedara con ella hasta que me fuera de viaje, pero ahora, gracias a Highbridge Manor, tendré un sitio propio durante un tiempo. Él había estado observándola detenidamente mientras hablaba y le habían encantado sus cambios de expresión. Todos sus instintos le avisaron de que no se dejara llevar, de que esa mujer cálida y atractiva no lo afectara demasiado. Sin embargo, sus hormonas superaban en número a los instintos más sensatos y le costaba mucho esfuerzo dejar de mirarla. —¿Pedimos café? Yo me tomaría uno. Antes de que ella pudiera contestar, él se levantó y se acercó a la barra. Ria lo miró mientras hablaba con el camarero. Era tan increíblemente guapo que tenía que haber alguna mujer en su vida. ¿Cómo iba a haberlo eludido? Sin embargo, no había dicho nada que lo diera a entender. Probablemente, no evidentemente, sería un hombre al que le gustaban las relaciones sin ataduras. Con ese físico, podía elegir, disfrutar y pasar a la siguiente. Se mordió el labio. Tema que dejar de encasillarlo donde ella quería, se dijo a sí misma con rabia. No sabía nada de su vida personal. No podía sacar conclusiones. Él volvió llevando una bandeja con dos tazas, un azucarero y una jarra de leche. —Has debido de adivinar cómo me gusta el café —murmuró ella mientras se servía leche y azúcar. —Bueno, supuse que no te gustaría como a mí —replicó él con espontaneidad mientras tomaba la taza de café sin azúcar ni leche—. Además, como no sabía tus gustos, he cubierto todas las posibilidades.
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—Y has acertado —dijo ella con una sonrisa mientras se llevaba la taza a los labios. Los ojos negros de él se suavizaron sin dejar de mirarla. Además, no era el único que estaba impresionado. Se había dado cuenta de las miradas de los otros clientes varones y el hombre que estaba detrás de la barra, que conocía muy bien a los residentes en Highbridge Manor, se había atrevido a preguntarle, con una expresión de complacencia, si era una adquisición nueva. —Sí —había contestado él en tono de cierta sorpresa por la pregunta —, pero muy provisional. Casi, está de paso. Al cabo de un rato, Jasper miró el reloj. —Siento meterte prisa, pero a las tres tengo que entrevistar a un ayudante a tiempo parcial y… —Claro, yo también tengo que irme —le interrumpió Ria mientras se levantaba—. Le dije a Hannah que volvería pronto —se agachó para recoger el bolso—. Es su cumpleaños y luego vamos a ir a algún sitio para celebrarlo —miró a Jasper, que se había levantado y apartado para dejarla pasar—. Será una celebración doble porque tengo un empleo con casa incluida.
Mucho más tarde, cuando ya había terminado lo que tenía que hacer, Jasper cerró el ordenador y tomó la chaqueta del respaldo. Había sido un día provechoso y había resuelto todo lo relativo al inicio del trimestre. Se detuvo un momento antes de salir y frunció levemente el ceño. Esperaba haber acertado al contratar a Ria Davidson. Naturalmente, no tema nada que ver con su aptitud y sabía que los alumnos quedarían prendados a primera vista, pero ¿sería capaz de mantener el orden en clase? Algo le decía que sabría arreglárselas y, en cualquier caso, él se ocuparía de que no se aprovecharan de ella. Tenía fama de echar una ojeada furtiva mientras estaban en clase y se daba cuenta de todo. Al colegio le convenía que la señorita Davidson saliera airosa. No sabía por qué, pero se sentía inquieto. Quizá se fuera a su casa esa noche en vez de esperar al fin de semana. Su preciosa casa de campo antigua lo tentaba muchas veces y ésa era una de ellas. Además, no podría ir muy a menudo durante el ajetreado trimestre que se avecinaba. Tenía que preparar los exámenes finales, el torneo de tenis y los partidos de cricket, la función de fin de curso, el final de su estancia allí… Evidentemente, no tendría mucho tiempo para sí mismo y lo mejor era escaparse unos días mientras tenía la ocasión. Se dirigió hacia el aparcamiento después de decirle al ama de llaves que iba a marcharse. Llegaría a su casa a la hora de la cena. Ya había llamado a Debra para avisarla de que iba a ir. Sabía que a ella no le gustaba que pasara mucho tiempo fuera.
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Ria y Hannah salieron de la trattoria y pasearon por las calles mirando los escaparates. —Me siento muy afortunada por el empleo —comentó Ria—. ¡Por no decir nada de tener un sitio donde vivir! No ha podido ser más oportuno. —Yo creo que los afortunados son ellos por tenerte y no te olvides de que siempre serás bien recibida en mi casa si las cosas se tuercen —le recordó Hannah—. Aunque, a juzgar por tu descripción del director, no creo que vayas a renunciar a ese sitio, ni a él, enseguida. —Desde luego, no me conviene nada renunciar —replicó Ria con firmeza—, por mucho que se compliquen las cosas. En cualquier caso, va a ser muy poco tiempo. Por cierto, Hannah, no eches a volar tu imaginación romántica, por favor. Sabes muy bien lo que siento en ese sentido. Hannah se detuvo y agarró a Ria del brazo. —¿Cuándo vas a darte un respiro y volver a ser normal? —le preguntó con seriedad—. Tienes que volver a creer en ti misma y desprenderte de todos esos remordimientos. Te mereces encontrar la felicidad con otra persona. —Si tú lo dices… —replicó Ria con desgana—. Sin embargo, en estos momentos, sólo quiero, sólo me interesa, un empleo y un sitio propio donde poder descansar y, gracias al señor Jasper Trent, tengo las dos cosas.
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Capítulo 3 El martes siguiente por la tarde, Ria se puso en el centro de su dormitorio nuevo y miró alrededor. Ya tenía su edredón, sus almohadas, su despertador y sus pertenencias y empezaba a sentirse como en casa. Siempre conseguía viajar con escaso equipaje y había tardado muy poco en deshacerlo. El armario y la cómoda con cajones eran más que suficientes para guardar la poca ropa que había llevado, casi toda, cosas sencillas y prácticas para dar clase. Fue al cuarto de baño, se lavó las manos y la cara, se soltó la coleta y sintió ganas de relajarse un rato. No le importaría echar una cabezada. La noche anterior se había quedado charlando con Hannah hasta bastante tarde, pero, además, había notado la aprensión que le entraba siempre en las situaciones nuevas. Sin embargo, ya era mayorcita, se regañó a sí misma. El año que pasaría viajando acabaría con ella de una vez por todas, se tranquilizó. Al otro lado de la puerta, Jasper Trent vaciló unos segundos antes de llamar. Le habían comunicado que había llegado, pero, deliberadamente, no había querido buscarla ni darle un recibimiento especial. Además, Helen se habría ocupado de todo. Se había preguntado una y otra vez por qué había contratado a Ria. La verdad era que había querido ocupar ese puesto con todas sus ganas, se contestó a sí mismo, y ella lo había impresionado en muchos sentidos. Aunque era mucho más joven de lo que le habría gustado, era clara y directa al hablar y tenía la sensación de que podía expresar sin problemas lo que quería decir. También podría defenderse si iba a viajar sola en un futuro bastante cercano. Se encogió de hombros. Eso no era de su incumbencia. Sólo era responsable de que cumpliera con el trabajo por el que iba a pagarle y de que se portara como era debido. Ese año había aprendido una lección y por las malas. Se alegraría cuando Cari volviera. El mundo de los negocios podía ser resbaladizo, pero dirigir un internado de ese tamaño era incomparable a todo lo demás. Llamó dos veces a la puerta de Ria, ella la abrió al cabo de un momento y se apartó inmediatamente para que él entrara. —Hola —la saludó él con desparpajo mientras miraba alrededor—. Quería comprobar que habías llegado y que todo estaba bien. —Estoy aquí y todo está a la perfección —replicó ella con una sonrisa. Él llevaba traje y corbata, como la vez anterior, pero parecía más alto en el reducido espacio y ella notó la intensidad de su mirada. —Helen me dio la llave —siguió ella—. También me ha presentado a Tim Robbinson. —Claro, perfecto… Tim es un director del departamento muy capaz y estoy seguro de que os llevaréis bien. Si hay algún problema, no dudes en preguntarle —Jasper hizo una pausa—. O a mí. No quiero que quede nada
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pendiente cuando vuelva mi hermano y, naturalmente, confío en que todo el profesorado me ayude a conseguirlo. No puedo ocuparme de lo que desconozco. Ria se sintió un poco perpleja. Su actitud era inesperadamente fría, no tenía la espontaneidad de la otra vez. Sin embargo, ¿qué había esperado? Era el jefe y no podía olvidarlo. Él la miró fijamente. La camiseta blanca y los vaqueros hacían que pareciera más joven, más vulnerable que cuando se presentó a la entrevista, y el pelo suelto añadía una impresión de naturalidad nada sofisticada a su atractivo. Se aclaró la garganta. —Hoy han vuelto los internos y, claro, ha sido una locura. Mañana pasará lo mismo cuando vuelvan los externos —él fue a mirar por la ventana—. Sin embargo, el jueves ya habrá que empezar a trabajar y se recuperará cierta cordura. —Ah… Creía que todos los alumnos eran internos. —No, sólo la mitad o así —le explicó él—. Se alojan en aquel edificio de allí, puedes verlo desde la ventana, y nosotros, el personal, vivimos aquí, en el edificio original. Se dio la vuelta para mirarla y a Ria le dio un vuelco el corazón. Tenía que ser el director de colegio más impresionante de ese hemisferio. Menos mal que no era un colegio de niñas, le habrían hecho la vida imposible. —Yo… mmm… te ofrecería una taza de té, pero todavía no he hecho la compra… —Gracias, pero no necesito un té por el momento —replicó él inexpresivamente—. Por cierto, ya deberías tener lo esencial; té, café y esas cosas. Cuando necesites más, puedes pedírselo a Claudia, el ama de llaves. Ella se ocupa de eso, pero tú decides cómo proveer tu cocina. Volvió a mirarla intentando sofocar las sensaciones que despertaba en él y el fastidioso músculo que se le contraía en el cuello. Se hizo un silencio, hasta que él miró hacia otro lado. —Creo que Tim ya te ha dado los horarios y te ha enseñado dónde vas a dar clase y todo eso. Comprendo que son muchas cosas para asimilarlas de golpe… —Creo que me las arreglaré. —Estoy seguro —confirmó él dirigiéndose hacia la puerta y dándose la vuelta cuando llegó—. Helen me ha dicho que te ha enseñado el comedor. Le cena es a las ocho. Jasper, enfadado consigo mismo, frunció el ceño camino de las escaleras. El problema era que no podía mantener la frialdad cuando estaba con Ria Davidson. Ria, una vez sola, se sintió nerviosa. Jasper Trent había conseguido desconcertarla en tres minutos. Durante la entrevista fue amable y considerado y acababa de comportarse como una persona distinta.
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Naturalmente, entonces le convino mostrar su lado más encantador porque, evidentemente, estaba costándole ocupar el puesto vacante y estaba quedándose sin tiempo. Sin embargo, ya había encontrado lo que buscaba y estaba cumpliendo con su papel de jefe. Se acercó a la ventana. Efectivamente, podía ver el edificio donde se alojaban los niños y era un hervidero de actividad con niños y padres entrando y saliendo con todo tipo de bultos. Fue al fregadero para llenar el hervidor de agua. Quizá Jasper Trent no necesitara una taza de té, pero, en ese preciso instante, ella la quería con todas sus ganas.
Ria pasó el resto de la tarde organizando las cosas y colocando los libros en las estanterías. Siempre llevaba los diccionarios y enciclopedias con ella, pero tampoco le faltaba una novela para leer al acostarse. Más tarde, miró el despertador y se dio cuenta de que tenía que arreglarse para ir a cenar. Se dio una ducha, sacó la falda negra y recta y el top de ganchillo del armario y se hizo una trenza. No tendría que maquillarse porque ya tenía las mejillas sonrojadas por la idea de tener que mezclarse con un grupo de desconocidos que se conocían entre sí. A las ocho menos cuarto, llamaron discretamente a la puerta y a ella se le paró el pulso. Seguramente, Jasper Trent había ido para acompañarla al comedor. Volvió a mirarse en el espejo antes de abrir. ¡Quizá tuviera que darle algunas instrucciones! Sin embargo, era Helen. —¿Va todo bien? —Helen no esperó a que contestara—. He venido a recogerte porque he pensado que quizá quisieras que te acompañaran la primera vez. Esta noche voy a quedarme a cenar —añadió sin mencionar que estaba siguiendo las instrucciones de Jasper. Ria sintió una oleada de gratitud. Le había aterrado la idea de ir sola al comedor lleno de gente. —Gracias, Helen, has sido muy atenta —dijo Ria recogiendo el bolso —. Ya estoy preparada. —No siempre me quedo a cenar —comentó Helen mientras bajaban las escaleras—. Tengo que volver porque vivo con mi madre y no suele poder cocinarse nada. Sin embargo, ahora no está demasiado mal y no le importará que llegue tarde. —¿Qué tal es la comida en Highbridge Manor? —preguntó Ria con desenfado—. ¿Es comestible? —Ya lo verás —contestó Helen mientras se acercaban al comedor y se podían oír las conversaciones—. Sandy es una cocinera fantástica y la mitad del profesorado tiene exceso de peso. Al entrar, Ria vio tres mesas largas, pero todo el mundo estaba de pie, charlando en grupos y con vasos en las manos. Casi inmediatamente, Jasper apareció a su lado.
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—Señoras —les saludó protocolariamente—, ¿quieren beber algo? Helen, a ti te gusta el vino tinto, ¿verdad? Ria, ¿qué puedo traerte? Ella pensó contestar que quería agua, pero temió parecer una sosa. —Yo también tomaré vino tinto, gracias. Jasper volvió enseguida con las bebidas y Ria lo miró fugazmente. Llevaba unos pantalones grises muy bien cortados y una camisa que permitía ver su musculoso cuello. Ya se había dado cuenta de que era el hombre más alto de la habitación y que irradiaba una autoridad elegante. Además, su voz, una voz que ella no había podido quitarse de la cabeza durante toda la semana, tenía un tono imperativo que se imponía fácilmente sobre el barullo de las conversaciones. Helen se apartó para hablar con alguien y Ria se quedó con Jasper. Apartó la mirada de él, dio un sorbo de vino y miró alrededor para hacerse una idea. Había, al menos, cuarenta personas, casi todos hombres, e intentó pasar por alto las miradas que le dirigían algunas de ellas. En el extremo opuesto de la habitación, vio un mostrador bastante largo donde, evidentemente, se servía la comida. Jasper captó su mirada. —Me temo que tenemos que servirnos nosotros mismos. Hace tiempo que no hay camareros —le explicó él con los ojos ligeramente entrecerrados. Ria Davidson llevaba muy bien la ropa. La vestimenta que llevaba era sencilla, pero ella conseguía que pareciera especial. Sonrió repentinamente. Ria también sonrió dominada por un pasajero arrebato de placer y pensó que era amable. Seguramente, la actitud que tuvo con ella aquella mañana había sido impropia de él… Al menos, eso esperaba. —No estoy acostumbrada a que me sirvan —replicó ella—. Además, prefiero elegir lo que voy a comer. Entonces, alguien hizo sonar un gong y todo el mundo se dirigió hacia el mostrador. Jasper la tomó delicadamente del brazo para que pasara delante de él. —Ese gong lleva usándose desde el primer día de existencia del colegio. —¿De verdad? —le preguntó ella mirándolo a la cara—. Me encanta, eso es historia, ¿verdad? Se pusieron al final de la fila y ella siguió hablando. —La coherencia me gusta de forma casi enfermiza, me gusta que las cosas se mantengan como fueron siempre. Creo que no me gustan los cambios y algunas veces me gustaría «parar los relojes». ¿Conoces el poema de Auden? «Parar los relojes. Cortar el teléfono. Impedir los ladridos del perro. Silenciar el piano…». Bueno, sigue mucho más, pero me refiero a no poder conservar algo que disfrutas, que valoras. Quiero decir, muchas veces parece como si el placer de una situación se te escapara entre los dedos antes de poder apreciarlo.
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Lo miró a los ojos y se sonrojó un instante. ¿A santo de qué se había puesto a hablar sin ton ni son? ¿Qué habría pensado de ella? —Algunas veces me parece que estaría bien que las cosas se pararan… un rato —añadió ella en tono vacilante. Él no dijo nada inmediatamente. Disfrutaba escuchándola. Ya había percibido sus posibilidades durante la primera reunión. Aparte de ser una mujer moderna y elegante, era mucho más profunda de lo que podía indicar su apariencia y tenía algo reflexivo e intrigante que hacía que sus apremios masculinos vibraran de una forma que conocía muy bien. —Sé lo que quieres decir sobre el obsesivo paso del tiempo y lo comparto plenamente. Es más, considero que mi casa de Somerset es un refugio donde puedo aislarme de todo el progreso, los cambios y la tensión. En realidad, algunas veces parece como si allí la vida se detuviera. Ella lo miró con agradecimiento para no pensar que estaba loca. Les llegó el turno de elegir la comida y Ria se quedó atónita de la variedad de carnes y verduras. —¿Cómo puedo elegir entre tantas cosas? —le preguntó mirándolo con impotencia. —El menú del primer día siempre suele ser un poco más selecto — reconoció él—, pero hay que aprovecharlo al máximo. Mañana, probablemente, habrá carne picada con puré de patatas. Helen estaba detrás de ellos. —¿Ves lo que quena decir, Ria? —intervino la mujer—. No hay que insistirme mucho para que me quede a cenar de vez en cuando. No había sitios asignados y Ria, sentada entre Jasper y Helen, se sintió tan optimista que habría podido echarse a llorar. Pensó que estaba especialmente sensible por la copa de vino o, quizá, por el cerdo tan tierno que acababa de terminarse. Fuera lo que fuese, se sintió como si la hubieran invitado a una celebración maravillosa en vez de ser su primera noche en un empleo nuevo. Se mordió el labio con la esperanza de que todo aquello no fuese un espejismo. Se reprendió a sí misma. ¿Por qué iba a estropear la noche con esos pensamientos sombríos? ¿Nunca iba a creer que la vida podía volver a ser feliz y gratificante? La cena terminó, todo el mundo se levantó para marcharse y Tim Robbinson se acercó a hablar con ellos. Evidentemente, era más joven que Jasper y su mata de pelo rizado y castaño enmarcaba un rostro feliz y franco que a ella le recordó al de un niño grande. —Hola —les saludó Tim con naturalidad—. Ha sido una cena fantástica, Jasper. —Sí —concedió Jasper—. Veréis, tengo que hacer una llamada. Tim, puedes charlar un rato con Ria. Seguro que ella quiere enterarse de muchas cosas. —Encantado.
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Tim sonrió a Ria y pasaron unos veinte minutos hablando relajadamente. Luego, cuando ya había deseado buenas noches a Tim y la habitación se había vaciado, Ria salió del edificio para respirar el aire de la noche. No tenía ganas de acostarse porque no estaba cansada y tenía la cabeza llena con todos los acontecimientos del día. Decidió dar un paseo. Había visto que detrás de las pistas de tenis había una pequeña arboleda y se dirigió hacia allí para ver qué había más allá. Casi inmediatamente, comprobó que el sendero llevaba al campo de cricket. Los alrededores del colegio eran casi increíblemente bonitos, sin duda, lo más bonito que había visto en su vida. Había oscurecido casi completamente cuando Ria llegó a una pequeña puerta de madera que daba a un prado donde pastaba un rebaño de ovejas. Se apoyó encima y deseó poder retener ese momento de tranquilidad para siempre. ¡Qué suerte tan excepcional había sido que el trabajo temporal que había estado buscando la hubiera llevado allí! ¿Podía significar que la rueda de la fortuna iba girar a su favor? Como siempre, Ria volvió a repasar lo que le había pasado en su vida. Qué distintas podrían haber sido las cosas si… Desde luego, no estaría en Highbridge Manor. Estaría acunando a su añorado bebé en los brazos y deleitándose con la calidez y el amor de una familia de verdad. Dejó escapar un resoplido de burla. Sólo era un sueño, se dijo con desolación. Súbitamente, dos lagrimones le rodaron por las mejillas. No hizo nada para evitarlo. Le habían dicho que llorar era bueno y había llorado bastante durante el año anterior. Sin embargo, era raro que la felicidad por estar allí hiciera que se sintiera triste. —Santo cielo, no te habremos disgustado ya, ¿verdad, Ria? Jasper la había visto alejarse y había decidido acompañarla. Tenía algo que le despertaba su instinto protector. Al fin y al cabo, era el primer día que ella pasaba allí. Ria dio un respingo, se dio la vuelta y lo miró a esos ojos dolorosamente deseables mientras abría el bolso y buscaba desesperadamente un pañuelo de papel. —No… no, creo que es un poco de… alergia —mintió ella—. Me pasa algunas veces. ¿Cómo había sabido dónde estaba y por qué la había seguido? Iba a tener que recomponerse y actuar de una forma normal. Encontró el pañuelo y se secó los ojos. —Estaba admirando este sitio maravilloso —siguió Ria—. Espero que los niños se den cuenta de lo afortunados que son por venir a este colegio. —Lo dudo —replicó Jasper inexpresivamente—. ¿Alguno de nosotros apreciaba nuestras vidas cuando éramos jóvenes? La norma es darlo todo por sentado, ¿no? Él reconocía que su vida y la de Cari habían sido muy buenas y sentía cierto reparo cuando las comparaba con las de algunos de los niños que
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iban allí. Sus padres los habían querido y sólo habían pensado en la felicidad de sus hijos y en la de los niños que pasaban por el colegio. —¿Todo este terreno también es del colegio? —preguntó Ria al cabo de un rato. —Sí… —contestó él—. Los ganaderos de la zona lo toman prestado de vez en cuando para dar de comer al ganado. Observar los animales y oírlos pastar sin prisa, sobre todo cuando el sol se ha puesto, puede ser muy terapéutico. Ella lo miró. Había expresado exactamente sus pensamientos. Estaban muy cerca, casi se rozaban, y por un instante ridículo, ella quiso apoyarse en él, sentir la calidez de su cuerpo, sentirse consolada y amada. Tenía que ser maravilloso ser la mujer de su vida porque tenía que haber alguna. Tenía que haber una mujer muy hermosa en algún lado, una mujer que estaba esperando a ese hombre fuerte, impresionante y digno de confianza. Para su espanto, Ria creyó que iba a llorar otra vez. Sin embargo, lo último que podía hacer en ese momento era sentir lástima de sí misma. Se apartó un poco de él y se sonó la nariz. —Entonces, ¿no te dará pena dejar todo esto cuando venga tu hermano? —Supongo… —contestó él —. Sin embargo, Cari es la persona idónea para este trabajo, no yo. Él es el director de colegio por excelencia. Ria frunció el ceño por el tono ligeramente sarcástico de Jasper. Estaba segura de que él había cumplido perfectamente sus obligaciones durante el breve tiempo que había estado en funciones. En realidad, Tim se lo había dicho antes. —Jasper ha sido fantástico, como lo es trabajar con él siempre que sepas comportarte. No aguanta bien a los necios —le contó Tim—. Supongo que por eso le va tan bien con la empresa que tiene en Somerset. Con él, todo el mundo sabe exactamente dónde está su sitio. Ria se dio cuenta de que estaba haciéndose tarde y se dio la vuelta para marcharse aunque no quisiera. —Creo que debería volver para dormir y descansar. Ella lo miró e hizo un esfuerzo para sonreír. Él la miró pensativamente. En cuanto llegó a donde estaba ella, supo que le pasaba algo y que no tenía nada que ver con la alergia. Todavía no era la época. Tuvo la sensación de que Ria Davidson era mucho más vulnerable de lo que ella quería dejar traslucir. Quizá se debiera en parte a que había pasado casi toda su infancia lejos de su familia. Además, también había dicho algo de una madrastra. Quizá no se llevaran bien. Sin embargo, era poco probable que todo eso tuviera algo que ver con su abatimiento de esa noche. Esperó que no estuviera arrepintiéndose de haber aceptado el empleo. No, sabía que no pasaba eso. Había agradecido muy sinceramente tener un piso y ganar el dinero que le permitiría empezar a viajar. Además, durante la cena, había estado muy animada y evidentemente feliz.
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Uno de los aspectos más complicados de su trabajo había sido tener contento al profesorado y solventarles algunos problemas emocionales y prácticos de vez en cuando, y estaba desando que volviera Cari. Regresaron juntos en silencio, aunque asombrosamente a gusto. Era noche cerrada, pero las luces de seguridad bastaban para indicarles el camino al edificio. —Voy un momento a mi coche. Me he olvidado una cosa —comentó Ria. —Yo también me he olvidado algo —dijo él mirándola con una sonrisa. Fueron hacia el aparcamiento. Ria se abrazaba con los brazos desnudos porque había refrescado. Abrió el coche y sacó de la guantera la novela que estaba leyendo. Se alegró de haberse acordado porque se relajaría leyendo unos capítulos y esperaba dormir profundamente. Volvió lentamente mientras Jasper cerraba la puerta de su coche. —Me había olvidado el libro. Ria intentó ocultarlo debajo del brazo porque supuso que no sería del gusto de él. —Yo me había olvidado la chaqueta —comentó Jasper echándosela al hombro. —Vaya, yo siento no haberme traído la mía porque todavía no es verano, ¿verdad? Antes de que pudiera decir algo más, se encontró con la chaqueta de Jasper encima de los hombros. —Póntela. Seguramente, ése sea el motivo por el que me la olvidé antes. Todo el cuerpo de Ria se estremeció cuando él la tocó. ¿Por qué? No podía ser por deseo. Se le secó la boca sólo de pensarlo. ¿No le había desaparecido para siempre el deseo? Si no, ¿permitiría que volviera a ponerla al borde del abismo? Aceleró el paso para poner algo de espacio entre los dos. —Entonces, he tenido suerte —replicó ella con ganas de llegar a la seguridad de su dormitorio—. Gracias… Jasper. Llegaron al edificio y Jasper se paró un momento para mirarla. —Bueno, entonces… las clases empiezan el martes. Tim estará pendiente de ti. —Sí, gracias. Ya me ha comentado lo que nos queda de curso. Buenas noches. —Buenas noches, Ria. Por cierto… —él hizo una pausa y ella lo miró con curiosidad—. Mmm… mi chaqueta… —¡Claro! Perdona, me había olvidado. Estaba muy… agradable — añadió ella sonrojándose.
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¿Cómo había podido olvidarse de algo que le quedaba unas diez tallas grande? Al quitársela, el libro cayó al suelo y él se agachó inmediatamente para recogerlo. Miró la cubierta y se lo devolvió sin decir nada. ¿Por qué no era Guerra y paz en vez de la novela romántica que estaba disfrutando tanto? Se separaron y Jasper, después de la revisión de la noche y de hablar con el ama de llaves, fue a su habitación, que estaba a cuatro de distancia de la de Ria. Cuando pasó por delante de su puerta, se la imaginó quitándose la ropa, quizá, enjabonándose su maravillosa figura en la ducha con el agua corriendo por encima de esa piel tan blanca… Cuando cerró la puerta, con un portazo innecesario, se maldijo en voz alta. Era un caso perdido porque sabía que corría el peligro de volver a encontrarse atrapado sentimentalmente. Había disfrutado de la compañía de muchas mujeres hermosas y había decidido que se tomaría con calma elegir la que acabaría siendo su esposa… y ella lo había alterado. ¿Por qué no sería como Cari, que parecía no necesitar una mujer? Cari parecía satisfecho con concentrarse en su profesión, en ese colegio y en que funcionara perfectamente. Se miró en el espejo y tenía los ojos brillantes por los pensamientos. Se dio la vuelta. Esa mujer que le había alterado los instintos masculinos desaparecería de su vista en cuestión de meses y, hasta entonces, se ocuparía de relacionarse lo menos posible con ella. Era esencial, vital, que mantuviera los pensamientos concentrados en las responsabilidades que tenía allí durante ese trimestre final. Tenía que conseguirlo. Fue a colgar la chaqueta, olió el aroma del perfume de Ria y chasqueó la lengua con fastidio. La próxima vez que se la pusiera, quizá cada vez que se la pusiera, la tendría muy cerca, tentándolo sin ni siquiera darse cuenta.
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Capítulo 4 Llevaba unas cuatro semanas trabajando y casi no había visto a Jasper. No asistía a las reuniones de la mañana y sólo lo había visto dos veces a lo lejos y rodeado de niños. Sin embargo, su voz inconfundible se alzaba sobre el murmullo general y, entonces, ella sabía que estaba diciendo algo importante. Nunca podría dudar de quién estaba al mando y verlo tan poco aumentaba su distanciamiento imperturbable. Se sentía aliviada porque había podido pasar esos primeros días sin que la atosigaran o supervisaran. Por el momento, daba clases a los niños de doce años, quienes colaboraban y se portaban bien, y aunque estaba agotada cuando terminaba la jornada a las cuatro y media, era un cansancio gratificante. Creía que estaba haciéndolo bien y Tim sólo había echado una ojeada dos veces y la había felicitado con un gesto de los pulgares al pasar por el pasillo. Tenía la sensación de que confiaban en que haría bien su trabajo sin necesidad de interferencias. El único acontecimiento social era la cena, que consistía en un bufé al que cada uno iba a distintas horas. Sin embargo, le permitía tratar con gente y charlar durante una hora. Jasper no volvió a aparecer por el comedor desde la primera vez y ella se preguntó si iría más tarde o no iría en absoluto. Quizá prefiriese cenar solo en su habitación o en el pub al que habían ido juntos. En cualquier caso, le daba igual. Se alegraba de no verlo. Disfrutaba de su vida y una de las cosas que más le gustaba era estar sola en su piso, hacerse un té y, algunas veces, ver la televisión por la noche. Una noche, le metieron una nota por debajo de la puerta. Hoy, a las cinco y media, reunión en el despacho del director. Por favor, haz lo posible por asistir. Evidentemente, era una circular enviada por Helen y, seguramente, sería algo habitual. Jasper Trent querría mantener firme el timón y que nadie se descuidara. Después de las clases de la jornada, Ria fue a su habitación y se dio una ducha para cambiarse antes de ir a la reunión. Al salir, se encontró con otros compañeros que se dirigían hacia el despacho de Jasper, que tenía la puerta abierta. Él estaba de pie detrás del escritorio con Helen sentada al lado. Fue saludando a todos mientras se sentaban en las dos filas de sillas colocadas en semicírculo. Ella, intencionadamente, se sentó a un costado para no estar enfrente de él, pero, casi inmediatamente, él la miró y sus ojos se encontraron durante una fracción de segundo que duró una eternidad al sentirse cautivada por su mirada intensa y pensativa y, pese a sus mejores intenciones, sintió un estremecimiento de excitación por todo el cuerpo. Tragó saliva. Era la primera vez que estaba cerca de él desde el día que llegó y, a pesar de la gente que había, se le aceleró el pulso al mirarlo. Estaba impecablemente vestido, como siempre, el pelo le
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caía ligeramente por encima de la amplia frente y tenía los labios firmemente apretados. Sin embargo, lo que la atraía era su presencia masculina y eso era lo que no quería. No quería que otro macho dominante la sedujera emocionalmente otra vez. Sin quererlo, estaba en aguas peligrosas. Esperó poder decir algo sensato si le pedían que contribuyera a la reunión. Resultó ser una reunión rutinaria y Jasper la dio por terminada a las siete. Ella se levantó aliviada de que no le hubieran preguntado nada, pero, de repente, él la llamó. —Ria, por favor, ¿te importaría quedarte un momento? —le preguntó él. Ella agarró con fuerza al asa del bolso y se preguntó por qué querría hablar solo con ella. Todo el mundo se había marchado ya y le hizo un gesto para que se sentara enfrente de él. —Me gustaría saber qué tal te va todo —le dijo él mirándola a los ojos —. He pensado que no querrías airear los problemas en público. Adelante. Aunque la expresión era seria, el tono de su voz era cálido y ella se sintió tranquila. Sonrió y se encogió de hombros levemente. —Bueno, no he tenido problemas hasta el momento, que yo sepa. Las clases han sido sencillas y creo que he captado su interés… casi todo el tiempo —Ria sonrió—. Hasta el momento, no he tenido que despertar a nadie. Él asintió lentamente con la cabeza y se acordó de lo maravillosa que le pareció la otra vez que estuvo sentada allí. Los pantalones negros y la camisa blanca le daban un aire de eficiencia y el maravilloso pelo, ligeramente despeinado, la hacía más atractiva. Tomó un bolígrafo para intentar no mirarla. —Tim ya me ha comentado que nunca había visto que la clase tres se portara tan bien y estuviera tan concentrada —él hizo una pausa al acordarse del entusiasta comentario de Tim—. Muy bien… Al parecer, has encajado muy bien, como predije —añadió él con una sonrisa que dejó ver sus dientes blanquísimos sobre la piel bronceada. Ria se emocionó sinceramente al oírlo. No recordaba que nadie la hubiera halagado por su trabajo y, efectivamente, tenía un entendimiento especial con la clase que le habían asignado. —Gracias —se limitó a decir ella—. Disfruto dando clase a esos niños como no había disfrutado nunca hasta ahora. Espero poder seguir. Se hizo un silencio que duró unos momentos. —En realidad. Hay algo que me preocupa un poco… —siguió ella lentamente—. Se refiere a Josh… —¿Joshua Mills? —preguntó él con las cejas arqueadas—. ¿El niño nuevo? Ella dudó un instante. No quería empeorar algo sin importancia sólo por hablar de ello. —Creo que está… un poco descontento… por el momento…
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—No me extraña —replicó él—. Naturalmente, es muy excepcional que aceptemos a un niño a estas alturas del curso, pero sus padres están atravesando un momento personal muy complicado y, al parecer, que su hijo estuviera en casa no facilitaba las cosas. Joshua no debería haber venido hasta septiembre —sus facciones se ensombrecieron por el disgusto—. Creo que los niños vulnerables no son cosas que pueden meterse en la caja más oportuna en momentos determinados. Sin embargo, después de meditarlo, decidí que traerlo aquí podía ser lo mejor para él. Además, Matron y la encargada conocen su problema concreto. —Bueno, eso puede ser una explicación —replicó ella—. Además, todo se complica porque es mucho más pequeño que el resto de su curso. Ria no quiso confesar que ver a Josh mirándola melancólicamente a través de sus gafas había hecho que quisiera tomarlo en brazos. —Espero que los demás no se habrán metido con él, ¿verdad? — preguntó Jasper repentinamente. —No, que yo haya visto —contestó Ria dudándolo un segundo—. Aunque hay algo que le preocupa. Se trata del campeonato de tenis. —¿Qué le pasa? —Un par de niños le han dicho que si alguien se niega a participar, le castigarán severamente. —Tonterías —replicó Jasper—. Es verdad que animamos a que todos participen porque crea espíritu de equipo y nosotros, como colegio, creemos que la competición pone de manifiesto el talento y saca lo mejor de cada uno. Él hizo una mueca con la boca al acordarse de las encarnizadas batallas, disfrazadas de partidos de tenis, que habían librado Cari y él. —Sin embargo, no es verdad que se castigue a quien no quiere participar —añadió Jasper. —Yo no lo creí —replicó Ria con alivio—, pero Josh, sí. Al menos, podré tranquilizarlo sobre eso. —Evidentemente, te has ganado su confianza muy deprisa —comentó él en tono pensativo. —Bueno, suele quedarse un rato después de la clase y charlamos — reconoció ella—. Me contó que nunca lo ha pasado bien con el deporte, para disgusto y fastidio de su padre. Jasper ladeó ligeramente la cabeza. —Joshua es un niño muy estudioso. Creo que sus conocimientos de matemáticas son asombrosos. Seguramente prefiera vérselas con un teorema complicado que golpear pelotas por encima de una red, por ejemplo. —Me contó que tuvo que jugar al tenis durante horas y que detestó cada minuto. No le veía el sentido —le explicó Ria—. La cuestión es que le
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da miedo parecer un enclenque inepto si falla todos los golpes o, peor aún, si pide que lo dispensen. Jasper entrecerró los ojos pensativamente. —Bueno… creo que podemos arreglarlo —Jasper se inclinó para escribir algo en un papel—. Joshua puede ser uno de los árbitros. Evidentemente, conoce el juego al dedillo y no se confundirá con el tanteo —él sonrió—. Hará que se sienta superior y es una tarea que suelen hacer los mayores, pero no es una regla inamovible. Ria pensó que era un director muy inteligente. Ella había estado casi tan preocupada como el niño, pero Jasper había sabido ver la solución perfecta y ella sabía que Josh se sentiría aliviado. —Es una idea maravillosa, Jasper. Ella casi había esperado que él le dijera que todos teníamos que enfrentamos a nuestras dificultades para fortalecer el carácter, pero, en cambio, lo había solucionado en un abrir y cerrar de ojos. Lo habría abrazado por eso. —La verdad es que entendí lo que le pasaba a Josh en cuanto me lo contó porque yo también tuve una angustia parecida y todavía no la he superado del todo —siguió ella. —¿Por el tenis? —preguntó el con curiosidad. —No, mi problema era la natación. En realidad, las aguas profundas —reconoció ella pensativamente—. Todos los años que pasé en internados fueron bastante felices, en términos generales, pero en uno de ellos me calificaron de cobarde porque me aterraba la exhibición anual de natación. Me aterraba ahogarme y todo el mundo estaba obligado a participar. Una profesora de deportes creyó que la mejor manera de quitarme el miedo era elegirme y obligarme a hacer lo que más detestaba, que era bucear para recoger un ladrillo del fondo de la piscina —Ria se estremeció al recordarlo—. El miedo casi me paralizaba cada vez que me sumergía y no podía respirar ni ver nada y el ruido del agua en los oídos todavía me persigue en sueños —sonrió fugazmente al darse cuenta de que no se lo había contado a nadie—. Siempre me ponía enferma unos días antes de la demostración y tenía pesadillas durante varios días después —se rió nerviosamente y se encogió de hombros—. Sin embargo, como comprobarás, he sobrevivido para contarlo. Jasper se había puesto cada vez más serio al oír la historia. —¿No le dijiste a nadie lo que te pasaba? —le preguntó él—. Tus padres deberían haberlo sabido. —Bueno, nunca veía a mis padres durante el tiempo suficiente como para entrar en ese tipo de conversaciones. Además, fue cuando mi madre se separó y mi padre tenía otras preocupaciones. Jasper frunció levemente el ceño y se aclaró la garganta. —Entonces, se te quitarían las ganas de nadar para toda tu vida…
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—No. Para mi asombro, nado bastante bien —replicó ella lentamente —. No puedo tirarme de cabeza a unas aguas profundas. Sería como si me lanzara al infierno y sé que nunca olvidaré la sensación de pánico. Soy penosa, ¿verdad? —No creo que seas penosa. Lo que me parece penoso es que una profesora sin imaginación no encontrara otra manera de resolver tu situación. Estaba haciéndose tarde y Jasper miró su reloj. —Vaya, la cena debe de estar muy avanzada. Siento haberte retenido, Ria —se disculpó él levantándose. —La verdad es que no había pedido nada de cena esta noche —ella también se levantó—. No sabía a qué hora iba a terminar la reunión y tengo que terminar un trabajo. —Yo tampoco voy a bajar porque hoy he tenido que ir a un almuerzo de trabajo. Lo único que me apetece ahora es beber algo. Ria lo siguió hasta la puerta. Era muy grande, pero musculoso, no grueso. Se imaginó que haría ejercicio en algún gimnasio. Una vez en su piso, Ria tiró el bolso en la cama y fue a la pequeña cocina. Se había hecho una tortilla a mediodía, pero eso hacía mucho tiempo y tenía hambre. Entonces, se acordó de la botella de vino blanco que le había regalado Hannah y se sirvió una buena copa. Muy rara vez bebía cuando estaba sola, pero esa noche había sentido ganas por algún motivo. Vio dos paquetes encima de la nevera y sonrió. El ama de llaves, una mujer de mediana edad y energía infinita, llevaba el aspecto doméstico del colegio con una eficiencia muy amable y cuidaba al profesorado como una madre. Ria solía encontrarse pequeños manjares que le dejaba inesperadamente. Esa vez eran una barra de pan integral recién hecho y dos melocotones maduros. A Ria se le hizo la boca agua. Sobre todo, cuando el día anterior había comprado un poco de queso y unos tomates. El menú de esa noche iba a ser la respuesta perfecta a sus punzadas de hambre. Sin embargo, sintió la necesidad de desvestirse y relajarse. Quitarse la ropa de trabajo hacía que sintiera que la jornada laboral había terminado de verdad. Fue al cuarto de baño, se desvistió y decidió que se lavaría el pelo en ese momento en vez de dejarlo para la mañana siguiente. Como quedaba bastante tiempo hasta que se acostara, se le secaría solo y si no, siempre podría terminar de secárselo con el secador. Salió de la ducha, se puso su camisón de algodón favorito y empezó a secarse el pelo con la toalla mientras salía descalza del cuarto de baño. Entonces, llamaron dos veces a la puerta y se quedó clavada en el sitio. No quería visitas esa noche. Suspiró y fue hacia la puerta para ver quién era. Era Jasper y casi se quedó petrificada. Era bochornoso que la encontrara en esa situación. Entonces, se enojó consigo misma. Podía
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estar como quisiera a esa hora del día. Sonrió e intentó parecer despreocupada. —Perdona que te moleste —se disculpó él al cabo de un rato—, pero me había olvidado de darte esto. Tim me pidió que te lo diera antes de mañana. Como habrás comprobado, no ha ido a la reunión porque esta noche está de guardia en el edificio de los alumnos. Él la miró. El liviano camisón no hacía nada para disimular el tentador cuerpo que cubría y la toalla que se había puesto como un turbante le resaltaba el color de los ojos. Pensó que estaba alterándolo otra vez y se aclaró la garganta innecesariamente. —Siento haber venido en un momento tan inoportuno, pero tenía que comentar un par de cosas sobre esto… —le señaló unos papeles que llevaba en la mano. Ria se apartó sin importarle su aspecto. Si la había encontrado así, era culpa de él y no parecía haberle azorado gran cosa. Se había quedado con una ceja arqueada y ella se sintió impertérrita y animada, gracias, sin duda, al vino que había bebido. —Pasa, por favor. Él sonrió, entró y cerró la puerta. —Sólo tardaré unos segundos. Ha habido un ligero cambio para mañana. Jasper se sentó en una de las sillas que había alrededor de la mesa y ella se sentó enfrente. Durante los minutos siguientes, Jasper le explicó lo que Tim le había pedido que le aclarara. Entonces, cuando Ria se inclinó hacia delante para ver lo que decía el papel, la toalla se desenrolló, cayó en la mesa y el pelo mojado le tapó la cara un instante. —Lo siento… Ria agarró la toalla con una mano, se apartó el pelo con la otra y vio que la tinta había emborronado las anotaciones de Tim. —Lo siento —repitió ella. De repente, los dos se rieron y, por primera vez desde que llegó a Highbridge Manor, Ria notó que todo había cambiado entre su jefe y ella. Sabía que siempre tardaba en saber cuál era su sitio entre los colegas y los superiores y todavía no se había sentido completamente a gusto con Jasper Trent. Por muy amable que pareciera, no podía evitar tener la sensación de que siempre estaba tomando notas en la cabeza sobre ella y desde una distancia muy superior. Además, las miradas enigmáticas que le lanzaba de vez en cuando sólo empeoraban las cosas. Lo que albergaba esa cabeza tan atractiva era un secreto muy bien guardado. —Será mejor que me arregle un poco. Ria se levantó y fue al cuarto de baño. Afortunadamente, el pelo se le había secado bastante y pudo cepillárselo. Sin embargo, dejó escapar un
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suspiro al verse en el espejo y comprobar que se le había ido todo el maquillaje y la cara le brillaba. Se encogió de hombros. ¿Acaso le importaba el aspecto que tenía ante Jasper Trent? No lo contestaría. Él seguía sentado en el mismo sitio cuando volvió y Ria se preguntó si habría dicho todo lo que tenía que decir. Entonces, se acordó de algo que quiso haberle preguntado a Tim. Se sentó enfrente de él. —Jasper, ¿habría algún inconveniente si quisiera introducir algo de lectura de poesía en el programa? Naturalmente, terminaré el programa previsto, pero creo que hay tiempo para introducir un poco de poesía — hizo una pausa con la esperanza de no estar metiendo la pata—. Es que al final de la lección del otro día charlamos un rato y me quedé con la sensación de que a algunos niños les gustaría y me siento muy a gusto en ese terreno. —Haz lo que te parezca bien —replicó él sin vacilar—. Basta con que se lo digas a Tim. Él no había dejado de mirarla mientras hablaba. Le había parecido absurdamente infantil vestida de esa manera aunque había sentido un arrebato de deseo al ver que el camisón se había abierto un poco por delante y le había permitido ver fugazmente una pierna firme y esbelta… Ria captó algo nuevo en el ambiente y decidió tomar las riendas de esa situación tan extraña. Su jefe tenía que irse. —Verás, de repente tengo muchas ganas de cenar… —ella hizo una pausa—. Mmm… ¿quieres un poco de pan con queso? —preguntó ella convencida de que él lo rechazaría. —Gracias, ¿por qué no? Ria estuvo a punto de caerse de la silla. Cuando se recuperó de la sorpresa, sólo tardó un momento en preparar la sencilla cena en la mesa y lo miró con una sonrisa. —Me temo que sólo puedo ofrecerte una copa de vino blanco. No tengo whisky ni licores… Él estaba mirando por la ventana y se dio la vuelta. —Con un café me conformo, gracias. Pondré agua a hervir —añadió él dirigiéndose hacia el grifo. Cuando se comieron las rebanadas de pan y casi terminaron con los tomates y el queso, Ria cortó los melocotones, preparó uno en un plato y se lo entregó a Jasper. —Tenemos que agradecérselos a Claudia —comentó ella mientras se metía un trozo en la boca—. Me mima mucho. Nunca sé lo que me traerá. Jasper miró sus labios húmedos y sintió que se le hacía la boca agua. —Vaya, a mí no me deja nada si no se lo pido. Evidentemente, eres una de sus preferidas. Tienes que contarme el secreto.
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Había pasado casi una hora y Ria se dio cuenta, con un asombro inmenso, de lo deprisa que había pasado el tiempo. Parecían dos amigos, dos personas que se conocían desde hacía mucho tiempo. Terminaron el café y él se levantó para marcharse justo cuando sonó el móvil de Ria y ella frunció el ceño. Era bastante tarde. Fue a su dormitorio para contestar y se quedó perpleja al oír la voz de su padre. —Papá… ¿Pasa algo? —No pasa nada, Ria —contestó él—. Es que Diana y yo estaremos en Taunton mañana. Tengo una reunión por la mañana y nos preguntábamos si querrías cenar con nosotros. Me he olvidado de dónde estás en estos momentos… no sigues por la zona de Londres, ¿verdad? Tengo la vaga idea de que me dijiste que ibas a quedarte una temporada en la casa de una amiga en Salisbury. Si es así, te resultará fácil encontrarte con nosotros en Taunton, ¿no? —Claro, claro —contestó ella inmediatamente—. Además, seguramente pueda organizarlo porque estoy dando clases en un colegio de Hampshire, aunque no termino hasta las cuatro y media y será un poco tarde cuando llegue a Taunton. —No importa —replicó su padre sin dudarlo—. Vamos a quedarnos a dormir y encontraremos algún sitio para comer algo —su padre hizo una pausa—. Me apetece mucho verte, Ria. Sobre todo, porque el fin de semana nos vamos otra vez al extranjero y no sé cuándo volveremos. Además, Diana ha insistido para que me pusiera en contacto contigo y nos viéramos. Está deseando volver a verte. Ria se acordó de Diana. Era rubia, guapa y tenía la mitad de años que su padre. Aunque no habían tenido la ocasión de pasar mucho tiempo juntas, se habían llevado bien desde el principio. —Yo también estoy deseando veros y estoy segura de que podré encontrar un hotel. ¿Quedamos entre las ocho y las ocho y media? Colgaron y cuando Ria volvió, se encontró a Jasper secando los platos que habían usado. Se quedó un segundo mirándolo y él también la miró. —¿Pasa algo? —le preguntó él mientras doblaba el paño y lo dejaba en su sitio. —No —contestó ella—. Era mi padre. Hacía mucho tiempo que no hablábamos y quiere que mañana por la tarde vaya a Taunton para cenar con él… y mi madrastra. Le he dicho que no puedo ir antes, pero como el fin de semana se van al extranjero, no puedo desperdiciar la ocasión, ¿verdad? —Ria empezó a guardar los platos—. Nunca he estado en Taunton —comentó ella como si se diera cuenta en ese momento—, pero estoy segura de que podré encontrarlo. Jasper fue hasta la puerta y la miró. —Estás de suerte —comentó él lacónicamente—. Mañana voy a mi casa y está cerca de Taunton. Puedo dejarte donde hayas quedado y recogerte luego, sobre medianoche. ¿Te parece bien?
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Ria sintió un alivio inmenso. Le espantaba encontrar sitios que no conocía, sobre todo, cuando había montones de rotondas y carreteras de una dirección, como habría en ese caso. —¡Fantástico! —contestó ella—. Si de verdad no altera tus planes — añadió inmediatamente. —Me he ofrecido… —le recordó él con naturalidad. No iba a decirle que había pensado pasar la noche en su casa de campo y no volver hasta última hora del viernes. Le había parecido que para Ria era importante encontrarse con su familia y creía que esa relación necesitaba cuidado y atención. Además, al adaptar sus planes estaba cumpliendo con su obligación como director, estaba haciendo que el profesorado estuviera lo más a gusto posible.
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Capítulo 5 La noche siguiente, Ria miró con cariño a su padre, que se había dejado caer contra el respaldo de la silla con una copa de brandy en la mano. Siempre había sido un hombre apuesto y aguantaba bien la edad. No tema casi canas en su pelo moreno y seguía esbelto. Además, sus miradas constantes a su esposa indicaban que estaban muy enamorados y que no les importaba demostrarlo. Esa noche, Diana estaba muy atractiva. Llevaba un vestido blanco muy sencillo y el pelo rubio le llegaba casi hasta el escote. El único adorno era un diamante montado sobre un anillo de boda. La comida y la conversación habían sido deliciosas y Ria sintió cierta melancolía por tener tan pocas ocasiones de estar juntos. Habían hablado, sobre todo, de ella, de su profesión y de Highbridge Manor, pero también de los compromisos de su padre en el extranjero. —¿Diana, nunca te importó renunciar a tu profesión para acompañar a mi padre por todo el mundo? —le preguntó Ria de repente. Antes de casarse, Diana había sido una psiquiatra muy renombrada en un hospital universitario. —Ni por un segundo, Ria —contestó Diana con una sonrisa—. Estoy disfrutando cada instante de mi vida. Justo entonces, apareció un camarero con una botella del mejor champán en un cubo con hielo. Ya habían bebido un vino muy bueno con la cena, pero su padre se inclinó hacia delante para entregar las copas llenas a las dos mujeres y explicar el motivo. —No sabíamos quién debería darte la buena noticia, Ria, pero, al final, Diana ha decidido que fuese yo —su padre miró un instante a Diana y el corazón de Ria dio un vuelco de aprensión—. Espero que no sea una impresión demasiado raerte para ti, pero estamos completamente emocionados de poder decirte que mi esposa espera hacerme un padre muy orgulloso a finales de año.
Sobre las once y media, Ria estaba en el cuarto de baño del hotel con la frente apoyada en el espejo e intentando reponerse de las emociones. Sabía que si respiraba profundamente podría calmar los latidos desbocados de su corazón. Se apartó, miró su reflejo, vio los ojos empañados de lágrimas y sacudió la cabeza. ¿Volvería a sentirse como alguien normal? Había conseguido reaccionar con mucho entusiasmo a la noticia y había abrazado con fuerza a Diana. —Es fantástico, Diana. ¡Enhorabuena!
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Claro que era fantástico, pero nunca se le había pasado por la cabeza esa posibilidad y había sido una impresión, una impresión física. Decidió llamar a Jasper. Se habían dado los números de teléfono por si surgía algo y sintió una oleada de placer cuando oyó su voz. —Hola —le saludó él al instante—. ¿A qué debo el placer? —Es que ya estoy preparada para marcharme y me he preguntado si te vendría bien recogerme antes de lo acordado. —Me viene perfectamente. Estoy sentado en un pub —Jasper hizo una pausa—. ¿Dentro de un par de minutos? —Muy bien, gracias —Jasper frunció ligeramente el ceño por el tono de ella—. Esperaré fuera, en la puerta del hotel —añadió Ria antes de colgar. Volvió al salón con los demás. —Acaban de llamarme para ver si podían recogerme un poco antes — mintió ella—. Me temo que voy a tener que marcharme con gran dolor de mi corazón —sonrió de oreja a oreja—. Me ha encantado volver a veros. —Sí, ha estado muy bien —reconoció su madrastra—. No deberíamos dejar que pasara tanto tiempo hasta la próxima vez, Ria. Al fin y al cabo, espero alguna ayuda de cierta familiar querida —Diana miró a su marido —. También espero que pronto destinen a Mark cerca de casa, sobre todo ahora. El padre de Ria sonrió y tomó la mano de su esposa. —Ya te avisé de lo que te esperaba, cariño. Pero los tiempos están cambiando. Quién sabe… Insistieron en acompañarla afuera para esperar a Jasper. Ria confió en que, cuando llegara, se limitara a aparcar, a dejar que se montara y a marcharse. Sin embargo, él ya había aparcado, un poco alejado del hotel, y pudieron ver que se acercaba hacia ellos. —Jasper… Te presento a mi padre y a Diana, mi madrastra —Ria miró a su padre—. Papá, te presento a Jasper Trent, el director del colegio. Mi empleador en estos momentos —añadió ella como si hiciese falta. Se saludaron y Jasper se hizo una idea inmediatamente. La familia de Ria era muy atractiva y presentable, pero le pareció evidente que algo no iba bien del todo. Además, Ria, con una falda larga de dibujos étnicos, una camisola liviana y el pelo recogido con una coleta, le pareció indefensa. Naturalmente, ya se había dado cuenta de su situación familiar, pero parecía haber algo más. Fuera lo que fuese lo que flotaba en el aire, hizo que quisiera tomarla en brazos y llevársela al coche, sacarla de allí. Esto último fue lo que hizo pocos minutos después mientras los demás los despedían con la mano desde la entrada del hotel. Jasper miró a Ria mientras se alejaban. No hacía falta que le dijera que volver a ver a su familia había sido una mezcla de sensaciones. Tenía las manos agarradas sobre el regazo y, a juzgar por su expresión, parecía alterada.
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—¿Ha sido una cena agradable? —le preguntó él con naturalidad y mirando hacia la carretera. —Ha sido una cena… bastante… larga —contestó ella al cabo de un momento—. Al parecer, les pasan muchas cosas todo el rato. Tienen una agenda muy apretada —añadió en voz baja. Ria miró hacia otro lado. No quería hablar del asunto, al menos, con él. Hannah era la única amiga a la que podía abrir su corazón porque era la única que sabía todo sobre ella y la entendía. Ria siguió pensando en sus cosas y el atractivo rostro de Seth se presentó en su cabeza. ¿Dónde estaría? Estuviera donde estuviese, sabía que estaría disfrutando plenamente de la vida. Nunca había permitido que nada se le interpusiera en el camino ni que ninguna atadura se lo impidiera. Además, siempre lo había conseguido sin sufrir ninguna consecuencia. —¿Y qué opinan de tus planes de viajar? —le preguntó Jasper devolviéndola a la realidad. —Ah, la verdad es que se me ha olvidado contárselo —contestó Ria con despreocupación—. Había cosas más interesantes para comentar. Jasper arqueó las cejas y no dijo nada más, aunque se acordó de la impresión que había sacado de la familia de Ria. Tenía que reconocer que su madrastra era una mujer muy hermosa, pero que no tenía comparación con Ria. Ria tenía esa capacidad indefinible de poder conquistar a cualquier hombre sin proponérselo siquiera. Ria sabía que, independientemente de sus sentimientos, tenía que hacer un esfuerzo para darle una conversación agradable. Había sido muy amable al llevarla y recogerla y se lo agradecía enormemente. Si hubiese tenido que volver sola, no sabía si habría podido conducir porque sólo le apetecía acurrucarse en un rincón oscuro. Lo miró y sonrió fugazmente. —¿Qué tal tú? ¿Has podido hacer lo que querías? Él le había contado que quería hacer algunas cosas en su casa de campo. —Sí, gracias —contestó él—. Sólo tenía que dar mi consentimiento a unos muebles nuevos que habíamos visto para luego pedirlos. Efectivamente, había una mujer en su vida, pensó Ria. Seguramente no sería una esposa sino una mujer con la que vivía y, evidentemente, no podía tomar decisiones importantes sin consultarlas. Aunque, también podía imaginarse que la opinión de Jasper sería la dominante en todo. No sabía por qué, pero lo que había dicho Jasper había hecho que se sintiera más abatida que nunca. No porque él y su pareja estuvieran eligiendo muebles para su casa, sino porque no estaba soltero. Sin embargo, ¿por qué iba a afectarle eso ni remotamente? No le afectaba lo más mínimo, se contestó a sí misma. Se sentía desdichada en ese momento, nada más. Después de todo, encontrarse con su familia esa noche no le había sentado muy bien. Consiguió dejar a un lado su desasosiego para poder pensar en algo que decir. Lo miró y comprobó que la cicatriz de la mejilla se le notaba
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más que otras veces. Sin pensarlo, algo raro en ella, le pasó un dedo por la cicatriz. —¿Qué te pasó, Jasper? Él se puso en tensión y, súbitamente, los vaqueros parecieron dos tallas más pequeños. La miró un instante. —Ocurrió hace mucho, cuando estaba en Cambridge. Una bota de rugby me pilló desprevenido, pero ganamos el partido —añadió con una sonrisa. Ria volvió a agarrarse las manos al darse cuenta de que el pulso se le había acelerado al rozar esa piel tan firme y deseable y que los pechos le habían vibrado con una sensación que casi había olvidado. Tragó saliva y recuperó el control de sí misma. —No he vuelto a ver a Helen desde la primera noche —comentó ella por decir algo. —Siempre está muy ocupada y su madre no está bien —replicó él inmediatamente. La miró sabiendo que se movía en aguas peligrosas cuando estaba cerca de Ria. Siempre admiraría a las mujeres hermosas y disfrutaría con su compañía, pero mirar a una mujer y desear tocarla para que su delicada piel se derritiera con su cálido contacto era algo completamente distinto. Algo que no entraba en sus planes a corto plazo. A partir de ese momento, la conversación se centró en asuntos que tenían que ver con el colegio y el potente coche fue devorando los kilómetros. Sin embargo, Jasper sabía que la cena no había sido plenamente satisfactoria para Ria y se sintió ligeramente enojado con ella. Sabía que no tenía una situación familiar especialmente feliz, pero le pasaba lo mismo a muchísima gente, a muchísimos niños. Si alguna vez formaba una familia, algo muy improbable, siempre sería lo primero y la amaría incondicionalmente. Nunca la dejaría de lado ni la llevaría de aquí para allá ni permitiría que la criaran otras personas. Sin embargo, la situación de Ria no era especialmente grave. Tenía una formación sólida, era muy inteligente y era increíblemente hermosa. Tenía mucho que agradecer a sus padres. La naturaleza había sido generosa con ella. Debería empezar a contar sus bendiciones en vez de permitir que viejos resentimientos le amargaran la felicidad. Tuvo ganas de zarandearla. Eso fue hasta que volvió a mirarla y sintió que se derretía. Lo que quería hacer de verdad era abrazarla. Sentir su cuerpo femenino amoldarse con el suyo masculino. ¿Podía saberse qué estaba pasándole? Se regañó a sí mismo. ¿Adónde habían ido a para sus buenas intenciones? Sin embargo, esbozó una breve sonrisa. Al menos, la irrupción, muy provisional, de esa mujer en su vida había demostrado que no estaba tan paralizado emocionalmente como había llegado a pensar y eso era un motivo de satisfacción porque la única vez que confió en una mujer lo había convencido de que no volvería a hacerlo jamás. Felicity había sido
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su gran error y no volvería a repetirlo. Fue una lección que todavía le dolía. Pese a que no podía reprocharle nada en su trabajo y se había portado ejemplarmente con los alumnos, Ria tenía que desaparecer de su vida enseguida. Sin embargo, antes tendría que seguir viéndola durante casi otros dos meses y conseguir sobrevivir y mantener la cabeza despejada.
*** Era muy tarde cuando llegaron y los dos se dirigieron hacia la puerta lateral que usaban los profesores cuando habían cerrado la principal por la noche. Ria lo miró cuando estaba buscando la llave. —Te agradezco mucho lo que has hecho esta noche, Jasper. Lo habría pasado muy mal para encontrar el camino una vez fuera de la autovía. Además, tu coche es mucho más cómodo que el mío y más rápido — añadió ella. —Bueno, como puedes imaginarte, he hecho ese camino muchas veces y cada vez me parece más corto. Además, me alegraba poder ayudarte, Ria. Entraron en el edificio y subieron las escaleras hacia los pisos. Ria sofocó un bostezo. —Vaya, empiezo a sentirme cansada de verdad —susurró ella. —No me extraña. Has dado clase toda la mañana y luego has pasado varias horas con tu familia. Además, viajar siempre es cansado, lo hagas como lo hagas. Seguramente te quedes dormida en cuanto tu cabeza toque con la almohada. Sin embargo, no estaba cansada. Sólo quería estar sola en su habitación. Aun así, se alegraba de haber podido contener el desasosiego mientras estaba con Jasper en el coche y de haber parecido bastante normal. No había dicho nada de lo que luego se arrepentiría porque él era el tipo de hombre al que podías decirle algunas cosas si no tenías cuidado. El tipo de hombre al que podías hacer una confidencia y que nunca la desvelaría. Aunque ella nunca le contaría ciertas partes de su pasado, creía que no las entendería. Cuando llegaron a su piso, Ria empezó a rebuscar la llave, que siempre acababa en el rincón más recóndito del bolso, y Jasper esperó pacientemente a que la encontrara. —Estaba pensando que debes de confiar mucho en los empleados de tu empresa, Jasper —comentó ella en voz baja—. Quiero decir, pareces muy implicado aquí en todos los sentidos. ¿No es difícil atender dos cosas a la vez? Él la había hablado de la empresa de material médico que tenía cerca de Bath.
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—La verdad es que no. Estoy a una llamada telefónica o un correo electrónico de la empresa y, además, me paso por allí con frecuencia. Aparte, siempre contrato a personas de primer nivel que pueden defender el castillo y en las que puedo confiar —replicó él con una sonrisa aunque se acordó de que la excepción fue la predecesora de Ria. Ella siguió rebuscando la llave. ¿Dónde se había metido? —Sin embargo, ¿te alegrará volver a dedicarle todo tu tiempo? — insistió ella cuando por fin tocó lo que estaba buscando. —Claro, evidentemente, será mucho más fácil, pero seguramente eche de menos a los niños, al alboroto de la vida escolar —él hizo una pausa como si le hubiese sorprendido reconocerlo—. Sin embargo, me temo que no se puede tener todo… Se desearon buenas noches y, una vez en su habitación, Ria tiró el bolso sobre la cama y se quedó de pie sintiéndose en un vacío sin el más mínimo sentido. Entonces, sin poder contenerlo, dejó escapar un lamento mientras se arrodillaba y se tomaba la cara entre las manos. Ese era el castigo por lo que había hecho en su vida y no podía reprochárselo a nadie. El inconfundible grito de animal herido llegó a los oídos de Jasper seguido por unos sollozos sobrecogedores. Se paró en seco y apretó los dientes. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué le pasaba a esa mujer? Se dio la vuelta y llamó a la puerta con firmeza. —¡Ria! ¡Abre la puerta! —le ordenó. Los sollozos se oyeron menos porque Ria recuperó el control de sí misma y, al cabo de unos instantes, abrió la puerta para que entrara. Sin embargo, se dio la vuelta para no mirarlo y se dirigió hacia su dormitorio intentando secarse las lágrimas. Él la siguió y la miró cuando se sentó en el borde de la cama. —¿Vas a contarme qué te pasa, Ria? Ella negó lentamente con la cabeza. —Yo… yo nunca conseguiría que lo entendieras… —susurró ella. —Inténtalo —replicó él lacónicamente. Se hizo un prolongado silencio mientras Ria intentaba encontrar las palabras que Jasper Trent pudiera comprender. —Es que… el verdadero motivo para que esta noche bebiéramos tanto champán es que mi madrastra está esperando un hijo. En Navidad, más o menos, tendré un hermanastro. Jasper se quedó claramente asombrado de que eso pudiera causarle tanto dolor. —¿No… no es una noticia maravillosa? —le preguntó con delicadeza —. ¿No te alegras por ellos? Ria pensó que, naturalmente, él adoptaría esa actitud. ¿Por qué no? Sin embargo, no era el momento más indicado para decirle, ni a él ni a
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nadie, que si todo hubiese salido de otra manera, ella sería la madre orgullosa de un hijo, que, en esos momentos, debería estar dando los primeros pasos y sonriéndole cuando lo acunaba en los brazos. —Claro que me alegro por ellos —contestó ella lentamente—, pero es difícil expresar con palabras por qué me ha conmocionado tanto la noticia —intentó esbozar una sonrisa—. Quizá me cueste imaginarme que mi padre va a ser padre otra vez… a su edad. Sinceramente, nunca se me pasó por la cabeza, pero debería habérmelo imaginado. Diana es joven y… evidentemente no quise ver la realidad —añadió con lágrimas en los ojos otra vez. El rostro de Jasper reflejó cierta comprensión al oír lo que había dicho y pensó que Ria, aunque no se diese cuenta, estaba ligeramente molesta por tener que compartir a su padre con un hermano después de tanto tiempo. Sobre todo, cuando, tristemente, a ella no le había hecho demasiado caso hasta entonces. Fuera cual fuese el motivo, esa situación hacía que deseara desvestirla y acostarse con ella… cubrirle el cuerpo con besos y caricias… poseerla. Se inclinó, le tomó las manos con delicadeza y la levantó. —Ha sido un día complicado, Ria. ¿Qué puedo hacer para ayudarte? Tiene que haber algo. Sabía que no podía dejarla allí con su dolor. Estaba muy triste por algún motivo. Entonces, como dejándose llevar por el alivio, se derrumbó sobre él, que la abrazó, le inclinó la cabeza hacia atrás y la besó en los labios ligeramente separados. Para Ria era como la secuencia de un sueño y ese beso increíble fue lento, húmedo y sensual al notar que a él se le endurecía el cuerpo y que su corazón latía con fuerza contra sus pechos. Se dio cuenta de que nunca había sentido un deseo tan abrumador. Era una experiencia única en su vida. Para ella toda la noche había sido irreal y esa parte, la más irreal de todas. Irreal y erótica. Después, no pudo recordar cuánto tiempo había estado aferrada a él. Cuánto tiempo le había besado los labios, el cuello y los ojos, húmedos por las lágrimas, hasta que consiguió serenarse. Entonces, tranquilo por poder dejarla sola, la soltó, se dio la vuelta y se marchó sin decir nada. Ria, agotada, estaba tapada por el edredón y esperando a quedarse dormida y tener sueños que le hicieran vibrar por el deseo abrasador que había sentido en brazos de Jasper Trent.
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Capítulo 6 Cuando se despertó al día siguiente, Ria tardó un poco en poder abrir los ojos. Podía ver con una claridad meridiana todo lo que había pasado el día anterior y se quedó atónita al darse cuenta, a la luz del día, de lo fácilmente que se había rendido a los besos de Jasper y de la excitación sexual que había sentido. Su virilidad palpable la había tomado por sorpresa y sabía que se había aferrado a él y que la calidez que le recorrió las venas la dejó indefensa en sus brazos. Cuando la soltó, pudo ver su propio asombro reflejado en los ojos velados de él. Tumbada y reviviendo esos momentos inolvidables, se quedó petrificada. ¿Afectaría lo que había pasado a su empleo en Highbridge Manor? ¿Cómo consideraría Jasper la situación de ella? Quizá, para él, sólo fuera un incidente que ya había olvidado. Se mordió el labio y deseó no haberle abierto la puerta, deseó que él no hubiera llamado a su habitación. Sabía que se sentiría muy mal cuando se encontraran. Entonces, se destapó y se sentó. Tenía que olvidarse de todo lo que había pasado el día anterior y volver a darle cierta perspectiva a su vida. Cuando le dijeron que Diana estaba esperando un hijo, consiguió compartir su alegría y la verdad era que se alegraba por ellos. Sin embargo, sería complicado explicar a alguien por qué le había dolido tanto la noticia. Fue al cuarto de baño y empezó a lavarse los dientes con energía, pero se detuvo un segundo cuando se acordó de algo que afloraba en su cabeza. En sueños, había acariciado la cicatriz de Jasper otra vez y él le había besado los dedos lentamente antes de metérselos en la boca uno a uno. Incluso en ese momento, cuando estaba intentando ordenar un poco sus pensamientos, pudo notar el delicioso contacto de su lengua en la piel. Volvió a cepillarse los dientes. Después de ducharse y vestirse, fue a la ventana y abrió las cortinas. Pudo ver a los internos charlando o jugando entre ellos. Suspiró al darse cuenta de que era un día laborable más. El día anterior había pasado a la historia y sólo debía pensar en el trabajo. Entonces, súbitamente, frunció el ceño. Había algo que no había tenido en cuenta. Jasper Trent ya tenía pareja, ¿no? ¿En qué había estado pensando la noche anterior? Cuando la tuvo entre sus brazos, sin duda, no había estado pensando en la mujer que estaba en Somerset. ¿Cómo había permitido ella que sucediera? Sobre todo, cuando estaba segura de que él lo había lamentado casi al instante. Fue evidente por la manera tan brusca y precipitada de marcharse. Se dio la vuelta, fue a la cocina y puso agua a hervir. Tomó un té y una tostada y a las ocho y veinte, Ria, con unos pantalones grises y una camiseta blanca, bajó al salón de actos. Los niños ya estaba sentados y esperando al subdirector, quien siempre dirigía el ritual.
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A las ocho y media en punto, sonó una campana y todo el mundo se levantó. Sin embargo, ese día, por primera vez desde que ella estaba allí, Jasper recorrió el pasillo central y subió al escenario. Estaba impecablemente vestido, como siempre, y todo él irradiaba autoridad. A pesar de todo lo que había reflexionado antes, el corazón de Ria dio un vuelco al mirarlo. ¿Por qué había sido tan despiadado el destino y lo había cruzado en su camino en ese momento de su vida? No quería que sus sentimientos, sus anhelos, volvieran a alterarse. Jasper, desde la altura del escenario, había divisado inmediatamente a Ria y el músculo del cuello se le contrajo. Comprobó que tenía una expresión lánguida y casi se derritió al verla. Sin embargo, lo que pasó la noche anterior fue inesperado y sorprendente y había estado maldiciéndose desde entonces. La había puesto en una situación insoportable al golpear en su puerta exigiendo saber qué estaba pasando. Era imperdonable. Además, ¿dónde había quedado su famosa afirmación de que él no mezclaba el trabajo con el placer? Ria era un elemento vulnerable de su profesorado y él sabía que se había extralimitado. Aunque sabía que ella había cedido voluntariamente a sus avances, también sabía muy bien el motivo. La noticia sobre su familia la había alterado y en ese momento necesitaba consuelo. Él se lo había ofrecido, pero no debería haber llegado tan lejos. No les hacía un favor a ninguno de los dos. Pese a esas reflexiones, los asuntos del día se trataron y resolvieron rápidamente y Jasper dio por concluida la reunión. Volvió a recorrer el pasillo y la miró al pasar cerca de ella. —Señorita Davidson, ¿le importaría concederme un par de minutos? Él siguió su camino y todo el mundo se dispersó para ocuparse de sus asuntos. —¿Te pasa algo, Ria? —le preguntó Tim, que había notado su palidez, al llegar a la puerta. —Estoy bien, gracias —contestó ella con una sonrisa—. Anoche me acosté tarde, nada más. Por cierto, quería hablar contigo, Tim. ¿Te parecería bien que introdujera algo de lectura de poesía en un par de clases? Cuando haya terminado con todo lo demás, naturalmente. Algunos alumnos de la clase cuatro han mostrado cierto interés. —No veo motivo para negarme —contestó él con una sonrisa—. En realidad, hace tiempo que no leemos poesía. Quizá deberíamos pensarlo para el curso que viene. A Ria le gustó su reacción aunque ella no estaría allí entonces. Fue al despacho de Jasper, que estaba hablando por teléfono junto a la ventana. La puerta estaba abierta y él la invitó a entrar con la mano. Entró y cerró la puerta. —Siéntate un minuto, Ria —le pidió él cuando colgó. Ella sabía que el corazón le latía con todas sus fuerzas y que se había sonrojado. Volver a verlo después de lo que había pasado no sólo era
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embarazoso, era una tortura. Se sentó en el borde de la silla y lo miró. Él, como había esperado ella, fue directamente al grano. —Quiero disculparme por mi comportamiento de anoche. Fue… fue porque no soporté verte tan afligida y ésa es la única explicación que puedo darte —tragó saliva—. Sin embargo, te prometo que no volverá a pasar y espero que puedas olvidarlo lo antes posible. Ria pensó que no debería haber sido tan considerado y sus palabras habían formado pequeños carámbanos de hielo en su corazón. A una parte de ella, a una parte muy pequeña, le habría gustado pensar que la había besado porque la había encontrado deseable, que la había deseado. Sin embargo, le había dejado muy clara la verdad. Para él había sido un momento desdichado que no se repetiría. Sin embargo, ¿acaso le sorprendía? Ella podía entender fácilmente cuánto lo lamentaba. Ria se recompuso y asintió lenta e intencionadamente con la cabeza. —La verdad es que no había vuelto a pensar en ello, Jasper. No tienes por qué preocuparte. ¿Cómo podía mentir tan convincentemente? ¿Cómo iba a olvidar la sensación de tenerlo abrazado y del magnetismo de sus labios? —Sin embargo, yo también debería disculparme por provocar una situación que, evidentemente, nos tomó desprevenidos a los dos —siguió ella—. Había bebido demasiado champán y el alcohol siempre me hace llorar. Además, la noticia y ver lo felices y exaltados que estaban mi padre y mi madrastra seguramente hicieron que perdiera el sentido de la realidad. Eso es todo —Ria se levantó muy recta—. Sin embargo, hoy me siento muy bien. Ayer pertenece al pasado y está olvidado, Jasper. Estoy deseando dar mi próxima clase y concentrarme en lo que sé hacer. Jasper no dejó de mirarla fijamente y, pese a todo lo que había dicho, sintió unas ganas casi insoportables de abrazarla. Se aclaró la garganta. —He estado pensando… ¿qué te parecería tomarte algún tiempo libre, Ria? A lo mejor te gustaría quedarte unos días con tu amiga. —¿Por qué? —ella volvió a sonrojarse—. ¿Estás descontento con mi trabajo? —Claro que no —contestó él inmediatamente—. Llevas un mes aquí y Tim está muy contento con todo lo que has hecho, pero es posible que te venga bien pasar unos días lejos del colegio. Algunas veces, un pequeño respiro sienta bien. A él le vendría muy bien poner distancia entre ellos hasta que hubiera recuperado el control de su vida personal. —No, gracias —replicó ella lacónicamente—. No necesito descansar. Me siento muy bien. Ya te lo he dicho, esta mañana estoy un poco cansada, nada más. —Como quieras —él ladeó la cabeza—. La oferta está en pie.
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No podía decirle que sabía que algo importante le rondaba por la cabeza por mucho que quisiera culpar del todo al champán y que había pensado que le sentaría bien pasar unos días en Salisbury con su amiga. —En cualquier caso —siguió Jasper—, es viernes y sé que es un día con mucho trabajo, pero podrás descansar un poco durante el fin de semana. Ria fue a marcharse con una sensación extraña. ¿Era el primer paso para librarse de ella o rescindirle el contrato? —En cualquier caso, gracias por preocuparte… pero estoy bien, muy bien —repitió ella deseando con toda su alma que fuese verdad. Jasper pensó que si no se marchaba inmediatamente, haría algo que volvería a lamentar. La acompañó hasta la puerta justo cuando Helen llegó con unas carpetas debajo del brazo. —Ah, Helen, mi hermano acaba de llamar para decir que vendrá el fin de semana —le comunicó Jasper—. Al parecer, ha reservado una habitación en un hotel cercano, pero cree que ya va siendo hora de que vuelva al trabajo y, naturalmente, quiere ponerse al tanto de muchas cosas. ¿Te importaría ocuparte de que el administrador esté disponible unas horas mañana o el domingo? —Espero que volver no sea un choque cultural excesivo para él —dijo ella con una sonrisa—. Ha pasado mucho tiempo fuera, pero nos hemos apañado entre nosotros, ¿verdad? Ria miró a Helen con indulgencia al pensar en la vida de esa mujer. Una vida plena en cierto sentido, porque consideraba al colegio como su familia, pero muy insatisfactoria en otro. Como la suya misma. Ria se preguntó si habría alguien en el mundo que podía tenerlo todo, que tenía la esperanza fundada de encontrar la felicidad sincera y duradera. Las dos salieron del despacho de Jasper y fueron juntas por el pasillo. —Tengo que volar —comentó Ria mirando su reloj—. Debería estar en clase dentro de un minuto. —Claro, hay mucho que hacer en este sitio, ¿verdad? —preguntó Helen con jovialidad—. Además, ahora que Cari va a presentarse por sorpresa, todo tendrá que estar impecable. Jasper no va a dejarnos ni a sol ni a sombra.
Cari llegó justo antes de mediodía y se pasó un minuto por el despacho de Helen. Cuando lo vio, se quedó bastante sorprendida por su aspecto. Parecía completamente distinto. Por ejemplo, parecía diez años más joven. El pelo, normalmente muy corto, le llegaba muy por encima de las orejas y estaba bronceado. Ella pensó que quizá todo el mundo debería tomarse algún tiempo libre y lejos de la rutina del trabajo. Entonces, se dio cuenta de otra cosa. Ya no llevaba gafas y se podían ver sus ojos profundos y oscuros. Tragó saliva y se levantó apresuradamente.
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—Cari, que alegría de verte —le saludó ella tendiéndole la mano. Él, sin embargo, casi la estruja con un abrazo. Fue la primera vez en quince años que la había tocado de esa manera. —También me alegro de verte, Helen —le saludó él cuando la soltó—. He llamado antes a mi hermano. ¿Está libre esta mañana? —Claro, está esperándote. —Perfecto. No hace falta que me enseñes el camino a mi despecho — comentó Cari con una sonrisa antes de salir al pasillo. Entonces, Helen se dio cuenta de que se sentía bastante deshecha. Algo le había pasado a Cari Trent. Parecía un hombre distinto, muy relajado. Cari abrió la puerta del despacho del director sin llamar y entró. Jasper se levantó de un salto y estrechó vigorosamente la mano de su hermano. —¿Qué…? ¿Dónde están tus gafas? —le preguntó al instante. —Un par de amigos me convencieron para que me tratara la miopía con láser —contestó Cari—. Las gafas son muy molestas para esquiar y nadar y me decidí. Cari sonrió y Jasper, por primera vez en su vida, vio algo de sí mismo en la expresión de los ojos de su hermano. —Estás mejor sin ellas. Las vacaciones te han sentado muy bien, Cari. Tienes muy buen aspecto. Espero que quieras volver después del verano. —Naturalmente. Cuando me hayas puesto al tanto de todo, estaré dispuesto a cualquier cosa —Cari se dejó caer contra el respaldo y levantó los brazos—. La preciosa Helen sigue como siempre. Esa mujer no ha cambiado lo más mínimo desde que la contratamos. Igual de eficiente, ¿no? —Igual —contestó Jasper al instante—. Me ha ayudado mucho. Los dos comentaron varios asuntos importantes durante un par de horas y luego fueron a ver el edificio de ciencias, que acababan de decorar, y a charlar un rato con un par de profesores que se encontraron por el camino. —No me había dado cuenta de la hora —dijo Jasper mirando el reloj—. Lo siento Cari, pero me temo que nos hemos perdido el almuerzo. —¿Por qué no vamos a The Lamb? —propuso Cari—. ¡Puedo meterme en la rutina directamente! Jasper miró a su hermano. Decir que Cari había revivido era decir poco. Eran casi las cinco cuando salieron del pub y se montaron en el coche de Jasper para volver al colegio. Entonces, cuando avanzaba lentamente, vio a Ria que salía de la tienda de comestibles. Se paró junto a la acera y bajó la ventanilla.
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—¿Quieres que te lleve, Ria? —le preguntó mirando a las bolsas de papel marrón que llevaba. —¡Ah…! No te preocupes, gracias. Me sentará bien estirar las piernas y tomar el aire. Justo cuando Jasper iba a seguir su camino, se le volcó una de las bolsas y unas ciruelas rodaron por el suelo. Él se paró inmediatamente y se bajó para ayudarla a recogerlas. —Creo que deberías cambiar de opinión y montarte. No querrás ir dejando un reguero con la compra, ¿verdad? Además, hay alguien en el coche que quiero que conozcas. Ria, obedientemente, se montó en el asiento de atrás y Cari se dio la vuelta para saludarla cuando Jasper la presentó. —Creo que estás ayudándonos —le dijo Cari mirándola fijamente y tragando saliva. Jasper se quedó atónito por la reacción de su hermano. ¡Estaba mostrando interés por Ria! Por un segundo absurdo, Jasper sintió un arrebato de rabia. Miró a Ria y pensó que tenía un aspecto mucho mejor. Evidentemente, la mañana dando clases había hecho que se olvidara de su problema… y de todo lo demás. Aceleró y esperó que Cari no hubiera decidido quedarse todo el fin de semana. Quedaba mucho tiempo para poder resolver las cosas antes de que los dos volvieran a sus vidas de antes. En ese momento, con tantas cosas en la cabeza, lo que menos le apetecía era dedicarse a comentar los tediosos asuntos del colegio con su hermano. —Por cierto —comentó Cari irrumpiendo en sus pensamientos—, es posible que no lo sepas, Jasper, pero el domingo es el cumpleaños de Helen. Yo suelo mandarle unas flores, pero he pensado que como ha sido tan eficiente durante mi ausencia, sería un detalle llevarla a cenar a algún sitio, para variar. El chef del hotel donde estoy tiene muy buena fama — hizo una pausa y miró directamente a Ria—. Podríamos ir los cuatro. Sería más divertido, ¿no? Jasper se mordió el labio sin salir de su asombro por lo que acababa de oír. —¿Lo sabe Helen? —preguntó. —No, pero no creo que ponga pegas. ¿Estás libre, Ria? —le preguntó Cari mirándola otra vez. Ella miró a Jasper, pero no se le ocurrió ninguna excusa. —Yo… bueno… sí, creo… —contestó ella vacilantemente. —Perfecto. Decidido. Reservaré para cenar a las ocho. Una vez en su habitación, Ria dejó la compra y se dejó caer en una butaca. Sabía poco de él, pero Cari Trent no era como se había imaginado. Se había imaginado un hombre introvertido, tímido y estudioso, pero la forma de estrecharle la mano ya fue bastante íntima para ser un desconocido y la había invitado a una cena fastuosa. Cerró los ojos y
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comparó a los dos hermanos. Se parecían algo, pero Jasper era más alto, tenía los hombros más anchos y era… más seductor. Volvió a abrir los ojos, apretó los dientes por lo que acababa de pensar y sacó el móvil del bolso. ¿Cómo iba a poder aguantar el tiempo que le quedaba en Highbridge Manor? Podía intentar convencer a Jasper de que era inmune a sus encantos masculinos, pero ¿podía convencerse a sí misma? Marcó el número de Hannah. Tenía que oír su franqueza y sensatez. —Hannah, ¿podemos quedar un rato mañana? —le preguntó con avidez. —¿Qué pasa, Ria? —preguntó ella después de vacilar un instante. —No puedo hablarlo por teléfono —contestó Ria. —Entonces, ven esta noche. Mañana no voy a hacer nada. Se dio cuenta inmediatamente de que estaba pasando algo, captó los indicios de la depresión recurrente de Ria, la depresión que estaba amenazando con arruinarle la vida. —Gracias, Hannah —Ria hizo una pausa—. Es que… ayer cené con mi padre y… y Diana —Ria tragó saliva—. Tengo que contarte muchas cosas.
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Capítulo 7 El domingo, justo después de medianoche, Jasper se quitó el pantalón y la camisa y fue al cuarto de baño para darse una ducha. Se miró en el espejo y pensó que había sido una noche casi irreal y no sabía si se lo había pasado bien o no. La comida había sido excelente y el ambiente del hotel muy agradable, pero también se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no pasaba una noche como esa con Cari y mucho menos acompañados por dos mujeres. En realidad, que él supiera, Cari nunca había tenido una relación seria, pero había aprendido mucho durante ese tiempo que había pasado lejos del colegio y había estado muy encantador con Helen y Ria. Esas vacaciones habían cambiado a su hermano y Jasper sintió una punzada de remordimiento, que no era la primera. Mucho antes de terminar la universidad, dejó muy claro que no tema intención de ocuparse de Highbridge Manor. Eso significó que Cari, mayor que él, tuvo que ocupar el puesto dejado por su padre cuando la salud de éste empezó decaer. Había sido un egoísta al dejar todo en manos de Cari. Al menos, debería haberse ofrecido para soportar alguna carga, algunas de las responsabilidades familiares. Sin embargo, Jasper se serenó con el agua caliente que le caía sobre el cuerpo. Cari nunca había esperado otra vida o no lo había parecido. Se había adaptado como si se hubiese puesto sus zapatos favoritos y más cómodos. Además, el colegio había seguido funcionando tan bien como siempre. Entonces, ¿por qué tenía ese remordimiento de conciencia? Se secó y fue, desnudo, al dormitorio. Sabía la respuesta. Lo tenía porque era evidente que Cari había disfrutado mucho al estar lejos de allí y le había venido muy bien. Su hermano había vislumbrado cómo era la vida en el mundo exterior, se había recuperado plenamente de sus problemas de salud y había aprendido, muy deprisa, a tratar a las mujeres. Helen, naturalmente, se había sentido abrumada por la inesperada cena y también le había parecido distinta. En el colegio siempre iba muy acicalada, pero esa noche se había puesto un vestido con flores sorprendentemente corto, se había dejado el pelo suelto y había estado emocionada y animada. Sin embargo, Ria fue quien atrajo las miradas de los otros hombres que había en el restaurante y de Cari, quien, claramente, la encontraba fascinante. Había llevado un vestido vaporoso color caramelo hasta la rodilla y se había recogido el pelo en lo alto de la cabeza, al estilo griego. A él le recordó a una figurita muy refinada que podía resquebrajarse si se trataba con brusquedad. Sin embargo, lo que llamaba inmediatamente la atención eran esos ojos color avellana que parecían como si fuesen a deshacerse en lágrimas en cualquier momento. No iba a negar que a él le había vuelto a inflamar los instintos más apasionados. Jasper se tumbó en la cama con las manos debajo de la cabeza y mirando al techo. No podía creerse que había tenido celos de tener que compartirla mientras los
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cuatro estaban sentados a la mesa. Si estaba claro que Cari había cambiado drásticamente, también estaba claro que algo le había pasado a él. Desde que ella apareció en el colegio, ya no se sentía como la misma persona que había conseguido ocupar diestramente el puesto de Cari. Además, pese a las reservas y convicciones respecto al sexo femenino, sabía con toda certeza que necesitaba una mujer para él solo. Sin embargo, ¿cómo había podido enamorarse después de todo lo que había pasado? Además, ¡de una de sus profesoras! Sabía que estaba en una montaña rusa, pero lo solventaría de una forma o de otra hasta que se marchara y no volviera a verla ni a pensar en ella. Se levantó de la cama y fue a servirse un whisky. Lo último que había pensado era imposible. Ria era inolvidable. Aun así, se concentraría exclusivamente en su trabajo hasta que acabara el curso. Nunca se había interesado sentimentalmente por una empleada suya, ni en el colegio ni en su empresa. Se bebió el whisky de un sorbo. Tenía que pensar con claridad.
El lunes por la mañana, Cari pasó por el colegio para despedirse antes de marcharse a la casa junto al lago que había estado compartiendo con unos amigos durante las semanas anteriores. —No volveré hasta la ceremonia de entrega de premios, cuando eches el cierre —le dijo jocosamente a Jasper—: Entretanto, sigue haciendo bien las cosas. Cari se alejó en su coche y Jasper se sintió aliviado. Durante las largas conversaciones que habían tenido, había habido momentos en los que se había sentido sorprendentemente crispado, como si hubiera renacido la competencia de siempre. Sin embargo, Cari se había mostrado muy comprensivo sobre el desastre de la predecesora de Ria. —Podía haberme pasado a mí —le tranquilizó—. No es fácil que los árboles dejen ver el bosque durante el proceso de selección, pero hiciste lo que tenías que hacer al prescindir de sus servicios. Además, si no la hubieses despedido, no habrías encontrado a Ria, ¿verdad? ¡Eso nos habríamos perdido! ¿No puedes convencerla para que se quede otro año? Cuando nos contó sus planes de viajar, no me pareció muy entusiasmada. Sería fantástico tenerla de profesora fija, ¿no? Emplea todas tus armas de seducción masculina para que acceda, sabes que puedes hacerlo, y me harás un gran favor porque me ha gustado… mucho.
El siguiente viernes por la tarde, después de la última clase, Ria subió a su piso tarareando una canción. Esa semana había estado mucho más contenta con todo. Haber pasado unas horas con Hannah el fin de semana interior y haber atendido a los sensatos comentarios de su amiga le había venido muy bien. Hannah conocía todo lo que le había pasado y era la
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única persona a la que le contaría lo que ocurrió después de haber cenado con su padre y Diana. Hannah no le había tomado el pelo cuando le describió el beso intenso e inesperado de Jasper, se había limitado a arquear las cejas pensativamente y a abrir otra botella de vino. Ese día, había empezado a poner en práctica su idea de la poesía con los alumnos de catorce años y parecieron entusiastas e interesados. Los hubo, incluso, que pudieron recitar algunos versos conocidos que estaban entre los favoritos de ella. Se sintió emocionada porque, después de todo, había algo más que matemáticas, deportes e informática. También le sorprendió que algunos de los alumnos más maduros, que ya eran más hombres que niños, parecieran especialmente dispuestos a dedicar una clase entera a la poesía. Se duchó, se puso unos vaqueros y un top ligero y decidió hacer un picnic en la pequeña arboleda que había detrás del campo de cricket. Hacía una tarde deliciosa y decidió que se llevaría un par de libros de poesía para preparar los ejercicios de la semana siguiente. Fue a la ventana y vio a los niños que salían en tropel del edificio y se dirigían hacia los autobuses que los llevarían a Salisbury para ir al teatro. Iba a ser una tarde muy tranquila. Con cierta sorpresa, se dio cuenta de lo deprisa que se había integrado en ese sitio, de que se sentía necesaria y querida. Se dio la vuelta y sacudió ligeramente la cabeza. Iba a echar de menos todo aquello, a los niños y al ambiente. Vio dos bolsas encima de la nevera. Las abrió y se encontró con dos panecillos, unas lonchas de jamón ahumado, un envase pequeño con ensalada aliñada y dos pasteles todavía calientes. Claudia había vuelto a ser su hada madrina. Sólo habían charlado un par de veces desde que ella estaba allí, pero el ama de llaves parecía haberla tomado bajo su manto protector y, cuando se marchara del colegio, le compraría un regalo especial como agradecimiento. Llenó el termo con café y metió todo en su mochila, sin olvidarse del cuaderno de notas y el bolígrafo. Estaba tan animada, que quizá escribiera algo. Entonces, se quedó quieta y mirando al infinito. Se dio cuenta de que casi no había visto a Jasper desde que fueron a cenar al hotel el domingo anterior. Además, aquella noche la trató igual que a Helen, con cortesía y amabilidad, pero nada más. No intercambiaron una mirada o un gesto que les pudiera recordar el encuentro apasionado de la otra noche. Fue como si nunca hubiera ocurrido. Él le había explicado el motivo con bastante claridad. Había sentido lástima por ella, nada más. Se encogió de hombros. Era evidente que él se había olvidado completamente, que no iba a darle más vueltas. Tomó una profunda bocanada de aire. Efectivamente, concentrarse en sus clases la había ayudado a sobrellevar los últimos días de una forma normal, pero si creía que alguna vez iba a olvidar el momento mágico cuando la abrazó con tanta intimidad, estaba engañándose a sí misma.
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Tardó unos ocho minutos en llegar a la arboleda. Miró alrededor y vio el tocón de un árbol cortado que le serviría para apoyar el cuaderno. Se sentó al lado. El suelo era musgoso, estaba seco y la luz del atardecer lo bañaba todo con un color muy apacible. Si no se inspiraba allí, no se inspiraría en ningún sitio. Se apoyó en los codos, levantó la cabeza con los ojos cerrados y sintió una somnolencia indolente. No había tenido descanso ese día y estaba cansada, pero le gustaba ese cansancio gratificante. —¿Te importa que te acompañe? La voz de Jasper la sacó bruscamente de su ensimismamiento. Abrió los ojos como impulsados por un resorte y miró su imponente figura. Llevaba unos vaqueros y un polo y la miraba tranquilamente con las manos en los bolsillos. —Estaba inspeccionando el campo de cricket para mañana —le explicó él—. Te vi venir aquí —Jasper se sentó a su lado—. Hace una tarde demasiado buena como para quedarse en casa y me alegro de no haber ido al teatro. —Yo dudé si aprovechar la ocasión, pero decidí que dedicaría el tiempo a trabajar un poco —replicó ella. —Muy loable —le alabó él con una sonrisa. —No tiene nada de loable —replicó ella inmediatamente—. Es un verdadero placer hacer este trabajo —Ria dio unas palmadas al bolso con los libros—. Se trata de la sesión de poesía que voy a hacer con la clase cuatro y he pensado que me vendrían muy bien un par de horas sin interrupciones. Perdón, quería decir que los niños… —se corrigió ella inmediatamente. —Prometo no molestar… —dijo él con una sonrisa Ria pensó que estaban siendo muy naturales, aunque correctos, y era la primera vez que estaban solos desde que él se disculpó por haberla besado. ¿Cómo conseguía él que pareciera que no había pasado nada? —He traído un picnic —comentó Ria para disimular su perplejidad—. Parece como si la querida Claudia hubiese adivinado exactamente lo que yo quería. ¿Quieres compartirlo? Hay bastante. —La verdad es que luego iba a ir a The Lamb a cenar algo —contestó él—. Además, no está bien que siempre me coma tus cosas. Sin embargo, sabía que acabaría aceptando la oferta de ella. Al fin y al cabo, lo más sensato era tratarla como a los demás, que todo transcurriera con naturalidad. No volvería a darle motivos para que pensara que era alguien especial. —No pasa nada —replicó ella mientras abría la mochila para sacar el picnic—. Es curioso —dejó la comida en un paño sobre su regazo—. No pensaba haberme traído toda la comida que me dejó Claudia porque era demasiada —lo miró fugazmente—. Debí de intuir que iba a presentarse alguien.
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Empezaron a comerse los panecillos con jamón, a los que ella había metido un poco de ensalada con la cucharilla. —Me temo que el café que he traído no es el que te gusta, tiene leche y azúcar. —No importa, Ria. Además, puedes comerte los dos pasteles. El dulce no me entusiasma. Él terminó el panecillo y se sentó con las piernas estiradas mientras la miraba disimuladamente. Estaba mordisqueando los pasteles y dando sorbos de café. Le pareció encantadora, como si lo hubiera hechizado. Se aclaró la garganta. —Háblame de la poesía —le pidió él al no saber qué decir—. ¿Qué has pensado? —Bueno, para empezar, he pedido a los niños que llevaran algunas de sus favoritas y me sorprendió lo mucho que sabían algunos. Les he dicho que puede ser cualquier cosa que les estimule el interés o la imaginación. Ellos las leerán para que todos las disfrutemos. Ria recogió el picnic y se sentó abrazándose las rodillas. —Además, si queda tiempo antes de que acabe el curso —siguió ella —, veremos si alguno puede escribir algo propio. Algunas líneas en el estilo que prefieran, nada demasiado pretencioso. Ella lo miró con una sonrisa radiante y un brillo en los ojos. Él también le sonrió. Cari tenía razón. Sería una gran aportación al colegio si se quedaba. —Confió en que no esperes nada de mí. La poesía nunca ha sido mi fuerte —se excusó él—. Sin embargo, entiendo que apasione a los más estetas. Me gustaría saber quiénes son tus preferidos. —Tengo un montón de preferidos —replicó ella al instante—. Rupert Brooke, claro, Wordsworth, Christina Rossetti… Sin embargo, Elizabeth Barrett Browning es quien ocupa un lugar especial en mi lista interminable. —Supongo que sabrás muchas de memoria. —Bueno, he pasado gran parte de mi vida leyéndolos una y otra vez. Se hizo un silencio, hasta que Jasper habló. —Léeme tu favorito, Ria. A ver si yo también lo aprecio. Al menos, hablar del colegio mantenía las cosas en un terreno bastante neutro. Ella tomó aliento y miró hacia otro lado. —No quiero aburrirte… —Por favor —insistió él—, me gustaría mucho oírte leer en voz alta. Ria pensó que no podía negarse después de todo lo que le había contado. Además, a ella también le gustaría recitar esas palabras por enésima vez en su vida. De repente, toda su timidez se esfumó y empezó a declamar en voz baja, pero segura.
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—¿Cómo lo amo? Contaré las maneras de amarlo. Lo amo con la profundidad, altura y amplitud que mi alma puede alcanzar… La delicadeza de Ria fue desgranando las palabras como si las acariciara. También se le quebró la voz en algún momento y tuvo que hacer un esfuerzo para contener la emoción. Hasta que se calló y se quedaron en silencio. Jasper supo con toda certeza que ese poema era muy especial para ella, que estaba pálida e inexpresiva. Quiso abrazarla y besarle los labios húmedos. Suspiró para sus adentros. La sensibilidad de ella era contagiosa y su declamación lo había conmovido de una manera sorprendente. —Me has transportado, Ria —murmuró él con la voz ronca—. Recuerdo un poco el poema, pero nunca me había impresionado tanto. Ella se dio la vuelta lentamente para mirarlo y él supo que durante esos instantes había estado en otro mundo. Se quedaron otra media hora y hablaron de cosas generales, pero el estado de ánimo de ella había cambiado claramente y Jasper tuvo la sensación de que había tenido cierta culpa. No debería haberle pedido que recitara el poema. Se había entrometido en su vida más personal. Tomó una decisión impulsivamente. —Sé que te he fastidiado los planes que tenías de estar sola y trabajar, pero necesito beber algo y vas a acompañarme. Se levantó, tiró de ella para levantarla y, por un segundo, sus cuerpos se unieron y ella lo miró. Su calidez masculina pareció invadirla como una oleada tranquilizadora. —Muy bien —accedió ella como si no pudiera hacer otra cosa—. Además, el sol ya se ha puesto y empezaba a tener frío y, en cualquier caso, ya no tengo ganas de trabajar más. Él le sonrió mientras ella se agachaba para recoger las cosas. Cuando se incorporó, la agarró de la cintura para que mantuviera el equilibrio. —No iremos a The Lamb —dijo él—. Habrá demasiada gente el viernes por la noche. Conozco otro sitio más tranquilo.
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Capítulo 8 Ria, sentada en una butaca de enea junto a la ventana, observó a Jasper, que había ido a la barra para pedir la cena. Se sintió aliviada porque la relación volvía a ser como antes y, aparentemente, ninguno de los dos daba importancia al desliz. Parecían contentos y tranquilos, sin ningún trasfondo incómodo. El Three Horseshoes era un pub asombrosamente anticuado, sin música ni máquinas recreativas. Sin embargo, a pesar de eso o precisamente por eso, había suficientes clientes para resultar acogedor. Ria supo que era un sitio adonde le gustaba ir a Jasper. Era un sitio sin pretensiones, pero, según él, la comida y la cerveza eran maravillosas. Después de los panecillos con jamón y los pasteles, ella no tenía mucha hambre y había pedido langostinos con ensalada, pero él necesitaba algo más consistente. Jasper llevó las bebidas y se sentó enfrente de ella. —Uno de los motivos por los que me gusta venir aquí de vez en cuando es que no viene nadie del colegio, que yo sepa. Jasper levantó la pinta de cerveza y dio un sorbo. Ella miró hacia otro lado y se sintió incómoda por lo que había dicho. Quizá no quisiera que los vieran juntos fuera del colegio. Podía imaginarse que él quería mantener en secreto lo que hacía durante su tiempo libre y evitar las habladurías innecesarias. Dio un sorbo de vino blanco, lo miró por encima del borde de la copa y vio que la miraba con una expresión tan extraña que tuvo que apartar la mirada. —Cari mostró mucho interés por saber lo que pensaba hacer dentro de unos meses —comentó ella con desenfado—. Me ha dado su número de móvil para que pueda ponerme en contacto con él si necesito consejo o tengo alguna pregunta —hizo una pausa—. Al parecer, ha viajado mucho mientras ha estado fuera. Jasper se sintió molesto. Su hermano sabía muy bien que si Ria necesitaba algún consejo, él, Jasper, podía dárselo porque había viajado mucho por trabajo y placer. Se inclinó hacia delante con los codos en la mesa. —No te molestes en preguntarle a Cari. Yo puedo darte información de casi todo el mundo civilizado. ¿Sigues… sigues pensando en viajar? ¿No has cambiado de parecer? —¿Por qué lo preguntas? —Es que has encajado tan bien en Highbridge Manor que pensé que quizá te gustaría pensártelo mejor, posponer la idea. Ria sintió una punzada de emoción. Siempre era agradable sentirse apreciada y sobre todo por alguien como Jasper Trent.
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Ella también se había inclinado hacia delante y sus caras estaban muy cerca. Lo más probable era que no volviera a conocer a un hombre como él aunque viviera cien años. Era tan atractivo que no podía describirlo y, aunque hacía un esfuerzo para no dejarse arrastrar por la imaginación, estar con él la llenaba de una intensidad tal que temía desmayarse. ¿Por qué se habían cruzado sus caminos? No quería volver a sentir eso por ningún hombre. Había dedicado su corazón a otras cosas, pero estar tan cerca de ese ejemplar de virilidad perfecta estaba complicándole mucho las cosas. La dolorosa verdad era que envidiaba a la mujer de su vida. La vida era despiadada. Ella nunca podría ser especial para él pese a que todas sus emociones estaban haciendo lo posible para que pensara lo contrario. Volvió a levantar la copa aunque sabía que le temblaba la mano y que él estaba viéndolo. —No tengo intención de cambiar mis planes… por el momento. Sin embargo, es muy gratificante que quieras que me quede otro año, Jasper. —Fue idea de Cari —replicó él con una ceja arqueada—. Además, a mí no puede importarme porque no estaré aquí. Ria cayó de golpe a la realidad. ¿Por qué había pensado que él se preocupaba tanto por ella? Se había metido en un sendero que conocían demasiadas mujeres vulnerables y había entendido muy mal la situación. Había esperado lo imposible. Los comentarios de él se habían referido a los aspectos prácticos de dirigir un colegio y no tenían nada que ver con las preferencias o los deseos personales… ni con los sentimientos. Entonces, llegó el camarero con la comida y, aunque los langostinos parecían deliciosos, ella había perdido el poco apetito que le quedaba. Miró a Jasper, que estaba cortando la chuleta poco hecha que había pedido, y supo que tenía que aceptar un hecho enojoso. Había vuelto a enamorarse. No tenía sentido negarlo. Sus planes para viajar no tenían nada que ver con un repentino espíritu aventurero ni de salir por el mundo. Tenían todo que ver con salir corriendo de su vida y de los problemas insolubles que conllevaba. Sin embargo, ¿qué le había hecho pensar que daría resultado y que solucionaría algo? No hacía falta que viajara desde Tanzania hasta Marruecos. Su corto viaje desde Londres a Hampshire había demostrado que podía intentar escapar del amor y sus dolorosas consecuencias, pero que acabarían encontrándola allí donde estuviera. —Por cierto —comentó ella tomando un langostino y mojándolo en salsa de ajo—, hablé con Josh del asunto del tenis y se sintió muy aliviado, muy agradecido —ella sonrió—. Fue como si le hubiese dado un premio extraordinario de algún tipo. Jasper volvió a cortar un trozo de chuleta y la miró. —Bueno, se lo diste, ¿no? Abordaste su problema y lo solventaste — Jasper se calló un instante—. Pobrecillo. No está acostumbrado a que lo tengan en cuenta e hiciste que se sintiera como si tuviera alguna importancia.
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Ria lo miró y se preguntó si él estaría dispuesto a contarle la situación familiar de Josh. Decidió correr el riesgo. —¿Qué le pasa? —preguntó ella—. ¿Por qué lo enviaron lejos de su casa en un momento tan raro del curso? Jasper dudó un instante. Salvo que fuese imprescindible, nunca hablaba con los profesores de la situación personal de los alumnos. Hacía lo mismo con los empleados de su empresa. Sin embargo, sabía que podía confiar en que Ria Davidson sería discreta. Además, creía, sin saber el motivo, que ella se merecía que le hablara de Josh. Ria lo escuchó con abatimiento creciente. —Pobre Josh. Ahora entiendo que le guste quedarse a charlar después de clase. Es muy sensible y parece que se aferra a cada una de mis palabras. —Sí. Además, tu actitud hacia él es parte de lo que quiero decir — confirmó Jasper—. A ti te gusta concederle parte de tu tiempo y eso le da confianza en sí mismo, que no tiene mucha. Durante el último año he comprobado lo mal que lo pasan algunos niños. Quiero decir, si decides tener hijos, deberían ser responsabilidad tuya desde el principio y siempre deberían ocupar una posición prioritaria en tu vida, ¿no? Los hijos no piden nacer y su felicidad debería estar por encima de cualquier otra cosa — Jasper hizo una mueca con los labios—. Algunas personas parecen encantadas por traer al mundo a un hijo siempre que luego no interfiera en sus vidas. Es entonces cuando demasiados padres parecen perder el interés. Ria levantó la copa y miró hacia otro lado. Las palabras de Jasper le habían producido un escalofrío. ¿Qué opinaría de ella? Nunca se contestaría a esa pregunta porque él nunca sabría lo que había ocurrido en su pasado. Era su secreto y siempre llevaría un doloroso espacio vacío en su conciencia por mucho que Hannah intentara convencerla para que no se atormentara. —Evidentemente, no tenías tanta hambre como yo —comentó Jasper mirando su plato vacío—. Aunque, claro, yo no me comí ese tentador pastel… —Los langostinos estaban muy buenos —replicó ella con una sonrisa —, pero no puedo más. Él la miró pensativamente. Volvía a tener esa expresión perdida que siempre lo conmovía. Tomó una decisión repentina y se aclaró la garganta. —No sé si te has dado cuenta, pero el fin de semana que viene es nuestra versión de las vacaciones de mitad de trimestre. Se le añade el viernes anterior y el lunes siguiente —Jasper hizo una pausa—. Si no tienes nada mejor que hacer, ¿por qué no me acompañas a Somerset? Me gusta que vaya gente de vez en cuando y tengo la costumbre de invitar a amigos o colegas. Ria casi se cayó de espaldas.
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—¿Qué… qué pasa con los alumnos? —balbució ella sin salir de su sorpresa. —Bueno, siempre se quedan. Hacen lo que quieren, pero no trabajan. Una agencia que llevamos años contratando se ocupa de organizarles todo tipo de actividades. Sólo se quedan los profesores de deportes para ayudar. Es una tradición del colegio desde hace mucho y los alumnos lo esperan ansiosos —Jasper terminó la pinta y se dejó caer contra el respaldo—. Hay competiciones deportivas, películas, barbacoa y baile. Nadie se aburre. —¿Ninguno de los niños se va a su casa? —preguntó Ria. —Procuramos que se queden porque no hay mucho tiempo y sería perjudicial —contestó Jasper—. Además, nadie suele quererlo. No quieren perdérselo y para los niños es un descanso que los ayuda a llegar frescos hasta el final del curso. Entonces… ¿te gustaría acompañarme? Ria no dijo nada. No sabía si era una buena idea y todavía no se había aclarado el asunto de la pareja que tenía en su casa. —Bueno… ¿no sería un incordio? —preguntó ella. —¿Por qué? —él frunció el ceño—. También he invitado a un par de empleados míos y no te lo habría propuesto si fueras a incordiar. He pensado que un cambio de aires podría sentarte bien. A mí siempre me sienta bien, pero es una decisión sólo tuya. Ria sonrió para no parecer desagradecida. Entonces, se acordó de que Hannah iba a ir al norte a visitar a sus padres y que se quedaría sola esos cuatro días. Además, tuvo que reconocerse que sentía curiosidad por conocer su fantástica casa de campo y a la mujer de su vida. —Me… me encantaría ir. Gracias. Muchas gracias. —Perfecto. Saldremos en cuanto acabemos las clases el jueves por la tarde. Terminaron y se marcharon del pub. Jasper condujo intencionadamente despacio porque no quería que aquello terminara. Sin embargo, se preguntó si había hecho bien en invitarla a su casa de campo. Lo había hecho sin pensárselo. ¿Lo había hecho por el bien de ella o por el suyo propio? Sabía la respuesta. En lo relativo a las mujeres, se había creado una coraza que sólo podía atravesarse hasta cierto punto, un punto en el que él se daba la vuelta y desconectaba. ¿Acaso no era lo que hacían todos los hombres? —Por cierto —le dijo Jasper antes de despedirse—, llévate un traje de baño. Debra se habrá ocupado de que el agua de la piscina esté a buena temperatura haga el tiempo que haga.
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Capítulo 9 Eran las siete de la tarde del jueves y Jasper miró a Ria mientras se ponía el cinturón de seguridad. —Había esperado salir antes —comentó él—, pero siempre hay que solucionar algo importante en el último minuto. No dijo que había esperado a que Helen se hubiese marchado. Las conjeturas no convenían a nadie, bueno, no le convenían a él. —Helen me ha contado que su madre ha estado mucho mejor y que va a pasar unos días con unos amigos —comentó ella a su vez como si estuviera pensando lo mismo que él—. Han alquilado una cabaña de troncos en Gales. —Es una novedad —Jasper arqueó las cejas—. Espero que lo pase bien. Helen trabaja mucho y es muy valiosa para el colegio. Se merece disfrutar de algún tiempo para ella. —No le dije adonde iba a irme —Ria miró por la ventanilla—. Pensé… pensé que era preferible. —Muy bien, de acuerdo. La discreción era una virtud y Ria parecía tenerla en abundancia. Eran las nueve y media cuando llegaron a la aldea donde Jasper tenía la casa de campo. A Ria se le aceleró el pulso sólo de pensar en conocer a su amiga. Ya se había formado una imagen de Debra. Era alta, morena, con un maquillaje perfecto, segura de sí misma y sofisticada. Todo lo que no era ella. —Debra va a preparar la cena. Ya sabía que íbamos a llegar tarde — comentó él—. Al menos no cenaremos en un pub esta noche. Nada más decirlo, puso el intermitente a la izquierda y entró en un sendero con hierba que llevaba a un edificio aislado. —Bueno, ya hemos llegado —Jasper paró el coche—. Aquí es donde recargo las pilas. Ria, admirada, contuvo el aliento. Se llamaba Lavender Cottage y era un edificio sólido, con tejado de piedra y chimeneas que indicaban su origen antiguo. La puerta, pintada de azul, tenía una aldaba de latón y tres ventanas encima. El césped que bordeaba el camino estaba muy bien cuidado y en los límites tenía arbustos y plantas anticuadas. A Ria le pareció como sacado de otro siglo. —Es un sitio precioso, Jasper. No me extraña que te guste escaparte aquí. Él se bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta. —Tengo que reconocer que estás viéndola en una época del año maravillosa —Jasper le sonrió mientras la ayudaba a bajarse—. Con tantas
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colinas alrededor, puede parecer desolada en invierno, aunque a mí nunca me lo parece. La puerta de entrada daba directamente a un salón muy elegante e iluminado con lámparas de mesa. Jasper fue a abrir otra puerta que conduciría al resto de la casa. —Me parece que Debra no está en casa. Si no, la puerta estaría abierta. Da igual, no tardará mucho. Recorrieron juntos un estrecho pasillo y llegaron a otra habitación que tenía detrás una zona acristalada. Ria hizo un esfuerzo para no dejar escapar una exclamación de admiración. Era enorme y las puertas dobles se abrían a un jardín tapiado con una piscina. Todo estaba iluminado con discreción y las sombras se movían insinuantemente. Ria se quedó sin querer decir demasiado ni demasiado poco. Naturalmente, sabía que Jasper Trent tenía que ser inmensamente rico y que su casa de campo no debería haberle sorprendido, pero ver tanto lujo era casi abrumador. Suspiró para sus adentros y se confesó que le encantaría vivir allí. —Iré a recoger las cosas del coche —dijo Jasper—. Siéntate o echa una ojeada. Estás en tu casa, Ria. Tardaré un minuto. Salió al jardín y el aroma de las rosas la rodeó llevado por la brisa cálida de junio. Se sentó en una de las butacas que había junto a la piscina y deseó que ese momento pudiera durar para siempre. Era una de esas vivencias en las que deseaba que pudiera detenerse el tiempo. —¡Hola! —saludó una voz detrás de ella. Ria se levantó apresuradamente y se encontró con una mujer baja, regordeta y con el pelo canoso que enmarcaba un rostro agradable y campechano. —Soy Debra y, naturalmente, tú eres Ria —se presentó la mujer con una sonrisa—. Jasper me ha pedido que viniera a conocerte. Al parecer, ha recibido una llamada de la oficina y va a tardar unos minutos. Ria también sonrió e intentó no parecer sorprendida. No estaba sorprendida, estaba atónita. Había vuelto a hacerse ideas que habían resultado ser completamente equivocadas. Sin embargo, también sintió un alivio inmenso por haberse equivocado. —Es un sitio precioso —comentó ella—. Tiene que ser maravilloso vivir aquí. —Sí, pero no siempre fue así. Cuando lo compró, estaba casi en ruinas, pero Jasper lo transformó. Cuando llegó, todos nos preguntamos qué haría con el sitio y cómo sería él. Sin embargo, es un vecino maravilloso. Todos lo aceptaron enseguida —Debra sonrió—. La gente de campo puede ser huraña y no siempre recibe bien a los desconocidos. Cuando dijo que estaba buscando a alguien que se ocupara de la casa en su ausencia, yo le ofrecí mis servicios y me alegro porque mi marido tuvo que jubilarse anticipadamente por un problema de corazón. Vivimos a unos minutos de aquí. Naturalmente, Jasper no ha venido mucho durante
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este año por el colegio. Tú trabajas allí, ¿verdad? Creo que volverá más o menos permanentemente en agosto. —Creía que no tenía vecinos. Parece un sitio muy aislado. —Hay unas ocho casas de campo, algunas viviendas sociales y una granja que no se pueden ver desde aquí —le explicó Debra—, pero tenemos un pequeño pub adonde va Jasper para tratarse con todo el mundo. Poco después, Jasper apareció cerrando el móvil. —Perdón por el retraso. Era una llamada de la oficina. Al parecer, hay un pequeño problema que exige mi presencia y tendré que ir mañana por la mañana —hizo una mueca—. ¿Por qué creería que iba a poder pasar unos días tranquilo? Debra los miró con la cabeza ladeada. Jasper le había dicho que iba a llevar a alguien del colegio y ella había creído que era un hombre, no esa hermosa joven. Pensó que sabía elegirlas, al menos, por la belleza. Sin embargo, la belleza no lo era todo y esperó que esa vez hubiese tenido más cuidado. Aun así, le vendría bien relajarse con alguien que, evidentemente, le gustaba y a quien él le gustaba con toda certeza. No había nacido ayer y conocía todos los indicios. —He hecho las camas en la habitación de delante, como me pediste, Jasper. —Muy bien —Jasper frunció el ceño—. Gracias, Debra, pero ahora sólo vamos a necesitar una habitación, para Ria. Ése ha sido el otro motivo de la llamada. Al final, Martin y Heather no van a venir a pasar el fin de semana. Los dos creen que tienen gripe. Por cierto, ¿qué tal está Dave? —Va tirando, gracias. Está bien si está tranquilo —Debra se dio la vuelta para marcharse—. La cena está preparada en la cocina y en la nevera hay todo lo necesario para el desayuno. Jasper miró a Ria cuando Debra se marchó. —Vamos, te enseñaré dónde vas a dormir.
Mucho más tarde, cuando ya habían cenado, Jasper y Ria se sentaron en la habitación acristalada con las puertas abiertas. Por primera vez desde que rompió con Seth, Ria se sintió cómoda con alguien del sexo contrario, aunque fuese su jefe. En realidad, era algo más. Se sentía afortunada de estar con alguien como Jasper Trent. ¿No le pasaría lo mismo a cualquier mujer? Era atento sin ser zalamero, parecía que atendía a sus opiniones y la trataba con respeto, algo que agradecía en esas circunstancias concretas. Sin embargo, para no sentirse demasiado satisfecha consigo misma, pensó que haría lo mismo con cualquier invitado, que sería el anfitrión perfecto.
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Estaban sentados el uno enfrente del otro en dos cómodas butacas y terminando el café cuando Jasper se inclinó hacia delante para servir un poco de vino en la copa de Ria. Pero ella la tapó rápidamente. —No más, gracias, Jasper. Ya he sobrepasado mi límite habitual —ella sonrió como si se disculpara—. No quiero despertarme con resaca. —Yo tampoco beberé más —Jasper dejó la botella—. Luego quiero nadar un poco. Volvió a dejarse caer contra el respaldo de la butaca y observó a Ria, que había cerrado los ojos un instante. Seguía con los vaqueros y la camiseta de algodón que había llevado durante el viaje, se había quitado las sandalias y movía ligeramente los dedos de los pies. Le pareció fabulosa e increíblemente atractiva. Qué insulsa podía ser la vida sin mujeres, sobre todo, sin mujeres hermosas. Curiosamente, siempre había pensado que Cari era inmune a los encantos de las mujeres, pero después de lo animado que estuvo la otra noche en el hotel, ya no estaba tan seguro. Quizá, su hermano y él no eran tan distintos. Frunció ligeramente el ceño al acordarse de lo mucho que le gustó Ria y era significativo que le hubiera dado su número de teléfono. Muy impropio de Cari. Se inclinó hacia delante, dejó la copa en la mesa y Ria dio un respingo. —Perdona… estaba medio dormida. Qué grosería… —se disculpó ella. —Te he traído aquí para que te relajaras aunque fuese un minuto — replicó él con la ceja arqueada—. Me encanta que ya hayas empezado. —He estado pensando… —ella resopló—. Nunca he vivido en un sitio que pudiera llamar mi hogar. La casa de Londres sólo puede considerarse la guarida familiar. No voy casi nunca y nadie duerme más de tres noches seguidas allí. Aparte, he compartido pisos alquilados con amigos. No puedo imaginarme lo que es entrar en un sitio, cerrar la puerta y saber que me pertenece —sonrió fugazmente—. Sin embargo, dentro de un par de años o así, cuando termine de viajar, empezaré a buscar algo… aunque no será algo así —añadió ella. Se quedaron un momento en silencio, hasta que él habló. —¿Has sabido algo de tu familia últimamente? —le preguntó Jasper de repente. —He recibido un mensaje de mi padre, en respuesta a otro mío — contestó ella—. Al parecer, están muy bien, y felices. Me alegro por ellos. Jasper se quedó con la mirada clavada en el infinito. El comentario de Ria había sido algo hiriente y se acordó de lo alterada que estuvo aquella noche. Siempre había sabido que era una mujer solitaria que no había conocido los lazos familiares. Sin embargo, ya era una mujer adulta y todo el mundo tenía que seguir adelante independientemente de los problemas personales. Ya había pasado la medianoche cuando Jasper se levantó.
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—Voy a darme un baño. La temperatura en la piscina es perfecta y será maravilloso que el agua nos alivie durante media hora —le tendió la mano—. Vamos. Es parte de la terapia. Ria tomó la mano con cierta reticencia, hasta que notó los dedos de él que se cerraban alrededor de los de ella. No había pensado nadar esa noche, ni mucho menos, pero, súbitamente, la idea le apasionó. Nadar era tonificante y le sonrió mientras se levantaba. —Iré por el traje de baño. Cuando Ria volvió, Jasper ya estaba nadando de un lado a otro como si estuviera preparándose para los juegos olímpicos. Se quedó mirando cómo se movía sin esfuerzo aparente. Entonces, sacó la cabeza del agua y la sacudió para apartarse el pelo de los ojos. Se acercó al lado de la piscina donde estaba ella y la miró. Siempre se había imaginado que tenía una figura perfecta y había acertado. El biquini negro dejada ver un cuerpo que sería la envidia de casi todas las mujeres. Se había recogido el pelo con una cinta negra que resaltaba las facciones perfectas de su rostro y la delicadeza de su piel. Apretó los dientes un segundo. Aquella mujer estaba en la tierra para tentarlo, para volverlo loco. —Métete —le invitó él—. No te arrepentirás. Ella ya estaba arrepintiéndose. Estar los dos en esa noche mágica y medio desnudos era meterse en un lío. Sin embargo, ya no podía cambiar de idea y, por una vez, le daba exactamente igual. Se sentó en el borde de la piscina, metió los dedos de los pies, se dejó caer y empezó a nadar. Jasper tenía razón. Estaba deliciosamente templada, la aliviaba y era indulgente. Sí, ésa era la palabra, se dijo a sí misma mientras seguía el ritmo de Jasper que ya estaba a su lado. El agua cálida era indulgente, comprensiva, la mantenía a flote y se sentía como si se moviera en una nube invisible. Él se puso de costado para mirarla, sonrió y los dientes resplandecieron. —¿Qué te parece? ¿Te gusta? —Me encanta —Ria también sonrió—. Creo que me gustaría quedarme aquí para siempre y que voy a pedir la dimisión en cuanto vuelva al colegio. —Bueno, no voy a aceptarla. Te quedarás hasta que yo diga que puedes marcharte. Firmaste un contrato. Habían llegado al fondo de la piscina y se dieron la vuelta para seguir nadando. Entonces, Jasper no pudo resistirlo más. Alargó un brazo, tiró por la borda todo su sentido común y la atrajo hacia sí sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo, cosa que no quiso hacer… Quería sentir su cuerpo cerca del de ella, volver a sentirse envuelta en su virilidad. Él la abrazaba protectoramente y ella lo agarraba del cuello mientras daban vueltas en el agua y él la besaba en los labios separados y le buscaba la lengua con la suya. Ria se sintió como si fuera a derretirse,
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como si fuera a disolverse hasta que no quedara nada de ella. Ninguno dijo nada durante esa experiencia tan íntimamente erótica. Ella nunca había estado en una situación así, pero estaba claro que él la había practicado más de una vez. ¿A cuántas mujeres habría invitado? No iba a pensarlo, no iba a estropear esos momentos embriagadores, iba a disfrutar la ocasión. Iba a disfrutar de que ese macho dominante la deseara, ese hombre que irradiaba un peligro hipnótico. Nunca sabría el tiempo que pasaron inmersos en el agua y el uno en el otro. Sólo pensó que se sentía como un bebé en el útero, protegida por un líquido cálido y rodeada por alguien que la quería y la nutría. Entonces, sin decir una palabra, se separaron y nadaron hasta el borde de la piscina. Jasper salió y alargó los brazos para ayudarla. La abrazó un segundo y fue a recoger unas toallas de playa inmensas. Extendió una y rodeó con ella los hombros de Ria. —Esta noche dormirás como un bebé —le dijo con delicadeza—. Te lo garantizo. Él se ató la toalla alrededor de la cintura y volvieron a la casa. La miró fugazmente. Se había quitado la cinta del pelo, que le caía sobre los hombros. Tenía la cara mojada, pero los ojos le brillaban de una manera irresistible. Suspiró para sus adentros y para intentar apaciguar los latidos del corazón. —Tengo que cerrar con llave. Él miró hacia otro lado. No quería volver a disculparse por haberla besado porque no se arrepentía lo más mínimo. Quería besarla y sentir su reacción casi inmediata. ¿Por qué iban a estar arrepentidos? Además, ya no estaban en el colegio, estaban de vacaciones. Aun así, ¿no le había prometido que no volvería a pasar? La miró con una sonrisa sombría. —Hasta mañana, Ria —se limitó a decir. Ria subió las escaleras, entró en su cuarto y cerró la puerta. Aunque seguía envuelta en la toalla, tiritó levemente y chasqueó los dientes, pero no fue por el frío. Estaba emocionada. Sabía que estaba pasándole algo. Nunca se había sentido así, ni con Seth, que había sido el único hombre que había tenido cerca. Jasper Trent era algo distinto, una vivencia completamente nueva y lo que había pasado entre ellos había tenido una intensidad sobrecogedora. Esa vez, él no había sentido lástima por ella… la había deseado. La idea la estremeció de los pies a la cabeza. ¿Estaría soñando? Se acercó a la ventana y miró al jardín en la oscuridad. Se tocó el tembloroso labio inferior. Eso no había sido un sueño.
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Capítulo 10 Boquiabierta, Ria vio que el reloj de la mesilla marcaba las nueve y media. ¡Nunca se despertaba tan tarde! Se sentó, recogió las piernas y apoyó la cabeza en las rodillas. ¿Era verdad lo que había pasado en la piscina? ¿Habían vuelto a besarse Jasper y ella? ¿Ese abrazo increíblemente tranquilizador había sido un capricho pasajero para Jasper y no significaba nada? Se levantó. Era una situación imposible y aferrarse a esos segundos mágicos no iba a servir de nada. Jasper la había llevado allí porque creía que necesitaba un descanso y que la hubiera besado en un arrebato irrefrenable no demostraba nada. Desde que lo vio supo que a él le gustaba estar con mujeres y ella no podía competir con sus amistades femeninas, que serían sofisticadas y hermosas. Ella jugaba en otra división y era una necedad pensar que el insignificante episodio de la noche anterior tenía alguna importancia para él. Además, si se aferraba a esos pensamientos, sus planes se alterarían. Pronto se marcharía de allí. Se marcharía lejos de Seth, lejos de aquel tiempo aborrecible, lejos de Jasper y de esa influencia que tanto la alteraba. Ya había decidido dónde estaba su porvenir; lejos de aquellos parajes y en una situación menos complicada en el aspecto sentimental. No se planteaba volver a enamorarse de un hombre en esa fase concreta de su vida. Además, tenía que pensar que su vinculación a Highbridge Manor y a su director era un espejismo, fascinante mientras durara, pero irreal. Aliviada por el agua caliente de la ducha, se reconoció que agradecía una cosa. Cuando él le enseñó la casa, también le enseñó su dormitorio con una cama inmensa y ella se preguntó, muy fugazmente, si Jasper esperaba que la compartiera con él durante su estancia, algo que la desasosegó. No habría aceptado por mucho que le hubiese gustado y rechazarlo los habría colocado en una situación muy incómoda y lo habría estropeado todo. Aunque también debería haber sabido que él nunca se aprovecharía de ella. No obstante, quizá las otras mujeres que él invitaba aceptarían encantadas, no pondrían reparos a disfrutar de una noche apasionada con su seductor anfitrión. Ella habría sido la excepción, se dijo mientras se secaba. Bajó las estrechas escaleras y fue a la cocina. No tardó en darse cuenta de que estaba sola y vio una nota de Jasper en la mesa. Siete de la mañana. Espero que hayas dormido bien, Ria. Siento tener que irme a la fábrica, pero no tardaré. Ponte lo que quieras para desayunar… o para lo que te apetezca. Hay de todo en la nevera. No quería molestarte. Llámame al móvil si quieres algo. Ria sonrió. Iba a tener tiempo para ordenar las ideas sin que él estuviera alrededor. Cuando volviera a verlo, podría aparentar que sólo
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había pasado lo que había pasado. ¡No la había arrastrado a su cama entre patadas y gritos! Un beso profundo no era para tanto, ¿no? En la mesa había pan integral, mantequilla, cereales y fruta. El desayuno perfecto para empezar sus breves vacaciones en Lavender Cottage.
*** Mientras recorría los veinticinco kilómetros que lo separaban de la fábrica y el despacho, Jasper se sintió enojado consigo mismo, como nunca se había sentido. ¿Podía saberse qué le había pasado para abrazar a Ria y besarla tan apasionadamente? Ella tuvo que haber pensado que la había llevado allí con intenciones ocultas, algo que distaba mucho de ser verdad. Además, no habría pasado nada si hubieran acudido los otros invitados. Fue a adelantar a un coche y esbozó una sonrisa al acordarse de la reacción de Ria. No se había apartado precisamente. En realidad, la calidez de su reacción fue lo que lo estimuló a besarla así. Aunque quizá se hubiese sentido obligada a permitírselo. Se mordió el labio. Ella no había pedido ir a Somerset con él, era su invitada en ese sitio tan remoto y le habría resultado difícil oponerse. Deseó poder echar atrás en el tiempo y no haberse dejado llevar. Aun así, había sido uno de los momentos más deliciosos de su vida.
Cuando terminó de desayunar, Ria volvió a subir a su cuarto para recoger su libro. Era una mañana calurosa y la perspectiva de tumbarse en una tumbona junto a la piscina era muy tentadora. Esperó que Jasper no volviera muy pronto y le permitiera disfrutar sola de ese sitio de fábula. Sin duda, le había dado el mejor dormitorio de la casa. Estaba decorado en tonos rosa y malva, algo completamente distinto a los demás dormitorios, que eran mucho más masculinos. Miró alrededor. Estaba claramente destinado a las invitadas femeninas de Jasper y muy cerca de su dormitorio, por si la necesidad apremiaba… Fue a dar una vuelta por el jardín y al abrir la puerta que lo comunicaba con el patio comprobó que era inmenso, como un mar de plantas y hierbas de todos los colores. Absorbió los olores embriagadores que flotaban en el aire. Empezó a subir por un sendero que discurría entre el follaje cuando una voz masculina interrumpió su odisea por ese paraíso en miniatura. —Buenos días —la saludó un hombre con un viejo sombrero de paja y una sonrisa en su rostro bronceado—. Soy Dave, el marido de Debra. —Hola, yo soy Ria —le saludó ella. —Sí. Mi esposa me dijo que podría encontrarte. Ria extendió un brazo para abarcar todo el jardín.
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—Estoy impresionada. Es… distinto. Interesante y muy bonito. ¿Es obra tuya? —No, aunque soy quien se ocupa de él. Paso por aquí casi todos los días, pero si no me encuentro bien, Jasper contrata a alguien para que eche una mano de vez en cuando. No me atosiga, pero sabe que puede confiar en que lo cuidaré, sobre todo, cuando él no está por aquí —Dave se echó el sombrero hacia atrás y se secó el sudor de la frente—. Naturalmente, Jasper fue quien pensó la reconstrucción de todo esto y fue una tarea ardua. Sólo era un trozo de tierra sin nada cuando vino aquí, pero trajo una excavadora pequeña, levantó los distintos niveles y removió la tierra él mismo. Naturalmente, ha pasado bastante tiempo fuera, pero pronto volverá para quedarse. Ria no pudo evitar quedarse atónita por lo que había oído. Jasper era un hombre con muchas facetas y todas las llevaba a cabo perfectamente. Había visto cómo quería esa tierra y había querido hacerlo el mismo. También era evidente que Debra y Dave lo admiraban mucho. Era don Perfecto, pensó ella con cierta ironía. —Será mejor que vaya por las herramientas y trabaje un poco — comentó Dave en tono jocoso—. A las malas hierbas les encanta este sitio, como a todo lo que crece por aquí. Él se dirigió hacia una pequeña cabaña y ella, de repente, decidió quedarse un rato antes de volver a la piscina. Había visto un banco junto a un seto de lavanda, se sentó, echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y aspiró el olor. ¿Habría algún sitio en el mundo donde ella pudiera acabar y que se pareciera a ése? Seguramente, no, pero habría otras cosas que la ilusionarían. Estar allí era algo provisional y lo olvidaría cuando fuese parte de su pasado. Entreabrió los ojos y vio algo que resplandecía en el suelo. Se inclinó para verlo de cerca. Se levantó del banco, se agachó y recogió un anillo de oro. Sacó un pañuelo de papel del bolsillo trasero y lo frotó hasta que le quitó todo el barro. Lo miró en la palma de la mano. Era un anillo de boda, un anillo grande y caro. Frunció el ceño. ¿De quién había sido? ¿Qué desdichada mujer lo había perdido hacía mucho tiempo y había estado buscándolo desde entonces? Se levantó para ir a enseñárselo a Dave cuando se abrió la puerta y Jasper entró y empezó a dirigirse hacia ella. Llevaba vaqueros, una camisa abierta en el cuello y el pelo le brillaba como si fuera de ébano. Se le paró el pulso y, sin pensar lo que estaba haciendo, se guardó el anillo en el bolsillo. Estaba pálida. ¿Cómo debía saludarla esa mañana? ¿Debía olvidarse de lo que pasó en la piscina? Sí, se había convencido de que eso era lo que tenía que hacer. Sin embargo, una vez cara a cara, su convencimiento empezaba a desmoronarse. Se paró junto a ella con una mano en el bolsillo. —Siento haber tenido que irme, pero pensé que, si podía solucionarlo, no nos molestarían a lo largo del día.
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—No importa —replicó ella inmediatamente y con una sonrisa—. He estado ocupada. ¿Has… solucionado el problema? —Sí, gracias, comunicármelo.
no
era
muy
grave,
aunque
hicieron
bien
en
Ella estaba increíble esa mañana, se dijo Jasper con sensación de impotencia. Llevaba unos pantalones de lino blanco, una camiseta color miel y el pelo rojizo cayéndole sobre un hombro. Volvió a sentir la necesidad de despertar el deseo en ella, de poseerla. Sin embargo, no iba a hacerlo. La noche anterior se había precipitado, había perdido su capacidad para medir los tiempos. Se mantuvo inexpresivo para intentar disimular lo que sentía. —No tenías que haberte preocupado por mí —comentó ella con desenfado y cierta frialdad—. He descansado, he perdido el tiempo y he charlado con Dave. Me ha hablado del jardín… de que lo proyectaste y que lo hiciste tú mismo. Pese a la serenidad aparente, el corazón le latía a toda velocidad. ¿Cómo iba a aguantar todo el fin de semana? Por algún motivo que desconocía, no le dijo nada del anillo. Decidió que se lo diría más tarde. —Hablaré un minuto con Dave. Luego comeremos. Debra lo ha dejado todo preparado. Casi desmayada por contener las emociones, Ria volvió a la casa. Ya había visto el pollo frío y un cuenco con ensalada en la nevera. Si le dedicaba unos minutos a preparar la comida, le resultaría más fácil actuar con normalidad. Eso fue lo que hizo y cuando Jasper apareció en la cocina se sentía tan fría como el pepino que estaba cortando. Lo miró. —Estoy como en mi propia casa, como me dijiste que hiciera. —Es lo que me gusta que hagan mis invitados. Efectivamente, ella era su invitada. Ya no era su invitada especial que había sentido su boca en la de ella. Él parecía no recordarlo ya. —¿Puedes preparar el aliño? —le preguntó ella con cierto descaro y sin mirarlo. —Mmm… es posible —contestó él arqueando una ceja—. Si me das una pista. —Necesitas aceite, vinagre, ajo si hay, un poco de sal y pimienta negra y un poco de zumo de naranja o de miel —entonces, lo miró—. Mézclalo todo en un cuenco y pruébalo para ver si falta algo —añadió Ria en su tono más didáctico. Se quedaron mirándose en silencio y Ria pensó que estaban comportándose como dos boxeadores que no sabían qué hacer. Entonces, ella se dio la vuelta para abrir la nevera. Quizá no supiera preparar el aliño de una ensalada, pero no tendría problemas en trocear el pollo.
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Una vez sentados y comiendo, a Ria le pareció casi ridículo que pudieran charlar de trivialidades. Después de cualquier acontecimiento señalado, lo natural era comentarlo y analizarlo, pero cada vez le parecía más evidente que Jasper se había olvidado completamente de que la había besado. Como siempre, era un conversador ameno y se interesaba por las opiniones de ella sobre cualquier asunto que trataban. Aunque lo miró repentinamente un par de veces y lo encontró observándola con esa expresión que hacía que le abrasaran las mejillas. Luego, cuando estaban recogiendo los platos, él se dirigió a ella. —¿Quieres que te enseñe la zona o prefieres quedarte en la piscina? Hay algunos paseos muy bonitos por los alrededores. Es una pena que Martin y Heather no hayan podido venir. Me temo que vas a tener que conformarte con mi compañía. Ria terminó de secar el último plato con un paño y lo miró. —Me encantaría dar un paseo —contestó ella inmediatamente—. Bueno, me encanta ir sin rumbo y descubrir cosas inesperadas y fuera de los caminos trazados. —Entonces, iremos sin rumbo —Jasper fue hacia la puerta—. Sé por dónde empezar. Más tarde, cuando ya estaban metidos por el campo. Ria se regañó a sí misma. No se había cambiado las sandalias por las zapatillas de deporte que usaba en esos casos, pero por nada del mundo le pediría a Jasper que volvieran. Al menos, las sandalias no tenían mucho tacón y quizá le sirvieran si el terreno no empeoraba. Se había dado cuenta perfectamente de que Jasper y ella no se habían tocado desde la noche anterior, ni si quiera se habían rozado al pasar cerca el uno del otro. Era lo más extraño que le había pasado en su vida. Tomó aliento. No tenía sentido darle más vueltas. Tenía que disfrutar del paseo, olvidarse de todo, darse un respiro. Caminaban en un agradable silencio, para alivio de ella, hasta que Jasper habló. —Si pasamos esta cerca y bajamos la ladera, llegaremos a un arroyo bastante caudaloso. Alguien ha hecho una especie de puente con un tronco y puedes sentarte para mojarte los pies si quieres. Él pasó fácilmente por encima de la cerca y la esperó al otro lado. Estaba a punto de pasar cuando una de las tiras de la sandalia se le enganchó en algo y cayó en los brazos que había estirado Jasper para que no cayera al suelo. La estrechó contra sí y le miró los pies. —¿Te has hecho daño? —le preguntó él con la voz repentinamente ronca. —Estoy bien… gracias —contestó ella apartándose de él—. Sólo se ha dañado la sandalia. Ella sólo sentía la descarga eléctrica de su abrazo, aunque hubiese sido para ayudarla. Siguieron hasta que pudieron oír el arroyo que estaban buscando.
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—Perfecto, no hay nadie —comentó Jasper al llegar—. Temía que hubiera una horda de niños chapoteando. Todos vienen aquí cuando están de vacaciones. Jasper fue a comprobar la firmeza del puente y se volvió hacia Ria con la mano extendida. —Está bien. Ven a mojarte los pies. Ria dejó las sandalias en la orilla, se acercó con cuidado, Jasper la agarró de la mano y ella se sentó a su lado. El agua estaba fresca y era maravilloso sentirla entre los dedos de los pies. —Es… fantástico —comentó ella echando la cabeza hacia atrás. Estaban muy cerca y ella podía notar su muslo contra la pierna. Tragó saliva aunque tenía la boca seca y lo miró. —¿Tú no vas a mojarte los pies? Él no se había descalzado y tenía los pies bien alejados del agua. —No… He decidido que no. Además, estoy deseando darme un baño cuando volvamos a casa. Ria casi perdió el equilibrio sólo por imaginarse la piscina. ¿Se bañaría ella otra vez? ¿Podía exponerse a una situación tan peligrosa? Entonces, se acordó de algo. —Ah, me olvidé de enseñarte esto —Ria se metió la mano en el bolsillo y sacó el anillo envuelto en el pañuelo de papel—. Lo encontré esta mañana en tu jardín. Él, sin decir una palabra, lo tomó entre el pulgar y el índice, le dio la vuelta y lo miró fijamente. Ria notó que se le ensombrecía la expresión. —Creo que es un anillo muy valioso y, evidentemente, de mucho valor sentimental —comentó ella mirándolo—. ¿De quién será? Alguien tuvo que sufrir mucho por haberlo perdido… Jasper dejó escapar un sonido gutural y cerró la mano con el anillo dentro. —No desperdicies tus buenos sentimientos —replicó él con aspereza —. No se habrán derramado lágrimas por esto. Ella lo miró fijamente sin entenderlo. —¿Qué quieres decir? Entonces, ¿sabes de quién era? Jasper tardó un instante en contestar. —Sí. Es el anillo que le di a mi esposa el día de nuestra boda — contestó él en un tono ácido.
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Capítulo 11 Ria miró hacia otro lado. Se había topado con el anillo, pero también con una parte de la vida de Jasper que era muy privada, aunque le pasmó saber que había estado casado. Siempre se lo había imaginado como alguien reacio a ese compromiso. Se sintió desdichada por un instante. El ambiente relajado se había enrarecido. Lo miró y vio una arruga desde la boca al mentón que no había visto nunca y que era muy elocuente. Ese fin de semana para descansar podía convertirse en uno lleno de traumas emocionales, pero uno de los dos tenía que decir algo. —No sabía que atropelladamente.
habías
estado…
ca…
casado…
—dijo
ella
—No merece la pena hablar de ello —replicó él—. Felicity fue mi esposa durante cien días, como Ana Bolena. Supongo que no encontrarías también el anillo de compromiso. No, claro que no. Lo vendería por una buena cantidad de dinero. Aunque me extraña que minusvalorara el anillo de boda. También le habría proporcionado unas cuantas libras. Ria se sintió incómoda. Era muy impropio de Jasper hablar así, revelar algo de su vida personal. Él miró el anillo un momento e, intencionadamente, lo dejó caer al río. Por algún motivo que ella no pudo saber, tuvo ganas de llorar. Presenciarlo había sido muy triste. ¿Qué pudo pasar para que ese símbolo de unión acabara entre el barro? Haber observado ese gesto de fatalidad hizo que se sintiera más incómoda todavía. ¡No quería estar allí! Sabía que él no iba a contarle su pasado ni ella quería oírlo, pero la cercanía serena de toda la tarde se había convertido en frialdad. Él la miró brevemente. —¿Alguna vez te has arriesgado a «atarte»? —le preguntó él—. ¿Alguna vez has perdido todo el sentido común? —siguió él en un tono tenso. —No —contestó ella en el mismo tono. Sin embargo, lo habría hecho si todo hubiese sido distinto, si Seth hubiese sido distinto. —Ya te lo he contado —siguió ella—. Quiero viajar y ampliar mis horizontes y la mejor manera de hacerlo es sola, sin nada ni nadie que me retenga. Los dos se quedaron un rato en silencio y mirando el agua como si pudiera darles la respuesta a algunos problemas existenciales. —Había pensado invitar a algunos amigos a cenar y darse un baño esta noche —comentó él inexpresivamente—. Le pediré a Debra que traiga algo para hacer una barbacoa. Dave y ella también pueden venir si quieren.
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Jasper supo, con más certeza que nunca, que tenía que mantener cierta distancia entre Ria y él, por el bien de ella, claro, pero, sobre todo, por su propio bien. Estaba perdidamente enamorado. ¿Cómo había podido permitir que pasara? Sin embargo, el destino había intervenido para que ella encontrara el anillo y eso lo había devuelto a la realidad. Nunca volvería a exponerse a los encantos de una mujer. Esa vez, retrocedería antes de que fuese tarde. Lentamente, Ria giró la cabeza para mirarlo. Perfecto. Esa noche, su jefe y ella no tendrían que estar solos. Todo el mundo sabía que estaban a salvo entre más gente. Aunque era evidente que él se había olvidado de que la había besado en la penumbra de la piscina, ella no se había olvidado. Nunca lo olvidaría. Era peligroso estar cerca de él, que él la tocara aunque fuese sin querer. Al día siguiente, se inventaría un dolor de cabeza y se quedaría en su cuarto. Sólo quedaría el domingo antes de volver el lunes al colegio, a la cordura, a la seguridad.
Esa noche, mientras Ria se preparaba reconocerse que lo había pasado muy bien, algunos empleados y algunos vecinos, habían que parecían contentos por pasar un rato en la
para acostarse, tuvo que que los amigos de Jasper, sido animados y sociables, piscina.
Jasper se ocupó de la barbacoa, con ayuda de Dave, y la comida que llevó Debra salió perfecta. Rememorando, Ria se asombró de lo deprisa que se serenó y no se sintió la única desconocida del grupo. Sin embargo, también se dio cuenta de que, aparte las presentaciones, no habló con Jasper en toda la noche. No creía que la hubiera eludido, pero tampoco le prestó ninguna atención especial. No querría que nadie sacara una impresión equivocada de su presencia allí. Cortésmente, la presentó como una colega, no una empleada, pero todo el mundo debió de haber sabido que era su jefe y nadie pudo haberse marchado creyendo que era alguien especial. Era una más de entre sus numerosas conocidas. Se miró en el espejo y se acordó de él preparando la cena, de las llamas que iluminaban su atractivo rostro, de las gotas de sudor en la frente arrugada por la concentración. Sin embargo, hubo un momento, un segundo, cuando Jasper se apartó un poco y la miró a los ojos antes de apartar la mirada otra vez. Ella no había reaccionado, había seguido tan natural y atenta como él, había seguido representando su papel de invitada educada y agradecida. Sin embargo, los demás parecieron sinceramente interesados en su profesión, sobre todo, cuando contó a algunos que iba a irse de viaje unas semanas después. —¿Adónde piensas ir primero? —le preguntó alguien justo cuando Jasper apareció a su lado con más vino. —Todavía no estoy segura. Visitaré algunas agencias de viaje cuando termine el curso y lo dejaré en sus manos —Ria sonrió sin mirar a Jasper—.
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Estoy segura de que ellos sabrán qué hacer con una viajera inexperta como yo. —Entonces, ¿te vas sola? —preguntó otra persona con curiosidad. —Completamente sola —contestó ella sorprendiéndose al no saber si encontraría el valor necesario. Entonces, Jasper se aclaró la garganta y cambió intencionadamente de conversación al preguntar a un empleado por la operación de cadera de su madre.
*** A la mañana siguiente, Ria se despertó a las seis y media, como siempre, y se quedó un rato en la cama mirando al techo y preguntándose qué habría preparado Jasper para ese día. El fin de semana en Somerset estaba siendo más divertido de lo que se había imaginado y se sintió optimista. No quería quedarse en la cama y se había olvidado del dolor de cabeza inventado. Después de ducharse, decidió ponerse un vestido vaporoso de color gris perla que le llegaba hasta las rodillas. Como iba a ser un día caluroso, también se recogió el pelo en lo alto de la cabeza con unas pinzas en forma de flor. Luego, se puso las sandalias y bajó las escaleras. Una vez abajo, oyó a alguien en la piscina. Sólo podía ser Jasper. Pasó la habitación acristalada y salió al jardín tapiado. Estaba de pie en el extremo más alejado de la piscina con los brazos extendidos delante de él. Llevaba un traje de baño ajustado y negro, su cuerpo bronceado resplandecía a la luz de la mañana y tenía el pelo negro pegado a la cabeza. Lo miró fascinada mientras se arqueaba ligeramente, se zambullía y volvía a aparecer para nadar sin esfuerzo aparente hasta el otro extremo de la piscina. Entonces, se dio la vuelta, nadó hasta donde estaba ella y la miró. Estaba increíble. Quería agarrarla y, vestida como estaba, meterla en el agua a su lado. Sin embargo, sabía que sería una mala idea. —¿No te apetece acompañarme? —le preguntó él—. El agua está perfecta. —No, hoy, no —contestó ella con una sonrisa. ¿Cómo iba a decirle que no iba a arriesgarse nunca más y que quería conservar el maravilloso recuerdo de la otra vez y no alterarlo? —Muy bien. La verdad es que yo ya llevo mucho tiempo dentro. Estaba preguntándome si te gustaría visitar Bath esta mañana. ¿Has estado? —Una vez. Hicimos una excursión con el colegio a los baños romanos —Ria volvió a sonreír—. Fue hace mucho y me encantaría volver. Después de desayunar, se montaron en el coche de Jasper y él la miró mientras recorrían los estrechos caminos.
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—Podemos ver y hacer muchas cosas —comentó Jasper—. ¿Te apetece una lección de historia, un recorrido arquitectónico, remar tranquilamente por el río o que nos sentemos a tomar café mientras vemos pasar el mundo por delante? —Me apetece todo —contestó ella con una sonrisa pero sin mirarlo. ¿Por qué había pensado que no podría pasar el resto del fin de semana con él? Sus pequeños dramas personales parecían olvidados. Evidentemente, él había olvidado aquel momento de pasión y el incidente del anillo. La noche anterior y ese día era su anfitrión, nada más que eso, e iba a ocuparse de que disfrutara y descansara esos días. Pronto volverían al colegio y a las responsabilidades para terminar bien el curso… y para que él pasara el relevo a su hermano. Pasaron junto a una señal que indicaba Chippenham y Jasper la señaló con la cabeza. —Allí está mi fábrica. Va a resultarme raro volver a dedicarme plenamente a ella. —Bueno, supongo que echarás de menos el colegio un poco —se imaginó ella. —Voy a echarlo mucho de menos. Además, me he dado cuenta de lo ajetreado que es todo. Siempre he pensado que tener una empresa es complicado, a veces, una pesadilla, pero ocuparse de los hijos de otras personas es distinto. No me extraña que Cari necesitara descansar. Admiro a mi hermano por cómo ha hecho el trabajo desde que mi padre se retiró. Llegaron al atasco de tráfico para entrar en Bath. —Ya sé que es sábado, pero me parece que mucha gente ha tenido la misma idea que nosotros —comentó ella. —Da igual el día que sea —replicó él con un gesto de disgusto—. Hay miles de turistas. Aquello es Solsbury Hill —comentó él señalándole una colina—. Inspiró a un músico famoso que compuso una canción con ese nombre. Pese a la retención, no tardaron en llegar al centro de la ciudad. Jasper sabía perfectamente adonde tenía que ir y no tardó en aparcar. —Es un parque precioso —comentó Ria mirando hacia una extensión de césped. —Sí, hay muchos. En Bath no hay sólo edificios de piedra y asfalto — Jasper paró el motor—. Tenemos cuatro horas. ¿Estás preparada? Ria recogió el bolso del suelo. —Preparada —contestó ella con una sonrisa. Ya era mediodía, hacía calor y Ria se alegró de llevar su vestido más fresco. Mientras paseaban por las calles, llenas de gente, Ria se sintió ridículamente orgullosa de estar con Jasper. Él llevaba unos pantalones color crema, una camisa oscura desabotonada en el cuello y el pelo le caía
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descuidadamente sobre la frente. Parecía un modelo de una revista para hombres y era imposible no darse cuenta de cómo lo miraban las mujeres. —Lo primero que te enseñaré será el Royal Crescent y conozco dos sitios cerca donde podemos tomar una taza de café muy bueno. Luego bajaremos hacia las tiendas —él la miró con una ceja arqueada—. Seguro que también te gustará verlas. Ria tomó aliento. No estaba atosigándola. Sólo quería ser amable y considerado, como sería con Debra o cualquier amiga. Además, no se habían tocado ni por casualidad. —¿Estás cómoda para andar tanto? —le preguntó él mirándole los pies. —Perfectamente, gracias —contestó ella—. Estas sandalias son fantásticas —añadió sin decirle cuánto le habían costado. —Mmm… A Jasper le pareció que las tiras no sujetaban gran cosa, pero no dijo nada. Cuando se metieron entre los vendedores callejeros, ella lo miró. —La verdad es que tenía un recuerdo muy vago —reconoció ella—. Bath me pareció un sitio mortecino y aburrido. —Sí. Los tiempos han cambiado. Ahora, Bath es un sitio próspero. Entonces, se encontraron con una agencia de viajes y Ria se paró a mirar el escaparate. ¿Adónde iría al final? ¿Por dónde se empezaba? Notó que Jasper la observaba con curiosidad. —El mundo parece un sitio muy grande —comentó ella con pesadumbre. —Efectivamente, hay muchos sitios. ¿Quieres entrar y preguntar algo para ver si pueden ayudarte? Podrías llevarte unos folletos. Seguro que tienen lo que está buscando alguien que quiere irse solo y rumbo a lo desconocido. Ria lo miró inmediatamente. Había vuelto a ser su jefe, le había hecho la típica propuesta sensata y con un tono de voz casi cortante. —Si lo prefieres, entraré yo y lo pediré por ti —añadió él. Ria no contestó y se sintió desalentada. Él lo había dicho como si fuera a alegrarse de desprenderse de ella, lo cual era absurdo porque la idea de que se fuera no había sido de él. —No te preocupes —replicó ella con frialdad—. Da igual, no voy cargar con folletos todo el día. Las cuatro horas iban pasando y Jasper la llevó por todos los lugares históricos. Entonces, se pararon apoyados en un muro para observar a las personas que, sentadas en tumbonas con tela de rayas, tomaban el té en un jardín.
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—¿No te parece fantástico? —le preguntó ella—. ¡Parece sacado de una estampa en un libro antiguo! Como si quisiera reforzar el comentario, una banda de música se subió a un quiosco y empezó a entonar melodías conocidas. —¡Casi me dan ganas de bailar! —exclamó Ria—. Me avergüenzo de no haber visitado antes un sitio así cuando está casi a la vuelta de la esquina. Jasper se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros con naturalidad. —Mira esos diablillos —Jasper le señaló a dos niños pequeños que estaban peleándose—. ¿Cuántos años tendrán? Yo diría que no tienen más de tres años. Me recuerdan a mi infancia con Cari. Siempre estábamos compitiendo y peleándonos —añadió con una sonrisa. Ria notaba el calor de su cuerpo, la mano que le agarraba posesivamente el hombro y el efecto que tenía en ella. Algo tan sencillo la había dejado sin aliento, le había despertado la excitación y las rodillas amenazaban con doblarse. Jasper, que supo instintivamente que la había cautivado, le acarició el cuello y la barbilla con un dedo. Ninguno de los dos se movió para disfrutar de ese momento de intimidad. Jasper supo que estaba perdido. Aunque no había hecho nada, aunque no pudo saber que esa mujer entraría en su vida, ella lo había conquistado y no podía ni quería hacer nada para evitarlo. Le encantaba estar con ella, le encantaba mirar sus inteligentes ojos color caramelo y su dulce boca… y estar en su cautivadora compañía. Sin embargo, no podía haber un final feliz. Sabía que ella era muy resuelta y que no se podía cambiar fácilmente lo que había decidido. Se apartó ligeramente de ella. —Bueno, ya que lo dices, hay muchos sitios en este país que quizá deberías visitar antes de embarcarte en un viaje por el extranjero. Ria lo miró con los ojos muy abiertos y algo velados. —¿Por qué no pospones el viaje? —siguió él—. Trabaja un año más y ahorra un poco de dinero. Eres joven y tienes todo el tiempo del mundo. Se sintió despreciable por haberlo dicho. No estaba pensando en ella, estaba pensando en él. —¿Por qué iba a hacerlo? —preguntó ella aunque sabía la respuesta —. ¿Cari te ha pedido que intentes convencerme para que vuelva al colegio el curso que viene? A estas alturas ya habréis encontrado a alguien que me sustituya. Jasper miró hacia la escena del parque. Efectivamente, había entrevistado a dos candidatas que, seguramente, harían bien el trabajo, pero ninguna lo había impresionado como Ria. Ella era perfecta para el puesto. Hacía perfectamente su trabajo y se llevaba bien con los niños, incluso con los mayores. Sin embargo, él no estaba pensando en el colegio ni en lo que Cari pudiera querer. Se trataba de él, de Jasper Trent. No
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quería que ella estuviera a miles de kilómetros de Inglaterra, de él. Quería comprobar qué tenía preparado el destino para él. Necesitaba tiempo. —Sé que a Cari le gustaría mucho que te quedaras y a mí también, Ria —contestó él lentamente—. Quiero decir, me inquieta que vayas a marcharte sola. Creo que no estás preparada del todo. ¿Por qué no podía decirle que quería tenerla todo lo cerca que podía tenerse a otra persona? ¿Por qué se iba por las ramas? ¿Tenía miedo de que lo rechazara o era que pese al anhelo de hacer el amor con ella el espectro de Felicity todavía se cernía sobre él? Quería un poco de tiempo para demostrarse que no corría el riesgo de cometer otro error monumental. Un error que lo dejaría más maltrecho todavía. Ria se apartó, rebuscó un pañuelo de papel en el bolso y no lo miró para que esos ojos negros no la magnetizaran. Lo había captado todo perfectamente. Pedirle que se quedara en el colegio no tenía nada que ver con que estuviera preocupado por ella. Se trataba de dejarle todo perfectamente organizado a su hermano. Se mordió el labio pensativamente. Creía que él sentía algo por ella, aunque fuese poca cosa, pero sólo era una consecuencia de su relación laboral. No iba a hacerse ilusiones. En cuanto se hubiese marchado del país, él la olvidaría. Un hombre como él podía elegir lo que quisiera cuando quisiera. No, no iba a ceder a los deseos de él. Había decidido cuál iba a ser el siguiente paso en su vida e iba a irse de viaje, iba a escapar del pasado, iba a escapar de la posibilidad de acercarse demasiado a su jefe porque nunca podría confesar su pasado y menos a alguien como Jasper Trent. Se estremeció sólo de pensar que él pudiera adivinarlo alguna vez. Tenía unos principios muy sólidos, sobre todo en lo relativo a los niños, y nunca lo entendería.
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Capítulo 12 Al día siguiente, Ria se despertó con un dolor de cabeza de verdad. Hacía un calor casi antinatural, pero ella supo que no se trataba sólo de eso. Se sentía inquieta y desorientada por culpa de Jasper. El día en Bath había sido fantástico y agotador. Después de una cena maravillosa, pasearon un poco por las calles todavía bulliciosas sin querer dar por terminado el día. Sin embargo, se mantuvieron a una distancia prudencial hasta que un motorista se saltó un semáforo en rojo y casi los atropella. —¡Majadero! —exclamó Jasper agarrándola inmediatamente de la cintura y poniéndose delante para protegerla. Cuando por fin llegaron a la casa de campo era muy tarde. —Creo que esta noche no voy a ir a la piscina —comentó Jasper. —¡Creo que yo no tengo fuerzas ni para subir las escaleras! — exclamó Ria con una sonrisa—. Gracias por este día tan agradable, Jasper —añadió antes de darse la vuelta. Ria se levantó de la cama y buscó los analgésicos. Le gustaría quedarse unas horas en su cuarto, pero antes tendría que decirle a Jasper que no iba a desayunar con él. Fue al cuarto de baño para tomarse la pastilla con un vaso de agua y se miró al espejo. Estaba pálida y sin maquillaje, pero Jasper tendría que aceptarla como estaba. Bajó descalza y sin siquiera cepillarse el pelo. Jasper estaba sentado a la mesa de la cocina bebiendo café y con los pies en la silla que tenía al lado. —Hola, Ria, ¿te pasa algo? —la saludó él con el ceño fruncido. —Tengo uno de mis molestos dolores de cabeza —contestó ella en tono de disculpa—. Esta mañana no voy a desayunar. Voy a quedarme un par de horas en mi cuarto si no te importa. Me recuperaré en cuanto me hagan efecto las pastillas. Él se levantó. —Me parece muy bien —él le sonrió con delicadeza al percatarse de su aspecto—. Ayer fue un día estupendo, ¿verdad? Bueno, yo lo pasé muy bien… —Sí, fue estupendo y he decidido conocer mejor Inglaterra, hay muchos sitios a donde no he ido. —En realidad, tengo que pasar una hora o así por la oficina — comentó Jasper dirigiéndose hacia la puerta—. Debería haber vuelto cuando estés repuesta. Ria, ya tumbada en la cama y medio en penumbra, empezó a darle vueltas a la cabeza, como de costumbre. Jasper había sido una compañía fantástica y se había desvivido para que ella disfrutara visitando Bath.
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Habían ido tranquilamente de un lado a otro, se habían parado de vez en cuando para descansar y beber algo y, al mirar a Jasper, se había dado cuenta de que estaba metiéndose profundamente en el entramado de su vida y que sacarlo iba a ser doloroso. Otro hombre estaba adueñándose de su vida, convirtiéndose en indispensable. Ria abrió los ojos precipitadamente. Aunque sabía con certeza absoluta que le gustaba a él, ¿hasta dónde llegaban realmente sus sentimientos? ¿Sería otro hombre que anteponía sus deseos? La idea hizo que se acordara de Seth. Algunos hombres, como Seth, podían ser muy atentos y cariñosos hasta que tenían que renunciar a sus deseos. ¿No había sido Seth el hombre de sus sueños, el hombre que habría contado con su lealtad incondicional durante el resto de su vida si…? Él también había sido un empresario próspero que disfrutaba de los frutos de su trabajo. Ria se sentó súbitamente al comparar a los dos hombres. ¿Estaba loca? Jasper había conseguido que empezara a plantearse retrasar los viajes para satisfacer sus deseos, o los de Cari, pero lo verdaderamente importante era que estaba planteándose modificar sus planes para adaptarse a los planes de un engatusador. Ria se llevó la mano a la frente. Darle vueltas a todo estaba impidiendo que se le pasara el dolor de cabeza, en realidad, estaba empeorándolo cada vez más. Sin embargo, esa soledad le permitía ver las cosas con cierta distancia. No podía dejarse arrastrar otra vez. No podía permitir que el impresionante Jasper Trent se entrometiera en su vida. No podía ceder a sus encantos. No iba a alterar nada para complacerlo a él, al colegio y a su hermano. Esa vez, iba a anteponer sus deseos a los de los demás. Ria, con la cabeza palpitándole espantosamente, decidió que no tenía sentido seguir en la cama. Fue al cuarto de baño para darse una ducha fresca. Una hora más tarde, bajó las escaleras y casi se chocó con Debra. —Hola… Debra —la saludó alegrándose de verla. —Buenos días, Ria. He venido con un mensaje de Jasper. —¿Va a retrasarse? —preguntó Ria sin entender por qué no la había llamado a ella. —Bueno, sí… —contestó la mujer acompañando a Ria a la habitación acristalada—. Me ha llamado para que te dijera que está en el hospital. Ha habido un accidente de coche. Él iba hacia… —¿Qué ha pasado? —preguntó Ria antes de que pudiera terminar y agarrándola del brazo—. ¿Está herido? —Al parecer, otro automóvil entró en la carretera y golpeó su coche. Es lo único que dijo. —¿Está herido? —insistió Ria en tono angustiado—. ¿Qué dijo exactamente?
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—Están examinándolo —contestó Debra con serenidad al ver lo pálida que estaba Ria—. Me dijo que tiene un golpe en la cabeza y… Ria se dejó caer en una butaca con la mano en la boca y Debra siguió. —No quiso llamarte por si seguías dormida, pensó que te asustarías si te despertaba con una noticia así. Me dijo que te dolía la cabeza y que estabas descansando —Debra se dio la vuelta—. Voy a hacer un té. Creo que nos vendrá bien a las dos. Más tarde, una vez en el taxi que la llevaba al hospital, Ria estuvo segura de una cosa. La idea de que Jasper pudiera estar gravemente herido la había aterrado porque era la persona que quería, de la que se había enamorado profundamente y que sentía que podía amarla como no la había amado nadie. Además, aunque hubiera estado conmocionado y dolorido, se había preocupado por ella y no había querido molestarla porque le dolía la cabeza. Se le formó un nudo en la garganta. Cuando llegó a la planta de urgencias del hospital, le dijeron que Jasper estaba haciéndose unos rayos X y se sentó en la sala de espera mientras los demás heridos iban y venían. ¿Habría sufrido algún daño cerebral? Incluso el golpe más pequeño podía ocultar algo más grave… Entonces, se dio cuenta de que ya no le dolía la cabeza. Levantó la cara con la mirada perdida y sintió náuseas, pero también se sintió ausente, como si estuviera en un sueño espantoso… Cerró los ojos, sin oír claramente los ruidos que la rodeaban, y entonces la tocaron delicadamente en el brazo. Dio un respingo y abrió los ojos. Jasper estaba mirándola con el costado de la cabeza vendado. Ria se levantó de un salto, le rodeó el cuello con los brazos y lo estrechó contra sí como si nunca fuese a soltarlo. Jasper también la abrazó con fuerza y se quedaron un rato inmóviles, como una estatua. Entonces, él la soltó con cautela y la miró. —Ay, estoy un poco amoratado —le explicó él señalándole el pecho. Ria se apartó inmediatamente. —Perdona, lo he hecho sin pensar. —Me alegro —replicó él con una sonrisa. Un médico joven se acercó, miró con admiración a Ria y dio un paquete con medicinas a Jasper. —Hay algunos analgésicos potentes —le dijo el médico—. Afortunadamente, según los rayos X, ha sido leve, pero si notas algo raro, vete a ver al médico inmediatamente. Ah, nada de conducir durante un par de días. Jasper miró a Ria cuando el médico se alejó. —Evidentemente, no voy a conducir mi coche durante un tiempo — comentó él con despreocupación—. Mañana tendrá que llevarnos alguien al colegio.
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En el taxi de vuelta a Lavender Cottage, Ria estaba ansiosa por saber todo lo que había pasado, pero no quiso atosigar a Jasper. Él, sin embargo, se lo contó y pareció aliviado. —El otro coche salió de un cruce y me embistió —le explicó Jasper—. Lo conducía un señor mayor que, al parecer, estaba practicando con su coche automático nuevo. Me temo que va a tardar algún tiempo en seguir practicando porque su coche quedó muy dañado, mucho más que el mío, que no ha quedado tan mal —Jasper sacudió la cabeza—. El pobre anciano parecía bastante maltrecho, pero habló coherentemente con los enfermeros de la ambulancia, que fueron quienes insistieron en que también los acompañara aunque yo les dije que no hacía falta. —Claro que hacía falta —afirmó Ria tajantemente. Hasta el invencible Jasper Trent era tan vulnerable como cualquier mortal. Lo miró y sintió un escalofrío. Podría haberle pasado algo mucho peor. Puso la mano encima de la suya y él se la tomó inmediatamente. —Hablaré con el taller local para que vayan a recoger el coche y lo arreglen —él la miró y sonrió levemente—. Esto no entraba en los planes del fin de semana, Ria. Lo siento.
Cuando el martes volvió a su clase, Ria se sintió como si hubiera vivido en dos mundos completamente distintos. Como si hubiera participado en una representación teatral. Habían pasado cosas buenas y malas que le habían dejado un torbellino en la cabeza. Sin embargo, el momento clave e inolvidable fue cuando Jasper la besó en la piscina y ella reaccionó sin reparos. Durante el viaje de vuelta en taxi, hablaron poco, pero se tomaron la mano todo el trayecto como si fuese lo más natural del mundo. Se dio cuenta de que el accidente había afectado a Jasper más de lo que él iba a reconocer y supo que le daba vueltas en la cabeza. —Cuando me embistió el coche, hizo un ruido que no puedes imaginarte. Fue como una explosión —Jasper la miró—. Espero que nunca me vea metido en algo grave. El lunes por la tarde, cuando cada uno se fue por su lado, él se dirigió a ella con seriedad. —Ria, tengo que saber pronto si vas a pensar en renovar tu contrato, si lo has meditado. Ella se había limitado a asentir con la cabeza antes de irse a su cuarto. ¿Podía soportar alejarse de él? ¿Se arriesgaría a quedarse? La primera mañana después de esos días de vacaciones, se encontró con Helen en el pasillo. —¡Hola, Helen! ¿Te lo has pasado bien en Gales? —Hacía siglos que no me lo pasaba tan bien —contestó Helen en un tono algo pensativo—. Bueno, la verdad es que nunca me lo había pasado tan bien. Era un sitio maravilloso; aislado y en plena naturaleza. Dimos
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largos paseos charlando de todo un poco y comimos siempre en pequeños pubs. Fue fantástico alejarse del colegio y de mi casa, la verdad. ¿Te parezco desalmada? —no dejó que ella contestara—. Naturalmente, pude ir porque mi madre se sentía mucho mejor y me animó a que me fuera. —Eres incondicional a todo y todos, te merecías poder marcharte —la tranquilizó Ria. Helen iba a seguir su camino, pero se dio la vuelta. —¿Te has enterado del accidente de Jasper? Un coche chocó contra él cuando estaba en Somerset. Creo que a él no le pasó casi nada, pero el coche quedó inservible y tendrá que alquilar otro durante una semana o así. —Mmm… sí, lo sé… —contestó Ria vacilantemente. —¿Tú lo has pasado bien? —le preguntó Helen mientras se alejaba. —Muy bien, gracias —contestó Ria aunque sabía que ya no la oía. Los días siguientes pasaron sin incidentes y Ria lo agradeció mucho. Había visto muy poco a Jasper desde que volvieron porque, como ella sabía, estaba preparando el cierre del curso.
El sábado por la mañana, Ria decidió ir a Salisbury a comprar algunos regalos de despedida. Quería regalar algo a Claudia y a Helen, que había sido muy amable y la había ayudado cuando la había necesitado. Estaba llegando al aparcamiento cuando Jasper la alcanzó. —Ria, siento no haberte visto mucho, pero casi no he salido del despacho desde que volvimos. —Yo también he estado muy ocupada —replicó Ria con una sonrisa mientras se dirigía hacia su coche. Él le rodeó la cintura con el brazo y apoyó la mano en su cadera durante un instante. Ella se estremeció. —Me gustaría hablar contigo. ¿Vas a algún sitio especial? —le preguntó él. Quizá no hubiera estado con ella durante esa semana, pero nunca había abandonado sus pensamientos ni sus sueños. Por la noche, sólo pensaba en su hermoso rostro, en lo maravillosa que era. Sus recelos hacia el sexo femenino estaban disipándose y, aunque sabía que no iba a ser fácil que cambiara sus planes, también sabía que tenía que conseguirla como fuese. —Iba a Salisbury a comprar algunas cosas. Por cierto, ¿qué tal estás? ¿No has tenido dolores de cabeza ni secuelas del accidente? —No, afortunadamente. Aunque tengo que reconocer que, para mi sorpresa, he tenido un par de recuerdos muy vividos, pero me imagino que es normal.
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—¿Y el coche? —No lo recuperaré hasta el final del curso —contestó él—. He alquilado otro hasta entonces —la agarró ligeramente del brazo—. Déjame que te lleve a Salisbury, Ria. Quiero hablar contigo. Ella suspiró para sus adentros. No tenía motivos para rechazar la oferta y quizá quisiera hablar del fin de semana, del accidente, y ella era la única persona que estaba allí y lo entendería. Se montaron en su coche y se dirigieron hacia Salisbury. Ella se dio cuenta de que conducía a una velocidad muy moderada y de que el corazón se le había desbocado, como siempre, al estar sentada tan cerca de él, al mirar su atractivo perfil concentrado en la carretera, al ver sus manos agarradas al volante y los muslos que se flexionaban al manejar los pedales… Los pocos días que habían pasado separados la habían serenado. Al menos, eso había creído ella. Sin embargo, habían bastado unos segundos a su lado para darse cuenta de que nada había cambiado. Seguía en sus garras. —He hablado con Josh —comentó ella mirando por la ventanilla. —¿De verdad? —preguntó Jasper mirándola un instante. —Parece mucho más contento que a principios del trimestre. —Sí… —reconoció Jasper pensativamente—. He estado observándolo y le va muy bien en todo, le irá muy bien. A Ria se le secó la boca. Él se preocupaba sinceramente por los alumnos. ¿Dónde quedaría ella? Muy abajo, estaba segura. Si alguna vez se enteraba de su pasado, ella no lo soportaría, no soportaría mirar a esos ojos endiabladamente seductores porque rebosarían censura.
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Capítulo 13 —Bueno, ¿de qué querías hablar conmigo? —le preguntó Ria sin mirarlo. —De varias cosas —contestó él dándose cuenta de que tenía que elegir bien las palabras—. Primero, ¿te ha dicho algo Helen sobre la cena del personal? —No —contestó ella con el ceño fruncido—. ¿De qué se trata? —Se celebra todos los años. Es la noche del sábado anterior a que cierre el colegio para las vacaciones de verano. Va todo el personal con sus cónyuges o parejas para agradeceros el trabajo y la lealtad —la miró un segundo—. La instauró mi abuelo hace mucho tiempo, claro, y se ha convertido en una tradición. —¿Dónde se celebra? —preguntó Ria. —Bueno, la he organizado en un hotel muy bonito de la costa, a unos treinta kilómetros. Voy a alquilar algunos minibuses para que quien quiera pueda beber un poco —Jasper hizo una pausa y volvió a mirarla—. Puedo prometerte que lo pasaremos bien aunque se pronunciarán un par de discursos. Espero que puedas ir —añadió él mientras adelantaba a otro coche—. Quiero decir, espero que puedas organizarte para ir. —Claro… eso espero —replicó ella. —Perfecto. Dile a Helen que vas a ir. Ella se ocupa de organizarlo todo. Se hizo un silencio, hasta que Jasper volvió a hablar. —Me imagino que se nos hará raro, a los dos. Cari llegará y yo me marcharé. La vida está hecha de principios y finales, ¿no? —¿Cari irá a la cena? —le preguntó Ria. —Claro. Será el relevo oficial. Se hizo otro silencio y Ria se preguntó por qué habría querido llevarla a Salisbury. Pronto sabría la respuesta. —Por cierto, Helen también necesita saber algo más —comentó él como si acabara de caer en la cuenta—, ¿Has decidido algo sobre quedarte otro curso o sigues decidida a abandonarnos y volar por tu cuenta? Ria contuvo una sonrisa, pero tenía que darle una respuesta. —Lo he pensado mucho —contestó ella—. Eres muy amable y me resulta muy gratificante que me hayas pedido que me quede. He disfrutado cada segundo que he pasado en el colegio, estoy disfrutándolos —se corrigió ella—. Sin embargo, no he cambiado de planes. No voy a renovar el contrato y voy a irme de viaje.
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Ria se sintió rara al oírse, le pareció como si estuviera hablando de otra persona. Sin embargo, iba a hacer lo que había pensado. Por fin se había decidido de verdad. No podía arriesgarse a que sus sentimientos hacia él hicieran que perdiera el juicio. Ya se había enamorado más de lo que creía posible y no podía haber un final feliz con él. Lo más prudente, lo más seguro era alejarse de él. Todo el mundo sabía que una llama se apagaba si no tenía oxígeno. Aunque él fuese a volver a Somerset, seguiría insoportablemente cerca si se quedaba en el colegio. Estaba decidida y sabía que era lo mejor. Se hizo un silencio tan largo después de que ella hablara que pensó que Jasper no iba a replicar. —No te vayas. No quiero que te vayas —dijo él por fin con serenidad y cierto tono amenazante. —Ya me he dado cuenta de que no quieres que me vaya —replicó ella con la misma serenidad. —Creo que no lo has pensado bien —insistió él inexpresivamente—. En mi opinión, no estás preparada. Eso le dolió. ¿Cómo sabía si estaba preparada o no? ¡Lo había dicho como si fuese una niña perezosa que no había hecho la tarea! —Por favor, no disimules el verdadero motivo de tu preocupación, Jasper. Todo es por Cari, ¿verdad? Ya me has contado que te pidió que intentaras convencerme para que me quedara y te gustaría que lo hiciera. Para el colegio sería más sencillo no tener que buscarme una sustituta. Ria sacudió la cabeza con enojo. Era un ejemplo de chantaje emocional. Sin embargo, miró su impresionante rostro y suavizó el tono. —Encontrarás pronto una sustituta, Jasper —siguió ella—. Nadie es indispensable, lo sabes muy bien. Se quedaron en silencio y Jasper supo que lo mejor sería no presionarla más. La miró disimuladamente y vio la firmeza reflejada en su barbilla. Iba a marcharse de viaje. Se aclaró la garganta. —Bueno, en cualquier caso, ¿me prometes que me dejarás ayudarte con tus planes? —le preguntó él—. Me encantaría acompañarte a las agencias de viajes y ayudarte a organizarlo. La verdad era que a Jasper no le gustaba la idea de que se fuera sola. Pese a su aparente seguridad en sí misma, algunas veces demostraba una ingenuidad que le parecía atractiva y que hacía que quisiera protegerla. Si le pasaba algo cuando estaba a cientos de kilómetros, si se encontraba con gente indeseable y le pasaba algo, nunca se perdonaría no haber hecho algo más. Si le dejaba ayudarla, podría estar más tiempo con ella para intentar desenmarañar su relación. Ria le sonrió agradecida porque, aparentemente, él había aceptado que no fuese a quedarse en el colegio. —Claro, sería estupendo —concedió ella—. Podemos recoger algunos folletos en Salisbury y puedes ayudarme a interpretar esa jerga.
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Más tarde, cuando Ria ya había hecho las compras y habían tomado café, volvieron al coche. Jasper guardó en el maletero la bolsa con la información de los viajes y abrió la puerta del acompañante. —Vamos a tardar unas horas en repasar todo eso —comentó él mientras se abrochaba el cinturón de seguridad—. ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a abrir por una página cualquiera para empezar? —No, voy a dejar que me des algunas ideas, pero yo te diré los sitios que siempre me han parecido maravillosos. Jasper pensó que su plan iba a dar resultado. No podían precipitarse con eso, tardarían horas en sopesar todas las posibilidades. —¿Qué te parece esta noche? —le preguntó él en tono inocente—. Puedo disponer de un par de horas. —Gracias, pero esta noche va a venir Hannah a visitarme. Me ha oído hablar mucho de Highbridge Manor y quiere ver mi piso —Ria sonrió—. Le he prometido hacerle una cena y esta tarde tendré que pasar por la tienda para comprar algo de comida. Jasper, premeditadamente, tomó un camino más largo para volver al colegio y fueron charlando de distintas cosas. Ria lo miró y supo que nunca volvería a conocer un hombre que le gustara tanto como ése, con el que quisiera estar tanto, al que deseara tanto, tan plenamente. Él era absolutamente todo para ella aunque nunca podría ser absolutamente todo para ella. Se le formó un nudo de tristeza en la garganta y notó que era un momento en el que necesitaba saber algo más de su vida. —¿Por qué acabó en el jardín el anillo de boda de tu esposa, Jasper? —Porque ella lo tiró allí después de que le dijera que nuestra relación había terminado —contestó él inexpresivamente—. Fue un matrimonio muy corto. Se hizo otro silencio muy largo, y Ria comprendió que fuera lo que fuese lo que había pasado entre Jasper y su esposa, todavía le dolía. Quizá no hubiese debido sacar el asunto, no era de su incumbencia. Sin embargo, él siguió al cabo de unos minutos. —No me gusta tener que reconocerlo, pero estaba completamente arrebatado por Felicity. No sólo por su belleza, sino por su cerebro y lo que me pareció su perspicacia y astucia para los negocios. Admiraba el conjunto, por así decirlo. Tenía una agencia en Bath que alquilaba vestidos de diseñadores. Viajaba por el mundo, sobre todo Norteamérica, para buscar ropa singular y refinada para las mujeres de la ciudad. Lo que me había ocultado muy hábilmente fue que había tenido problemas económicos desde hacía un tiempo. La empresa, que había despegado muy bien, empezó a dar bandazos y estuvo a punto de perderlo todo. Naturalmente, yo no supe nada en su momento, como no supe que esperaba que yo le financiara el futuro inmediato. Su mayor error fue ocultármelo hasta después de la boda; no sólo que su negocio estaba hundiéndose, sino que me había mentido sobre su situación, su fortuna. Una falsedad de esas proporciones no era el cimiento más sólido para que
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el matrimonio saliera bien. Si hay algo que no puedo tolerar, es a un mentiroso. Cuando lo confesó todo, que fue la primera noche de nuestra luna de miel, no supe qué decirle —Jasper hizo una pausa de varios segundos—. Sin embargo, si esa noticia me pareció asombrosa, lo peor estaba por llegar. Me informó de que creía plenamente en el amor libre, sin restricciones, de que una relación física con sólo una pareja estaba destinada al fracaso y de que los dos deberíamos poder tener aventuras sin remordimientos —Jasper se revolvió de rabia en el asiento —. Nuestras opiniones al respecto eran tan distintas que supe que había cometido el mayor error de mi vida. Ria se quedó sin palabras mientras él le abría el corazón y se sintió privilegiada porque estaba contándole todo lo que le había pasado. Podo después, él giró repentinamente para tomar una carretera secundaria que subía por una colina hasta un espacio abierto sobre una vista preciosa. —Pensé que podría gustarte —dijo él con naturalidad—. Además, no hay prisa, ¿verdad? —No, supongo que no —replicó ella sin mirarlo. Efectivamente, le gustaba la vista, que era la típica del campo de Hampshire. Jasper se dejó caer contra el respaldo con el codo apoyado en el reposabrazos. Entonces, se giró para mirar directamente a Ria. —Ahora que ya sabes mi azaroso pasado sentimental, ¿puedo preguntarte algo sobre ti? Ria se sonrojó, como de costumbre, y tragó saliva. Que él le hubiera confesado todo no significaba que ella tuviera que hacer lo mismo. No hacía ninguna falta que él supiera sus desengaños. Jasper y ella eran como barcos que iban a cruzarse en la oscuridad. ¿Por qué complicar las cosas diciendo demasiadas cosas o diciendo sólo algo? —Es que no puedo creerme que hayas eludido las garras del sexo masculino en general —siguió él—. No puedo creerme que nadie te haya capturado para sí sólo. Tienes que tener un sistema de defensas muy sólido. —Claro que tengo… un pasado. Todo el mundo lo tiene, ¿no? —replicó Ria lentamente—. Sin embargo, sólo he tenido una relación seria que… que no cuajó… antes de comprometernos plenamente. Nadie salió herido —añadió atragantándose con las palabras. Eso era todo lo que iba a contarle. Jasper se resignó. Sentía curiosidad por saber qué había salido mal en la vida de Ria, pero también sabía, por la expresión de su rostro, que no iba a enterarse de más, al menos, por el momento. Entonces, el móvil de Ria empezó a sonar, rompió el ambiente emotivo y ella lo buscó en el bolso. —¿Papá…? —ella frunció el ceño nada más contestar—. Papá… No puedo creerlo… Lo siento muchísimo… —se hizo un silencio y Jasper vio
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que los nudillos de ella se ponían blancos alrededor del teléfono—. Claro. Iré ahora, esta tarde. Ria colgó y miró a Jasper antes de poder hablar. —El bebé. Diana ha perdido el bebé y tengo que ir a Londres, ahora. Jasper encendió el motor inmediatamente. —De acuerdo, ¿Qué quieres hacer antes? ¿Quieres ir al colegio o a Salisbury directamente? —Jasper empezó a bajar la colina—. Sé que hay trenes que salen periódicamente a Londres. ¿Puedes ir así? —Sí, claro. No hace falta que vuelva al colegio. Pobre Diana… Pobre papá… —susurró ella. —Llama a tu amiga Hannah para decirle que no vas a poder verla — Jasper, como siempre, estaba pensando en las cuestiones prácticas—. Sacaré el billete de tren mientras te aseas. Luego, llámame para decirme cuándo vas a volver, cuando quieras. Iré a recogerte.
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Capítulo 14 Ria, sentada al lado de su padre en la pequeña habitación del hospital privado, sintió una mezcla tal de sentimientos que quiso meterse debajo de la cama para esconderse. Diana estaba tumbada en la cama, pálida e indefensa, y Ria sintió tanta compasión que no pudo hablar. —Nos han dicho que ha sido… mala suerte —explicó su padre para romper el silencio mientras acariciaba la mano de su esposa—. Diana es joven y sana y podrá tener otro bebé. Ria se levantó y abrazó a Diana cuando ésta dejó escapar un sollozo. —Tendrás otro bebé, Diana —le aseguró Ria en voz baja—. Lo sé. Perder un bebé en esta fase del embarazo en bastante normal, eso creo — añadió Ria precipitadamente—. Por favor, Diana, no te preocupes. El año que viene por estas fechas todo será completamente distinto, ya lo verás. Diana le rodeó el cuello con los brazos y Ria sintió una oleada de afecto hacia su madrastra que la tomó desprevenida y el remordimiento se adueñó de ella. Sabía que había estado celosa del bebé, celosa de que lo hubieran amado, cuidado y deseado incondicionalmente. —Me alegro muchísimo de que hayas podido venir, Ria, y siento mucho lo que ha pasado con el bebé porque noté cuánto te emocionaste por Mark y por mí cuando te contamos la noticia. Ria notó que las mejillas le abrasaban. No se había emocionado y le había corroído la envidia. Entonces, una enfermera asomó la cabeza por la puerta. —El doctor quiera ver a la señora Davidson. ¿Les importaría ir a la sala a tomar un café? Sólo estará unos veinte minutos y les avisaré cuando haya terminado. Era una sala lujosa y acogedora con una moqueta muy mullida y una enorme mesa en el centro con tazas de porcelana y platos con todo tipo de galletas. Ria se dirigió a una mesa auxiliar donde había una cafetera con café recién hecho. Su padre se dejó caer en una butaca. Ria lo miró y pensó que había envejecido de la noche a la mañana. Parecía cansado y abatido y ella tuvo que tragarse el nudo que se le formó en la garganta. Sirvió dos tazas y se sentó al lado de él. Charlaron de distintos asuntos mientras otras personas fueron entrando y saliendo hasta que, súbitamente, se encontraron solos. Ria terminó su café y comprobó que su padre casi no lo había probado. —Papá —Ria apoyó la mano en su brazo—, sé que es difícil para Diana y para ti, pero aférrate a la esperanza de que tendréis más ocasiones. Siempre he querido tener más hermanos y sé que pronto veré cumplidos mis deseos.
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Para su espanto, vio que los ojos de su padre se llenaban de lágrimas y lo agarró con más fuerza del brazo. —Por favor, papá, no llores. Diana y tú tenéis muchos motivos para mirar hacia delante. Él le tomó la mano y se la llevó a los labios. —Sí, lo sé —reconoció él lentamente—, pero he meditado mucho, Ria, y creo que te debo una disculpa. Bueno, miles de disculpas por… por haberte defraudado todos estos años. —¿Por qué, papá? —preguntó ella sin saber adonde quería llegar. —Por no haber sido un padre —contestó él con serenidad—. Nunca te concedí el tiempo, la atención… el amor que merecías, que se merecen todos los hijos, pero fue complicado… —Lo sé, papá. Siempre estabas ocupado con el trabajo, siempre estabas en algún sitio… —No es una excusa —le interrumpió él tajantemente—. Lo doloroso es que tu madre me dijo tantas veces que era un mal padre… un amante penoso, un marido horrible… un fracasado absoluto, según sus palabras, que enseguida me convencí de que tenía razón. Él no pudo seguir y a Ria le espantó oír sus explicaciones, aunque también agradeció que las dijera. —Tu madre era… hermosa, como te darías cuenta, segura de sí misma y llamativa por naturaleza —su padre la miró con cierto cansancio —. Yo era todo lo contrario, siempre lo he sido, aunque, naturalmente, tuve que hacer un esfuerzo para confiar en mí mismo y poder ganarme la vida. Sin embargo, me sentía un insecto insignificante y empecé a creer que nunca te serviría de nada y que lo mejor que podía hacer era darte una buena educación y cerciorarme de que el dinero nunca fuese un problema para ti. Ria quiso abrazarlo y no volver a soltarlo nunca más. Qué despiadadas debieron de haber sido las palabras de su madre y hasta qué punto le quitaron cualquier esperanza de ser un buen padre. —¿Adónde fue mamá cuando nos abandonó? —preguntó Ria con cierto desasosiego. —Bueno, su verdadero amor era el escenario. Era lo que ansiaba en la vida. Se fue con una compañía a Australia —él dio un sorbo de café—. El divorcio fue de mutuo acuerdo y no he vuelto a saber nada de ella. —Papá… —susurró ella apoyando la cabeza en su hombro. Sentirse menospreciado como padre y como hombre tuvo que haber sido una tortura para él. —Sin embargo, cuando conocí a Diana, fue como si estuviera en un mundo distinto. Me dio la confianza de que podía ser una persona normal, un ser humano apreciado… En realidad, me transformó. Cuando supimos
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que íbamos a tener un bebé, no podía creerme que fuese a tener una segunda oportunidad y, quizá, hacerlo bien esa vez. Ria necesitó hacer acopio de todo el dominio de sí misma para no echarse a llorar. Tantos años sin darse cuenta del sufrimiento de su padre… Tantos años en los que habrían podido entenderse y estar cerca… Sacó un pañuelo de papel del bolso, se enjugó levemente los ojos y secó las mejillas de su padre. Aunque todo lo que había dicho él era una forma de alivio y desahogo para los dos, le entristeció que hubiese hecho falta que un bebé en gestación hubiese muerto para que lo sacara de dentro. Lo miró y sonrió vacilantemente. —El año que viene por estas fechas, papá… ¿Quién sabe las cosas buenas que pueden estar esperándonos?
La semana siguiente, Ria reservó parte de la tarde del jueves para la clase de poesía que había programado. Después del torbellino emocional del fin de semana, estaba deseando concentrarse en su expresión artística preferida, aquello que siempre la serenaba por dentro. Se había quedado más tiempo del previsto en el hospital y había tomado el último tren de vuelta. Su padre la llevó a la estación y la abrazó cuando estaba a punto de montarse. —Gracias por haber venido, Ria, por apoyarnos. Diana quería sinceramente que vinieras —su padre sonrió—. Ha sido maravilloso ver a mi esposa y a mi hija así… tan cerca. Todo va a cambiar de ahora en adelante. Voy a organizarme el trabajo para tener más tiempo, para que podamos estar juntos periódicamente. La vida es demasiado corta. Ria dejó escapar un suspiro de felicidad y tuvo ganas de ver a Jasper y contarle todo. Sabía que estaría esperándola en la estación porque lo había llamado para decirle en qué tren iba a volver. Ya esa tarde, eligió los libros que iba a llevar a la clase de poesía, los guardó en el bolso y bajó a ver a Helen porque tenía que preguntarle una cosa. La puerta del despacho de Helen estaba entreabierta y la habitación vacía. Entró, fue a la mesa y empezó a escribirle una nota mientras oía de fondo la conversación de la sala de estudio contigua. Entonces, se detuvo al reconocer las voces de los niños. Eran las de los alumnos de la clase de poesía y no pudo evitar escuchar algunos retazos de la conversación. —A ver qué has elegido —dijo alguien. —Wicked… Se oyeron unas risas. —Es un poco subida de tono, ¿creéis que le importará? —preguntó otro niño. —No —contestó alguien—. Será divertido. Además, ella es guay.
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—Sí, pero ¿no se abochornará? Se hizo un silencio mientras, evidentemente, todos se planteaban esa posibilidad. —No —intervino un niño—, la señorita Davidson está muy bien, captará la broma. Mira lo que voy a leer yo. He estado ensayando para que parezca real… —¡Es una ordinariez! ¡No puedes leerla! —exclamó alguien. Entonces, todos empezaron a moverse y a hablar en voz baja mientras se dirigían hacia su clase. Ria entrecerró los ojos. ¿Qué estarían tramando? ¿Por qué iban a pensar que quizá se abochornara? Entonces, tuvo una idea. Quizá pudiera devolverles la broma. Fue apresuradamente hasta el despacho del director y llamó a la puerta. —Adelante. —Jasper, ¿puedo pedirte un favor? —le preguntó Ria mientras él se acercaba y la agarraba de las caderas mirándola a los ojos.
A última hora de la tarde, Jasper estaba sentado en el piso de Ria y la observaba mientras ella preparaba café. —Eres una bruja, Ria. Sabías lo que estaba pasando y cómo manejar a esos pequeños monstruos. Lo que ha quedado claro es que todos están enamorados de ti… Él se calló y ella lo miró con una repentina timidez por lo que había dicho. —Yo no lo veo tan claro —replicó ella dejando la cafetera en la mesa junto a las dos tazas—. Lo que sí está claro es que al pedirte que asistieras tuvieron que tomárselo muy en serio. Bastaba con mirarte la cara cuando empezaban a recitar. —Es verdad —él sonrió—. Tengo que reconocer que cuando Matthew, nuestro gigante de un metro ochenta, empezó a recitar «¿Puedo compararte con un día de verano?» y todo eso, casi tuve que taparme la boca con la mano para contener una carcajada. —¿Qué me dices de la interpretación de Rupert? —preguntó Ria—. ¡Se puso rojo como un tomate! —No desmereció ese poema que decía «la tentación está en todo lo que haces…» —añadió Jasper con un brillo burlón en los ojos. —Además, ¡todos supieron que nosotros sabíamos lo que estaban tramando! —exclamó Ria mientras servía las tazas—. Aun así, sigo creyendo que alguno ha sacado provecho y quizá quiera volver a leer esos sonetos de amor de Shakespeare. Jasper miró fijamente la delicada curva de sus labios, sus ojos grandes y expresivos que brillaban con interés y entusiasmo.
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—Efectivamente, creo que fue una buena manera de que recordaran lo que recitaron. Nunca olvidarán ese momento, puedes estar segura de eso. ¡El aire podía cortarse por tanta testosterona abochornada! Ria se sirvió un poco de leche en el café y dio un sorbo pensativamente. —Yo tampoco lo olvidaré. Fueron… muy encantadores. Será un recuerdo maravilloso. Se quedaron un rato en silencio, hasta que Ria se acordó del motivo para que Jasper estuviera allí. —Bueno, creo que deberíamos empezar a trazar el recorrido de mi futuro… He ojeado todo lo que nos trajimos de Salisbury y… —Empecemos por el principio —la interrumpió Jasper con delicadeza —. Si miras un mapa del mundo, ¿por dónde quieres empezar? ¿Por el este o el oeste? —Creo que Europa tiene que ser la primera etapa —contestó Ria—. Estuve en París hace mucho tiempo, con el colegio, y me encantaría volver para conocerlo bien. Jasper la miró son seriedad. Imaginársela sola en la capital de Francia o en cualquier otro sitio le daba una envidia casi insoportable. Debería estar allí para enseñarle todo, para pasear con ella por las orillas del Sena… —Muy bien. Volar a París es un principio como otro cualquiera. Entonces, nos… nos… tú puedes ir a todas las ciudades importantes de Europa. La agencia de viajes te trazará una ruta y te reservará los billetes y los hoteles. Pensó que no estaba haciéndolo sinceramente, que no quería ayudarla a alejarse de él. Se sentía como si fuese su propio verdugo. Entonces, llamaron a la puerta, Ria arqueó las cejas y fue a abrir. —¡Helen, pasa! —la saludó Ria con entusiasmo—. Has llegado a tiempo para tomar café. Helen acompañó a Ria hasta la cocina, pero no pareció sorprenderse al ver a Jasper. —Hola, Jasper —Helen lo saludó con naturalidad—. Había venido para enseñarle a Ria dónde la he colocado en el festejo de la semana que viene. Puede cambiar de sitio si no le gusta. —Jasper ha venido para ayudarme a organizar mi recorrido por el mundo —le explicó Ria. Le parecía que Helen estaba especialmente encantadora últimamente, menos agobiada que otras veces y, seguramente, anhelando las vacaciones que se acercaban. —¿Vas a tomar un café con nosotros? —le preguntó Ria. —No, gracias. Quiero comprobar esta lista con todo el mundo antes de que sea tarde —Helen miró el papel que llevaba en la mano—. Te he
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sentando con Tim a un lado y Angus al otro. Te he visto charlar con Angus de vez en cuando… ¿Te parece bien? —Claro —contestó Ria. —Jasper y Cari estarán en las cabeceras y los demás alrededor — siguió Helen—. He intentado colocar a la gente con quienes se conocen mejor. —Haces todo muy bien, Helen, sea lo que sea —la felicitó Jasper mirando a Ria y deseando que la hubieran colocado a su lado. —Bueno, entonces, me marcho. Hasta mañana. Helen se marchó y cerró la puerta. —Voy a echar de menos a Helen —comentó Ria mientras volvía a sentarse—. En realidad, voy a echar de menos tantas cosas de Highbridge Manor que algunas veces pienso que fue una mala idea que viniera.
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Capítulo 15 El hotel elegido para la cena de empleados, el Beachcomber Bay, era elegante y sofisticado, el tipo de sitio que le gustaría a Jasper Trent, se dijo Ria mientras se miraba al espejo del cuarto de baño. Sophie, una de las profesoras de lenguas modernas, sonrió al reflejo de Ria. —He oído decir que han intentado por todos los medios que te quedes, Ria. —Sí —Ria sonrió—, pero no lo han conseguido. Tendría que haber pospuesto mis viajes y no estaba dispuesta. Mientras hablaba, Ria sabía que el verdadero motivo era alejarse de Jasper, quien, aunque no siguiera en el colegio, estaría demasiado cerca para su tranquilidad. —Jasper ha sido un director fantástico durante la ausencia de Cari — comentó Sophie—. Creo que todos vamos a echarlo de menos, pero Cari también es encantador. Por cierto, llevas un vestido precioso, tiene un color muy bonito. Aunque la invitación decía que la vestimenta tenía que ser informal pero correcta, Ria había observado que todas las mujeres llevaban vestidos largos. Su vestido era muy sencillo, de color turquesa, con un escote que permitía vislumbrar la curva de sus pechos y que resaltaba su esbelta figura. Como complemento sólo llevaba una perla en una cadena de plata, el regalo de su padre cuando cumplió veintiún años, y se había hecho un moño sujeto por una pinza de perlas cultivadas. Además, esa noche se había sombreado los ojos y se había pintado los labios. Una vez fuera, todo el mundo se había reunido en la antesala del comedor. Vio a Helen charlando con un grupo donde estaba Tim Robbinson y se acercó a ellos. Helen llevaba un vestido color vino con una caída muy favorecedora y el corte de pelo y el peinado le sentaban muy bien. —Estás muy guapa, Helen. —Bueno, contigo cerca tengo mucha competencia, Ria —replicó Helen con una sonrisa—. Tengo que reconocer que he echado la casa por la ventana. Mi madre vio este vestido en una revista y estuvo tan segura de que me sentaría bien que lo pidió y además se empeñó en pagar la mitad. —Pues ha sido un dinero bien gastado. No era la primera vez que Ria pensaba que Helen era una mujer asombrosamente atractiva, algo que solía ocultar en el colegio con ropa muy insulsa. —Ria, tengo que decirte que este trimestre me has ayudado mucho — le reconoció Tim Robbinson—. Ha sido fantástico tenerte en el equipo.
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Ria se sintió complacida y era verdad que había encajado muy bien en Highbridge Manor. Entonces, Jasper se acercó y se colocó entre Ria y Helen. —¿Qué queréis beber? —les preguntó a todos. —Iba a ir a por las bebidas —intervino Tim—, pero no sé qué quieres, Ria… —Un vino blanco, por favor. Ria notó que el corazón se le había desbocado al ver a Jasper. Llevaba un traje oscuro con una camisa blanca un poco desabotonada que resaltaba su cuello bronceado y dejaba ver algunos pelos del pecho. Además, la miró de una forma que hizo que se sintiera avergonzada. Era la primera vez que la veía desde que se montaron en los minibuses y sus ojos oscuros brillaron al mirarla. —Estás maravillosa, demasiado maravillosa —murmuró él antes de elevar la voz—. Helen, ¡parece como si ese vestido fuera tu segunda piel! Helen sonrió y miró fugazmente a Ria. —Tienes bastante razón, Jasper. respiración para subirme la cremallera.
He
tenido
que
aguantar
la
Poco después, Cari también se unió al grupo. Era la primera vez que Ria lo veía en todo el día. Estaba atractivo y ella se sorprendió de lo relajados y atentos que parecían los dos hermanos. Los cuatro se dirigieron a una mesa para sentarse y charlar. —Bueno, ya se han pasado gran parte de mis vacaciones y las he disfrutado muchísimo —comentó Cari mirando a Jasper—. Te agradezco mucho que me sustituyeras. Si no hubieses estado al timón, todo habría sido muy distinto, estoy seguro —Cari dio un sorbo—. Dentro de ocho semanas volveré a la vida de siempre —sonrió a Helen—. Menos mal que Helen estará para darme la mano. Ella arqueó una ceja enigmáticamente. —Mmm, te llevaré por el buen camino, Cari, puedes estar seguro. Entonces, alguien llamó con un gesto a Ria y Helen, que se levantaron y dejaron solos a los hombres. —Ha sido un placer llevar las riendas —dijo Jasper mirando pensativamente el vaso—. Además, ha sido una revelación y creo que te debo una disculpa. —¿Por qué? —preguntó Cari con el ceño fruncido. —Por haber desaparecido todos estos años y haberte dejado Highbridge Manor dando por supuesto que serías el hijo cumplidor. Dando por supuesto que no tendrías otras ambiciones porque eras el mayor. Al menos, ésa era mi excusa, como si todo estuviese dispuesto de antemano. Sin embargo, te ha sentado tan bien marcharte un tiempo que me he dado cuenta de lo egoísta que he sido.
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Cari se inclinó hacia delante y apoyó las manos en los hombros de Jasper. —No seas ridículo. Estoy deseando volver. Sí, lo he pasado muy bien, pero, sinceramente, donde me siento más cómodo es en el colegio y lo he echado de menos. Deja de mortificarte. Estoy seguro de que el cambio nos ha sentado bien a los dos, pero ya es hora de que vuelvas al sitio que te corresponde y me dejes en el sitio que me corresponde a mí. Ria los observó desde donde estaba charlando con los demás y vio a Jasper que, medio levantado, rodeaba los hombros de su hermano con un brazo y sonreía por algo que estaba diciendo Cari. Ella también sonrió. Tenía que ser maravilloso ser tan íntimo de un hermano. Pidieron que todo el mundo ocupara sus sitios en el comedor. Había unas setenta personas y todo el mundo empezó a relajarse ayudado por el abundante vino. Ria sabía que Helen y Jasper habían elegido el menú, que, naturalmente, fue fabuloso. Levantó la cabeza y vio a Jasper que la miraba. —Después de esto no podré comer durante una semana —comentó ella. —Sabía que te gustaría. A él lo que le habría gustado era que hubiesen estado los dos solos. Cuando llegaron los postres, Ria casi no tenía apetito, pero consiguió comerse un merengue con crema y no dejó nada en el plato. Sintió un arrebato de alegría, se dio cuenta de lo feliz que había llegado a ser durante aquellos meses y no necesitó mucha imaginación para saber el motivo. Rozó intencionadamente la muñeca de Jasper cuando fue a agarrar su copa y él le acarició la palma de la mano durante un instante. Luego, él se levantó, golpeó su copa con una cucharilla y todo el mundo lo miró entre murmullos. Él se aclaró la garganta. —Una de las reglas más estrictas de esta cena es que ningún discurso puede durar más de un minuto. Sólo quiero agradeceros a todos el apoyo que me habéis dado durante mi estancia en Highbridge Manor. No habría podido hacer nada sin vosotros. Sois un grupo fantástico y nunca olvidaré vuestra cooperación y comprensión. Ahora, os devolveré a Cari. Gracias por confiar en mí, Cari. Creo que te encontrarás todo en un orden aceptable. Jasper se sentó entre una ovación y algunos vítores y Cari se levantó. —No lo dudé ni un segundo, Jasper, y he contraído una deuda enorme contigo, como con todos lo que estáis aquí esta noche. Habéis mantenido el barco magníficamente a flote durante mi ausencia y os estaré eternamente agradecido —Cari miró un segundo a Helen—. Tengo que darle unas gracias especiales a mi secretaria. Me ha mantenido puntualmente al tanto mientras estaba fuera. Quiero hacer un brindis — Cari levantó su copa—. Por Highbridge Manor y su éxito, por sus infatigables empleados… y por nuestros aterradores niños.
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Una ovación recibió el brindis, todos se levantaron para dar un sorbo y Cari siguió cuando iban a sentarse otra vez. —Quiero decir algo más —Cari sonrió a los allí reunidos—. Quiero que todos sepáis que mi secretaria me ha hecho el inmenso honor de aceptar convertirse en mi esposa —miró a Helen, que también lo miró con los ojos empañados por las lágrimas—. Creo que no podría afrontar el futuro sin ella. Se hizo un silencio y todo el mundo irrumpió en una ovación atronadora mientras algunos iban a abrazar a Helen y a estrechar la mano de Cari, que miró a Jasper con una sonrisa socarrona. Era la bomba de la noche, que nadie había previsto, y Ria estaba atónita por la noticia. Jasper la miró. —Cari me contó el secreto antes, en el bar —le explicó—. Estoy emocionado por los dos. —Yo también —replicó Ria, dándole vueltas a la cabeza—. Esos días que Helen pasó en Gales… Me pareció que algo había cambiado en ella cuando volvió. Me contó que nunca en su vida lo había pasado mejor, pero no quiso darme más detalles —Ria lo miró con los ojos brillantes—. Creo que Cari y ella estuvieron juntos, ella se fue por las ramas cuando le pregunté con quién había estado. —Efectivamente —confirmó Jasper—. Cari me contó que fue la primera vez que estuvieron solos y entonces se dio cuenta de lo mucho que le gustaba Helen. Naturalmente, se conocían desde hacía años, pero no así. Él no tardó en decidirse a pedírselo —Jasper sonrió a Ria—, pero tu sospechaste que había pasado algo y yo no. Sabía que tenías algo especial. Más tarde, con el ambiente cargado de emoción por la noticia, todos fueron al bar donde un pianista estaba tocando canciones muy conocidas. Ria fue a abrazar a Helen. —Helen, me alegro muchísimo por ti. Cari y tú os merecéis el uno al otro y el colegio os merece a los dos. Sé que vais a ser felices. Helen estaba casi abrumada por la felicidad. —Ria, estaba deseando contarte el secreto, pero los dos decidimos no contárselo a nadie porque no habríamos sabido por dónde empezar. Jasper se enteró hace una hora. Además, la preciosa pulsera que me has regalado será uno de mis bienes más apreciados. Ria… no deberías habérmela regalado, pero muchas gracias. —Me gusta hacer regalos, sobre todo, a las personas que han sido muy amables y me han ayudado. Ria se acordó del día que fue a hacer la entrevista y pensó que aquella secretaria podía ser alguien intimidante. Nada más lejos de la realidad. —Bueno, si yo te he ayudado, ¡tú también me has ayudado a mí! — replicó Helen antes de hacer una pausa—. Tuve mucho miedo de que
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acabaras siendo una pesadilla, como tu predecesora. Me equivoqué completamente. Todos vamos a echarte mucho de menos. Más tarde, cuando Jasper y ella habían estado un rato charlando con la feliz pareja y con los demás, él se inclinó para susurrarle algo al oído. —Necesito tomar un poco de aire fresco. Vamos a dar un paseo. Está subiendo la marea y hace una noche preciosa.
Salieron del edificio y se dirigieron hacia al paseo marítimo. Aunque la noche era muy agradable, Ria sacó un chal liviano que llevaba en el bolso y se lo puso sobre los hombros. Jasper, automáticamente, tomó un extremo y la ayudó a colocárselo bien. Ella lo miró. —Es una ensenada preciosa —comentó ella—. ¿Pertenece al hotel? —No lo creo, pero nunca hay mucha gente. Como hay piedras, no le gusta a las familias con niños. Además, no se pueden comprar helados o hamburguesas. La miró y se sintió afortunado por estar paseando con alguien tan maravilloso. Se mordió el labio. ¿Podría convencerla de que lo que sentía por ella era sincero? ¿Podría conseguir que ella sintiera lo mismo? Llegaron a tres escalones que bajaban a la playa. Jasper bajó primero, tendió la mano a Ria para ayudarla y se fijó en las sandalias plateadas que llevaba. —Tardaremos dos minutos en recorrer la playa y se pueden esquivar los cantos rodados, pero… ¿podrás con esos zapatos? Ria no lo miró mientras se descalzaba. —Seguramente, sí, pero iré descalza. Me gusta sentir la arena en los pies. Él le tomó la mano. —Por si nos encontramos con alguna piedra. Será mejor que te sujete —le explicó él. Ria se estremeció y esperó que le rodeara la cintura con un brazo para sentir el calor de su cuerpo. El inesperado anuncio de Cari había conseguido que se sintiera especialmente romántica. Lo miró a los ojos. —No puedo dejar de darle vueltas a que Cari y Helen vayan a casarse —comentó ella—. ¡Está resultando una noche muy emocionante! Entonces, Ria piso algo afilado y se tambaleó. —¡Ay! Inmediatamente, Jasper la tomó en brazos para llevarla al poyete de la playa. —¿Dónde te duele? —le preguntó él. —En el dedo pequeño.
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Ria se inclinó para enseñárselo, pero él la abrazó y la besó lenta y profundamente. Ria le correspondió sin inhibición alguna. Después de un momento turbador, él dejó de abrazarla, pero siguió rodeándole la cintura con los brazos para que no desviara la mirada. Pese a los sentimientos que había despertado en ella, que habían hecho que temblara por el deseo, Ria supo que había llegado el momento de poner el punto final a esa etapa de su vida. Tenía los brazos alrededor de su cuello y apoyó la mejilla en la de él. —Jasper —susurró ella—, tengo… tenemos que acabar con esto… ahora. —No —replicó él tajantemente—. Esto sólo es el principio. —No, Jasper —insistió ella apartándose y dispuesta a dejar las cosas en su sitio—. No estoy preparada… no es el momento acertado… nada es acertado. No me conoces, no me conoces en absoluto. —Ah… —a él le encantaba sentir el cuerpo de ella y la besó en la cabeza—. Dime qué te parece que no es acertado. Ria sabía que no tenía porvenir con alguien como él y que podía decirle la verdad. ¿Qué iba a perder? —Vas a detestarme —empezó ella lentamente. —Explícate. Ria tomó aliento. —Maté a mi bebé hace dieciséis meses —dijo ella con calma. Si él se sorprendió, lo disimuló muy bien. —Sigue. —Bueno, había estado un año con Seth, el padre de mi hijo, y habíamos pasado unos meses viviendo juntos. Seth era un hombre muy sociable y siempre estábamos en fiestas, con gente y divirtiéndonos. Algo desconocido para mí —aclaró ella sorprendida por lo tranquila que se sentía—. Era muy divertido estar con él y siempre me decía lo bien que se lo pasaba conmigo. Pensé que acabaríamos casándonos… formando una familia… siendo una familia —Ria tragó saliva porque las palabras empezaban a dolerle—. Cuando me di cuenta de que estaba embarazada, me quedé conmocionada porque no debería haber pasado, creía que había tomado todas las medidas. No le dije nada a Seth hasta los tres meses y, cuando se lo conté, él se limitó a encogerse de hombros y a decirme que me deshiciera del bebé —Ria esbozó algo parecido a una sonrisa—. Me quedé tan pasmada por su reacción que me desmayé. Cuando me repuse, él fue amable y conciliador, me explicó que nunca había previsto ser padre, que no entendía por qué alguien podía querer que los hijos le alteraran la vida. Ria dejó que las lágrimas cayeran sin trabas. Jasper sacó el pañuelo del bolsillo superior de la chaqueta y le secó las mejillas con delicadeza y sin decir nada.
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—Cuando le dije que nunca accedería a lo que había dicho, él se enfadó de verdad, nunca lo había visto así. Se convirtió en alguien distinto y me asustó. Entonces, me acusó de haberlo hecho intencionadamente para atraparlo —miró fijamente a los ojos de Jasper—. Me di cuenta de que si hacía lo que yo quería, condenaría a mi hijo a tener una infancia sin padre, como la mía. Creí sinceramente que un hijo necesita una madre y un padre. Entonces… fui a un hospital privado que Seth me había reservado. Él no se molestó en acompañarme, se limitó a darme un cheque en blanco. Ria tuvo que esperar un rato para poder seguir y Jasper la abrazó con más fuerza por el amor que sentía hacia esa mujer desvalida, un amor sólo superado por la repugnancia que sentía hacia aquel hombre. ¿Cómo había podido exigirle eso y abandonarla? —Tenía el dedo en el timbre del hospital cuando supe que no iba a hacerlo —siguió ella una vez calmada—. Pensé que si mi hijo no iba a tener padre, sí tendría una madre que lo querría incondicionalmente. Quizá bastara con eso. Mucha gente lo conseguía. Me di la vuelta y me marché de allí. Nunca olvidaré el brillo del sol esa mañana… —Entonces, ¿no interrumpiste el embarazo? —le preguntó Jasper sin querer emplear la palabra «aborto». —Sí, sí lo hice —contestó ella inexpresivamente—. Había una cafetería en la esquina y me senté a tomar un café. Todo el mundo se reía y charlaba, sus vidas eran sencillas y normales, nadie podía saber lo que estaba pasando en la mía. Entonces, repentinamente, supe que estaba ocurriéndome algo espantoso. Las caras y las voces se difuminaron, podía oír ruidos, pero no sabía qué eran. Me desperté en un hospital y me dijeron que mi hijo se había malogrado —Ria, abatida, apoyó la cabeza en el cuello de Jasper—. Fui la víctima y la culpable, Jasper. Me habían castigado por plantearme, aunque fuese un instante, la posibilidad de acabar con la vida de la criatura que llevaba dentro. La tensión y la angustia acabaron con ella. Ése tuvo que ser el motivo y fue mi culpa. Todo fue culpa mía. Jasper se quedó un rato en silencio mientras pensaba cómo podría convencer a Ria de que era inocente. Quizá nunca lo consiguiera. Quizá lo único que podía hacer era prometerle el amor y el respaldo que nunca había conocido. La abrazó con más fuerza y la besó delicadamente en los labios, en la barbilla y en el cuello. Ella no se lo impidió porque sabía que todo había terminado entre ellos. —¿Y… Seth? —él tuvo que hacer un esfuerzo para pronunciar su nombre. —Nunca supo lo que pasó de verdad y yo tampoco me molesté en contárselo. Era muy melindroso y no le habrían gustado esos detalles tan sórdidos. Además, había organizado todo para estar en Estados Unidos mientras yo estaba en el hospital. Sólo supo que no había bebé y que su cuenta bancaria seguía intacta. Le dije que no quería su dinero y que tampoco lo quería a él, que todo había terminado.
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Jasper la miró con un cariño y un amor irresistibles. —¿Por qué te ha parecido necesario contarme todo esto, Ria? —le preguntó con delicadeza—. No tenías por qué hacerlo. Es un asunto tuyo, podría haber sido tu secreto. —Porque pensé que te merecías saber todo sobre mí —contestó ella con serenidad—. Todo sobre la mujer con la que pareces querer estar. —No sé qué planes tienes para mañana, pero yo tengo uno para los dos —le susurró él al oído—. Vamos a ir a Lavender Cottage.
Ria deshizo el poco equipaje que había llevado y lo dejó cuidadosamente sobre la cama con la cabeza dándole vueltas todavía. No había dejado de pensar en lo que había pasado la noche anterior y casi no había dormido. El festejo siguió con un baile, el mejor según todos, y se había sorprendido a sí misma por lo fácilmente que se había relajado y había participado de esa alegría. La reacción de Jasper a lo que le había contado también le sorprendió. Como mínimo, había esperado que fuese crítico. Sin embargo, había sido considerado y tranquilizador. —No soy un especialista —le había dicho él—, pero estoy casi seguro de que ninguna tensión pudo hacer que perdieras el bebé. Fue la manera que tuvo la naturaleza de decidir lo que era mejor. Ese bebé no estaba destinado a nacer y nada más. Ria sacó el biquini que había llevado. Jasper había decidido que, como iba a hacer buen tiempo, se darían un baño antes de comer. —Debra y Dave están en Sussex visitando a su hija —le había dicho él —, pero han dejado abundante comida en la nevera. Ria se desvistió, se puso el traje de baño y se miró en el espejo. El biquini era azul oscuro con un reborde dorado y era innegablemente seductor. Sonrió levemente y pensó que Jasper no se quejaría. Atravesó la habitación acristalada y vio que Jasper ya estaba en el borde de la piscina. Se dirigió hacia él y captó la expresión de sus ojos cuando la miró de arriba abajo sin disimulo. Separó los labios con una sonrisa y tendió una mano hacia ella para que se pusiera a su lado. Entonces, sin dejar de mirarla, extendió los brazos para que ella lo imitara. —Zambúllete conmigo, Ria —le pidió con suavidad—. Puedes hacerlo. No pasará nada. A ella se le aceleró el pulso, no sólo por su cuerpo musculoso y bronceado con un traje de baño ceñido, sino por la idea de lanzarse de cabeza al agua. Tomó aliento, estiró los brazos con los ojos medio cerrados y esperó a que él diera la señal. —Ahora —dijo él.
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Los dos se lanzaron y ella oyó el ruido del agua y notó la presión en la cabeza, pero ¿dónde estaba la aterradora sensación de que iba a hundirse y que nunca saldría a la superficie? ¡Había desaparecido! Salieron a la superficie y Jasper nadaba alrededor de ella con una sonrisa de oreja a oreja. Ria se reía de emoción y se agarraba a Jasper como si nunca fuese a soltarlo. —¡Nunca pensé que pudiese hacerlo! —exclamó ella. Él la besó en la boca y sintió un deseo que llenó su corazón de pasión. —Sólo ha sido el principio, el principio de nuestro principio —Jasper la abrazó con todas sus fuerzas—. No tenemos que saber nada más de nosotros, no tenemos que descubrir nada más ni aclarar nada más —hizo una pausa—. Te amo, Ria. Cuando no estoy contigo, pienso obsesivamente en ti, en lo que estarás haciendo, en lo que estarás pensando. Además, estoy celoso de todo el mundo que está más cerca de ti que yo. Ria lo miró desconcertada. ¿Qué era todo eso? representación teatral protagonizada por otras dos personas?
¿Era
una
—He conocido a muchas mujeres hermosas y me he tomado mi tiempo para decidirme —reconoció él—. Pensé que sabía conocer muy bien a las personas hasta que el desastre con mi esposa me demostró lo equivocado que estaba. Sin embargo, no voy a cometer otro error. Por eso te pido que pienses en mí… a largo plazo. Cada vez que te miro, siento brotar la esperanza de que puedo encontrar la verdadera felicidad, de que puedo tener un porvenir con alguien —la miró fijamente—. Estoy pidiéndote que te cases conmigo, Ria. Aquello podía volverla loca. Que el hombre más guapo del mundo le dijera eso era casi imposible de asimilar. Tragó saliva para contener los nervios. —¿Tú… tú crees… que podemos… conseguirlo? —susurró ella—. ¿Crees que yo también puedo tener un porvenir…? Él le puso un dedo en los labios para callarla. —Nos daremos fuerza mutuamente y dejaremos que nuestros sentimientos fluyan con libertad, sin presión ni dudas. Para empezar, voy a llevarte a todas las partes del mundo que quieras visitar. Será el principio del viaje hacia el resto de nuestras vidas. —Jasper —dijo ella rebosante de felicidad—, creo que, contigo, he llegado al destino de mi viaje antes de haberlo empezado. Jasper, con una sonrisa perversa, le quitó el biquini, se quitó el traje de baño y la acarició por todo el cuerpo. Ella, extasiada, echó la cabeza hacia atrás. Entonces, donde más profunda era la piscina, él le rodeó el cuerpo con sus poderosos muslos antes de entrar delicadamente en ella. Embriagados, hipnotizados, apasionados, se acompañaron rítmicamente sin prestar atención a nada que no fuera el deseo que sentían el uno por el otro. Además, así rubricaban la necesidad que tenían, la confianza en el porvenir y su amor imperecedero.
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Fin
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